Anarquía Coronada

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El blanco es el bo-bo

Jeremy Rubenstein
En la rue Jean-Pierre Timbaud, entre dos café-bar a la moda, Le Canibale y l’Assassin, se encuentran dos librerías, Al-Azhar y Qibla, que venden tantos libros como vestidos tradicionales árabes, por lo que en esa calle a menudo se cruzan dos tipos muy distintos de parisinos con barba: hypsters y salafistas. A parte de esos barbudos, hay latinos que gustan la salsoteca a la vuelta, caribeños que venden ron un poco mas abajo, artistas que presentan una obra en la Maison des Métallo (centro cultural de la CGT)… en fin, un condensado del Paris muy distinto del que se encuentra del otro lado de la orilla de la Sena esencialmente blanco y burgués. No es una casualidad que esa calle se encuentre a pocas cuadras de varios focos de ataques del viernes pasado: ISIS quiere acabar con ese tipo de calles donde nadie se preocupa por el color de la piel y lo que puedan decir los libros sagrados o si lees uno de esos.
El comunicado de ISIS revindicando los masacres del 13 de noviembre apunta a París como «capital de las abominaciones y de la perversión» y «el Bataclan donde estaban reunidos cienes de idolatras en una fiesta de la perversidad». Así que la organización del «Estado Islámico», como religiosos supuestamente rigurosos, atacó lugares de lujuria.
Lo que no dice el comunicado es que no se lanzó sobre cualquier «lugar de lujuria», ni los mas lógicos. Pues, simbólicamente, hubiera sido mas evidente atacar algún «templo de la pornografía» (por ejemplos los mundialmente famosos Moulin Rouge o Creazy Horse o cualquier boliche de los Champs-Elysées). Tampoco escogieron lugares especialmente turísticos y se sabe que París es una de la ciudad mas turística del mundo, de manera que Montmartre o Saint-Michel hubieran sido blancos más indicados si se trata de espantar un recurso económico de la ciudad de las perversiones. Si hubieran querido castigar la perversidad homosexual, Le Marais hubiera sido el lugar simbólicamente indicado. Si fuera el capitalismo francés, cualquier barrio de la Rive Gauche (oeste de París) hubiera significado algo (no tanto como el World Trade Center, pero en fin).
Los barrios escogidos indican a la vez un muy buen conocimiento de la sociedad francesa y parisina (lo que no es de extrañar ya que todo indica que la mayoría de los asesinos son franceses o belgas y es más que probable que el coordinador de esos ataques lo sea también) y una estrategia muy sutil para provocar el “choque de civilizaciones” -piedra angular de la ideología neoconservador, tanto en su vertiente «occidental» como «oriental».
Para entenderlo hay que evaluar el peso social y político de los “bo-bos” (de bourgeois bohème – burgués bohemio – como se empezó a describirlo a principio de los 2000) y la percepción muy ambigua de esa “clase”. Si los bo-bos forman una clase social, esa es una clase bastarda. Lejos de ser burgueses y bohemios son, al contrario, ni burgueses asumidos como tal ni aceptan todas las consecuencias de una vida bohemia.
En realidad, en su principio la palabra “bo-bo” aparece como una suerte de insulto en contra de todas esas personas que son a la vez críticos de la sociedad de consumo y grandes consumidores, que piensan a la izquierda y comen a la derecha, en fin por su inconsecuencia. Esas críticas no son nuevas y no provienen de “yihadistas”, sino más bien del mismo seno de los bo-bos, ¿o cómo se pueden ubicar a los intelectuales más o menos de izquierda que viven en esos barrios?.
Desde la izquierda, se les culpa, entre otras, de ser la principal arma de gentrificación de los barrios (y consecuente expulsión de los sectores populares); desde la derecha, de ser los blandos que pervierten la sociedad occidental (en Francia no se habla tanto de “cristiana” que de “republicana” o “laica” pero el sentido es el mismo), pues serian demasiado abiertos a los árabes, negros, chinos, putos o cualquier minoría que atenta en contra al ser occidental (se puede escuchar a Alain Finkielkraut, nuevamente nominado a la Academia, para tener una idea de lo rancio que puede llegar a ser la ideología conservadora actualmente dominante en Francia).
Estudiantes, empleados de las industrias culturales, intelectuales (la lista de las víctimas de los atentados es elocuente), conforman esa clase peculiar, híbrida o bastarda. Pero esa clase se caracteriza menos en una escala socio-económica que por ciertos gustos comunes, una frivolidad compartida y un extendido culto al hedonismo individual que se manifiesta, entre otros lugares, en bares y boliches.
Ya que la palabra “bo-bo” se usa esencialmente para designar o denigrar al otro, quizás sus miembros no sean conscientes de formar una clase pero son conscientes, individualmente, de sus contradicciones. Esas contradicciones me parecen, a fin de cuentas, el rasgo más sobresaliente de esa clase incierta. Lo que los convierte, según los casos, en divertidos auto-burlones o en tristes y culposos esquizofrénicos.
Ahora bien, ¿porque precisamente atacarse a esa clase? Es probablemente la que menos tiene ganas y intereses en llevar a cabo una guerra, ni en el exterior por pacifismo –algo inconsistente por cierto- ni en el interior porque acabaría con sus modos de vivir. Forma una especie de frágil muro de contención frente a los dirigentes franceses y, con más razón, frente a la ultra-derecha que avanza poderosamente en el país. ISIS quiere acabar con esa opción, minoritaria pero aún poderosa. Esa clase es poderosa porque sus miembros ocupan lugares de poder en el complejo entramados de poderes culturales, financieros y políticos franceses, por lo que es mucho más potente, mediáticamente y políticamente, que las clases populares.
Debilitar esa clase, con su posición critica –aunque por lo general poco consistente- acerca de las “intervenciones militares” de Hollande o su rechazo tajante de la ultra-derecha y de Sarkozy, es reforzar esos últimos. Así, ISIS logra escoger su enemigo, fortalecerlo para fortalecerse a sí mismo: el alineamiento irrestricto de Francia sobre las posiciones más bélicas, permitirá a ISIS presentarse como el único enemigo (de Bachar el Asad en Siria, de los corruptos dirigentes chiitas de Irak, de los policías franceses discriminatorios y, más generalmente, de Estados Unidos en el mundo).
El mejor aliado de ISIS es el estado francés si se lo deja desplegar toda su lógica represiva de estado, por lo cual se necesita acabar con esos granos de arena que son las oposiciones críticas de parte de la sociedad. Esas críticas internas provienen precisamente de este sector de la población que hoy se ve más debilitado que antes de los atentados.

Bombardeo masivo en Siria y medidas ultra-represivas en Francia –que incluyen una reforma constitucional-: tan solo tres días después de los atentados, el estado francés responde con entusiasmo al llamado de ISIS.
El blanco escogido por ISIS es probablemente la mejor manera de polarizar los conflictos, reducirlos a tan solo dos opciones, acabar con los matices de la complejidad, representada por esa clase híbrida que rehúsa escoger entre dos opciones (un supuesto “occidente” versus un supuesto “oriente”), aborreciendo las dos y amando a lo que no cuadra en el esquema maniqueo.
Por eso, la reacción de los parisinos, después del abatimiento, es combatir a ISIS sentándose en las terrazas de los cafés y pidiendo otra cerveza.
Salud París, me la voy a tomar bien fresca con amigas tortas y putos de todos los colores y confesiones.

París, el duelo se convierte en ley

Judith Butler

Estoy en París. Ayer por la noche pasé cerca del sitio de la matanza, en la calle de Beaumarchais. Cené en un lugar que está a diez minutos de otra de las dianas de los ataques. Todos los que conozco están bien, pero muchos que no conozco están muertos, traumatizados o de luto. Es indignante y terrible. Hoy las calles estaban concurridas por la tarde pero vacías por la noche. La mañana se despertó inerte. Los debates televisivos ​​que tuvieron lugar inmediatamente después de los acontecimientos parecen dejar claro que el “estado de emergencia”, aunque temporal, en realidad crea el precedente para la intensificación del estado de seguridad. Los temas tratados en la televisión incluyen la militarización de la policía (de qué modo “completar” el proceso), el espacio de la libertad y la lucha contra el “Islam”, este último entendido como una entidad amorfa. Hollande al hablar de “guerra” trató de parecer masculino, pero lo que más llamó la atención fue el aspecto imitativo de su actuación -volviéndose difícil tomar en serio su discurso. Y, sin embargo, este bufón ahora asume el papel de jefe del ejército.
La distinción entre el Estado y el ejército se disuelve en un estado de emergencia. La gente quiere ver a la policía, quieren una policía militarizada para protegerlos. Un deseo peligroso, aunque comprensible. Muchos se sienten atraídos por los aspectos benéficos de los poderes especiales otorgados al soberano en un estado de emergencia, tales como las carreras de taxi gratis para cualquier persona que tuviera que volver a casa anoche y la apertura de los hospitales para todos los afectados. No se ha instaurado un toque de queda, pero los servicios públicos se redujeron y las manifestaciones se han prohibido – incluyendo las reuniones para lamentar los muertos fueron consideradas ilegales. Asistí a una de esas reuniones en la plaza de la República, donde la policía ordenó que todo el mundo debía dispersarse, y pocos obedecieron. Vi un breve momento de esperanza.
A los que comentan los eventos tratando de distinguir las diferentes comunidades musulmanas, con su diversidad de posiciones políticas, se les acusa de buscar “matices”: el enemigo debe ser completa y totalmente aniquilado, y las diferencias entre los musulmanes, yihadistas y el Estado Islámico son cada vez más difíciles de discernir en los discursos públicos. Incluso antes de que ISIS asumiera la responsabilidad de los ataques, muchos han señalado con el dedo, con total certeza, al Estado Islámico. Personalmente me pareció interesante que Hollande haya declarado tres días de luto oficial, mientras que se han intensificado los controles de seguridad, algo que trae un nuevo significado para interpretar el título del libro de Gillian Rose, “Mourning becomes the law” (El duelo se convierte en ley). ¿Estamos viviendo un momento de duelo o una sumisión a un poder del Estado cada vez más militarizado, de suspensión de la democracia? ¿De qué manera se instaura ese modelo de estado con mayor facilidad cuando se vende en nombre del luto? Habrá tres días de duelo público, pero el estado de emergencia puede ser prorrogado hasta por 12 días antes de que se necesite su aprobación en la Asamblea Nacional. Y, sin embargo, la explicación de la situación es que necesitamos restringir las libertades con el fin de defender la libertad – una paradoja que no perturba a los doctos comentaristas de la televisión. De hecho, los ataques fueron dirigidos con claridad a lugares emblemáticos de la circulación libre y cotidiana en Francia: un café, una sala de conciertos, un estadio de fútbol. En la sala de conciertos, al parecer, uno de los asesinos responsables de 89 muertes violentas acusó a Francia de no intervención en Siria (contra el régimen de Assad) y a Occidente de la intervención en Irak (contra el régimen baazista). No es, por tanto, un posicionamiento (si podemos llamarlo así) totalmente contrario a la intervención occidental en sí.
También hay una política de nombres: ISIS, ISIL, Daesh. Francia se niega a decir “Estado Islámico” para no reconocer su existencia como Estado. Quieren mantener el término “Daesh”, palabra árabe que no es aceptada por la lengua francesa. Mientras tanto, esta fue la organización que se atribuyó la responsabilidad por el ataque, diciendo que era en represalia por los bombardeos que matan a los musulmanes en el territorio del califato. La elección de un concierto de rock como el objetivo de uno de los ataques – como escenario de los asesinatos, en realidad – se justificó por ser un lugar para la “idolatría”, un “festival de la perversión”. Me pregunto donde encontraron el término “perversión” – parecería que han estado leyendo la bibliografía de otra área.
Los candidatos presidenciales han llegado con sus opiniones: Sarkozy propone ahora campos de detención, diciendo que son necesarios para detener a cualquier sospechoso de tener vínculos con los yihadistas. Y Le Pen aboga por la “expulsión”, ella llamó hace poco “bacterias” a los nuevos inmigrantes. Es muy posible que Francia consolide su guerra nacionalista contra los inmigrantes por el hecho de que uno de los asesinos entró claramente al país por Grecia. Mi apuesta es que será importante seguir el discurso sobre la libertad en los próximos días y semanas, tendrá implicaciones para el estado de la seguridad y el allanamiento de las versiones de la democracia que tenemos ante nosotros. Una libertad es atacada por el enemigo; otra es restringida por el Estado, que defiende el discurso del “ataque a la libertad” por el enemigo como un ataque a la esencia de lo que es Francia, pero suspende la libertad de reunirse (el “derecho a la manifestación”) en medio del luto, y prepara una mayor militarización de la policía.
La cuestión principal parece ser: ¿qué vertiente de la extrema derecha se impondrá en las próximas elecciones? ¿Y cuál será la “derecha tolerable” cuando Marine Le Pen sea considerada “centro”? Son tiempos de miedo, tristes y preocupantes, pero existe la esperanza de que todavía somos capaces de pensar, hablar y actuar en medio de todo esto. El proceso de duelo parece haber sido totalmente limitado en el territorio nacional. Apenas se habla de los casi 50 muertos en Beirut el día anterior, tampoco de los 111 muertos en Palestina sólo estas últimas semanas. La mayoría de personas que conozco dicen que están en un “punto muerto”, incapaces de pensar en profundidad acerca de la situación. Una forma de pensar en ello tal vez llegue con la invención de un concepto de duelo transversal – considerar cómo se produce la métrica del lamento, cómo y por qué los asesinatos en el café me conmueven con mayor intensidad que los ataques en otros lugares. Parece que el miedo y la rabia pueden convertirse en un feroz apoyo al estado policial. Tal vez por eso prefiero a los que dicen que están en un “punto muerto”: significa que tomará algún tiempo pensar en la situación. Es difícil pensar en el espanto. Se necesita tiempo, y tener compañía con la que pasar por ese momento – hay, tal vez, espacio para que esto suceda en una “reunión” no autorizada.

La Marcha De La Gorra: Denuncian “Censura” De Ramón Mestre

Mariano Pachecho


EL EJECUTIVO MUNICIPAL NO AUTORIZÓ QUE LA PROTESTA FINALICE EN PLAZA SAN MARTÍN
La Municipalidad de Córdoba negó la autorización para que la 9° Marcha de la Gorra termine en la Plaza san Martín. También los baños públicos y el servicio de ambulancia solicitado hace dos meses por el Colectivo de Jóvenes, quienes anunciaron que terminarán allí la protesta. 
  
Con la consiga “En tu Estado Policial te marchamos de frente mar”, se realizará este miércoles la 9° Marcha de la Gorra. La movilización partirá a las 17 desde Colón y Cañada, y concluirá en la Plaza San Martín, con la lectura de un documento y un festival de bandas de música, tal como estaba previsto, informaron desde el espacio organizador de la protesta. La aclaración viene a cuento a propósito de la negativa del gobierno de la ciudad a emitir la autorización para que la movilización finalice allí, y también, de la negativa de la gestión de Ramón Mestre para facilitar los baños públicos ni el servicio de ambulancia que desde el Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos solicitaron hace ya dos meses, según hicieron saber ayer a través de un comunicado de prensa.

Que la Plaza San Martín es el lugar que históricamente hemos ocupado y simboliza el centro de la Ciudad, de la que se ven impedidos de ingresar, durante todo el año, jóvenes de todos los barrios populares, desde el Colectivo de Jóvenes denunciaron “censura” por parte del ejecutivo municipal, y resolvieron sostener dicho lugar como punto de finalización de la marcha y llamaron a la gestión que encabeza Ramón Mestre a que recapacite y termine por ceder al reclamo.

Finalmente, por la reprogramación de la movilización (que estaba prevista para el viernes 20 de noviembre), algunas de las actividades culturales previas se realizarán los días jueves y viernes, es decir, luego de la protesta.

Ganar las calles

Desde el Colectivo de Jóvenes sostuvieron que quieren que este miércoles “todas y todos estén en la calle”, y que los convocan “los linchamientos, las razzias, la muerte de los pibes, las desapariciones, el accionar corrupto de la policía y la Justicia”. También que son “pibes, trabajadoras sexuales, carreros, artesanos, estudiantes, laburantes, músicos, madres, padres”, en fin, que son muchos de los que sienten e imaginan un futuro lejos del “Estado Policial que rige la provincia”. Por último, remarcaron el “cansancio” que sienten de que se les prohíba “llegar al centro”, de que “los discriminen” y que el gobernador de José Manuel de la Sota criminalice su reclamo de derogar el Código de Faltas.
   
EL COLECTIVO JUGUETES PERDIDOS VISITA LA CIUDAD: SE PRESENTA EN CÓRDOBA EL LIBRO
“¿QUIÉN LLEVA LA GORRA?”


En el marco del evento cultural “La Gorra Literaria”, se presenta este jueves el libro “¿Quién lleva la gorra? Violencia. Nuevos barrios. Pibes silvestres”, publicado por Tinta limón en 2014, y recientemente reeditado por la misma editorial. La actividad, organizada por la Secretaría del Cultura del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación (Cispren) de Córdoba, se realizará desde las 18.30 horas en Obispo Trejo 365. Junto a los autores de la publicación (Leandro Barttolota, Ignacio Gago y Gonzalo Sarrais Alier), participarán de la charla-debate el abogado y ensayista Esteban Rodríguez Alzueta y el periodista Mariano Pacheco.
Pibes silvestres
En “¿Quién lleva la gorra? Violencia. Nuevos barrios. Pibes silvestres”, los integrantes del Colectivo Juguetes Perdidos se propusieron salirse de las imágenes ya instituidas de los barrios para tratar de hacer legible aquello que pasa con los “pibes silvestres” (las pibas y los pibes que son la “vegetación salvaje” de la “década ganada”, aquellos que crecieron solos, en los márgenes del discurso de la “juventud militante” y el “retorno de la política”, los que conviven con los narcos, con los policías bravos, con los vecinos “engorrados” y la moral del los agentes del Estado, las Universidades y el periodismo que construyen muchas veces discursos estereotipados ante su realidad. El Colectivo Juguetes Perdidos parten de lo que denominan una “desorientación voluntaria”, que tome a los pibes como aliados para pensar junto a ellos las nuevas dinámicas urbanas que, muchas veces, los construye como “personal disponible”, sea para los negocios ilegales donde están involucradas las “fuerzas de seguridad”, los negocios “mafiosos” de los narcos y los negocios que tienen sus imágenes como mercancía (sea la de la “piba-linda-que-puede-ser-modelo” como la del “pibe-malo-que-inspira-miedo”). Una innovadora perspectiva de reflexión, escritura e intervención en los convulsionados tiempos violentos que la época propone.
“Juguetes Perdidos”
El colectivo se define como “un grupo de pibes”, del Conurbano y Capital, que se “chocaron en los pasillos de la carrera de sociología” de la Universidad de Buenos Aires y tras ese encuentro se produjo entre ellos “amistad y rejunte”, que implicó compartir charlas políticas y textos, pero también cervezas, plazas, pizzas y asados, fútbol, angustias, risas y catarsis, mucho rocanrol y quilombos de todo tipo. De allí, dicen, emergió “la creatividad” que desde hace siete años intentan sostener con sus actividades.
En su presentación publicada en 2008, cerca de una narrativa “sucia”, típica de Roberto Arlt o del mejor Jorge Asís, los integrantes de “Juguetes Perdidos”
se sitúan lejos de las posiciones “vanguardistas”, de “adelantados”, y otras “giladas” por el estilo. Prefieren identificarse más con los recitales de rock de las bandas que levantan el plan barrial, las plazas y canchas de fútbol, los trabajos precarizados/explotados, los mencionados pasillos de alguna facultad o las barriadas de la ciudad y el conurbano.

TRAMO FINAL DE “LA GORRA LITERARIA”
EL JOVEN CÉSAR GONZÁLEZ VISITA CÓRDOBA PARA HABLAR DE SU EXPERIENCIA


Este viernes, 20 de noviembre, llega a esta ciudad, desde la localidad bonaerense de Morón, Cesar González (alias “Camilo Blajakis”), para participar del cierre de “La Gorra Literaria”, un ciclo de talleres, charlas y eventos protagonizado por escritores, periodistas, poetas y comunicadores, que se vienen realizando desde octubre, en el marco del “Alto Embrollo” que desde 2007 acompaña con actividades previas a la Marcha de la Gorra.
El viernes, desde las 18.30 horas, González presentará el trabajo artístico que viene desarrollando desde hace varios años, sea en el formato revista cultural, poesías, programas televisivos o, más recientemente, dirigiendo film. La cita es en la Casa de la Historia del Movimiento Obrero, el viejo edificio de la Central General de los Trabajadores (CGT), situado en lez Sarsfield 137. Este viernes la Casa estará cubierta por una muestra fotográfica colectiva organizada por el Colectivo Manifiesto, NINJA, MAFIA y el equipo de Cobertura Colaborativa de la Marcha de la Gorra. Cesar González decidió convertirse en poeta luego de pasar varios años encerrado en un penal. Eligió su seudónimo en honor a Camilo Cienfuegos, uno de los artífices de la revolución cubana, y a Domingo Blajaquis, el militante de la resistencia peronista muerto en el tiroteo en Avellaneda que leyó en la investigación de Rodolfo Walsh, “¿Quién mató a Rosendo?”. Militantes como Luis Mattini fueron centrales en su mutación existencial.

«La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular» de Verónica Gago

en Traficantes de Sueños


«La razón neoliberal propone pensar el neoliberalismo no como una doctrina homogénea y compacta sino como una compleja tecnología de gobierno, lo cual implica poner el foco en la multiplicidad de niveles en los que opera, la variedad de mecanismos y saberes que implica y los modos en que se combina y articula, de manera desigual, con otros saberes y formas de hacer.
Las prácticas «desde abajo» (las ferias, los talleres textiles, la villa), por su parte, operan una pluralización del neoliberalismo que deja ver la articulación con otras formas comunitarias, con tácticas populares de resolución de la vida, con emprendimientos que alimentan las redes informales y con modalidades de negociación de derechos que se valen de esa vitalidad social.
Es en esta pluralización donde también inciden los modos de resistencia a una forma de gobierno que se ha mostrado extremadamente versátil, y donde se revelan sobre todo, las maneras heterogéneas, contingentes y ambiguas en que la obediencia y la autonomía se disputan, palmo a palmo, la interpretación y la apropiación de las condiciones neoliberales.»

Palabras previas a Ser Judío

Diego Sztulwark y Cristian Sucksdorf
Hace ya casi cincuenta años se publicó Ser judío. Las primeras ediciones estuvieron a cargo de Ediciones de la Flor. Escrito entre los meses de agosto y octubre de 1967, bajo la doble coyuntura del violento conflicto Árabe-Israelí y de la expansión de la influencia de la Revolución Cubana en la izquierda latinoamericana, León Rozitchner se propuso en él cuestionar la censura que desde el campo revolucionario caía sobre el judío de izquierda tras la declaración de apoyo de la Tricontinental (África, América, Asia), reunida en La Habana, tomando partido por el socialismo Árabe.
“El militante de izquierda es aquel que está, puesto que inserto en el proceso de cambio, dispuesto él mismo a cambiar”: ¿puede excluirse, entonces, primero al judío y luego al israelí de participar en un sentido revolucionario de la lucha de clases de sus respectivos países? ¿Plantea Israel una excepción respecto de las consideraciones políticas generales del maxismo? ¿No vale para el caso de Israel la comprensión según la cual una nación precisa de un territorio concreto para constituir su destino histórico que incluye, como todas las demás, la lucha de clases? ¿Qué clase de prejuicios bloquea el tránsito a la izquierda del judío que se sigue considerando judío? ¿Y qué pasa cuando el judío se apresura a desconocer lo que tiene de judío para fluir hacia la izquierda sin peso muerto que lo entorpezca? En todo caso: ¿qué es eso de ser “judío”?
Estas preguntas –perdurables sino candentes– se despliegan en un doble nivel: en primer lugar, en el de la coyuntura histórica, que es la del pasaje del judío israelí del cielo de la religión –territorio imaginario, y único posible en tanto que enteramente judío–, durante un largo exilio a una tierra finita, material y concreta; y el fin del dualismo de todo judío que, israelí o no, carecía de una tierra propia en la que organizarse –si fuera su deseo– como nación. Ese pasaje del cielo a la tierra, que pone término al dualismo judío, comporta el arribo transformador a los asuntos terrenales, históricos que no cabe eludir: la guerra y la lucha de clases. En el otro nivel, Rozitchner se pregunta qué quiere decir para él, que no elige a Israel, ser un “judío-argentino”. ¿Cómo comprender esta “forma” judía que adquiere su “contenido” argentino? Judío –dice– es el nombre abarcativo para una comunidad lejana en la historia cuya actualidad se refuerza cada vez que, por el sólo hecho de heredar ese pasado, se le hace objeto de persecución y muerte.
Ser judío no es sino hacer de esa marca –ya presente en la propia “anatomía cultural”– un punto de partida para la vida y un sitio de inserción en la existencia común e histórica con los demás, donde lo judío existe como un índice vivido de la “inhumanidad de lo humano”; porque el antisemita que lo niega no le impugna un modo particular de ser, sino su ser mismo, su origen. Será este índice, que todo judío –incluso el burgués– conoce, el que presida, si no se lo niega, el odio a todo aquello que niega la humanidad (en el negro, en el obrero…). Este índice es lo que le da densidad a la “forma” (judía) de ser argentino y anima su “tránsito a la izquierda”, su deseo de “destruir la inhumanidad en sus formas de relación”.
Ambos niveles, el de la conquista de un suelo nacional y el del origen que conlleva la posibilidad de una radicalización, se conectan para comprender un desplazamiento posible del judío hacia la izquierda, un devenir revolucionario que reencontraremos a lo largo de toda la obra posterior de Rozitchner y que se realiza sin negar su origen a partir de tres nociones: la de “índice”, que remite a una marca vivida, afectiva que al ser descifrada habilita una comprensión de la propia inscripción histórica y a la vez de las tomas de posición que deseamos tomar en las luchas históricas de nuestro tiempo; la de “forma”, que permite articular el sentido elaborado a partir del índice –en el caso del judío, la inhumanidad de lo humano– al plano histórico nacional concreto; y la de “tránsito”, en que se abandona el ser burgués común a quienes vivimos bajo relaciones de producción de lo humano sometido a los dictados del capital, en pos de una radicalización subjetiva y política, en un campo nacional concreto, en el asentamiento sobre una tierra en la cual la existencia individual se prolonga y a la cual el hombre de izquierda no concibe bajo la forma burguesa de lo privado.
A partir de 1988 se agrega a Ser judíoun amargo epílogo en el cual Rozitchner se pregunta si el camino elegido por Israel para perseverar en su ser, el uso de las armas, la negación a instaurar un estado mixto Israelí-Palestino, su constitución en un estado capitalista mas, que hace a otro pueblo lo que sufrió antes en carne propia no pone en serio riesgo los fundamentos mismos de su existencia.
La presente publicación, Ser judío y otros ensayos afines, retoma la edición que se realizó en la editorial Losada en 2011, en la que se incorpora una serie de reflexiones posteriores en las cuales Rozitchner actualiza las tesis principales de su texto original, fija posiciones –cada vez mas amargas y dolidas– sobre las políticas del estado de Israel (como ocurre de manera ejemplar en su texto “‘Plomo fundido’ sobre la conciencia judía”, en donde se concluye que Israel se ha insertado, trágicamente, en el mismo tipo de racionalidad europea, cristiana y neoliberal que ejecutó la shoa), sobre lo judío burgués en la Argentina (“Judíos de la DAIA”), e incluye nuevos desarrollos fundados en el papel de lo materno y en una reevaluación de lo sensible como punto de partida para el despliegue de una racionalidad alternativa, resistente y opuesta a la del racionalismo patriarcal que, preparada por lo que Rozitchner llamará el mito cristiano, abrió el campo a los fundamentos de la actual globalización del capital.
La edición de Ser judío en el contexto de la publicación de sus Obraspermite advertir la sistematicidad de las posiciones políticas y teóricas asumidas por Rozitchner en diferentes coyunturas, o referentes a campos de pensamiento aparentemente diferentes. Es lo que sucede, por ejemplo, al conectar los textos aquí reunidos con sus reflexiones sobre Freud, Marx o San Agustín.

Palabras previas a Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia.

Diego Sztulwark y Cristian Sucksdorf

Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. El punto ciego de la crítica política fue escrito enteramente durante las primeras semanas de la guerra con Inglaterra, durante el exilio de León Rozitchner en Caracas. Fue editado por primera vez en el país por el Centro Editor de América Latina en 1985 y luego reeditado por Losada veinte años después.
El valor de este libro es múltiple. El más evidente quizás sea su importancia documental sobre las discusiones del exilio argentino: Malvinas fue escrito como respuesta a un documento de una parte del exilio mexicano, reunido en el Grupo de Discusión Socialista, y al conjunto de manifestaciones que desde la izquierda brindaban apoyo –no al gobierno de la junta militar, pero sí– a la guerra. Un apéndice, presente ya en las anteriores ediciones, permite reconstruir las posiciones en juego durante la guerra.
Su carácter polémico y coyuntural, sin embargo, puede haber opacado su relevancia metodológica, aún más duradera: Malvinas ocupa un lugar decisivo al interior de la propia obra de León Rozitchner, sobre todo por el modo en que se encuentran concentrados y en pleno funcionamiento los rasgos esenciales de su modo de trabajo: el carácter polémico de su escritura; la conexión viva con la coyuntura política argentina y sudamericana, el carácter doblemente impuro –impuro por lo que su escritura tiene de situada, y por su afición a mixturar la elaboración de conceptos estratégicos con referencias empíricas– de su filosofía.
Malvinases un ensayo de filosofía práctica sobre el papel de los afectos –materialidad última de los cuerpos y las ideas– en la constitución del campo histórico político y en la determinación de la eficacia de las fuerzas actuantes. Rozitchner concluye allí que las izquierdas resultan derrotadas de antemano cada vez que excluyen de su resistencia la elaboración de nuevos enlaces entre su propio deseo subjetivo y las categorías capaces de dar cuenta del sentido cabal y objetivo de los acontecimientos históricos. Cada vez que eso ocurre, acaban actuando con los modelos subjetivos y racionales de su enemigo.
La guerra pone a prueba el funcionamiento de estos ensambles subjetivo-objetivos desde el punto de vista de su eficacia estratégica concreta. Es lo que nos muestra León Rozitchner respecto del esfuerzo de la izquierda en el exilio por alcanzar una posición justa –apoyar la guerra considerada antiimperialista sin acompañar al gobierno genocida que la conducía–: su creencia en que a lo justo sólo se llegaría desplegando una objetividad científica y postergando como un obstáculo su propio deseo –la derrota total de la dictadura– la llevó a sostener la convicción según la cual una victoria militar argentina abriría una situación política más favorable, sin considerar lo que en esa posición –que apostaba a la eficacia de lo bélico puro, despojado de toda otra connotación material o moral– había de ilusorio.
La ilusión era tal que no se alcanzaba a ver, en las condiciones mismas en las que las Fuerzas Armadas argentinas habían hundido al país, las razones ciertas de una derrota predecible. Esa ilusión era también los militares; también ellos desconectaron la posibilidad de retomar el control de las islas de las condiciones efectivas del enfrentamiento bélico, y creyeron en la posibilidad de que Inglaterra no defendiera sus posiciones dando comienzo real a la guerra. Apostaban a vencer sin pelear, como lo habían hecho al interior del país, imponiéndose por medio del crimen generalizado. Esto es lo que esperaban del gobierno de los Estados Unidos como premio por su papel en la guerra contra la subversión en Argentina, Bolivia, Nicaragua y El salvador.
Si la victoria militar argentina no era posible, tampoco era deseable. De haber triunfado, el bloque de poder criminal que sustentaba a la dictadura se habría blanqueado, ocultándosenos hasta qué punto el fundamento de la guerra “limpia” era ya el de la guerra “sucia”; de haber alentado ese triunfo se nos habría imposibilitado entrever la profunda continuidad entre los torturados, asesinados y desaparecidos del terrorismo de estado y los adolescentes mandados al muere por la oficialidad militar argentina. De haber deseado esa victoria se nos hubiese inhibido la comprensión del papel que el terror de estado desempeñaba determinando por igual la dinámica política interna del país y la política económica de entrega y aniquilación nacional.
Sólo las Madres de Plaza de Mayo, con su reclamo de justicia y de aparición con vida, ofrecían dentro del país la posibilidad de recobrar una perspectiva diferente sobre la cual volver a imaginar una soberanía capaz de reposar y a su vez de engendrase desde la corporeidad de la ciudadanía.
Malvinas puede ser leído en estricta continuidad con Perón: entre la sangre y el tiempo por razones que no son sólo cronológicas (ambos textos fueron escritos en el exilio en el lapso de dos años). Tanto en uno como en otro libro se trata de pensar la guerra, la derrota, la naturaleza del poder militar en la argentina (las FF.AA. como ejército de ocupación) y el papel de la izquierda, que no acaba de sacudirse los modos de pensar del enemigo. En ambos se plantea la misma pregunta: ¿de dónde extraer una orientación política eficaz cuando vemos que no basta con asimilarse al deseo de las masas para desarmar la trampa burguesa de la dominación económica y política? Si para escribir el Perón Rozitchner edificaba un instrumental analítico preciso para pensar las claves de la subjetividad política (el saber contra el secreto del poder en Maquiavelo; la comprensión material de la guerra en Clausewitz; el basamento corporal del contrapoder en Spinoza; las líneas de composición entre lo subjetivo y lo objetivo, lo individual y el campo histórico social en Freud y Marx…), en Malvinas se trata de hundir el cuchillo a fondo, de mostrar –operantes– las ilusiones mortíferas que acompañan, persistentes, los modos difundidos de asumir lo político.
No sería errado hablar, para el caso deMalvinas, de una escritura disidente, a condición de darle a este término una significación radical. No el del mero disentimiento con un poder tiránico, sino el de la dolorida soledad a la que se queda expuesto cuando se confiesa un deseo –que las fuerzas armadas argentinas pierdan la guerra– que se opone al deseo social, incluidos los propios amigos de izquierda. La disidencia de Rozitchner no es la del coraje heroico sino una aún más profunda, que lo lleva a tomar en cuenta la “vergüenza” de quedarse solo en ese deseo; que enfrenta sin embagues el miedo a traicionar. Esta “soledad” del pensar a fondo no le era del todo nueva. Ya la había experimentado –León y sus compañeros de entonces– en la distancia respecto del deseo peronista de las masas. Es esa distancia primera fue la que le hizo pensar luego que no toda fuerza popular era adecuada a la revolución (antes) o a la guerra (ahora, en el 82).
La experiencia qué Rozitchner narra en Malvinases la de del intelectual de izquierda que debe elaborar una coherencia propia en la distancia que se abre entre su deseo de revolución y el deseo peronista de las masas; y que descubre que esa distancia, lejos de haberle hecho pasarse al campo enemigo, le había permitido, en su persistencia, advertir la catástrofe a la que se marchaba siguiendo el camino de una política peronista que no devenía revolucionaria ni resultaba eficaz para resistir la dictadura.
Malvinases un texto de transición entre el período de exilio y la derrota y aquel que se conocería luego como el de la “transición democrática”, en los que la reformulación del campo político se realizaba encubriendo la permanencia del terror como fundamento. Es esta perduración –que aún hoy observamos prácticamente intocada sobre el plano económico– lo que extiende la vigencia de la reflexión de León Rozitchner sobre el valor insurgente de un pensamiento que no renuncia a sostener sus operaciones lógicas sobre premisas afectivas; que no acepta borrar su propia inserción en el sentido histórico de lo que se está viviendo; que hace del rechazo del terror la clave para una comprensión resistente de la racionalidad que sigue estructurando el poder político y económico.
El desafío de Malvinas consistía en mostrar que desear la derrota de los militares argentinos no era sino desear un triunfo popular, pero en términos completamente diferentes a los planteados. Sólo que para pensar esos términos otros se hacía necesario enfrentar los términos de la situación presente, desarmar la trampa común que como amenaza de muerte caía y cae sobre todo aquel que ose desafiar el orden, siquiera en el pensamiento. De ahí la importancia de esclarecerse mediante la escritura, de explicarse en la discusión con los otros, de animar desde la labor llamada intelectual nuevos modos de afrontar lo que en el terreno político continúa bloqueado.

Palabras previas a Marx y la infancia

Diego Sztulwark y Cristian Sucksdorf


Mientras a Marx se lo comprenda sólo en el campo de la economía seguirá ocultando la refutación implícita a toda metafísica y a toda teología.

León Rozitchner

León Rozitchner ha escrito un libro sobre Marx. Sólo era necesario reunir sus partes, una serie de cuatro artículos escritos en diferentes momentos de su vida, a los que les faltaba adquirir la unidad que el autor deseaba y no había llegado a darle: más que una compilación, Marx y la infancia es la concreción de una larga reflexión coherente y sistemática.
Cada uno de los textos que componen este volumen tiene una historia. Según el orden cronológico de su publicación: “La negación de la conciencia pura en la filosofía de Marx” –título de la tesis secundaria de doctorado en La Sorbona– fue publicado por la revista bimensual de la Universidad de La Habana (en el número 157 de julio- agosto de 1962) mientras León Rozitchner impartía clases de Ética como profesor invitado en dicha universidad. El estudio pretende mostrar la importancia de los contenidos conceptuales del Marx joven para comprender sus obras maduras, como El capital, sin ingresar explícitamente en la polémica planteada por Althusser sobre cuál sería –el maduro en detrimento del joven– el “verdadero Marx”. Rozitchner realiza una lectura de losManuscritos de 1844 a la luz de un cuestionamiento fenomenológico de la conciencia –Husserl– y de las determinaciones del cuerpo vivido –Merleau Ponty– extendiendo –con Marx– el problema de la verdad humana al conjunto de las relaciones sociales históricamente constituidas. El problema marxiano de la alienación, el de la tentativa de salvación del individuo en tanto que individuo, al margen del poder colectivo que transforma la naturaleza y al sujeto mismo, se encuentra íntimamente vinculado al de la vigencia de la propiedad privaday la división social del trabajo. Resulta contrapuesto a la capacidad de la conciencia del sujeto para elaborar en el objeto de trabajo su carácter de naturaleza socialmente transformada, y para asumir su propio lugar activo en esa transformación histórica y colectiva que lo abarca. Esta extensión, que parte de la conciencia del individuo y se prolonga hacia la naturaleza (como su propia naturaleza inorgánica) alcanza a captar el fenómeno humano integral, que es el de la cooperación productiva, cuyo índice más significativo es localizado por Marx no en la economía sino en el trato que los hombres dan en cada cultura a las mujeres.
El segundo texto, “Marx y Freud: la cooperación y el cuerpo productivo. La expropiación histórica de los poderes del cuerpo”, ha sido extraído del libro Freud y el problema del poder.[1] Allí Rozitchner desarrolla una crítica de los mecanismos a partir de los cuales se impone históricamente el poder patriarcal, que en Freud daba lugar a una explicación de lo patológico a partir de una proyección al campo social del lugar de culpabilidad ante el padre, ahora en la figura del patrón, del cristo o del general, permaneciendo oculta la propia constitución deseante, fuente ella misma colectiva como fuente de todo poder individual y social. Rozitchner se propone mostrar cómo a partir de la investigación del desarrollo histórico de los modos de producción Marx ha captado determinaciones sociales de la formación de la subjetividad –del aparato psíquico– y la  génesis de los poderes patriarcales. Su argumento se da en tres niveles: el primero analiza el apartado de Gründrisse sobre las formaciones precapitalistas, en particular, las páginas referidas a la emergencia del despotismo patriarcal en el modo de producción asiático, la primera escisión histórica con respecto a la comunidad humana natural. Frente a la cooperación de familias o individuos se alza el déspota a quien se atribuye la representación de todos los poderes de la comunidad y se le otorga la entera propiedad de la tierra. La figura del déspota patriarcal se constituye en el fundamento retroactivo y primero –subjetivo y objetivo– del poder individual y comunitario. El segundo argumento remite al célebre pasaje sobre el fetichismo de la mercancía con el que se cierra el primer capítulo de El capital. Rozitchner descubre un isomorfismo entre la aparición de aquel poder despótico en las sociedades arcaicas y el proceso que lleva a instaurar la forma dinero como la equivalencia general para toda mercancía, y por tanto, para el valor de todo trabajo y con ello para toda sustancia del valor, que no es sino el tiempo de vida que hombres y mujeres gastan en el trabajo dando sentido y valor a los objetos. La fuente colectiva de todo poder, político y productivo, es expropiada nuevamente a la comunidad –aunque este poder colectivo deba permanecer, ignorado, como fuente de todo valor– en el fetichismo de la mercancía que como tal incluye el proceso del fetichismo del sujeto y del poder social como tal. En su tercer argumento Rozitchner lee el capítulo IV de El capital, sobre la cooperación social, mostrando hasta qué punto el fundamento de toda política revolucionaria consiste en traducir el poder económico y social fundado en dicha cooperación en poder político. Esta traducción, sin embargo, no es fácilmente realizable dada la personificación de este poder –patriarcal– en el capitalista. En efecto, la cooperación subordinada al poder del capital supone un proceso de expropiación de la corporeidad de los obreros cooperantes por medio de una “fragmentación de flujos de energía del cuerpo”, de una disociación de sus fuerzas, de una reorganización “en función de códigos externos que la desintegran previamente para incluirla en nuevos círculos de valores, de objetos y de máquinas y de acuerdos fragmentarios con el mundo exterior, de los cuales la propia individualidad orgánica, posible en su solo ser deseante, desaparece”.
El tercer texto, “La cuestión judía”, fue publicado en el libro Volver a La cuestión judía.[2]A propósito de la polémica de Marx contra Bruno Bauer (el célebre artículo “Sobre la cuestión judía”, de 1843), Rozitchner reconstruye el proceso de la crítica de Marx a la noción de “emancipación política” según la cual la libertad humana se realiza por la vía de la superación de la esencia religiosa en el estado laico. En nombre de una más radical “emancipación humana” Marx reprocha a Bauer no haber visto que el estado laico y el proceso de la ilustración que lo acompaña no son sino la realización secular de la esencia dualista y espiritualizante del cristianismo. Esa esencia organiza la vida real y los modos de hacer política de la sociedad burguesa. La emancipación política llega hasta la realización del estado ateo. Allí se bloquea por incapacidad para criticar la realización de la esencia religiosa en la forma estado. La cuestión de la emancipación del judío, como la de la humanidad, debe plantearse en cambio, ya no en el plano teológico, sino en el práctico histórico, aquel en el cual lo cristiano, o el “fondo humano” del cristianismo, se ha vuelto esencia del estado laico o ateo. La emancipación del judío egoísta, reducido a su particularidad práctica y sensible cuyo dios es el dinero se ha generalizado ya en la sociedad burguesa. La emancipación de las ataduras de la moderna sociedad burguesa requiere superar el punto de vista de la crítica ilustrada y abrir una nueva perspectiva. Es lo que hace Marx al elaborar una nueva ontología del  “ser genérico”, cuya esencia se opone radicalmente a la esencia del cristianismo (la escisión entre Materia y Espíritu). La esencia del ser genérico no surge de secularizar la universalidad cristiana (estado laico, sociedad burguesa, ilustración y mundo de la ciencia moderna) sino de extender lo particular sensible y lo práctico-egoísta superando toda estrechez –alcanzando su genericidad– sin pasar por la abismal separación del fetichismo –la encarnación cristiana– de los sujetos que es el antecedente necesario del fetichismo de los objetos en la mercancía.
Sin embargo Marx abandona muy pronto el camino que le abría la esencia del ser genérico, que Rozitchner cree necesario retener y desplegar, y lo sustituye –de las Tesis sobre Feuerbach a El capital– por una conceptualización de tipo científica. Esta es la preocupación fundamental de “Marx y la infancia”, un texto inédito e inconcluso en el cual trabajó largamente durante los últimos años de su vida y que da título al presente volumen. El problema de la infancia es fundamental en la lectura que Rozitchner hace de Marx. Surge de un trabajo mayor sobre el problema subjetivo en Hegel contenido en el libro Hegel psíquico, de próxima aparición en esta colección. Esta lectura de Marx resume la discusión sobre el sujeto que el discurso de la ciencia, con su ideal de transparencia racional de las cosas, anula. Si el materialismo histórico fundado en la idea de la producción del hombre por el hombre relata el tránsito histórico desde la infancia de la humanidad (los griegos, sus mitos y su arte conmovedor) a la moderna sociedad del capital, aún hace falta, sostiene Rozitchner, cruzar esta historia “horizontal” y objetiva fundada en las relaciones sociales con una “vertical” –y freudiana– capaz de narrar el modo en que cada individuo es producido como sujeto de esa historia objetiva de las relaciones sociales. Al hacerlo, Rozitchner vuelve a encontrarse con los límites “científicos” de un Marx maduro que es capaz de comprender el papel de los mitos –nivel imaginario de elaboración de las relaciones fundamentales de la vida práctica de los hombres y las mujeres–  en la elaboración del arte y la racionalidad de las sociedades del pasado (infancia de la humanidad), pero incapaz de actualizar esa misma intuición para la moderna sociedad capitalista. Como si en nuestras sociedades la ciencia y la razón, dice Rozitchner, hubieran superado toda mitología, incluso la que actualiza la esencia del cristianismo (el “fondo humano” del que habla Marx en Sobre la cuestión judía) en la infancia de cada sujeto, incluidos los ateos.
Y sin embargo encontramos en la elaboración de Marx sobre el fetichismo de la mercancía una indicación fundamental sobre la imposibilidad de comprender el funcionamiento de nuestra sociedad contemporánea exclusivamente en términos de razón laica y científica. La densa fanstasmagoría que recubre a los objetos producidos por el trabajo humano indiferenciado y espectral (trabajo abstracto) reproduce de modo ostensible el fetichismo de los sujetos concebidos como expresiones de una “encarnación” espiritual. La misma yuxtaposición de una materialidad suprasensible sobre lo físico sensible como soporte que Rozitchner veía en Agustín como tipo humano en el cristiano, se generaliza en la sociedad moderna, en las cosas, sin que alcance la comprensión científica para desanudar el mecanismo. El duradero diálogo –toda una vida– de Rozitchner con Marx que aquí se presenta por primera vez de modo completo, se orienta hacia una preocupación fundamental: el desentrañamiento de la dimensión subjetiva (mitológica, imaginaria) en la producción del hombre y la mujer por el hombre y la mujer en la que se juega políticamente la emancipación humana de las ataduras del capital.


[1]. Editado por primera vez por Folios Ediciones en 1982, Freud y el problema del poder se basa en seis conferencias dictadas a principios de los años 80 (años de su exilio en Venezuela), en la Universidad Autónoma Metropolitana (México).
[2]. AA. VV., Volver a La cuestión judía, ed. Gedisa, Barcelona, 2011.

Repensar el neoliberalismo y las tramas populares en América Latina

Conversaciones con Verónica Gago
por Mariano Pacheco
(para Resumen Latinoamericano)


Si es cierto eso de que la filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar nuevos conceptos, La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular, de Verónica Gago (integrante del Colectivo Situaciones), claramente es un libro de filosofía política. Publicado por Tinta Limón, el libro tiene la inteligencia de saber situarse entre la producción teórico-académica y la reflexión político-militante. Es que su autora es tanto una docente/investigadora universitaria, como una activista.
El doble pliegue neoliberal
El libro parte de una doble hipótesis. Por un lado, el neoliberalismo no es un proceso que pueda quedarse fijado en el pasado. Por otro lado, no puede pensarse sólo como una dinámica “por arriba”. Así, uno de los primeros lugares comunes que se ponen en cuestión en el texto es la idea actual de que estamos ante un “post-neoliberalismo latinoamericano”, por más que la “secuencia continental” de “gobiernos progresistas” haya producido un giro respecto de las gestiones anteriores, que ejecutaron en el continente, con punto y coma, la gran ofensiva conservadora que se produjo a nivel mundial durante los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI.
Gago plantea que el neoliberalismo “no se deja comprender si  no se tiene en cuenta cómo ha captado, suscitado e interpretado las formas de vida, las artes de hacer, las tácticas de resistencia y los modos de habitar populares que lo han combatido, lo han transformado, lo han aprovechado y lo han sufrido”. Como fase del capitalismo (y no mero matiz), el “neoliberalismo por arriba” da cuenta de una modificación del régimen global de acumulación. Pero también, “por abajo”, el neoliberalismo ha reorganizado los modos de vida populares, instalando una nueva racionalidad y afectividad colectiva, que Gago se plantea analizar detalladamente, combatiendo la mirada moralizadora y moralizante que suele tenerse sobre las “tramas populares” que, según la autora, se enfrentan a lógicas desposesivas, extractivas y expulsivas cada vez más veloces y violentas.
De este modo, el libro es a la vez un “estudio de caso” –como suele decirse en la jerga académica– de una serie de fenómenos que se produjeron en Argentina, en la ciudad de Buenos Aires y sus bordes: la villa 1-11-14, la feria La Salada, los talleres clandestinos de producción textil (integrados mayoritariamente por migrantes de países vecinos) y también una serie de reflexiones en torno a los cambios producidos en la fisonomía y la subjetividad de los sectores populares latinoamericanos. La investigación recorre entonces un camino que entrecruza un andamiaje centrado en las perspectivas de Karl Marx y Michel Foucault, con los saldos que han dejado las rebeliones contra el neoliberalismo que se expandieron por la región hace apenas unos años.
Para pensar el “neoliberalismo por arriba”, la autora se centra en desarmar las explicaciones corrientes al respecto: que es un fenómeno macropolítico diseñado por los centros de poder imperialistas y que las políticas macro-estatales nacionales de Sudamérica lo han superado.  Para pensar el “neoliberalismo desde abajo”, Gago parte de lo que denomina una “pragmática vitalista”, que busca escapar de las miradas victimistas para reponer un contexto en el que autonomía y obediencia (invención resistente y democrática versus explotación y subordinación) se disputan, palmo a palmo, la interpretación y la apropiación de las condiciones neoliberales.
¿Cómo ves esta especie de “mundos paralelos” en los que se desarrollan los movimientos sociales y las dinámicas populares de lo que llamás una “microeconomía proletaria” y el proletariado más tradicional?
Creo que la perspectiva marxiana aparece desde un punto muy concreto: ¿cómo se organiza la explotación hoy? Y esa pregunta atraviesa espacios donde lo formal e informal se combinan como segmentos que –y este es nuestro desafío– nos exigen trazar los vínculos, mapear sus discontinuidades pero también sus problemas comunes. Hoy la división entre legal e ilegal, formal e informal, se constituye como una cuestión de fronteras regulada, en muchos casos, por fuerzas policiales y parapoliciales que son parte fundamental del armado de negocios en los territorios y de disputa por quién manda, lo cual se articula con empresas transnacionales y espacios de trabajo extremadamente intensos y precarios. Uso el término “microeconomías proletarias” para enfatizar que hablamos de trabajadores y no de víctimas y excluidos. La cuestión es que estas microeconomías proletarias, creo, son un prisma privilegiado para ver cómo en concreto el trabajo se ve fuertemente cuestionado algunos de sus pilares clásicos –salario, estabilidad, sindicatos, etc.– y, al mismo tiempo, cómo la relación capital-trabajo sigue siendo eficaz para apropiarse e incorporar las innovaciones sociales. El punto interesante, en particular desde América latina, es que el ritmo político de estas innovaciones viene de abajo. Lo cual implica una dinámica de resistencias, disrupciones y conflictividades que ponen permanentemente en tensión, disputa y antagonismo la apropiación de la riqueza social.
Tengo la sensación de que, así como hubo un ciclo político que en América Latina tuvo su eje en los movimiento sociales y luego otro de los gobiernos progresista o populares, estamos a las puertas de un nuevo ciclo, donde las experiencias de Estado muestran sus límites, así como los mostraron las dinámicas más de “resistencia” (destituyentes de los “malos gobiernos” e instituyentes de otras lógicas políticas).
Con varias compañeras y compañeros del Instituto de Investigación y Experimentación Política tenemos la misma intuición. Por un lado, porque vemos el despliegue de lo que llamamos una “nueva conflictividad social” que suma actores, dinámicas y niveles de enfrentamiento que marcan otro umbral de violencia y disputa respecto al momento de auge de los movimientos sociales, tal como los conocimos hace una larga década. Esto tiene que ver con los modos en que se articulan el agronegocio, el narcomenudeo, la especulación inmobiliaria y las variadas formas de neo-extractivismo que atraviesan la región. Este conjunto de formas muy violentas de valorización capitalista obliga a enfrentar de modos inéditos la naturaleza extractiva de los procesos de acumulación. Estas tramas, a su vez, desbordan tanto el imaginario y la retórica “neo-desarrollista”, al mismo tiempo que la sumergen en conexiones mucho más complejas con la persistencia del neoliberalismo y con los modos en que la presencia misma de lo popular sigue siendo una fuerza en la escena política. El desafío es cómo pensar y enfrentar esta conflictividad sin una perspectiva abstracta o moralista, qué inteligencia política colectiva puede crear intervenciones, nuevas formas organizativas e incluso derechos a la altura de este presente.

Día de la militancia

Diego Valeriano

El pibe desarrolla argumentos sólidos, tiene datos, sabe como manifestarlos. A la señora no le importa. Está enojada, siente que ese pibe la quiere engañar, lo odia. Está harta de ese pibe, de los pibes, de lo que representan y de Cristina. La señora está enojada y logra hacer enojar al militante. Gana la señora.
En las elecciones pasadas perdió la militancia. Fue humillada, arrastrada por el piso y dejada en un rincón. Desde la noche trágica de octubre al domingo que viene, esta tendencia se profundizo. Ya nadie quiere escuchar tu remera, ni los propios. La militancia se vuelve estéril y autorreferencial. Y siempre pierde.
Esta elección es de los comunes. De la señora enojada y del  guarda del tren que cree que no podemos volver atrás. Es de los amigos que ya ni se hablan, de las familias peleadas, de las viejas que llaman a la radio, de los que ponen cartelitos super tiernos. De los miles que salieron a la calle el sábado a la tarda a pesar del boicot de Telam.
El PO pone una publicidad en Facebook llamando al voto en blanco, los sciolistas se ponen remeras naranjas, los pibes van casa por casa para solo convencer a los convencidos y consolidar el odio de los otros convencidos. La militancia no transforma absolutamente nada, es más bien algo para sentirse pleno uno mismo. Nadie terciariza sus dolores, ni la sed de venganza.
Este domingo está en juego una disputa de los comunes. En particular me gustan mucho más los que ponen cartelitos en el ascensor y fueron al obelisco a defender una cierta idea de país, que están dispuestos a tragar sapos en pos del bienestar general que los que votan por la propia, por la individual, ya sea a Macri a Scioli o en blanco.

Materia de ensueño

Veronica Gago


Si alguna vez muchas fantaseamos con qué sería hacer una regresión al útero materno, sólo Albertina Carri se animó a imaginarlo hasta el final y hacerlo materia. Y aun más: situarlo a pasos del Río de la Plata, con esas oleadas espesas y marrones, que lamen con suavidad los bordes del Parque de la Memoria. El sol de la mañana hace cálida la entrada hasta esa sala oscura, que es por la que todo comienza (más allá del orden formal) en la exposición.
La inmersión es directa: un espacio negro en el que se proyecta un nombre-un mundo. Ana María, el nombre de la madre de Albertina, proyectado y partido por una esfera que dibuja la imagen de un planeta. “Punto impropio” se titula el lugar. Visto de cerca, la textura de ese planeta parece acuosa, lunar. Luego nos enteramos que se trata, bajo la lente microscópica, de los trazos de tinta de la letra materna, estallados por la cercanía. De tan cerca, ilegibles pero rugosos, diluidos pero palpables. Un micro-cosmos de letra y agua-tinta: la huella material de la fuerza de su mano que apretó el trazo, que puntuó aquí y allá, arrastrando la birome, acariciando el papel sin querer. Son las texturas de las cartas enviadas desde el cautiverio a sus hijas y ahora devenidas sonido y furia.
Porque una voz le da movimiento a ese mundo. No es la voz de la madre, sino de la niña-madre. Ana María Caruso recobra así su sonido en la voz de su hija menor, ella le insufla vida a una letra que deja de ser letra muerta y, para eso, la hace pasar por su propia respiración, la que necesariamente antecede al estallido sonoro. Aterciopelada sin dejar de emitir aspereza, es la voz de la niña-madre que lee las cartas y repite, línea a línea, lo que la madre le dice a las hijas. Esta madre –la que ahora escuchamos- es la que, en tanto tal, puede tomar distancia de la madre y de la niña y ser las dos y también salir disparada de la habitación.
En un momento, se siente un breve temblor de la voz (entrenada, dirigida por Analía Couceyro, la actriz que hacía de Albertina en su película Los Rubios), justo cuando el ritmo de la lectura nos envuelve de pronto en una rutina. Que se cincela a fuerza de repetir detalles, enfatizar recomendaciones, preguntar sobre rituales (cumpleaños, salidas, tías, escuela). Estamos ahí, sumergidas en ese mundo narrado por una mujer que estando detenida-desaparecida se demora en organizar lecturas para sus muchachas. Qué leer, dónde comprar los textos, qué edición, con qué librero hablar. Todo puntillosamente anotado, como si en la promesa del placer del texto la madre se aferrara a darles una cita que nadie les puede robar.
Lo que sí está perdido, escondido, robado es una filmación que Ana María Caruso menciona: cuenta que los filmaron, a ella y a su marido Roberto Carri y a otros compañeros, y dice que esa película debe estar pasándose en algún cuartel o destacamento.
En el otro cuarto, transcurre la “Operación Fracaso”: cinco pantallas transmiten material de archivo (found footage) que Albertina junto a Fernando Martín Peña encontraron mientras ella tenía el plan de filmar sobre Isidro Velázquez, el bandido rural del Chaco a quien su padre, el sociólogo Carri, le dedicó en 1968 un brillante ensayo de investigación, haciendo de su nombre el sinónimo de las “formas pre-revolucionarias de la violencia”. El espacio se titula “Investigación sobre el cuatrerismo”, en el cual mientras transcurren las imágenes como en parpadeos de tiempo-recuerdo la voz en off de Albertina relata y duplica otra operación fracaso. Ya no la de la policía que quiso y no pudo atrapar a Velázquez y su pareja Gauna, sino la de ella misma intentando filmar la historia junto a su pareja Dillon. Pero el fracaso deviene, como a veces pasa, casi más interesante que la historia misma y las búsquedas en el Instituto de Cine cubano (reducto del archivo fílmico de material revolucionario “más importante del mundo”), el encuentro con otros hijos y el amamantamiento de la cineasta, se transforman en ocasión, una más, de interrogación sobre los flujos corpóreos de la memoria política, escondida a veces en latas con nombres falsos, en guiones que no funcionan, en paisajes demasiado áridos (como sigue siendo el Chaco), en la pregunta filial dislocada una y otra vez. Finalmente, el deseo mismo de acabar con todo, de quemar expedientes y al fin convertirlos en receta romántica. Velázquez, el rebelde al que el pueblo aseguraba que nunca le entraban balas, ni siquiera muerto, se vuelve legado de resistencia del padre joven a la hija también fugitiva.
La reflexión sobre el método se hace abstracta y poética en Allegro y A piacere, dos instalaciones sonoras de 9 y 7 proyectores: unos que funcionan en concierto, otros que se activan por sensores de movimiento. Atrás, las letras de molde gigante que dicen PRESENTE. Tiempo, consigna, repetición y diferencia, que cuando la leemos oímos sin poder disociar del eco de haberla escuchado tantas veces como grito colectivo y se completa, como en un mantra pero en silencio, con otras dos partículas que la sostienen: ahora y siempre.
Y al final, una pureza putrefacta: Cine puro es también una videoinstalación con diez mil metros de material fílmico de descarte comidos por un parásito que agarra a las cintas tras el paso del tiempo. La materialidad llevada a su sentido más concreto como descomposición y abrazada de modo inseparable al ensoñamiento. Un materialismo radical respecto del cual la memoria animada por el cuerpo deviene archivo revolucionario incompleto, calor materno y “cuerpo vibrátil”, como llama Suely Rolnik a la pérdida de borde del cuerpo individual. Y esa labilidad se hace de nuevo agua, porque “ella es tan obstinada que modificará la tierra por la que pasa, aunque sea tan solo por el paso del tiempo mismo”. “Operación Fracaso y el Sonido Recobrado”, como textos e instalación, marcan una nueva línea de fuga de la memoria como puro archivo-pasado. Y también del par padre-madre que por la proyección de la hija también se logran finalmente fugar cuando ella escribe: “Los restos de mis padres aun no han aparecido, tampoco ha sucedido el juicio por su secuestro y posterior desaparición forzada, todavía no se ha demostrado el homicidio. Yo ya soy mayor que ellos en el momento de su muerte; las cosas que he escuchado sobre ellos, las que he leído, ahora significan otra cosa, son las palabras de unos jóvenes eternos, son los pensamientos de dos brillantes jóvenes que me acompañarán de por vida, como hacemos los padres y las madres con nuestros amados hijos”.
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El próximo jueves 19 de noviembre a las 19 horas en la Sala PAyS del Parque de la Memoria (Avenida Costanera Norte Rafael Obligado 6745. Adyacente a Ciudad Universitaria), se hará a modo de cierre un recorrido guiado por la exposición con Albertina y Jorge la Ferla.

501, adiós a las urnas

Mabel Bellucci

De cara a las elecciones presidenciales del 24 de octubre de 1999, surgió el Movimiento 5Ø1. Se proponía llevar a cabo una iniciativa sumamente sencilla: sugerir a los potenciales electores que no se sintieran representados por ninguno de los partidos políticos presentes en el comicios quedar eximidos de la obligación de votar por encontrarse a más de 500 kilómetros de su domicilio legal. La idea surgió de una lectura atenta del Código Electoral.
Quienes protagonizaron tal acontecimiento, situado en Buenos Aires, era un grupo de estudiantes secundarios, universitarios y jóvenes profesionales que no superaban los 30 años. La presentación  del movimiento fue realizada a través de listas de correos electrónicos y muestras callejeras, despertando todo tipo de animosidades: desde supuestos conjuros, arranques caldeados y exasperantes hasta muestras incondicionales de afectos como si fueran estrellas de rock. Por ejemplo, el diario Página 12, del 26 de septiembre de 1999, en una amplia notaCon un manifiesto quisieron darles voz” surtida de opiniones criticaba al Club 501. Daniel A. Sabsay, profesor titular de Derecho Constitucional (UBA), anunciaba que esta convocatoria a la deserción encerraba otro tipo de intereses al orden público:”El intento de un grupo de ciudadanos de constituirse en militantes de la no participación en los próximos comicios, desaconsejando aun el voto en blanco, anulado o impugnado, nos deja perplejos. ¡Cuánto esfuerzo para romper con las bases de nuestro trabajoso devenir democrático! ¿O es que en realidad lo que se propone es la fundación de un sistema político diferente?”

Mientras que el dirigente del Partido Obrero, Jorge Altamira, lo trataba de reaccionario: “Incluso para defender su planteamiento vacío, no propone una movilización, salvo la esotérica de retirarse al km 501, o sea que se parece más que nada a una huida. Hablamos de ausentismo electoral, porque se trata de eso y no de un boicot electoral, el cual, por enfrentar conscientemente al Estado.”

A partir de una protesta lúdica y performativa, el Movimiento 5Ø1 si bien cuestionaba el fetichismo del voto, en realidad, su impugnación se centraba en el sistema representativo en su conjunto. En efecto,  deseaban transformar el acto de sufragar en un contra-acto público. Evidentemente, fue un llamado a la desobediencia política y un presagio de un suceso a futuro: la irrupción de la revuelta del 19 y 20 de diciembre de 2001 bajo el grito “Que se vayan todos. Que no quede ni uno solo” en el marco de la mayor crisis económica en la Argentina por la implementación de políticas neoliberales durante la década de los noventa.

Este grupúsculo de jóvenes adhirió voluntades sin apelar a campañas institucionales, a reuniones comiteriles ni siquiera a volanteadas a las salidas de las fábricas. Eso sí, se convirtió en el epicentro de miradas maleficias tanto de la dirigencia política, del Parlamento Nacional como de los aparatos mediáticos.

Mediante una acción colectiva, 500 almas aventureras subieron a un tren alquilado desde Buenos Aires rumbo a Sierra de la Ventana. De inmediato, al llegar se presentaron en la comisaria del pueblo para dejar constancia de su prescindencia, en el mismo día que se realizaban las elecciones nacionales. Sin duda, los lugareños poco comprendían de lo que estaba sucediendo.

En cuanto a la recaudación de fondos, el movimiento recurrió a tácticas lícitas sin necesidad de plagiar a Butch Cassidy, famoso ladrón por sus atracos de trenes y bancos en Estados Unidos hacia fines del siglo XIX. En una nota del diario La Nación, del 3 de octubre de 1999, titulada “Insólita iniciativa de un grupo que no quiere votar” anticipaba a sus lectorxs que el 5Ø1 para hacerse de un botín armaría bailes al estilo de los egresados secundarios. Ese dato trajo cierta tranquilidad a los hogares porteños. “En una fiesta que organizó en una fábrica cooperativizada, en Almagro, se reunió a casi 1000 personas. Con el precio de las entradas (entre 2 y 5 pesos) ya podrían pagar el alquiler de «medio tren» a Sierra de la Ventana. Aunque la empresa ferroviaria que cubre el trayecto todavía no decidió si aceptará el trato, el 501 no pierde el tiempo: el sábado próximo hará otra fiesta en el mismo lugar, Querandíes 4290”. Su última intervención pública antes del comienzo del comicios, consistió  en parodiar una manifestación, con murgas y tinte de circo, llamándola irónicamente «Caravana hacia la democracia».

Dicho esto, no era menos aventurado para dar a conocer sus planteos, recurrir a un dispositivo de lejana tradición socialista por parte de Karl Marx, de Émile Zola como de las feministas radicales de New York en los combativos años sesenta: el uso del manifiesto. De esta manera, lanzó propuestas sobre la lógica representativa en la política tradicional, los débiles alcances del voto y la necesidad de una democracia directa.
Carta a los no votantes
En la última elección presidencial dos millones y medio de personas no se presentaron a votar, votaron en blanco o impugnaron. Boletas convertidas en papel picado, una feta de jamón o un sobre vacío sirvieron como forma de protesta o como secretas venganzas individuales. Estas actitudes particulares, si bien dan cuenta de la magnitud de la insatisfacción frente a las posibilidades electorales, no expresan más que una forma de esquivar lo que se nos propone. Nadie se entera de ello, ni nada nuevo se produce con ellas. Esto no es suficiente; todas y cada una de estas propuestas privadas se agotan al nacer, e impactan sólo en la conciencia solitaria del votante rebelde. Representan un acto de silencio porque no tienen palabra ni interpelan.

Este 24 de octubre hay quienes ya decidieron votar al menos peor. No sería extraño que en la lúgubre oscuridad de ese cuarto no puedan distinguir entre una lista de nombres y la otra, entre un logo y otro. Porque por más que se esmeren por parecer diferentes, las alternativas que se nos presentan son más de lo mismo. Dentro de un tiempo, cuando los fuegos artificiales de la campaña hayan pasado, casi todo permanecerá igual; o peor. La política no tiene nada que ver con esto. La política tiene que ver con la transformación y no con la mera gestión de lo existente.

El Código Electoral Nacional exime de la obligación de votar a quienes se encuentran a más de 500 km. de su domicilio. Nuestra apuesta política es precisamente esa: que el 24 de octubre nos encuentre en el km. 5Ø1, más allá del voto, que hoy se nos presenta como una imposición. Entendemos que la política no tiene porqué ser solemne y ajena a nuestra vida cotidiana. Más bien se trata de poner colectivamente en movimiento nuestro pensamiento junto con nuestras pasiones, afectos y deseos. Y es con ese fin que queremos invitarlos a sumarse a este proyecto.

Mientras nosotros estemos en el km. 5Ø1 imaginemos, en cambio, a los candidatos y su corte de bufones. Nerviosos, sudorosos, trajinados, luego de meses de sonreír a desconocidos, sus futuros votantes. Ellos sí se están jugando muchísimo en esta elección, casi todo. Para ellos sí es una jornada crucial. Para los demás, los que no cambiamos de cara, de discurso ni de vestuario de un día para el otro según el resultado de las encuestas y las órdenes de un asesor de imagen, tiene que haber otros caminos.

No tenemos ninguna duda de que esta realidad clama por ser transformada, y que en esta elección no está en juego esa transformación, sino todo lo contrario. Por eso el 5Ø1. Queremos empezar a pensar colectivamente cómo parar esa máquina abstracta de acumulación de dinero y poder que produce miseria, violencia y muerte. Algunos pueden llamarla el capital o el sistema; otros el poder, el neoliberalismo o el pensamiento único. No se trata aquí de discutir cómo lo llamamos sino de pensar qué hacer, habiendo dado ya el primer paso. Querrán acaso acusarnos de antidemocráticos, de boicotear el único momento de la vida cívica donde se ejercen los derechos ciudadanos. Sin embargo, es exactamente por lo contrario que decidimos levantarnos: para recuperar el poder de decisión que se halla en el fundamento de la idea de democracia. Es porque el sentido profundo de la democracia se ha extraviado que rediscutirla se ha tornado imperioso. Sería mucho más simple quedarnos en casa a no votar una vez más. Más simple aún caminar hasta la escuela más cercana y colocar la boleta menos mala dentro de la codiciosa urna. Volver a casa y encender la televisión, escuchar los resultados, ver los festejos tirados en la cama, quedarnos dormidos… Al día siguiente todo seguirá demasiado igual, y nuestra falsa democracia seguirá estando reducida a una falsa elección una vez cada cuatro años. Es eso lo que prefieren los políticos de turno que ven en una participación real un complot contra su monopolio. Los que quieren que nos quedemos en nuestras casas, aislados, siendo meros espectadores del lamentable show que nos brindan cada día. Pero nosotros creemos que la política no es de los políticos, aunque la tengan secuestrada, amordazada, sofocada. Hacer política significa decidir colectivamente sobre el devenir de nuestras vidas; el km. 5Ø1 puede ser un lugar para empezar a pensar por qué y cómo hacerlo.

Estamos seguros de que es necesario reencontrarse con la pasión política, darle brillo a palabras hoy gastadas, abandonar la inercia y el lamento ante lo que nos sucede. Intentar trazar el recorrido de una hipótesis política, comprometernos, juntarnos. 5Ø1 es esa apuesta. 5Ø1 es el nombre de un malestar, es el nombre de una crisis, es el nombre de un ya basta; 5Ø1 es el nombre de todos aquellos que están hartos de estar hartos. Ellos somos nosotros”.


Más sobre el Movimiento 5Ø1:

Clinâmen: Elecciones: militantes, votantes y candidatos

 

Conversamos con Alejandro Horowicz, escritor y periodista, autor del libro «Los cuatro peronismos», sobre la coyuntura política. Movimiento popular y crisis. La crisis de la política. La relación entre política y sociedad. El macrismo como política de los tecnócratas. 

www.ciudadclinamen.blogspot.com.ar 

Wahabismo actual, terror y petróleo

Francisco Andrades Galindo

El Wahabismo

El término “wahhabi”, como lo conocemos en la actualidad, hace referencia al movimiento religioso fundado por Muhammad ibn Abd al Wahhab, del que toma el nombre, aunque se autodenomina “Salaf as-Salih”,”la forma correcta de actuar en función a las enseñanzas de píos predecesores”. Por ello, los miembros de este movimiento religioso prefieren ser reconocidos como salafistas.
A través de la presente reseña, conoceremos mas sobre un movimiento religioso radicalmente intransigente, basado en la intolerancia y que se declara frontalmente incompatible con los principios democráticos, de cómo se gestó al abrigo de la familia de los saud y cómo ha terminado por convertirse en referente y potenciador de una de las versiones mas controvertidas del Islam.

Introducción: Reflexiones iniciales sobre Arabia y su religión

¿Se imagina usted que la denominación oficial de España fuera España de los Borbones? Pues Arabia Saudí es el único país del mundo cuyo topónimo oficial va acompañado del nombre de la familia reinante. La saga de los Saud fue institucionalizada hace 240 años por el jeque Muhamad Ibn Saúd, que convirtió en ley fundamental de su señorío feudal el catecismo de los wahabitas, una secta fundamentalista sunní creada por Muhamad Ibn al-Wahab, coetáneo de Ibn Saud. El monarca saudí es, por tanto, el guardián del wahabismo, aparte de dirigir una familia reinante compuesta por unas 3.000 personas, entre las que figuran cientos de jeques y decenas de príncipes.”
De este modo tan demoledor comienza Félix Soria su análisis de la Arabia Saudí actual; un estado cuya doctrina dominante a pesar de ser tan puesta en cuestión en diversos círculos intelectuales, es pasada de largo cuando llega al ámbito político a pesar de ser el soporte intelectual del extremismo islámico en cuya cúspide se eleva la misma Al-Qaeda.
Stephen Schwartz, uno de los expertos mas reputados a la hora de rastrear este tipo de doctrinas, señala asimismo:

“Los musulmanes sunníes moderados pueden ser reconocidos en persona planteando una cuestión simple: “¿Qué piensa del wahabismo, la secta estatal islámica de Arabia Saudí?” Cada musulmán del mundo conoce el wahabismo, y sabe que está encarnado por al-Qaida. Si a un musulmán sunní se le pregunta acerca del wahabismo y responde que es una doctrina controvertida y radical que provoca muchos problemas a causa del dinero saudí, el que responde probablemente sea moderado. Denunciar a los saudíes por sí no es suficiente; los radicales critican a la monarquía saudí por implementar de manera insuficiente los principios wahabíes. La causa raíz del terror sunní es el wahabismo,..”

En 1966, el Gran Sheik de Al-Alzahar, primera autoridad religiosa de Egipto se planteó: “¿Cómo pudo ocurrir que una persona que mata mujeres, niños, ancianos y personas inocentes en general, pueda ser llamado mártir?. Es increíble, en realidad, las creencias se han vuelto herramientas efectivas de aquellos interesados mantener el poder secular.”
Resultaría harto complicado pretenderse imparcial o darse visos de cierta “cientificidad” a la hora de opinar sobre una doctrina como esta, tratar de justificar el silencio y condescendencia de buena parte de la comunidad internacional hacia la doctrina que arropa y difunde el estado saudí, o pretender hablar de Al qaeda obviando el papel del régimen autoritario de los saud. Es por ello fundamental que consideremos la importancia de tratar de uno de los referentes ideológicos que a pesar de una forma de entender el mundo apenas resulta cuestionado en ningún estamento internacional, los mismos que se declaran inflexibles en otras cuestiones.
Los wahabíes sostienen que la sharia (preceptos religiosos musulmanes) debe tener rango de ley civil y que las constituciones de los países árabes tienen que aplicar esos principios. La sharia de los wahabitas, es singularmente involucionista porque, al contrario que la sharia de general aplicación entre los sunníes, prescribe que las únicas leyes válidas son las extraídas del Corán y de los seis libros de hadices (la shuna), los que exponen las sentencias y opiniones atribuidas a Mahoma y a sus primeros discípulos, con lo que deslegitima cualquier norma o ley posterior y ancla su legislación en el medioevo.
Arabia Saudí es, en la actualidad, un estado de orden absolutista en el que la familia del monarca, que usualmente ha ocupado la función de primer ministro cuando este ha existido, acumula todos los cargos de un “gobierno” que, como hemos señalado, se dirige por la ley islámica, basado en la sharia, que ni siquiera dispuso de Constitución escrita hasta marzo de 1992, cuando el rey Fahd establece la Majlis as-Shura (Asamblea Consultiva), cuyos noventa miembros son designados de cualquier modo por el propio monarca.

Un país de contradicciones

Arabia Saudí, es un país con algo mas de 26 millones de habitantes que gozan de un IDH (Índice de Desarrollo Humano) bastante elevado, 0,812 y ocupa el lugar 27 en la escala mundial de PIB por habitante. En el existe una asistencia médica general de buena calidad con una tasa de mortalidad de sólo 2,55 muertes por 1.000 personas. Este cúmulo de datos podría llevarnos a pensar que se trata de un estado avanzado y próspero, con grandes infraestructuras públicas y abastecimientos en el que la propia familia real hace pública una constante ostentación de riqueza. Sin embargo, al poco de pasar del análisis económico, podemos ver como existe el tremendo contrapunto de tratarse de un país en el que rige la ley islámica, prácticamente sin otro tipo de reglamentación, en el que la mitad de la población carece de derechos; donde no existe libertad de prensa, religiosa, ni prácticamente representación democrática que no este controlada por los saud.
El régimen legal del estado saudí ha sido una constante fuente de incertidumbres y una pugna por establecer cierta lógica dentro de una legislación netamente religiosa. Ya en 1954 se establece un relativo cuerpo legal complementario, sobre todo ante la necesidad de establecer reglamentaciones, que lleva a formar en 1962, lo que se conoce como Tribunal de Revisión, formado por clérigos que auditan toda cuestión reglamentaria que escape a la interpretación coránica promovida por el Ulama mayor, reluctante por definición a cualquier cambio y que determinará la prevalencia religiosa en caso de conflicto. Como señalamos, las primeras reglamentaciones de los 50, hacían referencia al sector petrolífero, necesitado de un marco de referencia para el comercio con el extranjero, aduanas e impuestos. Pronto se haría necesario establecer códigos de circulación y otros elementos de organización social en los que la religión difícilmente podría dar respuesta, no sin la constante fricción con el ulama que siempre hace prevalecer la sharia hasta el extremo en el que nunca ha existido ministerio de justicia desde que en 1953 se estableciera el primer consejo de ministros.
La educación ha sido otro frente en el que el wahabismo ha sabido prevalecer, con la formación de escuelas coránicas y universidades propias que impidieran que las élites tuvieran que formarse en países no creyentes. La universidad de Medina pasará a ser centro de formación en el que el 75% de sus estudiantes vendrán desde fuera de la propia Arabia.
Asimismo, como veremos mas adelante, el papel de liderazgo en la Liga Árabe y la propia formación de la Asamblea de la Juventud Musulmana desde 1972, llevará a extender el ideario wahabí y de autores como Qutb o Mawdudi a través de las madrasas financiadas por estos para combatir tanto la ola de nacionalismo secular árabe en esos momentos en auge, como al sufismo.
La radio, televisión y prensa escrita han sido, como es de suponer férreamente controladas. La primera emisora de radio comenzaría en 1948 y hasta 1963 no se podría oír la primera voz femenina, tras controvertida revisión del ulama y el apoyo directo del príncipe Faisal. En 1965 comenzarían las primeras emisiones televisivas con términos parecidos en los que se persiguió, con duras polémicas, cualquier situación en la que aparecieran mujeres y hombres en cualquier situación “romántica”, como demostraría el ataque a la emisora por un grupo encabezado por el propio príncipe Musaid, uno de los nietos del rey Abd Al Aziz. Durante el reinado de Faisal, se reservaría una gran parte del tiempo de emisión a programas religiosos directamente controlados por el clero y comenzaría la producción de programas y series de países árabes, como manera de hacer frente tanto al alcance que la difusión de la radio y televisión de Nasser tenía en ese momento como a los medios de masas occidentales.

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Los orígenes

La doctrina del wahabismo, en la forma en el que lo conocemos actualmente en lo que hoy es el territorio de Arabia Saudita, fue introducida por Muhammad ibn Abd al Wahhab (1703-1792), un clérigo árabe de la rama islámica sunní, predominante en la Península Arábiga que plantea un movimiento que pronto se ligará por un lado al generalizado sentimiento contrario a los turcos como hacia otras interpretaciones de la religión. Su auge se debe tanto a la pronta relación con la dinastía Al-Saud y al apoyo mutuo que se brindaron, como al carácter férreo de su aplicación doctrinal.
Basándose en la obra de Ibn Taymiyya, las predicas de Wahhab en su localidad natal, Najd, no serían bien recibidas entre una población mayoritariamente sunní, cuya interpretación religiosa es, en principio, mas abierta, al darle importancia no solo a los dichos reseñados en el Corán sino a la a la Sunna, colección de dichos y hechos atribuidos a Mahoma y transmitidos en forma oral, con lo supone una interpretación menos restrictiva y mas capacitadora para adaptarse a los tiempos. Las ideas de Ibn Taymiyya ya resultaban controvertidas en su tiempo, dado que afirmaba que ciertos pueblos que se auto denominaban como musulmanes, como por ejemplo los mongoles, conquistadores del califato abásida, eran en realidad no creyentes, y que los musulmanes ortodoxos debían conducir la “jihad” contra ellos.
Su prédica inicial llegará al extremos de que incluso sus propios padre y hermano, clérigos ambos, llegarían a repudiarle ante las muestras cada vez mayores de intolerancia y enfrentamiento, que finalmente le conduciría al exilio.
Tras su expulsión, Wahhab marcha a Diriya donde conoce a Muhammad bin Saud, jefe local. Pronto se establecería una auténtica simbiosis entre estos ambos, con la nueva doctrina del “Wahabismo” como corpus ideológico central, Wahhab auto denominado “Juez” y Muhammad ibn Saud como nuevo “Emir”, cimentando las bases de la actual monarquía Saudí al establecer como ley que solamente sus descendientes pudieran sucederle. Asimismo, la justificación religiosa de restaurar la pureza del Islam le sirve como impulso definitivo para la conquista del resto Arabia. A partir de este momento, resultará imposible establecer una disociación entre wahabismo y los Saud; entre la propia historia de esta “Arabia Saudi” y su religión dominante.
Entre las primeras críticas a esta versión del Islam, destacaremos la de Ayub Sabri Pasha , contralmirante en tiempos del XXXIV sultán Otomano, ‘Abdel Hamid Jan II (1258-1336 (1842-1890)), que escribiría un libro en el que criticó el Wahabismo con todo detalle desde la óptica musulmana y atendiendo a los peligros que el proselitismo de esa doctrina suponía, cargando especialmente las tintas en lo regresivo de sus preceptos, la forma en la que entienden el concepto de la jihad (guerra Santa) y la “literalidad” con la que se interpretan los preceptos coránicos. Como advertencia a los practicantes de la tradición sunní, como señalamos mayoritarios en la península arábiga. Este texto esclarece el potencial que la nueva secta es capaz de tener, en una de las primeras grandes controversias, interesada por otra parte al ser aun el imperio otomano la potencia dominante en la región.

Expansión militar

La historia de Arabia pasaría durante los años siguientes al establecimiento de la monarquía saudí por periodos azarosos en los que las diferentes potencias regionales y las oligarquías locales confrontarían permanentemente. Así las fronteras de sus dominios y ciudades bajo su poder permanecerán en disputa prácticamente hasta nuestros días, como serán los casos de límite con Omán (disputada hasta 2001) o con Emiratos Árabes Unidos, pasando por los repartos de zonas neutrales con Kuwait, Irak o Siria.
Conflictos como el ataque a la ciudad iraquí de Kerbala en 1801, con el saqueo de los lugares sagrados para los shiíes, o la conquista en 1803 de La Meca y Medina, supondrían los primeros pasos en su expediente de limpieza religiosa, con la persecución y destrucción de mezquitas Shiíes.
Pronto los turcos otomanos reaccionarían aliándose con Mohammed Ali Pasha para retomar La Meca y Medina en 1817 y actuando directamente al siguiente año para conquistar Najd y la capital saudita de Diriya, capturando al emir Abdullah bin Saud, que sería llevado a Estambul, junto con sus colaboradores más inmediatos para ser decapitados.
A pesar de estas medidas los otomanos no acabaron con el wahabismo en la región de Najd, donde se formaría el emirato del mismo nombre, con Riyad como capital. Esto supondría las bases de la vuelta al poder de los saud en la zona a partir de 1824; que mantendrían hasta 1899, cuando fueran nuevamente derrotados por el emir Mohammed ibn Rasheed, de la dinastía de los rachidis, de nuevo con asistencia turca, expulsando a Abd al-Raman ibn Saud, que debió exilarse en Kuwait.
Entretanto, las provincias de Hidjaz y Asir, sobre el mar Rojo, permanecerían en poder de los otomanos, aunque contando con una razonable autonomía, debido al prestigio religioso de los jerifes de La Meca, que se decían descendientes de Mahoma.
En 1902, Abd al-Aziz, hijo de Abd al-Raman ibn Saud, nuevamente con apoyo wahabita, organizó una cofradía religioso-militar, la Ikhwan, en la que consiguió encuadrar cerca de 50 mil beduinos para invadir Najd. Doce años después los saud derrotaron a los rachidis y anexaron la región de Al-Hasa, sobre el golfo, que estaba bajo dominio directo de los turcos, contra los cuales las fuerzas de Saud lucharon durante la Primera Guerra Mundial. Al término de esta, Inglaterra se había conformado como la potencia dominante en la región y se encontraba en la difícil situación de llevar a término el compromiso con a Abd al-Aziz ibn Saud, al que, a cambio de su ayuda contra los turcos, habían garantizado las integridad de un estado árabe al mimo tiempo que tenían otro acuerdo en similares condiciones con Hussein ibn Alí, jerife de La Meca, sobre un reino que abarcaría Palestina, Jordania, Irak y la península arábiga.
Conocedor de los términos de ambos acuerdos, El emir del Najd creyó que los ingleses no cumplirían lo prometido a Hussein dado que un estado de tales dimensiones, con la familia del Profeta al frente y con la principal ciudad santa del Islam como capital, alteraría cualquier equilibrio regional tan anhelado por la potencia inglesa. Por ello, cuando en 1924 Hussein se autoproclamara califa, Abd al-Aziz aprovecharía para invadir su territorio, pese a la oposición inglesa, expulsando a los Hachemíes y en enero de 1926 sería proclamado rey del Hidjaz y sultán de Nadj en la gran mezquita de La Meca. En 1932, el “reino del Hidjaz, del Najd y sus dependencias” sería formalmente unificado con el nombre de Arabia Saudita. Esto les daría el control sobre el Hajj, el peregrinaje anual a los lugares sagrados y la oportunidad de predicar el wahabismo entre los peregrinos.
A pesar de ello, el wahabismo no pasaba de ser una corriente menor en el Islam hasta que en 1938 se descubrieran los yacimientos de petróleo, momento a partir del que el peso saudí comenzaría a expandirse por todo el mundo musulmán.

La hegemonía del petróleo

Efectivamente, a partir de 1930, se permitiría a compañías estadounidenses iniciar tareas de prospección de petróleo que llevarían a finales de esa década a convertir al país en el principal productor de petróleo mundial; la base de todo el modelo de crecimiento del periodo.
En 1945, Arabia Saudí entrará en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en la Liga Árabe. Se opuso a la creación del Estado de Israel, pero tuvo una intervención discreta durante la guerra de la Liga Árabe contra el Estado judío entre 1948 y 1949. En junio de 1951, Arabia Saudí consintió el uso de la base aérea de Dhahran por parte de Estados Unidos durante otros cinco años en agradecimiento por la ayuda técnica prestada por este país y el permiso para la compra de armas bajo un tratado de asistencia de defensa mutua. En el mes de diciembre, un nuevo acuerdo con la Arabian-American Oil Company (ARAMCO) proporcionaba a Arabia Saudí el 50% de los beneficios netos de la compañía.
A su muerte, ocurrida en 1953, comenzaría una gestión mucho mas dudosa por parte de su hijo Saud, que dilapidó las rentas del reino provenientes de la ARAMCO en palacios, harenes, automóviles lujosos y en los casinos del mediterráneo francés hasta el extremos de llevar al país de su familia al borde de la bancarrota, lo que sería una de las justificaciones que sabría emplear su hermano Faisal, encargado ya de la diplomacia, para forzar su dimisión y ser nombrado primer ministro primero en 1958. Se inicia, de este modo, un periodo en que la relación entre ambos hermanos pasa por diferentes momentos de crisis, como la dimisión del cargo en 1960 tras una larga disputa entre ambos. En marzo de 1964, sería nombrado regente y ocho meses más tarde, tras obligar a Saud a abdicar, se convirtió en rey. Al poco, Faisal aboliría el cargo de primer ministro para convertirse en gobernante absoluto.
Será a manos de este cuando el país inicie una auténtica modernización, recuperándose económicamente, a lo que contribuye sobremanera el ascendente empuje de los “petrodólares”, aunque sin influir esto en el régimen político, que se consolida en la autocracia apoyada por los emires provinciales y resto de jefes tribales de un régimen auténticamente feudal.
El carácter de profundo arraigo wahabí de este gobernante se manifestaría pronto en la política internacional, con la militante pugna contra el estado hebreo y cualquier tentativa occidentalizante. Sin embargo, el peso del mayor productor de petróleo y su férreo rechazo a la Unión soviética habrían de posicionarlo convenientemente en la órbita de intereses estadounidenses. Durante la guerra fría, será precisamente el ateismo del estado soviético una de las excusas de su alineamiento, frente a otras tendencias de la liga árabe como las experiencias socializantes de Nasser en Egipto y el baasismo de Siria e Irak, iniciativas a las que a la larga tomaría la delantera por el peso en la OPEP y sobre todo por la creciente influencia dentro de la Liga Árabe, en la que los fondos saudíes comenzarán a ser dirigidos en programas de construcción de mezquitas y otras iniciativas en las que el proselitismo wahabita comienza a trabajar a mayor escala.
En el terreno interno, la alianza con EE.UU. comenzaría a ser a ser puesta en tela de juicio ante la evidencia del creciente respaldo de ese país a Israel, sobre todo a partir de la guerra de 1967, dudas que las declaraciones de Faisal, que solía decir que su único sueño era poder rezar un día en la mezquita de Omar, en una Jerusalén liberada, apenas quedaban como comentario pintoresco frente a la práctica de la “política real”, en la que de demuestra como aliado clave en la política norteamericana en la región.
Durante la Guerra Árabe-Israelí de 1973, Faisal apoyó el embargo petrolero a los países que apoyaban a Israel, con EE.UU. a la cabeza, provocando una brusca escasez de combustibles que llevaría a la OPEP a cuadriplicar el precio del petróleo en pocos meses, inaugurando una nueva era en las relaciones internacionales, cada vez mas ambivalentes frente al mundo occidental al que condenaba diplomáticamente pero con el que cerraba acuerdos comerciales.
Faisal fue asesinado en 1975 por un sobrino, al que declararon demente. Lo sucedería por poco su hermanastro Jalid, que por su estado de salud seria pronto relevado por su hermano el príncipe Fahd ibn Abdul Asís.
Por esta época, los ingresos petroleros, que sumaban 500 millones de dólares al año cuando asumió Faisal en 1964, eran de casi 30 mil millones a su muerte. Arabia Saudí había transformado su fisonomía de país con la construcción desde cero de nuevas ciudades, hospitales, universidades, carreteras. Buena parte de este grueso de capital, ingresado por la explotación petrolífera, sería invertido en capitales financieros en bancos occidentales, lo que terminaría por acrecentar el circulante mundial, responsable en buena parte de las crisis de deuda externa de los dominados países subdesarrollados en los años 1984-5.
Será por esta época cuando se comenzaría a gestar la primera ruptura entre la cultura wahabita y los Saud, una oposición que nuevos grupos fundamentalistas, surgidos al amparo y con la financiación de estos, que acusaban de traición al Islam a la familia reinante y que tendría su primera manifestación, como veremos mas adelante con la toma, en 1979 de la gran mezquita de la kaaba.

Alianzas contradictorias

Efectivamente, una nueva generación de Saudíes formados en Europa o EE.UU. y no en las escuelas coránicas, estaba copando cargos de importancia y tomando ciertos modos de vida occidentales, lo que progresivamente irá larbando una ruptura con las bases teológicas que habían legitimado a la monarquía Saudí.
La aproximación a EE.UU. será aun mayor a partir del derrocamiento del Sha de Persia en 1979, con el ascenso al poder de una fuerza shii a la que ambos estados veían como una amenaza.
Como hemos señalado, tras la muerte del rey Khaled, en 1982, asumiría el poder su hermano Fahd, auténtico arquitecto de la modernización de Arabia Saudita. Un año antes, el propio Fahd había promovido un plan de paz para el Oriente Medio, con el apoyo de varios países árabes, la OLP y EE.UU. y que no llegaría a término por la oposición de Israel. En éste, se proponía la creación de un Estado palestino con Jerusalén como capital, la retirada israelí de los territorios ocupados y el desmantelamiento de las colonias judías implantadas desde 1967.
A pesar del constante apoyo estadounidense al estado hebreo, Fahd se mostraría como el gran aliado regional de Washington con la la construcción de bases navales en Jubail y Jiddah. De cualquier modo, las inversiones y los depósitos bancarios del reino estaban íntimamente vinculados con el funcionamiento de la economía estadounidense, en un curioso baile de intereses en el que terminaban confluyendo tanto el lobby judío como las inversiones saudíes.
Una de sus primeras tentativas de llevar adelante una política económica organizada al margen de la exclusiva fuente de ingresos petrolíferos, ante los primeros indicios de crisis, como el cierre deficitario de las cuentas de 1084, será el plan quinquenal 1985-1990, con un éxito desigual y que seguiría vinculando la economía de este estado, de cualquier modo, a su base petrolífera aunque ciertamente trata de dirigir sus inversiones en crear ciertas estructuras económicas propias, marco en el que surgen con mayor vigor las grandes compañías saudíes que operan hoy en día en el ámbito internacional.
Durante la guerra entre Irak e Irán (1980-1990), Arabia Saudí respaldaría financieramente a Irak, ante el temor de una expansión de la Revolución Islámica iraní sobre el Golfo. Fahd cambió su título de rey por el de “Guardián de los Lugares Santos”,pero eso no aplacaría la ola de protestas de los peregrinos a La Meca, indignados por la alianza entre Riyad y Washington y la mercantilización de los santuarios, hoy rodeados de centros comerciales, autopistas y otros símbolos de la cultura occidental. En1987, una marcha de mujeres y mutilados de guerra iraníes en La Meca fue reprimida a balazos por la policía saudí y cientos de peregrinos murieron. Como respuesta fueron asaltadas e incendiadas las embajadas de Arabia Saudita y Kuwait en Teherán. Las relaciones entre ambos países se volvieron sumamente tensas y no se normalizaron hasta 2000, cuando se firmó un tratado de cooperación económica.
En marzo de 1992, Fahd promulgará una serie de decretos con la finalidad de descentralizar el poder político. Esta legislación organizada en 83 artículos, se denominará “El sistema básico de gobierno”, estableció, entre otras disposiciones, un Consejo Asesor, con facultad para evaluar todos los asuntos de política nacional y la creación del mutawein, o policía religiosa, cuyo mandato es asegurar la observancia de las costumbres islámicas.
La hostilidad de una parte de la población hacia EE.UU. se acentuó y llegó a un punto crítico con el atentado a la base militar estadounidense en la ciudad puerto de El Khobar, en junio de 1996, que dejó un saldo de 19 soldados muertos.
Por razones de salud, Fahd transfirió en 1996 el poder a su hermano Abdullah Ibn Abdul Aziz al-Saud a quien había confirmado como heredero del trono cuatro años atrás.
En septiembre de 2002, el príncipe Saud al Faisal, ministro de Asuntos Exteriores saudí, sugirió que Arabia Saudita permitiría el uso de su territorio para una eventual acción militar contra Irak solamente si tal acción era respaldada por una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En octubre la frontera entre Arabia Saudita e Irak se abrió oficialmente por primera vez desde la invasión a Kuwait en 1990.
La invasión estadounidense a Irak en marzo de 2003 tuvo consecuencias catastróficas para el equilibrio en toda la zona del Golfo Pérsico y contribuyó a que se multiplicaran los atentados suicidas en Irak y también en Arabia Saudita.
A partir de ese momento, comenzará a ser la propia Arabia Saudi objeto de un terrorismo cuyo germen teórico no deja de ser ajeno a los propios sujetos de este. De este modo, en mayo de 2003, la explosión de varios coches bomba, dejarán como saldo de más de 30 muertos en una zona residencial de Riyad. En noviembre, otro atentado dejó 17 muertos. La violencia terrorista continuaría durante 2004 y, en abril, cuando se registró el primer ataque a un edificio oficial saudí, cuando un coche bomba estalló frente a la sede del organismo encargado de la Seguridad General del reino. Un mes después se produjo un enfrentamiento entre agresores identificados como terroristas y fuerzas oficiales sauditas en la ciudad portuaria de Yanboa. Una serie de ataques terroristas en Riyadh, por miembros de la red al-Qaeda en mayo y junio de 2004 continuará la campaña de desestabilización. La capital del país fue escenario de violentos ataques contra el Centro Petrolero al-Khobar, la sede de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo, además del lujoso hotel Oasis Resort, que se suponía una fortaleza hasta el momento.
El rey Fahd firmaría, tras la muerte del lider de al-Qaeda en Riyad, Abdul Aziz al-Muqrin, un decreto de amnistía para los sospechosos de terrorismo que se entregaran a las autoridades antes del fin de julio de ese mismo año.
En agosto de 2004, se anunció que Arabia Saudita celebraría elecciones municipales a principios de noviembre. Las mismas serían el primer paso hacia una democratización del país, medidas que se han señalado como parte de la presion estadounidense para legitimar su apoyo incondicional, aunque se estipulara edad mínima para votar, ni si habría voto femenino.
Mientras tanto, un ataque contra el consulado de EEUU en Jeddah, al oeste del país, morirían al menos 7 personas, de los que cuatro eran guardias saudíes que custodiaban la sede diplomática. En enero de 2005 dos nuevas explosiones por coche bomba contra el Ministerio del Interior en Riyad, fueron atribuidas a al-Qaeda.
Sin permitirse la participación de mujeres, se celebraron en febrero de 2005 las anunciadas elecciones municipales. A comienzos de agosto, el rey Fahd murió tras una década de enfermedad, y el príncipe Abdullah, que había estado actuando como regente durante ese tiempo, prestó juramento como nuevo rey y primer ministro y designó como príncipe heredero al ministro de defensa.
El nuevo monarca se enfrenta a un país en el que crece una inesperada amenaza islamista y con un gasto interno, sobre todo a cargo de la propia la familia real, económicamente intolerable. Así, después de 12 años de negociaciones, se adheriría a la Organización Mundial de Comercio.
Entre las últimas noticias reseñables al respecto, podemos destacar como el El ex-embajador estadounidense en Irak, Zalmay Khalilzad, denunció en julio de 2007 en su columna del período New York Times que Arabia Saudita no sólo no estaba haciendo nada por ayudar a Irak, sino que minaba los esfuerzos que se realizaban para buscar avances en la compleja situación de aquel país. Agregó además que Ryad apoyaba a combatientes sunitas y atacantes suicidas, dándoles paso libre en la frontera con Irak.

Influencias modernas en la división del extremismo de origen wahabi

Entre los hecho y autores que primero señalaran el punto de ruptura entre el Wahabismo oficializado por la familia Saud y el actual integrismo islámico de origen sunní (debemos recordar que no tratamos en este estudio al sismo) destacaríamos a dos ideólogos cuya influencia es hoy básica en las escuelas coránicas de esta corriente; Sayyib Qutb y Mawlana Abu’l A’la Mawdudi, y a los que une el común enemigo de la cultura occidental.
Para muchos, Qutb es considerado uno de los principales teóricos del islamismo moderno. Convencido de que la sociedad occidental estaba enferma de individualismo, tras vivir un tiempo en EEUU, comenzaría a promulgar a su regreso a Egipto la necesidad de “limpieza” de la sociedad musulmana de cualquier influencia occidental para evitar esa misma “degeneración”.De este principio surge la afirmación de que los regímenes musulmanes contemporáneos eran apostatas, al aplicar las leyes seculares y el laicas en lugar de la sharia, instituida por Alá.
Uno de los conceptos centrales de la visión de Qutb es el de jahiliyyah, o ignorancia barbárica, forma en la que considera a las civilizaciones occidentales y su concepto de democracia, derecho o el tratamiento a la mujer. Con estos principios, no es de extrañar que el pensamiento de Qutb sea considerado como una de las principales influencias conformadoras de Al-Qaeda, y en especial, de sus líderes, Ayman al-Zawahiri y Osama bin Laden.
El 30 de agosto de 1965, Nasser acusaría oficialmente a los Hermanos Musulmanes, tras haberlos ilegalizado en 1954, de haberse reconstituido. Su líder, Sayyib Qutb, es detenido juzgado y ejecutado por traición el 29 de agosto de 1966. El actual movimiento salafista egipcio es su continuador clandestino.
Será, sin embargo, Mawlana Abu’l A’la Mawdudi, el que se considere como proveedor de estructura filosófica del terrorismo fundamentalista. La traducción y difusión de su obra en las madrasas construidas bajo los diversos programas de la Liga Árabe con el dinero y supervisión saudí han sido claves de su éxito. Mawdudi afirma en sus obras que “la soberanía política pertenece solo a Dios y por tanto debe ser ejercida en su nombre por ser un gobernante religioso guiado solamente por la Ley Islámica. En ese Estado no puede haber espacio para actitudes o creencias occidentales. La decadencia del Islam ocurrió por la aceptación del secularismo occidental y por tanto debe ser desarraigado para restablecer la pureza islámica. Cualquiera y todos los medios deben usarse para salvar al Islam y retornarlo a su lugar apropiado”.
La tradicionalmente reconocida tolerancia del Islam, queda radicalmente rechazada así como sus críticas contra la violencia, supuestamente porque la amenaza es muy grande: “La crueldad contra los no creyentes, los pusilánimes, los musulmanes no devotos y los inocentes está justificada por la primordial importancia del objetivo”. Los escritos de Mawdudi desafían a las autoridades tradicionales y da a los terroristas una justificación religiosa que utilizan con gran oportunidad.” Ante la difusión de estos principios teóricos entre capas de población cuyo único acceso cultural, cuando no incluso el nutritivo, son este tipo de doctrinas, no resulta demasiado extraño ciertos resultados actuales.

“La jihad no es más que otro nombre para la voluntad de hacer reinar el orden de Dios; por eso el Corán ve en ella la piedra de toque de la fé. En otras palabras, las personas que tienen la fé anclada en el corazón no cederán jamás a la dominación de un sistema malo; no dudarán a sacrificar su vida, en la lucha por establecer el Islam”

El asesinato del Presidente egipcio Anuar El Sadat en octubre de 1981 a manos de miembros del grupo Tanzim Al Yihad (Organización del Yihad), seria uno de sus primeros productos concretos.
Este teórico, opone la “verdad divina” a la democracia y se destaca por su polémica contra el sufismo, que considera una practica ilegítima que es necesario erradicar y que llevará a la simpatía incondicional del Ulama wahabí de Arabia Saudí, lo que contribuirá favorablemente a la difusión de su obra.
Otro de los momentos claves en la gestación de movimientos integristas de parentela wahabita sería, sin duda, la masiva campaña de reclutamiento jihadista a nivel global ante la invasión soviética de Afganistán de diciembre de 1979, en el que se llevaría a término el primer estado contemporáneo, si salvamos algo de distancia con Arabia, netamente wahabita. En dicha campaña, el apoyo saudí y la ayuda estadounidense serían claves en la gestación y final triunfo del movimiento talibán. Junto a esto, la formación de grandes escuelas coránicas (Madrazas) en Pakistán con el dinero saudí y al amparo, las mas de las veces, de los programas de la Liga Árabe, constituirá una fuente de desestabilización regional y ascenso del integrismo en la zona con el apoyo constante a sus vecinos afganos y en la disputada región de Cachemira.
Paralelamente, podemos señalar un proceso que en el que se producen los primeros indicios de ruptura entre los saud y su religión como sería, el asalto a la Gran Mezquita de La Meca en noviembre de 1979 perpetrado por un grupo armado dirigido por Juhayman Al Utaybi, que se produce en las mismas fechas en que la revolución islámica de los shiies iraníes derrocan al mayor aliado regional de los estados unidos, como era en eses momento la monarquía persa del Shah.
Bajo la acusación de estar vendido a los intereses de los EE.UU. y de permitir la occidentalización del país, Al Utaybi, se revela contra la familia real, asaltando la gran mezquita de La Meca, donde se harían fuertes en los subterráneos y resistirían a lo largo de quince días de asedio durante los cuales se produjeron disturbios y atentados por todo el país. La rebelión seria finalmente sofocada con ayuda de tropas jordanas, Al Utaybi será detenido y luego decapitado en compañía de 68 de sus seguidores.
El conflicto irano-iraquí será otro caldo de cultivo para entender el actual enfrentamiento de los grupos extremistas de origen sunni frente a los shiies de irak. La pretensión iraní de demostrar una unidad con la minoría sunni de su territorio será mas una forma de excusar su paralela labor de proselitismo, como se demuestra con los grupos palestinos y su participación en el conflicto libanés.
Sin embargo, la gran figura carismática de todo el nuevo movimiento islamista de la actualidad será, sin duda, la de Osama bin Laden, en la que se han centrado todos los objetivos sobre todo después de su campaña terrorista frente a intereses occidentales y las proporciones de algunos de sus atentados contra población civil en EEUU, España o Gran Bretaña. Bin Laden es el decimoséptimo hijo, entre más de cincuenta de Mohammad bin Laden, uno de los empresarios de la construcción más ricos de Arabia Saudí con intereses internacionales entre los que EEUU y en concreto la familla Bush no son ajenos. A la muerte de este, el enorme conglomerado empresarial del Grupo Binladin pasaría a manos de sus hijos. Estos intereses no serían óbice para que Bin Laden, se uniera a la campaña internacional de alistamiento en la resistencia Afgana inmediatamente después de la invasión soviética de 1979.
Así, el licenciado en Administración de Empresas, Bin Laden, pasaría a ser entrenado por la CIA, de la que aprendería cómo mover dinero a través de sociedades fantasmas y paraísos fiscales, preparar explosivos o utilizar códigos cifrados para comunicarse y ocultarse. Destacable será también el apoyo económico estadounidense a la guerrilla afgana durante la siguiente década, que ascenderá a tres mil millones de dólares, cantidades que irán a parar directamente a los mismos grupos extremistas que tomarían el poder después de la definitiva retirada soviética de 1989.
A su vuelta, sería recibido como un héroe de la causa árabe, lo que pronto cambiaría por su crítica ante la presencia de tropas norteamericanas en Arabia durante la primera guerra del golfo, llevándole a unas desavenencias con los saud que terminarían en confrontación y su salida del país en 1994, después de que el gobierno saudí confiscara su pasaporte tras de acusarlo de subversión. En este contexto, Bin Laden acusaría al Ulama wahabí, que saldría en defensa de la familia real, de pertenecer a un régimen apóstata. Toda una declaración de guerra que supondría la ruptura definitiva con el movimiento que hasta entonces había tenido como referente al propio estado saudí y a un wahabismo subordinado a sus intereses y del que finalmente le germinarían movimientos independientes.

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Seguidamente, Bin Laden huiría a Sudán, donde pronto se le acusa de organizar campos de entrenamiento terroristas y es asimismo expulsado en 1996. Después regresaría a Afganistán, donde recibe protección del régimen talibán, la milicia gobernante. Para 1993 ya había formado el grupo al Qaeda (en árabe: “la Base”), partiendo precisamente de los militantes musulmanes formados en Afganistán para extender sus redes en todo el orbe musulmán. La característica forma de células de estos grupos harán que su detección y seguimiento sea difícil y que la desarticulación de una de estas no lleve a mayores estructuras. En 1998 el grupo de Aymán al-Zawahirí se fusionaría con la organización Al-Qaeda, iniciando un proceso de confluencia yihadista en el que, teniendo en cuenta la composición celular y por tanto desestructurada del movimiento, esta organización pasa a convertirse en el referente de todo el movimiento salafista mundial.
A partir de ese momento se iniciará la campaña terrorista mundial con los atentados como los de coches bomba contra blancos estadounidenses en Arabia Saudí en 1996, el asesinato de turistas en Egipto en 1997, y los ataques con bomba simultáneos a las embajadas estadounidenses en Nairobi (Kenia) y en Dar es Salaam (Tanzania) en 1998, que terminarían con la vida de casi 300 personas. Pronto, contará con estructuras sólidas en Yemen, Libia, Bosnia, Chechenia y las Filipinas.
La figura de Bin Laden comienza a tomar un cariz de liderazgo religioso cuando durante los años 1996 y 1998 comienza a promulgar una serie de fatwas, declarando la guerra santa contra los Estados Unidos, a los que acusa de saquear los recursos naturales del mundo musulmán y de ayudar e incitar a los enemigos del Islam. El contexto enconado de la Palestina ocupada, su connivencia con Israel y las declaraciones de ciertos elementos evangelistas, entre los que está suscrito el propio Bush, señalando el papel sagrado de la presencia judía en “tierra santa”, servirán como más aportes a estas justificaciones.
El propio bin Laden confirmará que su meta es la de involucrar a los Estados Unidos en una guerra a gran escala con el mundo musulmán, que terminaría con los gobiernos musulmanes moderados y restablecería el califato, como gobierno único mundial de todos los musulmanes. Con este fin, al Qaeda, con la ayuda de la considerable riqueza de Bin Laden, entrenó y equipó a terroristas.

Debates y polémicas: Libertades y creencias

Una de las principales polémicas de las que hemos sido testigos recientemente ha sido la de las famosas viñetas con las 12 caricaturas, en las que el profeta del Islam aparece con turbante con forma de bomba, con espada en la mano o con los ojos vendados, que fueron publicadas el 30 de septiembre de 2005, en el diario danés Jyllands-Posten y con el título “Los rostros de Mahoma”. Volvieron a ser difundidas el 10 de enero en la revista noruega Magazinet y el efecto ha sido tremendo, en buena parte por la tendenciosa difusión que medios de la corriente wahabí han sabido darle a un tema, que en occidente no pasaba de lo anecdótico. Las reacciones de condena y “disculpa” de ciertos políticos no hicieron mas que seguirles el juego de provocación ficticia, dado que para elementos de esta mentalidad es la propia libertad de expresión, en cualquiera de sus términos, lo que se critica y pretende erradicar en última instancia.
Otra curiosa polémica, que ha sabido plantar su “ofensivo contenido” tanto a musulmanes como a cristianos ha sido las dos imágenes que la artista australiana Priscilla Bracks, en las que aparecen un virgen María con burka o un Bin Laden transformado en la efigie de Jesucristo. A pesar de la subsecuente disculpa por su parte, indicando que no tenía ninguna intención de causar controversia, que espera que el espectador encuentre algo más profundo en la imagen que la simple comparación entre el bien y el mal, las imágenes han dado la vuelta al mundo y han provocado que se empiecen a localizar las tentativas ideológicas de una religión occidental que trata de ganar terreno en unos tiempos de crisis ideológica y de organizaciones sociales, que se declara opuesta al islamismo pero en unos términos que tampoco son consecuentes con los fundamentos de una sociedad civil laica sino sobre la oposición practicante de su doctrina.
Podíamos hacer un seguimiento de los reacciones de occidente ante este auge del integrismo islámico para ver cómo desde la publicación de “los versos satánicos” de Salman Rushdie, que encolerizara a Jomeini y le llevara a promulgar la fatwa contra el, de la que aún debe protegerse, la subordinación de la defensa de las libertades al equilibrio geopolítico y comercial se han ido haciendo mas patentes. Uno de los casos mas vergonzantes sería la tibieza del gobierno holandés ante el asesinato de Theo van Goth.
Este auge de la religiosidad está intrínsecamente ligado a la crisis ideológica postmoderna, donde las únicas organizaciones “sociales” que quedan como referentes son las grandes corporaciones empresariales y las religiosas. La ausencia de otros componentes que sirvan de contrapeso está suponiendo un auge de extremismos de diverso tipo, no podemos dejar de pensar en el creacionismo remozado en “Diseño inteligente” que está expandiéndose en EEUU planteando una polémica con la ciencia, en la que trata de imponer una respetabilidad del plano religioso como forma de imposición doctrinal. Este ascenso no deja de ser, salvando las evidentes diferencias, un paralelo con el de los otros extremismos, entre los cuales parece haber cada vez una mayor retroalimentación argumental.
Como señalara el propio Theo van Goth, es difícil no ser enemigo de una doctrina antidemocrática, agresiva y retrógrada. Quizás sea el espíritu de nuestro tiempo, considerar a las religiones como algo “respetable”, incluso cuando estas tratan de coartar nuestras libertades y llegan a los límites del absurdo, pero parece que debemos empezar a poner a estas en su sitio dentro de un estado democrático. La religión, de cualquier tipo, DEBE acatar, sean cuales sean sus predicados, los derechos universales reconocidos por las naciones unidas y las libertades individuales que recoge cada legislación estatal. Salirse de ese marco significa que estamos tratando con organizaciones a las que hay que poner en la justa medida de su comportamiento.

Bibliografía

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La imagen de uno mismo

Guy Le Gaufey

La sapiencia antigua siempre vilipendió el amor propio, y el moralista francés La Rochefoucauld hizo de ello la piedra angular de su concepción del hombre: prácticamente en cada una de sus acciones, este hombre estaría determinado por el amor a sí mismo. Algo como el único valor seguro sobre esta tierra. Pero antes de pisarles los talones a los moralistas, sería mejor que pusiésemos cuidado en la manera en que estos sentimientos se dicen, y que nos aventurásemos un poquito en algunos puntos de la historia lexicográfica, pues ésta nos reserva algunas sorpresas. ¿De cuándo datan las primeras menciones de la palabra «narcisismo», por ejemplo? En francés, por lo menos, la cosa es bastante clara: esta palabra surgió como una invención del psicoanálisis. El famoso diccionario francés de fines del siglo XIX, el «Littré», lo ignora totalmente. Fue con las primeras traducciones de Freud al francés, especialmente las de Jankelevitch durante los años treinta, que la palabra «narcissisme» (así como la palabra «fantasme») hizo su entrada en la lengua francesa para traducir el curiosísimo «Narzismus» de Freud. ¿Por qué «curiosísimo»? Porque la construcción regular, en alemán así como en francés, en inglés o en castellano, debería de haberse hecho a partir del nombre propio de Narciso, y entonces decirse «Narzißismus». Y Freud la cortó, autoritariamente, por su propia iniciativa, diciéndole, por ejemplo a Jones, quien le preguntaba sobre el porqué de semejante decisión de escritura, que a él le parecía más «eufónico». ¿Qué hay de no eufónico en la palabra «Narzißismus»? Los franceses, los ingleses, los españoles aceptan perfectamente esta repetición silábica, sin intervenir en contra del funcionamiento regular de su lengua. Una posible respuesta ante esta iniciativa de Freud sería más divertida en francés que en castellano porque en la lengua de Víctor Hugo, la palabra «zizi», que desaparece con la decisión de Freud de dejar de lado la mitad, significa en claro «la pirinola, el pajarito, la pija, el pizarrín…».
Desafortunadamente, y a pesar de su carácter altamente sexual, esta interpretación no sirve mucho para entender lo que hizo Freud con su tejemaneje del Narzißismus. Lo cierto es que ganó la partida, y esto puede comprobarse sin dificultad, abriendo cualquier diccionario en lengua alemana y leyendo : Narzismus = narcissisme (francés), o narcisismo (castellano), o narcissism (inglés). No se encuentra hoy ninguna huella de algún Narzißismus en la lengua alemana, y esto se debe por entero sólo a Freud. Pero con esto no han acabado todavía nuestras sorpresas.
¿De cuándo data la palabra mucho más común de «egoísmo»? Parece que viene del francés, más precisamente de fines del siglo xvii (es decir de la época de La Rochefoucauld, quien murió en 1680). Según la Enciclopedia, monumento del saber del siglo xviii, la palabra francesa «égoisme» fue una invención de los que llamamos «les Messieurs de Port-Royal», los jansenistas, quienes se retiraron a la abadía de Port-Royal des Champs, contando entre ellos a pensadores tan famosos como Nicole y al que todos los de aquella época ya llamaban «le grand Arnauld». Estos señores decidieron dejar de hablar, en sus escritos, de sí mismos en primera persona. La Enciclopedia sigue diciendo: «Para marcar que rechazaban este empleo, lo pusieron en ridículo bajo el nombre de egoísmo, adoptado después en nuestra lengua…» Parece normal que el siglo del triunfo cartesiano de ego fuese también el de la invención y de la promoción del egoísmo, enfermedad propia de ese ego.
Por su lado, la palabra egotismo tuvo una historia un poquito más complicada. Aparentemente, un tal señor Addison escribió un artículo en un periódico inglés de 1714, diciendo que los «Messieurs de Port-Royal» empleaban la palabra «egotism» para desaprobar el uso de la primera persona en los escritos de un autor. Era estrictamente la misma historia que la de mi diccionario francés, pero con una especie de error en la transliteración al inglés: el égoisme francés se convirtió entonces en un egotism inglés. Pero lo más divertido es que esta palabra volvió a Francia un siglo después a través de la anglomanía galopante de Stendhal y también, a fines de ese mismo siglo xix, de los stendhalianos — empezando con el más famoso de todos: Maurice Barrés, quien fue el gran cantor del «égotisme» francés de fines de siglo, antes de convertirse en un gran cantor nacionalista y patriótico. Estos stendhalianos introdujeron de nuevo en la lengua francesa el «égotisme», ya no como una fatalidad de la naturaleza humana, ni tampoco como un asunto del estilo escrito, sino como una preocupación estética de su propia persona, reservada a los mejores. Finalmente, a los snobs de Londres les gustó muchísimo esta palabra, marca del «chic» parisino: la adoptaron de nuevo con este sentido altamente positivo, y se puede considerar que el más famoso de todos los egotistas fue Oscar Wilde, por lo menos en la primera parte de su vida, antes de que las puertas de la cárcel de Reading se cerrasen detrás de él.
Obviamente, la pasión por sí mismo no data de un siglo en particular. Podemos suponer, sin dificultad, que existía desde el inciertio origen de la especie humana: Narciso, entre otros, es un mito griego en el que lo esencial ya había sido dicho en pocas palabras. Lo increíble es que se necesitaron dos etapas distintas en nuestro siglo para encontrar de nuevo toda su verdad: me refiero a Freud y después a Lacan.
Freud, como lo he mencionado anteriormente, introdujo tanto la palabra Narzismus como el concepto que lleva el mismo nombre. Es importante entender bien qué fue lo que lo llevó a actuar así cuando, en 1914, habiendo terminado el análisis del hombre de los lobos, se dedicó a discutir enérgicamente las iniciativas teóricas de Jung, arreglándoselas también con sus propias dificultades en lo que se refería a su teoría de las pulsiones. Hasta entonces, había distinguido dos tipos de pulsiones: las sexuales, que apuntan hacía los diversos objetos de satisfacción sexual en su nuevo y amplio sentido, y las del yo, o pulsiones de auto-conservación, de suerte que el yo aparecía como algo ajeno a cualquier sexualidad. La concepción que Freud se hacía de la paranoia lo condujo, entre otras cosas, a poner patas arriba su concepción anterior de las pulsiones, y a introducir el yo como nada menos que el primer objeto de la sed sexual, nombrando esta situación inicial como narcisismo primario.
Ese punto [del narcisismo primario], Freud lo admite de inmediato, es menos fácil de captar por observación directa que de confirmar con un razonamiento recurrente a partir de otro punto.
Es decir que el narcisismo tiene un fundamento –el narcisismo primario– pero ésto no se encuentra nunca directamente como tal. Pues bien, hay que considerarlo como una afirmación altamente teórica, más requerida por la consistencia de la teoría que por un hecho procedente de la observación directa. Según un modo de pensar muy habitual en Freud, lo observable está planteado como una producción secundaria –como es el caso con el sueño manifiesto, la represión, la banda de los hermanos en Totem y tabu, el narcisismo. En cada uno está implicado, cada vez, un nivel anterior, luego concebido como «primero», pero que nunca se pueda observar como tal: el contenido latente del sueño, la represión primordial, el asesinato del padre, el narcisismo primario. Todos estos «primeros» son hipotéticos, y requieren de reconstrucciones a posteriori, de tal modo que, posteriormente, se pueden explicar las formaciones secundarias como viniendo cada una de su primario gracias a un trabajo psíquico con el que Freud piensa poder manejarse.
Pero ¿cuál es el objeto del narcisismo secundario según Freud? Ya no puede ser el yo en sí mismo, tan débil frente a las tareas diversas que le impone el aparato psíquico, sino que es esta pequeña parte extraída del yo que Freud ¿inventa? ¿descubre? por lo menos llama: el «ideal del yo» (en su texto Para introducir al narcisismo). No quiero comentar más este punto tan conocido por los freudianos de todas denominaciones, sino que tengo ganas de subrayar el movimiento formal que hace Freud en este texto crucial. Al considerar al yo como un todo, hace falta inscribir un punto fuera de esta totalidad, por lo menos para contestar a la siguiente pregunta: ¿de dónde viene este amor narcisista, y hacia dónde se dirige? Respuesta:
Es a este yo ideal que se dirige ahora el amor a sí mismo del cual gozaba el yo efectivo [das wirkliche Ich] durante la infancia
Aquí se encuentra la diferencia mínima entre la fuente y la meta del amor narcisista según Freud, sin insistir más sobre la complejidad que implica pensar un narcisismo primario. La fuente puede ser imprecisa en su forma, en sus límites; importa esencialmente su energía, su capacidad para dar rienda suelta a cantidades que van entonces a investir otra cosa. Por el contrario, es menester que una meta sea limitada, que tenga un perímetro, y que aparezca como algo finito.
Si quisiera yo expresar concretamente la complejidad a la que llegó Freud con su Narzismus, podría resumirla con la pequeña historia siguiente: ya que no puedo amarme en calidad de yo, tan débil e insatisfecho como me siento ante de las necesidades de la vida (Not des Lebens), voy a hacerlo por otra vía, de otra manera, si es que, como lo planteó muy claramente Freud con su concepto general de narcisismo, amarme forma parte de mi naturaleza, al punto de que no tenga yo ninguna libertad de no amarme, cualquiera que sea la forma de este amor. Luego, voy a amar a este otro yo mismo que ya no es yo, que sólo es yo relleno, colmado de esas cualidades que, lo sé de sobra, me faltan. ¡Tan simple como el huevo de Cristóbal Colón! Pero con una consecuencia inmediata, e inmediatamente terrible: el otro en sí mismo huye, se aleja, resulta intocable, conduciéndome hacia un perfecto e infernal suplicio de Tántalo. Entre más me acerque a algún otro, más lo amaré, y más este otro se me escapará. Siempre estaré ante, si no de yo, al menos de una proyección de yo siguiendo lo contrario de yo, o lo complementario de yo, o ambos (a estas alturas, una contradicción ya no significa mucho para mí). La introducción del narcisismo construye así, de un solo golpe, una cárcel de cristal en la cual el otro en sí mismo desempeña, en el mejor de los casos, el papel de azogue gracias al cual me miro tan bien en este tipo de cristal que se llama espejo. Un espejo mágico que, deformándome ventajosamente, me devuelve la buena imagen de mi mismo, como el de la madrastra de Blanca Nieves, hasta el punto en que las cosas cambian totalmente y que me deprimo ante esta perfección tan cercana y tan ajena. Ciclo maníaco-depresivo del pobrecito yo y de su majestad imperial e imperiosa, la del ideal del yo.
Lacan contaba — no me acuerdo cuándo, ni a quién, ni cómo — que había encontrado ahí uno de los puntos más enigmáticos que lo decidieron a analizarse con alguien, al acabar su tesis. Como si fuera un escándalo tan sorprendente que necesitara averiguar más detenidamente. El Yo, aun bajo la forma del ideal del yo, ¿sería la cosa más centellante, más refulgente de todas? Este encerrar en la cárcel de cristal, digno de un gran asceta, ¿sería sólo un encerar para brillar, como un perfecto imbécil? ¡Qué maldición! Y sin embargo tenemos que reconocer que las cosas empeoraron aún más cuando Lacan, casi al final de su propio análisis, presentó en el congreso de la IPA en Marienbad, en 1936, el primer esbozo de lo que iba a nombrarse «el estadio del espejo».
Esta invención suya se encuentra en la encrucijada de numerosos caminos. En primer lugar, se debe tomar en cuenta el trabajo del psicólogo francés Henri Wallon, quien acababa de publicar, al inicio de los años treinta, un estudio muy preciso de las diferentes etapas a través de las cuales el niño descubre, poco a poco, la importancia de su imagen corporal, y consigue identificarse con ésta. Pero en sus textos nunca se encuentra la expresión de «estadio del espejo», como tampoco una idea tal. Para él, no existe claramente un momento clave que merecería ser apuntado con semejante precisión terminológica. Hay sólo integraciones multiples y complicadas entre los sistemas interoceptivo, exteroceptivo y propioceptivo. Sin embargo se debe subrayar aquí que para Wallon la identificación con su imagen corporal era lo que marcaba la entrada del niño en el mundo de la «representación». La imagen del cuerpo propio era algo así como la primera representación conocida como tal, que introduce al niño en el mundo del simbólico y de la significación.
Por un costado completamente distinto — y a pesar de que no puedo saber si Lacan leyó este trabajo atentamente o no — me parece importante un texto altamente filosófico, y aun metafísico, del filósofo alemán Edmund Husserl: las Meditaciones cartesianas . Éste dictó en 1929, en La Sorbonne, algunas conferencias en alemán que fueron publicadas en su traducción francesa en 1932, bajo este título de Méditations cartésiennes. No intentaré ahora resumirlas de cualquier manera; puedo únicamente precisar, lo que a mi juicio es bastante importante, que Husserl se arriesga a recorrer de nuevo el camino prestigiosísimo de las Meditaciones de Descartes –establecer el yo en su certeza de existir a partir de su solo pensamiento–, pero ya sin asegurar el reencuentro con el mundo gracias a un Dios llamado el «Dios no-engañador». Husserl ya no se permite recurrir a un Dios cualquiera, y, consecuentemente, tiene que buscar otra salida para la ruptura inicial entre yo y el mundo –ruptura instalada por las dos etapas de la duda, la primera en lo que se refiere a las sensaciones, y la segunda, la hiperbólica en lo que se refiere al entendimiento. Esta salida, Husserl la encuentra, o, mejor dicho, la construye al establecer nada menos que la existencia del prójimo. Es un camino bastante difícil, dado que este prójimo no puede encontrarse como tal en la esfera trascendental del yo, en la cual no hay ningún otro yo, digamos: por definición. Pero Husserl, al final de este ejercicio filosófico y retórico apasionante, llega a la conclusión de que si bien no se puede, de ninguna manera, tocar directa e inmediatamente a este prójimo, sí resulta posible sin embargo concebir un acceso indirecto y mediato hacia él, planteándolo como «otro yo» a pesar de que se requiere un largo rodeo para establecerlo con cierto rigor trascendental. Era una manera muy moderna de conservar la problemática fundamental del sujeto cartesiano, de ego, sin detenerse más en la necesidad de ubicar a un Dios calquiera para fundarse en él.
No se sabe bien, aun ahora, con estricta exatitud histórica, lo que incitó o simplemente permitió a Lacan dar con la idea central de su así llamado «estadio», sino que se puede describir como una encrucijada entre lo que venía de Wallon –la importancia de la imagen del cuerpo y de su reconocimiento por el niño como perteneciéndole– y lo que venía de Freud: la invención del narcisismo, término que no se encuentra para nada en Wallon, y todo esto en un universo de discurso en el cual ya no había ninguna necesidad de un Dios para sostener, rigurosamente, el concepto de sujeto como si fuera Descartes.
Esto implicaba nada menos que una concepción del yo distinta de la de Freud. Hay que señalar aquí que, a pesar de su naturaleza tanto neurónica como psicológica, el yo freudiano es algo bastante similar al sujeto clásico, que se confundió, después de Descartes, con la conciencia. Su clara aparición data del texto llamado el «Proyecto», que Freud escribió en 1895, como una larga carta a su amigo de entonces, Wilhelm Fliess. En este texto, en el capitulo 14, el Yo está «introducido» como una red de neuronas permanentemente investidas, a la que se le atribuye el papel, para decirlo en pocas palabras, de diferenciar lo que viene de la percepción y lo que viene de la memoria, de tal manera que encuentre el objeto que anteriormente había traído satisfacción. Este yo es un agente activo, y cuando Freud estableció su segunda tópica, le dió primero al yo el territorio de la conciencia así como también una pequeña parte del preconciente. Todo estaría bien con semejante yo, si éste no fuese también el sujeto de la representación clásica, para el que cada representación vale en calidad de representación, es decir: una representación totalmente conciente. De tal manera que Freud, al fundar su yo, tomaba la concepción más clásica del sujeto que funcionaba de acuerdo con la representación conciente, para rellenarlo con su invención de un inconciente poblado con representaciones del mismo nombre. Mezcla que desdice y que generó tantas dificultades para los freudianos, menos atentos que el mismo Freud a la contradicción que irrumpe ruidosamente con la expresión de «representación inconciente».
¿Que podría ser semejante «representación inconciente»? Una representación conciente, para empezar por esto, es una marca cualquiera, una huella impresa por algo ajeno a la huella propiamente dicha. Esta diferencia entre la huella y lo que la imprimió no se puede considerar sin poner en juego un «alguien» a quien sean dados, al mismo tiempo, estas dos cosas: la huella y, digamos, su sello, de tal manera que se pueda concebir entre ambos, la relación que los define recíprocamente. Nunca una huella vale por sí misma, sino que vale para designar, para alguien, otra cosa más allá de ella misma, a la que está representando de ese modo. Según la excelente definición de signo que Lacan retomó del filósofo estadounidense Charles Sanders Peirce, un signo es algo que representa algo para alguien. Sobre la naturaleza de este «alguien», Peirce mismo era abiertamente ambiguo. En una carta que le escribió a Lady Welby, le decía:
Hablé de «alguien» como para dar de comer a Cancerbero, porque me desespero por hacer entender mi propia concepción, la cual es más larga.
Se entiende que, para él, este «alguien» no es necesariamente una persona humana, podría ser también otro signo. Pero independientemente de lo que esté hecho este «alguien», es imprescindible como término tercero en el pensamiento clásico del funcionamiento del signo; mientras que la «representación inconsciente» de Freud tiene que ser, muy por el contrario, un signo que representaría algo para… nadie. El inconsciente es definido por Freud como pensamientos sin pensador alguno. Ahora bien, sin la ayuda de este «alguien», se derrumba la posibilidad de pensar cualquier representación que sea, pese a que ésta resulta ser indispensable en el orden freudiano, acoplado con el adjetivo «inconsciente».
Por el contrario, cuando Lacan dió –a fines del año 1962– su definición del sujeto como representado por un significante para otro significante –definición tan extraña para orejas no preparadas para escucharla– podía hacerlo porque su definición de partida del yo había sido totalmente diferente de la de Freud: si el «yo» era, nada más, el resultado de la identificación del niño ante un espejo con su propia imagen especular, si por este hecho, la unidad que era una de las propiedades más importantes del yo freudiano, resultaba ahora la de esta imagen, entonces la vía quedaba libre para alguna nueva definición de un sujeto que ya no tuviera que confundirse con un «yo» à la Freud. Para decirlo con pocas palabras: el sujeto tal como lo concebía entonces Lacan ya no era el encargado de ser una fuente de unidad; esta fuente de unidad dependería, a partir de entonces, del trabajo del yo, por estar fundado en una imagen especular, una por definición.
Esta diferencia entre el Yo y el sujeto en Lacan traía una distinción crucial en lo que se mantenía en una perfecta ambigüedad en el «Ich» freudiano. En éste se encontraba, al mismo tiempo, el sujeto gramatical propiamente dicho –Ich–, y también, cuando se le agregaba un artículo neutro — das Ich — una entidad psicológica que, como cualquier entidad nombrada por un sustantivo, parece poseer naturalmente, por sí misma, estabilidad y capacidad de perdurar sin demasiada alteración durante largo tiempo. Al contrario, un sujeto es algo mucho más fugaz, que está más o menos ligado en nuestra mente a un acto vía la conjugación.
Se debe notar aquí la fuerte ayuda que Lacan encontró, sin buscarlo, de ninguna manera, en la lengua francesa, la que propone sin rodeos a sus usuarios una diferencia máxima entre «moi» y «je», cuando el castellano no logró hacer de la palabra «mí» una traducción posible del «Ich» freudiano. Aquí, el castellano se acerca mucho al alemán, mientras que el inglés, contrariamente a todos los demás idiomas, resultó ser totalmente incapaz de aceptar la terminología freudiana. Se sabe que Strachey tuvo que inventar una trilogía latina con algo de tufo a medicina culta y a latinajo: el ego, el superego y el id. Verdad es que el «superI» o el «superme» no tenían ninguna oportunidad de hacer una carrera en el mundo anglosajón. Pero hay aquí una real dificultad en el pasaje de las lenguas, y se pierde algo de la naturaleza de esta distinción lacaniana, muy fuerte (una casi oposición), entre el «je» y el «moi» cada vez que pasamos al castellano o, peor aun, al inglés. El lingüista francés Emile Benveniste había notado, en un artículo famosísimo, que las categorías fundamentales de Aristóteles tenían algo que ver con las categorías de la gramática griega; se podría decir lo mismo con esas articulaciones nodales del saber psicoanalítico.
Lo importante, para que podamos volver a lo de la imagen de uno mismo con un saber un poco diferente del de los moralistas de siempre, es asegurarnos de lo que permitió a Lacan no confundir su estadio del espejo con la triste historia de Narciso –en la que, no debemos de olvidar, se encuentran dos muertes: la ninfa Eco y el joven Aminias, que murieron ambos de amor por él, claras prefiguraciones de su propia muerte. Por suerte para nosotros, esta diferencia entre la invención de Lacan y la estricta historia de Narciso se puede ejemplificar con el pequeño detalle sobre el que Lacan insistió sólo al fin último de su trabajo respecto a lo que se llama en su enseñanza el «esquema óptico»: me refiero al giro del niño.
Cuando fue publicado (en 1962) su artículo intitulado «Remarque sur le rapportde Daniel Lagache», en el que daba su escritura de lo que acabó por llamar (humorísticamente, a la manera de Einstein y de su relatividad) «el estadio del espejo generalizado», Lacan introdujo el pequeño añadido siguiente: después de reconocerse en su imagen especular, el niño, muy frecuentemente, dirige los ojos hacia el adulto que lo está cargando y, en este giro de su cabeza y de su mirada, encuentra furtivamente la mirada de este adulto. Esto podría pasar por un detalle muy pequeño, tan rápido como inesencial, pero me parece importante subrayar aquí que durante 25 años (después de 1936, fecha de Marienbad y de la primera presentación del estadio), a pesar de las muy frecuentes veces en que Lacan habló (o escribió) de su estadio del espejo, nunca, absolutamente nunca, dijo una palabra refiriéndose a ello. Aparentemente, en aquel año de 1962, el tiempo le había llegado de darle toda su amplitud a este ademán del niño, y podemos saber un poco por qué, por lo menos en la medida en que todo su esfuerzo, hecho entre 1953 y 1962 bajo la denominación de «esquema óptico», tendía a hacer funcionar el estadio del espejo de su juventud con las tres dimensiones –imaginario, simbólico y real– que formaron los pilares de su enseñanza a partir de 1953.
Si la imagen especular daba forma y existencia al Yo, concebido pues como una instancia imaginaria, la cuestión de saber desde dónde se ve esta imagen no podía, en efecto, no plantearse. Mientras que sólo tenemos la imagen en el espejo y, digamos, lo que está en frente de este mismo espejo, mirándose así con curiosidad y aun alguna perplejidad, no se entiende bien por qué y cómo se interrumpiría lo que el mito griego describe como la pasión mortífera de Narciso por su imagen. Conjugar el narcisismo de Freud y lo que se impone, viniendo de la imagen especular, como forma específica de cada individuo de esta especie, esto acarreaba la necesidad de ubicar un tercero, algo fuera de la pura confrontación narcisista.
Este último no podía ser más que el nuevo sujeto, concebido como el puro lazo, el puro vínculo que corre a lo largo de la cadena significante, determinado por un significante y sólo para otro significante. Aquí está la dificultad: semejante sujeto no tiene ninguna interioridad, ningún ser íntimo a partir del cual se podría plantear y definir reflexivamente, como algo que tendría que pertenecer a sí mismo. Esta falta de interioridad y reflexividad que proponía Lacan respecto al sujeto era precisamente lo que iba en contra de las maneras clásicas y comunes de pensar en un sujeto, aunque fuese obviamente una vía para concebir un sujeto fuera de la noción de conciencia, es decir fuera de la noción de reflexividad. Al contrario, nos es más natural pensar en nosotros mismos con la noción de profundidad, de una tierra siempre más secreta y peculiar, siempre capaz de desdoblarse, de desplegarse, indefinidamente. Desafortunadamente para el psicoanálisis la idea de inconciente que acabó por pasar a la cultura de hoy va exactamente en este mismo sentido: cada loco con su tema, pero cada uno con su inconciente. En el fondo de cada ser humano, un poquitito más abajo de su alma (que pertenece a Dios), se encontraría un sin fin de trastiendas y casas de campo, en las que se encontraría la sombra de un sujeto siempre más retirada, y luego más alargada y estirada: impresionante. El destino común del inconsciente freudiano es el de convertirse, paranoicamente, en un trasconciente que siempre haría aparecer otro homúnculo, tras el hombrecillo, al interior del hombre. Basándonos en el modelo del farwest, podemos decir que a nuestra época le encanta el farconscious, y de esta manera se sigue confundiendo una conciencia ajena con el inconsciente freudiano. Pero esto sobrepasa nuestro tema.
El sujeto lacaniano es, por su parte, definitivamente un efecto de superficie, sin conciencia ni profundidad alguna, puro efecto desencadenado por la regla fundamental tal como la propuso Freud y la mantuvo igualmente Lacan: decir sin reticiencia lo que ocurre en la mente durante el tiempo de la sesión. Pero: ¿qué relación existe entre este sujeto totalmente superficial y el giro del niño?
Aquí surge una de las hipótesis más fuertes de Lacan. Nadie sabe con exactitud lo que el niño busca en tal movimiento, de tal manera que se necesitan, en este lugar, conjeturas y suposiciones. La de Lacan viene a hacer de esto la búsqueda de un asentimiento que viene del otro que está cargando al susodicho «niño». Después de que éste se haya reconocido en la imagen especular, después de que la identificación crucial y, en el fondo, misteriosa, lo hubiera hecho considerar como suya esta imagen, Lacan supone que este «niño» busca, en la mirada del otro, un asentimiento.
¿Qué es un asentimiento? Esta no es una palabra cualquiera en la boca de Lacan en la medida en que, en aquel momento, y en otras ocasiones también, mencionó explícitamente el libro del cardenal Paul Henry Newman que se intitula en inglés: An Essay in aid of a Grammar of Assent. A pesar de que este libro fue escrito en referencia a la problemática de la fe, se encuentra en él una noción del asentimiento como la manera más fuerte de «decir que sí». Una manera tal que no se podría negar, porque no se podría fragmentar. El asentimiento es uno e indivisible, dice Newman; razón por la cual nunca se expresa mejor que por los ojos, o por un movimiento de los párpados y de la cabeza, digamos un signo mínimo en el que queda claro que lo esencial está in petto.
Lo importante aquí es la no fragmentación de lo que Lacan nombrará con la letra «I», primera de la expresión «Ideal del yo». La unidad de la imagen en el espejo no se puede concebir con un solo criterio de la unidad, hay que agregarle de inmediato otra unidad, una unidad de otro tipo. De la misma manera que en Freud, cuando éste introdujo su Yo como la primera totalidad apuntada por la sexualidad, se vio obligado a introducir también su «Ideal del yo», una unidad más restringida, pero, según sus propios términos, sin conflictos, es decir: indivisible.
Aquí está el punto que más me importa: me refiero a estos dos tipos de unidades necesarios para pensar la imagen de uno mismo, estas dos unidades que Lacan llamó, a diez años de distancia, el «unario» y el «uniano». Es interesante subrayar también que, hace más de un milenio, a fines de la gran crisis iconoclasta, en la ciudad de Byzance y al inicio del siglo IX, cuando el patriarca Nicéforo escribió un texto de guerra contra los emperadores iconoclastas, su Discours contre les iconoclastes, él también, ante la tarea de describir propiamente el funcionamiento de un icono (es decir: de una imagen que no era una representación, ya que, en aquella época, ni siquiera se encontraba la noción misma de representación), el distinguía entre la circunscripción y la inscripción.
La circunscripción requiere, para cualquier imagen, de un perímetro, sea en el espacio, sea en el tiempo, sea en el entendimiento. Una cosa que no tiene perímetro no podía, según el, ser puesta en imagen. Pero había una segunda necesidad para él, que se entiende bien con este pequeño detalle que Nicéforo toma para darse a entender: obviamente hay una circunscripción del ciclo anual, pero no se puede concebir ninguna inscripción de este ciclo, y tampoco se puede enfocar hacer un icono de ello, porque «no cae bajo la mirada». Entonces, habrá inscripción de algo que tiene circunscripción sí y sólo sí se puede tener presente un punto de mirada. La circunscripción, en sí misma, no basta para que haya inscripción, para que haya icono.
¡Vaya el montón de dificultades para llegar a algo tan simple! Para que se pueda hablar de la imagen de cualquier cosa, se debe tomar en cuenta un perímetro cualquiera de esta cosa y un punto de mirada fuera de él. No necesitamos un Einstein para entenderlo. Pero lo instructivo, en la perspectiva de Lacan, va a ser que él va a poner el punto de mirada claramente fuera de lo que está en frente al espejo, fuera de lo que se reconoce en la imagen especular y que, ahora, llamo, por pura facilidad, el «niño». Esto es nuestro último esfuerzo para entender bien uno de los cambios en la imagen de uno mismo en este siglo.
La dificultad viene principalmente de la facilidad con la que adoptamos el hecho del reconocimiento del niño en su imagen especular. ¡Menos mal que se reconozca en su imagen ya que es la suya!. En la postura nefasta del observador que tomamos, sin siquiera notarlo, comparamos, sin ningún esfuerzo, la cara del niño de un lado y la imagen del otro lado, concluyendo tranquilmente: ¡es lo mismo!. Pero esta comparación es exactamente lo que el niño no puede hacer, en cualquier momento que sea. El debe alcanzar su identificación concluyente sin nunca poder comparar su cara con la imagen de su rostro. Entonces, para entender bien lo del espejo, según Lacan, tenemos que ubicarnos en la misma postura que la del niño y prohibirnos, rehusarnos a hacer cualquier comparación entre lo que aparece en el espacio virtual del espejo y lo que aparece en el espacio de tres dimensiones, para ocupar mejor y con determinación sólo el sitio del niño. Debemos entender, para decirlo de otra manera, ya sin la ayuda de este pesado niño, lo que pasa cuando estamos en un museo en frente de este tipo de cuadros que, a veces, se intitulan: «retrato de un desconocido».
En este cara a cara, en este frente a frente no se puede saber quién mira a quién. Si tengo la sensación que estoy mirando la imagen en el espejo –como cada mañana cuando me rasuro–, puedo saber a quién miro. Pero ¿cómo asegurarme de ello? Porque si, al contrario, tengo la sensación que es la imagen la que está mirándome, toda la inquietante, la angustiosa literatura del doble me abre sus puertas. La cuestión entonces ya no es tanto la de la semejanza. Dada esta semejanza, a partir de la identificación (y no lo contrario), el inevitable vaivén de la mirada crea un circuito aparentemente sin salida: yo miro lo que, mirándome, me invita a mirarlo, aún más, para descubrir al fin quién mira a quién. La tragedia de Narciso, una vez más, es como la de algunas miradas amorosas que también, a veces, se intensifican, aspirando a un goce de un tipo un poco especial, sin ninguna palabra, ni ningún movimiento. Aún los diferentes rasgos de la cara de enfrente entonces se desvanecen, y no queda nada sino la unidad sin partición, la unidad infraccionable de una mirada de la cual no se puede uno apartar.
Salvo que… se aparta. El giro del niño es el prototipo de este movimiento por el cual la pasión narcisista se interrumpe momentáneamente, ubicando, localizando la fuente de la mirada a través de un intercambio de miradas. El que miraba a su imagen, que evidentemente lo miraba en reciprocidad, de repente, al voltear, se hace objeto de otra mirada; se hace ver como el que estaba mirando esta imagen consideraba como la suya. En el cruce geométrico de estas dos trayectos –el de la mirada con su imagen, y el de la mirada con el otro– ahí está lo que nunca este «niño» verá: su cara en directo, quedando obligado a confiar en dos cosas bastante diferentes y ajenas: su identificación con una imagen, y este asentimiento que viene de otro reducido, para el efecto, a una mirada furtiva. Identificación imaginaria, e identificación simbólica.
De un lado, encontramos una imagen, que tiene superficie y perímetro, es decir una unidad fraccionable, un conjunto móvil de rasgos diferentes, y del otro lado la unidad infraccionable de un asentimiento fugaz y decisivo, que desaparece en cuanto acaba de efectuarse, tan rápido como la pincelada de un pintor japonés o el rasgo de un mandarín chino trazando una letra.
Última precisión: un asentimiento no es una cuestión de amor. El asentimiento es seguramente un «decir que sí», pero se requiere que no se sepa bien a qué se dice que sí. Una vez más encontramos la problemática clásica de Dios. En Newman, obviamente, el asentimiento estaba en el corazón del misterio de la fe. La fe está hecha para los que no saben. Cuando Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, pregunta si el Cristo tenía las virtudes teologales, su respuesta es perfectamente clara respecto a la fe: el Cristo no tenía fe, porque él no la necesitaba dado que él conocía al Padre. Los seres humanos, por el contrario, requieren de la fe porque ellos no pueden saber –lo que se llama saber– ni a qué ni a quién dicen sí en su acto de fe. La fe dispone la meta que el amor investirá, más o menos, bien o mal. La fe y el amor, mientras estén dirigidos a Dios, no se confunden, de la misma manera que, en las cosas humanas, un grado más abajo, tampoco se confunden la confianza y el amor que, muy a menudo y desafortunadamente, no obran en concierto.
Y entonces, para bien o para mal, amamos a nuestra imagen, cambiante e yerta, emocionante y plácida, insegura y expresiva, fastidiosa y generosa, compañera cotidiana frente a la que no existe la menor perspectiva de divorcio, absoluta fatalidad ésta que no logramos olvidar, ni perder de vista, ejercitándonos sólo y sin tregua para difractarla en las mil caras de nuestros amores: un hombre, un rincón solitario, una mujer, una casa de campo o de sueño, un hijo perdido, un proyecto de trabajo, un perro, una lengua extranjera, no sé qué más. Lo que no amamos, en cambio, sin siquiera odiarlo, porque no conseguimos hacerlo, es solamente este pequeño vínculo con la dimensión del simbólico que ejemplifiqué, siguiendo a Lacan en este asunto: el giro del niño. En este movimiento fugaz, el trazo de un asentimiento –que todos siempre quieren ahogar en lo del amor– se da como la mancha ciega a partir de la cual una mirada cualquiera puede desplegarse. No más allá, sino aparte de lo bueno y de lo malo, aparte pues del amor y de sus vicisitudes, aquí está el sujeto que, a la inversa del yo, es suspendido por entero al orden simbólico en la exacta medida en que es extranjero a su imagen.
De tal manera que, agravando aún más el dominio del amor propio tal que lo habían concebido los moralistas, Freud y después Lacan lograron poner de manifiesto este lazo con el orden simbólico que está tanto a la raíz del síntoma como al exterior de este todo entre los todos que llamamos en adelante –ya sin tomar en cuenta la decisión «eufónica» de Freud: el narcisismo.

Máquinas Rusas

Un manifiesto filosófico sobre “Meyerhold. Freakshow del infortunio del teatro”, de Silvio Lang
Manuel Moyano

Estas líneas fuerzan, antes que un análisis o una crítica, un manifiesto de fidelidad para una pieza maestra del teatro argentino: “Meyerhold. Freakshow del infortunio del teatro”, escrita y dirigida por Silvio Lang.

Tracemos la constelación en que esta pieza se mueve, pero tracémosla como si estuviéramos dentro de ella y  no a millares de años luz. Para ello diremos: es sabido que la preocupación artística fundamental de la modernidad ha sido y continúa siendo reflexionar sobre el estatuto del arte desde dentro de la obra de arte misma. En este sentido, nuestra primera escala en este manifiesto es señalar la modernidad lacerante de “Meyerhold”, en tanto se nos presenta como una obra teatral que re-flexiona sobre el teatro. Pero, ¿cómo lo hace? En un doble gesto: como manifiesto político-artístico y como declaración de guerra. Sin embargo, este gesto anfibio por el cual se gesta una idea honda sobre la situación del teatro, y del teatro porteño en particular, no entra por donde debiera entrar, digamos, por el proceso mental-intelectivo. Es un proceso de intelección que entra por el cuerpo, es una “excitación reflexiva”, como se repite una y otra vez en la obra, una obra que precisamente ex-cita al cuerpo. El teatro de Lang tiene una marca indeleble, el contagio. Parecida a “la peste” de Antonin Artaud, engendrada en el “desencadenamiento de las pasiones” que quiso Georges Bataille, este contagio se esparce por todo el espacio escénico envolviendo al espectáculo desde dentro, como en una enfermedad venérea que no deja de sortear cualquier sistema de anti-cuerpos, como una stasis(“guerra civil”) intestina a cualquier sociedad. Se trata de un lenguaje escénico que inserta la idea a través de la piel, en una suerte de contacto escandaloso y la hace surgir en cada víscera del cuerpo del performer, del bailarín, del músico, del actor, del espectador. La segunda escala está, en este sentido, en señalar cómo “Meyerhold…” desactiva el dispositivo metafísico occidental que divide lo inteligible de lo sensible, la res cogitans de la res extensa sobre cuya división habló René Descartes. En ello, su modernidad lacerante se vuelve tosca y marginal, subterránea respecto de la primacía intelectual del sujeto moderno. Pero hay más. Y este plus viene de la mano del mismo Vsévolod Meyerhold, el director ruso que redefinió la construcción escénica de la mano del constructivismo ruso. Su noción más conocida, la “biomecánica” es el punto de anclaje a partir de la cual Lang puede estructurar el contagio de pasiones que se propone: la máquina. Esto es lo central para pensar: ¿cómo se logra hacer del material sensible que es el cuerpo en escena un sistema de acero y de fuertes engranajes sin perder un ápice de sensibilidad y a su vez construir ahí mismo una reflexión de alto vuelo ontológico? ¿Cómo es que una máquina piensa y padece en un mismo gesto? En la tradición filosófica, hay un concepto de la metafísica aristotélica sobre cuya disputa se han diagramado buena parte de los siglos siguientes: potencia. Potencia que no sólo significa poder hacer algo sino también y en la misma medida padecer algo. Por lo tanto, es una capacidad, una “facultad”, que señala la posibilidad de la acción como de la afección. El averroísmo aristotélico alojó allí al pensamiento, quitando a esta facultad cualquier dominio humano. Pues bien, esta potencia pensante es una condición ontológica, esto es, está inscripta en el corazón de todos los entes (naturales o artificiales) y sin embargo no les pertenece a ninguno en particular. Es ese hilo ontológico el que la máquina “Meyerhold…” tensa en su idea sensible. Es la construcción de una potencia común, de una potencia que no se afinca en ningún ente concreto sino en sus múltiples contactos. La potencia es acá el contagio apasionado de los engranajes de la máquina. Allí se crea la idea, el pensamiento. Pero esta máquina no se solidifica jamás. Se vuelve una fiesta circense, un baile carnavalesco, un ritual profano. Funciona llenándose de deseo, desando. Y ese deseo es precisamente su potencia: su contagio apasionado. Con esto, Lang desmiente la oposición entre la supuesta “naturaleza” de las pasiones y su “construcción artificial”. Las pasiones siempre son artificiales, prótesis sexuadas que se construyen y producen en la máquina y que a su vez producen la máquina. El sujeto es un efecto de la máquina y aquí va una tercera escala, ya que hay en esta pieza una subjetividad teatral que juntando el gasto improductivo batailleano y la biomecánica formalista rusa le declara la guerra a la gestión privada del sujeto neoliberal contemporáneo. Y en esto se abre la cuestión fundamental de “Meyerhold…” Demos un pequeño rodeo para situar esta cuestión. Louis Althusser definió a la filosofía como una guerra de sistemas de ideas “que dispone las tesis como si fueran plazas-fuertes” y a los filósofos como los combatientes que buscan ocupar las posiciones del enemigo donde se “da vuelta a los cañones dirigiéndolos contra el ocupante.” La admiración de Althusser por Spinoza provenía precisamente de este hecho, ya que éste dedicó su entero sistema filosófico a ocupar la posición de Dios siendo desde siempre un ateo. Bien, de Lang y su equipo podemos decir lo mismo. Han ocupado el teatro, primer gran templo de la tradición ontoteológica de Occidente, para redirigir sus cañones contra el adversario y abrir algo así como un “comunismo escénicamente pagano”. Paganismo que lleva las marcas de la antigüedad tardía como del Rinascimento italiano, de las sociedades de masas y de las modas trans. Enarbolando las banderas rusas y la metafísica del “nuevo hombre”, las pasiones de “Meyerhold…” abren un sistema que multiplica los dioses del teatro y los parodia, los reescribe, los ex-cita en una fiesta que deviene una guerra incivilizada de pasiones, o una civilización de pasiones. Por lo tanto, esta máquina es ante todo un arma de asedio y de asalto al templo teatral. Pero también un asalto a la tradición política de izquierda y a sus dioses, transfigurándolos, trasvistiéndolos. Como dijimos, un comunismo pagano que montado en los hombros de Meyerhold reflexiona y ex-cita lo contemporáneo en un grito de guerra que quiere y desea y ama, por último, “el teatro del futuro”. No éste.

Todxs a Plaza de Mayo

para que el pueblo mande

Varios colectivos, entre ellos el Movimiento La Dignidad, largan esta convocatoria a ocupar la Plaza de Mayo dos días después de la asunción del nuevo gobierno, para que todas aquellas micropolíticas –de Buenos Aires, pero también del interior del país– puedan expresar con toda claridad lo que no vamos a aceptar, lo que sí o sí constituyen las prioridades de los pueblos. Veremos si la iniciativa crece. Pero hay que admitir que todos aquellos que nos las pasamos diciendo que hay que romper desde la calle la derechización del ciclo político tenemos en esta convocatoria una primera oportunidad de organizarnos.

La militancia es un trabajo más

Diego Valeriano


La militancia es un trabajo más, casi como cualquier otro, hipervalorizado por quien lo ejerce, demasiado denostado por el resto. El pejotismo y La Cámpora no existen, es verdad que juntos (por omisión o acción) perdieron la provincia, pero no existen en términos vitales. No dieron nada en este último tramo de la campaña, no tenían nada para dar. La izquierda oficial con mucho financiamiento y minutos en los medios llamo a votar en blanco, me hicieron acordar bastante a mí cuando me colaba en los cumpleaños de 15. Los militantes no se van a replantear nada, pero imagino que aquel que genuinamente es de izquierda los abandono para nunca más volver. Cambiemos en una banda de cuadros de derecha sin líder, ni liderazgos. Muy oportunos para ser oposición, pero me cuesta verlos en la ingrata tarea de ser gobierno. También están los militantes silvestres, eso que van de Monsanto a los talleres clandestinos, esos gustan de ser imprescindibles.

Este ballotaje fue la primavera de los comunes, después de la vuelta de la política, después de la resignificacion de la militancia, la elección termino pasando por otro lado. Los comunes de ambos bandos pasaron por arriba a la militancia.

Una vieja que putea contra la corrupción en la verdulería, un flaco con un cartelito bancando el procrear, un pibe que no sabe lo que es el 2001 y en verdad no le importa, una multitud tomando a Scioli y transformándolo en algo que él jamás imagino. Wasap, posteos, rupturas familiares, puteadas, discusiones en la cola del super, cartelitos, cantar la marcha peronista en el bautismo de tu sobrina. La primavera de los comunes es la novedad de este noviembre y es el dato desde hoy en adelante. Tan de los comunes es esta elección que se define entre dos muy comunes.

Macri ni se imagina el quilombo que le van a armar. El problema no es el PJ bonaerense o los planta permanente que le dejo Cristina, el verdadero problema son los comunes que en este último tiempo construyeron una identidad más allá del bolsillo.  

Il Paese Banale

di Lobo Suelto!
(Traducción y agradecimiento a Maura Brighentti



É cosí banale la scena che inizia a dispiegarsi da non acettare nemmeno di tollerare il maledetto fatto compiuto. Da vergogna tanta stupidità, nostra e degli altri. Non si tratta di attribuire colpe, ma di trovare i modi di combatterla. La stupidità non è un fenomeno personale, ma un fenomeno delle società di mercato, che coinvolge tutti. È questa l’impotenza che sentiamo oggi. Stupidità neoliberale. Che dimostra, tra le altre cose, che questi anni non hanno potuto superare il neoliberalismo, ma lo hanno alimentato, forse in un modo eterodosso. E per questo che non è più sufficiente mirare ai modi di vita, come se lì in basso ci fosse una verità inacessibile dai piani alti. E neppure alla militanza. No. Già non ci sono astuti. Dire che il sistema politico nel suo insieme si è blindato in una svolta impudica e monolitica a destra è un’ovvietà. È sufficiente guardare le facce dei candidati per convincersi. Soprattutto quella del presidente ora eletto. È questo che ci lasciano gli ultimi dodici o quindici anni? Già non ne possiamo più di analisi intelligenti che non spostano niente! Quando diciamo “destra” siamo costretti a precisare: un tipo di insensibilità che affida le questioni dei legami sociali a nozioni come “impresa”, “fede” o “polizia”. Sta qui oggi il paese. Anche se sicuramente non tutto. Però come facciamo perchè questo Non-Tutto esista? In prinicpio, pensiamo, trovando i modi di resistere. Anche se immediatamente ci tocca chiarire che quando diciamo “resistenza” non ci riferiamo alla mitologia con cui sognano di tanto in tanto le militanze kirchneriste. Siamo saturi di questo pseudo-eroismo retorico inbevuto di impotenza. Ci riferiamo piuttosto alle resistenze concrete nel quadro generale della convalida estrema dei più pericolosi (più volgari) impulsi collettivi. Questa destra ultra-banale (e per questo ultra-pericolosa) è in grado, almeno, di concepire la idea di una tregua (nozione que rasenta l’essenza della politica in quanto prolunga con altri mezzi una guerra –nella misura in cui é definita da relazioni di dominio)? In altre parole: occorrerebbe tornare a tracciare una linea di demarcazione. Il 2001 è morto: viva il 2001! (che, come sappiamo, non è mail esistito). Non parliamo di futuro: siamo privi di aspettative, non crediamo in promesse. Parliamo di dignità, solo questo. E dignità è non lasciarsi andare. Ed è oggi o non è. Nessuna delle cosidette “micropolitiche” si salverà da questo disastro politico, se si fa finta di non intendere la necessità urgente di tracciare con grande chiarezza questa demarcazione, questa resistenza.

O País Banal

Lobo Suelto!

(Traducción y fraternal agradecimiento: Bruno Cava)

De tão banal a cena que começa a desdobrar-se já não se admite sequer a tolerância do fato maldito. Dá vergonha tanta estupidez própria e alheia. Não é questão de eximir culpas, mas encontrar modos de combatê-las. A estupidez não é fenômeno pessoal, mas a todos alcança como fenômeno das sociedades de mercado. A impotência que hoje sentimos é isso. Estupidez neoliberal. Que demonstra, entre outras coisas, que nesses anos em vez de superar o neoliberalismo eles o alimentaram, ainda que de um modo heterodoxo. E por isso o olhar não já não alcança mais os modos de vida, como se embaixo houvesse uma verdade inacessível para as alturas. Nem a militância. Não. Já não há astutos, se acabaram os malandros. Dizer que o sistema político em seu conjunto se blindou numa virada impudica e monolítica à direita é uma obviedade. Basta ver as caras dos principais candidatos para convencer-se disso. Sobretudo o agora presidente eleito. É isto o que nos deixam esses últimos 12, 15 anos? Estamos podres de análises inteligentes que não movem nada! Quando dizemos «direita» nos vemos obrigados a ser precisos: um tipo de insensibilidade que confia as questões de laço social a noções como «empresa», «fé» ou «polícia». Nisso está a Argentina hoje. Certamente nem tudo. Mas como fazemos para que este «nem tudo» continue existindo? Antes de qualquer coisa, nos ocorre agora: encontrando modos de resistir. Ainda de imediato devemos aclarar que, quando dizemos «resistência», não nos referimos à mitologia com o que sonham de tanto em tanto as militâncias governistas. Estamos saturados desse pseudo-heroísmo retórico tramado da impotência. Referimo-nos sim às resistências concretas no quadro geral de uma convalidação extrema dos mais perigosos (os mais vulgares) impulsos coletivos. É capaz esta direita ultrabanal (e por isso mesmo ultraperigosa) de conceber a ideia de uma trégua, noção que roça a essência da política enquanto prolongamento por outros meios de uma guerra — na medida em que está definida por relações de dominação? Noutras palavras, há que voltar-se a traçar uma linha de demarcação. O 2001 morreu, viva 2001! que, como sabemos, nunca aconteceu. Não falemos de futuro, as expectativas nos faltam, nas promessas não cremos. Falemos de dignidade e somente disso. E a dignidade é não deixar-se e é hoje ou não é. Nenhuma das chamadas «micropolíticas» nos deixará a salvo deste descalabro político se não entendermos a necessidade urgente de traçar com toda a clareza essa demarcação, essa resistência.

El país banal

Lobo Suelto!

De tan banal, la escena que comienza a desplegarse ya no acepta siquiera tolerar al hecho maldito. Da vergüenza tanta estupidez, propia y ajena. No es cuestión de echar culpas, sino de encontrar los modos de combatirla. La estupidez no es un fenómeno personal, sino un fenómeno de las sociedades de mercado, que a todos alcanza. La impotencia que hoy sentimos es eso. Estupidez neoliberal. Lo cual demuestra, entre otras cosas, que estos años no lograron superar al neoliberalismo sino que los alimentaron, tal vez de un modo heterodoxo. Y por eso no alcanza ya con mirar a los modos de vida, como si abajo hubiera una verdad inaccesible desde las alturas. Ni a la militancia. No. Ya no hay astutos, se acabaron los piolas. Decir que el sistema político en su conjunto se blindó en un giro impúdico y monolítico a la derecha es una obviedad. Alcanza con verles las caras a los principales candidatos para convencerse. Sobre todo al ahora presidente electo. ¿Esto es lo que nos dejan estos los últimos 12 años, 15 años? ¡Estamos podridos de análisis inteligentes que no mueven nada! Cuando decimos “derecha” nos vemos obligados a precisar: un tipo de insensibilización que confía las cuestiones del lazo social a nociones como «empresa», «fe» o «policía». En eso está hoy el país. Aunque seguramente no todo. Pero ¿cómo hacemos para que este No-Todo exista? En principio, se nos ocurre ahora, encontrando los modos de resistir. Aunque de inmediato debemos aclarar que cuando decimos “resistencia” no nos referimos a la mitología con la que sueñan de tanto en tanto las militancias oficialistas Estamos saturados de ese pseudo-heroísmo retórico tejido de impotencia. Nos referimos más bien a las resistencias concretas dentro del cuadro general de una convalidación extrema de los más peligrosos (los más vulgares) impulsos colectivos. ¿Es capaz esta derecha ultra-banal (y por eso mismo ultra-peligrosa) siquiera de concebir la idea de una tregua, noción que roza la esencia de la política en tanto que prolonga por otros medios una guerra -en la medida en que está definida por relaciones de dominación? En otras palabras: habrá que volver a trazar una línea de demarcación. El 2001 ha muerto: ¡viva 2001! (que, como sabemos, nunca existió). No hablemos de futuro: carecemos de expectativas, no creemos en promesas. Hablemos de dignidad, solo eso. Y la dignidad es no dejarse. Y es hoy o no es. Ninguna de las llamadas “micropolíticas” quedará a salvo de este descalabro político si se desentiende de la necesidad urgente de trazar con toda claridad esta demarcación, esta resistencia.  

No fue magia

Martín Rodríguez y Tomas Borovinsky


No fue magia: las elecciones de 2013 dieron las pistas de cómo serían las del 2015, fueron el borrador de esta elección, pero al oficialismo le faltó “análisis político” (y cuando te falta análisis te sobra voluntarismo). A las manifestaciones de 2012 se les dijo de todo: que eran las clases altas, que armen un partido y ganen. Eran demandas insatisfechas desorganizadas que luego se organizaron y ganaron las elecciones. Pero costó tres citas electorales consagrar esta nueva mayoría. Nadie empezó el 2015 como lo terminó. Hubo que cambiar discursos, esconder economistas, ocultar intenciones, mandar a los intensos ideológicos al sótano de los penitentes. Las dos fuerzas en disputa negaron tres veces un recetario de ajuste puro y duro. Eso que podríamos llamar sociedad se mostró selectiva en octubre cortando y cruzando votos. Intendentes, gobernadores, presidente: la “gente” armó su propia boleta. Dijimos: se subestimó a la sociedad y se sobreestimó al Estado.

II.

No fue magia. El FPV tuvo que sensibilizarse frente a un cuadro más espeso que el de las crispaciones de la política televisada (Intratables, PPT, 678): apareció la sociedad. ¿Qué es esto? Se quebraron las frases fundidas de la docta populista y silvestre (“en la PBA no se corta boleta, la clase media vota contra sí misma”). ¿Qué pasó en la provincia de Buenos Aires? ¿Por qué ese acto de fe de repetir que en la PBA no se cortaba boleta? ¿Querían decir que los pobres no cortan boleta, que no “eligen”, que son animales del voto? Aníbal Fernández encarnó estos años el personaje de una clase de políticos creyentes de un “cuanto peor mejor” de Palacio, un estilo provocador previsible basado en su repentismo, eterno jugador de local siempre, cuyo territorio excluyente es la comunicación. “Tenemos menos pobres que Alemania”, dijo quien se proponía gobernar el conurbano. Aníbal Fernández fue el peronista favorito de los kirchneristas no peronistas (junto a Guillermo Moreno), cuya derrota se la anotan a Jorge Lanata (con el cuento de la Morsa) porque para el análisis semiótico vetusto nada puede dejar de pasar por la televisión. Aníbal fue el peor candidato de una provincia mal gobernada. El kirchnerismo creyó en la mitología del peronismo imbatible, se confió a su “política narrada” con cita en los logros del modelo, y se peleó con una realidad efectiva: el Mínimo no Imponible, el dólar, la inflación, a cuyos ojos sólo reflejarían la angurria desagradecida de las viejas clases medias (un capítulo más en la eterna lucha de clases medias). Y entonces, por debajo, irrumpió lo social, desencadenado en un balbuceo y una ristra de votos que dan cuenta del temor a realidades como la atomización del Estado en bandas de recaudación y transgresión, la sofisticación del delito como poder territorial, el aumento del costo de vida, el deterioro de las prestaciones públicas, la ausencia de estadísticas sociales como erosión de la voz estatal, el transporte, las cloacas, la corrupción.

III.

No fue magia: el cristinismo (etapa inferior del kirchnerismo) llevó el peronismo a una derrota porque sólo se concibió contra él.  El cristinismo fue una hipótesis de conflicto interno, la tercera presidencia carnívora, el corolario de un deseo que tuvo Néstor por un rato (romper el PJ), pero llevado a cabo por un elenco guionado por la presidenta que resultó autodestructivo. Macri leyó el 2013. Si el gobierno se aferró a una clave (somos primera minoría y hegemonizamos porque la oposición está fragmentada), el macrismo se recostó en las reglas de juego de un modo paciente: en vez de precipitar una alianza con Massa, dejó “en manos de la sociedad” la decisión (le ganó a Massa en octubre). La sociedad aguantó la polarización hasta que el sistema político se lo impuso con el balotaje. Había una sola profecía sciolista: ganar en primera vuelta. Esta era una elección para el mejor segundo.

IV.

No fue magia: digamos que entre 2011 y 2015 el FPV hizo todo mal. Y en la campaña hizo todo peor: una presidenta que no nombra en discursos electorales a su candidato, un ministro de economía que trata de “forro” al político al que le tienen que extraer los votos, un votante desgarrado que azuza el existencialismo electoral, un jefe de gabinete desbocado que busca culpables ajenos por su paliza, un “actor militante” que acusa de judíos que votan nazis a los pobres a los que les quiere pedir el voto, un ¿filósofo? de profecías sexistas contra la gobernadora electa de la provincia de Buenos Aires, una militante que en medio de Florencio Varela les grita “¡que fueron pobres!” a los ciudadanos que cree ascendidos. Todo eso menor, pero amplificado hasta el hartazgo. Scioli se abrazó a las anclas que les dio CFK con la intención de flotar (La Cámpora + Zannini) y además como dijo en su momento el teórico político Martín Plot: “Scioli no se dio cuenta que le ganó a CFK al ser el único candidato sin interna”. Le ganó a CFK –al costo, una vez más, de aceptar un armado ajeno– e inició un proceso de “cristinización” que de algún modo traicionaba los viejos modales que lo caracterizaron. Así, el FPV fue un hospital de día de sangrados por la herida narcisista. “¡Votanos hijo de puta!” fue su conclusión despechada. Extraña concepción del otro la de la patria es el otro. La pulsión del consumidor de poder en esa furia anti votante: todos los derechos y ninguna obligación a la hora de producirlo.

V.

No fue magia: Cambiemos forjó la tormenta perfecta. Una campaña invertida a la del FPV, y un armado propio y creíble sin eludir alianzas (UCR, Carrió, etc.). De Macri se dijo (dijimos) que no podía liderar y que necesitaba del peronismo y que el radicalismo desaparecería después de hundirse con esta alianza supuestamente disolvente. Y al final no necesitó al PJ y le dio nueva vida a la UCR (no hacía falta entregarle la PBA a Massa y podía ganar con una fórmula “porteña”). Macri se quedó con la ciudad, la provincia y la nación. Toda la macrocefalia argentina junta. Hace días, Alejandro Fantino entrevistó a Cristian Ritondo (el peronista a cielo abierto del planeta amarillo) y le señaló que se encaminaban a controlar los tres bancos públicos más importantes del país (Nación, Provincia, Ciudad, le dijo Fantino). Ritondo con esa voz “como un Duna a gas” (tal como la registró Lucio Ferreira) le respondió: “y el Central”. El 2015 nos enfrenta a una ironía pedagógica de la historia: un proyecto “liberal” con mayoría propia desaloja al “populismo”, es decir, a quienes tienen supuestamente la patente del uso de la palabra pueblo. El pueblo votó alternancia por una diferencia pequeña pero letal. Con un solo voto de diferencia sos presidente y nunca pero nunca en democracia (ese fue el error del maldito 54%) te dan un cheque en blanco. Somos un país de gauchos jacobinos con el facón bajo el poncho (y pura espuma).

V.

No fue magia pero el pueblo eligió alternancia y al peronismo le toca renovarse para sobrevivir. La poca diferencia entre Macri y Scioli deja un peronismo con dos, tres, muchos referentes: Massa, Urtubey, De la Sota, Randazzo, Moyano, ¿Scioli?, y Cristina. El sciolismo muere por tres puntos antes de nacer. La alternancia fuerza la renovación. El partido de Estado que invocó como único sujeto a la juventud cumplió su etapa. En su hoja de ruta y de ilusión debe aspirar a recuperar mayoría electoral. Las disputas por el centro (el merodeo “atrapa-todo”) de la política se combinan con la construcción de bases más sólidas: ¿puede recuperar el peronismo su base de trabajadores y capas medias ascendidas, un discurso laborista moderno? ¿El voto del PRO no está formado también por trabajadores hartos del MNI y clases medias o cómo lograron la “mitad más uno”? El proceso electoral mostró un último FPV de pobres y progres, de destinos atados al devenir estatal. A Macri le toca inventar relatos de Estado hermanados con la realidad y gobernar una sociedad de olla a presión. En este marco el escenario político queda en cierto sentido más equilibrado. Un parlamento repartido que obliga a sentarse a negociar: la oposición al kirchnerismo concentrada en el poder y el peronismo disperso arrojado a la oposición. Kirchnerismo y macrismo: las dos identidades nacidas durante esta larga década, los hijos de la crisis de 2001, se suceden. Se miraron durante una década en espejo. Se regaron. Los dos conmovieron juventudes de las capas medias y tallaron doce años de política vivida. Reconstruyeron el sistema político con liderazgo, más allá o más acá del “sistema de partidos”. Treparon a la cima del Estado uno después que el otro. Uno condujo el último proyecto del siglo XX que es el kirchnerismo. El otro conduce el primer partido del siglo XXI que es el PRO. Entraron por la ventana a las tradiciones partidarias. El kirchnerismo fue el eje de las discusiones de la sociedad durante doce años. Se va. Se está yendo. Habló Scioli y reconoció la derrota, habló Macri y se adjudicó el triunfo. Dos discursos más normales que la realidad. No fue magia: fue la política.

La verdad desnuda

Alejandro Horowicz

El huracán amarillo, con epicentro en la capital, se extendió por todo el país. La batalla que el fragmento dinámico de la militancia librara contra Cambiemos no alcanzó. La manifiesta debilidad de la conducción bonaerense del Frente para la Victoria resultó decisiva. Si se añade el boicot de la liga de intendentes, a la mala voluntad de las autoridades nacionales, el resultado sorprende menos. Una elección aburrida cobró repentino interés, al punto que el 78 por ciento del padrón concurrió a las urnas. Esta vez encuestas y encuestadores se arrimaron razoblemente al resultado oficial. La fuerza que no pudo retener ninguno de los grandes centros urbanos, que fue derrotada en la estratégica provincia de Buenos Aires, terminó sufriendo una paliza nacional.

Es la tercera vez, desde 1983, que un candidato presidencial justicialista resulta derrotado en elecciones sin fraude ni proscripción. Raúl Alfonsín inauguró el ciclo conquistando la estratégica provincia de Buenos Aires, junto a la Capital federal. Fernando de la Rúa, encabezando una coalisión que tenía una pata peronista, repitió identica hazaña electoral en 1999. Y la dupla Mauricio Macri-Gabriela Michetti está batiendo a Daniel Scioli y Carlos Zannini. Ambos venían de ganar las PASO, y obtener una tenue diferencia a su favor, algo menos de 3 puntos porcentuales, en la primera vuelta. El balotaje estiró la distancia a más de 8 puntos; con más del 30% de los votos escrutados Macri obtuvo el 54,16% contra el 45, 84 de Scioli. Con ese caudal contabilizado la tendencia se vuelve irreversible.

No cabe duda que el ciclo iniciado hace 12 años concluyó. No sólo porque Cristina Fernández le colocará la banda presidencial a Macri, sino porque el mapa político cambió drasticamente. Los defensores de la «previsibilidad» y la «república», que desean evitar los incordios de los enfrentamientos políticos, arrasaron. El modelo inaugurado en el puerto terminó plebiscitado a nivel nacional. La victoria se libró primero como batalla cultural. Y los ciudadanos fueron reemplazados por los vecinos, el pueblo por la gente. En una reunión de consorcio se discute sobre la humedad en la medianera, la temperatura del agua caliente o las tareas del encargado. Los vecinos tienen una agenda homologable. Las decisiones de alta política, que Macri eludió todo el tiempo, no integran el menú. Algo queda claro: a la compacta mayoría no le interesan, por eso el presidente electo puede variar definiciones sin mayores conflictos. Puede estar a favor o en contra de YPF, a favor o en contra de una linea aerea de bandera, del matrimonio igualitario o de cualquier otra cosa. Da exactamente igual.

En un mundo que gira hacia las posturas más conservadoras la victoria amarilla tiene sentido. Los instrumentos “tradicionales” para enfrentar la crisis volveran a gozar del consabido prestigio. Los gurúes del desastre ahora profetizarán lo mejor. El Fondo Monetario Internacional, el endeudamiento externo, y la reducción del gasto público, recuperaran la perdida credibilidad. Los futuros lastimados todavía disfrutan de las mieles de la victoria. En tres semanas el nuevo presidente asumirá, y entonces de la cascada de globos amarillos descenderan políticas concretas, y veremos entonces como sigue la fiesta.

Una mirada menos capturada por la coyuntura

En Psicología de masas del fascismo, Wilhem Reich sostiene que el marxismo explica razonablemente los motivos de una guerra inter imperialista, lo que no explica adecuadamente son los motivos por los que los trabajadores se hacen matar alegremente en semejante guerra. ¿Por que la asumen como propia? La idea de fuerzas sociales desnudas chocando por intereses materiales obvios construye un reduccionismo político inaceptable. Un modelo explicativo donde el comportamiento de hombres y mujeres, ni siquiera en situación de crisis política terminal, coincide con un cierto «deber ser» y supone una explicación endeble; una explicación semejante termina siendo una mala explicación, aportando una inadecuada lectura conceptual.

Los enfrentamientos políticos son transcripciones de conflictos sociales, diferencias que se saldan en el territorio del discurso; por tanto, la idea de traducir lisa y llanamente los intereses en pugna a votos, por ejemplo, no estaría funcionando. En ese territorio «que se dice», como se dice, y a quien se interpela tiene inusitada relevancia. En una sociedad determinada, capitalista por cierto, el interés de las clases dominantes pesa; desde una lógica mecánica todos los partidos que no cuestionan ese orden social resultan «iguales». Todos aceptan esa dominación social. No cabe duda que eso es cierto; pero si todo lo que puedo decir sobre un orden político es que representa los intereses del bloque de clases domiantes, y las dominadas no tienen un partido propio, y por tanto son «engañadas», mi lectura terminará siendo siempre la misma. Los partidos del orden enfrentan a los partidos que lo ponen en tela de juicio, y dirimen entre continuidad y ruptura histórica. En tal caso la propaganda socialista, de una vez y para siempre, sería de una letanía insufrible. Una pregunta desagradable no puede evitarse: ¿Alguna vez en la historia nacional se produjo un enfrentamiento de ese rango? ¿Como contar entonces esa historia en términos de lucha de clases? ¿O las clases no luchan en la Argentina? Ese es el primer debate.

Cuando el choque se da en la lucha de calles, como el Cordobazo de mayo del 69, las delimitaciones sociales asumen formas mas nítidas. Un paro general activo, impulsado por las dos centrales de trabajadores existentes, choca con la policía y la desborda. Tal cosa sucede porque la movilización conquista inesperados aliados no obreros. En primer lugar, los estudiantes universitarios se suman a la movilización, cosa que no sucedía desde las luchas por la Reforma Universitaria en 1918. Y en segundo término, cuando los manifestantes huyen por las calles del barrio Las Rosas, sus habitantes les abren las puertas de sus casas para impedir que la policia los detenga. Esa inesperada ayuda, los habitantes de Las Rosas integran las clases dominantes, no solo salvó muchos manifestantes; ademas, hizo saber a la policia que la «gente decente» al igual que la otra los enfrentaba al unisono. Recién entonces la policia «siente» que no le alcanza, son demasiados y los defienden hombres y mujeres con los que ellos habitualmente no tienen conflicto alguno. Por tanto, retroceden.

Ni siquiera en este caso la movilización obrera vence por puramente obrera; lo hace en tanto es capaz de arrastrar otros segmentos que tambien intervienen en el conflicto desde intereses diferenciales. Claro admiten nuestros izquierdistas, pero la clase que orienta con su lucha a las demás son los trabajadores. Y por tanto, ese bloque puede y debe ser respaldado. Ahora bien, que pasa cuando esa experiencia es retomada por fuerzas políticas no socialistas. ¿Deja de valer? ¿La importancia del Cordobazo? Poner en crisis el orden político inagurado por la Revolución Libertadora. Un orden que proscribía a las mayorías obreras y a su jefe político. ¿Puede una corriente de izquierda desentenderse de la batalla democrática, al punto de no incluir los derechos de los proscriptos como parte de los propios? ¿Acaso el programa socialista es otra cosa que la defensa consecuente de los derechos democráticos? Ese es el segundo debate.
Otro escenario, problemas de conceptualización

No entender que la victoria de Mauricio Macri en el bosque de los signos legitima la política de ajuste instantáneo, cuando el PRO hace saber con todas las letras que ajustará, supone no diferenciar entre actos de fuerza y consenso político. Nuestros críticos sostienen: vaya la novedad, acaso Danniel Scioli no ajustará. Dice otra cosa. Solo miente, o en todo caso hará un ajuste más gradual, pero de todos modos lo hará porque el capitalismo no puede hacer otra cosa. Conviene repasar esta cadena de inexactas afirmaciones.

Los que votaron a Scioli no legitiman el ajuste. Hacerlo supone chocar con la mayoría, con la propia base social, legitimando de movida la resistencia. Una cosa es una mayoría que acepta ajustar, otra la que lo rechaza. El ajuste que propicia Macri supone una devaluación de hasta el 60%, con un impacto sobre los precios del 100 por ciento. Reducir el salario a la mitad en horas. Una catástrofe electoralmente legitimada. En este punto estamos. 

Elecciones en Argentina. Algunas reflexiones urgentes

 Miguel Mazzeo


Son las 21 horas del domingo 22 de noviembre de 2015 y la televisión argentina registra los festejos de la coalición derechista “Cambiemos”. La tendencia ya es irreversible, Mauricio Macri es el presidente electo. La estética de shoping center que nos eriza la piel, la anti-fiesta estandarizada y guionada que nos abruma, la sustancia desagradable que fluye desde lo inauténtico y lo desarraigado y que se manifiesta en el ritual un poco rígido y bastante hueco, no oculta el aspecto verdaderamente inquietante del acontecimiento.
Una parte importante de la sociedad argentina acaba de escribir una página infame de nuestra historia. Sujetos aislados, despolitizados, privatizados, entretenidos, asustados y alejados de lo público y lo colectivo; seres satisfechos, prejuiciosos e impiadosos, altamente influenciados por discursividades punitivas y ganados por la lógica del espectáculo y por una filosofía práctica confeccionada con pequeños fastidios cotidianos y con grandes alienaciones, conducidos por una élite de tecnócratas, liberales y fascistas en disponibilidad, han demostrado que las mayorías electoralizadas y molecularizadas pueden ser innobles.
Es la primera vez en la historia argentina que una fuerza política que se presenta y se asume como “de derecha” gana una elección nacional. Antes, los sectores más retrógrados de la política argentina llegaban al gobierno por los medios tradicionales: golpes militares, fraudes, proscripciones. O eran, sencillamente, derechistas encubiertos y empíricos. Vale decir que, por lo general, eludían esa definición político-ideológica. Preferían llamarse conservadores, liberales, demócratas, organizadores o reorganizadores del Estado y la Nación, occidentales, racionales, técnicos, hombres de orden, o de centro, etc. Ahora la derecha argentina puede seducir a una parte importante de la sociedad, mejor: puede venderse y puede ser comprada. No es casualidad que su numen haya sido un especialista en marketing. En el sentido común de amplios sectores de la sociedad argentina la derecha ha dejado de remitir a una condición vil y sórdida. Más grave aún, para millones ha dejado de remitir a alguna condición.
El gobierno saliente contribuyó de mil modos a este proceso de despolitización de las clases dominadas y a la politización de las clases dominantes. Contribuyó al avance del capitalismo en todos los planos, pero fundamentalmente en el plano de las superestructuras. Poco hizo para contrarrestar las pasiones egoístas y otros fundamentos ideológicos del neoliberalismo. La izquierda, la de los partidos y la otra, tampoco logró construir una alternativa viable en la última década. El desenlace es lógico.
El gobierno saliente coartó las posibilidades de todos los espacios de politización autónoma (no liberal) y deliberación colectiva. Jamás apostó a la construcción de instancias de construcción identitaria de sujetos transformadores, a la autoorganización de base y de autorregulación de la convivencia social más allá del Estado y el capital.
Por cierto, nada de esto estaba en su ADN, a pesar algunos excesos retóricos y algunos entusiasmos pasajeros. La “grieta”, la desunión nacional, en realidad fue sólo superficial, fue un argumento frívolo y reaccionario que la derecha logró instalar como lugar común. Y si bien la idea de una fractura en la sociedad nutrió por momentos cierta épica militante, el gobierno saliente no abandonó jamás su funcionalismo integrador de tensiones y conflictos. Nunca impulsó una real polarización entre el pueblo y las clases dominantes. A pesar de la obvia derechización, difícilmente estemos ad-portas de una “reacción burguesa”.
Paradójicamente la derecha argentina, por incapacidad congénita para componer una imagen de igualdad formal y por falta de destreza hegemónica, puede llegar a ser más eficaz en esa función polarizadora.
Claro está, no podía resultar muy seductor el proyecto de armonización de las necesidades de acumulación del capital con la agenda del Papa Francisco, esa combinación de la recomposición de la rentabilidad empresarial con la redistribución del ingreso. La versión derrotada no ofrecía ningún margen para participar, criticar, empujar, para vivir una gesta popular o algo parecido. Sólo convocaba al “desgarramiento” y a la resignación con inclusión. Dialéctica cero. Tragedia cero. Mística cero. Su principal mérito terminó siendo la condición anti-utópica y abiertamente pro-mercado, pro-colonial y pro-imperialista del rival.
Cabe destacar que el “voto contra Macri” (ya sea el espontáneo o el fogoneado por algunas organizaciones populares) puso en evidencia, además de cierta racionalidad económica y política primordial, muchas virtudes y muchos núcleos de buen sentido de nuestro pueblo. Pero los deméritos y la opacidad de la versión derrotada apilaban argumentos que hacían inviable la sospecha de que estaban juego dos sistemas éticos contrapuestos e irreconciliables. Fue una versión muy al ras del piso, reacia a todo barniz progresista. Incapacitada para asumir el cambio como movimiento ascendente (en los términos del “progresismo”), terminó derrotada por quienes conciben al cambio en su otra acepción: lo que elimina el recuerdo, el tiempo y la memoria.
La política concebida y ejercida como gestión vertical del ciclo económico, del Estado y las instituciones; la política como “poliarquía”, (más allá de que este concepto niegue la existencia de una clase dominante), se reduce indefectiblemente a la administración de los intereses de las clases dominantes por parte de un conjunto de aparatos y élites. Esa administración puede ser más o menos progresista, más o menos inclusiva, puede estar más cerca de unas fracciones de la clase dominante que de otras, puede apelar a discursividades y estilos diferentes, pero jamás podrá aproximarse a un “gobierno popular”.
La política como gestión vertical es, entonces, un “formato político” de clase, muy adecuado para la acumulación de fuerzas en el campo de las clases dominantes y para la desacumulación en el campo de pueblo. Aunque esa gestión de cuenta de otros intereses más extensos, “nacionales” y/o “populares”, aunque promueva una integración “semántica” de las clases subalternas, el eje de la política como gestión vertical es la reproducción del poder de la clase dominante. El formato fija coordenadas estrictas, propone una disputa por el grado de integración de los intereses económico-corporativos de las clases dominadas. Una disputa instituida que, obviamente, resulta muy limitada. Además, este formato subalterniza al pueblo, promueve la elipsis de la realidad social, despolitiza, fragmenta, aliena, confunde, derechiza…
La política como gestión vertical no modifica las relaciones de fuerzas en la sociedad y gira en torno de los quehaceres inmediatos, por eso debe asumir concepciones estratégicas flexibles. La política como gestión vertical carece de inteligencia dialéctica. Sólo sabe elaborar discursos y planes coyunturales y parciales. No va a los problemas de fondo, ignora las corrientes históricas más profundas. No crea oportunidades para la praxis popular. Además, está obligada a desperdiciar la experiencia popular y a promover a personajes oportunistas, vanidosos, frívolos, superficiales y mediocres. Entonces, no resulta una tarea sencilla instalar la idea de una contradicción sustantiva cuando se comparte el marco fundamental. Como tampoco era fácil para el candidato derrotado abandonar a último momento el sitial que lo entronizó: el lugar de la indefinición permanente, de la no-lucha en relación a los significados de los signos.
Ahora la versión conservadora y abiertamente pro-imperialista de la modernización sin pueblo y sin nación acaba de ser legitimada por la vía electoral. A diferencia del gobierno saliente, esta no cargará con los límites que imponen las conciliaciones, los compromisos, las regulaciones, las mediaciones y las mistificaciones populistas. Esta vez la derecha encontró la forma de articular cierta conciencia reformista inadecuada promedio con las fantasías reaccionarias de una parte de la sociedad. (Incluyendo una actualización de las fantasías gorilas, las fantasías tecnocráticas y las fantasías que aspiran a erradicar el conflicto en la sociedad).
Ahora la derecha tiene vía libre para la subordinación absoluta al poder hegemónico mundial. Tienen vía libre el capital concentrado y su lógica de acumulación. Pero el pueblo es su límite. La máscara búdica-shankárica caerá pronto y quedará expuesto el verdadero rostro hobbesiano, misántropo y paranoide. Cuando se silencien las voces preelectorales de los negadores de la materia, el tiempo y la causalidad, aparecerá la voz y la palabra inequívoca de la rancia derecha argentina: iniciativa privada, libre mercado, democracia de bajísima intensidad, pigmentocracia, meritocracia, progreso, orden, represión… ¿Qué puede representar la palabra libertad en la boca del empresario Mauricio Macri?
Los vendedores de la ilusión de que puede haber política sin conflicto, los paladines de la dialogicidad, de la política ligth, encontrarán sus límites frente al primer conflicto importante. La estrategia de auto-victimización no podrá sostenerse por mucho tiempo. Es muy probable que el proyecto de la burguesía gane en agresividad pero pierda en consistencia. Tendrá más dificultades a la hora de exhibir una ideología que no sea accesoria, un ideal cultural propio y con capacidad de representar a la nación. El marketing jamás podrá proveer estos requisitos. Tampoco los cuadros fabricados por las universidades privadas y las ONGs.
Pero el pueblo argentino no está totalmente desarmado en esta coyuntura. Existen infinidad de redes de relaciones productivas, sociales, culturales, comunicativas, territoriales. No faltan los ámbitos, las experiencias y los libretos con perspectivas emancipadoras. La praxis será la partera de las nuevas identidades. Existen condiciones para construir una política emancipadora desde los territorios. Ninguna filosofía o doctrina podrá colonizar la acción política popular. Es mejor abandonar esta pretensión ante el nuevo ciclo político que se inicia. Las sectas doctrinarias, atrincheradas en sus verdades eternas, no hicieron, no hacen, no harán revoluciones. Asimismo, debemos reconocer las limitaciones de las actitudes reactivas y coyunturalistas frente a los conflictos y aprender a no despreciar los momentos inmediatos de la política sin traicionarnos, sin rebajarnos a las reglas impuestas, sin sumarnos a los proyectos ajenos.
Tal vez se nos presente la ocasión de superar el sectarismo endémico y el espíritu de bando, de ponernos a trabajar para articular pasiones y razones socialistas en una agenda identitaria y democrática común. Esto es: construir un movimiento de movimientos y de redes que integre demandas diversas, fusionar a las izquierdas sociales, culturales, en una sola mediación política pluralista, sin caer en el fetichismo de las estructuras y lejos de las ilusiones reformistas. Sin olvidar que el pueblo y sus organizaciones de base, –no el Estado– es la fuente originaria del poder constituyente. Tal vez haya llegado la hora de una fuerza política que asuma el proyecto de transformar las estructuras del Estado para hacer del Estado un potenciador del poder popular. Tal vez sea el tiempo de comenzar a romper definitivamente con el imaginario de la civilización industrial, modernizadora, desarrollista y extractivista. Esto es, romper con la idea que nos propone como único horizonte posible la integración (subordinada) a esa civilización. Tal vez sea el tiempo de exceder el plano de la disputa por el grado de integración de los intereses económico-corporativos de las clases dominadas. Para que las señoras de los barrios cerrados y del viejo Barrio Norte y los tilingos de los suburbios le tengan miedo a algo mucho más terrible que a un morocho que les orina la vereda o a una empleada doméstica que les exige el pago de los aportes patronales. Por ejemplo: miedo a una subjetividad colectiva basada en la autoorganización y el autogobierno popular, una subjetividad antiimperialista, anticapitalista y antipatriarcal. Tal vez sea el tiempo de plantearse muy seriamente la posibilidad de que los morochos y las empleadas domésticas manden, que organicen la economía, la sociedad, la cultura, que construyan una vida arraigada, rica, múltiple y propia.

Contemporáneos

Diego Tatián


Es lunes 23 de noviembre y son las seis de la mañana cuando escribo esto. Apenas hay luz. Es la hora, como decía Borges, en la que la mañana casi no ha tocado a nadie. Desde la ventana de mi casa de Alta Córdoba veo un basurero limpiar con su pala el cordón de la vereda; una chica, tal vez estudiante, pasa con sus auriculares puestos; una señora pasea un perrito. Un hombre mayor, casi anciano, pedalea su bicicleta con dificultad. Trato de imaginar qué imaginan, de comprender qué comprenden, de descifrar el deseo que los habita. “Va a ganar Macri –me había dicho mi hija, aún niña–. Casi todas las personas están insatisfechas con su vida y por eso predispuestas siempre a seguir a quien les prometa cambios y felicidad. Después se decepcionan, se enojan con ellos y siguen a otros.”
La frase acierta a definir con bastante exactitud lo que, asombrados por la oscilación de los afectos (en particular la esperanza y el miedo), los clásicos llamaban superstición. Prefiero incursionar en las cosas de otro modo, mediante un ejercicio de la interrogación por un cierto hartazgo de la política en quienes durante los últimos años se han visto beneficiados por ella. Por el enigma de los que se hartan de la conversación sobre los derechos, las libertades y las igualdades obtenidas por la insistencia en la importancia de esas mismas palabras, que guiaron decisiones institucionales en su favor.
El kirchnerismo es una subjetividad ideológica y una fuerza cultural que orientó sus políticas públicas por la idea de igualdad, por la extensión de los derechos sociales, por la transmisión de la memoria, por la construcción de lo común. Desde el peronismo histórico, nunca una subjetividad social había hecho irrupción con tanta nitidez y con una proyección generacional tan extensa. En las antípodas, Macri le habla al pueblo como si se tratara de una muchedumbre de emprendedores que, gracias al talento individual que él les va a ayudar a desarrollar, serán exitosos y felices. Para eso es necesario liquidar el pasado, desentenderse de las dificultades ajenas y “mirar hacia adelante”. El emprendedorismo individual que promueve el discurso macrista puede efectivamente ganar elecciones, generar expectativas económicas e introducir cambios culturales, pero no producir una subjetividad transformadora.
La retórica del cambio más bien desvanece el anhelo de transformación social y el horizonte de una “vida popular emancipada”, que para mantener abierta la cuestión de la justicia precisa componer sus rupturas con un conservacionismo de los bienes comunes, una preservación de la memoria y un cuidado de la historia. Si fuera el caso de que se abre un tiempo de catástrofe social que va a dejar en la intemperie económica y educativa a miles de conciudadanos de los sectores más desfavorecidos, será necesario que ese reflujo haga el menor daño posible y sea breve. La sabiduría militante obtenida en estos años de aprendizaje y experiencia colectivos deberá producir nuevas formas de intervenciones territoriales, y acompañar con el pensamiento (que es un modo de la acción) y con la acción política (que sin duda es una forma del pensamiento) lo que decante en el tiempo que nos va a tocar. Toda situación es buena para pensar y transformar.
Hemos sido –somos– contemporáneos y depositarios de una de las mayores rarezas históricas de la Argentina y el continente: la rareza de la política. La política, eso que de manera imprevista le hace un hueco a la historia, no va de suyo –como sí la administración de los llamados recursos–, ni se produce siempre en las sociedades. La confianza en la experiencia democrática como voluntad colectiva que fue capaz de subordinar durante casi trece años los poderes financieros y corporativos a las instituciones de la república es tal vez la novedad por la que este tiempo kirchnerista será recordado, y la inspiración renovada de esa experiencia su mayor contribución a las generaciones por venir, cada vez que reinicien la pregunta por la emancipación.
Contemporáneos de la política, el retorno de las ideas a la discusión pública, la hermandad continental como nunca en doscientos años, un país menos desigual y más justo, una cultura social del reconocimiento, un nítido mensaje de paz en un mundo en guerra, dejan una sociedad más plena, una marca libertaria en la imaginación colectiva, y un tesoro cultural y político que no podrá ser arrebatado. Todo esto no se pierde con una elección adversa, solo cambia el territorio en el que se inscribe: seguramente ya no el de la construcción institucional, sino el de la resistencia cultural acompañada de una gratitud y de una memoria. Y de mucha conversación serena y sin cansancio: con el señor de la bicicleta, con la chica de los auriculares, con el basurero y con la dama del perrito, para que esta vez sean contemporáneos de las disputas por librar de ahora en más, aunque durante este tiempo no hayan podido o no hayan querido serlo de algo que fue único y volverá con otro nombre.

Es el momento, el futuro está entre nosotros

Raúl Cerdeiras
(grupo acontecimiento)

                                

En diciembre del 2001 una revuelta popular destituyó por primera vez en la historia política de nuestro país a un presidente sin necesidad de que intervengan las fuerzas armadas. El 10 de diciembre del 2015 asumirá por primera vez un presidente genuinamente conservador ungido por el voto popular sin necesidad de un golpe de estado. En el medio se despliega la experiencia política del Kirchnerismo.
Es imposible desconocer que hemos ido de un proceso confuso, novedoso, tenso, lleno de nuevos interrogantes y experiencias que cuestionaban al orden político existente (¡qué se vayan todos!), hasta arribar a un final con todo el andamiaje institucional-político recompuesto que deposita nuevamente en el poder a los que fueron echados, ahora comandados por un joven ingeniero que representa lo más oscuro del proyecto neoliberal contra el cual el pueblo luchó desde Cutral Có hasta la masacre del Puente Pueyrredón.
Ahora es el kirchnerismo, en especial la juventud camporísta, la que tiene que realizar un  balance hasta lo más profundo del significado de la era del peronismo, compuesta por una primera etapa conducida por Perón, una segunda signada por el proyecto de su vuelta ligada al socialismo nacional y, finalmente la tercera, conducida por Néstor y Cristina. Sin olvidar el catastrófico período de Menem en donde nacieron todos los personajes que se trenzaron en las últimas elecciones.
Quizás haya llegado el momento de decretar el fin de esa era, que es el fin del populismo, que implica todo un entramado de ideas, conceptos, prácticas, modos de organizarse y afectos. Lo peor que se puede hacer, después de 70 años de protagonismo que infaliblemente terminaron en tres grandes fracasos, cuya constante común fue trabajar para que crezca el enemigo y luego no poder derrotarlo cuando este aspiró a desplazarlo, es no abrir interrogantes a fondo, no cuestionarse abierta y libremente sobre el significado de esta última etapa.
Sabemos en que termina ese miedo a romper con lo conocido, con lo que nos cobija y da sentido a nuestra vida militante. El ejemplo patético lo da la vieja izquierda dogmática encerrada en sus iglesias que se reunieron bajo la inscripción FIT. Frente al colapso del comunismo, cuya magnitud y trascendencia liberadora sacudió a toda la humanidad, y al regreso triunfal del capitalismo dominando todo el planeta,  estos “marxistas-leninistas” siguen adelante como si nada esencial los hubiera conmovido y, para colmo, integrándose dócilmente en el aparato democrático-burgués que tanto dicen combatir. ¿Querrá la juventud kirchnerista repetir esa mediocre conducta buscando en cuestiones secundarias o de procedimiento la causa de este nuevo fracaso?
Afortunadamente hay muchos, pero aún somos muy poquitos, que intentan romper con la estructura teórica y práctica de las políticas llamadas revolucionarias que con sus epopeyas y sus horrores atravesaron al siglo pasado. Es que estamos convencidos que hay que refundar desde sus cimientos una nueva experiencia política emancipatoria, y tratamos de pensar-hacer cosas nuevas, aún precarias, junto con otras luchas que han nacido en nuestra América, como el Zapatismo, los Sin Tierra, los que lucharon por el Agua, la herencia dispersa e inorgánica del 2001, etc.
Tenemos un horizonte en común, quizás no claramente explicitado, pero que pareciera ligarnos de manera casi invisible, y es que queremos volver a ligar la política con la emancipación y arrancarla del lugar al que ha sido secuestrada como simple gestión estatal del orden existente. Quiero pensar que en el fondo la juventud a la que dio vida Néstor Kirchner también comparte ese horizonte. De ser así, entonces la emancipación, si es un principio que guía nuestra acción, está ahora entre nosotros. Dejemos de pensar como antaño que la emancipación era como un objetivo que se congelaba en una imagen que se transportaba a un lejano futuro. Si repetimos esa misma actitud entonces nunca tendremos un presente vivo, será siempre una eterna espera llena de pasivas confusiones, porque no nos damos cuenta que ese futuro estaba dependiendo de nuestra acción, aquí y ahora. ¡Adelante!, es el momento.
Buenos Aires, 23 de noviembre de 2015

Carta Abierta al diario La Nación

Mariano Pacheco

Los 70, los 90, la larga década y lo que viene:
A propósito de la editorial del diario y el derecho generacional a tener una tesis
Más allá de haber tenido o no el gusto de conocerlo personalmente, somos muchos los que hemos visto, o escuchado relatar una imagen que ha sido inspiración en nuestra formación político-intelectual: David Viñas, sentado en el Bar La Paz de la calle Corrientes, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, leyendo y marcando con lapiceras de colores las páginas del diario La nación. “Hay que estar muy atentos a lo que escribe el enemigo”, decía el polémico narrador, dramaturgo y crítico literario argentino.
Antes, mucho antes de 2001, muchos jóvenes ingresamos a la política de la mano de la lectura de sus libros, de las notas del diario La Nación, pero también, de los escraches de la naciente agrupación H.I.J.O.S, de las puebladas y piquetes en Cutral Có, Plaza Hiuncul, Mosconi y otros tantos puntos de la geografía nacional. Reinaba entonces el justicialismo del revés (ni socialmente justo, ni económicamente libre, ni políticamente soberano) y los afanes de reconciliación no tenían nada que envidiarle a la radical “Teoría de los dos demonios”. Teníamos problemas en los colegios donde estudiábamos a la hora de organizar los Centros de Estudiantes; teníamos problemas muchas veces con nuestras familias a la hora de reivindicar el proyecto político de la militancia revolucionaria (incluidas sus organizaciones armadas) y teníamos también problemas con nosotros mismos, a la hora de sortear cierta carga que implicaba una especie de culpa por ser una generación “que estaba en otra”. Es que también esos mismos militantes que habían quedado con vida tras el terrorismo de Estado, muchas veces, no nos entendían, se les escapaba que nuestros deseos y resistencias también pasaban por el rock (en sentido amplio, es decir, por el rock and roll barrial, el heavy metal, el punk-rock…): los recitales, el pogo, los fancines, las ferias, las cervezas y el faso en una esquina, en una plaza, el juntarse en los videos de una ciudad del conurbano…
La lucha de los 70, la resistencia a la dictadura funcionaron como inspiración para las batallas de la resistencia antineoliberal en los 90, y a las viejas jergas, simbologías e identidades se le fueron sumando, y a veces superponiendo, otras nuevas. El 2001 nos encontró como generación en las calles, impugnando las políticas del Estado de malestar, pero también, ensayando a fuerza de preguntas una nueva manera de hacer política, más ligada a los movimientos sociales que a los partidos y los sindicatos, con los ojos más situados en las tramas colectivas que en los liderazgos unipersonales, más centrada en la multiplicidad de identidades plebeyas que emergían al calor de la lucha de calles que al peronismo que había llevado al país a la bancarrota, aunque las figuras de Evita, Cooke y la Tendencia Revolucionaria siempre estuvieron ahí, recordando que detrás de nosotros había una larga historia de luchas, que también incluía al peronismo, y otras expresiones de las izquierdas contestatarias. Allí marchaban de la mano la bandera argentina y la rojinegra, la estrella de cinco puntas y la federal…
La larga década avanzó con una serie de reivindicaciones ligadas a los históricos reclamos de los organizamos de derechos humanos, entre los que sin lugar a dudas se encuentran los juicios a los genocidas. Una catarata de libros, revistas y películas revisitaron los años setenta y los problematizaron, aunque tal vez la idea de “juventud militante” opacó un poco el necesario debate en torno a los proyectos políticos de esas militancias, sus límites y potencialidades, sus errores… Tal vez la gran polémica que se desató tras la publicación de la carta de Oscar del Barco, en la revista cordobesa La Intemperie, haya sido uno de los últimos momentos fructíferos al respecto. Y esto, claro está, fue al inicio y no al final de esta larga década, en la que se violó en reiteradas oportunidades los derechos humanos de la actualidad, en todas las provincias del país. Situación ante la cual, las “almas bellas progresistas” miraron, en muchas oportunidades, para un costado. Eso no quita lo cortés de saber distinguir, y afirmar que en ese amplio conglomerado denominado kirchnerismo, se encontraron muchos de nuestros enemigos, pero también, que estuvo poblado de muchísimos compañeros y compañeras de ruta.
El fin de gestiones kirchneristas (¡tres! Algo inédito en la historia argentina), el cierre de un ciclo político no parece fecharse, de todos modos, en el resultado electoral del ballotage del pasado domingo, sino que se viene gestando desde abajo, en una serie de políticas moleculares que tuvieron su llamado de atención en el 8N (de 2012), en los “linchamientos” de los últimos tiempos, y también, en los límites con los que se toparon las lógicas de “inclusión para el consumo”. Esas que llevaron a la “vida mula” (para utilizar un concepto del Colectivo Juguetes Perdidos) y que tal vez no se expresaron tanto en el voto a Daniel Scioli sino a Mauricio Macri, pero esto ya nos llevaría a otros temas de discusión. Solo recordar que toda política es a la vez micropolítica y micropolítica. ¡Así que a no sorprenderse tanto de los resultados eleccionarios!
Lo cierto es que lo que se viene no puede sino pensarse desde el lugar opuesto al que intentó instalar el diario La nación, con la publicación de su editorial del día de hoy. Las políticas de violaciones a los derechos humanos de la actualidad no se combaten con impunidad respecto del pasado y la posibilidad de abrir una nueva perspectiva de transformación (de “cambio”) en la Argentina no se hará con un “borrón y cuenta nueva”, por más de que sea cierto de que a veces, cierto “afán memorialístico” nos obture la posibilidad de gestar rupturas actuales con el orden social existente. Revisitar críticamente los 70, tomar de esos años imágenes que sirvan de inspiración, de legado y no que se conviertan en una pesada carga de la tradición (aun de la revolucionaria), es parte de los desafíos. En épocas de “consensualismo democrático” no está mal rescatar aquella idea de que siempre, y en todos lados, hay enemigos. Y quienes sostienen los postulados ideológicos del diario de los Mitre lo son, como también los son los “Ceferino Reato” y todos aquellos, todas aquellas que responden a-críticamente a las líneas editoriales de estas empresas periodísticas. Por supuesto: donde hay poder, hay resistencias. A veces, organizadas colectivamente, como en Córdoba sucede con quienes integramos el Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación (CISPREN), o el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA) u otros espacios que existen en el país. Otras veces, más singularmente, estas resistencias se expresan a nivel individual o de pequeños grupos. Por eso no podemos dejar de mencionar la actitud, lúcida y veloz, que tuvieron los colegas Hugo Alconada Mon, Mariana Verón, Pablo Lissoto y Laura Rocha, del diario La nación, quienes se “despegaron” de la posición expresada en ese editorial.
Lo que (parece) se viene en la Argentina, requerirá de nosotros (quienes trabajamos en medios de comunicación), una actitud que no se refugie en el miedo a perder el trabajo una excusa para decir o escribir postulados con los que no estamos de acuerdo, y denunciar maniobras del “periodismo canalla” –como ésta de La Nación– cuando sea necesario. Algo, por otra parte, que tampoco será nuevo, puesto que más allá de nuestras adscripciones políticas, tampoco venimos de la panacea de la libertad de expresión, ya que en medio de las batallas por ampliar y garantizar una pluralidad de voces, lo uno devino dos, y hemos pasado de cierto monólogo a cierta charla (en el mejor de los casos polémica), entre dos y no muchas voces. El sostenimiento y proliferación de medios de comunicación alternativos, populares y comunitarios sigue siendo uno de los faros que permiten aferrarnos a un modo de hacer periodismo que se torna cada día más indispensable, junto con la disputa al interior de las empresas periodísticas hegemónicas. Que “berretines” como el del diario La nacióndel día de hoy nos ayuden a problematizar la época, y no solo a enojarnos o putear, sino a seguir combatiendo por abrir otros modos de entender el mundo, y accionar por transformarlo.
Ciudad de Córdoba, lunes 23 de noviembre de 2015

¿Quién ganó?

Horacio González


El que haya escuchado con atención los discursos del futuro presidente, Mauricio Macri, puede percibir un recurso habitual y bastante notable. Es el de la desintegración de la noción de pueblo, que no era el sujeto de sus interpelaciones. Se dirige a vecinos, familias, personas que “quieren progresar un poco más cada día” y a todos los países en general, “con los que queremos tener una colaboración permanente”. Demasiadas abstracciones, ausencia de entidades sociales específicas, una atmósfera permanentemente angélica de deshistorización y deliberada falta de reconocimiento a los ostensibles nombres que definen el estado complejísimo del mundo contemporáneo. Su vaga idea de la inmigración que trajo a su padre italiano al país también peca de un sentido generalizador y etéreo, y no puede definir de ninguna manera a la población nacional y su cuerpo complejamente estratificado. Su acto en Humahuaca y su repentino “indigenismo” se ve que no caló hondo en él y que fue flor de un día de campaña. Entonces, ¿por qué produjo un sacudón de tamaña envergadura en la sociedad nacional? Las clases populares, a las que él mismo consideraba atomizadas e históricamente inertes, lo votaron en generosa proporción, acompañando a los tradicionales sectores pudientes y a los representantes –digamos el concepto– del “capitalismo financiero”. ¿Un frente de clase de troquel derechista? ¿La coalición de los que estaban “hartos”? No nos apresuremos.
La amalgama que por poco más de dos puntos llevó a Macri al gobierno es de gran heterogeneidad, y se vio encarnada en esos conocidos rostros que ocuparon el escenario macrista, la noche de la victoria electoral. Podríamos llamarla como propia de un populismo de nuevos contornos. El verdadero populismo, que siempre fue más amorfo –salvo el gran populismo del campesinado ruso–, pudo ser dirigido muchas veces por figuras empresariales –del lumpen empresariado, digamos, si nos ponemos excesivamente ortodoxos en el empleo de antiguas terminologías–, y contó con la fuerte movilización de pensamientos –seguimos muy clásicos– que llamaríamos prepolíticos.
El país que protagonizó la vibrante campaña política que nos envolvió a todos tuvo un fuerte componente prepolítico bajo cuyo manto turbador apareció casi exclusivamente la política. El mundo prepolítico, que en general puede ser considerado como el “mundo de vida”, contiene una dimensión no declarada de pensamientos virulentos, formas ancestrales de la reflexión punitiva, amenazas potenciales que al pasar a su estado público hacen asomar apenas su costado larvado. Es cierto que el “mundo de vida” tiene prestigio filosófico, pero cuando se encuentra con los instrumentos comunicacionales que caracterizan una supuesta dispersión de la razón comunicativa y obtiene movimientos propios, como el que hoy se denomina “viralización”, se pierde en una marea ponzoñosa cuyo análisis sereno nos llevaría mucho tiempo, pero que aquí podemos considerar bajo varias modalidades. Modos implícitos de propagar contenidos muy machucados por la ausencia de conceptualización pública, frente a los cuales lo que antes llamábamos “periodismo sensacionalista” queda hecho un poroto. Las “sensaciones” son ahora capas de signos que, con efectos múltiples, recelosos, arbitrarios y desde luego, a veces muy imaginativos, impregnan toda una ciudad y la definen.
El argumentador clásico aquí pierde la partida y queda convertido en “una pequeña secta de ilustrados”, a la que curiosamente se refirió Macri en su discurso de Humahuaca y en su Noche Triunfal. ¿Cómo? ¿Entonces no era el populismo rampante (que nosotros supuestamente representábamos) el que se burlaba de la “ilustración”? Pues no, una pieza populista central, que es el ataque a la “minoría” cultivada y “de espaldas al pueblo”, ha sido incorporada por los laboratorios de Macri, pero ya con el específico sentido de vulnerar a la vida política clásica y sus legados correspondientes. En este caso, el pueblo, y lo popular como procuración incesante de sentido, sería apenas un evento producido por la viralización de numerosas dimensiones tácitas en la expresividad común: primero, el modo civil de estilo pastoral del futuro presidente, luego, el modo reticular en que se diseminan “contenidos” en general basados en mensajes truculentos o anónimos, y después, en algunos casos (que ojalá el candidato desmienta como ajenos a su pensamiento actual), bajo el modo nocturnal. Este modo es el más oscuro y se reveló hace unos días en las pintadas amenazantes en los institutos de derechos humanos del país. El editorial de La Nación, a la mañana siguiente de la elección rechaza la venganza pero deja toda la impresión de que la quiere.
¿No debería el presidente, que lo será de aquí a pocos días, aclarar lo que ocurre en sus alrededores y acaso en su propia conciencia? ¿Eso mismo que sucede por las noches mientras él charla tranquilamente –según ha contado– con sus amigos y su familia? ¿No debería decir que su campaña diurna, vistiendo alegres ponchos regionales, nada tiene que ver con la campaña nocturna, que acepta el indumento de la intimidación clandestina sin condenarla? Parco de conceptos, sin embargo, ya ha dicho mucho, además del mimetismo por el cual durante meses tomó temas del “progreso personal” susceptibles de transmutarse en “definiciones progresistas”. Como un reverso de las teorías de Laclau, “articuló” más “cadenas de equivalentes” que el candidato al que nosotros votamos. Pero virtió hacia la derecha, irónicamente, unas tesis preparadas para los movimientos populares del mundo. Algunas definiciones macristas pertenecían al acervo de los progresismos genéricos, otras directamente eran tomadas del arsenal social del kirchnerismo, y la mayoría –las de derecha– apenas insinuadas en su media lengua. Es por lo tanto una derecha nueva y con una gran votación. Pero ya se vio: una cosa es la Noche y otra la Mañana. Y otra la Mañana siguiente.
Cambio de época: el giro del país hacia la Alianza del Pacífico es la semántica maestra de un conjunto de mutaciones que tendrán incómodos correlatos económicos, sociales y culturales. Efectivamente, no se equivoca al decir “cambio de época”, pues ello siempre es más que la “alternancia” por la que siempre bregaron los radicales y que tanto entusiasmó a Gerardo Morales en su gran noche. Eminente tema: hay cambios de época sin alternancia, alternancia con cambios de época, y cambios de época que se imponen sobre los efectos, más débiles, de la alternancia que ellos mismos proponen. Al punto que la alternancia, en su sentido literal, es Scioli quien iba a encarnarla. Esto es otra cosa: una conversión ideológica, geopolítica y cultural de amplísimas características. Si no escuché mal, el candidato ganador dijo “fundacional”. Perdón si me equivoco, pero esa palabra, que tanto se le reprochó al kirchnerismo (que fue y es un populismo democrático-republicano) al aparecer ahora en el macrismo, revela el tamaño del viraje que, desde ya, se deberá discutir con los mejores argumentos y lejos de la “episteme chicanera” que rige como norma política en el país, tal si fuera ley nacional del Parlamento. Los populismos se consideran fundacionales: Macri no sería la excepción. Con ese espíritu que nada tiene que ver con la alternancia, sino con una antropología política completa de las derechas mundiales, se lanza a la exclusión de Venezuela del Mercosur, aún como chispazo postrero de campaña. Sustituir el pensamiento por la viralización lleva a estas decisiones, en vez de discutir seriamente el estatuto histórico del latinoamericanismo, que es una complejísima forma de la unidad en la diversidad, y no una aplanadora de mercado de la globalización sobre nuestro subcontinente (hay que buscar aquí también un mejor nombre).
Una característica que atraviesa las últimas cuatro décadas de historia nacional es la creación de una zona franca de ideas donde el peronismo en sus rebordes y el neoliberalismo en los suyos se entrelazaban mutuamente. Esa es la estructura de época de la que solo sale beneficiado el neoliberalismo, convertido en un nuevo sentido común que lo único que aprendió en serio durante este largo período es que precisaba una interpretación cribada de algunas versiones del populismo. Lo que ocurre ahora no es novedad, salvo el lenguaje abstracto con que Macri expone esta nueva coalición; cuando le tocó hacerlo a Menem se utilizó solo la picaresca trasnochada, porque esa amalgama todavía no estaba enteramente preparada. Será interesante ahora para el estudio de los politólogos. Ignoro, o más bien creo lo contrario, que sea provechosa para millones de sus propios votantes.
¿Quiénes son ellos? No podemos decir que fueron manipulados por un espurio recurso a una democracia que, en vez de tener conjuntos sociales autodeliberativos, se deja desmenuzar por un ideal de individuo apremiado por las “corporaciones mediáticas”. No, eso hubo siempre. Aunque ahora el modelo dialógico que funda el nuevo orden comunicacional trabaja para esta noción de individuo posesivo que se halla despojado de la idea de mediaciones colectivas. Aun así, no se trata de conjeturar que la votación de Macri no surgió de un acto de la democracia, sino que el concepto clásico de democracia ha cambiado dramáticamente porque el votante ya es portador de otra conciencia, no la de la “ley Saénz Peña”, ni siquiera la de la época de “Braden o Perón”. Eran ésas conciencias cívicas con autonomía relativa. Hoy el juego de las creencias subjetivas convive con toda clase de tramas, valoraciones y éticas sobrentendidas de origen mediático, vulgarizadas hasta chocar enteramente con lo que antes denominamos el mundo prepolítico.
Pues ahora se compone de lógicas persuasivas que encubren de libertad los actos de servidumbre y de actuación interactiva los dominios técnicos más condicionados por poderes que no declaran su nombre. Así, un ideal de transparencia ad usum populorum crea un nuevo individuo asociado tan solo espalda contra espalda y no con literalidad grupal. Este nuevo individualismo, que consume el fácil pasto del ultraje, acepta ser movilizado por una fuerte sospecha en torno a las instituciones públicas y los organismos de Estado. Estas conciencias salen de unas neodemocracias viralizadas que habrá que definir mejor.
Macri tomará el Estado pero se cuida (por lo anteriormente dicho) de decirse un político de Estado. En su nítida biografía, él preguntó, tocó timbres, se informó de lo que quería el vecino, y está allí para “ayudarlo”. Para él, “no quiere nada”. ¡Este es el cambio de época! Pensemos si cualquier político clásico aceptaría, sin desmedro de su ética personal, definirse de esta manera. ¡Vine solo a “ayudar”! No estoy denunciando encubrimientos. Son nuevas culturas políticas, nuevos “manuales de estilo”, nuevas formas no del sujeto que consume sino de sujetos consumidos.
Macri actúa así frente a las conciencias pulverizadas que, por la fuerza del nuevo relato triunfante, condenan lo mismo que muchas veces las sostiene, los sistemas de subsidios, jubilaciones sin aportes previos, etc. Esa paradoja derrotó a Scioli, aunque apenas por un mendrugo porcentual. Lo lograron: el Estado social molestó a sus beneficiaros, además de la larga cadena de “hastíos” que hay que tomarse en serio. Aquella tal maravilla han conseguido. De proveer meramente un “relato” se acusaba sistemáticamente al gobierno saliente de Cristina. En verdad, aquello fue en casi todos los casos una ingenuidad de la publicidad oficial, poniendo un Estado realizador como personaje omnipotente, con señorío y voz propia. Esa contundencia podría haber explorado zonas más sutiles, de no tanta literalidad y de tan cargadas liturgias. Lo que consiguieron quienes prepararon al individuo Macri (pues, ¿qué es el neoliberalismo, estrictamente hablando, si no la invención de sujetos abstractos?) es otro “relato” superior, basado en la fuerza de esas abstracciones, que supieron convertirse en microrrelatos concretos, vecinales (“no me importan los ‘fondos buitre’ sino el ‘dealer’ de la esquina de casa”).
No es que los temas en los que basaron su preponderancia no existieran, inflación, narcotráfico, etc. Pero en vez de conceptualizarlos frente al cuadro de los dominios financiero-comunicacionales a escala mundial, los vieron como una narración folletinesca. Todo ello será materia de nuestras discusiones y aprendizaje: poder enunciar con el poder de lo realmente conceptual (que es lo concreto pensado pero con las necesarias generalizaciones) a estos problemas que se nos escaparon de las manos. Debemos además ganar espesura en nuestras consideraciones sobre los modelos económicos extractivistas, sobre los que tan poco dijimos, y las propuestas de un mero desarrollismo lineal. Que así dichas, no deben ser lo nuestro. Creo que en nombre, si no de éstas, de parecidas reflexiones, deberemos seguir actuando.

Una primer mirada sobre el nuevo escenario en Argentina

Sergio Nicanoff
  

Con los resultados electorales definidos podemos decir que lo que muchos/as pensábamos que no sucedería, al menos en esta coyuntura, se ha producido y Macri es presidente. Con un 51.4% frente a un 48.6% obtenido por la candidatura de Scioli, una alianza dominada por un partido de la derecha orgánica gobernará los próximos cuatro años de la Argentina. Desde ya el carácter atípico de esta elección que conduce a la mayoría de la población a elegir sólo entre dos opciones nos obliga a señalar que los porcentajes de ambas fuerzas no reflejan sus apoyos reales sino que se trata, en un porcentaje importante, de votos prestados que no necesariamente acompañan ni mucho menos el conjunto de las políticas del macrismo o el sciolismo-K. Habrá que hacer un análisis más fino de los resultados electorales en los días venideros. Con este borrador escrito para Contrahegemoníaqueremos aportar prioritariamente a la discusión sobre por qué se ha producido este giro, hasta hace un mes inesperado, en el escenario político y –mucho más decisivo– qué pasos creemos necesarios dar desde las organizaciones populares para enfrentar los años venideros.
El repunte final del FPV ubicándose a menos del 3% no fue suficiente. Sin duda una primer aproximación marca que el epicentro del triunfo de Cambiemos estuvo en CABA y sobre todo las provincias del centro del país con un triunfo arrasador en Córdoba, amplio en Santa Fe y Mendoza a lo que se sumó el aporte más modesto, en términos del padrón nacional, de las victorias en Jujuy, Entre Ríos, San Luis y la Pampa más un triunfo inesperado en La Rioja. Aún así, una clave determinante de la victoria estuvo en Provincia de Buenos Aires ya que la victoria del FPV con un 51.1% apenas superaba por un poco más de 2% las cifras alcanzadas por Cambiemos -48.9%- mientras que varios dirigentes K habían calculado que para ganar el ballotage se necesitaba un triunfo por más del 6% u 8% en la estratégica provincia bonaerense.

Ganó Macri, ¿y ahora?

La discusión en las semanas previas al ballotage ha girado alrededor de si se debía votar en blanco o votar a Scioli para frenar el ascenso del macrismo. Exacerbada infantilmente, salvo excepciones que tratamos de reflejar en nuestro portal,  esa polémica se basó en estereotipos que evaluaban que quienes llamaban a votar en blanco eran cómplices de la derecha, así como que todos los que plantearon el voto a Scioli lo hacían desde posiciones de subordinación y defección total a la derecha neodesarrollista revestida de discurso nacional-popular. Por estas horas circulan pases de factura que se basan en esas concepciones.
Nosotros entendemos que avanzar en este sentido sólo sirve para desviar la atención de la discusión central, que es cómo pararse en esta coyuntura y construir un piso de resistencia sólido. Esto no significa evitar un balance del ciclo K sino todo lo contrario, pero debe ser hecho no desde la descalificación y el slogan sino desde la búsqueda de procesos de reflexión, lucha y resistencia que aporten en el camino de construir un bloque histórico de las clases subalternas y sus organizaciones populares, capaz de resistir con eficacia en lo inmediato y proyectar  una perspectiva emancipadora de cara al futuro.

Razones de una derrota

No descartamos la importancia relativa de determinados hechos y tácticas electorales fallidas que erosionaron las posibilidades electorales del K. Así se puede mencionar la negativa de Randazzo a disputar la gobernación tras sufrir la baja forzada de su postulación; la rapidez con que Cristina y su núcleo duro se rindieron a la aceptación de la candidatura del otrora denostado Scioli con la expectativa de resguardar porciones de poder en la estructura del Estado; la resistida candidatura de Aníbal
Fernández –personaje que como recordamos desde este portal sólo podía ser ubicado como progresista por un brutal olvido de su pasado duhaldista, su complicidad con los asesinatos de Darío y Maxi así como su defensa de los peores actos de la administración K–; la evidente acción de determinados sectores internos del FPV por voltear la candidatura de Fernández, lo que terminó por favorecer a Vidal colaborando con la pérdida de la provincia de Buenos Aires; la postura del FPV en el ballotage de la Ciudad de Buenos Aires de llamar a votar en blanco –sí, el FPV llamó hace apenas meses a votar en blanco en un ballotage– impidiendo, supuestamente, la derrota de Larreta a manos de Lousteau y la consiguiente sepultura de la candidatura de Macri y una larga, larga lista de hechos de ese tipo. Nada de esto, sin quitarle a algunas de estas cuestiones algún nivel mayor de importancia, nos parece determinante por sí mismo. Hay aspectos estructurales que a nuestro entender adquieren mucha más relevancia.
En primer lugar hay una derechización regional de los procesos neo desarrollistas que se hizo evidente este año. El kirchnerismo terminó en Scioli, y Scioli claramente implicaba un proceso de derechización que se hubiera planteado en toda su magnitud de haber ganado. Dilma ganó en Brasil apoyada en los movimientos populares y enfrentada a la derecha, pero al otro día de su triunfo aplicó un brutal plan de ajuste con el aval de Lula, colocó un connotado neoliberal al frente de la economía y empezó a reducir gastos en salud, educación y recursos del Estado. La base social que la apoyaba,  está sufriendo el aumento del desempleo, la caída del salario y el encarecimiento del costo de vida debilitando el único sostén que puede movilizarse para evitar el golpe blando parlamentario, escenario que la derecha orgánica mantiene como posibilidad. En Uruguay el gobierno de Tabaré Vásquez y el Frente Amplio estableció una inédita medida que decretó la esencialidad de la huelga docente con sumarios y destituciones masivas de maestros a la vez que negociaba su participación en el llamado TISA con Estados Unidos y otras administraciones neoliberales para establecer la desregulación de los servicios y el comercio. Tuvo que volver atrás con ambas medidas porque se encontró con una reacción popular, con paro general y una marcha de 50 mil docentes y estudiantes así como la toma de varios establecimientos educativos, como hacía mucho tiempo no se veía en el país vecino. A su vez, la actual administración frenteamplista colabora en primera fila con la ofensiva sobre Venezuela. Como vemos, en todos los casos los neodesarrollismos están girando a la derecha. En la base de ese proceso se encuentra el impacto de la crisis mundial que se expresa entre otras cosas en la baja aguda del precio de los commodities, la disminución del crecimiento de China y el agotamiento de los ensayos tibiamente distribucionistas que no modificaron ninguna de las bases estructurales dejadas por las fuerzas neoliberales. Como la salida política ante las limitaciones estructurales a las que se enfrentan es parecerse más a la derecha, las fuerzas que apoyaron el ciclo de los progresismos pierden toda mística y se erosionan las expectativas de sus bases sociales primando el desánimo, como se pudo ver en determinados sectores del kirchnerismo ante la candidatura de Scioli. Esa salida por derecha ya la había impulsado la propia Cristina en las legislativas del 2013 con la candidatura de Insaurralde para oponerle un clon a Massa. La aplastante derrota de ese momento -un verdadero anticipo de la actual- y el devenir del intendente de Lomas de Zamora nos eximen de mayores comentarios.  A su vez, ante una copia determinadas franjas prefieren los originales sin mediaciones.
En segundo lugar contra el discurso de la politización que supuestamente dejaron los gobiernos progresistas hay que afirmar que por el contrario el resultado evidente de este ciclo es la despolitización de gran parte de la sociedad. La permanente construcción de un discurso que enfocó las conquistas del período como mero producto de la capacidad y voluntad de Néstor y Cristina por mejorar las condiciones de vida de su pueblo; la apelación permanente a la lógica de la “inclusión” a través del aumento en la capacidad de consumo, sin problematizar el hecho de que esta lógica construye sujetos pasivos (reacios a cualquier esfuerzo asociativo) e individualistas (cuyo máximo objetivo sería acceder a la compra de nuevos bienes en el mercado); la concepción de construir una militancia hegemonizada por la lógica estatalista, tan cara a las concepciones dominantes del nacionalismo popular, convirtiendo miles de militantes populares en funcionarios con el subsiguiente grado de despolitización por abajo y desarraigo de las construcciones políticas; la consiguiente prioridad por mantener la gobernabilidad al costo que sea abandonando todo rol crítico y capaz de hacerse eco de las demandas sociales surgidas desde abajo; el afán por quebrar y fragmentar toda organización popular que resistió esos procesos de encuadramiento, fueron todos aspectos que potenciaron en el mediano plazo esa despolitización y pavimentaron el camino de una nueva derecha.
En tercer lugar el K siempre creyó que el rival político ideal era el macrismo y planteó que el ideal de la reconstrucción del sistema político post 2001 consistía en un bipartidismo al estilo chileno con una fuerza de centroderecha y otra de centroizquierda dominante, rol que imaginaba para sí, por lo que en reiterados momentos le dio aire a la administración macrista. De esa manera la bancada del FPV acompañó con sus votos una larguísima lista de leyes impulsadas por el PRO, lo que garantizó la gobernabilidad de Macri durante años. En la ciudad eso se expresó en el apoyo a la especulación inmobiliaria, los negociados con grandes grupos como el de IRSA y “la plancha” que el sindicato Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), dominado por connotados K, hizo durante todos estos años evitando todo tipo de confrontación profunda y sostenida con la administración PRO. El monstruo tuvo sus Frankestein entusiastas en las filas del FPV.
En cuarto lugar nada de esto significa igualar el ciclo K con lo que representa el macrismo. Siempre adherimos a una caracterización que no parte de una mirada superficial que concibe al kirchnerismo como mera continuidad del neoliberalismo. Sin duda, el proyecto hegemónico kirchnerista –hoy claramente resquebrajado– pudo construir una alianza que abarcó desde fracciones de la clase dominante hasta franjas mayoritarias de las clases subalternas porque comprendió que, después del 2001, la recomposición de la gobernabilidad requería  tomar en cuenta e incorporar determinadas demandas de ese ciclo de luchas. La combinación de crecimiento económico, con cierto desarrollo del mercado interno y la industria, junto a los recursos provenientes del extractivismo  –con los superávit mellizos comercial y fiscal– más la legitimidad social por su gestualidad inicial (al renovar la corte suprema menemista) y antiimperialista (al impulsar el NO al ALCA), su política de derechos humanos, de fomento a los emprendimientos culturales y de creación de Universidades Públicas, la ampliación y nacionalización de las jubilaciones, la existencia de las paritarias, la Ley de Medios, la Asignación Universal por Hijo y una política internacional de perfil latinoamericanista, le permitió la reconstrucción de la gobernabilidad y el despliegue de una enorme capacidad de asimilación e integración de buena parte de los movimientos populares. Pero eso se combinó con continuidades e incluso profundizaciones de aspectos clave de la etapa neoliberal que hoy afloran con toda su magnitud.
Los elementos negativos más visibles se ubican en la profundización del extractivismo (con el agronegocio y la megaminería a cielo abierto como emblemas) con un discurso que antepuso la lógica productivista y el falso paradigma del progreso ante los evidentes costos sociales y económicos de todo tipo que conlleva la lógica del saqueo de los bienes comunes de la naturaleza; se manifiestan en la evidencia de que el brutal crecimiento del PBI en los primeros años del ciclo K, y el evidente aumento del empleo, tuvieron como contracara estructural que más de un tercio de los trabajadores se encuentran “en negro” (es decir, sin ningún tipo de derechos laborales) y que casi el 50% sufre distintas formas de precarización del empleo. Allí se ve la falacia del discurso neodesarrollista que deposita gran parte de la mejora social en el crecimiento económico y la industrialización, cuando en realidad la generación de más riqueza no dice nada respecto a cómo se reparte; se evidencian con la crisis energética –consecuencia de que el K mantuvo la matriz menemista de privatización de los hidrocarburos, apenas modificada por la renacionalización parcial de YPF–  lo que demanda una constante salida de dólares para financiar las importaciones de combustible; se muestran con la suba acelerada de la inflación, fruto de los bajos niveles de inversión de capital como así también de la concentración monopólica y oligopólica de la producción y distribución de las mercancías en el país, más que de un supuesto recalentamiento de la economía por la puja salarial, tal como afirma la vulgata neoliberal. El punto es que el capital busca mantener intocadas las altas tasas de ganancia que obtuvo en estos años, trasladando aumentos salariales a precios y evitando aumentar sus inversiones productivas, a pesar de los enormes subsidios que buena parte de las grandes empresas recibieron del Estado en este período; los límites se visualizan en el deterioro acelerado de los servicios públicos de las empresas privatizadas y la infraestructura en general, como se ve en el sistema de transporte, en las brutales y reiteradas inundaciones –como las que presenciamos en La Plata hace pocos años o en Lujan y otras zonas de la provincia de Buenos Aires este año- y en los colapsos del servicio de electricidad ante cualquier suba importante de la temperatura. Allí se pone de manifiesto cómo el ciclo K mantuvo continuidades clave con el ciclo anterior que eclosionan en la actualidad. Finalmente, se manifiesta con toda su fuerza en la extranjerización de la economíadonde, más allá de la utópica búsqueda de la burguesía nacional por parte del gobierno, el grueso de las empresas más grandes son trasnacionales y/o parte de grandes grupos locales trasnacionalizados.[1] El gran capital realmente existente apunta a las exportaciones agroindustriales o de ciertos nichos tecnológicos, mucho más que al mercado interno. Acomodados al ciclo de financiarización del capitalismo actual, todos esos grupos utilizaron buena parte de los subsidios estatales para la fuga de capitales y la especulación cambiaria. La falta de divisas, la baja acelerada de las reservas del Banco Central y el aumento del déficit fiscal –ante la ausencia de todo cambio en la matriz inequitativa de los impuestos en la Argentina, donde la mayor recaudación sigue proviniendo del IVA– tienen su raíz en el tipo de capitalismo dependiente y atrasado que domina la estructura socioeconómica de nuestro país. Sus aspectos más negativos afloran con toda su fuerza ante el nuevo escenario mundial, más allá de las medidas de redistribución del ingreso, de aumento  de la inversión estatal y de cierto crecimiento de la industria local, que se ensayaron en el ciclo K. Con la disminución del crecimiento económico se pone en evidencia mucho más lo que se mantuvo y profundizó respecto al neoliberalismo, que los aspectos que, sin duda, se modificaron.
Los verdaderos desastres de la administración de Scioli durante 8 años en la Provincia de Buenos aires evidenciaron estos elementos con toda su crudeza y una buena parte de la huida del voto del FPV –más de dos millones y medio entre 2011 y el 2015 si tomamos la primera vuelta– se explica a partir de esto y no con la culpabilización infantil que cierto progresismo pretende atribuir a la izquierda y el voto en blanco.
El problema central es que el descontento social ante la crisis estructural del modelo neodesarrollista lo pudo capitalizar mucho más una coalición de derecha que la izquierda y las fuerzas populares. Hay allí un elemento que tiene que ser pensado en toda su profundidad. El triunfo del macrismo no puede ser leído en clave de la derechización de más del 50% de la población argentina, más allá del núcleo duro de Cambiemos que sin duda asume esa perspectiva. Hay que reflexionar por qué franjas de nuestro pueblo votan, como forma de castigo a sus gobernantes, a quienes sin duda empeoraran todos esos aspectos. Hubo sectores empobrecidos, invisibilizados por el discurso oficial, que votaron por el macrismo cómo una forma de expresar su descontento por su situación cotidiana.
También debemos decir que esa situación nos habla de los serios límites de las corrientes que postulamos una salida no capitalista y estamos muy lejos de ser percibidos por las clases subalternas como una opción de peso capaz de canalizar ese descontento.

Una derecha renovada

Aún sin prever el triunfo final del macrismo, desde este portal tras las PASO advertíamos sobre el riesgo de minimizar el ascenso del PRO y su hegemonía sobre una coalición de la derecha -instalada desde hace rato la UCR en ese polo ideológico-. Decíamos en esa oportunidad:
“El macrismo es el que mejor encarna los elementos identitarios del neoliberalismo más recalcitrante, que tiene bases sociales importantes en la sociedad Argentina.
La estructura social del país con su acentuada fragmentación social, el persistente vaciamiento de la educación y la salud pública con el consiguiente desplazamiento de importantes franjas de la población –superior al 50% en CABA– hacia la educación privada y las prepagas, el crecimiento de los barrios privados y, peor aún, el sueño de muchos de vivir en esos barrios, la gran herramienta hegemónica de la inseguridad, el peso de las capas medias asociadas a fenómenos como la sojización, el quiebre de los espacios públicos y el deterioro de las formas de construcción colectivas de sentido, la precarización y heterogeneización acentuada de la clase obrera son, por mencionar algunos aspectos, sólidas bases para que crezca una opción de derecha con fuertes perfiles tecnocráticos. Los elementos simbólicos conservadores permean fuertemente a amplias capas medias y de asalariados convencidos de que su mejor posición social obedece a su supuesto esfuerzo individual mientras el Estado sostiene con planes a quienes no quieren trabajar ni esforzarse. Ése es un núcleo central del neoliberalismo a nivel mundial, la idea de que la exclusión es culpa de los excluidos. Se observa en el mundo y en la región que esas interpelaciones se apoyan en franjas sociales más proclives a movilizarse bajo banderas reaccionarias disputando las calles en determinadas coyunturas, posibilidad que las propuestas de derecha no tenían en otros momentos históricos, al menos en Argentina. El carácter volátil de esas movilizaciones no debe hacer perder de vista su reiteración. Es sobre esas fracturas sociales y sobre ese imaginario que puede consolidarse un espacio orgánico con posibilidades de construir hegemonía. Es cierto que esas propuestas aun tienen límites sociales claros después del 2001, pero también lo es que han crecido persistentemente y negarlo es suicida. A su vez, las divisiones y dificultades serias para resistir al macrismo y sus medidas en CABA, incluidos todos los espacios de la izquierda, requieren de un análisis más detenido con alguna dosis importante de autocrítica”.
Hoy debemos agregar que el triunfo de Macri también expresa un fenómeno regional donde la derecha orgánica ha sido capaz de entrar en un proceso de modernización con nuevos liderazgos de una generación más joven: Capriles en Venezuela, Macri aquí, Lasso en Ecuador, en determinado momento Piñera en Chile, etc. En muchos de esos casos son figuras surgidas directamente del propio poder económico más concentrado que busca actuar en el sistema político de manera directa, sin mediaciones y que mediáticamente aparecen como supuestamente más moderados, capaces de aceptar –al menos discursivamente– ciertas leyes sociales surgidas de los gobiernos progresistas pero a la vez, desde los espacios institucionales que alcanzan a controlar, generan medidas que acentúan la fragmentación social y la destrucción subjetiva de las clases populares.
Respecto a la Argentina, es un hecho regresivo histórico ya que desde la segunda década del siglo XX el poder económico más concentrado no podía construir una herramienta política plenamente propia por lo que debía apoyarse en las dictaduras militares reiteradas (seis golpes de Estado en el Siglo XX) o en las alas de derecha de la UCR y el PJ hasta llegar a la coalición menemista donde era el carisma de Menem y su control del peronismo lo que permitió implementar el programa histórico de la derecha liberal. Hoy, por el contrario, esa derecha orgánica es la que controla el Poder Ejecutivo, hegemoniza la alianza de gobierno y administra con sus cuadros gerenciales las estratégicas Provincia de Buenos Aires y la CABA uniendo la administración nacional con los dos distritos principales del país.
Ese cambio histórico se explica no sólo por los efectos de largo plazo del ciclo neoliberal y sus continuidades en el kirchnerismo sino también, paradójicamente, por determinados efectos del 2001. Efectivamente, la destrucción del esquema bipartidista que nunca más se pudo recomponer abrió paso al ascenso del PRO como una nueva herramienta política que albergó cuadros de la derecha del PJ y de la UCR junto a los restos de experiencias clásicas de la derecha cómo la UCEDE de los Alsogaray, el Partido Demócrata, el Conservador, la Democracia Progresista y una variada fauna, en parte partícipe de la dictadura de Videla, pero que no tienen un papel determinante en el nuevo armado. A su vez, gran parte de su base activa recién se acercó a militar en esta estructura durante el ciclo K, tanto desde las universidades privadas, alguna pública cómo la Facultad de Derecho de la UBA o los estratos gerenciales de muchas empresas. Otra vertiente proviene desde los círculos católicos o protestantes virulenta o tibiamente opuestos a algunos de los cambios en las pautas de la vida cotidiana que ha traído el postmodernismo pero también determinadas conquistas relacionadas con la diversidad sexual y la problemática de género. El caleidoscopio de apoyos incluye un sector del judaísmo profundamente sionista.
El ascenso del PRO es también un retoño no deseado de los contradictorios sentidos que operaron en el proceso de luchas condensado en el 2001 en un plano aún menos directo y más retorcido. En esas jornadas populares mayoritariamente se expresaron sentidos de lucha que evidenciaban la voluntad de amplios sectores de tomar la política en sus manos y construirla desde una concepción de acción directa, democracia de base y protagonismo que algunos expresamos en la formulación de Poder Popular. Pero otra de las tendencias que se expresaron en ese proceso –y que por cierto había emergido antes– tenía que ver con la antipolítica, es decir con concebir la gestión de la vida social como algo absolutamente ajeno,  necesariamente corrupto y en manos de una clase política que por definición es lejana, no propia. De allí la tentación de encontrar al administrador honesto, que no venga de “la política” y tome las decisiones de la administración de manera eficiente, no contaminada por “lo viejo”. El macrismo expresa con mucha capacidad ese sentido común que empalma con elementos centrales del neoliberalismo pero a la vez se nutre, de manera deformada, de cierto malestar con los procesos transformistas que absorbieron a lo largo de estas décadas de democracia burguesa a los dos partidos mayoritarios y a camadas enteras de líderes obreros, territoriales y estudiantiles. Si Menem fue el primero en explotar esto convocando al sistema político a Reuteman, Palito Ortega, los mismos Daniel Scioli y –duhaldismo de por medio- el propio Macri; es el espacio del ingeniero el que mejoró la fórmula popularizando a un connotado miembro de la más alta elite por medio de la gestión del club de futbol más emblemático del país y convocando figuras del espectáculo y el deporte cómo Miguel Del Sel, Mac Allister o Baldassi.
La imagen de venir desde “fuera” de la política borrando todo el pasado del Grupo Macri y del propio Mauricio en la gestión del conglomerado ha sido clave para su crecimiento.
Contó además con una altísima protección mediática y el uso de una constante victimización frente al gobierno K  que a su vez, como vimos, actuó de manera funcional frente a la gestión del PRO.

Medidas próximas, fortalezas y debilidades del gobierno de Macri

En lo que respecta a las medidas económicas venideras hay una visión bastante extendida, previa al resultado electoral de que, fuera Macri o Scioli el ganador, el núcleo del programa venidero reside endevaluar fuertemente –la Unión Industrial pretende que existe entre un 30% a 40% de atraso cambiario–, competir en exportaciones vía salario más bajo y subir las tarifas de los servicios públicos;reiniciar un ciclo de endeudamiento negociando con los Fondos Buitres y generando las condiciones para un salto en la llegada de inversiones de capital extranjero; mantener en caja el conflicto social con la dureza necesaria aunque sin suicidarse –lo que implica continuar con ciertos aspectos redistribucionistas del neodesarrollismo–; y reformular la política internacionalalejándose del eje de Venezuela-Bolivia-Cuba, a partir de un acercamiento hacia Estados Unidos.
En el fondo, para el bloque dominante, en todas sus fracciones, ha llegado el momento de cerrar definitivamente el 2001 y las concesiones que se debieron hacer en el marco de las relaciones de fuerza generadas por ese ciclo de luchas.
La diferencia respecto a la victoria de Scioli tenía que ver más con la posible gradualidad de esas medidas económicas o con una política internacional más cauta, al menos inicialmente, en su distanciamiento hacia los países del ALBA, no con una supuesta distinción entre dos modelos como planteo el discurso K. La victoria de Macri marca un acentuado giro de la política internacional –en especial respecto a Venezuela cómo se ve en su anuncio de apelar a la llamada clausula democrática para apartarla del Mercosur y un escenario donde el ajuste tendrá mayor  velocidad. Algunos sostienen que Macri no buscará un ajuste feroz en lo inmediato sino consolidar progresivamente su poder. Otros dicen que el efecto del triunfo, los meses de expectativa que un sector social amplio le suele conceder a un nuevo gobierno y el amplio apoyo mediático le generan condiciones como para arrancar con una devaluación amplia y un ajuste importante aplicando rápidamente lo que después le costara más hacer. Una variable de esa mirada anuncia una feroz remarcación de precios antes del 10 de diciembre para que los costos de ese ajuste caigan en el actual gobierno lo que permitiría además presentar las primeras medidas del gobierno cómo “salvadoras”. Creemos que es más posible una combinación de las dos últimas perspectivas porque la anunciada unificación del tipo de cambio y el levantamiento del “cepo” al dólar sólo se puede sustentar en una fuerte devaluación que inexorablemente se trasladará a los precios.
La apuesta del macrismo es compensar ese ajuste con una fuerte entrada al mercado de los dólares que los agroexportadores retienen al no haber vendido la cosecha esperando la devaluación; una llegada de capitales extranjeros atraídos por las nuevas condiciones más favorables, un firme apoyo de EEUU y la Unión Europea amplificando la suba de la bolsa y las acciones de las grandes empresas que su triunfo ya trajo. Ese flujo, suponen, le permitiría mantener la venta de dólares y un “veranito” de consumo para las clases altas y medias urbanas mientras busca el acceso a un nuevo ciclo de endeudamiento externo para financiar eso. El resultado final es conocido por gran parte de la sociedad, pero puede demorar unos años si logra pasar el escenario complicado del 2016 y obtiene una victoria en las legislativas del 2017.
Ese programa requiere enfrentar las protestas iníciales con una acentuada militarización de la sociedad a nivel de la vida cotidiana –más policía, más cámaras, más gendarmería en las calles, más casos de gatillo fácil y torturas en las comisarias, tendencias que operaron con indudable fuerza en el ciclo K y de leyes más duras para la movilización y los piquetes. En lo posible tratará de evitar megarepresiones muy visibles, pero las desarrollará, como quedó muy claro en el Indoamericano, el Borda o la Sala Alberdi, si el nivel de movilización supera un determinado umbral. Nada sustancialmente diferente en ese aspecto de lo que la tríada Granados, Casal y Berni auguraba si el triunfo era de Scioli.
Para consolidarse cuenta con los ya descriptos procesos de fragmentación social, la desideologización y despolitización de una importante franja social, la euforia de los mercados y la llegada de capitales, el rotundo apoyo empresarial y mediático pero también de importantes franjas de la burocracia sindical plenamente dispuestas a instalarse en ese escenario negociando con el nuevo gobierno. Allí se anotan en primera fila Moyano y Barrionuevo pero también más de un burócrata que se mantuvo en el FPV en este ciclo. De manera que Cambiemos tendrá una pata sindical que no tuvo la Alianza.
Cuenta con la acentuada diáspora de las organizaciones populares y la apelación permanente a la “desastrosa herencia” que le deja el kirchnerismo. A su vez, todo conflicto social será mostrado como una conspiración del K duro para no dejarlo gobernar, en especial en la explosiva Provincia de Buenos Aires.
Al mismo tiempo intentará acercarse a sectores del peronismo, requisito ineludible de la gobernabilidad, sea a través de miembros de la liga de gobernadores afines al sciolismo, como Urtubey, sea por medio del Frente Renovador de Massa. Éste deberá resolver entre la tentación de una alianza con el macrismo incorporándose al gobierno o su seguro intento de disputar la estructura del PJ, lo que requiere mantener un perfil al menos tibiamente opositor. Un camino intermedio es intentar el control del peronismo a la vez que negocia con el gobierno de Cambiemos apoyo legislativo tanto a nivel nacional cómo, sobre todo, en la Provincia de Buenos Aires pero sin asumir cargos ejecutivos demasiado visibles.
Todas esas tendencias pueden jugar a favor para que el nuevo gobierno derive en algo mucho más trágico que es la posibilidad de un ciclo hegemónico dominado por la derecha orgánica.
En contra de la posibilidad de que el gobierno de Macri se consolide en los próximos años operan también importantes factores.
Aunque el discurso catastrofista de cierto progresismo K anuncia una sociedad fascistizada la cuestión, cómo señalamos, es mucho más compleja y contiene elementos que no abonan esta hipótesis. Cualquier ajuste deberá tomar en cuenta que, a diferencia del menemismo que se encontró con un pueblo al que la hiperinflación le había asestado un duro golpe que lo llevó a aceptar al neoliberalismo – y aún así debió enfrentar fuertes luchas como las de los telefónicos o ferroviarios-, el gobierno actual se encontrará con un piso de resistencias que no es el del 90. El nivel de organización y existencia de organizaciones populares por abajo, sin caer en ninguna magnificación falsa, es importante aunque su talón de Aquiles son sus escasos grados de unidad. A su vez, la consolidación de la salida neoliberal pura requiere de una feroz derrota de las organizaciones populares a nivel celular que para nada se ha producido aunque el ciclo K las haya debilitado. Hay franjas sociales más conscientes de lo que estas políticas implican, que se expresaron en el voto a Scioli como mal menor así cómo en los muy minoritarios votos en blanco o nulos o la abstención. Eso implica un piso determinado para la resistencia que puede ampliarse ante determinadas coyunturas.  También algunos de los sectores que votaron al macrismo desde la despolitización y el descontento, pero no de una acabada visión reaccionaria, pueden desengañarse rápidamente.
A nivel del sistema político Cambiemos tendrá minoría en ambas cámaras, sobre todo en el Senado, con lo que frecuentemente tendrá que apelar al decreto lo que pondrá en evidencia la falacia de los discursos republicanos. Además deberá sostener un gobierno de coalición con la UCR y la Coalición Cívica, un tipo de gobierno para el que no hay ninguna tradición política en Argentina. Al mismo tiempo tendrá que construir una cuarta pata peronista de su gestión que requiere de otros niveles de acuerdo. Si el PRO se cierra en sí mismo, con el problema que ya tiene de una aguda carencia de cuadros para administrar la gigantesca Provincia de Buenos Aires, generará agudas disputas internas. Ya los radicales hacen oír en los pasillos su descontento por lo poco que les viene tocando en el reparto de cargos. Si, por el contrario, el PRO abre el juego deberá asumir niveles de descentralización de las decisiones que son contrarias a su naturaleza. La llegada de miles de tecnócratas provenientes de la gestión empresarial, muchos de ellos sin experiencia previa en la gestión pública, que traerán lógicas de administración acuñadas en el seno del poder económico puede derivar en una perversa combinación de aplicación de políticas de exclusión sazonadas por la ineficacia e incapacidad de sus cuadros medios, lo que puede acelerar su desgaste. Sin duda, en los empleados estatales en general y en la docencia en particular se encontraran polos de resistencia que hay que fortalecer y potenciar en los años venideros.
La cuestión de fondo es que la recomposición de la gobernabilidad K estuvo muy lejos de reconstruir el sistema de partidos que destruyo el ciclo del 2001 y una fuerza nueva o una coalición de partidos puede llegar a ser desbordada rápidamente por una crisis de gobernabilidad.
A su vez, las tendencias estructurales del sistema capitalista en crisis que ya describimos no son de corta duración. La baja de los precios de las exportaciones y la disminución de las exportaciones hacia determinados mercados no son aspectos que vayan a desaparecer en lo inmediato. Por el contrario, hay un escenario global de alta volatilidad que puede repercutir de maneras inesperadas y que va más allá del flujo inicial de capitales que la euforia del poder concentrado garantice. De la misma manera, si el triunfo de Macri refuerza un escenario regional más derechizado la relación de fuerzas hoy existente en la región, aún con el triunfo del macrismo, no escoró todavía definitivamente a favor de la alianza del Pacífico y el TPP propiciado por EEUU. En cambio, una derrota de los bolivarianos en Venezuela en las próximas elecciones del 6 de diciembre sí implicaría un cambio clave en las relaciones de fuerza de la región. Si ese escenario se da estaríamos frente a una oleada neoconservadora regional con características de revancha de clase que se volverá el vector dominante durante un período.
Lo determinante en ese escenario pasará por la capacidad que tengamos las fuerzas de la resistencia para construir barreras insalvables a las estrategias de la fuerza gobernante.

Pensando la resistencia

No hay que encerrarse en las miradas que conciben la política tan sólo como juego de ajedrez entre la militancia organizada, y advertir que la principal brecha que se abre es en la sociedad civil. La combinación de crisis mundial del sistema capitalista que se expresa como crisis civilizatoria, el agotamiento del modelo neodesarrollista,  el recambio político con el ajuste que trae el macrismo y el descontento social, con un posible nuevo ciclo de luchas, abre la posibilidad de crecer en influencia social en la población. La tarea esencial de la izquierda independiente o popular en la que nos referenciamos pasa por insertarse sólidamente en esos conflictos porque, si no se autoniega, tiene para ofrecer una concepción diferente al de otras opciones: el poder popular, la crítica a la política sistémica cómo mera representación y una perspectiva de la revolución como autoemancipación de las clases subalternas.
Es imprescindible evitar sectarismos aislacionistas así como todo bandazo de sobrevalorar o minimizar las posibilidades del gobierno macrista. Una de las claves pasa por construir anillos de unidad alrededor de la conflictividad social y no de meros acuerdos de orgánicas, sin descartar esto último pero sin que sea el eje exclusivo de la recomposición de la unidad. La lucha social defensiva y reivindicativa deberá tener marcos de amplitud importantes y más amplios aún los anillos defensivos que se deben desplegar para frenar o dificultar la ofensiva represiva. Esto requiere que el nivel de medición para impulsar la unidad deba pasar por la actitud y disposición concreta de desarrollar y potenciar la conflictividad social por abajo.
Al mismo tiempo que se es amplio en la lucha hay que evitar todo intento de compartir y/o subsumirse en estructuras y herramientas hegemonizadas por el K, no guiados por concepciones sectarias sino porque estos espacios siempre supeditarán las demandas populares a la estrategia de recomposición del K y su regreso como fuerza gubernamental. El triunfo del macrismo le abre al K más duro alguna posibilidad de recomposición. Si se impone como vector dominante de la resistencia eso significa la renuncia en los hechos a todo proyecto emancipatorio que cuestione al sistema capitalista y el retorno a un neodesarrollismo que ha tenido mucho que ver con este escenario más adverso. Pelear juntos, si hay voluntad real de hacerlo, sí. Seguidismo oportunista, no. Paralelamente hay que diferenciar la base social que acompañó este ciclo de sus estructuras y cuadros dirigentes.
Es imposible aún determinar si habrá un eje de conflicto que será el determinante en los años venideros. Seguramente las luchas sindicales, empezando por la de empleados públicos cómo ya señalamos, las estudiantiles, de género y contra los efectos más brutales del extractivismo estarán a la orden del día. Aún así, nos parece que los conflictos en las grandes urbes con un capitalismo que reformatea agudamente los espacios públicos expropiándolos para el mercado en múltiples dimensiones y que potencia enormemente la especulación inmobiliaria expulsando a las clases populares hacia las periferias adquiere una dimensión específica a abordar con profundidad en los próximos años. El derecho a la ciudad cómo articulador de la enorme variedad de disputas al interior de las metrópolis puede ser un eje muy importante. No faltan organizaciones con nivel de desarrollo por abajo que lleven adelante luchas de resistencia por la vivienda, la salud, la educación, el enrejamiento y la privatización parcial de plazas y parques, la multiplicación de  grandes torres y el colapso de los servicios, por mencionar algunas de las cuestiones que reflejan cómo opera la desposesión a nivel de la ciudad. Lo que falta son miradas de conjunto que condensen capacidades de presión y movilización en determinados puntos para hacer retroceder algunos de esos avances. Faltan espacios que canalicen la voluntad de miles que se llenan de bronca frente a estos procesos pero que no tienen donde expresarla. Si sabemos que en el corto plazo van a crecer, cómo ya lo vienen haciendo, exponencialmente las tarifas de transporte y de servicios públicos hay que pensar iniciativas que hagan frente a esos procesos que construyen una ciudad cada vez más cara e invivible para las clases populares. Nos imaginamos que quizás haya condiciones para la aparición de espacios por abajo, abiertos, que no partan del requisito de tener  una identidad partidaria u organizativa previa, asamblearios, pensados desde  la democracia de base, cuyos ejes muy simples sean asumir la defensa en todos los niveles de lo público y comunitario y el derecho a la ciudad por medio de la autoorganización y la acción directa. Que seguramente deberán ser impulsados inicialmente por una militancia vinculada a espacios organizados previamente pero que no tengan como objetivo absorberlos para engordar sus orgánicas sino para desarrollarlos en el territorio como construcciones comunitarias con vida propia, masiva, pública, en la calle, como aporte a reconstruir niveles de sociabilidad por abajo que sean un piso político-cultural para la resistencia hoy y para un proyecto emancipador de cara al futuro. Su nombre es lo de menos –comités, casas populares, etc.- lo determinante es el sentido que deben adquirir. Obviamente, el despliegue de estas formas de organización implica combatir las lógicas autoreferenciales, vanguardistas –en el peor sentido del término- y elitistas que colonizan gran parte de nuestras prácticas.
Hay que evitar que la prioridad puesta en la disputa por los sentidos de la conflictividad conduzca nuevamente a un mayor peso de posiciones de autonomismo extremo que niegan la necesidad de desplegar estrategias integrales que den disputas en diversos niveles. Más aún, es necesario hacer esfuerzos por la convergencia de determinados embriones de lucha político electoral surgidos recientemente como Pueblo en Marcha en CABA y Provincia de Buenos Aires, elPartido por la Dignidad del Pueblo en Jujuy o el Frente Ciudad Futura en Rosario así como otras experiencias provinciales que pongan el acento en potenciar en otros espacios las construcciones de Poder Popular y no en subordinarlas a las herramientas políticas. Esa convergencia debe despojarse de toda tentación de asumir un perfil centroizquierdista bajo la errónea especulación de pretender canalizar una parte de la base social y activismo cercana al K desde esas posturas.
Ese plano de recomposición de la unidad no debe entenderse como contradictorio con el acercamiento al FIT y la continuidad de alianzas electorales y, por supuesto, en los conflictos por abajo. Los compañeros han ocupado por mérito propio un lugar en el imaginario social que los ubica como la única fuerza de izquierda nacional y, salvo tentación autosuicida (lamentablemente no totalmente descartable) eso no se modificará en el escenario venidero. Un horizonte de lucha por el socialismo, una voluntad efectiva de presencia en los conflictos –sobre todo sindicales y el crecimiento de mediaciones impulsadas desde ese espacio relacionadas con la lucha de género, la diversidad sexual o experiencias culturales y de contrainformación los ha ubicado como polo indudable de todo reagrupamiento y resistencia popular. Al  mismo tiempo, esa recomposición choca con límites indudables. Sabido es la dificultad y rechazo expreso de algunos de sus componentes a toda ampliación del FIT, lo que actuó como traba de toda recomposición profunda de la izquierda que vaya más allá de pedir que se los vote. De manera más preocupante, el conjunto del FIT concibe el acuerdo como algo exclusivo de las orgánicas partidarias y en el plano electoraldesaprovechando la posibilidad de desarrollar espacios, locales, comités unitarios por abajo abiertos a todo un activismo que no milita en ninguna de las fuerzas partidarias, pero ve con simpatía todo reagrupamiento y quiere mantener la necesidad de una salida socialista como bandera. Algo de la potencialidad que otra forma de construcción puede tener, se vio en la convocatoria del denominado Polo de Izquierda a apoyar y participar en el FIT en CABA. No parece que estas serias limitaciones, que tienen su sustrato de fondo en que los partidos fundadores del FIT comparten la prioridad dada a la disputa por la “dirección” y la representación del pueblo trabajador, vayan a modificarse, al menos en el corto plazo, con lo que toda estrategia que se centre exclusivamente en constituirse como cuarto polo o pata al interior del FIT se encontrará con dificultades insalvables.
Estamos convencidos que en el ciclo de resistencia que se avecina entre las construcciones prioritarias se encuentra la necesidad de construir una articulación de espacios que compartieron –y en algunos casos aún comparten– matrices identitarias comunes, como un aporte a una unidad superior. Su nombre es lo de menos, “izquierda independiente”, “izquierda popular”, “nueva-nueva izquierda”. Lo decisivo debe estar en las concepciones que lo orienten: su voluntad firme y decidida por dar batalla al sistema sin medias tintas; que sea portadora de una subjetividad que prioriza la praxis –en su sentido gramsciano de fusión de teoría y práctica– por sobre los dogmas y los programas “perfectos” que terminan siendo sólo papel; que recupere de la generación del 60 y del 70, entre otras cosas, el imperativo de poner el cuerpo, de involucrarse de lleno en la acción transformadora; una subjetividad que tenga como norte principal la construcción de colectivos sociales regidos por las formas más democráticas posibles, sin renunciar por ello al desarrollo de instancias organizativas que posibiliten la transmisión de la experiencia y la continuidad de las prácticas emancipatorias; una subjetividad que camine hacia un horizonte de una sociedad sin explotados ni explotadores, pero que asuma que el tránsito hacia esa utopía se hace desde ahora, construyendo con otros valores, forjando los embriones de las relaciones sociales venideras; una subjetividad que entiende que hay que combatir todas las formas de opresión (de clase, de género, de etnia) porque comprende que las relaciones de dominación operan en todos los planos de la vida social y no sólo en el de las relaciones de producción; una subjetividad que rechaza los discursos que, en nombre del progreso, la modernidad y el desarrollo de las fuerzas productivas, destruyen los bienes comunes de la naturaleza y ponen a la humanidad a las orillas del abismo; una subjetividad que cree que la construcción de contrahegemonía es, sobre todo, la construcción de Poder Popular y esto implica que las clases subalternas pasen a ser sujeto de cambio, que se constituyan como clasepara sí, recuperando el poder-hacer como mecanismo de cambio y empoderamiento colectivo basándose en la autoorganización, la autoeducación y la autoemancipación.
Munidos de esas certezas creemos que se puede aportar seriamente a la construcción de un bloque histórico junto a otras tradiciones emancipatorias y colectivos populares que operan en las más diversas dimensiones de la vida cotidiana.
Es un interrogante si existirá la madurez necesaria para articular ese espacio como un vector específico del período de resistencias o por el contrario primarán estrategias que tienden a diluirlo tras el K o a invisibilizarlo tras la necesaria convergencia con la izquierda.
La empatía con determinadas concepciones de la política no nos impide -aún más, nos demanda- continuar siendo un espacio abierto al diálogo entre las diversas concepciones revolucionarias y todo el arco de las luchas populares. Acompañando las batallas venideras, revisitando nuestra memoria, que es mucho más que un pasado inerte, y sin renunciar jamás a los sueños de un futuro emancipado, seguramente nos seguiremos encontrando con todos/as aquellos/as que no se resignan.
Notas
[1] De acuerdo a la Encuesta Nacional de Grandes Empresas 2012 (ENGE) del INDEC, dentro de las 500 empresas más grandes de Argentina, sólo 178 son de capitales nacionales (aquellas en que la participación de capital foráneo no supera el 10%) mientras que 322 son de capitales extranjeros.
(Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/)

El consumo libera (y resiste)

Diego Valeriano

En estos últimos años la guita en los barrios circulo de manera obscena para algunos. Nunca pero nuca, hubo tanta guita viva saltando de mano en mano: tecnología, falopa, ladrillos y chapas, goce, motos, Coca chorras y desborde son la cara plebeya de la década ganada.

El consumo en su cruda desnudez libera. Y libera en tanto fuerza que da y recibe movimiento, en tanto devela otras fuerzas al intensificarse, en tanto desborda. De allí el temor al runfla con plata, de allí el temor a los territorios desbordados, de allí el temor a los pibes insolentes.

El cristinismo y las vidas runflas se entendieron, se alimentaron, se respetaron y financiaron. Nadie busco ser síntesis de nadie. Un vínculo virtuoso que en los territorios se hizo fiesta. La irrupción de otras formas de vida: distintas, desordenadas, ásperas y gozosas fue la cara más visible e incómoda de la década. Los que siempre consumieron, reniegan sistemáticamente de lo que produce el consumo en los nuevos consumidores. Votaron por el cambio, votaron contra estas formas de vida.

El consumo libera. Desata formas de vida inauditas. Rebeliones y resistencias permanentes, empodera. Descalifica ideas muy asentadas. Las vidas runflas no van a retroceder, no los van a ordenar.

Un fantasma recorre la ciudad y es iletrado, inabarcable e inexplicable. La guerra por el consumo de tan promiscua confunde y mete miedo.

El problema para esta nueva derecha es cuánto van a entender estas formas de vida que mutan desde las periferiarias. En su ADN ideológico esta ordenarlos y controlarlos; aman los pobres buenos, trabajadores y dignos. Los negros y las rochas son indómitos. Acá está el primer conflicto real por venir.

Operación de pinzas

Diego Sztulwark y Mario Santucho


Dos hechos comunicacionales de envergadura (no uno) condimentaron el desayuno del primer día del país macrista. Gestos que no resultan para nada anecdóticos. No sólo porque parecen fríamente calculados para marcar a fuego cabezas aún abombadas por el golpazo electoral, sino también porque afectan al nervio mismo de la vitalidad popular y democrática de las últimas décadas. Si alguna vez se pensó que Cambiemos era una plataforma política desideologizada, y que su retórica liviana evidencia un vacío conceptual, es hora de parar con el boludeo. La juerga, el bailecito, los globos y la espontaneidad calculada, son apenas espuma para la tribuna.

Nos referimos, por un lado, al sonado editorial de La Nación: No más venganza. Por el otro, a la conferencia de prensa inaugural del presidente electo, ladeado por los tres principales cuadros del PRO. La primera, una puñalada letal al corazón de las luchas que signaron el ciclo largo de la transición, y los años de gobierno kirchnerista: la política de derechos humanos. La segunda, una apelación reiterada a la reunificación nacional, al estemos todos juntos, al sin sentido del desacuerdo, como si la conflictividad social fuese un mal chiste del pasado.
Podría pensarse que estamos ante señales contradictorias emanadas del mismo comando. Tal vez se trate de la explicitación de un diferendo que pone en tensión a la nueva derecha. De un lado, una perspectiva más tradicional que vuelve una y otra vez hacia el pasado, con la intención de trastocar lo que considera una derrota cultural inaceptable.  Es cómico ver cuan en serio se toman al viejo Gramsci los reaccionarios argentinos, incrédulos ante el hecho de haber ganado una guerra en el terreno militar, para luego ser derrotados en los escritorios. De otra parte, un ímpetu posmoderno, incluso posthistórico, que se sacude los lastres del origen y se regodea, atentos a los modales básicos de la corrección política, en un presente hecho pura imagen. El propio Mauricio Macri se encargó, en la conferencia de prensa aludida, de ratificar que dejaría actuar a la justicia “libremente” en los casos de Lesa Humanidad. Este liberalismo aggiornado nos dice que la Justicia también está gobernada por una mano invisible, como el mercado, lejos de cualquier influencia política. Semejante neutralidad en la materia es, en realidad, una posición doctrinaria, cuyas consecuencias pueden preverse: diluir las responsabilidades penales de los civiles que colaboraron activamente con la dictadura y, sobre todo, refrenar los intentos actuales por determinar quiénes fueron los empresarios cómplices y beneficiarios económicos del “proceso de reorganización nacional”.    
Vale la pena, sin embargo, tomarse un poco en serio a quienes dirigen y sostienen lo que quizás sea la principal institución del liberalismo vernáculo. La pregunta es: ¿fue un simple exabrupto, que rápidamente pasará al olvido? ¿Algún dinosaurio ansioso que metió la pata y volverá mansamente a su redil, anoticiado del daño que puede hacerle al proyecto hegemónico de sus camadaras? ¿O hay algo, tal vez in-orgánico, que articula estos enunciados, una línea racional (y temporal) que los dispone como una verdadera operación de pinzas?


Tribuna de doctrina

“La elección de un nuevo gobierno es momento propicio para terminar con las mentiras sobre los años 70 y las actuales violaciones de los derechos humanos”, dice la “Editorial Abierta” de La Nación. Hay un timing específico del intelectual orgánico, pero la línea que separa la intervención virtuosa de una torpe bajada de línea a veces se evapora con facilidad. Ya había sucedido en mayo de 2003, también ante la resolución de un escenario de balotaje, cuando uno de los hijos dilectos del periódico “fundado por Bartolomé Mitre”, Claudio Escribano, dictó con tono de amenaza un pliego mínimo de exigencias al entonces recién llegado Néstor Kirchner. Las respuestas no se hicieron esperar, y el panfleto cumplió exactamente el rol opuesto al imaginado por su autor: un recetario de lo que no debería hacerse. Esta vez la reacción fue más contundente aún, pues los propios periodistas del matutino fundado en 1870, reunidos en asamblea, manifestaron su desacuerdo y hasta difundieron un comunicado de repudio, que fue publicado en la propia web del diario en cuestión.
Volvamos al contenido del artículo: las causas judiciales por violaciones de lesa humanidad son el resultado de una versión mentirosa de la historia, que se adjudica a una “izquierda ideológicamente comprometida con los grupos terroristas que asesinaron aquí con armas, bombas e integración celular de la que en nada se diferencian quienes provocaron el viernes 13, en París, la conmosión que sacudió al mundo”. En términos prácticos, el nuevo gobierno debe terminar con la venganza que puede constatarse en dos puntos concretos: “el vergonzoso padecimiento de condenados, procesados e incluso de sospechosos de la comisión de delitos cometidos durante los años de las represión subversiva y que se hallan en cárceles a pesar de su ancianidad”; y cesar la “la persecución contra magistrados judiciales en actividad o retiro”, en referencia a los cómplices de la dictadura que aún sobrevivien en el aparato judicial.
Pero la demanda central consiste en corregir la pedagogía política estatal del gobierno que se despide, para poner la lente sobre los “responsables de haber incendiado al país en los años setenta”. “Ha llegado la hora de poner las cosas en su lugar”, claman los dueños de La Nación, luego de una arenga verdaderamente brutal más no irracional: “La sociedad dejó aislados a esos ‘jóvenes idealistas’, mientras el terrorismo de Estado los aplastaba con su poder de fuego, sin más salvedades que las de algunas voces aisladas, sin más ley que la de la eficacia de operaciones militares que tenían por objetivo aniquilar al enemigo y sin una moral diferente, en el fondo, que la de los rebeldes a quienes combatían.”


Violencia y política

En el centro de la escena televisiva, sin embargo, las nuevas autoridades derrochan optimismo y ofrecen concordia, inaugurando un estilo descontracturado donde no hay lugar para la discordia, ni para la venganza. Ellos y sus asesores insiste en que han pasado de pantalla, instalados en pleno siglo XXI, lejos de las confrontaciones ideológicas. Pero, intuimos, hay una conexión virtual que unifica ambos eventos mediáticos.
Si La Nación se siente urgida a “poner las cosas en su lugar”, es porque junto a la “causa de los derechos humanos” lo que emerge es un problema persistente en nuestra historia pasada y presente: el de la intensificacion de la conflictividad social y junto con ella, el de la violencia política. La inminencia de la crisis, y la incertidumbre que suponen los planes de reestructuracion económica en danza, reflotan el fantasma de la violencia estructural, que no puede ser tratada exclusivamente bajo la forma de una violencia patológica a erradicar. No es casual, entonces, que se compare a las organizaciones revolucionarias de los años setentas, sin el más mínimo rigor histórico, con las recientes y repudiables acciones terroristas en París.
Quizás sea este temor secreto ante un posible resurgir de la protesta popular, el que brotó inmediatamente al confirmarse la mutación en el escenario político. No es ilógico. Una nueva derecha que se propone reformatear a la sociedad desde los parámetros empresariales, con sus criterios de éxito y su prédica emprendedora; que apuesta a construir un nuevo sistema político, mas allá del formato impuesto por el peronismo; y que añora reinsertar al país en el concierto global dominado por el neoliberalismo, no puede abstenerse de brindar una narración de la historia reciente. No alcanza con la estética y el manual de estilo. Si es cierto que no estamos ante una mera continuidad del liberalismo conservador que sembró de muerte el siglo XX argentino, con su Partido Militar como herramienta; si tampoco fuera del todo preciso comparar lo que viene con el menemismo noventista, privatizador y extranjerizante; no es sólo por una cuestión de buenas intenciones. Y la versión PRO del universo social tiende a identificar ligeramente los males que nos acosan (narcotráfico, clientelismo y corrupción), sin pensar el fondo orgánico de los conflictos y la naturaleza estructural de las tensiones sociales.
Un tema crucial salió a luz en este primer debate de la era macrista: la noción misma de democracia que supimos conseguir. Solo un pensamiento sumido en la más estricta banalidad, o una visión expresamente maniquea, ignora que la paz nunca es ausencia de guerra, sino el precario estado de equilibrio que permite tramitar los desacuerdos con arreglo a ciertos marcos. Cuando la conflictividad social se mantiene dentro de los contornos previstos por el ordenamiento republicano, no es porque tales formas institucionales contengan en sí mismo el atributo de la perfección. Y no hay que viajar a los años setenta del siglo pasado para hallar ejemplos de verdaderos desbordes destituyentes, que ponen en jaque al sistema de representación, impugnando los dictados del poder constituido.
La democracia que heredamos es, ante todo, la difícil construcción de una tregua permanente. Después del 2001, durante el kirchnerismo, y como respuesta a la experiencia insurreccional, se procuraron poner límites a la represión de la protesta y a la lógica del ajuste económico (no siempre de forma consecuente). ¿Cuál será, en los hechos, el tratamiento del nuevo gobierno que inicia el diez de diciembre respecto de la conflictividad social? La proyección discursiva, justo cuando amanecía “el cambio”, de un relato que insiste con la demonización de las antiguas políticas revolucionarias, al mismo tiempo que invita a una reunificación genérica que tiende a negar la posibilidad misma del conflicto, es un indicio de las polémicas que vendrán. Y no es momento para hacerse el avestruz.

Clinämen: La derrota antes vital que (macro)política

Conversamos con el Colectivo Juguetes Perdidos, autores del libro “¿Quién lleva la gorra?”. Volver la mirada a los modos de vida leer los resultados electorales a partir de una cartografía de nuevos barrios. Vida mula, seguridad y consumo. La vagancia como interrupción. El fondo precario sobre el que armamos nuestras vidas. Las promesas de felicidad. 

Atención: Novedad Tinta Limón

Tinta Limón practica la edición como un programa: una constelación de términos que hacen máquina. Pero no cualquier máquina. Enlazar la micropolítica con la fuerza de la ensoñación, la fuga y la deserción con la versatilidad neoliberal, Spinoza con las finanzas, Marx con los ritmos de la revuelta, la virgen de los deseos con los atrevidos, la explotación del alma y el mapeo colectivo, el fuego y la palabra con las tesis para atacar la realidad, los elefantes que aparecen en la escuela con las brujas, la pregunta por quién lleva la gorra con lxs artesanxs libertarixs… Y así podríamos seguir, en una especie de collage que en su multiplicidad construye sentido y abre orientaciones posibles, multiplicando imágenes y siguiendo de cerca los devenires.
En todo caso, co-producimos y nos sumergimos en una trama densa de conversaciones y prácticas, en sus chirridos y desajustes, en su fuerza y sus alaridos. Ahora, con este libro Conversaciones ante la máquina. Para salir del consenso desarrollista, fabricado por el colectivo clinämen, ese método queda expuesto, relanzado y, una vez más, convida a ser parte.
Porque al mismo tiempo pone el oído sobre las disonancias, ante los ruidos que interfieren, con atención a la crítica concisa y concreta frente a la máquina de movilización permanente que nos desgasta sin dejarnos verdaderamente actuar.
Es una diferencia de maquinismos: un clinamen es una pieza viva de recombinación, que se prolonga en otras conversaciones y escuchas, aquí y allá. Finalmente, se trata de cuidar nuestras máquinas de guerra. Cuidar que persistan como tales, atravesando el miedo, la soledad, el desencanto y la esterilidad del simulacro. Este cuidado es parte fundamental de nuestro programa.

Los escombros del progreso – Conversación con Gastón Gordillo

Conversación con Gastón Gordillo[1]

¿Qué significa estudiar una geografía como dimensión de transformaciones sociales y políticas? ¿Cómo operan en tu manera de mirar las transformaciones que la economía produce en el espacio?
Por un lado podemos decir que obviamente la geografía del espacio es lo más básico, lo más material que nos rodea. No podemos imaginarnos sin la geografía y sin el espacio, simplemente porque es constitutivo de quiénes somos y de todo lo que hacemos. Empecé a ir a Salta en el 2003, a la zona del Chaco salteño, que es el núcleo del boom sojero en el norte. Y en parte mi mirada de la geografía es justamente tratar de ver a través de los cambios espaciales, tan dramáticos en la última década. Y así es como uno puede ver en un microcosmos geográfico problemas políticos, sociales, históricos, culturales que van más allá del lugar particular de la investigación.
¿Cuáles serían las tendencias que empezás a mirar en términos de modernización económica y cuál es el papel de la soja?
La soja obviamente no sólo es una planta que después se transforma en productos que se exportan a China, sino que implica todo un cambio muy dramático en toda una infraestructura espacial, material, que ha modificado radicalmente la geografía de lo que es el borde chaqueño. Estamos hablando de la zona de transición entre los Andes y el Chaco. Las Lajitas es el núcleo del boom sojero en Salta. Y esta era una zona que hasta hace 30 años era monte de bosque chaqueño, donde la gente practicaba una ganadería de monte, gente criolla en su mayoría en este lugar o grupos indígenas más hacia el Chaco. En los ‘70 empezaron los desmontes que se aceleraron muchísimo en los ‘90 y sobre todo a principios de esta última década: 2003, 2004, 2005. Esa geografía de monte chaqueño, donde la gente tenía sus vacas, gente que ha vivido en esa zona desde hace generaciones, con una economía familiar, ha sido históricamente uno de los bastiones de la cultura gaucha en Salta, que hoy en día se sigue celebrando: el gaucho salteño con su poncho rojo como algo folklórico y celebrado a nivel oficial. Esa geografía gaucha ha sido radicalmente destruida en varios lugares. A fuerza de quemazones, de topadoras, de expropiaciones de tierra. Hoy lo que se ve en esta zona de Salta es un paisaje que ha sido en muchos sentidos “pampeanizado” a la fuerza, con violencia. Todavía quedan reductos de este paisaje de monte en algunos lugares, pero básicamente alrededor de Las Lajitas toda esta geografía criolla gaucha ha sido destruida. Uno viaja por la zona y ve lo que parece una geografía pampeana: campos de soja con muchísima maquinaria, muchísima tecnología, silos de tamaño impresionante. En esta zona ha habido toda una infraestructura de inversión muy impresionante. El tema de la geografía también es importante porque, si uno no está familiarizado con la historia de, por ejemplo, esta región, vos podés llegar a Las Lajitas y te parece que este paisaje moderno ha estado ahí desde siempre. Pero hablando con la gente de la zona, sale que hay una historia de violencia y destrucción detrás de este paisaje supuestamente moderno y progresista. Están los escombros, las ruinas de estas antiguas geografías criollas.
Volviendo a tu pregunta original, lo que busco ver en mis estudios sobre la espacialidad y la geografía son los procesos de producción y destrucción que crearon los paisajes del presente.

Desde el 2003 que empezaste a investigar el norte, ¿qué modificaciones viste en los modos de vida de las comunidades a partir de la pampeanizacióndel territorio?
Aquí es también donde se ve la relación entre espacio y formas de vida. El tipo de relación que tenía la gente criolla con el espacio (ganadería montarás, tener las vacas sueltas en el monte), esa forma de vida más campesina, si querés criolla, está desapareciendo aceleradamente en algunos lugares, sobre todo en la zona más sojera, que está siendo empujada cada vez más hacia el interior del Chaco, hacia el este. Es el frente más fuerte de expansión sojera en este momento. Desde las montañas, que es la zona más húmeda, hacia la zona más seca. Al ser desalojada, la gente termina viviendo en los bordes de los pueblos y eso implica obviamente mayor desempleo, mayor dependencia de programas sociales del gobierno, una mayor urbanización. El núcleo de los cambios sociales y culturales en la zona creo que pasa por la imposición de un modelo más urbano de espacialidad. Obviamente esta zona sigue siendo rural en el sentido de que no hay una enorme ciudad. Pero es un modelo espacial urbano, en el sentido de que hubo una gran industrialización, mucha capitalización, y el modelo espacial que se impone se origina desde lugares como Rosario o Buenos Aires, que mucha de la gente que invierte en esta zona en la soja viene de lo que allá se llama el sur, refiriéndose a la pampa gringa.
Imagino el contraste de relatos que se puede encontrar entre un rosarino o un porteño que va con cierto capital a armar ahí una infraestructura que vive como un progreso y la desolación de criollos que viven ahí hace años. Vos hablás de dos percepciones: progreso y desierto.
Sí, es muy impactante y surrealista por momentos. Acabo de volver de Salta, donde hace unos días entrevisté a un sojero en Las Lajitas. Y claro, él obviamente tenía su versión empresarial, hablaba de desarrollo, progreso, de cómo la soja estaba desarrollando las zonas más rurales hacia el Chaco. Le pregunté en un momento por el tema de los desalojos y enseguida minimizó que fuera un problema. Él decía que siempre a la gente se le deja un pedacito de tierra para “sobrevivir”. Esa fue la palabra que usó. Es verdad, en algunos casos los sojeros permiten a la gente quedarse en un pedacito de tierra, algunas hectáreas, veinte hectáreas, que para la gente no es nada, porque si uno tiene algunas vacas necesita cientos de hectáreas de monte. A los dos días hablé con amigos criollos, gente de tradición gaucha, y justamente me hablaban de la desolación que generan los campos de soja. Hablan de un nuevo desierto. Y eso es un nuevo concepto históricamente fascinante en nuestro país, por cómo Sarmiento y tantos otros hablaban del desierto como un espacio salvaje, indígena criollo, que había que desarrollar. Y obviamente llegaron las famosas campañas al desierto. Y cómo hoy en día, un siglo después, la gente criolla que vive en estos lugares conquistados en nombre de la conquista del desierto ven la creación en el espacio de una geografía muy desertificada, porque eso es lo que está sucediendo con la fuerte erosión que se está creando. Todo el mundo habla de la cantidad de tierra que se levanta los días de viento en la zona sojera. Es impresionante. El cielo a veces queda marrón del polvo que se levanta justamente porque las tierras antes estaban cubiertas de bosque, de monte, y ahora toda esa cobertura vegetal no existe más y eso crea problemas respiratorios. Además ese polvo está cargado de agrotóxicos. Si uno llega desde Buenos Aires y ve todas las maquinarias relucientes de los agronegocios, esa faceta más destructiva o dañina del espacio no la ve.
En tus textos hablás de una “modernización de la zona” muy incentivada por algunas políticas macroeconómicas, como el tipo de cambio que favorece a la explotación. ¿Hay entonces una articulación global de estos negocios?
Absolutamente. Hablamos de la zona gaucha/salteña, pero estos espacios a su vez están muy globalizados. Obviamente la demanda de soja viene de Asia mayormente (de China, de la India). Sabemos que no es para alimento humano, sino para alimentar chanchos. Se crea toda una cadena, un flujo material de camiones, que es impresionante: las cañonadas que salen de esta zona llenas de soja, que van a Rosario y de ahí van a barcos que salen al Atlántico y terminan en China. Estos inversores que están produciendo soja vienen de todo el mundo. Obviamente hay también un fuerte núcleo salteño y jujeño, no son simplemente multinacionales extranjeras, pero a su vez está todo muy globalizado. Por darte un ejemplo, Cervera, que es un grupo capitalista salteño, está muy ligado al grupo IRSA de Buenos Aires, que a su vez, en su momento, estuvo ligado a Soros, el inversor húngaro. Y mucha de la gente que uno ve en Las Lajitas manejando camionetas último modelo o que están a cargo de la parte gerencial de las empresas, no es de la zona.
Vos recién hablabas de una especie de modelo urbano que se aplica a las poblaciones rurales expulsadas por la soja. ¿Te parece que se puede pensar que hay un mismo mecanismo biopolítico operando en los territorios con las poblaciones que son despojadas y en las periferias urbanas?
Sí, totalmente. Para mí es muy clara la disolución de la distinción entre campo y ciudad. Si bien obviamente podemos decir que tenemos grandes ciudades por un lado y zonas menos urbanizadas por el otro, obviamente la interconexión es tan profunda que creo que a la dicotomía campo-ciudad es necesario repensarla muy profundamente. Los desalojos de gente que se transforma en un obstáculo para el progreso se dan tanto en esta zona de Salta como en Rosario, donde gente más o menos urbana ha sido expulsada para dar lugar a los silos, para sacar la soja hacia el Atlántico. La densidad poblacional es distinta, pero el patrón espacial es el mismo. Como lo describe Walter Banjamin, el progreso es como una especie de tormenta destructiva que crea ruinas y escombros a medida que avanza. Obviamente dentro de los paradigmas dominantes, se trata de esconder los escombros y destacar la parte reluciente. Pero como antropólogo, me interesa más mirar los márgenes y hablar con la gente que te puede mostrar las ruinas.
Nos interesó mucho un artículo tuyo, “Los árboles de la Argentina blanca”. Ahí te situaste sobre un conflicto por la tala de árboles en la ciudad de Buenos Aires, cuando Mauricio Macri estaba construyendo el Metrobús y entró en una polémica con el gobierno nacional. Vos señalás la existencia de un proyecto geográfico de la blanquitud…
Se relaciona con lo que hablábamos de la destrucción del espacio. Estas son destrucciones que para mí están muy racializadas. Es más fácil destruir espacios que son vistos como diferentes, exóticos, no muy valiosos, antes que destruir, por ejemplo, árboles en el medio de Buenos Aires. Y lo que me impactó muchísimo fue que se creó todo ese debate por la tala de árboles y apareció Cristina diciendo “Yo nunca talaría un árbol”. Dijo algo así como “por sobre mi cadáver van a talar un árbol en mi gobierno”. Yo no lo podía creer, sobre todo trabajando en estas zonas de Salta, donde son decenas de millones de árboles que se han destruido a fuerza de topadoras, fuegos y alambrados. Me impresionó mucho como para ciertos sectores, sobre todo urbanos de la Argentina más blanca, hay árboles que si uno los tala te calan a nivel afectivo, uno se siente mal, quiere hacer algo y de pronto, al mismo tiempo, hay millones de árboles –que son igual de árboles que los de acá, de Buenos Aires–, cuya destrucción no nos afecta, nos parece algo más lejano. Para mí esto tiene muchísimo que ver con la geografía, con el hecho de que en la Argentina el tema de la blanquitud es uno de esos grandes temas negados, el tema del racismo argentino. Pero a mí me interesa sobre todo cómo eso tiene un anclaje espacial. Así como imaginamos que Buenos Aires es una ciudad europea, desde Buenos Aires se ve al norte como una zona más mestiza, criolla, indígena, no totalmente argentina, justamente por esa no-blanquitud que es parte de la geografía. Y eso hace que obviamente desde Buenos Aires sea más fácil olvidarse de la enorme destrucción que el modelo sojero está generando en estas zonas donde hasta los mismos árboles aparecen menos valiosos por ser parte de una geografía mestiza. Entonces la Argentina blanca, para mí, no es la Argentina de la gente blanca, sino que es un proyecto político. Un proyecto político y espacial que intenta blanquizar la Argentina, como fue el proyecto de Sarmiento: hacer una nación sin indios, sin gauchos, sin negros. Y eso no fue meramente un discurso político o ideológico, sino que ha tenido implicancias hasta hoy en el tipo de geografía que se crea.
5 de noviembre de 2013

La tecnología como tanque de guerra

conversación con Andrés Carrasco [1]


Tenemos diagnósticos hechos sobre el modelo productivo actual, sin embargo es difícil avanzar hacia el planteo de otros modelos posibles ¿Existe la posibilidad de tener un modelo productivo que no sea contaminante, que no expulse a las personas de su territorio, que no nos mate de cáncer? ¿Se puede dar un viraje de esa dimensión en este momento?
Partiendo de la base de que este modelo productivo no es una cosa impuesta, sino una decisión tomada, sí, sin duda que hay posibilidades de armar otros modelos productivos. Sobre todo, si uno entiende no sólo los efectos del modelo productivo, sino también cómo fue construido. Porque es un modelo que fue construido en los grandes centros de diseño tecnológico para permitir determinadas formas de producir. Y nosotros lo compramos. El asunto es cómo se sale y con qué herramientas. Porque implica salir de un modelo productivo que tiene 23 millones de hectáreas de transgénicos. Estoy hablando únicamente de la agricultura, deberíamos aclarar que el modelo productivo incluye energía, minería y otras ramas. Hay que salir de eso, y salir de eso requiere una decisión política. La raíz de este modelo está en producir alimentos para exportar, por eso si se postula a este modelo agrícola-ganadero como un modelo que satisface las necesidades de la población, eso es mentira. Es un modelo de expoliación y saqueo para exportar, para producir renta, para producir entrada de divisas. Y también para generar en la sociedad una fractura que aleja cada vez más a los sistemas más concentrados de la gente que únicamente puede beneficiarse a través de sistemas de distribución “solidaria”, diría yo, de la renta.
Entonces, en realidad, lo que tenemos que preguntarnos es si queremos tener otro modelo productivo. Porque otro modelo productivo es ir hacia la recuperación de la decisión soberana. Acá es claro que, con las decisiones que tomó el gobierno a instancias de las grandes transnacionales semilleras, el modelo productivo está en manos de las semilleras y las productoras de insumos. Cuando uno introduce una tecnología en la forma de producir también está creando una forma política: o crea soberanía o crea dependencia. Y acá se crea dependencia. Para salir hay que desestructurar todo un armado tecnológico que se instaló mediante universidades, sistemas tecnológicos, utilización de nuevas prácticas.
Es como si hubiera una matriz liberal en la política, ligada al modelo agroexportador en la economía, por la cual pareciera que desde lo político se puede interferir sólo en todo eso que no toca el corazón agroexportador de la economía. Como si ese motor que tiene desde hace décadas la economía argentina, fuera incuestionable. ¿Qué se puede hacer hoy desde lo político sobre la economía?
Cuando en el año ´96 el gobierno de Menem acepta la introducción de la tecnología yo no sé si el sector del campo la estaba pidiendo. Acá hay una fuerte intervención del Estado para autorizar la incorporación de nuevas formas de producir. Puede ser que haya habido sectores que la tuvieran clara, Monsanto seguro sabía lo que estaba pasando. Pero los miles y miles de productores en Argentina –no los 2 ó 3 mil grandes, sino todos los demás– no sabían en lo que se estaban metiendo, estoy seguro de que no sabían. Esto lo aprendí de un productor del Chaco, que, después de una audiencia en la cámara de diputados en Resistencia, me dijo: “Señor, usted tiene razón, pero ¿cómo hago yo para salir de una trampa de 20 años usando una tecnología?”. Y esa es la pregunta que ustedes me hacen ¿cómo hago para salir? Y bueno, así como se da la decisión política de introducir esto, uno podría decir que Felipe Solá no sabía cuáles eran las consecuencias, pero había un Estado detrás que tomó la decisión, ya sea porque asumió su grado de prostitución y se entregó a las grandes empresas o porque vió que era un buen negocio.
Yo creo que hay un juego perverso en esto, porque este país tiene cada vez más latifundios, porque la tierra está cada vez más concentrada a través de procesos de arrendamiento o de alquiler a mediano y largo plazo, o de los chinos que la vienen a comprar, como pasa en África: millones y millones de hectáreas vendidas a extranjeros. Entonces, todo eso también es una decisión política y no lo decide solamente un poder económico. En Brasil no está Monsanto, tienen transgénicos pero no entró Monsanto, tienen transgénicos porque se lo mandamos nosotros a través de la bolsa blanca. El problema acá es la tecnología, la tecnología es como un cañón, uno penetra con un instrumento y somete a la población.
Así como el productor chaqueño te decía que entró en la trampa, pareciera que todo el Estado argentino hubiera entrado en la trampa, en el sentido de que parecía un buen negocio plantar soja y tener excedente para distribuir. Y ante la dependencia da la sensación de que la única vía de reflexión es la catástrofe.
Si, exacto. Se crea un país dependiente de esa tecnología y que sólo puede disponer de esa riqueza si negocia con las grandes capitales centrales. En este sentido digo que es un problema de decisión soberana. Hablamos de tecnología con Tecnópolis y Tecnópolis hoy es algo barroco. Cuando uno toma esas decisiones y piensa que un instrumento, como la tecnología y la ciencia, es liberador y genera soberanía, hay que advertir que no es así: es mucho más complejo que eso. 
Y es la catástrofe la que lleva a despertar el debate, eso operó incluso sobre mí mismo: es a partir de las catástrofes que salgo a dar una respuesta en función de las cosas que aparecían en el terreno y dedico el tiempo en mi laboratorio a demostrar algo que ya estaba comprobado en la realidad. Las universidades entraron por completo, con la excepción de las universidades de Río Cuarto y de La Plata. El resto de las universidades nacionales entraron por completo. La UBA está entregada. Los debates son debates de maquillaje.
¿Cómo es el panorama en el resto de la región en relación al vínculo entre los saberes producidos académicamente y las empresas?
La situación es parecida a la de Argentina, pero nosotros somos el país que más claramente se ha entregado. Hace unos días apareció un informe lapidario sobre el modo en que las grandes transncionales operaron en el país a través de algunos agentes y hay dos nombres: Adrián Paenza y Lino Barañao, junto las políticas del Ministerio de Ciencia y Técnica. Y la Universidad de Buenos Aires se encolumna con eso. El que escribe este análisis dice que engañaron a la presidente. Bueno, ya no hay engaño, ya hubo demasiadas oportunidades para desengañarse. Sí hubo una lógica convergente en algunos sectores, sobre todo sectores ligados a esta tecnología, que accedieron. Pero lo interesante es que no es a través del sistema productivo, sino a través del sistema científico-tecnológico. Probablemente muchos productores compraron la idea, pero el sistema entra cuando se convence a los sectores generadores de saber de que estas tecnologías van a servir para salvar del hambre a las poblaciones del mundo. Y entraron por la tecnología y la ciencia.
Dado que la cuestión de la tecnología está vinculada con el conocimiento, ¿cómo ves el mundo de los intelectuales, de los filósofos y ensayistas, es decir, la otra parte de las universidades?
No veo en nuestro país el desarrollo de núcleos de pensamiento crítico. Esto me parece que tiene que ver con el momento histórico. Este gobierno vino a salvar una deuda desde hace mucho años con una generación, a la cual yo pertenezco. Esa generación, que después de haber perdido miles de guerras y batallas, dijo “bueno, esta es la oportunidad”. Entonces hay una especie de autocensura. Y esto lo digo con mucho dolor, y nosotros por esa razón a nuestro programa acá en Radio La Tribu le pusimos “Silencio Cómplice” para intentar des-silenciar esos silencios que no son dignos de las personas que mantienen esa posición. Es como si muchas personas de este sector intelectual se hubieran puesto en una posición de afuera de las luchas, como si se hubieran salido de la lucha, pensando “al fin hemos llegado”. Y esto es decepcionante, porque en realidad no han llegado, sino que cediendo en esa posición están cediendo espacios soberanos, que supieron defender desde decenas de años atrás.
9 de abril de 2013

La financierización de lo social

conversación con Pedro Biscay[1]

En relación a los conflictos que venimos analizando, aparece la cuestión de los ilegalismos financieros como una suerte de sombra, algo difícil de entender. Empezamos con una pregunta muy elemental: ¿qué son los ilegalismos financieros?
Fundamentalmente los ilegalismos financieros son lo que en el derecho penal se conoce como delito económico. Es una forma de apropiación de capital a través de dinámicas que rompen el marco de la legalidad fundada en el derecho. Cuando uno se refiere a los ilegalismos financieros habla de esquemas de transferencia de la riqueza: la forma en la que los procesos económicos utilizan estrategias para transferir los recursos y las riquezas producidos socialmente hacia sectores que tienen una capacidad de apropiación gracias a la comisión de esta actividad delictiva y generan mecanismos de apropiación individual desigual. Cuando uno piensa en el delito económico y lo toma desde el punto de vista del derecho, encuentra una serie de figuras penales como la malversación de ganancias en el ámbito de la administración pública, los delitos vinculados a la banca ilegal, los delitos vinculados a la compraventa de divisa no autorizada, aquellas operaciones que se hacen en el mercado marginal o clandestino, los delitos vinculados a la operatoria bursátil, los delitos vinculados al robo de informaciones en una sociedad anónima para hacer subir o bajar el valor de una acción, entre otras. Se trata de una serie de conductas y comportamientos muy difícil de expresar en términos legales, pero muy fácil de comprender en términos de un proceso de racionalidad económica. Uno difícilmente puede establecer una diferencia clara desde el punto de vista de lo económico entre una actividad lícita y una actividad ilícita. El punto de corte es un punto que, por un lado, tiene que ver con factores de índole moral –aquellas conductas que se entiende que rompen los esquemas de competencia– y, por otro, con la producción de daños sociales. Este último es un tema clave. Cuando uno habla de delito económico y lo compara con otros tipos de delitos que para nosotros son más que obvios, como el robo de una propiedad, la diferencia está en que el delito económico genera un daño social.
También es notorio la escasa cantidad de condenas que existen por delitos económicos…
En general en Argentina hay muy pocas condenas. Si en Argentina hay un problema de larga data, la cuestión es complicada también a nivel global y la mayoría de los países tienen grandes dificultades para conseguir condenas, aun cuando tienen legislaciones adecuadas. Una de las características fundamentales del delito económico es la impunidad. Cuando uno mira la práctica delictiva en esta materia encuentra tribunales que, si quieren investigar un caso, siempre pierden la partida con los grandes estudios jurídicos que defienden a los acusados, que además tienen gran capacidad de establecer vínculos de amistad y complicidad con ciertos sectores del poder judicial. Esto hace que las causas no avancen. Es claro que las causas tampoco avanzan porque la mutabilidad y capacidad de transformación de estos fenómenos es tan elevada que hace que la legislación siempre quede desacompasada en términos de relaciones estructurales. No tenemos legislaciones adecuadas para poder combatir los delitos económicos y, a su vez, la gran capacidad que tienen estos delitos de transformarse rápidamente en periodos cortos de tiempo hace que sea difícil, por ejemplo, poder recuperar los volúmenes de divisa que están circulando por el mundo y condenar a los responsables del ilegalismo.
Hace poco un economista nos contaba que las finanzas ya son una modalidad general de explotación del trabajo, de la ciudad, del dominio político. Es decir, que la renta ha sustituido la ganancia, si entendemos como ganancia al beneficio del que invierte en la actividad económica organizando la producción y la renta es una captura en términos monetarios de la producción social en general. ¿Esta nueva centralidad de lo financiero no repite un esquema general por el cual las actividades económicas y los fenómenos de valorización tienen siempre un nivel sumergido, un nivel clandestino?
El derecho penal está construido sobre una serie de conceptos que sostienen que hay delito cuando se afecta un bien jurídico, o sea: un interés socialmente protegido. Creo que el derecho penal no pueda responder a algunas cosas, como por ejemplo a la pregunta sobre qué es el orden económico. En general la economía funciona como un proceso conflictivo. Poco tiene que ver con la legalidad en términos de derecho, porque en realidad la mayor cantidad de flujos que circulan en la economía son una mezcla de lícitos e ilícitos. Por ejemplo, entre el 1996 y el 2008 el porcentaje de flujo financiero ilícito a nivel global creció un 18%. Y esto en términos de datos macroeconómicos expresa fundamentalmente el crecimiento de los talleres clandestinos, de actividades vinculadas a los sectores bursátiles, del negocio de la droga que no se maneja sólo en los territorios sino también como parte de un sistema de reinversiones en compañías financieras; la corrupción y la prostitución también están vinculadas entre sí. Las economías sumergidas están fuertemente correlacionadas con la economía visible, con lo que se entiende como el ámbito de regulación propia de la economía.

Hoy en día los fenómenos económicos marcan fundamentalmente tres fuentes de ingreso de capitales: una fuente de ingreso de capitales lícitos, una fuente de ingreso de capitales no registrados que están vinculados a la evasión o a la corrupción; y una tercera fuente que es la fuente de ingresos ligados a la criminalidad y ahí podés tener la criminalidad “de sangre”, la criminalidad económica, la criminalidad de trata, etcétera.
¿Dónde pueden verse las consecuencias de los delitos económicos por abajo, en la vida cotidiana de las personas?
Como te decía antes, el daño social es una calidad básica del delito económico. Si uno mira algún índice regional de flujos ilícitos –que son los flujos que marcan la fuga de capitales a nivel global– va a encontrar, por ejemplo, que una gran cantidad de estos flujos están concentrados en África, el 22,3%. En Medio Oriente y en Norte de África el flujo de capitales ilícitos es del 19,6%, mientras que en el hemisferio occidental es del 4,4%. Entonces hay una correlación muy clara entre pobreza y fuga de capitales a nivel global. La capacidad que tiene el delito económico de poder crear daños sociales hacia los sectores más empobrecidos y más vulnerables de la sociedad es grandísima. Es muy complicado luego establecer legalmente cadenas de causalidad o de correlación entre aquellas oficinas en el centro porteño de Buenos Aires que deciden apalancar a un grado extremo una entidad bancaria y una cantidad de miles y miles de hormiguitas que pierden sus depósitos como producto de ese apalancamiento.
¿Qué se puede desde el Estado?
Hay dos o tres herramientas claras. Una tiene que ver con la creación de Procuradurías y el Ministerio de la Nación está avanzando fuerte en la creación de estos espacios dedicados a actividades económicas complejas. En el caso de la Procuraduría de delitos económicos tenemos los conflictos ligados al mercado de capitales, los conflictos ligados al mercado bancario, los conflictos ligados al mercado de recaudación tributaria, los conflictos ligados a la corrupción, etcétera. Se trata de especializarse en esto y crear herramientas de derecho penal, pero esto no puede realizarse si previamente no hay un fuerte proceso de regulación financiera del Estado sobre la economía. Y esta es la parte más interesante en términos de cómo establecer nuevos vínculos entre el Estado y el mercado, sobre todo en un escenario donde nosotros venimos de una tradición fuerte de ruptura del vínculo, donde los mercados funcionaban de una forma autoregulada y el Estado no intervenía nunca en este espacio social de la vida cotidiana.
Es difícil también ganarse la confianza desde estos espacios, ¿no? Hay muchos años de creer que en el Estado también está la corrupción, también está el delito económico.
Totalmente. Los fenómenos de corrupción marcan también otro punto de corte, una distinción entre lo público y lo privado. Es mentira que lo público y lo privado están bien diferenciados. Lo público y lo privado son fenómenos que tensionan permanentemente el encuentro entre economía, Estado y sociedad civil. Y claramente los fenómenos de corrupción tienen a que ver con esto. Hace muchos años que desde sectores ligados a la investigación sobre delito económico sostenemos que detrás de cada funcionario público corrupto hay un empresario que corrompe. Esto quiere decir, básicamente, que puede haber miles de funcionarios corruptos pero siempre debe haber empresarios con la predisposición y la fuerza social suficiente para poder corromper al Estado.
Sobre la cuestión de la regulación del Estado hay dos niveles que nos interesa discutir. Primero, una preocupación sobre el nivel nacional de la regulación: ¿qué efectividad puede tener una regulación exclusivamente nacional cuando las finanzas tienen una clara dimensión global? Segundo, una preocupación sobre la idea misma de regulación: ¿cómo pensar una dimensión del propio Estado sumergido en este mundo de lo financiero y de este tipo de mercado ilegal que lo regula y que sirve para financiar algunas actividades del Estado mismo, como por ejemplo la policía que recauda y se financia? ¿No estamos obligados a hacer un análisis del propio Estado en un plano de realidad diferente que no es el plano explícito donde tiene su legislación, su investigación, etcétera?
Hay que diferenciar en distintos planos de análisis. Por un lado, si uno mira en términos de comprensión de fenómenos sociales complejos hay que analizar diferentes dimensiones de realidad y ponerlo todo en duda. Pero desde el plano del análisis y de la creación de políticas públicas a veces hay que generar algunos mecanismos que simplifiquen la realidad en términos de practicidad. Como decíamos, la complejidad tiene que ver con que así como no hay un claro corte entre economías ilegal y legal, tampoco hay un claro corte entre público y privado porque el Estado y los mercados se mezclan y tampoco existe un claro corte entre Estado legal y Estado ilegal. En realidad la penetración de lo ilegal dentro del Estado muestra que el Estado es un espacio de estructuras burocráticas: edificios, sillas, puertas, ascensores, secretarias y funcionarios que funcionan con un alto grado de penetración de intereses conflictivos entre sí y esto hace que en algunos sectores se trabaje bien y otros sectores sean fuertemente cooptados por lo privado. Hay algunas investigaciones hechas a nivel mundial que marcan desde una categoría nueva –la de flexnetque trata de conjugar la idea de flexibilitycon la de network– la idea de pensar que la relación entre el Estado y el mercado es una relación que está trazada por redes distintas, donde los nudos de mayor interacción social son claramente intercambiables, donde hay una clara relación de flexibilidad en la que se está jugando un interés que es distinto del Estado en términos de regular la vida privada o regular la actividad económica y del mercado en términos de producir una maximización de ganancia y de riqueza. La idea de flexnetes una idea bien útil para pensar justamente este tipo de problemas en lógica de red.
¿Cómo ves el proyecto del Ejecutivo para el blanqueo de capitales? ¿Qué significa blanquear dinero sin preguntarse sobre su origen, con la posibilidad o la sospecha de que ese mismo dinero provenga del delito económico?
Aquí hay nuevamente una tensión entre moralidad y practicidad económica. Si uno mira los fenómenos sociales desde una perspectiva exclusivamente moral tendría que salir escandalizado por un proyecto de estas características. Si uno mira la lógica de la practicidad de la política económica frente a un escenario con cierto grado de conflictos que tienden a agudizarse cada vez más en términos de manejo de reservas, de riqueza, de disponibilidad de oro, puede utilizar esta herramienta de política económica para hacer que rinda en capitales a la economía de un país. De hecho, se trata de una herramienta que se usa en muchos países. Los Estados no se manejan tanto por la moralidad sino por la practicidad de la razón política. Y como estaba diciendo, una política criminal siempre debe estar atada a una política económica.
Es interesante ver cómo se cruzan varios temas que venimos tratando de manera separada y que aquí aparecen juntos. Por ejemplo: pensar que el intercambio de este blanqueo de capitales va a ser por bonos que sirven para el mercado inmobiliario  o para invertir en YPF. Y esto genera nuevas preguntas sobre el modelo de producción del país: ¿vamos a agregar más ladrillo a ciudades colapsadas? ¿Vamos a invertir en la extracción de petróleo con toda la crítica que hay sobre las técnicas de fracturas hidráulicas?
Totalmente. En este marco uno debería pensar la relación entre finanzas y conflictos sociales porque lo que se viene viendo a lo largo del tiempo es que el desarrollo de estas ideas ligadas al neodesarrollismo no logra establecer un vínculo de relación serio y coherente con la discusión en términos a los límites del modelo. Límites frente al medioambiente, el reconocimiento de los pueblos originarios, el reconocimiento del derecho a la tierra. Son todos derechos humanos fundamentales de la vida de sectores sociales vulnerados de Argentina. Fenómenos como el frackingpueden ser muy útiles en términos de relación económica, pero excesivamente costosos y dañinos para algunos sectores sociales. En el fondo, esta es una discusión en torno a los modelos neodesarrollistas: ¿son la panacea y una solución frente al abismo que nos dejaron los ´90 o es importante y necesario discutir una nueva forma de vinculación social a partir de la superación del modelo extractivista? El tema del blanqueo o de los bonos a YPF están dejando de lado una discusión que es mucho más profunda y que tiene que ver con el peso de las próximas generaciones.
Si pensamos al proceso de estatización de YPF, al entusiasmo que generó, y lo ponemos en relación a lo financiero con todo lo que venimos charlando sobre legalismos e ilegalismos, mercado y Estado, ¿qué tipo de realidad tiene esta economía en relación a la renta, al ahorro, a lo financiero? ¿Cómo pensar en lo financiero no cómo algo que pasa en un lugar muy lejano o privado de la existencia, sino más bien cómo algo que tiene que ver con momentos de nuestra existencia social e individual? ¿Cómo hacer de esto algo más tangible, más empírico?
El proceso de recuperación y de estatización de YPF es un proceso que, por supuesto, consideramos provechoso, valorable y que marca un camino claro en la recuperación de recursos estratégicos del país. Pero hay una serie de elementos en torno al proceso que tienen que ver con la inversión financiera en materia de recursos naturales a través de una estrategia como la emisión de bonos hacia sectores medios de la sociedad, que vinculan lo lícito y lo ilícito. ¿Qué quiero decir con esto? Cuando se piensa en la emisión de bonos de YPF se piensa en una forma en que el conjunto de la sociedad argentina invierte en una empresa pública dedicada a la extracción de recursos naturales y, fundamentalmente, a fortalecer la soberanía energética del país. Pero hay un elemento que no está explicitado y que me parece vale la pena discutir en este contexto, sobre todo de cara al futuro de Argentina: ¿qué pasa con la proyección de este financiamiento que llega de sectores medios del país y que se vuelca en infraestructuras para políticas de fracking, de extracción no convencional en territorios del sur de Argentina donde hay asentamientos y comunidades mapuches?
Y en esto los anuncios de Cristina fueron categóricos: “vamos por todos, por el convencional y el no convencional”, literalmente…
Totalmente. Y este “vamos por todos” marca una discusión que es importante dar dentro de este paradigma de recuperación de recursos naturales: ver cómo lo financiero “desborda” en todos los ámbitos de la vida social. Este proceso marca una tensión: ingresa dinero procedente de la compra de bonos que se transforman en financiamientos para que una empresa como YPF se dedique a una política extractiva en territorios donde debería existir un consenso previo, según el convenio 169 sobre los derechos de los pueblos originarios. Y es, precisamente, en los ámbitos más alejados del sistema financiero, como los territorios del sur del país, donde aparecen los impactos de las finanzas. Un punto que me parece importante marcar es que más allá de la justeza de esta decisión de recuperar YPF, este mismo proceso constituye una buena imagen para mostrar la conexión que existe entre lo financiero, como un elemento muy abstracto, etéreo y vinculado a la cuantificación numérica de un valor negociable, y el impacto social fuerte que puede producir la rentabilidad financiera aplicada a un desarrollo de políticas en lugares donde necesariamente se generan conflictos muy violentos en términos de comunidades originarias y proyectos de inversión en recursos naturales.
Es como si con la financierización de los bienes se diluyera la capacidad de la gente de decidir qué hacer con el dinero que invierte. Para retomar los mismos ejemplos, se diluye la capacidad de decidir cómo YPF va a intervenir en los territorios o cómo se va a seguir construyendo el hábitat en las ciudades. Lo financiero aparece como una instancia que se abstrae de la capacidad de decisión de las personas.
Exactamente. Hay un punto en lo financiero que logra substraer la capacidad de decisión colectiva, que es reapropiada por parte de pequeños grupos económicos o pequeños actores que monopolizan la circulación de las finanzas y la orientan hacia la toma de decisiones que han sido previamente capturada del conjunto de la sociedad. Tenemos entonces, por un lado, lo positivo que implica invertir en una empresa como YPF y, por el otro, la incapacidad luego para poder controlar adecuadamente que esta inversión no implique una afectación directa en los derechos humanos o en los derechos sociales de los pueblos originarios.
Si podemos pensar que lo financiero es un conjunto de miles de actores que tienen moneda y unos pocos que son capaces de crear normas y orientar la inversión, se abre toda una pregunta sobre las actuales formas de endeudamiento del mundo popular. ¿Cómo es que sujetos que no tienen en principio garantías para tomar deudas bancarias de manera tradicional son, sin  embargo, sujetos de deuda a partir de recorridos un poco más informales e incluso ilegales? ¿Cómo funciona este circuito de la deuda?
Estamos viviendo en una matriz económica donde el trabajo comienza a quedar también capturado por la deuda. No se trabaja para ganar mejor o para vivir una vida digna sino que se trabaja para pagar la deuda. Y este es un problema que se viene dando en todo el mundo. Gran parte de la crisis de Estados Unidos, la crisis de las hipotecas o la crisis de los fondos tóxicos no es ni más ni menos que una crisis del endeudamiento de los sectores trabajadores norteamericanos y de los sectores que habían invertido sus ahorros en fondos de pensiones. Convirtieron toda su vida en un endeudamiento pleno, con un Estado y un modelo económico que juega al apalancamiento para producir mayor cantidad de riqueza y de dinero. Hay un proceso de la economía que permite ganar dinero en torno de la acumulación de deuda. Y este proceso en un corto plazo puede ser virtuoso, pero en un mediano y largo plazo es completamente nocivo.
El mundo de las finanzas es un mundo con dos niveles de estructura:  hay un nivel más de establishement, que es lo que todos conocemos, donde los bancos están fuertemente apalancados y viven bajo condiciones de prácticas financieras altamente especulativas, ligadas a la compra de bancos o a la compra de nuevos paquetes accionarios de estos bancos vía toma de deuda de terceros bancos. Y,por debajo de esto, el desarrollo de economías sociales o solidarias donde comienza a infiltrarse de forma nocivamente contagiosa un sistema de endeudamiento de los sectores populares, vía préstamos usurarios o toma de deuda por fuera de las instituciones bancarias.
Con respecto al trabajo como modo de pagar deuda, ¿no se da una inversión del esquema tradicional bajo el cual pensamos la economía? ¿No pasa lo productivo a estar supeditado a lo financiero?
Ciertamente esta es la lógica de la financierización de la economía. No es solamente que lo financiero y lo productivo está desanclado, autónomos entre sí, sino que, en cierta forma, lo financiero gobierna todas las prácticas sociales e incluso las prácticas productivas. Es más grave aún: cuando uno mira a los sectores de recursos medios y altos, la capacidad de recomponer un endeudamiento siempre es mayor que la de los sectores populares. Y cuando los sectores populares ingresan en una trama de endeudamiento, difícilmente pueden salir de ahí sin altos costos pagados en términos de violencia, exclusión, desarraigo, marginalidad.
Volviendo a la cuestión del blanqueo: circula la imagen de que hay una cantidad gigante de dólares que están por fuera del sistema reglado y en blanco de la economía. La pregunta, entonces, sería: ¿cómo pensamos al tipo de poder político que surge de una masa económica de capital que circula en negro y que es mayor, o por lo menos igual, de la que circula en blanco?
Lo veo bajo la siguiente lógica. Desde hace unos 30 años existe en Argentina una estructura sistemática de fuga de capitales del país, donde la lógica de la economía financiera es la de formar activos y colocarlos en el exterior rápidamente de manera que las grandes fortunas que se generan se acumulen por fuera de la esfera del país. Sistemáticamente esto ha conducido a fenómenos como el endeudamiento externo o la hiperinflación, o la caída del 2001, producto del corralito financiero y de todo un levantamiento popular sin precedentes en Argentina y muy sangriento por supuesto, pero que ha marcado una política clara en torno de qué parte de la economía argentina se ha sostenido sobre la fuga de divisas. Desde el año 2002 en adelante se intentó revertir esto con políticas muy claras a nivel de control de la operatividad bancaria, con regulaciones del mercado cambiario, del acceso y del ingreso de divisas por las fronteras nacionales. Y se logró controlar la fuga de capitales que en los últimos diez años tendió a caer. Pero, a pesar de establecerse un nivel muy elevado de controles, existen nichos en sectores puntuales –como las famosas cuevas financieras– por los que el capital logra fugarse clandestinamente hacia terceras jurisdicciones, como los paraísos off shore. Por medio de estos lugares donde se filtran los capitales surge la posibilidad dpensar cómo el poder financiero a nivel internacional tiene siempre la capacidad de doblegar el poder político a nivel local. Entonces cuando se mira la política de blanqueo de capitales, más allá de la cuestión moral, pensar la ilegalidad financiera sirve para ver que más allá de los esfuerzos que haya hecho un gobierno para controlar las políticas cambiarias y la fuga del país, siempre el capital financiero tiene mayor capacidad para doblegar al poder político. Y, finalmente, uno puede ver la política del blanqueo casi como una especie de reconocimiento implícito de que el poder financiero está presente y que por fuera de Argentina hay mayor capacidad de divisas acumuladas en sectores económicos que la que hay al interior del país.

14 de mayo y 18 de junio de 2013

La amargura metódica

conversación con Christian Ferrer [1]
¿Por qué un libro sobre Ezequiel Martínez Estrada?
¿Y por qué no? Creo que la pregunta podría hacerse al revés: ¿Por qué ha faltado tanta gente que no ha escrito sobre Martínez Estrada, siendo alguien ineludible? No es un tapado, no es una figurita difícil, no quedó en el olvido. Incluso cuando escribía no era una figura marginal de la intelectualidad de la Argentina. Entonces, ¿por qué tanta gente no se dedicó a él? Hay obras tensionadas por él, muchos lo mencionaron como un referente importante, desde Beatriz Sarlo hasta David Viñas, pero sin embargo prefirieron mantenerlo a distancia. Y yo entiendo que la causa es que con Martínez Estrada no pueden hacer nada positivo, nada optimista, nada eficaz. Es un personaje que hace trastabillar al compañero de baile. Era una incomodidad pública, le gustaba decir la verdad en exceso. Y eso, en política como en la vida, es siempre difícil de aguantar.
¿Se podría decir que no era peronista, no era de izquierda ni tampoco liberal?
Con toda claridad. Lo cual quiere decir que caprichosamente podría ser y desmarcarse de todo eso a la vez. No era peronista, y sin embargo su libro “¿Qué es esto?”, que siempre se leyó como un alegato contra el peronismo (basta ver cómo lo trata José Pablo Feinmann), en mi opinión es una enorme alabanza al peronismo y a Perón por un vía extrañísima, de desmesura, pero lo es. Liberal nunca fue. Tuvo compañeros de ruta liberales, pero a él le faltaban dos o tres condiciones: no tenía fe ninguna en el progreso, no tenía fe ninguna en lo que la ciencia podía llegar a dar como ayuda material y política al ser humano, no tenía confianza en el materialismo como doctrina que permitiera que el ser humano ocupara una posición mejor en el futuro. Y con respecto a la democracia, bueno, la prefería al nazismo. Eso no lo define como liberal. De izquierda tampoco: era más anarcoide, más libertario. Eventualmente abrazó causas de izquierda. No era marxista, en todo caso. No era revolucionario porque era más que un revolucionario. Era un destructor, demoledor. Un revolucionario es constructor: alguien que piensa en términos de consecución de un poder para a través de eso gestionar una vida mejor para los demás. Martínez Estrada no tenía esa concupiscencia de poder. A él le interesaba desbaratar los mitos, las ficciones, lo que la gente creía sobre sí misma y sobre su país.
¿Por qué hablás de él como un “perfeccionista de la moral”?
Conducta recta, comportamiento decente: no robar, no mentir, no matar. No obstante, deja en claro que una persona así en la Argentina es un ente fuera de juego, está destruido desde el comienzo. Este no es un país para personas decentes. Él tenía bien claro cuáles son los costos a pagar por decir las verdades que dijo. Sin embargo, quisiera agregar algo: es cierto que tenía algo de perfeccionista de la moral. Uno de los primeros escritores que se dedicó a él, Pedro Orgambide, tituló su ensayo sobre Martínez Estrada como “Un puritano en el burdel”. Pero yo creo que no, que en Martínez Estrada había algo más demoníaco. De Nietzsche aprendió que las reglas del mundo son demoníacas, de Kafka aprendió que las reglas del mundo no son telemáticas, sino las del laberinto y de otros aprendió que lo que constituye al mundo es un todo sinfónico y no partes que deberían ser articuladas en un tipo de todo. Yo veo en él una fascinación sórdida por las conductas de las personas y sobre todo por el espectáculo de la política nacional que no ha cambiado nada en cien años. En sus cuentos se nota mucho su interés por la sordidez y la sexualidad sórdida. Era un personaje complejo, no era un moralista de fin de semana.
¿La amargura metódica se distingue de las pasiones tristes?
La amargura metódica es una potencia para descifrar la Argentina. Un método de exploración del país. Eso va más allá de la melancolía que pudo haber tenido Martínez Estrada o la que puede tener cualquiera de nosotros. Es decir, hay gente que se fuerza al optimismo. Hay gente que se fuerza al optimismo mediante compuestos de la industria farmacéutica. Otro lo hacen al grito de “fiesta, fiesta, fiesta”. Que fuera tirando a melancólico no quiere decir que la amargura no haya sido en él una forma de darle guerra a la Argentina. Es un método aflictivo, claro está. Es mucho más lindo decirle a la gente que en el futuro hay jugueterías a granel, que en el futuro habrá mayores cosechas de soja y más petróleo encontrado en las montañas, que en el futuro va a haber una felicidad como, que se yo, mujeres con implantes de ocho tetas. Cualquier cosa se le puede prometer a la gente en el futuro. El método de aflicción es un método que suspende la ilusión del futuro y la nostalgia hacia el pasado. Obliga a soportar el presente. Ese método revela la falsedad de los símbolos aparentemente potentes que aparecen todos los años en las naciones. Es un método que quita el consuelo del pensamiento. Desde el principio se niega a consolar al lector, como tantas obras que han existido: en Nietzsche o en Foucault aparece esta falta de respuesta o solución positiva. Un método aflictivo además reconoce el sentido trágico de las actividades plebeyas, así como la fecha de vencimiento de las cosas que intentan vendernos todo el tiempo, comenzando por los teléfonos celulares.
En tu libro la amargura de Martínez Estrada aparece siempre con un reverso de amor. A la vez, subrayás que nunca fue un reformista. ¿Hay algo de no querer participar de un paradigma de cambio?
No se trata de participar, de comprometerse. Cuando alguien me habla de compromiso le pregunto si se va a casar y quién es la novia. ¿Qué significa estar comprometido? En todo caso las personas hacen actos concretos. Martínez Estrada quería hacer cesar el mundo, porque lo que estaba mal era el mecanismo de funcionamiento del mundo. No era un problema de perfeccionarlo o de cambiar el estatuto de propiedad o de quién dirigiera sus controles y palancas. Ese es el primer rechazo que él tiene contra una sociedad que considera injusta y destructora de las personas. Amor no es solo una palabra revolucionaria. Es una palabra poco habitual en las ciencias sociales y en la política. Las palabras que estamos acostumbrados a escuchar y a utilizar son palabras de odio o de barullo. Uno prende la televisión y es un embrollo: la gente gritando, interrumpiéndose, injuriándose. Lo mismo en las redes informáticas. Uno lee el diario y es clarísimo el nivel de ataques a partir de posiciones como si fueran trincheras de la primera guerra mundial. Los lenguajes de la izquierda son lenguajes de resentimiento, los de las feministas también. No hay lenguajes amorosos. Hay tradiciones de lenguajes amorosos, algunos fuertes, como los de los anarquistas, los de Eva Perón, las de cierta mansedumbre franciscana. No considero al amor como un discurso sentimental, de noviecito y noviecita. Hablo de algo poderoso y fuerte. Martínez Estrada desbordaba de amor, lo cual no quiere decir que al mismo tiempo no desbordara una fuerza jupiterina que lo obligaba a proferir verdades muy duras, amargas. Ahora, creo que éste es uno de los motivos por los que la izquierda no crece: su falta de discurso amoroso. Es un discurso de solidaridad, es cierto, de protección, de llamada a la lucha. Pero faltan propuestas amorosas. Y el peronismo de alguna forma se las arrebató todas. No por nada Martínez Estrada creía que para superar al peronismo había que cuadruplicarlo en fantasía.
En tus 580 páginas no hay ninguna nota al pie, tan clásicas de las monografías universitarias. Es una escritura muy elaborada para lograr un nivel de sencillez ensayística increíble. Al mismo tiempo es un libro muy documentado a partir de Martínez Estrada, pero uno no puede evitar leerlo como una toma de posición respecto del presente. En un momento hacés un elogio de la autodidaxia y la definís como una posibilidad de pensar no a través de teorías, sino de estímulos y obsesiones.
¿Eso es bueno o eso es malo?
Desde mi punto de vista, que me considero un voluntarista politizante, es muy bueno. Pero me gustaría saber cómo lo ves vos. 
En primer lugar no hay notas al pie porque hubiera implicado poner 300 páginas más. En segundo lugar no me interesan las notas al pie como pruebas. A lo sumo me interesan como digresiones. No fue necesario, pero el que las quiere me las pide, tengo todo documentado en 1500 notas. Es claro que en otra década lo hubiera escrito distinto, de acuerdo. Pero tengo una respuesta que es a la vez dual o paradojal: sí y no. Desconfío de la actualidad. La actualidad pasa. Esto que estamos hablando hoy pasará. Quizás quede algo de esta conversación. Una emoción, una frase, algo rescatable. Pero la actualidad que aparece en los diarios, lo que hacen los políticos, las peleas, quién se casa con quién y si tal está invitado a la fiesta, los intelectuales que sacan un manifiesto y otros les responden… todo eso es perecedero. Y por definición, la actualidad ya no va a estar más aquí. ¿Quién se acuerda hoy quiénes eran las terceras líneas de los gobiernos de Menem o Alfonsín? Incluso lo que recordamos no sé si son puros mitos. Entonces: tenés razón, pero cuidado con la actualidad. Hay una intervención, claro que la hay. ¿Por qué considero importante a Martínez Estrada? Ese poco de escepticismo, furia, piedad por los argentinos y un poco de no perdonar a nadie, no buscar amigos ni enemigos, sino de ver el estado de complicidad de la nación argentina. Y para eso es necesario salir de las batallas de ideas, las batallas de retóricas, de las diversiones en un campo de juego que le pertenece a los dos bandos que se están disputando lo mismo. Hay intervenciones posibles pero no exageraría. Insisto: le tengo miedo a las actualidades que desaparecen.
En el ensayo escribís sobre el modo en que Martínez Estrada piensa el país a partir de una falla orgánica, que tiene que ver con una frontera. Frontera que no habría desaparecido y que en algún momento puso de un lado al indio, en otro momento puso al gaucho y vos decís que ahí están hoy las villas y asentamientos. Una frontera que también es respecto al lenguaje, a la cultura de las elites. Martínez Estrada parece decir que no dejará de haber peronismo mientras esa falla persista, porque el plebeyismo expresa esa fractura.
Es sugerente y bastante original cómo lo piensa. El libro “Muerte y transfiguración del Martín Fierro” es indestructible. Es el mayor libro de crítica literaria hasta ahora escrito en la Argentina. Su tesis es que el Martín Fierro es la única obra que ha dado la Argentina al mundo. Mayor que ello, únicamente Guillermo Enrique Hudson, que escribía en inglés. Y después Borges, al cual se han ocupado de tildar de europeo. Así que fijate la progresión. Martínez Estrada sostiene que leemos el Martín Fierro a través de una censura que impide ver lo que realmente está diciendo. ¿Y de qué está hablando? De la destrucción de una forma de vida, la de la frontera, que existió entre el dominio que Buenos Aires ejercía hasta la línea de fortines, y del otro lado la indiada. En ese territorio intermedio se desarrolló una forma de vida muy peculiar, solitaria, de personajes desarrapados, pobres, que no querían trabajar y eran obligados, que cuando los agarraban eran mandados a trabajar sin sueldo alguno a pasar años en los presidios o eran llevados a la guerra del Paraguay. Gente que no formaba familia, sino que se encontraba, engendraba hijos, todo era orfandad, sobrevivían como podían, pero era una forma de vida. Era un vínculo auténtico con la tierra y que además no respondía a los idearios de la Revolución de Mayo, sino que en espíritu seguía respetando la lógica de la colonia. La gente que respetaba la Revolución de Mayo había fundado no solamente lemas y consignas de batallas. Estaban divididos en dos bandos, unitarios y federales, que querían exactamente lo mismo: las vacas, el dinero. Lo mismo que habían querido los conquistadores y no lo tuvieron. ¿Para qué? Bueno, para hacerse ricos. La codicia es erógena. Como no lo tuvieron, quedó el resentimiento por lo que se quiso y nunca se tuvo. Entonces: la nación independiente, el Río de la Plata, iba generando sus formas culturales mediante escritores que fueron desarrollando un estilo cosmopolita, presuntuoso y falso, puro plagio de lo que afuera se hacía mejor. Esa era la lengua argentina. En la frontera, territorio impreciso, tierra adentro, donde el gaucho era un mestizaje de dos formas de vivir y en fuga permanente de ambas, se desarrolló, por el contrario, una lengua de vínculo con la tierra que no era ni nacional ni argentina y que encima se expresaba oralmente: la payada. Es lo más auténtico que ha dado la Argentina: un canto de protesta. Un canto de finta orgullosa pero al mismo tiempo peligroso. Esa forma de vida fue arrasada por el alambrado de púas, por los ejércitos de Rosas y Roca, por la ocupación y la repartición de las tierras quitadas al indio y que nunca les van a devolver (lo que les devuelven es la palabra “pueblos originarios”). Toda esa forma de vida fue metamorfoseándose y desplazándose a otras formas donde no es tan fácil reconocerlas. Al mundo del bajo, al mundo del origen del tango, al prostíbulo, al sexo, al simple mundo del duelo del truco, donde la gente hace rimas de arma corta muy parecidas al duelo de los gauchos, a las villas miserias, a los punteros, a la casta política. Todo eso sigue allí, transmigrado. Es una tesis terrible. En cuanto al Martín Fierro, se lo transformó en una especie de travesti, se lo trajeó en cada época determinada con la vestidura que más convenía. Como ícono nacional, cómo fundamento de argentinidad. En lo posible, ocultar el hecho de que había sido un forajido y alguien que se desgració. Es decir, un delincuente.
¿Puede pensarse la colonialidad y el saqueo como una preparación cultural para una sociedad que pueda soportar grandes genocidios?
No hay que ir tan lejos, hasta la conquista. Lo que Martínez Estrada viene a decir es que el país se funda tratando a toda costa de olvidar el pasado. Y el pasado fue intrusión y saqueo. Robo. Por lo tanto, es un país que huye hacia adelante. Lo cual no quiere decir que de vez en cuando la barbarie no le alcance, pues siempre viene persiguiéndolo. Efectivamente, Martínez Estrada sostiene que el país tiene una falla orgánica, que es no poder ver la realidad histórica tal cual fue. Esa realidad fue de robo, degüellos, de falsas dicotomías. La tesis es entonces que el sistema político es capaz de absorber todo tipo de matanzas y muertes porque le conviene a todo el mundo. Y en última instancia, esa falla orgánica consiste en que las personas no pueden soportar verse tal cual son. Esto se genera a través de diversos mecanismos: la grandilocuencia, la fanfarronería, la promesa sin fundamento del político creída por el elector sabiendo que no tiene fundamento alguno, el exceso de retórica que oculta cosas muy mal hechas, la hiper valoración del cosmético cultural, la importancia de la cultura para ocultar crímenes. Quizás todos los países tengan esa falla orgánica. A él le interesaba analizar las que eran constitutivas de la República Argentina: incapacidad de ver la historia tal cual ha sido, incapacidad de verse las personas tal cual son y que por lo tanto huyen a través de la política.
En el ensayo también aparece la crítica al modo de existencia técnica. ¿Podés contar más sobre esto?
¿Y para qué sirve contar más sobre eso? Vivimos en un mundo que es un mecanismo técnico, parecido al de la rueda del hámster. Nadie puede salir de ahí. Esto se nota en este período donde todo el mundo está apretado de dinero y encima las distintas burocracias privadas y públicas apremian a la gente hasta enloquecerla con toda clase de formularios. La técnica es una forma de mirar el mundo, una forma de vivir. Para Martínez Estrada eso no era fundamento de civilización. Fundamentalmente porque él creía que civilización y barbarie no eran contrarios como creía Sarmiento, sino que eran siameses, como una alianza helicoidal que giraba sobre sí misma. Como él lo dice en “La Cabeza de Goliat”, civilización es que una persona establezca una confitería al lado de una fábrica envasadora de gas mortífero para poner en cohetes que serán lanzados a la ciudad de enfrente. Entonces: la técnica, como la economía, no son para él fundamentos de una nacionalidad potente. Se puede ser un país muy próspero, como Suiza, y en realidad es todo mentira, todo dinero depositado por dictadores. Claro que se puede tener un país próspero. De una crisis económica se puede sobrevivir, pero de una crisis moral no. Lo que a él le importaba es que la gente pueda tener un fundamento ético en su vida que permitiera soportar las demás crisis que pudieran acaecer en un país.
Hacia el final del libro se habla de la revolución cubana y la violencia política. Se hace mucho hincapié en la cuestión de un socialismo construido sobre matanzas, fusilamientos, encarcelamientos. Nos gustaría ahondar en esto…
No sé si es importante porque… ¿a quién le importa esto? ¿A quién le importan las matanzas de Stalin a esta altura, salvo a los eruditos, a los historiadores y algún que otro trotskista? ¿A quién le importan las matanzas de Mao Tse Tung? Millones y millones de personas muertas de hambre por políticas equivocadas. Incluso hoy: quizás en Corea del Norte hayan muerto unas cuatro millones de personas de hambre hace apenas diez años. A nadie le importa. Están demasiado lejos esos lugares. Y sobre todo, mientras más se ha apoyado aquello que produjo desastres, menos interés hay en analizarlos. Matanzas más antiguas pertenecen ya a las notas al pie de página de los libros y de otras ni siquiera nos acordamos. En definitiva: a mi me importa cada una de las víctimas de la Unión Soviética. Si pudiera, en una eventual reencarnación todopoderosa de Funes El Memorioso, recordar una y cada una de todas las personas que murieron en la época de Stalin (y fueron más de veinte millones), las repetiría una por una todos los días. Entonces, aquí hay dos posiciones posibles: o en política está bien matar al enemigo o en política está mal matar. Si está bien matar al enemigo no hay nada más que hablar. Si la lucha por el poder, o bien la idea de transformación social, supone matar, no hay nada más que hablar. En cambio, si no matar es ante todo el punto de partida de un pacifismo sustentable y que no sea pelotudo, ahí sí hay que ponerse a hablar. Pero primero hay que preguntarse: ¿importan aquellas víctimas? Yo creo que no. ¿Quién sabe? Dentro de 20 o 30 años las víctimas del terrorismo de Estado de Videla ya no van a importar. Quizás pueda ocurrir eso. ¿Acaso alguien se acuerda de los de la Semana Trágica o la Patagonia, además de Osvaldo Bayer? Prefiero responder de esta manera: ¿a quién le importa y por qué nos tendría que importar? Quizás porque, como dice Benjamin, hasta los muertos están en peligro. O quizás porque me resulta intolerable darme cuenta que el oficio que se llamó intelectual en el siglo XX no es más que justificar matanzas, una tras otra. Hay pocos autores que vale la pena leer, que quedaron limpios de todo eso. Los hay: George Orwell, Albert Camus, Lewis Mumford. Son tan poquitos en comparación a los que se enfervorizaron, tomaron posición o les convino tomar posición. Desconfío mucho de los que toman posición tan enfáticamente. Primero, si alguien quiere tomar posición, quiero que me diga nombre por nombre, con nombre y apellido, todos los muertos de la Unión Soviética, Rumania, Polonia, Mongolia, Corea del Norte, China, Checoslovaquia, Hungría, Alemania Oriental, Yugoslavia, Cuba. Que me los diga. Calculo que tardaría unos cuantos años.
11 de noviembre de 2014


En el lenguaje, es la guerra

conversación con Hugo Savino[1]


El poeta francés Henri Meschonnic declara la guerra al mundo en que vivimos, en donde los conceptos y la poetización van por separado. Hablamos de una resistencia que desea volver a meter el cuerpo en el lenguaje. Para alguien que nunca escuchó hablar de Meschonnic, ¿qué tipo de cinturón de seguridad hay que ponerse para entrar en lo que llama el poema?
Mejor alas que cinturón de seguridad. Lo primero cuando se empieza a leer es no defenderse. Saber que se está leyendo a un poeta que un día, al ver que la filosofía empezaba a acaparar a los poetas, que los interpretaba, decidió leer a los filósofos como poeta. Declaró esa guerra y produjo muchos terremotos entre los pensadores que le fueron contemporáneos, los de la década del ´60, del ´70 y el ´80. Entró en conflicto con casi todos ellos, pero no por haber iniciado polémicas, sino simplemente por el modo en que los leyó. Sencillamente por leer. Podríamos decir que leer, leer a los otros, genera realmente un conflicto, siempre. Siempre que uno los lea atentamente. Casi todo el mundo quiere escribir y que uno no los lea. En general, todos quieren escribir y ser aceptados, sin pasar por la lectura de los otros. Entonces cada vez que alguien lee, trastabilla todo. Siempre que asumamos que leer es poner el cuerpo en el lenguaje, no andar en el floreo, en el toma y daca de los elogios.
¿Cómo entender más a fondo esa declaración de Meschonnic, que es a su vez una cita: “en el lenguaje es la guerra”?
Esa frase Meschonnic la toma del poeta Ósip Emílievich Mandelshtám, que dice: “En la poesía es siempre la guerra”. Claro, es una frase que en el principio parece un poco enigmática. Es la guerra porque para Mandelshtám se trata justamente de la conquista. De la aventura hacia lo nuevo: eso es la guerra. Guerra contra las poéticas que se le oponen al poeta y a la censura de su época. Cada poeta enfrenta la censura de su época, que puede ser el peor totalitarismo o puede ser el juez de turno. Ya ningún juez censura a Madame Bovary: ahora se sometería a un gran ridículo. Pero bueno, la censura va tomando otras formas. Eso es la guerra del lenguaje.
¿Es guerra contra las políticas de normalización de la sintaxis?
Por supuesto, contra todas las normalizaciones. Hay una frase de Borges que me gusta que dice: “Los profesores detestan la poesía, lo que les gusta a los profesores es enseñarla”. Yo creo que esto encaja bien en esta cuestión de la guerra del lenguaje. Mandelshtám no quería enseñar poesía, quería escribir: ahí estaba la guerra.
Lo político en un escritor está vinculado entonces no tanto a sus definiciones explícitas o públicas sino a la forma en que escribe. Si el desafío político está más en el decir que en lo dicho, ¿cómo se sitúa lo político en el decir?
En el decir, sí, pero diría: más que en el decir, en el hacer. Lo político se sitúa en el hacer con el lenguaje, en la manera en que cada autor interviene: Mandelshtám es un caso paradigmático porque escribe en 1918 el artículo que se llama “El Estado y el ritmo” en donde dice que si no se organiza la colectividad, se cae en el colectivismo, que es como una colectividad pero sin colectivo, que es lo que pasó después con el advenimiento del estalinismo. Entonces esa escritura es un hacer, es una forma de intervención política. Cuando Orwell escribe Homenaje a Cataluña, ese libro es una forma de intervención política también. Aunque el libro quede boyando y no tenga mucho impacto, no importa: el libro está ahí y es una marca. Entonces la intervención política de un escritor ocurre cuando, justamente, pone el cuerpo en el lenguaje y hace de otra manera, no repite lo que ya está hecho. Y en Meschonnic es un caso paradigmático, porque toda su reflexión política viene justamente de estos escritores. Por ejemplo: un tipo clave para Meschonnic es Victor Hugo, que tuvo una gran participación política en el siglo XIX. O el mismo Mandelshtám. O Paul Celan. No va a buscar en la filosofía política. Meschonnic reflexiona desde los poetas.
A veces tenemos la impresión de que si el lenguaje como conjunto de signos es una trampa, para no entrar en ella corresponde romper con esa trascendencia. Así venimos leyendo a Spinoza, por ejemplo. Romper la cadena de los signos a favor de la concatenación de los cuerpos. ¿Por qué ahora deberíamos aceptar que el lenguaje aparezca nuevamente como un lugar habitable y vivo y no como una trampa? Esa idea que venimos trabajando engancha bien con lo que Meschonnic denomina lo teológico-político. Da una vuelta interesante al problema político de cómo enfrentar esta estructura del signo autonomizado. No va a decir “fuguemos a lo asignificante”, sino que va a parar la pelota y a decir “che, pero no nos vayamos del lenguaje, carguemos al lenguaje de cuerpo” y vamos a ver qué efectos produce en la vida. Meschonnic convoca constituir un continuo cuerpo-signo, un sujeto del poema. ¿Cómo entendés vos que Meschonnic afirme que el poema necesita del rechazo y que sólo el rechazo transforma el mundo?
Para Meschonnic la dimensión de la utopía y de la profecía pasan por no aceptar el mundo tal cual se nos presenta. El rechazo está ligado a eso: el poeta, el que hace prácticas.  Estos días venimos conversando de la práctica: ¿qué son las prácticas sino aquello que se sitúa en esta dimensión de rechazo? Para Meschonnic la utopía no es en los términos de un paraíso futuro: la utopía justamente es mantener ese rechazo, esa crítica permanente. Por eso critica mucho la figura del escritor “comprometido”, porque comprometido va a querer decir comprometido con el poder: es un arreglo, una mediación. Eso se lo deja a las instituciones, obviamente. Las instituciones hacen falta para que convivamos, pero el escritor está en esa otra dimensión de profecía. Como está Victor Hugo.
¿Y ese rechazo es también rechazo a la llamada poetización?
Sí, y es el rechazo a las estéticas que funcionan como censura. Me acuerdo de un ejemplo: una profesora en la década del ´90 festejaba la aparición del novelista universitario y entonces a mí me parecía una figura impresionante, por lo ridícula: ¿qué es un novelista universitario? Ella festejaba la salida en la universidad de nuevos novelistas y daba nombres (no voy a dar el nombre de ella porque por ahí nos hace un juicio). Eso es lo que un poeta tiene que rechazar, esas figuras convencionales. Eso fue también el “boom latinoamericano”, uno de los momentos más bajos de la lengua española.
¿Por qué?
Porque supuso un retorno; se quiso hacer un regreso a la novela del siglo XIX, que ya estaba escrita. Si uno ve todas las experiencias: Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Donoso, no hacen más que repetir lo que ya está hecho. Es una novela lineal y por eso lo llamo un momento bajo en la lengua, porque son novelas comunicables. Néstor Sánchez tiene una frase que lo define muy bien, o lo muestra muy bien a él: “son novelas que se pueden contar por teléfono”.
Hablas de “salir del bosque de la lengua”. ¿Qué es ese bosque? ¿Hay realmente un afuera del bosque o se trata más bien de encontrar “un claro” en él? ¿Salir es inventar un claro en el bosque?
El bosque está siempre: es como el signo. Uno está en el signo, y “el bosque de la lengua” es una frase que Meschonnic saca de una expresión francesa que podemos traducir literalmente como “lengua de madera”, que en Francia se empezó a aplicar a los políticos: esa cosa de los políticos de prometer y prometer. Referida a ese modo de hablar apareció esta expresión: “Hablar una lengua de madera”. Meschonnic la transforma en “el bosque de la lengua”. Salir de esa lengua de madera es salir del cliché. Posiblemente la figura del claro sea la mejor, porque uno está metido en eso. El cliché te entra por la ventana, es una tentación.
Siendo Meschonnic un escritor francés tenemos el derecho a utilizar nuestros prejuicios en su contra y decir: “De nuevo la aristocracia en el pensamiento”. Sin embargo Meschonnic se encarga de advertir que el lenguaje del poema es el lenguaje ordinario…
Ante todo cabe aclarar que Meschonnic es un francés de padres de clase más o menos baja. Su madre era costurera: no es un francés típico a lo Derrida o a lo Rancière, tipos de la Escuela Normal Superior, aristócratas del pensamiento. Meschonnic es “un escritor nacido en Francia”, justamente todo lo contrario de “un escritor francés”. Meschonnic es un tipo nacido en Francia, un escritor judío-ruso tramado por montones de lenguas y de literaturas. En él es muy importante la cuestión de las lenguas, por eso era un gran lector de Humboldt.
Venimos hablando de la exigencia que el lenguaje vivo impone al escritor de evitar los clichés. ¿Qué exigencia cae sobre el lector que entra con la guardia baja y desea conectar con esa vida del lenguaje? ¿Hay que estar dispuesto a salir herido?
El lector que no se defiende va avanzando en la aventura del lenguaje. No es fácil, siempre nos tienta recular frente a aquello que nos va a cuestionar, que nos va a cuestionar en nuestra experiencia sensible. Y por supuesto que se puede salir herido. Es estar dispuesto a eso.
Veníamos charlando sobre la dificultad que experimentamos en el lenguaje ante la primacía de la “lengua de madera”, que repite el signo y que no agrega nada ¿cuándo el decir es poema, cuándo interviene un cuerpo?
El cuerpo interviene cuando vos como lector o como escritor o como sujeto de una práctica no te dejás llevar al terreno del tentador. El “tentador” siempre te quiere llevar a su terreno. Vamos a ponerlo como figura de adversario: siempre quiere que te definas. Esa definición es identitaria: ¿qué sos?, ¿judío?, ¿boliviano? Entonces te tenés que definir como boliviano. Ahí ya estás en el terreno del tentador que te incita a tener una identidad y que no te muevas más de ahí. Entonces la lectura empieza cuando resistís al tentador que te quiere hacer hablar, te quiere hacer decir como si tuvieras algún poder, el poder que él tiene. Digamos: la resistencia empieza cuando vos lográs situar en qué lugar estás. Ahí empieza la resistencia, la lectura te diría.
Decías hace poco: “el poema pierde la guerra del lenguaje cuando llega, cuando tiene el poder”.
Sí, por supuesto: la condición del poema y del lector es no tomar el poder. El poder se juega por otro lado, hay mucha gente que se ocupa de tener el poder, entonces tiene que haber una dimensión, justamente, de cuestionamiento a ese poder. Una vez que el poema llega al poder se acabó, ya está.
¿Qué pasa con la técnica y la escritura? A veces la técnica es contraria a cierta intuición para la escritura y sin embargo pareciera que hay que adquirir cierta técnica para lograr un poema poroso, que permita el ingreso del lector.
La técnica, tanto para el escritor como para el pintor o el músico, remite a un cierto dominio de lo que hacés y el asunto que se presenta es: ¿cómo desarmás eso? porque se trata de un saber. Yo qué sé si Coltrane tenía todo el saber del saxo, pero justamente llegó donde llegó porque trabajaba intensamente para sacarse ese lastre del saber técnico todo el tiempo.
Estamos dando vueltas a la idea de un materialismo sensible que concierne al lenguaje. Meschonnic dice “el ritmo como significante mayor”. También dice: “no es que la Biblia se haya escrito en hebreo, sino que la Biblia hizo al hebreo”. Es la obra la que hace al lenguaje y no a la inversa. ¿No es ésta un poco la cuestión que se plantea en toda práctica? Se hace sobre lo que no se sabe. En una charla decías: “El artista que está creando es el único que no tiene el arte”.
Exactamente: todos tenemos el arte, menos el artista. Yo creo que eso también lo podemos llevar a la práctica, la práctica es lo que no tenés. Porque uno tiene una historicidad de las prácticas que hubo, pero está camino a inventar nuevas prácticas, porque estás viviendo en otro tiempo, entonces tenés que tratar de percibir justamente las nuevas estrategias que te vas a dar para situarte. No estás frente a la misma problemática de la década del ´20, por ejemplo. El artista no tiene el arte: es el único que no lo tiene, los demás lo tenemos, si no miren la estética. La estética le termina siempre hablando a la estética. No le importa un carajo el artista, porque hablan entre ellos. La revista Ñ, por ejemplo: todos los sábados habla de un tipo que traen de Nueva York o de París que viene a contar cómo es el arte… Y al artista eso no le interesa. Un ejemplo bueno es el pintor Willem De Kooning: hay un famoso esteta y filósofo de la estética, Clement Greenberg, un crítico que va al taller de Kooning y le empieza a enseñar cómo pintar un cuadro, y Kooning que era un tipo muy fornido, lo agarra de un brazo y lo tira a la calle. Creo que ese es el gesto del artista: agarrar al crítico y acompañarlo hasta la puerta.
Estás traduciendo para Editorial Cactus y Tinta Limón Ediciones el libro Spinoza poema del pensamiento, de Meschonnic. Su uso de Spinoza es muy intenso. Encuentra en Spinoza una posibilidad de hacer del poema una crítica a la filosofía. Hay una cita de Spinoza en particular que Meschonnic adopta para sus fines, para definir al poema como capacidad de inventar modo de vida: “Lenguaje que inventa modo de vida y modo de vida que inventa lenguaje”. A partir de ahí Meschonnic pone al lenguaje en una interacción abierta con la ética, el lenguaje y la política ¿Cómo se da esto en la práctica de la traducción, cómo entendés vos esta interacción entre lenguaje, política, ética, historia?
Yo lo entiendo a partir de cómo me sitúo cuando empiezo a traducir un libro, sea Meschonnic o de los escritores que me interesan, partamos de ahí. Entonces me doy una estrategia. En el caso de este libro sobre Spinoza la estrategia fue preguntarme: “¿Qué leí de Spinoza?” Y lo que leí de Spinoza fueron algunas cosas desde lo cultural, entonces el primer paso para traducir Spinoza era salir de ahí. Ese fue el primer paso ético y político: asumir el lenguaje de lo que estoy leyendo. El siguiente paso fue saber que no estoy traduciendo una lengua sino que estoy traduciendo un discurso. Eso para mí es fundamental. Parece obvio pero no es siempre así, porque la tentación de traducir una lengua es muy grande. Si vos traducís una lengua lo único que hacés es normalizar el texto. Decís: “este adverbio que está en francés acá, lo pongo en castellano allá”. Así te enseñan las escuelas de traducción. Traducir supone tomar decisiones políticas: “Dejo el adverbio tal como está en francés porque carga de intensidad a la frase”.
Decisiones difíciles en el laburo más cotidiano…
Y sí, porque lo que hacés es tratar de salir de la tentación de normalizar la sintaxis. Meschonnic es un tipo cuya sintaxis no es normalizada. Es “su” sintaxis. Mallarmé decía “sintaxero”’: inventó esa palabra para decir “usted es un ‘sintaxero’”, alguien que tiene una sintaxis. Porque la sintaxis, es como la respiración, es tu propia respiración. Ahí está el cuerpo en el lenguaje. Cuando hablamos –estamos hablando ahora– cada uno de nosotros puntuamos de una manera, y no puntuamos dialécticamente, puntuamos con el gesto, con el silencio. Los que nos escuchan nos escuchan un tono, nos trabamos, nos angustiamos… bueno, esas cosas.
Estás hablando de la traducción y parece que estás hablando más bien de una forma de vivir: no ceder a la tentación de normalizar.
Uno pone mucho cuerpo. Cuando traducís ponés todo el cuerpo porque no es traducir de lengua a lengua; ponés el cuerpo y sólo te das cuenta de la dificultad cuando empezás a traducir.
¿Qué relación encontramos entre esta charla con Hugo Savino y los ejes más habituales de Clinamen, referidos a conflictividades sociales y modos de resistencia e invención política? El problema que se plantea al poema se presenta en las prácticas. No hay práctica sin poema, porque las prácticas son un volver a situar el cuerpo y en aquello que necesitamos decir. Las prácticas singularizan una nueva situación en algún tipo de lenguaje. Por ejemplo, ¿cómo hablar sobre el trabajo sumergido que abunda en nuestras ciudades? ¿Se trata de trabajo “esclavo”? Meschonnic habla de un “nominalismo de los vivos”, de la capacidad de nombrar la singularidad de las vidas singulares. Cuando estamos pensando en cómo cargar al lenguaje de la experiencia, de los afectos ¿no estamos hablando de lo mismo, sea en literatura o en diversas prácticas? Una asamblea o un grupo de personas que se intenta pensar y actuar frente a una tragedia, por ejemplo.  Cuando vemos lo que los medios de comunicación de masas hacen con el lenguaje en estos casos es lamentable, informes completamente victimistas y racistas ¿No nos agarra una especie de enojo del poema contra esa presentación? Esta conversación con Hugo toma de un modo aparentemente indirecto todos los grandes temas de nuestras prácticas.
12 de mayo de 2015

Las continuidades del Estado

conversación con Bruno Nápoli[1]
Se está hablando mucho de dictadura cívico-militar y de la figura de José Alfredo Martínez de Hoz y toda la burguesía civil que participó de la dictadura. Vos, revisando archivos, ¿cómo ves que estamos en términos de ruptura y continuidad en relación a la dictadura?
El gran problema es que la dictadura en términos económicos no terminó. Si nosotros hoy quisiéramos armar un banco, tendríamos que recurrir a una ley que creó Martínez de Hoz, que es la Ley de Entidades Financieras. Si quisiéramos invertir dinero desde el exterior, nos regiríamos por la Ley de Inversión Extranjera, que todavía sigue vigente. La Ley de Privatizaciones, que permitió que el represor Jorge Rafael Videla privatizara empresas, que Raúl Alfonsín privatizara empresas, que Carlos Menem privatizara empresas. Es una ley de la dictadura que recién se derogó en 2009. Todas esas leyes demuestran que en lo económico no hay corte con la dictadura. La democracia no tuvo el valor todavía para derrocar muchas de esas leyes.
No hay “complicidad civil” en la dictadura, eso es un concepto erróneo que no sirve para entender la dimensión de la participación de los civiles. No fueron cómplices, fueron responsables directos. En las desgrabaciones taquigráficas de conversaciones entre militares y civiles son los civiles los que dicen qué hay que hacer. “El gran problema es que el Central controla mucho”, decía Adolfo Diz, el presidente del Banco Central. Claro, el presidente del Banco Central en la dictadura era a su vez el presidente de ADEBA, la Asociación de Bancos Privados. Entonces, él se queda con el órgano de control, y desde ahí les dice a los milicos: “Ustedes quieren controlar demasiado, tienen que liberar”. No son civiles cómplices, son corporaciones de civiles responsables, porque si no entrarían todos los civiles por igual. Y no es que todos los civiles fuimos cómplices de la dictadura. No fue una dictadura cívico-militar, fue una dictadura militar-corporativa. La Sociedad Rural Argentina se queda con la Secretaría de Agricultura de la Nación, ADEBA se queda con el Banco Central, la gente del Banco Ganadero toma la presidencia del Banco Nación, ACINAR y el Consejo Empresario Argentino, presidido por Martínez de Hoz, se queda con el Ministerio de Economía. Todas corporaciones patronales, financieras y del campo que, igual que ahora, se quedan con los puestos clave del Estado.
También planteás que muchas de las leyes reparatorias y de memoria que tienen mucha vitalidad hoy, se pueden rastrear hacia el pasado, incluso están presentes en tiempo de dictadura.
Es que parece que fueran un invento de este gobierno, pero el primero que hace una ley reparatoria, y elabora políticas de memoria desde el Estado, es Videla. Videla el 6 de septiembre de 1979 promulga la ley 22.062, que es el derecho de pensión para el familiar de un desaparecido. Ese es un invento de Videla. ¿Qué es una política de memoria? Una política de memoria es cuando un Estado establece una política para reparar algo que hizo el mismo Estado. Te mata, después te paga. El indulto es una política de memoria, por ejemplo: “En función de pacificar, de ordenar la República Argentina, yo indulto a mengano”.
Los juicios no son política de memoria. La justicia lo que hace es aplicar una política de memoria que decidió el Estado. Si el Estado deroga las leyes de Punto final y Obediencia Debida,  esa es una política de memoria. Ahora la justicia tiene que actuar, pero no está haciendo una política de memoria a través de un juicio. Si el Estado indulta, la justicia aplica lo que decide el Ejecutivo y el Legislativo. Por esa Ley de Videla muchos familiares cobraron la pensión del Estado. Y esa es una ley que todavía sigue vigente. Ese mismo año, la dictadura saca otra ley, que es la de Presunción de Fallecimiento, que establece que para cobrar la pensión el familiar debe dar por muerta a la persona desaparecida. Es la perversión de la ley: si vos lo das por muerto frente a la justicia, se te paga la pensión. Esa ley abarca desde el 5 de noviembre de 1974 hasta 1979, a todos los que hayan desaparecido en esa franja de tiempo, incluyendo al gobierno democrático, que ya venía con casi 2 mil muertos y desaparecidos por el gobierno peronista entre 1973 y 1976. A la Ley de Presunción de Fallecimiento los milicos la derogan en 1983 antes de irse, pero al derecho de pensión no lo derogan.
¿Por qué toda esta información no forma parte del relato disponible acerca del 24 de marzo?
Porque rompe con la idea de que las políticas de la memoria son un invento del kirchnerismo. Visto desde esta perspectiva se vuelve claro que el gran problema es el Estado: el Estado te mata y te repara, te mata y te repara. Lo hizo el peronismo, lo hizo Videla. Incluso encontramos en estos archivos otra ley más de 1983 que autorizaba al Estado a indemnizar a todos los que estén comprendidos en el artículo 1 de la Ley de Pacificación, que son justamente todos los afectados por la violencia estatal desde el ‘73 al ‘83. Esa es otra ley reparatoria, una política de la memoria de la dictadura. Si uno ve esas continuidades del Estado en materia de políticas de memoria se rompe el relato de que las leyes de la memoria nacieron en 2003. De hecho, las políticas de la memoria del menemismo son muchas más que las de este gobierno: la reincorporación de los empleados estatales, que los hijos de desaparecidos no hagan el servicio militar, leyes reparatorias económicas. Es sorprendente, porque el gobierno que queda para el relato como el que menos políticas de la memoria tuvo en realidad es el que más tuvo.
Para seguir pensando las continuidades y rupturas, ¿qué lugar creés que ocupa la figura de César Milani al frente del Ejército en este contexto?
Me parece interesante pensar que la figura de la violencia se atomizó durante la democracia. Durante la dictadura la desaparición de personas estaba concentrada, era un Estado que había decidido matar a muchas personas. Y lo dicen abiertamente, así como Perón cuando asume en el ‘74 dice “vamos a aniquilar a los marxistas infiltrados en el movimiento”, Videla en el ‘75 dice “vamos a matar a todos los que sea necesario para salvar a la patria” y el 31 de diciembre del ‘77 en la prensa dice “si es necesario, vamos a matar a un millón y medio de personas para salvar a la patria”. Ese es el Estado hablando. Cuando termina la dictadura hay un quiebre, cuando comienza la democracia y la participación ampliada en espacios legislativos, ese discurso parece fragmentarse. Hoy que un taxista o cualquiera en la calle diga “a estos hay que matarlos a todos”, no es gratuito, lo dice porque antes lo dijo el Estado. Ahora lo dice cualquiera. Es más, cualquiera quiere hacerlo: Sergio Massa tiene muchas ganas de matar a todos, de meter presos a todos. Entonces, esa violencia se fragmentó y se hizo fuerte en puntos nodales de la política argentina. Hoy un intendente del conurbano mafioso o que trabaja con la narco policía es más poderoso que un gobernador, tiene más poder por el nivel de violencia que controla a nivel distrito.
En esta oscilación que tiene el Estado entre etapas de muerte y reparación, ¿te parece que hoy estamos hacia el final de una etapa reparatoria?
Yo creo que la intención del gobierno es utilizar abiertamente y sin tapujos la palabra “reconciliación”, que tan caro le costó al país. Porque uno no puede reconciliarse con un asesino del tamaño de Videla o de Emilio Massera. Yo creo que van hacia ese lugar, y la designación de Milani es un paso en ese sentido. Van a terminar el período de 12 años de gobierno, que abrieron con políticas de memoria, con una gran reconciliación. Si entramos al sitio web de la Casa Rosada, se puede ver la cantidad de discursos diciendo “cerremos los juicios”, “que el próximo presidente no tenga que vivir tantos juicios”, “por qué no los aceleramos”. Y la frase más nefasta: “Hay que dar vuelta la página de la historia”. La opción de democratizar el acceso a la información y democratizar de esa manera la posibilidad de condena, cuestiona al mismo Estado, lo pone en jaque. A medida que avanzan los juicios se avanza en el conocimiento de una trama compleja de los centros de detención, la trama civil, la trama económica. Estos procesos de democratización nos llevan a decir “el problema tal vez sea el Estado” y tal vez haya que redefinir qué es el Estado.
Desde la investigación que estás haciendo en el archivo de la Comisión Nacional de Valores y otros archivos del Estado en tiempos de dictadura, ¿qué idea del Estado se te arma?
Bueno, el Estado por momentos parece que dependiera del estado de ánimo de quien quiera mencionarlo. Si me falta algo y si me sacan algo, digo “que se haga presente el Estado”. Otra frase común es “el Estado somos todos”, sobre todo en los políticos, que necesitan de esos consensos. Si, está bien, pero no a todos no tocan los beneficios del Estado. Entonces, ¿qué es el Estado? En principio, es una instancia de administración burocrática y punto. Y lo que haga ese Estado está determinado por quien lo tome. Cuando fue tomado por asesinos y ladrones fue terrorista. Cuando fue tomado por mitómanos en recuperación de un partido que había sido aliado del genocidio tuvimos un Estado menemista. Ahora con fracciones de ese mismo partido en el poder tenemos un Estado kirchnerista, con lugares de inclusión muy singulares, como el matrimonio igualitario, la recuperación de la ANSES, espacios de militancia de jóvenes. Pero, por otro lado, en 30 años de democracia tenemos casi 3 mil asesinados por las fuerzas del Estado, muchos de ellos desaparecidos. El 70% de esos asesinados son de la década ganada: 2500 asesinados del 2003 al 2013 por fuerzas policiales provinciales, nacionales y gendarmería.
24 de marzo de 2014


¿Qué imágenes tenemos del cambio social?

conversación con Amador Fernández Savater [1]


Queremos pensar juntos qué imágenes tenemos del cambio social. Por un lado todo lo que transitamos en Argentina de 2001 para acá, pero también en España, desde el 15-M con los llamados indignados y la actual discusión en torno a Podemos. Una pregunta que nos hacemos con Amador es qué pasó con aquello de cambiar el mundo sin tomar el poder. ¿Qué imágenes pueden continuar esa discusión?
Con los amigos que nos hemos encontrado en el 15-M nos dimos cuenta que tenemos un registro muy limitado de imágenes para pensar el cambio social. Esto viene de toda una trayectoria acerca de cómo se han pensado las revoluciones. Por un lado, se imaginó como una toma del poder del Estado para desde ahí cambiar la sociedad. El Estado como la sala de mandos donde puedes decidir cómo será la sociedad futura. Y luego hubo otra idea importante durante el siglo XX: la creación de una sociedad paralela. En la contracultura americana, en los movimientos de los años ´70 estaba la idea de la fuga y la creación de una sociedad paralela. Y yo creo que en el 15-M nos hemos encontrado con un límite, porque ninguna de estas dos ideas nos conviene o no acaba de ser adecuada a las prácticas que se están dando. Por eso comienza esta incipiente investigación a través de autores y movimientos para preguntarnos qué otras imágenes del cambio social pueden ayudarnos a enriquecer el repertorio imaginativo.
Todas nuestras ideas de cambio están basadas en una distinción entre medios y fines, ¿cómo juega esto a la hora de pensar nuevas imágenes?
En lo que se llama la real politik asoma la primera idea de cambio: creación de un partido político para conquistar el poder. Ahí siempre hubo una escisión entre ética y política, porque lo que se impone es el cálculo. Es un corte entre formas de vida y fines. Nuestra investigación intentaría pensar al revés: cómo podría haber una política que fuera en sí misma prefigurar a la sociedad que se quiere. En el 15-M cuando discutíamos horizontes y qué era eso de la “democracia real ya” que se quería, un amigo dijo “la democracia que queremos ya nos la estamos dando”. Ahí no hay escisión entre ética y política. En todo caso la pregunta es cómo intensificar esa práctica, como prolongarla, potenciarla, sostenerla, contaminarla. Pero hablamos de un núcleo que ya está.
Alguna vez charlando de esto con Amador y Santiago López Petit decíamos que algo ya cambió en la sensibilidad. Quizás no en el núcleo duro de las estructuras de la sociedad, pero sí  en el modo de sentir. En esa conversación Santiago decía que no puede haber un movimiento político sin objetivos. Desde la izquierda muchas veces se piensa que la eficacia es ocupar lugares, sea “por las buenas” en elecciones o “por las malas” en insurrecciones. ¿Es lo mismo cumplir objetivos que ocupar lugares? Además de mutar sensiblemente, ¿no podemos cumplir objetivos? ¿Podemos despegar la imagen de “cumplir un objetivo” de la de “ocupar un lugar”?
Más que cumplir objetivos, lo que ha logrado el 15-M es producir efectos. Por ejemplo, la deslegitimación de toda la arquitectura política española que viene del paso de la dictadura a la democracia, desde el Rey hasta la Constitución pasando por los partidos políticos. Ese efecto deslegitimador es muy fuerte. Al mismo tiempo, hacer visible lo que no lo era: que sientas lo que antes no sentías. Un ejemplo son los desahucios, que ocurrían sin que nadie lo sepa y hoy están en primer plano. Todos sentimos como intolerable algo que antes no sentíamos y además está abierta la posibilidad de hacer algo contra ello. Y muchos efectos más: en toda Europa hay una suerte de canalización derechista del malestar, que es lo que siempre pasa en las crisis, y en España no está pasando. Hay efectos, pero en términos de objetivos no sé si hemos conseguido tanto. ¿Cómo pensar la relación con los objetivos pero de manera inmanente? Esto es lo que decía Santiago López Petit: que no sea una demanda al Estado para que haga tal o cual cosa. Hablamos de objetivos que el propio movimiento se pone y consigue sin demanda al otro. Es una idea bonita que no sé si hemos llegado a desarrollarla mucho en la práctica, pero es potente para salir de la pura prefiguración o la demanda al otro para que se cumplan reivindicaciones. Hay algo de la demanda imposible, de un objetivo que a la vez desarregla todo el mapa de posiciones, todas las posibilidades de lo que un Estado en condiciones de capitalismo puede dar. Hoy en España el derecho a la vivienda o a un trabajo y un salario digno se han vuelto demandas imposibles. Como que el reformismo se ha vuelto revolucionario o algo así. Creo que Santi estaba pensando en objetivos que en sí mismos no se pueden cumplir sin una reconfiguración del paisaje en que están organizadas las cosas. Objetivos que en sí mismos conllevan un cuestionamiento de la lógica.
También esto que viven en Europa se puede traducir a América Latina de este modo: si en el pasaje de la fase de los movimientos de hace una década a la fase actual de los gobiernos progresistas, no hay necesidad de recuperar desde los movimientos una capacidad de plantear objetivos propios. Hasta qué punto perdimos esa gimnasia que va más allá de las reivindicaciones, el apoyo o la distancia con respecto a los gobiernos. Algo más que la discusión acerca de si a los gobiernos progresistas hay que defenderlos o son una mentira que debemos denunciar.
Hay veces que nos encerramos en dicotomías que luego la práctica las hace estallar todo el rato. En España hay movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca: una experiencia que defiende a los desalojados por no poder pagar, que hacen una estrategia multinivel súper eficaz. Por un lado intentan frenar el hecho concreto del desalojo. Por otro, producen espacios de apoyo mutuo entre las familias de desalojados para que se reconozcan entre sí. Al mismo tiempo realizan negociaciones con los bancos y con los políticos para frenar desalojos a nivel administrativo o recogen firmas para cambiar leyes. Eso ya crea la sociedad en la que quieres vivir, genera conflicto en lo que hay e incluso propone medidas de cambio bien interesantes dentro de lo existente.
Vos hablás de “la política del cualquiera”, ¿cómo abre esta figura las imágenes de lo deseable?
Sí, lo que nos estalló delante de los ojos en el 15-M es que la gente común se reapropió de la posibilidad de hacer política, incluso más allá de los activistas de movimientos sociales u organizaciones extra parlamentarias, que son a su modo pequeños expertos. O sea que desprofesionalizar la política no es solo con respecto a los partidos, sino también con respecto a los militantes que saben cómo se tienen que hacer las cosas. Fue una experiencia muy inmediata: todo lo que estaba pasando en la calle estaba protagonizado, liderado, habitado, impulsado por gente que no tenía experiencia en política. Es el cualquiera discutiendo cómo quiere que sea la vida en común.
Es difícil que asomen imágenes más allá de la mera conservación de la vida, más allá de la demanda de lo digno para persistir.
Es una cuestión complejísima. Yo veo que los movimientos que hay en España son post utópicos. No hay imágenes de otra vida. Hemos ido a manifestaciones con la pregunta sobre cómo es la ciudad en la que se quiere vivir. Y la respuesta sería algo así como “es más o menos igual pero sin coches”. No hay como en los ´60 una capacidad de proyección. No hay Italo Calvino. Se ha perdido la capacidad de pensar otros futuros, porque  se ve que mantener una casa con una pareja, tener hijos, cosas muy básicas se han vuelto muy difíciles, incluso tener un vínculo duradero. Dicho esto, creo que en la plaza sí que hubo como una experiencia del buen vivir. Era un lugar político, pero sobre todo nos estábamos dando a nosotros mismos un cacho de la vida que queremos. Muchos lo sentimos en la experiencia del tiempo, que es lo que menos hay en la vida. Nadie tiene tiempo, tengo mil mails que responder… y de repente en la plaza estábamos seis horas escuchando en una asamblea. ¿Pero no era que no teníamos tiempo? Te das cuenta que al tiempo lo fabricas a base de prioridades, puedes regalarte tiempo. Y la plaza fue un regalo que nos hicimos. En esa experiencia de hacer algo con otros había otra definición de lo que podía ser una vida buena. Habría que profundizar esto, pero una vida buena podría pasar por una abundancia de tiempo disponible. La plaza fue la experiencia de una vida mejor.
¿Cómo se está discutiendo la dimensión estratégico política a partir de la irrupción de Podemos y otras fuerzas nacidas del 15-M?
Todos los movimientos nacidos en la plaza han sido muy intensos pero han chocado contra el muro del gobierno, del bipartidismo y realmente no hemos conseguido tirarlo abajo ni agrietarlo. Las medidas de privatización, recorte, desalojo, de empobrecimiento general de la sociedad, siguen en marcha. Hubo entonces un movimiento de impasse, de frustración, de sentir que algo más tenemos que hacer. Si hay un parlamento completamente cerrado a la calle, construyamos una especie de caballo de Troya para entrar y cambiar algo ahí dentro. Fue una discusión muy fuerte acerca del tipo de partido que puede hacer algo así. La propuesta más exitosa ha sido Podemos, en torno al carisma mediático de Pablo Iglesias, un joven profesor de izquierdas que construyó una personalidad en las tertulias de la televisión. Llevó a la televisión lo que se estaba diciendo en la calle, lo que charlaba uno en la familia, con los amigos. Tomó ese sentido común de lo surgido en la calle con respecto a la crisis, a la estafa, al “no nos representan” y lo llevaba a confrontar con los políticos. Entonces acumuló apoyo, confianza y un capital simbólico que generó un imán, una energía tremenda. Entonces la idea de Podemos es tratar de ser la traducción electoral de toda la indignación, el malestar y la esperanza de cambio. Traducir en votos todo lo que ha pasado en la calle, si es que eso se puede dar, y desalojar al bipartidismo.
Por otro lado hay una experiencia de plataformas más vinculada a ciudadanos, movimientos sociales y partidos políticos que se ponen al servicio de esa voluntad de cambio. Eso se llama Ganemos y tiene una escala puramente municipal. Entonces: Ganemos en las municipales, Podemos en las nacionales y regionales.
¿Y cómo ves la traducción de la calle al voto?
Hubo un momento donde había muchos puntos de la sociedad politizados. En las plazas nos apiñamos todos y luego esa forma de hacer política del 15-M se extiende por toda la sociedad. De repente se difundió la política por todos lados: hospitales, escuelas, calles y plazas. Mi idea es que el neoliberalismo no es algo que está en un lugar, ni afuera de nosotros, ni viene solo de un punto o de arriba hacia abajo como si fuera un grifo. Más bien entra por todos los poros y rendijas de la sociedad y nosotros mismos lo reproducimos en las mil decisiones que tomamos en un día, cuando compramos, cuando depositamos nuestro dinero, a qué escuela llevamos a nuestro hijos. Hay una amiga que dice que el neoliberalismo es una coproducción donde todos jugamos parte. Entonces lo bueno que tuvo ese momento de difusión de la política es que podíamos atacar al neoliberalismo en todas las rendijas. El riesgo es que de nuevo se concentre la política en un punto considerado como el principal y fundamental del cambio que vuelve a ser el poder político. Si nos vamos a tapar el grifo, el neoliberalismo se nos sigue colando por las rendijas y los poros.
Decir que nos gobiernan mal es desentendernos del problema que nos incluye. ¿Está el riesgo de creer que si nos gobierna una fuerza que no es de la élite estamos a salvo del neoliberalismo?
Hay puntos de diferencia entre lo que está pasando en Argentina y en España. Igual quizás solo sea una cuestión de reloj. Pero me parece que ahora mismo nadie en España diría que el movimiento fundamental del cambio que está habiendo es Podemos. Incluso los líderes de Podemos te dirían que son hijos del 15-M. En Argentina oigo hablar que el movimiento de cambio es 2003 y ya no 2001. En el calendario también se juega algo, ¿no?
Por otro lado, me parece que el kirchnerismo representa aquí una cultura de verticalidad y de “buena representación”.  En Podemos no hablan de reponer una buena representación o “que gobiernen los buenos”, sino intentar pensar la representación desde el “no nos representan”. Sería como pensar en Argentina quién queda después de que se han ido todos. Es un desafío de imaginación y de prácticas.
Teniendo en cuenta estas diferencias interesantes que planteás, ¿cómo opera el prestigio o la imagen de la realidad latinoamericana en España?
Es interesante pensar que estamos mirando a otros y buscando imágenes, ya que Europa siempre fue muy ombliguista, al considerar que ha inventado la filosofía y la revolución. Ahora se produjo un cambio en las coordenadas de las referencias: se ha mirado al zapatismo, a lo que pasó en Argentina, a Bolivia, al norte de África (que siempre se la vio con miedo y de repente surge la primavera árabe) y ahora a lo que pasa arriba en los gobiernos latinoamericanos. Podemos es un Frankestein con trozos de políticas distintas, entre la calle y lo maquiavélico. Para el grupo promotor, que no es la complejidad del movimiento, la referencia con los gobiernos latinoamericanos es importante en muchos sentidos. Recojo uno, que es que han sido capaces de cristalizar lo que es una transformación cultural. Apuntaron a transformar en leyes lo que primero se transformó en las subjetividades al movilizarse. La transformación cultural redefine la realidad pero no la cambia. Algo así parece haber ocurrido con los gobiernos progresistas que han hecho ley las nuevas formas de sentir.
Me interesa el espacio discursivo común que se abre entre América Latina y el sur de Europa. Algo así como un Frente Único contra el Neoliberalismo, para utilizar grandilocuentes fórmulas de la Tercera Internacional. Ese Frente tiene posiciones distintas: no es lo mismo los discursos populistas que lo momentos autonomistas. Ese Frente tiene pendiente discutir qué es el neoliberalismo y cómo se lo derrota. En ese sentido hay una dimensión experimental: en la calle o en instituciones, todos estamos probando. Me parece importante que todas las experiencias primero se reconozcan como compañeras de un Frente y no como guerras intestinas que solo denigran a otras posiciones. Y además evitar ser cooptados tanto por un izquierdismo abstracto y radical como por sectores de la burguesía que lo que quieren es un reformismo liviano. Ese Frente hay que volverlo visible.
7 de octubre de 2014

El poder terapéutico

conversación con Santiago López Petit [1]


Para nosotros Florencio Varela, en el conurbano bonaerense, viene siendo un espacio a partir del cual pensamos la conflictividad social, las luchas populares, el devenir narco. Sin embargo, en estos días es noticia porque el intendente Julio Pereyra anunció que instalarán un barrio espiritual financiado por el cineasta David Lynch. Entonces recordamos que en los libros de Santiago López Petit aparece la idea del poder terapéutico. ¿Qué es eso, Santiago?
Podemos empezar diciendo que el poder terapéutico es una cara más del poder, que consiste en hacer persistir nuestras vidas en lo que son. Es como un poder que nos mantiene en vida para seguir funcionando dentro de la máquina. Pero no es simplemente un poder de medicalización, es muchas cosas a la vez: medicinas, terapias, un conjunto de prácticas que buscan que carguemos con nuestra vida. Yo lo empecé a teorizar a partir de una experiencia en una cárcel de Asturias, en España. En esta cárcel los presos de algún modo auto controlaban el espacio y los carceleros eran sustituidos por terapeutas. Quien entraba allí, firmaba un contrato en el que admitía que su vida fuera rehecha. Fue una experiencia exitosa y para nosotros fue la matriz para comprender cómo el poder terapéutico se extiende sobre toda la sociedad.
Pensábamos que al mismo tiempo hay una espiritualidad de los dirigentes. Ahora mismo, el Papa argentino tiene una importante influencia sobre las elites políticas y empresariales de la región.
Se los voy a decir un poco bestia, pero desde San Agustín se postula la existencia de un espacio interior en el hombre, cosa que no se había pensado antes. Un espacio interior en el que el hombre se encuentra a sí mismo. San Agustín lo construye como un espacio del miedo, en la medida en que en este espacio interior me veo ante Dios, que verá si me salva. En ese espacio entra toda la espiritualidad, que luego se hará control. Lo complicado es que el espacio interior, en estos momentos de sobreexposición, puede entenderse también como un lugar de resistencia. En la opacidad, es un salir fuera de una visibilidad absoluta bajo un ojo del poder. Pero abocarse a la meditación trascendental es absurdamente nefasto cuando lo que no hay son casas. Creer que la disposición de los muebles te hará más feliz me parece absolutamente vomitivo. Es el uso de la interioridad para ponerla en función de la propia máquina capitalista. El poder terapéutico busca neutralizar lo político y ubicar en conflicto en cada quién. Es la gestión de los residuos humanos por un lado, y de las vidas precarizadas por el otro. Funciona como un agarradero: en el fondo, con la auto contemplación te ofrecen un bloque de eternidad, lo cual para mucha gente es bastante. Sin embargo, hoy el espacio interior puede ser un lugar para partir, un punto para volver a atacar al mundo. Sospecho que hay algo en vaciarse que puede ser liberador, quitar el miedo y los deseos construidos por la publicidad.
¿Hay alguna relación entre esa parte positiva de la meditación, aquella que vacía la vida marca, y tu idea del “gesto político”?
Antes la gran dicotomía era “o ser una mercancía o vivir”. Esto era lo que planteaban los situacionistas y muchísima gente en los ‘70. Yo creo que hoy la dicotomía  a la que nos enfrentamos es “ser una unidad de la movilización o ser una anomalía”. Ser una pieza o ser alguien que no va a encajar en esto y que va a pagar por ello. Yo creo que ciertas terapias pueden ayudar a que esta anomalía, que uno debe ser si quiere enfrentarse al mundo, subsista de alguna manera y no se gire hacia la autodestrucción. Este es el punto crucial: si hay un criterio a la hora de cortar las terapias y plantear que pueden ser elitistas, nefastas, ligadas al capital. Ahora, cerrar los ojos ante esto también me parece equivocado. Hay una terapia que indica “relajarse bien para trabajar mejor”. Pero el gesto radical, el gesto revolucionario es dejar de ser uno mismo. O sea, en la política más radical ya hay una forma de terapia que es dejar de ser lo que la realidad te obliga a ser.
¿A qué llamás fascismo posmoderno y cómo se relaciona con el poder terapéutico?
El fascismo posmoderno es un espacio público pseudo privatizado, es la autogestión de tu propia vida, es un espacio de opinión y decisiones. Durante mucho tiempo para mí el fascismo posmoderno fue esta movilización en la que tú crees que diriges tu propia vida. El fascismo posmoderno, la máquina de la movilización, el vivir en esta sociedad destruye la mente, aniquila, en el fondo tu vida no vale nada. Entonces al poder terapéutico interviene como una aseguradora para que no te hundas. Te mantiene con el mínimo de vida para que puedas seguir vivo y trabajando. Entonces, ¿nos hacemos pieza de la máquina o intentamos en esta destrucción ser la anomalía que se pueda convertir en cierta potencia? Hay terapias que te reconducen dentro de la máquina y otras que pueden hacer de la propia enfermedad un arma. Aquí está la cosa: asumirse anomalía, asumirse una forma del dolor.
15 de octubre de 2013


El agotamiento kirchnerista

Salvador Schavelzon
Hay elecciones que se ganan porque uno gana y otras en las que se gana porque el otro pierde. A veces, un candidato seduce mayorías; en otras, los votantes apuestan, con desencanto, por una vieja relación; también hay comicios en que el voto desequilibrante es crítico y opta por un cambio, aunque con sentido indeterminado. Esto último fue decisivo en la elección argentina en que se impuso Mauricio Macri, que un año atrás no superaba el 13% de intención de voto nacional. No es que los argentinos asumieron un neoliberalismo conservador, sino que el voto contra el legado del kirchnerismo fue más fuerte que el que creía que lo que estaba en juego era volver a los ‘90.
Ernesto Laclau, politólogo argentino radicado en Inglaterra, meses antes de su muerte dijo sobre Macri: “Tiene tantas posibilidades de ser presidente constitucional en la Argentina como yo de ser emperador de Japón” (La Nación 16/11/2013). Y estaba en lo cierto, si vemos las dificultades de Macri para metamorfosearse en un líder populista; aunque Laclau no llegó a ver los cambios recientes en el discurso macrista, que incorporó elementos del kirchnerismo, en la línea del venezolano Capriles. Pese a esto, Macri nunca pudo deshacerse de su imagen de hijo de millonario con un proyecto de poder personal y de difícil despegue de la ciudad de Buenos Aires, cuyos barrios más pobres siempre le habían dado la espalda y donde el último triunfo de su partido había sido bastante ajustado. Ni siquiera su paso por Boca Juniors le había dado popularidad, y a esto apuntaba Laclau. Hay elecciones que se ganan con operaciones discursivas populistas, y otras que se ganan porque el pueblo decide que tu rival debe retirarse.
No era Cristina la que se medía en las urnas, pero esto ya era parte de la derrota, pues no se pudo viabilizar una reforma constitucional que lo permitiera. Sus hombres de confianza fueron derrotados en las internas de varias regiones e instancias, y Scioli había sido una decisión desesperada ante la falta de candidato propio para suceder a Cristina. El exmotonauta, nacido políticamente junto a Menem, medía mejor que cualquier kirchnerista, incluyendo al hijo de Néstor y Cristina, que encabezando la lista de diputados perdería en su propio distrito de la provincia de Santa Cruz. Sin un partido de inserción nacional y en minoría en el Congreso, aún está por verse si Macri será un nombre duradero en la política argentina. La victoria de Macri es una derrota del gobierno de los Kirchner (2003-2015), porque parte de su base social le dio la espalda.
La idea de construir “transversalidad” ante las resistencias del peronismo conservador al inicio del mandato kirchnerista nunca se había desarrollado. La opción de Cristina fue apostar por una continuidad negociada que le permitiera mantener algo de poder, en un nuevo gobierno encabezado por un peronismo federal, no kirchnerista, que unificara a todos para formar gobierno y por la adhesión generalizada a la imagen del papa Francisco. Pero la derrota de Cristina ya se vio cuando la campaña de Scioli optó por no mostrarla, con publicidad que incluso distanciaba al candidato del Frente Para la Victoria de la Presidenta en funciones. En las urnas, la derrota fue evidente con el triunfo de María Eugenia Vidal en la Gobernación de la provincia de Buenos Aires, donde el peronismo estaba en el poder desde 1987. Fue un voto de la clase media y de los pobres contra el jefe del Gabinete de Ministros de Cristina, Aníbal Fernández, el funcionario kirchnerista con mayor presencia mediática.
En un momento de crisis de continuidad para los gobiernos progresistas, es posible reforzar la narrativa del ajuste contra la inclusión social. Pero quizás sea más realista abrir una reflexión sobre límites que no solo son producto de una reacción conservadora sino de un agotamiento propio. El consenso en temas cruciales entre los gobiernos progresistas y los neoliberales es parte del problema.
SUDAMÉRICA. Mientras en Brasil no fue necesario más que semanas para que la austeridad comience a ser implementada (después de una campaña en que también la candidata vencedora se presentaba contra el ajuste estructural), en Argentina las políticas de mercado llegarán “atendidas por sus dueños”, con un candidato anti-popular cuyo triunfo horrorizaría a Laclau, cercano al kirchnerismo en los últimos años de su vida. El nuevo presidente es hijo de la “patria contratista” cuya conformación remite a la dictadura. Es además expresión de una Argentina que se imagina capital europea y alejada de Latinoamérica, o la Canadá de Brasil; el nuevo presidente argentino ya dijo que se acercará al Brasil.
Un tema en agenda será el acuerdo de libre comercio del Pacífico en el cual tanto Macri como sectores del gobierno del Brasil están interesados. En lo que respecta al nuevo mandatario argentino y a la hoy empoderada derecha brasileña de dentro y fuera del gobierno, si el bloque económico del Mercosur fuera un obstáculo, éste sería extinguido sin ningún pudor. Por otra parte, como ya mostró Ecuador, la oposición a tratados de libre comercio ya no es una línea roja innegociable para los gobiernos progresistas.
En Bolivia, el triunfo de Macri no puede dejar de abrir una interrogante sobre un posible triunfo de candidatos hoy inimaginables desde el punto de vista del hegemonismo populista. El retroceso electoral en lugares en que históricamente se había apoyado al kirchnerismo, permitió el triunfo a Macri, lo que también se constata en Bolivia. Pero sería un error atribuir la victoria a una especie de magia electoral que haría que una propuesta de escasa inserción pueda construir desde los medios un discurso populista, disponible para cualquiera como simple técnica electoral. De lo que se trata es de la capacidad de conexión auténtica con lo que pasa en las calles.
Después de la derrota, el kirchnerismo se encuentra hoy en plena caza de brujas para señalar a los padres de la derrota, perdiendo de vista la responsabilidad colectiva de lo que se llegó a construir y las batallas que se prefirió no abordar. La discusión hubiera sido productiva como fuente de reflexión y reformulación con el rumbo del proceso en marcha. Pero para eso es necesario salir de los relatos polarizadores, que reducen toda crítica formulada desde nuevas luchas, o desde sectores sociales que ven su salario despreciado como “discursos de oposición”, cuando no “romanticismo anti-estatal” e “izquierdista” y efecto de los medios omnipotentes de comunicación, como si gobiernos como el kirchnerista no hubieran entrado de lleno en el control de medios.
El problema es la capacidad que tenga un proceso de cambio para nutrirse de miradas críticas, manteniéndose abierto y conectado con las indignaciones y movimientos que lo impulsaron. Por su origen desde arriba, no cabe duda de que Cambiemos, la coalición que llevó al poder a Macri con el apoyo de socialistas y de la vieja UCR (Unión Cívica Radical), rápidamente se aislará del movimiento crítico que pudo representar en las urnas.
El destino del progresismo en Sudamérica también depende de cuánta apertura pueda tener para conectarse, o cuánto se bloquea todo lo que no se subordina, no se entiende o no se puede controlar. Sin capacidad de acompañar el movimiento de abajo y afuera, que es desde donde provienen los momentos más transformadores y osados de estos gobiernos, el destino es un cementerio político que se endurece y sostiene con represión. El escenario al que la llegada de Macri y la crisis del relato progresista nos devuelven es al de los estallidos y movilizaciones de comienzo de siglo. Es ahí que todo vuelve a ser discutido y las luchas se reorganizan, ahora con argumentos que surgen de la experiencia de estos años.
(fuente: La Razon, de Bolivia)

Diciembre está empezando y siempre se desborda

Diego Valeriano

El ingreso al consumo fue  una acción de pura prepotencia emancipadora. Se provocó un desborde, un estallido, una fuerza que arraso convenciones obsoletas. Las complicidades del buen gobierno favorecieron momentos de liberación. Acción y reacción. Vida, violencia, fiesta, muerte, verdad, experimentación y goce. Una nueva voracidad creció embrionariamente. Incontrolable, nueva, inentendible.

Por los anuncios del nuevo gobierno y quienes los van a ejecutar, parece que la fiesta está terminando,  tendremos que realizar el ritual de cierre (y resistencia), lacerando cuerpos propios y ajenos, rompiendo cabezas, destruyendo propiedad de otros. Las vidas runflas terminan las fiesta como corresponden. Diciembre está empezando y siempre se desborda. Nunca es un vaticinio, más bien una invitación.

La transformación de los modos de vida en los últimos diez años coloco a los negros indómitos en una posición ambigua: imposible de estar mejor y, a su vez, mortales. Victimarios y víctimas. Poderosos y frágiles. Fiesteros con resaca. Es decir, con la ambigüedad propia de un proceso de liberación que fue puro presente.

¿Solo el consumo nos hará libre? Ni en pedo, la fiesta sí, la fiesta nos hará libres. Lo bueno de las rochas y los negros, de esas vidas runflas prepotentes e insoportables, es que no se cuidan, no miden, no proyectan. No ensayan justificaciones, no cuidan los modos. Van. Solo van en ese proceso absurdo y profundo. Van en moto, van tirando cortes. Un ruido insoportable acompaña la emancipación. Lejos, muy lejos de las estéticas de antaño. Es el ruido de la fiesta.

“Aquí no se rinde nadie” parece expresar un pibe con un short del Real Madrid y en cuero mostrando sus tatuajes en la placita de Las Artes de Morón. Como se va a rendir si todavía quedan cuotas por pagar, planes por cobrar, fiestas por vivir. Llegan más negros y pibas, se ríen, se saludan, toman juntos. Se miran de reojos con los de la policía local. Los dos bandos saben que es diciembre y que a dos cuadras está el Coto que inauguraron el mes pasado.

Clinamen: pensar ante la máquina

Conversamos con Sebastián «Ruso» Scolnik, editor, miembro del Colectivo Situaciones, sobre el libro «Ante la máquina. Para salir del consenso desarrollista», que compila entrevistas de Clinamen. Lectura de una década larga. La crítica: ¿hacia dónde apuntar?

Audio de presentación de «Conversaciones ante la máquina»


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