Anarquía Coronada

Author

lobosuel - page 10

lobosuel has 5857 articles published.

¿Cómo podemos salir de la máquina de guerra destructiva del capitalismo mundial? // Franco «Bifo» Berardi conversa con Vitrina Dystópica

Lo sucedido recientemente en Chile confirma, para Bifo, un axioma que hay que tener en cuenta: que la «democracia» (lo que conocemos durante las últimas décadas con ese nombre) ha sido una trampa en la que el movimiento obrero, revolucionario y progresista ha caído regularmente. La democracia se opone a la participación política verdadera. Esta afirmación se funda para Bifo en dos premisa universales: 1. Democracia autentica supone la formación de la decisión colectiva a partir de un proceso libres. Eso ya no sucede; 2. Cada vez que el movimiento obrero gana las elecciones y ocupa el estado (como fue en Grecia hace una década), se vacía la eficacia de la voluntad popular por medio de una serie muy poderosa de automatismos económicos, comunicaciones y militares.
En Chile sin embargo, dice Bifo, algo ha cambiado. Nació un movimiento capaz de actuar por fuera de la máquina estatal, creando una amplia dinámica social autónoma. la insurrección sí, democracia no. No hay traducción de insurrección en democracia, y por tanto la revolución no pertenece ya a nuestro futuro. La promesa moderna de desarrollo y democracia ha muerto. Los procesos autónomos no deben (no pueden) aspirar al dominio de la totalidad social.
Por supuesto, queda planteada la pregunta: ¿Cómo podemos salir de la máquina de guerra destructiva del capitalismo mundial? es preciso para Bifo sostener a todo precio este verdadero problema. Muy valioso documento del colectivo chileno Vitrina Distópica, confrontando amigablemente el rechazo desde Sudamérica a pensar los procesos de autonomía como resistencia al «fin del mundo»

Diego Sztulwark

 

Apuntes sobre inconsciente y política (verano 2022) // Amador Fernández-Savater

Leer a Freud es una experiencia bien intensa. No sólo por lo que saca a la luz, contra todo y contra todos (él, un burgués de Viena, como si hoy dijéramos, en palabras de mi amigo Beñat, «un señor de San Sebastián»). 

 

También como experiencia de lectura. A diferencia de Lacan, no piensa que para ser sugerente haya que ser hermético. Es clarísimo y a la vez inagotable. Y todo el rato indica la falla en el discurso: «no tengo respuesta, no he podido avanzar más, etc.» Dos cosas me vienen a la cabeza, entre otras mil posibles.

 

Primero, ¿no hemos retrocedido muchísimo en el saber sobre la psique? El impacto freudiano fue lento, pero inexorable. Afectó a todos los planos de realidad. La literatura, la filosofía, el cine, el humor popular, todos registraron sus efectos: la certeza de que lo que vemos no es lo que pasa, que lo dicho no es el decir, que la realidad es doble y el sujeto está dividido.

 

Hoy, sin embargo, desfilan por todos lados sujetos sin falla, que ni saben ni sospechan de su división. Impera la cultura del yo y de la voluntad: sé lo que quiero y si no lo consigo es mi culpa (o la de los demás). Las técnicas de acceso al inconsciente brillan por su ausencia. Y lo que proliferan son los paliativos de un malestar que no sabemos ni interrogar ni elaborar.

 

Segundo, ¿en qué momento se ha podido separar lo íntimo y lo colectivo (o histórico-social)? Freud desde luego no deja lugar a la duda: el psicoanálisis sirve para pensar el mundo (¿cómo leer si no psicología de las masas, tótem y tabú, el malestar en la cultura?).

 

Y sin embargo, en la política desaparece la referencia al insconsciente (objetivismos y voluntarismos por todas partes). Y en la clínica desaparece la referencia a lo social-colectivo y no se piensa cuál podría ser la dimensión colectiva -o revolucionaria incluso- del psicoanálisis.

 

Pero el descubrimiento de Freud es que no hay diferencia entre normal y patológico y por eso se puede investigar a través de chistes o lapsus que los tiene cualquiera; y que el propio principio de realidad (la cultura) es neurotizante y muy problemático tal y como se ha establecido.

 

Los clichés de diván 

 

Decíamos: la cultura psicoanalítica ha retrocedido en el mundo. Los clichés proliferan y la resistencia a analizarse (a pensarse radicalmente) los usa como pretexto. Estos son algunos, que eran los míos hasta ayer: 

 

–«si tienes buenos amigos, no necesitas psicoanálisis». A ver: el objetivo del análisis no es otro que pensar (a nosotros mismos, pero no solo ni solos) y se piensa con amigos. El análisis tiene para mí un aire de familia porque he vivido momentos de pensamiento en conversación con amigos. 

 

Pero hay diferencias: el amigo escucha lo que dices, te cree, discute pero te toma en serio. El psicoanalista escucha otra cosa que lo que dices («lo que se arma detrás de lo que dices» en palabras de Franco Ingrassia). ¡Y muchas veces ni te cree ni te toma en serio! Produce cortes, mediante la pregunta o el humor, para sacarnos de la repetición infinita que somos, para que así te escuches. 

 

–«el psicoanálisis es un proceso intelectual». ¡Cuántas veces he escuchado a amigos bienintencionados decirme «¿más palabras Amador? Toma peyote o baila zumba»! Y todo bien con el peyote y demás, pero en análisis se hace muy claro que las palabras son cuerpo. Lo que produce efectos de curación no es «darse cuenta» de nada, sino una palabra que conmueve y nos mueve. Palabra de afecto, palabra como afecto; y por eso Lacan puede pensar la transferencia leyendo El banquete de Platón: enseñanza y análisis pertenecen ambos al ámbito de Eros. 

 

–«el psicoanalista es un sacerdote que te confiesa: escucha tus pecados y pone penitencia». En realidad es todo lo contrario: el psicoanálisis nos enseña a ser más malos. Es decir, a no ceder en nuestro deseo, contra todo y contra todos. Porque aún somos demasiado buenos, sacrificamos enseguida lo más propio. No existe el «mal» en el análisis, salvo el de no escuchar y no seguir el propio deseo. No hay penitencia que aplicar, tan solo un poco de compañía para escucharnos mejor y convertir el malestar en fuerza. En nuestros «pecados» (o síntomas) está nuestra salvación.

 

Hablo, por supuesto, de mi propia experiencia. De mi verdad. Por si pudiera servirle a alguien.

 

Llevar la muerte dentro 

 

Spinoza afirma que todas las cosas buscan perseverar en su ser (conatus). A través de una ciencia de los afectos podemos ir aprendiendo a escoger los encuentros que nos alegran (aumentan nuestra potencia) y descartando los que nos entristecen (despotencian). En nada piensa menos el ser libre que en la muerte, porque no está en la propia esencia. O, como dice bellamente Sartre, «la muerte siempre viene de afuera». 

 

La crítica dirigida a Spinoza (y los spinozianos) es recurrente: ¿cómo explicar entonces el mal? ¿Realmente solo es un efecto de ignorancia? 

 

El último Freud afirma: las pulsiones son dos, Eros y Tánatos. Estamos habitados también por la agresividad y la auto-agresividad, llevamos la muerte adentro. La ciencia de los afectos se embarulla: sentimos el mayor de los amores y el mayor de los odios por la misma persona. Los encabalgamientos entre eros y tánatos son complejísimos (sadismo, masoquismo). Y no se puede descartar que la pulsión de muerte no trabaje en realidad a favor del Eros: queremos eliminar todos los obstáculos que impiden nuestro regreso a la placidez y el cobijo del vientre materno. El otro nombre de la muerte es Nirvana.

 

Lyotard, en Economía libidinal, ensaya el más difícil todavía: un solo principio, aliento o soplo vital, anima todo lo existente, la libido. Pero esta funciona a dos velocidades, con dos temperaturas. El Eros compone: une, reúne. La muerte descompone: separa, disloca. Pero no se puede asignar un efecto (bueno, malo) a cada principio de funcionamiento: el amor puede sofocar, asfixiar; existe, como sabemos por Rosalía, el «malquerer». Y Tánatos puede liberar: la fuga de un hogar que nos aplasta y oprime el pecho. 

 

Ninguna ciencia, concluye Lyotard, puede saberlo todo de antemano. El amor mata y la muerte vivifica. Somos ese laberinto. Hay que escuchar cada caso.

 

Podríamos llevarlo también a la política: esa revuelta, ¿por qué pulsiones está habitada? ¿Quiere la liberación de la vida o agredir a un otro que nos impide imaginariamente el regreso a la placidez de tal o cual identidad? ¿O ambas…? 

 

La escucha de lo singular es el arte más raro y precioso, más difícil.

 

La vacilación amorosa

 

La neurosis se expresa según Freud como duda e inseguridad permanente: incapacidad para tomar decisiones, aplazamiento y rumia constante.

 

Esa duda, concluye Freud en su ensayo sobre «el hombre de las ratas», es fundamentalmente inseguridad con respecto al amor. Tal inseguridad básica se extiende a todos los demás ámbitos de la vida (y del propio pasado: remordimientos, etc.).

 

«Aquel que duda sobre el amor tiene que dudar de todo lo demás, menos importante». La duda sobre el amor tiene mucho que ver para Freud con la represión de la sensualidad exigida por el principio de realidad.

 

El neurótico se defiende mediante comportamientos obsesivos: aplacar la duda, compensar el malestar, rectificar el estado de sufrimiento. Por ejemplo rezando compulsivamente el rosario. 

 

¿Podríamos pensar que lo que cambia hoy, con respecto a los tiempos de Freud, es sobre todo el tipo de compensación obsesiva? En lugar de la religión o de la superstición, la compulsión al consumo (de todo tipo de objetos, sustancias y experiencias), al trabajo, a la comunicación y los goces en espejo.

 

La duda, la indecisión y el auto-reproche permanente se aplacan mediante diferentes tipos de «subidón» (algo muy diferente al rosario). Cambia el tipo de «adicción».

 

Pero la protección neurótica, explica Freud, se ve penetrada por lo que deja fuera. Por ejemplo, alguien que reza por sus padres escucha una voz interior pidiéndole a Dios que se los lleve por favor cuanto antes.

 

Del mismo modo hoy, lo que más nos gusta hacer, en tanto mecanismo de protección, también queda impregnado de malestar: se lee, se piensa, se liga o se está en política compulsivamente (en modo redes sociales). Y así el agobio -por la aceleración y la cantidad de cosas a hacer- se suma a la primera ansiedad.

 

Desconectar, el apagón, tampoco sirve, sólo es un alivio momentáneo. Nuestro lamento repetido por el hecho de que después de agosto siempre recomience el estrés de septiembre. Todos tenemos que trabajar, claro que sí, pero nadie está obligado a mirar constantemente facebook. Entramos voluntariamente en la rueda de hámster.

 

¿Entonces? Hay que volver, necesariamente, a meditar sobre la inseguridad primera. Pensar las condiciones contemporáneas de la vacilación amorosa.

 

En terapia es la guerra 

 

La cultura implica la renuncia a los instintos. Freud lo explica genialmente en su texto sobre la conquista del fuego: fue necesario que algún humano renunciase al placer de mear sobre el fuego y así apagarlo para que hubiese cultura.

 

Pero esa renuncia tiene un precio: nos constituye desde ese momento como sujetos neuróticos, siempre en falta, siempre insatisfechos, siempre inquietos. Todos neuróticos: el «sano» solo tiene una neurosis socialmente aceptada.

 

Pero no todos los freudianos iban a aceptar ese «pecado original». Los freudianos marxistas asignan a la revolución la tarea de levantar la maldición represiva. Entre ellos el más loco y genial fue tal vez Norman O. Brown, inspirador de los movimientos de los 60.

 

El niño sale de la infancia derrotado, explica Brown en su obra Eros y Tánatos: castigos, severidad, autoritarismo, cruel entrada en el principio de realidad. El proyecto revolucionario no puede ser otro que realizar el potencial de la infancia: inscribirlo en la realidad.

 

Realizar la infancia supondría organizar la sociedad desde las actividades libres y placenteras: la vida y el trabajo como juego y experimento. ¿En qué momento el trabajo se convirtió en este tormento que padecemos? Hoy, en el colmo de la alienación, rogamos por un trabajo cualquiera.

 

Realizar la infancia supondría liberar su libido. Pero la libido infantil no es la «genital», sino el cuerpo perverso y polimorfo, todo él zona erógena, que disfruta con los codos, con las rodillas, con el lenguaje mismo considerado como un trozo más de piel. El error de Reich es querer liberar una sexualidad (genital) ya acotada represivamente.

 

Realizar la infancia es salir del tiempo contable, tiempo que pasa, que se nos escapa entre los dedos y nos angustia. La eternidad es el modo de ser de los cuerpos no reprimidos, de la infancia, del juego, del amor. Aquí y ahora, para siempre. 

 

Si la cultura es neurotizante, si sólo ofrece satisfacciones sustitutivas, entonces la terapia es la guerra: hay que elegir bando en el conflicto entre libido y principio (represivo) de realidad. Transformar en ella la energía agresivo-culposa de la neurosis en energía de transformación, en lugar de aceptar la salida individual en un mundo neurótico.

 

Lo que produce nuestra angustia es el horror de vivir en «las líneas no vividas de nuestros cuerpos» (Rilke). La resurrección de los cuerpos, es decir, la realización revolucionaria de la infancia, nos reconciliaría con la vida… y con la muerte.

 

¿Por qué dormir nos descansa? 

 

No se trata sólo de un proceso físico que repone energías, sino de un reencuentro psíquico con la infancia. Es lo que aprendo leyendo a León Rozitchner. 

 

En el sueño, las leyes lógicas del principio de realidad (tiempo sucesivo, no-contradicción) se suspenden y reemerge el proceso primario, arcaico, el principio de placer. Hablamos con los muertos, somos esto y lo otro.

 

Ese reencuentro regenera el deseo, cada noche. Despertamos renovados, con ganas, las energías menos ligadas y más plásticas, también con extrañeza, pues en ese primer momento aún estamos entre dos mundos…

 

Podemos olvidar y borrar las huellas del sueño cuanto antes para mejor adaptarnos a la realidad, mirando el móvil enseguida por ejemplo. O tratar de prolongar ese estado, relatando nuestros sueños, escribiéndolos, jugando a interpretarlos…

 

No hay «mal sueño», el mal sueño es el no-sueño, el triunfo sin resto del proceso secundario, sin extrañeza, sin agujeros y madrigueras que comuniquen con el inconsciente. 

 

¿Es por eso que, como demuestra Jonathan Crary en su libro 24/7, el capital trata de reducir el sueño, de perturbarlo, incluso de acabar con él? Ya se investiga cómo los humanos pueden reponer fuerzas sin dormir, es decir, sin tener que reactivar la infancia, sin pasar por el inconsciente; esa es la verdadera pesadilla de la sociedad del no-sueño…

 

Diez razones para escribir // Roland Barthes

No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales escribo:

1) por una necesidad de placer que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico;

2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;

3) para poner en práctica un «don», satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia;

4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;

5) para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos;

6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;

7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos;

8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad;

9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos;

10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y «causa noble»), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo.

Lo “ilegible” o lo “contra-ilegible”, no puede constituir evidentemente una figura plena. No podemos describirlo ni desearlo siquiera; es solamente la afirmación de una crítica radical de lo legible y de sus compromisos anteriores. No estamos más obligados a figurar la escritura que Marx a tomarse el trabajo de describir la sociedad comunista o Nietzsche la figura del superhombre. Es revolucionario porque está ligado, no a otro régimen político, sino a “otra manera de sentir, a otra manera de pensar”.

Revista Adynata / Junio 2021

 
 

Cuadernos de protesta 5. Grafiar la trama // La Liga Tensa

GRAFIAR LA TRAMA

Gestos y tácticas creativas en la manifestación

la Liga Tensa

 

Esta publicación reúne una colección de tácticas de protesta en las que la imaginación y la fuerza se encuentran en un espacio de negociación. Cada una de estas tácticas está resumida gráficamente en una lámina. La selección, aunque acotada, sugiere la amplitud y variedad de lógicas posibles para pensar la acción política, sabiendo que al manifestarnos nos encontramos en condiciones asimétricas. Tomamos ejemplos concretos que nos resultan reveladores porque permiten reflexionar, emocionarse, reinventar y abrir el espacio de lo que imaginamos.

 

Toda acción de protesta está necesariamente relacionada con el contexto político y social en el que surge. Hay acciones que sólo son pertinentes porque en determinadas situaciones está prohibido juntarse en una plaza, sentarse en un bar, caminar por una calle. Hay otras que son más fácilmente replicables porque las ciudades en las que suceden tienen elementos en común, la información circula rápido y existen vínculos de inspiración entre movimientos sociales. El uso del aparato represivo por parte del gobierno de cada país, los niveles disímiles de criminalización de la protesta (por ejemplo leyes anti terrorismo o anti piquete), la injerencia de los poderes en los medios de comunicación y de los medios de comunicación en las luchas, la violencia a la que estan expuestos ciertos grupos, y otras cuestiones, hacen que determinada táctica sea posible o no, necesaria o no, en un lugar determinado.

 

Cada lámina de acción nos incita a pensar posibilidades. Cada lámina trama algo, abre las puertas a planificar alguna acción; pero también es una trama, es decir, una red de elementos que se tejen dentro de un movimiento táctico como los que presentamos aquí. ¿Qué activa estos movimientos?, ¿qué forma tienen?, ¿cómo operan?, ¿qué funciones tienen?, ¿quiénes los hacen?, ¿en qué contexto político y social ocurren?, ¿en qué situación? Intentamos sintetizar estos tejidos y esbozar la historia que conocemos de estos gestos. Una historia que no limita al gesto pero lo sitúa. Cuerpos tumbados, sentadas, monumentos abatidos y resignificados, cubos voladores, moridas, luces que encandilan, cuerpos que cortan un pasaje, coreografías ensayadas o espontáneas. Buscamos dar cuenta de aquellos aprendizajes que se van dando en la práctica de estar en la calle y de movilizarnos juntes.

 

Decidimos organizar las veinte láminas que componen este cuaderno en cuatro familias. No son categorías que las definan, más bien proponen enfoques (un tanto arbitrarios) desde los cuales nos resulta interesante mirarlas:

 

RESIGNIFICACIÓN. Tomar un signo, una palabra, un mueble o inmueble, arrugarlo, modificarlo, voltearlo y volver a arrojarlo al espacio público. Montarse en los imaginarios y el sentido común colectivos para introducir otros mensajes, otras acciones, otras fuerzas u otres actores. Tener en la mira lo oficial, lo nacional, lo monumental y lo patrimonial.

 

BURLAR LA REPRESIÓN. Estrategias para esquivar alguna ley o darle la vuelta a un protocolo de represión. Juegan con la retórica de lo permisible y lo no explícito; a veces tensan, a veces destensan, pero en general, dificultan la intervención policial.

 

CUERPOS Y MEDIOS. La especificidad de un gesto corporal que se vuelve un signo (e incluso un símbolo) al irrumpir en el espacio público, y su relación con formas de socialización y reproducción. Con el cuerpo como arma gestual se producen actos efímeros capaces de volverse constituyentes al viralizarse, mediatizarse o incluso reprimirse. 

 

HUMOR. “Las tácticas no tienen por qué ser siempre solemnes ni serias. No tienen por qué ser siempre explícitas o claras. No tienen por qué ser siempre duras y ásperas. No tienen por qué ser siempre frontales y directas. No tienen por qué ser siempre las mismas. Hay subversiones mediante el humor, la belleza, la movilidad y el camuflaje. Hay maneras de destruirlo todo sin dañar nada. Hay formas de ganar haciendo «como si» ya hubiésemos ganado. Hay modos de ganar jugando bonito, usando el cerebro”. 

 

El continuo perfeccionamiento de formas de represión hace vital compartirnos y circular técnicas de resistencia y manifestación. Estas láminas surgieron con la intención de divulgar prácticas que nos gustan de manera rápida y simple. Una lógica entre panfletaria y didáctica, inspirada en las “monografías” de papelería que comprábamos en la escuela primaria para hacer la tarea, en las que unas cuantas imágenes y un texto breve tiran una línea y dan una idea sobre algún tema. Las acciones registradas aquí pueden seguir pensándose y activándose. Los materiales visuales y de texto están organizados como collages fotocopiables y pensados para su distribución y reproducción indiscriminada. Todo fue sacado de internet y estas composiciones, lejos de ser exhaustivas con los gestos de lucha que nos han nutrido y asombrado, proponen una entrada ágil a acciones que nos parecen importantes por su creatividad militante y su versatilidad.

 

 

LISTA DE INFOGRAFÍAS CONTENIDAS EN LA PUBLICACIÓN:

 

RESIGNIFICACIÓN

TUMBAR MONUMENTOS

PLAZA ITALIA – PLAZA DIGNIDAD

ANTIMONUMENTOS

FUE EL ESTADO

RENOMBRAR CALLES

ESTUDIANTES IPN CLAUSURAN LA SEP

 

BURLAR LA REPRESIÓN: 

LUCES LASER

SENTADAS AFROAMERICANOS

STANDING MAN

DOCUMENTAR LA MANIFESTACIÓN DESDE ATRÁS

ACT UP

 

CUERPOS Y MEDIOS 

«QUERER NO VER»

FEMICIDIO ES GENOCIDIO

ALERTA FEMINISTA / Abrazo caracol

LAS TESIS /Un violador en tu camino

HANDS UP DON’T SHOOT

 

HUMOR

ALTERNATIVA NARANJA

QUEMA DE CHILES

BOMBA DE OLOR

REFLECTOCUBO

 

PARA DESCARGAR CUADERNO COMPLETO

https://ligatensa.files.wordpress.com/2022/07/grafiar-la-trama.d-una-pagina.pdf

TODOS LOS CUADERNOS EN

https://ligatensa.wordpress.com/2022/07/12/499/

La izquierda chilena tras el rechazo. La nueva comunión de los expertos // Mauro Salazar

Tras los resultados del plebiscito del 04 de septiembre, Apruebo-Dignidad debe abandonar la pereza cognitiva y los comodines frecuentados para explicar su “derrota electoral” bajo la arremetida portaliana. Según las vocerías del nuevo progresismo se habría impuesto el Rechazo en virtud de una abundancia de fake news («fakesnewsismo»). Todo ha sido imputado a una especie de «teoría del emisor» (Hermes como médium y la traductibilidad) que se habría alzado sobre «ovejas con cabeza de papel» -población biopolítica mediatizada- sin los recursos de una “agencia”. Incluso el reconocido constitucionalista chileno, Fernando Atria, a propósito de su contribución en La Constitución tramposa (LOM, 2013) ha elaborado la respuesta más creativa en materia de desinformación*. Luego de dar una serie de escenarios, precisiones y razonamientos muy explicativos en materias de Fake, Atria concluye, a modo de autocrítica, que la eficiencia de la comunicación política del Rechazo -al menos por esta vez- se sirvió de una comunidad de subjetividades con disposición a votar contra el nuevo texto constitucional alcanzando una cifra insólita. Lo anterior sin el menor ánimo de subestimar las estratagemas de la derecha chilena y sus sirvientes semióticos, a la hora de masificar los sesgos populares contra la «razón política» y exaltar la necesidad de «expertos indiferentes» en la Convención a nombre de la politología dócil y la “matemática conductual” (El Paradigma Politológico y sus exponentes). 

Es primordial revisar la tesis del «helicóptero arrojando dólares» para comprender “plebiscitos infinitos”, sin desmerecer la inversión del empresariado en «banco de datos» y «enjambres digitales». En suma, el temor inducido existió, pero conectar de bruces tal cuestión con la «bella mentira» es una analogía «algo veloz» para retratar la “orfandad hermenéutica”, la carencia imaginal y la regresión positivista de los progresismos de turno -especialmente situados en la demografía del FA. El vacío de disputa hegemónica del gobierno y las fuerzas transformadoras, abundó en la ausencia de narrativas para contrarrestar las «tecnologías organizacionales» -positivismo lógico- en plena intensificación del “capitalismo académico” (epistemes y cogniciones del orden). La comunicación corporativa, y su pastoral publicitaria retratada en el Partido Republicano, amerita una discusión de fondo que se extiende hasta las economías del conocimiento que la industria de la conductas y preferencias ha instalado (algoritmo). Con todo, la conspiración de las estadísticas coludidas, el boicot ante el SERVEL, la manipulación de rasgos conservadores de la población, el vitriól de las redes sociales, no gozan de una solvencia explicativa o una razón prevalente para zanjar las aristas del Rechazo. En plena teología plebiscitaria la izquierda chilena invocó el manual de Steve Bannon (ex asesor Trump), el pinochetismo enfermizo, la inteligencia americana, el fascismo capilar, y la ignorancia del «pueblo tonto», que sin embargo fue útil en la victoria del 80% (Plebiscito de entrada). Otras voces recusaron el golpismo congresal que, solazado en la razón gubernamental, 15N (2019), y centrado en El Acuerdo por la Paz, habría obstruido las energías de pueblos asimétricos, mediáticos, huérfanos, o bien, post-populares, feministas, obligando a Boric-Font, y sus aliados de la clase política a garantizar la distopía de los cuerpos, potencias y movimientos de calle en un acuerdo tan indeseable, como necesario. Toda la cantinela de la alienación quedó al desnudo, o bien, el desconocimiento de los propios intereses de clases del mitificado campo popular (falsa consciencia)

Lejos del dato laxo, el «quinto retiro» surtió efectos al menos en tres niveles. De un lado, la ausencia de indulgencia ante las necesidades fácticas de la ciudadanía carenciada y la nula vinculación político-interpretativa (epistemicidio) con el fenómeno inflacionario bajo la cadena de la sobrevivencia y, de otro, el vacío de mediaciones entre el polo institucional y el campo social para movilizar pasiones democráticas. Por último, el silencio argumental sobre un debate en materias de desarrollo y capital humano requería enfrentar la gramática cientificista del experto organizacional. No es casual que bajo este contexto el director de la encuesta CADEM sostuviera -cual programa de computabilidad- que el triunfo del Rechazo estaba cerrado en el mes de Abril (2022). 

El clima hiperbólico fue la deriva de algunas potencias utópicas, sin indagar en la posibilidad de pueblos post/populares de tipo neoliberal (2019) que han roto todos los contratos con la cadena de la representación y que tienen potenciales nexos con el campo del rechazo cuando recusan la racionalidad abusiva de las instituciones. Un bloqueo estructural que las izquierdas deben interrogar en su alcance hermenéutico para descifrar sociabilidades perceptivas y las rupturas fenoménicas con la razón partidaria.  

Adicionalmente ello rodeó al organismo convencional; su (in)comunicación inicial, a poco andar corregida, y la ausencia de prácticas pedagógicas, más allá de algunos esfuerzos notables hacia el mundo popular, agravaron una cotidianidad agobiada por la «guerrilla de precios» y la olla flaca. La dramaturgia domestica de algunos convencionalistas (los usos y abusos mediáticos de Rojas Vade por parte de la contra campaña derechista); los rituales despreciativos hacia los símbolos de la comunidad nacional, so pena de su conservadurismo ancestral y retrógrado. Todo redundó según Atria (El Desconcierto) no sólo en problema de gestión y coordinación, sino “en un escrito para una asamblea de estudiantes». El Rechazo del Rechazo, con su ausencia de “magnanimidad”, hacia las opiniones difusas y la denigración de las corrientes del polo social demócrata, incluyendo aquella demografía de inspiración probadamente neoliberal, mediante la agitación discursiva distópica, abandonaron los aprendizajes de la teoría (post)hegemónica, agravando la «guerra de posiciones» en favor de la «comisión de expertos» y sus economías del conocimiento.

La vocación estético-medial hizo una lectura molar de los intersticios del mundo popular y sus distintas modulaciones de nihilismo o partitura institucional. En suma, en vez de aparecer como una cruzada vigorosa, el texto soberano devino en un ofrecimiento bullicioso ante la vida cotidiana de una ciudadanía esquilmada en sus «modos de existencia» y fuertemente tributaria de la concentración cognitiva de la hiper industria cultural. Y sí, nuevamente, sobre tal base la comunicación corporativa no vaciló en viralizar descoordinaciones, guerrillas identitarias, y fricciones de una Convención inédita en la historia de Chile. Todo ello ha dado paso para que nuestro “ensayismo oligárquico” y sus halcones celebren un país que rechazó el caos constituyente —a lo largo de todas sus regiones sin excepción y de más de un 90% de las comunas. Un texto que según «Amarillos por Chile», en vez de expresar acuerdos transversales, resume un «espíritu refundacional y maximalista». 

Tras este ambiente excepcionalista, las marginalidades mediáticas padecieron los sobre sueldos de asesores y jefes de gabinete de Apruebo-Dignidad, que la derecha supo gestionar mediante sus editores, haciendo que la ciudadanía no sólo apuntará al 1% (superricos) que absorbe el 40% de ingreso nacional, sino a un «progresismo de boutique» (mesocracia de la reforma). Y ello implica abrir un debate sobre la irrupción de nuevos estratos y subjetividades producidas por la integración a circuitos educacionales superiores, de consumo, de monetarización, de propiedad, de status, de circulación de signos y de formas de vida bajo el capitalismo de riesgo. Todo en medio de una población (50%) que, al margen de una alarmante marginalidad en el mercado del trabajo, apenas alcanza los $ 450.000 mensuales.

A la sazón la votación progresista se ha visto reducida cada vez más a grupos con  mayor educación, ingresos relativamente altos, ethos liberal-mesocrático, y un  programa civilizatorio que va desde un feminismo radical -sin traducción en el campo popular- hasta un «ecologismo galáctico», quedando la mayoría  de los segmentos con menos años de escolarización y menor inclinación al ethos posmoderno (portaliano-queer) dentro del campo de atracción de las fuerzas opuestas al ‘gobierno transformador’. 

El desprecio que cierta izquierda no pudo disimular por esa muchedumbre supuestamente desclasada, esto es, “fachos pobres” que desviaron el voto hacia el “riquerío”, revela una pulsión de superioridad moral que, de variadas  maneras, se expresó también en el  lenguaje de la negación frente a aquella otra parte del «progresismo neoliberal» (“Concertación bifronte”) que insistía en valorar el potencial gradualista de los nuevos estratos que buscan integrarse a los códigos y prácticas culturales de nuestro capitalismo periférico. Bajo este contexto, tal «progresismo», de tibio reformismo, no hizo más que intensificar sus alianzas e intereses con el gran empresariado y obró como una feroz «guerrilla de retaguardia». 

El texto que primó —de modo implícito o explícito— entre las vanguardias del Apruebo y que animó también al núcleo de la Convención Constitucional, mantuvo relaciones oscilantes con la revuelta del 18-O (2019), develando una distorsionada visión express del proceso político. Aquí se impuso la idea de que los procesos pueden ser modificados (ex nihilo) por la potencia de los derechos sociales como “leyes de bronce”, sin tener que pasar por el duro camino de los ires y venires, «surfeando» los complejos eslabones de la articulación, la inercia de las burocracias, la tenacidad de las elites, las opacas e infinitas resistencias de las infraestructuras del poder, distinción y cultura. Tal visión contribuyó también al reimpulso de los expertos y sus filiaciones corporativas que han recusado la elocuencia transformada de Apruebo-Dignidad. Ello ayudó a exacerbar «pasiones tristes» que se expresaron en la cancelación del tiempo del tiempo imaginal. Y no a dudar, nuevamente ello conminó a los demonios del capital con todo su poderío incidental, pastoral, corporativo, pero en ningún caso al revés. 

El relato octubrista vuelve una y otra vez a plantear su estrategia de ruptura y despliegue destituyente contra la mitología del “mainstream modernizador”. Ciertamente estuvo tras el jaque a la gobernabilidad en los días de octubre de 2019 cuando movilizó la consigna de la renuncia presidencial y empujó una asamblea popular, inédita y excepcional para la historia de Chile. El controvertido acuerdo del 15-N inauguró el cauce institucional hacia una nueva carta fundamental a través de la Convención Constitucional que la derecha miró con terror de alta mar una vez que obtuvo el 20% de los votos. Al comienzo se intentó desbordar esotéricamente este organismo desde una mayoría bien ganada, que se debía a un orden reglado con las minorías, pero que agudizaba las furias reaccionarias de nuestros pastores. Luego del lirismo, las cosas fluyeron meritoriamente, con aportes innegables y plazos bien logrados, pero las cartas estaban echadas y la relación entre Convención y Apruebo-Dignidad derramó un ambiente incontrolable. 

Por fin el usó del «octubrismo express» (necesario de suscribir por su riqueza crítica, aunque no siempre interrogado en su economía política) como un recurso para disuadir el voto del Rechazo. Desde marzo (2022) al “gobierno transformador” le ha faltado creación política, narrativas, convicción, disputa hegemónica, metaforización e interacción con el mundo popular. La derrota fue eminentemente política y se expresó en el «bicameralismo psicológico» del oficialismo que agravó las condiciones de la Convención y exaltó debilidades ante los discursos de la técnica (industria de las estadísticas y elencos adoctrinados en las magnitudes de la política pública). 

Hoy ya es tarde. En los últimos días, asesores de palacio y jefes de gabinete concitan por las redes sociales a los expertos de los Think Tank y la vieja gobernabilidad cifrada en parámetros de crecimiento reverbera en sus credenciales tecnicistas. El asalto de la post-concertación, de sus tecnopols, de especial fuerza en el caso del PS, ya es un hecho consumado y prolifera un nuevo coro que refuerza la soberanía managerial y la «epistemología del despojo». Con todo el proceso de los barones concertacionistas abrirá otros espacios para la acción política. Pero ello ocurrirá bajo el dictum de las métricas y una nueva división del cuerpo social consumado en aquello que Villalobos-Ruminott ha llamado un nuevo “pacto juristocrático” (2021). Quién sabe, quizá en la larga duración, el 04 de septiembre abrió una “gradiente” que perpetuará la fragilidad institucional de humanidades moribundas. 

Temuco, septiembre

Nada más neoliberal que abolir el odio// Emiliano Calarco

Existe un viejo poema, erróneamente adjudicado a Bertol Brecht, que habla sobre la idea de acción, de accionar un límite. El poema es en realidad de Martin Niemöller un pastor luterano que advertía sobre los problemas de la pasividad frente a la persecución política y religiosa de los Nazis.

«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

ya que no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

ya que no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

ya que no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

ya que no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar».

El pastor intentó, supongo yo, interpelar a sus contemporáneos que aparentemente no se veían muy sensibilizados por las persecuciones nazis. Hay un tono de desesperación bastante marcado en no intentar interpelar desde lo sensible y el afecto, sino desde una cuestión práctica: “Hace algo ahora, no porque creas que es lo correcto, sino porque después van a venir por vos” parece decirnos desde la Alemania Nazi. Entonces las conclusiones son muy dirigidas: límite y tiempo. La acción justa en el momento justo.

El poema quedó inserto en la memoria histórica queriendo funcionar de alarma cuando sea el momento justo. Acá se abre la pregunta clave ¿cuando es el momento justo de poner el límite?¿No será que, en estos días en los que distintas figuras se desgarran por la democracia, se llega (se llegó) tarde a defenderla?

Capaz es que, disciplinamiento mediante, se llegó a un umbral de tolerancia frente a la violencia que es tan grande como imperceptible. Tal es así que no se puede reaccionar frente a los ataques directos. ¿qué sale a defender la gente que sale a “defender la democracia”? ¿qué sale a defender la gente que cree que esto es solamente producto de un “discurso de odio” y no de condiciones materiales?

Por estas horas se está hablando de pactos democráticos, pero ¿quién firmó esos pactos? ¿A quiénes le sirven y le sirvieron? Y sobre todo ¿qué fue lo que dejaron a fuera?

 

Nadie de los que en estos días gritó, subió sus fotos a sus redes, se indignó, lloró. ¿Nadie, pensó en escribir:

Cuando vinieron a llevarse a Facundo,

guardé silencio,

ya que no era un joven pobre?

Nuevamente vale la pena preguntarse ¿qué se defiende cuando se defiende la democracia?

No se estuvieron haciendo mil y un cosas en contra de la democracia sin que estallara el límite? Porque no se llegó a esto de un día para el otro.

¿No es esta una oportunidad para nutrir ese concepto que, ahora, demuestra lo precario que era, lo vacío que estaba, porque, nuevamente, en medio de este ruido defensor de las instituciones y de “la paz social”; de qué democracia hablamos? ¿no es un buen momento para cuestionar la frase hecha, repetida hasta el hartazgo sobre el “consenso democrático”? ¿O no se hablaba de consensos ni democracia cuando desapareció Tehuel? ¿o es qué no se entiende por democracia más que cuestiones formales? ¿No habrá sido ese consenso cocinado desde arriba, desde dónde no llegábamos y no se hizo a imagen y necesidad de quienes ayer, hoy y mañana regentean el país? Un consenso donde unos comen y otros obedecen. ¿No tambalea la democracia cuando no se llega a fin de mes, cuando 1 de cada 3 niños se saltea una comida al día? Y ojo, que no se trata de hacer una equiparación abstracta y moralizante que nos conduzca a una suerte de “nadie menos” donde se borren las diferencia cualitativas, no. No es lo mismo el intento de asesinato a una de las referentes más populares que un caso de gatillo fácil, como tampoco es lo mismo una desaparición forzada forzada en una manifestación que la pobreza extrema. Tienen cualidades diferentes, pero todas ellas entran contenidas dentro de esta democracia. Capaz, si se quiere llegar al fondo de la cuestión, si se quiere la garantía de no repetición, sea el momento de preguntar realmente qué es la democracia y cuando entra en peligro. Porque si bien este consenso se podría romper “por derecha” ¿realmente es tarea nuestra tratar de conservarlo? Capaz no sea la hora de hablar de consenso sino del disenso democrático.

 

Pero, una vez más, para llegar al fondo del asunto, si realmente nos preocupa la estabilidad de esta democracia, más allá de que no nos animemos a definirla, y poner el límite justo en el momento justo, hay que explorar zonas poco felices, incómodas. Capaz haya que pensar que tan hija es, esta democracia, de la última dictadura militar, que tan sombra de esta es. Y si nos preguntamos, con sinceridad, dejando el consignismo, la pasión impostada, capaz podamos descubrir que el terror genocida todavía rodea y moldea a esta democracia. Fueron los mismos dueños de la argentina de hoy quienes ordenaron al entonces partido militar armar los campos de concentración, torturar,en fin gobernar. Fueron los dueños de este país quienes dieron la orden con el objetivo de proteger sus ganancias, no fue el odio lo que los guió, fue el cálculo hecho a máquina, preciso, frío. Hoy los dueños del país no necesitan tanques de guerra ni campos de concentración, se aseguraron de que cada trabajador, trabajadora argentino llevara en sus entrañas, internalizada, la cámara de tortura y luego, también, la presencia del hambre amenazando, siempre. Esa picana interior que tenemos. Que cuando queremos cruzar un límite, ampliar los límites de esta democracia se vuelve amenazante y agita el recuerdo del terror sobre la carne. Nos recorta la sensibilidad, esa que nos permite ver el dolor ajeno ¿Qué tan democrática es esta democracia parida en cautiverio?

 

Días antes del fallido atentado la vicepresidenta arriesgó un intento de advertencia similar al llamado del poema “no vienen por mí, vienen por ustedes” dijo, pero, acaso ¿No vinieron ya por nosotros? No está este famoso y honorable consenso firmado sobre el terror, sobre nuestra derrota. Y ese consenso ¿no se actualiza cada vez que hay una muerte, asesinato, de un trabajador por parte del estado? ¿O el asesinato de Darío y de Maxi no abrió un nuevo ciclo en la Argentina, cuando las consecuencias de ese consenso eran cuestionadas, permitiendo el nacimiento de lo que hoy llamamos Kirchnerismo y Macrismo? ¿No está parada esta democracia sobre esos asesinatos?

En estos momentos de conmoción darle aire a las preguntas, esas que angustian, que no nos hacemos todos los días puede ser un buen punto de partida. ¿Podemos llamar democracia a un sistema dónde la desigualdad es la regla, dónde el disciplinamiento a la clase trabajadora en forma de desempleo, gatillo fácil, femicidio, travesticidios son eventos tan cotidianos pero sólo afectan a sectores pequeños y por lo general marginalizados de la “real politik”? ¿Dónde las antiguas cúpulas restringen la participación sindical o ni siquiera existe? La violencia nuestra de todos los días. Nos moldea, muestra qué está bien, qué está mal. Muestra el límite, todos los días.

La pregunta que nos puede llevar a otro lado es si se puede romper ese límite y como. ¿Cómo se profundiza una democracia? ¿cómo se la transforma cualitativamente? Capaz no sea desde sus formas, ni celebrando elecciones. Salir de la postura defensiva y empezará tocar intereses que ni siquiera se cuestionan. De quienes nos obligaron a salir a trabajar en la pandemia aún sabiendo que nos iba a costar la vida. De quienes viven ganando de nuestro trabajo. No alcanza con el 50-50 del que cada tanto se habla, eso también es insuficiente. Es momento de pensar que tan compatible es la democracia con el capitalismo, que tan compatible es con este Estado y llevar a fondo los planteos.

 

El intento de atentado que vimos fue producto de la pasividad, esa que denunciaba Niemöller en su poema. Pero también de la falta de coraje a sentir. A sentir el dolor ajeno como propio. De callarse y, por cobardía, incitar al silencio a quienes, desde lugares, siempre precarios, denunciaban como se pisoteaba a trabajadores, trabajadoras. Porque todo lo previo a esto sucedió en el medio de un gran silencio de quienes por estos días se escandalizaban por la democracia. La incapacidad afectiva que necesita este consenso también permite el avance fascista. es un objetivo clave para atacar. ¿Qué tan alto es el umbral de tolerancia a la miseria material, intelectual, espiritual, que tenemos los trabajadores y trabajadoras en la Argentina?

Ahora bien, este consenso democrático, que necesita de este recorte de la sensibilidad para poder ser tolerado. Necesita también, en su recorte, de la exclusión del odio.

¿De dónde viene el famoso odio que hoy está en boca de todos? La idea de que es producido desde medios de comunicación, llamados vagamente hegemónicos, aporta muy poco a dilucidar su origen. Más bien pareciera conducir a una respuesta fácil donde hay una relación lineal entre televisión, celular, dispositivo, etc y un consumidor pasivo, que recibe información y actúa en consecuencia. Nada más alejado de la realidad. El discurso sobre “los discursos del odio” no suena tanto a buscar respuestas como si a desarmar a la clase trabajadora, expropiarla de un sentimiento justo. La imposibilidad de exteriorizar una situación concreta es la consecuencia de la condena al odio. No es que no existan estos discursos, no es que no tengan su influencia, ni que sean inocentes. Pero ¿no nos estaremos olvidando de algo más central? dónde, en definitiva, van a hacer pie estos discursos, qué es en las condiciones materiales en las que vivimos. Y que estas condiciones sean tan precarias hacen que estos discursos tengan receptores. Es esta democracia, este consenso el que produjo estás condiciones y a estás personas. ¿No será señalar a los medios, más allá de sus responsabilidades claras, una forma de querer preservar esta democracia castrada, una forma de mantener la apariencia de algo que, ya lo sabemos, no es lo que dice ser y nunca lo fue?.

El encierro asfixiante al que nos lleva repudiar el odio es en definitiva lo que genera, no el odio, sino la ira, desbocada. ¿Cómo puede ser que tantos y tantos profesionales “progres” nieguen la necesidad del odio? ¿Dónde está la curiosidad, de tanto opinador, por saber de dónde viene ese odio, en apariencia irracional, inentendible? Es ahí donde la ansiedad de respuestas rápidas traiciona a los bien pensantes o… pensándolo bien, los ayuda a encubrir el origen de ese odio.

Detrás de esta respuesta fácil no solo se esconde la subestimación al pueblo en general, que sería una víctima permanente de la manipulación mediática, un eterno espectador de la realidad. También demuestra la poca voluntad de ir “más allá”, de quienes pretenden, así lo dicen, transformar la realidad. Si se rompe la superficie de respuestas fáciles, rápidamente nos vamos a encontrar con las condiciones materiales en las que vivimos ¿no serán éstas las que más generan el odio, la violencia?. ¿No será que el odio viene, no desde un noticiero o un trend, sino desde lo precario de nuestras vidas? ¿No son las mismas personas las que ahora señalan a Los-Medios-Hegemónicos las que con el mismo dedo señalan las condiciones materiales a la hora de explicar la criminalidad?

No hay nada menos político que presentar una pelea política como el enfrentamiento entre el odio y el amor. Nada menos político, nada más encubridor de la realidad, nada más violento. Tampoco se trata de hacer un llamado al odio de la misma manera que otros hacen un llamado al amor. La contracara de un amor abstracto que no distingue entre sujetos es el odiador que tampoco lo hace. El odiador encarnado en el patrón de estancia, en el empresario, en el dueño que odia cualquier cosa que no sea su ganancia y que siente como una amenaza a su poder cualquier manifestación popular por más mínima que sea. Descubrir que hay un odio justo es des-cubrir las condiciones materiales en las que vivimos y también… sentimos.

Tal vez el odio surja, también, como consecuencia de la distorsión constante de la realidad que se necesita para sostener el “como sí” de este pacto democrático. Una ficción sobre estómagos vacíos.

¿Alguien, de estos comentaristas del amor, se preguntó seriamente por qué se odia y por qué se odia a determinadas personas o todos fueron traicionados por sus respuestas automáticas, sometidos a un tiempo ajeno, el tiempo de las redes? ¿no se articulan esas respuestas rápidas con largos silencios? No hay una trama de silencios-respuestas que esconde claudicaciones, acomodos a la realidad que fueron cediendo espacio a la derecha más rancia que hoy se quiere repudiar ¿No encontraremos, también, abonando al “odio” una justificación sistemática de todo lo que hizo, hace y probablemente haga este gobierno?

¿No está, en definitiva, detrás de la subjetividad del odiador, del intolerante, del que quiere disparar, el mismo consenso que hoy nos quieren hacer defender? ¿No estará, detrás del largo camino que lleva a alguien a empuñar y gatillar un arma, el mismísimo capitalismo?

Acá la paradoja de quienes llaman a defender esta democracia: mantenerla es mantener las condiciones que generaron el atentado. Para defender la democracia hay que romper el consenso, superar la picana imaginaria que nos mantiene en este encierro. Vamos a tener que odiar y amar justamente.

No hay nada más neoliberal que pedir la abolición del odio, nada más hipócrita tampoco.

Capaz después de esto se vea que, esto, es el capitalismo en serio.

El odio, el «Señor Pedro» y los trolls//Mariela Genovesi

Ya ha pasado más de una semana desde el jueves 1 de septiembre. Día a partir del cual, y debido a los sucesos de público conocimiento, se ha comenzado a hablar con mayor énfasis que lo habitual, del odio y de los «discursos de odio». Es por eso, que en esta nota me gustaría reflexionar sobre el odio en sí, qué es, cómo surge y cómo actúa.

El odio es un afecto alimentado por la Ira. La ira es una emoción, que se expresa de manera corporal y que da lugar a una serie de expresiones psíquicas y subjetivas que reciben el nombre de «afectos». El rencor, el resentimiento, el enojo, la hostilidad, el desprecio, la indignación, la intolerancia, y el odio…. son todos afectos que se originan en el seno de la ira y que se asocian a «imágenes», «ideas», «recuerdos» y «malestares» superficiales y/o profundos.

Una persona siente rencor, porque aún recuerda el dolor que alguien le ocasionó. La ofensa aún perdura, no se perdonó ni se olvidó. Eso genera resentimiento, que es la puerta de entrada a la conversión del amor o aprecio que alguna vez se tuvo, en «otra cosa». Esa «otra cosa» puede ser odio, pero no necesariamente. No aún.

El odio es mucho más complejo, porque surge en conexión a otros afectos concomitantes al universo de la Ira, pero también, concomitantes al universo de otra emoción: la Tristeza. En el odio, hay dolor, hay angustia, hay sentimiento de pérdida y, por lo tanto, hay indignación.

Rencor, resentimiento e indignación. Ya tenemos tres afectos de la Ira, que son muy distintos en sus características y en su composición. ¿Cuándo sentimos indignación? Cuando algo nos duele mucho, cuando no podemos concebir que sea cierto, posible o real, porque no lo podemos entender y porque no lo podemos tolerar. Quizás porque hiere nuestro sentido de justicia, nuestros códigos éticos o nuestras reglas morales. Quizás porque hiere nuestra idea de «ser humano», de «patria» o de «república»; o quizás porque nos quita algo que apreciábamos, necesitábamos o estimábamos mucho.

Rencor, resentimiento, indignación e intolerancia. Todos ellos unidos por la ira y el dolor. ¿Cuándo algo resulta intolerable? Cuando no se soporta, cuando se cruza el límite. Ahí, ya hay una alarma, un primer «warning». Porque la intolerancia al no soportarse, necesita expresarse, necesita «salir». Puede manifestarse como bronca, insulto, desprecio y hostilidad hasta que finalmente conforma esa base afectiva que socialmente denominamos «odio».

Vemos así que, para llegar al odio, necesariamente se tienen que haber dado otras instancias, a las cuales no tuvimos en cuenta a la hora de evitar seguir ahondando en un conflicto emocional que nos lastima y nos horada cada más. Eso es el «odio», pero ahora, nos resta averiguar las implicancias del «odio social», que supone algo más, porque entraña un sentimiento de masa, algo que genera cohesión social más allá del sentimiento subjetivo de cada individuo.

Desear que un dirigente político (del partido que sea) se muera o sea asesinado, conforma el pueril y oscuro anhelo que una parte de la población -que no se siente para nada identificada con ese dirigente-, tiene. Sobran los ejemplos de expresiones populares vistos en marchas, en redes sociales o escuchados alguna vez en algún local de barrio.

Pero del dicho al hecho, no hay apenas un «trecho», hay leyes, hay sanciones (morales, sociales, mediáticas, jurídicas) y hay penas. Franquear cada una de estas instancias, puede suponer una «locura», pero también, puede suponer un hecho aún más oscuro y para nada pueril, que descansa en las entrañas y redes del poder. Siguiendo esa línea, el «odio social» se convierte en un iceberg, en una excusa, en una máscara para explicaciones aún más complejas que la Justicia deberá investigar. Sin embargo, no podemos negar ese «odio», esas manifestaciones diversas y públicas, porque están, porque existen. Y porque incluso también, llevan al «descreimiento», es decir, a la pérdida de credibilidad de todo hecho o acción no deliberada.

Y aquí entran a jugar también los llamados «discursos del odio» y los sujetos que, con sus opiniones y participaciones en redes, son denominados «haters». Hay discursos genuinos y hay discursos programados. Es decir, existe la «señora Rosa» y el «señor Pedro», pero también existe el troll. Existe la influencia mediática, pero también existen los que piensan y sienten eso más allá de lo que diga tal o cual medio o aparezca en la red social. La realidad actual es así de compleja. Pero es cierto que hay un sistema global que genera y direcciona – a través de las diversas redes sociales- cada vez más narcisismo, ostracismo y degradación moral fomentado odio y agresividad.

Por último, y ya para cerrar, mencioné que el odio se conecta con la indignación, con el sentido de injusticia, con la intolerancia, con el resentimiento y con el dolor. Y en ese sentido, tampoco podemos negar que desde algunos (bastantes) años a esta parte, hay un porcentaje cada vez más amplio de la población que siente eso mismo respecto de cualquier discurso político. La pérdida del poder adquisitivo, la falta de dinero y de insumos para poder vivir dignamente, la pérdida de la capacidad de ahorro para poder progresar y obtener una casa o espacio propio, la falta de confianza en el futuro, el aumento de problemas sociales y psico-afectivos a causa de esta crisis agravada y de la pos-pandemia, son la contracara estructural del odio, una cara que no podemos dejar de ver, que no podemos tapar.

Negar la crisis, negar los ajustes, encerrarse en el propio discurso o relato político engrandeciéndolo, exaltándolo cuando la realidad social muestra y da señales (alarmas ya) de otra cosa, es no tener una lectura adecuada de los tiempos afectivos que corren. Tiempos a los que no hay que culpar, porque eso significaría potenciar el error y, por ende, las consecuencias. Porque esa actitud de negación, de solipsismo y de vanagloria política, hecha aún más leña al fuego.

La sociedad no tiene la culpa de sentir lo que siente. Lo siente por algo. Y a ese algo es a lo que hay que prestarle atención, sea cada quien, de la fuerza política que sea.







Carri // Pedro Yagüe

El recuerdo, al igual que los olores, aparece de golpe. Sin aviso. Este carácter incontrolable de la memoria permite comprender la razón por la cual la imagen del sujeto atormentado por sus recuerdos se convirtió en un lugar común de la literatura. El reverso de este cliché resulta sin embargo más productivo. No se trata de aquel perseguido por su pasado, sino de quien insiste en volver activamente sobre él. Hay veces que el sujeto decide ir tras los recuerdos. Darles vueltas, revolverlos. Este tipo de obstinación de quien no se deja acorralar por lo vivido esconde un método cuyo origen se encuentra en la disconformidad, en la constante incomodidad con el presente. El pensamiento de Albertina es un claro ejemplo de esta operación. Su obra expresa la tozudez de quien enfrenta la memoria, el empecinamiento de quien busca una verdad.

Pero los recuerdos –lo saben los rubios, también los cuatreros– no siempre son fieles con la verdad de las cosas. En ellos todo se confunde. Roberto con Velázquez, Albertina con Roberto. La sumisión del nativo, la rabia, el “salvajismo popular”, el enfrentamiento con la policía no son meros datos cuando lo que se piensa es la rebelión contra el saber constituido (el de la política, el de la academia, el del cine). El apellido Carri tuvo el coraje de enfrentarse abiertamente a la sociedad oficial. La diferencia más grande con los sociólogos actuales no es de concepción sino de actitud. Roberto fue un sociólogo que no quiso. O que tal vez quiso demasiado. ¿Cómo permanecer en el análisis de estadística, cómo permanecer en la moral aritmética cuando la mirada podía centrarse en Isidro Velázquez? También Albertina. ¿Cómo seguir filmando lo mismo, cómo entusiasmarse con la repetición incansable de lo ajeno, cuando la mirada podía centrarse en lo más propio? El cine, como la sociología, es frecuentemente un espacio conservador que se muestra revolucionario.

Al igual que Viñas, los Carri construyen sus mundos a partir de una negación. “No”, dicen, y al hacerlo se afirman. Preguntándose de dónde viene, Albertina investiga sin saber adónde va. Roberto se apasiona por Gauna y Velázquez, su hija por el recuerdo de los años setenta en los dosmil. Así construyen un lenguaje desautorizado, sin más sustento que el de su propia historia. El campo (que en Géminis es cerrado y en Velázquez infinito), la ciudad, el barro y el barrio, los playmobil, el odio del Chaco, la identificación con los bandoleros, la familia burguesa, la Sociología Especial, los sindicatos peronistas. En todo eso hay una misma intención: atravesar la herida y volcarla en un lenguaje.

¿Cómo rememorar?, se pregunta Horacio González, quien hizo mucho por traer a Roberto desde el olvido. Insistiendo. Haciendo del ombligo lastimado un índice de verdad. Y en esa búsqueda, en ese empecinamiento, inventar un yo. Hecho de restos, como todo. El yo de Albertina piensa la historia individual en la colectiva, lee la nación cicatrizando en el cuerpo, y el cuerpo cicatrizando en la nación. Alguien, alguna vez, debería leerla junto a Mansilla.

La insistencia del dolor es también la insistencia de un odio. Y allí, de nuevo, todo se confunde. Roberto con Velázquez, Albertina con Roberto. Al reflejar el odio acumulado, su presencia aparece como un factor inter-comunicante del sentimiento colectivo. Así explica la identificación del pueblo con los bandoleros. El odio popular, por tanto, busca alguna manera de expresarse. Y Velázquez, que es consecuencia de esa arbitrariedad, fue una forma de su manifestación. Debería leerse a Velázquez y Gauna como Rozitchner leyó a Perón.

¿Cómo rememorar? ¿Cómo acercarse a la verdad colectiva sin alejarse de la personal? ¿Cómo penetrar en la historia sin alejarse de uno mismo? Insistiendo desde la incomodidad. Haciendo propio el método Carri: transformar el malestar en índice de verdad, perseguir el recuerdo en busca de una voz.

 

Engendros. Pedro Yagüe. Hecho Atómico ediciones 

 

Lo que ocurrió en la presentación de «Las series infinitas» // Golosina Caníbal

¿Conocen la historia sobre la presentación de Las series infinitas? Resulta que un fin de semana a un grupo de lectores se le ocurre irse en caravana hacia La Matanza para celebrar la publicación de la última novela de Pablo Farrés. La reunión era en una biblioteca popular pero no todos los visitantes habían reparado en el nombre. Al llegar al páramo matancero, el grupo de fanáticos traspuso la puerta con ansiedad y bríos de ver al autor, de palparlo, de ensalzarlo pero en su lugar encontró a una pobre vieja esmirriada, sentada en una mecedora del Bajo Buenos Aires, rodeada de pilas de libros nuevos y polvorientos. Los ojos de la momificada señora se incrustaban en una piel de papiro color marrón té con leche, el contorno del rostro se marcaba por la túnica que la envolvía con su blanco percudido y sus líneas celestes. El grupo de lectores que había realizado la incursión a los confines del conurbano preguntó incrédulo: “Buen día, señora. ¿Y Pablo? Venimos a la presentación de la novela de Farrés”. Un leve movimiento de la boca antigua exhaló una respuesta que caló hondo y que sembró el desconcierto en la mínima multitud. La vieja decrépita dijo: “Yo soy Pablo Farrés”. Fue un desconcierto oscuro y absurdo lo que reinó en la postergada biblioteca popular que debía ser guarida del gran novelista y, sin embargo, parecía más bien asilo de una mujer resecada por la vida y recorriendo el pasillo final hacia la extinción. Uno del grupo se acercó unos centímetros más hacia la vieja en la mecedora y la observó con atención. Cuando niño, este inocente lector había padecido de rosarios y rezos, sabía de santos y mártires, podía recordar con claridad los pasos de una misa hecha y derecha. Entre los recuerdos de este viajante que observaba los ojos transparentes de la momia bonaerense, que escuchaba aún los ecos de la frase absurda que la vieja había expelido, que sentía un aroma a desierto y a incienso y a la esperada choriceada en honor a Pablo Farrés, entre ese maremágnum de estímulos el lector preguntó: “¿Madre Teresa? Pero… ¿usted…? ¿Usted es la Madre Teresa?”. El desconcierto fue total. De repente, el grupo de lectores que había recorrido rutas inhóspitas, que había abonado peajes insólitos, que esperaba poder brindar con Farrés por su gran novela experimental, se encontraba con esta broma… ¿La Madre Teresa de Calcuta? ¿En una biblioteca popular de Virrey del Pino? ¿No había muerto? ¿Y Farrés? ¿Dónde estaba Farrés? La momia santa, cuando nadie lo esperaba, movió una pierna, luego otra, desovilló su cuerpo y se paró delante de los desconcertados lectores. Madre Teresa, beata de los enfermos, consideró que era necesaria una explicación:

“Jóvenes, entiendo la confusión y las expectativas quebradas. Ustedes esperaban a un poderoso escritor vanguardista y se encuentran con esta anciana dedicada al pobre, al enfermo, al necesitado. Seré breve si me lo permiten: yo no morí, yo estoy aquí, yo soy Pablo Farrés. ¿Acaso nada aprendieron de Las series infinitas? ¿Qué leen cuando leen a Farrés? Mi nombre es Pablo Farrés pero también es Madre Teresa, o Claudio Scherer, o Mariana Enríquez, o Fernando Sabag… ¡Es suficiente! ¿Pero en serio no entendieron el virus que recorre las 600 páginas de mi última obra? ¿O es que solo vinieron por el choripán? Fui Madre Teresa y recorrí las series infinitas del milagro y del martirio, del don y del pecado, de la vida y de la muerte. Algunos desagradecidos empezaron a hablar del ‘lado oscuro de la Madre Teresa de Calcuta’, que instalábamos una ‘cultura del sufrimiento’ entre los más necesitados, que detrás de este rostro bondadoso y apergaminado se escondía un anciana cruel… Tuve que huir. Algunos viejos amigos alemanes me recomendaron este desierto en el sur del mundo. La Argentina me cobijó en este borde bonaerense, aprendí el idioma, pensé en retomar mi obra de caridad pero ya estaba desencantada. Busqué respuestas en la noche de La Matanza, hubo alcohol, hubo drogas, hubo cuerpos, también me llegó la marca: di positivo. No creo que haya que explicar más, está todo en Las series infinitas, cambié nomás algunos nombres. Yo soy Pablo Farrés, ¿quién se encarga de los chorizos?”.

 

* Este texto fue leído en la presentación de Las series infinitas, de Pablo Farrés (Editorial Nudista, 2022) en la Biblioteca Popular Madre Teresa en la localidad de Virrey del Pino, La Matanza, Buenos Aires, el día sábado 10 de septiembre de 2022.

Un Texto Único para todos // Luchino Sivori

Copy»: Contenido escrito o texto que se usa con fines comunicativos con el objetivo de contar aquello que una marca quiere trasladar a su público objetivo. Locuciones, claims, eslóganes, textos gráficos, guiones o contenido web, entre otros”.

Real Academia Española.



Podríamos escribir un único texto madre para las distintas ocasiones que se nos presentaran en la vida. Digo distintas, pero en realidad quiero decir iguales, aunque distintos sean los momentos y las personas que las reproducen en eso que nos empecinamos en conciliar como “el día a día”. 

 

Un texto mater, decía, para llevar adelante aquello que nos propusimos en algún momento y que ahora, persistentemente, debemos defender a capa y espada como un muerto que se arrastra a nuestras espaldas. 

 

Hablamos de un gran texto, heterogéneo pero a la vez cohesionado, unívoco, que pueda llevar a cabo dos o tres tareas fundamentales y necesarias para el funcionamiento de la cosa en general. La primera, la de lidiar con cada situación de forma exitosa y eficiente, sin atisbos de duda ni retrasos potencialmente mortales; la segunda, que ante un escenario conflictivo o amenazante a la vista, lograse reacomodarse volviéndose invisible, como si no existiera. El tercer punto es quizás el más difícil, pero también el más importante: no parecer nunca un único texto. Esto es fundamental, ya que estamos hablando precisamente de un monoteísmo radical. La aparente diversidad es siempre necesaria para mantener la hegemonía, y esto aplicaría también para el texto único.

 

En esencia, sería como un gran copy, elaborado y natural a la vez. Desplegaría secuencias de palabras automatizadas que no parecerían tales, una especie de hilo de vida en código binario sutil desenredándose suavemente, sin prisa pero sin pausa.

 

Aunque parezca una misión imposible de un cuento de ciencia ficción, no lo es. Muchos lo han tenido ya a lo largo de sus carreras profesionales sin que ninguno de sus familiares y amigos se hayan percatado de ello (precisamente su magia radica allí: en su no apariencia a nada en concreto, en su excelsa invisibilidad etérea). Toda una vida pretendiendo ser naturales, genuinos, y cada una de sus respuestas estudiadas al dedillo gracias a un guion desarrollado hasta en sus más pequeños detalles. 

 

De hecho, esos copy han logrado en algunas circunstancias tal grado de perfección -la medición de su excelencia tiene una única y profunda variable: responder tal cual se espera a cualquier desafío- que llegó en ocasiones a confundir a sus portadores, haciéndoles creer que fueron ellos y no el texto madre los que desencadenaron los acontecimientos. Supo haber casos muy conocidos, donde empresarios famosos llegaron a confundir su texto único consigo mismos, pasando por alto que un texto madre no es nunca un cuerpo, tan solo un hilo.

 

Algunos confunden a veces la importancia del copy, sobredimensionándolo. Creen que es un “guión para la vida”, cuando en realidad es un documento oficial para un contexto: el nuestro. Pensar que esto no es así, es pecar de cierta inocencia, o arrogancia. No es lo mismo una prolongación infinita de posibilidades en la Tierra que un mundo precavido, informacional. Para el primero, un texto único sería casi una tautología inviable, inconcebible; en el segundo, su forma más perfecta de funcionamiento estable. 

 

¿Salirse del guión? No es posible, no al menos si lo que se pretende es pasar imperceptible (el perfil alto es enemigo de la predicción). Esto no quiere decir que no hayan sido escritos textos madre para figuras públicas -de hecho, estos son los que mejor y más copies reproducen-, sino que la naturalidad de algo que no lo es se logra únicamente si esta se vuelve inevitable.  


El desafío, ahora, está en crear un texto único para todas las cosas, tarea en la cual, dicen, se está trabajando hace ya un tiempo en algún que otro garaje. Expertos, participantes, y también muchos guionizados ad hoc, diseñan lo que será el copy definitivo, que afirman se reproducirá sin necesidad de nuestra presencia íntegra. Este factor será un hito fundamental, un gran paso en la carrera del textus mater, ya que representará la primera vez que se podrá prescindir de nosotros mismos por completo para existir, y no como hasta ahora, donde en algunas ocasiones ciertos elementos humanos emergen interfiriendo el proceso hacia la inocuidad total.

No matarás // Diego Sztulwark

La escena abismal del fallido magnicidio reabrió en la imaginación colectiva la idea nada fantasiosa de una violencia de derecha. No resulta fácil imaginar en las actuales circunstancias políticas qué tipo de respuestas podrían desactivarla. Puestos a discernir los tipos de violencia que circulan por nuestra sociedad, puede ser útil volver sobre la querella del “no matarás”, la polémica que reunió a filósofos y militantes argentinos hace casi dos décadas (2004/2006), y en particular a la filosofía de León Rozitchner –uno de sus participantes–, para quien la eficacia de la resistencia defensiva excluye al asesinato político, propio del pensamiento reaccionario. La polémica del “no matarás” se remonta a 2004, cuando la revista cordobesa Intemperie publica una magnífica “Entrevista con Héctor Jouve, protagonista destacado del EGP”. Allí, el veterano sobreviviente de la guerrilla de Jorge Masetti –que a su vez respondía al Che Guevara– narra la historia del foco revolucionario instalado en Orán, Salta, durante 1963-64. El de Jouve es un rico testimonio de aquella experiencia insurgente, que no elude un episodio extremo ocurrido al interior del grupo rebelde: el fusilamiento ordenado por el propio Masetti de dos jóvenes guerrilleros, “Pupi” (Adolfo Roblat) y “Nardo” (Bernardo Groswald), que ya no estaban en condiciones de participar de los rigores de la guerrilla (“se “quebraron –dice Jouve–, perdieron toda posibilidad de pensar”) sin poner en peligro al grupo. Fueron fusilados, por tanto, sin haber cometido falta alguna al reglamento guerrillero. Jouve, que se había opuesto a los fusilamientos, ve en ellos la materialización de una pérdida del rumbo del colectivo, un anticipo de la derrota (el testimonio entero de Jouve fue publicado por Daniel Avalos en su libro La guerrilla del Che y Masetti en Salta, 1964).

Al leer el testimonio de Jouve, el filósofo cordobés Oscar del Barco envió una carta a la revista Intemperie, publicada en diciembre de ese mismo año 2004, provocando una intensa polémica, desarrollada en decenas de textos y cartas publicadas en diversas revistas de la época (luego reunidas en dos tomos editados por la Universidad de Córdoba bajo el título No matar, sobre la responsabilidad, 2007). En su carta, Del Barco afirma que al leer sobre los fusilamientos lloró a “Pupi” y a “Nardo” como si fueran sus propios hijos y pensó en él mismo y en sus compañeros de entonces, quienes “por haber apoyado las actividades de ese grupo eran tan responsable como los que lo habían asesinado”: quienes habían simpatizado en su momento al EGP debían ser por ende considerados como responsables de esas muertes, pues ya no es aceptable (y aún si lo hubiera sido en aquel tiempo, ya no lo sería en este presente) recurrir a causas o ideales para “eximirnos de la culpa” que supone el matar a otros. La carta convocaba a asumir el “no matarás” como voz reguladora más íntima y a sostener este mandamiento como término último y más exigente en el plano político frente a los otros hombres. En su carta, Del Barco extendía la responsabilidad por las acciones de las organizaciones armadas a todos aquellos que hubieran simpatizado con ellas y reafirmaba que todo aquel que mata es asesino sin derecho a justificarse en un “presunto derecho a matar”.

Entre las intervenciones de la querella del “no matarás” destaca un largo ensayo de León Rozitchner: “Primero hay que saber vivir. Del vivirás materno al ‘no matarás’ patriarcal” (publicado en la revista El ojo mocho, 2006). En explícita polémica con Del Barco, con el tono teológico de la culpa y el mandamiento, Rozitchner explora de un modo diferente la cuestión de la violencia. La cuestión planteada por Jouve abría las puertas para una reflexión de una índole completamente diferente, que lejos de unificar todas las formas de violencia en una, permitía más bien operar distinciones útiles para una crítica más aguda y menos despolitizada. En particular, Rozitchner ve en la discusión entre Masetti y Jouve sobre el fusilamiento de sus compañeros la dramatización de dos concepciones distintas de la violencia: una derechista, presente incluso en las militancias revolucionarias de izquierda, y otra que pretende producir otro tipo de coherencia excluyendo el asesinato.

¿Qué es un sujeto “de derecha” para Rozitchner? Todo aquel que dispone de una coherencia ya dada entre lo que siente y piensa, y “sabe de antemano que hay coincidencia” entre su modo de ser y la realidad. La derecha parte de una aceptación de la propia coherencia como premisa desde la cual descubrir el mundo, siendo el otro un dato segundo de la experiencia. Mientras que “de izquierda” sería, por el contrario, todo aquel que debe constituir la concordancia entre sus afectos y sus sentimientos, que parte de una adecuación con la realidad que desea transformar y que por tanto debe hallar no en sí mismo sino en su relación con los demás el secreto de la fuerza capaz de realizar su propósito transformador. De acuerdo a estas premisas, Rozitchner propone llamar violencia de derecha a aquella que no vacila en suprimir al otro. Esta ausencia de vacilación se desprende del carácter secundario del otro en la constitución de su propia existencia, y en el sentimiento de adecuación al mundo que no demanda reunir fuerzas colosales para modificarlo. De allí que quepa decir que el asesinato es un tipo de ejercicio de la violencia que responde a las categorías de la derecha. Mientras que la violencia de izquierda supone, por el contrario, la presencia activa de los otros en la propia constitución de su mundo, tanto como en la de la fuerza para reformarlo, por lo que el desarrollo de sus categorías presupone una drástica exclusión del asesinato.

El asunto se complica, sin embargo, cuando los modos de pensar de la derecha “infectan” los modos de actuar de la izquierda, lo que habría sucedido en los años ‘70 al menos en tres aspectos:

  1. En el de la concepción del militante combatiente como un sujeto cuya vida queda devaluada por el ingreso a la guerrilla (según relata Ciro Bustos, otro ex combatiente de la guerrilla del Che, las primeras palabras de Guevara en el encuentro inicial con el grupo del EGP fueron: “Bueno, aquí están, ustedes aceptaron unirse a esto y ahora tenemos que preparar todo, pero a partir de ahora consideren que ya están muertos. Aquí la única certeza es la muerte”);
  2. En el déficit de distinción entre la contra-violencia y la violencia, que ha cambiado de cualidad, y que por tanto ya no puede ser la misma violencia, con la mera salvedad de que ahora apuntaría en dirección opuesta; y
  3. En la falta de reconocimiento sobre la “disimetría de las fuerzas”, que exigía contar con una actividad colectiva mayoritaria por parte de los rebeldes antes sometidos para imponerse y, sobre todo, que “la vida es lo que debe preservarse para lograr incluirlos en un proyecto digno».

De la oposición de Jouve a fusilar a sus compañeros, Rozitchner no deduce una condena de toda violencia, sino más bien la imperiosa necesidad de discriminar la presencia de estos modos de ser y pensar, de derecha y de izquierda, y de la notable disminución de la eficacia política que experimenta la izquierda cuando actúa con categorías de derecha. El combatiente no es un ser adherido a la muerte –como se lo suele presentar desde la derecha– y sus chances políticas provienen precisamente de su capacidad de preservar su existencia suscitando en otros una vitalidad que el sometimiento apaga.

Si algo reprocha Rozitchner a la izquierda armada de entonces, pero también a los intelectuales de izquierda con los que discutía sobre estos temas, es el no haber comprendido que la contra-violencia no es simétrica con la violencia de los que aniquilan, sino que se caracteriza por una cualidad distintiva y contradictoria con ella, como experiencia de vida y no de muerte, que es lo que la vuelve temible para la derecha. Bajo ese prisma afirma “que la vida suprimida fríamente, aun la de Aramburu, no podía ser utilizada como un triunfo simbólico revolucionario, aunque Aramburu fuera un enemigo”. Porque el matar por fuera de un situación defensiva es un acto que afecta a quien mata tanto como a quienes lo celebran, al involucrarlos en un movimiento de cancelación en el que se pierde la defensa de la vida como fuente de eficacia.

La polémica con Del Barco tiene muchas aristas, pero hay una que guarda particular interés para actualizar una crítica de la violencia política. Porque al plantear que el asesinato político no es solamente un modo de acción que hace del otro una abstracción cuya vida podría suprimirse, sino que además opera una destrucción en aquel que mata del principio que debería distinguirlo (destrucción que se extiende a quienes adhieren a esa propuesta), Rozitchner va más allá del mandamiento que advierte y prohíbe, y acude a razones que se apoyan en una comprensión diferente del enfrentamiento, propio de las estrategias de tipo defensivas. Al incluir en la acción política la preservación de la vida de todo hombre (“aunque sea un miserable y un asesino”), lo que se busca no es la conciliación, sino la activación de una fuerza de otra naturaleza, capaz de animarse desde el mundo popular masivo, inmovilizando en el enemigo “su capacidad de producir la muerte”. Se trata de una forma no asesina de asumir el enfrentamiento, que permite que la vida continúe por fuera de la falsa creencia según la cual un “asesino puede pagar con su vida el daño producido”. Y no tanto por creer que este enemigo –pongamos Aramburu– merezca la existencia, sino porque “si llegara a truncar su vida emputezco la mía”.

Para pensar todas estas cuestiones tan difíciles de pensar, Rozitchner invoca un poema de Paco Urondo: “Las sombras, las sombras, las sombras, las sombras me molestan y no las puedo tolerar”. Sombras intolerables de aquello que no hemos aprendido a discriminar. Es contra ellas que el filósofo lucha.

El cohete a la luna

Odia // Diego Valeriano

Odia ir con los tuppers al comedor, hacer la cola, que le encajen las hermanitas para que lo acompañen, tener que esperar paciente. El guiso que se repite, mancharse las zapas, que lo traten como a un nene, a esas minas que no se despegan del teléfono ni para agarrar la comida y un montón de giladas más que le pasan todos los días. Odia andar sin plata, se siente tan poco respetado que ni él se respeta. Odia a los cobanis que ni se molestan por él, que lo ven tan guachín, tan poquita cosa, que nada. Odia ser hijo, hermano, pollo. Hay días que está todo el día odiado, envuelto en un enojo constante con el que no puede, del que no sale. Una bronca que le nace de acá, de la panza, y sube. Que no se la puede sacar ni ranchando en la placita, ni caminando por ahí, ni saltando por los andenes, ni fumando. Odia como le habla la psicóloga de la escuela, la coordinadora del centro, el chabon ese que maneja las altas por bajas. Esa soledad fría y oscura que siente frente a los tipos que visitan a la madre. Hay veces que prefiere la suerte del hermano al garrón de vivir acá, así de aburrido, así de enojado, así de triste. Prefiere una sola hora al aire libre a la paja que son los talleres del centro, la copa de leche, hacer cola una banda por un bolsón. Prefiere una requisa a cualquier hora que dormir amontonado con la vieja y las hermanas en la misma pieza. Prefiere que nadie lo visite a no poder salir con los pibes porque tiene que cuidar a la María. Prefiere el olor raro, ácido, rancio que siente cuando lo visita, a este olor a humo y guiso que siempre tiene en la ropa. Cualquier cosa prefiere con tal de que el odio que tiene en el pecho desaparezca de una buena vez. A veces el odio es con cosas que no pasaron, que ni le hicieron, pero igual se siente re zarpado. A veces sí pasaron y todo es un poco peor. Es un sentimiento que le sale de adentro, que lo envuelve, del que no puede escapar y nadie le explica. Un sentimiento que le da ganas de mandarse cagadas, de ser grande,  de lastimar gente y que también le duela a él.

Entrevista a Manuel Quaranta // Eugenia Arpesella

Manuel Quaranta (Rosario, 1979) es licenciado en Filosofía, magister en Literatura Argentina y profesor titular de la carrera de Bellas Artes en la Universidad Nacional de Rosario. Es crítico de arte, cine y literatura, y escribe ensayos y crítica cultural en Infobae, Revista Polvo, El Flasherito y Otra Parte. Publicó las novelas La muerte de Manuel Quaranta (Baltasara Editora, 2015), La fuga del tiempo (Gogol, 2021) y el Diario de Islandia (Casagrande, 2021). Escribió además el prólogo de Literatura frente al mercado y el Estado (Casagrande, 2020), un libro en el que se recopilan algunas de las entrevistas realizadas por Nancy Giampaolo a escritores argentinos para el canal de Youtube de Encuentro Itinerante, plataforma en la que Quaranta también participa con reportajes a figuras de la cultura nacional. Este año dictó en Rosario el curso La filosofía y sus límites, en el Centro Cultural Fontanarrosa, allí trabajó “la transformación que se produjo en la praxis filosófica a partir de la incorporación de materiales ajenos al quehacer filosófico”. En agosto realizó junto a Wladimir Ojeda la muestra Crisis, en Galería La toma, en la cual abordaron, con distintos soportes, la relación entre lo personal y lo político.

 

 

Te movés en varios frentes del campo cultural, ¿Cuál sería tu espacio de referencia?

Es un lugar común en estos tiempos, pero a mí me interesa trabajar en los bordes, de lo literario, de lo artístico, de lo filosófico. No puedo pensarme, a pesar de mi formación académica, como filósofo, no puedo pensarme, a pesar de mi trabajo literario, como escritor, tampoco puedo hacerlo como artista, crítico, ensayista o curador. Me muevo siempre en un límite, cuando siento que estoy a punto de convertirme en algo concreto, doy un paso al costado. En ese sentido, me convoca la lógica del recién llegado, el que llega a un lugar y no conoce a nadie, no sabe bien cómo actuar, una especie de desubicado permanente. Me gusta cultivar esa figura, quizás porque considero que una clasificación tajante me haría perder cualquier tipo de deseo. No soy tonto, también sospecho de mí mismo, ¿no será que todo este procedimiento lo practico para no hacerme cargo?, pero ¿de qué? ¿De madurar? ¿De hacer lo que corresponde? ¿Del compromiso?

 

Algunos de tus últimos trabajos los hiciste con Encuentro Itinerante, ¿cómo llegaste? ¿De qué se trata la propuesta?

Encuentro Itinerante es un espacio abierto en el que naturalmente se fueron incorporando actores a quienes convocaban inquietudes similares. En su momento la corrección política y la cultura de la cancelación, pero luego el panorama se fue ampliando. Nancy Giampaolo empezó con las entrevistas que tuvieron mucha repercusión (Alan Pauls, Martín Kohan, Ariana Harwicz), de hecho se publicó un libro con algunas de ellas. Yo conocí el proyecto de casualidad y terminé incursionando en el rol de entrevistador. Hice cuatro o cinco entrevistas. Al principio me costó, aunque después de alguna manera le fui tomando la mano. Por eso no las hice más. Le tomé la mano y listo. Más allá de la broma, es un género que me gusta, sobre todo porque es más complicado entrevistar que ser entrevistado. Encuentro Itinerante en ese sentido me abrió una puerta para agregar una veta a mi práctica. Con su creador, Tomás Trapé, nos conocimos en septiembre del 2020, cuando la pandemia todavía hacía estragos, nos reunimos virtualmente una tarde y sin demasiados remilgos me preguntó qué quería. La gran pregunta de mi vida. Y así surgió la primera entrevista a Mariano Llinás. Después nos fuimos acercando cada vez más con otros proyectos, como el de los cursos virtuales. El primero de la serie lo dio Alexandra Kohan, y la verdad fue increíble lo que generó entre los participantes. Ahora estoy preparando uno titulado “Los límites de la percepción”.

 

¿Sobre qué es?

Quiero indagar, plantado en la filosofía, aunque trabajando sobre material literario, artístico y cinematográfico, el modo en que percibimos, por qué miramos como miramos, por qué le pedimos a una película acción, que no sea lenta, por qué le reclamamos a una novela que tenga personajes creíbles, que la trama progrese, por qué nos incomoda cuando no entendemos una obra. Para decirlo en una palabra, vamos a trabajar la idea de que la percepción nunca es neutra, eso que parece ser nuestra relación inmediata con el mundo, en realidad, es una construcción que se lleva a cabo durante toda la vida sin que lo advirtamos del todo.

 

 

* A mediados de septiembre Manuel Quaranta, a través la plataforma Encuentro Itinerante, va dar el curso online Los límites de la percepción, donde abordará críticamente el fenómeno perceptivo desde distintas disciplinas, filosofía, arte, literatura y cine. La pregunta fundamental del recorrido es, ¿cómo desnaturalizar una percepción? Tendrá lugar los sábados 17 y 24 septiembre, y 1 y 8 de octubre de 11 a 13. 

Me enamoré de La náusea // Emiliano Exposto

Hace 14 años leí La náusea de Sartre por primera vez. Lo hice en circunstancias muy precisas: sentía que estaba descubriendo un mundo. Creo que fue el primer libro que amé. Se lo compré por cinco pesos a un viejo que vendía libros usados en la estación de Claypole. Llegué a tener tres versiones: la del viejo, una que me robé de una librería de Solano y otra en francés que me regaló mi hermana.

La semana pasada hacía mucho frío y no sé por qué me dieron ganas de releerlo. Me irritaban mis viejas anotaciones, así que compré una edición nueva. No tiene la mística impostada de mis ejemplares de juventud. Un amigo dice que somos una generación sin una imagen seductora de la adultez. Pienso que esa incertidumbre profundiza el rubor de mirarnos a través del paso del tiempo. Otro amigo suele recordarme que la vergüenza no engaña. Que contiene una verdad: sentirse un idiota nos recuerda que estamos vivos.

Alcanzaron pocas páginas para que me invadiera la desesperación del existencialismo. En el mundo hay intensidades para las cuales no tenemos cura. Mi fascinación con este libro es tan fuerte que no queda otra que enfermarme haciendo la experiencia sartreana.

La náusea es mi archivo emocional para tiempos de crisis, cuando se desfondan las premisas que organizan nuestros modos de vida, y tenemos que mutar o tapar la angustia con certezas previas. Solo el cuerpo tiene los saberes para atravesar una crisis, aunque desconocemos cuáles son nuestras estrategias hasta que intentamos vivir sin ser vividos.

El protagonista del libro está obsesionado con las mutaciones de su mundo, a tal punto que no sabe cómo nombrar lo que le pasa. El sentido de su experiencia tambalea debido a la metamorfosis táctil de las cosas y los cuerpos, de los otros y de sí mismo. Está cambiando tanto que le sobran o le faltan las palabras para describir sus sensaciones y percepciones. Porque el lenguaje es impotente para expresar la opacidad de nuestros devenires.

Hay encuentros que tienen la potencia de cambiar una vida: su ambigüedad modifica nuestras lecturas, nuestras escrituras, nuestras búsquedas y usos del cuerpo, nuestros deseos y fantasías. Un libro, un proceso político, una amistad, pueden alterar las conexiones entre ideas, sensibilidad y cerebro. De hecho, La náusea y The Cure son la letra y el sonido de las dos veces que me enamoré en la vida. De un chico primero y de una chica después. En el último tiempo una serie de situaciones y encuentros inesperados transformaron mis resonancias afectivas con esas letras, imágenes y sonidos.

Existen desafíos que nos hacen mutar de piel. Escribir mis tránsitos con La náusea es un modo de intervenir el universo sensorial que me abrió el existencialismo, en un momento donde creí que tenía que elegir entre Memorias del subsuelo de Dostoievski o Historia del ojo de Bataille. Un falso dilema entre la noche del malestar, o la creación de placeres y dolores. Durante años abracé lo primero como destino, resistencia y refugio. Hice del disco Disintegration de The Cure la banda sonora perfecta de una auténtica experiencia sartreana. Hoy creo que la invención de disfrutes es el reverso de la politización de los malestares.

El imaginario sartreano es exasperante, pero el tipo sabía que todo aquel que quiere vivir termina teniendo problemas con las imágenes de vida convencionales. El existencialismo no es una teoría. Es un sentimiento vintage, una textura anímica que ya no tiene el aire sexy de los outsiders sinceros y los fracasados por experiencia directa. Hoy todos simulan el fracaso. Nadie vive con la intensidad que la muerte se merece para estar a la altura de una decepción. Hacemos como si viviéramos, pero tenemos demasiado miedo para apropiarnos de nuestra vida.

El absurdo de los existencialistas tiene algo de la dignidad insumisa de un verdadero síntoma, aunque es difícil no sentirse un farsante cuando la perfo del “pibe Camus” entra en escena. Cuando leo La náusea me duelen un poco los brazos. Un poco, no mucho. Es mayor la gracia que me causa estar leyéndolo. En el fondo creo que mis rodillas tiemblan porque todavía me calienta. Y si bien atrae su pose de niño perdido, aburre notar que Sartre tiene una teoría bastante insulsa sobre qué significa aprender a vivir. Me excita su entusiasmo depresivo, su ansiedad revestida de apatía retorcida. Siento un placer maníaco con este texto, propio de quien goza, sufre y se alegra por su adicción a las contradicciones.

Sara Ahmed dice que hay libros compañeros que contienen un kit existencial en su interior, donde el espesor sensible del texto se dirime en aquello que el lector debe reinventar de sí mismo a partir de la mediación de los otros. Vinciane Despret afirma que a través del saber de los otros podemos pensarnos a nosotros mismos. Hay libros, imágenes o sonidos que funcionan como herramientas de hechicería para reencantar nuestros mundos. Gilles Deleuze decía que en los libros habitan moléculas apasionadas que afectan los modos de desconocernos y abren nuevas zonas para transformarnos. Y asusta sentir eso. Es ambivalente e insoportable, como todo amor, como todo odio.

Quema estar tan cerca de la materia de nuestras pasiones. Existe un riesgo en el erotismo de los libros amados, en la medida en que leer es movilizar afectos, roturar un cuerpo, resucitar ideas sepultadas en un papel, como decía León Rozitchner. Leemos para descubrir en el otro y en nosotros mismos, unas fuerzas de desplazamiento, unas energías diabólicas, oníricas, siniestras: placeres desconocidos, demonios por conocer.

Como toda lectura es autobiográfica, antes de volver a La náusea ya sabía que adoraba el final. Disfruto que me consuma en un desamparo estremecedor y medio ridículo: la noche, mañana lloverá en Bouville, una negra que canta, la madera húmeda, esa canción en inglés que nunca entendí. Hoy, el final me da paja. Es demasiado épico como para ser doloroso. Me asombra que no recordaba nada del principio, ni una línea, ni una atmosfera, ni un nombre, exceptuando la palabra ausente del segundo párrafo.

Extrañaba ese vacío, ese exceso de sustracción. ¡Que identificación más anoréxica! Pero hagan la experiencia, es imposible no encandilarse con la locura del comienzo, con ese deseo de seducción, irresistible y presuntuoso. Tiene un ritmo entrecortado imbancable, tanto que dan ganas de llorar, abrazar y reírse del tarado de Sartre. Me encanta:

Lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente. Llevar un diario para comprenderlos. No dejar escapar los matices, los hechos menudos, aunque parezcan fruslerías, y sobre todo clasificarlos. Es preciso decir cómo veo esta mesa, la calle, la gente, mi paquete de tabaco, ya que es esto lo que ha cambiado. Es preciso determinar exactamente el alcance y la naturaleza de este cambio.

Qué asco. Amo este libro.

 

 

Texto publicado en Tierra Roja

@tierraroja.ok 

https://tierraroja.com.ar/me-enamore-de-la-nausea/

 

Ilustración: Puerto Dibujos

https://www.instagram.com/puerto_dibujos/

¿Ajustando con Amor? // Diego Sztulwark

¿Qué distancia hay entre la denuncia de los «discursos del Odio» y la convocatoria del gobierno a una Misa de unidad política en la Catedral de Luján? ¿El estado como escena unitaria entre oficialistas y opositores, cierre de grieta y conciliación fraguada una vez más en las aguas benditas de las jerarquías católicas? ¿Se preparan discursos sobre el Ajuste sin Odio, sobre en base al Amor? Amor y Odio escritos así, con mayúsculas, son formas de expropiación de las pasiones humanas -amor y odio-, afectos de base sobre los cuales nuestros cuerpos esbozan una primera y valiosa orientación en el mundo. Por supuesto, si se trata de condenar las pasiones humanas, vayamos a la Iglesia (allí expurgamos el Odio y otros deseos oscuros y se nos reencaminará hacia el Amor). Pero si se partiese de que el problema no es con el odio-pasión (que legítimamente sentimos todos ante la desigualdad acentuada por las políticas del presente), sino más bien con una política específica, que promueve un tipo violencia políticamente articulada por la derecha, y que arraiga en procesos muy localizables la exacerbación de un modo de explotación social, la respuesta debería ser la contraria: no una conciliación espiritual, sino una confrontación en el plano material (e incluso una confrontación por recuperar lo material enajenado por lo neoliberal), porque es evidente que sin un giro político que ponga lo igualitario en el centro del proceso político, sólo queda esperar la insoportable comunión de Ajuste con Amor. «Como todos obramos a partir del Amor, que es el estatuto de nuestra religión, no tenemos problema y puedo asegurarle que las relaciones (entre políticos, militares y jerarquías eclesiales) son óptimas, como corresponde a cristianos». Estas palabras (y no quiero reproducir otras porque me asquea), fueron publicada por el entonces almirante Masera, en la revista Familia Cristiana, en marzo de 1977. Desde ya: estamos definitivamente lejos de aquel pasado oprobioso, pero un mínimo de odio, vinculado a la memoria histórica, nos advierten que el camino no es el del Amor contra el Odio que ahora se nos propone: la Plaza de Mayo del viernes pasado marcaba otro camino, una composición desde cuerpos y pasiones hacia un programa o frente capaz de destituir las políticas desigualitarias de explotación ¿Cuáles son hoy las orientaciones que permiten dar pasos efectivos en esa dirección? La Plaza mas que la Iglesia en su cúpula, como institución de una democracia capaz de reunir fuerzas para reformas sociales a la altura de lo que tenemos en juego.

El Chile destituyente // Alicia Maldonado

Está sucediendo una transformación,
ya está en curso,
es un lahar que se avecina… no hay cauce que lo pueda contener.

 

El gesto destituyente sigue en curso, el malestar domina la escena callejera y las urnas. El Rechazo alcanzó un nivel de desaprobación que no es traducible como negativa a un texto jurídico-administrativo de un país soberano, igualitario, y garante de derechos. Los votos del Rechazo son más que los que obtuvieron Boric y Kast juntos, y más de 1.200.000 votos separan el techo electoral de la derecha, de la fuerza del APRUEBO en las urnas.


La masividad exhibida en los cierres de campaña del APRUEBO , queda situada como una gran fuerza de calle que tiene voluntad electoral, pero también capacidad de presión callejera, en cierta medida, es el brazo institucional del gesto destituyente inaugurado por el movimiento de secundarixs el 18 de octubre de 2019. Éste no se incrusta en el imaginario izquierda/derecha, sino más bien en el “los de abajo contra los de arriba”, imaginarios con una componente despatriarcalizadora (propia de la racionalidad feminista que ha permeado a las generaciones de adolescentes), y que tiene como prácticas políticas centrales la articulación de un cuerpo colectivo callejero de carácter horizontal, y la interpelación al gobierno en la calle, con agenda y urgencias propias. Son quienes encarnan el límite a la paciencia que estalló el 18 de octubre, y que no está disponible a esperar un texto constitucional lleno de conceptos grandilocuentes sobre el futuro, sino que exige al gobierno medidas concretas para detener la impunidad frente al saqueo, el abuso empresarial, las precarias condiciones de existencia, y la inyección de recursos directos a las economías familiares. Es aquí donde se revela la racionalidad económica desde abajo, alejada de las restricciones jurídicas que se sellan en el Estado.
El altísimo nivel de participación, y el contundente NO, es traducido por la derecha como negativa a un Estado garante de derechos, exceso de feminismo, ecologismo y denigración de los símbolos patrios. La derecha, monta su escena a través del monopolio absoluto de periódicos, radios y canales de televisión, y reconfiguran así, fuerzas pinochetistas mediante la hegemonía de relatos cargados de anhelos de orden, respeto a las instituciones y a los comités de expertos como voceros de lo correcto y viable.
La izquierda de espíritu vanguardista, y con vocación de poder burocrático estatal , territorializada en la universidad-academia chilena, y las cúpulas de los movimientos sociales, hacen suya la derrota, y la leen también bajo la matriz burocrática que impone la derecha en la agenda televisiva: evaluación, autocrítica, detener el avance del sector contrario, ponerse a la cabeza, hacer “entender” a la gente, trasvasijar conceptos y sentidos comunes, traducir la escena para la ruta democrático-electoral, cálculos para la repartija de escaños en el nuevo proceso constituyente, negociación con el gobierno, construcción de un nuevo discurso (esta vez con una moral más conservadora) para el proceso constitucional ya abierto. Esta agenda modera el alcance de sus análisis, define su hoja de ruta, e incorpora un diagnóstico común, respecto de las sensibilidades coloniales y racistas de la sociedad chilena.
Lejos de la insostenible homogenización del voto Rechazo, lo cierto es que su estrategia de campaña, basada en la divulgación masiva de fake news y la impresión de textos falsos de la propuesta constitucional, logró atravesar el centro del corazón neoliberal chileno mediante el temor infundido a las restricciones estatales que se impondrían al emprendedurismo individual, propio del “comunismo venezonalo y cubano”. El temor a la facultad estatal para apropiarse de “tus” ahorros previsionales, o la imposibilidad de tener más de dos casas, pusieron en escena un ingrediente de sabor conocido: “en Chile, solo mediante el esfuerzo personal te puedes garantizar condiciones dignas para vivir”. La falta de registro de un Estado que garantice condiciones de existencia dignas, o que permita salir de la pobreza, refuerzan la confianza en las estrategias individuales como únicos caminos seguros para la subsistencia y el ascenso social. Décadas de entrenamiento bajo el signo de la subjetividad neoliberal, han dado como única forma de garantizar educación, salud y alimentación, el desarrollado de estrategias de gestión familiar empresarial, que junto a la llegada ocasional de transferencia directas de dinero mediante “bonos”, han motorizado la economía nacional de subsistencia no especulativa.
La composición del voto Rechazo, consuma malestares que van desde el voto de castigo al gobierno de Boric, hasta el hermético encapsulamiento del proceso de debate al interior de la Convención Constitucional (dada su estructura y campaña de desprestigio permanente que realizaron todos los medios de comunicación).
El gobierno desde un principio hizo declaraciones de apoyo a la Nueva Constitución, pero este nivel de identificación “Boric = Nueva Constitución”, fueron escenificados por la televisión 24/7, gracias a las acciones judiciales y administrativas que movilizó la derecha. El castigo al gobierno, votándole en contra el nuevo texto, fue una sofisticada operación que comenzó apenas asumieron los Convencionalistas, y que se vio reforzada gracias a las decisiones que ha tomado el gobierno estos primeros meses.
El gobierno de Boric, ha estado en permanente diálogo con la derecha y los sectores más conservadores de la sociedad chilena, han definido la agenda de gobierno, su abordaje y dinámica televisiva, en absoluta subsumisión a su lenguaje y ritmo. Se han ubicado en un terreno, en el que obviamente, siempre quedan expuestos como perdedores e improvisados. Las permanentes disculpas de Ministrxs, por algún agravio reclamado por la derecha, no se replicó además, con la misma empatía, frente a los agravios del pueblo movilizado y organizado.
La primera gran caída del gobierno, fue su negativa al 5to Retiro del sistema de los fondos de pensiones (AFP). Boric, siendo diputado en el gobierno de Piñera, votó a favor, de los retiros 1°, 2°, 3° y 4°, esta vez siendo Presidente, apeló al impacto macroeconómico de la medida, a las consecuencias en el mediano y largo plazo, y a que no se resolvían los problemas estructurales del sistema de pensiones, adoptando así una posición ética, que laceró la confianza en su figura. Para terminar de darse un tiro en los pies, lleva al Congreso un proyecto que permitiría este 5to Retiro, sólo para pagar deuda bancarizada, es decir, un segundo golpe a la huida que han sabido esquivar las economías populares frente al saqueo bancario-empresarial.
En esta misma agenda ética, las atrocidades de las violaciones a los DD.HH., que se siguen desplegando con las fuerzas policiales y militares contra toda protesta social y mapuches, evidencian que no hay voluntad de prestar oído a los sectores que le permitieron el triunfo electoral (el 70% de los votos obtenidos en la 2da vuelta presidencial fueron jóvenes y mujeres), ni agenda con movimientos sociales, ni un discurso contrahegemónico frente al relato con que nos rodean las 7 familias dueñas de Chile.
El liderazgo de Boric, lejos de la imagen promovida por la prensa norteamericana y sus redes, es completamente opuesta a la de Salvador Allende. Sin proyecto de avanzada, sin convicción para castigar las violaciones a los DD.HH., sin iniciativas de transformación estructural, sin el despliegue de una política comunicacional que amplifique la voz de los sectores populares, sin implicancias con el mundo obrero y popular, caen en un triste “más de lo mismo”, constituyéndose así, el importante voto castigo del 4 de septiembre.
Hoy se organizan las fuerzas políticas frente al proceso constitucional abierto. Boric, el día 6 de septiembre cambia su gabinete bajo el espectacularizado y estricto control de la derecha, y hace entrar a la ex Concertación por la puerta ancha. Mientras, en las calles, desde el día 5 de septiembre se movilizan con presencia masiva los estudiantes secundarios bajo una brutal represión.


La herida que ha dejado el triunfo del Rechazo, no es menor, no sólo porque el gobierno ha entregado el proceso constituyente a la institución con menos confianza popular: el Congreso, sino por la decepción de ese 40% del APRUEBO, que rápidamente ha asumido el diagnóstico de la derecha. Pasan la cuenta además, la banalización de los símbolos feministas, que completamente despojados de sus contextos de lucha y ajenos a la identidad de los sectores populares, fueron usados de una forma vacía y esnobista para vestir al gobierno, y ahora quedan como tapete para que la lectura conservadora de la sociedad se limpie las patas.
El feminismo de gobierno, frente amplista y dueño del micrófono que amplifica la voz de las reflexiones academicistas, tiene una agenda basada en la enunciación de políticas públicas nacidas desde el asesoramiento experto, que busca la ampliación de derechos en clave jurídica, colonial y moderna. Los espacios de debate teórico que alimentan la agenda institucional feminista, está dada por el academicismo, y por ende, ausente de una reflexión que se haga cargo de los límites que impone la inercia burocrática estatal al interior del Estado. Así, por ejemplo, la Red de Municipios Feministas, promovida por la Municipalidad de Ñuñoa, no termina siendo más que una nota en el diario, una posibilidad de ponerse en onda con el gobierno y el gabinete de la primera dama/Irina Karamanos, y usada como una estrategia de ocultamiento a la violencia patriarcal que se padece en los centros de trabajo del servicio público. Esta Red, hasta ahora, no garantiza la participación de funcionarias en la problematización de la violencia patriarcal en la administración del Estado, tampoco compromete recursos para desplegar medidas tendientes a la erradicación de la violencia, ni establece mecanismos de control para entrar o salir de la Red.
Chile tiembla, y como réplicas telúricas, pasamos del erotismo colectivo que se despliega en el eterno retorno de la Revuelta, a la frustración. De la vergüenza por la banalización de los símbolos, a la imposibilidad de la renuncia.

Crítica a la escuela en el pensamiento francés post-68 // Entrevista con Jacques Rancière

Esta es una entrevista con Jacques Rancière realizada por Jun Fujita Hirose y Yoshiyuki Sato a propósito de la “crítica de la escuela en el pensamiento francés post-68”. En La leçon d’Althusser, Rancière ha criticado severamente, desde el punto de vista maoísta, la dicotomía althusseriana entre ciencia e ideología, entre sabios y masas enceguecidas, y en Le maître ignorant, ha desarrollado la filosofía de la igualdad intelectual. En esta entrevista, Rancière cuenta en detalle la relación de su filosofía con Althusser, Bourdieu y Foucault sobre la problemática de la crítica a la escuela.

 

Rancière: Comenzaré por darles algunos elementos generales, y luego responderé a preguntas más precisas. Es necesario periodizar las cosas. Durante los años 64-65, en la época que Althusser escribe “Problèmes étudiants”,1 y en el 68, la cuestión dominante no es la escuela sino la universidad. La universidad concebida como el lugar específico de formación de cuadros de una sociedad. Los años 60, en Francia, son años de grandes proyectos reformistas y modernistas. El Estado quiere modernizar la universidad dentro del cuadro de una modernización general de la sociedad. Organiza grandes coloquios donde el tema dominante es la apertura de la universidad sobre el mundo de la economía. Lo que está en cuestión en ese momento es la universidad como lugar específico de preparación de individuos que son llamados a devenir al mismo tiempo como enseñantes y también como cuadros de la sociedad. Si ustedes se fijan en el movimiento del 68, en general la escuela nunca es una cuestión, prácticamente jamás. La revuelta estudiantil de mayo del 68 es un proceso que sucede en la universidad, que comienza con problemas específicos de la universidad, que de entrada se centra en la universidad, en los exámenes, y que relacionó los procedimientos específicos de producción y de verificación del saber universitario con el futuro inmediato de los estudiantes, que es el de transformarse en enseñantes, en técnicos, en ingenieros, en cuadros de la sociedad. Quiere decir que la cuestión de la escuela no está en el centro, lo está solo de manera periférica. El primer libro significativo de Bourdieu y Passeron está consagrado a los esudiantes,2 y no a la escuela en general. Este opone la composición sociológica del mundo estudiantil a las pretensiones revolucionarias del movimiento estudiantil. Y si Althusser escribe su texto en el 64, es porque hay una polémica en el interior del movimiento comunista, con el desarrollo entre los estudiantes de la reivindicación de un salario estudiantil, que quiere hacer del estudiante un trabajador activo, un protagonista de la construcción del saber. Esta reivindicación de los estudiantes comunistas estaba en oposición con la posición del Partido Comunista que estaba centrado en la solicitud de becas para los estudiantes pobres. Althusser responde a esto con el texto “Problèmes étudiants” –esto es también lo que está en juego en la polémica de Bourdieu y Passeron–, a saber, la pregunta “¿qué pasa en la universidad?”. La respuesta de Althusser es: “Las personas están en la universidad para adquirir el saber”. Al igual que Bourdieu, refuta absolutamente las pretensiones estudiantiles de ser los protagonistas del proceso mismo de la búsqueda del saber. Afirma que la tarea política de los estudiantes comunistas es la de adquirir el saber, que es la condición absoluta de la acción revolucionaria. Pero toda esta polémica le concierne solamente a la universidad, no al sistema escolar en general.

 

Lo que es interesante es el modo como Althusser se extiende en su texto de 1971 sobre los aparatos ideológicos.3 Esquiva el debate sobre la universidad para volver de nuevo a una visión global de los aparatos escolares. Hubo una posición reaccionaria sobre la cuestión universitaria, sobre la lucha estudiantil contra la autoridad del saber y de la jerarquía del saber. Pero entonces él trata de desbordar a los estudiantes por la izquierda diciendo que “de hecho, no es simplemente la universidad la que está cuestionada, sino los aparatos ideológicos del Estado”. Si ustedes recuerdan ese texto sobre “Les appareils idéologiques d’État”, todo es aparato ideológico del Estado: la escuela, el deporte, la religión, todo deviene aparato ideológico del Estado. Antes del 68, él negaba que la universidad fuera un instrumento de reproducción de la ideología dominante. Hoy en día, todas las instituciones, todas las formas sociales se transforman por tales instrumentos. El hecho es que, en los años 60, es la universidad la que está cuestionada y es a través de ella que se plantea la pregunta: “¿Qué es lo que llamamos un saber?” Este es un primer punto.

 

Segundo punto: es necesario recordar la importancia muy fuerte de la cuestión de la escuela –y mucho más en los niveles de la escuela primaria y secundaria– en el modelo republicano francés. En efecto, la república francesa tuvo este proyecto, a fines del siglo XIX, de constituir la escuela de la república, y hubo una especie de consenso muy grande desde la izquierda francesa, sobre este vínculo entre escuela y república, que suponía que la escuela era el lugar de formación de la república. Por lo tanto, se planteó esta ecuación muy fuerte entre la adquisición del saber en la escuela y la formación de un ciudadano responsable y consciente, y hubo una adhesión muy fuerte a este modelo de los partidos de izquierda y en particular del Partido Comunista francés. En el Partido Comunista hubo un gran apoyo a la tesis sobre la escuela republicana formadora del ciudadano libre e igual, una gran cortesía con el saber. En los textos de Althusser anteriores al 68 encontramos esta identificación, que es muy fuerte en  la tradición comunista francesa, entre el saber como institución y la ciencia como la fuerza que sostiene el combate por la revolución. Hay una proximidad muy fuerte entre el modelo francés de la escuela como una institución del Estado para formar ciudadanos, y el punto de vista comunista del privilegio del saber para formar intelectuales revolucionarios. Está esta identificación muy fuerte entre el saber como institución y la ciencia como guía de la acción. Esta es la situación en la que Althusser interviene en primer lugar en los años 64-65. Después de esto, está el 68, y está el texto de Althusser sobre “Les appareils idéologiques d’Etat”, que para mí es un modo de “ahogar el pez”, de decir “Bueno, aparatos ideológicos hay en todas partes”. Para Foucault es todo lo contrario: la escuela nunca fue su problema, en cambio sí el saber: el saber como algo que está constituido históricamente, que no es simplemente el conocimiento, sino un dispositivo de construcción de personajes sociales, un dispositivo de funcionamiento de una sociedad, de producción de conocimientos y de enunciados. Es por todo esto que yo no me imagino una discusión sobre la escuela entre Foucault y Althusser. Foucault había sido comunista bien al principio, pero luego él era completamente ajeno a la visión de la escuela del Partido Comunista. Althusser militaba en un partido en el cual la escuela, la ciencia, el saber, eran divinidades a las cuales no se podía tocar. Foucault no tuvo ningún problema de este tipo. Él no se quedó en el Partido Comunista, no se quedó en Francia, hizo su trabajo de una manera completamente independiente y sin ocuparse jamás de la cuestión de las reformas de la enseñanza, de la cuestión de la escuela. Creo en consecuencia que Foucault nunca se interesó verdaderamente en la escuela como institución disciplinaria. Porque esto era muy simple para él: “La escuela está destinada a formar un cierto tipo de individuo”. Foucault se interesó más bien en instituciones como la prisión o el hospital que no se suponen destinadas a formar individuos, a un cierto tipo de individualidad y de subjetividad. En comparación con esto, la escuela era el tema del Partido Comunista, era la cuestión marxista del papel de la ciencia. Esto no le interesaba para nada en absoluto, no tenía verdaderamente nada que hacer en esto.

 

–Usted comenzó su trabajo con La leçon d’Althusser4 para criticar “Problèmes étudiants” de Althusser, que era muy importante como objeto de ataque. Y ahí hay una suerte de esquematización entre el saber y el no-saber, entre el profesor y el estudiante. Entonces, ¿ya se trataba de la igualdad universal de las inteligencias?

 

Rancière: En esa época, yo no tenía del todo en la cabeza lo que pude elaborar ulteriormente sobre la igualdad de las inteligencias y de la emancipación intelectual. El contexto de la época estaba efectivamente del lado Althusser, lo que se había hecho en los años 60, porque el artículo “Problèmes étudiants” había sido muy importante para nosotros, nos habíamos movilizado verdaderamente, como estudiantes comunistas, para ir tras la defensa de la ciencia. Por lo tanto, en los años 60 fuimos el partido de la ciencia, participamos en la polémica contra toda la izquierda estudiantil, contra todos los temas estudiantiles de crítica del saber, etc. Al principio, hicimos el juego de la posición althusseriana: “Está la ciencia, estamos en la universidad para aprender la ciencia, somos marxistas y aprendemos la ciencia marxista”. Es decir, también, que habíamos sido completamente marcados por el gran reparto, ciencia de un lado, ideología del otro. En el 68, nos encontramos con una situación donde toda una sociedad estaba conmocionada a partir de estos mismos temas de crítica del saber que habíamos considerado como un divertimento de ociosos estudiantes burgueses. Constatamos que los temas de crítica del saber y de la universidad abrazaba a todo un país. Forzosamente, fuimos llevados a volver a cuestionar la posición althusseriana que habíamos adoptado y también a volver a cuestionar la concepción que hace nacer las capacidades de combate de la adquisición del saber.  Por otra parte, todo este período está en el fondo de la revolución cultural china. Estamos ante un nuevo diagrama o ante una nueva exposición: de un lado la ciencia burguesa reemplazada por el marxismo althusseriano y, del otro lado, la ideología proletaria, la maoísta, la capacidad de las masas… En esa época, yo razonaba en esos términos, a saber, el contexto del 68 en Francia y el contexto de la revolución cultural, el contexto de un cambio social sobre la base de un cambio de la jerarquía del saber, del privilegio de los eruditos, que quiere decir al mismo tiempo el privilegio de los profesores pero también el privilegio de las vanguardias en los partidos. Yo abandoné esa posición y repensé toda la cuestión, releí y reinterpreté todos los textos althusserianos sobre la ideología. Mi posición era simple: no hay ciencia e ideología, hay ideología burguesa e ideología proletaria. Pero también, era necesario comprender por ideología no simplemente representaciones y discursos, sino seriamente los aparatos de poder. En este punto, me encontré con el pensamiento de Foucault, porque incluso cuando Foucault estaba en la universidad participaba en el combate, pero no se interesaba en la idea de una reforma de la universidad, no estaba interesado en el papel de la universidad. Lo que estaba en discusión eran los aparatos: los aparatos del poder burgués y luego el modo como las formas del poder burgués habían sido retomadas por los aparatos comunistas. Este era el contexto.

 

Al mismo tiempo, lo que para mí era interesante en Foucault es precisamente que mostraba que la educación de un cierto tipo de sujeto no se hace simplemente por la escuela; no se hace solamente a través del aparato destinado a eso, sino que se hace con todo. Es decir que la formación de la subjetividad, la del sujeto del universo capitalista, tiene lugar en la fábrica, y tiene lugar en todas las instituciones. Las relaciones de poder están absolutamente en todas partes. Y la ideología no son los discursos, sino que ante todo son las relaciones de poder que hay y que están de un lado y del otro, que hay un orden de cosas que se reproducen… En esa época yo estaba muy cerca de Foucault, pero no por creer que Foucault aportara soluciones a la cuestión de la escuela y de la universidad, sino por pensar que Foucault aportaba una visión completamente diferente de la cuestión de la relación entre el saber y el poder. Porque la demanda althusseriana tradicional era: “El saber es un arma contra el poder burgués”. Para los estudiantes en rebelión, era: “El saber es un arma del poder burgués”. Lo cual también era la posición de Foucault, salvo que poder y saber toman una forma mucho más amplia en Foucault. A partir de esto, fui llevado a repensar mi trabajo, a salir del cuadro limitado que le daba a la época la revolución cultural y la idea de la revolución cultural como una especie de revolución anarquista: las masas contra el aparato, las masas contra el partido, lo que evidentemente era una visión bastante lejana de lo que pasaba en China.

 

–A comienzos de los años 70, usted ya había comenzado a enseñar en Vincennes. En esa época ¿la idea de Vincennes era la igualación del saber entre los profesores y los estudiantes, incluidos los obreros?

 

Rancière: No, para nada. Ante todo, es necesario destacar que Vincennes era un proyecto del gobierno, no era para nada nuestro proyecto, en consecuencia íbamos a Vincennes como a una especie de base roja potencial y para nada como a una universidad reformada. Había un proyecto gubernamental, había una fuerza política que la sostenía y que era el Partido Comunista, con la idea de la universidad o el saber puesto al servicio de las masas y de la revolución. En esa época, nuestra idea no era para nada la de producir la igualdad a través de las prácticas de la enseñanza universitaria. Pero de hecho, había una especie de igualdad que existía en la realidad, a saber, las asambleas donde cada uno decía lo suyo, donde la palabra del estudiante contaba al igual que la del profesor. Era el debut de Vincennes. No era algo que habíamos programado, no teníamos el proyecto de una especie de ”universidad igualitaria”. Estábamos en una situación de cambio político, y pensábamos con respecto a este cambio político que este no tenía la idea de poner a la universidad al servicio de una reforma pedagógica. Había de hecho una especie de “momento de igualdad”, pero no era un momento de igualdad como resultado de un programa. Era un hecho.

 

–¿Este hecho ha sido realmente influido por el movimiento izquierdista de la época?

 

Rancière: Sí, es necesario ver con claridad que la situación era muy variada. En esta universidad, el departamento de filosofía era el punto de referencia de los izquierdistas. Pero, en muchos de los otros departamentos, había una aceptación de la idea de una universidad donde en adelante serían los profes de izquierda quienes iban a dictar los cursos y quienes iban a transmitir un saber de izquierda, y así en lo sucesivo. En consecuencia, había un reparto entre sectores de igualdad radical, y otros que funcionaban normalmente con profesores más de izquierda y con saberes más modernos. Podemos decir que era una universidad que estaba menos jerarquizada que la universidad tradicional. Pero al comienzo, cuando gente como yo iba a las asambleas generales de los otros departamentos, y que buscaba introducir la polémica, tenías la impresión de ser un intruso. Había una especie de consenso. Fui a una asamblea general de estudiantes y profesores de psicología, para tratar de provocar un poco de revuelo, pero no tuve ningún éxito. Lo mismo en filosofía, también había una cantidad de gente que estaba ahí para tomar cursos de filosofía a cargo de profes de izquierda. Nosotros –los enseñantes y los estudiantes radicalizados– teníamos la idea de que el verdadero saber es aquel del que se bate contra el orden establecido del saber. Es decir que la tesis maoísta –son las masas las que saben, las masas las que conocen–, de algún modo la habíamos adoptado, transformado sobre la base: es la  gente que se bate contra el orden universitario, contra el orden burgués en general, la que sabe, y la que debe determinar lo que se va a hacer en la universidad. Y en consecuencia estuvimos durante años en una situación en la cual coexistían varias lógicas. Una lógica de asamblea general, de igualdad un poco anárquica, y luego las lógicas de restauración de los lazos normales de distribución del saber.

 

–Quisiera continuar un poco con la cuestión de Vincennes. Me gustaría saber cómo siente, en esta recuperación de las conquistas de Mayo, la formación de la universidad experimental. Me gustaría que nos compartiera los sentimientos que usted tuvo en ese momento.

 

Rancière: Pienso que hay un sentimiento un poco ambivalente. Probablemente al principio, cuando Foucault me contactó para ir a Vincennes, yo debía compartir en buena parte la perspectiva de todos esos marxistas que ahora iban a tener un puesto en la universidad. Yo no tenía necesidad de un puesto en esta universidad, porque yo estaba en el CNRS [Centro Nacional de Investigación Científica] donde podría quedarme por el resto de mi vida. Pero en ese momento, me parecía evidente que era mucho más interesante estar en la universidad, este es el primer punto. Segundo punto, cuando llegué a Vincennes, me encontré con esta tensión entre un partido que estaba ahí para dar cursos de izquierda a estudiantes de izquierda, y otro que dijo: “No, no estamos aquí para dar cursos de izquierda a estudiantes de izquierda, estamos aquí para sabotear la universidad”. Entonces durante el primer año, hice el curso sobre el concepto de ideología que terminó siendo un texto sobre la crítica de la teoría althusseriana de la ideología.5 En los años siguientes yo no daba realmente los cursos, o a lo mejor los cursos tenían un costado muy politizado y bastante anárquico en la forma: yo trabajaba sobre la historia de la URSS, se trataba de la crítica de los aparatos comunistas, de la crítica del cientismo, todo eso en un contexto anárquico como les dije anteriormente. En consecuencia, yo tenía al comienzo un sentimiento un poco doble: por un lado íbamos a una universidad totalmente nueva que había sido creada para nosotros y que estaba bien de todos modos. Pero, por otro lado, no íbamos a dejarnos tener, no íbamos justamente a jugar el papel que se esperaba de nosotros. Comencé a dar un curso sobre ideología, que pudo haber sido un curso que presentara simplemente la teoría marxista de la ideología. Y luego, en el transcurso, esto se desvió en función de la situación en Vincennes, en función de todo lo que tenía lugar alrededor, en función de mi relación con mis estudiantes: había estudiantes del Partido Comunista que venían a mi clase porque era un curso de marxismo, y luego estaban los estudiantes maoístas que también venían y me decían: “Hoy hay una manifestación, sería bueno que vengas con nosotros para ser parte de la manifestación antes que dar clase”. Era un contexto de tensión muy violento y, durante el año, mi proyecto de curso sobre la ideología, sobre la teoría de Marx, se convirtió en un texto de crítica radical de Althusser. Estaba el Partido Comunista, que no era gente que simplemente estaba en desacuerdo con nosotros, a pesar de todo era gente que tenía brazos musculosos, y que eventualmente recurría a los servicios de la CGT para poner orden cuando era necesario. Era un contexto violento.

 

–Pero en su libro La leçon d’Althusser, hay un pasaje que más o menos dice que la Universidad de Vincennes era una recuperación de las conquistas de Mayo, a las cuales los rebeldes no estaban verdaderamente adheridos.6 ¿Qué quiere decir?

 

Rancière: Esto quiere decir que para gente como yo, Vincennes no fue jamás un proyecto pedagógico-político. Era un proyecto gubernamental, que podemos llamar proyecto de recuperación, proyecto de modernización. Luego estaba el proyecto del Partido Comunista de una especie de universidad de izquierda. Pero la idea de la gente como nosotros no era para nada la de ir a Vincennes para hacer una universidad crítica, etc. Ese era un proyecto gubernamental. La gran batalla del primer año fue una batalla contra la nueva ley que hacía que los enseñantes y los estudiantes fueran llamados precisamente a tomar parte de la gestión de la universidad. Nosotros no queríamos esta ley. Decíamos que era el Estado el que administraba la universidad, nosotros no estábamos ahí para eso, porque, sin duda, esto sería paradójico. El 68 fue una rebelión contra la organización universitaria, y el resultado sería que los izquierdistas pondrían en funcionamiento las instituciones universitarias. La gran batalla tuvo lugar en el momento de las elecciones para la creación de consejos. Desde luego estábamos todos por el boicot. En cambio el Partido Comunista estaba en contra, quería que votáramos y que participáramos en la cogestión, y eso fue un enfrentamiento muy violento. La primera vez, lo izquierdistas arrojaron las urnas a las zanjas; la segunda vez, los comunistas llamaron a un comando de la CGT para controlar el voto y eventualmente pegarles a los izquierdistas que quisieran impedirlo. Esta cuestión de la participación o de la no participación en la gestión de la universidad fue una apuesta muy fuerte en esa época.

 

–Y en los años 70, usted comenzó su trabajo sobre la igualación universal de las inteligencias con Le Maître ignorant.7 ¿Esta idea ya estaba en La Leçon d’Althusser?

 

Rancière: Esto es más complicado. En La Leçon de Althusser, está el modelo chino, la revolución cultural, a saber, son las masas en tanto que masas, es el gran número en tanto que masas que representa la fuerza dinámica. Después de esto, trabajé durante mucho tiempo sobre la emancipación obrera, los archivos obreros. Esto me confirmó que todas las formas de intelectualidad estaban presentes en este mundo que se consideraba como el mundo del trabajo, el mundo de la ignorancia. Durante todos esos años, trabajé concretamente sobre ese saber, el saber de los ignorantes. Pero a partir de ahí comencé a pensar y a reencontrar la emancipación intelectual, y a escribir Le Maître ignorant. Cuando escribí Le Maître ignorant, yo no estaba para nada en la posición de la revolución cultural, el maoísmo. El maoísmo era como una especie de inversión simple: están los que saben y los que ignoran, ese era el esquema general. En el esquema marxista tradicional, está la vanguardia, los eruditos que saben, y luego están los obreros que ignoran, es necesario que sean dirigidos. El maoísmo presentaba una inversión simple, a saber: los sabios son los ignorantes, son las masas las que deben reeducar a los sabios. Finalmente, se quedaba en el mismo esquema con esa inversión simple. En Le Maître ignorant es completamente diferente, porque es la idea misma de la manera como procede el saber que es diferente. No se opone un sujeto supuesto saber de la universidad a un sujeto popular supuesto detentor  del verdadero saber. Aquí se opone la capacidad intelectual igualmente presente en todos. La emancipación de no importa quien, de lo que yo hablo después de Jacotot, no es para nada el hecho de que las masas van a educar a los intelectuales. Al mismo tiempo, la cuestión de la igualdad intelectual se encuentra separada de la idea de que hay un sujeto depositario del saber. Antes del 68, el sujeto del saber eran los sabios. En la época del 68 y de la revolución cultural, el sujeto del saber eran las masas. En el momento en que yo escribo Le Maître ignorant, ya no hay un sujeto detentador del saber, lo que quiere decir también que ya no hay un efecto determinado del saber. En la tesis marxista tradicional, se aprende, y una vez que uno sabe, una vez que se tiene la ciencia, uno puede hacer la revolución. En cierto modo, la idea de emancipación es la idea de que no hay ningún lazo necesario entre saber, sujeto del saber y efecto del saber.

 

–Si he entendido bien, usted jamás estuvo interesado en la cuestión de la reproducción. Incluso si usted comparte el mismo campo donde la reproducción estaba en discusión. Pero usted jamás pronunció la palabra “reproducción”. Incluso Foucault estuvo muy interesado por el problema de la reproducción, incluso Foucault, con todo el concepto de la disciplina.

 

Rancière: Pero no es la misma cosa. El concepto de disciplina no es lo mismo que el concepto de reproducción. El concepto de reproducción quiere decir que justamente hay un aparato específico. Según Bourdieu,8 hay un aparato específico que está encargado de la reproducción y que funciona esencialmente escondiendo lo que hace. En consecuencia, está esta idea del aparato que reproduce la dominación escondiendo el hecho de que este reproduce la dominación. Y este no es del todo el pensamiento de Foucault. Lo que obsesionaba a Bourdieu era justamente esta especie de mecanismo de generación: los profesores forman estudiantes que son los futuros profesores, y así sucesivamente. Ahora bien, no es esto lo que le interesa a Foucault. Foucault no está interesado en la idea de una clase, entregada a la reproducción. Foucault se interesa por la multitud de formas del poder en la sociedad que producen al  mismo tiempo formas de saber y formas de sujeción. Foucault se interesa, y yo también, en el modo como las instituciones sociales producen comportamientos. Pero pienso que no es para nada dentro de la lógica de la reproducción, es en todo caso la lógica de la producción de la innovación constante. En el fondo de la perspectiva de Foucault, las relaciones del poder se desplazan, y los mecanismos, la producción de sometimiento, se desplazan. Entonces es completamente diferente de la fijación al modo de Bourdieu sobre el aparato escolar. Los poderes disciplinarios están verdaderamente diseminados en el conjunto de la sociedad. Y luego, es también una ruptura en relación con esta idea de la máquina de la reproducción que funciona por el desconocimiento. En el fondo, Althusser y Bourdieu están muy ligados a esta idea de poder que funciona porque la gente no sabe como funciona. Esta no es para nada la perspectiva de Foucault. En la perspectiva de Foucault, la sujeción se crea también creando saber y no creando ilusión. Las temáticas de ilusión, de desconocimiento que están en el corazón de la ideología de Althusser, o de la reproducción en Bourdieu, no funciona de ese modo en Foucault. Y fue así como yo me pasé un tiempo diciendo: “No, las relaciones de poder no funcionan por el enmascaramiento, el desconocimiento, la producción de ilusión. Son relaciones absolutamente vivas”. Cuando  me presenté en l’École des Hautes Études, tenía a Bourdieu en mi jurado. Y si no fui admitido, no fue por ningún mecanismo sutil de desconocimiento. Simplemente fue que gente como él no quería saber nada conmigo y me dijeron no. Las relaciones de poder universitario jamás fueron relaciones fundadas sobre un  mecanismo de simulación. Era simplemente el poder del más fuerte. Toda mi experiencia con las relaciones de poder fueron así: yo estoy aquí, tú estás allá. Pienso que este es el aporte de Foucault, decir que el poder no funciona por el desconocimiento. El poder funciona en la producción de saber, en la producción de comportamiento, pero absolutamente para nada en esta lógica del saber que se disimula, del saber que deja a la gente ignorante de lo que hace. En el mundo de Foucault, todo el mundo sabe algo. Y en el mundo de la emancipación intelectual también, todo el mundo sabe algo. La cuestión es: qué hacemos con ese saber, cómo ese saber se articula con otros saberes, cómo ese saber entra en relaciones de sujeción. Siempre dije que si la gente acepta un orden dado, no es para nada porque no comprende la ley de la cosa, sino porque, por el contrario, lo sabe. Es porque sabe cómo esta funciona, y se inscribe por su saber de ese funcionamiento.

 

–¿Usted podría precisar esta no-presencia de la cuestión de la reproducción en su propio pensamiento?

 

Rancière : Puede que yo no albergue el término reproducción, pero sin embargo tengo la idea de que hay instituciones que hacen que la dominación se perpetúe. Desde luego, todas las formas de poder tienden a su propia eternización. Todas las formas del poder tienden a perennizarse en el poder que ejercen. Entonces ¿cuál es el interés, con respecto a esto, del tema específico de la reproducción del modo que Bourdieu lo hizo funcionar? Es un poco como el tema de la ideología en Althusser. En ambos, se trata de saber cómo anda y cómo andará siempre. ¿Por qué siempre me resistí al término reproducción? Precisamente a causa de esto, porque con el término reproducción se muestra cómo la maquina garantiza que se reproduzca siempre. Finalmente, quiere decir que el término reproducción anula todo lo que es dirigido como combate contra el orden de la dominación.

 

–Es decir que para usted esta cuestión de la reproducción y de la sociología es un poco la misma cuestión que usted siempre descartó en cierto modo…

 

Rancière: Sí, digamos que todas las temáticas de la reproducción eran temáticas que explicaban cómo la máquina del saber reproduce la dominación burguesa, etc. Sin embargo, ya vimos muy bien que esto nunca ha tenido efecto de transformación alguno. Jamás tuvo, de hecho, más que efectos de producción de saber. Generaciones de estudiantes aprenden cómo se reproduce la dominación. Y ellos a su vez son eruditos y profesores que explican cómo esta reproducción funciona, es decir, eruditos y profesores que reproducen la máquina. La ciencia de un funcionamiento social no provee por sí misma ningún arma de lucha contra las formas de dominación. No produce otra cosa que gente feliz por saber cómo funciona la dominación. En relación con esto ¿qué dice Foucault? Dice que se necesita otra conexión, que haya prácticas diferentes que se conecten unas con otras: está la práctica de Foucault como teórico de la institución penitenciaria, pero es necesario que se conecten con ella lo saberes y las prácticas de los prisioneros rebeldes, que se conecten con las prácticas de los juristas, de los médicos, de los trabajadores sociales, etc. Es una red de prácticas sociales y de saberes heterogéneos que se ligan. Ya no se trata de la lógica de la reproducción del sistema. Se trata de otra lógica, la de las formas del poder y del contra-poder, del saber y del contra-saber que se ejercen, se reencuentran y se desplazan.

 

–¿Podríamos volver un poco a su distinción, al comienzo de nuestra discusión, entre la universidad y la escuela a comienzos de los años 60? ¿Usted estuvo siempre más bien interesado en la relación entre maestro y alumno?

 

Rancière: No, cuando éramos estudiantes althusserianos, no nos interesaba en absoluto la cuestión de la relación entre maestro y alumno. Nos interesaba la relación ciencia-ignorancia o ciencia-ideología. Lo que continuó interesándome es el modo como el tema de la ciencia y el tema de la maestría se articulan juntos. Yo jamás estuve realmente interesado en cómo transformar la enseñanza, cómo transformar la relación entre los maestros y los alumnos, etc. Lo que me interesaba mucho más ampliamente era cómo funciona la autoridad del saber. Y, en consecuencia, lo que me ha interesado es la cuestión de la igualdad o de la desigualdad intelectual. Cómo las máquinas sociales funcionan según la presuposición de la desigualdad, sobre el hecho de que aquel que está en ese lugar no podrá jamás salir de ahí, apoyado en la presuposición de su propia incapacidad. En el fondo, lo que siempre me interesó, ha sido la de remplazar la cuestión saber-ignorancia por la cuestión capacidad-incapacidad. Los que forman los aparatos de poder no son ignorantes, pero son incapaces: incapaces a la vez prácticos e imaginario. El orden se mantiene por gente que dice “pero yo, yo no puedo cambiar nada”, y no por gente que obedece porque no entiende nada.

 

–¿Incapacidad de qué? ¿Incapacidad para producir saber?

 

Rancière: Incapacidad no para producir saber, sino de intervenir sobre su propio destino. Es decir, esto es lo que produce un aparato de poder de gente que de entrada es colocada en la posición de no tener jamás el control de su destino.

 

–En La Leçon d’Althusser, usted es muy crítico con el pensamiento althusseriano, pero al mismo tiempo, usted no critica la noción althusseriana de aparato ideológico del Estado. ¿Nos puede contar por qué?

 

Rancière: Es un poco complicado. En principio, hay una cuestión cronológica que es muy complicada. Durante el invierno yo hice ese curso sobre la ideología que dio lugar a mi texto de crítica de la ideología de Althusser, donde decía que la ideología no era una cuestión de discursos sino de aparatos. Ese texto se publicó en su momento en la Argentina y apareció en francés cuatro o cinco años después. Seguramente, su traductor se lo pasó. Yo no sé si se inspiró en él. De todos modos, esta idea era una herencia de Mayo y no una idea personal. El caso es que Althusser publicó al año siguiente su texto sobre los aparatos ideológicos del Estado, donde este se atribuye el papel del sabio que descubre de golpe una forma de dominación que nadie había percibido. Sin embargo, este texto es claramente un collage. Está compuesto por dos partes que en realidad son contradictorias. Comienza por retomar el viejo discurso sobre la ideología como captura del sujeto, y luego salta a un discurso sobre los aparatos ideológicos del Estado, pero sin una articulación teórica real entre ambos. Cuando escribí La Leçon d’Althusser, en 1973, no tuve necesidad de analizar sobre su uso de los “aparatos ideológicos del Estado” porque pensaba que él simplemente había tomado esta noción al vuelo pero sin que esto modifique su visión de la ideología como ilusión de un sujeto. El texto contra el cual yo polemicé, la Réponse à John Lewis,9 de hecho continuaba la pura tradición del combate de la ciencia contra la ideología. Por un lado, entonces, retomé el texto de 1969 que desde luego no comentaba el texto sobre los aparatos ideológicos del Estado que apareció en 1970. Por el otro, yo me ubiqué entonces en el camino de la idea del poder de Foucault y, desde ese punto de vista, la noción de aparato ideológico del Estado me parecía simplemente tomar nota de lo que el Mayo del 68 nos había enseñado. Pero me parecía que esta lección había sido elaborada de un modo mucho más rico por Foucault con la noción de los lazos del poder y con la demostración del modo como estos lazos funcionaban en instituciones como los hospitales o las prisiones. Era mucho más interesante que decir que había aparatos ideológicos por todos lados. Después de esto, hubo otro lío cronológico porque mi libro apareció en 1975 y mientras tanto Althusser había publicado su propia autocrítica.

 

–Muy interesante. ¿Supo en su momento que los althusserianos como Balibar, Baudelot, Establet, Macheray y Tort habían comenzado a hablar sobre el aparato escolar como blanco de ataque? Su grupo de investigación había sido formado justo después de Mayo del 68. ¿Usted conoció este debate en aquel momento?

 

Rancière: Hacia el 67-68, Althusser da su curso de filosofía científica, que no estaba para nada dentro de esta lógica, ya que estaban la ciencia y la ideología que trataban de introducirse fraudulentamente. Después, hacia el 69-70, llegó a mis oídos que Althusser trabajaba sobre los aparatos escolares, pero sin saber más sobre esto.

 

–En aquel momento ¿usted estaba quizás más cerca de Foucault con el Grupo de Información sobre las prisiones?

 

Rancière: Sí, en aquel momento yo estaba bastante cerca de Foucault, en el 68 y después del 68. Durante todos esos años en los que yo era militante maoísta, Foucault tenía lazos con los maoístas, a la vez próximos y distantes, como había sido Sartre con los comunistas. O sea que frecuenté bastante a Foucault en esa época. Después de ello, Foucault creó el Grupo de Información sobre las Prisiones (GIP). Yo no me involucré directamente, pero sí mi mujer, Danièle Rancière, que había creado el grupo con Daniel Defert y Foucault. Al principio fueron solo los tres. Desde luego, yo seguí un poco la cosa, seguí un poco el curso de Foucault en el Collège de France. Digamos que estuve muy cerca de Foucault en la época en la que trabajaba sobre las prisiones, teóricamente y luego en la práctica.

 

–¿Usted hizo investigaciones sobre las prisiones con ellos?

 

Rancière: No, no hice investigaciones sobre las prisiones. Pero yo había sido parte, con Daniel Defert, de un grupo de la izquierda proletaria que se ocupaba de los vínculos con los prisioneros políticos de la organización. Mi mujer, Danièle, tenía un papel preponderante en el grupo que conducía las investigaciones y que estaba compuesto en su mayoría por militantes venidos también ellos de la izquierda proletaria. Yo estaba al corriente de todo el trabajo aun cuando no participara personalmente.

 

–Incluso en La Leçon d’Althusser, hay una influencia foucaultiana de la noción de poder-saber, para atacar la noción de saber-ideología de Althusser.

 

Rancière: Sí, seguramente.

 

–¿Usted conoció esta noción foucaultiana de poder-saber en su curso sobre Théories et Institutions Pénales (1971-1972)? Foucault desarrolla ahí esta noción analizando el sistema penal.10

 

Rancière: Es una época durante la cual seguí de cerca el recorrido de Foucault tanto en su enseñanza como en su práctica en el seno de la GIP. Para mí, en esa época había una coherencia profunda entre su manera de teorizar los funcionamientos del poder y una forma de militancia. Fui impregnado entonces por su pensamiento sin aislar tal o tal concepto específico. Era una forma de interpretación global que, para mí, se oponía a aquella de la teoría de la ideología, un interés por el pensamiento en tanto que este está invertido en funcionamientos sociales y no simplemente en tesis.

 

–Para terminar, me gustaría plantearle una pregunta por fuera de este encuadre. Yo soy bastante buen lector de su trabajo pero, al mismo tiempo, tengo una pequeña duda con respecto a lo concerniente a la emancipación intelectual. Es una pregunta extraída de su respuesta: ¿La emancipación intelectual, en cierto modo o al menos parcialmente, se ha realizado hoy en nuestra sociedad capitalista? Por ejemplo, me permito la palabra, ¿el neoliberalismo es algún modo de emancipación intelectual?

 

Rancière: No lo creo para nada. De hecho hay una forma de crítica que consiste en decir: la igualdad intelectual, la emancipación intelectual, es la lógica neoliberal que dice “ustedes son todos capaces, en consecuencia, vayan, hagan las cosas por ustedes mismos”. Esta especie de crítica recoge los temas de Boltansky y Chiapello,11alumnos de Bourdieu, que consiste siempre en decir que todas las ideologías antiautoritarias de 1968 habían sido útiles para un capitalismo renovado. De nuevo, es el mismo esquema de pensamiento según el cual si la gente participa dentro de un orden es porque ha sido engañada, en este caso es porque ellos creen ser libres y autónomos que los cuadros representan su papel al servicio del capital. Pero yo creo que eso no es cierto para nada. Decir que el management capitalista retomó los temas de los estudiantes de Mayo del 68 no deja de ser una broma. El management capitalista no tiene nada que ver con la creatividad generalizada. El orden llamado ”neoliberal” se parece más al orden panóptico teorizado por Foucault que a eso que siempre nos cuentan, a saber, un mundo donde cada uno se creería libre y participaría de ese orden, porque se le daría la iniciativa de la creatividad. Pero, en el 68, los estudiantes no tenían nada que hacer con la creatividad ni con todos esos temas que diez o veinte años después les han endosado. No, ellos no querían ser “creativos”, ellos querían quebrar la maquinaria… Pero se creó esta especie de imagen retrospectiva del 68, para decir “esto es lo que fue realizado por el neoliberalismo”. Pero el neoliberalismo no tiene nada de liberal. Es un orden autoritario y fue justamente Foucault quien lo dijo. Es un orden autoritario y no se trata para nada de la emancipación de los individuos que van a creerse maestros y que van a colaborar porque se creen maestros. El orden neoliberal que supuestamente reina es infinitamente más autoritario y burocratizado que lo que hemos conocido en los tiempos del Estado llamado social. Esto no es lo que verdaderamente era la demanda de las rebeliones del 68 ni lo que deriva del pensamiento de la emancipación intelectual.

 

–Sí, veo muy bien lo que usted dice… Pero, al mismo tiempo, cuando pensamos en el Maître ignorant, yo, como profesor en la universidad –enseño francés–, practico lo que usted ha escrito. Digo: “ustedes tienen el manual escolar y el diccionario, ustedes pueden comenzar de inmediato a traducir, etc”. De hecho, eso funciona muy bien. Podría haber empresas según el modelo Maître ignorant

 

Rancière: Podría haber por cierto empresas funcionando según el principio de la igualdad de las inteligencias. Pero no serían empresas pertenecientes al sistema capitalista. Si vemos cómo funcionan hoy las empresas en este sistema, la manera como los cuadros son tratados y presionados. Su tiempo es terriblemente explotado, están obligados a trabajar a partir de decisiones que son tomadas completamente por encima de ellos por jefes de empresas, sometidos a las decisiones de accionarios interesados solamente por la rentabilidad de sus inversiones. El margen que le dejan a la gente, a su capacidad intelectual, es extremadamente limitado. Si razono a partir del caso francés, veo que hay ingenieros que son super competentes, que han hecho estudios considerables, muy por arriba de lo que se les pide. Sin embargo ellos, que por cierto son muy capaces de hacer funcionar la empresa, son sometidos a dirigentes, a menudo puestos por los políticos, y son incompetentes o competentes solamente por generar beneficios. O sea que todo lo que pueden hacer con sus capacidades es esencialmente impedir que las decisiones catastróficas de los dirigentes no produzcan la catástrofe. O sea que no es verdad en absoluto que haya armonía entre la lógica de emancipación intelectual y la lógica de este capitalismo absoluto que por abuso del lenguaje llamamos un sistema liberal

Traducción: Celia Tabó

1.-Louis Althusser, « Problèmes étudiants », La Nouvelle critique, no 152, enero 1964.

2.- Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron, Les héritiers, Minuit, 1964.

3.- Louis Althusser, « Les appareils idéologiques d’État », en La pensée, no 151, junio 1970, reproducido en Sur la reproduction, PUF, 1995 ; segunda edición, 2011.

4.- Jacques Rancière, La leçon d’Althusser, Gallimard, 1975 ; reedición La fabrique, 2012.

5.- « Sur la théorie de l’idéologie politique d’Althusser (1969) », reproducido en La leçon d’Althusser.

6.- Ibid., p. 213.

7.- Jacques Rancière, Le Maître ignorant, Fayard, 1987.

8.- Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron, La reproduction, Minuit, 1970.

9.- Louis Althusser, Réponse à John Lewis, Maspero, 1973.

10.- Michel Foucault, Théories et institutions pénales, Cours au Collège de France, 1971-1972, EHESS/Gallimard/Seuil, 2015, « Remarques complémentaires à propos du système pénal et des effets de savoir » (lección del 8 de marzo de 1971), en especial pp. 209-215.

11.- Luc Boltanski, Ève Chiapello, Le nouvel esprit du capitalisme, Gallimard, 1999.

 

,

 

Estado, intelectualidad y militancias. A propósito de La fobia al Estado en América Latina, de Andrés Tzeiman // Mariano Pacheco

La fobia al Estado en América Latina. Reflexiones teórico-políticas sobre la dependencia y el desarrollo fue publicado en 2021 de manera conjunta por el Instituto de Investigaciones Gino Germani y CLACSO.

 

Por Mariano Pacheco

 

La fobia al Estado en América Latina… es un libro que, tal como plantea su autor, se propone contribuir a reflexionar sobre la relación “entre la producción intelectual, los modos de la crítica y los procesos políticos”. Para ello revisita antiguos debates y arriesga hipótesis interpretativas sobre los ciclos más recientes de impugnación y construcción de alternativas al nuevo orden mundial neoliberal. Las problemáticas del desarrollo y la dependencia, el Estado y los movimientos sociales y nombres propios de pensadores y pensadoras latinoamericanxs como René Zavaleta Mercado, Álvaro García Linera, Maristella Svampa y Agustín Cueva circulan junto con el de otros clásicos del marxismo. Este juego de idas y vueltas, de interrelaciones entre teoría, historia y actualidad es el que quisiera subrayar en estas breves líneas sobre el libro, porque como el autor mismo remarca tomando cierta herencia gramsciana, el modo en que se analiza la realidad política y social está indisolublemente ligado a las posibilidades de intervención en las coyunturas.

“Creemos que varias reflexiones intelectuales de la última década en América Latina pretendieron anteponer en el análisis un conjunto de antagonismos políticos en función de sus propias agendas de investigación y sus propios valores, ubicándose arbitrariamente a sí mismos `a la izquierda` de los gobiernos progresistas —usualmente bajo la presunción, ya señalada más arriba, de que cualquier cuestionamiento desde los movimientos de la sociedad contra el Estado (o ´desde abajo` hacia `arriba`) resulta un ejercicio crítico por definición—. A pesar de lo que argumentan esos autores al recibir cuestionamientos, someter sus posiciones a un debate no supone un llamado realista a dejar de soñar o a abandonar la búsqueda de lo imposible. Las utopías, desde ya, siempre deben estar a la orden del día (esa es, en definitiva, su imprescindible razón de ser). El problema es que la política constituye, esencialmente, un análisis de las posibilidades de la acción sobre la base de las fuerzas en pugna; tal es, al final de cuentas, la mejor herencia que nos deja la larga tradición del realismo político, por lo menos desde Maquiavelo en adelante”, sostiene Andrés Tzeiman, para luego concluir: “volviendo entonces a los debates latinoamericanos contemporáneos, creemos que el pensamiento crítico no se constituye como tal por medio de una auto-enunciación. Hace tiempo hemos aprendido junto a Marx, la fundamental diferencia entre, por un lado, lo que los sujetos piensan y dicen de sí mismos, y por el otro, lo que realmente son y hacen. Por lo tanto, la crítica de nuestro tiempo latinoamericano es aquella que resulta inmanente a los antagonismos a través de los que se estructuran las contradicciones sociales fundamentales y en torno de los cuales las masas se organizan frente a sus adversarios para desarrollar la lucha de clases”.

***

A distancia de ciertos planteos presentes en los debates intelectuales y militantes de inicios de este siglo, que concibieron la esfera estatal como un espacio de cooptación, desarticulación y subordinación de las fuerzas vivas de la sociedad (como perversión de las energías plebeyas organizadas de manera autónoma), este libro parte del punto de asumir que, en momentos de crisis, cuando las clases dominantes dejan un “vacío social” producto de su desarticulación circunstancial y, por ende, su incapacidad hegemónica, los Estados suelen emerger en los países de la región ocupando esa vacancia. Pero esta advertencia no coloca al autor en una posición –tal como, por otra parte, aconteció con frecuencia en años anteriores— de poner la pluma –o las teclas de la computadora, más bien– en función de respaldar teóricamente o con opiniones en la esfera pública las acciones u omisiones de un determinado gobierno, sino que insiste en señalar las limitaciones que todo gobierno que pretenda hacer ganar al Estado márgenes de autonomía frente a las potencias que rigen el mercado mundial encontrará si no se respalda, acompaña, incentiva los movimientos de la sociedad.

“La estatalidad no debe ser comprendida de manera autosuficiente, sino más bien en su vínculo con las masas, y por sobre todas las cosas, con sus mediaciones organizativas”, escribe Tzeiman, adelantándose en alguna medida en ciertos debates que acompañaron las coyunturas recientes, sobre todo en relación al rol que juegan (o deberían dejar de juagar) los Movimientos Populares, sobre todo aquellos de raigambre territorial, inscriptos en lo que desde hace años ya se viene denominando como economías populares.

“Creemos que para emprender y fortalecer un proyecto de desarrollo autónomo, democratizador y favorable a las mayorías sociales –continúa argumentando el autor– debe ser necesaria una construcción de poder político que tenga a las masas como sus principales protagonistas. Sin esa penetración de las masas y sus mediaciones organizativas en la esfera estatal (incluyendo en ello a la decisiva instancia de las fuerzas de seguridad), no resulta posible que un proyecto de desarrollo autónomo y soberano logre avanzar con éxito”.

Quizás aquí radique uno de los puntos neurálgicos del debate teórico-político de la actualidad: qué papel debe tener la sociedad en su movimiento, sus “mediaciones organizativas” en un posible proceso de cambio que no deje bacante, a su vez, una intervención en el ámbito estatal, buscando su transformación. “Pensamos que la vitalidad de la sociedad es un aspecto fundamental e irremplazable de cualquier proyecto de transformación social, sin la cual no hay tránsito hacia el Estado que sea viable ni proyecto en el Estado que resulte deseable” remata el autor.

 

Pueden descargar el libro de manera gratuita, en el siguiente link:

http://biblioteca.clacso.edu.ar/Argentina/iigg-uba/20210421035736/La-fobia-al-Estado.pdf

 

Cuaderno 4 // La liga Tensa. Lucia Naser

Narraciones y experiencias entorno a imaginación y protesta 

Imaginarios que prenden encuentros que abren, experiencias que transforman

Siempre se imagina desde algún lugar. A veces nos detenemos a preguntarnos desde dónde. Otras veces, el desconocimiento, voluntario o no, o la mera intuición pueden ser guías.

Mientras escribo, desgrabo, pienso y voy a más marchas, observo que mis hábitos tienden a valorar cada cosa en su especificidad y singularidad: ¿qué lugar deja esta mirada para el conflicto, las inequidades, las violencias, los desplazamientos que permanentemente se dan en y entre cosas que coexisten? El relativismo total puede acabar siendo una fuerza neutralizadora y aplanadora: todo tiene que ver con todo, nada es del todo una cosa, etc. A la hora de pensar la lucha social y la confrontación en el espacio público, el pluralismo posmoderno muestra sus límites. Perdida en el rizoma, por momentos me ayuda recuperar la noción de perspectiva. La movilización de protesta parte de un punto de la ciudad y desde una perspectiva. Y si no parte de una, la compone en tiempo real. La política es un juego de posiciones, en el cual la perspectiva organiza, aun en momentos de desorientación.

No hay una imaginación de la protesta ni una sola forma de hacerse presente la imaginación en la práctica de la protesta. Existen multiplicidades cuyas combinaciones a menudo nos diferencian pero también muy a menudo nos encuentran con todo lo que sí tenemos en común. La acción de imaginar puede ser pensada como acto individual pero es tan intersubjetiva como nuestras formas de desear, amar, luchar. Es desde ese encuentro entre lo personal y lo político, que la imaginación forma subjetividades singulares que son al mismo tiempo composiciones de experiencias, escenas y sensibilidades colectivas. Los imaginarios pueden ser nombrados y hasta institucionalizados en busca de hacerles producir identidades colectivas y bases organizacionales; pero no necesariamente es ese su momento de mayor potencia.

La imaginación que no puede preverse, esperarse, catalogarse o identificarse bajo etiquetas reconocibles es, en su capacidad de no caber en este mundo, productora de otros mundos. Esa imprevisibilidad tiene que ver con la creación pero también con la escucha; y a menudo con encuentros impredecibles entre personas y elementos que producen más que la suma de los mismos. La imaginación es abducción: lo que no se induce de los enunciados particulares, ni se deduce de los generales.

En permanente desenfoque, es presente llenándose de otras temporalidades. Escenas de saqueo aparecen, instantes de lucha, de arrebato, de conquista, de rebelión; ¿qué vínculos reales e imaginarios sostenemos con las genealogías de nuestras luchas en las acciones del presente? Una gran parte del trabajo de la imaginación pasa por destruir y reconstruir narraciones. La presencia de imaginarios fosilizados sobre los pasados de nuestros presentes entran en disputa con aquellos que quieren emerger: el estatismo, las tradiciones versus el salto de trampolín que se da pisando a veces alguna tradición pero también saltando fuera, más allá, o hasta el fondo hasta agujerearla.

Como dice un amigo: la movilización callejera hace que nuestra identidad, a veces tan congelada, se suelte un poquito. Esa manera de representarnos frente a los otros, nuestros hábitos, nuestros prejuicios, nuestras creencias, nuestras formas de estar en el mundo. Cada movimiento que rompe con la normalidad hace que podamos experimentar al mundo y a nosotres mismes de otra manera. Nos permite una experiencia más presente, desde la situación en la que estamos.

Nos permite entrelazarnos, vivir desde la presencia en común, y cuando estamos juntes en la calle, no necesariamente es que tengamos tales o cuales relaciones, sino que somos la relación, lo que está hecho y lo que está por hacerse, lo personal y lo impersonal.

No existe “una imaginación”, sola y en abstracto. Les otres y el contexto impactan en lo que somos capaces de imaginar. Aprendí mucho de mis imaginarios, incluso los que dejé

atrás, los que reconstruí, los que traicioné y traduje en prácticas re-imaginarias con otres. A veces los imaginarios se organizan más en torno a preguntas que a respuestas, y esas preguntas, cuando son políticas, implican la vida con otres desde el primer signo de interrogación.

Si las diferentes luchas con sus imaginarios construidos entre experiencias y colectivos, fueron mi escuela militante, en esas luchas me encontré con personas con quienes entablé vínculos más o menos cercanos. Con algunes vivo hasta hoy, con otres mantenemos amistades de décadas, con otres nos conocemos de la calle y, sin nunca haber hablado, ya sabemos un montón por convocarnos a los mismos lugares.

Repasando y narrando experiencias que han sido claves en mis imaginarios de protesta desde el presente, me encontré en muchos momentos pensando junto a amistades que podría decir que son más políticas que personales. Me vi en diálogo constante, imaginario

y real, con elles y con otres, me vi influida y también disintiendo con elles. Traer a algunas de esas compañías a estas páginas sobre imaginación y protesta, es lo que hacen las siguientes entrevistas. Diálogos que son como una puntada en un entramado de conversaciones salteadas y mezcladas, promiscuas y deseantes que precedieron y que se sucederán (ojalá) a esta publicación. Conversar también es abrirse a imaginar con otres.

 

Entrevistas a amigues: diálogos cómplices sobre imaginación y protesta

 

MARIA DELIA CUNEO (URU)

GABRIEL DELACOSTE (URU)

CELESTE ROJAS MUGICA (CH)

DIEGO VALERIANO (ARG)

VITRINA DYSTÓPICA (CH)

VERÓNICA GAGO (ARG)

 

PARA LEER LAS ENTREVISTAS Y DESCARGAR CUADERNO COMPLETO 

https://ligatensa.files.wordpress.com/2022/07/liga.lucia_.def_.pdf

TODOS LOS CUADERNOS EN
https://ligatensa.wordpress.com/2022/07/12/499/

 





Un neoliberalismo recargado // Oscar Ariel Cabezas

En un país que parecía haber salido del oscurantismo de la dictadura el rechazo confirma que el “deseo de otro Chile” no coincide con la re-articulación de una subjetividad de cambio. En el contexto de la (post)pandemia lxs chilenxs parecen desear otra cosa que la de un cambio constitucional como el propuesto por la Convención Constituyente.  

 

La Nueva Carta Magna, que en los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría no era más que una idea utópica, se materializó como efecto de la revuelta de octubre del 2019. La revuelta social no solo fue el detonante para la apertura del umbral que indicaba el fin de la dictadura y de su prolongación en la postdictadura condensada en la ilegítima Constitución de 1980. Esta constitución ha sido, hasta el día de hoy, la matriz conceptual del neoliberalismo en Chile. 

 

La derrota del Apruebo es un retroceso respecto de la posibilidad que los votantes teníamos de cambiar la constitución heredada de la dictadura. Esto no ocurrió y el umbral que había abierto la revuelta terminó por cerrarse. El cierre del umbral producido por el estallido estuvo desde el primer momento activo en la clase política. Mientras la revuelta denunciaba y amenazaba con su destitución a través de la apertura de una Asamblea Constituyente, la clase política elaboró una de las más astutas estrategias del poder: la del espectáculo electoral.  

 

Si el acontecimiento político más importante que inauguraba la postdictadura había sido el triunfo del NO, el acontecimiento político del siglo XXI fue la revuelta social de octubre de 2019. Pero a diferencia del primero, este acontecimiento no irrumpió en el interior de la forma política de los partidos, sino más bien, contra ellos. Así, la revuelta social ocurre contra las instituciones coaptadas por el poder de una élite acomodada que de izquierda a derecha era percibida como parte del malestar social. Sin embargo, el estallido social no ocurre por fuera del Estado, sino contra el Estado capturado por el negocio de las oligarquías y el acomodo de la clase política.

 

El vértigo de la coyuntura y la reacción de las élites son de frágil memoria. Se olvidó de manera rápida que la revuelta social fue el punto más temperado del clamor de la dignidad sin condiciones. Por lo mismo, había que contenerla porque con ella no solo peligraba el gobierno de Piñera, sino toda la clase política. El ex Presidente Ricardo Lagos, quien durante su gobierno se dedicó a blanquear la Moneda bombardeada, estaba dispuesto a implementar las mismas políticas de la dictadura para contener a los bárbaros. Estos que, desde una especie de Comuna libertaria, habían desde la Plaza (Italia) Dignidad contagiado a toda una nación funcionaron lejos de una idea romántica de destitución del Estado. Por el contrario, la revuelta fue la explosión de una conciencia política de ciudadanía, la aparición de la sociedad civil que, según la propia consigna de la desobediencia, había despertado del letargo.

 

El letargo no solo era causado por la colusión de los partidos políticos y la “cosa nostra” de la capitalocracia, sino por una subjetividad autonomizada de un inexiste Estado social. El Estado moderno de aspiración a la realización del principio de igualdad social en Chile fue violentamente destruido en 1973. En 1980 la constitución de Pinochet y Jaime Guzmán levantaron los cimientos de la sociedad neoliberal que rige hasta hoy y que se expresa en el mundo de vida cotidiano. El neoliberalismo, tal como lo ha venido sospechando el filósofo Rodrigo Castro, ni empezó en Chile ni terminará en este país.  Con la derrotada de la Nueva Carta Magna escrita y redactada por la Convención Constituyente, no se vislumbran posibilidades claras de un apocalipsis neoliberal.

 

No se trataba de una Constitucional radical y revolucionaria, sino y sobre todo de una Constitución que movilizaba y restituía demandas simbólicas importantes para la población. La plurinacionalidad, la paridad de género, el reconocimiento de los pueblos originarios, que desataron los afectos de superioridad blanca y el sentimiento de la patria reducida a la unidad de un Todo-Uno, no ponía en crisis lo más hondo de las estructuras económicas del país. Cualquiera que desee comparar lo que fue en esta materia la Unidad Popular (1970-73) podrá constatar que las reformas desestabilizaban a la oligarquía y ponían en riesgo los negocios de las transnacionales y los intereses de Estados Unidos. 

 

La Carta Magna que surgió del proceso de convención constituyente no tiene los radicalismos reformistas que tomaron lugar durante la UP. Y, sin embargo, a través de los medios de comunicación—controlados en Chile en más de un 80% por la derecha y la oligarquía— se desató el racismo republicano del siglo XIX. Negar la condición de Estado Plurinacional para dejar fuera a los indios por ser inferiores y constituir la etnia de los bárbaros. El afecto de los que no somos blancos y pertenecemos a los sectores de las clases subalternas se había condensado en    el símbolo canino del Negro Matapacos. Este canino convertido en uno de los estandartes de la revuelta fue neutralizado tanto por los medios como por la falta de agencia discursiva de la Izquierda convencional en iconos no convencionales como los que levantó el estallido. Se impuso la bandera chilena, como demarcación de una chilenidad blanca y clasemediera.

.

Así, el triunfo del rechazo se logró desde la falta de un gobierno que decidió por un discurso liberal en el que, por un lado, pinta las patrullas de policía con la bandera del orgullo gay, encierra a líderes mapuches y, por otro, descalificaba artistas de las disidencias en nombre de la educación infantil. Pero más allá de las responsabilidades que tenga o no el gobierno de Boric en el abrumador triunfo del rechazo, lo cierto es que el neoliberalismo no termina en Chile. Si el proyecto neoliberal postpandemia está pasando por una fase de reinvención y plasticidad en sus formas de dominación, el triunfo del rechazo ofrecerá un laboratorio experimental para las oligarquías transnacionalizadas y un repunte de la hegemonía neoliberal.

 

¿Qué es lo que queda en un escenario donde la subjetividad del gasto, la deuda, la falta de salud, de educación gratuita, de pensiones dignas vuelven a ocupar la insuperable zona de las desigualdades sociales? 

 

Si el devenir minoritario en lo mayoritario del estallido del 2019 había podido desestabilizar a la ciudadanía negada asimismo en la lógica del gasto y el endeudamiento, el triunfo del rechazo asegura un desmoronamiento muy lento de la Constitución de 1980 y, sobre todo, acelera la subsunción del malestar en el consumo y el endeudamiento pre-estallido de 2019. Lo que vendrá en los próximos meses es la cocina del gobierno de turno y con él la legitimidad que en las urnas ha obtenido la derecha y la oligarquía, se esperan escenarios inciertos para todas y todos los que compartimos el deseo de transformar las instituciones y hacer de ellas un instrumento capaz de resolver las crisis que se avisan.

 

El deseo sigue siendo que las pasiones de un devenir minoritario afecten la subjetividad y los cuerpos de las mayorías que, quizá, producto del encierro pandémico y la asfixia del cambio climático se han replegado. De momento, sin embargo, lo que parece advenir es el neoliberalismo re-cargado y legitimado en las urnas con una brumadora derrota de la Nueva Carta Magna. 

El acto en cuestión // Diego Sztulwark

Los hechos ocurridos el jueves arrojan los siguientes resultados: magnicidio fallido y comunicación exitosa. Se abren nuevas preguntas. Una guerra declarada por una derecha que hay que volver a examinar en detalle y un desafío para quienes, no conformes con el actual devenir de la democracia pero sin salirse de ella, deben elaborar nuevas estrategias a la altura del conflicto, a partir de la movilización popular.

Por Diego Sztulwark*

(para La Tecl@ Eñe)

Apretó el gatillo, 35 años, argentino-brasileño. Nazi: ¿es esto “la derecha”?

El jueves por la noche vimos mil veces las mismas imágenes: Cristina a distancia de fusilamiento de un arma corta cargada. Conmovidos por una tragedia que milagrosamente no se produjo, fuimos ayer a la Plaza de Mayo. Movidos por la memoria, como si fuera un 24 de marzo. En el camino pensamos: el discurso de la derecha “pasó al acto”. No fue solo un intento de homicidio, sino también una “escena” consumada: el magnicidio fallido fue un mensaje completamente realizado. Esa es la paradoja del jueves: ahí donde el acto asesino se frustró, triunfó el acto de comunicación. Fue así, viendo mil veces la misma escena, que comprendimos lo que las performances hechas previamente -pequeñas movilizaciones ultrareccionarias, disparates verbales de opositores, actos jurídicos arbitrarios o las editoriales más encendidas de los medios- no nos permitían terminar de asumir: la clase de enfrentamiento que se nos plantea.

Lo primero que nos comunica esa escena, este paso al acto, es que aun si fue hecho por un solo individuo, no se trata de ningún modo de una acción privada. No precisamos conocer entretelones para percibir con claridad que el acto en cuestión realiza -no sabemos si de un modo totalmente individual o no- discursos muy instalados, que tienen su origen en antiguos conflictos en la historia de las luchas sociales, y en el funcionamiento de poderes agrarios, patronales, bancarios y comunicacionales muy actuales.

A lo que hay que agregar el detalle de “argentino-brasileño” que emplean los medios para hablar del joven que gatilló el arma y que añade una dimensión regional, en la que anida el bolsonarismo político, que tan bien confluye con la caracterización ideológica de “nazi” atribuida al agresor. El paso al acto pertenece, entonces, por entero al mundo público y se corresponde con el campo de significaciones -campo de prácticas, de cuerpos, de clases sociales, de un bloque de clases, de personas que toman decisiones- políticas muy precisas. Hablamos de este campo como “la derecha”. En las marchas se les dice “che gorila”. Pero el hecho, hasta donde sabemos, corrió por cuenta de Fernando Andrés Sabag Montiel, de quien aún sabemos muy poco. Pero al que no dejamos de prestar atención, porque suponemos que en él podríamos encontrar las claves de un funcionamiento -el que va del discurso al acto asesino- que precisamos entender (porque, aparentemente, se trata de un funcionamiento nuevo en nuestra vida política: el del sicariato, o el del nazi delirante, o el hombre frustrado-capturado por pasiones aniquiladoras, etc?). Una primer pregunta que se nos plantea es ¿cómo vamos delimitando con alguna precisión el funcionamiento actual de ese universo llamado de derecha, en sus matices y dinámicas, para discernir en ella un tipo de comportamiento que no se limita, como muchos dijeron ayer, a romper el “pacto democrático” de no introducción del uso de las armas en el campo político?

Indudablemente, se ha cruzado un límite inadmisible, todos lo sabemos. Pero ese límite no es sólo el de la defensa de la democracia, de la exclusión de las armas y el del Nunca más. No sólo porque las armas se han usado estos años en conflictos políticos, ni porque no sea cierto que no haya violencia política en la Argentina (y no hablemos de lo que se llama violencia social) Ni siquiera porque de haberse producido el magnicidio, se hubiera abierto un abismo quizás más próximo a la proto-guerra civil que al golpe viejo de estado. Si se pasó un límite, este no tiene que ver con una amenaza claramente exterior a la democracia, que podría ser exorcizada por la vía de un cierre unánime de la dirigencia política y social. Se trata más bien de una crisis misma de ese campo democrático, puesto que es él el que ha quedado desafiado a dar respuestas a fenómenos que se originan en su propio fracaso. En la medida en que la democracia de la que hablamos y en la que vivimos desde 1983 no se ha delimitado con nitidez de la violencia económica y geopolítica que la atraviesa, está obligada a considerar sus conflictos y contradicciones como sus propios problemas. Sólo que esos problemas originan acciones que no se conducen necesariamente -como entendimos a la perfección el jueves- de acuerdo a las reglas del campo de la representación electoral y el juego parlamentario.

Quizás podamos entonces hacernos una segunda pregunta: ¿cómo nos toca reaccionar desde el campo “democrático” mismo a este desafío específico que proviene de su propia constitución? La movilización de ayer, fuerte e inmediata respuesta, nos permite avanzar colectivamente en la reflexión. ¿Cómo vamos a hacer frente a un poder asesino, esbozado con claridad el jueves, un poder que se apropia el campo de la extra-legalidad, desafiando desde ahí al campo democrático mismo? ¿De dónde extrae el campo democrático, tan comprometido con esos focos neofacsistas, los recursos indispensables para desactivar este tipo de agresiones? Resulta imposible avanzar en esta reflexión sin cuestionar la democracia como el estrecho espacio de representación parlamentaria. Sin una fuerte movilización en todos los planos la democracia deviene pura impotencia. Por lo que la pregunta merece ser planteada de otra manera: ¿cómo crear una capacidad de acción que, desde una lógica de masas -eso que somos cuando hacemos lo que hicimos ayer, y aun sabiendo que lo ayer todavía no alcanza- sea capaz de apuntar a desactivar esos focos de neofascismo que se desarrollan en las articulaciones de la economía y del aparato de medios informáticos, comunicacionales y rentísticos de nuestra democracia?

El problema es el del enfrentamiento y, por tanto, incluye al de la violencia. Pero no al de la violencia en general -abstracción que no logra pensar nada-, sino al de violencia asesina que casi mata a Cristina. Y hay que decir también algo obvio sobre Cristina, porque por más que sea ella, como sabemos, una figura central de un presente en crisis, protagonista de una serie de dilemas de muy difícil resolución, que involucra la entera política del actual gobierno; y por más que desde que se declaró perseguida por el poder judicial se venga presentando como líder del peronismo, ha sido votada, apoyada y defendida más de una vez y de muchas maneras por cientos de miles de personas del diverso mundo de las izquierdas que, sin alinearse con ella en sus prácticas e ideas, han asumido -de diversos modos y en distintas ocasiones- zonas de enemistad compartida.

Es desde estas zonas muchas veces compartidas, que es posible procesar -desde sectores del peronismo, colectivos autónomos o del mundo de las izquierdas- el problema de la irrupción de un acto de violencia fascista que nos incluye aunque no lo queramos. Y si digo “fascista” no es solo para emplear una palabra de funcionamiento fácil (que usamos con el riesgo de deshistorizarla), ni porque los medios atribuyan esa ideología al sujeto que apretó el gatillo, sino por el contenido mismo del acto, que no se deja calcar sobre la historia de otros atentados individuales que hemos conocido a comienzos del siglo pasado a manos de anarquistas.

Un Sabag Montiel carece por completo de la estatura libertaria de un Simón Radowitzky, cuya violencia individual contra el jefe policial Falcón, se apoyaba en su responsabilidad en la salvaje represión obrera del 1 de mayo de 1909. Por tentador que pueda ser repudiar “toda” violencia, cualquiera sea y por principio absoluto, es preciso reflexionar sobre el contenido de “este” tipo de violencia concreta y específica que irrumpió tan explícitamente esta semana. Se trata de un tipo de violencia que actúa en alianza imaginaria -aún no sabemos si esa alianza es además con grupos reales- con las formaciones de poder más antipopulares, aquellas que segregan sus fantasías de aniquilación del otrx no como parte de una situación de opresión históricamente determinable, sino como pulsión que brota espontáneamente de su propia forma de existencia. Un tipo de afirmación de sí que requiere la destrucción del otro. Si se confirma lo que vamos sabiendo, iremos descubriendo que “locura” y “método” no se excluyen para nada en este caso. Delirio personal y campo social, pulsión individual y contenido racional alucinado se fusionan en uno, en un acto que nos habla de la naturaleza del enfrentamiento que debemos elaborar por medios y lógicas muy diferentes a las suyas. Puesto que encarnar y desarrollar esa diferencia a fondo sería también el modo de arribar a una forma propia y antagónica de justicia respecto de aquella que proclama el acto de asesinar. A la violencia que aterroriza, que difunde pavor y recluye, comenzamos a enfrentarla ayer en una formidable movilización. Ese ritual colectivo es el que nos permite elaborar en una primera instancia el miedo e invertir su dirección. No se trata solo de discursos de “odio” a los que podemos oponer los del “amor”. Ni sólo de la defensa de las políticas del presente, como ratificación que sólo nos condena a una mayor impotencia ante una ofensiva creciente. Sino de desactivar una articulación política específica y de hacerlo a partir de una serie de actos de fuerza ante una maquinaria fascista que, si bien sufre visibles influencias globales, ha tenido en nuestro país tiene una evolución propia. Es evidente que una serie de acciones que apunten a desactivar los focos de violencia fascista proliferantes supone una transformación de las políticas en curso en todos los planos, ya que estas últimas no han dejado de afirmar en fuertes alianzas con esos mismos focos de donde proviene la agresión. Ayer era imposible estar en otro lugar que en la Plaza común. Hoy nos toca quizás, desde esa presencia colectiva, asumir el enfrentamiento en cuestión en cada rincón, en cada conciencia, en cada partícula del lenguaje. Nos cambiaron las preguntas, nos toca cambiar a tiempo las repuestas.

Buenos Aires, 3 de septiembre de 2022.

*Investigador y escritor. Estudió Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía y política.

¿LEÍSTE A PAGNI? // Diego Sztulwark

Consolidado como el argumentador más elegante del muy poco elegante aparato de la comunicación dominante, este veterano “guerrillero de la derecha” (como suele definir su formación en Ámbito Financiero de fines de los ‘80) despierta adhesiones en un público que se había desacostumbrado al escurridizo arte de la argumentación conservadora. Historiador universitario, aunque menos profesoral que su antecesor Mariano Grondona y biográficamente desvinculado de la dictadura (nació en el ‘61), Carlos Pagni, columnista estrella de La Nación, analiza el presente político con los límites visuales autoimpuestos por las premisas de un liberalismo irónico y tautológico.

Pagni no se siente exactamente un hombre de derecha. Así lo aclaró ante una pregunta que le formuló la revista Crisis, en una entrevista realizada en agosto de 2015, sobre la caracterización que de él hizo el ensayista Horacio González como una “pluma sutil de la derecha moderna”. Su respuesta fue: “Yo me considero un liberal. Hay una cantidad de temas donde yo estoy a la izquierda de González, otros donde él puede estar a mi izquierda”. Y ser liberal en la Argentina de esos meses previos a la elección que consagraría a Macri Presidente era desear antes que nada la alternancia en el poder. En la misma entrevista ofreció una fórmula sintética de su propia comprensión de lo político: “Lo importante, lo primero que hay que mirar en la política es el formato. Lo segundo es la agenda. Lo tercero es el candidato”. En otras palabras, el principal problema de la Argentina de aquellos años era la crisis de formato ocurrida en 2001. La secuencia podría ser presentada así: estallido del bipartidismo de la postdictadura –vigente entre 1983 y 2001–, derrumbe del radicalismo –instrumento político de los sectores medios– y toma del poder por parte de la provincia de Buenos Aires. Una nación sin límites ni contrapesos se manifestaba en sus síntomas. En particular, la emergencia de un kirchnerismo dos veces reelecto. Frente a ese estado de cosas, Pagni se declaraba un utopista de las reglas.

 

Un año después, ya bajo el gobierno de Cambiemos, Pagni vuelve sobre algunas de estas cuestiones en el prólogo que hizo a un libro de conversaciones de Marcos Novaro y Héctor Magnetto. Allí vuelve a referirse al trauma de 2001 como “tormenta que pulverizó el sistema político y alimentó un discurso anticapitalista” cuya propagación se vincula no sólo a la “ausencia de oposición organizada” sino también a la descalificación de las empresas como “corporaciones”. Su interpretación del conflicto con el Grupo Clarín es que el conglomerado económico diversificado de Magnetto, Aranda & Pagliaro era el último refugio de los sectores medios capaces de oponer una resistencia y sostener alguna autonomía frente a la embestida kirchnerista. El CEO de la gran empresa como estratega y último héroe de la libertad de prensa ante un autoritarismo triunfal que, a no confundirse, no es sino el “método detrás de la locura”.

Hay en Pagni una idea del liberalismo, menos como valores y doctrina y más como procedimiento. Es una idea práctica, que enfatiza la importancia estratégica de las reglas como instancia organizadora de formatos en los que deben actuar los sujetos. En las enseñanzas del general Perón esta acción era un asunto confiado al arte de la conducción, y descansaba en la máxima según la cual los hombres son mejores si se los controla. En el liberalismo de cuño procedimental, en cambio, este control se transfiere del saber del político al apego a la norma. La política liberal, así concebida, sólo surge cuando la arenosa lucha por el poder se inscribe dentro de las coordenadas del espacio de la representación, constituyendo en él agendas y liderazgos. Y al contrario, se deshace peligrosamente ante la irrupción de fenómenos que cuestionan moldes y formatos. Un liberalismo de este tipo tiene como contracara forzosa un principio de exclusión que se torna intolerante ante toda voluntad colectiva que pretenda revisar las condiciones mismas –por caso las económicas y sociales– del juego político.

Hay también en Pagni una idea del periodismo como práctica política ligada a la verdad, que lo lleva a plantear problemas y a desentrañar aspectos opacos vinculados al diagnóstico de la actualidad. Un gusto por la interpretación y una conciencia histórica del presente. Aunque en su caso esta conciencia no apunta hacia una superación crítica del estado de cosas ni menos aún a una transformación radical, sino más bien a la defensa de un cierto ideal de orden que en su propio imaginario se presenta como republicano, nominación sólo admisible si olvidamos la importancia de la desconfianza que la tradición republicana radical mantiene ante los lazos entre periodismo y gran empresa y ante la postulación del periodista como mero corrector de desvíos institucionales. Nicolás Maquiavelo, por caso, consideraba que las buenas leyes de la antigua república romana surgieron del vigor tumultuoso de las multitudes más que del apego a esquemas normativos, y que no hay república cuando el partido de los ricos concentra más poder que el de las instituciones del común.

A propósito de la “tensión política” que siguió al pedido de condena a la Vicepresidenta por la llamada causa “Vialidad”, Pagni ofreció una nueva exposición de sus ideas. En el editorial de la última edición de su programa Odisea Argentina (LN+) del lunes 29 de agosto, cuestionó que se apele a la legitimidad del discurso de los derechos humanos como parte de la lucha por el poder. Su reflexión apuntó de ese modo a un aspecto central de la defensa que hizo desde el Senado Cristina Fernández de Kirchner al contraponer la política de derechos humanos de su gobierno con una serie de vínculos y lazos que emparentan a la acusación con la última dictadura. La irrupción del antagonismo marcado por la politización de la larga lucha por los derechos humanos irrumpe una vez más como fuente de tensiones y problema de fondo. El propio juicio a la ex Presidenta fue presentado los días pasados por no pocos intelectuales y periodistas bajo los ecos del juicio a las juntas militares. El propio Pagni, luego de la editorial mencionada, recibió al fiscal de aquel juicio, Luis Moreno Ocampo, trazando una continuidad de hecho entre terrorismo de Estado y corrupción como dos modos de exceso de algún modo equiparables de poder estatal.

Lo que Pagni plantea es la existencia de un conflicto en torno al significado político que adquiere la noción de derechos humanos en la Argentina. A su juicio, se trata de un conjunto de garantías que por su misma naturaleza universal no debería ser esgrimido como discurso de contienda por el poder, cosa que sin embargo sucede cada vez que una lucha colectiva establece lazos estrechos entre derechos humanos y reforma social. Su crítica se dirige, en esta oportunidad, a deslegitimar el planteo político que yace en el corazón de la acusación que la ex Presidenta lanzó contra quienes la juzgan: que el Poder Judicial actúa como instrumento político de una clase social cada vez que bloquea la posibilidad de reformas económicas democráticas, disciplinando al funcionariado político, y que de modo coherente con ello protege a quienes durante el gobierno anterior dilapidaron unos 45.000 millones de dólares, otorgados por el FMI.

El problema de la retórica política del liberalismo procedimental no es su alusión a las normas, que por supuesto son indispensables cuando se las considera en su carácter reformulable, sino la naturaleza sacralizante de un apego a ellas. Porque en ese apego se cancela el derecho a la revisión de los supuestos que estructuran el orden social y, por esa vía, de cualquier tipo de reforma. Sin una relación viva con ellas, el mundo de las reglas se vuelve incapaz de examinar aquellos procesos en los que los poderes actúan de manera extra jurídica, produciendo, sobre todo en los procesos económicos, desigualdades lacerantes en cuanto al acceso a bienes, títulos y recursos entre grupos y clases sociales. Los límites de un liberalismo así aferrado a la retórica procedimental se vuelven nítidos cuando se considera de cerca su voluntad de clausura ante el impulso igualitario y el deseo de reformas que recorre las luchas colectivas. Es esta clausura la premisa sobre la que prosperan todo tipo de dispositivos de poder y es extremadamente oscuro el lazo que liga el derecho a la concentración de la gran empresa –incluidos los grandes medios– con las modalidades hermanadas del periodismo que allí se practica y las formas de parcialidad judicial denunciadas actualmente como persecutorias.

La íntima miseria de este tipo de liberalismo radica en su orgullosa incapacidad para rendir cuentas del modo en que sus propios enunciados emanan de estas estructuras de concentración de la renta. Se trata, por tanto, de un discurso que naturaliza como norma incuestionable un hecho de poder. Que cierra las puertas a temas de indudable valor comunicacional, como son los procesos contemporáneos de gobierno, cada vez más constituidos bajo la poderosa presencia de la economía neoliberal.

Otra escena comunicativa y política se abriría si liberalismo y periodismo accedieran a reflexionar sobre la pregunta que de modo acuciante pesa sobre ellos: ¿en qué términos podrían también ellos contribuir a afrontar el problema absolutamente crucial de la agresividad de los poderes económicos como principal amenaza a todo aquello que tan cuidadosamente atesoramos bajo el nombre de los derechos humanos?

 

La crueldad y el terror en la escena política // Lila María Feldman

 

Hemos escuchado hablar en estos días de odio y de discursos de odio. Tiene su importancia, desde ya, de hecho, me vengo dedicando a escribir y pensar acerca del lenguaje como un territorio de conflictos y productor de afectaciones, del lenguaje como un dispositivo vital de subjetivación. Quiero decir sintéticamente que el lenguaje no solo expresa cosas que ya existen sino que también las fabrica, las produce.
Ahora bien, quiero referirme al odio. En primer lugar, deslindándome de una lectura que tiende a plantear los conflictos que subyacen a los acontecimientos de estos días, y a tantos otros, en términos de amor versus odio. Pienso que es fundamental no llevar el trabajo de pensar a esa idea reduccionista de que hay buenos y malos, los que amamos y los que odian. O que se trata de ubicarnos del lado del amor, amor leído en términos de bondad. A los seres humanos nos animan diversidad y complejidad de afectos, y de pasiones. No somos seres puros, animados por sentimientos “esenciales”, absolutos, unívocos. Estamos habitados por un montón de afectaciones. Amor, odio, son algunos de ellos, gozan de buena prensa. Yo quisiera referirme al terror y a la crueldad como afectos y acciones que urge pensar, sobre todo si queremos abordar los acontecimientos de estos días.
La Derecha, los sectores conservadores, también aman. Son muy amorosos, como ya lo sabemos, la compasión, el amor, la ternura, les son propias también a los sujetos que se ubican de esa manera. También conviene decir que quienes no nos sentimos representados por esos sectores, sino que nos ubicamos de un modo antagónico, también odiamos, también nos enfurecemos, nos animan broncas, rabias, furias. Sin embargo, aquí estamos refiriéndonos al deseo y al acto de dar muerte al otro, en este caso a la vicepresidenta de la nación, mujer y peronista. Indisciplinable si las hay, se rehusa sistemáticamente a todo intento de domesticación y silenciamiento. En ese sentido, la vengo pensando cercana a la figura de Evita, mujer capaz de movilizar multitudes, mujer capaz de transformar la noción de “pueblo” en multitud. si habían pensado que Cristina había sido desactivada de la escena política, los sucesos de los últimos meses evidencian que no es así, incluso que es exactamente al revés. Cristina siempre ha sido peligrosa. El poder se ha dedicado a deshumanizarla, a estereotiparla, a degradarla, han llevado a cabo su propia inquisición, la han convertido en alguien a quien temer y eliminar. Pertenece al linaje de “las yeguas”, para las que se festeja el cáncer, el asesinato, y para las que se desea que vuelvan al corral del que nunca deberían haber salido.
Pienso que es central ubicar al poder como punto de vista para pensar lo que ocurre. Es consideradx peligroso (y por ende está en verdadero peligro) quien es radicalmente capaz de poner en discusión al poder. El poder utiliza todo tipo de recursos, desde los más banales a los más sofisticados: poner vallas, desplegar estrategias judiciales, hasta querer demoler edificios simbólicamente vivos, en nombre de la necesidad de pavimentar el espacio para que garanticemos la “libertad” de movimiento de los ciudadanos de bien, que trabajan y no entorpecen la circulación en el espacio público, que son quienes cuentan por supuesto. Entonces, tenemos por un lado a los garantes y defensores de “la república”, conformada por ciudadanos de bien, y por otro lado a lxs vagxs, negrxs, planerxs, piqueterxs, migrantes, ladronxs, aquellxs que sobran y no merecen, no son dignxs de iguales derechos. El peronismo se ha dedicado a ampliar derechos, eso no quiere decir que no esté atravesado por conflictos y fracturas en su interior mismo, pero el peronismo amplió la noción de pueblo. La transformó. Modificó brutalmente la distribución del poder, y si la plaza de mayo hoy es emblema y sitio de resistencia y celebración de derechos, se lo debe en gran parte a ello. Plaza bombardeada, gaseada, vallada también. Plaza que también es territorio de rondas y de pañuelos blancos y verdes. Los feminismos populares se adueñaron de la plaza y volvieron a transformar la noción de multitud. Ingresamos a ella de otro modo las mujeres y diversidades. Cristina es hoy la mujer más amenazante para el Poder, encargado de pavimentar el territorio nacional y correr y neutralizar a todo lo que le resulte indeseable. Cristina es la figura capaz de volver a animar multitudes, incluso en el barrio de Recoleta. Cristina está sitiada por el poder económico – judicial – mediático, y también enfrentada en el interior de su propio partido.
Volvamos al amor y al odio. A la crueldad y el terror. ¿Qué permite que los ciudadanos de bien quieran que se muera Cristina, qué permite que digan que si la matan, mejor así, que se lo buscó o que se lo tiene bien ganado? ¿Cómo se instala la naturalización de discursos en la escena política que piden desde humillación y escarnio hasta pena de muerte? O presa o muerta, esos son los destinos que le dedican, son los destinos por los que militan y trabajan, cada día.
El neoliberalismo y los movimientos de extrema derecha no son únicamente esquemas económicos sino modos de subjetivación, modos de ligar la subjetividad humana al consumo, al sálvese quien pueda al mismo tiempo que presentan una fuerte carga moralizante, modos dedicados a eliminar lo que no es capaz de insertarse en el sistema que el Poder establece como legítimo. Son esquemas que fijan existencias de primera y otras… diría que de cuarta. Modos que reducen la existencia al consumo y que erradican toda rebelión posible. O la transforman a ella misma en objeto de consumo. Hacer que la rebelión produzca ganancias que el poder captura. Son también dispositivos des-historizantes. Desprenden sus valores de sus encarnaduras históricas y de las batallas y conflictos que los han gestado. Fin de la historia, decretó Fukuyama y estableció ese lema que condensa y sintetiza una forma de esencializar y condenar al destino neoliberal, al mismo tiempo que desarticular cualquier conflicto transformador de las realidades humanas.
Muchos sujetos expulsan toda posible sensación de inermidad, indefensión, desamparo o desvalimiento, alienándose a lo que el poder fija y propone. No sólo se someten a esos poderes externos, sino que los interiorizan, los internalizan, reproduciendo y perpetrando actos crueles. El poder conquista dominando por dentro, erigiendo al interior de los sujetos dispositivos de alienación, indiferencia, odio y sometimiento. El poder masifica, transforma a los colectivos en masa, masa que se ubica en las antípodas de las multitudes. La masa obedece, rehusa a pensar y a pensarse, la masa es disciplinada y reproduce disciplinamiento. El terror queda afuera, el terror es el muro que protege a la masa y a quien se refugie en ella, lo sucio, oscuro, abyecto, diferente, queda afuera. Circunscripto por lenguajes que estigmatizan y des-humanizan, a salvo de generar interpelaciones que amenacen el espacio libre y puro de lo que la moral impone. El poder es hipócrita pero eficaz. Y cuando domina desde adentro de las subjetividades, no tiene límites.
Los llamados discursos odiantes o discursos del odio, son formas de aterrorizar, son una economía del terror. El terror que activan conduce a prácticas de llamado a la seguridad de la casa, el barrio, el país, también de la sexualidad y el amor, lo aberrante quedará por fuera, estigmatizado, enfermo, loco, oscuro, perverso. Se trata, siempre, de eliminar todo aquello que haga peligrar el negocio del miedo. Las mujeres y disidencias somos desde siempre un blanco fácil, salir de siglos de subordinación no es tarea acabada. Los derechos siempre están en peligro y bajo amenaza.
Este país es también la historia que ha escrito sus páginas con sangre y silencio, proscripción y advertencia, es la historia que ha escrito páginas de absoluto terror y de crueldad banalizada, naturalizada.
Ana Berezin escribió: “Frente a la crueldad solemos quedarnos sin palabras, en un estado de estupor, de un siempre renovado asombro… para consolidar su eficacia destructiva, en primer lugar, hay que destruir las condiciones de pensamiento que articulen una defensa”. Asistimos a la violencia que tiene ondas expansivas, de los discursos de los medios dominados por el poder de la Derecha, articulados a tantos otros dispositivos de construcción de condiciones de violencia e impunidad. Asistimos a un silencio decidido. No efecto de estupor o perplejidad. Un silencio cómplice y decidido. Sabemos que las Derechas no tiemblan ni titubean, tienen su propia agenda, sus planes sistemáticos aquí y en el mundo entero. Si pudimos pensar que nunca más estarían dadas las condiciones para un nuevo golpe de Estado, aquí en la Argentina, creo que nos equivocamos. El golpismo trabaja de diferentes maneras, no moviliza únicamente ejércitos de hombres también moviliza ejércitos con sus soldados de las narrativas, dispuestos a calzarse el traje de locos sueltos, también. Ahora bien, ¿Cómo es que nosotres consentimos o reproducimos el terror y la crueldad? ¿Cuáles mecanismos o resortes subjetivos así lo permiten? Asistimos a veces a un efecto de parálisis y al silencio naturalizados, la indiferencia o la desmentida del horror del intento de magnicidio y feminicidio. Asistimos a los modos en que se culpabiliza a la propia víctima, porque no olvidemos que es una mujer “crispada”, a la que se le diagnosticaron varios trastornos mentales y a la que se la gatilla en la cabeza, porque su inteligencia es superior a la de tantes. Algo habrá hecho, algo hizo, se le dice conchuda, yegua, loca, se la ataca por mujer, no se le perdona la inteligencia y el coraje, que juntos son una virtud escasa. Está ocurriendo, se vuelve a agitar la teoría de los dos demonios. Creo, entonces, que urge no limitarnos a hablar de odio, porque de lo que se trata es del terror, de la creación de condiciones de despliegue de terror. La Derecha es la policía de los fantasmas que ella misma agita y produce. Despliega sus mecanismos de “control” y exterminio material y simbólico para lo que ella misma construye y califica como peligroso. Ana Berezin cita a Primo Levi, víctima y sobreviviente del genocidio nazi, cuando escribe que lo que centellea en tiempos crueles es “la facultad de negar nuestro consentimiento”. Cruel, escribe Ana, es quien puede hacer padecer a otrxs o ver que padecen, sin conmoverse o con complacencia. La crueldad es la violencia organizada que es propia e inherente a la condición humana, no es un rasgo propio de otras especies.
A las armas de la crueldad y la muerte las carga el terror. A veces gatillan por fuera. Siempre gatillan por dentro.
No hace falta amar para negar nuestra complacencia a la crueldad.

Y cuando despertó todavía estaba allí: una conversación con Carlos Pérez Soto // Gabriel Vera Lopes

Este domingo 4 de septiembre, se realizará en Chile el plebiscito que aprobará o rechazará la propuesta de Nueva Constitución, elaborada durante el periodo de un año por una Convención Constituyente, conformada por 154 personas elegida mediante el voto popular. Más de 15 millones de personas serán habilitadas para votar este domingo. A diferencia de lo que ocurre en otros comicios en Chile, esta vez el voto será obligatorio y deberá obtener mayoría simple para que sea aprobado. 

La propuesta contiene 388 artículos, siendo una de las más extensas del mundo. El pasado 4 de julio, fue entregada al presidente Gabriel Boric. Si bien el debate sobre la reforma constitución ha logrado una importante presencia hace varios meses, formalmente el periodo de propaganda electoral se estableció entre el 6 de julio y  el 1 de septiembre.

El proceso constituyente chileno fue una de las respuesta al estallido social de octubre de 2019. Luego de un mes de protestas, el entonces oficialismo, encabezado por Sebastián Piñeira, y una mayoría de la oposición partidaria firmaron lo que se conoció como “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución”

Escapando al inmediatismo y la urgencia coyuntural, dialogamos de manera extensa con Carlos Pérez Soto, quien se presenta como profesor de física de escuela secundaria, abuelo de Gabriel y Clarita, y compañero de Verónica. Haciendo uso ciertas malas practicas y costumbres, nosotros agregamos que es un destacado activista, filósofo, docente e investigador marxista hegeliano. Carlos Pérez Soto, lucido critico y dueño de una animosidad filosa y provocadora, nos convido algunas reflexiones como incitación a la incomodidad. Una charla en profundidad sobre la etapa política que vive el movimiento popular Chileno.  

Gabriel Vera Lopes: El estallido social de octubre del 2019 marco un hito en la historia contemporánea chilena ¿Qué fue la rebelión de 2019 y como desemboco en el actual plebiscito del 4 de septiembre?

Carlos Pérez Soto:
 La rebelión de octubre del 2019, revuelta o estallido como se quiera llamar, pario una consigna muy expresiva que se coreaba en la calle: “No son 30 pesos, son 30 años”. Entonces, si uno saca la cuenta, los 30 años hacen referencia a 1989. Es decir: el momento de transición a la democracia. De manera explícita, la rebelión de octubre de 2019 tenía conciencia de que era una revuelta contra los gobiernos de la Concertación: el de Patricio Aylwin, luego Frei Ruiz-Tagle, Lagos Escobar y finalmente Bachelet. Lo que estalla es una indignación que se acumuló por 30 años.

No fue una revuelta contra Pinochet, sino contra el neoliberalismo desarrollado por la Concertación. Esto vale la pena recordarlo, porque lo que ha ocurrido desde octubre del 19 hasta ahora es un proceso, realmente extraordinario, de domesticación de la revuelta. Algo que nos debería servir de lección para entender otras revueltas. Como la de los piqueteros del 2001 o los diversos estallidos que se dieron a nivel continental entre el 2019 y el 2020. 

Esto nos abre un conjunto de preguntas: ¿Qué puede el movimiento popular obtener de la revuelta? ¿Qué es lo que da origen a una revuelta? Pero, sobre todo, ¿Cuál es el destino de una revuelta?

En Chile, lo que ocurrió hasta hoy se consuma en el proceso de elaboración de una nueva constitución. Es un verdadero proceso, como decía, de domesticación, de administración del conflicto. Es interesante como todo el espectro político, incluyendo al Frente Amplio o al Partido Comunista, se sintió amenazado. Todo el espectro político concurrió a un acuerdo el 15 de noviembre del 2019. Y digo todo el espectro político porque si bien el Partido Comunista, uno de los partidos que tiene presencia parlamentaria en Chile, no firmó el acuerdo, lo cierto es que suscribieron en el sentido de que respetaron paso a paso, punto por punto, todo lo que ese acuerdo decía. Y lo que el acuerdo establecía es que iba a haber un plebiscito para ver si los chilenos querían una nueva Constitución, y así canalizar todas las indignaciones esa vía.

Vale la pena recordar, pese a lo que dice la propaganda, que la Constitución que hay en Chile no es la Constitución de Pinochet, es la Constitución que Ricardo Lagos reformó en el 2005. Ese año, hubo un proceso de reformas muy profundo hasta tal punto que la Constitución hoy día lleva la firma de Ricardo Lagos y de todos sus ministros. Entonces queremos una nueva Constitución también significa una protesta no solo contra la Constitución de Pinochet, sino también contra la Constitución de Lagos.

El acuerdo del 15 de noviembre de 2019 estableció, sin embargo, que no iba a haber una Asamblea Constituyente. Estableciendo que se podía elegir entre dos opciones: una convención constituyente o una comisión constitucional integrada mitad por el Parlamento, mitad por persona elegida especialmente.

¿Por qué convención constitucional? Porque se quiso negar explícitamente el poder constituyente. El resultado de este acuerdo significó ahogar completamente la protesta social. La protesta social en Chile duró un mes y, a falta del apoyo de todos los partidos que se llaman “progresistas”, la revuelta naufragó. El acuerdo fue en noviembre, luego vino diciembre con las festividades, después las vacaciones y a la vuelta de las vacaciones, estaba previsto el plebiscito, el cual producto de la pandemia se pospuso unos meses. Entonces, no hubo más movimiento social en las calles salvo una minoría ínfima que hacía el espectáculo para que los diarios de la derecha pudieran pronunciarse contra los “violentísimos” en la Plaza Italia, que ahora se llama Plaza Dignidad. Una vanguardia sin ninguna representatividad.

El resultado del plebiscito fue que el 80% de los que votaron decidieron que hubiera una convención constituyente. Pero los que votaron fueron el 50% de la población. Eso significa que el 40% de los ciudadanos acogió que hubiera una convención constitucional que no podía tocar los tratados internacionales o cambiar el carácter de la República. Es decir, se acogió una convención constitucional sin que tenga poder constituyente. Luego llegaron las elecciones de convencionales constituyentes en mayo de 2021, las cuales se desarrollaron bajo cierto imaginario provocado por el estallido. Donde participó el 40% de la población.

En Chile, la protesta social fue ahogada por esta trabazón institucional mediante el cual los partidos políticos, contra los cuales fue la protesta, recuperan completamente el control de la situación. 

Carlos Peréz Soto
Carlos Pérez Soto

Gabriel Vera Lopes: Los estallidos suelen ser “un barajar y dar de nuevo”. En esos contextos, la pregunta es si hay jugadores que pueda agarrar las cartas y jugar. En lo que refiere al tejido social y la organización popular, ¿Cuál es el acumulado con el que el campo popular llega al momento del estallido? Y más importante aún ¿Cuál es el acumulado que logra el campo popular luego del estallido?    

Justamente el nombre de tejido es apropiado porque en Chile no hubo una acumulación de organización social o de movimiento popular que trabajara para que esa indignación acumulada estallara. Es más, el estallido del 19 de octubre sorprendió a todo el mundo, incluso al propio estallido. La propia gente que salió a marchar estaba asombrada de la cantidad de gente dispuesta a salir a marchar. Lo que hubo es una acumulación objetiva de malestares pero no de organizaciones. Lo cual hizo que fuera un estallido sin programa.

Todos los intentos de formular un programa fueron boicoteados sistemáticamente por los partidos políticos que controlan las pocas organizaciones que hay en Chile. En Chile hay una muy baja sindicalización y la sindicalización más relevante está en organismos estatales. Sin embargo, la CUT (Central Única de Trabajadores) no apoyó de manera activa el estallido. Menos todavía la Confederación de Trabajadores del Cobre, que es una de las organizaciones sindicales más poderosas que hay en Chile. Los profesores, de manera organizada, apoyaron muy tímidamente. Por el contrario, fue un estallido organizado a nivel barrial, a nivel de la comunidad más que a nivel de centros laborales. Incluso el movimiento estudiantil estuvo presente en el estallido de manera muy difusa. La CONFECH (Confederación de Estudiantes Universitarios de Chile) estaba completamente desorganizada en el momento del estallido. 

A la larga los estudiantes participaron de manera inorgánica, igual que los pobladores, igual que los trabajadores sindicalizados que no participaron a través de sus organizaciones sino directamente desde sus barrios. Mi opinión es que eso se debe a que en Chile no hay realmente una izquierda anticapitalista. Lo único que se puede llamar izquierda realmente no es lo que los medios de comunicación llaman izquierda. En Chile no hay un movimiento popular, ni mucho menos un movimiento sindical organizado que tenga vocación anticapitalista o, como mínimo, anti neoliberal. Entonces hay un estallido de indignación por cuestiones objetivas como la salud, la educación, el transporte, el costo del crédito, pero estas no son expresión de algo que algún tipo de orgánica haya trabajado.

Gabriel Vera Lopes: Uno podría decir que cuando los malestares rompen el ambiente “privado” y saltan al campo público, estamos frente a un verdadero proceso de politización ¿Qué queda de la politización de ese malestar? 

Queda una narrativa, una retórica. Todos los que se dicen progresistas hablan en nombre de octubre del 2019. Pero es una narrativa, una retórica ampliamente recuperada por el Frente Amplio o por el Partido Comunista, que reivindican para sí mismos la retórica de un proceso que no produjeron, ni encabezaron y que contribuyeron a domesticar.

Entonces cuando Gabriel Boric sale por América Latina a decir que están cumpliendo el horizonte del estallido social, está mintiendo directamente. Está mintiendo porque el mismo Boric es uno de los que participó en el acuerdo con que empezó la administración de todo este proceso.

Ahora bien, fíjate que esa retórica influye después en la Convención Constitucional. En la Convención constitucional la desconfianza hacia los partidos políticos se mantenía y entonces, cuando se eligieron constituyentes, la mayor parte de los constituyentes que se eligieron eran formalmente independientes. Sin embargo, de esos independientes más de la mitad habían abandonado algún partido político sólo uno o dos meses antes. Es decir, abandona el partido político para inscribirse como independientes en una retórica, en una marea en que se supone que los independientes son los que deberían ser elegidos. Entonces hay una proporción muy grande de independientes fraudulentos que no son realmente independientes, sino que son representantes de partidos políticos que formalmente salen del partido para ser candidato. 

Pero además hay unos independientes auténticos que se organizaron en una cosa curiosa que se llamó la Lista del Pueblo. Pero resulta que no había nadie del pueblo. Si entendemos por pueblo a los pobres, las barriadas, las villa miseria, esa es una población absolutamente ausente. Lo que se nombró como “pueblo” estuvo compuesto completamente por profesionales universitarios. La mayor parte de los cuales provenían del mundo de las ONG´s.

Entonces, fíjate cómo la retórica, la narrativa heroica, del estallido es recuperada por los sectores que la ahogaron. Cumpliendo la función de usurpar el nombre del 50% más pobre de la población. Esa retórica es administrada como forma de legitimación de las capas medias cuyo crecimiento está frustrado porque llegó a un cierto tope dentro del crecimiento neoliberal. Las frustraciones de las capas medias valen más que los sufrimientos y la miseria de los sectores populares. 

Gabriel Vera Lopes: Sin meterme en la particularidad del caso chileno, de manera global se podría decir que: el progresismo es la ideología de los sectores medios quienes, sensibilizados con las problemáticas sociales, hacen usufructo de esas problemáticas para justificar su propio lugar político. La ideología de quienes hablan en nombre de las y los sectores populares, diciendo que saben cómo resolver sus problemas pero vetando la participación genuina de los sectores subalternos.

Aquí hay algo muy profundo que tiene que ver con el efecto que el neoliberalismo ha producido en la estratificación social. Tendemos a poner nuestra atención, nuestro énfasis en la brecha gigantesca que hay entre los muy ricos y el resto de la población. Sin embargo, omitimos, muy convenientemente, una segunda brecha, la cual también es enorme, entre un 40% de la población que conforman las capas medias, en promedio en los distintos países latinoamericanos, y el 60% de la población restante, que son los efectivamente pobres, los de empleo precario y salarios precarios. Si ahí hay una brecha que resulta sistemáticamente ocultada por la retórica “populista” de los sectores progresistas es la que existe entre las capas medias y los sectores populares empobrecidos.  

Gabriel Vera Lopes: Detengámonos un momento sobre la cuestión del neoliberalismo. La prensa internacional así como la propaganda de un sector de las izquierdas, plantea que esta nueva Constitución es una herida de muerte al neoliberalismo en Chile. ¿Qué opinión te merece esta idea?

Creo que primero hay que entender qué es el neoliberalismo. La retórica contra el neoliberalismo descansa en una serie de mitos. En primer lugar, hay una idea de que el neoliberalismo fue impuesto en dictaduras y esto no es exactamente cierto. Chile es el único país del planeta en que el neoliberalismo fue impuesto bajo una dictadura militar. En todos los demás ha sido impuesto en democracia y, más aún, crecieron bajo gobiernos que podemos llamar socialdemócratas. No es cierto que aquellos partidos, que los medios de comunicación formalmente llaman de derecha, hayan sido eficientes para implementar el neoliberalismo. Los gobiernos socialdemócratas han sido mucho más eficientes en implementar las orientaciones de fórmulas neoliberales.

Un segundo mito es que el neoliberalismo sería algo así como la “reducción del estado”. Noción que fue desarrollada por Naomi Klein en su “Doctrina del Shock”, bajo la idea de que el neoliberalismo consistiría en privatizarlo todo. La Universidad de Buenos Aires (UBA) en Argentina, o los hospitales en Alemania, no van a ser vendidos. No se venden las carreteras, las rutas. Ahí el neoliberalismo tiene que funcionar de otra manera. Entonces hay que entender en qué consiste el neoliberalismo.  

Lo que se ha hecho es precarizar una parte del empleo estatal. Reducir a esos empleados a precarizados permanentes. A la vez, ha aumentado el mundo laboral que depende directa o indirectamente del financiamiento del Estado, lo que tiene un efecto de cooptación política enorme. Prácticamente la mitad de la fuerza laboral depende de los subsidios, los bonos o las subvenciones que da el Estado. Además, desde los bancos centrales se sigue avalando las operaciones del capital financiero.

Podríamos decir que hay dos momentos del neoliberalismo. Un momento que va desde 1980 a 1995, donde se intentó implementar estas políticas mediante el “shock” con exponentes como Ronald Reagan o Margaret Thatcher. Pero esta época luego de un auge, fracasa. Aquí en Chile hay un mito de que el crecimiento económico proviene de la época de Pinochet y, sin embargo, su dictadura entrega el gobierno con el país quebrado. Todo el crecimiento económico proviene de la época de la Concertación desarrollando el neoliberalismo.

Luego hay una segunda etapa, que podemos llamar de profundización, que va del 95 hasta hoy. ¿En qué consistió esa etapa de profundización? Básicamente en afirmar. Este es el periodo de la liberalización del comercio internacional a través de los tratados de libre comercio. Tratados garantizados desde la Organización Mundial de Comercio, que hoy día, como organismo regulador, es más importante que el Fondo Monetario o el Banco Mundial. Es el periodo en que se empieza a usar masivamente los fondos de pensiones para encauzarlos, a través del Estado, con el fin de apoyar al capital privado. En Chile, los fondos de pensiones, que se han acumulado durante 40 años, son del orden de 250 mil millones de dólares, contribuyen año a año a la capitalización de los grandes capitalistas chilenos. Por eso tú puedes ver los supermercados chilenos en cualquiera de las ciudades de Argentina, Brasil, Perú, Colombia, e incluso en Estados Unidos. A su vez, en este periodo, se utiliza al Estado para los procesos de endeudamiento privados y públicos con la banca internacional. Donde es el Estado quien administra y garantiza este proceso de acumulación de los privados. Todo esto implica una administración neoliberal de las instituciones estatales. Vemos cómo las instituciones se tornan en un centro de negocios. En las Universidades, por ejemplo, vemos cómo los profesores organizan empresas con el logo de la universidad como los magísteres, los doctorados o los que se yo. Fíjate cómo los directores de empresas públicas en Chile ganan más que el propio presidente. 

Estas políticas tienen como pilar el desvío sistemático del gasto social hacia privados en dos sentidos. El gasto social en salud, educación, cultura, vivienda u obra pública va a parar a empresarios privados. Pero también, va a parar a individuos focalizados. El Estado no promueve la salud pública, sino que financia el tratamiento de las enfermedades de ciudadanos particulares, lo que también tiene un enorme efecto de cooptación política.

Cuando tú consideras que estas son las características del neoliberalismo, entonces lo que encuentras son retóricas electorales sin diferencias sustanciales. Espacios que cuando llegan al gobierno realizan de manera, más o menos, sistemática e inexorable el mismo programa. Lo que los medios de comunicación llaman derecha es una retórica electoral que permite captar votos disconformes de un sector. Lo que se llama progresismo permite captar votos de otro sector. Claro que hay tal o cual diferencia, pero sustancialmente la situación de base no cambia.



Gabriel Vera Lopes: El 4 de septiembre se votará en Chile el plebiscito constitucional para aprobar o rechazar el nuevo texto constitucional. ¿Qué elementos de ruptura con el régimen encontras en el nuevo texto constitucional?  

Cambios estructurales, ninguno. Es un proyecto constitucional que dejó intactas todas estas características del neoliberalismo, incluso la autonomía del Banco Central. No le cambiaron el nombre al Tribunal Constitucional, que en Chile era un tema muy debatido. Mantiene la política de concesiones mineras que permite que las transnacionales de la minería se lleven el 80% de la ganancia del cobre en Chile. Pese a que eso era una novedad neoliberal ¿No? El cobre en Chile es propiedad del Estado, pero esa propiedad ha sido entregada en un sistema de cuasi propiedad a empresas privadas que realizan las ganancias.

Hay que recordar que el sistema de apropiación de las ganancias vinculadas a la explotación minera se encuentra amparado por la Organización Mundial de Comercio. De manera tal que las concesiones mineras no se pueden derogar sin que nos enfrentemos a un panorama como el de Venezuela, de cerco o de bloqueo económico fomentado desde la propia Organización Mundial de Comercio.

Por otro lado, creo incluso que se elevó a rango constitucional prácticas neoliberales que hasta el momento se daban por la vía reglamentaria. Por ejemplo, se declara el derecho a la educación, donde el Estado será responsable de organizar un sistema nacional de educación con participación de privados. Y en esa frase, “con participación de privados”, elevas a un rango constitucional el derecho de los colegios privados a pedir subvención del Estado, que hasta el momento era simplemente una política amparada por la Ley de Educación, pero más bien dictada por la vía reglamentaria. 

Estamos dando derechos pero administrados de manera neoliberal. Muchos de esos puntos son muy sonados, sobre los cuales se hace mucha propaganda. Se reconoció la existencia de los pueblos originarios, de las culturas originarias. Pero de autonomía territorial, absolutamente nada. Se les concedió el  derecho de tener sistema jurídico propio, pero ese sistema jurídico propio va a tener autoridad sólo en materia civil, no en materia penal. ¿Por qué? Porque en materia penal el Estado chileno quiere seguir persiguiendo. Se concedió la paridad de género en todos los cargos del Estado. Pero entonces tú ves el feminismo más progresista reducido a una política de cuotas que en la práctica significa que los partidos políticos ganan para sus mujeres cargos en el aparato del Estado por la política.

Tan inocua es que el plebiscito constitucional en la práctica no va a ser un plebiscito sobre la Constitución. Porque a la burguesía le da lo mismo quedarse con una Constitución o aprobar una nueva.

En la práctica le conviene más aprobar la nueva, porque de lo contrario se prolonga un período de inestabilidad, incerteza jurídica, etcétera. Y entonces el plebiscito se ha transformado absolutamente en otra cosa. De una pequeñez realmente abrumadora. Se ha transformado en un plebiscito sobre el gobierno y el futuro político del Frente Amplio. Entonces, ¿Quiénes están interesados en el rechazo? los que quieren bajarle el perfil a la votación que podría tener el Frente Amplio en la próxima elección. ¿Quiénes son esos? La derecha política y la Concertación, que está dando una pelea por su sobrevivencia. Toda la Concertación de partidos por la democracia está en este momento dividida y esa división se expresa entre los que van por el lado del “apruebo” y los que van por el “rechazo”.

Los que van por el “apruebo” están jugando su carta para formar una coalición amplia con el Frente Amplio. Los que van por el rechazo están dando una pelea para mantener a la Concertación como un polo político independiente. Mientras que a la derecha política le interesa debilitar al gobierno que tiene atada su suerte. Pero entonces la discusión no es sobre la Constitución. La discusión pequeña, abrumadoramente mediocre, es sobre qué va a pasar en la próxima elección.

Gabriel Vera Lopes: Marcas un conjunto de continuidades que en tu perspectiva hacen que no sea cierto aquello de que esta constitución enterraría al neoliberalismo.  Pero aún así, ¿No ves que el apruebo podría mejorar las condiciones de lucha para la clase trabajadora y los sectores subalternos? Los reconocimientos en materia de derechos que podría cristalizar la nueva constitución, por más epidérmicos que sean si se tiene en consideración los modos de acumulación neoliberal, ¿No supondría una mejora con relación a la Constitución actual? 

Si tú no tienes reconocido el derecho a la educación y la Constitución dice “tienes derecho a la educación”, evidentemente hay un avance. Pero si el derecho a la educación, que la Constitución te reconoce es impracticable, no es reclamable. Entonces eso por más epidérmico que sea choca con lo real. Hay una cuestión muy profunda del neoliberalismo que hay que entender. Estamos acostumbrados a las malas retóricas electoralistas de la izquierda electoralista que supone que el neoliberalismo negaría derechos. Eso es una barbaridad. El neoliberalismo no niega los derechos, lo que hace es administrar los derechos. Y la administración pasa por abrir un amplio campo a la iniciativa privada en lo que refiere a tus derechos. Lo que supone la privatización de tus derechos en los hechos. Para ello establece mecanismos donde el Estado subvenciona sistemáticamente la iniciativa privada. De esta manera, lo que ocurre es que tus derechos en la práctica dependen del Estado pero realizan ganancia privada.  

Los derechos son administrados de tal manera que no son derechos propiamente sociales, sino que son garantías individuales. Tú no tienes derecho a la salud, tú tienes derecho a que el estado te pase un bono cuando tienes determinadas enfermedades. No tienes derecho a la educación, tienes un bono que el estado te paga cuando no puedes pagar el colegio. Es lo que pasa con el colegio subvencionado con lucro privado, al que tuviste que asistir porque la educación pública y la salud pública están cada día más empobrecidas. Todo esto supone una gigantesca subvención estatal para esa iniciativa privada.

En este sentido, uno de los efectos que tiene este régimen de derechos administrados es que los derechos son accesibles cuando las arcas del Estado están en auge. Pero si en determinado momento hay una crisis financiera, el Estado está obligado a respaldar la banca y ¿De donde va a sacar la plata para financiar la banca? Bueno, lo va a sacar de tus derechos. Así los derechos fluctúan como privilegios: algunos sectores tienen el privilegio de acceder a tal o cual “derecho” cuando el Estado está en auge y ese mismo privilegio disminuye cuando el Estado va a socorrer a la banca privada. El Estado está comprometido a salir a apoyar el endeudamiento privado a costa de tus derechos. Todo el mundo ha visto esta dinámica.

La Constitución colombiana es la Constitución que más derechos reconoce en América Latina. No hay manera de reclamarlos, no hay leyes que bajen esos derechos. En Colombia pasa al revés de lo que pasa en Chile. Los ciudadanos reclaman que no se respeta sus derechos constitucionales, el Tribunal Constitucional opera defendiendo al pueblo y las demandas populares. Y entonces el Estado responde que no hay fondos y el Tribunal Constitucional no puede exigir nada. La administración de los derechos neoliberal hace que sean impracticables.

Todo el debate sobre el ciclo progresista tuvo que ver con esto. Entre otras cosas, el debate era sobre cuánto el ciclo había roto con la forma de acumulación neoliberal o cuanto estaba administrando un ciclo de ascenso económico a nivel global de los precios de las commodities.


De la revuelta al plebiscito constitucional: una conversación con Pablo Abufom Silva // Gabriel Vera Lopes

Este domingo 4 de septiembre, se realizará en Chile el plebiscito que aprobará o rechazará la propuesta de Nueva Constitución, elaborada durante el periodo de un año por una Convención Constituyente, conformada por 154 personas elegida mediante el voto popular. Más de 15 millones de personas serán habilitadas para votar este domingo. A diferencia de lo que ocurre en otros comicios en Chile, esta vez el voto será obligatorio y deberá obtener mayoría simple para que sea aprobado el nuevo texto constitucional. 

La propuesta contiene 388 artículos, siendo una de las más extensas del mundo. El pasado 4 de julio, fue entregada al presidente Gabriel Boric. Si bien el debate sobre la reforma constitucional ha logrado una importante presencia hace varios meses, formalmente el periodo de propaganda electoral se estableció entre el 6 de julio y  el 1 de septiembre.

El proceso constituyente chileno fue una de las respuesta al estallido social de octubre de 2019. Luego de un mes de protestas, el entonces oficialismo, encabezado por Sebastián Piñeira, y una mayoría de la oposición partidaria firmaron lo que se conoció como “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución”.

Para ayudarnos a entender este convulsionado periodo histórico, conversamos de manera extendida con Pablo Abufom Silva, editor de la muy recomendable Revista Posiciones y militante del movimiento Solidaridad. Pablo Abufom, dueño de una aguda sensibilidad para captar las dinámicas de los contra-tiempos políticos/sociales, nos convida una serie de reflexiones sobre los laberinticos escenarios estratégicos del campo popular y la clase trabajadora. Es decir, sobre la crisis.    

Gabriel Vera Lopes: El estallido de octubre del 2019 supuso un punto de inflexión en la historia reciente de Chile ¿Qué elementos motivaron la rebelión? 

Lo primero que hay que plantear es que en Chile hubo algo que se fue incubando fuertemente durante décadas: una doble crisis. Por un lado, una crisis producto de la precarización de la vida, vinculada al empeoramiento de las condiciones de vida de sectores cada vez más grandes de la clase trabajadora y el pueblo. Esa crisis tuvo expresiones, desde comienzos de los 2000, en movilizaciones y estallidos esporádicos; los cuales, indicaban que el proyecto neoliberal en Chile estaba haciendo agua. Es decir, esa forma de concebir la gobernanza, el rol del estado en la economía, el rol de la política en la sociedad, iba acumulando contradicciones que se expresaron en la crisis. Lo que vivimos, desde los 90 con la administración civil del neoliberalismo, fue un constante empeoramiento de las condiciones de vida y eso se fue evidenciando en distintos ámbitos. El caso educativo lo ejemplifica: si bien hubo un aumento importante de la matrícula de la educación superior en las universidades, los institutos técnicos y profesionales, esto no necesariamente se correspondía con la promesa de que tener un título universitario o de educación superior iba a significar una mejora de las condiciones de vida.

En segundo lugar, la otra crisis que fue confluyendo en el estallido fue una crisis política. Una crisis de la representación política, de las formas tradicionales de representación. Particularmente de los partidos aunque, en cierta medida, también de los sindicatos. Es decir, se dio una situación donde las estructuras que operan como agentes mediadores entre el Estado y la clase trabajadora fueron perdiendo su capacidad de representación

Esto se debe a que los partidos que habían logrado un triunfo contra la dictadura, los partidos de la Concertación por la Democracia, muchos de los cuales habían sido partidos de izquierda (como el PS, el Partido Obrero, etc) se convirtieron en administradores del neoliberalismo. Generando una brecha enorme entre sus representantes y sus bases sociales. Y a pesar de que habían logrado mantener la administración hasta mediados de la década pasada, se fue percibiendo cada vez más un desinterés por la política. La política dejó de hacer sentido: a nivel municipal, donde solo se administraban recursos mientras que a nivel parlamentario o ejecutivo, los partidos estaban sólo preocupados por administrar sus propios empleos o incluso las ganancias que podían tener con ciertos procesos políticos las grandes empresas.    

De esta manera, una serie de contradicciones que se fueron incubando terminaron de explotar a lo largo del 2019. Así, la combinación de esas dos grandes crisis, complejas y llenas de contradicciones, desembocaron en el estallido

Entonces la revuelta parece ser una explosión de rabia. Un poco de “ya basta”, un poco de que se vayan todos. Y ahí se puso en juego la acumulación de décadas en la organización popular: de movilizaciones, de repertorios tácticos y violencia política callejera. Con un salto importante de masividad pero también de continuidad con respecto a las trayectorias.

Pablo Abufom Silva
Pablo Abufom Silva

Gabriel Vera Lopes: Podríamos inscribir la Revuelta de Chile en un conjunto de estallidos que se dieron a nivel internacional. Justo antes de la pandemia, Latinoamérica se vio sacudida por levantamientos en Colombia, Ecuador, Puerto Rico, Haití, Honduras, etc. Cada una de ellas tuvo desembocaduras distintas. En el caso concreto de Chile, en cuestión de semanas se pasó de una revuelta a un gran acuerdo nacional ¿Cuál fue la capacidad que tuvo el régimen de encauzar esa energía popular? 

Creo que la de Chile sin duda se inscribe en el contexto o ciclo de revueltas, que responde  a la dificultad de asegurar la propia reproducción individual y como clase. Dificultad que hace que los sectores populares se vean en la obligación de salir a manifestarse en contra de quién sea que esté ahí.

Para nosotros fue muy importante lo que estaba pasando en Ecuador, que ocurrió unos pocos días o semanas antes de lo que pasó acá. Es importante señalar el carácter global de la revuelta. También en el Líbano se daba un estallido mientras nosotros ocupamos las calles. Daba la sensación de que la crisis estaba en todos lados. Y lo que pasó es que de pronto no nos sentíamos tan solos.

Uno de los efectos que tuvo la manera de desarrollarse la crisis en Chile fue la fragmentación de la clase trabajadora. Lo que, en algunos casos, significó una gran potencia movilizadora, pero solo con capacidad de concentrarse en una lucha en particular. De conjunto, siempre estaba dispersa la energía de la clase trabajadora. Es decir: una fragmentación en una serie de movimientos sociales o de luchas  sectoriales limitadas a sus propias reivindicaciones. Por ejemplo, los movimientos por el cambio del sistema de pensiones tuvieron grandes movilizaciones en el 2016, pero estuvo particularizado ahí. 

Esa dispersión o fragmentación implicó que cuando llegó la revuelta, las capacidades populares estaban disminuidas. Efectivamente, los sectores populares no fueron… no fuimos capaces de construir una estructura, o una estructuración, política unitaria de esa lucha que permitiera enfrentar la revuelta con capacidades y un objetivo más claros.

Yo creo que ahí es muy interesante que el proceso constituyente, o la demanda de una Nueva Constitución, apareció con mucha fuerza desde el comienzo en la revuelta. Como la posibilidad de conectar todas esas demandas distintas. Por lo tanto, la exigencia de un proceso constituyente, de una asamblea constituyente empieza a tendenciar de algún modo la salida política hacia allá.

“Daba la sensación de que la crisis estaba en todos lados. Y lo que pasó es que de pronto no nos sentíamos tan solos

Pero esta debilidad, de la que hablaba antes, terminó redundando en un acuerdo político parlamentario que fue la salida de la crisis. Un proceso constituyente restringido por las trabas que le puso el poder constituido, en particular el Parlamento. El 15 de noviembre se firmó el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución que su nombre ya daba cuenta de lo que se trataba. Podría ser solo un acuerdo por la nueva Constitución pero fue también un acuerdo por la paz social. Se entiende que hay algo así como una situación de conflicto abierto, por lo que debe haber una salida política. Y esa salida tiene que ver con una nueva Constitución.

Entonces, la revuelta tiene la capacidad de evidenciar la necesidad de unificar las luchas, de indicar hacia dónde tiene que ir esa articulación: hacia una transformación estructural del régimen, al menos en clave constitucional. Pero a la vez, la revuelta no es capaz de conducirla. No es capaz de dirigirla y tomar en sus propias manos el proceso. Quedando, por lo tanto, en manos del legislativo. Lo que significó que esa misma potencia popular se vea limitada por la fragmentación. Se podría decir, en términos muy clásicos, que se vio limitada por la ausencia de un partido o una estructura unitaria de la lucha, así como de una estrategia que no sea una salida impuesta por arriba.

Gabriel Vera Lopes: Siguiendo esta línea de razonamiento. ¿Cómo ves la capacidad que tuvieron los sectores subalternos, a partir del estallido, de reconstruir ese universo organizativo, sus hipótesis estratégicas y sus debates teóricos? Actualmente, ¿Cuánto queda del fuego que supieron construir? ¿Cuánto sufrió un reflujo?

No es posible hablar de un reflujo total. De todos modos, hay que señalar que la pandemia tuvo un impacto muy importante, porque cuando veníamos con todo el empuje de que en marzo se retomaban las movilizaciones (por ejemplo, el #8M fue muy importante) a los pocos días ya estábamos siendo confinados. Lo cual no solo nos sacó de la calle, sino que nos sacó de la interacción presencial que permitía una construcción de confianza, de creatividad y novedad. Esto nos puso en una instancia de debate solamente por internet a través de plataformas. Lo que nos quitó mucha potencia y generó mucha ansiedad.

Obviamente el temor al virus, la muerte, la enfermedad y la pobreza fueron muy fuertes. De algún modo, esos miedos desviaron la energía popular hacia la supervivencia, y hacia la resistencia al ajuste que se iba a venir. El razonamiento era que cada uno pagaría la crisis y no la patronal, los empresarios o el Estado. Eso hizo que la potencia de la revuelta bajará considerablemente, sobre todo en su expresión callejera.

Además, el acuerdo de la Nueva Constitución significó una tensión muy fuerte dentro de los sectores movilizados. Divididos entre los sectores que veían ahí una oportunidad -incluso reconociendo la restricción y las contradicciones que tenía- y quienes por el contrario no veían ahí una potencia.

Esa división fue muy fuerte. Porque una parte de la fuerza popular que estaba sobre todo en las asambleas territoriales y populares se fue quebrando o desarmando. Yo vi en primera persona como la discusión con respecto al proceso constituyente destruyó experiencias de articulación, como la Coordinadora de Asambleas Territoriales, que en algún momento llegó a reunir más de 60 asambleas, es decir miles de personas.

Los meses de movilización sin parar se chocaron de repente contra un tremendo frenazo. Entonces se combino, por un lado, el traslado del terreno de disputa al ámbito constituyente y, por el otro, la desmovilización que en cierto modo implicó la pandemia. Todo esto, nos significó un golpe muy fuerte. Se empezaron a reordenar las alianzas, sobre todo en términos electorales para el momento constituyente. Y eso ya fue el comienzo de un nuevo momento.

Sin embargo, cuando vino la discusión constituyente había claridades. Habían avances en la idea de una democracia paritaria plurinacional y de un estado de derechos que garantice  derechos sociales. Eso estaba muy instalado. La revuelta significó un tremendo salto en ese sentido. Lo que permitió que al proceso constituyente se pudiera enfrentar de una manera mucho más contundente. Eso hizo que la Convención Constitucional, que se le presentó al régimen como una oportunidad para salir de la crisis, se transformará en una oportunidad para los sectores populares de profundizar y abrir el espacio para su intervención y su irrupción política. 

Gabriel Vera Lopes: Una de las cuestiones que más se destacó de la Asamblea Constituyente tiene que ver con su composición. ¿Qué elementos crees que se destacan en este sentido? ¿Cómo caracterizarías la Asamblea? 

Fue muy interesante ver cómo a partir de una revuelta, que tuvo entre otras cosas, un nivel de radicalidad y violencia política de masas muy fuerte, se pasó a un escenario donde muchos de esos sectores se dispusieran a disputar un ámbito que les estaba vedado: la institucionalidad política. Una institucionalidad política rara y excepcional, como es una Asamblea Constituyente. Esta disputa institucional se dio primero a través de un plebiscito y luego mediante una Convención Constitucional.    

Como decía, fue muy interesante ver que muchos de estos sectores se dispusieron a dar esa pelea y que lo hicieran exigiendo ciertas cosas en particular. Específicamente podríamos mencionar tres. La primera es la paridad. Es decir, que al momento de conformar las listas de candidatos a convencionales tenía que haber paridad de género. Lo segundo, fue que haya un mínimo de escaños reservados para pueblos originarios. Lo que fue muy importante ya que abrió un espacio de participación política a los pueblos como el mapuche, que es el de mayor población en Chile, pero también a otros que habían estado muy desplazados de la vida política. Uno podría pensar que el espíritu de la revuelta también fue un espíritu plurinacional. En tercer lugar, la posibilidad de que hubiera candidaturas independientes. Lo que significa que no fuese necesario pasar por el control de los partidos políticos establecidos y legalizados para poder postularse. Lo que permitió que movimientos sociales, vocerías del movimiento ecológico, feminista, sindical, etc. pudieran presentarse con pleno derecho a levantar sus propias candidaturas. 

El efecto que tuvo es que la composición de la Convención Constitucional fuese inédita en la historia de Chile. La derecha tuvo una minoría que no le permitía incidir en lo absoluto sobre la convención. El centro político, representado por la centroizquierda, también quedó muy debilitado. Por lo tanto, la mayoría de quienes fueron elegidos para ser representantes de la Convención fueron: o militantes de partidos que habían tenido una participación política reciente en el Frente Amplio o el Partido Comunista, o voceras y voceros de movimientos sociales, asambleas territoriales u organizaciones de base. 

De esta manera, a pesar de que los partidos del régimen consideraban que las restricciones que habían puesto iban a ser suficientes para amaniatar la convención, de igual manera perdieron. Finalmente, la Constitución que fue aprobada es sin duda una de las más avanzadas a nivel mundial. Más avanzada que las de la socialdemocracia europea, que son consideradas como modelos en todo el mundo para el progresismo.

“Uno podría pensar que el espíritu de la revuelta también fue un espíritu plurinacional”

Resulta que en el texto constitucional se encuentra garantizado el aborto libre. Se establece el agua y otros bienes comunes como inapreciables para la propiedad privada. Se aseguran los derechos sociales con sistemas nacionales financiados públicamente. Se establece el derecho a la huelga y a la negociación colectiva. Se reconoce a los pueblos originarios y se establece a Chile como un país plurinacional. En fin, hay una infinidad de cosas que al menos están estipuladas en la Nueva Constitución, las cuales ponen el debate a la izquierda, incluso, de lo que había sido el programa más progresista que habíamos conocido recientemente, el programa de gobierno de Gabriel Boric. Y eso es muy interesante porque abre un camino. Sin duda, la Constitución no va a resolver todos los problemas, pero abre un camino de disputa en torno a su implementación lo cual va a remecer todo el terreno político.

Si se aprueba la Constitución el 4 de septiembre, que lo más probable es que se apruebe, significará un nuevo ciclo político en Chile. Generando cambios en el escenario político, el mapa de fuerzas, las alianzas, y el programa que asumirán los sectores populares de ahora en adelante.

Gabriel Vera LopesHace tan solo algunos meses la victoria del apruebo parecía inexorable. Hoy en día ese escenario esta muy disputado, ¿A que crees que se debe el crecimiento del rechazo? ¿Cómo ves a las derechas organizadas, no solamente nivel político sino también en la sociedad civil?

Hemos visto en Chile, como en todo el mundo, una emergencia de la derecha. Un tipo de derecha que no habíamos visto tan fuertemente nacionalista, autoritaria, conservadora, antifeminista, xenófoba, etcétera. Derecha que aparece como una respuesta a la crisis económica y política. Como una alternativa a la crisis, una propuesta de salida. Ofreciendo mano dura en contra de la migración y la delincuencia, brindando el retorno de valores tradicionales asociados al cristianismo y a la noción de patria tradicional. Son sectores que plantean un programa abiertamente contrario a los movimientos sociales, particularmente al movimiento feminista y la comunidad LGBTIQ+. Una derecha que reivindica un capitalismo autoritario que vuelva a poner orden. A la vez que son sectores abiertamente neoliberales. Esa es una diferencia con la derecha de mediados del siglo 20, que se basaba en un nacionalismo corporativista. 

En el contexto de la revuelta, la derecha quedó de algún modo sepultada o invisibilizada. Porque las demandas, las reivindicaciones de la revuelta eran tradicionalmente de izquierda o de los sectores populares que se identifican con idearios de izquierdas. Sin embargo, la apertura del proceso constituyente, al establecer la opción de “apruebo” y “rechazo” le dio la posibilidad de agruparse en torno a una plataforma política. Es decir, después de haber quedado invisibilizada por la irrupción masiva en las calles del pueblo, volvieron aparecer con la posibilidad legal de manifestarse públicamente, de expresar sus posiciones, generar alianzas y reclutar gente.

Eso nos ha puesto en un escenario en el que vimos un avance de ese sector neofascista o pos fascista. Ya sea a nivel de base o en organizaciones de combate callejero, agrupadas en defensa del rechazo, organizando ataques a memoriales de las víctimas de violaciones de derechos humanos o a dirigentes de movimientos sociales.

Vimos aparecer algunos rostros de esa ultraderecha en el Parlamento que se eligió a fines del año 2021. De hecho, nunca habíamos visto tantos diputados y diputadas de ultraderecha. Entonces, hay un nuevo escenario para la derecha.

Por otro lado, ¿Cómo explicar el avance del rechazo? Creo que hay una explicación práctica. Que no es la que más elementos abarca, pero que hay que tener en cuenta. Y es que la derecha nunca quiso el proceso constituyente y siempre hizo campaña en contra. Por lo tanto, desde que comenzó la campaña del plebiscito del año 2021 ellos estuvieron haciendo campaña en contra de la Convención Constitucional. Por lo tanto, en contra de la nueva Constitución. Fue así para la elección de convencionales. Lo que les dio una ventaja de un año y medio de campaña. Sumado al hecho de que tienen más recursos. Eso les permitió desprestigiar públicamente a la Nueva Constitución con el control de los medios masivos.

Los grandes medios lograron desprestigiar el proceso de la Convención mediante una campaña sucia de mentiras y tergiversaciones. Durante todo el debate, hicieron uso de una táctica basada en el escándalo. Básicamente, ellos proponían artículos para la nueva constitución que no caben en una constitución. Por ejemplo, “queda prohibido que se le expropie la casa a las personas”. Al ser rechazada, salían a decir: “quieren expropiar las casas de las personas, los convencionales están tomados por la izquierda”. Fue una táctica que apuntó a generar escándalos permanentemente. Una lucha política desde la derrota, pero muy efectiva en términos comunicacionales. Supieron ocupar muy bien eso, facilitados porque no tienen moral y saben mentir. Eso hizo que la carrera partiera con desiguales condiciones.

En segundo lugar, creo que la pandemia y la crisis económica, que se profundiza, también es un factor fundamental para entender el rechazo en los sectores populares.

Si las encuestas tienen razón, creo que hay que ser cuidadoso y preguntarse por qué las personas tienen miedo. No creo que tengan miedo a la nueva Constitución, creo que tienen miedo a cualquier cosa que signifique un retroceso mayor en sus condiciones de vida. Eso es algo que instaló la derecha planteando que la nueva Constitución podría significar eso.

Todo esto es muy complejo porque cualquier cambio en tiempo de crisis es difícil. Sobre todo para los sectores que no se entienden a sí mismos como agentes del cambio sino, más bien, como quienes van a recibir los cambios. Eso yo creo que explica, digamos, la campaña de la derecha: el temor en contexto de crisis. Explica que la opinión esté inclinada en esa dirección.

Foto: Paulo Slachevsky


Gabriel Vera Lopes: Observando el escenario político, uno podría decir que la contienda del 4 de septiembre es también por el futuro del gobierno de Gabriel Boric ¿Cuánto de la suerte del gobierno está atada a los resultados del plebiscito? 

Sin duda el destino de la nueva Constitución y del gobierno están muy entrelazados.  Básicamente, porque una buena parte de lo que está en el programa de la coalición de Borich, Apruebo Dignidad, está en el proyecto de Constitución. Hay mucho de lo que plantea el programa de gobierno que requiere de algún modo la habilitación constitucional para poder avanzar con un poco más de facilidad o al menos con impulso en los trámites legislativos.

También hay un vínculo más general, es imposible comprender el proceso de cambio en Chile sin tener en cuenta la relación entre: el proceso constituyente, la revuelta y el gobierno de Borich. Cualquiera que lo vea con un poco de distancia, sin necesariamente tomar de manera partisana una posición, ve que son elementos involucrados. Para la opinión pública, o la percepción de los sectores populares, sin duda que es una misma cosa. Por lo tanto, uno ha visto las fluctuaciones en la opinión pública de como sube y baja la aprobación de Borich de manera concomitante con la opinión en torno a la convención o la nueva Constitución. Por lo mismo, el gobierno ha asumido un rol muy activo en la difusión del texto de la nueva Constitución.

Si pierde significa que también pierde o retrocede su programa. En ese escenario, tendremos que ver qué pasa con sus alianzas: si va a dirigirse al centro o va radicalizarse. Lo más probable es lo primero, que se dirija al centro, en caso de que gane el rechazo.

Por el lado de la derecha, que gane el rechazo pone la pelota en su lado de la cancha. Pero la derecha está dividida entre los sectores ultraderechistas y la derecha tradicional, que busca re-articularse. Lo que significa que tampoco la derecha está con un buen pie.

La derecha tradicional perdió rotundamente la última elección y no le quedó otra que poner un candidato de ultraderecha pinochetista. Entonces en el escenario político, aunque gane el “rechazo” va a seguir abierta la crisis. Creo que esto es un elemento importante, porque la crisis va a tener un carácter distinto. Será un momento de un desorden impresionante con una disputa muy fuerte por tomar la iniciativa política.

Gabriel Vera Lopes: Es evidente que el resultado de las elecciones modificará las coordenadas de la discusión política. En caso de que gane el “apruebo” ¿Cuáles crees que serán los principales desafíos del campo popular?

Pienso que el principal desafío es lograr ponerse a la cabeza del empuje por la implementación de la nueva Constitución. Es decir, lograr que los términos en los cuales se implementa el articulado sean lo más parecido posible al espíritu y la letra inscrita en el texto constitucional. 

Vale recordar que los términos más progresistas que posee el texto fueron incorporados no necesariamente por las fuerzas oficialistas afines al gobierno. Las cuales, muchas veces jugaron un rol más bien de centro o conservador. Temerosos de “no avanzar tanto”. Por lo tanto, no necesariamente van a ser estos los sectores que mantengan mayor compromiso con una implementación efectiva o una profundización. Ahora bien, el principal problema de los sectores que sí impulsaron los elementos más progresistas o de avanzada, es que no tienen una articulación o una fuerza unificada y consolidada que les permita dar en buenas condiciones esas batallas.  

Sin embargo, en el marco de la campaña se han ido constituyendo algunos sectores, con fuerte énfasis en los movimientos sociales, que han logrado cuajar una posición de visibilidad importante para aspirar a representar esos cambios profundos. Creo que esa potencia está principalmente en los Movimientos Sociales Constituyentes, que lograron articular a las principales organizaciones y movimientos sociales del país para levantar candidaturas, luego para participar en la redacción del texto y finalmente en un potente comando de campaña con despliegue en todas las regiones. Me atrevo a decir que allí se está incubando hoy una unificación de fuerzas para el periodo que viene, porque son las organizaciones y movimientos que representan el espíritu de implementar y profundizar la nueva Constitución.

Ahí probablemente estén los sectores con posibilidad de articular una fuerza política popular Constituyente. Que asuma la nueva Constitución como su programa mínimo y vaya construyendo de ahí una disputa con carácter electoral pero sobre todo con carácter social.

Fuente Alai

Transfeminismos populares: suicidio de clase y acoplamiento de la sabiduría popular // Agustina Iglesias (Docente y militante popular)

Entre charla y charla, con el vapor de una olla, cocinando, escribiendo, pensando y construyendo en los territorios un hábitat, que es casi como un oficio sobre lo minúsculo, lo invisible, lo poco “importante” para “la” política. Poniendo en remojo las políticas de la importancia. Recuerdo aquí a Anzaldúa cuando dice que no hay un cuarto propio para escribir, tampoco hay un tiempo propio para nosotrxs, hay que inventarlo.

La escritura de este ensayo proviene de una composición múltiple e infinita de registros, lecturas, escrituras, diálogos, gestos y prácticas que me atraviesan en estos últimos tiempos. Sin embargo, tal vez comenzó con la multiplicación de los movimientos feministas a partir del 2015 a partir de la asunción de uno de los gobiernos neoliberales más atroces de nuestra historia. El de Mauricio Macri.

En un momento de profunda crisis y ascenso de un neoliberalismo despiadado hacia la vida y principalmente hacia la constitución de formas de vida colectivas, los trans-feminismos se extienden en las fibras de lo más diminuto, a lo largo y a lo ancho de cada rincón de nuestro país y del mundo.

Los transfeminismos populares comenzaron la trama de fuga de las estructuras de un feminismo blanco de la pulcritud que data del antaño capitalista y propone “una mujer” que se abstrae de cualquier materialidad posible impidiéndonos pensar nuestras condiciones de existencia concretas, cotidianas. Ese feminismo funciona, como dijo Melina Penayo un día dentro de una reunión de base, como dos manos que se cierran y se aprietan entre sí para no soltarse. Ese significante puede dar cuenta de la unidad de concepciones y prácticas dentro de los transfeminismos, pero también una compresión que no da respiro a las existencias. Cada vez que se apretujan más, dejan afuera más sujetxs y detalles que los recorren.

El feminismo pulcro establece marcas de pertenencia. Se requieren caracterizaciones minuciosas del sujeto, órganos corporales definidos con sus respectivas formas, actitudes morales y “empáticas”. Justo ese término, empatía, más allá de las raíces filosóficas que tenga, su uso actual en las prácticas políticas del feminismo, implica una comprensión de la otredad, de su espacio y principalmente del sufrimiento que ese espacio determina. Pero esa comprensión no implica la constitución de un vínculo que se haga eco de esas voces desde la escucha. No existe constitución del vínculo cuando la comprensión está con el peso de la estructura de colonización de las voces expropiadas de cada compañera.

Edith Colman, militante transfeminista y peronista de la zona Sur del conurbano bonaerense, en su andar, siempre vocifera que enunciar esas palabras tan pintorescas como vacías sobre realidades ajenas debería ser al menos revisado. Si no lo popular se aplasta y surge otra vez el ritual de lxs enunciadorxs de la pobreza, que por más buenas intenciones que tengan, priorizan los discursos grandilocuentes antes que las prácticas efectivas para que las compañeras tomen y expandan la voz propia.

Los discursos correctos y de tecnicismos abundantes establecen una barrera que pulveriza casi instantáneamente las subjetividades políticas históricamente postergadas de nuestrxs compañerxs, por lo tanto, más que el ánimo de sus propias palabras, hay un silencio insoportable.

Las prácticas del silencio/apretura circulan dentro de la intersección que señalaron los feminismos negros -género, raza y clase- y se insertan dentro de la línea significante del aborto legal en Argentina, momento de una conjugación inédita dentro de los feminismos en Argentina.

La conjunción del campo popular hizo que la militancia por el aborto sea para todxs casi permanente: movilizaciones semanales en cada rincón del país, discusiones sobre los cuerpos, las decisiones, las individualidades o las subjetividades comunes, los diálogos en términos más liberales “mi cuerpo, mi decisión”-como si el cuerpo fuera una propiedad- o más comunes “aborto legal por la justicia social”, entre otros.

“Las ricas abortan en clínicas privadas, las pobres mueren por abortos clandestinos”: este significante que señalo enfáticamente atravesó los debates de punta a punta, en cada territorio, se iba haciendo un lugarcito. Conmovió hasta las lágrimas a las diputadas y diputados de la derecha macrista con un victimismo que podría haber ablandado a cualquier indeciso. La muerte de Ana María Acevedo en septiembre del 2007 y la detención de Belén en un contexto de vulneración sistemática de derechos hacia mujeres, lesbianas, travestis y trans cobraron una visibilidad máxima. Sin embargo, las mujeres y personas gestantes de los sectores más empobrecidos de nuestro pueblo, nunca hablaron. Todo lo contrario, fueron habladas por militantes, académicos, especialistas y una infinidad de sujetos que analizaron en profundidad su situación para exponer los resultados.

La Emergencia de los procesos populares dentro del transfeminismo tiene como sujeto, como señaló Natalia Zaracho-la primera diputada cartonera- a lxs descamisadxs del siglo XXI, aquellxs que siempre quedaron ultimxs en la fila de las palabras y las políticas de urgencia que se necesitan para transformar la vida. A partir de este momento se cultivó y desencadenó un sujeto que venía siendo estudiado, objetivado y determinado en sus límites y posibilidades. Ahora habla y con sus propias palabras, desde sus propias bases.

Las travestis no necesitamos traductorxs o tutorxs que nos den el pase, situación que vivió Lohana Berkins en los encuentros de mujeres. Lorena Rocha, militante travesti de la Córdoba profunda, de los barrios populares organizados me señala que el feminismo que se articuló desde el 2015 necesita un vuelco y más que eso, un arrebato, un suicidio de clase que permita reconocer las desigualdades y las voces al interior de los transfeminismos para construir una unidad desde abajo, con los vapores y los aromas de lo popular en crudo y no con sus lectores y traductores.

Natalia Zaracho escribió una tarde de pregunta y respuesta en su Instagram justo antes de asumir como diputada: el desafío de los feminismos populares viene de la mano de las compañeras de las barriadas. Ellas no pueden pensarse feministas sino tienen que poner dentro de la olla. El eco de estas palabras me atravesó como una verdad dicha desde el coraje: ¿será que parte significativa de lxs compañerxs todavía siguen reconociendo al feminismo dentro del plano ilustrado y civilizatorio?

Necesitamos un vuelco de fuerzas de las voces transfeministas hacia lo verdaderamente popular acoplando saberes que siempre usamos para enfrentar tanto las violencias como las dosis indiscriminadas de refuerzos victimizantes que nos propina el neoliberalismo. Ese acoplamiento requiere un suicidio de la subjetividad clasista que hay en nosotrxs, esa que estimaba fundamental el desembarco militante para que las compañeras “entiendan” el decálogo feminista ilustrado.

Desde la plaza // Diego Sztulwark

El discurso de la derecha pasó al acto. Atacar de este modo a Cristina, intentar asesinarla, supone el cruce de un límite inadmisible. Juegan con lo incalculable. Resulta imposible permanecer ajenos. Como sabemos bien, lo fundamental ahora es poner en juego respuestas masivas a la altura de la violencia fascista que han puesto en circulación.

Tras la apariencia de la “locura”, actúa el “método”: un tipo de violencia que aterroriza. No es solo la difusión de “discursos de odio”, es sobre todo una articulación política específica. No se trata, por tanto, solo de contraponerle el “amor”. Tenemos por delante el desafío de crear una serie de actos de fuerza para desactivar una máquina fascista que en nuestro país tiene su historia y su evolución propia. Difícil imaginar otro sitio para comenzar a responder lo de ayer que no sean las plazas y en las calles. Y desde ahí, sí, desde esa presencia colectiva, habrá que enfrentar esa articulación política fascista en cada rincón, en cada conciencia, en cada partícula del lenguaje.

Salir de la discusión política // Amador Fernández-Savater

Se habla mucho de política, en las redes y en los bares. Se comenta la coyuntura, se toma partido, se denuncia y se critica al de enfrente. Hay cadenas de televisión que sustituyen incluso el entretenimiento (prensa rosa, etc.) por la tertulia política y con buenos resultados. Los sociólogos lo interpretan como una señal de la “buena salud democrática” de nuestra sociedad.

¿Seguro? ¿Podemos medir el interés por la “cosa común” a través de la intensidad de la discusión política?

Pienso lo contrario. La discusión política se ha convertido en un entretenimiento despolitizador más, como la prensa rosa pero tomándose por algo distinto. Quienes se alejan de las tertulias no son necesariamente ajenos a la política –indiferentes o “antipolíticos”–, sino a la discusión política como lenguaje. Tal vez en ellos resida la esperanza de inventar otro habla, otro idioma para tratar las cosas comunes.

¿Qué es la discusión política?

Sigo la descripción que hace el filósofo Jean-Claude Milner: en la discusión política, los que no tienen ninguna capacidad de decisión se ponen a hablar como si la tuvieran. Los gobernados se colocan imaginariamente en la posición de los gobernantes. Ya sea para alabarlos o para censurarlos: “Deberían haber hecho esto”, “habría que hacer lo otro”. Se toman por lo que no son.

La discusión política nos encierra en una especie de teatro a la antigua: la escena presenta lo que puede y no puede verse, la platea discute sobre algo que está alejado y a distancia, los afectos de los espectadores son afectos miméticos. Una degradación de la vieja catarsis: reír, llorar y temblar ante la suerte de personajes que no somos nosotros.

La discusión política es el lenguaje dominante de la política en tiempos de hegemonía de la comunicación. Desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, todos lo hablan. Es la famosa “batalla cultural” que quieren ganar desde Ayuso hasta Iglesias: gobernar los afectos miméticos. Los contenidos cambian de unos a otros, pero la sintaxis es la misma. Y ella manda.

 

¿Cómo despolitiza la discusión política?

En primer lugar, la discusión política es un lenguaje sin mucha lógica (se toma partido a priori por uno de los bandos en disputa) y apenas sin consecuencias: las opiniones no tienen implicaciones vitales para el sujeto que las emite.

La opinión corta el vínculo entre palabra y existencia. Pero solo ese vínculo es transformador

El que opina no se desplaza. La opinión es gratuita. Opinamos de hecho para no hacernos cargo de lo que exige un discurso propio. La opinión corta el vínculo entre palabra y existencia. Pero solo ese vínculo es transformador.

En segundo lugar, la discusión política funciona como compensación. Compensa (satisfaciendo imaginariamente) la falta de democracia real, la exclusión de la mayoría de los lugares de decisión sobre los asuntos comunes. Esa compensación borra la herida de nuestras democracias: una división brutal entre gobernantes y gobernados. 

La mimética hace soportable el malestar de esa división. La gente no decide sobre nada, pero puede discutir de todo en las redes sociales. Twitter asegura hoy la paz social.

¿Cómo salir de la discusión política?

Hay que salir de la mimética, dejar de tomarse por el señor de algo cuando uno solo es carne de cañón de las decisiones de otros.

¿Cómo? ¿A través del silencio? Callarse es un derecho y en el silencio habitan potencias, pero no es obligatorio. Hay otras vías. En lugar de colocarse imaginariamente en un lugar que no se ocupa, se puede hablar y pensar desde dónde se está. El que no decide deja de hablar entonces como si decidiera. Inventa otro idioma y otro pensamiento: un razonamiento estratégico.

La estrategia es el reino de las consecuencias y las implicaciones: si piensas gratuitamente, si desvinculas pensamiento y situación, pensamiento y acción, eres aplastado y punto. Razonar estratégicamente no tiene nada que ver con criticar. La crítica es el combustible de la discusión política: no cambia, no desplaza, no mueve nada. La estrategia consiste en construir una fuerza, por ejemplo la fuerza mediante la cual el débil –el gobernado, el que no decide– se hace capaz de arrancar victorias al fuerte.

El pensamiento estratégico abre y muestra la herida de la división social. Rompe la ilusión de un todo unido entre gobernantes y gobernados. No compensa, no calma, no entretiene.

El débil habla entonces sin usar la sintaxis de los fuertes. Habla desde donde está, a partir de la situación en la que se encuentra, aquí y ahora. No simula una fuerza que no tiene, sino que construye fuerza propia. Entra en el territorio de la comunicación (como este artículo) como la guerrilla penetra en territorio enemigo: a su aire, sin serle dependiente. Escoge sus temas, aparece y desaparece, denuncia o calla, apoya o retira el apoyo a algún personaje de la escena pero sin alienarse a nadie. Lo contrario de un hooligan de partido, de un enamorado del líder. Patea el tablero donde se juega la partida mimética. No hace el mimo, no hace el memo.

Referencias:

Por una política de los seres parlantes, Jean-Claude Milner, Grama ediciones (2013).  

Fuente: CTXT

Los nuevos guardianes de la época // Luchino Sivori

«Desearía tener una comprensión más perfecta de las cosas, pero no la quiero adquirir al precio tan alto que cuesta». Michel de Montaigne, Ensayos.



¿Quiénes son los nuevos guardianes del conocimiento, eso que algunos suelen llamar “creadores del sentido común”, o “del pulso de la época”? 

Me refiero a sujetos concretos, si es que son personas físicas todavía, y no a superhéroes u otro engendro de la ciencia ficción (aunque uno ya no esté tan seguro, viendo cómo está el patio); a las personas con entidad y residencia fiscal en nuestro planeta tierra que contornean, por decirlo elegantemente, todo aquello que leemos y escuchamos, aquí y allá, en todos los lugares adonde vamos… y venimos -sin mucha diferencia, últimamente, entre unos y otros-. ¿Dónde habitan, desde qué sombra mueven sus hilos?

 

Pienso de repente en la Inteligencia Artificial, y en el Conocimiento Automatizado de los nuevos programas informáticos; también, pienso en los eméritos de la prensa y la burocracia, que podrían llegar a ser lo mismo si nos apuramos, y en los Cripto-influencers, esos ¿seres? hiper activos de las redes sociales.

Pienso, también, en su injerencia en el lenguaje que manejamos. Palabras y términos como “Impacto”, “Calidad”, “Datos”, “Información”, “Libertad”, y todos esos gestos y maneras cada vez más parecidos a una sitcom estadounidense, o a un curso online de un centro de estudios por internet, dependiendo del caso. 

Es tan grande ese impacto (sic) en el vocabulario, que no sorprendería ver en un futuro cercano artículos escritos “a la inversa”. Notas de opinión y novelas donde ya todos supiéramos el final de la historia, de tan repetidas sus palabras (no estaría de más averiguar si esto ya no está sucediendo, también, en otras áreas, comenzando por el final de todo y yendo siempre del revés).

 

Pero volvamos al meollo. Los guardianes del conocimiento oficial se encargan la mayor parte del tiempo de que los pilares persistan inconmensurables, cayendo ellos también en el cliché más común entre las hegemonías de la Historia: se hacen los extranjeros a la hora de incorporar cualquier otro registro que no sea el propio, y para disimularlo -aunque ellos no lo sepan del todo, y lo hagan casi automáticamente, como sus predecesores- recurren al mecanismo más sofisticado de la ortodoxia: el cinismo.  

 

Tenemos, ante este escenario poco improvisador, una previsión de toda esta circularidad perpetrada por los nuevos amos del universo: el futuro se parecerá mucho al presente. Sí, puede que suene bastante obvia la hipótesis, poco elaborada, pero es que sencillamente no creo que haga falta ningún futuro considerable para este “modelo de presente”. Incluso, me animaría a decir que podríamos adelantarnos a él directamente y ya, vivir siempre donde estamos. Sin línea de tiempo. Literalidad absoluta.

 

En esta línea de pensamiento, que algunos encontrarán algo jocosa pero que no se aleja demasiado del futuro mediato (que no será tal, como ya dijimos), se me ocurre que por un lapso de tiempo podríamos probar de publicar y leer solamente lo que ya se ha escrito, decir lo que ya se ha dicho, pensar… Insertar, por ejemplo (una idea que estoy planteándome con mis propios textos) en un gran programa informático todos los textos realizados hasta la fecha, y que, magia algorítmica mediante, se reproduzcan unos nuevos con otras palabras; serían en realidad exactamente los mismos, pero con un orden de aparición diferente. Esto no sería muy disparatado, después de todo, es lo que ocurre hace ya un tiempo en otros campos del conocimiento, como las teorías económicas, o la escolástica, pioneras de la cultura del reciclaje previas al Ecologismo. 

 

Me imagino, sí, un mundo con ese molde, con esa textura poco porosa; y con imaginar, ya estamos siendo bastante osados, unos anómalos en el eterno retorno de lo mismo postmoderno. Imaginar se imaginaba cuando aún había un “después”, cuando las personas humanas se perdían por la ciudad buscando una calle (o, simplemente, se perdían), y en lugar de querer encontrar el punto cardinal exacto de su geolocalización a través de un satélite espacial en tiempo real, se quedaban con cara de tontos mirando escaparates, o a la mismísima nada. 

Y probablemente eso es lo que hemos perdido en total, la nada, que es otra forma de decir que lo hemos perdido todo. Y no hablo de la conocida nada que nadea de algún filósofo alemán (esa, por lo menos, nadeaba), sino de esta nada que no hace absolutamente nada para nadear. 

 

¿Pero por qué, se preguntará el lector, este encarnizamiento demasiado solemne contra aquellos que nos cuidan de la incertidumbre, de la ignorancia? ¿Acaso no son estos señores los más indicados para conocer lo equidistantes que podríamos llegar a ser, lo poco previsores que siempre fuimos?

 

No tengo la menor idea de cómo responder a estas preguntas. A bote pronto, lo único que se me ocurre como alguien que mira con cierto recelo -y miedo, por qué negarlo- lo que le rodea diariamente es que todo lo que no entre en esa zona cero que llamamos hoy mundo será visto no tanto como una amenaza a abatir (llegar a serla sería un milagro, otra anomalía), sino más bien como una nueva gestión a optimizar, porque más que origen solo hay destinos para los guardianes del conocimiento, y más que procesos, velocidades distintas para arribar a la fuente, el dato pater, una ilusión que nos viendo guardando bastante bien del desborde generalizado, y ya que estamos, de nosotros mismos.

 

A propósito de Nada que esperar. Historia de una amistad política, de Sebastián Scolnik // Miguel Mazzeo

¿Qué es una amistad política? ¿El escalón más alto de la amistad? ¿El escalón más alto de la política? No parece una tarea fácil separar amistad de política. Sobre todo, si pensamos la política como “gran política”, como una afectividad que nada tiene que ver con las lógicas administrativas; si la pensamos a partir de los esfuerzos por resignificar el concepto de revolución. Desde esta perspectiva, la amistad política surge cuando nos reconocemos ontológicamente ancladas y anclados en la fragilidad de la interdependencia. La amistad política es, básicamente, la forma más acabada de la comunión y un modo de producción de verdad que está emparentada con la felicidad. También está emparentada con el fracaso que resulta de la transgresión de un orden inhumano (el orden que impone la ley del valor). Hay una ética y una estética del fracaso. La amistad política también es un arte y una epifanía. Un arte de la conversación. Una epifanía de la deliberación.

 

En este libro, Sebastián “el Ruso” Scolnik captura y atesora fragmentos de la historia de una amistad política, de sus entornos y experiencias fundantes, de sus felicidades y fracasos. Apela al humor, principal aliado de la crítica y la imaginación, sin ceder a la tentación de la impiedad, sin adoptar los modales de un ofidio. Sigue el consejo de Quintiliano, elije ser: suaviter in modo, fortiter in re (suave en la forma y fuerte en los principios). Desacraliza lo que conviene desacralizar y lo que no, lo conserva sagrado. Y hasta la inexorable nostalgia que se le cuela en algunos pasajes tiene rigor crítico: el Ruso deja en claro que el futuro es el mejor lugar para pensar una tradición.

 

La dramatis personae: el núcleo de militantes y activistas surgido en los pasillos de la vieja sede de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en la calle Marcelo Torcuato de Alvear 2230, en la década del 90. Este núcleo, en un primer momento, dio forma a la agrupación el MATE, luego se continuó en el Colectivo Situaciones. Como aclara el Ruso en varios pasajes del libro, la tendencia a desertar de los espacios construidos ha sido uno de los rasgos característicos de este núcleo.

 

¿Cómo resumir en pocas imágenes el contexto histórico de esa emanación de corredores universitarios? Una sociedad civil popular bajo los efectos de la derrota del proyecto revolucionario de las décadas del 60 y el 70 y de la electoralización posterior a 1983. El consensualismo republicano y reaccionario fortalecido por la sanción de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final e, indirectamente, por la perplejidad que produjo en una franja de la militancia popular la acción extemporánea de la toma del Cuartel de La Tablada por parte del Movimiento Todos por la Patria (MTP) a comienzos de 1989. Completan el panorama: la hiperinflación, los saqueos.

 

Sobre esa devastación, se desplegará otra: la implementación de una versión extrema del neoliberalismo. Extrema por el impulso que traía desde el arriba, pero también por el consenso conseguido hábilmente en el abajo. A nivel mundial, la caída del Muro de Berlín, junto al agua turbia de los “socialismos reales”, servía para arrojar al basurero de la historia toda esperanza relacionada con la posibilidad de una alternativa capaz de exceder el sistema del capital.   

 

En ese escenario desolador, ese núcleo desistió de los caminos convencionales de la política burguesa; de la política como representación y espectáculo. Y también de los caminos igualmente convencionales de la vieja izquierda. Esa izquierda que juzgaba (y juzga) que, en materia emancipatoria, los bolcheviques inventaron todo, la que confía en la suficiencia del magro lenguaje que maneja. La izquierda que, cuando se plantea un cortocircuito entre teoría y práctica, jamás sospecha de la responsabilidad de la teoría. La izquierda que, como bien señala el Ruso, consideraba (y considera) cada lucha como el decorado de una línea elaborada de antemano.

 

Asimismo, ese núcleo buscó refundar lo “nacional-popular” ejerciendo una crítica tanto de los imaginarios desfasados como de los alambicamientos de las teorías (o hipótesis) populistas que, al desvincularse de la lucha de clases concreta, se convierten en expresiones orgánicas de ideas abstractas y terminan siendo tributarios de la política burguesa.

 

Del mismo modo, el núcleo de marras trató de posicionarse en la lucha anti-sistémica mundial sin caer en el seguidismo a-crítico o en la pleitesía rastrera para con los Estados (y los gobiernos) que histórica o circunstancialmente protagonizaban esa lucha. Repudió los esquemas de cancillería, el afán por el turismo subsidiado, el oportunismo.

 

El MATE, de composición exclusivamente estudiantil en un principio, se constituyó en anomalía intelectual. Abjuró de las burocracias académicas. No se cerró en universos logo-céntricos. Propició lecturas militantes y un editorialismo programático. Leyó con fervor e infidelidad a: Baruch Spinoza, Georg Hegel, Karl Marx, Vladimir I. Lenin, León Trotsky, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Georg Lukács, Walter Benjamin, Karl Korsh, Jean-Paul Sartre, Guy Debord, entre otras y otros. Recuperó tradiciones heréticas y enraizadas: José Carlos Mariátegui, Ernesto Che Guevara, John William Cooke, Rodolfo Walsh, Paulo Freire. Tejió vínculos con la vieja guardia crítica, marginal y anómala en la universidad de los 90: Osvaldo Bayer, Rubén Dri, Horacio González, Ricardo Piglia, León Rozitchner, David Viñas. Buscó deliberadamente el contacto con viejos militantes como Luis Mattini. Viajó por Nuestra América y Europa para conocer de primera mano diversas experiencias. En el plano internacional estableció diálogos fructíferos con Toni Negri, Paolo Virno, etcétera.

 

El MATE no era un cuerpo extraño en la sociedad argentina. En contra de las versiones que plantean que la década del 90 se sintetiza en neoliberalismo, descolectivización, disgregación popular, frivolidad, estética bizarra, pizza, champagne y merca; en contra de la imagen del desierto político-cultural, el Ruso nos recuerda el otro lado de la década del 90, el lado luminoso: el invernadero donde se incubaron disrupciones políticas y reconstrucciones identitarias en clave anticapitalista, antiimperialista, anticolonial y antipatriarcal.  La utilización de la categoría “desierto” siempre fue poco feliz en nuestro país, invocada para invisivilizar lo “anómalo”, pocas veces, como en este libro, se toma en cuenta su sentido bíblico más potente. En el desierto no solo se padece, también se aprende.

 

Porque la década del 90 asistió a la fundación del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), a la creación la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), al surgimiento del Encuentro de Organizaciones de Sociales (EOS) y a la irrupción de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD).

 

Fue la década en la que aparecieron, en la UBA especialmente, las primeras agrupaciones estudiantiles independientes y autónomas (el MATE de la Facultad de Ciencias Sociales, claro, pero también la Agrupación José Carlos Mariátegui de la Facultad Filosofía y Letras) que, entre otras actividades, impulsaron las Cátedras Libres: la de Derechos Humanos y la Ernesto Che Guevara, que funcionaron como espacios de socialización militante para toda una generación.   

 

Fue la década del Santiagazo (en la Provincia de Santiago del Estero) y de la insurrección Zapatista en Chiapas, México. De las puebladas en Cutral-Co y Plaza Huincul (en la provincia Neuquén) y en General Mosconi y Tartagal (en la provincia de Salta). También de las protestas en Génova y del triunfo electoral de Hugo Chávez, de cuya figura comenzamos a apropiarnos algunos años más tarde, más como emblema de un tránsito comunal o comunero al socialismo que como mentor de un vanguardismo estatal y electoral.

 

Fue la década de la masiva movilización por los 20 años del golpe de 1976, de la creación de H.I.J.O.S. y de los escarches a los represores. El lenguaje que apelaba a memoria, verdad y justicia solo habitaba en los pliegues de la sociedad civil popular y estaba lejos de ser asimilado por el Estado y sus instituciones.

 

También fue la década en la que proliferaban infinidad de organizaciones de base, de colectivos barriales y vecinales, de espacios contraculturales, de medios de comunicación alternativos, de ámbitos donde comenzaban a gestarse los feminismos populares, etc. Una década de autoorganización, deliberación popular y de inédita invención política. Esa corriente colectiva subterránea aflorará, prístina, en diciembre de 2001. Lo hará como potencia política constituyente. Por un tiempo (¿meses?, ¿algunos años?) esa fiesta de resurrección de los sentidos, esa politización con mayúsculas, ese “empoderamiento” en serio, sólido por autodeterminado y autogestionado, será un dato central en la escena política nacional.

 

Dice el Ruso que la década del 90 nunca podrá “comprenderse radicalmente si se prescinde de lo que en esos años produjeron esos pequeños grupitos, arrojados al desierto, que experimentaron, al nivel político, estético y sensible y del conocimiento, estilos de intervención que no se inscribían en los formatos tradicionales de las estrategias militantes. Sin esos imperceptibles destellos, transcurridos en los planos más disímiles –disimulados por el peso de la derrota y las visibilidades dominantes–, no se hubiera recreado la política y las luchas ofrecerían una pobre imagen de impotencia calcada del pasado.”

 

El núcleo militante, ya en el Colectivo Situaciones, impulsó modos originales de intervención político-cultural (profundizó su editorialismo programático) y aportó densidad política a varias experiencias populares de base. Esos modos de intervención tenían varias aristas. Desarrollaban la ilusión de comunidad en un mundo fragmentado y contribuían a la construcción de comunidades concretas. Propiciaban los valores colectivos, un nuevo lenguaje militante y formas deliberativas basadas en la horizontalidad. Ponían en valor la astucia de los débiles. Ahondaban en las tácticas que no surgen de ninguna razón.

 

Claro está, la insurrección popular de diciembre de 2001 fue el momento paradigmático. Una apertura a la iniciativa autónoma de los grupos subalternos, a un nuevo protagonismo popular. Una fisura en la hegemonía de las clases dominantes. Sin dudas, diciembre de 2001 produjo una nueva temporalidad y una nueva sensibilidad.

 

El Ruso cita a Virno: “solo se tiene una experiencia política una vez en la vida”. La frase hace referencia a una experiencia que atraviesa “un umbral en el que se logra percibir algo más allá de lo posible de una época”. A una experiencia que condiciona la visión y la vivencia de todo lo que viene después. Digamos: el momento fundacional de una percepción, de un modo de ver y sentir que no solo nos servirá para identificar lo radicalmente nuevo y emancipador cuando asome, sino también para conjurar los días a la intemperie. Algo muy parecido decía el poeta checo Rainer M. Rilke.

 

El Ruso también reconstruye el telón de fondo de ese proceso histórico, da cuenta de transformaciones vinculadas al campo de “la vida cotidiana”, incluida la “vida militante”. Nos muestra el antes de las “redes sociales”. Se detiene en los cambios en la composición de la fuerza de trabajo, con sus marcas indelebles de precarización y feminización; cambios que convierten en un anacronismo a todo moralismo industrial. Propone un análisis profano de las dificultades cada vez mayores para apropiarse de la ciudad, para tener protagonismo en ella, no sólo porque los buitres de la senectud nos revolean cada vez más cerca de la testa, sino porque los procesos de gentrificación lo imposibilitan. Pone en evidencia las marcas de una era “pos-coloquial”, los avances del capitalismo de franquicia y algoritmos, con pibas y pibes convertidos en cyborgs. Se indigna ante la vertiginosa “palermización” de Buenos Aires, ante el avance del “verdurismo-leninismo”, ante la traumática transición de la radicheta con ajo a la rúcula y ante la imposición compulsiva de la temporalidad absurda y acelerada del fast food en todos los órdenes de la vida.  

 

En el abordaje de estos temas subyace un afán político-pedagógico. Late la pregunta y la preocupación por el legado militante. Por la construcción de un linaje militante en entornos cada vez más hostiles, superpoblados de artefactos que no tienen nada de “neutrales” y que parecen diseñados para abolir la palabra, para subastar el pasado, para generar vacíos. 

 

Quien esto escribe alguna vez criticó algunos excesos retóricos de este núcleo militante. Autocrítica mediante, debemos reconocer que, por lo general, lo hicimos apelando a otros excesos retóricos o, peor aún, a un empirismo que, como quedó demostrado, no garantizaba nada. Tal vez, ahora podamos decir como Marx al final de su Crítica al Programa de Gotha: Dixit et salvavi animam mean (He dicho y he salvado mi alma). Ojalá así sea.

 

Quien esto escribe también cuestionó la idea del contrapoder y se aferró a la idea del poder popular como contra-cara del poder institucionalizado (idea en la que persiste, tozudo). Aquí debemos reconocer que la realidad, con sus deslindes gruesos, ha mostrado que esa era una discusión de segundo o tercer grado, que, a no ser por nuestras cerrazones y nuestros recelos minimalistas, podría haber sido más productiva. En última instancia estábamos obsesionados por lo mismo: la construcción de una interioridad política y unas praxis inmanentes.

 

El proceso histórico, además, nos puso cara a cara con algunas evidencias. Los caminos de la autonomía se mostraron mucho más enrevesados de lo que imaginábamos, sobre todo cuando el proceso de normalización política (reparadora en diversos órdenes) generó condiciones que exigían repensar un abanico de posibilidades para la política constituyente. A fuerza de golpes, viendo como “la lengua de la rebeldía se transmutaba en el habla del poder” –el Ruso dixit–, aprendimos que “ninguna idea nueva triunfa por sí sola, aunque lo merezca”, según reza la sentencia del poeta venezolano Aquiles Nazoa. Percibimos que, en ocasiones, el límite entre una política centrada en la transición y otra que busca la transacción se torna muy fino. No pudimos, no supimos desarrollar los pensamientos y las acciones que modificaran esas condiciones. Hoy, los procesos de estatización/corporativización de las organizaciones populares y los movimientos sociales, su inserción subordinada en esquemas de gestión pública, los condicionamientos estructurales a la politización de los espacios de reproducción de la vida (y de la pobreza), nos plantean nuevos desafíos teóricos y prácticos.

 

Al margen de todas estas cuestiones, lo cierto es que en el acuerdo o en el desacuerdo los vínculos con este núcleo y con los espacios que supo gestar, siempre fueron productivos. 

 

Ahora, al leer devotamente al Ruso, caemos en la cuenta de que hemos compartido lo más importante. No solo durante los tramos en que respirábamos acompasadamente y nuestros proyectos parecían calcos. También cuando nos embarcábamos en experimentos diferentes y nos mirábamos de reojo. Siempre estuvimos ungidas y ungidos por los mismos barros. Entramados y entramadas por los mismos grandes referentes, por el mismo “cedazo” de tradiciones argentinas, por los mismos peregrinajes, los mismos combates, las mismas calles. Unidas y unidos por el deseo de bajar del lenguaje a la vida y de subir de la vida al lenguaje, por las ganas de esbozar hipótesis en el curso de la acción y de armonizar método, estilo y proyecto. Aliadas y aliados en la vocación indeclinable de pensar-hacer la dimensión constituyente de la política (y el sujeto popular): la política por fuera las coordenadas impuestas por la gestión de lo dado. Igualadas e igualados en el objetivo de recrear el universal (concreto) a partir de particularidades emancipatorias y subjetividades antagonistas, siempre lejos, muy lejos, de todo relativismo pos-moderno, pos-estructuralista, o pos-lo-que-sea. Atravesadas y atravesados por una extraña flexibilidad y un notorio déficit de narcisismo que nos permitían ser políticamente felices en el lugar que nos tocara en suerte, con predilección por las retaguardias. Con nuestras particularidades, fuimos parte de la misma amistad política, de la misma felicidad y del mismo fracaso. Por otro lado, nosotros también supimos desandarnos permanentemente y ser desertores de los espacios en cuya construcción colaboramos.

 

Finalmente, la escritura del Ruso lucha contra esa constante letanía que es la rutina de la política normalizada (la política burguesa, la política institucionalizada), una letanía que adormece la conciencia con su aura de obviedad. Y aunque los años arrecien y el amor sea como un postre, como un exceso, él se empeña en unir la poesía y el sarcasmo, el pensamiento y la vida. Lo logra.

 

 

Miguel Mazzeo

Lanús Oeste, 29 de agosto de 2022. 

Nada que esperar. Historia de una amistad política de Sebastián Scolnik (Buenos Aires, Lobo Suelto, Cordero Editor, Tinta Limón ediciones, 2021).

¿Por qué no nace el quinto peronismo? // Diego Sztulwark

Los cuatro peronismos es un estudio sobre las formas políticas nacionales en condiciones de activación de la clase trabajadora. Alguna vez se dijo de este libro: “Menos peronista que Ramos, mucho más que Sebreli, mucho menos aburrido que Milcíades Peña”. Según su autor, Alejandro Horowicz, cada peronismo tiene sus fechas y su composición específica: el primero fue el de la “parlamentarización de la lucha de clases”, el segundo el de “la resistencia”, el tercero el del “Frente popular”, y el último el de la “carencia de tarea histórica”. El autor sostiene que ni Menem ni Kirchner dieron forma a un nuevo peronismo.

Marx termina su famoso estudio sobre el golpe de Luis Napoleón, “el sobrino del tío”, con las siguientes palabras: “Si por último el manto imperial cae sobre los hombros de Luis Bonaparte, la estatua de bronce de Napoleón se vendrá a tierra desde lo alto de la columna de Vendôme”. De El 18 Brumario de Luis Bonaparte se podría decir: es el libro sobre el vestuario de las clases sociales. No hay en él economía desnuda, sino teatro y drama. La materialidad burguesa o proletaria no sale nunca a escena sino arropada, a veces con disfraces y anteojeras. Es sólo dentro de la constitución de narrativas, salpicadas de fechas, nombres y metáforas que los grupos humanos hacen la historia en condiciones nunca elegidas por ellos. Los cuatro peronismos, publicado en 1985 (cuando su autor rondaba la edad de los 35 años), es, además de un ensayo de política argentina, un apasionado diálogo con el Marx pensador del bonapartismo.

 

Las condiciones (no elegidas) de surgimiento del peronismo derivan de la historia de la renta agraria y por tanto de la formación de la clase terrateniente. La disputa por la renta está en la base de las luchas que aún dibujan las líneas maestras del conflicto social argentino. Si en una primera etapa la renta agraria depende de la relación entre el puerto de Buenos Aires y el mercado mundial, la llegada del ferrocarril implica la ampliación de la superficie de tierra vinculada de modo directo al mercado mundial y la formación de una clase terrateniente nacional. Del general Roca al ministro Pinedo se consolida un bloque histórico dentro del cual la industria se desarrollará siempre de un modo subordinado a los intereses de la fracción burguesa agraria exportadora: gestión estatal (con participación activa de las fuerzas armadas) de la realización de esa renta, en un mundo en transición, en el que la vieja hegemonía británica cede paso a la norteamericana.

A Perón, la brillante cabeza política del Ejército, no hay que caracterizarlo por la ideología ni por su psicología sino por su aptitud para producir configuraciones históricas. El método de Los cuatro peronismos es el de la discriminación. Sujetos políticos son aquellos capaces de discernir diferencias específicas en sus respectivas situaciones y operar en base a ello nuevas delimitaciones. Nunca se es lo suficientemente contemporáneo respecto de la situación en la que se actúa, y por tanto no se trata de suponer a los actores una lucidez preconstituida. El primer peronismo es una figura viva, una formación sui géneris que no se deja comprender cuando se lo intenta subsumir en categorías históricas ocurridas en otros contextos. Para decirlo con toda claridad: el peronismo no puede ser concebido como variante del fascismo por la sencilla razón de que carece de una ideología racial y tampoco ha puesto a funcionar campos de concentración. Perón es inseparable de sus escenas claves: en la Secretaría de Trabajo y Previsión representa el programa social-democrático del golpe de junio del ‘43. El 17 de octubre emerge de la derrota frente a sus camaradas de armas por la movilización obrera y la fuerza de los gremios industriales. El nacimiento del peronismo como fuerza política es correlativo a la renuncia de las Fuerzas Armadas a gobernar el país. Aliado al Partido Laborista de Cipriano Reyes y a los sindicatos, el primer peronismo realiza el ingreso de la clase trabajadora a la ciudadanía política plena –si se considera la impotencia del voto femenino–, renunciando a la autonomía política de clase. A Evita, Horowicz la entiende como una encarnación plebeya y como la figura a través de la cual al capitalismo dependiente se le arrancan sus característicos rasgos antiobreros. Por eso es que no sirve pensarlo como totalitarismo, ni como socialista-revolucionario. El primer peronismo (1946-1955) es para Horowicz un “bonapartismo sui generis” (la clase obrera subordinada a Perón y Perón a las Fuerzas Armadas), una tensión continua de fuerzas, un delicado juego de equilibrios entre las clases, y entre sindicatos y Ejército dentro de su movimiento. Quizás la mejor enunciación de la fórmula del primer peronismo sea la ya citada “parlamentarización de la lucha de clases”. Es eso, y su incapacidad de vencer por las armas. Luego del siniestro bombardeo de la aviación de la marina sobre la Plaza de Mayo, si el primer peronismo hubiera querido combatir –al decir de Cooke–, hubiera debido armar a los trabajadores, con la consiguiente ruptura de las relaciones de subordinación de clase.

La naturaleza del peronismo explica la originalidad del golpe del ‘55. A diferencia del ocurrido en 1930, un golpe enteramente militar y escaso de violencia, la autoproclamada Revolución Libertadora tuvo más participación de la Iglesia católica que de oficiales del Ejército, y su práctica posterior a la toma del poder fue el fusilamiento. Lo que Rodolfo Walsh llamó la “masacre”. Si en algún lado se hizo sentir el peso de la nueva política de Rojas y Aramburu fue –no casualmente– en las relaciones “entre patrones y asalariados”, entre “Estado y sindicatos”. Redistribución antiobrera del salario, persecución del peronismo, intervención de los gremios. El “segundo peronismo” (1955-1973) es el de la resistencia inorgánica del peronismo sindical clandestinizado, que actúa en el barrio y por medio del “caño” y el boicot. El peronismo se reconstruía sobre una dinámica obrera. Peronismo y revolución nunca fueron términos tan próximos como entonces. Puesto que hacía falta una auténtica revolución para traer a Perón. Las dos almas del sindicalismo peronista descriptas en ¿Quién mató a Rosendo? oponían a quienes entendían esa revolución como transformación social, bajo a la influencia de la Revolución Cubana, y quienes la limitaban como bandera de integración al sector desarrollista de la burguesía, preocupada por evitar que la relación capital-trabajo se tornara explosiva. Junto al caño se dibujaba la silueta de Augusto Timoteo Vandor. A este segundo peronismo pertenece por entero la correspondencia político-organizativa Perón-Cooke sobre el partido: en la que el último proponía una organización celular del movimiento dirigida por militantes probados en la lucha y un programa de izquierda peronista, mientras que el primero proponía una conducción centralizada como modo de contener a la vez al sindicalismo, a las expresiones espontáneas y al partido electoral. El levantamiento de Córdoba de mayo del ‘69, saliente principal de una nueva alineación de las clases, supuso un nuevo alcance para la acción de la clase trabajadora, que se muestra por primera vez capaz de inducir un cambio de comportamiento en sectores medios. El nuevo vínculo entre capas medias y trabajadores supuso a su vez una nueva influencia para la clase trabajadora, que entrará en contacto con las “banderas que la juventud rebelde enarbolaba en América Latina y en el mundo entero: el socialismo”. El Cordobazo supuso por tanto una triple enseñanza: el contacto entre obreros y socialismo; el desborde de las conducciones burocráticas; y un nuevo tipo de liderazgo antiburocrático que impulsaba el protagonismo de las bases. Fue, dice Horowicz, un “ejercicio obrero pre-insurreccional”.

¿Qué vino luego del Cordobazo? El asesinato de Vandor (que Horowicz atribuye al gobierno de Onganía en conexión con sectores de la burocracia sindical) y el fusilamiento de Aramburu por parte de Montoneros. La aparición de la lucha armada prepara el pasaje del segundo al tercer peronismo. Lo que equivale a plantear que el tercer peronismo busca evitar que su ala izquierda –la tendencia revolucionaria del peronismo y las banderas guevaristas–, útil para imponer la derrota de la política de la Libertadora y el retorno de Perón, no influyan sobre el movimiento obrero. Si el llamado a elecciones supone la derrota del bloque gorila (contra la posición de la Marina, expresada en la Masacre de Trelew del 22 de agosto de 1972) y la admisión por parte de la burguesía dirigente del reingreso obrero a la república parlamentaria, ya no es para restablecer el viejo bonapartismo sino “para trabar la política socialista revolucionaria”. Como ha explicado el propio general Lanusse: se trataba de evitar una guerra civil que en aquel preciso instante podía equivaler a la derrota, de preservar a las Fuerzas Armadas –esta es la sagacidad del Gran Acuerdo Nacional (GAN)– como reserva del instrumento represivo más eficaz y confiable, infinitamente más seguro que las bandas armadas al estilo de las AAA.

El tercer peronismo, el del retorno de Perón y el pacto social, se sostiene en la apuesta de modificar las relaciones del bloque en el poder en favor de la fracción industrial nacional, por medio del control del aparato del Estado. El pacto social suponía, sin embargo, que la “jota pe” no se convirtiera en la fracción interna del movimiento obrero, lo cual desestabilizaría el dispositivo sindical que garantizaba el congelamiento de la presión hacia el alza salarial. Pero el Presidente Cámpora, en los preliminares de aquel peronismo, actuaba en otro sentido, expresando a su arco de votantes (CGE, CGT, “jota pe”). Así planteada, la unidad equivalía a la parálisis. Y la substracción de la policía y de la inteligencia militar en el juego de control del movimiento obrero ordenado por su ministro del Interior, Esteban Righi, empuja a la CGT a una alianza con el ala derecha del peronismo. Es en estas circunstancias en las que Perón llega a su tercera presidencia, desencontrado de las reivindicaciones democráticas que recaían sobre el activismo de su ala izquierda, la menos preparada para el enfrentamiento directo, tal y como se demostró en la Masacre de Ezeiza. La posterior expulsión de Montoneros de la Plaza de Mayo en mayo del ‘74, el fracaso del pacto social y la salud de Perón acabaron con el tercer peronismo, “el más explosivo de todos”.

El cuarto peronismo nace con la muerte de Perón. Con Perón todo muere –el pacto social, el horizonte de independencia y la energía de transformación– y nada nace, salvo un peronismo incapaz de vencer, cuyo rasgo definitorio es su carencia de toda “tarea histórica”. La división entre peronistas “verticalistas” y “anti-verticalistas” no llegó nunca a constituir una diferencia programática. Al pacto social sólo le sucedieron el Operativo Independencia y la ley del mercado. El último peronismo, el del Rodrigazo, el de Lorenzo Miguel y el de la lucha por el salario, es también aquel en el que la lucha salarial se convierte en pieza clave de lucha por el poder político (es el camino de las coordinadoras obreras, que marcaban la pérdida del monopolio peronista sobre las organizaciones de base). En esas circunstancias, la derrota de Isabel actuaba como condición para derrotar a la guerrilla; la lucha contra la guerrilla como condición de unidad para las Fuerzas Armadas y la unidad de las Fuerzas Armadas como requisito para poner fin a la movilización obrera. Lo demás fue la inacción peronista ante el golpe de Videla. El Proceso de Reorganización Social reorganizó la sociedad en términos tales de dejar seriamente dañada la capacidad de la clase trabajadora de plantear una hegemonía política.

La imposibilidad de un quinto peronismo obedece a consideraciones precisas, que podrían definirse así: no habrá nueva forma política vivaz hasta que la clase trabajadora –en sus nuevas recomposiciones– no vuelva a contar con un instrumento por medio del cual pueda reconquistar su derecho a actuar como fuerza política democratizante del conjunto de la sociedad.

El cohete a la luna

Asís // Pedro Yagüe

Una larga tradición, conocida bajo el nombre de materialismo, termina de consolidarse con un gesto, una decisión de Maquiavelo: ir directamente a la verdad de las cosas y no a su representación imaginaria. Si nos tomamos en serio esta afirmación, si hacemos caso a lo que ella sugiere, deberemos empezar diciendo que muchos de los que hoy se llaman materialistas no lo son. En un país donde la crudeza es tomada por cinismo y la ilusión por hidalguía, no proliferan pensamientos que podamos llamar de esta manera. Una excepción es la del escritor Jorge Asís. Si su narrativa puede ser calificada de materialista es porque su pluma no justifica ni juzga: narra lo que ve, lo que pasa, lo que hay. Retrata un mundo al desnudo. Y lo comprende. Ese retrato, con sus pinceladas de crudeza, con sus retoques de ironía, hace trizas el delirio biempensante, la densidad fantaseada del progresismo argentino.

Empecemos por el hombre Jorge Asís. Antes de escritor, al igual que Rodolfo en Flores robadas, trabajó vendiendo retratos al óleo en el conurbano bonaerense. Tocaba puertas, era recibido por vecinos, y así lograba conseguir unos pesos. Su primera escuela: el retrato y la venta. Esa fue la gran virtud que luego desarrollaría en su escritura. La representación de las cosas como son. Y el comercio, la seducción de las palabras. Tal como sucede en la venta, señala Asís, lo importante en la literatura no es tanto las palabras que uno usa, sino la cara con que las dice, cómo las dice: entonces seducen. El Turco –esta no es ninguna novedad– es un chamuyero. Y en el mejor sentido de la palabra. El chamuyo no es asunto de verdad o mentira. Se trata de otra cosa: del entendimiento y el uso de la capacidad envolvente del lenguaje. Es el arte de hacer sentir, de hacer mundo con las palabras, y así envolver al otro en la atmósfera que se construye.

Si nos permitimos combinar esta primera escuela con una segunda ligada al mundo de la militancia de izquierda, podemos agregar algo más: lo que Asís dibuja es el rostro desnudo de la política. El Turco retrata los gestos de una sociedad que prefiere no mirarse, aterrorizada por la imagen que el espejo podría devolverle. Por eso interesa su materialismo. Porque tiene una especificidad muy concreta. Asís combate a una cultura ennoblecida, inquebrantable defensora de las causas más trascendentes, pero poseedora de un imperdonable defecto: ha renunciado a mirar como condición para no mirarse, ha renunciado a pensar como condición para no pensarse. Y así evitar el disgusto de las cosas mismas, de la realidad sin atajos ni facilismos. El Turco retrata semblantes, figuras, que la intelectualidad biempensante prefiere omitir. Nos muestra la verdad de los buscas, de los reventados, de los canguros.

Hace todo esto sin la necesidad de justificarse. En primer lugar, porque no le interesa; en segundo, porque al tratar la verdad de las cosas mismas, la justificación no requiere otro argumento que el del paso del tiempo. Esto le otorga a su narrativa un rasgo fundamental: crudeza anticipatoria. Anticipa el cinismo futuro que se esconde bajo la ilusión del presente. Ese es su materialismo. Flores robadas, por ejemplo, retrata la retórica heroica, alucinada, de la militancia de los años setenta. No debería entenderse esto como una escritura contra la militancia. Por el contrario, es una escritura contra una forma de militancia enamorada de su propia representación, contra una forma de militancia extraviada en los delirios de una fantasía abstracta y narcisista. Podríamos decir, repitiendo palabras de León Rozitchner, que su escritura señala el obstáculo a enfrentar. Aquel que debe ser vencido para dar lugar a una nueva forma, a un pensamiento diferente de lo político.

En su crudeza anticipatoria, el Turco Asís nos muestra cómo la fantasía colectiva, la negación radical de las cosas mismas, encuentra con el tiempo refugios donde ocultarse. Del sueño eterno del socialismo a la peronización de la izquierda, de la Plaza eufórica por la recuperación de las Malvinas al festejo por el retorno democrático, de la revolución productiva al que se vayan todos, de la década ganada al resistiendo con aguante. Ilusión, intento, derrota, frustración, reinvención de sí mismo, reconciliación con el mundo y búsqueda de una nueva ilusión. Ese pareciera ser el círculo de la política argentina.

La derrota se hereda, dice el Turco. Y quizás pueda leerse el conjunto de su obra como la narración de esa larga herencia. Como la voluntad de registrar una misma vibración que atraviesa los tiempos. Hay en Asís un esfuerzo por ver la derrota en el anuncio de la victoria, por recordar en cada plaza el cinismo de la anterior. Quisiera insistir en este punto: la crudeza de Asís no se debe a una especie de tentación contrera (que seguramente la tenga), sino a una voluntad de retratar la verdad real de las cosas. Esta construcción de sí mismo como un francotirador acerca la narrativa de Asís a la de Fogwill. Ambos escriben contra el autismo del progresismo argentino. Ese encierro alucinado en el infinito abstracto de las consignas esconde la presencia de una confortable ilusión: la ilusión de que las palabras implican pensamientos y los pensamientos acciones. Entonces se habla, se repite, se proclama lo que los tiempos exigen. Incluso cuando esa exigencia pareciera arremeter contra los propios tiempos. En el transcurso de esa incansable repetición sucede lo terrible: se piensa que se piensa. O lo que es peor, se piensa que se hace. El progresismo es un fenómeno discursivo que se encarga de la distribución de mercancías apalabradas, de listas blancas de nombres, de ilusiones que tranquilizan y entusiasman.

Pero la ilusión tiene patas cortas. Pronto se descubre la ineficacia política de estas mercancías, la enorme distancia que las separa de la verdad material. Y cuando los atajos de la ilusión se topan, como siempre, con las exigencias de la realidad, la decepción es ineludible. La realidad histórica aparece al desnudo, en carne propia, y se transforma en algo insoportable. La violencia se muestra como el fundamento real de la vida social y la ilusión de una acción política pacífica con libros de Galeano y obras de Spregelburd se parte en mil pedazos. Entonces pasa lo siguiente. Todos pareciéramos vivir una terrible pesadilla cuando en verdad lo que sucede es lo contrario: despertamos del sueño tranquilo, ilusorio, de los años felices del humanismo progresista.

La decepción –y este es el verdadero problema– no conduce siempre al abandono de la satisfacción imaginada. Muchas veces, lejos de reconocer y repensar las circunstancias reales del mundo exterior, nos entregamos una vez más a la repetición de lo mismo. Y allí la ilusión se perpetúa. La derrota se hereda, una y otra vez. Así nos encerramos en la fantasía que siempre nos deja triunfales, impolutos, mientras la realidad avanza y avanza, volviéndose cada vez más dolorosa.

 

*El texto es un capítulo del libro Engendros publicado en el año 2018 y disponible en PDF en Lobo!

Sobre la consigna política // Diego Sztulwark

Mientras tanto, cerca del palacio de Táuride, el sargento Fedor Linde leía absorto. Arrumbado en un sofá del Regimiento Preobrazhensky, no prestaba la menor atención a los ruidos que provenían de los disturbios callejeros. Afuera los cosacos disparaban furiosamente contra la multitud. De pronto una bala rompió el vidrio de la ventana y Linde se aproximó a ella. Sus ojos se detuvieron en una joven atropellada por el caballo de un cosaco. La vio resbalar y caer debajo del animal. La oyó gritar. Un grito sobrehumano que penetró en Linde: «hizo que algo en mí se conmoviera. Salté encima de la mesa, y grité salvajemente: «amigos! viva la revolución! Tomad las armas! están matando a personas inocentes!. A nuestras hermanas y hermanos». Fueron miles los soldados que reaccionando ante la voz de Linde, provocando el motín de la guarnición de Petrogrado: «dijeron que había algo en mi voz que hizo imposible resistir mi llamado; me siguieron sin darse cuenta de dónde o en nombre de qué causa iban; se unieron a mí en el ataque contra los cosacos y la policía». El 27 de febrero triunfaba la Revolución Rusa. Todos los partidos políticos se unían contra la monarquía zarista, que luego de gobernar durante siglos se desmoronaba tras ocho días de agitación.

¿Quién gobernaba entonces Rusia? En un ala del Palacio de Táuride, sede del Parlamento, funcionaba el gobierno provisional del príncipe Lvov con apoyo del partido de los liberales rusos. En otra ala mandaba el Soviet de Petrogrado, formado por diputados obreros, soldados de origen campesino, mayormente gobernados por socialistas y mencheviques. Poder formal y poder efectivo en un mismo edificio. Lvov, aliado de Inglaterra y Francia, era partidario de participar de la guerra, mientras que los soviets querían la paz. Lo bolcheviques -minoritarios en los soviets, sostenían las consignas «Paz, pan y libertad” y “todo el poder a los soviets”. Así las cosas, hasta las jornadas de julio, en los que una frustrada insurrección obrera con fuerte participación de los marineros del soviet Kronstadt resultó violentamente reprimida por el gobierno provisional. La crisis de julio provocó un brusco giro en la situación. La sustitución de Lvov por el socialista Kerensky, que contaba con el apoyo de la dirección del soviet, y el encarcelamiento y/o el exilio para cientos de dirigentes bolcheviques.

Clandestino en Finlandia, Lenin redacta un breve texto explicando cómo y porqué aquel cambio de circunstancias imponía un cambio en las consignas. Después de todo, ¿qué son las consignas, sino la dinámica de la correlación de fuerzas, relaciones de fuerzas llevadas al lenguaje? Las consignas, creía Lenin, captan en unas pocas palabras el nexo que permite discernir las alteraciones del campo social y trazar nuevas delimitaciones políticas en la lucha por el poder. En su artículo “A propósito de las consignas” escrito en julio del ‘17, el jefe bolchevique escribe que “cada consigna debe dimanar siempre del conjunto de peculiaridades de una determinada situación política”. Se trata de discernir a cada paso dónde está el poder formal y donde el efectivo y de delimitar objetivos, enemigos y aliados en cada fase del proceso revolucionario. De ahí que la validez de las consignas sea siempre fechada. Para Lenin la consigna “todo el poder a los soviets” es verdadera para el período que va del 27 de febrero al 4 de julio. La represión de julio torna imposible la revolución pacífica y fuerza al proletariado revolucionario a preparar el enfrentamiento armado. Para ello, el partido debe reorganizarse y dirigir su agitación hacia los campesinos. A ellos debe explicarles la importancia de derribar al gobierno. Tarea favorecida por las condiciones penosas impuestas por la guerra.

Al cumplirse los primeros cincuenta años de la toma del poder de octubre del 17, Isaac Deutscher dictó una serie de conferencias en la Universidad de Oxford. Allí reflexionaba sobre la paradoja de las temporalidades convergentes en los procesos revolucionarios. Si Marx había advertido sobre un cierto retraso de la conciencia colectiva respecto a la social, la insurrección obraba como adecuación, súbita traducción de las contradicciones objetivas en el sujeto bajo la forma de ideas, aspiraciones y pasiones condensadas en la acción. Esta operación de traducción supone una conexión entre duraciones y velocidades muy distintas: la del arduo gradualismo y la de la preparación de un clima moral y político y el abrupto salto hacia delante de la acción transformadora. 1917 fecha este entrecruzamiento entre tiempo procesual y ocasión histórica. Y la noción misma de traducción alude a las consignas, puesto que son ellas las que actúan llevando al lenguaje el poder transformativo proveniente de la interacción de los cuerpos y es por medio de ellas que la intervención verbal traza nuevas delimitaciones. El lenguaje entero puede ser entendido como el conjunto de las consignas en curso en un momento determinado, el poder de las palabras de expresar las mutaciones inorgánicas que recorren una sociedad, provocan a su vez modificaciones instantáneas, que pueden fecharse rigurosamente.

La potencia de las consignas consiste, entonces, en conectar internamente transformaciones provenientes de las circunstancias externas con las alteraciones producidas en las palabras mismas, poniendo al lenguaje en relación inmediata con su afuera. Esto es lo que admiraban Gilles Deleuze y Félix Guattari en lo que llaman los “enunciados leninistas”, que no se limitan a poner en juego las fórmulas marxistas de la Primera Internacional, que buscaban delimitar a las masas desposeídas como clase proletaria. Lenin produce una nueva diferenciación: produce un corte sobre el cuerpo proletario para distinguir en él un tipo particular de partido de vanguardia. Cuando el líder bolchevique escribe que la represión del cuatro de julio cesa la verdad de la consigna “todo el poder a los soviets” está produciendo una nueva determinación según la cual en tiempos de guerra ya no alcanza con proponer a las masas una dirección de clase (el Soviet). El 4 de julio anuncia esa transformación: el cuerpo del partido debe ser reorganizado.

Si Lenin pudo ser leído por Deleuze y Guattari como un maestro del lenguaje y un politizador de la lingüística es por su modo de “deducir” las variaciones verbales de la suma de particularidades de una situación política determinada, y por su modo de comprender el poder productivo que esas alteraciones verbales organizaban en términos de acción colectiva. Lo que los franceses aprenden del ruso son los procedimientos con los cuales la política trabaja a la lengua desde dentro, haciéndole variar no sólo el vocabulario, sino también la estructura de las frases. Lenin no politiza el lenguaje -que es político en sí mismo-, sino a la lingüística. No ve la lengua como estructura cerrada, sino como pragmática abierta. Por supuesto, los “enunciados leninistas” no poseen eficacia por fuera de ciertas prácticas y circunstancias precisas, que vuelven cada tanto sobre la memoria política en épocas en las que se reivindica el derecho a soñar convulsiones. Mas que optimismo, pesimismo organizado. Lo dijo en algún lugar Walter Benjamin: si aún creemos en el futuro es sólo por amor a los desesperados.

 

Del fascismo futurismo futurista al geronto-fascismo // Franco «Bifo» Berardi

UNO: cien años después

Como en un encantamiento, pronto a cumplirse el centenario de la Marcha sobre Roma, la descendencia directa de Benito Mussolini se prepara para tomar el poder en Italia.

Se da por segura una victoria de la coalición de derecha en las elecciones previstas para el 25 de septiembre, y Fratelli d’Italia podría resultar el partido más votado entre los tres que componen la coalición. Giorgia Meloni, secretaria de Fratelli d’Italia, tiene grandes posibilidades de ser el primer Presidente del Consiglio de género femenino en la historia italiana.

El fascismo está en cada rincón de la escena italiana y europea: está en el retorno de la furia nacionalista, en la exaltación de la guerra como la única higiene del mundo, en la violencia anti-obrera y anti-sindical, en el desprecio por la cultura y la ciencia, en la obsesión demográfico-racista que quiere convencer a las mujeres de tener hijos de piel blanca para evitar la gran sustitución étnica, y porque si las cunas están vacías la nación envejece y decae, como decía El.

Toda esa basura volvió.

Por lo tanto ¿vuelve el fascismo? No exactamente. Aquél, el de Mussolini, era un fascismo futurista, exaltación de la juventud, de la conquista, de la expansión.

Pero cien años después la expansión acabó, el ímpetu conquistador fue sustituido por el miedo a ser invadidos por migrantes extranjeros. Y en lugar del futuro glorioso ahora tenemos en el horizonte la extinción inminente de la civilización humana.

“Sol que surges libre y fecundo

no verás otra gloria en el mundo

mayor que Roma”[1]

Eso decía la retórica nacionalista del siglo pasado.

Ahora el sol provoca miedo porque los ríos están secos y arden los bosques.

Lo que avanza es el Geronto-Fascismo: un fascismo de la época senil, el fascismo como reacción rabiosa al envejecimiento de la raza blanca.

También sé que muchos jóvenes votarán por la Meloni, pero el espíritu de esta derecha está entrampado en una especie de demencia senil, un olvido de las catástrofes pasadas, como si los hubiera provocado un Alzheimer.

El geronto-fascismo, agonía de la civilización occidental, no durará mucho. Pero en el breve período que esté en el poder podría producir efectos notablemente destructivos. Más de los que podamos imaginar. 

Giorgia Meloni

¿Qué fue el fascismo histórico?

Se necesita una breve lección de historia italiana.

Italia es un nombre femenino. En el Renacimiento, las cien ciudades de la península vivían su historia sin pensarse como nación, sino, sobre todo, como lugares de paso, de residencia, de intercambio.

La belleza de los lugares, la sensualidad de los cuerpos: la autopercepción de los habitantes de la península de cien comunas era femenina hasta que llegó la austera fanfarria de la nación. En los siglos posteriores al Renacimiento, la península fue tierra de conquista de ejércitos extranjeros, pero el pueblo se las arregla.

“Que sea Francia o España, con tal que se coma”, decía el refrán que en la lengua de la época rimaba con la frase “Francia o Spagna, basta che si magna.”

El país decae, pero algunas ciudades prosperan, y otras hacen lo que pueden.

Luego viene el Ottocento, un siglo retórico que cree en la nación, una palabra misteriosa que no quiere decir nada. ¿Es el lugar de nacimiento, o acaso la identidad fundada sobre el territorio que tenemos en común?

La identidad nacional es una superstición en la cual nunca creyeron los habitantes de la ciudad, pero que les fue impuesta por una minoría influenciada por el Romanticismo más reaccionario.

Los piamonteses, montañeses presuntuosos rehenes de Francia, pretenden que los napolitanos y los venecianos acepten someterse a su comando. Así, el Sur fue conquistado y colonizado por la burguesía del Norte, y comienza su decadencia: entre 1870 y 1915 emigran veinte millones de italianos del sur y del Véneto. En Sicilia se forma la mafia, que al principio era una expresión de las comunidades locales para defenderse de los conquistadores, y luego devino una estructura criminal de control del territorio.

La cuestión del Sur como colonia no terminó nunca, y aún hoy sigue profundizándose, aunque las ciudades como Palermo o Nápoles, viven una vida extra-italiana, cosmopolita.

Durante la guerra por la independencia, un joven de nombre Goffredo Mameli escribió las palabras de Fratelli d’Italia, que terminó siendo el himno nacional[2]. No es un himno bellísimo, no. Es un amontonamiento de frases retóricas, belicistas y esclavistas. Mameli murió muy joven, y no merecía continuar siendo expuesto al ludibrio de quienes escuchan esta musiquita que intenta ser viril, y en cambio provoca risa. 

Las posturas guerreristas terminan en un fracaso estrepitoso porque los habitantes de las ciudades italianas fueron siempre demasiado inteligentes como para dejarse tratar como italianos. Son venecianos, napolitanos, sicilianos, romanos, genoveses, boloñeses. ¿Qué más? Solo la burguesía piamontesa, que si se me permite decirlo, nunca fue demasiado brillante, pudo creer en esta ficción blanca, roja y verde.

Y luego llegaron los grandes desafíos del nuevo siglo, el siglo de la industria y de la guerra. Había que ser competitivos, agresivos, no más maricas.

En 1914, mientras Serbia y Austria entran en guerra, arrecia la polémica entre intervencionistas y no intervencionistas. Los Futuristas, intelectuales de poca monta, se agitan: desprecio por la mujer, la guerra es la única higiene del mundo vocifera el pésimo poeta Marinetti en su Manifiesto de 1909. ¡Abajo la Italieta! Gritan los estudiantes intervencionistas para convencer a los sicilianos y napolitanos de que vayan a hacerse asesinar a la frontera con el Imperio Austro-Húngaro…que para napolitanos y sicilianos no significa nada. La historia de la nación italiana es la historia de una sistemática traición.

Cuando en 1914 estalla la guerra en Europa, Italia es aliada de Austria y Alemania, pero el gobierno italiano decide no entrar en guerra, y queda a la espera de ver cómo evoluciona la situación. En 1915 prevalecen los intervencionistas y ahí Italia entra en guerra del lado de Francia e Inglaterra, contra quienes eran sus aliados. El resultado de la guerra es catastrófico. Quince mil muertos en Caporetto[3].

Los veinteañeros mandados a morir cantan:

“Oh Gorizia, maldita seas

por cada alma que tiene conciencia,

dolorosa nos fue la partida

y para muchos no hubo regreso”[4]

Tras la guerra, las potencias vencedoras, Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos, que por primera vez entraron en los asuntos europeos, convocan al Congreso de Versalles para dar un nuevo orden a Europa, y tal vez al mundo.

Los vencedores franceses e ingleses quieren castigar a Alemania, pero en un libro titulado Las consecuencias económicas de la pazJohn Maynard Keynes aconseja no exagerar, porque con los alemanes, incluso derrotados, no se juega.

El presidente norteamericano, un tal Woodrow Wilson, ignorante de Historia y de Antropología, piensa poner prolijidad a la cosa y proclama la Autodeterminación de los Pueblos. Pero Wilson olvida explicar qué quiere decir pueblo, aunque de hecho esta palabra no significa nada. Y la otra, Nación, tampoco. Dos palabras privadas de sentido lógico que transforman la historia del Novecento en un infierno de guerras sin fin.

En el Congreso de Versalles, los italianos desean ser tratados como vencedores, y reivindican para sí Dalmacia, Albania y algo de África. Pero los verdaderos vencedores, las potencias imperialistas consolidadas, tratan a los italianos como lacayos y traidores, y no toman en consideración sus petulantes reclamos. Sidney Sonnino, extravagante ministro del Reino de Italia, se retira con el pañuelo mojado por las lágrimas.

La humillación es arrasadora para quienes habían combatido, los veteranos, que habían creído que estar del lado de los vencedores les iba a traer la gloria, riqueza y colonias.

Un romagnolo llamado Benito, que se había ido del partido Socialista en 1914 para entrar en el bando de los intervencionistas, asume la dirección de los veteranos, que se dan cuenta de que han combatido por nada, y gritan ‘vendetta’ contra la Inglaterra plutocrática. Benito tiene una cultura retórica y de provincia, pero una buena memoria, y encarna la virtud del macho latino, arrogancia, fanfarronería, oportunismo. Su voz suena potente con la amplificación eléctrica, y sus poses son perfectas para el cine, el nuevo medio que acompaña la creación de los regímenes de masas en la primera parte del siglo XX.

En 1919 los obreros del norte industrial ocupan las fábricas y los labriegos de la Emilia-Romagna entran en huelga contra los terratenientes por mejores condiciones de trabajo. Benito Mussolini guía el orgullo de la nación contra los intereses mezquinos de los obreros. Es ‘la patria’ contra las organizaciones de la sociedad real. Y así, en octubre de 1922 tras haber conseguido la mayoría relativa en las elecciones, encabeza la Marcha sobre Roma, y nace el fascismo: un hombre solo al comando, violencia contra los sindicatos, persecución a los intelectuales, asesinato de los dirigentes de izquierda. Antonio Gramsci escribe en la cárcel sus Cuadernos donde explica qué era -y sigue siendo-, el núcleo central del fascismo: la violencia patronal contra la clase trabajadora.

Italia se volvió masculina, y la Italia masculina quiere un imperio, pero esto no le gusta ni a los ingleses ni a los franceses, naciones consolidadas que ya tienen un imperio.

Las naciones jóvenes, Italia, Alemania, Japón, reivindican el derecho de tener su lugar bajo el sol, y sellan la alianza. Nace el eje Roma-Berlín-Tokio (RoBerTo)

Mussolini manda tropas a Libia, Etiopía, Abisinia: hacia allá van los jóvenes italianos mandados a combatir en esas tierras, guiados por criminales de guerra como el general Graziani. Masacran pueblos enteros. Lanzan bombas con gas mostaza contra aldeas del Cuerno de África.

Desde su balcón romano Mussolini proclama a una multitud oceánica que ha renacido el Imperio de Roma. Es 1936, y desde España llega el ruido de una nueva guerra. Hitler manda a la Luftwaffe a bombardear Guernica, Mussolini envía 5000 militares para combatir en el bando del fascista Francisco Franco contra los Republicanos[5].

La potencia germana ha aumentado, como lo había previsto Keynes. La humillación genera monstruos, y los monstruos quieren venganza. Y la venganza de los alemanes humillados se desencadena en 1939 con la invasión de los Sudetes (Checoslovaquia), luego Polonia, y finalmente Francia. Millones de judíos que viven en Alemania, Polonia y otros países europeos son sindicados como los enemigos a exterminar. También en Italia, donde habían vivido pacíficamente en ciudades como Roma, Venecia, Livorno, fueron aislados, despedidos de sus trabajos. Las leyes raciales preparan las deportaciones, la entrega de los judíos italianos a su aliado nazi.

En 1939, por mar, escapan de Alemania ciento veinte mil judíos. Quieren llegar a Inglaterra, pero los ingleses los rechazan, como hoy rechazamos a los africanos que quieren desembarcar en nuestras costas.

Mussolini es aliado de Hitler pero no se fía, e incluso teme que quiera invadir la región noreste de Italia donde se habla alemán. Cuando Hitler lanza la invasión a Polonia el 1 de septiembre de 1939 para ir a conquistar su salida al mar Báltico, la guerra se precipita rápidamente, involucrando una tras otra a las potencias mundiales. Pero Mussolini duda.

Al igual que cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, el gobierno italiano espera un poco para decidirse a entrar en guerra. “No beligerancia” lo llama Mussolini, a quien le gustaban las palabras difíciles.

Sin embargo, en 1941, estaba claro que Hitler estaba ganando la guerra. Alemania había ocupado casi toda Europa, y entonces Mussolini decide intervenir del lado del nazismo vencedor, tras haber pronunciado la frase que, tal vez, mejor define el alma del fascismo: “Sólo necesito unos pocos miles de muertos para poder sentarme en la mesa de negociación”[6].

Los muertos fueron mucho más que unos pocos miles, y la mesa de negociación Mussolini la encontró cuatro años más tarde, en Piazzale Loreto, en Milán, donde fue colgado con la cabeza para abajo.

En junio de 1941 las tropas italianas entraron en Francia, ¡que ya estaba ocupada por los alemanes!, y alguien comentó, repitiendo las palabras de Francesco Ferrucci pronunciadas en 1530 a su verdugo: ”Vil Maramaldo, asesinas a un hombre muerto”

Mussolini pensaba que la victoria de los nazis estaba garantizada y que el fin de la guerra era inminente. Pero el infame se equivocaba: no había considerado el hecho de que el pueblo soviético había resistido, que había pagado el precio de 20.000.000 de muertos –bastante más que los pocos miles de muertos…y que voló por el aire la mesa de negociaciones a la que el infame hubiera querido sentarse. No había considerado que los Estados Unidos iban a entrar en el conflicto con todo el peso de sus armamentos.

La guerra italiana, una vez más, fue un desastre. Mientras los alemanes ocupaban todo el territorio europeo, Mussolini mandó a los desgraciados militares italianos, mal vestidos y peor equipados, a combatir a África, a Rusia y a Grecia. Había amenazado con quebrar la espalda de Grecia, pero las ofensivas italianas fueron reveses.

Hay un bellísimo filme de Gabriele Salvatores, Mediterráneo[7], que cuenta la historia de un grupo de militares italianos enviados a romperle los riñones a Grecia, y que están en una islita del Egeo donde se quedan por años, sin ningún contacto con el resto del mundo.[8]

Los italianos, que en su gran mayoría habían creído en las fanfarronerías del Duce, inclusive cuando parecía no haber peligro de quedar inmersos en una cosa tan horrible como la guerra, ahora comenzaban a darse cuenta de lo que era el fascismo, del abismo de horror que se ocultaba detrás de palabras sin sentido como Nación, Patria, Honor, Bandera, Fratelli d’Italia y muchas más.

El 25 de julio de 1943 el Gran Consejo del Fascismo, esto es, el parlamento de los infames que lo habían respaldado cuando parecía victorioso, lo destituyeron y metieron preso[9]. Los alemanes lo liberaron al poco tiempo, para que constituyera la República Social de Salò, que controló parcialmente el norte de Italia por casi dos años: los grupos residuales de fascistas que formaban parte de ella ayudaron a los nazis a perpetrar masacres que marcaron los últimos años de la guerra, como la matanza de Marzabotto y la de Santa Anna di Stazzena[10].

El 8 de septiembre de ese año el ejército italiano se disolvió, muchos se convirtieron en partisanos y combatieron en el bando de las tropas anglo-norteamericanos que atravesaron la península de Sur a Norte, y en abril de 1945 liberaron las ciudades del norte de la presencia de residuos nazis y fascistas.

Entre esos partisanos estaba mi padre, que me ha contado esta historia desde cuando era niño. Mi padre tuvo la suerte de morir antes de ver lo que está pasando hoy. Creo que le haría mal.

Pero ¿Qué está aconteciendo hoy en Italia? ¿Qué está aconteciendo en Europa?

Veamos.

<>

DOS: Solo un hombre al comando, es decir, una mujer

El gobierno encabezado por Draghi ha caído. Draghi, ex funcionario de Goldman Sachs, luego director del Banco Central Europeo, tiene una confianza absoluta en el piloto automático que gobierna todo. En nombre del piloto automático contribuyó en 2015 a destruir la democracia en Grecia, y en consecuencia en Europa: el sistema financiero europeo debía doblegar al pueblo griego que con un 62% de los votos había decidido rechazar el memorándum que ordenaba la privatización general y la reducción de los salarios y las pensiones. Draghi era director de ese Banco Central Europeo, y cumplió su parte para imponer la humillación y un brutal empobrecimiento del pueblo griego. Era su tarea, era la voluntad del piloto automático.

Mario Draghi es una persona culta, a diferencia de la gran mayoría de los políticos italianos que, en general, tienen una vergonzosa ignorancia, como el caso del ministro de Relaciones Exteriores, Luigi di Maio, un monigote que desconoce cualquier idioma extranjero, y que está convencido de que Pinochet fue el dictador de Venezuela.

El gobierno Draghi nació a comienzos de 2021, después de una conjura de palacio urdida por un killer profesional, amigo de Mohammad bin Salman, llamado Matteo Renzi. El sistema financiero europeo quería cambiar al premier Giuseppe Conte, el líder del movimiento Cinque Stelle que parecía demasiado proclive a los reclamos sociales como para confiarle todo el dinero que la Unión Europea invierte en apoyar la economía italiana, el país que más sufrió los efectos de la pandemia.

Se encontró el modo de quitar del medio a Conte, y se llamó a Draghi para salvar el país y transformarlo, finalmente, en un país serio, o sea, respetuoso de las leyes de la ganancia y de las reglas establecidas por el sistema financiero.

El caos barroco de la política italiana debía inclinarse al rigor protestante de las finanzas alemanas, y el sosegado Draghi era la persona justa para esto.

Todos se prosternaron a los pies del Duce financiero, todos elogiaron su liderazgo, todos se declararon dispuestos a apoyar su programa, sus métodos y sus objetivos.

Todos, excepto ella.

Excepto Giorgia Meloni, una romana auténtica, auto-proclamada feminista, fundadora de un partido. Por primera vez en la historia italiana una mujer funda un partido, y lo llama, genial paradoja, Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia).

El feminismo Giorgia lo explica así: “En la izquierda hablan mucho de la paridad de las mujeres, pero en el fondo piensan que la presencia femenina deba ser, de todas maneras, una concesión masculina. Donde estés, seas mujer u hombre, debes llegar por capacidad y no por cooptación. Y si las mujeres llegan, cuando llegan no es por concesión de un hombre”. (Página 58 del libro autobiográfico Io sono Giorgia)

A Meloni le gusta competir con los hombres como si fuese un hombre. Y gana. “Tal vez sea por reacción al complejo de inferioridad que lleva a muchas mujeres a competir entre ellas, pero yo me divierto más compitiendo con los hombres” (página 70)

Feminismo y competencia: un oxímoron que funciona. ¿Qué otro mensaje puede ser más convincente para el electorado femenino, cuando la ideología dominante puso a la competencia en el centro, y la hipócrita adulación de las mujeres es uno de los motivos recurrentes de la publicidad comercial y de la propaganda liberal?

Fratelli d’Italia es el único partido que no formó parte del gobierno Draghi. Al menos formalmente ha sido opositor. Aunque no ha estado en la oposición en las cuestiones sociales.

Tampoco fue opositor a la hora de mandar armas al ejército ucraniano para prolongar infinitamente la guerra y con ella la agonía de la población de ese país.

Pero hizo como si fuera oposición al rechazar cargos ministeriales que todos los otros ocuparon cómodamente.

Según los sondeos electorales para los comicios de fin de septiembre, el partido de Giorgia Meloni será el más votado y por ello, en principio (a pesar de que los principios valen poco en este país que volvió a la época barroca), Giorgia Meloni será la Presidente del Consiglio.

Será la primer presidente del Consiglio de sexo femenino desde la unificación de Italia.

¿Interesante, no? Cien años después de la marimacho hija de Mussolini, es una mujer la que quiere llevar al gobierno nacional el culto a la patria, la familia tradicional, el heroísmo militar, el respeto de las jerarquías, el rechazo a los inmigrantes, una concepción racial de ciudadanía.

En una palabra: el Fascismo.



Pero las cosas no son tan simples. Algunos rasgos del fascismo –nacionalista, racista, represión de las organizaciones obreras, militarismo-, han resurgido en la cultura nacional y en las elecciones políticas, pero no son una exclusividad del partido de Giorgia Meloni. Son compartidos por muchas otras fuerzas políticas que van a los comicios. Indudablemente las comparte el PD- Partido Democrático (socialdemócrata), igual de responsable que la Liga (extrema derecha) del rechazo sistemático de la que son víctimas millares de extranjeros que se ahogan en el Mediterráneo.

El artífice de la política hipócrita y cruel de rechazo y detención de los migrantes es, de hecho, un exponente del Partido Democrático. Se llama Marco Minniti, ex ministro del Interior en el decenio pasado, y quien dirige una Fundación cuyo sponsor es la principal agencia militar italiana, Leonardo.

El racismo es la política no oficial pero sustancial de la República Italiana y de la Unión Europea. Los refugiados de piel blanca son recibidos con los brazos abiertos, y los que tienen la piel de un color un poco distinto son enviados a ahogarse en el mar.

Desde este punto de vista, Giorgia Meloni no es distinta a otros partidos que gestionan el poder en el continente.

En cuanto al resto, el fascismo, violencia patronal contra los trabajadores, es ya un estilo de poder en Italia. A mediados de julio en Piacenza, la ciudad donde está la mayor parte de los depósitos de distribución de la logística italiana, Amazon incluido, siete activistas sindicales fueron sometidos a proceso penal acusados de organizar huelgas y sabotear la producción para imponerle a las empresas aumento de salario. Cuatro de estos trabajadores perseguidos tienen nombres no-italianos.

¿Y la guerra?

Después del 24 de febrero, el gobierno Draghi ha mostrado una lealtad adamantina a la política de la OTAN y de los belicistas de la Casa Blanca.

Mientras el 73 por ciento de los ciudadanos están en contra de participar de la guerra en Ucrania, Draghi y todos sus draghetti, empezando por el ultra militarista líder del PD, Enrico Letta, han mandado armas y municiones a los ucranianos para que la guerra no termine nunca.

La pregunta es si la derecha italiana será tan leal. Algunos recuerdan que la lealtad en las alianzas nunca fue el punto fuerte de la historia italiana, como ya vimos durante le Primera Guerra Mundial, y también en la Segunda.

Ahora está comenzando la Tercera, y no faltan razones para preguntarse qué juego jugará Italia, considerando que los tres cabecillas de la derecha tienen amigos íntimos en el frente adversario: el húngaro Orban es el predilecto de Giorgia Meloni, y el propio Putin es un viejo amigo de los tres.

Los de la alianza Atlántica, unidos para alimentar el fuego en la frontera oriental de Europa, están preocupados por lo que podría hacer el viejo capo Silvio Berlusconi, gran amigo de Vladimir Putin, y el futuro ministro del Interior Matteo Salvini, un energúmeno que hace unos años firmó un pacto de alianza entre su partido la Liga del Norte –Lega Nord con Rusia Unida, el partido que gobierna Rusia.

Salvini

La Meloni tiene una posición más ambigua. En el pasado, naturalmente, le gustaba el nacionalismo cristiano del neo-zarismo ruso, pero cuando estalló la guerra en Ucrania, cuando la pacífica Europa se transformó en la Unión de las Naciones Europeas Armadas, la líder del partido neo-mussoliniano se apuró a prometer fidelidad a su nueva patria.

Veremos.

Este verano de 2022 es el más cálido que la memoria humana tenga registro, se queman los bosques de Trieste a Livorno, los ríos están secos, los glaciares se derriten, los trabajadores mueren bajo el sol en las obras en construcción. La inflación recorta los ya magrísimos salarios, y el otoño que se avecina da miedo.

Pero impertérrito, el óptimo presidente de la República ha convocado a elecciones en medio de la ola de calor, y se votará el 25 de septiembre…justo a tiempo para festejar el Centenario de la Marcha sobre Roma.

¿Y de qué se habla en las interminables conversaciones políticas? ¿De los obreros de los depósitos de logística que fueron arrestados en Piacenza? ¿De los inmigrantes que mueren ahogados en el mar Mediterráneo? ¿Acaso del personal del sistema sanitario que fue reducido al mínimo, de los médicos muertos de Covid en la pandemia, de los veinte mil enfermeros que renunciaron porque no pueden más?

Esas deben ser bagatelas. Se habla de alianzas de coaliciones, de nuevos partidos que nacen con nombres graciosos como Azione, Coraggio Italia, Italia Viva. Yo diría Italia moribunda. En nombre de la democracia se prepara la celebración del funeral de la democracia. Se irá a votar el 25 de septiembre, y es muy probable que a votar a Giorgia Meloni, que jura fidelidad a la OTAN, lo que en su corazón quiere decir fidelidad al fascismo, al racismo, a la guerra. Pero también es probable que más de la mitad de los electores no vayan a votar.

El abstencionismo, de hecho, es el primer partido en Italia.

No sé qué tendría que hacer. Me dicen ‘si no votas ayudas a que gane Giorgia Meloni’. ¿Y entonces? No veo ninguna diferencia entre los programas del partido fascista de Giorgia y el partido Democrático de Enrico Letta. Cuando fueron las elecciones en Estados Unidos, dos años atrás, todo el mundo pensaba que era imposible que alguien fuera peor que Donald Trump. Joe Biden ha demostrado que no es cierto, que es posible ser peor que Trump, expulsar más migrantes que Trump, legitimar al príncipe árabe estrangulador –como lo habría hecho Donald Trump-, y por sobre todo, provocar una guerra mundial, lo que probablemente Trump no habría hecho.

¿Por qué debemos seguir creyendo en la democracia representativa si la democracia representativa ha demostrado ser un engaño contra los trabajadores?

Al mismo tiempo, me doy cuenta de que con la derecha en el gobierno las condiciones de vida de la sociedad italiana van a empeorar de un modo dramático. En primer lugar, estos quieren eliminar el Ingreso de Ciudadanía, renta básica universal, lanzado en 2019 y que le ha permitido sobrevivir a millones de jóvenes desocupados que están al borde de la pobreza absoluta. La derecha dice que el ‘reddito di cittadinanza’ le permite a los jóvenes rechazar un trabajo cuando no les gusta. ¡Prefieren esclavos, listos para aceptar cualquier explotación a cambio de cualquier salario para no morir de hambre!

La derecha desatará el racismo contra los inmigrantes que están obligados a aceptar trabajar el doble por la mitad, bajo el sol, en condiciones de clandestinidad.

¿Qué otra cosa pretende hacer la derecha cuando esté en el gobierno?

Un objetivo declarado de Giorgia Meloni es un cambio en el presidencialismo de la República, que la Constitución antifascista de 1948 quiso que sea parlamentario: quiere una persona, un hombre, al comando, aunque ahora ese ‘hombre’ sea una mujer.

Finalmente, Meloni pretende ‘relanzar la natalidad’, con amplios programas. Como en todo el Hemisferio Norte, también en Italia, gracias al feminismo y a los diversos anticonceptivos, las mujeres han decidido no ser más animales de reproducción, y quieren vivir su vida sin tener que obedecer las órdenes ni del marido ni de la Nación.

Por otra parte, las nuevas generaciones son cada vez más conscientes de que tener hijos hoy es un gesto irresponsable, porque es entregar a inocentes al infierno de un clima intolerable, en un mundo que está involucionando hacia formas de vida inhumanas, con salarios cada vez más bajos y condiciones de vida que se parecen demasiado a la esclavitud.

Meloni quiere hijos para las guerras que vendrán, quiere esclavos para la economía de la explotación total.

Y por sobre todo, Meloni, al igual que Salvini de la Lega Nord, quiere que las mujeres italianas tengan hijos para evitar que los migrantes de lugares lejanos vengan a Italia a sustituir la población que decrece.

Este es el punto más importante del fascismo que vuelve a Italia, como en todo el ‘mundo blanco’: el pánico a la ‘gran sustitución’. La guerra ucraniana ha transformado a la Unión Europea en un estado racial, en el que los refugiados de piel blanca gozan de privilegios que son negados a los ‘oscuros’. En todos los países se acentúa el carácter identitario blanco de las políticas migratorias y sociales.

He ahí el carácter profundo del Geronto-Fascismo: una población de viejos que por cinco siglos han rapiñado, violentado y explotado a los pueblos del Sur del mundo, y ahora tienen miedo a la invasión. Precisamente este es el punto por el cual el geronto-fascismo está destinado a perder: las mujeres no se pondrán a hacer hijos para el horno del futuro.

<>

TRES: Y ahora

Italia no es fascista por voluntad de Dios, y la democracia italiana no siempre fue un ritual hipócrita. En los años posteriores a la infame guerra de Mussolini, gracias a la Resistencia, los italianos pudieron escribir una Constitución con muchas cosas interesantes, por ejemplo, en su Artículo 11, sostiene que Italia repudia la guerra.

¿Repudia la guerra? ¿En serio? ¿Y por qué hoy estamos ayudando a los rusos a masacrar civiles al proveer de armas a una resistencia que tiene la esvástica tatuada en el antebrazo?

Y la Constitución, que nunca se aplicó íntegramente, ahora está en peligro porque sus enemigos son mayoría. Son los empobrecidos por el capitalismo neoliberal y por las políticas financieras, son los que fueron bombardeados durante cuarenta años por la televisión berlusconiana, que ya no recuerdan que la Constitución proclama que somos todos iguales, independientemente de las diferencias de ingresos, raza y religión, y que la propiedad privada solo es legítima cuando no va en contra de los intereses de la mayoría.

Pero el pueblo italiano no siempre fue así de desmemoriado, tan agrio, tan triste, nervioso, enojado, y por lo tanto racista e incluso un poco zonzo. Hubo un tiempo en el que los patrones no podían livianamente echar del trabajo a los obreros que adherían a un sindicato, porque entre los trabajadores había solidaridad, y porque era fácil hacer amistad, no como hoy que nadie sonríe en la calle y estamos listos para destrozarnos, porque la precariedad ha transformado a los trabajadores en miserables competidores que tienen miedo de perder el trabajo, y entonces están dispuestos a trabajar doce horas como esclavos. ¡Una vida de mierda que ya no vale la pena vivirla!

Un pueblo de depresivos enojados que van a votar a quien les promete recuperar un honor perdido que jamás existió, y que les promete aumentar la cifra de africanos ahogados en el mar para que no vengan a desembarcar en nuestras sagradas costas, y que les promete guerra, y más guerra, y más guerra.

Y mientras tanto, hace calor, se muere de calor, y los ríos son hilos de agua, en tanto que el agua comienza a escasear, las naftas cuestan cinco veces más, el precio del gas aumenta por día, si uno se enferma no encuentras un médico porque la Salud fue privatizada, y si terminaste una carrera profesional el único trabajo que puedas conseguir no alcanza para pagar el alquiler. ¿Y sabes qué te digo?

Desertemos. Cerremos todo. Boicoteemos la guerra que destruye los recursos y obliga a reabrir las centrales que usan carbón, a la espera que alguno desencadene un ataque nuclear.

Ocupemos todas las escuelas, todas las facultades en todas las universidades. Hagamos como sugieren los jóvenes de End Fossil: ¡Ocupemos! ¡Occupy!

Creemos espacios de amistad, espacios para proyectar un futuro posible, donde el saber esté al servicio del bienestar colectivo, y no de la guerra.


[1] Texto del Himno a Roma, con música de Puccini. Obra de Fausto Salvatori, inspirado en el Carmen saeculare, de Horacio (Quinto Orazio Flacco), poeta Siglo Iº A.C.

[2] El Canto de los Italianos, conocido como Fratelli d’Italia o Himno de Mameli, fue escrito por el entonces estudiante y patriota Goffredo Mameli en 1847. En ese mismo año envió el texto a Torino para que fuera musicalizado por el maestro genovés Michele Novaro, a quien le gustó de inmediato. El Himno se estrenó públicamente el 10 de diciembre de 1847 en Génova, presentado a la población en la plaza del santuario de Nuestra Señora de Loreto, en el barrio de Oregina, durante la conmemoración de la revuelta del barrio genovés de Portoria, contra los ocupantes Augsburgo. En esa ocasión lo interpretó la Filarmónica Sestrese.

[3] La Batalla de Caporetto, conocida en Italia y en el exterior también como ‘derrota’ o ‘debacle de Caporetto’, fue un enfrentamiento librado en el frente italiano de la Primera Guerra Mundial, entre las fuerzas conjuntas de los ejércitos austro-húngaros y alemanes, contra el Regio Esercito italiano. El ataque condujo a la más grave derrota en la historia del Ejército italiano, el colapso de batallones enteros y al repliegue completo hasta el río Piave. La derrota produjo casi 300.000 prisioneros y 350.000 que fugaron, al punto que en italiano se usa el término Caporetto para describir una capitulación, una derrota o una debacle

[4] O Gorizia tu sei maledetta, es una canción antimilitarista y anarquista compuesta durante la Primera Guerra Mundial. Gorizia es una ciudad del Noreste italiano, en la frontera con Eslovenia

[5] ver Guerra Civil Española https://it.wikipedia.org/wiki/Guerra_civile_spagnola

[6] Frente al disgusto y quejas de algunos colaboradores importantes y militares (entre ellos Pietro Badoglio, Dino Grandi, Galeazzo Ciano y el general Enrico Caviglia) el Duce respondió: “Sólo necesito unos pocos miles de muertos para poder sentarme en la mesa de negociación”

[7] https://www.youtube.com/watch?v=4PLCjiekvYc

[8] https://it.wikiquote.org/wiki/Mediterraneo_%28film%29

[9] La última sesión del Gran Consejo del Fascismo, que condujo a la caída del régimen fascista, duró diez horas, desde las 17 horas del 24 de julio de 1943 hasta las 2 de la madrugada del 25 de julio, y terminó con la aprobación del orden del día propuesto por Dino Grandi, que instaba a devolver al rey el «mando efectivo» de las Fuerzas Armadas, dando a Víctor Manuel III el asidero constitucional para la destitución y detención de Mussolini. El acta oficial de esta histórica reunión no existe porque, por voluntad expresa de Mussolini, no se levantó acta de los discursos

[10] https://www.maremagnum.com/libri-antichi/salo-vita-e-morte-della-repubblica-sociale-italiana/163095594

Cuaderno de protesta 3 // Juan Francisco Maldonado | Liga Tensa 

Para el rio que todo lo arranca

Las ciudades modernas han sido históricamente cúmulos de población producidos para la aceleración y abaratamiento del trabajo en la producción capitalista, pero han presentado desde sus inicios una serie enorme de problemas de control de esa “masa”, desarticulada e individualizada muchas veces, que las compone. La labor policial representa el brazo armado de ese esfuerzo de control poblacional y de mantenimiento del statu quo de la opresión capitalista.

 

La ciudad es un arma y la policía es el filo. De allí, por ejemplo, que racismo y policía hayan llegado a ser términos prácticamente sinonímicos con todas las complejidades que encarnan. Pero por esa misma enormidad, las ciudades han sido también, históricamente, puntos de encuentro, mezcla y ensamblaje de las más heterogéneas e inconcebibles combinaciones de grupos, personas e ideas, muchas de ellas bastante contraproducentes para los esfuerzos del Estado y el capital.

 

El uso de violencia en las manifestaciones de protesta, pues, está inextricablemente ligado con otras violencias, sistémicas, sistemáticas, a veces directas y a veces indirectas, de las sociedades en las que esas manifestaciones se producen. En este texto intento trazar líneas de relación entre unas y otras –bajo el entendido de que el tema es tan grande y complejo que siempre se dejará algo fuera–, con la intención de llevar la discusión, a fin de cuentas, al ámbito de la protesta callejera.

 

El trabajo de la Liga Tensa en general, y de este texto en particular, se centra en las manifestaciones políticas de protesta en las ciudades, simplemente porque quienes lo llevamos a cabo habitamos ciudades y nos sentimos incapaces de hablar de organizaciones y procesos que nos son lejanos. Saludamos sus luchas desde lejos. Por último, este texto es un intento de recopilar una interminable serie de conversaciones de las que hemos sido partícipes o escuchas, pero también es una reflexión que tiene una postura específica. Nada de lo dicho aquí está fijo ni pretende un grado absoluto de verdad, sino que busca encontrar interlocutores y convivir o discutir con elles.

 

(…)

 

Umbrales de represión Umbrales de dolor 

La Ventana de Overton, noción acuñada por Joseph P. Overton, un tecnócrata liberal, es en principio una herramienta electoral para medir qué agenda podría impulsar un político sin perder el apoyo popular, es decir, una herramienta de manipulación a la que no deberíamos tener mucha confianza. Sin embargo, y sabiendo que es desde allí desde donde se nos lee y desde donde se ejercen las políticas públicas o las medidas policiales, vale la pena revisarla, con lo problemático que pueda ser, entendiéndola (independientemente de lo electoral) como el nivel de aceptación que una población tiene sobre un tema en particular y cómo ese nivel puede ir modificándose o moviéndose de un lado a otro del espectro político. En el contexto específico de la manifestación, el umbral de represión tolerada por la población o posible para un gobierno no puede darse por hecho nunca. Puede cambiar muy rápidamente de un día para otro y de una situación a otra. ¿Qué hace que la Ventana de Overton tienda a favorecer o a repudiar la represión de la protesta? Por poner un par de ejemplos, aun con todo lo atroz que ha sido la guerra del narco y el despojo en México, nos suena lejano el nivel de represión de las recientes manifestaciones de Irán (2019), en las que la policía disparó abiertamente contra les manifestantes y en donde se cuentan entre trescientas y mil quinientas muertes, un número indeterminado de desaparecides, se bloqueó el internet a nivel nacional, etc. Tampoco nos imaginamos ahora en este territorio los niveles de agresión de los carabineros de Chile durante las protestas urbanas contra el gobierno de Piñera: tanquetas tirando agua a presión con químicos corrosivos, gente ciega por los balines disparados deliberadamente contra los ojos de les manifestantes, etcétera. No se trata de poner a competir el número de muertes sino de entender las diferencias; entender que, en diferentes contextos y situaciones, las ventanas de Overton operan de maneras distintas. Es un hecho que en México, por más masacres que haya, aún no nos imaginamos trescientes manifestantes muertes en una ciudad. Los asesinatos y las desapariciones, aunque también muy numerosas, ocurren de otras maneras y en su mayoría lejos de los centros de las ciudades. Como dice un amigo, la manifestación es una, pero los muertos se ponen en otro lado. Cada gobierno genera una estrategia multidisciplinaria de control de masas que incluye varias formas de intimidación y que en muchos casos llega hasta donde la ventana lo permite. La violencia física de la policía, la violencia física de grupos porriles, la potencial violencia judicial (últimamente muy en boga en el mundo mediante los cargos por terrorismo), la posibilidad de una desaparición forzada o asesinato extrajudicial, o incluso de un “suicidio o accidente”, la exclusión de ciertos círculos u oportunidades, la amenaza a personas cercanas, la siempre presente sombra de la tortura directa, etcétera. Esa estrategia, evidentemente, es planeada ex profeso para cada caso, y aunque el know how y otras herramientas se compartan entre gobiernos, la especificidad de la planeación es fundamental para el éxito de la represión. En ella entran en juego muchos factores: el carisma del movimiento, la inapelabilidad de las exigencias, el peso moral de las caras visibles, los prejuicios operantes en la lectura de un acontecimiento, el nivel de clasismo y racismo introyectado de una población, el rechazo o la aceptación que reciba el gobierno, la visibilidad internacional, etc.

 

En la estrategia de guerrilla se habla de lo importante que es la simpatía que un movimiento le merece a la población. Ya Lawrence de Arabia decía que si un movimiento guerrillero tiene apoyo mayoritario, basta con que un mínimo porcentaje de la población sea parte de la lucha para que ésta lleve la delantera. Es a partir de la contra-estrategia de este tipo de prácticas de guerrilla, que cada civil es un posible enemigo, según la lógica del ejército estadounidense cuando combate contra “países árabes” (y aún más si el teatro de operaciones es urbano).

 

En contextos de manifestaciones de protesta, la lucha también es mediática. La criminalización de la violencia de les manifestantes, y el enaltecimiento de la “protesta pacífica” como una práctica moralmente superior, más civilizada, por ejemplo, es uno de los grandes logros de la derecha mundial sobre la retórica de lo que diferencia una protesta legítima de una que no lo es, buscando generar miedo en la población y ponerla del lado de las “fuerzas del orden”. Si ya está ganada la discusión sobre la violencia y su legitimidad, los medios oficiales tratarán siempre de incluir más y más cosas dentro de lo que es considerado “comportamiento violento”. Y de pronto nos encontraremos con que cubrirse la cara, hacer un graffiti, o incluso bloquear una calle por unos minutos, será considerado violento, una agresión a la paz pública, un atentado contra el bienestar del Estado, una amenaza contra la estabilidad del país, terrorismo. La rapidez con la que el discurso represor puede escalar y llegar a sonar como algo perfectamente racional, a convertirse en sentido común, es impresionante, y es por eso que la batalla contra la violencia represora siempre se libra también en el campo de lo simbólico. O, dicho de otra manera, el tamaño, inclinación y ubicación de la Ventana de Overton buscan definir qué vidas importan y qué vidas son desechables o invisibles.

 

Dependiendo de la solidez con la que un gobierno esté parado frente al mundo y frente a su propia población, este puede permitirse o no reprimir de cierta manera, o puede necesitar o no reprimir, para empezar. Por supuesto todo es siempre más complicado que esto, pero hay que entender que la apología neoliberal de los derechos humanos (que no su defensa desde los movimientos sociales) parte, en primera instancia, de defender la propiedad privada. No se trata de que los derechos humanos sean buenos o malos en sí mismos, sino de la forma en que se instrumentalizan en defensa del statu quo o se exigen y aplican efectivamente como una herramienta de transformación social. La relación entre ser un país “democrático” y permitir el libre flujo de capital por sus venas es, en muchos casos, bastante estrecha.

DESCARGA CUADERNO COMPLETO

https://ligatensa.files.wordpress.com/2022/07/liga.juanfran.def_.pdf

TODOS LOS CUADERNOS EN
https://ligatensa.wordpress.com/2022/07/12/499/

Se necesita a Cristina // Diego Valeriano

Agarrar la SUBE (tren, subte, bondi) para llegar a Recoleta. Encontrarse con los pibes, los choris, la banda, algún jetón. Con el asco de esas señoras chetas que marcharon por Nisman, con esos viejos garcas que apoyaron la dictadura. Viaje de egresados, militancia silvestre, estado de wasap, impulso vital de otra época que no existió pero pone manija la memoria. Una astilla, una causa, muchas fotos, un renovado entusiasmo falopa, una Cristina como técnica de autoayuda. Se necesita a Cristina para construir enemigos en el Facebook, para hablar de política internacional en alguna cena familiar, para termear a los primos macristas, para ir a la plaza alguna vez, para seguir consignas. Para cruzarse al móvil de C5N y sentirse parte. Se necesita una para creer que el Estado existe, para repetir que no fueron magia estos 12 años, para flashear que somos parte de algo importante, trascendental, histórico, ajeno. Una Cristina perseguida que tape el ajuste; una gran oradora para no hablar de Facundo; una memoriosa que nos haga olvidar que votamos a Alberto; una en peligro para darle nuestro coraje por twiter. Se la necesita para justificar nuestros desvaríos ideológicos, lo aburrido del día a día, la pasión por la obediencia. Para leer, mirar series, putear la tele, postear, seguir escuchando radio a la mañana temprano, darle sentido al odio que nos provocan algunas cosas, justificar nuestros fracasos. Se necesita a Cristina para seguir insistiendo en politizar está vida nuestra que es horrible, vacía y gastada. Una Cristina como forma de evasión. 

Anonimato // Barrilete Cósmico

Volverse visibles o permanecer invisibles constituye un dilema de hierro. Para muchos se trata de visibilizar. Como en una remake de aquel viejo “dar voz a los que no tienen vos”. Sin embargo todo está visible hoy. Todo se expone en su obviedad: los pobres como pobres, los pibes como pibes, las talleristas como talleristas y la militancia como todo llanto. La redundancia es el régimen de visibilización dominante. Visibilizar a otros, es incluirlos en un régimen de la imagen que es lo evidente. Entonces queda sumergirse en la invisibilidad. Devenir imperceptible. Que la figura no se separe del fondo. Caminar como todos, pasar inadvertido, una más entre las muchas. Ni gueto, ni microempresa. 

El gueto, nos agrupa y nos separa, nos aísla y hace de nosotros un estereotipo más, poco importa cual. La microempresa implica traducir por nosotros mismos nuestro mundo en un tipo de singularidad en venta. Un devenir mercancía de la propia vida. Gueto y microempresa son estrategias de gestión de la diferencia. 

Devenir imperceptible, diferencia que casi no se esboza para no ser manipulada. Ni capturable, ni en venta. O bien definir estrategias de visibilización que lo deformen todo. Espejos perversos, irónicos, cínicos. Devolver la estupidez de la visibilidad como estupidez que es. Imperceptibles, pero al mismo tiempo monstruosos.

Ni visibles, ni invisibles, visibles en nuestra invisibilidad, expuestos en nuestro anonimato.

Anonimato capaz de expresión y gesto, que evacua el sentido e invita al desplazamiento. Anonimato que interrumpe la consigna y deja a cambio una pregunta sin respuesta. 

¿Qué es el acto de creación? // Gilles Deleuze

También yo quisiera hacer preguntas. Y hacérselas a ustedes y a mí mismo. Estas preguntas serían del género: ¿qué es exactamente lo que hacen cuando hacen cine? Y yo, ¿qué es exactamente lo que hago cuando hago, o espero hacer filosofía?
 
¿Es que hay algo para decirse en función de esto?
Entonces, claro, eso va muy mal en ustedes, pero va también muy mal en mí (risas), y no es solamente esto lo que habría para decirse… también yo podría hacer la pregunta de otra manera: ¿qué es tener una idea en cine? Si uno hace cine o si quiere hacerlo ¿qué es tener una idea? Quizás eso que uno dice «¡Ahí está, tengo un idea!» Mientras que casi todo el mundo sabe que bien que tener una idea es un acontecimiento raro, que ocurre raramente, que tener una idea es una especie de fiesta. Pero no es corriente. Y por otro lado, tener una idea, no es algo general. Una idea está ya en tal autor, en tal dominio. Quiero decir que una idea, es ya una idea en pintura, es ya una idea en novela, ya una idea en filosofía, como una idea en ciencia. Y evidentemente no es lo mismo.
Si quieren, a las ideas hay que tratarlas como espacios potenciales, las ideas son potenciales, pero potenciales ya comprometidos y ligados en un modo de expresión determinado. Y es inseparable del modo de expresión determinado. Es inseparable del modo de expresión, así como no puedo decir: «tengo una idea en general». En función de las técnicas que conozco, puedo tener una idea en un determinado campo, una idea en cine o en bien distinto, una idea en filosofía.
 
¿Qué es tener una idea en algo?
Vuelvo a hablar del hecho de que yo hago filosofía y ustedes hacen cine. Entonces sería muy fácil decir: todo el mundo sabe que la filosofía está próxima, lista, para reflexionar sobre cualquier cosa. Entonces ¿por qué no reflexionaría sobre el cine? Sin embargo, es una idea indigna; la filosofía no está hecha para reflexionar sobre cualquier cosa. Quiero decir: tratando la filosofía como un poder para «reflexionar sobre», siento que se le asigna mucho, y de hecho siento también que se le quita todo. Es decir los únicos capaces efectivamente de reflexionar sobre cine, son los cineastas, o los críticos de cine o los que aman el cine. Le idea de que los matemáticos tendrían la necesidad de la filosofía para reflexionar sobre matemática es una idea cómica. Si la filosofía debiera reflexionar sobre cualquier cosa, no tendría razón de existir. Si la filosofía existe, es porque tiene su propio contenido. Si nos preguntamos: ¿cuál es el contenido de la filosofía? Es muy simple. La respuesta es que la filosofía es también una disciplina creatriz, tan inventiva como cualquier otra disciplina. La filosofía es una disciplina que consiste en crear conceptos. Y los conceptos no existen ya hechos, no existen en una especie de cielo en donde esperan que un filósofo los tome. Los conceptos, es necesario fabricarlos…y no se fabrican así como así, uno no se dice un día: «bueno, voy a hacer tal concepto, voy a inventar tal concepto» como tampoco un pintor se dice un día: «bueno, voy a hacer tal cuadro». Es imprescindible que exista una necesidad. Esto es tanto en filosofía como en otras disciplinas, así como el cineasta no se dice: «bueno, voy a hacer tal película».
 
Tiene que haber una necesidad, si no, no hay nada.
Resta que esta necesidad que es una cosa muy compleja, si existe, haga que un filósofo (yo al menos sé de qué se ocupa) no se ocupe de reflexionar sobre el cine. Él se propone inventar conceptos. Yo digo que hago filosofía, es decir, yo intento inventar conceptos. No trato de reflexionar sobre otras cosas. Si yo les pregunto a ustedes que hacen cine ¿qué hacen? (tomo una definición pueril, permítamela, deben existir otras y mejores), yo diría exactamente lo que ustedes inventan, que no son conceptos, porque no es su dominio, que ustedes inventan es lo que podríamos llamar bloques de movimiento-duración. Si uno fabrica bloques de movimiento-duración, quizás lo que uno hace es cine.
Remarco, no se trata de invocar a una historia o de negarla. Todo tiene una historia. La filosofía también cuenta historias. Cuenta historias con conceptos.
El cine supongamos que cuenta historias con bloques de movimiento-duración. Puedo decir que la pintura también inventa con otro tipo de bloques, ni bloques de conceptos, no bloques de movimiento-duración, pero supongamos que sean bloques de líneas-colores. La música inventa con otros tipos de bloque, muy particular.
Pero lo que digo en todo caso, es que la ciencia no es menos creatriz. Yo no veo realmente oposición entre las ciencias, las artes y todo. Si le pregunto a un sabio científico: ¿qué es lo que hace? También, él inventa, no descubre, el descubrimiento existe, pero no es por él que podamos definir una actualidad científica como tal. Un científico, inventó, creó tanto como un artista.
Para permanecer en definiciones tan someras como las de las que partí, no es complicado, un científico es alguien que ha creado o inventado funciones. Él no crea conceptos, un científico como tal, no tiene nada que ver con los conceptos, y es por eso que felizmente existe la filosofía. Contrariamente hay algo que solamente un científico puede hacer, crear e inventar funciones.
¿Entonces qué es una función? También podríamos describirla sencillamente como he intentado hasta ahora, (ya que estamos verdaderamente rudimentarios…) no porque ustedes no comprenderían, sino porque sería yo el que se vería sobrepasado.
Voy a ir a lo más simple: la función de lo que se ha puesto en correspondencia regida por dos conjuntos al menos. La noción de base de la ciencia después de mucho tiempo es la de los conjuntos y un conjunto es completamente diferente a un concepto. Y desde que se ponen en correlación regida juntos, se obtienen funciones, y se puede decir, yo hago ciencia.
Y si no importa quién puede hablarle a quién, si un cineasta puede hablarle a un hombre de ciencia, si un hombre de ciencia puede tener alguna cosas que decir a un filósofo y viceversa, es en la medida y en función de la actividad creatriz de cada uno, no es que haya lugar para hablar de la creación, la creación es algo solitario, pero es el nombre de mi creación que yo tengo algo que decir a alguien y si yo alineo ahora todas esas disciplinas que se definen por su actividad creadora, diré que hay un límite que les es común a todas esas series, a todas esas series de invención de funciones, de bloques movimiento-duración, invenciones de conceptos, etc. La serie que les es común a todas o ¿el límite de todo esto qué es? 
Es el espacio-tiempo.
Bresson es muy conocido. Raramente hay espacios enteros en Bresson. Son espacios que llamamos desconectados. Quiere decir, hay un rincón, por ejemplo, el rincón de una celda, después se verá otro rincón o bien un lugar de la pared, etc. Todo pasa como si el espacio bresoniano se presentara como una serie de pequeños trozos, en los que la conexión no está predeterminada. Serie de pequeños fragmentos en los que la conexión no está predeterminada. Hay grandes cineastas que emplean, por el contrario, espacios conjuntos o de conjuntos; no digo que esto sea más fácil de manipular, pero Bresson ha sido uno de los primeros en hacer un espacio con pequeños fragmentos desconectados, pequeños trozos en lo que la conexión no está predeterminada.
Cuando decía que en límite de todas las tentativas de la creación hay espacio-tiempo, es allí que los bloques duración-movimiento de Bresson van a tender hacia ese tipo de espacio. La respuesta está dada. Estos pequeños fragmentos visuales de espacio cuya conexión no está dada de antemano… ¿por qué querrían ustedes que estén conectados? En y a causa de la mano (en este momento Deleuze muestra su mano) y no es teoría, no es filosofía, no lo es, esto no se deduce así. Digo: el tipo de espacios en Bresson y la valorización cinematográfica de la mano en la imagen están misteriosamente ligados. Quiero decir: el enlace bresoniano de las pequeñas puntas de espacios, desde el hecho mismo de que son puntas, trozos desconectados de espacio, no puede ser más que un enlace manual. No hay más que la mano que puede efectivamente operar las conexiones de una parte a otra del espacio. Y Bresson es sin duda el más grande cineasta en haber introducido en el cine los valores táctiles, no simplemente porque él sabe tomar admirablemente las manos en imágenes, sino porque si sabe tomar admirablemente las manos en imágenes es porque tiene necesidad de manos.
Un creador no es un ser que trabaja por el placer. Un creador no hace más que aquello de lo que tiene absolutamente necesidad.
 
Historia del Idiota y de los siete samuráis.
Tener una idea en cine, otra vez, no es lo mismo que tener una idea en otro lado. Y sin embargo, hay ideas en cine que podrían valer también en otras disciplinas. Hay ideas en cine que podrían ser excelentes ideas en novelas, pero no tendrían el mismo «allure». Después, hay ideas en cine que no podrían ser más que cinematográficas. Ya están comprometidas en un proceso cinematográfico que hacen que sean vistas desde antes. Y esto que digo cuenta bastante, porque es una manera de hacer una pregunta que me interesa mucho: ¿qué es lo que hace que un cineasta tenga verdaderamente ganas de adaptar, por ejemplo, una novela? Si tiene deseos de adaptar una novela, me parece evidente que es porque tiene ideas en cine que le resuenan con aquello que la novela presenta como ideas en novela. Y a veces se producen grandes encuentros.
Es muy diferente, no pongo el problema del cineasta que adapta una novela notoriamente mediocre. Puede haber necesidad de una novela mediocre, y esto no excluye que el film sea genial. Propongo la cuestión un poco diferente, sería una pregunta interesante de tratar, pero propongo otra algo diferente, que se produce mientras que la novela es una gran novela y revela esa especie de afinidad en la que alguien, tiene en cine una idea que se corresponde a la que es la idea en novela. Uno de los casos más bellos, es el caso de Kurosawa. ¿Por qué Kurosawa se encuentra en una familiaridad con Shakespeare y Dostoïevski? Tengo que decirles una respuesta que es entre muchas y que casi roza la filosofía y que es mi respuesta, es un pequeño detalle. En los personajes de Dostoïevski pasa algo muy particular, muy seguido. Generalmente están muy agitados. Un personaje se va, baja a la calle, y así como así, se dice «la mujer que amo, Taña, me llama, allí voy, corro, corro, Taña va a morir si no voy». Y baja su escalera y se encuentra con un amigo, o bien ve a un perro y se olvida completamente de que Taña lo espera en tren de morir. Comienza a charlar, se cruza con otro amigo y va a tomar el té con él y luego de golpe dice: «Taña me espera, tengo que ir» (risas). ¿Qué quiere decir esto? En Dostoïevski los personajes son perpetuamente tomados por urgencias y al mismo tiempo que son tomados por estas urgencias de vida o muerte, saben que hay una cuestión más urgente, no saben cuál y es esto lo que los detiene. Todo pasa como si en la peor de las urgencias hubiera un fuego, es necesario que me vaya, pero no, no, hay otras cosas más urgentes y no me detendré hasta que no sepa cuáles. Esto es el Idiota, es la fórmula del idiota. Pero ustedes saben que hay un problema más profundo. ¿Qué problema? Todavía no lo veo bien, pero déjenme, todo puede quemarse, hay que encontrar cuál es el problema más urgente. Esto es por Dostoïevski que Kurosawa lo aprende, todos los personajes de Kurosawa son así. Yo diría: ¡voila un encuentro! Un bello encuentro. Si Kurosawa puede adaptar Dostoïevski, es al menos porque puede decir: tengo un asunto común a él, tengo un problema común, este problema. Los personajes de Kurosawa están exactamente en la misma situación, están tomados en situaciones imposibles. Pero atención, hay un problema más urgente, ¿es necesario que yo conozca este problema?
Quizá «Vivir» es uno de los films de Kurosawa que va más lejos en este sentido, aunque todos van en este sentido.
Los Siete samuráis: este film me sorprende mucho porque todo el espacio de Kurosawa depende de eso. Es forzado que sea una especie de espacio oval que es golpeado por la lluvia, en fin poco importa, esto nos tomaría mucho tiempo.
Pero en los Siete Samuráis los personajes están tomados en situación de urgencia, han aceptado defender al pueblo, y de una punta a la otra están trabajando por una pregunta más profunda. Hay una cuestión más profunda a través de todo eso. Y será dicha al final por el jefe de los samuráis cuando ellos se van: ¿qué es un samurai? Qué es un samurai, no en general, sino qué es un samurai en la época en la que transcurre el film. A saber: alguien que no es bueno para nada. Los señores no los necesitan, los paisanos pueden defenderse solos. Y durante todo el film, a pesar de la urgencia de la situación, los samuráis están frecuentados por esta cuestión digna del Idiota, que es una pregunta del Idiota: nosotros samuráis, ¿qué somos? Voila, yo diría que una idea en cine es algo de este tipo. Ustedes me dirán no, porque era también una idea en novela. Una idea en cine, es así, una vez que ya está comprometida en un proceso cinematográfico. Entonces ustedes podrían decir, yo tuve «la idea», aún si usted de la asigna a Dostoïevski. Puede ser, vuelvo a citar muy rápido, yo creo que una idea es muy simple. Otra vez, no es un concepto, no es filosofía. Un concepto es otra cosa, de toda idea quizás podamos sacar un concepto, pero yo pienso en Minelli. Éste tiene, me parece, una idea extraordinaria sobre el sueño. Es muy simple y está comprometida con todo el proceso cinematográfico, que es la obra de Minelli y su gran idea sobre el sueño, me parece es que el sueño concierne antes que nada a los que no sueñan, el sueño de los que sueñan les concierne a los que no sueñan… ¿y por qué? Porque desde que existe el sueño del otro, existe el peligro. A saber, que el sueño de la gente es siempre un sueño devorante que amenaza con tragarnos. Y que los otros sueñen es peligroso, y que el sueño es una terrible voluntad de poder y que cada uno de nosotros es más o menos víctima del sueño de los otros, aún cuando sueña con la más graciosa joven, aún cuando es una joven muy grácil, es una terrible devoradora, no a causa de su alma, sino por sus sueños. Desconfíen del sueño de los otros, porque si son tomados en sus sueños, están perdidos.
 
Cadáver
Ahora voy a hablar de otro ejemplo, idea propiamente cinematográfica, de la famosa disociación ver-hablar en un cine relativamente reciente. Tomo los ejemplos más conocidos, ¿qué hay de común en Syberberg, Straub y Duras? ¿Por qué es propiamente cinematográfico hacer una disociación entre los visual y lo sonoro, por qué esto no puede hacerse en el teatro? Puede hacerse pero al menos que el teatro tenga los medios necesarios diríamos que el teatro lo toma del cine. Bueno, está mal pero es una idea muy cinematográfica, asegurar la disociación del ver y del hablar. De lo visual y de los sonoro. Esto respondería a la pregunta (por ejemplo) ¿qué es tener una idea cinematográfica? Y todo el mundo sabe en qué consiste, lo digo de manera pura: una voz alba de algo, al mismo tiempo, se nos hace ver otra cosa y, en fin, lo que se dice está debajo de los que se nos hace ver. Esto es muy importante, este tercer punto. Ustedes saben bien que esto el teatro no puede hacerlo. El teatro podría asumir las dos primeras oposiciones. Se nos habla de algo y se nos hace ver otra cosa. Pero no que aquello que se dice esté por debajo de los que se nos hace ver – y esto es necesario, si no las dos primeras operaciones no tendrían ningún sentido, no tendrían casi interés – la palabra se eleva en el aire, al mismo tiempo que la tierra que se ve, se hunde cada vez más.
¿Qué es esto? Si sólo el cine puede hacerlo, yo no digo que deba hacerlo, que lo haya hecho dos o tres veces, puedo decir simplemente, fueron grandes cineastas los que tuvieron esta idea. No se trata de decir es esto o es lo otro lo que debe hacerse. Hay que tener ideas, sean las que fueren. ¡Ah! Esto es una idea cinematográfica, digo que es prodigioso, porque asegura al nivel del cine una verdadera transformación de los elementos. Un ciclo de grandes elementos que hace que, de golpe, el cien haga un fuerte eco con, por ejemplo, una física cualitativa de los elementos. Esto hace una especie de transformación, el aire de la tierra t el agua y el fuego, porque habría que agregar, pero no hay tiempo, evidentemente, se descubre el rol de dos otros elementos, una gran articulación, de elementos en el cine. Además, en todo lo que digo no se suprime una historia, la historia está siempre allí, pero lo que nos interesa es ¿por qué la historia es tan interesante? Porque está todo esto otro por detrás.
Es todo este ciclo, la voz que se eleva al mismo tiempo que aquello de lo que se habla se entierra, ustedes habrán reconocido los films de Straub, y en Straub, está el gran ciclo de los elementos. Lo que se ve únicamente la tierra desierta. Ella es como pesada para todo lo que esta debajo y ustedes me dirán «pero ¿Qué hay abajo, qué es lo que sabemos?» Es exactamente aquello de lo que la voz nos habla, es como si la tierra se hamacara en eso que la voz dice y que viene a tomar lugar en la tierra, en su hora y en su lugar. Y si la tierra y la voz nos hablan de cadáveres, es toda la fila de cadáveres la que viene a tomar lugar bajo la tierra, y allí, en ese momento, el menor estremecimiento del viento sobre la tierra desierta, sobre el espacio vacío que tenemos a nuestros ojos, el menor crujido en esa tierra, todo toma sentido.
 
¿Qué es el acto de creación?
Bien, tener una idea no es del orden de la comunicación. Y es aquí a donde quería llegar, porque esto forma parte de las preguntas que me han sido gentilmente propuestas.
Quiero decir, en qué punto todo esto sobre lo que hablamos es irreductible a toda comunicación. No es grave. Esto, ¿qué quiere decir? Me parece que esto quiere decir, en un primer sentido, que la comunicación es la propagación y la transmisión de una información. ¿Y qué es una información? Una información es un conjunto de palabras de orden. Cuando se les informa, se les dice aquello que ustedes deben creer. En otros términos: informar es hacer circular una palabra de orden. Las declaraciones de la policía son dichas muy exactamente, son comunicadas; se nos comunica la información, quiero decir, se nos dice aquello que es conveniente que creamos. O si no que creamos, pero que hagamos que lo creemos, no se nos pide que creamos, se nos pide que nos comportemos como si creyéramos. Esto es la información, la comunicación, e independientemente de estas palabras de orden y de la transmisión de las palabras de orden no hay comunicación, no hay información. Lo que no lleva a decir que la información es exactamente el sistema de control.
Esto nos concierne hoy particularmente porque hoy entramos en una sociedad que podemos llamar de control. Esta sociedad de control se define de manera muy distinta a la sociedad de disciplina vean de que manera un control no es una disciplina. Diré por ejemplo, en una autopista, que allí no se encierra a la gente, pero haciendo autopistas se multiplican los medios de control. Nuestro futuro son las sociedades de control siendo sociedades disciplinarias.
¿Por qué les cuento esto? Porque la información es el sistema controlado de las palabras de orden, palabras de orden que tienen lugar en una sociedad dada.
¿Qué puede tener que ver el arte con esto? ¿Qué es la obra de arte? Ustedes me dirán: «todo esto no quiere decir nada». Entonces no hablamos de la obra de arte, hablemos sobre que hay en la contra-información. Ninguna contra-información le ganó jamás a una dictadura, por ejemplo. Salvo en un caso. Esta deviene efectivamente eficaz cuando ella es –y lo es por naturaleza- un acto de resistencia. El acto de resistencia no es ni información, ni contra-información. La contra-información no es efectiva más que cuando se vuelve acto de resistencia.
 
Malraux
¿Cuál es la relación entre obra de arte y la comunicación? Ninguna.
Ninguna, la obra de arte no es un instrumento de comunicación, porque no contiene la mínima parte de información. Por el contrario, hay una afinidad fundamental entre la obra de arte y el acto de resistencia. Entonces aquí si, la obra tiene algo que hacer con la información y la comunicación, sí, a titulo de resistencia.
El arte es la única cosa que resiste a la muerte.
Y si me permiten volver: ¿Qué es tener una buena idea en cine? O ¿Qué es tener una idea cinematográfica? Resistencia. Acto de resistencia. Desde Moisés, hasta el ultimo Kafka, hasta Bach. Recuerden que la música de Bach, es su acto de resistencia. ¿Contra qué? No es el acto de resistencia abstracto, es acto de resistencia y de lucha activa contra la repartición de lo sagrado y lo profano. Y este acto de resistencia en la música culmina con un grito. Como también hay un grito en Woyzek, hay un grito en Bach: «Afuera, afuera, no quiero verlos». Eso es el acto de resistencia. A partir de esto me parece que el acto de resistencia tiene dos caras: es humano y es también acto de arte.
Solo el acto de resistencia resiste a la muerte, sea bajo la forma de obra de arte, sea bajo la forma de una lucha de los hombres.
Y ¿Qué relación hay entre la lucha de los hombres y la obra de arte?
La relación mas estrecha y para mi la mas misteriosa.
Exactamente eso que quería decir Paul Klee cuando decía: «ustedes saben, falta el pueblo». El pueblo falta y al mismo tiempo no falta. El pueblo falta, esto quiere decir que (no es claro y no lo será nunca) esta afinidad fundamental entre la obra de arte y un pueblo que todavía no existe, no es ni será clara jamás. No hay obra de arte que no haga un llamado a un pueblo que no existe todavía.
En fin, ahora esta muy bien, estoy profundamente feliz de que me hayan escuchado y les agradezco infinitamente.
 
Conferencia dictada por Gilles Deleuze en la cátedra de los martes de la fundación FEMIS. (Escuela Superior de Oficios de Imagen y Sonido) el 15 de mayo de 1987.

Tesis del Colectivo Socialista de Pacientes + Prefacio a Hacer de la enfermedad un arma, por Jean-Paul Sartre

Colectivo Socialista de Pacientes

 

“La piedra que uno lanza a las centrales de mando del capital y las piedras en los riñones que otro sufre son intercambiables. ¡Protejámonos de las piedras en los riñones!”

“El sistema nos ha enfermado. Vamos a dar el golpe de muerte al sistema enfermo”

Colectivo Socialista de Pacientes

El querer vivir es una zona en disputa: no hay ganas, estamos cada vez más obedientes, más sumisos. Nuestras energías vitales están siendo expropiadas y capturadas a través de diferentes dispositivos, que nos acorralan en la impotencia, la confusión, la indiferencia, la estupidez. Pero hay síntomas que resisten, que se niegan a adaptarse a la sensación de derrota anímica. ¿Qué es hoy una política del síntoma? ¿Cómo apropiarnos de nuestras crisis? ¿Cuáles son nuestras estrategias sensoriales, neuro-químicas, eróticas, afecticas y psicopolíticas? ¿Cómo articular malestares distintos y desiguales? ¿Quiénes están capitalizando el hartazgo, la bronca, la decepción, el odio?

El malestar es la “nueva cuestión social”, decían en el colectivo Espai en Blanc, afirmando un querer vivir contra la muerte que en vida nos dan. Nuestras enfermedades son un territorio de investigación, explotación y resistencia. Las crisis anímicas son el punto de vista del antagonismo de las multitudes sintomáticas. Porque en la fuerza insumisa de nuestros síntomas se elabora una intimidad común. No son “problemas” que debamos curar. Son huellas y energías de las mutaciones. ¿Qué nos dicen las ansiedades, depresiones, insomnios, apatías, anorexias sobre nuestros modos de vivir y morir? ¿Cómo apropiarnos de las fuerzas y saberes de la desilusión, del fracaso, del delirio, del odio y el rechazo? Cuando la política del capital es gestión de las emociones, cerebros y deseos, el poder se convierte en control narco-terapéutico. Pero nuestros síntomas resisten: no quieren encajar en la gestión del caos. ¿Qué es hoy una liberación anímica colectiva, capaz de conspiraren la fragilidad? ¿capaz de conquistar una nueva clandestinidad, una nueva sensualidad, otra agresividad?¿Un “hedonismo alternativo” donde la politización de los malestares se afirme como el reverso de la invención de nuevos disfrutes, ocios y fantasías?

En esa coyuntura bio-psíquica de crisis de la salud mental, recuperamos las “Tesis del Colectivo Socialista de Pacientes” y el prefacio de Jean-Paul Sartre al libro Hacer de la enfermedad un arma, escrito en 1970.En el primer texto afirman que la “enfermedad mental” es una “fuerza productiva para el capital”, ya que es “condición previa y resultado” de las relaciones sociales capitalistas. Sin embargo, si «la enfermedad” se manifiesta como una “protesta de la vida contra el capital” puede ser una «fuerza productiva revolucionaria para los seres humanos”. La estrategia psicobiopolítica de este colectivo es convertir “la enfermedad” en un territorio de resistencia contra el capital, dirigiendo las fuerzas del sufrimiento contra las causas estructurales que hacen del capitalismo un sistema productor de muertes, malestares y “trastornos mentales”. En el segundo texto, Sartre discute el optimismo cruel de la “cura” en la psiquiatría y en el psicoanálisis, mostrando que el desafío político es llevar la “enfermedad hacia su máximo desarrollo, es decir, hacia el momento en que se convertirá en una fuerza revolucionaria”.

Emi Exposto

Tesis del Colectivo Socialista de Pacientes.

  1. La enfermedad es condición previa y resultado de las relaciones de producción capitalista.
  2. En tanto que condición previa de las relaciones de producción capitalista, la enfermedad es una fuerza productiva para el capital.
  3. En tanto que resultado de las relaciones de producción capitalista, la enfermedad, en su forma desplegada como protesta de la vida contra el capital, es la fuerza productiva revolucionaria para los seres humanos.
  4. La enfermedad es la única forma en que la “vida” en el capitalismo es posible.
  5. Enfermedad y capital son idénticos: la enfermedad se multiplica e intensifica en la medida en que se acumula capital muerto (capital fijo), un proceso que va acompañado de la destrucción del trabajo humano, la llamada destrucción del capital.
  6. Las relaciones capitalistas de producción implican la transformación del trabajo vivo en materia muerta (mercancías, capital). La enfermedad es la expresión de estos procesos cada vez más extendidos.
  7. En tanto que desempleo camuflado, y mediante retenciones salariales en concepto de cargas sociales, la enfermedad es el amortiguador de crisis del capitalismo tardío.
  8. En su forma no desplegada, es decir en su cara inhibidora, la enfermedad es la prisión interior de cada uno.
  9. Si la enfermedad se substrae a su gestión, explotación y guardia en las instituciones sanitarias para manifestarse en forma de resistencia colectiva de los pacientes, el Estado tendrá que intervenir para sustituir la falta de prisión interior por prisiones exteriores “reales”.
  10. El sistema sanitario sólo puede gestionar la enfermedad privando a los pacientes de cualquier derecho.
  11. La salud es una quimera fascista-biologicista que en las cabezas de los idiotizadores e idiotizados del mundo no tiene otra función que enmascarar que la enfermedad está condicionada socialmente y tiene una función social.

 

 

Prefacio a Hacer de la enfermedad un arma, por Jean-Paul Sartre.

Queridos camaradas,

Leí su libro con el mayor interés. En él encontré no sólo la única radicalización posible de la antipsiquiatría, sino también una práctica coherente que apunta a sustituir las pretendidas “curas” de la enfermedad mental.

A lo que Marx llamaba la alienación, que es un hecho general en la sociedad capitalista, parece que ustedes–hablando a grandes rasgos– le dan el nombre de enfermedad. Me parece que tienen razón. En 1845 Engels escribía en su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra: “la industrialización ha creado un mundo tal que solamente una raza deshumanizada, degradada, rebajada a un nivel bestial, tanto desde un punto de vista intelectual como desde un punto de vista moral, físicamente enferma puede encontrarse como en su casa”.

Dado que las fuerzas atomizantes se aplicaban a degradar sistemáticamente esta clase de hombres en infrahombres, del exterior al interior, se puede entender bien que el conjunto de personas de las que habla Engels hayan sido afectadas por esa “enfermedad”; y esta “enfermedad” puede comprenderse, a la vez y en su conjunto, tanto como un daño que se impone a los asalariados, como una rebelión de la vida contra ese daño que tiende a reducirles a la condición de objeto. Después de 1845 las cosas han cambiado profundamente, pero la alienación permanece y permanecerá tanto tiempo como dure el sistema capitalista ya que ella como bien dicen ustedes es “la condición y el resultado” de la producción económica. La enfermedad, afirman, es la única forma de vida posible en el capitalismo.

En el mismo momento, el psiquiatra que es un asalariado se convierte en un enfermo como todo el mundo. Simplemente la clase dirigente le da el poder de “curar” o de “internar”. La “cura”, está claro, no puede ser en nuestro régimen la supresión de la enfermedad: es sólo la capacidad de continuar produciendo, aunque enfermo. En nuestra sociedad existen, pues, los sanos y los curados (dos categorías de enfermos que se ignoran y cumplen las normas de producción); y por otro lado, los “enfermos” reconocidos, los que una extraña rebelión pone fuera del estado de producir, y que son llevados al psiquiatra. Este policía empieza por ponerlos fuera de la ley al negarles los derechos más elementales. Naturalmente es cómplice de las fuerzas atomizantes: analiza los casos individuales aisladamente, como si las perturbaciones psiconeurológicas fueran taras propias de ciertas subjetividades, unos destinos particulares.

Reuniendo a los enfermos que parecen semejantes en tanto que singularidad, estudia las diversas conductas –que no son más que efectos– y las vincula entre ellas constituyendo así entidades noseológicas que trata como enfermedades y posteriormente somete a clasificación. El enfermo es, por ende, atomizado en tanto que enfermo, y recluido en una categoría particular (esquizofrenia, paranoia, etc.), en la que se encuentran otros enfermos que no pueden establecer una relación social con él porque todos son considerados como ejemplares idénticos de una misma enfermedad psíquica.

Ustedes, en cambio, se proponen ir más allá de la variedad de los efectos para apuntar al hecho fundamental y colectivo: la enfermedad “mental” está indisolublemente ligada al sistema capitalista que transforma la fuerza de trabajo en mercancía, y por consiguiente, a los hombres en cosas. Según ustedes, el aislamiento de los enfermos no hace más que llevar más lejos la atomización que comienza a nivel de las relaciones de producción y que, en la medida que los pacientes en su rebelión reclaman oscuramente otra sociedad, conviene que permanezcan juntos, y que interaccionen entre ellos. En resumen, que constituyan un colectivo socialista.

Y dado que el psiquiatra es también un enfermo, ustedes rechazan considerar al enfermo y al médico como dos individuos orgánicamente separados. Esta distinción, en realidad, ha tenido siempre como efecto hacer del “psiquiatra” el único significante y del enfermo aislado y colocado fuera de la ley, el único significado, y por tanto, el puro objeto. Ustedes, por el contrario, consideran la relación paciente/médico como una relación dialéctica que encontramos en cada uno, y que según la coyuntura y una vez reunidos los enfermos, se manifestará en uno u otro término en la medida en que los pacientes insistirán más en los elementos reaccionarios de la enfermedad; o al revés, insistirán en tomar mayor conciencia de su rebelión y de sus verdaderas necesidades que han sido negadas y desfiguradas por la sociedad.

Se hace necesario, entonces, y puesto que la enfermedad más allá de sus diversos efectos es una contradicción común –y dado que cada individuo es un significante/significado– juntar los enfermos para que expulsen gracias a su ayuda mutua los elementos reaccionarios de la enfermedad (por ejemplo: la ideología burguesa) y afirmen los elementos progresistas (exigencia de otra sociedad en la cual el fin supremo sea el hombre y no el beneficio).

Se entiende que estos colectivos no persigan la cura, ya que toda enfermedad del hombre está producida por el capitalismo, y la “cura psiquiátrica” no es más que una reinserción de los enfermos en nuestra sociedad. Por esa razón, lo que tienen que hacer estos colectivos es empujar la enfermedad hacia su máximo desarrollo, es decir, hacia el momento en que se convertirá en una fuerza revolucionaria mediante la toma de conciencia.

Lo que me parece maravilloso de su colectivo es que los pacientes sin médico individual –es decir, sin el polo individuado de las relaciones de significación– establecen relaciones humanas y se ayudan unos a otros en una toma de conciencia de su situación mirándose a los ojos, o sea, en tanto que sujetos significantes-significados. Mientras que en la forma moderna de la psiquiatría, es decir en el psicoanálisis, el enfermo no mira a nadie y el médico está situado detrás de él para apuntar sus palabras y agruparlas tal como le parece. Esta distribución espacial de la relación paciente/médico pone al primero en la situación de puro objeto, y al segundo en la situación de significante absoluto que descifra el discurso de la enfermedad mediante una hermenéutica de la cual sólo él conoce el secreto.

Estoy contento de haber comprendido el progreso real que implica el Colectivo Socialista de Pacientes. Conociendo además sus investigaciones, entiendo que están expuestos a la represión por parte de esta sociedad capitalista, la cual los atacará mediante los representantes de la “cultura”: los políticos y los policías. Ustedes necesitaran luchar con todos los medios dado que los dirigentes de nuestra sociedad pretenden impedirles proseguir con sus trabajos y acciones prácticas. Incluso con la acusación gratuita de conspiración. No se los juzgará por estos encarcelamientos imbéciles sino por los resultados que hayan obtenido.

 

El alma de los hechos // Pedro Yagüe

Onetti asegura que hay muchas maneras de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Pienso en esto cuando me pregunto por el sentido que Scolnik le asigna a la escritura, por esa insistencia en volver sobre un pasado tan recorrido, atiborrado de imágenes y respuestas. No hay en sus palabras un interés periodístico o historiográfico, no hay una necesidad de recuperar y reconstruir lo que pasó. Lo que Scolnik busca cuando escribe es ese alma, ese temperamento olvidado, esas formas de pensar y sentir que hoy se encuentran bajo la alfombra.

Algo de este proyecto se anuncia en el epígrafe de Nada que esperar, un llamado de atención que –en voz de Ricardo Piglia– nos advierte que la verdad de una historia se encuentra en los detalles. Podríamos suponer que el alma de los hechos, al igual que el diablo, también se oculta ahí. Scolnik cuenta haber visto una verdad del mundo, un pedacito de inmanencia que necesita ser narrado. Necesidad que no es caprichosa, sino que responde al diagnóstico de nuestra sociedad contemporánea donde la derrota se disfrazó de victoria, donde la privatización de las fantasías, de las discusiones, de los placeres, estrechó el horizonte al punto tal en que solo pareciera haber lugar para quien lo imagina. Entonces surge una idea, unas ganas: Scolnik viaja en busca de un nosotros del que participó, de un fondo común bajo el cual le fue posible ver ese pedacito de inmanencia. Y fabularlo.

Se trata de la historia de una amistad política que duró lo que pudo. Una primera persona en plural que permite recuperar experiencias, vivencias fundamentales con las que un grupo de militantes diagramó el mundo huyendo de los lugares que les habían sido dados. La amistad política, ese nosotros, es lo que les permitió trazar un camino diferente, inscribirse en una historicidad, elaborar propios métodos, inventar un espacio-tiempo que no huela a naftalina. Fue también una forma de mirar, de mirarse, marcada por la complicidad. La creación de un punto de vista. La importancia del mirar, de esa percepción que nace cuando se participa de una experiencia colectiva, se puede intuir ya en la dedicatoria, pero sobre todo en uno de los primeros capítulos, cuando Scolnik narra esa escena mitológica de El Padrino en la que la mirada de un propio alcanza para evitar una traición.

El libro recorre un conjunto de viajes, de lecturas, de anécdotas, de discusiones y acciones. Detrás de cada historia se deja entrever una misma operación de escritura, un mecanismo específico en el que la memoria, la experiencia y el presente se articulan de un modo singular. ¿Pero en qué consiste esta operación? ¿Qué es lo que busca cuando nos lleva hacia ese pasado, hacia ese nosotros que ya no existe? Ir al alma de los hechos, sí, ¿pero por qué? ¿Qué es lo que quiere encontrar ahí?

En muchos pasajes del libro uno puede intuir cierta confianza que Scolnik tiene en las palabras, como si ahí detectara una fuerza capaz de destrabar algo de nuestras vidas contemporáneas. Redescubrir la relación con la escritura, le escuché decir alguna vez, es redescubrir la relación con la experiencia y la propia historia. ¿Cómo se elabora todo aquello que uno ha vivido, tan extremo tan vital, que no encuentra su modo de existir, al menos como una evidencia en el presente? Esta pregunta dibuja el contorno de un proyecto teórico-político. Un proyecto que también se explicita en otra parte del libro: reencontrarse con lo que ya no tiene una actualidad palpable, para relanzar búsquedas que quedaron truncas. Volver sobre el pasado, sobre el alma de los hechos, y ofrecerlo como un espejo para el presente.

Quizás el punto de partida aparezca en el reconocimiento de una distancia con lo contemporáneo, de una inadecuación. Esos años a los que Scolnik necesita volver se encuentran estetizados por un presente que, de tanto referirse a ellos, no da lugar al temperamento bajo el cual se produjo lo mejor de esas décadas. No hay en este gesto revisionista una actitud nostálgica, ni siquiera desesperanzada, sino un pensamiento dirigido hacia prácticas posibles y concretas. De lo que se trata, en definitiva, es de volver a esas vivencias para relanzar nuevas búsquedas, para hacerlas relampaguear entre nosotros.

La operación que Scolnik realiza sobre el pasado busca destrabar algo de nuestra vida actual. Nada que esperar lleva a cabo una revisión de las últimas décadas desde un revés de trama, una especie de genealogía gracias a la que entendemos mejor el derrotero que nos llevó hasta el presente. Los años noventa, por ejemplo: donde los saberes estereotipados reconocen la ausencia de política, la pasividad, Scolnik encuentra la experimentación y la resistencia en carne viva, la audacia, la indeterminación, la invención de prácticas y saberes colectivos. Los años kirchneristas también: mientras periodistas, funcionarios y académicos festejaban el retorno de la política, Scolnik no podía sino ver el reemplazo de saberes políticos por las narrativas tentadoras de la nueva era.

Los capítulos dedicados a los últimos quince años son tal vez los más conmovedores por su dureza, por la lucidez con la que describe el modo en que la politización-despolitizante produjo un regreso a la vida civil. Scolnik no puede dejar de ver una transacción sin la cual el presente sería incomprensible: se ofreció la posibilidad de tener una vida a cambio de la subordinación, de la aceptación de que las cosas eran y serían de esta manera. Como en el padrino –otra vez–, se trataba de una oferta que para la gran mayoría de nosotros fue imposible rechazar. El kirchnerismo, después de la gran conmoción, ofrecía una vida. Toda una política reparatoria. A los científicos, repatriar sus “cerebros” que habían fugado. A los intelectuales, revistas, programas de televisión, cargos académicos e institucionales y becas. Muchas becas. A buscas y empresarios, muchos negocios posibles. Soja, pañuelos blancos y Conurbano parecían ser los lados de un triángulo, rara vez equilátero, muchas veces isósceles y en general escaleno. Imposible no pensar, a partir de este análisis, en el mutismo de los especialistas académicos, en el advenimiento de los escritores profesionales, nucleados en universidades, agencias literarias y editoriales multinacionales.

En su ir y venir entre pasado y presente, Scolnik reconoce los dispositivos de neutralización con los que vivimos: la estetización de las palabras, la mercantilización de las prácticas, la privatización de la vida, la política como rosca y administración, la escritura como carrera, el régimen de opinión como otra forma de morir, la realidad como derrota. Algo imperceptible se había quebrado entre nosotros, sentencia Scolnik sobre el final del libro, refiriéndose a la extinción de su amistad política, Ahora, lo que le pasaba a cada quién pasó a ser información.

Si, como escribió Marcelo Fox, el mundo es una máquina de olvido, Scolnik se propone librar con su libro un combate contra esa maquinaria. Pero, por supuesto, no se trata de cualquier olvido, ni de cualquier combate, sino de una pelea por esos detalles en los que se juega la verdad de nuestra historia. Para este presente maquillado, aturdido y temeroso, para este presente desalmado, Scolnik propone un retorno a ese temperamento, a ese alma de los hechos, que pueda servirnos como brújula, o al menos como espejo, para no sentirnos tan solos en el naufragio anímico de estos años.

La comuna de Trelew // Diego Sztulwark

Ahora que todo es serie y homenaje, plataforma y almanaque, ¿no sería oportuno filmar La pasión según Trelew (libro de Tomas Eloy Martínez, 1973)? El autor de «La novela de Perón» -que ya tuvo su «Santa Evita” en Disney- bien podría ser invocado para un emprendimiento cultural auténticamente. El día de mañana sería ideal para anunciarlo. Al cumplirse los cincuenta años de la masacre: una historia de “La comuna de Trelew”, o bien “Tres días Pasión” o quizás “Comuna, fuga y masacre en Trelew”. Evidentemente, habría que sumar, para armar el guion, tramos de la entrevistas que grabó Paco Urondo a los sobrevivientes de la masacre el 25 de mayo del 73, base de su extraordinario libro «Trelew, la patria fusilada» (1973). A lo que voy: sabemos menos de la comuna que de la fuga y la masacre: No se deja de narrar la magnífica fuga del penal de Rawson de 24 militantes presos el 15 de agosto del 73 -la hemos escuchado hace pocos días en voz de Vaca Narvaja-, ni hemos dejado nunca de recordar la masacre sucedida una semana después -el 22 de agosto, sabemos los nombres y recordamos cada años a los 16 muertos y a los 3 sobrevivientes heridos, luego desaparecidos. Pero se nos pasa la comuna, cuya historia es inseparable de la secuencia fuga-masacre, y agrega un elemento clave para entender aquellos -y por su reverso, también estos- años. Una comuna -con sistema propio de abastecimientos y líderes espontáneos- que duró tres días, casi nada.

Tomas Eloy Martínez era entonces director de la revista Panorama (construida sobre los restos de Primera Plana) y estuvo a cargo de la edición que saldría a la calle aquel 23 de agosto. En medio de versiones encontradas y lleno de dudas respecto del relato oficial sobre la masacre, se resolvió por escribir que «la sangre de los prisioneros de Trelew podría cerrar el camino hacia la democracia que el gobierno ha prometido». Por introducir un razonamiento que cuestionaba la palabra de la dictadura y sugerir apenas lo que muchos años después escribiría Alejandro Horowitz en «Los cuatro peronismos», que la masacre era un mensaje de la Marina a Lanusse, un modo de marcar la cancha en sus negociaciones con el Perón del exilio, el periodista fue echado de Panorama. Un llamado telefónico al dueño de la editorial por parte del entonces capitán de navío Emilio Eduardo Massera ocurrido el mismo 23, convino el despido inmediato de su director. Y si bien algo se cerraba -al cumplirse 25 años de la masacre escribió Eloy Martínez:  “La destrucción de la Argentina empezó entonces”-, algo quizás también se abría, puesto que ya despedido decidió viajar a Trelew a investigar la verdad de lo sucedido y al llegar  -hablamos de mediados octubre- se encontró con una historia que no buscaba: “una de las rebeliones populares más encendidas y secretas de la historia argentina”. Hizo entonces lo que podía hacer, recabó testimonios, revisó documentos, trazó vínculos entre los hechos inmediatamente históricos del penal y del aeropuerto y lo que sucedía en barrios y los hogares. Las primeras ediciones del libro ardieron en llamas en la Plaza de un regimiento de la ciudad de Córdoba junto a libros igualmente combustibles de Freud, Marx y Althusser.

 

En la reedición del año 97, podemos por fin enterarnos de aquella comuna que despertó a media mañana del 11 de octubre del 72: un “alzamiento popular” de más de 3.000 personas -de unas 30.000 habitantes que entonces tenía Trelew- en respuesta al escarmiento que policías y militares -el arresto de 16 ciudadanos y al allanamiento de un centenar de casas- ejercieron sobre una población que había expresado solidaridad con los presos del penal antes de la fuga del 15 y “consternación” con la masacre luego de los fusilamientos del 22. Las violentas detenciones -a vecinos de todos los partidos y profesiones- y los partes oficiales que las justificaban, pusieron a Trelew en una disyuntiva: “o resistía o se transformaba en cómplice”. Chiche López, secretario del comité radical que zafó de la represión y uno de los activistas de la comuna, pronunció estas palabras: “nos dimos cuenta de lo torpes que habíamos sido entre el 15 y el 22 de agosto. Otro sería el cantar si nos hubiéramos organizado para exigir el traslado de los diecinueve muchachos desde la base del penal, o si hubiéramos intentado ir a la base en manifestación”. La primera convocatoria a las “fuerzas vivas” la lanzaron los dirigentes de las fuerzas políticas por radio Chubut. Respondieron almaceneros, obreros textiles, maestras, militantes de la juventud peronista y desocupados. Llegando el mediodía del día 11, el local del MID estaba repleto de personas ansiosas por salir a la calle, desobedeciendo la presencia de los camiones del ejército y los patrullajes de la marina. Pasado el mediodía, en torno al Teatro del Pueblo (hoy Teatro Español), estudiantes, taxistas y agrimensores coreaban “Libertad a los soldados de la libertad”; “luchemos, basta de represión”; “nos piden votos y nos mandan a Devoto”. A las 15hs el teatro -epicentro de la comuna- desbordaba. Durante esos días hubo una huelga masiva -90% de acatamiento- desautorizada por la CGT y masivas manifestaciones desde el centro de la ciudad hacia los barrios obreros. Ni ruptura de vidrios, ni saqueos, las tarea de limpieza y de elaborar consignas fueron compartidas por una ciudad mayormente de clase media en el que “nunca pasaba nada, sólo el viento”.

Descripcion: Arribo a Trelew del abogado defensor de presos politicos Mario Abel Amaya tras su liberacion del penal de Devoto.
Fecha del registro: 15 de noviembre de 1972.
Lugar del registro: Provincia del Chubut, Aeropuerto de Trelew.

Descripción: Los 19 presos políticos, integrantes de organizaciones político militares, entregan sus armas a la Marina en la puerta del aeropuerto con la condición de la preservación de su integridad.
Fecha del registro: 15 de Agosto de 1972.
Lugar del registro: Provincia del Chubut. Aeropuerto de Trelew.

Descripción: En la puerta del aeropuerto se concreta la entrega de las armas a la Marina, desconociendo lo acordado, minutos después esta fuerza militar se traslada e incomunica a los detenidos en la base Almirante Zar.
Fecha del registro: 15 de Agosto de 1972.
Lugar del registro: Provincia del Chubut. Aeropuerto de Trelew.
Localizacion del negativo original en domicilio del diario Jornada de Chubut: Sobre 2649
Descripción: Los 19 presos políticos, integrantes de organizaciones político militares, entregan sus armas a la Marina en la puerta del aeropuerto con la condición de la preservación de su integridad
Fecha del registro: 15 de Agosto de 1972.
Lugar del registro: Provincia del Chubut. Aeropuerto de Trelew.

Descripción: Los tres sobrevivientes de la Masacre de Trelew ofrecen una conferencia de prensa. De izq a der, con bigotes y lentes oscuros Ricardo Rene Haidar, María Antonia Berger y Alberto Miguel Camps. 

Descripción: Familiares de presos políticos se movilizan por la situación de los detenidos en la Unidad Penitenciaria Numero 6 de la ciudad de Rawson.
Fecha del registro: 01 de diciembre de 1972.
Lugar del registro: Provincia del Chubut, Ciudad de Trelew.
obre 2790

Fuente imágenes: Cuaderno Trelew 72, Colección Memoria en Movimiento. Subido por Revista Haroldo

Feminismo para el 99%: el siglo XXI y una nueva lucha de clases ampliada // Mariano Pacheco

Redactado por Nancy Freser junto a Cinzia Arruza y Tithi Bhattacharya, el “Manifiesto de un feminismo para el 99%” fue publicado en castellano en 2019 por editorial Herder y no ha dejado de despertar debates al compás del movimiento que en todo el mundo viene funcionando como un espectro emancipatorio que marca fuertemente la época.

  

La centralidad del trabajo

El Manifiesto parte de rescatar la de la perspectiva feminista actual su capacidad de recrear la histórica herramienta de lucha de la clase obrera que es la huelga, ampliando la noción misma de trabajo (“el trabajo remunerado y no remunerado sostiene al mundo”) en esto que caracterizan como una “nueva fase de la lucha de clases” (marcada por su carácter anti-racista y anti-xenófobo, ecologista e internacionalista).

Este feminismo, que denominan del 99%, es un feminismo que abraza la lucha de clases anticapitalista y cuestiona al feminismo liberal por plantear una igualdad de género centrada en el mercado, que se propone diversificar las jerarquías pero no abolirlas. Por eso insisten en correlacionar la opresión de género con la explotación capitalista. Así, el sexismo aparece funcionando como parte de la estructura capitalista, que se sostiene sobre la división entre producción de seres humanos y producción de beneficios, asignando la primera tarea a las mujeres y subordinándola a la segunda (la reproducción social no sólo aparece feminizada, subordinada a la producción, sino también fuertemente racializada).

Entre las once tesis redactadas aparece con fuerza la denuncia sobre la violencia de género, que se presenta intensificada en épocas de crisis, cuando las masculinidades hegemónicas estallan al verse amenazadas. Violencia de género, violencia capitalista que se expresa no sólo en los planos económicos y políticos sino también culturales. “Violencia que coloniza nuestras mentes, deforma nuestros cuerpos y silencia nuestras voces”. Violencias que se presentan como profundamente ligadas al conjunto de relaciones sociales capitalistas, marcadas asimismo por la violencia racista, colonial, imperialista. Por eso en el Manifiesto sostienen: “entendemos que nada que merezca el nombre de `liberación de la mujer` se puede conseguir en una sociedad racista o imperialista. Pero también entendemos que la raíz del problema es el capitalismo, y que el racismo y el imperialismo son parte suyas”.

 

Agendas contemporáneas

La liberación sexual, el ecologismo y la democracia aparecen como otra tríada reivindicada por este feminismo para el 99% que, como ya se ha señalado, se declara abiertamente anti-capitalista.

Respecto de la liberación sexual, el Manifiesto plantea que la lucha por una nueva forma social no capitalista debe asegurar las bases materiales para la liberación sexual, y que en ese camino, se debe prestar atención a un doble movimiento: por un lado, el que realiza el capital, cada vez más financierizado, globalizado y desfamiliarizado, que ya no se opone implacablemente a las manifestaciones de sexo/género queer y no-cis, situación que si bien  habilita importantes victorias legales de igualdad formal de género, lo hace en un marco de regulación ampliada del Estado que fomenta el individualismo, el consumismo y la domesticación. Por otro lado, el riesgo de que los movimientos de liberación no tomen en sus manos estas agendas, entregando a las mujeres y al colectivo lgbtq+ a la dominación religiosa o patriarcal.

En cuanto a la crisis ecológica en curso, si bien reconocen que no es la primera en la historia, sí subrayan su carácter global y apremiante, y destacan que la preservación del planeta y la liberación de las mujeres van de la mano en un planteo de superación del capitalismo, porque así como no hay feminismo pleno bajo la lógica del capital, tampoco hay defensa de la naturaleza sin defensa del bienestar material de las comunidades. “No fue la humanidad en general, sino el capital el que extrajo los depósitos carbonizados forados bajo la corteza terrestre durante cientos de millones de años”, destacan, a la vez que subrayan que las mujeres constituyen el 80% de los refugiados climáticos y son también quienes se sitúan a la vanguardia de las luchas contra la creciente catástrofe ecológica.

En lo concerniente a la cuestión democrática, el Manifiesto enlaza una reivindicación elemental de defensa de la paz y los derechos elementales con un planeo más de fondo en relación a la capacidad de decidir de forma colectiva cuestiones fundamentales que el capitalismo suele privar a las grandes mayorías, como ser dilucidar qué y cuánto producir, con qué base energética y a través de qué tipo de relaciones sociales.

Por eso el Manifiesto insiste en que el feminismo para el 99 % busca “unir movimientos existentes y futuros en una insurrección global de amplia base anticapitalista”, en la búsqueda por superar oposiciones familiares obsoletas entre “política de identidad” y “política de clases”, asumiendo que la lucha puede ser una escuela pero también una oportunidad: para hacer más onda la comprensión que tenemos de la explotación y la opresión que padecemos, para expandir nuestros sentidos de lo que es posible.

El Manifiesto funciona como un auténtico “texto-caja-de-herramientas”, no sólo para los feminismos sino para toda política que se pretenda emancipatoria, ya que busca obstinadamente ejercitar desde una posición determinada (desde un punto de vista feminista, podríamos decir) una reconceptualización, una comprensión ampliada del capitalismo contemporáneo. Y lo hace asumiendo que la lucha teórica es inescindible de la lucha política. Por ello no duda en aclarar que no perciben los contornos precisos de una alternativa, “ya que esta debe surgir en el transcurso de la lucha por crearla”. Lucha que entiende debe crear “alianzas sólidas y de amplia base”, sin por ello dejar de tomar muy en serio las diferencias que se producen al interior del propio campo de lucha. “El feminismo para el 99 % encarna esa visión del universalismo: siempre en formación, siempre abierto a la transformación y al cuestionamiento, y siempre afirmándose de nuevo a través de la solidaridad. El feminismo para el 99 % es un feminismo impacientemente anti-capitalista, un feminismo nunca satisfecho con equivalencias si no tenemos igualdad, nunca satisfecho con derechos legales si no tenemos justicia, y nunca satisfecho con la democracia si la libertad del individuo no se mide de acuerdo con la libertad de todos”.

Por último, cabe destacar que, abriendo desde la reproducción social una lectura política de la actualidad, el Manifiesto deja entrever asimismo una pregunta ontológica: ¿cómo se produce un cuerpo? O más bien: ¿qué es y cómo se hace una vida? Interrogante fundamental si pretendemos agujerar los horizontes de sentidos que impone la era del realismo capitalista.

Al margen de todo calculo // Diego Valeriano

Sus caras huesudas, los dientes comidos, esos ojos apagados y chiquitos. El olor a chivo, pata y poxi que se siente a unos pares de metros. Todo el mundo que no arman, la manera que tienen de no esperar nada, lo flashero que debe ser todo pero no lo cuentan. Jalan pegamento todo el día mientras contemplan ese mundo pasar: los trenes, la gente, las nubes, nosotros. No trabajan, no se mueven, ni se quedan quietos. No sirven para nada. Ni subir al tren, ni esperar en la boletería, ni caminar hasta la iglesia. Los vendedores que todo conocen, ni los registran. Invisibles, desobedientes, de una inutilidad única. No piden, no son rastreros, no cuidan coches. No andan por los bares rescatando algo para papear. Ni zoquetes, ni carilinas, ni algo para la garrafa. Ni un hermanito internado en el Garrahan. Al margen de todo cálculo, finalidad, intercambio. No se sabe si existen realmente; en las fotos no aparecen, documentos no tienen, recuerdos tampoco. Sin historias de juzgados, institutos, hogares, rancho. Ni memoria en los ojos, ni escrachos en la piel, ni pasado mañana, ni anteayer. Si les preguntan, no contestan; si les dan algo, no agradecen. Nunca aceptaban consignas a cambio de beneficios. Siempre solos por miedo, desconfianza o asco. No saben caminar, no les interesa plantarse, mirar con desdén no les cabe. Los chorros de Retiro los ven muy guachines y entonces nada, la policía no les da cabida, en los pasillos de la villa se pierden. Ni los viejos que merodean las estaciones buscando el olor a pis de guachin se les acercan. Siempre en soledad con su locura, salvajismo y abandono. Ni desahuciados, ni rastreros, ni psicologiables, ni siquiera gedientos. Menos que menos incluidos en esos programas absurdos, mezquinos, sociales. Indescifrables, no nombrables, nobody. Ni día de las niñeces, ni pelotero, ni andar mendigando cariño militante. Todo el tiempo rajando, siempre estando en una brava sin saberlo. Deliran al mundo entero de manera involuntaria. Inmóviles mientras todos huimos. Ni legajo, ni causa, ni caso, ni amigo, ni segundeo. Lejos de toda utilidad, provecho, finalidad. Cero cartel, cero subordinación al futuro, cero enganche con el pasado. Ni resurrección, alegría, vida o redención. Ni siquiera la muerte que todo lo alcanza.

Sobre éxitos y fracasos // Diego Sztulwark

A mis 18 años leí Hombres y mujeres del PRT-ERP (La pasión militante), de Arnol Kremer. A comienzos del año 1990, nos lo trajo recién salido de la imprenta Eduardo Luis Duhalde, director de la editorial Contrapunto, recién salido de la imprenta. Llegó una noche con unos cuantos ejemplares y elogios a la calidad moral de aquellos militantes guevaristas de los que apenas había oído hablar. Del autor me informé por la contratapa: “Nace en Zárate en 1941. Obrero metalúrgico con participación sindical en los gremios navales, ATE y UOM”, miembro del PRT desde el 67, partido del que llega a ser secretario general luego del asesinato de Santucho. Devoré sus más de quinientas páginas -repletas de documentos partidarios- y admiré ciegamente cada nombre, cada gesto fechado y cada palabra de ese libro. No es que no conociera las críticas que le dirigían otros viejos militantes, pero la narración de una historia tan admirable de la formación de un partido revolucionario, marxista y no peronista, con capacidad de inserción obrera y popular, me dejaba perplejo. El PRT en sí mismo era un acto de desmitificación.

Años después, en la prehistoria de las Cátedras Libres Che Guevara (organizadas por primera vez en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en 1997), conocimos junto a un puñado de militantes de la agrupación El Mate, a Kremer, alias Luis Mattini. Su casa era un taller de carpintería, sobre la avenida Scalabrini Ortíz. Lo visitamos una vez y otra, sábado tras sábado durante muchos meses, quizás años. Sebastián “El Ruso” Scolnik ha narrado esos encuentros en su bellísimo libro Nada que esperar, historia de una amistad política. Eran largas conversaciones entre militantes de distintas generaciones con obsesiones aparentemente compartidas. Tiempo después -hablamos siempre de la era prekircherista, incluso pre 2001- la aparición de un libro absolutamente contrastante con el de Kremer nos hizo entrever que había relatos no menos seductores, pero escritos en un tono completamente antagónico sobre los años setentas. El vértigo de Galimberti, de Perón a Susana, de Montoneros a la Cia (publicado en el año 2002 por Roberto Caballero y Marcelo Larraqui) se hacía presente desde el título mismo. Sobre el final, los autores introducen un epílogo, un monólogo ofuscado del propio Galimberti, que echaba una mirada agresiva sobre la atmósfera de aquella carpintería. Cuenta allí que durante una noche de insomnio frente a la televisión se le aparece en la pantalla “un anormal, un tipo del ERP, que se dice Mattini”, que “se sienta con Perdía”. Ambos son presentados por el animador televisivo como “comandantes guerrilleros”. Galimberti siente vergüenza de lo que ve y se dice a sí mismo: “¿Cómo? ¿Este tipo fue jefe mío?”. Al volver la atención a la transmisión aparece “el otro, Vaca, Vaca Narvaja, que aparece en la gomería”. La reprobación del insomne es total: “No está bien. O renuncian a la política y se exilian en Turquía, o demuestran que en esta sociedad nosotros somos capaces de ser exitosos. Yo soy capaz de generar medios, de dar trabajo a otros, de tener ideas creativas. ¿Por qué repudiar el éxito?” No se puede negar que esa clase de preguntas no pertenezca de pleno derecho a la conciencia de nuestro tiempo. El monólogo frente a la pantalla concluye con la siguiente confesión: “Me siento humillado por esa actitud. Me gustaría que estuvieran al frente de una empresa”. Ese mismo año, Luis Mattini publicaba un libro importante, un ensayo político titulado La política como subversión, una mirada sobre la teoría y práctica del Poder Popular, que en sus primeras páginas afirmaba: “hemos cometido un solo pecado imperdonable: No haber sido ni ser suficientemente subversivos”. Una frase como esta, válida tanto para su generación como para la nuestra, contiene más verdad -o en todo caso una clase de verdad más útil- que las que encontramos en cierto relato heroico congelado, que despoja las hazañas armadas del pasado de su carácter dramático y situado. Relatos vueltos tristes por el tono con que se los narra, pura defensa de sí mismos. Capaces de producir fascinación (o rechazo), pero no de transmitir experiencia. ¿Qué hace Mattini al introducir la expresión: “suficientemente subversivo”? Traslada la violencia desde el relato de los hechos a la conciencia que los piensa. Disuelve la fascinación, nos cuestiona, nos fuerza a pensar. Porque para Mattini ser “suficientemente subversivo” no era cuestión de extremar el enfrentamiento sino más bien eludir la cristalización del sentido (cuestión particularmente importante y delicada cuando esos sentidos se enlazan a la guerra y sus justificaciones).

No hace tantos años me sorprendí también una noche de insomnio al ver en una señal de televisión por cable a Mattini afirmando que sus compañeros combatientes de la guerrilla bien podían ser comparados con quienes participaron de la gesta del general José de San Martín. Un recuerdo perdido que aparece ahora, inesperado y oportuno (por la fecha, mañana es 17 de agosto), que no deja de volver sobre la noción galimbertiana de “éxito”. Puesto que nadie reprocha a San Martín el haber empuñado las armas para “hacer política” -expresión periodística que bien cabe imaginar en un set televisivo-, porque aquel triunfo fue la base sobre la cual se constituyó un país que ya nunca más volvió a revisarse tan radical y “exitosamente” a sí mismo (el propio silencio del general exiliado dice bastante al respecto) No es sólo que en nombre del San Martin libertador un ejército nacional se dedicó a apuntar sus cañones hacia la población, sino que ya no hubo resquicios para pensar tesis como las que Luis Mattini defendió en interesantísimos artículos y entrevistas en torno a la lucha armada de la segunda mitad del siglo como producto de una intensificación de la lucha de clases. Es esa imposibilidad de pensar lo que suele llamarse “derrota”. No es sólo el saldo de un conflicto armado, sino la lapidación mental que acarrea. Nunca funcionó aquello de que acallados los fusiles comenzaban los argumentos. Los argumentos proliferaron, sí, pero siempre sobre la base de declarar que la derrota de las organizaciones populares y revolucionarias ocluía – como condición misma del diálogo democrático propuesto – todo deseo de transformación o de cuestionamiento político al estado y al ámbito liberal de la política. Y ya no hablo de los setentas o de la dictadura, sino de los cuarenta años de democracia que celebraremos en algo más de doce meses. Para mensurar lo que una época es capaz de pensar sobre sus propios fracasos es suficiente con preguntar qué se entiende por “éxito”. Del mismo, y a la inversa, en aquello que no para de triunfar se esconde lo que no hemos sabido hasta el momento transformar

LA TECL@ EÑE

Tener superpoderes: la lectura como experiencia de emancipación // Amador Fernández-Savater

¿Es la lectura algún tipo de experiencia subversiva hoy día? ¿Habilita modos de estar en el mundo a contracorriente de los hegemónicos?

“recuerdo/ el momento justo en el que me di cuenta de que/ había aprendido a leer/ no como cuando fingía que lo hacía/ sino como cuando/ efectivamente leía/ en el espacio se abrió un espacio/ me pareció irreal y luego/ me pareció real/ y era mayor y entré/ perdón, quise decir/ y entré y era mayor” (María Salgado, Salitre)

¿Es la lectura algún tipo de experiencia subversiva hoy día? ¿Habilita modos de estar en el mundo heterogéneos, a contracorriente o en ruptura con los hegemónicos?

Sabemos que fue así en el pasado. Lo demuestra por ejemplo Germán Labrador en Culpables por la literatura, un formidable trabajo histórico-ensayístico sobre la contracultura española a lo largo de tres generaciones: los progres del 68, los libertarios del 77 y los modernos del 84.

Labrador parte de la idea de que el franquismo no fue solo un régimen político o una ideología autoritaria, sino también la producción y reproducción de un tipo de cuerpo: unos afectos y unos hábitos, una percepción y una sensibilidad, unas capacidades y unas intolerancias. A través de las instituciones disciplinarias del momento, mediante la represión y la violencia, el franquismo fabrica en serie un tipo de cuerpo a partir del mismo patrón: el cuerpo del líder –y de su consorte, modelo femenino– como imagen a imitar, replicar, encarnar.

Si el poder tiene una dimensión somática, la revuelta también: la contracultura consistió en deshacerse de ese cuerpo impuesto y darse otro, capaz de sentir, pensar y hacer distinto. Una transformación a la vez feliz y dolorosa, festiva y a la vez violenta, como testimonia la figura de Leopoldo Panero que dijo: “Yo me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos”.

Se trataba de desaprender físicamente la dictadura: en los movimientos estudiantiles, los espacios homosexuales, a través de la música, las drogas… o la literatura. Esta funcionó entonces como tecnología de liberación, como territorio y materia de las transformaciones. La lectura movilizaba el deseo de vivir otra vida, de convertirse en otro, de ser otro. Un lobo estepario, el volcán de Lowry, Rimbaud, Artaud o el Capitán Trueno para la imaginación infantil: ser en todo caso un cuerpo capaz de vivir aventuras, más allá de la vida encogida bajo el franquismo.

La literatura concedía “un traje de Superman”, dice Labrador, a través del cual vivir dos vidas, muchas vidas, con la imaginación espoleando al deseo para funcionar de otro modo y querer otras cosas. Es el “lector arrebatado” dispuesto a vivir según el lenguaje, a creerse lo que lee, a encarnar las lecturas. La emancipación no solo ocurría en los espacios propiamente políticos, sino también en los cuartos, en las actividades aparentemente privadas, en los sueños.

El franquismo se hunde cuando ya no es capaz de inscribirse en los cuerpos. Ese es el fondo oscuro e inadvertido de la batalla por el cambio sobre el cual sucede la transición española. Y es lo que nos permite ver y valorar mejor el libro de Germán Labrador.

¿Y hoy, implica la lectura algún tipo de revuelta? Se me ocurren al menos dos respuestas positivas posibles.

La primera dice más o menos así: vivimos actualmente en la sociedad del espectáculo donde el mundo se nos presenta a diario como un conjunto de fogonazos mediáticos sin vínculos ni memoria. Nada lleva a nada y todo se evapora de inmediato. Lo que esta sociedad fabrica en serie es el “espectador” o el “opinador” de las redes sociales: un sujeto gregario y morboso, manipulado y desinformado, volátil y amnésico. En el fondo un no-sujeto.

En sus Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Guy Debord opone justamente el lector al espectador. El cuerpo del lector al cuerpo del espectador. Frente a la imagen donde “se puede yuxtaponer de todo”, que “no deja tiempo a la reflexión” y nos reclama pura “adhesión a lo existente”, la lectura es subversiva porque nos “exige un verdadero juicio a cada línea y solo ella puede darnos acceso a la vasta experiencia pre-espectacular”.

La lectura para Debord es el ejercicio crítico por excelencia. A través de un esfuerzo lineal y progresivo, se sigue un razonamiento, se comprueba si se sostiene, si una cosa se deduce de la otra. La lectura es una práctica de descodificación de sentido donde se discrimina lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. El sujeto crítico es un lector y sobre todo un lector del mundo, capaz de atravesar la opacidad estratégica del espectáculo y leer la realidad como se lee un texto. En ese libro Debord se presenta a sí mismo como el último gran lector, calificado para relacionar los hechos y pensar históricamente lo que se presenta como fenómenos aislados y sin pasado.

La dimensión subversiva de la lectura ya no habría que buscarla entonces en su capacidad utópica de plantear otros mundos posibles, sino en los superpoderes de la razón, la lógica y el conocimiento histórico dentro de un mundo que nos quiere fundamentalmente estúpidos.

Una segunda respuesta positiva sería la lectura como ejercicio de transformación de uno mismo. La lectura como “ejercicio espiritual”, podríamos decir siguiendo a Pierre Hadot, que nombra así las prácticas de auto-transformación entre los filósofos (estoicos, epicúreos, cínicos) de la Grecia antigua. ¿En qué sentido sería subversiva hoy la lectura como ejercicio espiritual?

El neoliberalismo también es un poder que produce y reproduce un tipo de cuerpo: en este caso el de un sujeto siempre movilizado, disponible y conectado, en constante superación de sí mismo y competencia con los demás, azuzado por la obsesión de “siempre más” (más rendimiento, más productividad, más consumo, etc.). El cuerpo-modelo a imitar hoy sería el del deportista, el youtuber, la celebridad…

La lectura, entendida como ejercicio espiritual, crea una forma de vida bien distinta: como disciplina de la atención, del estar-ahí y no en mil sitios y ninguno a la vez; como interrupción a través del silencio y del recogimiento de la carrera enloquecida del hámster en su rueda; como actividad que lleva incorporada la recompensa en sí misma y no es solo medio o instrumento de una finalidad exterior…

La lectura es un ejercicio de “pasividad activa”: por un lado, supone entrar en el mundo que otro te propone, salir de uno mismo y dejarse afectar; por otro lado, exige responder a lo que se lee y ser capaz de crear sentidos propios. El cuerpo que lee es muy distinto por tanto al sujeto incapaz de vérselas con la alteridad y al sujeto que se limita a consumir lo que se le presenta empaquetado.

El lector no se desconecta del mundo, sino que lo habita de otro modo, experimentando con los sentidos, poniendo en relación lo que lee y lo que ha leído, lo que lee y lo que ha vivido. Altísima intensidad de una inmovilización tan solo aparente, el cuerpo del lector corta en seco la fuga hacia adelante del sujeto de rendimiento neoliberal y hace una experiencia plena del presente.

Del lector arrebatado al lector disciplinado: los superpoderes que nos otorga la lectura hoy son distintos a los del pasado. No tanto imaginarnos seres distintos, como estar más presentes. No tanto vivir dos vidas, como intensificar la vida que hay. No tanto fugar hacia un mundo alternativo, como estar aquí y ahora.

Lectura como ejercicio utópico, lectura como ejercicio crítico, lectura como ejercicio espiritual: el mundo y las formas de dominio cambian, pero la lectura encuentra siempre el modo de ser una revuelta.

Fuente: FILOSOFÍA PIRATA

 
 
 

Amador Fernández Savater (Madrid, 1974) va y viene entre el pensamiento crítico y la acción política, buscando siempre su encuentro. Es editor de Acuarela Libros (acuarelalibros.blogspot.com), ha dirigido durante años la revista Archipiélago y ha participado activamente en diferentes movimientos colectivos y de base en Madrid (estudiantil, antiglobalización, copyleft, «no a la guerra», V de Vivienda, 15-M). Es autor de “Filosofía y acción” (Editorial Límite, 1999), co-autor de «Red Ciudadana tras el 11-M; cuando el sufrimiento no impide pensar ni actuar» (Acuarela Libros, 2008) y coordinador de «Con y contra el cine; en torno a Mayo del 68» (UNIA, 2008). Actualmente, emite semanalmente desde Radio Círculo el programa «Una línea sobre el mar», dedicado a la filosofía de garaje.

El retrato y la mascara // Diego Sztulwark

El método del Facundo es la evocación de una figura antagonista para pensar la fractura del país y la guerra civilizatoria. El retrato que traza Sarmiento de la barbarie, del gaucho malo y del caudillo arquetípico, Facundo Quiroga, enmascara a Juan Manuel de Rosas, al verdadero enemigo de Sarmiento, que escribe exiliado en Chile.

En su prólogo de Facundo o civilización y barbarie, Jorge Luis Borges modificó la “y” del subtítulo de la obra por una “o”, para hacer surgir una consigna “civilización o barbarie”, aplicable, a su juicio, al “entero proceso de nuestra historia”. El gaucho y el caudillo, que en Sarmiento son engendrados por la geografía y la colonización española, son adoptados por Borges como una vertiente irreductible de una corriente multitudinaria que llega hasta nuestro presente. No un tipo étnico, ni una ascendencia, sino “un destino”. El gaucho de Sarmiento es el producto humano de la lucha aislada del individuo con la naturaleza salvaje y extensa. Un ser de “rostro grave y serio como el de los árabes asiáticos”, que ostenta la arrogancia del “hábito de triunfar sobre las resistencias”. El texto de Borges, que habla de la invasión bárbara a la urbe, de “colonos y obreros”, es de 1974. A su juicio, Facundo atesora y revela la clave de la relación entre la “plebe de las grandes ciudades” y su conexión con “el demagogo” que hereda la función del antiguo caudillo. Lo cierto es que de Sarmiento a Borges, el bárbaro es el iletrado. Comentará este último sobre la literatura gauchesca: “Es un curioso don de generaciones de escritores urbanos”. Como explica Josefina Ludmer en El género gauchesco, el Estado argentino se constituye en una triple relación de utilidad con el hombre de caballo: recluta al gaucho para el ejercito independentista —convirtiéndolo de “delincuente” en “patriota”—, hace un uso letrado de su voz para formar una poética nacional y luego emplea el género “para integrar a los gauchos a la ley”.

El Facundo es un ejercicio de imaginación prefigurante, por medio del cual el miembro más talentoso de la joven generación de la élite ilustrada propone los términos del progreso —inmigración europea, ideales revolucionarios, Constitución norteamericana, educación pública, inversión de capital extranjero y libre navegación de los ríos— para un país en formación. Y una hoja de ruta para derrotar al enemigo imprevisto —la “barbarie americana”— en la guerra civil que asuela a la joven nación. Su publicación en 1845 precede al trazado de la línea que demarcará la frontera entre la novela como género y la teoría política como lengua estatal. El libro más importante de Sarmiento —y según no pocos críticos, el fundador de la literatura nacional— se caracteriza por la posición bélica de la escritura —dar forma al otro es ya comenzar a derrotarlo— y por la operación de enmascaramiento: bajo el retrato de Quiroga, se trata de Rosas.

Si hace comparecer ante sus lectores al Tigre de las Llanuras, y con él a “la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo”, es para mejor interrogar aquello que ha decidido enfrentar. La revolución independentista rioplatense que enfrentaba el ideal revolucionario europeo a la sujeción hispana ha despertado las fuerzas de un inesperado “tercer elemento”, caudillos y montoneras. En eso piensa Sarmiento cuando escribe que las ideas no pueden ser destruidas por los cuerpos. Aunque la grandeza del texto se explica más bien por los rastros que en él hallamos de su fascinación por la exuberancia de ese mundo “sin forma ni debate” en la que vive el “cristiano salvaje”; el vigor que nace de esa silvestre libertad, de aquella llanura plana e ingobernable que el escritor describe al detalle antes de haberla conocido, desestabiliza toda fijación de los términos civilización “y” barbarie. La vida de Facundo personifica el despertar de unas fuerzas indóciles que, si bien animadas por la independencia (el gaucho-soldado), resultarán sin embargo un estorbo. El gaucho rioplatense obstaculiza los términos de la gran política de mediados del siglo XIX, que se esfuerza por sustituir a la ciudad americana española, católica, estanca y colonial, con la cultura criolla europeizada, integrada al flujo mercantil, burguesa y revolucionaria.

En cuanto al juego de máscaras, Facundo es un juego de disfraces. El retrato del caudillo de La Rioja, asesinado una década atrás, esconde bajo capas de polvo y sangre un secreto que es preciso revelar. Tras la bestia honesta e impulsiva se esconde un enemigo calculador, gaucho estanciero y jinete propietario, que ejerce desde Buenos Aires un mando centralizado y duradero con el que Facundo jamás soñó. Se escribe sobre Facundo —arbitrario y sanguinario, caudillo corruptor del espíritu de libertad— para derrotar a Rosas. Pero el Restaurador de las Leyes no es un impulso ciego del desierto, sino un entero sistema de poder. No es sólo la Mazorca y el color rojo derivado del gusto por el cuchillo y la sangre. No es sólo la suma del poder público. Y si para comprender la tiranía es preciso retratar al tirano, el Rosas de Sarmiento será el resultado del cruce de dos trazos: la administración de sus estancias, y su estudio de la Santa Inquisición. De la primera ha extraído un conjunto de técnicas para mandar a los bonaerenses, y de la Inquisición la espiritualización que permite aplicar al mundo humano aquellas técnicas nacidas para la administración del ganado.

Mas que poder pastoral, Sarmiento describe un poder ganadero: “Las fiestas de la parroquias son una imitación de la hierra del ganado, a que acuden todos los vecinos; la cinta colorada que clava a cada hombre, mujer o niño, es la marca con que el propietario reconoce su ganado; el degüello a cuchillo, erigido en medio de ejecución pública, viene de la costumbre de degollar las reses que tiene todo hombre en la campaña; la prisión sucesiva de centenares de ciudadanos sin motivo reconocido y por años enteros, es el rodeo con que se dociliza el ganado, encerrándolo diariamente en el corral; los azotes por las calles, la Mazorca, las matanzas ordenadas, son otros tantos medios de domar la ciudad, dejarla al fin como el ganado más manso, y ordenado que se conoce”. Con Rosas nace el gaucho gobernador y propietario, que persigue el robo y difunde la obediencia. Visto desde la perspectiva del proyecto de la Generación del ’37, Rosas no es enteramente desdeñable: representa un poder de naturaleza unitario (de una provincia sobre otras), del puerto sobre la nación y de la propiedad sobre el bandidaje. Un poder cuyo origen se remonta al asesinato de Quiroga. Al grito de “Viva la Federación, mueran los unitarios” Rosas instaura, dice Sarmiento, el más unitario de los sistemas: aquel que tiene a su persona como centro de gravedad. A lo que agrega: “Es admirable la paciencia que ha mostrado Rosas en fijar el sentido de ciertas palabras y el tesón de repetirlas”. La unidad de la república, dice Sarmiento, “se realiza a fuerza de negarla”.

De David Viñas a Ricardo Piglia, la crítica literaria no ha dejado de plantear la pregunta: ¿cómo y cuándo se deja de ser sarmientino? Viñas leyó a Sarmiento como un héroe del período conquistador de la burguesía argentina, aquel en el que se pensó “una nación para el desierto”, como dijera Tulio Halperín Donghi. Sarmiento fue un activista: escribe cartas, viaja por el mundo, escribe artículos y libros, funda periódicos. En su libro De los montoneros a los anarquistas, Viñas se detiene en el fallido atentado contra la vida de Sarmiento, perpetrado por los hermanos Francesco y Pietro Guerri. El asunto tiene su importancia histórica, ya que si bien se ha atribuido la acción a la influencia de “los últimos hombres vinculados al jordanismo en derrota”, para Viñas el que los hermanos sean marineros e italianos y que la fecha del atentado se sitúe en 1873, “a los comienzos de la creciente parábola de la inmigración impregnada de anarquismo individualista”, permite afirmar que las motivaciones más inmediatas no fueran “de origen provinciano y autonomista, sino de incidencia ideológica antiautoritaria”. Se trata del método del “revés de la trama”, que desentraña las ruinas y las revueltas en el envés del progreso civilizatorio y hace surgir una comunicación inadvertida entre las secuencias históricas. De modo que los hermanos Guerri pueden ser presentados como antecesores directos del joven anarquista Simón Radowitzky quien atentaría —esta vez con éxito— contra la vida del jefe policial Ramón Falcón, que antes de reprimir obreros anarquistas había combatido a los gauchos de López Jordán y al indio en la campaña del desierto. De modo simbólico, concluye Viñas, los anarquistas vengaban a los antiguos montoneros.

Facundo o la escritura que proyecta al otro bárbaro detrás de la frontera dura hasta Operación Masacre. Rodolfo Walsh contrapone la periferia a la frontera. Lo que supone la invención de otro artificio político-literario, capaz de develar la conexión orgánica de la escena de la masacre y del fusilamiento como los medios ineludibles de aquella civilización añorada. Esta veta fuertemente antiprogresista introduce una ruptura respecto al escritor crítico integrado. Ricardo Piglia ha escrito que “la historia argentina es una lucha cuyo escenario privilegiado es la escritura de Sarmiento”. En ella no hay distinción neta entre lucha política y literatura, dado que el sentido proviene de la enemistad, de un “otro con quien luchar”. En esta historia en la que el héroe es quien escribe, el único que posee las claves para cruzar de ida y vuelta la frontera entre ambos mundos. Pero Operación Masacre no supone este tipo de enfrentamiento entre el escritor y su otro, sino una transición —y hasta una conversión—, en la que el otro —el obrero peronista fusilado—, lejos de proyectarse como opositor, actúa como vía de inducción a una transformación real. Detrás de la frontera —y no en la pluma del autor— se engendra el heroísmo. La fuente de la revolución ya no es la imaginación de la élite nacional-liberal —acusada por Walsh de los peores crímenes—, sino la actividad que surge de conocer la historia de las víctimas. La verdad no emana de las Ideés sino en los hechos escamoteados por la ley y su impostura. Y si, como afirma Piglia, Sarmiento es en cierto modo el héroe inaugural de los escritores, puesto que pudo escribir grandes textos ahí donde el peso de la política lo hacía imposible, Walsh bien podría ser considerado un nuevo tipo de escritor militante, puesto que llevó la literatura a la investigación política, desafiando el límite en el que el saber se vuelve merecedor de la peor de las sanciones.

El cohete a la luna

 

Cuaderno de protesta (2) // La Liga Tensa

Sobre la situación y la percepción

Esthel Vogrig Nardini / Liga Tensa 

 

Saber oler el aire y cabalgar la ola.

Cuando nos disponemos a manifestarnos, saber qué hacer –cómo actuar, cuándo actuar, dónde actuar, con quién y qué acción llevar a cabo– no es fácil. Hay que saber oler el aire y

cabalgar la ola.

 

Una pregunta que apareció en el proceso de la Liga Tensa fue cómo podríamos encontrar maneras de compartir las percepciones polisingulares de una manifestación: ¿Qué elementos podrían ayudar- nos a agudizar una percepción común sobre lo que está ocurriendo, para participar con mayor atención en el movimiento continuo del que somos parte? Intuimos que no se trata sólo de entender el con- texto, sino de tener la capacidad de percibir la situación.

Pensar en el contexto es partir de una serie de a prioris, ideas preconcebidas, condiciones predeterminadas: económicas, sociales, políticas, geográficas, culturales, y termina a menudo por llevarnos a generalizaciones. Desde un enfoque contextual, los movimientos y las acciones se interpretan a partir de códigos preestablecidos que definen las interacciones, códigos que preexisten a la acción, como si una acción sólo tuviera la capacidad de entrar y salir de un mundo ya formado.

A diferencia del contexto, la situación tiene que ver con lo singular y no con lo general. Lo singular se opone a lo general porque todo en una situación “es potencialmente barrido en el movimiento de la enacción (movement of enaction), con un final abierto en cuanto a la forma que vendrá a ser determinada, en un devenir singular catalizado por los gestos performativos que ocurren” (1) . La situación es singular porque el conjunto de gestos que acontecen en un determinado momento, conforman una realidad específica e irrepetible, que sólo toma forma en la acción. Por ejemplo, como nos recuerda el Comité Invisible, una serie de acciones no funcionan igual en situaciones distintas: lanzar una piedra nunca es simplemente lanzar una piedra “es algo que puede congelar una situación, o desencadenar una intifada” (2) .

La situación es procesual, y nos hace pensar un poco más en lo que vamos siendo que en lo que somos. Nos invita a pensar en el movimiento antes que en el cuerpo. Parte de la premisa que el mundo no está conformado sólo por cosas, sino por movimientos,

caminares, trayectos, líneas que se entrecruzan y se anudan (3) y, en los cruces de esos movimientos, es donde aparecen lugares, entes, conformaciones geológicas, ideas, revoluciones…

En lugar de pensar en un sujeto autónomo, (un individuo que interactúa con un mundo objetivo pre-existente, conformado por objetos manipulables), lo situacional nos enfoca en el carácter intrínsecamente relacional de la vida. Nos invita a pensarnos como seres de relaciones, que siempre están conformándose y transformándose a través de ellas, y no como seres en relación que se consideran entidades autónomas que entran o salen de las mismas (4) .

En la situación, ya no percibimos al mundo como una simple suma o ensamblaje de cosas que pueden unirse y separarse sin perder sus cualidades propias, sino como una correspondencia de movimientos y caminares que se acompañan y se conforman mutuamente (5) . De repente, entendemos las cosas como entidades que no pre-existen a las múltiples y cambiantes relaciones que las constituyen (6) , y percibimos cómo el conjunto de movimientos, acciones, sentires y entrecruzamientos, va constituyendo la singularidad de cada momento, y haciendo mundo.

La acción política entonces, no es sólo algo que entra o sale de un mundo que existe por sí solo, en un afuera objetivo y pre-establecido. Si bien heredamos la creencia de que existe un mundo que pre-existe a las múltiples y cambiantes relaciones que lo constituyen, la vida también puede ser entendida como un flujo incesante y siempre cambiante de “cosas” que emergen a partir de prácticas concretas de muchos actores (7) . En consecuencia, en cada situación, dependiendo de los procesos que se enactúan, que se ponen en acción, dependiendo de los múltiples movimientos y caminares, se conforman (forman-con) unas “realidades” y no “otras”.


En una movilización cada acontecimiento, cada gesto o cada grito no comienzan sólo desde un contexto predeterminado, desde un sujeto, o por un conocimiento a priori sobre el mundo o el trabajo por hacer, sino que en la movilización vamos haciendo mundo mientras escuchamos y percibimos los lugares, las ideas y las nuevas formas de vida que se constituyen en cada encuentro, en una reverberación mutua y constante de cruces a veces efímeros e invisibles. No sólo somos personas que van a la manifestación, sino que la manifestación es la que nos va haciendo personas. No sólo somos sujetos que se suman a una causa, sino que los movimientos que habitamos son los que nos van dando forma. La manifestación no sólo está conformada por una masa de cuerpos, sino por una infinidad de movimientos.

Pensar en la situación es pensarse como parte de una danza que está aconteciendo y transformándose en cada momento. Requiere de una sensibilidad que por momentos logre despegarse de las ideologías, los a prioris y las subjetividades solidificadas, que cada uno carga como fruto de su historia y de sus vivencias. No se trata de obviar el conocimiento que deriva de la experiencia, sino de no aferrarse tanto a él, al grado de impedirnos tener una escucha atenta sobre la singularidad de cada evento, reconociendo que cada acción tiene en sus vísceras infinitos modos de suceder.

La situación nos invita a pensar en lo que está emergiendo, pero no se refiere estrictamente a lo que ocurre en el presente inmediato. En una situación también están en disputa los pasados y los imaginarios a futuro: los movimientos y los caminares que se entrecruzan no pierden su historia, ni los deseos que dan forma a su dirección.

Sumado a esto, las múltiples acciones que conforman una situación, no pueden resumirse en grandes narrativas, ni apelan a un culto a la diferencia (que en su exceso podría derivar en indiferencia) sino que nos invita a indagar en las posibilidades compositivas de la simultaneidad de ideas, voces, mitos, epistemologías y gestos.

En la situación, el “sujeto” no es el individuo que se encuentra, sino el encuentro. Su foco está en el verbo, y requiere de habilidades para improvisar y componer como múltiples voces a través de polifonías y polirritmias. En la situación navegamos prestando atención a lo que está emergiendo en sus vísceras, a la vez que reconocemos la existencia de algunas premisas que trascienden las interpretaciones (como el hecho de que necesitamos agua para seguir viviendo). A veces, en la situación también aparecen configuraciones solidificadas y predeterminantes, como la monetarización de toda capa de vida en un capitalismo feroz, la violencia sistémica hacia las mujeres en un patriarcado asustado y por lo tanto más violento, o los movimientos coloniales que siguen prosperando en el presente.

Si pensar la situación tiene que ver con la capacidad de percibir las sutilezas del movimiento y la transformación constante de una infinidad de relaciones que conforman entidades que conforman mundo, entonces la pregunta sería: ¿Qué técnicas podrían ser útiles para percibir cada situación y así practicar una percepción que nos haga más conscientes del mundo que estamos conformando (for- mando-con)? ¿Cómo podemos afinar la percepción de la situación? Para empezar, quizás necesitamos repensar la percepción misma.

DESCARGA CUADERNO COMPLETO https://ligatensa.files.wordpress.com/2022/07/liga.esthel.def_compressed.pdf
TODOS LOS CUADERNOS EN
https://ligatensa.wordpress.com/2022/07/12/499/

 

Notas

1

Brian Massumi, What animals teach us about politics (Duke Press)

2

Comité Invisible, A nuestros amigos (Pepitas de calabaza)

3

Tim Ingold, Being Alive: Essays on Movement, Knowledge and Description (Routledge)

4

Gilbert Simondon, “Seres de relación, no seres en relación”, L’individuation

à la lumière des notions de forme et d’information (Millon)

5

Tim Ingold, One World Anthropology, Bachofhen Lecture No. 2, (https://ethnologie.philhist.unibas.ch/

fileadmin/user_upload/ethnologie/ Publikationen/JJB_Bachofen_No_2.pdf)

6

Arturo Escobar, Sentipensar con la tierra: nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio

y diferencia (Universidad Autónoma Latinoamericana UNAULA)

7

Ídem

«Hay que producir lo propio sin esperar que te llamen», entrevista a Julián Infantino // Laura Gómez

El actor Julián Infantino conoce a Felipe Villanueva desde hace quince años. Suelen definirse como amigos y hermanos unidos por el oficio teatral. Un día Felipe le acercó la primera obra que había escrito en el marco de un taller de dramaturgia –Deisy– y Julián quedó fascinado con el lenguaje que proponía. A partir de ese momento empezaron a trabajar en una dupla a la que más tarde su sumó Dolores Crivocapich en el rol de productora. En un segundo taller Villanueva escribió El presente de Eduardo, pieza que puede verse los sábados a las 22.30 en Teatro El Grito (Costa Rica 5459).

 

“La obra surgió en 2018 cuando estábamos en un momento de crisis –cuenta Infantino–. Bueno, en realidad todo el tiempo estamos en crisis, ahora también (risas). Pero en ese momento particular atravesábamos una crisis económica muy fuerte y eso afecta algo de lo existencial. Lo que nos pasa a quienes hacemos teatro es que no sólo tenemos un problema concreto de guita sino que todo el tiempo estamos postergando lo que realmente nos interesa y deseamos, aquello para lo que nos formamos: la actuación, la dirección, la dramaturgia”.

El personaje de Eduardo surge como una especie de superhéroe o antihéroe que oscila entre lo ridículo y lo poético, un chico que un día se despierta y decide renunciar a su trabajo de oficina. “Toma valor y coraje porque quiere una vida mejor, pero cuando llega el momento de encarar al jefe para informarle la noticia, él le acepta la renuncia y se abre un mar nuevo de neurosis y enrosque. Porque cuando te llega lo que verdaderamente deseás, tenés que ver qué hacés con eso”, explica Infantino.

Existe cierta continuidad entre ambas piezas: el personaje de Eduardo podría ser el protagonista de Deisy algunos años después. “Hay una idea de personaje en plena metamorfosis; crece, cambia y también varían sus problemas. Los materiales dialogan entre sí y eso nos interesa mucho: que haya un lenguaje similar, que se plantee una continuidad tanto en el tema como en la forma. El germen de Eduardo fue ese: estar muertos de hambre, súper enroscados y tristes, postergando lo que realmente somos para poder pagar el alquiler”.

–Trabajaste en rubros muy diversos: mudanzas, fumigación, bares, disfrazado de duende en pleno verano. ¿Cómo vivís en lo personal el oficio de ser actor y qué llevaste a la obra de esa experiencia?

–Cuando nosotros empezamos a escribir esto en 2018 yo laburaba en un colegio como preceptor. En el transcurso de la pandemia fui cambiando de trabajos: hoy estoy en administración, entonces soy bastante Eduardo, laburando en un edificio horrible con las paredes llenas de humedad. Es re interesante porque es como si yo me hubiese ido transformando cada vez más en ese personaje mientras escribíamos la obra. Para mí acá hay un material increíble. Yo vengo de clase media, no tengo propiedades, todo es laburo, reme, y creo que eso configura una singularidad en mi forma de ser que después se traduce a la actuación. Eduardo me llega en un momento clave.

La vida de un actor puede ser un péndulo: un día Julián estaba caminando de smoking sobre la alfombra roja en el Festival de Berlín y, al siguiente, estaba fumigando un edificio. Infantino asegura que buena parte de la experiencia acumulada en los últimos años de algún modo decantó en esta pieza. “Cuando empecé a filmar pelis y tuve mis primeros papeles importantes en cine, pensé: ‘Listo, ahora sí. Dejo la mochila de fumigador, me abro un Instagram y empiezo a hacer giladas’. Pero no pasó nada y eso es lo interesante, ese es el material para crear a Eduardo”, confiesa.

–Estas obras son resultado del trabajo junto a Felipe Villanueva y Dolores Crivocapich. ¿Cuál es la importancia de la creación colectiva en el circuito independiente?

–Me gusta nuestro modo de trabajar porque funcionamos como una productora. Nosotros tres hacemos todo: ensayamos, organizamos reuniones de producción, elaboramos carpetas para conseguir subsidios y convocamos a actores para que se sumen a hacer su trabajo sin presión. Yo actúo, Feli dirige y escribe. Todos hacemos todo. Es una lucha constante encontrar los medios de producción que puedan ganarle un poco a la precarización. Esto es algo que nunca se va a terminar y excede a lo cultural, pero en este campo es terrible.

Estas obras tuvieron un recorrido institucional: el ciclo Óperas Primas del Rojas, la Bienal de Arte Joven, el concurso Nuestro Teatro del Cervantes. ¿Qué falta o qué se debería profundizar en el área cultural?

–Bueno, siempre falta plata, como en todos lados. Yo no considero que los artistas y la cultura permanezcan en una esfera cristalina; somos parte de un país y una sociedad, necesitamos dinero como cualquier ciudadano. Creo que se podrían realizar ajustes en los pagos de subsidios porque hay un gran desfasaje y también fomentar mucho más la variedad.

–La pieza propone una mirada generacional desde lxs treinteñerxs. ¿Creés que puede surgir alguna identificación en esa franja etaria con respecto a este dilema entre el deseo, la vocación y la resignación?

–Sí, de hecho nuestras estrategias de difusión tratan de apuntar ahí. La obra tiene un mensaje que puede llegar a resonar en ese sector. Creo que si yo la viese como espectador, me sentiría súper identificado. Ya no sos un pibe pero tampoco grande, no tenés una familia a cargo y aparece esta sensación de no saber hacia dónde ir en medio de la neurosis. No sé si te va a dar una solución pero te va a acompañar. Ese es el público de la obra.

–En una entrevista contabas que un día decidiste dejar de probarte en castings porque era una situación bastante violenta y humillante. ¿Cómo fue ese pasaje de los proyectos ajenos a la creación propia?

–Bueno, esto es algo que ocupa mis sesiones de terapia de los últimos dos años. Estar todo el tiempo a merced de los deseos del otro, de lo que otro quiere o no quiere de vos, es muy cruel. Da la sensación de que define tu identidad pero la verdad es que no es así. Desde mi experiencia puedo recomendar esto: el camino es hacer la tuya y producir tus propios materiales sin estar a la espera de que te llamen, de que te quieran. Eso es lo que elegí, poner en escena cosas que a mí me interesan por los temas, la forma o el lenguaje. Es necesario dejar de estar a la espera de lo que el otro desea de vos. Se trata de hacer la tuya y morir en la tuya, eso es mucho más poderoso. Lo otro es puro azar.

 

* El presente de Eduardo puede verse los sábados a las 22.30 en El Grito (Costa Rica 5459). Las localidades se adquieren por Alternativa Teatral

Nota publicada en Página 12

Engendros: Viñas // Pedro Yagüe

Cuando le preguntaron por qué escribía su respuesta fue tajante. Venganza, escribo por venganza. A David Viñas no le interesaba ingresar en la comunión de los santos. O tal vez sí, pero ya era tarde. Había hecho de su vida una guerra y de su escritura un arte del combate. ¡No! ¡No!, decía. Lo decía fuerte, lo gritaba. Y así empezaba a escribir. ¡No! ¡Eso sí que no! El pensamiento de Viñas se inicia en la negación, en una negación vivida, impregnada de historia. Es un no que nace de las entrañas. De sus entrañas. Una negación que surge del odio. De un odio profundo y suyo. Viñas escribe y al escribir se venga: del pasado, de su experiencia y sus maestros, de los otros, sus amigos y de sí. No escribe impoluto desde un afuera, seco e intacto. Se empapa de historia. Escribe mojado bajo la lluvia. Con el agua chorreando por el cuerpo, con la tormenta a punto de estallar, Viñas odia, niega y se venga. Piensa con rabia, con esa rabia llena de cuerpo que lo lleva a dar la cara. Porque el odio, en sus textos, no es una mera pasión. Es mucho más que eso. Es un proyecto teórico-político.

Yuda sintió que tenían odio, un odio magnífico, que no iba a terminar así nomás y que no se acabaría como ella había creído siempre. “El odio se acaba. Las ganas de comer se acaban”. No. Ese odio era hermoso, un cuerpo duro y vivo. Y si esos hombres tenían la cara envejecida y avanzaban sin titubear, apoyando los pies sobre el suelo con firmeza, golpeando el suelo, era porque en ese momento todo les era enemigo. El mundo también era duro, enemigo. Y si se negaban a trabajar, era porque querían tener las manos desocupadas, cerca, a los costados de su cuerpo.

 La escritura como venganza: así dicho no alcanzamos a nombrar la singularidad de David Viñas. No es el único argentino que, convocado por la guerra, transforma el texto en una forma del desquite. El desierto y su semilla, por ejemplo. Jorge Barón Biza lo escribe cuando su hermano –junto a él, sobrevivientes de una epidemia de suicidios familiares– le deja de enviar el dinero que garantizaba su silencio. La plata no llega y Barón Biza comienza a escribir.

            Otro caso es el de Correas y su Operación Masotta. Al igual que Barón Biza, la venganza se efectúa mediante una biografía. Correas busca ajusticiar una amistad perdida, recuperar al Masotta que Masotta había dejado de ser. Recuperar al amigo, al querido, al amado Oscar Masotta, compañero de caminatas, conversaciones y proyectos. Masotta, traidor de sí; Correas, vengador de la traición. Esa amistad intensa, sexuada, siempre a punto de romperse, es la que Correas, con su retrato, intenta perpetuar en el tiempo. Y así hacer justicia contra el olvido.

            En Viñas la venganza es otra. Es la venganza del humillado, de quien asume su condición para modificarla. Una venganza plural que busca dar voz a los que no la tienen. A partir de la humillación vivida, Viñas consigue hacer del odio un proyecto literario, ensayístico, intelectual y político. Y así escribe con los pies en su disgusto. En un disgusto que es en primera persona y en plural. Un disgusto que es nuestro. Nuestro disgusto. Viñas escribe, y al escribir se hermana con los otros en un mismo sentimiento. Una internacional de los humillados, decía León Rozitchner, a quien Viñas cita en el epígrafe de su único libro de cuentos: El escritor debe ser juzgado por la apertura sobre lo prohibido, por la irreverencia ante el poder actual, por la infracción. Y esa apertura, esa irreverencia, esa infracción, es la forma con la que Viñas le da voz a los humillados. La forma con la que lleva a cabo su venganza.

El lenguaje: continuación del odio por otros medios. Así lo entendía Viñas. O por lo menos así lo trataba. Porque el lenguaje no es asunto de administradores, no es un juego de combinación aritmética o un enigma a descifrar. Es algo a hacer. Y Viñas le hace algo. Lo aturde con su rabia, lo golpea con su historia, lo penetra con su odio. Deja el sello de su combate en las palabras. Y así logra hablar sin ser hablado. Así logra darse voz. Porque si fuera hablado, si las estructuras lo movieran como a un soldado de la historia o como a un monigote, no habría venganza posible en el lenguaje. Pero Viñas habla, grita, y así conquista una voz. Coje, con jota. Que agarren los gallegos, decía, yo quiero cojer. Y el lenguaje, claro está, no es algo que pueda ser agarrado.

            En Indios, ejército y frontera Viñas habla de las sincronías de la autohumillación. Este concepto nombra el mecanismo por el que intelectuales de los países coloniales o semicoloniales leen y comentan novedosos ejemplares de escritores europeos. Ellos, sostiene, protegen el ejemplar y se reservan para sí el monopolio de las lecturas legítimas. Ponen de moda una jerga, unos tonos, unas poses. Canonizan un texto y lo difunden de modo compulsivo hasta transformarlo en referencia ineludible de cualquier paper o prólogo que pretenda obtener cierto reconocimiento. Lo interesante aquí es que la autohumillación aparece como condición de posibilidad para la humillación de los demás. Y esto es exactamente lo que, según Correas, Masotta hace frente a Lacan: se autohumilla para humillar. Se abre de piernas frente al francés, como condición para que los argentinos se abran frente a él. En esto Correas expone una inteligencia sutil: su interés en la traición de Masotta no radica exclusivamente en el hombre Oscar Masotta, sino en la preocupación por cierto provincianismo, por los efectos del crimen en forma de terror represivo de nuestras Fuerzas Armadas. (Si en esta lucidez, la de Viñas, la de Correas, pudiera detectarse algún matiz de resentimiento, cabe una breve aclaración: sí, claro, la forma más pura y justa del resentir.)

 Pero ¡claro que es por resentimiento! —Yuda escupió las hilachas de su pajita—. Si yo cultivo mi resentimiento, si es lo mejor que tengo. Sobre todo que es mi reacción contra todas las cosas que aborrezco. (…) Porque si un señorito diestro, seguro de sí mismo y de toda su Verdad, dice que esto o lo otro es formidable, me pongo a dudar y hasta aseguro que no, que es un bodrio. Todas las afirmaciones de esa gente me aseguran mis “no”… “No” a lo que les gusta, “no” a lo que comen, “no” a lo que leen, “no” a lo que tienen metido en la cabeza… ¿Es claro lo que digo?

 Ya sea en la política, ya sea en el campo literario, el problema de Viñas termina siendo siempre el de la obediencia. El de los mecanismos por los que esta se perpetúa. Allí se inscribe el problema de la humillación, que es recuperado desde la experiencia de su propia historia: en la escuela religiosa, en el servicio militar, en la universidad. En estos mundos jerárquicos, sofocantes, se hace presente para Viñas el problema del lenguaje. Porque cierto uso de las palabras –y esto se encuentra bien expuesto desde la época deContorno– es también una forma de servidumbre. Y, como tal, un camino hacia el fracaso. Seamos claros de nuevo: no me refiero al fracaso como consecuencia realista del romanticismo de un escritor que pretende dedicar su vida a las bellas artes. Me refiero a otra cosa. Al fracaso del que no sirve. Del que no sirve de, del que no sirve para, del que no sirve a. Entonces uno piensa en la cultura, en esos gestos desfigurados por el maquillaje. Y piensa que también para ellos –pobrecitos– el fracaso es no servir.

 “El fracaso”. Era eso lo que teñía al resto: toda la carne se le aflojaba sobre los huesos como si empezara a tiritar y sentía vértigo. El fracaso, no servir.

 El problema fundamental de Viñas: la obediencia. La herramienta con que se propone abordarla: la historia. Es en el terreno de la historia –ya sea en la ficción o en el ensayo– donde Viñas lleva a cabo su venganza. La humillación a la que se enfrenta es la humillación de un tiempo. Nunca una humillación en abstracto. Se vive en las calles, en los minutos y horas en que se va la vida.

La historia, para Viñas, se desenvuelve con un ritmo sospechoso. Con un ritmo en el que la repetición pareciera anunciar la forma en que las variaciones participan de una misma constancia. Lo extraño de esta repetición es que no se produce desde una linealidad ni desde una circularidad. Es una vibración que atraviesa el tiempo, una presencia del pasado en cada presente. Una presencia acechante, sí, pero también productiva. Porque –dice Viñas– cuando Simón Radowitzky asesina con justicia a Ramón Falcón, en ese mismo acto se encuentra sin saberlo vengando al Chacho Peñaloza. Los presentes se conjugan en un mismo tiempo, en una misma vibración. Por eso la obsesión de Viñas por las continuidades, por las series: de la conquista de América a la Campaña del Desierto, de los malones a los anarquistas, del indígena al desaparecido, del positivismo de Roca al genocidio de Videla.

La violencia que subyace en la constitución del Estado liberal argentino es una de las principales insistencias de su pensamiento. El exterminio aparece, en su repetición, como un ritual de Estado. La violencia de la conquista, la violencia del desierto, se encuentra vibrando todavía en nuestro presente. Entenderla, recordarla, es una forma de actualizar la vibración de un mundo que, aunque lejano, supo respirar el mismo aire que nosotros.

En Viñas la escritura es un desquite frente a la humillación. Esto convierte a la obediencia en su problema fundamental y a la historia en el arma de su venganza. Pero nos falta algo. El medio por el que la obediencia se perpetúa en el tiempo. Sabemos que ningún orden social se mantiene por la mera coacción física. Si lo hiciera, la obediencia no sería un problema político a pensar. ¿Qué es lo que falta para reconstruir las coordenadas del pensamiento de Viñas? El miedo, el terror. Este es el factor que somete, que perpetúa los mecanismos de humillación y obediencia. El miedo al patrón, al cura, al militar. Al maestro, al solemne intelectual. El miedo a decir lo propio, a exponerse, a volcar la vida en el lenguaje. Lo más temido: que el cuestionamiento de la jerarquía haga que esta se derrumbe entera contra quien la pone en entredicho. Entonces se prefiere el silencio, la búsqueda de otra voz, el saber de la autoridad que nos mantiene impolutos, lejos del peligro.

La venganza de Viñas se dirige hacia ahí: hacia el miedo. Contra él. Es una venganza que libera, que busca trastocar con las palabras el orden constante de la historia. ¡No!, dice Viñas. ¡Eso sí que no! Quiero escribir, quiero decir, quiero abrir un espacio en la historia, un espacio que penetre en lo más hondo de la repetición. Quiero desnudar el orden perverso de los humillados, sacar mis odios, mis resentimientos, hacer de ellos la tierra firme de mis palabras. ¡No! ¡Eso sí que no! Voy a escribir para ser yo, voy a ser yo para escribir. Esa es mi venganza. La venganza que busco y necesito.

*Viñas es un capítulo del libro Engendros publicado en 2018 por Hecho Atómico Ediciones

¿Quién es antisemita? // Franco «Bifo» Berardi

Traducido por Camilo Cibils Farmelo

En el 2017, cuando me invitaron a participar en Documenta 14, propuse realizar una performance. Escribí un texto dedicado al sufrimiento y la muerte de incontables migrantes provenientes de países donde la guerra y el hambre están imposibilitando la supervivencia.

Todos los años, miles de migrantes mueren ahogados tratando de cruzar el Mediterráneo, y millones son deportados y detenidos en los campos de concentración que Europa ha construido sobre la costa desde Turquía a Libia, de Lesbos a Apulia y Calais. Muchos de ellos están huyendo de las consecuencias del colonialismo europeo y la catástrofe climática causada por la propia fosilizada modernidad europea. El título de mi obra era “Auschwitz en la playa”, pensado como tributo a las víctimas del nazismo en el siglo pasado y a las contemporáneas víctimas del racismo y neocolonialismo europeos. 

El anuncio de mi performance suscitó protestas en la prensa alemana y un pequeño grupo de gente vino a Kassel con banderas israelíes a protestar el título de mi obra. No hablé con estos agresivos manifestantes. En vez, fui al Centro Sara Nussbaum Para la Vida Judía en Kassel, donde conocí a la directora, Eva-Maria Schulz-Jander y al personal de la organización. Luego de una conversación, estuvieron de acuerdo en que el rechazo de los migrantes económicos y climáticos es comparable con el rechazo de 120.000 judíos que trataron de migrar al Reino Unido y EEUU en 1939. No obstante, me dijeron que el título de mi performance podía ser doloroso para algunos. Entonces, decidí cancelarla porque no quise ofender la sensibilidad de mis amigos del Centro Sara Nussbaum. En vez, di una charla en el museo Fridericianum sobre racismo ayer y hoy. Eva Maria Schulz-Jander vino a la charla. Un grupo de amigos mostraron su solidaridad oponiéndose a la intolerancia de un pequeño número de fanáticos con banderas israelíes afuera. Hoy, 5 años más tarde, esta intolerancia sigue creciendo y se ha vuelto más confrontativa, más arrogante y mucho más violenta.

Hace unas semanas, vi que alguien en Kassel estaba preparando una reunión en el Bürgerhaus Philipp-Scheidemann-Haus, cuyo tema era: “Antisemitismus im Nah-Ost-Konflikt und in der Kunst der postbürgerlichen Gesellschaft” (Antisemitismo en el conflicto de medio oriente y en el arte de la sociedad post-burguesa).

La página de Facebook de este evento me llamaba “antisemita”. Proclamaba:

Un grupo de artistas y activistas anti-irsaelíes fue invitado a Documenta 15 por el colectivo “The Question of Funding” (“La cuestión del financiamiento”) con sede en Ramallah. Nuestra investigación sobre esta invitación reveló que muchos funcionarios y organizadores de esta muestra de arte pertenecen a la anti-israelí y a veces antisemita escena de trabajadores culturales “críticos de Israel”. Este fenómeno no es enteramente nuevo; la conversación con Edward Said en Documenta 10, la “jirafa anti-sionista” del artista Peter Friedl en Documenta 12, y la aparición del antisemita Franco Berardi en Documenta 14 indican que estamos frente a una conexión sistemática.

Luego de leer la página de Facebook decidí responder a este insulto –no para animar a los organizadores de este evento propagandista y nacionalista sino para compartir mi desprecio y asombro, dado que, para mí, “antisemita” es el insulto más violento posible. Lo que sigue es mi respuesta.

*

No me gusta la palabra “identidad”. Me parece filosóficamente ambigua. Sin embargo, la identidad de una persona no se basa en su pertenencia sino en su devenir. No es la sangre ni el territorio, sino más bien las decisiones intelectuales y éticas que toman lo que define, si se quiere, la “identidad” de una persona.

Por lo que a mí respecta, los flujos culturales que han dado forma a mi pensamiento y comportamiento vienen de mis lecturas, y en particular, de mis lecturas de novelistas y filósofos judíos. Reconozco en mi formación intelectual y cultural la impronta del judaísmo de la diáspora, desde Spinoza hasta Benjamin. Ni hablar de la influencia de gente como Isaac Bashevis Singer, A. B. Yehoshua, Gershom Scholem, Akiva Orr, Else Lasker-Schüler, Daniel Lindenberg y Amos Oz.

Además, adquirí a través de lecturas, el punto de vista de aquellos intelectuales precursores de la Razón Desenraizada (Heimatlose Vernunft), la base de la democracia moderna y el internacionalismo proletario.

La condición judía de desterritorialización está en la base de la concepción del intelectual moderno, de alguien que no toma decisiones por su pertenencia, sino por conceptos universales.

Recuerdo lo que Amos Oz escribe en Una historia de amor y oscuridad:

Mi tío David especialmente era un europeo confirmado, en un tiempo en que, pareciera, nadie más lo era en Europa, excepto por los miembros de mi familia y otros judíos como ellos. Todos los demás resultaron ser paneslavos, pangermanos o simplemente patriotas letones, búlgaros, irlandeses o eslovacos.  Los únicos europeos en toda la Europa de los 20s y 30s fueron los judíos. Mi padre siempre decía: en Checoeslovaquia hay tres naciones, los checos, los eslovacos y los checo-eslovacos, es decir, los judíos; en Yugoslavia hay serbios, croatas, eslovenos y montenegrinos, pero incluso ahí vive un grupo de yugoslavos inconfundibles; e incluso en el imperio de Stalin hay rusos, hay ucranianos y uzbecos y chukchis y tártaros, y entre ellos están nuestros hermanos, los únicos miembros reales de una nación soviética.

Por todas estas razones afirmo que el ser judío es una parte irrevocable de quien soy, y, por ende, considero al calificativo “antisemita” como el peor de los insultos.

Durante el siglo pasado, como reacción a la persecución a las personas judías, algunas de ellas fueron llevadas a identificarse como una nación y ocupar un espacio que era del pueblo palestino. La posibilidad -seguramente fue una posibilidad- de una cohabitación pacífica fue intencionalmente impedida por el prejuicio nacionalista, que ahora ha abierto el camino a una interminable hostilidad que día tras día destruye la vida de palestinos e israelíes por igual.

La declaración de Israel como el Estado de los judíos por el Knéset en el 2018 -es decir, el refuerzo de Israel como un Estado étnico-nacional- no solo viola los principios básicos de la democracia y la igual dignidad de todas las personas, sino que también destroza el legado de la cultura judía ilustrada. Esta es la paradoja de la identificación. Aquellos que más han sufrido el racismo se han convertido en los últimos años ellos mismos en racistas -y en el peculiar caso de Alemania, el país que cometió los más viles actos de antisemitismo de la historia ahora apoya la ocupación y los ataques contra los palestinos por el Knéset como una suerte de forma de pedir perdón.

Mi punto de vista sobre el conflicto de medio oriente siempre ha tomado distancia del nacionalismo árabe. No acepto el principio identitario que alimenta al nacionalismo -el mismo principio que inevitablemente alimenta al fascismo. Por lo tanto, tampoco tengo afecto alguno por el concepto de un Estado palestino. Como ha mostrado el siglo XX, la separación de ciudadanía política e identidad cultural es el único modo de crear las condiciones para la vida civilizada.

Lamento decir que nunca he escrito sobre estos temas porque tenía miedo -miedo de ser acusado de una falta que considero repugnante: el antisemitismo. Pero el insulto que leí en la página de Facebook del evento de Kassel me quita ese miedo. Ya no temo los insultos de aquellos que apoyan la opresión colonial de los palestinos, el asesinato sistemático de jóvenes palestinos y el asesinato de periodistas como Shireen Abu Akleh.

Aquellos que cometen estos crímenes racistas y que alzan la bandera israelí como protesta contra la libertad de abordar la violencia política en el ámbito cultural son los verdaderos antisemitas, no yo.

Por culpa de la violencia sistemática que el colonialismo israelí ha desplegado en las últimas décadas, crece en el mundo la bestia del antisemitismo. Como es imposible en algunos países aseverar abiertamente que la política del Estado israelí es errada y peligrosa, muchos no lo dicen explícitamente, incluso cuando no pueden dejar de pensarlo. Este silencio también es lo que alimenta el odio antisemita existente.

Como ha mostrado la historia, el mayor peligro para el futuro del pueblo judío es el tipo de fanatismo nacionalista que ataca a artistas palestinos y que convoca a reuniones nacionalistas -no la solidaridad de artistas y filósofos que pelean por justicia.

Notas

Ver

Amos Oz, A Tale of Love and Darkness, trans. Nicholas de Lange (Harcourt, 2004), 59–60.

Amnesty International, “Israel/OPT: Increase in Unlawful Killings and Other Crimes Highlight Urgent Need to End Israel’s Apartheid against Palestinians,” 11 de Mayo, 2022 .

Martin Chulov, “Shireen Abu Aqleh Killing: ‘She Was the Voice of Events in Palestine,” The Guardian, 11 de Mayo, 2022 .

1 8 9 10 11 12 118
Ir a Arriba