Causa maradoniana // Agustín J. Valle
A Diego lo produjimos todos, emergente máximo de una cultura, pero fue mucho más lejos que su continente.
Futbolista, cultura masculina, Diego nos regaló su llanto. ¿Quiénes han dado su llanto? ¿Qué referentes de nuestra cultura están hechos también de llanto, llanto como parte de su rol público, común, popular? Evita llora en una imágen famosa; el General Perón la contiene. Raro ver llorando un militar. Lo macho de lo macho, lo militar; y el fútbol también, macho, cultura laica masculinista por antonomasia, donde lo que importa es tener testículos. Emerge Diego allí, del barro de las canchas, del combate con pelota, del vestuario, del debutar a los trece con una puta que vino a reclutar chicos al entrenamiento, de hacer fuerza para un poquito vengar Malvinas (hay un trasvasamiento donde el combate de las islas pasa al Azteca en el cuerpo de Diego), emerge Diego de la idolatría, de la nuestra y de la que lo enfermó en Nápoles, emerge el ídolo máximo de la cultura futbolera y lo que hace es besarse con hombres en la tele (Caniggia, Cóppola) y, delante de todos, varias veces, ponerse a llorar. El de más huevos es un ser humano que muestra su fragilidad; es más -pensando en su despedida en la Bombonera- que habla desde su fragilidad.
Difícilmente pueda encontrarse una prueba mejor para la zoncera en Argentina que la consabida pretensión de separar al jugador de la persona. Diego Maradona fue un sin parangón espíritu: su fuerza era su presencia, su mirar, su sentir. Su atrevimiento, su repentinización, su sorpresa, su goce, su instinto desacatado. Una unidad, su cuerpo, su mente. Sus piernas, su habla. Maradona nombra también un uso extraordinario del lenguaje; una extraordinaria inteligencia en toda la línea. Y una ética respecto al poder (ética política). Autoestima e instinto, siempre, contra los centros más solidificados de poder. Dice Gustavo Varela que Diego sabía en todo momento la ubicación de compañeros y rivales porque tenía plegado el campo de juego en el cuerpo. Un cartógrafo del conflicto, un cartógrafo instintivo del conflicto, Diego. Que peleaba hablando y hablando era más eficaz que los demás: ¿quién dejó tantas frases en la memoria colectiva? ¿Quién creó tantas articulaciones lingüísticas tan populares? Es el mayor frasista de la cultura argentina.
Luego, el conflicto lo encaraba con pelota. La pelota hace del conflicto un baile. De conflicto -del dolor- Diego hace una belleza. La belleza más multitudinal y democrática que dio esta tierra herida. Creo que eso han de odiar los anti: que un cualquiera pueda ser el máximo y que el máximo muestra que todos somos cualquiera y que cualquiera puede alcanzar la apreciación máxima de lo bello. Y llorar. Vaya si le falta un buen llanto a nuestra patria. Se hace del dolor bronca sin más, bronca estéril de la impotencia y el encierro en lo actual. Tuvimos hace, hoy, cinco años, el llanto más mutitudinal de la historia argentina, el llanto más masivo. Llorar en casa, salir a la calle, encontrar que es un llanto llorado por todos los cuerpos, un mismo llanto que tenemos, un mismo dolor, un mismo amor, un mismo todo, tanto, abismo, infinito, Diego Armando Maradona. Maradó. Diego nos enseñó, también, que no se puede querer sin perdonar. Perdonar es terreno, y allí donde más queremos, más perdonamos.
Cuesta perdonarnos, sin embargo, por haber dejado que Diego muera así.
Ahora Diego es algo, vaya sin es algo, y está hecho de partes de nosotros. Partes que nos toca honrar, que podemos honrar: no cualquiera puede. Cualquiera puede, pero no cualquiera.
Diego es nombre de una convocatoria de hinchas en defensa a los jubilados; Diego nombra la politización del hincha. Del cualquiera, del común. Diego incluso estuvo como bandera en la proa de un navío que cruzó el Mediterráneo encarando contra la defensa militar más poderosa de la región. Pero mas acá, mucho más acá, Diego está, circula, contraseña de complicidad. Su figura trafica gestos, saberes en común, memoria, afirmación del placer y la creación, de la libertad. Diego Maradona, una cultura, un motivo, una causa de amor terrenal.




