¿Qué es una catástrofe hoy? ¿Qué es una catástrofe en tiempos post-estatales, neoliberales, globales? No se trata de una pregunta por la consistencia interna de una categoría, sino por una condición de afectación de la subjetividad contemporánea: ¿qué tiene valor de catástrofe para una subjetividad post-estatal, neoliberal, global? Si se trata de re-pensar el status de la noción de catástrofe (e inclusive su pertinencia para leer las marcas contemporáneas en la subjetividad), tal vez sea adecuado partir de otras dos categorías: trauma y acontecimiento. Importan estos términos como modos diversos de relación con lo nuevo en condiciones estables; como formas heterogéneas de trabazón con eso que se presenta como novedad en coordenadas estables. Detengámonos en la relación que cada una de estas nociones organiza con lo real en una estructura. En cada una de las tres configuraciones, el punto de partida es la impasse: algo ocurre que no tiene lugar en esa lógica, algo irrumpe y desestabiliza la consistencia de esa lógica. Trauma, acontecimiento y catástrofe organizan, con ese mismo punto de partida, relaciones diversas. El trauma remite a la suspensión de una lógica por la presentación de un término que le es ajeno. Se trata de un estímulo excesivo que no puede ser captado por los recursos previos. Por eso mismo, ese estímulo tiene masividad y evidencia suficientes para imponer un obstáculo al funcionamiento de la lógica en cuestión. Quizá la metáfora de la inundación permita recrear la operatoria del trauma. La inundación sería ese algo que deja perplejo, que deja sin respuesta por su evidencia e intensidad desmesuradas. Pero esa intensidad paulatinamente va cediendo, y todo parece regresar a su lugar. Trabajosamente, los lugares existentes buscan asimilar lo inundado. En este esquema de trauma, todo vuelve a su lugar. Si se produjera un lugar heterogéneo, la variación no sería traumática sino acontecimental. Pero nada de eso sucede con el trauma, sus efectos son bien otros. Por lo menos así lo nomina el lenguaje incaico. El lenguaje inca piensa el desgano o el silencio como una impasse donde la recomposición se trama significando al término extraño como invasor. No se trata de asumir la transformación que ha operado la presencia colonial, se trata de la eliminación del cuerpo extraño del mundo incaico. Trabajosamente, los lugares existentes buscan asimilar la invasión sin alterar la estructura previa. Finalmente, todo pretende volver a su lugar original. Se ha producido un trauma de un par de siglos. Si el trauma no supone ninguna alteración radical en el juego interno de la lógica que afecta, el acontecimiento lo exige, lo produce, lo funda. Por eso mismo, el acontecimiento requiere de una transformación subjetiva para ser tomado. En rigor, necesita de unos recursos y unas operaciones capaces de leer la novedad en su especificidad radical. De esta manera, el acontecimiento no se reduce a pura perplejidad frente a lo inaudito; se trata de la capacidad de lo inaudito para transformar la configuración que ha quedado perpleja frente a él. Si el trauma es concebido como la impasse en una lógica que trabajosamente pone en funcionamiento los esquemas previos, y el acontecimiento como la invención de unos esquemas otros frente a esa impasse, la catástrofe sería algo así como el retorno al no ser. Es posible pensarla como una dinámica que produce desmantelamiento sin armar otra lógica distinta pero equivalente en su función articuladora. De esta manera, lo decisivo de la causa que desmantela es que no se retira, esa permanencia le hace obstáculo a la recomposición traumática y a la fundación acontecimental. Dicho de otro modo, esta vez la inundación llega para quedarse. Por eso mismo, no hay ni esquemas previos ni esquemas nuevos capaces de iniciar o reiniciar el juego. Hay sustracción, mutilación, devastación. Se ha producido una catástrofe. Ahora bien, si la dinámica social y la subjetividad ya no son estatales, es válido preguntarse por la potencia de estas nociones en otro terreno. Sobre todo cuando ese terreno ya no es consistente, sólido y estructurado sino inconsistente, fluido e informe. La crisis en crisis
La crisis actual resulta de la disgregación de una lógica totalizadora sin que se constituya en sustitución otra lógica equivalente en su efecto articulador. Lo específico de nuestra condición es que no pasamos de una configuración a otra sino de una totalidad articulada a un devenir no reglado. El devenir no reglado es la temporalidad actual, la noción de crisis como interrupción tal vez complique la posibilidad de pensar la actualidad. Porque hoy la crisis no es ni impasse ni coyuntura sino funcionamiento efectivo. Ahora bien, investigar la crisis actual implica investigar cuáles son las operaciones de pensamiento capaces de operar en la crisis. Si se verifica una serie de dificultades para que una lógica se reproduzca como hasta entonces, es posible pensar que también entra en crisis la serie de recursos y operaciones de pensamiento disponibles para pensar la crisis. En este sentido, los cambios aleatorios y desreglados que constituyen la experiencia actual llamada crisis, convierten en obsoletos los parámetros disponibles para pensar. Así, también entran en crisis los recursos para pensar la crisis. El agotamiento de una lógica también implica el agotamiento de las estrategias de pensamiento y de intervención propias de esa lógica. Entonces, será estratégico preguntarse por la noción de catástrofe en unas condiciones otras.
O dicho de otro modo, la catástrofe se altera al ritmo del cambio en la lógica social y en la subjetividad. Para un ciudadano promedio de los Estados nacionales, la catástrofe era una posibilidad entre otras, era un destino improbable pero posible; para un habitante de la era neoliberal, la catástrofe es siempre su punto de partida, su ontología, su condición originaria. La catástrofe estatal sucede en un horizonte estructural; la catástrofe post-estatal transcurre en un medio fluido, disperso, imprevisto. Y esta dimensión catastrófica parece ser la dimensión que instala el default por estas tierras. No es la interrupción local o general de un funcionamiento sino la estabilización de la catástrofe como condición general y primera. Las articulaciones generales se han desvanecido, las transferencias macro se han agotado, los instituidos que ligaban se han fragmentado. Desarticuladas las condiciones generales, la catástrofe se instala como marca dominante de la subjetividad contemporánea. Definido así el horizonte problemático, las estrategias de subjetivación actuales tendrán queentrenarse en desarrollar operaciones capaces de operar con esa devastación que insiste a cada paso. En ese juego de operaciones en la catástrofe estabilizada, tendremos la ocasión de conquistar, inventar y construir subjetividades. |