Anarquía Coronada

Para la tradición de los oprimidos el hambre es un crimen // Diego Sztulwark

La vigencia de la tradición de los oprimidos depende sólo de ellos mismos. Como queda hoy a la vista, no hay ley ni gobierno que por sí mismo pueda garantizar en el presente que esa tradición no sea liquidada. En partes porque el acto de mismo de la aniquilación tiene algo de incesante, y requiere completar cada vez el borramiento de las marcas que la memoria conserva. De ahí el negacionismo. Pero hay más: porque los aniquiladores de hoy crean en el presente la tradición de los vencedores: las masacres actuales -la del hambre, insoportable, lo es- y las que están en preparación (Rosario como excusa para revalidar a las FFAA en tareas de represión interna) tejen con las antiguas un tenebroso continuo.
De allí que la tradición de los oprimidos sea por una parte esencialmente contra-narrativa, pero también reacción contra un presente desesperante y sin salida (sin futuro). Acorraladxs y en peligro, ese pasado de luchas es la única actualidad que abre un porvenir. Pero incluso ese pasado está bajo amenaza.
Si un valor profundo tuvo diciembre de 2001 fue precisamente articular la tradición de los oprimidos con la lucha contra el hambre y la desposesión y con un tipo de coraje físico no ya individual sino de masas. Pero entonces se venía de un proceso de acumulación de resistencias, y ahora estamos, a la inversa, en uno de destrucción. A toda luces, se hace preciso marcar un punto de inflexión.
Anudar contra-narración, denuncia del hambre y la desposesión y presencia de lo colectivo masivo es precisamente lo que se proponen en todo el país las marchas del próximo 24 de marzo: un paso importante, más allá de toda retórica, en la elaboración de ese indispensable punto de inflexión.

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