Anarquía Coronada

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Trece observaciones sobre la ultraderecha en Uruguay // Gabriel Delacoste

 

 

  1. No es una nueva derecha. No son nuevos en Uruguay los liberales fundamentalistas ni los militares nacionalistas autoritarios. Una alianza entre ellos, de hecho, gobernó entre 1973 y 1985. A veinte años de la llegada de Le Pen (padre) a la segunda vuelta de las elecciones francesas y a cuatro de que Bolsonaro sacara 57 millones de votos en Brasil, ya no deberíamos sorprendernos. Es cierto que hace diez años no pululaban los libertarians en las redes, ni existía Cabildo Abierto, un partido de ultraderecha capaz de sacar el 10% de los votos. Pero siempre que vemos un hongo salir de la tierra, es porque estaba hacía mucho armando sus redes por debajo. Los nostálgicos de la dictadura que el 14 abril salieron a conmemorar el “día de los caídos en la lucha contra la subversión” no aparecieron de la nada. Y la máquina electoral de Cabildo Abierto es básicamente una extensión de los mundos sociales que rodean a las instituciones militares.

 

  1. Tampoco es algo del pasado. Mientras era perseguido por el nazismo, Walter Benjamin rechazaba la sorpresa de que esas cosas todavía fueran posibles en el siglo XX. Del mismo modo, nada debería sorprendernos de que pasen o puedan pasar en el siglo XXI. La ultraderecha no es meramente un resabio de un pasado superado. Por algo muchos jóvenes (son muchos, aunque no estén cerca de ser una mayoría, como lo muestran los resultados del referéndum de hace unas semanas) se ven atraídos por ella. En la ultraderecha conviven quienes miran al pasado y quienes miran al futuro: hay lectores de Dugin y del Dark Enlightenment, admiradores de Rosas y de Elon Musk, ocultistas y bitcoineros. A menudo, esos intereses conviven en las mismas personas. El misticismo jerárquico premoderno hace una chispa con el futurismo de la singularidad.

 

  1. La palabra ‘ultraderecha’ habla de una posición política relativa. Cuando Guido Manini, general retirado y líder de Cabildo Abierto, acusa al resto de la coalición gobernante de ‘tibios’, se ubica a su derecha. Cuando los libertarians acusan en las redes a los liberales comunes y corrientes de cómplices del zurdaje, también. La palabra ‘ultra’ significa, justamente, ‘más allá de’. Igual que “centro”, estas palabras no nos dice mucho sobre qué piensan o qué hacen quienes se ubican en ese lugar.

 

  1. A pesar de que la ultraderecha se define en oposición a una derecha que no sería “ultra”, no parece haber un límite claro entre la centroderecha y la ultraderecha. En Uruguay, sin ir más lejos, gobierna una coalición de la que forman parte el Partido Independiente (un partido de centro, que se ve a si mismo como socialdemócrata), el Partido Colorado (con una fuerte tradición liberal, republicana e igualitarista), el Partido Nacional (nacionalista, por momentos liberal, por momentos conservador), junto a Cabildo Abierto. Es decir, la derecha de siempre gobierna junto a la ‘nueva’ ultraderecha. Al interior de la coalición, los discursos ultras circulan libremente. Dos ejemplos: la directora de la Secretaría de Derechos Humanos de presidencia, proveniente del wilsonismo (sector del Partido Nacional caracterizado por su oposición a la dictadura), explicó en un evento reciente que el apoyo de “mucha gente” a la dictadura se debía a las “huelgas, paros, ataques sorpresivos, secuestros, robos, saqueos” de los años 60. En el mismo sentido, la senadora Graciela Bianchi, elegida por la lista del presidente Lacalle, habla a menudo, como si fueran los 70, de la infiltración marxista en la educación. En el ya mencionado acto del 14 de abril, estaba presente el senador de Cabildo Abierto Guillermo Domenech, pero también el ex-presidente colorado Julio María Sanguinetti, un dirigente que se ve a si mismo como centrista, moderado y liberal. Lo cual no tiene nada de raro, teniendo en cuenta que los liberales moderados apoyaron masivamente a Bolsonaro en 2018, y el PP se prepara en España para gobernar en coalición con Vox.

 

  1. En la ultraderecha conviven ultraliberales y antliberales. Los ultraderechistas no necesariamente coinciden ideológicamente. Algunos de ellos son nacionalistas, estatistas, desconfiados del mercado. Creen en la conexión del pueblo con la tierra y en la dignidad de la soberanía política. Otros (los libertarians) son individualistas, detestan en el estado y glorifican al mercado. Creen en sociedades basadas en el interés y en la inteligencia producida por la agregación de millones de transacciones. Esta diferencia no menor, en ocasiones, les causa problemas. Pero la mayoría del tiempo son capaces de encontrar causas comunes. Algo que los une, de hecho, es su oposición a los (neol)liberales comunes y corrientes, que llaman “globalistas”. En Uruguay, esto se puede ver en el odio común a los políticos de los sectores moderados del Partido Colorado y en las peleas entre Cabildo Abierto y los medios de comunicación históricos del neoliberalismo, en particular el semanario Búsqueda. Un detalle no menor, sin embargo, es que los libertarians conviven discretamente con los neoliberales en las fundaciones del Atlas Network (la red internacional que coordina y financia a partidarios del libre mercado de todo el mundo). Así, los libertarians se entienden tanto con los liberales como con los anti-liberales. Como si el neoliberalismo hubiera desarrollado un segunda versión de si mismo, que se opone el mundo global que él mismo creó, para no poner todos los huevos en la misma canasta. Este nuevo neoliberalismo está, hace décadas, trabajando en la elaboración de síntesis teóricas entre el ultra-liberalismo y el anti-liberalismo. La principal entre ellas es la llamada ‘paleo-liberal’.

 

  1. En la base social de la ultraderecha pulula un mundo de cosas raras. Navegando entre la frenética actividad de la ultraderecha y sus zonas adyacentes en las redes, podemos encontrarnos a místicos, antivacunas, ex-izquierdistas intentando explicar sus nuevas simpatías con razonamientos geopolíticos, tradicionalistas del idioma español, amantes de la carne roja, adherentes al estoicismo o el hinduismo, revisionistas históricos amateur, junto a vocacionales del trolleo, seducidos por las posturas que causan rechazo entre los bienpensantes. Se da una paradoja: la ultraderecha suele presentarse como representante de un auténtico pueblo, compuesto de gente normal que no quiere cosas raras, burlándose de los vegetarianos, las personas que hablan con x o e, o de cualquiera que no vea como normal. Pero al mismo tiempo, se despliega en una multiplicidad infinita y fractal de nichos y subculturas bizarras. La ultraderecha es al mismo tiempo demagoga y esotérica.

 

  1. La ultraderecha es un fenómeno masculino. Es la construcción de una política de identidad masculina, en reacción al feminismo y los movimientos de la diversidad sexual. Lo que no quiere decir que le falten aliadas. Uno de sus grandes temas, muchas veces implícito pero a menudo explícito, es la ansiedad sexual de los varones jóvenes. De ahí sale el estereotipo de que no cogen. Por algo para explicar el viejo facsismo, Wilhem Reich daba tanta importancia a la frustración sexual. El deseo de ser un Chad o la admiración a grandes hombres como Putin o a Elon Musk, la idea de machos alfa y beta, incluso ciertos hobbies y ejercicios, forman una subcultura que tiende a politizarse hacia la derecha. Esto funciona especialmente en un momento de profunda anomia para muchos hombres, sobre la que la izquierda no tiene mucho para decir.

 

  1. La ultraderecha es un fenómeno internacional, que fluye por internet. Las ultraderechas, a pesar de ser nacionalistas, siempre fueron trasnacionales. Los nacionalistas de ultraderecha rioplatenses que en la primera mitad del siglo XX hicieron una crítica de la Ilustración (el caso más célebre en Uruguay es Herrera) eran ávidos lectores de franceses como Barrès y Maurras y, por supuesto, de unos cuantos españoles y alemanes. Pero la velocidad de internet es más rápida que la de los libros. Las ultraderechas que llegan hoy lo hacen de otras formas, produciendo distintos resultados: los memes circulan en micronichos siempre móviles en las redes, replicando o imitando a Milei, a Vox o a Trump. Y no es menor que en tiempos de encierro (pero ya desde antes) muchos jóvenes se socializaron políticamente en internet.

 

  1. La ultraderecha es un elitismo de masas. Si bien no es raro escuchar a ultraderechistas hablar contra las élites, no están en contra de cualquier élite. El problema es, específicamente, con unas élites que ellos ven como débiles y degeneradas, compuestas de burócratas de Naciones Unidas, activistas trasnacionales (especialmente si son feministas, de derechos humanos o ecologistas), intelectuales (especialmente si son de universidades públicas o de izquierda) y grandes empresas (pero solo si se ‘politizan’, por ejemplo, con políticas de no discriminación o marketing verde). Pero las ultraderechas no desean un mundo igualitario, sino la restauración buenas élites. Los nacionalistas anhelan líderes nacionales fuertes, mientras los libertarians claman por empresarios merecedores de sus trillones. Ambos esperan que este mundo de mediocridad sea roto por el retorno de los verdaderos héroes.

 

  1. La ultraderecha parece un fascismo sin fascistas. Cuando alguien que intenta entender el fenómeno de la ultraderecha aventura alguna caracterización, inevitablemente se le responde ‘pero no podés estar diciendo que toda esa gente es fascista’. Lo primero que podría responderse es que, seguramente, caminando por Berlín en los años 30 (o por Montevideo en los 70), no hubiera sido tan evidente quienes eran los simpatizantes del nazismo en ascenso. Al final ¿cómo debería verse un fascista? ¿no debería verse, justamente, como alguien perfectamente normal? Pero hay una pregunta más compleja ¿qué tal si los memes fascistas pasaran por personas que no necesariamente adhieren a una ideología articulada? Quienes los replican, a menudo, lo hacen de forma irónica, o sin pensar demasiado, como si los contenidos fascistas conectaran con algo del inconsciente político. No se puede asignar el éxito de los discursos de la ultraderecha a la genialidad del puñado de militantes ultraderechistas que existen, por ejemplo, en Uruguay. Con algo están enganchando.

 

  1. La ultraderecha es la vocera del odio a los progres. ¿Y quienes son los progres? No siempre queda claro, pero tienen algo que ver con la izquierda (y especialmente las ‘nuevas izquierdas’ feministas, antiracistas y ecologistas), con el liberalismo progresista (es decir, el progresismo promovido desde los organismos internacionales) y con los intelectuales. En el discurso de la ultraderecha el progre es un personaje complejo: al mismo tiempo es un conspirador hiperpoderoso, un marxista camuflado, deseoso y capaz de destruir la civilización occidental; pero también un estúpido, un blandito alejado de la realidad e incapaz de comunicarse con la gente normal. El progre es, al mismo tiempo, el establishment y un peligro radical. El odio a la izquierda, por cierto, tiene su público. Y no solo entre aquellos cuyos privilegios fueron cuestionados por la izquierda. No hay nada raro en el odio hacia quien prometió transformaciones que no sucedieron. Que también es odio a uno mismo, por haber sido ingenuo y creído, para defenderse del dolor por los sueños rotos. Por algo el sarcasmo y el realismo son tan usuales en el discurso ultraderechista.

 

  1. La ultraderecha logra componer con algunos sectores que vienen de la izquierda. A la izquierda que se había dedicado los últimos años a criticar al progresismo, todo esto la deja descolocada. ¿No éramos nosotros los críticos del progresismo? Pero al estar en contra de la ultraderecha antiprogre, no queda otra que quedar junto a los progres. Algunos, en esta situación, prefieren componer con la ultraderecha antes que ser progres. Para eso asumen, con la excusa de que se trata de posturas populares, sus discursos autoritarios, xenófobos, etc. En Uruguay, es notorio que Cabildo Abierto busca dialogar con las partes de la izquierda que vienen de tradiciones nacional-populares. Se forma así una pinza, en la que la izquierda se divide entre progresistas y populistas: unos hegemonizados por el liberalismo progresista, otros por la ultraderecha. Si la disputa entre progresistas y populistas se impusiera como principal eje de disputa política, la izquierda desaparecería. No es casualidad que, en todo el mundo, los grandes medios de comunicación intentan imponerlo.

 

  1. En tiempos de crisis, la ultraderecha cumple la función de canalizar el descontento hacia una estabilización del sistema. El capitalismo y el autoritarismo logran algo extraordinario: que quienes piden más capitalismo y más autoritarismo sean vistos como antisistema. Mientras, la izquierda, asustada y desesperanzada, se ve forzada a defender el status quo frente a las hordas fascistas. Lo que es comprensible, teniendo en cuenta que éstas hablan, sin pudor, de la violencia que están dispuestas a ejercer. Y cada vez más, la ejercen. Con el beneplácito de muchos derechistas moderados que prefieren un autoritario conocido antes que la incertidumbre de una transformación. Acordarse que quienes estamos en contra del sistema somos nosotrxs es un buen primer paso para desactivar esa operación.

La reacción Derecha e incorrección política en Uruguay // Colectivo Entre

En tiempos en los que se busca que las fronteras entre derecha e izquierda sean puestas en jaque o desaparezcan, el título de la segunda publicación del grupo Entre es elocuente: estas categorías están más vigentes que nunca. Las páginas de este libro son el resultado de un proceso de pensamiento colectivo que desde 2017 viene indagando acerca de las nuevas expresiones de la derecha uruguaya, a la luz de la coyuntura política actual.
Y este ejercicio, en un escenario de parálisis política, es fundamental, mucho más cuando la invitación es a no dejarse llevar por pronósticos tan desalentadores. Como aperitivo, a continuación, reproducimos, con la autorización de los autores, el prólogo de La reacción.

Cuando empezamos este libro, a fines de 2017, no íbamos a estudiar la derecha, al menos no directamente. Notábamos que se discutía constantemente sobre la corrección política y su contrario, la incorrección, y que en estas discusiones se formaban alianzas y complicidades insólitas. Roqueros ochentosos se unían a la Iglesia católica, periodistas de izquierda se aliaban con una renaciente ultraderecha, sin que esas afinidades le hicieran ruido a ninguno. Lo importante para ellos, autodeclarados políticamente incorrectos, era combatir lo que llamaban corrección política, marxismo cultural o ideología de género.

Los debates, más que sobre cuestiones sustantivas, se articulaban en torno a quienes ofenden y a quienes se sienten ofendidos, a la transgresión, a las acusaciones de censura y a la exagerada atención dada a las palabras utilizadas. Mientras tanto, la izquierda progresista, siempre afín a los eufemismos y al lenguaje técnico, colaboraba para que los debates se dieran en esos términos, en un momento de estancamiento político. Queríamos entender estas disputas. Nos incomodaba la corrección política que no decía las cosas por su nombre, pero, sobre todo, nos asustaba la forma en que una reacción derechista cada vez más radical se manifestaba a través de la incorrección, con la complicidad de actores que estábamos acostumbrades a escuchar como voces de la izquierda disidente. La investigación avanzaba y comenzábamos a crear argumentos sobre la disputa discursiva que mantenían la corrección y la incorrección política, aunque señalando con claridad cómo este marco era utilizado tácticamente por la derecha machista, homofóbica, racista, nacionalista y empresarial, para deslegitimar los avances en derechos.

Entendimos que era necesario replantear esta discusión de una manera que nos permitiera salir del agujero negro en el que siempre terminan las polémicas en torno a la corrección y la incorrección política. Les seguimos el rastro a la historia y los usos de la expresión “corrección política” y llegamos a las disputas entre evangélicos y liberales en Estados Unidos, a la transgresión como clave de la cultura uruguaya a partir de los ochenta, a las discusiones sobre la negación del holocausto en Europa, al anticomunismo obstinado en asociar cualquier forma de izquierda con el autoritarismo, a las disputas en torno al lenguaje no sexista. Y, últimamente, a la forma como Trump y Bolsonaro llegaron al poder: prometiendo combatir la corrección política, mientras los nazis del mundo se reúnen en foros como Politically Incorrect de 4chan.1

En pleno proceso de investigación el panorama político comenzó a aclararse, por lo menos en un punto: estamos ante el avance de una fuerte corriente reaccionaria, que combate a los movimientos y los gobiernos de izquierda surgidos en América Latina en la década del 2000, simultánea y articulada con la reacción xenófoba y racista que se expandió en todo el mundo a partir de la crisis de 2008.

En Uruguay, esto se hizo manifiesto en enero de 2018, cuando un movimiento de propietarios de tierras rurales se autoconvocó para crear la agrupación Un Solo Uruguay y comenzó una serie de movilizaciones que reclamaban devaluación, desregulación laboral y ajuste, con el apoyo de todas las cámaras empresariales del país. El 8 de marzo de 2018, en la marcha por el Día Internacional de la Mujer, un grupo de evangélicos denominado A mis Hijos no los Tocan se paró en el recorrido de la marcha, con pancartas antifeministas, para intentar generar incidentes. En las redes sociales abundan los ataques –muchas veces llevados a cabo por usuarios anónimos o bots– a simpatizantes, militantes y dirigentes de izquierda o feministas, al tiempo en que ya comenzó la campaña para unas elecciones en las que se plebiscitará la propuesta de un sector del Partido Nacional para “Vivir sin miedo”, que implicaría habilitar los allanamientos nocturnos, la cadena perpetua y el uso de militares para tareas policiales, mientras aparecen nuevos partidos de ultraderecha, en torno a figuras como Edgardo Novick2 y Guido Manini Ríos3.

¿Cuál es la naturaleza de esta reacción? ¿En qué fuerzas se basa? ¿Qué tácticas discursivas despliega? ¿Cuáles son sus objetivos? Estas son las preguntas que terminaron guiando la escritura de este libro.

La reacción es el segundo libro publicado por Entre.4 Al igual que el primero, fue escrito en colectivo. Esto quiere decir que el libro contiene estilos y registros expresivos distintos, rasgos y manías personales en la escritura, los cuales pertenecen a cada integrante del colectivo y resisten todo trabajo de uniformización estilística. Hay momentos para la narración histórica, que destacan episodios, personajes e instituciones; otros para el análisis, que desentrañan los argumentos y las estrategias de la reacción; otros propiamente políticos e incluso performáticos, que imitan el tono violento de la reacción.

El libro recorre un amplio abanico temporal y temático. Parte de la fundación del Uruguay moderno, llega hasta la era progresista y se detiene en las principales corrientes e instituciones conservadoras, los medios de comunicación y los temas que preocupan a la derecha, como la pérdida de los valores, el ataque a la familia, el humor tradicional, el combate a la inseguridad y el debate entre la corrección y la incorrección política. Esta heterogeneidad produce un texto algo fragmentario, pero que busca entradas y enfoques diferentes de un tema que por su propia naturaleza es polifacético.

Este libro es, entonces, el fruto de una investigación de meses, que implicó discusiones entre nosotres y con otres sobre lo que estaba pasando, pero también lecturas, recabar materiales de los medios y las redes, observar actos políticos, y analizar discursos y debates cotidianos. La escritura fue alimentándose de reflexiones colectivas, de muchos puntos compartidos, pero también de desacuerdos internos, en el entendido de que zambullirnos en nuestras propias incoherencias, contradicciones y dudas era importante para entender el campo de confusiones y ambigüedades en las que crece la reacción.

Durante este proceso de investigación fuimos condensando algunas reflexiones y conclusiones preliminares que tuvimos oportunidad de compartir en un ciclo de charlas en Entre,5 un seminario sobre el tema, del que participaron investigadores y militantes, y una ronda de conversación abierta al público para discutir el tema.6 También publicamos textos en los que se adelantaban ideas que terminamos de redondear en este libro. Agradecemos también a Laura Amaya y Cecilia Seré, por sus lecturas críticas y sus comentarios. Y especialmente a Valeria España, quien participó en la concepción y el comienzo del proyecto. Si bien quienes redactamos el libro y concebimos su gráfica fuimos Diego León Pérez, Gabriel Delacoste, Gabriela Sánchez, Laura Outeda, Lucía Naser, Ignacio de Boni y Santiago Pérez Castillo, el trabajo colectivo involucró a mucha más gente.

Tras una decena de borradores, fines de semana de encierro, centenas de porros y cigarros, containers de galletas y maníes, cadenas interminables de Whatsapp e intercambios con amigues y colegas, terminamos La reacción, aunque quizás esta recién comienza. Por este motivo, es un libro para usar a favor de la reenergización de la lucha, y no para entregarnos a la desesperanza y la depresión. Esperamos que nos ayude a entender qué está pasando y que a la vez abra caminos para que veamos todo lo que podemos lograr que pase de ahora en más.

El propósito central de este libro es mostrar que en Uruguay sí existe la derecha y que es necesario estudiarla, lo que implica despejar las capas de ideología, eufemismos y cinismo detrás de las que se esconde. Y también que es necesario meterse en el tema con profundidad, corriendo el riesgo de indagar en sus canales y sus resortes, para conocerlo desde dentro.

Como se verá, este libro está escrito en lenguaje inclusivo. Respecto del criterio utilizado, usamos mayormente la letra e como género neutro, salvo cuando nos referimos a la derecha como sujeto y a quienes la integran, casos en los que usamos el universal masculino. Esto se debe a que entendemos que la derecha es un sujeto eminentemente patriarcal, mientras que otros sujetos son heterogéneos y plurales.

Por último, hojeando, van a ver escenas protagonizadas por un hombrecito de traje, que ilustra los capítulos. Lo elegimos como arquetipo para retratar a la reacción. Quizás un oficinista, quizás un empresario, quizás un presentador de televisión. Frustrado, indignado, malcriado pero humano y vulnerable, nos va a acompañar mientras recorremos las distintas caras de la reacción.

1.   4chan es un sitio web en el que se alojan varios foros de discusión anónimos. El foro Politically Incorrect se caracteriza por ser un espacio de encuentro entre libertarians, ultraderechistas y racistas de Estados Unidos y el mundo. Para más información, ver el trabajo de Angela Nagle Kill All Normies: Online Culture Wars from 4chan and Tumblr to Trump, Washington: Zero Books, 2017.

2.   Empresario exitoso que reivindica su origen popular, de self-made man que se hizo de abajo, hoy propietario de varios locales comerciales y el Nuevocentro Shopping, y líder del Partido de la Gente, orientado al populismo punitivo, la derecha empresarial y la recuperación de los “buenos valores” perdidos.

3.   Excomandante en jefe de las Fuerzas Armadas, destituido por Vázquez en marzo de 2019 por sus intervenciones públicas contra los juicios a militares acusados de delitos de lesa humanidad.

4.   Entre: Ensayos sobre lo que empieza y lo que termina, Montevideo, Estuario, 2017.

5.   La reacción, 20 de agosto‑15 de octubre de 2018; 6‑19 de setiembre de 2017.

6.            Entre: La reacción. Derecha e incorrección política en Uruguay, Estuario, 2019, 275 págs.

 

Colectivo Entre (redactado en esta ocasión por Gabriel Delacoste, Ignacio de Boni, Lucía Naser, Gabriela Sánchez, Laura Outeda, Santiago Pérez Castillo, Diego León Pérez)

TETA CRÍTICA: la violencia de estar como queremos // Lucía Naser

 

A partir de algunos acosos, varias censuras y la creciente sensación de que estamos en un presente paradójico – o más bien de enorme retroceso – por el cual mientras el feminismo crece y es reconocido, nuestras cuerpas siguen siendo policiadas y prohibidas en las calles y en las redes, empezamos a hablar con algunas amigas sobre hacer algo al respecto.

Decidimos organizar una Teta crítica, especie de Masa crítica pero no sobre bicicletas sino sobre pareos, en una playa y de pezones descubierto.

Fue así que creamos un texto y una imagen, e hicimos un evento que fue luego compartido por un montón de organizaciones, colectivas y mujeres (incluso algunas que nos sorprendieron bastante). Así invitábamos a encontrarnos un domingo de febrero por la tarde:

“Los senos femeninos son policiados a la vez que codiciados, son censurados bajo la etiqueta de «contenido sexual». Los pezones de mujer son diferenciados permanentemente de los pezones de hombre; no se los quiere en el espacio público salvo que sea para amamantar o para placer de los tipos. Reivindicamos el derecho al pecho, a hacer con nuestras tetas lo que queramos donde cuando y con quien queramos. Nos deseamos de pechera al viento y de teta libre, entre amigues o en solitario, en las playas y en las redes, rozando el viento, el mar u otros cuerpos.

Convocamos a una masa crítica de tetas al aire libre. Porque somos muchas muchas tetas como para andar siempre escondidas o guardadas en el secreto del sutien, la casa o el bikini.

Este evento es convocado por colectivos autónomos y no tiene vínculos con partidos políticos ni grupos religiosos. Tetas sin sutien, ni dios, ni partido.”

 

Entre las que lo agitamos, hay varias amigas que son lesbianas o no binaries; quizás ellas viven más que otras lo que significa ser señaladas como las inapropiadas, o las que están en cualquiera, y esa rabia les da energía (y nos contagia) para encarar lo que es nada más ni menos que nuestro derecho a estar y hacer lo que queremos.

 

Nos convocamos a las 17h. Un rato después empezaba a solo un par de cuadras un Peñarol-Defensor que hacía que la rambla estuviera aún más poblada e intensa de lo que un domingo caluroso y soleado de febrero ya suele ser en los entornos de la Ramirez y el Parque Rodó.

 

Llega el día. Hay casi más gente refugiada en las sombras de los árboles del parque que en la playa. Llegamos primero un grupo de cuatro y enseguida nos quedamos en tetas como para que nos encuentren las demás. No habíamos terminado de desplegar el pareo cuando un tipo se acerca a una de nosotras (“la embarazada”) a exigir que “por favor” me pusiera el bikini. Estaba rabioso y consternado; hablaba muy agresivamente y sin preocupación de llamar la atención de toda la playa – que nuestras tetas no habían causado -, decía que él no iba a permitir esto, que nos vistiéramos ya mismo (especialmente yo), que iba a hacernos una denuncia, que no lo iba a dejar así. Segundos después ya invocaba a dios y a Juan para alegar que lo que estábamos haciendo estaba muy pero muy pero muy mal. La situación fue escalando. Se acercaron a defendernos algunas otras mujeres que estaban en la playa. Una de ellas se sacó el bikini enfrente del demente para demostrarle que ella también hacía lo que quería (me emocioné). Otra señora gritaba que caiga el patriarcado y le hablaba a él con una voz que hubiera intimidado a un regimiento de milicos. Otra desde su posición playera horizontal nos decía que tranquilas, que vivimos en un país retrógrado mientras nos daba fuerza.

 

De nuestro lado y por la rapidéz en que sucedió todo estábamos bastante asombradas y atónitas. Le decíamos que se fuera que estábamos en paz y no molestábamos a nadie, o que a él también se le veían los pezones y con el paso de los minutos se nos empezaban a agotar la paciencia y las razones. Argumentos como que nos auto percibimos hombres y por eso no nos íbamos a poner la parte de arriba, o que había entre el grupo algunas madres y que amamantando igual se nos vería algún que otro pezón, que era una acción artística u otras excusas venían a nuestra mente para que se fuera y dejara de violentarnos y amenazarnos. Pero lo cierto es que todo aquello no era para zafar, sino para defender nuestro derecho a estar como queríamos y nada más y nos jodía decir cosas que no pensábamos para sacarnos a otro más de encima (¿cuántas veces tuviste que inventar complejas mentiras para que un tipo te dejara en paz cuando debería bastar un “no” o un “andate” para estar tranquila?). No es tanto pedir.   

La situación se disuelve porque el tipo fue alejado, un poco a insultos de todas, un poco a empujones literalmente por una de nosotras. Se quedó sin embargo merodeando entre las dunas y la rambla. Diciendo que él se iba pero que le quedaba esto adentro y que se la iba a cobrar. Que era el hijo de dios, decía.

Llegada complicada y al mismo tiempo percibir que la gente que está en la playa está con nosotras y no con este energúmeno. Nos vamos sumando varias y procesando lo que pasó. No es raro que en este tipo de acción el protagonismo se lo coma el antagonismo, la violencia, la represión. Intentamos reenfocarnos en lo que es el propósito de la acción. Nos relajamos un poco mientras ponemos algunos carteles con dibujos de un pezón preso, un par de carteles que dicen “tetas libres” y “teta crítica”.

Unos minutos después llega el dúo de prefectura. La mujer amablemente nos dice que nos viene a informar que no podemos hacer eso, que “el topless está prohibido en las playas”. Le decimos con suavidad que revisamos y en ningún lado se indica que está prohibido. Que hay un montón de hombres con pezones visibles. Citamos el reglamento de playas de la IM donde claramente indica que (citar) “las mujeres deben usar mallas de una pieza o dos”. Le señalamos la parte de abajo del bikini: una pieza. Nos miran con desconcierto y se van hablando por walkie talkie. Ya no vuelven.

Llega una compa con las tetas pintadas y pintura y nos colgamos a dibujarnos. Salvo por la agresividad externa (no de la gente en general sino de agentes puntuales), no se siente transgresor o raro estar ahí sino una extraña sensación de naturalidad de la situación, que hace más bien extraño el hecho de que no hagamos eso siempre. Llegan unas amigas a sacar unas fotos de la acción.

Mientras tanto vemos que algo está sucediendo en la rambla. Llegó una camioneta de policías de la marina de donde bajan al menos unos 10 tipos. Se aprontan como preparándose para actuar con sus máscaras esas que les tapan la cara y una urgencia que no nos explicamos. ¿Realmente esto es por unos pezones al sol? Vemos que no hay ninguna mujer (por ahora) entre los policías y eso nos tranquiliza bastante porque significa que no pueden acercarse a llevarnos. Se quedan en la rambla a unos cuantos metros pero no paran de mirarnos. No damos crédito; es todo un operativo.

 

Intentamos que no se lleven toda nuestra atención. Conversamos un poco, sobre represión y policiamiento de nuestros pezones pero también sobre otras cosas. Hay dos compas que fueron con sus hijas, una de ellas tiene la edad suficiente para no entender porqué esto causa tanto revuelo y su madre se lo explica… como puede. Conversamos de experiencias que hemos tenido en otras playas, en la imposibilidad de hacer esto como nos gustaría. De que hacer esto no sea sinónimo de estar peleando con otres, del deseo de que nuestro deseo no sea tan violentado, de qué fácil es que una acción así se vuelva violenta y no por el hecho de que se nos vean los senos sino de toda la agresividad que se despliega (y nos rebota en el cuerpo) a nuestro alrededor. Hablamos de lo difícil que es practicar la libertad sin volvernos objetos de la mirada de otres, sin que se nos comunique que estamos haciendo algo mal.  

El resto de la playa está totalmente en la suya. La convivencia conosotras se siente hermosa e incluso se acercan algunas a preguntarnos qué es Teta crítica o si pueden hacerlo con nosotras y ahí mismo pelan, se sacan foto con alguno de los carteles, se suman felices de que exista este espacio.

 

Nos ponemos a construir una teta gigante en la arena. No dura mucho la paz porque vemos que de nuevo desde la rambla y desde el pelotón de policía que nos mira sin cesar, unas cámaras como de canal de tv nos enfocan. Pasan al menos unos 20 minutos filmando sin siquiera acercarse a preguntar.  Debatimos sobre qué hacer y nos quedamos en la nuestra pero es violento el abordaje (sin abordaje) y pasado tanto tiempo nos preguntamos de qué canal serán y sobre todo qué estarán diciendo sobre las imágenes de nuestra acción a la que se suma nada menor presencia de esa cantidad de milicos resignificándolo y tergiversándolo todo. Finalmente se acercan un par de periodistas varones. Nos dicen que tienen un comunicado de prensa – lo cual no es verdad porque aunque el evento era público no hicimos nada similar – y que a ellos los mandaron a cubrir esto. Que si queremos podemos decir algo, darle una entrevista, eso sí, no puede mostrarnos las tetas, solo del cuello para arriba. El encuadre no lo ponemos nosotras, el cuerpo si.

Pensamos qué hacer y durante el diálogo hay que reconocer que uno de los pibes se afloja y dice que si es por él borra lo que tiene en la cámara y hace que nunca pasó nada y que entiende nuestro lado y que lo que va a salir en Subrayado probablemente haga más énfasis en que la policía tuvo que ir a la playa porque había unas locas en  tetas que en lo que queríamos decir. Decidimos dejarla por esa y quedarnos con lo que pasó ahí entre nosotras y con la gente que estuvo compartiendo sol a la proximidad y a la distancia durante estas horas.

Se van y nos quedamos. El sol está ya casi cerca del horizonte. Hacemos un par de fotos juntas. Mate va, mate viene. Terminamos de construir la teta. Nos contamos cosas entre baldes de arena. Una compa me dice que cuando ella fue madre nunca había visto otras tetas porque siempre andamos tapadas, que ella no sabía que sus pezones eran diferentes como más chatos, me dice que los pezones al sol se hacen más fuertes y sanos. Otra cuenta sobre una experiencia fea que tuvo al operarse los senos y despertar de una cirugía con la asimetría entre ellos “corregida” sin previa consulta. Comentamos sobre la disimetría de nuestras tetas y experiencias. Sobre lo que significan para nosotras por fuera de la permanente sexualización constante que se hace de nuestros cuerpos. Sobre nuestra sexualidad y sus otras formas y espacios. Sobre por qué esto solo se nos permite cuando es para el porno o hay un bebé. Conversas que quedan en nuestras cuerpas y entre abrazos enarenados. Somos unas 30, unas llegan y otras se van, salteando el tetazo entre actividades familiares, ferias feministas, tablado y danza en el parque.

Pensamos que estaría bueno hacer más teta crítica en otras playas. Pienso que podría ser organizado o simplemente espontáneo. Que solo se trata de habitar los lugares que son de todes como queremos. Que igualdad de género sin la posibilidad de elegir y decidir sobre nuestros cuerpos es solo un slogan vacío. Que la igualdad no existe sino como lucha por y sobre los cuerpos. Que seguimos peleándola y por las cosas más básicas. Y que hay luchas que se dan en terrenos tan cotidianos y desasociados a la militancia como una playa de domingo en febrero.

 

Fotos: RebelArte – colectivo de intervención fotográfica

 

Cuaderno número 2: la experiencia MLN-Tupamaros (Mayo 2001) // Colectivo Situaciones

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