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Sindicalismo turbio // Jun Fujita Hirose en diálogo con Diego Sztulwark

El 22 de febrero, Jun Fujita Hirose, filósofo japonés autor de varios libros -entre ellos Cine- Capital-,[1] envió un “comentario a tu texto” a propósito de la publicación de Vitalismo “turbio” o los movimientos aberrantes en Gilles Deleuze.[2] Un intento de leer políticamente la filosofía de Deleuze a propósito de la salida del libro Deleuze: los movimientos aberrantes, de David Lapoujade.[3] Fujita retoma la noción de un vitalismo “turbio” que reencuentra en uno de los últimos textos de Guattari a propósito de una experiencia sindical chilena, y nos entrega una reflexión que cobra sorprendente utilidad cuando la leemos en la Argentina, unos días después del acto gigantesco del 21F, y mientras se prepara el Paro Mundial de Mujeres para el 8M.

Diego Sztulwark

 

Intentaré retomar desde el punto de vista guattariano la cuestión que planteaste de la aberrancia, a partir de tu lectura del libro de David Lapoujade sobre la filosofía de Gilles Deleuze.

En uno de los últimos escritos antes de su muerte, en 1992, Felix Guattari se mostró muy interesado en las experiencias sindicales de nuevo tipo que se estaban desarrollando por entonces en Chile: “Los militantes del ‘sindicalismo territorial’ no se preocupan únicamente de la defensa de los trabajadores sindicalizados, sino también de las dificultades que encuentran los desocupados, las mujeres y los niños del barrio en el que está ubicada la empresa. Participan en la organización de programas educativos y culturales, se implican en problemas de salud, de higiene, de ecología, de urbanismo” (“Una refundación de las prácticas sociales”, Plan sobre el planeta,[4] p.130). Este es un buen ejemplo de los “movimientos aberrantes”. Imagino que es algo semejante a lo que llamas “plebeyismo obrero” a propósito de la propuesta de John W. Cooke. Es un sindicalismo “turbio”. Guattari añade: “Esta ampliación del campo de competencias de la acción obrera no está muy bien vista por las instancias jerárquicas del aparato sindical” (ibid). El aumento aberrante de la potencia de actuar es así lo que la estructura sindical clásica no puede soportar en el sindicalismo territorial, al cual podríamos calificar de “esquizoide” o de “maquínico”, según la terminología guattariana.

La oposición que Guattari estableció entre “estructura” y “máquina” es conocida. Un sistema maquínico se desarrolla de modo disyuntivo, polifónico (polívoco), es decir, en diálogo permanente con un Todo Afuera, a diferencia de lo estructural cuya articulación es conjuntiva, biunívoca. En una organización sindical «limpia», modelada según la representación estructuralista, los agentes colectivos de enunciación deben quedar sometidos al sujeto del enunciado, es decir, a la conciencia en la cual se encarna el interés de clase (“Nosotros, obreros, reclamamos…”).

Un grupo estructuralmente organizado determina su potencia a partir de la lógica de “ser” (un obrero es obrero), con el objeto de producir un robusto (contra-)poder homogéneo (imponer el reconocimiento del interés de clase al Estado como “modelo de realización” de la axiomática capitalista mundial), mientras que un grupo maquínico busca ampliar o aumentar a lo infinito su propia potencia según la lógica de “y” (los obreros y los desocupados y las mujeres y los niños y…), produciendo de cero una nueva subjetividad a cada adición transversal. Retomando la distinción sartriana, Guattari llama «grupo sometido» a lo primero y «grupo-sujeto» a lo segundo, pero al mismo tiempo dice que, incluso en un grupo sometido, siempre hay líneas de fuga por las cuales los agentes colectivos de enunciación se desterritorializan en o, lo que es lo mismo, se reterritorializan sobre conexiones disyuntivas, procesos maquínicos. Es decir, la estructura es una particular “economía restringida” en la “economía general” maquínica de los flujos. Guattari afirma así la primacía ontológica del “proceso” maquínico sobre el “estado” estructural (incluso allí donde la relación de primacía aparece a la inversa desde el punto de vista epistemológico, tal como se da en el caso de una organización sindical clásica).

El sindicalismo territorial chileno conectó un “medio” barrial con un “plan de consistencia”, y se reterritorializó sobre o creó un nuevo concepto de tierra. Precisamente en este sentido se llamó “territorial”. Sobre el plan de consistencia así creado, la potencia sindical se aumenta a lo infinito en su articulación disyuntiva, maquínica: un obrero se desterritorializa en un devenir-todo-el-mundo, mientras todo el mundo (los obreros, los desocupados, las mujeres, los niños) se reterritorializa(n) al mismo tiempo sobre un devenir-revolucionario, es decir, sobre un proceso deseante no sometido a ningún sujeto de enunciado.

En “El abecedario”[5], Deleuze dice que uno entra en un devenir-todo-el-mundo a partir del momento en el que “percibe el horizonte” y “(se) percibe al horizonte”. ¿Qué se debe entender por “percibir el horizonte”? Es percibir, por ejemplo, el hecho de que en el sistema capitalista el interés de clase obrero no es compatible con el de las mujeres. Como nos repite Silvia Federici, los obreros masculinos no pueden establecer su alianza social con los capitalistas sin esclavizar a las mujeres, sin colonizar los úteros. En este sentido, el devenir-mujer de un obrero es una catexis inconsciente de deseo “contra naturaleza”. Pero la percepción del horizonte también concierne a las propias mujeres. Si bien es cierto que las mujeres necesariamente luchan por su interés (“nosotras, mujeres, reclamamos…”), no lo es menos que en su lucha llega un momento en que perciben el hecho de que su reterritorialización sobre un estado mayoritario no se puede hacer sin dejar que la axiomática capitalista cree otras minorías explotadas y dominadas. Las mujeres mismas deben entrar en un devenir-mujer y, a través de este, en un devenir-desocupado, en un devenir-niño, etcétera. Solamente se pueden hacer estallar los engranajes de la axiomática capitalista mundial cuando todo el mundo se reterritorializa(n) en un devenir-minoritario, en un movimiento aberrante o en un proceso esquizoide, invirtiendo cada uno la subordinación paranoica de la producción deseante a la catexis preconsciente de interés”.

Jun Fujita Hirose, 22 de febrero de 2018

[1] Jun Fujita Hirose, Cine-Capital: cómo las imágenes devienen revolucionarias, Buenos Aires, Tinta Limón Ediciones, 2014.

[2] (https://lobosuelto.com/?p=18771)

[3] David Lapoujade, Deleuze: los movimientos aberrantes, Buenos Aires, Cactus, 2016.

[4] Felix Guattari, Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares, Buenos Aires, Traficantes de Sueños y Tinta Limón Ediciones, 2016.

[5] https://www.youtube.com/watch?v=zmxB7FBvj7w

 

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