Anarquía Coronada

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Luciano Debanne

¿Vos crees? // Luciano Debanne

¿Vos crees que se van a ir así como caballeros victorianos, saludando amablemente a la servidumbre, sacándose el sombrero ante la vecina que los ve irse entre las rosas del jardín contiguo, abordando el carruaje con una última mirada de felicidad, nostalgia y sensación del deber cumplido mientras en el horizonte se pone el sol de un día y aguarda mansamente un nuevo amanecer?
 
No. Se irán a sangre y fuego. Echando sal en los jardines para que no crezca más el césped, ni germine nunca ningún brote nuevo. Se irán destruyendo, como un incendio, todo lo que había. Destruyendo las molduras, arrancando de cuajo las puertas como hicieron los milicos antes de entregar los campos de concentración. Se irán mutilando a los niños y a las niñas, castrando y violando, para dejar su raigambre de miedo y ofensa. Se irán bombardeando las plazas. Se irán robándose las computadoras y los televisores, las lapiceras, y los libros, y la caja chica. Se irán abandonando a su suerte a los olfas, a los lameculos, a los esbirros. Se irán dejando atado a los perros, hambreados y furiosos; para que después soltarlos sea un riesgo, y obligar a quien vienen a la violencia de matar. Van a mear las paredes y a cagar en las alfombras. Y tirarán arena en los tanques de combustible. Y a envenenar los pozos de agua donde abrevan los animales. Van a partir las llaves a medio girar en las cerraduras. Y se van a llevar los vinos buenos de las bodegas del pueblo, para brindar en tierras extranjeras. Van a hacer daño, con saña y maldad.
 
Y los pasquines sin dueños aparentes señalaran el daño, pero no las causas.
 
Y se lamentaran como si las desgracias fueran un castigo del cielo por nuestras acciones. La crisis se ha cobrado nuevos muertos. Hablarán de las condenas que nos caben por ser bárbaros, de la cultura de la violencia, de culpas sin culpables. Y se cuidaran de no pronunciar los nombres de sus socios en el saqueo.
 
No se irán mientras atardece, despidiéndose fraternalmente. Se irán en medio de la noche, con los colmillos chorreando sangre y de fondo el incendio donde arde nuestro dolor.
 
Ojalá sepan los nuestros frenar la barbarie de los civilizados antes de que creamos que nos lo merecemos, que es nuestra la culpa, que tenemos como destino la pena y el terror.

Escribir contra Macri // Luciano Debanne

Nuevamente ha llegado la hora.

Éste es un llamado a todos los escritores, a todas las escritoras, a todas las escrituras: a quienes trabajan los textos como piezas de relojería hipnótica para admirar y fascinarse; a quienes tipean textos que asedian; a quienes vomitan textos monstruosos e infames, desordenados y pantangruelicos. A los ignotos y los consagrados, a los profesionales y los aficionados.

Ha llegado la hora de escribir contra Macri.

Les ha llegado la hora.Es el tiempo de prestar las palabras que les fueron dadas. Tiempo de nombrar.

Hay una demanda, una tarea, una necesidad, transitando las calles, flotando en los balcones y los ranchos acobachados en el monte, arremolinándose en las esquinas. Nació el derecho a contar con las palabras justas para poder decir lo que pasa. Es la hora de los escritos de barricada, de las metáforas accesibles, de los textos escritos para quienes no saben leer. 

Es tiempo de escribir sin obviedades pero sin vanidad. Sin medias tintas ni titubeos. Tomen las palabras por su empuñadura, desentierrenlas, y vengan en auxilio de los demás. Urge su presencia.

Ha llegado la hora de nombrar lo aún innombrable. Lo indecible. De detallar el horror, la miseria, la crueldad y la pena. De fortalecer la alegría y apuntalar la esperanza. De predecir lo inminente. De develar.

Ha llegado la hora de escribir contra Macri.

Es suya la tarea, escribidoras, escribidores, es suya. El futuro se juega en cada renglón.

Transitamos la incertidumbre. Está en juego el poder de decir, de señalar, de describir, de elegir los adjetivos. Está en juego la realidad.

Les exigimos que no nos libren al silencio, que no nos abandonen a la suerte de los predictivos y las enciclopedias usadas, a las explicaciones de los panelistas y las columnistas de televisión. Les exigimos que no nos obliguen a fotocopiar textos viejos. 

Elijan el género como se eligen las armas para el duelo, escriban ahí donde se sientan mejor. Pero no renuncien, no abandonen la tarea, no huyan. No sean mezquinos, ni objetivos, ni cobardes, ni ajenos.

Es tiempo de ejercer el oficio como se ejerce la vida; como si todo dependiera del próximo respiro, del próximo latido, como si todo fuera a condición de querer estar vivo.

Ha llegado la hora de escribir contra Macri. Si no lo hace ustedes, otros, ellos, escribirán. Tomarán las palabras y ocuparán el lugar.

Este es un pedido desesperado, un ruego, una súplica, un rezo; una órden a la que nos autoriza el mutuo amor.

Ocupen su lugar en la trinchera, porque hay otras manos haciendo otras cosas también, cosas imprescindibles. A ustedes les toca ésta: escriban, escriban contra Macri, como se dispara un fusil o se cava el surco que detendrá la embestida del agua o del fuego.

Escriban con premura, con certeza, con desesperación.

Escriban contra Macri en todos los idiomas, en todos los dialectos, en todas las formas que les dicte el corazón.

Ese que muere ahí // Luciano Debanne.

Ese que muere ahí, con su hija, arrastrados por la correntada brava del río; ese salvadoreño, y su niña y su mujer que hoy llora, nacieron todos en Santiago del Estero, o en Formosa, o en el norte cordobés, nacieron en Honduras, o en Haití, en El Impenetrable chaqueño, o en el sur donde los gendarmes prenden fuego a las casas y a las gentes desde antes de ser gendarmes, por orden de alguien que dio la orden desde antes de tener oficina, cargo público, tarjeta impresa para entregar en las reuniones, atributos de poder.
 
Esa niña con la panza llena de agua y de hambre y del miedo de los que mueren de olvido y de persecución y de políticas públicas represivas, esa niña con la panza hinchada nació a unas cuadras de tu casa y ahora mismo pide una moneda o te ofrece unas bolsas de la basura, unas medias en paquete de a tres, o sube sus doce, trece, catorce años a la 4×4 que se frena un poco más allá, en la oscuridad de la noche larga que ya no tiene horarios porque es siempre.
 
Esa madre que grita desesperada desde la otra orilla, los brazos extendidos a la nada, mientras ve como lo que ama se muere, nació en Palestina, en Siria, en el norte de África, en la Amazonía, en Jujuy, en el Wall Mapu que late debajo del suelo del sur de lo que nosotros llamamos Chile.
 
Sus abuelos y sus tíos que hoy miran la foto en los diarios y las redes ahogados en tristeza, se abrazan y desconsuelan en un rancho de adobe, de chapas, de totora, de caña, de palet, de palma, de restos del mundo que no los mira, ni los quiere, ni está dispuesto a cuidarlos, ni a reconocerlos como parte de la humanidad.
 
Sus primos, y hermanos, se secan las lagrimas en una calle cualquiera de latinoamérica, en un campamento cualquiera de refugiados, en un barrio cualquiera de la ciudad donde vos vivís, se secan las lágrimas y arman el bolso, porque a veces se trata de arriesgarse la vida o simplemente esperar que te torture el hambre, la enfermedad, o la estúpida crueldad humana.
 
No hay fronteras buenas y fronteras malas, hay fronteras nomás; no son fronteras lejanas, están ahí, apenas asomas la cara a la vereda y te vas a trabajar.

Pongan música // Luciano Debanne

En el día del periodista los convido a callarse  la boca. A callarse y escuchar.
 
A cerrar el pico, el culo, el orto, el ojete, la jeta. A callarse por una vez en la vida y a escuchar.
 
A ser un cacho más sensibles, más atentos, más respetuosos, menos porongas, menos policía, menos seguridad privada, menos patova contratado para que no entren los que están afuera.
 
A abrir las orejas, el corazón, los micrófonos, las redacciones esas sin ventanas, ni salida de emergencia, doble vidrio fijo, acustizada; a apagar la música funcional y el aire acondicionado del estudio; a cagarse un poco más de frío, de hambre, de gases, de lluvia, de ganas de salir a matar a todos estos imbéciles que no paran de boquear.
 
Como si supieran, como si hubiesen estado, como si alguna vez les hubiera tocado.
 
A dejar de ser paredón de palabras, que obtura, aleja, detiene, fusila y remata; para ser un poco más puente, pasarela, que ayude a pasar para el otro lado.
 
Los convido a segundear, a despejar y quedarse al fondo, a mantenerse al margen de la foto, al costado, más que ser todo el tiempo el figurón principal.
 
En el día del periodista los convido a dejar de ser tan periodistas e intentar ser uno más.
 
A ser sólo una mano en la cámara, sosteniendo el micrófono, anónima, reemplazable, ignota. Una mano que te alcance la birra en el verano y te de fuego en invierno. Y después siga.
 
Una mano que alguna vez llame al mozo canuto y pague la cuenta sin chistar, ni juntar la moneda entre pobres, ni dividir en partes iguales aunque unos coman falda y otros pulpa especial.
 
A hacer que la profesión desaparezca y que sea de todos el privilegio, cada vez más exclusivo que ustedes detentan de contar: lo que pasa, lo que queremos, lo que soñamos, lo que proponemos, lo que va a pasar, quizás.
 
Que sea de todos el carnecito de prensa que consiguieron asegurando que son inofensivos, que está todo bien, que casi no van a preguntar.
 
No me peguen, soy periodista, no vengo con ellos, estoy trabajando, prensa oficial.
 
Fíjense en las calles y en las escuelas y en los almacenes del barrio, y los polirubros y en las vidrieras y las florerías del centro: ¿ven que, en el día del periodista, nadie festeja más que los propios periodista?
 
Es que a nadie le importan aunque reciban regalos salameros de quienes les soban el lomo a cambio de una nota, de una cobertura amable, de publicidad.
 
Cállense y escúchense, hoy sólo son editoriales evangelizadoras, vendedores de ideas con auspicio de ropa cara, o de gaseosa barata, modelos de cartón. 
 
Los escuchamos porque no se callan nunca, pero cuando se vayan nadie los va extrañar.
 
Sepan que los periodistas que admiran los cargarían a tiros por panchos, y nadie se frenaría a ver qué pasa ni se tomaría el trabajo de irlos a enterrar.
 
Si no tienen nada que decir, háganse un favor y pongan música. 
 
O sigan, hagan la suya, pero no se asombren cuando los mandemos a cagar.

Necesitamos un traductor para entender lo que dicen // Luciano Debanne, Diego Valeriano

Un traductor wacho-gato, laburante-gato, vieja-gato, piba-gato, indio-gato, pobre-gato, contador que antes tenía veinte clientes buenos y ahora sale a asesorar monotributistas que quieren darse de baja-gato.

Un intérprete para picarle el boleto, para saber de qué carajo están hablando cuando dicen lo que dicen. A quién le hablan, de qué se ríen, por qué modulan así. Para saber por qué no hablan ni argentino, ni peruano, ni uruguayo. Por qué los excita tanto la nobleza.

Necesitamos un traductor para entender las razones de los que los siguen defendiendo, para interpretar a Tetaz, al gordo de la rotisería que está por cerrar pero insiste con que quiere un país en serio para sus nietos. Necesitamos un traductor que nos diga por qué festejan el asesinato de un pibe. La gendarmería, la persecución, las entrevistas obsecuentes en la radio y la televisión.

Un traductor para que sepamos cómo decirles que se vayan a la mierda, que los odiamos, que son la puta oligarquía, la gorra, el padrastro violador, el patrullero en la entrada del barrio, gendarmería en el sur y en las rutas y en las terminales de bondi, la vieja imbécil y porteña con su cartel y su cartera, el caretaje, el virrey escapándose a Córdoba para que no lo fusilen. Son Córdoba y los curas rosqueando una contrarrevolución.

Un intérprete que les transmita que queremos mandarlos al carajo, para que lo entiendan. Fuerte y claro. Un traductor que nos diga cómo se dicen las puteadas, mientras nos cagamos de risa, de su modo de hablar, y de su poder, y su incapacidad para ranchar rápido y bien.

Necesitamos un traductor cura villero-piba que muere por un aborto, jetón con pechera-doña que moviliza por el bolsón, feminista cheta-piba que baja del bondi picana en mano, posteador progre de capital y wifi-cagado de hambre del interior, militante consignero del partido-indio al que no recibe ningún gobernador, despolitizado anarco cool-enfermo pobre de VIH, sindicato-trava del parque.

Mina-vago, vieja-wacho, progre-pobre, militante-despolitizado, opinadores bien intencionados-cagados de odio porque ya estoy harto, todos me cagaron siempre, esto no da para más, que se vayan todos a la mierda, chabón

Necesitamos un intérprete que nos dé una mano, porque tampoco alcanza con compartir la lengua si no se comparte el sabor.

Para qué sirve marchar el 24 si total ya está. // Luciano Debanne

Para qué sirve marchar el 24 si total ya está.

Total ya nos ganó esta runfla de canallas, ya nos pasó por arriba el tsunami, nos llegó el agua al cuello, ya fue todo, vendo todo me voy a la mierda, Mauricio Macri la puta que te pario.

¿Para qué sirve si total ya volvieron ellos mientras nosotros cantábamos que íbamos a volver, si lo irreversible se revirtió, si el amor no venció y fue vencido, si el otro era la patria pero también era peor de lo queríamos que fuese?

¿Para qué sirve si total se mueren las viejas, con sus lágrimas y sus carteles a cuesta, y con los que quedan no estamos de acuerdo, si es un quilombo de peleas por ver quién va primero, si los que cantan son los de siempre y los que hablan también, si los choripanes son cada vez peores y más caros, si ya hay otras marchas carnavalescas, festivas, novedosas e ingeniosas para subir a las redes?

¿Para qué sirve marchar el 24 si al costado de la marcha van a estar los que duermen en la calle, los nenes pidiendo comida, los negocios cerrados, las prostitutas adolescentes de los pueblos chicos, los pibitos que se suben a la 4×4 por 50 pesos, los merenderos de techo de chapa y gotera, los hacheros que duermen bajo el nailon roto de la silo bolsa y toman agua con tierra de un tacho, las trabas que no fueron invitadas, la verdulera a la que le afanaron la caja del día la vez pasada, el remisero que tiene parado el auto porque se le hizo bosta el tren delantero en un pozo durante la ultima lluvia y no hay un mango para arreglarlo y no tiene qué hacer?

¿Para qué sirve marchar el 24 justo ahora que es año electoral, y se superponen los actos, y hay que decidir dónde poner la guita, y el sonido, la plata para los afiches, las ganas de movilizar, no podemos mover a las bases todos los días, vamos a convocar a delegados y cuerpos orgánicos, más que eso no nos da; decidir donde poner las fuerzas, y los jirones de ganas de activar que quedaron guardados en un frasco en el frezeer pero es lo último que hay?

¿Para qué sirve marchar este 24 por un 24 de hace tanto tiempo cuando todos los días estamos estrenando una miseria?

¿Para qué sirve seguir andando con las caras en blanco y negro si seguimos sumando carteles con gente nueva, si siguen desapareciendo gente, y también desapareciendo indios y trabas y wachos y presas y viejos olvidados en hospitales públicos y enfermos pobres de HIV?

¿Para qué sirve marchar el 24?

No sirve para nada.

Como no sirve para nada festejar los cumpleaños, ni encontrarse a comer asado con los amigos, ni mandar un mensaje preguntando ¿llegaste bien?, ni sacarle una foto al pibe el primer día de escuela, ni despedirse con un nos vemos, cuidate, qué estés bien.

No sirve para nada como no sirve leer un poema, escribir el nombre de quien te gusta en la parada del colectivo, stalkear al ex. No sirve como no sirve mojarse con la manguera en verano, ir al río, bailar, coger.

No sirve para nada como no sirve compartir el mate, ni reírse de los chistes boludos del compañero, ni besarse en la calle, ni decir te amo por primera vez mientras miras una serie de Netflix o te tomas una birra en la esquina o te escapas de la escuela. Como no sirve silbar, ni cantar en la ducha, ni leer mientras cagas. No sirve como no sirve el carnaval, ni la navidad, ni los feriados puentes, ni los cumpleaños. Ni burlarse del jefe por lo bajo, ni arrancarle los carteles a sus candidatos, ni putear a la línea de canas con escudos.

No sirve para nada, como no sirve reconocerse a lo lejos, saludar con la mano alzada, el puño cerrado o los dedos en V, o darse una abrazo mientras marchas por el medio de la calle, para recordar que aunque no sirva para nada acá estás ¿entendés? Acá estamos y ni toda esta camionada de mierda nos puede sacar.

No sirve para nada, y quizás esa sea la conquista: ir más allá de la estrategia,  más allá del cálculo, más allá del deber.

Habrá sangre en las calles, sangre mezclándose sin discriminar // Luciano Debanne

Hay un delicado equilibrio de la violencia.

Rara vez es a todo y nada. Rara vez vale todo aunque te quieran vender lo contrario las señales de cable que tienen ESPN.

Hay un equilibrio precario de hasta donde se puede y hasta donde no. Un equilibrio que está hecho de reglas no dichas, cambiantes, prácticas, tensas, reglas que no se basan en la justicia sino en el poder.

Hay un equilibrio en el ejercicio de la violencia. Un hasta acá da, y un te fuiste al orto, eso no se puede, cruzaste una raya.

Eso no quiere decir que la violencia se ejerza solo dentro de esos límites, sino que esos límites son fronteras: afuera de eso la barbarie, lo inhumano, lo indecible públicamente.

Esos límites son simbólicos, en un sentido no blandito del término, en un sentido bien malevo, bien de te cae la furia social si cruzas la frontera. Furia posta. Pura irracionalidad.

Esos límites simbólicos, son los límites de lo razonable.

Como en toda disputa los que tienen el poder de golpear más duro, son los que tiene mayor capacidad de marcar la cancha, de poner las reglas. Después ganar el partido es otra cosa, pero si jugas de local y con tus reglas vas con ventaja.

El Estado Nacional ha decidido que disparar sin mirar a quién está dentro de lo razonable. Ha corrido los límites de lo irracional mucho más allá.

Quiénes resisten, ATR y de caño, juegan también con esas reglas. En una cancha nueva y con reglas nuevas. Condiciones peores si uno lo mira desde los derechos y las posibilidades de felicidad colectiva.

El equilibrio de la violencia ahora requiere más muertos, más balas, más furia, más víctimas.

Han desatado una balacera, han soltado a los perros de la muerte, han roto aún más lo que tenías que arreglar.

Habrá sangre en las calles, sangre mezclándose sin discriminar.

¿A qué suena G20? // Luciano Debanne y Diego Valeriano.

Suena a comando especial de ratis, a lubricentro en Merlo, a juego de la Play, a teléfono cheto, a raperos que caretean lo que no son, a nombre de banda de cuarteto que no va a triunfar porque son unos amargos. A droga de diseño. Suena a ortiba, a miedo, a que deciden por vos, por tus amigas, a que te siguen choreando horas de vida, a que te dejan afuera. Suena a almuerzo  careta con entrada, plato principal y postre.

Suena a batalla naval, ajedrez de ciegos, código del topo, a banda pop. Suena a grupo piquetero del 2001, a team de motos en el Dakar, a boliche que te obliga a ir de zapatos. A distopía. Suena a verso, a que te están cagando a mentiras, a que esconden algo, a que te van a dormir. A unidad básica, a marcha con coreografía, bandera y pechera. A la multiplicidad de puntos orgásmicos

Suena a gato de los poderosos, a lava tupper de este pabellón de ricos, a entangarse. A cosa de afuera, a ciencia ficción, a venezolano glover buscando en los monoblocks un depto que no existe. Suena a parcela de cementerio parque, a perfume de free shop, a hashtag de alguna boludez, a igualar feminista con ajustadora exitosa. A tristeza de doña porque su hijo está en Marcos Paz por infringir  la 23737, artículo tanto, inciso G20.

Suena a tropas extranjeras entrado lo más careta por el patio de tu casa. A lejanía, a traición, a entrega, a deuda, a arruina guacho, a macho.  

A todas las cosas de mierda de este mundo. Suena a que te la van a poner de prepo, a que te vas a cagar de odio, pero todavía no te diste cuenta.

Sangran verde las pibas // Luciano Debanne

Sangran verde las pibas que se mueren de infección, de miedo, de desidia estatal; sangran verde sobre tu moral de panza llena y corazón contento, sobre tus cruces y tus santos, sobre tus argumentos lapidarios, sobre tu ignorancia misógina y clasista, sobre tu alma que irá al cielo pero no al suelo donde los pies pisan, donde se mueren las chicas por tu desamor.

Sangran verdes las pibas que se mueren pudiendo no morirse, pudiendo ser felices, pudiendo ser parte de las marchas con sus pañuelos al cuello y su pancarta que diga «Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”

Sangran verde y su sangre inunda las calles, y las leyes, y el futuro que, te juro, ya no las verá sangrar.

Foto: Emergentes

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