Anarquía Coronada

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19 y 20

A propósito del 19 y 20 de diciembre // Entrevista a Diego Sztulwark

En dialogo con Sergio Tagle en el programa Bajo el Mismo Sol , Diego Sztulwark analizo el escenario político actual.

La construcción de un poder destituyente (20/12/2006) // Colectivo Situaciones para Página/12

Un “no” positivo capaz de impugnar el funcionamiento de la maquinaria del poder y, a la vez, de visibilizar redes de intercambio y politización.

 

Fechas como éstas reclaman ser interrogadas. Es de suponer que la elaboración de su significado no deba quedar en manos de personas y grupos autoconsiderados “destacados” o “especialistas”, ni resolverse en la intimidad de una “esfera privada”, sino que atañe a una reelaboración públicacontinua. Y esto concierne, antes que nada, al 19 y 20 de diciembre del 2001 como momento privilegiado para vislumbrar el sinuoso trayecto de las luchas sociales y políticas que reformularon y construyeron un nuevo espacio público, más allá –y haciendo estallar– las fórmulas representativas clásicas (ciertamente agotadas) de lo común mercantilizado y estatalizado.

No se agrega mucho si se recuerda que la historia y el contexto de aquellas jornadas fueron de crisis. Las nociones de reacción y manipulación tan recurrentes como interpretaciones de aquel diciembre olvidan el carácter anticipatorio y radicalizador del protagonismo social que se venía desarrollando en los barrios y que irrumpió a los ojos del mundo en aquellas fechas: desde los escraches contra los genocidas a los movimientos y cortes de ruta de los desocupados de todo el país, pasando por las primeras ocupaciones de fábricas hasta la maduración de una conciencia antirrepresiva y experimental que primero desestructuró el absurdo intento de estado de sitio y luego se organizó en asambleas vecinales.

Que el llamado “modelo neoliberal” estaba ya agotado y que el propio sistema político estaba completamente ciego, sordo y mudo a las demandas de cambio constituyó la parte menor de la novedad. La mayor fue, sin dudas, el alto nivel de autoorganización de quienes tomaron a su cargo las protestas y las consignas de un nuevo tipo de insurrección urbana (en serie con otras de América latina: de Caracas a Quito, pasando por La Paz y Oaxaca), totalmente desarrollada por fuera de las coordenadas políticas tradicionales. Lo que quedó como marca indeleble fue la construcción de un poder destituyente, de un rechazo que abrió a nuevas derivas políticas: fue un “no” positivo capaz de impugnar el funcionamiento de la maquinaria del poder y, a la vez, de visibilizar redes de intercambio y politización. Hoy vemos la permanencia de estas innovaciones políticas en las nuevas luchas gremiales, en las formas asamblearias de la protesta social (Gualeguaychú, familiares de Cromañón), en la resistencia cotidiana desde la precarización de las vidas y en la organización antirracista de los migrantes contra la explotación y el abuso policial.

Más allá de la desilusión de quienes creían ver de cerca la llegada al poder o de los vaticinios más generalizados de una catástrofe rápida y definitiva, las formas organizativas ensayadas durante la crisis están hoy reelaborándose, al mismo tiempo que la mediatización actual sólo se hace lugar para reflejar una nueva ola de consumismo.

Desde entonces también quedó abierto el 19 y 20 en la disputa por cómo operar su traducción institucional, algo que el actual gobierno parece haber comprendido rápidamente, aunque su resolución esté plagada de astucias y chicanas, antes que de un auténtico compromiso de fondo con las dinámicas desde entonces desplegadas. Por otro lado, una nueva perspectiva analítica tomó fuerza desde el 2001: el pensamiento y la investigación en y desde abajo, abriendo una batalla interpretativa y de lenguajes para narrar lo que pasó y para presentar el sentido de las luchas actuales. ¿Qué quedó entonces? Una sociabilidad lo suficientemente madura como para comprender que tras la proliferación de las imágenes y los discursos de la normalización, opera un fondo permanente de excepcionalidad (que incluye el excedente no institucionalizable del 19 y 20) que reclama profundizar las invenciones políticas, eludiendo tanto las recetas conocidas de las izquierdas convencionales como, y sobre todo, el retorno de las derechas más reaccionarias.

Entrevista al Colectivo Situaciones[1] (Buenos Aires, noviembre de 2002) // Revista Espacios de Reflexión, de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires

Revista Espacios de Reflexión, de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires

Entrevista al Colectivo Situaciones[1]. Buenos Aires, noviembre de 2002

Queríamos hacer una aclaración antes de responder la primera pregunta. Para nosotros es complicado trabajar en el género “entrevista” porque como Colectivo que somos, tenemos que discutir todo antes de responder, y pueden imaginar ustedes el trabajo que significa esto. Por eso, intentamos reducir las respuestas a aquellas cuestiones que realmente tenemos pensadas, aquellas cosas sobre las que efectivamente venimos trabajando y disminuir así el campo posible de la opinión (que es, claro, infinito). Esto por un lado. Pero hay algo más: el Colectivo mismo no es algo que consista fuera del trabajo que realiza. La labor que nos reúne es la “investigación militante” (que es algo muy diferente del investigador académico, el intelectual consagrado y el militante tradicional). El Colectivo es una trama afectiva que coexiste con tareas prácticas y teóricas. Lo que nos interesa mostrar en esta entrevista son algunos productos de esta forma de trabajar (en la que no se trata de hacer juicios inteligentes sobre aquello que se nos aparece como “tema” a  opinar, sino algo bien distinto: intervenir en situación, para componer lazos prácticos, vinculados al pensamiento de la situación), y cómo el contexto abierto luego de aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 nos han modificado. Este es un poco el límite que nos ponemos para esta conversación.

¿Consideran el 19 y 20 de diciembre como un punto de inflexión en la situación política y social del país?

 

Las jornadas de diciembre inauguraron lo que en otro lugar hemos llamado una “insurrección de nuevo tipo”, una “insurrección del no”. Si observamos a cuantas cosas se ha dicho NO, el resultado puede ser realmente sorprendente. Tal vez sea más fácil resumirlo en lo siguiente: al sistema político de la “posdictadura”, a las teorías políticas como algo preconcebido, y a la creencia en la existencia de algo así como la “autonomía de lo político”, es decir, nos parece evidente que la política –como lucha por la justicia- tiende a manifestarse por fuera de las instituciones y los procedimientos clásicos de lo político, comenzando, claro está, por la centralidad del Estado, los sindicatos y los partidos políticos. Pero en un sentido más práctico, no se trata tanto de saber lo que pasó –como si todo esto ya hubiese ocurrido, ya hubiese quedado atrás-, sino de entender cómo pasa lo que pasa o, en otras palabras, de decidir qué hacemos con eso que hemos hecho y que persiste en sus efectos sobre nosotros mismos aun hoy, a un año del estallido.

No es cuestión de evitar una reflexión sobre lo que ocurrió. De hecho en varios textos hemos dicho que nuestra percepción era que en diciembre hemos participado de un movimiento complejo, no estructurado y múltiple, cuya característica más llamativa fue sus sesgo destituyente. Es decir, no se intentó tomar el poder para aplicar desde allí un modelo alternativo de país, sino que se asistió a una movilización intensa y masiva que carecía de programa político y de dirigentes reconocidos. Todas esas cosas que para los partidos políticos son motivo de preocupación, a nosotros nos parecieron una expresión muy interesante del nuevo protagonismo social que viene desarrollándose en el país desde hace años. El movimiento no estuvo orientado por una promesa de un futuro mejor, ni tenía modelos sobre cómo deben ser las cosas. Tampoco hubieron organizaciones centralizadas manejando los acontecimientos tras el telón, aun si el estallido de diciembre se produce en el contexto de un juego político complejo, en que el peronismo intentaba desbancar al gobierno. Esta complejidad no puede explicar –de ningún modo- lo que ocurrió luego, cuando la gente ya estaba en la calle. El desborde fue evidente. Y esto es lo más significativo: una vez que las multitudes se apoderaron de la ciudad, lo que se vio fue algo inédito: miles de personas diciendo “NO” o “que se vayan todos”, un grito de angustia –en medio de una fiesta popular-, que para algunos ha sido espontáneo, pero que venía madurando en muchas experiencias de contrapoder anteriores.

Y bien, los hechos de diciembre provocaron una apertura: dieron por cerrada la época de la posdictadura, y abrieron un nuevo periodo, sin dudas muy rico pero también muy complejo, y que estamos comenzando a conocer. Nosotros percibimos que un rasgo significativo de este fin de época es la tendencia a la conformación de una sociedad paralela. De un lado, una descomposición significativa de las instituciones del Estado nacional argentino, y sus recursos tradicionales. Descomposición, aquí, no quiere decir de todos modos destitución. Para nada. La diferencia es evidente: descomposición es la palabra que podemos usar muy provisoriamente para dar cuenta de una nueva forma Estado: el Estado mafia, articulado al capital global.

Esta nueva forma Estado tal vez nos esté hablando de algo más que de una mera degeneración. Quizás sea una modalidad específica de articulación del territorio nacional a los flujos del capital financiero. Como sea, esta forma Estado produce exclusión aun cuando se experimente un crecimiento de las variables macroeconómicas. Y lo realmente llamativo es cómo las instituciones ligadas a esta estatalidad (partidos políticos, sindicatos, etc) quedan aprisionadas por su lógica.

Desde un punto de vista, entonces, nada escapa a esta modalidad. Sin embargo, el paisaje actual –no sólo el argentino, por supuesto- parece estar poblado también por experiencias de otro tipo. Junto a las articulaciones del Estado mafia, los negocios financieros y los mass media, se extiende, cada vez más, un nuevo protagonismo social que consiste en una variedad extensísima de experimentos sociales, políticos, económicos y estéticos, una subjetividad rebelde que actúa en una cierta clandestinidad, a partir de criterios tales como la multiplicidad y la autonomía.

Se trata de un periodo muy rico, sin dudas, pero también muy complejo, para el que no disponemos de demasiados libros. De hecho, la sociedad paralela no se organiza en un movimiento político. No trabaja en una organización única. Aun si en otros países de América Latina existen partidos políticos al interior del movimiento de contrapoder (y es claro que hoy hay un movimiento que pretende integrar al movimiento en partidos políticos) es notable cómo ellos van perdiendo el monopolio, la dirección y la centralidad exclusiva dentro de la multiplicidad del movimiento.

Pero incluso sería un exceso de “sociología” hablar de “movimientos sociales”. Se trata más bien de experiencias que protagonizan el hacer colectivo a partir de una descentralización de los mecanismos que durante décadas (sino siglos) conformaron el esqueleto del poder social. Su escala y ocupación es tan plural que no cabe establecer demasiadas homogeneidades.

Precisamente, una de las dificultades más grandes que tenemos para comprender este proceso tan novedoso es la falta de un pensamiento interior a estas experiencias, capaz de colaborar en su desarrollo, más que a su clasificación. De allí la impotencia actual de las ciencias sociales y de los activistas clásicos que siguen yendo a los barrios convencidos de que ellos sí saben lo que hay que hacer.

Estamos hablando de un formidable proceso de socialización del hacer, que va de experiencias artísticas a ciertas experiencias piqueteras, de modalidades originales y potentes de producir salud y educación a las asambleas barriales, de nuevas formas de producir ideas, a la emergencia de una economía alternativa que cuenta con  ejemplos tan pesados como las casi 200 fábricas (plantas y talleres) recuperados por sus trabajadores, etc.

En síntesis, la emergencia de una sociedad paralela es motivo de una gran alegría, pero también de preocupación. Alegría, que es lo predominante, se refiere a la recreación de la vida en un contexto tan árido, en el cual se suponía que la historia ya había acabado. Contra todo lo previsible, la actual contraofensiva popular es una invitación a la creación, a la investigación, al encuentro de lo múltiple, a la rebeldía, en fin, a reinventar la existencia.

La preocupación, en cambio, tiene que ver con dos razones diferentes. La primera es más evidente, y tiene que ver con lo que hemos visto durante la jornada del mismo 20 de diciembre de 2001 y luego en la masacre del 26 de junio. Es decir: con la voluntad de muerte de la sociedad oficial. Pero así y todo, más nos preocupa otra cosa: la ausencia de un pensamiento realmente situacional capaz de organizar incluso formas de autodefensa realmente eficaces y organizadas por las mismas experiencias según sus recursos y posibilidades organizativas. Y aquí hay una presencia muy negativa de dos figuras: el intelectual consagrado que siempre “sabe”, que trabaja expropiando la capacidad de pensar situacionalmente a estas experiencias, pero también el clásico militante de izquierda, que por otras vías termina también bloqueando esta potencia. Ambas figuras operan como auténticas fuerzas reactivas sobre las experiencias de contrapoder. Al respecto es muy llamativo que ambos –intelectuales y militantes- tengan las mismas dificultades para pensar más allá de las categorías de la “centralización”, lo “estatal” y la “representación”.

El desafió, al respecto, parece ser, la autoorganización popular según redes y lazos fundados en los saberes y potencias que las mismas experiencias van promoviendo, reflexionando, impulsando, más allá de la centralización a la que se los está empujando.

En esta dirección empujan también otros discursos como los medios de comunicación. Hay una ansiedad gigantesca por resolver la cuestión de cómo se expresará ésto en el terreno político electoral. Esta urgencia es totalmente opuesta al espacio y al tiempo de una elaboración desde abajo sobre cómo afrontar estas cuestiones, que son mucho más delicadas de lo que se cree habitualmente. No hay que olvidar que tras la emergencia del zapatismo en México, se logró, por un lado, acabar con la dictadura del PRI, pero por otro, que sólo la derecha del PAN estuvo en condiciones de aprovechar la situación. Es decir, las experiencias del contrapoder tienden –saludablemente- a no dejarse organizar por las coyunturas inmediatas en la medida en que se concentran en los sitios en que son realmente potentes, para desde allí sí constituir una tendencia que opera sobre la coyuntura. Pero los efectos de esa presencia no son nunca lineales.

En este sentido, la ansiedad de periodistas, adherentes, turistas de diferente laya y “amigos” puede jugar un papel negativo al bloquear una interrogación más profunda por el status mismo de la política. Aquí el punto de inflexión es la exigencia de escuchar los gritos de las experiencias de contrapoder, de colaborar en la producción de un tiempo y un espacio autónomos, de volvernos nosotros mismos productores de nuevos mundos, saberes y experiencias, sabiendo que la resistencia es creación y que la creación nos impone tareas tales como aprender a defender lo que se crea.

¿Consideran que hubo un fortalecimiento de las organizaciones sociales después del 19 y 20 de diciembre? ¿Qué características dan cuenta de eso?

Nos resulta difícil responder a esta pregunta. Se precisaría una mirada externa capaz de medir cuantitativamente. Pero no hay mirada externa. Todos miramos desde algún lado. Ya en la pregunta anterior hicimos un exceso de “observación exterior panorámica”. La verdad es que sólo podemos responder esta pregunta situándonos, y para hacerlo encontramos que incluso la “sociedad paralela” –en su multiplicidad no coordinada- es ya un exceso de consistencia.

Tal vez sea útil volver al cuadro que nos planteábamos recién. Quizás allí se pueda hacer una diferencia entre “protestas sociales” y “nuevo protagonismo”. Es posible, tal vez, que la protesta haya disminuido. Pero para afirmar esto habría que hablar con uno de esos sociólogos que viven haciendo números. En todo caso, desde nuestro punto de vista, esto no es lo más relevante. Al contrario: antes de diciembre era evidente que medio país estaba desesperado, pero también que había una cantidad enorme de prácticas desconocidas de economía alternativa, por ejemplo, totalmente ignoradas desde el centro de las ciudades. Entonces: ¿qué cuentan los periodistas, analistas y sociólogos?, ¿cómo hacen sus números?

Como dijimos en otro lugar, lo que estamos presenciando es una “revolución en el desierto”. Es claro que no se parece en nada a una revolución política clásica, y seguramente la palabra “revolución” será muy objetada. Como sea, nosotros no renunciamos a ella así nomás. Se trata de una revolución en las formas subjetivas del hacer. Y nos preguntamos: ¿Cómo se mide esto?, ¿en cantidad de piquetes y manifestaciones por mes?

Por otro lado: ¿cómo considerar cuantitativamente este auténtico caos –en un sentido casi técnico de la palabra, para nada moral- de manifestaciones de todo tipo? ¿Cómo trazar diagramas, cuadros y variables sobre una multiplicidad tan poblada? ¿Cómo modelizar cuando la velocidad de las configuraciones está tan acelerada?

Lo que a nosotros nos interesa es la extensión y aún más la profundidad de la subjetivación que emerge del otro lado de la línea, en ese espacio al que los sociólogos cuantificadores no suelen llegar nunca. ¿Qué pasa detrás del piquete? ¿Qué sucede en las escuelas? ¿Qué sucedió realmente con el fenómeno del trueque? ¿Qué nos dicen las fábricas ocupadas? ¿Qué sucede con los grupos de experimentación estética? ¿Cómo se fue desarrollando ese fenómeno de justicia popular que son los escraches?, etc.  Como se ve, la gran mayoría de estas experiencias son muy anteriores al estallido de diciembre y no tienen por qué encontrar un vínculo privilegiado y preestablecido con la política.

Lo cierto es que existe una exigencia al pensamiento para que abandone las técnicas y los libros y se empape de esta realidad desde el interior mismo del plano constituyente de las fuerzas. No porque no existan posibilidades de trazar continuidades y rupturas, y de hacer estadística. Pero lo cierto es que esos números no nos dicen nada acerca de las modalidades actuales de subjetivación.

Pero también nos resultan cómicos los amigos tan amantes de los libros que se preocupan por el último texto de Negri, de Holloway o, en el absurdo, de Situaciones, siempre creyendo que en los libros habitan los espíritus de la “desviación”, y sin llegar a ver que lo que importa ahora es desarrollar las potencias del pensamiento más que la defensa de las ortodoxias.

Entonces, habitantes del desierto, no se trata tanto de cuantificar y aplicar saberes, sino de preguntarnos cómo habitar este desierto, cómo pensar y producir en este caos, cómo generar y acompañar el surgimiento de hipótesis prácticas situacionales, que son imprevisibles y que emergen en un proceso de autoorganización, sabiendo que fuerza y debilidad no son cosas opuestas, sino congénitas. Las experiencias del contrapoder se fortalecen sin perder su fragilidad.

¿Cómo influyó el 19 y 20 en el imaginario social?

Por todo lo dicho hasta aquí, nos sería imposible responder a esta pregunta. ¿Hay realmente una sociedad? ¿Hay un imaginario?

Pero algo podemos decir: el 19 y 20 tornó visible la sociedad paralela. Y frente a esto hay claro, reacciones muy diferentes.

¿Cómo repercutió la participación en las movilizaciones post 19 y 20 en quienes no continuaron organizados en las asambleas?

Como ya se habrá percibido, no consideramos a las asambleas como un lugar privilegiado. De hecho, si tienen alguna particularidad es ser hijas directas de los acontecimientos del 19 y 20 cuando la gran mayoría de las demás experiencias son anteriores.

Las asambleas constituyen, según parece, un fenómeno muy heterogéneo. Hubo (y hay) de todo. Pero desde nuestro punto de vista su valor es su capacidad –digamos, de algunas de ellas- de inscribirse en la trama de la sociedad paralela.

Esta inscripción no es virtual. Tiene que ver con su participación en la red difusa de experiencias y saberes, circuitos de encuentro y comunicación que se proyectan en esta atmósfera clandestina que intenta producirse más allá de los imperativos del Estado y del mercado (y no tanto porque logren prescindir del ellos, sino porque le revocan a estas instancias su carácter soberano para reorganizarlos como elementos variables de su propia experiencia, rasgo este fundamental del nuevo protagonismo social).

Es esta red de redes la que va materializando esta revolución de los cuerpos que se rehacen, multiplicando la materialidad del querer vivir, sin necesidad de estructurarse en una organización única, rígida.

Retomemos la distinción entre “protesta” y “nuevo protagonismo”, que formulamos sin desarrollar demasiado. Esta distinción es, claro, muy problemática. De hecho no reclama más valor que su utilidad estricta para este párrafo. Pero la idea sería que la protesta social no es índice del nuevo protagonismo. La protesta, en la medida en que suele ser demanda al Estado, repone los términos de una subjetividad muy diferente a  aquella que circula por los andariveles del nuevo protagonismo. A su vez, esto no quiere decir que la protesta no sea un terreno compartido. De hecho, innumerables veces el nuevo protagonismo participa de acciones de este tipo. Lo que tal vez podamos concluir –con un valor cercano a “0” para otro contexto que no sea este mismo párrafo- es que la protesta, en manos del nuevo protagonismo, es un elemento interior de una operación mayor de subjetivación, mientras que la mera protesta, en sí misma, no posee potencias capaces de hacer del “protestón” otra cosa que alguien relativamente pasivo, separado de sus propias potencias subjetivas de hacer y de crear.

De esta forma, cuando se habla de “movimientos sociales” para nombrar al nuevo protagonismo hay que tomarlo en un sentido híper literal: movimiento físico, desplazamiento, alteración del campo, más que la cristalización de un nuevo actor social con demandas específicas, estrategias de lucha y objetivos políticos. La diferencia se juega por entero en el campo de la subjetividad (diferencia material si las hay, ya que el “movimiento” cuando es literal es por naturaleza instituyente de nueva realidad) y sus efectos (nuevamente, instituyentes), en el fortalecimiento de un nuevo modo del hacer.

Las asambleas, entonces, pueden ser percibidas (incluso por sus miembros) tanto como un movimiento político, gremial o social, destinado a acumular vecinos-militantes y adherentes, obsesionada por el crecimiento numérico y su capacidad de poder (capacidad de movilización e influencia callejera), como un procedimiento específico de alteración subjetiva, como una experiencia que, como movimiento físico, altera las condiciones de existencia y es capaz de establecer otras conexiones y vínculos. Cuando hablamos de las asambleas, solemos referimos a ésta última modalidad.

A riesgo de ser muy esquemáticos, podemos trazar una diferencia muy clara entre la asamblea-protesta y la asamblea que se percibe como partícipe de un nuevo protagonismo: unas aspiran a conquistar legitimidad, apelando a los valores socialmente reconocidos; mientras que las otras intentan convertirse –a partir de un movimiento- en productoras de nuevos valores. Los criterios de éxito y fracaso en una y otra experiencia son muy, muy diferentes.

Y estas modalidades se juegan en decenas de iniciativas actuales como las compras comunitarias y otras formas economía alternativa, los foros de discusión, la cooperación con los movimientos piqueteros, con las fábricas ocupadas, la solidaridad práctica con los cartoneros, el establecimiento de redes de comercialización de la producción campesina, de educación popular, los escarches, etc.

Resulta curioso al respecto constatar cómo numerosos vecinos se sienten cada vez más cómodos en estas tareas, que en la asamblea misma, produciéndose una cierta autonomización de estas iniciativas con respecto a las discusiones más burocráticas e ideológicas de las asambleas. Habría que ver, entonces, que las asambleas han pasado a funcionar –en muchas ocasiones- como expulsoras de personas que o bien se desencantaron o bien pasaron a participar bajo otras modalidades.

La experiencia de las empresas recuperadas, ¿sólo posibilita la supervivencia o abre un escenario que permite un reposicionamiento subjetivo?

Nuestro conocimiento –práctico- al respecto es muy pobre. Sin embargo observamos con mucho interés este fenómeno y estamos en contacto con algunas experiencias. Pero la verdad es que aún no nos hemos metido en esto a fondo, lo que posiblemente hagamos el año que viene. Nuestro interés, al menos por ahora, se vincula con lo que este fenómeno puede producir en términos de fortalecimiento del contrapoder.

Efectivamente, estas experiencias se vinculan con todo lo que venimos conversando sobre la autonomía y la socialización del hacer, y particularmente con las experiencias de una economía alternativa.

En momentos en que el circuito financiero ofrece negocios rentables por fuera de la producción, se abandonan plantas gigantes como las de Zanón (la fábrica de cerámicos más importante de América Latina), que son realmente productivas y con un mercado enorme. Todo esto nos habla, tal vez, de dos “rentabilidades”: una que persigue el máximo beneficio, y que en ocasiones lleva a cerrar plantas en buenas condiciones, y otra “rentabilidad-paralela” que es muy diferente a la del beneficio máximo. Esta última se constituye en las redes alternativas y tiene otras exigencias y pautas de comportamiento.

Mientras el mundo de los negocios financieros (el capitalismo realmente existente) se aleja cada vez más –es muy claro en Argentina- de la reproducción social, emergen formas de reapropiación ligadas al nuevo protagonismo que “recupera” recursos para este hacer social.

Sabemos que las cifras son conocidas, pero queremos repetirlas para tomar dimensión de la escala: se habla de casi 200 unidades productivas recuperadas en todo el país.

Y aún más. No sabemos lo que podemos esperar –en términos del desarrollo de la sociedad paralela- de las conexiones que cada unidad puede establecer con las experiencias de su zona. Lo que sí queda claro es que estas redes están activas, y que el entramado se está autovalorizando según una dinámica muy diferente a la “sociedad oficial”.

Pero no se trata de hacer pronósticos, sino de aprender a valorar lo que está sucediendo de acuerdo a los propios parámetros que se están creando al interior de la sociedad paralela. Y esta perspectiva no existe sino en estado de investigación permanente.

Desconocemos aun el resultado último de los intentos actuales por establecer redes autónomas de comercialización de la producción de organizaciones campesinas y urbanas, la experiencia asamblearia de compras comunitarias y los vínculos que –a manera de tanteos– se van ensayando; sin embargo, sí sabemos que en este ejercicio se está elaborando una nueva experiencia, y las plantas tomadas con sus debates sobre cooperativización o estatización con control obrero, etc, son parte de este movimiento.

Dos cosas nos parecen ciertas: que habrá que indagar sobre la producción de una nueva subjetividad –sin dudas ya en curso- en el interior de la fábrica. Y luego, que es este proceso coexiste con la emergencia de nuevas formas productivas, diferentes a las que organiza el capitalismo, o lo que podemos llamar una metaeconomía[2].

Dentro del movimiento piquetero existen distintas prácticas de construcción social: ¿cuáles caracteriza que apuntan a formas alternativas de sociabilidad?

No existe como tal un movimiento piquetero. Existen varios movimientos. En nuestro caso estamos obligados a hablar de la experiencia con la que estamos afectiva y prácticamente comprometidos, (en la medida en que venimos trabajando con ellos en un taller[3] desde hace ya más o menos dos años), que es el Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) de Solano.

Como es sabido, tanto los compañeros del MTD-S como otros movimientos están desarrollando una intensa discusión sobre las formas de producción del contrapoder que van más allá de la lucha piquetera en un sentido restrictivo, estrecho.

Cuando nosotros los conocimos nos sorprendió el alcance de esta elaboración. Ellos consideran al piquete como un momento de su lucha, pero no como el único momento o el más importante. Al contrario, nos atreveríamos a decir que la lucha fundamental es la que libran cotidianamente en los talleres productivos y de formación, que son un mundo desconocido por todos aquellos que se limitan a opinar sobre los piqueteros por el sólo hecho de cortar rutas.

Sin dudas se trata de experiencias de un valor incalculable, en la medida en que se toma en serio la producción de lazo social, de nuevos valores, de nuevas formas del hacer, del participar, del intervenir.

Pero se los ha criticado mucho por atreverse a romper los esquemas. En muchos sitios se los condena por eso. Otros, en cambio, los ven como el modelo de una militancia alternativa.

Según nuestro criterio, ambas modalidades son ideologizantes y objetualizantes. Ni los dogmáticos ni los “alternativos” parecen estar a la altura de lo que se está jugando.

La ideologización (por condena o adhesión) opera como una respuesta sobre las formas de sociabilidad que emergen, pero se trata siempre de una respuesta anterior a la pregunta, que se entrampa y se encierra en sí misma porque se ahorra la experiencia de una indagación difícil e incierta.

Así actúa el mercado de “lo alternativo”: hay un discurso esperando a las prácticas. Hay ya rótulos y lenguajes adecuados. El alternativo debe ser “autónomo”, “horizontal”, “rudo luchador” y “radicalmente asambleario”.

De esta forma se tiende a banalizar –a convertir en puras consignas- lo que en realidad son operaciones específicas de producción de una subjetividad rebelde, situada, irreductible a toda modelización.

De allí que en la militancia de investigación la experiencia adquiere una prioridad ontológica con respecto a las formas conscientes que pretenden etiquetarla. Los nombres y las ideas son adecuadas a una situación sólo si su trabajo en esa situación así lo revela y no por imposición externa.

Si hay algo, entonces, que caracteriza y distingue al MTD-S -según nuestra experiencia de amistad con ellos, que siempre da una visión parcial- es su capacidad para organizar la experiencia alrededor de un modo de pensamiento situado, propio. Procurando trabajar sin esquemas previos, y con una marcada irreverencia ante las prescripciones externas. Ellos mismos van seleccionando y produciendo sus propios saberes sin garantías ni modelos.

¿Creen que el proceso electoral va a debilitar al movimiento asambleario?

 

Invirtamos la pregunta: ¿podrán realizarse estas elecciones como si el contrapoder no existiera? ¿Lo político (elecciones, partidos, dirigentes, campañas, etc.) seguirá existiendo inmodificado luego de los sucesos de diciembre?

Nosotros creemos que no. Y por una razón fundamental. Lo político depende de que se crea en él. Es como dios: depende de nuestra fe. Entonces, si decenas de miles de personas creen que lo político ya no es el lugar para el cambio de sus vidas, lo político como tal peligra.

Pero esto no quiere decir que vaya a desaparecer. Va a cambiar. Incluso la forma en que el contrapoder se vincula con lo electoral va a cambiar. No hay una posición única al respecto. Están quienes no votan, y los que sólo votarían a buenos compañeros para ver si pueden desde sus cargos acompañar el proceso. Lo fundamental, es que lo político ya no nos organiza. Ahora tenemos sitios desde los que pensar qué queremos hacer con él. Esto es lo que sucede cuando surgen movimientos autónomos.

Las asambleas, como el resto del movimiento, deberán pensar qué espacio otorgan en su propio desarrollo a las elecciones. Hoy se dibujan claramente tres tendencias: una a la que le gustaría mucho ingresar al juego político como un nuevo actor del sistema, otra que querría que las asambleas fueran las bases de un movimiento para la toma del poder y aquella posición que está preocupada por el desarrollo situacional del hacer, y se niega a pensar desde otro lugar. Veremos cómo se resuelven estas discusiones y allí comprobaremos si todo esto fortalece o debilita a las iniciativas en marcha alrededor de las asambleas. Un cosa, sin embargo, es clara: no son las elecciones las que debilitan o fortalecen sino la capacidad –o no- de dejarse afectar positiva o negativamente por ellas.

¿Qué vigencia tiene actualmente el “que se vayan todos”?

“Que se vayan todos” es lo último que atinamos a decir cuando se agotó una modalidad del uso de la palabra, para dar lugar a otros. Hoy podemos preguntarnos qué quisimos decir con eso, pero esa pregunta se formula desde la posibilidad de habla que conquistamos cuando, ante el horror de un cierto silencio, pudimos gritar “que se vayan todos”.

Se trata del enunciado que pretende clausurar una época cuyos discursos y formas de proceder estaban dirigidos a perpetuar las prácticas de la separación, de la representación.

Se trató de un saludable pateo del tablero, una rebelión callejera en medio del desierto.

¿Qué pasa hoy con este grito? Lo de siempre: es objeto inevitable de una lucha de interpretaciones. Su potencia, según nuestro punto de vista, trabaja en proporción a la potencia subjetiva de una multitud que al mismo tiempo que niega autoafirma, inaugurando nuevos campos de experimentación.

No posee, por lo tanto, un significado único ni literal. Pero lo peor que se podría hacer con él es tornarlo obvio y transparente. Controlarlo y neutralizarlo. Sobre todo porque tal vez no ha dado aún todo lo que tiene para darnos. Ojalá.

Sin embargo, a un año de la insurrección de diciembre, el “que se vayan todos” no parece haber quedado bailando en el vacío, llorando la ausencia de una “traducción” política adecuada. Por el contrario, conoce materializaciones contundentes: “ocupar, producir, resistir”, “si no hay justicia hay escrache” y “trabajo, dignidad y cambio social”, entre tantas otras.

[1] Autores de 19 y 20. Apuntes para un nuevo protagonismo social, De mano en mano, Bs. As., 2002.

[2] Ver: Miguel Benasayag; “Metaeconomía”, en Contrapoder, una introducción; De mano en mano, Bs. As, 2001.

[3] Como resultado de este trabajo de taller hemos editado en coautoría: La hipótesis 891: más allá de los piquetes; De mano en mano, Bs. As., 2002.

Argentina, December 19th and 20th, 2001: A New Type of Insurrection // Colectivo Situaciones

Translators’ Introduction

Que se vayan todos! Four Spanish words became part of the universal language of rebellion after a multitude of Argentineans occupied the streets the evening of December 19th 2001. The words were thrown at every politician, functionary, economist, journalist and at nobody in particular, cutting a threshold in history, a before and an after for Argentina that would find a wave of resonances around the world.

The revolt surprised analysts, always ready to judge the new with reference to their old interpretive grids. But for many of its protagonists, however, it had long been foretold. Argentina had been one of the testing grounds for neoliberalism since 1975, shortly before a dictatorship, initially commanded by General Jorge Videla, institutionalized the forms of repression of revolutionary activism that were already under way, while launching a package of reforms that began undoing the labour rights and welfare state policies that had been the result of decades of workers’ struggles.

Eight years later electoral democracy finally returned. The consequences of the repression became visible as the military’s large-scale process of social engineering had been successful in demobilizing the population. Neoliberal reforms could now be imposed by consensus. In the 1990s, president Carlos Menem and his finance minister, Domingo Cavallo, in alliance with the labour bureaucracy, undertook sweeping structural adjustment reforms, privatizing nearly every state-run company at every level of government, deregulating labour and finance markets, pegging the peso to the dollar, and leaving nearly fourty percent of the population unemployed or underemployed.

During the Menem era, a new generation of activists and new forms of protest slowly emerged. H.I.J.O.S., the organization of the children of the disappeared, came about in 1995 and introduced creative ways of denouncing the unpunished torturers of their often-revolutionary parents and preserving their memory. In 1997, unemployed workers began to protest blocking roads. Their multiple movements, known as piqueteros, spread throughout the country very quickly. All the attempts of the Peronist government to co-opt the movement proved unsuccessful. To find alterantives to the recession, barter clubs were created in different points of the country, giving rise to a massive underground economy based on solidarity principles.

In 1999 Fenando de la Rúa became president with a promise of change, but kept the neoliberal reforms intact in the name of preserving “governability.” When the national economy came to the verge of collapse, after having tried different plans to keep paying installments on the (now massive) foreign debt on time, de la Rúa recruited Cavallo.

After July 2001 the pace of events became dizzying. The numerous piquetero movements, which so far had acted mostly in isolation, started coordinating entire days of roadblocks throughout the vast Argentine geography. In the mid-term elections of October 2001 voters massively submitted spoiled ballots, with percentages of abstinence never seen before. In November, Cavallo froze withdrawals from bank accounts to prevent a drainage of reserves that would force the government to abandon the peg between the dollar and the peso. People from all walks of life suddenly found themselves without money for the most basic needs. Almost overnight, thousands of retail businesses were left without customers.

The article that follows captures with vivid eloquence the street actions of December 19th and 20th, 2001, exposing, at the same time, the inadequacy of analyses of the events that fail to acknowledge the agency, autonomy and creativity of the mobilized the masses. The two days of street fighting, plus the alternative forms of life that appeared after them (including neighbourhood assemblies, factory occupations, and others), reveal what Colectivo Situaciones calls the thought of the multiple, a form of thinking of the multitude that rejects all central forms of power.

This article is an excerpt from the book Colectivo Situaciones wrote on the events of December 2001. Situaciones, a collective of militant researchers based in Buenos Aires, began working together two years earlier. Its emergence was motivated by the search for a form of intervention and production of knowledge that ‘reads’ struggles from within, a phenomenology and a genealogy that that takes distance from the modalities established by both academia and traditional left politics. Colectivo Situaciones has published several books and booklets on different aspects of Argentina’s new protagonism, including the unemployed workers movement MTD of Solano, the peasants movement Mo.Ca.S.E., and H.I.J.O.S., among others. This research has extended to form compositions with local radical experiements in places like Bolivia, Mexico, Peru, Chile, France, Uruguay, Brazil, Italy, Spain, and Germany. Some of these affinities are documented in articles, working papers and declarations, some of which can be found in the collective’s website: http://www.situaciones.org.

Argentina, December 19th and 20th, 2001: A New Type of Insurrection

Insurrection Without a Subject

The insurrection of December 19th and 20th did not have an author. There are no political or sociological theories available to comprehend, in their full scope, the logics activated during those more than thirty uninterrupted hours. The difficulty of this task resides in the number of personal and group stories, the phase shifts, and the breakdown of the represesentations that in other conditions would have been able to organize the meaning of these events. It becomes impossible to intellectually encompass the intensity and plurality linked by the pots and pans,[1] on the 19th, and by open confrontation, on the 20th. The most common avenues of interpretation collapsed one by one: the political conspiracy, the hidden hand of obscure interests, and—because of that all-powerful combination—the crisis of capitalism.

In the streets it was not easy to understand what was happening. What had awakened those long-benumbed energies from their dream? What might all the people gathered there want? Did they want the same that we, who were also there, wanted? How to know? Did knowing it matter?

First in the neighbourhoods of Buenos Aires, and then in the Plaza de Mayo, all sorts of things could be heard. “Whoever does not jump is an Englishman.” “Whoever does not jump is from the military.” “Execute those who sold the nation.” “Cavallo motherfucker.” “Argentina, Argentina.” And the most celebrated, from the night of the 19th: “stick the state of siege up your asses.”[2] And, then, the first articulation of “all of them out, none of them should remain.” The mixture of slogans made the struggles of the past reappear in the present: against the dictatorship, the Malvinas/Falklands war, the impunity of the genocides, the privatization of public companies, and others. The chants did not overlap, nor was it possible to identify previously existing groups among the crowd gathered there. All, as a single body, chanted the slogans one by one. At the same time, the contemporary piquetero methods of barricades, burning and blocking urban arteries, appeared in all the streets.

Words were superfluous during the most intense moments of those days. Not because the bodies in movement were silent. They were not. But because words circulated following unusual patterns of signification. Words functioned in another way. They sounded along with pots and pans, but did not substitute for them. They accompanied them. They did not remit to a specific demand. They did not transmit a constituted meaning. Words did not mean, they just sounded. A reading of those words could not be done unless this new and specific function they acquired is understood: they expressed the acoustic resources of those who were there, as a collective confirmation of the possibilities of constructing a consistency from the fragments that were beginning to recognize each other in an unanimous and indeterminate will.

The fiesta—because Wednesday 19th was a fiesta—gradually expanded. It was the end of the terrorizing effects of the dictatorship and the open challenge to the state of siege imposed by the government and, at the same time, there was celebration for the surprise of being protagonists of a historical action. And the surprise of doing it without being able to explain to each other the particular reasons of the rest. The sequence was the same all over the city: from fear and anger, to the balcony, to the rooftop, to the corner and, once there, to the transmutation. It was Wednesday. 10:30pm for some, 10pm for others. And in the patios and the streets a novel situation was operating. Thousands of people were living through a transformation at one and the same time: “being taken” by an unexpected collective process. People also celebrated the possibility of a still possible fiesta, as well as the discovery of potent social desires, capable of altering thousands of singular destinies.

Nobody tried to deny the dramaticity of the background. Joy did not negate each one’s reasons for concern and struggle. It was the tense irruption of all those elements at once. Archaic forms of ritualism were adopted, a simulation of exorcism whose meaning—an anthropologist would say—seemed to be the reencounter with the capacities of the multitudinous, the collective, the neighbourly. Each had to resolve in a matter of minutes decisions that are usually difficult to make: moving away from television; talking to oneself, and to others; asking what was really going on; resisting for a few seconds the intense impulse to go out to the streets with the pots and pans; approaching rather prudently; and, then, letting oneself be driven in unforeseen directions.

Once in the streets, the barricades and the fire united the neighbours. And from there, they moved on swiftly to see what was happening in other corners nearby. Then it was necessary to decide where to go: Plaza de Mayo, Plaza de los Dos Congresos and, in each neighbourhood, to start finding targets more at hand: Videla’s house, or Cavallo’s. The multitude divided itself, in each neighbourhood, and dealt with all the “targets” at once. The most radical spontaneity sustained itself in collectively organized memory. They were thousands and thousands of people acting with clear and precise goals, enacting a collective intelligence.

At dawn another scene began to be played. While some were going to sleep—some at 3 in the morning, some others at 5:30—the discussion was on what had happened and what would come next: many continued organizing themselves with the objective of not allowing Plaza de Mayo to be occupied by repressive forces given that, formally, the state of siege was still in place.

By then, the confrontation, which had not yet been unleashed in all its magnitude, began to be prefigured. On the 20th things presented themselves in a different way. The square became the greatest object of disputes. What took place there, right after midday, was a true battle. It is not easy to say what happened. It was not easy to remember other opportunities in which such an air was breathed in the surroundings of the plaza. The violence of the confrontations contrasted with the absence of apparent meaning among the participants.

Young people openly confronted the police, while the older ones were holding on and helping from behind. Roles and tasks were spontaneously structured. Plaza de Mayo revalidated its condition as privileged stage for community actions with the greatest symbolic power. Only this time the representations that accompanied so many other multitudes that believed in the power of that massive pink building, so jealously and inefficiently defended by the police, did not materialize. There were detainees, injured, and many dead from the brutal police repression. Officially they spoke of thirty in the whole country, but we all know there were more.

The city of Buenos Aires became redrawn. The financial centre was destroyed. Or, maybe, reconstructed by new human flows, new forms of inhabiting and understanding the meaning of store windows and banks. The energies unleashed were extraordinary, and, as could be anticipated, they did not deactivate. The events of the 19th and 20th were followed, in the city of Buenos Aires, by a feverish activity of escraches,[3] assemblies and marches. In the rest of the country, the reaction was uneven. But in every province the repercussion of the events combined with previous circumstances: roadblocks, looting, protests, and uprisings.

Words and Silences: From Interpretation to the Unrepresentable

With silence and quietude, words recovered their habitual usages. The first interpretations began to go around. Those who sought the fastest political readings of the events faced enormous difficulties. It is evident that no power (poder[4]) could be behind them. Not because those powers do not exist, but because the events surpassed any mechanism of control that anyone could have sought to mount. The questions about power remain unanswered: Who was behind this? Who led the masses?

These are ideological questions. They interpellate ghosts. What is the subject who believes itself to be seeing powers  behind life looking for? How to conceive the existence of this questioning, conspiratorial subjectivity that believes that the only possible sense of the events is the play among already constituted powers? If these questions had any value in other situations, they were never as insipid as in the 19th and 20th. The separation between the bodies and their movements and the imaginary plans organized by the established powers became tangible like never before in our history. Moroeover, these powers had to show all their impotence: not only were they unable to provide a logic to the situation, but even afterwards they did not come upon anything but to accommodate themselves in the effects of the events. Thus, all the preexisting interpretative matrices, overturned, caricatured, were activated to dominate the assemblies that wagered on supporting the movement of the 19th and 20th.

The diagnoses were many: “socialist revolution,” “revolutionary crisis,” “antidemocratic fascism,” “reactionary market antipolitics,” “the second national independence,” “a crazy and irrational social outburst,” “a citizens’ hurricane for a new democracy,” “a mani pulite from below,”[5] or the Deluge itself. All these interpretations, heterogeneous in their contents, operate in a very similar way: faced with a major event, they cast their old nets, seeking much less to establish what escapes through them than to verify the possibilities of formatting a diverse movement.

The movement of the 19th and 20th dispensed with all types of centralized organizations. They were present neither in the call to assemble or in the organization of the events. Nor were there any at a later moment, at the time of interpreting them. This condition, which in other times would have been lived as a lack, in this occasion manifested itself as an achievement. Because this absence was not spontaneous. There was a multitudinous and sustained rejection of every organization that intended to represent, symbolize, and hegemonize street activity. In all these senses, the popular intellect overcame the intellectual previsions and political strategies.

Moreover, not even the state was the central organization behind the movement. In fact, the state of siege was not as much confronted as it was routed. If confrontation organizes two opposing symmetric consistencies, routing highlights an asymmetry. The multitude disorganized the efficacy of the repression that the government had announced with the explicit goal of controlling the national territory. The neutralization of the powers (potencias) of the state on the part of a multiple reaction was possible due to the condition of—and not due to shortage—the inexistence of a call to assemble and a central organization.

Some intellectuals—very comfortable with the consistency of their role—feel also unauthorized by an acting multiplicity that destabilizes all solidity upon which to think.

But perhaps we can get even closer to some hard novelties of the movement of the 19th and 20th.

The presence of so many people, who usually do not participate in the public sphere unless it is in the capacity of limited individuals and objects of representation by either the communicational or the political apparatuses, de-instituted[6] any central situation. There were no individual protagonists: every representational situation was de-stituted. A practical and effective de-stitution, animated by the presence of a multitude of bodies of men and women, and extended later in the “all of them out, none of them should remain.”

In this way, without either speeches or flags, without words unifying into a single logic, the insurrection of the 19th and 20th was becoming potent in the same proportion as it resisted every facile and immediate meaning. The movement of the 19th and 20th blew up the negative thinking of a series of knowledges about the capacity of resistance of the men and women who, unexpectedly, gathered there. Unlike past insurrections, the movement did not organize under the illusion of a promise. The current demonstrations have abandoned certainties with respect to a promising future. The presence of the multitude in the streets does not extend the spirit of the 1970s. This was not about the insurgent masses conquering their future under the socialist promise of a better life.

The movement of the 19th and 20th does not draw its logic from the future but from the present: its affirmation cannot be read in terms of programs and proposals about what the Argentina of the future ought to be like. Of course there are shared longings. Yet they did not let themselves be apprehended into single “models” of thought, action, and organization. Multiplicity was one of the keys of the efficacy of the movement: it gained experience about the strength possessed by an intelligent diversity of demonstrations, gathering points, different groups, and a whole plurality of forms of organization, initiatives, and solidarities. This active variety permitted the simultaneous reproduction of the same elaboration in each group, without the need of an explicit coordination. And this was, at the same time, the most effective antidote against any obstruction of the action.

Consequently, there was not a senseless dispersion, but an experience of the multiple, an opening towards new and active becomings. In sum, the insurrection could not be defined by any of the lacks that are attributed to it. Its plenitude consisted in the conviction with which the social body unfolded as a multiple, and the mark it was capable of provoking on its own history.

Translated by Sebastian Touza and Nate Holdren

[1] Loud banging on saucepans or cacerolas by large crowds has been a common practice in the recent uprisings in Argentina. This activity is called a cacerolazo. The suffix ‘-azo’, in this case, means ‘insurrection’; ‘cacerola’ means ‘sauce pan’. Cacerolazo, then, literally means, roughly, ‘insurrection of the sauce pans’. (Tr.)

[2] The state of siege refers to the emergency measures taken by the Argentine government in attempt to put a lid on unreset. (Tr.)

[3] The word “escrache” is Argentinean slang that means “exposing something outrageous.” Escraches started as colorful street demonstrations organized by H.I.J.O.S. in front of the houses where people involved in human rights violations during the dictatorship live. During and after the rebellion, numerous spontaneous escraches were organized by people whenever they spotted a politician in a public place such as a restaurant or a caf During and after the rebellion, numerous spontaneous escraches were organized by people whenever they spotted a politician in a public place such as a restaurant, a café, or the street. (Tr.)

[4] In Spanish there are two words for power, poder and potencia(s), whose origin can be traced, respectively, to the Latin words potestas and potentia. In general, poder refers to transcendent forms of power, such as state power, and potencia refers to power that exists in the sphere of immanent, concrete experience. To maintain this distinction we indicate the original term between brackets when the use is unclear or changes from prior uses.  The words “potent” and “impotence” should be read as derivatives of potencia. (Tr.)

[5] Mani pulite, literally ‘clean hands’ in Italian, was a national investigation on government corruption in Italy during the 1990s. Because the campaign took place at the same time when Argentinean newspapers were unveiling one corruption scandal after the other, the expression was quicly adopted by journalists and politicians. (Tr.)

[6] We have chosen to use the expression de-institute and as a translation of the Spanish word destituir, which makes reference to the power that unseats a regime, in order to preserve the resonances that indicate a power opposite to that which institutes or that which is part of a constitutive process. We use the hyphen to avoid confusion with the English word destitution, which carries connotations of impoverishment. (Tr.)

Libro: 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social (Abril 2002) // Colectivo Situaciones

Para leer 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social : Click AQUÍ 

Cuarta declaración  – La fuerza del ¡»NO»! (sobre la insurrección argentina de los días 19 y 20) (25/12/2001) // Colectivo Situaciones

25 de diciembre de 2001

Colectivo Situaciones

La insurrección de «nuevo tipo» en la que participamos los argentinos en el mes de diciembre nos enseña hasta qué punto es la potencia del pueblo en las calles, diciendo «NO», lo que verdaderamente cuenta. El poder mostró toda su impotencia. Aunque ahora digan -desde las sombras- que el Partido Justicialista movió los hilos, la verdad es que los dirigentes de todos los partidos y los sindicatos no hicieron otra cosa que correr detrás de la multitud. Resulta ahora fundamental producir nuestras propias formas de comprensión sobre las nuevas modalidades del protagonismo popular para evitar que los dispositivos de poder nos expropien el sentido de la pueblada y, sobre todo, para aprender de nosotros mismos y hacer más contundente la resistencia.

La insurrección de los días 19 y 20 fue ejemplar: no tuvo autor. Su protagonista exclusivo fue la multitud. Este protagonismo popular nos muestra características novedosas. En contra de las versiones que comienzan a circular en los medios de comunicación masivos, no hubo un poder por detrás de la gente, decidiendo por nosotros: nadie movió los hilos desde las sombras. Incluso quienes desde algún lugar de poder se presentan hoy como los impulsores secreto de la pueblada saben bien hasta qué punto no han hecho otra cosa que acomodarse siempre atrás de los acontecimientos. Sólo la ilusa imaginación de políticos y conspiradores puede presumir de haber manipulado semejante torrente de energías vitales que recorrieron el país.

La pueblada habló claro: dijo ¡»NO»!. Hay quien dice que eso «es poco», que » no alcanza». Que las luchas sólo valen si proponen un «modelo de sociedad alternativa». Hay que ser claros: el «NO» de la insurrección tuvo una contundencia indiscutible. Fue un no positivo tanto por la fuerza que demostró como por los devenires que inaugura. No se trata sólo de la caída de un gobierno: este «NO» rebelde le marca un límite al poder y afirma las fuerzas de la resistencia. No se trata tampoco de un acto «incompleto», ni de una «protesta sin propuesta», como dicen los «dirigentes políticos» y los «comunicadores», sino de un acto de fuerza que se autoafirma y demuestra el nivel actual de la resistencia popular. Este «NO», no deviene poder estatal: no necesita «legitimarse» mediante propuestas. No responde a la norma comunicacional que precisa de discursos seductores e imágenes atractivas. Se trata de la potencia del pueblo resistiendo la opresión. Y a la vez constituye un claro mensaje a los pueblos de América Latina y del mundo sobre las posibilidades de terminar con el dominio imperial y de los poderes locales, articulados en el «neoliberalismo».

La inteligencia popular rebasó las previsiones de intelectuales y estrategas. Resulta fundamental, a partir de ahora, ser capaces de pensar este fenómeno desde el mismo movimiento popular y no a partir de las interpretaciones -y categorías- del poder y sus organizaciones. En ese sentido habrá que tener en cuenta que:

1- La potencia de la base ha demostrado, de manera contundente, la impotencia del poder estatal, en su pretensión de autonomizarse de lo que pasa por abajo. El Estado de Sitio y la represión sólo funcionan con el miedo y el aislamiento. Como toda relación de dominio, el capitalismo trabaja a partir de la separación de los cuerpos y los lazos entre las personas: se alimenta de la tristeza y la impotencia de los pueblos, haciendo de estos, individuos aislados y promoviendo el miedo y las falsas esperanzas. El cacerolazo primero y la multitud en las calles, luego, han desarticulado las capacidades represivas del poder. Un pueblo auto-organizado y decidido es soberano, incluso, sobre el aparato represivo estatal.

2- Las organizaciones políticas y sindicales operan administrando «pequeños poderes» -sobre los que se constituyen los grandes-, mientras no somos capaces de construir espacios de gestión autónomos. No fue por casualidad que estas organizaciones quedaron totalmente marginadas de la insurrección. Ellas pierden su peso relativo frente a la presencia popular, decidida y espontánea. Cuando pretenden liderar las expresiones de este nuevo protagonismo social rebelde, caen en una ilusión absoluta. A sus militantes les corresponde reflexionar seriamente hasta qué punto su papel no es el de dirigir, hegemonizar o representar al pueblo, sino acompañar, asistir y ponerse al servicio de las luchas del movimiento de rebeldía popular, y de las nuevas formas de democracia directa, autonomía y radicalidad. En muchos casos estas organizaciones, que expresaron un ciclo de luchas obreras y populares, obstaculizan el surgimiento de elementos de un contrapoder que imagina sus propias formas de soberanía y de protagonismo.

3- La potencia del pueblo en la calle no radicó en una organización centralizada. Por oposición a quienes quieren «dirigir» a la multitud, la pueblada nos mostró hasta qué punto la multiplicidad de manifestaciones, puntos de concentración, grupitos de todo tipo, diversidad de formas organizativas, de iniciativas y de solidaridades fue precisamente lo que hizo imposible cualquier tipo de negociación, de acuerdos o de traiciones. Cada vez que, en nombre de la eficacia, aparece una «conducción», un «delegado» o un «representante», se crean las condiciones para la claudicación, la integración y la moderación de las luchas. Por eso es que la multiplicidad -que no es dispersión- constituye una clave central de la nueva radicalidad.

4- Habrá que ser capaces, ahora, de resistir todas las versiones dominantes que se abren paso desde la política y los grandes medios de opinión y que intentan explicar lo sucedido en los términos del poder, invirtiendo el sentido de los hechos, como si lo que fue producto de la potencia de la multitud en las calles no fuese sino un asunto de «internas de palacio». Como si al Gobierno de De la Rúa lo hubiera volteado el Partido Justicialista, etc. Estas interpretaciones ocultan y expropian el protagonismo popular. Nos hacen olvidar cómo el poder se asienta sobre las tendencias en la base difundiendo la creencia que desde el Estado se manejan los hilos de los acontecimientos. Este es el origen de la ilusión de la «toma del poder», que nos desvía del objetivo primordial: la constitución de una red de contrapoder capaz de democratizar los espacios de gestión desde abajo -o, de enfrentarlos con éxito, si no hubiese más alternativas.

5- La violencia insurreccional fue ejercida -como en los piquetes y los levantamientos populares de los últimos tiempos- como forma de autodefensa. La legitimidad de estos actos es autoconferida: no depende de ninguna aprobación externa. La autodeterminación y la lucha resistente constituyen elementos fundamentales de la libre expresión popular y son fuente de elaboración de criterios y valores de justicia.

Es este carácter «autodefensivo» e insurreccional de la violencia la base de una asimetría fundamental con respecto al ejercicio de la violencia producida por el poder, responsable tanto de las muertes provocadas directamente por las fuerzas represivas como por la psicosis siempre útil a la «ideología de la seguridad» (que reduce a hombres y mujeres a meros individuos retraídos y temerosos de todos los demás, que en su imaginación -y luego en la realidad- se convierten en potenciales enemigos). Las operaciones de inteligencia y «guerra psicológica» estuvieron destinadas a reforzar este mecanismo del poder.

Por eso resulta fundamental distinguir la violencia popular, la «autodefensa», de la violencia generada, entre pobres, por la «ideología de la seguridad». La autodefensa popular se constituye a condición de ir venciendo este aislamiento, este miedo «al otro» -que permite la manipulación desde el poder, y la pérdida de toda autonomía- para componer una fuerza común, integradora y amplificante, que potencia y continúa las fuerzas y deseos individuales  a escalas colectivas.

6- Será fundamental ahora la comprensión y la elaboración -desde la base- de las categorías y el lenguaje que nos permitan pensar con rigor lo que sucedió. Resulta imprescindible construir las claves de reflexión capaces de leer, desde la potencia (y no desde ninguna visión de poder), la novedad y la singularidad de las nuevas formas del protagonismo social.

7- La multiplicidad es una de las claves del nuevo protagonismo popular. No hay una forma de lucha, un discurso ni una vía de resistencia superior y exclusiva. Por eso es importante no decaer en el trabajo que se desarrolla previa y posteriormente a la pueblada. Igual que en la insurrección misma, el movimiento de la resistencia se va coordinando sin centralizarse en una organización única: se constituye bajo esta forma movimentista; sin conducción; sin «orgánica»; sin líderes únicos, sino situacionales; sin programas o modelos, sino con proyectos concretos, y sin estructuras que ahoguen la creatividad popular, sino a través de verdaderas experiencias de contrapoder.

8- La insurrección, como mezcla de cuerpos, ideas, culturas y lenguajes es la experiencia de desbaratar todo orden que se pretenda soberano sobre la multitud. Pero la insurrección no tiene por qué responder a las expectativas que la modalidad política de la representación revolucionaria se hace de ella. De hecho, la pueblada no constituyó un momento al interior de ninguna estrategia política, ni el final de ningún proceso de acumulación. No fue, tampoco, una «situación de situaciones», un momento de centralización en donde los retazos dispersos cobran, de pronto, un sentido, para perderlo, luego, en la fragmentación impotente. La pueblada fue, sí, un momento de autoafirmación, de descubrimiento de la potencia del pueblo, de encuentro de distintas formas de expresión popular y también del enfrentamiento y de constatación de la incapacidad de los poderes por «sostenerse en el aire». Será central pensar el hecho de que la lucha por la justicia ya no pasa fundamentalmente por la política (partidos políticos, gestión estatal, etc) sino por las prácticas que producen, efectivamente y en situación nuevos valores y experiencias de una sociabilidad no hegemonizada por el capitalismo.

9- La «representación política» sólo registra los «ecos», y no lo sustancial: lo que pasa a nivel de los cuerpos y las situaciones reales. Por eso hay que preservar la primacía de las experiencias de producción de nuevos saberes y valores. El atajo de la lucha por los «pequeños poderes» nos desvía hacia la reproducción de las formas de existencia del capitalismo sustituyendo las experiencias materiales por su representación jurídica, política y mediática.

10- Es momento de mostrar el coraje de resistir el surgimiento de liderazgos externos a las modalidades y al significado de este «NO», de este pronunciamiento popular que se ha constituido sin convocatorias organizadas, sin líderes mediáticos, sin promesas y sin falsas esperanzas.

11- Un valor puesto en juego en la pueblada fue, precisamente, la reapropiación del lazo social: estar en las calles y comprobar que cada uno de nosotros es parte de una multitud, de una fuerza social y material. Por eso no hay que perder de vista las operaciones expropiatorias de nuestra propia subjetividad individual y social en juego por los medios de comunicación y la sociedad del espectáculo, que busca borrar la marca insurreccional. En contra de las versiones que se difunden desde los centros de poder, las acciones espontáneas de los días 19 y 20 sobrepasaron cualquier intento de control y manipulación desde arriba: la misma multitud se movilizó sin «promesas», sin «dirigentes», sin «partidos» y sin «modelos». Esta fue su fuerza, y aquí radica la gran novedad del movimiento que hay que poder pensar, elaborar y desarrollar.

El gran desafío es producir experiencias de contrainformación, contraculturales, educativas, de derechos humanos, economías alternativas, grupos autónomos de investigación y talleres producción teórica y práctica colectivas, y demás modalidades de lucha capaces de alimentar redes potentes que, más allá de las estructuras representativas -partidos políticos, grandes medios, aparatos gremiales, ONG’s, etc-, vayan organizando el pensamiento y las prácticas de -y desde- la base.

Hasta Siempre,

Colectivo Situaciones

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