Agarrar la SUBE (tren, subte, bondi) para llegar a Recoleta. Encontrarse con los pibes, los choris, la banda, algún jetón. Con el asco de esas señoras chetas que marcharon por Nisman, con esos viejos garcas que apoyaron la dictadura. Viaje de egresados, militancia silvestre, estado de wasap, impulso vital de otra época que no existió pero pone manija la memoria. Una astilla, una causa, muchas fotos, un renovado entusiasmo falopa, una Cristina como técnica de autoayuda. Se necesita a Cristina para construir enemigos en el Facebook, para hablar de política internacional en alguna cena familiar, para termear a los primos macristas, para ir a la plaza alguna vez, para seguir consignas. Para cruzarse al móvil de C5N y sentirse parte. Se necesita una para creer que el Estado existe, para repetir que no fueron magia estos 12 años, para flashear que somos parte de algo importante, trascendental, histórico, ajeno. Una Cristina perseguida que tape el ajuste; una gran oradora para no hablar de Facundo; una memoriosa que nos haga olvidar que votamos a Alberto; una en peligro para darle nuestro coraje por twiter. Se la necesita para justificar nuestros desvaríos ideológicos, lo aburrido del día a día, la pasión por la obediencia. Para leer, mirar series, putear la tele, postear, seguir escuchando radio a la mañana temprano, darle sentido al odio que nos provocan algunas cosas, justificar nuestros fracasos. Se necesita a Cristina para seguir insistiendo en politizar está vida nuestra que es horrible, vacía y gastada. Una Cristina como forma de evasión.