Andrés Ducatenzeiler -ex presidente del Club Atlético Independiente- afirma hace meses que el último y único espacio de disputa política real de este país es Boca Juniors. Insiste en que si perdemos Boca, perdemos la batalla.
El enganche, es aquel jugador que, necesariamente, tiene una visión diferente. Es aquel jugador que ordena y desordena; aquel jugador que obliga y rige las formas estéticas de un partido de fútbol. Por sus pies, pero sobre todo por su cabeza, transcurre todo el partido. Está presente en dos lugares a la vez, dentro del campo y -aquellos privilegiados- en la tribuna. ¿Cómo es posible esto? Mientras posee el balón, mientras tiene la pelota en los pies, marca el ritmo del presente. Decide y ejecuta la orientación del juego, no solo de su propio equipo, sino del rival. Dependiendo de sus ganas y entusiasmo, puede hacer y deshacer su equipo y el ajeno. Cuando no posee el balón, escribe los compases futuros, se convierte en un plateista, no interviene activamente en la faceta defensiva del juego, pero es el espectador que más conoce los tiempos, sabe dónde y cómo posicionarse y, nuevamente, dependiendo de su humor, incluso sin balón, va a regir la actividad contraria según donde decida estar, él es capaz de tener una perspectiva de platea, mira el fútbol en primera y tercera persona, sabe lo que sucede en cada estrato de la cancha, lo que va a pasar y lo que se debería hacer, aunque a veces no suceda.
El enganche también se llama enlace. Es su función más definitoria. Y acá me detengo: el que une las partes, el que transiciona ataque y defensa, rusticidad y lirismo. Es el que pacifica, da tregua a la eterna batalla, lo necesitas para un diálogo dentro de la cancha. Crea e imagina espacios, espacios de juego, espacios donde el delantero es libre, donde puede desplegar su magia. Cuando no los encuentra -porque el juego no lo permite-, él los crea. Es tal su magnitud (cuando el enganche es crack) que fabrica espacios cuando no los hay.
Riquelme (me resisto a llamarlo Román por mi identidad Cuerva) es la máxima expresión de esta imaginación y visión. Maradona desde mi punto de vista (el mejor jugador que pisó este planeta) fabricaba en la incomodidad, improvisaba en la falta de aire. Ni él conocía de lo que era capaz su cuerpo, se desconoce a sí mismo con su propia capacidad individual y colectiva, era un enganche de fantasía, magia.
Riquelme es la otra versión de un Diez, es la versión analítica y rítmica, no dejaba de ser corporal, consciente de sus capacidades a pleno. Decidía y gobernaba la cancha con una vehemencia matemática.
Habiendo dicho esto ¿Cómo es posible que estos dos jugadores, en un mismo puesto y con facetas o caracteres distintos generen tales pasiones?
Riquelme es un cuerpo apolítico, es un cuerpo excéntrico y críptico, generó un aura (¿Ricotera?) de misterio. Sin embargo, desde su retiro y posterior desembarco en la política de su club, asumió el rol protagónico en un partido con las mayores dimensiones posibles. El Diez nunca se esconde, siempre pide la pelota y, él en este caso, la agarra y la retiene como nadie. En este momento particular del país, nos está otorgando a todos la capacidad de discutirnos, un momento crucial de discusión que no se dio ni en las urnas ni en los debates ni en las campañas.
Nos pasa la pelota y nos habilita a esa resistencia, a esa incomodidad y a aquello corporal que nos obliga a salir a la calle. Hoy es su 17 de octubre, no está preso, no se lo llevaron a una isla, pero se lo quieren arrebatar a los hinchas de Boca y él es uno de ellos. Si lo tocan a Roman que quilombo se va a armar y se armó nomas, la consigna es clara y cuando tocan algo que afecta las sensibilidades y pasiones, el quilombo se arma. ¿Qué hace esa multitud un martes a la noche en la Boca? ¿Acaso hay otro político nacional que pueda movilizar espontáneamente esta cantidad de personas?
Se puede pensar que en las elecciones de un club se discuta (a dos semanas de las elecciones nacionales) los dos modelos de país. Riquelme lo plantea claro “vienen por todo, si se llevan este escudo nos sacan el corazón”. Con un tono de voz, con unas expresiones, con una sensibilidad y una comunicación mejor que cualquier cuadro político. No lo entiendo realmente, pero es muchísimo más claro que medio año de campaña electoral nacional. En una conferencia de prensa hizo temblar a aquel, que el partido político electo fue a buscar para ganar unas elecciones Presidenciales. Ese gesto de Riquelme volteandose y señalando su escudo, como su corazón, esa forma de transmitir absolutamente todo en tan pocas palabras, es un tipo de transmisión que cualquier comunicador desearía.
El sabe, en la sabiduría de su cuerpo, que la vulnerabilidad nunca fue aceptada en el territorio, no nos podemos mostrar débiles y dóciles frente al enemigo. Pero por un instante, un pequeño instante de vacilación y principio de llanto, Riquelme nos conmueve, nos conmueve porque su cuerpo y vida transitan ese escudo, sabe que vienen por todo y que no puede correrse de ese lugar. Hay una eficacia en la comunicación, no calculada ¿Acaso alguien fue capaz de transmitir eso en esta campaña? Hace años no vemos un político, un jugador que transmita eso. Nos hace sentir incómodos en el asiento, nos hace querer salir a la calle.¿Qué me importa a mi que Macri quiera hacer negocios en Boca? Yo los deje afuera de la libertadores el día anterior y lo festeje como nunca. ¿Pero qué se discute ahí? El país fantástico en el que vivo me responde “Boca es Boca” pero, sobre todo, la pasión que reside en los cuerpos, aquella pasión que es inaguantable, que nos irrita cuando hablan mal o no saben hablar de ella y nos emociona cuando la halagan, aquello que los cuerpos no pueden disimular, no se toca. No podemos regalar, ni privatizar nuestro estado de ánimo. Está bien festejar una victoria, aunque sea pequeña, en un club frente a tal barbarie, tal sonrisa y ojos. Que por una vez la cara de la victoria sea aquel que, frente al poder económico, político, judicial y mediático, lo único que tiene son sus asistencias de la década pasada y un martillo en el garguero.
Mauricio habló hace poco, que se acabó la época de transgresiones, se terminó Maradona. Y viene el diez de su propio equipo a generar un espacio de discusión por fuera de la política nacional, que incluye a toda la política y coyuntura nacional, eso hace un enganche. Riquelme, por primera vez desde el Balotaje, nos habilitó (sin offside) la calle, el progresismo y los partidos políticos rediscutian el territorio y como ocupar la calle, Riquelme agarró la pelota y habilitó el cambio de época, de este lado, por que del otro ya lo hicieron en las urnas. Transgrede dentro del juego apolitico en el que tanto se apoya Milei y Macri. ¿Cómo le decimos al Diez que es casta? ¿Cómo lo ubicamos en la figura corrupta? ¿Cómo lo alejamos de la sensibilidad de la gente?
Riquelme no exige representar algo, más allá de los bosteros, no se atribuye nada más que hacer feliz a su madre. Y en el fondo, ¿no es aquello lo ingobernable?, ¿no es esa simpleza y cercanía lo que no se puede desarmar? El Diez, consciente de esto, esgrime en su sencillez su máxima defensa ante los ataques judiciales. No soy más que un jugador de fútbol, lo dice sabiendo perfectamente que es más, es mucho más, es un enganche, un diez, un enlace.
porque apolítico, si toda acción por el bien común es de excelsa política.