Girando girando hacia la libertad. ¿por qué prende el liberalismo en los pibes? // Federico Manzone

La popularidad de Milei es el indicador político más claro del nivel de profundidad que alcanzó la crisis en Argentina[1]. La mella que hizo su discurso ultra en la oposición macrista, que empieza a copiarle gestos[2] y a reconocer que no hay lugar para gradualismo alguno[3], junto al hecho de que se tenga que discutir[4] la evidente impracticabilidad de las “soluciones” que propone ante el problema inflacionario (dolarizar) o ante el peligro de una corrida cambiaria (eliminar el Banco Central), dan la pauta no sólo del hastío generalizado que existe frente a las respuestas que ofrecen las fuerzas políticas mayoritarias a la crisis actual, sino también de la orientación que se le pretende imprimir a la gestión económica del estado para salir de ella.

La pregunta que se abre en esta situación gira menos en torno a cuál va a ser la salida capitalista de la crisis y más en torno a cómo se va a imponer: con o sin novedad histórica. En tiempos pasados, las estabilizaciones de shock en nuestro país -con sus políticas aperturistas, fiscalistas, pro-competencia y pro-acumulación- sólo pudieron implementarse después del estallido de grandes de crisis, por la sencilla razón de que antes que el estallido de una crisis haga sentir extensamente el peligro de que se desate un proceso de disolución social, ningún gobierno reunía el consenso necesario para implementar las medidas anti-populares que demanda la imposición total de la disciplina impersonal del capital sobre el conjunto de la sociedad[5]. En la actual coyuntura, si el gobierno llega sin sobresaltos a las elecciones del año que viene, existen las condiciones para que se dé algo novedoso: la implementación de una estrategia de reestructuración capitalista sin estallido previo.

La inflación en ascenso, la parálisis política de un gobierno hundido en una interna estéril, y la pasividad social reinante ante el ajuste automático que impone el poder expropiatorio y sin sujeto del dinero, fueron de a poco generando el consenso en amplias masas de la población de que es necesario hacer algo para salir de esta situación, sin medir la probabilidad de que el remedio sea peor que la enfermedad. Esta salida, por supuesto, no nace del vacío: existe una base social que la demanda, determinaciones formales propias del carácter capitalista del país que la vuelven necesaria y algunas de las condiciones históricas y políticas -aunque no todas- capaces de hacerla posible.

 

acá tenés los pibes para la liberalización

El liberalismo es una ideología en el sentido más positivo y chatamente descriptivo del término: una concepción del mundo con una norma de conducta correspondiente, una filosofía de la que se deduce una moral acorde a sus principios[6]. Su principio fundamental es, siguiendo a Hayek, la limitación de la intervención estatal a garantizar el cumplimiento de normas generales de comportamiento que priven al gobierno del poder de dirigir y controlar las actividades económicas de los individuos[7]. “El respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo”[8], línea que repite religiosamente Milei cada vez que puede, es la norma de conducta que se sigue de aquel principio más general, y que adoptan devotamente como propia los correligionarios del economista figura. Pero más allá de esta apretada síntesis filosófica y moral, el liberalismo ha devenido actualmente en nuestro país en un movimiento político, y como movimiento político cumple una función determinada, que no se reduce simplemente a derechizar la discusión pública, sino que lo que pretende lograr es volver a trazar la línea de demarcación entre economía y política, o mejor, avanzar hacia una economización total de la política[9]. Por eso, usando una expresión de Alberto Bonnet, los liberales pueden ser vistos como “los guardianes de la separación entre la economía y la política”[10].

La pregunta que hay que hacerse es qué es lo que hace que aquella ideología se difunda, que aquel movimiento emerja. De derecha a izquierda, prácticamente todo el arco político se ha pronunciado al respecto y sus respuestas dieron con distintos aspectos del fenómeno, sin llegar, en nuestra opinión, al fondo del asunto. Las lecturas más superficiales juegan con la hipótesis de que la popularidad de Milei y el crecimiento del liberalismo en la juventud sean simplemente un fenómeno mediático[11]. Y si bien su presencia en los medios es abrumadora, además de que éstos hacen un uso político de ella para correr más a la derecha el eje de la discusión e instalar una agenda de ajuste y ataque frontal al gobierno y a las condiciones de vida de la clase trabajadora[12], no es simplemente la presencia en los medios lo que explica sus resultados electorales en los barrios pobres de la capital federal, ni su convocatoria callejera en ciudades como Córdoba[13] o Mendoza[14].

Hay que tener en cuenta que el discurso liberal enarbolado por Milei representa fielmente los intereses del capital en general, de todos aquellos que estén interesados en “poner la plata a trabajar”: a cualquier exportador perjudicado por las retenciones y por la brecha cambiaria, o a cualquier inversor obstaculizado por los controles cambiarios que impiden convertir libremente la moneda local en divisas para poder operar, las “ideas de la libertad” le van a cerrar. Y no sólo van a sentirse representados quienes estén buscando valorizar su dinero. Mucho pequeño comerciante que ha visto sus ingresos comidos por la inflación en el último tiempo, teniendo que soportar además las restricciones a la actividad de 2020 sin dejar de pagar impuestos, ha pasado del macrismo al libertarianismo en la medida exacta en que la probabilidad de la quiebra de su negocio se fue acrecentando. Esto sin contar todos los asalariados que tienen cierto margen de ahorro, a los que las restricciones a la compra de divisas los obligan a quedarse en pesos, condenándolos a perder de mínima la mitad del valor del dinero que sean capaces de atesorar por año. A toda esta gente, las dificultades de su vida cotidiana, constituida en base a la transformación de mercancías en dinero como la forma “social-natural” de mediar su vínculo con el resto de la sociedad, los vuelve receptivos de las propuestas del liberalismo de Javier Milei.

Desde las fuerzas políticas que se disputan la representación electoral, para las cuales los vínculos sociales mediados por la circulación de mercancías están completamente naturalizados, las respuestas que se dan sobre el fenómeno del crecimiento del liberalismo son estrictamente político-ideológicas. Ramiro Marra, por ejemplo, legislador por el partido de Milei en CABA, piensa que como “el sistema argentino está tan corrido hacia la izquierda lo que realmente es antisistema y disruptivo es lo liberal”[15]. Pero la realidad es que el “sistema argentino”, o mejor dicho, el régimen político argentino, no está a la izquierda de ningún otro régimen político del continente: en prácticamente todos, salvo casos aislados como Cuba o Venezuela, están fuertemente asentadas las democracias capitalistas que priman en el resto de los capitalismos occidentales. Es el punto de vista de Marra el que está corrido de lugar, por el simple hecho de que él mismo está mucho más a la derecha del sentido común imperante, lo que le termina distorsionando el juicio haciéndolo ver que el “sistema” está a la izquierda de lo normal.

La izquierda trotskista, por su parte, está más enfocada en atacar a los liberales que en intentar dar cuenta de las condiciones que explican su génesis. Entre sus críticas aparecen planteos que dicen: “hablan de rebeldía pero en realidad son conservadores”, “sus listas están llenas de procesistas y negacionistas”, “sus propuestas sólo pueden aplicarse con represión”[16]. Críticas débiles, si tenemos en cuenta que muchos liberales son gente abiertamente de derecha, que defienden sin tapujos a la dictadura en redes y apoyan la represión; atacarlos en esos puntos, más que herirlos críticamente, a ellos les resulta halagador. En la explicación que ensaya el PTS hay cierto sobredimensionamiento de la posición propia que ocupa el FIT. Matías Maiello dice: “los intentos denodados por instalar variantes más de derecha, incluidos los llamados ‘libertarios’, muestran el temor del establishment burgués a que una izquierda antisistema se posicione como tercera fuerza política nacional de cara a la etapa que se está abriendo”. Si bien el FIT ganó a fuerza de pura militancia su lugar como tercera fuerza electoral, es difícil pensar que una representación parlamentaria minoritaria haga temblar al “establishment burgués”.

La explicación que da Gabriel Solano agrega algunos elementos más. Éste sostiene que: “tanto el fracaso del macrismo como el agotamiento de la política del kirchnerismo, con su demagogia a cuestas, son el caldo de cultivo que permite el crecimiento de estas expresiones descompuestas y lumpenizadas”. Sin dudas, el “keynesianismo trunco” del kirchnerismo[17], que culminó en un régimen de alta inflación y alto déficit fiscal, combinado con el fracaso de la estrategia gradualista del macrismo, que culminó en una crisis cambiaria y en el préstamo con el Fondo Monetario, explican el contexto histórico y político en el que se produce el fenómeno del crecimiento del liberalismo. Pero, por otro lado, la caracterización que hace Solano de la composición social del liberalismo en tanto movimiento, cargada de adjetivos y descalificaciones (los ve como “pichones de fascistas que se reclutan entre los bufones e ignorantes”), impide dar con las causas de fondo que explican su emergencia. Mucha de la gente que últimamente se ha vuelto receptiva del discurso de Milei no es ni fascista ni ignorante, es gente común y en muchos casos sin una posición política propia delimitada. Probablemente sea la modalidad del ajuste y la forma que asume la crisis en nuestro país lo que los acerca más a la prédica de Milei que a la de otras fuerzas políticas, entre ellas a la de la propia izquierda. En este punto no se puede obviar la función de representación que cumple la personalidad del propio Milei, que iracundo y exaltado, a las puteadas e impaciente por dar con una solución ya, personifica en general el estado de ánimo que un montón de pibes y pibas sienten en particular ante un horizonte de probable falta de trabajo, segura imposibilidad de tener un techo propio, precariedad y pobreza crecientes.

 

el fin de la (autonomía de la) política

Todo lo anterior, sin embargo, sólo sirve para dar algunas pistas sobre la base social, el contexto y las condiciones históricas y políticas que se conjugan en la emergencia y la difusión actuales del liberalismo en nuestro país. Pero solo con eso no se explican las determinaciones formales que vuelven su emergencia un fenómeno socialmente necesario. Con «determinaciones formales» me refiero a las formas que son propias del capital en tanto relación que media la producción y la reproducción de la vida social en los países capitalistas, formas que esta relación debe necesariamente asumir. Iluminarlas es fundamental para dar cuenta del carácter socialmente necesario al que responde la emergencia del fenómeno que estamos queriendo explicar. La emergencia del liberalismo de raíz austríaca y su posicionamiento como referente del descontento social ante la crisis en nuestro país, con toda la carga de contenido reaccionario y de anti-social que viene a difundir, pone de manifiesto características que son constitutivas del proceso de socialización a-social inherente a cualquier formación capitalista, características que en contextos de “crecimiento económico con inclusión social y distribución del ingreso” pueden obviarse momentáneamente, pero que la gravedad de la crisis, a medida que se profundiza cada vez más, pone violentamente en un primer plano e impide seguir ignorando. Su emergencia, de todos modos, no solo trae a la superficie los fundamentos irracionales subyacentes de nuestra forma de vida social, sino que al mismo tiempo nos revela sus contradicciones de forma más clara que nunca.

Más arriba dije que la emergencia del liberalismo en el contexto actual viene a cumplir una función determinada, que no puede reducirse a la evidente derechización de la discusión política a la que contribuyen, sino que va más allá de eso: la difusión de sus ideas y su programa presiona objetivamente por la necesidad de volver a trazar la demarcación entre las esferas de la economía y la política, o más bien, por el avance de la primera sobre la segunda, es decir, presiona por la economización plena de la política. Para desarrollar esto hace falta previamente definir las categorías de economía y política, dar cuenta del modo de articulación que asumieron las relaciones entre economía y política tras el 2001 (y de su lenta crisis), para finalmente poner al fenómeno de la emergencia del liberalismo entre estas coordenadas y así volver inteligible su función política y su papel histórico.

Es propio de la conciencia de las modernas sociedades capitalistas ontologizar y universalizar los rasgos particulares de este tipo de sociedad, extendiéndolos al resto de las formas de vida social o directamente adjudicándoselos a la humanidad como tal. Ninguna forma social ha sufrido más este proceso de falsa ontologización[18] que las categorías de economía y política. Las sociedades previas al capitalismo mediaban su metabolismo con la naturaleza a través del trabajo, pero no tenían “economía” tal como la entendemos hoy, es decir, como la esfera de relaciones indirectas en las que a través del mercado y por medio del dinero se asignan los bienes a las necesidades sociales. Con la política pasa lo mismo, si bien en las sociedades precapitalistas existían conflictos internos y externos, no existía la “política” como la entendemos hoy, es decir, como la esfera de relaciones directas en la que individuos, grupos y partidos construyen un sistema de reglas que les permite administrar sus intereses comunes[19].

Pero economía y política no sólo han sido ontologizadas al punto de ser convertidas en atributos del ser humano en general, presentes de forma universal en todo tipo de sociedad, sino que además se las ha tomado acríticamente en su forma de aparecer típica de las sociedades capitalistas: esa forma de aparecer es la forma de la separación. En el capitalismo, economía y política aparecen como si fueran dos esferas independientes de la vida social, regidas por legalidades distintas y que necesitan de ciencias distintas para ser comprendidas: la economía aparece como una esfera de relaciones sociales indirectas (el mercado), en la que los agentes se vinculan de forma recíprocamente independiente a través del intercambio de cosas, y en la que las leyes del proceso de intercambio se les imponen a los agentes de forma ciega y automática; la política, por su parte, aparece como una esfera de relaciones sociales directas (el estado), en la que individuos grupos y partidos se vinculan de forma consciente y voluntaria, y en la que éstos se imponen mutuamente los términos que garantizan la realización de sus intereses generales. Que la economía y la política existen como dos esferas separadas es un dato que nos brinda nuestra experiencia como miembros de una sociedad capitalista, y el hecho de que existan disciplinas diferentes para explicar las leyes que regulan a cada esfera, la economía por un lado y las ciencias políticas por otro, es una prueba más de la objetividad de su separación.

Sin embargo, la separación entre economía y política no puede tomarse simplemente como un dato por dos cuestiones. En primer lugar, por el hecho de que su existencia como esferas institucionales separadas, el mercado y el estado, es el resultado de un proceso de separación que no está dado de una vez y para siempre, sino que debe ser reproducido permanentemente para que el capitalismo siga existiendo como tal. Y en segundo lugar, por el hecho de que en la separación consumada de la economía y la política, que se manifiesta en la superficie de la sociedad, no quedan rastros de la génesis del proceso de su separación, lo que genera las condiciones para su ontologización y universalización. Lo que hay que preguntarse es de dónde viene esta separación y de qué depende su reproducción permanente. La respuesta se encuentra en el capital. Cuando hablo de capital me refiero al proceso de inversión productiva del dinero con vistas a obtener más dinero, es decir, a su valorización. La valorización del capital supone producir mercancías que pueden engendrar más valor del que costó producirlas (plusvalor). Pero no sólo eso, sino que también supone su venta exitosa y la apropiación de ese plusvalor, para volver a comenzar el ciclo. Así hasta el infinito. Es el capital en tanto relación social general de la que depende la producción y la reproducción de la vida de las sociedades modernas el que asume las formas diferenciadas de economía y política.

Es común confundir al capital con “algo económico”, pero es mucho más que eso: el capital es una «forma social total»[20], un proceso que abarca a la totalidad de la vida social y en cuyo interior se desdoblan las categorías de economía y política, las que a su vez se materializan en las esferas institucionales separadas del mercado y el estado. El capital se escinde en economía y política, estado y mercado, por varias razones, aunque una es fundamental: la forma particular en que se da la explotación del trabajo bajo este modo de producción. Si en las sociedades previas al capitalismo la subordinación de la clase de los productores y la explotación del trabajo social dependían de relaciones de dominación personal directa (amo-esclavo, señor-siervo), en las sociedades capitalistas la subordinación y la explotación del trabajo asume una forma impersonal: la clase de los productores es libre, por lo que necesariamente la función coercitiva que garantiza la dominación de clase tiene que aparecer por fuera de la relación de producción y materializarse en la existencia de un aparato aparte. Son las condiciones materiales en las que vive la clase trabajadora, es decir, su falta de propiedad de medios de producción y de acceso a medios de vida, la que los obliga a vender su fuerza de trabajo al capital (no la dominación personal de la clase capitalista). Si bien al interior del proceso de producción el capital controla despóticamente a la fuerza de trabajo bajo su mando, cuando en su interior las condiciones de trabajo empujan hacia la insubordinación a la fuerza de trabajo, o cuando en su exterior las condiciones de compraventa de la fuerza de trabajo terminan llevando a la insubordinación, es la función coercitiva del estado la que garantiza su subordinación. Pero no sólo eso. El hecho de que la clase capitalista exista como un conjunto de capitales privados en competencia entre sí hace que las condiciones generales de la producción capitalista -entre las que se cuenta el derecho, la moneda, la infraestructura y las relaciones exteriores- no puedan ser garantizadas por ningún capital privado en particular, lo que engendra la necesidad de que surja una esfera institucional aparte del capital privado, no sometida a su lógica, cuyo interés particular es garantizar las condiciones generales para la acumulación de capital: el estado.

La separación entre economía y política, en tanto «determinaciones formales» de la relación capitalista, no existen, como dijimos antes, como un hecho dado de una vez y para siempre, sino que dependen de que el estado sea capaz de subordinar el trabajo al capital, y al mismo tiempo, de imponerle al conjunto de los capitales privados los intereses del capital en general. Esto quiere decir que la función de dominación, que sí es propia de todo estado en todo tipo de sociedad, bajo el capitalismo tiene que ser impuesta tanto a la clase trabajadora como a los capitales privados. Librados a la furia de los intereses privados en competencia, los capitales individuales que concurren al mercado son incapaces de garantizar sus propios intereses generales, y la misma lógica mercantil carente de cualquier límite legal y compulsivo termina por defecto desatando procesos de disolución y disgregación social. Algo de esto advierte difusamente el macrismo cuando se distancia de Milei diciendo “somos el cambio sin anarquía”[21]. El proyecto libertariano de una sociedad de mercado sin estado es una utopía reaccionaria, una forma desarrollada de inconsciencia social que desconoce la necesidad de la existencia del estado para la producción capitalista.

El resultado de esta necesidad es la aparición de conflictos permanentes entre política y economía, entre estado y mercado. Si el proceso de producción capitalista es exitoso, el trabajo se subordina al capital, y el estado es capaz garantizar los intereses del capital en general, es porque la economía crece, la producción y la valorización se expanden, el valor generado se distribuye entre las clases bajo la forma de diferentes ingresos, y el estado acumula recursos vía impuestos que le permiten desarrollar políticas desde sus distintas funciones. En estas condiciones economía y política aparecen ante la conciencia como esferas separadas, mercado y estado se median mutuamente sin mayores problemas y el conflicto entre esferas permanece latente. Pero cuando el proceso de producción capitalista se enlentece, aparecen el estancamiento y la crisis, la separación entre economía y política revela su carácter aparente: la recaudación cae junto con el nivel de actividad, el estado se vacía de recursos, las posibilidades para desarrollar sus funciones políticas se agotan y su dependencia del valor generado por el proceso de producción capitalista lo fuerzan estructuralmente a adecuar sus políticas a las necesidades de acumulación del capital.

En la posibilidad y la capacidad de reproducir la separación entre economía y política, y de atenuar los conflictos latentes entre capital y trabajo, mercado y estado, se juega el establecimiento de la dominación impersonal que impera en toda sociedad capitalista. Las mediaciones entre ambas esferas institucionales son la moneda y el derecho, y de acuerdo a la función que cumplan en la auto-mediación del capital en tanto «forma social total», los modos de garantizar la dominación impersonal del capital varían. Al respecto es útil caracterizar los modos de dominación imperantes durante el menemismo y durante el kirchnerismo, para comprender dos formas distintas de articular la relación entre economía y política, y así tener un punto de comparación desde el cual pensar las manifestaciones del conflicto entre estado y mercado que vemos hoy en nuestro país.

Tras la hiperfinflación de 1989, la forma que tuvo el estado de recomponer la dominación política fue abrir las compuertas de un proceso de extensión e intensificación de la competencia, cuyas medidas clave fueron la reforma del estado y la desregulación de la economía, por un lado, y la convertibilidad combinada con la reforma del banco central, que lo volvía independiente del poder ejecutivo, por otro. Esta estrategia no sólo implicó desatar una fuerte ofensiva del capital contra el trabajo, sino que al mismo tiempo implicó la imposición de un proceso de disciplinamiento de mercado sobre el conjunto de la clase trabajadora y de las fracciones más débiles del capital local. La apertura económica que significaron la desregulación y la reforma del estado, llevaron a la mercantilización de ámbitos sociales previamente estatizados en los que se introdujo el capital privado, y la descarga de la presión de la competencia internacional sobre la producción de la industria local. Esto a su vez se tradujo en la quiebra de las empresas menos competitivas, en el aumento de la desocupación, la reducción del valor de la fuerza de trabajo y aumento la explotación de la mano de obra ocupada. Por otro lado, la convertibilidad combinada con la reforma del banco central suponía la sustracción del dinero de la lucha de clases y la imposibilidad del estado de monetizar sus déficits amortiguando los conflictos, lo cual implicaba la imposición de la disciplina dineraria del peso convertible sobre el manejo de la política monetaria y cambiaria.

La intensificación de la competencia, la disciplina dineraria y la disciplina de mercado fueron los mecanismos de disciplinamiento con los que la ofensiva neoliberal pudo garantizar la dominación política tras la crisis de 1989. Esto significó un cambio en la forma de articular las relaciones entre economía y política que primaban en nuestro país desde mediados del siglo XX: la ley del valor a nivel mundial hizo sentir su presión sobre el espacio de valorización nacional, la economía avanzó sobre la política, y el mercado sobre el estado, reduciendo la actividad política estatal a la convalidación de las sanciones de facto que los flujos del capital dinerario y mercantil imponían sobre la sociedad. La forma ideológica que asumió este modo de dominación durante los noventa fue la ilusión de que el ejercicio del poder político se reducía a seguir la lógica económica del mercado, lo que ocultaba el carácter político del ejercicio del poder del estado que implementaba los mecanismos de disciplinamiento mercantil y dinerario y reducía la política a la administración de lo que dejaba el mercado.

La insurrección popular de 2001, al bloquear proceso de ajuste deflacionario al que inducía la convertibilidad y romper el mecanismo de disciplinamiento mercantil y dinerario, desarmó el marco político sobre el que descansaba el modo de dominación característico de la década del noventa. La crisis de la deuda se tradujo en un corte de los flujos de capital-dinero y en una crisis de la relación entre el estado y los organismos financieros. Por otro lado, si bien en el mercado de trabajo siguió operando la disciplina mercado, a través de la desocupación y la precarización, a medida que la desocupación se fue reduciendo también se fue atenuando el proceso de intensificación de la competencia y se redujo el grado de explotación de la mano de obra ocupada, mientras que en paralelo fueron recuperando centralidad las negociaciones colectivas, el manejo del salario mínimo desde el ministerio de trabajo y la intervención del gobierno, que aliado a los aparatos sindicales, fue intentando poner techo a las negociaciones paritarias. La devaluación, por su parte, producida tras la quiebra de la convertibilidad, revirtió de hecho la apertura económica y desconectó la formación interna de precios de las mercancías transables respecto del mercado mundial. El estado, gracias a los recursos que recaudaba por la vía de la devaluación, las retenciones y los aumentos de los precios de las materias primas en el mercado mundial, adoptó una política de intervención en el mercado cambiario para sostener un tipo de cambio competitivo, al tiempo que también empezaba a intervenir fuertemente en el proceso de formación de precios del sector energético y de servicios vía subsidios.

Es decir que, tras la crisis de 2001, el modo de dominación política se transforma: el estado acumula recursos, se autonomiza de la economía e inicia una práctica de intervención directa en distintos sectores económicos y arbitraje sobre conflictos puntuales entre clases y fracciones de clase, con el fin de incorporar derechos y demandas insatisfechas arrastradas por los grupos movilizados durante los noventa, politizando los conflictos y asumiendo él mismo un carácter político frente a los distintos sectores en cada intervención. La forma ideológica que asumió este modo de dominación es la ilusión de politización de la economía, que oculta la subordinación al mercado del ejercicio del poder político, el cual pasa a presentarse como si estuviera libre de restricciones económicas, pudiendo aparentemente regular la economía desde afuera en función de sus designios políticos[22]

Este modo de dominación política instaurado tras la crisis de 2001 encontró su primer freno en el 2008, en el conflicto con la burguesía agraria. Para entonces el superávit fiscal se agotaba y para hacer frente al pago de vencimientos de deuda el gobierno intentó imponer retenciones y desviar una porción de renta para pagar deuda, pero fracasó en su intento. En 2012 vendría una nueva reforma de la carta orgánica del banco central que revertiría la de los noventa, con el objetivo de permitirle a la institución financiar los déficits del tesoro con emisión monetaria en un porcentaje mayor. Luego, llegando a 2013 la balanza comercial argentina empezó a registrar déficits crecientes, por lo que los famosos superávits gemelos que sustentaban la estrategia de arbitraje del kirchnerismo habían desaparecido. En el 2014, la devaluación de Kicillof vendría a probar que ya no se contaban con recursos para continuar interviniendo en el mercado cambiario y a fines del año siguiente el gobierno perdería las elecciones.

El gobierno de Macri adoptó una estrategia gradualista al asumir su mandato, por el hecho de no contar con el capital político suficiente para iniciar un proceso de ajuste en toda la línea. La misma estaba sustentada en la apertura de un proceso de endeudamiento con capitales de corto plazo atraídos por altas tasas de interés interna, que debían financiar el ajuste gradual del gobierno y el atraso cambiario. El éxito dependía no sólo de que el gobierno sea capaz de imponer aquel ajuste, subordinando a la fuerza de trabajo a aceptar peores condiciones de vida, sino también de la capacidad de contener el proceso inflacionario antes de que la necesidad de ajuste del tipo de cambio al ritmo de aumento de precios internos presione hacia la salida de los fondos externos que financiaban toda la estrategia. Como el macrismo perdió esa carrera, es decir, como no pudo imponer ese ajuste, ni contener la inflación, ni disciplinar a la clase trabajadora, a mediados de 2018 se produjo una corrida cambiaria y una devaluación, que llevó al fracaso total de su gobierno y a la apertura de un escenario de crisis abierta. Desde entonces el país se encuentra en un espiral devaluatorio e inflacionario del que no encuentra salida. El gobierno de Alberto Fernández busca desplazar en el tiempo la presión hacia la adecuación del conjunto de la política económica a las necesidades de recomposición de las condiciones generales de la acumulación de capital, pero es incapaz de impedir que el accionar del mecanismo de ajuste automático del mercado lleve a un empeoramiento persistente de las condiciones de vida.

Fenómenos como la brecha cambiaria, la rebelión fiscal de fracciones del capital local, la constitución de empresas off-shore, son indicativos de la incapacidad del modo de dominación actual para subordinar a las distintas fracciones del capital a la estrategia basada en el arbitraje estatal con la que el kirchnerismo buscó recomponer las condiciones de dominación política luego del fracaso de la convertibilidad. Es en esta situación de crisis del modo de articulación de las relaciones entre economía y política alumbrado tras la crisis de 2001 que emerge el liberalismo, presionando por un nuevo avance de la economía sobre la política, en este caso, por una economización total de la política: dolarización y eliminación del banco central, si bien son propuestas impracticables, lo que evidencian es la voluntad de reducir a cero la capacidad del estado para intervenir en la economía, privándolo de todas sus herramientas monetarias, cambiarias y financieras. Las condiciones para la autonomización de la política respecto de la economía se agotaron, haciendo sentir sobre el conjunto del aparato estatal la presión estructural por adecuar su política a las necesidades de la acumulación capitalista. La política se vuelve cada vez más política-económica y las “soluciones” que adquieren mayor credibilidad son las que aparentan estar fundadas económicamente. Es por eso, probablemente, que se explique el hecho de que sea un economista excéntrico el que atrae todas las miradas, siendo invitado a conferencias empresarias[23], elogiado por magnates de la burguesía[24] y por cuadros del capital en argentina como Domingo Cavallo[25], quienes optan por ignorar su ridiculez y se concentran sólo en reivindicar el contenido económico de su liberalismo rabioso. 

 

el capitalismo como religión

Si es la crisis del modo de articular la relación entre economía y política vigente durante la post-convertibilidad la premisa que explica la necesidad social de la emergencia actual del fenómeno liberal, es la permanencia de la relación de fuerzas política que alumbró la el 2001 la que explica por qué la derrota del gobierno y su base social tiene que ser forzada políticamente, y porque se transforma en la “misión” de todo un conglomerado social, que va desde Cavallo y Rattazzi hasta los vecinos de las villas de Lugano y Soldati que votaron por Milei. “Existiendo las condiciones, la solución de las tareas se convierte en ‘deber’, la ‘voluntad’ se vuelve libre”[26], explica Gramsci. Basta escuchar a los liberales hablar sobre cómo, de seguirse sus planes, la Argentina se podría transformar en una potencia económica en el mediano plazo, para comprender el fuerte influjo ideológico que brota de esta situación de crisis. Es esa ideología la que más le cierra a todo un diverso bloque social con aspiraciones de ascenso y una confianza irreductible en las posibilidades de desarrollo capitalista del país, y la que los coloca a la vanguardia de lo que se viene gestando como una nueva ofensiva capitalista y un nuevo ensayo de gestión liberal de salida de la crisis argentina.

Antes había dicho que el liberalismo era una ideología en un sentido positivo y descriptivo, es decir, como filosofía de la que se deduce una moral, una norma de conducta correspondiente. Habría que agregar ahora que el liberalismo es también una ideología, pero en un sentido completamente negativo y crítico. El liberalismo hace lo que caracteriza a cualquier ideología en términos negativos: “pretende transformar en criterio universal una necesidad política inmediata”[27]. Esto se puede observar de forma patente en la militancia anti-inflacionaria de Milei y sus libertarianos: presentan una necesidad política inmediata, la reducción del déficit fiscal y la imposición de un criterio fiscalista estricto de manejo del gasto, como una verdad universal, la supuesta explicación de la inflación “en todo momento y lugar” como un desequilibrio causado por la emisión monetaria. Ellos se sienten en el deber moral de militar esta “verdad”, en la que creen ciegamente. Y no sólo eso, sino que además piensan que es una cuestión de “superioridad moral” el hecho de que un gobierno pueda tomar la decisión de dejar de gastar, lo que implica confundir la política, es decir, de la necesidad de administración del «interés general» desde el estado, con la moral, con las normas que rigen la conducta individual. Si tomamos en su conjunto estos criterios ideológicos que caracterizan al liberalismo (la creencia ciega en una verdad universal que en los hechos es una necesidad práctica, la deducción de sus normas de conducta desde una concepción general del mundo, y la confusión de la moral con la política), puede afirmarse que la ideología liberal cumple el mismo papel que cumple una religión.

Sin embargo, el contenido religioso del liberalismo no nace de los principios abstractos de la filosofía liberal, sino de la forma social de libertad característica de la modernidad capitalista, que la filosofía liberal no puede más que tomar acríticamente en su forma general y vacía de contenido histórico para terminar identificándola con la libertad humana en general. Pero lo que el liberalismo entiende como libertad humana en general no es más que la libertad económica bajo condiciones capitalistas, es decir, la libertad de comprar y vender mercancías. La libertad de los individuos en el mercado, para comprar y vender sin obstáculos, cuya conquista histórica representó un avance frente a los límites naturales y gremiales que restringían las posibilidades de desarrollo dentro del modo de producción anterior al capitalismo, se transforma en una nueva barrera materialmente infranqueable a la libertad general una vez que la producción y el intercambio de mercancías dejan de servir directamente a la satisfacción de las necesidades individuales para transformarse en un momento evanescente del ciclo del capital, de la valorización del valor. Militar por la ampliación de las libertades económicas, la extensión y la intensificación de la competencia, sobre la base de las condiciones de producción capitalistas, no implica más libertad para los individuos, que ya no son libres de elegir frente a la misma relación de compra-venta de la que depende su supervivencia, sino más libertad para el capital, más libertad para el accionar de las leyes coercitivas de la competencia al interior de la propia sociedad.

En este punto puede advertirse la potencial tragedia que se cierne sobre la nueva juventud liberal: de tener éxito político, en su mayoría, particularmente la mayoría más pobre, va a terminar siendo devorada por el proceso que ella misma pretende desatar. Queda todavía por verse si la historia le tiene reservado al liberalismo argentino del siglo XXI otro papel que el de ser el catalizador de una nueva ofensiva capitalista reaccionaria y autofagocitante.

[1]https://www.infobae.com/encuestas/2022/04/28/encuesta-quien-seria-el-candidato-mas-votado-si-las-elecciones-fueran-este-domingo/; https://www.clarin.com/politica/cristina-kirchner-javier-milei-nueva-encuesta-midio-cuanta-gente-votaria-7-referentes-clave_0_68gL3CAh9O.html 

[2]https://www.lanacion.com.ar/politica/las-razones-de-rodriguez-larreta-para-endurecer-su-discurso-sobre-los-piquetes-y-los-acampes-nid05042022/

[3]https://www.lanacion.com.ar/economia/horacio-rodriguez-larreta-el-proximo-gobierno-no-va-a-tener-100-dias-sino-100-horas-para-dar-senales-nid28042022/

[4] Para Melconian, dado el balance del banco central, hace falta “que venga Copperfield” para dolarizar la economía argentina, como se puede ver acá https://youtu.be/PxcDzyLJbdw?t=3238

[5] Una excepción tal vez sea la política implementada por Frondizi al asumir, que precipita una crisis inflacionaria sin comparación hasta ese momento, desata una fortísima redistribución regresiva del ingreso y abre el camino para su plan “desarrollista”.

[6] Para esta definición uso al Gramsci de los Cuadernos de la cárcel, ver Cuaderno 10, §. 31

[7] Véase la explicación de la concepción liberal de la libertad que desarrolla en el ensayo titulado Liberalismo, que aparece en los Nuevos estudios de filosofía, política, economía e historia de las ideas

[8] https://twitter.com/jmilei/status/1334493746046656513?lang=es

[9] Esto sólo puede entenderse a la luz de la crisis en la que entró la forma de articular la relación entre economía y política durante la post-convertibilidad

[10] https://www.youtube.com/watch?v=5OuMPC7Onqg&ab_channel=Emancipaci%C3%B3nRosario

[11]https://www.diariotiempo.com.ar/argentina/el-fenomeno-milei-lider-de-la-nueva-derecha-argentina-o-personaje-mediatico/

[12]https://www.laizquierdadiario.com/Los-usos-de-Milei-full-time-en-los-grandes-medios-para-derechizar-a-la-opinion-publica

[13]https://www.perfil.com/noticias/politica/milei-encontro-libertarios-en-cordoba-tuvo-miles-de-asistentes-en-una-clase-publica.phtml

[14]https://www.mdzol.com/politica/2022/4/23/javier-milei-revoluciono-mendoza-con-un-acto-multitudinario-de-cara-2023-238453.html

[15]https://politicahoy.com/opinion/por-que-el-resurgimiento-del-liberalismo-respuesta-a-gabriel-solano-20218617300

[16] Ver, por ejemplo, los argumentos esgrimidos en estas notas de Gabriel Solano (PO) https://www.infobae.com/opinion/2021/08/05/la-rebeldia-solo-puede-ser-de-izquierda/, https://prensaobrera.com/politicas/zurdo-compadre-la-concha-de-tu-madre/, y esta de Matias Maiello (PTS) https://www.laizquierdadiario.com/Y-si-la-rebeldia-es-de-izquierda

[17] Tomo la caracterización de la estrategia kirchnerista elaborada por Adrián Piva en el capítulo sobre la inflación de su libro Economía y política en la Argentina kirchnerista

[18] Con falsa ontologización me refiero a la atribución de formas de vida social históricamente determinadas a las relaciones sociales en general

[19] Para las ideas de este apartado me baso en el trabajo de Robert Kurz El fin de la política, disponible en http://grupokrisis2003.blogspot.com/2009/06/el-fin-de-la-politica_24.html y en los aportes del debate de la derivación del estado, disponible en http://www.elmaraltvater.net/articles/Altvater_Article44.pdf

[20] Tomo esta expresión de Anselm Jappe, quien la usa en el quinto capítulo de su trabajo Las aventuras de la mercancía

[21]https://www.lanacion.com.ar/politica/juntos-por-el-cambio-le-cierra-la-puerta-a-una-alianza-con-javier-milei-nid27042022/

[22] Este desarrollo lo tomamos del libro del anteriormente citado Alberto Bonnet La insurrección como restauración

[23]https://www.infobae.com/economia/2022/04/28/cumbre-del-circulo-rojo-en-bariloche-macri-larreta-milei-y-guzman-les-hablaran-al-grupo-charrua-y-otros-poderosos-empresarios/

[24] Cristiano Rattazzi ha dicho que Milei es “una persona con impecable visión económica”, como se puede ver en acá https://www.youtube.com/watch?v=mEngEY09lm8&ab_channel=LANACION

[25] https://www.lavoz.com.ar/politica/reaparecio-domingo-cavallo-y-lleno-de-elogios-a-javier-milei/

[26] Ver Cuaderno 7, §. 4

[27] Ver, de nuevo, Gramsci, Cuaderno 10, §. 1

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