En el día del periodista los convido a callarse la boca. A callarse y escuchar.
A cerrar el pico, el culo, el orto, el ojete, la jeta. A callarse por una vez en la vida y a escuchar.
A ser un cacho más sensibles, más atentos, más respetuosos, menos porongas, menos policía, menos seguridad privada, menos patova contratado para que no entren los que están afuera.
A abrir las orejas, el corazón, los micrófonos, las redacciones esas sin ventanas, ni salida de emergencia, doble vidrio fijo, acustizada; a apagar la música funcional y el aire acondicionado del estudio; a cagarse un poco más de frío, de hambre, de gases, de lluvia, de ganas de salir a matar a todos estos imbéciles que no paran de boquear.
Como si supieran, como si hubiesen estado, como si alguna vez les hubiera tocado.
A dejar de ser paredón de palabras, que obtura, aleja, detiene, fusila y remata; para ser un poco más puente, pasarela, que ayude a pasar para el otro lado.
Los convido a segundear, a despejar y quedarse al fondo, a mantenerse al margen de la foto, al costado, más que ser todo el tiempo el figurón principal.
En el día del periodista los convido a dejar de ser tan periodistas e intentar ser uno más.
A ser sólo una mano en la cámara, sosteniendo el micrófono, anónima, reemplazable, ignota. Una mano que te alcance la birra en el verano y te de fuego en invierno. Y después siga.
Una mano que alguna vez llame al mozo canuto y pague la cuenta sin chistar, ni juntar la moneda entre pobres, ni dividir en partes iguales aunque unos coman falda y otros pulpa especial.
A hacer que la profesión desaparezca y que sea de todos el privilegio, cada vez más exclusivo que ustedes detentan de contar: lo que pasa, lo que queremos, lo que soñamos, lo que proponemos, lo que va a pasar, quizás.
Que sea de todos el carnecito de prensa que consiguieron asegurando que son inofensivos, que está todo bien, que casi no van a preguntar.
No me peguen, soy periodista, no vengo con ellos, estoy trabajando, prensa oficial.
Fíjense en las calles y en las escuelas y en los almacenes del barrio, y los polirubros y en las vidrieras y las florerías del centro: ¿ven que, en el día del periodista, nadie festeja más que los propios periodista?
Es que a nadie le importan aunque reciban regalos salameros de quienes les soban el lomo a cambio de una nota, de una cobertura amable, de publicidad.
Cállense y escúchense, hoy sólo son editoriales evangelizadoras, vendedores de ideas con auspicio de ropa cara, o de gaseosa barata, modelos de cartón.
Los escuchamos porque no se callan nunca, pero cuando se vayan nadie los va extrañar.
Sepan que los periodistas que admiran los cargarían a tiros por panchos, y nadie se frenaría a ver qué pasa ni se tomaría el trabajo de irlos a enterrar.
Si no tienen nada que decir, háganse un favor y pongan música.
O sigan, hagan la suya, pero no se asombren cuando los mandemos a cagar.