Anarquía Coronada

La imagen de uno mismo

Guy Le Gaufey

La sapiencia antigua siempre vilipendió el amor propio, y el moralista francés La Rochefoucauld hizo de ello la piedra angular de su concepción del hombre: prácticamente en cada una de sus acciones, este hombre estaría determinado por el amor a sí mismo. Algo como el único valor seguro sobre esta tierra. Pero antes de pisarles los talones a los moralistas, sería mejor que pusiésemos cuidado en la manera en que estos sentimientos se dicen, y que nos aventurásemos un poquito en algunos puntos de la historia lexicográfica, pues ésta nos reserva algunas sorpresas. ¿De cuándo datan las primeras menciones de la palabra «narcisismo», por ejemplo? En francés, por lo menos, la cosa es bastante clara: esta palabra surgió como una invención del psicoanálisis. El famoso diccionario francés de fines del siglo XIX, el «Littré», lo ignora totalmente. Fue con las primeras traducciones de Freud al francés, especialmente las de Jankelevitch durante los años treinta, que la palabra «narcissisme» (así como la palabra «fantasme») hizo su entrada en la lengua francesa para traducir el curiosísimo «Narzismus» de Freud. ¿Por qué «curiosísimo»? Porque la construcción regular, en alemán así como en francés, en inglés o en castellano, debería de haberse hecho a partir del nombre propio de Narciso, y entonces decirse «Narzißismus». Y Freud la cortó, autoritariamente, por su propia iniciativa, diciéndole, por ejemplo a Jones, quien le preguntaba sobre el porqué de semejante decisión de escritura, que a él le parecía más «eufónico». ¿Qué hay de no eufónico en la palabra «Narzißismus»? Los franceses, los ingleses, los españoles aceptan perfectamente esta repetición silábica, sin intervenir en contra del funcionamiento regular de su lengua. Una posible respuesta ante esta iniciativa de Freud sería más divertida en francés que en castellano porque en la lengua de Víctor Hugo, la palabra «zizi», que desaparece con la decisión de Freud de dejar de lado la mitad, significa en claro «la pirinola, el pajarito, la pija, el pizarrín…».
Desafortunadamente, y a pesar de su carácter altamente sexual, esta interpretación no sirve mucho para entender lo que hizo Freud con su tejemaneje del Narzißismus. Lo cierto es que ganó la partida, y esto puede comprobarse sin dificultad, abriendo cualquier diccionario en lengua alemana y leyendo : Narzismus = narcissisme (francés), o narcisismo (castellano), o narcissism (inglés). No se encuentra hoy ninguna huella de algún Narzißismus en la lengua alemana, y esto se debe por entero sólo a Freud. Pero con esto no han acabado todavía nuestras sorpresas.
¿De cuándo data la palabra mucho más común de «egoísmo»? Parece que viene del francés, más precisamente de fines del siglo xvii (es decir de la época de La Rochefoucauld, quien murió en 1680). Según la Enciclopedia, monumento del saber del siglo xviii, la palabra francesa «égoisme» fue una invención de los que llamamos «les Messieurs de Port-Royal», los jansenistas, quienes se retiraron a la abadía de Port-Royal des Champs, contando entre ellos a pensadores tan famosos como Nicole y al que todos los de aquella época ya llamaban «le grand Arnauld». Estos señores decidieron dejar de hablar, en sus escritos, de sí mismos en primera persona. La Enciclopedia sigue diciendo: «Para marcar que rechazaban este empleo, lo pusieron en ridículo bajo el nombre de egoísmo, adoptado después en nuestra lengua…» Parece normal que el siglo del triunfo cartesiano de ego fuese también el de la invención y de la promoción del egoísmo, enfermedad propia de ese ego.
Por su lado, la palabra egotismo tuvo una historia un poquito más complicada. Aparentemente, un tal señor Addison escribió un artículo en un periódico inglés de 1714, diciendo que los «Messieurs de Port-Royal» empleaban la palabra «egotism» para desaprobar el uso de la primera persona en los escritos de un autor. Era estrictamente la misma historia que la de mi diccionario francés, pero con una especie de error en la transliteración al inglés: el égoisme francés se convirtió entonces en un egotism inglés. Pero lo más divertido es que esta palabra volvió a Francia un siglo después a través de la anglomanía galopante de Stendhal y también, a fines de ese mismo siglo xix, de los stendhalianos — empezando con el más famoso de todos: Maurice Barrés, quien fue el gran cantor del «égotisme» francés de fines de siglo, antes de convertirse en un gran cantor nacionalista y patriótico. Estos stendhalianos introdujeron de nuevo en la lengua francesa el «égotisme», ya no como una fatalidad de la naturaleza humana, ni tampoco como un asunto del estilo escrito, sino como una preocupación estética de su propia persona, reservada a los mejores. Finalmente, a los snobs de Londres les gustó muchísimo esta palabra, marca del «chic» parisino: la adoptaron de nuevo con este sentido altamente positivo, y se puede considerar que el más famoso de todos los egotistas fue Oscar Wilde, por lo menos en la primera parte de su vida, antes de que las puertas de la cárcel de Reading se cerrasen detrás de él.
Obviamente, la pasión por sí mismo no data de un siglo en particular. Podemos suponer, sin dificultad, que existía desde el inciertio origen de la especie humana: Narciso, entre otros, es un mito griego en el que lo esencial ya había sido dicho en pocas palabras. Lo increíble es que se necesitaron dos etapas distintas en nuestro siglo para encontrar de nuevo toda su verdad: me refiero a Freud y después a Lacan.
Freud, como lo he mencionado anteriormente, introdujo tanto la palabra Narzismus como el concepto que lleva el mismo nombre. Es importante entender bien qué fue lo que lo llevó a actuar así cuando, en 1914, habiendo terminado el análisis del hombre de los lobos, se dedicó a discutir enérgicamente las iniciativas teóricas de Jung, arreglándoselas también con sus propias dificultades en lo que se refería a su teoría de las pulsiones. Hasta entonces, había distinguido dos tipos de pulsiones: las sexuales, que apuntan hacía los diversos objetos de satisfacción sexual en su nuevo y amplio sentido, y las del yo, o pulsiones de auto-conservación, de suerte que el yo aparecía como algo ajeno a cualquier sexualidad. La concepción que Freud se hacía de la paranoia lo condujo, entre otras cosas, a poner patas arriba su concepción anterior de las pulsiones, y a introducir el yo como nada menos que el primer objeto de la sed sexual, nombrando esta situación inicial como narcisismo primario.
Ese punto [del narcisismo primario], Freud lo admite de inmediato, es menos fácil de captar por observación directa que de confirmar con un razonamiento recurrente a partir de otro punto.
Es decir que el narcisismo tiene un fundamento –el narcisismo primario– pero ésto no se encuentra nunca directamente como tal. Pues bien, hay que considerarlo como una afirmación altamente teórica, más requerida por la consistencia de la teoría que por un hecho procedente de la observación directa. Según un modo de pensar muy habitual en Freud, lo observable está planteado como una producción secundaria –como es el caso con el sueño manifiesto, la represión, la banda de los hermanos en Totem y tabu, el narcisismo. En cada uno está implicado, cada vez, un nivel anterior, luego concebido como «primero», pero que nunca se pueda observar como tal: el contenido latente del sueño, la represión primordial, el asesinato del padre, el narcisismo primario. Todos estos «primeros» son hipotéticos, y requieren de reconstrucciones a posteriori, de tal modo que, posteriormente, se pueden explicar las formaciones secundarias como viniendo cada una de su primario gracias a un trabajo psíquico con el que Freud piensa poder manejarse.
Pero ¿cuál es el objeto del narcisismo secundario según Freud? Ya no puede ser el yo en sí mismo, tan débil frente a las tareas diversas que le impone el aparato psíquico, sino que es esta pequeña parte extraída del yo que Freud ¿inventa? ¿descubre? por lo menos llama: el «ideal del yo» (en su texto Para introducir al narcisismo). No quiero comentar más este punto tan conocido por los freudianos de todas denominaciones, sino que tengo ganas de subrayar el movimiento formal que hace Freud en este texto crucial. Al considerar al yo como un todo, hace falta inscribir un punto fuera de esta totalidad, por lo menos para contestar a la siguiente pregunta: ¿de dónde viene este amor narcisista, y hacia dónde se dirige? Respuesta:
Es a este yo ideal que se dirige ahora el amor a sí mismo del cual gozaba el yo efectivo [das wirkliche Ich] durante la infancia
Aquí se encuentra la diferencia mínima entre la fuente y la meta del amor narcisista según Freud, sin insistir más sobre la complejidad que implica pensar un narcisismo primario. La fuente puede ser imprecisa en su forma, en sus límites; importa esencialmente su energía, su capacidad para dar rienda suelta a cantidades que van entonces a investir otra cosa. Por el contrario, es menester que una meta sea limitada, que tenga un perímetro, y que aparezca como algo finito.
Si quisiera yo expresar concretamente la complejidad a la que llegó Freud con su Narzismus, podría resumirla con la pequeña historia siguiente: ya que no puedo amarme en calidad de yo, tan débil e insatisfecho como me siento ante de las necesidades de la vida (Not des Lebens), voy a hacerlo por otra vía, de otra manera, si es que, como lo planteó muy claramente Freud con su concepto general de narcisismo, amarme forma parte de mi naturaleza, al punto de que no tenga yo ninguna libertad de no amarme, cualquiera que sea la forma de este amor. Luego, voy a amar a este otro yo mismo que ya no es yo, que sólo es yo relleno, colmado de esas cualidades que, lo sé de sobra, me faltan. ¡Tan simple como el huevo de Cristóbal Colón! Pero con una consecuencia inmediata, e inmediatamente terrible: el otro en sí mismo huye, se aleja, resulta intocable, conduciéndome hacia un perfecto e infernal suplicio de Tántalo. Entre más me acerque a algún otro, más lo amaré, y más este otro se me escapará. Siempre estaré ante, si no de yo, al menos de una proyección de yo siguiendo lo contrario de yo, o lo complementario de yo, o ambos (a estas alturas, una contradicción ya no significa mucho para mí). La introducción del narcisismo construye así, de un solo golpe, una cárcel de cristal en la cual el otro en sí mismo desempeña, en el mejor de los casos, el papel de azogue gracias al cual me miro tan bien en este tipo de cristal que se llama espejo. Un espejo mágico que, deformándome ventajosamente, me devuelve la buena imagen de mi mismo, como el de la madrastra de Blanca Nieves, hasta el punto en que las cosas cambian totalmente y que me deprimo ante esta perfección tan cercana y tan ajena. Ciclo maníaco-depresivo del pobrecito yo y de su majestad imperial e imperiosa, la del ideal del yo.
Lacan contaba — no me acuerdo cuándo, ni a quién, ni cómo — que había encontrado ahí uno de los puntos más enigmáticos que lo decidieron a analizarse con alguien, al acabar su tesis. Como si fuera un escándalo tan sorprendente que necesitara averiguar más detenidamente. El Yo, aun bajo la forma del ideal del yo, ¿sería la cosa más centellante, más refulgente de todas? Este encerrar en la cárcel de cristal, digno de un gran asceta, ¿sería sólo un encerar para brillar, como un perfecto imbécil? ¡Qué maldición! Y sin embargo tenemos que reconocer que las cosas empeoraron aún más cuando Lacan, casi al final de su propio análisis, presentó en el congreso de la IPA en Marienbad, en 1936, el primer esbozo de lo que iba a nombrarse «el estadio del espejo».
Esta invención suya se encuentra en la encrucijada de numerosos caminos. En primer lugar, se debe tomar en cuenta el trabajo del psicólogo francés Henri Wallon, quien acababa de publicar, al inicio de los años treinta, un estudio muy preciso de las diferentes etapas a través de las cuales el niño descubre, poco a poco, la importancia de su imagen corporal, y consigue identificarse con ésta. Pero en sus textos nunca se encuentra la expresión de «estadio del espejo», como tampoco una idea tal. Para él, no existe claramente un momento clave que merecería ser apuntado con semejante precisión terminológica. Hay sólo integraciones multiples y complicadas entre los sistemas interoceptivo, exteroceptivo y propioceptivo. Sin embargo se debe subrayar aquí que para Wallon la identificación con su imagen corporal era lo que marcaba la entrada del niño en el mundo de la «representación». La imagen del cuerpo propio era algo así como la primera representación conocida como tal, que introduce al niño en el mundo del simbólico y de la significación.
Por un costado completamente distinto — y a pesar de que no puedo saber si Lacan leyó este trabajo atentamente o no — me parece importante un texto altamente filosófico, y aun metafísico, del filósofo alemán Edmund Husserl: las Meditaciones cartesianas . Éste dictó en 1929, en La Sorbonne, algunas conferencias en alemán que fueron publicadas en su traducción francesa en 1932, bajo este título de Méditations cartésiennes. No intentaré ahora resumirlas de cualquier manera; puedo únicamente precisar, lo que a mi juicio es bastante importante, que Husserl se arriesga a recorrer de nuevo el camino prestigiosísimo de las Meditaciones de Descartes –establecer el yo en su certeza de existir a partir de su solo pensamiento–, pero ya sin asegurar el reencuentro con el mundo gracias a un Dios llamado el «Dios no-engañador». Husserl ya no se permite recurrir a un Dios cualquiera, y, consecuentemente, tiene que buscar otra salida para la ruptura inicial entre yo y el mundo –ruptura instalada por las dos etapas de la duda, la primera en lo que se refiere a las sensaciones, y la segunda, la hiperbólica en lo que se refiere al entendimiento. Esta salida, Husserl la encuentra, o, mejor dicho, la construye al establecer nada menos que la existencia del prójimo. Es un camino bastante difícil, dado que este prójimo no puede encontrarse como tal en la esfera trascendental del yo, en la cual no hay ningún otro yo, digamos: por definición. Pero Husserl, al final de este ejercicio filosófico y retórico apasionante, llega a la conclusión de que si bien no se puede, de ninguna manera, tocar directa e inmediatamente a este prójimo, sí resulta posible sin embargo concebir un acceso indirecto y mediato hacia él, planteándolo como «otro yo» a pesar de que se requiere un largo rodeo para establecerlo con cierto rigor trascendental. Era una manera muy moderna de conservar la problemática fundamental del sujeto cartesiano, de ego, sin detenerse más en la necesidad de ubicar a un Dios calquiera para fundarse en él.
No se sabe bien, aun ahora, con estricta exatitud histórica, lo que incitó o simplemente permitió a Lacan dar con la idea central de su así llamado «estadio», sino que se puede describir como una encrucijada entre lo que venía de Wallon –la importancia de la imagen del cuerpo y de su reconocimiento por el niño como perteneciéndole– y lo que venía de Freud: la invención del narcisismo, término que no se encuentra para nada en Wallon, y todo esto en un universo de discurso en el cual ya no había ninguna necesidad de un Dios para sostener, rigurosamente, el concepto de sujeto como si fuera Descartes.
Esto implicaba nada menos que una concepción del yo distinta de la de Freud. Hay que señalar aquí que, a pesar de su naturaleza tanto neurónica como psicológica, el yo freudiano es algo bastante similar al sujeto clásico, que se confundió, después de Descartes, con la conciencia. Su clara aparición data del texto llamado el «Proyecto», que Freud escribió en 1895, como una larga carta a su amigo de entonces, Wilhelm Fliess. En este texto, en el capitulo 14, el Yo está «introducido» como una red de neuronas permanentemente investidas, a la que se le atribuye el papel, para decirlo en pocas palabras, de diferenciar lo que viene de la percepción y lo que viene de la memoria, de tal manera que encuentre el objeto que anteriormente había traído satisfacción. Este yo es un agente activo, y cuando Freud estableció su segunda tópica, le dió primero al yo el territorio de la conciencia así como también una pequeña parte del preconciente. Todo estaría bien con semejante yo, si éste no fuese también el sujeto de la representación clásica, para el que cada representación vale en calidad de representación, es decir: una representación totalmente conciente. De tal manera que Freud, al fundar su yo, tomaba la concepción más clásica del sujeto que funcionaba de acuerdo con la representación conciente, para rellenarlo con su invención de un inconciente poblado con representaciones del mismo nombre. Mezcla que desdice y que generó tantas dificultades para los freudianos, menos atentos que el mismo Freud a la contradicción que irrumpe ruidosamente con la expresión de «representación inconciente».
¿Que podría ser semejante «representación inconciente»? Una representación conciente, para empezar por esto, es una marca cualquiera, una huella impresa por algo ajeno a la huella propiamente dicha. Esta diferencia entre la huella y lo que la imprimió no se puede considerar sin poner en juego un «alguien» a quien sean dados, al mismo tiempo, estas dos cosas: la huella y, digamos, su sello, de tal manera que se pueda concebir entre ambos, la relación que los define recíprocamente. Nunca una huella vale por sí misma, sino que vale para designar, para alguien, otra cosa más allá de ella misma, a la que está representando de ese modo. Según la excelente definición de signo que Lacan retomó del filósofo estadounidense Charles Sanders Peirce, un signo es algo que representa algo para alguien. Sobre la naturaleza de este «alguien», Peirce mismo era abiertamente ambiguo. En una carta que le escribió a Lady Welby, le decía:
Hablé de «alguien» como para dar de comer a Cancerbero, porque me desespero por hacer entender mi propia concepción, la cual es más larga.
Se entiende que, para él, este «alguien» no es necesariamente una persona humana, podría ser también otro signo. Pero independientemente de lo que esté hecho este «alguien», es imprescindible como término tercero en el pensamiento clásico del funcionamiento del signo; mientras que la «representación inconsciente» de Freud tiene que ser, muy por el contrario, un signo que representaría algo para… nadie. El inconsciente es definido por Freud como pensamientos sin pensador alguno. Ahora bien, sin la ayuda de este «alguien», se derrumba la posibilidad de pensar cualquier representación que sea, pese a que ésta resulta ser indispensable en el orden freudiano, acoplado con el adjetivo «inconsciente».
Por el contrario, cuando Lacan dió –a fines del año 1962– su definición del sujeto como representado por un significante para otro significante –definición tan extraña para orejas no preparadas para escucharla– podía hacerlo porque su definición de partida del yo había sido totalmente diferente de la de Freud: si el «yo» era, nada más, el resultado de la identificación del niño ante un espejo con su propia imagen especular, si por este hecho, la unidad que era una de las propiedades más importantes del yo freudiano, resultaba ahora la de esta imagen, entonces la vía quedaba libre para alguna nueva definición de un sujeto que ya no tuviera que confundirse con un «yo» à la Freud. Para decirlo con pocas palabras: el sujeto tal como lo concebía entonces Lacan ya no era el encargado de ser una fuente de unidad; esta fuente de unidad dependería, a partir de entonces, del trabajo del yo, por estar fundado en una imagen especular, una por definición.
Esta diferencia entre el Yo y el sujeto en Lacan traía una distinción crucial en lo que se mantenía en una perfecta ambigüedad en el «Ich» freudiano. En éste se encontraba, al mismo tiempo, el sujeto gramatical propiamente dicho –Ich–, y también, cuando se le agregaba un artículo neutro — das Ich — una entidad psicológica que, como cualquier entidad nombrada por un sustantivo, parece poseer naturalmente, por sí misma, estabilidad y capacidad de perdurar sin demasiada alteración durante largo tiempo. Al contrario, un sujeto es algo mucho más fugaz, que está más o menos ligado en nuestra mente a un acto vía la conjugación.
Se debe notar aquí la fuerte ayuda que Lacan encontró, sin buscarlo, de ninguna manera, en la lengua francesa, la que propone sin rodeos a sus usuarios una diferencia máxima entre «moi» y «je», cuando el castellano no logró hacer de la palabra «mí» una traducción posible del «Ich» freudiano. Aquí, el castellano se acerca mucho al alemán, mientras que el inglés, contrariamente a todos los demás idiomas, resultó ser totalmente incapaz de aceptar la terminología freudiana. Se sabe que Strachey tuvo que inventar una trilogía latina con algo de tufo a medicina culta y a latinajo: el ego, el superego y el id. Verdad es que el «superI» o el «superme» no tenían ninguna oportunidad de hacer una carrera en el mundo anglosajón. Pero hay aquí una real dificultad en el pasaje de las lenguas, y se pierde algo de la naturaleza de esta distinción lacaniana, muy fuerte (una casi oposición), entre el «je» y el «moi» cada vez que pasamos al castellano o, peor aun, al inglés. El lingüista francés Emile Benveniste había notado, en un artículo famosísimo, que las categorías fundamentales de Aristóteles tenían algo que ver con las categorías de la gramática griega; se podría decir lo mismo con esas articulaciones nodales del saber psicoanalítico.
Lo importante, para que podamos volver a lo de la imagen de uno mismo con un saber un poco diferente del de los moralistas de siempre, es asegurarnos de lo que permitió a Lacan no confundir su estadio del espejo con la triste historia de Narciso –en la que, no debemos de olvidar, se encuentran dos muertes: la ninfa Eco y el joven Aminias, que murieron ambos de amor por él, claras prefiguraciones de su propia muerte. Por suerte para nosotros, esta diferencia entre la invención de Lacan y la estricta historia de Narciso se puede ejemplificar con el pequeño detalle sobre el que Lacan insistió sólo al fin último de su trabajo respecto a lo que se llama en su enseñanza el «esquema óptico»: me refiero al giro del niño.
Cuando fue publicado (en 1962) su artículo intitulado «Remarque sur le rapportde Daniel Lagache», en el que daba su escritura de lo que acabó por llamar (humorísticamente, a la manera de Einstein y de su relatividad) «el estadio del espejo generalizado», Lacan introdujo el pequeño añadido siguiente: después de reconocerse en su imagen especular, el niño, muy frecuentemente, dirige los ojos hacia el adulto que lo está cargando y, en este giro de su cabeza y de su mirada, encuentra furtivamente la mirada de este adulto. Esto podría pasar por un detalle muy pequeño, tan rápido como inesencial, pero me parece importante subrayar aquí que durante 25 años (después de 1936, fecha de Marienbad y de la primera presentación del estadio), a pesar de las muy frecuentes veces en que Lacan habló (o escribió) de su estadio del espejo, nunca, absolutamente nunca, dijo una palabra refiriéndose a ello. Aparentemente, en aquel año de 1962, el tiempo le había llegado de darle toda su amplitud a este ademán del niño, y podemos saber un poco por qué, por lo menos en la medida en que todo su esfuerzo, hecho entre 1953 y 1962 bajo la denominación de «esquema óptico», tendía a hacer funcionar el estadio del espejo de su juventud con las tres dimensiones –imaginario, simbólico y real– que formaron los pilares de su enseñanza a partir de 1953.
Si la imagen especular daba forma y existencia al Yo, concebido pues como una instancia imaginaria, la cuestión de saber desde dónde se ve esta imagen no podía, en efecto, no plantearse. Mientras que sólo tenemos la imagen en el espejo y, digamos, lo que está en frente de este mismo espejo, mirándose así con curiosidad y aun alguna perplejidad, no se entiende bien por qué y cómo se interrumpiría lo que el mito griego describe como la pasión mortífera de Narciso por su imagen. Conjugar el narcisismo de Freud y lo que se impone, viniendo de la imagen especular, como forma específica de cada individuo de esta especie, esto acarreaba la necesidad de ubicar un tercero, algo fuera de la pura confrontación narcisista.
Este último no podía ser más que el nuevo sujeto, concebido como el puro lazo, el puro vínculo que corre a lo largo de la cadena significante, determinado por un significante y sólo para otro significante. Aquí está la dificultad: semejante sujeto no tiene ninguna interioridad, ningún ser íntimo a partir del cual se podría plantear y definir reflexivamente, como algo que tendría que pertenecer a sí mismo. Esta falta de interioridad y reflexividad que proponía Lacan respecto al sujeto era precisamente lo que iba en contra de las maneras clásicas y comunes de pensar en un sujeto, aunque fuese obviamente una vía para concebir un sujeto fuera de la noción de conciencia, es decir fuera de la noción de reflexividad. Al contrario, nos es más natural pensar en nosotros mismos con la noción de profundidad, de una tierra siempre más secreta y peculiar, siempre capaz de desdoblarse, de desplegarse, indefinidamente. Desafortunadamente para el psicoanálisis la idea de inconciente que acabó por pasar a la cultura de hoy va exactamente en este mismo sentido: cada loco con su tema, pero cada uno con su inconciente. En el fondo de cada ser humano, un poquitito más abajo de su alma (que pertenece a Dios), se encontraría un sin fin de trastiendas y casas de campo, en las que se encontraría la sombra de un sujeto siempre más retirada, y luego más alargada y estirada: impresionante. El destino común del inconsciente freudiano es el de convertirse, paranoicamente, en un trasconciente que siempre haría aparecer otro homúnculo, tras el hombrecillo, al interior del hombre. Basándonos en el modelo del farwest, podemos decir que a nuestra época le encanta el farconscious, y de esta manera se sigue confundiendo una conciencia ajena con el inconsciente freudiano. Pero esto sobrepasa nuestro tema.
El sujeto lacaniano es, por su parte, definitivamente un efecto de superficie, sin conciencia ni profundidad alguna, puro efecto desencadenado por la regla fundamental tal como la propuso Freud y la mantuvo igualmente Lacan: decir sin reticiencia lo que ocurre en la mente durante el tiempo de la sesión. Pero: ¿qué relación existe entre este sujeto totalmente superficial y el giro del niño?
Aquí surge una de las hipótesis más fuertes de Lacan. Nadie sabe con exactitud lo que el niño busca en tal movimiento, de tal manera que se necesitan, en este lugar, conjeturas y suposiciones. La de Lacan viene a hacer de esto la búsqueda de un asentimiento que viene del otro que está cargando al susodicho «niño». Después de que éste se haya reconocido en la imagen especular, después de que la identificación crucial y, en el fondo, misteriosa, lo hubiera hecho considerar como suya esta imagen, Lacan supone que este «niño» busca, en la mirada del otro, un asentimiento.
¿Qué es un asentimiento? Esta no es una palabra cualquiera en la boca de Lacan en la medida en que, en aquel momento, y en otras ocasiones también, mencionó explícitamente el libro del cardenal Paul Henry Newman que se intitula en inglés: An Essay in aid of a Grammar of Assent. A pesar de que este libro fue escrito en referencia a la problemática de la fe, se encuentra en él una noción del asentimiento como la manera más fuerte de «decir que sí». Una manera tal que no se podría negar, porque no se podría fragmentar. El asentimiento es uno e indivisible, dice Newman; razón por la cual nunca se expresa mejor que por los ojos, o por un movimiento de los párpados y de la cabeza, digamos un signo mínimo en el que queda claro que lo esencial está in petto.
Lo importante aquí es la no fragmentación de lo que Lacan nombrará con la letra «I», primera de la expresión «Ideal del yo». La unidad de la imagen en el espejo no se puede concebir con un solo criterio de la unidad, hay que agregarle de inmediato otra unidad, una unidad de otro tipo. De la misma manera que en Freud, cuando éste introdujo su Yo como la primera totalidad apuntada por la sexualidad, se vio obligado a introducir también su «Ideal del yo», una unidad más restringida, pero, según sus propios términos, sin conflictos, es decir: indivisible.
Aquí está el punto que más me importa: me refiero a estos dos tipos de unidades necesarios para pensar la imagen de uno mismo, estas dos unidades que Lacan llamó, a diez años de distancia, el «unario» y el «uniano». Es interesante subrayar también que, hace más de un milenio, a fines de la gran crisis iconoclasta, en la ciudad de Byzance y al inicio del siglo IX, cuando el patriarca Nicéforo escribió un texto de guerra contra los emperadores iconoclastas, su Discours contre les iconoclastes, él también, ante la tarea de describir propiamente el funcionamiento de un icono (es decir: de una imagen que no era una representación, ya que, en aquella época, ni siquiera se encontraba la noción misma de representación), el distinguía entre la circunscripción y la inscripción.
La circunscripción requiere, para cualquier imagen, de un perímetro, sea en el espacio, sea en el tiempo, sea en el entendimiento. Una cosa que no tiene perímetro no podía, según el, ser puesta en imagen. Pero había una segunda necesidad para él, que se entiende bien con este pequeño detalle que Nicéforo toma para darse a entender: obviamente hay una circunscripción del ciclo anual, pero no se puede concebir ninguna inscripción de este ciclo, y tampoco se puede enfocar hacer un icono de ello, porque «no cae bajo la mirada». Entonces, habrá inscripción de algo que tiene circunscripción sí y sólo sí se puede tener presente un punto de mirada. La circunscripción, en sí misma, no basta para que haya inscripción, para que haya icono.
¡Vaya el montón de dificultades para llegar a algo tan simple! Para que se pueda hablar de la imagen de cualquier cosa, se debe tomar en cuenta un perímetro cualquiera de esta cosa y un punto de mirada fuera de él. No necesitamos un Einstein para entenderlo. Pero lo instructivo, en la perspectiva de Lacan, va a ser que él va a poner el punto de mirada claramente fuera de lo que está en frente al espejo, fuera de lo que se reconoce en la imagen especular y que, ahora, llamo, por pura facilidad, el «niño». Esto es nuestro último esfuerzo para entender bien uno de los cambios en la imagen de uno mismo en este siglo.
La dificultad viene principalmente de la facilidad con la que adoptamos el hecho del reconocimiento del niño en su imagen especular. ¡Menos mal que se reconozca en su imagen ya que es la suya!. En la postura nefasta del observador que tomamos, sin siquiera notarlo, comparamos, sin ningún esfuerzo, la cara del niño de un lado y la imagen del otro lado, concluyendo tranquilmente: ¡es lo mismo!. Pero esta comparación es exactamente lo que el niño no puede hacer, en cualquier momento que sea. El debe alcanzar su identificación concluyente sin nunca poder comparar su cara con la imagen de su rostro. Entonces, para entender bien lo del espejo, según Lacan, tenemos que ubicarnos en la misma postura que la del niño y prohibirnos, rehusarnos a hacer cualquier comparación entre lo que aparece en el espacio virtual del espejo y lo que aparece en el espacio de tres dimensiones, para ocupar mejor y con determinación sólo el sitio del niño. Debemos entender, para decirlo de otra manera, ya sin la ayuda de este pesado niño, lo que pasa cuando estamos en un museo en frente de este tipo de cuadros que, a veces, se intitulan: «retrato de un desconocido».
En este cara a cara, en este frente a frente no se puede saber quién mira a quién. Si tengo la sensación que estoy mirando la imagen en el espejo –como cada mañana cuando me rasuro–, puedo saber a quién miro. Pero ¿cómo asegurarme de ello? Porque si, al contrario, tengo la sensación que es la imagen la que está mirándome, toda la inquietante, la angustiosa literatura del doble me abre sus puertas. La cuestión entonces ya no es tanto la de la semejanza. Dada esta semejanza, a partir de la identificación (y no lo contrario), el inevitable vaivén de la mirada crea un circuito aparentemente sin salida: yo miro lo que, mirándome, me invita a mirarlo, aún más, para descubrir al fin quién mira a quién. La tragedia de Narciso, una vez más, es como la de algunas miradas amorosas que también, a veces, se intensifican, aspirando a un goce de un tipo un poco especial, sin ninguna palabra, ni ningún movimiento. Aún los diferentes rasgos de la cara de enfrente entonces se desvanecen, y no queda nada sino la unidad sin partición, la unidad infraccionable de una mirada de la cual no se puede uno apartar.
Salvo que… se aparta. El giro del niño es el prototipo de este movimiento por el cual la pasión narcisista se interrumpe momentáneamente, ubicando, localizando la fuente de la mirada a través de un intercambio de miradas. El que miraba a su imagen, que evidentemente lo miraba en reciprocidad, de repente, al voltear, se hace objeto de otra mirada; se hace ver como el que estaba mirando esta imagen consideraba como la suya. En el cruce geométrico de estas dos trayectos –el de la mirada con su imagen, y el de la mirada con el otro– ahí está lo que nunca este «niño» verá: su cara en directo, quedando obligado a confiar en dos cosas bastante diferentes y ajenas: su identificación con una imagen, y este asentimiento que viene de otro reducido, para el efecto, a una mirada furtiva. Identificación imaginaria, e identificación simbólica.
De un lado, encontramos una imagen, que tiene superficie y perímetro, es decir una unidad fraccionable, un conjunto móvil de rasgos diferentes, y del otro lado la unidad infraccionable de un asentimiento fugaz y decisivo, que desaparece en cuanto acaba de efectuarse, tan rápido como la pincelada de un pintor japonés o el rasgo de un mandarín chino trazando una letra.
Última precisión: un asentimiento no es una cuestión de amor. El asentimiento es seguramente un «decir que sí», pero se requiere que no se sepa bien a qué se dice que sí. Una vez más encontramos la problemática clásica de Dios. En Newman, obviamente, el asentimiento estaba en el corazón del misterio de la fe. La fe está hecha para los que no saben. Cuando Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, pregunta si el Cristo tenía las virtudes teologales, su respuesta es perfectamente clara respecto a la fe: el Cristo no tenía fe, porque él no la necesitaba dado que él conocía al Padre. Los seres humanos, por el contrario, requieren de la fe porque ellos no pueden saber –lo que se llama saber– ni a qué ni a quién dicen sí en su acto de fe. La fe dispone la meta que el amor investirá, más o menos, bien o mal. La fe y el amor, mientras estén dirigidos a Dios, no se confunden, de la misma manera que, en las cosas humanas, un grado más abajo, tampoco se confunden la confianza y el amor que, muy a menudo y desafortunadamente, no obran en concierto.
Y entonces, para bien o para mal, amamos a nuestra imagen, cambiante e yerta, emocionante y plácida, insegura y expresiva, fastidiosa y generosa, compañera cotidiana frente a la que no existe la menor perspectiva de divorcio, absoluta fatalidad ésta que no logramos olvidar, ni perder de vista, ejercitándonos sólo y sin tregua para difractarla en las mil caras de nuestros amores: un hombre, un rincón solitario, una mujer, una casa de campo o de sueño, un hijo perdido, un proyecto de trabajo, un perro, una lengua extranjera, no sé qué más. Lo que no amamos, en cambio, sin siquiera odiarlo, porque no conseguimos hacerlo, es solamente este pequeño vínculo con la dimensión del simbólico que ejemplifiqué, siguiendo a Lacan en este asunto: el giro del niño. En este movimiento fugaz, el trazo de un asentimiento –que todos siempre quieren ahogar en lo del amor– se da como la mancha ciega a partir de la cual una mirada cualquiera puede desplegarse. No más allá, sino aparte de lo bueno y de lo malo, aparte pues del amor y de sus vicisitudes, aquí está el sujeto que, a la inversa del yo, es suspendido por entero al orden simbólico en la exacta medida en que es extranjero a su imagen.
De tal manera que, agravando aún más el dominio del amor propio tal que lo habían concebido los moralistas, Freud y después Lacan lograron poner de manifiesto este lazo con el orden simbólico que está tanto a la raíz del síntoma como al exterior de este todo entre los todos que llamamos en adelante –ya sin tomar en cuenta la decisión «eufónica» de Freud: el narcisismo.

Máquinas Rusas

Un manifiesto filosófico sobre “Meyerhold. Freakshow del infortunio del teatro”, de Silvio Lang
Manuel Moyano

Estas líneas fuerzan, antes que un análisis o una crítica, un manifiesto de fidelidad para una pieza maestra del teatro argentino: “Meyerhold. Freakshow del infortunio del teatro”, escrita y dirigida por Silvio Lang.

Tracemos la constelación en que esta pieza se mueve, pero tracémosla como si estuviéramos dentro de ella y  no a millares de años luz. Para ello diremos: es sabido que la preocupación artística fundamental de la modernidad ha sido y continúa siendo reflexionar sobre el estatuto del arte desde dentro de la obra de arte misma. En este sentido, nuestra primera escala en este manifiesto es señalar la modernidad lacerante de “Meyerhold”, en tanto se nos presenta como una obra teatral que re-flexiona sobre el teatro. Pero, ¿cómo lo hace? En un doble gesto: como manifiesto político-artístico y como declaración de guerra. Sin embargo, este gesto anfibio por el cual se gesta una idea honda sobre la situación del teatro, y del teatro porteño en particular, no entra por donde debiera entrar, digamos, por el proceso mental-intelectivo. Es un proceso de intelección que entra por el cuerpo, es una “excitación reflexiva”, como se repite una y otra vez en la obra, una obra que precisamente ex-cita al cuerpo. El teatro de Lang tiene una marca indeleble, el contagio. Parecida a “la peste” de Antonin Artaud, engendrada en el “desencadenamiento de las pasiones” que quiso Georges Bataille, este contagio se esparce por todo el espacio escénico envolviendo al espectáculo desde dentro, como en una enfermedad venérea que no deja de sortear cualquier sistema de anti-cuerpos, como una stasis(“guerra civil”) intestina a cualquier sociedad. Se trata de un lenguaje escénico que inserta la idea a través de la piel, en una suerte de contacto escandaloso y la hace surgir en cada víscera del cuerpo del performer, del bailarín, del músico, del actor, del espectador. La segunda escala está, en este sentido, en señalar cómo “Meyerhold…” desactiva el dispositivo metafísico occidental que divide lo inteligible de lo sensible, la res cogitans de la res extensa sobre cuya división habló René Descartes. En ello, su modernidad lacerante se vuelve tosca y marginal, subterránea respecto de la primacía intelectual del sujeto moderno. Pero hay más. Y este plus viene de la mano del mismo Vsévolod Meyerhold, el director ruso que redefinió la construcción escénica de la mano del constructivismo ruso. Su noción más conocida, la “biomecánica” es el punto de anclaje a partir de la cual Lang puede estructurar el contagio de pasiones que se propone: la máquina. Esto es lo central para pensar: ¿cómo se logra hacer del material sensible que es el cuerpo en escena un sistema de acero y de fuertes engranajes sin perder un ápice de sensibilidad y a su vez construir ahí mismo una reflexión de alto vuelo ontológico? ¿Cómo es que una máquina piensa y padece en un mismo gesto? En la tradición filosófica, hay un concepto de la metafísica aristotélica sobre cuya disputa se han diagramado buena parte de los siglos siguientes: potencia. Potencia que no sólo significa poder hacer algo sino también y en la misma medida padecer algo. Por lo tanto, es una capacidad, una “facultad”, que señala la posibilidad de la acción como de la afección. El averroísmo aristotélico alojó allí al pensamiento, quitando a esta facultad cualquier dominio humano. Pues bien, esta potencia pensante es una condición ontológica, esto es, está inscripta en el corazón de todos los entes (naturales o artificiales) y sin embargo no les pertenece a ninguno en particular. Es ese hilo ontológico el que la máquina “Meyerhold…” tensa en su idea sensible. Es la construcción de una potencia común, de una potencia que no se afinca en ningún ente concreto sino en sus múltiples contactos. La potencia es acá el contagio apasionado de los engranajes de la máquina. Allí se crea la idea, el pensamiento. Pero esta máquina no se solidifica jamás. Se vuelve una fiesta circense, un baile carnavalesco, un ritual profano. Funciona llenándose de deseo, desando. Y ese deseo es precisamente su potencia: su contagio apasionado. Con esto, Lang desmiente la oposición entre la supuesta “naturaleza” de las pasiones y su “construcción artificial”. Las pasiones siempre son artificiales, prótesis sexuadas que se construyen y producen en la máquina y que a su vez producen la máquina. El sujeto es un efecto de la máquina y aquí va una tercera escala, ya que hay en esta pieza una subjetividad teatral que juntando el gasto improductivo batailleano y la biomecánica formalista rusa le declara la guerra a la gestión privada del sujeto neoliberal contemporáneo. Y en esto se abre la cuestión fundamental de “Meyerhold…” Demos un pequeño rodeo para situar esta cuestión. Louis Althusser definió a la filosofía como una guerra de sistemas de ideas “que dispone las tesis como si fueran plazas-fuertes” y a los filósofos como los combatientes que buscan ocupar las posiciones del enemigo donde se “da vuelta a los cañones dirigiéndolos contra el ocupante.” La admiración de Althusser por Spinoza provenía precisamente de este hecho, ya que éste dedicó su entero sistema filosófico a ocupar la posición de Dios siendo desde siempre un ateo. Bien, de Lang y su equipo podemos decir lo mismo. Han ocupado el teatro, primer gran templo de la tradición ontoteológica de Occidente, para redirigir sus cañones contra el adversario y abrir algo así como un “comunismo escénicamente pagano”. Paganismo que lleva las marcas de la antigüedad tardía como del Rinascimento italiano, de las sociedades de masas y de las modas trans. Enarbolando las banderas rusas y la metafísica del “nuevo hombre”, las pasiones de “Meyerhold…” abren un sistema que multiplica los dioses del teatro y los parodia, los reescribe, los ex-cita en una fiesta que deviene una guerra incivilizada de pasiones, o una civilización de pasiones. Por lo tanto, esta máquina es ante todo un arma de asedio y de asalto al templo teatral. Pero también un asalto a la tradición política de izquierda y a sus dioses, transfigurándolos, trasvistiéndolos. Como dijimos, un comunismo pagano que montado en los hombros de Meyerhold reflexiona y ex-cita lo contemporáneo en un grito de guerra que quiere y desea y ama, por último, “el teatro del futuro”. No éste.

Todxs a Plaza de Mayo

para que el pueblo mande

Varios colectivos, entre ellos el Movimiento La Dignidad, largan esta convocatoria a ocupar la Plaza de Mayo dos días después de la asunción del nuevo gobierno, para que todas aquellas micropolíticas –de Buenos Aires, pero también del interior del país– puedan expresar con toda claridad lo que no vamos a aceptar, lo que sí o sí constituyen las prioridades de los pueblos. Veremos si la iniciativa crece. Pero hay que admitir que todos aquellos que nos las pasamos diciendo que hay que romper desde la calle la derechización del ciclo político tenemos en esta convocatoria una primera oportunidad de organizarnos.

La militancia es un trabajo más

Diego Valeriano


La militancia es un trabajo más, casi como cualquier otro, hipervalorizado por quien lo ejerce, demasiado denostado por el resto. El pejotismo y La Cámpora no existen, es verdad que juntos (por omisión o acción) perdieron la provincia, pero no existen en términos vitales. No dieron nada en este último tramo de la campaña, no tenían nada para dar. La izquierda oficial con mucho financiamiento y minutos en los medios llamo a votar en blanco, me hicieron acordar bastante a mí cuando me colaba en los cumpleaños de 15. Los militantes no se van a replantear nada, pero imagino que aquel que genuinamente es de izquierda los abandono para nunca más volver. Cambiemos en una banda de cuadros de derecha sin líder, ni liderazgos. Muy oportunos para ser oposición, pero me cuesta verlos en la ingrata tarea de ser gobierno. También están los militantes silvestres, eso que van de Monsanto a los talleres clandestinos, esos gustan de ser imprescindibles.

Este ballotaje fue la primavera de los comunes, después de la vuelta de la política, después de la resignificacion de la militancia, la elección termino pasando por otro lado. Los comunes de ambos bandos pasaron por arriba a la militancia.

Una vieja que putea contra la corrupción en la verdulería, un flaco con un cartelito bancando el procrear, un pibe que no sabe lo que es el 2001 y en verdad no le importa, una multitud tomando a Scioli y transformándolo en algo que él jamás imagino. Wasap, posteos, rupturas familiares, puteadas, discusiones en la cola del super, cartelitos, cantar la marcha peronista en el bautismo de tu sobrina. La primavera de los comunes es la novedad de este noviembre y es el dato desde hoy en adelante. Tan de los comunes es esta elección que se define entre dos muy comunes.

Macri ni se imagina el quilombo que le van a armar. El problema no es el PJ bonaerense o los planta permanente que le dejo Cristina, el verdadero problema son los comunes que en este último tiempo construyeron una identidad más allá del bolsillo.  

Il Paese Banale

di Lobo Suelto!
(Traducción y agradecimiento a Maura Brighentti



É cosí banale la scena che inizia a dispiegarsi da non acettare nemmeno di tollerare il maledetto fatto compiuto. Da vergogna tanta stupidità, nostra e degli altri. Non si tratta di attribuire colpe, ma di trovare i modi di combatterla. La stupidità non è un fenomeno personale, ma un fenomeno delle società di mercato, che coinvolge tutti. È questa l’impotenza che sentiamo oggi. Stupidità neoliberale. Che dimostra, tra le altre cose, che questi anni non hanno potuto superare il neoliberalismo, ma lo hanno alimentato, forse in un modo eterodosso. E per questo che non è più sufficiente mirare ai modi di vita, come se lì in basso ci fosse una verità inacessibile dai piani alti. E neppure alla militanza. No. Già non ci sono astuti. Dire che il sistema politico nel suo insieme si è blindato in una svolta impudica e monolitica a destra è un’ovvietà. È sufficiente guardare le facce dei candidati per convincersi. Soprattutto quella del presidente ora eletto. È questo che ci lasciano gli ultimi dodici o quindici anni? Già non ne possiamo più di analisi intelligenti che non spostano niente! Quando diciamo “destra” siamo costretti a precisare: un tipo di insensibilità che affida le questioni dei legami sociali a nozioni come “impresa”, “fede” o “polizia”. Sta qui oggi il paese. Anche se sicuramente non tutto. Però come facciamo perchè questo Non-Tutto esista? In prinicpio, pensiamo, trovando i modi di resistere. Anche se immediatamente ci tocca chiarire che quando diciamo “resistenza” non ci riferiamo alla mitologia con cui sognano di tanto in tanto le militanze kirchneriste. Siamo saturi di questo pseudo-eroismo retorico inbevuto di impotenza. Ci riferiamo piuttosto alle resistenze concrete nel quadro generale della convalida estrema dei più pericolosi (più volgari) impulsi collettivi. Questa destra ultra-banale (e per questo ultra-pericolosa) è in grado, almeno, di concepire la idea di una tregua (nozione que rasenta l’essenza della politica in quanto prolunga con altri mezzi una guerra –nella misura in cui é definita da relazioni di dominio)? In altre parole: occorrerebbe tornare a tracciare una linea di demarcazione. Il 2001 è morto: viva il 2001! (che, come sappiamo, non è mail esistito). Non parliamo di futuro: siamo privi di aspettative, non crediamo in promesse. Parliamo di dignità, solo questo. E dignità è non lasciarsi andare. Ed è oggi o non è. Nessuna delle cosidette “micropolitiche” si salverà da questo disastro politico, se si fa finta di non intendere la necessità urgente di tracciare con grande chiarezza questa demarcazione, questa resistenza.

O País Banal

Lobo Suelto!

(Traducción y fraternal agradecimiento: Bruno Cava)

De tão banal a cena que começa a desdobrar-se já não se admite sequer a tolerância do fato maldito. Dá vergonha tanta estupidez própria e alheia. Não é questão de eximir culpas, mas encontrar modos de combatê-las. A estupidez não é fenômeno pessoal, mas a todos alcança como fenômeno das sociedades de mercado. A impotência que hoje sentimos é isso. Estupidez neoliberal. Que demonstra, entre outras coisas, que nesses anos em vez de superar o neoliberalismo eles o alimentaram, ainda que de um modo heterodoxo. E por isso o olhar não já não alcança mais os modos de vida, como se embaixo houvesse uma verdade inacessível para as alturas. Nem a militância. Não. Já não há astutos, se acabaram os malandros. Dizer que o sistema político em seu conjunto se blindou numa virada impudica e monolítica à direita é uma obviedade. Basta ver as caras dos principais candidatos para convencer-se disso. Sobretudo o agora presidente eleito. É isto o que nos deixam esses últimos 12, 15 anos? Estamos podres de análises inteligentes que não movem nada! Quando dizemos «direita» nos vemos obrigados a ser precisos: um tipo de insensibilidade que confia as questões de laço social a noções como «empresa», «fé» ou «polícia». Nisso está a Argentina hoje. Certamente nem tudo. Mas como fazemos para que este «nem tudo» continue existindo? Antes de qualquer coisa, nos ocorre agora: encontrando modos de resistir. Ainda de imediato devemos aclarar que, quando dizemos «resistência», não nos referimos à mitologia com o que sonham de tanto em tanto as militâncias governistas. Estamos saturados desse pseudo-heroísmo retórico tramado da impotência. Referimo-nos sim às resistências concretas no quadro geral de uma convalidação extrema dos mais perigosos (os mais vulgares) impulsos coletivos. É capaz esta direita ultrabanal (e por isso mesmo ultraperigosa) de conceber a ideia de uma trégua, noção que roça a essência da política enquanto prolongamento por outros meios de uma guerra — na medida em que está definida por relações de dominação? Noutras palavras, há que voltar-se a traçar uma linha de demarcação. O 2001 morreu, viva 2001! que, como sabemos, nunca aconteceu. Não falemos de futuro, as expectativas nos faltam, nas promessas não cremos. Falemos de dignidade e somente disso. E a dignidade é não deixar-se e é hoje ou não é. Nenhuma das chamadas «micropolíticas» nos deixará a salvo deste descalabro político se não entendermos a necessidade urgente de traçar com toda a clareza essa demarcação, essa resistência.

El país banal

Lobo Suelto!

De tan banal, la escena que comienza a desplegarse ya no acepta siquiera tolerar al hecho maldito. Da vergüenza tanta estupidez, propia y ajena. No es cuestión de echar culpas, sino de encontrar los modos de combatirla. La estupidez no es un fenómeno personal, sino un fenómeno de las sociedades de mercado, que a todos alcanza. La impotencia que hoy sentimos es eso. Estupidez neoliberal. Lo cual demuestra, entre otras cosas, que estos años no lograron superar al neoliberalismo sino que los alimentaron, tal vez de un modo heterodoxo. Y por eso no alcanza ya con mirar a los modos de vida, como si abajo hubiera una verdad inaccesible desde las alturas. Ni a la militancia. No. Ya no hay astutos, se acabaron los piolas. Decir que el sistema político en su conjunto se blindó en un giro impúdico y monolítico a la derecha es una obviedad. Alcanza con verles las caras a los principales candidatos para convencerse. Sobre todo al ahora presidente electo. ¿Esto es lo que nos dejan estos los últimos 12 años, 15 años? ¡Estamos podridos de análisis inteligentes que no mueven nada! Cuando decimos “derecha” nos vemos obligados a precisar: un tipo de insensibilización que confía las cuestiones del lazo social a nociones como «empresa», «fe» o «policía». En eso está hoy el país. Aunque seguramente no todo. Pero ¿cómo hacemos para que este No-Todo exista? En principio, se nos ocurre ahora, encontrando los modos de resistir. Aunque de inmediato debemos aclarar que cuando decimos “resistencia” no nos referimos a la mitología con la que sueñan de tanto en tanto las militancias oficialistas Estamos saturados de ese pseudo-heroísmo retórico tejido de impotencia. Nos referimos más bien a las resistencias concretas dentro del cuadro general de una convalidación extrema de los más peligrosos (los más vulgares) impulsos colectivos. ¿Es capaz esta derecha ultra-banal (y por eso mismo ultra-peligrosa) siquiera de concebir la idea de una tregua, noción que roza la esencia de la política en tanto que prolonga por otros medios una guerra -en la medida en que está definida por relaciones de dominación? En otras palabras: habrá que volver a trazar una línea de demarcación. El 2001 ha muerto: ¡viva 2001! (que, como sabemos, nunca existió). No hablemos de futuro: carecemos de expectativas, no creemos en promesas. Hablemos de dignidad, solo eso. Y la dignidad es no dejarse. Y es hoy o no es. Ninguna de las llamadas “micropolíticas” quedará a salvo de este descalabro político si se desentiende de la necesidad urgente de trazar con toda claridad esta demarcación, esta resistencia.  

No fue magia

Martín Rodríguez y Tomas Borovinsky


No fue magia: las elecciones de 2013 dieron las pistas de cómo serían las del 2015, fueron el borrador de esta elección, pero al oficialismo le faltó “análisis político” (y cuando te falta análisis te sobra voluntarismo). A las manifestaciones de 2012 se les dijo de todo: que eran las clases altas, que armen un partido y ganen. Eran demandas insatisfechas desorganizadas que luego se organizaron y ganaron las elecciones. Pero costó tres citas electorales consagrar esta nueva mayoría. Nadie empezó el 2015 como lo terminó. Hubo que cambiar discursos, esconder economistas, ocultar intenciones, mandar a los intensos ideológicos al sótano de los penitentes. Las dos fuerzas en disputa negaron tres veces un recetario de ajuste puro y duro. Eso que podríamos llamar sociedad se mostró selectiva en octubre cortando y cruzando votos. Intendentes, gobernadores, presidente: la “gente” armó su propia boleta. Dijimos: se subestimó a la sociedad y se sobreestimó al Estado.

II.

No fue magia. El FPV tuvo que sensibilizarse frente a un cuadro más espeso que el de las crispaciones de la política televisada (Intratables, PPT, 678): apareció la sociedad. ¿Qué es esto? Se quebraron las frases fundidas de la docta populista y silvestre (“en la PBA no se corta boleta, la clase media vota contra sí misma”). ¿Qué pasó en la provincia de Buenos Aires? ¿Por qué ese acto de fe de repetir que en la PBA no se cortaba boleta? ¿Querían decir que los pobres no cortan boleta, que no “eligen”, que son animales del voto? Aníbal Fernández encarnó estos años el personaje de una clase de políticos creyentes de un “cuanto peor mejor” de Palacio, un estilo provocador previsible basado en su repentismo, eterno jugador de local siempre, cuyo territorio excluyente es la comunicación. “Tenemos menos pobres que Alemania”, dijo quien se proponía gobernar el conurbano. Aníbal Fernández fue el peronista favorito de los kirchneristas no peronistas (junto a Guillermo Moreno), cuya derrota se la anotan a Jorge Lanata (con el cuento de la Morsa) porque para el análisis semiótico vetusto nada puede dejar de pasar por la televisión. Aníbal fue el peor candidato de una provincia mal gobernada. El kirchnerismo creyó en la mitología del peronismo imbatible, se confió a su “política narrada” con cita en los logros del modelo, y se peleó con una realidad efectiva: el Mínimo no Imponible, el dólar, la inflación, a cuyos ojos sólo reflejarían la angurria desagradecida de las viejas clases medias (un capítulo más en la eterna lucha de clases medias). Y entonces, por debajo, irrumpió lo social, desencadenado en un balbuceo y una ristra de votos que dan cuenta del temor a realidades como la atomización del Estado en bandas de recaudación y transgresión, la sofisticación del delito como poder territorial, el aumento del costo de vida, el deterioro de las prestaciones públicas, la ausencia de estadísticas sociales como erosión de la voz estatal, el transporte, las cloacas, la corrupción.

III.

No fue magia: el cristinismo (etapa inferior del kirchnerismo) llevó el peronismo a una derrota porque sólo se concibió contra él.  El cristinismo fue una hipótesis de conflicto interno, la tercera presidencia carnívora, el corolario de un deseo que tuvo Néstor por un rato (romper el PJ), pero llevado a cabo por un elenco guionado por la presidenta que resultó autodestructivo. Macri leyó el 2013. Si el gobierno se aferró a una clave (somos primera minoría y hegemonizamos porque la oposición está fragmentada), el macrismo se recostó en las reglas de juego de un modo paciente: en vez de precipitar una alianza con Massa, dejó “en manos de la sociedad” la decisión (le ganó a Massa en octubre). La sociedad aguantó la polarización hasta que el sistema político se lo impuso con el balotaje. Había una sola profecía sciolista: ganar en primera vuelta. Esta era una elección para el mejor segundo.

IV.

No fue magia: digamos que entre 2011 y 2015 el FPV hizo todo mal. Y en la campaña hizo todo peor: una presidenta que no nombra en discursos electorales a su candidato, un ministro de economía que trata de “forro” al político al que le tienen que extraer los votos, un votante desgarrado que azuza el existencialismo electoral, un jefe de gabinete desbocado que busca culpables ajenos por su paliza, un “actor militante” que acusa de judíos que votan nazis a los pobres a los que les quiere pedir el voto, un ¿filósofo? de profecías sexistas contra la gobernadora electa de la provincia de Buenos Aires, una militante que en medio de Florencio Varela les grita “¡que fueron pobres!” a los ciudadanos que cree ascendidos. Todo eso menor, pero amplificado hasta el hartazgo. Scioli se abrazó a las anclas que les dio CFK con la intención de flotar (La Cámpora + Zannini) y además como dijo en su momento el teórico político Martín Plot: “Scioli no se dio cuenta que le ganó a CFK al ser el único candidato sin interna”. Le ganó a CFK –al costo, una vez más, de aceptar un armado ajeno– e inició un proceso de “cristinización” que de algún modo traicionaba los viejos modales que lo caracterizaron. Así, el FPV fue un hospital de día de sangrados por la herida narcisista. “¡Votanos hijo de puta!” fue su conclusión despechada. Extraña concepción del otro la de la patria es el otro. La pulsión del consumidor de poder en esa furia anti votante: todos los derechos y ninguna obligación a la hora de producirlo.

V.

No fue magia: Cambiemos forjó la tormenta perfecta. Una campaña invertida a la del FPV, y un armado propio y creíble sin eludir alianzas (UCR, Carrió, etc.). De Macri se dijo (dijimos) que no podía liderar y que necesitaba del peronismo y que el radicalismo desaparecería después de hundirse con esta alianza supuestamente disolvente. Y al final no necesitó al PJ y le dio nueva vida a la UCR (no hacía falta entregarle la PBA a Massa y podía ganar con una fórmula “porteña”). Macri se quedó con la ciudad, la provincia y la nación. Toda la macrocefalia argentina junta. Hace días, Alejandro Fantino entrevistó a Cristian Ritondo (el peronista a cielo abierto del planeta amarillo) y le señaló que se encaminaban a controlar los tres bancos públicos más importantes del país (Nación, Provincia, Ciudad, le dijo Fantino). Ritondo con esa voz “como un Duna a gas” (tal como la registró Lucio Ferreira) le respondió: “y el Central”. El 2015 nos enfrenta a una ironía pedagógica de la historia: un proyecto “liberal” con mayoría propia desaloja al “populismo”, es decir, a quienes tienen supuestamente la patente del uso de la palabra pueblo. El pueblo votó alternancia por una diferencia pequeña pero letal. Con un solo voto de diferencia sos presidente y nunca pero nunca en democracia (ese fue el error del maldito 54%) te dan un cheque en blanco. Somos un país de gauchos jacobinos con el facón bajo el poncho (y pura espuma).

V.

No fue magia pero el pueblo eligió alternancia y al peronismo le toca renovarse para sobrevivir. La poca diferencia entre Macri y Scioli deja un peronismo con dos, tres, muchos referentes: Massa, Urtubey, De la Sota, Randazzo, Moyano, ¿Scioli?, y Cristina. El sciolismo muere por tres puntos antes de nacer. La alternancia fuerza la renovación. El partido de Estado que invocó como único sujeto a la juventud cumplió su etapa. En su hoja de ruta y de ilusión debe aspirar a recuperar mayoría electoral. Las disputas por el centro (el merodeo “atrapa-todo”) de la política se combinan con la construcción de bases más sólidas: ¿puede recuperar el peronismo su base de trabajadores y capas medias ascendidas, un discurso laborista moderno? ¿El voto del PRO no está formado también por trabajadores hartos del MNI y clases medias o cómo lograron la “mitad más uno”? El proceso electoral mostró un último FPV de pobres y progres, de destinos atados al devenir estatal. A Macri le toca inventar relatos de Estado hermanados con la realidad y gobernar una sociedad de olla a presión. En este marco el escenario político queda en cierto sentido más equilibrado. Un parlamento repartido que obliga a sentarse a negociar: la oposición al kirchnerismo concentrada en el poder y el peronismo disperso arrojado a la oposición. Kirchnerismo y macrismo: las dos identidades nacidas durante esta larga década, los hijos de la crisis de 2001, se suceden. Se miraron durante una década en espejo. Se regaron. Los dos conmovieron juventudes de las capas medias y tallaron doce años de política vivida. Reconstruyeron el sistema político con liderazgo, más allá o más acá del “sistema de partidos”. Treparon a la cima del Estado uno después que el otro. Uno condujo el último proyecto del siglo XX que es el kirchnerismo. El otro conduce el primer partido del siglo XXI que es el PRO. Entraron por la ventana a las tradiciones partidarias. El kirchnerismo fue el eje de las discusiones de la sociedad durante doce años. Se va. Se está yendo. Habló Scioli y reconoció la derrota, habló Macri y se adjudicó el triunfo. Dos discursos más normales que la realidad. No fue magia: fue la política.

La verdad desnuda

Alejandro Horowicz

El huracán amarillo, con epicentro en la capital, se extendió por todo el país. La batalla que el fragmento dinámico de la militancia librara contra Cambiemos no alcanzó. La manifiesta debilidad de la conducción bonaerense del Frente para la Victoria resultó decisiva. Si se añade el boicot de la liga de intendentes, a la mala voluntad de las autoridades nacionales, el resultado sorprende menos. Una elección aburrida cobró repentino interés, al punto que el 78 por ciento del padrón concurrió a las urnas. Esta vez encuestas y encuestadores se arrimaron razoblemente al resultado oficial. La fuerza que no pudo retener ninguno de los grandes centros urbanos, que fue derrotada en la estratégica provincia de Buenos Aires, terminó sufriendo una paliza nacional.

Es la tercera vez, desde 1983, que un candidato presidencial justicialista resulta derrotado en elecciones sin fraude ni proscripción. Raúl Alfonsín inauguró el ciclo conquistando la estratégica provincia de Buenos Aires, junto a la Capital federal. Fernando de la Rúa, encabezando una coalisión que tenía una pata peronista, repitió identica hazaña electoral en 1999. Y la dupla Mauricio Macri-Gabriela Michetti está batiendo a Daniel Scioli y Carlos Zannini. Ambos venían de ganar las PASO, y obtener una tenue diferencia a su favor, algo menos de 3 puntos porcentuales, en la primera vuelta. El balotaje estiró la distancia a más de 8 puntos; con más del 30% de los votos escrutados Macri obtuvo el 54,16% contra el 45, 84 de Scioli. Con ese caudal contabilizado la tendencia se vuelve irreversible.

No cabe duda que el ciclo iniciado hace 12 años concluyó. No sólo porque Cristina Fernández le colocará la banda presidencial a Macri, sino porque el mapa político cambió drasticamente. Los defensores de la «previsibilidad» y la «república», que desean evitar los incordios de los enfrentamientos políticos, arrasaron. El modelo inaugurado en el puerto terminó plebiscitado a nivel nacional. La victoria se libró primero como batalla cultural. Y los ciudadanos fueron reemplazados por los vecinos, el pueblo por la gente. En una reunión de consorcio se discute sobre la humedad en la medianera, la temperatura del agua caliente o las tareas del encargado. Los vecinos tienen una agenda homologable. Las decisiones de alta política, que Macri eludió todo el tiempo, no integran el menú. Algo queda claro: a la compacta mayoría no le interesan, por eso el presidente electo puede variar definiciones sin mayores conflictos. Puede estar a favor o en contra de YPF, a favor o en contra de una linea aerea de bandera, del matrimonio igualitario o de cualquier otra cosa. Da exactamente igual.

En un mundo que gira hacia las posturas más conservadoras la victoria amarilla tiene sentido. Los instrumentos “tradicionales” para enfrentar la crisis volveran a gozar del consabido prestigio. Los gurúes del desastre ahora profetizarán lo mejor. El Fondo Monetario Internacional, el endeudamiento externo, y la reducción del gasto público, recuperaran la perdida credibilidad. Los futuros lastimados todavía disfrutan de las mieles de la victoria. En tres semanas el nuevo presidente asumirá, y entonces de la cascada de globos amarillos descenderan políticas concretas, y veremos entonces como sigue la fiesta.

Una mirada menos capturada por la coyuntura

En Psicología de masas del fascismo, Wilhem Reich sostiene que el marxismo explica razonablemente los motivos de una guerra inter imperialista, lo que no explica adecuadamente son los motivos por los que los trabajadores se hacen matar alegremente en semejante guerra. ¿Por que la asumen como propia? La idea de fuerzas sociales desnudas chocando por intereses materiales obvios construye un reduccionismo político inaceptable. Un modelo explicativo donde el comportamiento de hombres y mujeres, ni siquiera en situación de crisis política terminal, coincide con un cierto «deber ser» y supone una explicación endeble; una explicación semejante termina siendo una mala explicación, aportando una inadecuada lectura conceptual.

Los enfrentamientos políticos son transcripciones de conflictos sociales, diferencias que se saldan en el territorio del discurso; por tanto, la idea de traducir lisa y llanamente los intereses en pugna a votos, por ejemplo, no estaría funcionando. En ese territorio «que se dice», como se dice, y a quien se interpela tiene inusitada relevancia. En una sociedad determinada, capitalista por cierto, el interés de las clases dominantes pesa; desde una lógica mecánica todos los partidos que no cuestionan ese orden social resultan «iguales». Todos aceptan esa dominación social. No cabe duda que eso es cierto; pero si todo lo que puedo decir sobre un orden político es que representa los intereses del bloque de clases domiantes, y las dominadas no tienen un partido propio, y por tanto son «engañadas», mi lectura terminará siendo siempre la misma. Los partidos del orden enfrentan a los partidos que lo ponen en tela de juicio, y dirimen entre continuidad y ruptura histórica. En tal caso la propaganda socialista, de una vez y para siempre, sería de una letanía insufrible. Una pregunta desagradable no puede evitarse: ¿Alguna vez en la historia nacional se produjo un enfrentamiento de ese rango? ¿Como contar entonces esa historia en términos de lucha de clases? ¿O las clases no luchan en la Argentina? Ese es el primer debate.

Cuando el choque se da en la lucha de calles, como el Cordobazo de mayo del 69, las delimitaciones sociales asumen formas mas nítidas. Un paro general activo, impulsado por las dos centrales de trabajadores existentes, choca con la policía y la desborda. Tal cosa sucede porque la movilización conquista inesperados aliados no obreros. En primer lugar, los estudiantes universitarios se suman a la movilización, cosa que no sucedía desde las luchas por la Reforma Universitaria en 1918. Y en segundo término, cuando los manifestantes huyen por las calles del barrio Las Rosas, sus habitantes les abren las puertas de sus casas para impedir que la policia los detenga. Esa inesperada ayuda, los habitantes de Las Rosas integran las clases dominantes, no solo salvó muchos manifestantes; ademas, hizo saber a la policia que la «gente decente» al igual que la otra los enfrentaba al unisono. Recién entonces la policia «siente» que no le alcanza, son demasiados y los defienden hombres y mujeres con los que ellos habitualmente no tienen conflicto alguno. Por tanto, retroceden.

Ni siquiera en este caso la movilización obrera vence por puramente obrera; lo hace en tanto es capaz de arrastrar otros segmentos que tambien intervienen en el conflicto desde intereses diferenciales. Claro admiten nuestros izquierdistas, pero la clase que orienta con su lucha a las demás son los trabajadores. Y por tanto, ese bloque puede y debe ser respaldado. Ahora bien, que pasa cuando esa experiencia es retomada por fuerzas políticas no socialistas. ¿Deja de valer? ¿La importancia del Cordobazo? Poner en crisis el orden político inagurado por la Revolución Libertadora. Un orden que proscribía a las mayorías obreras y a su jefe político. ¿Puede una corriente de izquierda desentenderse de la batalla democrática, al punto de no incluir los derechos de los proscriptos como parte de los propios? ¿Acaso el programa socialista es otra cosa que la defensa consecuente de los derechos democráticos? Ese es el segundo debate.
Otro escenario, problemas de conceptualización

No entender que la victoria de Mauricio Macri en el bosque de los signos legitima la política de ajuste instantáneo, cuando el PRO hace saber con todas las letras que ajustará, supone no diferenciar entre actos de fuerza y consenso político. Nuestros críticos sostienen: vaya la novedad, acaso Danniel Scioli no ajustará. Dice otra cosa. Solo miente, o en todo caso hará un ajuste más gradual, pero de todos modos lo hará porque el capitalismo no puede hacer otra cosa. Conviene repasar esta cadena de inexactas afirmaciones.

Los que votaron a Scioli no legitiman el ajuste. Hacerlo supone chocar con la mayoría, con la propia base social, legitimando de movida la resistencia. Una cosa es una mayoría que acepta ajustar, otra la que lo rechaza. El ajuste que propicia Macri supone una devaluación de hasta el 60%, con un impacto sobre los precios del 100 por ciento. Reducir el salario a la mitad en horas. Una catástrofe electoralmente legitimada. En este punto estamos. 

Elecciones en Argentina. Algunas reflexiones urgentes

 Miguel Mazzeo


Son las 21 horas del domingo 22 de noviembre de 2015 y la televisión argentina registra los festejos de la coalición derechista “Cambiemos”. La tendencia ya es irreversible, Mauricio Macri es el presidente electo. La estética de shoping center que nos eriza la piel, la anti-fiesta estandarizada y guionada que nos abruma, la sustancia desagradable que fluye desde lo inauténtico y lo desarraigado y que se manifiesta en el ritual un poco rígido y bastante hueco, no oculta el aspecto verdaderamente inquietante del acontecimiento.
Una parte importante de la sociedad argentina acaba de escribir una página infame de nuestra historia. Sujetos aislados, despolitizados, privatizados, entretenidos, asustados y alejados de lo público y lo colectivo; seres satisfechos, prejuiciosos e impiadosos, altamente influenciados por discursividades punitivas y ganados por la lógica del espectáculo y por una filosofía práctica confeccionada con pequeños fastidios cotidianos y con grandes alienaciones, conducidos por una élite de tecnócratas, liberales y fascistas en disponibilidad, han demostrado que las mayorías electoralizadas y molecularizadas pueden ser innobles.
Es la primera vez en la historia argentina que una fuerza política que se presenta y se asume como “de derecha” gana una elección nacional. Antes, los sectores más retrógrados de la política argentina llegaban al gobierno por los medios tradicionales: golpes militares, fraudes, proscripciones. O eran, sencillamente, derechistas encubiertos y empíricos. Vale decir que, por lo general, eludían esa definición político-ideológica. Preferían llamarse conservadores, liberales, demócratas, organizadores o reorganizadores del Estado y la Nación, occidentales, racionales, técnicos, hombres de orden, o de centro, etc. Ahora la derecha argentina puede seducir a una parte importante de la sociedad, mejor: puede venderse y puede ser comprada. No es casualidad que su numen haya sido un especialista en marketing. En el sentido común de amplios sectores de la sociedad argentina la derecha ha dejado de remitir a una condición vil y sórdida. Más grave aún, para millones ha dejado de remitir a alguna condición.
El gobierno saliente contribuyó de mil modos a este proceso de despolitización de las clases dominadas y a la politización de las clases dominantes. Contribuyó al avance del capitalismo en todos los planos, pero fundamentalmente en el plano de las superestructuras. Poco hizo para contrarrestar las pasiones egoístas y otros fundamentos ideológicos del neoliberalismo. La izquierda, la de los partidos y la otra, tampoco logró construir una alternativa viable en la última década. El desenlace es lógico.
El gobierno saliente coartó las posibilidades de todos los espacios de politización autónoma (no liberal) y deliberación colectiva. Jamás apostó a la construcción de instancias de construcción identitaria de sujetos transformadores, a la autoorganización de base y de autorregulación de la convivencia social más allá del Estado y el capital.
Por cierto, nada de esto estaba en su ADN, a pesar algunos excesos retóricos y algunos entusiasmos pasajeros. La “grieta”, la desunión nacional, en realidad fue sólo superficial, fue un argumento frívolo y reaccionario que la derecha logró instalar como lugar común. Y si bien la idea de una fractura en la sociedad nutrió por momentos cierta épica militante, el gobierno saliente no abandonó jamás su funcionalismo integrador de tensiones y conflictos. Nunca impulsó una real polarización entre el pueblo y las clases dominantes. A pesar de la obvia derechización, difícilmente estemos ad-portas de una “reacción burguesa”.
Paradójicamente la derecha argentina, por incapacidad congénita para componer una imagen de igualdad formal y por falta de destreza hegemónica, puede llegar a ser más eficaz en esa función polarizadora.
Claro está, no podía resultar muy seductor el proyecto de armonización de las necesidades de acumulación del capital con la agenda del Papa Francisco, esa combinación de la recomposición de la rentabilidad empresarial con la redistribución del ingreso. La versión derrotada no ofrecía ningún margen para participar, criticar, empujar, para vivir una gesta popular o algo parecido. Sólo convocaba al “desgarramiento” y a la resignación con inclusión. Dialéctica cero. Tragedia cero. Mística cero. Su principal mérito terminó siendo la condición anti-utópica y abiertamente pro-mercado, pro-colonial y pro-imperialista del rival.
Cabe destacar que el “voto contra Macri” (ya sea el espontáneo o el fogoneado por algunas organizaciones populares) puso en evidencia, además de cierta racionalidad económica y política primordial, muchas virtudes y muchos núcleos de buen sentido de nuestro pueblo. Pero los deméritos y la opacidad de la versión derrotada apilaban argumentos que hacían inviable la sospecha de que estaban juego dos sistemas éticos contrapuestos e irreconciliables. Fue una versión muy al ras del piso, reacia a todo barniz progresista. Incapacitada para asumir el cambio como movimiento ascendente (en los términos del “progresismo”), terminó derrotada por quienes conciben al cambio en su otra acepción: lo que elimina el recuerdo, el tiempo y la memoria.
La política concebida y ejercida como gestión vertical del ciclo económico, del Estado y las instituciones; la política como “poliarquía”, (más allá de que este concepto niegue la existencia de una clase dominante), se reduce indefectiblemente a la administración de los intereses de las clases dominantes por parte de un conjunto de aparatos y élites. Esa administración puede ser más o menos progresista, más o menos inclusiva, puede estar más cerca de unas fracciones de la clase dominante que de otras, puede apelar a discursividades y estilos diferentes, pero jamás podrá aproximarse a un “gobierno popular”.
La política como gestión vertical es, entonces, un “formato político” de clase, muy adecuado para la acumulación de fuerzas en el campo de las clases dominantes y para la desacumulación en el campo de pueblo. Aunque esa gestión de cuenta de otros intereses más extensos, “nacionales” y/o “populares”, aunque promueva una integración “semántica” de las clases subalternas, el eje de la política como gestión vertical es la reproducción del poder de la clase dominante. El formato fija coordenadas estrictas, propone una disputa por el grado de integración de los intereses económico-corporativos de las clases dominadas. Una disputa instituida que, obviamente, resulta muy limitada. Además, este formato subalterniza al pueblo, promueve la elipsis de la realidad social, despolitiza, fragmenta, aliena, confunde, derechiza…
La política como gestión vertical no modifica las relaciones de fuerzas en la sociedad y gira en torno de los quehaceres inmediatos, por eso debe asumir concepciones estratégicas flexibles. La política como gestión vertical carece de inteligencia dialéctica. Sólo sabe elaborar discursos y planes coyunturales y parciales. No va a los problemas de fondo, ignora las corrientes históricas más profundas. No crea oportunidades para la praxis popular. Además, está obligada a desperdiciar la experiencia popular y a promover a personajes oportunistas, vanidosos, frívolos, superficiales y mediocres. Entonces, no resulta una tarea sencilla instalar la idea de una contradicción sustantiva cuando se comparte el marco fundamental. Como tampoco era fácil para el candidato derrotado abandonar a último momento el sitial que lo entronizó: el lugar de la indefinición permanente, de la no-lucha en relación a los significados de los signos.
Ahora la versión conservadora y abiertamente pro-imperialista de la modernización sin pueblo y sin nación acaba de ser legitimada por la vía electoral. A diferencia del gobierno saliente, esta no cargará con los límites que imponen las conciliaciones, los compromisos, las regulaciones, las mediaciones y las mistificaciones populistas. Esta vez la derecha encontró la forma de articular cierta conciencia reformista inadecuada promedio con las fantasías reaccionarias de una parte de la sociedad. (Incluyendo una actualización de las fantasías gorilas, las fantasías tecnocráticas y las fantasías que aspiran a erradicar el conflicto en la sociedad).
Ahora la derecha tiene vía libre para la subordinación absoluta al poder hegemónico mundial. Tienen vía libre el capital concentrado y su lógica de acumulación. Pero el pueblo es su límite. La máscara búdica-shankárica caerá pronto y quedará expuesto el verdadero rostro hobbesiano, misántropo y paranoide. Cuando se silencien las voces preelectorales de los negadores de la materia, el tiempo y la causalidad, aparecerá la voz y la palabra inequívoca de la rancia derecha argentina: iniciativa privada, libre mercado, democracia de bajísima intensidad, pigmentocracia, meritocracia, progreso, orden, represión… ¿Qué puede representar la palabra libertad en la boca del empresario Mauricio Macri?
Los vendedores de la ilusión de que puede haber política sin conflicto, los paladines de la dialogicidad, de la política ligth, encontrarán sus límites frente al primer conflicto importante. La estrategia de auto-victimización no podrá sostenerse por mucho tiempo. Es muy probable que el proyecto de la burguesía gane en agresividad pero pierda en consistencia. Tendrá más dificultades a la hora de exhibir una ideología que no sea accesoria, un ideal cultural propio y con capacidad de representar a la nación. El marketing jamás podrá proveer estos requisitos. Tampoco los cuadros fabricados por las universidades privadas y las ONGs.
Pero el pueblo argentino no está totalmente desarmado en esta coyuntura. Existen infinidad de redes de relaciones productivas, sociales, culturales, comunicativas, territoriales. No faltan los ámbitos, las experiencias y los libretos con perspectivas emancipadoras. La praxis será la partera de las nuevas identidades. Existen condiciones para construir una política emancipadora desde los territorios. Ninguna filosofía o doctrina podrá colonizar la acción política popular. Es mejor abandonar esta pretensión ante el nuevo ciclo político que se inicia. Las sectas doctrinarias, atrincheradas en sus verdades eternas, no hicieron, no hacen, no harán revoluciones. Asimismo, debemos reconocer las limitaciones de las actitudes reactivas y coyunturalistas frente a los conflictos y aprender a no despreciar los momentos inmediatos de la política sin traicionarnos, sin rebajarnos a las reglas impuestas, sin sumarnos a los proyectos ajenos.
Tal vez se nos presente la ocasión de superar el sectarismo endémico y el espíritu de bando, de ponernos a trabajar para articular pasiones y razones socialistas en una agenda identitaria y democrática común. Esto es: construir un movimiento de movimientos y de redes que integre demandas diversas, fusionar a las izquierdas sociales, culturales, en una sola mediación política pluralista, sin caer en el fetichismo de las estructuras y lejos de las ilusiones reformistas. Sin olvidar que el pueblo y sus organizaciones de base, –no el Estado– es la fuente originaria del poder constituyente. Tal vez haya llegado la hora de una fuerza política que asuma el proyecto de transformar las estructuras del Estado para hacer del Estado un potenciador del poder popular. Tal vez sea el tiempo de comenzar a romper definitivamente con el imaginario de la civilización industrial, modernizadora, desarrollista y extractivista. Esto es, romper con la idea que nos propone como único horizonte posible la integración (subordinada) a esa civilización. Tal vez sea el tiempo de exceder el plano de la disputa por el grado de integración de los intereses económico-corporativos de las clases dominadas. Para que las señoras de los barrios cerrados y del viejo Barrio Norte y los tilingos de los suburbios le tengan miedo a algo mucho más terrible que a un morocho que les orina la vereda o a una empleada doméstica que les exige el pago de los aportes patronales. Por ejemplo: miedo a una subjetividad colectiva basada en la autoorganización y el autogobierno popular, una subjetividad antiimperialista, anticapitalista y antipatriarcal. Tal vez sea el tiempo de plantearse muy seriamente la posibilidad de que los morochos y las empleadas domésticas manden, que organicen la economía, la sociedad, la cultura, que construyan una vida arraigada, rica, múltiple y propia.

Contemporáneos

Diego Tatián


Es lunes 23 de noviembre y son las seis de la mañana cuando escribo esto. Apenas hay luz. Es la hora, como decía Borges, en la que la mañana casi no ha tocado a nadie. Desde la ventana de mi casa de Alta Córdoba veo un basurero limpiar con su pala el cordón de la vereda; una chica, tal vez estudiante, pasa con sus auriculares puestos; una señora pasea un perrito. Un hombre mayor, casi anciano, pedalea su bicicleta con dificultad. Trato de imaginar qué imaginan, de comprender qué comprenden, de descifrar el deseo que los habita. “Va a ganar Macri –me había dicho mi hija, aún niña–. Casi todas las personas están insatisfechas con su vida y por eso predispuestas siempre a seguir a quien les prometa cambios y felicidad. Después se decepcionan, se enojan con ellos y siguen a otros.”
La frase acierta a definir con bastante exactitud lo que, asombrados por la oscilación de los afectos (en particular la esperanza y el miedo), los clásicos llamaban superstición. Prefiero incursionar en las cosas de otro modo, mediante un ejercicio de la interrogación por un cierto hartazgo de la política en quienes durante los últimos años se han visto beneficiados por ella. Por el enigma de los que se hartan de la conversación sobre los derechos, las libertades y las igualdades obtenidas por la insistencia en la importancia de esas mismas palabras, que guiaron decisiones institucionales en su favor.
El kirchnerismo es una subjetividad ideológica y una fuerza cultural que orientó sus políticas públicas por la idea de igualdad, por la extensión de los derechos sociales, por la transmisión de la memoria, por la construcción de lo común. Desde el peronismo histórico, nunca una subjetividad social había hecho irrupción con tanta nitidez y con una proyección generacional tan extensa. En las antípodas, Macri le habla al pueblo como si se tratara de una muchedumbre de emprendedores que, gracias al talento individual que él les va a ayudar a desarrollar, serán exitosos y felices. Para eso es necesario liquidar el pasado, desentenderse de las dificultades ajenas y “mirar hacia adelante”. El emprendedorismo individual que promueve el discurso macrista puede efectivamente ganar elecciones, generar expectativas económicas e introducir cambios culturales, pero no producir una subjetividad transformadora.
La retórica del cambio más bien desvanece el anhelo de transformación social y el horizonte de una “vida popular emancipada”, que para mantener abierta la cuestión de la justicia precisa componer sus rupturas con un conservacionismo de los bienes comunes, una preservación de la memoria y un cuidado de la historia. Si fuera el caso de que se abre un tiempo de catástrofe social que va a dejar en la intemperie económica y educativa a miles de conciudadanos de los sectores más desfavorecidos, será necesario que ese reflujo haga el menor daño posible y sea breve. La sabiduría militante obtenida en estos años de aprendizaje y experiencia colectivos deberá producir nuevas formas de intervenciones territoriales, y acompañar con el pensamiento (que es un modo de la acción) y con la acción política (que sin duda es una forma del pensamiento) lo que decante en el tiempo que nos va a tocar. Toda situación es buena para pensar y transformar.
Hemos sido –somos– contemporáneos y depositarios de una de las mayores rarezas históricas de la Argentina y el continente: la rareza de la política. La política, eso que de manera imprevista le hace un hueco a la historia, no va de suyo –como sí la administración de los llamados recursos–, ni se produce siempre en las sociedades. La confianza en la experiencia democrática como voluntad colectiva que fue capaz de subordinar durante casi trece años los poderes financieros y corporativos a las instituciones de la república es tal vez la novedad por la que este tiempo kirchnerista será recordado, y la inspiración renovada de esa experiencia su mayor contribución a las generaciones por venir, cada vez que reinicien la pregunta por la emancipación.
Contemporáneos de la política, el retorno de las ideas a la discusión pública, la hermandad continental como nunca en doscientos años, un país menos desigual y más justo, una cultura social del reconocimiento, un nítido mensaje de paz en un mundo en guerra, dejan una sociedad más plena, una marca libertaria en la imaginación colectiva, y un tesoro cultural y político que no podrá ser arrebatado. Todo esto no se pierde con una elección adversa, solo cambia el territorio en el que se inscribe: seguramente ya no el de la construcción institucional, sino el de la resistencia cultural acompañada de una gratitud y de una memoria. Y de mucha conversación serena y sin cansancio: con el señor de la bicicleta, con la chica de los auriculares, con el basurero y con la dama del perrito, para que esta vez sean contemporáneos de las disputas por librar de ahora en más, aunque durante este tiempo no hayan podido o no hayan querido serlo de algo que fue único y volverá con otro nombre.

Es el momento, el futuro está entre nosotros

Raúl Cerdeiras
(grupo acontecimiento)

                                

En diciembre del 2001 una revuelta popular destituyó por primera vez en la historia política de nuestro país a un presidente sin necesidad de que intervengan las fuerzas armadas. El 10 de diciembre del 2015 asumirá por primera vez un presidente genuinamente conservador ungido por el voto popular sin necesidad de un golpe de estado. En el medio se despliega la experiencia política del Kirchnerismo.
Es imposible desconocer que hemos ido de un proceso confuso, novedoso, tenso, lleno de nuevos interrogantes y experiencias que cuestionaban al orden político existente (¡qué se vayan todos!), hasta arribar a un final con todo el andamiaje institucional-político recompuesto que deposita nuevamente en el poder a los que fueron echados, ahora comandados por un joven ingeniero que representa lo más oscuro del proyecto neoliberal contra el cual el pueblo luchó desde Cutral Có hasta la masacre del Puente Pueyrredón.
Ahora es el kirchnerismo, en especial la juventud camporísta, la que tiene que realizar un  balance hasta lo más profundo del significado de la era del peronismo, compuesta por una primera etapa conducida por Perón, una segunda signada por el proyecto de su vuelta ligada al socialismo nacional y, finalmente la tercera, conducida por Néstor y Cristina. Sin olvidar el catastrófico período de Menem en donde nacieron todos los personajes que se trenzaron en las últimas elecciones.
Quizás haya llegado el momento de decretar el fin de esa era, que es el fin del populismo, que implica todo un entramado de ideas, conceptos, prácticas, modos de organizarse y afectos. Lo peor que se puede hacer, después de 70 años de protagonismo que infaliblemente terminaron en tres grandes fracasos, cuya constante común fue trabajar para que crezca el enemigo y luego no poder derrotarlo cuando este aspiró a desplazarlo, es no abrir interrogantes a fondo, no cuestionarse abierta y libremente sobre el significado de esta última etapa.
Sabemos en que termina ese miedo a romper con lo conocido, con lo que nos cobija y da sentido a nuestra vida militante. El ejemplo patético lo da la vieja izquierda dogmática encerrada en sus iglesias que se reunieron bajo la inscripción FIT. Frente al colapso del comunismo, cuya magnitud y trascendencia liberadora sacudió a toda la humanidad, y al regreso triunfal del capitalismo dominando todo el planeta,  estos “marxistas-leninistas” siguen adelante como si nada esencial los hubiera conmovido y, para colmo, integrándose dócilmente en el aparato democrático-burgués que tanto dicen combatir. ¿Querrá la juventud kirchnerista repetir esa mediocre conducta buscando en cuestiones secundarias o de procedimiento la causa de este nuevo fracaso?
Afortunadamente hay muchos, pero aún somos muy poquitos, que intentan romper con la estructura teórica y práctica de las políticas llamadas revolucionarias que con sus epopeyas y sus horrores atravesaron al siglo pasado. Es que estamos convencidos que hay que refundar desde sus cimientos una nueva experiencia política emancipatoria, y tratamos de pensar-hacer cosas nuevas, aún precarias, junto con otras luchas que han nacido en nuestra América, como el Zapatismo, los Sin Tierra, los que lucharon por el Agua, la herencia dispersa e inorgánica del 2001, etc.
Tenemos un horizonte en común, quizás no claramente explicitado, pero que pareciera ligarnos de manera casi invisible, y es que queremos volver a ligar la política con la emancipación y arrancarla del lugar al que ha sido secuestrada como simple gestión estatal del orden existente. Quiero pensar que en el fondo la juventud a la que dio vida Néstor Kirchner también comparte ese horizonte. De ser así, entonces la emancipación, si es un principio que guía nuestra acción, está ahora entre nosotros. Dejemos de pensar como antaño que la emancipación era como un objetivo que se congelaba en una imagen que se transportaba a un lejano futuro. Si repetimos esa misma actitud entonces nunca tendremos un presente vivo, será siempre una eterna espera llena de pasivas confusiones, porque no nos damos cuenta que ese futuro estaba dependiendo de nuestra acción, aquí y ahora. ¡Adelante!, es el momento.
Buenos Aires, 23 de noviembre de 2015

Carta Abierta al diario La Nación

Mariano Pacheco

Los 70, los 90, la larga década y lo que viene:
A propósito de la editorial del diario y el derecho generacional a tener una tesis
Más allá de haber tenido o no el gusto de conocerlo personalmente, somos muchos los que hemos visto, o escuchado relatar una imagen que ha sido inspiración en nuestra formación político-intelectual: David Viñas, sentado en el Bar La Paz de la calle Corrientes, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, leyendo y marcando con lapiceras de colores las páginas del diario La nación. “Hay que estar muy atentos a lo que escribe el enemigo”, decía el polémico narrador, dramaturgo y crítico literario argentino.
Antes, mucho antes de 2001, muchos jóvenes ingresamos a la política de la mano de la lectura de sus libros, de las notas del diario La Nación, pero también, de los escraches de la naciente agrupación H.I.J.O.S, de las puebladas y piquetes en Cutral Có, Plaza Hiuncul, Mosconi y otros tantos puntos de la geografía nacional. Reinaba entonces el justicialismo del revés (ni socialmente justo, ni económicamente libre, ni políticamente soberano) y los afanes de reconciliación no tenían nada que envidiarle a la radical “Teoría de los dos demonios”. Teníamos problemas en los colegios donde estudiábamos a la hora de organizar los Centros de Estudiantes; teníamos problemas muchas veces con nuestras familias a la hora de reivindicar el proyecto político de la militancia revolucionaria (incluidas sus organizaciones armadas) y teníamos también problemas con nosotros mismos, a la hora de sortear cierta carga que implicaba una especie de culpa por ser una generación “que estaba en otra”. Es que también esos mismos militantes que habían quedado con vida tras el terrorismo de Estado, muchas veces, no nos entendían, se les escapaba que nuestros deseos y resistencias también pasaban por el rock (en sentido amplio, es decir, por el rock and roll barrial, el heavy metal, el punk-rock…): los recitales, el pogo, los fancines, las ferias, las cervezas y el faso en una esquina, en una plaza, el juntarse en los videos de una ciudad del conurbano…
La lucha de los 70, la resistencia a la dictadura funcionaron como inspiración para las batallas de la resistencia antineoliberal en los 90, y a las viejas jergas, simbologías e identidades se le fueron sumando, y a veces superponiendo, otras nuevas. El 2001 nos encontró como generación en las calles, impugnando las políticas del Estado de malestar, pero también, ensayando a fuerza de preguntas una nueva manera de hacer política, más ligada a los movimientos sociales que a los partidos y los sindicatos, con los ojos más situados en las tramas colectivas que en los liderazgos unipersonales, más centrada en la multiplicidad de identidades plebeyas que emergían al calor de la lucha de calles que al peronismo que había llevado al país a la bancarrota, aunque las figuras de Evita, Cooke y la Tendencia Revolucionaria siempre estuvieron ahí, recordando que detrás de nosotros había una larga historia de luchas, que también incluía al peronismo, y otras expresiones de las izquierdas contestatarias. Allí marchaban de la mano la bandera argentina y la rojinegra, la estrella de cinco puntas y la federal…
La larga década avanzó con una serie de reivindicaciones ligadas a los históricos reclamos de los organizamos de derechos humanos, entre los que sin lugar a dudas se encuentran los juicios a los genocidas. Una catarata de libros, revistas y películas revisitaron los años setenta y los problematizaron, aunque tal vez la idea de “juventud militante” opacó un poco el necesario debate en torno a los proyectos políticos de esas militancias, sus límites y potencialidades, sus errores… Tal vez la gran polémica que se desató tras la publicación de la carta de Oscar del Barco, en la revista cordobesa La Intemperie, haya sido uno de los últimos momentos fructíferos al respecto. Y esto, claro está, fue al inicio y no al final de esta larga década, en la que se violó en reiteradas oportunidades los derechos humanos de la actualidad, en todas las provincias del país. Situación ante la cual, las “almas bellas progresistas” miraron, en muchas oportunidades, para un costado. Eso no quita lo cortés de saber distinguir, y afirmar que en ese amplio conglomerado denominado kirchnerismo, se encontraron muchos de nuestros enemigos, pero también, que estuvo poblado de muchísimos compañeros y compañeras de ruta.
El fin de gestiones kirchneristas (¡tres! Algo inédito en la historia argentina), el cierre de un ciclo político no parece fecharse, de todos modos, en el resultado electoral del ballotage del pasado domingo, sino que se viene gestando desde abajo, en una serie de políticas moleculares que tuvieron su llamado de atención en el 8N (de 2012), en los “linchamientos” de los últimos tiempos, y también, en los límites con los que se toparon las lógicas de “inclusión para el consumo”. Esas que llevaron a la “vida mula” (para utilizar un concepto del Colectivo Juguetes Perdidos) y que tal vez no se expresaron tanto en el voto a Daniel Scioli sino a Mauricio Macri, pero esto ya nos llevaría a otros temas de discusión. Solo recordar que toda política es a la vez micropolítica y micropolítica. ¡Así que a no sorprenderse tanto de los resultados eleccionarios!
Lo cierto es que lo que se viene no puede sino pensarse desde el lugar opuesto al que intentó instalar el diario La nación, con la publicación de su editorial del día de hoy. Las políticas de violaciones a los derechos humanos de la actualidad no se combaten con impunidad respecto del pasado y la posibilidad de abrir una nueva perspectiva de transformación (de “cambio”) en la Argentina no se hará con un “borrón y cuenta nueva”, por más de que sea cierto de que a veces, cierto “afán memorialístico” nos obture la posibilidad de gestar rupturas actuales con el orden social existente. Revisitar críticamente los 70, tomar de esos años imágenes que sirvan de inspiración, de legado y no que se conviertan en una pesada carga de la tradición (aun de la revolucionaria), es parte de los desafíos. En épocas de “consensualismo democrático” no está mal rescatar aquella idea de que siempre, y en todos lados, hay enemigos. Y quienes sostienen los postulados ideológicos del diario de los Mitre lo son, como también los son los “Ceferino Reato” y todos aquellos, todas aquellas que responden a-críticamente a las líneas editoriales de estas empresas periodísticas. Por supuesto: donde hay poder, hay resistencias. A veces, organizadas colectivamente, como en Córdoba sucede con quienes integramos el Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación (CISPREN), o el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA) u otros espacios que existen en el país. Otras veces, más singularmente, estas resistencias se expresan a nivel individual o de pequeños grupos. Por eso no podemos dejar de mencionar la actitud, lúcida y veloz, que tuvieron los colegas Hugo Alconada Mon, Mariana Verón, Pablo Lissoto y Laura Rocha, del diario La nación, quienes se “despegaron” de la posición expresada en ese editorial.
Lo que (parece) se viene en la Argentina, requerirá de nosotros (quienes trabajamos en medios de comunicación), una actitud que no se refugie en el miedo a perder el trabajo una excusa para decir o escribir postulados con los que no estamos de acuerdo, y denunciar maniobras del “periodismo canalla” –como ésta de La Nación– cuando sea necesario. Algo, por otra parte, que tampoco será nuevo, puesto que más allá de nuestras adscripciones políticas, tampoco venimos de la panacea de la libertad de expresión, ya que en medio de las batallas por ampliar y garantizar una pluralidad de voces, lo uno devino dos, y hemos pasado de cierto monólogo a cierta charla (en el mejor de los casos polémica), entre dos y no muchas voces. El sostenimiento y proliferación de medios de comunicación alternativos, populares y comunitarios sigue siendo uno de los faros que permiten aferrarnos a un modo de hacer periodismo que se torna cada día más indispensable, junto con la disputa al interior de las empresas periodísticas hegemónicas. Que “berretines” como el del diario La nacióndel día de hoy nos ayuden a problematizar la época, y no solo a enojarnos o putear, sino a seguir combatiendo por abrir otros modos de entender el mundo, y accionar por transformarlo.
Ciudad de Córdoba, lunes 23 de noviembre de 2015

¿Quién ganó?

Horacio González


El que haya escuchado con atención los discursos del futuro presidente, Mauricio Macri, puede percibir un recurso habitual y bastante notable. Es el de la desintegración de la noción de pueblo, que no era el sujeto de sus interpelaciones. Se dirige a vecinos, familias, personas que “quieren progresar un poco más cada día” y a todos los países en general, “con los que queremos tener una colaboración permanente”. Demasiadas abstracciones, ausencia de entidades sociales específicas, una atmósfera permanentemente angélica de deshistorización y deliberada falta de reconocimiento a los ostensibles nombres que definen el estado complejísimo del mundo contemporáneo. Su vaga idea de la inmigración que trajo a su padre italiano al país también peca de un sentido generalizador y etéreo, y no puede definir de ninguna manera a la población nacional y su cuerpo complejamente estratificado. Su acto en Humahuaca y su repentino “indigenismo” se ve que no caló hondo en él y que fue flor de un día de campaña. Entonces, ¿por qué produjo un sacudón de tamaña envergadura en la sociedad nacional? Las clases populares, a las que él mismo consideraba atomizadas e históricamente inertes, lo votaron en generosa proporción, acompañando a los tradicionales sectores pudientes y a los representantes –digamos el concepto– del “capitalismo financiero”. ¿Un frente de clase de troquel derechista? ¿La coalición de los que estaban “hartos”? No nos apresuremos.
La amalgama que por poco más de dos puntos llevó a Macri al gobierno es de gran heterogeneidad, y se vio encarnada en esos conocidos rostros que ocuparon el escenario macrista, la noche de la victoria electoral. Podríamos llamarla como propia de un populismo de nuevos contornos. El verdadero populismo, que siempre fue más amorfo –salvo el gran populismo del campesinado ruso–, pudo ser dirigido muchas veces por figuras empresariales –del lumpen empresariado, digamos, si nos ponemos excesivamente ortodoxos en el empleo de antiguas terminologías–, y contó con la fuerte movilización de pensamientos –seguimos muy clásicos– que llamaríamos prepolíticos.
El país que protagonizó la vibrante campaña política que nos envolvió a todos tuvo un fuerte componente prepolítico bajo cuyo manto turbador apareció casi exclusivamente la política. El mundo prepolítico, que en general puede ser considerado como el “mundo de vida”, contiene una dimensión no declarada de pensamientos virulentos, formas ancestrales de la reflexión punitiva, amenazas potenciales que al pasar a su estado público hacen asomar apenas su costado larvado. Es cierto que el “mundo de vida” tiene prestigio filosófico, pero cuando se encuentra con los instrumentos comunicacionales que caracterizan una supuesta dispersión de la razón comunicativa y obtiene movimientos propios, como el que hoy se denomina “viralización”, se pierde en una marea ponzoñosa cuyo análisis sereno nos llevaría mucho tiempo, pero que aquí podemos considerar bajo varias modalidades. Modos implícitos de propagar contenidos muy machucados por la ausencia de conceptualización pública, frente a los cuales lo que antes llamábamos “periodismo sensacionalista” queda hecho un poroto. Las “sensaciones” son ahora capas de signos que, con efectos múltiples, recelosos, arbitrarios y desde luego, a veces muy imaginativos, impregnan toda una ciudad y la definen.
El argumentador clásico aquí pierde la partida y queda convertido en “una pequeña secta de ilustrados”, a la que curiosamente se refirió Macri en su discurso de Humahuaca y en su Noche Triunfal. ¿Cómo? ¿Entonces no era el populismo rampante (que nosotros supuestamente representábamos) el que se burlaba de la “ilustración”? Pues no, una pieza populista central, que es el ataque a la “minoría” cultivada y “de espaldas al pueblo”, ha sido incorporada por los laboratorios de Macri, pero ya con el específico sentido de vulnerar a la vida política clásica y sus legados correspondientes. En este caso, el pueblo, y lo popular como procuración incesante de sentido, sería apenas un evento producido por la viralización de numerosas dimensiones tácitas en la expresividad común: primero, el modo civil de estilo pastoral del futuro presidente, luego, el modo reticular en que se diseminan “contenidos” en general basados en mensajes truculentos o anónimos, y después, en algunos casos (que ojalá el candidato desmienta como ajenos a su pensamiento actual), bajo el modo nocturnal. Este modo es el más oscuro y se reveló hace unos días en las pintadas amenazantes en los institutos de derechos humanos del país. El editorial de La Nación, a la mañana siguiente de la elección rechaza la venganza pero deja toda la impresión de que la quiere.
¿No debería el presidente, que lo será de aquí a pocos días, aclarar lo que ocurre en sus alrededores y acaso en su propia conciencia? ¿Eso mismo que sucede por las noches mientras él charla tranquilamente –según ha contado– con sus amigos y su familia? ¿No debería decir que su campaña diurna, vistiendo alegres ponchos regionales, nada tiene que ver con la campaña nocturna, que acepta el indumento de la intimidación clandestina sin condenarla? Parco de conceptos, sin embargo, ya ha dicho mucho, además del mimetismo por el cual durante meses tomó temas del “progreso personal” susceptibles de transmutarse en “definiciones progresistas”. Como un reverso de las teorías de Laclau, “articuló” más “cadenas de equivalentes” que el candidato al que nosotros votamos. Pero virtió hacia la derecha, irónicamente, unas tesis preparadas para los movimientos populares del mundo. Algunas definiciones macristas pertenecían al acervo de los progresismos genéricos, otras directamente eran tomadas del arsenal social del kirchnerismo, y la mayoría –las de derecha– apenas insinuadas en su media lengua. Es por lo tanto una derecha nueva y con una gran votación. Pero ya se vio: una cosa es la Noche y otra la Mañana. Y otra la Mañana siguiente.
Cambio de época: el giro del país hacia la Alianza del Pacífico es la semántica maestra de un conjunto de mutaciones que tendrán incómodos correlatos económicos, sociales y culturales. Efectivamente, no se equivoca al decir “cambio de época”, pues ello siempre es más que la “alternancia” por la que siempre bregaron los radicales y que tanto entusiasmó a Gerardo Morales en su gran noche. Eminente tema: hay cambios de época sin alternancia, alternancia con cambios de época, y cambios de época que se imponen sobre los efectos, más débiles, de la alternancia que ellos mismos proponen. Al punto que la alternancia, en su sentido literal, es Scioli quien iba a encarnarla. Esto es otra cosa: una conversión ideológica, geopolítica y cultural de amplísimas características. Si no escuché mal, el candidato ganador dijo “fundacional”. Perdón si me equivoco, pero esa palabra, que tanto se le reprochó al kirchnerismo (que fue y es un populismo democrático-republicano) al aparecer ahora en el macrismo, revela el tamaño del viraje que, desde ya, se deberá discutir con los mejores argumentos y lejos de la “episteme chicanera” que rige como norma política en el país, tal si fuera ley nacional del Parlamento. Los populismos se consideran fundacionales: Macri no sería la excepción. Con ese espíritu que nada tiene que ver con la alternancia, sino con una antropología política completa de las derechas mundiales, se lanza a la exclusión de Venezuela del Mercosur, aún como chispazo postrero de campaña. Sustituir el pensamiento por la viralización lleva a estas decisiones, en vez de discutir seriamente el estatuto histórico del latinoamericanismo, que es una complejísima forma de la unidad en la diversidad, y no una aplanadora de mercado de la globalización sobre nuestro subcontinente (hay que buscar aquí también un mejor nombre).
Una característica que atraviesa las últimas cuatro décadas de historia nacional es la creación de una zona franca de ideas donde el peronismo en sus rebordes y el neoliberalismo en los suyos se entrelazaban mutuamente. Esa es la estructura de época de la que solo sale beneficiado el neoliberalismo, convertido en un nuevo sentido común que lo único que aprendió en serio durante este largo período es que precisaba una interpretación cribada de algunas versiones del populismo. Lo que ocurre ahora no es novedad, salvo el lenguaje abstracto con que Macri expone esta nueva coalición; cuando le tocó hacerlo a Menem se utilizó solo la picaresca trasnochada, porque esa amalgama todavía no estaba enteramente preparada. Será interesante ahora para el estudio de los politólogos. Ignoro, o más bien creo lo contrario, que sea provechosa para millones de sus propios votantes.
¿Quiénes son ellos? No podemos decir que fueron manipulados por un espurio recurso a una democracia que, en vez de tener conjuntos sociales autodeliberativos, se deja desmenuzar por un ideal de individuo apremiado por las “corporaciones mediáticas”. No, eso hubo siempre. Aunque ahora el modelo dialógico que funda el nuevo orden comunicacional trabaja para esta noción de individuo posesivo que se halla despojado de la idea de mediaciones colectivas. Aun así, no se trata de conjeturar que la votación de Macri no surgió de un acto de la democracia, sino que el concepto clásico de democracia ha cambiado dramáticamente porque el votante ya es portador de otra conciencia, no la de la “ley Saénz Peña”, ni siquiera la de la época de “Braden o Perón”. Eran ésas conciencias cívicas con autonomía relativa. Hoy el juego de las creencias subjetivas convive con toda clase de tramas, valoraciones y éticas sobrentendidas de origen mediático, vulgarizadas hasta chocar enteramente con lo que antes denominamos el mundo prepolítico.
Pues ahora se compone de lógicas persuasivas que encubren de libertad los actos de servidumbre y de actuación interactiva los dominios técnicos más condicionados por poderes que no declaran su nombre. Así, un ideal de transparencia ad usum populorum crea un nuevo individuo asociado tan solo espalda contra espalda y no con literalidad grupal. Este nuevo individualismo, que consume el fácil pasto del ultraje, acepta ser movilizado por una fuerte sospecha en torno a las instituciones públicas y los organismos de Estado. Estas conciencias salen de unas neodemocracias viralizadas que habrá que definir mejor.
Macri tomará el Estado pero se cuida (por lo anteriormente dicho) de decirse un político de Estado. En su nítida biografía, él preguntó, tocó timbres, se informó de lo que quería el vecino, y está allí para “ayudarlo”. Para él, “no quiere nada”. ¡Este es el cambio de época! Pensemos si cualquier político clásico aceptaría, sin desmedro de su ética personal, definirse de esta manera. ¡Vine solo a “ayudar”! No estoy denunciando encubrimientos. Son nuevas culturas políticas, nuevos “manuales de estilo”, nuevas formas no del sujeto que consume sino de sujetos consumidos.
Macri actúa así frente a las conciencias pulverizadas que, por la fuerza del nuevo relato triunfante, condenan lo mismo que muchas veces las sostiene, los sistemas de subsidios, jubilaciones sin aportes previos, etc. Esa paradoja derrotó a Scioli, aunque apenas por un mendrugo porcentual. Lo lograron: el Estado social molestó a sus beneficiaros, además de la larga cadena de “hastíos” que hay que tomarse en serio. Aquella tal maravilla han conseguido. De proveer meramente un “relato” se acusaba sistemáticamente al gobierno saliente de Cristina. En verdad, aquello fue en casi todos los casos una ingenuidad de la publicidad oficial, poniendo un Estado realizador como personaje omnipotente, con señorío y voz propia. Esa contundencia podría haber explorado zonas más sutiles, de no tanta literalidad y de tan cargadas liturgias. Lo que consiguieron quienes prepararon al individuo Macri (pues, ¿qué es el neoliberalismo, estrictamente hablando, si no la invención de sujetos abstractos?) es otro “relato” superior, basado en la fuerza de esas abstracciones, que supieron convertirse en microrrelatos concretos, vecinales (“no me importan los ‘fondos buitre’ sino el ‘dealer’ de la esquina de casa”).
No es que los temas en los que basaron su preponderancia no existieran, inflación, narcotráfico, etc. Pero en vez de conceptualizarlos frente al cuadro de los dominios financiero-comunicacionales a escala mundial, los vieron como una narración folletinesca. Todo ello será materia de nuestras discusiones y aprendizaje: poder enunciar con el poder de lo realmente conceptual (que es lo concreto pensado pero con las necesarias generalizaciones) a estos problemas que se nos escaparon de las manos. Debemos además ganar espesura en nuestras consideraciones sobre los modelos económicos extractivistas, sobre los que tan poco dijimos, y las propuestas de un mero desarrollismo lineal. Que así dichas, no deben ser lo nuestro. Creo que en nombre, si no de éstas, de parecidas reflexiones, deberemos seguir actuando.

Una primer mirada sobre el nuevo escenario en Argentina

Sergio Nicanoff
  

Con los resultados electorales definidos podemos decir que lo que muchos/as pensábamos que no sucedería, al menos en esta coyuntura, se ha producido y Macri es presidente. Con un 51.4% frente a un 48.6% obtenido por la candidatura de Scioli, una alianza dominada por un partido de la derecha orgánica gobernará los próximos cuatro años de la Argentina. Desde ya el carácter atípico de esta elección que conduce a la mayoría de la población a elegir sólo entre dos opciones nos obliga a señalar que los porcentajes de ambas fuerzas no reflejan sus apoyos reales sino que se trata, en un porcentaje importante, de votos prestados que no necesariamente acompañan ni mucho menos el conjunto de las políticas del macrismo o el sciolismo-K. Habrá que hacer un análisis más fino de los resultados electorales en los días venideros. Con este borrador escrito para Contrahegemoníaqueremos aportar prioritariamente a la discusión sobre por qué se ha producido este giro, hasta hace un mes inesperado, en el escenario político y –mucho más decisivo– qué pasos creemos necesarios dar desde las organizaciones populares para enfrentar los años venideros.
El repunte final del FPV ubicándose a menos del 3% no fue suficiente. Sin duda una primer aproximación marca que el epicentro del triunfo de Cambiemos estuvo en CABA y sobre todo las provincias del centro del país con un triunfo arrasador en Córdoba, amplio en Santa Fe y Mendoza a lo que se sumó el aporte más modesto, en términos del padrón nacional, de las victorias en Jujuy, Entre Ríos, San Luis y la Pampa más un triunfo inesperado en La Rioja. Aún así, una clave determinante de la victoria estuvo en Provincia de Buenos Aires ya que la victoria del FPV con un 51.1% apenas superaba por un poco más de 2% las cifras alcanzadas por Cambiemos -48.9%- mientras que varios dirigentes K habían calculado que para ganar el ballotage se necesitaba un triunfo por más del 6% u 8% en la estratégica provincia bonaerense.

Ganó Macri, ¿y ahora?

La discusión en las semanas previas al ballotage ha girado alrededor de si se debía votar en blanco o votar a Scioli para frenar el ascenso del macrismo. Exacerbada infantilmente, salvo excepciones que tratamos de reflejar en nuestro portal,  esa polémica se basó en estereotipos que evaluaban que quienes llamaban a votar en blanco eran cómplices de la derecha, así como que todos los que plantearon el voto a Scioli lo hacían desde posiciones de subordinación y defección total a la derecha neodesarrollista revestida de discurso nacional-popular. Por estas horas circulan pases de factura que se basan en esas concepciones.
Nosotros entendemos que avanzar en este sentido sólo sirve para desviar la atención de la discusión central, que es cómo pararse en esta coyuntura y construir un piso de resistencia sólido. Esto no significa evitar un balance del ciclo K sino todo lo contrario, pero debe ser hecho no desde la descalificación y el slogan sino desde la búsqueda de procesos de reflexión, lucha y resistencia que aporten en el camino de construir un bloque histórico de las clases subalternas y sus organizaciones populares, capaz de resistir con eficacia en lo inmediato y proyectar  una perspectiva emancipadora de cara al futuro.

Razones de una derrota

No descartamos la importancia relativa de determinados hechos y tácticas electorales fallidas que erosionaron las posibilidades electorales del K. Así se puede mencionar la negativa de Randazzo a disputar la gobernación tras sufrir la baja forzada de su postulación; la rapidez con que Cristina y su núcleo duro se rindieron a la aceptación de la candidatura del otrora denostado Scioli con la expectativa de resguardar porciones de poder en la estructura del Estado; la resistida candidatura de Aníbal
Fernández –personaje que como recordamos desde este portal sólo podía ser ubicado como progresista por un brutal olvido de su pasado duhaldista, su complicidad con los asesinatos de Darío y Maxi así como su defensa de los peores actos de la administración K–; la evidente acción de determinados sectores internos del FPV por voltear la candidatura de Fernández, lo que terminó por favorecer a Vidal colaborando con la pérdida de la provincia de Buenos Aires; la postura del FPV en el ballotage de la Ciudad de Buenos Aires de llamar a votar en blanco –sí, el FPV llamó hace apenas meses a votar en blanco en un ballotage– impidiendo, supuestamente, la derrota de Larreta a manos de Lousteau y la consiguiente sepultura de la candidatura de Macri y una larga, larga lista de hechos de ese tipo. Nada de esto, sin quitarle a algunas de estas cuestiones algún nivel mayor de importancia, nos parece determinante por sí mismo. Hay aspectos estructurales que a nuestro entender adquieren mucha más relevancia.
En primer lugar hay una derechización regional de los procesos neo desarrollistas que se hizo evidente este año. El kirchnerismo terminó en Scioli, y Scioli claramente implicaba un proceso de derechización que se hubiera planteado en toda su magnitud de haber ganado. Dilma ganó en Brasil apoyada en los movimientos populares y enfrentada a la derecha, pero al otro día de su triunfo aplicó un brutal plan de ajuste con el aval de Lula, colocó un connotado neoliberal al frente de la economía y empezó a reducir gastos en salud, educación y recursos del Estado. La base social que la apoyaba,  está sufriendo el aumento del desempleo, la caída del salario y el encarecimiento del costo de vida debilitando el único sostén que puede movilizarse para evitar el golpe blando parlamentario, escenario que la derecha orgánica mantiene como posibilidad. En Uruguay el gobierno de Tabaré Vásquez y el Frente Amplio estableció una inédita medida que decretó la esencialidad de la huelga docente con sumarios y destituciones masivas de maestros a la vez que negociaba su participación en el llamado TISA con Estados Unidos y otras administraciones neoliberales para establecer la desregulación de los servicios y el comercio. Tuvo que volver atrás con ambas medidas porque se encontró con una reacción popular, con paro general y una marcha de 50 mil docentes y estudiantes así como la toma de varios establecimientos educativos, como hacía mucho tiempo no se veía en el país vecino. A su vez, la actual administración frenteamplista colabora en primera fila con la ofensiva sobre Venezuela. Como vemos, en todos los casos los neodesarrollismos están girando a la derecha. En la base de ese proceso se encuentra el impacto de la crisis mundial que se expresa entre otras cosas en la baja aguda del precio de los commodities, la disminución del crecimiento de China y el agotamiento de los ensayos tibiamente distribucionistas que no modificaron ninguna de las bases estructurales dejadas por las fuerzas neoliberales. Como la salida política ante las limitaciones estructurales a las que se enfrentan es parecerse más a la derecha, las fuerzas que apoyaron el ciclo de los progresismos pierden toda mística y se erosionan las expectativas de sus bases sociales primando el desánimo, como se pudo ver en determinados sectores del kirchnerismo ante la candidatura de Scioli. Esa salida por derecha ya la había impulsado la propia Cristina en las legislativas del 2013 con la candidatura de Insaurralde para oponerle un clon a Massa. La aplastante derrota de ese momento -un verdadero anticipo de la actual- y el devenir del intendente de Lomas de Zamora nos eximen de mayores comentarios.  A su vez, ante una copia determinadas franjas prefieren los originales sin mediaciones.
En segundo lugar contra el discurso de la politización que supuestamente dejaron los gobiernos progresistas hay que afirmar que por el contrario el resultado evidente de este ciclo es la despolitización de gran parte de la sociedad. La permanente construcción de un discurso que enfocó las conquistas del período como mero producto de la capacidad y voluntad de Néstor y Cristina por mejorar las condiciones de vida de su pueblo; la apelación permanente a la lógica de la “inclusión” a través del aumento en la capacidad de consumo, sin problematizar el hecho de que esta lógica construye sujetos pasivos (reacios a cualquier esfuerzo asociativo) e individualistas (cuyo máximo objetivo sería acceder a la compra de nuevos bienes en el mercado); la concepción de construir una militancia hegemonizada por la lógica estatalista, tan cara a las concepciones dominantes del nacionalismo popular, convirtiendo miles de militantes populares en funcionarios con el subsiguiente grado de despolitización por abajo y desarraigo de las construcciones políticas; la consiguiente prioridad por mantener la gobernabilidad al costo que sea abandonando todo rol crítico y capaz de hacerse eco de las demandas sociales surgidas desde abajo; el afán por quebrar y fragmentar toda organización popular que resistió esos procesos de encuadramiento, fueron todos aspectos que potenciaron en el mediano plazo esa despolitización y pavimentaron el camino de una nueva derecha.
En tercer lugar el K siempre creyó que el rival político ideal era el macrismo y planteó que el ideal de la reconstrucción del sistema político post 2001 consistía en un bipartidismo al estilo chileno con una fuerza de centroderecha y otra de centroizquierda dominante, rol que imaginaba para sí, por lo que en reiterados momentos le dio aire a la administración macrista. De esa manera la bancada del FPV acompañó con sus votos una larguísima lista de leyes impulsadas por el PRO, lo que garantizó la gobernabilidad de Macri durante años. En la ciudad eso se expresó en el apoyo a la especulación inmobiliaria, los negociados con grandes grupos como el de IRSA y “la plancha” que el sindicato Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), dominado por connotados K, hizo durante todos estos años evitando todo tipo de confrontación profunda y sostenida con la administración PRO. El monstruo tuvo sus Frankestein entusiastas en las filas del FPV.
En cuarto lugar nada de esto significa igualar el ciclo K con lo que representa el macrismo. Siempre adherimos a una caracterización que no parte de una mirada superficial que concibe al kirchnerismo como mera continuidad del neoliberalismo. Sin duda, el proyecto hegemónico kirchnerista –hoy claramente resquebrajado– pudo construir una alianza que abarcó desde fracciones de la clase dominante hasta franjas mayoritarias de las clases subalternas porque comprendió que, después del 2001, la recomposición de la gobernabilidad requería  tomar en cuenta e incorporar determinadas demandas de ese ciclo de luchas. La combinación de crecimiento económico, con cierto desarrollo del mercado interno y la industria, junto a los recursos provenientes del extractivismo  –con los superávit mellizos comercial y fiscal– más la legitimidad social por su gestualidad inicial (al renovar la corte suprema menemista) y antiimperialista (al impulsar el NO al ALCA), su política de derechos humanos, de fomento a los emprendimientos culturales y de creación de Universidades Públicas, la ampliación y nacionalización de las jubilaciones, la existencia de las paritarias, la Ley de Medios, la Asignación Universal por Hijo y una política internacional de perfil latinoamericanista, le permitió la reconstrucción de la gobernabilidad y el despliegue de una enorme capacidad de asimilación e integración de buena parte de los movimientos populares. Pero eso se combinó con continuidades e incluso profundizaciones de aspectos clave de la etapa neoliberal que hoy afloran con toda su magnitud.
Los elementos negativos más visibles se ubican en la profundización del extractivismo (con el agronegocio y la megaminería a cielo abierto como emblemas) con un discurso que antepuso la lógica productivista y el falso paradigma del progreso ante los evidentes costos sociales y económicos de todo tipo que conlleva la lógica del saqueo de los bienes comunes de la naturaleza; se manifiestan en la evidencia de que el brutal crecimiento del PBI en los primeros años del ciclo K, y el evidente aumento del empleo, tuvieron como contracara estructural que más de un tercio de los trabajadores se encuentran “en negro” (es decir, sin ningún tipo de derechos laborales) y que casi el 50% sufre distintas formas de precarización del empleo. Allí se ve la falacia del discurso neodesarrollista que deposita gran parte de la mejora social en el crecimiento económico y la industrialización, cuando en realidad la generación de más riqueza no dice nada respecto a cómo se reparte; se evidencian con la crisis energética –consecuencia de que el K mantuvo la matriz menemista de privatización de los hidrocarburos, apenas modificada por la renacionalización parcial de YPF–  lo que demanda una constante salida de dólares para financiar las importaciones de combustible; se muestran con la suba acelerada de la inflación, fruto de los bajos niveles de inversión de capital como así también de la concentración monopólica y oligopólica de la producción y distribución de las mercancías en el país, más que de un supuesto recalentamiento de la economía por la puja salarial, tal como afirma la vulgata neoliberal. El punto es que el capital busca mantener intocadas las altas tasas de ganancia que obtuvo en estos años, trasladando aumentos salariales a precios y evitando aumentar sus inversiones productivas, a pesar de los enormes subsidios que buena parte de las grandes empresas recibieron del Estado en este período; los límites se visualizan en el deterioro acelerado de los servicios públicos de las empresas privatizadas y la infraestructura en general, como se ve en el sistema de transporte, en las brutales y reiteradas inundaciones –como las que presenciamos en La Plata hace pocos años o en Lujan y otras zonas de la provincia de Buenos Aires este año- y en los colapsos del servicio de electricidad ante cualquier suba importante de la temperatura. Allí se pone de manifiesto cómo el ciclo K mantuvo continuidades clave con el ciclo anterior que eclosionan en la actualidad. Finalmente, se manifiesta con toda su fuerza en la extranjerización de la economíadonde, más allá de la utópica búsqueda de la burguesía nacional por parte del gobierno, el grueso de las empresas más grandes son trasnacionales y/o parte de grandes grupos locales trasnacionalizados.[1] El gran capital realmente existente apunta a las exportaciones agroindustriales o de ciertos nichos tecnológicos, mucho más que al mercado interno. Acomodados al ciclo de financiarización del capitalismo actual, todos esos grupos utilizaron buena parte de los subsidios estatales para la fuga de capitales y la especulación cambiaria. La falta de divisas, la baja acelerada de las reservas del Banco Central y el aumento del déficit fiscal –ante la ausencia de todo cambio en la matriz inequitativa de los impuestos en la Argentina, donde la mayor recaudación sigue proviniendo del IVA– tienen su raíz en el tipo de capitalismo dependiente y atrasado que domina la estructura socioeconómica de nuestro país. Sus aspectos más negativos afloran con toda su fuerza ante el nuevo escenario mundial, más allá de las medidas de redistribución del ingreso, de aumento  de la inversión estatal y de cierto crecimiento de la industria local, que se ensayaron en el ciclo K. Con la disminución del crecimiento económico se pone en evidencia mucho más lo que se mantuvo y profundizó respecto al neoliberalismo, que los aspectos que, sin duda, se modificaron.
Los verdaderos desastres de la administración de Scioli durante 8 años en la Provincia de Buenos aires evidenciaron estos elementos con toda su crudeza y una buena parte de la huida del voto del FPV –más de dos millones y medio entre 2011 y el 2015 si tomamos la primera vuelta– se explica a partir de esto y no con la culpabilización infantil que cierto progresismo pretende atribuir a la izquierda y el voto en blanco.
El problema central es que el descontento social ante la crisis estructural del modelo neodesarrollista lo pudo capitalizar mucho más una coalición de derecha que la izquierda y las fuerzas populares. Hay allí un elemento que tiene que ser pensado en toda su profundidad. El triunfo del macrismo no puede ser leído en clave de la derechización de más del 50% de la población argentina, más allá del núcleo duro de Cambiemos que sin duda asume esa perspectiva. Hay que reflexionar por qué franjas de nuestro pueblo votan, como forma de castigo a sus gobernantes, a quienes sin duda empeoraran todos esos aspectos. Hubo sectores empobrecidos, invisibilizados por el discurso oficial, que votaron por el macrismo cómo una forma de expresar su descontento por su situación cotidiana.
También debemos decir que esa situación nos habla de los serios límites de las corrientes que postulamos una salida no capitalista y estamos muy lejos de ser percibidos por las clases subalternas como una opción de peso capaz de canalizar ese descontento.

Una derecha renovada

Aún sin prever el triunfo final del macrismo, desde este portal tras las PASO advertíamos sobre el riesgo de minimizar el ascenso del PRO y su hegemonía sobre una coalición de la derecha -instalada desde hace rato la UCR en ese polo ideológico-. Decíamos en esa oportunidad:
“El macrismo es el que mejor encarna los elementos identitarios del neoliberalismo más recalcitrante, que tiene bases sociales importantes en la sociedad Argentina.
La estructura social del país con su acentuada fragmentación social, el persistente vaciamiento de la educación y la salud pública con el consiguiente desplazamiento de importantes franjas de la población –superior al 50% en CABA– hacia la educación privada y las prepagas, el crecimiento de los barrios privados y, peor aún, el sueño de muchos de vivir en esos barrios, la gran herramienta hegemónica de la inseguridad, el peso de las capas medias asociadas a fenómenos como la sojización, el quiebre de los espacios públicos y el deterioro de las formas de construcción colectivas de sentido, la precarización y heterogeneización acentuada de la clase obrera son, por mencionar algunos aspectos, sólidas bases para que crezca una opción de derecha con fuertes perfiles tecnocráticos. Los elementos simbólicos conservadores permean fuertemente a amplias capas medias y de asalariados convencidos de que su mejor posición social obedece a su supuesto esfuerzo individual mientras el Estado sostiene con planes a quienes no quieren trabajar ni esforzarse. Ése es un núcleo central del neoliberalismo a nivel mundial, la idea de que la exclusión es culpa de los excluidos. Se observa en el mundo y en la región que esas interpelaciones se apoyan en franjas sociales más proclives a movilizarse bajo banderas reaccionarias disputando las calles en determinadas coyunturas, posibilidad que las propuestas de derecha no tenían en otros momentos históricos, al menos en Argentina. El carácter volátil de esas movilizaciones no debe hacer perder de vista su reiteración. Es sobre esas fracturas sociales y sobre ese imaginario que puede consolidarse un espacio orgánico con posibilidades de construir hegemonía. Es cierto que esas propuestas aun tienen límites sociales claros después del 2001, pero también lo es que han crecido persistentemente y negarlo es suicida. A su vez, las divisiones y dificultades serias para resistir al macrismo y sus medidas en CABA, incluidos todos los espacios de la izquierda, requieren de un análisis más detenido con alguna dosis importante de autocrítica”.
Hoy debemos agregar que el triunfo de Macri también expresa un fenómeno regional donde la derecha orgánica ha sido capaz de entrar en un proceso de modernización con nuevos liderazgos de una generación más joven: Capriles en Venezuela, Macri aquí, Lasso en Ecuador, en determinado momento Piñera en Chile, etc. En muchos de esos casos son figuras surgidas directamente del propio poder económico más concentrado que busca actuar en el sistema político de manera directa, sin mediaciones y que mediáticamente aparecen como supuestamente más moderados, capaces de aceptar –al menos discursivamente– ciertas leyes sociales surgidas de los gobiernos progresistas pero a la vez, desde los espacios institucionales que alcanzan a controlar, generan medidas que acentúan la fragmentación social y la destrucción subjetiva de las clases populares.
Respecto a la Argentina, es un hecho regresivo histórico ya que desde la segunda década del siglo XX el poder económico más concentrado no podía construir una herramienta política plenamente propia por lo que debía apoyarse en las dictaduras militares reiteradas (seis golpes de Estado en el Siglo XX) o en las alas de derecha de la UCR y el PJ hasta llegar a la coalición menemista donde era el carisma de Menem y su control del peronismo lo que permitió implementar el programa histórico de la derecha liberal. Hoy, por el contrario, esa derecha orgánica es la que controla el Poder Ejecutivo, hegemoniza la alianza de gobierno y administra con sus cuadros gerenciales las estratégicas Provincia de Buenos Aires y la CABA uniendo la administración nacional con los dos distritos principales del país.
Ese cambio histórico se explica no sólo por los efectos de largo plazo del ciclo neoliberal y sus continuidades en el kirchnerismo sino también, paradójicamente, por determinados efectos del 2001. Efectivamente, la destrucción del esquema bipartidista que nunca más se pudo recomponer abrió paso al ascenso del PRO como una nueva herramienta política que albergó cuadros de la derecha del PJ y de la UCR junto a los restos de experiencias clásicas de la derecha cómo la UCEDE de los Alsogaray, el Partido Demócrata, el Conservador, la Democracia Progresista y una variada fauna, en parte partícipe de la dictadura de Videla, pero que no tienen un papel determinante en el nuevo armado. A su vez, gran parte de su base activa recién se acercó a militar en esta estructura durante el ciclo K, tanto desde las universidades privadas, alguna pública cómo la Facultad de Derecho de la UBA o los estratos gerenciales de muchas empresas. Otra vertiente proviene desde los círculos católicos o protestantes virulenta o tibiamente opuestos a algunos de los cambios en las pautas de la vida cotidiana que ha traído el postmodernismo pero también determinadas conquistas relacionadas con la diversidad sexual y la problemática de género. El caleidoscopio de apoyos incluye un sector del judaísmo profundamente sionista.
El ascenso del PRO es también un retoño no deseado de los contradictorios sentidos que operaron en el proceso de luchas condensado en el 2001 en un plano aún menos directo y más retorcido. En esas jornadas populares mayoritariamente se expresaron sentidos de lucha que evidenciaban la voluntad de amplios sectores de tomar la política en sus manos y construirla desde una concepción de acción directa, democracia de base y protagonismo que algunos expresamos en la formulación de Poder Popular. Pero otra de las tendencias que se expresaron en ese proceso –y que por cierto había emergido antes– tenía que ver con la antipolítica, es decir con concebir la gestión de la vida social como algo absolutamente ajeno,  necesariamente corrupto y en manos de una clase política que por definición es lejana, no propia. De allí la tentación de encontrar al administrador honesto, que no venga de “la política” y tome las decisiones de la administración de manera eficiente, no contaminada por “lo viejo”. El macrismo expresa con mucha capacidad ese sentido común que empalma con elementos centrales del neoliberalismo pero a la vez se nutre, de manera deformada, de cierto malestar con los procesos transformistas que absorbieron a lo largo de estas décadas de democracia burguesa a los dos partidos mayoritarios y a camadas enteras de líderes obreros, territoriales y estudiantiles. Si Menem fue el primero en explotar esto convocando al sistema político a Reuteman, Palito Ortega, los mismos Daniel Scioli y –duhaldismo de por medio- el propio Macri; es el espacio del ingeniero el que mejoró la fórmula popularizando a un connotado miembro de la más alta elite por medio de la gestión del club de futbol más emblemático del país y convocando figuras del espectáculo y el deporte cómo Miguel Del Sel, Mac Allister o Baldassi.
La imagen de venir desde “fuera” de la política borrando todo el pasado del Grupo Macri y del propio Mauricio en la gestión del conglomerado ha sido clave para su crecimiento.
Contó además con una altísima protección mediática y el uso de una constante victimización frente al gobierno K  que a su vez, como vimos, actuó de manera funcional frente a la gestión del PRO.

Medidas próximas, fortalezas y debilidades del gobierno de Macri

En lo que respecta a las medidas económicas venideras hay una visión bastante extendida, previa al resultado electoral de que, fuera Macri o Scioli el ganador, el núcleo del programa venidero reside endevaluar fuertemente –la Unión Industrial pretende que existe entre un 30% a 40% de atraso cambiario–, competir en exportaciones vía salario más bajo y subir las tarifas de los servicios públicos;reiniciar un ciclo de endeudamiento negociando con los Fondos Buitres y generando las condiciones para un salto en la llegada de inversiones de capital extranjero; mantener en caja el conflicto social con la dureza necesaria aunque sin suicidarse –lo que implica continuar con ciertos aspectos redistribucionistas del neodesarrollismo–; y reformular la política internacionalalejándose del eje de Venezuela-Bolivia-Cuba, a partir de un acercamiento hacia Estados Unidos.
En el fondo, para el bloque dominante, en todas sus fracciones, ha llegado el momento de cerrar definitivamente el 2001 y las concesiones que se debieron hacer en el marco de las relaciones de fuerza generadas por ese ciclo de luchas.
La diferencia respecto a la victoria de Scioli tenía que ver más con la posible gradualidad de esas medidas económicas o con una política internacional más cauta, al menos inicialmente, en su distanciamiento hacia los países del ALBA, no con una supuesta distinción entre dos modelos como planteo el discurso K. La victoria de Macri marca un acentuado giro de la política internacional –en especial respecto a Venezuela cómo se ve en su anuncio de apelar a la llamada clausula democrática para apartarla del Mercosur y un escenario donde el ajuste tendrá mayor  velocidad. Algunos sostienen que Macri no buscará un ajuste feroz en lo inmediato sino consolidar progresivamente su poder. Otros dicen que el efecto del triunfo, los meses de expectativa que un sector social amplio le suele conceder a un nuevo gobierno y el amplio apoyo mediático le generan condiciones como para arrancar con una devaluación amplia y un ajuste importante aplicando rápidamente lo que después le costara más hacer. Una variable de esa mirada anuncia una feroz remarcación de precios antes del 10 de diciembre para que los costos de ese ajuste caigan en el actual gobierno lo que permitiría además presentar las primeras medidas del gobierno cómo “salvadoras”. Creemos que es más posible una combinación de las dos últimas perspectivas porque la anunciada unificación del tipo de cambio y el levantamiento del “cepo” al dólar sólo se puede sustentar en una fuerte devaluación que inexorablemente se trasladará a los precios.
La apuesta del macrismo es compensar ese ajuste con una fuerte entrada al mercado de los dólares que los agroexportadores retienen al no haber vendido la cosecha esperando la devaluación; una llegada de capitales extranjeros atraídos por las nuevas condiciones más favorables, un firme apoyo de EEUU y la Unión Europea amplificando la suba de la bolsa y las acciones de las grandes empresas que su triunfo ya trajo. Ese flujo, suponen, le permitiría mantener la venta de dólares y un “veranito” de consumo para las clases altas y medias urbanas mientras busca el acceso a un nuevo ciclo de endeudamiento externo para financiar eso. El resultado final es conocido por gran parte de la sociedad, pero puede demorar unos años si logra pasar el escenario complicado del 2016 y obtiene una victoria en las legislativas del 2017.
Ese programa requiere enfrentar las protestas iníciales con una acentuada militarización de la sociedad a nivel de la vida cotidiana –más policía, más cámaras, más gendarmería en las calles, más casos de gatillo fácil y torturas en las comisarias, tendencias que operaron con indudable fuerza en el ciclo K y de leyes más duras para la movilización y los piquetes. En lo posible tratará de evitar megarepresiones muy visibles, pero las desarrollará, como quedó muy claro en el Indoamericano, el Borda o la Sala Alberdi, si el nivel de movilización supera un determinado umbral. Nada sustancialmente diferente en ese aspecto de lo que la tríada Granados, Casal y Berni auguraba si el triunfo era de Scioli.
Para consolidarse cuenta con los ya descriptos procesos de fragmentación social, la desideologización y despolitización de una importante franja social, la euforia de los mercados y la llegada de capitales, el rotundo apoyo empresarial y mediático pero también de importantes franjas de la burocracia sindical plenamente dispuestas a instalarse en ese escenario negociando con el nuevo gobierno. Allí se anotan en primera fila Moyano y Barrionuevo pero también más de un burócrata que se mantuvo en el FPV en este ciclo. De manera que Cambiemos tendrá una pata sindical que no tuvo la Alianza.
Cuenta con la acentuada diáspora de las organizaciones populares y la apelación permanente a la “desastrosa herencia” que le deja el kirchnerismo. A su vez, todo conflicto social será mostrado como una conspiración del K duro para no dejarlo gobernar, en especial en la explosiva Provincia de Buenos Aires.
Al mismo tiempo intentará acercarse a sectores del peronismo, requisito ineludible de la gobernabilidad, sea a través de miembros de la liga de gobernadores afines al sciolismo, como Urtubey, sea por medio del Frente Renovador de Massa. Éste deberá resolver entre la tentación de una alianza con el macrismo incorporándose al gobierno o su seguro intento de disputar la estructura del PJ, lo que requiere mantener un perfil al menos tibiamente opositor. Un camino intermedio es intentar el control del peronismo a la vez que negocia con el gobierno de Cambiemos apoyo legislativo tanto a nivel nacional cómo, sobre todo, en la Provincia de Buenos Aires pero sin asumir cargos ejecutivos demasiado visibles.
Todas esas tendencias pueden jugar a favor para que el nuevo gobierno derive en algo mucho más trágico que es la posibilidad de un ciclo hegemónico dominado por la derecha orgánica.
En contra de la posibilidad de que el gobierno de Macri se consolide en los próximos años operan también importantes factores.
Aunque el discurso catastrofista de cierto progresismo K anuncia una sociedad fascistizada la cuestión, cómo señalamos, es mucho más compleja y contiene elementos que no abonan esta hipótesis. Cualquier ajuste deberá tomar en cuenta que, a diferencia del menemismo que se encontró con un pueblo al que la hiperinflación le había asestado un duro golpe que lo llevó a aceptar al neoliberalismo – y aún así debió enfrentar fuertes luchas como las de los telefónicos o ferroviarios-, el gobierno actual se encontrará con un piso de resistencias que no es el del 90. El nivel de organización y existencia de organizaciones populares por abajo, sin caer en ninguna magnificación falsa, es importante aunque su talón de Aquiles son sus escasos grados de unidad. A su vez, la consolidación de la salida neoliberal pura requiere de una feroz derrota de las organizaciones populares a nivel celular que para nada se ha producido aunque el ciclo K las haya debilitado. Hay franjas sociales más conscientes de lo que estas políticas implican, que se expresaron en el voto a Scioli como mal menor así cómo en los muy minoritarios votos en blanco o nulos o la abstención. Eso implica un piso determinado para la resistencia que puede ampliarse ante determinadas coyunturas.  También algunos de los sectores que votaron al macrismo desde la despolitización y el descontento, pero no de una acabada visión reaccionaria, pueden desengañarse rápidamente.
A nivel del sistema político Cambiemos tendrá minoría en ambas cámaras, sobre todo en el Senado, con lo que frecuentemente tendrá que apelar al decreto lo que pondrá en evidencia la falacia de los discursos republicanos. Además deberá sostener un gobierno de coalición con la UCR y la Coalición Cívica, un tipo de gobierno para el que no hay ninguna tradición política en Argentina. Al mismo tiempo tendrá que construir una cuarta pata peronista de su gestión que requiere de otros niveles de acuerdo. Si el PRO se cierra en sí mismo, con el problema que ya tiene de una aguda carencia de cuadros para administrar la gigantesca Provincia de Buenos Aires, generará agudas disputas internas. Ya los radicales hacen oír en los pasillos su descontento por lo poco que les viene tocando en el reparto de cargos. Si, por el contrario, el PRO abre el juego deberá asumir niveles de descentralización de las decisiones que son contrarias a su naturaleza. La llegada de miles de tecnócratas provenientes de la gestión empresarial, muchos de ellos sin experiencia previa en la gestión pública, que traerán lógicas de administración acuñadas en el seno del poder económico puede derivar en una perversa combinación de aplicación de políticas de exclusión sazonadas por la ineficacia e incapacidad de sus cuadros medios, lo que puede acelerar su desgaste. Sin duda, en los empleados estatales en general y en la docencia en particular se encontraran polos de resistencia que hay que fortalecer y potenciar en los años venideros.
La cuestión de fondo es que la recomposición de la gobernabilidad K estuvo muy lejos de reconstruir el sistema de partidos que destruyo el ciclo del 2001 y una fuerza nueva o una coalición de partidos puede llegar a ser desbordada rápidamente por una crisis de gobernabilidad.
A su vez, las tendencias estructurales del sistema capitalista en crisis que ya describimos no son de corta duración. La baja de los precios de las exportaciones y la disminución de las exportaciones hacia determinados mercados no son aspectos que vayan a desaparecer en lo inmediato. Por el contrario, hay un escenario global de alta volatilidad que puede repercutir de maneras inesperadas y que va más allá del flujo inicial de capitales que la euforia del poder concentrado garantice. De la misma manera, si el triunfo de Macri refuerza un escenario regional más derechizado la relación de fuerzas hoy existente en la región, aún con el triunfo del macrismo, no escoró todavía definitivamente a favor de la alianza del Pacífico y el TPP propiciado por EEUU. En cambio, una derrota de los bolivarianos en Venezuela en las próximas elecciones del 6 de diciembre sí implicaría un cambio clave en las relaciones de fuerza de la región. Si ese escenario se da estaríamos frente a una oleada neoconservadora regional con características de revancha de clase que se volverá el vector dominante durante un período.
Lo determinante en ese escenario pasará por la capacidad que tengamos las fuerzas de la resistencia para construir barreras insalvables a las estrategias de la fuerza gobernante.

Pensando la resistencia

No hay que encerrarse en las miradas que conciben la política tan sólo como juego de ajedrez entre la militancia organizada, y advertir que la principal brecha que se abre es en la sociedad civil. La combinación de crisis mundial del sistema capitalista que se expresa como crisis civilizatoria, el agotamiento del modelo neodesarrollista,  el recambio político con el ajuste que trae el macrismo y el descontento social, con un posible nuevo ciclo de luchas, abre la posibilidad de crecer en influencia social en la población. La tarea esencial de la izquierda independiente o popular en la que nos referenciamos pasa por insertarse sólidamente en esos conflictos porque, si no se autoniega, tiene para ofrecer una concepción diferente al de otras opciones: el poder popular, la crítica a la política sistémica cómo mera representación y una perspectiva de la revolución como autoemancipación de las clases subalternas.
Es imprescindible evitar sectarismos aislacionistas así como todo bandazo de sobrevalorar o minimizar las posibilidades del gobierno macrista. Una de las claves pasa por construir anillos de unidad alrededor de la conflictividad social y no de meros acuerdos de orgánicas, sin descartar esto último pero sin que sea el eje exclusivo de la recomposición de la unidad. La lucha social defensiva y reivindicativa deberá tener marcos de amplitud importantes y más amplios aún los anillos defensivos que se deben desplegar para frenar o dificultar la ofensiva represiva. Esto requiere que el nivel de medición para impulsar la unidad deba pasar por la actitud y disposición concreta de desarrollar y potenciar la conflictividad social por abajo.
Al mismo tiempo que se es amplio en la lucha hay que evitar todo intento de compartir y/o subsumirse en estructuras y herramientas hegemonizadas por el K, no guiados por concepciones sectarias sino porque estos espacios siempre supeditarán las demandas populares a la estrategia de recomposición del K y su regreso como fuerza gubernamental. El triunfo del macrismo le abre al K más duro alguna posibilidad de recomposición. Si se impone como vector dominante de la resistencia eso significa la renuncia en los hechos a todo proyecto emancipatorio que cuestione al sistema capitalista y el retorno a un neodesarrollismo que ha tenido mucho que ver con este escenario más adverso. Pelear juntos, si hay voluntad real de hacerlo, sí. Seguidismo oportunista, no. Paralelamente hay que diferenciar la base social que acompañó este ciclo de sus estructuras y cuadros dirigentes.
Es imposible aún determinar si habrá un eje de conflicto que será el determinante en los años venideros. Seguramente las luchas sindicales, empezando por la de empleados públicos cómo ya señalamos, las estudiantiles, de género y contra los efectos más brutales del extractivismo estarán a la orden del día. Aún así, nos parece que los conflictos en las grandes urbes con un capitalismo que reformatea agudamente los espacios públicos expropiándolos para el mercado en múltiples dimensiones y que potencia enormemente la especulación inmobiliaria expulsando a las clases populares hacia las periferias adquiere una dimensión específica a abordar con profundidad en los próximos años. El derecho a la ciudad cómo articulador de la enorme variedad de disputas al interior de las metrópolis puede ser un eje muy importante. No faltan organizaciones con nivel de desarrollo por abajo que lleven adelante luchas de resistencia por la vivienda, la salud, la educación, el enrejamiento y la privatización parcial de plazas y parques, la multiplicación de  grandes torres y el colapso de los servicios, por mencionar algunas de las cuestiones que reflejan cómo opera la desposesión a nivel de la ciudad. Lo que falta son miradas de conjunto que condensen capacidades de presión y movilización en determinados puntos para hacer retroceder algunos de esos avances. Faltan espacios que canalicen la voluntad de miles que se llenan de bronca frente a estos procesos pero que no tienen donde expresarla. Si sabemos que en el corto plazo van a crecer, cómo ya lo vienen haciendo, exponencialmente las tarifas de transporte y de servicios públicos hay que pensar iniciativas que hagan frente a esos procesos que construyen una ciudad cada vez más cara e invivible para las clases populares. Nos imaginamos que quizás haya condiciones para la aparición de espacios por abajo, abiertos, que no partan del requisito de tener  una identidad partidaria u organizativa previa, asamblearios, pensados desde  la democracia de base, cuyos ejes muy simples sean asumir la defensa en todos los niveles de lo público y comunitario y el derecho a la ciudad por medio de la autoorganización y la acción directa. Que seguramente deberán ser impulsados inicialmente por una militancia vinculada a espacios organizados previamente pero que no tengan como objetivo absorberlos para engordar sus orgánicas sino para desarrollarlos en el territorio como construcciones comunitarias con vida propia, masiva, pública, en la calle, como aporte a reconstruir niveles de sociabilidad por abajo que sean un piso político-cultural para la resistencia hoy y para un proyecto emancipador de cara al futuro. Su nombre es lo de menos –comités, casas populares, etc.- lo determinante es el sentido que deben adquirir. Obviamente, el despliegue de estas formas de organización implica combatir las lógicas autoreferenciales, vanguardistas –en el peor sentido del término- y elitistas que colonizan gran parte de nuestras prácticas.
Hay que evitar que la prioridad puesta en la disputa por los sentidos de la conflictividad conduzca nuevamente a un mayor peso de posiciones de autonomismo extremo que niegan la necesidad de desplegar estrategias integrales que den disputas en diversos niveles. Más aún, es necesario hacer esfuerzos por la convergencia de determinados embriones de lucha político electoral surgidos recientemente como Pueblo en Marcha en CABA y Provincia de Buenos Aires, elPartido por la Dignidad del Pueblo en Jujuy o el Frente Ciudad Futura en Rosario así como otras experiencias provinciales que pongan el acento en potenciar en otros espacios las construcciones de Poder Popular y no en subordinarlas a las herramientas políticas. Esa convergencia debe despojarse de toda tentación de asumir un perfil centroizquierdista bajo la errónea especulación de pretender canalizar una parte de la base social y activismo cercana al K desde esas posturas.
Ese plano de recomposición de la unidad no debe entenderse como contradictorio con el acercamiento al FIT y la continuidad de alianzas electorales y, por supuesto, en los conflictos por abajo. Los compañeros han ocupado por mérito propio un lugar en el imaginario social que los ubica como la única fuerza de izquierda nacional y, salvo tentación autosuicida (lamentablemente no totalmente descartable) eso no se modificará en el escenario venidero. Un horizonte de lucha por el socialismo, una voluntad efectiva de presencia en los conflictos –sobre todo sindicales y el crecimiento de mediaciones impulsadas desde ese espacio relacionadas con la lucha de género, la diversidad sexual o experiencias culturales y de contrainformación los ha ubicado como polo indudable de todo reagrupamiento y resistencia popular. Al  mismo tiempo, esa recomposición choca con límites indudables. Sabido es la dificultad y rechazo expreso de algunos de sus componentes a toda ampliación del FIT, lo que actuó como traba de toda recomposición profunda de la izquierda que vaya más allá de pedir que se los vote. De manera más preocupante, el conjunto del FIT concibe el acuerdo como algo exclusivo de las orgánicas partidarias y en el plano electoraldesaprovechando la posibilidad de desarrollar espacios, locales, comités unitarios por abajo abiertos a todo un activismo que no milita en ninguna de las fuerzas partidarias, pero ve con simpatía todo reagrupamiento y quiere mantener la necesidad de una salida socialista como bandera. Algo de la potencialidad que otra forma de construcción puede tener, se vio en la convocatoria del denominado Polo de Izquierda a apoyar y participar en el FIT en CABA. No parece que estas serias limitaciones, que tienen su sustrato de fondo en que los partidos fundadores del FIT comparten la prioridad dada a la disputa por la “dirección” y la representación del pueblo trabajador, vayan a modificarse, al menos en el corto plazo, con lo que toda estrategia que se centre exclusivamente en constituirse como cuarto polo o pata al interior del FIT se encontrará con dificultades insalvables.
Estamos convencidos que en el ciclo de resistencia que se avecina entre las construcciones prioritarias se encuentra la necesidad de construir una articulación de espacios que compartieron –y en algunos casos aún comparten– matrices identitarias comunes, como un aporte a una unidad superior. Su nombre es lo de menos, “izquierda independiente”, “izquierda popular”, “nueva-nueva izquierda”. Lo decisivo debe estar en las concepciones que lo orienten: su voluntad firme y decidida por dar batalla al sistema sin medias tintas; que sea portadora de una subjetividad que prioriza la praxis –en su sentido gramsciano de fusión de teoría y práctica– por sobre los dogmas y los programas “perfectos” que terminan siendo sólo papel; que recupere de la generación del 60 y del 70, entre otras cosas, el imperativo de poner el cuerpo, de involucrarse de lleno en la acción transformadora; una subjetividad que tenga como norte principal la construcción de colectivos sociales regidos por las formas más democráticas posibles, sin renunciar por ello al desarrollo de instancias organizativas que posibiliten la transmisión de la experiencia y la continuidad de las prácticas emancipatorias; una subjetividad que camine hacia un horizonte de una sociedad sin explotados ni explotadores, pero que asuma que el tránsito hacia esa utopía se hace desde ahora, construyendo con otros valores, forjando los embriones de las relaciones sociales venideras; una subjetividad que entiende que hay que combatir todas las formas de opresión (de clase, de género, de etnia) porque comprende que las relaciones de dominación operan en todos los planos de la vida social y no sólo en el de las relaciones de producción; una subjetividad que rechaza los discursos que, en nombre del progreso, la modernidad y el desarrollo de las fuerzas productivas, destruyen los bienes comunes de la naturaleza y ponen a la humanidad a las orillas del abismo; una subjetividad que cree que la construcción de contrahegemonía es, sobre todo, la construcción de Poder Popular y esto implica que las clases subalternas pasen a ser sujeto de cambio, que se constituyan como clasepara sí, recuperando el poder-hacer como mecanismo de cambio y empoderamiento colectivo basándose en la autoorganización, la autoeducación y la autoemancipación.
Munidos de esas certezas creemos que se puede aportar seriamente a la construcción de un bloque histórico junto a otras tradiciones emancipatorias y colectivos populares que operan en las más diversas dimensiones de la vida cotidiana.
Es un interrogante si existirá la madurez necesaria para articular ese espacio como un vector específico del período de resistencias o por el contrario primarán estrategias que tienden a diluirlo tras el K o a invisibilizarlo tras la necesaria convergencia con la izquierda.
La empatía con determinadas concepciones de la política no nos impide -aún más, nos demanda- continuar siendo un espacio abierto al diálogo entre las diversas concepciones revolucionarias y todo el arco de las luchas populares. Acompañando las batallas venideras, revisitando nuestra memoria, que es mucho más que un pasado inerte, y sin renunciar jamás a los sueños de un futuro emancipado, seguramente nos seguiremos encontrando con todos/as aquellos/as que no se resignan.
Notas
[1] De acuerdo a la Encuesta Nacional de Grandes Empresas 2012 (ENGE) del INDEC, dentro de las 500 empresas más grandes de Argentina, sólo 178 son de capitales nacionales (aquellas en que la participación de capital foráneo no supera el 10%) mientras que 322 son de capitales extranjeros.
(Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/)

El consumo libera (y resiste)

Diego Valeriano

En estos últimos años la guita en los barrios circulo de manera obscena para algunos. Nunca pero nuca, hubo tanta guita viva saltando de mano en mano: tecnología, falopa, ladrillos y chapas, goce, motos, Coca chorras y desborde son la cara plebeya de la década ganada.

El consumo en su cruda desnudez libera. Y libera en tanto fuerza que da y recibe movimiento, en tanto devela otras fuerzas al intensificarse, en tanto desborda. De allí el temor al runfla con plata, de allí el temor a los territorios desbordados, de allí el temor a los pibes insolentes.

El cristinismo y las vidas runflas se entendieron, se alimentaron, se respetaron y financiaron. Nadie busco ser síntesis de nadie. Un vínculo virtuoso que en los territorios se hizo fiesta. La irrupción de otras formas de vida: distintas, desordenadas, ásperas y gozosas fue la cara más visible e incómoda de la década. Los que siempre consumieron, reniegan sistemáticamente de lo que produce el consumo en los nuevos consumidores. Votaron por el cambio, votaron contra estas formas de vida.

El consumo libera. Desata formas de vida inauditas. Rebeliones y resistencias permanentes, empodera. Descalifica ideas muy asentadas. Las vidas runflas no van a retroceder, no los van a ordenar.

Un fantasma recorre la ciudad y es iletrado, inabarcable e inexplicable. La guerra por el consumo de tan promiscua confunde y mete miedo.

El problema para esta nueva derecha es cuánto van a entender estas formas de vida que mutan desde las periferiarias. En su ADN ideológico esta ordenarlos y controlarlos; aman los pobres buenos, trabajadores y dignos. Los negros y las rochas son indómitos. Acá está el primer conflicto real por venir.

Operación de pinzas

Diego Sztulwark y Mario Santucho


Dos hechos comunicacionales de envergadura (no uno) condimentaron el desayuno del primer día del país macrista. Gestos que no resultan para nada anecdóticos. No sólo porque parecen fríamente calculados para marcar a fuego cabezas aún abombadas por el golpazo electoral, sino también porque afectan al nervio mismo de la vitalidad popular y democrática de las últimas décadas. Si alguna vez se pensó que Cambiemos era una plataforma política desideologizada, y que su retórica liviana evidencia un vacío conceptual, es hora de parar con el boludeo. La juerga, el bailecito, los globos y la espontaneidad calculada, son apenas espuma para la tribuna.

Nos referimos, por un lado, al sonado editorial de La Nación: No más venganza. Por el otro, a la conferencia de prensa inaugural del presidente electo, ladeado por los tres principales cuadros del PRO. La primera, una puñalada letal al corazón de las luchas que signaron el ciclo largo de la transición, y los años de gobierno kirchnerista: la política de derechos humanos. La segunda, una apelación reiterada a la reunificación nacional, al estemos todos juntos, al sin sentido del desacuerdo, como si la conflictividad social fuese un mal chiste del pasado.
Podría pensarse que estamos ante señales contradictorias emanadas del mismo comando. Tal vez se trate de la explicitación de un diferendo que pone en tensión a la nueva derecha. De un lado, una perspectiva más tradicional que vuelve una y otra vez hacia el pasado, con la intención de trastocar lo que considera una derrota cultural inaceptable.  Es cómico ver cuan en serio se toman al viejo Gramsci los reaccionarios argentinos, incrédulos ante el hecho de haber ganado una guerra en el terreno militar, para luego ser derrotados en los escritorios. De otra parte, un ímpetu posmoderno, incluso posthistórico, que se sacude los lastres del origen y se regodea, atentos a los modales básicos de la corrección política, en un presente hecho pura imagen. El propio Mauricio Macri se encargó, en la conferencia de prensa aludida, de ratificar que dejaría actuar a la justicia “libremente” en los casos de Lesa Humanidad. Este liberalismo aggiornado nos dice que la Justicia también está gobernada por una mano invisible, como el mercado, lejos de cualquier influencia política. Semejante neutralidad en la materia es, en realidad, una posición doctrinaria, cuyas consecuencias pueden preverse: diluir las responsabilidades penales de los civiles que colaboraron activamente con la dictadura y, sobre todo, refrenar los intentos actuales por determinar quiénes fueron los empresarios cómplices y beneficiarios económicos del “proceso de reorganización nacional”.    
Vale la pena, sin embargo, tomarse un poco en serio a quienes dirigen y sostienen lo que quizás sea la principal institución del liberalismo vernáculo. La pregunta es: ¿fue un simple exabrupto, que rápidamente pasará al olvido? ¿Algún dinosaurio ansioso que metió la pata y volverá mansamente a su redil, anoticiado del daño que puede hacerle al proyecto hegemónico de sus camadaras? ¿O hay algo, tal vez in-orgánico, que articula estos enunciados, una línea racional (y temporal) que los dispone como una verdadera operación de pinzas?


Tribuna de doctrina

“La elección de un nuevo gobierno es momento propicio para terminar con las mentiras sobre los años 70 y las actuales violaciones de los derechos humanos”, dice la “Editorial Abierta” de La Nación. Hay un timing específico del intelectual orgánico, pero la línea que separa la intervención virtuosa de una torpe bajada de línea a veces se evapora con facilidad. Ya había sucedido en mayo de 2003, también ante la resolución de un escenario de balotaje, cuando uno de los hijos dilectos del periódico “fundado por Bartolomé Mitre”, Claudio Escribano, dictó con tono de amenaza un pliego mínimo de exigencias al entonces recién llegado Néstor Kirchner. Las respuestas no se hicieron esperar, y el panfleto cumplió exactamente el rol opuesto al imaginado por su autor: un recetario de lo que no debería hacerse. Esta vez la reacción fue más contundente aún, pues los propios periodistas del matutino fundado en 1870, reunidos en asamblea, manifestaron su desacuerdo y hasta difundieron un comunicado de repudio, que fue publicado en la propia web del diario en cuestión.
Volvamos al contenido del artículo: las causas judiciales por violaciones de lesa humanidad son el resultado de una versión mentirosa de la historia, que se adjudica a una “izquierda ideológicamente comprometida con los grupos terroristas que asesinaron aquí con armas, bombas e integración celular de la que en nada se diferencian quienes provocaron el viernes 13, en París, la conmosión que sacudió al mundo”. En términos prácticos, el nuevo gobierno debe terminar con la venganza que puede constatarse en dos puntos concretos: “el vergonzoso padecimiento de condenados, procesados e incluso de sospechosos de la comisión de delitos cometidos durante los años de las represión subversiva y que se hallan en cárceles a pesar de su ancianidad”; y cesar la “la persecución contra magistrados judiciales en actividad o retiro”, en referencia a los cómplices de la dictadura que aún sobrevivien en el aparato judicial.
Pero la demanda central consiste en corregir la pedagogía política estatal del gobierno que se despide, para poner la lente sobre los “responsables de haber incendiado al país en los años setenta”. “Ha llegado la hora de poner las cosas en su lugar”, claman los dueños de La Nación, luego de una arenga verdaderamente brutal más no irracional: “La sociedad dejó aislados a esos ‘jóvenes idealistas’, mientras el terrorismo de Estado los aplastaba con su poder de fuego, sin más salvedades que las de algunas voces aisladas, sin más ley que la de la eficacia de operaciones militares que tenían por objetivo aniquilar al enemigo y sin una moral diferente, en el fondo, que la de los rebeldes a quienes combatían.”


Violencia y política

En el centro de la escena televisiva, sin embargo, las nuevas autoridades derrochan optimismo y ofrecen concordia, inaugurando un estilo descontracturado donde no hay lugar para la discordia, ni para la venganza. Ellos y sus asesores insiste en que han pasado de pantalla, instalados en pleno siglo XXI, lejos de las confrontaciones ideológicas. Pero, intuimos, hay una conexión virtual que unifica ambos eventos mediáticos.
Si La Nación se siente urgida a “poner las cosas en su lugar”, es porque junto a la “causa de los derechos humanos” lo que emerge es un problema persistente en nuestra historia pasada y presente: el de la intensificacion de la conflictividad social y junto con ella, el de la violencia política. La inminencia de la crisis, y la incertidumbre que suponen los planes de reestructuracion económica en danza, reflotan el fantasma de la violencia estructural, que no puede ser tratada exclusivamente bajo la forma de una violencia patológica a erradicar. No es casual, entonces, que se compare a las organizaciones revolucionarias de los años setentas, sin el más mínimo rigor histórico, con las recientes y repudiables acciones terroristas en París.
Quizás sea este temor secreto ante un posible resurgir de la protesta popular, el que brotó inmediatamente al confirmarse la mutación en el escenario político. No es ilógico. Una nueva derecha que se propone reformatear a la sociedad desde los parámetros empresariales, con sus criterios de éxito y su prédica emprendedora; que apuesta a construir un nuevo sistema político, mas allá del formato impuesto por el peronismo; y que añora reinsertar al país en el concierto global dominado por el neoliberalismo, no puede abstenerse de brindar una narración de la historia reciente. No alcanza con la estética y el manual de estilo. Si es cierto que no estamos ante una mera continuidad del liberalismo conservador que sembró de muerte el siglo XX argentino, con su Partido Militar como herramienta; si tampoco fuera del todo preciso comparar lo que viene con el menemismo noventista, privatizador y extranjerizante; no es sólo por una cuestión de buenas intenciones. Y la versión PRO del universo social tiende a identificar ligeramente los males que nos acosan (narcotráfico, clientelismo y corrupción), sin pensar el fondo orgánico de los conflictos y la naturaleza estructural de las tensiones sociales.
Un tema crucial salió a luz en este primer debate de la era macrista: la noción misma de democracia que supimos conseguir. Solo un pensamiento sumido en la más estricta banalidad, o una visión expresamente maniquea, ignora que la paz nunca es ausencia de guerra, sino el precario estado de equilibrio que permite tramitar los desacuerdos con arreglo a ciertos marcos. Cuando la conflictividad social se mantiene dentro de los contornos previstos por el ordenamiento republicano, no es porque tales formas institucionales contengan en sí mismo el atributo de la perfección. Y no hay que viajar a los años setenta del siglo pasado para hallar ejemplos de verdaderos desbordes destituyentes, que ponen en jaque al sistema de representación, impugnando los dictados del poder constituido.
La democracia que heredamos es, ante todo, la difícil construcción de una tregua permanente. Después del 2001, durante el kirchnerismo, y como respuesta a la experiencia insurreccional, se procuraron poner límites a la represión de la protesta y a la lógica del ajuste económico (no siempre de forma consecuente). ¿Cuál será, en los hechos, el tratamiento del nuevo gobierno que inicia el diez de diciembre respecto de la conflictividad social? La proyección discursiva, justo cuando amanecía “el cambio”, de un relato que insiste con la demonización de las antiguas políticas revolucionarias, al mismo tiempo que invita a una reunificación genérica que tiende a negar la posibilidad misma del conflicto, es un indicio de las polémicas que vendrán. Y no es momento para hacerse el avestruz.

Clinämen: La derrota antes vital que (macro)política

Conversamos con el Colectivo Juguetes Perdidos, autores del libro “¿Quién lleva la gorra?”. Volver la mirada a los modos de vida leer los resultados electorales a partir de una cartografía de nuevos barrios. Vida mula, seguridad y consumo. La vagancia como interrupción. El fondo precario sobre el que armamos nuestras vidas. Las promesas de felicidad. 

Atención: Novedad Tinta Limón

Tinta Limón practica la edición como un programa: una constelación de términos que hacen máquina. Pero no cualquier máquina. Enlazar la micropolítica con la fuerza de la ensoñación, la fuga y la deserción con la versatilidad neoliberal, Spinoza con las finanzas, Marx con los ritmos de la revuelta, la virgen de los deseos con los atrevidos, la explotación del alma y el mapeo colectivo, el fuego y la palabra con las tesis para atacar la realidad, los elefantes que aparecen en la escuela con las brujas, la pregunta por quién lleva la gorra con lxs artesanxs libertarixs… Y así podríamos seguir, en una especie de collage que en su multiplicidad construye sentido y abre orientaciones posibles, multiplicando imágenes y siguiendo de cerca los devenires.
En todo caso, co-producimos y nos sumergimos en una trama densa de conversaciones y prácticas, en sus chirridos y desajustes, en su fuerza y sus alaridos. Ahora, con este libro Conversaciones ante la máquina. Para salir del consenso desarrollista, fabricado por el colectivo clinämen, ese método queda expuesto, relanzado y, una vez más, convida a ser parte.
Porque al mismo tiempo pone el oído sobre las disonancias, ante los ruidos que interfieren, con atención a la crítica concisa y concreta frente a la máquina de movilización permanente que nos desgasta sin dejarnos verdaderamente actuar.
Es una diferencia de maquinismos: un clinamen es una pieza viva de recombinación, que se prolonga en otras conversaciones y escuchas, aquí y allá. Finalmente, se trata de cuidar nuestras máquinas de guerra. Cuidar que persistan como tales, atravesando el miedo, la soledad, el desencanto y la esterilidad del simulacro. Este cuidado es parte fundamental de nuestro programa.

Los escombros del progreso – Conversación con Gastón Gordillo

Conversación con Gastón Gordillo[1]

¿Qué significa estudiar una geografía como dimensión de transformaciones sociales y políticas? ¿Cómo operan en tu manera de mirar las transformaciones que la economía produce en el espacio?
Por un lado podemos decir que obviamente la geografía del espacio es lo más básico, lo más material que nos rodea. No podemos imaginarnos sin la geografía y sin el espacio, simplemente porque es constitutivo de quiénes somos y de todo lo que hacemos. Empecé a ir a Salta en el 2003, a la zona del Chaco salteño, que es el núcleo del boom sojero en el norte. Y en parte mi mirada de la geografía es justamente tratar de ver a través de los cambios espaciales, tan dramáticos en la última década. Y así es como uno puede ver en un microcosmos geográfico problemas políticos, sociales, históricos, culturales que van más allá del lugar particular de la investigación.
¿Cuáles serían las tendencias que empezás a mirar en términos de modernización económica y cuál es el papel de la soja?
La soja obviamente no sólo es una planta que después se transforma en productos que se exportan a China, sino que implica todo un cambio muy dramático en toda una infraestructura espacial, material, que ha modificado radicalmente la geografía de lo que es el borde chaqueño. Estamos hablando de la zona de transición entre los Andes y el Chaco. Las Lajitas es el núcleo del boom sojero en Salta. Y esta era una zona que hasta hace 30 años era monte de bosque chaqueño, donde la gente practicaba una ganadería de monte, gente criolla en su mayoría en este lugar o grupos indígenas más hacia el Chaco. En los ‘70 empezaron los desmontes que se aceleraron muchísimo en los ‘90 y sobre todo a principios de esta última década: 2003, 2004, 2005. Esa geografía de monte chaqueño, donde la gente tenía sus vacas, gente que ha vivido en esa zona desde hace generaciones, con una economía familiar, ha sido históricamente uno de los bastiones de la cultura gaucha en Salta, que hoy en día se sigue celebrando: el gaucho salteño con su poncho rojo como algo folklórico y celebrado a nivel oficial. Esa geografía gaucha ha sido radicalmente destruida en varios lugares. A fuerza de quemazones, de topadoras, de expropiaciones de tierra. Hoy lo que se ve en esta zona de Salta es un paisaje que ha sido en muchos sentidos “pampeanizado” a la fuerza, con violencia. Todavía quedan reductos de este paisaje de monte en algunos lugares, pero básicamente alrededor de Las Lajitas toda esta geografía criolla gaucha ha sido destruida. Uno viaja por la zona y ve lo que parece una geografía pampeana: campos de soja con muchísima maquinaria, muchísima tecnología, silos de tamaño impresionante. En esta zona ha habido toda una infraestructura de inversión muy impresionante. El tema de la geografía también es importante porque, si uno no está familiarizado con la historia de, por ejemplo, esta región, vos podés llegar a Las Lajitas y te parece que este paisaje moderno ha estado ahí desde siempre. Pero hablando con la gente de la zona, sale que hay una historia de violencia y destrucción detrás de este paisaje supuestamente moderno y progresista. Están los escombros, las ruinas de estas antiguas geografías criollas.
Volviendo a tu pregunta original, lo que busco ver en mis estudios sobre la espacialidad y la geografía son los procesos de producción y destrucción que crearon los paisajes del presente.

Desde el 2003 que empezaste a investigar el norte, ¿qué modificaciones viste en los modos de vida de las comunidades a partir de la pampeanizacióndel territorio?
Aquí es también donde se ve la relación entre espacio y formas de vida. El tipo de relación que tenía la gente criolla con el espacio (ganadería montarás, tener las vacas sueltas en el monte), esa forma de vida más campesina, si querés criolla, está desapareciendo aceleradamente en algunos lugares, sobre todo en la zona más sojera, que está siendo empujada cada vez más hacia el interior del Chaco, hacia el este. Es el frente más fuerte de expansión sojera en este momento. Desde las montañas, que es la zona más húmeda, hacia la zona más seca. Al ser desalojada, la gente termina viviendo en los bordes de los pueblos y eso implica obviamente mayor desempleo, mayor dependencia de programas sociales del gobierno, una mayor urbanización. El núcleo de los cambios sociales y culturales en la zona creo que pasa por la imposición de un modelo más urbano de espacialidad. Obviamente esta zona sigue siendo rural en el sentido de que no hay una enorme ciudad. Pero es un modelo espacial urbano, en el sentido de que hubo una gran industrialización, mucha capitalización, y el modelo espacial que se impone se origina desde lugares como Rosario o Buenos Aires, que mucha de la gente que invierte en esta zona en la soja viene de lo que allá se llama el sur, refiriéndose a la pampa gringa.
Imagino el contraste de relatos que se puede encontrar entre un rosarino o un porteño que va con cierto capital a armar ahí una infraestructura que vive como un progreso y la desolación de criollos que viven ahí hace años. Vos hablás de dos percepciones: progreso y desierto.
Sí, es muy impactante y surrealista por momentos. Acabo de volver de Salta, donde hace unos días entrevisté a un sojero en Las Lajitas. Y claro, él obviamente tenía su versión empresarial, hablaba de desarrollo, progreso, de cómo la soja estaba desarrollando las zonas más rurales hacia el Chaco. Le pregunté en un momento por el tema de los desalojos y enseguida minimizó que fuera un problema. Él decía que siempre a la gente se le deja un pedacito de tierra para “sobrevivir”. Esa fue la palabra que usó. Es verdad, en algunos casos los sojeros permiten a la gente quedarse en un pedacito de tierra, algunas hectáreas, veinte hectáreas, que para la gente no es nada, porque si uno tiene algunas vacas necesita cientos de hectáreas de monte. A los dos días hablé con amigos criollos, gente de tradición gaucha, y justamente me hablaban de la desolación que generan los campos de soja. Hablan de un nuevo desierto. Y eso es un nuevo concepto históricamente fascinante en nuestro país, por cómo Sarmiento y tantos otros hablaban del desierto como un espacio salvaje, indígena criollo, que había que desarrollar. Y obviamente llegaron las famosas campañas al desierto. Y cómo hoy en día, un siglo después, la gente criolla que vive en estos lugares conquistados en nombre de la conquista del desierto ven la creación en el espacio de una geografía muy desertificada, porque eso es lo que está sucediendo con la fuerte erosión que se está creando. Todo el mundo habla de la cantidad de tierra que se levanta los días de viento en la zona sojera. Es impresionante. El cielo a veces queda marrón del polvo que se levanta justamente porque las tierras antes estaban cubiertas de bosque, de monte, y ahora toda esa cobertura vegetal no existe más y eso crea problemas respiratorios. Además ese polvo está cargado de agrotóxicos. Si uno llega desde Buenos Aires y ve todas las maquinarias relucientes de los agronegocios, esa faceta más destructiva o dañina del espacio no la ve.
En tus textos hablás de una “modernización de la zona” muy incentivada por algunas políticas macroeconómicas, como el tipo de cambio que favorece a la explotación. ¿Hay entonces una articulación global de estos negocios?
Absolutamente. Hablamos de la zona gaucha/salteña, pero estos espacios a su vez están muy globalizados. Obviamente la demanda de soja viene de Asia mayormente (de China, de la India). Sabemos que no es para alimento humano, sino para alimentar chanchos. Se crea toda una cadena, un flujo material de camiones, que es impresionante: las cañonadas que salen de esta zona llenas de soja, que van a Rosario y de ahí van a barcos que salen al Atlántico y terminan en China. Estos inversores que están produciendo soja vienen de todo el mundo. Obviamente hay también un fuerte núcleo salteño y jujeño, no son simplemente multinacionales extranjeras, pero a su vez está todo muy globalizado. Por darte un ejemplo, Cervera, que es un grupo capitalista salteño, está muy ligado al grupo IRSA de Buenos Aires, que a su vez, en su momento, estuvo ligado a Soros, el inversor húngaro. Y mucha de la gente que uno ve en Las Lajitas manejando camionetas último modelo o que están a cargo de la parte gerencial de las empresas, no es de la zona.
Vos recién hablabas de una especie de modelo urbano que se aplica a las poblaciones rurales expulsadas por la soja. ¿Te parece que se puede pensar que hay un mismo mecanismo biopolítico operando en los territorios con las poblaciones que son despojadas y en las periferias urbanas?
Sí, totalmente. Para mí es muy clara la disolución de la distinción entre campo y ciudad. Si bien obviamente podemos decir que tenemos grandes ciudades por un lado y zonas menos urbanizadas por el otro, obviamente la interconexión es tan profunda que creo que a la dicotomía campo-ciudad es necesario repensarla muy profundamente. Los desalojos de gente que se transforma en un obstáculo para el progreso se dan tanto en esta zona de Salta como en Rosario, donde gente más o menos urbana ha sido expulsada para dar lugar a los silos, para sacar la soja hacia el Atlántico. La densidad poblacional es distinta, pero el patrón espacial es el mismo. Como lo describe Walter Banjamin, el progreso es como una especie de tormenta destructiva que crea ruinas y escombros a medida que avanza. Obviamente dentro de los paradigmas dominantes, se trata de esconder los escombros y destacar la parte reluciente. Pero como antropólogo, me interesa más mirar los márgenes y hablar con la gente que te puede mostrar las ruinas.
Nos interesó mucho un artículo tuyo, “Los árboles de la Argentina blanca”. Ahí te situaste sobre un conflicto por la tala de árboles en la ciudad de Buenos Aires, cuando Mauricio Macri estaba construyendo el Metrobús y entró en una polémica con el gobierno nacional. Vos señalás la existencia de un proyecto geográfico de la blanquitud…
Se relaciona con lo que hablábamos de la destrucción del espacio. Estas son destrucciones que para mí están muy racializadas. Es más fácil destruir espacios que son vistos como diferentes, exóticos, no muy valiosos, antes que destruir, por ejemplo, árboles en el medio de Buenos Aires. Y lo que me impactó muchísimo fue que se creó todo ese debate por la tala de árboles y apareció Cristina diciendo “Yo nunca talaría un árbol”. Dijo algo así como “por sobre mi cadáver van a talar un árbol en mi gobierno”. Yo no lo podía creer, sobre todo trabajando en estas zonas de Salta, donde son decenas de millones de árboles que se han destruido a fuerza de topadoras, fuegos y alambrados. Me impresionó mucho como para ciertos sectores, sobre todo urbanos de la Argentina más blanca, hay árboles que si uno los tala te calan a nivel afectivo, uno se siente mal, quiere hacer algo y de pronto, al mismo tiempo, hay millones de árboles –que son igual de árboles que los de acá, de Buenos Aires–, cuya destrucción no nos afecta, nos parece algo más lejano. Para mí esto tiene muchísimo que ver con la geografía, con el hecho de que en la Argentina el tema de la blanquitud es uno de esos grandes temas negados, el tema del racismo argentino. Pero a mí me interesa sobre todo cómo eso tiene un anclaje espacial. Así como imaginamos que Buenos Aires es una ciudad europea, desde Buenos Aires se ve al norte como una zona más mestiza, criolla, indígena, no totalmente argentina, justamente por esa no-blanquitud que es parte de la geografía. Y eso hace que obviamente desde Buenos Aires sea más fácil olvidarse de la enorme destrucción que el modelo sojero está generando en estas zonas donde hasta los mismos árboles aparecen menos valiosos por ser parte de una geografía mestiza. Entonces la Argentina blanca, para mí, no es la Argentina de la gente blanca, sino que es un proyecto político. Un proyecto político y espacial que intenta blanquizar la Argentina, como fue el proyecto de Sarmiento: hacer una nación sin indios, sin gauchos, sin negros. Y eso no fue meramente un discurso político o ideológico, sino que ha tenido implicancias hasta hoy en el tipo de geografía que se crea.
5 de noviembre de 2013

La tecnología como tanque de guerra

conversación con Andrés Carrasco [1]


Tenemos diagnósticos hechos sobre el modelo productivo actual, sin embargo es difícil avanzar hacia el planteo de otros modelos posibles ¿Existe la posibilidad de tener un modelo productivo que no sea contaminante, que no expulse a las personas de su territorio, que no nos mate de cáncer? ¿Se puede dar un viraje de esa dimensión en este momento?
Partiendo de la base de que este modelo productivo no es una cosa impuesta, sino una decisión tomada, sí, sin duda que hay posibilidades de armar otros modelos productivos. Sobre todo, si uno entiende no sólo los efectos del modelo productivo, sino también cómo fue construido. Porque es un modelo que fue construido en los grandes centros de diseño tecnológico para permitir determinadas formas de producir. Y nosotros lo compramos. El asunto es cómo se sale y con qué herramientas. Porque implica salir de un modelo productivo que tiene 23 millones de hectáreas de transgénicos. Estoy hablando únicamente de la agricultura, deberíamos aclarar que el modelo productivo incluye energía, minería y otras ramas. Hay que salir de eso, y salir de eso requiere una decisión política. La raíz de este modelo está en producir alimentos para exportar, por eso si se postula a este modelo agrícola-ganadero como un modelo que satisface las necesidades de la población, eso es mentira. Es un modelo de expoliación y saqueo para exportar, para producir renta, para producir entrada de divisas. Y también para generar en la sociedad una fractura que aleja cada vez más a los sistemas más concentrados de la gente que únicamente puede beneficiarse a través de sistemas de distribución “solidaria”, diría yo, de la renta.
Entonces, en realidad, lo que tenemos que preguntarnos es si queremos tener otro modelo productivo. Porque otro modelo productivo es ir hacia la recuperación de la decisión soberana. Acá es claro que, con las decisiones que tomó el gobierno a instancias de las grandes transnacionales semilleras, el modelo productivo está en manos de las semilleras y las productoras de insumos. Cuando uno introduce una tecnología en la forma de producir también está creando una forma política: o crea soberanía o crea dependencia. Y acá se crea dependencia. Para salir hay que desestructurar todo un armado tecnológico que se instaló mediante universidades, sistemas tecnológicos, utilización de nuevas prácticas.
Es como si hubiera una matriz liberal en la política, ligada al modelo agroexportador en la economía, por la cual pareciera que desde lo político se puede interferir sólo en todo eso que no toca el corazón agroexportador de la economía. Como si ese motor que tiene desde hace décadas la economía argentina, fuera incuestionable. ¿Qué se puede hacer hoy desde lo político sobre la economía?
Cuando en el año ´96 el gobierno de Menem acepta la introducción de la tecnología yo no sé si el sector del campo la estaba pidiendo. Acá hay una fuerte intervención del Estado para autorizar la incorporación de nuevas formas de producir. Puede ser que haya habido sectores que la tuvieran clara, Monsanto seguro sabía lo que estaba pasando. Pero los miles y miles de productores en Argentina –no los 2 ó 3 mil grandes, sino todos los demás– no sabían en lo que se estaban metiendo, estoy seguro de que no sabían. Esto lo aprendí de un productor del Chaco, que, después de una audiencia en la cámara de diputados en Resistencia, me dijo: “Señor, usted tiene razón, pero ¿cómo hago yo para salir de una trampa de 20 años usando una tecnología?”. Y esa es la pregunta que ustedes me hacen ¿cómo hago para salir? Y bueno, así como se da la decisión política de introducir esto, uno podría decir que Felipe Solá no sabía cuáles eran las consecuencias, pero había un Estado detrás que tomó la decisión, ya sea porque asumió su grado de prostitución y se entregó a las grandes empresas o porque vió que era un buen negocio.
Yo creo que hay un juego perverso en esto, porque este país tiene cada vez más latifundios, porque la tierra está cada vez más concentrada a través de procesos de arrendamiento o de alquiler a mediano y largo plazo, o de los chinos que la vienen a comprar, como pasa en África: millones y millones de hectáreas vendidas a extranjeros. Entonces, todo eso también es una decisión política y no lo decide solamente un poder económico. En Brasil no está Monsanto, tienen transgénicos pero no entró Monsanto, tienen transgénicos porque se lo mandamos nosotros a través de la bolsa blanca. El problema acá es la tecnología, la tecnología es como un cañón, uno penetra con un instrumento y somete a la población.
Así como el productor chaqueño te decía que entró en la trampa, pareciera que todo el Estado argentino hubiera entrado en la trampa, en el sentido de que parecía un buen negocio plantar soja y tener excedente para distribuir. Y ante la dependencia da la sensación de que la única vía de reflexión es la catástrofe.
Si, exacto. Se crea un país dependiente de esa tecnología y que sólo puede disponer de esa riqueza si negocia con las grandes capitales centrales. En este sentido digo que es un problema de decisión soberana. Hablamos de tecnología con Tecnópolis y Tecnópolis hoy es algo barroco. Cuando uno toma esas decisiones y piensa que un instrumento, como la tecnología y la ciencia, es liberador y genera soberanía, hay que advertir que no es así: es mucho más complejo que eso. 
Y es la catástrofe la que lleva a despertar el debate, eso operó incluso sobre mí mismo: es a partir de las catástrofes que salgo a dar una respuesta en función de las cosas que aparecían en el terreno y dedico el tiempo en mi laboratorio a demostrar algo que ya estaba comprobado en la realidad. Las universidades entraron por completo, con la excepción de las universidades de Río Cuarto y de La Plata. El resto de las universidades nacionales entraron por completo. La UBA está entregada. Los debates son debates de maquillaje.
¿Cómo es el panorama en el resto de la región en relación al vínculo entre los saberes producidos académicamente y las empresas?
La situación es parecida a la de Argentina, pero nosotros somos el país que más claramente se ha entregado. Hace unos días apareció un informe lapidario sobre el modo en que las grandes transncionales operaron en el país a través de algunos agentes y hay dos nombres: Adrián Paenza y Lino Barañao, junto las políticas del Ministerio de Ciencia y Técnica. Y la Universidad de Buenos Aires se encolumna con eso. El que escribe este análisis dice que engañaron a la presidente. Bueno, ya no hay engaño, ya hubo demasiadas oportunidades para desengañarse. Sí hubo una lógica convergente en algunos sectores, sobre todo sectores ligados a esta tecnología, que accedieron. Pero lo interesante es que no es a través del sistema productivo, sino a través del sistema científico-tecnológico. Probablemente muchos productores compraron la idea, pero el sistema entra cuando se convence a los sectores generadores de saber de que estas tecnologías van a servir para salvar del hambre a las poblaciones del mundo. Y entraron por la tecnología y la ciencia.
Dado que la cuestión de la tecnología está vinculada con el conocimiento, ¿cómo ves el mundo de los intelectuales, de los filósofos y ensayistas, es decir, la otra parte de las universidades?
No veo en nuestro país el desarrollo de núcleos de pensamiento crítico. Esto me parece que tiene que ver con el momento histórico. Este gobierno vino a salvar una deuda desde hace mucho años con una generación, a la cual yo pertenezco. Esa generación, que después de haber perdido miles de guerras y batallas, dijo “bueno, esta es la oportunidad”. Entonces hay una especie de autocensura. Y esto lo digo con mucho dolor, y nosotros por esa razón a nuestro programa acá en Radio La Tribu le pusimos “Silencio Cómplice” para intentar des-silenciar esos silencios que no son dignos de las personas que mantienen esa posición. Es como si muchas personas de este sector intelectual se hubieran puesto en una posición de afuera de las luchas, como si se hubieran salido de la lucha, pensando “al fin hemos llegado”. Y esto es decepcionante, porque en realidad no han llegado, sino que cediendo en esa posición están cediendo espacios soberanos, que supieron defender desde decenas de años atrás.
9 de abril de 2013

La financierización de lo social

conversación con Pedro Biscay[1]

En relación a los conflictos que venimos analizando, aparece la cuestión de los ilegalismos financieros como una suerte de sombra, algo difícil de entender. Empezamos con una pregunta muy elemental: ¿qué son los ilegalismos financieros?
Fundamentalmente los ilegalismos financieros son lo que en el derecho penal se conoce como delito económico. Es una forma de apropiación de capital a través de dinámicas que rompen el marco de la legalidad fundada en el derecho. Cuando uno se refiere a los ilegalismos financieros habla de esquemas de transferencia de la riqueza: la forma en la que los procesos económicos utilizan estrategias para transferir los recursos y las riquezas producidos socialmente hacia sectores que tienen una capacidad de apropiación gracias a la comisión de esta actividad delictiva y generan mecanismos de apropiación individual desigual. Cuando uno piensa en el delito económico y lo toma desde el punto de vista del derecho, encuentra una serie de figuras penales como la malversación de ganancias en el ámbito de la administración pública, los delitos vinculados a la banca ilegal, los delitos vinculados a la compraventa de divisa no autorizada, aquellas operaciones que se hacen en el mercado marginal o clandestino, los delitos vinculados a la operatoria bursátil, los delitos vinculados al robo de informaciones en una sociedad anónima para hacer subir o bajar el valor de una acción, entre otras. Se trata de una serie de conductas y comportamientos muy difícil de expresar en términos legales, pero muy fácil de comprender en términos de un proceso de racionalidad económica. Uno difícilmente puede establecer una diferencia clara desde el punto de vista de lo económico entre una actividad lícita y una actividad ilícita. El punto de corte es un punto que, por un lado, tiene que ver con factores de índole moral –aquellas conductas que se entiende que rompen los esquemas de competencia– y, por otro, con la producción de daños sociales. Este último es un tema clave. Cuando uno habla de delito económico y lo compara con otros tipos de delitos que para nosotros son más que obvios, como el robo de una propiedad, la diferencia está en que el delito económico genera un daño social.
También es notorio la escasa cantidad de condenas que existen por delitos económicos…
En general en Argentina hay muy pocas condenas. Si en Argentina hay un problema de larga data, la cuestión es complicada también a nivel global y la mayoría de los países tienen grandes dificultades para conseguir condenas, aun cuando tienen legislaciones adecuadas. Una de las características fundamentales del delito económico es la impunidad. Cuando uno mira la práctica delictiva en esta materia encuentra tribunales que, si quieren investigar un caso, siempre pierden la partida con los grandes estudios jurídicos que defienden a los acusados, que además tienen gran capacidad de establecer vínculos de amistad y complicidad con ciertos sectores del poder judicial. Esto hace que las causas no avancen. Es claro que las causas tampoco avanzan porque la mutabilidad y capacidad de transformación de estos fenómenos es tan elevada que hace que la legislación siempre quede desacompasada en términos de relaciones estructurales. No tenemos legislaciones adecuadas para poder combatir los delitos económicos y, a su vez, la gran capacidad que tienen estos delitos de transformarse rápidamente en periodos cortos de tiempo hace que sea difícil, por ejemplo, poder recuperar los volúmenes de divisa que están circulando por el mundo y condenar a los responsables del ilegalismo.
Hace poco un economista nos contaba que las finanzas ya son una modalidad general de explotación del trabajo, de la ciudad, del dominio político. Es decir, que la renta ha sustituido la ganancia, si entendemos como ganancia al beneficio del que invierte en la actividad económica organizando la producción y la renta es una captura en términos monetarios de la producción social en general. ¿Esta nueva centralidad de lo financiero no repite un esquema general por el cual las actividades económicas y los fenómenos de valorización tienen siempre un nivel sumergido, un nivel clandestino?
El derecho penal está construido sobre una serie de conceptos que sostienen que hay delito cuando se afecta un bien jurídico, o sea: un interés socialmente protegido. Creo que el derecho penal no pueda responder a algunas cosas, como por ejemplo a la pregunta sobre qué es el orden económico. En general la economía funciona como un proceso conflictivo. Poco tiene que ver con la legalidad en términos de derecho, porque en realidad la mayor cantidad de flujos que circulan en la economía son una mezcla de lícitos e ilícitos. Por ejemplo, entre el 1996 y el 2008 el porcentaje de flujo financiero ilícito a nivel global creció un 18%. Y esto en términos de datos macroeconómicos expresa fundamentalmente el crecimiento de los talleres clandestinos, de actividades vinculadas a los sectores bursátiles, del negocio de la droga que no se maneja sólo en los territorios sino también como parte de un sistema de reinversiones en compañías financieras; la corrupción y la prostitución también están vinculadas entre sí. Las economías sumergidas están fuertemente correlacionadas con la economía visible, con lo que se entiende como el ámbito de regulación propia de la economía.

Hoy en día los fenómenos económicos marcan fundamentalmente tres fuentes de ingreso de capitales: una fuente de ingreso de capitales lícitos, una fuente de ingreso de capitales no registrados que están vinculados a la evasión o a la corrupción; y una tercera fuente que es la fuente de ingresos ligados a la criminalidad y ahí podés tener la criminalidad “de sangre”, la criminalidad económica, la criminalidad de trata, etcétera.
¿Dónde pueden verse las consecuencias de los delitos económicos por abajo, en la vida cotidiana de las personas?
Como te decía antes, el daño social es una calidad básica del delito económico. Si uno mira algún índice regional de flujos ilícitos –que son los flujos que marcan la fuga de capitales a nivel global– va a encontrar, por ejemplo, que una gran cantidad de estos flujos están concentrados en África, el 22,3%. En Medio Oriente y en Norte de África el flujo de capitales ilícitos es del 19,6%, mientras que en el hemisferio occidental es del 4,4%. Entonces hay una correlación muy clara entre pobreza y fuga de capitales a nivel global. La capacidad que tiene el delito económico de poder crear daños sociales hacia los sectores más empobrecidos y más vulnerables de la sociedad es grandísima. Es muy complicado luego establecer legalmente cadenas de causalidad o de correlación entre aquellas oficinas en el centro porteño de Buenos Aires que deciden apalancar a un grado extremo una entidad bancaria y una cantidad de miles y miles de hormiguitas que pierden sus depósitos como producto de ese apalancamiento.
¿Qué se puede desde el Estado?
Hay dos o tres herramientas claras. Una tiene que ver con la creación de Procuradurías y el Ministerio de la Nación está avanzando fuerte en la creación de estos espacios dedicados a actividades económicas complejas. En el caso de la Procuraduría de delitos económicos tenemos los conflictos ligados al mercado de capitales, los conflictos ligados al mercado bancario, los conflictos ligados al mercado de recaudación tributaria, los conflictos ligados a la corrupción, etcétera. Se trata de especializarse en esto y crear herramientas de derecho penal, pero esto no puede realizarse si previamente no hay un fuerte proceso de regulación financiera del Estado sobre la economía. Y esta es la parte más interesante en términos de cómo establecer nuevos vínculos entre el Estado y el mercado, sobre todo en un escenario donde nosotros venimos de una tradición fuerte de ruptura del vínculo, donde los mercados funcionaban de una forma autoregulada y el Estado no intervenía nunca en este espacio social de la vida cotidiana.
Es difícil también ganarse la confianza desde estos espacios, ¿no? Hay muchos años de creer que en el Estado también está la corrupción, también está el delito económico.
Totalmente. Los fenómenos de corrupción marcan también otro punto de corte, una distinción entre lo público y lo privado. Es mentira que lo público y lo privado están bien diferenciados. Lo público y lo privado son fenómenos que tensionan permanentemente el encuentro entre economía, Estado y sociedad civil. Y claramente los fenómenos de corrupción tienen a que ver con esto. Hace muchos años que desde sectores ligados a la investigación sobre delito económico sostenemos que detrás de cada funcionario público corrupto hay un empresario que corrompe. Esto quiere decir, básicamente, que puede haber miles de funcionarios corruptos pero siempre debe haber empresarios con la predisposición y la fuerza social suficiente para poder corromper al Estado.
Sobre la cuestión de la regulación del Estado hay dos niveles que nos interesa discutir. Primero, una preocupación sobre el nivel nacional de la regulación: ¿qué efectividad puede tener una regulación exclusivamente nacional cuando las finanzas tienen una clara dimensión global? Segundo, una preocupación sobre la idea misma de regulación: ¿cómo pensar una dimensión del propio Estado sumergido en este mundo de lo financiero y de este tipo de mercado ilegal que lo regula y que sirve para financiar algunas actividades del Estado mismo, como por ejemplo la policía que recauda y se financia? ¿No estamos obligados a hacer un análisis del propio Estado en un plano de realidad diferente que no es el plano explícito donde tiene su legislación, su investigación, etcétera?
Hay que diferenciar en distintos planos de análisis. Por un lado, si uno mira en términos de comprensión de fenómenos sociales complejos hay que analizar diferentes dimensiones de realidad y ponerlo todo en duda. Pero desde el plano del análisis y de la creación de políticas públicas a veces hay que generar algunos mecanismos que simplifiquen la realidad en términos de practicidad. Como decíamos, la complejidad tiene que ver con que así como no hay un claro corte entre economías ilegal y legal, tampoco hay un claro corte entre público y privado porque el Estado y los mercados se mezclan y tampoco existe un claro corte entre Estado legal y Estado ilegal. En realidad la penetración de lo ilegal dentro del Estado muestra que el Estado es un espacio de estructuras burocráticas: edificios, sillas, puertas, ascensores, secretarias y funcionarios que funcionan con un alto grado de penetración de intereses conflictivos entre sí y esto hace que en algunos sectores se trabaje bien y otros sectores sean fuertemente cooptados por lo privado. Hay algunas investigaciones hechas a nivel mundial que marcan desde una categoría nueva –la de flexnetque trata de conjugar la idea de flexibilitycon la de network– la idea de pensar que la relación entre el Estado y el mercado es una relación que está trazada por redes distintas, donde los nudos de mayor interacción social son claramente intercambiables, donde hay una clara relación de flexibilidad en la que se está jugando un interés que es distinto del Estado en términos de regular la vida privada o regular la actividad económica y del mercado en términos de producir una maximización de ganancia y de riqueza. La idea de flexnetes una idea bien útil para pensar justamente este tipo de problemas en lógica de red.
¿Cómo ves el proyecto del Ejecutivo para el blanqueo de capitales? ¿Qué significa blanquear dinero sin preguntarse sobre su origen, con la posibilidad o la sospecha de que ese mismo dinero provenga del delito económico?
Aquí hay nuevamente una tensión entre moralidad y practicidad económica. Si uno mira los fenómenos sociales desde una perspectiva exclusivamente moral tendría que salir escandalizado por un proyecto de estas características. Si uno mira la lógica de la practicidad de la política económica frente a un escenario con cierto grado de conflictos que tienden a agudizarse cada vez más en términos de manejo de reservas, de riqueza, de disponibilidad de oro, puede utilizar esta herramienta de política económica para hacer que rinda en capitales a la economía de un país. De hecho, se trata de una herramienta que se usa en muchos países. Los Estados no se manejan tanto por la moralidad sino por la practicidad de la razón política. Y como estaba diciendo, una política criminal siempre debe estar atada a una política económica.
Es interesante ver cómo se cruzan varios temas que venimos tratando de manera separada y que aquí aparecen juntos. Por ejemplo: pensar que el intercambio de este blanqueo de capitales va a ser por bonos que sirven para el mercado inmobiliario  o para invertir en YPF. Y esto genera nuevas preguntas sobre el modelo de producción del país: ¿vamos a agregar más ladrillo a ciudades colapsadas? ¿Vamos a invertir en la extracción de petróleo con toda la crítica que hay sobre las técnicas de fracturas hidráulicas?
Totalmente. En este marco uno debería pensar la relación entre finanzas y conflictos sociales porque lo que se viene viendo a lo largo del tiempo es que el desarrollo de estas ideas ligadas al neodesarrollismo no logra establecer un vínculo de relación serio y coherente con la discusión en términos a los límites del modelo. Límites frente al medioambiente, el reconocimiento de los pueblos originarios, el reconocimiento del derecho a la tierra. Son todos derechos humanos fundamentales de la vida de sectores sociales vulnerados de Argentina. Fenómenos como el frackingpueden ser muy útiles en términos de relación económica, pero excesivamente costosos y dañinos para algunos sectores sociales. En el fondo, esta es una discusión en torno a los modelos neodesarrollistas: ¿son la panacea y una solución frente al abismo que nos dejaron los ´90 o es importante y necesario discutir una nueva forma de vinculación social a partir de la superación del modelo extractivista? El tema del blanqueo o de los bonos a YPF están dejando de lado una discusión que es mucho más profunda y que tiene que ver con el peso de las próximas generaciones.
Si pensamos al proceso de estatización de YPF, al entusiasmo que generó, y lo ponemos en relación a lo financiero con todo lo que venimos charlando sobre legalismos e ilegalismos, mercado y Estado, ¿qué tipo de realidad tiene esta economía en relación a la renta, al ahorro, a lo financiero? ¿Cómo pensar en lo financiero no cómo algo que pasa en un lugar muy lejano o privado de la existencia, sino más bien cómo algo que tiene que ver con momentos de nuestra existencia social e individual? ¿Cómo hacer de esto algo más tangible, más empírico?
El proceso de recuperación y de estatización de YPF es un proceso que, por supuesto, consideramos provechoso, valorable y que marca un camino claro en la recuperación de recursos estratégicos del país. Pero hay una serie de elementos en torno al proceso que tienen que ver con la inversión financiera en materia de recursos naturales a través de una estrategia como la emisión de bonos hacia sectores medios de la sociedad, que vinculan lo lícito y lo ilícito. ¿Qué quiero decir con esto? Cuando se piensa en la emisión de bonos de YPF se piensa en una forma en que el conjunto de la sociedad argentina invierte en una empresa pública dedicada a la extracción de recursos naturales y, fundamentalmente, a fortalecer la soberanía energética del país. Pero hay un elemento que no está explicitado y que me parece vale la pena discutir en este contexto, sobre todo de cara al futuro de Argentina: ¿qué pasa con la proyección de este financiamiento que llega de sectores medios del país y que se vuelca en infraestructuras para políticas de fracking, de extracción no convencional en territorios del sur de Argentina donde hay asentamientos y comunidades mapuches?
Y en esto los anuncios de Cristina fueron categóricos: “vamos por todos, por el convencional y el no convencional”, literalmente…
Totalmente. Y este “vamos por todos” marca una discusión que es importante dar dentro de este paradigma de recuperación de recursos naturales: ver cómo lo financiero “desborda” en todos los ámbitos de la vida social. Este proceso marca una tensión: ingresa dinero procedente de la compra de bonos que se transforman en financiamientos para que una empresa como YPF se dedique a una política extractiva en territorios donde debería existir un consenso previo, según el convenio 169 sobre los derechos de los pueblos originarios. Y es, precisamente, en los ámbitos más alejados del sistema financiero, como los territorios del sur del país, donde aparecen los impactos de las finanzas. Un punto que me parece importante marcar es que más allá de la justeza de esta decisión de recuperar YPF, este mismo proceso constituye una buena imagen para mostrar la conexión que existe entre lo financiero, como un elemento muy abstracto, etéreo y vinculado a la cuantificación numérica de un valor negociable, y el impacto social fuerte que puede producir la rentabilidad financiera aplicada a un desarrollo de políticas en lugares donde necesariamente se generan conflictos muy violentos en términos de comunidades originarias y proyectos de inversión en recursos naturales.
Es como si con la financierización de los bienes se diluyera la capacidad de la gente de decidir qué hacer con el dinero que invierte. Para retomar los mismos ejemplos, se diluye la capacidad de decidir cómo YPF va a intervenir en los territorios o cómo se va a seguir construyendo el hábitat en las ciudades. Lo financiero aparece como una instancia que se abstrae de la capacidad de decisión de las personas.
Exactamente. Hay un punto en lo financiero que logra substraer la capacidad de decisión colectiva, que es reapropiada por parte de pequeños grupos económicos o pequeños actores que monopolizan la circulación de las finanzas y la orientan hacia la toma de decisiones que han sido previamente capturada del conjunto de la sociedad. Tenemos entonces, por un lado, lo positivo que implica invertir en una empresa como YPF y, por el otro, la incapacidad luego para poder controlar adecuadamente que esta inversión no implique una afectación directa en los derechos humanos o en los derechos sociales de los pueblos originarios.
Si podemos pensar que lo financiero es un conjunto de miles de actores que tienen moneda y unos pocos que son capaces de crear normas y orientar la inversión, se abre toda una pregunta sobre las actuales formas de endeudamiento del mundo popular. ¿Cómo es que sujetos que no tienen en principio garantías para tomar deudas bancarias de manera tradicional son, sin  embargo, sujetos de deuda a partir de recorridos un poco más informales e incluso ilegales? ¿Cómo funciona este circuito de la deuda?
Estamos viviendo en una matriz económica donde el trabajo comienza a quedar también capturado por la deuda. No se trabaja para ganar mejor o para vivir una vida digna sino que se trabaja para pagar la deuda. Y este es un problema que se viene dando en todo el mundo. Gran parte de la crisis de Estados Unidos, la crisis de las hipotecas o la crisis de los fondos tóxicos no es ni más ni menos que una crisis del endeudamiento de los sectores trabajadores norteamericanos y de los sectores que habían invertido sus ahorros en fondos de pensiones. Convirtieron toda su vida en un endeudamiento pleno, con un Estado y un modelo económico que juega al apalancamiento para producir mayor cantidad de riqueza y de dinero. Hay un proceso de la economía que permite ganar dinero en torno de la acumulación de deuda. Y este proceso en un corto plazo puede ser virtuoso, pero en un mediano y largo plazo es completamente nocivo.
El mundo de las finanzas es un mundo con dos niveles de estructura:  hay un nivel más de establishement, que es lo que todos conocemos, donde los bancos están fuertemente apalancados y viven bajo condiciones de prácticas financieras altamente especulativas, ligadas a la compra de bancos o a la compra de nuevos paquetes accionarios de estos bancos vía toma de deuda de terceros bancos. Y,por debajo de esto, el desarrollo de economías sociales o solidarias donde comienza a infiltrarse de forma nocivamente contagiosa un sistema de endeudamiento de los sectores populares, vía préstamos usurarios o toma de deuda por fuera de las instituciones bancarias.
Con respecto al trabajo como modo de pagar deuda, ¿no se da una inversión del esquema tradicional bajo el cual pensamos la economía? ¿No pasa lo productivo a estar supeditado a lo financiero?
Ciertamente esta es la lógica de la financierización de la economía. No es solamente que lo financiero y lo productivo está desanclado, autónomos entre sí, sino que, en cierta forma, lo financiero gobierna todas las prácticas sociales e incluso las prácticas productivas. Es más grave aún: cuando uno mira a los sectores de recursos medios y altos, la capacidad de recomponer un endeudamiento siempre es mayor que la de los sectores populares. Y cuando los sectores populares ingresan en una trama de endeudamiento, difícilmente pueden salir de ahí sin altos costos pagados en términos de violencia, exclusión, desarraigo, marginalidad.
Volviendo a la cuestión del blanqueo: circula la imagen de que hay una cantidad gigante de dólares que están por fuera del sistema reglado y en blanco de la economía. La pregunta, entonces, sería: ¿cómo pensamos al tipo de poder político que surge de una masa económica de capital que circula en negro y que es mayor, o por lo menos igual, de la que circula en blanco?
Lo veo bajo la siguiente lógica. Desde hace unos 30 años existe en Argentina una estructura sistemática de fuga de capitales del país, donde la lógica de la economía financiera es la de formar activos y colocarlos en el exterior rápidamente de manera que las grandes fortunas que se generan se acumulen por fuera de la esfera del país. Sistemáticamente esto ha conducido a fenómenos como el endeudamiento externo o la hiperinflación, o la caída del 2001, producto del corralito financiero y de todo un levantamiento popular sin precedentes en Argentina y muy sangriento por supuesto, pero que ha marcado una política clara en torno de qué parte de la economía argentina se ha sostenido sobre la fuga de divisas. Desde el año 2002 en adelante se intentó revertir esto con políticas muy claras a nivel de control de la operatividad bancaria, con regulaciones del mercado cambiario, del acceso y del ingreso de divisas por las fronteras nacionales. Y se logró controlar la fuga de capitales que en los últimos diez años tendió a caer. Pero, a pesar de establecerse un nivel muy elevado de controles, existen nichos en sectores puntuales –como las famosas cuevas financieras– por los que el capital logra fugarse clandestinamente hacia terceras jurisdicciones, como los paraísos off shore. Por medio de estos lugares donde se filtran los capitales surge la posibilidad dpensar cómo el poder financiero a nivel internacional tiene siempre la capacidad de doblegar el poder político a nivel local. Entonces cuando se mira la política de blanqueo de capitales, más allá de la cuestión moral, pensar la ilegalidad financiera sirve para ver que más allá de los esfuerzos que haya hecho un gobierno para controlar las políticas cambiarias y la fuga del país, siempre el capital financiero tiene mayor capacidad para doblegar al poder político. Y, finalmente, uno puede ver la política del blanqueo casi como una especie de reconocimiento implícito de que el poder financiero está presente y que por fuera de Argentina hay mayor capacidad de divisas acumuladas en sectores económicos que la que hay al interior del país.

14 de mayo y 18 de junio de 2013

La amargura metódica

conversación con Christian Ferrer [1]
¿Por qué un libro sobre Ezequiel Martínez Estrada?
¿Y por qué no? Creo que la pregunta podría hacerse al revés: ¿Por qué ha faltado tanta gente que no ha escrito sobre Martínez Estrada, siendo alguien ineludible? No es un tapado, no es una figurita difícil, no quedó en el olvido. Incluso cuando escribía no era una figura marginal de la intelectualidad de la Argentina. Entonces, ¿por qué tanta gente no se dedicó a él? Hay obras tensionadas por él, muchos lo mencionaron como un referente importante, desde Beatriz Sarlo hasta David Viñas, pero sin embargo prefirieron mantenerlo a distancia. Y yo entiendo que la causa es que con Martínez Estrada no pueden hacer nada positivo, nada optimista, nada eficaz. Es un personaje que hace trastabillar al compañero de baile. Era una incomodidad pública, le gustaba decir la verdad en exceso. Y eso, en política como en la vida, es siempre difícil de aguantar.
¿Se podría decir que no era peronista, no era de izquierda ni tampoco liberal?
Con toda claridad. Lo cual quiere decir que caprichosamente podría ser y desmarcarse de todo eso a la vez. No era peronista, y sin embargo su libro “¿Qué es esto?”, que siempre se leyó como un alegato contra el peronismo (basta ver cómo lo trata José Pablo Feinmann), en mi opinión es una enorme alabanza al peronismo y a Perón por un vía extrañísima, de desmesura, pero lo es. Liberal nunca fue. Tuvo compañeros de ruta liberales, pero a él le faltaban dos o tres condiciones: no tenía fe ninguna en el progreso, no tenía fe ninguna en lo que la ciencia podía llegar a dar como ayuda material y política al ser humano, no tenía confianza en el materialismo como doctrina que permitiera que el ser humano ocupara una posición mejor en el futuro. Y con respecto a la democracia, bueno, la prefería al nazismo. Eso no lo define como liberal. De izquierda tampoco: era más anarcoide, más libertario. Eventualmente abrazó causas de izquierda. No era marxista, en todo caso. No era revolucionario porque era más que un revolucionario. Era un destructor, demoledor. Un revolucionario es constructor: alguien que piensa en términos de consecución de un poder para a través de eso gestionar una vida mejor para los demás. Martínez Estrada no tenía esa concupiscencia de poder. A él le interesaba desbaratar los mitos, las ficciones, lo que la gente creía sobre sí misma y sobre su país.
¿Por qué hablás de él como un “perfeccionista de la moral”?
Conducta recta, comportamiento decente: no robar, no mentir, no matar. No obstante, deja en claro que una persona así en la Argentina es un ente fuera de juego, está destruido desde el comienzo. Este no es un país para personas decentes. Él tenía bien claro cuáles son los costos a pagar por decir las verdades que dijo. Sin embargo, quisiera agregar algo: es cierto que tenía algo de perfeccionista de la moral. Uno de los primeros escritores que se dedicó a él, Pedro Orgambide, tituló su ensayo sobre Martínez Estrada como “Un puritano en el burdel”. Pero yo creo que no, que en Martínez Estrada había algo más demoníaco. De Nietzsche aprendió que las reglas del mundo son demoníacas, de Kafka aprendió que las reglas del mundo no son telemáticas, sino las del laberinto y de otros aprendió que lo que constituye al mundo es un todo sinfónico y no partes que deberían ser articuladas en un tipo de todo. Yo veo en él una fascinación sórdida por las conductas de las personas y sobre todo por el espectáculo de la política nacional que no ha cambiado nada en cien años. En sus cuentos se nota mucho su interés por la sordidez y la sexualidad sórdida. Era un personaje complejo, no era un moralista de fin de semana.
¿La amargura metódica se distingue de las pasiones tristes?
La amargura metódica es una potencia para descifrar la Argentina. Un método de exploración del país. Eso va más allá de la melancolía que pudo haber tenido Martínez Estrada o la que puede tener cualquiera de nosotros. Es decir, hay gente que se fuerza al optimismo. Hay gente que se fuerza al optimismo mediante compuestos de la industria farmacéutica. Otro lo hacen al grito de “fiesta, fiesta, fiesta”. Que fuera tirando a melancólico no quiere decir que la amargura no haya sido en él una forma de darle guerra a la Argentina. Es un método aflictivo, claro está. Es mucho más lindo decirle a la gente que en el futuro hay jugueterías a granel, que en el futuro habrá mayores cosechas de soja y más petróleo encontrado en las montañas, que en el futuro va a haber una felicidad como, que se yo, mujeres con implantes de ocho tetas. Cualquier cosa se le puede prometer a la gente en el futuro. El método de aflicción es un método que suspende la ilusión del futuro y la nostalgia hacia el pasado. Obliga a soportar el presente. Ese método revela la falsedad de los símbolos aparentemente potentes que aparecen todos los años en las naciones. Es un método que quita el consuelo del pensamiento. Desde el principio se niega a consolar al lector, como tantas obras que han existido: en Nietzsche o en Foucault aparece esta falta de respuesta o solución positiva. Un método aflictivo además reconoce el sentido trágico de las actividades plebeyas, así como la fecha de vencimiento de las cosas que intentan vendernos todo el tiempo, comenzando por los teléfonos celulares.
En tu libro la amargura de Martínez Estrada aparece siempre con un reverso de amor. A la vez, subrayás que nunca fue un reformista. ¿Hay algo de no querer participar de un paradigma de cambio?
No se trata de participar, de comprometerse. Cuando alguien me habla de compromiso le pregunto si se va a casar y quién es la novia. ¿Qué significa estar comprometido? En todo caso las personas hacen actos concretos. Martínez Estrada quería hacer cesar el mundo, porque lo que estaba mal era el mecanismo de funcionamiento del mundo. No era un problema de perfeccionarlo o de cambiar el estatuto de propiedad o de quién dirigiera sus controles y palancas. Ese es el primer rechazo que él tiene contra una sociedad que considera injusta y destructora de las personas. Amor no es solo una palabra revolucionaria. Es una palabra poco habitual en las ciencias sociales y en la política. Las palabras que estamos acostumbrados a escuchar y a utilizar son palabras de odio o de barullo. Uno prende la televisión y es un embrollo: la gente gritando, interrumpiéndose, injuriándose. Lo mismo en las redes informáticas. Uno lee el diario y es clarísimo el nivel de ataques a partir de posiciones como si fueran trincheras de la primera guerra mundial. Los lenguajes de la izquierda son lenguajes de resentimiento, los de las feministas también. No hay lenguajes amorosos. Hay tradiciones de lenguajes amorosos, algunos fuertes, como los de los anarquistas, los de Eva Perón, las de cierta mansedumbre franciscana. No considero al amor como un discurso sentimental, de noviecito y noviecita. Hablo de algo poderoso y fuerte. Martínez Estrada desbordaba de amor, lo cual no quiere decir que al mismo tiempo no desbordara una fuerza jupiterina que lo obligaba a proferir verdades muy duras, amargas. Ahora, creo que éste es uno de los motivos por los que la izquierda no crece: su falta de discurso amoroso. Es un discurso de solidaridad, es cierto, de protección, de llamada a la lucha. Pero faltan propuestas amorosas. Y el peronismo de alguna forma se las arrebató todas. No por nada Martínez Estrada creía que para superar al peronismo había que cuadruplicarlo en fantasía.
En tus 580 páginas no hay ninguna nota al pie, tan clásicas de las monografías universitarias. Es una escritura muy elaborada para lograr un nivel de sencillez ensayística increíble. Al mismo tiempo es un libro muy documentado a partir de Martínez Estrada, pero uno no puede evitar leerlo como una toma de posición respecto del presente. En un momento hacés un elogio de la autodidaxia y la definís como una posibilidad de pensar no a través de teorías, sino de estímulos y obsesiones.
¿Eso es bueno o eso es malo?
Desde mi punto de vista, que me considero un voluntarista politizante, es muy bueno. Pero me gustaría saber cómo lo ves vos. 
En primer lugar no hay notas al pie porque hubiera implicado poner 300 páginas más. En segundo lugar no me interesan las notas al pie como pruebas. A lo sumo me interesan como digresiones. No fue necesario, pero el que las quiere me las pide, tengo todo documentado en 1500 notas. Es claro que en otra década lo hubiera escrito distinto, de acuerdo. Pero tengo una respuesta que es a la vez dual o paradojal: sí y no. Desconfío de la actualidad. La actualidad pasa. Esto que estamos hablando hoy pasará. Quizás quede algo de esta conversación. Una emoción, una frase, algo rescatable. Pero la actualidad que aparece en los diarios, lo que hacen los políticos, las peleas, quién se casa con quién y si tal está invitado a la fiesta, los intelectuales que sacan un manifiesto y otros les responden… todo eso es perecedero. Y por definición, la actualidad ya no va a estar más aquí. ¿Quién se acuerda hoy quiénes eran las terceras líneas de los gobiernos de Menem o Alfonsín? Incluso lo que recordamos no sé si son puros mitos. Entonces: tenés razón, pero cuidado con la actualidad. Hay una intervención, claro que la hay. ¿Por qué considero importante a Martínez Estrada? Ese poco de escepticismo, furia, piedad por los argentinos y un poco de no perdonar a nadie, no buscar amigos ni enemigos, sino de ver el estado de complicidad de la nación argentina. Y para eso es necesario salir de las batallas de ideas, las batallas de retóricas, de las diversiones en un campo de juego que le pertenece a los dos bandos que se están disputando lo mismo. Hay intervenciones posibles pero no exageraría. Insisto: le tengo miedo a las actualidades que desaparecen.
En el ensayo escribís sobre el modo en que Martínez Estrada piensa el país a partir de una falla orgánica, que tiene que ver con una frontera. Frontera que no habría desaparecido y que en algún momento puso de un lado al indio, en otro momento puso al gaucho y vos decís que ahí están hoy las villas y asentamientos. Una frontera que también es respecto al lenguaje, a la cultura de las elites. Martínez Estrada parece decir que no dejará de haber peronismo mientras esa falla persista, porque el plebeyismo expresa esa fractura.
Es sugerente y bastante original cómo lo piensa. El libro “Muerte y transfiguración del Martín Fierro” es indestructible. Es el mayor libro de crítica literaria hasta ahora escrito en la Argentina. Su tesis es que el Martín Fierro es la única obra que ha dado la Argentina al mundo. Mayor que ello, únicamente Guillermo Enrique Hudson, que escribía en inglés. Y después Borges, al cual se han ocupado de tildar de europeo. Así que fijate la progresión. Martínez Estrada sostiene que leemos el Martín Fierro a través de una censura que impide ver lo que realmente está diciendo. ¿Y de qué está hablando? De la destrucción de una forma de vida, la de la frontera, que existió entre el dominio que Buenos Aires ejercía hasta la línea de fortines, y del otro lado la indiada. En ese territorio intermedio se desarrolló una forma de vida muy peculiar, solitaria, de personajes desarrapados, pobres, que no querían trabajar y eran obligados, que cuando los agarraban eran mandados a trabajar sin sueldo alguno a pasar años en los presidios o eran llevados a la guerra del Paraguay. Gente que no formaba familia, sino que se encontraba, engendraba hijos, todo era orfandad, sobrevivían como podían, pero era una forma de vida. Era un vínculo auténtico con la tierra y que además no respondía a los idearios de la Revolución de Mayo, sino que en espíritu seguía respetando la lógica de la colonia. La gente que respetaba la Revolución de Mayo había fundado no solamente lemas y consignas de batallas. Estaban divididos en dos bandos, unitarios y federales, que querían exactamente lo mismo: las vacas, el dinero. Lo mismo que habían querido los conquistadores y no lo tuvieron. ¿Para qué? Bueno, para hacerse ricos. La codicia es erógena. Como no lo tuvieron, quedó el resentimiento por lo que se quiso y nunca se tuvo. Entonces: la nación independiente, el Río de la Plata, iba generando sus formas culturales mediante escritores que fueron desarrollando un estilo cosmopolita, presuntuoso y falso, puro plagio de lo que afuera se hacía mejor. Esa era la lengua argentina. En la frontera, territorio impreciso, tierra adentro, donde el gaucho era un mestizaje de dos formas de vivir y en fuga permanente de ambas, se desarrolló, por el contrario, una lengua de vínculo con la tierra que no era ni nacional ni argentina y que encima se expresaba oralmente: la payada. Es lo más auténtico que ha dado la Argentina: un canto de protesta. Un canto de finta orgullosa pero al mismo tiempo peligroso. Esa forma de vida fue arrasada por el alambrado de púas, por los ejércitos de Rosas y Roca, por la ocupación y la repartición de las tierras quitadas al indio y que nunca les van a devolver (lo que les devuelven es la palabra “pueblos originarios”). Toda esa forma de vida fue metamorfoseándose y desplazándose a otras formas donde no es tan fácil reconocerlas. Al mundo del bajo, al mundo del origen del tango, al prostíbulo, al sexo, al simple mundo del duelo del truco, donde la gente hace rimas de arma corta muy parecidas al duelo de los gauchos, a las villas miserias, a los punteros, a la casta política. Todo eso sigue allí, transmigrado. Es una tesis terrible. En cuanto al Martín Fierro, se lo transformó en una especie de travesti, se lo trajeó en cada época determinada con la vestidura que más convenía. Como ícono nacional, cómo fundamento de argentinidad. En lo posible, ocultar el hecho de que había sido un forajido y alguien que se desgració. Es decir, un delincuente.
¿Puede pensarse la colonialidad y el saqueo como una preparación cultural para una sociedad que pueda soportar grandes genocidios?
No hay que ir tan lejos, hasta la conquista. Lo que Martínez Estrada viene a decir es que el país se funda tratando a toda costa de olvidar el pasado. Y el pasado fue intrusión y saqueo. Robo. Por lo tanto, es un país que huye hacia adelante. Lo cual no quiere decir que de vez en cuando la barbarie no le alcance, pues siempre viene persiguiéndolo. Efectivamente, Martínez Estrada sostiene que el país tiene una falla orgánica, que es no poder ver la realidad histórica tal cual fue. Esa realidad fue de robo, degüellos, de falsas dicotomías. La tesis es entonces que el sistema político es capaz de absorber todo tipo de matanzas y muertes porque le conviene a todo el mundo. Y en última instancia, esa falla orgánica consiste en que las personas no pueden soportar verse tal cual son. Esto se genera a través de diversos mecanismos: la grandilocuencia, la fanfarronería, la promesa sin fundamento del político creída por el elector sabiendo que no tiene fundamento alguno, el exceso de retórica que oculta cosas muy mal hechas, la hiper valoración del cosmético cultural, la importancia de la cultura para ocultar crímenes. Quizás todos los países tengan esa falla orgánica. A él le interesaba analizar las que eran constitutivas de la República Argentina: incapacidad de ver la historia tal cual ha sido, incapacidad de verse las personas tal cual son y que por lo tanto huyen a través de la política.
En el ensayo también aparece la crítica al modo de existencia técnica. ¿Podés contar más sobre esto?
¿Y para qué sirve contar más sobre eso? Vivimos en un mundo que es un mecanismo técnico, parecido al de la rueda del hámster. Nadie puede salir de ahí. Esto se nota en este período donde todo el mundo está apretado de dinero y encima las distintas burocracias privadas y públicas apremian a la gente hasta enloquecerla con toda clase de formularios. La técnica es una forma de mirar el mundo, una forma de vivir. Para Martínez Estrada eso no era fundamento de civilización. Fundamentalmente porque él creía que civilización y barbarie no eran contrarios como creía Sarmiento, sino que eran siameses, como una alianza helicoidal que giraba sobre sí misma. Como él lo dice en “La Cabeza de Goliat”, civilización es que una persona establezca una confitería al lado de una fábrica envasadora de gas mortífero para poner en cohetes que serán lanzados a la ciudad de enfrente. Entonces: la técnica, como la economía, no son para él fundamentos de una nacionalidad potente. Se puede ser un país muy próspero, como Suiza, y en realidad es todo mentira, todo dinero depositado por dictadores. Claro que se puede tener un país próspero. De una crisis económica se puede sobrevivir, pero de una crisis moral no. Lo que a él le importaba es que la gente pueda tener un fundamento ético en su vida que permitiera soportar las demás crisis que pudieran acaecer en un país.
Hacia el final del libro se habla de la revolución cubana y la violencia política. Se hace mucho hincapié en la cuestión de un socialismo construido sobre matanzas, fusilamientos, encarcelamientos. Nos gustaría ahondar en esto…
No sé si es importante porque… ¿a quién le importa esto? ¿A quién le importan las matanzas de Stalin a esta altura, salvo a los eruditos, a los historiadores y algún que otro trotskista? ¿A quién le importan las matanzas de Mao Tse Tung? Millones y millones de personas muertas de hambre por políticas equivocadas. Incluso hoy: quizás en Corea del Norte hayan muerto unas cuatro millones de personas de hambre hace apenas diez años. A nadie le importa. Están demasiado lejos esos lugares. Y sobre todo, mientras más se ha apoyado aquello que produjo desastres, menos interés hay en analizarlos. Matanzas más antiguas pertenecen ya a las notas al pie de página de los libros y de otras ni siquiera nos acordamos. En definitiva: a mi me importa cada una de las víctimas de la Unión Soviética. Si pudiera, en una eventual reencarnación todopoderosa de Funes El Memorioso, recordar una y cada una de todas las personas que murieron en la época de Stalin (y fueron más de veinte millones), las repetiría una por una todos los días. Entonces, aquí hay dos posiciones posibles: o en política está bien matar al enemigo o en política está mal matar. Si está bien matar al enemigo no hay nada más que hablar. Si la lucha por el poder, o bien la idea de transformación social, supone matar, no hay nada más que hablar. En cambio, si no matar es ante todo el punto de partida de un pacifismo sustentable y que no sea pelotudo, ahí sí hay que ponerse a hablar. Pero primero hay que preguntarse: ¿importan aquellas víctimas? Yo creo que no. ¿Quién sabe? Dentro de 20 o 30 años las víctimas del terrorismo de Estado de Videla ya no van a importar. Quizás pueda ocurrir eso. ¿Acaso alguien se acuerda de los de la Semana Trágica o la Patagonia, además de Osvaldo Bayer? Prefiero responder de esta manera: ¿a quién le importa y por qué nos tendría que importar? Quizás porque, como dice Benjamin, hasta los muertos están en peligro. O quizás porque me resulta intolerable darme cuenta que el oficio que se llamó intelectual en el siglo XX no es más que justificar matanzas, una tras otra. Hay pocos autores que vale la pena leer, que quedaron limpios de todo eso. Los hay: George Orwell, Albert Camus, Lewis Mumford. Son tan poquitos en comparación a los que se enfervorizaron, tomaron posición o les convino tomar posición. Desconfío mucho de los que toman posición tan enfáticamente. Primero, si alguien quiere tomar posición, quiero que me diga nombre por nombre, con nombre y apellido, todos los muertos de la Unión Soviética, Rumania, Polonia, Mongolia, Corea del Norte, China, Checoslovaquia, Hungría, Alemania Oriental, Yugoslavia, Cuba. Que me los diga. Calculo que tardaría unos cuantos años.
11 de noviembre de 2014


En el lenguaje, es la guerra

conversación con Hugo Savino[1]


El poeta francés Henri Meschonnic declara la guerra al mundo en que vivimos, en donde los conceptos y la poetización van por separado. Hablamos de una resistencia que desea volver a meter el cuerpo en el lenguaje. Para alguien que nunca escuchó hablar de Meschonnic, ¿qué tipo de cinturón de seguridad hay que ponerse para entrar en lo que llama el poema?
Mejor alas que cinturón de seguridad. Lo primero cuando se empieza a leer es no defenderse. Saber que se está leyendo a un poeta que un día, al ver que la filosofía empezaba a acaparar a los poetas, que los interpretaba, decidió leer a los filósofos como poeta. Declaró esa guerra y produjo muchos terremotos entre los pensadores que le fueron contemporáneos, los de la década del ´60, del ´70 y el ´80. Entró en conflicto con casi todos ellos, pero no por haber iniciado polémicas, sino simplemente por el modo en que los leyó. Sencillamente por leer. Podríamos decir que leer, leer a los otros, genera realmente un conflicto, siempre. Siempre que uno los lea atentamente. Casi todo el mundo quiere escribir y que uno no los lea. En general, todos quieren escribir y ser aceptados, sin pasar por la lectura de los otros. Entonces cada vez que alguien lee, trastabilla todo. Siempre que asumamos que leer es poner el cuerpo en el lenguaje, no andar en el floreo, en el toma y daca de los elogios.
¿Cómo entender más a fondo esa declaración de Meschonnic, que es a su vez una cita: “en el lenguaje es la guerra”?
Esa frase Meschonnic la toma del poeta Ósip Emílievich Mandelshtám, que dice: “En la poesía es siempre la guerra”. Claro, es una frase que en el principio parece un poco enigmática. Es la guerra porque para Mandelshtám se trata justamente de la conquista. De la aventura hacia lo nuevo: eso es la guerra. Guerra contra las poéticas que se le oponen al poeta y a la censura de su época. Cada poeta enfrenta la censura de su época, que puede ser el peor totalitarismo o puede ser el juez de turno. Ya ningún juez censura a Madame Bovary: ahora se sometería a un gran ridículo. Pero bueno, la censura va tomando otras formas. Eso es la guerra del lenguaje.
¿Es guerra contra las políticas de normalización de la sintaxis?
Por supuesto, contra todas las normalizaciones. Hay una frase de Borges que me gusta que dice: “Los profesores detestan la poesía, lo que les gusta a los profesores es enseñarla”. Yo creo que esto encaja bien en esta cuestión de la guerra del lenguaje. Mandelshtám no quería enseñar poesía, quería escribir: ahí estaba la guerra.
Lo político en un escritor está vinculado entonces no tanto a sus definiciones explícitas o públicas sino a la forma en que escribe. Si el desafío político está más en el decir que en lo dicho, ¿cómo se sitúa lo político en el decir?
En el decir, sí, pero diría: más que en el decir, en el hacer. Lo político se sitúa en el hacer con el lenguaje, en la manera en que cada autor interviene: Mandelshtám es un caso paradigmático porque escribe en 1918 el artículo que se llama “El Estado y el ritmo” en donde dice que si no se organiza la colectividad, se cae en el colectivismo, que es como una colectividad pero sin colectivo, que es lo que pasó después con el advenimiento del estalinismo. Entonces esa escritura es un hacer, es una forma de intervención política. Cuando Orwell escribe Homenaje a Cataluña, ese libro es una forma de intervención política también. Aunque el libro quede boyando y no tenga mucho impacto, no importa: el libro está ahí y es una marca. Entonces la intervención política de un escritor ocurre cuando, justamente, pone el cuerpo en el lenguaje y hace de otra manera, no repite lo que ya está hecho. Y en Meschonnic es un caso paradigmático, porque toda su reflexión política viene justamente de estos escritores. Por ejemplo: un tipo clave para Meschonnic es Victor Hugo, que tuvo una gran participación política en el siglo XIX. O el mismo Mandelshtám. O Paul Celan. No va a buscar en la filosofía política. Meschonnic reflexiona desde los poetas.
A veces tenemos la impresión de que si el lenguaje como conjunto de signos es una trampa, para no entrar en ella corresponde romper con esa trascendencia. Así venimos leyendo a Spinoza, por ejemplo. Romper la cadena de los signos a favor de la concatenación de los cuerpos. ¿Por qué ahora deberíamos aceptar que el lenguaje aparezca nuevamente como un lugar habitable y vivo y no como una trampa? Esa idea que venimos trabajando engancha bien con lo que Meschonnic denomina lo teológico-político. Da una vuelta interesante al problema político de cómo enfrentar esta estructura del signo autonomizado. No va a decir “fuguemos a lo asignificante”, sino que va a parar la pelota y a decir “che, pero no nos vayamos del lenguaje, carguemos al lenguaje de cuerpo” y vamos a ver qué efectos produce en la vida. Meschonnic convoca constituir un continuo cuerpo-signo, un sujeto del poema. ¿Cómo entendés vos que Meschonnic afirme que el poema necesita del rechazo y que sólo el rechazo transforma el mundo?
Para Meschonnic la dimensión de la utopía y de la profecía pasan por no aceptar el mundo tal cual se nos presenta. El rechazo está ligado a eso: el poeta, el que hace prácticas.  Estos días venimos conversando de la práctica: ¿qué son las prácticas sino aquello que se sitúa en esta dimensión de rechazo? Para Meschonnic la utopía no es en los términos de un paraíso futuro: la utopía justamente es mantener ese rechazo, esa crítica permanente. Por eso critica mucho la figura del escritor “comprometido”, porque comprometido va a querer decir comprometido con el poder: es un arreglo, una mediación. Eso se lo deja a las instituciones, obviamente. Las instituciones hacen falta para que convivamos, pero el escritor está en esa otra dimensión de profecía. Como está Victor Hugo.
¿Y ese rechazo es también rechazo a la llamada poetización?
Sí, y es el rechazo a las estéticas que funcionan como censura. Me acuerdo de un ejemplo: una profesora en la década del ´90 festejaba la aparición del novelista universitario y entonces a mí me parecía una figura impresionante, por lo ridícula: ¿qué es un novelista universitario? Ella festejaba la salida en la universidad de nuevos novelistas y daba nombres (no voy a dar el nombre de ella porque por ahí nos hace un juicio). Eso es lo que un poeta tiene que rechazar, esas figuras convencionales. Eso fue también el “boom latinoamericano”, uno de los momentos más bajos de la lengua española.
¿Por qué?
Porque supuso un retorno; se quiso hacer un regreso a la novela del siglo XIX, que ya estaba escrita. Si uno ve todas las experiencias: Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Donoso, no hacen más que repetir lo que ya está hecho. Es una novela lineal y por eso lo llamo un momento bajo en la lengua, porque son novelas comunicables. Néstor Sánchez tiene una frase que lo define muy bien, o lo muestra muy bien a él: “son novelas que se pueden contar por teléfono”.
Hablas de “salir del bosque de la lengua”. ¿Qué es ese bosque? ¿Hay realmente un afuera del bosque o se trata más bien de encontrar “un claro” en él? ¿Salir es inventar un claro en el bosque?
El bosque está siempre: es como el signo. Uno está en el signo, y “el bosque de la lengua” es una frase que Meschonnic saca de una expresión francesa que podemos traducir literalmente como “lengua de madera”, que en Francia se empezó a aplicar a los políticos: esa cosa de los políticos de prometer y prometer. Referida a ese modo de hablar apareció esta expresión: “Hablar una lengua de madera”. Meschonnic la transforma en “el bosque de la lengua”. Salir de esa lengua de madera es salir del cliché. Posiblemente la figura del claro sea la mejor, porque uno está metido en eso. El cliché te entra por la ventana, es una tentación.
Siendo Meschonnic un escritor francés tenemos el derecho a utilizar nuestros prejuicios en su contra y decir: “De nuevo la aristocracia en el pensamiento”. Sin embargo Meschonnic se encarga de advertir que el lenguaje del poema es el lenguaje ordinario…
Ante todo cabe aclarar que Meschonnic es un francés de padres de clase más o menos baja. Su madre era costurera: no es un francés típico a lo Derrida o a lo Rancière, tipos de la Escuela Normal Superior, aristócratas del pensamiento. Meschonnic es “un escritor nacido en Francia”, justamente todo lo contrario de “un escritor francés”. Meschonnic es un tipo nacido en Francia, un escritor judío-ruso tramado por montones de lenguas y de literaturas. En él es muy importante la cuestión de las lenguas, por eso era un gran lector de Humboldt.
Venimos hablando de la exigencia que el lenguaje vivo impone al escritor de evitar los clichés. ¿Qué exigencia cae sobre el lector que entra con la guardia baja y desea conectar con esa vida del lenguaje? ¿Hay que estar dispuesto a salir herido?
El lector que no se defiende va avanzando en la aventura del lenguaje. No es fácil, siempre nos tienta recular frente a aquello que nos va a cuestionar, que nos va a cuestionar en nuestra experiencia sensible. Y por supuesto que se puede salir herido. Es estar dispuesto a eso.
Veníamos charlando sobre la dificultad que experimentamos en el lenguaje ante la primacía de la “lengua de madera”, que repite el signo y que no agrega nada ¿cuándo el decir es poema, cuándo interviene un cuerpo?
El cuerpo interviene cuando vos como lector o como escritor o como sujeto de una práctica no te dejás llevar al terreno del tentador. El “tentador” siempre te quiere llevar a su terreno. Vamos a ponerlo como figura de adversario: siempre quiere que te definas. Esa definición es identitaria: ¿qué sos?, ¿judío?, ¿boliviano? Entonces te tenés que definir como boliviano. Ahí ya estás en el terreno del tentador que te incita a tener una identidad y que no te muevas más de ahí. Entonces la lectura empieza cuando resistís al tentador que te quiere hacer hablar, te quiere hacer decir como si tuvieras algún poder, el poder que él tiene. Digamos: la resistencia empieza cuando vos lográs situar en qué lugar estás. Ahí empieza la resistencia, la lectura te diría.
Decías hace poco: “el poema pierde la guerra del lenguaje cuando llega, cuando tiene el poder”.
Sí, por supuesto: la condición del poema y del lector es no tomar el poder. El poder se juega por otro lado, hay mucha gente que se ocupa de tener el poder, entonces tiene que haber una dimensión, justamente, de cuestionamiento a ese poder. Una vez que el poema llega al poder se acabó, ya está.
¿Qué pasa con la técnica y la escritura? A veces la técnica es contraria a cierta intuición para la escritura y sin embargo pareciera que hay que adquirir cierta técnica para lograr un poema poroso, que permita el ingreso del lector.
La técnica, tanto para el escritor como para el pintor o el músico, remite a un cierto dominio de lo que hacés y el asunto que se presenta es: ¿cómo desarmás eso? porque se trata de un saber. Yo qué sé si Coltrane tenía todo el saber del saxo, pero justamente llegó donde llegó porque trabajaba intensamente para sacarse ese lastre del saber técnico todo el tiempo.
Estamos dando vueltas a la idea de un materialismo sensible que concierne al lenguaje. Meschonnic dice “el ritmo como significante mayor”. También dice: “no es que la Biblia se haya escrito en hebreo, sino que la Biblia hizo al hebreo”. Es la obra la que hace al lenguaje y no a la inversa. ¿No es ésta un poco la cuestión que se plantea en toda práctica? Se hace sobre lo que no se sabe. En una charla decías: “El artista que está creando es el único que no tiene el arte”.
Exactamente: todos tenemos el arte, menos el artista. Yo creo que eso también lo podemos llevar a la práctica, la práctica es lo que no tenés. Porque uno tiene una historicidad de las prácticas que hubo, pero está camino a inventar nuevas prácticas, porque estás viviendo en otro tiempo, entonces tenés que tratar de percibir justamente las nuevas estrategias que te vas a dar para situarte. No estás frente a la misma problemática de la década del ´20, por ejemplo. El artista no tiene el arte: es el único que no lo tiene, los demás lo tenemos, si no miren la estética. La estética le termina siempre hablando a la estética. No le importa un carajo el artista, porque hablan entre ellos. La revista Ñ, por ejemplo: todos los sábados habla de un tipo que traen de Nueva York o de París que viene a contar cómo es el arte… Y al artista eso no le interesa. Un ejemplo bueno es el pintor Willem De Kooning: hay un famoso esteta y filósofo de la estética, Clement Greenberg, un crítico que va al taller de Kooning y le empieza a enseñar cómo pintar un cuadro, y Kooning que era un tipo muy fornido, lo agarra de un brazo y lo tira a la calle. Creo que ese es el gesto del artista: agarrar al crítico y acompañarlo hasta la puerta.
Estás traduciendo para Editorial Cactus y Tinta Limón Ediciones el libro Spinoza poema del pensamiento, de Meschonnic. Su uso de Spinoza es muy intenso. Encuentra en Spinoza una posibilidad de hacer del poema una crítica a la filosofía. Hay una cita de Spinoza en particular que Meschonnic adopta para sus fines, para definir al poema como capacidad de inventar modo de vida: “Lenguaje que inventa modo de vida y modo de vida que inventa lenguaje”. A partir de ahí Meschonnic pone al lenguaje en una interacción abierta con la ética, el lenguaje y la política ¿Cómo se da esto en la práctica de la traducción, cómo entendés vos esta interacción entre lenguaje, política, ética, historia?
Yo lo entiendo a partir de cómo me sitúo cuando empiezo a traducir un libro, sea Meschonnic o de los escritores que me interesan, partamos de ahí. Entonces me doy una estrategia. En el caso de este libro sobre Spinoza la estrategia fue preguntarme: “¿Qué leí de Spinoza?” Y lo que leí de Spinoza fueron algunas cosas desde lo cultural, entonces el primer paso para traducir Spinoza era salir de ahí. Ese fue el primer paso ético y político: asumir el lenguaje de lo que estoy leyendo. El siguiente paso fue saber que no estoy traduciendo una lengua sino que estoy traduciendo un discurso. Eso para mí es fundamental. Parece obvio pero no es siempre así, porque la tentación de traducir una lengua es muy grande. Si vos traducís una lengua lo único que hacés es normalizar el texto. Decís: “este adverbio que está en francés acá, lo pongo en castellano allá”. Así te enseñan las escuelas de traducción. Traducir supone tomar decisiones políticas: “Dejo el adverbio tal como está en francés porque carga de intensidad a la frase”.
Decisiones difíciles en el laburo más cotidiano…
Y sí, porque lo que hacés es tratar de salir de la tentación de normalizar la sintaxis. Meschonnic es un tipo cuya sintaxis no es normalizada. Es “su” sintaxis. Mallarmé decía “sintaxero”’: inventó esa palabra para decir “usted es un ‘sintaxero’”, alguien que tiene una sintaxis. Porque la sintaxis, es como la respiración, es tu propia respiración. Ahí está el cuerpo en el lenguaje. Cuando hablamos –estamos hablando ahora– cada uno de nosotros puntuamos de una manera, y no puntuamos dialécticamente, puntuamos con el gesto, con el silencio. Los que nos escuchan nos escuchan un tono, nos trabamos, nos angustiamos… bueno, esas cosas.
Estás hablando de la traducción y parece que estás hablando más bien de una forma de vivir: no ceder a la tentación de normalizar.
Uno pone mucho cuerpo. Cuando traducís ponés todo el cuerpo porque no es traducir de lengua a lengua; ponés el cuerpo y sólo te das cuenta de la dificultad cuando empezás a traducir.
¿Qué relación encontramos entre esta charla con Hugo Savino y los ejes más habituales de Clinamen, referidos a conflictividades sociales y modos de resistencia e invención política? El problema que se plantea al poema se presenta en las prácticas. No hay práctica sin poema, porque las prácticas son un volver a situar el cuerpo y en aquello que necesitamos decir. Las prácticas singularizan una nueva situación en algún tipo de lenguaje. Por ejemplo, ¿cómo hablar sobre el trabajo sumergido que abunda en nuestras ciudades? ¿Se trata de trabajo “esclavo”? Meschonnic habla de un “nominalismo de los vivos”, de la capacidad de nombrar la singularidad de las vidas singulares. Cuando estamos pensando en cómo cargar al lenguaje de la experiencia, de los afectos ¿no estamos hablando de lo mismo, sea en literatura o en diversas prácticas? Una asamblea o un grupo de personas que se intenta pensar y actuar frente a una tragedia, por ejemplo.  Cuando vemos lo que los medios de comunicación de masas hacen con el lenguaje en estos casos es lamentable, informes completamente victimistas y racistas ¿No nos agarra una especie de enojo del poema contra esa presentación? Esta conversación con Hugo toma de un modo aparentemente indirecto todos los grandes temas de nuestras prácticas.
12 de mayo de 2015

Las continuidades del Estado

conversación con Bruno Nápoli[1]
Se está hablando mucho de dictadura cívico-militar y de la figura de José Alfredo Martínez de Hoz y toda la burguesía civil que participó de la dictadura. Vos, revisando archivos, ¿cómo ves que estamos en términos de ruptura y continuidad en relación a la dictadura?
El gran problema es que la dictadura en términos económicos no terminó. Si nosotros hoy quisiéramos armar un banco, tendríamos que recurrir a una ley que creó Martínez de Hoz, que es la Ley de Entidades Financieras. Si quisiéramos invertir dinero desde el exterior, nos regiríamos por la Ley de Inversión Extranjera, que todavía sigue vigente. La Ley de Privatizaciones, que permitió que el represor Jorge Rafael Videla privatizara empresas, que Raúl Alfonsín privatizara empresas, que Carlos Menem privatizara empresas. Es una ley de la dictadura que recién se derogó en 2009. Todas esas leyes demuestran que en lo económico no hay corte con la dictadura. La democracia no tuvo el valor todavía para derrocar muchas de esas leyes.
No hay “complicidad civil” en la dictadura, eso es un concepto erróneo que no sirve para entender la dimensión de la participación de los civiles. No fueron cómplices, fueron responsables directos. En las desgrabaciones taquigráficas de conversaciones entre militares y civiles son los civiles los que dicen qué hay que hacer. “El gran problema es que el Central controla mucho”, decía Adolfo Diz, el presidente del Banco Central. Claro, el presidente del Banco Central en la dictadura era a su vez el presidente de ADEBA, la Asociación de Bancos Privados. Entonces, él se queda con el órgano de control, y desde ahí les dice a los milicos: “Ustedes quieren controlar demasiado, tienen que liberar”. No son civiles cómplices, son corporaciones de civiles responsables, porque si no entrarían todos los civiles por igual. Y no es que todos los civiles fuimos cómplices de la dictadura. No fue una dictadura cívico-militar, fue una dictadura militar-corporativa. La Sociedad Rural Argentina se queda con la Secretaría de Agricultura de la Nación, ADEBA se queda con el Banco Central, la gente del Banco Ganadero toma la presidencia del Banco Nación, ACINAR y el Consejo Empresario Argentino, presidido por Martínez de Hoz, se queda con el Ministerio de Economía. Todas corporaciones patronales, financieras y del campo que, igual que ahora, se quedan con los puestos clave del Estado.
También planteás que muchas de las leyes reparatorias y de memoria que tienen mucha vitalidad hoy, se pueden rastrear hacia el pasado, incluso están presentes en tiempo de dictadura.
Es que parece que fueran un invento de este gobierno, pero el primero que hace una ley reparatoria, y elabora políticas de memoria desde el Estado, es Videla. Videla el 6 de septiembre de 1979 promulga la ley 22.062, que es el derecho de pensión para el familiar de un desaparecido. Ese es un invento de Videla. ¿Qué es una política de memoria? Una política de memoria es cuando un Estado establece una política para reparar algo que hizo el mismo Estado. Te mata, después te paga. El indulto es una política de memoria, por ejemplo: “En función de pacificar, de ordenar la República Argentina, yo indulto a mengano”.
Los juicios no son política de memoria. La justicia lo que hace es aplicar una política de memoria que decidió el Estado. Si el Estado deroga las leyes de Punto final y Obediencia Debida,  esa es una política de memoria. Ahora la justicia tiene que actuar, pero no está haciendo una política de memoria a través de un juicio. Si el Estado indulta, la justicia aplica lo que decide el Ejecutivo y el Legislativo. Por esa Ley de Videla muchos familiares cobraron la pensión del Estado. Y esa es una ley que todavía sigue vigente. Ese mismo año, la dictadura saca otra ley, que es la de Presunción de Fallecimiento, que establece que para cobrar la pensión el familiar debe dar por muerta a la persona desaparecida. Es la perversión de la ley: si vos lo das por muerto frente a la justicia, se te paga la pensión. Esa ley abarca desde el 5 de noviembre de 1974 hasta 1979, a todos los que hayan desaparecido en esa franja de tiempo, incluyendo al gobierno democrático, que ya venía con casi 2 mil muertos y desaparecidos por el gobierno peronista entre 1973 y 1976. A la Ley de Presunción de Fallecimiento los milicos la derogan en 1983 antes de irse, pero al derecho de pensión no lo derogan.
¿Por qué toda esta información no forma parte del relato disponible acerca del 24 de marzo?
Porque rompe con la idea de que las políticas de la memoria son un invento del kirchnerismo. Visto desde esta perspectiva se vuelve claro que el gran problema es el Estado: el Estado te mata y te repara, te mata y te repara. Lo hizo el peronismo, lo hizo Videla. Incluso encontramos en estos archivos otra ley más de 1983 que autorizaba al Estado a indemnizar a todos los que estén comprendidos en el artículo 1 de la Ley de Pacificación, que son justamente todos los afectados por la violencia estatal desde el ‘73 al ‘83. Esa es otra ley reparatoria, una política de la memoria de la dictadura. Si uno ve esas continuidades del Estado en materia de políticas de memoria se rompe el relato de que las leyes de la memoria nacieron en 2003. De hecho, las políticas de la memoria del menemismo son muchas más que las de este gobierno: la reincorporación de los empleados estatales, que los hijos de desaparecidos no hagan el servicio militar, leyes reparatorias económicas. Es sorprendente, porque el gobierno que queda para el relato como el que menos políticas de la memoria tuvo en realidad es el que más tuvo.
Para seguir pensando las continuidades y rupturas, ¿qué lugar creés que ocupa la figura de César Milani al frente del Ejército en este contexto?
Me parece interesante pensar que la figura de la violencia se atomizó durante la democracia. Durante la dictadura la desaparición de personas estaba concentrada, era un Estado que había decidido matar a muchas personas. Y lo dicen abiertamente, así como Perón cuando asume en el ‘74 dice “vamos a aniquilar a los marxistas infiltrados en el movimiento”, Videla en el ‘75 dice “vamos a matar a todos los que sea necesario para salvar a la patria” y el 31 de diciembre del ‘77 en la prensa dice “si es necesario, vamos a matar a un millón y medio de personas para salvar a la patria”. Ese es el Estado hablando. Cuando termina la dictadura hay un quiebre, cuando comienza la democracia y la participación ampliada en espacios legislativos, ese discurso parece fragmentarse. Hoy que un taxista o cualquiera en la calle diga “a estos hay que matarlos a todos”, no es gratuito, lo dice porque antes lo dijo el Estado. Ahora lo dice cualquiera. Es más, cualquiera quiere hacerlo: Sergio Massa tiene muchas ganas de matar a todos, de meter presos a todos. Entonces, esa violencia se fragmentó y se hizo fuerte en puntos nodales de la política argentina. Hoy un intendente del conurbano mafioso o que trabaja con la narco policía es más poderoso que un gobernador, tiene más poder por el nivel de violencia que controla a nivel distrito.
En esta oscilación que tiene el Estado entre etapas de muerte y reparación, ¿te parece que hoy estamos hacia el final de una etapa reparatoria?
Yo creo que la intención del gobierno es utilizar abiertamente y sin tapujos la palabra “reconciliación”, que tan caro le costó al país. Porque uno no puede reconciliarse con un asesino del tamaño de Videla o de Emilio Massera. Yo creo que van hacia ese lugar, y la designación de Milani es un paso en ese sentido. Van a terminar el período de 12 años de gobierno, que abrieron con políticas de memoria, con una gran reconciliación. Si entramos al sitio web de la Casa Rosada, se puede ver la cantidad de discursos diciendo “cerremos los juicios”, “que el próximo presidente no tenga que vivir tantos juicios”, “por qué no los aceleramos”. Y la frase más nefasta: “Hay que dar vuelta la página de la historia”. La opción de democratizar el acceso a la información y democratizar de esa manera la posibilidad de condena, cuestiona al mismo Estado, lo pone en jaque. A medida que avanzan los juicios se avanza en el conocimiento de una trama compleja de los centros de detención, la trama civil, la trama económica. Estos procesos de democratización nos llevan a decir “el problema tal vez sea el Estado” y tal vez haya que redefinir qué es el Estado.
Desde la investigación que estás haciendo en el archivo de la Comisión Nacional de Valores y otros archivos del Estado en tiempos de dictadura, ¿qué idea del Estado se te arma?
Bueno, el Estado por momentos parece que dependiera del estado de ánimo de quien quiera mencionarlo. Si me falta algo y si me sacan algo, digo “que se haga presente el Estado”. Otra frase común es “el Estado somos todos”, sobre todo en los políticos, que necesitan de esos consensos. Si, está bien, pero no a todos no tocan los beneficios del Estado. Entonces, ¿qué es el Estado? En principio, es una instancia de administración burocrática y punto. Y lo que haga ese Estado está determinado por quien lo tome. Cuando fue tomado por asesinos y ladrones fue terrorista. Cuando fue tomado por mitómanos en recuperación de un partido que había sido aliado del genocidio tuvimos un Estado menemista. Ahora con fracciones de ese mismo partido en el poder tenemos un Estado kirchnerista, con lugares de inclusión muy singulares, como el matrimonio igualitario, la recuperación de la ANSES, espacios de militancia de jóvenes. Pero, por otro lado, en 30 años de democracia tenemos casi 3 mil asesinados por las fuerzas del Estado, muchos de ellos desaparecidos. El 70% de esos asesinados son de la década ganada: 2500 asesinados del 2003 al 2013 por fuerzas policiales provinciales, nacionales y gendarmería.
24 de marzo de 2014


¿Qué imágenes tenemos del cambio social?

conversación con Amador Fernández Savater [1]


Queremos pensar juntos qué imágenes tenemos del cambio social. Por un lado todo lo que transitamos en Argentina de 2001 para acá, pero también en España, desde el 15-M con los llamados indignados y la actual discusión en torno a Podemos. Una pregunta que nos hacemos con Amador es qué pasó con aquello de cambiar el mundo sin tomar el poder. ¿Qué imágenes pueden continuar esa discusión?
Con los amigos que nos hemos encontrado en el 15-M nos dimos cuenta que tenemos un registro muy limitado de imágenes para pensar el cambio social. Esto viene de toda una trayectoria acerca de cómo se han pensado las revoluciones. Por un lado, se imaginó como una toma del poder del Estado para desde ahí cambiar la sociedad. El Estado como la sala de mandos donde puedes decidir cómo será la sociedad futura. Y luego hubo otra idea importante durante el siglo XX: la creación de una sociedad paralela. En la contracultura americana, en los movimientos de los años ´70 estaba la idea de la fuga y la creación de una sociedad paralela. Y yo creo que en el 15-M nos hemos encontrado con un límite, porque ninguna de estas dos ideas nos conviene o no acaba de ser adecuada a las prácticas que se están dando. Por eso comienza esta incipiente investigación a través de autores y movimientos para preguntarnos qué otras imágenes del cambio social pueden ayudarnos a enriquecer el repertorio imaginativo.
Todas nuestras ideas de cambio están basadas en una distinción entre medios y fines, ¿cómo juega esto a la hora de pensar nuevas imágenes?
En lo que se llama la real politik asoma la primera idea de cambio: creación de un partido político para conquistar el poder. Ahí siempre hubo una escisión entre ética y política, porque lo que se impone es el cálculo. Es un corte entre formas de vida y fines. Nuestra investigación intentaría pensar al revés: cómo podría haber una política que fuera en sí misma prefigurar a la sociedad que se quiere. En el 15-M cuando discutíamos horizontes y qué era eso de la “democracia real ya” que se quería, un amigo dijo “la democracia que queremos ya nos la estamos dando”. Ahí no hay escisión entre ética y política. En todo caso la pregunta es cómo intensificar esa práctica, como prolongarla, potenciarla, sostenerla, contaminarla. Pero hablamos de un núcleo que ya está.
Alguna vez charlando de esto con Amador y Santiago López Petit decíamos que algo ya cambió en la sensibilidad. Quizás no en el núcleo duro de las estructuras de la sociedad, pero sí  en el modo de sentir. En esa conversación Santiago decía que no puede haber un movimiento político sin objetivos. Desde la izquierda muchas veces se piensa que la eficacia es ocupar lugares, sea “por las buenas” en elecciones o “por las malas” en insurrecciones. ¿Es lo mismo cumplir objetivos que ocupar lugares? Además de mutar sensiblemente, ¿no podemos cumplir objetivos? ¿Podemos despegar la imagen de “cumplir un objetivo” de la de “ocupar un lugar”?
Más que cumplir objetivos, lo que ha logrado el 15-M es producir efectos. Por ejemplo, la deslegitimación de toda la arquitectura política española que viene del paso de la dictadura a la democracia, desde el Rey hasta la Constitución pasando por los partidos políticos. Ese efecto deslegitimador es muy fuerte. Al mismo tiempo, hacer visible lo que no lo era: que sientas lo que antes no sentías. Un ejemplo son los desahucios, que ocurrían sin que nadie lo sepa y hoy están en primer plano. Todos sentimos como intolerable algo que antes no sentíamos y además está abierta la posibilidad de hacer algo contra ello. Y muchos efectos más: en toda Europa hay una suerte de canalización derechista del malestar, que es lo que siempre pasa en las crisis, y en España no está pasando. Hay efectos, pero en términos de objetivos no sé si hemos conseguido tanto. ¿Cómo pensar la relación con los objetivos pero de manera inmanente? Esto es lo que decía Santiago López Petit: que no sea una demanda al Estado para que haga tal o cual cosa. Hablamos de objetivos que el propio movimiento se pone y consigue sin demanda al otro. Es una idea bonita que no sé si hemos llegado a desarrollarla mucho en la práctica, pero es potente para salir de la pura prefiguración o la demanda al otro para que se cumplan reivindicaciones. Hay algo de la demanda imposible, de un objetivo que a la vez desarregla todo el mapa de posiciones, todas las posibilidades de lo que un Estado en condiciones de capitalismo puede dar. Hoy en España el derecho a la vivienda o a un trabajo y un salario digno se han vuelto demandas imposibles. Como que el reformismo se ha vuelto revolucionario o algo así. Creo que Santi estaba pensando en objetivos que en sí mismos no se pueden cumplir sin una reconfiguración del paisaje en que están organizadas las cosas. Objetivos que en sí mismos conllevan un cuestionamiento de la lógica.
También esto que viven en Europa se puede traducir a América Latina de este modo: si en el pasaje de la fase de los movimientos de hace una década a la fase actual de los gobiernos progresistas, no hay necesidad de recuperar desde los movimientos una capacidad de plantear objetivos propios. Hasta qué punto perdimos esa gimnasia que va más allá de las reivindicaciones, el apoyo o la distancia con respecto a los gobiernos. Algo más que la discusión acerca de si a los gobiernos progresistas hay que defenderlos o son una mentira que debemos denunciar.
Hay veces que nos encerramos en dicotomías que luego la práctica las hace estallar todo el rato. En España hay movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca: una experiencia que defiende a los desalojados por no poder pagar, que hacen una estrategia multinivel súper eficaz. Por un lado intentan frenar el hecho concreto del desalojo. Por otro, producen espacios de apoyo mutuo entre las familias de desalojados para que se reconozcan entre sí. Al mismo tiempo realizan negociaciones con los bancos y con los políticos para frenar desalojos a nivel administrativo o recogen firmas para cambiar leyes. Eso ya crea la sociedad en la que quieres vivir, genera conflicto en lo que hay e incluso propone medidas de cambio bien interesantes dentro de lo existente.
Vos hablás de “la política del cualquiera”, ¿cómo abre esta figura las imágenes de lo deseable?
Sí, lo que nos estalló delante de los ojos en el 15-M es que la gente común se reapropió de la posibilidad de hacer política, incluso más allá de los activistas de movimientos sociales u organizaciones extra parlamentarias, que son a su modo pequeños expertos. O sea que desprofesionalizar la política no es solo con respecto a los partidos, sino también con respecto a los militantes que saben cómo se tienen que hacer las cosas. Fue una experiencia muy inmediata: todo lo que estaba pasando en la calle estaba protagonizado, liderado, habitado, impulsado por gente que no tenía experiencia en política. Es el cualquiera discutiendo cómo quiere que sea la vida en común.
Es difícil que asomen imágenes más allá de la mera conservación de la vida, más allá de la demanda de lo digno para persistir.
Es una cuestión complejísima. Yo veo que los movimientos que hay en España son post utópicos. No hay imágenes de otra vida. Hemos ido a manifestaciones con la pregunta sobre cómo es la ciudad en la que se quiere vivir. Y la respuesta sería algo así como “es más o menos igual pero sin coches”. No hay como en los ´60 una capacidad de proyección. No hay Italo Calvino. Se ha perdido la capacidad de pensar otros futuros, porque  se ve que mantener una casa con una pareja, tener hijos, cosas muy básicas se han vuelto muy difíciles, incluso tener un vínculo duradero. Dicho esto, creo que en la plaza sí que hubo como una experiencia del buen vivir. Era un lugar político, pero sobre todo nos estábamos dando a nosotros mismos un cacho de la vida que queremos. Muchos lo sentimos en la experiencia del tiempo, que es lo que menos hay en la vida. Nadie tiene tiempo, tengo mil mails que responder… y de repente en la plaza estábamos seis horas escuchando en una asamblea. ¿Pero no era que no teníamos tiempo? Te das cuenta que al tiempo lo fabricas a base de prioridades, puedes regalarte tiempo. Y la plaza fue un regalo que nos hicimos. En esa experiencia de hacer algo con otros había otra definición de lo que podía ser una vida buena. Habría que profundizar esto, pero una vida buena podría pasar por una abundancia de tiempo disponible. La plaza fue la experiencia de una vida mejor.
¿Cómo se está discutiendo la dimensión estratégico política a partir de la irrupción de Podemos y otras fuerzas nacidas del 15-M?
Todos los movimientos nacidos en la plaza han sido muy intensos pero han chocado contra el muro del gobierno, del bipartidismo y realmente no hemos conseguido tirarlo abajo ni agrietarlo. Las medidas de privatización, recorte, desalojo, de empobrecimiento general de la sociedad, siguen en marcha. Hubo entonces un movimiento de impasse, de frustración, de sentir que algo más tenemos que hacer. Si hay un parlamento completamente cerrado a la calle, construyamos una especie de caballo de Troya para entrar y cambiar algo ahí dentro. Fue una discusión muy fuerte acerca del tipo de partido que puede hacer algo así. La propuesta más exitosa ha sido Podemos, en torno al carisma mediático de Pablo Iglesias, un joven profesor de izquierdas que construyó una personalidad en las tertulias de la televisión. Llevó a la televisión lo que se estaba diciendo en la calle, lo que charlaba uno en la familia, con los amigos. Tomó ese sentido común de lo surgido en la calle con respecto a la crisis, a la estafa, al “no nos representan” y lo llevaba a confrontar con los políticos. Entonces acumuló apoyo, confianza y un capital simbólico que generó un imán, una energía tremenda. Entonces la idea de Podemos es tratar de ser la traducción electoral de toda la indignación, el malestar y la esperanza de cambio. Traducir en votos todo lo que ha pasado en la calle, si es que eso se puede dar, y desalojar al bipartidismo.
Por otro lado hay una experiencia de plataformas más vinculada a ciudadanos, movimientos sociales y partidos políticos que se ponen al servicio de esa voluntad de cambio. Eso se llama Ganemos y tiene una escala puramente municipal. Entonces: Ganemos en las municipales, Podemos en las nacionales y regionales.
¿Y cómo ves la traducción de la calle al voto?
Hubo un momento donde había muchos puntos de la sociedad politizados. En las plazas nos apiñamos todos y luego esa forma de hacer política del 15-M se extiende por toda la sociedad. De repente se difundió la política por todos lados: hospitales, escuelas, calles y plazas. Mi idea es que el neoliberalismo no es algo que está en un lugar, ni afuera de nosotros, ni viene solo de un punto o de arriba hacia abajo como si fuera un grifo. Más bien entra por todos los poros y rendijas de la sociedad y nosotros mismos lo reproducimos en las mil decisiones que tomamos en un día, cuando compramos, cuando depositamos nuestro dinero, a qué escuela llevamos a nuestro hijos. Hay una amiga que dice que el neoliberalismo es una coproducción donde todos jugamos parte. Entonces lo bueno que tuvo ese momento de difusión de la política es que podíamos atacar al neoliberalismo en todas las rendijas. El riesgo es que de nuevo se concentre la política en un punto considerado como el principal y fundamental del cambio que vuelve a ser el poder político. Si nos vamos a tapar el grifo, el neoliberalismo se nos sigue colando por las rendijas y los poros.
Decir que nos gobiernan mal es desentendernos del problema que nos incluye. ¿Está el riesgo de creer que si nos gobierna una fuerza que no es de la élite estamos a salvo del neoliberalismo?
Hay puntos de diferencia entre lo que está pasando en Argentina y en España. Igual quizás solo sea una cuestión de reloj. Pero me parece que ahora mismo nadie en España diría que el movimiento fundamental del cambio que está habiendo es Podemos. Incluso los líderes de Podemos te dirían que son hijos del 15-M. En Argentina oigo hablar que el movimiento de cambio es 2003 y ya no 2001. En el calendario también se juega algo, ¿no?
Por otro lado, me parece que el kirchnerismo representa aquí una cultura de verticalidad y de “buena representación”.  En Podemos no hablan de reponer una buena representación o “que gobiernen los buenos”, sino intentar pensar la representación desde el “no nos representan”. Sería como pensar en Argentina quién queda después de que se han ido todos. Es un desafío de imaginación y de prácticas.
Teniendo en cuenta estas diferencias interesantes que planteás, ¿cómo opera el prestigio o la imagen de la realidad latinoamericana en España?
Es interesante pensar que estamos mirando a otros y buscando imágenes, ya que Europa siempre fue muy ombliguista, al considerar que ha inventado la filosofía y la revolución. Ahora se produjo un cambio en las coordenadas de las referencias: se ha mirado al zapatismo, a lo que pasó en Argentina, a Bolivia, al norte de África (que siempre se la vio con miedo y de repente surge la primavera árabe) y ahora a lo que pasa arriba en los gobiernos latinoamericanos. Podemos es un Frankestein con trozos de políticas distintas, entre la calle y lo maquiavélico. Para el grupo promotor, que no es la complejidad del movimiento, la referencia con los gobiernos latinoamericanos es importante en muchos sentidos. Recojo uno, que es que han sido capaces de cristalizar lo que es una transformación cultural. Apuntaron a transformar en leyes lo que primero se transformó en las subjetividades al movilizarse. La transformación cultural redefine la realidad pero no la cambia. Algo así parece haber ocurrido con los gobiernos progresistas que han hecho ley las nuevas formas de sentir.
Me interesa el espacio discursivo común que se abre entre América Latina y el sur de Europa. Algo así como un Frente Único contra el Neoliberalismo, para utilizar grandilocuentes fórmulas de la Tercera Internacional. Ese Frente tiene posiciones distintas: no es lo mismo los discursos populistas que lo momentos autonomistas. Ese Frente tiene pendiente discutir qué es el neoliberalismo y cómo se lo derrota. En ese sentido hay una dimensión experimental: en la calle o en instituciones, todos estamos probando. Me parece importante que todas las experiencias primero se reconozcan como compañeras de un Frente y no como guerras intestinas que solo denigran a otras posiciones. Y además evitar ser cooptados tanto por un izquierdismo abstracto y radical como por sectores de la burguesía que lo que quieren es un reformismo liviano. Ese Frente hay que volverlo visible.
7 de octubre de 2014

El poder terapéutico

conversación con Santiago López Petit [1]


Para nosotros Florencio Varela, en el conurbano bonaerense, viene siendo un espacio a partir del cual pensamos la conflictividad social, las luchas populares, el devenir narco. Sin embargo, en estos días es noticia porque el intendente Julio Pereyra anunció que instalarán un barrio espiritual financiado por el cineasta David Lynch. Entonces recordamos que en los libros de Santiago López Petit aparece la idea del poder terapéutico. ¿Qué es eso, Santiago?
Podemos empezar diciendo que el poder terapéutico es una cara más del poder, que consiste en hacer persistir nuestras vidas en lo que son. Es como un poder que nos mantiene en vida para seguir funcionando dentro de la máquina. Pero no es simplemente un poder de medicalización, es muchas cosas a la vez: medicinas, terapias, un conjunto de prácticas que buscan que carguemos con nuestra vida. Yo lo empecé a teorizar a partir de una experiencia en una cárcel de Asturias, en España. En esta cárcel los presos de algún modo auto controlaban el espacio y los carceleros eran sustituidos por terapeutas. Quien entraba allí, firmaba un contrato en el que admitía que su vida fuera rehecha. Fue una experiencia exitosa y para nosotros fue la matriz para comprender cómo el poder terapéutico se extiende sobre toda la sociedad.
Pensábamos que al mismo tiempo hay una espiritualidad de los dirigentes. Ahora mismo, el Papa argentino tiene una importante influencia sobre las elites políticas y empresariales de la región.
Se los voy a decir un poco bestia, pero desde San Agustín se postula la existencia de un espacio interior en el hombre, cosa que no se había pensado antes. Un espacio interior en el que el hombre se encuentra a sí mismo. San Agustín lo construye como un espacio del miedo, en la medida en que en este espacio interior me veo ante Dios, que verá si me salva. En ese espacio entra toda la espiritualidad, que luego se hará control. Lo complicado es que el espacio interior, en estos momentos de sobreexposición, puede entenderse también como un lugar de resistencia. En la opacidad, es un salir fuera de una visibilidad absoluta bajo un ojo del poder. Pero abocarse a la meditación trascendental es absurdamente nefasto cuando lo que no hay son casas. Creer que la disposición de los muebles te hará más feliz me parece absolutamente vomitivo. Es el uso de la interioridad para ponerla en función de la propia máquina capitalista. El poder terapéutico busca neutralizar lo político y ubicar en conflicto en cada quién. Es la gestión de los residuos humanos por un lado, y de las vidas precarizadas por el otro. Funciona como un agarradero: en el fondo, con la auto contemplación te ofrecen un bloque de eternidad, lo cual para mucha gente es bastante. Sin embargo, hoy el espacio interior puede ser un lugar para partir, un punto para volver a atacar al mundo. Sospecho que hay algo en vaciarse que puede ser liberador, quitar el miedo y los deseos construidos por la publicidad.
¿Hay alguna relación entre esa parte positiva de la meditación, aquella que vacía la vida marca, y tu idea del “gesto político”?
Antes la gran dicotomía era “o ser una mercancía o vivir”. Esto era lo que planteaban los situacionistas y muchísima gente en los ‘70. Yo creo que hoy la dicotomía  a la que nos enfrentamos es “ser una unidad de la movilización o ser una anomalía”. Ser una pieza o ser alguien que no va a encajar en esto y que va a pagar por ello. Yo creo que ciertas terapias pueden ayudar a que esta anomalía, que uno debe ser si quiere enfrentarse al mundo, subsista de alguna manera y no se gire hacia la autodestrucción. Este es el punto crucial: si hay un criterio a la hora de cortar las terapias y plantear que pueden ser elitistas, nefastas, ligadas al capital. Ahora, cerrar los ojos ante esto también me parece equivocado. Hay una terapia que indica “relajarse bien para trabajar mejor”. Pero el gesto radical, el gesto revolucionario es dejar de ser uno mismo. O sea, en la política más radical ya hay una forma de terapia que es dejar de ser lo que la realidad te obliga a ser.
¿A qué llamás fascismo posmoderno y cómo se relaciona con el poder terapéutico?
El fascismo posmoderno es un espacio público pseudo privatizado, es la autogestión de tu propia vida, es un espacio de opinión y decisiones. Durante mucho tiempo para mí el fascismo posmoderno fue esta movilización en la que tú crees que diriges tu propia vida. El fascismo posmoderno, la máquina de la movilización, el vivir en esta sociedad destruye la mente, aniquila, en el fondo tu vida no vale nada. Entonces al poder terapéutico interviene como una aseguradora para que no te hundas. Te mantiene con el mínimo de vida para que puedas seguir vivo y trabajando. Entonces, ¿nos hacemos pieza de la máquina o intentamos en esta destrucción ser la anomalía que se pueda convertir en cierta potencia? Hay terapias que te reconducen dentro de la máquina y otras que pueden hacer de la propia enfermedad un arma. Aquí está la cosa: asumirse anomalía, asumirse una forma del dolor.
15 de octubre de 2013


El agotamiento kirchnerista

Salvador Schavelzon
Hay elecciones que se ganan porque uno gana y otras en las que se gana porque el otro pierde. A veces, un candidato seduce mayorías; en otras, los votantes apuestan, con desencanto, por una vieja relación; también hay comicios en que el voto desequilibrante es crítico y opta por un cambio, aunque con sentido indeterminado. Esto último fue decisivo en la elección argentina en que se impuso Mauricio Macri, que un año atrás no superaba el 13% de intención de voto nacional. No es que los argentinos asumieron un neoliberalismo conservador, sino que el voto contra el legado del kirchnerismo fue más fuerte que el que creía que lo que estaba en juego era volver a los ‘90.
Ernesto Laclau, politólogo argentino radicado en Inglaterra, meses antes de su muerte dijo sobre Macri: “Tiene tantas posibilidades de ser presidente constitucional en la Argentina como yo de ser emperador de Japón” (La Nación 16/11/2013). Y estaba en lo cierto, si vemos las dificultades de Macri para metamorfosearse en un líder populista; aunque Laclau no llegó a ver los cambios recientes en el discurso macrista, que incorporó elementos del kirchnerismo, en la línea del venezolano Capriles. Pese a esto, Macri nunca pudo deshacerse de su imagen de hijo de millonario con un proyecto de poder personal y de difícil despegue de la ciudad de Buenos Aires, cuyos barrios más pobres siempre le habían dado la espalda y donde el último triunfo de su partido había sido bastante ajustado. Ni siquiera su paso por Boca Juniors le había dado popularidad, y a esto apuntaba Laclau. Hay elecciones que se ganan con operaciones discursivas populistas, y otras que se ganan porque el pueblo decide que tu rival debe retirarse.
No era Cristina la que se medía en las urnas, pero esto ya era parte de la derrota, pues no se pudo viabilizar una reforma constitucional que lo permitiera. Sus hombres de confianza fueron derrotados en las internas de varias regiones e instancias, y Scioli había sido una decisión desesperada ante la falta de candidato propio para suceder a Cristina. El exmotonauta, nacido políticamente junto a Menem, medía mejor que cualquier kirchnerista, incluyendo al hijo de Néstor y Cristina, que encabezando la lista de diputados perdería en su propio distrito de la provincia de Santa Cruz. Sin un partido de inserción nacional y en minoría en el Congreso, aún está por verse si Macri será un nombre duradero en la política argentina. La victoria de Macri es una derrota del gobierno de los Kirchner (2003-2015), porque parte de su base social le dio la espalda.
La idea de construir “transversalidad” ante las resistencias del peronismo conservador al inicio del mandato kirchnerista nunca se había desarrollado. La opción de Cristina fue apostar por una continuidad negociada que le permitiera mantener algo de poder, en un nuevo gobierno encabezado por un peronismo federal, no kirchnerista, que unificara a todos para formar gobierno y por la adhesión generalizada a la imagen del papa Francisco. Pero la derrota de Cristina ya se vio cuando la campaña de Scioli optó por no mostrarla, con publicidad que incluso distanciaba al candidato del Frente Para la Victoria de la Presidenta en funciones. En las urnas, la derrota fue evidente con el triunfo de María Eugenia Vidal en la Gobernación de la provincia de Buenos Aires, donde el peronismo estaba en el poder desde 1987. Fue un voto de la clase media y de los pobres contra el jefe del Gabinete de Ministros de Cristina, Aníbal Fernández, el funcionario kirchnerista con mayor presencia mediática.
En un momento de crisis de continuidad para los gobiernos progresistas, es posible reforzar la narrativa del ajuste contra la inclusión social. Pero quizás sea más realista abrir una reflexión sobre límites que no solo son producto de una reacción conservadora sino de un agotamiento propio. El consenso en temas cruciales entre los gobiernos progresistas y los neoliberales es parte del problema.
SUDAMÉRICA. Mientras en Brasil no fue necesario más que semanas para que la austeridad comience a ser implementada (después de una campaña en que también la candidata vencedora se presentaba contra el ajuste estructural), en Argentina las políticas de mercado llegarán “atendidas por sus dueños”, con un candidato anti-popular cuyo triunfo horrorizaría a Laclau, cercano al kirchnerismo en los últimos años de su vida. El nuevo presidente es hijo de la “patria contratista” cuya conformación remite a la dictadura. Es además expresión de una Argentina que se imagina capital europea y alejada de Latinoamérica, o la Canadá de Brasil; el nuevo presidente argentino ya dijo que se acercará al Brasil.
Un tema en agenda será el acuerdo de libre comercio del Pacífico en el cual tanto Macri como sectores del gobierno del Brasil están interesados. En lo que respecta al nuevo mandatario argentino y a la hoy empoderada derecha brasileña de dentro y fuera del gobierno, si el bloque económico del Mercosur fuera un obstáculo, éste sería extinguido sin ningún pudor. Por otra parte, como ya mostró Ecuador, la oposición a tratados de libre comercio ya no es una línea roja innegociable para los gobiernos progresistas.
En Bolivia, el triunfo de Macri no puede dejar de abrir una interrogante sobre un posible triunfo de candidatos hoy inimaginables desde el punto de vista del hegemonismo populista. El retroceso electoral en lugares en que históricamente se había apoyado al kirchnerismo, permitió el triunfo a Macri, lo que también se constata en Bolivia. Pero sería un error atribuir la victoria a una especie de magia electoral que haría que una propuesta de escasa inserción pueda construir desde los medios un discurso populista, disponible para cualquiera como simple técnica electoral. De lo que se trata es de la capacidad de conexión auténtica con lo que pasa en las calles.
Después de la derrota, el kirchnerismo se encuentra hoy en plena caza de brujas para señalar a los padres de la derrota, perdiendo de vista la responsabilidad colectiva de lo que se llegó a construir y las batallas que se prefirió no abordar. La discusión hubiera sido productiva como fuente de reflexión y reformulación con el rumbo del proceso en marcha. Pero para eso es necesario salir de los relatos polarizadores, que reducen toda crítica formulada desde nuevas luchas, o desde sectores sociales que ven su salario despreciado como “discursos de oposición”, cuando no “romanticismo anti-estatal” e “izquierdista” y efecto de los medios omnipotentes de comunicación, como si gobiernos como el kirchnerista no hubieran entrado de lleno en el control de medios.
El problema es la capacidad que tenga un proceso de cambio para nutrirse de miradas críticas, manteniéndose abierto y conectado con las indignaciones y movimientos que lo impulsaron. Por su origen desde arriba, no cabe duda de que Cambiemos, la coalición que llevó al poder a Macri con el apoyo de socialistas y de la vieja UCR (Unión Cívica Radical), rápidamente se aislará del movimiento crítico que pudo representar en las urnas.
El destino del progresismo en Sudamérica también depende de cuánta apertura pueda tener para conectarse, o cuánto se bloquea todo lo que no se subordina, no se entiende o no se puede controlar. Sin capacidad de acompañar el movimiento de abajo y afuera, que es desde donde provienen los momentos más transformadores y osados de estos gobiernos, el destino es un cementerio político que se endurece y sostiene con represión. El escenario al que la llegada de Macri y la crisis del relato progresista nos devuelven es al de los estallidos y movilizaciones de comienzo de siglo. Es ahí que todo vuelve a ser discutido y las luchas se reorganizan, ahora con argumentos que surgen de la experiencia de estos años.
(fuente: La Razon, de Bolivia)

Diciembre está empezando y siempre se desborda

Diego Valeriano

El ingreso al consumo fue  una acción de pura prepotencia emancipadora. Se provocó un desborde, un estallido, una fuerza que arraso convenciones obsoletas. Las complicidades del buen gobierno favorecieron momentos de liberación. Acción y reacción. Vida, violencia, fiesta, muerte, verdad, experimentación y goce. Una nueva voracidad creció embrionariamente. Incontrolable, nueva, inentendible.

Por los anuncios del nuevo gobierno y quienes los van a ejecutar, parece que la fiesta está terminando,  tendremos que realizar el ritual de cierre (y resistencia), lacerando cuerpos propios y ajenos, rompiendo cabezas, destruyendo propiedad de otros. Las vidas runflas terminan las fiesta como corresponden. Diciembre está empezando y siempre se desborda. Nunca es un vaticinio, más bien una invitación.

La transformación de los modos de vida en los últimos diez años coloco a los negros indómitos en una posición ambigua: imposible de estar mejor y, a su vez, mortales. Victimarios y víctimas. Poderosos y frágiles. Fiesteros con resaca. Es decir, con la ambigüedad propia de un proceso de liberación que fue puro presente.

¿Solo el consumo nos hará libre? Ni en pedo, la fiesta sí, la fiesta nos hará libres. Lo bueno de las rochas y los negros, de esas vidas runflas prepotentes e insoportables, es que no se cuidan, no miden, no proyectan. No ensayan justificaciones, no cuidan los modos. Van. Solo van en ese proceso absurdo y profundo. Van en moto, van tirando cortes. Un ruido insoportable acompaña la emancipación. Lejos, muy lejos de las estéticas de antaño. Es el ruido de la fiesta.

“Aquí no se rinde nadie” parece expresar un pibe con un short del Real Madrid y en cuero mostrando sus tatuajes en la placita de Las Artes de Morón. Como se va a rendir si todavía quedan cuotas por pagar, planes por cobrar, fiestas por vivir. Llegan más negros y pibas, se ríen, se saludan, toman juntos. Se miran de reojos con los de la policía local. Los dos bandos saben que es diciembre y que a dos cuadras está el Coto que inauguraron el mes pasado.

Clinamen: pensar ante la máquina

Conversamos con Sebastián «Ruso» Scolnik, editor, miembro del Colectivo Situaciones, sobre el libro «Ante la máquina. Para salir del consenso desarrollista», que compila entrevistas de Clinamen. Lectura de una década larga. La crítica: ¿hacia dónde apuntar?

Audio de presentación de «Conversaciones ante la máquina»


Clásicos, populistas y postmodernos: breve comentario a Jorge Alemán

Pedro Yagüe y Diego Sztulwark


Jorge Alemán discute en su reciente artículo (“Neoliberalismo, experiencias populares e izquierdas”) con dos caricaturas que él mismo construye: la izquierda clásica y la izquierda posmoderna. Ambas, afirma el Consejero cultural de la embajada Argentina en España, critican las experiencias populares latinoamericanas sin advertir las transformaciones estructurales que estos procesos llevaron a cabo. El tipo de discusión que Alemán plantea en su artículo nos habla menos de las izquierdas con las que pretende discutir que de su propia necesidad de caricaturizarlas para así refutar fácilmente objeciones simplistas que nadie realizó.


Alemán señala que la izquierda argentina se regocija en la comodidad de dos críticas falaces a los procesos latinoamericanos: 1) la incapacidad de salir del modelo extractivista, 2) la producción indeseada de una “clase media consumista”. La falacia de estas críticas radica, según el propio autor, en no advertir la imposibilidad de los gobiernos latinoamericanos de jugar en un terreno diferente al que la agenda neoliberal les impuso. Esta agenda neoliberal aparecería entonces como el punto de partida de cualquier política transformadora. Es desde los pliegues de su poder que las experiencias populistas logran, según él, intervenir políticamente con eficacia. El problema es que el neoliberalismo pareciera tener la agenda bastante cargada y hará falta contar con algo más que con fe y esperanza para desarticular su renovado ímpetu gerencial-securitista.
Dos oraciones después de relativizar los efectos subjetivos del consumo Alemán sostiene que la subjetividad neoliberal “provoca en la propia vida íntima una relación bloqueada casi en su totalidad con todo intento de transformación, que no coincida con una mera “gestión”. ¿Puede esperarse que una sociedad en la que la inclusión fue planteada desde el consumo no desee ahora una buena gestión? ¿No era ése el atributo principal de Randazzo, quien, según el ala progresista del FPV, era el representante más adecuado al “modelo”? Consumo y gestión aparecen hoy como dos caras de una misma moneda.
El modelo neoextractivista permaneció intacto durante estos años. Las permanentes luchas que lo enfrentaron no pudieron entrar nunca en la agenda oficial. Más bien lo contrario. Por lo que suena a mala fe invocar aquí razones de imposibilidad estructural para modificar este rasgo salvaje del modo de acumulación mientras que en otros ámbitos se acude con razón a la voluntad política como fuerza capaz de problematizar todo aquello que el neoliberalismo naturaliza. Y no nos referimos sólo al problema asociado a la fuga de dinero por parte de las grandes empresas (fuga que la legislación financiera vigente posibilita), sino también el impacto ambiental y su fuerte influencia en la salud y los modos de vida de la población.
Desde lo que llama la “Izquierda clásica” podría recordársele a Alemán que los trabajadores de Cresta Roja pelean en este mismo momento para que cinco mil familias no queden en las calles. Ellos participan, a pesar de Alemán, de eso que no vemos cómo denominar sino “clase obrera”. Y dado que la “Izquierda postmoderna” es la que ha identificado el campo político con el de la producción de subjetividad, no sería ocioso preguntarle desde allí a Alemán cuál es el aporte especifico de la izquierda “lacaniana” o “populista” a esta noción productiva de la política más allá de insistir con la ecuación prototípica de: Estado = Orden Simbólico = Clase Media intelectual. Ecuación que se ha mostrado insuficiente a la hora de desplazar la batalla cultural del terreno de las ideas a la de los afectos, como puede leerse en la coyuntura actual. ¿No se equivoca Alemán en buscar culpas afuera en lugar de ayudar a pensar los límites de los razonamientos de estos últimos años, sin los cuales será difícil asumir el desafío político actual representado por el macrismo?
Alemán tiene razón al sostener que si las experiencias populares fueran inoperantes entonces no se entendería por qué “tanto empeño en las oligarquías financieras nacionales e internacionales en pagar cualquier precio por arruinar a esos proyectos y contratar a todo tipo de mercenarios mediáticos para destruirlos”. Pero este modo de preguntar se vuelve retórico porque no permite formular el interrogante del momento: ¿qué es lo que no funcionó durante estos años en el modo de concebir el protagonismo popular? La izquierda llamada clásica podría recordarle a nuestro autor que durante este “largo” proceso el sector financiero nacional e internacional fue uno de los principales beneficiarios económicos y jurídicos. Y lo que él llama izquierda postmoderna tal vez podría ayudarlo a señalar los límites de una concepción de la inclusión incapaz de trastocar jerarquías (las rémoras de colonialismo interno en el propio proceso de inclusión), de alterar el fondo de la precariedad social, de denunciar el accionar de las fuerzas represivas en los barrios pobres y de repensar un modelo de consumo por fuera de la propia subjetividad neoliberal. 
Más que inventar izquierdas caricaturales funcionales al proceso de culpabilización por la derrota electoral del FpV, mejor haríamos todos en comprender qué es lo que pasó para que del proceso latinoamericano de los gobiernos llamados progresistas surgiera una coyuntura tan oscura como la actual (que no podemos adjudicar sólo a los enemigos del proceso sin pensar a fondo el modo de concentración de la decisión política de los propios gobiernos). Más que inventar caricaturas a las que rebatir, mejor haríamos en imaginar juntos cómo superar los límites teóricos y prácticos que todos quienes participamos de estos procesos evidenciamos.

Elecciones, crisis y decepción

Pablo Stefanoni

La Revolución Bolivariana se encamina hacia las parlamentarias del 6 de diciembre en un contexto de crisis originado en la ausencia de un liderazgo carismático y la caída de la renta petrolera. Los diversos sectores de la oposición llaman a canalizar mediante el voto un descontento que alcanza incluso a los “chavistas no maduristas”.
La nación venezolana depende ahora de los jóvenes profesionales que migran; como en el caso de la diáspora armenia, ellos serán los encargados de preservar nuestra cultura.” La frase, dicha por una “señora bien” refleja dos síntomas de la Venezuela actual: las tendencias escapistas de una parte de los críticos del régimen de Nicolás Maduro y, al mismo tiempo, una situación que parece tocar fondo y –por razones reales o imaginadas– dejaría a la emigración como única opción de futuro para muchos jóvenes profesionales pertenecientes a las clases medias o altas. Un video de 2012, disponible en Youtube, habla de Caracas como una “ciudad de despedidas”. “Mis fines de semana son para despedir amigos”, dice uno de los participantes; “Estoy enamorado de Caracas pero no podemos vivir juntos”, acota otro, y la canción de fondo reza: “Parece que mi vida dejó de ser interesante” (1). Al mismo tiempo, los rostros y fenotipos (blancos) así como las marcas sociales (de las clases medias altas) dejan ver una de las grietas de la sociedad venezolana, que no empezó con Chávez pero que sí se politizó desde fines de los años 90 (2). Hoy la crisis fomenta estos discursos, pero la decepción también parece incluir a muchos “chavistas pero no maduristas”.

Si la fuente de legitimidad del chavismo fue la poderosa combinación de carisma del líder y elevada renta petrolera, con proyecciones hacia toda América Latina, el fallecimiento del Comandante Supremo, oficialmente el 5 de marzo de 2013, y la caída de los precios del petróleo erosionaron en sus cimientos a la Revolución Bolivariana. Por su parte, en la oposición predomina la expectativa respecto a los comicios parlamentarios del 6 de diciembre, aunque sin la certeza de que la crisis juegue automáticamente a su favor en las dimensiones que sus líderes y adherentes desean. Ahora la apuesta es al “factor López”, quien, tras su reciente condena, se ha transformado en un virtual mártir de la democracia y las libertades desde la cárcel de Ramo Verde.

Economista, 44 años, descendiente de Simón Bolívar de parte de su madre, buen orador y ex alcalde de Chacao, Leopoldo López fue encarcelado hace un año y medio acusado de incitar a las protestas en las que el dirigente antichavista buscó desplegar en las calles la estrategia conocida como “La salida” (para forzar la renuncia de Nicolás Maduro, cuyo mandato termina recién en 2019), condimentada por las llamadas “guarimbas”. Y el pasado 10 de septiembre fue condenado a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de prisión por la jueza Susana Barreiros, quien ocupa su magistratura de forma “provisional”. “Si me condena, le va a dar más miedo a usted leer la sentencia que a mí recibirla”, interpeló el dirigente opositor a la magistrada en la última audiencia, cuando en Caracas se esperaba con ansiedad la decisión del tribunal.

Esa ocupación de las calles –que culminó con 43 muertos, unos 600 heridos y centenares de detenidos– chocó entonces con la apuesta electoral de líderes como Henrique Capriles, del partido Primero Justicia, que en 2013 había estado cerca de derrotar a Maduro en las urnas. Ahora la oposición llama a “canalizar el descontento” en el voto del 6 de diciembre. En el nuevo escenario, salir a la calle significa acudir en masa a votar contra el gobierno. “La Justicia en ntra Venezuela está podrida (sic), hoy +q nunca entendamos q el camino a la libertad de Leopoldo y todos empieza el #6D”, tuiteó rápidamente Capriles.


“Matar un tigrito” 

Los llamados bachaqueros son un grupo social emergente de la crisis venezolana. Se trata de los revendedores de productos básicos que no se pueden conseguir en supermercados o tiendas y cuya escasez provocó que las largas colas se volvieran parte del paisaje venezolano. Muchos de esos productos están regulados por la Ley de Precios Justos que, además, penaliza con cinco años de cárcel esa actividad, sin conseguir contener la “plaga”, como llamó a los bachaqueros el poderoso presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. El alcalde oficialista de La Victoria, Juan Carlos Sánchez, fue más allá: en la lógica de la “reeducación”, obligó a varios bachaqueros capturados a realizar trabajo comunitario vestidos con mamelucos de colores chillones con la leyenda “Soy bachaquero, quiero cambiar”. Y lo mismo ocurrió en Puerto Cabello pese a las críticas de organizaciones de derechos humanos que señalan que los alcaldes no pueden imponer penas.

Pero esta “plaga” tiene como caldo de cultivo una situación de escasez que el presidente Nicolás Maduro atribuye a la “guerra económica” contra su gobierno. Muchos venezolanos pasan siete u ocho horas a la semana haciendo colas (de acuerdo a su disponibilidad de tiempo). En teoría, cada uno puede comprar el día que le toca según el último número de su documento, pero muchos van a hacer trueque a las filas, a “resolver”, a “matar un tigrito”. Para comprar productos regulados hay que poner el dedo en un captahuellas electrónico. En Caracas dicen que antes el término “bucear” se usaba cuando alguien miraba a una chica o un chico por la calle, y que ahora se utiliza también para observar, con más o menos disimulo, lo que otros llevan en sus bolsas: harina PAN (utilizada para hacer arepas) , champú, desodorante, máquinas de afeitar e incluso papel higiénico, así como numerosos medicamentos son algunos de los productos “escasos” –y/o excesivamente caros en el mercado negro– que les quitan el sueño a los venezolanos.

El cierre de la frontera con Colombia en el estado de Táchira se vincula con el mismo problema: la corrupción y el contrabando, sobre todo de combustible, que en Venezuela es casi gratis (3). Llenar un tanque de un automóvil promedio cuesta unos 4 bolívares, mientras que una cajita de chicles llega a 60. Pero a esto se suman los cuatro tipos de cambio, que van desde 6,30 (el que se usa para importar medicinas y alimentos) hasta 700 bolívares (el dólar paralelo), pasando por uno de 13,50 (que se utiliza para bolivarizar los gastos de los viajeros que consiguen permisos (4)) y otro de unos 200 bolívares. Una práctica expandida es viajar al exterior a “raspar tarjetas”: se consiguen dólares en efectivo mediante falsas compras, luego esas compras se bolivarizan al valor oficial y los billetes conseguidos son cambiados, al regreso, en el mercado negro. En varias ciudades de Latinoamérica hay puntos para “raspar” y las ganancias justifican el viaje y la estadía fuera de Venezuela. 

En una reunión de la ONG Unión Vecinal en el barrio popular de Catia, en el oeste de Caracas, priman los críticos y también el escepticismo. “Tenemos que hacer colas kilométricas para comprar dos pollos, acá tenemos que guapear todos los días. ¿Qué esperamos? A veces ya no esperamos nada”, dice Mercedes Pérez, que lidera el colectivo de mujeres emprendedoras ATRAEM. Otro dice, para explicar su mala situación: “Yo no tengo ni pistola, ni estoy enchufado, ni tengo contactos con el gobierno” y un tercero explica por qué a la oposición le cuesta tanto crecer, incluso en el actual escenario de crisis: “Algunos opositores creen que estamos en la IV República [antes de la V de Chávez], que porque la gente esté arrecha [enojada] con el chavismo va a votar por la oposición. Antes era así, entre adecos y copeyanos (5), pero ya no funciona de esa manera”.
La oposición está articulada en torno a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), a la que se sumó una treintena de partidos, y es controlada por el denominado G4, compuesto por los partidos Voluntad Popular, de Leopoldo López; Primero Justicia, del ex candidato presidencial Henrique Capriles; la tradicional y hoy debilitada Acción Democrática (AD), y Un Nuevo Tiempo, liderado por el también ex presidenciable y ex gobernador de Zulia Manuel Rosales, actualmente autoexiliado en Panamá. Un problema de la oposición para llegar a los sectores populares es el origen de “niños ricos” de sus tres principales líderes (Capriles, López y María Corina Machado), en un contexto de clasismo y racismo estructurador de jerarquías sociales que Chávez fue capaz de visibilizar y politizar presentándose él mismo como un mulato. Por eso muchos antichavistas lo llamaban mono, haciendo un juego de palabras con “mico-mandante”. Mientras que el partido que lidera López –Voluntad Popular– se considera a sí mismo como socialdemócrata, y fue aceptado como observador en la Internacional Socialista, para el oficialismo se trata de una oposición de extrema derecha que quiere desestabilizar al gobierno con apoyo externo.

Hoy, en el contexto de deterioro económico y falta de un liderazgo carismático, el chavismo vive una crisis emocional y partidos más pequeños como Marea Socialista buscan capitalizar el descontento en clave “chavista pero no madurista”. El eje de su campaña, por estos días, es la Plataforma para una auditoría pública y ciudadana para “detener el desfalco, la fuga de divisas y la corrupción”. “Marea busca contener a los decepcionados, evitando que se vayan a la oposición”, resume su líder Nicmer Evans, quien considera que su partido sufre una suerte de proscripción en virtud de la cantidad de candidatos invalidados de su fuerza, incluido él mismo.

Socialismo militar 

Una arista del chavismo fue, desde el comienzo, la fuerte presencia de los militares en el gobierno, y esa presencia no ha hecho más que aumentar tras la muerte del presidente. “Nunca los militares tuvieron tanto peso económico y político, ni siquiera con la dictadura de [Marcos] Pérez Jiménez (1953-1958)”, dice el historiador Tomás Straka. Doce de los veintitrés gobernadores provienen de las fuerzas armadas. Y una gran proporción de los altos funcionarios lucen o lucieron uniformes verde oliva. El propio Chávez dijo, en 2013, que Pérez Jiménez había sido uno de los mejores presidentes de Venezuela (6).

Hoy, algunos chavistas críticos se ven entre la espada, los militares, y la pared: Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez, ex chofer de metrobús y hombre muy cercano a Cuba. Maduro revalidó su poder frente a Capriles triunfando por escaso margen (50,6 a 49,1%) el 14 de abril de 2013. Hoy, los militares son acusados, con evidencias, de formar parte de vastas redes de contrabando en la frontera con Colombia y de estar involucrados en numerosas corruptelas con las importaciones de alimentos y equipos médicos, sobre todo desde China.

El problema es que si el chavismo tiene filones autoritarios –y violatorios de la división de poderes (7)– está lejos de generar un orden, y ese autoritarismo, a menudo, es desorganizador en varias dimensiones. En ese marco, Venezuela vive una profunda crisis de seguridad: la vida nocturna de Caracas se fue apagando al ritmo de los datos que la posicionan como una de las ciudades con más crímenes del mundo; los secuestros son parte de los argumentos para migrar, y las cárceles funcionan como fortalezas en las que el Estado solo controla las murallas, dejando que en su interior operen todo tipo de redes criminales lideradas por los llamados Pranes (PRAN: preso reincidente asesino nato). El asesinato de la ex reina de belleza Mónica Spear en enero de 2014 conmovió a los venezolanos y puso el tema en los medios internacionales. En cada restaurante de Caracas hay colgado un cartel que prohíbe la portación de armas y municiones. Y ese clima de violencia está en la base de la puesta en marcha de la controvertida Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP), que para la organización de derechos humanos Provea impulsa acciones de las fuerzas militares que carecen de cualquier garantía; incluso chavistas críticos consideran que termina por criminalizar los barrios y la pobreza.

A esto se suman diversos grupos políticos armados, como algunos de los llamados colectivos, organizados para “defender a la Revolución” y que responden a diferentes liderazgos. Entre ellos se encuentran La Piedrita, Tupamaros, Alexis Vive o 5 de Mayo. Pero también otras organizaciones militarizadas son los Comandos Populares Antigolpe, las Milicias Estudiantiles y Campesinas, la Brigada Especial contra las Actuaciones de los Grupos Generadores de Violencia, la Fuerza de Choque de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana o las Milicias Obreras (8).

Maduro vuelve a apelar a un libreto conocido: denuncia intentos de asesinato de la derecha uribista, una guerra económica y otras amenazas –reales, exageradas e imaginadas–, sin prestar suficiente atención a las propias dinámicas económicas que genera el desorden monetario. El salario mínimo es de 10 dólares a la cotización del paralelo, que está fuera de control, lo cual termina alentando la creatividad popular para conseguir los productos básicos. Venezuela sigue importando casi todo lo que consume, lo que agrava la crisis, y la “siembra de petróleo” fue otra vez, como en el anterior auge petrolero de los 70 con la Gran Venezuela de Carlos Andrés Pérez y su Estado de Bienestar, una quimera.

La muerte de Chávez y la desorganización económica acabaron con la perspectiva de algún tipo de “socialismo del siglo XXI” (el creador del término, Heinz Dieterich, es hoy un opositor radical a Maduro). El propio Cabello advirtió desde su programa “Con El Mazo Dando” sobre los riesgos de división dentro del chavismo y del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). En ese programa, el líder del ala militar del chavismo suele utilizar información de los “patriotas cooperantes”, informantes destinados a combatir a los “escuálidos”, como se denomina a los opositores en el militarizado lenguaje chavista.

Escenario incierto 

Desde la oposición piensan en ganar la Asamblea y desde allí abrir espacios de negociación con el gobierno. Pero, pese a la crisis, el escenario electoral no es sencillo y además, el armado de las circunscripciones electorales beneficia al oficialismo. Por lo pronto, muchos en ese espacio tratan de despegarse del mote de derechistas con que los trata el chavismo. Por ejemplo, Freddy Guevara, 29 años, parte de la generación de estudiantes que se movilizaron en 2007 y uno de los líderes del partido de Leopoldo López, ubicó entre sus influencias “la socialdemocracia, el socialismo liberal, el anarquismo de Kropotkin y la democracia liberal”.

En un clima de expectación, hay quienes imaginan barcos llenos de alimentos para descargar justo antes de las elecciones y otras maniobras oficiales de último momento, siempre vinculadas al consumo de primera necesidad. Algo estilo “Dakazo”, en referencia a la ocupación gubernamental de la tienda Daka y la puesta a la venta de sus productos a “precios justos”, en el marco del relato de la guerra económica, en las pasadas elecciones para cargos locales.

En algunas santerías caraqueñas hoy se vende la imagen de Chávez, y la gran incógnita es qué harán los chavistas desencantados el 6 D. Lo que es claro es que cada vez menos opositores parecen imaginar un reemplazo tout court del chavismo y anticipan un intrincado y sinuoso escenario de pactos entre sectores del oficialismo y de la oposición para diseñar la Venezuela postchavista. Tras el frustrado intento de golpe de 1992, Hugo Chávez fue encarcelado y luego liberado por el presidente Rafael Caldera… “Por ahora no pudimos”, profetizó… Habrá que ver entonces cómo afecta la dura condena judicial al líder de Voluntad Popular y a la oposición en su conjunto.
2. Para poner este tema en perspectiva histórica, véase: Tomás Straka, “La larga tristeza”, La República fragmentada. Claves para entender a Venezuela, Alfa, Caracas, 2015.
3. Sobre los abusos y expresiones de xenofobia involucrados en esta operación, véase Daniel Pardo: “‘D’, la marca que condena al derrumbe las casas de los colombianos deportados de Venezuela”, BBC en español, 26-8-15.
4. Para conseguir cupos de dólares para viajar al exterior es necesario tener una cuenta en un banco estatal, pero el sistema público se encuentra desbordado de solicitudes.
5. Por los partidos AD (Acción Democrática, socialdemócrata) y Copei (Comité de Organización Política Electoral Independiente, socialcristiano).
6. “Yo creo que el general Pérez Jiménez fue el mejor presidente que tuvo Venezuela en mucho tiempo. ¡Ufff! Fue mejor que Rómulo Betancourt, fue mejor que toditos ellos. No los voy a nombrar. Fue mejor, ¡Aahh! Lo odiaban porque era militar”, El Universal, Caracas, 23-1-13.
7. La propia presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estela Morales, dijo en una ocasión que la división de poderes debilita al Estado (El Universal, Caracas, 5-12-09).
8. Situación de los derechos humanos en Venezuela. Informe anual enero/diciembre 2014, Provea, Caracas, 2014. 

El Califato es letrado

Jean-Claude Milner

(Traducción: Hugo Savino)


París, capital del siglo XIX, Marx y Baudelaire creyeron en eso. Lejos del trabajo obligado, lejos de las obligaciones de la regla, la multitud parisina les parecía representar, como un reflejo fugitivo, la felicidad de los pueblos. Ahora bien, no se creía más en eso. Muchas buenas intenciones habían transformado la Ciudad Luz en aldea. Pero el califato es letrado. Discernió que en París, una noche de lo más común, por la fuerza del recuerdo, es un testimonio de las revoluciones y de las fiestas. Teatros, terrazas, mujeres sin velo, música, fútbol, en la medida en que existan ciudades donde eso es moneda corriente, ninguna de las conquistas del califato es definitivamente firme. Nueva York era uno de esos lugares privilegiados; New York fue castigada. Después de más de una decena de años, París, nombre exaltado por la cultura, es castigada a su vez. Entre dos capitales de la modernidad, dos capitales de la antigüedad pagana, Sumeria y Palmira.
Retroactivamente, el Califato se apropió del 11 de septiembre, para hacer de él el instante cero de una serie indefinida. Se arroga la misión de llevar a cabo operaciones de policía moral y religiosa a la escala mundial. El Califato es letrado, pero también hace política, en el presente. Más que nadie, tiene conciencia de que Europa, al acoger a un número creciente de musulmanes, de ahora en más hizo que surja un islam europeo, que se agrega a los islamismos árabes, turco e iraní. Este nuevo islam es un desafío. El Califato se ufana de confiscarlo, pero sabe que la partida no está ganada de antemano. Si por casualidad se llegara a perder, el Islam europeo, de aliado potencial pasa a ser un rival.
Ahora bien, a los que saben ver se les impone una evidencia: la capital de los musulmanes de Europa, es París. Por el número en primer lugar, pero también por la inteligencia de algunas elecciones: más perspicaz que muchos otros, el Califato reconoció una mano tendida en la interdicción de llevar el velo: ¿y si la tomara, qué sucedería?
En el rechazo a los comunitarismos, supo reconocer una ocasión sin precedente que se le ofrecía a la igualdad: teme que algunos musulmanes la aprovechen. Por encima de todo, temen el laicismo espontáneo del transeúnte ordinario: ¿qué sucedería si los musulmanes de Europa se diesen cuenta de que la indiferencia en materia de religión les está permitida como a todo el mundo? Semejantes abominaciones y perversiones no se encuentran en ninguna parte tan abiertamente como en París. Cada esquina, cada monumento incita a eso.
Se anuncian algunas perturbaciones, ¿quién tiene que tener más temor? No creo que sean París, Francia o Europa: corren el riesgo de ser heridos, pero no hay peligro de que sean aniquilados. Aquellos a los que el Califato quiere conducir a la muerte, son sus propios sujetos. Los ataques del 13 de noviembre mataron indiscriminadamente, sin la menor precaución para ahorrar la vida de musulmanes. Era preciso que algunos musulmanes mueran. La advertencia mayor les estaba destinada.
En el transcurso de la proclamación del Califato, el 29 de junio del 2014, un estado había nacido; se atribuyó una extensión universal; se dotó de tres leyes fundamentales:
1.  Todo musulmán es, cuerpo y alma, sujeto del Califato.
2.  Todo no musulmán es enemigo del Califato.
3.  Todo ser humano, musulmán o no, que no acepte las dos primeras leyes comete un crimen, punible con la muerte.
Ahora bien, los sujetos europeos del Califato viven en sociedades donde la sharía no ha triunfado. Son frágiles, hay que arrinconarlos. A los musulmanes de Europa, el Califato solo les deja tres posibilidades. O bien se unen a la jihad, o bien la sostienen sin unírsele y hacen concesiones en ese medio donde los jihadistas estarán “como pez en el agua”, o bien ayudan a la policía.
Integración cantan las almas bellas: a eso, los comanditarios de los ataques responden: a través de nuestros asesinatos, hemos puesto a la policía en el centro del juego. De ahora en adelante, los musulmanes de Europa deben entender que la integración pasa, para cada uno de ellos, por la denuncia de un vecino. Deben entender que, para ellos, la integración pasa por la vergüenza. A la muerte del cuerpo, debe responder la muerte del alma; al suicidio físico del jihadista, debe responder el suicidio moral del antijihadista. La experiencia mostró que ese tipo de elecciones es casi imposible. Pronto, las sociedades europeas vivirán algunos dramas, pero los musulmanes de Europa se hundirán en una tragedia. El Califato puso en marcha el mecanismo de su destrucción.
(fuente: http://blog.elp.org.es/)

Presentación de la revista La Biblioteca

La revista que el lector tiene en sus manos es portadora de una doble condición: ser parte de un linaje, evidente por su nombre e implícito por sus resonancias, que va desde su creación, imaginada por Paul Groussac hasta su recuperación en la segunda época por Jorge Luis Borges. Ese recorrido abarca su estación actual que pretende participar de la experiencia contemporánea sin dejar de abonar el filo polémico que siempre la animó. Su doble condición, ser histórica y actual, da cuenta de un tiempo de “larga duración”, como la historiografía moderna ha considerado aquello que, irreductible a las coyunturas, no dejaba de actuar en ellas traficando estilos, dilemas, proyectos y sensibilidades entre las distintas épocas en las que actúa. Pero a la vez, establece sus diferencias. No solo por el hecho de intervenir en los temas y discusiones del presente, sino porque las anteriores revistas tenían el sesgo fuerte y personal de sus directores. Aquí, en este caso, es la pluralidad la que define su impronta sin por ello desmerecer ni su propuesta ni su perspectiva. La Biblioteca, entonces, se propone abrevar en todas las tradiciones y con todos los lenguajes reales que componen el sustrato cultural del presente.
Heredera pudorosa de la invectiva groussaquiana y de las delicadas conjeturas borgeanas, La Biblioteca pretendió desde su primer número de los 15 que lleva esta tercera época, no hacer conce- siones a las lenguas oficiales ni a los memoriales escolarizados; rituales burocráticos de un fatigado ejercicio recordatorio de estados e instituciones. Memoria viva, problemática y ensayística. Bajo ese cruce singular, un conjunto de escritores, noveles y consagrados, académicos y autodidactas de las más variadas procedencias, han poblado sus páginas con la única exigencia de aportar sus puntos de vista con la máxima libertad creativa y con la impronta de una generosa y comprometida gratuidad. De ese modo, implicados con la construcción de una esfera pública y democrática, el vasto y heterogéneo colectivo de personas que acudió a esta cita (algunos escritores que han participado ya no viven, y son nombres que hoy recordamos especialmente con cariño, respeto y nostalgia) no lo hizo en carácter de “representante” de alguna tradición fija e inconmovible, pese a que todas ellas han sido –como lo dijimos– expresadas. Sino que, al participar de este encuentro, cada uno puso algo de sí, de índole del “exceso y la donación”, que ofrendó como reflexión, acertijo y enigma. No siempre se escribe sobre lo que se sabe, o para reafirmar lo que se conoce. Muchas veces se lo hace como una fibra interna del conocimiento, como un afán investigativo o una propensión a la reorganización de lo ya pensado. Cuando todas estas formas de la escritura participan de un proyecto, este sin duda se ve enriquecido, no por aquello de consensual que pueda tener este tiempo, sino por lo desafiante de ir más allá de nosotros mismos y ponernos en juego en la escritura.
Vivimos circunstancias en las que el exhibicionismo se afirma como mediatización de marcas y nombres. Lejos de esas evidencias, La Biblioteca ha buscado siempre ser parte de un desafío cada vez más imperioso: reencontrar las palabras y las cosas, aun en su necesaria e inevitable discrepancia, para que las lenguas no circulen como simples valores de cambio de un mercado global sino como parte de un pensamiento encarnado en las prácticas y los dramas de nuestra época.
Esta es una revista hecha por trabajadores de la Biblioteca Nacional. Y este hecho demuestra que puede haber una porosidad virtuosa entre el campo cultural y una institución que, lejos de ence- rrarse en sus clichés o sus inventarios celebratorios tipo “house organ”, está abierta a los problemas y sensibilidades del presente. A riesgo de arbitraria, La Biblioteca se sabe partícipe de una genea- logía: la tradición revisteril argentina que ha dado memorables expedientes. La Moda, Proa, Claridad, Sur, Contorno, Pasado y presente, La Rosa Blindada, Martín Fierro, Literal, Cristianismo y revolución, Nuevo Hombre, Poesía Buenos Aires, El Escarabajo de Oro, Tecné, Arturo, Madí y un largo conjunto de títulos forman, a menudo rivalizando entre sí, el temperamento crítico argentino. Muchas de esas revistas han sido publicadas en forma facsimilar por la editorial de la BN, lo que permitió poner en circulación estas iniciativas editoriales inhallables, y, en muchos casos, completar las colecciones ausentes en los anaqueles de la Biblioteca Nacional.
La construcción de una editora pública fue una marca de estos años. Al comienzo, muchos se preguntaron si era correcto que se invirtieran los fondos públicos en emprendimientos de estas carac- terísticas. Una discusión que se ha dado con intensidad. Luego de casi cuatrocientos títulos, pocos dudan de la conveniencia de esta labor. Hay también antecedentes de peso. La historia editorial del país, rica en sellos independientes, obras de traducción y edición popular abona estas perspectivas. Los nombres de Jorge Álvarez –una de las colecciones de Ediciones Biblioteca Nacional lleva su denominación– Alberto Díaz, Arnaldo Orfila Reynal, Boris Spivakow y José Aricó entre otros, nos resuenan como ecos lejanos y a la vez presentes. La posibilidad de editar títulos de buena calidad, al precio de costo, que combinen la tradición ilustrada con la difusión popular, sin establecer fronteras nítidas entre públicos lectores, obra como horizonte y fundamento de nuestro quehacer. Son libros financiados por el estado pero en modo alguno esto los hace rehenes de lenguajes estandarizados o estéticas predeterminadas. La selección de los textos que componen el catálogo, desde los literarios o sociológicos hasta las colecciones de libros infantiles, no está orientada ni por el afán de lucro ni por criterios exteriores al universo de la cultura libresca y sus innovaciones creativas. Pues esta editorial amalgama mundos y sensibilidades. La presencia del estado se combina con la sensibilidad de la crítica ensayística, la curiosidad historiográfica y científica, y fundamentalmente el empuje que viene del mundo de las editoriales independientes –cuando estas no habían sido aún consagradas como objeto de prestigio–, sin el cual esta experiencia de participación en las librerías y ferias, espacio natural de circulación del libro, y la capacidad de interactuar en estos mundos, difícilmente recombinables, podría haber existido. Libros raros y clásicos, ediciones facsimilares, cuentos infantiles, investiga- ciones, narrativa, ensayo y filosofía fueron poblando un catálogo abarcativo y de azarosa clasificación.
El trabajo realizado quisiera perseverar más allá de las incertezas del tiempo por venir. Decía Borges en el editorial del número 1 de La Biblioteca que dirigió en su segunda época:
…aspira a no ser indigna de quien la fundó, Paul Groussac, y de los tiempos arduos y valerosos en que ahora le toca vivir. Toda revista, como todo libro, es un diálogo; la suerte del que ahora iniciamos, también depende del lector, ese interlocutor silencioso.
Algo de esa intranquilidad nos recorre. Respecto a los legados, al presente, al mundo lector forjado por estos impulsos y a una experiencia histórica que debemos no dar por cancelada, pero a su vez, debemos recrear.
Este número de La Biblioteca ha sido consagrado a Ricardo Piglia. Porque en su figura se conjugan el escritor, el crítico y el intelectual humanista receptivo a los ecos de la historia. En él, como en otros tantos nombres de su generación, se resume un ciclo histórico al que convocamos para relanzar una nueva intuición cultural. Rescoldos de un tiempo hecho de lectores y escritores, sujetos enigmáticos e imaginarios de nuestro trabajo obstinado y de una búsqueda incesante.
Los editores
(*) Texto colectivo leído por Sebastián Scolnik como presentación de la revista La Biblioteca, el viernes 4 de diciembre en la Biblioteca Nacional, CABA.

HUMO #2 «Historias del fin»: presentación



Final del juego

Cuando comenzamos a pensar el número 2 de HUMO¸ al término de 2014, un sintagma dominaba la escena política y mediática: fin de ciclo. La finalización de una segunda presidencia reelecta, la pronunciada devaluación del peso de fines de ese año y comienzos de 2015, la ausencia de un heredero claro y distinto para proseguir los doce años anteriores, hacían del “fin de ciclo” una evidencia tan dura como incuestionada. Veníamos, como revista, de la ciudad y la movilidad e íbamos hacia el fin. A nivel nacional parecía estar sucediendo lo inverso.

Sin embargo, en cuanto levantamos la vista de la política y los medios, nos dimos cuenta de que la idea de fin nos había acompañado al menos los últimos veinticinco años. Criticamos a Fukuyama y su vaticinio del fin de las ideologías; citamos el modo en que una de estas ideologías auguraba el fin de la historia una vez que una clase triunfara sobre otra; recordamos a nuestras abuelas y cómo, de infantes, nos adoctrinaban sobre el apocalipsis, los cuatro jinetes y otros relatos escatológicos. El fin era nuestra carta robada de Poe: su extrema cercanía y visibilidad era lo que lo había vuelto invisible para nosotros.

Por último, en un momento de distensión, corrimos la vista de las discusiones y la colocamos sobre un televisor prendido que hacía de fondo de los intercambios: unos zombis mordían a humanos, o éstos mataban y apilaban a quienes habían muerto pero, como Cristo, resucitaban. El fin no era el santo y seña de una coyuntura, sino una condición de época. El fin era el comienzo, entre otras cosas, de nuestro próximo dossier.

Este número recorre distintos ámbitos y experiencias donde aquella dimensión se encuentra presente, o presente por ausencia: los ciclos, la violencia, la infancia, los afectos, el carnaval, la música, el barrio, la escritura, la amistad. Nos interesaba leer qué pensaban algunos amigos sobre esto y así fue que comenzamos a invitarlos.

Diego Sztulwark abre el número con una aproximación al fin de ciclo 2015 pensando en otra fecha que puede ser considerada fin pero también apertura: 19 y 20 de diciembre de 2001. ¿Qué quedó y qué murió de esos acontecimientos? Alejandro Boverio, dando vueltas a la idea de ciclo, glosa su cargada historia filosófica. Sergio Tonkonoff, por su parte, reflexiona sobre ciertos pensamientos en torno a la violencia, sus fines y medios.

Sin embargo no todo es política, también están los afectos. Leonardo Novak, a través de diapositivas, viaja a su infancia y reconstruye sutilmente las finalizaciones que atravesaron esa etapa de su vida. Es también la vida lo que está en juego en el precioso ensayo-crónica de Soledad Sánchez sobre su vecino singular; alguien sustraído de la socialidad mundana que desprecia aquello por lo que otros dan la vida: el dinero. Ensayando una aproximación poco romántica a la amistad, Mauro Greco se pregunta: ¿los amigos son para siempre?

El fin de los afectos —la infancia, un vecino, la amistad— puede ser sublimado mediante algún consumo cultural. Luciano Beccaría nos saca a pasear por carnavales argentinos del norte, murgas uruguayas y comparsas brasileras, y la pregunta baila entrelíneas: ¿dónde quedó lo popular o, mejor dicho, el exceso ingobernable, en estas fiestas organizadas para la expectación y pago de turistas? De vuelta del paseo, Carolina Nicora y Sebastián Stavisky nos dicen: nada puede ser tan malo, o sí lo es, pero hagamos de esto algo productivo y destructivo a la vez. El fin del punk comparte saliva con las auto-finalizaciones de vidas de un filósofo, una poetisa y un músico. ¿Dónde acaba, si es que lo hace, el límite entre un pensamiento y una vida, una obra musical y la propia biografía? Daniel Mundo, cerrando el bloque cultural, vuelve sobre el concepto y la práctica de acabar, no sólo en relación a una vida, sino también al sexo, el porno y los afectos.

Y, sin embargo, una vida —como un pensamiento, una canción, un cúmulo de cenizas— se dispersa. Jorge Pinedo se interna en la obra reciente de Gabriela Liffschitz, quien escribe, fotografía y piensa sobre su cáncer pero no desde él: el dolor como vitalidad, el fin de vida como disparador de escrituras alegres. Facundo Ruiz, cerrando la sección Escrituras, llena de agujeros la pregunta sobre lo que un escritor, a punto de morir, puede pensar desde su cama de hospital, sus colegas y las efemérides que puede recordar.

Este número cuenta también con una entrevista, un ensayo fotográfico y una —nueva— sección de archivos. Gilda Bevilacqua entrevistó a Hayden White, uno de los filósofos de la historia más renombrados de los últimos quince años: el fin de la historia, de determinada forma de entenderla y escribirla, e incluso de la humanidad en caso de que el capitalismo haga de su voluntad de poder —que si no crece desfallece— un suicidio anunciado, recorren la nota. El fin también está vivo en el excelente ensayo fotográfico con el que Eduardo Grossman, quien ilustra la tapa con una imagen de su autoría, divide el número: el punto de fuga como línea en el horizonte hacia la que vamos, o de la que regresamos. Por último, la sección Archivos se inaugura con una crónica de Joaquín Dicenta, escritor naturalista español del período de entre-siglos de quien sólo transcribimos sus palabras dejando intactos los modismos epocales, sobre un amigo suicidado al que va a despedir a la morgue judicial toledana, no sin antes dar cuenta de los niños jugando y las vecinas cuchicheando de esos suburbios. 

* * *

# Ir a Espíritu y Materia, de Diego Sztulwark

Fragmentos de la presentación en La Tribu de «Conversaciones Ante la Máquina»

Fragmentos de la presentación en La Tribu del libro «Conversaciones Ante la Máquina: para salir del consenso desarrollista». Una selección de 21 entrevistas realizadas con activistas y pensadores de todo el mundo en la columna Clinamen del programa La Mar en Coche. Voces en orden de aparición: Sebastián Scolnik, Bruno Nápoli, Alejandro Horowicz, Neka Jara, Alberto Spagnolo, Colectivo Juguetes Perdidos y Christian Ferrer. Las canciones en orden de aparición pertenecen a Fede Cabral y Luis Alberto Spinetta.

El aire que precisamos respirar

Diego Picotto


  Más recuerdos tengo yo solo que los que habrían tenido todos los hombres, desde que el mundo es mundo… Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras”.

JLB

I.

“En el libro está todo, se dijo borgeanamente en la presentación de Conversaciones ante la máquina. Para salir del consenso desarrollista. Frase virtuosa por lo inespecífica: ¿qué es todo? ¿TODO? Pero el que habla sabe o lo sospecha y todo remite aquí a la totalidad de un dispositivo de intervención social, de experimentación política que (dis)funciona de modo bastante aceitado y del que este libro es tan solo una pieza, aunque dotada de un brillo singular.

Es sabido: Conversaciones es una “muestra intensiva” de 21 diálogos –sobre un conjunto que, fácil, la quintuplica– desarrollados bajo la forma de columna semanal de un programa de radio, La Mar en Coche, con más de una década al aire por FM La Tribu (88.7 Mhz). Que a su vez son puestos en circulación en las redes vía Ciudad Clinämen y Lobo Suelto!. Y comentadas y alimentadas por una red de amigxs de formas diversas (“no solo de amigxs personales, sino sobre todo amigxs «políticos», es decir, aquellos a los uno llama amigxs porque con ellxs se incrementan los afectos y conceptos necesarios para vivir en la ciudad”). Y publicados por Tinta Limón, una experiencia editorial autogestionada de la que forman parte varios de estos amigxs. Y presentados, ahora ya en formato libro, en el bar de La Tribu. Todo un circuito que cobra forma de red cuando cada nodo conecta, a su vez, con muchos más. Un circuito artesanal y alternativo, precisamente cuando estos dos calificativos no dicen absolutamente nada (flaco favor le hacen los calificativos a los dispositivos al facilitar su captura). Limitémonos simplemente a señalar su existencia y su curiosa capacidad de autoafirmación en tiempos neoliberales, es decir, en aquellos en los que la metáfora tiempo es dinero –pero también trabajo, consumo, deuda, precariedad– organiza (subjetiva) las existencias.

Una máquina compleja de producción de discurso público que no se deja reducir ni al periodismo, ni a la academia, ni a la filosofía, ni a las ciencias sociales. Mucho menos a la política. No es un discurso tampoco de “iluminados” ni “expertos”; ni cae en el patetismo de hablar bien de sí mismos, del pequeño problema doméstico; ni muere en conceptos desangelados, en escritura pre-fabricada. Ni colectivismo que legitimen la construcción de sí. Ni héroes salvíficos ni víctimas. Mucho menos elenco o aplaudidores (¡toda época plagada de aplaudidores!). Ni la jerga, ni la pereza, ni la pavada, ni la ideología, ni el compendio de lugares comunes. Pensar desde las propias existencias, desde los propios modos de vida. Contra todas las normalizaciones. Poniendo el cuerpo en el lenguaje. Experimentación con la comunicación y la creación de sentidos, de conceptos, de razones, en vivo y en directo. Cocina de un pensamiento político-colectivo cuando lo político normalizado hace rato abandonó tanto el pensamiento como lo colectivo.

A contrapelo de cierta «facilidad de palabra» propia de la época, la totalidad aludida parece remitir, entonces, a un campo de fuerzas organizado en torno de una palabra púbica que abre, a veces de modo violento, los problemas que logra elaborar. Pero ¿cómo conquistar imágenes cuya expresividad esté a la altura de la complejidad del momento? He aquí el desafío.

II.

Pero totalidad apunta también al conjunto de problemas, imágenes y conceptos que Conversaciones ante la máquina ofrece al pensamiento crítico y político actual al mapear los núcleos duros del entramado subjetivo y social, los afectos y potencias, las líneas de sumisión y de explotación, las resistencias e invención, las fuerzas en pugna que lo trazan y recorren.

De allí que ineludiblemente estas conversacionesconversen, a su vez, con muchas otras. En especial con las reunidas hace unos años atrás en Conversaciones en el Impasse, aquel balance del ciclo de luchas de los movimientos de América Latina y parte de Europa entre 1994 y 2004, elaborado en su ocaso. La noción misma de Impassedaba cuenta de una situación política y de un estado de ánimo histórico en el que las invenciones y luchas aparecían desgastadas: “tiempo en suspenso, en que todo acto vacila, y donde sin embargo ocurre todo aquello que requiere ser pensado de nuevo”. Es a este pedido de pensar de nuevo que responde el actual Conversaciones. Por eso lo que allí era tristeza e impotencia ante la constatación del agotamiento de la imaginación política de los movimientos, acá es afirmación de una nueva cartografía política desplegada a los fines de agujerear el consenso desarrollista que no es sino correlato directo de aquel agotamiento.

¿No es la vida mula (continuum de trabajo – consumo – precarización – deuda) muestra cabal de la derrota de la puesta en discusión del trabajo y del consumo en aquel ciclo de luchas? El precio y la calidad de los productos que hoy nos alimentan, ¿no son evidencia de la derrota en la discusión –impulsada centralmente por organizaciones campesinas e indígenas– sobre la soberanía alimentaria (que no hay que confundir con “seguridad alimentaria”) y el buen vivir? ¿Y no es sobre la derrota los usos comunes de la tierra que avanzan el neoxtractivismo y los desmontes; la sojizacióny los agrotóxicos; el securitismo y la especulación inmobiliaria? ¿Sobre el quiebre de qué lazo social se funda la financiarización y la deuda? A esta serie de «triunfos» se los conoce como neoliberalismo desde abajo, con sus geografías (como los “nuevos barrios”), sus sujetos (el “vecino”, el “piberío silvestre”, el “emprendedor”), su régimen (el de la precariedad/crueldad), su motor (el consumo), su moral (la del linchador urbano o la del depredador rural) y sus ganadores, los de siempre. A esto llamamos la máquina. ¿Es esto lo que hoy cobra un nuevo impulso?

III.

Un ciclo político puede contarse de modos diversos: es un problema de luminosidad. Las narrativas dominantes se organizan alrededor de ciertas figuras, nombres propios (héroes y villanos, mártires y redimidos, nosotros y ellos); a partir de batallas y conquistas, incluso de derrotas. Toda una épica que enorgullece a propios y enfurece a ajenos, pero que simplifica al absurdo (hasta oscurecer) las condiciones promiscuas y complejas en el que se desarrollan los modos de vida; las fuerzas, los afectos, los hábitos y las pasiones que los componen. Una épica que estetiza los antagonismos eludiendo enfrentar, así, los grandes –y mayormente siniestros– consensos de la época.

La grieta que algunos teatralizan y otro niegan es, acá, desafío, elaboración crítica de las líneas antagónicas que caracterizan el presente. Algo que de ningún modo se puede reducir a actores sociales, ni a polaridades simples en disputa en una escena en la que sobraron adherentes –asalariados de la justificación y el lameculismo– tanto como faltan voces críticas y autónomas, aquellas que desplazan el sentido común enunciando verdades éticas. Esas que agujerean la máquina. El reverso perfecto del “seisieteochismo”, donde cada verdad se acomoda a la necesidad de la hora; elaboraciones tristes y (auto)justificatorias que acaban siendo combustible de la máquina.

Dicha elaboración crítica está lejos de ser un ensayo, o un manual, o un tratado. Constituye más bien una conspiración (por lo coral y cooperativo más que por lo secreto): un corpus vivo que va dibujando el plano que permite sabotear la máquina. Otra vez aquellos de los cómplices, de los amigxs políticos. Un libro lleno de nombres propios que quedan borroneados sobre el mapa conceptual y vital. La polifonía arma un pensamiento anónimo, una voz de radio que “le mete pregunta a las realidad”.

En ese marco, dos virtudes dotan a estas conversaciones: la primera es su afección, es decir, el reverso perfecto tanto de la compilación de artículos de cátedra (salvo excepciones, producto de simulacros de investigación) como de “investigaciones” periodísticas a (mal) pago. Afectadas significa que la vida se pone en juego en lo dice, el lenguaje es esa interioridad en la que el pensamiento-afecto encarna.

Y la segunda es la capacidad crítica y experimental que le permite a estos intercambios no quedar presos de la polaridad: no discutir desde o contra el kirchnerismo, sino atravesarlo uniendo sus puntos ciegos, sus indeterminaciones. Estas conversaciones rompen el corralito en el que la política queda contenida cuando no logra interrumpir la regresión al infinito del motor inmóvil que constituye el estado y las pasiones tristes que le son propias (del miedo a la esperanza) hasta quedar cara a cara con la máquina. De ahí también la sensación de totalidad.

IV.

Finalmente, todo un linaje crítico destilan estas voces, esta experimentación enunciativa, esta suerte de intelectual colectivo. Obviamente, la investigación militante –aquella que se ocupa de los modos de vidas, de los dispositivos de normalización y de fuga–, pero también la tradición crítico-política nacional –que puede incluir de John William Cooke a Contorno (Rozitchner, Viñas, lateralmente Martínez Estrada). También los filósofos de la sospecha (y su crítica a la subjetividad burguesa). Y Foucault, y Deleuze, y Meschonnic, y el pensamiento pos-obrerista italiano; y las millones de derivas que no tiene ningún sentido seguir enumerando. En ningún caso se trata de una antropología de los modos de vida sino la producción de máquinas de guerras. De Marx a Spinoza y de Spinoza a Marx: la crítica de la economía política como despliegue de la propia potencia, de la capacidad de problematizar e intensificar la vida, de afectar, de fugar, de sortear las trampas de la pereza y la estupidez.

La clave del título, finalmente, aquello que produce el mentado efecto de totalidad, no está en los conceptos revisados (el de la “conversación”, el de “máquina”, el de «consenso desarrollista»), sino en el verbo, en el «para salir”; es decir, en la fuga, en el sabotaje, en la acción política.

O de otro modo: la grieta más que grieta es antagonismo desde el que es posible volver a preguntarse por el territorio, por la comunidad, por el hacer colectivo, por el buen vivir. Y por los dispositivos y resistencias que, a tal fin, es vital inventar. El desafío es, ayer como hoy, no quedar encerrados en micromundos autocomplacientes, sino mantener los dispositivos abiertos como forma de conquistar mayor potencia de interpelación a las vidas cualquiera. Es decir, a las nuestras, a aquellas que necesitan de estas imágenes como del  aire para respirar.



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Novedad: Las partes vitales, de Juan Pablo Hudson



Este libro muestra la compleja vitalidad que encarnan los jóvenes de las periferias. Su escenario es la convulsionada Rosario de los últimos tiempos. Pero sumiendo que el avance de las economías violentas excede a una ciudad específica para convertirse en un funcionamiento social que tiende a ser dominante.
El enfoque elegido se aleja de ese segmento del mercado editorial denominado violencia o delito juvenil. Aquí los pibes no son objeto de estudio académico ni tema mediático. Algunos tenían vinculaciones frecuentes con el delito, otros ninguna. En cada Parte del libro se narran alianzas intermitentes, desencuentros provisorios, dilemas y preguntas surgidos en espacios compartidos junto a ellos.
Las partes vitales elude una tentación: afirmar que ahora son los jóvenes quienes detentan las llaves para lidiar con las fuerzas sociales en pugna. Más que exaltar la emergencia de un nuevo sujeto joven, se plantean desafiantes problemas contemporáneos que exigen elaboraciones sin idealización ni melancolía.

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# Ir a Un Caleidoscopio para pensar Rosario, de Esteban Rodríguez Alzueta 

Un caleidoscopio para pensar a Rosario

Esteban Rodríguez Alzueta


Las partes vitales[1] de Juan Pablo Hudson es un libro sobre Rosario, o mejor aún, sobre las experiencias de los jóvenes en la periferia rosarina. Una periferia cada vez más violenta, donde la frontera entre lo legal y lo ilegal se hace cada vez más difusa y compleja. En los últimos años Rosario ha estado en la tapa de todos los diarios y no es para menos. Rosario, se ha dicho, es la ciudad más violenta de la Argentina. En el 2009 se produjeron 124 asesinatos, en el 2011 ascendió a 164, en el 2013 alcanzó el record histórico con 264 casos y en el 2014, después del desembarco de la Gendarmería, se produjeron tan sólo 14 casos menos que el año anterior. Es decir, en Rosario hay 20 homicidios cada cien mil personas, lo que la convierte en la ciudad más violenta del país. No es una violencia al boleo: el 90% de los casos tiene lugar en la periferia y en el 2014 el 70% tenía menos de 35 años. Los muertos los ponen los jóvenes varones y morochos de la periferia. La fuerza letal no es una violencia instrumental para cometer un robo, sino una violencia interpersonal, expresiva, para acumular prestigio o señalar los contornos de un territorio en disputa.  

Una pregunta recorre el libro, una pregunta que se intuye página tras página, pero que recién al final se formula. Una pregunta, entonces, sin respuesta o con respuestas muy provisorias, que se fueron ensayando entre líneas a medida que se la iba formulando. Esta es la cuestión: “¿Cómo fue que al  mismo tiempo que avanzaban durante la última década las mejoras económicas, sociales y la ampliación de derechos, se consolidaron subjetividades capaces de desatar conflictos letales como los contemporáneos?” Juan Pablo está pensando en la violencia que protagoniza la policía, pero también los transas y los pibes entre sí. Una violencia enredada con una misma puntería: los jóvenes que viven en la periferia.

Juan Pablo hace suya la tesis de Rita Segato para pensar el lugar que tienen las mujeres en Ciudad Juárez. En ambos casos los cuerpos funcionan como bastidores, una superficie donde se inscriben las relaciones de poder. Los cuerpos de los pibes son cuerpos con cicatrices que siguen doliendo, cuerpos postrados o mutilados, con miembros amputados. Cuerpos con secuelas irreversibles, que guardan imágenes que seguramente no olvidarán jamás. Los cuerpos de los pibes hablan, son la expresión de las nuevas conflictividades sociales. No sólo porque suelen empilchar la moda de turno y las mejores marcas, o las remeras de su jugador favorito, sino porque son dueños de una potencia sin forma, una vitalidad que no siempre se plasma de acuerdo a sus intenciones. Lo digo con las palabras de Juan Pablo: “La multiplicación de heridos de armas de fuego deja al descubierto, aún más incluso que los asesinatos, un lenguaje propio de la violencia que va configurando las relaciones sociales. Cuando jóvenes como Aaron quedan vivos pero con graves secuelas físicas, se pone en escena un eficaz intento por transformar esa invalidez en un signo comunicacional para todos aquellos que se atreven a desafiar o tan sólo cuestionar los códigos imperantes. Se trata de un lenguaje comprensible para los diferentes actores que protagonizan esas economías, aunque cada vez más oscuro para el resto de una sociedad que únicamente puede traducirlo como espectacularizadas y fragmentadas noticias de la sección policiales.” (p. 147)

La realidad tiene muchos vericuetos y cada uno es depositario de una parte de la realidad. Una realidad fragmentada, con una trama cada vez más deshilachada. Ni siquiera el consumo tiene la capacidad de identificarlos. El consumo, hemos dicho en otro lugar, no genera conciencia social sino más ganas de seguir consumiendo. Y, por tanto, como ha sugerido el Colectivo Juguetes Perdidos, genera engorre, delación. A los objetos encantados hay que defenderlos, y cuando la policía no está presente o llega tarde, los vecinos tienen que ponerse la gorra. ¿Acaso los linchamientos sociales no son el complemento del consumo para todos? 

Una parte no es sólo una versión de las cosas sino la vivencia, la energía que demandan las cosas. Porque los pibes no son el mismo pibe. Los pibes no están solos pero quedaron expuestos cuando la vida tiene lugar a cielo abierto. El piberío es un inconjunto; no hay bandas sino grupos que van mutando, que se agrandan o achican a medida que van cayendo. Pibes que viven de joda y saben pararse de palabra. Pero otras veces pibes muy silenciosos, que casi no hablan con nadie. A veces su silencio es el resultado de una vida enclaustrada. Cuando las madres tienen miedo y lo trasmiten a sus hijos, se convierten en “sombras agobiantes”; la casa se transforma en una jaula y sus hijos se la pasan sentados frente al televisor o jugando a la play. Pibes “aniñados” cada vez más obesos y con ataques de ansiedad, que conocen la angustia muy temprano, que aprendieron de chico lo que es el “bajón”. La angustia pueden ser las zapatillas que no se pueden comprar o te acaban de arrebatar, otras veces, la policía que no te deja entrar a la ciudad, la ausencia o presencia de un padre violento, un hermano preso, un trabajo que no sólo no alcanza para nada sino que encima le agrega más estigma al piberío demonizado. Son demasiados derroteros y no siempre se puede lidiar con todos ellos. Otras veces son los pibes que paran a la vuelta de la esquina. Demasiadas broncas hay en los barrios. Cuando los barrios se comprimen, un simple mal entendido tiene el tamaño de un conflicto mayor, y cuando eso sucede las fronteras del barrio se van moviendo todo el tiempo de lugar. Demasiadas broncas para bajar la guardia. Si te relajás te regalás. Hay que estar siempre atentos y ganarse el respeto en cada acción.

Rosario es una ciudad donde el mundo de las finanzas y el universo transa no son mundos aparte. La especulación inmobiliaria, los agronegocios y el tráfico de drogas están profundamente enraizados. Donde las policías han perdido capacidad para regular el territorio y procuran recobrarlo ejerciendo más violencia. Si las pequeñas bandas se han autonomizado, no es por la corrupción policial o política, sino, como bien ha dicho Carlos Varela -abogado de la familia Cantero-, “porque la corrupción es muy barata”. Nuevas autoridades han surgido, aunque por el momento, como bien señala Juan Pablo, no hay nadie que se imponga definitivamente sobre la otra.

Rosario es una ciudad donde su trama social no puede contener las nuevas conflictividades sociales cuyo escenario principal es el cuerpo de los jóvenes. Donde el mundo de los mayores al no tener ya la capacidad para dar sentido al mundo de los jóvenes, marca rupturas generacionales. Tanto los padres como la escuela o los movimientos sociales, han perdido protagonismo para orientar la vida de los jóvenes. Y subrayo esto que señala Juan Pablo porque me parece de una gran agudeza: “Si ese saber ha perdido su carácter de experiencia válida es porque no garantiza recursos adecuados para habitar y lidiar con las fuerzas en pugna en la vida social. (…) Eso no significa desecharlos, puesto que ante determinadas situaciones tal vez funcione ponerlos en juego, sino aceptar que a priori no orientan ni iluminan.” (p. 203)

El libro es como un caleidoscopio: junta aquello que está separado, fragmentos luminosos, que tienen la capacidad de seguir brillando y producir nuevas imágenes. Porque debajo de cada derrotero, de cada biografía que transcribe, está la misma energía, más o menos los mismos afectos, las mismas ganas de vivir y el temor a la muerte, la misma adrenalina que corre cuando la muerte acecha, el mismo entusiasmo frente a cada paso que dan cuando se corren del lugar asignado. Un entusiasmo que les devuelve ingenuidad y las ganas de seguir. Por eso que nadie se confunda con lo dicho hasta aquí. El libro de Juan Pablo Hudson es un libro que quiere contagiarse de la energía desbordante que despliegan los pibes para lograr construir opciones disruptivas. 

Dice el autor que después de cada encuentro con ellos tenía la sensación que ya no era el mismo. No lo dice para congraciarse una vez más con el papel que la universidad o la militancia suele asignarnos. No se trata de victimizar a los pibes para destacar nuestra solidaridad, y obtener de paso chapa de comprometidos. Juan Pablo se pelea consigo mismo, trata de no moralizar y correrse del lugar cómodo de la denuncia. El precio de la indignación es perder de vista la vitalidad que promete cada uno de aquellos jóvenes.  


[1] “Las partes vitales. Experiencias con jóvenes de las periferias” de Juan Pablo Hudson es un libro editado recientemente por Tinta Limón, 2015.

El Estado y el Jardín

Horacio González


El reproche que le dirigía Marx a la Comuna de París era que a tantas pasiones, a tanta movilización, a tanto fervor en las calles, no se le ocurriera siquiera tocar los más mínimos intereses de la Banca Rothschild, que siguió funcionando normalmente. Tanta barricada y ningún acto expropiador. ¿Entonces, qué había que retener, obstruir, embargar? No, no era simplemente un banco, sino lo que podríamos llamar el secreto de una época. Es el dilema de todos los movimientos populares, a los que a la hora de calificar su producción suele acudirse a la palabra o la admonición de “vacilantes”. A la Comuna de París, con su estridente nombre, no se la podría nombrar como populista. Se componía de proudhonianos o de jacobinos: los primeros, hijos de la utopía de la organización federativa de la producción fabril; los segundos, del Estado activista haciendo de Damocles, el arte de la convivencia de una épica social con el peligro permanente de ser decapitado. El kirchnerismo fue muy lejos y también se quedaba muy cerca. Constriñó, amonestó, pero fue menos amenazador que amenazado. Fuerte en simbologías y punzante en el filo de su lengua, no podía pasar los umbrales de la “Banca Rothschild”. Se había declarado dentro de los márgenes del capitalismo pero extraía de su vocabulario principal acepciones antimonopolistas, anticorporativas y, por lo tanto, democrático republicanas. Hijo sesgado del peronismo, sabía desplegar cánticos promesantes y utópicos, y mantener la prudencia que requiere toda época (que es una madeja de poderes que, no por invisibles, son renuentes a la comprensión crítica). Todo aquel que dijo una y mil veces “combatiendo al capital” sabe bien de qué se trata ese descompás entre el cántico y la realidad, que quizá sea el arte y el oficio mismo de la política. Esa forma casi inevitable pero también imperceptible en que se expresa un deseo (una “simbolización”) y el refinado acto de conocer los límites y poderes que le opone el momento histórico por el cual atraviesa.
Conducido o guiado el nuevo momento inaugurado en 2003 por dos políticos cuyo cuño había que buscar en una de las grandes tradiciones políticas del país moderno –el peronismo– no había que dejar de notar el modo en que ellos se habían reinventado. Lo que fue acusado (acusación precaria, ciertamente) de relato era un acontecer necesario en esa delicado altercado de tradiciones y convocatorias frente al abismo. “Frente” y no “al”. Por eso, las cambiantes relaciones con el Grupo Clarín bien traducen por su reverso el carácter del saliente gobierno. Un gobierno que podía visualizar perfectamente cómo se ejercen los grandes dominios de época, encarnados en los magnos bancos de datos e “islas de montaje” (de los que se desprenden tanto periódicos como finanzas, formas del sujeto como nuevos modismos del habla, redes informáticas y “personas” intercanjeables), y no podía dejar de decidir diversos tonos y modulaciones para una confrontación que tuvo momentos que de buena gana llamaríamos balzacianos.
Eran escenas de grandioso folletín, que cruzaban de lado a lado el teatro de simulacros que nos incluía. Eran “imágenes del mundo”, no las que así definió un gran filósofo del siglo XX, sino apenas las que emergen de grandes aparatos de representación que, como etéreas gigantomaquias, nos proponen juicios valorativos que trastornaban toda mediación real, toda trama de acontecimientos que tienen rupturas y conflictos, propios del carácter complejo de toda historia. Parecíamos todos flotar en un líquido que nos colocaba siempre cuerpo a cuerpo, llamándonos por nuestro nombre de pila, omitiendo las obvias interposiciones de carácter cultural, científico o político que solo pueden detectarse con un pensamiento situacional. Pensamiento, éste, amigo de las incesantes intercalaciones de lo simbólico, lo real y lo imaginario, cualquiera sea las acepciones que les demos a estos tres conocidos términos. De las escenas que recuerde, una con matices picarescos pero de hondo dramatismo, ocurrió en la reunión de accionistas del Grupo Clarín, donde el gobierno participó a través de Guillermo Moreno, por poseer un conjunto de acciones que provenían de la incorporación al fisco de los fondos de pensión. Todo estaba visualizado, una trastienda salía a luz, permitiendo observar en forma directa una de las formas de la lucha por el poder.
Este develamiento escénico no fue “castigado” por la contraparte con una vuelta al secreto de los misteriosos aposentos del poder, sino con otros rasgos folletinescos, basados en una supuesta “percepción total” de todo lo que ocurría. Pero que ahora se ejercía con poderosos instrumentos de narratividad, los mismos que se le atribuían al gobierno, y que este practicaba, pero más ingenuamente. Se trataba de vastos programas televisivos, de gran truculencia, donde por ejemplo el poderosísimo concepto de “corrupción” no era visto en el sigilo de pasillos mal iluminados (como en el llamado policial negro) sino “representado” por actores con valijas repletas de dólares que salían directamente de las manos del presidente, e iban a cofres de utilería construidos en el “set”, valijas que de tan engordadas dejaban caer billetes a su paso, como si las acarreara el mismo Tío Patilludo. Así, todo lo que como respuesta se incluía luego en el “otro día de grandes notis” no alcanzaba para aminorar el efecto que producía este “evento recreado”, joya de supremo relato del “theatrum mundi” de la televisión abierta, de ningún modo una “paleo-televisión”, como deseó menospreciarla Eliseo Verón ante la cruda evidencia de esos usos vicarios. De allí salió el concepto de “grieta”, que bien mirado es de carácter teológico, y recaía infaliblemente en una imputación al Mal. ¿Por qué no tendría éxito? ¡Incluso académico!
Era el fin de las mediaciones, el Estado en el Jardín Botánico, con su arquitectura no recubierta por el texto de Hobbes, sino por el tibio follaje del paisajista Thays o del gran jardinero darwinista Hycken, pero actuando como si fuera una bellota inocente en medio de la transparencia apetecible de un fantasioso invernadero. Allí, la nueva canciller prometería una política “desideolgizada”. Entendimos: se trataba de intereses puros, que ahora sustituirían los “símbolos” que se habían desparramado democráticamente sacando un retrato dictatorial o haciendo girar juguetonamente el bastón de mando un día de asunción, el mismo bastón del tallador plateresco Pallarols, por el que el nuevo presidente no se muestra tan renuente, pues como siempre lo fue desde cuando saltaba sobre baches en el pavimento también sabe no solo lo que son los símbolos, sino que ha ganado gracias a ellos. Gracias a no “desideologizar” nada, sino a ideologizarlo todo, pero sin declarar. Ideologizados más que nunca (pues el kirchnerismo expuso su ideología, deseó satélites y se resignó a que convivieran con campos de soja) los miembros del nuevo gobierno han aprendido a mostrar pero, en el mismo acto, a encubrir.
Por eso, los balances visuales deben ser ahora más novedosos, pues no admiten el típico gesto de las izquierdas anteriores, el “desenmascaramiento”. Deberemos hacerlos con otros nombres, lo que es indispensable para reponer las fuerzas populares en juego, desde luego que después de cerrado el desenfadado “libro de pases” al que estamos asistiendo. Hay también que saber mirar la doble ilusión creada por las derechas que ya no se llaman de este modo a sí mismas: el jardinero en el Estado y el Estado podando rosas. Por lo demás, en un período donde se mezclan las facticidades puras con los símbolos más diáfanos, y en un momento donde la sigla AFA revela modos de las luchas entre poderes “reales” pero también “el secreto de época”, los tiempos no están siendo compañeros. Nicolás Casullo, creo saberlo, llamaba época a lo perceptible de lo imperceptible. Tenemos, así, que aguzar nuevas formas de percepción, nuevas ideas sobre este tiempo esquivo con el que tendremos tan pocas correspondencias.

El Estado y los tambores de guerra que resuenan en Occidente

Santiago López Petit
Catorce años después del atentado del 11S en Nueva York, el Estado-guerra, que parecía estar en un segundo plano, ha sido nuevamente activado. Marx afirmaba en su libro El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que la historia se repite, la primera vez como tragedia, pero la segunda como una lamentable farsa. F. Hollande ha reaccionado imitando en todo momento a G. Bush: ha definido los ataques terroristas como «un acto de guerra», ha cantado el himno nacional y a continuación ha emprendido una guerra lejana para castigar a los supuestos responsables, finalmente ha reforzado la seguridad interna mediante un estado de emergencia apoyado en una reforma de la constitución. Contemplar la estrategia del presidente francés produce ciertamente la extraña sensación de algo ya conocido. Por supuesto hay diferencias. Al Qaeda es ahora el Isis, Afganistán ha sido sustituido por Siria. Ocurre, sin embargo, que la ‘reaparición’ del Estado-guerra puede convertir la farsa en más trágica que la propia tragedia.
Desde Hobbes sabemos que el Estado es una convención por la cual renunciamos a la autodeterminación a cambio de seguridad. Aceptamos esta obligación a la sumisión por miedo a la muerte y por deseo de tranquilidad, ya que racionalmente consideramos la Vida como bien supremo. Por eso el miedo está en la base del pacto sobre el cual se construye la soberanía. Hay que aclarar, sin embargo, que no se trata del miedo ineficaz y arbitrario consecuencia de un conflicto permanente, sino de un miedo eficaz causado por la pena impuesta por el soberano. De aquí que la soberanía deba ser necesariamente absoluta, lo que significa que el poder siempre es Uno y que, en última instancia, consiste en poder matar. Evidentemente, esta concepción de la soberanía ha tenido que ser históricamente matizada puesto que conducía al poder a un callejón sin salida. El Derecho, la división de los poderes, la participación democrática, la articulación espacial, son diferentes maneras de asentarlo. La desabsolutización del Estado ha sido, a pesar de todo, muy relativa.
Los hombres, por miedo a la muerte, se refugian bajo la tutela del Estado ¿pero qué pasa cuando ese Estado se muestra incapaz de proteger a sus súbditos como sucedió el 11 de septiembre del 2001, o como ahora recientemente en París? Pues que el Estado aparece como un artificio incapaz y débil frente a lo imprevisible, como un rey desnudo aunque trate de vestirse con los armamentos más sofisticados.Los atentados son un fracaso del Estado, de todos los Estados.
La dimensión absoluta del acontecimiento 11S del 2001, el ataque al corazón del Imperio, nos dejaba ante una radical desfundamentación del orden. Desfundamentación del orden porque su fundamento, el poder, era simplemente nada. Los atentados de París, y los que por desgracia puedan seguirles, implican más bien una erosión continua del orden. Con todo la reacción ha sido, como decíamos al principio, la misma. Hollande-Bush, erigido en el gran gendarme de la patria, ha puesto en marcha el Estado-guerra para librarnos del miedo al miedo. Ha tenido lugar una inversión tanto de Hobbes como de Clausewitz. Contra Hobbes: el Estado-guerra no nace para poner fin a la guerra sino para desplegarla. Contra Clausewitz: la guerra no es la prolongación de la política mediante otros medios, sino que la política misma es guerra.
La «guerra contra el terrorismo» se presenta, pues, como una fuga hacia adelante en nuestro nombre y para salvarnos. Esta reacción antinihilista –contra el nihilismo fundamentalista– carga obligatoriamente con un cúmulo de contradicciones y efectos que conllevan aún más debilidad. No se trata sólo de que el Estado-guerra tenga que paralizar el metro o cerrar las escuelas como estos días en Bruselas, lo que contribuye a extender aún más el pánico y a reconocer un enemigo interior. Se trata de que en su propia esencia es incapaz de hallar una salida a la marcha hacia adelante que nos impone. El Estado-guerra declara la guerra en nombre de la paz, mata en nombre de la Vida, y desconoce que su origen es una derrota infligida, pero que sabe utilizar muy bien.
Sólo la teología puede permitirle justificar su autoconstitución. Por eso el Estado-guerra da un paso atrás en la historia, y se reteologiza. Es el Uno. Ahora ya puede construir su enemigo y escoger a su pueblo. El enemigo es el Mal. La guerra contra el terrorismo será la «lucha del Bien contra el Mal» como después del 11S afirmó Bush. La efectividad de este relato –»Occidente es atacado por la fuerzas del Mal»–, compartido actualmente por la mayoría de los jefes de Estado, es enorme. Consigue que la legalidad y la legitimidad se unifiquen; implica un proceso de indiferenciación que confunde el Otro, cada vez más, con el enemigo; culmina en un nuevo contrato social que establece la igualdad –paradójica– entre seguridad y libertad. Hacer frente al terrorismo, en definitiva, crea un pueblo unido por el miedo, un pueblo de ‘futuras’ víctimas que se acurruca bajo la protección del poder. Separarse de esta unidad política supone quedar estigmatizado. Mediante esta despolitización generalizada, gobernar se simplifica a corto plazo, aunque la sociedad del miedo no sea precisamente la que más conviene a una sociedad moderna basada en la interconexión de flujos. En el periódico español más importante, un conocido escritor nos advertía recientemente: «El hecho es que, como dijo la semana pasada el jefe del servicio interno de inteligencia de Alemania, nos enfrentamos a ‘una guerra terrorista mundial’. Hay que tomar partido. No es hora de seguir bañándose en las aguas tibias del buenismo».
De acuerdo, tomemos partido, y salgamos entonces de la dualidad engañosa guerra/paz, militarismo/pacifismo. Tomar partido es preguntarse aquí y ahora: ¿cuál es tu guerra?, la pregunta que estuvo en el arranque del movimiento contra la invasión de Irak desarrollado durante el año 2003 en Barcelona. Responder a ¿cuál es tu guerra? implica posicionarse contra el Estado-guerra, que no es simplemente un estado de excepción permanente, sino una verdadera máquina de simplificación y de muerte hacia adentro –sobre sus propios ciudadanos– y hacia afuera –sobre otros países–. En el año 2003 encabezaba el capítulo de un libro mío con esta cita que creía explicativa: “Unos cuantos hemos montado una fiesta fastuosa en una hermosa y lujosa casa. Fuera, una multitud harapienta nos observa a través de las ventanas. Algunos intentan entrar a la fuerza, otros se sienten tan agraviados que se matan lanzándose contra los cristales.” I. Rogovky –Presidente del Instituto para el Desarrollo Organizacional de Israel– La Vanguardia, 20 de Noviembre del 2001. Ahora me doy cuenta de su total insuficiencia. Durante estos años hemos visto al Estado-guerra, en tanto que alianza contra el terrorismo formada por los principales Estados occidentales, dedicarse a destruir directa o indirectamente a todos aquellos Estados –Irak, Afganistán, Libia, Siria… y si pudieran Irán y Rusia– que suponían un freno a su geopolítica de dominación, y de consiguiente expropiación de los recursos naturales. Hemos conocido los documentos de Wikileaks referentes a Irak y Siria. Hemos visto como se financian y utilizan los grupos armados procedentes de la desarticulación de los ejércitos pertenecientes a países previamente destruidos. Francia, desde el año 2012 es el segundo país, después de Arabia Saudí, que más armas les ha vendido. En el fondo, sabemos muy poco de lo realmente sucede.
Pero lo que vemos, y ya sabemos, no deja lugar a dudas. El futuro que nos espera son más guerras y más atentados. El precio de la protección es la muerte –incluso de aquellos a los que se se pretende proteger–. Este es el círculo infernal en el que estamos encerrados. Mero reflejo de un capitalismo desbocado y, a la vez, magnífica forma de control político de las poblaciones. El Estado-guerra no es más que un dispositivo capitalista de producción de orden mediante la gestión del caos que él mismo crea. La figura del terrorista es un simple constructo político útil. El mayor éxito del Estado-guerra consiste en haber convertido la muerte en inminente e inmanente a la propia realidad. Por eso aceptamos la sociedad del miedo. Sin embargo, este mismo éxito puede constituir también su gran fracaso. La muerte que causa el terrorismo siempre será vivida como gratuita y absurda. Al localizarse en un tiempo y en un espacio, aumenta si cabe su carácter inexplicable. Lo inexplicable hace enloquecer, y abre un vacío existencial. Surgen entonces las preguntas que la vida cotidiana escamotea: ¿por qué aguanto este trabajo de mierda si puedo morir cualquier día? ¿Qué es la vida para mí? ¿Cuánto tiempo hace que no pienso de verdad? Estas preguntas y muchas más cuestionan el Estado-guerra, si bien apuntan mucho más lejos ya que, en última instancia, remiten a una interioridad común. A una fuerza de dolor que el poder quiere conformar como opinión pública, es decir, como un conjunto manipulable de vidas amenazadas e hipotecadas.
La bifurcación ante la que estamos es clara: politización de la existencia o servidumbre voluntaria. No hay más. La subversión del Estado-guerra consiste en luchar porque la guerra no sea capturada –y puesta al servicio del Estado–. Somos nosotros quienes tenemos que decidir cuál es nuestra guerra –contra qué luchamos– y cómo nos oponemos.

Agitarla y pudrirla: o acerca de los modos de “des-agilar” la vida adulta

Sobre el libro ¿Quién lleva la gorra?
Mariano Pacheco
Se trata quizás de escuchar el murmullo cada vez más audible del agite de los silvestre
Colectivo Juguetes Perdidos
En un lenguaje más clásico diríamos que ¿Quién lleva la gorra? Violencia. Nuevos barrios. Pibes silvestres, de Leandro Barttolota, Ignacio Gago y Gonzalo Sarrais Alier, es un libro necesario. Nos limitaremos solamente a sostener que, si bien el texto funciona bien como un “instrumento de combate”, interpela sobre todo porque logra salirse del lugar común de intentar realizar un aporte desde la típica posición de explicar y satisfacer nuestras conciencias bien pensantes. En otras palabras, podríamos afirmar: “Nosotros, los progresistas… ¡Abstenerse!”.
Los momentos más potentes de este segundo libro del Colectivo Juguetes Perdidos, publicado por la editorial Tinta limón, son aquellos que instalan una serie de interrogantes en torno a cuestiones de las que no podemos permanecer ajenos. Por ejemplo, cuando se preguntan cómo es que puede haber saqueos “junto al aumento del trabajo y el consumo para todos”, o cómo pueden ser los “linchamientos” el “epílogo de la década de los derechos humanos”. Una posible respuesta: es que el consumo “te deja enganchado” y “la propiedad” pasa a ser el “lazo más sólido” de la “década ganada”, de la larga década kirchnerista.
De allí que busquen indagar e indagarse, junto a los “pibes silvestres”, aquellos que integran la franja etaria que va desde los doce a los veinte años, que habitan las barriadas populares de la ciudad y el conurbano bonaerense, esos que califican como los “protagonistas más inquietos” de esos territorios, en esta época que cargó las tintas sobre la “vuelta a la política” de una generación, pero que tal vez fue incapaz, o se volvió muda, ante la pregunta por el corte de clase de ese retorno. Los pibes y las pibas que aparecen en las páginas de este libro son más bien aquellos, aquellas que no fueron percibidos por la política, sus imágenes y sus repertorios, cómo si lo fueron por las bandas narcos, la cana y las empresas multinacionales que encontraron allí el nicho de un mercado.
Eso sí, los pibes –éstos pibes, los “sociólogos silvestres”– parten de una clara posición política: la mirada que intentan instituir sobre la época, la realizan –o intentan realizarla– en “alianza” con esos pibes, los que funcionan como el reverso de la década ganada. Por eso afirman que parten de una “desorientación voluntaria” para realizar esa “cartografía” –abierta e inconclusa– de los nuevos barrios.
Así, en ¿Quién lleva la gorra?… Barttolota, Gago y Alier se propusieron salirse de las imágenes ya instituidas de los barrios para tratar de hacer legible aquello que pasa con los estos pibes silvestres y con sus vecinos “engorrados”, pero también con ellos mismos (devenir existencial de una vida adulta “agilada”), y con la moral de los agentes del Estado, las Universidades y el periodismo que construyen muchas veces discursos estereotipados  la realidad. Por eso hablan de “extractivismo” (académico, literario o político), que busca conocer el lenguaje y las experiencias “nativas” para “colonizar”, para hacer “entrismo” o, simplemente, para “estetizar”.  Esa dinámica de la que extraen la “plusvalía-pibe” (“También esta es la década en que se consolida la estetización de las realidad barrial”).
Antes que esto, los “sociólogos silvestres” buscan conectar con el “raje” de los pibes silvestres, una suerte de devenir minoritario que se resiste a entrar en los moldes de la “moral del trabajo” (porque trabajar, en la larga década, es “mulear”: laburar precarizado, pero también, moverse sobre el suelo precario de los quilombos familiares, la violencia barrial, el viaje hacinado en bondis y trenes, y subtes y el modelo permanente del consumismo).
En fin: este libro aporta una innovadora perspectiva de reflexión, escritura e intervención en los convulsionados tiempos violentos que la época propone. Pero sobre todo, como el propio libro expone, es la mirada generacional de aquellos que se sienten (¿nos sentimos?) con ganas “de seguir agitándola”, de pudrirla, para sustituir la queja sobre la época por una catarata de preguntas hacia ella. En fin, y luego del ballotage del domingo 22 de noviembre, que mejor que terminar esta reseña con una pregunta que los lectores pueden toparse en el interior del libro: “¿Con qué/quienes nos aliamos para tomar por asalto la época (la que viene)?”.

¿Fin de tregua?

Mojados bajo la Lluvia[1]


I
Decidimos escribir sobre la coyuntura sin caer en las categorías y esquemas que nos propone el presente político. Decidimos expresar lo que hace tiempo venimos sintiendo, eso que nunca se dejó encasillar por los organizadores tópicos de la retórica, opositora y oficial. Decidimos pensar lo que nos pasó en estos años como quienes “escriben mojados después de la lluvia”: ya sin cobijo, a la pura intemperie.
Una vez más la coyuntura parece conectarnos con el 2001. Es allí donde muchos intentamos encontrar las determinaciones del presente, o bien las vías para huir de él. Nos referimos a aquella perturbadora escena de guerra que fue la síntesis de todas las fracturas y resistencias, pero que fue también la lección mejor aprendida por las técnicas de gobierno que supieron encontrar en ella las claves para suturar las heridas abiertas en el campo social. El 2001, como escena de guerra, a la que le sucedió la tregua organizada de arriba y de abajo, de derecha y de izquierda. Esta tregua de la que hablamos no es la paz, sino el despliegue de las tensiones y disputas sociales dentro de los marcos institucionales. Son estos marcos los que contienen la clave de la encerrona que en su despliegue y agotamiento ha llevado a lo que hoy se enuncia como «fin de ciclo”.
La tregua, al poner en suspenso la lucha abierta generalizada, se presenta como el único momento en el que se puede cambiar la relación de fuerzas. Lo que está en juego, en definitiva, es cómo recobrar activamente ese espacio-tiempo sin perder la conciencia política del enfrentamiento. De lo que se trata es de incrementar la capacidad de actuar, de generar las condiciones para ese incremento, de problematizar la percepción distorsionada sobre las propias fuerzas a los efectos de crear, en las luchas colectivas, nuevos posibles contra y más allá de relaciones de dominación. Para ello es fundamental no dejar que el presente se nos imponga en la sensibilidad y en el pensamiento como una experiencia de la derrota.
Los términos de la tregua kirchnerista se manifestaron bajo nombres que nos hablan de su singularidad política: reparación e inclusión social, entre otros. En el centro de estas políticas se sitúa la articulación entre fomento del consumo y promoción de derechos, con toda su ambivalencia de apertura y desborde; pero también de precariedad gobernada. La especificidad de la inclusión vía consumo no puede ser entendida sólo –como se nos ha pedido con insistencia– en su voluntad de ruptura política con el neoliberalismo de los años ‘90. Junto a la multiplicación de canales de participación, permanecieron intactas lógicas neocolonial (incluidos-excluidos); junto con políticas heterodoxas (estatización de las AFJP y la ampliación de las jubilaciones, por ejemplo) persistieron algunos rasgos duros (la arquitectura de las finanzas; las dinámicas neoextractivistas) de la acumulación. Es por eso que, pensamos, no podemos sumergirnos en la tregua que se anuncia sin pensar los términos de la tregua de la que venimos: sus rupturas y sus continuidades. Para poder entender lo que se juega en el pasaje entre ambas.
Estos problemas que planteamos no surgen de lo sucedido en las últimas semanas, sino de una larga gestación. Son los términos mismos de la tregua (impuesta por arriba y desplegada por abajo) los que prepararon largamente la situación actual sin que hayamos encontrado el modo de advertirlo a tiempo o, en todo caso, de revertirlo. La actualidad huele a podrido. Demasiado podrido. De allí que nos sea urgente la pregunta: ¿y ahora qué? ¿Fin de tregua?   
II
Es porque soñábamos despiertos en la paz sin guerra que la guerra aparece no como si fuera un sueño sino un despertar: el despertar de la vigilia viniendo del adormecimiento de la paz en que yacíamos arrobados por la satisfacción primaria ese suelo muelle y tibio y añorado, que valía para nosotros en medio de la violencia como si fuera real. Ahora ya sabemos: la paz era una ilusión y de ilusión de la paz nos despertó el terror. Y luego el asombro que tiende a desaparecer, como si ya nada nos volviera a  asombrar: ¿cómo había alrededor de nosotros tanto criminal, cómo es posible tanto asesino complaciente, tanto fervor homicida, tanto torturador impune y alocado? De pronto, no: estaban desde siempre allí, dispuestos a. “No todo es vigilia la de los ojos abiertos”, nos advertía hace ya tiempo Macedonio Fernández.
León Rozitchner: Perón, entre la sangre y el tiempo, Caracas 1979.
III
No nos conformamos con diagnósticos. Queremos agitar el pensamiento, escaparle a los refugios afectivos y a los consuelos imaginarios. ¿Y si la guerra hubiera estado siempre allí, por abajo, agazapada, desplegándose sigilosa, amparada en la ceguera sensible, como límite interno que sin ser dicho sigue actuando como criterio de realidad? ¿Y si lo que nos pasa ahora no fuese más que lo previsible y aceptado por todos al consentir, sin recrearlos a nuestros fines, los términos de esta tregua? De otro modo, seguramente hubiéramos podido preparar otro desenlace, o al menos contribuir a elaborar de distinta manera la situación actual. Para lo cual, sin dudas, habría que haber dedicado más tiempo e inteligencia a organizar nuestras propias fuerzas colectivas en un sentido diferente. No hablamos de estas fuerzas como lo suelen hacer los militantes políticos, sino de lo colectivo tal y como emerge de tramas de vida. Esto es lo que no nos animamos a pensar a fondo. Lo que ahora queremos pensar sin atenuantes.
El triunfo macrista no expresa, para nosotros, sólo una victoria electoral. Es el índice de un fracaso político cultivado en el juego real de las fuerzas en un proceso de mucho más tiempo. Una derrota en los afectos, en los símbolos, en la economía de las vidas.
En un texto del Colectivo Juguetes Perdidos (“Apuntes para la  vida mula”) se hace el esfuerzo, a gritos, por reconducir la fuerza de la crítica hacia los modos de vida –escenario de la guerra efectiva, de lo real de la tregua: “¿Y si lo que se viene (o que en realidad ya se viene viniendo hace rato) nace sensiblemente del resguardo en la propia vida, la comodidad organizada (esa amarga utopía), el conformismo, y la vida interior estallando… es decir, la clausura de esas preguntas abiertas?”. Sólo nos queda, si queremos recuperar eficacia histórica, descender bien abajo, animarnos a contactar con la materia colectiva mejor controlada, entrar al difícil recinto de los afectos (comenzando por los propios), para averiguar desde allí cómo construir ese lugar de resistencia. Indagar en nosotros mismos para sacudirnos del adormecimiento, del autocontrol en el que nos sumió la aceptación pasiva de los términos de la tregua. Descender para encontrar, al menos, las ganas para seguir pensando en serio, frente a tanta miserabilización (derechización de los afectos) existencial y vital antes que ideológica, frente a tanta vigilia obediente. Tanto sueño fofo y compensatorio, tanto adormecimiento: tanta producción de “vida mula”.
IV
Las imágenes estalladas de la escena de guerra del 2001 y los términos específicos que la tregua fue adoptando en adelante siguen presentes en nuestras retinas, en nuestros afectos. Tal vez estos recuerdos y estos sentires –que son nuestra memoria del enfrentamiento– perturben nuestra percepción. Mucha agua ha pasado desde entonces. No serán los viejos reflejos sino la astucia ante los peligros concretos lo que nos permitirá enfrentar la presencia terrorífica y alucinada que opaca la existencia barrio-adentro. Confiamos, sin embargo, en que estos años no transcurrieron en vano, y que en este panorama sombrío podemos hallar en nosotros algo que habilite nuevas resistencias.
Es ahora que deseamos descubrir hasta dónde llega la fuerza que podemos suscitar para enfrentar lo que viene, que es duro. Lo sabemos porque lo vemos presente: barrio-adentro, universidad-adentro, taller-adentro, hogar-adentro. Calle-adentro. Propiciamos un encuentro entre quienes ya no toleran las formas de pensar, de estar, de escribir y de decir con que hasta aquí nos las hemos arreglado. A revisar nuestros mundos imaginarios hasta donde podamos, para volverlos más versátiles. Para producir un nuevo común, y también para reforzar un resguardo respecto de los enemigos que nos esperan a la vuelta de la esquina. Esos a los que no podemos anticipar del todo, porque se disfrazan de nosotros mismos, hasta destruirnos. Nos sentimos en peligro. Pero también necesitamos volver a sentirnos parte de un tejido vivo. Estamos inmersos en una opacidad espesa, y es allí donde debemos aprender a orientarnos.
Bs-As, 10 de diciembre de 2015
mojadosbajolalluvia@gmail.com


[1] Mojados bajo la lluvia (ni un colectivo ni un grupo, sino una tentativa de convocarnos desde el pensamiento para no reaccionar automáticamente como si nada hubiese pasado: una convocatoria abierta para pensar a fondo desde las prácticas cómo seguir).

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