Anarquía Coronada

Ignacio Lewkowicz: estrategia de pensamiento, estrategia vital

 por Pablo Hupert 

 
“Esa conjunción momentánea de una idea y unos retazos que se organizan en su entorno caracteriza la emoción que llamamos pensamiento: un camino promisorio y provisorio”.
Ignacio Lewkowicz[1]
I.

Nacho trabajaba incluso engripado. Me contó Raquel Bozzolo que algunas veces los recibía engripado o afiebrado, y le decían: “Che, Nacho, suspendamos; tenés que ir a descansar.” Y él respondía: “No, no, arranquemos.” Al terminar la reunión, transpirado y desplomado sobre una silla, exclamaba en un susurro: “¡Qué bueno que estuvo…!”. Para él, pensar era una necesidadvital.[2]
Ubicar el pensar nachiano como estrategia vital es la pretensión de esta nota (en una siguiente, “Pensar según Nacho”, me detendré más minuciosamente en diferentes dimensiones de ese pensar).
Si algo lo ocupaba a Nacho, era como estar según la presentación. En términos más acostumbrados por él en sus últimos años: ¿cómo habitar la situación? A mí me planteó la cuestión cuando comenzábamos a leer El ser y el acontecimiento de Badiou y andábamos distinguiendo entre situación y estado de la situación. Al menos para una introducción didáctica ­–que tan bien hacía Ignacio–, la situación era lo que se presentaba, y el estado de la situación era lo que la representaba y así nos impedía “morder lo real” o empalmar con una potencia situacional (o impedía, en términos de Badiou, “el compromiso con lo real  de la situaciones”). Así que la estrategia nachiana, “habitar la situación”, era la estrategia de estar en la situación según la presentación. Así, pues, doble laburo: por un lado, percibir lo que se presentaba en la situación;[3]por otro, desmontar las representaciones que nos hacían estar en la situación según su estado y sus instituidos (y no advertir lo que se presentaba, su devenir, su advenir, su derivar, su poder, su pensar, su exceder).
Así, caracterizar los modos en que las situaciones ‘padecían’ un “estado de la situación” se convertiría en estratégico (y llevaría por ejemplo a distinguir Estado-Nación de mercado, o academia de discurso massmediático, por ejemplo). Era estratégico porque en el estado de la situación se producían los obstáculos que impedían a los habitantes habitarlas; retomaré esta cuestión luego.
Irnos de la representación de lo que hay para llegar a lo que hay. Como dice Pancho Ferrara, no se trata de irnos de acá, sino de irnos acá. Si a algún viaje nos invitaba Nacho, era al viaje a la situación: vamos hacia acá. Vivamos acá, y no en la representación de acá. Para esta operación, Nacho tenía un verbo claro y oscuro: la llamaba pensar.
¿Cómo aprehender eso no representado que se presenta? Pensándolo, claro. Laburo cuando menos doble: una percepción atenta a lo no-representado, por un lado. Lo buscaba con maestría, Nacho: en una desatención[4]o en una incoherencia[5]en el nivel de la representación; o en el nivel de la presentación en una mutación inadvertida[6]o en un acontecimiento[7]o en un exceso[8], o incluso en una falta.[9]Esta enumeración no agota los caminos que podíamos tomar para alcanzar la presentación, pero ilustra la disponibilidad, la apertura, la atención que Ignacio empeñaba en ese viaje a que nos invitaba, ese viaje que necesitaba hacer para habitar la situación, para ir acá. Y por otro lado, aunque en un mismo movimiento (e incluso antes), el laburo de pensar eso que se presenta y que las representaciones obstaculizan percibir y aprehender. Si una sensibilidad mayúscula tenía Nacho, era la que captaba lo que se presentaba. Tenía olfato, sin duda, pero, ¿cómo aprehenderlo? Pensándolo, y aquí pensarlo significaba concebirlo, trabajarlo, determinarlo, hacerlo, y también significaba dejarnos afectar o hacernos alterar por lo que se presenta y no se representa.
(Abro un paréntesis para hacer una aclaración fundamental: la representación de la situación es, decía Nacho, “trascendente”, incluso “ajena” y un “obstáculo”, pero es la que organiza mi experiencia, mi subjetividad instituida. Yo soy mis representaciones; “yo repite, nosotros piensa”, decía. Así que estemos atentos a esto: lo que nos aleja a los sujetos instituidos de la inmanencia de la situación, lo que nos pone obstáculos al habitar y al estar en la situación según su presentación, lo que nos impide pensarla en interioridad, lo que logra que no nos situemos, no son “los malos” ni “los maquiavélicos” sino yo, o el grupo, o la clase o el partido o la facultad, o, en general, los instituidos. Instituido representa, nosotros piensa.)
Cierro el paréntesis y retomo la cuestión de cómo aprehender eso no representado que se presenta. El interés en esta cuestión es vital: en eso puede comenzar/continuar un proceso de subjetivación. En otras palabras, pensar eso no representado que se presenta también significaba preguntar: este hallazgo, este exceso de la presentación sobre la representación, ¿cómo afecta al instituido que somos y nos permite emanciparnos de él?, ¿cómo nos hace devenir otros con otros? Así, a mediados de 2002, recién escrito con otros Sucesos Argentinos, Nacho nos dijo a Andrés Pezzola y a mí: “soy otro que hace seis meses; seguro que para un psicoanalista sigo siendo el mismo… pero para un traumatólogo también.” Este chistecito, creo, transmite la alegría de pensar que Nacho contagiaba, la necesidad vital de vivirla, de viajar hacia acá, de palpar lo que hay, de habitar la presentación en el diálogo con lo otro y los otros.
Ahora bien: las representaciones vuelven fatalmente (las fuerzas activas devienen reactivas, las situaciones acontecimentales devienen normales, el Jesús que navegó en la mar deviene el Jesús del madero, etc.). Ignacio Lewkowicz lo recordaba una y otra vez. Decía, por ejemplo, “no hay conceptos a prueba de manipuladores”, o decía que el hombre casado se pregunta si está con su mujer porque la quiere o porque la quería. En breve, pensar más allá de la representación no nos libra de ella de una vez y para siempre. Las representaciones vuelven. A veces, porque lo que pensamos ayer se volvió representación hoy (“ya es ideología entre nosotros”[10]); más generalmente, porque lo instituido vuelve a inhibir lo instituyente. Porque, como dice Liliana Grandal, “los humanos estamos condenados a representar”. Las representaciones vuelven, fatalmente. Entonces, decididamente, volveremos a pensar. Aunque, en rigor, no volveremos, sino que seremos otros, y esos otros necesitaremos pensar para habitar la situación. Por supuesto, Nacho citaba nuevamente a Heráclito (“no te bañarás dos veces en el mismo río”) y a Borges (“alcanzaba con decir no te bañarás dos veces”).
Citas exquisitas aparte, con Ignacio Lewkowicz el aforismo podría haber sido “no pensarás una única vez”. Si bien el pensamiento tiene, entre otros más interesantes, un efecto retroactivo del estilo “¡cómo no me avivé antes!” y también “¡qué giles que son los demás!”, nunca los viajeros podíamos darnos por definitivamente avivados. Así, estar en la situación según la presentación, habitarla en inmanencia, es pensar, pero no se puede estar permanentemente a salvo de la representación, no se puede permaneceren el pensamiento; pensar es una actividad y no un lugar, un verbo y no un sustantivo. Estar según la presentación no es recuperar para siempre una facultad inherentemente humana ni renegar para siempre de una condena también humana. Habitar no es un estacionarse sino un perseverar en una actividad necesaria.
Esa máquina indetenible organizada en su entorno es, también, la emoción que llamamos Nacho. No una voluntad, sino una actitud activa. No una genialidad, sí un dispositivo. No una vida individual, sí unas situaciones vitales. No una identidad, sino unas prácticas de subjetivación. No un despliegue de la Razón, sí un agenciamiento de sensibilidad, departamento 17 C, brillantez, erudiciones, chabacanerías, diálogos, mate, libros, chismes, burlas, anécdotas, ignorancias, casetes… Un proceso subjetivo que nombramos Nacho.
II.
Hasta aquí, la lección que creo principal entre las que Nacho daba. Aun si es seguro que lo escrito hasta aquí no hable tanto de un Ignacio Lewkowicz objetivo e irrefutable sino del sesgo que se le ve desde la relación que mantuve con él, considero que hablé más de su transmisión que de ‘mi’ recorrido posterior a su muerte. Quisiera decir un par de líneas sobre la distancia que estos diez años sin él fueron creando sin y con él –ya que esa fue la invitación de Lobo Suelto! Vaya un par de líneas parciales sobre cómo continué lo que aprendí con Nacho (cómo continué: es decir, cómo mantuve y mudé su enseñanza).
Antes retomemos la necesidad, que mencionaba más arriba, de pensar el “estado” de la situación –ese que representa la situación y dificulta habitarla. Ahí “estado” puede significar “Estado”, pero también puede significar otras cosas. Puede referir a un Estado-nación, pero también a la academia, el mercado, los massmedia, la Teoría (marxista o psicoanalítica), una problemática agotada (como la racionalista de la historia), etc. ¿A qué llamamos estado? “Depende”, diría con deliberado laconismo Nacho. Depende de la situación.[11]
En La historia sin objeto, ese mayúsculo pequeño libro mayor que escribió con Marcelo Campagno, “estado de la situación” se convertiría en “práctica dominante”, que permitiría considerar como tal al mercado (una práctica dominante que no funciona como el badiouano estado de situación). Así la cosa se hacía más clara para el trabajo de pensar: será obstáculo a habitar la situación según lo que presenta, según lo que hay, esa práctica que asuma la representación del resto de las prácticas a cambio de reconocerlas como integrantes de la situación. Esa representación –o sea, esa dominancia, o sea, esa obstaculización del habitar la situación– operará según procedimientos generados histórico-socialmente, impredecibles a priori: el Estado egipcio, el régimen espartano de los homoioi, el régimen del saber académico, el no-discurso de la información massmediática y la opinión, las representaciones progresistas heredadas, la fragmentación mercantil… Una variedad tan grande que solo quien viera el fin de la historia humana podría hacer una enumeración completa. Pero no se trataba, justamente, de completar la enumeración, sino de pensar cómo, en cada situación o circunstancia específica, cada dispositivo específico de dominación practica su dominación, esto es, cómo practica la obstaculización de la afirmación singular de las prácticas específicas de la situación específica.[12]
III.
De tal manera, me estuve (nos estuvimos) ocupando de una tarea modesta: pensar las prácticas que en nuestra circunstancia obstaculizan habitar la situación según la situación y no según sus representaciones. Y nos encontramos con que luego del agotamiento del Estado-nación y su degeneración en “Estado técnico-administrativo”, puede conformarse un Estado posnacional que, con procedimientos específicos, evitan que nos situemos –aunque también, por no funcionar con la pretensión de exhaustividad inherente a un Estado-nación y por su incapacidad para instituir las asimetrías de fuerzas, puede aquí o allá acompañar ciertos procesos de afirmación situacional… tiempos, en este sentido, de política posestatal o a-estatal.[13]Se trata entonces de un Estado que no procede por totalización,[14]como definía Nacho, sino por compatibilización y gestión ad hoc, más conectando término a término que poniendo un suelo metainstitucional.[15]
Por supuesto, percibir estos procedimientos, requería/requiere atravesar las representaciones heredadas y las publicitadas que dicen que todo Estado es sólido y nos impiden pensar situaciones con Estado fluido.
Ahora bien, ese pensamiento condujo a otro hallazgo: hay prácticas dominantes que dominan a otras pero no representándolas. Apareció entonces que el reconocimiento que “la dominante” otorga a las prácticas podía ser imaginal y no representacional. La dominación ya no opera entonces ni por lo que Nacho llamaba “el puro cuerpo a cuerpo” mercantil ni por la mediación representacional de la identidad de las prácticas. Puede operar por mera conexión de imágenes emitidas de manera no centralizada y sin pretensiones de adecuación y coherencia (sin disciplina).[16]
Por supuesto, percibir estos procedimientos del dispositivo imaginal, requería/requiere atravesar las representaciones heredadas y las publicitadas que dicen que todo signo es representacional y nos impiden pensar la dominancia del semiocapital, con signos conectivos.
Lo que hoy nos desvía del habitar no es tanto entonces lo instituido, lo representacional, sino unas codificaciones y unas ¿instituciones? mucho más fluidas, que también pueden recurrir a un contundente “cuerpo a cuerpo”, pero que no pueden quedar instituidas… ¿Cómo se hace hoy para estar en situación según la presentación?
IV.
Oigo a muchos suspirar “¿Qué diría Nacho hoy de esto o aquello?”. Muchos nos preguntamos qué diría. Sería ciertamente encantador volver a verlo, oírlo, contar con su agudeza. Por ejemplo: ¿Qué diría Nacho del estado argentino actual, luego de haber declarado la necesidad de pensar sin estado? O, ¿qué diría de cómo se hace hoy para estar en situación según la presentación?
Pero añorar su agudeza nos separa de la situación. Así que retomemos un gesto muy nachiano: reformulemos la pregunta de modo tal que abra a una actividad con otros, configurante.
¿Qué haría Nacho hoy con esto o aquello? Pensar.


[1] Pensar sin Estado, p. 234.
[2] Esta conclusión es de Raquel. No se lea aquí, sin embargo, una sobreatención a la actividad laboral o intelectual en desmedro del cuidado del cuerpo o de la salud. Nacho también tenía una ética (en el sentido de cuidado de sí) del cuerpo: nadaba, se deleitaba con la belleza de las mujeres, evitaba el tabaco y el humo, reía… La anécdota no es para reintroducir la dicotomía mente-cuerpo sino para entrarle a lo que en Nacho era una necesidad vital de pensar; una necesidad, un deseo y una actividad en las que se confunde el cuidado más elemental del cuerpo y la actividad intelectual más abstracta (en Nacho, la actividad intelectual podía ser abstracta, pero nunca era abstraída). La anécdota, entonces, no solo no reintroduce la dicotomía mente-cuerpo sino que introduce la conversación (entre yo y otros, entre mente y cuerpo, entre libros y anécdotas, entre academia y tv…) como inherente al pensar.
[3] Si bien para el filósofo hay muchas situaciones, para el habitante nachiano sólo hay la situación en la que está (“lo demás”, decía él, “es ideología”). Ojo: una situación no se definía por simples coordenadas espacio-temporales, empiristas y a-situacionales, y podía incluir la influencia de la luna en el rendimiento de las cosechas que a su vez influía en la edad promedio de los casamientos de una aldea medieval, y excluir la batalla que ocurría en la aldea vecina e incluso los colores de los calzones de los casaderos.
[4] “Sé qué es el tiempo cuando no pienso qué es”. Esta idea, tomada de San Agustín, era una muy empleada por Nacho para abrirse cancha en un tema plagado de lugares comunes (por ejemplo, la transmisión en educación), y significaba algo así como “sé qué es la transmisión cuando me la represento y no cuando la pienso”.
[5] Como ejemplo, el colectivo que escribió el primer libro en que participara Ignacio se llamaba Oxímoron. El oxímoron básico que le abría lugar a la tesis del fin de la problemática racionalista de la historia era el título de un decisivamente influyente libro de Halperín Donghi: Una nación para el desierto argentino. Si era un desierto, si a ese desierto había que construirle una nación, ¿cómo afirmar que era argentino desde el vamos? Semejante inconsistencia era síntoma: la representación de la historia hacía agua y entonces podía y debía ser pensada.
[6] Como ejemplo, el pasaje de la subjetividad ciudadana a la consumidora.
[7] Como ejemplo, la consigna que se vayan todos, en la que percibió la apertura a una afirmación subjetiva posestatal (ver Sucesos Argentinos y Pensar sin Estado). Otro ejemplo, la toma de la facultad de filosofía y letras en mayo de 1999, en la que percibimos la afirmación de una universidad de pensamiento y no saber (ver La Toma. Agotamiento y fundación de la universidad pública, que escribimos Nacho, Andrés Pezzola y el que suscribe; permanece inédito, pero quien quiera puede solicitar).
[8] Como ejemplo, la aparición de obreros judíos a fines del siglo XIX daba la clave de algo (“un sujeto nuevo”, decía Ignacio) que los judíos de entonces necesitaron pensar con sus movimientos políticos y artísticos laicos. Otro ejemplo es la inquietante pregunta por si existe el pensamiento infantil.
[9] Ese “preguntar por lo hay, y no por lo que queda” en que perseveraba Nacho, trabajaba tanto al nivel de la representación como de la presentación: no preguntar por lo que según la representación instituida le falta a la situación, sino por lo que la situación presenta y la representación obstaculiza aprovechar. Por ejemplo, en la escuela, ¿a los pibes les falta disciplina o presentan modos de constitución subjetiva posdisciplinarios?
[10] Escribe en Sucesos…: “La distinción entre el saber y el pensar constituye ya entre nosotros un rasgo de ideología. El saber se nos ha constituido en sinónimo de despensamiento – eso ya lo sabemos; por lo tanto, deberíamos pensarlo un poco más. Al menos en las situaciones en que eso se nos convierte en obstáculo.”
[11] También puede depender de la época o del tipo de capitalismo en curso: de qué dependa a qué maquinaria concreta consideremos estado dependerá a su vez de la estrategia de pensamiento que nos ocupe (o sea, de la situación de pensamiento, o sea, de la situación que habitemos, o sea, de la situación, a secas). Se me (nos) aparece entonces una distancia entre la actividad pensante y la actividad pensada; mientras la primera hace situación, la segunda no siempre, pues puede ser una situación (como una asamblea ateniense o la aparición del Estado en Egipto), pero también puede ser un malestar (“el enrarecimiento del número de hombres” en Esparta, o la “mala conducta” de los niños en la escuela), una circunstancia, una época (los “tiempos de mercado radicalizado”), un cambio (“la historia se ocupa del cambio”, también decía Ignacio Lewkowicz), un tema (“el fin de la historia de Francis Fukuyama”), un síntoma, una película, una aporía, una mujer u otra cosa.
[12] Este singular situacional, como en Badiou, es universalizable: ver “Particular, Universal, Singular”, en Fariña, Ética: un horizonte en quiebra. Eudeba, Buenos Aires, 1998. O también, “Paradoja, infinito y negación de la negación” (clase de 2003).
[13] “Posestatal” es empleada por el mismo Ignacio en Pensar sin Estado. “A-estatal”, por S. Abad y M. Cantarelli en Habitar el Estado. Más recientemente, Franco Ingrassia ha propuesto pensar una política “metaestatal”, que hace “sin y/o con” el Estado. Cualquiera sea nuestra preferencia en prefijos, el Estado, a diferencia del Estado-nación, deja de ser centro y suelo. Que sí es –o mejor, qué sí hace– hay que verlo en sus prácticas.
[14] Esa definición la formulaba en una charla en FADU el 13/03/03: “Suceso, situación, acontecimiento”, Ficha de la Cátedrade Psicoterapia II, Facultad de Psicología, UNLP.
[15] Me permito referir a El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, Pie de los Hechos, Buenos Aires, 2011. Versión digital en elestadoposnacionallibro.blogspot.com.
[16] Me permito referir a El bienestar en la cultura y otras composiciones precarias, Pie de los Hechos, Buenos Aires, 2012 y a Judaísmo líquido. Multiculturalismo y judíos solitarios, Biblos, 2014. También me permito invitar a pensarlo en taller.

Inconmensurable // Agustín Valle

Homenaje mínimo a diez años
 de la muerte de Ignacio Lewkowicz

por Agustín Valle
 
1.
 
Diez años sin Ignacio Lewkowicz no es una formulación correcta estrictamente; más bien, van diez años con Ignacio muerto. Su sombra, su estela, su fantasma está presente porque tiene efectos que lo tienen como causa. Ignacio se metió en las cosas, y mientras algo de las cosas guarde la forma adquirida en diálogo con Ignacio, él está presente. En modo potencial: lo que Nacho pensaría, lo que Nacho vería, lo que Nacho diría (y lo que le diríamos y…). Es, Nacho Lewkowicz, más que un autor que dejó textos, un lugar del pensamiento, de muchos pensamientos que se elaboran contando con su mirada imaginaria.
 
Escribir y sostener conversaciones (extensas, consecuentes, rigurosas, múltiples y paralelas, atentas, entusiastas, etcétera), fueron el portal metódico por el que Nacho se introdujo en las cosas. Acaso no se trata entonces de buscar efectos directos, más o menos miméticos, del pensamiento expresado de Ignacio (muchos están a un click), sino de percibir la frecuencia en que afecta escenas íntimas de pensamiento. Imaginada, la cara del maestro habilita pensamientos que por supuesto no son suyos. Su cara -robada a lo real, reproducida por la energía eléctrica neuronal en que transformamos la comida que consumimos, imagen mental guardada bajo bombardeo incesante de imágenes en la ciudad y la mediósfera; su cara eterna- es un lugar productivo. Atribuyendo a su mirada la potencia pensante, la misma que se lee en sus escritos: porque al leer sus obras, se lee lo que dice y se lee su potencia de decir. Cada afirmación, cada análisis, cada expresión dice lo que está diciendo y a la vez afirma una operatoria de pensar; el pensamiento como actividad implacable y única arma imprescindible para la vida. Imprescindible, no garante.
2.
 
Lo que Ignacio llamaba el pensamiento puede reducirse a un gesto básico: no aceptar verdades previas sin probar los términos de su articulación enunciativa. No hay escena en que la verdad sea tal sin atañir a alguien. Digamos, la verdad implica un concernimiento subjetivo, con perdón del término (porque desde Ignacio, hay que tratar de no decir “subjetividad” ni “subjetivación” salvo que sea insoslayable, ya que se corre alto riesgo de enjergamiento). No hay verdad sin sujeto (aunque puede operar como verdad trascendente, pre-subjetiva, o bien con el sujeto atañido en lugar de causa). Ese sujeto, cuyo concernimiento práctico es consustancial a esa verdad, debe hacer la experiencia de enunciarla –que al fin y al cabo la verdad es afirmación y la afirmación es traducible a enunciados; así trabaja el entendimiento. En esa experiencia enunciativa se detecta lo activo y lo obsoleto.
 
Así asume una extrema y permanente inseguridad, que es el garante de su potencia y autonomía. La inseguridad fértil del que siempre se guarda la pregunta “¿estás seguro?” Pensar: hacer la experiencia –mediante el lenguaje- de la donación de sentido. Mediante el lenguaje en tanto el lenguaje es una dimensión material –sonido, tinta, bits…- de la comunicación sensible; a través de la consistencia del lenguaje, de las palabras como materialidad del pensamiento, se vuelve palmario si los cuerpos reales aludidos están ahí o lo único que hay es palabras volátiles, multiplicadas cual finanza, palabras desligadas de todo valor carnal. Hay una verificación estética -del tino de lo dicho- y también una verificación corporalista: en tanto moviliza cuerpos (produce encuentros…), lo dicho se muestra cierto.
 
Por eso el pensamiento es una actividad historiadora: se releva qué partes de una situación están vivas, tienen efectos, y qué partes que se muestran presentes no son sino lastres, obsolescencias que todavía están pero no arman tendencia (en ese sentido, no arman sentido). Las mutaciones de las cosas bajo la apariencia de mismidad esencial dada por la permanencia de las palabras que las nombran; o las mutaciones de las racionalidades ambientales que traman a las cosas –incluso a los mismos elementos- con otra lógica de sentido. El pensamiento es la actividad de enunciar el mundo –pero nunca “el mundo”, sino situaciones, problemas, cosas, mundos puntuales, o sea el mundo desde un punto equis- prescindiendo de todas las palabras ligadas a lastres, solo hablando con palabras en las que las cosas se iluminan. Es ahí donde Ignacio funda una confluencia entre estilo e historiografía. (Los ejemplos son muchos; el acaso cúlmine haya sido la semántica de la fluidez. O el sintagma “pensar sin Estado”, que entre otras cosas invita a pensar sin Estado que hay Estado. O la figura del nosotros, “nombre propio de la fiesta” y principio de toda acción reivindicativa. O…)
3.
 
El efecto suculento de Ignacio, el grado en que agitó a tantos espacios, circuitos y personas, no se debe solo a lo agudo y acertado de sus diagnósticos, a su capacidad de despejar la paja de lo que pasa. No: se debe a su carga liberadora. De que no hay prestigio mayor que el de pensar, y pensar podemos hacerlo cualquiera. No importan los temas, importan los modos de pensar, decía. Marxismo, filosofía, ciencia política, psicoanálisis: insumos, no metas. Los problemas son lo que importa, problemas de la época que te toca, y que te toca por una compleja red de vasos comunicantes. La sensibilidad.
 
El pensamiento es una actividad, no una disciplina. Nacho era historiador y había comido mucha filosofía, mucho marxismo, psicoanálisis, antropología, borgismo, epistemología, Redondos, semiología… mucho; todo, acaso, como “rama de la historia”. Pero su insistencia en la tan general figura del pensar es un gesto divino y democrático, y prudente de no asociar el pensar –si se quiere, y para el caso, la producción de verdada ningún rubro, ningún espacio institucionalizado; el pensamiento no se identifica (con profesión o especialización alguna).
 
Es más bien gracias a dejar que el pensamiento esté al servicio de las necesidades del instinto, de que nuestra parte bicha marque la agenda, que Ignacio atinó tan fuertemente en tantos pensamientos concretos, sobre el estatuto del Estado, sobre los territorios de consistencia ontológica de la política, sobre los mecanismos del padecimiento contemporáneo, sobre los resortes efectivos de la subjetividad, y cosas (etimololgía de “etcétera”). Es decir: lo que sabía Ignacio era inconmensurable, una erudición única, pero lo más especial era que lograba que todo el saber que portaba no le impidiera pensar ágil, se diría libremente.
4.
 
Lo que se perdió es inconmensurable; no puede medirse ni siquiera calcularse. Nacho había pensado que hay un sujeto [activo, vital] del morir. Pero no en la tragedia, no en la pura violencia estúpida de las cosas. Lo conservan y reproducen la academia y el sistema editorial -huelga aclarar que no está mal, aún con la inevitable cosificación-. Lo que no huelga recordar es que Ignacio forjó su singularidad a distancia de la academia –incluso a distancia adentro-. Por ejemplo:  “Mi ventaja sobre mis compañeros en la carrera –decía- eran dos: tener siempre una birome de un color para lo que decía el profesor y otra de otro para lo que pensaba yo, y juntarme siempre con tres compañeros una vez por semana para pensar, ya, como historiadores, pero de los temas que fueran; nos juntábamos los lunes y hablábamos de fútbol…” De ahí, de esa ética que se arma –de herramientas y prácticas y lugares- para no incorporar sin pensar, de ahí al lugar que él armó como pensador profesional, su Estudio, hay pasos bajo la misma lógica, la misma ética, la misma inteligencia. Un lugar donde pensar implique hacerse una concepción propia de lo que es pensar.
 
El sitio web del estudio hace años que no está más online. También el libro en proceso La era de la fluidez, de “presentación orgánica de la teoría”, como él decía, quedó trunco. Dicho sea de paso, ese libro Nacho lo escribía, con un plan de índice elaborado, dictando la prosa de cada página. Lo decía, más que escribirlo. Sin sentarse siquiera: un pensamiento de la historia del cuerpo activo, un pensamiento del cuerpo activo de la historia, arrojado al mundo para poder pensar todo el tiempo –en todo lugar- el presente. La era de la fluidez lo escribía dictando a un grabador pero con la presencia, también, de un colaborador amigo: “Tiene que haber una cara –decía-, si no me embolo”. Siempre se piensa con alguien
5.
 
Queda también la memoria vital: la memoria que olvida para que permanezca lo que tiene presencia porque trama actualmente al cuerpo –es decir al pensamiento-. La memoria cuya fidelidad consiste en olvidar, para que quede lo que nutrió porque se hizo máquina, se hizo cuerpo. Cuanto más nos alejamos de Ignacio, más lejos lo llevamos. El legado es incalculable. Lo que se perdió de Nacho es inconmensurable; lo que hay también. 

Las reverberancias de una sensibilidad

por Silvia Duschatzky
Nos encontramos allá por el 2001 aunque nos conocíamos de niños. Compartíamos lazos lejanos de parentesco y en ocasiones nos cruzábamos en algún evento familiar. Luego y tal vez por “herencia” coincidimos en la militancia a fines de los 70.
Pasó mucho tiempo desde entonces y por azar ( o más bien por esas proximidades que se buscan sin saberlo) llega a mis manos Pedagogía del aburrido. Cierto ritmo de su escritura, de un discurrir problemático y sensible me sacaba de ese letargo académico que hacía rato me pesaba.
Lo llamé por teléfono y tuvimos un encuentro. A partir de allí se abrió un camino de pensamiento que aún continúa, con muchos compañeros que fueron sus interlocutores y con otros que hoy podrían serlo.
No puedo decir que pensar con Ignacio y Cristina fuera un nicho de rosas. Los problemas que abrían despertaban una inquietud por momentos insoportable. La atmósfera de discusión e interrogación me resultaba de una enorme potencia y al mismo tiempo una sensación de mucho extrañamiento me invadía. Cómo habitar esos climas sin los “reaseguros” de un saber que hoy me suena verborrágico.
Lo que más me sorprendía era que cualquier asunto que se tocara carecía de esa distancia propia de una discursividad ( que me había acompañado en la militancia y posteriormente en la formación académica)  hueca de presencia. Nacho estaba adentro de cada problema y en consecuencia participar de sus invitaciones a pensar implicaba abandonar la abstracción protegida en las disquisiciones crípticas, lejanas y solidificadas de un cierto lenguaje.
En ocasiones nuestras charlas rozaban preocupaciones cotidianas; hijos, pareja y esas cuestiones mundanas que nos toman a los humanos. Curiosamente sus modos de rodear esas “nimiedades” guardaban ese rasgo  de merodeo sutil que se exponía cuando tocaba  asuntos “públicos”. 
  
En distintas circunstancias lo invité a dar unas charlas en Flacso. Recuerdo las sensasiones adversas que producía en el auditorio. No era sencillo escuchar el estallido de las institucionespara quienes concebían la vida amasada en la protección de sus confines. Solía tildarse unos segundos mientras hablaba como si “escuchara” una pregunta que interrumpía el devenir de su pensamiento.
Ignacio era radical en sus planteos, sus hipótesis no nacían de una mente alocada, trasnochada o del esfuerzo brillante de una persona. El leía su tiempo, leía más allá de un acotado realismo, próximo a lo que acontecía pero lejos de una estrecha actualidad. 
La producción de Nacho puede leerse atendiendo a sus afirmaciones  pero lo más sugerente nace de la atención puesta en el funcionamiento de un pensar singular. Qué lo hace decir lo que dice, de qué modo hace hablar a un conjunto de experiencias.
Me sorprendía esa capacidad de acuñar conceptos apoyado en imágenes cotidianas  imposibles de filiar en categorías cientificistas como por ejemplo cuando sostenía la figura del galpón para describir los efectos del declive institucional
El poder de su enunciación está más en la imaginación que despiertan sus apreciaciones que en la verdad de lo que señala.  Nunca me pareció preocupado por ganar discusiones, su inquietud iba por otro lado. Pensar-se en su tiempo, en sus relaciones, en sus afectos. en todo aquello que lo provocaba. 
Ignacio ya no está, tampoco Cristina; sin embargo de algún modo continúo “hablando” con los dos o más bien impregnada por un tono desparramado por ellos.    

Diez años prescindiendo de su compañía. Diez años acompañados por las huellas de su presencia.

El uno ha muerto: ¿ha muerto el Uno?

por Diego Sztulwark

Una década es un tiempo apreciable en el escueto tiempo de una vida para considerar lo que solemos llamar “perspectiva histórica”. La década 2004-2014 hace coincidir un lapso consistente de la historia política del presente con el aniversario de la muerte de Ignacio Lewkowicz (IL) con quien atravesamos, discutiendo, la crisis del 2001. ¿Qué plusvalía de sentido podemos arrancar a la coincidencia de estas dos temporalidades –una de presencia y otra de aparente ausencia– que nada parece relacionar de modo directo, salvo nuestra necesidad de examinar qué debe la una a la otra, dado que para muchos de nosotros se hace literalmente imposible comprender la una sin la otra?

Ni una apreciación del ciclo político que según parece pierde intensidad, ni una evaluación del pensamiento o la obra de IL son necesarios (ni humanamente posibles) en este ejercicio. A lo sumo podemos afrontar escuetamente una serie de preguntas ineludibles. ¿Confirmó la década kirchnerista las reflexiones sobre la “era de la fluidez” que anunciaba IL en su última obra –Pensar sin Estado-? Y si la corroboración fuera posible: ¿qué mecanismos de la argumentación debemos emplear, en la línea del pensar de IL, para plantear lo que él, por razones históricas y biográficas evidentes, no llegó a plantear? Y al mismo tiempo la contraparte: ¿qué nos dice esta década del modo de pensar de IL, tan decisivo en su momento para reconstituir nuestras imágenes durante la crisis?

Sin dudas IL fue quien mejor vio entre nosotros que la crisis no era mero descarrilamiento, sino replanteo y movimiento de recomposición del dispositivo general de gubernamentalidad. Para pensar una trasmutación de dispositivo es preciso un enorme sentido del humor ya que en los intersticios de  todo orden el pensamiento bordea la locura y solo quien quiere la crisis puede entregarse a la delicada tarea de pensarla a fondo. Pensar sin estado es, en este sentido, un trabajo que supera -en el sentido de que permite comprender mejor nuestro presente- aquello que hay de novedad y hasta de valores positivos en el discurso de la gubernamentalidad vigente. En la decisión de penetrar en lo oscuro del salvajismo de la crisis se pone en juego algo más que la pasión por la dominación o el deseo de mejoramiento del mundo. Se asiste a un impulso extraordinario y riesgoso de afrontar aquellas zonas de penumbra en las que se desarrollan problemas que vale la pena asumir para toda una época histórica. O mejor dicho, que nos fuerzan –incluso violentamente- a tomarlos en cuenta. 

La década que se nos escurre valió lo que valió en la medida en que sus costuras debieron zurcirse descendiendo a estas profundidades en las que se roza el caos, y se entra en contacto con el desborde. Operaciones, éstas, de fundación de un orden existencial y político allí donde se lo requería, al precio de un nuevo desafío al pensamiento[1].

En efecto, lo que IL llamaba “fluido” era más interesante que las banales formulaciones de lo líquido en los libros de Baumann. Los flujos fueron noción fetiche de los pensadores del capital. De Marx a Deleuze. E incluso de Nietzsche a Bersgon. Si las estructuras fallan al dotar de consistencia al caos, constituir dispositivos provisorios supone un activismo desfalleciente. En un pantano tal, ni las propias premisas de constitución subjetiva nos vienen dadas. IL introdujo este saber de la contingencia entre nosotros, y esa luz sigue siendo un poderoso aviso para desmitificar las narraciones del presente, labor de historiador que IL no dejó nunca de desplegar.

IL vio en 2001 un cambio de época. Como un talismán del que no será fácil escapar, esa cifra amenaza con sobrevivir al calendario oficial. 2001 es el umbral a partir del cual no podremos sino saber que todo esfuerzo de constitución será precario e insatisfactorio. Y aun así será esa la condición de posibilidad de todo proyecto. Incluido el esfuerzo de producción de estatalidad. En “condiciones de fluidez” (la expresión es suya) el orden y la subversión se parecen en este punto definitorio. Ese suelo resbaladizo, que arribó de la mano del neoliberalismo y la hegemonía del mundo de las finanzas, persiste entre nosotros aun cuando las políticas que se intenten se inspiren en otros ideales y deseen otra ontología. 2001 activa el eterno retorno: el Uno ha muerto.

¿Ha muerto? Imposible responder de modo conclusivo. Si 2001 activó las fuerzas de la diferencia cabe reflexionar sobre quién resultó a fin de cuentas capaz de capitalizar la lección.  
              
¿Cómo se proyectan estas líneas hacia el futuro? No me atrevería a penetrar en el porvenir sin un fuerte apego a aquella ductilidad, a ese desprejuicio: es posible que el devenir histórico tienda a cerrar la imaginación sobre un vaciamiento de posibles a todos los niveles. El contacto con IL nos ofrece un insumo subjetivo fundamental para este tipo de situaciones sin salida: el gusto por la perplejidad y por el matiz como modo de entroncar con la diferencia viva, esa que nace camuflada bajo los colores del paisaje dominante hasta que alcanza una intensidad de tonalidad capaz de mostrar que el cierre no era tal, que tal cosa no es posible. ¿Una ética del pensamiento? Demasiado ampuloso para ser cierto. Una compulsión a pensar, a “incompletar” el mundo, a vaciarlo de sus vacíos a ver qué ocurre: este es el gesto.


[1] Pablo Hupert, autor de otro texto en este dossier, dedico un ensayo a comprender estas operaciones de reconstitución de la gubernamentalidad inspirado en el concepto de postestatalidad, presente ya en Pensar sin estado.

A contramano

por Mabel Bellucci


En 1974 una oficina en la calle Corrientes al ochocientos, al lado del tradicional cine Ópera, se convirtió en la polis del activismo de la época. Por allí desfilaban feministas, homosexuales y gente diversa. Así, como el remolino de una tempestad, un correteo de mujeres entraba y salía mientras el teléfono no paraba de sonar. Una tarde, Néstor Perlongher tocó el timbre. María Elena Oddone abrió la puerta. En ese mismo momento se conocieron. Él era el referente del Frente de Liberación Homosexual (FLH), poeta y ensayista y ella la voz cantante del Movimiento de Liberación Feminista (MLF). Sin muchas vueltas, tuvieron un diálogo franco. Para Oddone resultó una enorme sorpresa, si bien llegaron a un acuerdo en cuanto a las formas de instalar temática novedosas e intervenir en lo público: impugnar la familia patriarcal, el autoritarismo masculino, el sistema de roles clásicos, la supremacía del varón sobre la mujer, la maternidad como único destino, la violencia doméstica. A decir verdad, un número considerable de las pioneras feministas de esos años estaban deseosas de introducir debates relacionados con el derecho a decir sobre el propio cuerpo y la opresión sexual dentro de sus agrupaciones, aunque presumían que la coyuntura histórica era al menos poco propicia para dar rienda suelta a polémicas tormentosas, tal cual llevaban a cabo otros feminismos del Norte.
En esa dirección, Perlongher avizoraba que las revueltas de las minorías sexuales constituían parte de esa gran masa crítica que a modo de diluvio universal azotaba las más profundas raíces del capitalismo en expansión. En consecuencia, sin pérdida de tiempo se involucró con el feminismo local para pergeñar un enfoque más combativo de la problemática sexual y de las luchas contra la discriminación en sus caras más diversas. Justamente, Oddone con su estilo punzante relata que en aquellos tiempos: “las preocupaciones sobraban, había un franco interés por demoler los famosos edictos policiales que permitían la impunidad de las razzias. Con los edictos como con la Ley de Averiguación de Antecedentes, se perseguía y se detenía de manera arbitraria a los homosexuales. De allí que uno de sus principales objetivos era armar alianzas con las mujeres para encarar a un mismo enemigo en común: el machismo autoritario”.  Mientras aclara que “no tenían que estar tan preparados para decir a los cuatro vientos que el machismo jodía tanto a unos como a otras”.
Para 1974, después de muerto Juan D. Perón, un periódico de derecha ultramontana, El Caudillo, entendió que tal entretejido de constelaciones activistas traía su arrastre. Por esa razón, dedicaba tinta y papel en amenazar a esta coalición que suscitaba las iras del grupo paramilitar y terrorista la Triple A, creada por José López Rega desde el Estado. A estas mujeres las intimidaban con la amenaza constante de colocar bombas en sus domicilios por si acaso quedaba alguna duda pero también estaban sentenciadas a muerte si no desertaban de las huestes feministas.
Ahora bien, aquel departamento de la calle Corrientes, refugio de proclamas arrasantes, era además la redacción amateur de la revista Persona, un testimonio gráfico de los sucesos feministas de los años 70 en la Argentina. Con mano férrea estuvo dirigida por Oddone hasta su cierre. También allí funcionaba una biblioteca con sus libros y los compañeros del FLH podían guardar los suyos sin problemas. Durante un largo tiempo ese lugar se convirtió en un punto de encuentro del poeta con su grupo de amigos. A partir de 1976,  con la imposición de las bayonetas, una vez por semana y a la noche tarde se reunían con las persianas bajas y el visto bueno del portero para no generar sospechas. “Entre nosotros había una corriente de simpatía y de afinidades políticas, aclara Oddone con tono firme. Y prosigue “Él era tan apasionado como yo. Nos preocupaban las mismas cuestiones. La guerra de las Malvinas nos unió más que nunca”.
Apenas Fortunato Galtieri lanzó su grito de combate para recuperar las islas, Perlongher escribió a contrarreloj un texto «Todo el poder a Lady Dy. Militarismo y anticolonialismo en la cuestión de las Malvinas». Salió publicado en Persona, bajo el seudónimo de Víctor Bosch, en 1982.  De este modo, con un talante sarcástico desplegó su aversión al militarismo, como la expresión más cristalizada del heteropatriarcado. Si la memoria no falla, fue uno de los primeros en oponerse con su pluma a la ocupación soldadesca argentina. Luego de publicado este repudio poético, los gendarmes del orden secuestraron a Persona.
Dos años más tarde, los personajes de esta historia volvieron al redil: el 26 de enero de 1984, apareció una entrevista a doble página sobre la vida de nuestra adalid del feminismo porteño en la revista alfonsina. Se titulabaMaría Elena Oddone. Devenir feminista”. La autoría de Perlongher quedaba oculta tras una firma un tanto exótica: Rosa L. de Grossman, apellido de casada de la pensadora Rosa Luxemburgo. El encuentro era más que nada una charla de amigas.
De esta  manera, la estrechísima camaradería entre ambos activistas permitió acompañar acontecimientos de originales entramados, no reconocidos como un accionar político en esa coyuntura tan particular. En efecto, buscaban erosionar los cimientos de la opresión en común bajo un acuerdo en el cual nada ni nadie deberían ser excluidos. Y sin más, tanto feministas como homosexuales de forma independiente, confluyeron en gestas y diálogos que, por cierto, no fueron de sordos. De algún modo, algo de eso quedó registrado en la historia de los movimientos sociales para que se volviese a insistir años más tarde, tal cual lo hicieron en ese entonces.

Laclau: ¿el intelectual del kirchnerismo?

por José Eduardo Moreno

Se acaba de morir Ernesto Laclau, un personaje especial en varios sentidos. En primer lugar, es difícil  encontrar dentro de las ciencias sociales un intelectual argentino que haya alcanzado su prestigio y trascendencia internacional. En segundo lugar, rara vez un pensador de su talla se involucró tanto en los barros de la política. Con esa seguridad y suficiencia que le dan los años y el “estar de vuelta”, Laclau no tuvo reparos en acompañar vehementemente a los procesos políticos pos-neoliberales que fueron surgieron en el continente en el nuevo milenio, entre ellos, claro está, se encuentra la experiencia kirchnerista.

Ahora bien, ¿en qué sentido Laclau era un (o “él” según sus detractores más pasionales y dañinos) intelectual kirchnerista? Quizás habría que reformular esta pregunta de la siguiente manera: ¿en qué sentido el kirchnerismo es una experiencia que se alinea con las definiciones laclauvianas?

Un punto de partida fácil es el de asociar a este pensador con la defensa de los populismos e incluir al kirchnerismo dentro de este amplio abanico. Si bien no podemos negar categóricamente esta sentencia, es cierto que simplifica y abona una confusión y un prejuicio que a la larga aporta entre poco y nada. O peor aún, distorsiona peligrosamente y conduce a interpretaciones que terminan siendo –mucho más ahora que el propio Laclau no está para responder- como mínimo injustas y muchas veces malintencionadas.

Como decía, no se puede negar categóricamente que Laclau haga una defensa del populismo, aunque claro su defensa no incluye a cualquier populismo. ¿Pero a qué se refiere con populismo? En primer lugar, lo que aclara el autor es que no se trata de modelos de gobierno con determinada cantidad de atributos tales como gobiernos autoritarios, base popular trabajadora, decisionismo, demagogia, orientaciones ideológicas de izquierda (o de derecha). Para Laclau el populismo es una lógica de construcción política. Por eso habla de razón populista, porque refiere a un modo de concebir la política.

Laclau parte de una serie de supuestos para pensar y entender la política que resultan imprescindibles para entender su planteo. En primer lugar parte de una visión de la realidad como una construcción social inevitablemente atravesada por lo simbólico. Esto hace que lo real no sea aprehensible como tal, y que a lo más que llegamos es a discursos que le dan sentido a lo que nos rodea. A eso le llamamos realidad, al ordenamiento de sentido simbólico que las categorías de pensamiento humano le adjudican a lo existente.

En este sentido, cobra especial trascendencia la disputa de sentidos por construir tales realidades. La realidad científica newtoniana bastantes rispideces tuvo (y tiene) que afrontar contra el paradigma religioso, con Tolomeo incluido. Partiendo de estos supuestos generales, para Laclau lo político es, en definitiva, la disputa por el orden social, por establecer (imponer, hacer hegemónico) un sentido de las cosas, crear una realidad legítima que explique y de sentido a lo real existente.

Esto supone un segundo elemento central de su teoría: el antagonismo constitutivo de lo social y lo político. La disputa por el orden social supone la existencia de un antagonismo que es constitutivo del espacio político. Todo orden social supone la supresión y clausura de otros órdenes posibles. Pensemos en nuestras sociedades: ¿qué es lo que hace que el valor más importante sea la propiedad privada, la seguridad de los bienes materiales; que la desigualdad y la pobreza sean cosas naturales, consecuencias lógicas de las distintas capacidades de cada uno? ¿Qué es lo que hace que el poder político, el Estado, sea el padre de todos los males, la fuente de toda corrupción de toda injusticia? ¿Por qué lo público es sucio y corrompido y lo privado es prístino? En tanto exista un ordenamiento, en tanto haya jerarquías, posiciones de sujeto dominantes y subordinadas, existirán antagonismos y conflictos, mal que le pese al pensamiento liberal en sus diferentes versiones.

Es a partir de estos puntos que Laclau perfila su pensamiento de manera tal que las experiencias comúnmente llamadas populistas, no aparecen necesariamente malas o condenables. Para la Laclau la disputa del orden es la disputa simbólica por la hegemonía cultural. Ahí está la clave de la política, que no es otra que aunar (articular) voluntades (a partir de demandas) en discursos que las contengan, asocien y condensen en significantes particulares que se erigen en universales (con pretensiones universales, en verdad). Estas operaciones las llevan adelante todas las fuerzas políticas que disputan el orden social. En el caso del kirchnerismo, su éxito estuvo ligado a la capacidad de articular las diferentes demandas anti-neoliberales en un discurso nuevo, “post-noventa”, teniéndolo como espejo necesario (“exterior constitutivo”) y condensándolo en definiciones de soberanía, justicia social y una recuperación de la política.

¿Pero qué es lo específicamente populista? Si bien la lógica hegemónica atraviesa todas las prácticas políticas, no todas son populistas. La lógica populista lo que agrega es una apelación directa al pueblo, lo que supone romper con cierta dependencia a los mecanismos institucionales del orden social (y político) existente -este sería el terreno de la Política, la aparición óntica del conflicto ontólogico de lo político. De este modo, la razón populista, interpela directamente al pueblo(el demos y la plebs, el todo y la parte) rompiendo con las lógicas sistémicas dominantes, habitualmente erigidas sobre los cimientos del pensamiento liberal. Esto no significa que los populismos sean buenos o malos, puesto que no presuponen una orientación ideológica, un rumbo determinado, sino que sólo refieren a la lógica de construcción política a la que se apela. Esa lógica irrumpe cuando los mecanismos de la política institucional –el sistema de partidos tradicional, principalmente- son percibidos como obstáculos o al menos como insuficientes para avanzar en determinados procesos de transformación.
El interlocutor principal de la obra de Laclau es el marxismo clásico. Contra él desarrolla su teoría acerca de las articulaciones hegemónicas, poniendo especial énfasis en el carácter indeterminado de lo social. Desde este punto de partida, las operaciones políticas, simbólicas, adquieren un peso específico propio que en la izquierda tradicional aparece desdibujado, además de que los actores que deben ser interpelados, y el proyecto político propuesto, no están sujetos más que a la contingencia misma.

Es a partir de estos lineamientos que Laclau vio con simpatía, no sólo el proceso político económico encabezado por el kirchnerismo, sino todas las experiencias latinoamericanas que algunos denominan como “la nueva izquierda” o el llamado “socialismo del siglo XXI”. Laclau nos dejó una vastísima producción intelectual que sirve en todos los casos para repensar categorías de la lógica política. Supo fundamentar exitosamente sus posturas políticas, valorizando los rasgos transformadores de los procesos políticos no ortodoxos (“no liberales”) que se han venido desarrollando en el continente. Seguirá siendo, sin dudas, parte de la bibliografía fundamental para pensar la política en nuestro tiempo y espacio. Seguirá siendo útil para desarmar muchas de las trampas lógicas que elabora el pensamiento dominante a la hora de desacreditar las experiencias que se salen del orden liberal y neoconservador. El orden democrático es una construcción nunca acabada por lo que resulta fundamental contar con aportes que pongan en discusión lo dado, que lo desnaturalicen, y que sugieran nuevas formas de entender la democracia, ese significante flotante en disputa al que el poder dominante suele atribuirle su esencia, la que le resulta funcional para el sostenimiento de su orden. Parece una discusión en la que vale pena meterse.

Clinämen: «Neoliberalismo popular y consumo»

 

Conversamos con Hernán Maldonado Palomino, sociólogo y militante de la izquierda peruana. La excepcionalidad peruana en Sudamérica y neoliberalismo popular. ¿Cómo funciona la gubernamentalidad en base al crédito al consumo, por fuera de las retoricas progresistas? La crisis de los partidos y la herencia de la guerra. ¿Quién es al final Humala? La izquierda mariateguista en el Perú.

http://ciudadclinamen.blogspot.com.ar/

El cuerpo del delito

por Adriano Peirone

I-

¿Qué tiene que pasar para pegarle a alguien, en el suelo y entre muchos, y no sentir que el golpe da en uno mismo? ¿qué violencia ya rondaba la ciudad y estos días? Sucede que si el culpable no aparece, porque se escapa pero también por diluirse en la turba, la responsabilidad nos envuelve a todos, y de lleno. Esa estrategia que tomaron los asesinos de perderse entre los vecinos, nos enrostra que no hay un ellos y un nosotros, sino que todos somos parte de la misma golpiza.

¿Qué hizo ese pibe, David, para merecer una muerte dada por una cobardía semejante? ¿Qué bien tan preciado acusó poner en peligro para que el odio irrefrenable emerja, y nos deje sin la posibilidad de la inocencia, a ninguno, como parte de este barrio, de esta ciudad? ¿Qué sensación de aceptación les hizo creer que patear la cabeza de un pibe recibiría, como lo hizo entre un espectro considerable de la sociedad, la aceptación extendida? ¿Qué se fragmentó, en la construcción de un país que dice buscar la inclusión, para que no logremos parar los golpes dados, ni las palabras que los continúan, cuando en la calle o las redes sociales se defiende un asesinato? ¿No nos están jodiendo cuando en los medios preguntan si era o no ladrón, como si cambiara un ápice la atrocidad del hecho, y metiéndonos el buzón de que hay algunos, solo provenientes de los sectores bajos, que nacen chorros?

Si una muerte es dada en una esquina cualquiera de la ciudad –y aquí vale recordar que este no fue el primer caso, y que está siendo replicado en distintos lugares-, lo que no podemos dejar de pensar es que se tuvo la sensación de que el acto quedaría impune. Quiero decir: quienes patearon el cuerpo de David a la luz del día –probablemente no para matarlo- lo hicieron pensando que la gente no los condenaría. La pregunta es: ¿Qué batalla se perdió de antemano? Porque parece que David ya estaba muerto desde antes.

II-

Es necesario que el dolor no paralice, trasmutarlo, salir del estar a flor de piel, para procesar cómo formamos parte de una golpiza a muerte. Y aunque no haya explicación que alcance, no podemos renunciar a pensar el lugar donde vivimos. ¿Por qué no Rosario, si la estela de sangre ya regaba las calles de una ciudad polarizada? ¿Por qué no hoy, lunes en que discurro estas palabras, después de tanto pedir que se los escuche, los barrios de la ciudad siguen sin recibir del estado más que baches de cotillón que son una burla frente al avance de la violencia desatada? ¿Por qué no en un país donde varios candidatos a cargos nacionales han salido por cuestiones electorales a azuzar los peores temores, enfrascándose en un griterío mediático sin la mínima responsabilidad asumida sobre el cuerpo que recibe las balas?
Si no logramos parar la bocha, el miedo volverá a configurar los bandos, y eso sería tan atroz como un linchamiento. Porque como en tantos de los dramas del país, no se trata de apuntar al bulto sino al contrario, de divisar que está a igual de distancia nuestra el linchador que el linchado. Que la trama de la anunciada muerte ya venía cifrada en las relaciones que al pibe –David Moreira se llamaba- le fueron dadas desde la observación policial constante, desde dejarlo trocar la escuela por el trabajo precario como única posiblidad, o desde las fantasías del consumo nunca alcanzadas, así también por los estigmas que los medios reproducen, pero, sobre todo, desde las balas en sus amigos ya incrustadas.
Digamos, David ya había muerto antes.
III
Porque si aquel que se animó a formar parte de esa turba es un otro, una otredad en tanto alterpolítico, es decir, en tanto enemigo en el espacio público, el que sea difusa su visibilización nos imposibilita pensar en términos ontológicos, es decir, en un nosotros vs ellos basado en una esencia irreconciliable. De aquí que el progresismo puritano de nada sirva. El gran indignado políticamente es estéril. Ya que si algo tiene sentido en medio del sufrimiento que transitamos estos días, ese sentido es un sentido netamente político –por supuesto que judicial, pero les corresponderá a los implicados atenerse al procedimiento, y a nosotros, a ese nosotros que debemos potenciar, acompañar a la familia de David–, en tanto consideremos la necesidad de, por un lado, orientar firmemente el discurso en un repudio a la violencia por mano propia, y, junto con eso, la enérgica construcción de reparaciones de fondo, que bloqueen la continua fragmentación, y la estigmatización de los hijos de los barrios, partiendo de escuchar, también, qué violencia hace tiempo es una experiencia cotidiana.
Hoy más que nunca hay que entender a la política en el sentido cultural que ella tiene, ya que será lo que nos permita siempre dar una respuesta, más allá de la venganza, para así responder de modo diferente al planteado por los instigadores –materiales y discursivos- del linchamiento. Una respuesta política con toda la fuerza posible. Criminalizando a los instigadores del odio; repudiando a oportunistas políticos que no dudan en bajar la imputabilidad de los pibes por diez votos más, en lugar de asumir la parte central que les toca en ese círculo de la inseguridad que dicen querer combatir; pero sobre todo unificar un nosotros político y cultural que busque un encuentro ampliado en torno a hacer trizas la posibilidad del discurso que estigmatiza, excluye y asesina.
No hacer culto al progresismo bobo, indignado y abolicionista en extremo, sino discutir y sentar posiciones acerca de los modos en los que se reparten los derechos y sobre quién cae la ley y sus penas, sin negar lo estructural de la violencia, pero combatiendo que ella siempre caiga en los mismos de siempre, una vez más, para que David no vuelva a morir, y ya nadie pueda volver a decirse inocente.

Linchillo fácil. No sabemos lo que podemos. Un mapeo en ocho notas.

I
Primero fue linchamiento y asesinato. Acto seguido una cantidad de discursos e imágenes espectaculares y más linchamientos que, por suerte y por ahora, no terminaron en muerte del linchado. La mayoría de los discursos ya estaban antes. No son nuevos. Los reclamos de mano dura, los pedidos de pena de muerte, las expresiones de deseo acerca de lo que cada machote haría si tuviera la oportunidad de vérselas con quienes se atreven a quitarle el estéreo, venían siendo moneda corriente mucho antes de que asesinaran a David Moreira. Pero su sangre derramó algo nuevo. ¿Pero qué exactamente? Entre la avalancha de expresiones de moralina vía tweets y posteos, encontrarse a pensar qué mierda es todo esto. ¿Qué informaciones trae la secuencia de linchamientos? ¿Cómo desactivarla sin caer en posturas egoístas (no cuenten conmigo), ni reactivas (armemos grupos de contra-linchamiento), ni bienpensantes (los linchados son unas pobres víctimas del sistema a los que no les queda otra que salir a robar), ni oficialistas (la culpa de todo la tienen los medios), ni opositoras (la culpa la tiene el Estado que está ausente)? ¿Qué nuevas economías de poder se están poniendo en juego? ¿Cuál es la especificidad de este tipo de violencias? ¿Cómo es posible que todo esto ocurra mientras de fondo flamea la bandera de una década ganada con ampliación de derechos? Modos autogestivos del castigo los hay desde hace rato (en la popular la barra le da terrible paliza a los que osan punguear, en los viejos barrios los viejos chorros aleccionaban a los pibitos que choreaban adentro). Ok, sí, pero ¿qué pasa cuando el castigo pasa directamente a implicar la interrupción del ciclo de una vida? ¿Qué está queriendo decir el excedente de esa paliza?
II
Más allá de la ruptura que implica postular la novedad de un acontecimiento, sería iluso no ver las continuidades en las que estos linchamientos se inscriben, constitutivos de un episodio más en la secuencia progresiva de toma de conciencia del fascismo vecinal. Sin retrotraernos a la construcción de un otro suprimible bajo la figura setentista del subversivo, es posible trazar una secuencia de sucesos a partir de los cuales en los últimos años se fue construyendo un nuevo tipo de fascismo: los cacerolazos al estilo 8N, la represión vecinal del Indoamericano, los piquetes anti-saqueos de diciembre. En todos ellos se entrevé la conformación de un “nosotros” cuya potencia radica en la negación de un otro que vale menos o, sencillamente, no vale un carajo. Una potencia que niega la vida de ese otro que no puede nada y contra el que se puede todo. Y allí está la gracia de matar en banda. No se trata de una puesta en juego del honor a través del duelo, tampoco de la guapeza de barrio del que se para de manos en un mano a mano. El linchamiento es puro sacrificio, el suplicio ejecutado por un verdugo en masa cuyas individualidades se pierden impunemente entre la hermandad de la horda. Porque fuimos todos no fue nadie. Y sin asesino no hay delito.
III
¿Y qué es lo que podemos? ¿Es posible alguna disposición afirmativa, menos furtiva que el paupérrimo “no cuenten conmigo”, cover pedorro de la teoría de los dos demonios? El (hagan lo que quieran pero) “no cuenten conmigo” es poco menos  que un arréglense entre ustedes, yo en esta no me meto, no es mi problema, ésta no es mi guerra.
IV
La ciudadanía vecinal-consumidora –el tipo que se dice ciudadano pero no es más que el consumidor con derechos pero sin obligaciones que visibilizó legalmente la Constitución del 94- demanda seguridad, castigos ejemplares, una vida apacible entre los suyos y alejada lo más posible de los ajenos, porque tiene derecho. Y si el Estado no actúa en consecuencia, entonces, como si estuviera en riesgo la patria, se arma de un martillo y un bate de beisbol y sale a hacer justicia. El problema es que su manera de construir “seguridad popular” consiste no en la elaboración de modos autónomos de autocuidado sino directamente en la supresión de la amenaza. Se trata de una concepción basada en la eliminación del otro que comienza siendo uno, aquel que robó una cartera, y, por un acto de transferencia trascendente, acaban siendo todos los que tienen pinta de escapar de algo: el que corre un colectivo, el que viaja en moto, el que se viste como se visten los pibes chorros. Por las dudas comprémonos armas y matémoslos a todos. Después, en todo caso, vemos qué hacemos. Ahora bien, ¿quién es ese otro, o todos esos otros a los que hay que eliminar? Es discutible, pero se dice que, en tanto la gestión de la violencia es inherente a lo humano, todos somos potenciales linchadores. ¿Perosomos todos potenciales linchados?
V
Ojo: poner en evidencia las configuraciones subjetivas del fascismo vecinal no implica construir un relato romántico del pibe que afana, quien muchas veces también con un fierro en la mano asume la condición de quien todo lo puede frente a una víctima que no puede nada y te caga a culatazos cuando ya se hizo con el celular. Pero igual cabe recordar: ni en el caso de David Moreira ni en ninguno de los otros linchamientos que se produjeron en las últimas semanas se trató de pibes que entraron a la casa de nadie a violar a ninguna hija ni a golpear hasta la muerte a ningún viejito indefenso. “Claro, para vos es muy fácil hablar porque nunca te entraron a tu casa”, se escucha. El tema es que a la mayoría de los que justifican así tampoco les entraron. David robó una cartera, sí. Y salió corriendo. Motivo suficiente para darle muerte. Y es que los linchamientos no son la respuesta a una lucha por la supervivencia biológica, no implican el desafío de matar o morir, mi vida o la suya, el otro o yo. Los linchamientos son la emergencia de una lucha no por la vida sino por sus formas. Y allí es cuando muestran su dimensión productiva: que no escape, lo necesitamos para poder afirmar nuestra -supuesta- forma de vida, decente, familiera, trabajadora, consumidora en paz.
VI
Los vivas y mueras luego del linchamiento son evidencias de que linchar pareciera no cometer delito alguno. No solamente eso sino todo lo contrario: se lo ubica en las antípodas del delito, se lo presenta como un acto de justicia.
VII
La privatización o autonomización de la violencia, cuyo detentador legítimo se dice es el Estado, tiene en nuestro país una larga historia. Las patotas sindicales, los grupos de tareas, las barras bravas, hoy más que nunca las policías territoriales, los patovicas de los boliches y las empresas de seguridad privada fueron y son apenas algunos de los modos en que la violencia represiva es asumida por mano propia sin necesidad de llamar al 911. Sin embargo, lo que vemos en los casos que nos convocan, bajo el signo de “a la seguridad la hacemos entre todos”, es otra cosa. No tanto la crisis del Estado –en tanto potestad legítima sobre los cuerpos- como su dispersión. Si a la seguridad la hacemos entre todos, el Estado somos cualquiera. La hipótesis entonces: en los linchamientos el Estado está ausente como aparato monopólico de la violencia, pero no como racionalidad. Está, sólo que no aparece centralizado.
VIII
De nuevo. En esta cartografía siniestra que pareciera emerger, ¿qué es lo que se puede?, ¿qué podemos?, ¿por dónde pasaría una intervención políticamente productiva?, ¿con qué cuenta nosotros para desactivar los linchamientos?


[i]Producto del encuentro entre Andrés Pezzola, Juan Sodo, Damián Huergo, Agustín Valle y Sebastián Stavisky.

Si nada me conmueve

Toda la carne al matador

La pobreza, la pobreza. No: el problema en la Argentina no es la pobreza, es la riqueza. La riqueza es el problema.

Diciembre… Si algo muestra nuestro decembrismo es la cercanía íntima entre la fiesta y el quilombo. En diciembre hay agite, y el agite, una vez que pasó, puede dejar corrimientos en los ejes de gravedad. Si la vida común es regida por el imperio de lo obvio, diciembre corre el núcleo de obviedad; el último fue diciembre de fiesta de saquear y fiesta de matar. Hubo linchamientos, aún si no fatales; ahora en cambio se imponen como tema de agenda: porque diciembre es el desmadre, marzo la normalidad. “¿Qué hay que hacer si atestiguás un linchamiento?”, fue una pregunta que motivó debate en redes sociales; la pregunta misma muestra que el dispositivo-linchamiento –dispositivo político y en cierto sentido estatal- es percibido dentro de la nueva normalidad, y por eso espanta más ahora que en diciembre.

Los linchamientos plantan un código penal en Argentina.

La historia, no como relato de la política sino como fatalidad de construcciones y roturas, se escribe con los cadáveres públicos; los muertos del conflicto social son las verdaderas letras de la historia. Pero los muertos no pueden contar su versión de la historia[1]. A algunos se los sacraliza; a otros se los hace hablar cual chirolita; otros quedan del todo mudos. Los muertos sin voz son puro fiambre: aceptados como cadáveres políticos pero no como portadores de vidas políticas. Es una manera de obturar su punto de vista político.

¿Solo queda el cinismo entre el fascismo y la moral bienpensante ante la escena actual? ¿Vale de algo hablar, juntarse a estar de acuerdo, indignarse con más o menos altura? Pero el dolor mueve a pensar y pensar a entender y entender a conocer, al menos: lo menos que puede hacerse por un acontecimiento es comprenderlo, decía Ortega.

Se corre la gravedad y alguna sangre –porque se segmenta la sangre- queda más cerca del suelo. Hay mucha historia disponible para naturalizar que la sangre de los cabecitas negras se vierta en la tierra, para sostener consustancialidad entre esta tierra y esa –determinada como esa– sangre, la sangre oscura. Una macabra comprensión, invertida, de la frase “la sangre de esta tierra”, una macabra versión de la ofrenda de líquido a la Pachamama.

Comer carne humana no es tan raro en la historia, en la historia humana, en la historia nuestra; y el entusiasmo multiplicado por linchar que difunde la tele (salve Rey) se entiende más hondamente leyendo la ontología caníbal de El entenado que leyendo el linchamiento con que nace la literatura argentina en El matadero. Saer describe el fragor, la ebriedad de la fiesta de poseer radicalmente un cuerpo ajeno; el ritual cumple una función: reconfirma que, ante la potencial igualdad, nosotros somos los que estamos en el lugar actual de sujeto humano, y conjura, a la vez, la adherencia indistinta que tenemos con el mundo y que nos hace insignificantes.

Comprendido como una función subjetivante específica, el canibalismo puede verse actuando aún sin gastronomía, y es la escena de veinte tipos peleándose para llegar a la primera fila de darle a uno tirado en el piso, dejáme que vos ya le pegaste bastante; la disposición total del cuerpo ajeno, escena que dice tantas cosas.
Economía política y lucha de clases

La violencia es inherente a la existencia; pero las formas de la violencia trafican afirmaciones sobre las relaciones sociales.

El linchamiento es un artefacto político de producción de desemejanza. Producción efectiva, performativa, de desemejanza.

Los saqueos expresaban que hay muchos que quieren consumir como todos; los linchamientos expresan que hay muchos que niegan que todos somos todos.

El robo es un movimiento económico. Una mercancía pasa de un lugar a otro. El valor –de cambio- es inalterado. El linchamiento es un movimiento político: se apropia del cuerpo ajeno –esa mercancía- y lo usa para producir la desemejanza, para producirse como distinto estamento casi antropológicamente, es decir, como clase diferenciada.

Lejos por supuesto del valor del producto robado, el choreo enfurece porque impugna un modo de vida: “yo, que me rompo el orto laburando…” El trabajo cumple una función política; organiza un cierto orden de los cuerpos y sus acciones. Cuando el ánimo vital que mantiene ese orden –ánimo moral- se ve burlado, responde ya no con la racionalidad económica que presuntamente lo rige, sino con la racionalidad política que lo subyace. Linchar, así, es ante todo la declaración efectiva de que nosotros podemos tener un cuerpo a disposición. Acaso haya que pensar que Marx definía la clase por la relación con los medios de producción pero porque a través de esa relación –propietaria o no- con los medios de producción, se establece una potestad sobre cuerpos ajenos.

Los que asumen natural tener cuerpos a su disposición, esos no linchan, tienen garita en la esquina; o tienen mucama (en blanco, con aportes!) y el salvajismo les parece mal. No cuenten conmigo…

Los que precisan devenir horda asesina para tener cuerpos a disposición, muestran la fuerza de la aspiración burguesa (aspiración que es la subjetividad del acto, no estructural de los ejecutores, y burguesa en su condición guerrera y no de sillón…).

El choreo en cambio alimenta mercantilmente mi mismo lugar en el orden social, me reconfirma como consumidor. Huelga decir que abundan chorros crueles que gozan el poder de matar (por lo que es como mínimo impreciso llamarlos chorros), pero no es lo mismo matar que linchar: el linchamiento instaura un nosotros y una legitimidad pública de esa potestad de ese nosotros. Nadie es asesino, no se sabe qué patada lo mató –muy pero muy parecido al pelotón de fusilamiento, inventado para que nadie cargue en su conciencia la certeza de haber disparado la bala asesina-.

Por eso es insensato decir que “debieran llevarlo a la comisaría”. No sólo porque el linchamiento declara una anunciada actualización de la economía del poder, donde la cárcel se desvaloriza como bono tercermundista; no, básicamente porque todo horizonte de castigo –entendido en su etimología de hacer casto, de limpiar- implica cierta conversión del rol político del capturado, cuando lo que el linchamiento hace, precisamente, es reconfirmar su lugar político de otredad.

“No vi a nadie linchando a Cavallo…” Claro que no: se le hizo un escrache. Que es políticamente mucho más alterador. Hay una escena maravillosa en el film 1900: los combatientes populares vencieron al fascismo y también a la oligarquía, y en el pueblito donde transcurre la historia, un grupo de partisanos amateurs rodea al patrón, al terrateniente, al que tiene tirado en el piso; se debaten si matarlo. “¡Hay que matar al patrón!” es la consigna, pero el líder de los luchadores corta en seco y dice: “No: el patrón ya está muerto”. Habían suprimido el lugar político “patrón”; quedaba el cuerpo que lo había ocupado, no tenía sentido matarlo. El escrache, entre nosotros, buscaba también suprimir un lugar político: el de “buen vecino” del torturador, el de “gurú económico” del ejecutor del empresariado neoliberal… El escrache suprime una investidura política, y necesita que el escrachado viva para exhibir su desmentida; el linchamiento reconfirma una investidura política, en el cadáver del antónimo.

Es un movimiento propio de la lucha de clases, que extrae plusvalía de cuerpos ajenizados. Economía política pura. (Médula del neoliberalismo como política existencial).

Hay chorros hace rato re zarpados, decíamos, pero en ese zarpe hay un goce del poder (como la yuta) y no del robo; e incluso un deleznable Baby Etchecopar es políticamente más democrático que el fascismo que vemos hoy: el tipo estaba preparado para defenderse y matar él, a malvivientes que morirían de pie.

El asesinato es una forma del vínculo a fin y al cabo; el linchador no es ni siquiera un asesino.
Mucha tropa riendo

La increíble pobreza de la consigna No cuenten conmigo da cuenta de la profunda derrota popular de la moral progresista. ¿La escribió el mismo que inventó la expresión auto-exculpatoria de “los dos demonios”?, onanismo auto-salubre que declara que el mundo es feo pero a él no le gusta; resulta enemiga, así, la moral progre, a la pregunta por una ética interna al conflicto. Pegarle a uno que arrebata a una piba con un bebé; pegarle a los que lo linchan; no sabemos cuál es la conducta ética, es una pregunta. (Pero sí sabemos que la ética solo está en juego en situaciones apretadas, de apremio, en caliente). Es una pregunta y no una certeza de estar eximido: ese extremo repliegue en la bondad individual muestra no solo la raigambre liberal del progresismo (yo, yo, yo) sino sobre todo su actual estar en el horno. Tanto más efectiva la consigna del fascismo vecinal: uno menos. Una consigna activa, para el que lo mira por tevé…

Y mientras, hubo uno, uno, que actuó como es lícito conjeturar que actuaría Cristo: se tiró encima del cuerpo pecador para interrumpir la saña cruel.

Pero decíamos: hay una disputa moral, porque hay una moral linchadora; por eso es grave: es grave porque tiene fuerza de gravedad.

Si el trabajo es lo que en principio establece la propiedad del conjunto (ser trabajador es ser decente), luego, cuando se pudre la cosa, el rasgo de pertenencia cambia; la gente decente es la trabajadora en principio. Los efectos siempre exceden a sus causas, y, en el arrebato caníbal, aquel que se oponga, aquel incluso que simplemente no se sume al festín, pasa a ser enemigo, está del otro lado. Es notoria la demanda –en los comentarios de las primeras notas sobre el asesinato de David Moreira- a que, en casos así –de golpiza y linchamiento- “salgan todos eh, no sean cobardes”, “si no se comprometen, no se quejen después”.

De ser trabajador –lugar político revestido de destino económico-, el nosotros vecinal, en el conflicto donde su modo de vida se ve burlado y pasa a actuar desde su rol político ya emergido, mueve su eje a la disposición asesina: el que no está dispuesto a mojar sus manos con la sangre de los negros, no es nosotros. Trabajador como definición económica; linchador como definición política. Del trabajo a casa y de casa al trabajo, salvo si es necesario tomarse un rato para sostener el esquema con furia política.

Pero después se vuelve a la llana buena gente. Entrar a los perfiles de facebook –es decir a las presentaciones públicas- de los comentadores pro-linchamientos (gran mayoría por ejemplo en las notas del diario La Capital de Rosario sobre Moreira) es ver fotos de buena gente, que le gusta la música y ama a su familia, que sonríe y va a las cataratas… Como dice Pezzola, la bipolaridad no es una patología, es una adaptación al medio: salgo a la calle-puteo-te paso por arriba-me cago a piñas-lincho / llego a mi casa-juego con mis niños-me saco fotos-las subo a facebook-me pago un asado para mis diecisiete mejores amigos. La experiencia permanente en la vida chota y la exigencia de buenaondismo, entre la puteada rajada como forma de estar en la calle y el ser copado que impera en la sociabilidad privada.

Riendo en las calles hay mucha tropa de civil (El Colectivo Juguetes Perdidos hace rato trabaja en torno a la pregunta por quién lleva la gorra hoy, y las imágenes de las últimas semanas parecen haber sido hechas para tapa de un libro al respecto…).
Inclusión en tanto qué

Que a la inseguridad se la combate con inclusión es una consigna profundamente racista, dijo Bruno Nápoli (¿políticas de inclusión para el banquero ladrón, para el comerciante evasor, para… o sólo es por los pobres la inseguridad?).

Pero además, entre diciembre y marzo (la fiesta de saquear[2], la fiesta de matar; ahí están las mercancías, ahí están los cuerpos, vi luz y entré…) se ven los límites del modelo de inclusión de la década. Porque no existe la inclusión “a secas”. Los saqueos como delirio deseante, y los linchamientos como ajuste de las capas de inclusión, mostraron el horizonte de inclusión como inclusión en el consumo y en la vida puesta a laburar; o más puntualmente: hay capas poblaciones a las que se las incluye en tanto que pobres. Inferiores incluidos, pobres con consumo, reconfirmados en su rol de pobres. (Y hay que pensar además la violencia que les toca a los excluidos ya no de un modelo que asume la exclusión –que el Colectivo Situaciones definía como “incluidos como excluidos”- sino a los excluidos de un relato de inclusión: suprimidos incluso del imaginario).

Una masa de gente integrada al consumo pero consolidada en una posición de inferioridad, de menos, y de inmovilidad relativa; aumenta la inclusión, y el consumo, mientras se refuerza la diferenciación de estamentos (y la extranjerización): “Las diferencias sociales se han agravado, porque tenés una capa integrada en la dependencia de la ayuda social, que participa siempre pero viendo la riqueza ajena, y en torno a la cual se genera resentimiento de los sectores de pequeños comerciantes y trabajadores con autos y chalets…”. El que lo dijo fue Felipe Solá, en diciembre; sabe Solá que los saqueos consuman el modelo de la década (libidinal-mercantil) porque consagran la mercancía, pero, al impugnar al mercado (quiero el producto y rompo el almacén), tambalea la gobernabilidad. Massa justificó los linchamientos porque lo que más le importa es conectar con la emocionalidad popular con potencia opositora, pero no lo haría, el mismo Massa, desde el sillón presidencial; por eso Solá –que sabe más por viejo-, massista hoy, condena sin matices el linchillo-fácil.
El Estado es cualquiera

Linchamientos hubo siempre, pero no se llamaban linchamiento. El nombre es herencia de cuando un juez yanqui (Charles Lynch, en 1780) instó al pueblo a matar con mano propia a unos acusados de monárquicos (es más: a unos acusados absueltos por el jurado). Nótese que esta práctica que se supone tiene su esencia en la ilegalidad, y antigua cuanto menos como María Magdalena, acuñó su nombre definitivo cuando fue validada por un juez.

El linchamiento tiene implícita la legitimidad del Estado.

Otro señalamiento de Nápoli: que en Argentina esté lleno de tipos sosteniendo que “hay que matarlos a todos [para sostener nuestro modo de vida]” sólo es posible porque –o no puede desligarse de que- hace treinta y cinco años –y hace ciento treinta y cinco- lo dijo el Estado explícitamente (tanto Roca, como Perón, como Videla, como…). Como enunciado, porta la legitimidad estatal. Sólo que ejercida, ahora, por grupos barriales autónomos.

Volvió la política, también, por derecha. No debería extrañar que duranteuna década de insistencia en que la política volvió desde arriba y en que los derechos humanos son la justicia sobre crímenes cometidos hace décadas, la herencia de la politización de 2001 creciera justamente en el terreno no alcanzado por la pragmática gobernante. Por cierto, en 2010 pensamos que la 9 de julio del bicentenario era el cierre de 2001; pero esto, este nosotros vecinal de fiesta fascista, y esta estigmatización tan pero tan nítida de las motos, que en 2001 fueron estampa de la resistencia en el centro porteño, constituye ya no el cierre sino la reversión de 2001.

Y el reverso, porque 2001 instituía situación al declarar la destitución del Estado como entidad subjetivante, y, ahora, los linchamientos muestran cómo el Estado volvió “en forma de fichas”, cómo el Estado es una racionalidad dispersa, atomizada.

La caída del monopolio de la soberanía estatal no es, parece, una caída de la soberanía, sino, más bien, su dispersión. Si la soberanía es la potestad de declarar la exclusión de un cuerpo del manto de garantías legales, es decir, desinvestir un cuerpo o un territorio del estatuto político normal, o, aún de otro modo, establecer el famoso estado de excepción (el que pone la ley se prueba en su rol al poder suspender la ley), vivimos una política de dispersión atomizada de la soberanía, donde cualquiera es soberano, donde la potestad para suspender la condición legal de un cuerpo ajeno, de manera legítima (pública, sin pudor, etc.), está disponible, rondando… una post-soberanía, dice Hupert, donde en los sitios sin “agentes del Estado”, como se llama a la Policía, sí hay en cambio operatoria de Estado.

Autorrepresentados como trabajadores, son consumidores, ante todo, los que sostienen la bondad del linchamiento. (Que ante la “acusación” de “fachos”, no contestan negando, sino retrucando que “se nota que a vos no te encañonaron a tu jermu”). Como señalaba Lewkowicz, el ciudadano –soporte subjetivo del Estado-Nación- tenía derechos y obligaciones; el consumidor, en cambio –soporte subjetivo de la era del mercado y el Estado posnacional-, tiene sólo derechos, sólo que ninguna garantía. De ahí sus innatas características de quejoso y demandón. “Nos tenemos que cuidar entre nosotros, es una vergüenza”, decía una vecina cordobesa a la tele, una noche decembrista. Una vergüenza. La autogestión del cuidado es un imposible para la subjetividad consumidora. (Para eso, se ha dicho, tiene que venir el Estado, y dejar en cambio de subsidiar chorros…). Al no vivir con una política vital de cuidados, si no nos proveen cuidado, no se concibe la posibilidad de organizar una forma de lidiar con los peligros, de organizar un cuidado desde nuestra potencia vital; la única posibilidad es suprimir de raíz la amenaza. No se puede vivir con riesgo porque no sabemos cuidarnos, hay que matar al riesgo y que escarmienten sus amigos. La ausencia de auto-cuidado del vecino consumidor tiene como envés la crueldad. El peso de tener que cuidarnos nosotros se convierte inmediatamente en derecho de matar, derecho de linchar.


[1] “En lo tocante al sacrificio y al espíritu de sacrificio, las víctimas no piensan lo mismo que los espectadores; pero en ninguna época se las ha dejado hablar”. (Gaya Ciencia).
[2] Imperdible la emocionante escena que empieza en el minuto 6:25 de este video.


[i] Producto del encuentro entre: Damián Huergo, Juan Sodo, Andrés Pezzola, Pablo Hupert, Sebastián Stavisky, Agustín Valle.

Gabriel García Márquez: Un escritor indigno

por Pier Paolo Pasolini
(publicado en la revista «Tempo» el 22 de julio de 1973)

Parece ser un lugar común considerar «Cien Años de Soledad» de Gabriel García Márquez (libro recientemente editado), como una obra maestra. Este hecho me parece absolutamente ridículo. Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados- a veces con espléndida maestría- por un guionista: tienen todos los «tics» demagógicos destinados al éxito espectacular.
El autor- mucho más inteligente que sus críticos- parece saberlo muy bien: «No se le había ocurrido hasta entonces- dice él en la única consideración metalinguística de su novela- pensar en la literatura como en el único juego que se había inventado para burlarse de la gente…» Márquez es sin duda un fascinante burlón, y tan cierto es ello que los tontos han caído todos. Pero le faltan las cualidades de la gran mistificación, las cualidades que posee, como para dar un ejemplo, Borges ( o en menor escala Tomasi di Lampedusa, si «Cien Años de Soledad» recuerda un poco al «Gattopardo» aún en los equívocos que ha despertado en el pantano del mundo que decreta los éxitos literarios).

Los críticos literarios deben tomar nota de un nuevo «género» o técnica, que ya pertenece históricamente a la literatura: el guión cinematográfico, y también el denominado «tratamiento». En el guión y el tratamiento, el autor tiene conciencia de que su obra no es literaria ya que se trata de estructuras provisionalmente linguísticas, que en realidad «quieren» ser otras estructuras: estructuras, puntualmente, cinematográficas. El autor de un guión o de un tratamiento es tanto más hábil literato cuanto más consigue obtener la colaboración del lector en la visualización de lo que está escrito provisionalmente. El asumir tal provisionalidad (esa voluntad de la estructura de ser «otra estructura») forma parte de la técnica literaria del guionista y, potencialmente, de su estilo.

Sin embargo, la mayor parte de los guiones y de los tratamientos son pésima literatura- como es el caso de este libro-. Literatura indigna. Por qué?

El primer acto del escritor de guiones consiste en identificar al lector con el productor. El que debe colaborar con el autor en la «transformación» de la estructura linguística en estructura cinematográfica, es justamente el que paga. El destinatario de la obra es, una vez más, el patrón. Ahora bien: la mayoría de los escritores cinematográficos provienen de una élite cultural: son entonces personas que tienen la obligación, diría social, de considerar al patrón un idiota, un semianalfabeto, un hombre despreciable. Pero al mismo tiempo, deben hacer que su obra le guste. Y en el momento en que el guionista identifica al productor con un destinatario «idiota, semianalfabeto y despreciable», tiene un solo modo de convencerlo: la degradación de su propia obra. Entonces, la inocente «captatio benevolantiae» que todo autor, en distintas medidas, utiliza para obtener la colaboración del lector, termina convirtiéndose en una operación inmoral, que envuelve al autor en la degradación por él planificada con bajeza.

La colaboración del autor con el lector- productor, tiene por lo tanto los carácteres de una abyecta complicidad: tiende a hacer de él un compañero y cómplice, degradándose a su supuesto nivel de estúpido, vulgar, conformista, cínico conocimiento de las cosas humanas.

Tal esfuerzo por simplificar, por reducir, por desdramatizar, por hacerlo todo comunicable y sin problemas reales, termina volviéndose una atroz forma de adulación del patrón: así, y para decirlo con sus propias palabras, el guionista, aún despreciando al patrón, y hasta por el hecho de verse obligado por él a un comportamiento miserable, se hace «rufián» a la par suya.

Pero ningún hombre es apriorísticamente tal como el guionista supone que es el productor: ningún hombre es apriorísticamente inferior a nosotros mismos. Y la primera regla moral de un autor consiste en considerar como su igual al lector: y si luego él identifica a ese lector como un productor, también dicho productor no puede sino ser considerado como su igual. Actuar de modo contrario a esta primera y elemental regla moral vuelve a un autor indigno de su profesión.

Turba linchadora

por Diego Valeriano

El consumo libera y salvo los hippies nadie piensa que un proceso de liberación puede darse de forma pacífica. Bueno el último Perón también lo pensaba, pero ya estaba grande. Los linchamientos, los choreos, los saqueos son parte del mismo proceso. Son la cara necesaria que nadie quiere ver sobre el masivo ingreso al consumo de los de abajo. ¿Qué querían? ¿Que hagan cola de forma ordenada?
Hay formas de pensar esto que denotan una paja tremenda de las neuronas. Pensar en blancos y negros es el menor ejercicio intelectual en años. Estas formas de contar lo que pasa anda buscando apoderarse de la víctima. La nutren de desigualdad y dolor. Raro ejercicio el de victimizar a un pibe runfla. Desde sus análisis culposos pasan a ser sus mejores abogados defensores o, por lo menos, discurso político de sus abogados.
Un policía de la Bonaerense fue linchado por un grupo de vecinos porque creen que violó a una pibita del barrio. Un grupo de madres quemó la casa de un transa que envenenaba a los pibes con la peor pasta base de todas.  Un almacenero de Córdoba descargó la 9mm contra el grupo que merodeaba su comercio. Los  amigos del pibe linchado en Coronel Díaz y Charcas, cuando se enteraron de lo que pasó, dijeron “perdió”.
No sé qué hacer frente a un linchamiento, como tampoco frente a un saqueo. Creo que es importante a quién se linche y qué se saquee. Oportunismo y cinismo, como decía alguien por ahí. Mi matriz de pensamiento me impide avalarlos; la realidad hostil me impide condenarlas. Tal vez alguna vez la azarosa vida que llevamos me ponga frente a un saqueo o un linchamiento y ahí veré qué hacer. Me imagino metiéndome entre la turba linchadora, observando al linchado, mirando todo entre divertido y curioso, pegándole una patada en la pierna. Y, después, pedir que no lo maten, que ya es suficiente.

Basta de hipocresía

por Alejandra Rodríguez


“En el amor, se trata de saber si son capaces, de a dos, de asumir la diferencia, volviéndola creadora. En la política, se trata de saber sin son capaces, de a muchos, es decir, como masa, de crear la igualdad”
A. Badiou, Elogio del amor

El dirigente político Luis D’Elía estuvo en el programa televisivo “Intratables” que se emite diariamente por América TV y protagonizó una performance sobre la que vale la pena reflexionar: por su despliegue escénico y por el contenido de lo dicho sobre el tema en (supuesta) discusión: “Argentina en alerta – narco”.

En un momento del programa, el dirigente comenzó a repetir con tono fuerte y vehemente: “¿Quien trajo la droga a la Argentina? ¿Quien trajo la droga a la Argentina? El zabeca de Banfield la trajo! El zabeca de Banfield la trajo! Todos los sabemos! Ese que está tapado detrás de Massa, que hace campaña para Massa. Ese trajo la basura de la droga y el narcotráfico a la Argentina. ¿Quienes manejan las mafias en el conurbano? Las policías mafiosas corruptas y ciertos políticos que están entongados hace 30 años haciendo lo mismo”.

Su figura se recortaba sobre una pantalla que proyectaba imágenes de un operativo policial. En un momento, comenzó a moverse y recorrer el espacio en forma circular, siguiendo la disposición de los paneles. La cámara no podía dejar de mostrarlo, imposible no hacerlo, porque estaba dándole eso que está tan acostumbrada a mostrar. No se trataba de un escándalo de la farándula, no. El tema era el narco, y quien hablaba era un dirigente político que lo hacía implicando su cuerpo y su emotividad: “¿Ustedes se creen que hay pibes chorros que nacieron de una repollo? Nacieron de los ‘90. Les sacamos la escuela, el trabajo, la familia, el amor y hoy vienen por todos nosotros y acá discuten la coyuntura” les decía a los panelistas que se mantenía sentados estupefactos.  De esta forma, se apropió de un recurso televisivo eficaz, utilizando el registro del “escándalo” pero reorientando su sentido. Quieren show, tomen show, pero las cosas las llamamos por su nombre, parecía decirnos a todos, reconociendo estar reventado de bronca, por tanta hipocresía y mentira.

En la televisión este tipo de situaciones no las protagoniza un político, por lo general se los ve sentados, hablan claro y pausado, a lo sumo, si se trata de un debate pueden llegar a gritar un poco. Pero D’Elía transgredió la situación, modificó aquello que se debía mostrar y ver, alteró la disposición de los cuerpos y del espacio,  se apropió de la escena y dijo lo que quería decir, de la manera en que lo quería decir. Por momentos se podían escuchar ruidos de vidrios rotos y de una respiración agitada que se superponían a sus palabras, efectos sonoros de la maquinaria televisiva que pretendían deglutir la densidad de lo que estaba sucediendo para devolverla como espectáculo.

Las caras de los panelistas se fueron transformando y sólo se limitaban a pedirle que dijera el nombre al que hacía referencia. ¿Con qué necesidad? Si todos sabemos de quien habla D’Elía. Somos nosotros, los televidentes los que tenemos que nombrarlo.

Por último, se refirió a los linchamientos y a la inseguridad, discursos que se sustentan en la lógica del egoísmo individualista y la eliminación del otro.  A ellos les contrapuso la falta de presupuesto y de amor. La política entendida no solo como administración de recursos y conflictos, sino en su dimensión afectiva. Al finalizar, D’Elía se sintió mal y se retiró del estudio, diciendo que era insulinodependiente. Su salud estuvo en riesgo. El tema  lo afectó en el cuerpo.  Nos preguntamos, si acaso es posible dimensionar y asumir su densidad sin que nuestros cuerpos sean afectados.

El basta de hipocresía, se escuchó con efecto multiplicador, como quien toca la primera ficha de dominó y las ve caer una tras otra. Basta de hipocresía en  este tipo de programas televisivos que juegan a interesarse por “temas serios o de actualidad” pero lo hacen con una superficialidad y trivialidad alarmantes. Basta de hipocresía a la hora de pensar socialmente sobre los pibes chorros y el narcotráfico, como si se tratara de la película “Feos, sucios y malos”. Basta de ser consumidores de discusiones coyunturales, zócalos y editoriales que bajo el disfraz del interés común no hacen más que vaciar de contenido político los temas que nos afectan como sociedad y que reclaman en forma urgente ser tratados en su real complejidad.

Un paso adelante y dos pasos atrás

La represión de la protesta social 
y el new-republicanismo kirchnerista
por Esteban Rodríguez Alzueta



El proyecto de ley del FPV que lleva la firma de Carlos Kunkel y Diana Conti, entre otros, que pretende regular la protesta social, no sólo niega la historia del peronismo sino que desanda uno de los mandamientos que definieron al kirchnerismo de Néstor: no reprimirás la protesta.

Una vez más los diputados legislan para la tribuna, hacen demagogia punitiva, le dicen a la “gente” lo que esta quiere escuchar (que la protesta no puede afectar otros derechos, por ejemplo el derecho a circular libremente, el derecho a trabajar); se legisla para la hinchada, incluso para la jefa. En el kirchnerismo hace rato que rige la obediencia debida. La obsecuencia verticalista de estos legisladores invita a la risa, y si no fuera porque se trata de diputados nacionales, sería muy difícil tomar en serio.    

Alguna vez dijimos que el derecho a la protesta es el primer derecho: es el derecho a tener derechos, el derecho que permite hacer valer los otros derechos. Por eso muchos constitucionalistas han señalado que el derecho a la protesta, que actualiza la libertad de expresión para los sectores desaventajados, es el nervio de la democracia. No hay democracia sin libertad de expresión. Y cuando los actores sociales no pueden esperar a la próxima elección para presentar sus problemas o cuando sus conflictos o los puntos de vistas no son abordados por la prensa nacional o siendo abordados se tergiversan sus opiniones, entonces la protesta social, es decir, la transformación de los espacios públicos en foros públicos, se convierte en uno de los instrumentos que actualizan ese derecho.

Hay que aclarar algo que los diputados parecen que no saben o pecan de liberales y no se dan cuenta: cuando los manifestantes protestan no solo están peticionando a las autoridades de turno sino compartiendo su problema con el resto de la sociedad. Porque en una democracia, de lo que se trata es de decidir entre todos cómo queremos vivir en comunidad. Digo, no solo se peticiona a los funcionarios sino al resto de la sociedad también. En las democracias participativas, el pueblo no sólo delibera y gobierna a través de sus representantes, sino que lo hace debatiendo en todos los terrenos, sea en la verdulería de la esquina, la plaza, el aula o arriba del taxi. Salvo que nuestros legisladores se hayan quedado en el siglo XIX, como los republicanistas que representa Carrio, de la que se mofan todo el tiempo. De hecho, con este proyecto nos venimos a enterar que no hay mucha diferencia entre la Coalición Cívica y muchos legisladores del Frente Para la Victoria, al menos en la versión liberal que tienen estos diputados de la política.

Eso por un lado, porque por el otro, transforman la protesta social en un problema de seguridad. No sólo repolicializa la protesta sino que certifica los estigmas que tiene la derecha sobre los manifestantes, y al hacerlo contribuye a deslegitimarla. Acá también se retroceden unos cuantos casilleros. Néstor Kirchner había dicho que la policía que iba a cubrir la protesta estaba para cuidar a los manifestantes en el ejercicio de sus derechos. Acá, se manda a la policía para esperar las órdenes de las autoridades del Ministerio de Seguridad y desalojar a los manifestantes del espacio público vencido el risible plazo de las dos horas previstas  para llevar a cabo las reuniones pertinentes que destraben el “conflicto”. Un Ministerio que no actuará solo sino que lo hará con la intervención de fiscales o jueces. Digo, empezará a judicializar la protesta.

Si algo diferenció al gobierno nacional en estos últimos 10 años respecto de lo que siguió sucediendo en muchas provincias (Misiones, Formosa, Salta, etc.) donde el FPV era gobierno, era precisamente no usar los tribunales para encuadrar la protesta. Acá, ahora, es el gobierno nacional el que llama a judicializar la protesta social. Y es importante notar el cambio de interlocutor para los manifestantes: en 2003 y 2004, fue el Ministerio de Desarrollo Social y, más tarde, el Ministerio de Trabajo. Ahora se emplaza al Ministerio de Seguridad para mediar entre los manifestantes y el gobierno. Algo está cambiando.

Recuerdo cuando el macrismo presentó en la legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires un proyecto que mereció el repudio y la descalificación del kirchnerismo. De eso no hace mucho tiempo. En ese entonces, Macri pretendía hacerse cargo de aquella vieja idea tirada alguna vez por el periodista Neustadt cuando proponía crear un “protestódromo”. Todos se le rieron en la cara. Ahora la Presidenta dijo algo muy parecido en la inauguración de las sesiones ordinarias. Dijo algo así: “Les regalo la Plaza de Mayo (¡como si fuera de ella!) para que vengan a protestar, pero no molesten al resto de los ciudadanos que quieren trabajar, que quieren desplazarse.” Eso sí, la Plaza de Mayo no solo está vallada por la mitad sino que se encuentra permanentemente custodiada por varios cuerpos de la Infantería de la Policía Federal. Para la Presidenta, la protesta se deslegitima cuando son “cinco gatos locos” los que cortan una avenida. Es decir, si son cientos está todo bien, pero si son pocos es un problema de tránsito. Cuando tendría que ser al revés, o mejor dicho: porque son justamente cinco y no cien mil o veinte mil, merecen mayor protección. Porque se trata de un minoría en una situación desventajosa. Acá se va a hacer al revés: puesto que son una minoría, hay que pasarlos por arriba. Eso es hacer de la legitimidad una cuestión matemática, reducirla al habitual “poroteo” de las fuentes policiales que son, dicho sea de paso, las encargadas de medir la legitimidad, de cotejar si la protesta se adecuará a los criterios fijados por el legislador.

Como me dijo alguna vez un viejo militante setentista, impulsor en la década de los ‘90 de los movimientos de desocupados: “cuanto mejor, mejor”. Es decir, es de esperar que las mejores condiciones laborales alcanzadas, lejos de contener la protesta, tiendan a expandirla, multiplicarla. Sucedió a fines de la década del ‘60 con el Cordobazo, cuyos protagonistas fueron los trabajadores de los sectores mejor pagos. Y está sucediendo en los últimos años.

Para terminar digo lo siguiente: este proyecto certifica que la ampliación de derechos se complementa con una restricción de derechos también. Que se haga al final de la gestión, incluso al final de un ciclo, nos parece muy preocupante también. Más aún cuando muchos candidatos, opositores y oficialistas corren por derecha y con el caballo del comisario. No pienso solo en Massa, sino en Binner, Scioli, Carrio, etc. Si la próxima década nos sorprende con un gobierno de derecha, nos encontrará a muchos otra vez en la calle. Una calle que habrá sido reglamentada con una ley que habilita al poder punitivo a reprimir a los manifestantes.

Clinämen: Rosario: el devenir gendarme de la población

 

Conversamos con Juan Pablo Hudson, investigador de Conicet y miembro del Club de Investigaciones Urbanas de Rosario, sobre la situación en Rosario. La militarización de Rosario. La pregnancia de la lógica policial en la población. La perplejidad de los movimientos sociales y de las organizaciones comunitarias.

http://ciudadclinamen.blogspot.com.ar/

Ciudad berraca: la parábola de Marx

Algunas reflexiones acerca de la situación del narcotráfico, la ciudad y la política

por Juan Monteverde

La crítica situación que vive nuestra querida ciudad de Rosario se vuelve cada día un poco menos verosímil. Y es cada vez más difícil situarse en la obligada racionalidad que nos permita actuar.

Lo «real» se mezcla con el relato mediático del mismo, y los actores políticos, judiciales y periodísticos, se sumergen entre la realidad real, el relato de lo real y la ficción televisiva del patrón de patrones.

Hace tiempo que los que venimos sosteniendo que la crisis de Rosario no es una crisis social de los barrios sino un problema político de toda la ciudad, nos vimos tristemente legitimados por los hechos. Que el narcotráfico como problema geopolítico global llegó para quedarse y que amenaza en potencia, como lo hizo antes en otras latitudes, las bases mismas del sistema democrático a pura prepotencia de dinero a toneladas, corrupción política de escala y una fuerte hipocresía social.

Si algo tenemos que tener en claro del narcotráfico, es que no están los buenos de un lado y los malos del otro, como casi nunca en la vida. Por eso suena casi siempre impostada, la foto grupal con cara de circunstancia de la corporacion politica.

La narrativa hegemónica del Estado versus los «bandidos»(como se los llama en la serie) es solo un cuento infantil que insulta, desde los portavoces oficiales, la inteligencia de la sociedad civil rosarina.

El día en que como sociedad compremos ese cuento, será la tarde en que se desate la ya fallida, a escala mundial, guerra contra las drogas. Y desde allí no hay retorno. Los muertos se contarán de a miles, y crecerán las cifras al mismo nivel que continuarán creciendo las cuentas de los narcotraficantes.

Porque la violencia sólo se vende en forma de espiral. Y cuando una sociedad legitima su compra como resolución de conflictos, solo resta esperar que la violencia se multiplique a lo que el espiral, por su geometría inevitable, impone.
La tapa del diario de mayor circulación de nuestra ciudad del día sábado, decidió que ese día sería bisagra y alteró su formato tradicional. El título principal apareció con un fondo negro de luto, y en letras blancas su contenido, tanto o menos importante que su forma. “Descubren un plan para asesinar a un juez y a un fiscal”.

Más allá de si “ameritaba” o no el fondo negro o de si, como se instaló cierta polémica en la cual no entraremos, una llamada entre dos presos es un “plan” o simplemente reacciones de bronca, traiciones y venganzas como lo hay por miles en las cárceles argentinas, el quiebre simbólico que representa esta tapa es inalterable.

Pues como viene la cosa por estos lares, hay veces en que es más real lo que se dice de lo real, que lo real en sí mismo. Y eso no es sólo una interpretación de un hecho pasado (como lo es una noticia) sino que genera efectos hacia delante, hacia el futuro. Es un efecto que causa. Es lo mismo la reacción que genera el hecho concreto y probado de que te quieren matar, o la sensación de que quieran hacerlo.

Entonces hoy lo real, en nuestra querida ciudad, es que está instalado, por esa tapa, que cualquiera puede mandar a matar a cualquiera. Y en el imaginario donde esto opera, en el sentido común de nuestra ciudad, no hay que ser muy lúcido para acordarse del primer juez o “persona importante” que manda matar Pablo Escobar. Y como los muertos que empiezan un día, no terminan nunca.

Tampoco es difícil imaginar la escena donde los “dueños” del diario La Capital deciden que sí, que esto no da para más, y que la noticia es los suficientemente grave como para ponerla en fondo de luto y acordarse del Diario El Espectador y la cruzada que este ,según la serie, encarna contra el cartel de Medellín, y el desenlace sangriento que le cuesta la vida a su director y dueño “don Guiyer”, Guillermo Cano.
El problema es que del diario El Espectador conocemos solo su parte heroica de lucha contra Escobar, y de La Capital… a La Capital lo conocemos .

Y para colmo de males, y para terminar con esa fantasía donde todo cierra y parece que los Rosarinos estamos viviendo en la serie que vemos por televisión, nos enteramos por otro diario que hace algún tiempo balearon la sede del diario La Capital y eso no fue noticia. Que eso no salió en tapa negra con fondo de luto.

El diario El País de España publica el domingo en su tapa papel, una extensa nota sobre la situación del narcotráfico en Rosario y arroja este dato de la balacera oculta.

Así las cosas en nuestra ciudad, los diarios nos van contando la historia que vivimos todos los días en nuestros territorios y la serie El Patrón del Mal nos muestra el futuro de cómo seremos, y sentimos como dice la canción de Spinetta que “si esto sigue así como así, ni una triste sombra quedará, ni una triste sombra quedará”. Por lo menos eso es lo que se interpreta de la realidad, lo que dicen que es la realidad los que la escriben y lo que en definitiva ocurre: una mezcla entre ambas.

Mientras tanto, mientras las fichas grandes se van moviendo en el escenario público del poder entre corporación mediática y corporación política, en lo real realísimo de nuestros territorios, de nuestros barrios, de nuestra ciudad, siguen cayendo los muertos. Que no son jueces ni fiscales, sino pibes de gorrita que no terminaron la secundaria. Pero se mueren de a montones, aunque a nadie parezca importarle. 

Esa realidad vivimos. Y tratamos de encadenarla con esa que vemos en los diarios. Y ahí hay cosas que no cierran. Y allí está lo más grave. No sabemos si la democracia está en juego, si la interna del negocio de una policía autogobernada nos está matando a todos, si nuestro Pablo Escobar está preso o en realidad hay hoy muchos patrones a menor escala y operando en nuestra ciudad. 

No sabemos quiénes son los buenos y quienes los bandidos que hay que perseguir.No podemos discernir lo real de lo irreal. Y ese, ese es un gran problema. 

Marx ya nos enseñó que la historia se repite, pero no sabemos si estamos en la parte en que lo hace como tragedia o como farsa.

Entonces parece que al cuento infantil que nos quieren leer, le está faltando una parte. Que como sociedad, hay algo que no nos están contando, esos que nos convocan a que los defendamos porque en la “guerra contra el narcotráfico no sobra nadie”.

¿Será que lo que hay que enfrentar no es una guerra, sino legalizar un mercado que existe y que el estado debe regular para terminar con las mafias que viven, justamente, de esa ilegalidad y de la hipocresía de una sociedad que no se anima a confesar que consume drogas todo el tiempo y en todos lados?

Será que no tenemos que seguir “pagando las cuentas de gente sin alma que pierde la calma por la cocaína”.

Será que hay que armar otro cuento.
Pd: después de escribir estas líneas, apareció una “nota” (muy paga) en el diario El Litoral, donde el gobierno de la provincia de Santa Fe no hace más que refrendar las ideas vertidas en este tetxo, y otras penurias más. Gracias a ellos!

La gran ranchada

 por Leandro y Andrés


Somos nosotros (una ciudad)
Somos una ciudad, dijo el Indio en el recital de Mendoza,  está vez trasladada a Entre Ríos. Una ciudad itinerante, moviente, de campaña (se desarma y se vuelve a armar), una ciudad de diseño utópico que fue pensada para que la habiten y la celebren los humanos (cuando no lo son tanto), una ciudad con una de las tasas de concentración demográfica más elevadas que se puedan encontrar, una ciudad dentro de otra; Gualeguaychú tiene 90 mil habitantes, la copamos casi el doble de ricoteros. Con el axioma hospitalario de siempre, nos apretamos pero entramos todos, realmente se trata de un devenir-ciudad, somos nosotros. Mas que bienvenidas a las multitudes ricoteras, las ciudades ceden para ser anexadas al territorio del Rey Patricio.       
En estos años de recitales a escala no-humana (hipódromos, autódromos) es posible imaginarse que una toma cenital mostraría diferentes formas movientes, como si de las líneas del desierto de Nazca se tratase.
Están los que llegan en auto, en combis, a dedo, en micros (las empresas de transporte ya se apiolaron, es más común ver distintas empresas –Chevallier, Plusmar– donde antes solo se veía a un precario micro sin nombre). Y si somos una ciudad, no podemos darnos solo un recital, el del Indio será el corolario de los cientos o miles que se sucedieron durante toda la jornada: en la previa que arranca en la madrugada del viernes, en los embriagados micros, en los campings, en los asados, en las esquinas…Todos cantan y bailan, tan solo –pero tan igualmente necesaria- es la excusa del recital en el hipódromo. Esta fiesta, esta magnitud es nuestra, pero sin los pocos y mágicos cuerpos que la siguen convocando esporádicamente desde arriba es probable que no la podamos continuar… (Queda como siempre hecha la promesa).
Como anunciaran las pantallas al otro día, todo se vivió en paz. Quizás el aprendizaje de que no hay que pudrir la fiesta cuando no hay motivos (antagonismos nítidos y potentes), quizás el mandato del trauma –revestido con culpa, vivido de diferente forma de acuerdo al corte generacional- de que “si hay violencia no hay más Indio” (cuando cada vez parece más certero que el divorcio de los redondos tiene otras motivaciones más oscuras e intimas). Como sea, una fiesta vivida bajo el principio de la tranquilidad y eso también es certeza, ¿Cómo se explica sino la presencia de 1000 policías –“camuflados” en el paisaje-  para controlar 180 mil personas? La hipótesis de conflicto con los ricoteros es parte del pasado. Pero como hemos dicho en otro momento, estas fiestas se viven con alegría y simpatía mutua, pero sin perder la violencia jamás. O eso queremos creer, la otra hipótesis sería pensar que nos desactivaron cualquier posibilidad de violencia colectiva (o más bien, que si se suceden violencias futuras, ya no tendrán a estos espacios roqueros como epicentro).
  

Entre Ríos (el puente, el campo y la misa)
Estamos en una ciudad, o más bien en una provincia, neurálgica de la década ganada, si a movilizaciones y conflictos nos referimos. Pensemos en el conflicto de las papeleras (que comenzó a poner en la escena mediática y política a los vecinos movilizados –e indignados-y que se volvieron a enojar el sábado cuando el Indio no quiso hacerse eco de sus reclamos), el conflicto del campo, cortes de ruta y multitudinarias movilizaciones que incubaron a Alfredo de Angeli y que también mostraron la lealtad K del gobernador actual, Sergio Urribarri que ya en carrera pensando en las presidenciales del 2015, nos eligió como plataforma de lanzamiento, diciéndose “ricotero”. Casi como si se hubiera arrojado en modo moshdesde el escenario hacia la marea humana…Después de todo, si llega a ganar le podemos exigir un Ministerio de Turismo, ¿o no? (La luna todavía está un poco lejos).
La soja y la ricota (algo más que puta guita).
Gualeguaychú es la ciudad de los carnavales. Pero parece que este año no hubo tantos asistentes, ¿la economía ricotera podía equilibrar la balanza de pagos comercial? Si de turismo y economía doméstica se trata, el saldo fue positivo. Se calcula que casi 100 millones de pesos “dejamos” en la ciudad: ocupación hotelera al cien por ciento, casas de familia, campings, departamentos. Nos saturaron con miles de puestos que ofrecían birra, ferné, vino, choripan, empanadas, etc. (por supuesto, muchos de estos puestos son de vendedores de otros puntos del país. Muchos del conurbano).  Todos te vendían todo lo que podían, no era raro ver locales cotidianamente usados para vender otros productos o servicios (Ferreterías, casas de electricidad, lavaderos) que vendían sándwich de milanesa, ferné, pizzas…Todas las familias puestas a trabajar, las unidades productivas domésticas funcionando al palo en obscena desnudez. Y por supuesto, saben que los ricoteros ponemos en práctica una renuncia activa al ajuste; precio cuidado las pelotas, hay guita y se quema acá, en la fiesta y la joda, aceptación realista de la inflación –como la violencia o el smog- como condición para vivir en la ciudad.
Es probable que la rentabilidad ricotera (en términos de mucha guita en poco tiempo) haya sellado la alianza contingente entre los intereses económicos de las localidades y ciudades sojeras que nos albergaron en estos años y nuestra necesidad de fiesta. Fuimos a Tandil y dejamos más guita que durante semana santa, lo mismo en Junín o en Mendoza. Muchos pueblos del interior han podido derramar hacia sus capas más empobrecidas, pero emprendedoras (y no solo los grandes empresarios) la ganancia y prosperidad de muchos negros del conurbano con guita caliente en los bolsillos. Pero que nos acepten (incluso a regañadientes, con la sonrisa fingida del comerciante) no significa que los miedos sociales a la invasión se hayan desactivado: en Mendoza como en Entre Ríos hubo temor a la mugrienta, desenfrenada (por los niveles de escabio y drogas) festiva, presencia de barbaros en el espacio público (muchos de ellos del lejano conurbano, o de pueblos y barrios pobres de sus mismas ciudades…Los mismos que, cotidianamente “escondidos” –por las fronteras sensibles, por los estigmas y los odios, por el racismo- aprovechan nuestra llegada para salir a jugar…quedando habilitados para habitar su ciudad como si fuera de ellos).
Durante esta última década hemos movido una masa increíble de dinero, reactivamos economías regionales o domésticas, ayudamos a ganarse el mango a quiénes viven aquí de los restos de las ganancias sojeras…Pero hay una certeza compartida, sin guita estaríamos igual, sin dinero entraríamos al recital, tendríamos nuestra fiesta con los mismos insumos de siempre.
La indiada.
Esto es obra del Indio y gracia de Patricio Rey, y perdón por la blasfemia señor Francisco. Lo que vivimos acá, la previa, el viaje delirante, los miles de recitales, el acontecimiento es muy actual, muy presente. No hay lugar para la nostalgia, acá hay mucha vida, hay citas entre diferentes generaciones, diferentes clases y regiones (¿Cuándo nos podemos encontrar con un vago de Salta, Córdoba o Entre Ríos? Federalismo de abajo, popular, la patria de la vagancia). 
Durante estos años el público ricotero ha crecido no solo horizontalmente (los que se contagian de la movida y quieren vivirla, los turistas-ricoteros, los consumidores de experiencias-mercancías) también la cosa se derramo verticalmente, mucha herencia: padres con hijos, pibes con tíos o hermanos mayores…Es probable que las diferencias generacionales se trasluzcan igual, sobre todo en la manera en que se agarra el ferné y la Coca; los mayores de 30 los sujetan como hablándole a la inflación, “a mí no me lo quitas eh”, “la concha de tu madre manaos”. “¿Sabés lo que costo acostumbrase a este combo? Para los más wachines es algo natural; ven a las cocas desfilar y las piensan gratuitas…
El legado.
Una vez más como tantas otras, llega el final y las sensaciones son ambiguas. Hay resto anímico para rato (todavía suenan Todo un palo y Ya nadie va a escuchar tu remera), pero hay preguntas que inquietan y, cuando no, traen angustia o melancolía. Años de educación sensible roquera sobre nuestros cuerpos muestran que movidas como estas son nuestras fugas de la cotidianidad, pero también lo más intenso que vivimos en nuestro paso por el mundo. Esto no es joda: acá somos más nosotros que nunca. Acá siempre apostamos mucho más de lo que nos pudimos llevar a nuestra cotidianidad, quedamos endeudados entonces.
Estas zonas temporalmente autónomas nos marcaron y también fueron y son –en los últimos diluvios restantes- muestreos de la década, de su superficie y también de sus clandestinidades y agujeros, de lo subterráneo: hay dinero que circula, hay consumo, hay movilización y cierto sentido común crítico, hay mística, hay puesta en escena de lo ganado por los pibes (estabilidades laborales y afectivas, lindos autitos), pero también está el desborde anímico y social, convocatoria al acto de la memoria esquinera y roquera, lugares de libre circulación para los atrevidos y barderos…(a pocas cuadras de donde fue el recital está la cárcel de Gualeguaychú, en un recital de La Renga en el Corsódromo, del penal colgaba una bandera…¿este es también el último lugar que queda para los rochos y marginales, para los damnificados, para los sonados y fundidos, para los resentidos…?).
Siempre vuelven las preguntas ¿Qué hacer con lo que nos llevamos del recital?, ¿Cómo lo componemos –previa perversión- con nuestra vida cotidiana?, ¿Cuánto pudimos y podemos traducir de lo que pasa aquí? Siempre que estamos acá nos asaltan las inquietudes sobre la potencia de nuestros cuerpos cuando están juntos, siempre nos contamos una historia común que ya es memoria y legado; creamos un materialismo roquero. ¿Será posible usarlo más en nuestra vida cotidiana, precisamente para romper con ella?  
Los que seguimos creyendo (la creencia siempre es producto del aprisionamiento de las condiciones vitales, decía Federico) que acá pasan más cosas que un simple recital, seguimos convencidos de que de acá van a salir otros cuerpos y preguntas movilizantes para nuestras vidas futuras, acá –y quizás esto es solo un ensayo de anticipación- está circulando por la superficie otra sensibilidad social, distinta a la oficial que regula nuestras vidas.
 En lo inmediato y hablando de vueltos sin pagar, este es el año de Cromañon, el año en que se cumple una década del acontecimiento que marcó muchas de las vidas de nuestra generación y que se llevó a varios para el barrio de los acostados. Siempre que nos convocamos aparece de forma elíptica, aún no lo pudimos nombrar de frente, aún no nos hicimos cargo de lo que les debemos, quizás en mucho más de lo que pensamos, quizás ahí descansa el origen de nuestros temores y nuestras comodidades. Como diría el indio, No nos olvidemos de nosotros mismos, recordémonos.

Periodismo y propaganda

por Darío Aranda


La gran corporación del agro mundial anuncia que venderá una nueva semilla de soja, con más agroquímicos y, promete, “más productiva”. Una larga hilera de periodistas repite el discurso empresario y celebra la nueva soja. No les importa la forma irrisoria de aprobación de transgénicos y agroquímicos (en base a estudios de las mismas empresas) ni mencionan la dependencia que genera al productor, ni mucho menos dan cuenta de las consecuencias, desalojos rurales, desmontes, empobrecimiento de suelos. Se suelen autodenominar “periodistas agrarios” o, más pomposo, “del campo”.
A su imagen y semejanza crecen sus hermanos menores, los periodistas “del petróleo”. Aún no se autodefinen así, pero repiten el discurso empresario que disfraza al fracking como una técnica segura, repiten a coro que “no se afectarán fuentes de agua”, ocultan los desastres ambientales en todo el mundo de las mismas multinacionales que llegan al país. Y hasta justificaron en 2013 la feroz represión de la policía neuquina frente a la legislatura provincial. Combinación de mala praxis y complicidad.
Periodistas que celebran el pago de 5000 millones de dólares a Repsol y no mencionan el vaciamiento empresario ni el enorme pasivo ambiental, que podría disminuir radicalmente la tasación. Periodistas que amplifican sin chistar la voz empresaria y silencian (o chicanean) la violación de derechos humanos de la que son víctimas los pueblos indígenas. Periodistas que llaman despectivamente “ambientalistas” a madres fumigadas que vieron morir a sus bebés, a militantes que defienden su lugar de vida frente al avance minero, a familias enteras que no quieren ser desalojadas por represas o forestales.
Coincidencia I: las corporaciones (agropecuarias e hidrocarburíferas) distribuyen generosas pautas en programas de radio y cable. La pauta no compra la línea editorial, pero sí la condiciona. Las voces críticas ya no aparecen como antaño, o directamente ya no aparecen.
Coincidencia II: los periodistas del agro nunca visitan a familias campesinas, blanco de fumigaciones y desalojos. Los periodistas petroleros nunca asoman la nariz en las comunidades mapuches con metales pesados en sangre y muertos producto del accionar petrolero. El periodismo de escritorio valora distinto el padecer de un clase media urbana (del que se sienten par) que el sufrir de un campesino o de un indígena.
La línea editorial de los medios es clara. Pero a ningún periodista se lo obliga a decir lo que no cree o, peor, nadie los obliga a mentir. Los periodistas no pueden alegar obediencia debida para ocultar lo que pasa. ¿Por qué un periodista repite el discurso de las multinacionales del agro e invisibiliza las consecuencias de ese modelo? ¿Qué lleva a un redactor a mimetizarse con un jerarca petrolero y a chicanear a un vocero mapuche que relató cómo las compañías arrasaron su territorio y diezmaron a su pueblo?
Los periodistas agrarios y petroleros son parte del modelo extractivo que comandan corporaciones y gobiernos. Ese modelo requiere sacrificar territorios, y requiera sacrificar también las vidas que resisten en esos territorios.
Durante la reciente lucha docente, el colega y docente de periodismo Adrián Figueroa Díaz fue hasta la médula del problema: “El periodismo oficialista y opositor defiende los intereses del poder político y publicitario/empresario. ¿Por qué? Porque no lo cuestiona. ¿Por qué? Porque vive de ellos. ¿Por qué? Porque no les importa una lucha que le es ajena y desconocida. ¿Por qué? Porque casi ninguno de esos presentadores de noticias y editorialistas da ninguna lucha. Y esta cuestión clasista dentro de la profesión se evidencia en la moralina de cuarta del clasemediero básico que utilizan. Los medios y los periodistas más publicitados se ratifican como reaccionarios de las luchas sociales”.
Entre los aciertos de los últimos años sobresale el debate sobre el rol de los grandes medios de comunicación. Ha quedado claro para toda la sociedad, quizá como nunca antes, que se trata de empresas que privilegian sus intereses económicos y políticos por sobre cualquier otro valor.
Lo que sigue pendiente, y urge discutir, es el rol individual de los periodistas de esos medios. No sólo de las “grandes firmas”, sino de todos los que somos parte de esos medios. Los trabajadores de prensa nos debemos una autocrítica profunda y de cara al pueblo. Sobre todo se la debemos a quienes padecen la violación de derechos y no encuentran eco en los periodistas. Y la autocrítica también se la debemos a la nueva generación de colegas, para que tengan claro que los periodistas no somos voceros del poder político ni del poder económico.

Con la tapa de los diarios

Por Esteban Rodríguez Alzueta

Una imagen repetida en las presentaciones públicas de la Presidenta Cristina Fernández consiste en mostrar una tapa del diario para señalar una contradicción o probar la vocación sistemática para desinformar que tienen determinados medios o los periodistas que trabajan en esos medios. Ayer le tocó otra vez al Diario Clarín. Con la tapa del 9 de marzo de 1993 en mano, la Presidenta mostró cómo tituló ese medio el inminente cierre de ramales ferroviarios decidida por el Carlos S. Menem. Expuso, primero, una nota del cuerpo interior que citaba a Cavallo diciendo… “desde mañana trece provincias se quedarán sin trenes”, y luego pasó a la tapa donde se leía: “La gente quiere los trenes”. Pero enseguida reparó en el título que figuraba abajo que informaba sobre el asesinato a un mafioso que había matado antes a un guardia cárcel; y también el recuadro de la derecha: “Yo te amo, yo te mato”. Y concluyó: “Como verán, los hechos delictivos no empezaron hace dos años, estaban en el ‘93. Parece que ahora los han descubierto, pero no hay nada nuevo bajo el sol, señores, lo único nuevo que tenemos hoy son estos ferrocarriles, que los hemos comprado y los hemos puesto nosotros».

No me interesa pensar ahora si este tipo de intervenciones fortalece o debilita a la Presidenta, si conviene o no ponerse a responder a los diarios asumiendo los costos que eso implica (la réplica descalificatoria y en cadena del día siguiente), si conviene exponerse en estos momentos cuando el jefe de gabinete asume ese papel. Quiero detenerme en esa tapa señalada por la Presidenta para señalar dos cosas.

Primero porque efectivamente CFK tiene razón cuando dice que el delito no es un tema nuevo en la prensa nacional. Pero lo que sí es nuevo es la inseguridad, es decir, el miedo al delito y el tratamiento que se hace sobre ese miedo, la relación mecánica que se postula entre el delito y el medio al delito y su espectacularización en clave de “pánico moral”. La tapa de Clarín no estaba para contar la inseguridad sino el crimen, por eso, como otros diarios en aquel momento, cargaban las tintas sobre el victimario, el que casi siempre era presentado como un monstruo y de manera grotesca. Eso sí, de a poco, como señaló la investigadora Shila Vilker en el libro “Truculencia”, en esos años empieza a producirse una serie de cambios en la prensa Argentina. A medida que la inseguridad se transforma en un problema de agenda y es referenciado como un ítem central –y esto por muy distintas razones que no vienen a cuento ahora-, la noticia deja de apuntar al victimario para concentrarse en la víctima. El pasaje del delito al miedo al delito es el pasaje del caso a la serie (“las olas”). Los periodistas no están para contar un hecho extraordinario (y por tanto monstruoso) sino un evento ordinario, presentado como regular, cada vez más cotidiano. Si la noticia es la inseguridad, si el problema no es el delito sino “otro delito”, entonces, la noticia somos todos. Puesto que todos somos potenciales víctimas del delito, todos tememos ser la próxima víctima. En eso consiste la sensación de inseguridad: sentir que el delito aguarda a la vuelta de la esquina. (Aclaro entre paréntesis: no estoy diciendo que el miedo al delito no sea un problema. Al contrario, digo que constituye un problema separado y separable del delitoy que, por tanto, se duplicaron los problemas para cualquier gobierno, toda vez que de ahora en más tendrá que dar una respuesta frente al delito, pero también frente al miedo al delito)

En segundo lugar, el comentario de la Presidenta revela las prácticas políticas que organizan actualmente las tareas en el Ministerio de Seguridad. En efecto, con la llegada de Sergio Berni a la Secretaría de Seguridad, tiende a pensarse la seguridad con la tapa de los diarios. “Dime cuál es el titular de hoy, y te diré qué anunciará Berni”. Tengo muchos ejemplos, pero me basta con uno: después de una secuencia de robos en edificios de Barrio Norte en el 2012, Berni anunció la instalación del “botón antipánico”. No quiero decir que el Ministerio vaya detrás de las conflictividades sociales. Se posa encima de la tapa y barrena “las olas”. Tiene una perspectiva coyunturalista, cortoplacista, de la seguridad, es decir, piensa a la seguridad desde la superficie de las cosas, con la noticia del día. Para Berni, las conflictividades no son complejas sino transparentes. El anti-intelectualismo que profesa lo lleva a repetir: “mejor que pensar es hacer, y mejor que hacer operar y representar un show”. Por eso desarmó los equipos que en su momento armó Nilda Garré. Las cosas son sencillas y tienen que serlo porque la única herramienta que tiene en su cajón es el martillo. Para Berni todos los problemas se parecen a un clavo. La policía es la respuesta a todas las preguntas. No tiene intenciones de calar hondo con reformas estructurales, ensayando respuestas multiagenciales para problemas multicausales. El ocasionalismo que impera en la cartera de seguridad pone en evidencia que Berni habla para la hinchada, está más interesado –lo que no es poca cosa, hay que reconocer- en las próximas elecciones que en resolver la conflictividad. Eso se llama acá y en los Estados Unidos, en París o la provincia de Buenos Aires, demagogia punitiva.

La inseguridad pública ha oscilado entre el negacionismo y el alarmismo

por Vanina Escales



Un equipo integrado por la Comisión Provincialde la Memoriay facultades de la Universidad de La Plata presentaron un informe sobre la criminalidad bonaerense. La tendencia desde 2008 es a que disminuyan, pero el año pasado aumentaron las cifras de homicidios y robos con armas de fuego.

El Observatorio de Políticas de Seguridad de la provincia de Buenos Aires presentó un informe sobre violencias y delitos en la provincia entre 2009 y 2012. Ayer la Procuración envió los datos de 2013. Se trata de un análisis a partir de los datos oficiales que viene entregando con periodicidad la Procuración de la Corte Suprema, el Ministerio de Seguridad y el de Salud provinciales.

La importancia del informe radica en que es posible intervenir en el debate público sobre seguridad a partir de cifras que arroja la realidad. Se sabe, sin estadísticas es difícil pensar en políticas públicas: ¿cuáles son las estrategias que han resultado fallidas?, ¿por qué en San Isidro bajaron tantos los delitos?, ¿porqué creció tanto en La Matanza el robo con uso de armas de fuego? La puesta en circulación del informe realizado por el Observatorio permite pensar la criminalidad y las violencias que la rodean en su real dimensión.

“Consideramos que el debate político-mediático sobre el denominado problema de la inseguridad pública ha oscilado entre el negacionismo y el alarmismo, y que ambas posiciones atentan contra la construcción de políticas democráticas”, comienza declarando el informe”. Hemos puesto la lupa sobre los historiales de homicidios dolosos, robos y robos con arma de fuego en los departamentos judiciales del Conurbano y de La Plata.

Índic
es de criminalidad

Los homicidios dolosos marcaron un descenso en toda la provincia de Buenos Aires entre 2008 y 2012, pero en 2013 vemos un alza. Si la tasa de homicidios cada 100 mil habitantes era en 2008 de 9,6, cuatro años después bajó a 7,6 homicidios y en 2013 estaría arriba del 8. Ángela Oyhandy, coordinadora general de la investigación, pide no confundir “pobreza y mayor tasas de homicidios”. En el trabajo del Observatorio asociaron dos variables como hipótesis y el resultado es que “los departamentos más densamente poblados son los que registran promedios más altos de homicidios durante los cuatro años”. “Si bien en el último año a cifra creció, no estamos en los niveles de 2008”. Cuando el ojo ciclópeo de los medios de comunicación mira los homicidios en ocasión de robo (2 de cada 10) y asocia pobreza a delito oculta deliberadamente las circunstancias donde las vidas expuestas a conflictividades sociales lidian con el hacinamiento y la estigmatización cotidianos.
 


En el Conurbano subieron los homicidios solo en el departamento judicial de San Martín, el resto se mantiene estable y con una leve baja. San Isidro es donde más bajaron los homicidios dolosos: de los 173 que hubo en 2009 a los 80 de 2012. Para dar seriedad a la discusión sobre seguridad, el observatorio destaca que el negacionismo como estrategia elude “debates y transformaciones urgentes”, al tiempo que los alarmistas “consolidan relatos del terror a partir de casos resonantes y excepcionales”. El problema que trae aparejado esto es que “legitima políticas efectistas y estigmatizantes que imprimen nuevas violencias y desigualdades a las ya existentes”. El espacio está integrado por la Comisión Provincialpor la Memoria, la Facultadde Humanidades y Ciencias de la Educación y la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacionalde La Plata.

Los robos también muestran una tendencia a disminuir o mantenerse estables. De todos modos los datos sobre robos nunca son confiables (son «datos sucios») porque las denuncias en general no se hacen. Piénsese en los robos de celulares, por ejemplo, que rara vez terminan en una presentación en la comisaría o en la fiscalía.




En el caso de los robos agravados por el uso de armas de fuego, cada departamento tiene su perfil y no hay una tendencia común que pueda englobarlos. En La Matanzaaumentaron considerablemente entre 2011 y 2012: 35 por ciento. Y en San Isidro y Quilmes bajaron. Para los investigadores es importante hacer notar que “teniendo en cuenta el descenso de los homicidios, la cantidad de robos con uso de armas no se traducen necesariamente en un aumento en la cantidad de muertes” en ocasión de robo. Para Oyhandy “hay una mayor circulación de armas de fuego. En esos casos la gente sí denuncia porque la situación es más violenta” y por eso mismo “hay que prestarle atención”.

Uno de los aportes del informe es que inicia una exploración territorializada sobre un conjunto de indicadores de la violencia interpersonal, poco analizados hasta el presente. Avanza sobre violencias que derivan en lesiones leves y tentativas de homicidio. Ellas incluyen “agresiones en el marco de accidentes de tránsito, disputas asociadas a relaciones de vecindad, riñas, violencia de género, familiar, peleas laborales, disputas relacionadas con las dinámicas de mercados ilegales informales e ilegales”. El crecimiento de denuncias asociadas a violencias interpersonales subraya su presencia cotidiana en la vida social. Para los investigadores deben contenerse en políticas que “reclaman diseños preventivos integrales y multiagenciales” y no policialistas.


Percepción de inseguridad
Los medios de comunicación suelen referirse a “inseguridad” –miedo a ser víctima de un delito– como sinónimo de “criminalidad” –el delito mismo–. Los diarios de mayor circulación nacional ubican bajo “inseguridad” un abanico de hechos criminales que van desde el robo hasta la violencia intrafamiliar. Si bien hay cifras como las de robo con armas de fuego que aumentaron en algunos departamentos judiciales, la tendencia que vimos en general es a que disminuyan las cantidades de homicidios dolosos y robos. Esta disminución, sin embargo, es inversamente proporcional al aumento de la población carcelaria.

Los datos estadísticos de Latin American Public Opinion Project en su último informe sobre el país indican que entre 2008 y 2012 la percepción de inseguridad disminuyó también. En 2008 era del 57.3 por ciento, en 2010 del 52 por ciento y en 2012 del 39.8 por ciento. Los números de 2013 aún no se conocen. Sin embargo, comparados los argentinos con el resto de los habitantes del continente, somos quienes mayor temor expresamos a sufrir un hecho delictivo. Si casi el 40 por ciento de los argentinos declara como mayores problemas del país la falta de seguridad y delincuencia, el resto de América se ubica diez puntos por debajo.

Distinta situación se da en las capitales nacionales. Para los porteños la percepción de inseguridad llega al 44.4 por ciento, mientras que los mexicanos perciben a su ciudad como mucho más peligrosa (54.7). Si comparamos el miedo –la famosa “sensación”– con los delitos ocurridos efectivamente, vemos una notable divergencia. Los datos sobre criminalidad que puso para consulta pública el Observatorio permiten avanzar en políticas que lleven a una disminución tanto de la criminalidad como de la inseguridad.
 


Spinoza y la militancia

porDiego Sztulwark

La filosofía de Spinoza es por derecho propio y hace un buen rato parte esencial de la cultura, o quizás de la contra cultura de nuestro occidente. La afirmación según la cual el Dios-Naturaleza es infinito, ha vuelto imposible todo cierre de la experiencia humana sobre un punto que haga Uno. He aquí, en este verdadero estallido de toda representación coherente y definitiva de un universo organizado de acuerdo a principios morales o teológicos, la fuente del escándalo: durante el siglo XVII y posiblemente también durante el XXI. Desde entonces, toda representación de la Unidad del mundo se ha vuelto imposible o bien sospechosa. Sin una totalización definitiva, el peso de lo que existe se traslada a los modos finitos, a los seres vivos, a las criaturas reales, a nosotros mismos. A este campo de fenómenos, a esta premisa teórico-práctica la denomina Diego Tatián “materialismo estricto”, o “filosofía terrena” por oposición a todo idealismo celestial, muy particularmente a aquel que niega relevancia a la dimensión política de la multitud en la constitución de la aventura humana.
El taller spinozista es laico, anti jerárquico y democrático. Su estrategia ontológica es, como se sabe, inseparable de una ética de la liberación cuya fuerza y vitalidad arraigan en una doble indicación según la cual no hay filosofía práctica sino en la inmanencia de las situaciones concretas; y al mismo tiempo nuestras acciones y pensamientos se comprenden y experimentan según el hilo rojo del aumento de nuestra potencia, en contra de los poderes que precisan, para existir, organizar la tristeza y la impotencia. Diego Tatián se ha convertido hace tiempo en uno de los maestros del spinozismo, ha contribuido a la difusión y renovación del spinozismo en lengua castellana y se ha vuelto una referencia ineludible para evaluar las articulaciones posibles entre los debates eruditos y la productividad de las lecturas que hacemos muchos de Spinoza a la hora de elaborar y asumir posiciones prácticas, en nuestra coyuntura histórica.
En sobre Spinoza, filosofía terrena, el libro de Diego que hoy presentamos y comentamos en la Feria del libro, se nos ofrece un montaje de textos de diferente procedencia e interés: si leemos el texto de atrás para adelante veremos desplegarse una serie de prólogos que presentan el lugar de Spinoza en la obra de diferentes autores (Chaui, Diderot, Balibar, etc). En la parte central nos encontramos con la reedición –algo modificada- de un viejo trabajo de Tatián: “Spinoza y el amor del mundo” (publicado por ediciones Altamira en el 2004, cuando el país era otro). Pero la verdadera novedad aparece hacia el final (es decir, en el principio), con la exposición de una serie de cuestiones de inmediato interés político: los títulos –claves- son: “La cuestión democrática”,  “La izquierda maquiaveliana” y “Realismo y don del militante”. Todos ellos refieren –de un modo asombrosamente directo- a las posiciones del autor respecto de la coyuntura actual.
¿Qué se afirma allí? Resumo rápido, asumiendo los riesgos del caso. La tesis central sigue siendo la misma de sus primeros trabajos: la conveniencia de una dialéctica entre el carácter “salvaje” de las potencias y la “cautela” de la estrategia. Sólo que ahora Diego resulta más explícito respecto de la política. Las potencias salvajes se traducen en el esfuerzo de la composición democrática, y la prudencia se articula en el tema del realismo. Es sobre este asunto maquiaveliano de la articulación entre democracia y realismo en una república libre que el intelectual y el político “spinozista” asume su labor emancipatoria a propósito del drama y del conflicto que caracterizan la materialidad de la historia.
Maquiavelo y Spinoza ofrecen el motivo para una reflexión sobre la democracia como extensión y desarrollo del derecho natural a través de la creación de instituciones que satisfagan los devenires concretos en los que se originan y efectúan las potencias de la multitud. Según Tatián, esta reflexión cabe perfectamente a los dilemas actuales que afrontan los diferentes gobiernos llamados “progresistas” de la región sudamericana. Es decir que debemos colocarnos en el espacio común que se fue abriendo entre nosotros gracias a la impugnación del neoliberalismo por parte de los movimientos sociales primero y luego de los gobiernos referidos. Es en el corazón de este proceso que Tatián plantea, oportuna, una discusión sobre la militancia. No sobre la militancia en abstracto, que bien pudiera incluir a las militancias reactivas, sino que apunta a aquellas militancias concretas que “sostienen” estos procesos, o bien que desean “desviarlos”/”profundizarlos”.
Y bien ¿qué nos dice Spinoza, Diego mediante, a quienes podemos aceptar las coordenadas histórico-espaciales que se nos plantean? En primer lugar, que las políticas de emancipación (el salvajismo de las potencias colectivas, que parten siempre de un suelo indeterminado) no deben confundirse con posiciones de tipo “anárquicas”. Al contrario, debemos asumir con realismo el nivel institucional y estatal dentro del proceso democrático en curso. Para Diego, incluso, el Estado actúa entre nosotros como un contrapoder. En segundo lugar, subraya que ya no se trata -como en la secuencia revolucionaria del siglo XX- de fundar un “hombre nuevo” como el que proponía el Che Guevara -a quien Diego cita como a alguien que colocaba la acción revolucionaria en una dialéctica entre el “espíritu” y la “muerte”- sino de trazar un vínculo de amistad con nosotros mismos y con los otros, tal y como realmente somos. En efecto, la filosofía del conatus en Spinoza se propone como una política abiertamente no sacrificial. Además, Spinoza ha permanecido fiel a la premisa extra-moral de Maquiavelo según la cual no cabe considerar las cosas desde el punto de vista de su deber ser, sino a partir de lo que realmente son. Se trata de liberar al cuerpo humano de todo modelo moralista.
Y bien, justamente porque admiramos estas referencias de Spinoza, quedamos algo perplejos ante la resolución del tema de la prudencia en una perspectiva a la que de momento no encuentro modo mejor de llamar que “gobernista”, que organiza sus preocupaciones jerarquizando la cuestión de la estabilidad política del estado, contra los poderes “destituyentes”. Dos párrafos del autor resultan particularmente provocadores al respecto: en el primero de ellos se dice que “una perspectiva tributaria de la tradición maquiaveliana asumirá la imposibilidad de llevar adelante un proceso político orientado a producir igualdades, reparaciones e inclusiones sin contar con aparatos, punteros, dinero, alianzas no deseadas, negociaciones con frecuencia oscuras y demás”. En el segundo se sostiene lo siguiente: “El más radical pensamiento político del siglo XVII (la de Spinoza) no surge por una inspiración teórica sino por una motivación práctica: defender un gobierno de las embestidas ortodoxas y monárquicas –que acabarían finalmente con él en 1872, dos años después de la publicación del TTP /Tratado Teológico Político” (Agreguemos en favor de la perspectiva de Diego que el fin trágico de los hermanos De Witt debió, justamente a un “linchamiento”).
En resumen: el Spinoza que nos presenta Tatián viene a consagrar un cambio de vocabulario, de problemática y de tareas: la vieja agenda revolucionaria se ve sustituida por lo que el recientemente fallecido Ernesto Laclau llamaba con su habitual precisión una “democracia-radical”; la preocupación de las militancias debe colocarse en el nuevo contexto en torno a una nueva sensibilidad por la “fragilidad” del estado.
Bien, no resulta para nada simple desarrollar una discusión sobre estos puntos en tan pocas páginas. En todo caso cabría preguntar: ¿cómo evitar que la filosofía más radical del siglo XVII resulte completamente aplanada en una retórica de legitimación de un Estado que no ha sido transformado radicalmente; de un gobierno que ha tenido aciertos, es innegable, pero también omisiones; que ha implementado políticas públicas que tenemos que defender y profundizar, pero que al mismo tiempo ha continuado en aéreas sensibles con un inquietante statu quo?
Tal vez la solución sea no sólo aceptar sino además radicalizar la discusión que nos plantea Diego apropiándonos a fondo de este realismo materialista, despojando la crítica de su límite moralista. Lo que es lo mismo que decir que nos debemos un balance concreto sobre los procesos de creación de elementos institucionales populares, incluidas las dificultades para profundizar en ciertos avances. Muy particularmente, precisamos afrontar los rasgos oscuros de un nuevo conflicto social y territorial que amenaza con cerrar no solo con los aspectos positivos del ciclo político abierto en el 2003, sino también con la fuerza democrática que durante el 2001 desplegó las armas de un poder destituyente contra la legitimidad de las políticas neoliberales (y dejo acá el asunto de la regresión en el tiempo para no seguir retrocediendo, porque no me parece prudente ahora apuntar a las amenazas de futuros retrocesos que podrían incluir incluso a la legislación promulgada a partir del año 1983).
A la tarea de defender lo conquistado le antepondría, de modo urgente, un estilo más abierto y desenfadado de problematización. Para ello puede resultar de utilidad rastrear dos estilos de problematización militantes y spinozistas. Al primero lo encuentro en un texto escrito el 31 de diciembre de 1979, es decir, sobre el filo que cerraba la década del setenta. León Rozitchner escribía entonces, desde su exilio de Caracas, lo siguiente: “Su filosofía (la de Spinoza) está detrás de cada uno de nosotros, y nos invita a convertirnos en el lugar donde se elabora, como experiencia de vida, lo que la mera reflexión solo enuncia como saber, y enfrentar entonces el riesgo de un nuevo e ignorado poder. Por eso nos advierte “nadie sabe lo que puede un cuerpo”. El saber se despliega sólo luego de descubrir y ejercer ese poder. El poder colectivo se revela desde el propio cuerpo individual amplificado cuando superamos la cerrazón sensible que el terror nos impuso al separarnos de los demás”. En la lectura de León, el conocimiento depende de la experiencia y de la conquista de potencia colectiva, contra el terror de la dictadura y del capital. La coyuntura ha cambiado. Así lo percibió el propio León cuando Néstor Kirchner descolgó el cuadro de Videla. En aquella oportunidad reflexionó agudamente -y en la línea de problematización que intento reseñar- que así como Kirchner denunció públicamente la complicidad entre política y terror como fundamento de poder, creando condiciones para nuevos protagonismos colectivos, del mismo modo se volvía imperioso que la potencia de aquel gesto no se viera bloqueado, castrado, detenido. Al contrario, sus efectos debían ser reactivados por otros tantos gestos capaces prolongar su alcance hasta alterar esa materialidad histórica aun organizada por el terror: la economía y la estructura de propiedad de la tierra.
El otro texto que recojo, siempre atento a un estilo más problematizador para las militancias, concierne al modo en que leemos la tradición revolucionaria latinoamericana de décadas anteriores, cuestión insinuada por Tatián en su mención al Che. En un libro más o menos reciente, “La gratuidad del riesgo”, Miguel Bensayag se ocupa de la figura de Guevara. El texto resulta esclarecedor a la hora de distinguir las posiciones del Che al interior de la coyuntura en la que le tocó actuar, al subrayar la praxis del Che como afirmativa de una política de la “multiplicidad”, contra el difundido mito del revolucionario sacrificial. Trazando la crítica al voluntarismo en política, Benasayag escribe que “el Che defendía y desarrollaba un análisis basado en la multiplicidad y la complejidad, y no en bloques imaginarios a los cuales era necesario adherir”. La indispensable revisión del modo mistificador con que parte de las militancias se vinculan con los años setentas puede ser tomada muy en serio sin por ello abandonar lo que ellas pusieron en juego en términos de potencias y de invención de modos de existencia, y sin tener que negar lo que de ellas aun podemos aprender, al punto de subsumir –por ejemplo- la idea de un “contra-poder” en el estado, como sucede con las perspectivas “gobernistas” de la política con las que aquí intento discutir. Y aun si asumiéramos que con relación al pasado de las luchas revolucionarias se nos ha ido el bebe con el agua sucia –como dice la socióloga Silvia Rivera-, todavía sería valioso conservar al menos algo de esa “agua sucia”, ya que no sabe nunca que lo que puede surgir de la vida de esos gérmenes.
En el fondo lo que aquí está en juego es la posibilidad -o bien la renuncia- a valorar el momento democrático de la insurrección popular, subordinándola a un juego de mediaciones en los que, según creo, se pierde algo fundamental del valor de las tesis de Spinoza. Seguramente no se trate de un anarquismo político; pero sí de uno ontológico, en el cual la ausencia de estructuras “naturales” para de orden ofrece cada vez nuevas posibilidades de problematización /experimentación: incluso en relación con el mundo del derecho y las reglas. Pero no dominados por la obsesión de articular el artificio capaz de soberanía sino –sobre todo- sino convocados por la vocación de dotar a la reflexión sobre lo institucional de una capacidad mayor de crítica de la economía política.
En su libro Diego cita uno de los textos de los que disponemos en español para hacernos una imagen aproximada de un Spinoza militante (muy diferente de la difundida postal de un Spinoza aislado y melancólico). Me refiero a La ilustración radical, de Jonathan Israel. Allí se retrata un Spinoza cuya labor intelectual y práctica adquiere dimensiones europeas, enfrentando no solo las posiciones de las santa alianza entre monarquías y teologías, sino también las de una ilustración moderada que entra en transacción con los poderes de época desmereciendo la urgencia y la importancia política de la crítica -precisamente- radical. Las tesis de la ilustración radical –el partido de Spinoza- son aquellas que Diego expone, con exquisita erudición, en sus libros. Y si hemos aprendido de Spinoza la importancia filosófica y política de la crítica de la teología como “modelo de toda critica”, y dado que toda crítica es crítica de los poderes trascendentes de una cierta época, nos resulta natural desembocar, de la mano de Spinoza, en  la gran conexión Spinoza-Marx, en la cual se realiza el pasaje de la crítica teológica a la crítica de la economía política. Es este pasaje, en el que aun se debate la crítica materialista, es el que nos inscribe en la tradición que estamos reseñando para rescatar de ella una voluntad de problematización para las militancias, tanto más urgente, si cabe, para la fase política que se avecina.
Desde ya que no imagino ese tránsito sin los textos por venir de Diego. Muchas gracias.
* Texto leído el viernes 25 de abril en la Feriadel libro en la presentación de Sobre Spinoza, la filosofía terrena, de Diego Tatián.

Clinämen: ¿Qué pasa con los pibes?

 

Conversamos con el Colectivo Juguetes Perdidos, que lleva adelante talleres con pibes y pibas en un par de barrios del conurbano, donde se trabajan problemáticas como la violencia, la gendarmería en los barrios, las muertes jóvenes y la vida barrial. Los nuevos barrios y la circulación de la violencia, ¿quién lleva la gorra hoy?. Pibes silvestres y vecinos en banda, consumo y rejunte en torno a la propiedad.

Laclau por Laclau, entrevista inédita

por Alejandra Rodríguez y Exequiel Siddig


En el año 2010 entrevistamos a Ernesto Laclau para Miradas al Sur. La entrevista fue un sabado de junio en su departament0 del barrio de Retiro, horas previas a su regreso a Londres. Por diversos motivos, en aquel momento no pudimos publicar todo lo conversado, ahora a modo de homenaje decidimos hacerlo para Lobo Suelto.
-Te proponemos un itinerario. Nos gustaría hilar un poco más fino, porque entendemos que el público que te sigue, que lee tus notas ya ha tenido ese mensaje tuyo acerca de lo que está contenido en tu libro La razón populista y con la necesidad de los presidencialismos fuertes -que igual nos gustaría indagar-… Pero nos gustaría historizar tu visita, lo primero que te queremos preguntar – ya te digo que nos gustaría saber que pensás o que impresión tuviste acerca de este desmadremaravilloso que fue el 25 de mayo- ¿Cual es la razón por la que esta acá, si es que hay una razón política como teórico político argentino?
E.L: Estoy aquí por una razón académica, por que  soy Director Honorario de un Centro de la UNSAM…y eso me trae a dar un seminario todos los años. Ese es el motivo formal inmediato de mi presencia en la Argentina. Peropor otro lado, en los últimos años he tomado una intervención político-intelectual, pero políticamente también más activa en las discusiones que están teniendo lugar  en la Argentina, especialmente a partir del 2003.
– Para retomar esto que mencionabas, me parece como el leitmotiv (si me permitís) esta preposición-idea de los presidencialismos fuertes cuando en general  la academia, las ciencias sociales se ha debatido mucho sobre la bohonomía de los parlamentarismos…como si nosotros fuéramos Europa. En las dos conferencias que asistimos terminas con esa idea de los presidencialismos fuertes. Me gustaría que continúes ese razonamiento.
E.L: Creo que eso se vincula a la naturaleza de los sistemas políticos. Los sistemas políticos pueden ser o bien mas institucionalistas -en el sentido de que la demandas individuales son absorbidas administrativamente por el aparato por el Estado- o pueden ser más populista, cuando entre distintas demandas  una relación equivalencial comienza a establecerse, relación que trato de vincular a la producción de ciertos significantes hegemónicos. O ciertos significantes vacíos, en el sentido de que a pesar de que abarcan más y más demandas no pueden identificarse con la especificidad de ninguna de  ellas, tiende a representa un conjunto que es mas difícil de dotarla de un contenido preciso. O sea que yo veo que en la experiencia democrática de las masas latinoamericanas hay por un lado una tendencia administrativista, oligárquica o tecnocrática, que consiste en diluir el poder en una serie de instituciones corporativas. Por otro lado, una tendencia populista que lleva a la consolidación del poder alrededor de ciertos centros. Ahora, esos centros tienen como punto importante de referencia la concentración alrededor de ciertas figuras. Eso puede tener una dirección de derecha o de izquierda. El gaullismoen Francia, la V República, hubiera sido impensable sin la concentración simbólica de una nueva figura De Gaulle. El maoísmo en la de Mao. El fascismo en la de Mussolini. O sea que no es una cuestión de la ideología del régimen, sino que cuando hay un discurso que divide a la sociedad en dos campos antagónicos,  la apelación a los de abajo por encima del sistema institucional vigente tiende a concentrar el sentido simbólico de todo el operativo alrededor de ciertos nombres y figuras.
Esa es básicamente la cuestión. En América Latina, se da una combinación bastante sana entre un institucionalismo reafirmado -porque ya no hay regímenes que estén invocando la destrucción de las instituciones del Estado liberal: nadie está proponiendo la derogación de la división de poderes ni un régimen dictatorial indefinido- y cuando ese institucionalismo pasa por ciertas identificaciones colectivas: el momento de un Poder Ejecutivo fuerte. Por ejemplo, un proceso de democratización como el que han experimentado Venezuela y Bolivia serían impensables sin la figura de Chávez y de Evo. Tengo que decir que soy partidario de la reelección presidencial indefinida en las democracias latinoamericanas. No en el sentido de que se vayan a elegir presidentes de por vida, sino de la posibilidad de que los presidentes puedan presentarse una y otra vez a elecciones. Porque cuando toda la voluntad   colectiva de cambio se ha aglutinado alrededor de ciertos significantes, imágenes y nombres, la discontinuidad de ese proceso es muy negativa. Puede llevar a la reconstrucción del viejo régimen sobre la base de diluir el poder en una serie de comités y corporaciones de distinto tipo.
– ¿De modo que pueden existir congresos antidemocráticos hoy en America Latina? Bueno, está el ejemplo de Honduras… 
E.L: ¿Congresos con una voluntad antidemocrática? Sí, claro que puede haber.
– ¿Y en la Argentina, cómo ves configurado hoy el Congreso?
E.L.: Con la oposición, el problema es que es demasiado estúpida como para hacer pleno uso de las posibilidades que se le plantearon. Pero evidentemente la tendencia a transformar el Congreso es una forma de coartar la acción del Poder Ejecutivo, se movía en una dirección corporativa antidemocrática.
– ¿En qué ocasiones, específicamente?  
E.L.: Bueno, en miles de cosas. Un ejemplo fue intentar tomar por asalto todas las comisiones del Congreso, aprovechando una mayoría circunstancial e ignorando la proporción de los votos que el pueblo había expresado en las elecciones.
En algunos momentos hay un desdeñar de la retórica por parte de la derecha, si me permitís el neologismo y de hecho hablamos mucho de la acusación política de Cristina con valores de la vida privada: “la crispación” o “la soberbia”. ¿Qué diferencias ves entre la retórica de Cristina y la de Néstor en ésta apelación a “los de abajo”?
E.L.: Yo no se si hay una diferencia muy grande, quizás sí hay una diferencia de estilos personales, ero creo que son parte del mismo discurso. De paso, si de crispación se habla, hay mucha más crispación en el discurso de una Elisa Carrió que en el de Cristina Kirchner.
– Ella apela a “los dioses” ya…
E.L.: Es politeísta.
– La relación que planteaba Cristina y Néstor con los de abajo. ¿Vos notas alguna diferencia en esta relación que establece el gobierno de Kirchner y ahora con los movimientos sociales en la Argentina? Como se va dando ese proceso y esa relación con los movimientos sociales? Tanto aquellos que apoyan la gestión actual o aquellos que apoyaron en un primer momento y ahora no, como por ejemplo Libres del Sur, Barrios de Pie y que hoy están desmarcados del dispositivo de poder kirchnerista.
E.L.: Hay que retomar una perspectiva histórica. En la Argentina después de la crisis del 2001 hubo una enorme expansión horizontal de la protesta social: las fábricas recuperadas, los piqueteros y toda esa serie de fenómenos similares. La dificultad de toda esa onda expansiva de la protesta social, que lanzó a la esfera pública a grupos que nunca habían participado de la esfera  pública, la limitación fue que no lograron traducir sus efectos al nivel político. El lema era “que se vayan todos”, pero decir que se vayan todos implica que siempre se va a quedar alguno.
– ¿Por qué?
E.L.: Porque el poder no puede desaparecer. Y si ese uno no ha sido elegido por el campo popular, posiblemente no va a seguir una orientación de tipo popular. De modo que llegamos a las elecciones de 2003 con una bajísima participación popular en el sistema político. El porcentaje de votos fue sumamente reducido. Las cosas salieron bien porque por esos avatares impredecibles de la política peronista, el que fue elegido fue Kirchner. Pero si hubiese sido elegido De La Sota o Reutemann, no quiero pensar dónde estaríamos ahora: todas las posibilidades de ajuste económico hubiesen sido implementadas y estaríamos con un régimen mucho más regresivo, porque la protesta popular hubiese sido acallada de una forma o de otra. Y Kirchner tuvo la virtud y la inteligencia de darse cuenta que toda esa expansión horizontal tenía que complementarse con una penetración vertical de efectos a nivel del sistema político. Y tuvo una política de incorporación de sectores en ese sentido. Esa política muy lejos de haber triunfado totalmente, pero es una cierta dirección en la cual el proceso comenzó a moverse. Esa combinación entre expansión horizontal  e integración vertical es lo que define finalmente la calidad de un sistema democrática.
Ahora, hay actores sociales que quedan por fuera de la organización de las demandas, y por lo tanto quedan por fuera de la lógica de la equivalencia. Están al servicio de lo que podrían llamarse sus “empleadores”. Me refiero sencillamente a esto. El 80% más o menos de los peones del campo estaban “en negro” hasta la discusión por la 125. De modo que ¿qué es el campo popular? ¿El peón ganadero que vota a una opción d derecha como De Narváez es “campo popular”? ¿El taxista que vive modestamente y celebra la xenofobia de González Oro es “campo popular”? ¿El politólogo progre que no tiene injerencia política ni militancia en una organización social es del “campo popular”?
E.L.: ¿Cómo decirlo a priori? Eso es imposible. Lo que es seguro que cualquier política de constitución del campo popular tiene que actuar sobre esos sectores. Para ganarlos. Finalmente, toda la movilización del campo en el 2008 fue una movilización contrahegemónica, que consiguió que muchas demandas populares, que debieron ser parte del campo popular, se situaran en la vereda del frente. Ahora hay que re-ganar ese espacio, es decisivo. El campo popular no es una entidad que se pueda definir platónicamente en abstracto; el campo popular es un área expansiva o regresiva. En mi teoría, he tratado no sólo de hablar de “significantes vacíos”, que implica el campo popular, sino de “significantes flotantes”, porque muchas demandas democráticas pueden ser reabsorbidas por un polo reaccionario. Es por eso que el populismo no es una ideología, sino una forma de construcción de la política sobre la base de la dicotomizacióndel espacio social. Eso se puede hacer desde las ideologías más diversas. El fascismo absorbió demandas democráticas en una onda expansiva que era profundamente antidemocrática. El nazismo hizo lo mismo en Alemania. Siempre hay una cierta área de indiferencia política sobre la cual la acción va a ser necesaria. Es exactamente lo que Gramsci denominaba una “guerra de posición”, en la cual las trincheras se van desplazando constantemente de un punto al otro.
– Hablando de itinerarios, respecto de la demanda de menguar “la inseguridad” posiblemente haya partido de una necesidad mediática de vender una realidad nueva que hacía aparecer a Buenos Aires como una ciudad bogotizada, que son los secuestros, por los que se empieza a hablar de un ellos delincuencial, un enemigo interno, contra “nosotros”. Luego aparece el falso ingeniero Blumberg y la modificación de la legislación para bajar la edad de imputación de los delitos. Luego la reacción de este gobierno, con el ministro Aníbal Fernández discerniendo entre “inseguridad” y “sensación de inseguridad”, hasta hoy, que está instalada en todos los sectores de la política, incluso en el progresismo.
E.L.: En el caso Blumberg, es decir de la actuación política del padre del pobre muchacho al que mataron, fue una burbuja que explotó, porque trataron de hacer ola en una dirección política de derecha en la cual las cadenas equivalenciales que trataban de formar eran imposible. La gente no se la creyó. En cierto momento, se encontraron aislados. Blumberg ha desaparecido como fenómeno político. El significante de la inseguridad es típicamente flotante, porque por un lado hay demandas reales alrededor de la seguridad que tienen que ser parte de una política progresista de Estado, pero por toro lado la demanda de inseguridad es tan fluida que puede ser articulada en un discurso de signo político opuesto, el elemento organizador de un discurso conservador de derecha que insista en la represión, y que quiera extender la idea de inseguridad sobre fenómenos que la exceden, como los piqueteros o los asambleístas de Gualeguaychú. El típico discurso de lo que en inglés se conoce como Law & Order, que empiece a ser el que baje línea. El discurso sobre la inseguridad es un típico discurso por el que el espacio de la derecha se va reconfigurando.
– Se dice que los festejos del Bicentenario fueron una victoria sobre el discurso de la desconfianza y el miedo para con el Otro.
E.L.: Evidente. Cuando Cristina salió a la calle con los presidentes –Chávez estaba asombrado, porque no se mueve si no es con 5 agentes de seguridad atrás-, y pasaron a un metro de la gente, donde cualquiera pudo haber tenido una agresión- pero el sentimiento popular era tan fuerte en esos momentos, que ella se arriesgó, fue corajuda y salió bien. Salí a caminar por la 9 de julio en esos días. No había visto nunca en Argentina un fenómeno de esas magnitudes.
– ¿Por qué te fuiste en el ’69?
E.L.: En el 66 después de graduarme, obtuve mi primer cargo en la Universidadde Tucumán, con tan buena suerte que a los seis meses vino el golpe de Onganía. No fue un golpe terriblemente represivo, pero de todos modos 1000 profesores universitarios quedaron afuera; yo fui uno de ellos. O sea       que perdí mi cargo a los seis meses. De modo que volví a Buenos Aires a trabajar en el Instituto Di Tella en un proyecto  de investigación cuyo asesor era el historiador inglés Eric Hobsbawn. A él le gustó mi trabajo y me preguntó  si quería que él me ayudara a conseguir una beca de Oxford para hacer mi doctorado. Le dije que sí. Jamás había pensado en ir a estudiar a Inglaterra. Estuve en Oxford desde 1979 hasta el 72. Ese año estuve casi por volver a la Argentina en el 73, pero conseguí un fellowship en la Universidad de Essex. Después, la situación política se deterioró y no pude volver a la Argentina. De todas maneras, vengo con mucha frecuencia.
– En la Guerra con Malvinas, ¿estaba en Inglaterra?
E.L.: En el momento de la guerra estaba dando un seminario en México. En ese momento no tenía ciudadanía, era simplemente un residente argentino en Inglaterra. Y me entero que habían cambiado la legislación, y que los residentes argentinos en Gran Bretaña tenían que llevar una visa de regreso al país antes de salir. Pero yo ya estaba afuera. Entonces pregunté como arreglar las cosas para volver, llamé al Consulado británico. Y fui, pero había sido rodeado por una manifestación argentina liderados por el hijo de Cámpora. El consulado estaba rodeado por la policía. Y me acerqué al oficial y le dije que tenía una cita, si podía entrar. Me pidió mi documento y lo único que tenía era mi pasaporte argentino. No me quería dejar entrar. Empecé a protestar y me dijo “venga señor”. Me lleva a una esquina y me dice “me da para el refresco”. De todos modos, el Consulado no podía arreglar nada, el trámite tardaría tres semanas. Les dije que volvería de todas maneras, que si no me dejaban entrar les pediría que me pusieran en el primer avión para París (porque iba a ser menos caro que pagar un pasaje desde México; además de que no sabía cómo sobrevivir tres semanas.) Entonces llegué al aeropuerto en Gatwick y el oficial de migración me mira el pasaporte y me dice: “Por supuesto señor que usted se da cuenta  que no tiene la visa necesaria. Yo trataba de hacerme el ingenuo: “¿necesito una visa? Si soy residente británico” “Sí señor” –me responde-, “ahora usted necesita una visa, porque no sé si usted sabe, pero en el Atlántico Sur hay algunos disturbios.” Finalmente, me dejaron esperando una media hora, llamaron al Ministerio del Interior y constataron que yo estaba viviendo en Inglaterra desde hacía 13 años y me dejaron pasar.
– ¿Hay un redescubrimiento de la política argentina por parte de los jóvenes?
E.L.: De hecho, la situación es mucho mejor ahora que hace 10 años. Es el momento de politización mayor. La participación política juvenil es visible. Hay lenguajes políticos nuevos. Ahora cuando doy conferencias, encuentro inmediatamente un esfuerzo en los auditorios juveniles por ligar  la discusión teórica a problemas concretos que están experimentando. Hace 15 años, la gente se quedaba en un nivel teórico abstracto y la relación con la política concreta no existía. Hoy todo el mundo discute acerca del kirchnerismo, hasta qué punto es la izquierda o no lo es, un momento mucho más vivo que me recuerdo a los años 60.
– El prejuicio usual sobre el populismo lo define como un régimen político arcaico en el que un líder carismático manipula a las masas; lo acusan de apelar a los “bajos instintos” de una sociedad intelectualmente pobre. ¿Usted cree que es, sin embargo, una lógica emancipatoria?
E.L.: Te doy una respuesta un tanto antigua. El populismo por sí mismo no es ni emancipatorio ni no emancipatorio. El maoísmo y el fascismo italiano fueron populistas. El populismo desde el punto de vista ideológico es un concepto neutral, puede avanzar en cualquier dirección. Por otro lado, pienso que sin un discurso populista que divida a la sociedad en dos campos, el proyecto emancipatorio es imposible. Pero también un proyecto emancipatorio debería definirse por los contenidos concretos de ese populismo.
Carta Abierta. Desde la derecha, se les endilga una presunta complicidad con el kirchnerismo. Desde la izquierda, que no ponen el cuerpo en la gestión. (Lo cual es ambiguo, porque Horacio González ejerce el cargo de director de la Biblioteca Nacional.) ¿Cómo entiende el rol de Carta Abierta?
E.L.: Bueno, no he firmado todos los manifiestos porque estoy en Londres y a veces se olvidan de llamarme. El movimiento de Carta Abierta es muy importante es el primer momento en el cual los intelectuales se añaden a un proyecto emancipatorio y como el ala izquierda. Creo que el kirchnerismo tiene una dimensión que sin Carta Abierta no existiría. Estoy enteramente a favor de lo que Ricardo Forster, Horacio González y María Pía López y otros están haciendo con este movimiento.
Cristina se ha encontrado con Chantal y varias veces conmigo. El año pasado, después de una reunión con Cristina en la que me pidió que me acercara a Olivos para explicarle la “teoría del discurso”, un periodista se enteró de esa referencia y publicó que Cristina me había pedido que le dé discursos de oratoria.
– Es cierto que el discurso de Cristina genera una cosa refractaria en ciertos estratos populares. Hay sectores humildes rechazan la figura de Cristina. Cristina es criticada por la forma en la que se expresa…
E.L.: O se viste… Creo que Cristina ha aprendido muy bien su oficio. El discurso que pronunció para el Bicentenario fue impecable. EN este momento, la refractariedad a su figura ha disminuido enormemente. Es decir, que cada vez más entra en un estilo popular.

Ni héroes ni dignos, que feriado el del 1 de mayo

por Rosa Lugano


De chica siempre padecí las lecciones histórico-morales. No quiero hablar de lxs héroes de Chicago ni de Sacco Y Vanzetti. Ya está el trabajo Osvaldo Bayer para instruirnos de las luchas obreras argentinas de comienzos de siglo pasado.  Y lo cierto es que con respecto al peronismo histórico todo es difícil: no logro conciliarme fácilmente con esa cultura política, ni puedo volverme insensible ante la experiencia que la clase trabajadora ha hecho bajo sus banderas. La historia hoy no me ayuda. Pero si trato de mirar de frente a nuestro presente percibo que el trabajo no es asunto de “héroes” ni de “dignos”, sino de explotados.
¿Se puede seguir pronunciando esa palabra en épocas en la que cada vez más las personas trabajan sin patrón, o bien se hacen socias o amigas del patrón, o bien se supone que hay un Estado Bueno que amortigua y compensa lo que se pierde a manos del patrón?
En otras palabras: ¿subsiste el lenguaje que emplea los términos “explotado/patronal” cuando la relación entre clases deja se ser una lucha y se apaciguada estructuralmente (más allá de la proliferación de episodios sindicales-paritarios)?
Lo pregunto de otra manera: ¿no es “patrón” quien organiza en beneficio propio el tiempo de vida (trabajo) de los demás? ¿No es pro-patronal quien acompaña, asesora, sanciona y estetiza esa situación de subordinación de las mayorías? ¿o acaso la auto-empresarialidad, y la autoexploración no depende de mecanismos de mercado, como la deuda y el crédito que alguien diseña? ¿Y el aparataje que nos hace trabajar por nuestra cuenta para pagar renta (inmobiliaria, urbana)?
¿No hay violencia de clase cuando el uso del tiempo produce conflictos en nuestras vidas, en las vidas de quienes tenemos que dedicar nuestro tiempo bajo mando de estos mecanismos del beneficio y la renta?
Como todos los años el día internacional del trabajo es el día de la hipocresía laboralista o bien el día en que reflexionamos sobre el modo en que nos podemos reapropiar del tiempo de vida individual y colectivo, y sobre todo del lenguaje (pacificador o belicoso) con que nos pensamos.

Radio del Ejército

por La Mar en Coche

EmisoraEjercitoBienvenidos a la Radio del ejercito, a cargo de su comandante DJ Milani. Las Fuerzas Armadas pretenden acercarse a los intereses populares. 
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«Nadie sabe lo que puede un hombre». Entrevista con Ignacio Castro Rey

por Pablo Chacón


En ensayista español Ignacio Castro Rey se explaya sobre el nuevo panorama global, según él caracterizado por un notable declive del imperio estadounidense, al tiempo que elogia la filosofía que está practicando -en el centro mismo de Europa- el coreano Byung-Chul Han, que lejos de la doxa económica marxista, propone acabar con la historia como mercancía como para pensar un sistema que lejos del estímulo-respuesta aún dominante, sea capaz de encontrar un punto de fuga en el esquema de vigilancia sin vigilantes contemporáneo. Doctor en Filosofía, profesor universitario y columnista, es autor, entre otros libros, de Votos de riqueza, La depresión informativa del sujeto, Sociedad y barbarie y La sexualidad y su sombra.
¿Qué novedades estás detectando en el conflicto que atraviesan Rusia, Ucrania y Crimea? ¿Y qué consecuencias puede traer la resolución de ese conflicto, cualquiera que sea, para el mundo occidental?
Una de las novedades, pero no es tal, es el declive del imperio estadounidense. Tiene gracia que le haya caído a un presidente de color el marrón (así se dice en España) de tener que lidiar a nivel mundial con unos cuantos países emergentes y ahora, además del creciente peso económico chino, con la resurrección política de Rusia. También ésta es una falsa sorpresa, pues cualquier analista de medio pelo tenía que saber que la depresión rusa (anterior y posterior a Yeltsin) no podía ser más que un periodo pasajero. Tiene también una triste gracia que los aliados de la Ucrania blanca se enteren ahora de que una parte considerable de la población ucraniana es rusa, de cultura, de lengua y de sensibilidad política. Tal ignorancia es comprensible en la insularidad norteamericana o inglesa, que al fin y al cabo hace su política desde una xenófoba distancia, pero resulta un poco más escandalosa en Francia y Alemania, hasta ayer consideradas potencias cultas. La verdad es que tampoco ayuda mucho que el títere que colocamos a la cabeza de un gobierno que derrocó violentamente al anterior gobierno ucraniano, elegido en las urnas, proclame a los cuatro vientos que Putin quiere resucitar la extinta URSS y que estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial. Pues no, gracias. Aunque la cosa ahora no pinta bien, al final no pasará nada: Rusia, como se diría de Israel, sólo necesita defenderse. En el fondo, los rusos sienten un gran respeto por el Occidente que critican a diario. Gracias a la torpeza internacional, Rusia volverá a vincularse a los territorios que históricamente son suyos y Ucrania y la Federación tendrán que entenderse como vecinos. Es una lástima, repito, que todo este inevitable conflicto, que viene de atrás, no se haya llevado por cauces menos paranoicos. Baudrillard diría que Estados Unidos ha vuelto a cambiarle las cartas a Europa. 
En las últimas semanas, tres intelectuales han golpeado sobre la vertiente económica de Marx: Antonio Escohotado, Byung-Chul Han y Luciano Canfora. A su vez, ninguno de ellos promueve un retorno a la ortodoxia monetarista. ¿Cómo leer este fenómeno?
La verdad es que de Escohotado y Canfora no sé mucho… En cuanto a Han, creo que se trata de un fenómeno más bien sorprendente. Han ataca al capitalismo en la metafísica que guía a una economía que hace tiempo se ha hecho psíquica, libidinal. De ahí que se pueda permitir el lujo de evitar un marxismo que se limitó a cambiar una acumulación por otra, una velocidad histórica por otra, una clase dominante por otra. Lo que hay que hacer, según Han, sería acabar sería con el fetichismo de la historia, con la historia como gran mercancía. De hecho, Han acusa al mismísimo Foucault (La agonía del Eros, p. 20) de ser cómplice de los señuelos neoliberales del poder y su invitación hedonista. En este punto y en otros, La agonía… parece un libro más cercano a Pasolini que a Foucault. A años luz de Marx, Han parece creer que el arma fundamental del capitalismo no es económica, sino cultural, un simulacro de acumulación contra la muerte. En este sentido, el autor de esos tres libros que darán que hablar parece encantadoramente indiferente a la obsesión política de nuestros pensadores estelares, incluido el celebrado Žižek. De talante decididamente anti-deconstructivo, a Han no se le caen los anillos por ignorar la moralina progresista que se supone debe proteger, de acusaciones insidiosas, a un provocador que se precie. El capitalismo absolutiza la mera vida, dice (Ibíd., p. 36). El retroceso ante la muerte nos convierte en meros supervivientes, gestores de la mera vida. El no muerto que somos nosotros está demasiado muerto para vivir y demasiado vivo para morir (Ibíd., p. 44). ¿Qué les parece, se reconocen? Somos amos del esclavo o esclavos del amo, no hombres libres. Han dirige sus dardos, desde el comienzo, contra el horizonte del consumo. Y no el consumo como brazo articulado de un orden económico, sino como una metafísica de la nivelación, del beneficio anímico de la igualación. En tal punto, este pensador no deja de dibujar la banalidad como un arma política totalitaria. Byung-Chun Han representa así una especie nueva, o no tan nueva, de moralista. Antropológicamente conservador, como Levinas, Heidegger o Steiner, no tiene más remedio que serlo para resultar subversivo en lo político y cultural. Si uno habla continuamente de capitalismo como cultura imperante también por la izquierda, de un infierno de lo igual sostenido en una alianza progresista contra la heterogeneidad de ser, no hay más remedio que ser fiel al atraso constitutivo del hombre.
En Cero Cero Cero, el escritor italiano Roberto Saviano dice que la etapa superior del capitalismo financiero es la economía criminal soportada en el tráfico de drogas, armas, personas. Creo que Saviano, al contrario de Escohotado, es menos optimista. ¿Cuál es tu posición al respecto?
Pues no sé… Es posible que nosotros, los radicales, nos pasemos la vida exagerando, hablando del capitalismo como si fuera algo ajeno a nuestras prácticas diarias, radicales, culturales, progresistas. Es un mecanismo de blanqueo anímico. Es cierto que el sistema mismo es apocalíptico. Basta con ver un informe meteorológico cualquiera para comprobar que no podemos vivir sin el espectáculo del Apocalipsis externo: también la Tierra parece caminar hacia un holocausto, etcétera. Al mismo tiempo, sin embargo, creo que las masas viven hasta cierto punto al margen de ese horror que necesitamos tener continuamente en mente la elite occidental. O sea, que junto al tráfico de capitales, armas, drogas y personas está el no menos importante tráfico de información, que también es otra poderosa mafia, aunque esta vez dirigida por nosotros. Las mafias, las sectas, la corrupción es un mundo complejo en el cual todos nosotros (sobre todo, la elite cultural) estamos implicados.
¿Existiría algún código penal capaz de regular esta nueva realidad donde las empresas y los bancos son más poderosos que los mismos estados y participan de esa economía oscura?
Me cuesta creer en los códigos penales, también en los jueces estrella. Creo en los estados, en algunas personas, incluso en algunas instituciones. Desde luego, creo en el Estado y en la fuerza de las naciones (y de algunos escasos políticos) para limitar la rapiña de los mercados. Ya sé que vivimos en una economía de mercado, pero no hace falta ver otra vez Inside Job para entender, casi al margen de las ideologías políticas, que los estados participan de esa economía oscura y han facilitado a veces las peores prácticas especulativas. No se me ocurre otro medio para paliar, al menos en parte, esa corrupción tendencial del capitalismo que los movimientos sociales y las poblaciones puedan de vez en cuando imponer unos políticos menos corruptos, con un poco más de carácter. Es posible que la ética clásica, lo que antes llamábamos moral burguesa, aún tenga algo que hacer en medio de esta hipertrofia de la política y las ideologías. Éstas con frecuencia se limitan a cambiar solamente el nombre de las siglas que dirige la gestión de esa mafia mayoritaria que se suele llamar mercado, política, información. Creo que en este punto el señor Han vuelve a decir cosas encantadoramente violentas y provocativas.
El sistema de comunicaciones, la virtualidad, el aislamiento conectado, ¿corresponde a este universo de discurso? ¿De qué manera?
Una de las peores corrupciones de nuestro universo cultural es lo que podíamos llamar el conductismo universal en el que nos movemos, un determinismo complejo que no necesita conductistas y puede incluir mil formas alternativas. Es lo que se ha llamado vigilancia sin vigilantes. Nuestros líderes, incluso radicales, se pasan el día en el panóptico estímulo-respuesta, recibiendo informaciones y respondiendo a ellas. O sea, por no atreverse a estar a solas con nada, son prisioneros de la red global de la interactividad, un dispositivo que esconde una profunda interpasividad. ¿Qué significa esto? Que casi nadie escucha el silencio del mundo. Parece poco, pero que una persona logre cambiar su relación con el misterio de lo real ya supone una revolución, y difícilmente va a ser sólo personal. Pocos atienden con la vista y los oídos al entorno, a la gente con la que se relacionan a diario, a las cosas discretas que les rodean. Es una de las peores corrupciones, y esta vez perfectamente democrática. A veces he comentado, medio en broma, que cualquier líder que quisiera ser distinto debería pisar la calle y tener en su equipo especialistas en vida cotidiana, espías existenciales que tengan prohibido leer la prensa y usar un ordenador. En otras palabras, creo que sin un cierto grado de populismo (en Europa, eso lo dejamos para la derecha) es imposible hacer otra cosa que perpetuar la crueldad organizada de la mundialización.
La violencia contra las mujeres, el sicariato, la indiferencia social, las adicciones, el caminar con la cabeza gacha, la supervivencia, la anomia: ¿ese es el mundo que nos espera?
Si ese es el mundo, no nos espera: se impone. Pero no lo veo así. Antes decía que bajo la costra impresionista de la información y la política, muy interesada en que el entorno sea espantoso (su gestión vive de ello), hay siempre otro universo por descubrir. Y a veces en el simple cómo, en las maneras: un empresario no es igual que otro, un político (dentro del mismo partido) no es igual a otro; incluso un mafioso no es necesariamente igual a otro. El arte de los matices, de las distinciones, nos exige adelgazar al máximo nuestra ideología política para agudizar al máximo nuestra sensibilidad moral. Es posible que en lo antropológico tengamos que ser muy cuidadosos, reformistas o incluso conservadores. Es poco, pero el mundo empieza a cambiar por ahí. Salvo para las almas con una Stimmung trágica (o sea, muchos de nosotros) la verdad es que, además de toda esa violencia, hay muchas más cosas en el horizonte. En Europa y América quedan mil formas de vivir, de respirar y de fugarse que nada tienen que ver con el espectáculo de la escena mundial. Los tres libritos de Han que conozco, aún con las dudas que puedan suscitar, indican que el infierno de lo igual no ha penetrado del todo en el tejido de la existencia. ¡Ni siquiera en Alemania, país clonado por excelencia! Hasta se ha tenido el valor de volver a resucitar al maravilloso Peter Handke. Es sólo un escritor, de acuerdo, pero ellos son las antenas de la especie.

El comunismo invariante o la acumulación de la crítica

por Bruno Bosteels

¿Comunismo sin marxismo?
Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.[1]
Un amigo mío alguna vez caracterizó a Alain Badiou como un filósofo que sería ante todo un comunista, quizá sin ser también un marxista. Un fragmento de Acerca de un desastre oscuro, el libro en el que Badiou discute el colapso de la Unión Soviética, parecería confirmar esa descripción provocadora. Así, en medio de un rechazo completo a todos los juicios nostálgicos o posthistóricos sobre la “muerte” del comunismo, Badiou de repente afirma el carácter eterno e invariante de cierta subjetividad comunista:
De Espartaco a Mao (no el Mao del Estado, que también existe, sino el Mao rebelde, extremo, complicado), desde las sediciones democráticas griegas al decenio mundial 1966-1976, son, en este sentido, una cuestión de comunismo. Será siempre cuestión de comunismo, aun si la palabra, manchada, deja lugar a cualquier otra designación del concepto que recubre. Concepto filosófico, en consecuencia eterno, de la subjetividad rebelde.[2]
La afirmación de una forma invariante de comunismo a la espera de ser resurrecta colocaría a Badiou en la buena compañía de un grupo de pensadores radicales cuyo trabajo, a finales de los ochenta y principios de los noventa, también busca salvaguardar cierta noción comunista del colapso tanto del llamado “totalitarismo” como del proyecto revolucionario que los distintos regímenes del “socialismo realmente existente” dejaron de encarnar desde hace tiempo. “El proyecto: salvar al ‘comunismo’ de su propio desprestigio,” es descrito así por Félix Guattari y Toni Negri: “Debemos salvar el sueño grandioso del comunismo, desligándolo tanto de las mistificaciones jacobinas como de las pesadillas estalinistas.”[3] Guattari y Negri incluso parecen anticipar el estilo de Badiou, cuando yuxtaponen el sueño del comunismo a una noción de “democracia” que igualmente debería salvarse de su propia difamación:
En esta coyuntura la palabra “democracia” pide ser redefinida. La palabra “comunismo” claramente ha sido desprestigiada, pero la palabra “democracia” también ha sido trillada y mutilada. De la polis griega a las revueltas populares del Renacimiento y la Reforma, desde las rebeliones proletarias que coexistían con las grandes revoluciones liberales, democracia siempre ha sido sinónima con la legitimación del poder a través del pueblo.[4]
Al igual que la democracia propiamente definida, el comunismo nombraría entonces el proceso invariante mediante el cual el pueblo se constituye en tanto pueblo en un movimiento inmanente de autolegitimación.
También podemos encontrar una defensa del comunismo en una tradición filosófica diferente, más endeudada con Derrida o Heidegger que con Deleuze o Spinoza. “Comunismo, sin duda, es un nombre arcaico para un pensamiento que está todavía enteramente por venir,” sugiere Jean-Luc Nancy en La comparecencia: “Cuando haya llegado, no llevará este nombre—de hecho, no será ‘pensamiento’ en el sentido de que se entiende. Será una cosa. Y esta cosa, quizá, ya está aquí y no nos deja ir. Pero quizá está aquí de un modo que somos incapaces de reconocer.”[5] Anteriormente, en La comunidad desobrada, Nancy ya se había aventurado en las cercanías de ese futuro imprevisible: “La comunidad del mito interrumpido, eso es, la comunidad que en cierto sentido queda sin comunidad, o el comunismo sin comunidad, es nuestro destino. En otras palabras, es aquello a lo que somos llamados,  o remitidos, como a nuestro futuro más propio.”[6] Es verdad que en este caso el futuro del comunismo no se dará en la autolegitimación del pueblo como pueblo, sino que nos dicen que toda política del futuro será marcada por el carácter radicalmente finito de cualquier comunidad. El comunismo, en otras palabras, ya no como la exposición de la inmanencia pura sino como el trazado sin fondo de un ser-en-común, desligado de las pesadillas tanto de la inmanencia como de la trascendencia, e inconmensurable con todos los atributos o propiedades conocidos, ya de la sustancia o del sujeto. Nancy concluye:
No tenemos ni modelo ni matrices para ese trazado o para esa escritura. Incluso pienso que lo inesperado y lo inaudito ya no se pueden dar. Pero quizá sea precisamente cuando carecemos de signos que lo inaudito puede volverse no sólo nuevamente posible sino también de algún modo certero. Aquí es donde entra la historicidad de nuestra historia, así como el porvenir del sentido suspendido de la vieja palabra “comunismo.”[7]
A pesar del desplazamiento de la inmanencia absoluta a una finitud radical, en esta última orientación también somos testigos de un proyecto para salvar cierta idea o práctica del comunismo, apartándola de la larga historia agonizante de su automutilación. En una nota a pie de página Nancy incluso cita a Badiou como alguien que estaría “mejor colocado” para hablar de la “paleonomía” que afecta a la palabra y al concepto de “comunismo,” citando las siguientes palabras de la Teoría del sujeto de Badiou:
La palabra “comunismo” se llenó de moho, sin duda alguna. Pero las rosas y las gladiolas, las cabelleras, las sirenas y las consolas no estaban menos apolilladas en la poesía de fin de siglo a la que se dio el nombre de “simbolismo” y que, con todo, fue una catástrofe. Tratemos de no ser más comunistas en el sentido de Breznev o Marchais de lo que Mallarmé fuera simbolista a la manera de Vielé-Griffin. Si el simbolismo se mantuvo tan gloriosamente bien con los cisnes y las estrellas, veamos si no podemos hacer lo mismo con la revolución y el comunismo. Sólo cuando sabemos medir exactamente su poder, es decir, cuando pueden ser compartidas, las palabras pueden ser inocentes.[8]
Si continuáramos en la línea de esa genealogía compartida, a la cual pueden añadirse muchos otros nombres propios, llegaríamos en efecto a la conclusión de que Badiou participa en una amplia tendencia a salvaguardar el comunismo, como un tipo imprevisible de subjetividad rebelde o como una forma de ser-en-común sin precedente, tanto de su destino real en los regímenes socialistas como de su lugar a lo largo de la historia del marxismo. Sin embargo, no hay nada más engañoso que la premisa que subyace a tal genealogía, es decir, la sugerencia de que el comunismo puede comprenderse lejos del marxismo, así como hay pocas tareas  más urgentes hoy que la de aclarar las relaciones exactas entre comunismo y marxismo del punto de vista de Badiou.
Para Badiou, cualquier gesto que pretende separar el comunismo de la historicidad intrínseca a las distintas etapas del marxismo desemboca en un tipo de izquierdismo especulativo. La crítica a tal izquierdismo no sólo le resulta familiar, sino que es una verdadera constante en toda la obra de Badiou. Entre sus lectores, sin embargo, también se ha hecho común la objeción según la cual él mismo, al desligar soberanamente la fidelidad a un acontecimiento de toda inscripción concreta en la situación actual, a lo largo de los años se habría quedado acorralado como un pensador dogmático, absolutista o incluso místico. Badiou entonces sería un ejemplo más del “comunismo izquierdista” como una “enfermedad infantil” del marxismo, para usar la famosa expresión de Lenin, aun si hoy sin duda deberíamos invertir la fórmula, siguiendo el ejemplo de Daniel y Gabriel Cohn-Bendit, en términos del marxismo como “enfermedad senil” de un “izquierdismo” eternamente juvenil.[9] Una vez que captemos la lógica detrás de la crítica de Badiou al izquierdismo especulativo, entonces, también estaremos mejor preparados para ocuparnos de la objeción según la cual, al menos en los últimos años si no también con anterioridad, habría caído precisamente en la trampa izquierdista, es decir, la trampa de querer ser un comunista sin ser también un marxista.
Las invariantes comunistas
¿Bajo qué condiciones históricas la resistencia ideológica universal adopta la forma de una reivindicación radical, que involucra la existencia misma de contradicciones de clase y del Estado, y que considera el proceso de su aniquilación? Pregunta clave de la historia idéologica universal: ¿quién es pues comunista?[10]
La primera tarea debe consistir en refinar nuestra comprensión del carácter invariante de la subjetividad comunista en Acerca de un desastre oscuro. Badiou propuso la idea original del comunismo invariante hace poco menos de treinta años en el pequeño libro Acerca de la ideología escrito en colaboración con el psicoanalista lacaniano François Balmès. En base al libro Las guerras campesinas en Alemania de Engels, Badiou y Balmès lanzan la hipótesis de que todas las grandes revueltas populares a lo largo de la historia han aspirado a realizar un número limitado de principios comunistas: “Nuestra hipótesis plantea que todas las grandes revueltas masivas de las distintas clases explotadas (esclavos, campesinos, proletarios) se expresan ideológicamente en fórmulas igualitarias, antipropietarias y antiestatales, que trazan las líneas de un programa comunista.”[11] Esta rebelión espontánea de las masas explotadas típicamente lleva a una guerra de insurrección en la cual el comunismo define un posicionamiento ideológico general en contra del Estado: “Es a los elementos de esta posición general de los insurgentes productores a los que llamamos las invariantes comunistas: invariantes ideológicas de tipo comunista que se regeneran constantemente en el proceso de unificación de las grandes revueltas populares de todos los tiempos.”[12] Así, empezamos a entender mejor porqué Badiou, al enfrentar las distintas “muertes” del marxismo, quiere recuperar ese comunismo invariante como una forma eterna de subjetividad rebelde.
Debemos entender, sin embargo, que las invariantes comunistas son la obra de las masas en el más amplio sentido. Todavía no hay ninguna determinación de clase específica en la lógica de la revuelta en la que esclavos, plebeyos, siervos, campesinos o trabajadores se rebelan contra el poder: “Las invariantes comunistas no tienen ningún carácter de clase definido: sintetizan la aspiración universal de los explotados para destituir cualquier principio de explotación y opresión. Surgen en el terreno de la contradicción entre las masas y el Estado.”[13] Es en esta resistencia genérica en contra de los aparatos estatales donde reside la potencia ilimitada de la multitud. De hecho, no habría otra razón para tener confianza en la gente o en la masa como tal. Badiou y Balmès, sin embargo, también argumentan que ese comunismo ideológico masivo es incompleto si no tiene los medios históricos para su realización. Incluso colocan cierta contrafinalidad como regla en la base de la historia. Es decir, en la mayoría de los casos, la rebelión espontánea de las masas se ve apropiada por aquellas fuerzas históricas que están a punto de volverse dominantes precisamente gracias a un efecto involuntario de la propia rebelión. Es éste el argumento, tan abusado entre pensadores conservadores para defender una actitud reaccionaria, según el cual la historia procede siempre a espaldas de las masas. Incluso Engels tiene que admitir al final de su estudio que los príncipes fueron los únicos en beneficiarse de las guerras campesinas de 1525 en Alemania. De modo semejante, sin embargo, muchos historiadores dirán que los jacobinos, una vez pasado el impulso radical de 1789, no hicieron más que abrirle el camino a la burguesía, así como el espíritu de rebeldía de los estudiantes y los trabajadores que ganaron la calle en 1968, a pesar suyo, habría beneficiado a la tecnocracia emergente.
Al interior de una lucha ideológica cualquiera, entonces, podemos distinguir siempre tres factores. En primer lugar, tenemos la vieja forma de la rebelión, o sea, la forma ideológica de las clases que antes eran dominantes, como cuando la ideología del protestantismo sirve de forma herética para movilizar a los campesinos en la Alemania de Münzer. Luego, tenemos el contenido invariable del programa comunista, o sea, la sustancia popular inmediata de las grandes rebeliones, en su eterna rebelión contra el principio del poder y de la propiedad. Y, por último, la verdadera novedad histórica que ya no depende de las masas en general sino de una fracción o una clase en particular que, en las circunstancias, logra adueñarse del momento para su propio beneficio: “La ideología, entendida como un proceso conflictivo, siempre presenta una triple determinación: dos determinaciones de clase (vieja y nueva, contrarrevolucionaria y revolucionaria) y una determinación de masa (las invariantes comunistas).”[14] La verdadera clave en el debate acerca de la historia del comunismo, a diferencia de su eternidad espontánea, se encuentra en esta compleja dialéctica de masas y clases, en la cual ambas se encuentran variamente entrecruzadas en la lucha entre lo viejo y lo nuevo.[15]
Con las revueltas del proletariado se pondría término a la regla de la contrafinalidad histórica. En vez de que sus demandas igualitarias beneficien a las nuevas clases emergentes, los trabajadores que después de las rebeliones masivas de 1848 en Europa se organizan en tanto proletariado serían la primera fuerza histórica en tomar el control del programa comunista básico: “Con el proletariado, la resistencia ideológica se hace no solamente la repetición de lo invariante sino también el dominio de su realización.”[16] Este momento singular coincide por supuesto con el nacimiento del marxismo. El marxismo, de hecho, sería la acumulación del conocimiento trasmitido a lo largo de una lucha ideológica milenaria en torno a las invariantes comunistas—incluyendo el conocimiento de muchas de las revueltas derrotadas del pasado, cuya memoria no se pierde jamás sino que, en una acumulación de recuerdos derrotados o reprimidos, acecha al presente como su doble sombrío y siniestro: “El marxismo-leninismo es aquello que averigua cómo el proletariado, heredero de una lucha ideológica secular en torno al programa comunista, es también el realizador de esa herencia. El marxismo-leninismo no sólo acumula la resistencia ideológica, sino que la trasforma en conocimiento y en proyecto.”[17] Marxismo y comunismo, en otras palabras, se sostienen mutuamente en una paradójica historia de la eternidad—o sea, en el despliegue histórico de una eterna rebelión. Para parafrasear el decir de un filósofo: Sin comunismo el marxismo es vacío, pero el comunismo sin marxismo es ciego.
Sólo bajo la dirección del proletariado la dialéctica de masas, clases y Estado se volvería adecuada a su tarea histórica. En cuanto a la pregunta materialista sobre las condiciones que hacen posible tal adecuación, basta decir que es el capitalismo mismo que primero da lugar y luego organiza la capacidad revolucionaria del proletariado. Este último incluso adquiere una capacidad lógica o epistemológica sin antecedentes. Finalmente, no estamos tan alejados de la idea central de Georg Lukács en Historia y conciencia de clase. “El proletariado es el productor de la primera lógica de la revolución,” Badiou y Balmès declaran solemnemente. Y continúan: “En este sentido, la ideología proletaria, en su forma concreta de marxismo-leninismo, deja de ser la resistencia desplegada a partir de una crítica radical pero históricamente utópica de la sociedad de clases en general, para convertirse en el conocimiento revolucionario de esa sociedad, y por consiguiente, en el principio organizador de su destrucción efectiva.”[18] Cuando no existe esa acumulación organizada de la crítica, el antagonismo espontáneo e inmediato de las masas en contra del Estado siempre corre el riesgo de invertirse, como bien advierten Badiou y Balmès al reflexionar sobre el destino de mayo del 1968 en Francia: “Esa radicalidad puramente ideológica inevitablemente se convierte en lo contrario: una vez terminadas las fiestas de la democracia y el lenguaje, las cosas abren el lugar para la restauración modernista del orden patronal.”[19] La regeneración del programa comunista invariante, en otras palabras, es un arma poderosa pero también insuficiente: “Nosotros decimos que, en sí, abandonada a la exaltación unilateral de tendencias libertarias, esta regeneración no sobrevive al movimiento al que refleja, e inevitablemente acaba capitulando, o cae en el servilismo ideológico.”[20] El comunismo, a menos que pretenda seguir siendo un mero ideal que siempre está aún por venir, puede nombrar el movimiento real que destruya la injusticia del presente solamente cuando se vincule históricamente con las distintas etapas del marxismo.
La política marxista
El marxismo debe pensarse como la sabiduría acumulada de las revoluciones populares, la razón que engendran, y la fijación y precisión de su objeto.[21]
También podríamos preguntarnos: ¿Qué es lo que los lectores de Badiou quieren decir cuando lamentan el hecho de que no sea un marxista? “Marxismo” en este contexto parece ser el nombre de una filosofía, una ciencia de la historia o, sobre todo, una crítica a la economía política. Por más sofisticadas que sean, sin embargo, estas lecturas no son capaces de pensar el significado estrictamente político del marxismo. Paul Sandevince, en su panfleto ¿Qué es una política marxista? publicado por la organización maoísta en la que militaba junto con Badiou hasta principios de los ochenta, resume este significado con su típica concisión: “El marxismo no es una doctrina, ni filosófica ni económica. El marxismo es la política del proletariado en su actualidad,” y más adelante: “El marxismo es la política del comunismo.”[22] Lo que se nombra en el marxismo es una capacidad política heterogénea tanto a la economía como a la historia social, las cuales no hacen sino suturar el vacío introducido por el ritmo de los cortes que dan las pautas del discurso marxista. En su Teoría del sujeto, Badiou también se pregunta con cierta incredulidad burlona: “¿Ciencia de la historia? El marxismo es el discurso en el que se sostiene el proletariado como sujeto.[23] El marxismo, aun si no puede reducir la dispersión constitutiva de la historia a una totalidad de conjunto, tampoco puede entenderse fuera del marco de referencialidad en el cual el comunismo se hace parte de un movimiento histórico real.
         Tenemos entonces dos perspectivas para abordar el problema de la referencialidad histórica, que es lo único, más allá de las invariantes comunistas, que puede dar estructura al cuerpo de conocimientos acumulados en el marxismo. La primera perspectiva parte precisamente de este corpus o cuerpo de conocimientos. La pregunta entonces es cómo periodizar los esfuerzos de sistematización a los que es sujeta, bajo la dirección del proletariado, la sustancia de las revueltas masivas en los escritos de Marx, Engels, Lenin, Mao, etcétera. En vez de fijarse en el nuevo tipo de causalidad implícito en El Capital o, incluso, en los Grundrisse como el centro dinámico del pensamiento de Marx, Badiou y sus compañeros siempre favorecen los escritos históricos e intervencionistas, textos tales como Las guerras campesinas en Alemania de Engels, ¿Qué hacer? de Lenin, o Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China de Mao—aparte, obviamente, del caso paradigmático del Manifiesto del Partido Comunista. Marxismo, leninismo y maoísmo, en esta perspectiva, se leen como los principales episodios de una periodización bastante ortodoxa de la actividad revolucionaria:
Las grandes etapas del marxismo están puntuadas por las revoluciones proletarias y, precisamente, los grandes marxistas son aquellos que han dirigido y sintetizado los resultados de la teoría, la ideología y la política del proletariado a la luz de esas revoluciones: Marx y Engels para la Comuna de París, Lenin y Stalin para la Revolución de Octubre, Mao para la Revolución Cultural.[24]
Gran parte de Teoria del sujeto de Badiou, así como varias de sus conferencias recientes que serán retomadas en Lógicas de los mundos, tratan extensamente de esta periodización, particularmente a través de una reeevalución de la relación entre historia y política en la Comuna de París y en la Gran Revolución Proletaria Cultural.
Esta primera perspectiva histórica no pretende ignorar la profunda crisis que desde hace décadas afecta cualquier aspecto del conocimiento asociado con el marxismo. Por lo contrario, Badiou declara abiertamente esta crisis en su seminario sobre Teoría del sujeto, empezando ya en una sesión fechada el 7 de noviembre de 1977, es decir, en plena época de auge de los llamados Nuevos Filósofos:
Sí, admitámoslo sin ambages: El marxismo está en crisis, atomizado. Después del impulso y la escisión creativa de los sesenta, después de las luchas de liberación nacional y la revolución cultural, nosotros heredamos, en tiempos de crisis y de guerra inminente, un dispositivo de pensamiento y de acción fragmentado y estrecho, atrapado en un laberinto de ruinas y supervivencias.[25]
Sin embargo, la admisión de que se vive el final de una época no excluye la posibilidad, quizá incluso la necesidad, de darle un nuevo comienzo al marxismo. “Defender el marxismo hoy significa defender una debilidad,” dice ciertamente Badiou, pero enseguida añade: “Debemos hacer el marxismo.”[26] Para Badiou, esto significa en primer lugar tomar nota no tanto de las soluciones como de los problemas que se dejan sin resolver en la última secuencia revolucionaria del siglo veinte, aquella secuencia entre 1966 y 1976 marcada por el nombre de Mao. Podemos leer también en otro panfleto de su agrupación, publicado varios años después de la muerte del líder chino:
Hoy, un marxista es alguien que por su propia cuenta se esfuerza por resolver los PROBLEMAS que se dejan en suspenso en el maoísmo inicial, el maoísmo de Mao Tse-tung, el maoísmo contemporáneo a la Revolución Cultural. Excepto esto, no hay otro marxismo.[27]
Hay que seguir siendo marxista, en otras palabras, incluso al estudiar los problemas que quedan irresueltos en el marxismo.
Desde otra perspectiva, en cambio, se aborda el problema de la referencialidad más bien partiendo de los grandes acontecimientos emancipatorios de los últimos dos siglos. Entonces la pregunta es cómo y cuándo éstos se apoyan en los discursos del marxismo. Siguiendo nuevamente los argumentos de su amigo Sandevince, Badiou menciona tres momentos o referentes de este tipo en ¿Se puede pensar la política?, el libro que contiene sus contribuciones al seminario sobre lo político organizado en los ochenta por Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe en París. Los tres referentes en cuestión corresponden respectivamente al movimiento obrero, a la formación victoriosa de Estados socialistas y a las luchas de liberación nacional. Ahora bien, desde este punto de vista, el sentido de la crisis del marxismo no es menos obvio que en la primera perspectiva. De la capacidad del marxismo para imponerse a la historia, no parece quedar nada después del colapso del bloque de la Unión Soviética, después de que países liberados del yugo imperialista como Vietnam revelaran su propio expansionismo militar, y sobre todo después de la aparición de nuevos movimientos obreros que se declaran abiertamente antimarxistas, como Solidaridad en Polonia:
Las grandes pulsaciones históricas de masas ya no se refieren al marxismo, por lo menos desde el fin de la Revolución Cultural: véanse los casos de Polonia o Irán. En virtud de esto se ha producido una expatriación de la política. Su territorialidad histórica ya no le es transitiva. La era de la autorreferencia está cerrada. La política ya no tiene patria histórica.[28]
Sin embargo, también desde este punto de vista Badiou encuentra un espacio para una posible recomposición, incluso un renacimiento, del marxismo. En particular, propone reinventar el gesto fundacional de Marx en el Manifiesto, que consiste en escuchar las histerias sociales de 1848, por ejemplo, para responderles con la hipótesis de una capacidad política anteriormente inexistente. “Si el marxismo es indefendible, entonces hay que iniciarlo,” declara Badiou: “Tenemos que rehacer el Manifiesto.”[29] Incluso en la pérdida de referencialidad del marxismo, en otras palabras, tenemos que enfatizar no sólo la experiencia irreversible de la pérdida sino también la cuestión de la referencialidad en tanto cuestión. Uno debería ser el sujeto, más que el cínico objeto, de la crisis y la destrucción del marxismo. “¿Qué es hoy en día un marxista?” Badiou se pregunta antes de aventurar una respuesta posible: “Es el que está en la destrucción del marxismo en posición subjetiva, que pronuncia de manera inmanente lo que debe morir, y que por lo tanto muere él mismo, disponiendo esa muerte como causa de una recomposición de la política.”[30] Sólo así se puede ser marxista después de la crisis definitiva del marxismo. En cualquier caso, no hay necesidad de refugiarse en ningún posmarxismo: “Mantenerse en el marxismo es ocupar un lugar destruido, y por lo tanto inhabitable. Yo planteo que hay una subjetividad marxista que habita lo inhabitable.”[31] Siguiendo el gesto de Marx, entonces, hay que averiguar si todavía existe la hipótesis de una capacidad política de emancipación previamente inesperada. El hecho sigue siendo que, sin la consistencia de una subjetividad política, sin la capacidad de dar una forma de organización a la apuesta de un tipo invariante de comunismo, no hay aire que respirar en todo el corpus doctrinario del marxismo.
Crítica de la razón puramente izquierdista
Nunca son “las masas” ni “el movimiento” como tales que llevan consigo el principio de engendramiento de lo nuevo, sino aquello que en ellos se divide de lo viejo.[32]
¿Dónde nos situamos hoy en día con respecto a la dialéctica entre masas y clases, entre pueblo y proletariado, o entre los elementos dispersos de un comunismo genérico y las formas concentradas de conocimiento que se trasmiten en los escritos del marxismo?
Todo parece indicar que en la era del fin de la referencialidad, los pensadores políticos contemporáneos más radicales sólo disponen de la energía espontánea e ilimitada de un comunismo puro, libre de todos los lazos comprometedores con los partidos, los grupos, las organizaciones o los regímenes estatales que en alguna época vindicaban los nombres ahora infames de Marx, Lenin, Stalin o Mao. Nos quedaríamos así con la simple oposición, característica del programa del comunismo invariante, entre masas y Estado. Gran tentación del izquierdismo contemporáneo: aferrarse al comunismo invariante, sin la historicidad de su variable organización a través del marxismo.
El Grupo Yenán de Filosofía en la organización maoísta de Badiou, por ejemplo, concluye que todas las tendencias revisionistas en el pensamiento francés después de mayo del 1968, no sólo por parte de los Nuevos Filósofos sino también entre los seguidores de Deleuze, Althusser, o Lacan, presuponen una serie de oposiciones categóricas que buscan cancelar cualquier término diagonal—sea la clase, el partido o la organización—entre las masas y el Estado:
La esencia política de esas “filosofías” puede captarse en el siguiente principio, que es un principio de resentimiento amargo en contra de toda la historia del siglo veinte: “Para que la revuelta de masas contra el Estado sea buena, hace falta rechazar la dirección de clase del proletariado, borrar por completo el marxismo, odiar la idea misma del partido de clase.”[33]
Hoy, me atrevería a añadir que hay un principio similar que opera no solamente en el argumento de Toni Negri y Michael Hardt sobre imperio y multitud, sino también en muchos otros pensadores que, de un modo u otro, repiten y prolongan el tipo de oposición externa que encontramos en un libro como La sociedad contra el Estado de Pierre Clastres: empezando con la exterioridad que hay entre máquina de guerra y aparato del Estado, según la Nomadología de Deleuze y Guattari, hasta el esquema que todavía se repite en La democracia contra el Estado de Miguel Abensour. En todos estos casos, el izquierdismo involucra una oposición externa, radical e inerte, similar al antagonismo inmediato entre las masas y el Estado que discuten Badiou y Balmès. El izquierdismo, en otras palabras, se queda pura y exclusivamente con la fuerza espontánea las invariantes comunistas, fuera de cualquier determinación histórica en términos de una clase, fracción o partido específicos guiados por el conocimiento acumulado al que se refiere el marxismo.
Badiou, sin embargo, siempre se ha pronunciado agresivamente en contra de la operación izquierdista que hace un corte radical en el nudo dialéctico entre comunismo y marxismo, o entre masas, clases y Estado. Podemos encontrar toda una serie de variaciones sobre este tema, que juntas producen algo así como una crítica a la razón puramente izquierdista:
En la variación filosófica, tenemos la oposición entre lugar y fuerza, o entre estructura y tendencia, que Badiou discute en Teoría de la contradicción y en Acerca de la ideología. El izquierdismo, entonces, ignora el hecho de que cualquier fuerza necesariamente está determinada por un sistema de espacios en el que ésta encuentra su lugar asignado. Este elemento estructural, inherente a cualquier tendencia, se desecha a favor de un punto de vista de puro devenir afirmativo, tal y como ocurre en muchas orientaciones del “movimiento” inspiradas por el mayo del 1968: “En efecto, si uno pierde de vista el elemento estructural, tomará la tendencia como un hecho cabalmente establecido.”[34] Todo se funde entonces en el ser del puro devenir, flujo de energía vital o movimiento imparable de la multitud contra los aparatos de captura del orden.
En la variación moral, tenemos el dualismo de libertad y determinismo, o autonomía y necesidad, que Badiou en un texto en La situación actual sobre el frente filosófico atribuye por ejemplo al profundo kantianismo de los autores del Anti-Edipo. “Deleuze y Guattari no lo esconden: un retorno a Kant, eso es lo único que encontraron para exorcizar al fantasma de Hegel,” ataca Badiou: “La vieja libertad de la autonomía, rápidamente pintada con los colores de lo que la juventud en la revuelta legítimamente exige: algún escupitajo sobre la familia burguesa.”[35] Según Badiou, ese dualismo moralino articula también las oposiciones entre grupos-sujetos y grupos-sometidos, o entre lo molecular y lo molar.
En la variación política, la crítica se vuelve particularmente dura en contra del dualismo de la plebe y el Estado, o entre estudiantes y policías, durante y después de mayo del 1968: “No sólo hay la ley del Capital, o la policía. Ignorarlo significa no ver la unidad del orden de lugares asignados, su consistencia. Significa recaer en el objetivismo, cuyo precio por cierto consiste en convertir al Estado en el único sujeto—de allí la logorrea antirrepresiva,” Badiou advierte en su Teoría del sujeto: “Es la  idea de que el mundo sólo conoce la inevitable recaída derechista y el impotente izquierdismo suicida.”[36] Los críticos del carácter esencialmente represivo o totalitario del Estado entonces pueden pontificar sin fin sobre las virtudes de las masas o, la diferencia es ligera, las virtudes de la sociedad civil, sin dejar por un segundo de tener la mirada fija sobre la fascinante omnipotencia de la máquina coercitiva y hegemónica del Estado.
Finalmente, también obtenemos una variación psicoanalítica en términos del dualismo entre tuchè y automaton que corresponde más o menos al encuentro de lo real y el automatismo del principio de realidad, respectivamente. En ¿Se puede pensar la política?, Badiou no solamente retoma ese dualismo aristotélico a través de Lacan, sino que también lo aplica a los argumentos deconstructivistas de Nancy y Lacoue-Labarthe sobre la retirada de lo politico: “El pensamiento de la esencia de lo político como retirada se desliza aquí en la brecha, que es casi nula y que nuestra época convierte en su infortunio, entre la fortuna y la repetición, entre tuchè y automaton.”[37] En este caso, la anticipación de las condiciones de posibilidad de un auténtico encuentro o un acontecimiento imprevisible, que son siempre ya al mismo tiempo sus condiciones de imposibilidad, sustituye cualquier interrupción verdadera del automatismo del capital.
¿En qué medida, entonces, podemos decir que el propio Badiou evita la tentación izquierdista? ¿No es así que la mayoría de sus críticos, entre ellos Slavoj Žižek, Peter Hallward, Françoise Proust, Eustache Kouvélakis y Daniel Bensaïd, de un modo o otro sugieren todos que Badiou de hecho es uno de nuestros pensadores más dogmáticamente izquierdistas? Tomemos las palabras ejemplares de la interpretación de Bensaïd:
La absoluta incompatibilidad entre verdad y opinión, entre filósofo y sofista, entre acontecimiento e historia, lleva a un impasse de orden práctico. El rechazo de trabajar sobre la contradicción y la tensión equívoca que une a ambos en última instancia lleva a un voluntarismo puro, que vacila entre una forma generalmente izquierdista de política y su evitación filosófica. Tanto en un caso como en el otro, la combinación de elitismo teórico y moralismo práctico puede ser señal de un retraimiento orgulloso de la esfera pública, emparedado entre la verdad del acontecimiento del filósofo, por un lado, y la resistencia subalterna de las masas contra la miseria del mundo, por otro.[38]
Mi primera preocupación con respecto a este juicio es que no es capaz de digerir ningún aspecto en la crítica al izquierdismo que encontramos a lo largo de toda la obra de Badiou. Incluso en El ser y el acontecimiento, un libro que nada más que por la fuerza de abstracción matemática parece deber impulsarse hacia cierto dogmatismo formal, Badiou busca evitar las trampas de una oposición de exterioridad, o de absoluta incompatibilidad, entre los dos polos de su sistema filosófico. De hecho, es precisamente en el centro de este libro donde podemos encontrar un lúcido diagnóstico de la tentación izquierdista que elevaría la idea de intervención política, por ejemplo, al nivel de un voluntarismo ciego, puramente autorreferencial, o que enaltecería un tipo de acontecimiento milagroso, completamente desligado de cualquier situación. Sólo un izquierdismo especulativo postularía una “absoluta incompatibilidad” (según las palabras de Bensaïd) entre acontecimiento e historia, o hablaría del acontecimiento como de un “comienzo absoluto” (según las palabras de Žižek en su acercamiento crítico a Badiou). Pero éstas son precisamente las posturas que ataca Badiou. “Podemos designar como izquierdismo especulativo a todo pensamiento del ser que se sostenga en el tema del comienzo absoluto. El izquierdismo especulativo imagina que la intervención sólo se autoriza por sí misma, y rompe con la situación sin otro apoyo que su propio querer negativo,” escribe en El ser y el acontecimiento, y más adelante: “El izquierdismo especulativo está fascinado con el ultra-uno del acontecimiento y cree poder recusar, en su nombre, toda inmanencia al régimen estructurado de la cuenta-por-uno.”[39] Badiou, a mi modo de ver, no pretende salvaguardar la pureza del acontecimiento mediante un rechazo arrogante de toda inmanencia situacional. Toda su obra como pensador se dirige más bien hacia la destrucción del filosofema subyacente al izquierdismo especulativo.
Más aún, me pregunto por qué todos aquellos críticos, en su aparente búsqueda de una mediación más dialéctica o históricamente anclada entre el ser y el acontecimiento, no logran darse la mano en algún punto medio, en cuyo caso deberían encontrar un cómplice, más que un adversario, en alguien como Badiou. Confieso no sin cierta culpa que la posibilidad de pensar en común acerca de una política de emancipación exigiría que superáramos algunos de nuestros hábitos intelectuales más consubstanciales—hábitos como el de buscar pleitos al interior de la izquierda, o el de privilegiar el radicalismo destructivo de una vigilancia autocrítica por encima de cualquier promesa de formar un frente común. Sin embargo, en estos días de la más triste reacción a nivel global, pocas tareas me parecen más urgentes para el pensamiento que la de reconstruir históricamente cuáles son los elementos positivos, más allá de las doctrinas y las polémicas marxistas, que muchos de nuestros mejores pensadores comparten, tanto en su retorno al comunismo invariante como en su crítica al izquierdismo especulativo. Al fin y al cabo, allí es donde se acumulan los archivos públicos y reprimidos de la crítica al estado actual de las cosas.


[1] Carlos Marx & Federico Engels, La ideología alemana, trad. Wenceslao Roces (Montevideo: Ediciones Pueblos Unidos, 1968), 37.
[2] Alain Badiou, “Acerca de un desastre oscuro,” Acontecimiento: Revista para pensar la política 3 (1992): 16.
[3] Félix Guattari & Toni Negri, Communists Like Us: New Spaces of Liberty, New Lines of Alliance, trad. Michael Ryan (Nueva York: Semiotext(e), 1990), 7 y 19.
[4] Ibid., 55.
[5] Jean-Luc Nancy & Jean-Christophe Bailly, La Comparution (politique à venir) (París: Christian Bourgois,1991), 62.
[6] Nancy, La Communauté désœuvrée (París: Christian Bourgois, 1986, reedición 1990), 177.
[7] Nancy, La Comparution, 100.
[8] Badiou, Théorie du sujet (París: Seuil, 1982), 115, citado en La Comparution, 63 n. 5.
[9] Compárese el texto clásico de Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo (Pekín: Editorial del Pueblo, 1964), con Daniel & Gabriel Cohn-Bendit, Le gauchisme, remède à la maladie sénile du communisme (Paris: Seuil, 1968).
[10] Alain Badiou & François Balmès, De l’idéologie (París: François Maspero, 1976), 61. Ernesto Laclau discute la teoría de las invariantes comunistas en su libro Política e ideología en la teoría marxista: Capitalismo, fascismo, populismo (México, D.F.: Siglo Veintiuno, 1978), 195-201. Si Laclau acaba rechazando la articulación de Badiou y Balmès, ese rechazo se explica en parte por el hecho de que él mismo buscar reinstaurar cierto dualismo izquierdista, al estilo de la oposición masas/Estado, esta vez en términos de la oposición pueblo/bloque de poder.
[11] Badiou, ibid., 67.
[12] Ibid.
[13] Ibid.
[14] Ibid., 69.
[15] Gilles Deleuze y Félix Guattari saludan la originalidad de la hipótesis sobre la dialéctica masas/clases en el libro de Badiou y Balmès, pero no sin expresar también ciertas reservas: “Ahora bien, no está nada claro por qué, por un lado, las propias masas no son variables históricas; y por otro, por qué son exclusivas de los explotados (‘masa campesina-plebeya’), cuando en realidad la palabra puede aplicarse también a masas señoriales, burguesas e incluso monetarias,” en Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia, trad. José Vázquez Pérez (Valencia: Pre-Textos, 1988), 236 n. 20.
[16] Badiou, ibid., 74
[17] Ibid., 75.
[18] Ibid., 96 y 79.
[19] Ibid., 83
[20] Ibid., 84
[21] Badiou, Théorie de la contradiction (París: François Maspero, 1975), 16.
[22] Paul Sandevince, Qu’est-ce qu’une politique marxiste? (Marsellas: Potemkine, 1978), 6. Para una discusión más detallada sobre la organización maoísta de Badiou, la UCFML (Union des Communistes de France marxiste-léniniste), véase mi artículo “Post-Maoism: Badiou and Politics,” positions: east asia cultures critique (2006).
[23] Badiou, Théorie du sujet, 62.
[24] UCFML, Sur le maoïsme et la situation en Chine après la mort de Mao Tsé-Toung (Marsellas: Potemkine, 1976), 3.
[25] Badiou, Théorie du sujet, 198.
[26] Ibid.
[27] UCFML, Questions du maoïsme: De la Chine de la Révolution Culturelle à la Chine des Procès de Pékin (París: Potemkine, 1981), 10.
[28] Badiou, ¿Se puede pensar la política? trad. Jorge Piatigorsky (Buenos Aires: Nueva Visión, 1990), 37-38.
[29] Ibid., 38 y 40.
[30] Ibid., 37.
[31] Ibid.
[32] Badiou, Théorie de la contradiction, 39.
[33] Groupe Yénan-Philosophie, “Etat de front,” La situation actuelle sur le front philosophique (París: François Maspero, 1977), 12.
[34] Badiou, Théorie de la contradiction, 81.
[35] Badiou, “Le flux et le parti (dans les marges de l’Anti-Œdipe),” La situation actuelle sur le front philosophique, 31-32.
[36] Badiou, Théorie du sujet, 60 y 30.
[37] Badiou, ¿Se puede pensar la política?, 8.
[38] Daniel Bensaïd, “Alain Badiou and the Miracle of the Event,” Think Again: Alain Badiou and the Future of Philosophy, ed. Peter Hallward (Londres: Continuum, 2004), 101.
[39] Badiou, El ser y el acontecimiento, ed. Raúl J. Cerdeiras y Alejandro A. Cerletti (Buenos Aires: Manantial,1999), 235.

En recuerdo de Juan Carlos Marín (1930-2014)

por Agustín Santella

“Lito” Marín perteneció a la generación de intelectuales de los años 1960, manteniendo y renovando ese legado. Fue una persona destacada de una nueva elite político intelectual cuyo horizonte se ha propuesto eliminar la “división entre dirigentes y dirigidos” en la distribución del poder social. El campo específico de la práctica de Lito se inscribe en la investigación científica social. Pero esta práctica iba de la mano con la participación política a partir de la movilización popular, directa o indirectamente en colaboración con organizaciones de nuevos sectores de izquierdas en distintos países latinoamericanos.
Juan Carlos Marín formó parte del equipo que fundó la carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires hacia 1956 acompañando a Gino Germani. Este inmigrante italiano exiliado del fascismo, luego de realizar estudios formales en Filosofía, se propuso transformar lo que consideraba una sociología ensayística en una de tipo científico, trayendo los avances que en este sentido se realizaban en las universidades de los países capitalistas desarrollados (mayormente Estados Unidos).
Formado en este ámbito, Lito Marín practicó con pasión y originalidad la investigación social. Como parte de la generación rebelde, fundó el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO) en 1966, proponiendo una combinación de métodos sociológicos con la teoría marxista. Durante la ruptura con la sociología hegemónica aquí se recuperaron cuestiones clave como el método empírico, pero ahora como base para otra estrategia política intelectual. 
El proceso de la investigación desde los 1960 a los 1980 acompañó el proceso revolucionario latinoamericano. Así se conceptualiza el ejercicio de la práctica combativa dentro del entendimiento de la formación del poder en términos sociales e históricos, pero también estratégicos. Esto se va haciendo en el camino de la radicalización política. Primero milita en el Partido Socialista, y es parte de la dirección de la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires) en los 1950s. Luego integra las fracciones de izquierda de este partido. De ahí en más colabora con formaciones radicalizadas en Chile y Argentina.
Marín investigó la toma de tierras en Chile entre los 1960 y 1970, antes y durante la Unidad Popular de Salvador Allende viviendo allí; las luchas armadas en Argentina cuando volviera durante la apertura de Cámpora. Antes había realizado un estudio sobre los constructores navales del puerto de La Boca (Buenos Aires) hacia los años 1950, en colaboración con el sindicato (de orientación sindicalista anarquista). Hacia 1967 participa como investigador miembro en una conocida investigación colectiva dirigida por Jose Nun sobre la marginalidad en América Latina, financiada generosamente  por la Fundación Ford (asesorado internacionalmente por Hobsbawm y Touraine). Este proyecto tenía asiento en el Instituto Torcuato Di Tella, lugar de vanguardia en el arte y las ciencias por aquellos años. Por el origen de los fondos este proyecto fue cuestionado duramente por otros núcleos intelectuales como funcional a la inserción imperialista. Nos parece que la dinámica de los enfrentamientos en el Cono Sur no deja dudas sobre esta querella.           
Posteriormente Lito publica una serie de cuadernos teóricos en CICSO (el más conocido es el “cuaderno 8”). También circularon varios cuadernos inéditos de intensa teorización sobre estrategia que suman cientos de páginas. Tan temprano como 1986 publicó “La silla en la cabeza”, una transcripción de una discusión pública con Thomas Abraham sobre los usos de Michel Foucault. La charla terminó acaloradamente: Lito amenazó a su adversario teórico con tirarle una silla por la cabeza. Desde los 1980 dirige una camada de nuevos investigadores hoy en actividad.
En una entrevista Lito cuando le preguntamos por las influencias teóricas en sus trabajos, él respondía que ellos simplemente tomaban a Marx para la investigación empírica. Sin embargo, para sus investigaciones y reflexiones teóricas tomaba no solo a Marx, sino también a Clausewitz o Foucault. Estas síntesis tenían un significado propio en la América Latina de aquellos años. No solo Argentina, sino Chile, y luego Centroamérica, fueron ejes de una práctica investigativa de lucha teórica (no diremos “práctica teórica”) en la que se unían las personificaciones del sociólogo y el “militante crítico”, al decir de Guillermo Almeyra. Pasó el exilio en México enseñando en El Colegio de México en su Centro de Estudios Sociológicos.
Vuelto a la carrera de Sociología en la segunda mitad de los 1980, Lito Marín desarrolló un nuevo programa de trabajo articulando la investigación en el Instituto Gino Germani junto con la docencia en talleres para estudiantes avanzados. En estos talleres el Profesor Marín usaba formas poco ortodoxas, experimentales. Uno de sus temas, casi obsesivos diríamos, hacía a la comprensión de las condiciones de posibilidad sociales de los genocidios, un tema directamente vinculado a la experiencia reciente. Esta cuestión se relacionó a la vez con un intento de formular el castigo o la represión como condición de la producción y reproducción de las sociedades (“de lo social”).
A modo de introducción, podemos seleccionar algunos aportes empíricos y conceptuales en su trayectoria. Realizó una contribución hacia la investigación empírica de las luchas de clases en torno de varios conceptos: fuerzas sociales, estrategias, enfrentamientos. Fuerzas sociales son los agrupamientos que se producen en los alineamientos en las luchas concretas. Estos agrupamientos comprenden a fracciones de distintas clases sociales. Aquí se intenta captar y reproducir empíricamente cierta complejidad de la formación de los actores sociales y políticos de la lucha de clases. La idea general es que los actores se definen por sus acciones, que estas son complejas (la acción nunca puede reducirse a la voluntad un único actor), situadas en campos de intereses relacionales. Estas relaciones no son solo materiales sino sociales y morales en varios aspectos. Incluyen las acciones de fuerzas opuestas. En síntesis, en esta  conceptualización hay una convocatoria a la reproducción analítica de la complejidad de las luchas como parte de una totalidad social.
Las fuerzas sociales llevan adelante estrategias, las cuales no se reconstruyen por la conciencia discursiva de la práctica, sino por los ordenamientos de las acciones objetivas. La práctica son los enfrentamientos. Aquí hay un uso de la teoría de la guerra aplicado a los conflictos sociales. Los conflictos son encuentros de combate, unidades mínimas de análisis en el proceso de las guerras. Grosso modo así fue creando este marco analítico en el transcurso de los estudios sobre Chile y Argentina, luego conceptualizado en sus Cuadernos de CICSO, esto es desde fines de los 1960 a principios de los 1980. Es un marco que debía permitir el análisis sistemático concreto de los procesos específicos nacionales de luchas, “bajarlos” de conceptos metafísicos hacia conceptos operacionales, que llevaran a “mediciones” cruciales.
En el estilo de Lito Marín se expresaba el compromiso directo entre conocimiento y entendimiento práctico. No importa ahora el señalamiento de los límites que la burocracia investigativa (creo estos eran sus términos o se parecen) hacían a este compromiso. Era común la formación de “seminarios” con estudiantes críticos por fuera del plan oficial de estudios. Allí se echaba por la borda todo formalismo escolar. El uso de las estructuras de la organización académica era visto como una prolongación que podía servir a la investigación reflexiva práctica, sometida a un proceso de crítica y autocrítica prolongada. En estos talleres nos formamos varias generaciones. Supongo que en el centro de su proyecto estaba la formación del oficio de la investigación estrechamente vinculado a la transformación práctica social.   
Por supuesto que todo esto contrae contradicciones (¿Qué práctica organizada no las tiene?). No obstante rescatamos esta guerra científica popular y prolongada, esta revolución investigativa permanente, este proceso de crítica radical de todo lo existente que somete a examen las verdades ajenas y propias en la esperanza de que ello contribuyera al avance de la especie humana. Así retomamos más o menos sus palabras.

Clinämen: Gobierno e insurrección en el Brasil previo al mundial

 

Conversamos con Felipe Teixeira, del Frente 3 de Febrero, un grupo brasilero de investigación- acción contra el racismo. La evolución de las movilizaciones que se han sucedido el último año en varias ciudades del Brasil. Las discusiones en torno al modelo de ciudad de cara a la realización del Mundial de la FIFA. El vínculo entre gobierno progresista y movimientos en la calle. El plan de pacificación de las favelas.

La ciudad prohibida: los motoqueros en la mira

por Esteban Rodríguez Alzueta


La diferencia entre tener y no tener una moto puede ser la diferencia entre tener o no tener trabajo, entre ser o no detenido por la policía. En efecto, la moto es el sistema de transporte más barato para atravesar las distancias urbanas de manera rápida. Cuando el sistema de transporte público es caro o muy deficiente, si el colectivo no pasa o no llega a ese lugar o no llega a esa hora, o la frecuencia es irregular, entonces la moto se transforma en la alternativa fundamental, otra herramienta de trabajo, para poder ir en forma puntual a trabajar.

Pero la moto también es el sistema de transporte que tienen los jóvenes que viven en barrios pobres para salir del barrio sin ser apuntados con el dedo por los vecinos alertas y convertirse, de paso, en objeto de las sistemáticas detenciones por averiguación de identidad. Los jóvenes morochos que usan ropa deportiva y gorrita, es decir que se visten como todos los jóvenes, saben que tienen problemas para llegar al centro de la ciudad. Tienen la ciudad prohibida. No pueden pasear ni mirar vidrieras, sin llamar la atención, despertar temor. Saben que si “patean” la ciudad se están “regalando” porque la policía traducirá la deriva en “merodeo”. Cuando en la ciudad rige el estado de sitio, la manera de atravesar el territorio, de apropiarse de la ciudad, será a través de la moto. La moto les permite desplazarse rápidamente, en zigzag y sortear al mismo tiempo tanto el “olfato social” como el “olfato policial”.

Acaso por eso la moto ha se ha convertido en el vehículo fundamental de los jóvenes de las periferias. Y acaso por eso mismo haya en el país 5 millones de motos y en la provincia de Buenos Aires un poco más de millón y medio.

Pero vayamos al grano: en el mes de abril el gobernador Daniel Scioli presentó el programa de emergencia securitaria para la provincia. Entre las medidas que anunció, dispuso que los conductores de motos tengan que usar chalecos refractarios y cascos identificados con la patente del vehículo. Una medida que entrará en vigencia a mediados de mayo.

No nos parece mal que los motoqueros usen cascos, él y su acompañante, incluso chalecos refractarios, si de lo que se trata es proteger la vida de los conductores. Tengamos en cuenta que –según la Defensoría del Pueblo de CABA- en el 2012, hubo 10.587 víctimas fatales en toda la Argentina, de las cuales el 32,2 por ciento eran motociclistas. No nos parece mal tampoco que se multipliquen los controles vehiculares para corroborar los “papeles”, entre ellos, certificar la existencia de seguro, multar a los que conducen sin casco, o llevan más de dos personas en la moto.
Ahora bien, las medidas anunciadas por Scioli no se tomaron para proteger la vida ni para ordenar el parque. Y ordenar significa policializar las fiscalizaciones. Prueba de ello es que la medida no fue anunciada por el Ministerio de Salud o Economía, se hizo desde la cartera de Seguridad, y su vocero fue el ministro Alejandro Granados. La diferencia es sustancial, porque se trata de otra medida de seguridad que tiende a certificar otro estigma que cargan los jóvenes que se desplazan por la ciudad. Se sabe, los motoqueros son “motochorros”.

Según el Ministerio de Seguridad el 26 % de los delitos callejeros los cometen personas que utilizan moto. No sabemos cómo se construyó esa cifra y tampoco sabemos de cuántos delitos estamos hablando porque se trata de porcentuales. Pero la cifra alcanza para apuntar una vez más a los jóvenes: Una persona adulta en moto es una persona yendo a su trabajo. Dos jóvenes en una moto seguro que son “pibes chorros” buscando a la próxima víctima.

Para desalentar el robo en moto se propuso patentar a las personas. Creer que se puede hacer retroceder el delito numerando a los ladrones es una puerilidad que resulta difícil tomar en serio. La medida no se propone atacar el delito sino el miedo al delito, un miedo que está asociado a los jóvenes que la sociedad pusilánime referencia como productor de riesgo. Una medida que certifica los procesos de estigmatización social y, acaso por eso mismo, introduce un nuevo fundamento para recrear los malentendidos sociales entre las diferentes generaciones y entre los pobres y la “gente como uno”.

En los días posteriores al anuncio corrió el rumor de que las motos no iban a poder circular a determinadas horas del día y por determinados lugares, y por el plazo de un año, con acompañantes. Medida que Granados venía impulsando en Ezeiza cuando era intendente y que Ritondo –legislador del PRO- relanzó ahora para la Ciudad de Buenos Aires. Otro disparate mayúsculo que sirve para verificar que con este tipo de medidas no se busca proteger la vida de los conductores sino hacerse cargo de la sensación de inseguridad de la gente (“el miedo al delito”). Temores que, en gran medida se explican en los prejuicios que tienen, con los que suelen apuntar a los sectores más jóvenes. No digo que el miedo al delito no tenga que ver con los delitos que suceden, pero en el medio hay otros factores que inciden en la “sensación”, como por ejemplo, el tratamiento sensacionalista de la inseguridad que ensayan los mass media, la desconfianza hacia las instituciones encargadas de prevenir y perseguir el delito, la fragmentación social, la estigmatización y el resentimiento social. Las etiquetas que utilizamos para nombrar al otro recrean permanentemente las condiciones para sentirnos inseguros y como una profecía autocumplida cada vez tenemos más miedo. 

En definitiva, con estas medidas, no sólo continúa pensándose la seguridad con las tapas de los diarios ensañados con los “motochorros”, no sólo se le otorgan mayores facultades discrecionales a las policías para poder demorar y detener a los jóvenes que conducen este tipo de vehículos, sino que trata de una política estigmatizadora, que le agrega más vulnerabilidad a sectores que no necesitan más maltrato.  

Elogio de la subjetivación

por Mariana Cantarelli

 

 
 
                      A la memoria de Ignacio Lewkowicz
Seguramente uno de los libros más leídos de Ignacio Lewkowicz sea Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Publicado en 2004, reúne conferencias y artículos escritos entre 1994 y 2003. Como se intuye al leerlo, no se trata solamente  de un libro que compila trabajos pre-existentes sino de una edición muy corregida en ocasión de la publicación. Casi vuelto a escribir, se podría decir. Esta fina corrección subraya el desplazamiento en la posición de Lewkowicz -a lo largo de esos diez años- en torno de las formas de pensar las transformaciones epocales y subjetivas que, por otra parte, se coronan con la atractiva y sugerente era de la fluidez. Sin embargo, una misma operación se expone en cada capítulo y ofrece un modo de pensar en un contexto de cambios y alteraciones.
Teniendo en cuenta esto, me interesa detenerme en estas breves notas en esa operación de pensamiento que se expone en Pensar sin Estado, tal vez en su mayor sofisticación, pero que también es representativa del pensamiento de Lewkowicz y lo liga con su formación historiadora.
Vayamos por partes. En primer lugar, esa operación de pensamiento tiene, al menos, dos procedimientos. El primero es netamente historiador. Como le gustaba decir a Lewkowicz, el campo de pensamiento del historiador no es el pasado sino el cambio social. El pasado, entonces, funciona como el terreno de entrenamiento o la pretemporada donde el historiador (o aquel que pretenda pensar históricamente) forja herramientas para dar cuenta del cambio social actual. Como destacó con maestría el historiador italiano Benedetto Croce, toda historia es historia contemporánea. Así definida, esa visita por el pasado funciona como una suerte de historia comparativa al servicio de indagar, problematizar, teorizar las alteraciones actuales.
Cuando leemos Pensar sin Estado, esa operación salta a la vista. No importa si es la familia o la escuela, el Estado o cualquier otra institución, la pedagogía o el psicoanálisis, el imperativo lewkowiano es categórico: historizar. En otro orden de cosas, se podrá objetar que este imperativo lo lleva y nos lleva, a veces, a destacar la novedad sin registrar la presencia de lo viejo. O más precisamente, la forma en que el restosigue operando en las nuevas configuraciones. Creo que es el costo que Lewkowicz paga, a sabiendas, por lanzarse a pensar lo acontecimental. Sin embargo, sospecho, nos queda una tarea al respecto: pensar lo nuevo pero también ese resto. En otros términos, la familia, la escuela o la infancia (modernas) no murieron. Esto tampoco implica que “gozan de buena salud”. Sin embargo, es necesario pensar ese juego complejo e inquietante entre lo viejo y lo nuevo. Forma parte de la cosa.
En segundo lugar, Lewkowicz no se contenta en Pensar sin Estado con describir la destitución, el desfondamiento o inclusive avanzar en la mismísima noción de fluidez, como el concepto que teoriza sobre lo que hay y no sobre lo caído. Este partido, por llamarlo de algún modo, tiene un segundo tiempo. Más aún, la estrategia del primer tiempo trabaja para llegar entero al segundo. Siendo un historiador de la subjetividad, Lewkowicz se pregunta por la construcción de la subjetividad socialmente instituida en cada situación y por sus estrategias de subjetivación. En este sentido, la pregunta por la variación epocal es una interrogación por la variación de las condiciones para la subjetivación. En definitiva, se trata de un pensamiento obsesionado por la posibilidad de subjetivación en complejas condiciones y escalas distintas. A riesgo de simplificar, esta pregunta tal vez sea la pregunta que recorre cada uno de los capítulos de Pensar sin Estado y más en general la obra de Lewkowicz. Se trata de un elogio invariante por la subjetivación.
Ahora bien, este elogio vale ser re-pensado en el contexto en el que fue editado Pensar sin Estado. Si bien los textos que componen el libro en general son previos a la crisis de 2001, no hay dudas de que este volumen no es solo cronológicamente post-2001. Es cierto que se trata de un post-2001 distinto al de Sucesos argentinos. Cacerolazo y subjetividad postestatal, publicado en el 2002 y muy pegado a la coyuntura 2001. Sin embargo, hay un tono post-2001 que recorre el libro. Quemamos las naves, parece decir Lewkowicz. En este contexto, la pregunta por la subjetivación adquiere su clímax. Si el post-2001 pone en cuestión las (ahora) viejas estrategias de subjetivación, Pensar sin Estado se convierte en un elogio de la subjetivación contemporánea cuando problematiza las nuevas condiciones para la subjetivación. Sin grandes gestos, el historiador nos recuerda que la vida continúa. Si esto nunca es poco, menos aún en ese marco.
Pero este elogio de la subjetivación, en tiempos de fluidez, no podría prescribir una regla para la subjetivación. Más bien, es una operación de pensamiento desdoblada (los dos tiempos de un mismo partido: historización de las condiciones e indagación de estrategias de subjetivación) que no contempla formas ni contenidos establecidos. Para algunos, será anti o post-institucional; para otros, institucional e inclusive estatal. En cualquier caso, pensar sin Estado es una suerte de aforismo que invita a pensar la subjetivación en nuestras condiciones. De esta manera, y como se lee en Pensar sin Estado, no hay superficie de emergencia privilegiada para la subjetivación hoy.  
Si el pensamiento de Lewkowicz en Pensar sin Estado puede ser leído como un elogio de la subjetivación, es decir, como esa lectura desesperada e incesante por la subjetivación, podríamos concluir que la historia es, para este historiador, la historia de la subjetivación. Y siguiendo a Friedrich Nietzsche en la Segunda consideración intempestiva, la historia de la subjetividad de Lewkowicz (como elogio de la subjetivación) puede ser entendida como una historia útil para la vida.

 

Aníbal Quijano y la invitación a abrir el pensamiento hacia una des-colonialidad del poder

por Kati Montes


En un libro, como en cualquier otra cosa,
hay líneas de articulación o de segmentaridad,
estratos, territorialidades; pero también líneas de fuga,
movimientos de desterritorialización y de desestratificación.
Las velocidades comparadas de flujo según esas líneas
generan fenómenos de retraso relativo, de viscosidad, o,
al contrario, de precipitación y de ruptura. Todo eso,
las líneas y las velocidades mesurables,
constituye un agenciamiento. Un libro es precisamente un
agenciamiento de ese tipo, y como tal inatribuible.
Un libro es una multiplicidad.
Deleuze y Guattari, Mil Mesetas
En estos días CLACSO acaba de publicar una antología de los principales textos, desde 1968 hasta la actualidad, de Aníbal Quijano, pensador y crítico de la realidad social. La publicación además contiene un listado de 211 textos, entre artículos y entrevistas, y una breve biografía del autor. Esto último no es menor, pues ayuda a situar su pensamiento y a comprender el recorrido de su producción. La construcción del pensamiento y la obra de Quijano está íntimamente marcada por su propia historia: la militancia, su deportación del Perú durante un año en el gobierno del General Juan Velasco Alvarado, su renuncia a la docencia universitaria en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos durante su intervención militar, así como por sus inquietudes por el arte.  Por eso, nos encontramos con textos que van más allá de la realidad peruana, piensa en América Latina en su relación con Occidente, escribe con referencias a la literatura, hace un prólogo a Mariátegui y, recientemente – desde Ecuador – escribe sobre el “buen vivir”. Quijano escribe para abrir discusiones, desde contextos específicos, para (de)construir pensamiento social.
La compilación de su obra contiene además un buen prólogo e introducción, por lo que en este texto no se trata de “introducir” a Quijano, sino trazar algunas líneas que nos permitan establecer un diálogo con él. Cuando Quijano escribe, pareciera que busca los vínculos y diálogos, pareciera que su vivencia entre Lima y otras partes del mundo se lo exigieran así. Abrir pensamiento, pensar múltiples realidades.
Para la Sociología, ha contribuido desde su propuesta de la existencia de cinco ámbitos de la realidad social: el sexo, el trabajo, la subjetividad / intersubjetividad, la autoridad colectiva (o pública) y la naturaleza, cada uno con sus recursos y sus productos. Quijano entiende estos ámbitos como esferas que, aunque sean irreductibles, están continuamente interrelacionadas y conforman un sistema histórico y específico: un patrón histórico de poder. Así, en momentos de la historia, algunas de las esferas prevalecen sobre las demás, como es el caso del trabajo que, en el capitalismo, se convierte en capital, en acumulación. Si en Foucault la Economía del neoliberalismo actual es el espacio de producción de la subjetividad, en Quijano vemos una desagregación de este análisis: cada esfera de lo social tiene recursos y productos, de acuerdo al patrón histórico de poder, donde habría una colonización que la Economía hace de la realidad social y que constituiría un sistema global.  Por otro lado, la invitación a pensar también a la naturaleza y al sexo, es una invitación a abrir puentes hacia otros campos del conocimiento, como la Biología y la Filosofía.
Así también, Quijano deconstruye el “poder” en las dimensiones de clase, estamento y partido, por ejemplo, entendiéndolo como una relación social de la que forman parte permanentemente la dominación, la explotación y el conflicto. Dicho esto, pasa a explicar en qué consiste el patrón histórico de poder actual, y aquí un punto clave en su aporte para la teoría social: Sería una articulación entre “1) la colonialidad del poder, esto es la idea de “raza” como fundamento del patrón universal de clasificación social básica y de dominación social; 2) el capitalismo, como patrón universal de explotación social; 3) el estado como forma central universal de control de la autoridad colectiva y el moderno estado-nación como su variante hegemónica; 4) el eurocentrismo como forma hegemónica de control de la subjetividad / intersubjetividad, en particular en el modo de producir conocimiento.”[1]

Ahora bien, sin duda cada una de estas categorías debiera ser leída desde cada contexto. En el Perú, por ejemplo, la idea de raza es un patrón de clasificación, pero no sólo alude a los rasgos físicos en los cuerpos, también es una categoría de estatus e incluso de clase social, que tiene su origen en la conquista. El racismo es una ideología que, como dice Quijano, consagra un patrón histórico de poder que, en el caso del Perú, es un racismo colonial, donde la condición de “indio” se terminó equiparando a la de “campesino” y “pobre”, mientras que servía de sustento para la dominación de la élite criolla. De ahí que el campesino inmigrante en la ciudad se desindigenizara y se convirtiera en cholo, como una forma de mestizaje cultural[2]. Será gran parte de estos migrantes “cholificados” los “nuevos emprendedores” de la llamada economía informal en la ciudad.

Soy muchacho provincianome levanto muy tempranopara ir con mis hermanosa trabajar.Sólo tengo la esperanzade progresar.Busco un nuevo caminoen esta ciudaddonde todo es dinero y hay maldad.Con la ayuda de Dios sé que triunfaré.Tema: Soy provinciano. Género: chicha. Compuesto e interpretado por “Chacalón”

Tanto el análisis del proceso de cholificación como el de las transformaciones en el mundo del trabajo, llevaron a Quijano a introducir la categoría de polo marginal, para referirse a las actividades de los des y subempleados que estaban dentro del poder capitalista, aunque lo central en ellas no era el capital, sino el trabajo. Esto le permitió ver más allá de una problemática del empleo asalariado y más bien analizar las relaciones sociales (de poder) al interior del polo marginal, así como la relación entre éste y el poder capitalista en conjunto[3]. A partir de estos análisis es que Quijano discute con Razzeto y el Programa de Economía del Trabajo – PET en Chile, por ejemplo, que afirman la idea de la acción comunitaria como principio de identificación. Para Quijano, en cambio, no todas las organizaciones comunitarias mantienen esa lógica, salvo cuando sus necesidades inmediatas y urgentes así se lo exigen.
Otra categoría central en el pensamiento de Quijano es la de eurocentrismo, en la línea de la crítica impulsada por los estudios de subalternidad en la India, así como de la crítica de Wallerstein y la del Foro Social Mundial, a las concepciones eurocéntricas de la realidad. Aunque le reconoce el deslinde que hace para no caer en una lógica binaria de “Occidental – No occidental / Europeo – No europeo” (que tiene su origen en la colonia) y más allá de su crítica por ser una referencia básicamente geográfica, Guillermo Rochabrún presenta una interesante observación a esta categoría, por considerar que la crítica de Quijano al eurocentrismo parte de un patrón también eurocéntrico, presentando un occidente moderno y capitalista univalente[4].
Quizás como un avance a partir de estas discusiones, Quijano escribe en el 2011, siendo publicado en Quito, una especie de manifiesto por el “bien vivir”, en el sentido de presentarlo como una “des-colonialidad del poder”, donde presenta a América Latina y a la población “indígena” como los motores de ese proceso. 
… Bien Vivir, hoy, sólo puede tener sentido como una existencia social alternativa, como una Des/Colonialidad del Poder (…) América Latina y la población “indígena” ocupan, pues, un lugar basal, fundante, en la constitución y en la historia de la Colonialidad del Poder. De allí, su actual lugar y papel en la subversión epistémica / teórica / histórica / estética / ética / política de este patrón de poder en crisis, implicada en las propuestas de Des / Colonialidad Global del Poder y del Bien Vivir como una existencia social alternativa[5].
Quijano nos sigue invitando a continuar el diálogo situado, a seguir pensando en categorías como las de “naturaleza” a la luz de los nuevos avances científicos; América Latina, a la luz de su amplia heterogeneidad en un mundo que no es más el de “centro – periferia”; el racismo en medio de procesos de interculturalidad / mestizaje; el estado-nación y su decadencia; entre otras. En medio de estas redefiniciones conceptuales y transformaciones de la realidad, ¿cómo se inscribiría la propuesta del “buen vivir” que no caiga en un moralismo que algunos han llamado “pachamamismo”? ¿Cómo se reconfigurarían las relaciones de poder desde esta perspectiva? La compilación de los textos producidos en las últimas cinco décadas por Quijano está para tomarla en su multplicidad.


[1]Quijano, A. Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina, pp. 367 – 368.
[2]Un análisis de este proceso fue hecho por Quijano en uno de sus textos más famosos en los años ochenta: Dominación y cultura. Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú. Lima, 1980.
[3]En esto se centraba el debate con José Nun y su teoría de masa marginal. Ver: Quijano, Aníbal 1998 La economía popular y sus caminos en América Latina. Lima: Mosca  Azul Editores / CEIS-CECOSAM pp. 109-192
[4] Ver: Rochabrún, Guillermo Occidente, Weber y América Latina heterogénea. En: Debates en Sociología Nº 30, Lima, Año 2005.
[5]QUIJANO, A. Bien vivir” Entre el “desarrollo” y la Des/Colonialidad del Poder. Este texto fue publicado en Ecuador debate (Quito) N° 84: 77-87, diciembre, 2011. En: Cuestiones y horizontes. De la dependencia histórico-estructural a la colonialidad / descolonialidad del poder. Buenos Aires, CLACSO, 2014, pp. 847 – 858.

Sobre (¿el fin de?) los tres mitos de la década ganada: el consumo, las provincias y las generaciones

por Juan Pablo Maccia

Ya no preciso ir a Buenos Aires para conocer el porvenir del país: vivir en Santa Fe resulta bastante más futurista. 
Los tres elementos míticos que conformaron mi cosmovisión durante esta última década (una década que fue, para mí, de una inesperada intensidad militante: creía yo por entonces que tras el fracaso del 2001 mi vida pública había terminado) resultan abiertamente cuestionados. Estos mitos movilizadores afirman: 1- que el consumo es la vía contemporánea para producir y extender derechos tan concretos como irreversibles; 2- que en las provincias se resguarda un tesoro de comunidad y de valores; 3-  que la juventud más joven –es decir, aquella que no ha tenido la experiencia de la gran transacción neoliberal– encarna la promesa de un pueblo nuevo, la gran renovación.
Puedo contar la historia de las ilusiones (y desilusiones) políticas de mi generación a partir de una serie de conversión socio-energéticas (bien lejos del new age). Ante todo, la conversión primaveral de los primeros dos años de la recuperación democrática. Después la de la gran decepción con Alfonsín, forzada por los carapintadas y los mercados concentrados, a la hiper le siguen las expectativas con el peronismo (el realmente existente: el de Carlos Menem). Toma del cuartel de La Tablada mediante y con el derrumbe del “campo socialista” nos vimos arrastrados por la ilusión neoliberal. Yo no entré en todo eso y los años 90 fueron para mí de entera desolación. Fueron años peronistas, sí: de agrupamientos menores entre peronistas que acusábamos de traidor al PJ (lo único bueno de esos años fue viajar y conocer más de una chica interesante).
Luego vino la “resistencia”. Y de allí el vértigo del 2001. Fue la conversión callejera. Gran experiencia: piquete y cacerola, MTDs y asambleas; la fábrica recuperada y la ilusión de recomponer la patria desde abajo. Todo esto duró, más o menos, hasta Kosteski y Santillán. Cuando vi que la gente no destruía todo ante el asesinato, me deprimí. En 2003 estuve por Néstor, pero contra Duhalde: es decir, milité en contra, pero interiormente lo quería a Néstor. Lo conocía y me gustaba, pero solo en lo personal. 
Hasta el 2008 la vi por TV, siempre orgullos del chavismo, del lulismo, del castrismo, del evismo, del derecho-humanismo. Pero lo que me sacó definitivamente de la cama fue -sobre todo, pienso ahora- la cuestión del consumo. Para todos y todas. Siempre supe que el PJ traidor acechaba. Pero el peronismo vital, ese que articula sustrato afectivo y hambre de devorárselo todo era más potente. Consumo y derechos: el mejor momento, el gran invento del kirchnerismo. Ni más ni menos, la gran conversión subjetiva de millones. Cristina, la más realista, le llamó entonces “capitalismo en serio”, y alguno de nosotros comprendimos la complejidad del asunto.
Resultó ser que entre nosotros consumo con derechos no redunda en conciliación de clases sino en formula explosiva. Por un lado, porque el esquema que habilita estas políticas se sostiene en inestables ecuaciones financieras. Y por otro, porque lejos de pacificar el país el “derecho al consumo” (diferente y mejor que el derecho del consumidor) intensifica la guerra social. Lo que Diego Valeriano bautizó –cierto que tardíamente- como “la guerra por el consumo”.
Pero esta etapa, se nos dicen, terminó. ¿Cuándo? Tal vez a fines del año pasado. En la secuencia que va entre las elecciones de octubre, los apagones y auto-acuartelamientos policiales (provinciales) de diciembre, y la corrida financiera de enero. ¿Será?
Con todo, confieso, le temo a los inicios de una nueva conversión de las energías colectivas (e institucionales) a la que los medios –insensibles y reduccionistas– llaman “fin de ciclo”. Se trata, por lo que hasta acá puede percibirse, de una recodificación de los consumos por la crisis. La violencia asociada a los consumos da lugar a un reforzamiento de los aparatos de seguridad (¡¿y hasta de defensa?!). 
Y sí: de pronto el guiso se agrió. Los jóvenes se volvieron pibes peligrosos. Los consumos, sospechosos. Los barrios fueron reconstituidos por bandas. Las policías (Córdoba, Rosario) se revelaron narcos… Ya no hace falta viajar a la capital para ver el futuro: a mi provincia llegaron 2000 gendarmes militarizados. Y hubo tranquilidad (que no es poco), aunque nada cambió. Lo dijo el Papa; apareció Super-Berni; los linchamientos y hasta el generalísismo Milani.
El 24 de marzo estuve en la marcha, en Capital. Lo que vi fueron 100.000 militantes de izquierda: de la roja y de la celeste y blanca. Los primeros van a participar de la disputa sindical y política, vía el FIT de Altamira. ¿Y los otros?, ¿nosotros? ¿Vamos a hacer la conversión securitista hacia el so-sciolismo? ¿Puede una generación militante constituir fuerza sin ilusiones? ¿Cuáles son hoy las nuestras? Cierto que nada se pierde, todo se transforma. Pero tal y como lo aprendimos la última década, sin mitos lo colectivo se diluye y la política se pierde.

Hay que secuestrar a Scioli

por Anónimo



“Y entonces que carajo haces?”


La pregunta que había iniciado el debate volvía cada vez con más fuerza, coqueteando la acusación, el interrogatorio, o un pedido de auxilio.
Con el cementerio de puchos hinchado, el bocho quemado y todos las respuestas de casete gastadas, siendo las 4 am de otra noche consumida en la mayor y más hermosa de las adicciones, la política; el delirio, el absurdo o la lucidez absoluta arrojaron la respuesta más concluyente y satisfactoria para todos.
“Hay que secuestrar a Scioli”
Acá está lo interesante, porque si hay algo claro en estos encuentros trasnochados de cerebros fundidos es que definitivamente no todos pensamos lo mismo. Cada uno miro protocolarmente a su punto de referencia antagónico preferido y espero su coherente indignación.
¿Una interna? La gana, lo legitima, candidaturas se funden y mezclan en secuencias de terror y gobernabilidad.
Massa! Massa debería subir, esto lo pone en jaque, ahí cierra con Massa y el Kirchnerismo se limpia, pero el involteable está cómodo ¿Massa es una esperanza?
Cristina, Cristina debería decir algo, jugarsela, señalar al mejor de los “no-sciolis” y decir “Ese soy yo”, ahí lo complicas, ahí está en el horno… Pero por qué haría eso, es antiintuitivo, anti-peronista, “mi heredero es el pueblo” listo, mátense. Muchos de acá harían lo mismo.
Mientras todos seguimos debatiendo, a paso lento y firme se acerca el manco, con su sonrisa ensayada y bronceado motonáutico, tiene pinta de presidente, ¿Lo viste con la mujer? Quedan bárbaro.
Scioli no es el kirchnerismo, Scioli es el operativo de canas furiosos y naranjas con guita docente, Scioli es un guiño al FMI, Scioli es empresario.
Estás loco, responde el compañero convencido, el compañero que entiende que la política es el arte de lo posible, uno que sabe: Scioli es el más kirchnerista de los kirchneristas, y tiene razón.
El tipo es inmutable, se banca 17 días de paro docente, no está ni agitado. Mariotto le comió los tobillos una gestión entera, el saco lo tiene impecable ¿Y sabes que es lo peor? Siempre, siempre te dijo que era Kirchnerista, parte y convencida del proyecto.
Scioli no tendría problema en ir con Massa, Scioli y Massa son lo mismo!
Sigamos discutiendo, total nadie sabe qué carajo le pasa por la cabeza al compañero… ¿¡Cómo le vas a decir compañero a Scioli!?
Tranquilidad, por suerte existe el pelotudo de Forster que nos explica que Scioli se gano su derecho a competir en la interna del Frente Para la Victoria, gracias, posta gracias Forster. Pelotudo.
El mismo tipo que viene de jugar un picadito con Macri se acerca trotando, lento y seguro, sudando dólares al ritmo de “No se puede estar medio embarazado” para tomar las riendas del proyecto nacional y popular, mientras te cuenta lo jodidos que son los pibes chorros a quienes por más que les des planes sociales y laburo sólo quieren drogarse y robar.
Hay que secuestrar a Scioli.
¿Cómo puede ser que después de más de una década de  existencia de una identidad política fundante y la potencialidad de una subjetividad militante a futuro, la variable más razonable dentro de la intrascendencia cotidiana a la que está sometida la militancia popular sea resolver de forma antidemocrática y digna de otros tiempos, un futuro que se presenta cual fatalidad lógica?
Acá ya no se trata de ideologías, secuestrar a Scioli pasa a ser un deber patriótico, una obligación moral, si el Che viviera claramente estaría secuestrando a Scioli en este momento.
Es ahora, estamos todos en el auto, afuera de lo de Scioli.
En eso lo vemos, ahí sale, está yendo a correr, se ve ridículamente presidenciable, me hace acordar a Frank Underwood, en House of C…
-DALE SCIOLI, METETE EN EL AUTO, CALLATE, NO HABLES, VAS A VER HIJO DE PUTA!
Sobra cagaso en el aire, pero metemos a Scioli en el auto a los empujones. Secuestramos a Scioli.
Cuesta arrancar el auto, se queda una vez, para envalentonarnos empezamos a cantar la marcha, pero Scioli se nos une para confusión de todos. En la incomodidad y el nerviosismo uno se entra a reír y el otro le pega un sopapo en la nuca a Scioli, yo no me contengo y me doy vuelta “Boludo, le acabas de pegar a Scioli… Muy loco todo est…” “ARRANCÁ BOLUDO”, me gritan de atrás.
Salimos, lo logramos, secuestramos a Scioli.
El plan era redondo, había que irse a la loma del orto, a la quinta de uno de nuestros compañeros dado que la izquierda y el peronismo revolucionario tuvo y tendrá quintas, una vez en el lugar, procederíamos a someter a Scioli a un juicio revolucionario para ajusticiarlo.
Scioli estaba sospechosamente tranquilo, inquietantemente tranquilo. El copiloto comenzó a instigarlo por vendepatria, cagón, traidor y tibio; Scioli le propuso que trabajen juntos para una Argentina mejor. Tenía sentido.
La cosa estaba jodida porque no teníamos los papeles del auto, había que sortear controles y peajes de todo tipo, así que frenamos a pensar. Habíamos llegado de forma algo desprolija al secuestro, un par de nosotros tenían registro, pero de qué carajo sirve mostrar documentación si estas secuestrando a alguien, aparte reconocerían a Scioli.
Por suerte nuestro rehén propuso una alternativa superadora, él manejaría hasta el lugar, podíamos encañonarlo desde el asiento de atrás y nadie le iba a romper las pelotas a Scioli entrando a una quinta, el plan era perfecto, que maneje él. Nos cambiamos de asientos y seguimos.
Estábamos terminando de cerrar las preguntas disparadoras del juicio revolucionario cuando llegamos, Scioli nos pregunta si está bien que deje el auto ahí o preferíamos que lo entre “Dejalo acá che, no hay drama”.
Entramos, Scioli propuso que lo atásemos a una silla para cumplir protocolarmente con lo que todos teníamos en mente, con unidad, trabajo y solidaridad lo atamos siguiendo sus certeras indicaciones. El plan estaba saliendo a la perfección.
“Daniel Osvaldo Scioli, en el presente juicio revolucionario, se lo acusa de ser la variable alevosamente más sólida de gobernabilidad, potente en materia de votos y flexible ideológicamente, siendo la única opción a la altura de la patria: su eliminación física”
-Che para, eso no puede estar bien.
-¿Por qué?
-De que carajo lo estamos acusando? De ser un crack políticamente?
-Como!? NO, jamás, lo acusamos de que… De que no puede ser Scioli.
-No, obvio que no puede ser Scioli la única opción para 2015, estamos de acuerdo, pero quien carajo redacto eso?
-Scioli.
-Que!? Porque lo dejamos redactar a él su propio juicio revolucionario!?
-No se, legítima defensa… Cuando lo dijo Scioli tenía sentido. Fidel se defendió a sí mism…
-Pero la defensa es una cosa! A ver, el tipo estudio marketing en la UADE!  Que carajo le vas a preguntar de legítima defensa!?
Entonces habló, secuestrado y golpeado habló por unos 25 minutos. Cuando termino todos estábamos más tranquilos, aunque no había dicho absolutamente nada. Una sensación de paz, unidad y solidaridad nos invadió a aflojarle las ataduras y ponernos a ver el último de Game of Thrones.
Curiosamente el Dani (como insistió que lo llamemos) hizo una crítica muy certera al accionar de ciertos personajes, alevoso, exagerado, escénico, decía. Igual lo banca a muerte al enano, aunque dice que Petyr la ve más que todos los otros juntos. Nos despedimos afectuosamente y prometimos repechaje, Daniel muy correcto ofreció toda su colaboración, ayuda y lealtad para planear como asesinarlo.
Mientras tanto, la izquierda eterna se relame, ve en esta posibilidad la ratificación de todas sus profecías, Scioli 2015. Se viene el “Te lo dije”, el anuncio cíclico que coincide con las crisis del capital, la alineación interplanetaria donde los designios del trosco encuentran su asidero, tienen razón, es innegable, siempre tienen razón. Está claro que es una razón estéril, una razón con la que Scioli va a limpiarse cuidadosamente el culo mientras se dispone a gobernar el país.
La derecha curiosamente coincide con la izquierda tradicional, Scioli es una opción razonable, que siga el kirchnerismo sin su maldito populismo, que sigan ganando las empresas, que se ajuste, en la “doxa” forma que quieran, pero que se ajuste en fin. Scioli es un tipo serio, miralo, ahí está hablando de solidaridad, trabajo y unidad, ¿acaso no estás de acuerdo con eso?
Para todo el resto, el amplio resto, Scioli es un dolor en la patria, un insulto a la coherencia, y sin embargo, ronda un posibilismo cual fantasma por estos lares, un fantasma que se presenta como pragmatismo, huele a resignación y genera ceguera.
Este fantasma va dejando un convencimiento testarudo a su paso, de esas obstinaciones que temen más escucharse a sí mismas que a otros, ese fantasma da clases de política donde sea que pisa y saluda con la izquierda.
Todos nos reímos, nadie va a secuestrar a Scioli. Nos faltan pelotas.

Hoy viernes: Presentación de Saraus Movimiento/Literatura/Periferia/São Paulo

Presentación de
Saraus
Movimiento/Literatura/Periferia/São Paulo

Hoy la Casona de Flores a las 21:30 hs. presentamos Saraus del mejor modo: haciendo un Sarau con los autores del libro, entre ellos Ferrez. Además, vamos a estar estampando y aprendiendo qué son las adinkras, los simbolítos que ilustran el libro.


Entrevista a Andrés Carrasco: “No estamos eliminando agroquímicos, estamos introduciendo nuevos»

El investigador del Conicet Andrés Carrasco, quien había denunciado los efectos tóxicos del glifosato, advirtió que la introducción en el país de diez nuevas semillas transgénicas de soja y maíz aumentará la aplicación de sustancias químicas nocivas para la salud, entre ellas el herbicida glufosinato de amonio.

En el último año, el Ministerio de Agricultura de la Nación aprobó la introducción en el país de diez nuevas semillas transgénicas, entre ellas la soja Intacta RR2 anunciada en los últimos días. Contradiciendo lo afirmado desde el gobierno y las empresas, el investigador del Conicet y docente de la UBA Andrés Carrasco advirtió que estas tecnologías conllevarán una mayor aplicación de agroquímicos. Además, relató que cinco de los nuevos organismos que se usarán en el país son resistentes al glufosinato de amonio, un producto “más tóxico que el glifosato”.

“No estamos eliminando los herbicidas y los agroquímicos, estamos introduciendo nuevos”, dijo Carrasco a este medio en respuesta a los anuncios oficiales difundidos días atrás, según los cuales la introducción de nuevas semillas transgénicas en Argentina permitirá una agricultura más respetuosa con el medio ambiente.
El investigador del Conicet y director del Laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) difundió en 2009 un estudio que demostró los efectos tóxicos del glifosato en embriones. El uso de dicho herbicida comenzó a extenderse en 1996 cuando se aprobó por primera vez en el país la semilla de soja transgénica creada por la multinacional Monsanto.
Desde aquel momento hasta hoy, el gobierno nacional aprobó 27 Organismos Genéticamente Modificados (OGM) que buscan mejorar el rendimiento de la producción agrícola, diez de los cuales fueron autorizadas en el último año. Según indicó Carrasco, la soja Intacta RR2 desarrollada por Monsanto -resistente al glifosato y a determinados insectos- fue la que mayor difusión alcanzó en los últimos días, pero la lista incluye nueve semillas más de soja y maíz y cada una de ellas es resistente a distintos tipos de agroquímicos.
“Lo más significativo es que de las 10 nuevas semillas del último año -y de eso no se habla- 5 de ellas incorporaron el glufosinato de amonio. Es decir que son semillas resistentes al glifosato y a este nuevo herbicida”, explicó el investigador en relación al producto cuyo nombre comercial más difundido es “Liberty” de la empresa Bayer.
Según se establece en la página oficial del Ministerio de Agricultura, Pesca y Ganadería de la Nación, las cinco semillas de soja y maíz aprobadas entre 2011 y 2012 resistentes al glufosinato de amonio fueron desarrolladas por las empresas Bayer, Syngenta, Dow AgroSciences y Monsanto.
“Era obvio que las empresas iban a tener que poner otro herbicida”, expresó el científico en relación a la creciente aparición de malezas resistentes al glifosato. Y explicó que actualmente quien utilice estos nuevos OGM combinará la aplicación de dos herbicidas en el proceso de pulverización, aumentando los riesgos a la salud y el ambiente.
“Más tóxico que el glifosato”
“Se ha dicho públicamente y con fuerza en discursos oficiales que las nuevas semillas introducidas por estas grandes transnacionales van a usar menos agroquímicos. A lo mejor usan menos agroquímicos de un tipo pero están introduciendo otros nuevos que no son mejores que los que se están usando hoy sino que son peores”, denunció Carrasco. Y agregó que la aplicación de glufosinato que conlleva el uso de algunas de estas semillas es la mayor demostración de esta realidad.
“Se sabe que es más tóxico que el glifosato, eso sin duda”, aseguró el investigador del Conicet respecto a los efectos que puede provocar este producto sobre la salud. En este sentido, el biólogo precisó: “El problema es que si el glifosato era clase 4 -o sea que se decía que tenía baja toxicidad y después se descubrió que esa baja toxicidad era muy relativa, que más bien tenía efectos no deseables- desde el año 1996 se sabe que el glufosinato altera la síntesis de neurotrasmisores porque es un bloqueante de un aminoácido importante para el sistema nervioso”.
Según Carrasco, ya en 1996 experimentos de laboratorio realizados en mamíferos demostraron que este agroquímico puede provocar malformaciones congénitas. “Durante el desarrollo embrionario tiene efectos teratogénicos muy significativos”, señaló y destacó que entre los resultados de dicho estudio se encontraron incluso malformaciones en rostro.
De este modo, el director del Laboratorio de Embriología Molecular expresó que las investigaciones realizadas y publicadas hace más de una década en ratones ya indicaban que el glufosinato produce muertes celulares en el tejido nervioso.
En otros países
A su vez, el investigador principal del Conicet destacó que el glufosinato está siendo duramente cuestionado en otros países y señaló que ya fue declarado como tóxico por un informe de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria. En ese marco, el producto fue incluido entre las 22 sustancias que la Unión Europea prohibiría próximamente por sus riesgos para la salud.
“Es muy probable que en Europa el glufosinato sea prohibido porque ya hay reportes oficiales de la Unión Europea que van en esa dirección y está en las listas negras, hay montones de organizaciones ambientalistas que están pidiendo que lo prohíban”, advirtió el biólogo.
Carrasco aclaró que en territorio europeo no están permitidos los cultivos transgénicos con resistencia a ningún tipo de herbicida, por lo que hasta ahora tanto el glifosato como el glufosinato se aplican para otros fines. Pese a ello, según informó el investigador, hace un año Bayer debió sacar este producto del mercado en Alemania por disposición de las autoridades.
Así, cuestionando la aprobación del kirchnerismo de las nuevas semillas de soja y maíz, concluyó: “Mientras los europeos tienden a no permitir que se vendan en los viveros herbicidas a base de glufosinato para las plantitas, nosotros lo estamos introduciendo en la producción agrícola”.
Finalmente, el profesor de la UBA advirtió que el panorama empeora si se tiene en cuenta que actualmente Argentina cuenta con 23 millones y medio de hectáreas sembradas con transgénico que pretenden aumentarse considerablemente en los próximos años, trayendo aparejado un uso creciente de agroquímicos.

Conversacion con Carrasco en Clinämen: El modelo de agronegocios y la producción de saber

VER ACÁ

Así conversamos hace un año con Andrés Carrasco, investigador, médico y profesor de embriología, sobre el modo de producción agrícola sostenido en Argentina y la relación con la investigación y la producción de saberes en las universidades públicas. ¿Cómo se gesta este modelo? ¿Hay alternativas? ¿Se puede pensar en economías que resguarden/potencien la vida?

Andrés Carrasco, científico y militante: gracias

por Darío Aranda
(para La Vaca)



Falleció Andrés Carrasco, el científico que confirmó los efectos devastadores del glifosato, acompañó con su investigación a los pueblos fumigados y cuestionó que la ciencia esté al servicio de las corporaciones.

“Soy investigador del Conicet y estudié el impacto del glifosato en embriones. Quisiera que vea el trabajo”.

Fue lo primero que se escuchó del otro lado del teléfono.

Era 2009 y aún estaba latente el conflicto por la Resolución N°125. Página12 había dado amplia cobertura a las consecuencias del modelo agropecuario y este periodista había escrito sobre los efectos las fumigaciones con agroquímicos.

El llamado generó desconfianza. No conocía al interlocutor. ¿Por qué me llamaba?

El científico avanzó en la presentación. “Mi nombre es Andrés Carrasco, fui presidente del Conicet y soy jefe del Laboratorio de Embriología de la UBA. Le dejo mis datos”.

Nunca había escuchado su nombre. Nunca había escrito sobre científicos y el Conicet me sonaba como un sello.

Llamados al diario y preguntas a colegas. Todos confirmaron que era un científico reconocido, treinta años de carrera, con descubrimientos muy importantes en la década del 80 y trabajo constante en los 90, cuando se enfrentó al menemismo.

Hice la nota.

Su investigación fue la tapa del diario, (abril de 2009). La noticia: el glifosato, el químico pilar del modelo sojero, era devastador en embriones anfibios. Nada volvió a ser igual. Organizaciones sociales, campesinos, familias fumigadas y activistas tomaron el trabajo e Carrasco como una prueba de lo que vivían en el territorio.

“No descubrí nada nuevo. Digo lo mismo que las familias que son fumigadas, sólo que lo confirmé en un laboratorio”, solía decir él. Y comenzó a ser invitado a cuanto encuentro había. Desde universidades y congresos científicos, hasta encuentros de asambleas socioambientales y escuelas fumigadas. Intentaba ir a todos lados, restando tiempo al laboratorio y a su familia.

También ganó muchos enemigos. Los primeros que le salieron al cruce: las empresas de agroquímicos. Abogados de Casafe (reúne a las grandes corporaciones del agro) llegaron hasta su laboratorio en la Facultad de Medicina y lo patotearon. Comenzó a recibir llamadas anónimas amenazantes. Y también lo desacreditó el ministro de Ciencia, Lino Barañao. Lo hizo, nada menos, que en el programa de Héctor Huergo, jefe de Clarín Rural y lobbysta de las empresas.

Barañao desacreditó el trabajo y defendió al glifosato (y al modelo agropecuario). Y no dejó de hacerlo en cuanto micrófono se acercara. Incluso cuestionó el trabajo de Carrasco en encuentros de Aapresid (empresarios del agro) y, sobre todo, en el Conicet.

Carrasco no se callaba: “Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. Saben que no pueden tapar el sol con la mano. Hay pruebas científicas y, sobre todo, hay centenares de pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria”.

Los diarios Clarín y La Nación lanzaron una campaña en su contra. No podían permitir que un reconocido científico cuestionara el agronegocio. Llegaron a decir que la investigación no existía y que era una operación del gobierno para prohibir el glifosato, una represalia por la fallida 125. Carrasco se enojaba. “Si hay alguien que no quiere tocar el modelo sojero es el gobierno”, resumió café mediante en el microcentro porteño. Pero Carrasco era funcionario del gobierno: Secretario de Ciencia en el Ministerio de Defensa. Le pidieron que bajase el tono de las críticas al glifosato y al modelo agropecuario. No lo hizo. Renunció.

El silencio no es salud

Empresas, funcionarios y científicos lo habían acusado de no publicar su trabajo de glifosato en una revista científica, sino en un diario. Se reía y retrucaba: “No existe razón de Estado ni intereses económicos de las corporaciones que justifiquen el silencio cuando se trata de la salud pública. Hay que dejarlo claro, cuando se tiene un dato que sólo le interesa a un círculo pequeño, se lo pueden guardar hasta tener ajustado hasta el más mínimo detalle y, luego, se lo canaliza por medios que sólo llegan a ese pequeño círculo. Pero cuando uno demuestra hechos que pueden tener impacto en la salud pública, es obligación darle una difusión urgente y masiva”.

Era calentón Carrasco. Se enojaba, discutía a muerte, pero luego tiraba algún comentario para distender.

Nos solíamos ver en un café antiguo cerca de Constitución. Él era habitué. Charlaba con las mozas y debatía de política con el dueño.

Café mediante, le pregunté por qué se metió en semejante baile. Ya era un científico reconocido en su ámbito y no necesitaba dar prueba de nada. Tenía mucho por perder en el mundo científico actual. Me explicó que lo había conmovido el sufrimiento de las Madres del Barrio Ituzaingó de Córdoba. Y que no podía permanecer indiferente. También lamentó que el Conicet estuviera al servicio de las corporaciones. Denunció acuerdos (incluso premios) entre Monsanto y Barrick Gold con el Conicet. Se indignaba. “La gente sufre y los científicos se vuelven empresarios o socios de multinacionales”, disparaba.

Ética

En 4 de mayo de 2009, el ministro Barañao envió un correo electrónico a Otilia Vainstok, coordinadora del Comité Nacional de Ética en la Ciencia y Tecnología (Cecte). En un hecho sin precedentes, Barañao aportaba bibliografía de Monsanto y pedía que evalúen a Carrasco. Nunca había pasado algo similar. La mayor autoridad de ciencia de Argentina pedía una evaluación ética por un investigar que había cuestionado al químico pilar del modelo agropecuario.

Barañao quería la cabeza de Carrasco.

Vainstok envió un correo electrónico el mismo lunes 4 de mayo,,con copia a los nueve integrantes del Comité de Ética. Decía así:

“Estimados colegas, esta tarde he recibido un pedido de que el Cecte considere las expresiones vertidas en artículos periodísticos por Andrés Carrasco con motivo de su investigación de los efectos del glifosato en embriones de anfibios. Adjunto también la bibliografía aportada por Lino Barañao, la entrevista a Carrasco y la entrevista al Ministro Barañao que sacó Clarín”.

El mail se filtró a la prensa. Y Carrasco se enteró de la operación de Barañao y Vainstok. El escándalo hubiera sido enorme. El Comité de Ética reculó y no juzgó a Carrasco, pero el camino estaba marcado.

Los de abajo

En agosto de 2010, en Chaco, estaba por dar una charla, pero empresarios arroceros y punteros políticos intentaron lincharlo. Había concurrido a una escuela de un barrio fumigado, y no pudo hablar. Lo sorprendió la violencia de los defensores del modelo.

Ese mismo agosto, la revista estadounidense Chemical Research in Toxicology (Investigación Química en Toxicología) publicó la investigación de Carrasco. Lo que había sido un pedido-chicana de sus detractores, no sirvió para calmar las críticas. Continuó la difamación de los defensores del agronegocios. Pero fue un triunfo para los pueblos fumigados, las Madres de Ituzaingó y las asambleas en lucha. Y Carrasco comenzó a tejer diálogos con otros investigadores, de bajo perfil. Sentía particularmente respeto y cariño por jóvenes investigadores de Universidad de Río Cuarto y de la Facultad de Ciencias Médica de Rosario. Solía mencionarlos en las charlas y los señalaba como el “futuro digno” de la ciencia argentina.

Otro veneno

Solíamos cruzarnos en encuentros contra el extractivismo. Y periódicamente nos enviábamos correos con información del modelo agropecuario, alguna nueva investigación, viajes suyos a Europa para contar sobre su investigación, el juicio de las Madres de Ituzaingó, la nueva soja aprobada por el gobierno, los nuevos químicos. Un día recibí uno de sus mensajesl. “Hay un nuevo veneno”, fue el asunto de un mail. Alertaba sobre el glufosinato de amonio y lo mencionaba como posible sucesor del glifosato: “El glufosinato en animales se ha revelado con efectos devastadores. En ratones produce convulsiones y muerte celular en el cerebro. Con claros efectos teratogénicos (malformaciones en embriones). Todos indicios de un serio compromiso del desarrollo normal”, precisaba. Y recordaba que la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) detalló en 2005 los peligros del químico para la salud y el ambiente. Destacó que desde 2011 el Ministerio de Agricultura había aprobado diez eventos transgénicos de maíz y soja de las empresas Bayer, Monsanto y Syngenta. Cinco de esas semillas fueron aprobados para utilizar glifosato y glufosinato.

¿Para qué y para quién investigan?

Otra tarde le envíe un correo electrónico contando de investigadores que confirmaron lo mismo que él, pero en sapos (muchas veces llaman los “canarios de la mina” porque pueden anunciar lo que le sucederá a humanos. Los investigadores tenían miedo a hablar, por las posibles represalias. De inmediato me llamó por teléfono. Fue tajante: “No quiero saber quiénes son. Sólo quiero que le preguntes para qué mierda investigan, si para criar sapos o para cuidar al pueblo que subsidia sus investigaciones. Preguntales eso por favor”. Y cortó.

Los investigadores nunca quisieron hablar y difundir masivamente sus trabajos.

Carrasco en Wikileaks

En marzo de 2011 se conoció que la embajada de Estados Unidos lo había investigado y había hecho lobby en favor de Monsanto. Documentos oficiales filtrados por Wikileaks confirmaban el hecho. “No esperaba algo así, aunque sabemos que estas corporaciones operan al más alto nivel, junto a ámbitos científicos que les realizan estudios a pedido, medios de comunicación que les lavan la imagen y sectores políticos que miran para otro lado. Estaban, y están, preocupados. Saben que no pueden esconder la realidad, los casos de cáncer y malformaciones se reiteran en todas las áreas con uso masivo de agrotóxicos”.

El otro Carrasco

En noviembre de 2013 le relaté que en Estación Camps (Entre Ríos) había entrevistado a una mujer que luchaba contra los agroquímicos. Era una trabajadora rural y ama de casa, muy humilde, que había enviudado. Su esposo era peón de campo, vivía rodeado de soja y fue fumigado periódicamente. Comenzó a enfermar, la piel se le desprendía y tuvo graves problemas respiratorios. Murió luego de una larga agonía. La mujer no tenía dudas de que habían sido los agroquímicos que llovían sobre la casa. Y los médicos tampoco tenía dudas, aunque se negaban a ponerlo por escrito. El nombre del trabajador rural víctima de los agroquímicos: Andrés Carrasco.
La viuda había escuchado en la radio sobre el científico homónimo de su marido y el glifosato. Y, entre llantos, contó que le daba fuerzas saber que alguien con el mismo nombre que su esposo estaba luchando contra los químicos que le arrebataron al padre a sus hijos.

Le conté la historia por teléfono. El Carrasco científico se conmovió, no podía seguir hablando. Y confesó que solía arrepentirse de no haber investigado antes sobre el glifosato.

La última maniobra

A fin del año pasado me llamó para contarme la última maniobra del Conicet. Había solicitado la promoción a investigador superior y le fue negada. La cuestión iba mucho más allá de la promoción. Lo enojaba el ninguneo de los científicos empresarios y obedientes del poder. Lo habían evaluado dos personas que no conocían nada de su especialidad y otro que es parte de las empresas del agronegocios. Me envió su carta de reclamo al Conicet y relató en detalla la reunión con el Presidente de la Institución. Estaba seguro que era un nuevo pase de factura por lo que comenzó en 2009.

Y le dolía el silencio de académicos que respetaba, incluso de amigos de antaño de las ciencias sociales que le daban la espalda.

Le propuse un artículo periodístico e intentar publicarlo en Página12. Le tenía aprecio al diario, a pesar de que hacía tiempo habían dejado de darle espacio. Le avisé que pondría su versión de los hechos y la del Conicet y de Barañao. Me retruco rápido: “Te van a sacar cagando”.

Lo propuse al diario. Lo rechazaron sin la más mínima explicación. Cuando le avisé la negativa, ni se inmutó. Dijo que era previsible. “En estos años tuve un curso acelerado de lo que son los medios de comunicación”, resumió. Le respondí que estos años había aprendido que el Conicet no era para nada impoluto y que había demasiadas miserias en el mundo científico.
Reímos juntos.

Y me chicaneaba y recordaba que ahora éramos colegas. Tenía un programa en FM La Tribu donde nadie lo censuraba y daba gran protagonismo a las asambleas y organizaciones en lucha contra el extractivismo. El nombre del programa era todo un mensaje a sus enemigos: “Silencio cómplice”.

Quedamos en juntarnos a comer un asado y publicar la nota en medios amigos (la publicó lavaca en su periódico MU en marzo pasado).

Intenté para esa nota hablar con “la otra parte”. Barañao dijo que no tenía nada de qué hablar, desechó cualquier pregunta. El presidente del Conicet, Roberto Salvarezza, adujo problemas de agenda.

La última entrevista

Viajó a México al Tribunal Permanente de los Pueblos (tribunal ético internacional, de carácter no gubernamental que evalúa la violación de derechos humanos). Volvió a México en enero. Se descompuso y fue trasladado de urgencia. Lo operaron en Buenos Aires y tuvo largas semanas internado, débil. Cuando le dieron el alta, llamó a casa. “Zafé”, fue la primera palabra. Y de inmediato preguntó: “¿Qué sabés del bloqueo en Malvinas Argentinas (Córdoba, donde se frenó la instalación de una planta de Monsanto)? ¿La tiene difícil Monsanto?” Él había estado en setiembre de 2013 cuando comenzó el bloqueo. Me explicó que tenía para varias semanas de recuperación, pero cuando estuviera mejor quería que vayamos a Córdoba, a Malvinas Argentinas y también a visitar a las Madres de Ituzaingó. Lo dejamos como plan a futuro.

Hablamos sobre su situación en el Conicet. Le dolía la indiferencia de compañeros del mundo académico, sobre todo de las ciencias sociales. Le pregunté por qué no recurrir a las organizaciones sociales. Se opuso. Argumentó que ya demasiado tenían en sus luchas territoriales como para preocuparse por él. Se ofreció para una entrevista. La hicimos. Algunas citas:

  • “Los mejores científicos no siempre son los más honestos ciudadanos, dejan de hacer ciencia, silencian la verdad para escalar posiciones en un modelo con consecuencias serias para el pueblo”.
  • “El Conicet está absolutamente consustanciado en legitimar todas las tecnologías propuestas por corporaciones”.
  • “(Sobre la ciencia oficial) Habría que preguntar ciencia para quién y para qué. ¿Ciencia para Monsanto y para transgénicos y agroquímicos en todo el país? ¿Ciencia para Barrick Gold y perforar toda la Cordillera? ¿Ciencia para fracking y Chevron?”
  • “Mucha gente fue solidaria conmigo, piensa que lo que uno hizo tuvo importancia para ellos, tienen derecho a saber que hay instituciones del Estado que privilegian la arbitrariedad para sostener discursos, para que el relato no se fisure.
Sabía que la entrevista sería para un medio amigo, “no masivo”. Estaba contento, recuperando fuerzas, no iba a dar el brazo a torcer ante Barañao, Salvarezza, el establishment científico y las corporaciones del agro.

El 27 de marzo concurrió a Los Toldos, a una audiencia pública sobre agroquímicos. Estaba débil, pero no quiso faltar. Sucedió lo mismo en la Facultad de Medicina, en la Cátedra de Soberanía Alimentaria (el 7 de abril), donde habló de los alimentos transgénicos y los agroquímicos. No estaba bien, andaba dolorido, pero no quiso faltar. Entendía esos espacios como lugares de lucha, donde debía explicar los efectos de los agroquímicos. Solía decir que se lo debía a las víctimas del modelo.

Al fines de abril avisó por correo electrónico que lo habían vuelto a internar. Esperaba que sea algo rápido. Quería volver a su casa, recuperarse y hacer el viaje pendiente a Córdoba, al acampe contra Monsanto.

Su legado

Fui testigo de sus últimos seis años. Tiempo en el que decidió alejarse del establishment científico que vive encerrado en laboratorios y sólo preocupado por publicaciones que sólo leen ellos.Se transformó en un referente hereje de la ciencia argentina. No tendrá despedidas en grandes medios, no habrá palabras de ocasión de funcionarios ni habrá actos de homenaje en instituciones académicas.

Andrés Carrasco optó por otro camino: cuestionar un modelo de corporaciones y gobiernos y decidió caminar junto a campesinos, madres fumigadas, pueblos en lucha. No había asamblea en donde no se lo nombrara.

No existe papers, revista científica ni congreso académico que habilite a entrar donde él ingresó, a fuerza de compromiso con el pueblo: Andrés Carrasco ya tiene un lugar en la historia viva de los que luchan.

Nos queda, entonces, saldar con él una enorme deuda: la de decirle gracias.

Nos vemos en la lucha.

8 años de Devenir

– Autonomía – Horizontalidad –
Cambio Social
A ocho años de haber empezado a caminar colectivamente, desde Devenir podemos balancear con orgullosa honestidad el haber sostenido una práctica horizontal para dar cuenta de una época.
En ese camino fuertemente marcado por las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, fuimos perfilando con y desde la rabia y la rebeldía un discurso surcado por las experiencias de la autonomía y la autogestión como inspiradoras del cambio social.
El 2014 nos encuentra fortalecidos por el aporte de nuevos compañeros y compañeras que nutren de saberes y compromisos la decisión de profundizar una comunicación popular capaz de traducir la necesidad de otras formas de construcción política para combatir al capitalismo y al sistema que lo sostiene.

http://www.revistadevenir.com.ar/

El anarquismo como catapulta: entrevista con Tomás Ibáñez

Entrevista con Tomás Ibáñez, militante histórico español sobre la actualidad del anarquismo
por Amador Fernández-Savater 

«La memoria viva no nació para ancla. Tiene, más bien, vocación de catapulta”, dice Eduardo Galeano. No convierte el pasado en un modelo que exige repetición, ni nos aplasta bajo el peso de referencias en las que debemos reconocernos obligadamente, sino que más bien acompaña e inspira las búsquedas del presente.
La vida de Tomás Ibáñez está marcada por el anarquismo desde su infancia: hijo del exilio libertario en Francia, participó en los años 60 en los circuitos estudiantiles anarquistas cuando aún casi nadie en el campo del antagonismo se atrevía a cuestionar la hegemonía del Partido Comunista. En mayo del 68, integrado en el Movimiento 22 de Marzo junto a compañeros anarquistas como Daniel Cohn-Bendit o Jean-Pierre Duteuil, se sumerge en la cotidianeidad de los acontecimientos hasta que es detenido el 10 de junio y confinado en destierro por su condición de refugiado político.
En 1973 volvió a España y participó en los fracasados intentos de reconstrucción de la CNT. Ha sido catedrático de Psicología Social en el Departament de Psicologia Social de la Universitat Autònoma de Barcelona hasta su jubilación en el año 2007. Es autor de numerosos libros y textossobre anarquismo, ciencias humanas y, en especial, psicología social. 
Tomás Ibáñez trabaja desde hace años para que la historia de anarquismo sea memoria viva y no lengua muerta, catapulta y no ancla. Autor de referencia para las corrientes libertarias en España y el extranjero, ha enriquecido los planteamientos anarquistas básicos con las aportaciones del post-estructuralismo francés y, muy en concreto, de Michel Foucault (no sin escándalo de los «guardianes del templo» anarquista). Co-fundador de la revista Archipiélago, en la que trabajamos juntos durante varios años, acaba de publicar en la editorial Virus Anarquismo es movimiento, donde se explora la reactualización contemporánea de ideas y prácticas que algunos relegaron demasiado apresuradamente al museo de la Historia.
El virus anarquista 
Citas en el libro a Christian Ferrer: “el anarquismo no se enseña y tampoco se aprende por los libros, sino que se propaga por contagio, y el contagio las más de las veces es irreversible”. En tu caso ha sido así, es una historia de fidelidad que dura ya medio siglo. ¿Cuáles fueron tus primeros contactos-contagios con el anarquismo? Creo recordar que hay historias familiares de por medio, ¿es así?
Tomás Ibáñez. Sí, Amador, hay efectivamente historias familiares de por medio y eso explica que “los contactos” con el anarquismo fuesen muy precoces. En 1947 mi madre, activista de las juventudes libertarias de Zaragoza, pasó a Francia llevándome en brazos por una ruta pirenaica, y eso hizo que yo creciera en el cálido ambiente del exilio libertario. Era un ambiente por donde circulaba una multitud de nostálgicos, pero esperanzados, relatos de una lucha revolucionaria aún cercana, y donde la ayuda mutua nunca se hacía esperar. Obviamente, la sensibilidad de un niño no podía captar que ese ambiente también albergaba luchas fratricidas, rancios dogmatismos e inevitables miserias, con lo cual la huella que me dejó sólo podía ser positiva. Ese fue “el contacto”, sin embargo “el contagio” llegaría más tarde.
¿Cuándo, por dónde?
Tomás Ibáñez. Mi temprano activismo anarquista hubiera podido agotarse y extinguirse sin más, de no haber sido porque en el verano de 1963 arrastré mi saco de dormir hasta el campamento que organizaba cada año la FIJL (Federación Ibérica de Juventudes Libertarias). Fue una experiencia inolvidable que abrió de par en par las puertas, ya definitivamente, al virus del anarquismo. Autoorganización, vida en común, compañerismo, debates, sentimiento de vivir en otro planeta donde la igualdad y la libertad se habían hecho realidad, pero también rabia y lucha. Porque se daba la circunstancia de que la FIJL había emprendido recientemente un línea de hostigamiento frontal al franquismo y la ejecución a garrote vil de dos de sus militantes, Francisco Granado y Joaquín Delgado, que preparaban un atentado contra Franco, cayó en el campamento como una indignante y dolorosa noticia. Al recoger mi mochila y despedirme de mis compañeros, la idea de volver a la “normalidad” se me hizo insoportable, en el tren que me devolvía a casa miraba a los viajeros y me sentía como un absoluto extraño en un mundo que ya no era el mío.
Por supuesto, soporté esa “normalidad”, pero el sentimiento de que era intolerable nunca me abandonaría. Desde entonces estoy convencido de que lo que de verdad deja huella en las personas y las transforma en profundidad es su inmersión en un escenario de vida, de experiencias y de lucha que se construye en común y en unos espacios arrebatados a las reglas de la sociedad instituida.
La “A” dentro de un círculo: el origen desconocido de un símbolo
Luego te moviste en los circuitos del anarquismo estudiantil previo a Mayo del 68, ¿qué recuerdos te vienen de aquella época?
Tomás Ibáñez. Lo que evoca en mí, como un primer flash, es la imagen de un inacabable desierto. Durante mi primer año de universidad, en 1962 cerca de Marsella, me movía en el potente sindicalismo estudiantil de aquellos años sin conseguir dar con ningún otro estudiante libertario. Al año siguiente me trasladé a la universidad de París donde, al inicio del curso, unos estudiantes trotskistas me informaron, entre risas, que conocían “al otro” estudiante anarquista de la Sorbona y que podían ponernos en contacto.
A partir de ahí, pensando que siendo dos ya éramos invencibles removimos cielo y tierra hasta encontrar a otro par de compañeros… Y así nació en 1963 una exigua coordinación de estudiantes anarquistas parisinos que tenía nombre de mujer, LEA, que creció poco a poco y que atraería, algún tiempo más tarde, a estudiantes de la recién creada universidad de Nanterre, como Daniel Cohn-Bendit o Jean-Pierre Duteuil, quienes contribuirían a la creación del Movimiento 22 de Marzo que encendió la mecha de Mayo del 68.
¿Y qué hay de esa historia que te sitúa en el origen del símbolo anarquista por excelencia, la “A” dentro de un círculo?
Tomás Ibáñez. Es bien cierta, y es una historia muy sencilla. Al llegar a París me hice el propósito de ayudar al acercamiento entre los diversos grupos y tendencias en las que se fragmentaba el menguado movimiento anarquista, lo que me llevó a lanzar iniciativas de coordinación en los sectores más jóvenes. Se me ocurrió entonces que una forma de propiciar una confluencia consistía en hallar un denominador común que, al no pertenecer en exclusiva a ninguna de las organizaciones, pudiera constituir un punto de coincidencia. Se trataba también de multiplicar la presencia percibida del movimiento anarquista por el simple hecho de la repetida aparición de ese denominador común en las expresiones públicas (pasquines, pintadas, etc.) de los diferentes colectivos anarquistas.
Propuse esa idea en uno de los grupos a los que pertenecía, insistiendo en que debía ser un símbolo que fuese fácil y rápido de dibujar, y que pudiese evocar el anarquismo de forma suficientemente directa. La propuesta fue aceptada, nos lanzamos a una lluvia de ideas y a altas horas de la noche convenimos que una “A” en un círculo podía ser un buen logo. Fue así como, en abril de 1964, salía a toda plana en el nº 48 de nuestro boletín “Jeunes Libertaires”, la primera “A” en un círculo. Le acompañaba un editorial donde explicaba el sentido de la propuesta y en el que se invitaba a todos los grupos anarquistas a apropiarse ese símbolo.
Pero ojo, en realidad sólo habíamos creado una imagen y formulado una propuesta, no habíamos creado un símbolo. La A en un círculo sólo se convertiría en un símbolo del anarquismo mediante la acción de miles y miles de manos que la pintaron en las calles del mundo, se trata pues de una creación colectiva multitudinaria de la que nadie tiene la paternidad.
Mayo del 68: tecnologías, liderazgos y logros
Y de pronto Mayo del 68. Hablas de Mayo del 68 como un “regalo”. ¿Por qué un “regalo”? ¿Cuál fue el contenido del regalo? 
Tomás Ibáñez. Un auténtico regalo es algo que te ofrecen para darte placer, sin obligación y sin pedir nada a cambio. Si no lo esperas, si es una sorpresa y si te colma de satisfacción, el regalo aún se crece más en su condición de “auténtico” regalo. Eso fue para mí Mayo del 68. En lo inmediato, el contenido del regalo fue la oportunidad de vivir durante varias semanas un verdadero sueño, de presenciar unas escenas que usualmente sólo alcanzamos a ver cuándo los sueños nos transportan lejos de las realidades cotidianas. Y también consistió en demostrar, fácticamente, que aquello que, increíblemente, estaba ocurriendo era posible puesto que, precisamente, estaba ocurriendo.
Con posterioridad, el regalo consistió en dejar un recuerdo que sigue trasladando aquel periodo al presente como si el tiempo no existiese, sin alterar la intensidad de las vivencias que allí acontecieron. Y también consistió en arraigar el convencimiento de que si aquello había ocurrido podía volver a ocurrir, con otros matices, en otros contextos, pero con las mismas características básicas.
Me gustaría citar aquí la descripción de la vivencia de Mayo del 68 que hiciste en el número de Archipiélago que dedicamos a Mayo del 68:
(…) Estamos quizás en el momento álgido de Mayo, las vivencias fluyen de forma incontenible y las vuelco aquí de forma desordenada. Sentimiento de ser parte de una comunidad creada muy rápidamente pero atravesada por lazos muy intensos que, paradójicamente, parecen venir de antiguo, inserción en un «nosotros» formado por muchos desconocidos y sin embargo muy cercanos, muy cómplices, creación de nuevas relaciones sociales, nuevos amigos. Necesidad de estar siempre disponible, en cada instante, siempre en alerta, delante de un futuro inmediato que se va construyendo en el momento, sin predeterminaciones. Atrapados en un ritmo desenfrenado, vertiginoso, mezcla de exaltación y de agotamiento, impresión muy fuerte de estar haciendo historia, de ser protagonista, de estar teniendo efectos sobre la realidad, de estar constantemente confrontados a desarrollos imprevistos que superan a sus protagonistas, y, durante un tiempo, impresión de ir cada día a más, de acertar en las acciones emprendidas. Alegría y entusiasmo, un placer nacido de la propia acción en la que se esta inmerso. Deseo muy intenso de que aquello no acabara nunca. Impresión de que uno estaba haciendo colectivamente cosas que no se podían hacer y que eran impensables hasta ese momento. Impresión de estar desafiando lo establecido, el poder, lo intocable. Impresión de haber puesto la máquina «fuera de control», de haber lanzado un proceso de reacciones en cadena, imparable e imprevisible…
Un proceso de reacción en cadena, imparable e imprevisible, que detonaron los estudiantes pero que alcanzó enseguida al movimiento obrero, desembocando en pocos días en una huelga general masiva que paralizó durante un mes el país entero. La velocidad e intensidad de la comunicación entre distintos sujetos fue potentísima. Pero… ¿dónde estaba Twitter?
Tomás Ibáñez. Acontecimientos como los de Mayo del 68 se han producido en otros momentos de la historia, efervescencias populares que estallan de imprevisto y donde la gente “actúa por sí misma“ no han esperado al surgimiento de las nuevas tecnologías ni a la constitución de las redes sociales. Creo, eso sí, que en cada época esas efervescencias populares, a la vez destructivas y constructivas, han sabido apropiarse y utilizar las tecnologías existentes, la radio fue importante en Mayo del 68, y los talleres de serigrafía, entre otras cosas. Sin embargo, en todas esas situaciones de efervescencia creadora nada puede sustituir la copresencia física de las personas, los gestos, las voces, las miradas, las palabras, los roces.
También creo, como lo explico en mi libro, que las nuevas tecnologías y las redes sociales tienen unas características que fomentan el proceso de auto-organización de la gente en situaciones de efervescencia popular, pero no porque se usen con fines y resultados autorganizativos, sino simplemente porque propician confluencias masivas sin que exista una estructura previa, un plan preestablecido, una dirección que ordene y canalice las actividades.
Mientras que el primer 15M se caracterizó por el anonimato (ningún “rostro” en particular se convirtió en el símbolo de la protesta), hoy se da, en torno a las figuras (tan distintas) de Ada Colau o Pablo Iglesias, un debate sobre la necesidad o pertinencia de los liderazgos. Te quería preguntar tu opinión sobre el particular y sobre el “liderazgo” de Daniel Cohn-Bendit en Mayo del 68, el líder paradójico de un movimiento que se caracterizaba por su rechazo de la delegación y la representación. ¿Qué aportaba el liderazgo de Cohn-Bendit y qué limitaba? 
Tomás Ibáñez. Los liderazgos siempre son tanto más peligrosos cuantos más carismáticos, y es innegable que todo el sistema actual concurre para instituir y potenciar liderazgos. En la sociedad del espectáculo los rostros venden, y también tranquilizan cuando sustituyen al anonimato de las efervescencias colectivas. Ciertamente, los liderazgos ayudan a visualizar los movimientos y a ampliar su presencia mediática pero el precio a pagar es altísimo. ¿Cuántos líderes aceptan volver al anonimato antes de que se agoten sus posibilidades de seguir siendo líder? Ada Colau constituye sin duda una grata excepción.
El liderazgo en movimientos basados en la democracia directa constituye una aberración. Daniel Cohn-Bendit tuvo, indiscutiblemente, un papel de líder, pero era un líder atípico, no pretendía “representar” al Movimiento del 22 de Marzo que, además, no tenía cargos ni ningún portavoz oficial permanente y que decidió auto disolverse al cabo de unos meses. Dany también era atípico porque participaba políticamente de la idea de que no debía haber líderes, lo que le situaba en una difícil posición qué chirriaba con sus convicciones y con las de sus compañeros. Su papel de líder suscitaba críticas internas y se tomaban medidas para cuestionar ese liderazgo, como por ejemplo convocar ruedas de prensa utilizando su nombre para que acudieran los medios, pero donde era otro compañero el que intervenía finalmente, explicando que Cohn-Bendit era un nombre colectivo (“todos somos Cohn-Bendit”) bajo el cual podía hablar cualquier miembro del 22 de Marzo.
En algún sitio dices que no tiene mucho sentido hablar de Mayo del 68 en términos de “éxito” o “fracaso”, ¿por qué?
Tomás Ibáñez. No se puede hablar de éxito o de fracaso porque esos términos sólo se aplican a acciones intencionadas y Mayo del 68 no fue un proyecto, ni se fraguó para alcanzar unos objetivos, fue un ”acontecimiento“ en todo el sentido de la palabra. Ahora bien, los acontecimientos suele tener efectos y producir cosas. Mayo del 68 fue un acontecimiento de cierta magnitud, objetivable en términos cuantitativos de participación popular o de duración, etc. Sin embargo, sus efectos, al igual que ese batir de alas de una mariposa en Australia que provoca una tormenta en Europa, fueron infinitamente superiores a su magnitud y aún se manifiestan al cabo de medio siglo. Sencillamente, Mayo del 68 cambió la cultura política, practicas incluidas, de la disidencia, por una parte, y muchos de los supuestos culturales de la sociedad por otra parte. En efecto, las actuales prácticas del antagonismo social popular enlazan en buena medida con las que alentó Mayo del 68 y el efecto que tuvo sobre los cambios culturales respecto de la identidad sexual, por ejemplo, son innegables.
Actualidad del anarquismo: transformar la sociedad sin tomar el poder
¿Qué puede aportar el anarquismo a los movimientos actuales?
Tomás Ibáñez. Una de las claves más interesantes que puede aportar a mi juicio es la relevancia de “lo prefigurativo” frente a la escisión entre medios y fines típica de la política clásica. Es un principio básico del anarquismo: no sacrificar ni supeditar los valores que se defienden en el presente a unas promesas que, por definición, siempre apuntan al futuro. En cualquier caso, ese futuro que se anhela debe estar “ya presente” en los pasos que se dan para construirlo, lo “prefigurativo” no significa otra cosa que esa necesaria presencia.
El anarquismo siempre ha propuesto una “revolución en el presente” que remite a la desconfianza hacia cualquier discurso que base su fuerza persuasiva en las promesas que ofrece y a la prevención hacia cualquier práctica que sólo se oriente a preparar el futuro. Su ética está atravesada de cabo a rabo por la exigencia de reducir al máximo la distancia entre lo que se dice y lo que se hace, o entre lo que se quiere ser y lo que se es.
Otra clave sería sustituir la idea de “toma del poder” por la de «transformación de la sociedad”. ¿Te parecen dos términos dicotómicos, vasos comunicantes?
Tomás Ibáñez. Una vieja idea anarquista dice que nunca se toma el poder, que el poder siempre te toma a ti tan pronto como crees haberlo tomado. Agustín García Calvo lo sintetizaba muy bien cuando declaraba que “el enemigo está inscrito en la forma misma de sus armas”, tomar sus armas es transformarse ya en el enemigo. Una de las lecciones básicas del anarquismo pasa por asentar la convicción de que quizás no haya camino, pero que, en cualquier caso, el camino del poder nunca puede ser el camino.
La idea de transformar la sociedad sin tomar el poder, que goza hoy de cierta popularidad, siempre ha inspirado al anarquismo y, claro, le ha puesto en la delicada situación de tener que conciliar el sensato posibilismo que exige mejorar lo mejorable o, también impedir lo peor, y el indispensable radicalismo que apunta hacia la incongruencia de comprometerse con aquello mismo que se cuestiona. La solución más satisfactoria siempre ha sido de tipo “indexical”, es decir, hacer una valoración en función de cada contexto particular, o, dicho de otra forma, no “escindir” radicalmente los valores de las situaciones en las que intervienen, lo que no significa, por supuesto, “supeditarlos” a las situaciones, cosa que nos haría vulnerables a la seducción ejercida por “los atajos del poder”.
Para terminar, Tomás, ¿no crees que muchas veces el anarquismo (como movimiento organizado, como ideología o como identidad) es el principal enemigo de las ideas/prácticas anarquistas?
Tomás Ibáñez. Yo no diría que “el principal enemigo”, hay muchos otros y mucho más letales, empezando por la represión, pero sí que el hecho que el anarquismo constituya unas organizaciones que reproducen inevitablemente las características, más o menos acentuadas según los casos, de todas las organizaciones (estructuras, luchas y apetencias de poder, tendencia a convertir la organización en un fin en sí mismo, patriotismo de organización, etc.), el hecho de que el discurso anarquista se petrifique en ideología y que el peso de la historia construya una identidad anarquista enquistada en un patrón fijo e inamovible, no sólo limita la proliferación del anarquismo encerrándolo en un gueto, sino que representa, además, cierto cuestionamiento de sus propias premisas.
Por eso es necesario actuar constantemente para que el anarquismo sea movimiento, para que sus aguas se mantengan siempre turbulentas y para que no se aparte nunca de una sensibilidad crítica dirigida, incluso, hacia sí mismo. Si de una cosa estoy seguro, y puede que sea la única, es que no hay anarquismo más genuino que aquel que está dispuesto a poner constantemente en peligro sus propios fundamentos volviendo hacia sí mismo la más irreverente de las miradas críticas.

¿Qué pasa con el fin del derecho al consumo?

 

Conversamos sobre la desarticulación de los fórmula consumo + derechos de la década kirchnerista. La guerra por el consumo. El protagonismo de la iglesia y la moral cristiana. El discurso de la inseguridad y la victimización de la sociedad. ¿Cómo se posicionan las militancias?

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