Abecedario // Gilles Deleuze
Podría ser de tu interés
El agotado + Quad // Gilles Deleuze + Samuel Beckett
Quad, sin palabras, sin voces, es un cuadrilátero, un cuadrado. Sin embargo está perfectamente determinado, posee tales y cuales dimensiones;
Algunas potencias (y ambigüedades) que destacan en una lectura de El Antiedipo // Diego Sztulwark
00. El libro de la fuga. Jamás hubiera logrado penetrar en las más de cuatrocientas páginas de El Antiedipo sin
Foucault, Deleuze y un diálogo sobre el poder
El diálogo entre los intelectuales Michel Foucault y Gilles Deleuze fue publicado inicialmente en la revista L’Arc, Nº 49, 1972.
La actualidad política del pensamiento de León Rozitchner // Pedro Yagüe
*Ponencia escrita para las Jornadas de Sociología realizadas en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en Septiembre 2017. Mesa 25: ¿Cómo (y desde dónde) criticar en la actualidad? Dilemas teóricos de la crítica social.
Durante estos años de mi vida académica me tocó escribir algunos artículos y ponencias en los que se repitió la misma estructura: una introducción en la que se anuncia lo que se va a decir, un texto en el que –en el mejor de los casos– se dice algo, y una conclusión en la que se repite lo que ya se dijo. Imagino que a nadie sorprenderá esta secuencia que suele ocultar los tiempos lógicos y problemáticos de un pensamiento. Tiempos lógicos y problemáticos, digo, que no pueden sino desarrollarse al calor de otras preguntas. ¿Cómo llega uno a decir lo que dice? ¿Por qué y desde dónde se escribe? ¿Contra qué o quién? ¿Tiene uno realmente algo para decir? Si escribo estos interrogantes, si menciono estos problemas, es porque hoy, en esta ponencia, decidí empezar por un comienzo más sincero.
Desde septiembre del 2015 estoy haciendo mi doctorado con una beca de la UBA. Eso explica, en buena medida, la existencia de este texto. En tanto becario contraje el compromiso (implícito desde el punto de vista su enunciación, explícito desde el punto de vista de sus efectos) de participar de estos espacios a los que a veces llamamos jornadas, congresos o simposios. No digo nada sorprendente: uno tiene que escribir dos o tres ponencias por año, no importa lo que se diga (de allí la libertad que siento al escribir estas líneas, sabiendo que probablemente casi nadie las lea). Entonces, decía, uno tiene que publicar dos o tres ponencias por año. ¿Y qué hace el becario promedio (en este caso yo) frente a esta situación? Tiene dos caminos: o bien se anota en una mesa de gente cercana, gente conocida con la que trabaja, o bien examina uno a uno los títulos de las mesas pensando cuál de ellas tendrá algo que ver con lo que uno hace, cuál de ellas tendrá algo que ver con las propias ganas. Así, a partir de un paneo general como quien busca una mirada en el colectivo, elegí participar de esta mesa. Me gustó el título. Y es allí por donde, pienso, debería empezar.
¿Cómo (y desde dónde) criticar en la actualidad? Ésa es la pregunta con la que la mesa nos invita, pregunta con la que se intenta marcar un sendero por el que los ponentes deberemos transitar. No es ésta una tarea sencilla ni evidente. Diversas bifurcaciones parecieran abrirse a partir del interrogante. Distintos caminos aparecen como posibles. Debemos, por lo tanto, tomar una decisión. ¿Cómo (y desde dónde) criticar en la actualidad? Comenzaremos, entonces, por mencionar dos problemas que marcarán el rumbo de estas páginas.
La pregunta de la mesa lleva implícita una afirmación: no sabemos cómo ni desde dónde emprender una crítica que esté a la altura del presente. Éste será uno de los problemas que deberemos hacer resonar a lo largo de estas páginas. Tenemos la necesidad –si es que se quiere evitar la simulación, la impostura– de repensar los términos en que la crítica teórica y política se desarrolla en la actualidad. Hay cierta insuficiencia que se respira en el ambiente académico y cultural que nos obliga a preguntarnos por las carencias de la razón con las que nos pensamos.
Surge aquí el habitual problema del pensamiento crítico. Parafraseando a Descartes se podría decir que el pensamiento crítico es lo que mejor repartido está en el mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que incluso los más quejosos respecto a cualquier otra cosa no suelen desear más del que ya tienen. Todos parecieran estar conformes con la cuota de pensamiento crítico que les toca. Resulta casi imposible hablar de él sin caer en la autocomplacencia. ¿De qué hablamos, entonces, cuando hablamos de crítica? Podríamos arriesgar una rápida definición: el pensamiento crítico es aquel que disminuye la distancia que nos separa de la realidad material y, al hacerlo, enfrenta las contradicciones teóricas y políticas del presente. El pensamiento crítico hace pensar lo que no se sabe que se piensa, hace sentir lo que no se sabe que se siente. Busca tener arraigo en la materialidad de nuestros problemas, de nuestra experiencia. Nada más lejano a la repetición vacía, a la palabra muda de la misa académica.
Si nos preguntamos esto es porque, como señalé, las categorías con las que pensamos nuestro presente parecieran carecer de esa eficacia a la que –por seguir la pregunta de la mesa– llamaremos “crítica”. Eficacia conceptual para abrir un campo de teoría pensable, eficacia política para abrir un espacio de experiencia posible. El pensamiento en el que nos vemos incluidos, aquel que repetimos hasta el cansancio, no está a la altura del presente que nos avasalla. Señalar la necesidad de una oxigenación en la crítica implica afirmar la necesidad de volver a pensar en su movimiento los problemas que nos preocupan, aquellos en que se nos va la vida. Un ejemplo: la infatigable repetición de la figura del “empresario de sí” para comprender la subjetividad neoliberal. Foucault desarrolla esta figura de una manera brillante, envidiable. Sin embargo, no pareciera ir más allá de la mera descripción: no analiza el tránsito por el que los hombres asumen como propio el principio económico de la satisfacción, no piensa las resistencias históricas concretas que pudieran poner esta subjetividad en entredicho, no le interesa la experiencia contradictoria y dolorosa que esta racionalidad desata en el sujeto. Es una verdad meramente descriptiva, cuyas carencias mantienen cierta relación con la pasividad de los lectores y especialistas, casi siempre relegados al papel de “aplicadores” del concepto. Todo queda en la descripción por la descripción misma y allí nada pasa. Falta algo. Este algo que falta es lo que me preocupa, y sobre lo que la mesa nos invita a reflexionar.
Este primer problema que enuncio nos conduce a una segunda pregunta. ¿De qué hablamos cuando hablamos de la actualidad de una crítica, de la actualidad de un pensamiento? Pienso que para responder esta pregunta debemos partir de una afirmación: no hay teoría actual sino teoría actualizada. Esto nos conduce a realizar, por lo menos, dos señalamientos: en primer lugar, debemos señalar el carácter procesual de toda actualización (no hay teoría que sea de por sí actual); en segundo lugar, que esta actualización se da necesariamente a partir de la relación histórica que un sujeto –o, en el mejor de los casos, que un conjunto de sujetos– establece con una producción teórica. Es desde los problemas históricos del sujeto actualizante que la teoría actualizada adquiere cuerpo. Otro ejemplo: la difícilmente cuestionable actualidad del pensamiento de Marx. Ella no va de suyo sin una vida que reclame en sus textos la solución para los problemas del presente. Requiere, para adquirir vigor, para hacerse cuerpo, ser actualizada por sujetos que reconozcan en la teoría marxiana la posibilidad de pensar la propia vida. Y la vida, claro está, es impensable sin su historicidad. Por eso es que no hay teoría actual sin un proceso singular de apropiación. Actualizar una teoría será hacerla propia. Lograr animar las ideas, los conceptos, en los problemas políticos del sujeto. En nuestros propios problemas. Actualizar un pensamiento será encontrar en él las condiciones que permitan iluminar nuestros errores y dependencias; animarnos a nosotros mismos en las ideas y a las ideas en nosotros mismos, para así arrancar a la teoría de la quietud en la que se encuentra. Es, en algún punto, un ejercicio de doble traducción: se traducen los conceptos en la vida, y la vida en los conceptos.
A través de estos problemas quisiera introducir el pensamiento de León Rozitchner. Para hacerlo, claro está, no puedo ignorar la necesaria arbitrariedad que toda actualización (en este caso la mía) implica. Son los problemas que me preocupan, que me movilizan, los que me conducen a asumir la necesidad de apropiarme de sus conceptos. Hay algo en la obra de Rozitchner que no cesa de cautivarme. Algo de la forma en que problematiza, en que escribe, en que logra hacer de su voz viva el medio mismo de su pensamiento. Pero para que esta sensación no quede en la mera arbitrariedad con la que uno se acerca o distancia de un autor, habrá que ver en esa especie de seducción el índice de una verdad. Hay algo verdadero en sus textos que reclama desde otro tiempo la necesidad de su actualización en el presente. Algo que, intuyo, podría ayudar a nuestra sofocada crítica.
Haciendo, tal vez, un abuso del esquematismo quisiera remarcar algunos aspectos de la filosofía de Rozitchner que, según entiendo, nos hablan de su alcance crítico en la actualidad. Tres problemas que, sin tener un lugar destacado en la razón con la que pensamos, nos permiten reconocer el carácter políticamente actual de su pensamiento. Estos puntos son: el lugar otorgado a la experiencia, la idea del sujeto como núcleo de verdad histórica, y la categoría de guerra y su relación con la eficacia política.
En primer lugar: la experiencia. Para referiros al lugar que ésta ocupa en el pensamiento de Rozitchner (y al que ocupa en los actuales debates) debemos remontarnos al contexto político e intelectual de la Francia de posguerra. Después de la segunda Guerra Mundial se desarrollaron dos vertientes teóricas, ambas desarrolladas al calor de una especie de alianza entre la reflexión filosófica y ese amplio espacio político al que llamamos izquierda. Una de ellas, fuertemente ligada a la fenomenología, cuyas principales figuras fueron Jean-Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty y Simone de Beauvoir; la otra, no tan nucleada aunque más expandida, giró en torno a lo que se llamó estructuralismo, con sus posteriores vertientes “post” (largo campo que va de Claude Lévi-Strauss a Gilles Deleuze, pasando por Jacques Lacan). Hoy, algunas décadas más tarde, podemos afirmar que la vertiente estructuralista fue la gran vencedora: pocos se interesan hoy por los escritos de Sartre o Merleau-Ponty. Han desaparecido casi totalmente de las currículas académicas. Y con ellos parece haber desaparecido también la pregunta política por la experiencia.
¿Qué tiene que ver León Rozitchner con todo esto? En 1948, a sus veinticuatro años, Rozitchner decidió partir hacia Francia para ingresar a la carrera de Filosofía en La Sorbonne. En Paris asistió a los cursos de los principales profesores del momento: Piaget, Bachelard, Jean Wahl, Hippolyte, Ricoeur y Merleau-Ponty. Fue la vertiente fenomenológica la que mayor impresión generó en él. Luego de presentar su tesis doctoral (bajo la dirección de Jean Wahl y con Lucien Goldmann en el jurado) sobre la significación ética de la afectividad en la fenomenología de Max Scheler, el joven Rozitchner regresaría a Buenos Aires donde, en la escuela de la revista Contorno, empezaría a desplegar los conceptos aprendidos a la luz de los problemas de su tierra y de su tiempo. Aquí, en Buenos Aires, traduciría libros de Merleau-Ponty y Jules Vuillemin, entre otros. Esta alianza entre fenomenología y marxismo era introducida por Rozitchner en la Argentina de los años sesenta. Años en los que se comenzaría a forjar el núcleo de su problemática filosófica.
Desde su tesis doctoral sobre Scheler hasta el final de su vida León Rozitchner estableció una estrecha relación entre política y experiencia. No hablamos aquí de la experiencia en tanto acervo de conocimientos que uno tiene por la condensación del paso del tiempo, sino de la experiencia como experiencia sensible. Hay en el cuerpo un saber que no es aprendido, que no se incorpora a través de la razón. Y es de esta experiencia de la que, una y otra vez, nos habla Rozitchner. Podríamos pensar a la obra de León Rozitchner como un enorme esfuerzo por hacer del cuerpo vivido, de la experiencia, el lugar en el que la razón penetra y, que al penetrar, se modifica. Por eso hablamos de una estrecha relación entre experiencia y política: porque hay algo de lo político que sólo la experiencia vivida puede poner de manifiesto. Es un tipo de introspección semejante a la que el poeta realiza a la hora de elaborar su poesía, o a la que el narrador lleva a cabo cuando escribe. Tal vez sea en este sentido que Merleau-Ponty señala que la fenomenología “es laboriosa como la obra de Balzac, la de Proust, la de Valéry o la de Cézanne: con el mismo género de atención y de asombro, con la misma exigencia de consciencia, con la misma voluntad de captar el sentido del mundo de la historia en estado naciente” (Merleau-Ponty, 1993: 21). Por eso es que el fenomenólogo francés señala que no hay otra manera de conocer el cuerpo que no sea vivirlo. Que no hay otra manera de conocer el mundo que no sea vivirlo. Y que, por lo tanto, no habrá otra manera de conocer aquello que llamamos política que no sea vivirla.
Esto es justamente lo que las teorías estructuralistas y pos-estructuralistas no pueden pensar. El estructuralismo desecha la vivencia como lugar de la elaboración de una verdad: hace del cuerpo humano el mero soporte de fuerzas anónimas. Tal vez sea por eso que, como señalamos, las actuales reflexiones estructuralistas y pos-extructuralistas sobre lo neoliberal no alcancen más que a describir funcionamientos. La filosofía de Rozitchner incorpora otra pregunta: la pregunta por el tránsito que el cuerpo humano tuvo que hacer para tener acceso a una razón histórica. Esta problemática abre una vía diferente. Una vía que obliga a pensar la infancia, obliga a pensar al cuerpo como cuerpo afectivo, vivido, y obliga a pensar el proceso que todo hombre tuvo que atravesar hasta ser lo que hoy es. Esta pregunta, esta forma de problematización, habilita un camino distinto para pensar nuestro presente político. Habilita un punto de vista: el de la experiencia[1].
No habría que confundir la importancia –por así decirlo– epistemológica de la experiencia con una concepción de la verdad como inmediatez. Rozitchner nos habla de un trabajoso movimiento por el que el sujeto hace de su experiencia el espacio a partir del que una verdad posible pueda ser elaborada. Si la experiencia fuera el lugar inmediato de la verdad, quedaría el hombre condenado a ser el reflejo pasivo de la realidad que la produjo. Aquí no hay nada de eso. Aquí la experiencia aparece como trabajo, como irrupción: “un ser que se estruja para decir su ser” (Rozitchner, 2015c: 117). Rozitchner le asigna un rol activo al sujeto en esta dialéctica productiva que lo vincula con su experiencia. Hay un conjunto de vivencias, de significaciones, que permanecen como el subsuelo de una conciencia que no dice ni piensa (pero siente) la materialidad sobre la que se construyó. Rozitchner nos habla de la necesidad de desandar estas vivencias, de la necesidad de abrir un nuevo horizonte sensible sobre el que fundar una racionalidad diferente.
El problema de la experiencia en el pensamiento de Rozitchner, claro está, merecería un desarrollo mucho más extenso. Teniendo en cuenta la extensión correspondiente al género “ponencia” voy a limitarme a señalar algunos puntos. La importancia política de la pregunta por la experiencia ya se encontraba presente en los primeros escritos de Rozitchner para la revista Contorno. En su artículo “Experiencia proletaria y experiencia burguesa” de 1956 afirma en relación con la experiencia peronista:
Lo que constituye un laborioso aprendizaje en la lucha, la superación de los obstáculos, la discriminación del enemigo, el discernimiento de la realidad que no se lee en los libros y que el obrero aprende en su historia, en cada una de las coyunturas que la rebeldía enseña al organizarse, todo eso se evitó. Se quiso eludir el drama. Obtener lo que se obtiene con el esfuerzo, pero sin el esfuerzo y creer que es lo mismo. Que lo mismo da hacer una huelga en el miedo y en el terror porque se dispone del ímpetu que vence al miedo y al terror, que recibir la orden de huelga que todo favorece, diligenciada por la policía, y salir a gritar lo que se pide. Este camino de pantomima, esta simulación de la tragedia que se vive como una comedia, esta facilidad organizada carecía de porvenir porque no era dueña de sí misma, porque su fuerza le venía de otro lado: de un poder conferido sin contraparte y sin reciprocidad. (Rozitchner, 2015b: 278)
En este pasaje puede verse cómo, para Rozitchner, la experiencia de un proceso político se encuentra directamente relacionada con su eficacia. No importa sólo lo que se haga, lo que se consiga, sino el tránsito vivido hacia la acción. Dentro de esta misma línea problemática se inscribe su clásico artículo de 1966 “La izquierda sin sujeto”, resultado de una discusión implícita a John William Cooke. En dicho texto Rozitchner se propone advertir sobre las dificultades presentes en el tránsito que la izquierda argentina buscaba hacer desde la racionalidad burguesa hacia una diferente. Tránsito imposible, señala Rozitchner, si no se logra abrir el drama que dicha racionalidad desata al interior de cada sujeto. Imposible, decimos, si no se logra asumir activamente la experiencia de la contradicción entre lo que se es y lo que se quiere dejar de ser.
La salida de la contradicción en la que estamos viviendo no puede ser pensada con la racionalidad burguesa; debemos descubrir una racionalidad más profunda que englobe en una sola estructura, partiendo desde la experiencia sensible de nuestro propio cuerpo, nuestra conexión perdida con los otros. (Rozitchner, 2015b: 25)
Queda aquí resonando un problema: el de la experiencia de nuestra conexión perdida con los otros. Esto es fácil de enunciar pero, ¿cómo recuperar la conexión perdida con los otros si no es abriendo el drama de esa pérdida al interior del propio cuerpo? Rozitchner señala un problema teórico y político: el de la relación conflictiva entre lo que se dice y lo que se siente. El teórico de Chivilcoy intenta señalar cómo la burguesía está en nosotros como un obstáculo a enfrentar. Cómo los hombres se encuentran sitiados al interior de sí mismos. No es éste un llamado al subjetivismo sino un grito de alerta sobre las consecuencias políticas del menosprecio de las cuestiones subjetivas. “Con las categorías burguesas que ordenan nuestro modelo de ser personal no resulta posible pasar de la práctica burguesa a la praxis revolucionaria, aunque sólo sea porque en la segunda se abre un riesgo, un peligro, un fracaso posible que linda con la muerte y que la primera no contiene” (Rozitchner, 2015b: 37) (si a alguno, por razones de moda, de costumbre, le resultan ajenas las palabras “burguesa” y “praxis revolucionaria”, cámbiese ellas por “neoliberal” y “transformación social” respectivamente: el problema seguirá siendo el mismo).
Algunos años más tarde, en Filosofía y emancipación. Simón Rodríguez: el triunfo de un fracaso ejemplar León Rozitchner señalará a la experiencia de la empatía como condición de posibilidad para el conocimiento –aquel que, señalamos, disminuye la distancia con lo real– y para la práctica política. En este libro puede leerse:
la experiencia desde la cual accedemos al saber reposa en ese sentimiento: no sabe el que quiere saber sino el que se atrevió a sentir el sufrimiento ajeno como propio. Porque por mucho que “sepan” serán siempre ignorantes: ignorarán en su cuerpo el sentir del otro sobre el cual el verdadero saber se desarrolla en su verdad. Y no en la mentira de los que, al ocultarlo, deberán siempre simular que no son lo que en realidad sienten: que en verdad no sienten profundamente nada, salvo la angustia de la propia muerte que los acompañará para siempre, porque cada cuerpo insensible es el lugar que encierra un muerto en sus entrañas. (Rozitchner, 2012: 25)
A lo largo de las páginas de este libro León Rozitchner insistirá en la idea –directamente vinculada con su trabajo Freud y los límites del individualismo burgués– de la necesidad de expandir los límites del propio cuerpo hacia el de los otros como experiencia política irrenunciable. No hay pensamiento político real sin una voluntad de recuperar la experiencia perdida de la conexión con los otros. Sentir al otro en uno, sentir el sufrimiento ajeno como propio, será condición de posibilidad para la teoría política. Sin este acto de empatía fundamental los conceptos serán solo maquillaje, simulación, palabras muertas que no podrán penetrar en el núcleo de lo real. Es que, en última instancia, la pregunta que me preocupa es ésta: ¿cómo puede la teoría social pensar sin pensarse? ¿Y cómo pensar sin pensar pensarse en relación con los otros? ¿En qué piensan los aplicadores de conceptos, los exégetas, que no se atreven a animar sus palabras con la propia experiencia? Hacia allí nos dirige la filosofía de Rozitchner: no sabe el que quiere saber, sino el que se atrevió a sentir al otro en uno.
Esto es lo que quería decir sobre el problema de la experiencia. Problema político que, como señalé, pareciera ausente en la teoría contemporánea. El desarrollo no fue lo extenso que el asunto se merece, pero, en el contexto de esta ponencia, espero que haya servido para señalar una forma en que la teoría social y política puede ser pensada. Directamente ligado con el lugar que Rozitchner le asigna a la experiencia, aparece el segundo punto que me gustaría mencionar. En su obra de 1972 Freud y los límites del individualismo burgués encontramos una definición que se repetirá posteriormente a lo largo de su obra: el sujeto es núcleo de verdad histórica. Al decir que el sujeto es núcleo de una verdad Rozitchner nos invita a pensar que en lo más profundo de cada uno se produce saber sensible relativo al mundo y a los otros. La idea del sujeto como núcleo de una verdad histórica que en él se elabora, implica un movimiento teórico a través del que Rozitchner buscó romper con las tradiciones estructuralistas que veían en cada individuo el mero soporte de un poder anónimo. Hay efectivamente una determinación histórica que organiza al sujeto como sometido, pero también hay oposiciones que hacen de ese cuerpo el lugar contradictorio y productivo de una resistencia. Cada uno de nosotros es el lugar humano en el que la verdad de lo colectivo, con sus tensiones, se elabora.
Aquí se hace evidente cierta distancia entre su lenguaje y el de alguno los autores contemporáneos. Rozitchner nos habla de sujeto. En su primer libro sobre Freud el filósofo argentino intenta señalar la importancia política de esta categoría. Frente al cientificismo marxista althusseriano que veía en dicho concepto un residuo de las tradiciones idealistas, el teórico de Chivilcoy se propuso reivindicar dicha categoría advirtiendo sobre las consecuencias políticas de su abandono.
La ciencia “no tiene sujeto”, se nos dice. Pero sabemos que la política sí. Más allá del sujeto negado, ¿quién sufre?, ¿quién soporta la tortura? La política tiene la tortura y la muerte, puesto que nunca el dolor y el término de la vida son anónimos, a pesar de que el intento del represor consista, también el suyo, en aniquilar al sujeto. En su caso límite la política muestra los dos extremos disociados, cosa que el “científico” –tanto como el policía– elude en su espiritual y anónima práctica: la unión de lo más individual y de lo más colectivo. (Rozitchner, 2013: 24)
El sujeto, para Rozitchner, es un cuerpo sintiente que vive, y que al vivir elabora un sentido y significaciones nuevas de su propia experiencia. Esta idea de Rozitchner debe entenderse 1) a partir del carácter indisociable de lo individual y lo colectivo; y 2) junto a la necesidad de que el hombre se haga cargo activamente de ese proceso. Aquí aparece la importancia de su definición del sujeto como un absoluto-relativo. Si el hombre fuera un mero absoluto (como en la metafísica cristiana de Scheler) no habría, entonces, lugar para la asunción de la propia existencia como el lugar de la producción de una verdad posible. El hombre quedaría separado de los otros y del mundo. Si el hombre fuera una mera relatividad, un mero soporte en el que los poderes anónimos de la historia se despliegan, tampoco cabría pensar el reconocimiento de la propia existencia en su productividad. Es justamente la idea del hombre como absoluto-relativo la que le permite a Rozitchner pensarlo como el lugar tensionado y contradictorio de una verdad posible que busca prolongarse de una manera diferente en los otros y el mundo.
De allí, una vez más, la importancia de la experiencia. La vivencia, angustiante, dolorosa, de la verdad histórica que cada hombre encarna, reclama desde la incoherencia sentida con el mundo la exigencia de su transformación. Ésta es la dialéctica frente a la que nos ubica Rozitchner: un sentir real que, en su carácter de verdad histórica, lleva en sí el germen de su destrucción. Un malestar que señala la necesidad de dejar de ser lo que se es. Este movimiento nos ubica frente a dos caminos: la asunción activa de esa insatisfacción vivida o el ocultamiento, el refugio, en los agujeros negros de la imaginación. ¿Se escuchan los ecos de la categoría marxiana de “praxis revolucionaria”?
Para Rozitchner resulta impensable la praxis sin entender el malestar que produce la incoherencia vivida con el mundo. De allí surge la voluntad de transformar la realidad, aquella que el malestar señala como un obstáculo. Por eso es que el sentir y el pensar abstracto anestesian la verdad del sujeto y cancelan, por lo tanto, el movimiento de la praxis. La negación de la experiencia del cuerpo niega también la actividad humana mediante la que el hombre transforma la realidad histórica y se transforma a sí mismo. Detiene un estado de cosas en el tiempo. Decir que la praxis es el más alto grado de conciencia implica la afirmación de un doble ser consciente: por un lado, el de la conciencia y asunción activa del sentir, de la experiencia; por el otro, del reconocimiento de la necesidad de transformar el fondo histórico-económico sobre el que ese sentir se constituye. Es en la praxis, como dice Marx en la segunda de las Tesis sobre Feuerbach, donde el hombre demuestra la verdad, donde el hombre se descubre a sí mismo como el lugar de la elaboración de una verdad.
Hasta aquí el problema del sujeto. El tercero de los puntos que me propongo mencionar no se encuentra explícitamente relacionado con los anteriores. Me refiero al problema de la guerra que Rozitchner elabora a partir de su lectura de Clausewitz a comienzos de los años ochenta. El pensamiento de la guerra aparece en la filosofía de Rozitchner a partir de la necesidad de analizar la capacidad política de las propias fuerzas. ¿Por qué aparece este problema en este momento de su obra? Principalmente a partir de la necesidad de pensar las razones de la derrota política de los setenta, las razones que volvieron ineficaz la enorme contraviolencia de aquellos años. Rozitchner advierte la existencia de una radicalización abstracta en buena parte de la izquierda argentina. Abstracta en tanto incapaz de medir las propias fuerzas en relación con las del adversario, incapaz de analizar relaciones de fuerza, condenada, por sus propias fantasías, a dirigirse sacrificialmente hacia la muerte. Por eso Clausewitz: por que la lucha de clases no es una lucha, un duelo, sino una guerra. Y la guerra implica táctica, estrategia y análisis. El general prusiano aparece en la obra de Rozitchner como un extraño puente que vincula a Freud con Marx. ¿Qué de su enseñanza permite vincularlos? La relación que establece entre fuerzas populares y enfrentamiento armado.
Todo esto comienza, por así decirlo, a partir de la capacidad del general prusiano de hacer de su experiencia el camino hacia una teoría. Clausewitz había visto con sus propios ojos la abdicación prusiana frente a Napoleón. El ejército popular creado a partir de la Revolución Francesa había logrado vencer las capacidades de resistencia de las monarquías que hasta ese entonces parecían indestructibles. ¿Cuál era la ventaja que Napoleón había logrado capitalizar? La participación del pueblo, de su movilización radical, en la guerra. A partir de sus vivencias Clausewitz realizará posteriormente una teoría de la guerra en la que las masas ocuparán un rol fundamental en el combate. Su teoría fue olvidada durante años, hasta que Lenin y Mao la retomaron, convirtiéndolo en el teórico de la guerra de las revoluciones.
Hay una pregunta en la filosofía de Rozitchner que vincula a Clausewitz con los desarrollos freudianos y marxianos. O mejor dicho, hay un mismo problema que conduce a Rozitchner hacia estos autores: la pregunta por las condiciones de la eficacia política. ¿Bajo qué condiciones se torna eficaz una acción política? Allí aparece el problema de la subjetividad y el problema de la guerra, el problema de cómo lo subjetivo se prolonga en lo colectivo. El problema de la guerra es recuperado en los escritos freudianos a partir de una lectura del Edipo en la que, a diferencia de Lacan, Rozitchner resalta el papel del enfrentamiento y la resistencia. Pero no sólo eso: también en su lectura del mito de la horda primitiva y de la alianza fraterna es recuperada la imagen del enfrentamiento a muerte en relación con la figura del padre. Con respecto a Marx el enfrentamiento es evidente: la lucha de clases, la expropiación del contenido y la forma de la riqueza colectiva. Rozitchner recupera el pensamiento de Clausewitz –pensamiento anterior a Marx, anterior a Freud– para trabajar sobre el problema que vincula a ambos: el de la violencia y la dominación. Y todo eso a partir de la pregunta señalada: ¿cuáles son las condiciones de posibilidad de la eficacia de una acción política que pueda poner la dominación en entredicho? ¿Bajo qué condiciones existe una contraviolencia eficaz?
Clausewitz, Marx y Freud, en la lectura de Rozitchner, nos ubican frente a la evidencia de que la guerra se encuentra siempre presente, aunque a veces encubierta. Aquí aparece la idea del enfrentamiento explícito como prolongación de la política estatal burguesa por otros medios. La paz política, la tregua –que hoy llamaríamos democracia–, aparece cuando el vencedor logra imponer sus leyes al vencido. Por eso dice Rozitchner que la tregua es “una transacción, y continúa ahora el conflicto por medio de la política, como si la violencia hubiera desaparecido ya y en su lugar imperara la ley, no del vencedor, sino de la justicia universal” (Rozitchner, 2015a: 143). ¿De qué conflicto nos habla Rozitchner? De la lucha de clases (por las dudas, vuelvo a aclarar: si las actuales costumbres, modas, o lo que fuera consideran anacrónico el uso de la noción de lucha de clases, habrá que preguntarles a los actuales administradores del lenguaje qué sociedades conocen donde los conflictos políticos fundamentales no sean aquellos que enfrentan a los poseedores de los medios de producción con los desposeídos que sobreviven a partir de la venta de su fuerza de trabajo). A partir de esta lectura que vincula la lucha de clases con la teoría de la guerra, Rozitchner problematizará a la democracia como tregua, pero valorándola estratégicamente y entendiéndola como algo deseable cuando la relación de fuerzas no da para una victoria en el enfrentamiento directo. La tregua, nos dice Rozitchner, es el único momento en el que puede cambiar la relación de fuerzas, ya que en el plano de la política democrática se pueden reagrupar fuerzas sin una lucha abierta. Pero esto sólo es posible si no se desconoce el fundamento violento sobre el que la tregua se funda.
¿Cómo se relaciona este problema con el de la eficacia política? Rozitchner dirá, siguiendo a Clausewitz, que la eficacia de las masas napoleónicas, que el poder de las fuerzas populares, se fundó en una concepción de la guerra desde la defensiva y no desde la ofensiva. Estas dos categorías (“defensiva” y “ofensiva”) serán fundamentales. La tregua se abre cuando la ofensiva del fuerte encuentra su límite en la defensiva del dominado. Hasta ahí llega el enfrentamiento, enfrentamiento que no tiene como finalidad la aniquilación del otro, sino su dominación. Por eso es que la defensiva, nos dice Rozitchner, es siempre la defensiva popular. La ofensiva represiva del Estado llega hasta donde las clases populares lo permiten. Quisiera insistir en este punto: León Rozitchner recurre a estas categorías para pensar las razones de la derrota política de la contraviolencia de los años setenta.
La teoría de la guerra de Clausewitz permite pensar que la defensiva popular es el verdadero fundamento de la eficacia de toda contraviolencia. Rozitchner dirá que buena parte de la izquierda pensó durante los años setenta a la lucha de clases con las categorías del duelo (dos adversarios enfrentados a muerte, el uno con el otro) y no con las de la guerra (donde se pone en juego el problema de la dominación y una “extraña trinidad” compuesta por las masas populares, el general militar y el Estado). En su libro Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política, el filósofo argentino escribe:
La concepción imaginaria de la guerra como duelo, individualista y abstracta, es la que sigue imperando pese a todo en nuestro inconsciente, no sólo en el militar sino también en el militante de izquierda. Es la misma que circulaba –pero ya no como fórmula inconsciente– en la concepción de la política y de la guerra en Perón. Es esa misma concepción la que estaba presente, como fue posible verlo, en el proyecto de la guerrilla en los Montoneros. Porque pese a tener como contenido fantaseado las fuerzas de la clase obrera, seguían aceptando y confirmando con sus categorías tanto políticas como militares la idea de la guerra como duelo: sin ejército popular real, sin dirección efectivamente política, sólo con jefes de guerra. No desde la defensiva estratégica sino desde la ofensiva. No desde los fundamentos materiales y morales de la nación, sino desde la movilidad de los grupos de acción. Sin retaguardia, sin suelo propio al cual retirarse, sin apoyo popular en el cual cobijarse y con el cual nutrirse, sin modelo humano que le sirviera de guía salvo ese que la burguesía represora y asesina le ofrecía en la figura de Perón. Por eso imperó sólo la destrucción simbólica del enemigo (Aramburu, Rucci, por ejemplo).
Las categorías que ordenan el campo político de quienes pretenden realizar una revolución no pueden apoyarse en las mismas categorías de acción que organizan la represión de la política oficial. Cada muerte que la izquierda produce, regulada aun por la fantasía lógica del duelo, se inscribe sólo en el campo simbólico de la “representación” de la guerra, porque ese simbolismo destructivo no tiene campo propio en el cual inscribir la realidad de lo que quiere significar: no destruye al sistema ni construye una opción. Y si adelanta alguna, sólo encuentra el campo ilusorio del cual por otra parte se partió. La burguesía fascista sí lo logra a su manera, porque cada asesinato suyo resta poder real, por medio del terror, a la fuerza popular que la izquierda quiere suscitar. Pero en la destrucción simbólica del poder por medio del asesinato la izquierda sólo actualiza, entonces sí, la violencia desatada y enloquecida del sistema, que encuentra la necesidad de emerger desnudamente con toda su saña asesina como terror generalizado, y ejerce entonces realmente en todos los ámbitos de la realidad su fuerza represiva. A ese poder real sólo cabe oponerle otro poder real, y no una fantasía peronista o socialista de poder: el trabajo lento y paciente de la creación de un poder que le sea adecuado. (Rozitchner, 1998: 156-157)
Aquí aparece la relación entre el problema de la guerra y los dos que anteriormente mencionados: el de la experiencia y el del sujeto como núcleo de verdad histórica. Toda política de izquierda, toda contraviolencia que se pretenda eficaz, debe organizar desde su propia experiencia nuevas categorías políticas, diferentes a las que la burguesía plantea. Otra concepción del juego democrático, otra concepción del enfrentamiento armado. Cuando se organiza la realidad con las categorías del enemigo no hay eficacia posible que pueda abrir un espacio nuevo en la experiencia política. El sujeto, dice Rozitchner, debe hacer ese tránsito a partir de su encuentro con los otros, debe asumirse a sí mismo como el lugar de elaboración de una verdad posible, y así romper con aquello a lo que el orden social lo relega. La contradicción entre lo que se es y lo que se quiere dejar de ser debe romper con las fantasías que alejan a las prácticas políticas de la realidad material.
La teoría de la guerra, nos dice Rozitchner, es un modelo de ciencia social. La teoría de la guerra exige otro nivel de rigurosidad: aquí no se puede pensar impunemente sin consecuencias. Implica otro tipo de exigencia. El combate se verifica en la batalla, y allí la derrota es la muerte. Este modelo es doblemente indisociable de la experiencia. En primer lugar porque no es una teoría que pretenda hablar desde una supuesta exterioridad, sino que se encuentra sumergida en el combate mismo, calculando efectos, analizando estrategias, enfrentando adversarios. Pero también porque la producción misma de la teoría resulta indisociable de un sujeto que busca prolongarse en un lenguaje como medio para producir aquella verdad que el malestar le señala como posible. Aquí la teoría aparece como un camino hacia la praxis, y la praxis viene desde y va hacia la experiencia.
Hasta aquí llega lo que me había propuesto. Quise señalar tres elementos de la filosofía de Rozitchner que nos hablan de su actualidad. O mejor dicho: que nos hablan de la necesidad de su actualización en el presente. Sus palabras nos ayudan a ventilar esta época asfixiada por la exégesis y el comentario. ¿Cómo (y desde dónde) criticar en la actualidad? La respuesta Rozitchner no pretende ser exhaustiva ni exclusiva. Pretende señalar algunos puntos, algunos caminos que nos permitan encontrar aquella voz que nos anda faltando.
Bibliografía citada
Marx, K. (1973). “Tesis sobre Feuerbach”, en La ideología alemana. Buenos Aires: Pueblos Unidos.
Merleau-Ponty, M. (1993). Fenomenología de la percepción. Buenos Aires: Planeta.
Rozitchner, L. (1998). Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política. Capital Federal: Catálogos.
Rozitchner, L. (2012). Filosofía y emancipación: Simón Rodríguez, el triunfo del fracaso ejemplar. Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
Rozitchner, L. (2013). Freud y los límites del individualismo burgués. Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
Rozitchner, L. (2015a). Escritos psicoanalíticos. Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
Rozitchner, L. (2015b). Escritos políticos. Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
Rozitchner, L. (2015c). Marx y la infancia. Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
[1] La pregunta por el tránsito es en la filosofía de Rozitchner tan importante como la pregunta por la experiencia. Son, de hecho, problemas inescindibles. Por una cuestión de extensión me limitaré a la problemática de la experiencia, dejando el desarrollo de la pregunta por el tránsito para otra ocasión.
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Debate Agustín Tosco y José Rucci, año 1973
Entrevista televisiva realizada al secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci y al dirigente gremial clasista, Agustín Tosco. Sucedió el martes 13/02/73, en el programa «Las dos campanas», por los entonces periodistas Gerardo Sofovich y J. Conti en Canal 11.
GERARDO SOFOVICH: Antes de entrar de lleno en el debate quiero rendir un homenaje a la coherencia de los dos entrevistados. Tanto el señor José Ignacio Rucci como el señor Agustín Tosco no perdieron la oportunidad de aceptar públicamente este desafío de enfrentarse, dialogando uno con el otro, y eso no se da en la vida pública argentina muy comúnmente.
Rucci, ¿las diferencias que tiene con Tosco son un problema de tipo ideológico, de tipo personal, o ambas cosas a la vez?
RUCCI: Quiero aclarar que cuando se trata de debatir los grandes problemas del movimiento obrero, de ninguna manera deben privar los problemas de tipo personal. Quiero decir que este aspecto queda perfectamente aclarado. La diferencia está en la forma de encarar el movimiento obrero en su conducción orgánica. Yo sostengo que el movimiento obrero sindicalmente organizado se encuentra en la Central Obrera y que las delegaciones regionales de todo el país deben a la Central Obrera todas aquellas exigencias que le imponen los estatutos. En consecuencia, creo que el compañero Tosco no está dentro de estos requisitos que, por supuesto, no son míos sino de los congresos nacionales de la entidad madre, es decir, la CGT.
—Señor Tosco, ¿qué puede decir al respecto?
TOSCO: Nosotros conceptuamos al movimiento obrero como una práctica eminentemente democrática, como una democracia que surge de las bases. Sostenemos que todo compañero que es representante de una organización obrera debe mirar más hacia las bases que hacia la cúspide. Más hacia el contenido de lo que reclaman los trabajadores, los sectores populares, que a las formalidades. Por otra parte, hemos dejado bien en claro, siempre, que la CGT de Córdoba está dentro de la CGT nacional. No pretendemos ni como CGT de Córdoba, ni como Movimiento Nacional Intersindical, ni como Sindicato de Luz y Fuerza, constituir un ente paralelo a la CGT. Lo que sí reivindicamos es nuestro derecho a la crítica, nuestro derecho a ir contra el burocratismo, nuestro derecho a que surja desde las bases, ya sea desde la Capital Federal o desde el interior, el mandato a que nosotros nos debemos. Si los trabajadores de Córdoba luchan, si los compañeros, por los problemas que padecen, exigen plenarios de gremios confederados, nosotros ¿qué decidimos?, pues ir a la lucha y realizar los plenarios confederados; todo por la defensa de la clase trabajadora. Y eso es lo principal, y no estar al margen de la Central Obrera, sino tener una Central Obrera similar a la CGT de Córdoba. Y eso es lo que nos guía a nosotros.
—¿Acaso José Rucci no fue elegido casi por unanimidad en el seno de un Congreso de la CGT?
T: Nosotros hemos cuestionado permanentemente una práctica en las organizaciones sindicales que no permite la expresión auténtica de los trabajadores. Hay sobrados ejemplos: uno clásico, como es el de la Unión Ferroviaria. De ahí que seguimos insistiendo en que el mandato de las bases no se da en los congresos de la CGT, sino en las bases mismas, que es donde actuamos y donde no hemos observado que la mayoría de los dirigentes que están en la CGT realicen esa práctica.
—Rucci, creo que la posición de Tosco es bastante clara.
R: Sí, clara pero no compartida. Porque se supone que cualquier institución de bien público, en este caso la CGT, tiene que regir su cometido a través de cartas orgánicas que son legisladas precisamente por los representantes de los trabajadores. En consecuencia, esa expresión, que puede causar mucho efecto, de consulta a las bases, es una expresión que no cabe dentro de un movimiento sindicalmente organizado porque la CGT tiene secretario, un Consejo Directivo y un Comité Central Confederal.
—Concretamente, ¿usted está contra las bases o no?
R: El Comité Central Confederal es el conducto hacia las bases y, cuando la Central Obrera toma una resolución, no es que la toma Rucci ni el Consejo Directivo, sino que es la resultante de las resoluciones que toma el Comité Central Confederal integrado por todas las organizaciones sindicales del país.
—Sin embargo, el señor Tosco acusa a la CGT de no escuchar las críticas.
R: ¿Y a usted le parece que la CGT no es criticada? La CGT es un organismo que tiene setenta y cinco delegaciones regionales en el interior del país. Desde que yo he sido el secretario general he sido el que más ha convocado plenarios de las delegaciones regionales del interior. Jamás el compañero Tosco se hizo presente una sola vez en la CGT para debatir este tipo de problemas con sus pares.
—¿Ustedes lo han invitado?
R: Por supuesto. Todas las regionales deben concurrir a la CGT cuando son convocadas. Yo, honestamente, todavía no he visto al compañero Tosco participar de un debate de los delegados regionales del interior del país frente al Consejo Directivo.
—¿Por qué se abstiene usted de participar en esos debates?
T: Porque nosotros respondemos a las decisiones de las bases y de los cuerpos orgánicos. Los que deciden quiénes deben concurrir al plenario de delegaciones regionales son los compañeros cordobeses, y a mí no me han designado hasta el presente, sino que han designado a otros compañeros. Si me designaran, vendría.
—El señor Rucci señaló recién la verticalidad de la estructura de la CGT, pero la sospecha de que esa verticalidad es burocrática se alimentó en muchos sectores ante la idea de que las grandes movilizaciones populares, incluyendo los episodios de Córdoba y Mendoza, no surgieron de una decisión orgánica de la CGT ni sindical.
R: ¿Me permite que lo corrija? Lo de Mendoza no es exacto porque contó con el aval, el apoyo, de la Central Obrera.
—Según mi conocimiento, es un aval a posteriori o cuando la gente ya estaba en la calle. El Sr. Fiorentini, de la CGT de Mendoza, consultó por teléfono.
R: Exacto.
—Y el episodio de Córdoba fue previo a una decisión de la CGT. La impresión de mucha gente es que en la CGT no se puede resolver una movilización ni pararla. Entonces surge la pregunta de ¿cuál es la estructura vertical?
R: No es exacto. La CGT en estos momentos está en condiciones de paralizar el país si su estrategia, dentro del concierto político que está viviendo el país, así lo señalara.
—¿En la época de Onganía también estaba en condiciones?
R: En la época de Onganía yo no era el secretario de la CGT. Era un humilde dirigente de quinta categoría.
—Si se obligara a que el Frejuli no se presentara a elecciones, si fuera proscripto, ¿la CGT podría paralizar el país en horas?
R: Si el gobierno adoptara un hecho de esa naturaleza, indudablemente se plantearían en el país situaciones sumamente serias y graves. Y frente a esto, yo no creo que ningún argentino pueda marginarse de expresarse dentro de los medios que considerare más oportunos.
—Y usted, Tosco, ¿qué haría en ese caso?
T: Sería consecuente como siempre, con la lucha de la clase obrera y el pueblo. Siempre, y particularmente desde el 28 de junio de 1966, del golpazo de la dictadura de Onganía, hemos luchado por la libre expresión política de la clase obrera y del pueblo. Nosotros hemos luchado y hemos señalado desde el primer momento que reivindicaremos el derecho político de los argentinos, general y no corporativo y fascista, como pretendía Onganía, de expresarse. Nosotros reivindicamos los plenos derechos democráticos en los que están incluidos el general Perón y el Frejuli, y en los que deberían estar incluidos aquellos que también están proscriptos de esta elección tramposa, amañada, fabricada por la dictadura.
—¿Al Partido Comunista se refiere usted?
T: Al Partido Comunista y a todos aquellos argentinos que estén proscriptos por las leyes y el Estatuto de los Partidos Políticos. Nosotros no hacemos diferencia de ningún tipo.
—Y ya que la elección es fraudulenta, como ha declarado, ¿usted piensa que hay que ir a la abstención?
T: Hay distintos caminos, y nosotros no hacemos de esta elección una cuestión de vida o muerte. Creemos en la lucha del pueblo, que está más allá de un día en que se pone una boleta. Yo no planteo una abstención, incluso he dicho que respeto a todos aquellos que desde dentro del proceso plantean un cambio a fondo, una transformación revolucionaria de este sistema. De allí que de una u otra manera nosotros siempre –tanto como contra los cinco puntos de la cúspide militar como contra la proscripción del Frejuli o la de los compañeros peronistas– hemos de luchar y estamos dispuestos a luchar y vamos a promover la lucha. Esperamos que otros, que en general sostienen esos mismos criterios, también lo lleven a la práctica. Seríamos nada más que consecuentes con nuestra práctica.
—Tosco, usted ha formulado declaraciones en las que expresó su apoyo a la fórmula del Frejuli en el ámbito provincial. ¿Cuál es su posición frente a la fórmula del peronismo en el ámbito nacional?
T: Nosotros damos nuestra identificación –y la doy personalmente– con la fórmula “Obregón Cano – López”, porque queremos ser consecuentes con una línea de unidad combativa que ha sido práctica en la CGT, de la cual es secretario general el compañero Atilio López; del peronismo y del sector combativo, como también de otros sectores de izquierda. De ahí que no podríamos reflejar en este proceso electoral otra actitud que nuestra propia práctica, identidad y objetivos sancionados en el Plenario de Gremios Confederados de la CGT de Córdoba. En cuanto al orden nacional, no tenemos el mismo concepto por la propia composición del Frejuli, por la presencia de Solano Lima, por lo que significa Frondizi, su Conintes, su entrega del petróleo. Y aún en este momento debatimos con nuestros compañeros cuál ha de ser esa actitud, pero tenga la seguridad de que ella ha de ser consecuente con nuestra trayectoria de unidad combativa, de unidad de todas las fuerzas democráticas, populares, revolucionarias y antiimperialistas de la Argentina.
—Cabe preguntarle lo mismo a Rucci, es decir, que haga una definición concreta acerca del Frente.
R: Yo voy a recoger la misma pregunta y si me permite daré la respuesta de un militante peronista y de un trabajador. Nosotros los peronistas apoyamos un programa, al que lo sostiene el Frente Justicialista de Liberación. Ese es el programa que nace de un movimiento, que es el Movimiento Peronista, y nosotros no podemos admitir como valedero que esa filosofía solamente sea sostenida por determinados candidatos, cualesquiera sean sus matices; tendrán que cumplirlo porque el pueblo así se lo va a exigir. Otro tipo de planteo con respecto al Frente constituiría un factor de perturbación al proceso que va a enfrentar ese sector político.
—Usted ha acusado a Tosco públicamente y en repetidas oportunidades de ser antiperonista. ¿Insiste en esa acusación?
R: Insisto.
—¿Y Tosco se considera antiperonista?
T: Nosotros creemos que hay sugestivos motivos por los cuales se quiere dividir al país en peronistas y antiperonistas. Con el mismo derecho nosotros señalamos que la división que debe hacerse no es así, sino entre quienes están consecuentemente con la lucha del pueblo y quienes están con la entrega.
—Pero eso ya lo dijo Perón.
T: Yo no soy antiperonista, siento un gran afecto por muchos compañeros peronistas, convivo con ellos y lucho con ellos. Y a su vez, en perspectiva, pretendo esa unidad combativa con los compañeros peronistas, con las fuerzas de izquierda y revolucionarias. Eso no está aquí, pero sí en la CGT de Córdoba, y creemos que en el plano político en general, por eso no nos detenemos en el 11 de marzo, porque la historia está más allá de esa fecha y se construirá con todos los que hemos luchado juntos: peronistas y no peronistas, radicales, marxistas, cristianos, ateos, comunistas; se construirá de esta manera como se está construyendo en Latinoamérica, pero no con alianzas que evidentemente le dan un carácter espurio a ese programa.
—Correcto, Tosco, pero usted se escapa un poco. Hace muy poco tiempo dijo: “Si nos proclamamos socialistas no podemos tener un líder como Perón”. Quiere decir que usted está marginado totalmente y al decir que siendo socialista no puede tener un líder como Perón, está del otro lado.
T: Si yo le hablo de que debemos constituir una unidad combativa, la unidad popular, los líderes serán todos aquellos que la…
—A usted le gusta mucho hablar de “unidad popular”…
T: Sí, me gusta, y apoyo al gobierno de la Unidad Popular que transita hacia el socialismo en la hermana República de Chile. Y a todos los movimientos de latinoamericanos que levantan el socialismo, incluida Cuba.
—¿Y no tiene miedo a cierto tipo de ententes que han hecho durante mucho tiempo los frentes populares, como por ejemplo la Unión Democrática en 1945?
T: Bueno, usted le da ese nombre de “frente popular” a la Unión Democrática, no soy yo quien se lo está dando. Por otra parte, la historia está llena, en todos lados, de imperfecciones, y el propio pueblo va superando esas imperfecciones y va a construir la unidad popular (se llame así o no se llame así) de nuestro pueblo, para liberarnos de la explotación de la oligarquía y de las clases dominantes y del imperialismo. En eso tengo fe, para eso trabajo, con la perspectiva histórica en que está planteada en Argentina y en Latinoamérica.
—Hace un momento Rucci dijo que si se llegara a declarar o sacar del ámbito político al Frejuli, se movilizaría la CGT.
R: No dije tal cosa.
—Pero dio a entender que se llamaría a la lucha. ¿Por qué, si la CGT se declara peronista, no se movilizó cuando se lo proscribió a Perón?
R: Es muy difícil poder aceptar para quien no es peronista la estrategia que tiene el peronismo dentro de los problemas políticos que se debaten en el país. Porque el peronismo no es un partido político, es un movimiento que, como lo dijo el compañero Tosco, tiene un líder, tiene mentalidad revolucionaria y si se encaja como partido político es para enfrentar la batalla dentro de un proceso y asumir el poder. Lo que implica que cuando se entra en este juego, se hace lo que conviene por la sencilla razón de que una actitud emotiva, o una actitud justificada, puede ser el factor o elemento que perturbe esa estrategia y no se logre el objetivo.
—¿Qué es la revolución para usted, Rucci?
R: La revolución es la que se plasmó en 1946 cuando el peronismo, prácticamente por sus votos, barrió la alianza nefasta de la Unión Democrática.
—Pero con eso no la define…
R: Bueno la revolución es… Es decir, la revolución, mejor dicho una revolución, creo que no es ninguna novedad saber lo que es una revolución… Una revolución puede ser cruenta o incruenta. La revolución es provocar el gran cambio que entierre esta estructura que somete a los pueblos; estructuras que someten a los trabajadores y que colocan al país en el terreno de la dependencia. Revolución es liberación; la forma de encarar la revolución, la forma de llevarla y concretarla, eso depende…
—¿Pero si usted dice que la propiedad de los medios de producción debe ser de los particulares, del Estado o del…?
R: No. La revolución que sostenemos los peronistas no es la revolución de decir aquello que tenés vos es mío y vos hoy no tenés nada. Es decir, acá no se trata de apropiar nada. Acá la revolución tiene que tener como objetivo fundamental el respeto a la dignidad humana. Punto segundo: que el capital cumpla una función social y se integre a las necesidades del país.
—¿Usted entiende que en los países socialistas no hay respeto por la dignidad humana?
R: Si usted me dice que Rusia es un país socialista yo le digo que es uno de los pocos países, quizá el único en el mundo, donde el sindicalismo no existe. No hay libertad sindical sino que los dirigentes son funcionarios del gobierno, lo que implica…
—Le estoy hablando de Cuba, Rucci.
R: Bueno, yo diría que el fenómeno de Cuba es la lógica consecuencia que se plantea en el momento en que vivimos.
—Concretamente, sin tantas palabras…
R: Soy un admirador de la revolución cubana.
—¿Adoptaría ese tipo de salida para la Argentina?
R: Yo apoyaría toda revolución destinada a la liberación del pueblo.
—Entonces, ¿cómo tendría que ser la liberación del pueblo en un futuro inmediato?
R: La liberación del pueblo en un futuro inmediato se puede dar a través del proceso que el Movimiento Peronista ha optado: las elecciones. Lo que no implica de manera alguna que ése sea el único hecho idóneo para una revolución. Optamos por el camino incruento. Hay un proceso que se gesta en el mundo que nada ni nadie podrá detener.
—¿Todos los sindicalistas optan por ese camino, o hay otros que están buscando la conspiración para entenderse con un sector militar?
R: En este aspecto creo que lo fundamental para mí, por lo menos como secretario general de la CGT, es mantener la vida orgánica, y si algún dirigente ilusoriamente cree que él o algunos más pueden torcer este proceso en el cual está empeñado el movimiento obrero, se equivoca.
—¿Por la vía orgánica de la CGT se puede acceder al poder?
R: Nosotros entendemos que el movimiento obrero debe participar en el gobierno.
—¿Pero no se plantea nunca la toma del poder?
R: Escúcheme, permítame, puede ser a través de las elecciones. En 1946 se concretó a través de las elecciones.
—Tosco, ¿por qué cuando estuvo detenido rechazó los pedidos de libertad que se hacían por parte de la CGT? ¿Porque los hacía Rucci?
T: No. Nosotros no aceptamos el pedido de libertad sino que reclamábamos la libertad de todos los compañeros presos, políticos, gremiales y estudiantiles, entre los cuales me encontraba yo. Y porque nosotros, en este momento, no le pedimos a la dictadura la libertad de los presos sino que luchamos. El paro que hemos hecho en la CGT de Córdoba; nuestros pronunciamientos categóricos donde exigimos la libertad de todos los compañeros presos, políticos, gremiales y estudiantiles, son elocuentes…
—Pero Rucci, como máximo dirigente de la CGT, tenía la obligación de pedir por su libertad.
T: Yo creo que la obligación que tenía Rucci era la de luchar por nuestra libertad, no la de pedirla…
—¿Por qué Rucci no luchó por la libertad de Tosco?
R: Yo quiero aclarar que también he sido tirado a las mazmorras de las cárceles, yo también he sido tirado a la bodega de un barco. En aquella oportunidad el compañero Tosco era dirigente y yo no creo que haya hecho nada, tampoco por la libertad de los presos que estábamos en aquella época, en 1955 y 1956.
—¿Qué dice Tosco a eso?
T: Yo tengo el honor de decir que jamás decliné la realización de un paro y siempre estuve adelante, impulsando la lucha por la libertad de los presos. Y en aquel momento evidentemente estábamos en la lucha y no tal vez con el conocimiento que hoy tiene la gente de nuestra actitud, pero sí permanentemente estuvimos en la lucha.
—Es decir que usted nunca ha claudicado...
T: Yo creo que tengo, como el común de la gente, errores e imperfecciones. Conscientemente jamás lo haré.
—¿Usted, Rucci, se siente claudicante?
R: Yo nunca he claudicado. No hay razones ni motivos para claudicar. Porque en este momento en que se plantean tantos problemas al país, sería muy cómodo irme de la CGT, pero asumo la responsabilidad y he tenido el gran honor de que los trabajadores me hayan colocado al frente de la CGT. Y ahí voy a estar.
—¿Usted tiene algo que ver con esa famosa frase que se le adjudica de que Tosco es “el dirigente de la triste figura”? Ocurre que estamos portándonos como chicos buenos de colegio, cuando en realidad ustedes se han enfrentado con unas solicitadas tremendas. Además, usted dijo, Rucci, que en el movimiento peronista había “infiltrados asquerosos bolches”, aludiendo directamente a Tosco y otros dirigentes…
R: No… No… Yo puedo haber dicho eso, pero de ninguna manera ese tipo de calificativos o agravios pueden haber sido dirigidos a determinadas personas del movimiento… Está dirigido este calificativo a quienes solapadamente se esconden detrás de un bombo o se infiltran en el movimiento peronista, gente que nada tiene que ver con el movimiento obrero. Me parece que he sido claro porque en ningún momento he mencionado nombres, por lo menos con ese tipo de agravios.
—¿Qué es infiltrarse en el movimiento obrero? ¿Qué haya gente que no piensa como usted?
R: No… De ninguna manera. El compañero Tosco ha dicho una cosa con la que yo estoy completamente de acuerdo: “El peronismo no es sectario”. Incluso el Partido Comunista, en la época de Perón, tenía personería jurídica y votaba.
—Si es así, ¿por qué usted los trata como “asquerosos bolches”?
R: Porque todo aquel que atenta contra la unidad orgánica del movimiento obrero, que no es un invento de Rucci, ni un invento de Tosco, sino un invento de los trabajadores, a través de sus cuerpos orgánicos, que se han organizado y tienen una central obrera. De este modo quienes atenten contra esa unidad con slogans que nada tienen que ver con los trabajadores son infiltrados.
—Usted, Tosco, ¿atenta contra la unidad del movimiento obrero?
T: ¿Cómo? ¿De qué forma atento? Como directivos de la CGT nosotros acatamos resoluciones de los cuerpos orgánicos. Y cuando estamos en la lucha siempre hemos cumplido. La CGT de Córdoba jamás dejó de cumplir un paro… Rucci no es el dueño de la CGT. No hay máxima autoridad para nosotros. Sólo hay cuerpos orgánicos democráticamente constituidos y todas las resoluciones se dan en ese carácter, que es lo único que respetamos. Córdoba jamás ha dejado de cumplir un paro, ha hecho muchos más paros que la CGT. Porque la CGT nacional se ha limitado a una serie de paros, y nosotros creemos que se puede ir mucho más allá, como lo hemos probado.
—Tosco, ¿me permite? Nosotros creemos que Córdoba es un caso atípico dentro del movimiento obrero del país. Con todo, es posible que para la unidad del movimiento obrero, con una sutura de las 62 Organizaciones, se consiga una unidad que englobe a no peronistas como usted y peronistas como Rucci. ¿Puede funcionar en la práctica?
T: Córdoba no es una isla, ni está fuera del país ni del mundo. Creemos que con buena voluntad, con comprensión, con espíritu de lucha, se puede llegar a una unidad. Córdoba no es una isla y el “Cordobazo”, al contrario, expresa la avanzada de las luchas obreras y populares argentinas que luego se dieron en Tucumán, Rosario, Malargüe, Trelew… es porque tiene ese papel, y detrás de esto –no con un sentido de subordinación sino como expresión de un proceso histórico– se va dando la lucha de todo el movimiento obrero y se va a dar en el orden nacional.
—Para usted, Rucci, ¿la CGT de Córdoba es una isla dentro del movimiento obrero?
R: Yo no diría eso. Pero la CGT de Córdoba tiene una característica muy particular. Yo soy un ferviente defensor del movimiento obrero, del debido respeto a los cuerpos orgánicos que han elegido los congresos. He dicho hace un rato que hay setenta y pico de delegaciones regionales en todo el país. Todas cumplen y consultan a la Central Obrera para tomar cualquier determinación. La única CGT y los únicos dirigentes que no han consultado jamás para tomar actitudes son los de la CGT de Córdoba. Si lo hubieran hecho, como lo hizo Mendoza, que consultó y la CGT de inmediato se puso del lado de los trabajadores de Mendoza e intervino en el conflicto e hizo todo el aporte necesario para…
—¿Le parece que era necesario que consultara, cuando la gente ya estaba en la calle?
R: ¿Cómo cuando la gente estaba en la calle? Sí, la gente de Mendoza estaba en la calle, pero el compañero Fiorentino inmediatamente se comunicó con la CGT para decir la actitud de la gente y…
—¿Para pedir permiso? ¿No será que la CGT de Córdoba es rebelde? ¿No tendrá motivos?
R: Yo no diría que es rebelde. Más bien diría, como lo señala el compañero Tosco, que su forma de conducir al movimiento no es la misma que nosotros queremos imponer a las otras delegaciones del interior del país. A pesar de que se dice lo contrario, cuando se habla de unidad, no se conciben dos centrales obreras, y nadie puede admitirlo, aunque los hechos y la forma como se llevan a cabo ciertas actitudes están demostrando que realmente quieren dos centrales obreras.
—¿No es una acusación un poco corporativista?
R: No. Es el resultado de normas que fueron legisladas por los congresos nacionales de la CGT. En el supuesto caso de que no sean útiles, será un congreso el que reformará, pero hasta el momento, ése es el estatuto de la Central Obrera y como dirigentes disciplinados a ese estatuto nos debemos ajustar.
—Esa rebeldía de la CGT-Córdoba, ¿a qué se debe? ¿A la directiva de Rucci o a un problema del Consejo Directivo?
T: A que la CGT-Córdoba interpreta el mandato de las bases. A que está ligada a las aspiraciones de los trabajadores. Quieren luchar y la CGT-Córdoba lleva a la práctica esa lucha, cosa que no hace la CGT nacional.
—Aquí Rucci quiere aclarar algo…
R: La CGT cumple estrictamente con el mandato de los trabajadores. Acá nadie puede sentirse, menos en el caso de dirigentes como el compañero Tosco, dirigente auténtico, que responde a las bases, porque el Comité Central Confederal es el genuino cuerpo que está ligado a las bases integrado por los secretarios generales de todo el país, incluso por el secretario general de su gremio, Luz y Fuerza.
—¿La CGT es un factor de poder, Tosco?
T: Está encuadrada en el concepto de defensa del sistema. Para nosotros, el movimiento obrero y la CGT deben ser una palanca para transformaciones revolucionarias en esta sociedad capitalista.
—¿Rucci, entonces, está defendiendo el sistema?
T: Si entiende que es un factor de poder, la coloca dentro del sistema.
R: Cuando a un hombre dice lo que yo he dicho en el reportaje en Nueva Plana y en la revista Mayoría, indudablemente parece que estamos muy lejos de estar defendiendo el sistema.
—En esos reportajes, Rucci, usted dijo, hablando de la Juventud Peronista, que en ciertos aspectos tiene razón. ¿Qué quiere significar con eso? ¿En qué falla la JP? ¿Es una actitud paternalista, de poner la mano en el hombro…?
R: Eso de poner la mano en el hombro es un juicio suyo. El sentido de lo que dije es otro. La Juventud Peronista hace críticas a determinados dirigentes gremiales, yo me animo a admitir que ciertas críticas son valederas cuando digo que en cierta forma tienen razones.
—¿Se hace una autocrítica?
R: No en este momento, dije que soy consciente de mis responsabilidades y las he asumido íntegramente. Y me consta que mis actitudes pueden ofrecer conceptos contrarios a la honestidad y lealtad de los trabajadores.
—¿La Juventud Peronista lo apoya, Rucci?
R: Soy muy amigo de infinidad de compañeros de la Juventud Peronista…
—Cuando Tosco estuvo en la cárcel, dio a conocer a la opinión pública una serie de críticas a su persona. Usted trató de lograr un pedido de amnistía. ¿Debe interpretarse esa actitud suya como demagógica?
R: Quiero aclarar que me siento un hombre con dignidad. Y que merecen mi mayor respeto aquellos que caen presos aun por un ideal que yo no comparto. El compañero Tosco, a pesar de estar en la cárcel, podía criticar todos los días en la prensa al secretario general de la CGT. Y permanecí mudo. Recién cuando el compañero Tosco salió en libertad, en igualdad de condiciones, entonces, yo recién dije lo que era mi verdad.
—¿El sistema lo defendía a él mandándolo preso?
R: Yo no he dicho que el sistema lo defendía mandándolo preso. Pero fíjese que resulta sospechoso que cuando un hombre está detenido tenga la facilidad de dar comunicados a la prensa y la prensa de publicárselos. Yo no voy a decir que está en el sistema, pero sí que con esos comunicados estaba sirviendo al sistema, porque esos comunicados atentaban contra la unidad de la CGT.
—Pero usted, ¿está en contra o a favor del sistema?
R: Soy un peronista con una postura bastante conocida y definida. No cabe ese tipo de preguntas, no tienen sentido. No estoy con el sistema, ni comparto el sistema.
—Aquí Tosco quiere aclarar.
T: No es tal el silencio en cuanto a que nosotros estábamos presos. Aquí tengo yo una carpeta firmada por el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba y la Federación Gráfica Bonaerense donde refuta los conceptos de Rucci y en la cual acusa al compañero Raimundo Ongaro de ser “trosko” y de que yo estaba en la cárcel como medio de promocionarme. Esto, además de injusto, es arbitrario. Las pocas cartas que sacamos de la prisión eran transmitidas en los locutorios por nuestros abogados, que las sacaban en sus portafolios que son inviolables. Y me significaron nueve sanciones, tanto en Devoto como en Rawson. Incluso, una vez, no pude ver a mis familiares porque estaba sancionado. Este documento pueden requerirlo al Servicio Penitenciario. Sin embargo, nuestra actitud fue, aun desde la cárcel, seguir defendiendo nuestras posiciones, y si teníamos que hacer acusaciones o críticas sobre la CGT también las hacíamos, o al imperialismo, o a la dictadura, a todos esos factores que hacen a la situación actual de dependencia, de opresión, de explotación de nuestro pueblo y a nuestra patria.
—Rucci, ¿por qué los trabajadores no peronistas deben soportar que sus gremios estén adheridos a las 62 Organizaciones, un nucleamiento partidario?
R: Es que no es un nucleamiento partidario. ¿Quién le dijo eso?
—Es el brazo gremial del movimiento peronista…
R: Las 62 Organizaciones mantienen una filosofía que se plasma dentro del movimiento peronista. No se cierran dentro de un esquema partidario.
—¿Qué opina de las 62 Organizaciones, Tosco?
T: Es un nucleamiento sindical que levanta las banderas del peronismo. No pertenezco a él. Levanto yo las del Movimiento Nacional Intersindical.
—¿Qué ideología tiene ese nucleamiento?
T: El MNI es socialista, levanta la bandera de la liberación nacional y social.
—¿A través del marxismo?
T: Yo tengo raíz marxista. Pero el socialismo, en la Argentina, tiene una raíz heterogénea. Hay compañeros que levantan desde el peronismo al socialismo. Y, evidentemente esos compañeros peronistas van asumiendo el socialismo en unidad con los demás sectores.
—¿Sostiene la lucha de clases el MNI?
T: Más que sostener, interpreta un hecho histórico que es la lucha de clases.
—¿El peronismo plantea la lucha de clases?
R: Plantea la unidad de todos los sectores… No plantea la lucha de clases. Bien lo ha dicho el general Perón cuando estuvo acá. Esta no es una cuestión de partidos políticos sino que ésta es una cuestión programática nacional en la cual tienen participación todos los que estén dentro de esta filosofía en lo que respecta al socialismo. El peronismo no es un movimiento estático. Evoluciona, y dentro de esta evolución da lugar a un proceso que va a terminar en el socialismo nacional.
—¿Podría definirlo?
R: El socialismo tiene, en distintos países del mundo, diversos matices. El socialismo que yo planteo es una integración de una sociedad donde, por sobre los sectores o grupos, prive el respeto a la dignidad y priven también los fundamentos en que está basada nuestra sociedad.
T: Nosotros queremos rescatar los medios de producción y de cambio que están en las manos de los consorcios capitalistas, de los monopolios, para el pueblo. Socializarlos y ponerlos al servicio del pueblo. Deben desaparecer las clases y debe existir una clase, la de quienes trabajan. Y no como ahora, que existe la de los explotados y la de los explotadores.
R: Eso no es socialismo…
—¿Le tiene mucho miedo al marxismo, Rucci?
R: No, no le tengo miedo. Pero considero que el marxismo ya no tiene más vigencia en el mundo.
—¿No cree que el marxismo puede ser un aporte para el peronismo?
R: El peronismo puede tener aporte de todas las ideologías, siempre y cuando encajen dentro de la filosofía que plantea el peronismo.
—¿Cuál es la tarea concreta del secretario general de todos los trabajadores?
R: El dirigente gremial que se limita a plantear reivindicaciones sociales es un mentiroso. Las reivindicaciones sociales son la resultante de la justicia social. Y únicamente para lograr la justicia social hay que asumir el poder. El dirigente gremial tiene que estar perfectamente esclarecido. El planteo que se formula en este momento es asumir el poder. Integrados todos aquellos que se dispongan a defender los intereses de la nación, sean peronistas o no.
—¿Usted cree, como Tosco, que existen explotados y explotadores?
R: Existen explotados y explotadores. Y nosotros tenemos que plantear la cuestión para que desaparezcan los explotados y los explotadores dentro de una sociedad integrada, cada uno con sus obligaciones y sus derechos, pero jamás como está ocurriendo en este momento. Un millón y pico de trabajadores prácticamente sin la posibilidad de llevar sus salarios a sus casas… Todo eso es el resultante, no –como muchos suponen– de la actitud de la CGT; esto tiene origen en un sistema que, aunque muchos dicen que lo combaten, se complican con el sistema, combatiendo a la Central Obrera. Nosotros estamos en la lucha por la asunción del poder. Hemos optado, como hombres del peronismo, por el camino de las elecciones. Pero ahí no termina.
—¿Usted identifica el concepto de explotados y explotadores con el sistema capitalista?
R: En este momento se plantea una cuestión de dependencia. Y no solamente la presencia de monopolios en nuestro país, sino de argentinos cipayos que se ofrecen a esos monopolios. Lo primero que hay que plantear cuando el gobierno asuma el poder es la defenestración de todos aquellos capitales que no están al servicio de la Nación y que no se integran dentro de la comunidad. Como hay industriales mercenarios que se ofrecen con generosidad a los capitales extranjeros, también hay industriales que son argentinos y tanto o más nacionalistas que nosotros.
—¿Cuál es su opinión, Tosco?
T: El movimiento obrero no puede menos que plantearse, en esta etapa, los grandes problemas que surgen de la dependencia. La liquidación del dominio imperialista en nuestro país sobre la base de medidas concretas y, al mismo tiempo, en estrecha solidaridad con los movimientos de liberación, como en el caso del gran triunfo del pueblo vietnamita y la lucha de los pueblos de África y Asia, que también levantan estas banderas de independencia. Quien se queda en los estrechos márgenes del economicismo del movimiento obrero que demanda solamente aumentos de salarios va a ser permanentemente un apéndice del sistema, pero ésas son banderas que se levantan desde hace mucho tiempo en el movimiento obrero. Por otra parte, le diré que donde hay un asalariado y hay un capitalista, hay explotados y explotadores. Lo que no quiere decir que en el proceso de liberación nacional y social, no haya etapas que debemos cubrir en alianza con aquellos sectores de la pequeña y la mediana burguesía que estén dispuestos a enfrentar esa penetración imperialista.
—¿Aun dentro del radicalismo? Porque a usted siempre se lo vincula con el radicalismo. Incluso hace muy poco tiempo le preguntaron qué opinaba del doctor Balbín y usted dijo que no lo conocía. Eso parece un chiste. Porque, aunque no lo conozca personalmente, no es necesario para opinar sobre él.
T: Yo he dicho que Balbín representa el sector de derecha, el sector conservador del radicalismo. Y ese planteo lo ratifico aquí. El doctor Illia es un amigo personal al cual respeto. He tenido contacto epistolar con él. No lo niego. Lo asumo con toda honestidad. Sin que ello signifique que comparta la política y la ideología del doctor Illia.
—¿Con los dirigentes de la Alianza Popular Revolucionaria, Oscar Allende y Horacio Sueldo, se siente identificado?
T: Los conozco también. No soy demócrata cristiano ni del Partido Intransigente. Creo que hay una serie de programas que, como en el caso del peronismo, levantan reivindicaciones fundamentales antiimperialistas. También me siento identificado con puntos fundamentales de la plataforma de la APR.
—Usted ha dicho que tanto la fórmula Cámpora-Lima como la radical de Balbín representan los márgenes de derecha del peronismo y del radicalismo…
T: Así es. Y en el caso del peronismo, particularmente con el doctor Solano Lima, que ha dicho en Resistencia que si acceden al poder van a erradicar al marxismo porque pregona la lucha entre los hombres. No. No pregona la lucha entre los hombres, y si es entre los hombres, va contra aquellos que por la vía militar o por la explotación capitalista se sirven de esos otros hombres.
—Es decir que, a pesar de Solano Lima, ¿usted encuentra en el peronismo coincidencias con la ideología que sustenta?
T: Evidentemente. Con el peronismo combativo, con nuestros hermanos peronistas con los que estamos todos los días, no sólo nos sentimos identificados, sino hermanados como clase obrera para la lucha común y esperamos esa gran unidad con ellos a la que ya me he referido.
R: Acá estamos para esclarecer, ¿no es cierto? A mí no me gusta que me coloquen donde yo no estoy. Se pretende colocarme donde yo no estoy. En primer lugar, soy un hombre muy respetuoso de cualquier ideología. No soy antimarxista, ni anticomunista, ni anti nada. Soy peronista y respeto la ideología de todos. Y creo que en un proceso como éste todos tienen derecho a votar y a dar sus opiniones. Yo voy a votar Cámpora-Solano Lima.
—Cuando usted estuvo en España, se le atribuyó haber declarado que cuando regresara a la Argentina iniciaría una campaña por la erradicación de la infiltración marxista del movimiento obrero…
R: Es totalmente falso. No soy de aquellos que dicen, como mucho se ha dado en decir, que pretendo hacer discriminaciones ideológicas en la CGT, donde hay miembros que no son peronistas. Hay dirigentes comunistas que van al Comité Central Confederal y son respetados. No se trata acá de señalar una cuestión de carácter ideológico. Aquí se trata de que esa ideología no sea el caballo de Troya para tratar de perturbar y desunir al movimiento obrero. O de torcer el camino que se ha dado como objetivo.
—Pero si la gente quiere torcerlo…
R: Hay cosas que usted no tiene la obligación de saber porque no milita en el movimiento obrero. Ahí cerca se reunieron 700 delegados que se desparraman a lo largo y a lo ancho del país, 500 delegados que vinieron en representación de los trabajadores del interior del país. Y fueron ellos los que eligieron en la asamblea de la CGT a Rucci, con sus votos. Sería desmerecer mucho a los trabajadores pensar que cometieron tal error de elegir como sus dirigentes a traidores.
T: Yo no creo que se trate de un error de los trabajadores, sino de la imposibilidad de expresarse democráticamente por la intervención de las patronales, del Ministerio de Trabajo y de las burocracias.
—Rucci, ¿hay burocracia?
R: Yo quisiera discriminar, porque a veces las palabras están ligeramente expresadas y suenan a hueco. ¿Qué es la burocracia sindical? ¿Qué es lo que hay que hacer para no ser burócrata sindicalmente?
—Vamos a preguntárselo a Tosco.
T: La burocracia sindical es el ejercicio de los cargos sindicales con el criterio de reducir todo al sindicalismo; de administrar desde posiciones de poder los beneficios sociales; de discutir especialmente los convenios colectivos de trabajo; de quedarse gobernando al movimiento obrero desde posiciones administrativas. Es decir, desde el mismo término burocrático surge: gobierno de empleados. Significado gramatical que trasladada al campo sindical significa no asumir esa proyección general de la lucha del movimiento obrero como factor de liberación nacional y social.
R: Tengo derecho a la réplica. Eso es burocracia, pero eso no alcanza al sindicalismo argentino. Porque gracias al sindicalismo argentino, podemos decirlo así, donde están los burócratas, según algunas calificaciones, tenemos un movimiento obrero politizado que sabe lo que quiere y adónde va. Esos calificativos son elementos rebuscados para efectuar ataques sin sentido. Si hay un hombre al cual no le cabe ese calificativo, es al secretario general de la CGT, que hace escasamente dos años ha asumido la conducción. Y nace desde abajo, ¡eh!, porque nadie me colocó en un sillón y soy el que menos estoy en la CGT.
—No conozco un pronunciamiento claro y terminante del secretario general de la CGT sobre la economía del país. Tosco ha sido muy claro: dominio del crédito, nacionalización bancaria…
R: Permítame. Parece que acá se lee lo que se quiere leer y lo que no se quiere leer no se lee. La CGT, a los tres meses de asumir el Secretariado y el Consejo Directivo, produjo un documento que denominó “Proclama y convocatoria”, donde se sintetizan las aspiraciones del movimiento obrero y de todo el país. Documento que mereció el elogio de muchos sectores, incluso que no comulgaban con el planteo de la CGT.
—¿Usted se queda contento porque lo elogió “La Prensa”?
R: Bueno, es muy difícil que el diario La Prensa… Todos sabemos que La Prensa responde a intereses contrarios a los que sostenemos los argentinos, cualquiera sea nuestra ideología.
—Tosco, ¿qué dice?
T: Que la CGT debe cumplir una función de coordinación orientadora, de promoción en la lucha del movimiento obrero. Y volviendo al caso, la CGT de Córdoba levanta con sus pronunciamientos, con su coordinación, con la convocatoria a los cuerpos orgánicos para debatir los problemas de la clase obrera. Nosotros hemos reclamado insistentemente a la CGT nacional la convocatoria del Comité Central Confederal. No nos hemos largado solos, nos hemos largado las veces que eran necesarias pero, previamente, hemos reclamado la convocatoria del Comité Central Confederal.
R: Quiero aclarar. Quizá nunca el Comité Central Confederal se reunió más veces que siendo yo secretario general. Lo que ocurre es que el Comité Central Confederal, integrado por cuatrocientos secretarios generales, donde también está el compañero Tosco, tomó resoluciones de acuerdo con la estrategia que se imponía ese Comité Central Confederal. Lo que implicaría que si el compañero Tosco hubiera ido tendría que aceptar lo que se resolviera.
—El señor Tosco se ha definido en una serie de medidas de tipo económico a establecer en forma inmediata en el país: control de cambios, dominio del comercio exterior…
R: De acuerdo.
—Manejo de las importaciones y exportaciones…
R: De acuerdo.
—Nacionalización de la banca…
R: Nacionalización de la banca.
—Nacionalización del crédito…
R: Es decir, recuperar la soberanía del país en todos los niveles fundamentales en lo económico. Totalmente de acuerdo.
—¿Y en qué no está de acuerdo con Tosco?
R: Si ése es el esquema que se plantea en un proceso que permita recuperar la entidad soberana al país, creo que en eso…
—¿Y en el traspaso de las fuentes de trabajo?
R: No. En eso no estoy de acuerdo. Estoy de acuerdo con un capital al cual el gobierno le haga ajustar las reglas del juego para que ese capital esté al servicio de la comunidad y cumpla una función social.
—José López Rega dijo alguna vez que el socialismo nacional podía parecerse, de alguna manera, al nacionalsocialismo. Parece peligrosa la afirmación de López Rega y quisiera que usted, Rucci, como cabeza del movimiento obrero, diga si cree que el socialismo nacional se parece en algo al nazismo.
R: Cada pueblo, en materia de socialismo, ajusta más que nada a su idiosincrasia los matices del socialismo. Probablemente este proceso nos lleva a características socialistas. Y va a ser el resultado del pensamiento, del sentido de los argentinos.
—Pero no me ha contestado la pregunta.
R: Le estoy contestando en el sentido de que el nazismo no tiene nada que ver con el socialismo que nosotros podemos plantear en la Argentina.
—Usted ha estado recientemente con Perón. ¿Perón va a regresar? Sí o no. En caso afirmativo: ¿cuándo?
R: ¿Usted ha escuchado en alguna oportunidad que el general Perón haya dicho que no va a regresar?
—¿Usted, Tosco, cree que el general Perón va a regresar?
T: Yo creo que Perón tiene derecho, como todo argentino, a regresar al país y hacer valer con plenitud sus atribuciones ciudadanas. Pero no puedo oficiar de adivino. No sé si va a volver.
—Según insistentes versiones de estos últimos días, se habría ofrecido a Rucci el Ministerio de Trabajo si ganara el Frejuli.
R: No es cierto.
—¿Y si se diera, aceptaría?
R: Yo me debo a mi movimiento y eso, en su oportunidad, determinará mi respuesta por sí o por no. Pero quiero que quede perfectamente en claro que es una versión totalmente infundada.
—¿Habló con Perón de eso?
R: No se habló con el General.
—Vamos entonces a las conclusiones, por favor.
R: En alguna medida este programa ha pretendido ser útil a la opinión pública, para que conozca lo que yo sostengo como la verdad de lo que represento y creo en este aspecto el resultado puede ser positivo.
T: Agradezco la oportunidad de haber podido exponer ante la opinión pública y el pueblo el punto de vista que no es mío sino de la clase obrera y el pueblo de Córdoba.
—¿Cree, Rucci, que queda algo por decir?
R: Coincidir también con lo que dice el compañero Tosco, que estoy convencido de que lo que yo he expuesto no es solamente el punto de vista del pueblo de Córdoba sino que incluyo al pueblo de Córdoba en el pueblo de todo el país.
—¿Puede ser que a partir de ahora no haya más solicitadas entre ustedes?
R: Cada uno sabe de su obligación y asume las responsabilidades. Yo sé de mi obligación como secretario general de la CGT y he asumido esa responsabilidad.
T: En tanto y en cuanto sea necesario fijar las posiciones de lucha de la unidad combativa, nosotros hemos de continuar con esta misma práctica del movimiento obrero.
Recuperado de: Agencia Paco Urondo
Notas sobre género en El capital de Marx // Silvia Federici
Al tiempo que se renueva el interés en el marxismo y el feminismo y la mirada de Marx sobre “género” recibe una nueva atención, emergen nuevos consensos entre las feministas que también moldean mi abordaje del tema.1/ En primer lugar, mientras que en los trabajos tempranos de Marx pueden encontrarse denuncias sobre las desigualdades de género y el control patriarcal en la familia y en la sociedad, es de común acuerdo que “Marx no tenía mucho para decir sobre el género y la familia” (Brown, 2012:143)2/ y que, incluso en El capital,su mirada al respecto debe reconstruirse de observaciones dispersas.
No obstante, el trabajo de Marx ha sido de gran contribución para el desarrollo de la teoría feminista, aunque no se basa en su totalidad en sus pronunciamientos directos sobre el tema. No solo su método histórico materialista ha ayudado a demostrar que las jerarquías e identidades genéricas son constructos (Holmstrom, 2002a), sino que su análisis de la acumulación capitalista y la creación del valor ha dotado a las feministas de mi generación con poderosas herramientas para repensar tanto las formas específicas de explotación a las que las mujeres han sido sometidas en la sociedad capitalista como la relación entre sexo, raza y clase (James, 1975). Sin embargo, el uso que las feministas han hecho de Marx las ha conducido en el mejor de los casos en una dirección diferente de la que él trazó.
Escribir sobre género en El capital es reconciliarse con dos Marx diferentes y, agrego, dos puntos de vista diferentes sobre género y la lucha de clases. De acuerdo con esto, se observan dos partes a continuación. En la primera parte, examino la mirada de Marx sobre el género tal como la articula en el volumen 1 en su análisis sobre el empleo de mujeres en el trabajo industrial. También comento sus silencios, especialmente en relación con el trabajo doméstico, ya que resultan elocuentes respecto de las inquietudes que estructuraban su pensamiento en el momento en que escribió.
Aquí, mi idea principal es que Marx no teorizó sobre género porque, en parte, la “emancipación de las mujeres” tenía una importancia periférica en su trabajo político; es más, él naturalizaba el trabajo doméstico y, tal como el movimiento socialista europeo en su conjunto, idealizaba el trabajo industrial como la forma normativa de producción social y como potencial nivelador de las desigualdades sociales. Entonces, consideraba que, eventualmente, las distinciones en torno al género y a la edad se disiparían. No logró apreciar la importancia estratégica, tanto para el desarrollo del capitalismo como para la lucha en su contra, de la esfera de actividades y relaciones por las cuales se reproducen nuestras vidas y la fuerza de trabajo, comenzando por la sexualidad, la procreación y, primero y principal, el trabajo doméstico no remunerado de las mujeres.
Estos “descuidos” sobre la importancia del trabajo reproductivo de las mujeres implican que Marx, pese a su condena de las relaciones patriarcales, nos ha dejado un análisis del capital y de clase conducido desde una perspectiva masculina –la del “hombre que trabaja”, el asalariado industrial en cuyo nombre se formó la Internacional, considerado el portador de la aspiración universal a la liberación humana–.
Asimismo, implican que muchos marxistas se han visto justificados en tratar el género y la raza como temáticas culturales, disociándolas de la clase, y que el movimiento feminista ha tenido que comenzar con una crítica a Marx.
Entonces, mientras este artículo se enfoca en el tratamiento del género en el gran texto de Marx, en la segunda parte reviso brevemente la reconstrucción de las categorías de Marx desarrollada por las feministas en la década de 1970, especialmente en el “Movimiento a favor del Salario por el Trabajo Doméstico”, del cual fui parte. Sostengo que estas feministas encontraron en Marx el fundamento para una teoría feminista centrada en la lucha de las mujeres en contra del trabajo doméstico no remunerado porque leímos su análisis del capitalismo de modo político, que provenía de la experiencia personal directa, en busca respuestas para nuestro rechazo de las relaciones domésticas. En aquel entonces pudimos llevar la teoría de Marx a lugares donde Marx había permanecido oculto. A la vez, leer a Marx en clave política reveló las limitaciones de su marco teórico, lo cual demostró que una perspectiva feminista anticapitalista no puede ignorar su trabajo, al menos mientras el capitalismo sea el modo de producción dominante (Gimenez, 2005: 11-12), pero debe ir más allá de él.
1.Marx y el género en el área de producción industrial
Los límites del trabajo de Marx sobresalen de modo claro en el volumen 1 de El capital, ya que allí examina por primera vez la cuestión de “género” no en relación con la subordinación de las mujeres dentro de la familia burguesa, sino respecto de las condiciones del trabajo fabril de la mujer en la revolución industrial. Esta era la “querella de las mujeres” de la época,3/ en ambos lados del canal, en contra de la cual economistas, políticos y filántropos clamaban por la destrucción de la vida familiar que producía, la nueva independencia que confería a las mujeres, y su contribución a la protesta de los trabajadores, expresada en en el ascenso de sindicatos y el cartismo.
Por lo tanto, para el momento que Marx comenzó a escribir, las reformas ya estaban en marcha, y contaba con copiosa literatura sobre el tema, que consistía en informes de los inspectores fabriles que, en la década de 1840, el gobierno inglés empleaba para que se cumpliera el límite impuesto a las horas de trabajo de mujeres y niños.4/
El volumen 1 cita páginas enteras de estos informes, especialmente en los capítulos sobre “La jornada de trabajo” y “Maquinaria y gran industria”, que ilustran las tendencias estructurales de la producción capitalista –las tendencias a extender las horas de trabajo hasta el límite de la resistencia física de los trabajadores, a devaluar la fuerza de trabajo, a extraer el máximo de trabajo del número mínimo de trabajadores– y denuncian los horrores a los que mujeres y niños eran sometidos en cada etapa del desarrollo industrial.
Ellos nos informan sobre las costureras que morían por exceso de trabajo y falta de aire y alimento (Marx, 1995: 198), sobre muchachas que trabajaban sin alimentarse catorce horas por día, o que se arrastraban semidesnudas en las minas para llevar el carbón a la superficie, sobre niños a los que a medianoche se los sacaba de su cama “y se les obliga a trabajar para ganarse un mísero sustento” (ibíd.: 188): “se llevaba a los niños al matadero” ( Ibíd.: 233) [donde/ máquinas vampíricas consumían sus vidas “mientras que quede un músculo, un tendón, una gota de sangre que chupar” (ibíd.: 241).
Debe reconocerse que pocos escritores políticos han descripto sin hacer concesiones, como lo ha hecho Marx, la brutalidad del sistema capitalista –por fuera de la esclavitud–. Particularmente impresionante es su denuncia de la barbarie de la explotación del trabajo infantil, sin par en la literatura marxista. Pero pese a su elocuencia, su explicación es más descriptiva que analítica y llama la atención la ausencia de la discusión de las problemáticas de género.
No se nos informa, por ejemplo, cómo el empleo de mujeres y niños en las fábricas afectó las luchas de los trabajadores, qué debates motivó en sus organizaciones, o cómo afectó las relaciones entre mujeres y hombres. Tenemos, en cambio, varios comentarios moralistas tales como que el trabajo fabril degradaba el “carácter moral” de las mujeres al promover conductas “promiscuas” y las hacía descuidar sus deberes maternales. Casi nunca se retratan mujeres como actores capaces de pelear por sí mismas.5/ Generalmente, aparecen como víctimas, aunque sus contemporáneos notaron su independencia, su conducta estrepitosa y su capacidad de defender sus intereses en contra de los intentos por parte de los dueños de las fábricas de reformar sus costumbres.6/
En la explicación de Marx sobre el género en el área de producción también falta un análisis de la crisis que la extinción del trabajo doméstico en las comunidades proletarias provocó a favor de la expansión de relaciones capitalistas, y el dilema que el capital enfrentó –en aquel momento como en la actualidad– respecto del lugar óptimo y del uso del trabajo de las mujeres. Estos silencios son especialmente significativos ya que los capítulos que mencioné son los únicos en los que las problemáticas en torno a las relaciones de género tienen presencia.
Las problemáticas de género tienen un lugar marginal en El capital. En un texto de tres volúmenes de miles de páginas, solo unas cien refieren a la familia, la sexualidad, el trabajo de las mujeres, y estas son observaciones al pasar. Faltan referencias al género incluso donde más se las espera, como en los capítulos sobre la división social del trabajo o sobre los salarios.
Solo al final del capítulo “Maquinaria y gran industria” encontramos algunas pistas sobre políticas de género que sabemos que Marx defendía en su quehacer político, como secretario de la Primera Internacional, en calidad de lo cual se opuso a los intentos de excluir a las mujeres del trabajo fabril.7/ Esto es coherente con su creencia de toda la vida de que el capitalismo –pese a toda su violencia y brutalidad– era un mal necesario y una fuerza progresiva, dado que el verdadero capitalista obligaa […] desarrollar las fuerzas sociales productivas y a crear las condiciones materiales de producción que son la única base realpara una forma superior de sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre de todos los individuos (Marx, 1995: 499; cursivas en el original).
Aplicado al género, esto significaba que, al “liberar” el trabajo de las limitaciones de la especialización y de la necesidad de la fuerza física, y al incorporar a mujeres y niños en la producción social, el desarrollo capitalista y la industrialización en particular allanaban el camino para relaciones de género más igualitarias. Por un lado, liberaban a las mujeres y niños de la dependencia personal y explotación parental de su trabajo –distintivas de la industria nacional–; por otro, les permitía participar en igualdad de condiciones con los hombres en la producción social.
Tal como él lo plantea al discutir la introducción de la educación básica para los niños que trabajaban en la fábrica:
Y, por muy espantosa y repugnante que nos parezca la disolución de la antigua familia dentro del sistema capitalista, no es menos cierto que la gran industria, al asignar a la mujer, al joven y al niño de ambos sexos un papel en los procesos socialmente organizados de la producción, arrancándolos con ello [de] la órbita doméstica, crea las nuevas bases económicas para una forma superior de familia y de relaciones entre ambos sexos (ibíd.: 410).
Cómo sería esta nueva familia, cómo reconciliaría “producción con reproducción” no es algo que Marx investigue. Solo agregó con cautela que:
la existencia de un personal obrero combinado, en el que entran individuos de ambos sexos y de las más diversas edades –aunque hoy, en su forma primitiva y brutal, en que el obrero existe para el proceso de producción y no este para el obrero, sea fuente apestosa de corrupción y esclavitud–, bajo las condiciones que corresponden a este régimen se trocará necesariamente en fuente de progreso humano (íd.).
Para la suposición de Marx de que el desplazamiento de lo doméstico a la gran escala industrial produciría una sociedad más humana era clave, indudablemente, aunque no se articulara de manera explícita, la idea (a la que él retornaba en varias secciones de El capital) de que el trabajo industrial es más que un multiplicador del poder de producción y (supuesto) garante de la abundancia social. Es –potencialmente– el creador de un tipo diferente de asociación cooperativa y de un tipo diferente de ser humano, libre de la dependencia personal y no “determinado” para un tipo particular de habilidades, capaz, por lo tanto, de involucrarse en un amplio rango de actividades y de asumir el tipo de conducta requerido por una organización “racional” del proceso de trabajo.
Concomitante con su concepción de comunismo como el final de la división del trabajo, y con su visión en La ideología alemana de una sociedad donde uno pescaría y cazaría por la mañana y escribiría poemas por la tarde (Marx y Engels, 1974: 34), puede resultar seductora la idea de una sociedad industrial, cooperativa e igualitaria, donde (parafraseando un pronunciamiento provocativo en el Manifiesto comunista)8/ las diferencias de género hayan perdido toda “validez social” en la clase trabajadora. No sorprende que esta idea haya inspirado a generaciones de activistas sociales, incluidas las feministas.
No obstante, como descubrieron las feministas en la década de 1970, esta perspectiva tiene importantes limitaciones. Vale la pena mencionar cuatro de ellas, todas con implicancias más allá del género, relacionadas con el concepto de Marx en torno a la industrialización y al desarrollo capitalista como fuerzas emancipadoras y condiciones para la liberación humana.
Al celebrar la industria moderna por liberar a las mujeres de las cadenas tanto del trabajo doméstico como del régimen patriarcal y por hacer posible su participación en la producción social, Marx supuso que:
a) las mujeres nunca antes se habían involucrado en la producción social, es decir, el trabajo reproductivo no debería considerarse una labor socialmente necesaria; b) lo que ha limitado en el pasado su participación en el trabajo ha sido la falta de fuerza física; c) el salto tecnológico es esencial para la igualdad de género; d) lo que es más importante, en anticipación de lo que los marxistas repetirían por generaciones: el trabajo fabril es la forma paradigmática de producción social, en consecuencia, la fábrica, no la comunidad, es el sitio de la lucha anticapitalista.
Deben plantearse preguntas a cada uno de estos puntos.
Podemos deshacernos rápidamente del argumento de la “fuerza física” como explicación de la discriminación basada en el género. Basta con decir que la propia descripción de Marx de las condiciones de empleo fabril de mujeres y niños es un contraargumento, y que los informes fabriles que él citó dejan en claro que se empleaban mujeres para el trabajo industrial no porque la automatización disminuía la carga de su labor (Marx, 1995: 331), sino porque se les pagaría menos, se las consideraba más dóciles y con mayor tendencia a dejar todas sus energías en su puesto. También debemos disipar la idea del confinamiento de mujeres a las tareas del hogar antes del advenimiento de la industrialización. La industria doméstica de la cual las mujeres se liberaron empleaba una pequeña parte del proletariado femenino, y era en sí misma una innovación relativamente reciente que resultó del colapso de las agrupaciones de artesanos.9/ En realidad, antes de la revolución industrial, y durante ella, las mujeres desempeñaron diferentes trabajos, desde agricultura hasta comercio, servicio y trabajo domésticos. Por lo tanto, como lo documentaron Bock y Duden, no hay base histórica para la idea –a la que Marx y otros socialistas han suscripto– de que “el desarrollo del capitalismo, con su trabajo crecientemente industrial (“productivo”) para las mujeres, las liberó y las libera de la edad de los reinos feudales de trabajo doméstico y del tutelaje de los hombres” (1980: 157).
Marx también minimizó, en su concepción de la industria a gran escala como un igualador de distinciones biológicas y sociales, el peso de las jerarquías sexuales heredadas y reconstruidas que aseguraban que las mujereas experimentarían el trabajo fabril de modos específicos, distinto de los modos de los hombres. Él notó que los supuestos sobre el género mantendrían su prominencia en el trabajo industrial –utilizados, por ejemplo, para justificar el menor salario de las mujeres en comparación con el de los hombres– y que las condiciones laborales “promiscuas” podrían significar una vulnerabilidad al abuso sexual, que con frecuencia resultaba en el embarazo a una temprana edad (Marx, 1995: 591). Pero, como hemos visto antes, él supuso que esos abusos se superarían cuando los trabajadores tomaran el poder político y redirigieran los objetivos de la industria hacia su bienestar. Sin embargo, luego de dos siglos de industrialización, podemos ver que, mientras no se vislumbra el fin del capitalismo por ningún lado, la igualdad en el ámbito del trabajo ha sido un producto de las luchas de las mujeres y no un regalo de las máquinas.
Más crucial resulta que la identificación por parte de Marx de la labor industrial con la forma normativa de trabajo y el sitio privilegiado para la producción social no deja ningún espacio para la consideración de actividades reproductivas domésticas, que, como ha señalado Fortunati, Marx solo mencionó para notar que el capital las destruye al apropiarse de todo el tiempo de las mujeres.10/
Hay un contraste interesante con el trabajo de Alfred Marshall, el padre de la economía neoclásica, respecto del abordaje de la relación entre la fábrica y el hogar. La mirada de Marx de la labor industrial como un tipo de trabajo más racional recuerda la “habilidad general para trabajar” de Marshall, que describió como una nueva capacidad con la que [en aquel momento] contaban pocos trabajadores en el mundo: “no específica de cualquier ocupación, pero deseada por todos, que permite a los trabajadores sostener por un largo período de tiempo cualquier tipo de trabajo, tener en cuenta muchas cosas a la vez, acomodarse rápidamente a los cambios en los detalles del trabajo realizado, mantenerse estable y ser confiable” (Marshall, 1890: 206- 207).
Marshall, sin embargo, en línea con los reformistas contemporáneos, creía que el mayor contribuyente a la producción de esta “habilidad general” era la vida hogareña y especialmente la influencia de la madre (ibíd.: 207), por lo que se oponía firmemente al empleo exterior de las mujeres. Marx, por el contrario, presta poca atención al trabajo doméstico. No hay una discusión al respecto en su análisis sobre la división social del trabajo, donde solo afirma que la división del trabajo en la familia tiene una base fisiológica.11/ Más llamativo resulta su silencio sobre el trabajo doméstico de las mujeres en su análisis de la reproducción de la fuerza de trabajo en su capítulo “Reproducción simple”.12/
Aquí apela a un tema crucial para la comprensión del proceso de la creación del valor en el capitalismo: la fuerza de trabajo, nuestra capacidad de trabajar, no nos es dada. Consumida a diario en el proceso de trabajo, debe (re)producirse constantemente, y esta (re)producción es tan esencial a la valorización del capital como lo es “la limpieza de las máquinas” (Marx, 1995: 481), dado que “es producción y reproducción del medio de producción indispensable para el capitalista, del propio obrero” (Íd).
En otras palabras, como también sugirió en las notas luego publicadas bajo el título de Teorías acerca de la plusvalía13/ y en El capital, Marx indica que la reproducción del trabajador es parte esencial y condición de la acumulación de capital. No obstante, solo la concibe bajo el aspecto de “consumo” y coloca su realización solamente dentro del circuito de producción de mercancías. Los trabajadores –según Marx– usan su salario para comprar las necesidades de la vida y, al consumirlas, se reproducen a sí mismos. Es literalmente la producción de asalariados por medio de las mercancías producidas por los asalariados.14/ Por lo tanto, “el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de vida necesarios para asegurar la subsistencia de su poseedor” (ibíd.: 124; cursivas en el original), y se determina por el tiempo de trabajo necesario para la producción de mercancías que los trabajadores consumen.
En ninguna parte de El capital Marx reconoce que la reproducción de fuerza de trabajo supone el trabajo no remunerado de las mujeres –preparar comida, lavar la ropa, criar a los niños, hacer el amor–. Por el contrario, insiste en retratar al asalariado como reproductor de sí. Incluso al considerar las necesidades que el trabajador debe satisfacer, lo retrata como un comprador de mercancías autosuficiente; enumera entre otras necesidades para la vida la comida, vivienda, vestimenta, pero omite extrañamente el sexo, ya sea obtenido dentro de la configuración familiar o comprado, lo cual sugiere que la vida del trabajador es inmaculada mientras que la mujer solo es moralmente mancillada por la labor industrial (íd.). A la prostituta se la niega como trabajadora, y se la relega a un ejemplo de la degradación de la mujer; solo se las representa como pertenecientes a “los últimos despojos de la superpoblación” (ibíd.: 545), ese “lumpenproletariado” (íd.) que en El Dieciocho Brumario de Louis Bonaparte él había descripto como “escoria de todas las clases” (1972: 80).
Son los pocos pasajes en los que Marx se aproxima a romper su silencio y admitir implícitamente que lo que se presenta como “consumo” al asalariado puede ser trabajo reproductivo desde el punto de vista de su contraparte femenino. En una nota al pie a la discusión sobre la determinación del valor de la fuerza de trabajo, en “Maquinaria y gran industria”, escribe: “basta con lo dicho para observar cómo el capital usurpa en su propio provecho hasta el trabajo familiar indispensable para el consumo” (Marx, 1995: 324). Y agrega:
Como en la familia hay ciertas funciones, por ejemplo la de atender y amamantar los niños, que no pueden suprimirse radicalmente, las madres confiscadas por el capital se ven en mayor o en menor medida a alquilar obreras que las sustituyan. Los trabajos impuestos por el consumo familiar, tales como coser, remendar, etc. se suplen comprando mercancías confeccionadas. Al disminuir la inversión de trabajo doméstico, aumenta, como es lógico, la inversión de dinero. Por tanto, los gastos de producción de la familia obrera crecen y contrapesan los ingresos obtenidos del trabajo. A esto se añade el hecho de que a la familia obrera le es imposible atenerse a normas de economía y convivencia en el consumo y preparación de sus víveres (íd.).
No obstante, no se dice nada más de este trabajo doméstico “que no pued[e] suprimirse” y que debe reemplazarse por bienes adquiridos. Y además nos resta preguntarnos si el costo de la producción solo aumenta para el trabajador o también para el capitalista, supuestamente a través de las luchas que los trabajadores emprenderían para obtener salarios más altos.
Incluso cuando se refiere a la reproducción generacional de la fuerza de trabajo, Marx no menciona la contribución de las mujeres, y descarta la posibilidad de tomas de decisiones autónomas por su parte en lo que respecta a la procreación, a la que se refiere como “el crecimiento natural de la población” (ibíd.: 537). Comenta que “el capitalista puede dejar tranquilamente el cumplimiento de esta condición al instinto de propia conservación y al instinto de perpetuación de los obreros” (ibíd.: 481-482) –una contradicción con el comentario anteriormente citado sobre el descuido de los deberes maternales por parte de las mujeres trabajadoras fabriles, que equivale prácticamente al infanticidio–. También sugirió que el capitalismo no depende de la capacidad reproductiva de las mujeres para su propia expansión, dada la creación constante de población excedente a partir de las revoluciones tecnológicas.
En el intento de dar cuenta de la ceguera de Marx sobre la ubicuidad del trabajo reproductivo, que debió haberse desplegado a diario bajo sus ojos en su propia casa, he enfatizado en ensayos anteriores su ausencia en los hogares proletarios en la época en la que escribe, dado que la fábrica empleaba a la familia entera de sol a sol (Federici, 2012: 94). El mismo Marx sugiere esta conclusión cuando, al citar a un médico enviado por el gobierno inglés para evaluar el estado de salud de los distritos industriales, notó que la clausura de los molinos de algodón causada por la Guerra de Secesión estadounidense había tenido al menos un beneficio. Las mujeres
Disponen ahora del tiempo necesario para dar el pecho a sus niños, en vez de envenenarlos con Godfrey’s Cordial (una especie de narcótico). Disponen de tiempo para aprender a cocinar. Desgraciadamente, el tiempo para dedicarse a las faenas de la cocina coincidía con unos momentos en que no tenían que comer […] La crisis a la que nos referimos se aprovechó también para enseñar a las hijas de los obreros a coser en las escuelas. ¡Fue necesario que estallase en Norteamérica una revolución y se desencadenase una crisis mundial para que aprendiesen a coser unas muchachas obreras, cuyo oficio consistía en hilar para el mundo entero! (1995: 324)
Pero la reducción abismal del tiempo y recursos necesarios para la reproducción de los trabajadores que Marx documentó no era una condición universal. Los empleados fabriles eran solo el 20% -30% de la población de mujeres trabajadoras. Incluso entre ellas, muchas mujeres abandonaban el trabajo fabril una vez que tenían hijos. Además, como hemos visto, el conflicto entre el trabajo fabril y los “deberes reproductivos” de las mujeres era un problema clave en la época de Marx, como demuestran los informes fabriles que citó y las reformas que produjeron.
¿Por qué, entonces, esta exclusión sistemática? ¿Y por qué Marx no podría darse cuenta de que la tendencia parlamentaria de reducir el trabajo fabril en mujeres y niños pergeñaba una nueva estrategia de clase que cambiaría el rumbo de la lucha de clases?
Sin dudas, parte de la respuesta es que, como los economistas políticos clásicos, Marx no consideraba las tareas del hogar como un tipo de trabajo históricamente determinado con una historia social específica, sino como una fuerza natural y una vocación femenina, uno de esos productos de esa gran alacena que la tierra, arguyó, es para nosotras. Cuando, por ejemplo, comentó que el trabajo en exceso y la fatiga producían un “aborrecimiento” (ibíd.: 327) entre las mujeres trabajadoras fabriles y sus hijos, apeló a una imagen de maternidad que condecía con una concepción naturalizada de los roles de género. Posiblemente contribuyó a ello que en la primera fase del desarrollo capitalista el trabajo reproductivo de la mujer estaba, según su terminología, “formalmente subsumido” en la producción capitalista,15/ es decir, no se había moldeado para adecuarse a las necesidades específicas del mercado de trabajo. Sí, un teórico tan poderoso y orientado a la historia como Marx debería haberse dado cuenta de que el trabajo doméstico, aunque aparecía como una actividad de antaño, que satisfacía puramente “necesidades naturales”, su forma era en realidad una forma de trabajo históricamente específica, producto de la separación entre producción y reproducción, trabajo remunerado y no remunerado, que nunca había existido en sociedades precapitalistas o sociedades no reguladas por la ley de valor de cambio. Luego de habernos advertido en contra de la mistificación producida por la relación salarial, debería haber visto que, desde su origen, el capitalismo ha subordinado las actividades reproductivas –en la forma de trabajo de mujeres no remunerado– a la producción de fuerza de trabajo y, en consecuencia, el trabajo no remunerado que los capitalistas extraen de los trabajadores es mucho más conspicuo que el extraído durante la jornada de trabajo remunerado, dado que incluye los quehaceres domésticos no remunerados de mujeres, incluso reducidos a un mínimo.
¿El silencio de Marx sobre el trabajo doméstico era a causa de que, como ya se ha sugerido, “no consideraba que las fuerzas sociales eran capaces de conducir el trabajo doméstico en una dirección revolucionaria”? Esta es una pregunta legítima si “leemos a Marx de modo político”16/ y consideramos que sus teorizaciones siempre se ocupaban de sus implicancias organizacionales y su potencial.17/ Se abre la posibilidad de que mantuvo reserva en torno a la cuestión de los quehaceres domésticos porque temía que la atención a su trabajo le hiciera el juego a las organizaciones de trabajadores y a los reformistas burgueses que glorificaban el trabajo doméstico para excluir a las mujeres del trabajo fabril. Pero para las décadas de 1850 y 1860 los quehaceres domésticos y la familia habían estado por años en el centro de una acalorada discusión entre socialistas, anarquistas y un emergente movimiento feminista, y se experimentaban reformas en el hogar y los quehaceres domésticos.18/
Debemos concluir que su desinterés en el trabajo doméstico tiene raíces más profundas, que nacen tanto de su naturalización como de su devaluación, que la hicieron en apariencia –en comparación con el trabajo fabril– una forma arcaica que pronto sería superada por el progreso de la civilización. Sea como fuere, la consecuencia de la falta de teorización de Marx del trabajo doméstico es que su explicación de la explotación capitalista y su concepción de comunismo ignoran la actividad más extendida del planeta y una causa mayor de las divisiones dentro de la clase trabajadora.
Hay un paralelo aquí con el lugar de la “raza” en la obra de Marx. Aunque reconocía que “el trabajo de los blancos no puede emanciparse allí donde está esclavizado el trabajo de los negros” (ibíd.: 239), no dedicó demasiado análisis al trabajo esclavo y al uso del racismo para ejecutar y naturalizar una forma de explotación más intensa. Su trabajo, por lo tanto, no pudo desafiar la ilusión –dominante en el movimiento socialista– de que el hombre blanco asalariado representaba los intereses de la totalidad de la clase obrera –una mistificación que en el siglo XX condujo a luchadores anticoloniales a concluir que el marxismo era irrelevante en su lucha–.
Más cerca de casa, Marx no anticipó que las formas brutales de explotación que con tanta fuerza describió serían en breve parte del pasado, al menos en gran parte de Europa. Amenazada por un conflicto armado entre clases y la posible extinción de la fuerza de trabajo, la clase capitalista, en complot con algunas organizaciones de trabajadores, se embarcaría en un nuevo rumbo estratégico, incrementando la inversión en la reproducción de la fuerza de trabajo y el salario de los asalariados hombres, enviando a las mujeres de regreso al hogar para hacer tareas domésticas y, en este proceso, cambiando el curso de la lucha de clases.
Aunque Marx era consciente del gran desperdicio de vida que el sistema capitalista producía y estaba convencido de que el movimiento de reforma fabril no procedía de inclinaciones humanitarias, no se percató de que lo que estaba en juego en la “legislación protectora” era más que una reforma del trabajo fabril. Reducir las horas de trabajo de mujeres era el camino para una nueva estrategia de clase que reasignaba a las mujeres proletarias al hogar para producir no mercancías físicas sino trabajadores.
Mediante esta estrategia, el capital logró disipar la amenaza de la insurgencia de la clase trabajadora y crear un nuevo tipo de trabajador: más fuerte, más disciplinado, más resiliente, más apto para hacer suyos los objetivos del sistema; el tipo de trabajador, de hecho, que considera los requisitos de la producción capitalista como “las más lógicas leyes naturales” (ibíd.: 627). Este era el tipo de trabajador que permitió que el capitalismo británico y norteamericano de fin de siglo pasara de la industria liviana a la pesada, de la industria textil a la siderúrgica, de la explotación basada en extensión de la jornada laboral a una basada en la intensificación de la explotación. Esto implica que la creación de la familia trabajadora y el ama de casa proletaria de tiempo completo fueron una parte esencial y una condición de la transición desde un excedente absoluto a uno relativo. En este proceso, los quehaceres domésticos atravesaron un proceso de “subsunción real”, convirtiéndose por primera vez en objeto de una iniciativa estatal específica que los ligó más fuerte a la necesidad del mercado de trabajo y la disciplina de trabajo capitalista.
En consonancia con el apogeo de la expansión imperial británica (que trajo numerosas riquezas al país, aumentando el sueldo de los trabajadores), a esta innovación no puede atribuírsele solo la pacificación de la fuerza de trabajo. Pero fue un acontecimiento de época, que inauguró la estrategia que más tarde culminó con el fordismo y el New Deal, por los que la clase capitalista invertiría en la reproducción de trabajadores para adquirir una fuerza de trabajo más disciplinada y productiva. Este fue el deal que se extendió hasta la década de 1970 cuando el surgimiento internacional de la lucha de mujeres y el movimiento feminista le dieron un punto final.
2. Feminismo, Marxismo y la cuestión de la “reproducción”
Mientras Marx, como propulsor de “la emancipación de la mujer” mediante su participación en la producción social entendida como trabajo industrial, inspiró a generaciones de socialistas, las feministas descubrieron en la década de 1970 un nuevo Marx: en contra de los quehaceres domésticos, la domesticidad, la dependencia económica de los hombres, apelaron a su trabajo en busca de una teoría capaz de explicar las raíces de la opresión de la mujer desde una perspectiva de clase. El resultado fue una revolución teórica que cambió tanto al marxismo como al feminismo.
El análisis de Mariarosa Dalla Costa sobre el trabajo doméstico como un elemento clave en la producción de la fuerza de trabajo,19/ la localización por parte de Selma James de la ama de casa en un continuum con los no asalariados del mundo20/–quienes, aun así, han sido centrales en el proceso de acumulación de capital–, la redefinición a cargo de otros activistas del movimiento de la relación salarial como un instrumento de naturalización de áreas enteras de explotación, y la creación de nuevas jerarquías dentro del proletariado: todos estos desarrollos teóricos y las discusiones que generaron se han descripto en ocasiones como el “debate sobre el hogar”, supuestamente centrados en la pregunta sobre si los quehaceres domésticos son productivos o no. Pero esta es una gran distorsión. Lo que se redefinió al percibirse la centralidad del trabajo no remunerado de la mujer en el hogar en lo que respecta a la producción de la fuerza de trabajo no fue solo el trabajo doméstico, sino la naturaleza del capitalismo y la lucha en su contra.
No sorprende que la discusión de Marx sobre la “reproducción simple” fue una iluminación teórica en este proceso, tal como la confirmación de nuestra sospecha de que la clase capitalista nunca hubiese permitido que tanto trabajo doméstico sobreviva si no hubiese visto la posibilidad de explotarlo. Leer que las actividades que reproducen la fuerza de trabajo son esenciales para la acumulación capitalista sacó a la luz la dimensión de clase de nuestro rechazo. Mostró que este trabajo tan despreciado, siempre naturalizado, siempre desdeñado por parte de los socialistas por retrógrado, ha sido en realidad el pilar de la organización capitalista del trabajo. Esto resolvió la polémica cuestión de la relación entre género y clase, y nos dio herramientas para conceptualizar no solo la función de la familia, sino la profundidad del antagonismo de clase en las raíces del capitalismo. Desde un punto de vista práctico, confirmó que, como mujeres, no teníamos que unirnos a los hombres en la fábrica para ser parte de la clase trabajadora y librar una lucha anticapitalista. Podíamos luchar de manera autónoma, comenzando por nuestro propio trabajo en el hogar, como el “centro nervioso” de la producción de la fuerza de trabajo.21/ Y nuestra lucha tenía que librarse primero en contra de los hombres de nuestras familias, dado que por medio del salario de los hombres, el matrimonio y la ideología del amor, el capitalismo ha permitido que los hombres dirigieran nuestro trabajo no remunerado y disciplinaran nuestro tiempo y espacio.
Irónicamente, entonces, nuestro encuentro con Marx y nuestra apropiación de su teoría sobre la reproducción de la fuerza de trabajo, de algún modo consagrando la importancia de Marx para el feminismo, también nos ofreció la evidencia concluyente de que debíamos poner a Marx patas para arriba y comenzar nuestro análisis y nuestra lucha precisamente a partir de la parte de la “fábrica social” que él había excluido de su trabajo.
Descubrir la centralidad del trabajo reproductivo para la acumulación de capital también condujo a la pregunta de cómo sería la historia del desarrollo del capitalismo si no se viera desde el punto de vista de la formación del hombre proletario asalariado, sino desde el punto de vista de las cocinas y los dormitorios donde la fuerza de trabajo se produce a diario, generación tras generación.
La necesidad de una perspectiva de género para la historia del capitalismo –más allá de la “historia de mujeres” o la historia del trabajo asalariado- es lo que me condujo, entre otras cosas, a repensar la explicación de Marx sobre la acumulación originaria y descubrir la caza de brujas en los siglos XVI y XVII como momento fundacional en la devaluación del trabajo de la mujer y el surgimiento de una división del trabajo sexual específicamente capitalista.22/
La percepción, en simultáneo, de que, al contrario de la anticipación de Marx, la acumulación originaria se ha tornado un proceso permanente también pone en tela de juicio su concepción sobre la relación necesaria entre el capitalismo y el comunismo. Invalidó la mirada de Marx sobre la historia en términos de estadios, en la que el capitalismo se retrata como el purgatorio que necesitamos habitar de cara al mundo de la libertad y el rol liberador de la industrialización.
El surgimiento del ecofeminismo, que conectó la devaluación por parte de Marx de las mujeres y la reproducción con su mirada de que la misión histórica de la humanidad es la dominación de la naturaleza, fortaleció nuestra posición. Especialmente importantes han sido los trabajos de Maria Mies y Ariel Salleh, que han demostrado que el acto por parte de Marx de borrar las actividades reproductivas no es accidental, contingente a las tareas que él asignó a El capital, sino sistemática. Como lo señala Salleh, todo en Marx establece que lo que es creado por el hombre y la tecnología tiene un mayor valor: la historia comienza con el primer acto de producción, los seres humanos se realizan a sí mismos a través de su trabajo. Una medida de la realización de sí es su capacidad de dominar la naturaleza y adaptarla a las necesidades humanas. Y todas las actividades transformativas positivas se conciben en masculino: el trabajo se describe como el padre, la naturaleza como la madre, la tierra también se concibe como femenina (Salleh, 1997: 72-76). Madame la Terre, la llama Marx, en oposición al Monsieur le Capital.
Las ecofeministas han demostrado que existe una profunda conexión entre el desdén de los quehaceres domésticos, la devaluación de la naturaleza y la idealización de lo que la industria humana y la tecnología producen.
Este no es el espacio para reflexionar sobre las raíces de la mirada antropocéntrica. Basta con decir que el gran error de cálculo que Marx y las generaciones de marxistas socialistas han cometido en relación con los efectos liberadores de la industrialización hoy son muy obvios. En la actualidad nadie se animaría a soñar, como hizo August Bebel en Woman Under Socialism, en el día en que la comida sería producida químicamente y en el que “todos llevarían una pequeña caja de químicos en su bolsillo con la que satisfacer su necesidad de nutrientes provenientes de la clara, la grasa y los hidratos de carbono, sin importar la época del año ni la estación de lluvia, sequía, escarcha, granizo e insectos destructivos” (1910: 391).
Mientras la industrialización avanza sobre la tierra y los científicos al servicio del desarrollo del capitalismo están jugando con la producción de vida por fuera de los cuerpos de las mujeres, la idea de extender la industrialización a todas nuestras actividades reproductivas es una pesadilla peor de la que estamos experimentando con la industrialización de la agricultura.
No es sorprendente que en círculos radicales hemos sido testigos de un “cambio de paradigma”, mientras que la esperanza puesta en la máquina como una fuerza para el “progreso histórico” se reemplaza por una refocalización del trabajo político en problemáticas, valores y relaciones vinculados con la reproducción de nuestras vidas y la vida de los ecosistemas en los que vivimos.
Nos han dicho que Marx en los últimos años de su vida reconsideró su perspectiva histórica y, al leer sobre las comunidades igualitarias y matrilineales del noreste de América, comenzó a reconsiderar su idealización del desarrollo industrial y capitalista y a valorar la fuerza de la mujer.23/
No obstante, la mirada prometeica sobre el desarrollo tecnológico promovido por Marx y toda una tradición marxista, lejos de perder su atractivo, está de regreso. En él, la tecnología digital juega para algunos el mismo rol emancipador que Marx le asignó a la automatización, por lo que el mundo de la reproducción y trabajos de cuidado, que las feministas han valorizado como un terreno de transformación y lucha, se encuentra nuevamente en riesgo de que se le reste importancia.
Esta es la razón por la que, aunque Marx dedicó poco espacio a las teorías de género en su trabajo, y supuestamente cambió parte de su mirada en sus últimos años, es todavía importante discutirlas y enfatizar, como he intentado hacerlo en este trabajo, que sus silencios al respecto no son descuidos, sino el signo del límite que su trabajo teórico y político no pudo superar, pero que nosotros debemos hacerlo.
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Notas
1/ Las publicaciones recientes de Heather A. Brown, Marx on Gender and the Family (2012), y de Shahrzad Mojabed, Marxism and Feminism (2015) –publicado junto con la conferencia sobre el tema organizado por la fundación Rosa Luxemburgo el mismo año–, son signos de este nuevo interés en la teoría de género de Marx.
2/ Estas y todas las traducciones de la bibliografía en inglés pertenecen a la traductora.
3/ Sobre el debate en torno a las consecuencias del trabajo industrial de mujeres tales como “la querellas de las mujeres” en la Inglaterra del siglo XIX, ver Judy Lown, Women and Industrialization: Gender at Work in Nineteenth-Century England(1990). Sobre los mismos debates en Francia, ver, especialmente el capítulo 7 en Gender and the Politics of History, de Joan Wallach Scott (1988).
4/ Para la reforma sobre el trabajo de mujeres e infantile en Inglaterra, además del volumen 1 de El capital, ver Judy Lown (1990) y Laura Levin Frader (1987).
5/ La única referencia a la lucha de mujeres fabriles menciona que las tejedoras del telar mecánico realizaron una huelga por el problema en torno al control de horas trabajadas (Marx, 1995: 352).
6/ Ver Lown, que habla de la oposición de las mujeres asalariadas a las leyes fabriles de 1830 (1990: 214) y de lucha de las trabajadoras de la seda “por mantener control sobre aquellos aspectos de la vida que siempre habían sido centrales para la experiencia de las mujeres trabajadoras: cuidado de los niños, higiene personal y vestimenta” (ibíd.: 162). Sobre las muchachas fabriles “que representan una independencia recientemente descubierta y la libertad para las mujeres”, ver Lown (Iníd.: 43 y ss.) y Seccombe (1986: 121).
7/ Ver Brown (2012: 115).
8/ Marx agrega que, en consecuencia, “[l]os intereses, las condiciones de vida del proletariado se nivelan cada vez más a medida que la maquinaria va borrando las diferencias entre los trabajos” (2008: 36).
9/ Sobre este tema, ver Bock y Duden (1980) y Henninger (2014: 296- 297).
10/ Fortunati agrega que Marx concebía el trabajo reproductivo de las mujeres “a partir de la lectura de los informes del gobierno, que había percibido mucho antes el problema planteado por la usurpación que el trabajo fabril hacía sobre los quehaceres domésticos” (1997: 169).
11/ “Dentro de la familia, y más tarde, al desarrollarse esta, dentro de la tribu, surge una división natural del trabajo, basada en las diferencias de edades y de sexo, es decir, en causas puramente fisiológicas” (Marx, 1995: 285-286).
12/ Ver el capítulo 23 de la parte 7, del volume 1 de El capital (Marx, 1995).
13/ En la primera parte de Teorías acerca de la plusvalía, Marx afirma: “El trabajo productivo sería aquel que produce mercancías o directamente produce, forma, desarrolla la fuerza de trabajo en sí misma” (1969: 172). Como veremos luego, las feministas tomaron esto para indicar que el trabajo doméstico es “trabajo productivo” en el sentido marxiano.
14/ La referencia aquí es a Piero Sraffa y su Production of Commodities by Means of Commodities (1960).
15/ Marx emplea el concepto de subsunción formal versus subsunción real para describir el proceso por el cual en la primera fase de acumulación capitalista el capital se apropia del trabajo “tal como lo encuentra”, “sin ninguna modificación de la naturaleza real del proceso de trabajo” (1021). Por el contrario, existe subsunción real cuando el capital moldea el trabajo/producción para sus propios fines.
16/ Aquí me refiero al trabajo de Harry Cleaver, Reading Capital Politically (2000).
17/ Sobre esto insiste Negri en Marx Beyond Marx (1991).
18/ Al respecto, ver el trabajo de Dolores Hayden, The Grand Domestic Revolution (1985).
19/ Ver “Women and the Subversion of the Community” en The Power of Women and the Subversion of the Community (1975).
20/ Ver Sex, Race, and Class (James, 1975).
21/ Ver Fortunati (1997).
22/ Ver Caliban and the Witch. Women, the Body and Primitive Accumulation (2004).
23/ Ver la discusión de Heather Brown sobre The Ethnological Notebooks of Karl Marx (Krader, 1974) en sus capítulos 6 y 7 (2012).
Fuente Herramienta
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Por Mariano Pacheco “Estamos en un momento en que ya se hace urgente e inevitable hacer un recuento de lo
Reimaginar la revolución // Amador Fernández-Savater
Dice el filósofo Gilles Deleuze: “hay imágenes de pensamiento que nos impiden pensar”. Es decir, tenemos imágenes de lo que supone pensar (un esfuerzo de la voluntad, un trabajo académico) que bloquean el pensamiento. ¿Podríamos decir igualmente que hay “imágenes de cambio” que nos impiden cambiar? Imágenes de lo que supone el cambio (en este caso, social o político) que bloquean en la práctica el cambio mismo.
Estas “imágenes” de que hablamos son modelos difusos, ideas preconcebidas. Organizan nuestra mirada: lo que vemos y lo que no, lo que valoramos y lo que no. Y tienen a la vez una función de orientación: nos ayudan a movernos en lo real, en lo que pasa (o nos desorientan, si no son adecuadas). Son al mismo tiempo lente y brújula.
Hay imágenes de pensamiento que nos impiden pensar. Hay imágenes de cambio que nos impiden cambiar. Entonces, para pensar o cambiar, necesitamos dotarnos en lo posible de otro imaginario: depósitos o semilleros de imágenes que organicen nuestra mirada de otro modo, que nos orienten en sentido diferente. Otras lentes, otras brújulas.
La imagen revolucionaria de cambio
La imagen de cambio por excelencia durante al menos dos siglos -pongamos, desde 1789 hasta 1976- ha sido sin duda la imagen revolucionaria. Nunca consistió en una sola imagen, sino más bien en una constelación: imagen de cambio, pero también de militancia, de conflicto, de objetivo, de organización, etc. Es decir, una determinada concepción de la transformación social implica una red o un haz entero de imágenes: modalidades de compromiso, formas de antagonismo, figuras del enemigo, esquemas organizativos, etc. La imagen de cambio es siempre imagen de imágenes.
¿Cómo caracterizar la imagen revolucionaria de cambio? Podemos tomar un primer apoyo en Hannah Arendt. En los primeros capítulos de su libro On revolution, al preguntarse por el significado de la revolución, Arendt destaca dos detalles de la Revolución Francesa: la ejecución del rey y el nuevo calendario (como se sabe, abolido el viejo mundo, la Revolución marca el año I de la nueva era y cada mes es rebautizado: Brumario, Pluvioso, Germinal, Termidor, etc.). Esos dos símbolos (bien materiales) nos remiten muy directamente a una cierta imagen del cambio revolucionario: consiste en el derrocamiento del orden antiguo y en un nuevo comienzo, un comienzo absoluto.
La imagen revolucionaria de cambio está determinada por un corte, una discontinuidad radical entre lo viejo y lo nuevo. Todo ello atravesado por la idea de “necesidad histórica” que Arendt detecta en las metáforas de los discursos revolucionarios: “corriente irresistible”, “tempestad irrevocable”, “vendaval imparable”, etc. La revolución es un cambio radical y al mismo tiempo necesario.
No por casualidad la filosofía hegeliana será el “lenguaje del cambio” durante dos siglos: su “sistema de imágenes” (dialéctica, negación, superación) permite sostener y resolver esa aparente paradoja de un cambio absoluto y a la vez absolutamente necesario. Mi amigo Juan Gutiérrez habla del “pasodoble del No” marxista y hegeliano: la negación de la negación (la negación de lo que niega la humanidad) nos conduce a la afirmación (un mundo y un hombre nuevos).
Las utopías pedagógicas de la Revolución Francesa
En los trabajos del historiador Bronislaw Baczko sobre las utopías pedagógicas de la Revolución Francesa, podemos encontrar algunos desarrollos empíricos concretos a los análisis de Arendt. Aunque la mayoría de proyectos educativos revolucionarios sólo se pusieron en práctica con posterioridad (y con las mil limitaciones y contradicciones que impone lo real a los sueños), las utopías pedagógicas nos dan a ver muy claramente cuáles y cómo eran las imágenes revolucionarias en acción entonces.
¿Cuál es el mayor desafío de la Revolución? La revolución es ruptura y discontinuidad radical, pero para persistir, reproducir y durar tiene la necesidad de crear “un pueblo nuevo”, un pueblo completamente emancipado del peso del pasado. El objetivo principal de la Revolución es “formar al Hombre nuevo para la Ciudad regenerada”. Hombres nuevos liberados al fin de los prejuicios, hechos a la medida del tiempo que se abre, modelados como arcilla por una potencia educativa considerada casi omnipotente.
El primer paso es eliminar los viejos errores, las viejas supersticiones, los viejos tabúes. Sólo así puede edificarse un mundo enteramente purificado, en todos sus detalles. “Hay que destruir el pasado hasta en sus últimos vestigios…”. No se trata de unos cuantos cambios, de un puñado de reformas. Por cualquier mínima rendija puede colarse el viejo mundo de nuevo, con su lote de ignorancias y opresiones. De hecho, los revolucionarios nunca dejaron de achacar el “fracaso” de sus aspiraciones al complot siempre renovado de lo viejo (que justificaba el recurso terrorista a la guillotina como pedagoga suprema).
Es en la Escuela donde se juega el porvenir de la República. Allí se corregirán los errores y se transmitirán nuevos saberes. Pero no sólo: la Escuela debe apoderarse de la imaginación y las pasiones humanas, generar nuevos comportamientos: “maneras francas, lenguaje sin grosería, el temperamento y el porte de un hombre nuevo”.
Un debate crucial se abre enseguida: el sueño de formar al hombre nuevo presupone al formador ideal, pero ¿dónde encontrarlo? ¿Quién instruirá a los instructores? Algunos van todavía más allá: ¿no es la misma idea de Escuela otro “vestigio del pasado”? Es lo que argumentan los más radicales seguidores de Rousseau: la sociedad (revolucionaria) misma es la mejor escuela. El nuevo orden debe poder “respirarse” a cielo abierto, en las asambleas revolucionarias y las sociedades populares, en el nuevo calendario y la nueva toponimia, en las fiestas cívicas y el recién creado sistema de pesos y medidas. La educación del “hombre nuevo” no debe tener límites espaciales ni temporales, sino poder “absorberse” directamente de las cosas, en lugares de formación permanente, ser ubicua.
En cualquier caso, la escuela (como modelo de sociedad, sostenida en una fuerte organización estatal y una nueva élite de maestros-legisladores ilustrados) y la sociedad revolucionaria (como escuela de costumbres) asumen el principal reto revolucionario: romper con la “vida orgánica” (la familia, las comunidades de nacimiento) y “elevar las almas al nivel de la Constitución”; colmar la brecha o el intervalo entre el hábito y la ley, entre la vida como es y la vida tal como debiera ser; “imaginar la perfección y realizarla enseguida”.
Los niños, la infancia, serán el objeto principal de las utopías pedagógicas revolucionarias, como “página en blanco” sobre la que puede escribirse infinitamente. El niño como pueblo por venir. El pueblo como el niño que educar (o reeducar). La Revolución Francesa es, según Michelet, “la gran revolución de la infancia”.
El ángel de la Revolución Cultural china
La idea-imagen de la revolución inaugurada en 1789 no se agota allí, sino que impregna (como modelo de referencia e inspiración) dos siglos de tentativas revolucionarias de transformación social (en muy diferentes versiones, según los contextos).
Acerquémonos por un lateral a la Gran Revolución Cultural China de Mao-Zedong. En 1975, dos intelectuales y militantes maoístas franceses, Guy Lardreau y Christian Jambet, publican El Ángel, un libro que se plantea hacer balance de la experiencia del maoísmo francés. Una experiencia que se vuelve masiva curiosamente después de la revuelta profundamente libertaria de Mayo del 68. Cientos de jóvenes rompen entonces con su medio (familiar, geográfico, social) e ingresan en las fábricas francesas, donde tratan de mezclarse con el proletariado industrial y ayudarle a superar el marco organizativo clásico de la CGT, el corsé que había asfixiado la potencia subversiva del Mayo.
En 1974 se disuelve la gran experiencia organizativa maoísta de la Gauche Prolétarienne (Izquierda Proletaria) y la crisis de sentido se apodera de los militantes prochinos. Enseguida empezarán a llegar y socializarse además los testimonios disidentes sobre la China que ellos idealizan, pues se relacionan más con un mito inspirador que con una realidad histórico-social. El Ángel pretende ser al mismo tiempo una revisión autocrítica (pero no arrepentida) de la experiencia y una reactualización de su apuesta: “el Ángel que anunciamos ha sido siempre vencido, terminará triunfando en una revolución inaudita”. Un libro extraño y original, violento e intenso, hermoso a su manera (fría, metálica…) que nos permite captar algunas imágenes de cambio del maoísmo.
Para elaborar el balance, los autores toman apoyo en una relectura de los textos del cristianismo antiguo, planteando una analogía entre la experiencia maoísta y la de los primeros cristianos. ¿En qué sentido? En ambos casos estamos ante movimientos de masas: uno (ascético) en el mundo helenístico, otro (político) en el capitalismo moderno. Los dos consisten en una revolución cultural -más allá de la revolución política e ideológica- que pretende “alcanzar al hombre en lo que tiene de más profundo”. Y en ambos hay una visión dualista/maniquea del mundo según la cual existen dos Vías y dos Espíritus (la Luz y las Tinieblas) y entre ellas se trata de zanjar, decidir.
No hay que esperar el comunismo como desenlace automático de la dinámica de los modos de producción, la revolución es el gesto colectivo que rompe en dos la historia del mundo: ese voluntarismo radical es la diferencia entre el maoísmo y otras corrientes marxistas-leninistas.
Entonces, por un lado, violencia y furor en la inversión deliberada de todos los valores, lucha sin cuartel contra los restos ideológicos del viejo mundo. Un esfuerzo titánico por extirpar aquello que se reproduce desde la noche de los tiempos, anti-cultura radical donde la posición del revolucionario se confunde en un primer momento con lo salvaje y lo asilvestrado. En el caso del cristianismo, la furia destructora pasa por el rechazo del trabajo, el odio al cuerpo y al sexo mismo; en el caso del maoísmo, por el odio al Pensamiento (el deseo de saber por saber, la curiosidad vana), el olvido de los padres y el desasimiento del Yo.
“Teníamos el deseo de amnesia soberana (…) Hubiésemos deseado quemar la Biblioteca Nacional para sufrir como es debido (…) Convocábamos a todos aquello de los que se podía esperar la amnesia. Decíamos con Mao: “dejad que se acerquen a mí los niños, que son como el sol a las ocho o nueve de la mañana”.
Por otro lado, voluntad de pureza absoluta. El combate se libra en el interior del ser humano, “cada alma se desgarra en dos, que combaten la una contra la otra”. No hay instante indiferente en la lucha contra “las viejas cosas, las viejas ideas”. Como nadie es rojo (o santo) de nacimiento, todo el mundo tiene necesidad de ser reeducado. El mundo, la carne, está en manos del demonio (capitalista), hay que marcharse al desierto o a las fábricas. La libertad es un ejercicio radical de desarraigo de los órganos y lo orgánico. Entre los cristianos, pasa por el rechazo del matrimonio y la procreación, la práctica de la caridad; entre los maoístas, por el rechazo de los valores burgueses del egoísmo, el distinguirse y la vanagloria, la práctica de la crítica y la autocrítica, el auto-examen permanente.
¿Y cómo orientarse, cómo elegir entre “los dos mundos, las dos ciudades, los dos señores”? Cualquier militante maoísta puede llegar a ser un héroe de la revolución mediante el estudio del pensamiento mao-zedong y emulando a otros héroes (que a su vez emularon a otros y así hasta llegar al héroe por excelencia: el propio Mao). El pensamiento de Mao se resume en el famoso libro rojo, prácticamente un manual para la vida diaria del militante escrito a base de sentencias semi-poéticas: los logia o logiones, “piedras preciosas de la concisión”.
Simplicidad y pureza: en el pensamiento mao-zedong “no queda ya nada del mundo antiguo”. Hay que rumiarlo incesantemente: ante cualquier problema, ante cualquier dificultad, ante cualquier decisión (“si no estudiáis al Presidente con asiduidad/ viviréis en la oscuridad/ Estudiad bien sus obras de verdad/ y un sol rojo iluminará vuestros pensamientos”). Pero es un pensamiento que no puede entenderse si primero no se siente. “Lo que hace falta para comprender el pensamiento Mao no es saber, erudición, inteligencia, sino fe en la vía”. En verdad, el pensamiento de Mao no es el criterio para elegir el camino, sino el camino mismo.
Desplazamiento
La Revolución Cultural China funciona como analizador-revelador por su extrema radicalidad. Las cosas no llegaron tan lejos en la URSS: el debate entre Lenin y el proletkult se resuelve a favor del primero (naturalmente). No es posible crear de la nada un orden nuevo, dice Lenin, hay que edificarlo a partir del tesoro del pasado: la cultura burguesa. Y el propio Stalin responde la demanda de crear una nueva lengua que lanza Maiakovski. Si la infraestructura ha cambiado, argumenta el poeta llevando el marxismo al extremo, ¿cómo no va a hacerlo la superestructura? Stalin contesta: el lenguaje está más allá de la lucha de clases. Y fin de la discusión.
Haría falta más trabajo y espacio para asentar bien estas intuiciones. Pero por ahora se trata sólo de señalar algunas de las estrellas que conforman la constelación de la imagen revolucionaria de cambio: la revolución es una guerra a muerte entre dos mundos; el militante es la fuerza de voluntad que empuja lo que es hacia lo que debe ser; el objetivo es el Hombre Nuevo; la organización es la vanguardia consciente (organizada en Partido, embrión de Estado) con visión de conjunto y de la finalidad; el tiempo de la revolución es pensado como discontinuidad radical, a la vez absolutamente necesaria; etc.
Ciertamente, no pueden confundirse las imágenes de cambio revolucionario y lo que efectivamente es la revolución misma, un proceso siempre impuro, contradictorio, imperfecto, imprevisible, incontrolable. Pero lo que nos interesa aquí son las lentes y las brújulas. El objetivo no es juzgarlas o analizarlas críticamente (por su responsabilidad en el terror de Estado, por ejemplo), sino entenderlas. El balance de las revoluciones del siglo pasado lo dejamos pendiente para otro momento y lugar. En todo caso, puede decirse (con Alain Badiou) que ese balance habrá de ser necesariamente “interno” para quienes nos colocamos subjetivamente del lado de las revoluciones y no aceptamos la conclusión de que la misma idea de transformación radical de la sociedad es indeseable y criminal. Lo que ha quedado definitivamente enterrado bajo los desastres del comunismo autoritario no es la idea de cambio social, sino la vieja constelación de la vanguardia consciente, el cambio planificado desde arriba, la tábula rasa y el Hombre nuevo. Ahora no nos interesa tanto la crítica como proponer un desplazamiento.
Imágenes-zombi
En la Puerta del Sol recién ocupada por lo que luego se conocerá como movimiento 15M, alguien saca un cartel que pronto se hará célebre (viral): “nobody expects the spanish revolution”. ¿Significa esto la revitalización del imaginario revolucionario, tras décadas de consenso en torno al “fin de la Historia”: la democracia representativa y la economía de mercado como horizonte insuperable de la humanidad? No lo creo. La frase es sólo un desvío humorístico de un famoso sketch de los Monty Python: “nobody expects the spanish inquisition”. Esta manera metafórica, vago e irónica de hablar de la revolución es más bien síntoma de un agotamiento, el agotamiento de un imaginario de dos siglos.
¿Entonces? ¿Podemos decir que los movimientos políticos actuales (como el 15M y el resto de “movimientos de las plazas”) son movimientos simplemente “reformistas” que buscan algunos pequeños cambios en el marco dado de lo posible? ¿O bien este agotamiento del imaginario revolucionario debe conducirnos al pesimismo (“ya no es posible cambio alguno”)? Ni una cosa ni la otra, ambas son de hecho tributarias de la centralidad del imaginario revolucionario.
Pensamos más bien (con autores como Alain Badiou o Santiago López Petit) que atravesamos un “periodo de intervalo” o un “impasse”. Ese intervalo o impasse tiene que ver con un “desacople” entre las nuevas formas de politización y los imaginarios existentes de cambio. Las prácticas colectivas experimentan nuevas vías, pero casi a tientas. Y las viejas imágenes de cambio, aún saturadas y agotadas, siguen sobrevolando las cabezas y los cuerpos, como imágenes-zombi.
¿Cuál sería el problema de este “desacople”? Por un lado, mirándose en el espejo-modelo de las viejas imágenes revolucionarias, los movimientos obtienen de sí mismos un reflejo desvalorizante, despotenciador, entristecedor. Las imágenes-zombi separan a las experiencias vivas de lo que son y de lo que pueden.
El mismo 15M nos ofrece un ejemplo muy claro: a pesar de ser uno de los movimientos con mayor impacto en la sociedad española de los últimos 40 años (cuestionando profundamente la arquitectura política y cultural heredada de la Transición, desplazando los umbrales de percepción y sensibilidad social, neutralizando la tentación fascistoide que crece en toda Europa), el lamento y la queja nunca han dejado de acompañarlo: “no ha cambiado nada”. Sin otras lentes y otras brújulas, apegados a las antiguas imágenes, se reenvía una y otra vez la capacidad de transformación social a las formas y fórmulas ya conocidas: el partido que, tomando el poder (por vía electoral esta vez), cambia las leyes y los marcos jurídicos, la macropolítica. El cambio social es un cambio por arriba o no es.
Por otro lado, las imágenes-zombi debilitan las prácticas efectivas y las experiencias vivas dando valor sólo a ciertos aspectos de las mismas en detrimento de otros: se privilegia lo masivo, los momentos de insurrección abierta, lo épico, lo híper-visible, etc. Se hace necesario y urgente otro imaginario de cambio. Imágenes adecuadas para ver y pensar un cambio social complejo, no lineal, con sus mareas altas y bajas, procesos y eventos, continuidades y discontinuidades. Capaces de dar valor y visibilidad a las transformaciones invisibles y silenciosas, intersticiales e informales, imprevisibles e involuntarias, micropolíticas y afectivas, bastardas e impuras. Imágenes en las que encontremos compañía, valor y potencia.
Y no sólo necesitamos nuevas imágenes, sino también otra relación con ellas. Los viejos imaginarios revolucionarios cristalizaron demasiadas veces en un “mito tecnificado” (Furio Jesi): trascendente, rígido, inmóvil. Precisamos entonces, no tanto de un “sistema de imágenes” (acabado y coherente), como más bien de una especie de tejido, un patchwork infinito y en construcción permanente, siempre susceptible de ser modificado y alterado, donde todo suma y nada sobra, porque cada jirón (cada imagen) puede tener su momento y su ocasión. De hecho, ni siquiera se trata de negar o descartar las viejas imágenes revolucionarias de cambio (pueden ser un jirón más del patchwork), sino de complementar, multiplicar y enriquecer el repertorio de lo posible.
La “guerra de posiciones” según Antonio Gramsci
¿Dónde podríamos empezar a buscar imágenes inspiradoras para reimaginar el cambio social? Propongo ahora, simplemente a modo de indicación, tres fuentes posibles. Voluntariamente, se trata de tres experiencias del pasado. La imagen revolucionaria de cambio fue tal vez hegemónica pero no la única y el pasado es un depósito de saberes siempre actualizable desde el presente. El nuevo imaginario de cambio no necesita cortar con el pasado, sino más bien aprender a recrearlo, traducirlo y resignificarlo.
La primera fuente de inspiración posible es la obra de un autor: Antonio Gramsci, el filósofo-militante italiano. Gramsci es un nombre completamente interno al pensamiento marxista-leninista, pero sin embargo su obra es un terreno fecundo en claves nuevas. ¿Cómo es posible? En parte se lo debemos a Mussolini. Gramsci tuvo que inventar un lenguaje encriptado para esquivar la censura en las cárceles del fascismo italiano: hablaba de “filosofía de la praxis” para referirse al marxismo, etc. Ese mismo lenguaje encriptado nos llega hoy, décadas después, como lenguaje poético con multitud de lecturas y significados posibles. Eso mantiene a Gramsci a salvo de convertirse en una “lengua muerta”, como ocurre con la mayor parte del marxismo-leninismo.
Otra razón de la actualidad de Gramsci es su concepción del cambio social. En la cárcel, Gramsci reflexiona largamente sobre un fracaso repetido. La revolución pensada como “guerra de movimiento” (caracterizada por la velocidad, el asalto frontal al poder, su carácter minoritario) ha funcionado muy bien en Rusia, pero choca contra un muro en Europa occidental: aplastamiento de la revuelta espartaquista en Alemania, de los consejos obreros en Italia, etc. ¿Qué ocurre?
La guerra de movimiento, piensa Gramsci, sólo tiene éxito allí donde la sociedad es relativamente autónoma del Estado y la “sociedad civil” (las instituciones que construyen el consenso social: medios de comunicación, etc.) es “primaria y gelatinosa” (como en la Rusia zarista). Sin embargo, en Europa occidental la sociedad civil es sólida y protege el orden del Estado como una “robusta fortaleza de casamatas”, resistente a las “irrupciones catastróficas del elemento económico inmediato: crisis, depresiones, etc.”
Ni “misticismo histórico” (la revolución como fulguración milagrosa), ni determinismo económico (el hundimiento económico desencadena el proceso revolucionario), Gramsci propone reimaginar la revolución como “guerra de posiciones”. El rasgo clave de la guerra de posiciones es la afirmación y el desarrollo de una nueva visión del mundo. En cada gesto de la vida cotidiana hay una visión del mundo implícita. El proceso revolucionario consiste en difundir una nueva visión del mundo (y por tanto otros gestos) que vacía y desplaza poco a poco el poder de la antigua. Es lo que Gramsci llama “construcción de hegemonía”: no hay poder sin hegemonía, sin control sobre los gestos de la vida corriente. Sería un poder sin legitimidad, reducido a pura represión, al miedo. A la toma del poder le debe preceder, concluye Gramsci, una “toma” de la sociedad civil.
Para ilustrar esta otra idea de revolución, Gramsci recurre al ejemplo de la Revolución Francesa. Su mirada contrasta con la de Arendt: Gramsci no se fija en la ejecución del rey y el nuevo calendario, sino en el movimiento previo de la Ilustración. Durante décadas, a través de los salones, los clubs y las enciclopedias, la Ilustración disemina la idea de una igual dignidad de las personas en tanto que seres dotados de razón. La nueva concepción del mundo desplaza a la antigua, minando los pilares del Antiguo Régimen sin que nadie se de cuenta. Finalmente, cuando se hace la Revolución, viene a decir Gramsci, se ha ganado ya antes. La dominación carece de legitimidad, es sólo una cáscara vacía que de desploma al primer golpe.
Es verdad que en Gramsci funcionan todavía ideas muy clásicas: el Partido como cerebro que dirige un cuerpo, “pregonero y organizador” de la nueva visión del mundo, intelectual colectivo. Pero la imagen de la guerra de posiciones puede resultarnos hoy muy inspiradora: como una infiltración más que un asalto, un lento desplazamiento tectónico más que una acumulación de fuerzas, un movimiento colectivo y anónimo más que una operación minoritaria y centralizada, una forma de presión indirecta, cotidiana y difusa más que una insurrección concentrada y simultánea (aunque Gramsci no excluye el recurso a la insurrección, lo subordina a la construcción de hegemonía).
La revolución se gana antes de hacer la revolución, en el proceso de elaboración y expansión de una nueva definición de la realidad: lo que cuenta y lo que no cuenta, lo que que vale y lo que no vale. Definición no escrita en los libros, es decir, no sólo ni principalmente cuestión de “ideas”, sino inscrita en los gestos, en los comportamientos, en las relaciones entre los seres, con las cosas y el mundo.
La “revolución social” anarquista
La segunda fuente de inspiración posible es una filosofía en movimiento: el anarquismo. Nos interesa ahora tal y cómo ha sido releída y traducida al presente por Daniel Colson, filósofo e historiador libertario.
En su Pequeño léxico filosófico del anarquismo, Colson recuerda cómo los anarquistas se alejaron muy pronto de la idea-imagen de Revolución, demasiado asociada para ellos a un golpe de Estado, a la transformación social pensada como toma del poder y cambio de régimen constitucional (proceso constituyente, etc.). A la Revolución política, los anarquistas opusieron su “revolución social”. El adjetivo indica un cambio de sentido. En tres aspectos por lo menos.
En primer lugar, la revolución social nace y se desarrolla en el interior mismo de la sociedad: “en el terreno de las clases y las diferencias, de la propiedad y la justicia, de las relaciones de autoridad y las modalidades de asociación, ahí donde se juega el orden o equilibrio de la sociedad, de una multitud de maneras y a través de una transformación de conjunto (multiforme)”. No se trata de derribar o apoderarse del Estado, ni de desposeer a los propietarios del capital a través de una dictadura de los representantes del proletariado: la revolución social es un cambio desde dentro de las mismas relaciones sociales y de poder.
En segundo lugar, la revolución social, a diferencia de la revolución política, no se identifica única, exclusiva o principalmente con episodios excepcionales, movilizaciones callejeras, coyunturas insurrecionales, sino también con procesos silenciosos y cotidianos (creación alternativa de instituciones, relaciones sociales y subjetividades) de los que en último término depende la eficacia de transformación. La “Grand Soir” (gran noche) del imaginario anarquista no remite al corte (brusco, inmediato, instantáneo) entre lo viejo y lo nuevo. Es más bien la expresión o la manifestación final de una potencia acumulada con anterioridad. Como el fruto que el árbol madura, no como un relámpago en el cielo vacío o el asalto voluntarista de una minoría al poder.
Por último, la revolución social no depende de una estrategia clásica (la lógica medios-fines) que unos diseñan y otros ejecutan (la vanguardia consciente y las masas). Es más bien un proceso horizontal y no segmentado jerárquicamente entre lo principal y lo secundario, la táctica y la estrategia. Donde cada momento y cada situación valen por sí mismos y en sí mismos, no como partes de un todo o momentos de una línea del tiempo, ni con arreglo a su posición en un mapa diseñado desde el exterior. Cada lugar y cada instante tienen un valor “prefigurativo” (lo que queremos es ya lo que hacemos) y no “transitivo” (lo que pasa aquí no tiene más valor que el llevarme allí). La estrategia anarquista no consiste en ordenar, segmentar y dirigir, sino en amplificar y conectar las distintas situaciones hasta conseguir una vibración de conjunto.
Recapitulando, la imagen anarquista de la revolución es 1) social y no política, se da en el interior mismo de la sociedad como campo de fuerzas (no única o principalmente en el poder político o los aparatos del Estado), 2) es un proceso y no un evento, la “gran noche” es la precipitación final de una condensación de potencia (no el origen, la causa, el “momento de la verdad”); y 3) es horizontal y prefigurativa , sin jerarquía estratégica, remite a otra racionalidad y a otra ética. La gran aportación del pensamiento anarquista a la estrategia (que desbarata todas las estrategias) es la indistinción radical entre los fines y los medios.
La revolución cultural de las mujeres
La tercera fuente de inspiración posible son los movimientos de mujeres durante el siglo XX (como movimientos y como pensamiento: el feminismo). Sin organización única o centralizada, sin toma alguna del Palacio de Invierno, los movimientos de mujeres han desencadenado transformaciones político-antropológicas de una magnitud inaudita, redefiniendo radicalmente las relaciones hombre-mujer y, con ello, el orden masculino de lugares, funciones y cuerpos: lo público y lo privado, lo personal y lo político, la producción y la reproducción, etc.
Lo que nos interesa aquí ahora es resaltar cómo, en sus formas mismas de acción y organización, los movimientos de mujeres proponen un “más allá” del imaginario revolucionario clásico: el sujeto (heroico) contrapuesto al mundo y que lo empuja en la buena dirección; la libertad entendida fundamentalmente como desarraigo radical de “la vida orgánica”; la realidad como arcilla o página en blanco a nuestra disposición, para moldear o escribir en ella infinitamente; la acción como intervención exterior que “modela” y da forma; el cambio revolucionario como “producto” de una técnica revolucionaria, etc.
Es decir, los movimientos de mujeres no sólo plantean una renovación radical de los contenidos, sino del paradigma mismo de la acción política revolucionaria, viril y masculino. ¿Cómo? Me limito tan sólo a dar cinco apuntes.
Haciendo palanca en la pluralidad. La diversidad de corrientes, versiones, grupos, revistas del movimiento feminista ha sido enorme. Siempre en tensión y disputa, pero sin voluntad de unificación en una sola Visión u Organización, sino buscando más bien un equilibrio dinámico y conflictual, un equilibrio de lo heterogéneo.
Cambiando la vida desde la vida. Dando la pelea en el tejido mismo de la vida cotidiana (sin aceptarlo tal y como es, pero sin buscar tampoco un mundo ideal aparte): trastocando los espacios domésticos, los lugares de trabajo, las relaciones amorosas, el cuerpo y la maternidad, la sexualidad, los cuidados y la reproducción de la vida…
Vinculando el pensamiento a la experiencia. El feminismo es un pensamiento que elabora la experiencia vivida. El esfuerzo por dar nombre, concepto y relato a los malestares comunes y cotidianos (en los grupos de autoconciencia, etc.). Se deconstruye así la relación jerárquica entre el pensamiento (como proyección de modelo, de ideal, de deber ser) y la acción (como ejecución, como realización).
Poniendo el cuerpo. El feminismo cuestiona radicalmente el primado de la conciencia de la teoría política clásica. El cambio no puede fiarse sólo a un cambio ideológico, sino que pasa por la alteración de los comportamientos cotidianos. El cuerpo no es lo que hay que domeñar (la “organicidad” que se trata de someter a la razón y al ideal), sino la fuerza (vulnerable) de la que partir.
Dando valor a lo invisible. La política de transformación no obedece el mandato hollywoodiano “luces, cámara y acción”. Las prácticas de resistencia son muchas veces cotidianas, invisibles, calladas: la “anestesia sexual” practicada informalmente por muchas mujeres como control informal de la natalidad, la huelga sexual, la huelga de vientres, etc. El feminismo permite ver y valorar también como “luchas” prácticas de abstención, de sustracción, de silencio.
Los movimientos de mujeres han engendrado, en definitiva, una verdadera “revolución cultural”, una auténtica mutación antropológica que va mucho más allá de un mero cambio político o ideológico, pero evitando justamente todo lo que hizo de las revoluciones culturales del pasado una empresa normativa, coactiva y finalmente terrorista: el primado del ideal y del modelo al que hay que someter la realidad.
Repensar el conflicto y la enemistad
Gramsci, el anarquismo y los movimientos de mujeres: tres fuentes que pueden contribuir a elaborar otra racionalidad y otra imaginación política, más compleja, más rica y menos lineal, capaz de acompañar un cambio social sin sujeto (como causa o autor), sin espacios o tiempos privilegiados, sin fe en un corte mayor en la historia (aunque haya discontinuidades y estas sean decisivas).
En las tres insisten (de modos distintos) algunas ideas-fuerza importantes para nutrir una concepción pos-revolucionaria de la transformación social:
–la afirmación: no surge otro mundo posible de la negación del viejo (la violencia liberadora, la negación de la negación como afirmación), sino más bien de una redefinición de la realidad (encarnada en nuevas maneras de hacer, ver y vivir) que se amplifica, expande y propaga por todas partes.
–lo indirecto: los momentos épicos y visibles son “puntas de iceberg”, “concentrados” y “compuestos” de otras cosas, espuma que corona una ola de fondo. Resultantes indirectos (involuntarias, no intencionales) de luchas y cambios procesuales, cotidianos.
–la multiplicidad: el cambio se desarrolla en una pluralidad de tiempos y espacios, a través de una diversidad de actores y escalas, que no se trata de “unificar”, sino de “equilibrar”. Un equilibrio siempre conflictual y dinámico que no busca “resolver” las contradicciones, sino elaborarlas como tensión productiva.
En las tres fuentes hay también elementos para repensar el conflicto, el antagonismo y la figura del enemigo (problemas políticos de primer orden). En la lógica tradicional, la existencia de un mundo pasa por la destrucción total del otro: es la polarización viejo/nuevo, antiguo régimen/ciudad ideal, burguesía/proletariado. El conflicto se imagina como gesto radical de corte y separación. Por ejemplo, un autor contemporáneo como Zizek, que trabaja en el reciclaje de las viejas imágenes de cambio, lo piensa a menudo de ese modo: un Acto (así en mayúsculas) de autonomía y desconexión.
En cambio, Gramsci propone una “inclusión subordinada” del adversario: ya no se trata de eliminarle, sino de poner su fuerza al servicio de otros fines (de otra visión del mundo). El anarquismo, tal y como lo explica Colson, funciona según una lógica “situacional” de la enemistad y el conflicto: no hay enemigo en lo absoluto, sino obstáculos a la propia potencia que aparecen en tal o cual situación. Amigo y enemigo (alianzas y obstáculos) dependen de la situación y pueden cambiar, redistribuirse de otros modos. Finalmente, los movimientos de mujeres no señalan al hombre como su enemigo, sino más bien a las condiciones y estructuras (patriarcales) que determinan y sostienen la desigualdad. Los hombres concretos pueden ser amigos y aliados.
Se trata de otro imaginario del cambio: ya no es la guerra de dos mundos entre los que hay un antagonismo absoluto, sino que hay un “solo mundo común” en el que los diferentes tenemos que convivir en igualdad. El otro ya no es un Otro absoluto que se trata de excluir o eliminar, sino que estamos vinculados a él por una cierta relación de interdependencia y reciprocidad.
Imágenes rebeldes de cambio
Se pueden investigar también imágenes pos-revolucionarias de cambio en autores contemporáneos. Pienso por ejemplo en la “lógica de red” según Margarita Padilla, en la “estrategia sin estrategas” de Foucault, en las “grietas” de John Holloway, en las “potencias de variación” de Lazzarato, en los “procesos recombinantes” de Franco Berardi (Bifo) y un largo etcétera a explorar.
O también en movimientos. El zapatismo, por ejemplo, ha hecho un esfuerzo enorme por nombrarse y contarse con palabras propias, por destilar su experiencia en conceptos, por elaborar y compartir nuevas imágenes de cambio. Por ejemplo, la distinción entre el “rebelde social” y el “revolucionario”: “Un revolucionario se plantea fundamentalmente transformar las cosas desde arriba, no desde abajo, al revés del rebelde social. El revolucionario se plantea: “vamos a hacer un movimiento de rebeldía, tomo el poder y desde arriba transformo las cosas”. Y el rebelde social no. El rebelde social va planteando demandas y desde abajo va transformando sin tener que plantearse el tema del poder”. O la concepción anti-vanguardista, incluyente y colectiva de la transformación social: “Todos los métodos tienen su lugar, todos los frentes de lucha son necesarios y todos los grados de participación son importantes. El problema de la revolución [ojo con las minúsculas] pasa de ser un problema de la organización, del método y del caudillo [ojo con las minúsculas] a convertirse en un problema que atañe a todos los que ven esa revolución como necesaria y posible, y en cuya realización todos son importantes”.
Me pregunto, ya para acabar, si las imágenes que necesitamos no remiten a un desplazamiento radical de perspectiva, “civilizatorio” incluso. Una salida de cierto paradigma occidental. En sus libros, el filósofo y sinólogo francés François Jullien explora una y otra vez el contraste entre (lo que podríamos llamar) la “imagen griega del mundo” y “la imagen china del mundo” (en relación al tiempo, el pensamiento, el arte, el cuerpo, la estrategia y la eficacia, etc.).
Occidente, explica Jullien, divide el mundo en dos: lo que es y lo que debe ser. Es el gesto platónico por excelencia La idea occidental de eficacia se deriva de aquí: se trata de proyectar sobre la realidad lo que debe ser (en forma de Plan o Modelo) y tratar de materializarlo (llevarlo a la práctica, aterrizarlo). Entre el ser y el deber media la voluntad humana de colmar esa brecha y “enderezar la realidad” (ponerla derecha, es decir, según el Derecho, la Ley, lo que debe ser). El entendimiento abstrae y modeliza, la voluntad aplica y ejecuta. En el caso del arte militar de la guerra, el Estado Mayor propone el Plan y los ejercitos rompen las resistencias que opone la realidad. La batalla campal donde se lucha por aniquilar completamente al enemigo es el momento decisivo en el que se juega todo: la “esencia” de la guerra.
También la revolución se ha pensado desde ese molde: la vanguardia (que posee la ciencia de la sociedad y la historia) desvela y decreta lo que debe ser, la revolución es la “lucha final” en la que impondremos el plan a la realidad. De hecho, en un artículo de los años 80 publicado en la revista aut aut, el italiano Lapo Berti argumenta que la idea moderna de revolución es un concepto tributario del modelo científico propio de la mecánica clásica: la sociedad es una máquina que tiene leyes propias que se trata de conocer para poder desde ahí planificar un conjunto de acciones (estrategia) con fines de cambio.
La imagen china del mundo, según François Jullien, propone una inspiración muy diferente: no se trata de proyectar un plan y ejecutarlo (“imaginar la perfección y realizarla enseguida”, como se decía en la Revolución Francesa), sino de activar todos los sentidos para captar las potencias que ya trabajan lo real y acompañarlas, desplegarlas con cuidado, sin voluntarismo alguno.
Si pensamos el cambio social con la imagen china que nos propone Jullien, la constelación de imágenes que resulta es muy diferente: el militante ya no sería la fuerza de voluntad que colma, mediante un esfuerzo agotador, la brecha entre el ser y el deber ser, sino quien está comprometido o implicado en una situación particular y con unas potencias particulares; la vanguardia se transforma más bien en “retaguardias” capaces de detectar y acompañar procesos que ellas no dirigen ni crean; la estrategia es un trabajo de cuidado, como el de un jardinero; la organización política es la serie de dispositivos que justamente “dejan pasar” la potencia, sin trabarla al someterla a un ideal previo; la temporalidad de cambio es el tiempo de un proceso, el tiempo adecuado a la maduración de un potencial de situación, sin “batalla final”; el conflicto es el desbloqueo de la fuerza afirmativa, no la negación de la negación que trae un mundo nuevo, etc.
Y la sensibilidad sería la cualidad principal del rebelde, como la fuerza de voluntad lo fue del revolucionario, porque ya no se trata de imponer a lo real un sentido previo, sino de abrirse a sentir por dónde circula la potencia y ser capaz de acompañarla sin forzar, con tacto.
Referencias:
Sobre la revolución, Hannah Arendt, Alianza Editorial (Madrid, 2013).
“Utopies pédagogiques de la Révolution française”, Bronislaw Baczko, revista Libre (París, 1980).
El Ángel; por una cinegética de la apariencia, Christian Jambet y Pierre Lardreau, Ucronía (Barcelona, 1979).
El siglo, Alain Badiou, Manantial (Madrid, 2008)
Guerre de mouvement et guerre de position, Antonio Gramsci & Razmig Keucheyan, La Fabrique (2012).
El capítulo “El compromiso de Antonio Gramsci” en el libro En compañía de los intelectuales, Michael Walzer, Nueva Visión (1993).
Petit lexique philosophique de l’anarchisme, Daniel Colson, Le livre de poche (2001).
Revolución en punto cero, Silvia Federici, Traficantes de Sueños (Madrid, 2013).
Mujeres en el mundo; historia, retos y movimientos, Mary Nash, Alianza (Madrid, 2012)
EZLN: documentos y comunicados (tomo 5: la marcha del color de la tierra), EZLN, Editorial Era (México DF, 2003).
Tratado de la eficacia, François Jullien, Siruela (Madrid, 1999).
“Rivoluzione o…? Considerazioni sul problema della trasformazione sociale”, Lapo Berti, en aut aut, n. 179-180 (1980).
Y, sobre todo, las conversaciones con Franco Ingrassia, Juan Gutiérrez, Leónidas Martín y las compañeras de la Escuela de Afuera.
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No veo sentido a recordar el 15M si no es para tratar de prolongar su energía, su potencia de escándalo
Macri nos re cabió // Diego Valeriano
Nos re cabió porque no entendemos, no sabemos, no queremos corrernos de la comodidad militante. Porque nos importa la víctima según quien sea el victimario, porque justificamos atrocidades espantosas y hasta las perdonamos. Porque hablamos de Clarín, porque no supimos dejar de cantar canciones que estaban bien hace 20 años, pero ya no. Porque mientras matan a una pibita hablamos del codificado.
Macri nos re cabio porque no sabemos escuchar a los que no hablan florido, porque manejamos planes, bolsones y subsidios, porque leemos cosas que ya son inverosímiles, porque despreciamos el miedo de una vieja cuando baja el sol en Morris. Porque de modernos que somos ya somos antiguos, porque queremos querer vidas heroicas. Porque Macri es la cultura y nosotros solo posteadores seriales de temas que no sabemos.
Nos re cabió porque creemos que si una vida es política tiene más valor, porque decimos cuadro político, compañero, estadista y algunos dicen jefa. Porque no nos reímos tanto, porque somos banales. Porque cuando el carnicero dice que hay que matar a todos le hablamos de derechos, escuela pública y posibilidades. Porque movilizamos como antídoto de todo, porque la revolución dejó de tener realidad práctica, porque estamos atravesados por una cantidad demente de palabras e imágenes.
Y porque casi que no dijiste nada por Luciano, porque usaron a Dario y Maxi. Porque por cualquier cosa hablamos de la dictadura, porque estamos solos, porque decimos demasiadas veces neoliberalismo, porque no entendimos y ellos sí, por eso nos re cabió. Porque es la tecnología y no la ideología. Porque creímos que todas nuestras miserias políticas eran buenas en pos de algo superior, porque hablamos en nombre de los otros. Porque creemos en la educación como herramienta de transformación, porque tercerizamos supuestos dolores, porque hacemos talleres en los barrios una vez por semana, porque casi todos nosotros somos empleados estatales.
Macri nos re cabió porque no todo se discute. Porque perdimos espontaneidad, porque hay sensibilidades que no se explican y sin embargo están, porque no vimos las constelaciones de afectos posibles. Porque desaprovechamos la oportunidad que tuvimos ese diciembre, porque todo esto es pura suerte, porque resistir es algo más de lo que estamos haciendo y porque no nos hacemos cargo de que hay lugares a los que nunca volveremos, aunque siempre volvamos.
2017-11-14
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El joven Karl Marx
Título original
Der junge Karl Marx
País
Alemania, Francia, Bélgica
Estreno en Alemania
02/03/2017
Productora
Agat Films & Cie, Velvet Film, Rohfilm, Artémis Productions
Distribuidora
Neue Visionen Filmverleih
Distribuidora en España
Pirámide Films
Director
Raoul Peck
Guión
Pascal Bonitzer, Pierre Hodgson, Raoul Peck
Reparto
August Diehl, Stefan Konarske, Vicky Krieps, Olivier Gourmet, Hannah Steele, Eric Godon, Rolf Kanies, Stephen Hogan, Niels-Bruno Schmidt, Ulrich Brandhoff, Denis Lyons, Damien Marchal, Aran Bertetto, Wiebke Adam, Annabelle Lewisto
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ACONTECIMIENTO MEYERHOLD // Silvio Lang
El nombre del director escénico, ruso y comunista Vsevold Meyerhold (1874-1940) anuda cuatro movimientos de la historia del siglo XX que elaboraron lo colectivo contemporáneo: la revolución bolchevique donde se juega la creación del “hombre nuevo” y el protagonismo de las masas; las primeras vanguardias estéticas que mezclan arte y vida; el terror del Estado estalinista que reacciona, captura y asesina ese proceso de “revolución permanente”; y el giro performático en el teatro, que libera de la totalización de la representación obligada. Meyerhold significa el acontecimiento cultural que produce ese anudamiento entre política, arte, vida y revolución.
Víctima de la estafa de los Juicios de Moscú, en 1940, y rápidamente fusilado por Stalin, es el primer hombre de teatro asesinado por el Estado. Sus posiciones estéticas y políticas y su producción escénica eran una amenaza al totalitalismo cultural y político estalinista.
Muchos nombres de la saga revolucionaria y del arte contemporáneo acompañaron a Meyerhold en sus creaciones: Maiacovsky, Eisenstein, Vertov, Tchaicovsky, Debussy, Mussorgsky, Malevich, Maeterlinck, Popova, Stepanova. Y muchos otros influenciaron sus elaboraciones estéticas: Wagner, Strauss, Gluck, Trosky, Chaplin, Appia, Craig, el jóven Marinetti, Vajtángov…
Varios desplazamientos produjo Meyerhold en la historia del arte escénico y la producción cultural hacia un comunismo pagano –la igualdad festiva de todos los seres y las cosas-:
- una nueva actuación, basada en la capacidad del actor y su relación con lo imposible de hacer, donde el actor es el creador que organiza su materialidad y dirige su performance. Para ello, la formación de los actores y las actrices requiere de una educación política que considere la práctica como arma;
- un nuevo espectador, copartícipe y creador del goce de la nueva vida revolucionaria;
- un pensamiento constructivista, que implique la construcción de nuevos edificios teatrales para el teatro del futuro; el develamiento de la maquinaria teatral; la “cineficación” -o tecnificación- del teatro como espectáculo de masas al igual que el cine;
- una rematerialización de las superficies o formas sensibles de la puesta en escena, que recree las nuevas formas de vida que trae la revolución.
- un devenir musical del lenguaje escénico, mediante un “teatro asociativo” o de la sensación que mezcle las energías, las expresiones y los estilos urbanos del pasado y del presente,
Con estos desplazamientos Meyerhold produce algunas ideas-teatro:
- la democratización o un comunismo de las formas en una permanente reconstrucción del teatro;
- la organización estratégica de toda la producción, incluso la recepción, a través del ritmo;
- la producción del presente colectivo en escena;
- la investigación autónoma experimental de l*s creadores/as escénicos/as.
La obra escénica Meyerhold. Freakshow del infortunio del teatro, estrenada en Buenos Aires en 2014, fue una tentativa combativa de inteligir los nudos conceptuales del acontecimiento Meyerhold, a través de las flexiones que su pensamiento produjo en la práctica escénica del siglo XX, y ponerlos en relación con las trascendencias de la producción actual del teatro argentino.
Las fuerzas productivas de la escena como organización y transformación del presente colectivo del público; el teatro puesto en relación con algo más que el teatro; la potencia de la producción material de la corporalidad del actor y los otros elementos sensibles de la puesta en escena; la música como recomposición del mundo actual; y el desborde de la arquitectura de la sala, fueron algunos de los ejes conceptuales que experimentamos de su pensamiento y consideramos como armas posibles para discutir con el teatro que hacemos hoy en Buenos Aires y las provincias.
La historicidad -potencia de lo que pasó actuando hoy- es una actitud en presente. Es decir, un desbordamiento de la historia para pensar cuál es el campo actual de lo posible, cuáles son las chances de franqueamiento de los límites históricos y cómo romper la normatividad del presente irrespirable.
* Dossier del espectáculo Meyerhold. Freakshow del infortunio del teatro, de Silvio Lang: http://campodepracticasescenicas.blogspot.com.ar/2017/01/corpus-meyerhold-freakshow-del.html
Link: https://www.youtube.com/watch?v=aJ2G_3rDTZ0
Crédito foto: UNTREF
2017-11-12
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Bajo el signo de la distopía // Diego Sztulwark
Serie: Quién necesita una revolución
Diego Sztulwark
En un repliegue la disciplina debe ser más consciente, y es cien veces más necesaria, porque cuando todo un ejército retrocede no sabe o no ve claramente dónde debe detenerse. Se ve solamente el retroceso; en tales circunstancias bastan en ocasiones algunas voces de pánico para la primera desbandada.
V. I. Lenin
La inteligencia, de los otros, no termina nunca de ser antídoto contra la tristeza, nuestra.
Javier Trímboli
Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, es un libro-pensamiento que habla de y desde un “nosotros” de periferia variable: “nosotros” abarca, en principio, a quienes pensamos bajo la influencia de la revolución derrotada de los años 70. Que sea Javier Trímboli quien asuma esa tarea narrativa constituye un doble acierto. Acierto de los editores (Gabriel Diorio y Diego Carames, Editorial Cuarenta Ríos) al identificar que ese “nosotros” tiene un trayecto colectivo –¿generacional?- para contar: tramado entre la desazón de los años 90 y la actual. Sin un nosotros capaz de pensarse, no hay cómo habitar la escena contemporánea. Y acierto del propio Trímboli, quien propone el signo de la distopía para dar cuenta del trayecto de quienes llegábamos demasiado tarde a la cuestión de la revolución (es decir, la de los años 70) pero demasiado temprano para adiestrar nuestros hábitos al renaciente mundo del mercado. Quizás el acierto sea triple. Esto lo aclara desde el inicio el prólogo de Jens Andermann: Trímboli, historiador, sabe cómo trabajar el archivo para contar la experiencia de este paréntesis.
Ese archivo son las lecturas que Trímboli repone para entender aquellos años. Los años 90, en los que leer era pensar qué hacer con los fragmentos de la derrota: buscar en Rodolfo Fogwill (la vida después de la revolución fallida); investigar la superposición de los 70 en los 90 en los textos de Roberto Jacoby; huir de los balances geométricos sin residuos de Beatriz Sarlo; y, sobre todo, descubrir Restos pampeanos. Ciencia, ensayo y política en la cultura argentina del siglo XX, el gran libro de Horacio González. 2001, en estado de perplejidad ante la aparición de un movimiento de masas que da sus espaldas al peronismo; y desconcierto ante el carácter lejano de esta irrupción: los movimientos nacen alejados de la vida intelectual y universitaria. Distancia geográfica y de clase. El archivo de Trímboli: Mariano Pacheco, Colectivo Situaciones, Ignacio Lewkowicz, María Moreno, Maristella Svampa. De los lejanos inicios del kirchnerismo. 2003: año de la convocatoria “sublunar” de Néstor Kirchner a “una parte importante de estas limaduras desperdigadas”. La línea principal de lecturas aquí parece ser Nicolás Casullo. Sobre estos andariveles transcurre la primera parte del libro.
Sublunar quiere decir sin Utopía. Mundo desprovisto de purezas formales y morales. Delimitación de un ámbito de elucidación de la experiencia de quienes persiguiendo los flecos de la revolución fueron adentrándose en el kirchnerismo. Se trata de indagar las razones internas que llevaron a ese nosotros (que por momentos se reduce al autor mismo) a tomar parte activa del Estado durante el gobierno de CFK. Un balance, bien hecho, en la medida en que ofrece las claves para comprender qué cuerdas tocó en ellos el llamado de Néstor Kirchner. No tanto la revolución como la historia. En otras palabras: no hubo conversión sino convergencia. Por razones diversas, se trataba para unos y otros de hilvanar hilos destejidos, de recobrar la dimensión colectiva de la política. En suma: de salir de los 90, vividos como un círculo vicioso entre vidas al borde del desperdicio y política desangelada (aquí el archivo es Fabián Polosecky).
Historia más que revolución. Porque la revolución había dejado de tener realidad práctica. Sentido sin tarea o bien tarea sin sentido. Y solo la historia conservaba el contacto con eso que se deseaba y se quería seguir pensando. En un contexto en el que resonaban –tan graves como hoy- las palabras de Walter Benjamin sobre el peligro que corren nuestros muertos cuando el enemigo no deja de vencer. Este acento benjaminiano es el más fuerte del libro. Y el más interesante. Sobre el final, esta línea se aclara. Es Benjamin y es Karl Schmitt tal y como los lee y presenta Paolo Virno (el Virno más agambeniano): las potencias sublunares provienen de motivos enteramente negativos. Ya no se trata del paraíso en la tierra, sino de evitar el mal. No de la victoria siempre, sino de suspender el movimiento hacia la catástrofe, de interrumpir todo lo que se pueda el avance enemigo. El kirchnerismo, para Trímboli, fue una experiencia de esa índole. No el “entusiasmo” que produce la revolución (según Kant) sino un pensamiento que vale la pena sostener en su ausencia (y un rechazo al refugio reaccionario en un utopismo que conserva los valores renunciando a la fuerza efectiva).
Libro-pensamiento, porque trabaja sobre las interpretaciones de los hechos. Se ocupa de episodios develando la luz bajo la cual fueron pensados. Una historia que apunta al nexo íntimo que constituye a los sucesos cuando se los lee a partir de las ideas que los trabajan. Lo más interesante del modo de trabajo de Trímboli es esa manera de concebir el archivo: la curiosidad del historiador se orienta hacia la detección de ese pliegue de pensamiento inmanente a los acontecimientos. Ese método es la estructura misma del libro. En primer lugar, para pensar la revista Contorno como inicio del planteamiento de la cuestión “peronismo y revolución” inmediatamente anterior a los primeros ecos de la Revolución Cubana. Y luego, sí, Cooke. Aunque un Cooke más restringido a Perón, lo que no está mal. Aunque se pierde algo importante con relación al Che, que queda una vez más reducido al foco. Otra opción posible hubiera sido seguir las pistas que ligan al Che con las luchas de los trabajadores de la carne, vía Cooke. Ese tipo de enlaces existieron y permiten tensar más aún la “y” (de peronismo “y” revolución). También en Cooke.
La derrota produce un defecto óptico. Lo perdido idealizado bloquea un tratamiento “sublunar” de los asuntos de la revolución. Escinde lo que es necesario sostener al mismo tiempo: mito y razón. Hablamos de la escritura de José Carlos Mariátegui, citado en el libro. En palabras de Alberto Flores Galindo: de crear “otra manera de aproximarse al país”, “otro lenguaje”, en el que sea posible la conexión entre “indigenismo y marxismo”. La derrota depende del modo en que resulta pensada. Aquí el material de archivo es la Carta a las Juntas, de Rodolfo Walsh: la derrota militar no es total si se es capaz de desplazarse, un repliegue en las resistencias populares. Pero ¿hasta dónde y hasta cuándo el repliegue? Para plantear la elaboración de estas cuestiones (la derrota como defecto óptico, el repliegue como fijación), Trímboli plantea dos fechas claves: 1989 –el “congelamiento general de la revolución”- y 2001 -efecto del “éxodo de la política”. 1989, año de la desbandada general, y del menemismo leído como desencadenamiento de una guerra –que no cesa- entre villa y policía y el derroche en el consumo (el archivo aquí es Cristian Alarcón). Y 2001: la lucha de clases pensada como motín, el hartazgo de lo político y emergencia de una sensibilidad anarquista. Las lecturas del zapatismo. Acá Trímboli tiene en mente las discusiones en la revista La Escena Contemporánea. Hay una cuestión óptica en juego, todo el tiempo. El repliegue conserva –congelada- una imagen del cambio que no permite “ver” la mutación de las figuras de la rebelión, la irrupción de nuevas fuerzas o modalidades. 2001 no es un regreso de la revolución, sino otra cosa. Algo que no se entiende desde la revolución congelada. La derrota tiene su carga epistemológica. Y la crisis de 2001 trae una experiencia cognitiva nueva (para esta relación entre crisis y recomposición epistémica, Trímboli utiliza interesantísimas citas de René Zabaleta).
Libro-pliegue contra libro-acontecimiento. La inspiración sublunar es otro nombre para un historicismo radical, que en este caso tiene la enorme ventaja de plantear la importantísima cuestión de la relación entre kirchnerismo y 2001 (cuestión negada por las exaltaciones -¿aún se recuerdan?- de un Néstor mitológico como un “viento que vino del Sur”. Una Ruptura desde la Nada). La impresión -dice Trímboli- es que “es imposible entender de qué se trató el kirchnerismo si se elude eso”. La crisis de 2001 –continúa- “posee una densidad tal que hace que esa luz se vuelva a ver”. Efecto óptico del 2001: permite ver de otro modo. Trímboli destaca allí “esa militancia que se puso al frente de la protesta social de la segunda mitad de la década de los noventa”. E indica que parte de esa militancia “alimentó al kirchnerismo”. Indica la cuestión, pero no avanza más allá. Es decir, no queda lo suficientemente planteada la pregunta sobre qué sucedió (y qué se perdió) cuando aquellas luchas debieron reacomodarse al subperíodo que se abre en 2003. Dice, sí, que con el nuevo gobierno comienza el fin de una sensibilidad autonomista: los hitos de ese desplazamiento son la presencia de Fidel en la asunción de Kirchner, las jornadas de rechazo al ALCA y la llamada “crisis del campo”. Todo el proceso de inclusión del “nosotros” al campo político en vías de reestructuración. En otras palabras: el llamado de Néstor ensambla por fin sentido y tarea: “La política sublunar por primera vez nos atrajo. Leíamos como nunca los diarios; hicimos cálculos electorales de todo tipo; no faltó quien se entrevistara con un barón del conurbano y nos sentamos en despachos de ministerios; gastamos tiempo –demasiado ¿no?- en entender cómo funciona la Corte Suprema de Justicia”. 2003 –masacre de Kosteky y Santillan mediante- concreta el pasaje del pueblo-insurrección a lo que se suponía era el retorno del pueblo-peronista. Y el historiador resalta la naturaleza sublunar del peronismo. Con lo cual 2001 vuelve a quedar donde estaba: encarnando el grado cero de lo político (un estado de pre-política). ¿Qué es 2003? No la revolución sino la reparación. Gobernar es “normalizar”, “reencauzar”. Trímboli cita al Morales Solá -siempre idéntico a sí mismo- de aquellos años, quien explica que el “incordio mayor, el intruso a derrotar” no es “el gobierno de Kirchner” porque resulta “relativamente confiable para acabar con la presencia ya prolongada de este sujeto social –entre zombis y cavernícolas embozados- que saltó a la palestra con el cambio del siglo”.
La gran bifurcación se produce para Trímboli en 2008, con la crisis abierta por la resolución 125 (el gobierno contra “el campo”). La reacción de una parte esencial de las clases dominantes depura y aclara la línea roja. Ya no es la misma del período 2001-2008. Las derechas poseedoras retoman por su cuenta las formas de movilización del 2001. Como sucederá luego con los caseroleros de 2013, se apropian de las formas callejeras y horizontales. No son sino dramatizaciones de las jerarquías propietarias más exasperantes, pero evocando un pueblo. Uno pueblo contra otro. Y ahora sí ese otro es un kirchnerismo lanzado a realizar una política de derechos, inclusión y consumo. Beatriz Sarlo vio en esta dinámica -en los festejos del Bicentenario- la realización de una “hegemonía cultural”. Trímboli se mofa de Sarlo. La regaña. “No olvidábamos que la cancha en la que jugábamos era enteramente la del capitalismo”. Aunque sí admite –recordando aquellos años- un sentimiento distorsionado, una sobreestimación del Estado. El interlocutor en este punto es Eduardo Rinessi. Se trató de un estado de ánimo errado, escribe Trímboli: “convencidos de que el Estado era un sujeto todo poderoso, fascinados por estar recreando su momento peronista, incluso un poco también –pero menos porque era sin masas, también porque avergüenza- el roquista. Nos contentó suponer que calzábamos bien en el Estado, que había compatibilidad”.
El libro funciona disparando toda clase de preguntas y conversaciones abiertas. Trímboli da en el clavo al tomar como un período único el tramo 2001-2015. Un proceso con inflexiones internas, pero un mismo proceso. ¿Cómo resistir la tentación de extender esa unidad heterogénea hasta 2017? ¿No sería aún más desafiante asumir 2015 como una inflexión más del proceso iniciado en 2001? ¿No es posible y hasta necesario aplicar el mismo rigor de las inflexiones y las continuidades internas, que funcionan para explicar el pasaje de la sensibilidad anarquista a la política en 2003, al pasaje de una sensibilidad consumista a una ultra ordenancista en 2015? Entiendo que para el pensamiento bajo el signo de la revolución, el año 2015 le resulte impensable como parte de esta misma secuencia. Pero ¿y si el “macrismo” fuera también un capítulo de esta misma saga bajo el signo de la contrarrevolución? ¿Qué es lo que no funcionó en esta experiencia? ¿Qué le impide al autor leer este trayecto, 2001-2015, como “revolucionaria” (como sí lo hace Álvaro García Linera para el caso de Bolivia)? El historiador responde: la carencia de objetivos estratégicos. Y es que el rechazo de la Revolución como Utopía y luz lunar no liquida el asunto mismo de la revolución, que retorna. Vuelve como ausencia que bloquea la política democrática. Y lo cierto, dice Trímboli, es que el “movimiento real de nuestras sociedades, o limitémonos a la Argentina, fue el de la época, consumista”. Este movimiento real guarda todas las razones de la apuesta a una economía llamada neoextractiva.
¿Sabe el kirchnerismo replegarse? El libro termina justo ahí. Trímboli se declara satisfecho de una experiencia que lo descubrió “clavado en el presente”. Solo que en este presente –lo sabemos bien- ya no es la derecha conservadora la que intenta frenar la revolución, sino que la revolución misma parece haberse convertido en un esfuerzo monumental por interrumpir el tiempo histórico y “postergación del fin del mundo”. El cierre del libro es bello: evoca los efectos durables de los desvíos breves pero intensos. Ellos suelen influir los procesos largos: “veremos”. (Y es cierto. Se trata de volver a “ver”. La persistencia de un “nosotros” depende de la disposición a volver a pulir los lentes).
12 de Noviembre, 2017.
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Reseña de El psicoanálisis en la revolución de Octubre, editorial Topía
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La intrepidez de un pensamiento audaz como el psicoanálisis y una época de expansión de la idea comunista. ¿Qué pasó con la práctica y los postulados impulsados por Sigmund Freud en las tierras en donde por primera vez las ideas de Karl Marx funcionan como usina para poner en marcha la maquinaria de construcción de una nueva sociedad?
Por Mariano Pacheco
“El coraje es necesario para un hombre de acción, pero parece que es necesario un monto mucho mayor de audacia para pensar”
Prólogo a la versión rusa de Más allá del principio del placer
(Lev Vygotski y Alexander Luria)
Cinco autores ensayan cinco textos diferentes para abordar el vínculo entre marxismo y psicoanálisis, en este año plagado de aniversarios fundamentales para la cultura de izquierdas en el mundo: 50 del asesinato de Ernesto Che Guevara, 150 de la publicación de El capital de Marx y, finalmente, 100 de la Revolución Rusa, acontecimiento sobre el que se concentra este libro. Publicado recientemente por editorial Topía, El psicoanálisis en la revolución de Octubre (compilado por el director de la revista Topía, Enrique Carpintero), cuenta con textos del propio Carpintero, Eduardo Gruner, Alejandro Vainer, Hernán Scorofitz y Juan Carlos Volnovich. El libro tiene además un apéndice donde se reproduce el prólogo a la versión rusa de Más allá del principio del placer (emblemático libro de Sigmund Freud), escrito por Lev Vygotski y Alexander Luria; texto presentado por Juan Duarte, quien realizó la traducción del ruso al castellano.
Reconstrucción de un imaginario revolucionario
En su texto titulado “De Rusia: ¿con amor? Luces y sombras de la Revolución de Octubre”, Eduardo Gruner contextualiza la situación de los primeros años del proceso soviético y su posterior decadencia, ascenso del stalinismo de por medio. El autor de El género culpable problematiza la relación entre memoria y olvido en el mundo contemporáneo, llamando la atención sobre el “prestigio desmedido y peligro” que adquirió el concepto de memoria en el actual discurso de la “corrección democrática” y advierte asimismo sobre lo problemático de la estrategia del olvido del Ser de las revoluciones promovida por el poder: recordar todo el tiempo que estos procesos no valen la pena de ser recordados y mucho menos repetidos, colocando al fracaso de las apuestas revolucionarias como destino ineluctable de los procesos de transformación. Gruner se pregunta por qué se ha mitigado entre las masas el imaginario revolucionario, y afirma que hay que volver a discutir “el horizonte revolucionario como tal”. Recordando una frase del escritor Gilbert Chesterton sentencia: “las causas perdidas son precisamente las que podrían haber salvado al mundo”.
En “Los freudianos rusos y la Revolución de Octubre”, Carpintero destaca por su parte el hecho de que la revolución bolchevique haya abierto “el camino de la creatividad” en todos los ámbitos, al romper con la rígida censura religiosa (en especial en las manifestaciones artísticas y científicas), y reconstruye el ingreso del psicoanálisis en Rusia a partir de una figura (Osipov) que, si bien tuvo sus posiciones políticas conservadoras (cuando triunfa la Revolución del 17 emigra a Praga, sin ir más lejos), fue una figura muy importante en el período pre-revolucionario. Osipov, reseña Carpintero, fue un psiquiatra que había sido encarcelado en 1897 por haber participado del movimiento estudiantil, y luego expulsado de la Universidad de Moscú, donde estudiaba Medicina (estudios que continúa luego en Alemania y Suiza). Años después (1906), al regresar a Rusia, Osipov trabajó en la clínica de la Universidad de Moscú, donde enseñó y practicó la terapia impulsada por Freud, con quien poco después estudió en Viena, convirtiéndose a su vez en uno de sus traductores al ruso. En 1910, junto con Moshe Wulff (el primer médico que practicó el psicoanálisis en Rusia), Ospiv funda Psikhoterapiia, una revista en la que publica algunos artículos sobre teoría freudiana. Aparecieron 30 números de esta publicación desde su fundación hasta 1914, cuando deja de salir por razones económicas vinculadas al contexto de inicio de la 1° Guerra Mundial, tras la que Wulff se establece en Moscú para abrir un departamento especializado en el abordaje de enfermos mentales desde una perspectiva psicoanalítica en una una clínica psiquiátrica. A diferencia de Ospiv, Wulff sí fue partidario de la Revolución de Octubre, aunque luego (1927) tuvo que emigrar producto de la persecución stalinista (su estadía en Berlín dura unos años, tras los cuales debe emigrar nuevamente, ésta vez producto de la persecución del nazismo).
En su ensayo, Carpintero también realiza una reivindicación de mujeres que fueron fundamentales en esta historia de vínculos entre el marxismo y el psicoanálsis, como Alexandra Kollantai, la primera mujer en participar de un gobierno y la primera en ejercer la función de representante ante un gobierno extranjero. “Con el nuevo gobierno fue elegida Comisaria del Pueblo de la Asistencia Pública, desde donde luchó para alcanzar la igualdad política, económica y sexual de hombres y mujeres”, descata Carpintero, quien recuerda que fue la “Rusia de los Sóviets” el primer lugar en el mundo en donde se estableció total libertad de divorcio y donde el aborto fue libre y gratuito (medidas anuladas luego por el stalinismo, quien se propuso afianzar la figura de la familia tradicional). También es recordada Tatiana Rosenthal, formada en el feminismo, el freudismo y el marxismo, quien llegó a participar de las reuniones de los miércoles en casa de Freud, mujer que formó parte del “comité de bienvenida” a Lenin en abril de 1917 y dos años más tarde, fue designada médica principal y supervisora de la sección clínica del Instituto de Patología Cerebral. Finalmente, Carpintero rescata a Sabina Spierein, mujer que estudió medicina, se analizó con Jung y fue discípula de Freud, además de tener como paciente a Jean Piaget; figura también reivindicada por Juan Carlos Volnovich en su texto “Sabina Spielrein. Expropiación intelectual de la historia del psicoanálsis” en donde, entre otras cuestiones, recuerda que Sabina, al llegar a Moscú, fue recibida con todos los honores por las autoridades del Partido, por ser considerada la psicoanalista mejor formada en el país (luego integró la presidencia de la Unión Psicoanalítica y co-dirigió el Hogar psicoanalítico, además de ejercer la docencia en la Universidad de Moscú y el Instituto Estatal de Psicoanálisis, la única institución estatal de psicoanálisis en el mundo).
El ocaso de los ídolos
En “La Revolución Rusa y sus resonancias entre psicoanalistas europeos. La construcción de una izquierda freudiana”, Alejandro Vainer se propone romper con dos mitos fundamentales: el que coloca a Freud como un héroe (en sentido grandilocuente de “genio”) y el que restringe al psicoanálisis como una práctica específicamente burguesa.
Vainer destaca el carácter colectivo de los inicios del psicoanálisis, en el cual maestros, pares y discípulos jugaron un rol fundamental dentro del “movimiento”, emergente a su vez de una sociedad y una cultura determinada. “La visión liberal burguesa del genio es la de un individuo, y no la del pico más alto de un movimiento que es histórico social, encarnado en lugares y en una producción colectiva de grupos de trabajo”, destaca Vainer, argumentando contra la idea que coloca a Freud en el lugar de un “héroe iluminado” que creó, él sólo, el psicoanálisis.
Operación de lectura que realiza el coordinador general de la revista Topía cuando también desmitifica el carácter exclusivamente burgués del psicoanálisis. Y lo hace rescatando un texto del propio Freud, de 1918, titulado Nuevos caminos en la terapia psicoanalítica, en donde el profesor vienés afirma que los psicoanalistas pueden atender a las clases acomodadas de la sociedad, haciendo poco por las capas populares, cuyo sufrimiento neurótico es “enormemente más grave”. “Esta ponencia de Freud fue muchas veces repetida y citada. Pocas veces puesta en su materialidad histórica y las consecuencias concretas para el movimiento psicoanalítico”, sostiene Vainer, antes de rescatar la experiencia de la “Budapest pre-revolucionaria” donde tuvo origen el proyecto de fundación de Clínicas Psicoanalíticas Gratuitas (12 expandidas por Europa), que también tuvieron carnadura en centros neurálgicos como Berlín (1920) y Viena (1922), en momentos claves de sus procesos históricos, con intentos revolucionarios en Alemania (como los encabezados por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht de la Liga Espartaquista previos a la República de Weimar) y en medio de la “Viena roja” gobernada por el “austro-marxismo” que, entre otras cosas, llevó adelante una audaz política de salud pública en el marco del cual se desarrolló la experiencia del Ambulatorium. En Berlín, por ejemplo, el Poliklinik tuvo como política establecer los honorarios de acuerdo a las posibilidades que los pacientes manifestaban en su primera entrevista. Con instalaciones montadas a partir de la fortuna personal donada por Maz Eitingon, el lugar fue acondicionado por Ernest, el hijo arquitecto de Freud, y llegó a contar no sólo con habitaciones con divanes sino también con modernas técnicas de aislamiento acústico. Por allí pasaron 969 varones y 989 mujeres, la mayoría trabajadores, desocupados y estudiantes, en una quinta parte analizados gratuitamente (algo similar pasó en Ambulatorium, por donde pasaron 800 mujeres y 1445 varones).
Ambas experiencias cayeron al son del tambor de los nuevos aires de la historia. El avance del stalinismo en Rusia fue acompañado por el ascenso del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania. Tal como destaca el autor, en la década del 30 “el giro a la derecha de la Asociación Psicoanalítica Internacional terminó de consumarse”.
Encuentros y desencuentros
Cabe destacar el aporte realizado por Hernán Scorofitz a esta publicación, quien en su ensayo “León Trotsky, el freudiano de la revolución de octubre”, realiza un recorrido por las posiciones del jefe del Ejército Rojo en relación a la disciplina fundada por Sigmund Freud (esto dicho con todos los reparos ya mencionados por Vainer).
En este texto, Scorofitz recuerda que Trotsky comienza a interesarse por el psicoanálisis en los años inmediatos a la revolución de 1905, mientras permaneció exiliado en Viena y frecuentó tertulias en cafés donde asistían personas pertenecientes al núcleo íntimo de Freud. Si bien el teórico de la revolución permanente tuvo momentos de mayor y menor entusiasmo frente a los postulados freudianos (una de sus hijas que frecuentaba divanes se suicidó), nunca consideró al psicoanálisis como “incompatible” con el marxismo, como sí lo hizo la posición oficial del stalinismo, quien consideró al freudismo como “desviación burguesa”, algo de lo que muy bien da cuenta en su texto Volnovich, quien recuerda que así como en 1923 la Unión Psicoanalítica Rusa se incorpora a la Asociación Psicoanalítica Internacional (convirtiéndose el Instituto Psicoanalítico de Moscú en el tercer instituto de formación de psicoanalistas reconocido por Freud en el mundo, tras el de Viena y Berlín), al año siguiente –tras la muerte de Lenin– trotsky cae en desgracia y el psicoanálisis pierde a su protector. Tiempo después de desmantelan instituciones de vanguardia, como el Hogar de niños y el Instituto Estatal de Psicoanálisis, proceso que se acrecienta en 1930 cuando el Primer Congreso de Psicología de la Unión Soviética denuncia al freudismo como teoría reaccionaria y disuelve la Unión Psicoanalítica Rusa y, finalmente, en 1933 se prohíba el psicoanálisis en la URSS.
Coincidiendo con el centenario de la gesta de aquel pueblo que supo dar figuras como la de Vladimir Lenin y poner en marcha la construcción del primer Estado Obrero en el mundo, la salida de este libro en Argentina contribuye a repensar los vínculos entre las apuestas de los procesos de transformación material de la sociedad (hoy tan vigentes como hace un siglo) en serie con los procesos de transformación subjetiva, es decir, la relación existente entre el cambio en las relaciones de producción y las relaciones de los hombres y las mujeres (los devenires diversos en realidad) consigo mismo y con los demás.
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Hoy, 7 de noviembre de 2017, se cumplen cien años de la Revolución Rusa, algunos nos preguntamos si es posible hacer una lectura de ese acontecimiento más allá de lo conmemorativo, interesada en la actualidad que esa revolución pueda tener en un momento en que cuesta encontrar caminos eficaces de contestación al poder constituido y de construcción de un mundo nuevo. Para los que se movilizaron y organizaron en 1917 estas dos cosas parecían posibles. Ellos estaban mejor que nosotros y no contaban con los fracasos de las experiencias socialistas del siglo XX, ni con el agotamiento de la propia propuesta política de la izquierda. Era solo cuestión de avanzar por el camino que estaba ahí, ya dado.
El proyecto de izquierda construido en los cien años anteriores a 1917, mientras el mundo liberal burgués se consolidaba en Europa, entusiasmaba espíritus sensibles y críticos de la sociedad. Hoy esos espíritus prefieren hacer otra cosa, o no hacer nada. Si ese proyecto fracasó, entretanto, junto con la idea de ciencia y de sociedad que portaba, estamos también mejor que los bolcheviques. Imaginen si fuésemos capaces de volver al momento de la revolución rusa, pero esta vez con un siglo de experiencia encima. Posiblemente pensaríamos antes en la acción que en la conmemoración, en cambiar la vida antes que en cambiar el mundo. Intentaríamos estar abiertos y sensibles a lo que ocurre a nuestro alrededor, más que en intentar transformar a los otros, usarlos como base u objeto de nuestra revolución.
Inclusive, si tomamos distancia de todo lo hecho por los revolucionarios rusos en aquella ocasión, y especialmente por la izquierda que hasta hoy carga con esa referencia respecto del “qué” y del “como” hacer la lucha política, hay algo de este acontecimiento que sobrevive a todo revisionismo y tentativa de explicación reductora. Algo muy fuerte acontecía en la fuerza de la organización autónoma que se opuso al orden conservador-burgués entonces dominante. Los que no tenían nada consiguieron cambiar el juego y desarmar el sistema de dominación del modo en que estaba establecido por el imperio y su continuidad liberal progresista.
Comencemos con asumir que Kronstadt y el Gulag hacen siempre parte de la discusión abierta por la Revolución. Incluso porque hay revolucionarios que fueron masacrados y que merecen ser recordados. No se acomodaron al régimen, que siempre ofrece la posibilidad de dejarse asimilar. Podemos hacer una evocación romántica que silencie todo desvió para quedar con la imagen gloriosa de 1917, sin manchas. El Lenin cristificado, o el Trotsky fundamental injusticiado, y aun más, los soviets anarquistas que fueron reprimidos o aniquilados. La izquierda occidental ya intento atribuir los errores de la revolución a la tradición despótica asiática, o a las características de la psicología personal de Stalin. No es suficiente. Apreciar la densidad de la revolución exige asumir la experiencia política completa, con tragedia, farsa y toda una problemática, como dificultades que no se resuelven en una escisión que proponga comenzar de un nuevo lugar, separando el bien del mal y poniéndose a salvo del conflicto. Así nos conectamos con el acontecimiento y con la revolución como idea. Y de este modo hacemos de ella un problema político que se conecta con los de cualquier época: el problema de cuando la ruptura con el orden se torna un orden nuevo, la revolución se burocratiza, sus precursores son excluidos mientras que las autoridades se imponen de forma parecida a lo que motivó la revolución. El problema puede llevar al fatalismo. Pero el desafío es entender cómo la lucha política debe siempre encontrar nuevas formas y caminos.
Si los bolcheviques expresaban rasgos asiáticos, sean ellos bienvenidos, porque precisamos de la diferencia, cuando es el exceso de aridez occidental hoy aquí nuestro problema. Traigan chamanes de la estepa rusa, nómades afganos o los métodos comunitarios de los campesinos eslavos que sin duda enriquecieron las estructuras de poder dual de los soviets en Octubre. Los problemas de la izquierda y de la derecha del poder son, hoy, bien occidentales. Como fueron también para la Unión Soviética. El estalinismo es la exacerbación de la represión política de la disidencia, opositores políticos purgados y enviados a hacer trabajos forzados como en los tiempos del Zar. Y esto ocurrió con la revolución francesa, con el macartismo en los Estados Unidos, y en las dictaduras latinoamericanas. Hoy en los Estados Unidos, en Rusia o en Brasil, un régimen carcelario perverso funciona como forma de gobierno de los pobres y marginales. Pero el estalinismo es más que eso.
Sin socialismo soviético, Rusia se encuentra con EEUU y Europa en más de lo que se separa. No es casualidad. Fue construido, allá, en nombre de la revolución, un sistema de trabajo y producción que caminó en paralelo a los occidentales. Un sistema social, con poblaciones encuadradas y socializadas en el consumo y sueños de bienestar familiar, que pasaría también por la flexibilización del burocratismo fordista para hoy integrarse en el neoliberalismo global sin nación ni Estado, como debía haber sido el poder proletario. Control policial interno y geopolítica de la guerra de naciones militarizadas en el ámbito externo, ya en el camino emprendido por los bolcheviques después de la revolución, como nuevo poder estatal de los soviets incorporados como órganos de gestión de ese mismo sistema de trabajo.
A los liberales les gusta presentar a la Unión Soviética de Stalin como el régimen opuesto a la democracia del libre mercado. Pero no es incorrecto decir que la Rusia soviética era un régimen anti-marxista y anti-comunista, habiendo incorporado mucho de los dos regímenes con los que rivalizaba: el occidental liberal capitalista y el del Imperio autocrático que lo antecedió. Todavía con Lenin, y en las propuestas económicas de los trotskistas, es adoptado el camino modernizador de la industrialización y crecimiento económico como la producción rural a gran escala, modo escogido de generar riqueza y gerenciar la vida social, implantado sin evitar la violencia y destrucción de los mundos que esos procesos tuvieron en occidente y en todo lugar. Difícil pensar cómo hubiera podido ser diferente, y las consecuencias de otro camino para el papel crucial de la Unión Soviética en la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial y el atendimiento de la nueva población urbana proletarizada.
La URSS fue un gran Estado de Bienestar. Pero hoy es importante, sí, una crítica que viene ganando cuerpo a partir de la década del ’60, a pesar de expresiones minoritarias de la misma ya en la época de la Revolución (con Bujarin y otros), sobre la necesidad de pensar alternativas a un modelo que es al mismo tiempo horizonte del desarrollismo capitalista y, aquí entre nosotros, el programa de la izquierda estatal y partidaria latino americana. El crecimiento y la alianza con los industriales, y los empresarios del agro negocio de expansión etnocida fue para varios economistas del PT en el gobierno de Dilma Rousseff, la alternativa para salir del modelo neoliberal más ortodoxo. La retórica de la industrialización, no realizada, fue también lo que se constituyó como proyecto político de Evo Morales después de romper con los movimientos indígenas. Una evocación de la Revolución Rusa hoy debe abordar el problema del modelo económico, y también de la democracia, aspecto inseparable y que también dirigentes como Trotsky y Luxemburgo alertaran, por ejemplo respecto de la Asamblea Constituyente y la necesidad de aprobación de la toma del poder por parte de los proletarios, antes de que la misma se concretara, aunque Trotsky después le daría la razón a Lenin en sentido contrario.
La revolución rusa, de hecho, continúa entre nosotros con sus tragedias, lenguajes y posibilidades de ruptura. Es necesario pensarla para encontrar lugares políticos donde todo parece estar cerrado, en los debates de la izquierda, o cuando incluso cuando se trata de una fuerza política de fuera del gobierno, vemos los proyectos de este campo apoyados en el soberanismo welfarista, más cerca de la madre patria, con aquella famosa imagen de Stalin pilotando el barco que sería la URSS, que del internacionalismo y ruptura con la burguesía. Dilma Rousseff como madre de los brasileros, en la campaña electoral de 2014, o la unidad de todos para hinchar juntos por la selección, en el mundial, simultáneamente a la agenda de los banqueros presentada como inexorable, en Brasil de 2015, o con la capitulación de Syriza después de un referéndum que autorizaría al gobierno a intentar otro camino que el de sublevarse a la troika. También vemos este cierre que encuentra un momento que en Rusia fue posterior a la consolidación del nuevo Estado, en los tempranos intentos de Podemos, en España, para encontrar un atajo hacia el poder buscando un acuerdo de gobierno con el PSOE, o gobernando con este en las ciudades, y aceptando preservar los consensos del ’78 contra los que habían nacido en 2014. 1917 y la posición bolchevique en el contexto de Europa es ruptura con respecto a los nacionalismos y las socialdemocracias acuerdistas, en una estela internacionalista y proletaria, que desconfía de los acuerdos con la burguesía nacional y ubica el centro político con los trabajadores.
No es suficiente conformarnos con el mantra de “otro tiempo, otra realidad”. Si rescatamos la Revolución Rusa, es necesario que nos conectemos con su potencia, la que derivaba de situaciones políticas bien concretas. El poder de los soviets y, ahí sí, la apertura hacia lo indeterminado y salvaje que difícilmente podamos traducir. El poder para los soviets, en 1917, no significaba necesariamente colectivización forzada, industrialización acelerada con metas alienantes, y carrera militarista con occidente. Significaba no apoyar el gobierno provisional formado por liberales y progresistas, a pesar de ser un avance respecto de las posiciones “fascistas” del zarismo, pero como bloqueo, que Lenin y Trotsky, como jacobinos sensibles, vieron como traducción política del comunismo posible: el poder para los trabajadores, para los de abajo, reorganizando el sistema y direccionamiento social. La revolución mostró, de este modo, un camino que posiblemente hoy pueda ser imaginado sin jacobinos, y sin proletarios, como cuerpos y sociedades que se constituyen como único poder político sin mediaciones y con autonomía. Pero era también la concreción de lo que antes sólo había sido ensayado sin éxito o imaginado, y en ese sentido lo que deja la revolución es una página en blanco, para ser escrita cada vez por otro camino. De ruptura, sin embargo, y difícilmente de asimilar los métodos de quienes se busca desplazar.
Si tuviésemos que quedarnos apenas con un gesto, un movimiento para entender la singularidad de la revolución de octubre, tal vez podamos ir hacia una situación política clara, donde el gobierno provisorio se negaba a detener la participación de Rusia en la guerra, y atrasaba las reformas y las medidas sociales con las que se había comprometido. Los bolcheviques sabían que los moderados nunca harían las reformas prometidas, porque eso implicaría, para ellos, perder el poder. El destello lúcido, que era minoritario y contrario inclusive a la posición adoptada por el partido bolchevique, era la firmeza de no colaborar con ese gobierno y defender la posición que apostaba a los soldados, obreros y campesinos movilizados. En un telegrama de marzo de 1917, Lenin era claro: “Nuestra táctica: absoluta desconfianza, ningún apoyo al nuevo gobierno, sospechemos sobre todo de Kerenski, armamento proletario única garantía, elección inmediata Duma de Petrogrado, ninguna aproximación a los otros partidos…” Y la estrategia? No importa, porque son las tácticas correctas las que consiguen las cosas y abren caminos.
Trasladando a nuestra realidad esta ruptura que se abre hacia lo imponderable, aun con el riesgo de que todos los que defienden esa posición sean fusilados, recordamos dos debates brasileños de 2016 en que las tendencias marxistas del PT razonaba como si Dilma Rousseff tuviese que ser defendida porque hacía las veces de Kerenski, paso obligatorio sin el cual una posterior revolución no sería posible. Recordando los raciocinios mecanicistas de la ortodoxia marxista, la idea es que la revolución se estudia paso a paso y que sin Kerenski (Dilma) no podría haber paso posterior posible. Sin embargo la revolución es justamente jugar en un vacío de insurrección que pueda abrir lo que está cerrado, como el golpe al gobierno provisional, para los bolcheviques, pero también como junio de 2013 para la juventud de Brasil que sabía que el PT era un límite que no podría dejar de actuar de forma coordinada con la clase dominante, y los partidos conservadores con los que había aceptado gobernar. La interrupción del gobierno con mecanismos ilegales, así, entendidos como parte normal del funcionamiento de un sistema de governance al cual la izquierda y la derecha se entregaron.
Además de la idea PT, que aún algunos sostienen y revitalizan, incluso fuera del partido, el momento de ir más allá del gobierno provisional en Brasil fue no sólo desoído, sino también reprimido por la izquierda en el poder. A partir de ahí el consignismo apelativo «golpe», «fuera temer», «directas ya», «Lula 2018» aparece como un letargo discursivo, sin cuerpo, ni pueblo movilizado que se proponga hacerlo efectivo. Independientemente de poder ser asumido o no como una posición correcta, en determinado momento, las consignas elevadas por la izquierda y los aparatos de la órbita lulista, se muestran como el revés del “Pan, Paz y Tierra”, lema que nombraba lo que antes era imposible (salir de la guerra, resolver el hambre), pero que sin embargo en el curso de los acontecimientos pasa a marcar el nuevo ritmo del tiempo político, mientras el mundo en que lo nuevo era imposible se desplomaba, a partir de conectar, la diferencia de los eslóganes en Brasil, con las energías circundantes de la confección de un «nosotros» colectivo que al mismo tiempo nació de, e hizo posible la revolución. Estas energías vitales faltan a la izquierda que se proyecta contra junio de 2013, en la elección de 2014, en la Copa y hoy nuevamente en pactos electorales con la derecha, reivindicando como lugar de poder el llamado a un derecho adquirido de ser el Estado y la legalidad, en el control de las narrativas de la izquierda, aunque de ese lugar no sea posible cambiar los condicionantes de lo real.
Esta lectura, que busca puntos de apoyo en las luchas y comunes posibles, era de consenso en 2013 y hoy divide a la izquierda, con buena parte de ella dependiente de las agendas electorales, con pocos hombres hablando de arriba y lejos, en el teatro de las instituciones que los transforman a ellos más de lo que permiten ser transformadas. El ciclo progresista sudamericano genero una mística que aun cautiva, con la imagen positiva, especialmente a la distancia, de Mujica, Chávez, Evo Morales, o del gobierno de Lula, en Brasil, que reunifica la izquierda del gobierno inclusive con sus críticos y disidentes anteriores, en el frente del avance y victoria electoral de oposiciones de derecha.
No analizaremos aquí esas experiencias de gobierno. Pero cabe señalar que la idea de revolución es apropiada por la experiencia progresista para describir un ciclo de bonanza económica que favoreció a bancos, grupos empresarios y liberó un proceso de intensificación de la explotación de recursos minerales, de la agricultura y del petróleo, con amplio impacto sobre las poblaciones y pero como base necesaria para garantizar estabilidad económica para los negocios, que se traducía en estabilidad política, e incluso sin lugar para transformaciones estructurales, o de profundidad, que por ejemplo reorganizara la educación, promoviendo un sistema diferente, en lugar de ampliar la matrícula por el camino del soporte de universidades privadas de mala calidad; o sin cuestionar la organización capitalista y segregadora de la ciudad; la seguridad y la violencia policial como herramienta de contención social; o un consenso de civismo que impida la represión y persecución de activistas y protestas sociales. Aunque hubo programas sociales ampliamente extendidos, y diferentes niveles del gobierno pudieron tender a promover un gobierno social, antes que neoliberal, o neoliberal con un Estado presente, el desafío político que una crítica política revolucionaria de izquierda nos evoca, nos debe llevar a decretar que el camino progresista mostró su límite y, por tanto, difícilmente pueda ser pensado hoy como solución electoral que debería organizar en su favor a toda la izquierda, a riesgo de ser denostada, con el código de la izquierda del siglo XX, como trotskista, anarquista o cómplice de la burguesía.
La defensa de los progresismos podría decir: eso es lo que era posible, ser revolucionarios en los años 2000 fue hacer lo que estos gobiernos hicieron. Pero no. La revolución rusa no fue sólo el aprovechamiento puntual de una coyuntura, que se alcanzaría más o menos de acuerdo con la situación política o alineación de los astros. El poder proletario, la revolución donde todo se abre y pasa a ser discutido fue un acontecimiento único que mostró que la historia y el poder pueden ser desafiados. Era posible, entonces, pedir más a los gobiernos progresistas latinoamericanos. Y precisamente eso fue junio de 2013 en Brasil; las marchas campesinas y de trabajadores en Ecuador; las asambleas de 2002 en Argentina, después del fracaso del gobierno que iba a sacar al país del neoliberalismo; o la Bolivia de la guerra del agua y del desafío indígena al poder estatal, incluso, por algunos momentos, dentro del Estado.
El final del progresismo, en Brasil y en otros lugares, es constatado en la nostalgia y debilidad política, que una y otra vez se expone en el movimiento de una izquierda de aparatos y grupos que gritan en el micrófono y se colocan de forma autoflageladora, victimizadora y victima al mismo tiempo arrogante, sin haber podido dar lugar a un ciclo de movilización que se oponga al frágil gobierno Temer, ni a una mística de resistencia más allá de algunas expresiones estéticas, sino bien lejos de imaginar una nueva sociedad, como las artes y técnicas en la Rusia de la revolución, a pesar de la represión y represalias que vendrían a los que se atrevieron a pensar o crear por fuera de los canales autorizados de la izquierda oficial.
Es difícil no volver, entonces, a la tradición de la izquierda que se referencia en la revolución rusa, cuando lo que está en pauta, en Brasil y en el mundo, es una disputa que se continúa dando en el lenguaje del siglo XX, y encuentra de un lado una derecha furiosa que, se imagina una izquierda socialista conspiradora, a punto de implementar un programa de comunismo de guerra (posición atribuida incluso hasta para keynesianos o nacionalistas estatistas); frente a una reacción de la izquierda que responde atrincherada en las banderas rojas, como si estuviera dentro de una película de Eisenstein, o bien el revés, en su variante populista, acercándose al adversario desde el amor a la patria y las instituciones, la búsqueda de complicidad con militares y empresarios, desde una actitud de respeto al orden implementado desde arriba hacia abajo, como si la forma de combatir el xenófobo intolerante que en Grecia, Rusia y otros lugares muestra expresiones abiertamente nazis, sea disputar los bajos instintos de un pueblo formateado por el Estado; en lugar de desafiar el tiempo, superar las formas dadas; multiplicar las luchas y deseos allí donde las izquierdas y derechas del Estado se ocupan en domesticarlas.
En el campo político ocupado por la derecha social, llamada liberal, incluso cuando muestra un foco en posiciones moralistas bien conservadoras, y la izquierda vieja y nueva, en perfiles identitaristas o del Estado como respuesta para todo, vemos dos parcelas de expresión política polarizada reproduciéndose de forma desconectada del día a día de la población, como un debate espectacular sin ancla en la vida de las personas y, sin embargo, en una ilusión de totalidad, como si estuviésemos de hecho disputando toda la sociedad en esas discusiones, en una batalla de Leningrado o en la resistencia contra el nazismo, donde todo o nada estaría en juego todo el tiempo, mientras que en el campo de las materialidades la izquierda que pretende salvar a Brasil del fascismo recién terminó de co-gobernar con sus ahora enemigos. La pretensión de representar en la piel el destino de la nación, la izquierda no hace más que continuar asimilando formas de funcionar y de pensar de las élites, como quedó claro en la imposición de un proyecto político que no fue votado y que no evitaba la austeridad, el ajuste y el corte de derechos sociales, las alianzas con pastores homofóbicos y la relación de protección con la política que asesina. En definitiva, con lo que ahora llaman fascismo, que es también lo que nos lleva a recuperar la Revolución de Octubre.
Favorecidos por la plataforma de disputa electoral y la difusión de esa oposición en compartimentos de redes sociales y plataformas de comunicación vía celular, los herederos de la revolución y del fascismo o catolicismo conservador no se aproximan hoy a la ruptura, sino al perfeccionamiento del orden, en sus variantes progresista o conservadora-liberal, en una burbuja inflada de retórica y deshonestidad política de parte de la izquierda que pide el voto nuevamente, o de la derecha que señala a los gobiernos de izquierda por prácticas que la constituyen. Existe el fascismo en la misma medida en que la izquierda encarna la revolución. Es decir, como gestos, deseos íntimos, propuestas y visiones de mundo, pero eso no significa que ese sea el cuadro que describa el orden social posible. El opuesto de 1917, donde el nuevo orden evitaba el surgimiento de un fascismo, la restauración autocrática o una república burguesa estándar.
Cuando una formación política de izquierda se entrega a la administración de los asuntos de la burguesía, sin buscar alternativas políticas anti capitalistas o anti neoliberales, sólo cabe el rompimiento, caminar en el desierto o apostar a las luchas vivas, aunque decretadas como menores, «sólo sociales» y no políticas, o que no serían estratégicas porque se oponen a la máquina de desarrollo o al anhelo de retomar el crecimiento y avance de las empresas nacionales. El chantaje de lo «posible», la izquierda con posibilidades de frenar el fascismo, es el obstáculo para otra política que supere el fascismo políticamente, en la construcción de un mundo donde no tiene sentido.
En consecuencia, y honrando la vigencia del corte en el tiempo abierto por la revolución de octubre, la izquierda demuestra poder entrar nuevamente en un modo de funcionamiento estalinista, neutralizador de las energías revolucionarias, burocratizante y autoritario. En frente del fascismo, a veces explícito, a veces proyectado como amenaza y auto-legitimación para pedir apoyo electoral, o para llamar a una plaza que permanece vacía, o se llena con funcionarios estatales, la izquierda latinoamericana viene mostrando reacciones de ese tipo. Así se excluyen de la prensa progresista o directamente difamadas posiciones de ambientalistas u organizaciones indígenas históricas en Bolivia y Ecuador, o se reclasifica junio de 2013 en Brasil, impulso vital, transformado en responsable del odio contra el PT, así como ya en aquella época, grupos anarquistas y autónomos o Black Blocs, fueron criminalizados por referentes intelectuales de izquierda y miembros del gobierno, como reacción a lo que veían correctamente como expresión política que los impugnaba.
La pregunta que queda en el aire es hasta qué punto fascismo y estalinismo se necesitan y se construyen mutuamente. Pensando en la Unión Soviética y aquí, ¿qué caminos políticos garantizan combatir el fascismo de forma más eficiente? Cuando dentro de la izquierda encontramos tendencias que detrás de la oposición retórica muestran una afinidad (industrialismo, nacionalismo, verticalismo, represión de la disidencia) vemos no sólo que si hubiéramos tenido un gobierno de izquierda revolucionario, muchas acciones podrían haber sido hechas contra un fascismo micropolítico que, evidentemente refleja el pensamiento conservador de buena parte de la población, y la subjetividad neoliberal que no es desarmada con las políticas públicas del progresismo. Si nuestra sensibilidad de izquierda nos moviliza contra el fascismo, no era para haber buscado caminos diferentes que alianzas con el gran capital financiero? Con modelos de producción que destruye los bosques y la vida en el campo? Con la ocupación de Haití y una relación de potencia imperial con países hermanos?
En vista de la situación, no es posible saber si es posible otra izquierda. No tiene sentido preguntarse sobre qué posiciones son más revolucionarias. Muchas revoluciones fueron hechas por casualidad, por quien no debía o estaba preparado para asumir un papel revolucionario. La revolución cambia las personas y el mundo, y por eso tiene sentido hoy pensar la política como relacionada con otros mundos, aquellos que no separan naturaleza y sociedad y en el pensamiento indígena, pero también en proyectos urbanos y en la experimentación de laboratorio muestran que la sociedad que los siglos XIX y XX imaginaron está siendo superada en varios lugares.
Cómo pensar hoy el sujeto de la revolución? En este siglo hubo cambios en el capitalismo, en el trabajo, en la subjetividad y en la visión que tenemos sobre el mundo, existente y deseado, hasta el punto de ser necesario abrir un debate no sólo sobre las condiciones para la revolución, sino también sobre quién, debería hacer una revolución hoy, si eso es políticamente necesario y posible. No se trata sólo de adecuar la idea de clase a las condiciones de trabajo fuera de la fábrica, como los teóricos del trabajo inmaterial y el capitalismo cognitivo ya lo hicieron. Se trata también de entender una realidad donde la propia idea de hombre, se encuentra transfigurada, afectada por tendencias post-humanistas; de incorporación de los no humanos al entendimiento del juego político; y de la percepción de muchos de que el mundo; no es más un ambiente físico inerte donde se desarrollaría la acción del hombre como sujeto histórico y predestinado a algo, en una «sociedad» o «civilización» que lo contendría.
No hay teleología que pueda sostenerse hoy sin conflicto, no hay sujeto ni historia que pueda ser entendida de forma iluminista y estable. Esto nos lleva, por un lado, a las márgenes, a las comunidades, a los sujetos excluidos de la narrativa moderna, por ser híbridos, desasociados, mezclados, invisibles para los códigos y formas de percepción anterior, incluso o especialmente de la izquierda. Los movimientos territoriales, étnicos, etc., no organizados desde el lugar de trabajo, ya han sido incorporados por la teoría y práctica de la izquierda. También la izquierda los ha capturado, manipulado o utilizado como base para los mismos fines que antes partidos de masa o sindicatos fueran burocratizados. La idea de sujeto histórico, sin embargo, inseparable de la vanguardia que se vuelve ese sujeto, lo conduce u orienta, continúa presente en las formas de acción política. No buscamos aquí dar cuenta de ese debate, pero es válido registrar que después de cien años de la revolución rusa, no sólo el concepto de revolución no describe el tipo de transformación que muchos revolucionarios están buscando, sino también que el que, cómo, para qué y, adonde de la revolución, están hoy abiertos y tensionados. Devenires antes que movimientos y sentidos de los procesos, conexiones antes que organizaciones y agenciamientos vividos en lugar de marchas históricas. En lugar de golpes y rupturas de violencia militar la revolución se plantea como imposible si no se piensa como afectos, relaciones, contestación del orden, no sólo político-económica (como si fuera poco!) Sino también de los principios autoritarios de una sociedad capitalista que, separa mucho de lo que puede permanecer junto, privatiza, mercantiliza y bloquea flujos vitales de un mundo que puede ser otro, aún hoy.
Sin claridad sobre el sujeto, el futuro, el espacio territorial de la revolución, veamos si al menos conseguimos pensar hoy ese poder social popular que fue la base de la revolución de 1917. Los Soviets, que no dejaron de encontrar internamente un agotamiento y refuncionalización cuando el poder del estado soviético los colocó para trabajar. La falta de claridad, aquí, puede ser virtud y no diletantismo o falta de comprensión de los devenires sociales. La falta de claridad es adecuada en la falta de forma y carácter fluido que sustituye a las formas del trabajo, participación política, organización colectiva y afectiva. Este poder de abajo, que nada puede representar, menos aún las formas republicanas y liberales dirigidas hacia el individuo propietario hasta ahora. Sin una forma de lucha por caminos previsibles (aquel llamado eterno para una huelga general revolucionaria que cuando sucede encuentra fuera de ella a la izquierda que siempre la buscó); sin posibilidad ni voluntad para un movimiento que se oponga al Estado en el campo de los armamentos y dispositivos de represión y seguridad militar, lo que tenemos es lo que está sucediendo. Las luchas.
Comunidades y Quilombos reconstituidos que se organizan contra agronegocio y empresas mineras que invaden sus tierras. Ocupaciones de escuelas, de terrenos, de edificios, de espacios institucionales, de calles, de propiedades ociosas, de lugares del Estado. La sexualidad vivida de una nueva manera, o el arte significativo fuera de los circuitos comerciales. Territorios ancestrales, que son re-ocupados, o aún ocupados, con otras lógicas diferentes a las que mandan los poderosos. Territorios que no se venden, como la familia de pastores que se niega a entregar el último pedazo de tierra en el sector controlado por la empresa minera Yanacocha, en Cajamarca, Perú.
Crear poder territorial, y nuevas instituciones, horizontales y libres, en los barrios, en las comunidades, en la red de computadoras. Los sin techo o los estudiantes que ocupando empiezan a construir la educación o la ciudad que quieren. Las fábricas, aún, porque la revolución proletaria aún existe donde tiene trabajo para ser reapropiado, o interrumpido por huelgas que ciertamente hoy están mucho más abiertas a convertirse en luchas que se conectan con un rechazo del mundo de la explotación del trabajo, con huertas comunitarias, luchas de periferias o centros. Si partidos y naciones hacen hoy algún sentido es para ser ocupados. Un problema de los progresismos latinoamericanos es que perdieron esa connotación. No eran indios, trabajadores, campesinos, mujeres, militantes de derechos humanos ocupando instituciones. Se convirtieron en una nueva elite, generalmente blanca, dejando a indios y sin tierra lejos de las decisiones, convirtiéndose en el Estado que muchos de ellos siempre fueron, en el pequeño poder de sindicatos, universidades, carreras políticas. Otros dejaron de luchar aceptando la fuerza de procesos que, sin contrapoder y resistencia, transforma hasta los mejores intencionados en piezas de una máquina de administración.
Los soviets son trabajadores organizados contra el patrón, ocupaciones libertarias y también una plataforma en línea que pueda hacer confluir energías de ruptura. El desafío es sintonizar, todos con todos contra el poder, y activando un poder multitudinario que mostró, en varios lugares, que cuando despierta puede todo y después permanecerá como marca. El poder dual de los bolcheviques, que se ha convertido en un nuevo Estado, puede hoy estar en otro nivel, porque el capitalismo está al mismo tiempo más distante, articulado globalmente con una rapidez difícil de neutralizar por los medios tradicionales, de forma inmaterial y también más cerca, dentro de nosotros, con dispositivos de deuda, aislamiento, y neoliberalismo en las relaciones, derechos y formas de vida. En lugar de crear un Estado, un banco, un partido, conseguir estar más allá, y, sin embargo, involucrar en ese más allá de nuestras vidas, que puedan empezar a funcionar con otra lógica, del común, de las tácticas que neutralizan el poder, incluso en la ciudad y en el centro de la producción capitalista. La revolución rusa tuvo éxito en imponerse como nueva realidad para todos los que antes se creían súbditos del zar. En el mundo de hoy pensar más allá de la mercantilización de la vida y el neoliberalismo dentro de nosotros es posible también.
Como contra poder, con instituciones nuevas del común y armas para disputar una subjetividad formateada por el capital que construye otro mundo, mientras decreta la obsolescencia de lo que le precedió. Lo importante de los soviets es como se constituyen como nueva realidad, antes invisible o reprimida por el poder anterior, pero haciéndose realidad cuando pasó a tener las respuestas que los trabajadores movilizados querían oír. Los soviets serían también reprimidos, invisibilizados, refuncionalizados después de que se creara un poder soviético. Y ese quizás sea el problema que se plantea para los espíritus libertarios de hoy. ¿Es posible soviets sin Estado soviético? ¿Existe posibilidad de «todo el poder para los soviets» sin que una instancia separada, autónoma del movimiento, una nueva burocracia que diga representarlos tome su lugar, será posible?
La revolución rusa es la creación de condiciones para que suceda lo imposible. Ella desafió la historia, y no era el producto de un proceso que la tenía por fin. Se produjo contra lo más esperable: el establecimiento de una república burguesa en Rusia, como las de Europa occidental, o la represión del movimiento radicalizado en las calles, como ocurrió meses antes de octubre, y en 1905. La revolución rusa es también la revolución que no se produjo antes en Alemania, y que tampoco fue el detonante de una revolución mundial. Ella sucedió contra la repetición y el poder, y eso es lo que ningún poder conseguirá hacer que no suceda más. Donde hay poder hay resistencia, y todo poder en algún momento cae. El fascismo existe, pero nuestro objetivo principal no es derrotarlo. Nuestro objetivo anterior es hacer nuestra revolución, y eso es lo que va a imposibilitarlo.
Sao Paulo,
Martes 7 de noviembre de 2017
Traducción del portugués: Santiago de Arcos-Halyburton
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¿Qué implica ser leninista hoy? Seguramente no serlo. O más bien: asumir que hay tantos Lenin como situaciones atravesó El Pelado en su vida política. “El análisis concreto de las situaciones concretas”, he aquí una de sus fórmulas claras, tan claras como plantear al socialismo en términos de “Electrificación+Sóviets”. El siglo transcurrido desde que los bolcheviques tomaron el poder en Rusia han colocado al leninismo en el centro de los debates de las izquierdas del mundo. ¿Qué no se ha dicho ya? La respuesta a esta pregunta, tan de perogrullo, puede encontrarse en otra fórmula quizá, que esbozamos en estas líneas: el pensamiento crítico es siempre situado.
Lenin escribió alguna vez que las consignas que servían para un momento no servían para otro. ¡Gran lección de leninismo! Lo que sea dicho del leninismo entonces, hoy, no es tanto algo que el jefe bolchevique haya escrito o pronunciado alguna vez, sino más bien sus modos de abordar los momentos. ¡Carecemos de nuestras propias Tesis de abril! O de diciembre podríamos decir. ¿Qué queda del momento leninista de 2001? Tal vez la lección de haber sido demasiados soberbios, muy posmodernos, extremadamente reacios a pensarnos al interior de un legado y no sólo en ruptura con una tradición, que dicho sea de paso, sólo rechazamos en función de lo oído alguna vez, y no producto de una lectura crítica (siempre situada). Además –de nuevo–: ¿con qué momento de esa tradición se rompe? Pensar a Lenin es pensar su fase de “Todo el poder a los sóviets”, pero también su respuesta creativa del ¿Qué hacer?, y su testamento, y su caracterización del imperialismo como fase superior del capitalismo y, y, y… La síntesis disyuntiva de la que tanto hablaron Félix Guattari y Gilles Deleuze.
Análisis crítico de las situaciones concretas, entonces. He ahí un legado fundamental del leninismo. ¿O no desconocemos, muchas veces, los modos concretos en que el capital se ha desarrollado en estas tierras? Y no me refiero sólo a la “formación social concreta”, sino más bien a las formas en que se ha estructurado no sólo la explotación sino además la dominación, las formas de subjetividad que imperceptiblemente nos atan a menudo a la servidumbre, por la cual tanta veces luchamos como si se tratara de nuestra libertad.
Hace unos días, en un bar de la ciudad de Buenos Aires, conversando con El Ruso y Diego Sztulwark, éste último decía que había que pensar a Lenin a partir de un determinado modo de leer la realidad, algo que retomó en estos días en un texto publicado por los amigos del portal Lobo suelto. Lectura que reclama de nuestros mayores esfuerzos, si no queremos resignarnos a entender la política (aún la que aspira a la emancipación) desde el lugar de siempre-por-detrás-de-las-situaciones. Intento singular, siempre renovado, de aportar por intervenir en la escena contemporánea desde una posición generacional, esa Nueva Generación de Intelectuales de Izquierda esbozada por Omar Acha hace años atrás (intento seguramente trunco pero siempre en reclamo de ser reactualizado).
¿Qué nos queda de Lenin entonces? ¿Con qué Lenin nos quedamos? Seguramente con el crítico agudo, con el militante audaz, en medio de una situación caracterizada por el recorte de los horizontes entendidos como posibles. El Lenin con el que nos quedamos es el que no se resigna a dejar de pensar cada situación para captarla en su singularidad, y por lo tanto, intervenir creativamente en ella. El Lenin que inspira a asumir un lado claro de la barricada, el que no tiene empacho en señalar con dureza los límites entre un bando y otro. Ese que hace todo lo posible por forzar la situación lo más que de, para que el cielo por asalto no sea una metáfora meramente enunciada, sino PROYECTO, con todo el compromiso existencial que ese concepto implica.
*Editorial de La luna con gatillo: una crítica política de la cultura (emisión del jueves 2 de noviembre de 2017)
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Máquinas de lectura // Oscar Ariel Cabezas
Una conversación con Oscar Ariel Cabezas, a propósito de los 150 años de ‘El capital’, de Karl Marx.
GUILLERMO GARCÍA PÉREZ
Óscar Ariel Cabezas (El Salvador, Chile, 1972) es sociólogo y doctor en Estudios de la Cultura Latinoamericana por la Duke University (EEUU). Autor de Postsoberanía. Literatura, política y trabajo (2013) y coeditor de Efectos de imagen. ¿Qué fue y qué es el cine militante?, de 2014. El mismo año publicó Consignas, junto a Miguel Valderrama. En el año 2000 compiló el volumen Gramsci en las orillas.
¿Qué tipo de libro dirías que es El Capital (1867)? Por la multiplicidad de sus métodos y herramientas (análisis económico, reflexión filosófica, arenga política) parece más bien una maquinaria, un dispositivo. ¿En qué se distingue no sólo de otras obras de economía política, sino de otros libros de filosofía y, en general, de otras obras literarias, entendidas en su sentido más amplio?
El capital es un libro fundacional de la economía política moderna. Sus impresionantes modos de trabajo con el lenguaje de la economía clásica lo convierten en, lo que podríamos denominar, el primer libro de deconstrucción categorial de la economía política clásica. Pues se trata, efectivamente, de un dispositivo formado por un conjunto de enunciados que inventan un tipo de lectura, no hecha antes de Marx. El texto ineludible de Louis Althusser, Para leer El capital (1965), da cuenta, por ejemplo, de que El capital no es solo un libro de economía política, sino que representa un modo distinto de lectura. Para leer El capital propone una teoría de la lectura radicalmente distinta de la idea de manual o guía propedéutica, pues Althusser entiende que las categorías de la economía política clásica son modos de ver el funcionamiento de la producción capitalista. Y propone que Marx ve lo que los economistas clásicos no ven. Es decir, la circulación de mercancía, la organización del trabajo, la extracción de plusvalía o la teoría del valor son reinterpretadas en virtud de una nueva mirada, de una nueva lectura o dispositivo. La especificidad de El capital es la fuerza de esa mirada y su enorme voluntad para comprender el proceso de producción, circulación y reproducción ampliada o global del capital. Esta voluntad de lectura se logra mediante lo que llamas «la multiplicidad de sus métodos», pero que muchos especialistas han interpretado bajo la consigna del método dialéctico. Creo que por todos los escollos teóricos de la dialéctica es más interesante hablar de que El capital está recorrido por esa multiplicidad y de la dialéctica como una más de las miradas que Marx ensaya. En cualquier caso, respecto de sus contemporáneos, la lectura de Marx representa un giro copernicano. Este giro está dado, siguiendo la teoría de la lectura de Althusser, por lo que supone habitar un campo de enunciación de manera crítico-deconstructiva. Por eso, más allá del método y del laboratorio escritural que Marx ensaya, la pregunta que seguramente todos nos hacemos respecto del dispositivo óptico que lo lleva a escribir El capital es la siguiente: ¿qué es lo que Marx ve? O, lo que es lo mismo, ¿qué es lo que los economistas clásicos no ven y Marx sí puede ver? Para responder esta pregunta, y con ello a las que tú sugieres, habría que decir que El capital no es exactamente un libro cuya fuerza argumental reside en haber descifrado las leyes de la economía. Por el contrario, se sustrae de lo inmediato de las categorías económicas para ver que el capitalismo no es un conjunto de leyes para el funcionamiento de una sociedad, sino un modo de producción de la existencia. Marx puede ir más lejos puesto que entiende que trata con un modo universal de producción de la vida de la especie humana. El capital pone en crisis la idea de que las sociedades deban su existencia a lo local y de que la existencia de hombres y mujeres se produzca singularmente, y propone que esta producción se da en el marco de inscripción de las tendencias universales del capitalismo. De manera que con Marx ya no es posible entender que las relaciones sociales bajo el capitalismo estén constituidas por una simple sumatoria de leyes que rigen, morfológicamente, la economía.
A 150 años de su publicación, El capital sigue siendo leído, por la ceguera ortodoxa de algunos, como si se tratara de una Biblia en el que se encuentra la ciencia nomotética del capitalismo. Aquí hay que recordar que en el dispositivo de lectura del célebre artículo de Antonio Gramsci, “La revolución contra El capital” (1918), éste no arremete contra los postulados del libro, los cuales, como sabemos, le interesan bastante. Lo que la lectura de Gramsci critica es la canonización teológico-política del libro de Marx, es decir, critica el mito de la lectura de leyes exactas e inmutables de la historia, leyes cifradas por una supuesta naturaleza del capital. En esta crítica, el preso de Turi no solo habla del entusiasmo por la Revolución Rusa, de la pasión de los bolcheviques que se saltaron todas las fórmulas de la marxología de la época, sino que, también, inventa un modo de leer. La lectura de Gramsci permitirá pensar que, más allá de lo formulaico de las leyes del capital, se encuentra el fenómeno de la pasión política como pasión colectiva y cuya potencia está enclavada en la imaginación de la organización de los bolcheviques. No obstante, El capital se sostiene en y a través de la imaginación de ciertas categorías, como posibilidad de organizar una máquina de lectura que es, al mismo tiempo, política y literaria. En la obra de Marx, la literatura no solo informa y ejemplifica datos empíricos de la realidad, sino que teje la escritura a partir de eso que el caraqueño Ludovico Silva llama «el estilo literario de Marx». No habría que confundir el estilo, sin embargo, con la reducción de la escritura a referencias literarias –en este caso, Homero, Cervantes o Shakespeare, por no mencionar a Jonathan Swift, comparable a Marx desde lo satírico. Sin duda, se podría decir que El capital puede ser leído como una gran novela social o gótica en la que el personaje principal es el vampiro del capital y los obreros la presa. Pero habría que ir un poco más lejos y afirmar que El capital no solo es un dispositivo que lee y ve la fuerza del capital en la potencia de la ficción, sino también la potencia de la escritura como crítica de esta ficción. Sin ir más lejos, dos de los más importantes problemas teóricos que Marx plantea son: el fetichismo como el secreto de la mercancía y el valor de uso y el valor de cambio en los procesos de producción capitalista como parte de la historia de las ficciones producidas por la especie humana. Esto nos debería hacer pensar que El capital, sin ser un libro inscrito en el registro de la literatura, funciona como un dispositivo que desoculta, descubre, levanta el manto de las capas de naturalización de una realidad social que solo puede sostenerse por la fuerza de sus ficciones. De manera que si hay alguna semejanza de El capital con la literatura entendida en sentido amplio, pero también en un sentido muy específico, es en el hecho de que Marx comprende que valorizar los objetos, poner precio al trabajo social, es inherente al orden de la ficción social. Por eso me atrevería a decir que en El capital el modo de producción capitalista está recorrido por personajes conceptuales, algunos provenientes del lenguaje filosófico de Hegel (inmediato, inmediatez, absoluto), pero también del de Ovidio, puesto que Marx es sobre todo un pensador de las metamorfosis de lo social. En este sentido, la literatura abriría en la máquina de lectura que Marx inventa un campo de enunciación no literario en medio de una potencia que es literaria, es decir, Marx no puede escribir sin imaginar los personajes que hacen posible la explotación capitalista. El capital es un libro de filosofía con la potencia imaginal de la literatura. Pienso que en ello reside su potencia, su herencia, su legado como el gran libro que desoculta los mecanismos de un modo de producción que oprime y explota a condición de expandir su dominio a través de la estructura de las fantasías que dan forma a la vida social que nos trama como habitantes de las sociedades capitalistas de hoy.
Entonces, ¿hasta qué punto nos sirve El capital para explicar el presente? Si es obvio que la lógica del capitalismo no ha hecho más que agudizarse, ¿qué nuevas características ha ganado que el libro de Marx no pudo entrever o no atinó a explicar? Esto puede entroncarse con otra visión de Marx: en las Tesis sobre Feuerbach, al defender que la filosofía debe aspirar a transformar el mundo, acusa a Feuerbach de ser un “materialista contemplativo”. Me parece una afirmación desafiante, porque obliga a reconsiderar toda la labor de la intelectualidad y la escritura. Más allá de la obviedad de que el escritor también pueda ser un activista, ¿qué incidencia efectiva puede tener la escritura en la realidad?
Lo peor que le ha sucedido a El capital –y creo que le seguirá sucediendo– es haber caído en manos de lo que Jorge Luis Borges llama «los teólogos». Estos señores que levantan sus espadas contra la posibilidad de que proliferen máquinas de lectura no son solo aquellos que leen con sotana y crucifijo en la mano. Por el contrario, los teólogos son aquellos que no logran entender que el acto de lectura es por excelencia un acto profano y radicalmente heterodoxo. Nadie puede leer sin alterar lo leído. Todo acto de lectura es un acto de traducción, porque la traductibilidad es el modo en que el lenguaje y la escritura experimentan la contingencia y la deriva de ese otro acto que es el del pensar. Hay toda una tradición de marxismo militante que hace imposible que el acto de pensar a través de la lectura tome lugar. Es un marxismo enmohecido y ortodoxo que funciona como el policía de la imaginación política y teórica. No hay nada más nefasto e insulso que los custodios teológicos de una lectura. Aunque a través de posiciones encontradas, el desplazamiento de las mistificaciones de la lectura de El capital es algo que, de manera extraordinaria, realizan dos de los más importantes marxistas del siglo XX que ya hemos mencionado. Gramsci desplazó la canonización de El capital por considerar que la «momificación» del libro y sus contenidos paralizan la posibilidad de la revolución. Althusser, en nombre de la ciencia marxista, deconstruyó la lectura teológica porque ésta se circunscribe en una lectura mistificada del texto e inhabilita el acto de ver en el no ver de los místicos (hegelianos, dirá el francés). Estos temas siguen siendo importantes para responder por la actualidad de El capital. A primera vista, es obvio que un libro escrito en pleno fulgor del siglo xix no puede describir el devenir exacto de nuestros mundos sociales y económicos. Sin embargo, no es posible interpretar las enormes transformaciones en la división internacional del trabajo, esto es, en la reproducción ampliada del capital a escala planetaria, sin recurrir a Marx. Los libros de David Harvey, por ejemplo, no son solo lecturas exegéticas y rigurosas de El capital, sino también modos de actualizar la potencia interpretativa de un libro que a su vez interpreta lo que Bolívar Echeverría, teórico barroco de la teoría del valor, llama la modernidad capitalista. El libro de Fred Jameson Representar El capital. Una lectura del tomo i (2011) no solo propone leer El capital desde un cierto retorno a la dialéctica hegeliana, sino también considerándolo como un libro importante sobre el problema del desempleo. La lectura de Jameson es una excelente y provocadora máquina de relectura de los «personajes conceptuales» de El capital. Jameson se atreve a decir que el tomo i carece por completo de conclusiones políticas. Esta tesis es interesante porque de alguna manera está respondiendo –sin responder, claro– a la inquietud de tu pregunta con respecto a lo que El capital habría o no podido entrever o, incluso, habría o no atinado a explicar. Para Jameson, el primer tomo no entrega las conclusiones políticas que para los “teólogos” de la política se deben seguir de la lectura de Marx; esto hace colapsar la idea de que el tomo i es la Biblia de la clase obrera. Al proponer que El capital es un libro sobre el ejército de reserva, es decir, sobre los obreros desempleados, introduce una temática contemporánea que es la de las perversiones de la globalización. La globalización capitalista deja enormes poblaciones en el extremo del horror y la crueldad de una división internacional del trabajo y de un régimen de acumulación que a escala mundial produce y expone la vida desnuda a las hambrunas, a la ociosidad forzada y a las guerras racistas provocadas por los fenómenos migratorios del capitalismo contemporáneo. Más allá de si la interpretación es o no socialdemócrata, Jameson hace derivar una interesante política del empleo a escala planetaria al señalar que El capital no es un libro de política, o sobre el trabajo, sino sobre el desempleo provocado por la lógica perversa del capitalismo globalizado. Podemos estar de acuerdo o no con la interpretación de Jameson y, sin embargo, no podríamos desconocer que el autor norteamericano hace de El capital un libro de actualidad otorgándole a Marx la cualidad de un pensar vivo.
Como lo han venido haciendo grandes teóricos contemporáneos, El capital y el pensamiento de Marx deben ser actualizados por fuera de la beatificación militante. El mundo en el que escribió Marx es el mundo del siglo xix. Se trata del mundo social en el que surgió, de la mano de la burguesía, una poderosa clase obrera que hoy se ha desvanecido a través de las transformaciones del trabajo capitalista. De hecho, la clase obrera industrial ha dejado no solo de ocupar un lugar privilegiado como sujeto político de la transformación social, sino también y, sobre todo, ha dejado de ocupar un lugar privilegiado en la división social del trabajo. La crisis de la clase obrera ha sido interpretada como una crisis del trabajo moderno y en particular del trabajo taylorista y fordista. El trabajo vinculado a la fábrica y a la cadena de montaje ha sido tendencialmente destruido por un capitalismo de nuevo tipo. Este capitalismo del presente es el que hoy aparece categorizado como sociedad postfordista, capitalismo del postrabajo o del fin de trabajo moderno, capitalismo mediático, capitalismo financiero y de acumulación flexible. Todas estas formas de conceptualización no serían posibles sin el acontecimiento escritural de la máquina de lectura que Marx ofrece en El capital y, sobre todo, sin la reflexión sobre el problema de la relación entre tiempo y trabajo. Hay que decir también que El capital, siendo un libro del siglo xix, es, ineludiblemente y parafraseando a Mallarmé, un «instrumento del espíritu» de la emancipación como posibilidad material replegada en la clase obrera como sujeto político. Es en el apogeo novecentista de la industria moderna y de la liberalización de la fuerza de trabajo que El capital, como libro, vehiculiza el espíritu de los que deberán dar sepultura a los opresores, a la clase burguesa de capitalistas modernos. Pero el impulso de los espíritus libres se halla hoy enfermo o, quizás, siempre haya estado medio enfermo. Lo cierto es que toda la historia de los ensayos y experimentos de los espíritus libres fueron derrotados o, como ocurrió con la revolución bolchevique, fueron diluidos por la poderosa máquina del paradigma moderno y produccionista de los capitalismos de estados socialistas.
Las famosas Tesis sobre Feuerbach (1845) que mencionas son todo un tema a discutir, porque si bien son una crítica al espíritu enfermo de los filósofos, es decir, al espíritu de esos que en vez de dedicarse a transformar el mundo solo se dedican a interpretarlo, la hipótesis del materialista contemplativo es el intento de Marx por devolver el análisis a las prácticas sociales como una forma de salir de aquellas filosofías de la contemplación, del misticismo existencial, del abandono de la interpretación y, así, de la escritura como topología que es interna a las prácticas sociales. En otras palabras, Marx está pensando que la escritura no solo incide sino que debe incidir en los procesos de comprensión material de la existencia y en las formas que estas toman en el seno de la vida social. En el contexto novecentista la Tesis sobre Feuerbach son claramente el momento en que la filosofía de Marx advierte que es necesario tomar distancia de la contemplación para pasar al acto. En nuestro contexto, esta idea sigue siendo muy importante, pero hay diferencias históricas sustantivas respecto de la posibilidad o imposibilidad que los espíritus libres tienen de triunfar. Para Marx era claro que el motor de la transformación, el sujeto de la revolución, eran los obreros modernos debido al lugar que ocupaban en la cadena de la producción. Esto hoy ha cambiado y en medio de este cambio ha cambiado también la consigna de Marx. Hoy es muy importante interpretar, interpretar e interpretar lo que más se pueda de nuestras condiciones materiales de existencia, porque estamos lejos de entender todos los engranajes de las máquinas que reproducen la dominación contemporánea. En medio de la naturalización de los engranajes de la máquina capitalista, la contemplación y la interpretación son más necesarios que nunca. La escritura es un componente de la realidad e incluso, se podría decir, es lo que le da forma. Gracias a los descubrimientos de Derrida, sabemos que no hay práctica social que ocurra por fuera de la escritura. No hay pueblos sin escrituras –como pensaba Hegel– porque toda huella, toda traza hecha por una práctica social es escritura o archiescritura. Pero entiendo que la pregunta es por la escritura como la actividad de una comunidad de letrados que escriben, más o menos, profesionalmente. Esa escritura no debe caer presa de las estéticas neutralizadoras que se obsesionan con el estilo, con el enemigo teológico del mundo, con el narcisismo patético del que escribe por miedo a la muerte pensando que dará el salto a la inmortalidad. La escritura muerta es la que se agencia a los modos de la contemplación narcisista sin ninguna potencia para afectar la realidad porque es parte de la realidad que se ha naturalizado como orden. La escritura muerta es la escritura que se subordina a las lógicas narcisistas de la hegemonía neoliberal. Hay, por supuesto, todavía la escritura viva que des-trabaja estas formas de la escritura y que sin duda está comprometida con la traza crítica del legado de Marx. La escritura viva potencia modos de des-narrativización del paradigma cultural de la hegemonía neoliberal y, por lo tanto, se agencia a los espíritus libres del siglo XXI que no han sido derrotados. Estos espíritus libres des-trabajan o más bien rechazan el trabajo capitalista porque logran entender y sentir que el neoliberalismo es un modo de teología política en que la adoración por lo más abstracto del capitalismo debe ser puesto en tensión por modos complejos de escritura e interpretación. La interpretación viva de la escritura cambia estados de habla y modos de ver, es decir, cambia los habitus, como diría Bourdieu, que reproducen el orden. El que escribe de manera no patológica lo hace porque ha decidido pasar al acto contra las formas de la escritura muerta que domina de cabo a rabo nuestra hegemónica cultura neoliberal.
Has dicho, en otro contexto, que «la estetización de la teoría política es intento por neutralizar la política y su agencia en los movimientos sociales». ¿De qué forma opera esa estetización? Y, por otro lado, ¿qué se pierde si se deja de lado una visión estética sobre la realidad política?
La estetización adquiere hoy uno de los lugares fundamentales de ejercicio complejo de la dominación capitalista. Hay que entender esto no solo en términos de los viejos usos del concepto de ideología que se puede hallar en ciertas lecturas de Marx, sino de los mecanismos enunciativos (teóricos) que se dan en el interior de comunidades académicas cerradas y que tienen una incidencia importante en las formas en que hoy se produce el desencantamiento de los «espíritus libres» o el reencantamiento que, camuflado en el lenguaje crítico, mistifica comunidades de saber que reproducen el orden (sin duda, criticándolo todo, pero sin alterar ni una pestaña de los engranajes de la dominación contemporánea). La investigación teórica nunca ha sido más importante y más necesaria que hoy. Los mundos complejos que se hallan subordinados a la lógica del capitalismo necesitan de la teoría para ser descifrados y revelados como mundos que podrían dejar de estar articulados por las hegemonías culturales y políticas del capital. Sin embargo, muchas veces comunidades de investigación teórica aparecen agenciadas a lo que el historiador hindú Ranajit Guha llama «la prosa de la contrainsurgencia». La teoría política estetizada y autorreferencial, sin afuera político, sin agencia en los movimientos sociales de lucha por el presente es ciega y la ceguera hace que la actividad teórica funcione como prosa de la contrainsurgencia, es decir, como un ideologema más de la reproducción de las hegemonías (universitarias, científicas, culturales y políticas) del capital. Por eso, la teoría no puede ni debe pretender ocupar una jerarquía especial considerándose a sí misma como el instrumento abstracto que puede conducir procesos culturales, políticos y sociales a distancia y de mejor manera que los actores mismos de un movimiento de alteración de los habitus sociales. La arrogancia de la teoría o de los rumiadores de ésta, es típica de los teólogos y de las formas estetizantes de la política. Lejos de esta posición, está la consideración de que la teoría es más bien suplementaria de la comprensión de procesos políticos y culturales que se dan en las antípodas de las hegemonías o «visiones estéticas» del mundo administradas por la subjetividad del capital. El papel suplementario de la teoría es el de trabajar descubriendo, desocultando las articulaciones y engranajes del funcionamiento de la dominación del capitalismo para poner la crítica y sus descubrimientos a disposición de los movimientos de contra-poder. La estetización de la teoría tiene que ver con procesos subjetivos que han internalizado la competitividad neoliberal en sus prácticas sociales e investigativas. Se trata generalmente de grupos cerrados y sedimentados en instituciones de reproducción de los saberes, de las artes, de la política, de la cultura agenciada a la casi imperceptible empresa neoimperial de un sector importante de la intelectualidad liberal de la academia norteamericana. En estos espacios, la teoría social, literaria, cultural y política pierde su acoplamiento con aquellos movimientos sociales que desestabilizan el funcionamiento de la dominación, deviene estéril o, como decíamos respecto de la escritura, deviene teoría muerta porque su pulsión es la de neutralizar, estetizar, coaptar los desbordes, los derrames movimentistas que alteran las tramas del poder. La vida erótica de la teoría, su fertilidad, su pasión, su vida sensitiva y su salud dependen de la relación e intensidad de sus acoplamientos con los movimientos sociales. La pulsión erótica de la teoría está compuesta por la politicidad que entraña su potencia de afectar y ser afectada por los mundos sociales que la inspiran y a los cuales ella les habla por fuera de cualquier posición de jerarquía aristocratizante y masculina. En este sentido, la única posibilidad que tiene el arte de la teoría de desarrollar la vida sensual de los mundos estéticos alterativos contra los mundos abstractos de la desafección del capital, es acoplada en las luchas sociales. Este acoplamiento debería ser su «visión estética» y, a la vez, su compromiso con todas las luchas, sin jerarquizarlas según el patrón ortodoxo de las teorías que definen, desde un a priori conceptual, el sujeto de la política o de las artes que resisten la dominación capitalista. Pero lo que suele ocurrir es lo contrario, la teoría trabaja acoplada en procesos de desafectación y desensibilización de las luchas sociales y políticas. Cuando las investigaciones teóricas creen, por ejemplo, tener todo resuelto, cuando en la práctica teórica no hay tragedia ni contradicciones irresolubles, lo que toma lugar es una estética que valoriza lenguajes cerrados en sí mismos. Cuando el lenguaje cerrado de una teoría y de sus “chamanes” han entrado en los misterios del saber y suponen que nadie más que ellos pueden acceder a la revelación es porque estamos en presencia de una estética de la desafección política. Pues la estetización es un modo de la agrupación cerrada que comienza a funcionar como mecanismo de organización de los prestigios y reproducción de élites académicas que acompasan el orden del capital, camuflados de teóricos críticos y/o de aristócratas del saber que custodian feudos teóricos asociados a la legitimidad de la autoría de importantes filósofos.
Pero aquí no habría que confundir, por ningún motivo, la crítica a la estetización de la teoría con la obtusa crítica a favor de los afectos (y contra la teoría) que hacen los lerdos del pensamiento, cuyos ideologemas no se diferencian mucho ni del melodrama lacrimógeno de la prensa sensacionalista ni de la administración de los afectos de la industria del espectáculo. Las emociones, los afectos y sobre todo la mercantilización de las tragedias humanas del presente son uno de los lugares que con mayor facilidad controlan la industria del espectáculo. La estetización de la teoría política y la crítica de los lerdos del pensamiento a lo que la teoría tiene de genuino resultan en la neutralización de políticas emancipatorias. Por lo mismo, la teoría como arma al servicio de procesos de subjetivación de contra-poder se opone radicalmente al pensamiento en términos de la plaga afectiva con la que las hegemonías de la cultura capitalista administran los deseos y las pasiones de la subjetividad que siente de manera no abstracta el lugar del que sufre, el lugar del oprimido por la realidad del capitalismo. Así que tal como es necesario defender a los movimientos sociales de la estetización de la teoría, al mismo tiempo hay que defender el trabajo teórico de acoplamiento en los movimientos sociales de la plaga afectiva del humanismo del capital. No hay que olvidar que el nazismo fue una ideología humanista que implementó una política de masas en la que la plaga de la afectividad estaba estetizada desde la administración estatal del arte. De ahí que se entiende que contra la estetización de la política llevada a cabo por la lógica cerrada del Nacionalsocialismo Benjamin propuso, desde un acoplamiento político en el comunismo, politizar el arte. Contra la estetización de la teoría como subterfugio de la relación entre el pensamiento teórico y la organización de la pasión política, Gramsci propuso, desde una filosofía de la praxis, construir y disputar la hegemonía. Despachar a Benjamin o a Gramsci a la ligera es despachar no solo la posibilidad de pensar estéticas sociales de resistencia a la mercantilización de la política, del arte, de la ciencia, de la cultura, sino también despachar la herencia del clamor por la «crítica de la crítica» que animaba el trabajo teórico de Marx. Así, podemos decir que el peligro de la estetización contemporánea es la desafección, la indiferencia como sentimiento afectivo de época. Por eso, si la teoría, el arte, la investigación científica, la política, la cultura devienen modos de ser del objeto estético-mercantil, material o inmaterial, su destino no es otro que el de la reproducción de la estructura del intercambio de mercancía y, por lo tanto, su finalidad sensitiva o estética se subordina a la reproducción de las instituciones que operan al servicio de la dominación contemporánea del capitalismo.
La estetización de la teoría, en suma, es un régimen de desafección que comienza cuando la obsesión por las abstracciones conceptuales abandonan la relación con los mundos sociales y comienzan a girar en el cierre de una estética para el consumo de la comunidad académica. Cuando esto ocurre, lo que domina la práctica teórica es la pérdida del afuera, es decir, la teoría estetizada ya no logra comunicar nada hacia fuera y, probablemente, tampoco hacia dentro. Por lo tanto, pierde su capacidad para afectar el mundo porque deviene un objeto de consumo y de circulación en espacios segmentados de profesionalización de la crítica académica. En este sentido, pienso que una teoría o filosofía social que no se abra a los mundos sociales, a sus luchas, a sus afectos no solo es estéril respecto de aquello que desea criticar, proponer o (d)enunciar sino que, además, se «desensibiliza», es decir, pierde su relación con la dimensión estética y sensitiva de la actividad sensorial que emana del cuerpo social.
En Postsoberanía, al analizar el dinamismo del capital, afirmas, primero, que «la plusvalía del signo captura y convierte en mercancía la fuerza afectiva». Después, que «nada que sea cultural y diverso le es extraño al capitalismo». ¿Qué le resta a los campos afectivos y sensitivos cuando sus movimientos son capturados y funcionalizados con una facilidad pasmosa?
Postsoberanía (2013) es un diálogo con hipótesis importantes de distintos autores de la filosofía contemporánea y la literatura hispanoamericana. Y, en efecto, algunas de esas hipótesis giran en torno al modo en que el capitalismo organiza la producción y, por lo tanto, organiza modos de acumulación de capital produciendo plusvalía, es decir, produciendo un excedente a partir de la explotación del trabajo obrero. Pero la extracción de plusvalía con base en el trabajo del cuerpo del obrero moderno ha cambiado de manera sustantiva porque la extracción de plusvalía no es igual en todos los momentos de la historia del disciplinamiento y control de la fuerza laboral. Hoy no podemos hablar de que la explotación capitalista se despliegue solo a través de la explotación de los obreros industriales. De hecho, sabemos que la tendencia hegemónica del capitalismo de acumulación flexible, o capitalismo financiero, es la de destruir lo que modernamente fueron los ejes de la articulación capital-trabajo. La industria es casi como el estadio de fútbol en Esse est percipi, el cuento de Borges y Bioy Casares. En este relato el personaje principal es el fin del estadio de River Plate como lugar de la experiencia deportiva. A partir de los impulsos digitales y la transformación de las comunicaciones, Borges y Bioy Casares problematizan el fenómeno de la percepción y del agotamiento de la realidad. Se trata del fin de la realidad sin mediaciones tecnológicas y del ascenso radical de la ilusión como único soporte de una hiperrealidad en el que los cuerpos se desmaterializan. Por eso, uno de los personajes dice: «no hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios son demoliciones que se caen a pedazos». Lo mismo ocurre con la realidad del mundo industrial: la industria de los siglos XIX y XX es una demolición que se cae a pedazos. La fábrica no es ya el lugar de esa poderosa clase obrera que se agrupaba en los sindicatos y que podía pactar el orden o el caos de los proyectos de soberanía nacional. Los años ochenta son los más terribles para el movimiento obrero que se había opuesto históricamente, desde la socialdemocracia o desde el comunismo, a la extracción desalmada de plusvalía. Con Thatcher, Reagan y Kohl la derechización de los ochenta es brutal y marca el punto de arranque de una transformación profunda en las formas de explotación del capital. La construcción del proyecto hegemónico del neoliberalismo comienza a dar resultados con el complemento del garrote, asesinatos y genocidios como los que orquestó la política Reagan en Centroamérica. El triunfo de la hegemonía neoliberal destruyó a la clase obrera moderna y desterritorializó las soberanías nacionales mediante la liberalización de los mercados. Este fenómeno, impulsado por una hegemonía militarizada económica y políticamente, ocurre en el interior de la revolución tecnológica que fuerza a desterritorializar el mundo industrial del trabajo capitalista. La crisis de la cadena de montaje de la empresa fordista aparece también como una crisis en el tiempo del trabajo socialmente necesario para producir desde autos hasta maquinaria y herramientas de aseguramiento de lo industrial. La digitalización cambia el modo de producción transformando el trabajo socialmente necesario para producir y, por lo tanto, cambia también los modos de articulación de la división social del trabajo. El obrero industrial pasa a un segundo y hasta tercer plano en la cadena de la producción capitalista. Esto hace que la extracción de plusvalía deje de operar sobre la energía que antes se le expropiaba directamente al cuerpo del obrero y comience tendencialmente a concentrarse en las capacidades intelectuales del obrero del mundo posfabril. Cambian también los privilegios en los objetos de consumo e intercambio mercantil hasta el punto en que se impone la tendencia del trabajo inmaterial por sobre el trabajo material, es decir, empezamos a desear objetos “intangibles”, digitalizados, que comprometen la materialidad de trabajo del obrero fabril. Esta transformación del mundo del trabajo prepara la hegemonía total y sin quiebre en lo inmediato de la ilusión mercantilizada y mediada técnicamente por los aparatos tecnológicos, tema problematizado por el cuento de Borges y Bioy Casares. Pero, sobre todo, el dominio que autores italianos como Toni Negri han pensado como el tránsito de las tesis de El capital a las de los Grundrisse (1857-8), esto es, la comprensión de subsunción completa del trabajo social cooperativo en la lógica del capital.
Este panorama puede ser pesimista y apocalíptico para los “espíritus libres”. Si la subsunción es total, todo lo que permite comunicarnos en comunidad, toda nuestra actividad sensorial y afectiva estaría capturada por los flujos extractivos de la plusvalía de signo que expropia los lenguajes de los mundos artísticos, culturales y, sin duda, los mundos de la afectividad íntima. De hecho Negri, para “salvarnos” de esta caída completa en el capital, elabora la hipótesis de la posibilidad de resistencia a partir de una reapropiación del trabajo cooperativo que depende de la comunicación, es decir, del trabajo que depende del General Intellect y sin el cual el capitalismo contemporáneo no podría funcionar con el éxito que tiene hoy. La consiga de Negri es apropiarse de los lugares en los que los flujos comunicacionales operan subordinados a la lógica del capital. No obstante, el problema de la comunicación es que está tomada por las formas afectivas producidas por la subjetividad fetichista que administra el capital. En Postsoberanía hay la sospecha de que la comunicación y lo que tú señalas como campos sensitivos y afectivos no pueden ser emancipados sin establecer un elogio profano de los afectos, porque estos están todavía de cabo a rabo comprometidos con la afectividad cristiana. La deconstrucción de los restos de cristianismo que componen las lógicas culturales del capitalismo son absolutamente necesarias para liberar los campos sensitivos y afectivos de la subjetividad fetichizada y, por lo tanto, colonizada por el universo del lenguaje y de la comunicación mediada por la mercantilización tecnopolítica de la vida. La subjetividad está capturada con una facilidad pasmosa. Se trata de la subjetividad que, habiendo internalizado los modos residuales del cristianismo, se subordina a los modos afectivos que reproducen los deseos mediados por el universo plural de las mercancías. El capitalismo y sus tendencias universales descansan sobre la universalidad fragmentada y residual de un cristianismo que ya no domina como un poder estatal y, sin embargo, su carácter residual permite, por ejemplo, asegurar que los sentimientos de caridad y culpa reproduzcan la dominación. La caridad funciona en virtud del humanismo filantrópico y falsamente solidario de la buena conciencia que da lo que le sobra a las clases empobrecidas de la sociedad. Toda la política de la pobreza descansa en este sentimiento afectivo, victimista y lastimoso que hace de las clases subalternas un rebaño dócil y adecuado a la naturalización de las injusticias sociales. La culpa es todavía más compleja como residual cristiano que opera en la subjetividad mediada por la estructura mercantil del capitalismo. La culpa es el lugar de espiritualización de la deuda y aquello que hace posible entender la fuerza que hasta el día de hoy tiene la idea weberiana de la ética protestante y el espíritu del capitalismo. A la pregunta de por qué pagamos nuestras deudas, la subjetividad afectiva del capitalismo financiero responde: ¡si no pagamos sentimos culpa! El impacto de Weber en la lectura de Walter Benjamin le permitirá decir que el capitalismo es una religión de puro culto sin dogma. Es el carácter cultual sin verdades ni dogmas lo que permite afirmar que todo el discurso de la diversidad cultural se subsume en el nuevo espíritu del capitalismo. En este sentido, la diversidad no es el enemigo del capital, por el contrario, es el lugar de realización de su lógica acumulativa. El pluralismo del capital es infinito. De manera que para liberar los campos sensitivos y afectivos del capitalismo hay que trabajar en la deconstrucción de los restos vivos en nosotros del cristianismo y elaborar una teoría profana de los campos sensitivos y afectivos. Ésta es, por ejemplo, la tarea que se dio a pensar un filósofo latinoamericano como León Rozitchner.
Acudiendo a la idea de Agamben de «la comunidad que viene», escribes que «una comunidad del rechazo al trabajo capitalista» necesitaría retirar la atadura de ese trabajo con el lenguaje. ¿En qué fuerzas materiales tendría que anidarse ese lenguaje de forma que no terminara por volatilizarse?
El rechazo al trabajo capitalista es una de las premisas de cualquier intento por pensar condiciones de emancipación. No logro imaginar una política emancipadora que no tenga en la base una relación de destrucción de la división social del trabajo capitalista. Por eso, en algún momento del libro Postsoberanía acudo a la frase de Borges, que le atribuye a Descartes, sobre esos monos que saben hablar pero que no lo hacen porque no quieren ser obligados a trabajar. Hay algo interesante en esta idea que nos debería llevar a pensar tanto el orden del lenguaje hablado como el orden del lenguaje escrito. El trabajo capitalista se apropia de ambos, pero con intensidades distintas. El habla que rechazan los monos, y que solo es posible en virtud del órgano de la laringe y de la boca, está inscrita en la historia del trabajo humano. El habla es el medio de comunicación que permite que el trabajo ocurra componiendo comunidades. Pero cuando el tiempo de trabajo ha concluido, el habla puede replegarse en las experiencias íntimas de la amistad o del amor, es decir, de la conversación que pertenece más bien al ocio como tiempo que se sustrae del trabajo. Se podría decir que en esos espacios de experiencia del habla el trabajo capitalista no la ha colonizado y que hablamos para comunicar algo que no pertenece al dominio del trabajo. Los monos que callan no tienen tiempo de ocio porque no se puede vivir en el ocio pleno. La característica del ocio es precisamente que no es pleno. Para los obreros modernos, tal como lo representa Tiempos modernos, el filme de Chaplin, el habla aparece como el mandato del gerente de la fábrica pero también como el lugar de la experiencia de la amistad, el amor o la organización sindical. La escritura es secundaria y el analfabetismo no condiciona la oralidad de sus experiencias por fuera del mundo laboral. El habla no es necesaria, como sucede con el obrero mudo de Chaplin, porque los movimientos de los órganos del cuerpo están acoplados al quehacer de las máquinas industriales. El habla queda así en una especie de resguardo contenido por el tiempo de ocio. Una vez ganadas las ocho horas de trabajo, el ocio será el espacio de tiempo no controlable por el capitalista. El disciplinamiento laboral solo operaba en el espacio de lo fabril, pero fuera de este espacio el burgués dejaba de tener el control. Sin embargo, el burgués ha contado siempre con la policía y la escritura de la ley de su lado. Durante la modernidad temprana, la escritura aparecerá como proyecto civilizatorio y aseguramiento del derecho burgués a la propiedad privada. El ingreso de la escritura en el mundo de los sindicatos es el ingreso de los obreros en las negociaciones en el marco de la legalidad del derecho burgués. En los sindicatos la escritura y el habla se correlacionan como posibilidad de pactar con el orden de la burguesía. De hecho, se podría decir que son muy pocas o casi nulas las experiencias del rechazo al trabajo por parte del mundo sindical moderno. La lucha es por el mejoramiento del trabajo asalariado. Pero este trabajo es la esencia misma del trabajo capitalista. El rechazo al trabajo capitalista supone la destrucción del trabajo asalariado.
Es muy probable que Bartleby (1853), el personaje del cuento de Melville, sea el complemento de los monos de Borges y de la frase de Rimbaud –«no usaré mis manos»– que abre la poesía hacia el fin de la manualidad. Sin duda, en virtud de esa frase de Rimbaud, habría mucho que pensar sobre el rechazo al trabajo manual o, como ha hecho Kristin Ross, pensar a Rimbaud como un poeta de La Comuna. Pero interesa, por el momento, la consigna del escribano: «I would prefer not to». Esta consigna, como sabes, ha sido leída por la filosofía contemporánea y reescrita, entre otros, por la literatura de Enrique Vila-Matas. En el libro Consignas (2014), que escribimos a modo de conversación con el historiador y filósofo Miguel Valderrama, intentamos sugerir, sin concluir y sin plantear una hipótesis cerrada, que la figura del escribano de Wall Street es una figura trágica del rechazo a la lógica del trabajo industrial. En el lenguaje de la frase elegante y protocolar de Bartleby se moviliza la parálisis del trabajo de la escritura de la ley que vincula las operaciones del derecho burgués del siglo xix con la protección de la propiedad privada. En Bartleby, la consigna del rechazo al trabajo, por cierto, está enunciada desde el lenguaje de las clases medias educadas, es decir, no se trata de una consigna emanada del mundo popular de la clase obrera. Esto me parece importante porque cuando la consigna aparece en los militantes del movimiento Occupy Wall Street (2008), la frase fue enunciada por un movimiento de clase media que poco o nada tiene que ver con la clase obrera del mundo industrial. Sin embargo, la consigna los identifica, quizá, como obreros de cuello blanco del mundo postindustrial del trabajo. Estos obreros, jóvenes en su mayoría, hablan el lenguaje culto de las clases medias educadas. Se trata, sin duda, del lenguaje que habla el escribano que paraliza el trabajo de la oficina en la que se firman documentos legales y en la que lo han contratado por su amabilidad y calma. A través del rechazo a trabajar Bartleby marca la pasividad activa del militante que anónimamente va a la cárcel y muere porque complementa la consigna «I would prefer not to» con la huelga de hambre consumada. Podemos imaginar que en la soledad de la cárcel el escribano lleva a su extremo el lenguaje de las clases cultas y educadas y transforma el lenguaje del rechazo a la comunidad del trabajo en la consigna «I would prefer not to eat». En el extremo del lenguaje del rechazo al trabajo aparece inevitablemente la muerte, porque la decisión de Bartleby es la de una militancia sacrificial. ¡Bartleby es el Cristo del rechazo al trabajo! Esto podría funcionar, lo pienso ahora, como el anuncio de una comunidad que viene. El único problema que vislumbro es que este anuncio de un por venir de la comunidad del rechazo al trabajo pasa necesariamente por la invención de un lenguaje que debe sustraerse al lenguaje estable de las clases medias que estabilizan, además, las formas del derecho burgués protegiendo la base sagrada del capitalismo industrial de los siglos XIX y XX, pero también, y quizá sobre todo, al lenguaje del capitalismo postindustrial del siglo XXI. El límite de Bartleby como figura sacrificial es que su salida, es decir, la puerta de escape a la Cárcel es el fin del lenguaje y, por lo tanto, el fin de la posibilidad no solo de inventar otros lenguajes, ajenos a la conciencia y la moralidad cristo-burguesa de nuestra época, sino también a la invención de una pasión que en y desde la lengua reinvente la militancia no-sacrificial. El pequeño libro del escritor y filósofo Federico Galende, Modos de producción. Notas sobre arte y trabajo (2011), siendo un libro que piensa el lenguaje de las vanguardias y del arte en relación al eje de configuración predominante del mundo fabril moderno, puede ser interpretado como el intento por des-estetizar las formas en que a través del arte se pensó la crítica al trabajo capitalista. Modos de producción es, así, un libro insoslayable porque aunque su tema no sea directamente el rechazo al trabajo, Galende piensa no tanto en actualizar la casi agotada consigna de Benjamin sobre la politización del arte sino, más bien, en politizar el rechazo al trabajo capitalista. Pero politizar el rechazo al trabajo no es hoy una tarea del arte ni de figuras sacrificiales como las de Bartleby. En un primer nivel, la sospecha que podríamos sostener es que el rechazo al trabajo y su politización debe encontrar en la interioridad del leguaje de Bartleby la actualización de las tesis de Paul Lafargue o de Bertrand Russell sobre el derecho a la pereza y la ociosidad como retirada de lo sacrificial. No el Cristo de la comunidad del lenguaje de la clase media que entrega su vida por el rechazo al trabajo, sino el perezoso y el ocioso como figuras que en el restarse al trabajo capitalista preparan el camino de otro lenguaje, diferente al del derecho burgués y su base sagrada e intensamente naturalizada en nuestras sociedades del fin tendencial del trabajo industrial. El ocioso y el perezoso, quizá, pertenecen a la comunidad por venir y a los lenguajes que deben ser inventados en el interior de prácticas sociales de politización del rechazo al trabajo capitalista. La pereza y el ocio son figuras rechazadas por el espíritu del capitalismo del mundo industrial y radicalmente desplazadas por la sociedad del postrabajo capitalista en la que vivimos. Pereza y ocio deberían componer el lenguaje de una comunidad que interrumpe el hiperproductivismo de nuestra sociedad. Es probable que el lenguaje que buscamos pueda anidar, sin volatilizarse en los flujos del capital, en la pereza y el ocio como nuevos modos o campos de sensitividad y afectividad del cuerpo social, pues, se trata de figuras hasta el día de hoy proscritas por la hiperproductividad del capitalismo. En un segundo nivel de interpretación, es decir, en el nivel en que el lenguaje de la comunidad del ocio y la pereza no pueden pensarse como el único eslabón de la politización del rechazo al trabajo habría que actualizar el comunismo como comunidad de lo que aún no ha tenido lugar. El comunismo no tanto como un fantasma que acosa los poderes del capitalismo, más bien el comunismo como instancia jurídica de ruptura y oposición radical a la juridicidad del derecho burgués. La politización del rechazo al trabajo debe pensarse por fuera del orden jurídico del presente, cuya trama sigue siendo la condición sacra de la propiedad que faculta la capacidad que, en nombre de lo privado, tiene hoy el capitalismo trasnacional, financiero y postsoberano de moverse a escala planetaria, explotando y usufructuando la vida de hombres y mujeres que ocupan una posición extrema de desigualdad en la división global del trabajo. Junto a esto, el comunismo del trabajo o del fin del trabajo capitalista debería ser capaz de imaginar, al igual que lo hizo la burguesía en virtud de la apropiación romana del derecho, algo así como un lenguaje jurídico de la propiedad común. Quizá, todo lo que haya que pensar hoy es el comunismo republicano como juridicidad que frena el poder ideológico de las comunidades fundadas por el trabajo capitalista.
Recuperado de: https://www.latempestad.mx/
¿Quién necesita una revolución? // Diego Valeriano
Sin duda alguna los guachines, que de sueltos que andan molestan por igual a caretas y piolas, necesitan una revolución contra el adultismo agobiante que hace y habla por ellos, que los quiere proteger y siempre les recabe. Necesitan una revolución para correr el camión regador en las tardes de calor, para trepar al tren en cualquier estación, para seguir haciendo cualquiera en la escuela, para no aburrirse en esos talleres tediosos, para bajar a piedrazos a los que se suben al patrullero y proyectan de manera altruista futuro, amor del más puro, cuidados y educación. Necesitan una revolución sangrienta que termine de una vez por todas con la psicóloga, el trabajador social, la secretaria del juzgado y el educador militante.
Alejandra también la necesita, antes que nada para vengar la muerte de Marquitos y Lucas, para que alguien le crea alguna vez, porque le duele y sabe quién fue. Porque ella, de sincera que es, a veces miente o fabula que no es igual pero muy pocos entienden la diferencia. Necesita una revolución y así poder juntar a todos los pibes que ranchan en las estaciones del San Martín. Necesita una casa más grande, más vínculos collage, postear su dolor, que entiendan su deambular y sus ganas de festejarle los 15 a la Mili aunque ya tenga 18.
La nena de 9 que solo quiere crecer para vengarse, los transas, los delivery, el pibe que junta los bidones de pis de las viejas, el gede que pasea perros para seguir insistiendo en la fiesta, las chicas que esperan en Zeballos, Milton que hace de campana, las turras que desertan, la parejita de pibitos que se daban besos y odiaban con la misma intensidad de Morón a Flores, los que venden pollitos pintados en la estación de José C. Paz y la doña que se hizo cargo de todo el negocio cuando el hijo le quedó preso necesitan una revolución. Pero esta vez y de una vez por todas necesitan una que sea inmediata, voraz, genuina y ante todo una fiesta, porque para sacrificios, esperas y giladas ya tienen sus días.
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Traducción: Verónica Gago y Diego Picotto
Cuando nos sentamos alrededor de una mesa larga de su departamento en París, Toni Negri, 84 años, tiene entre manos abundantes apuntes, mirada tensa, actitud exigente. El resfrío que lo fastidia desde que regresó de un viaje a Brasil donde presentó Assembly, recién publicado en inglés por Oxford University Press (cuarta parte de la investigación común escrita con el filósofo norteamericano Michael Hardt después de Imperio, Multitud y Común) lo tiene impaciente: «No logro trabajar como quisiera», dice. Filósofo discutido a nivel mundial, ahora está trabajando en la segunda parte de su autobiografía –la primera tiene un título emblemático: Historia de un comunista. Ya está proyectado un nuevo volumen a cuatro manos con Hardt. Deseo spinozista, práctica marxista, con Negri no es tiempo de recuerdos, nos encontramos conversando al interior de una tendencia.
En una palabra como «revolución» hoy solo parecieran creer los “spin-doctor”, los agentes de propaganda pagados para confeccionar un programa electoral. Pero para vos que creíste intensamente en una revolución al punto de cambiar radicalmente tu existencia, ¿qué significa esta palabra?
Para mí significa que a la revolución no se la hace, sino que te hace. Es necesario dejar de mitologizarla: la revolución es vivir, construir continuamente momentos de novedad y de ruptura. La revolución es una ontología, no un acontecimiento. No se encarna en un nombre: Jesucristo, Lenin, Robespierre o Saint Just. La revolución es el desarrollo de las fuerzas productivas, de los modos de vida del común, el desarrollo de la inteligencia colectiva. Nunca pensé en hacer la revolución y llegar al poder el día después.
Cuando era joven pensaba que el comité obrero de Marghera habría organizado la sociedad en torno al consejo obrero y a sus ideales a partir de la fábrica. Entonces eran los años setenta. Hoy es muy distinto, sobre todo porque existe otro modo de producción: se puede organizar la sociedad a partir de la renta básica, de las nuevas figuras del trabajo, de las nuevas escuelas y de las formas asociativas, de nuevos loisirs, nuevos ocios, saliendo del aburrimiento y la desesperación en la que vivimos. Nunca pensé que la revolución fuera una cosa que te lleva al poder, sino que cambia al poder. Significa tomar el poder de manera diferente. Es una diferencia fundamental: no queremos tomarlo desde arriba, sino desde abajo.
La revolución existe cuando se es capaz de demostrar que el común emerge del modo de producción que inviste la vida. Es el/la niñx quien tiene hoy el fórceps en las manos, no el obstetra de la historia.
Respecto al lenguaje, y al imaginario que fluye en tu perspectiva es y fue, por decir poco, discordante. Siendo gentiles, usualmente, se te responde que sos optimista, utopista, visionario. La izquierda tiene siempre esa actitud oscura, realista, empeñada en el esfuerzo voluntarista de unidad o en la evocación de los sujetos que faltan. ¿Cómo te ubicas en este horizonte?
Te respondo con un episodio muy práctico. Hace pocos días Michael presentó Assembly en Londres. Se encontró con «Momentum», la red de base que apoya al laborismo y a Corbyn. Lo que es impresionante es el encuentro entre los jóvenes y los viejos corbynianos, personas que hicieron el ‘68 y las luchas de los años ‘70 y hoy están arrastrados por el entusiasmo de jóvenes que han hecho las luchas anti-globalización y de Occupy, las últimas luchas de esta generación. Falta toda la gente de entre 35 y 60 años, la generación blairiana. Aquí es donde se forma la nueva izquierda y con esta realidad hoy reencontramos y superamos los viejos bloqueos de la cultura socialdemócrata.
En el libro describen la extraordinaria, y dramática, emergencia del movimiento norteamericano Black Lives Matters. ¿Cómo se vinculan con esa fuerza que hizo que se hablara mucho de Bernie Sanders?
Estamos en contacto con una compañera que está en la dirección del movimiento de Sanders. A partir de sus relatos comprendemos que el partido demócrata norteamericano es una máquina de poder terriblemente gubernamental, que no reacciona ante la novedad, que retoma asuntos socialdemócratas clásicos que no funcionan. Black Lives Matters es el futuro. Es la expresión de un movimiento sin leadership (liderazgo). Son muchos en el mundo y la izquierda debe comprenderlos a fondo: los movimientos indígenas, por ejemplo, que apuntan sobre la propiedad común, son experiencias formidables. Y los nuevos movimientos feministas y su fuertísima subjetividad. Es la forma misma del capitalismo que revela estas nuevas fuerzas productivas y estas experiencias de ruptura. No es solo un discurso marxista, es un discurso realista, sobre todo si se quiere salir del «siglo corto» de una vez para siempre, cortar con su agonía.
Hablan siempre desde el punto de vista de los movimientos. En Assembly analizan, sin reticencias, su crisis y sugieren no menospreciar «el poder duradero de quienes combaten y de sus derrotas». ¿Qué quieren decir?
Volvamos a la paradoja de Corbyn: los del ‘68 que se reencuentran con los jóvenes de hoy. Basta un silbido, entonces, y vuelven aquellos que fueron derrotados. Porque han aprendido en las luchas la generosidad, la cooperación, porque han hecho triunfar la solidaridad. Estos son vicios que una vez adquiridos no te abandonan más. Si se pudiese hacer una historia foucaultiana de los movimientos en Italia se comprendería de qué cantidad de «cínicos», de militantes comunistas enojados está lleno el paisaje: entiendo por esto gente que se hacía construir por la «voluntad de saber» y por la acción revolucionaria, y así amaba a lxs otrxs y a la vida.
Escriben que del 2001 a hoy los movimientos han afirmado un nuevo inicio para la izquierda, pero que evidencian «pobreza organizativa» y que no han podido estar a la altura del problema que pusieron. ¿No existe el riesgo de repetir las viejas derrotas sin avanzar un milímetro?
Es necesario, de una vez por todas, liberarse de la ilusión de que de los movimientos se deba extraer cualquier cosa. Casi siempre los movimientos expresan el fin de un discurso, no producen un acontecimiento, sino que lo terminan. El ‘68 no ha sido un acontecimiento, sino una construcción. Porque detrás estaban los años ‘60, existía desde hacía tiempo una política de masas a nivel mundial. En Italia esta política ha sido tan potente que duró diez años, pasando al movimiento de 1977. Los movimientos hoy no comprenden que deben construir, no que deben obtener algo.
Escuché compañerxs que salían de Génova, de las luchas de la universidad, decir que después de las manifestaciones era el momento de hacer una organización. Pero si no la habían creado hasta entonces, ¡no la iban a hacer jamás! Habrían sido solo identificados por la policía como personas a abatir. Es necesario romper esta idea de que el movimiento forma el partido, la coalición, un séquito. Los movimientos forman la fuerza, y esta fuerza es reconocida. Los movimientos son la estrategia. No nacen por infusión del espíritu, o por un misterio que se encarna en la sociedad, se construyen concretamente, paso tras paso, junto a miles de personas, cada uno a partir de sí. La política se construye juntxs.
Los Soviet para nosotros siguen siendo un modelo a pensar: nacidos de un modo de producción específico, ensamblando fuerzas productivas y sociales. En un mundo completamente diverso, siguen siendo un dispositivo potente.
¿Los Soviet son actuales?
Hoy se deben construir instituciones no soberanas y no propietarias. Funcionarían como la gestión del agua como bien común, como en la batalla contra la violencia policial en Francia o en los Estados Unidos, como en las grandes luchas indígenas en América Latina, como en las luchas feministas.
La invención de una nueva estructura política no puede nacer más que de la coalición entre estas fuerzas. La institución no nace del soberano, sino de la necesidad de estar juntxs, de producir y de vivir juntxs. Esta era la idea fundamental de los Soviet: organizar el modo en el que estar juntxs en una sociedad industrial, donde la cooperación social es avanzada y tiene la capacidad de ejercitar poder a través de la construcción política de una fuerza productiva.
Para describir esta construcción en el libro usan una expresión curiosa: «emprendedorialidad del común». ¿Qué significa?
En algunas reseñas anglosajonas se nos reprochó este concepto: que la empresa no puede ser arrancada al neoliberalismo. En cambio, pienso que hoy la relación entre emprendedorialidad e institución –lo instituere, lo instituyente– es una cosa que tiene que ser estudiada a fondo. El trabajo es siempre istitutio (capacidad de instituir). Esta capacidad hoy está masacrada y, dicho de otro modo, escondida bajo un falso concepto de libertad. Crear una empresa significa dejar libre a la fuerza de trabajo para organizarse. Es este el discurso político que el capitalismo secuestra a lxs trabajadorxs. Nosotros, en cambio, creemos que se empieza a hacer política cuando la fuerza de trabajo conquista la capacidad de organizarse productivamente.
¿Todo esto pasa por un partido? ¿Es esto lo que lo sostiene?
Absolutamente no. Hoy la autonomía de lo político no es más aquella leninista, hoy es el populismo. En cada época la autonomía de lo político se cualifica de un modo, si se quiere evitar asumirla en términos genéricos. Y hoy la autonomía de lo político ha sido reducida a un juego discursivo que usa las categorías institucionales y que tiene el objetivo de construir un pueblo sometido.
Leo lo que sucede en Italia donde la ley electoral ha devenido desde hace un tiempo el lugar central de este uso discriminatorio de lo político. Es una manipulación pura del pueblo y del consenso. No solo está en juego un criterio mínimo de representación, que me parece cada vez más en crisis, sino algo más profundo: se quiere impedir a las personas experimentar nuevos modos institucionales y productivos para gobernarse a sí misma.
La socialdemocracia está en crisis y muchos creen que puede ser superada por una declinación populista de ‘izquierda’. ¿Crees que Podemos o el laborismo de Corbyn pueden interpretarse de esta manera?
El de izquierda es un caso de populismo de “sustitución”. Dudo de que esta lógica, teorizada por el filósofo argentino Ernesto Laclau, pueda alguna vez reinventar fórmulas distintas a las del «socialismo nacional». En España, Podemos ha desarrollado un gran debate sobre este tema. Y ganó la tendencia nacional-popular. La controversia se dio con los movimientos sobre la función del partido: si apoyar los movimientos y crear una coalición o ser un partido clásico que inventa su pueblo. Venció el proyecto de sustitución de la socialdemocracia, no un proyecto de innovación de la izquierda.
En el otro extremo del populismo, Alice Weidel del Afd en Alemania es un caso clamoroso de inversión de las instancias de los movimientos: lesbiana, casada con una ciudadana de Sri Lanka, trabajó para Goldman Sachs y Allianz, partidaria de políticas xenófobas e islamofóbicas, está en contra de los matrimonios homosexuales. ¿Qué representa una figura como ésta?
Representa el vacío que se reproduce. Al igual que otros personajes, no es un sujeto, sino un producto. Nace invocando los peores instintos y alcanza las contradicciones más brutales respecto a lo que su vida realmente es. Esto implica, finalmente, el populismo: crear un pueblo incluso contra lo que éste es. Esta contradicción se vincula con el concepto de nación y luego, en el mismo orden, con el de pertenencia regional y familiar. Se articulan de esta manera formas de propiedad y de frontera. Y el gran riesgo es el de la corrupción. En mi vida he visto a muchísimas personas hacer cosas terribles en nombre de la familia, incluso las peores formas de corrupción. Detrás de estas afiliaciones solo hay barbarie y tribalismos.
¿Cuáles son los otros populismos?
Trump es un ejemplo clarísimo. A su manera, Macron en Francia se le parece, aunque se comporte como un tecnócrata que gestiona la centro derecha e izquierda de acuerdo con el proyecto conservador de Alain Juppé. A la derecha y a la izquierda, hay populismos «lavados». En el grupo Mediaset, en el caso de Berlusconi; en la red, en el caso del movimiento de las Cinco Estrellas. Melenchon en Francia distingue entre la soberanía popular –la de la Revolución de 1789– y el soberanismo, que sería un concepto de derecha; entre el ideal de “nación” y el “nacionalismo como etnicismo”. En éste y en otros casos –como por ejemplo en muchos de los populismos sudamericanos– no se reflexiona lo suficiente sobre el hecho evidente de que son los sectores dominantes y los ricos los que conducen el proceso y hablan en nombre de los muchos.
Incluso es posible que esta idea de “populismo” produzca un contragolpe a los movimientos, particularmente a los de migrantes, amplificando un sentido común xenófobo y racista. Un riesgo que se puede entrever, incluso, en el laborismo inglés o en la Die Linke alemana. ¿Cómo explicar esta ambivalencia?
Hay dos ideas en las que no logramos superar la socialdemocracia heredera del “siglo corto”: las ideas de propiedad y de frontera. Son una bacteria mortal, implantada hoy en el corazón de Europa, cuando se construyen muros o cuando se desplazan las fronteras a través del Mediterráneo, mandando a morir a los migrantes a Lager, en Libia. Rousseau decía que el delincuente más grande fue aquel que dijo: «Esto es mío». Pero hay un delincuente aún peor, Romulus, que dijo: «Esta frontera es mía». Son lo mismo: propiedad y fronteras.
La democracia social ha madurado esta cultura desde 1848, con la revolución romántica. Pienso en Mazzini: él fue, desde este punto de vista, el primer socialdemócrata: apoyaba la República Popular y la centralidad nacional, dos elementos que siempre han tenido una síntesis reaccionaria, nacional-popular. La segunda Internacional Socialista fue atravesada por este espíritu contra el internacionalismo comunero e intentó combinar la nacionalidad y la revolución. Por el contrario, el bolchevismo fue formidable desde el punto de vista de la revolución mundial porque unificó el comunismo, el antiimperialismo y el anticolonialismo. La tragedia del anti-colonialismo fue el retorno del nacionalismo. Esto dio lugar a un error de envergadura y aún hoy en día recurrente en las declinantes políticas centristas: pensar que la alianza del proletariado con las clases medias y progresista es un paso estratégico, y no meramente táctico. Las declinaciones del populismo actual repiten el mismo error: creen que el concepto de nación cancela el de clase. Es un problema con el que todavía tendremos que confrontar.
Cada vez más se dice que la alternativa al neoliberalismo y a la crisis es el trabajo, el pleno empleo, el keynesianismo, las nacionalizaciones. ¿Son éstas soluciones?
Son hipótesis que quedan confinadas a la agonía del “siglo corto” en el que aún nos encontramos. Todavía discutimos alternativas que se destruyen: socialismo estatal y nacional o liberalismo propietario y privado. Seguimos siendo rehenes de la distinción entre lo privado y lo público, y no vemos lo que ha pasado por abajo, y ha atravesado, el periodo que va del siglo XX al presente.
¿Qué ha pasado?
La derrota de la ideología de lo privado y de lo público debido a la transformación del modo de producción. Hay un nuevo ensamblaje de las fuerzas productivas determinado por la transformación del trabajo que lo ha vuelto común y singularizado, eliminándolo de lo privado y de lo público. Es una fuerza de trabajo que solo trabaja cooperativamente. Es decir, de una manera cada vez más común. Hoy el problema es la organización de la producción social y la distribución del ingreso, no el pleno empleo. La distinción entre trabajo/empleo y nueva capacidad laboral y cooperativa es el elemento central del debate e implica consecuencias radicales de carácter fiscal, de políticas sociales e industriales que son profundamente diferentes respecto del pasado.
La izquierda y los sectores sindicales sostienen que un Estado “innovador” será capaz de crear tecnologías revolucionarias en la green economy, en las telecomunicaciones, en la nanotecnología, en la farmacología. Las nuevas instituciones de las que hablan en Assembly van más allá del Estado, ¿en qué relación están con esta categoría que vuelve a tener éxito?
Bueno, que venga este estado, le deseo buena suerte. Sin embargo, permítaseme señalar que estos sectores no son más que el mercado, organizados como máquinas de extracción de valor producido socialmente, y en cuanto tales protegidas, incluso precariamente, por el Estado. En Assembly nos preguntamos si estas maravillas pueden estar sometidas a elecciones y decisiones democráticas. Respondemos que no. No hasta que se reconozca el sistema de explotación extractivo y propietario (patentes, rentas financieras, organizaciones monetarias) en el que operan estas industrias; y hasta que de este reconocimiento no se siga un proceso democrático de reapropiación de los bienes comunes. Ahora es el momento de reapropiación del común por parte de sus productorxs, y de reorientación democrática de la gestión del común: no es el Estado, sino que son lxs productorxs los que tienen que decir para qué sirven estas tecnologías, qué beneficios y qué desventajas conllevan.
La fuerza laboral está cada vez más organizada por plataformas digitales: Uber, Deliveroo o Task Rabbit. El poder de los «señores del silicio» es tan amplio que se puede creer que el algoritmo transmite una idea popular y transparente de la democracia. ¿A esto conduce la revolución digital?
¡En estas plataformas, lxs trabajadorxs no esperan disfrutar de un mayor grado de democracia! Luchan y resisten una explotación bestial. Es importante, sin embargo, precisar el problema: ¿es posible revertir el funcionamiento del algoritmo de comando de las plataformas digitales? Lejos de imaginar utópicas reversiones de las plataformas digitales en circuitos de cooperación, solo será posible dominar esos monstruos mediante el desmantelamiento de las condiciones políticas en las que el algoritmo es impuesto: las del derecho privado y su legitimación estatal.
Mark Zuckerberg, de Facebook, admitió la importancia de la renta básica. ¿Silicon Valley logrará lo que suele llamarse una utopía concreta?
Zuckerberg nos obliga a estudiar las formas en las que las tecnologías y la actividad laboral se entrelazan en la producción y el uso de las redes sociales. Es allí, en ese espacio, que paradójicamente se nos indica la posibilidad de reconstruir la democracia. Creo que es sobre este espacio que se va a reabrir la búsqueda de lxs revolucionarixs: es el espacio que, por ejemplo, hace 150 años Marx analizó en el primer volumen de El Capital. Es allí, donde el hombre se encuentra con la explotación de nuevas máquinas y de nuevos jefes, que renace la clase y se propone la revolución.
Entonces, ¿estás convencido de que solo una renta básica nos salvará?
Para nada, es obvio que en sí misma no puede resolver el problema. Es el elemento preliminar, y aún central, para la reorganización social basada en el común y la superación de las categorías de propiedad privada y pública. Es sobre el terreno financiero que es necesario confrontar. El problema es el comando de las finanzas. El Palacio de Invierno hoy son los bancos centrales.
[fuente: Il Manifesto, 4.11.2017]
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“Y en la oscuridad le sonrío a la vida, como si supiera algún secreto mágico que pudiera desmentir todo lo malo y lo triste, y lo convirtiera en mucha luz y felicidad. Y busco la razón para tener tanta alegría. No encuentro nada y tengo que reírme otra vez de mí misma. Yo creo que el secreto no es otra cosa más que la vida misma”. Con estas palabras de Rosa Luxemburgo (1871-1919) se cierra la novela gráfica La Rosa Roja que la artista y activista británica Kate Evans le dedica, con entrañables dibujos y rigurosos diálogos, a la revolucionaria polaca.
Estas palabras que enlazan oscuridad y risa, felicidad y secreto, condensan en profundidad, ternura y serenidad, la construcción que Rosa fue haciendo de sí misma, a los saltos entre los mítines donde su palabra encendía el entusiasmo obrero, las horas dedicadas al estudio, la pasión organizativa siempre hambrienta, su compromiso con amantes e iniciativas políticas diversas, los sufrimientos que se acumulan especialmente tras cada estadía en la cárcel, el combate frente a los nacionalismos alimentados por la guerra, incluso en controversia con los propios amigos y compañeros.
Publicada originalmente en inglés por la editorial Verso y la Fundación Rosa Luxemburgo, aparece en castellano gracias a Ediciones Instituto de Pensamiento Socialista (IPS). Y, en este octubre que rememora el centenario de la Revolución Rusa, es momento de leerla y celebrarla. Pero no solo con un deseo de historia, sino para recordar el futuro.
#LaPróximaPrimavera
La novela presenta en dibujos de historieta la agitada vida de Luxemburgo: desde su niñez en el pueblito de Zamość (nacida el mismo año de la Comuna de París) hasta su viaje sola a estudiar a la Universidad de Zurich, la única donde se admitían mujeres; desde su amistad con la dirección del Partido Socialdemócrata (SPD) hasta sus debates furiosos; desde la escritura de folletos, libros y artículos hasta la pena de no tener un hijx; desde sus momentos de desdicha y de derrota hasta la renovada euforia de hablar ante las multitudes y así siguiendo hasta el final de sus días.
Pero en la novela no hay estrictamente final: no se cierra con el asesinato de Rosa a manos de sicarios del ejército de extrema derecha llamados “cuerpos francos” que la arrojaron a un canal helado después de pegarle un culatazo y un tiro. Sus páginas últimas son las de una Rosa transfigurada en una militante joven que, sentada al costado de su tumba en el cementerio Friedrichsfelde de Berlín, tuitea: #rebelión, #ocupación, #comunicación, #revolución.
El verdadero cierre del libro es la promesa de una cita: #LaPróximaPrimavera. Es una frase, devenida en las páginas de Evans un hashtag, que hace referencia a lo que Rosa argumentó cuando pidió que en su tumba sólo se escribiera: “zwi-zwi”. Son dos palabras que reproducen el canto de pájaro que, con ese sonido, anuncia la primavera que está por llegar. Fue ese pájaro, un herrerillo azul, el que Rosa escuchó y aprendió a reconocer –e incluso a imitar– en la cárcel. Le escribía desde el encierro a su amiga y trabajadora social Mathilde Wurm: “En mi tumba, como en mi vida, no habrá nunca frases rimbombantes”. Le cuenta a renglón seguido del pequeño gorjeo, de una aterciopelada voz de pecho. “¿Sabés lo que eso significa? Es la primera manifestación de la próxima primavera. A pesar de la nieve, de las heladas y de la soledad creemos –los herrerillos y yo– en la próxima primavera”. Rosa se aferra a una obstinada creencia en la apertura de lo que viene, aún en medio del encierro y la guerra y ese es uno de sus más poderosos legados.
Su relación con la botánica y en particular con los pájaros la salvaron en los momentos más duros de la cárcel. Llevó por entonces un meticuloso diario donde dibujaba, pegaba y anotaba las especies que lograba mantener en su pequeño jardín en la prisión de mujeres berlinesa de Barnimstraße.
“Generalmente antes del encierro nocturno, salgo a regar las flores de mi cantero. Voy con una pequeña regadera y camino un poco por el jardín. Esta hora vespertina tiene una atracción muy particular. El sol aun calienta y sus rayos oblicuos queman cual beso en la nuca y las mejillas”. Sólo después de ese respiro se sentía capaz de volver “a tocar con los diez dedos las teclas del piano de la Historia del Mundo de modo tal de producir un verdadero estruendo” aun si también se sentía “dada de baja” mientras estaba recluida y reía de que la historia avanzara sin ella. Su diario vegetal, con sus collages, dibujos y anotaciones, fue editado por primera vez recién el año pasado, en una bella edición de Dietz Verlag Berlin, con el título de “Herbarium”.
Allí también están sus cartas de la época donde, por ejemplo, le confiesa a su amiga Louise Kautsky que durante cuatro meses no hizo prácticamente otra cosa que dedicarse a las plantas, lo cual no deja de inquietarla y darle placer: “No es algo que se corresponda a una persona seria, de la cual –por desgracia– siempre se espera algo inteligente”, le confesaba.
Las flores de su cantero minúsculo, la atracción muy particular de la luz de cierta hora que se filtra entre los muros y el oído exquisito estampan trazos de una conducta de vida muy peculiar, que atraviesa la disciplina socialista y partidaria siempre practicada por Rosa, y que la hace fértil justamente porque produce en ella una multiplicidad de variaciones. La seriedad de la herboristería no tiene jerarquía con la seriedad con que Rosa tomará la tarea, en distintos momentos, de editar un periódico clandestino o de estudiar datos económicos: es en su combinación que se dibujan otras políticas posibles y que funcionan como exigencia tanto para la política de su partido como para la poética de su existencia.
La huelga de masas
Retratada en sus momentos eufóricos y en sus momentos íntimos, la Rosa dibujada aparece, por ejemplo, haciendo investigación para reconstruir los antecedentes del levantamiento ruso de 1905. Así se la ve entrevistando a mujeres de avanzada edad y a delegados obreros y tomando notas. Finalmente aparece un lienzo donde todos los datos y acontecimientos se reúnen: desde la huelga de lxs trabajadorxs textiles de Petroburgo por la jornada laboral de 11 horas a otras que se siguen en 1902 de desempleados del petróleo, pasando por una sentada en las vías de Kiev de mujeres, niños y ferroviarios en 1903, en el mismo mes de julio que la huelga en Odessa paraliza la ciudad hasta que, dos años después, en septiembre de 1905 una huelga de masas en Varsovia se declara en protesta por la ejecución de un líder socialista.
Rosa va uniendo los elementos para caracterizar la huelga de masas como un proceso y no como un acontecimiento aislado. Salarios de hambre, trabajo a destajo, desalojos, desempleo, malnutrición, impuestos y muchas cuestiones más aparecen bordados como “múltiples factores que se entrelazan: económicos, políticos, materiales y psíquicos”.
Su hipótesis es que la acción de la huelga contiene un pensamiento político que hay que poder teorizar. Y cuando ella describe la extensión misma de ese proceso de huelga aparece una geografía acuática. “Ora se extiende por todo el imperio como una ancha ola de mar, ora se divide en una red gigantesca de estrechos riachuelos; ora brota de las profundidades como un fresco manantial, ora se hunde completamente en la tierra”. Está dando cuenta sin dudas de una multiplicidad de acciones para concluir que “todo esto fluye caóticamente, se dispersa, se entrecruza, se desborda; es un océano de fenómenos, fluctuante y eternamente en movimiento”. Así aparece escrito en su hermoso texto “Huelga de masas, partido y sindicatos”, publicado en 1906.
El movimiento fluctuante de un proceso que tiene momentos de repliegue y de ebullición la llevan a la idea de que “no se puede llamar a la huelga general cuando uno quiere. No se puede planificar o decidir”. Las críticas hacia el “espotaneísmo” que ha recibido su pensamiento desprecian su propia conceptualización de la espontaneidad que no es ingenua ni contraria al trabajo organizativo: “La espontaneidad desempeña un papel prominente”, escribirá en esas mismas páginas.
En la novela gráfica, algunas de las ideas que después irán a aquel texto emblemático aparecen discutidas en la cama con su querido Leo Jogiches, revolucionario judío lituano con quien Rosa tendrá una larga relación: muchas escenas de sexo que el libro retrata (donde se la ve con el pelo suelto y no con su clásico rodete) van acompañadas por los pensamientos de Rosa, en una ilustración de su pasión que es a la vez política, intelectual, amorosa. Por ejemplo, en las páginas dedicadas a la huelga, los dibujos eróticos se despliegan a la par de reflexiones que hacen de la huelga un momento de ritmos diversos, que narran a la huelga como un cuerpo vivo: “La huelga de masas: nos encontramos con el latido de un cuerpo vivo, de carne y sangre que está conectado con todas las partes de la revolución por miles de vasos comunicantes. Si el propósito de una teoría sofisticada es hacer una inteligente disección de la huelga de masas, esta no permitirá percibir el fenómeno en su esencia viva…, simplemente lo matará”.
Para hacer el mismo salto temporal que la novela gráfica: con los paros recientes, teniendo el horizonte pasado y cercano del Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo, podemos actualizar la teoría de Rosa desde su invitación muy precisa (que es como la cita con la primavera): ¿qué significa desplegar el pensamiento político de la huelga que nos toca vivir? Tal vez no sea casual que, desde algunas intervenciones, se halla empleado la metáfora acuática de la “marea” para hablar del movimiento de huelgas del último tiempo, justamente en este ‘17.
La correspondencia
Ardiente escritora de cartas, Rosa le dedicaba mucho tiempo a compartir opiniones, discutir y narrar el cotidiano con amigas, amigos, intelectuales y dirigentes. Hay una muy famosa que le escribe a Jogiches, donde le dice estar cansada de su tono instructivo y donde luego habla de su deseo de maternidad. De nuevo aparece una Rosa que sabe mezclar registros con sutileza: “ …tus cartas no contienen nada, absolutamente nada, salvo lo referente a Causa Obrera, críticas sobre lo que hice e instrucciones sobre lo que debía hacer. Pareces no darte cuenta de que todas tus cartas son sistemática y tremendamente desagradables; en resumen no son más que una extensa e insípida guía de conducta, como las cartas de un maestro de escuela a su alumna favorita. De acuerdo, formulas comentarios críticos; de acuerdo, por lo general son útiles y en algunos casos hasta indispensables, pero por amor de Dios, a esta altura todo el asunto se ha convertido en una enfermedad, una adicción. No puedo poner una sola idea o hecho en el papel sin provocar una arenga aburrida y fastidiosa. Escriba sobre lo que escriba, mis artículos, mis visitas, mis suscripciones a los periódicos, mi ropa, mis relaciones familiares, cualquier cosa que me importa y que comparto contigo, nada escapa a tus consejos e instrucciones. Me escribes que aún somos jóvenes y podemos encaminar nuestra vida juntos: podríamos vivir abiertamente como marido y mujer en nuestro propio, pequeño departamento, con nuestros propios, lindos muebles. Recibiríamos gente, iríamos a la ópera, daríamos paseos, pasaríamos las vacaciones de verano en el campo. ¡Ambos trabajaremos y nuestra vida será perfecta! Ninguna pareja en la tierra tiene la oportunidad que tenemos nosotros… seremos felices, debemos serlo. ¿Y quizás hasta un bebé, un bebé pequeñito? ¿Es que nunca será posible? ¿Nunca? Dyodyo, ¿sabes lo que se me ocurrió de pronto durante un paseo al Tiergarten?: una niñita tropezó conmigo, de tres o cuatro años, rubia, con un bonito vestido, y se me quedó mirando. Sentí la compulsión de secuestrarla, de salir corriendo a casa y conservarla a mi lado. Oh, Dyodyo, ¿nunca tendré una criatura mía? Siento constantemente la necesidad de un hijo: A veces se torna insoportable. Es probable que tú no puedas entenderlo…”
Evans utiliza las correspondencias de Rosa para narrar la biografía dibujada y al final del libro recopila también las citas textuales de las que nutrió las escenas, además de un detallado listado de bibliografía. Son recurrentes las viñetas del libro donde se la ve a Rosa con la espalda semi doblada, inclinada sobre esa carta que mientras se la contesta se reflexiona sobre la vida cotidiana y las últimas actividades políticas, bajo la mirada atenta de su gata Mimi –cuando lo hace en su casa–, o como un desahogo imprescindible cuando lo hace desde la cárcel.
En sus cartas hay imágenes privilegiadas de cómo Rosa anudó el compromiso con la revolución, el internacionalismo y el antimilitarismo con un pensamiento radical sobre la democracia y como cada una de estas cuestiones tenían que ver con un deseo vital de libertad e irreverencia que le permitía también discutir dentro de las estructuras de las que formaba parte.
Contra la guerra
Los dibujos de Evans son preciosos (puede verse más de su trabajo en: ‘Cartoon Kate’ http://www.cartoonkate.co.uk/). Pero el de la tapa del libro es uno de los más llamativos: sobre el rodete de Rosa se dibuja un campo de batalla, con trincheras y explosiones donde se ven cadáveres por doquier, mientras por su espalda ascienden más soldados, enfilados a la muerte. Aviones sobrevuelan unos nubarrones oscuros que se ciernen sobre la cabeza gacha de Rosa. La guerra le pasa por el cuerpo y aprieta su cabeza, al punto que le hace cerrar los ojos y fruncir el ceño en un gesto de angustia y desesperación.
Rosa Luxemburgo fue contundente contra la guerra de 1914 y llamó a los trabajadores a no enlistarse. Escribió militantemente una y otra vez subrayando su fin fundamental: la guerra se hace para desarmar las luchas obreras y para relanzar la acumulación capitalista en momentos de crisis. Combatió a los nacionalismos en tanto mujer, judía, polaca, migrante, señalando que los fervores chauvinistas cumplían el papel objetivo de combatir el internacionalismo y la solidaridad proletaria.
Fundamentaba sus posicionamientos con los argumentos que había desarrollado y probado tanto en mítines como en la escuela del partido, donde daba clases de economía y política. Su crítica a la guerra se enraíza además en uno de sus mayores aportes teóricos: la crítica a la expansión colonialista e imperialista como modo de expansión del capitalismo y superación de sus crisis. Es un famoso folleto firmado Junius, de 1915, y único texto que se publica (en fragmento) como tal dentro del libro, se lee esa condena con palabras contundentes: “El asesinato en masa se ha convertido en una tarea monótona, pero la solución final no parece estar más cerca. El capitalismo ha quedado atrapado en su propia trampa y no puede exorcizar el espíritu que ha invocado”.
Entusiasta de la Revolución Rusa de 1917 – escribe que es “el acontecimiento más grandioso de la guerra mundial“–, no deja de lanzar críticas a varias de sus medidas planteando el problema de la relación entre democracia y socialismo de manera tal que pone en cuestión el sentido mismo de la revolución como acontecimiento y su capacidad de abrir el verdadero proceso de transformación.
La revolución alemana de 1918 la encuentra otra vez empujando un proyecto político de profundización del cambio, al lado de obreros y soldados. Junto a su amiga Clara Zetkin y a Karl Liebknecht, entre otrxs, ese mismo año funda el movimiento espartaquista, más conocido como Liga Spartakus y luego devenido Partido Comunista Alemán (KPD).
Los meses vertiginosos que llevan finalmente a la insurrección espartaquista de enero 1919 son vividos por Rosa con una pasión abrumadora (y así son retratados en las viñetas de Evans). Sin embargo, su lúcida lectura de la coyuntura, la llevaba a dudar de las perspectivas de ese movimiento en Berlín, sin dejar de apoyarlo.
La asesinan el 15 de enero de 1919, apenas unos meses después de salir de la cárcel de Breslau, gracias a la presión popular que había reclamado su libertad. Lo asesinan también a Liebneck. El fascismo por entonces se propagaba hasta en las paredes. Se cuenta que en las calles de Berlín se leían pintadas que decían: “Si quieres tener pan, trabajo y paz, mata a Liebknett y Rosa Luxemburg”.
Rosa roja y feminista
Es conocida la amistad de Rosa con Zetkin, editora del periódico feminista Die Gleichheit (La igualdad) y madre soltera de Kostya (que se convertiría en un joven amante de Rosa y cuya correspondencia se publicó recién en los años 90).
Con ella, desarrolló muchos de los debates feministas de la época. Pero ya Rosa escribía en 1902: «La emancipación política de las mujeres tendría que hacer soplar una fuerte oleada de viento fresco incluso en la vida política y espiritual [de la socialdemocracia], que eliminará el hedor de la hipócrita vida familiar actual que, de modo inequívoco, permea incluso a los miembros de nuestro partido, tanto trabajadores como dirigentes».
El legado de Rosa Luxemburgo tiene, como lo sugiere el libro de Evans, una riqueza que le permite ser una cita entre generaciones. Los movimientos feministas, en la multiplicidad del aquí y ahora, podemos retomar su crítica a la guerra justamente para pensar la llamada “guerra contra las mujeres”. Claro que se trata de escenarios bélicos muy diferentes pero sus reflexiones siguen brillando para pensar qué se quiere desarmar cuando se promueve una guerra.
Del mismo modo puede ser reapropiada y actualizada su teoría sobre el imperialismo en relación a la necesidad constante del capital de extender sus fronteras y, en el caso del trabajo de cuerpos feminizados, pensar cómo la violencia del proceso de acumulación impacta especialmente en las economías protagonizadas por mujeres.
Finalmente, su teoría de la huelga como proceso no deja de ser una clave para desear el futuro y estar atentas a la próxima primavera.
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-Nada de lo que sucede no debería estar sucediendo.
(No hay sorpresa. Sólo constatación).
De que todos los diagnósticos y conjeturas esbozadas desde fines del 2015 (y que guiaron algunas de las principales practicas militantes de oposición al macrismo), fueron más un mecanismo evasivo, que una interpretación adecuada de lo que ocurría.
“el macrismo es una una estafa electoral”
“el macrismo es fruto de un engaño mediático”
“las políticas económicas del macrismo llevan a otro 2001”
“Cristina, capitaliza el descontento social, y arrasa en el conurbano”
¿Qué significa ignorar?
El macrismo no es fruto de un engaño. Y nosotros (la izquierda, el kirchnerismo), somos el mejor ejemplo. En todo caso, lo que se demora en ser pensado es que la ignorancia no es sólo un empobrecimiento cultural, sino ante todo, el efecto de una determinada disposición existencial y afectiva, una transacción política en el seno de nuestro ser-sujeto: como diría el psicoanalista argentino Gabriel Rodríguez, “deseamos no saber”
¿En qué medida, desde un lugar diferente, no nos pasa lo mismo que al votante macrista promedio?
Sufrimos y no sabemos por qué (pero deseamos no saber por qué). Eludimos el umbral de la angustia, mandamos boludo, y la tapamos aferrándonos a ideales ilusorios.
¿Qué diferencia existe entre aquellos que le inyectan un contenido aspiracional y seguritista, con aquellos que proyectamos la promesa de “un partido en ascenso” o una líder imbatible “síntesis del movimiento nacional”?
Nos hacemos trampa. Y vivimos así, de inmediatismo en inmediatismo, sin querer pensar, sin querer parar la pelota, sin angustiarnos. Y esa falta de honestidad, a la izquierda (y a su expresión nacional-popular) se le nota y mucho.
Por eso el principal problema político que atravesamos es que no sabemos quiénes somos. Y se pone en evidencia, en que nuestro lugar en la escena donde se legitiman proyectos de sociedad (la democracia liberal), está, actualmente, desdibujado. Y no se salva dicho problema refugiándonos en las identidades calcificadas actualmente existentes (FIT, PJ, Unión Ciudadana, etc). Me refiero a otra cosa: camadas de militantes que se enfrentan a lo mismo de siempre, ser el furgón de cola de una capa dirigencial que saca beneficios de su propia subalternidad política, y sujetos políticos no militantes que, cual diáspora, si bien coincidimos en marchas, movilizaciones, “movidas”, votamos dispersos la opción menos mala.
El PRO, el nuevo hecho maldito
Es inasimilable. Es un síntoma siniestro cuya respuesta reactiva no hace más que espejar nuestros alicaídos sueños igualitarios. “El pueblo” (ese sustrato nacional y cristiano) o “la clase trabajadora” (esa esencia antagónica al capital) votando, masivamente, al PRO, hacen eclosionar nuestras imágenes en donde se asientan aquellas promesas emancipatorias, que precariamente, supimos conservar hasta hoy.
Es que en esencia, participamos de una sensibilidad política (y, por ende, de una epistemología militante) moldeada por consumos culturales seniles: somos una canción vieja de la Bersuit quejándonos del macrismo y añorando el estallido, o una película de Pino Solanas, donde “el pueblo” es un sujeto exterior y constatable siempre pronto a redimirse en sus luchas, cayendo y volviéndose a levantar.
-El triunfo macrista abre y profundiza el problema de cómo re vincular con lo contemporáneo, esa espesura hecha de anacronismos y novedades, nunca plena, ni coherente consigo misma-
La heterogénea oposición social al Macrismo si bien ha logrado picos de intensidad ( y si bien se encuentra unida, en el mejor de los casos, a través de un patrimonio de símbolos -donde abundan vacas sagradas-) no ha alcanzado desde el 2001 para acá síntesis políticas propias, que sean capaces de disputar los distintos campos de la vida social, siendo la política institucional-liberal, uno de ellos. Los que militamos en el kirchnerismo, por ejemplo, nos sumamos a un paquete ya armado, con volúmenes electorales ya garantizados por el caudal justicialista y con un anillo de “mesas chicas” a las que no llegábamos ni por asomo. Aquellos que apostaron por el trotskismo, o a la izquierda independiente, a otra escala, tampoco les fue, les va, muy diferente.
El macrismo expresa una sensibilidad de derecha. Sí, ¿Y…?
Que le macrismo interpela un deseo de orden fascista, una moralina de vieja cheta, un engorramiento social, un botoneo infumable de meritócrata con doble vara, es una obviedad. Pero, lo más fecundo de preguntar es, ¿solo eso es una “vida de derecha”? ¿Cómo se constituyó esa vida y cómo nos constituye? ¿Es a priori algo a rechazar en todos sus planos? ¿No tiene acaso grumos de verdad que merecen ser pensados? Es necesario realizar un doble movimiento: comprender para combatir -con eficacia-. Y para comprender, es necesario aceptar y explorar aquellas huellas que nos contactan con aquello que decimos y deseamos enfrentar.
¿Quién no quiso, acaso, en el algún momento, que le digan lo que tiene que pensar? ¿Quién no estuvo atravesado por una pasión candorosa por las jerarquías? ¿Quién no sintió alguna vez una inconfesable aversión por compartir el colectivo, con un piberío zarpado en gede? ¿Y qué le pasa al pibe de su misma clase social que se lo tiene que fumar todos los días yendo a laburar? ¿No es razonable que desee un poco de “orden”?
¿Porque nos sorprende la escasa reacción social ante crímenes políticos aberrantes, si al historizar encontramos a la obediencia política (en clave de “disciplina militante”) como el principal mecanismo de cohesión de los proyectos colectivos en las izquierdas post 2001? ¿Después de Darío Santillán y esa generación, quién sacó los pies del plato? ¿Tenía sentido, potencia, hacerlo?¿Había margen? ¿No estaban disecadas ciertas formas de lucha? ¿Porque le exigimos a esa totalidad exterior y abstracta que llamamos “sociedad” lo que no podemos experimentar en nuestra propia vida, en la intimidad de nuestros afectos y de nuestros espacios políticos? ¿En qué medida el macrismo cosecha, en las sensibilidades sociales, lo que nosotros mismos ayudamos a sembrar aún en nombre de “ideales solidarios”?
Por otro lado, tampoco debemos mentirnos. El macrismo no sólo expresa a una sensibilidad derechizada en sus facetas más feroces, sino también en sus elementos más inofensivos. Captura un pliegue de anhelos, demandas, aspiraciones que no son rechazables, ni condenables per se desde una agenda política de izquierda: inseguridad, calidad institucional, ruptura con las herencias, lucha contra narcotráfico y “contra las mafias”, inflación, renovación tecnológica, deseo de orden, “que las cosas funcionen”, etc. ¿Por qué no contamos con una política que logre hacerse cargo de estos problemas y disputar sus imágenes, sus sentidos, sus resonancias sensibles? ¿Todo deseo de orden es a priori de “derecha”? ¿Y si lo es, es rechazable desde una aspiración emancipatoria?
En este sentido, el macrismo antes de ser pensado como una nueva hegemonía es posible leer a su consenso cultural-político como el impulso de una contra hegemonía: el macrismo opera en espejo y fuga, verbaliza, pone en palabras, problemas reprimidos por el tabú progresista (que los resuelvan, que los encaren de verdad, es otra historia). El macrismo se posiciona, y gana terreno en lo social, porque descomprime aquellas tensiones acumuladas por la irrespirable moralina estatal, pobrerista y sobre-ideologizada, que encarnó la figura que condujo el ejecutivo nacional luego de la muerte de Kirchner. Dicho de otra forma, la estrategia de acumulación política del núcleo duro (la tan mentada “pinguinera”) del kirchnerismo gubernamental, luego del deceso de Néstor se basó en una lógica de “orga auto-centrada” que cultivó una tensión social, que el PRO, con su tono descontracturado (en lo cultural) y ferocidad fascista (en la calle), supo capitalizar. Hablamos de una lógica política plagada de destratos (y maltratos) en nombre de la disciplina al “proyecto” y basada en un negacionismo sistemático de un conjunto de problemas sociales que saltaban a la vista.
Por esta razón, el kirchernismo post 2011 cometió el error de quebrar sociológicamente su principal razón de ser en tanto hijo bastardo del 2001; es decir, se creyó dueño de los votos, y se autonomizó de aquellas alianzas sociales que le dieron origen: De Mendiguren y Facundo Moyano en el massismo, y las izquierdas sociales, el progresismo, junto a los “pobres” en Unidad Ciudadana, es la más nítida expresión. En este sentido, El PRO se logró posicionar social y electoralmente a partir de dicha fragmentación política, dando respiro, a su vez, a una transgresión conservadora ante el hastío de una sobreideologización y sus inconsistencias evidentes: sus estar, en varios puntos, “floja de papeles”.
¿Es nuestra derrota?
La solvencia electoral del experimento macrista patentiza el agotamiento de un universo de creencias y los limites de las estrategias de poder que las sustentan. Tanto el FIT, como El kirchnerismo y buena parte del peronismo, han moldeado estrategias políticas sobre el fondo impensado de una derrota mal digerida: la derrota de las izquierdas (revolucionarias y reformistas) del siglo XX.
Por eso, el consenso macrista, si algo tiene de novedoso, es que señala el límite de un largo ciclo político en Argentina que nos obliga a inventar, a recrear una imaginación estratégica desertificada, de tanto refrito post-derrota.
(Ya que en esencia el problema siempre estuvo afuera: un enemigo artero que desvió, o traiciono una revolución -por siempre- inconclusa).
Pero mirémonos a la cara un segundo, ¿realmente creemos en esto? ¿Realmente creemos en la lectura maniquea y escolar que sostiene que el capitalismo triunfa porque son muy poderosos, y nosotros, las izquierdas, perdemos porque nuestro mensaje de igualdad no cala en un ser esencialmente egoísta, mejor interpretado por el capital? Esta lectura fácil, tácita, comodísima, olvida el pequeño detalle de que las experiencias socialistas del siglo XX fracasaron bajo contradicciones propias (el peronismo a su modo, también). Y el macrismo, en este sentido, no para de enrostrarnos esta dolorosa verdad en su no tan sutil maquinaria cultural.
Las experiencias socialistas, por ejemplo, luego de una gran victoria política a través de la planificación centralizada (a la que los sectores del capital no pudieron sino recoger el guante en las décadas del 30´, 40´, y 50´) no lograron asimilar el desafío de la singularidad del estadio neoliberal (desde los 70´ para acá). En otras palabras, escamoteamos el hecho de que a las izquierdas no las derrotaron -sólo- militarmente, sino sobre todo, políticamente: carecieron de imágenes de una vida de deseables.
Nuestras imágenes, las que crean lazos de identificación entre los que adherimos a alguna expresión de izquierda, si las repasamos, son de mártires, son de épicas, de héroes o pueblos en gesta. ¿Pero cuáles son las figuras que se evocan al momento de reflejar una cotidianidad –una normalidad- posiblemente anticapitalista? son escasas, nulas, diría.
El capitalismo desde los 60´ puso primera y no los pudimos parar. El neoliberalismo -y las mutaciones tecno comunicacionales- fue lo más revolucionario que nos pasó en las últimas décadas, y las izquierdas ante eso fueron reactiva. Congelados, en nuestra verdad (honesta, divina, incontaminada) no hicimos más que apelar a esquirlas de un mundo extinto para hacerle frente.
(Dicho sea de paso: Lenin no negó el fordismo. Lo asimilo en una clave novedosa, bajo una aspiración emancipada. Asimilación, recodificación y nuevo desafío al capital: esa es la tarea)
Por ello, morir con el kirchnerismo, o morir con el trostikismo en el siglo XXI, no hace más que actualizar el fracaso propio de hacernos cargo de una derrota que no nos pertenece ¿Cómo asimilar el neoliberalismo para ponerlo en jaque desde un nuevo (y arcaico) deseo revolucionario?
Acarreamos un déficit: los activos politizados tenemos una carencia de proyectos (hipótesis, conjeturas) para los distintos campos de la vida social que habitamos. ¿Qué proyecto académico, universitario, tiene el FIT para las Universidades Nacionales además de la “lucha”? ¿Qué visiones, proyectos, imágenes elabora el kirchnerismo para el campo cultural, para el deporte, para las asociaciones civiles de los territorios donde se haya inserto? ¿Qué rumbo esbozamos para la ciencia argentina? ¿Qué ocio es el que se concibe desde el activo movilizado anti macrista?
En suma,
¿Qué vida proponemos desde las izquierdas?
Hacia una alianza generacional y feminista
Para la derecha argentina, lamentablemente, aún somos muy previsibles. Somos los hijos tutelados de un setentismo conservador y omnipotente, con todos sus vicios. Por eso si bien llegado el caso los volveremos abrazar (y les rendiremos sus mejores homenajes) mientras, necesitamos cobrarles -y cobrarles caro- la irresponsabilidad política por esta situación, ya que ellos tomaron las decisiones.
En otros términos, la fragmentación política de la oposición social al macrismo es el efecto agónico de la reproducción sistémica de kioskos de los patriarcas de la política (y patriarcas al fin, tengan rostro biológicamente femenino o no). Las lógicas de acumulación en la “real politik” –en el campo popular- redundan en la reproducción de una capa de dirigentes que cosecharon espacios marginales en la política liberal, gracias a la entrega vital de diversas y nuevas camadas juveniles en el post 2001, post 2008, post 2010. Por lo tanto, no podremos enfrentar con eficacia al macrismo si no se enfrentan, al mismo tiempo, a estas lógicas de acumulación política (y sus personificaciones burócratas). Desentrañarlas, exponerlas, enfrentarlas, afuera y en unx mismo.
Los núcleos más dinámicos de oposición al macrismo (las izquierdas sociales, los activos politizados, los flujos irreverentes del mapa social, aglutinados en círculos culturales, en luchas feministas, etc), precisamos abordar el problema de la representación: al macrismo no sólo se lo frena en elecciones, pero la realidad nos muestra que tampoco podemos prescindir de ellas. Pero hay allí un problema, ya que consideramos que una síntesis representativa supone -solamente- disputar en la democracia liberal. Error. Madurar una síntesis política, supone ante todo elaborar saberes sociales sedimentados en luchas, experiencias múltiples, para interferir la inercia de las lógicas específicas de cada campo disciplinar, y allí sólo allí, abordar lo electoral como un terreno más a disputar, con inteligencia y sin purismos, apostando a lo desconocido, jugando fuerte: o salvas tu alma o salvas la polis. La disyuntiva es de hierro.
Por otra parte, al derrotismo moral de las izquierdas y a su subalternidad gozosa (¿les encanta perder y confirmar sus propias presunciones? ¿Quedar afuera y tener razón?) se le vive respondiendo desde un exitismo ramplón y electoralero que ni siquiera hace justicia con la memora peronista que dice evocar. No muchaches. No es por ahí. El par binario triunfo/fracaso contiene mayores sutilezas que “el ganar como sea” (una elección) o la autocomplacencia progresista.
Por todo esto, las oposiciones sociales al macrismo necesitamos atravesar la intemperie, y animarnos a crear nuevas síntesis políticas que pateen el tablero y que negocien en mejores posiciones alianzas tácticas con actores tradicionales de la política liberal. Dejando atrás las ingenuidades autonomistas y el institucionalismo kirchnerista, igualmente ingenuo, que licua todo proyecto de poder en una imagen de un estado bondadoso y protector. Ni prurito autonomista, ni electoralismo bobo peronista. Hay que crecer. Ni gorilas, ni macartos. Ni derrotismo progre, ni exitismo fácil. Somos otra cosa. Y debemos probar que somos otra cosa. Capturar el juego de las fuerzas, producir, crear espacios, síntesis, estudiar, tener rigor en lo que se habla y en lo que se piensa, afinar los conceptos, conspirar y disputar institucionalidad (creando institucionalidad). Una vitalidad radicalizada que no renuncie, por ello mismo, a la sofisticación de las capacidades sociales, artísticas, teóricas. Caso contrario, ¿podremos ser felices entregando nuestra joven vida adulta a un país macrista? ¿Qué nos queda? ¿El exilio? ¿A dónde en un mundo que implosiona?
En resumen, hablamos desde un posible nosotros: aquellos que no entramos en la carrera profesional de la política y que ni nos interesa -a priori- hacerlo. Aquellos que creemos que una política emancipadora no puede desconocer las reglas de juego específica de la política liberal, pero sólo para apostar a transgredirlas, a desbordarlas, a ponerlas en crisis, explotando lo político irreductible de cada campo social, movilizando otras fuerzas colectivas. Y creemos en todo esto, porque somos lxs que quedamos afuera: los desautorizados por aquellos que “sabían de política” en las organizaciones sindicales, sociales y políticas del kirchnerismo y la izquierda. Patriarcas –pequeños, en el fondo muy pequeños- envueltos de retóricas encendidas, “piqueteras”, “revolucionarias”, que mientras parasitaban su propio mito de lucha, subestimaban, humillaban y precarizaban a cientos de pibxs en nombre de un altruismo que, a esta altura, resulta poco creíble. Obturando campos de experimentación valiosos (hoy más que nunca en esta sequía) en pos de su propia reproducción marginal en la política del establishment.
Por todo esto,
“Que no vuelvan más”.
Es una consigna macrista que, por razones muy diferentes, desde una izquierda por venir, feminista, plebeya y múltiple, podemos y debemos hacer propia.
Ignacio Rodriguez
Décimo octavo hijo del Loco Rodriguez
Recuperado de: https://medium.com/@ellocorodriguez
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150, 50, 100 (o la potencia de la invariante comunista en la actualidad) // Mariano Pacheco
150, 50, 100 (o la potencia de la invariante comunista en la actualidad)
Tres números, tres aniversarios redondos que nos ayudan este año a repensar las políticas de emancipación y trazar un legado entre las luchas actuales y las que nos precedieron para tejer “un secreto compromiso de encuentro” entre las generaciones del pasado y la nuestra, como supo recomendar Walter Benjamin.
Por Mariano Pacheco para Contrahegemonía web
Pasó ya un siglo y medio desde que Karl Marx publicara la primera edición de su estudio El capital; un siglo desde que, encabezados por Vladimir Lenin, los bolcheviques conquistaran el poder en Rusia y edificaran el primer Estado obrero en el mundo, abriendo un nuevo surco de posibilidades para el desarrollo internacional de la revolución socialista; y, finalmente, medio siglo desde que fuera asesinado en Bolivia Ernesto Guevara, el Comandante nuestroamericano que pretendió juntar el legado de Marx y de Lenin con el de Bolívar y de San Martín para desatar en todo el territorio de la Patria Grande un nuevo Vietnam. ¿Qué nos queda de esta tríada de aniversarios, más allá de las efemérides? ¿Es posible reactualizar un legado contestatario o estamos condenados a la mera repetición hueca de los recordatorios nostálgicos? Intentaremos en este breve ensayo volver sobre los pasos de estos tres grandes acontecimientos de la cultura de izquierdas en el mundo, en la búsqueda por frenar un instante la caminata, mirar atrás y tomar nuevas fuerzas para continuar la marcha.
Transformarse en otro
El marxismo entendido como proceso permanente de desalienación puede ser el punto de enlace de la tríada de aniversarios redondos a los que asistimos en 2017. En tal caso, no habría “ruptura epistemológica” entre el joven Marx idealista y el Marx maduro advenido a la ciencia, entre otras cuestiones, porque los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 pueden ser leídos en serie con los estudios sobre El capital.
Por supuesto podría objetarse que hay en los textos primeros de Marx cierto humanismo ingenuo y que la “teoría de la alienación” ha sido leída en clave sujeto-céntrica de pensar que la superación del capitalismo habilitaría algo así como un reencuentro total del hombre con sí mismo. Se sabe, esta mirada no haría más que caer en un nuevo idealismo, contrario al materialismo tantas veces pregonado por el autor de La lucha de clases en Francia. Por otra parte -y no entraremos aquí en ese debate pero al menos dejamos sentadas las bases de su enunciación- ya hace tiempo y allá lejos tanto Federico Nietzsche como Martin Heidegger anunciaron que tras la muerte de Dios moría el hombre (como ser puesto de rodillas frente a la divinidad) pero que sus sombras podían permanecer por largo tiempo (¿qué otra cosa sino una sombra de la muerte de Dios sería colocar al hombre o a la ciencia en su lugar?). Siguiendo los rastros de lectura trazados por Facundo Nahuel Martín (Marx de vuelta. Hacia una teoría crítica de la modernidad) podríamos decir que la “puesta en cuestión” de la unidad sujeto-objeto bajo el primado del sujeto puede desarrollarse desde una perspectiva materialista (el impulso a entregarse al devenir de la experiencia histórica por parte del “ser genérico”) presente ya en los Manuscritos. Leídos desde este punto de vista, los textos juveniles de Marx funcionan como una máquina de guerra que corroe las bases de legitimación del capital como sujeto de la totalidad opresora que reemplaza el lazo social comunitario por el lazo social abstracto de las relaciones de intercambio, que son las que priman en la nueva lógica de división del trabajo que reemplaza la producción para la subsistencia por la producción para el intercambio como fundamento del nexo social e instala a la lógica de la acumulación como finalidad dominante de la economía (producción para la reproducción ampliada de valor).
Cuando Marx plantea, en El capital, que las fuerzas productivas creadas por el hombre han dejado de pertenecerle para tiranizarlo (“así como en las religiones el hombre está dominado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista lo vemos dominado por los productos de su propio brazo”), no hace más que retomar sus planteos juveniles en torno a la relación estrecha entre proceso de valoración de las cosas y desvalorización del mundo humano que se le revela no en respuesta a una pregunta abstracta sobre el origen de la propiedad privada sino en la elucidación del interrogante en torno al papel del trabajo enajenado en el devenir histórico de la humanidad.
La lucha por la desalienación, entonces, puede ser leída en clave idealista como intento de efectuar un “reencuentro total” del hombre con sí mismo, o bien puede ser entendida como una batalla por combatir el “maltrato físico y espiritual” que pone en el sistema capitalista al trabajador enfrentado a su creación; que opone a propietarios con no propietarios; que cosifica las relaciones sociales; en fin, que hace que las personas pasen la mayor parte de su tiempo diario en una actividad en la que no pueden afirmarse sino que se niegan a sí mismos de manera permanente.
De allí que Marx, tal como Antonio Gramsci señaló en los Cuadernos de la cárcel, haya iniciado intelectualmente una “edad histórica” que seguramente durará hasta el posible advenimiento de una sociedad regulada (algo similar supo plantear décadas después Jean Paul Sartre cuando en su Crítica de la razón dialéctica afirmó que “el marxismo es la filosofía insuperable de nuestra época, en tanto no han sido superadas las condiciones que le dieron nacimiento). Y más allá de todos los cambios operados en la dinámica capitalista, con su análisis de la mercancía, Marx realiza una operación de lectura fundamental al establecer que es el trabajo asalariado el que crea valor, que es la explotación la que genera el plusvalor, la ganancia de la clase capitalista. Operación de lectura que reclama reactualizaciones en cuanto a un análisis de los modos concretos de la explotación concreta en el siglo XXI, pero que en lo central -entendemos- no ha perdido actualidad.
Mercancía, deber y liberación
En un pasaje de su célebre texto titulado El socialismo y el hombre en Cuba, publicado en el Semanario uruguayo Marcha en marzo de 1965, Ernesto Guevara destaca que en la transición al socialismo, la máquina sólo aparece como “trinchera” en la que se cumple un deber. “El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación a sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja: el cumplimiento de su deber social”. En clara sintonía con los planteos de Marx, Guevara problematiza la temporalidad presente en los cambios materiales y subjetivos, prestando particular atención a éstos últimos. “Las variaciones son lentas y no son rítmicas” argumenta, no sin advertir que el “escolasticismo” ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el “tratamiento sistemático” de un período complejo como el de la transición, en el que todavía operan muchos elementos del capitalismo.
Tal como hemos sostenido recientemente en un breve texto dedicado a recuperar las “hipótesis” de Ricardo Piglia en torno a Guevara, como lector y como escritor, no puede dejar de remarcarse que junto con su labor como combatiente guerrillero y militante internacionalista, hubo en el Che una profunda vocación por contribuir al desarrollo de la teoría revolucionaria desde estas latitudes. Vocación que se enlaza con sus intentos juveniles de erigirse en escritor, que está estrechamente ligada con su afán por “volcarse al mundo” a través de los viajes, en los que nunca dejó de leer y en los cuales comenzó a escribir (cartas, diarios y “notas de lectura”). Viajes por Latinoamérica que no sólo lo pusieron cara a cara con los condenados de la tierra de este continente sino también con quienes -décadas atrás- habían ya teorizado sobre el marxismo desde una perspectiva situada, como el amauta José Carlos Mariátegui.
Embarcarse, y después ver
Si algo distingue a figuras como la de Marx y Guevara, pero también la de Lenin y Trotsky, es que fueron profundamente audaces. Y que supieron cultivar un fuerte entrelazamiento entre diferentes esferas existenciales pujando por no escindir teoría y práctica, militancia política y reflexión, crítica de lo dado y proyección de pautas para un mundo nuevo.
Lejos de ese oxímoron que ha sido conocido bajo el nombre del “marxismo académico” como del pragmatismo extremo característico de muchas expresiones surgidas tras las derrotas de los proyectos emancipatorios del último siglo y medio, la cotidianeidad de estos revolucionarios estuvo marcada por la actividad política y la escritura (y un constante ejercicio de lecturas y formación). En todos los casos (también se podría sumar al “poeta” Mao y al “crítico” Gramsci) fueron personas de su tiempo fuertemente informados sobre los debates contemporáneos y no sólo en política, sino también en ciencia, arte, filosofía, literatura.
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El «gran culpable», ¿Qué Lenin hoy? // Diego Sztulwark
Serie ¿Quién necesita una revolución?
Diego Sztulwark 11/05/2017
Ya era una transformación incorporal la que había extraído de las masas una clase proletaria en tanto que agenciamiento de enunciación, antes de que se dieran las condiciones
de aparición de un proletariado como cuerpo. G. Deleuze y F. Guattari
Claridad, a nombre de la vanguardia organizada del proletariado y de la juventud y los intelectuales revolucionarios del Perú, saluda la memoria del gran maestro y agitador ruso.
José Carlos Mariátegui
Para nosotros, los soviets no son importantes por sus formas: lo que nos interesa realmente es la clase de la que son expresión. V. I. Lenin
El rechazo a Lenin es un signo de los tiempos y tal vez de lo que Walsh llamó “déficit de historicidad”. No hace falta escuchar a sus refutadores más encarnizados, a aquellos que lo asimilan al “totalitarismo”, como si el credo en la libertad del individuo resolviera el escándalo de la explotación social. Alcanza con escuchar a quienes lo reivindican para entenderlo. En el medio hay de todo: el peronismo festeja el óleo del pintor Daniel Santoro, que muestra a Eva Perón castigando a un Lenin bebé desnudo sobre su regazo, mientras que para el pensador post-obrerista italiano Franco Berardi (Bifo), Lenin es el exponente de un catastrófico Cristo oriental, cuya búsqueda de pureza –procedente del espiritualismo ruso- llevó al bolchevismo a desprenderse de las pulsiones del proletariado en favor de la encarnación de una Idea. Si para el peronismo, con la exclusión desde luego de John W. Cooke y del llamado peronismo revolucionario, Lenin es un impulso extremo incapaz de centro, para el postobrerista se trata de un sujeto en colapso psíquico, de una inteligencia depresiva resuelta por la vía de una aceleración voluntarista propiamente masculina. Y hay más. La crítica libertaria acentuará su autoritarismo, el comunismo de guerra, la represión de la rebelión de Kronstadt. No es el caso de Rosa Luxemburgo -asesinada por la socialdemocracia en 1919, cuando el leninismo de Estado aun no se había desarrollado lo suficiente-, cuya polémica sobre la espontaneidad de las masas se asentaba sobre otra base de afinidades comunes. Tampoco es el caso de León Trotsky, cuya profunda admiración por Lenin está reflejada en su extraordinario libro Mi vida. También es diferente el caso de el Che Guevara, que adopta de Lenin –más que de Marx- su compresión de la revolución como excepción, pero lo critica –lo llama “el gran culpable”- cuando estudia la bibliografía de los manuales procedentes de la URSS que circulaban en Cuba en los inicios de los años 60, apuntando sobre los peligros de la teorización leninista de la Nueva Economía Política, que hacía subsistir la ley del valor en el socialismo. ¿Cuándo comenzó a pudrirse la revolución? ¿Con la estatización de los soviets? ¿Con la burocratización del centralismo democrático? ¿Con la llegada al poder de Stalin? Todas las preguntas acumuladas a lo largo del siglo XX –siglo que culmina con la restauración- ahora se levantan contra él, acusatorias.
Como balance del ciclo de las revoluciones subsiste un reproche. La revolución sólo fue una ilusión, lo único real parecen ser sus costos. El realismo se ha vuelto antileninista. Y se llena la boca hablando de “Estado de derecho”. Sin importar lo que hay de ilusión en sus propios razonamientos. Sin pudor por sostener un ideal democrático castrado. Un realismo sin revolución cuyo único efecto verificable es el de incapacitar a la democracia para toda actividad igualitaria. La propia izquierda asume este balance cuando lee a Gramsci sin Lenin, y olvida que Lenin era para Gramsci la hipótesis misma del “príncipe colectivo”. Es la tesis de la traductibilidad. Gramsci interesa justamente por ser un leninista agudo. Es decir, por captar en Lenin a Maquiavelo. ¿Cómo hacen los profesores de teoría política para enseñar la grandeza del florentino sin mencionar al ruso? Hasta Karl Schmitt, el pensador extremo de lo político como comunidad estatal (la política como enemistad entre los Estados), proclamaba la genialidad de su principal enemigo, el inventor de una política distinta, “partisana”, capaz de destruir la politización del Estado por la vía de la politización del antagonismo de clases.
La cuestión de un realismo político revolucionario proviene de Maquiavelo. Se trata justamente de comprender lo político como aquello que se pierde cuando se activan la ilusión y la utopía, cuestión esta última perfectamente clara para un Gramsci o un Schmitt. Como cualquier otra, la ilusión revolucionaria conduce a la desilusión, esteriliza la estructura cognitiva propia de lucha democrática (la crisis, la lucha de masas, la revolución son también experiencias epistémicas, modos de pensar). Según el autor de El Príncipe, lo propio de los sujetos consiste en proyectar sus deseos y confiar en ellos a costa de los signos que evidencian el peso imponente del orden real que desearían transformar. De allí que la política tenga algo de difícil, una ciencia (o un arte). Maquiavelo llama “fortuna” a esa red viva de encadenamientos causales, en continua recombinación, que determina mutaciones incalculables sobre las situaciones sobre las que se aspira a actuar. El choque entre lo continuo del deseo –ilusión- y la variabilidad de las determinaciones –fortuna- abre para Maquiavelo el saber propiamente político de la “virtud”, que no es otra cosa que la capacidad de activar una analítica parcial (fechada) y local (circunscripta) sobre aquellos movimientos que afectan la situación en el corto plazo, de modo que la acción se ajuste a los posibles que sugiere la cadena de determinaciones. ¿Y Lenin? Mediante su lectura de las luchas de fines del siglo XIX ruso y de La Lógica de Hegel y El Capital de Marx, el líder bolchevique actualiza la cartografía del saber político maquiaveliano, fundado siempre en el antagonismo, en la constitución de un “sujeto finito” -forjador de ideas de corto plazo-, y en un intenso anti-utopismo, como modo de prevenir la absorción de este saber provisorio y de tipo estratégico hacia un plano de trascendencia moral o teológico (“la fantasmagoría del deber ser”)[1].
Luego de décadas de glorificación sobrevienen décadas de demonización. La ortodoxia leninista en todas sus variantes deshistoriza en beneficio del antileninismo. Dos caras de un mismo borramiento. Salvo, quizás, que subsista una recuperación subversiva, libre y desobediente de toda mistificación, capaz de componer un Lenin más allá de todo “leninismo”. ¿Es posible concebir un Lenin cartográfico, fascinado con la espontaneidad de la lucha de masas? ¿Existió eso? Tal vez. Puede rastrearse, es solo un ejemplo, el bellísimo seminario que dictó Antonio Negri, en 1972, en el Instituto de Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Políticas de Padua, publicado bajo el título La fábrica de la estrategia. 33 lecciones sobre Lenin. Debe haber más. ¿Un Lenin autonomista? Sí. Un Lenin que apuntó a la creación de una forma política a la altura de la espontaneidad de las luchas, de la complejidad de la formación social rusa, de la articulación entre lucha económica y política, y de la afirmación de deseos y aspiraciones proletarias y populares. No se trata de la vigencia eterna de Lenin, puesto que la estrategia se ajusta a una coyuntura y a una determinada “composición de clase” (y la teoría del partido de Lenin se corresponde, según Negri, con la fase de subsunción formal de trabajo en el capital), sino de una lectura que actualiza el punto de vista revolucionario. El Qué hacer debe ser traducido nuevamente. Se ha entendido todo mal. La tesis de una vanguardia “exterior” a la clase trabajadora hizo olvidar que dicha vanguardia es obrera, que la ciencia de partido es el punto de vista de la lucha plebeya -no un nuevo positivismo vulgar-, y que en el Occidente moderno –traductibilidad gramsciana-, donde la subsunción del trabajo al capital ha llegado a ser real, el análisis teórico no tiene porqué provenir de un grupo separado sino de los mismos movimientos en lucha. El propio centralismo democrático, dice Negri, no sería otra cosa que una necesidad dependiente del contexto de la autocracia rusa. Partido de la inmanencia como transición revolucionaria en que la vanguardia deviene “vanguardia de masas”. Un Lenin contemporáneo necesita de nuestra propia contemporaneidad, es decir, de una actualización cartográfica.
Lenin fue leído también como potencia nominalista, una de las “mil mesetas” de Deleuze y Guattari. En A propósito de las consignas (1917) los autores encuentran “un tipo de enunciado específicamente leninista en la Rusia Soviética”. Se trata, dicen, de una máquina de enunciación propiamente literaria. Como en Kafka: escribir es adelantar el reloj: huir, sostenerse y agarrar el mundo. La política trabajando el lenguaje desde su interior. Si la Primera Internacional “inventa” un nuevo tipo de clase (“Proletarios de todos los países del mundo, uníos.”), la ruptura leninista con la socialdemocracia inventa una segunda “transformación incorporal” que extrae de la clase proletaria una vanguardia como “agenciamiento de enunciación” (“a riesgo de caer en un sistema de redundancia específicamente burocrático”). Interesados por fechar acontecimientos, los autores citan a Lenin cuando afirma que la consigna “todo el poder a los soviets” solo fue válida entre el 27 de febrero y el 4 de julio de 1917. Es decir, fue útil para el desarrollo pacífico de la revolución pero ya no para la guerra. Y es que, dice Lenin, “toda consigna debe ser deducida de la suma de particularidades de una situación política dada”. La idea de que la actividad política es capacidad de escucha y alianza con el síntoma presente en el campo social divido en clases es quizás la más pervertida por las tecnologías de los focus group.
Lo que nos separa de Lenin es demasiado, aunque su nombre permanezca como representante de un realismo revolucionario peligrosamente ausente. No es que no haya aparecido nada desde entonces, pero no es tanto lo que se hizo en nombre de la revolución por fuera del lenguaje leninista. Quizás por el lado de Félix Guattari se puedan encontrar síntesis originales. Su noción de “transversalidad” (y luego la de metamodelización) permite reunir radicalidades diversas. “Ecologías” las llama. Guattari supo sostener una atención múltiple a planos de existencia de los más variados. Su “revolución molecular” se nutría de procesos activos -movimientos sociales, tecnológicos, artísticos, salud mental, mundo “psi”, partido verde, feminismo, obrerismo italiano y un largo etcétera-, en diferentes lugares del mundo como en Brasil y Japón. Toda su obra es un intento de actualización cartográfica de los flujos del capital (Capitalismo Mundial Integrado, época de la subsunción de la vida en el capital) y de subjetivaciones deseantes. ¿Hay lugar en esta proliferación para un realismo revolucionario? ¿Es aún necesaria la organización y la estrategia cuando lo que ocurre es una pluralidad heterogenética que multiplica los posibles de intervención en un campo social tomado por el caos y la complejidad? Estimo que sí, que si la “caósmosis” guattariana acaba con el postulado de una instancia política como instancia privilegiada (fetichismo de lo político), no es porque renuncie al problema principal de la revolución –el antagonismo de clases en la relación social capitalista- sino porque se deshace de estereotipos y nostalgias.
La proliferación de movimientos y subjetivaciones que recorrió el territorio sudamericano durante la última década corre riesgos de perderse, si no emerge un realismo revolucionario capaz de volver a trazar una correlación entre la materialidad de las luchas, las formas de reproducción material y la naturaleza de las instituciones. La revolución no es tanto el diseño de una voluntad como el movimiento absoluto de la tierra. Movimientos tan reales como incalculables (“fortuna”). El pensamiento político y filosófico de ese absoluto (“virtud”) solo puede ser vivido como algo raro e inminente. De ahí el estado anacrónico de “preparación” en que vive el revolucionario. Prepara una figuración inédita: La de un “príncipe” (como decía del poder colectivo el comunista Gramsci; una “entidad emergente-heterogénea”, siguiendo a Guattari) capaz de dramatizar la afirmación de una autonomía que haga de lo común el fundamento de la “República”. No se trata por tanto de evocar a Lenin eludiendo toda definición sobre nuestra relación con él. No. A Lenin lo necesitamos aún cuando ya no lo asumamos como premisa, como un sistema de fidelidades, citas o esquemas a presuponer. Lo que nos liga a él es una confrontación íntima e inacabada sobre la forma política que permite la afirmación de la autonomía del trabajo vivo. Esa forma política que articula, habilita la decisión colectiva y puede ensayar formas de neutralizar la violencia represiva, sigue pesando, en su ausencia, sobre nuestra coyuntura.
[1] Ver Gabriel Albiac, Sumisiones voluntarias. La invención del sujeto político: De Maquiavelo a Spinoza. Tecnos, Madrid, 2011.
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Pulpo delator, de Laura Ojeda Bär // Renata Zas
Octubre – noviembre 2017, Buenos Aires, Argentina
Título: xx
Contenido: xxxx
Cantidad de obras: xxxxx
Conceptos: xxx
Densidad teórica: xxx
Montaje: xxxxx
Parte I
Esa “marcha”, el proceso real del saber no procede ni de las cosas a las ideas, ni de las ideas a las cosas, sino que va de idea en idea, es decir que liga entre si actos de pensamiento, según un orden causal necesario que es el mismo que aquel en el cual las cosas se encadenan en la realidad. Pierre Macherey, “Hegel o Spinoza”, ed. Tinta Limón, 2014, 84.
¿Pero qué quiere decir que las máquinas puedan pensar? ¿La crítica de la tecnología, de Heidegger a Deleuze e incluso Laruell, no ha discutido, de hecho, que la inmanencia del pensamiento pasa por las maquinas irreflexivas y a-decisionales? Y si es así, ¿es de hecho la política de la pos-verdad y del post-hecho la consecuencia más aparente de cómo el pensamiento irracional pervierte los sistemas más racionales? Y aún así, existe la posibilidad de dirigir la pregunta sobre el pensamiento inhumano ya sea desde la lógica de las máquinas y en los términos del origen de una epistemología maquínica donde niveles complejos de mediación, y no una inmediación entre el hacer y el pensar, está en juego.
Luciana Parisi, “Reprogramming Decisionism” (Reprogramando el Decisionismo – Reprogramando la toma de decisiones), e-flux / Journal #85, octubre 2017
Hay que decir una cosa luego ya de algunos años de seguir su trabajo: existe en Ojeda Bar un modus operandi madonnista. En un modo similar al que la diva ya histórica del pop se reinventa, (últimamente más en outfit que en estilo artístico o línea musical), la artista visual contemporánea radicada en Buenos Aires renace en cada proyecto de muestra como un ave fénix entrepeneurista. Si bien cuenta con trabajos curatoriales en su haber, los cuales considero una parte integrada a su proyecto de artista, la siguiente nota se concentrará principalmente en sus muestras individuales. Desde Cuando te miro me sonrojo (2012) exhibida en el taller-sala de Guillermo Roux a Pupo delator / o de las preocupaciones de la voyeuse / o las obsesiones como imágenes necesarias y urgentes / o ventanas cuadro, ventanas de internet, ventanas mentales / o a veces lo único que quiero es esconderme en la cama sin darle pelota al mundo exterior no tener que decidir nada (2017) en la galería Laboratorio. En cada caso, cada cúmulo de obras dialogantes se ha encontrado guionado por un tema que le ha acometido en su aquí y ahora. Mientras su destreza técnica y colorista, y la incorporación de recursos en su obra aumentan, la artista va saltando de intereses como un saltamonte. La técnica de salto en salto pocas veces le permite lograr densidad en su investigación. Sin embargo, su insistencia en la pintura como forma de entender el mundo, y la utilización de la misma como herramienta de observación y mediación persiste.
Que la pintura es su gran pasión ha quedado también claro luego de inaugurada su última hazaña curatorial en el Centro Cultural Recoleta. Ésta se destaca por su correcto montaje y su misión de colgar más de diez obras de artistas con cierta trayectoria en el ambiente local, cuyos seguros con esfuerzo supo pagar gracias al premio Radar de la institución pública. También puede decirse que más allá del tema en el que la artista se enfoca en cada momento, la pintura funciona como mediadora afectiva más que conceptual o racional. Para Laura, sus pinturas son imágenes que para significan en su más inmediato presente.
Luego de ir más de una vez a ver el espacio de exhibiciones ubicado en la calle Gorriti, me pregunto por el potencial de exhibir en espacios fuera del circuito institucionalizado de galerías contempo-cool[1] en las que los artistas jóvenes y no tanto, deciden pasear sus cuerpos mientras buscan alcohol y sexo. En Laboratorio también hay gente joven buscando sexo y alcohol, aunque no gratis. Aquel bar hípster que supo tener su momento, tres años atrás al abrir sus puertas, ha devenido en centro de una era post cocktail. Aquí sus clientes no se animan o no entienden que existe un espacio donde disfrutar de otro arte que no sea el de levantar. Paralelamente me pregunto por los espacios que han exhibido la obra de Laura. “Al mercado no le gusta mi obra”, la he escuchado decir. Muchas veces creo que a los curadores de temáticas tampoco, a los concursos tampoco, al Programa de Artistas tampoco. Sin embargo, Laura Ojeda Bär persevera. De repente no trabaja, y de repente hace tres proyectos a la vez. Se compromete y los hace seriamente. Muchos meses piensa, sin bajar ideas. Luego un día, un deadline le pisa los talones y se encierra sin dormir, a trabajar. También me pregunto por la posibilidad de hacer crítica sobre una artista que uno admira y quiere. Me contesto que sí, es posible. Que cuanto uno más ama a alguien, más afilado es, porque le interesa su auto-superación y refinamiento en el tiempo. Si no los querés, ¿por qué gastar tiempo en pensarlos?
Pienso que este artículo no le hace justicia a las obras. Necesito otros 3500 caracteres para desarrollar.
Pulpo delator, de Laura Ojeda Bär – PARTE II
Por renatazas
Fue recién a fines de los 80s y 90s, con el llamado “Invierno de IA” (invierno de inteligencia artificial), cuando los nuevos esfuerzos de automatizar el razonamiento emplearon vistas sub-simbólicas de inteligencia de métodos heurísticos y a gran escala, para testear resultados que habilitaran a los algoritmos a aprender a partir de información incompleta o incierta. A través de métodos inductivos de reversión y transformación de información, los algoritmos aprehenderían –o entrenarían en el tiempo- desde un contexto relativamente pequeño de información. En vez de validar simplemente resultados de acuerdo a los axiomas dados, los algoritmos se volverían performers de información. Así, a través de cálculos probabilísticos y de recursos, los algoritmos podrían no solamente buscar información, sino también extraer y combinar patrones.
Luciana Parisi, “Reprogramming Decisionism” (Reprogramando el Decisionismo – Reprogramando la toma de decisiones), e-flux / Journal #85, October 2017
La recientemente inaugurada y finalizada muestra de Laura Ojeda Bär expone una nueva faceta de la artista. Hay algo distinto, dijo su galerista. “Más sexo”. El sexo siempre está, por evidencia, ocultamiento o ausencia, contesté. Después de cinco años de transitar fuertemente por la escena del arte porteña, Ojeda Bär podría ser consagrada como artista pulpo. Pinta, escribe, edita, traduce, visita muestras, realiza curadurías y hasta ha llegado a diseñar, coordinar y producir un programa educativo de workshops en artes visuales e interdisciplinar durante la primera gestión del todavía Centro Cultural Kirchner.[2]
La nueva faceta corre con un intento por moverse de la escena que la vio nacer, crecer y desarrollarse. En el último año ha viajado y mostrado en la ciudad de México D.F. y en Córdoba capital.
El montaje de Pupo delator… cuenta con cinco obras más una intervención en el piso, la cual no se termina de entender si es obra, decoración o salvavidas. Si queda claro que ésta es parte del diseño del espacio, y que su función es tapar la transparencia del piso de la galería, instalada en un bar de noche ubicado en Palermo Hollywood.
Hay dos obras complejas en esta muestra. Un gran cuadro (la reina madre u obra principal), y un cuadro colgado en diagonal a su derecha. La última cuelga sobre la pared de la escalera de ingreso, en la sala de exhibición. Mientras que la reina madre muestra un beso en primer plano. El beso es de… ¿un chico y una chica? En este caso hipotético: él tiene labios gruesos y nariz grande (arriba); y ella, boca abierta y labios gruesos, paciente al deseo (abajo). En esa boca vislumbro una nariz de cerdito (como el emoji de whatsapp). Lo charlamos y admito que es un detalle que veo sólo yo. Es un diente, me decís. “Las chicas muestran más los dientes.” Discutimos una milésima de segundo sobre si las chicas mostramos más los dientes o no. No coincidimos.
Nos separamos y charlo sobre el segundo cuadro con otra persona, una artista. De formato menor, esta obra muestra una composición en la que se observan huesos de algún tipo de carne –podría ser tira de asado, no me interesa. También hay algo parecido a unos ladrillos de vidrio con unos grafitis en amarillo. Estoy convencida que en estas dos obras se debate la complejidad de la muestra. El resto es condimento agregado, los artículos de un diálogo. Ésta es la espuma de la edición, el highlight que se archiva en mi memoria.
Las paletas de colores de Ojeda Bär tienen ya varios sellos: ciertos amarillos, rosas, violáceos y verdes. También suele haber una gama de celestes o cyan. El verde es chillón, como el de aquel cuadro de su penúltima muestra −Cómo me hice monja—, que se apoyaba en diagonal a la pared de entrada. En aquel local ubicado en la galería Pasto, cercano al A.C.A. (Palermo). En tonos vibrantes, aquellas obras presentaban algunas imágenes normalizadas o de la vida normal de una treintañera; y también otras imágenes más raras como las de aquel cuadro ubicado en ese vértice en diagonal hace más de un año.[3] Todas las muestras de Ojeda Bär giran en torno a preguntas sobre la pintura o la pintura como mediación entre la artista-sujeto y el mundo-objeto; la pintura como forma de entender el mundo; la pintura como medio de erotización; la piel. En esta oportunidad las obras exponen la catarata de imágenes que invaden nuestras vidas mediadas por la pantalla y la selección consciente e inconsciente que hacemos de ellas. Como un performer de información[4] o un algoritmo analógico, un tema a la orden del día del cual viene hablando en el último tiempo el crítico y escritor, Claudio Iglesias.[5]
Renata Zas entrevista a Laura Ojeda Bär
Buenos Aires, octubre 2017
1- RZ: Titulo. Cómo lo elegiste, a qué refiere.
LOB: Pensé el título para que funcionara de manera análoga con las pinturas: es un punteo de los temas principales q estuve pensando mientras pintaba esta serie de pinturas. Este año estuve escribiendo más (reseñas sobre otras muestras, textos de sala, el prólogo del libro de obra de un amigo) lo que hizo que me replanteara el rol de la palabra escrita. Por cómo se dio el proceso, no estaba trabajando con nadie más como para pedirle su visión de lo que iba a presentar, y no sentía que agregar un texto escrito por mí hiciera más interesante las obras. Creo que fue Bacon quien dijo para qué pintarlo si lo puedes decir con palabras, ¿no? De nuevo, este año estuve reflexionando mucho sobre la pintura como medio y qué significa para mí. Así, si observamos los títulos uno a uno, es como si estuviera compartiendo un punteo sintético de los temas de los que me gustaría que hable el texto de sala fantasma, pero sin ordenarlos y hacerlos entrar en una estructura narrativa lógica que creo que les quitaría profundidad. No quería que hubiera un texto sometido a las obras, sino que palabras e imágenes construyeran algo nuevo. Poder relacionar las cosas de manera inesperada crea conocimiento. El punteo esperaba dar puntos temáticos en el mapa para que cada una de las personas que viera la muestra los conecte como quisiera, sin una bajada de línea sobre cómo interpretar cada parte ni cómo relacionarla con las obras. Frente a mis anteriores proyectos, este es el más caprichoso y quería que se viera reflejado en el título, y como estaba pensando en el ego de los artistas y “que me miraba mucho el ombligo”, elegí esa frase pupo delator. El resto siento que son descripciones más bien literales de mi relación con el arte.
2- RZ: ¿Cómo fue el proceso de invitación a Laboratorio (la galería ubicada dentro del bar Festival)? ¿Por qué te interesaba mostrar en este espacio y que sentís luego de haberla realizado? ¿Qué sucede con la obra en un espacio originalmente fuera del circuito de galerías y centros culturales de la ciudad?
LOB: Llegué a Laboratorio por medio de mi galería, Pasto. Estuve tres meses de viaje en México a principio de año y sentía que fue un momento de muchos cambios en mi obra. De alguna manera se desarmaron nudos y empecé a encontrar nuevas aristas en mis pinturas. Para mí hacer una muestra es poner en limpio ciertas ideas que tal vez andan dando vuelta, pero no siento necesidad de concretar hasta no tener fecha. En principio lo que más me atrajo del lugar fueron sus proporciones, porque me permitiría hacer obra nueva pensando en ese espacio, diferente a lo que venía trabajando en años anteriores. Si bien los cuadros tienden a pensarse como obra auto-contenida, el lugar donde se muestra me influye mucho a la hora de tomar decisiones formales. En cuanto al circuito, sentí diferencias a nivel pragmático: el horario de apertura de la sala era de noche (a partir de las 20 o 21 según el día), solo duró tres semanas y no había nadie que recibiera al visitante. Por otro lado, creo que el público fue diferente al que se acerca a las galerías y centros culturales, lo cual me parece interesante. Decidí registrar la muestra y subir las fotos a las redes sociales, a diferencia de otros proyectos en los que evito hacer eso, porque considero que es más simple para cualquiera tomarse el trabajo de ir a ver de primera mano. A veces que la información e imágenes estén dando vuelta en internet juega en contra. No creo que haya sido este el caso.
3- RZ: ¿En qué momento empezaste a concebir el tema o la serie que luego fue protagonista de la muestra? ¿En cuánto tiempo la pintaste? Hablar de la metodología de trabajo.
LOB: Como te comentaba antes, la muestra surgió de un reencuentro con la pintura. Estuve en México tres meses de viaje casi por azar y me encontré en una situación fuera de lo cotidiano: básicamente, fuera de mi ciudad y sin inserción social ni laboral. Así fue que cosas que hacía por inercia en Buenos Aires, en cuanto a la producción de obra y circulación, no existían allá. Después de dos semanas, redescubrí el deseo de pintar y, tras procurarme los materiales que no había llevado porque en general nunca produzco obra cuando estoy de viaje, monté mi taller en la habitación en donde vivía. Considero que las obras que surgieron allí son hijas de un hipo o hiato. Empecé a ver e interesarme como nunca antes en la arquitectura, y descubrí las diagonales, que no habían tenido nunca gran protagonismo en mis cuadros hasta entonces. Me fascinaron particularmente las ventanas, este objeto límite entre un adentro y afuera. Y cómo las usaban allí: en general encontré que las edificaciones eran bajas y había gran presencia de aberturas, lo que bañaba los interiores de luz natural durante los días. Sin embargo, también había una gran presencia y consciencia de objetos y tejidos que obturaban esas ventanas. Charlando con gente que fui conociendo me comentaban que eso se debía a cuestiones culturales religiosas, del ser y parecer, por ejemplo.
Me había ido de viaje cansada y peleada con lo que estaba haciendo y, para cuando volví, tenía nueva energía. Al poco tiempo de regresar, estuve trabajando concentrada en un proyecto curatorial para el Centro Cultural Recoleta, “Lxs Pierri”, así que paré de pintar. Dejé dos cuadros sin terminar, lo cual es problemático generalmente, porque yo tiendo a pintar rápido y seguido, las obras que quedan colgadas tienden a pintarse por encima. Al poco tiempo de inaugurar en el Recoleta, salió la posibilidad de “pupo delator //o …” que me encantó y acepté en el instante. Aunque todavía no tenía los cuadros que la conformarían. Para entonces había quedado en mostrar unas obras en una muestra colectiva en Córdoba, durante los días de la feria, así que estaba trabajando para eso.
Las horas de trabajo en el taller específicas para la muestra de Laboratorio/Festival se desarrollaron a lo largo del mes anterior a inaugurar. Incluí una de las pinturas que había hecho en México, “Juanacatlán”, de 170 por 240 cm, que para mí marcaba un punto de inflexión en mi producción pictórica. Hasta ahora, tiendo a producir las obras que conforman mis muestras especialmente para la ocasión; a diferencia de otros artistas que producen de manera más constante y el momento de exhibición es más bien uno de selección y edición. Una aclaración sobre mi forma de trabajo: gran parte del proceso pasa dentro de mi cabeza y es la que lleva más tiempo. Cosas, ideas, imágenes que se empiezan a relacionar y entretejer durante semanas o incluso meses de dejar macerar. Para cuando finalmente empiezo a poner pintura sobre la tela, es más una situación de poder salir de mi cabeza y crear una manera de ver lo que está ahí adentro. Varios amigos se han referido a ese momento de la pintura como si yo fuera una impresora. El momento mismo de la práctica de la pintura es súper importante para mí porque, con las decisiones que subyacen del macerar de los meses anteriores, puedo anular esa parte de mi cabeza y concentrarme en perderme en la pintura. Todo se reduce al lugar donde el pincel está en contacto con la tela. Silencio y placer.
4- RZ: ¿Cómo realizaste la selección de obra y el montaje para la muestra?
LOB: La muestra está pintada pensada para ese espacio en ese momento, así que no hubo casi proceso de selección de obra ni montajes alternativos. La pensé casi igual que como quedó (originalmente pensaba incluir un cuadro más que durante el montaje no encontró su lugar).
5- RZ: Hablar de la decisión de no trabajar con curador en esta oportunidad. Dado que fue una elección consciente y de ética profesional. ¿Qué diferencia sentís cuando trabajas con y sin curador?
LOB: Siento que el trabajo con otra persona tiene que tener fundamentos en el tiempo y desarrollo de los proyectos. Toda esta serie de pinturas surgió cuando estaba craneando cosas re sola e invitar a otra persona a sumarse unas semanas antes de la inauguración para contar con un respaldo nominal no me interesaba. Creía (y creo) que la obra se la banca.
Las diferencias de trabajar con otra persona es básicamente una cuestión de comunicación en mi opinión: estar en contacto y negociando decisiones e ideas con otro hace necesario poner en palabras un montón de cosas que de otra manera pueden quedar no dichas o gaseosas en mi mente.
6- RZ: ¿Cómo sentís qué es hacer arte en Buenos Aires, en Córdoba o en México D.F.? ¿Qué diferencias percibís (pros y contras) y qué destacas de cada escena? ¿Qué te llevo a cada lugar?
LOB: Hasta el año pasado el único lugar donde había desarrollado y mostrado mi obra era Buenos Aires, donde nací y vivo. Conocer México me llevó a replantearme mucho cuánto de mi obra era por mi situación de producción. Por ejemplo, allá vi poco y nada de pintura y cuando sí, era obra generalmente de artistas europeos. Lo cual me llamó la atención, sobre todo teniendo en cuenta la gran tradición y obras increíbles del muralismo mexicano. En general el lenguaje artístico más difundido que pude ver era más conceptual/literario. Como que hasta era difícil de hablar de mis problemáticas con artistas de allá por esta diferencia, por ejemplo. A nivel mercado y circulación, vi con mis propios ojos lo que siempre se comenta y sospecha, cierto localismo y proteccionismo de las artes visuales acá. El mercado en México es real y mueve muchísima más plata que acá. Eso hace que cierto tipo de obras tengan más cabida que otra. Por charlas que tuve, las presiones del mercado son mucho mayores allá que en Buenos Aires que, por estar lejos de los grandes centros de ventas, se crea un ecosistema al margen. Creo que vale la aclaración de que estas diferencias punteadas a groso modo no tienen un tinte de positivismos o negativismos: considero que son ciudades hermanadas, ambas con puntos fuertes que me interesan para la creación y circulación de mi obra, que de hecho son lugares que se complementan. Cosas que molestan y cansan de Buenos Aires funcionan muy bien en México DF que tiene a su vez situaciones que no considero que sean las mejores para producir y desarrollar, y que sí me interesan más en Buenos Aires.
A la vuelta de ese viaje, decidí que no era necesario esperar a que se diera la oportunidad de viajar miles de kilómetros, que este año me interesaba salir de Buenos Aires a ver otros circuitos, conocer nueva gente y ver nuevas maneras de hacer y mostrar arte. Organizamos con unos amigos una muestra colectiva en Córdoba y fuimos. Lo que más me llamó la atención fue el rol mucho más visible del coleccionismo allá. Por lo que entiendo, un grupo de personas con interés en el arte están construyendo a consciencia mercado y circulación que no se daba de manera espontánea. La evolución de la feria Mercado de Arte y las actividades y eventos acompañantes creo que atestiguan eso.
7- RZ: ¿Cómo te sentís con el hoy de tu obra? ¿Empezás a entender el hilo conductor que hay detrás de cada una de tus muestras individuales?
LOB: Hoy estoy muy satisfecha con mi obra. Por suerte siento que cada una de mis muestras me gusta más que la anterior. Eso me tranquiliza mucho. En cuanto a hilo conductor creo que todavía no podría ponerlo en palabras. Todavía es como si quisiera atrapar humo con mis manos. Lo que sí puedo decir es que mi obra y mi vida cotidiana están inexorablemente ligadas. Todas las obras surgen de situaciones que me excitan y conmueven a mi existir solitario.
To be continued…
(Continuará…)
Laura Ojeda Bär, Pupo delator / o de las preocupaciones de la voyeuse / o las obsesiones como imágenes necesarias y urgentes / o ventanas cuadro, ventanas de internet, ventanas mentales / o a veces lo único que quiero es esconderme en la cama sin darle pelota al mundo exterior no tener que decidir nada, en Laboratorio (Bar Festival), Gorriti XXXX, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 20 de septiembre al 11 de octubre de 2017. Laura Ojeda Bar es artista de Pasto galería.
Para más información:
http://cargocollective.com/laura-o/
https://verrev.org/2017/10/02/pupo-delator-laura-ojeda-bar/
[1] Contemporáneo, cool. Arte “del presente” (aunque así sea llamado desde 1960-70s en adelante. Podría decirse desde el ‘conceptualismo’). Cool: canchero, de onda, lo hip – hit del momento. Utilizo en este artículo este término y otros en inglés como modo de humorizar el snobismo del ‘mundo del arte’.
[2] Durante la nueva gestión, el gobierno actual ha decidido ornamentar la fachada del edificio del ex correo, con la frase de Borges, en azules y blancos luminosos, que dice: “Nadie es la patria, pero todos lo somos” (extraído de su poema Oda escrita en 1966). Aquí el poema completo:
Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete que, alto en el alba de una plaza desierta, rige un corcel de bronce por el tiempo, ni los otros que miran desde el mármol, ni los que prodigaron su bélica ceniza por los campos de América o dejaron un verso o una hazaña o la memoria de una vida cabal en el justo ejercicio de los días. Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos. Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo cargado de batallas, de espadas y de éxodos y de la lenta población de regiones que lindan con la aurora y el ocaso, y de rostros que van envejeciendo en los espejos que se empañan y de sufridas agonías anónimas que duran hasta el alba y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.
La patria, amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo. (Si el Eterno Espectador dejara de soñarnos un solo instante, nos fulminaría, blanco y brusco relámpago, Su olvido.) Nadie es la patria, pero todos debemos ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros de ser lo que ignoraban, argentinos, de ser lo que serían por el hecho de haber jurado en esa vieja casa. Somos el porvenir de esos varones, la justificación de aquellos muertos; nuestro deber es la gloriosa carga que a nuestra sombra legan esas sombras que debemos salvar.
Nadie es la patria, pero todos lo somos. Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso. Jorge Luis Borges
[3] Como me hice monja fue inaugurada en Pasto galería el 26 de junio de 2017. Ver Carlos Huffmann, “Cómo me hice monja”, Otra Parte online, Buenos Aires, junio 2016 y Alejo Ponce de León, entrada 06 Dec, Tumblr Lixo Fiel, 2016 (reseña aparecida con variaciones menores en el #2 de la revista de ArteBA, noviembre de 2016). La escritora de esta nota también escribió una pieza sobre aquella muestra que finalmente decidió no publicar.
[4] Ver cita al comienzo de esta nota.
[5] Ver Claudio Iglesias, “Algoritmos hechos a mano”, suplemento Radar, Página 12, 23 de julio de 2017 y “La Cápsula del tiempo”, suplemento Radar, Página 12, 2 de octubre de 2016 (aquí habla de “una supercomputadora” que “podría dirigir la Biblioteca Nacional” en un futuro cercano).
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Rita Segato: “Una falla del pensamiento feminista es creer que la violencia de género es un problema de hombres y mujeres”
Más allá de todo prejuicio escandalizador, Segato ha propuesto una mirada profunda sobre la violencia letal sobre las mujeres, entendiendo a los femicidios como una problemática que trasciende a los géneros para convertirse en una expresión de una sociedad que necesita de una “pedagogía de la crueldad”.
Por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero para El Ciudadano
Rita Segato es doctora en Antropología e investigadora. Es, probablemente, una de las pensadoras feministas más lúcidas de esta época. Y tal vez de todas las épocas. Ha escrito innumerables trabajos a partir de su investigación con violadores en la penitenciaría de Brasilia, como perito antropológico y de género en el histórico juicio de Guatemala en el que se juzgó y condenó por primera vez a miembros del Ejército por los delitos de esclavitud sexual y doméstica contra mujeres mayas de la etnia q’eqchi, y fue convocada a Ciudad Juárez a exponer su interpretación en torno a los cientos de femicidios perpetrados en esa ciudad. Su currículum es largo e impresionante.
Más allá de todo prejuicio escandalizador, Segato ha propuesto una mirada profunda sobre la violencia letal sobre las mujeres, entendiendo a los femicidios como una problemática que trasciende a los géneros para convertirse en un síntoma, o mejor dicho, en una expresión de una sociedad que necesita de una “pedagogía de la crueldad” para destruir y anular la compasión, la empatía, los vínculos y el arraigo local y comunitario. Es decir todos esos elementos que se convierten en obstáculo en un capitalismo “de rapiña”, que depende de esa pedagogía de la crueldad para aleccionar.
Es, en ese sentido, que el ejercicio de la crueldad sobre el cuerpo de las mujeres, pero que también se extiende a crímenes homofóbicos o trans, todas esas violencias, “no son otra cosa que el disciplinamiento que las fuerzas patriarcales imponen a todos los que habitamos ese margen de la política, de crímenes del patriarcado colonial moderno de alta intensidad, contra todo lo que lo desestabiliza”. En esos cuerpos se escribe el mensaje aleccionador que ese capitalismo patriarcal de alta intensidad necesita imponer a toda la sociedad.
No es tarea sencilla entrevistar a Rita, que es una especie de torbellino, capaz de enlazar con extrema claridad y sutileza los argumentos más complejos. Se toma su tiempo para responder, analiza cada pregunta, la desgrana, profundiza y vuelve a empezar con una vuelta de tuerca sobre cada concepto. Tiene su propio ritmo y seguirlo puede ser un desafío.
—En el marco del alarmante crecimiento de los casos de violencia de género, ¿podría profundizar en el concepto que desarrolló de que la violencia letal sobre la mujer es un síntoma de la sociedad?
—Desigualdad de género, control sobre el cuerpo de la mujer desde mi perspectiva, hay otras feministas que no coinciden, acompañan la historia de la humanidad. Sólo que, contrariamente a lo que pensamos y a eso que yo llamo prejuicio positivo con relación a la modernidad, imaginamos que la humanidad camina en la dirección contraria. Pero los datos no confirman eso, al contrario, van en aumento. Entonces tenemos que entender cuáles son las circunstancias contextuales e históricas.
Una de las dificultades, de las fallas del pensamiento feminista, es creer que el problema de la violencia de género es un problema de los hombres y las mujeres. Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer. Y yo creo que es un síntoma de la historia, de las vicisitudes por la que pasa la sociedad. Y ahí pongo el tema de la precariedad de la vida.
La vida se ha vuelto inmensamente precaria, y el hombre, que por su mandato de masculinidad, tiene la obligación de ser fuerte, de ser el potente, no puede más y tiene muchas dificultades para poder serlo. Y esas dificultades no tienen que ver como dicen por ahí, porque está afectado por el empoderamiento de las mujeres, que es un argumento que se viene utilizando mucho, que las mujeres se han empoderado y que los hombres se han debilitado por ello y por lo tanto reaccionan así… no. Lo que debilita a los hombres, lo que los precariza y los transforma en sujetos impotentes es la falta de empleo, la inseguridad en el empleo cuando lo tienen, la precariedad de todos los vínculos, el desarraigo de varias formas, el desarraigo de un medio comunitario, familiar, local… en fin, el mundo se mueve de una manera que no pueden controlar y los deja en una situación de precariedad, pero no como consecuencia del empoderamiento de las mujeres, sino como una consecuencia de la precarización de la vida, de la economía, de no poder educarse más, leer más, tener acceso a diversas formas de bienestar.
Y eso también va en dirección de otra cosa que vengo afirmando: que hay formas de agresión entre varones que son también violencia de género. Yo afirmo que los varones son las primeras víctimas del mandato de masculinidad. Con esto no estoy queriendo decir que son víctimas de las mujeres, y quiero dejarlo bien en claro porque se me ha entendido de una manera equivocada muchas veces. Estoy diciendo que son víctimas de un mandato de masculinidad y una estructura jerárquica como es la estructura de la masculinidad. Son víctimas de otros hombres, no de las mujeres.
—Muchas mujeres reciben esta violencia como algo normal. ¿Por qué?
—Por eso, sobre todo en España, al principio, cuando en las primeras campañas por los derechos de la mujer empezaron a aparecer estas mujeres golpeadas en la televisión, fue muy fuerte y causó mucho impacto. Plantear que la violencia doméstica es un crimen creo que fue el mayor avance de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw), es decir, que algo que es una costumbre puede ser un crimen. Es dificilísimo, sobre todo en el campo del derecho dar ese paso, porque el derecho es como la santificación de todo lo que es la costumbre como ley. Pero la Cedaw dice: esta costumbre es un crimen, no puede ser transformada en ley. En ese caso de la violencia doméstica, de las violaciones domésticas, se ha marchado en el camino de comprender que es un crimen.
Ahora, lo que nos da a nosotros una pauta, una luz para entender mejor todo ese tema, es que cuando hay un óbito, cuando aparece un cuerpo, un asesinato de mujer nunca fue natural, ni antes ni ahora ni nunca. Y ahí vemos que hay una dificultad del derecho y del Estado en ganar terreno en este campo. Porque, sin ninguna duda, están en aumentando cada vez los feminicidios, ese verdadero genocidio de mujeres que estamos viviendo, de varias formas. Y eso lo sabemos porque ya hay más de 10 años de estadísticas en la mayor parte de los países. Y además el avance en lo legal y lo forense respalda esta afirmación.
—Usted plantea que la violación es un acto disciplinador, un crimen de poder. ¿Qué se juega el agresor sexual en esos casos?
—Bueno, ese concepto es de altísima complejidad. Le cuesta mucho a la sociedad comprender a qué apunto. Mucha gente de bien, muy moral, saltó contra esto e intenta rápidamente diferenciarse de ese sujeto que considera anómalo, criminal, inmoral, en fin todo lo malo que se deposita en ese sujeto, en ese chivo expiatorio que es el agresor… y los otros hombres se salvan y dicen yo no soy eso. Yo eso lo pongo bajo un signo de interrogación.
Yo creo que aquel último gesto que es un crimen, es producto de una cantidad de gestos menores que están en la vida cotidiana y que no son crímenes, pero son agresiones también. Y que hacen un caldo de cultivo para causar este último grado de agresión que sí está tipificado como crimen… pero que jamás se sucedería si la sociedad no fuera como es. Se sucedería en un psicópata, pero la mayor cantidad de violaciones y de agresiones sexuales a mujeres no son hechas por psicópatas, sino por personas que están en una sociedad que practica la agresión de género de mil formas pero que no podrán nunca ser tipificadas como crímenes.
Por eso mi argumento no es un argumento antipunitivista de la forma clásica, en el sentido de que no se debe punir o sentenciar. Sí tiene que haber leyes y sentencias que sólo algunas veces llegan a materializarse. Pero en nuestros países sobre todo, en el mundo entero, pero especialmente en América Latina, de todos los ataques contra la vida, no solamente los de género sino de todos en general, los que llegan a una sentencia son una proporción mínima. La eficacia material del derecho es ficcional, es un sistema de creencias, creemos que el derecho lleva a una condena. Pero claro que tiene que existir, el derecho, todo el sistema legal, el justo proceso y la punición. Lo que yo digo es que la punición, la sentencia no va a resolver el problema, porque el problema se resuelve allá abajo, donde está la gran cantidad de agresiones que no son crímenes, pero que van formando la normalidad de la agresión. Ninguno tomaría ese camino si no existiera ese caldo de cultivo.
—¿Y por qué algunos hombres toman ese camino y otros no? Porque si es un problema social ¿no afectaría a todos por igual?
—Y bueno, porque somos todos diferentes… yo no te puedo responder eso. Lo que sí te puedo asegurar es que los índices serían muchos menores si atacáramos la base, o sea, el hábito, las prácticas habituales. Tampoco hablo de una cultura de la violación, porque se habla mucho de eso, sobre todo en Brasil. Se habla mucho de una cultura violadora. Está bien, pero cuidado con la culturalización, porque el culturalismo, en el abordaje de estos temas, le da un marco de “normalidad”, de costumbre. Como se hace con el racismo por ejemplo… es una costumbre. Yo tengo mucho miedo a esas palabras que terminan normalizando estas cuestiones.
—En relación a este tema, sobre que la violación es un crimen de poder, disciplinador, eso, ¿se juega de la misma manera en el caso de los abusos de menores? Ya que generalmente los niños son abusados en su mayoría en las relaciones intrafamiliares o por integrantes de sus círculos cercanos, ¿se puede hacer una misma lectura o es distinto el análisis?
—Yo creo que es un análisis distinto, porque ahí si entra la libido de una forma en que yo no creo que entra en las violaciones de mujeres. Yo no he investigado mucho ese tema, lo que sí puedo decir al respecto es que el agresor, el violador, el asediador en la casa lo hace porque puede. Porque también existe una idea de la paternidad que proviene de una genealogía muy antigua, que es el pater familias, como es en el Derecho Romano, que no era como lo concebimos hoy, como un padre, una relación parental. Sino que el padre era el propietario de la mujer, de los hijos y de los esclavos, todos en el mismo nivel. Entonces eso que ya no es más así, pero que en la genealogía de la familia, como la entendemos, persiste… la familia occidental, no la familia indígena. Pero sí la familia occidental, que tiene por debajo en sus orígenes la idea de la dueñidad del padre. Entonces, eso aun está muy patente. Tengo estudiantes que han trabajado este tema. Por ejemplo, el caso de un pastor evangélico que violaba a todas sus hijas, y lo que sale de ese estudio es que el hombre, en su interpretación, era dueño de esos cuerpos. Eso es algo que no está más en la ley, pero sí en la costumbre. Y el violador también es alguien que tiene que mostrarse dueño, en control de los cuerpos. Entonces el violador doméstico es alguien que accede a esos cuerpos porque considera que le pertenecen. Y el violador de calle es alguien que tiene que demostrar a sus pares, a los otros, a sus compinches, que es capaz. Son variantes de lo mismo, que es la posesión masculina como dueña, como necesariamente potente, como dueño de la vida.
—En su experiencia, ¿el violador se puede recuperar de alguna forma, con la cárcel o con algún tratamiento?
—Nunca vi un trabajo de reflexión, no lo podemos saber porque el trabajo que debemos hacer en la sociedad, que es primero entender y luego reflexionar, nunca fue hecho. Sólo después de hacer el trabajo que está pendiente todavía de hacer en el sistema penitenciario, podemos llegar a ese punto. No hay elementos suficientes. No estoy hablando de psicópatas. Porque, a diferencia de lo que dicen los diarios, la mayor parte de las agresiones sexuales no son perpetradas por psicópatas. Los mayores perpetradores son sujetos ansiosos por demostrar que son hombres. Si no se comprende qué papel tiene la violación y la masacre de mujeres en el mundo actual, no vamos a encontrar soluciones.
Quedan pendientes tantos temas… hablar, por ejemplo, sobre el papel de los medios que, según sus propias palabras, colaboran con exhibir públicamente la agresión a las mujeres hasta el hartazgo, haciendo de la victimización de las mujeres un espectáculo de fin de tarde o después de misa, reproduciendo hasta el hartazgo los detalles más morbosos y funcionando así como el “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”…. Esos y tantos otros. Será en otra oportunidad. La estaremos esperando.
*Por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero para El Ciudadano. Foto: Colectivo Manifiesto.
Extraído de: www.latinta.com.ar
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Macri es la cultura // Diego Valeriano
Macri es la cultura porque de este lado no somos nada. Apenas somos una obra de teatro comprometida en algún centro cultural, una radio comunitaria con subsidios y sin oyentes, un taller de algo que ya se desgastó de tanto corregirlo y buscarle financiamiento, un pobre blog. Apenas un encuentro con algunos pibes del barrio, con los más fáciles, con esos que te escuchan con tal de cobrar una beca. Una biblioteca popular llena de libros donados que lo único que tiene para ofrecer es dignidad y solemnidad, justo ahí donde lo único bueno pasa a la noche cuando se olvidan esas dos cosas.
Macri es la cultura porque el Indio ahora opina y además al muy cagón ni siquiera le da regalarnos el único espacio vital que nos quedaba. Macri es la cultura porque de tanto militar nos olvidamos de la gestión política de nuestras vidas, porque nuestros compañeros de rebelión, escabio y calle desviaron algunos recursos, se volvieron caretas y dejaron de juntarse donde podían pasar las cosas, porque ya no segundean, porque envejecimos nosotros también y no supimos.
Hay un montón de corazones ortiba que quieren tranquilidad, poder armar su CV, postear sin saber, tener una carrera, algo de público, leer libros, opinar sobre arte, un poquitín de reconocimiento, que les festejen sus obviedades y mantener ciertos rituales privados. Macri es la cultura porque entienden cómo somos y saben qué hacer con eso. Macri es la cultura porque ya casi nadie quiere intensidad épica, y porque esa intensidad no fue genuina.
Macri será la cultura mientras sigamos abrazados a la inmediatez, a aquello que aún no es efectivamente real, mientras no nos hagamos cargo de que todo esto es pura suerte, hasta que la vida tal cual es se refleje por fin de algún modo, aunque más no sea como una estrategia de visibilidad que lo deforme todo. Como un espejo retorcido, peposo, cínico e irónico que muestre lo gede, guachín y piba que tenemos que ser para transformarnos en máquinas de guerra.
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Episodio 2: ¿Hay que quemar a Lenin? // Oscar Ariel Cabezas y Miguel Valderrama
Episodio 2
¿Hay que quemar a Lenin?
Oscar Ariel Cabezas: En su pequeño libro ¿Hay que quemar a Sade? (1955) Simone de Beauvoir reúne cinco ensayos sobre el Marqués de Sade en los que se interroga la posibilidad de justificar “la posesión de ventajas particulares de un modo universal”. La argumentación de Sade a favor de la universalidad de los deseos singulares y del uso del cuerpo del otro para la consumación del placer individual es lo que atañe de manera esencial a toda su obra. ¿Pero qué relación podría haber entre la consumación de los placeres individuales y el imaginario leninista de una revolución que es (fue) proclamada en nombre de la universalidad del internacionalismo proletario? Esta pregunta es algo difícil de comprender porque el desplazamiento de Lenin a museografía visual o a responsable del catastrofismo político y económico de los proyectos socialistas en el siglo veinte es inherente a la retirada del leninismo de cualquier gramática política que aspire hoy a organizar la lucha por la demanda infinita de la justicia. Es posible pensar a Sade al lado de Lenin y a Lenin al lado de Sade como una manera de repetir la máquina de lectura de De Beauvoir. La sospecha que se desprende de la interpretación de la feminista más importante del siglo veinte es que somos herederos de Sade. Y, así, no podemos chispear los dedos y enviarlo (sin juicio) a la hoguera. De Beauvoir deconstruye el clamor de la quema de Sade en nombre de esa opaca moralidad que perdura en las mediocres metamorfosis de la conciencia cristo-burguesa de nuestro presente. ¿Quienes quieren quemar A Sade? Aquellos que carecen de visión o han perdido la vista. La ceguera como pérdida del sentido es lo que justifica a los que no pueden leer sin levantar la cabeza de la inmediatez de la conciencia. Por eso, las máquinas de lecturas (o falta de ellas) que se precipitan a cerrar los cerrojos del tímpano de toda una época no pueden escuchar los sonidos éticos del erotismo perverso de Sade. Sin escuchar, y desde lo más abstracto de la lectura, la inmediatez de la conciencia condena y arroja al Marqués de Sade a la quema de su obra. El autor de La filosofía en el tocador (1775), de Justin (1787) y de Las 120 Jornadas de Sodoma (1785), entre otras obras, compone el legado irreductible de una textografía que lleva a sus límites la emergente conciencia burguesa de la época de Sade y, sin duda, su continuidad mediocre en la conciencia liberal de nuestra “ontología del presente”. Alojada en máquinas de lectura hegemonizadas por la conciencia liberal la quema de Lenin no solo es análoga a la de Sade, sino que además, comparte de manera interna el mismo horizonte de comprensión que descubre De Beauvoir. En otras palabras, la hipótesis de lectura basada en que la sexualidad en Sade no depende de lo biológico, sino que esta es un hecho social es también interna a la hipótesis que orienta a Lenin a pensar que la revolución no depende de leyes morfológicas de la historia. Los textos celebres del calvo, El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899)¿Qué hacer? (1902), Un paso adelante dos pasos atrás (1904), El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), El Estado y la revolución (1917), La tesis de Abril (1917), La enfermedad infantil del izquierdismo (1920), entre otros textos, están tan lejos del darwinismo social como Sade de la sexualidad reducida a la biología. Lenin organiza sus lecturas, lee, es sobre todo un gran lector, capaz de organizar sus máquinas de lectura desde la pasión y perversión política, precisamente, porque la política es en sus interpretaciones el arte de la novedad no naturalizada de la irrupción libidinal de lo social y, por lo tanto, de la pulsión de la pasión política organizada por la perversa cabeza de Lenin. El archivo de Lenin no es tan distinto del de Sade. Pensemos que ahí donde De Beauvoir advierte que la práctica erótica del Marqués no es la anulación del cuerpo del otro, sino más bien la de conciencia (cristo-burguesa) que hay en el otro, Lenin descubre que la política no es un a priori cifrado en la fiabilidad de una teología política o una teoría en la que sus enunciados no estén sujetos a metamorfosis según el cuerpo de la práctica política. Por eso, quizá la pregunta que amarra a Lenin a la lectura de De Beauvoir sea la de la posibilidad o imposibilidad de repetir a Sade en el interior de una ontología política que clama por la pregunta teórica por la perversión política. La interrogación por máquina perversas de lectura no solo sería afirmar la actualidad del Marqués de Sade como el “eslabón más débil” del pensamiento liberal republicano y sus instituciones de regulación del erotismo, sino también por la actualidad de un leninismo desviado y desviante de las lógicas de lectura sovieláticas. No el Lenin iconográfico del poder, sino el de la subversión de las máquinas de lectura que sodomizaron tanto al pensamiento marxista como a las pálidas apropiaciones de la historia de los partidos comunista que reprodujeron lógicas de servidumbre voluntaria a la política imperial de la URSS. ¿Hay que quemar a Lenin? Quizá ya ha sido cremado sin la oportunidad de revelar su actualidad. ¿Pero cuál sería esa actualidad? ¿Cuál sería la actualidad del Lenin de Althusser o del de Lukács? El Lenin de Althusser es inquemable sin quemar la irrenunciablidad de Althusser a la lucha de clases. El Lenin de Lukács es también inquemable sin quemar/clausurar la lectura de que Lenin es el pensador político que sabe que la novedad en política es del orden de lo incalculable. Esta tesis lucacksiana nos permite decir desde el interior de la máquina de lectura de De Beauvoir que el punto de encuentro y encrucijada de Sade y Lenin es que ambos eligen lo imaginario como posibilidad de auscultar, empujar y habitar la novedad hacía los límites del tejido de lo dado.
Miguel Valderrama: ¿Hay que quemar a Lenin? ¿Quién pregunta? ¿Quién se atreve a tal gesto extremo? ¿Quién confía hoy la revolución a las llamas, al fuego redentor? Conocida es la anécdota que cuenta Trotsky de su primer encuentro con Lenin en Londres. En ese encuentro el fuego no está ausente, también allí Lenin y Trotsky parecen entregados a las llamas, a la chispa de la revolución. Y es que no solo Iskra, el periódico clandestino que los revolucionarios publican en Londres remite a ello. La ciudad entera parece arder a los ojos de los exiliados rusos. Trotsky mismo sueña despierto con quemar Londres, con ver arder sus palacios y museos. Lenin, en cambio, oscila, se interroga en la espera para finalmente advertirle a su joven acompañante que esos palacios, que esas riquezas, serán los frutos que heredarán los desposeídos de la tierra el día que triunfe la revolución. No, no todo arderá. No, no hay que quemarlo todo. La consumación del mundo por las llamas es el infierno del capital, no la catarsis con la que sueñan despiertos los revolucionarios del nuevo siglo. El comunismo no se levantará sobre las cenizas del viejo orden, la noche que lo verá nacer no se iluminará con el fuego de castillos y palacios. Hay en Lenin una política de la herencia, que es al mismo tiempo una política de la filiación. La separación no se dará sin relación. O, si quieres, la relación no puede ser pensada como separación absoluta, como indiferencia pura de un acto. Y es aquí, justamente, donde Lenin y Sade vienen a encontrarse. En ese cono de luz donde dos soberanías entran en contacto, donde una y otra buscan afirmarse ilusoriamente ya sea en el corte o en el lazo. Si Lenin arde, si hoy nos preguntamos por lo ígneo de su herencia, es, sin duda, porque su legado se ha vuelto de algún modo irrecibible. Ya la palabra con que nombramos esa relación sin relación que estructura la herencia y el legado de Lenin es extraña a nuestra lengua materna, sometiéndola en su paso a una torsión, a una violencia de tránsito. Irrecibible, la violencia que la palabra parece infligir a la lengua da cuenta de la propia imposibilidad del acto, haciendo girar la herencia y el legado sobre sí mismos, reversando una transmisión, consumándola hasta sus cenizas. Si la herencia de Lenin es irrecibible es porque ella misma parece consumarse en su paso al acto. Sin duda, Lenin retrocede ante el incendio eterno de la revolución. Pero, de igual modo, Lenin mismo es el incendio eterno, es la revolución abrazadora. Hay en él un vector antigonal que lo hace ocupar una posición imposible, dividiendo su semblante entre el corte y el lazo, entre la separación y la relación. La perversidad de Lenin, aquello que lo emparenta con Sade, es justamente el hecho de que no es indiferente a la violencia que estructura las relaciones interindividuales. La manera de aprehender esta violencia, de tomar partido por ella dividiéndola siempre en dos, oponiendo una a otra, es quizá lo que identifica y distingue tanto las posiciones de Sade como las de Lenin. Y nos es solo que el incendio de la revolución francesa encuentre en la revolución rusa una línea de propagación, no es solo que el siglo dieciocho entre en relación con las preocupaciones ígneas del siglo veinte. Ante una lectura que se limitara a destacar únicamente estos paralelismos, donde Lenin vendría a ocupar la posición del “odiado Robespierre” en el universo sadeano, habría que observar que lo que se pone en escena tras la pregunta que Simone de Beauvoir se plantea a propósito de Sade, no es otra cosa que un riguroso cuestionamiento del teatro del espanto en que se escenifica toda revolución. El entrecruzamiento de terror y deseo, de indiferencia y crueldad, de soberanía y excepción, de trasgresión y nihilización, da lugar a una interrogación del acto como acto ético en la perspectiva de Beauvoir. ¿Es Sade un gran moralista? ¿Acaso Lenin lo es? ¿Es la revolución un acto moral, un acto de moral pública? ¿Se puede afirmar sin reparos una ética revolucionaria, un principio de responsabilidad absoluta más allá de toda responsabilidad? Estas preguntas, de algún modo, han acompañado, y acompañan, nuestros debates en torno a la revolución y la acción política. A través de la lectura de Beauvoir, me parece, se abre una vía posible por donde vislumbrar aquello que subyace a todas estas inquietudes que enmarcan la pregunta sobre si hay que quemar a Lenin.
OAC:
¡Quemar, quemar, quemar! Verbo que indica la acción de poner en relación un elemento combustible con las llamas o la chispa del fuego. El elemento que arde, cualquiera sea éste, no puede escapar a su transformación, a su metamorfosis. En la quema hay metamorfosis. Esta inevitablemente se asienta en el objeto de lo que se quema y, sin embargo, el clamor por los incendios ha estado del lado de los que temen a las metamorfosis. La lucha por el fuego ha sido también la lucha contra las hogueras. Por eso, siguiendo tu insistencia en la quema, sería interesante exclamar: ¡Debemos quemar a Lenin! Esta exclamación, sin duda, es la alegría del oído de los profetas del orden, es decir, de los agoreros sin deseo de metamorfosis. El tema del fuego y, así, el de la quema aparece en la disyunción entre naturaleza e historia como trama civilizatoria, y de exposición a las formas con las que los poderes han manifestado su odio a la metamorfosis. El fuego es el lugar de las aporías civilizatorias; el de las bondades de su calor y el de la furia de su energía, capaz de quemarlo todo. Hablar de catástrofes naturales, como se suele hacer hoy en día, no es del todo exacto. Toda combustión “destructiva” en la naturaleza es el indicio de que hay en la voluntad de la naturaleza el impulso de metamorfosis. Pero en el interior de los mundos sociales, la voluntad de metamorfosis requiere de alguna chispa que encienda y dirija las transformaciones. Tal como Lenin imaginaba que el Iskra era la chispa que encendería a las multitudes de campesinos, soldados y obreros, un rayo descuidado puede encender enormes territorios y arrasar con la flora y la fauna y, sin embargo, el rayo no tiene voluntad de timonel, de dirección de mandado político. Tampoco podemos olvidar que la naturaleza es indisociable de la fragilidad de los mundos sociales y, a su vez, estos son indisociables de la fragilidad de los ordenes sociales. Lenin es la constatación mas radical de que el poder no tienen más fundamente que el que le da la voluntad políticamente organizada. Organizar lo social desde la política es lo que autoriza a decir que toda catástrofe natural es una catástrofe social. Los volcanes y los meteoritos, el rayo que cae en la madera inflamable de un viejo roble son parte de la historia natural de las metamorfosis, no así el modo por el cual se organiza una ciudad, un Estado. Nuestra geo-grafía es así, un inevitable juego de esquivos y apropiaciones de lo que quema en el interior y en el hábitat de los pliegues de la naturaleza. La naturaleza química del fuego afecta la historia del cuerpo inflamable del hombre, pero nada hay de natural en la decisión de inflamar o dejar que algo sea inflamado. La apropiación humana del fuego no es una metáfora de la historia de los mundos sociales y sus astucias para inmunizarse de las “catástrofes naturales”; es, más bien, la historicidad del peligroso movimiento del fuego en manos de lo humano. Una vez que este ha sido apropiado social y políticamente puede ser el instrumento de estrategias de tormento y de guerras civiles, de quemas de iglesias y devenires seculares, de conspiraciones políticas y de asedios a las hojas de los libros. Esto es lo que hace del fuego el topos originario de las tensiones y de las pasiones civilizatorias. En el mito de Prometeo y de Epimeteo el fuego es la genealogía de las prótesis humanas hasta el punto que podemos decir que este constituye la protohistoria de las quemas y del fuego como instrumento del dominio del político. Recordemos que Epimeteo, a cargo de la distribución de las facultades para cada especie viva, por descuido, olvidó dotar a la especie humana de facultades. Prometeo para compensar el hecho de que lo humano había quedado desnudo roba a Zeus el fuego. El robo a los dioses define el momento en que lo humano comienza a participar de lo divino y, a su vez, el signo de la fragilidad del cuerpo creado a diferencia de los dioses. Esta diferencia es importante porque hace entrar en el teatro de los mundos sociales el reino de la muerte. Tan viejo como el fuego y por oposición a la metamorfosis, el deseo de orden desde ideologemas utópicos es una constante expresada en las técnicas de quemar. El cuerpo como materia inflamable ha sido el blanco privilegiado de los inquisidores medievales, pero también de los modernos y de nuestros contemporáneos “estados-soberanos” destruidos por el narco y el capitalismo financiero y postindustrial. La política de la que ha sido también, la de hacer humo la diferencia, quemarle las arterias, incinerarle los pulsos vitales del corazón para neutralizar lo que altera ha sido desde hace mucho una pulsión tanática asociada al fuego, a la quema de los heréticos. Como el panal de miel al oso, el cuerpo inflamable del cualquier herético atrae al fuego del poder y de los poderoso. Entonces, prenderle fuego a Lenin, ¿en nombre de qué o de quién? No es difícil imaginar que los pirómanos constituyen — de la quema de Roma, pasando por la quemas de brujas, hasta la del Reichstag — una apropiación perversa y conspirativa del fuego justo donde conspiración y perversión definen o redefinen formas de la estabilidad o desestabilización del orden político (utópico o distópico), moral, económico, militar. No podemos olvidar que el siglo veinte se incendió a través de la pasión perversa del Nazismo y la contención del comunismo como el otro fuego de la quema del capital. Pero es la quema del Reichstag (1933) lo que mejor expresa las perversiones políticas de los primeros años del hitlerismo pirómano. Los nazis acusan a Giorge Dimitrov de la quema, uno de los líderes más importantes de la Tercera Internacional Comunista, que luego será presidente de Bulgaria. La quema desata las indiscriminadas persecuciones a los comunistas y potenciales opositores al Tercer Reich. Se trata, como bien lo narra en su Lenin y nuestro tiempo (1983) Rodney Arismendi, de una provocación cuyo objetivo es desatar la fuerza del fascismo de Hitler quien había asumido el poder en enero de 1933 y un mes más tarde, el 27 de febrero, a las 9 de la noche, el Reichstag, el Parlamento Alemán, arde. El incendio anuncia las formas del montaje, el simulacro, el terrorismo del Estado-fascista y la conspiración incendiaria como técnicas para hacer humo las oposiciones, la diferencia. En su esencia, el fascismo pirómano y el de las cámaras de gas fue también una potencia propagandística y un dispositivo tecno-social de terror visual y control biopolítico. Llevada acabo por el Ejercito Rojo su derrota política y militar es también su soterrado éxito; un éxito siniestro en el interior de las apropiaciones imperceptibles de la estética fascista por parte del capital. El fascismo, en otras palabras, se metamorfoseó hasta el punto de constituirse en el arte iconográfico de dar forma a los lugares, ya no necesariamente estatalizados de socialización nazi, sino de la mercantilización del capitalismo parlamentario. No sería exagerado decir que la quema del Reichstag es el punto de arranque de la genealogía del fuego perverso de los conspiradores y provocadores fascista que incendiaron La Moneda en el Chile el 11 de septiembre de 1973. Se trata del origen fascista del fuego que han sostenido en sus metamorfosis, contra la diferencia, las máquinas de lo que hoy conocemos bajo la forma de capitalismos “post-estatales”, es decir, bajo la forma de estados fuertemente subordinados al fascismo figurativo e imperceptible de la tecnificación y mercantilización de los mundos sociales. Pero a diferencia de Lenin y de Dimitrov, el bolchevismo-comunista de hoy celebrado como efeméride del museo globalizado de la Revolución Rusa, no parece ser más que la débil trama de los libros de historia y de los homenajes despolitizados o marcados por el retiro de Lenin. Se ha olvidado que ¡Lenin es el Maquiavelo del siglo veinte! Su legado no es el de la doctrina del marxismo teológico, sino el de las prácticas materiales de la política. Por eso, quizá, se pueda decir que el fuego de Lenin es al mismo tiempo prometeico y maquiaveliano. El Lenin de 1917 es el Lenin incendiario del comunismo consejista anti-liberal y contra-parlamentario, es decir, es el Lenin de la quema del los mundos burgueses. Este es el Lenin que la reconstrucción de Del Barco decide dejar fuera, decide eliminarlo, inhabilitando el regreso de la inseminación del paradigma que la república consejista de los soviets crearon como oposición a los estados restauradores del orden burgués. Por eso, la pregunta por la quema, quizá, debe ir acompañada de la pregunta por algo así como las cenizas vivas de Lenin. ¿Lenin está muerto? La forma de incinerar el cuerpo de Lenin, de paralizar su pensamiento político, fue la de embalsamarlo como una momia egipcia, la de convertirlo en pieza importante del mausoleo ubicado en la plaza de Moscú. Pero ese no es el Lenin que nos interesa, esa momia es la que hay que quemar, quemar y quemar o, mejor dinamitar. En esto hay que seguir a Roque Dalton que en su viaje de 1957 a la URSS, no solo reconocerá los logros del socialismo existente, sino que a su regreso a San Salvador dirá dirá que es necesario dinamitar el mausoleo de Lenin. Su libro dedicado al conductor de la Revolución Rusa, Un libro rojo para Lenin (La Habana, 1970-1973), debe ser leído como la astucia de Dalton para dinamitar a la momia y volver a encender la chispa leninista en América Latina.
MV: Al volver una y otra vez sobre la cuestión de quemar a Lenin no hacemos más que retomar de otra forma la cuestión del izquierdismo que la hipótesis comunista no deja de abrir y señalar. Roque Dalton expresa como bien adviertes esta tensión en su relación con Lenin y la Revolución bolchevique. La expresa como un dolor de cabeza del que es necesario liberarse. El izquierdismo, en efecto, plantea siempre la pregunta por el uno y el dos, la pregunta por la unidad y la división. En su impaciencia, en su precipitación, en la voluntad de anticipación que lo caracteriza, es necesario reconocer una fe ciega en el porvenir, en una idea de futuro como anticipación, como corte y separación. Se diría que su política se juega principalmente en un determinado ensayo de edición del tiempo, en una consciencia nietzscheana de sus límites, y en la misma posibilidad de darse una imagen propia del mismo, un horizonte temporal capaz de unificar en cierta medida el conjunto de una existencia. En el simposio “Sobre la idea comunista”, celebrado en Londres en la Birkbeck School of Law, a comienzos del año 2009, Bruno Bosteels traía a análisis una historia del izquierdismo dominada por identificaciones e inversiones que daban cuenta a su vez de la propia historia del comunismo durante el siglo veinte. Historia indistinguible, en cierto punto, de un “melodrama” compartido por el comunismo y el izquierdismo. Historia común de un paso, siempre adelante, siempre atrás, vivido según los ritmos de una fantasía melodramática juzgada ahora “infantil”, ahora “senil”. En un momento de su conferencia, Bosteels se interroga si acaso el fin de la “hipótesis izquierdista” no supondría también el fin de la “hipótesis comunista”. En sus palabras, el izquierdismo se presenta hoy como la bella alma del comunismo, aunque sin esa alma la Idea comunista tal vez sería apenas algo más que el caparazón vacío de un cuerpo, si no ya un cadáver piadosamente embalsamado y momificado. Del contrapunto que la conferencia establece entre la hipótesis izquierdista y la hipótesis comunista, interesa retener la problemática del tiempo que dicha identificación revela a nuestra lectura de Lenin y de la Revolución bolchevique. Junto a la cuestión del tiempo, de los modos de apropiarse o de disponer del tiempo, de fiarse o de dar lugar a una temporalidad propiamente política, se encuentra también la cuestión ética del acto. De algún modo, quemar a Lenin pone en escena tanto la pregunta por la eticidad del acto revolucionario como la visualización de los límites y alcances temporales que dicho acto comporta. La purificación del mundo por las llamas, el incendio que todo paso al acto necesariamente supone (recordemos aquellas palabras que Lacan dedica a Antígona, ella es el incendio, dice), reintroduce en la escena de la revolución la cuestión de la expirosis, de la consumación del mundo por el fuego. Cortar el mundo en dos, comenzar desde cero, hacer tabula rasa, es un acto de purificación, de separación violento que tiene al fuego por instrumento. El fuego es la metáfora no solo de la violencia revolucionaria, sino también del terror que va asociado a dicha violencia. No hay terror sin violencia, no hay violencia sin terror. No al menos, cuando esa violencia se ejerce bajo la lógica del corte y la separación. No al menos, cuando esa violencia se vive como fundación. Ahora bien, las dificultades que la izquierda encuentra hoy para adherir al imaginario jacobino y soviético de la revolución, no tienen relación tanto con el acto mismo, sino con la relación que dicho acto vendría a fundar. Simplemente ya no se cree en la revolución como tabula rasa, simplemente ya no se vive la revolución como acontecimiento, como corte y abertura absoluta. La fe en el futuro, en una política fundada en el futuro, sin duda es lo que se ha perdido. O, dicho de un modo más preciso, las figuras de la historicidad que daban lugar a una política revolucionaria fundada en una temporalidad volcada hacia el futuro han terminado por consumirse en las guerras frías del siglo veinte. Este agotamiento del ideal revolucionario es también el agotamiento de cierto carácter destructivo asociado a la revolución. La revolución como un signo de fuerza, como fuerza violenta de destrucción, es justamente aquella fantasmagoría que nadie se toma hoy demasiado en serio. Sin duda, se organizan coloquios internacionales en torno a la violencia, sin duda la Revolución de 1917 copa la agenda académica en las universidades, y, sin embargo, el teatro de la violencia parece —por paradójico que sea— ya no tocar el mundo, ya no formar mundo. El equívoco de Lenin se revela así como el equívoco de la revolución. Hay que partir el mundo en dos, esa es la afirmación que parece subyacer a la imagen del fuego promovida por izquierdistas y comunistas. Esa imagen, que Lenin sintetizó en la sentencia que afirma que siempre es mejor una división a la confusión, es la imagen que Simone de Beauvoir busca leer en el rostro de Sade. Partir el mundo en dos, ya sea por las armas o por el sexo. Partir el mundo en dos para conjurar esa violencia que ya no toca el mundo, que ya no forma mundo. ¿Es Sade un gran moralista? ¿Acaso Lenin lo es? ¿Es la revolución, política o sexual, un acto moral, un acto de moral pública? ¿Se puede afirmar una ética revolucionaria, un principio de responsabilidad absoluta más allá de toda responsabilidad? Estas preguntas, de algún modo, han acompañado, y acompañan, las polémicas en torno a la revolución y la política en nuestro continente. No es necesario recordar el “No matarás” de Oscar del Barco para reabrir hoy este debate sobre la responsabilidad. Tampoco es necesario recordar las posiciones de León Rozitchner sobre esa “filosofía de la consolación” que parece por momentos despuntar en algunas de las lecturas del “No matarás” para advertir que, en lo esencial, estas discusiones no versan tanto sobre un “pensamiento de la derrota”, como sobre lo que se podría llamar —parafraseando al mismo Rozitchner— un pensamiento que interroga las relaciones establecidas entre moral (burguesa) y revolución, entre una determinada concepción del tiempo y una determinada concepción del acto, del paso al acto.
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Como corazones derrotados // Juana Páez
No hace falta estar muy atenta para notar que una suma de malestares alimenta cierto humor dominante en estos días. Del enojo fácil al cansancio recurrente y de ahí a la depresión: malestares propios de la sensación de impotencia que intoxica la trama social. Sólo basta ver un mismo y singular ritual repetido en cualquier esquina: encuentros cabizbajos, abrazos o palmadas en las espaldas, intercambios de palabras de aliento, murmullos de puteadas y rencores contra los que no la vieron; tanto votante ladino que hizo volar las fantasías por el aire. ¿Sencilla estupidez? ¿Vocación suicida? ¿Masoquismo?
Enamorados despechados de la grieta que culpan a los medios, a los traidores, a “los troskos”. El pueblo siempre vota engañado: el gobierno estafa a su electorado cuando oculta sus verdaderas intenciones; y cuando no las oculta –esto es más difícil de entender– y no pierde “apoyo popular”. ¿Cómo llamar a un pueblo que vota contra sus propios intereses?
El tono certero se mezcla con lágrimas y pierde fuerza: ya no se está tan a gusto, tan cómodo. Temor al elitismo del que se es ineludiblemente esclavo. Temer un temor, sin embargo, travestido en comodidad, en confort… si no fuera por el malestar creciente. Un confort que permite la autocrítica, pero solo a nivel de haber confiado, de haber creído, de haberse ilusionado. Debilidades de las buenas.
Corazones derrotados que fantasean con exiliarse en Uruguay, nostálgicos de un pasado que acabó no siendo y de un presente que les estalla en las manos. ¿De qué estaban hechas esas ilusiones devenidas impotencia? Una impotencia que, a decir verdad, no tiene origen preciso. Se fue dando. Quizá demasiada pantalla. Demasiada tele. Demasiadas redes. Demasiada opinión. Demasiado periodismo. Una impotencia ya anidada en esos espacios relegados de la elaboración de estrategias y decisiones políticas (¡quién tiene tiempo para eso!). Una impotencia de adherente con aires de elenco, cuando no de fan virtual.
El progresismo blanco de corazón derrotado no es un sector social (cierta clase media urbana letrada con sensibilidad y pretensión de vida resuelta), y menos un grupo de personas políticamente determinado. El progresismo blanco de corazón derrotado es una fuerza social de la que no se está del todo exento. Un tipo de afectividad paradójicamente insensible, egoísta; y que en cierto modo es un desafío conjurar.
El problema de los corazones derrotados es, en suma, el problema de las ilusiones. De Spinoza a esta parte –y a un puñado de clicks– hay varios siglos de filosofía de la sospecha dedicada a desarmar idealismos, a pensar materialidades concretas (cuerpos, afectos, lenguajes). Y a ese nivel, como se dijo, no hay lugar para el temor ni para la esperanza: solo cabe buscar nuevas armas, nuevas estrategias, nuevas complicidades.
Con todo, el progresismo blanco de corazón derrotado no parece ser un gran aliado para combatir a la derecha en alza, a la derecha alzada. Y menos para imaginar los modos de vida capaces de desbordarlo. El progresismo es un discurso del orden. Y es ese orden –que cualquier persona sensata llamaría neoliberal– el que organiza expectativas e imaginarios, hábitos y acciones cotidianas.
Un orden que ante todo desplaza con naturalidad un puñado de preguntas fundamentales: ¿cómo discutir hoy el trabajo y la riqueza; las formas de producción (de valor) y el régimen de propiedad de la tierra?, ¿cómo poner en discusión el hecho de que un tercio de la población se integre como subsidiada y deudora mientras muere en el olvido?, ¿cómo discutir en serio la dictadura de las tecnologías y el control sobre nuestras vidas?, ¿cómo no poner sobre la mesa los malestares, las violencias cotidianas, la expropiación del tiempo; las vidas embotelladas, desensibilizadas y aprisionadas en asfixiantes metros cuadrados?
Porque si el problema de los corazones derrotados es un problema de ilusiones, la principal ilusión es la que permite sostener las existencias a condición de no detenerse a pensar sobre los propios modos de vida: no parar de trabajar, no parar de gestionar, no parar de consumir, no parar de emprender. No parar, hasta el borde mismo de la depresión y el sinsentido. No parar hasta volverse los primeros macristas, los macristas de corazón derrotado.
(***)
Un corazón derrotado no es algo que se cure así nomás. “Guardar silencio y caminar”, podría ser una forma de terapia. Una forma de resistencia material, más que simbólica o discursiva. Una toma de Aikido a tanta fuerza hostil, “una manera de mantener a salvo una dimensión interior frente a las agresiones externas”. El silencio, entonces, como condición de posibilidad de conexión con ese espacio interior. El caminar sin meta concreta y como fin en sí mismo: como constatación del propio cuerpo, de la propia respiración, de la propia fuerza, del propio deseo. Caminando y en silencio se cuecen complicidades y conspiraciones. Y de paso se apaga la pantalla y se entrega una a la Vida.
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Comentario a “La tragedia del althusserianismo teórico” // Laura Fernandez de la Serna
Comentario a “La tragedia del althusserianismo teórico”
Por: Laura Fernandez de la Serna
¿Se lo podría mencionar también como la tragedia de las trampas de la subjetividad?.
Al comenzar con la lectura no pude dejar de recordar las fotos que acompañaban aquel libro que leí con un solo ojo, que ahora repaso en la memoria y vuelve a mí desde León (como volvió León), ya no con un solo ojo sino con cuatro (dos pulidos por el óptico y los otros dos por la vida).
Quiero comenzar el comentario por aquellas fotos, tal vez las primeras máscaras de aquél niño ‘enmascarado en un vestidito de niña’ comenzando a construir tal vez sin quererlo el arte de la impostura. Aquellas fotos así como todo el texto me demostraron que nadie sale indemne de un “Libro”, ahora releo esta crítica con ojos nuevos a pesar del tiempo y la interpretación de León se hilvana con la mía de algún modo renovando mis ganas de escribir y demostrándome la asombrosa maravilla que se teje entre tinta/s, además de la curiosidad que me embarga al pensar cómo es que esto llegó a mí, sumado al placer de sentir que mi capacidad de asombro es siempre inaugural, que a pesar de todo sigue intacta, es que me atrevo a la consigna de este juego.
Quisiera organizar el texto enumerando algunos pasajes, pero no soy buena para enumerar y seguro que luego del punto uno ya mis digresiones no vuelven a retomar el orden, de manera que iré escribiendo desde los hallazgos que fui realizando.
Debo reconocer en principio que a Athusser lo leí por separado, creo que me engañó a mí también, lo cual no es tarea difícil, pero siempre me quedó una inquietud en su planteo acerca de la teoría y la praxis, cuestión que seguí buscando en otros autores, y que tiene que ver con una cuestión netamente epistemológica que hoy siento esclarecida de la mano de León, esclarecida aunque no resuelta, pues mi sospecha se desprende del hecho de un principio identitario que funciona en la base de nuestro entendimiento a la hora de “atrapar” , de “aprender”, de “tomar” la intuición para el concepto, la distancia entre el concepto y la cosa, que hace fracasar todo intento de praxis. En aquellas lectura de Althusser observé el intento de dar cuenta de esto en relación a la teoría y su aplicación a la política, la ingenua lectura de aquellos tiempos me hizo pensar que la propuesta de él era epistemológica en términos de un modo de acceso a la realidad, a los modos de comprender los fenómenos sociales, la lucha de clases, el fracaso de la revolución-bueno ya no recuerdo cuanta cosa- aunque vino bien aquella inquietud, que hoy entiendo cuando León plantea que aquel constructo teórico constituye un marxsismo sin sujeto, ya que el mismo aparece solo como soporte de las determinaciones sociales y que comprender el marxismo en términos epistemológicos necesita como condición de posibilidad la existencia de un “sujeto”, con lo cual quedamos allí nadando en los fondos ontológicos que no contribuyen a pensar la realidad inmediata, en la que cada uno está integrado, y con esto algo más, la contingencia de cada sujeto que deviene histórico, se me ocurre un modo de dialéctica en dos direcciones, como pliegue y despliegue, despliegue histórico y pliegue en la subjetivación de dichos sujetos, (es fuerte lo que digo, no?), se me ocurre a partir de las diferencias que establece en las formaciones conscientes entre la política revolucionaria y la derecha (sin hilar fino, esto podría desarrollarse con análisis y detenimiento tal vez), tiene que ver con ´la historicidad que transitó el individuo para construirse así mismo. Se pregunta León: “¿podríamos acceder a un conocimiento cabal del sistema social que pretendemos comprender teóricamente sin proyectar, inconscientes, sobre las categorías con las que pensamos también nuestras fantasías y nuestros fantasmas y aún nuestros sueños?” y aquí la presencia de la ideología algo de lo que Louis no integró, el fundamento histórico que produjo la conciencia…el problema de la ‘objetividad’?.
Entonces doy un saaallltooo…y comienzo a comprender, intuyo la astucia de Louis en su “Porvenir… ¿ya venido?”, ejercicio que pretende en su teoría, su vació conceptual tal vez, vacío de sí , método que establece para construir su propia tragedia – nuevamente me resuenan aquellas fotos-. Y León me hace pensar en un tácito pedido de auxilio del filósofo de la “impostura”, del deseo de su madre, de su construcción desde el vació, de una madre que por lo que recuerdo cada vez que lo miraba, miraba tras de sí, a ‘aquel Louis muerto en la guerra’ (Amor verdadero igual a muerte) y suplantado por quién fue su padre… ausencia?
(..)”Althusser desgrana el fundamento “ideológico” oculto tras su elaboración científica… (En función pienso)…del sujeto ignorado y rechazado que era él mismo”. Irrumpe pues, la familia como lugar fundador del sujeto, talón de Aquiles de nuestro frágil simulador. Y nuestro?. Aquello de lo que hablábamos, la posibilidad de una vida muerta o una vida como parte integrante de lo que llamamos muerte. No creo en la inocencia del amigo gracias a León travieso debelador de máscaras, amorosamente cruel, pero profundamente comprensivo, me muestra la paradoja de Louis y tal vez su tormento, el tema de la distancia, del deseo de unidad, que tal vez pueda llamarse locura…objetividad/subjetividad y de allí todos esos pares que nos hemos/han (recuerdo tu pregunta acerca de la primera persona del plural, sé por qué lo digo) sabido codificar, desde la noche de los tiempos de cavernas griegas…
¿Podríamos pensar qué esta ópera de Althusser no es más ni menos que la puesta en marcha de un suicidio filosófico?…encubierto como corresponde “al método” propuesto en su fondo. En el fondo de esa subjetividad tirana?…
Y nuevamente mi saltoooo!…Mujer…su lado “B” Helena, la hija que debió ser hijo. Él, hijo indefinido, ella mujer y praxis…la completud de su incompletud?, nuevamente el dualismo, materia y oposición, él la teoría inacabada, ella la praxis (…) ideal teórico brotado del deseo de mi madre, de mi propio deseo …mi deseo de existir para mí…su mujer muerta?…
Tantas más anotaciones en este extenso más que comentario de este Althusser a dos tiempos al igual que su libro autobiografía y los hechos, tal vez así se resuma la vida de la impostura, la máscara de las máscaras, lo que decimos sin decir, el silencioso auxilio de la mirada del otro del que pretendemos sepa mirar/nos, las hilachas de las teorías que nos esconden y de pronto aparece un León con su feróz al tiempo que amorosa crítica, porque de eso deben tratarse las críticas…Porque “no queremos hacernos los buenos, sino poder llegar a serlo”.
Veo también la recepción de Scheller en comprender que somos seres subsidiarios, y que dramática y no trágicamente vemos nuestra decrepitud sin velos y entonces queremos llevarnos todo en ese tornado inevitable en el que un pedazo de plástico nos sobrevive, justamente a nosotros.
Veo también la irrendención del judío, la inhumanidad de lo humano y la urgencia de terminar con toda ontología capaz de separación, porque en definitiva somos lo que podemos muy a pesar de las máscaras que podamos construir. Y luego de la lectura y la conclusión de ese bello “León”…silencio y un lagrimón en honor a lo que fuimos y estamos siendo o pudiendo ser…
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Lo que saben los cuerpos, amor e inmanencia en León Rozitchner // Diego Sztulwark
«Para una sociedad de productores de mercancías, cuya relación de producción generalmente consiste en estar en la relación con los
Materialismo ensoñado // León Rozitchner
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Contra las máquinas del olvido. Para la construcción de la memoria // León Rozitchner
Rememorar ¿es recordar el hecho sucedido? Saber del exterminio significa situarlo en un contexto histórico de sentido, donde se enfrenta
Sensibilidades. Locuras. Intensidades. Estallidos de un discurso desmanicomializador // Fernando Stivala
Sensibilidades. Locuras. Intensidades. Estallidos de un Discurso desmanicomializador
“la locura no es una fatalidad personal,
es una sensibilidad inaudita,
hendidura por donde entra el
dolor de toda la sociedad.”
¿Sobre qué cosas en relación a algo de lo que hacemos hace algunos años en los terrenos donde convergen locuras podemos hablar, escribir, o contar, sin reproducir los pensamientos hegemónicos?
¿Qué hacemos con esa memoria reproductiva que muchas veces aplasta con imágenes del pasado posibles actos de creación?
¿Cuánta y qué tipo de memoria se necesita? ¿Obedecer la tradición tal como está dada?
Si no nos preguntamos ¿porqué hacemos lo que hacemos?, acontece una manera automática del vivir. Una manera automática de la luchas y resistencias.
¿Qué discursos reproducen sentido?
¿Cómo tejemos puntos singulares (enunciados que tengan efectos sobre nuestras vidas) sin olvidar algunas referencias necesarias, y al mismo tiempo sin pisotear con esas referencias, posibles actos de creación?
¿Cómo construimos algo nuevo en lo viejo, cómo elaboramos algo diferente en todo lo repetido?
¿Cómo pensar procesos de desmanicomialización efectivos, afectivos y prácticos?
Manicomios
¿Cómo vivir sin otros?
Castels nos cuenta que la psiquiatría ha nacido en el manicomio, fue siempre integrante de un proyecto social global. Una de las primeras preocupaciones de los alienistas del siglo XIX fue la de reconocerse especialistas. ¿De qué? De un cierto peligro general que recorre el cuerpo social, amenazando todo y a todos porque nadie está al abrigo de la locura. El alienista se ha presentado como el hacedor de un orden que es el de la sociedad en su conjunto.
Toda una estrategia de regularidad, normalización, asistencia, vigilancia y tutela de alienados, vagabundos, pobres. El alienista está menos emparentado con los médicos, y más con los vigilantes del orden. O para decir más: La medicina no tiene solamente por objeto curar las enfermedades, tiene relaciones íntimas con la organización social.
Paolo Virno trabajando la idea de multitud se pregunta donde encontrar un reparo incondicionado. Dice “que el estar en común es un lecho constituido por usos y costumbres repetitivas y por eso confortables, un cauce que funciona como antídoto para esa soledad. La angustia hace su aparición cuando nos alejamos de la comunidad de pertenencia, de hábitos compartidos, de juegos lingüísticos sabidos por todos. Fuera de la comunidad el peligro es impredecible, constante, angustioso”.
¿Cómo es la vida después del manicomio, o sin los manicomios?
¿Con los procesos de desmanicomialización actuales cuestionamos la lógica hegemónica de encierro, o solo cambiamos de disfraz conservando a los guardianes sociales?
Reinserción social
¿Cómo vivir con otros?
¿Reinserción a qué, a dónde?
Si leemos los artículos de la ley de salud mental 26.657 podemos ver como está basada principalmente en esta posición, haciendo alarde de una resocialización a un mundo que supone normal, a un mundo donde sus valores no están cuestionados.
Intentos de convivencia en casa de medio camino, hospitales de día. Búsqueda de trabajo y vivienda. Manejo del dinero, de la higiene. Construcción de vínculos sanos. Relación con las amistades, con el amor, con la sexualidad. Formas de duelar, de sentir, de hablar, de pensar, de recordar, de negociar, de gozar, de percibir, de vestir, de vivir.
Todo esto en cuerpos arrasados por la sensibilidad.
Estamos obligados a imaginar moradas clínicas.
Espacios donde la convivencia, por un tiempo, sea posible. Sin los encierros ya recontra denunciados, y sin los riesgos de la normalización controladora.
Con encierros denunciados hablamos de institucionalización:
Subestimación de deseos, pensares y sentires, formas de amor paternalistas donde la micro violencia se expresa en el hacer por el otro infantilizador. Naturalización de ser reconocido en el dolor, caracterización patológica que se sobrevalúa o se niega, reconocimiento a partir de ser nombrado así. Posición acostumbrada de víctima y sufriente. Por las dudas pregunto, por las dudas otros siempre saben por mí.
Naturalización de la impotencia. Dependencia.
Personas en estados de desconfianza y paranoia. Mal trato a través de vigilancia y encierro. Sensación de amenaza constante.
Paréntesis: (Nadie hizo tanto para la paranoia en la posmodernidad como Jeremy Bentham, creador de la sensación de que siempre podes estar siendo mirado).
Con normalización controladora hablamos de generalización de normas que suponen comodidad. Reglas abstractas donde algunos saben por otros, donde hay un todos iguales vaciado. Presión de la mayoría que siempre resulta brutal.
Pensamos en situaciones. Armamos pautas cada vez.
¿Entre quiénes? Entre los actores de la situación. Se desdibuja médico-paciente, coordinador-coordinado, sujeto-objeto.
Vivientes que traman en las situaciones. No iguales, distintos pero no jerárquicos.
¿Cómo irrumpe la cercanía y el amor cuando las vidas están signadas por las distancias y el rechazo?
Demasías
¿Cómo habitar estares en común en proximidades y distancias?
Percia cuenta que “la locura no es una fatalidad personal, es una sensibilidad inaudita, hendidura por donde entra el dolor de toda la sociedad.” Quienes no soportan ese dolor ven diagnósticos, víctimas, espectacularización.
En la clínica de las llamadas psicosis o locura Percia prefiere llamar demasías a estos vivientes estigmatizados con la sospecha de una falla.
No es lo mismo escuchar demasías que psicóticos. Las demasías te involucran. Intensidades que ocupan cuerpos. Sensación de no poder más, de es mucho para mí.
¿Quién no tiene estos estados de sufrimiento? ¿Quién no vivió estas sensaciones de intensidad?
Los amigos locos nos ponen lupa a las demasías.
Quizás la diferencia sea estar a flor de piel, en carne viva, sin mediaciones.
¿Qué son las demasías? La capacidad del cuerpo de sentir, de afectarse; que las buenas costumbres, la razón y el control social se dedican a adormecer y anestesiar.
¿Qué hay después del manicomio?
No hay cura porque no hay enfermedad. Hay demasías que quieren ser controladas por una racionalidad del orden. La resocialización no es más que una domesticación de la civilización ante el miedo de la barbarie. Con esta postura solo hay aprendizaje por premios y castigos, o sea por miedos y esperanzas a no contar los deliriros. A pedir disculpas, a estar enojados, a estar insensibilidados.
“Cualquier pretensión que funcione como imperativo obtura la sensibilidad. En lo sensible no hay caridad, identidades, ni suposiciones.”
La disminución del delirio, tiene como costo la disminución de todas las sensibilidades.
El anormal o loco carga con la sospecha de la falla, el anomal sale de las normativas.
La sospecha de la normalidad, de la mayoría, enloquece más a las demasías.
¿Como alojarlas sin presionar, sin la expectativa de la mayoria, de la reinserción?
“Cada uno y cada una puede más de lo que le supone el rol, ¿cómo construir estares en común sin la suposición de lo que podemos?”
Otro problema de la igualdad, ¿cómo llamarlos?
Anormales, pacientes, locos, internos, enfermos, muchachos. ¿Usuarios para igualar?
¿Cuerpos vivientes que son lupa de sentires? Puede ser
En principio sostener preguntas para que aparezcan estos inventos, no para decirles como los tienen que llamar.
Queremos transmitir una clínica que soporte preguntas sin contestar.
¿Se puede alojar la demasía en el estallido sin el miedo, sin el rechazo, sin la expulsión, sin la vivencia de la amenaza?
La pregunta por el “¿qué hacer?” es el momento clínico, no las fórmulas aprendidas en ateneos existosos. Cada situación presupone un conjunto de decisiones.
Los problemas te tienen que conectar con el infinito innumerable de posibilidades.
Puede ser una cosa, y otra, y otra, y otra…
Sensibilidades lupa
Otro problema de los grupos, otra lupa: Sensibilidades que no pueden estar en proximidad con otros porque sienten que se les meten en sus pensamientos. Sensación de que estando con otros no hay posibilidad de distancia. Tiranía de la cercanía, agobio, asfixia, encierro del amor.
Otra lupa: Naturalización de la impotencia. Fuerza que solo demanda. Así se subjetiva, así afirma su modo de ser. Demando, luego existo.
¿Cómo poner límite a la demasía expresada en demanda sin que eso sea abandonar, sin caer de vuelta en el par sujeto-objeto?
¿Cómo generar cercanías que no cubran demandas y distancias que no sean rechazo ni abandono?
Construir, diagramar, experimentar espacios colectivos como relevo de cercanías (amores) y distancias (rechazos).
La demasía requiere el relevo de muchos cuerpos para alojarla. Muchos cuerpos para que circule el dolor, la intensidad.
¿Cómo se soporta la angustia? No se soporta, se aloja, se le da lugar con holgura para que circule, respire, se mueva. Nombramos nuestras angustias, las compartimos, las desolemnizamos, nos reímos de ellas.
Las lágrimas por ejemplo dosifican el dolor porque lo hacen fluir. Imaginen un estallido con dolor e inmovilidad al mismo tiempo.
Estares en común con astucia para no caer en lo preconcebido de la reinserción, de los grupos.
Difícil sostener una clínica con otros que no guarde los modelos moralizantes de los grupos.
Incertidumbre que le queremos transmitir. Tartamudeo que se despliega en la experimentación.
Lo interesante de relacionarse con la locura es que en serio hacen estallar las representaciones. Nos obligan a pensar los espacios inamovibles que ofrecemos como redentores. Sí o sí el pacto social (con el lenguaje como su mayor aliado) queda en jaque. ¿Entonces? Ahí hay que inventar.
Sí o sí te ves obligado a cuestionarte los lugares incuestionados (principalmente: uno mismo). Entonces ahí uno es el experimento.
Preguntarse por las sensaciones y desde ahí buscar nuevos territorios de existencia en común.
Las sensibilidades lupa hacen estallar los lugares seguros, las referencias conocidas. Sino, sabes de antemano y colonizas.
Pistas anticapitalistas
Otras lupas: acumulación de lo inútil, acumulación de amenazas, acumulación de dolores.
Es delirante vivir acumulando bienen innecesarios, pero como es dinero está todo bien. Cuando son objetos inútiles para la producción de valor se sospecha. Las demasías llevan lo inútil a su máximo exponente. Es claro que en la acumulación, el consumo es de bienes inútiles. Tan claro como la acumulación que uno tiene de ropa, libros, recetas; o hipermillonarios que no pueden ni contar el dinero que tienen.
Las demasías nos muestran otras formas de acumulación que no son las capitalistas.
Pistas para encantar, libidinizar vidas sin los modos del habla capitalista.
¿Para qué?
Para ensanchar el horizonte de nuestra imaginación encapsulado por el consumo de sentido capitalista. Góndolas del hacer. Recetas.
Proponemos saberes que se construyen a partir de las situaciones. Producción de sentido a partir de las sensibilidades de los cuerpos afectados.
Las otras, son formas de grupalidad inhibidas por reglas. Que no te pase nada por las dudas.
En cambio que te pase la nada, pista anticapitalista. Estar en la nada no como fracaso o carencia, sino estar en la vida sin la enfermedad de la acumulación de prestigio, poder o dinero.
Las demasías, parece, pueden vivir sin eso.
“Bifo” Berardi en el libro “Fenomenología del fin” dice: “Ocultar la pereza aparentando estar en actividad durante las horas de trabajo son parte de los patrones de comportamiento aceptados en una comunidad de trabajo. Sin embargo, estar sentado en silencio, inmóvil frente a un escritorio vacío, pensando, sonriendo y mirando la pared, amenaza la paz de la comunidad y perturba la concentración de los otros trabajadores. La persona que no está haciendo nada no está comprometida con ninguna actividad y por eso tiene el potencial para cualquier cosa. Dado que el no-hacer no tiene un lugar en el orden general de las cosas, se convierte en una amenaza.”
¿Los lugares de mayor dolor, quizás anuncien posibles enmancipaciones del mundo en el que vivimos?
Neoliberalismo como forma de producción de modos de ser que se adquieren en góndolas. Sensibilidades o cuerpos que se afectan consumiendo.
Lo que tenemos para decir no es más importante que lo que tienen para vivir.
El conocimiento da a la vida leyes que la separan de lo que puede, le evitan y prohiben actuar manteniéndola en el estrecho marco de las reacciones observables: casi como el animal en un zoo. Conocimiento que limita, mide, y modela la vida.
No venimos a dar recetas, sino a proponer meterse en el quilombo de los sentires.
Clínica a partir de la expreriencia. Afectarse y sostener incertidumbres con preguntas.
El método en general es un medio para evitarnos estar en los lugares.
Que la vida le sirva al pensamiento.
No es un capricho anticapitalista, es el golpe clínico que no tiene su reconocimiento en el mercado. Formas inusitadas que quedan por fuera del control normalizador, social, capitalista, de época.
La locura siempre estuvo en esos márgenes.
¿Puede haber un estar con otros sin la presión de la mayoría?
Delirios en común
No importa la verdad o falsedad de lo que somos. Eso no existe.
Los estallidos emocionales o crisis de la razón o brotes de las intensidades no convierten a las personas en seres peligrosos. Ni ser, ni peligroso. Es la lucha política para pensar la vida de otra manera. Sin atribuciones totalitarias que te fijen en identidades.
Nuestras formas de ser son la materia prima de la acción, ¿cómo nos la vamos a reprochar etiquetándola negativamente?
O el que quiera hagalo, pero que no moleste a los demás.
Importa la libidinización, el encanto, el abrazo provisorio a un delirio compartido.
Sensación de tramar algo con otro.
Delirios en común.
¿Qué diferencia hay entre un loco y un político? Un político convence de su delirio a todos los demás.
Los diagnósticos fueron delirios comunes que se normalizaron, por eso obturan. Nos dan vivencia de que no hay salida ni entrada. El encierro acontece cuando no existen comunes delirantes. Por eso creemos que en la locura hay pistas para fugar de los estares en común conocidos y asfixiantes de los rótulos.
Inventamos “el camino del loco” para que no quedar desfasados, solos y te declaren demente. Comandos que aferran, por momentos, puntos de demencia. Un estar en común de desorbitados sin amos, ni jefes, ni banderas, ni ideales a los que haya que responder. Es un proyecto de desatar mundos inauditos, o al reves, de ver mundos inauditos donde suele haber unidimensionalización (etiqueta) de la existencia. Aburrimiento: universión de los hechos. Universidad de la vida.
“El deseo desorbitado puede desear mundos inauditos”.
Liberar los inauditos es un resto de potencia que el pensamiento necesita. Decisión del pensamiento no voluntaria. Decidir pensar que lo existente no agota lo posible. Desgarradura del vivir y del pensar. No soportar el mundo como está: automático, repetido, acatador, aburrido.
Por eso creemos importante incluir la dimensión de la diversión. Posibles versiones de lo viviente.
Encantar puntos de demencia.
“¿Son posibles estares en común sin la lógica adhesiva de la propiedad privada, de la unión fanática?
¿Son posible estares en común donde se sostengan proximidades y distancias a la vez?”
¿Cómo? Amamos lo raro, lo inexplicable, lo demencial.
Si hay un Marlon Brando lo libidinizamos, lo seguimos, lo rodeamos. Si hay un streeper, lo mismo. Si hay problemas de amor, inventamos terapias de pareja.
¿Es posible una comunidad sin estados de sujeción, ni metas?
¿Se puede vivir con otros sin el proyecto de civilización?, ¿sin las intenciones de convivencia, aprendizaje, buenos modales?
Y la pregunta siempre inhibitoria: ¿y si le pasa algo?
“La desmanicomialización es una lógica de los vínculos, más allá de los derechos, es una lógica del estar en común”.
La vida como obra de arte
La brújula que guía las intervenciones-mirada es preguntarse ¿con qué funciona?
Esas acciones (una mirada, una cámara, o un grabador) inauguran ficciones donde cada quien es actor de sus delirios u obsesiones. Así, algunos sonidos, posturas o gestos ganan fuerza. La supuesta fragilidad se vuelve esplendor. Incluso la brutalidad puede adquirir gracia y ritmo.
Alguien recita palabras delirantes. Con un sombrero y bastón se rodea esa fuerza que vibraba sin acento. Allí se adquiere una presencia místico-delirante que gana legitimidad presencial compartiendo rituales no compartibles hasta ese momento. Entonces el delirio abandona el campo psiquiátrico para reencontrar su función ancestral, divina, que no tiene nada que ver con una representación actoral. Es otra cosa.
Hacer teatro es hacer vidas.
Esa incertidumbre no hay que ocultarla. Es la magia-fuerza que tienen este tipo de experiencias. Es lo que hace vibrar las acciones que mostramos. Aquí también se trata de poner el acento o subrayar el: “por un pelo” que menciona Peter Pal Pelbart en “Filosofía de la deserción”.
La seguridad del mundo se ve conmovida, y esa conmoción devela el porcentaje de juego y azar que cargan las vidas.
¿Qué otra cosa busca el teatro si no es esta mezcla de desfallecimiento y milagro?
Teatro y vida como dos expresiones de lo mismo. El teatro y la vida exprimentando (ensanchando) los límites de lo que podemos/sabemos.
La vida y el teatro sacudida por temblores, rupturas de seguridades, intensidades que desbordan toda representación y códigos en el repertorio común. Movilizando lenguajes que ponen en jaque la lengua hegemónica.
Reinventando formas de estar en el mundo.
La vida lidiando con lo irrepresentable, con lo inaudible, con lo inapropiable, con lo inaudito.
Las demasías duelen porque pagan los costos de hacer sozobrar la razón, las seguridades, las identidades.
El arte siempre vino a beber de esa fuente inagotable de sinrazón.
Nosotros tenemos que recuperar esos aires sin presunsiones de normalidad.
¿Cuál es la política?
Cierta relación con la diferencia.
No es apología de lo excéntrico, sino vitalidad cuya regla básica es que cada forma de ser imprevista pueda hacer compartible una trama social.
Es producción de obra de existencia, individual y colectiva. Se trata de sumarle a la existencia multiplicidad, allí donde la vida agoniza encerrada.
Lo pesado de las identidades se desdramatizan, se vuelven leves.
No es una cura, es evitar la manía de reducir a la gente a un solo personaje exclusivo, el del enfermo mental. Papeles que nos aferran monocordemente.
Lo urgente es dejar de representar la misma obra hospitalaria con los mismos personajes víctimas- salvadores pero muchas veces disfrazados distintos.
Cambiar la escena. ¿Qué mas terapéutico que eso?
Se abren nuevas formas de ser, nuevas resistencias, nuevas formas de lucha. Nos llaman a evocar, entre los que pueden y supuestamente no, aquello que la potencia todavía siempre está por descubrir de sí en la escena contemporánea.
Una comunidad de los sin comunidad
Tal vez el Frente de artistas del borda, el circo, o el teatro sean algo de este orden.
Se activa una fuerza, se genera una ola, solitarios se enganchan en algún viaje o encuentro. Un colectivo hecho de singularidades dispares se vuelve a poner en marcha. Cercanías y distancias en juego.
La situación pide las reglas y no viceversa.
Y así mismo, cuando “todo va bien”; eso siempre sucede en el límite tenue que separa la construcción del desmoronamiento.
Veces donde piezas claves minutos antes de la función no quieren ni pueden participar.
Por un pelo salió mal, por un pelo salió bien.
La materia prima de este trabajo son las formas de ser singulares de cada uno de nosotros; y nada más.
Esas formas de ser son los modos de ver, sentir, desear, hablar, recordar, gozar, pensar, duelar, percibir, habitar, vestir, vivir.
Eso es el flujo que le da vida a las obras.
No salir a función, irse en la mitad, intervenir en todas las escenas, conversar con el que debería estar oculto, o hablar sin parar.
El circense que no malabarea, el actor que no representa, el héroe que desfallece; la comunidad de los que no tenemos comunidad.
¿Qué hace que a la gente le guste y emocione?
Estas formas de vida en escena. Las resistencias (al neoliberalismo que todo lo captura) van a proliferar de las vidas más inusitadas.
Poner la vida en escena, en estado de variación.
Modos menores del vivir que ganan en consistencia de existencia.
El teatro, como dispositivo para la conversión de la vida universal en vida múltiple.
Cada uno de estos seres, desde el fondo de nuestro pálido aislamiento anuncian otra comunidad de almas y cuerpos. Nuevas formas de aproximación y distancia. Una comunidad de los que no tenemos comunidad.
Otras combinaciones posibles
Últimos comentarios:
Sobre la inclusión. En el prólogo del libro “Manifiesto Basura” del fab, Diego Sztulwark cuenta el problema ambigüo con el que carga la inclusión.
Por un lado tiene lo mejor de nosotros mismos, ir más allá del egoísmo, vencer la indiferencia para poder estar con otros. El problema de ¿cómo vivir juntos?
Y por otro carga con lo peor. ¿En qué sentido? Esta noción de inclusión suele resultar inseparable de un espacio que no se modifica. Aspecto colonial y normalizante de la inclusión. Seguimos sosteniendo, muchas veces sin darnos cuenta, la noción de Sujeto-Objeto. El objeto como diferencia capturable, y el sujeto redentor con un espacio salvador donde todos y todas se tendrán que incluir. “Una zona de inclusión al cual el exculido debe incorporarse sin que el espacio que lo recibre sufra alteraciones significativas”. Aquí se supone al excluido como pura víctima.
Entonces tiene algo de lo mejor (dar al otro) y algo de lo peor (la anulación del otro).
Y sobre la transformación. Mismo problema: su noción ambigüa, su doble aspecto.
Si la forma por la que se quiere cambiar ya la tenes tipificada, el espacio no sufre alteraciones. Objeto-paciente que para subjetivarse (tener una forma de ser adecuada a la norma) tiene que transformarse en: artista, ciudadano, coherente, racional, normal, etc, etc.
Entonces, ¿transformar qué en qué? Antes, hay que hacer visibles las catergorías de valorización impuestas de antemano, naturalizadas.
Hay transformación pero no en algo. Todo cuerpo es portador de un real de fuerzas que las categorías mentales de la transformación no saben captar. Por eso aquí la transformación carga con la anulación (por subestimación) de las fuerzas del otro. Neutraliza los efectos subversivos del “excluido” suponiéndole una subjetividad (forma de ser) desválida (débil, impotente, víctima).
Entonces no es transformar la basura en belleza, sino que los valores de basura y belleza pierdan peso. Cada cosa es lo que es, y se trata de componer con los pedazos otros ordenes de relación posible.
El acento está puesto en el orden naturalizado de las cosas y no en las personas o grupos. Ya no hay sujeto que transforme a objeto, sino que somos situaciones que estallan, se fragmentan y se vuelven a componer sucesivamente.
No se trata de trasnformar, sino componer con los retazos otro orden posible (vivible) de cosas.
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Escupamos sobre Hegel, de Carla Lonzi // Verónica Gago y Raquel Gutiérrez Aguilar
(co-edición de Tinta Limón y Pez en el Árbol / octubre 2017)
“Queremos estar a la altura de un universo sin respuestas”. Por eso la feminista italiana Carla Lonzi (1931-1982), co-fundadora del colectivo Rivolta Femminile, nos vuelve a interpelar, a convocar, a invitar desde su texto-manifiesto Escupamos sobre Hegel. Por eso decidimos re-editarlo, casi cuarenta años después de su primera edición y traducción al castellano (realizada en 1978 por La Pléyade en Buenos Aires). Creemos que el movimiento de mujeres que está justamente poniendo en movimiento a nuestro continente puede nutrirse también con la pregunta por el gesto de rebelión que Lonzi hizo escupiendo sobre aquel filósofo, el que nos ubicó en el umbral del mundo animal, el que nos confinó al espacio privado y al ejercicio de la piedad.
Para Hegel, hay dos principios: el humano viril que preside la familia y el divino femenino que preside la comunidad. La comunidad deviene así el principio de destrucción de la familia y, con ella, de lo universal como regla de dominación patriarcal. Lo femenino-comunitario es construido literalmente como “enemigo interno”.
Así lo femenino es también caracterizado como la “eterna ironía de la comunidad” como dice Hegel. Y Lonzi invierte el juicio del filósofo y encuentra ahí “la presencia del ejemplo feminista de todos los tiempos”. Porque la ironía de la comunidad es la que impide que la comunidad se cierre y que sea antesala servil del impulso varonil.
Esta cuestión nos resulta clave. Como lo expusieron también en los años 70 Selma James y Mariarosa Dalla Costa en su libro El poder de la mujer y la subversión de la comunidad y como más recientemente nos tejimos con esas discusiones gracias al libro de Silvia Federici: Calibán y la bruja. Cuerpo, mujeres y acumulación originaria (editado conjuntamente en castellano por Tinta Limón, Traficantes de Sueños y Pez en el Árbol), sabemos que es fundamental cómo se entrelaza el horizonte comunitario y el feminista en nuestras luchas.
No tenemos dudas de que hoy son vitales las discusiones sobre la cuestión comunitaria desde el punto de vista feminista porque tensan y subvierten la comunidad esencializada abriéndola a la creatividad, a la (auto)regeneración jamás exenta de tensión. De hecho, el feminismo autónomo, heterogéneo y “desde abajo” popular-comunitario (en sus múltiples conjugaciones), como entre muchas lo hemos venido nombrando, practicando y fantaseando, es justamente una vía de apertura y una línea de fuga contra todas las modalidades de congelamiento de lo comunitario como “originario”. Nos referimos a todos los discursos y dispositivos institucionales que hacen de la comunidad una esencia, una identidad emblemática folklorizante –como argumenta Silvia Rivera Cusicanqui. En fin: una credencial de autenticidad para ser reconocida por el estado.
Hoy vemos esa disputa en acto, en las luchas de las mujeres que resisten contra el despojo del parque nacional y territorio indígena Isiboro Sécure, TIPNIS, y que, para eso, ponen también en tensión los liderazgos masculinos de las comunidades cuando éstos son convocados por las multinacionales y el Estado para la “negociación”. Hemos escuchado recientemente en un encuentro en Cochabamba (Bolivia) a las mujeres de las diversas luchas territoriales contra el extractivismo en la Amazonía, en el Altiplano y en los llanos guaraníes explicarnos cómo son las mujeres las más afectadas por la sequía que generan los mega proyectos mineros e hidroeléctricos y cómo la comunidad se reconfigura en la defensa del cuerpo-territorio.
No es casual que las figuras que Lonzi describe como aquellas que desmienten de forma contundente el espíritu de la Historia (con mayúsculas) que describe Hegel son dos: la mujer que rechaza la familia (como lugar de trabajo reproductivo gratuito, desvalorizado y obligatorio) y el joven que rechaza la guerra (como modelo de virilidad patriarcal). Son esos rechazos los que producen desplazamientos, otras formas de subjetivación a inventar. Dice Lonzi: es un moverse en otro plano.
La rebelión femenina (y de los cuerpos feminizados) implica así un doble movimiento: cuando simultáneamente una se hace cargo del lugar sujeto en el que ha sido colocada, socializada y fijada y despliega el esfuerzo sistemático por subvertir ese lugar sin desplazarse al lugar del dominador; es decir, desplazarnos sin aceptar la mediación patriarcal.
Nos interesa pensar cómo la perseverancia y la fidelidad a la práctica de la rebelión produce mediación femenina con el mundo. Se trata de un movimiento estratégico que elude, disuelve, erosiona y confronta la ubicua y polimorfa mediación patriarcal que sostiene el edificio de la dominación. Y que nos hace otro tiempo y espacio: son “operaciones subjetivas”, dice Lonzi, las que producen espacio a nuestro alrededor. Y sobre el tiempo, es también una operación sobre el presente: “No existe la meta, existe el presente. Nosotras somos el pasado oscuro del mundo, nosotras realizamos el presente”.
Agreguemos aquí (en relación a la proyección de nuestro movimiento) una segunda idea de Lonzi: la cultura patriarcal es la cultura de la toma del poder. Salirse de la dialéctica del amo y el esclavo implica desarmar la racionalidad del poder como dominio, y la astucia de la razón que lo sostiene. Nuestra racionalidad es otra: justamente la que desplaza y hace estallar esa dialéctica.
Pero esta racionalidad, como hemos leído en los escritos de Diótima, consiste en que «pensamos en grande desde el realismo extremo».
De la fidelidad a nosotras, a una forma de estar para nosotras, es que desprendemos una guía para orientar nuestras acciones. Una guía, un pensamiento que vamos construyendo aceleradamente en múltiples conversaciones que damos entre nosotras. Desde ahí, desde ese movimiento del que somos parte, sacamos fuerza, coraje, palabras, insumisiones nuevas. Imágenes que son a la vez de refugio y respaldo: refugio donde aprendemos a cultivar la mediación femenina a partir de la palabra recuperada, refugio que es respaldo y palanca para nuestro (auto)construirnos como mujeres libres, es decir, en lucha. Porque sólo podemos tener voz propia en medio de una trama colaborativa, cooperativa de sostén recíproco. Nuestra autonomía es interdependiente. Y se hace cargo de ello: “estamos para nosotras” y nos tejemos valorando y aprendiendo de las palabras que otras mujeres nos han heredado.
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Los que van a seguir resistiendo // Diego Valeriano
Las genuinas, los que no tienen jefa, la familia de Santiago, los que tiran rimas en el Sarmiento y no van al 5to. Las que desertan, las familias enteras en una motito por Ruta 4, los desplazados que se curten en el viaje, los sinceros, las pibas que esconden a las amigas ante cada ataque. La casilla en el fondo del terreno de tu abuela, los que se tatúan al Che en una gamba, las dos pibas que se clavan unos shorcitos diminutos y viajan de Catán a Flores porque ahí está la fiesta. Los que no quieren salvarse solos, los gedes de 40 que van y van, Hebe, los que odian la cumbia cheta, los que no denuncian ni las injusticias, la Flaca que insiste con su maternaje de todos los pibes que la necesitan. Los que consumen para liberarse.
Los que seguirán saben que no hay que dar cabida a las resistencias impostadas ni creer en las luchas configuradas por convenciones estandarizadas. Resistir es otra cosa, es segundear -como dice Andrés-, es tirar una soga, compartir nuevas posibilidades, abandonar la careteada política. Es renegar de todo lo leído, dejar de creer que se es mejor.
La piba que se hartó del padrastro y se escapó, los que se ríen de los que tienen que ir a la marcha, los que siempre están ahí, los que convidan. La doña con la foto de Cristina en la copa de leche, las que abortan, los que no hacen cuentas a la hora de poner guita, los guachos que esquivan los controles de la local tirando cortes, los que dan el asiento aunque el cuerpo no les dé más. Las que se asquearon de la política, los traicionados, los pibes que hacen el mural de los 30.000 en Don Orione, los que se enteran el sábado que el domingo se vota, las madres, Mara usando su cuerpo para que Ludmila sea feliz, los guachines que no tienen miedo.
Los que van a seguir resistiendo no son caretas, no avisan, no opinan, no lo andan posteando, no saben, no tienen lectura crítica de nada, no son coherentes, casi ni lo decidieron. Para los que aún resisten, hacerlo es pura suerte y solo tiene algún sentido si forman parte de una constelación de afectos, afectos como fuerzas capaces de torcer ciertos modos de existencia.
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Estar en guerra // Diego Valeriano
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CONVOCAMOS A MARCHAR A PLAZA DE MAYO POR SANTIAGO MALDONADO MIERCOLES 1/11 -18HS
¿De qué está hecho el PRO? con Gabriel Vommaro // Clinämen
La derecha criminal y la objetividad // Diego Sztulwark
Amanecimos, como es habitual, con la criminal objetividad de la derecha argentina expuesta claramente y repetida a coro: «Maldonado murió ahogado o por un infarto provocado por un shock hipotérmico. No sabía nadar y las aguas son muy frías en el invierno del sur patagónico. Sólo el interés político o electoral puede seguir insistiendo en la responsabilidad del Estado». La banalidad del mal hecha, una vez más, por Morales Solá en su habitual nota de Domingo en La Nación[1]
Los datos disponibles al día de hoy confirman la figura de la Desaparición forzada:
1- Santiago Maldonado desaparece en una violenta acción represiva de la Gendarmería que entra excediendo una orden judicial a territorio mapuche en conflicto;
2 – La Gendarmería, el conjunto del Estado y medios afines ocultan información clave para el establecimiento de la verdad y la justicia, desde el comienzo hasta el final.
3 – Gracias a testimonios de mapuches en lucha pudimos saber lo que gendarmería y el estado ocultaron (¡Por ejemplo, que Maldonado sí estaba en el conflicto, que usaba campera celeste, el gobierno y gendarmería no lo reconocieron, aunque tenías las pruebas![2]);
4 – Al mando de la represión (tanto en enero como en agosto) estuvo el alto funcionario del Ministerio de Seguridad Pablo Nocceti, un fascista teórico y práctico del que ya no se habla (cualquiera puede googlear su legajo y sus declaraciones para el espanto). ¿La autopsia no da pruebas de que la Gendarmería haya detenido y golpeado a Maldonado? Puede ser, hay que esperar. No se trata de consumir las mentiras del gobierno y los medios ni repetir especulaciones que circulan sin fundamento sino de entender qué pasó realmente. Mientras tanto espanta el crecimiento de la «retórica centrista», suicida por donde se la mire: nadie es más responsable y objetivo en este país que los organismos de derechos humanos, y en este caso la familia Maldonado.
[1] http://www.lanacion.com.ar/2074539-una-muerte-la-especulacion-y-la-responsabilidad
[2] Por ejemplo, la última foto de Santiago Maldonado que Horacio Verbitsky hizo pública: https://www.pagina12.com.ar/69901-la-ultima-foto-de-santiago-maldonado
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19/10: Todxs a la plaza
Comunicado Reunión Miércoles 18/10
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#QueNoNosRobenElFuturo
La guerra neocolonial de los Estados chileno y argentino contra el Pueblo Mapuche // por Vitrina Dystópica / órgano de difusión del Grupo de Estudios Experimentales “Paul K. Feyerabend”
De la frontera colonial a la frontera estatal y extractiva
El pueblo mapuche habita históricamente las tierras del Wallmapu, al sur del sur de este continente que el colonizador llamó América, territorios que hoy se encuentran dentro de los Estados de Chile y Argentina: Ngulumapu al poniente de la cordillera de los Andes, y Puelmapu del lado oriental. Ambas expresiones territoriales se extendían hasta los océanos Pacífico y Atlántico respectivamente.
Años antes de la invasión española, lxs mapuches enfrentaron la expansión del Imperio Inca e incluso convivieron en la actual zona metropolitana de Santiago con funcionarios del Collasuyo, la región sur del Incanato. La conquista española implicó una invasión política, cultural y militar —llamada históricamente Guerra de Arauco— que, gracias a la gran resistencia mapuche, estableció las fronteras de Wallmapu al sur del río Bío Bío y al norte del río Toltén. Estos límites fueron reconocidos por el Imperio Español en Quilín (1641) y Negrete (1726). Durante la guerra de independencia de Chile, el Pueblo Mapuche fue principalmente aliado del Ejército Realista y, en 1825, una vez constituida la República, acordaron la paz en el tratado de Tapihue. En él se regulaba la convivencia comercial y diplomática y Chile reconocía la soberanía y autodeterminación mapuche; sus autoridades y legislación.
Sin embargo, las Repúblicas americanas del XIX fueron gobernadas por una casta político-militar formada en la masonería y la Ilustración europeas, no pocos de ellos con ideas despóticas. El proyecto civilizatorio moderno, necesariamente expansivo, moviliza la necesidad de incorporar a los salvajes a la vida civil de la República, ora por la educación ora por la guerra. Así, en 1861 avanza el Ejército chileno al sur del Bío Bío y comienza una campaña de asimilación, aculturación, ocupación y exterminio del pueblo mapuche y sus territorios a la que llamaron Pacificación de la Araucanía. En Argentina, la Campaña del Desierto, operación militar de homólogas características, se inició en 1878.
Desde hace más de siglo y medio, los Estados chileno y argentino han sostenido su proceso de modernización estatal desplegando una guerra contra formas de vida no reconocidas como legítimas por el marco hegemónico y normalizado de vida occidental. El proceso de modernización y la guerra racial sostenida por dichos Estados se han sostenido históricamente en el empuje y expansión de un mercado esencialmente extractivo, cuyo objetivo es demarcar una frontera soberana estatal sobre la tierra y los modos de producción y explotación, expropiados por medio de la violencia al pueblo mapuche y otros pueblos preexistentes.
Hasta la actualidad, este proceso de expansión de la violencia estatal ejercida como estrategia de expoliación de los bienes comunes de los territorios, se ha complejizado en la medida que se sofistican los nuevos mercados transnacionales de inversión extractiva. Es así como, a medida que los intereses corporativos se expanden territorialmente y chocan con los territorios mapuche, la guerra y sus formas de muerte se actualizan.
Existe una guerra desplegada intensamente por parte del Estado de Chile contra el Pueblo Mapuche, reactivada a partir del resurgimiento del movimiento autonomista mapuche desde los años noventa. Hoy en día, el Estado argentino agudiza sus políticas de hostigamiento y persecución racial contra el mismo pueblo. Lo que avistamos es una guerra neocolonial trans-estatal, siniestramente coherente con un proceso de consolidación de los mercados extractivos.
Breve genealogía de la minorización mapuche
Las campañas de ocupación del territorio mapuche estuvieron legitimadas desde las ciudades. Para esto fue clave la función táctica de la prensa, mediante la cual hablaba todo el espectro de la República de Chile del XIX y buena parte del XX. El poder político y económico —a la sazón la misma casta— tomaban control del territorio a través del Ejército, validando esta anexión en términos subjetivos, en la construcción de un relato de pertenencia de lo nacional racializado. A través de este medio propagandístico, se produjo la figura del mapuche borracho, flojo y bárbaro. Este imaginario constituye el sentido común dominante hasta hoy, con el recientemente agregado adjetivo de terrorista. Aun hoy se deposita sobre los pueblos indígenas la figura de lo anómalo, lo inferior, lo peligroso. Aquellos de los cuales se debe prescindir para dar paso al progreso.
El discurso de la modernización y el progreso económico de la nación unitaria soporta primero el avance militar en conjunto con una política eugenésica que promovió la colonización de los territorios ancestrales mapuche. Tras el Ejército, avanza sobre Wallmapu el telégrafo y el ferrocarril y, junto con ellos, los nuevos colonos: europeos occidentales que asegurarán la racionalización productiva de las tierras despojadas al pueblo mapuche. Es un proceso de reorganización económica y racial sobre un territorio cuya soberanía el Estado reclama por la vía militar. Tras la retirada del Ejército chileno para combatir contra peruanos y bolivianos los territorios salitreros de Antofagasta y Tarapacá a favor del imperialismo inglés, son los propios colonos los que continúan el hostigamiento, reduciendo cada vez más los territorios de los Lof —las comunidades— mediante corridas de cerco, quemas de pu ruka —hogares— con familias dentro, robo de animales, engaños y un largo etcétera de horrores, compilados por el periodista chileno Aurelio Díaz Meza, quien reporteó los testimonios de los mismos mapuche en el Parlamento de Coz Coz de 1907.
Sin embargo, la reducción territorial no es únicamente espacial sino existencial. El Lof histórico comporta una relación ancestral con las fuerzas de la naturaleza, incluyendo la existencia del rewe —lugar sagrado ceremonial. La racionalidad productiva de la tierra es incompatible con la matriz de comprensión territorial mapuche. La dinámica de explotación capitalista de la tierra es por definición opuesta a las filosofías de los pueblos preexistentes de respetar los ciclos naturales de las siembras y cosechas, al concebirse como parte de la mapu (tierra) y no como el sujeto que la puede controlar y dominar. En palabras de la machi y poeta Adriana Pinda, mapuche es “aquel que es amamantado, criado, sostenido y mecido por la tierra”. Por lo tanto, el colono que roba tierras al mapuche lo hace con la legitimidad del discurso civilizatorio moderno, al que se agrega el componente capitalista de la producción agrícola y ganadera.
Este proceso, que comienza la primera mitad del siglo XX en Ngulumapu con reducción territorial, empobrecimiento y migraciones forzadas —sumado al intento de industrialización urbana hasta antes del Golpe de Estado de 1973— dará pie a la formación de un grupo social mapuche que se asienta en las grandes ciudades, a quienes el poeta David Añiñir ha llamado mapurbe. Producto de su marginalización en las metrópolis como habitantes de las periferias, han desconectado su vida con el mapuche kimún y mapuche rakizuam —saberes y conocimientos ancestrales—. Asimismo, el proceso de pérdida del mapuzungún —la lengua de la tierra— se acrecienta con esta migración forzada, pero también con su prohibición y castigo en las escuelas rurales.
Durante el período de mayor crecimiento de las fuerzas de izquierda chilena, que cristaliza en la elección de Salvador Allende en 1970, se agudiza un desarraigo entre la comprensión del marxismo con las comunidades mapuche, tensionando la significación espiritual de la tierra con su reducción a una valorización netamente productiva: “La tierra para quien la trabaja” señalaba el lema de la Reforma Agraria y los procesos de recuperación territorial durante la Unidad Popular.
Neoextractivismo: la ley adecuada para el saqueo
El golpe militar de 1973 llegó a poner fin a la redistribución de tierras, que había reorganizado más de un siglo de expoliación latifundista y colonial, y dio inicio a una contrarreforma agraria que afectaría especialmente al pueblo mapuche. La dictadura devolvió a los grandes propietarios una buena parte de la tierras antes socializadas. Sin embargo, tal vez más brutal que la restitución del latifundio, fue el allanamiento para el extractivismo forestal de corte transnacional basado en los monocultivos de pinos y eucaliptos. Para esto, se implementó un recurso jurídico especial: el Decreto Ley 701 —vigente hasta hoy— mediante el cual el Estado chileno ha subsidiado sistemáticamente a los propietarios que den uso forestal a sus territorios, expandiendo los monocultivos de estas especies exógenas al hábitat natural de los territorios del centro-sur del país, lo que ha implicado un dramático deterioro de los suelos, la sequía de napas subterráneas y cursos de agua superficiales, la recurrencia de incendios forestales, y el consiguiente empobrecimiento de la población mapuche y rural chilena.
En el Puelmapu, previo a la invasión militar liderada por el general Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885, grandes estancieros agrupados en la Sociedad Rural Argentina promovieron el exterminio del pueblo mapuche al oriente de los Andes, y posteriormente legalizaron la usurpación de los territorios mapuche, dando principalmente uso ganadero a las tierras. Hacia 1889, la Argentine Southern Land Company, de capitales ingleses, se hizo de grandes extensiones territoriales ancestralmente mapuche. Es esta corporación el antecedente de la Compañía de Tierras Sud Argentina S.A., adquirida por el grupo Benetton en 1991, tras los decretos de neoliberalización de la Argentina promovidos por Carlos Menem, que permitieron la venta no sólo de las industrias nacionales sino también de los recursos naturales. A la fecha, la firma Benetton es propietaria de casi un millón de hectáreas en las provincias argentinas de Neuquén, Chubut y Río Negro.
El impulso jurídico impuesto por la dictadura significó un acontecimiento que puso a Chile como un siniestro modelo de desarrollo productivo en cuanto ha implementado una ensayística de la violencia, que opera un ejercicio de soberanía completamente novedoso, al ejecutar desde el mismo Estado su propia desinstitucionalización. Como afirma la investigadora Mirta Antonelli, las dictaduras pusieron en práctica una facultad del poder soberano excepcional, que es consustancial al marco económico neoliberal, y que los gobiernos democráticos post-dictaduras han seguido ejerciendo para preservar los privilegios económicos de inversión corporativos. Estas prebendas jurídicas permiten que industrias de devastación acumulativa —como mineras, forestales, hidroeléctricas, petroleras y pesqueras— se amparen en el derecho para convertir el territorio y los bienes comunes en verdaderos laboratorios a cielo abierto, que se acompañan de técnicas a la vez de destrucción y rentabilización de los territorios, desplegando además estrategias de silenciamiento y represión a las comunidades que osan defenderse. En términos estructurales, los Estados se inhiben a sí mismos respecto de las obligaciones de protección y cuidado que históricamente le habían dotado de sentido dentro de un paradigma jurídico del derecho, abriendo paso a un nuevo modelo de gestión y gobernanza que ampara la violencia como única condición para la inversión.
La crueldad: cacería de mapuches y alianza neocolonial entre Estados corporativos desaparecedores
La cacería de indígenas ha sido parte de todo proceso colonial en Latinoamérica. Se trata de una práctica desarrollada tanto por españoles como por los colonos contratados por los Estados modernos para organizar la consolidación de las soberanías estatales. Hoy estas cacerías toman nuevas formas contra el pueblo mapuche, siempre refiriendo a la arremetida del aparato policial, judicial, mediático y hasta del sicariato, como nos recuerda la muerte de Macarena Valdés.
En enero de 2017, el Lof en resistencia Cushamen ubicado en la provincia argentina de Chubut fue invadido por un pelotón conjunto de la Infantería de la Policía provincial y de la Gendarmería Nacional. Sin presentar orden judicial para el allanamiento, ingresaron de noche y disparando contra lxs mapuche. Emilio Jones y Fausto Jones Huala fueron alcanzados por los tiros de las fuerzas estatales, quedando gravemente heridos. Aunque el supuesto objetivo de la policía era despejar una vía férrea en la que los weichafe —combatientes mapuche— habían instalado una barricada, el periódico Página/12 recogió los testimonios de lxs mapuche de Cushamen: “Entraron a matar”. No sólo fueron disparos, también golpes, amenazas y destrucción de los precarios hogares mapuche.
Como si se tratase de un guión que se representa con cierta periodicidad, en el mismo Lof de Cushamen, la escena se repitió el 1 de agosto de este año, dejando grabada en la memoria popular mundial el nombre de Santiago Maldonado. Sin embargo, en esta ocasión, la operación policial militar fue liderada por Pablo Noceti, el jefe de gabinete del Ministerio de Seguridad argentino, encabezado a su vez por la ex militante de Montoneros y actual mano de hierro de Macri, Patricia Bullrich. La comunidad de Cushamen había sufrido la encarcelación de su lonko y weichafe Facundo Jones Huala en varias ocasiones, pero desde el invierno estaba prisionero en el Penal de Esquel, por un pedido de extradición de Chile.
Este mes de junio, días antes de su detención, se reunieron en Santiago de Chile los presidentes Bachelet y Macri, para tratar “acuerdos estratégicos”. Ambos gobiernos acusan al lonko Facundo de liderar la organización Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) en Puelmapu y de haber participado en la quema del fundo Pisú Pisué en la región chilena de Los Ríos, donde también fueron perseguidas otras dos autoridades ancestrales mapuche del Ngulumapu: la machi —autoridad espiritual— Millaray Huichalaf y el machi Tito Cañulef. Es fundamental destacar que lxs mapuche criminalizados por dicha causa, eran activos resistentes a un megaproyecto hidroeléctrico en la zona cordillerana de Valdivia, donde se encuentra el ngen Kintuante: el espíritu que cruza a los muertos en el río hacia la Wenu Mapu —la tierra de arriba. De concretarse la construcción de las represas, los ríos sagrados serán mutilados por el capital, dejando a los muertos en un interregno sin poder llegar a encontrarse con sus ancestros.
Igual que en enero, ese primero de agosto la Gendarmería ingresó al Lof disparando. Tres pelotones de la Gendarmería participaron del operativo, que se inició también con los tiros de la policía. Escopetas y armas cortas con munición letal fueron descargadas contra pu peñi y pu lamien —hermanos y hermanas— que resistían con wetruwe —boleadoras. El relato de los sobrevivientes fue similar al de enero, sólo que ahora las mismas fuerzas policiales sinceraban sus objetivos: “maten a uno, indios de mierda los vamos a cazar”. Los mapuche se replegaron hacia el río Chubut, también lo hizo Santiago Maldonado pero no pudo cruzarlo porque no sabía nadar. Los testimonios de los mapuche aseguran que la Gendarmería cazó a Santiago: lo golpearon y subieron a un vehículo Unimog, desde donde se le pierde el rastro. Tenía 28 años. De sensibilidad anarquista, viajero, tatuador y artesano, había llegado hasta Cushamen a solidarizarse con la exigencia de libertad del lonko Facundo y la causa mapuche.
Desde el Penal de Esquel, el lonko Jones Huala escribe sus comunicados:
Santiago, ¡gracias! Aunque no lo conocí, conozco a la gente como usted, solidarios, humanistas, desinteresados y sinceros, libertarios anti-sistémicos, consecuentes con las ideas de revolución política y social, aun con objetivos y concepciones diferentes a nosotros sobre el mundo y la vida, no dudaste en darnos una mano aunque te costó esta cruel injusticia. Con el cuerpo en la barricada, esquivando balas, espalda con espalda, supiste lo que sufrimos, no pudiste cruzar el leufu —río— y esos trewua —perros— te cazaron confundiéndote con nosotros. Tu detención y desaparición forzada no deben ser negociadas. Los mapuches no somos anarquistas, no podemos ni queremos, pero Santiago sí, por eso merecen respeto su ideología y sus compañeros, como todos los caídos por un ideal en la lucha por la transformación de la sociedad. El Vikingo fue detenido-desaparecido por el estado, no en un baile, por lo que debe respetarse nuestra tierra, nuestro pueblo, nuestro movimiento. El contexto en el que sucedió: represión política contra el mapuche, en escalada desde hace tiempo. No debe partidizarse la lucha, pero, política siempre lo fue y lo será.
Santiago Maldonado no es el primer detenido desaparecido de la democracia neoliberal argentina. Otros tantos secuestros policiales anonimizados por la minorización de sus víctimas son recordados en esta contingencia de recrudecimiento de la violencia policial, como actualiza el reporte de Cosecha Roja. Son casos que el sentido común olvida o desconoce, porque los desaparecidos eran pobres, travestis, trabajadoras sexuales, indígenas. Genaro y Cristian Calfullanca, padre e hijo mapuche, desaparecidos en Leleque, provincia de Chubut, en abril de 2013. A lo largo de Chile, sigue resonando el nombre de José Huenante, niño mapuche de 16 años detenido y desaparecido por Carabineros de Puerto Montt, en septiembre de 2005.
La ofensiva judicial corporativa en Ngulumapu se sustenta sobre la ley antiterrorista, creada por la dictadura de Pinochet para perseguir a los movimientos que buscaban derrocar a la dictadura. En la post-dictadura chilena, ha sido aplicada mayoritariamente contra mapuches y, en menor grado, contra miembros de organizaciones anarquistas, igualmente sindicados como enemigos del Estado. Rechazada su aplicación por la ONU, Amnistía Internacional y múltiples agrupaciones de derechos humanos, las principales características de la ley antiterrorista son: la utilización de testigos sin rostro, la prórroga del juicio, severas limitaciones de la defensa, y largas prisiones preventivas contra los imputados, que en la práctica terminan siendo una cruenta e impune aplicación de castigo contra quienes el Estado neoliberal tacha de terroristas. En la práctica, la invocación de la ley antiterrorista constituye una forma de terrorismo de Estado, al perseguir sistemáticamente a un sector movilizado al que se le niega el derecho universal a un juicio justo.
Ése es el contexto en que el lonko Alfredo Tralcal y los hermanos Ariel, Pablo y Benito Trangol se encuentren en prisión preventiva desde hace un año y medio en la cárcel de Temuco, acusados sin juicio y por la declaración de testigos sin rostro, de la quema de dos iglesias evangélicas en Padre Las Casas. Lxs mapuche realizaron la huelga de hambre más larga de la historia de Chile, permaneciendo en un ayuno durante 115 días, hasta que finalmente el Ministerio del Interior chileno accedió a retirar la querella por ley antiterrorista el viernes 29 de septiembre. Ariel Trangol, sin embargo, aún permanece en huelga de hambre, como forma de cautelar que el gobierno cumpla la palabra empeñada con sus hermanos.
Este es también es el contexto para entender la más reciente cacería contra la dirigencia mapuche en Ngulumapu, denominada Operación Huracán. El sábado 23 de septiembre, Carabineros realizó diversos operativos de allanamiento y detención selectiva contra ocho relevantes dirigentes mapuche de diversas territorialidades: Martín Curiche —vocero del acampe al exterior de la cárcel de Temuco—, el machi Fidel Tranamil —del Lof Rofúe—, Héctor Llaitul —vocero de la Coordinadora Arauco Malleco—, Ernesto Llaitul —hijo de Héctor y estudiante de sociología en la Universidad de Concepción—, el werkén Jaime Huenchullán —vocero de la Comunidad Autónoma de Temucuicui—, su hermano Rodrigo Huenchullán, el lonko Víctor Queipul —de la misma Comunidad Autónoma de Temucuicui, anteriormente secuestrado y torturado—, y Rodrigo Cid, acusado de haber sido miembro del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, es decir, el nexo perfecto para justificar las detenciones con la reacción antisubversiva. El jefe de la inteligencia policial, Gonzalo Blu, afirmó tener pruebas de que los mapuche encarcelados participaron de tres quemas masivas de camiones forestales. Las pruebas fueron filtradas a la prensa corporativa y consisten en dudosos pantallazos de WhatsApp, con mensajes escritos en castellano y en un registro sospechosamente similar a la jerga policial. Además, el general Blu advirtió que preparan más detenciones.
Proyección de la ofensiva trans-estatal neoliberal
Observamos, pues, la intensificación de la guerra bi-nacional racista de dos Estados que nunca dejaron de ser desaparecedores. Desaparecen el cuerpo físico por medio del secuestro: Santiago Maldonado y José Huenante. Desaparecen la presencia y la memoria con la banalización de nuestros asesinados: Rodrigo Melinao. Desaparecen la pregunta por la justicia a través de la impunidad: en el asesinato de Luis Marileo y Patricio González a manos de un policía devenido terrateniente. Intentan desaparecer el coraje de la lucha por la autodeterminación mediante el miedo y una pedagogía de la crueldad. Sin embargo, la ofensiva consigue lo contrario a declinar la ancestral fuerza del Pueblo Mapuche.
La administración Bachelet juega a dos bandas en este escenario. Por una parte, en pleno Wiñol Tripantu —solsticio de invierno en el sur—, pide disculpas al pueblo mapuche “por los errores y horrores que ha cometido o tolerado el Estado en nuestra relación con ellos y sus comunidades”. Al mismo tiempo que anuncia el Plan de Desarrollo y Reconocimiento de la Araucanía, que en una retórica de inclusión e integración, robustece el modelo extractivista con el fomento de la participación mapuche como productor para la industria forestal, promoviendo también la empresarización y capitalización del pueblo mapuche como folklore chileno. Por otra parte, desata su ofensiva en intensa concordancia con los planes corporativos de Macri en la Argentina. Recientemente, se han reunido en Buenos Aires el subsecretario del Interior y Seguridad Pública de Chile, Mahmud Aleuy, con su homóloga argentina, ministra de Seguridad de la Nación, la perversamente célebre Patricia Bullrich. A través del periodismo empresarial, hemos conocido que el objeto de tan importante encuentro bi-nacional ha sido un supuesto ingreso de armas para las organizaciones mapuche a través de pasos fronterizos clandestinos en el Wallmapu histórico. El Mercurio anuncia los planes para “destruir en conjunto” dichos pasos.
Otro periódico chileno de reconocida trayectoria derechista, La Segunda, publica en su edición del lunes 25 de septiembre las reacciones de distintas personalidades tras las detenciones de la Operación Huracán. Entre ellas, llama la atención el análisis de quien fuera el director civil de la Agencia Nacional de Inteligencia durante la administración Piñera, Gonzalo Yuseff. El analista celebra el operativo en el marco de lo que considera la desarticulación de los grupos violentistas mapuche, a la vez que advierte que en estas circunstancias de ofensiva policial y judicial, lo que debe esperarse del movimiento autonomista mapuche es “una patada de burro”, es decir, una acción desesperada que acelere e intensifique la ofensiva del Estado.
No son palabras gratuitas, viniendo de un ex director de la Inteligencia estatal. Es posible que la cuestionable calidad de los montajes jurídicos no sea únicamente producto de la evidente incompetencia de Carabineros, sino que haya la intención política de provocar una radicalización que permita seguir golpeando al movimiento mapuche con asesinatos y encarcelamientos, lo cual no será jamás un argumento para desestimar la ofensiva de los movimientos que construyen caminos de emancipación. Antes bien, resultan imprescindibles la cautela, el cuidado y el cariño en el seno de toda organización revolucionaria.
Como hemos notado, en todas estas tácticas trans-estatales anti-mapuche uno de los actores fundamentales son los medios de comunicación, por cuanto operan produciendo un sentido que legitima la represión y fomenta las más tristes pasiones ciudadanas, como son el miedo a lo colectivo y comunitario, y un sádico deseo de securitización social. Los grandes medios argentinos, agrupados en el grupo Clarín, con expresión ejemplar en un tipo como Jorge Lanata, han producido un clima de fascismo ciudadano que, al mismo tiempo, niega y aplaude la escalada represiva del macrismo.
La desaparición de Santiago Maldonado ha despertado una amplia sensibilidad a favor de los derechos humanos en la Argentina, cuyo precedente es el trauma de los 30 mil detenidos desaparecidos durante la dictadura. Sin embargo, en la medida que los medios corporativos vehiculan opiniones que deshumanizan a los enemigos del Estado, se multiplican las iniciativas de ciudadanos que persiguen silenciar este crimen o justificarlo “porque algo habrá hecho”. Así, se escucha al periodismo represivo, de vestidura liberal, defender los más desquiciados y desinformados argumentos como que los mapuche son chilenos, o que la RAM es financiada por ingleses y por kurdos.
Por todo lo anterior, ante el temor que buscan crear desde los Estados chileno y argentino entre el mapuche y sus pu wenuy —amigxs—, ante la prisión, los asesinatos y las desapariciones forzadas, como parte de este pueblo múltiple y en resistencia al capitalismo devastador, nos encontramos multiplicando las acciones de resistencia, propaganda, agitación y solidaridad, con inteligencia, creatividad y afectividad, en una ofensiva sensible de los cuerpos que nos conjugamos en las infinitas maneras con que agrietamos los muros que nos dividen.
Fuente: https://subversiones.org/
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Contra la violencia machista y la reforma macrista
Este 19 de octubre salimos a las calles
#QueNoNosRobenElFuturo
Coordinadora de Estudiantes de Base + Ni Una Menos
Hace un año, el 19 de octubre de 2016, desde el colectivo NiUnaMenos realizamos el primer Paro Nacional de Mujeres. Lo hicimos repudiando el femicidio de Lucía Pérez en Mar del Plata y el ataque a puñaladas que terminó con las vidas de Nuria Couto y Natalia Grenbenshicova, ambas de la Escuela de Bellas Artes “Manuel Belgrano”, de la ciudad de Buenos Aires. Hace un año, con el impulso de ese paro, denunciamos las violencias machistas y las violencias económicas y sociales que nos afectan especialmente como mujeres, lesbianas, trans y travestis. Por eso hicimos una medida de fuerza y un grito común: paramos para decir basta a las violencias que se traman contra nosotras, que nos quitan autonomía y nos tienen como territorio de conquista. Paramos también para encontrarnos entre nosotras y hacer duelo colectivo, compartir la rabia y politizar todos los trabajos que hacemos y no son valorados, ni reconocidos, ni remunerados.
Este 19 de octubre volvemos a tomar las calles. Somos ahora lxs estudiantes secundarios lxs que decimos basta a cómo se anudan las violencias machistas y las formas de ajuste que tienen como blanco a la educación pública. Rechazamos que nos quieran hacer trabajar gratis para empresas, en nuestro último año de escuela. Rechazamos que nos digan que nuestro futuro se explica en un power point y que se traduce en una pasantía. Rechazamos que la reforma educativa que se propone el Gobierno desprecie y excluya nuestras opiniones. Rechazamos que las modificaciones curriculares estén digitadas por exigencias que se firmaron como compromiso junto con la deuda externa. Rechazamos la deuda que asume el Estado y se nos impone con paquetes tecnológicos y reglas de competitividad. Reglas que nos son ajenas pues sólo agregarían más presión y precarización.
Desde hace semanas, nosotrxs también paramos y tomamos las escuelas. Más de treinta en la Ciudad de Buenos Aires y muchas otras en estado de debate y asamblea. Porque somos parte fundamental de la comunidad educativa no aceptamos no ser escuchadxs ni tenidxs en cuenta cuando se habla de nuestro futuro. Porque queremos discutir qué significa la implementación de la ESI (Educación Sexual Integral) de forma abarcativa; como una experiencia que involucra a docentes, alumnxs y directivxs. Hoy los cursos que garantizan la formación de la ESI se redujeron a menos de la mitad, su implementación no es permanente ni transversal y tampoco existe un programa o área específica en el Ministerio de Educación de la Ciudad. No aceptamos que ciertos aspectos de la sexualidad sean vistos como negativos y amenazantes, reduciendo el objetivo de la ley a la mera prevención. Nos preocupa cuando se reduce la ESI a un servicio tercerizado por expertos de ONGs, donde se borran los procesos que nosotrxs venimos haciendo, y se pone a la sexualidad como un saber especializado. La ESI tiene objetivos más amplios que incluyen que podamos vivir nuestros deseos de forma autónoma y placentera.
También señalamos que es una deuda pendiente la implementación de los protocolos contra la violencia de género, la circulación de nuevas pedagogías que contrarresten los micromachismos, los abusos, el acoso en todas sus formas, las observaciones estigmatizantes y represivas sobre las vestimentas y las estéticas en todas sus manifestaciones, que ponga de relevancia las identidades sexuales autopercibidas y el aire que anhelamos respirar en las escuelas como lugar de pertenencia, formación, crecimiento personal y colectivo. En nuestro futuro caben todos nuestros deseos.
Con las tomas de las escuelas hicimos visibles estas demandas concretas y exigimos una escucha real por parte del Gobierno. Escucha y atención que no nos dan porque les conviene infantilizarnos (al gobierno y a los medios). Somos interlocutorxs necesarios para cualquier política educativa que se quiera democrática. No pueden negarnos. A nuestras demandas, el Gobierno contestó de dos maneras. Por un lado, con simulacros de diálogo, cuyo fin es no demorar la implementación de los acuerdos pautados con los organismos internacionales de crédito. Por otro, criminalizando las tomas a partir del tratamiento mediático de una situación de abuso en el Colegio Nacional Buenos Aires, desconociendo desde las autoridades del colegio el protocolo a seguir y revictimizando a la compañera involucrada.
Hay una campaña que busca desprestigiar nuestras acciones. Nuestra capacidad de parar y tomarnos tiempo para pensar y discutir juntxs. Parar la reforma es parar una flexibilización sobre nuestros futuros. Parar la reforma es no aceptar la obediencia que implica esta imposición laboral para jóvenes que hoy toma el nombre de “prácticas profesionalizantes”.
¿Qué modos de vida nos plantea la reforma macrista?
Nosotrxs sabemos que cuando discutimos la reforma educativa, también discutimos la reforma laboral y las violencias machistas. Desde nosotrxs, futuro, sexualidad, educación y trabajo arman una trama desde la que enfrentamos las violencias porque nos afirmamos en nuestra potencia colectiva y construimos cómo que queremos vivir.
Desprestigiar nuestras luchas y formas de protesta es la precondición necesaria para imponernos vidas precarias, flexibles y obedientes a favor de las empresas, o que quedemos disponibles como oferta de trabajo en las fuerzas de seguridad. Paramos y nos movilizamos contra los modos de vida que el Gobierno proyecta para nosotrxs. Paramos y nos movilizamos para que no nos roben el futuro.
Por eso este 19 de octubre volvemos a tomar las calles.
Por todas las pibas que nunca volvieron.
Porque sin educación pública de calidad y sin Educación Sexual Integral no hay Ni Una Menos.
Contra la violencia machista y contra la reforma macrista.
Vivxs y Libres Nos Queremos.
CEB + NUM
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SEMANA GUEVARA DE LA LUNA CON GATILLO.QUINTA ENTREGA
En esta edición especial de La Luna con Gatillo, a 50 años del asesinato de Ernesto “Che” Guevara, Mariano Pacheco conversó con Diego Sztulwark, columnista de pensamiento crítico y movimientos sociales desde Buenos Aires.
Mariano Pacheco (MP)- Retomamos contacto telefónico, para este especial Guevara de la trinchera radiofónica la idea es que nos convides algunas reflexiones en torno a lo que implicó su figura para nuestras generaciones, es decir, más cerca del cambio de siglo que en los años ‘60 – ‘70.
Diego Sztulwark (DS)- Me parece que la cuestión se podría plantear como la actualidad del Che Guevara, que no es una pregunta fácil de resolver porque es tan múltiple ese personaje, es tan múltiple lo que se jugó esa coyuntura, son tantas las décadas que fueron pasando y en ese sentido también los intentos de lecturas y de renovar uno u otro aspecto de la figura del Che.
Digamos también que abordar la figura del Che es el problema de abordar los años de terror con los que se ha ocultado la enseñanza del Che Guevara -por llamarla de alguna manera- pero también la escolástica estalinista de la izquierda, también la santificación cristiana que se ha hecho del Che, y la mistificación también. No es un tema fácil pero me gustaría proponer, para conversar un poco, que en el Che Guevara se juega algo que sí es muy vigente, muy actual y muy relevante para la coyuntura de la actualidad sudamericana.
En el año 1965 Guevara escribe el texto El socialismo y el hombre nuevo en Cuba. Él explica que la tarea del socialismo, básicamente, consiste no tanto en la distribución económica o la justicia económica que eso va a desuso en sí, sino el tema de la desalienación o la no enajenación del hombre y la mujer, del individuo. La posibilidad de contar con la irrupción revolucionaria, con las masas activas, con las masas revolucionarias, para que ese nuevo poder efectúe transformaciones pero no transformaciones meramente económicas, y tampoco meramente morales. Es una transformación que el Che Guevara llamaba ‘la construcción del hombre nuevo’, y apunta a preguntarse: ¿qué tipo de libertad humana, individual o social existe cuando se rompe con la ley del valor?
Es decir que el Che Guevara tuvo una percepción muy clara y, desde mi punto de vista, medio insuperada sobre el hecho de que la ley del valor y la forma de producción de mercancía es la principal fuente de subjetividad capitalista. Es un problema que por supuesto también se había planteado en la revolución rusa. Y en cualquier revolución o gobierno democrático popular, es decir, mientras las formas de producción sigan siendo las de producción de mercancías, por más que el gobierno o el Estado, o la escuela o la educación (etc.) construyan un discurso anti burgués, anticapitalista y anti individualista en el plano del discurso, la forma de producción -lo que el Che Guevara llamaba el cordón umbilical- que liga al hombre con la vieja sociedad, con la forma mercancía, sigue produciendo forma humana. Me parece muy luminosa esta percepción del Che que por supuesto vi muy teorizada en el campo del marxismo, no es que es un descubrimiento teórico, pero sí me parece undescubrimiento político.
¿Que puede el poder político hacer para producir un tipo de subjetividad y un tipo de libertad en los individuos y en las masas frente a esta persistente influencia de la estructura llamada ley del valor?
MP- Se podría enlazar esta pregunta y este recorrido por ese texto emblemático de Guevara con alguna de las reflexiones que en su momento hizo John William Cooke a propósito del concepto de cultura en el marxismo y en la también emblemática revista ‘La rosa blindada’, ¿no?
DS- Sí, tengo el texto muy presente por supuesto. El texto de Cooke es del año ‘65: una proposición de las bases para una cultura revolucionaria, una eventual cultura socialista revolucionaria. Es un repaso super fresco, de una postura que sería muy compatible con las del Che. Estamos hablando de dos textos del mismo año.
MP- No había reparado que eran del mismo año, pero recordaba esta afinidad a partir de lo que vos estabas reflexionando, de algún modo un guevarista argentino hecho y derecho.
DS- Me parece que sí, que si queremos encontrar en Argentina un escritor de primer nivel, que además es un dirigente político y resistente de primer nivel, que es capaz de hacer una analítica tan sutil como la que estamos hablando, y que sea más un aliado por lo menos desde el año ‘61 – ‘62, ahí estamos hablando de Cooke.
Me gustaría, ya que citaste este texto, contar -y de esto no se cuánto se habrá dicho- que ese texto de Cooke fue el comienzo de una polémica con León Rozitchner que un año después -en el ‘66- escribe, también en ‘La rosa blindada’, como respuesta un texto que se llama ‘La izquierda sin sujeto’. Me parece que si uno leyese de vuelta el texto de Cooke y el de Rozitchner podríamos encontrarnos ahí con un debate estrictamente guevarista dentro de la izquierda Argentina.
Dos posiciones que están asumiendo más o menos este mismo problema: hay que saber que la subjetividad no es un problema subjetivo, el problema de la subjetividad es un problema materialista, subjetivo y objetivo a la vez, que si no se puede alterar la forma de producción no se puede alterar voluntaristamente al sujeto y viceversa. Y esa discusión estaba dada en términos de si en Argentina era posible y cómo.
Me parece que cuando León hablaba de una izquierda sin sujeto, hablaba de una izquierda que confiaba mucho en una mera transformación en el plano objetivo sin suponer que lo objetivo era parte de lo subjetivo. Una suerte de dialéctica que el Che Guevara se plantea con mucha claridad y que después los filósofos, intelectuales y militantes de izquierda han quedado con ese asunto dando vueltas. Asunto que me parece que después de la última dictadura militar, y con la derrota de las organizaciones revolucionarias, no ha sido nuevamente planteado con claridad.
MP- Como cierre queríamos preguntarte sobre la apropiación de la figura del Che, quizá podríamos decir que el paso de los ’50 años es una fecha para revisitar de un modo más fuerte. En Argentina los 30 años fue una fecha emblemática para el rescate de la figura del Che, podríamos decir que los 40 años pasaron más sin pena ni gloria, qué te parece ahora que pasaron 50 años: ¿qué posibilidades ves de una apropiación crítica de la figura, y no solamente la estampita o la remera?
DS- Por un lado, me hacés acordar algo: nosotros cuando fue el aniversario de los 30 años organizamos acá las Cátedras libres del Che Guevara y fue un fenómeno muy interesante, pero también interesante en cómo se combinó con los encuentros de organizaciones sociales y todo este momento que fue para la coyuntura de Argentina muy preparatorio de lo del 2001. Es decir que ese enganche es interesante hacerlo hoy, hace 20 años la figura del Che y la reflexión crítica sobre los ‘70 y el Che tenía que ver mucho con la cultura de autoorganización del movimiento social y la juventud.
A los 50 años de la muerte del Che creo que nos encontramos con una situación mucho peor, por dos razones. La primera porque me parece que los gobiernos llamados progresistas volvieron a caer en la ilusión de que podía transformarse la sociedad humana sin transformarse la dimensión material, es decir, estamos yendo para atrás en términos revolucionarios cuando pensamos en la figura del Che. Si vos me dijeses una de las cosas con la que veo una vigencia actual y lo que hoy tendríamos que estar trabajando, es precisamente eso, un balance de los años de política progresista en términos de un reformismo, un ilusionismo por el cual se podría suponer que por el hecho de hacer una distribución económica o por el hecho de dar un discurso que es progresista, antiimperialista pero no es crítico, eso puede sustituir la transformación de las formas de producción de valor en la centralidad de los sujetos que cuestionan. Esto me parece lo primero.
Como segunda razón, que me parece por lejos lo más preocupante, es que los gobiernos actuales en Latinoamérica, pero sobre todo el gobierno estrella de Latinoamérica que es el de Macri, porque es igual de reaccionario que los demás pero consigue votos, consigue una especie de aura de ‘cosa nueva’, optimista, que puede remodelar la ciudad en términos neoliberales, está tomando de manera invertida el programa del hombre nuevo. Vamos a decirlo así: si con la figura del Che Guevara se puede pensar una modelización del humano fuera de la ley de valor, el macrismo actual tiene esbozos sobre todo en la figura de Alejandro Rozitchner, y otros optimistas de esta brecha neoliberal que tienen la pretensión de retomar la idea de una modelización humana interna a la ley de valor, completamente. Todos los elementos de novedad económica, moral e histórica que con el Che se plantean en términos de una salida al capitalismo, se los recupera a todos en términos de una inmersión final dentro del capitalismo.
El hecho de que ellos puedan apropiarse de discurso de la ‘nueva humanidad’, por no decir el hombre nuevo, de que la nueva humanidad y la modelización de la sociedad está a cargo de empresarios, CEOS, y los sectores más tradicionales de la clase política argentina me parece que nos tendría que preocupar mucho, pero también nos tendría que dejar ver el carácter contrarrevolucionario que tiene este gobierno, no solamente autoritario, no solamente más o menos democrático-dictatorial.
Sino contrarrevolucionario, actúa perfectamente invertido a los desafíos planteados en la revolución cubana, dispuesto como programas contrarrevolucionario a escala regional.
Para concluir, sólo quiero volver a plantear que la idea del nuevo hombre del Che no es lo que el estalinismo o el liberalismo quisieron hacer después: una especie de modelización nazi, queremos que las personas sean así o así, como si fuera una especie de voluntarismo que va a rediseñar autoritariamente, caprichosamente la idea de un futuro malo. Sino que lo que plantea el Che es una pregunta: ¿cómo construimos en base a la complejidad de las instituciones y de las masas masas movilizadas un ideal más allá de la ley del valor?
Para mi esa es una pregunta que queda picando, que está irresuelta, y que a partir de la derrota de los últimos años es una pregunta que ha sido más desarrollada en el plano de las revoluciones moleculares, como decía Guattari, ha sido más desarrollada por movimientos sociales, por movimientos indígenas, por movimientos de mujeres, por movimientos de desocupados, por movimientos de jóvenes.
La pregunta que deberíamos hacernos es si este plano de experimentación molecular no tiene que en algún momento volver a preguntarse por este horizonte guevarista del más allá de la ley de valor.
Fuente:
*LA LUNA CON GATILLO: Una crítica política de la cultura
Jueves de 19 a 20.30 horas en vivo por Radio Eterogenia (www.eterogenia.com.ar), la radio del Centro Cultural España Córdoba.
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**Desgrabación de Agustina Machiavello.
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«Milagro Sala está secuestrada» // Elizabeth Gomez Alcorta
“Esto es un secuestro”, denunciaron los abogados de Milagro Sala sobre su traslado de Milagro Sala al penal de Alto Comedero y remarcaron que la orden dictada por el juez Pablo Pullen Llermanos es ilegal, como así también su decisión de diferir la notificación a los abogados de la dirigente social. A las 12.30 habrá una conferencia de prensa en la sede del CELS, donde la abogada Elizabeth Gómez Alcorta dará detalles de la situación en la que se encuentra la referente de la Túpac Amaru y diputada del Parlasur y anunciará los pasos que seguirá su defensa.
Esta mañana, con las primeras luces del día, fuerzas especiales irrumpieron en el inmueble en donde se encontraba detenida Milagro Sala. En el marco de un amplio despliegue, la trasladaron en forma violenta al penal de mujeres de Alto Comedero, en el que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) advirtió que corren riesgo su vida y su integridad física. Se la llevaron esposada, descalza y en piyamas.
El traslado lo la dispuso el juez Pablo Pullen Llermanos, quien ordenó que se concretara sin notificar previamente a los abogados de Sala. En el punto V de su resolución justificó esa decisión con el argumento de que así evitó que Sala “perjudique el normal desarrollo y/o eficacia del procedimiento de traslado”.
La defensa de la dirigente social considera que “está secuestrada” porque “tras la resolución de la Cámara de Apelaciones que dispuso la revocatoria de la detención domiciliaria, Pullen Llermanos perdió jurisdicción sobre el expediente vinculado a la medida cautelar dispuesta por la CIDH”, expresaron los abogados de Sala.
El punto es que ayer la Cámara de Apelaciones de Jujuy había concedido a la defensa de la diputada del Parlasur el recurso a través del cual recurrió la decisión de los jueces Néstor Hugo Paoloni, Gloria María Mercedes Portal de Albisetti y Emilio Carlos Cattan de revocar la prisión domciliaria y por ende Pullen Llermanos no podía disponer el traslado de Sala al penal de Alto Comedero. “Lo que han hecho es un secuestro, la orden es de una ilegalidad absoluta y nos recuerda a lo sucedido en las peores épocas de nuestra historia”, precisó la abogada Elizabeth Gómez Alcorta.
Los abogados de Sala advirtieron, además, sobre la ilegalidad de Pullen de diferir la notificación del traslado porque violó así el legítimo derecho a la defensa. También señalaron que tampoco pudieron acceder a la fundamentación, puesto que no hay personal en el juzgado en pleno fin de semana largo. Desde la Túpac Amaru no dejaron de señalar el hecho de que el traslado se haya concretado a una semana de las elecciones.
Fuente: Página 12
Esposada, descalza y en piyama // Horacio Verbitsky
El gobierno del contador Gerardo Morales trasladó en forma violenta a la dirigente social Milagro Sala al penal de Alto Comedero. Su esposo, Raúl Noro, denunció que se la llevaron esposada, descalza y en piyama, una más de la larga serie de humillaciones y menoscabos con las que el gobierno de la Alianza Cambiemos procura la destrucción física y moral de la líder que construyó la organización social más importante y original del país. Consultado para esta nota el coordinador de la Túpac Amaru y del Frente Milagro Sala por el Trabajo y la Dignidad, Coco Garfagnini, consideró que se trata de una provocación a una semana de las elecciones y exhortó a no entrar en ese juego con respuestas espontáneas a la indignación que esto suscita. A las 12.30 en la sede del CELS, Piedras 547, se realizará una conferencia de prensa en la que la defensora de Milagro, Elizabeth Gómez Alcorta, informará sobre lo ocurrido y los pasos a seguir.
Con las primeras luces de la mañana un operativo policial con despliegue de grupos especiales se presentó en el domicilio del barrio La Ciénaga donde Milagro Sala cumplía su prisión preventiva, sin notificación previa ni conocimiento de sus abogados defensores. La orden de Morales fue ejecutada por el juez provincial Pablo Pullen Llermanos. En su punto IV dispuso no comunicar lo resuelto a los defensores de Milagro Sala para asegurar el cumplimiento de la orden, lo que equivale a confesar por escrito una violación al derecho de defensa
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos había concedido la medida cautelar solicitada por Amnistía, el CELS y ANDHES y ordenado que Milagro quedara en libertad o bajo prisión domiciliaria. Luego de una minuciosa investigación que incluyó entrevistas con Morales y una visita a Milagro en su lugar de detención, la CIDH concluyó que había grave riesgo para su vida e integridad, de permanecer en el penal. A regañadientes Morales aceptó el traslado a esa vivienda, pero con condiciones restrictivas como el estacionamiento de un destacamento de Gendarmería en la puerta, cámaras de seguridad activas las 24 horas, un régimen de visitas estricto en horarios y limitado en número. Esto contraría la ley de ejecución penal, que prohíbe en forma taxativa que las personas en prisión domiciliaria sean controladas por fuerzas de seguridad. Ni uno del centenar y medio de detenidos en prisión domiciliaria por crímenes de lesa humanidad son controlados por fuerzas de seguridad. Pullen Llermanos también incluyó la obligación de asomarse tres veces por día al balcón y saludar a los gendarmes. Sala resignificó esa condición humillante, con el saludo: «Buen día, gendarmes. ¿Dónde está Santiago Maldonado?» Esto enfureció a Morales, quien ordenó devolverla al penal. La orden fue protocolizada por la Cámara de Apelaciones y Control de Jujuy, en una resolución que confunde a la Comisión con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no distingue entre una petición y una medida cautelar, cita en forma errónea jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y desconoce la primacía del bloque de constitucionalidad que integran las Convenciones Internacionales de Derechos Humanos sobre las decisiones de los tribunales provinciales. La decisión fue apelada por la defensa de Milagro Sala ante la Cámara Nacional de Casación Penal, lo cual tiene efecto suspensivo. La Cámara de Apelaciones y Control aceptó el recurso y lo elevó a la Cámara de Casación, por lo que la nueva orden de traslado firmada por Pullen Llermanos no tiene fundamento jurídico, ya que perdió jurisdicción en la causa, que ahora está radicada en la Cámara Nacional de Casación Penal. A las 8 de hoy Pullen Llermanos llegó al penal para notificar a Milagro de la resolución que firmó revocando la prisión domiciliaria, mientras la dirigente social aguardaba la llegada de los médicos para la revisación previa al trámite formal de ingreso. Los fundamentos que la policía dejó en la casa de la cual fue extraída en forma violenta Milagro, dicen que Pullen Llermanos revocó su propia decisión de trasladarla a esa casa porque Milagro se negó a realizarse estudios en el Hospital Soria de Jujuy. Sin asomo de ironía el juez dice que así vela por su vida, que según la CIDH está en riesgo en la cárcel a la que fue devuelta. El CELS notificó la novedad a la Comisión Interamericana y al Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre Detención Arbitraria, que también ordenó su libertad. La solución de fondo la tiene la Corte Suprema de Justicia, que desde abril demora un pronunciamiento sobre la prisión preventiva en dos causas: una por sus fueros como parlamentaria del Parlasur, otra porque no existe riesgo de fuga ni de entorpecimiento de la investigación. La Corte es el único tribunal del país que no tiene plazos para resolver en una causa con personas detenidas. Cuando la CIDH dictó la medida cautelar, un juez de la Corte Suprema me dijo que tenían una resolución preparada disponiendo la libertad de Milagro, pero que ante el pronunciamiento interamericano no la firmarían. Esta cobardía del tribunal supremo permite los atropellos a la legalidad del señorío jujeño de Morales y sus jueces.
Fuente: Página 12.
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El tiempo ha vuelto a estirarse como pantano. El cotidiano son los precios que suben, los sueldos más flacos, los antibióticos que no aparecen, los billetes que escasean, la liturgia de campaña demasiado idéntica a sí misma. Los días ya no están comprimidos, a punto de estallarnos en la cara.
La guerra ha retomado su ritmo de desgaste silencioso y omnipresente que nos envuelve. Se mostró desnuda en su asalto al poder entre abril y julio. Ahí estaban las tendencias en Twitter que marcaban focos armados, los municipios asediados durante días, los toques de queda. Era clara, y sus dirigentes, dentro de sus mentiras, también. Ya no lo es, y sin embargo es la misma, con cambio de ritmo, parada sobre lo más seguro ‒la economía y el imperio‒ mientras las tropas locales, en crisis, reorganizan su fuerza.
Debemos seguirle el rastro. Su táctica está en la alternancia de las formas, en la frontalidad seguida de la cobardía del que esconde la mano, en la negación de sí misma, hacernos creer que se fue. Nunca se va. Y este domingo tendrá una nueva batalla que reacomodará una parte del tablero: las elecciones a gobernadores.
***
Un voto de guerra, para retener poder político. Esa es una de las características del 15 de octubre. “Toda revolución es una forma de conquistar tiempo”, analiza Álvaro García Linera. Y en estos últimos años hemos visto cómo el tiempo, electoral/político/armado, ha sido foco de la batalla. La pregunta es: ¿ganar tiempo para qué? Para cuatro cosas:
1.- Impedir el avance de trincheras de la contrarrevolución
Podemos pensarlo en términos de posiciones. Cada gobernación sería un espacio que, en caso de ser ocupado por la derecha, se convertiría en un nuevo territorio desde donde intentarían avanzar. Funcionarían como las alcaldías y gobernaciones que entre abril y julio estaban bajo su dirección. Desde allí hubo apoyo logístico por debajo de la mesa y explícito a los grupos de choque, retiro de las fuerzas de seguridad locales, liberación del territorio para la escalada incendiaria.
Cada espacio institucional que consigan podría convertirse en esa plataforma. Seguramente de otra manera: las fases de violencia callejera no son iguales unas a otras, parten de líneas similares, luego aumentan en sus formas y métodos. Así lo muestran las comparaciones entre las jornadas de abril de 2013, febrero/abril 2014, abril/julio 2017. Y quienes dirigen los hilos, es decir Estados Unidos, saben que la sorpresa es un factor clave.
2.- Esperar que mejoren las condiciones internacionales
El conflicto venezolano es parte de la disputa geopolítica. Por un lado, Estados Unidos y sus alianzas subordinadas construyen escenarios diplomáticos, comunicacionales, militares y económicos, por el otro el chavismo juega sus cartas: relaciones con China, Rusia, países emergentes, petroleros, intentos de evitar la asfixia impuesta a través de la fuerza del dólar. En Venezuela se condensa una de las batallas del mundo.
El mapa de alianzas actual está ligado también a la peor correlación continental de los últimos años. No será eterno, el año que viene habrá elecciones en México, Colombia y Brasil, países que pueden reequilibrar la correlación. Pero es más que eso, la cuestión de las relaciones internacionales remite a la vieja pregunta: ¿puede desarrollarse una revolución en un solo país? “El tiempo se convierte en el núcleo del hecho revolucionario: tiempo para esperar que otros hagan lo mismo”, dice Linera.
3.- Estabilizar la economía
El tiempo se obtiene, entre otras cosas, con estabilidad económica. Es justamente ahí donde el pantano-retroceso se siente con fuerza. Son al menos tres años en este cuadro, con una agudización de los problemas: precios, dólar ilegal, medicinas, billetes, repuestos, higiene. Es también en ese punto donde se dificulta prever una mejora. Por la fuerza del ataque/bloqueo exterior y de los grandes empresarios, los precios internacionales del petróleo, por la corrupción que atacó áreas estratégicas, por las señales contradictorias de hacia dónde ir para resistir y avanzar, el poco impacto de las medidas tomadas en la cotidianidad.
La economía no solamente golpea los bolsillos populares sino también las subjetividades. Podemos preguntarnos qué efectos causa en las consciencias, los sentidos comunes, una economía que amplía sus áreas de microcorrupción, ganancias extraordinarias ilegales, reventas en el mercado negro de medicamentos, billetes, comida, negocios a costa de las demandas cada vez más urgentes de los sectores populares. La derecha ha ganado posiciones en esa batalla cultural. Nuevamente, con análisis de Linera: “Nunca hay un triunfo político sin un previo triunfo cultural”. La derecha también puede ser gramsciana.
4.- Avanzar en el desarrollo de la sociedad por-venir
La revolución no es una fecha, un acto, sino un proceso. Tiene días fundantes, momentos de reflujos, avances y expansiones democráticas, aprendizajes colectivos, delegación en los gobernantes o acción directa por parte de las clases populares. La revolución tampoco es el Estado, sino, centralmente, la ampliación de la comunidad y su construcción de poder. Resulta difícil evaluar en qué situación se está en ese punto, ¿qué indicadores para medir qué exactamente? Una cosa es clara: es dentro de la revolución donde pueden desarrollarse las formas de la sociedad socialista, con centralidad comunal.
Ese desarrollo tiene que ver en parte con la voluntad ‒o no‒ de la dirección y del andamiaje institucional, así como de la fuerza que impriman los diferentes vectores políticos/sociales organizados. El Estado proporciona condiciones para crear comunidad/organización, o, al contrario, burocracia ‒política e institucional‒ para operar como freno de mano del mismo proyecto que conforma. El cuadro bajo gobierno de derecha no sería debatir las tensiones internas, las contradicciones creadoras o destructoras, sino cómo resistir a la revancha que se descargaría ‒los cuerpos incendiados entre abril y julio fueron una antesala de eso.
***
Ganar gobernaciones no significará un cambio de vínculo entre gobernadores y tramas comunales ‒por lo general no son buenas‒ tampoco se traducirá en una mejora de las condiciones materiales, un alivio de los puntos de asfixia, ni creará nuevas condiciones significativas en el plano internacional. Permitirá mantener poder político, continuar con la construcción del proceso, el desarrollo de las tensiones internas, ganar tiempo en el marco de una revolución que resiste al aislamiento continental y a las agresiones norteamericanas.
Resulta extraño que, en una guerra, bajo asedio, se piense en regalar posiciones como forma de castigo a los generales. Esa idea encierra otra de trasfondo, errónea y peligrosa: si la derecha gana se creará un cuadro que depurará las contradicciones del chavismo y permitirá un retorno liderado por los sectores no burocráticos. El problema es que la política y la historia no son un juego de ajedrez, las condiciones que permitieron gestar este proceso no se repetirán, y el enemigo, en caso de hacerse con el poder político, no perdonará.
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Este libro, del año 2007, contiene escritos con argumentos diversos que, sin embargo, convergen en un punto: la mutación que atraviesa la mente colectiva en el presente, que es al mismo tiempo la época de la conexión global y la época de la precariedad social y psíquica. Diez años después me parece que la tendencia que este libro describía se muestra a plena luz del sol.
Durante el verano de 2016 todo el mundo se ha dado cuenta de que la psicopatía se ha vuelto un fenómeno de relevancia política decisiva. No solo el ascenso de un racista blanco llamado Donald Trump ha obligado a la opinión pública a enfrentarse con el hecho de que la agresividad psicótica, encontrándose con la depresión de masas de los blancos americanos empobrecidos, apunta a subvertir el sistema de poder de la primera potencia mundial. Sino que, al mismo tiempo, se ha verificado una serie de explosiones de locura suicida, a veces disfrazada de radicalismo islamista, otras veces carente de toda mediación ideológica o religiosa.
Se intensifican los episodios de suicidio asesino: un individuo (generalmente un varón joven) mata a cuanta persona tiene a mano antes de ser asesinado por un guardia de seguridad, por un soldado o por un policía.
Se trata de terrorismo, dicen los diarios que día a día documentan los episodios de la guerra civil global. Islamistas alaban a un dios vengativo, el ejército narcotraficante agrede, masacra y secuestra a campesinos mexicanos, y en los Estados Unidos de América un inmenso ejército de lunáticos equipados con armas mortales de venta libre se encuentra en estado de movilización permanente: policías asesinan a jóvenes afroamericanos y, a veces, pero raramente, algún afroamericano veterano de la guerra de Afganistán dispara contra policías preferentemente blancos. Cuando el 8 de julio llegaron las primeras noticias sobre el tiroteo en Dallas en el que Micah Johnson mató a cinco policías blancos, parecía que se trataba de la acción de un grupo organizado de militantes negros. Pensé, con cierta inconfesable sensación de solidaridad, que se trataba de un fenómeno emergente de organización armada de los negros hartos de ser objeto del tiro al blanco de la policía, pensé que era una vuelta al espíritu de las Panteras Negras. Estaba equivocado. No había ninguna organización, ningún agrupamiento armado. No había ningún grupo, sino un joven solo y sufriente de traumas que la guerra le ha procurado a miles de personas como él, especialmente afroamericanos. Micah Jones estaba solo, como tanto otros jóvenes negros que, en los días siguientes, en varias ciudades de Estados Unidos, salieron de sus casas decididos a matar sabiendo con certeza que habrían sido muertos.
¿Cuáles son las causas o, más bien, las motivaciones de estos actos de terrorismo solitario?
Unos días antes de la acción de Micah Jones, a fines de junio de 2016, un muchacho palestino de 17 años, Muhammad Nasser Tarayrah, se introduce durante la noche en una casa de Kiryat Arba y mata a puñaladas a una niña judía de 13 años que estaba durmiendo en su cama. Pocos minutos después un soldado israelí mata al joven asesino. No hay nada particularmente sorprendente: Kiryat Arba es un asentamiento de colonos israelíes que el derecho internacional considera ilegal, la agresión israelí viene siendo ininterrumpida durante las últimas décadas, por lo que es bastante comprensible que los palestinos ataquen con recurrencia a los colonos que han ocupado sus casas y destruido sus vidas.
Pero la acción del adolescente Tarayrah tiene un carácter especial por la edad del asesino y la edad de la víctima, y porque se inscribe en una sucesión impresionante de acciones que podríamos definir como terroristas solo si extendemos enormemente el sentido de esta expresión.
Palestinos de todas las edades repiten un gesto que parece inexplicable según toda lógica militar o política: salir de sus casas miserables con un cuchillo de cocina y abalanzarse sobre el primer ciudadano israelí que aparezca, tratando –generalmente sin éxito– de matarlo. Estos guerrilleros armados con cuchillos obtienen casi siempre el resultado inverso: ser asesinados por soldados israelíes, que están armados hasta los dientes. ¿Se trata de una insurrección, como sugiere el nombre «Intifada de los cuchillos” que los periódicos le han dado a esta explosión sin sentido militar y político? La insurreción es un acto colectivo, un proceso fundado sobre una construcción cotidiana de largo plazo y, por lo general, tiene como objetivo derrocar un régimen. En el caso de la Intifada de los cuchillos se trata de acciones individuales, solitarias, y es por demás evidente que los medios no son los adecuados para alcanzar el fin. ¿Cómo explicar, entonces, estos actos?
Por mi parte, parece clarísimo que los jóvenes palestinos, extenuados por la miseria, por la humillación, por la violencia sistemática del Estado fascista y racista de Israel, se están suicidando, están cometiendo lo que en inglés se llama suicide by cop.
El jovencísimo Tarayrah, por su parte, había explicado su gesto del modo más claro posible, cuando escribió en su perfil de Facebook las siguientes palabras: “Death is a right, and I demand this right”.
«La muerte es un derecho, y yo exijo ese derecho”.
¿Son necesarias palabras más claras para darnos la posiblidad de comprender de qué materia está hecho el llamado terrorismo que esta lacerando el tejido de la sociedad contemporánea? Esa materia es el sufrimiento de una parte creciente de la humanidad contemporánea, sobre todo de los jovenes, no solamente árabes o islámicos. El suicidio como línea de fuga del infierno de la humillación colonialista, del infierno de la miseria metropolitana, del infierno de la precariedad.
Según la Organización Mundial de la Salud, en los últimos cuarenta años la tasa de suicidios aumentó en el mundo un 60% (repito por si no se entendió: sesenta por ciento). ¿Qué sucedió en los últimos cuarenta años que pueda explicar un incremento tan dramático del suicidio? ¿Qué cambió en el ambiente en el que los jóvenes se forman?
Dos respuestas me vienen a la mente.
La primera se puede formular en estos términos: hace cuarenta años se viene desarrollando un experimento social que ha cambiado de un modo muy veloz las relaciones entre los seres humanos, disgregando profundamente la comunidad social y poniendo a los individuos en una condición de aislamiento, de precariedad y competencia constante. Este experimento tiene un nombre cautivante: neoliberalismo. La persona que lo impuso por primera vez ganó las elecciones generales británicas diciendo que “la sociedad no existe, solo existen individuos, familias, empresas que compiten entre sí”. El thatcherismo se convirtió, entonces, en un dogma indiscutible para todos aquellos que quieren disputar el poder político.
La segunda respuesta que me viene a la cabeza remite a la mutación técnica y comunicativa: en las últimas décadas, la comunicación interhumana ha sido progresivamente transformada por la propagación de máquinas conectivas, cuya función esencial es permitir el intercambio de información a distancia, y con ello hacer posible el desarrollo de operaciones productivas y comunicativas complejas sin necesidad de que los cuerpos se encuentren en el espacio.
Esta innovación ha erosionado, con el tiempo, la capacidad de los seres humanos de sentir afectivamente la presencia del otro, inoculando primero en la mente de cada persona la convicción de que solo tiene valor la vida de los ganadores, y sometiendo luego a cada individuo a un estrés competitivo constante.
Sólo algunos vencen, mientras que por supuesto la gran mayoría de los participantes del juego vive en condiciones de frustración, de humillación y de miseria creciente.
No es sorprendente, entonces, que los sujetos socialmente más débiles se encuentren cada vez más dispuestos a desear la muerte. El suicidio aparece como una liberación y al mismo tiempo como una venganza, una agresión mortífera contra los responsables de un dolor cuyas causas son difíciles de precisar.
En los últimos tiempo he leído a Jonathan Franzen, un escritor que consigue narrar desde el interior de la crisis depresiva de nuestro tiempo. Franzen tiene una sensibilidad profundamente norteamericana, blanca y masculina, pero su grandeza reside en que nos muestra desde adentro su colapso psíquico, que puede conducir hacia direcciones muy peligrosas, como el resurgimiento del racismo blanco a escala global.
Franzen nos introduce en el universo de la soledad contemporánea, que poco tiene que ver con la pasada soledad romántica. Nada que ver con el gorrión leopardiano que pasa las horas cantando en el campo hasta que muere el día. Nada que ver con la soledad exaltada de Hölderlin.
Nada que ver con el aburrimiento, sentimiento de otros tiempos, de otros románticos tiempos. La soledad contemporánea es una soledad ansiógena y abarrotada, donde el aburrimiento es algo desconocido, imposible, casi inimaginable.
Es la soledad de millones de trabajadores cognitivos que cooperan ininterrumpidamente en el flujo global, pero que no se conocen porque no existe ya necesidad de co-presencia física para colaborar en operaciones abstractas.
Compiten por el mismo salario precario, pero no pueden hablar entre ellos.
La destrucción de la solidaridad entre trabajadores es la característica esencial de la transformación social producida por las tecnologías conectivas en su complementariedad con la ideología liberal. La derrota política decisiva de los trabajadores está aquí, en la soledad resentida, ansiosa, nerviosa, dolorosa, triste. La tristeza infinita de Franzen es la tonalidad psíquica del trabajador precario cognitivo en su soledad conectada.
De esta tonalidad psíquica hablaba el libro que hoy reeditamos, anticipando algunas tendencias que hoy se presentan desplegadas.
Una tarea decisiva de nuestra actividad política y cultural en los próximos años deberá ser la recomposición de la corporeidad del intelecto general conectado.
Una acción que deberá estar al mismo tiempo volcada a la recomposición social y a la cura, a la reactivación de la empatía y de la energía erótica que el semiocapital precarizante y virtualizado ha disecado.
Introducción a la nueva edición de
Generación post-alfa
El triste verano de los héroes solitarios
Este libro, del año 2007, contiene escritos con argumentos diversos que, sin embargo, convergen en un punto: la mutación que atraviesa la mente colectiva en el presente, que es al mismo tiempo la época de la conexión global y la época de la precariedad social y psíquica. Diez años después me parece que la tendencia que este libro describía se muestra a plena luz del sol.
Durante el verano de 2016 todo el mundo se ha dado cuenta de que la psicopatía se ha vuelto un fenómeno de relevancia política decisiva. No solo el ascenso de un racista blanco llamado Donald Trump ha obligado a la opinión pública a enfrentarse con el hecho de que la agresividad psicótica, encontrándose con la depresión de masas de los blancos americanos empobrecidos, apunta a subvertir el sistema de poder de la primera potencia mundial. Sino que, al mismo tiempo, se ha verificado una serie de explosiones de locura suicida, a veces disfrazada de radicalismo islamista, otras veces carente de toda mediación ideológica o religiosa.
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Se trata de terrorismo, dicen los diarios que día a día documentan los episodios de la guerra civil global. Islamistas alaban a un dios vengativo, el ejército narcotraficante agrede, masacra y secuestra a campesinos mexicanos, y en los Estados Unidos de América un inmenso ejército de lunáticos equipados con armas mortales de venta libre se encuentra en estado de movilización permanente: policías asesinan a jóvenes afroamericanos y, a veces, pero raramente, algún afroamericano veterano de la guerra de Afganistán dispara contra policías preferentemente blancos. Cuando el 8 de julio llegaron las primeras noticias sobre el tiroteo en Dallas en el que Micah Johnson mató a cinco policías blancos, parecía que se trataba de la acción de un grupo organizado de militantes negros. Pensé, con cierta inconfesable sensación de solidaridad, que se trataba de un fenómeno emergente de organización armada de los negros hartos de ser objeto del tiro al blanco de la policía, pensé que era una vuelta al espíritu de las Panteras Negras. Estaba equivocado. No había ninguna organización, ningún agrupamiento armado. No había ningún grupo, sino un joven solo y sufriente de traumas que la guerra le ha procurado a miles de personas como él, especialmente afroamericanos. Micah Jones estaba solo, como tanto otros jóvenes negros que, en los días siguientes, en varias ciudades de Estados Unidos, salieron de sus casas decididos a matar sabiendo con certeza que habrían sido muertos.
¿Cuáles son las causas o, más bien, las motivaciones de estos actos de terrorismo solitario?
Unos días antes de la acción de Micah Jones, a fines de junio de 2016, un muchacho palestino de 17 años, Muhammad Nasser Tarayrah, se introduce durante la noche en una casa de Kiryat Arba y mata a puñaladas a una niña judía de 13 años que estaba durmiendo en su cama. Pocos minutos después un soldado israelí mata al joven asesino. No hay nada particularmente sorprendente: Kiryat Arba es un asentamiento de colonos israelíes que el derecho internacional considera ilegal, la agresión israelí viene siendo ininterrumpida durante las últimas décadas, por lo que es bastante comprensible que los palestinos ataquen con recurrencia a los colonos que han ocupado sus casas y destruido sus vidas.
Pero la acción del adolescente Tarayrah tiene un carácter especial por la edad del asesino y la edad de la víctima, y porque se inscribe en una sucesión impresionante de acciones que podríamos definir como terroristas solo si extendemos enormemente el sentido de esta expresión.
Palestinos de todas las edades repiten un gesto que parece inexplicable según toda lógica militar o política: salir de sus casas miserables con un cuchillo de cocina y abalanzarse sobre el primer ciudadano israelí que aparezca, tratando –generalmente sin éxito– de matarlo. Estos guerrilleros armados con cuchillos obtienen casi siempre el resultado inverso: ser asesinados por soldados israelíes, que están armados hasta los dientes. ¿Se trata de una insurrección, como sugiere el nombre «Intifada de los cuchillos” que los periódicos le han dado a esta explosión sin sentido militar y político? La insurreción es un acto colectivo, un proceso fundado sobre una construcción cotidiana de largo plazo y, por lo general, tiene como objetivo derrocar un régimen. En el caso de la Intifada de los cuchillos se trata de acciones individuales, solitarias, y es por demás evidente que los medios no son los adecuados para alcanzar el fin. ¿Cómo explicar, entonces, estos actos?
Por mi parte, parece clarísimo que los jóvenes palestinos, extenuados por la miseria, por la humillación, por la violencia sistemática del Estado fascista y racista de Israel, se están suicidando, están cometiendo lo que en inglés se llama suicide by cop.
El jovencísimo Tarayrah, por su parte, había explicado su gesto del modo más claro posible, cuando escribió en su perfil de Facebook las siguientes palabras: “Death is a right, and I demand this right”.
«La muerte es un derecho, y yo exijo ese derecho”.
¿Son necesarias palabras más claras para darnos la posiblidad de comprender de qué materia está hecho el llamado terrorismo que esta lacerando el tejido de la sociedad contemporánea? Esa materia es el sufrimiento de una parte creciente de la humanidad contemporánea, sobre todo de los jovenes, no solamente árabes o islámicos. El suicidio como línea de fuga del infierno de la humillación colonialista, del infierno de la miseria metropolitana, del infierno de la precariedad.
Según la Organización Mundial de la Salud, en los últimos cuarenta años la tasa de suicidios aumentó en el mundo un 60% (repito por si no se entendió: sesenta por ciento). ¿Qué sucedió en los últimos cuarenta años que pueda explicar un incremento tan dramático del suicidio? ¿Qué cambió en el ambiente en el que los jóvenes se forman?
Dos respuestas me vienen a la mente.
La primera se puede formular en estos términos: hace cuarenta años se viene desarrollando un experimento social que ha cambiado de un modo muy veloz las relaciones entre los seres humanos, disgregando profundamente la comunidad social y poniendo a los individuos en una condición de aislamiento, de precariedad y competencia constante. Este experimento tiene un nombre cautivante: neoliberalismo. La persona que lo impuso por primera vez ganó las elecciones generales británicas diciendo que “la sociedad no existe, solo existen individuos, familias, empresas que compiten entre sí”. El thatcherismo se convirtió, entonces, en un dogma indiscutible para todos aquellos que quieren disputar el poder político.
La segunda respuesta que me viene a la cabeza remite a la mutación técnica y comunicativa: en las últimas décadas, la comunicación interhumana ha sido progresivamente transformada por la propagación de máquinas conectivas, cuya función esencial es permitir el intercambio de información a distancia, y con ello hacer posible el desarrollo de operaciones productivas y comunicativas complejas sin necesidad de que los cuerpos se encuentren en el espacio.
Esta innovación ha erosionado, con el tiempo, la capacidad de los seres humanos de sentir afectivamente la presencia del otro, inoculando primero en la mente de cada persona la convicción de que solo tiene valor la vida de los ganadores, y sometiendo luego a cada individuo a un estrés competitivo constante.
Sólo algunos vencen, mientras que por supuesto la gran mayoría de los participantes del juego vive en condiciones de frustración, de humillación y de miseria creciente.
No es sorprendente, entonces, que los sujetos socialmente más débiles se encuentren cada vez más dispuestos a desear la muerte. El suicidio aparece como una liberación y al mismo tiempo como una venganza, una agresión mortífera contra los responsables de un dolor cuyas causas son difíciles de precisar.
En los últimos tiempo he leído a Jonathan Franzen, un escritor que consigue narrar desde el interior de la crisis depresiva de nuestro tiempo. Franzen tiene una sensibilidad profundamente norteamericana, blanca y masculina, pero su grandeza reside en que nos muestra desde adentro su colapso psíquico, que puede conducir hacia direcciones muy peligrosas, como el resurgimiento del racismo blanco a escala global.
Franzen nos introduce en el universo de la soledad contemporánea, que poco tiene que ver con la pasada soledad romántica. Nada que ver con el gorrión leopardiano que pasa las horas cantando en el campo hasta que muere el día. Nada que ver con la soledad exaltada de Hölderlin.
Nada que ver con el aburrimiento, sentimiento de otros tiempos, de otros románticos tiempos. La soledad contemporánea es una soledad ansiógena y abarrotada, donde el aburrimiento es algo desconocido, imposible, casi inimaginable.
Es la soledad de millones de trabajadores cognitivos que cooperan ininterrumpidamente en el flujo global, pero que no se conocen porque no existe ya necesidad de co-presencia física para colaborar en operaciones abstractas.
Compiten por el mismo salario precario, pero no pueden hablar entre ellos.
La destrucción de la solidaridad entre trabajadores es la característica esencial de la transformación social producida por las tecnologías conectivas en su complementariedad con la ideología liberal. La derrota política decisiva de los trabajadores está aquí, en la soledad resentida, ansiosa, nerviosa, dolorosa, triste. La tristeza infinita de Franzen es la tonalidad psíquica del trabajador precario cognitivo en su soledad conectada.
De esta tonalidad psíquica hablaba el libro que hoy reeditamos, anticipando algunas tendencias que hoy se presentan desplegadas.
Una tarea decisiva de nuestra actividad política y cultural en los próximos años deberá ser la recomposición de la corporeidad del intelecto general conectado.
Una acción que deberá estar al mismo tiempo volcada a la recomposición social y a la cura, a la reactivación de la empatía y de la energía erótica que el semiocapital precarizante y virtualizado ha disecado.
(Introducción a la nueva edición de Generación post-alfa, Agosto de 2016)
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