Apertura al conversatorio sobre El temblor de las ideas // Gerónimo Vianelli
Hace apenas unas semanas mantuve una muy bella e intensa conversación con Diego sobre su trabajo. Después de esa charla anoté: Diego entiende que los conceptos tienen una potencia explicativa, y asume que, en la experiencia social, los conceptos disponibles para entender los fenómenos del presente ya no resultan satisfactorios. Diego se encuentra ante la necesidad de buscar nuevos lenguajes. Buscar palabras que vuelvan a signar la realidad. Es por esto que tras un movimiento extraordinario, llega a Kafka. Porque los momentos extraordinarios le exigen al pensamiento ejercicios extraordinarios. Él me dijo textual: “Fui a Kafka no por osadía, sino por desesperación”
Es la incapacidad de las categorías lo que nombra como “temblor de las ideas”, materializado tras la intervención de Fernando Sabag Montiel. Me quedo con el shock que implica asumir la incapacidad de nuestras palabras. Pienso en algo que intento hace varios meses. Algo que nombro como “cartografía de lenguajes”. Tiene por objetivo hacer un mapa de algunos modos del lenguaje que me son de interés. La literatura, la teoría política, el cine. Intento conversar con personas que me asombran. Diego forma parte de ellas. Pienso entonces: ¿Qué significa cartografiar lenguajes? ¿Qué implica? No es fácil construir una imagen certera, formada, que responda estas preguntas. Si puedo trenzar algunas intuiciones y sospechas, también algunos deseos. De un entretejido así, dinámico e imperfecto, se vislumbran texturas y detalles, apenas gestos de cuerpos bañados de edad y misterio a los que decidimos tautológicamente nombrar como lenguajes. Como sabemos, estamos constituidos por estos epifenómenos. Son organismos vivos, independientes de nosotros, generosos y buenos que nos permiten participar de su vitalidad. Pienso que se habilitan hacia nuestros sentidos para que logremos repararlos y engrandecerlos. Así nos hemos dedicado a contar historias a través de la repetición de los sonidos que escuchamos provenir de la naturaleza. Y hemos intervenido nuestros montes creando obras rupestres pictóricas y logotípicas. Y hemos descubierto las músicas, y luego las escrituras, las danzas, la fotografía. Este gran proceso, viaje exploratorio de y para nosotros mismos, nos construye y nos vuelve comunidad. Porque lenguaje es comunión, sino es solo cansancio.
Entonces, creo que cartografiar los lenguajes es, de manera optimista y feliz, un intento por establecer un orden. Mirar desde encima. Trazar un dibujo que nos permita pasear por sus lindes. Acercarnos a la literatura a pispear qué sucede ahí dentro y qué les sucede a quienes atraviesan sus procesos creativos. Arrimarnos a nuestro cine. Visitar a nuestros dibujantes. Preguntarnos por aquellos sentidos olvidados que nuestra imaginación podría poner al servicio de la invención de una realidad más justa y menos alienante, más cercana a la inocencia, más lejos de la crueldad y el hambre. Abrir los ojos, parar las orejas. Encontrar obreros y obreras de lenguajes y traducir, con el afán amable de comunicar sus oficios para convidarlos.
Pienso que Diego, a través de su militancia y su formación y su trabajo, es un cartógrafo, y también que ha desarrollado una política de la existencia. La cual implica principalmente una contemplación activa. Y cuando digo “activa” refiero a “acción”, y si digo “acción” digo “poner el cuerpo”. Entonces, en este poner el cuerpo al servicio de la interpretación, o sea del lenguaje, el cuerpo se pone en realidad al servicio de sí mismo. Porque cuerpo y lenguaje son tanto modos como una única potencia. Unidad ritmada, como escribe Diego en su presentación a “Spinoza, Poema del pensamiento”. Donde también escribe “pensar la época es pensar contra la época” De nuevo, al nombrar el pensamiento subyace lo corpóreo: o sea se pone el cuerpo en la época para combatirla. En el temblor de las ideas las palabras más valiosas son palabras ubicadas en la sensibilidad, en lo concreto de las corporalidades: temblor, desesperación, trampa.
Su trabajo no sólo, de manera muy honesta, admite nuestra carencia de recursos, de herramientas y de salidas, sino que también reubica a los acontecimientos políticos en una dimensión estrictamente humana, física, analógica, material. No es usual en los diagnósticos sobre Argentina. La política deviene como entramado de potencias e impotencias, padecimientos y pasiones, sensibilidades y dessensibilidades. Al correrse de los lenguajes sociales comunes se encuentra una literatura aséptica pero cargada de efectos, uno de ellos, quizás el más importante, es el enfrentamiento ante nuestra propia desesperación. Quizás algo que necesitábamos incluso antes. Es una invitación a corrernos de los lenguajes que ya hemos saturado. Digamos, sobrecartografiado, deformado. Es una invitación a oxigenarnos respirando en otros campos, menos cosechados. Y soy consciente de que hablar de Kafka no es precisamente hablar de un territorio poco conocido, pero es un retorno a una pregunta escondida ¿Qué tanto hay en el mundo escapándose de nuestra virtud, de nuestra capacidad de aprehensión?
El domingo 5/10 Cesar Gonzalez presentó Rengo Yeta en la Feria del Libro en Córdoba. Percibí en su trabajo una dinámica que Diego propone. La de pensar a través de las potencias que tenemos disponibles. Como Gregorio Samsa nos hemos despertado convertidos en un bicho repugnante. Ese bicho ya no tiene potencias humanas. Pero tiene otras. ¿Cómo poner estas nuevas potencias al servicio de nuestra labor de perseverar en la existencia? César narra la belleza (sin caer por supuesto en la romantización, y esta aclaración es una obviedad) de los pibes en las cárceles, su pulcritud, sus modos de aseo, sus rituales para recibir visitas. Habla de una estética villera, popular, de la que no quiere prescindir. En su trabajo cinematográfico y literario, hay una aceptación de la potencia propia. O en su defecto, una búsqueda para que aparezca cuando no está. De pronto escuchando a Cesar descubrí que el insumo analítico de Diego funcionaba y no solo que me era útil sino que había reactivado en mí una capacidad perceptiva que estaba adormecida, alienada frente a la tristeza política, frente al hastío.
En la presentación de Cesar quien moderaba mencionó el pueblo palestino y un frío eléctrico me recorrió el cuerpo de manera intempestiva. Ese mismo fin de semana había leído de un tirón gran parte del libro Pensar después de Gaza de Franco Berardi Bifo y me encontraba realmente afectado. Me preguntaba qué hacer para mantener la vitalidad después de la vinculación con un texto que dicta sentencias como:
“Debemos reconocer que el martirio de Gaza no es solo una tragedia que arrasa la vida de millones de mujeres y hombres y especialmente niños, sino la prueba del tránsito hacia una época donde nunca habrá justicia ni paz.”
“Esperar justicia y paz en un futuro posible sólo demuestra no haber entendido.”
“Quién cree que la voluntad política puede revertir lo irreversible, no ha entendido.” “Quien piensa que la palabra democracia aún tiene significado, no ha entendido.”
“Hay que tener el valor de entender que no habrá ningún retorno a la democracia, ni fin de la guerra, ni límite a la expansión de la deshumanidad.”
Palabras realmente desgarradoras y desesperanzadoras, no por esto nuevas, pero sí radicales. Claro, mi conmoción no refería únicamente a la lectura de Bifo sino a un fuerte consumo de redes siguiendo noticias de Ezequiel Peressini, quien tripulaba el buque Sirius. También de Cele Fierro, y de la flotilla Sumud en general.
No es algo novedoso hablar de bloqueo de agenda en Argentina. Eso que nos dicen quienes viven fuera, de que los problemas del mundo no penetran con total dimensión y que las performances de discusión pública que realizamos son casi que exclusivamente sobre la nación. Por esto la acción política de Peressini y Fierro era una acción que nos hablaba más a nosotros que a los palestinos. Obviamente el impacto de ver rostros reconocibles, cercanos, insertos en un conflicto que a veces hasta nos resulta de otro mundo, es incomparable con otras maneras de consumir el conflicto. Quizás se deja de consumir y se comienza a padecer. Lo que representa un giro de afectos verdaderamente trascendental. Nos pone de pie, nos acerca. Otra vez, nos conecta con nuestra desesperación. De esta manera es que regreso a la primera operación lógica-corporal del sistema que aparece en El temblor de las ideas. Temblor, incertidumbre, desesperación.
Una de las últimas preguntas que le hice a Diego cuando finalizaba nuestra conversación giraba en torno al juego de conceptos incertidumbre, imposibilidad, potencia. O sea cómo a pesar de la incertidumbre hay una convicción; convicción de que de la imposibilidad deviene una potencia. Por eso el subtítulo: buscar una salida donde no la hay. La potencia no está, al principio. Pero ante la impotencia, con movimiento y búsqueda (como todo héroe kafkiano) esa potencia aparece. La pregunta es ¿De dónde viene esa convicción? Diego me respondió con seguridad y muy rápidamente, como quién espera agacharse porque sabe desde dónde aparecerá el golpe, como quien confía en sus ideas. La respuesta de Diego fue para mí conmovedora. Está en la nota de Enfant Terrible por si quieren saber cuál fue, no la cito para no spoilear el trabajo de este conversatorio que nos convoca tanto hoy como mañana pero les anticipo que a pesar de la oscuridad que reina sobre el mundo y sobre nuestro país y sobre nuestros cuerpos y nuestros trabajos y nuestra economía, es una respuesta que contiene luz. Creo que encontrarnos a pensar contra esta época, ponerle el cuerpo a esta época, movernos para estar físicamente juntos, para no sabernos solos, para no sabernos acabados, para mirarnos, para saber que existimos, ya es una respuesta a esa pregunta. Nos toca el aguante, una vez más. Y acá estamos, aguantando.
Córdoba 10/10/25







