I
El psicoanálisis es una oportunidad para recomenzar, dijo un día Lacan.
Un poco después agrega que, para Freud, el inconsciente se trata de tres cosas: eso sueña, eso falla y eso ríe: “porque todo falla, todo sueña, todo ríe”.
El alivio es que, si hay sueño, falla y risa, en esos instantes, deja de haber todo.
Otra idea de Lacan: al principio no está el origen, está el lugar. El lugar que hayamos tenido para algún otro. Un análisis, si posibilita recomenzar, no restituye ningún origen. Se trata de pasar de un lugar a otro, por venir.
II
“Contar bien una historia no es hacerla entendible sino más bien respetar las zonas vacías de que está hecha” escribe Zambra. Respetar las zonas vacías de una historia es, además, permitir que un cuerpo encuentre algún lugar en eso que se cuenta. Quizás por eso Freud escribía que, en un análisis, se trataba de ir trasladando una X en el discurso. Una incógnita que se renueva cada vez, causando nuevas preguntas, movimientos, diferencias, alivio.
Creo que respetar esas zonas vacías es una buena orientación en eso que alguna vez Lacan llamó, con precisión y belleza, deseo del psicoanalista.
III
“Debes traer tu cuerpo hasta mi casa en los días y horas que fijemos” le dice Maud Mannoni a una paciente anoréxica que tenía una relación “inexistente” con el cuerpo.
En ese enunciado hay una enseñanza: la atención a la forma singular del padecimiento, el compromiso y el cuidado clínico.
Lacan pudo decir que hay una muerte que se lleva la vida y una que la sostiene. Es una distinción fundamental que implica una ética. Debes traer tu cuerpo es menos una orden que una apuesta a producir tiempo, una espera y un encuentro en los días y horas que fijemos. Pasar de la muerte como amenaza que devora a un límite que permite sostener una vida, sostenerse en un cuerpo vivo. Sostener, verbo que Winnicott supo convertir en concepto y en el que vale la pena insistir.
IV
“La infancia no es lo irrecuperable, es lo irreductible” Barthes
Freud suponía que no había recuerdos de la infancia sino recuerdos sobre la infancia: la infancia como una re-escritura permanente alrededor de algo que se nos sustrae una y otra vez.
La infancia, zona de umbrales: entre palabra y silencio, entre presencias y ausencias, entre recuerdo y olvido, entre realidad y juego.
Cuando Freud llamó “perversos polimorfos” a les niñes -para escándalo moral de algunos- no improvisó un diagnóstico psicopatológico, le reconoció un cuerpo deseante a las infancias, más allá de cualquier norma social.
Hace unos años, el psicoanalista Jean Allouch dio una conferencia en una facultad de psicología. En el momento de las preguntas, uno de los asistentes se presentó diciendo que formaba parte de la cátedra de clínica de adultos. Antes de que pudiera formular la pregunta, Allouch lo interrumpió con una mezcla de dulzura y picardía, y le dijo: “¿Clínica de adultos? Yo no sé lo que es un adulto”.
Camino por la playa de un pueblo de la costa argentina en el que pasé los veranos de mi infancia, y al que no regresaba desde hacía muchos años. Me vuelven recuerdos que no sabía que tenía (pero ¿es que los tenía?) y por momentos no sé bien cuánto tiempo transcurrió desde entonces, de quién son esas huellas en la arena.
Quisiera insistir en estas palabras de Claudia Masin: “el verano, para mí, es la infancia. No es que en el lugar donde nací se viva un verano perpetuo. Los inviernos son fríos, crudos, impiadosos. Pero en mi recuerdo, toda mi infancia transcurrió acariciada por el halo cálido del viento norte. Aún hoy, cuando el primer día de verano verdadero llega a la ciudad en la que ahora vivo, yo respiro ese calor con la avidez del nadador cuando asoma la cabeza fuera del agua: siento que, como él, recupero el aire. Porque ¿de qué otra cosa está hecho el aire que nos mantiene vivos sino de los olores, las temperaturas, los sonidos amados?”