¿Aguantando la respiración para cerrar los ojos fuerte y esperar que pase el golpe, parecemos estar? “No, el país está parado hasta el domingo”: esta frase que circula en el comercio, expresa también el estado de una multitud política: impotencia. Asistiendo a la realidad. Es notable que la instancia presuntamente cúspide de la participación política ciudadana -el voto- resulta ser, en la práctica, escena reveladora de cuán hondo es el grado de inmovilización o despolitización en que estamos. La “democracia” como actual sistema de castración política y, ergo, consagración del mercado como política suprema. Ojalá se abra un espacio entre el escarmiento y el desencanto, donde brote un nuevo protagonismo vital. Que no necesite saber del todo qué hacer ni para dónde ir para estar, para ejercer presencia, para desear, para invitar. No gana el que proyecte mejor futuro, gana el que ofrezca más atractivo presente.
“Derecho al futuro” es mentira: si algo saben los cuerpos, es que no vamos derecho al futuro. Es más bien un larguísimo puente chino de Actualidad fatal que no termina… Pero se puede conquistar astilla mientras tanto. Incluso se puede armar fiesta mientras tanto -y el “mientras tanto” deviene presente, no obscena actualidad-. E incluso, quién sabe, se puede patear el tablero, mientras tanto. Eso es una revuelta, como la de 2001: patear el tablero. El purismo del capital, en cambio, ofrece limpiar el tablero, como si fuera resetear, reiniciar este juego capitalista (sin los detritus corruptos). La más ordinaria suspensión del orden dado.
Ahora bien, después de haber sido por un rato ingobernables en la revuelta (sobre todo fue ingobernable nuestra alma, el modo de auto-concebirnos, de desear, una libertad positiva en términos de Bobbio), pasamos a delegar el estado de ánimo, como insiste Valeriano. Delegamos banderas y canciones; Juguetes Perdidos pasó a ser cortina musical de actos estatales. Y la delegación idolátrica produce demovilización existencial. Con acciones de adhesión y repetición, claro, porque quedamos dependientes de un faro. Hicimos caso, votamos a Alberta (después de poner el cuerpo y resistir al macrismo hasta echarlo), y ahora no sabemos qué es más triste: si que la gran mayoría de la población quiera ajuste, entreguismo y represión, o que esto, estos cuatro años, hayan sido de la opción “nacional y popular”.
Después de que los buenos volvieron y rodaron cine de terror, parecen venir unos malos-malos: ya no ruedan la peli sino que son el personaje del terror -motosierra ensalzada- convirtiendo la realidad en su película. Pero el problema fundamental -el fundamento- en el plano de la subjetividad está en haber devenido espectadores: en tal dis-posición, se siente más lo que hagan otros que lo que hagamos nosotrxs; perdemos el tacto de nuestra potencia. Porque un sujeto activo (no hiperactivo: eso sintomatiza impotencia) puede ejercer su potencia aún contra vientos adversos. Incluso la adversidad permite encontrarse más aún con la propia fuerza.
Un sujeto vivo dice: pase lo que pase, venga la que venga, vamos a estar nosotrxs para gestionarlo, para hacer algo con eso. Nunca pasará solo “lo que venga”, sino también nuestra forma de recibirlo, rechazarlo, reorientarlo, retrucarlo, etc (como mínimo, las operaciones y técnicas de la potencia de padecer que describe Virno). Eso, esa confianza en que la propia fuerza siempre algo podrá, desactiva el terror, el pánico, que son afectos donde la amenaza pesadillezca doblega por completo nuestra capacidad y solo somos blanco inerte. Con terror, solo cabe contener la respiración, cerrar los ojos fuerte y rezar…
Quizá por eso la Iglesia ahora se embandera contra los sicarios del capitalismo, después de haberlo defendido con crueldad cuando estaba posta en discusión. Pero, amigxs, la impotencia política es correlativa al productivismo hiperactivista, mercantil-conectivo. Una forma de hacer que nunca nos deja tranquilxs (y no es que la tranquilidad sea el objetivo; no nos deja nunca contentos), una forma de hacer que aunque hace y hace produce falta y falta (deuda y deuda), una forma de hacer que no crea nuevas reglas y sentidos para el hacer, una forma de hacer enajenada. Detectar y regar los haceres que devuelven alguna calma. Como tejer: tejer como paradigma del hacer que calma. Tejer es enlazar líneas que pueden ser infinitamente diferentes y se enlazan en un plano común de paridad, ganando alcance, resistencia, fuerza (y generando entres…). Suena de demasiada baja intensidad, quizá, la calma como deseo político existencial, ¿no?, pero esta, camaradas, es la hora de los quemados, de los estallados, estresados y agotados. Tejer, tejer y tejer: acto de creación modesta pero sensible, palpable, con capacidad de regenerarse aún con peor o mejor clima ambiental.
Que lindo texto, resume tantas cosas, breve y con tan precisa tonalidad afectiva.
Hay un archipiélago infraeconómico de tejedorxs que comparten saberes, prácticas, valoraciones. Hay tantos archipiélagos preeconómicos que habitar, de otras prácticas tan diversas, llenos de receptividad y generosidad.
Sabemos que si disfunciona el capitalismo es porque funciona otra cosa: esos mundos infraeconómicos. Pero nos desenfocamos, la imagen de lo macro nos amarga la existencia, no nos conformamos con una existencia insular, con nuestras existencias secundarias, menores, anónimas, con nuestros papeles de reparto.
Y acá estamos, esperando esos nuevos protagonismos. De tanto mirar la vidriera, creemos en los monstruos que aparecen, y nos asustan, aunque intuimos que no son lo que (a)parecen, como cuando éramos niñxs. Y eso que bien sabemos que nos vamos a defender, «venga la que venga». Pero dudamos de si tejer y regar pueden ser suficiente para una existencia política, si tienen la intensidad suficiente para armar mundos. Obsesionados, al fin, con el protagonismo…
De nuevo, que bello texto, hasta en su timidez. O quizás por ella.
Precioso texto, muchas gracias!