Anarquía Coronada

Lo único que realmente empuja // Diego Valeriano

Desde el desalojo de Once, Rosa y Abdoulaye casi que ni se ven. Él no pudo más y hace pozos para una contratista de Edenor, y ella, cansada del Sarmiento, cuida a una señora en Merlo. A veces se encuentran los sábados o domingos en algúna parte de la ciudad, en Liniers o en Puerto Madero. Pasean, se ríen, a veces lloran, a veces duermen la siesta juntos. De la pensión de Constitución a Mariló hay mucho más que subtes, trenes y bondis. Hay un mundo inmenso que los distancia, los une y los consolida en sus creencias. Nunca les gustó mucho recordar, pero cuando se ven les vuelve esa sensación de cuando se encontraban en la recova. Ahí debajo y de espaldas a Jujuy, todo arrancaba. Saben que cualquier barrio de Asunción es África, y también Libertad, Bañado Norte, Catán o Leloir cuando el 269 lo pasa de punta a punta, cuando cruza el Reconquista. Senegal está lejos, muy lejos, y Abdoulaye ya aprendió que no puede volver, pero siempre puede wasapear con su hermano que está en Barcelona.

Ciertas vidas caretas no entienden que deambular es un delirio que estructura ideología. Viaje, formación y acción que se formulan interrogantes, que resisten de verdad, que hacen que se pelee la calle como si la revolución fuera posible. Se sale de una manera y se llega con otra plenitud distinta de la que se salió, aunque nunca se llega del todo. Las ideas son fáciles, pero de una construcción riesgosa. Lo que saben los cuerpos solo lo aprenden deambulando.

La guacha le da besos y ya casi no lo tolera. Él insiste en bajar en Flores, que ella lo espere y él se meta en los pasillos para hacer lo que tiene que hacer.  Los dos se sientan entre las bicicletas mientras dejan pasar las estaciones y la Champion satura desde el teléfono. Vienen desde Casanova y seguro que esa afinidad que los entrelaza la construyeron en un viaje. Tal vez se queden en la plaza de Flores y jamás lleguen al Bajo, tal vez sigan sin rumbo de manera inquieta, tal vez vuelvan a Casanova donde la mamá espera.

Lo que se cree, se vive, se arma o desarma es en función de modos de viajar, es efecto de los avatares del deambular. Las raras esperanzas anudadas de La Paz a Olmos, tomar un café con leche en Retiro stalkeando a los que se quedaron en Lima, ranchar en Paternal porque a Sol y Verde casi que no se quiere volver, los miles de kilómetros con el corazón en la mano, la certeza de que mirar para atrás es claudicar cuando se observa el mar en el invierno de Gessel, extrañar a Rosa cada sábado que no la ve es asumir sin andar diciéndolo por ahí que deambular es lo único que realmente empuja a resistir de manera genuina, a construir verdaderas ideas transformadoras, a ser vanguardia de las luchas futuras, a traspasar los propios límites.

2017-11-21

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