(Una lectura sobre Lo sólido en el aire. El retorno de la crítica marxista, de Eduardo Grüner)
00. Parte y Todo. La publicación del libro Lo sólido en el aire, de Eduardo Grüner (Clacos: 2021), es una oportunidad para agradecer, estudiar y -hasta donde se pueda- discutir la obra de este profesor -de quien fui alumno- y ensayista -de quien me confieso lector- cuyo discurso produce una mezcla de placer intelectual, (des)acuerdos políticos y sobre todo un aprendizaje -siempre incompleto- sobre eso que el autor llama la “crítica marxista” (y freudiana) como proceso en constante actualización. Alcanza con leer una Parte -sin alcanzar el Todo- de este volumen de 820 páginas para adentrarse en el característico lenguaje “grüneriano”, cuya dialéctica del síntoma se empeña en descubrir en la Parte una materialidad histórica resistente una y otra vez escamoteada por el fetichismo del Todo, que se alza como la única realidad. La crítica Grüner -gran lector de Adorno- apunta a poner en crisis ese Todo como falsedad de lo real, para transformarlo en un Todo Abierto o Todo en proceso. Hay en el trabajo de Grüner una dirección inspiradora que apunta a hacer de la crítica una práctica teórica orientada a desentrañar el proceso de expropiación política subyacente a la trasmutación mercantil del lazo social.
01. La politización de la Izquierda. Puede leerse en Lo sólido en el aire que Jean Paul Sartre llega a identificarse muy tardíamente como “intelectual realmente politizado”. Lo hace recién durante los acontecimientos del llamado mayo francés, en el ‘68, cuando ya era reconocido mundialmente como ejemplo de intelectual “comprometido”. Antes del 68, Sartre se consideraba sólo un hombre de izquierda, posición ética de rebeldía que rechazaba la explotación y la injusticia, pero no un revolucionario. La politización se da para él como un pasaje de ese rechazo ético a la praxis transformadora efectiva de las estructuras -capitalistas- dominantes. Ser de izquierda -concluye Grüner- sería, por tanto, situarse en ese pasaje que para Sartre supone un “alza de masas”. La politización del intelectual crítico contempla entonces una dialéctica doble: la del individuo ético tomado en una radicalización colectiva, pero también la del intelectual cuyo pensamiento es desbordado por una praxis que lo sostiene. Esta doble síntesis de la politización de izquierda se conecta en el libro de Grüner con una cita de León Rozitchner: “cuando el pueblo no lucha la filosofía no piensa”. El llamado “intelectual crítico” sería aquel que busca anticipar ese tránsito -hoy más bien empantanado- cuya eficacia lo desbordaría en su doble aspecto de proceso colectivo y de pasaje nunca del todo resuelto.
02. Placer de la crítica. Desbordada -y aún empantanada-, aquella figura del “intelectual crítico” de la que se ocupa Grüner, es ante todo, irónica y no triste. Transcribo una frase sorprendente de Lo sólido: “hay que desconfiar de los intelectuales que sufren”. El pensamiento crítico no es pesimista. Es cierto que él no puede por sí mismo transformar la realidad, pero no por eso deja de “apostar” a la “la movilización de los conflictos” existentes. El pensador crítico no experimenta “amargura” (Christian Ferrer, autor de un notable libro sobre Ezequiel Martínez Estrada llamado La amargura metódica, no tiene porqué diferir con Grüner sobre esto: la amargura como “método” no supone necesariamente la amargura del ensayista) sino una “una cierta alegría hedonista” consistente en “hacer jugar la realidad contra sí misma”. Hay que desconfiar de los intelectuales desprovistos del goce de la enemistad, porque su sufrimiento no sería sino un modo lamentoso de la aceptación.
03. Tesis 11. El “intelectual crítico” hace la “mímica” de la praxis, puesto que criticar implica para él convocar las fuerzas capaces de “poner en crisis” la realidad y sus esquemas. Para derrumbar lo que el pensamiento pretende derrumbar, su lenguaje debe asumir la forma politizada de una plaza pública. No se trata de la lucha contra una mentira que encubre una realidad, sino contra la realidad misma en tanto que ella tiene la forma real de una mentira. En tanto que político en el pensamiento, el crítico “anticipa”, “apuesta” y “hace la mímesis”, pero carece de los recursos necesarios para alcanzar una eficacia transformadora. Su tránsito político último consiste en indagar los vestigios de aquella materialidad histórica escamoteada. Tarea en la que Marx y Freud sobresalen como los grandes creadores de dispositivos prácticos en torno al síntoma. ¿Qué hizo Marx estudiando la economía política burguesa sino descubrir en ella la ausencia de una Parte real que el Todo sólo podía incluir invisibilizándola? La lectura sintomática, que Althusser nos enseñó a comprender como la practica teórica de Marx, alcanzaba así el concepto crítico de “plusvalía”, cuyo principal efecto consistía en percibir la existencia de una materialidad histórica escamoteada en la conversión del trabajo humano en mercancía (lo cual, dicho sea de paso, le permitía a Marx postular una política, dado que el descubrimiento teórico de la plusvalía hacía posible postular un sujeto proletario como condición resistente de aquella materialidad históricamente escamoteada). La célebre formula de Marx según la cual no se trata de “interpretar” sino de “transformar” el mundo, debe ser leída entonces -siguiendo a Grüner- en toda su importancia epistemológica: ya no es posible interpretar el mundo sino sobre la base de su transformación.
04. El olvido del elemento trágico. Desconectada de la transformación, la interpretación se torna ideología dominante: adecuada percepción del estado actual del mundo. Imposibilidad de “(re)pensar lo político” como capacidad -o posibilidad efectiva- de revisar el lazo social. Si lo político remite a una instancia “antropológicamente originaria y socialmente fundadora”, la necesidad de (re)pensarlo sugiere que esa capacidad ha caído en un largo olvido. Pero entonces es necesario aclarar que en Grüner lo político se opone casi punto por punto a la política. Ahí donde lo político, “ontología práctica del conjunto de los ciudadanos”, elemento irreductiblemente conflictivo (y por tanto “trágico”), la política moderna aparece como una técnica específica de gobierno de lo social o autonomía de lo político. Si la tentativa revolucionaria del siglo XX se planteó la coincidencia entre lo político y la política -de modo tal que la toma del poder político implicaría la capacidad de transformar la realidad-, nuestro presente neoliberal se caracteriza por un borramiento casi perfecto de lo político (hiper mercantilización del lazo social) sumado a una escandalosa impotencia de la política (incapaz de una gestión técnica de la reproducción social). Doble o triple crisis de la democracia, entonces. Para decirlo con un razonamiento de István Mészáros: la crisis irremediable de la gestión capitalista del “socio-metaboslismo” hace del capital una fuerza autodestructiva y de la “autonomía política” una instancia formal, incapaz de producir efectos inclusivos o simplemente reparatorios. La incapacidad de “(re)pensar lo político” revierte entonces en un problema actual de primera magnitud, porque la previsible decepción política, al ser capturada por la derecha reaccionaria, supone la apropiación “antipolítica” de la crítica por izquierda al propio neoliberalismo. Por lo que es preciso entender que la naturaleza de esta antipolítica reaccionaria no se agota en lo más mínimo en su impugnación de tal o cual políticx, sino que apunta a una represión completa del carácter revisable de las actuales relaciones sociales. En textos recientes, el psicoanalista Jorge Alemán ha escrito que no se constata una correlación causal estricta entre crecimiento de estas derechas extremas y las defecciones de los gobiernos llamados progresistas. Comparando situaciones no tan equivalentes como la de Argentina y España, llega a la conclusión de la existencia de un tipo de subjetivación reaccionaria global relativamente autónoma de las coyunturas locales. Esta hipótesis, cuyo mérito se localiza en admitir la impotencia actual de la política (incluso de la llamada progresista), requiere ser leída a la luz del problema mayor señalado por Grüner sobre la incapacidad de las izquierdas de “(re)pensar lo político”: ahí donde la política se presenta como garantía de inclusión, sin transformación del lazo social, sólo crece la desconfianza y el resentimiento respecto de toda retórica no mercantil -es decir, meramente formal- de la igualdad.
05. Inconsciente político. La cuestión de la impotencia de la política (y el correlato de la antipolítica reaccionaria) extrema la urgencia de (re)pensar lo político. La idea de este (re)pensar que Grüner nos propone es la de un Marx pensado desde un Freud. Del mismo modo que la práctica analítica puede captar el trabajo del inconsciente a partir de un lapsus, lo político puede resultar visibilizado en ciertas crisis, como sucedió, por ejemplo, durante el 2001 argentino. Las formaciones del inconsciente político constituyen el material fundamental para el grüneriano (re)pensar de lo político. Es por relación a esos síntomas que es posible agujerear el funcionamiento de la ideología (puesto que la ideología es para Grüner la percepción adecuada de los sujetos de la realidad tal y como funciona a partir de las relaciones dominantes de producción). Por lo que el (re)pensar de lo político requiere de un análisis de las emergencias del inconsciente político, de esa lucha de clases habitualmente disimulada o desplazada del saber consciente, relegada a una zona propiamente inconsciente desde la que no deja de retornar. Bajo el nombre de “movimientos sociales” (“piqueterxs”, “feminismos”, etc) se juega, entonces, una partida decisiva en torno a la capacidad de revisión del lazo social. Pero entonces, si coincidimos en que es en este reverso de la política que persiste una conflictividad irresoluble que permite al pensamiento “crítico” (re)pensar lo político, no creo que sea conveniente excluir bajo la imprecisa etiqueta del “postestructuralismo” la obra de pensadores que como Gilles Deleuze, Félix Guattari, Toni Negri, John Holloway o Paolo Virno,
han aportado una valiosa comprensión en torno a lo político en torno a cuestiones tan importantes como:
* las modalidades del mando del capital sobre el proceso de trabajo en el espacio global (en crisis):
* la pluralidad y heterogeneidad de sujetos que participan de lucha de clases tomada en su innegable pluralidad y heterogeneidad;
* la crítica al partido de vanguardia en su conexión interna con la crítica al socialismo burocrático, incapaz de percibir que la forma estado es ya un momento del capital;
*el rescatar del horizonte de lo común en épocas de bancarrota de los partidos comunistas y socialistas.
06. La periferia como método (y la revolución en el aire). En plena (crisis de la) globalización capitalista, que para «nosotrxs latinoamericanos» -y también para los africanos- comenzó en 1492, lo “crítico” en el pensamiento -leemos en Grüner- consiste en colocar la periferia como método para recorrer la “paradoja bien conocida tanto para los marxistas -a través de la cuestión de la plusvalía- como para los psicoanalistas -a través de la cuestión de la castración-, según la cual “solo puede algo -llámese mercado mundial o identidad sexual- parecer completo, precisamente porque “algo le falta”: solo puede parecer que el comercio internacional, el capital financiero, las comunicaciones y las unidades productivas están «globalizadas», porque la fuerza de trabajo no lo está, ni podría estarlo, dado que el capital necesita imperiosamente mantener niveles territorialmente diferenciados de extracción de plusvalía y excedentes, so pena de caída catastrófica de la tasa de ganancia». Si leo adecuadamente lo que aquí propone Grüner, se trataría de asumir que los conceptos críticos de «plusvalía» y «castración» -Particulares resistentes a la universalización abstracta- equivalen a una cierta asunción de lo periférico en tanto que Parte resistente al Todo como falsificación de lo real. Y por tanto la posición periférica haría constelación con el inconsciente político en la cartografía grüneriana de aquello que ya no puede ser la revolución, pero tampoco puede dejar de serlo puesto que como escribe Alejandro Horowicz en su admirable libro El huracán rojo, la revolución (de la francesa a la rusa) ha sido la forma moderna de inscribir nuevas igualdades en el orden de la economía y las instituciones. Renunciar a ella sin inventar nuevos modos de (re)pensar la política equivaldría no sólo a resignar futuras igualdades sino a declinar la defensa de las que aún sobreviven. Intuyo que esta fractura en el corazón mismo del mundo de las izquierdas -la misma que hace decir que el único “sujeto” transformador que podemos concebir hoy es uno que anda en la “cuerda floja”- es lo que anima el gesto substractivo en el título del libro. Ahí donde la frase de Marx y Engels decía que “todo lo sólido se desvanece en el aire”, Grüner logra retener lo sólido en el aire poniendo en suspenso su desvanecimiento, como apuesta al eterno retorno de la crítica marxista.
Estimado: cómo Deleuze y dónde aporta una reflexión sobre «lo político». ¿Con la micropolítica? ¿Y cómo la micropolítica aporta al «pensar grüneriano de los poítico? Grúner, cómo no. En especial desde «El fin de las pequeñas historias». León Rozitchner, si señor. Desde «siel pueblo no lucha la filosofía no piensa» Pero ¿Cuando pensó Deleuze «la lucha del pueblo?. Bueno sería Diego que pongas algunas respuestas a estos interrogantes.