Milei es el primer presidente que, como figura pública, es producto pleno de los medios de comunicación. No tenía fama ni trayectoria relevante, hasta que se la dieron los medios: los diarios un nombre, la alcance masivo a lo ancho de la sociedad, las redes profundidad y cercanía. Llegó a la fama de un salto súbito -eso que sorprendió tanto a los esquemas mentales de la política tradicional fue precisamente lo que resultó capital político: alguien que de la nada triunfa y se vuelve poderoso, sin estructuras arraigadas -al barro de lo corrompible-, sin organismos de mediación: pura inmediatez mediática (paradoja clave de nuestra época). Su crecimiento en velocidad viral es análogo al modo dominante en que las vidas pueden imaginar crecer o “estar mejor”, que ya no es con progreso, paciencia, ahorro, sino embocando alguna ficha en la mágica timba financiero-conectiva y que tus pesos se inflen de un subidón (apuestas, criptos, etc). Sin “construcción”. Pero esta matriz subjetiva, en sus operaciones existenciales constitutivas, determina un modo del hacer político sin capacidad de diálogo, de armar acuerdos, de habitar tensiones. “Fuera, fuera, fuera”, eliminar, suprimir, cancelar. Porque no solo «usó» las redes: encarna la subjetividad conectiva, Milei, que le trajo éxito y ahora encuentra sus dificultades para habitar lo que hay de institucionalidad, o más básico aún, de convivencia con otros. Si no gestionó ni un partidito de fútbol en su vida ni tuvo trayectoria relevante -que le diera relieve- en condiciones donde conversar, convivir con los otros en tanto que otros, tolerar roces y desacuerdos, es lógico que sea incapaz de elaborar acuerdos. Y que carezca por completo de tolerancia a lo que incumple su proyección ideal sobre el mundo, que lo -nos- vea como escollos malévolos al despliegue límpido de su voluntad -cuyo fundamento vacío, para no verse caprichoso y mero síntoma psicológico, encuentra amparo en la obsecuencia mayúscula con los poderes mayores -los núcleos del capital, los yankis, Israel, Dios…
El empobrecimiento es enriquecimiento de quienes gobiernan // Agustín J. Valle
Están los que votan. Están los que ocupan cargos de gobierno. Y
Es la prueba de la política como fenómeno mediático. Representa la imagen que quieren los de arriba para el gobierno de toda América Latina. Mientras no se alteren las políticas económicas, está bien. Lo que ellos buscan es gobernantes que a diferencia de las dictaduras de los setenta controlen y reorienten la movilización social, y que se siga adelante con el proceso de destrucción, en este caso en Argentina.
Eso decía el subcomandante Marcos en 2008 sobre Cristina. ¿Hoy no es atractivo citarlo, no? Si es hasta medio incómodo.
Milei se va a ir, pero la subjetividad conectiva se va a quedar. Porque no la encarna Milei, la encarnamos todos. Ese personaje loquito desequilibrado agresivo, que gritaba e insultaba a cualquiera, nos excitó a todos, a favor o en contra, no importa. No importa si es verdad, no importa nada, dale que va, sale un meme, un like, o un artículo… pa’ mi es igual. Lo de Insaurralde lo mismo. O los bolsos con dólares. Somos fácilmente excitables. Somos, como dicen los músicos que vienen a tocar de afuera, «the best crowd of the world». Nosotros saltamos, gritamos, cantamos, arengamos, nos fajamos, sudamos, hacemos el laburo en definitiva, y ellos se la llevan todita para afuera (y algunos de acá no hacen algo distinto). Pero después «estuvo buenísimo» y sobre todo el mucho más significativo «me voló la cabeza».
Milei y su banda se van a ir del gobierno más temprano que tarde. En el medio van a avanzar todo lo que puedan (que es un montón, me temo). Pero lo que lo hizo famoso, a él y a Cristina, parece que se queda. Nuestra excitación microfascista, ese aspecto de nuestras existencias, monstruoso en calidad y cantidad, es la continuidad entre gobiernos. Somos el motor y la sangre de los medios de comunicación y sus productos.
Y los zapatistas? Ya no excitan a nadie.