Nido de víboras. No podemos parar de escribir porque a fin de cuentas le damos credibilidad a un impulso o deseo de justicia. No quizás al modo de la política, que hace de ella un modelo a realizar. Sino como aprendizaje. Justicia como investigación sobre qué hacer con la presencia en nosotrxs, de los otrxs. Así, en esa búsqueda, conocí a Valeriano.
Un recuerdo: allá por 2010 caminábamos con un puñados de íntimos en medio de las carrozas de los festejos del Bicentenario. Desfilábamos entre símbolos que seguían siendo nuestros, aunque lo habían sido de tanto defenderlxs en las militancias y ahora se enlazaban ante nosotrxs desde lo alto de una estatalidad en la que no confiábamos. Esa perplejidad estuvo en la base del desplazamiento de nuestra escritura, implícita en la creación del blog Lobo Suelto. Como no éramos siquiera unos pocos, junto a nuestros nombres aparecieron los pseudónimos. Juan Pablo Maccia, Rosa Lugano, Marcelo Laponia, Martín Webb. Cada uno de ellxs habilitaba una investigación sobre los modos en que los discursos de aquellos años actuaban de manera lacerante en nosotrxs. En esos tiempos comenzamos a escribir con Valeriano.
Hace unas pocas semanas escuche a Rita Segato explicar, a propósito de un caso de violación colectiva, que la justicia y su efectividad punitiva, debían ser concebida como una investigación sobre las estructuras colectivas que mueven a las acciones violentas o aberrantes. Ya que la punición, en su sentido último, encuentra su sentido en la comprensión para la desactivación de esas estructuras. Esa relación entre justicia y comprensión, abre un lugar para el pensamiento sobre la complejidad de lo que somos, como momento reflexivo interno de la practica penal. Me pareció que la creencia de Segato en la justicia se parecía a la que teníamos nosotrxs en la escritura. En ambos casos se intenta deslindar aquello que aceptamos de lo que no, por medio de un proceso cuya calidad depende de la honestidad con la que investigamos sobre el modo en que habitan constitutivamente lxs otrxs en nosotrxs.
El sujeto, escribía León Rozitchner, como “nido de víboras”.
Polo Valeriano. Cada 24 de marzo es lo mismo: le escribo un wasap a Valeriano contándole que voy a la plaza, sabiendo que me va a responder que el no. Que no cree en nada, nada al menos de escala semejante. Cada vez que me entusiasmo con alguna acción colectiva, le mando una señal a la espera de una respuesta del tipo “es un negocio”. No daría un solo paso sin consultar previamente a ese saber escéptico. Mi modo de participar de esa clase de acontecimientos precisa cada vez de ese violento impacto que me permite incluir y tratar mis propios desencantos en cada nueva selección de las creencias en las que vale la pena creer.
La amistad como ejercicio polarizador. Desde ya, polar no quiere decir binario. Porque más que escepticismo-credulidad, la polaridad supone un movimiento de apertura de un campo que habilita matices y yuxtaposiciones. De modo que entre mi credulidad y su escepticismo -polos extremos- surge un acotado espacio para investigar sobre qué clase de credulidad-escéptica o de escepticismo crédulo nos convence (convence cada vez a cada quien). Si este tipo de ejercicios se vinculan con la escritura es porque en ella intentamos explorar la dirección que nos convienen en este espacio plagado de intersecciones, pasible de ser recorrido en sentidos varios. Si hay un contenido político en esta clase de ejercicio, pienso, sería el siguiente: al descubrir la conversación como zona de turbulencias de la que cada quien extraerá correcciones valiosas para su propia orientación corroboramos la pluralidad del sentido y fortalecemos alianzas contra la automatización de nuestras propias voces.
Hay una política en Valeriano que desplaza el binarismo progresista-neoliberal (el idealismo progresista como parte de un negocio neoliberal) y pone en funcionamiento una polaridad excepticismo-credulidad, en la que suspende idealizaciones para poner en valor otras economías. Política Valeriano: borrar el discurso progresista-neoliberal para rescatar lo que ella borra por el lado de la moral -idealización progresista- y del lado del gran negocio -abstracción neoliberal. Borrar lo borrante (lo plebeyo).
Historia. Escribe Valeriano. «La muerte no puede ser el final de tanto». El acento sobre el “tanto”, la marca de la cantidad como eufemismo de la vida actúa ya en el título de su última novela: El vivo, nosotras muertos. Su muerte es la nuestra. Su tanto es nuestrx tan poco. El sigue, nosotrxs finalizadxs. Exceso suyo ya irrevocable. Consumación nuestra. Consumidos en el consumo, mero resto de la máquina comunicacional: «solo tenemos preocupaciones, ansiedad y opiniones». Ni rastros de lo que hubiéramos querido haber sido. «Si entendemos un poco lo que significa que él esté vivo, poco tendría que importarnos». Por qué entonces Marquitos, hijo de La Flaca, “viviría en nosotrxs, dándonos vida”.
La transmutación general en que el muerto se convierte en fuente de vida, y los vivos en tributarios de los muertos. Paganismo cristiano.
Marquitos muerto. La Flaca luchando. Valeriano escribiendo. Nosotrxs leyendo. Se prepara un oscuro día de justicia.
Valeriano escribiendo: «Verla insistir y no saber ayudarla. No tener el valor suficiente, no abandonar la forma humana, estar tan lejos. Hay noches en que me cae la ficha de lo que pasó y el dolor no me deja dormir. Los recuerdos, las secuencias, lo que no hicimos, lo que tendríamos que haber hecho». ¿Por qué escribir es buscar justicia? Porque «Hacernos cargo de esto que sentimos siempre nos lleva a una instancia distinta de pensamiento».
La novela interior de Valeriano. «Nadie duele solo, siempre es por otros, siempre es con otros». Valeriano reescribió dentro de esta novela una novela anterior (Eduqué a mi hija para una invasión zombie): «Ser papá fue mirar el peligro de manera real por primera vez, por fuera de mí, como algo sin control. Un tormento nuevo, una pena que se vuelve inabarcable, un terror por algo que ni pasó. La paternidad a veces es un garrón, otras una aventura piola, algo que se da y vamos viendo. También es algo que sabemos que va a doler, que en un tiro no va a estar bueno. En un momento fue entender cómo ella administraba su experiencia, lo que podía lastimarla, los posibles garrones e intentar no ponerme vigilante de tanta angustia que me generaba. Verla saltar al vacío confiando en algo que no se explica bien». Y una novela interior. Del canchereo en redes a la función del testigo. «La sed, la fe y saber que ella y Marquitos son lo mismo».
Tiene que escribir sobre lo que pasó, sobre lo que pasa en La Flaca. Sobre su conversión, de cómo el dolor aflora en estrategia: «Armó mapa, habitó cada rincón, se lo escribió en la piel para no olvidarse, solo mostró lo que no debía permanecer oculto. Se escondió para mirar mejor, para pasar desapercibida se hizo invisible, no cotorreo, no busco cámara, no hizo bandera. Se volvió imperceptible para no ser capturable ni reconocible, fue una más, pasó inadvertida. Animal, cazadora, guachin. Esperó como una garrapata, detuvo el tiempo, lo torció a su favor».
Transmutación en curso: «ahora la sangre ya no es deuda, la sangre corre, hierve, es otra cosa».
«El amor ahora es esto».
Entre los que quemaron la casilla hay un flaquito, lo llaman Chiste. Valeriano lo somete a un vasto tratamiento. Para empezar, cinematográfico: «Chiste no espera, no puede hacerlo, tampoco sale al encuentro de las cosas. Da vueltas encerrado en lo que hizo, en el miedo, en su mundito bien chiquito. Piensa en que pedir perdón tal vez haya sido una opción, pero ya no puede. No se rescata cuando el patrullero le tira luces y lo amaga a seguir. Suena de manera tonta la sirena en el medio de la avenida nada. Se pregunta por lo que ocurre en la conciencia de Chiste. Lo imagina sumido en un monologo auto-exculpador: «No se es segundero o traidor, eso sería muy fácil, eso es twitter. Se segundea, se traiciona». ¿“Se segundea, se traiciona”? Valeriano medita sobre esa frase, sobre esa coma incandescente que pone en serie instantes de diversa índole como si no los ligase ninguna clase de responsabilidad. Se hace una cosa, se hace otra. Lo acertado de la coma consiste en disminuir al máximo la desaparición de todo nexo entre las cosas que se hacen.
Para finalizar, trágico: «las cosas son poderosas con nosotros y no nosotros con ellas. Se hace lo que se puede y a veces ni eso. Se quiere segundear y se traiciona, se quiere traicionar y se segundea». Chiste como figura de la voluntad humana humillada por fuerzas más poderosas, dioses que juegan con nosotrxs a su gusto: «Hay veces que la traición no es el primer movimiento. Se llega a ser un traidor por un desencadenante de giladas no medidas del todo, por justo estar en un lugar determinado, por no estar en otro. Preguntale a los pibes que me van a dar la razón de cómo la suerte y la traición es solo cuestión de lugares».
Humanismos. El “Conurbano es lo humano hoy”. El humanismo como rama plebeya de la geografía. Habitad mundos infrahumanos de modo tal que en tu acción no despreciéis jamás el mínimo de subjetividad que os podría por encima de toda la humanidad. «Antes de traicionar hay que desertar». Lo humano conurbano es la aptitud del desertor. Héroe es quien es capaz de anteponer la fuga a la traición. Héroe es quien aún puede fugar.
Con el paso de los años Valeriano se ha vuelto escritor. Dice cosas que parecen salidas de la carrera de letras de la UBA. Arrastra a Piglia al conurbano: «Nos leemos, intuimos las cosas de otra manera, seguimos andando. Andar, leernos, segundear». Hace decir a la Flaca aquello que él ya no sabría decir en su nombre: «No va a aceptar este tiempo bien vigilante que ordena las cosas y aprisiona la vida. Ya no. Ahora entiende que algo nuevo se empieza a armar».
Los hechos. Han incendiado la casa de la Flaca mientras dormían y así mataron a Marquitos, que no deja de volver. No hay como soportarlo. No hay cómo ser suficientemente valiente, no hay cómo reaccionar. La novela se vuelve interior: «No lo digo pero lo siento, el temor me gana, soy gato del miedo».
«El fuego no era para ellos, pero les tocó». El azar de los encuentros en su versión pavorosa.
«Hay detalles que de a poco voy conociendo, algo previo de lo que sucedió». Parece Walsh.
«Las historias se mezclan, se atropellan, se engordan». Registrar, entender sin enloquecer. Hacer justicia en la escritura. En el barrio se cuentan muchas cosas. Muchas que no son. Es preciso despejar, distinguir. Los hechos, sepultados en esa densa trama narrativa, deben ser discriminados. «Tengo que separar lo que pasó posta de lo que se va inventando». La Flaca «Ale me pide que lo cuente. Que reconstruyamos la historia así nadie olvida nada. Me pide que la acompañe de esta manera, escribiendo».
La Flaca precisa que le cuenten lo que sólo ella sabe, sabe y no sabe. Lo que le está pasando de forma tan arrolladora que precisa ordenar. Narra y pide ser narrada. Necesita escuchar lo que ella contó. Que le recuenten. Que le recuerden (re cuerden/re cuerda/re cuore). Le impone a Valeriano la función narrativa. Le pide que vaya escribiendo todo. Como si fuera fácil. Le solicita que vaya registrando la relación del acontecimiento a la mutación. Contá por él, que no está. Contá por quienes ya no seremos. Contá ahora, porque no sabemos como termina esto. Contá como sobreviviente, como el que asiste y ve, como el que debe encontrar las palabras. Contá para que se sepa.
No ser Walsh. Valeriano medita: «No creo que me guste escribir, es otra cosa». Ha sido convertido en una suerte de ente contemplativo, atravesado por lo que no entiendo. Tiene que escribir, no le gusta escribir, va a escribir. ¿Qué lo mueve?: «Algo que no entiendo». Y entonces acude a sus amigos escritores: «Con Pedro muchas veces nos colgamos hablando sobre qué es esto de escribir, no lo hablamos abiertamente porque eso sería asumir algo que no queremos, lo hacemos a través de libros, links, notas, hablando mal de escritores y amigos». Escribir sin convertirse en escritor. Sólo porque no se es se es verdaderamente escritor. En eso, no deja de conversar tampoco con El Ruso.
La Flaca le insiste. “Hacé el libro de Marquitos”. Le ruega que cuente toda la secuencia de “lo que pasó”.
“Me halaga que confíe en mí para esto, en que hagamos una especie de acuerdo de escribir un libro que sirva para seguir reclamando no por justicia sino por otra cosa que es mucho más real para Marquitos y Lucas, para que sus asesinos paguen, para que se sepa que paso, que quienes prendieron fuego su casa vayan presos. Que el Chiste es un alto gil, un traidor, un desagradecido”.
La Flaca Marquitos están antes, durante y después. Para Valeriano escribir es incorporar, o atravesar esa temporalidad en la escritura.
Pero Valeriano no puede escribir lo que le piden. Acaba escribiendo otra cosa. Su reflexión está tomada por la imposibilidad de separar el héroe de la injusticia contra la que se rebela. Porque qué otra cosa es para él la injusticia sino la incorregible condición por la que todo encuentra su principio último de intercambiabilidad en el dinero? La injusticia tiene la misma estructura que la realidad: «todo es billete». Todo: policías, jueces y tranzas se igualan en la circulación de la moneda.
Walsh ya era un escritor cuando se topó con “un fusilado que vive”. ¿Valeriano qué era antes de toparse con la tragedia? A diferencia del héroe escritor, Valeriano es el no escritor atemorizado, al que la Flaca le mete presión. Su miedo es miedo a que se le note. Porque no está seguro de poder decir algo verdadero en protesta de que todo sea billete. Para pensar contra la realidad se «requiere una complejidad y emocionalidad que no tengo, que no encuentro».
Escuchar. Escuchar como quien cruza una frontera.
La flaca, dice Valeriano: «Me cuenta bien los pormenores de cómo los asesinos quedaron libres, en dos minutos me hace una certera descripción de lo que es el poder judicial y su reiterada forma de cagarse en los que menos tienen. Es una descripción tan exacta que si la transcribo la arruino. Hablar con ella siempre es luminoso, angustiante, intenso. Es aprender. Pero aprender banda. En realidad primero es resetear y después aprender»
El caos no existe en la naturaleza, dice Bifo. Es impotencia de la mente para entender y acostumbrarse. Es retracción ante lo excesivo que causa pánico. Valeriano medita que «la crueldad, esa crueldad sin límites es imposible».
«La bronca contra el chiste de los transas que los llevó a quemar el rancho se me escapa, puedo hacer un relato, pero se me escapa. Entiendo, pero en un punto se me escapa».
Se escapa, le resulta incomprensible, inaceptable. El polo escéptico busca en qué creer. Escribir es vencer el pánico, crear un orden para el caos. Encontrar creencias a la altura de la tarea.
“historia si, vida no”. Antes de traicionar hay que desertar, se dice a sí mismo Valeriano: “Por suerte no escribí lo que me pidió. Por suerte para mí, la acompañé algunas veces, hablamos otras, sentí la presencia de Marquitos, casi que entendí eso que dice Ale sobre que el tiempo no es lineal, que las cosas son poderosas con uno y no uno poderoso con ellas. Por suerte a veces soy su amigo».
«La mayoría de las veces el tiempo nos aleja, cada quien hace la suya, cada quien sigue su juego. Muchas veces me agarra como culpa y le escribo, le prometo que estoy con lo del libro, le preguntó por la causa, por suerte ella nunca contesta».
Ella no contesta, y él sí está con el libro. No con el que cree que debería hacer, sino con este, que sí ha sido escrito.
Un antiguo antecedente a Valeriano es “Pura Suerte, Pedagogía Mutante”, un cuaderno editado en blanco y negro hace una década en base al trabajo realizado por el grupo Barrilete Cósmico en el conurbano oeste de Buenos Aires. Allí se decía: “no forzamos modos de vincularnos”, “no tenemos una misión, ni nada”. Procesos discontinuos, si. Pero efectivos.
En Valeriano no hay nada mas estúpido que creérsela, nada mas vergonzoso que aceptar su deseo de escribir, porque en esa escena se ve como figura separada del fondo. «Hay cosas que son muy claras cuando estamos juntos, cuando andamos, cuando estamos en una. Son tan claras que se me hacen inexplicables, hay otras que cuando estoy cómodamente escribiendo se me vuelven estúpidas. Mi voz suena estúpida, mi búsqueda de no sé qué también, la investigación militante mucho más, está especie de solidaridad desde la escritura, todo esto que resulta snob, tilingo, sobreactuado. Una especie de movimientos que son la nada. Cuando no estoy en una, cuando no ando por allá acompañándola, siendo amigos, sumando fuerzas todo se me hace muy goma, muy gil, muy vida civil. Lo único que no es estúpido es estar en una con ella».
¿Hasta dónde debemos creerle a esta máscara del escritor que dice que no escribe para poder escribir, que afirma no quiere lo que quiere para poder lograrlo?
¿Y qué importancia tendría creerle? Ha escrito el libro sobre Marquitos. Ha escrito en él: «Su risa es más tenaz que el fuego»