Anarquía Coronada

La novela del DNU y el 24 de marzo // Diego Sztulwark

Si derogar el DNU es impugnar el programa de gobierno, al invocar la constitución como argumento limitante el parlamento le comunica al ejecutivo dos cosas: que en términos legislativos Milei es considerado como un presidente votado por el 30 y no por el 55% de los votos; y que su programa, ampliamente votado -primero por el 30% y luego por el 55%-, no es compatible con la vigencia del orden institucional.
Así planteado el conflicto, si Diputados confirma la derogación del DNU no son tantas las opciones que se abren. O bien el gobierno abdica de una parte de su plan político, aceptando su condición de minoría, e inicia negociaciones para un nuevo programa de gobierno con los gobernadores (lo que sería el final del período jacobino para el partido de los hermanos Milei); o bien se marcha a un enfrentamiento entre poderes, cosa que el ejecutivo sólo podría afrontar consolidando una base activa en la opinión pública más próxima al resultado obtenido durante la votación de la segunda vuelta. ¿Es posible reunir semejante apoyo pasados ya los tres meses de tolerancia concedidos a un gobierno que comienza, y sin que se haya alcanzado el más mínimo alivio en el plano de ingresos ni de los consumos, ni el menor logro en el manejo de la inflación?
Desde ya, el rechazo parcial del DNU no tiene nada de golpista ni de definitivo. Alcanza con reparar en la virtual mayoría legislativa dispuesta a acompañar varios de los temas de fondo que Milei propone para advertirlo. Pero al menos permite confirmar lo que se veía desde antes de la segunda vuelta: que el plan político oficial deberá enfrentar demasiado obstáculos -además de los reparos del propio sistema, los de la sociedad hambreada y despojada- para su eventual realización plena.
Sobre las razones por las que parte del bloque de clases dominantes obstaculiza selectivamente las iniciativas del gobierno, parece haber una discusión de fondo sobre cómo se avanza con las reformas de mercado. Para una mayoría de actores del sistema, se trata de garantizar un mínimo de atención a las condiciones de la reproducción del conjunto -gradualismo político y social-, para el partido de los hermanos Milei, en cambio, se trata de imponer una aceleración inédita, único medio de que una minoría ultracapitalista pueda crear situaciones de hecho y cristalizar reformas irreversibles.
Lo que haya de verdad en el capítulo conspirativo, atribuido a la vicepresidenta Villarroel, depende enteramente de las opciones institucionales que emerjan de este juego de violentos vaivenes.
Por otra parte, para comprender el valor del triunfo parcial obtenido ayer por la oposición parlamentaria es importante tomar en cuenta lo que ya había advertido CFK en sus off de los últimos 30 días: que había que frenar en el Parlamento (puesto que no en la calle) a Milei antes de que éste estuviera en condiciones de llevar a cabo cualquiera de las variantes que analiza para la pseudo-dolarización de la economía. En todo caso, es preciso que la calle irrumpa, para evitar que el juego parlamentario se convierta en un nuevo espacio de pacto con el gobierno. ¿Será el próximo 24 un paso en esa dirección? ¿Y qué se puede esperar de un ejecutivo que no se resigna a buscar las fuentes de una eficacia política lastimada, en caso que quiera mantenerse a la ofensiva?

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