La izquierda chilena tras el rechazo. La nueva comunión de los expertos // Mauro Salazar

Tras los resultados del plebiscito del 04 de septiembre, Apruebo-Dignidad debe abandonar la pereza cognitiva y los comodines frecuentados para explicar su “derrota electoral” bajo la arremetida portaliana. Según las vocerías del nuevo progresismo se habría impuesto el Rechazo en virtud de una abundancia de fake news (“fakesnewsismo”). Todo ha sido imputado a una especie de “teoría del emisor” (Hermes como médium y la traductibilidad) que se habría alzado sobre “ovejas con cabeza de papel” -población biopolítica mediatizada- sin los recursos de una “agencia”. Incluso el reconocido constitucionalista chileno, Fernando Atria, a propósito de su contribución en La Constitución tramposa (LOM, 2013) ha elaborado la respuesta más creativa en materia de desinformación*. Luego de dar una serie de escenarios, precisiones y razonamientos muy explicativos en materias de Fake, Atria concluye, a modo de autocrítica, que la eficiencia de la comunicación política del Rechazo -al menos por esta vez- se sirvió de una comunidad de subjetividades con disposición a votar contra el nuevo texto constitucional alcanzando una cifra insólita. Lo anterior sin el menor ánimo de subestimar las estratagemas de la derecha chilena y sus sirvientes semióticos, a la hora de masificar los sesgos populares contra la “razón política” y exaltar la necesidad de “expertos indiferentes” en la Convención a nombre de la politología dócil y la “matemática conductual” (El Paradigma Politológico y sus exponentes). 

Es primordial revisar la tesis del “helicóptero arrojando dólares” para comprender “plebiscitos infinitos”, sin desmerecer la inversión del empresariado en “banco de datos” y “enjambres digitales”. En suma, el temor inducido existió, pero conectar de bruces tal cuestión con la “bella mentira” es una analogía “algo veloz” para retratar la “orfandad hermenéutica”, la carencia imaginal y la regresión positivista de los progresismos de turno -especialmente situados en la demografía del FA. El vacío de disputa hegemónica del gobierno y las fuerzas transformadoras, abundó en la ausencia de narrativas para contrarrestar las “tecnologías organizacionales” -positivismo lógico- en plena intensificación del “capitalismo académico” (epistemes y cogniciones del orden). La comunicación corporativa, y su pastoral publicitaria retratada en el Partido Republicano, amerita una discusión de fondo que se extiende hasta las economías del conocimiento que la industria de la conductas y preferencias ha instalado (algoritmo). Con todo, la conspiración de las estadísticas coludidas, el boicot ante el SERVEL, la manipulación de rasgos conservadores de la población, el vitriól de las redes sociales, no gozan de una solvencia explicativa o una razón prevalente para zanjar las aristas del Rechazo. En plena teología plebiscitaria la izquierda chilena invocó el manual de Steve Bannon (ex asesor Trump), el pinochetismo enfermizo, la inteligencia americana, el fascismo capilar, y la ignorancia del “pueblo tonto”, que sin embargo fue útil en la victoria del 80% (Plebiscito de entrada). Otras voces recusaron el golpismo congresal que, solazado en la razón gubernamental, 15N (2019), y centrado en El Acuerdo por la Paz, habría obstruido las energías de pueblos asimétricos, mediáticos, huérfanos, o bien, post-populares, feministas, obligando a Boric-Font, y sus aliados de la clase política a garantizar la distopía de los cuerpos, potencias y movimientos de calle en un acuerdo tan indeseable, como necesario. Toda la cantinela de la alienación quedó al desnudo, o bien, el desconocimiento de los propios intereses de clases del mitificado campo popular (falsa consciencia)

Lejos del dato laxo, el “quinto retiro” surtió efectos al menos en tres niveles. De un lado, la ausencia de indulgencia ante las necesidades fácticas de la ciudadanía carenciada y la nula vinculación político-interpretativa (epistemicidio) con el fenómeno inflacionario bajo la cadena de la sobrevivencia y, de otro, el vacío de mediaciones entre el polo institucional y el campo social para movilizar pasiones democráticas. Por último, el silencio argumental sobre un debate en materias de desarrollo y capital humano requería enfrentar la gramática cientificista del experto organizacional. No es casual que bajo este contexto el director de la encuesta CADEM sostuviera -cual programa de computabilidad- que el triunfo del Rechazo estaba cerrado en el mes de Abril (2022). 

El clima hiperbólico fue la deriva de algunas potencias utópicas, sin indagar en la posibilidad de pueblos post/populares de tipo neoliberal (2019) que han roto todos los contratos con la cadena de la representación y que tienen potenciales nexos con el campo del rechazo cuando recusan la racionalidad abusiva de las instituciones. Un bloqueo estructural que las izquierdas deben interrogar en su alcance hermenéutico para descifrar sociabilidades perceptivas y las rupturas fenoménicas con la razón partidaria.  

Adicionalmente ello rodeó al organismo convencional; su (in)comunicación inicial, a poco andar corregida, y la ausencia de prácticas pedagógicas, más allá de algunos esfuerzos notables hacia el mundo popular, agravaron una cotidianidad agobiada por la “guerrilla de precios” y la olla flaca. La dramaturgia domestica de algunos convencionalistas (los usos y abusos mediáticos de Rojas Vade por parte de la contra campaña derechista); los rituales despreciativos hacia los símbolos de la comunidad nacional, so pena de su conservadurismo ancestral y retrógrado. Todo redundó según Atria (El Desconcierto) no sólo en problema de gestión y coordinación, sino “en un escrito para una asamblea de estudiantes”. El Rechazo del Rechazo, con su ausencia de “magnanimidad”, hacia las opiniones difusas y la denigración de las corrientes del polo social demócrata, incluyendo aquella demografía de inspiración probadamente neoliberal, mediante la agitación discursiva distópica, abandonaron los aprendizajes de la teoría (post)hegemónica, agravando la “guerra de posiciones” en favor de la “comisión de expertos” y sus economías del conocimiento.

La vocación estético-medial hizo una lectura molar de los intersticios del mundo popular y sus distintas modulaciones de nihilismo o partitura institucional. En suma, en vez de aparecer como una cruzada vigorosa, el texto soberano devino en un ofrecimiento bullicioso ante la vida cotidiana de una ciudadanía esquilmada en sus “modos de existencia” y fuertemente tributaria de la concentración cognitiva de la hiper industria cultural. Y sí, nuevamente, sobre tal base la comunicación corporativa no vaciló en viralizar descoordinaciones, guerrillas identitarias, y fricciones de una Convención inédita en la historia de Chile. Todo ello ha dado paso para que nuestro “ensayismo oligárquico” y sus halcones celebren un país que rechazó el caos constituyente —a lo largo de todas sus regiones sin excepción y de más de un 90% de las comunas. Un texto que según “Amarillos por Chile”, en vez de expresar acuerdos transversales, resume un “espíritu refundacional y maximalista”. 

Tras este ambiente excepcionalista, las marginalidades mediáticas padecieron los sobre sueldos de asesores y jefes de gabinete de Apruebo-Dignidad, que la derecha supo gestionar mediante sus editores, haciendo que la ciudadanía no sólo apuntará al 1% (superricos) que absorbe el 40% de ingreso nacional, sino a un “progresismo de boutique” (mesocracia de la reforma). Y ello implica abrir un debate sobre la irrupción de nuevos estratos y subjetividades producidas por la integración a circuitos educacionales superiores, de consumo, de monetarización, de propiedad, de status, de circulación de signos y de formas de vida bajo el capitalismo de riesgo. Todo en medio de una población (50%) que, al margen de una alarmante marginalidad en el mercado del trabajo, apenas alcanza los $ 450.000 mensuales.

A la sazón la votación progresista se ha visto reducida cada vez más a grupos con  mayor educación, ingresos relativamente altos, ethos liberal-mesocrático, y un  programa civilizatorio que va desde un feminismo radical -sin traducción en el campo popular- hasta un “ecologismo galáctico”, quedando la mayoría  de los segmentos con menos años de escolarización y menor inclinación al ethos posmoderno (portaliano-queer) dentro del campo de atracción de las fuerzas opuestas al ‘gobierno transformador’. 

El desprecio que cierta izquierda no pudo disimular por esa muchedumbre supuestamente desclasada, esto es, “fachos pobres” que desviaron el voto hacia el “riquerío”, revela una pulsión de superioridad moral que, de variadas  maneras, se expresó también en el  lenguaje de la negación frente a aquella otra parte del “progresismo neoliberal” (“Concertación bifronte”) que insistía en valorar el potencial gradualista de los nuevos estratos que buscan integrarse a los códigos y prácticas culturales de nuestro capitalismo periférico. Bajo este contexto, tal “progresismo”, de tibio reformismo, no hizo más que intensificar sus alianzas e intereses con el gran empresariado y obró como una feroz “guerrilla de retaguardia”. 

El texto que primó —de modo implícito o explícito— entre las vanguardias del Apruebo y que animó también al núcleo de la Convención Constitucional, mantuvo relaciones oscilantes con la revuelta del 18-O (2019), develando una distorsionada visión express del proceso político. Aquí se impuso la idea de que los procesos pueden ser modificados (ex nihilo) por la potencia de los derechos sociales como “leyes de bronce”, sin tener que pasar por el duro camino de los ires y venires, “surfeando” los complejos eslabones de la articulación, la inercia de las burocracias, la tenacidad de las elites, las opacas e infinitas resistencias de las infraestructuras del poder, distinción y cultura. Tal visión contribuyó también al reimpulso de los expertos y sus filiaciones corporativas que han recusado la elocuencia transformada de Apruebo-Dignidad. Ello ayudó a exacerbar “pasiones tristes” que se expresaron en la cancelación del tiempo del tiempo imaginal. Y no a dudar, nuevamente ello conminó a los demonios del capital con todo su poderío incidental, pastoral, corporativo, pero en ningún caso al revés. 

El relato octubrista vuelve una y otra vez a plantear su estrategia de ruptura y despliegue destituyente contra la mitología del “mainstream modernizador”. Ciertamente estuvo tras el jaque a la gobernabilidad en los días de octubre de 2019 cuando movilizó la consigna de la renuncia presidencial y empujó una asamblea popular, inédita y excepcional para la historia de Chile. El controvertido acuerdo del 15-N inauguró el cauce institucional hacia una nueva carta fundamental a través de la Convención Constitucional que la derecha miró con terror de alta mar una vez que obtuvo el 20% de los votos. Al comienzo se intentó desbordar esotéricamente este organismo desde una mayoría bien ganada, que se debía a un orden reglado con las minorías, pero que agudizaba las furias reaccionarias de nuestros pastores. Luego del lirismo, las cosas fluyeron meritoriamente, con aportes innegables y plazos bien logrados, pero las cartas estaban echadas y la relación entre Convención y Apruebo-Dignidad derramó un ambiente incontrolable. 

Por fin el usó del “octubrismo express” (necesario de suscribir por su riqueza crítica, aunque no siempre interrogado en su economía política) como un recurso para disuadir el voto del Rechazo. Desde marzo (2022) al “gobierno transformador” le ha faltado creación política, narrativas, convicción, disputa hegemónica, metaforización e interacción con el mundo popular. La derrota fue eminentemente política y se expresó en el “bicameralismo psicológico” del oficialismo que agravó las condiciones de la Convención y exaltó debilidades ante los discursos de la técnica (industria de las estadísticas y elencos adoctrinados en las magnitudes de la política pública). 

Hoy ya es tarde. En los últimos días, asesores de palacio y jefes de gabinete concitan por las redes sociales a los expertos de los Think Tank y la vieja gobernabilidad cifrada en parámetros de crecimiento reverbera en sus credenciales tecnicistas. El asalto de la post-concertación, de sus tecnopols, de especial fuerza en el caso del PS, ya es un hecho consumado y prolifera un nuevo coro que refuerza la soberanía managerial y la “epistemología del despojo”. Con todo el proceso de los barones concertacionistas abrirá otros espacios para la acción política. Pero ello ocurrirá bajo el dictum de las métricas y una nueva división del cuerpo social consumado en aquello que Villalobos-Ruminott ha llamado un nuevo “pacto juristocrático” (2021). Quién sabe, quizá en la larga duración, el 04 de septiembre abrió una “gradiente” que perpetuará la fragilidad institucional de humanidades moribundas. 

Temuco, septiembre

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