Ir a la escuela para ver que onda // Diego Valeriano

Jugar al allanamiento, agitarla como mujer de chorro, patear la puerta del aula corte grupo Halcón. Jugar, vivir, huir. No creer en nada. Reírse hasta que se salgan los mocos, el odio, esta tristeza que recorre todo. Inventar un mundo, antes de que el mundo se imponga tal cual es: vigilante, sin aire, ortiba. Fumar como grandes, caminar para la estación, subirse al tren y dejar todo atrás. Mostrar las marcas en el cuerpo como trofeo de guerra. Cortarse, escracharse, escaparse, sentirse con vida. Rajar de lo poco que ofrecen: víctima, gato del plan, refugiado, alumna, linchado, fisura, trabajo por hora. Salir a buscar billete porque es lo único que vale la pena. Pedir, armar las historias necesarias, poner esa cara, esa mirada, cuidarse de los giles, ganar una esquina. Semáforos, iglesias, trenes, colarse en el comedor, entrar en algún listado de altas para rescatar alguna beca. Arrancar por los pasillos, descubrir desde el carro que el mundo es inmenso, nuevo, distinto. Desquiciar el tiempo, el orden, las distancias. Devastar la escuela devastada. Saber que es al pedo, pero igual ir para ver que onda, para encontrarse con los amigos, para no hacer renegar tanto a la vieja. Escapar de ser psicologiada, adormecido, educada, politizado. Incluida. Negar las palabras que fijan lugares, modos de vincularse, destinos. Ser enemigo, desertora, motín, mentira, chamuyo, traición.

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