Anarquía Coronada

En silencio ha tenido que ser…

Lo conocimos alrededor de los veinte años. Eran tiempos complicados para quienes reivindicábamos las luchas de liberación de nuestros pueblos, la persistencia de la Revolución Cubana o el rol histórico de las Madres de Plaza de Mayo. El país caía en el pozo del neoliberalismo, el mundo se volvía unipolar y personas cómo él ayudaron mucho -a esa temprana edad- para asumir posiciones de defensa de lo público, los derechos sociales, la memoria de las luchas antiimperialistas recientes y la necesidad de construir organizaciones populares genuinas.

Militó durante años en el peronismo y el sindicalismo. Era mendocino de nacimiento y había llegado a Buenos Aires a sus 18 años para trabajar. Le tocó ver la caída Perón y con indignación de clase se inició en política arrojando baldosas a la policía de la “Fusiladora”. Más tarde entró en relación con los grupos de formación de John William Cooke y llegó a participar de su ARP. Fue Secretario General del Sindicato de Barraqueros de Avellaneda y con su chofer –un tal Herminio Iglesias- regaban las calles de miguelitos y otros artefactos. Participó de la campaña de Framini para la gobernación de Buenos Aires, de la CGT de los Argentinos y la creación de CTERA. También formó parte de una de las tantas organizaciones armadas sin nombre a la que algunos recuerdan como PROA.
Miles de personas lo conocieron. Tuvo varias compañeras (la última, la de su vida, Estrellita), hijos e hijas, amigos y enemigos a rolete.  No era figura pública, pero aún hoy muchos dirigentes políticos de diversas extracciones lo recuerdan o lo van a recordar al leer estás líneas. Tanto estuvo comprometido con la causa nacional, peronista y revolucionaria, que durante muchos años estuvo imposibilitado de trabajar legalmente y con el tiempo le sería una tarea enorme poder conseguir algún tipo de jubilación.
A muchos de nosotros nos enseñó que nadie es imprescindible en la lucha por la liberación, pero que sí lo es la organización popular y la participación de las masas. Creía en la necesidad de los dirigentes o jefes que encabecen las grandes causas, pero también enseñaba tenazmente que lo importante es el héroe colectivo.
No tenía miedo a las definiciones y siempre nos marcó claramente a los verdaderos enemigos de las causas populares y el rechazo visceral al imperialismo.
Se sentía profundamente marxista, leninista, peronista y tercermundista. Con sus relatos y –también- enojos, supimos conocer y entender gran parte de la historia de la resistencia peronista y nos acercamos a importantes figuras, entonces poco reconocidas para nuestra generación, como Amado Olmos, Hernández Arregui, Ortega Peña, el mayor Alberte, Ben Barka, Amílcar Cabral, Le Duan, Giap o Carlos Fonseca.
Era un hombre de organización e ideas y en tiempos donde la politiquería hace suponer que ganar elecciones es tener la manija o acceder al Poder, siempre nos hacía ver que para una verdadera organización es muy importante la táctica y la estrategia a largo plazo.
Quizás por su formación de riguroso conspirador leninista, cuestionó las agrupaciones o prácticas horizontales que intentábamos en los años noventa. Aceptaba el debate colectivo, pero no le cerraba mucho esas cuestiones.
Cómo buen peronista, confiaba ciegamente en la organización de los trabajadores y reivindicaba el rol histórico de la CGT. También en esto nos peleaba, porque le costaba entender nuestra afinidad con la naciente CTA y hasta el final de su vida sostenía la importancia vital de una sola organización de trabajadores para enfrentar a los sectores dominantes de nuestro país.
En los últimos años se convirtió en un maestro errante e involuntario. Un hombre de partido sin partido. Un personaje de otro tiempo, cargado de saberes y recuerdos invaluables, imposibles de conversión en mercancía editorial.
Nos peleaba y nos carajeaba bastante, por el inmenso cariño recíproco que teníamos y la confianza mutua que se fue generando. Con el paso del tiempo, nos fuimos dando cuenta que fue de esos  personajes necesarios e imprescindibles para la formación y el recorrido de cada uno de nosotros. Y no exageramos si decimos que fue un padre en nuestra vida política concreta, cotidiana y de todos los días. Porque una cosa es reivindicar a los grandes héroes y las grandes gestas, pero otra es poder aprender a caminar día a día en la compleja y diversa sociedad que habitamos, llena de desencuentros y abandonos. 
No siempre acordábamos en nuestros debates, pero siempre aprendíamos algo. Muchos veces le consultamos algunas decisiones trascendentales de la práctica política y siempre tuvo la paciencia y dedicación para escuchar, analizar y aconsejar.
Nunca se subió a ninguna ola pasajera y oportunista. Era incorruptible, habiendo podido acceder fácilmente a muchos negociados y trapisondas. Ese compromiso y actitud también lo convirtió en personaje molesto para aquellos que desentonaron.  Vivía muy sencillo, en un departamento de dos ambientes junto a su compañera, sus libros y sus eternos recortes de diarios para analizar el discurso del enemigo.
A Justo Manuel Molina, todos lo conocimos cómo el Negro Molina, ferviente defensor del Peronismo, la Revolución Cubana, Fidel y todos los procesos populares del continente. Se nos fue, vaya paradoja del destino, el pasado 16 de junio.
El Negro nos recibía en su casa con el mate de rigor y nos ponía a leer. Podía ser un libro de Lenin o una noticia esclarecedora de un diario de provincia. Intelectual obrero, veterano de la inteligencia, inigualable predicador. Sentía una verdadera ira contra lo que llamaba “jetones o mascarones de proa”. Una de sus frases preferidas era “en silencio ha tenido que ser”, que atribuía a José Martí.  
Hoy, que la vida y la lucha nos lleva por diversos caminos, queremos recordarlo y homenajearlo juntos, por lo que significó y porque indudablemente nos va a seguir acompañando. También reivindicarlo y reconocer en él, a los miles de militantes, dirigentes y trabajadores de nuestro pueblo que día a día dieron su vida en la lucha por una Argentina independiente, libre y junto a los pueblos de América Latina.
Quedarán para siempre sus enseñanzas, sus peleas, enojos y advertencias. Ahora, que pasó el tiempo, entendemos más claramente dos frases que repetía incansablemente, cada vez que una charla intima se ponía espesa: “Este pueblo tiene a Evita y Perón en el corazón. El que no lo entienda no va a poder construir nada serio” y  “pendejo, en nuestro país murió mucha gente para andar haciendo pelotudeces”. 
Negro: por esos vericuetos que tiene la vida, nunca pudimos decirte juntos que agradeceremos eternamente haberte conocido y aprendido al lado tuyo. Hoy seguimos peleando y luchando, por nuevos o viejos caminos, para lograr los objetivos y sueños que compartimos, conservando ese gesto tan propio tuyo, de asumir toda la seriedad que dabas a la vida en aquellos destellos de humor tan propios, querido Negro…
Florencia Lance, Diego Sztulwark, Walter “Chapa” Fernández y Mariano Molina

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