El más humano de los dioses // Carla Elena

Diego Armando Maradona y Eduardo Galeano compartían una admiración mutua que no temían manifestar, lo cual queda plasmado en diferentes declaraciones públicas y en las múltiples referencias al astro argentino que el escritor uruguayo compartió en sus obras. 

 «Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la ‘exitoína’. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga». Escribió Eduardo Galeano en una de sus referencias al Diez.

En su libro “Cerrado por Fútbol” (2017), el uruguayo describe al «10» como “el más humano de los dioses”, una definición que ha quedado en la cabeza de los argentinos y frase que hoy resuena en bares, calles, programas de televisión, redes sociales y charlas cotidianas.

El escritor continúa describiendo a Maradona como una suerte de Dios sucio. “Eso quizás explica la veneración universal que él conquistó, más que ningún otro jugador. Un Dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón”.

Desde los comienzos de la historia el ser se pregunta acerca de Dios, piensa y reflexiona sobre su existencia, su poder y capacidad de hacer sobre el mundo y los sujetos que lo habitan. Ya en 1800 Nietzsche planteaba que: «todos los dioses deben morir» y así los seres humanos ser responsables de sus actos y acciones. Por su parte Immanuel Kant en 1700 afirmaba que dios existía pero que no había necesidad de probarlo, solo de creer en él.

Lo cierto es que nadie ha comprobado en estos años la verisimilitud de la existencia de este ser supremo, pero si algunos tuvieron la dicha y felicidad de ver al “más humano de los dioses”, un ser terrenal que desplegó su arte junto a su objeto de amor el cual transformó en parte de su cuerpo: la pelota.



No hay amor más claro, tangible y visible que la comunión y complicidad que Diego Armando Maradona había conseguido con el balón, en ese hacer conjunto danzaban, jugaban, se enamoraban en el recorrido y despliegue que juntos lograban al son de la música sonante en estadios repletos.

Dejarse penetrar por ese acto artístico que eran “El Diego” y la pelota en cualquier parte de su cuerpo y cualquiera fuera su tamaño era sublime, mágico. Subsumirse en ese pacto escénico que creaba el argentino más famoso cuando entraba en escena y desbordaba fantasía y arte era un placer inmenso que unió a diversas mismidades bajo un solo grito: aguante Diego!

Sujeto controversial si los hubo, lleno de bemoles y contradicciones, defensor de las causas que creía justas y que necesitaban ser visibilizadas. Hombre de Fiorito que descubrió su pasión por la pelota en el potrero de la villa “Las siete canchitas” hasta que a los 14 años pudo ser fichado por Argentino Juniors y de ahí comenzar una carrera imparable que lo llevó a recorrer el mundo entero. 

Abrazos, llantos, alegrías, tristezas, angustias, enojos ha causado este inmenso ser que hizo del juego un arte y así conquistar y hacer vibrar al universo por completo. Hombre que flameó cual barrilete para convertir uno de los mejores goles de la historia y los más imposibles e impensados también. Este sujeto que hablaba de igual a igual con un tal Fidel Castro y que se animó, de puro atrevido que era, a pedirle su gorra. Hombre que por momentos tocó el cielo con las manos y por otros atravesó las tormentas más complejas que se le presentaron.

Vivió a pleno su existencia, fue un ciudadano del mundo y depositario de inmensos amores, disfrutó la vida, la amó, la padeció, la transitó, la hizo propia y tuvo a millones de sujetos expectantes ante sus actuaciones dentro y fuera de las canchas.

Hoy no es momento de juzgar al ídolo que nació un 30 de octubre de 1960 en Lanús, hoy es tiempo de recorrer sus pasos por los diversos clubes nacionales, su actuación en Europa, disfrutar de sus jugadas y goles. Hoy es momento de admirar su magia y dimensionar lo que este hombre dejó en cada cancha en la que jugó y bailó. Hoy es hora observar a este ser que se donó entero en los mundiales para defender la camiseta de sus amores cuando no podía ni caminar, pero se entrelazaba con la pelota como si fuera parte de su cuerpo.

Si Dios existe o no será la gran pregunta de la historia y filosofía, pero como Kant menciona, no interesa comprobarlo, pero sí saber que existió un súper pibe que creó fantasía para degustar a todo espectador que lo viera, que con una fuerza extraordinaria y una capacidad de re hacerse, de re armarse y deconstruirse se convirtió en leyenda.

El amor entre Diego y la pelota fue hospitalario y forjaron un “entre” donde no se distinguían el uno del otro. Maradona fundó territorio con ese objeto de conocimiento que mediante el juego hizo propio y lo convirtió en el argentino más famoso de la historia dirán algunos.

Franz Kafka afirma que hay un “Punto de no retorno”: “A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar” comenta. Seguramente este sujeto del que todos hablamos hoy alcanzó ese punto al tener frente a sí a una pelota, hubo un lugar donde dejó de ser humano para transformarse en esa metamorfosis de la que habla Kafka y moldearse en un único ser junto con la pelota. Ese punto donde ya el hombre fue modificado por ese otro objeto que lo conquistó, construyó, acompañó y que luego de conocerlo nunca, Diego Armando, volvió a ser el mismo. 

Amó a la pelota y ella lo hizo con él, otros disfrutaron de ver su despliegue y juego infinito. Diego Armando supo, logró y conquistó a los seres humanos con sus pies haciendo travesías, pases imposibles de imaginar y goles irrelatables. Maradona literalmente se convirtió en ese “Barrilete Cósmico” que bien comentó Víctor Hugo Morales y que hoy se despegó nuevamente de la tierra y está dando vueltas por el cielo para seguramente seguir haciendo gambetas entre las nubes.

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