Anarquía Coronada

El inconformista lúcido // Diego Sztulwark

No hay disputa ideológica sin una lengua despabilada. Eso es lo que reconoció el martes 28 de enero ese verdadero estallido de mensajes y posteos que reaccionaron doloridos a la noticia del fallecimiento del historiador Javier Trímboli (1966). Basta recorrer la escala y la calidad del fenómeno para comprender la magnitud de lo que está en juego en esta despedida. No alcanza con enumerar las diferentes dimensiones de su vida pública de militante, docente, archivista y escritor para comprender el alcance de semejante conmoción. Es preciso considerar, además, el carácter extraordinario de la conversación que supo tener Javier con sus compañeros, colegas, alumnos —muchos de ellos también docentes— y lectores. Javier fue el más lúcido inconformista de nuestra generación.

Repasando lo que se dijo estos días en las redes podemos reconstruir rápidamente el esquema de una trayectoria: estudiante secundario del Nacional Buenos Aires, militante juvenil comunista, brigadista en Nicaragua (1985), estudiante universitario en la Facultad de Filosofía y Letras, impulsor del Manifiesto de Octubre contra la razón académica, animador de grupos de lectura, docente de colegios secundarios, de institutos de formación docentes, y en las universidades de Buenos Aires, La Plata, Flacso y Unipe, editor de los primeros dos números de la revista La escena contemporánea, director editorial de la Revista Guay, militante kirchnerista, impulsor de proyectos pedagógicos en el área de educación tanto en Nación como en la Ciudad de Buenos Aires, en provincia de Buenos Aires y Córdoba, archivista de la TV Pública (en la que hizo la serie documental Huellas de un siglo y un trabajo fundacional para el Archivo Prisma), asesor de las celebraciones del bicentenario, del Centro Cultural Kirchner, partícipe de incontables iniciativas historiográficas —de un documental sobre la guerra del Paraguay, de columnas en radio, TV y streaming—. Algunas de sus clases están colgadas en YouTube. También algunas conversaciones con Ricardo Piglia sobre Sarmiento o Borges.
Javier, además, no paraba de escribir. Una enumeración de sus libros, tal y como los recuerdo y como están ahí, en mi biblioteca, habilita la siguiente —quizás incompleta— enumeración: Para pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política, conversaciones de Javier Trimboli y Roy Hora con Tulio Halperín Donghi, Daniel James, Oscar Terán, Hilda Sábato; Natalio Botana; José Carlos Chiaramonte, Beatriz Sarlo y Juan Carlos Torre (El cielo por asalto, 1994); La izquierda en la argentina, conversaciones con Carlos Altamirano, Martín Caparrós, Horacio González, Eduardo Grüner, Emilio De Ípola, León Rozitchner, Beatriz Sarlo y Horacio Tarcus (Manantial, 1998); Mil novecientos cuatro. Por el camino de Bialet Massé; (Puñaladas, Colihue, 1999); Espía Vuestro Cuello. Memorias y documentos de trabajo 2004-2007 (Crackup, 2012); con Guillermo Korn: Los ríos profundos, Hugo del carril/Alfredo Varela: un detalle en la historia del peronismo y la izquierda (Eudeba, 2015); Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (Cuarenta Ríos, 2017); con Guillermo Korn recopilaron y prologaron las notas de Alfredo Varela que dieron lugar a También en la Argentina hay esclavos y blancos (Omnívora, 2020); Alberto Flores Galindo. La escritura de la historia (ediciones UNGS, 2023). En cambio, no llegué a leer aún el libro por él compilado y prologado, Tulio Halperin Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas (Omnívora Editora, 2023), ni Sombra terrible. Sarmiento entre civilización y barbarie, escrito con Ignacio Barbeito (Instituto Superior de Estudios Pedagógicos, Córdoba, 2023).
Mi particular conversación con Javier, tal y como puedo recobrarla ahora, comenzó en las militancias lectoras de la UBA de finales del año ‘97, cuando las revistas El Ojo Mocho y El Rodaballo publicaron el ya mencionado manifiesto colectivo contra la razón académica cuyo borrador corrió por cuenta de Javier. Las conversaciones que por entonces teníamos en la Facultad de Sociales con María Pía López y Guillermo Korn convergieron con las de Javier y con Fabio Wasserman, en la revista ostensiblemente mariateguiana, La escena contemporánea (en su primer número participaban, además, Guillermo Levy, Marcela Martínez y Alejandra Prilutzky). En el segundo número de la revista, dedicado al año ‘89, Trímboli publicó un artículo notable: “No tan distintos”. La historia de aquel año bisagra en la Argentina (que va de la caída de la URSS a la llegada de Menem al gobierno, pasando por la toma del cuartel militar de La Tablada llevada a cabo por un núcleo de militantes de izquierda) era objeto de una narración que —como hablamos en estos días con León Lewkowicz— transcurría como un pliegue en el que la trama objetiva de los hechos aparecía tejida en las incertezas y las perplejidades de Javier y sus jóvenes amigos de entonces. Mil novecientos cuatro también superpone registros: Trímboli recorría el itinerario que un siglo antes había seguido Bialet Massé por el país para dar cuenta de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Javier escribiendo yuxtaponía pasado y presente; historia de los hechos y procesos de constitución subjetiva; lo neoliberal en curso y lo que se pudiera pensar contra eso.
Pero es en otros textos donde, al menos para mí, se accede al corazón de lo que podríamos llamar —quizá contra el propio Javier— su “obra”: Espía vuestro cuello, una novela excepcional, presentada como una serie de seis ensayos —“memorias y documentos”— en los que la escritura se radicaliza al máximo por medio de un desplazamiento de la narración hacia la ficción. A través de diversos registros logra captar con irreverencia y brillantez el tiempo —la atmósfera— en la que el propio Trimboli atravesó tres instituciones que por entonces —mientras las atravesaba— parecían insólitamente consistentes: “El colegio”; el PC y la carrera de historia de la UBA. El segundo libro al que quiero hacer referencia es Sublunar, un ensayo a contracorriente marcado por la pregunta abierta en 2015 —con el triunfo electoral de Macri— sobre el ciclo previo kirchnerista, considerado menos como “momento hegemónico” o “estado bueno” y más como “desvío momentáneo” y reparación histórica. Menos como corte absoluto y acontecimiento total y más como contrapunto en torno al peronismo entre las masas de 2001 y el deseo —y la incapacidad— kirchnerista de superar los abismos neoliberales. Los derechos humanos y la historia de los setenta, dice allí el autor, no pueden ser un adorno. Lo genial de Sublunar es su modo de composición: el archivo del historiador coincide absolutamente con las señas confusas con las que los actores van decidiendo sus apuestas. Entre la redacción de ambos libros, Javier compuso en 2014 un prólogo al libro de David Viñas, De los montoneros a los anarquistas. Allí escribe sobre la “puntada preciosa de Viñas”, y en particular sobre aquella según la cual las bombas de los anarquistas vengan las masacres de las montoneras. Y deja flotando una pregunta: “¿cómo va a continuar la venganza?”. Su libro sobre el peruano Flores Galindo —presentado en la facultad de Ciencias Sociales en 2023— es una breve obra maestra sobre el anacronismo como reencuentro con la complejidad del tiempo histórico en épocas de aplastamiento neoliberal. En Trímboli, el problema de la revolución es inseparable del de la transmisión —de ahí la figura del profesor que crea banda— y, por tanto, no puede ser derrotado mientras haya clases y lectores: es una obsesión que hace pensar.
Hay un puñado excepcional de intervenciones de Javier de los últimos años que no se reducen a sus libros ni a sus clases (Trímboli fue ante todo un enorme profesor). Nombro algunas: la notable entrevista que concedió a sus amigos de la revista El río sin orillas (N.º 7, octubre 2013), en la que aparece en todo su esplendor —hablando de su propio recorrido, sus trabajos, militancias y escritos— esa retórica precisa, literaria y benjaminiana que va creando un nosotros que tiene una cierta impronta generacional, algo de militante político y mucho de inconformismo; las dos conversaciones con Horacio González, una sobre el peronismo (con Korn) y otra sobre Sarmiento publicadas en Gonzalianas, conversaciones sin apuro (Colihue, 2021); su notable comparecencia en el programa Gelatina en torno al sentido —no ritualizable— de la marcha del último 24 de marzo —la primera bajo el actual gobierno de ultraderecha— preguntando cuál es actualmente nuestra relación, en términos de creación y lucha, con los militantes desaparecidos de las izquierdas y del peronismo y con la idea misma de la revolución; o en las recientes Jornadas por el XX aniversario de Ignacio Lewkowicz, en las que leyó un texto impresionante sobre su propia formación, que para ser formación intelectual debió ser también la formación de una banda: banda de náufragos, banda que hacía del naufragio un modo de lectura.

 

 

 

Javier, el que yo conozco —debo decir ahora: el que yo conocí— es un tipo íntegro, radical, agudo y generoso. Enteramente presente en sus ironías, en su erudición y en la captación de nuestro tiempo. Un ser cuyo brillo, venido quizás de otros mundos (que se esforzaba en conservar, traer, actualizar), provocaba amor y admiración. La última conversación larga y a fondo con Javier fue para mí, extraordinaria. Creo que no exagero. Por suerte quedó muy bien registrada. La comparto para quienes quieran escucharlo. Aquí va el link.

Pero: ¿es posible hablar de una “última” conversación con Javier? Afortunadamente, no. Y por una razón muy práctica: porque aún nos espera la publicación de sus apuntes y clases. Y, sobre todo, de un último trabajo suyo, sobre el cual habló poco y escribió mucho, en torno a dos personajes históricos del siglo pasado: Héctor Murena y Paco Urondo. El compañero, el enorme profesor, el cinéfilo, el escritor extremo —el que convocaba a reanudar la venganza— no puede ser pasado por alto. Tanto que se habla de batallas de ideas y culturales. Nosotros tenemos de nuestro lado a Javier Trímboli. 

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