Anarquía Coronada

El futuro prefiere lo inestable // Diego Sztulwark

I

La única novedad relevante de la coyuntura política argentina del último tiempo es el fracaso del gobierno en su intento de implementar a fondo su programa económico y en concitar adhesiones a tales fines. Ni la candidatura de Cristina ni la de Lavagna se explican fuera de ese contexto. El fracaso es de tal magnitud que no bastaría con un mero cambio de candidato para sostener el peso muerto de su programa inviable. Siendo esta la variable principal de la situación, sería útil intentar darle una explicación propiamente política, es decir, capaz de dar cuenta de las causas de este fenómeno y del juego de poder que este debilitamiento abre.   

Así como el gobierno de Cristina dejó de controlar las prinicipales variables políticas en 2013 (luego de las presidenciales de 2011, aquel célebre 54%, el kirchnerismo perdió todas las elecciones: 2013, 2015, 2017), el de Macri fue derrotado en 2017, meses después de haber sorteado sin dificultades las elecciones parlamentarias de medio término. Mientras aún se escrutaban los votos, el gobierno anunció un ciclo de “reformas permanentes” cuya marcha debió detenerse en unas pocas semanas. A partir de allí, todas fueron malas noticias para el gobierno: el incremento constante y efectivo de la movilización popular, con un radicalización máxima en diciembre de ese mismo año; la restricción del crédito externo por exceso de endeudamiento para financiar su política “gradualista”; su condición de minoría parlamentaria, que si bien se moderó algo con las elecciones de octubre, quedó agravada en la medida en que su propia debilidad política le meguó parte del apoyo incondicional que parte importante del peronismo le había concedido desde un inicio; las corridas cambiarias iniciadas en 2018; y el malestar que produjo en grupos empresarios su torpe manejo de la causa de los cuadernos.

Esta coyuntura condujo al gobierno a considerar, durante el transcurso de 2018, una serie de acuerdos económicos con el FMI de naturaleza eminentemente política. Visto desde el punto de vista del gobierno, los acuerdos son una fuente de poder y de legitimidad indispensables para sostener un gobierno que no encuentra apoyos suficientes dentro de las ofuscadas coordenadas de la política nacional. Se trata de una operación eminentemente política: un acuerdo con los EE.UU. (verdadera autoridad de control del FMI) con el fin de contener descontento al conjunto de las clases y de los grupos locales, con el objetivo de ganar tiempo para llegar a las próximas elecciones presidenciales.  

 

II

La lectura del diario La Nación no deja de ser un ejercicio fértil a la hora de hallar confesiones de clase. El mismo día en que el gobierno presentaba su plan de precios cuidados, Morales Solá advertía que “el dilema fundamental del Presidente sigue siendo el mismo: o hace lo que tiene que hacer o se dedica a ganar las elecciones». No es fácil encontrar frases tan transparentes para explicar lo que se quiere decir cuando se enuncia que democracia y ajuste son incompatibles. En ese mismo artículo, el columnista aclara que “obviamente, los anuncios fueron negociados con el Fondo Monetario Internacional. Es imposible suponer que se tomarán decisiones económicas, en el actual estado de la economía argentina, sin consultar antes con las autoridades del Fondo”. Por reconfortante que pueda ser verificar de modo tan nítido lo que los discursos críticos venían advirtiendo, el cuadro de conjunto es demasiado frustrante. Ni siquiera quienes defienden al gobierno de Cambiemos procuran disfrazar este humillante estado de cosas.

Ya sin pudor, el columnista emblema de la derecha argentina expresa sin tapujos las mortificaciones que hasta ahora se murmuraban en voz baja: «¿Qué sucedería con la economía si Cristina le ganara a Macri por unos pocos puntos en las primarias de agosto?”. Y es que es cierto: el fracaso del programa de Macri colocó a Cristina Fernández de Kirchner en un lugar expectante, al que tal vez no habría llegado por otros medios, sobre todo si se considera que ella resultó fuertemente debilitada después de la derrota electoral del FpV en 2015. Fue acusada de casos de corrupción; su fuerza nacional se dispersó de modo notable –buena parte de los legisladores que accedieron al parlamento por las listas del Frente para la Victoria votaron las peores leyes de Macri–, lo que quedó del kirchnerismo no jugó un papel estratégico de dirección de la resistencia al programa de Macri durante los años 2015-2017; y durante 2017 tampoco demostró una suficiente potencia electoral propia en casi ningún lugar del país.

Cristina Fernández de Kirchner queda instalada en una situación nueva a expensas del fracaso de Macri: ya no es la jefa de una poderosa fuerza nacional, pero en cambio se está convirtiendo de a poco en la candidata preferida por cuadros políticos no kirchneristas que han protagonizado luchas del último tiempo y, sobre todo, de segmentos mayoritarios del peronismo, de una parte considerable de la iglesia católica y de extensos sectores de la población perjudicados por el programa de Macri. Lo cierto es que, según todas las encuestas, el electorado está crecientemente dominado por corrientes de opinión securitistas, punitivistas y conservadoras, lo cual constituye un verdadero límite para una candidatura de CFK. Esta última esperanza lo lleva a Morales Solá a concluir que “el único estímulo que le queda a Macri es que es él quien controla el Estado”. ¿Para qué lo usará?

 

III

También Carlos Pagni ha confesado sus deseos. El analista estrella de La Nación escribió días atrás que “la relación con el Fondo es el gran trauma de la disputa electoral. También mortifica a Cristina Kirchner. Ella sabe que, en caso de regresar a la Casa de Gobierno, no podrá romper ese contrato. Aquí está el problema: mantenerlo la obligaría a encarar reformas, para sus seguidores, inconcebibles: laboral, previsional, tributaria. Recuerdos de su amigo el griego Alexis Tsipras, que en 2015 ganó un referéndum rechazando un acuerdo con la Unión Europea y el Fondo, pero debió resignarse a pactar un plan de ajuste peor que el repudiado por el pueblo”. Esta comparación entre Argentina y Grecia, que puede ser cuestionada desde varios ángulos, permite verificar, sin embargo, los principales datos del análisis político y aprender algo sobre el funcionamiento de los deseos de los más reflexivos analistas de la derecha.

Por un lado, Pagni reconoce implícitamente que la Argentina es, como Grecia, un país recorrido por luchas y resistencias que tiende a repudiar los planes de ajuste. Viniendo de donde viene, esta admisión resulta significativa: en nuestro país, las clases dominantes no alcanzan a contener con recursos nacional-democráticos los desbordes y resistencias de las demás clases y grupos sociales, y tienden a recurrir a instancias financieras trasnacionales para frenarlas. El acuerdo con el Fondo es un cerrojo político proyectado hacia el futuro y no solo un salvataje económico ante una crisis inminente. Por otro lado, añade al análisis sus propios deseos al señalar que el acuerdo con el Fondo es, ante todo y como sucedió con Grecia, un dispositivo de control irrecusable: “Grecia es una advertencia”, señala. La lección de Pagni es la siguiente: la derrota de Alexis Tsipras se debió a la falta de apoyo de las masas europeas, y no hay un liderazgo político antineoliberal que pueda quebrar el dispositivo político de las finanzas globales en el marco de la movilización del espacio nacional. Gobierne quien gobierne, sugiere, será el FMI quien imponga sus condiciones. 

Finalmente, el texto de Pagni describe una situación que anticipa escenarios desde ya dificiles de administrar. La evolución política que se deriva de su análisis conduce bien a una crisis del precario equilibro actual vía explosión de variables económicas, o bien al desastre social vía implosión, hipótesis utópica del conservadurismo de un disciplinamiento colectivo pocas veces visto, que legitime sin más el poder de mando del FMI.

 

IV

Hay quienes piensan que un gobierno de CFK podría ensayar una opción intermedia. En un reciente artículo, el economista Claudio Katz explica en qué consistiría la apuesta de algunos economistas kirchneristas frente a una renegociación con el FMI, y expone las razones por las que la considera inviable.

http://contrahegemoniaweb.com.ar/argentina-mas-grave-que-grecia-y-lejos-de-portugal/?fbclid=IwAR0QnOhfk_JPc6glLEk66NI19bSEl6MejCWcjLgFO8iY7WSRG8DFmR_ZHU0

Hace unos días, un amigo bien informado advertía, al igual que Katz, que el kirchnerismo no está pensando en una radicalización desde arriba para ganar autonomía política frente al Fondo, y proponía un escenario que considera tan dificil como deseable: «El esquema para mí más interesante es que, al mismo tiempo que Cristina hace su trabajo por arriba, emerja una nueva capacidad de movilización social que presione para modificar los términos del poder aquí adentro, en un sentido democratizador. Allí depende de nuevos sujetos, como el feminismo y otros, que no subordinen todo su potencial y su estrategia a investir a Cristina de legitimidad, sino que abran el horizonte de otra manera”.

Una plaza con esta composición es casi inimaginable, tanto por lo inédito (sería una plaza que no brinda apoyo, sino que exige; que no delega poderes, sino que los exhibe; ¿quiénes serían los convocantes?) como por lo incierto de sus consecuencias (¿Hay en el peronismo y/o en el kirchnerismo en el poder alguna disposición a recrear liderazgos de abajo hacia arriba? La falta de antecedentes no resulta auspiciosa.). El realismo político enseña a no hacerse ilusiones. Hace unos días, una amiga me envió una cita de Robert Musil que me viene a la mente cada vez que se habla de la proximidad de las elecciones de agosto: “En lo inestable tiene el futuro más posibilidades que en lo estable”.

 

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