Dicen que el ex presidente hijo de Franco Macri renunció a candidatearse a Presidente como si fuera una derrota -y sí, es una derrota: él como personaje de la política vernácula fue invalidado por la movilización social. De hecho lo que más dice es que quisiera volver para vengarse. De los “orcos”. Él, Patricia Bulrrich, Soledad Acuña, no son nazis: pues no les da el contexto histórico. Ponelos en Alemania del 36, 37, e imaginate… En fin: pero Macri en tanto agente del capital trasnacional tuvo logros importantísimos como Presidente. Derogó la Ley de Medios, rebajó las retenciones, aprovechó la relativa salud financiera del sistema público que había heredado del kirchnerismo para tomar deuda por más de cien mil millones de dólares en su primer año de mandato, que alimentaron -no la infraestructura social de la patria sino- el negocio financiero (que sueña con que la plata haga plata y, claro, quienes estorben son orcos), y, sobre todo, después tomó en nombre del país el crédito más más grande de la historia del FMI, usado para pagarle a los bancos privados según dijo el mismo, y dejar al país sujeto, agarrado aún más alevosamente a los centros de poder global, sobre todo a los yankis -a Washington va Sergio Massa a pedir consentimiento para “gobernar” la Argentina. Y si ahora vemos una separación calamitosa entre “la política” y “la sociedad” o la vida común de la gente, si el sistema político parece castrado, precisamente, de potencia política entendida como capacidad de intervenir y alterar las relaciones sociales y la distribución de los recursos (materiales, simbólicos, económicos, políticos…), también es -entre otras causas- porque la elite local renunció buenamente a modular sus negocios con perspectiva local, y la vida argentina es pensada y dispuesta según la ve el mercado global. La economía, la vida laboral, sujeta a la gente a un ritmo extenuante, agotador, rayano en lo invivible -y de hecho cada vez más depresiones, suicidios, ataques de pánico, motoqueros que mueren laburando, y un largo y doloroso etcétera-; la economía se revela como lo que es, economía política, es decir, un regulador de las vidas, de quién manda sobre quien. La precariedad, así como diluyó toda garantía, toda estabilidad, toda tranquilidad a futuro, fuerza un apego de las vidas a su función, a la función que podemos conseguir. Socava el margen, el resto, es decir, las zonas de respiración donde pueden entreverse modos distintos, posibles distintos. La realidad captura las vidas lo más que puede, precisamente para impedir la percepción de los posibles -que por naturaleza exceden a la realidad dada. ¿No es es entendible, entonces, que el malestar lo que genere sean imágenes donde algo de lo insoportable fantasea purgarse intensificando la realidad, los códigos dominantes de la realidad, es decir el mando puro del capital y el odio a toda rugosidad que lo estorbe en lo más mínimo?