La risa, libro que le redituó a Bergson el novel de literatura, es una sanción social –nunca reímos en solitario, siempre lo hacemos con otros, aunque sea a nivel de una complicidad imaginaria- que se realiza en nombre de lo vivo (lo fluyente, lo flexible, lo versátil) frente a la presencia en la vida de lo rígido, lo mecánico, lo automático. Con la risa lo animado de los cuerpos se convierte en texto de intelegibilidad de las relaciones que sustentan lo social moderno.
Lo propio del actual resplandecer de la consolidada Cultura Global Tecno-económica y Comunicacional, lo vemos a diario es el modo en que lo anímico se sitúa en el corazón de la disputa política en el minuto a minuto de la acelerada ciudad mediatizada: la Cultura, símbolo cuyo cuerpo es la economía de flujos, ejerce como sistema de administración de las pasiones.
La derecha, en esta Cultura, ríe. No sólo lo hacen sus candidatos y en sus afiches. También lo hacen sus intelectuales más empoderados. No se trata sólo del festejo por haber ganado las últimas elecciones. Sino de una disposición más duradera e “ideológica” (si cabe). Alejandro Rozitchner, “coatchin” del Pro y confeso escritor de los discursos del Presidente Macri, le llama “entusiasmo”.
El entusiasmo no refiere a una situación particular o un aspecto de la vida. Es mucho más (y tal vez mucho menos): un modo ni enfermizo ni neurotizado de la voluntad. La ecuación es sencilla: se es feliz y se experimenta sanamente el amor en las actitudes que nos permiten una exitosa adecuación al orden. Se es, en cambio, patológico cuando sentimos que las cosas del mundo no van bien y cuando invertimos esfuerzo intelectual en la crítica, síntoma de males de impotencia y resentimiento vital.
Notable operación ésta que utiliza al Nietzsche que descubría en el odio y la culpa (pero también el amor a ella asociada) el instrumento de triunfo de lo servil sobre lo noble y creador, contra el Nietzsche que filosofaba a martillazos contra los valores dominantes. ¡También Nietzsche es llamado al orden!
Alguna vez Deleuze escribió que en épocas de Bergson –antes de la segunda guerra- la risa tenía como punto de referencia lo maquinal serial, ralentizador, puramente repetitivo de la fábrica de su tiempo, mientras que con Jerry Lewis aprendíamos a reíamos de un cuerpo eléctrico, acelerado, en continua variación, en el que lo no vivo en la vida se producía a través de una nueva generación tecno-productiva. La risa sabe sobre las máquinas y tecnologías del capitalismo.
Lo banal en la Cultura es lo Durán Barba, es decir, la eficacia política cómo técnica de aplastamiento de lo sensible micropolítico a partir del peso de todo aquello que en lo social pesa, estratificado. Pero es también lo Alejandro Rozithcner, que ofrece los “conceptos anímicos” para que el equipo funcione.
En el centro de esos conceptos está el “amor” de los cursos espirituales para empresarios y otras élites. Un amor obsesionado con la adaptación a un medio que ya no se busca transformar porque, sacerdotes de la Cultura actual, se trata de custodiar, como lo hace la gendarmería en los barrios bajos de la urbe, el entusiasmo con el orden real del mundo.
Lo policial del asunto salta a la vista. Entre creación y adaptabilidad no hay afinidad, a no ser que se ponga lo primero al servicio de lo segundo, como en el régimen de la gran empresa. ¿Será la tristeza mas propia de nuestra época el que la risa se vuelva -contra Nietzsche y Bergson- instrumento de sanción de las tecnologías comunicacionales y financieras contra lo que resiste en la vida? ¿Serán ellas, a fin y al cambo, las fuerzas que apoderándose de lo flexible y lo fluyente se encarguen de someter hasta el final estos lentos cuerpos que somos y que desean extremadamente dóciles? Es muy probable, puesto que cada vez más –el asunto viene de lejos- se hace de toda vida que no se adapta a esta voluntad de normalidad una ocasión para la patologización, la minorización y la criminalización.