Fuimos siempre imágenes, cuando menos desde el charco reflejante, que, acaso, haya sido el mismo que el verbo onduló dando comienzo.
1.
Marcos 33, diseñador y baterista; Jimena 29, repositora en Easy; Facundo 37, empresario de software; Sandra 38, ejecutiva de cuentas; Diana 35, profesora de educación física. Cada cual su divisa: “Amo los asados, el vino y lo simple de la vida”, “Sé reírme de mí si vos también”, “No tengo jefes y no quiero que nadie me diga cómo vivir”, “No confundas mi personalidad con mi actitud”. Y las fotos. Una mirando hacia arriba con trompita a la camarita que ella misma sostiene. Otra parada sobre una roca en un lago del sur. O con la torre Eiffel detrás. Uno, muchos, con torso desnudo ostentando músculos criados a conciencia. En la playa, en una pileta, manejando, en el baño, en el Machupichu. Otro con lentes oscuros y la guitarra, siempre la guitarra, de repente los chabones son todos músicos. Otra vestida de entrecasa con su gatito y gatito es para quilombo…
La pantallita, en principio, muestra un mosaico de fotos con nombre-edad-trabajo. Pero ingresando en cada persona hay más fotos y alguna frase (“Acerca de mí”). Bueno, “persona”: está claro que nosotros no somos eso, esas poses, frases de cabecera, no somos nosotros pero también sí. Somos lo que fingimos y por tanto debemos ser muy cuidadosos con lo que fingimos, dice Vonnegut (si un sinónimo habitual para “simular” es el giro “hacerse el/la”, ese hacer produce lo que simula, como quien se hace mucho el boludo, se hace el boludo, se hace y se hizo boludo nomás). Después te encontrás y te encontrás con la persona. ¿O sea que esos datos, lemas (“tengamos una charla copada, no una entrevista”), gustos (“viajar y ver series”), fotos de perfil, no eran la persona? Y viceversa, sabemos que el otro se encontrará, ahora sí, de frente, con nosotros.
Personas-producto en la pantallita del amor: hay cantidad. ¿Cómo no excitarse, ante tamaña oferta de carne? ¡¡¿Todos estos quieren garchar?!! Oferta semiótico-luminosa de carne erotizada; pasar y pasar personas que se ofrecen; que, si están ahí, están dispuestas. Solamente Happn, la segunda red más grande detrás de Tinder, tiene 950 mil usuarios en Argentina, 690 mil en Buenos Aires (segunda en el ranking mundial de ciudades). A diferencia de un boliche o un bar, donde puede pretenderse que la presencia responde a otros deseos (escuchar música, reunirse con amigxs) y solo quizá surjan ganas de ligar, estar en las “redes de citas” (parece pero no es el nombre de la producción de tesis doctorales contemporánea), o redecitas, es para ofrecerse y solicitar.
Y en la guerra por la atención, cada quien con su estrategia: boquita felante (¿no es acaso el sexo oral -el sexo que se dice- el propio de las subjetividades habituadas a la conversación permanente y las fábricas de la charla?); gancho humorístico; cara seria y cool de “hay más en mí que lo que una foto puede mostrar”; primerísimo primer plano de las tetas. El paseo por la oferta es un estímulo fenomenal para el cuerpo sedentario. Cuerpo exprimido de la urbe mediática 24/7, que pasa pocos ratos lejos de pantallas (un viaje largo en colectivo sin el celu es… ¿Hay alguien al que no le guste el celular? ¿Cuántas cosas como ese gusto son tan comunes en conjunto social?). Cuerpos que van en el bondi elevando sus pulsaciones fotosensibles con la góndola de gente enmarcada en el rectangulito del celular, pasando ofertas a pura yema.
Al fin y al cabo cada persona es un mundo y detrás de ese Germán 34, de rulos y electricista, puede haber mucha carcajada limpia, o esa Paola 29 esconder una vibra sexual para el recuerdo, o Johana 39 estilista ser, incluso, capaz de mirarnos como nadie nos ha mirado. El potencial es infinito. Y, encima, brilla. Si ya acariciamos la pantallita porque sí (cada día alguna dedeadita sin motivo se le da…) ¿cómo no sumarle la representación de personas que auguran emociones sudorosas? La pantallita embellece, da rozagancia, nos mejora. Sujetos editados, de mil fotos elegimos cuatro, sujetos que son todo promesa pero con efectos inmediatos: no hace falta querer coger o conocer a alguien para entrar un rato a la red, estar en ella produce el ansia. Catálogo de personas al por mayor y puedo elegir la que más se ajusta a lo que me gusta; después, veremos. Tinder es Zonaprop: verte con tipos, ver departamentos… Mientras tanto (y, Saer dixit, somos ciudadanos del mientras tanto), la emoción de ver, la emoción del megustear, la emoción del crush (o “match”, es cuando dos usuarios declaran gustarse, y ahí se abre el chat…), no precisa más que esta fabulosa galería de homo sapiens en oferta. La tan mentada objetualización de los cuerpos ha alcanzado el sumum en la incorpórea virtualidad.
“Estar sentado en el inodoro, pasando minas en el tinder, y a los dos días estoy sentado en un bar y aparece una chica y me dice hola qué tal, soy Lis y estoy más buena que las vacaciones”. Salvo para quienes maquinizan con la educación sentimental yanqui (un mundo de película doblada de sábado a la tarde en el que la gente tiene hobbies, tiene citas y primero quiere conocerse, un mundo en el que la concepción de género dispone que el hombre es el activo y es el que propone); exceptuando a esos, hoy coger está para cualquiera al alcance de la mano. Mientras se está en el laburo, aburrido en el futón del monoambiente o esperando el tren. Levante multitasking de los que aprendieron a escindirse, training en respuesta automática, entrenamiento en estar sin estar, estando de un lado a otro en trabajos precarios. “Estoy usando el dedo a full”. Dáctilo-pornografía. La yema con la que ingresamos al mercado garchístico de los cuerpos, la que en los trámites de registros y migraciones nos hace ciudadanos.
Por otra parte está la benemérita cuestión del control. Para entrar a la aplicación tenés que hacerlo vía tu cuenta de facebook (y hasta podes entregar los perfiles de facebook de tus amigos a cambio de más saludos gratis, chantaje emocional mediante, una noche de calenturismo que te copeteaste). El dispositivo geolocalizador de tu teléfono, tobillera electrónica, te va mostrando el punto del mapa en el que te cruzaste con tales y tales personas, la cantidad de veces y a qué horas; y si, megusteando, resulta que ambos os gustáis (“¡tienes un crush!”), se abre la posibilidad del chat (“hablar”). Para empezar, esto se inscribe en un marco de época en el que nuestra trayectoria urbana, el derrotero de la presencia corporal toda, es convertido en información. Dónde estamos en cada momento, qué movimientos son rutinas habituales, cuáles son ocasionales, a qué espectáculos vamos, cuánto tiempo en el shopping y qué fechas, etcétera, etcétera. La existencia extensa es trazada en un mapa, como si fuésemos potencialmente para alguien(es) cosa parecida a un ente enemigo cuyos movimientos analiza (¿O no hay una guerra para captar la vida? La guerra por la atención tiene al sujeto como fuente de información sobre sí constante, y captura cautivando). Niveles y tipos de actividad y todo combinado: ese día mandaste muchos saludos, entrás a mirar gente a la tarde, chateás en la oficina más que en tu casa y un largo etcétera de bytes acaso útiles mercantil y securitariamente: el erotismo como proveedor de información biopolítica. “Los argentinos se van a la cama tarde. Su utilización de happn aumenta con regularidad a lo largo del día. Entre las 20 y las 00hs se da el pico de likes. Las argentinas son las segundas más proactivas, después de las brasileñas”: información provista por la agencia de comunicación argentina de Happn.
Aunque el narcisismo (Narciso, el que se fascinó con su reflecta imagen plana) alimenta el control, el usuario puede descreer que exista o vaya a existir voluntad interesada y capaz de usar sus datos personales para algo. Lo que no puede es evitar verse reflejado en la vitrina de personas producto, personas paquetitos. No son datos personales, es la persona hecha datos. Los propios cuerpos se conciben a sí como conjunto de información tipificable. Seguramente nadie esté ni cerca de identificarse en pleno con la imagen que emite (aunque habría que ver), pero esto no modifica el hecho de que cada vez más el cultivo de sí consiste en procedimientos que implican habitar la concepción de uno mismo (y los otros) como paquete informacional que provee permanentemente sus actualizaciones. Desde ya, en la mayoría, o al menos muchos casos, quien usa las aplicaciones de citas no se come el verso y simplemente eso: las usa. Usándolas como “una herramienta más para conseguir citas”, creyendo y no creyendo al mismo tiempo, haciendo lo mismo de siempre pero de otra forma, las “redecitas” son una fuente harto útil para enriquecer la vida, vida que, Mientras Tanto, se habitúa a pasar por el procedimiento fáctico -ni más ni menos que habitual- de hacerse pasar como modesta constelación de datos.
“Vas a un bar y ves que los flacos están todos con el celular mirando happn o tinder. Ya fue salir”. Si algo hacen estas redes es a) arrogarse un saber sobre vos (estás solo y caliente); b) infantilizarte (no podés solo); y c) facilitar: hacen mucho más fácil salir con alguien. Se alisa lo que era -y en paralelo sigue siendo- una experiencia rugosa con mayores complejidades. La lógica del aplicacionismo es esa: ahorrarte pasos, filtrarte mediaciones. De hecho el salto en relación a los chats de solos y solas que existen desde la masificación de internet, es la versión “aplicación” para el celular: ahora no es hace falta tener dificultades para conocer gente, ahora, para cualquiera, es más excitante, práctico, fácil y ahorrativo. Bañarte / Vestirte / Salir / que alguien te guste / que te vea / hablarle / llevarte el contacto para posteriormente otro día armar cita… Ahora te bañás y vestís solo cuando ya hay cita. “He tenido perfiles más claros y explícitos, con gustos de películas, diciendo que me interesa la política, y otras cosas. Restringe bastante, pero te ahorrás encontrarte con gente demasiado diferente a vos. Pero ahora lo tengo más abierto, no digo muchas cosas que restrinjan el target. La otra vez por ejemplo salí con una que trabajaba en marketing y era medio fanática del Estado de Israel; pero era una bomba. En este momento esas cosas no me las quiero perder; en otro prefiero encontrar menos pero más cercano en cuanto a gustos e intereses, que sepa quién es, no sé, Lula, Godard…”.
Ahorro sapiens somos, con aparatos para ahorrar experiencia. Y es que si algo compartimos los urbanitas contemporáneos es que no tenemos tiempo. Gente sin tiempo para experiencias carentes de utilidad prefigurada (si salimos es porque debería estar todo bien, el primer encuentro ya tiene una disposición clara). Y a la vez, paradoja, gente entrenada en el disponibilismo, en estar disponible para recibir y emitir mensajes en cualquier momento. Extraño es tener una sola ventana o chat activo por vez. Lo que fue clásicamente un problema de falta (¡cómo conseguir!) hoy es un catálogo donde hace problema la sobreabundancia. Una de las muchas redecitas existentes, Kickoff (“patada inicial”), ofrece los siguientes distintivos: “Calidad versus cantidad (mostramos solo personas que tus amigos ya conocen); Relevante (detalles que importan, tales como la escuela y el trabajo); Simple (tan solo unas pocas personas al día)”. ¿No es maravilloso? Tan solo unas pocas personas al día.
Tan fácil es coger que incluso es muy fácil encontrarse a coger sin tener ganas; basta con solo la idea de que uno debería tener ganas, basta la máquina que lo supone, máquina social que coincide prácticamente con el territorio de la ciudad… “Acababa de separarme, re deprimido por la otra hija de puta que amaba como la mierda y me dejó, y de pronto estaba encima de una mina que gritaba como loca y yo la veía y pensaba quién sos, qué te pasa que gritás así, qué hago acá…”. La erotización que las redes del garche producen logra independizarse del estado erótico afectivo de los cuerpos. Se ahorra soledad. Y se ahorra también el proceso de acercamiento, que informa sobre el estado afectivo. Tan fácil es, que le ahorra al cuerpo los pasos donde podía ir indicando -enterándose- qué necesitaba. Muchos usuarios se cansan entonces del sexo fácil, del toco y me voy; cansados por la repetitividad de sus formatos, o por encontrarse actuando de deseantes, hasta pueden volverse conservadores: “Ya fue, pierdo tiempo, prefiero estar sola, y esperar algo serio. Igual, tengo el perfil. Cuando me separé, me parecía que ya todos estaban en pareja y yo me iba a quedar sola. Tinder en ese sentido fue un punto de inflexión para mí. Me hizo ver lo solos que estamos todos”. Con poco más de tres años de vida, el Tinder está presente en casi todos los países y ha alcanzado los 10 mil millones de matches: más matches que gente.
Fuente: Revista Crisis