1- Derrota histórica, desorientación actual
¿No vivimos actualmente los efectos y refirmación del triunfo de la Dictadura, la reafirmación de la derrota histórica de la clase trabajadora? Derrota que parece fatal cuando entre quienes quisieran revertirla domina la razón posibilista (posibilismo del ajuste). Los buenos, en efecto, volvieron y están rodando cine de terror. Se pide aprobación a Washington para gobernar; el poder adquisitivo de lxs laburantes requería recomposición y profundiza su humillación; continúa el enriquecimiento obsceno de las elites, y el extractivismo biocida -de la naturaleza, incluyendo la vida humana-, voraz e insaciable, sigue viendo cómo sus deseos son el orden. ¿Quiénes de hecho gobiernan un país? Aquellos a quienes beneficia lo que sucede.
“¿Y qué querés?, la correlación de fuerzas no da”: fue un lugar común entre lxs compañerxs filo/kirchneristas en estos tres años. ¿Pero son los únicos que hacen fuerza, los referenciados en la alianza Cambiemos? ¿La pasión anti-igualitaria es la única haciendo fuerza? No: la derrota no es lo único que hay. Los trabajadores del neumático hicieron fuerza, los movimientos ambientalistas también -acaso de forma incipiente-, los docentes neuquinos… (incluso los que son reprimidos -como lxs estudiantes secundarixs porteños-, son reprimidos porque hacen fuerza).
Pero además, el gobierno de Cambiemos fue resistido por una fuerte movilización social; hicimos fuerza. Por eso ahora dicen explícitamente que cuando vuelvan nos van a reventar a palos.
¿Y ahora? Ahora hay más desorientación que entonces. Ahora que los buenos ajustan, acatan al FMI y vigilan el legado roquista con su violencia inherente. Bullrich mandaba matar indios; Aníbal “solo” a pegarles y encarcelarles. Como si hubiera una coalición de capitalismo colonialista puro y otra de capitalismo con matices.
Pero el programa neoliberal puro no pudo ser implementado entero (la reforma laboral, verbigracia) gracias a la resistencia popular que lo limitó. Fue como reacción ante ese bloqueo rebelde, me señala un amigo sovietista, que el capital trasnacional fugó todos los activos que cosechó en 2016/17, y entonces el gobierno fue a pedir al FMI. “Lo usamos para pagarle a los bancos extranjeros”, declaró, dixit, el rubio ex presidente. Limitado en el frente interno, refirmó su condición de agente del poder financiero global en la Argentina (y el préstamo es una técnica política de gobernarnos gobierne quien gobierne).
Por eso el que tanto vivió de Franco le dijo a la nieta de Mirtha Legrand: “No, no me encerraba a ver Netflix a las siete de la tarde desde el comienzo del mandato. Fue desde que nos tiraron catorce toneladas de piedras en diciembre del 17. Habíamos ganado en octubre, y ahí sentí como ‘¿pero ni así podemos hacer lo que queremos hacer?’, y es como que a partir de ahí me deprimí”. La estocada de la que no se recuperaron se la dio la movilización social, y en la calle, como deseaba Borges. Y por un sujeto heterogéneo (cuyo hit era “unidad de los trabajadores…”), integrado pero ni de lejos liderado por las organizaciones kirchneristas.
La movilización de marea multitudinal fue vanguardia, y luego Cristina ideó un instrumento que tradujo con gran eficacia esa fuerza al plano electoral. Le sacamos ¡16 puntos! a un gobierno en su primer mandato que tenía el poder de la Nación, provincia de Buenos Aires, Capital, principales medios, Corte, FFAA, Embajada… Pero al mismísimo día siguiente de esa revuelta en las urnas, el elegido de Cristina comenzó su política de desmovilización. Ya ahí Alberto salió a declarar que nos quedáramos en casa y sin agitar (como asumiendo que el triunfo ya estaba, y entonces, que no pase nada). Los amarillos se recontra movilizaron y achicaron a la mitad la diferencia.
A Alberto, después, la pandemia le vino de perillas. Por un ratito. Imaginate sobrevolar la mega urbe del AMBA en helicóptero viendo, en el asfalto vacío, inertes, el acatamiento de la población a tu mando de quedarse en casa. Que te festejen las explicaciones y las filminas, tus dotes de magisterio, no sin una insinuación de entronización popera -casi imperceptible por tenue y fugaz-. Habrá sentido que era él; tuvo Alberto su albertista hora. Y capaz le pintó emanciparse y poder sin tanta Cristina…
Empezó alfonsinista, viró en delarruoide, decanta en presidente opinador. La foto del festejo ilícito en cuarentena bastaba para tumbarlo; no lo bajaron porque asumía Cristina.
2- Razón sin fuerza
No fue débil siempre nuestra democracia aterrorizada. Tuvo sus momentos de gloria. Por un lado el juicio a las Juntas, orgullo nacional, el mejor momento de la institucionalidad democrática. Acaso su homenaje fílmico -bienvenido sea- sea síntoma de cuánto lo conquistado subjetivamente por esa instancia hoy tambalea. Pero si la democracia argentina tuvo un punto más elevado, fue el 19 y 20 de diciembre de 2001; la revuelta, cúspide de nuestra democracia. El cuerpo colectivo tomando protagonismo de la gestión de sus sentires; los asuntos comunes ya no tan completamente delegados (mediatizados) en la representación, sino cantados pisando en todas partes.
Huyeron los bancos -parásitos patrones del poder capitalista-, huyó el Presidente, huyó la Policía. Las elites, ahí sí, tuvieron miedo. Por eso después, durante unos años, aceptaron hacer concesiones. Hubo conquistas: ya no podía resolverse la economía mediante ajuste, ni la política mediante represión. Duhalde mató y tuvo que llamar a elecciones. Duraron varios años, las conquistas.
Pero esa fuerza de protagonismo popular fue después delegada a la esfera de la representación institucional, y así, a la larga o a la media, perdió la democracia, se vacía de fuerza. El kirchnerismo, como proceso gubernamental que contuvo -en doble sentido- demandas populares, abreva no tanto en el 19 y 20, no tanto en la revuelta que plantó esas demandas, como en el 26 de junio de 2002: en la inflingida tristeza que desactivó la revuelta y le hizo perder autosuficiencia. Heridos, entristecidos, nuevamente aterrorizados, con dos hermosos compañeros asesinados -el orden mostrando el terror en que se apoya-, pasamos de la responsabilidad directa respecto a lo común, a delegar en líderes idolatrados.
(¿No es Cristina un cuerpo investido de idolatría, tanto para millones de personas que la aman, como también para quienes quieren matarla? Solo a un ídolo le cabe tanto odio; esa concentración de odio también expresa que una serie de atributos de lo político, de lo político como potencia de transformación social, han quedado cristalizados en un individuo. Los grandes nombres de la historia están allí para ocultar el protagonismo popular; el relato del héroe, como dice Natalia Ortiz Maldonado, despotencia a la multitud).
Delegado el estado de ánimo (como dice Diego Valeriano), la dimensión políticamente activa de la subjetividad común cedió ante el ser consumidores. Y la inclusión de la década ganada fue inclusión en tanto consumidores (que luego, claro, prefieren que les digan que son emprendedores, y no empoderados por el gobierno, y quieren policía para reprimir al que les rompe las pelotas). Es lógico que después de esa mediatización de lo político adviniera el partido de los CEO’s.
Del protagonismo popular a este estado de desconcierto, desorientación, impotencia. Sin articular con alguna fuerza social efectiva, un gobierno no puede más que administrar el estado de cosas dominante. El posibilismo es la razón de la falta de fuerza; la razón sin cuerpo. Alguna fuerza social efectiva, algún sujeto capaz de algún tipo de fuerza, es necesario para que los más fuertes de la sociedad, los sistémicamente fuertes, cedan algo (como cedió el capital en el siglo XX ante el agite obrero y la amenaza socialista). Si no se asustan, ¿por qué van a ceder? Los terratenientes son un ejemplo de una clase social formada por generaciones y generaciones por la voracidad. Con Alvear, cien años atrás, las retenciones a la exportación cerealera llegaron al 60%; sin mencionar la experiencia del IAPI. Ahora no toleran nada, casi, que no coincida con la ganancia máxima dispuesta por la única verdad, el mercado global -y lo que dispone para el suelo de la patria-, y te tiran los tractores, el lobby, todo lo que pueden, si les ponés algunos límites. Gente que se queja furiosa mientras hace fortuna.
3- Aquel plazón y la política de desmovilización
Con todo, el día de la asunción, 10 de diciembre de 2019, se vivió una reunión multitudinal grande e intensa como pocas veces en la Argentina. Descomunal plazón, hace casi tres años. Incomparablemente más intenso y potente que la plaza que reaccionó al atentado contra Cristina. En aquel había una fuerza produciéndose, encontrándose, enterándose: abriendo, por la fuerza de su presencia, el horizonte de lo posible en un sentido y dimensión sin límite preestablecido. En esta, reunión ya sabida, repetición de un nosotros cristalizado, que busca a la defensiva frenar algo -no abrir-.
Sobre la base de esa fuerza, ¿no podíamos cuestionar a fondo la deuda desde el día uno?
Nada más lejos. Tras la mencionada afinidad electiva entre Alberto y el ASPO, al año, un peronismo alérgico y hasta odiante de los sectores populares impidió que el funeral de Diego fuera el ritual de intensificación del lazo social que merecía haber sido, verdadera celebración popular de un mismo llanto en millones de ojos, como hito imborrable en nuestra historia. El propio “Presidente” salió con su megáfono a intentar detener la marea maradoniana; no pudo, y el maradonismo copó la Rosada, en el primer asalto efectivo a la casa de Gobierno en la historia argentina. Alberto dejando que Claudia, Dalma, Gianina sintieran que era “decisión suya” lo que en rigor era incluso más que cuestión de Estado, patrimonio inextirpable de la Historia popular. Quizá el propio deseo de Alberto era que no pasara nada, que no pasara mucho, que estos negros se fueran rápido a su casa.
Como si esa escena fuera poco para demostrar el divorcio programático entre Gobierno y movilización social (o sea, su política de desmovilización), desalojaron Guernica para bancar a los countrys, con la frutilla de prender fuego los ranchos, neto acto comunicacional (ay cómo hubieran saltado tantos compas si lo hacía Ritondo…). Un mensaje difícil de no entender y sin embargo muchos consiguieron seguir pensando -o deseando- que este era un gobierno popular. Claro, “enfrente” hay algo aún peor. Solo que, como dice un amigo medio tano, la forma más eficaz de “no hacerle el juego a la derecha” termina siendo… encarnar a la derecha, implementar sus designios.
No hay peor derrota que la advenida por una victoria. Si se gobierna naturalizando la razón del ajuste; si se construye en los espacios de militancia y gestión reproduciendo modos de la rosca, el amiguismo, la acumulación, etc.; si, en fin, se gobierna modos cada vez más parecidas a la gestión capitalista del Estado capitalista, “con tal de que no vuelvan los peores”, quizá ganes las elecciones, pero lo que seguro triunfa es una matriz sensible. Las imágenes circulantes de “estabilidad social”, ¿se asocian al ajuste, o a la distribución? (Esto me lo apuntó un amigo medio polaco) ¿Qué se naturaliza como sentido común?
4- Cristina y el ajuste
El ajuste actual es viable porque está Cristina en el Gobierno. Sin ella, la resistencia popular sería mucho mayor -lo vimos durante la gestión cambiemita-. Ella es la condición de posibilidad del ajuste, aunque nos duela.
5- Cristina desmistifica al capital
Pero, aunque el odio que hay a Cristina tenga entre sus ingredientes la pauperización de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, es claro a todas luces que la campaña sistemática en su contra tiene otras vertientes. El anatema arrojado sobre ella está acuñado por privilegios ofendidos.
Son dos cosas que se superponen.
Cuando era Presidenta, Cristina pasaba por alto, en su discurso, los dolores, los nervios, las violencias, los padecimientos cotidianos de millones de personas. Y sus “soldados” esgrimían una soberbia sectarizante, acusando a toda crítica (por ejemplo, quien criticara el extractivismo) de “hacerle el juego a la derecha”.
Por otra parte, Cristina es la única integrante del sistema político en sus altas esferas que nombra al capital como capital. ¡La única que nombra al capital!
Pero que dos cosas coincidan, se superpongan, no debe llevarnos a identificar su naturaleza. Una cosa es la pasión rabiosa de quienes no son precisamente privilegiados en esta sociedad contra la principal figura del sistema político argentino de los últimos veinte años. Otra cosa es la huella de los intereses de las elites, del orden patrón, en las horcas, muñecos de cadáveres o calabozos donde vienen hace rato soñando y promocionando la anulación -de una forma u otra- de esa señora. Unos odian deslomarse y vivir vidas ajustadas y percibir que hay algunos que reciben ayuda; los otros nada que ver: odian que les pongan (hayan puesto o amenacen poner) obstáculos a su ganancia, odian que la señalen, incluso.
Cristina le puso el cuerpo y el nombre a matices, políticas, divergentes a lo que hubiera hecho la pura inercia de la realidad capitalista. Desde la estatización de las AFJP, la jubilación de las amas de casa (reconociendo su condición de trabajadoras, creadoras de valor), las paritarias libres, hasta Zamba como héroe chipacero de les niñes o la multiplicación de universidades en barrios de clase trabajadora-. Omito en esta lista la AUH por cautela. Ya que, si el gobierno de Cambiemos no solo no eliminó sino que aumentó la cantidad de asignaciones, ¿no será que esta asistencia mínima a los sectores más postergados de la economía es una especie de política de Estado post-2001? El Estado -y los circuitos de la gobernanza- advirtieron que, dejando totalmente a la buena de Dios a tantos millones de personas, no hay chance de gobernabilidad.
Cada tanto Cristina desmistifica la relación de clases. Por eso la odian. Todo sujeto apegado existencial y anímicamente al orden capitalista va a odiar eso. Odian que se nombre siquiera la condición histórica del capitalismo; histórica, política, no natural. “Nosotros no estamos en contra de la ganancia de las empresas”, dijo CFK en Parque Norte en 2008, cuando comenzó el conflicto con el empresariado agropecuario, “nosotros inventamos la alianza entre capital y trabajo”.
Ta, pero ya nombrar que hay una tensión, que se regula políticamente, desmistifica, terrenaliza. Como también la propuesta de que “la deuda la paguen quienes se fugaron los dólares”; queda en nada más que frases, lenguaje, pero quién sabe con qué puedan ligarse esas frases. Si al fin y al cabo el kirchnerismo tuvo fuerza -si fue capaz de transformaciones- es por haber sido una interfaz, que articulaba el sistema político con el plano de la movilización social.
6- Ambivalencia materialista
Ambivalencia, pues, respecto a la figura de Cristina. En el orden normal de la expresión y la comunicación, lo que menos se dispone es pensar, pensar con la complejidad como premisa, situarse en un terreno tensado por contradicciones. Raro es encontrar una voz que se pare en que “la verdad, no sé, no sabemos, es complejo” e intente desde allí pensar. Toda voz pareciera impelida a un binarismo urgente; a una toma de partido binaria e instantánea. ¿Cuáles son los efectos de Cristina en la lucha de clases? Es ambivalente, contradictorio, complejo. Pensamiento situacional: qué efectos tiene cada cosa en cada tensión. Ambivalencia: en cierto plano, hay que recontra bancarla a Cristina (ante el poder político-judicial, en las elecciones…); en otros, hay que terminar de derrocarla como delegada del estado de ánimo, como referente “contenedora” de la multiplicidad, agilidad, espontaneidad e inocencia de la movilización social, y ni hablar como represora -¿o no puso y sostuvo a Berni?-.
7- Desdoble y teología peronista
Después del atentado que sufrió, Cristina no estuvo en el acto que el Gobierno realizó en la Basílica de Luján, pero optó por retomar la palabra pública contenida en un scrown católico, con los curas de la opción por los pobres (¿los evangélicos son de ellos y de Roma nosotres?). Dijo así:
“Los grandes problemas económicos de la Argentina que tenemos que resolver… Con la gente que tiene un salario (los que todavía tienen un salario) y no le alcanza para llegar a fin de mes; o los que pagan un alquiler (los que todavía pueden pagar el alquiler) y no les alcanza; o, como suele decir nuestro amigo Juan, nuestro compañero Juan Grabois, el problema de la tierra, familias que viven en un terreno y crecen y ya no entran y no tienen dónde vivir; imagínense, los problemas que tenemos que resolver, ¿ustedes creen que puede hacerse si alrededor lo único que se hace es agraviar? Por eso quise encontrarme con ustedes, porque ustedes siempre están tan cerca…”, y acá podía pensarse que nombraría algo como a los pobres, pero dijo: “…de Dios y de la Virgen; a ver si acercándome a ustedes puedo estar, yo también, cerca de Dios y de la Virgen yo también. Y le voy a copiar una frase a Francisco -dijo para rematar:- recen por mí. Recen por mí, que lo necesito”.
Por supuesto, te gatillan un fierro en la cabeza y perfectamente te puede pegar un viraje místico. “Estoy viva por Dios y la Virgen”. Ok. Pero hay algo más que se abre, y es un desdoblamiento entre Espíritu y Cuerpo del peronismo en el gobierno. Un peronismo con una imagen abstracta de sí mismo, autopercibido inclusivo, femenino, democrático, nacional y popular, y un cuerpo material ejecutor y obrante, en cambio, ajustador y neoliberal. Una escisión de ontología política entre el Ser, presuntamente fundamental, y el ente histórico concreto. Espíritu cristinista y cuerpo -claro- de Massa.
8- Fascismo lógico y posibilismo existencial
Hay contradicciones antagónicas y no antagónicas, y ubicar cuál es el enemigo resulta ordenador en el quilombo de lo real.
El triunfo de las elites con la Dictadura moldeó el consenso democrático posterior, como describe Silvia Schwarzbock; el consenso de negación al Terror se apoyó sobre el triunfo económico, ya no discutido, de las elites. Pero la economía es un poderoso regulador de los modos de vida, de las relaciones de mando y obediencia, de la distribución de derechos, privilegios y restricciones en la sociedad; la economía es un ordenador político, en fin.
¿Y si la vida se vuelve insoportable? Si aumenta la tasa de insoportabilidad, el costo de soportar; si se ajustan las imágenes que el ánimo tiene de sí, de lo que puede. Hartazgos fermentados, cansancios acumulados, amasados y levados, la ansiedad como la cadena más eficiente de la historia; gente deprimida o al borde de un bobazo o ACV; o de cagarse a piñas por una disputa de tránsito, o de darle un tiro a alguien por llevarse una moto o por “matar un chorro” o de volarle la cabeza a la líder política más querida del país.
Cuando la vida es cada vez más insoportable, acaso la falta de realidad de políticas que rechacen el capitalismo oriente el malestar a rebeldías que lo que pueden sí concebir romper es vida, las vidas que molestan (o no merecen o…). La “utopía” que queda disponible es que si hacemos capitalismo posta puro y -sobre todo- duro, todo va a estar bien o al menos estaré “bien” por contraste con todos los que programáticamente sufrirán.
El malestar multitudinario, agobiante, no sin lógica se convierte en deseo fascista: si no hay transformación eficaz, gana como alternativa la crispación a fondo de las reglas dominantes, la pseudo-transformación de limpiar de impurezas el juego capitalista. ¿No vivimos la reafirmación del triunfo de la Dictadura? El tabú del terror y la crueldad se resquebraja, y no es posible augurar hasta dónde puede crecer el deseo odiante, el deseo de dañar, la negación de la semejanza como forma de magra afirmación subjetiva.
Quienes nacimos durante la dictadura asumimos siempre que el Terror era del pasado; ni hablar lxs criados en los años felices kirchneristas. Es posible que debamos ahora resistir a oscuridades crecientes, a una cada vez mayor circulación de crueldad por doquier. Pero lo peor sería ya estar muertos en vida, ¿no? Es decir, ser incapaces de pergeñar imágenes deseables, deseos habitables; vivir adaptándonos a lo que hay (posibilismo existencial), siguiendo a la inapelable realidad (followers del realismo capitalista). ¿Somos capaces de instaurar intensidades deseables?, Plantar vida donde estemos, brotes de contrapaisajes que desmientan la vida neoliberal como obvio destino. El horizonte cambia después; primero, siempre, la presencia.