Chile en cautiverio. Del estallido social al estallido ultra-conservador // Carlos del Valle Rojas, Mauro Salazar J

“La razón fundamental que explica esto es que hoy no tenemos un presidente. Sebastián Piñera es una figura fantasmal, ronda los pasillos de La Moneda y de cuando en cuando aparece con declaraciones desafortunadas y lamentos extemporáneos. Pero su liderazgo es inexistente y su capacidad de dirección ejecutiva ausente”. José Antonio Kast. El Líbero. Santiago. Marzo, 2020.

A semanas del abrumador éxito electoral del Partido Republicano (PR de aquí en adelante) en la contienda constitucional de mayo, se agolpan textos e imágenes que nos llevan a interrogar las incertidumbres de diciembre (2023). Ello en virtud del emergente Consejo Constitucional en manos del PR  -23 escaños constitucionales- alzándose con un porcentaje histórico de votación a nivel nacional. La coalición conservadora de fuerte prevalencia en sectores populares, rurales y de la zona sur, como así mismo, de una intensa “devoción evangélica”, es una clave interpretativa para entender el “voto negacionista” y otras formas de desafección. De un lado, la nueva hegemonía de la derecha integrista, ha “destituido” a los elencos transicionales del mapa político, precipitando su drástica reducción demográfica. Al paso, ha quedado en evidencia la anorexia discursiva del gobierno de Boric-Font. Un genuino vacío discursivo-programático elevado a la potencia por la propaganda ultraconservadora. Aludimos a la ausencia de energías críticas del progresismo chileno. Es más, el “tiro de gracia” que le propinó el PR al clivaje Concertacionista hizo evidente una prolongada crisis de representación, que ni siquiera ha podido ser utilizada por un campo de izquierdas. Apruebo Dignidad, pese a los dardos de José Antonio Kast (JAK de aquí en más), ha sido incapaz de generar disputas o querellas ideológicas, y aún se mantiene en un vacío de relatos, imaginación y horizontes. 

Cabe recordar que las movilizaciones (2019) dejaron colgando de las cornisas a Sebastián Piñera y a los elencos de la transición chilena. En los “días decisivos” del paro nacional (12 de noviembre de 2019) ocurrió el punto más crítico de la insurgencia. Allí la ciudadanía activó la “huelga general” que paralizó el país. Ya en ese contexto JAK se empeñó en demostrar el fracaso del consenso liberal (oligárquico/transicional concitando a Rodrigo Karmy). El proyecto securitario que encabeza JAK, de innegable seducción discursiva -dado sus goces autoritarios- a la hora capturar el sentido común neoliberal (sectores populares y capas medias empobrecidas), obliga a sopesar cuidadosamente los acuerdos ideológicos -posibles- para un nuevo «pacto social» ante una socialdemocracia entrampada en la agenda administrativa. La promesa mesiánico-refundacional de JAK viene a disputar la hegemonía de la política post-transicional.

La “trampa ideológica” consiste en esa relación de interior/exterior respecto al sistema de partidos que la nueva derecha ha logrado construir ante las audiencias oscilantes. Una coalición insiders que, a la sazón, se ha  comportado como outsiders -cuestión genuina en el caso de Donald Trump-. El PR simula un “afuera” o una exterioridad -un no lugar- respecto a la racionalidad política y modera sus ancestrales filiaciones con el mundo del Pinochetismo. El simulacro o la máscara es un espacio de excepción -producido- al interior de la intimidad partidaria. En suma, lo que tenemos es el núcleo de la UDI simulando la autonomía ante los acuerdos de la transición que después de los comicios de mayo deben ser erradicados. Tal ficción, hay que admitirlo, cumplió sus objetivos electorales.  

El Partido Republicano (2019) abrió el espacio para retratar en pleno estallido social todas las demandas populares que acusaban la racionalidad abusiva de las instituciones, como formas de violencia y transgresión al orden público. La Kastización gatilló el derrumbe de Sebastián Piñera con su infausta frase, estamos en guerra [War] frente a un enemigo poderoso”, consumando el aborrecimiento ciudadano contra su gobierno. Tal declaración echó las bases para alcanzar inéditos niveles de repudio ciudadano (más del 70%). Aquí no existieron solidaridades ideológicas o relaciones de buena vecindad. Lo anterior, fue la “prueba de fuego” que permitió el tránsito desde posturas moderadas hacia posiciones de ultraderecha, exacerbando un estado de excepción -violencia urbana, narcopoder y decadentismo moral- retratando nuestra parroquia como un “manicomio lingüístico”. Entonces Acción Republicana, ahora Partido Republicano, dada la dislocación del mapa político el 2019, reforzó el guion argumental y se apoderó de los valores y criterios de la derecha transicional que participó de los pactos modernizantes. Ello agudizó simultáneamente la disposición odiosa frente a “la izquierda” que habría  amparado la violencia urbana y el distanciamiento irrefrenable respecto a la derecha Piñerista, consolidando un clima de riesgo e incertidumbres que ha colonizado a buena parte de la ciudadanía que ante el pánico reclama un “orden jungla” (pistolas) en nuestros días. En suma, cuál sala de parto, el octubrismo (2919) sin articulación política, donó al actual Partido Republicano la producción discursiva para dotar de sentido su proyecto político.  La evasión masiva en el Metro de Santiago (2019) -romantizada por las izquierdas bajo la consigna de los 30 años- no fue un movimiento ciudadano, sino una “organización criminal”, según el conservadurismo autoritario de JAK. La Kastizacion,  opera como reverso tanático y guardián de la descomposición orgánica de nuestra democracia “semi-representativa”. Desde las movilizaciones del 18-0 la denuncia de la violencia  ha sido la gramática de la agitación para exaltar la grave alteración del orden público y el clima de beligerancia auspiciado por el campo de las izquierdas. Tal estrategia devino en una distancia crítica frente al gobierno de Piñera -derecha pragmática y light según JAK. Todo el léxico del conservadurismo radical (post-pinochetismo), alude a los antipatriotas, vándalos o apátridas que queman buses y destruyen la infraestructura pública, o bien, usan diversos móviles delictivos hasta el control punitivo de la vida cotidiana. De paso, los monopolios mediáticos se comportan como portavoces del mensaje de los pánicos. Tal fue la estrategia político-discursiva del PR que, sin duda alguna, forma parte del mismo dispositivo que se ha esparcido a las formas de “existencia de la cotidianeidad”. En medio de la incertidumbre, hoy el clamor popular -en una clave negacionista- se orienta hacia un régimen securitario. Ante un «presente de la ruina» agravado por el retrato de JAK, los lazos rotos de la comunidad, han sido representados como las patologías de una  moral del laissez faire

El conservadurismo radical -que muchos llaman neofascismo- designa, pues, una tecnología del poder orientada a la producción de identitarismos salvajes que han secuestrado el imaginario popular por la vía de la erotización que comprende la agresividad ideológica: “migrante” versus “nacionalismo”; “subversivos” versus “demócratas”; “familia versus géneros”, “pacifistas versus activistas”; “feministas versus patriarcales”, “militarización versus autonomía del Wallmapu, entre otras dicotomías policiales de la necrofilia y pulverización de ese (a) otro (a) como una  “absoluta enemización ”. En suma, una pavorosa lengua muerta que niega las distancias críticas. Con todo el quid no es “solamente” que Kast se convierta en una amenaza Presidencial, aunque ello es cada vez más evidente, sino la agraviante kastización de los contenidos retóricos, estéticos, visuales y las metáforas tanáticas del ultra-conservadurismo neoliberal. Por fin “modernización, orden y autoridad” es el lema del Partido Republicano

Tal ha sido el nuevo guión autoritario-conservador, a saber, el enemigo absoluto puede ser el migrante, el  delincuente, el narcotráfico, la inseguridad que produce el colombiano, la araucanización del conflicto y los golpes de xenofobia. Todo remite a una “máquina de guerra”.  En los comicios del 07 de mayo los reos votaron en favor de Kast en los centros penales de Arica, Alto Hospicio, Antofagasta, Tocopilla, La Serena, San Joaquín, Santiago 1, Concepción y Valdivia, según las cifras consignadas por el Servel: la identidad entre presos y el líder de José Antonio Kast es porque Chile ha devenido una  cárcel biopolítica. La elaboración argumental de JAK, cuya eficiencia no está en discusión, puede seguir cultivando un “estado de guerra”, apelando al recurso de la necrofilia, que busca consolidar la violencia institucionalizada y auto-regenerativa. Una vez que el desplazamiento discursivo logró sus objetivos, declarando viciada las formas de la modernización, se han remecido las fronteras políticas entre socialdemocracia laxa y derecha light

Tal proceso de politización convirtió la demanda igualitaria de la revuelta -mutación mediante- en frustración, rabia erotizada y subjetividad beligerante que habría develado la ineptitud de los elencos post-transicionales para generar paz social. De allí el  vertiginoso ascenso del Partido que lidera José Antonio Kast en la contienda que se ha desplegado al interior de las derechas. A la luz de los resultados del 07 de mayo (2023) va se ha desplazado la hegemonía chicago-hacendal.  

Una vez que la gobernabilidad postransicional padece desgastes representacionales y crisis de legitimidad, la cólera de la razón ciudadana ha sido agenciada hacia un fervor punitivo por el orden. De tal suerte, se expande el caudal libidinal de Kast que le ha permitido dar el “golpe blando” contra toda la maquinaria de elencos concertacionistas, sirviéndose de la «vida misma» que se encuentra amenazada en una cotidianeidad que no se afirma en rutinas de sociabilidad, sino en la propia operación especular del kastismo. 

La revuelta (2019) metamorfoseada como producción de rabia erotizada, y en tanto guerra, ha sido el principio de consagración de José Antonio Kast. En suma, la paranoia,  la vileza, la ridiculización, el menoscabo, la denostación, el aula segura,  y toda práctica vengativa (vejatoria)  nos lleva a procesos de des-subjetivación donde el vacío de simbolicidad hace que el sujeto lea la “otredad” como un objeto en permanente actitud de aniquilación.  El ritual de la purificación (orden, familia, progreso y jerarquía) retrotrae las cosas a un estado de naturaleza hobbesiano (grado cero de “lo ruin”) donde la rabia proyectada es asumida por el sujeto frente a un otro no adversarial, sino ante un enemigo total e intolerable que sólo se constituye en la “pulsión de muerte”. La necrofilia neoliberal que promueve JAK encuentra aquí un lugar que amerita un debate respecto a las eventuales posiciones agonistas de la democracia.  En suma, la kastización es el soporte de esa ira que el sujeto no puede metabolizar (gestionar) bajo los modos expresivos o deliberativos del orden neoliberal, por cuanto el enemigo absoluto puede ser el terrorista virológico del Covid-19 o el vecino que ha “devenido narco”. De tal suerte se ha impuesto en Chile la fantasía ideológica de la desintegración social como una guerra preventiva propia de un “estado de excepción” contra una “moral de la lepra”. En medio de un cuerpo institucional degradado, la nueva derecha ofrece familia, seguridad (revanchismo), jerarquías, angustias urbanas, pánicos, porque sólo el miedo como afecto político es un recurso para controlar el gobierno de los cuerpos y sus pulsiones transformadoras. De otro modo, no es posible redituar una nueva agenda de gobernabilidad dado que el vació de “pacto social” se resuelve mediante una figura cesarista (Kast) como dispositivo gubernamental. En suma, la «desintegración social» es la rearticulación angustiada de la subjetividad que carece de un enraizamiento. 

Si bien, es posible sostener que las posiciones desplegadas por Republicano son inviables en una sociedad líquida, gobernada por plataformas on line,  minorías sexuales, crisis de la institución familiar, baja legitimidad de la Iglesia, derechos identitarios, sexuales-reproductivos. Ello implica el desafío de no reducir todo el proceso del Partido Republicano a la mera “bolsonarizacion”, o bien, el Pinochetismo en su versión más sangrienta, Vox, o bien, el «Demon neo/fascista» -Argentina (“Libertad Avanza”), Perú (“Renovación Popular”)- pues ha logrado interpelar el sentido común que se identifica temporalmente con la naciente coalición. No sé trata de eludir la crítica de izquierda, su radicalidad respecto a la demografía que comprende el nuevo integrismo, pero la hegemonía post-pinochetista del Partido Republicano, en sus anudamientos con la modernización, sería la única forma de blindar la ideas de orden, familia y  progreso. La moralización del orden en Chile es un fenómeno que amerita más de una explicación frente a la crisis de mediación entre lo social y lo político. Ello involucra las protestas sociales, los estallidos y también los contingenciales resultados electorales en los procesos eleccionarios. De un lado, los desajustes del binomio modernización-subjetividad y, de otro, cómo ello se ha expresado en ciclos de ebullición donde las mayorías electorales  han abultado procesos de caotización, melodrama y necrofilia. Toda esta orquestación conservadora clama por la restitución de un “orden ético”. Pero el punto no culmina aquí, pues la producción de una cotidianeidad siniestrada (secuestrada) por imaginarios narcotizantes, bandas de corrupción, formas de violencia y otros grupos de ilícitos, es también es el “caldo de cultivo” con el cual se retroalimenta el discurso de José Antonio Kast que ha logrado comprometer a una demografía de la sociedad civil. Entonces, se requieren, altas dosis de otrocidio y caotización como expresiones que develan como la vida cotidiana se ha tornado brumosa e imposible. Todo ello amerita un “momento espartano” de restauración moral.  Ante los resultados electorales, Kast representa el fin de la post-transición chilena. Hoy existe un solo objetivo, refundar Chile.  

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