Anarquía Coronada

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Micropolíticas // Eduardo Pavlovsky

27/03/00′

Los condenados de la tierra. Pedro Orce, un personaje de la última novela de José Saramago La balsa de piedra, percibía que la tierra temblaba ante sus pies. Sentía una especie de murmullo que le producía un suave cosquilleo en la planta de sus pies. Sólo Orce sentía ese murmullo mientras la Península Ibérica se iba lentamente desprendiendo de Europa, que a través de una grieta abierta a lo largo de los Pirineos se producía la separación del continente europeo de la península, transformándola en una gran isla flotante… Camino de una utopía nueva, decía Saramago.

Orce percibía el murmullo de lo real, del desprendimiento peninsular. Lo micropolítico es la expresión de un suave murmullo, a veces imperceptible, que los condenados de la tierra, los excluidos del mundo comienzan a expresar. Algunos no lo perciben. Son los que escuchan sólo los ruidos de los medios que nos intentan ensordecer todos los días. Es un problema clínico de auscultación. Son las voces nuevas que, con otras tácticas, se contagian por todos los continentes expresando sus balbuceos en sus diferentes singularidades. Pero el murmullo existe y hay que saber percibirlo. Se expresa a veces como murmullos inaudibles de los condenados, que quieren sólo recuperar la potencia de su dignidad humana en nuevas formas de expresión. Ninguna protesta se parece a la otra. Cada una expresa su propia diferencia y singularidad.
Los nuevos movimientos micropolíticos alertan al mundo. No hacen revoluciones. Despiertan conciencia y la recuperación de las voces acalladas de la protesta. Nuevas formas de insurrección se estarán gestando en este momento. Por los bordes. Por fuera de lo previsible. “Se puede”, parecen insinuar. Todavía se puede. Cuerpos juntos otra vez. Potencia de acción. Nuevas formas de individuación civil y un gran alerta que se avecina.
A veces los movimientos insurreccionales son demasiado rápidos y se adelantan a los mismos aparatos represivos, como ocurrió en Seattle.
La micropolítica es un descentramiento de lo que ya está indagado y estudiado, de lo que constituye la macropolítica: el Estado – el problema de la lucha entre partidos –, la constitución orgánica de un partido político y lo intelectual orgánico, etc. Todo esto constituye lo macropolítico.
La micropolítica sale de allí – a través de líneas de fuga – inventando nuevos territorios sociales existenciales, abiertos a la comunidad rizomáticamente. Es aquello que no pueden capturar los sistemas de representación – que no puede capturar fácilmente el Estado. Tiene que ver con lo resistencial y lo incapturable. Se maneja siempre fuera de los sistemas de representación habituales. Es lo que Deleuze define como acontecimientos o devenir. Paradigmas de estos fenómenos micropolíticos fueron en sus comienzos el movimientos zapatista y el Movimiento de los Sin Tierra brasileños.
Antonio Negri le preguntó a Deleuze sobre el tema de los devenires micropolíticos: ¿qué política puede prolongar en la historia el esplendor del acontecimiento y de la subjetividad?
Lo que más nos falta es creer en el mundo. Perdemos el mundo y nos ha sido tomado. Creer en el mundo es también suscitar acontecimientos, producir nuevos sentidos y subjetividades – aún pequeños– que escapen el control o hacer nuevos espacios tiempos, aunque sean de superficie y volúmen reducidos. Es a nivel de cada tentativa que son juzgadas la capacidad de resistencia o por el contrario la sumisión a un control. Son necesarios al mismo tiempo creación y pueblo.
Los límites impuestos a lo macropolítico darán lugar a estallidos sociales micropolíticos y también a la creación de nuevas máquinas represivas, cuyo último eslabón es el control social.
Peter Pal – filósofo brasileño — nos relató el fenómeno de lo que ocurrió   en las calles de su país como expresión micropolítica resistencial e incapturable en los días previos a la caída de Collor.
Un desastroso llamamiento del presidente para que el pueblo saliese en su defensa con los colores verdes y amarillos, hizo que el negro se apoderase de las ciudades.
No sólo se estaba protestando contra Collor, se creó allí una dramaturgia política específica, un modelo inédito. Tal vez tenga que ver con el “teatro filosófico” de Foucault, cuando habla del modelo teatral de las ideas de Deleuze. Una coreografía particular, un ritual fuera de lo común, que hacía resonar la elegancia y el luto, la extravagancia y la morbidez, la máscara y el cuerpo, el teatro y la vida, los indígenas, las banderas brasileñas, el negro del alma. Una producción colectiva que en ningún momento yo vacilaría en calificar como estética, y cuya atmósfera era la de la improvisación del arte, del gesto intempestivo que inventa una nueva composición, con los colores, con los cuerpos, con la ciudad. Allí, durante esas pocas horas, en esa irrupción creativa, cada cual hizo de su cuerpo una obra de arte, un estandarte. Cada cual hizo de su rostro una superficie de inscripción para el lema “fuera Collor”, “fuera Collor”. Cada persona se transfiguró y asumió un estado negro, devenir indígena, devenir punk, devenir saltimbanqui, devenir mago, devenir noche. O sea, se creó allí un espacio tiempo inédito, pues nunca Brasil había asistido a aquello: un espacio tiempo con una resonancia inmemorial. Es ahí, en esos momentos intempestivos, que la suspensión de la continuidad temporal viene a interrumpir la mansa o conflictiva secuencia de los días y las noches. Es en esos instantes de pequeños desvíos que algo escapa a la historia y que perturba a la historia, altera a la historia. Claro, al día siguiente el Brasil ya no era el mismo. Después, el Supremo Tribunal Federal aprobaba el rito del juicio propuesto por la Cámara y el Congreso votó contra Collor. Las instituciones incorporaron y deglutieron rápidamente esta modificación. El acontecimiento recayó en la historia. Mientras tanto, por un instante, el acontecimiento estuvo por encima de la historia, alzado en un autoposicionamiento inmanente que extrapolaba en gran medida todo lo que podía explicar o situar. Gesta de los cuerpos embanderados en una taciturna alegría, arrojando la historia de los caminos, ejerciendo la práctica de la interrupción del tiempo, inventando una fiesta sin tiempos. Simplemente, dejó de vivir un día después del otro. Un buen ejemplo del intempestivo de Nietzche.
Se ordenaban nuevas formas y velocidades que se gestaban en pleno proceso de violencia. Fenómenos de nuevos devenires sociales, que no se pueden explicar en la intensidad de su despliegue sólo por las causas que parecen motivarlo. La historia puede explicar el porvenir. Pero no el devenir. El devenir estalla con sus nuevos órdenes. Lo que angustia a los dirigentes es la velocidad y el contagio de sus producciones. Nada teme más la dirigencia que la velocidad de los acontecimientos. Nadie puede creer lo que está viendo. La velocidad en la intensidad de las imágenes del estallido produce temor. Es el terror que produce el cuerpo del que ya no tiene nada que perder. Este cuerpo es veloz, intenso y contagioso. Cada vez que no entendemos la producción de los nuevos órdenes de los acontecimientos, apelamos a la palabra caos. Nuevas producciones de máquinas sociales. Se produce un motín en una cárcel y se irradia el contagio a varias cárceles simultáneamente. La energía del pueblo yace intacta. El cuerpo social en pleno movimiento y las voces que, como coro griego, gestan un nuevo discurso inédito.
En ese momento sólo se cree en la solidaridad y en el agenciamiento, que se produce en el cuerpo a cuerpo, que se gesta en pleno movimiento.
A la cotidiana violencia, a la cotidiana marginación, a la cotidiana corrupción, a la cotidiana soberbia, a la cotidiana ausencia de justicia, a la cotidiana inmoralidad desplegada por la clase dirigente, surge el basta de la contraviolencia, en pleno estallido como acontecimiento puro.
Nuevas formas de justicia se están gestando en Latinoamérica, nuevas éticas del cuerpo social en movimiento. La represión también trabaja.
Santiago del Estero en 1993 fue una lección para no olvidar. El incendio se puede propagar.
También existe una micropolítica del fascismo tan bien estudiada por Wilhelm Reich en Alemania. Existió entre nosotros una micropolítica de la complicidad civil. Un gran sector de la clase media y alta, “la mayoría silenciosa” o la “masa gris astizforme”, producía una subjetividad de la complacencia. Lo interesante es que muchos de ellos ni siquiera apoyaban al gobierno militar. Funcionaban sin embargo como un gran colchón social acrítico. Insisto en el sector de la población que funcionó como masa acrítica, porque fue ese sector -precisamente- el que facilitó, a veces sin saberlo, que un país del horror tuviera la contrapartida de un país supuestamente feliz. Esa indiferencia que se extendía micropolíticamente entre los cuerpos acríticos y complacientes fue la que permitió que las Fuerzas Armadas pudieran cometer los crímenes aberrantes con tan alto nivel de impunidad. No existe Terrorismo de Estado sin complicidad civil. Hace años tuve la ocasión de asistir a la proyección de una película realizada por un joven cineasta alemán donde se abordaba la temática familiar durante el nazismo y donde se mostraba el entretejido micropolítico familiar durante el nazismo. El entretejido hitleriano de los vínculos familiares. Según me informaron, esa película fue prohibida en Alemania occidental. Tal era el patetismo de los lazos familiares hitlerianos en la Alemania nazi (Goldhagen. Los verdugos voluntarios de Hitler).
La complicidad civil como fábrica familiar, en un entretejido que atravesaba los cuerpos de los miembros de la familia. Cada uno vigilando al otro. La SS casera. Micropolítica en el fascismo. Micropolítica de nuestra complicidad civil durante la dictadura militar.
En relación a la política impuesta por el FMI a los gobiernos latinoamericanos, que produce aumento del desempleo, ajuste, precarización laboral y el efecto de la “exclusión” que sufre como consecuencia un gran sector de la población latinoamericana, es casi natural esperar que se produzcan movimientos sociales micropolíticos que expresen la resistencia civil a este sistema. Su necesidad de convertirse en sujetos activos de la historia a los que, con la exclusión, se intenta hacer “desaparecer”.
De lo que intentamos hablar es de la singularidad específica de este tipo de acontecimientos, de la dignidad de su aparición.
Se podría analizar también, en sus pormenores, la noción fuertemente polisémica de “mundialización”, que tiene por efecto si no por función ahogar en el ecumenismo cultural o el fatalismo economista los efectos del imperialismo y hacer aparecer una relación de fuerza transnacional como una necesidad natural (…) El remodelamiento de las relaciones sociales y de las prácticas culturales de las sociedades avanzadas conforme al patrón norteamericano fundado en la pauperización del Estado –la mercantilización de los bienes públicos y la generalización de la inseguridad social– es aceptado hoy con resignación como el desenlace obligado de las evoluciones nacionales.
Se interioriza la mundialización (globalización) –imperialismo, según Petras- como obvio natural y normal. (Bourdieu, Intelectuales política y poder.)
El obispo ecuatoriano Raúl López señala que no hace mucho tiempo existían avisos en los periódicos de Ecuador ofreciendo en venta campos con un número determinado de indios adentro – como si fueran ovejas o caballos. (The Guardian, Londres.)
En algunos lugares del mundo el nivel de los excluidos lleva a la animalización del ser humano. Los niños de algunos países tercermundistas, por sus grandes carencias alimentarias, parecen más cerca de lo animal que lo humano. ¡Y nosotros lo vemos por TV!
Una insurrección civil de extraordinaria magnitud ocurrida en Seattle (EE.UU.) impidió que la Organización Mundial de Comercio inaugurara la importante conferencia bautizada como Ronda del Milenio. Trabajadores, decenas de miles de jóvenes, campesinos y familias se unieron para rechazar la Ronda de la elite financiera del mundo globalizado. reunida en esa ciudad norteamericana de 500.000 habitantes.
Cincuenta mil personas desfilaron manifestando su repudio a la OMC. Los activistas se adelantaron al aparato represivo. Invento imaginativo. La policía llegando tarde. “La agricultura es cultura, no sólo negocio”; “Codicia más ignorancia es igual a OMC” eran algunas de las pancartas que portaban los manifestantes. Las velocidades y contagios en la multitud tomaron de sorpresa a las fuerzas gubernamentales. Independientemente de la complejidad de su constitución, el fenómeno Seattle se inscribe dentro de los nuevos movimientos civiles que se oponen a la globalización despiadada del capitalismo. “Nunca una reunión de esta magnitud –la cita del comercio mundial más grande de la historia– había sido perturbada por protestas”. En Londres también se produjeron enfrentamientos contra la conferencia. “La privatización mata” era una de las pancartas que exhibían un millar de manifestantes por las calles londinenses. Micropolítica pura. Nuevas formas de insurrección insospechadas. Por los bordes. La velocidad de los manifestantes norteamericanos desconcertó a las fuerzas represivas. Es imposible no resaltar la importancia del fenómeno Seattle: como fenómeno de formación de subjetividad.
Que se entienda: los movimientos civiles micropolíticos de resistencia no buscan hacer la revolución – pero logran “revolucionar” las cabezas adormecidas. Logran volver a creer en la “potencia de actuar” de este tipo de acontecimientos. La macropolítica nunca logra capturar del todo este tipo de movimientos civiles insurreccionales. Porque los “acontecimientos” fluyen por contagio. Son velocícimos. Estimulan la esperanza y la fuerza de la magnitud de las protestas civiles. Devuelven la “humanidad” perdida. Seattle representa el grito ahogado de quienes han perdido la palabra. Aquellos que parecen apresados por el desaliento.
“No quiero terminar sin llamar a apoyar a todos estos movimientos, o sea las FARC, el MST, los zapatistas, en esta gran lucha antiimperialista y anticapitalista que tiene posibilidades de ganar”. La esperanza de un luchador infatigable como Petras contagia alegría, pasión, admiración y respeto por las formas insurreccionales “sociales” a inventar que construyen en Latinoamérica la utopía de un nuevo modelo de socialismo. Por fuera de los partidos políticos tradicionales de izquierda. El nuevo socialismo será alegre o no será.
Hace pocos meses almorcé con Petras en Buenos Aires donde trató el tema del MST y surgieron nuestras pequeñas diferencias respecto a Chávez o al acontecimiento venezolano.
En cuanto a la concentración de ingresos en Estados Unidos. Hace 20 años –dice Petras– un Chief Executive Officer ganaba 80 veces más que un obrero. Hoy gana 430 veces más. Los trabajadores norteamericanos trabajan 2.000 horas por año, un 20% más que hace 20 años. Hay 55 millones de norteamericanos sin ninguna cobertura de salud, ni privada ni pública, y existe una prosperidad visible de un 30% de la población.
Veamos los puntos fundamentales, según Petras, del MST brasileño:
Movimiento social con enormes capacidades, opera en todos los estados de Brasil, con una fuerza importante en 24 estados (240.000 familias. Más de un millón de trabajadores rurales cooperativistas en el país)…
… que muestra, no teóricamente sino en la práctica, que la ofensiva neoliberal puede ser derrotada.
… tienen su propia dinámica, su propia inserción y su propia singularidad de concienciar la explotación y la necesidad de organizarse en la lucha de las expropiaciones de tierras.
… la influencia que tuvieron las bases de la Iglesia Católica de Brasil en su formación (muy pocos conocen esta afirmación).
… la importancia fundamental de la educación en el movimiento del MST. Escuelas de meses de educación política, historia, concepciones sobre el problema agrario, marxismo, el problema del imperialismo, etc.
… sus redes de solidaridad y extensión.
… la singularidad de la ética. No ética de proclamas. Sino del “cómo” vives.
… la ausencia de líderes carismáticos y existencia del liderazgo colectivo. Ocupar, resistir y producir.
… la existencia de dos luchas, una la expropiación de las tierras y la otra la presión ejercida al gobierno para que cumpla financiar la expropiación (basada en una cláusula de la Constitución de 1988).
… no excluyen la lucha electoral –pero los ritmos electorales no influyen en el ritmo de las expropiaciones.
… descripción de la relación con los partidos políticos –pero sin perder nunca la singularidad y ritmo del propio movimiento. La necesidad de adquirir un poder político para enfrentar la estructura jurídica vinculada con el sector latifundista.
También Petras se refiere a las luchas en Ecuador, México, el movimiento zapatista y su mística como creación revolucionaria, como ejemplo de este siglo. Colombia y las FARC.
Cada día, 30.500 niños y niñas menores de cinco años mueren en el mundo por causas evitables, mientras que 8.500 chicos y jóvenes se contagian el VIH, según reveló el informe titulado Estado Mundial de la Infancia 2000, presentado ayer en la Argentina por Unicef. De acuerdo con el documento, en 1998 el sida se cobró las vidas de 510.000 niños menores de 15 años y se estima que hay 1,2 millón comprendidos en esas edades que viven con el virus. El número de niños huérfanos a causa del sida es de cerca de 13 millones. Por otra parte, cada año fallecen 585.000 mujeres debido a complicaciones en el embarazo y el parto que podrían haberse prevenido.
Una curiosidad: la Ruckus Society (fundada en 1998 en Berkeley, California) ofrece seminarios y entrenamiento para preparar a jóvenes para protestas por mejorar el desarrollo ambiental y grupos de derechos humanos han entrenado a cientos de activistas para actos de desobediencia civil. (The Guardian.)
Primer mundo.
La miseria en el mundo. Bourdieu.
En 1990 la ciudad de Chicago (EE.UU.) registraba 849 asesinatos por 100.000 habitantes, uno cada 28 horas. El 40% de las víctimas son menores de 21 años. La mayoría de las víctimas residen en los seis distritos policiales correspondientes a los barrios del cinturón negro. El 80% son de origen afroamericano. Loic Wacquant –del equipo del sociólogo francés Bourdieu– establece que recientes trabajos epidemiológicos sugieren que los varones negros jóvenes tienen una probabilidad de sufrir una muerte violenta que es superior a la de los soldados enviados al frente en el punto culminante de la guerra de Vietnam. La miseria aplastante de este enclave vaciado de toda actividad económica y del que El Estado –con excepción de sus componentes represivos– virtualmente se ha retirado, son algunas de las causas fundantes del deterioro social.
La escuela es la que mejor simboliza la pauperización del gheto. El sistema educativo de Chicago se convirtió en una especie de “reserva escolar” donde se deposita (esa es la palabra) a los niños del gheto: de familias negras y latinas (85 por ciento) que viven por debajo del umbral oficial de pobreza (el 70 por ciento).
Es de allí de donde surge el “hustler profesional” – término aparentemente intraducible que en un nivel aproximativo puede identificarse mediante las nociones de «rebusque, astucia, chanchullo, timo, ratería y robo mediante arrebato” en la comunidad.
Uno tiene que vivir y hacer vivir a los suyos, y debido a esta insuficiencia crónica de las entradas obtenidas con el trabajo y la poca o casi ninguna ayuda social, casi todos los residentes del gheto deben recurrir a algún hustler para su supervivencia.
Es por el contrario una figura genérica que ocupa un lugar central en el espacio social del gheto norteamericano. No sólo no es “raro”, sino que reúne ejemplarmente un repertorio de propiedades y conductas valoradas en el gheto. La “inteligencia callejera” de los hustler es el único bien otorgado a todos, que hace más soportable la atmósfera opresiva de todos los días. El hustler es el efecto de llevar al extremo una lógica de exclusión socioeconómica y racial que afecta a todos.
Sugieren los investigadores que hay que evitar dos tipos de lecturas posibles: la que se conmueve y compadece del espectáculo de la miseria y la lectura populista que podría ver el fenómeno hustler como una estrategia heroica de “resistencia”, cuando en el fondo no es sino una táctica económica de autopreservación frente a un orden de dominación tan brutal y despiadado.
De estas condiciones excepcionales de exclusión social surge el hustler como formando parte natural, obvia y necesaria del gheto norteamericano (Primer Mundo).
En junio de 1990 la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador hizo el primer levantamiento indígena que paralizó el país.
Primer acto de masas de los indígenas – pero también fue la primera voz de alerta a las elites política y empresariales. Había nacido un nuevo actor que cuestionaba a todo el sistema.
Ahora, en los días previos al levantamiento, decían: “Las clases dominantes siempre nos han quitado todo. No sólo este gobierno que, al igual que los anteriores, nos trata como si fuéramos gente que no propone ideas y trabajo para sacar al Ecuador de su crisis”.
Se les contestó desde el gobierno: “Las propuestas indígenas son subversivas y el gobierno no las va a tolerar por ningún motivo”.
Días más tarde integraban una junta cívico-militar. El recorrido indígena había llegado a la Casa de Gobierno. Cuerpos indígenas llegaron hasta allí. Más allá de la traición posterior –por parte del general Mendoza– y de la retirada de los indígenas de Quito, no se debe evaluar el paso de los indígenas como fracaso. No son los resultados finales lo que miden el triunfo o el fracaso de los movimientos sociales. Lo importante fue el recorrido realizado y la fuerte producción de subjetividad que realizaron con este acontecimiento. Esta es la clave.
Hubo una fuerza protagónica del movimiento indígena, que supo ensayar su potencia de acción y seguramente de allí surgirán futuras creaciones micropolíticas de resistencia civil. Muchas veces los acontecimientos no hay que medirlos por el resultado transitorio, sino por la protagonicidad de una fuerza que se probó a sí misma frente todo Ecuador. Que poseía una voz que debió ser más escuchada que nunca para llegar a integrar la Junta cívico–militar. El futuro es lo que interesa. Las nuevas invenciones y máquinas micropolíticas insurreccionales de resistencia. Las nuevas voces. El levantamiento indígena dejó una fuerte huella y hay que volver a transitarla de nuevas formas. Y a las nuevas voces hay que saber “auscultarlas”, como Pedro Orce, el personaje de la novela de Saramago, que sentía que la tierra temblaba ante sus pies cuando la Península Ibérica se iba lentamente desprendiendo de Europa.
Como define Petras, las nuevas luchas de Ecuador, el movimiento zapatista y su mística revolucionaria de enorme producción de subjetividad y de alta capacidad simbólica, el MST brasileño, Colombia y las FARC… la esperanza en el triunfo final.
La utopía de nuevas formas de socialismo. Micropolítica de las resistencias. Pasan por allí. Allí están. Creando un murmullo inaudible y ensordecedor al mismo tiempo “en esta gran lucha antiimperialista y anticapitalista que tiene posibilidades de ganar”. Recobremos la gran esperanza de Petras: la ilusión y la utopía de un nuevo socialismo alegre y revoltoso (esto lo digo yo). Porque no hay nada más pobre que un socialismo burocrático y triste.
Recordemos también el desembarco del Gramma, con la mayoría de los guerrilleros muertos. Los catorce restantes crearon la utopía del contagio revolucionario en la población; y entonces los catorce se convirtieron en decenas de miles que lograron tomar el poder. El motor fue la esperanza irracional de Fidel.
Bibliografía recomendada:
Pierre Bourdieu, Contra fuego.
G. Deleuze y F. Guattari, Mil Mesetas.
G. Deleuze y Guattari, Diálogos.
Daniel Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler.
Lo Grupal 10, E. Pavlovsky, Subjetividad y devenir social, Artículo: Estética de la Multiplicidad.
Lo Grupal 10, E. Pavlovsky, ¿Qué hacemos con lo que sabemos?.
Toni Negri, Entrevista a G. Deleuze, Revista Futura Anterieur, 1990.
Peter Pál, Ponencia en las Jornadas G. Deleuze – F. Guattari – T. S. Martins, 1995.
E. Pavlovsky, Micropolítica de la resistencia.
E. Pavlovsky y H. Kesselman, Escenas y multiplicidad y Multiplicación dramática.
James Petras, Ciclo de conferencias en la Argentina, organizado por Herramienta, 1999.

La economía popular y el legado de la CGT de los Argentinos // Mariano Pacheco

 

Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de la lucha.

CGT-A, “Programa del 1° de mayo de 1968”

 

 

Hace 50 años, a cuatro semanas de haberse conformado la CGT de los Argentinos, se funda el periódico CGT, dirigido por Rodolfo Walsh. Allí sale publicada la proclama redactada por el autor de Operación masacre, el “Programa del 1° de mayo” de la CGT-A, la experiencia político-sindical argentina cuyo lema es “Sólo el pueblo salvará al pueblo”. Un siglo y pico antes, en el marco de la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, Karl Marx había escrito otra gran proclama obrera, en la que se afirmaba que “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Apenas siete años después de aquel texto emblemático de la AIT, la clase obrera francesa protagoniza la “Comuna de París”, la “forma política al fin descubierta” bajo la cual ensayar la emancipación económica del trabajo, según la célebre frase que el autor de El capital escribió en La guerra civil en Francia, folleto en el que afirma que la Comuna fue una experiencia magnífica para pensar en la abolición de la propiedad privada (“expropiación de los expropiadores”) en el camino de establecer una dinámica de “trabajo libre y asociado”.

En 1968 –días antes de que estallara el “Mayo Francés” en el que se reinvindicará fuertemente a la Comuna– importantes sectores del peronismo combativo, las izquierdas y el cristianismo de base, confluyen en esta experiencia que es un hito de la historia de las luchas de las y los de abajo en el país, y que hoy cobra un relieve mayor a la hora de encarar algunos de los debates pendientes entre las experiencias de organización popular que se vienen gestando al calor de las luchas contra el creciente estado de malestar en el que se vive en la Argentina.

 

 

Una experiencia, un programa

El programa del 1° de Mayo hace un claro uso político de la historia. Lejos del memorialismo que ocupó la escena política de la Argentina durante la última década –y que hoy, muchas veces, se torna impotente frente a la ofensiva conservadora–, lejos de esas miradas impregnadas de ese otro conservadurismo –el progresista– que se sostiene en pensar todo el tiempo que el pasado fue mejor, la proclama de la CGT-A logra invocar el fantasma de los muertos, de los asesinados, de los caídos en las causas obreras como inspiración para esas rebeldías que viven en su presente. El programa, entonces, se inscribe en una genealogía que haya su fundamento en el pensar, el sentir y el actuar de los que han sido masacrados peleando por lo mismo que entonces se peleaba.

El programa, obviamente, también funciona como denuncia de la situación económica, política y social del presente: “Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre”. Así comienza el punto Nº 2, en el que se declara que en los años 60 la década del treinta “resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas populares”. Su lectura provoca un doble desafío: el de hacer el esfuerzo por recordar que la historia nunca se repite, mientas no se deja de prestar atención a las resonancias que vinculan ese pasado con nuestro presente, el de los años cínicos macrista que estamos viviendo. “El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales”, afirma el periódico CGT, en el que no se tiene empacho de asegurar que “la historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción”.

Por supuesto, más allá del reflujo de los años previos, no puede dejar de tenerse en cuenta que el Congreso Normalizador “Amado Olmos” de la CGT realizado el 30 de marzo puede realizar un fuerte cuestionamiento a la propiedad privada, fuente del modo capitalista de producción, porque encuentra su razón de ser en un proceso de más de una década previa muy diferente a la década anterior a la nuestra.

El contexto internacional, tras el triunfo de la revolución cubana en América Latina, pero también del Frente de Liberación Nacional en Argelia; el desarrollo de la Revolución Cultural en China y de la resistencia contra Estados Unidos en Vietman; la expansión del la figura de Ernesto Guevara por todo el mundo tras su asesinato en Bolivia, se entrelaza con un contexto nacional en el que el peronismo en la resistencia hizo un camino por fuera de la gestión del Estado, un tránsito simultaneo de sabotajes y huelgas, recuperación de espacios gremiales y tomas de fábricas, además de fugaces pero intensos ensayos insurreccionales –como la que se produjeron en el marco de la toma del frigorífico Lisandro de la Torre en enero de 1959– en los que fue profundizando su conciencia de clase y situando el horizonte de la liberación nacional junto con la perspectiva de edificación de una sociedad socialista. No por nada en el Programa de la CGT-A se dice: “retomamos pronunciamientos ya históricos de la clase obrera argentina”. Línea de continuidad directa, entonces, con los programas obreros de La Falda y Huerta Grande (1); mirada clasista de la nación, mirada nacionalista-popular de la inserción del país en el mercado mundial.

 

 

Lo reivindicativo y lo político

“El trabajador quiere el sindicalismo integral, que se proyecte hacia el control del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones”, puede leerse en el programa del 1° de Mayo, en el que se recuerdan aquellas palabras pronunciadas Amado Olmos tiempo antes de morir en un accidente automovilístico. También se insiste en subrayar que los trabajadores no tienen por qué permanecer indiferentes al destino del país y ocuparse solamente de problemas sindicales, como proponen los “dirigentes ricos” que “voluntariamente han asumido ese nombre de colaboracionistas”, que significa “entregadores en el lenguaje internacional de la deslealtad”.

La CGT de los Argentinos, por el contrario, ofrece “a cada uno un puesto de lucha”, como bien repetía el un jovencísimo Darío Santillán, en las barriadas del sur del conurbano bonaerense, cuando a inicios de este siglo proliferaban los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD). De allí que el planteo ponga énfasis en que las direcciones sindicales burocráticas (“indignas”) debían ser barridas desde las bases. “Que se queden con sus animales, sus cuadros, sus automóviles, sus viejos juramentos falsificados, hasta el día inminente en que una ráfaga de decencia los arranque del último sillón y de las últimas representaciones traicionadas”, rematan, no sin antes aclarar que el movimiento obrero “no es un edificio ni cien edificios; no es una personería ni cien personerías; no es un sello de goma ni es un comité; no es una comisión delegada ni es un secretariado. El movimiento obrero es la voluntad organizada del pueblo”.

La CGT-A no se queda sólo en un buen planteo sindical, sino que tiene vocación hegemónica. Y desde su papel al frente de una importante facción de los trabajadores argentinos, hace un llamado a otros sectores para conformar un bloque popular capaz de protagonizar un proceso de cambio en la Argentina. Y si bien en su llamado se dirige a los “empresarios nacionales” –categoría que ya entonces podía discutirse ampliamente– no deja de poner en la mira la importancia de la alianza de la clase obrera con el estudiantado, los artistas e intelectuales, los sectores académicos y religiosos capaces de coincidir con el programa propuesto, que no es más –ni menos– que un programa anti-imperialista para la liberación nacional y la justicia social.

 

 

Retrospectiva y perspectiva

No es posible pensar ningún aspecto de la realidad actual si no es inscribiéndola en el horizonte político y cultural de la posdictadura. Queda claro que el genocidio impuesto promediando la década del 70 llevó adelante, como los propios militares denominaron a su accionar, un verdadero Proceso de Reorganización Nacional. Lo que hicieron se complementó con aquello que, luego de asumir la gestión del Estado mediante el voto obtenido en elecciones sin proscripciones, coronaron los gobiernos radical y justicialista de Alfonsín y Menem. De allí que invocar a la CGT-A, a su Programa del 1° de Mayo, sólo pueda hacerse como ejercicio de inspiración para el accionar presente, pero mediante un análisis concreto de la situación concreta, no sólo de la coyuntura, sino también del ciclo histórico en el que las distintas coyunturas de las últimas décadas se inscriben.

Dicho esto, no puede obviarse que no sólo la Argentina sino el continente y el mundo entero han cambiado en demasiados aspectos como para sostener la pereza de meterse en análisis agudos que permitan determinar algunos rasgos al menos del momento actual de la lucha de clases, objetivo obviamente que excede estas líneas.

La mutación a escala global del capital debe ser puesta en serie con los cambios concretos que ha vivido la clase que vive del trabajo en el país, y en ese proceso de mutación no puede obviarse el papel que han jugado los sindicatos, y las personas concretas que en ellos ocuparon lugares de dirección.

La clase trabajadora argentina no es ajena al proceso de fragmentación que ha provocado el neoliberalismo. La fractura entre sectores asalariados y sectores de lo que hoy se denomina economía popular es profunda y estructural. De allí la necesidad –de doble vía– que implica, por un lado, que quienes viven en esta franja de la economía popular cuenten con sus instrumentos específicos de organización, que tienen singulares modos de expresarse, sus propios repertorios de lucha y formas específicas de politización (y a esta altura, una propia historicidad como movimientos sociales, diferente a la de los sindicatos). Por otro lado, resulta conveniente asumir el desafío de promover y proyectar la unidad orgánica de la clase. Dicho esto, resulta conveniente no confundir unidad orgánica con unidad de estructuras. Los sectores asalariados se encuentran, como el resto de sectores populares, también fragmentados. La CGT no es una sola e incluso la CTA –surgida fundamentalmente desde los gremios de servicios en la década del 90, como una forma de salirse de ese modelo de “sindicalismo empresarial” que se estaba gestando– tiene dos expresiones.

Las últimas semanas circularon entre la militancia, y aún en los medios de comunicación hegemónicos, varias versiones respecto de la posible conformación de un Sindicato Único de la Economía Popular con vistas a reunir a las diferentes expresiones del sector en perspectiva de ingresar a la CGT. Más allá de que la iniciativa no pasó de algunas versiones periodística y rumores entre las militancias, tuvo la virtud de funcionar como índice de debates aún no abordados con la profundidad que se merecen, en el camino de construir una mirada estratégica capaz de salirse del coyunturalismo.

Quienes vienen protagonizando las luchas y procesos de organización popular desde hace años saben muy bien que este tipo de discusiones no se resuelven desde posiciones de ideologismo o purismo principista sino desde un realismo crudo que muchas veces impone el ritmo de la necesidad de posicionarse ante las urgencias de cada momento. Pero también saben muy bien el costo que implica llegar a ciertas discusiones demasiado tarde.

En la profundización de una mirada estratégica para la etapa política que atravesamos seguramente se encuentre una de las claves para salir del inmediatismo, y pasar no digamos a al ofensiva, pero sí al menos a un momento de construcción de poder popular con bases económicas, políticas, sociales y culturales más sólidas.

 

FUENTE:  La luna con gatillo (www.lalunacongatillo.com)

 

*Redactor del periódico Resumen Latinoamericano, conductor del programa radial y coordinador general del Portal Cultural La luna con gatillo.

 

1) Para consultar los programas de La Falda y Huerta grande, presentados por Roberto Baschetti, podes ingresar Comuner@s en la orilla, sección del Pensamiento Crítico del proyecto comunicacional Resumen Latinoamericano. También allí se puede leer el programa completo de la CGT-A, ingresando a los siguientes links, por orden de mención:

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/10/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-programa-obrero-de-la-falda-introducido-por-roberto-baschetti/

 

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/11/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-el-programa-obrero-de-huerta-grande-presentado-por-roberto-baschetti/

 

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/13/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-programa-de-la-cgt-de-los-argentinos/

Néstor Sánchez, en argentino // Hugo Savino

Hay una frase de Laura Estrin que me gusta para empezar: “Y es cierto, si no se empieza por la vanidad, por el mito… ¿por dónde si no? Por la ficción, decían…”. Sí, decían ficción, y eso resumía todo, pero sigue siendo una palabra actual, de época, y ya era y es una palabra de museo en la obra de Néstor Sánchez. Todo lo que es de época es museo. Así que tenemos estas otras palabras: vanidad, vanidad de vanidades, mito, zona mítica, que se harán canto. Y canto es desarrollo de canto. El concepto de ficción se deshace en Néstor Sánchez. O más preciso: se hace y deshace. No hay tema. No hay relato. Hay motivos. Ficción y relato para él van de la mano. Y los relatos son fabricaciones de la propaganda. Se escriben para convencer. Tienen en cuenta al lector. Ese perezoso que casi siempre finge leer. No son poema. La obra de Néstor Sánchez, su manera de oír la literatura está del lado del recitativo. Del motivo. Sánchez escribe acentuando la palabra en la escritura, no en la letra. Sus libros, a partir de Siberia blues, empiezan a caer en un espacio que solo lee la letra. La crítica empieza a profesionalizarse. Aparecen las gangas: estructura, el placer del texto. Es el momento en que la literatura solo se ocupa de la letra, o sea del relato. Narración sin recitativo. Una menesterosidad que ocupará todo el terreno. Coro de monaguillos de la letra que solo lee el tema. Lee el relato. Ahí, en ese punto situado, Néstor Sánchez entra en conflicto con su época. Cada libro acelera la separación. En el territorio de la inflación de la letra, él escribe frase y ritmo, entre tensión trágica y humorística. Escribe una sintaxis retorcida porque este libro se le impone como exigencia de enigma, de libro en estado de pregunta. Ni personajes-símbolos, ni personajes-heraldos (Carlo Emilio Gadda). Los libros de Néstor Sánchez siguen, como las personas de Cómico de la lengua, su viaje del norte hacia el norte. Con tironeos al sur. Se alejan del centro de su época. A Néstor Sánchez la palabra se le hace frase y desarrollo de frase, y activamente enigmática.
Hay un leer para transformarse – Mauro Chavarría ausencia de dos días, y vuelve con una pila de libros que compró. ¿La zona mítica exige lectura? ¿Es como la leyenda? La conquista de una voz es una zona mítica. Y esa zona mítica incluye una poética del rechazo. Cómico de la lengua es una crítica a la figura del escritor como maniquí solemne: “Por primera vez experimento la necesidad de decir cosas, pero cosas que siento como esenciales, y no reflexiones derivadas de la cultura. Conocí a esa clase de escritores que creen poseer la ‘verdad’, escritores muy conocidos que enuncian ‘verdades’ definitivas, sin duda por miedo a descubrir otras cosas que socavarían su modo de vida y su escritura… Me interesé en ellos, en sus vidas, los escuché hablar: me espantaron.”
Y están las citas que abren el libro: la de James Joyce:
De la inexistencia a la existencia él venía a los muchos y era recibido como unidad; existencias a existencia él era con cualquiera como cualquiera con cualquiera; ido de la existencia a la no-existencia sería percibido por todos como nada.
La cita del tío Ismael:
¿Acaso nada más, cómico de la lengua, vigilo lo que no conozco?
Cómico de la lengua es un libro de preguntas sin respuestas: “La escritura cuando alcancé el estado esencial de pregunta tendió a un humor grave, acaso angustiado”. El estado de pregunta disuelve la solemnidad que impone el tema o el relato. Cómico de la lengua es un catecismo recuchicheado. Entonces: ¿qué vigila ese cómico de la lengua? El escritor como cómico. Igual que el traductor como estafador (Bernard Hoepffner) sale del círculo social de la charlatanería. Del realismo lógico. Los dos, cómico y estafador, o ladrón de bancos, o de estaciones de ferrocarriles, vigilan que su oído no se arruine en la solemnidad del saber, que generalmente tiene a la ficción como valor absoluto. Como “literatura universal”. El boom fue, entre otras cosas, esa ambición ridícula a literatura universal. Los libros en el changuito del supermercado fue y es otra figura de historia santa. Sánchez se rebeló contra su inclusión en el boom, al que consideraba uno de los momentos más bajos de la lengua española, para no perder la voz. El boom para Néstor Sánchez es la época. Los vanguardistas subvencionados que lo acusan de experimental, en realidad, se escandalizan de su no adhesión a la carrera literaria. Industriosos como son, no conciben un escritor que solo escribe. Y hacen de Cómico de la lengua el “patito feo” de toda la obra. Cómico de la lengua es también la búsqueda de una poética de la separación de su generación. Trata de acelerarla escribiendo su travesía. La época tiene sus lugares comunes, y los impone desde sus instituciones. El poema en la concepción de Roque Barcia es a contracorriente de la época. Digo Barcia y puedo decir Néstor Sánchez. Decir boom era una apuesta a esencializar la literatura. Néstor Sánchez escribía para dar a escuchar un poema. El suyo. Ni esencializaciones ni acontecimientos. No era una cuestión de subjetividad absoluta, de poesía, era una subjetivación en la lengua.
Obra donde el describir lo impone el mismo ritmo.
La cita de Joyce pertenece al capítulo que Néstor Sánchez tuvo como guía para este libro, Itaca, el número 17, “el patito feo del libro” (James Joyce a Frank Budgen). Y este capítulo es el regreso a casa. Bloom y Stephen van en “curso paralelo” a la casa de Bloom. Van a la cocina y ponen el agua para tomar algo. Y Néstor Sánchez invierte Itaca, en Cómico de la lengua hay un ir del norte hacia el norte. Salir de casa, de la cocina, de lo encásico. Siempre del norte hacia el norte. ¿Búsqueda del paso del Norte? Acá no hay regreso a casa, están los que se quedan allá, los Urrutia, las cartas de Juan-Juan aburrido y tocando en el piano siempre el mismo tema que le pide la gente, entre despianizarse y repianizarse, y los que van detrás de los que partieron, y los que siguen partiendo, hay exilio, hay lo exílico en la atmósfera. Hay varios exilios, el exilio en el propio país, en la cultura, se puede estar lejos y ser forastero, o “extranjero en el tiempo”, basta con no ser de la parroquia, por ejemplo. Ahora, de la parroquia narradores. No hay que irse para ser un exiliado, exilio en Néstor Sánchez tiene una historicidad, que arranca en Nosotros dos y llega hasta El drama sin atenuantes. Y el exilio se hace errancia, y lo que sigue hay que leerlo, no se puede filosofar, retoriquear encima de los libros de Néstor Sánchez.
¿Un irse que se detiene alguna vez? ¿O, acaso, se hace moneo ambulatorio?
Está el Eclesiastés. Entre las líneas. Esa vanidad de vanidades que Néstor Sánchez explora en sus libros o entrevistas. Acá, una de las vanidades, tal vez, la mayor, es “la tentación literaria sin atenuantes”, entonces, hay que explorar esa vanidad. No es interpretable, no es contable. Se escucha en cada lectura.
Están las ausencias: nombro dos:
La muerte es la ausencia interminable de perro.
Y la ausencia inacabada de mona.
O sea: hay ausencia interminable de perro y ausencia inacabada de mona. Y más ausencias “en el gran trinar adentro del verde que por su parte reverberaba” que se arman y rearman. Y hay presencia de “poema en el sentido de ser o en todo caso admitirse un guijarro de playa”, tal vez podemos decir: hay guijarro Joyce.
Está lo lumpen a lumpen: “el beisbolista Jack Kerouac releyendo incansablemente”. Y Néstor Sánchez a Marta Gallo: “Y de una manera fundamental con un texto que la literatura americana tiene que reverenciar para siempre como es El ángel subterráneo de Kerouac. Cuando él hace coincidir el temblor de la página con esas expectativas que en mí eran exactamente coincidentes […]”.
Está la línea que recorre toda la novela: la tensión entre lo reconvocante y lo desconvocante. La imposibilidad de comunidad sagrada. Y lo que reconvoca insistentemente a ese estrago llamado lo sagrado. La libreta de notas, ese correr de Roque Barcia a la nota, es el desacato a lo convocante-reconvocante sagrado. A lo sagrado que es fusión, y es lo contrario de lo divino. Primero el verbo, después la letra. La escritura, esa vanidad de vanidades, se hace en soledad. Se la mastica, hasta hacerla canto. O, fatal, se pierde la voz. Con la filosofía, “cuando el predicamento poemático de la página termina en la filosofía, todo entra en un plano secundario”.
Y está Maimónides, que abre a lo divino: “Maimónides aseguraba, por su parte, que solo eran divinas las palabras de un sueño cuando resultaba imposible comprobar quién era, en todo caso, el que las había pronunciado”.
Están los reproches a la sintaxis de Néstor Sánchez y están los reproches a la persona de Néstor Sánchez. Vieja manía sainte-beuviana. Pretensión de conocer a la persona para conocer al escritor. Más que vanidad. El reproche del academicismo actual es que Néstor Sánchez es muy experimental. Escuchan con el oído de Adorno cuando tal vez les iría mejor si escucharan con el oído de Aníbal Troilo o de Charlie Parker. ¿El reproche a la persona? Y bueno, eternos llorones del compromiso, Néstor Sánchez era, también, un sujeto psicológico.
Y está la renuncia a la ilustración: “Barcia renunciando a ilustrar literariamente cómo piensa una mujer, en este caso con un hijo y abandonada en la selva: la desidia bendita de Barcia”.
La desidia como fuerza asocial. Contra la jauría de los arcángeles de la poesía. Que aman la poesía, la filosofía y no el poema. ¡Ayúdanos desidia bendita de Roque Barcia!
Cómico de la lengua lleva a estado de sospecha lo duradero en común: “Ni mosquitos ni mona empedernida, ni jeep, ni Nacha, ni siquiera esa sala levantada como si fuese posible algo duradero juntos”.
La pretensión enfática de sentirse escuchado, que tal vez equivale a pretensión a terminar encuadernado como literatura universal aturdiría hasta el hartazgo: ¿o no?, a esto una respuesta en forma de pregunta: “¿Acaso creyó saber que lo escucharían? ¿Es realmente imprescindible sentirse escuchado?”.
Cada vez que abro un libro de Néstor Sánchez, todo vuelve a resituarse. Uso este re, sobre todo porque en este libro intensifica el empleo de este prefijo. En Cómico de la lengua las personas vuelven a “requererse con dificultad de corazón y de sintaxis”. No se escribe, se remingtonea. La sintaxis es un eje de relación. Néstor Sánchez, como decía Mallarmé, es un sintaxero. Y como sobre el lenguaje solo hay puntos de vista, la lectura vuelve a desplazarse, cada vez. Y esta vez el prefijo re se me impuso, y sobre todo el verbo remingtonear. Néstor Sánchez, en Cómico de la lengua, pide una lectura que no le ponga límites ni al tiempo ni a la sintaxis, el futuro acá se quiere trágico, cómico e indeterminado. Cómico de la lengua es una lucha entre lo acabado y lo incumplido. Entre soy y será que será. Aquí, el estado de pregunta es cómicamente infinito. Y escrito en argentino. En el argentino de Sánchez. Pero, y hay que insistir, no es la época la que escribe, es Néstor Sánchez. Que no se pone bajo el paraguas de ninguna garantía. Pone el cuerpo en el lenguaje. No hace estilo, hace ritmo. En Néstor Sánchez el lenguaje es una relación con el cuerpo. Y ese re desborda cualquier efecto de sentido, no es efecto sonoro, es “subjetivación máxima”, no es experimental porque está el cuerpo en el lenguaje escribiendo lo que no tiene y lo que no sabe.
Y están las secuencias de cine mudo –que ya estaban en El amhor, los orsinis y la muerte: “Los ojos del fantasma debieron presenciar la despedida de Pedro y Marisa breve, dificultosa, con los brazos de los cuatro que se entrecruzaban, con una de las valijas que se abría”. O: “Max Linder en la pantalla espejo y un helado de limón que se deshace despacio en la mano derecha”. El cine sonoro, o lata sonora : “Solo por las calles abarrotadas de Londres mientras triunfaba masivamente el cine sonoro”, será una demostración abrumadora de diálogo, estará cerca de eso que Néstor Sánchez llama, con humor: “literatura universal”, esa no-lectura que ve sin ser visto, que está sin estar, que todo lo sabe, que todo lo que se escribe “lo aumenta con alguna que otra reflexión contingente” , en fin, el detestado realismo omnipresente que solo sabe hablar la voz del amo.
Roque Barcia siempre teclea una relación: “encuentros furtivos, plaza, extrañeza del yeso ausente, amargura y como una sorpresiva fugacidad de las cosas”. Roque Barcia siempre entra en pausa manuscrítica, Roque Barcia siempre en disyuntiva entre no traicionar lo cronológico y el atrevimiento anticronológico. O descifra los papelitos de una carta. De una u otra manera, escribe hacia: “Repentina precisión en el teclear barciano”.
Este libro también es una voz de humor, que hay que pescar como perlas, entre las líneas: “más un rencor también imprevisto hacia lo medieval como alcalde”. Antidesfile: “que lo festivo no debe dejarse de lado porque la prescindencia de lo festivo representaría el triunfo final de los desfiles y de las estatuas y del bajo romanticismo francés y de todos los diarios de la mañana y de la noche”. No es la voz de un predicador de la ficción, no es puesta en abismo, hay un manuscrito dando vueltas, hay pausa manuscrítica en Roque Barcia, hay diecinueve libretas de apuntes, hay una Remington, hay tecleo. En ese amasijo el sentido se hace y se deshace. La voz del libro apunta a la de un sabio con la tela rajada. Una palabra de sabio cómico del Eclesiastés que
reconjetura
remingtonea
resiente lo sentido
un Barcia que hace relectura del Eclesiastés.
(*) Texto leído en la presentación de la reedición de Cómico de la lengua (Libros de la Resistencia, 2018).

Breve reseña de Vida de Perro // Diego Valeriano

Este es un libro que aplaca la verborragia panelista, esa patria llena de políticos, psicólogas, buscas, consejalas ansiosas, minutos tarifados y manteros de la filosofía. Es un libro necesario, algo irrespetuoso, con un poco de venta de humo, con disciplina y paciencia, tal vez con pocas risas. Es un libro que no puede dejar de leerse. Es uno de esos libros de los que se habla, de los que se aprende. Es un libro al que le faltan las puteadas que le queremos hacer a los  los setentistas, a la patria socialista. Es un libro donde se cruzan el 2001 y los 70, la resistencia peronista y cada una de las revueltas plebeyas. La orga y el piquete, el FAL y la gomera.

Dos investigadores militantes se encuentran y son dos que saben, dos que son lo que son, que no conceden un centímetro ni por respeto, que hablan entre ellos, pero que le quieren hablar a las pibas, a las comisiones internas, a las travas que venden falopa, a cada inmigrante que tiene que abandonar su tierra, a nuestras muertas, a los que empuñaron un fierro por convicción, a las que no quieren ser patrullas perdidas, a los que la aguantan donde sea. Es un libro contra la crueldad neoliberal.

Es también un libro de uno de los nuestros, uno que pregunta, que es amigo, que se esfuerza al máximo por entender, que se equivoca y que se confunde tanto que se enferma. Uno que de alguna manera nació, murió y resucitó en el 2001. Es un libro donde el que pregunta corrió con nosotros esquivando balas por Avenida de Mayo, tomó mate en el puente, fue por su cuenta a la plaza el 27 de octubre, estuvo todo lo  cerca que se tiene que estar de las Madres, preguntó a quienes no les interesaba responder.

En este libro el que pregunta es un chabón que insiste, que no para de hablar a donde lo convoquen, que encuentra siempre una arista más, que sufre por pavadas, se emociona con cada nueva lucha, se mete en los pasillos y laberintos.  Que no se entrega al cinismo propio de la edad y que siempre que puede, lleva a Iván a la cancha y plazas como único legado genuino.

Siete chavismos y una metamorfosis (entrega 1) // Marco Teruggi

Las palabras se gastan y a veces es bueno regresar a ellas, interrogarlas. Preguntar, por ejemplo, qué nombramos cuando decimos chavismo. O cuántos chavismos hay en el chavismo. Es necesario descomponer una palabra que usamos a diario, más que una palabra una categoría, donde entran más de veinte años de historia. Hacerlo en particular en épocas como estas, donde el agua se acerca al cuello, las elecciones presidenciales son el round por venir, y necesitamos ganar.

Parto de una certeza: el chavismo es Chávez y más que Chávez, más que un gobierno, un partido, una liturgia, dos mil comunas, dos millones de viviendas, decenas de elecciones casi todas ganadas. ¿Qué es? El chavismo desborda al mismo chavismo.

Acercarse a la respuesta tiene dos movimientos: desarmar por partes para luego volver a unir en un todo. Un ejercicio de análisis para adentrarse en las profundidades de un proceso político que los adversos desprecian y temen, y que muchas veces, en filas propias, es reducido a su dimensión gubernamental. No se puede comprender cómo seguimos de pie, contra las cuerdas o en el centro del ring, sin adentrarnos en los territorios donde se gestan las pasiones chavistas, las subjetividades, formas de organización, relación entre las partes, tensiones que parecen a veces al límite y luego se resuelven. Detrás de la pregunta está la cuestión principal: qué defendemos cuando vamos a elecciones o enfrentamos una violencia diseñada para empujarnos a los disparos.

Son ocho chavismos. Puestos sobre la mesa por partes, que luego se rearman para quedar palabra. Somos nosotros mismos, en ocho entregas y una metamorfosis.

ENTREGA 1:

El viejo y el machete

El viejo cuenta cuando le metieron la aguja en el ojo y se le aflojó todo. La imita con el dedo, de lejos hasta casi tocarse. Luego que le rasparon la parte de adentro y pensó que listo, no vería nunca más. A los días la luz pasó de tenue a entera, y ya Cuba no era Cuba sino nuevamente Venezuela, en la parte baja de Mérida, que a veces es Zulia, o también Trujillo, y se conoce como Sur del Lago. Volvió a agarrar el machete, calzarse las botas, andar con la camisa a medio abrir, y a rescatar tierras de manos de los terratenientes. Eso, se sabe, cuesta vida. Más de trescientos campesinos asesinados en dieciocho años. Quitarle poder a quien siempre lo ha tenido desata muerte.

Fue su primera vez en un avión, en una clínica de excelencia, todo fue gratuito. ¿Qué proceso político invierte dinero en los ojos de un campesino viejo? ¿Qué piensa un campesino viejo cuando recupera la totalidad de la mirada que daba por perdida? Fue junto a su compañera y varios contingentes de venezolanos. No se olvida de un solo detalle, tampoco de cómo se rescatan tierra: quince años después sigue ahí, terco con su machete y las botas con barro. El país ha cambiado en ese tiempo, la ola de avances contra la oligarquía se estancó, con un saldo de más de cuatro millones de hectáreas recuperadas y varios debates abierto. ¿Se hicieron productivas las tierras rescatadas? ¿Funcionaron de mejor manera las recuperaciones en manos del Estado o de los campesinos organizados?

Se podrían escribir miles de páginas de historias similares, de las masas de desposeídos que pudieron estudiar, tuvieron atención médica, pasaron de ser excluidos a centro de gravedad de un país, a politizarse, entrar a teatros, oficinas no solo para limpiarlas, a acceder a departamentos nuevos, imaginarios, a ser reivindicados por Chávez, proveniente él mismo de ese territorio histórico. Se trató de una democratización radical, en manos de la gente de a pie. El barrio, los pobres, campesinos, marginados, mujeres, sobre todo mujeres.

Como un dique que reventó, y los perdedores de traiciones de independencia y pactos de élites irrumpieron en la escena. Con pasiones alegres, impactantemente alegres.

La deuda histórica acumulada era inmensa al acceder Hugo Chávez a la presidencia. Falta de salud, acceso a la educación, la vivienda, la cedulación, el agua, la comida, los estragos de la avaricia de quienes condujeron a las mayorías de un un país petrolero a la pobreza. Es falso el mito de la Venezuela feliz pre-Chávez. Esa Venezuela había volado por los aires el 27 de febrero de 1989, y los protagonistas de esos días de plomo y multitud fueron quienes construyeron la columna vertebral del chavismo, su horizonte. Ahí puso Chávez la apuesta estratégica. Y lo primero fue esa deuda, resolverla de manera acelerada: abrir centros de salud, misiones para el estudio, agua para los barrios, comida en los platos.

Reducir la cuestión a lo material es como reducir el chavismo a un gobierno: un error. El proceso generó una revalorización de millones, como personas, historia nacional, popular, forma de vida, color de piel. La dignidad, el orgullo en su mejor sentido, esa fue la potencia que se puso en movimiento, enfrentó el golpe de Estado del 2002, el paro petrolero, permite resistir estos años en que las conquistas materiales -salvo excepciones como las viviendas- ya no avanzan, retroceden, y quienes son mayoritariamente afectados son las clases medias y bajas, centralmente la base social chavista.

El chavismo se configuró como algo propio, identitario, el nombre político de los que siempre estuvieron fuera del juego. Existe una ecuación que pocas veces falla: cuanto más humilde materialmente es un barrio, más chavista es su gente. La clase media emergente fue la primera en alejarse ante los impactos de una guerra diseñada y combinada con errores propios -las clases medias históricas asociaron mayoritariamente su destino al de los ricos miameros. La dimensión del chavismo como identidad, potenciada por el vínculo racional/sentimental con la figura de Hugo Chávez, se construyó por un protagonismo en la conquista de las cosas: no cayeron del cielo.

Lo escucho al viejo. Cuando tenemos sed corta un coco con el machete, convida el agua, cuenta de la producción, de los rescates de tierras que ahora producen maíz, yuca, plátanos, porque de lo que se trata es de democratizar la tierra y darle la productividad que nunca le dieron los terratenientes. El viejo no se ha hecho rico, tiene la piel como cuero, flaco con los músculos tensos, sigue en la de siempre. ¿Quién le quita el ser chavista? Aunque la situación esté difícil, se hayan dado desalojos a campesinos con la complicidad de quienes deberían ser chavistas y ante un monto en dólares se dieron vuelta, o tal vez siempre se acomodaron y nunca fueron. Él mismo es el chavismo.

Son millones como él. La base social dura del chavismo, el mismo chavismo. Que emerge cuando muchos dan la pelea por terminada. Como el 30 de julio del año pasado, cuando más de ocho millones de personas salieron a votar por la Asamblea Nacional Constituyente luego de cuatro mese de acorralamiento violento, donde ser chavista en una zona de clase alta era sentencia de muerte casi segura. ¿Por qué cruzaron ríos para sortear paramilitares e ir a votar? No fue por el gobierno, el partido, ni seguramente por la misma necesidad de cambiar la Constitución, fue por algo más grande, más hondo, una historia, una identidad, fue por uno mismo. La escala de prioridades, valores y capacidad de respuesta, es otra.

Si no se entiende a la clase, su pasado, formas territoriales, económicas, culturales, su manera de hacer política, no se entiende al chavismo. Ahí está la génesis. Y es ahí donde se debe comenzar a recomponer partes de lo perdido, lograr el sentido común otra vez. Porque muchos, en las mismas zonas populares, se han alejado, desafiliado, ingresado al ejército de quienes se levantan cada día para resolver los problemas materiales y dejaron de creer en la revolución como horizonte de posibilidades. No van a otra opción política, vuelven a lo privado, es el repliegue. Producto del desgaste de guerra -es uno de sus objetivos- y de las decepciones con dirigentes del chavismo que reproducen las formas de hacer política contra las que se alzó la revolución: clientelares, monopolistas de la palabra. Es el chavismo contra sí mismo, los muchos chavismos dentro del chavismo. El viejo lo tiene claro.

Chávez ya no soy yo, había dicho Chávez.
Tenía razón.

MARCO TERUGGI

FUENTE: TELESUR

Diego Sztulwark a propósito de la publicación de su libro de diálogos con Horacio Verbitsky // Mariano Pacheco

En la semana en que se presenta Vida de Perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri, conversamos con Diego Sztulwark, autor del libro en el que recoge dos años de diálogos con Horacio Verbitsky, publicado recientemente por Siglo XXI y editorial Tinta limón.

Rodeado de libros de filosofía y política, en el sitio en donde coordina sus grupos de estudio en la ciudad de Buenos Aires, Diego Sztulwark nos recibe para mantener una charla fugaz, entre mate y mate, y compartirnos un ejemplar del libro que acaba de publicar. En este diálogo breve pero intenso el ex integrante del Colectivo Situaciones (actual redactor del Portal Lobo suelto y columnista de La luna con gatillo) se mete de lleno en una tarea que –compartimos- se torna vital para el devenir de las experiencias de lucha y organización que se vienen sosteniendo en la Argentina de postdictadura.

¿Qué repercusiones tuvo en vos el hecho de haber revisitado todas esas experiencias del periodismo y la investigación de la que Horacio Verbitsky fue parte? Digo: más allá de lo que fueron esos momentos, que despertó en vos en términos de pensar el periodismo y la investigación en la actualidad.

A mí la figura de Verbitsky siempre me resultó fascinante. Digo: fascinante no en el sentido de que uno admira a alguien, sino de que pude ver ahí un estilo de presentación de la información y un estilo de confrontación que no venía del mundo periodístico propiamente dicho sino de una tradición militante, sea lo que sea que uno puede opinar de los períodos militantes de Verbitsky. La que me interesó fue eso centralmente: la investigación como una zona de rigor, en la que se trata –por ejemplo– de problematizar como operan las derechas, cómo actuar los poderes, y ser capaz de ofrecer una información sistemática para disputar, en el plano de la comunicación, cosas que también se están disputando en el plano de la calle, de la lucha social y sindical. Creo que eso hoy no se ve en el periodismo dominante, quizá sí se lo puede ver en determinados medios alternativo o periodistas particulares, pero no es la línea dominante en el periodismo actualmente. Y cuando uno se pone a ver de dónde viene todo eso, se topa inmediatamente con la figura de Rodolfo Walsh. Y pensando en él, se me ocurrió en que era posible trazar ea línea, la que va desde Prensa Latina con la Revolución Cubana –no entendida como fenómeno nacional sino como uno continental, regional– donde empieza a entenderse, en el plano de la comunicación, la información y la difusión, hay una disputa específica que dar (en el caso de la Revolución Cubana, con el imperialismo); y cómo a partir de ese fenómeno, una serie de intelectuales-militantes de ese período se comprometen con esa tarea. Siempre me pareció que había una relación entre esa experiencia, y la experiencia de la formación de las áreas de Información e Inteligencia, como la que desarrollaron Walsh y Verbtsky primero en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y luego en Montoneros, pero que puede verse en casi todas las formaciones guerrilleras. En todos los grupos revolucionarios en realidad estuvo siempre muy presente esta necesidad de la información y la inteligencia o como la querramos llamar. Y después también está todo el período de la prensa clandestina, de ese intento de seguir actuando autónomamente desde los movimientos populares –aún en los peores momentos– para librar esa lucha específica en el plano de la información y la inteligencia.

Sería pensar ese ciclo de las luchas revolucionarias de los años 60 y 70 previos al aniquilamiento vía el terror de todas esas experiencias…

Claro. Y desde 1977, la aparición de los organismos de derechos humanos, que también tienen una zona de investigación, más vinculada a lo jurídico, es cierto, a diferencia del período anterior donde la información está vinculada a la revolución. Toda esa lucha vinculada a investigar el genocidio creo que es una lucha muy vigente. No estoy de acuerdo con quienes plantean que es algo ligado sólo a los años 70. Me parece que hay toda una posibilidad de gestar figuras penales para los actores económicos que fueron parte del vínculo entre terrorismo de Estado y acumulación de capital. Insisto: me parece un tema no cerrado aún. Pero también la Iglesia, y los cuadros civiles, empresariales, que todavía no se ha encontrado la figura penal de cómo tipificarlos para juzgarlos. Yo creo que eso sigue siendo una tarea y que los organismos de derechos humanos de algún modo heredan ese hilo rojo de la investigación. Pero no sólo los organismos, porque después aparece el movimiento piquetero, y el Ni Una Menos y todas las militancias más ligadas a los movimientos sociales que a las organizaciones políticas como en los años 70. Y todas esas organizaciones enfrentan de algún modo el mismo desafío: poder entender contra quien pelean, comprender en el plano de la información y de la comunicación qué es lo que está en juego. Y yo creo que ese hilo rojo que va desde la Revolución Cubana hasta los movimientos sociales, de Prensa Latina a los intentos actuales de disputar es ese plano intelectual (de la información, la comprensión, la comunicación, la inteligencia), es una lucha estratégica de los movimientos sociales. Tampoco creo que sea una tarea de especialización burocrática sino que es algo que nos corresponde a todos: comprender que es una tarea estratégica, que hay una historia viva de estas funciones. Y creo que es una tarea poder proponer, a las organizaciones sociales, que se preste atención a este plano. En ese sentido no es que importe tanto la figura Horacio Verbitsky sino un método de trabajo, que tiene una historia muy larga, y que uno no querría que se pierda. Tampoco conservarla como es, pero sí rescatarla para pensar que hay ahí para actualizar, para recrear.

Vos también que te dedicas a coordinar grupos de estudio de filosofía: ¿ves que se produjeron ahí algunos cruces entre el pensamiento crítico occidental – por decirle de algún modo- y esta tradición crítica del periodismo nacional/Latinoamericano?

El cruce no se produce en Horacio Verbitsky, pero sí en compañeros que trabajamos esto. Cuando empezamos a trabajar, Horacio me dijo: “vos sos muy filósofo, muy abstracto, no sé si vamos a poder trabajar juntos”. Pero al final, lo que empezó a pasar –me parece– es que esa articulación le gustaba, pero no la quería hacer él. Entonces de algún modo me ofrecía que la hiciera. Es decir, tratar de teorizar un poco sobre esta dimensión de la investigación con elementos no tan tradicionales de la militancia de los 70, que tuvo una serie de categorías que pueden haber sido muy operativas para ese período -y que incluso hoy pueden tener alguna vigencia- pero que queda claro que si son sólo esas categorías falta incorporar mucho material.

Yo creo que sí, que el archivo europeo, por decirlo de algún modo, ese que va desde Spinoza a Marx, de Marx a Mayo del 68, tiene una potencia enorme. Un archivo, por otra parte, que seguramente los mismos europeo no sepan usar ya, pero que en la situación Latinaomericana –vinculado al último ciclo de luchas de los movimientos sociales– es muy susceptible de ser apropiado desde nuestra condición, nuestra experiencia, nuestro lenguaje. Creo que sería muy sectario de nuestra parte decir que hay cosas que pueden tener un valor pero que no las vamos a usar porque vienen de afuera. Ningún lector de Mariátegui, como fui yo toda mi vida, podría tener una mirada tan sectaria como para sostener que hay que descartar esa dimensión internacional o cosmopolita del conocimiento, de la conexión entre las luchas y las imágenes del pensamiento.

En este sentido, para mí, para mi formación, un autor argentino que fue clave es León Rozitchner. Y todo el período de trabajo con Verbitsky en mi cabeza estuvo esta comunicación con Rozitchner. ¿Por qué? Porque siempre una investigación empírica conecta con un plano más general de conceptos y de ideas que permiten pensar esa investigación. Y voy a poner un ejemplo: Verbitsky tiene una obra –para mí bastante desconocida y muy fundamental– que son los cuatro tomos sobre la historia política de la Iglesia argentina. Unas 1.600 páginas muy documentadas sobre el papel de la Iglesia en el siglo XX en el país. Básicamente, el momento en el que la secularización incompleta de la Argentina liberal, por presencia de la clase obrera migrante, lleva a la burguesía a aliarse con una iglesia a la que estaba combatiendo. Y a tomar de la Iglesia una ideología general del control, unas jerarquías naturales que se traducen luego en jerarquías sociales, y a delegar la represión del movimiento obrero en ese saber de la Iglesia. Entonces sucede que se produce ese ensamble, en donde las clases dirigentes –que no llegaban a ser laicas en el sentido europeo– le dan a la Iglesia la tarea de adoctrinar a las Fuerzas Armadas para la represión de un movimiento obrero que, cada vez más, era migrante y con ideas libertarias. Entonces, ese proceso que va desde comienzos del siglo XX a la ESMA, es una historia donde resulta muy difícil diferenciar Iglesia y Fuerzas Armadas. La doctrina de la tortura, la contención de los cuadros militares, toda la concepción anti-revolucionaria de las Fuerzas Armadas, viene muy elaborada en relación con ciertas corrientes de la Iglesia (vaticana, pero también francesa). Mientras yo leía esos tomos, tenía en mi cabeza La cosa y la cruz, el libro de Rozitchner, una investigación que tiene en su horizonte un período mucho más largo, porque es prácticamente una historia del cristianismo, entendido como una gran metafísica que separa cuerpo y alma y denigra la materialidad del cuerpo a favor de una inmaterialidad del alma. En Rozitchner entonces, el cristianismo tal como se constituye a partir del siglo IV –cuando se transforma en una religión de imperio y pasa a ser una tecnología de producción de subjetividades controladas – es una preparación del capitalismo. Por eso para mí, poder leer una tesis filosófica tan compleja y tan documentada como la de León Rozitchner, puesta en relación con una investigación empírica (como las 1.600 páginas de Verbitsky, en donde se recorre un archivo enorme y al mismo tiempo muy situado), me permitió indagar en por qué nuestro pensamiento crítico tiene tanto horror con las derechas eclesiales. No sólo porque nos gusta leer a Niestzsche y sus críticas al cristianismo, sino también porque esas lecturas nos permiten entender cómo se armó la picana, y cómo se puso a funcionar ese dispositivo que reventó a nuestros compañeros. No son cosas distintas. Entonces, la posibilidad de ensamblar el pensamiento crítico tal y como nosotros necesitamos pensarlo dadas las cosas que vivimos, con una investigación empírica, rigurosa, con datos, lo que permite es armar una fuerza del tipo discursivo, intelectual, que no está separada de la fuerza de política callejera. O por lo menos, como decía León, deberíamos apostar a que aquello que se juega en el plano de la calle sea lo mismo que se juega en el plano de las ideas.

Vida de Perro… se presenta este miércoles 2 de mayo en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark conversarán de 18.30 a 20 horas en la Sala Carlos Gorostiza.

Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark conversan sobre Vida de Perro // Clinämen

Conversamos con Horacio Verbitsky sobre el libro con Diego Sztulwark Vida de Perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri. La conversación como método de balance, reflexión e investigación. El debate entorno a la violencia en los 70. Bergoglio papa y el rol de la iglesia en la política argentina. Historizar la derecha, el macrismo y las luchas contra el poder.

“Sólo el marxismo explica por qué el capitalismo es inhumano” // Entrevista a Michael Löwy.

Fuente: Revista Intersecciones

Por: Facundo Nahuel Martín

La primera pregunta que queremos hacerte tiene que ver con la crisis del marxismo. El marxismo fue dado por muerto varias veces en su historia, pero particularmente en los años ’80 y ’90. Tanto en la academia y como en la política se impuso una impresión muy fuerte sobre la muerte del marxismo, y pareciera que luego de la crisis de 2008 (crisis económica mundial) hay una “rehabilitación” de la teoría marxista. ¿Cómo leés ese fenómeno, cómo lo analizás?

Sí. Mira, hay una frase interesante que dice así: “El marxismo está definitivamente muerto para la humanidad”. ¿Fecha? ¿1989? No. ¿1921? Tampoco: 1907, Benedetto Croce. Diez años después, Revolución Rusa. De esas previsiones de la muerte del marxismo, hubo miles y las va a seguir habiendo. En cuanto exista el capitalismo va a existir el marxismo. Obviamente. claro que hubo una coyuntura favorable a eso de la crisis del marxismo, que fue la caída de la URSS. Mucha gente creía que la URSS era la encarnación del marxismo y todo eso obviamente generó condiciones para que la burguesía tratara de librarse de una vez de ese espectro: el espectro del marxismo, el comunismo y el socialismo. Pero creo que no lo lograron.

Efectivamente, como tú lo dices, la crisis de 2008, abrió un espacio… Y esto sigue así, con altos y bajos. Hay momentos en que hay una ofensiva grande, la burguesía intenta hacer tierra arrasada con el marxismo, hay momentos en que no puede porque los problemas del capitalismo se tornan tan evidentes que, bueno… Entonces la burguesía dice: “No, pero Marx como estudioso del capitalismo, las crisis; sí, es interesante. Lo que no aceptamos es esa locura del socialismo”. Bien, pero creo que lo importante es ver más bien el hilo de continuidad. Es decir, con esos altos y bajos a la superficie, a nivel de la prensa y de la opinión más o menos politizada, bueno, creo que lo importante es, digamos, la línea de continuidad de fondo, que es… digamos que el marxismo es parte de la cultura moderna… y ya no se lo puede sacar de ahí. De una manera u otra, siempre vuelve, porque la única -digamos- forma de pensamiento crítico que logró entender, explicar, qué es el capitalismo, cómo funciona, por qué es insoportable, por qué es inhumano, injusto, y cómo hacer para acabar con él y sustituirlo por una sociedad justa, racional, etcétera. Por eso no va a desaparecer el marxismo.

Creo que tenemos que ver eso con un poco de distancia. Esas olas, altibajos, por eso he vuelto a la cita de Croce, para relativizar un poco eso. Y ver que, bueno, el marxismo está ahí, ¿no? Sartre tiene una frase que me gusta mucho: “El marxismo es el horizonte intelectual de nuestra época”, que sigue valiendo hasta hoy. Y las tentativas de superarlo terminan volviendo atrás, como las formas de pensamiento premarxistas, liberales, qué sé yo.

 

Hay una relación entre la última (si se la quiere llamar así) crisis del marxismo de los ’80 y ’90, y el ascenso en el mundo académico (pero habría que ver qué implicancia tiene esto en la política) del posestructuralismo y de cierta crisis de la modernidad y de las ideas universalistas de la modernidad. ¿Cómo se relaciona el marxismo con el proyecto de la Ilustración, el proyecto de la modernidad?

[Suspira]: Uf, bueno…

Es un poco vasta la pregunta, ¿no?

Sí, lo es… Bueno, yo creo que el marxismo obviamente es hijo de la Ilustración. Es la versión crítica, radical, revolucionaria de la Ilustración, pero es una versión autocrítica de la Ilustración. Se da cuenta de los límites de la Ilustración. Hubo dos grandes formas de la Ilustración, que fueron el materialismo francés de los enciclopedistas y el idealismo alemán. Marx tiene su origen en los dos, pero las supera dialécticamente: toma de ellas lo que tienen de crítico y de -digamos- importante para el pensamiento, pero las supera. Entonces hay un proceso de superación dialéctica de esas herencias de la Ilustración. Y lo mismo con la modernidad, es decir, el marxismo obviamente es una forma de pensamiento moderna, no surgió en el Medioevo [ríe], solo podía surgir en el momento que surgió, en el momento determinado de la modernidad; pero tiene una visión muy crítica de la modernidad realmente existente, que es la modernidad capitalista.

La posmodernidad para mí es… fue un fenómeno… en fin, una moda intelectual, una moda intelectual que tuvo cierto éxito, bueno, atrajo a intelectuales, estudiantes… Digamos, dio lugar a muchos estudios, tesis de doctorado, toda una literatura, etcétera; pero no es algo que, digamos, tenga un peso político, cultural, de fondo. Para mí es un fenómeno un poco superficial. Lo que sí tiene una importancia (y los posmodernos un poco lo teorizaron, pero el fenómeno venía ya de antes y sigue hasta ahora) es lo que se llama, se suele llamar “las políticas identitarias”. Es decir, la tendencia a negar los universalismos y autoafirmación de identidades particulares, que pueden ser étnicas, sexuales, religiosas, lo que sea, nacionales; en fin, de todo tipo. Y bueno, y sí, hay movimientos sociales, con los cuales tenemos que dialogar buscando incorporar sus legítimas demandas. Tienen que ser parte de nuestro programa revolucionario, pero al mismo tiempo criticando sus limitaciones y planteando la necesidad de -digamos- articularlas con una perspectiva universalista. Pero no puede ser un universalismo abstracto, que ignora a esas demandas, sino, como decía Hegel, un universal concreto que lleve en cuenta las particularidades.

Digamos, en Estados Unidos, si tú vas a una manifestación de “Black Lives Matter” y dices: “Pero es la lucha de la clase obrera lo que interesa porque es universal y usted está dividiendo a la clase obrera”, obviamente te van a recibir con piedras, con razón, ¿no? Entonces la lucha de los trabajadores por el socialismo tiene que incorporar la lucha de los negros por sus derechos, como un tema central. Si el universalismo no lleva en cuenta esas opresiones y esas legítimas demandas, es un universalismo falso. Es un pseudo-universalismo que esconde el mantenimiento de discriminaciones, de privilegios, de opresiones. Entonces creo que hay que distinguir esa crítica legítima del universalismo abstracto, tanto de la burguesía (obviamente) pero también de la izquierda, ¿no?, con esa crítica, esa postura posmoderna que pretende negar… en fin, que lleva a un relativismo total: “Bueno, cada uno tiene su idea de lo que es la verdad, el bien”, y bueno, ¿y cómo quedamos? Entonces el posmodernismo consecuente llega a un impasse, incluso en sus versiones más de izquierda, más simpáticas, por ejemplo como Boaventura de Sousa Santos, que es un hombre al que le tengo mucha admiración, es un pensador crítico muy comprometido con las luchas sociales, pero su teoría lleva a un callejón sin salida porque afirma la “pluralidad epistemológica” o algo así. Y entonces cada etnia, cada nación, cada raza, cada religión, cada pueblo, en fin, tiene su manera de conocer. ¿Y con qué quedamos, no? En fin, ¿todos son iguales o hay algunos que son mejores o…? Y si son contradictorios, ¿qué posición tomar? Así no podemos, ¿no? Ahí veo los límites del posmodernismo y su variante más izquierdista y más avanzada.

 

En tu trabajo estudiás esta idea de que hay rebeliones románticas que pueden ser anticapitalistas. Y da la impresión de que este elemento romántico acompaña siempre a la experiencia de la modernidad, como malestar, como incomodidad con la modernidad. ¿Hay ese elemento hoy en la sociedad, en las luchas incluso? ¿Dónde ves el romanticismo en la sociedad actual?

Antes de llegar a contestar quiero decir una palabra sobre Marx, para vincularla con lo que he hablado antes. Marx tiene una frase muy interesante sobre el romanticismo que dice exactamente lo que tú dijiste ahora. Marx dice así (recitado de memoria): “En las épocas anteriores”, no dice cuáles, anteriores, del pasado precapitalista, “existía una mayor plenitud, porque las cualidades humanas no estaban enajenadas. Querer volver a esa plenitud del pasado como plantean los románticos, es absurdo, es imposible y absurdo. Quedar con el vacío presente de la sociedad burguesa, peor aún”. Obviamente lo que él propone es otra cosa: es un salto al futuro. “Pero la burguesía es incapaz de responder a la crítica romántica”, esa que quiere volver a la plenitud pasada, “que tiene su legitimidad”, porque efectivamente existió esa plenitud, “y por tanto esa crítica romántica va a acompañar a la sociedad burguesa hasta el día feliz en que ya no existirá la burguesía”.

Acá Marx dice tres cosas muy importantes: Primero, el romanticismo tiene que ver con la idea de que en el pasado existió una mayor plenitud, esa es la idea fundamental. Dos: esa idea tiene cierta legitimidad, es verdad que existió una mayor plenitud. Pero, tercero, no podemos volver al pasado, eso es absurdo, en eso los románticos están equivocados. Aunque obviamente la burguesía es incapaz de responder porque representa el vacío, ¿no? Y en cuanto existan la burguesía y el capitalismo seguirá existiendo el romanticismo. Ese me parece el punto de partida para entender el fenómeno del romanticismo. Ahora, dentro del romanticismo… Esto Marx no lo dice en los Grundrisse, esto lo añado yo, y es la única cosa que pienso que hay que añadir, porque en esa frase Marx lo dice casi todo lo que hay que decir sobre el romanticismo [ríe], solo falta una cosa que es importante: dentro del romanticismo hay corrientes, digamos, regresivas, restauradoras o reaccionarias directamente, que efectivamente piensan que es posible volver al pasado, restaurar no sé qué: el Medioevo, el estado de naturaleza, lo que sea. Hay otras corrientes que son críticas de la modernidad capitalista o burguesa, pero saben que la vuelta al pasado es imposible, no creen en un futuro, por tanto son resignadas. Esta sociedad es mala, el pasado quizás era mejor, pero no podemos volver, por tanto tenemos que aceptar eso que existe, o por lo menos no poder hacer nada. Hay un fatalismo resignado. Max Weber es un buen ejemplo de eso. Y después, hay una tercera forma de romanticismo, que no quiere volver al pasado, sino dar una vuelta por el pasado en dirección al futuro, y eso está presente desde el inicio del romanticismo. Para mí el gran fundador del romanticismo en el siglo XVIII es Jean-Jacques Rousseau. ¿Qué dice Jean-Jacques Rousseau? “El hombre que vivía en estado de naturaleza”, incluso menciona a los salvajes de América Latina (los caraíba), “eran gente muy feliz, no había propiedad privada, había libertad y había igualdad”. Ahora, ¿qué propone él? Entonces Voltaire se burla de él, dice: “Mi amigo Jean-Jacques, ¿qué propones? ¿Que volvamos a vivir en los bosques, de cuatro patas [sic], comiendo hierba?” [ríe]. Se burla de él. Obviamente, eso no es lo que propone Rousseau ¿Qué propone Rousseau? En la sociedad actual hay propiedad privada, no hay libertad, no hay igualdad. Estamos en los hierros, dice, el hombre de la sociedad moderna es un prisionero. Bueno, entonces lo que él proyecta es una democracia (para él no es el comunismo), una democracia en el futuro, en la cual volveremos a encontrar la libertad y la igualdad, pero en una nueva forma, que no puede ser la de los caraíbas. Eso lo llamo “romanticismo revolucionario”. Y esa es una corriente que atraviesa los siglos, como el romanticismo. Siempre hay en el romanticismo esas dos almas: la conservadora, la regresiva; y la revolucionaria. Y eso sigue con William Blake, con Shelley, con, en fin, algunos de los socialistas utópicos, y llega al fin del siglo XIX con William Morris. Y después en el siglo XX ya con gente como Ernst Bloch y Walter Benjamin, etcétera, etcétera.

Ahora, volviendo un momento a Marx: Marx no era romántico, ¿no?, obviamente. En el texto de Grundrisse lo dice: no era romántico, era un hombre mucho más de la Ilustración que del romanticismo; pero en parte él se va a apoyar sobre la crítica romántica al capitalismo y a la burguesía, va a utilizar eso. Ya en la Crítica de la economía política él obviamente parte de los clásicos (de Smith, Ricardo), pero para criticar a Smith y Ricardo va a utilizar a Sismondi. Sismondi es un pequeñoburgués que quiere restaurar el artesanato y la pequeña propiedad campesina, y eso es imposible. Pero Marx dice: “Las críticas que hace Sismondi a la burguesía, a la sociedad capitalista, son acertadas: que lleva a la destrucción de las clases populares, provoca empobrecimiento, la desigualdad social…”, en fin, hay todo un párrafo del Manifiesto Comunista que habla de Sismondi, ¿no?, de la crítica de Sismondi al capital. Marx toma de los románticos elementos de esa crítica, sin la ilusión de la vuelta al pasado. Y eso lo volvemos a encontrar también más tarde en los textos de él o de Engels sobre la comunidad primitiva, lo que llaman el “comunismo primitivo”. Y por fin, en los textos del propio Marx (pero eso ya es mucho más importante políticamente), sobre la comuna rural rusa, cuando él dice: “Quizás la comuna rural rusa (que es algo premoderno, precapitalista, de propiedad semicolectiva, etcétera) puede ser el punto de partida para una regeneración socialista de Rusia”, en fin, toda esa cosa. Entonces, hay un elemento, una vertiente romántica revolucionaria en Marx y Engels, aunque ellos fueron mucho más hombres de la modernidad, de la Ilustración. Dentro del marxismo, en el siglo XX, hay una vertiente que yo llamaría “marxista romántica”, que viene con Ernst Bloch, Walter Benjamin y en América Latina José Carlos Mariátegui. José Carlos Mariátegui es un marxista romántico típico. Quizás más aún que los europeos.

Hoy en día (para llegar a tu pregunta [ríe]), hoy en día, ¿dónde está el romanticismo? Bueno, más de una vez encontramos varias formas de romanticismo. Para mí, digamos, mi concepto de romanticismo es: el romanticismo es una crítica de la sociedad burguesa. Si no es crítico de la sociedad burguesa, no es romanticismo. Entonces los reaccionarios que hablan del pasado pero aceptan el capitalismo, no son románticos. Por ejemplo, las sectas evangélicas que hay en América Latina: parecen estar hablando del pasado, de valores religiosos del pasado, regresivos, reaccionarios, etcétera; pero son ultra capitalistas, solo piensan en los valores del mercado, teología de la prosperidad y sus iglesias son verdaderos negocios capitalistas, cien por ciento. Entonces eso no es romanticismo, eso es otra cosa. El romanticismo es cuando efectivamente se lleva en serio esa idea de que el pasado es una referencia y se critica a la sociedad burguesa o al capitalismo. Y eso lo encontramos en varias formas, algunas reaccionarias efectivamente, pero también formas que tienen una dimensión utópica, progresista, revolucionaria, como se quiera llamar. Y para mí, en América Latina hay un ejemplo, que me parece muy importante, de un movimiento social pero también cultural que tiene su expresión en el pensamiento filosófico, antropológico, en la cultura, en la literatura, en la música, lo que sea, que es el indigenismo, que es un movimiento muy heterogéneo con vertientes más procapitalistas, otras más críticas. En su forma más crítica del capitalismo, el indigenismo critica a la modernidad capitalista partiendo de los valores de las culturas indígenas precolombinas, tradicionales, y su relación con la naturaleza (entonces hay una dimensión ecológica que es muy importante). Y eso tiene un impacto que va más allá de las comunidades indígenas, por ejemplo: toma Estados Unidos, toda esa pelea de los indígenas sioux contra Dakota Pipeline, una pelea muy importante desde el punto de vista ecológico, en contra del proceso de las energías fósiles, sucias, el calentamiento global, una pelea ecológica fundamental. Y ellos atrajeron a mucha gente: jóvenes, mujeres, ecologistas, sindicalistas a veces, gente de izquierda, que vino a apoyarlos en sus grandes campamentos. Y esa gente tenía mucha admiración por los indígenas, por su relación con la naturaleza, por su cultura, por su manera de actuar como una comunidad unificada por una mística, una espiritualidad, ¿no? Si tú lees el libro de Naomi Klein, Esto lo cambia todo, eso aparece en varios momentos. Ella no es indígena, es una judía de Canadá [ríe]. Pero ahí se ve esa identificación con los indígenas. Eso para mí es una forma de romanticismo progresista, si se quiere, hoy y en América.

 

La última pregunta, que hilvana con lo anterior: Muchas veces hay una acusación al marxismo de ser una ideología modernizadora, una filosofía eurocéntrica y además depredadora de la naturaleza. ¿Cómo leerías vos al marxismo en relación a ese tipo de problemas?

Sí, bueno. Es verdad que hubo interpretaciones del marxismo, que fueron bastante dominantes en el siglo XX, que lo interpretaron, lo formularon de esa manera, como una teoría de la modernización, que simplemente quería ser más eficaz, más racional que el capitalismo. Como un modo de producción que puede desarrollar mejor las fuerzas productivas que el capitalismo. Había mucho de eso en la Unión Soviética, ¿no es cierto? “Vamos a producir más acero que los americanos”, etcétera. Entonces es un hecho que el marxismo predominante (el estalinista y socialdemócrata) tenía esa actitud de que, al fin, el marxismo es una teoría de la modernización industrial, para unos de forma capitalista más social -digamos- y otros de forma no capitalista, pero siempre con ese proyecto y con todo un culto del desarrollo de las fuerzas productivas ilimitadas, etcétera, etcétera. Creo que sí hay que romper con eso, pero hay otra corriente dentro del marxismo que hizo una interpretación que, sin rechazar las conquistas de la modernidad, tenía esa coloración romántica de la que hablé antes. Por ejemplo José Carlos Mariátegui es alguien muy importante para nosotros en América Latina, e incluso más allá. Porque Mariátegui es alguien que habló del comunismo inca, y lo criticaron mucho por eso, le dijeron “romántico”, “populista”. Sí, antes de que llegaran los españoles había un tipo de comunismo primitivo, agrario, del imperio inca; pero no del imperio, de la estructura autoritaria del imperio, sino en la base, en el ayllu. Y eso es importante para nosotros, comunistas modernos, porque nos da un punto de apoyo para llevar el mensaje del comunismo moderno a las comunidades indígenas, a los campesinos, etcétera. Es una idea muy, muy interesante. Pero él obviamente no proponía restaurar el imperio inca [ríe] como algunos indigenistas que sí hablan de eso. Incluso tiene un pasaje en uno de sus ensayos que dice: “Bueno, ¿cuál es la diferencia entre el comunismo inca con el comunismo moderno? Que el comunismo inca era totalmente autoritario, un sistema en el que no había ninguna libertad del individuo. Nosotros queremos un comunismo moderno que incorpora las conquistas modernas de la libertad del individuo, la libertad de conciencia, de organización, etcétera”. Entonces, tiene esa visión dialéctica. No rechaza la modernidad, pero tiene esa referencia al pasado, como fuente de inspiración para la lucha revolucionaria por el comunismo en América Latina.

Yo soy un mariateguista del siglo XXI, yo creo que Mariátegui es una fuente muy importante para nosotros en América Latina, vale la pena volver a leer Mariátegui, inspirarse en él… Claro, muchas cosas han cambiado, no se trata de copiar, pero es una fuente de inspiración que muchas veces en América Latina no lo valoramos suficientemente. En la izquierda estamos habituados a leer Marx, Lenin, Trotsky o quizás Mao, o no sé quién, y se lee poco a Mariátegui, pero Mariátegui es fundamental. Además creo que es un pensador de la importancia y de la calidad desde el punto de vista de la profundidad filosófica, teórica, de los autores europeos equivalentes de su época: el joven Gramsci, el joven Bloch, el joven Benjamin, el joven Lukács, tienen mucho en común. Yo lo metería en ese equipo de los grandes pensadores marxistas más heterodoxos del siglo XX. Habría que añadir José Carlos Mariátegui.

“Esto es un retroceso horrible, pero no borra lo que se avanzó” // Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark

Adelanto del libro Vida de Perro, conversaciones de Horacio Verbitsky con Diego Sztulwark
Una extensa conversación con el investigador Diego Sztulwark le sirve al periodista y dirigente del CELS para ofrecer su mirada crítica sobre la historia y la actualidad argentinas. Desde el golpe de 1955 hasta la presidencia de Macri, realiza un balance de su experiencia vital, política y profesional. En este adelanto se ofrece un contrapunto entre los modelos kirchnerista y macrista y una mirada sobre el caso Maldonado.

Fuente: Pagina/12

Carta abierta ante las acciones persecutorias del diario La Nación // Lucía Pelourson

A todxs lxs interesadxs en la defensa de la Educación Pública:

Escribo esta carta conmovida por los sucesos de los últimos días, motivada por la enorme cantidad de compañerxs que impulsan todos los días la lucha por la defensa de nuestros Profesorados.

Ayer, mientras estaba en la escuela, mi teléfono no paró de vibrar. Llegaban miles de mensajes: así me enteré que el viernes 27/4 aparecí en el Diario La Nación.

Cuando vi la noticia entendí que sencillamente era una maniobra más del gobierno y las corporaciones mediáticas. Ahí estaba mi cara en un collage berreta junto a la de otrxs compañerxs. Algunxs pertenecemos a la Juventud Cienfuegos, otrxs a otras organizaciones, y otrxs son compañerxs no agrupadxs: todxs hartxs de no recibir respuestas por parte del Ministerio de Educación tras asistir martes y jueves a la Legislatura, movilizarnos, hacer clases públicas, y un sin fin de medidas más. Indignadxs tras el silenciamiento de nuestro reclamo, decidimos llevar nuestra voz – la de miles- a la Feria del Libro para que sea escuchada por nuestrxs representantes.

Dicen que se trató de una acción violenta. ¿Violenta? Jamás volaron sillas como quisieron deslizar. Jamás empujamos a nadie, de hecho, nos empujaron. Las “caras tapadas” eran parte de una performance artística con caretas: nadie ocultó su rostro porque todxs estamos muy convencidxs de lo que estamos haciendo.

Pero no pienso detenerme en el debate que ellxs quieren imponer. ¿Es que no se dan cuenta que lo violento es que vayan a cerrar 29 Institutos de Formación Docente? ¡Y los medios se preocupan por si gritamos más fuerte o más despacito!
Me genera indignación absoluta. Ya empezaron con lo de siempre. Que no queremos estudiar, que somos vagxs. Yo defiendo la educación pública porque la conozco, porque la transito todos los días. Tengo 23 años. Me recibí del Profesorado de Educación Primaria el año pasado. Ahora estudio el Profesorado de Educación Inicial. También estudio Sociología en la UBA y estoy haciendo una Tecnicatura en Recreación y Tiempo Libre en el ISTLyR. Lucho día a día no porque “soy militante” y tengo “objetivos políticos”, sino que por el contrario, soy militante y tengo objetivos políticos porque lucho día a día. Lucho porque defiendo mi educación, la educación de todxs. Elegí formarme como docente porque estoy convencida de que en la educación está la clave de la transformación.

Quiero plantear una última cosa: Si tienen pensado cerrar los Profesorados, echar a nuestrxs docentes, devaluar los títulos, cerrar nuestros Consejos Directivos, imponernos un rector a dedo, etc. al menos digan la verdad y dejen de dar vueltas. Si son los paladines de la democracia y se basan en “tener los votos”, ¿por qué jamás dijeron en su plataforma electoral que harían esta barbaridad? Quienes los votaron para ocupar esas bancas, no eligieron cerrar los 29 Profesorados. Tampoco hay especialista algunx que defienda esta reforma. En los terciarios el reclamo es unánime, nunca antes estuvimos tan unidxs. Docentes, estudiantes, Rectoras, toda la comunidad defendiendo nuestros Profesorados. ¿Hasta dónde piensan llegar?
No es cierto que están abiertxs al diálogo. Tal es así que nos enteramos de esta reforma por los portales de noticias.

Si son tan democráticxs, si realmente creen tener la razón y si supuestamente la población apoya este vaciamiento, le pido a la Ministra Soledad Acuña que nos convoque. Que me convoque junto a mis compañerxs de la CET, rectoras y especialistas a un debate público televisado donde la sociedad vea, escuche y se entere de lo que pretenden hacer. Esta es una propuesta democrática real. Que expliquen a todxs lo que van a hacer. Que se puedan exponer los argumentos y podamos intercambiar, porque este debate no se resuelve entre cuatro paredes, ni tampoco con una reunión de asesorxs de la Legislatura.
Espero realmente una pronta respuesta por la inmediatez y la urgencia. Mientras tanto, seguimos organizadxs, con más acciones, preparando una gran movilización para el 9 de mayo.

¡No al cierre de Nuestros Profesorados!
¡Viva la formación docente!

Lucia Pelourson
Conducción Cepn1 (Centro de Estudiantes Profesorado Normal 1)
Junta Representativa CET (Coordinadora de Estudiantes Terciarios)

Obreros del agite bailan en torno del mito de Sísifo // Ivanna Soto

A partir del Laboratorio de Creación II en el Teatro Cervantes, a cargo de Silvio Lang.

La experiencia no tiene un nombre más allá de lo pactado: Laboratorio de Creación II en el Teatro Cervantes, a cargo del director Silvio Lang (aunque en privado circulen títulos subterráneos como Fuerzas silvestres o Fuerzas plebeyas). Desde el vamos la linealidad impera y el encuentro se autodefine en público como lo que es: un espacio de experimentación en el que, desde febrero, los 25 artistas seleccionados entre los 500 que se presentaron exploran un lenguaje bestial.

Sabemos que los que impulsa Lang son cuerpos insurrectos. Shorts, mallas, tops, túnicas, polleras, bombachas, pañuelos le hacen juego a la desnudez unidos por los mismos símbolos de mestizaje rupestre. En la sala (diminuta para tanto despliegue) hay pieles brillantes, húmedas, chorreantes, ensordecidas, enceguecidas como una jauría. Los del centro del espacio son palíndromos sexuales, risueños, agitados, excitados; todos uniformados por una sola tentación: la demasía.

El territorio se expande y en cada rincón que se mira hay seres en acción hasta el paroxismo. A un lado, guitarra, tambor, micrófono, un grupo rotante se convulsiona de palabras mientras otro lo hace con gestos: todo el cuerpo dispuesto en forma de gritos. Circo, acrobacias, teatro de cabaret, elementos de descarte, estética de la austeridad, retazos de feria. No hay rodeos ni metáforas en los discursos que sueltan como alaridos desbocados, vociferados de mil maneras: mensaje único pero impulsado siempre a modo de aullido social de imágenes y sonidos intempestivos, modismos impropios, desorbitados, guturales. Como rap de medianoche. Como comparsa de barrio. Como marcha en 9 de Julio.

Un enjambre de escenas codifican una mirada frenética sobre la política y los políticos actuales, los votantes y la sociedad que encuadra en esa visión del mundo. Actrices, actores, bailarinas, bailarines y performers danzan alrededor del mito de Sísifo contra el absurdo. Abren la boca dejando entrever seis dientes de arriba y seis de abajo, se aceleran mientras perrean un compás de fervor ritual o balancean su peso en tablones o caños; con tacos altísimos (aguja o Converse con plataforma) se cuelgan peligrosamente de una escalera tambaleante, baten látigos y redes y cacerolas o ruedan dentro de barriles oxidados con toda su carne expuesta y entrelazada. Son cuerpos vasculantes. Son cuerpos catárticos. Son, no hay duda, cuerpos deseantes.

Los 25 actúan el exceso casi como una pose obligada de la resistencia. ¿Así luce un cuerpo libre? El gesto desmedido funciona a repetición: la que enciende un esbozo de gratitud. ¿Es acaso un modo de impulsar una política a tono con una economía libidinal, con una maquinaria de guerra? En contra del cantar individual, desde su silla en uno de los tres frentes que abre la experiencia, Lang promueve la disciplina deslenguada de la fuerza común. No hay representación sino travestismo escénico.

Ya lo había hecho en Meyerhold, freakshow del infortunio del teatro, con las palabras de María Moreno en Salón Skeffington, las insurrecciones de Lamborghini en El Fiord o el poemario de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny que Lang llamó del mismo modo: Diarios del odio. El teatro es agite. Aquí una vez más los espectadores bordean el abismo de la abundancia a riesgo de ser salpicados por la letanía, tras dos horas de movimiento continuo, de fiesta subversiva, sin poder sumarse al convite.

Lo que dicen es tan directo (tanto más que los cuerpos) que remueven el erotismo hasta dejar solamente la cascarilla del porno. Tal vez lo que buscan es disipar dudas que nadie pregonaría. ¿Es necesario autoproclamarse teatro comprometido? Pero el designio es colectivo y resulta al menos prometedor imaginar que con sus voces esgrimidas desde un teatro nacional son y serán capaces de desarmar morales, imposiciones, normativas, potestades, con la potencia única que guarda toda invención.

FICHA
Laboratorio de Creación II, por Silvio Lang

Lugar: Teatro Cervantes (Libertad 815)
Funciones: martes a las 19

FUENTE: Clarin

Introducción a Vida de Perro // Diego Sztulwark

Ya había visitado esa oficina, hace años, en un viejo edificio del barrio porteño de Tribunales, pero nunca había pasado del hall de entrada. Se mantiene más o menos igual, la misma austeridad, salvo por un afiche que anuncia la salida de su libro La mano izquierda de dios, de la serie sobre Iglesia y dictadura. Su asistente, Martín, me pide que espere unos minutos. Aunque he visto a Horacio Verbitsky en público un par de veces, no nos conocemos. Con una sonrisa amable, me hace pasar a su despacho, pequeño y hermético, lleno de libros, afiches, cuadros y materiales de archivo. Un escritorio y tres sillas, sin ventanas. Entre las fotos de Marilyn Monroe y de Aníbal Troilo, se destacan sólo dos políticas: una de un jovensísimo Verbitsky junto a Perón; otra de un Verbitsky actual, sentado, frente a Néstor Kirchner de pie, que se inclina, afectuoso, para saludarlo. Sereno y hospitalario, el Perro desarma en un instante el aura de inaccesibilidad que lo rodea.

Se lo ve muy cómodo trabajando en su oficina. Pocas veces ha considerado organizar cursos de formación sobre investigación política, u ofrecer su experiencia a organizaciones populares. Lo atribuye a rasgos fóbicos de su personalidad y al “cholulismo” ambiente. Aunque tiene un costado pedagógico y ha dedicado algún tiempo a la formación de un par de periodistas, el fuerte de su magisterio pasa por su obra.

Vengo a proponerle un libro de balances. La llegada de Mauricio Macri a la presidencia es el signo más contundente de la necesidad de una reflexión política demasiado postergada. Reflexión bloqueada por el aturdimiento que provoca la presentación de la coyuntura como espectáculo continuo, sucesión de instantes inconexos al ritmo marcado por los grandes medios de comunicación. Si creyéramos en la imagen del mundo que emana del lenguaje dominante de estos medios, la realidad se habría vuelto unidimensional y obvia. Más que una mera deshistorización, que haría perder la perspectiva de los hechos –las condiciones específicas en que se dan los fenómenos–, se trata de una completa banalización de lo real que apunta no tanto a borrar el pasado como a desdibujar toda posibilidad de un tiempo diferente por venir. Los balances y las críticas no pertenecen a este género.

El nuevo milenio nació, en el país y en la región, bajo el ímpetu de un extendido ciclo de luchas populares contra el neoliberalismo. Quince años después, el panorama es muy diferente. ¿Qué ha pasado para que el ciclo iniciado por aquellas luchas nacidas desde abajo, sucedidas luego por gobiernos denominados progresistas o populares, desemboque en procesos abiertamente conservadores, en programas políticos y gobiernos dóciles a los requerimientos del mercado mundial? ¿Es posible comprender la situación actual sin preguntarnos por la naturaleza de aquellas luchas y sin hacer un fuerte replanteo de la teoría y la práctica de los gobiernos que las sucedieron? Y ¿no habría que ir aún más atrás, no sólo al menemismo o a la última dictadura (fechas clave en la instalación del neoliberalismo en la Argentina), sino tal vez hasta el propio nacimiento del peronismo y el golpe militar que en 1955 lo desalojó violentamente del poder? Un libro de balances, sin embargo, no es necesariamente un libro de historia.

Los balances por hacer son muchos y se remontan a los años en los que Horacio Verbitsky iniciaba su vida periodística y militante: el golpe de 1955, La Opinión, la resistencia peronista, el surgimiento de las organizaciones revolucionarias y la táctica de la lucha armada, Rodolfo Walsh, Perón, López Rega, la dictadura, Malvinas, la posdictadura y los juicios a la cúpula de las Fuerzas Armadas, las variaciones en el modo de acumulación del capitalismo en la Argentina, el papel de la Iglesia argentina –dentro de ese marco, la figura de Jorge Bergoglio, ahora papa Francisco–, los organismos de derechos humanos –en particular, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)–, el alfonsinismo, los carapintadas, las leyes de impunidad, Menem, los indultos, las privatizaciones y la caída del bloque del socialismo del Este europeo, Página/12, El Cohete a la Luna, Clarín y Papel Prensa, la crisis de 2001 y las organizaciones sociales, Duhalde, la llegada del kirchnerismo, el nuevo escenario mundial con la emergencia de China, la desaparición de Julio López, la derogación de las leyes de impunidad, la recuperación de la ESMA, la soja y la industrialización, Chávez y el chavismo, el asesinato de Mariano Ferreyra, el sindicalismo y la izquierda, la Cámpora, Milani y la llegada de Macri al gobierno.

No se trata indudablemente de hacer una biografía. Se ha escrito sobre él, y se lo seguirá haciendo. Le propongo otra cosa: aprovechar su mirada para pensar, a partir de ella o en contrapunto, cincuenta años de historia. Dejar de lado el “misterio Verbitsky” –sobre el que fantasea Gabriel Levinas en un libro acusatorio y malogrado del que necesariamente diremos algo más adelante–, para adentrarnos en algo así como el “método Verbitsky”, con la expectativa puesta en que esa reflexión sobre su modo de trabajo aporte al doble propósito de compresión histórica del presente y de estímulo a la labor de la investigación militante.

¿Por qué Verbitsky? La respuesta no es sencilla. No me acercan a él las posiciones políticas de los últimos años –su abierto apoyo al gobierno de los Kirchner–, ni el tono denigratorio con el que se ha referido en diversas oportunidades a expresiones de la izquierda (que no son precisamente grupos con poder), ni la obsesión por desentrañar los secretos que se le atribuyen. Inevitablemente conversaremos también sobre esto, pero mis razones son muy otras y apuntan, como queda dicho, a la necesidad de aprovechar a fondo la mirada sistemática y documentada que Verbitsky establece con el presente político, el ejercicio analítico con que nutre semana a semana a sus lectores desde hace décadas, la perspectiva histórica de algunos de sus trabajos (de modo ejemplar, sus cuatro tomos sobre la Iglesia argentina) y la vocación de intervención en la actualidad, no sólo a través del periodismo sino también a través de dispositivos prácticos de gran alcance, como el CELS.

Verbitsky escucha estos, mis argumentos, y toma la palabra. Reconoce mi insistencia (hace dos años que le escribo sobre la necesidad, cada vez más perentoria, de este libro) y admite que el proyecto le resulta justo. Sólo pone una condición (que no me cuesta demasiado aceptar): que no le haga preguntas abstractas, plagadas de supuestos teóricos y bibliográficos.

No es posible alcanzar “lo justo” voluntariamente, aunque toda reflexión política aspire en alguna medida a ello. ¿Cuánto ha variado lo que se entiende por justo desde las militancias previas a la última dictadura hasta hoy? En Verbitsky se da una curiosa combinación entre dimensiones que podrían parecer a priori contradictorias: afirma que no ha cambiado su modo de sentir ni de pensar desde los años setenta (más allá de lógicas maduraciones); sin embargo, ha conseguido lo que pocos: mantener vigencia en circunstancias políticas que, desde diversos ángulos, no podrían ser más opuestas. ¿Es posible perseguir los mismos objetivos, dar curso a los mismos deseos en coyunturas tan diversas?

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Cuando habla de política, lo personal se retrae a un discreto segundo plano. Emerge muy raramente, como cuando evalúa los ataques que le han hecho en los últimos tiempos. Aunque lo han afligido, no cree que hayan logrado su propósito: afectarlo objetivamente en su credibilidad de investigador. Arroja un pensamiento nietzscheano a sus enemigos: “Lo que no me mata me fortalece”. Lo confirma la intuición del origen de estos ataques: se trata de devoluciones de gentilezas por parte de poderosos que se han sentido desnudados por sus denuncias. Detrás de Doble agente, el mencionado libro de Gabriel Levinas, se esconde no sólo la mano del Grupo Clarín sino una madeja más compleja y sutil, hecha de viejos cuadros de la agrupación Guardia de Hierro, con acceso al Vaticano.

Le comento mi interés particular por los aspectos “técnicos” de la investigación: los modos de fichaje, las fuentes. Sonríe. Recuerda que Emilio Aragonés, entonces embajador de Cuba en la Argentina, allá por los años setenta, le dijo a Walsh: “Ahora los entiendo, ahora sé cómo trabajan ustedes: el pueblo les hace llegar la información”. Pregunto qué cambió desde entonces. “Muy poco. En lo esencial, el trabajo siempre es igual. Es cierto que las tecnologías permiten almacenar mucha información en un mínimo de espacio, pero el trabajo lo hace siempre la cabeza. Las fuentes, sobre las que tanto se insiste, están en todos lados, son públicas en su abrumadora mayoría. El asunto es cómo uno hace asociaciones: eso es lo que importa. Y ese modo de asociar no ha cambiado demasiado desde los años setenta”.

Más allá del modo como lo biográfico se entrelaza con la historia política nacional, la conversación propuesta a Verbitsky tiene por objetivo acentuar aspectos prácticos de la lucha política que también deben incluirse en el balance. A diferencia de otras reflexiones, muy de moda en tiempos de cambios históricos, esta conversación no tratará sobre arrepentimientos. El arrepentido, decía el filósofo Spinoza, se equivoca dos veces: al olvidar las razones que lo llevaron a actuar de determinada manera en el pasado –los afectos que sobre él pesaban entonces–, y al prolongar esa ignorancia en el presente, entristeciendo y restando potencia al pensamiento actual.

El balance propuesto tiene una inspiración muy diferente. No se trata de hacer el inventario de lo mal hecho sino, todo lo contrario, de repasar el repertorio de saberes disponibles para relanzar la lucha política en nuevas condiciones; y también –y esto es tal vez lo fundamental–, de revisar las trampas que han llevado en reiteradas ocasiones a derrotas y frustraciones. Es probable que la más esencial sea la confusión, el solapamiento entre potencia y voluntad. La primera es un poder de hacer y pensar que, cuando es colectivo y se retroalimenta de un modo abierto, da lugar a fuertes transformaciones. La segunda, en cambio, alimenta ilusiones –también colectivas– y no permite advertir a tiempo obstáculos y desafíos.

 

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Verbitsky es un escritor austero inmerso en el conflicto político que atraviesa a la Argentina. Su inmoderación no es de carácter ni tampoco meramente ideológica. Es ética y proviene de su inserción en el proceso histórico. Su decisión es no abandonar la trinchera ni siquiera cuando los mapas cambian de color. De militante de las FAP a presidente del CELS, existe una línea de continuidad no siempre interpretable para sus contemporáneos. Militancia, periodismo y derechos humanos son momentos de una participación decidida en la política poco convencional, sobre todo si se toma en cuenta que su poder de influencia no proviene de cargos públicos. Verbitsky maneja información. La obtiene, la interpreta y la usa. Juega con lo visible y lo invisible despertando toda clase de fantasías. El analista político como actor de la política. Un hombre arrastrado al enfrentamiento que aprendió a no regalar flancos de ataque. Se le critica la parcialidad (sus simpatías y antipatías), como una inconsecuencia para alguien cuyo prestigio fue cimentado en el rigor. Sería un extraordinario personaje de novela (aunque, ya sabemos, la realidad contiene más sorpresa que la ficción). Un viejo cuadro de la inteligencia militante que sigue trabajando para el lado “bueno” de las cosas, lado por momentos impreciso y en continua mutación. La imagen del caparazón puede describirlo: intolerante a la ambigüedad y a la estupidez, celoso de su trabajo y de su tiempo y al mismo tiempo generoso con los interlocutores sinceros e interesados. Alguien dijo sobre él: “Supo seducir a Perón y al menos a dos presidentes más”.

Cuando pienso en mí y en mis compañeros y compañeras de distintas épocas, no encuentro nada parecido. Confiamos menos en el heroísmo y damos más tiempo a las interrogaciones. El combate se nos presenta de otro modo. Verbitsky fascina con sus mandobles a la derecha. Cada semana se espera una refutación incontestable. Tiene algo de caballero a la antigua, de los que se batían a duelo. Renuente a mostrar vacilaciones personales y dispuesto a jugar fuerte. Memorioso, selectivo, meticuloso. Tan suspicaz como fiador cuando percibe buena leche. Su mundo es el archivo y el jazz, interrumpido por visitas y llamadas. Su sentido de la justicia es omnipresente, aun cuando no se dedique a explicitar sus criterios. Obsesivo y detallista. Severo con las izquierdas. En constante debate entre pragmatismo y principismo.

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Verbitsky se convirtió en best seller con su libro Robo para la corona. Corría el año 1991 y el menemismo buscaba aún las vías de su consolidación. El libro era un fresco sobre la corrupción del gobierno. Frente al impacto de sus denuncias, este último se defendió atacando y, para afrontar esa batalla desigual, el periodista fue estableciendo una serie de alianzas: junto a un grupo de periodistas participó de la asociación Periodistas, en defensa de la libertad de expresión, y recurrió a instancias jurídicas internacionales. A David Viñas no le gustó que uno de los herederos de Rodolfo Walsh en el periodismo hiciera lo que entendía como un trabajo de fiscal, dedicado a denunciar infracciones. Le reprochaba una renuncia a la teoría y a la crítica transformadora. Tampoco aprobaba que Verbitsky se proyectara como “periodista estrella” y advertía que el discurso anticorrupción era despolitizador, una expresión más de la subordinación del mundo de las militancias al de los medios.

Dos décadas y media más tarde, Robo para la corona puede leerse no sólo como la radiografía de un período político argentino sino como una investigación sobre las formas de subordinación de la democracia a las razones de la acumulación de capital durante el período posterior a la Guerra Fría. Y si el discurso sobre la corrupción se ha tornado tan importante en nuestras sociedades, tal vez sea porque cumple funciones esenciales en la sociedad neoliberal: permite renovar el personal político sin consentir una auténtica y activa elucidación sobre el modo de acumulación de capital y conduce la percepción colectiva por medio de escándalos sucesivos, sustentados en un ideal de transparencia que se cuida muy bien de que las cámaras lleguen a enfocar los mecanismos estructurales de desposesión de las riquezas colectivas. Robo para la corona aceptaba la lengua de la denuncia de la corrupción porque creía poder hacer de ella una crítica de los mecanismos estructurales del régimen de la posdictadura. En un nuevo contexto –caracterizado por la politización de los movimientos sociales en torno a los sucesos de 2001, la experiencia del kirchnerismo y la llegada de Macri al gobierno–, el discurso sobre la corrupción ha vuelto a ocupar un lugar central en las discusiones públicas con un giro notable: ahora, los mismos empresarios que alimentaron los negocios ilegales con el Estado son quienes se proponen como héroes regeneradores y acusan a las organizaciones sociales y de derechos humanos de haberse beneficiado de su proximidad con el Estado.

Esta puesta bajo sospecha general de toda organización social que no acepte los términos de la paz social que impone el nuevo gobierno ha sido uno de los ejes centrales de la coyuntura de los últimos dos años, situación que Verbitsky procura desentrañar en su último libro, La libertad no es un milagro, sobre la detención ilegal de Milagro Sala, así como en la publicación de una serie de denuncias de corrupción sobre riquezas no declaradas y blanqueo de capitales por parte de grandes empresarios y de la propia familia presidencial. Abordamos estas cuestiones en los últimos capítulos del libro.

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De la agencia noticiosa Prensa Latina creada por la Revolución cubana a las tareas de “inteligencia” en organizaciones revolucionarias; de la investigación periodística a la sistematización de la información vinculada a los juicios por los derechos humanos existe algo así como una tradición bastante consistente de publicaciones –periódicos, cuadernos, películas, obras artísticas, libros, blogs– que fueron expresando en cada momento los niveles de organización popular en diferentes etapas: la investigación política forma parte de las estrategias que las luchas sociales activan y transmiten entre generaciones. Como un Jano bifronte, la tarea de investigación militante pretende comprender los modos en que se reproducen los poderes para saber cómo enfrentarlos y, a la vez, cartografiar nuevos posibles que muy rara vez la academia y la política convencional generan por su cuenta. Quizás preguntarse por la formación afectiva e intelectual del investigador político pase por comprender, en cada época, no sólo los enlaces vitales que ligan un destino individual con una historia más amplia, sino también el adiestramiento en la combinación del rigor lógico, el manejo de datos y la implicación histórica activa. En su momento, Antonio Gramsci reflexionó sobre la idea del “intelectual orgánico” y llegó a hablar del “intelectual colectivo” para referirse a su forma más alta, la de la organización política. Hay, en la historia de la investigación política, líneas para rastrear esta función colectiva y plantear nuevas formas de concebir esta función política del conocimiento para –¡ojalá!– debilitar la barrera o volver más fluida la relación entre investigación especializada y movimiento social, dentro de un contexto en el que los medios de comunicación convencionales excluyen por completo estas tradiciones discursivas. Según Rodolfo Walsh, hay más realidad en los hechos que en las ficciones. Le parecía que la investigación política era inseparable de una nueva literatura a la altura de ese plus.

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Las entrevistas que componen el eje de este libro tuvieron lugar entre abril y junio de 2016, cuando Verbitsky todavía publicaba sus columnas dominicales en Página/12. Desde entonces se inició el trabajo de edición (compartido con Celia Tabó). Si bien nos mantuvimos en contacto durante todo ese tiempo, hacia fines de 2017 volvimos a reunirnos para agregar un último capítulo sobre el segundo año de gobierno de Macri. En el transcurso del tiempo en que sostuvimos estas conversaciones, Horacio Verbitsky pasó de destacarse durante décadas como el columnista más importante de aquel diario a ser el director de un nuevo medio virtual: El Cohete a la Luna. Al desafío incierto de incursionar en una nueva plataforma se suma el del papel de la investigación política en la nueva coyuntura. Se propone combinar investigación de datos con toma de posiciones. Los primeros textos de Verbitsky en El Cohete son más fluidos, más largos y desenvueltos. Más lúdicos. En ocasiones incluyen alusiones a la música que escucha mientras redacta sus columnas. Entiendo que este es su gesto: desmarcarse de cierto desmoronamiento lamentoso que circula en parte del llamado progresismo, en una suerte de sintonía entusiasta con las fuerzas de impugnación del actual estado de cosas.

Una apuesta al ritmo de la calle que durante 2017 fue vibrante: desde la convocatoria a aquella formidable marcha contra el 2 x 1, que logró frenar los efectos del fallo de la Corte que pretendía aplicar la reducción de penas a un represor condenado de la última dictadura y corregir en un puñado de días a los tres poderes del Estado y al episcopado, a las masivas manifestaciones que exigían la aparición con vida de Santiago Maldonado y que impidieron, al menos parcialmente, que el gobierno se desentendiera de sus evidentes responsabilidades en esa muerte, para concluir en las marchas multitudinarias de los días 14 y 18 de diciembre contra los recortes a los jubilados. La secuencia entera, que ya había comenzado durante los meses de marzo y abril con importantes movilizaciones sindicales y de mujeres en lucha, parece señalar la persistencia de la organización popular y de la pulsión callejera como parte de una dinámica histórica cuyas cumbres, a lo largo del siglo, se alcanzaron en octubre de 1945 así como en mayo de 1969 o en diciembre de 2001. O en el movimiento de mujeres Ni Una Menos, cuya trascendencia como presentación de un nuevo actor social es equiparable a la aparición del movimiento por los derechos humanos, con madres y abuelas como portaestandartes. Como otros tantos que participamos en experiencias de investigación política (en mi caso, particularmente en el colectivo Situaciones), necesitamos comprender por qué medios continuar la tarea en las nuevas condiciones. Un propósito de este libro es suscitar, a través de las discusiones que proponen estas páginas, un mayor interés por elaborar herramientas aptas y adecuadas para las funciones de la investigación política sobre el nuevo período.

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Esta larga conversación busca extraer un conocimiento activo, en términos emancipatorios, a través del repaso inevitablemente parcial de diferentes momentos históricos. Se puede objetar que la labor de Verbitsky es demasiado realista y austera con relación al carácter utópico que toda voluntad de transformación suele poner en acto. Imagino que Verbitsky sería el primero en admitirlo. De alguna manera, también a mí me interesa más esa sobriedad que las declamaciones sobre un futuro mejor por venir. En Verbitsky prevalece la tarea, la disciplina y el impulso de investigar a las derechas. Lo mejor de su trabajo como escritor (Ezeiza, La educación presidencialEl vueloEl silencioHemisferio derecho y, sobre todo, los tomos dedicados a la historia política de la Iglesia) se apoya en el archivo y en una percepción de la actualidad, del antagonismo político, que no admite distracciones. Esos son, estimo, sus mejores aportes a posibles nuevas síntesis colectivas.

Es esta inscripción de la escritura en el terreno del antagonismo histórico la que puede permitir una zona común entre el trabajo de Verbitsky y las diferentes izquierdas. Quiero decir: los mismos enemigos. Aunque no es del enfrentamiento como tal de lo que este libro quisiera hablar; tampoco de Verbitsky estrictamente sino de la historia pasada y reciente, de los modos de hacer balances complejos sobre lo que vamos viviendo colectivamente y de la tarea de la investigación en su aspecto tanto político como “técnico” (por así llamarlo). Una conversación sobre las últimas décadas que no mira hacia atrás –este no es un libro de pase de facturas ni de ablandamiento de las diferencias–, que busca hacer de nuestra oscura coyuntura una ocasión para reflexionar sobre los modos de plantear dilemas colectivos. Si algo creo haber recibido de esta proximidad con Verbitsky es un sentido de la escritura como toma de posición en una guerra cuyo campo de batalla es el propio sentido del tiempo histórico, y la estrategia es la resistencia –que parte incluso de cada uno– respecto de toda tentativa enemiga de fracturar un pasado que se va (que sólo vuelve como inocuo homenaje), y una actualidad vestida de hipernovedad (que sólo habla el lenguaje del fetiche y del espectáculo). La escritura puede ser, ella misma, ejercicio sobre los modos de vivir un tiempo en continua excepción, donde el pasado –archivo, memoria– sobrevive como condición de un presente de acción en una circularidad o tensión en que ambas temporalidades se asisten y relevan mutuamente al modo de un cristal de tiempo. Late en esa relación de tiempo y escritura un sentido de justicia que nos viene de lejos, de todos los fracasos, y de todo aquello que entre fracaso y fracaso hemos aprendido a inventar.

Más que aprender un hipotético “método Verbitsky”, se trata de reconocer una necesidad propia de politizaciones del presente, de un saber sobre las diversas capas de la lucha política. Entonces, interesa menos teorizar sobre lo que Verbitsky hace –cómo investiga, cómo maneja la información– y más dialogar con cierto trayecto de la investigación política que ayude a comprender nuevas relaciones posibles entre investigación y política. El “método”, en definitiva, lo inventa quien lo necesita.

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Este libro fue cambiando en el camino. Comenzó como un conjunto de entrevistas hasta que Verbitsky expresó su deseo de que se convirtiera en una reflexión sobre su trabajo, desde la perspectiva de alguien que pertenece a otra generación, puesto que a su juicio él ya había dicho todo lo que tenía para decir y consideraba que volver sobre aquello sería un mero ejercicio de repetición sin sentido. ¿Escribir “sobre” Verbitsky? No era ni es el propósito. Finalmente primó la idea de una yuxtaposición. Sobre la base de largas entrevistas, introduje textos con fragmentos de archivo con el objetivo de ampliar diferentes contextos históricos y, cuando fue posible, también volqué mis propias reflexiones tanto acerca de aquellos aspectos del trabajo sobre los cuales Verbitsky es renuente a teorizar, como sobre las impresiones que me quedaron de los cuestionamientos referidos a sus posiciones políticas. Sobre el final, cuando conversamos sobre el período 2003-2015, el contrapunto es más evidente. Así como Verbitsky simpatizó públicamente con el kirchnerismo en la medida en que este coincidió con sus propios puntos de vista, otros no nos orientamos por el mismo camino, dado que habíamos elaborado nuestras posiciones y deseos políticos desde otra perspectiva: interpretamos la crisis de 2001 como la posibilidad de profundizar una participación real de los nuevos protagonistas sociales en todas las instancias de decisión. El libro cumplirá un objetivo importante si además de registrar estos contrapuntos logra ofrecerse como una invitación al pensamiento.

Si me decidí a escribir este libro ha sido, ante todo, para responder a mi necesidad de lector. Quería ver si era posible plantear un diálogo político, una conversación analítica, un ejercicio de lectura de coyunturas y una aproximación a ciertos agujeros negros del presente. En los inicios de los años noventa, me impactó un libro de conversaciones con Juan Gelman –Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida, de Roberto Mero–, que permitía a los militantes jóvenes ligar pasado y presente a contrapelo de los sentidos que afirmaba la historia. Hay algo de repetición –y algo de irrepetible– en el deseo de un libro como este, que responde menos a un plan previo y más a una pulsión de intervención y, en el fondo, a la necesidad de comprender la trayectoria propia de los últimos años. A la fatigosa compulsión a tomar partido por todo y todo el tiempo, es preciso anteponerle cierta serenidad para distinguir cuáles son los problemas en verdad importantes que enfrentamos y elaborar en lo posible nuevas estrategias. Este libro responde a la sensación de que sencillamente “hace falta”.

 

Uruguay, febrero de 2018

 

  • La presentación de ‘Vida de Perro’, con Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark, tendrá lugar el miércoles 2 de mayo a las 18,30 en la Feria del Libro, Sala Carlos Gorostiza.

Entrevista completa a Diego Sztulwark sobre Vida de Perro // Facundo Abramovich y León Lewkowicz

Las fuentes, sobre las que tanto se insiste, están en todos lados, son públicas en su abrumadora mayoría. El asunto es cómo uno hace asociaciones: eso es lo que importa. Y ese modo de asociar no ha cambiado demasiado desde los años setenta.

H.V en Vida de perro. Capítulo 1.

Una revista literaria o el asalto a un cuartel tienen para él la misma función, siempre que haya alguien que sea capaz de conectar un hecho con el otro. En un sentido es un clásico pensamiento paranoico. Como los locos, los revolucionarios profesionales están convencidos de que «todo tiene que ver con todo».

Ricardo Piglia. Los Diarios de Emilio Renzi. Años de formación

Teníamos la experiencia pero perdimos su sentido, acercarse al sentido restaura la experiencia

T.S.Elliot

¡Un último secuestro, no!

¡El de nuestro estado de ánimo, no!

Un Perro sin bozal y un filósofo-militante se escapan de sus casas. No se conocen y no esperaban encontrarse. Ya finalizaba el 2015. La derecha festejaba en sus casas, bajo llave – ¡la inseguridad! – y con champagne, la victoria de la Alianza Cambiemos. Amplios sectores del progresismo y la izquierda, en sus cuartos, lloraban y enviaban mensajes de whatsapp dándose explicaciones autocomplacientes. La calle deshabitada.

Sin querer queriendo, se cruzan. Un diálogo que pareció imposible durante años -entre quienes realizaron críticas al kirchnerismo y quienes apoyaron el Proyecto abiertamente- empezó a verse posible y, progresivamente, a darse. Hizo falta, lamentablemente, aquella calle deshabitada y una desmoralización de meses. Pero el Perro y el autonomista decidieron abrir un espacio de productividad que hoy, en estos días, se hace público bajo el nombre de Vida de Perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri, coeditado por Siglo XXI y Tinta Limón. El “Perro” es Horacio Verbitsky. El filósofo-militante es Diego Sztulwark. Uno dice que fue peronista y -cuenta en el libro- dejó de serlo en 1973. El otro, ante la pregunta, se enuncia marxista-lennonista: según él, las dos personas que marcaron la percepción de la humanidad.

Son 30 años los que lo separan, son diversas sus trayectorias y las elaboraciones. En definitiva, dos generaciones, dos lenguajes, dos estilos acuden a una cita en común: reflexionar sobre cierta sensibilidad política argentina y sus mutaciones. No los une el amor sino el espanto a una derecha clasista, patriarcal, eclesiástica, asesina que, con audacia, juega en estos días a la democracia. También los une haberse construido por fuera de las academias y una obsesión por la comprensión de las sucesivas coyunturas.

Se trata, en última instancia, de no consumir los discursos enemigos, de no digerirlos tan fácilmente. En otras palabras: construir una “frialdad” que permita atravesar las malas épocas. Quizás eso sea la amistad. La frialdad no es la frigidez, la primera consiste en comprender la tristeza para salir de ella. Como en el boxeo, se trata de mantener la compostura en el ring a pesar del avance enemigo, de no bajar la guardia luego del primer arrebato recibido, eso sería entregar la partida.

Nos animamos a repetir: el libro es un esfuerzo sistematizado de realizar un aporte a la comprensión del presente a partir de las imágenes que relampaguean en estos instantes de peligro. Son años y años de trabajo revisados y puestos en discusión.  ¿Un libro de historia? No. ¿Una biografía de Verbitsky? Tampoco. ¿Un libro de teoría política? Ni siquiera. Es mucho más que todas esas categorías que las librerías banalmente utilizan para catalogar. Sólo un lector desapercibido o un programa automatizado podrían decir eso. Es, sí, un excelente aporte a la discusión política: completo y realizado con el rigor que la coyuntura y la historia reciente merecen. En definitiva, un esfuerzo por no subestimar al enemigo ni sobreestimar las fuerzas propias. Tampoco al revés. Un libro, ante todo, necesario para todxs lxs que deseamos (y luchamos por) una coyuntura distinta. Un libro-tarea: debe escribirse, reescribirse, tachar, borrar y sobre escribirse.  El primer ejercicio ya lo tomaron los autores. Su presentación será el 2 de Mayo en la Feria del Libro.  A continuación, la conversación completa con Diego Sztulwark.

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Lobo Suelto: Acaba de publicarse tu último libro: Horacio Verbitsky, vida de perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri. La iniciativa del libro es tuya porque veías la necesidad de hacer un balance de la historia reciente argentina, por un lado, muy tomada por la experiencia del kirchnerismo, pero dentro de un proceso que comenzó en 2001 y culminó con la victoria de la Alianza Cambiemos en 2015. No son pocos los/las interlocutores lúcidos que tuvo el kirchnerismo y que ha sabido integrar, siempre de modo complejo y muy elaborado, los sectores políticos de gran trayectoria, sean del mundo partidario, del territorial, del sindical e incluso, del mundo “cultural”. En este sentido, una pregunta inmediata es ¿por qué Verbitsky? La otra es, ¿Por qué empezar el análisis desde 1955?

Diego Sztulwark: Me parece que la figura de Horacio Verbitsky sintetiza elementos imprescindibles para las discusiones políticas que nos debemos o que me interesan: décadas de una analítica rigurosa de fenómenos políticos y un sentido muy fuerte de la historicidad. Por otro lado, el bombardeo a la Plaza de Mayo de 1955 crea una fecha que permite anudar un acontecimiento fundamental en la historia del país y un momento clave en la toma de posición vital de Verbitsky. Por entonces, un adolescente estudiante del Colegio Nacional de Buenos Aires a quien le tocó ser testigo de los hechos. En esa plaza y en ese momento, con su biografía, entró de lleno en la crueldad de la historia argentina. Además, dentro de la reciente historia política argentina, está muy claro que 1955 es el año en el que se determina un nivel altísimo de violencia, que condicionará durante décadas cualquier tipo de acción política. Fueron años de interrupción sistemática de la posibilidad de acceso al gobierno por la vía electoral, es decir, de que las mayorías elijan el gobierno. El peronismo quedó proscripto y desde entonces, hasta 1973, no habrá elecciones presidenciales libres -cuestión que después, también, se descomprimiría muy rápido. O sea que entre 1955 y 1983 se da un período político muy especial en el país.

L.S.: ¿Cómo surge la idea de trabajar con Verbitsky?

D.S.: Alrededor de unos tres años atrás, me puse en contacto con Verbitsky por cuestiones completamente secundarias con respecto al libro y lejos de encontrarme con este personaje supuestamente inaccesible –un poco el mito que circula sobre él–, me di con alguien que respondía a mis correos electrónicos con mucha amabilidad. Eso me llevó a pensar en que podía proponerle algo que me parecía muy necesario: escribir un libro en el que hiciera un balance de distintos procesos políticos vividos en el país, que no estaban reunidos de modo sistemático y al alcance de un lector que quisiera formarse políticamente. El contexto era el debate del kirchnerismo, que había tomado un montón de temas muy valiosos en sí mismos –derechos humanos, derechos sociales, historia–, y era muy importante que los abordara, pero resolviéndolos de una manera que me incomodaba por diversas razones.

Hacia el fin del kirchnerismo, pensaba que las personas más sensibles que habían estado metidas en ese proceso y comprometidas en su defensa, podían ganar una libertad de pensamiento y hacer un balance no estricto del kirchnerismo o de cómo el kirchnerismo abordó esos temas, sino de estos procesos largos que merecían ser pensados con más tiempo y en toda su complejidad. Se me ocurrió que lo podía hacer Horacio por el hecho de que es una mentalidad ultra analítica y porque, además, tiene el hábito de hacer informes semanales desde hace años y años, como lo fueron sus columnas en Página/12 y ahora en El Cohete a la Luna. O sea que era él quien podía hacer ese trabajo.

Durante mis primeros años de militancia, había leído Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida, un libro de Roberto Mero de conversaciones con Juan Gelman, que me había impresionado mucho. Se me ocurrió entonces proponerle a Horacio ese formato: una conversación apoyada en un índice que contuviera todos los procesos históricos recientes que había que revisar.

La noche en la que Scioli es derrotado por Macri, por un punto en la segunda vuelta, le escribí diciéndole de manera más clara que teníamos que hacer eso, y él me respondió de inmediato que «sí, lo vamos a hacer». Pero, añadió, «soy un señor mayor, dejame que sea yo el que marque los tiempos». La cuestión es que en abril/mayo de 2016 nos pusimos a trabajar sobre el libro que conserva esta estructura: recorre procesos políticos desde 1955 hasta acá, toma la biografía de Verbitsky como excusa –no hay una investigación a fondo sobre su vida– lo que permite que, a través de su mirada, podamos repasar una cantidad muy grande de fenómenos. Creo que empieza en 1955 porque es muy marcante para la vida de Verbitsky como lo es también para la vida del país.

L.S.: Ya respondiste por qué te interesaba este libro a vos. Ahora, ¿por qué pensás que Verbitsky se abre a dialogar con vos? Sobre todo, viniendo de otra tradición, de otra generación.

D.S.: No sé por qué Horacio aceptó, la verdad. Quizás porque insistí mucho. Y porque le interesa la cuestión generacional. Tengo la edad de sus hijos. Quizás perciba cierta legitimidad en las posiciones que sostuvimos estos años junto a otros compañeros.  Y porque surge de un interés genuino. Si hay más motivos, yo no los conozco.

Quiero agregar que, cuando empezamos el libro, Horacio era otro. Él era el columnista de Página/12, hoy ya no. Fue censurado por el gobierno -con nombre y apellido. El libro alcanza a narrar esta mutación.

L.S.: Lo pensás, decías, como un aporte  a la formación política de viejas y nuevas generaciones. ¿Por qué la necesidad de ese aporte? ¿Viste que “faltó algo”? ¿Parte de alguna sensación con respecto al modo en el que las discusiones se venían dando?

D.S.: Recuerdo mis comienzos en la militancia. En una ocasión tuve un encuentro con Eduardo Luis Duhalde, quien más adelante fue secretario de Derechos Humanos durante el gobierno de Néstor Kirchner, y me regaló en ese momento Historia y conciencia de clase de Georg Lukács y Los condenados de la tierra de Frantz Fanon. No los había comprado para mí en la librería, sino que me regaló sus propios ejemplares, marcados por él: “Mirá -me dijo- la militancia es la tarea de mantener viva la memoria histórica en los procesos de derrota”. Y me entregó esos dos libros. No se trata tanto de que uno crea que a la militancia «le falta algo» (ni siquiera sé si este libro va dirigido a la militancia), lo que sí me parece más claro es que en la Argentina no deja de haber olas de plebeyismo social, de resistencia política, de derechos sociales, de gente que lucha por cosas y que hace falta que la historicidad –la que nutre a los contrapoderes en la Argentina y les permite tener mucha riqueza– esté todo el tiempo nutriéndose de análisis, información, complejidad, preguntas. Se trata de que aquel que se introduce en la lucha social y política pueda contar con materiales sobre la historia nuestra, las preguntas, el pensamiento. No es que yo diga «a la Cámpora le falta tal cosa», como si uno tuviera las cosas resueltas y quisiera corregir a los demás. Por ahí Horacio puede darse el lujo de decir «yo tengo cierta edad, un largo recorrido y ahora le hablo a los jóvenes». Para mí es más una tarea de producción de insumos para luchas.

L.S.: Tampoco este es un libro de historia. Con frecuencia vos planteás una diferenciación entre historia e historicidad. ¿Por qué este libro es de historicidad y no de historia?

D.S.: Para el poeta Henri Meschonnic, el historicismo es la capacidad de entender un fenómeno reenviándolo a sus condiciones de posibilidad, y otra cosa es la historicidad: no solamente las cosas están fechadas en su nacimiento, sino que estos nacimientos son una obra, son algo que intenta escapar del presente, que intenta no obedecer el mundo tal y como es, que intenta crear algo nuevo. Entonces, a mí me parece que este libro habla, por un lado, de la historia de las desobediencias en la Argentina de un modo un poco paradójico: se refiere a las luchas, a los modos de no-obedecer, de resistir, de hacer revoluciones, pero también habla de las derrotas, de todo el peso que implica asumirlas, habla de la derecha. Verbitsky es un gran investigador de la derecha. Por ese lado también hay una tarea, una pregunta que nos queda a nosotros: ¿Cómo somos capaces de investigar al poder, a la derecha, de comprender la derecha, de caracterizarla, en función de esta historicidad, de estos desvíos, de estas desobediencias?

Creo que hay una línea que el libro intenta recorrer –no sé si quedó tan clara como a mí me hubiera gustado– la que empieza a trazarse con Prensa Latina, la agencia de noticias que se armó a partir de la Revolución Cubana, que se ocupaba de informar en contra de los monopolios imperialistas de la información y, además, de investigar. Fue en esta escuela de investigaciones antiimperialistas donde se formaron una cantidad de cuadros políticos que después alimentarían la inteligencia de las organizaciones revolucionarias armadas, de la guerrilla. Muchos de esos cuadros, como el caso de Verbitsky en la Argentina, se dedicaban a hacer la prensa clandestina y las tareas de inteligencia clandestina durante la dictadura.

Tirando de ese hilo, ya en democracia, se puede ver el trabajo de investigación no solo del lado del periodismo militante, sino y sobre todo, de los organismos de derechos humanos (todo lo que tiene que ver con los juicios, con la reconstrucción de los crímenes). Y ver si hoy eso se puede reinventar para entender cuáles son las tramas financieras, policiales que están organizando la violencia en los barrios, así como ejercen la violencia de la acumulación del capital, hoy, con el neoextractivismo. Hay un hilo rojo de la investigación militante, política, que yo intento que en el libro se vaya contando, capítulo tras capítulo. Para mí es fundamental: eso es la historicidad.

L.S.: A fines del año pasado, trajiste varias veces, una idea de Lenin, que trabajaste en textos, que decía que en los momentos de avanzada enemiga lo importante era el repliegue organizado, es decir, marcar el límite del retroceso (político, moral, intelectual, social) para volver a apuntar al enemigo. Era la idea opuesta a la desbandada, a que cada quién corra para distintos lugares, lo cual permite al enemigo avanzar sin límites. Lo que vos llamás “balance” -palabra que confiesa tu trayectoria militante-, la necesidad del balance, ¿es el repliegue? ¿Es poner un límite de retroceso y volver a apuntar las armas contra los enemigos?

D.S.: La necesidad de un balance responde a varios motivos. Ante todo, el hecho de que Verbitsky tuvo simpatías explícitas con el gobierno kirchnerista y que, de una u otra manera, tuvo afinidad con muchas de sus políticas; esto es público y además está muy claro en el libro. Yo nunca fui parte del kirchnerismo y siempre mantuve muchas críticas hacia éste, más allá de mi colaboración con la Biblioteca Nacional, porque Horacio González es un personaje extraordinario y había creado un clima libertario único en el que no sólo se podía participar, sino incluso tener mucha identificación con algunas banderas que había tomado el kirchnerismo. Yo no estuve en la plaza el 9 de diciembre y tampoco en las plazas de auto-festejo del kirchnerismo. Entonces tenemos dos posiciones distintas. Esto está planteado en el libro: Verbitsky quería que en 2003 ocurriera en el país lo que ocurrió, mientras que algunos de los que nos habíamos entusiasmado en 2001 con la emergencia de sujetos sociales nuevos, surgidos bien de abajo, teníamos una perspectiva por completo diferente. Eso marca una distancia.

Sin embargo, me siento muy identificado con el modo en el que Verbitsky se ubica después de 2015, con una actitud que yo distingo de gran parte del progresismo que se deprime, se hunde en el lamento, hace una especie de repliegue caótico a la opinión fácil, una desbandada, o simplemente se ponen a ver Netflix. Creo que Verbitsky es portador de una historicidad que va mucho más allá del kirchnerismo, una historicidad que encuentra a lo largo de la historia argentina, en sus acontecimientos insurreccionales –el papel de los migrantes en el peronismo, las masas en la calle, en el 69, en 2001, los movimientos de derechos humanos y de mujeres. No creo que se pueda vivir con el ánimo político de acuerdo sólo a cómo les vaya a los gobiernos progresistas. Hay indicadores mucho más importantes del estado de ánimo: la capacidad que las sociedades tienen de recrearse, de luchar, de crear imaginarios, de crear espacios de libertad, de resistir. En ese sentido, no veo un país derrotado.

Esta es una larga discusión que también tuve con León Rozitchner en su momento. Él me decía que la Argentina es semejante a un país derrotado. Puede serlo porque el terrorismo de Estado fue tremendo y sus efectos siguen ocurriendo, y está claro que hay una gran dificultad para modificar los modos de acumulación, de propiedad. Pero coincido bastante con Verbitsky en que hay una historia plebeya, de luchas, de insurrecciones y que es desde ahí que vale la pena plantearse las cosas. De lo contrario, la otra posibilidad es, simplemente, no creer que las luchas sociales y las luchas políticas son precisamente luchas, y creer en cambio que la política es un estado de no-conflicto en el que las cosas tienen que estar siempre dispuestas a favor nuestro y que, cuando eso no ocurre, tenemos el derecho a deprimirnos. A mí, esa visión me entristece y me sorprende. Me llama mucho la atención que en la Argentina haya gente que piensa así. No sé sobre qué bases formó su cultura política la gente que piensa eso.

L.S.: Volvamos a tu necesidad como lector. Recordábamos que en los videos que grabaste con Rozitchner te dice que para entender la obra de cualquier escritor hace falta tener su biografía al lado. A vos, como lector de Verbitsky de hace 30 años, ¿cambió en algo tu modo de leerlo al conocer su vida, su biografía? Es una biografía que, siempre de forma muy lamentable, es cuestionada, discutida, puesta en duda, atacada, con la clara intención de vaciar de legitimidad su producción.

D. S.: Comencé a leer a Verbitsky cuando se lanzó Página/12, en mayo/abril de 1987, yo tenía por entonces 16 años. Me había impactado muchísimo. Recuerdo la crisis de los carapintada –Semana Santa de 1987. En los informes de Horacio sobre los militares quedaba claro que se trataba de una persona que manejaba una información muy precisa, que sabía cómo hacer análisis con esos datos y que escribía con un estilo que intentaba abrir escenarios de análisis para gente que necesitaba entender y actuar. Desde entonces lo leí siempre: podría asegurar que no se me escapó una sola de sus columnas. De chico, cuando no estaba en casa los domingos, le pedía a mi familia que me guardara el diario.

Fue una sorpresa muy grande cuando encontré La educación presidencial en una librería. Es su libro sobre la coyuntura de 1989, que cuenta el fin de Alfonsín, pasa por La Tablada, los apagones de luz generalizados en Buenos Aires, la hiperinflación, los saqueos; la hipótesis de Verbitsky sobre los hechos es que esa erosión no era para terminar con Alfonsín, sino que era el intento de las clases dominantes para disciplinar el peronismo que venía con Menem. Me impresionó muchísimo. Era una persona que estaba pensando en términos políticos, en términos de bloques, de clases dominantes. O sea que a Verbitsky lo leí siempre. Después, cuando estábamos en la militancia universitaria, en El Mate, más de una vez, antes de empezar nuestros plenarios, leíamos sus notas de coyuntura del domingo. Así que era realmente un orientador.

Desde ese punto de vista, lo que tengo que decir es que siempre le tuve confianza. Se trata de la confianza que genera un autor que escribe cosas útiles para uno. No es una confianza apoyada en su biografía, no sabía nada de su vida. Pero si todas las semanas me ofrece un análisis tan convincente, tan completo (aún sin coincidir con muchas de sus parcialidades), si no hay polémica en la que pueda sea refutado, si una y otra vez es útil para la gente que quiere hacer cosas, mi confianza se funda en ese plano, y no en que yo supiera algo de su vida.

Cuando empezaron a salir todas estas cuestiones que lo acusaban de haber sido colaborador de la Aeronáutica o de las FF.AA., o que la Fundación Ford financiaba el C.E.L.S., todo ese veneno que larga la derecha y repite gente de izquierda, me resultó muy irritante. Siempre me parecieron semejantes al tipo de comentarios que se hacen sobre los judíos, los comunistas. Una cosa muy genérica, muy sucia, sin asidero concreto.

L.S.: Policial, incluso

D.S.: Muy de fuente policial, siempre sin confirmar. Cuando Horacio aceptó la idea de hacer el libro, un poco preocupado por estas versiones, lo consulté a Luis Mattini. Le dije: “¿Vos qué harías?». Me contestó: «¿Vos tenés pruebas? ¿Hay alguna mínima prueba de que lo que se dice sobre Horacio pueda ser cierto?». Respondo: «No». «Entonces no lo tomés en serio. ¿Sabés cómo se actúa entre compañeros? Si hay alguna prueba, te preocupás. Por rumores, no». Entonces me puse a leer todo lo que hay contra HV. Encontré un libro de Carlos Manuel Acuña, Verbitsky. De La Habana a la Fundación Ford, que es el primer intento de vincular a la Fundación Ford con HV. El autor es un tipo formado en la Escuela Nacional de Inteligencia, funcionario del gobierno de Onganía y de Videla, que estuvo metido en una operación muy complicada con la DINA chilena y zafó de ir a juicio por delitos de lesa humanidad. Murió ya hace un tiempo. O sea, un cana. Entonces me puse a leer el libro, que es muy malo. Pero ahí está la base de los argumentos que después encontré en boca de compañeros de izquierda.

Mucho tiempo después, ya investigando para Vida de Perro, me encontré con la gente del C.E.L.S. Gastón Chillier, director ejecutivo del C.E.L.S., me dejó muy claro que cuando Verbitsky llega a la institución, la Fundación Ford ya hacía aportes financieros –aportes muy valiosos para la tarea del C.E.L.S. que yo admiro– y que ese financiamiento es cada vez menor con respecto al conjunto de los aportes que reciben. La usina de los rumores me parece detestable. La hipótesis de Acuña es que la Fundación Ford maneja dinero del Departamento de Estado de los EE.UU., tendiente a que viejos cuadros de la guerrilla ataquen la soberanía de los Estados nacionales latinoamericanos. Como estos Estados basan su soberanía en –escuchen bien– dos pilares: las FF.AA. y la Iglesia, cada vez que alguien diga que las FF.AA. y la Iglesia fueron parte de una dictadura, estarían siendo financiados por la Fundación Ford para desarticular la soberanía estatal.

Y no se piensa ni un poco en que la soberanía de los Estados nacionales no tiene nada que ver con esas herramientas de la dominación (las FF.AA. y la Iglesia) sino con la creación de instituciones populares, plebeyas, fuertes. ¡Y ahí los organismos de derechos humanos son mucho más importantes en la construcción de la soberanía que las FF.AA. argentinas, que se endeudaron, privatizaron, entregaron el país! Bueno, en fin, no se puede tomar en serio el asunto.

Después se publicó el libro de Gabriel Levinas, que lo trata a Verbitsky de agente de Inteligencia sin la menor prueba, solo con indicios muy manipulados. Son juegos para unos medios de comunicación ultracomplacientes: aparece un documento en el cual se dice que, durante la dictadura, la Fuerza Aérea le habría efectuado un pago a Horacio Verbitsky por el asesoramiento en la escritura de un libro. Esto se debe a que HV colaboraba con el comodoro Güiraldes, un señor que se había retirado de la Aviación en el año 1951. Había sido presidente de Aerolíneas Argentinas y manejado aeropuertos. Era un amigo de su padre. Cuando Verbitsky se desvincula de Montoneros, o más o menos por ese período, acepta trabajar para ganar un dinero con Güiraldes, y esto lo toma Levinas para afirmar que había una colaboración con la dictadura y que las FF.AA. tenían controlado a HV.

Hablamos a fondo con Horacio sobre esto. Leí El poder aéreo de los argentinos, un libro que no tiene absolutamente nada que ver con la dictadura, que no trata más que un proyecto sobre cómo pueden fortalecerse las aerolíneas civiles nacionales, y donde se agradece a HV por ayudar a organizar el material. Efectivamente, Güiraldes le pagaba a HV de su bolsillo para que lo ayudara a organizar el material sobre aviación civil a un amigo de su padre. Con esto ¿Güiraldes lo protegió en la dictadura? Es presumible que no hubiera podido protegerlo aún de haberlo querido. Y es muy probable que nunca haya sabido en concreto de su militancia. Quiero decir: se toman unos indicios que sirven para armar un programa de televisión y se lanza una acusación brutal. El libro de Levinas tiene un prólogo de Alejandro Katz –colaborador habitual del diario La Nación– en el cual se lee ¡que por fin se demuestra que HV no es alguien que pueda estar juzgando la colaboración de las personas en la dictadura! Katz reivindica una ontología del ser humano gris, adaptado a todo. Hay una incomodad de ciertas personas con la memoria histórica como algo vivo y justiciero en el presente, una capacidad de historizar. Se trata de un intento de bloquear la perspectiva de determinar las responsabilidades civiles del terrorismo de Estado, que no se agotan en los militares. Las complicidades económicas, empresariales…

Todo esto no quiere decir que yo crea que a Horacio Verbitsky no haya que criticarlo: en el libro, por ejemplo, reconstruyo la crítica que le dirigió David Viñas en tiempos de Robo para la corona. Viñas, uno de los intelectuales más admirables del país, le hace críticas muy atendibles. Por ejemplo, en los momentos en los que Verbitsky se convierte en una nube de meros datos que no permiten construir categorías para comprender de qué se está hablando; los momentos en que, como sucedió durante el menemismo, se recuesta sobre una postura de fiscal liberal.

L.S.: Viñas lo advierte a Verbitsky, diciéndole que el discurso de la corrupción despolitiza, banaliza.

D.S.: Lo que quiero decir es que hay que deslindar. Una cosa es la crítica canalla, que intenta acallar a un investigador porque está tocando ciertos intereses y porque perturba el imaginario de ciertos sectores políticos. Otra cosa es la crítica que se hace entre personas que están intentando formular análisis consistentes al sistema. Ahí habrá cosas de HV que nos pueden gustar y otras que no.

L.S.: Vayamos, por un rato, a los años setenta. Verbitsky y Walsh no tuvieron una relación fácil con Montoneros, sobre todo con la conducción política. Los documentos de Walsh son también los documentos de Verbitsky.

D.S.: Recuerdo que estaba conversando sobre los documentos críticos de Walsh a la conducción política de Montoneros y preguntándole por fragmentos específicos, me dijo «esos fragmentos los escribí yo». ¿Cómo, si están atribuidos a Walsh?. Bueno, el problema es que, según Verbitsky, cuando Walsh escribe esa carta se nutre de una serie de discusiones con varios compañeros de los cuales uno es él. Así que esa crítica no era estrictamente personal de Walsh. En el libro está muy contado y documentado. Pude acceder incluso a los manuscritos de Verbitsky de la época, los apuntes de sus críticas de entonces a la conducción de Montoneros. Fue todo un poco casual. El 24 de Marzo del 2016 una periodista llamada Claudia Peyro escribe una nota contra los setentistas que no se autocritican, y para hacerlo cita fragmentos del documento de Walsh. Es bastante obvio que Verbitsky es el blanco de su crítica. Y es cómico que los párrafos que cita son justamente aquellos párrafos escritos por Horacio!. Es interesante la situación: le piden a Verbitsky que haga autocrítica. Y el responde algo que yo admito. Que la crítica fue hecha en su momento, cuando sería para salvar algo concreto! Ese gesto para mi es fundamental, porque se logra separar lo que es la crítica con el arrepentimiento.Es indigno que se le pida a una generación combatiente que se convierta en generación arrepentida.

L.S.: El debate No Matarás.

D.S.: Sí, aquella carta de Oscar del Barco y esa contundente respuesta de León Rozitchner contra la ideología mistificante del consuelo. Eso también está en el libro. La posición de Verbitsky no quedó reflejada en aquella discusión de 2006. Creo que su posición puede resumirse en lo siguientes términos: no hay como elaborar el problema de la violencia en los años setentas sin considerar de un modo muy radical el contexto histórico. En condiciones en las que la política era violenta Montoneros planteó su posición política respecto a la lucha armada. La idea de arrepentimiento no cabe, porque supone ignorar las condiciones sobre las cuales se adoptaron aquellas desiciones. La posición de Verbitsky sobre la violencia es clara:  no hay arrepentimiento respecto de la lucha  armada pero tampoco la concibe como posibilidad legítima en el contexto actual. Una cosa es la lucha política en un horizonte revolucionario, dominado por el accionar de las fuerzas represivas, y otra en un horizonte democrático, aunque sólo sea a nivel de la vigencia de las instituciones democráticas. El libro va registrando un cambio de realidad. No es un cambio personal, es un cambio epocal. En el caso de Verbitsky hay casi un rechazo a discutir el problema de la violencia, cuestión que para mi debe discutirse haciendo la diferencia entre contraviolencia política y lucha armada tal como se la concibió durante los años setentas.

L.S.: ¿Cómo fue tomado por tu generación el tema de la lucha armada? Se bautizan en la vida política en los años de La Tablada.

 D.S.: Y no sólo La Tablada. También centroamérica: Nicaragua, el Salvador, Cuba obvio. Era un imaginario muy potente. En los ochentas no era pensable el discurso de los derechos humanos como realidad asumida por el estado. Ni que los movimientos sociales tuviesen recursos del estado. Para nada, dominaba la teoría de los dos demonios, impunidad, etc. No creo que lo decisivo sea reivindicar o no la lucha armada. Tiene razón Luis Mattini cuando dice que la violencia de los setentas fue parte de la intensificación de la lucha de clases. Tiene razón Verbitsky cuando dice que la violencia fue parte de la condición histórica para hacer política a partir del 55, no fue la decisión abstracta de un grupo de personas de introducir la violencia por razones meramente ideológicas. También tiene razón León Rozitchner cuando dice que esa violencia, muchas veces, no fue elaborada desde el punto de vista de una defensiva estratégica popular sino que se la hizo con categorías de derecha. Dicho esto, el problema no es el de hacer una evaluación de todo eso, sino más bien el de cómo distinguir el problema de la violencia del de aquellas tácticas de la lucha armada o, para decirlos de nuevo con el lenguaje de Rozitchner, distinguir contra-violencia y foco armado. ¿Por qué? Porque si nosotros pensamos que la violencia es siempre cierta táctica de la lucha armada estamos imposibilitados de pensar formas de  auto-defensa ligadas a la conflictividad actual. Entonces, es más interesante pensar qué es una contra-violencia en democracia, que discutir si nos interesa la luchar armada o no. La lucha armada, tal como está planteado el problema, es decir, en términos de reividicar o condenar lo ocurrido en los años setentas, no es un una cuestión del presente.  Estamos obligados a pensar todo esto en otros términos: las formas de una contra-violencia capaz de desactivar la violencia de arriba.

1983-2001: 20 años de democracia (que no conmovieron a nadie)

L.S.: En el capítulo sobre la Iglesia argentina, aparece la idea de secularización incompleta, que parecer trazar todo el recorrido. La Historia política de la Iglesia Argentina puede ser leída junto con La Cosa y la Cruz de León Rozitchner. Verbitsky narra históricamente la hipótesis que subyace en ese libro de León. En la historia que el libro describe, pueden leerse dos periodos: 1955-1983, caracterizados por la violencia política, y 1983-2017 que, envuelto bajo el signo de la democracia, la violencia parece estar ausente.

D.S.: Entre el 55′ y el 83′ las cosas se dirimen por las armas. De ahí en adelante, aunque las armas las monopolice el Estado, las cosas no se dirimen de la misma forma. Se dirime –lo que se dirime- en la lucha política. Eso cambia las condiciones del problema, y de ahí viene el protagonismo del movimiento de los derechos humanos, el movimiento de mujeres, del movimiento social. Eso muestra hasta qué punto la acumulación de fuerza en la lucha democrática no se puede subestimar.

También estoy de acuerdo con que leer La cosa y la cruz con los libros de Historia política de la Iglesia Argentina da un fenómeno muy interesante de convergencia, entre una perspectiva filosófica, abstracta, de largo plazo, y una muy ubicada históricamente, en el siglo XX argentino, que puede mostrar la relación entre el Terror -del cual habla Rozitchner- y las formas concretas que eso fue tomando en la Argentina.

Ahí tenemos dos pensamientos convergentes: momento de las armas y del Terror/ momento llamado ‘de la democracia’, ya aterrorizada.

L.S.: ¿Qué actualidad guarda la discusión en torno al peronismo? Pertenecés a una generación para la cual definirse como “peronista” o como “no-peronista” no parece tener una relación primordial en la auto-proclamación ideológica de uno (o eso parece). Es decir, la generación que creció en la versión menemista del peronismo y se “educó” políticamente en esa década con un peronismo arruinado. El PJ pasó a un lugar meramente institucional, y puede ser importante su disputa pero no parece tanto pasar por el sujeto la discusión. En la iglesia, quizás, se puede pensar algo parecido. Verbitsky, de todas formas, hace una afirmación muy llamativa: «Las discusiones en la Argentina entre las clases sociales, entre la burguesía y la clase trabajadora, acaban pasando por la línea católica.».  

D.S.: Primero el tema del peronismo. La idea de que la lucha de clases se da entre peronismo y anti-peronismo, como si el peronismo fuera el proletariado y el bloque liberal fuera burgués, es una lectura parcial de un razonamiento muy lúcido de J.W. Cooke. Obviamente Cooke no llegó a ver al menemismo, esa escena del peronismo agota la frase de Cooke, la desactualiza. Pero en su época, el decía que la lucha de clases era peronismo anti-peronismo, si se entiende, al mismo tiempo, que hay lucha en el propio peronismo. Entonces hay unas derechas peronistas que se arrogan la dimensión popular-plebeya del peronismo pero para regularla, limarla, limitarla y, muchas veces, para reprimirla. Entonces en el propio peronismo hay una posición que es muy retardataria, limitativa y represiva. Creo que hay que mirar con esa complejidad. El propio Verbitsky dice que «fue peronista hasta Ezeiza» porque  «no quiero ser parte de un movimiento donde me maten por la espalda». Está todo dicho: el peronismo es una realidad muy importante del país, es una identidad popular muy fuerte, es evidente que durante muchas décadas movimiento obrero y peronismo fueron realidades yuxtapuestas. Pero no creo que sea la situación de hoy, no creo que el movimiento obrero actual se pueda reducir al sindicalismo peronista. Hay mucha experiencia de delegados jóvenes, de gente de izquierda, con una politización más autonoma. Lo cual no quiere decir que el peronismo no pueda, cada tanto, dar lugar a experiencias en su interior muy revulsivas, interesantes y combativas. En todo caso, la idea de peronismo y anti-peronismo congela subjetividades, remite a una cartografía demasiado fija. Lo que es interesante es cómo se van produciendo las subjetividades, que sean o no peronistas no me parece la linea de demarcación fundamental. Pero tampoco lo era para Cooke: el decía que los anti-peronistas son enemigos, pero los no-peronistas no necesariamente. Entonces, cuando Cooke pensaba al peronismo como una radicalización por izquierda, el movimiento que pensaba era del peronismo a la izquierda y no del peronismo al peronismo. Al peronismo se lo puede ver como el máximo que se puede permitir como experiencia de politización popular o puede ser un espacio donde surgen politizaciones contradictorias. Y cuando las politizaciones que surgen son libertarias o ponen en el centro la cuestión de lo común, del cuestionamiento de la propiedad privada, es evidente que el mundo de las izquierdas tiene todo que ver con esos momentos. Ahora, no vale la pena congelar identidades políticas cuando la subjetividad nace de la propia lucha y del propio movimiento social. Y muchas veces se juntan peronistas con no-peronistas, como en la CGT de los argentinos, la CTA, el movimiento piquetero. Es una mezcla de composiciones y eso es más interesante. La lucha de clases como un movimiento vivo que va subjetivando de maneras variables y que a veces puede ser una política reaccionaria reducir eso a peronismo y anti-peronismo.

L.S.: Claro, al mismo tiempo -esto es un tanto obvio-, del 83 hasta nuestros días las identidades político-partidarias perdieron bastante peso. No hubo fenómenos de convergencia entre identidades ideológicas o políticas y movimientos sociales, sindicales. No tan claros, por lo menos.

D.S.: La dictadura, en ese sentido, es un punto de inflexión. Y la crisis del peronismo del 74/75 también. De todas formas, siempre hay que pensar al peronismo como una identidad política mucho más gelatinosa que un partido político. Y cuando fue el 2001, la posibilidad de surgimiento del kirchnerismo, tuvo bastante que ver con la capacidad del peronismo de, por un lado, proveer cuadros para una experiencia que vuelva a retomar el lugar del estado, el verticalismo y la conducción política. Por otro lado, es un peronismo que no puede dar nada de sí, para hacer tiene que tomar de otro lado: Menem tomó de la derecha neoliberal, el kirchnerismo tomó de los derechos humanos. Esa es una inversión, el peronismo ya no es una fuerza política que tiene aliados sino que el peronismo es una especie de identidad popular, lugar de una realidad muy fuerte en el país, pero que se regenera tomando algo que no produce, lo toma de la sociedad. Esa capacidad del peronismo de tomar de la sociedad, muestra lo vivaz que es pero, al mismo tiempo, que no tiene linea. Esto hace que en nombre del peronismo puedan pasar cosas muy contradictorias.

L.S.: Hace unos días, el Partido Justicialista fue intervenido. Y no pasó nada. Parecería que el macrismo ha logrado domesticar al peronismo, liderarlo en términos prácticos y subordinarlo.

D.S.: Sí, conseguir que los gobernadores, una buena parte de la burocracia política peronista cogobierne con el macrismo. Este peronismo ya dió muchas vueltas, pasó el menemismo y el kirchnerismo entero. Pareciera una especie de burocracia política que aún conserva vasos comunicantes con la sociedad, pero que es muy dudoso cuáles son y no sabemos cuanta salud tienen. Lo que sí hay que verle al peronismo es esa gran capacidad de acomodarse a las corrientes sociales. Entonces, cuando las corrientes sociales son más progresistas, el peronismo da una cara. Y, cuando viene más macrista, da una cara acorde a eso. Después de Menem, eso hay que registrarlo. El peronismo no le da un programa a la sociedad, se va reconstituyendo en torno a los programas que creen que en ciertos momentos son realistas para gobernar.

L.S.: Tengo que confesar cierta incomodidad que sentí leyendo la discusión del final del kirchnerismo. Por momentos, me pareció que Verbitsky abandona sus categorías más «estructurales» que expresan, en determinado momento, ciertas posibilidades y clausuras de los gobiernos. En particular, me pareció que por momentos confía en el «pleno empleo» o en la «industrialización» y, si bien es crítico del kirchnerismo en un montón de aspectos, acaba sobrevalorando el hecho de que Scioli haya sido candidato o, más bien, la falta de construcción de cuadros políticos por parte de Cristina. Ve allí una virtud de Lula, que construyó su reemplazo en la figura de Dilma. Con el diario del lunes, con el reciente «golpe institucional» y  encarcelamiento de Lula, podríamos decir que ello no alcanzó.

D.S.: Verbitsky se apoya mucho en los informes económicos de Eduardo Basualdo y su equipo económico. Que tienen una concepción fundada en ésta posibilidad de «reindustrialización», de un mercado interno fuerte, de un estado nacional- popular muy presente, que son categorías elaboradas en los años 70s, que a ellos le siguen funcionando y que, desde ahí, han hecho análisis que han influenciado y convergido mucho con la CTA en su momento y con una parte del FPV. Lo que decíamos de Carta Abierta, en alguna medida valen para todos los intelectuales que de alguna u otra manera simpatizaron con el kirchnerismo: se dedicaron más a explicar los horizontes que el gobierno abría contra la derecha, que a pensar horizontes estratégicos. Al mismo tiempo, hubo al menos una subestimación de la importancia de las críticas a la acumulación de tipo neo-extractiva, a formas de explotación de la naturaleza, de la energía, del agua, de la minería. Me acuerdo que en un momento del diálogo con Verbitsky, el me preguntó, terminando la conversación, «¿Qué te pareció a vos?». Yo le respondí que desde chico que leo sus notas y sus libros y siempre me habían resultado mapas conceptuales para entender la coyuntura, un ejercicio de cómo leer la coyuntura. Y que cuando él se hizo kirchnerista y yo no, siempre me había quedado la duda de por qué, si me gustaban tanto sus líneas de análisis, podíamos llegar a posiciones políticas tan diferentes. Conversando con él, me daba a mí mismo las siguientes respuestas: el modo de vivir el ciclo de luchas sociales más fuertes, 1998-2003, hizo que, desde mi punto de vista, la «solución» que se le dio coyuntura fue muy conservadora. Pero, desde el punto de su lectura eso no fue así. Al mismo tiempo, él no se subordinó al kirchnerismo, sino que el gobierno hizo gran parte de lo que él quería

L.S.: ¿Qué sentiste en el nacimiento y desarrollo de Carta Abierta? ¿Por qué tu decisión de no participar ahí desde un comienzo? Tampoco Verbitsky lo hizo.

D.S.: El por qué del alejamiento de Verbitsky de esa experiencia, no lo sé. Pero en una de las conversaciones él me dijo que vio muy importante la aparición de Carta Abierta, más que todo el proceso posterior. Él se mantuvo siempre en la primer línea de la confrontación política y quizás vio Carta Abierta como un lugar que agrupaba personas que habían quedado durante décadas fuera de esa línea de fuego. No sé si esa discusión le interesó. Si sé que, en los momentos de la crisis con el Campo, donde la derrota del gobierno era muy fuerte y parecía que la derecha iba a poder acosar al gobierno, la aparición de Carta Abierta la vio muy bien.

Yo tenía muchos amigos en la primera convocatoria de Carta Abierta, por ejemplo León Rozitchner. Pero no me sentí cómodo para ir, sentí que la pulsión principal era defender al gobierno, más «al servicio del gobierno» y eso no me convocaba. La edad de mucha gente que participó, no sentí que trajera un lenguaje renovado. También había gente muy cercana, como María Pía López, con quien siempre estuve cerca y me contaba lo que pasaba en Carta Abierta. Nunca los consideré enemigos ni adversarios, pero sí estaba interesado en otra perspectiva y lo sigo estando. ¿Qué pasa cuando grupos de amigos, realmente amigos, personas que realmente uno valora y quiere, lanzan una iniciativa política donde uno no ve interés o no cree que es el esfuerzo que hay que hacer? Hubo momentos donde el aparato cultural del kirchnerismo, con 678 o Carta Abierta, eran un lenguaje que consistía meramente en denunciar a la derecha y muy poco en elaborar una posición nueva que abriera posibilidades con lo que estaba pasando.

Creo, de todas formas, que fue importante en el momento que apareció. Y sí es una iniciativa libertaria, de una generación que volvió a tomar la palabra y defendió cosas que son justas. Por otro lado, en la medida en que se fue elaborando la teoría política del populismo, se convirtió en una teoría que compite contra la teoría neoliberal, compite contra un marxismo muy clásico pero, también, contra una filosofía más plebeya. Y ahí me parece un obstáculo: en la medida en que lo nacional-popular se organiza desde arriba, desde el Estado, que ese sea el centro de toda la tensión y preocupaciones, tiene aspectos de bloqueo. Hay cosas que desde Carta Abierta no se pudieron pensar y después se vieron que eran fundamentales: cuestiones vinculadas a la violencia, a los territorios, al género. Cosas muy importantes que ya veían y Carta Abierta restringía su agenda y lenguaje a lo que el gobierno planteaba. Me parece que una teoría política tiene que estar mirando lo que nace como movilidad social, no sólo defender unas políticas de estado contra el enemigo.

L.S.: Hay una idea de Verbitsky que es lo estructural de la corrupción desde el ’83. Está en el libro, cuando hablan de la relación de las organizaciones sociales con el kirchnerismo. Verbitsky dice que la corrupción que se atribuye a este último grupo -pienso en Milagro Sala, Madres de Plaza de Mayo- no es corrupción, pero ve un déficit organizativo en una relación tan dependiente con el Estado. Parece darte la razón.

Por otra parte, en tu artículo ‘Lula, nosotros y el problema de la corrupción’ decís que cuando se ataca a las organizaciones sociales, se ataca la historicidad de desobediencias que las atraviesa. ¿Ves que ahí haya un acuerdo con Verbitsky en estos dos puntos? Y, por otro lado, ¿qué eficacia ves en el discurso de la derecha actual, que liga directamente corrupción con organizaciones sociales?

D.S.: Verbitsky escribe un libro muy importante que se llama Robo para la corona. Es un libro escrito en los primeros años del gobierno de Menem, y es una investigación repleta de datos sobre el fenómeno de la corrupción. El título es sacado de una frase de José Luis Manzano, un importantísimo legislador joven del peronismo luego ministro de Menem, que dijo «yo robo para la corona», es decir, que el robo no era sólo corrupción inmediata y personal, sino que una forma de financiamiento y estructuración política. Hay un capítulo muy importante, que toma datos del equipo económico de Basualdo, en el que se dice que hay que entender el fenómeno de la corrupción en un contexto de un conflicto entre grupos económicos locales, que precisan del financiamiento del Estado, y acreedores internacionales, que manejan el negocio de la deuda. Son –dicen- las dos grandes fracciones -devaluadores/dolarizadores- que pugnan por influenciar en la economía argentina. Así, bajo esta idea de que hay que entender a las coyunturas políticas como momentos de unificación, conflicto e intento de predominio de una fracción sobre otra, las privatizaciones y toda la política económica del gobierno de Menem se entiende como el intento de resolución de ese conflicto en el seno de las clases dominantes. Y la corrupción es inherente a ese modo de acumulación, es estructural, porque es la forma o el aceite con el que se dirime ese conflicto de clase.

A mí me parece que si se analiza Robo para la corona visto desde hoy como el efecto de la disputa entre grupos de poder por el modo en que el Estado juega un papel en la acumulación de capital transfiriendo recursos públicos (plusvalía colectiva) hacia el bloque en el poder, lo que se está haciendo es describir un mecanismo de explotación social. Entonces, empezamos a des-banalizar el discurso de la corrupción. Del ’89 para acá, con la caída del muro y de la Unión Soviética se produce el ocaso de la lucha de clases como un proyecto histórico -un socialismo alternativo al capitalismo de las burguesías-, lo que en América Latina coincide con un contexto en el cual los golpes de Estado ya no están vigentes. Es entonces que el discurso anticorrupción aparece como el código aceptable por las grandes instituciones de la gobernabilidad occidental (empresas, aparato judicial, iglesia, partidos políticos, medios de comunicación), para suceder al personal político. ¿Cuándo queda desprestigiado un partido político? Cuando hay causas de corrupción contra ellos. Lo vemos en Perú, Estados Unidos, Francia, Brasil, etcétera. La anticorrupción como máximo de discurso dentro del plano político. Es un discurso que permite la disputa entre las élites políticas sin que se abra el espacio crítico a la acumulación del capital. Y hoy sirve para destrozar la experiencia de los llamados gobiernos progresistas.

El discurso anticorrupción, durante el menemismo, lo utiliza el progresismo -de ahí sale el programa del FREPASO. Es un progresismo muy limitado al espacio de politización que las clases dominantes abren: no se puede discutir la convertibilidad, ni el uno a uno; lo que se puede discutir es por qué Menem anda en una Ferrari o las valijas que le dieron a tal ministro. Ahí, tres cosas. Primero, hay un consumo de masas de hechos indignantes, que hace que la visibilidad del problema de la corrupción se reduzca al problema moral y al Código Penal. Por otro lado, hay una ideología general de las clases dominantes que dice que hablar de política es hablar de corrupción. En tercer lugar, hay un fenómeno sustraído de la visibilidad pública, por el cual la corrupción es estructural a un modo de acumulación.

¿Qué es lo que pasa con la llegada de gobiernos progresistas? Sucede que esa manera de dirimir los problemas internos de las clases dominantes, se utiliza en contra de estos gobiernos, que reclaman unas autonomías relativas respecto de los poderes. Ahí, yo creo que cambia un poco el sentido de la palabra corrupción, porque ya no estamos hablando de ese tipo de corrupción que es fundamental para aceitar los mecanismos neoliberales de privatización y de despojo del patrimonio público, sino en un contexto de mucha circulación de plata, y donde hay una cierta cooperación entre el Estado y los movimientos sociales. Es un cuadro diferente.

En ese contexto nuevo, las clases dominantes deciden, en primer lugar, que decir que los gobiernos progresistas son corruptos permite destruirlos, manteniendo consensos entre sí -porque no tienen consensos absolutos entre sí, pero se pueden poner de acuerdo acerca de una cosa- y sin que esto sincere que el motivo fundamental que los unifica en contra de esos gobiernos, lejos de ser la corrupción (puesto que ellos tienen ‘corrupciones peores’ o mismo porque sus cuadros están dentro de esos mismos casos de corrupción), es el hecho de que la autonomía de estos gobiernos progresistas viene dada por la crisis del neoliberalismo y el protagonismo de sectores plebeyos, que tuvieron un espacio de participación (mayor, menor, mejor, peor) estos años.

Decir que los movimientos sociales son corruptos ni siquiera tiene sentido, porque la corrupción es, básicamente, el hecho de que vos puedas cobrar un dinero por influenciar una política pública. Al nivel del movimiento social, en todo caso, lo que hay es un problema de una cierta debilidad o inmadurez –arbitrariedad, autoritarismo, ingenuidad, etc- en cómo entrar en relación con el Estado y cómo procesar ese manejo de recursos. Creo que Verbitsky admite que los movimientos sociales resultaron estatizados, y que eso no es nada positivo. , se sometieron al esquema de gobernabilidad que el Estado les proponía. No fueron lo suficientemente capaces, con gobiernos que eran más amigables, de discutir qué uso, cómo se entra en relación con ese dinero. Ahora, el derecho de las organizaciones sociales a percibir dinero del Estado hay que defenderlo, la idea de que todo lo que estuvo mal ahí se resuelve con el Código Penal es un discurso moralista e hipócrita. Y se lo hace para desmontar lo que -bien o mal- hay aún de luchas sociales, y para desprestigiar a los referentes de esas luchas, nos gusten o no. No se puede aceptar ese discurso. Que además proviene de delincuentes notorios. Y la izquierda partidaria, que habla de corrupción sin darse cuenta que el uso de la palabra corrupción hoy es una categoría específica de una política específica (desmontar la democracia utilizando las instituciones del Estado de derecho), no está entrando en contacto con esto. Es la idea de que un juez Moro en Brasil te oriente la coyuntura política, pueda desarmar gobiernos que, incluso represivos o neoliberales, asustan a las burguesías.

Me parece que es un aprendizaje muy importante de estos últimos años, nosotros tenemos que tener un lenguaje crítico propio. Tenemos que discutir la corrupción de los gobiernos progresistas, pero que sirva para fomentar un reparto mayor de dinero a los movimientos sociales, mayor autonomía política en las instituciones y, al mismo tiempo, desarmar estas avanzadas de la oligarquía. Ni defender a los gobiernos progresistas como si fueran nuestros -porque no lo fueron ni lo son- ni defender el discurso anticorrupción tal como es, porque ‘robaron y tienen que ir en cana’. El asunto no es ese, sino que con ese discurso se está reorganizando el sistema político, y nosotros tenemos que participar con un lenguaje nuestro. Si decimos ‘Cristina corrupta’  o ‘Lula corrupto’ estamos trabajando para la derecha, estúpidamente.

L.S.: En el capítulo sobre macrismo, se recupera el debate que tuvo Verbitsky con, por lo menos, la dirección de las organizaciones sociales, en torno a la firma de la Ley de Emergencia Social, un acuerdo que suponía beneficios beneficios para la CTEP y demás organizaciones populares, a cambio de ‘paz social’. En ese momento, se tomó a Verbitsky como un enemigo de la CTEP, como alguien que estaba en contra de que el movimiento popular obtenga acuerdos con el gobierno. En el libro esto se matiza muy bien: no hay ningún problema al respecto, sino que lo que él ve es que hay un peligro de acuerdo político que termine subordinando a la CTEP al gobierno.

D.S.: Yo creo que lo que hizo Verbitsky en aquella nota fue advertir los riesgos de confiar en el macrismo. Era una advertencia que él creía que tenía que hacer al movimiento social. Creo que fue una nota mucho más contra el macrismo, que estaba repartiendo palos en Jujuy y negociaciones con algunas organizaciones, que una crítica a la legítima lucha de todo movimiento social, por transferir lo que se pueda de riqueza social a sus bases. Habría que hacer un balance sobre si esto se está dando efectivamente o no, si es que el macrismo es confiable en ese plano.

Después, yo creo que volvemos sobre la ambivalencia del peso de la Iglesia Católica sobre los movimientos sociales. Me parece que yo estaría, también acá, de acuerdo con Verbitsky en decir que es tácticamente importante todo lo que permita construir una legitimidad para que los sectores populares tenga más riqueza. Ahora, no se puede, por eso, negar realidades históricas muy complejas sobre la historia de Bergoglio, por ejemplo. Tampoco se puede dejar de pensar lo que el 8M y otros movimientos han dicho sobre la crítica de la Iglesia al capitalismo: que es parcialmente positiva, parcialmente insuficiente y, vuelvo a decirlo, implica límites para el despliegue del propio movimiento social. Creo que hay que evitar embarrar la cancha ahí. Lo peor que puede pasar es pensar esto como un conjunto de operaciones políticas que embarran la cancha; hay que pensar más en el hecho de que el capitalismo no da pleno empleo, que el programa del 50 y 50 es anacrónico políticamente. Por lo tanto, es fundamental pensar cómo se hace para darle protagonismo a ese enorme sector que ya no es clase trabajadora formal, un sector muy heterogéneo, que va desde la economía popular hasta sectores muy calificados.

¿Cómo se le da centralidad a esta situación? Ahí te diría que la CTEP es maravillosa, porque es una forma de sindicalización de sectores que quedan por fuera de la sindicalización. Creo que todo el debate sobre cómo se sindicaliza eso, cómo se organiza eso, cómo eso tiene centralidad en la sociedad, con qué categorías se piensa, qué luchas se dan, qué marco de alianzas se tiene, son fundamentales. Yo no intentaría ensuciar ese debate. Haría lo contrario, intentaría limpiarlo. Es decir, intentaría mostrar que se trata de un debate estratégico para el movimiento popular, que es una muy buena lectura porque permite salirse de una nostalgia de una clase trabajadora homogénea. Permite plantear problemas más vigentes, implica renovar mucho la teoría política.

Por último, diría que el kirchnerismo no supo pensar esto. Es decir, el kirchnerismo sabe hablarle a ese sector de la sociedad -planes, subsidios, protagonismo a la movilización-, pero siguió esperando que la reindustrialización y la vuelta del Estado homogenice a la clase trabajadora. La verdad es que hay una pregunta muy importante, pendiente, sobre cómo se construye forma política para toda esta dimensión del trabajo.

L.S.: Hay también una relación con el discurso que dio Cristina en Arsenal el año pasado, donde hizo subir a cada una de las personas que venían ‘sufriendo el macrismo’, y hacerlas hablar. Fue el primer discurso corto de Cristina, donde no confronta. Parece haber escuchado a Durán Barba, por lo menos un poco, pero, al mismo tiempo, es una imagen de tratar a la víctima muy pastoral, muy católica. Muy mesiánica también.

D.S.: Sí, la idea de que se perdió el orden que había logrado: las vidas habían quedado desorganizadas. Era una reivindicación de un aspecto más o menos conservador de la idea de su política de gobierno. Era más eso que una lectura de cuáles eran las luchas sociales que estaban emergiendo. Si no, la lucha de los movimientos sociales o del movimiento de mujeres hubiera tenido una centralidad mucho mayor, y no eran discursos dominantes en esa época.

Yo creo que lo que queda pendiente es cómo las luchas sociales pueden protagonizar más, con una perspectiva propia, agendas, desarrollos, formas de representación, formas de liderazgo, lenguajes. La verdad es que no creo que esté faltando eso, creo que se está haciendo.

D.S.: En el libro se leen claras las diferencias sobre el significado del 2001 y el kirchnerismo. También las coincidencias. Verbitsky dice que «otra cosa no podría haber pasado» o que, mejor dicho, cualquier otra cosa hubiera conducido a algo peor. Dice una polémica afirmación: «La fantasía de la izquierda que pedía asamblea constituyente en 2002, y la idea de que estaban en una situación prerrevolucionaria, me parece que no está sostenida en ningún hecho de la realidad, es nada más que una expresión de deseo.”.  Muy distinto a como vos percibías la situación (más allá de lo de situación “pre revolucionaria” etc.).

L.S.: El pensamiento político tiene que soportar una tensión entre un realismo político muy fuerte y una proyección muy fuerte de posibles. Donde el realismo político cumpla su función, pero también esté la necesidad de proyectar posibles necesarios y pensables desde las resistencias. Eso nos faltó. ¿Por qué no se armaron estos años espacios de intelectuales y luchadores sociales con apoyo del estado para pensar una forma de acumulación no neo-extractiva? No en lo inmediato, por obvias razones, pero si en lo mediato. ¿Por qué no se pensaron formas de tomas de decisiones políticas donde los cuadros de las luchas contra el proceso de acumulación estén más en el centro y menos subordinados a esquemas políticos? ¿Por qué no se promovió la toma de decisiones por parte de cuadros provenientes de otras clases sociales? Puede ser que se nos diga que no se podía hacer en la coyuntura inmediata, pero ¿Por qué no se propuso ni se propone a largo plazo? Eso sería abrir escenarios, plantear esquemas estratégicos. ¿Por qué no se hizo? Me diferencio de la izquierda partidaria porque no me limito al reclamo hacia el kirchnerismo sin reclamarme a mí mismo, a las experiencias de las que participe, por qué  no fuimos capaces de abrir esas discusiones, fortalecer esos tejidos. El libro incluye discusiones fuertes, pero no recriminaciones. Se trata quizás de hacer las preguntas que ayuden a imaginar qué podría seri diferente hacia adelante. Cómo podríamos reconstruir un tejido de iniciativas que sean mucho más interesantes.

L.S.:Pareciera que hay dos tipos de relación con la historia: una más nostálgica con la derrota y una, como te dijo Duhalde, de la derrota propiamente dicha, un aprendizaje militante. Respecto a esto ¿por qué pensás que la mayoría del kirchnerismo tomó este tipo de postura más nostálgica, como por ejemplo Página/12, y Verbitsky no?

D.S.: En mi opinión, cuando hay gobiernos que defender lo que suele aparecer es un sistema, como vimos estos años, en el que domina la idea de «no hacerle juego a la derecha». Entonces, no habría que adoptar una posición crítica frente al gobierno sino frente a la derecha que lo acosa. Se produce una suerte de blindaje que consiste en no reconocer los errores propios y ver solo la malignidad del enemigo. Creo que en Verbitsky puede haber algo de esto, pero en general tuvo una actitud mucho más crítica en varios momentos (recuerdo, por ejemplo, el caso Milani, cuando como presidente del C.E.L.S. se opuso directamente a la asunción de este) y en general sostuvo posiciones autónomas. Creo que él es el heredero de una agenda que tiene su propia consistencia, que viene de antes. El propio C.E.L.S. tiene su agenda propia y viene de antes. Y creo que existe esto que podríamos llamar el peso de una historicidad.

En el caso de Verbitsky, hay una suerte de realismo histórico muy fuerte, que hace que todo el tiempo él pueda decirme que las cosas que yo hubiera querido que pasen en este país no habrían podido pasar. Por ejemplo, si vamos a los primeros debates del kirchnerismo: ¿Había que reconocer o no a la CTA como una central autónoma con los mismos derechos de la CGT? Y Horacio me contesta que hubiera estado muy bien, pero que Moyano no lo habría permitido nunca porque había que entender que con el kirchnerismo se iniciaba un nuevo momento de reorganización del sindicalismo y no quedarse con la discusión de la década de los años noventa. Ese tipo de realismo, que marca lo que se podía o no se podía hacer, es una evaluación siempre muy subjetiva y forma parte de las discusiones que podemos tener.  Cuando Horacio me dice que le parece muy bien que Kirchner haya incorporado al movimiento piquetero en los proyectos de inclusión, a mí me parece muy discutible porque son proyectos muy subordinados, que desconocen bastante los saberes de esos movimientos sociales y, además, queda la pregunta por la dificultad que tuvo el kirchnerismo para promover cuadros que habían empezado a foguearse de manera muy importante en esas luchas sociales.

Todo esto me hace pensar que algunas personas que vienen de la experiencia de los años setenta, muchas veces tienen categorías de pensamiento muy formadas, mientras que los que pertenecemos a otras generaciones sentimos la necesidad de introducir nuevas categorías acordes a cómo estamos percibiendo el mundo, sus procesos económicos, políticos, etc. En ese sentido, el libro también intenta dar cuenta de cuáles son las maneras en las que se puede discutir entre generaciones, entre gente que no tiene la misma posición política. A mi juicio, la historicidad son capas de desobediencia, no es la repetición siempre de la misma desobediencia. Me resulta muy interesante ver cómo Horacio apoya abrumadoramente y de forma explícita el 8M, por ejemplo, que está claro que no es un movimiento que podría haber surgido de la sensibilidad, de la mentalidad de un hombre de su generación. Son chicas jóvenes las que están protagonizando esto. Entonces hay momentos donde las categorías que uno tiene de pensamiento tienen que quedar suspendidas.

 L.S.: Volver a la escucha, digamos.

 D.S.: Claro, una escucha que tiene que ser capaz de conmover la cabeza de uno. Y eso no me parece fácil, menos a los setenta años, cuando uno ya publicó muchos libros y tomó posiciones muy duras.

¿Hay una historia?

L.S.: Retomo dos cosas que dijiste antes, para volver a esta idea de las generaciones. En un momento, HV dice que la investigación que hizo sobre Scilingo tiene como consecuencia política la existencia de H.I.J.O.S, lo más disruptivo del movimiento de DDHH en los ’90. Ahí habría un cruce, entre tu generación y su aporte investigativo político. Pienso, ahora, en ex-hijos. En lo que pasó hace poco en El Cohete, experiencias cercanas a vos personal y etáreamente. Son, también, dos momentos de la investigación militante: 1955-1983 y 1983-actualidad. De la clandestinidad al movimiento de derechos humanos, a la democracia. También entra en juego lo que decías: la potencia plebeya como base política del Estado.

D.S.: Exacto. Revolución y democracia. Entre el 55 y el 76 fue creciendo y alimentándose la hipótesis revolucionaria. No solo participaban las organizaciones guerrilleras: mucho movimiento de masas, la Teología de la Liberación, los Sacerdotes Tercermundistas, las coordinadoras obreras, etc. La investigación militante estuvo signada por la hipótesis revolucionaria.  Luego de la derrota militar, en torno a 1977, aparece otra cosa con las Madres de Plaza de Mayo; más adelante, con todo el proceso de politización en democracia, surge lo que dicen ustedes.  Es otro momento histórico. Y una de las cosas que yo me preguntaba sobre HV es qué cambió y qué no cambió en él, desde el momento de la “hipótesis revolucionaria” hasta el momento de la “hipótesis democrática”. Porque también es cierto que muchas personas de los años setenta no aceptaron esa conversión, digamos que preferían la idea de seguir fiel a la hipótesis revolucionaria y no tomar tan en serio el nuevo escenario democrático. Y otros asumieron esa conversión como un arrepentimiento de la revolución. Cuando le pregunto esto a HV, me responde: «Yo no cambié nada, lo que cambió fue el país. Lo que cambió fue la realidad». A mí, algo de eso me interesa, es decir, las discontinuidades como parte de una continuidad de fondo. Me hace recordar a la idea de León Rozitchner según la cual la democracia es una tregua política, y por lo tanto su valor viene dado por las luchas que puedan desplegarse. Desde ese punto de vista habría una continuidad clarísima, más allá del régimen político.

Por otro lado, me parece que hay un cambio de etapa muy obvio, por esta frase que me dijo HV: «Es Fidel Castro el que les pide a las FARC que se desarmen». Es decir, toda la cuestión de la lucha armada tal como se la pensaba en el período previo, caduca. Eso no quiere decir que ya no hay que pensar el problema de la violencia política. Pero sí hay que pensarlo de otro modo.

Verbitsky reflexiona sobre las generaciones. Ve que la generación protagonista de las organizaciones de DDHH es la de los padres y madres de los que produjeron la lucha de los setenta. La gente muy joven fue aniquilada, y son los padres los que retoman la lucha: Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto, Adolfo Pérez Esquivel, Emilio Mignone. Una generación de gente que es mayor que Verbitsky asume la lucha de los ochenta. También el libro es para él parte de una concepción generacional. Me dijo: «Acepté escribir ese libro con vos porque tenés la edad de mis hijos». Lo que yo entiendo que me está diciendo es que él quiere ser narrado por gente de otra generación, y leído por gente de otra generación. Creo que esa es su razón para hacer el libro. Y me parece que el tema de las generaciones, desde el 83 hasta acá, hay que pensarlo también con estas figuras: abuelas, madres, hijos.

L.S.: Lo más llamativo sería cómo la familia, la forma familiar, se termina convirtiendo en una lucha, en una posición de combate, en una trinchera. Desde Madres, hijos o ex-hijos.

D.S.: Sí, ahí hay una cosa. Cuando liquidaron la organización revolucionaria, surgieron, en primer lugar, los familiares de las víctimas. En Almirante Cero, Claudio Uriarte cuenta como Massera estaba muy convencido de que esos familiares no representaban ningún tipo de desafío porque era gente que pedía por la vida de sus hijos, pero no estaba en condiciones de pedir cuentas de la reorganización del país. En todo se equivocó Massera. También cuando él dijo, en la alocución suya de los juicios de los 80s, que estaba seguro de que sus hijos iban a estar orgullosos de llevar su apellido. Y hoy vemos con mucha emoción como Mariana Dopazo decide desafiliarse del apellido de Etchecolatz y la justicia argentina no sólo la autoriza, sino que en los fundamentos dice que todos tenemos derecho a no ser hijos de este monstruo, de este tipo.  Creo que primero vino la recomposición política a través de la figura familiar y, después, eso fue ampliándose como un tipo de sensibilidad que fue capaz de hablarle a las luchas sociales diciendo que había una posibilidad de pensar la soberanía política fundado en el cuidado de los cuerpos y no en la destrucción. Ese es el paradigma que al principio lo leímos en función de democracia y dictadura, es decir, una verdadera democracia no aniquila los cuerpos, hoy hay que transladarlo a la cuestión del neoliberalismo. El neoliberalismo es un heredero de la dictadura, un heredero democrático de la dictadura, un delirio democrático de la dictadura, un heredero que opera en estado de derecho, pero es un heredero que actúa con el mismo principio: la soberanía admite la posibilidad de destrucción de los cuerpos. Y los organismos de Derechos Humanos han contado con la posibilidad de re-invertir esa sensibilidad del plano de la re-sensibilización social. Creo que la aparición de los ex-hijos de genocidas, están dialogando con esta situación que todavía no sabemos pensar bien pero que es indispensable trabajar en eso. Porque cada vez que alguien puede decir: yo no quiero amar a unos sujetos que son engranajes fundamentales en el sistema de la crueldad, se está fundando a través de la desafiliación una manera capaz de detectar cuales son los puntos donde la crueldad trabaja chantajeando la afectividad. Creo que lo que vienen a decir los ex-hijos hay que, primero, escucharlo todavía y, segundo, usarlo para entender que no hay «dos versiones» sobre lo que pasó en la Argentina sino una única versión. Y es una versión donde Verbitsky jugó un papel clave y la vuelve a jugar cuando publica a los ex-hijos. Y, después, una cosa que va más allá de lo que estamos hablando: esta necesaria puesta en diálogo del saber sobre la crueldad que tienen los ex-hijos con el saber sobre la crueldad que tienen los que trabajan en talleres textiles o fueron víctimas de abusos, es decir, los que su vida está sometida a ese chantaje. Ese saber afectivo sobre la crueldad es un dispositivo fundamental en la lucha micropolítica contra el neoliberalismo.

L.S: Es como cuando Viñas, en su autopresentación, dice «escribo por humillación y para salir de ella».

D.S.: Eso. Hay que ver lo que era el movimiento piquetero: pibes y pibas jóvenes, con la cara tapada, con los palos, cortando la ruta, bancándose en el barrio y, después, lo indignante es cuando ciertos discursos de cuadros del kirchnerismo decían «con nosotros los jóvenes vuelven a la política». No, no es cierto. Es más bien: los jóvenes del kirchnerismo pueden estar ahí porque los piqueteros abrieron el espacio político que ellos pueden ocupar sin que los maten. Esto me parece fundamental. Verbitsky lo reconoce.

D.S.: En un momento del libro, sostenés que hay una importancia en «no anticipar la palabra sobre aquello de lo que aún no se tienen certezas, y al mismo tiempo evitar toda sobreestimación del dato y de la fuente por sobre la capacidad de asociación mental y de un cierto sentido de verosimilitud». La generación de Verbitsky se destaca por una fuerte confianza en la Historia, en un triunfo revolucionario más temprano que tarde. La nuestra, la de quienes nacimos rozando el siglo XXI, se muestra como una generación entregada a la «posverdad». La tuya parece funcionar al modo de una articulación entre ellas. Vos afirmás sobre tu generación: “Confiamos menos en el heroísmo y damos más tiempo a las interrogaciones. El combate se nos presenta de otro modo». A pesar de ello, Verbitsky es un realista anómalo con respecto a su generación. ¿Vos ves una importancia inmediata en ese realismo, en esa rigurosidad, en la investigación-militante en tiempos en los que la información se consume y la realidad se banaliza de modo permanente?

D.S.: En ese sentido, coincido con Horacio González que tiene una cierta percepción de Verbitsky como si fuera el personaje de un policial negro norteamericano, alguien que está en relación con los hechos, siguiendo pistas, elaborando hipótesis. Me parece que posee un rigor investigativo muy importante, que parte de la escuela de Rodolfo Walsh, quien en los años setenta le dice a Piglia que «hay más riqueza en los hechos que en la ficción». Es decir, la disposición a prestar toda nuestra capacidad de atención a los hechos para descubrir que en ellos siempre hay algo extraordinario, algo que va más allá de lo que uno hubiera podido imaginar; eso es el costado estético o artístico de la investigación: saber que vas a tener que enfrentarte con algo más o menos impensable. Por otro lado, me parece que hay un costado opuesto, de prudencia, que consiste en la cuestión de la verosimilitud (Verbitsky insiste mucho en esto). Las cuestiones que uno investiga deben estar atentas a la verosimilitud de los hechos; el dato que como tal tiene valor está siempre subordinado a la verosimilitud de la narración que se nos cuenta. Hay cosas que son inverosímiles, y que no pueden ser ciertas por más que lo diga una fuente ultra calificada y de ultra confianza.

L.S.: «Se robaron dos PBI».                                    

D.S.: Exactamente. Viene una fuente (un tal Fariña) y anuncia que los kirchneristas «se robaron dos PBI», y un periodista destacado como Carlos Pagni lo reproduce como cierto. Una cuenta elemental te dice que esto no puede ser. Entonces ¿qué es lo que se pone en juego como entrenamiento mental? ¿Lo extraordinario que hay en la realidad, pero no de lo inverosímil que es el efecto de una operación de cuarta, que trata de sustituir toda posibilidad de pensar lo real por discursos de consumo, de pura creencia, de pura fe, que es un poco lo de la «posverdad»? A mí me parece que esa capacidad de nutrir la inteligencia colectiva –una capacidad extraordinaria de no abandonar el mundo de los hechos–, y ese entrenamiento de suspicacia con respecto a las versiones que se nos enfrentan todo el tiempo, crea un cierto tono que es muy interesante y que está preocupado por tratar de entender que la derecha tiene ideas, que el poder tiene ideas. Y de los modos en los que la derecha se mueve y actúa, hay que aprender a reconstruir esas ideas que la derecha pone en acto sin confesarlas jamás, las ponen en acto como operaciones, siempre de manera silenciosa, a través de políticas, de formas represivas, de formas de acuerdo, de operaciones económicas.

L.S.: Pareciera que la historia de nuestras derrotas es la historia de la subestimación del enemigo. Y lo que en el libro se lee con total claridad es ese llamado a no repetir esta historia, ni como tragedia ni como farsa.

D.S.: Exacto, no subestimar a la derecha y pensar seriamente en la derrota. Y también añadiría la necesidad de pensar la derrota sin mistificarla. Cuando se mistifican las derrotas, no se permite la posibilidad de comprender el papel de las fuerzas propias en la realidad. Es cierto que las derrotas son nuestra historia, pero también es cierto que en ellas se configura un campo de realidad en donde las derechas tienen que actuar. Es decir, no todo es derrota. Hay derrotas y también conquistas; hay derrotas y hay puntos de no reversibilidad; hay derrotas y también momentos donde se le pone límite al poder: recordemos el año pasado con el 2×1. Por supuesto, después viene la elección y gana Macri. Uno no diría que lo que pasó con el 2×1 es una «victoria política» pero sí que hay derrotas que no se deben mistificar porque allí se demuestra que, además de la fuerza del enemigo, está la fuerza propia. Creo que el esfuerzo del libro es poder pensar la derrota, la fuerza del enemigo desde las fuerzas propias, desde la historicidad: luchas sociales, luchas sindicales, movimientos populares. Desde ese lugar llamar a un realismo, a una suspicacia, a una cierta viveza. Pero insisto: son derrotas que no son definitivas. Las clases dominantes están lejos de producir la derrota que ellas hoy quisieran. Tienen que laburar mucho para eso. Y nosotros tenemos que laburar mucho para que no lo logren.

Ojalá el libro pueda ser en el plano de las ideas una fuerza que acompañe esta recomposición callejera. El libro, Lobo Suelto, El Cohete a la Luna, y tantas iniciativas de tantos compañeros que están investigando, escribiendo, trabajando, produciendo materiales. Se me ocurre nombrar también el trabajo de Silvio Lang en Diarios del Odio. En fin, es imposible enumerar todos los intentos de manifestaciones y de actividades que tratan de ser paralelas a esta recomposición callejera. Esto también se manifestó en el 8M, que fue una cosa contundente, extraordinaria, con un programa y una articulación de demandas espectacular. Quiero decir: hay una simultaneidad de procesos que me parece que hay que hacer el esfuerzo por ponerlos juntos.

LS: También, de la mano con esto, vos decís que el macrismo es fenómeno nuevo, compuesto de cosas viejas. ¿Podría ser un puente entre estas dos ideas del Terror, de estas dos ‘eras’ de la Argentina? Pregunto, sobre todo, porque es un debate que, desde el 2015, estuvo muy mal encarado. No sé qué tal estará el nuevo libro de Natanson, por ejemplo. Pero en general se traduce en una disyuntiva muy banal: o es muy, muy nuevo o es lo más viejo y podrido.

D.S.: Yo diría que, frente al reflejo de la izquierda de decir que el macrismo es Videla o Menem, era necesario decir «no es así, hay que hacer una caracterización histórica singular de esta derecha, porque si uno va a combatir contra ella como si se combatiera contra Videla o contra Menem, no se va a ser efectivo». Es el propio deseo de pelear contra la derecha lo que lleva a revisar las caracterizaciones.

Enzo Traverso tiene un libro muy interesante, que se llama Las nuevas caras de la derecha. Me parece algo mucho más interesante en el planteo de que hay algo nuevo en la derecha, que en decir que hay una derecha nueva.

L.S.: ¿Es una forma nueva? ¿O hay algo nuevo en el propio contenido del programa de la derecha?

D.S.: Yo creo que hay algo nuevo en el capitalismo. En el papel de la producción llamda inmaterial, el papel de las redes sociales, en la nueva relación tecnología-economía-subjetividad, el nuevo papel de la información. Es un tema súper complejo, que implica, casi, como diría Bifo, una mutación antropológica.

Entonces, que las derechas actuales no sean las derechas disciplinarias de manual (nacionalistas-católicas, etcétera; como describíamos recién a Etchecolatz y a Videla), sino que sean descontracturadas, relacionadas con el yoga, la cultura del rock, mucho más pragmáticas, munidas de  nuevas  técnicas de  investigación de mercado, como los focus group, permite presentar un rostro mas amigable que el que mostraron en la ESMA: no es lo mismo hacerte hablar con la picana que «te entrevisto y te pago unos pesos por participar».

Hay novedad, innegablemente. Lo que no creo que se pueda decir es que haya novedad en el proyecto de subordinación de sectores populares, a las exigencias de valorización del capital. Tampoco hay novedad en el hecho de que, cada tanto, la amigabilidad macrista da lugar a la doctrina Chocobar, el asesinato por la espalda de Rafael Nahuel o al encubrimiento sistemático por parte del Estado de las responsabilidades en el asesinato de Santiago Maldonado. Es cierto que no se está gobernando sobre la base de una represión sistemática y asesina del conjunto de la sociedad. No estamos en la dictadura, no es Videla.

Tampoco es Menem, no se está gobernando a través del peronismo. No se está haciendo una aplicación general de privatizaciones, como sí se hizo en esa época. Esas singularidades históricas hay que saber leerlas. Lo que no creo que se tenga que hacer es, mediante la voluntad de singularizar y precisar la caracterización, aceptarle a Marcos Peña su cosmética y abandonar toda comprensión crítica de las políticas de las elites en el poder. Eso es un error total, porque el discurso con el que se caracteriza necesita ser un discurso crítico. La criticidad es fundamental: decir  hay una nueva derecha sirve si permite ver cómo, a través de estos nuevos discursos, se restituyen las formas más duras de las jerarquías sociales. Si eso no se hace, el discurso deja de ser crítico y se torna complaciente. Vos podés decir «mirá, Marcos Peña es más simpático que Martínez de Hoz». Sí, sí, pero ¿cuál es la relación entre la simpatía de Marcos Peña y la re-jerarquización de la sociedad? Eso es lo que hay que pensar. Si no, la palabra ‘derecha’ se disuelve, y sólo queda ‘nuevo’.

L.S.:  Recién nombraste el caso Santiago Maldonado. Tanto vos como Verbitsky decidieron sostener públicamente el carácter de desaparición forzada del caso, incluso después de la aparición del cuerpo, en base al contexto el que se da su muerte y porque, efectivamente, estuvo desaparecido tres meses, en los que el Estado hizo lo posible por echar la menor luz posible sobre su paradero. Sin embargo, a raíz del mismo hecho -la aparición de su cuerpo- sobrevino una desmoralización absoluta en el seno del mundo de izquierdas que si bien venía de antes, se intensificó. Más aún, fue visible una cierta crisis a la interna de los organismos de derechos humanos -CELS, Madres, etcétera-, donde a cada marcha sucesiva que se convoca éramos menos y se sentía que la habíamos pifiado. ¿Cómo pensás que impactó el caso Maldonado en las militancias y el movimiento de los derechos humanos? Al mismo tiempo, ¿pensás que tu postura fue la correcta? ¿Reafirmás tu posición?

D.S.: Sí, claro, reafirmo mi posición. En una lucha legítima, en una comunidad mapuche, en función del territorio y en base a una crítica al Estado roquista, la gendarmería hace una represión ilegal, reiterada, y, en ese contexto, desaparece Maldonado.  Y el Estado, en lugar de tener un compromiso -ineludible- con tratar de saber qué pasó y sancionar ese conjunto de ilegalidades, se dedica a desinformar a la sociedad. Me parece muy peligroso que las fuerzas represivas de ese momento sean reivindicadas, premiadas.

Luego de que aparece el cuerpo de Maldonado, sucede el asesinato de Rafael Nahuel, y el discurso es que las fuerzas represivas, a priori, tienen razón porque están defendiendo la legalidad -y el que ataca la propiedad privada, ataca la legalidad. Entonces, no veo ahí un punto que me desmoralice, ni que me permita comprender esa desmoralización.

Otra cosa son las discusiones adyacentes, como, por ejemplo, sobre si aplicación de la categoría de ‘desaparecido’ a el caso Maldonado fue la más feliz. Verbitsky explica, en Vida de Perro, que hay una categoría de la desaparición que no implica el carácter colectivo y sistemático. Es decir, que se puede hablar de desaparición sin que se trate de un genocidio o una dictadura. Ahí hay una dimensión de conocer las figuras legales que se utilizan.

Por otro lado, estamos obligados a pensar que las muertes violentas no son siempre en el mismo formato que en la dictadura. Son muertes violentas diferentes. Hay que saber pensar las continuidades y las rupturas. Fuerzas represivas matando luchadores es un continuo, no hay duda. El modo en que eso ocurre, sin embargo, tiene muchas novedades, y esto es muy relevante desde el punto de vista de la investigación y de la comunicación, ser capaz de reconstituir la singularidad en cada una de esas muertes. De hecho, en el caso de la muerte de Maldonado, hay algo que no sabemos: cómo fue, exactamente, su muerte. El Estado convoca una multitud de peritos y, sin embargo, al día de hoy hay dudas. Horacio González dice algo muy importante al respecto: «no es el saber positivista de un perito es que va a determinar, por sí solo, cuáles son las connotaciones y todo lo que tenemos que pensar sobre esta muerte». Me parece que es más complejo el proceso de cómo se establece la verdad.

Ahora, si, a raíz de un muerto político o desaparecido, la izquierda o un sector de la izquierda del kirchnerismo se ilusiona con que se puede hacer una continuidad directa entre dictadura y macrismo, olvidándose de todo lo que venimos diciendo sobre la caracterización de las novedades políticas, es un error y esa ilusión tenía que caerse. Yo creo que hay que poder sostener, al mismo tiempo, la enemistad de clase -la enemistad política con la derecha- sin mistificar, tratando de entender cómo se dan las cosas en este momento. Ni ellos ni nosotros nos podemos clasificar con cómo se daba la lucha social en los años ’70. Ahora,  repito, esas discontinuidades no significan que el macrismo pueda dejar de evocar proyectos de orden que existieron en la Argentina en los últimos dos siglos. Y las luchas sociales no dejan de evocar los momentos de efervescencia social de los dos siglos anteriores. Pero esa evocación es compleja, es sutil. No podemos decir «ellos son los que hicieron la Campaña del Desierto y nosotros los indios». Lewkowicz, Abramovich, Sztulwark. No nos cree nadie. Me parece que es un proceso de historización desmitificante.

L.S.: Claro. Por ejemplo, el 18 y 19 de diciembre del año pasado se vio una continuidad clara, observable, con las imágenes del 19 y 20 de diciembre de 2001, al mismo tiempo una clara ruptura: al día siguiente ya era obvio que no estábamos en tamaña crisis social y, aún si » un huracán atacó la ciudad y cambió el paisaje para siempre» y «se acabó el monólogo del macrismo», todo volvió a una relativa normalidad (no hubo helicóptero, en síntesis).

 

¿Cómo serán las manos del que las mueve gracias al odio?

L.S.: Metiéndonos con el capítulo 6, donde revisan la historia de la iglesia argentina. Se podrían identificar distintos roles que la iglesia católica fue tomando en las distintas épocas, al menos  Uno sería un rol más «social», donde la iglesia trabaja con la burguesía liberal argentina en la construcción de consenso. Una segunda podría ser, un rol más político, donde logran unificar a las clases dominantes y las fuerzas armadas con un mismo programa, en determinados momentos (golpe de 1955, por ejemplo). Otro tercero sería el trabajo en el plano moral, que permite, por ejemplo, justificar las torturas en la dictadura del 76. A su vez, el macrismo se presenta, a primera vista, como una derecha laica, que puede prescindir (y enemistarse con) la jerarquía católica argentina. Dice de sí mismo que, desde el 2001, empiezan a comprender los deseos, las aspiraciones, que le permite a ellos pensar una política neoliberal. Sin embargo, en términos prácticos pareciera necesitar a la iglesia.

D.S.: Vamos a ordenar un poco la pregunta. Por un lado, está la obra de Verbitsky sobre la iglesia, que son 4 tomos y son muy ilustrativos. Creo que es su obra más importante y no fue tan leída como hubiera sido necesario. Tal vez, para una parte de la sociedad argentina resulte muy difícil leer esos libros y haya quedado como libros para investigadores o especialistas. Pero desde el momento en que la iglesia argentina produce un papa, cambia la relevancia que tiene ese estudio, pasa a tener un interés más universal. En esos libros, Verbitsky narra cómo fue la competencia entre una emergente burguesía liberal y la iglesia católica. La burguesía está totalmente volcada en atacar a la iglesia. Hasta que la migración obrera con tradición libertaria empieza a desbordar el marco de esta burguesía liberal, que retrocede y hace una alianza con la iglesia católica, con la idea de un orden estable, de una jerarquía natural. Y lo que cuenta el libro es la larga historia donde la iglesia queda a cargo de adoctrinar a las fuerzas armadas como principal instrumento represivo contra la clase obrera. Es una larga historia que tiene un capítulo muy especial en el que se narra la influencia de militares que estuvieron participando del anti-colonialismo indochino y, sobre todo, en Argelia. Llegan a la Argentina, a través de la iglesia católica, colaboradores del nazismo francés y, son personas que empiezan a elaborar muy tempranamente en el país una doctrina de tortura y represión contra el comunismo. Hay que considerar también el testimonio de Scilingo, que es muy tremendo, porque cuenta que cuando tiraban cuerpos al río, entraban en crisis los cuadros de la represión y los cuadros de la iglesia les decían «esta es la muerte más humana». Como si hubiese una relación muy directa en cómo se llegó a la ESMA desde el punto de vista de la represión militar y el tipo de adoctrinamiento y contención que la iglesia fue ofreciendo. Pero, al mismo tiempo, no se puede perder de vista que la iglesia es anterior al mundo liberal y es crítico del mundo liberal-capitalista, desde siempre -no es una novedad de Bergoglio eso-. El problema es cómo se juzga esa crítica, si se la juzga como crítica radical (la iglesia como alternativa al capitalismo) o si, como podés pensar con Gramsci, la iglesia se convirtió en un intelectual tradicional: surge como intelectual colectivo vincualda a clases dominantes anteriores, pero se adapta a una cierta coalición de las clases dominantes de estas épocas. Eso parece narrar la investigación de Verbitsky: la coexistencia de intelectuales cuya ideología no proviene del capitalismo pero que no hacen una crítica lo suficientemente radical, por ejemplo la propiedad privada como tal.

L.S.: Hay un quiebre que se da en las épocas del peronismo, se abre una época de alianza con la iglesia pero, sobre todo, de competencia de un peronismo cumple un rol social que la iglesia quería cumplir.

D.S.: Claro, el peronismo toma la doctrina social de la iglesia y le disputa la conducción. Entonces con esquemas muy tomados de la iglesia, el peronismo, dice Verbitsky, adopta formas de pensar la comunidad, el mando político, el carisma, la santidad, muy parecidos. Pero la Santísima Trinidad no la pone el vaticano, la ponen Perón y Evita. Lo que me parece importante es que en la Iglesia hay muchas corrientes, siempre hubo corrientes «más sociales», incluso, la Teología de la liberación -que incorpora el marxismo-. Pero cuando hablamos de Bergoglio, estamos hablando de una corriente argentina que sin ser una corriente fascista, sin ser liberal, que generalmente es agrupada como «Teología del pueblo», dio la confrontación con la Teología de la liberación. En el libro lo explica bastante bien Rubén Drí, que fue parte de los Sacerdotes del Tercer Mundo. Esa corriente lo que hace es impugnar el papel del marxismo como elemento de análisis que la Teología de la liberación reivindicaba. Y propone la idea más cultural de un «pueblo» y no la historia de una lucha de clases. Esa sustitución da lugar a una idea de pueblo que converge con una idea mitológica de pueblo que Guardia de Hierro -corriente del peronismo que Bergoglio estaba muy vinculado- había elaborado. Son muy contrarias a la idea de pueblo de John William Cooke, del pueblo como lucha. Ahí no hay que perder de vista que la cristianización es un control pastoral de los cuerpos. Si nosotros estamos pensando, el lugar que cumple el 8M, por ejemplo, el conflicto entre la reivindicación plebeya de la ciudad, de la cultura, del goce, de los cuerpos, del aborto, va de lleno en choque con esta posición pastoral de la iglesia, tradicional y doctrinaria. Entonces lo que hay que pensar es que la Iglesia, cuando hace críticas al neolbieralismo,  tácticamente abre zonas que los movimientos sociales y todos tenemos que aprovechar y es muy interesante cuando ocurre. Y al mismo tiempo, saber que no es una crítica radical al capitalismo y, además, que el peso de esa iglesia, del poder eclesial sobre movimiento sociales como el movimiento de mujeres, es muy peligroso y cuestionable.

El otro aspecto es el macrismo, el tipo de laicismo que el macrismo apuesta herederar, por el lado de lo «new age», de tomar de las subjetividades flexibles, de la contra-cultura, del rock, de la lectura de Nietzsche que hace Alejandro Rozitchner, una suerte de laicismo general que le permite proponerse como gobierno moderno que discute temas como el aborto. Cosas que nunca hubiera hecho un gobierno que es ciego seguidor de la iglesia, en un contexto donde el Papa es argentino. No estaría, igualmente, de acuerdo en decir que da lugar a un ateísmo, la iglesia si ve ahí un ateísmo. Yo no puedo ver un ateísmo porque aceptar que el neoliberalismo en su aspecto laico es un ateísmo, implica suprimir todo lo que el capitalismo tomó en su constitución del cristianismo. Es un debate que planteó León Rozitchner de manera muy aguda y que tiene mucha importancia.

L.S.: El reemplazo de Dios por el Mercado.

D.S.: Claro, misma degradación de los cuerpos, descuido de los goces. Entonces como se toma el individuo consumista como si fuera un ateísmo es complicado. Creo que como lo explican en algún momento cuadros ligados a la teología del pueblo, la derrota del marxismo como enemigo histórico le permite a la iglesia situarse en un lugar de reivindicación de lo social y hasta del «quilombo» social, contra lo neoliberal. Pero a mi me parece que es una discusión que puede derivar en un co-gobierno mixto, del que surge un neoliberalismo con sensibilidad social. Hay partes de éste gobierno que parecen expresar eso, por momentos Vidal pero sobre todo Carolina Stanley. Son zonas de gobernabilidad y acuerdo que se dan sobre una base en las que un gobierno neoliberal con un cierto control de la iglesia puede llegar a haber un cierto mixto de gobernabilidad. En la coyuntura hay que evaluarlo esto, pero surge de un balance de lo que fueron los gobiernos progresistas y, sobre todo, los movimientos sociales más autónomos que no me parece nada interesante. Siempre hay que decirlo con muchos matices, porque siempre hay una cantidad enorme de gente de la iglesia que está siempre trabajando en la base social, con situaciones muy duras, que tiene un acompañamiento del mundo popular que no tienen otros actores, cuyos discursos pueden ser más interesantes. Esa presencia, acompañamiento y conocimiento de lo que son las contradicciones del mundo popular son invalorables. No se puede perder de vista, tienen que ser discursos muy matizados

L.S.: La hipótesis de la secularización incompleta parece fundamental para pensar a la burguesía, pero no sólo a ella, al Estado, al conjunto de la sociedad. Hay un problema ahí.

D.S.: Ahí está el libro de David Viñas sobre cómo la burguesía liberal positivista construye sus categorías al mismo tiempo que lleva adelante la guerra, el genocidio, contra los pueblos indigenas por la integración del estado-nación. Piensan, dice Viñas, el estado nación como gran propiedad. Tiene una gran frase David Viñas: la manera de pensar la gran propiedad de la tierra no es un proceso distinto al momento de creación de esas categorías iluministas. Y que después, como ni siquiera dan lugar a un capitalismo pleno de secularización previa, permiten esta recaída, este acuerdo con la iglesia. Hay algo que pensar en el problema de la tierra y el problema del pensamiento. Que después aparece en Verbitsky claramente en el 55. Verbitsky ve a los aviones tirando bombas sobre la Plaza de Mayo con la consigna «cristo vence», después de que con su padre han estado fascinados con el surgimiento de las villas miserias, sintiéndose como judíos parte de una migración sin tierra, presenciando cómo las fuerzas de seguridad e iglesia eran un sistema de cerrojo sobre la propiedad de la tierra. Pensar eso, también ilumina una forma de asumir al peronismo, que tiene que ver con una especie de multitud argentina, hecha de migrantes que vienen de afuera del país y de migración interna, de una suerte de plebeyismo que está a cargo de los grandes momentos históricos (del 55, 69, 2001). Ahí hay una cosa estructural para pensar. Estos análisis sobre la derecha, sobre el poder, sobre la iglesia, las Fuerzas armadas, no está separado de la idea de la lucha de clases. Como oposición, un plebeyismo por la manera de pensar, de apropiarse de la tierra, de los cuerpos. En donde creo que entra Walsh, porque después se liga con dispositivos concretos de investigación, de analítica de la sociedad argentina, de compromisos políticos. Creo que ahí está el asunto.

L.S.: Volvamos un poco a León Rozitchner, él decía que el cristianismo ‘allana el terreno’ para el surgimiento del individuo capitalista. Haciendo una teoría adyacente (y mala), podríamos decir que el golpe eclesiástico del ’76 abre el camino para que, en 2015, surja una derecha capaz de gestionar el deseo, como veíamos diciendo. Hay algo que no queda claro ahí. Primero, si pensamos al macrismo como vos decís, como consecuencia del 2001, habría que entender qué pasa entre 2001 y 2015. Y segundo, más aún, qué pasa entre el ’83 y el 2015.

D.S.: El hecho de que las derechas puedan capitalizar el descontento social es, hoy, un fenómeno que se puede ver en cualquier país, por lo menos de Occidente. O sea, una derecha que no aparece como responsable de las barbaridades del capitalismo, sino como la que puede denunciar a las élites -supuestas- previas y capitalizar el descontento social.

Entre 1983 y 2001, la derecha argentina no hace, prácticamente, política con cuadros propios -salvo el intento de la UceDé-, sino que gobierna a partir de los gobiernos populares, corrompiéndolos o influyéndolos. Alejandro Horowicz le llama democracia de la derrota, entendiéndolo como un período en el que, sin importar qué partido político gane, el programa es siempre el mismo. La política está suprimida, en el sentido en que la democracia no puede expresar un descontento o alternativas.

El 2001 es un cambio, uno muy fuerte. Ya lo dijimos, hubieron muchos 2001 y, así, una posibilidad de desplegarlo. Quiero decir: el 2001 es el momento en donde el kirchnerismo empieza a hacer una lectura sobre cómo gobernar después de semejante crisis, pero también es el momento en el que surgen Carrió y Zamora, con una fuerza impresionante. Y también es -y este es el punto- donde tiene su fundación la idea de Cambiemos, de un gobierno de CEOs. También hay que pensar lo que cuenta Pablo Vommaro (en el libro Mundo Pro), cómo es que los cuadros de gestión empresarial capitalista deciden salir a hacer política de forma directa, dejando de delegar en los partidos políticos que estaban antes.

La otra cosa que hay que ver es que el 2001, al ser tan múltiple, habilitó lecturas muy diversas. Acá lo importante es la lectura de un 2001 ordenancista que nombrábamos antes. Esta idea de poder meritocrático, de progreso individual, del híper consumo. Vemos acá que buena parte de la Iglesia, de los partidos políticos, del Poder Judicial y de los grupos económicos concentrados parecen compartir un balance del período social y político anterior a 2015 reducido al problema de la corrupción. ¡Como si se pudiera hacer un balance de la complejidad de esta etapa con un único eje -en la corrupción!  Esto es llamativo, porque es una unidad muy rara, entre grupos políticos que no tienen la misma perspectiva del país. Yo creo que es una operación ideológica muy complicada, porque recae sobre la más interesante de las experiencias, que se intentaron hacer entre movimientos sociales-derechos humanos-gobierno. En otras palabras, no sé si fueron interesantes las experimentaciones, pero lo que se intentaba ahí era vincular organizaciones sociales con instituciones. Creo que se está intentando dar por anulada la idea de que un actor colectivo, que no es funcional a la acumulación empresarial, pueda tener peso en la sociedad. Me parece de lo más grave que estamos viviendo hoy, en términos de discurso político.

L.S.: Alguna vez hablamos sobre algunas imágenes que narraban las ex-hijas en sus testimonios. Recuerdo, en particular, que te había conmovido mucho cuando Mariana Dopazo cuenta que Etchecolatz, cada vez que llegaba a su casa, se encerraba a rezar y besar estampitas religiosas. Tiene mucho que ver con el capítulo de Moral burguesa y revolución, de León Rozitchner, en el que cuenta que el rol de los curas en la invasión de Bahía de los Cochinos era justificar, consolar y habilitar a los torturadores en sus acciones, en nombre de Dios. ¿Cuál es el papel de una cierta idea de la Fe, de una doctrina muy fuerte, para sostener a los cuadros de la represión? ¿Qué hay ahí?

D.S.: Es cierto, cuando salieron los testimonios de ex-hijas de genocidas en El Cohete a la Luna, esa situación me impresionó mucho. Sobre todo porque se parece mucho a lo que cuenta Videla en el libro Disposición Final, de Ceferino Reato. Él dice que queda solo frente a la Virgen. El categórico «yo no me arrepiento de nada» se sostiene sólo en la Virgen.

De vuelta, yo creo que Rozitchner es el que más agudamente llego a ver el papel de una idea de amor en la religión, que es muy radial. Es un amor a Cristo. Freud dice, en Psicología de las masas y análisis del yo, que el amor de las masas artificiales es el de los soldados con el general. Es un amor que no pasa transversalmente entre los cuerpos, y que, además, deplora el odio, es sólo amor. Es decir, renuncia a que el cuerpo tiene, como diría Spinoza, amor y odio, que es una dimensión cognitiva básica para un movimiento social, popular, de masas. Experimentar odio por la explotación o la represión, y amor por todos aquellos con los que se va tejiendo fuerza. La renuncia a un amor concreto, en nombre de un amor abstracto, y la renuncia a un odio concreto, por moralización del odio, tiene una larga historia de domesticación.

Entonces, la idea de que haya una Virgen ¿Qué es una Virgen? Es una mujer abstraída de su capacidad de gozar, diría Rozitchner. Es esta idea de que hay una serie de abstracciones, con las que uno se relaciona de manera directa, para poder prescindir de lo que va a hacer con unos cuerpos que va a destruir -mujeres concretas, madres concretas que va a destruir, va a torturar, les va a robar los hijos. Es el papel de la abstracción en la subjetividad, donde lo que se hace es tener relaciones ideales con las imágenes, lo que permite permite una crueldad brutal con los cuerpos efectivos, que están al lado. Me parece que sin eso, sin ese cúmulo de crueldad del que habla Rita Segato, en general, las restauraciones capitalistas no son posibles. Entonces, sí, me impresionó mucho leerlo en Mariana Dopazo, leerlo en libro sobre Videla.

Claro que la Iglesia tiene un discurso del amor, Nietzsche lo trabajó mucho. Pero la Teología de la Liberación decía «bueno, que ese discurso del amor se vuelva lucha comunitaria concreta». O sea, esta lucha para que el amor no sea abstracto, porque el amor abstracto habilita mucha crueldad y mucha dominación. En cambio, el amor concreto permite, como diría Spinoza, ligar cada cuerpo con sus pasiones. Creo que ahí hay un problema general, que me interesa mucho, que quiero seguir rastreando.

L.S.: Siguiendo esto que decís de ligar los cuerpos con sus pasiones, en el libro traés a colación a Methol Ferré -que también lo usás en tus notas-, que dice la función de la Iglesia es esterilizar las distintas corrientes ideológicas que, de alguna manera, ponen en jaque al catolicismo, y, posteriormente, incorporar esos signos a la institución eclesiástica. Pareciera que hay algo que no se puede someter a esta lógica, que es el movimiento de mujeres a nivel mundial y la teoría de género, porque plantea lo más radical que se le puede plantear a la Iglesia: la disolución de la familia tradicional.

D.S.: Methol Ferré dice que la Iglesia se define por tener enemigos, es decir, una Iglesia está viva porque tiene enemigos con quien discutir. Pero la Iglesia discute con amor, sigue, no aniquila. Es dudoso que históricamente sea así. Pero es lo que él dice. Entonces, va mostrando que el enemigo es siempre el ateísmo de cada momento, como pueden haber sido los protestantes en su momento, o la Ilustración. Ateísmo no tomado como no-Dios, sino como quienes disputan el lugar fundamental de la Fe y la Iglesia.

A eso hay que aniquilarlo, porque el ateísmo sólo funciona cuando se liga con núcleo de verdad. Entonces, cuando se dice que la Iglesia se mueve con el amor y no con la aniquilación, significa que va a rescatar el núcleo de verdad, va a separarlo del componente ateo, aislando este último. Lo que tiene que ver la Iglesia, dice entonces, es quién es el que reivindica el ateísmo en este momento.

¿Qué diría Methol Ferré hoy? Que un hedonismo neoliberal es el ateísmo actual. Porque niega lo comunitario, niega la trascendencia, la Fe, los valores. Durán Barba, Marcos Peña, Alejandro Rozitchner serían los ‘ateos’ actuales. Siguiendo tu pregunta, ¿podría ser el 8M el ateísmo actual? Bueno, ahí se pone más interesante la cosa, porque el 8M como ateísmo no se lo puede pensar como duranbarbismo, porque lo que tienen estos movimientos es una experiencia de ruptura con el individualismo neoliberal, con las formas de explotación capitalista, con la organización desde la propiedad privada. Tiene un elemento de ruptura con el patriarcalismo de todos los colores, y eso hay que pensarlo, porque el neoliberalismo, sin patriarcalismo, no se puede organizar.

L.S.: Se trataría, al parecer, de una ligazón comunitaria no jerarquizada.

D.S.: Exactamente. Es lo que Alberto Methol Ferré dice sobre la Revolución Cubana, que es el momento en que el comunismo se vuelve pueblo en América Latina. Mientras la Revolución Cubana estuvo apoyada en el proyecto soviético y había una amenaza general revolucionaria, la Iglesia dio la lucha contra la apropiación de lo comunista por lo ateo. Cuando eso cae, la Iglesia puede permitirse tener mucha menos crítica hacia las revoluciones, incluso hacerlas propias. Y hacerle críticas al capitalismo, ya que no hay nadie más que se las pueda hacer. Pero, justamente, esas críticas no heredan esa radicalidad de ese marxismo.

Lo interesante del movimiento de mujeres es que no es un debate meramente intelectual acerca del capitalismo y el catolicismo, sino que liga realmente con las experiencias de abuso, experiencias de crueldad y barbarie del capitalismo patriarcal. En la medida en que este elemento plebeyo sea dominante en el movimiento de mujeres, lo que se va armando ahí no cuaja como ateísmo neoliberal. Hay, como mínimo, corrientes del feminismo, popular y otras, que están claramente en confrontación directa con el programa neoliberal. Entonces creo que ahí la visión paranoica busca-ateísmos de la Iglesia no es interesante.

Después de Spinoza, la idea de lo divino -es decir, lo que da vida– tiene dos corrientes: inmanente o trascendente. Tanto el comunismo, como el movimiento de mujeres y las luchas plebeyas piensan en un dar vida inmanente. Lo divino es histórico, pertenece a la comunidad y a lo que pasa en el plano de los cuerpos. Esto lo diferencia tanto del catolicismo del Vaticano como del neoliberalismo, que le atribuye la creación de todo al capital, y no a esta articulación de trama de los cuerpos.

L.S.: Está el carácter interminable del libro. Siempre podría haber algo más que agregar. Supongo que al momento de edición y la finalización de la publicación, generaba cierta ansiedad que todo el tiempo estén pasando cosas que podrían ser parte del libro.

D.S.: Verbitsky es una figura extraña en la medida en que su influencia no se deriva de cargos públicos, o riquezas. Su vocación es rozar los fenómenos políticos, en un país vivo políticamente, en el cual los acontecimientos históricos nos tocan: tenemos una gran capacidad de vivir acontecimientos históricos, mas alla del palacio y de los burócratas políticos. En ese sentido este es un libro que podría no haberse terminado nunca (ahora mismo podríamos estar armando un capítulo sobre los ex hijos, exacto), siempre se podría agregar algo más.

L.S.: Y va también contra la actualización constante que Bifo describe: un tipo de actualidad adaptativa. En estos casos la actualización está dada por el concepto mismo: esos acontecimientos hablan del presente y van a hablar del futuro constantemente porque hablan de la matriz histórica argentina

D.S.:  Franco Berardi (Bifo) dice que en el semiocapitalismo estamos todo el tiempo exigidos a actualizar una adaptación al medio. Pero el fenomeno que estamos describiendo es diferente y hasta opuesto: estamos creando experiencia, inventando un lenguaje, modos de hacer, de recordar, de archivar, de denunciar, de conceptualizar. En ese sentido es completamente anti semiocapitalista. Se trata de una velocidad propia: la velocidad de vivir acontecimientos. En Brasil quizás esto se vea distinto: meten preso a Lula y pasa poco y nada. Un amigo me decía en chiste: en Argentina meten preso a Altamira y hay más quilombo que en Brasil. Esa es la vitalidad que intento captar en el libro y creo haberlo logrado, no porque el libro esté bien escrito, sino porque me deprime que no esté lo de los ex-hijos y que falten cosas porque siempre hay más.

L.S.: Desde el 17 de Octubre hasta hoy en día la política nunca fue de palacio, ahí está su vitalidad.

D.S.: En la Argentina, a pesar de que el movimiento popular ha sido quebrado en el 76′ -y que ha sufrido golpes muy fuertes- tiende a reconstituirse, tiende a generar nuevas generaciones de luchadores, tiende a abrir agendas, a producir saberes, a tener una imaginación poderosa, lo vemos con el movimiento de Derechos Humanos, y lo vimos con el Movimiento Piquetero en el 2001. Yo no quisiera dejar de decirlo: personalmente, fue la experiencia más conmovedora que yo viví fue estar en los barrios del sur del conurbano bonaerense en el 2000/20001. Como explicarlo: la idea de que la política no la hacen las élites, que es lucha desde abajo. Pero también ahora con el 8M. Entonces, toda la educación militante de una parte de mi generación, esa que inicia en la política con la «primavera democrática», que sabíamos desde chicos que estábamos en dictadura porque nuestros padres eran militantes, siempre supimos o intuimos que detrás de los poderes públicos actuaban poderes siniestros. Nos criamos con la narración de los derechos humanos, y luego nos medimos con las luchas sociales de la crisis del 2001. Esta experiencia da una idea de la lucha, pero no de la victoria. En todos estos casos de politización se da la misma secuencia: las víctimas se constituyen en sí mismas en figuras de luchas, crean nuevos derechos. Los escraches que organizaba n los H.I.J.O.S, por ejemplo, creaban condena popular en el momento en que el Estado consagraba la impunidad, una máquina de reconstrucción del tiempo histórico, de simbolización, de reposición de justicia.

L.S.: ¿Al lado de qué libro pondrías a Verbitsky, vida de perro, balance político de un país intenso, del 55 a Macri?

D.S.: Primero, al lado de Contraderrota de Roberto Mero y Juan Gelman. Después, también al lado de Del obrero-masa al obrero social de Toni Negri.

L.S.: Si se me permite sugerir, diría que al lado de Almirante Cero, de Claudio Uriarte.

D.S.: ¡Ah, bueno! Yo estaba pensando en el hecho de que son conversaciones para pensar la transición de un momento a otro. Estaba intentando pensar qué libros se parecían en ese aspecto. Para mí, lo interesante que tiene Vida de Perro es que, en el ritmo de una conversación, se pueden pensar transiciones históricas. Ahora, si son los libros que yo tenía más vivos mientras lo hacía, es otra cosa.

L.S.: Hagamos esos dos criterios, entonces.

D.S.: Entonces serían los dos que dije antes, en la medida en que permiten pensar transiciones subjetivas y objetivas; en los que se puede leer cómo un cambio de situación histórica obliga a pensar la propia coherencia.

Libros que me parecen importantes para pensar con Vida de perro  hay un par. Primero, lo que nombré sobre el concepto de historicidad está en los libros de Henri Meschonnic y liga mucho con Walter Benjamin. Por otro lado, para mí la persona que está más presente en el libro es León Rozitchner, ya lo hemos dicho: la crítica al cristianismo, a la lucha armada. David Viñas. Rita Segato también está muy presente. El concepto de crueldad de Segato, principalmente, y el ensamblaje entre patriarcado y capitalismo. Y creo que Cooke también, la idea de poder pensar cómo en la Argentina se restituye lo maldito, cuáles son las formas -enmascaradas, matizadas- en las que aparece y cómo se entra en relación con eso.

También debería confesar que hay una idea althusseriana en el libro: que Verbitsky tiene un método práctico, y que éste está siendo leído sintomáticamente acá, está intentando ser leído como método. Hay algo de la preocupación por la investigación que a mí me parece fundamental, incluso si yo no sé hacerlo. Esto es, tratar de ver cómo la lucha de clases, llevada al plano de la investigación, tiene leyes propias. Todo lo que se considera fuente, verdad, forma de difusión. Todo ese conjunto más técnico de la investigación tiene una potencia práctica muy vigente en Verbitsky, y no sé si ha habido una reflexión sobre eso, porque se ha hablado más sobre su figura. En ese sentido, hay algo althusseriano en decir: en una práctica que funciona, se puede pensar cuáles son los conceptos o el método que está funcionando. Creo que es un chiste que circula constantemente -implícitamente- entre Horacio y yo: «vení y decime vos qué es lo que yo hago, porque yo hago lo que hago, no tengo una reflexión sobre lo que hago. Yo investigo, no teorizo».

Al mismo tiempo, hay algo de lo que dice Benjamin sobre las generaciones: que todas las generaciones tiene un débil poder mesiánico, pero que tiene que ver con una cita perdida entre generaciones. Ninguna de las generaciones puede dejar de ir a la cita, pero nadie sabe dónde está. Es hermoso, dice que las generaciones se buscan para decirse algo pero no se sabe dónde se va a dar el encuentro ni qué se va a decir.

 

 

 

 

Tu aliento vas a proteger, en este día y cada día

(Aunque te quiebre la vida,

      aunque te muerda un dolor)

La lucha de clases, que tiene siempre ante los ojos el materialista histórico educado en Marx, es la lucha por las cosas toscas y materiales, sin las cuales no hay cosas finas y espirituales. Estas últimas, sin embargo, están presentes en la lucha de clases de una manera diferente de la que tienen en la representación que hay de ellas como un botín que cae en manos del vencedor. Están vivas en esta lucha en forma de confianza en sí mismo, de valentía, de humor, de astucia, de incondicionalidad, y su eficacia se remonta en la lejanía del tiempo. Van a poner en cuestión, siempre de nuevo, todos los triunfos que alguna vez favorecieron a los dominadores (…) Con ésta, la más inaparente de todas las transformaciones, debe saber entenderse el materialista histórico.

Walter Benjamin, Tesis sobre la historia (IV)

Necesitamos de la historia, pero de otra manera de como la necesita el ocioso exquisito en los jardines del saber.

Nietzsche

Dos jóvenes se iban de sus casas, esta vez era un sábado 23 de abril por la mañana en Chacarita. Un poco por azar y un poco por Ignacio Lewkowicz, conocían, en una charla, a Diego Sztulwark. En busca de pistas, preguntas y respuestas que los hicieran comprender un poco de lo que estaba pasando en su país -y en Latinoamérica-. También, porque no se sentían identificados con la sensación de derrotismo generalizada. Entendían que, si habían caído ciertas premisas que parecían certeras, era el tiempo de doblegar el esfuerzo en el pensamiento, de tal forma que permitiera salir del estado de susto y tristeza, espanto e incomprensión. Por supuesto, con la necesidad de ampliar – ¡y no abandonar! – las categorías clásicas bajo las cuales se habían formado en su militancia secundaria. Encontramos ello entonces y a un gran amigo, quien ahora les entrega el libro.

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Hablar de nuestras sensaciones en tanto lectores, implica entrar en diálogo con los autores y sus generaciones. De manera inevitable, con nuestra generación, aunque sea con nuestrxs amigxs y compañerxs. Un conjunto de discusiones que forman parte del libro retornan una y otra vez en nuestros propios temarios y diálogos. Generación, claro está, no es sólo una franja etárea, pero no deja de serlo: es un conjunto de experiencias, procesos políticos y sociales, que se atraviesan con sus especificidades. La historia no la resuelve uno, pero sí, de alguna forma u otra, se resuelve en uno. Esos dilemas, preguntas, aperturas y clausuras, caminos, laberintos -también sus lecturas, subrayados, anotaciones al margen- no dejan de ser parte de una experiencia común al mismo tiempo que individual.

Entramos entonces, en un diálogo con Verbitsky, la generación de los setenta. Setenta en Verbitsky no es setentismo, no es nostalgia, no es un lugar de privilegio, no es un lugar de autoridad y saber. Dialogamos también, con la generación de Sztulwark: “Confiamos menos en el heroísmo y damos más tiempo a las interrogaciones. El combate se nos presenta de otro modo”, dice de sí y de sus compañerxs. Una generación que creció en diálogo directo con lxs sobrevivientes de la crueldad genocida. Si ella es la generación que creció con “el fin de la historia” y, al mismo tiempo, vivió muy intensamente el 2001 -cada quién a su modo- fue absolutamente cortada y bifurcada por el kirchnerismo: heterogéneos programas, lenguajes y planteos se elaboraron, más allá -y a pesar- de 2001. ¿Y la nuestra? Mucho más ambigua, ya no creció en diálogo directo ni con la generación de los setenta ni, tampoco, encontró referentes claros en la generación ‘del 2001’.

Eso, que puede ser evaluado positiva o negativamente, abre zonas de potencia explícitas: no hay conclusiones previas, no hay pasos ni recetas. Se abre, por supuesto, un peligroso escepticismo, que coquetea mucho con la incredulidad posmoderna. Al mismo tiempo, despierta una cierta rebeldía.

Volvamos un poco a Vida de perro. La importancia teórico-política del libro, para nosotros, reside en su capacidad de pasar en limpio un conjunto de saberes, discusiones, elaboraciones que, desde hace mucho, hacían falta. Pero no, y he aquí lo fundamental, una conclusión sobre la historia. Es decir, más un conjunto de advertencias que un conocimiento sobre cómo luchar, cómo pensar y qué decir. Dice Sztulwark ya sobre el final: la historia no se repite, pero enseña e insiste. Bajo este lente puede leerse el libro entero. Esa es, quizás, la única conclusión que nos legan los autores.

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Hace pocas semanas, la Revista Crisis organizó una conversación sobre Qué historia se enseña en la Argentina, recuperando un dossier de la vieja Crisis setenta que, bajo un formato parecido, preguntaba Qué hay de real en la historia (1973). En el panel estaba Marcos Novaro, quien se presentó como un “pesimista del trabajo de los historiadores” y con serias dudas acerca de si hay “alguna contribución” de parte de la historia -y su enseñanza- a las nuevas generaciones. La exposición del “intelectual”, no sólo fue mediocre sino que alcanzó niveles de macartismo que ni siquiera son habituales en los más “orgánicos” de la derecha. Luego de desarrollar teorías conspirativas sobre el “faccionalismo” de los historiadores -a partir del cual estos se sentirían habilitados a decir cualquier cosa- Marcos Novaro, culpó a la izquierda por producir una historia con una agenda acotada (Derechos humanos, políticas neoliberales y “alguna que otra cosa más”) que “a mucha gente no le sirven para nada”. El “faccionalismo” tiene responsabilidades compartidas, pero hay sobre todo “una gran responsabilidad de los historiadores de izquierda”. Pues la izquierda, afirma Novaro, se aprovecha de un “victimismo” -que define como “el dispositivo ideal para ponerse en la posición de debilidad y decir ‘como el otro es más fuerte yo puedo inclinar la cancha’”. Una idea que existe “gracias a los derechos humanos” y que “ha generado un daño enorme”.

Este libro desgrana, migaja por migaja, los argumentos esgrimidos por él y tantos otros. Los destruye, los desnuda y los deja frente a un espejo, cara a cara con su banalidad. Muchas cosas se podrían decir al respecto, por ejemplo, ver a los “derechos humanos” como un tema más y un “victimismo” implica pasar por alto -y hay que ser ciego para no verlo- el lugar de lucha fundamental que los organismos de dd. hh. han cumplido desde el 83 hasta nuestros días. Incluso, implica negar que, desde hace añares, los gobiernos juegan gran parte de su legitimidad en torno al discurso y las prácticas que sobre los derechos humanos construyen.

Pero hay que reconocerle a Novaro algo: la historia está, efectivamente, en crisis. Se ha despertado una creciente desconfianza ella, la verosimilitud de sus discursos y, subsecuentemente, una desconfianza en el futuro. No podemos hacer oídos sordos a eso. Desde esta perspectiva, Vida de Perro, nos dijo algo: si el neoliberalismo operó en nosotrxs generando un pesimismo de la voluntad, lecturas de libros como éste pueden generar un optimismo de la razón. Eso no implica una confianza ciega en la Historia o en que ella que avanza hacia un lugar. Quiere decir que, incluso en su “realismo histórico” (de Verbitsky)  o “cartografía de posibles” (de Sztulwark), no cesan de señalar luchas políticas y sociales que, en los 60 años de historia que el libro recorre, fueron abriendo experiencias que despiertan un cierto optimismo, un vitalismo, cuando dan cuenta del dinamismo político de nuestro país. Aquellos relámpagos benjaminianos que ya mencionamos. No deja de ser cierto que “los muertos oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos”, pero esta mochila que cargamos guarda herramientas e instrumentos que no podemos dejar nunca a un costado.

El libro es pretencioso, pero no deja de alcanzarse a sí mismo en su pretensión. Otro rasgo curioso de su contenido es que, si bien traza un hilo rojo de la investigación militante, si bien es una investigación sobre la investigación militante, no deja de reflexionar al interior de ella misma. Ese secreto lo confiesa Sztulwark, cada vez que se pregunta a sí mismo si “hay un método” en Walsh, en Prensa Latina, en Verbitsky. Es decir, si es posible pensar una epistemología de las luchas populares y del cotejamiento riguroso de los enemigos. Imposible: cada coyuntura guarda un método en su interior, eso el libro lo recorre muy claramente.  Allí puede leerse, como decíamos, que no es un “libro de conclusiones”. Tampoco es un libro académico: lejos del “conocimiento” absoluto, transmite saberes situacionales.

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La investigación política y militante cumple una función de vanguardia: anticipa al enemigo en su próximo paso, señala, advierte, enfrenta. Pero, como no es académica, no puede pensarse por fuera de la conflictividad social con la cual elabora sus premisas. Decía el propio Walsh que quien se autoproclama vanguardia y no cumple esa función efectiva en la lucha, es una patrulla perdida en el medio de la ciudad. En el fuero investigativo, no se trata de desvelar lo oculto, sino de sacar a la superficie lo que ya está presente, realizando asociaciones. El investigador militante, parafreaseando a Piglia, debe instalarse en la frontera psíquica, límite entre el Estado y la sociedad, y de allí, escribir libros, enviar mensajes. En fin, librar una guerra.

Esta investigación epistemológica sobre un saber del combate, este hilo rojo, no deja de ser un posicionamiento ético-político sobre el “rol del intelectual” en nuestra época, la de la ‘comunión de los santos’. Desde esta perspectiva se lee la historia, nuestra historia.

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Verbitsky funciona pegado al dato, Sztulwark más pegado a las categorías. Por supuesto: ni dato por el dato, ni categoría abstracta. Dos lenguajes muy distintos y, simultáneamente, complementarios. Sin embargo, a pesar de los distintos enfoques propios de sus trabajos individuales, en esta coproducción parecen confluir en un estilo, atados al lenguaje de una conversación política, con las formalidades e informalidades que esto conlleva.

Que los autores provengan de corrientes políticas distintas, en un contexto de avance regional derechista, puede ser leído como un mensaje político: la necesidad de retomar discusiones que puedan aportar a un frente de lucha unitario de todo el campo popular. Y, en su interior, autocrítica y revisiones, discusiones estratégicas pendientes: es este también el lugar donde los autores y el lector se juegan su coherencia. En esa dirección caminan el Movimiento de Mujeres y el Movimiento de Derechos Humanos, en definitiva, los únicos movimientos que logran hacer preguntas al conjunto de la sociedad y pulsear al Estado y la iglesia -desde el 2×1 a la actual discusión sobre aborto. Una gran enseñanza de los sesenta y setenta es el carácter estratégico de la unidad. Muchas discusiones de aquella época pueden leerse en ese sentido.

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El capítulo dedicado a la historia de la iglesia argentina, en las cuales se incluye el rol de Bergoglio en la dictadura, no deben pasar por alto cuando el Papa se presenta hoy como una figura de cuyo legajo sólo forman parte los actos humanitarios. Un capítulo fascinante, donde se narra cómo la burguesía liberal se pliega a la iglesia. Recuerda a las páginas donde Marx dice que la burguesía por miedo a concretar en forma completa su programa, se lanza a los brazos de las fuerzas más conservadoras. De allí, se termina desprendiendo una clave para comprender al peronismo y sus desenlaces. También guarda advertencias sobre nuestra actual coyuntura.

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En fin: “el golpe de 1955, La Opinión, la resistencia peronista, el surgimiento de las organizaciones revolucionarias y la táctica de la lucha armada, Rodolfo Walsh, Perón, López Rega, la dictadura, Malvinas, la posdictadura y los juicios a la cúpula de las FF.AA., las variaciones en el modo de acumulación del capitalismo en la Argentina, el papel de la iglesia argentina –dentro de ese marco, la figura de Jorge Bergoglio, ahora Francisco-, los organismos de derechos humanos –en particular el CELS-, el alfonsinismo, los carapintadas, las leyes de impunidad, Menem, los indultos, las privatizaciones y la caída del bloque del socialismo del Este europeo, Página/12, El Cohete a la Luna, Clarín y Papel Prensa, la crisis de 2001 y las organizaciones sociales, Duhalde, la llegada del kirchnerismo, el nuevo escenario mundial con la emergencia de China, la desaparición de Julio López, la derogación de las leyes de impunidad, la recuperación de la ESMA, la soja y la industrialización, Chávez y el chavismo, el asesinato de Mariano Ferreyra, el sindicalismo y la izquierda, la Cámpora, Milani y la llegada de Macri al gobierno”: todos los temas que recorre. Como si fuera poco, como si no alcanzara.

Un libro que no puede pasar desapercibido en el mundillo de las novedades editoriales, no puede estar en una vidriera, quieto, no puede estar en una biblioteca, apretado; no podemos no enojarnos, reirnos, estar de acuerdo o dejar de estarlo en cada una de sus páginas. No puede ser sólo para eruditos. La historia de los libros es la historia de sus lectores. Y una vida, es, también. un conjunto de libros. No podemos, entonces, caminar sin ellos ni luchar sin ellos.  No pueden ellos caminar sin nosotros ni luchar sin nosotros. El libro como arma de autodefensa contra el presente. La historia que recorren las páginas del libro, la historia del libro, nuestra historia: una línea de combate, para los tiempos que vienen.

La mascota que hay en vos // Agustín Jerónimo Valle

La tendencia es global: hace punta en Occidente, pero India, China, Tailandia y Vietnam son países con mayor crecimiento mascotil (Argentina exporta alimento para mascotas a China, y es el mercado con mayor proyección). Después de milenios de convivir cotidianamente con los animales para su uso utilitario (cosa que sigue sucediendo, cada vez menos, en la vida campesina), la humanidad consolida una “utilidad psicoafectiva” de los animales. Mamá, papá, el perro y el nene: cuadrado edípico.

El crecimiento de las mascotas como parte de la vida es paralelo al ajuste de los vínculos íntimos. En Argentina la natalidad bajó del 24 x 1000 anual en 1960 al 17 x 1000 en 2015; en Estados Unidos, del 24 al 12 x 1000 en el mismo lapso; en España, de 22 a 9 x 1000. Tener un hijo es algo muy complicado y un escollo para el despliegue programático de la vida personal; un hijo reduce el rendimiento calculado de la vida… Desde 2014, Facebook, Apple y otras corporaciones ofrecen a sus empleadas el servicio de congelamiento de óvulos, para que no interrumpan la productividad de su carrera justo cuando está en plena curva ascendente. Abramos apuestas: ¿cuántas usuarias de tal servicio prescinden de mascota?

El negocio mundial mueve más de cien mil millones de dólares por año. Los Estados Unidos de América por supuesto encabezan el asunto en el plano mercantil: allí, la pet industry pasó de generar 31 mil millones de dólares en 2003 a 62 mil millones en 2013. Los productos y servicios se diversifican y sofistican hasta extremos hilarantes; en Nueva York, por ejemplo, cuentan con un spa canino, donde se ocupan, entre otras cosas, del bienestar del alma –soul– del pichicho; y no es raro ver cuchas tecnologizadas en la puerta de los supermercados, para que la mascota espere a su dueño encerrada pero con música y aire acondicionado, por solo alguna moneda. En Brasil, el alimento balanceado ocupa el 66% del negocio mascotil; o sea que un 34% consiste en otros productos y servicios: hay hasta cerveza para perros, y una empresa de “Pet Party” que, sí, organiza estas para los descendientes de quienes fueran lobos.

“Observamos una fuerte tendencia a la humanización de las mascotas», declaró hace un par de años el director de Marketing la multinacional Mars (Thierry Montange), quien maneja las marcas Pedigree y Whiskas en Argentina, Uruguay y Paraguay. Esta humanización da lugar a viñetas callejeras inverosímiles, como una señora que, enojadísima con su perrito (porque iba a cruzar mal la calle), le grita a voz en cuello “¡¡bestia!!”, incluso, gente que pasea su perrito en un cochecito de bebé. La “humanización” deposita en la mascota -muda, mas no inexpresiva- saldos vinculares insatisfechos.

¡vaya a la cucha!

La campaña publicitaria de los planes de crédito hipotecario promovidos por el Gobierno pobló, desde el año pasado, los carteles gigantes de Buenos Aires: “Más facilidades para el acceso a tu vivienda”, rezaban. La consecuente felicidad de la inminencia propietaria era exhibida en la sonrisa de una chica: joven, blanca, en sus treinta. Chocha por esos metros cuadrados que serán suyos y de nadie más. Aunque, en rigor, la foto la muestra sola pero acompañada: ella y su perrito -a upa en sus brazos- son el sujeto compuesto al que se destina la política habitacional.

Vale conjeturar que la alegría exhibida incluye la alegría por la domesticación del canino. Y que no es la chica la destinataria de la política de gobierno; el destinatario es ese afecto, esa alegría de comprar un departamento teniendo mascota con la que vivir. La soledad es medio fea… Medio. Porque, también, la vida social, los vínculos, la gente, es tan difícil. En 1980, en la Ciudad de Buenos Aires uno de cada quince adultos vivía solo; en 2015, uno de cada seis. En el lapso de una generación, aumentó en un 250% la tasa de soledad. Mientras, entre 2003 y 2014, la cantidad de mascotas creció más de un 20%. Cuatrocientos treinta mil perros y doscientos cincuenta mil gatos viven en hogares porteños (“forman parte de las familias”); la nítida preferencia perruna se exceptúa en un solo barrio, Palermo, donde perros y gatos están empatados; la parte más gatuna de la ciudad. Los últimos datos oficiales son de 2014: una mascota cada dos hogares, y un crecimiento del 2% anual, contra una población humana estable como es la porteña.

A nivel nacional, una consultora privada (Millward Brown), contratada por empresas de alimento balanceado -principal negocio de la creciente industria mascotil-, aseguró haber realizado 1500 entrevistas en los principales centros urbanos y, en base a eso, calculó la existencia de nueve millones de perros y tres millones de gatos viviendo en hogares argentinos. La producción de alimentos balanceados aumentó un 63% entre 2007 y 2016; según la Cámara Argentina de Nutrición Animal se producen anualmente 612 mil toneladas de alimento para mascotas (otros hablan de 700), facturando 31.000 millones de pesos anuales. Más allá de los datos cuantitativos -siempre dudables-, basta recorrer una ruta hacia la costa atlántica para percatarse del rol central que tienen las publicidades de alimentos para los amados cuadrúpedos, cuya humanización multiplica oportunidades de negocios.

balcarce 2019

Gabriel Muro es ensayista y documentalista; está realizando un film sobre la historia de la domesticación de los perros en Argentina, y, consultado para esta nota, señaló: “La imagen con que Macri estrenó comunicacionalmente la investidura presidencial fue la de su perro, Balcarce, sentado en el sillón de la Rosada. Detrás de esa foto subida en redes sociales puede verse la mano de Durán Barba”. El entonces flamante Presidente, abjurando quizá de su mote felino, posteó la foto, y además epigrafeó su trascendencia: “Balca estuvo en La Rosada y se sentó en el famoso sillón presidencial. Es el primer perro de la historia argentina que llega a ese lugar”.

El acontecimiento ha de haber sido nulo para el pichicho -en torno al que también armaron “su” cuenta de Twitter, @ElPerritoDelPro-; en cambio, sí es un acontecimiento para el sillón. Gabriel Muro relata que en tiempos coloniales, y también en los primeros años patrios, el Cabildo emitía bandos (comunicados de disposiciones oficiales) prohibiendo tener más de un perro; que Buenos Ayres sufría “malones de perros”, al punto de que se ordenaba a los presos que salieran a masacrar perros cimarrones a puro garrotazo.

El hijo de Franco Macri añadió: “[Balcarce en el sillón] es un símbolo del respeto que tenemos por los animales”. Gobiernan los terratenientes, la Embajada,el sistema financiero, y gobierna, también, esa simpatía por la mascota -que implica, claro, la mascotización del bicho. La disposición a la mano dura, a meter bala a los chorros es una masiva exigencia gentil, pero posterior al afecto por la mascota, atributo necesario para el gobernante. La habilitación a viajar con perritos en el subte -paralela al cierre del zoológico-, la multiplicación de los caniles, la declaración de María Eugenia Vidal, en campaña, diciendo que “los perros y gatos forman parte de nuestras familias”, son muestras de este humanismo zoopolítico.

En los billetes se hace desaparecer a las figuras políticas del pasado nacional, sustituyéndolas por la fauna patria. La plata no tiene historia y se naturaliza el capital. Además, el animal es puro, inocente, no participa del conflicto. El sueño húmedo del PRO -o mejor, de la razón gestionistaes la negación del conflicto; la idea de que el conflicto no es inherente a la sociedad de clases, sino culpa de la necedad de sujetos conflictivos. Por eso, tales sujetos merecen escarnio (¡qué ganas de joder!, por no emprender…); y los animalitos, ternura. Pero las dos cosas van juntas. Porque la conjura del conflicto no atañe solo a la dimensión política; también a la personal: es tan difícil vivir juntos.

El modelo práctico de humanidad legítima, la versión actual del animal racional -es un decir-, perfil la un sujeto que está incompleto si le falta una sucursal de fauna domeñada. Alguien (¿“alguien”?) a quien querer sin tanta historia.

 

tercerización afectiva

La historia de la relación con los animales es una de las líneas desde las que puede contarse la historia de la humanidad. Primo Levi testimonió que en el campo de concentración nazi donde estuvo secuestrado, al final de cada día, los presos marchaban en fila de retorno al barracón: rotos, sobreviviendo después de jornadas de trabajos forzados extenuantes, desubjetivados. La “nuda vida” es un concepto que arraiga allí, en eso que les pasa a los cuerpos cuando nada los trata como seres activamente humanos; se desubjetivan, quedan vivos biológicamente. Y cuenta Levi que, en esos retornos en tristes filas, solía haber un perro que se sentaba y los veía pasar: era un perro que miraba hombres, y esa mirada de perro que los miraba como hombres tenía poder performativo y sostenía la condición humana de esos bípedos.

La nobleza de una relación digamos abierta con los animales no necesita, casi, ser argumentada; y antes de ser “mascota”, el perro o gato ya eran animales domésticos. Hay un afecto interespecie que, por un lado, permite efectuar nuestra capacidad de entendimiento sin código; la empatía en la más abismal diferencia. El bicho puede recordarnos nuestra propia bichez. Nuestra pertenencia a la existencia general de la naturaleza. “¿Qué botines esperan ganar si nunca un perro mira el cielo?”, inquiere Patricio Rey a los titanes del orden viril. Esa mirada nos recuerda que todos somos pasajeros de un viaje inmensurable pone en cuestión el mando de los paraísos artificiales que traccionan el deseo social. Por eso, también, se los humaniza a los bichos: para negar la fuga que su naturaleza guarda respecto del absurdo del orden de los valores.

Sin embargo, más que para abrir lo insondable de la existencia, las mascotas se usan para tapar agujeros y que la vida cierre. Ahora, ¿cierra cómo? Vida solitaria, sin nadie que te haga conflictos, pero con “alguien” a quien abrazar y a quien cuidar y querer en los ratitos en que se pausa la entrega existencial al productivismo; vida buena, o mejor, buenista: vida cariñosa, amorosa. En las miles de personas dedicadas al “rescate” de animales callejeros (muchas organizadas, otras no), pero también en los tenedores simples de mascotas, puede verse una fruición de mimos, calor y cuidado para seres más vulnerables, contraria a la impiedad que ritma la vida capitalista -tan difícil es introducir la piedad y la empatía como regla social, que se terceriza hacia el vínculo con las bestias.

manos embolsadas

La bondad mascotista es una de las de mejor rating en la ciudad contemporánea. En el soporte más reciente de la gestión amorosa entre humanos, las redes de citas, aplicaciones virtuales de búsqueda de sexo y pareja, es notable la cantidad de gente que, para ofrecerse como amante y compañero/a, elige mostrarse en fotos con sus mascotas. Como si la calidad de su potencia amorosa se verificara, sobre todo, en el vínculo con el bicho.

Más allá del abandono de la empatía humana como valor central, que se ve tanto en los proteccionistas de animales que se escandalizan por el trato que reciben los caballos de los cartoneros, sin mover un pelo por el trato social que reciben dichos trabajadores, como en los servicios premium con que las élites miman a sus mascotas con lujos que sus sirvientes tienen vedados, la amorosidad por los animales humanizados está matrizada por el mando y la obediencia como vector estructurante del vínculo. Amor con correa, cariño con collar de ahorque. Las necesidades de calor y afecto, dada la conflictividad propia de las relaciones humanas, se resuelven de cuatro paredes para adentro, y si es con un ser exento de lenguaje, mejor. Y las necesidades de obedecer que sufrimos en nuestra domeñada vida se compensan teniendo en casa una sucursal de la naturaleza que hace lo que le decimos con el dedito.

Pero si un saldo afectivo de la vida contemporánea es la necesidad de quererse sin complicaciones, otro es el miedo y el resentimiento. Cada noche se mastican en las almohadas argentinas toneladas de resentimiento; cada mañana, toneladas de temor contenido se aflojan en los inodoros. Y así, se usa al perro no solo como peluche, como pareja, como hijo, como nieto, como amigo; también se usa al animal como fierro. La domesticación consiste en que el perro renuncia a su capacidad de disputar: se supone que una parte de los lobos advirtió que conseguía más comida si hacía mímesis con el hombre y esperaba sus sobras (tal por ejemplo la hipótesis con que trabaja Pascal Quignard en Los desarzonados). Él nos muestra la lengua y nosotros le sonreímos, mostrando nuestros dientes. El perro tenido como mascota securitista busca que la domesticación ya no sea en tanto especie, sino privada: este pitbull no me ataca a mí. En los últimos años se repitieron los ataques de perros mortales, resonando especialmente los sufridos por niños; en Alejandro Korn la justicia condenó a ocho años de prisión efectiva a Horacio González porque, corresponde decirlo así, mató con su pitbull a un pobre niñito de dos años.

El perro como amenaza no es el único modo de tramitar, con el uso de la mascota, el resentimiento social. El casi medio millón de perros porteños es una herramienta de conversión masiva de resentimiento en goce, mediante esa sucia licencia (anarcoliberal) de dejar la caca en la vereda. Gracias a tener un perrito, ya no es necesario tener una empresa o mucho poder: cualquiera puede darse el gusto, el alivio de cagar a alguien. En el 2011 hubo un estudio que arrojó un dato estimativo de entre 35.000 y 70.000 kilos de caca canina por día en la Ciudad de Buenos Aires. Por supuesto, los vecinos que se ocupan del simple acto de no dejar ese abono orgánico en el artificial suelo citadino, los modestamente buenos,pasan desapercibidos.

 

Revista Crisis

Instrucciones para mirar una fotografía // Cora Gamarnik

Elegir, buscar o encontrar una fotografía que por alguna razón nos impacte, nos interese, nos sorprenda, nos duela, nos alegre, nos lastime, nos traiga recuerdos, nos convenza, nos interpele.

Buscar una foto y mirarla. Mirarla, mirarla y volverla a mirar. Detenernos para verla.

Buscar al autor o autora. Buscar el año, el día, el lugar donde se hizo. Si es posible, entrevistar al autor. Preguntarle por qué sacó esa foto, en qué circunstancias, que le pasó al sacarla, que sintió, que hizo después, cómo la hizo circular, para qué o para quién la sacó, dónde la publicó si es que se hizo pública. Preguntarle qué piensa de su foto.

Conocer la historia de ese autor, revisar otras de sus fotos, poner esa foto en serie, en continuidad.

Tomar lo que dice el autor con pinzas. Analizarlo, contrastarlo con otras voces. Considerarlo como una voz clave para pensar esa fotografía, pero no como la única voz posible.

Suponer la intención del autor. Pensar qué buscó, pero también lo que se le escapó, lo que captó sin querer, lo que pudo y lo que no pudo.

Identificar las causalidades y las casualidades de esa imagen.

Pensar qué hizo el fotógrafo para tomar esa imagen. ¿Dónde se paró, adónde se subió, con qué cámara la sacó, por qué eligió ese lugar? ¿Tenía otras opciones?

Pensar si la planificó, la organizó o la consiguió. Si hizo posar a los que intervienen en la imagen o no. Si sabían los fotografiados que estaban siendo fotografiados. Si trató de pasar desapercibido o armó la escena. Si modificó algo de la situación antes de fotografiarla o si hizo lo que pudo como testigo mudo.

Analizar la fecha, estudiar el acontecimiento fotografiado, las razones por las que se produjo, lo que estaba en juego, lo que quedó al margen, lo que se ganó o perdió.

Mirar lo que pasa dentro de la foto. Analizar su forma. Sus planos, sus ángulos, su composición, sus puntos de fuga, sus colores, sus luces y sombras. Ver los personajes u objetos que están presentes. Ver las poses, los detalles. Ver los actores primarios y los secundarios. Ver lo que está en primer plano. Ver lo que no está en primer plano. Ver las figuras centrales y el fondo. Ver qué está iluminado, ver qué queda a oscuras.

Ver el instante capturado. ¿Es una excepción? ¿Es parte de una rutina? ¿Es algo excepcional?

Ver si es única o una de miles.

Mirar las miradas. ¿A quién miran? ¿Hacia dónde miran? ¿Se miran entre sí? ¿Qué no pueden ver?

Mirar lo que está en el cuadro. Mirar lo que queda fuera de cuadro. ¿Qué eligió captar el fotógrafo? ¿Qué eligió que quede afuera? ¿Qué no pudo o no quiso incluir en la imagen?

Ampliar la foto y recortarla. Mirarla por pedacitos. Reencuadrarla.

Ver quiénes están dentro de la foto. ¿Qué les pasa? ¿Qué hacen allí? ¿Qué sabemos de ellos? ¿Por qué están ahí?

Mirar lo que la foto dice, grita o susurra. Mirar lo que la foto calla, oculta o no dice.

Mirar los textos que la acompañan. Pensar los textos que podrían acompañarla.

Mirar el lugar de publicación de la foto. Si está en un diario, en un libro, en el posteo de un amigo, en la página oficial de un gobierno, en un álbum familiar… Si la tomó el fotógrafo de un diario, de una agencia, un free lance, un fotógrafo de un medio alternativo, un aficionado…

Mirar la relación que hay entre el o los textos que la rodean y la foto. Ver si el texto la explica, la fortalece, la tergiversa, la transforma, la completa, la tapa, la sostiene, la piensa, la contextualiza.

Pensar si vale la pena mostrarla. Y pensar ¿dónde? ¿De qué manera? En la pared de un museo, en un muro de Facebook, en la pared de una escuela, en la pared de una calle… ¿Por qué mostrarla? ¿Por qué esa y no otra de las miles y miles que existen? ¿Esa sola o con otras?

Preguntarse: ¿Qué transporta la foto? ¿Qué conserva? ¿Qué guarda?

Compararla con otras. Del mismo día, del mismo autor, de otro autor, del mismo tema, de las mismas situaciones, de otras situaciones.

Contrastarla.

Ponerla en relación, en serie.

Escribir su historia.

Ver qué sintetiza, qué simboliza, qué indica.

Ver si es huella, vestigio o rastro.

Ver qué llama enciende, que vacío deja, cómo punza.

Pensar si es un testimonio, un documento, un aguijón o una ráfaga de luz.

Ver si vale la pena archivarla, catalogarla, etiquetarla.

Ver si late.

 

FOTO: Siria, 10 de julio de 2014 Fotógrafo Hosam Katan / Reuters Unos chicos juegan en un cráter provocado por un bombardeo en el barrio de Al Shaar.

La vida es muy corta para andar ahorrando // Diego Valeriano

Saboteemos todos los medidores de gas para que el contador no avance, pongamos imanes en el medidor de la luz, tiremos los ganchos a los cables de la calle, acerquemos unos mangos al de Cablevisión, busquemos en los cajones el pituto que compramos en la estación en el 2004, compartamos la clave del wifi. Seamos amigos solamente de quien comparte su usuario de Netflix.

Robémosle la luz a la vieja de adelante que no da más de ortiba, amenacemos a los operarios de Aguas Argentinas, usemos la SUBE del abuelo, vayamos a la odontóloga con un carnet prestado. Saltemos los molinetes en Once, caretiemos en las puertas de todos los recitales, besemos a las putas viejas de la colectora, a las que están más allá del Reconquista. Vayamos al bajo si es necesario porque el precio por acá es demasiado, hagamos cola en los pasillos por un 25 con pibitos que tienen la edad de los nietos que no tenemos, plantemos nuestras plantas aunque más no sea en baldíos olvidados. Seamos populistas y faloperos.

No demos ni un paso atrás. Agilicemos nuestra memoria, compremos en cuotas y demos de baja la tarjeta. No les regalemos a estos caretas nuestro goce y libertad, prendamos todas las estufas de cuarzo hasta que las velas derritan los cables del barrio de adelante, caguemos a piedrazos a las cuadrillas que vienen con malas noticias, atropellemos las barreras de los peajes, escrachemos públicamente a la que vende pastas y nos dice que pongamos el aire a 24, compremos vinos dudosos en el chino, pongámosle mucho hielo a La Bichi ahora de naranja.

Insultemos a las que te piden que firmes contra el tarifazo desde la comodidad de la militancia,  a los diputados caretas, a los políticos panelistas, a la que canta desde el flete en todas las marchas. Agudicemos el ingenio popular,  hagamos todo ahora porque la vida es muy corta para andar ahorrando, hagamos todo porque solo el consumo libera,  hagamos todo para no perder más.

Una estrategia y tres tácticas para la revolución en Deleuze y Guattari: Los proletarios, las minorías y el hombre[i] // Yoshiyuki Sato y Jun Fujita Hirose

 

Yoshiyuki Sato y Jun Fujita presentan las tesis esenciales de su libro Tres revoluciones: Filosofía política de Deleuze y Guattari (Kodansha, Tokio, 2017).

 

Gilles Deleuze y Felix Guattari escriben sus tres libros principales –El Anti Edipo (1972), Mil mesetas (1980) y ¿Qué es la filosofía? (1991)– para responder a una única pregunta fundamental: cómo minar el capitalismo, o cómo hacer estallar los mecanismos axiomáticos del capitalismo mundial, proponiendo una sola estrategia” que no varía a través de los tres libros: el devenir-revolucionario de todo el mundo. Pero la “táctica” que conciben es cada vez diferente, y cada una consiste en determinar “para cada coyuntura” un agente central del proceso revolucionario universal: los proletarios en su lucha de clase (El Anti Edipo), las minorías en su lucha por el reconocimiento (Mil mesetas), y el «hombre» en su filosofía política (¿Qué es la filosofía?).

Cierto es que ni la lucha de clase, ni la lucha por el reconocimiento, ni la filosofía política constituyen por sí mismas un devenir. En El Anti Edipo, Deleuze y Guattari afirman: «Es demasiado evidente que la suerte de la revolución está ligada únicamente al interés de las masas explotadas y dominadas. Pero el problema radica en la naturaleza de ese lazo, como lazo causal determinado o como vínculo de otro tipo» (AE387).[1] Este «problema» seguirá siendo central tanto en Mil mesetas como en ¿Qué es la filosofía?. A través de su lucha por componer una clase (el proletariado), los proletarios deben llegar a desterritorializarse en un fuera-de-clase, o sea, a reterritorializarse sobre un devenir-esquizo (El Anti Edipo). Las minorías, en su lucha por hacerse reconocer como subconjuntos de la mayoría, deben llegar a reterritorializarse sobre un devenir-minoritario (Mil mesetas). El hombre, en su filosofía que se politiza ante las víctimas o los «animales», debe llegar a reterritorializarse sobre un devenir-animal (¿Qué es la filosofía?). El devenir-esquizo, el devenir-minoritario y el devenir-animal son las tres variantes del devenir-revolucionario universal que Deleuze y Guattari han propuesto en veinte años de colaboración.

 

El Anti Edipo: los proletarios y el devenir-esquizo

Al contrario de lo que algunos comentaristas quieren hacernos creer, El Anti Edipo, publicado en 1972, no es un libro sobre el Mayo de 1968: Deleuze y Guattari no dedican ni una sola página del libro a analizar ese evento. En cambio, el análisis se centra en la lucha de clase que los proletarios conducen con su partido y, en particular, en la revolución rusa. Si hay algo del sesenta y ocho en El Anti Edipo, es el hecho de que los autores tratan la lucha proletaria “desde el punto de vista del deseo”. El deseo –deseo inconsciente– es algo cuya productividad política fue descubierta en el Mayo de 1968. Examinar las luchas de “interés” desde el punto de vista del “deseo” –es decir, el diagnóstico de las catexis (carga libidinal) inconscientes de deseo en las contracatexis preconscientes de interés– es lo que Deleuze y Guattari denominan «esquizoanálisis».

En El Anti Edipo, las «masas explotadas y dominadas» se identifican con claridad con los proletarios. El libro está escrito de frente a los proletarios que luchan por polarizar la sociedad de clase burguesa para imponerse como una verdadera «clase», cuyo ser y cuyos intereses objetivos están políticamente representados por el partido y/o el Estado. Solo que en ese empeño por producir un «corte leninista», los proletarios deben enfrentar necesariamente un “problema” respecto a la suerte de la lucha: «O bien el proletariado triunfa de acuerdo con su propio interés objetivo bajo la dominación de su vanguardia de conciencia o de partido, es decir, en provecho de una burocracia y de una tecnocracia que valen por la burguesía como “gran ausente”; o bien la burguesía mantiene el control del Estado, libre para secretar su propia tecnoburocracia, y sobre todo para añadir algunnos axiomas más para el reconocimiento y la integración del proletariado como segunda clase» (AE263). Es decir que del corte leninista –como «corte preconsciente de interés»– no resulta otra cosa que la reproducción misma de los límites internos del capitalismo en una escala más grande, sea bajo la forma del capitalismo monopolístico de Estado dentro del propio socialismo, sea como reformismo socialdemocrático en los países que siguen siendo capitalistas.

Deleuze y Guattari creen que al hacer frente a semejante «corte del corte» capitalista, los proletarios quedan comprometidos en una praxis esquizoanalítica que los conduce hacia un «corte inconsciente de deseo», el único capaz de imponerle a la axiomática capitalista el límite exterior absoluto que precipita a la sociedad de clase burguesa hacia una sociedad sin clases (sociedad esquizoide, o “fuera de clase”). «La actualización de una potencialidad revolucionaria se explica menos por el estado de causalidad preconsciente en el que, sin embargo, es comprendida, que por la efectividad de un corte libidinal en un momento preciso, esquizia cuya única causa es el deseo» (AE388). Si es verdad que solamente el corte inconsciente del deseo –es decir, la reterritorialización de los proletarios sobre un devenir-esquizo universal– puede producir un límite verdaderamente efectivo para la axiomática capitalista, no es menos cierto que esta «esquizia» inconsciente se realiza solamente en el «estado de causalidad preconsciente» propio del lazo causal con el interés objetivo de los proletarios: la lucha de clase proletaria condiciona entonces el devenir-fuera-de-clase universal.

Desde el punto de vista del deseo inconsciente, la oposición entre «clase» y «fuera-de-clase» se traduce en la de «grupo sometido» y «grupo-sujeto». Esta oposición fue concebida inicialmente por Felix Guattari en los años sesenta a través de la relectura de Psicología de las masas y análisis del yo de Freud (1921) y bajo una fuerte influencia de Sartre.[2] En El Anti Edipo, Deleuze y Guattari examinan la lucha de clase proletaria desde el punto de vista del deseo y la describen en términos de «grupo»: «Un grupo revolucionario en cuanto a lo preconsciente sigue siendo un ‘grupo sometido’, incluso al conquistar el poder, en tanto que este mismo poder remite a una forma de poder que continúa esclavizándose y aplastando la producción deseante. […] Un ‘grupo-sujeto’, al contrario, es aquél cuyas propias catexis libidinales son revolucionarias […]. Un grupo revolucionario puede haber recobrado ya la forma de grupo sometido y, sin embargo, estar determinado bajo ciertas condiciones a desempeñar todavía el papel de un grupo-sujeto» (AE359). Desde el punto de vista esquizoanalítico, toda formación de clase se define como grupo sometido. Aún cuando el grupo sometido puede ser tanto revolucionario como reaccionario, solamente el grupo sometido revolucionario puede transformarse en grupo-sujeto al realizar un corte inconsciente de deseo, puesto que sólo él vive desde adentro su estado de sumisión como problemática, por lo menos de manera virtual. En otras palabras, un corte leninista no se produce sin que haya simultáneamente un corte de corte inconsciente revolucionario tendencial, y es mediante una praxis esquizoanalítica que un grupo revolucionario preconsciente logra comprometerse con esa tendencia interna.

El grupo sometido y el grupo-sujeto se diferencian por la forma de catexis libidinal inconsciente: un grupo sometido, sea reaccionario sea revolucionario, se define por su catexis libidinal paranoica, mientras que un grupo-sujeto está definido por su catexis libidinal esquizoide. «La catexis paranoica y la catexis esquizoide son como dos polos opuestos de la catexis libidinal inconsciente, uno de los cuales subordina la producción deseante a la formación de soberanía y al conjunto gregario que se desprende, y el otro efectúa la subordinación inversa, invierte la potencia y somete el conjunto gregario a las multiplicidades moleculares de las producciones de deseo» (AE386-387). Con esto llegamos a una definición clara de lo que Deleuze y Guattari llaman «corte inconsciente de deseo»: condicionado por el corte preconsciente de interés y determinado a través de la praxis esquizoanalítica, el corte inconsciente de deseo consiste en invertir la subordinación paranoica de la producción deseante al interés de clase y a la representación consciente partidista o estatal que dicho interés exige de sí, y por ende en revertir el sometimiento de las multiplicidades moleculares de deseo al conjunto molar de clase. Como veremos más adelante, Deleuze y Guattari piensan que es ese tipo de inversión el que permite a un grupo convertirse en un grupo-sujeto, es decir, reterritorializarse sobre un devenir-revolucionario universal: no solamente permite a los proletarios entrar en un devenir-fuera-de-classe, o devenir-esquizo, sino que también les permite a las minorías entrar en un devenir-minoritario, y al hombre en un devenir-animal.

 

Escritos para el Anti-Edipo: el esquizoanálisis

Antes de pasar a Mil mesetas conviene hacer un desvío para aclararnos mejor lo que Deleuze y Guattari entienden por «esquizoanálisis». En sus Escritos para el Anti-Edipo, Felix Guattari explica en qué consiste la tarea del esquizoanálisis a partir de la hipótesis según la cual el proceso de subjetivación tiene tres formas diferentes de articular los flujos de deseo: «La conexión deseante camina de término a término […]. La conjunción antiproductiva hace biunívocas las conexiones. Tenemos entonces un significante y un significado, y las cadenas conectivas están cosidas unas a otras (papel del diferenciante fálico, del sujeto). La tercera articulación, disyuntiva, es la inversión de la conjunción, el regreso a la «descarga a tierra» deseante. No hay sujeto del enunciado sino agentes colectivos de la enunciación (reterritorialización artificial). […] Efectivamente hay agentes improductivos colectivos estructurales de la enunciación. El problema del esquizoanálisis es hacer que dichos agentes entren ellos mismos en el proceso de producción y abandonen la antiproducción» (EAŒ42-43).[3]

La primera articulación es la conexión de los flujos de deseo en la que el sujeto todavía no está formado. La segunda es la biunivocación antiproductiva de las conexiones deseantes, que pone en conjunción la cadena significada con la significante, y el sujeto del enunciado con el de la enunciación. «Si hay sincretismo entre el sujeto del enunciado y el de la enunciación […], el segundo se ha replegado sobre el enunciado. […] El enunciado dicta la ley. Produce un sujeto abstracto que doma las situaciones, se aliena las máquinas deseantes y proyecta en ellas un sujeto imaginario y molar de la enunciación» (EAŒ49). La segunda articulación corresponde a la formación del “sujeto sometido”. Sumisión significa aquí división entre el sujeto simbólico (sujeto del enunciado legal) y el sujeto real (sujeto de la enunciación), y subordinación del sujeto real (el inconsciente) al simbólico (la ley social) –ambas operaciones efectuadas por la función del «falo» lacaniano, signo de la renuncia a la satisfacción del deseo–. Como efecto del poder social, el sujeto introyecta e introduce la ley social y simbólica, llegando a domesticar su propio inconsciente. Con este mecanismo se producen sujetos trascendentales, autónomos y dóciles, bajo la forma de agentes colectivos improductivos de la enunciación (grupos sometidos).

La tarea del esquizoanálisis consiste en crear una tercera articulación, capaz de poner al sujeto de la  enunciación en disyunción con el sujeto del enunciado legal para anular al segundo y producir así los agentes colectivos productivos de la enunciación (grupos-sujetos), es decir, multiplicidades transversales que se someten solamente al inconsciente productivo. Guattari considera la tercera articulación como un retorno «artificial» a la primera, en el cual el sujeto de la enunciación se desterritorializa en –o se reterritorializa sobre– una conexión deseante productiva. La disyunción no es por lo tanto simplemente una conjunción paranoica rota, sino más bien una conexión esquizofrénica restablecida artificialmente, o sea, el devenir-esquizo como «esquizoidización del deseo» (EAŒ45). La articulación disyuntiva levanta así la represión antiproductiva del deseo, anula la duplicación trascendental del sujeto, produce sujetos puramente inmanentes, y construye un «plano de consistencia», sobre el –o a partir del– cual se conectan de modo transversal y forman grupos subversivos: «La tercera articulación no puede estar en el orden de la subjetividad individual sino en el de la enunciación social. El individuo es una excrecencia intolerable que es preciso replegar sobre la esquizia del sujeto (dualizado). Es algo que “va más allá”, algo que en el capitalismo funciona solamente cuando es castrado. […] Al contrario, la emergencia artificial, revolucionaria, de un agente colectivo de la enunciación puede dar lugar a una subversión del orden capitalista y promover esta tercera articulación como superficie de transcursividad del deseo» (EAŒ50-51).

En los Escritos para el Anti-Edipo, Guattari ha concebido así un procedimiento de anulación del sujeto del enunciado legal (el gran Otro o la instancia trascendental) y de formación de la colectividad conectiva, mútiple y transversal de los esquizos, sujetos de la inmanencia pura. Y ha llamado a esto «esquizoanálisis», haciendo referencia a la definición lacaniana de la esquizofrenia (“forclusión” del gran Otro).[4] Este esquizoanálisis guattariano prefigura perfectamente al que se propondrá en El Anti Edipo. El esquizoanálisis no es un análisis neutral sino teleológico, con una «finalidad» bien determinada, que consiste en transformar a los agentes colectivos improductivos de  la enunciación (grupos sometidos, paranoicos y jerárquicos) en agentes colectivos productivos de la enunciación (grupos-sujetos, esquizoides y transversales), cuya producción deseante constituye el límite absoluto a la reproducción de la axiomática capitalista. Por ello, en Deleuze y Guattari el esquizoanálisis no depende de una “táctica” específica sino de la “estrategia” general que atraviesa los tres volúmenes.

 

Mil mesetas: las minorías y el devenir-minoritario

En la época de preparación y publicación del Anti Edipo, Deleuze y Guattari creían en la centralidad de los proletarios en el proceso de subversion anticapitalista, los consideraban «el medio activo» (MP291)[5] del devenir-revolucionario de todo el mundo. En Mil mesetas, publicado en 1980, ya no será así. Si la táctica propuesta en El Anti Edipo se basaba en la oposición entre el burgués y el proletario, la presentada en Mil mesetas refleja una nueva oposición, esta vez entre la mayoría y las minorías. ¿Por qué este cambio de táctica? Por una mutación de la coyuntura mundial que se ha vuelto evidente desde mediados de los años setenta: «Muchos autores consideran […] que el eje Norte-Sur, centro-periferia, sigue siendo hoy más importante que el eje Oeste-Este, e incluso lo determina fundamentalmente. Eso expresa una tesis corriente, repetida y desarrollada por Giscard d’Estaing: cuanto más las cosas se equilibran en el centro, entre el Oeste y el Este […], más se desequlibran o se “desestabilizan” entre el Norte y el Sur, desestabilizan el equilibrio central. Está claro que, en estas fórmulas, el Sur es un término abstracto que designa al Tercer Mundo o a la periferia; e incluso que hay “Sures” y terceros mundos interiores al centro. También está claro que esta desestabilización no es accidental, sino que es una consecuencia (teoremática) de los axiomas del capitalismo, y fundamentalmente del axioma llamado del intercambio desigual, indispensable para su funcionamiento» (MP471-472).

Si los proletarios se han impuesto como una clase en el campo social, su lucha no ha seguido adelante: el capitalismo ha sabido integrar y estabilizar la polarización de clase antagonista (Oeste-Este) determinada por las luchas proletarias, introduciendo nuevos axiomas socialdemocráticos. Ahora bien, Deleuze y Guattari sostienen que la creación de dichos axiomas estabilizantes no sucede nunca sin producir al mismo tiempo axiomas complementarios. Para establecer un pacto socialdemocrático, es decir un new deal con los proletarios, la axiomática capitalista ha introducido un nuevo desequilibrio según el nuevo eje Norte-Sur, centro-periferia, mayoría-minorías. El pacto se ha establecido en el Norte entre el Oeste y el Este, entre la burguesía y el proletariado, terciarizando hacia los “Sures” el intercambio desigual así como todas las aporías democráticas (los problemas insolubles dentro de una democracia). En otras palabras, si el capitalismo ha reconocido una mayoría al centro, lo ha hecho multiplicando las minorías (complementarias), y esto no solamente en la periferia, sino también en el seno mismo del centro, bajo forma de «enclaves» (las mujeres, los inmigrantes, las minorías étnicas, los precarios, los LGBT, etc.).

Esta coyuntura determina un nuevo ciclo de luchas, con una nueva centralidad táctica, la centralidad de las minorías. Al no identificarse más con los proletarios, los «anillos más débiles» de la cadena capitalista se han desplazado hacia las minorías de manera definitiva. Lo que Deleuze y Guattari observaban durante la preparación de Mil mesetas, era, efectivamente, el levantamiento de las minorías que reivindicaban los axiomas del intercambio equitativo y de los derechos democráticos, es decir, la aparición de lo que los sociólogos de la época denominaban «nuevos movimientos sociales», para distinguirlos de los movimientos obreros tradicionales.

En Mil mesetas, Deleuze y Guattari afirman: «La potencia de minoría, de particularidad, encuentra su figura o su conciencia universal en el proletario» (MP475). Significa que las minorías, en su lucha alrededor de los axiomas, buscan ser “contadas” como subconjuntos (particulares) de la mayoría proletaria (universal). Pero al hacerlo, las minorías chocan contra una pared inevitable: su propia experiencia les advierte que en la axiomática capitalista, la reterritorialización de una minoría sobre un estado de mayoría, sobre un «islote» mayoritario, no sucederá nunca sin producir un nuevo desequilibrio en otra parte, es decir, sin producir nuevas minorías explotadas y dominadas. En otras palabras, las minorías no se abolirán nunca aunque conquisten los axiomas socialdemocráticos mayoritarios con la produción de un corte preconsciente de interés: «Por regla general, las minorías tampoco resuelven su problema por integración, incluso con axiomas, estatutos, autonomías, independencias» (MP475). Este «problema», sumado a la absoluta incapacidad de la axiomática capitalista para resolverlo, impulsa a cada minoría a poner en tela de juicio la axiomática mundial en su totalidad, y a producir un corte en el corte: un corte inconsciente de deseo que le permite reterritorializarse no ya sobre un estado particular de la mayoría sino sobre un devenir-minoritario universal, capaz de involucrar o mezclar a todas las demás minorías y a los mayoritarios. Una desterritorializacion masiva en un devenir-minoritario hace colapsar a la axiomática capitalista y a su sistema de redistribución continua de los flujos entre mayoría y minoría. Así las minorías ascienden al papel de «medio activo» del proceso revolucionario, relevando a los proletarios que han dejado de asumirlo.

 

¿Qué es la filosofía?: el hombre y el devenir-animal

Después de preguntarse «¿qué es el proletario?» (El Anti Edipo) y «¿qué son las minorías?» (Mil mesetas), Deleuze y Guattari plantean un nuevo interrogante: «¿Qué es la filosofía?». ¿Por qué esta pregunta está en el corazón de este último trabajo, publicado en 1991? Al comienzo del libro, los autores se explican diciendo que con la vejez les llegó la hora de preguntarse qué es la filosofía. Pero resulta evidente que los autores poseen también otras razones. Al leer esta frase fundamental: «¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar cuando la miseria sale de su territorio o gueto?» (CF109),[6] se comprende que esas otras razones son de orden político.

Deleuze y Guattari afirman aquí algo que nunca se permitieron decir antes: la mayoría despliega sus fuerzas represivas cuando las minorías se desterritorializan amenazando el lugar mismo de lo mayoritario. Esto quiere decir que la mayoría ya no tolera que las minorías luchen por los axiomas socialdemocráticos, y actúa con el fin de condenarlas a permanecer en su miseria sin poder salir de allí: las convierten en puras «víctimas». He aquí la nueva coyuntura en la que Deleuze y Guattari pensaban mientras preparaban ¿Qué es la filosofía?. Se trata de la coyuntura de los finales de los años ochenta, en la que, como sabemos, la universalidad de la figura proletaria  ha sido liquidada tras el derrumbe del socialismo, con la consiguiente neutralización del impacto universal de la revolución rusa.

¿Qué es la filosofía? fue escrito en el momento en que ya no se podía sostener la centralidad de las minorías, y por eso los autores buscan en la filosofía una nueva centralidad táctica para el proceso revolucionario: se trata de la politización de la filosofía ante las minorías condenadas al estado de víctima, asimilable al de un animal en agonía o amenazado de ejecución. Esta animalización de las minorías en la nueva coyuntura obliga a Deleuze y Guattari a reformular la oposición entre mayoría y minoría que han establecido en Mil mesetas. Ahora la oposición se presenta en términos de «hombre» y «animal»: la filosofía se vuelve política cuando un “hombre” piensa ante un “animal”. En este sentido Deleuze y Guattari comprenden la razón por la que la filosofía política contemporánea aparece primero con el concepto de derechos humanos, a la manera de una ONG humanitaria: la filosofía, politizada ante los animales, se reterritorializa sobre una utopía panhumanista, en la cual se universalizan los derechos humanos, o más bien, el derecho de ser un hombre, el “derecho al hombre”.

Pero, según Deleuze y Guattari, allí la filosofía encuentra un problema, tan inevitable como los que los proletarios y las minorías han conocido en sus respectivas luchas: el Norte puede gozar de los derechos humanos porque no duda en disparar y reprimimir cuando desde el Sur se reivindican los mismos derechos. La existencia del animal “es” la condición de los derechos humanos, o mejor dicho, es la del hombre tout court, por lo que la universalidad de los derechos humanos no será nunca de inmanencia sino siempre de trascendencia: «Mucha ingenuidad, o mucha perfidia, precisa una filosofía de la comunicación que pretende restaurar la sociedad de los amigos, o incluso de los sabios, formando una opinión universal como “consenso” capaz de moralizar a las naciones, a los Estados y al mercado. Nada dicen los derechos humanos sobre los modos de existencia inmanentes del hombre provisto de derechos» (CF109). Poniendo en tela de juicio los derechos humanos, la filosofía se desvía hacia otro modo de politización que consistirá en lo siguiente: cuando, ante los animales que mueren en su propia miseria, el hombre siente la «vergüenza de ser un hombre», es decir, la vergüenza de ser mayoritario o de rebajarse a compromisos innobles con la axiomática capitalista para su propia supervivencia, la filosofía se reterritorializará ya no sobre la universalización del derecho de ser un hombre, sino sobre un devenir-animal universal: «No somos responsables de las víctimas, sino ante las víctimas. Y no queda más que hacer el animal (gruñir, escarbar, balar, convulsionarse) para liberarse de lo innoble: el propio pensamiento es a veces más cerca de un animal moribundo que de un hombre vivo, incluso demócrata» (CF109-110).

Dicho esto, se podría objetar que el concepto de devenir-animal ya estaba presente en Mil mesetas y que nos equivocamos al presentarlo como si apareciera por primera vez en ¿Qué es la filosofía?. Pero para nosotros, la diferencia fundamental entre ambos libros reside grosso modo en lo siguiente: con ¿Qué es la filosofía? Deleuze y Guattari anulan la distinción entre la minoría y el animal presente en Mil mesetas. Si en Mil mesetas la minoría era considerada un «medio activo» del devenir del hombre, el animal se presentaba como un medio “inactivo”, o incluso pasivo: en un devenir-animal, quien dispara el proceso no es el animal sino el propio hombre cuando se plantea un «problema» ante el animal (véase el análisis del relato de Vladimir Slepian, Fils de chien: MP262-264), mientras que en un devenir-minoritario, como ya hemos visto, es la minoría la que plantea el problema-gatillo del proceso. En cambio, en ¿Qué es la filosofía?, Deleuze y Guattari asimilan la minoría al animal y la consideran como medio “pasivo”. Esta asimilación minoría-animal, determinada en la coyuntura, permite constatar la aparición de una situación política inaudita, por más que al mismo tiempo la identificación de las «masas explotadas y dominadas» con las minorías se mantenga tal como fue establecida en Mil mesetas: ya no existe ningún medio activo del devenir-revolucionario universal, por lo que la suerte del proceso revolucionario depende por completo del propio «sujeto», es decir del hombre (mayoritario): la mayoría, en tanto que sujeto del devenir-minoritario, debe ser inmediatamente “activa”. Esto implica el devenir-animal del hombre «ante las ‘víctimas’».

 

[1] La abreviatura “AE” refiere a El Anti Edipo: Capitalismo y esquizofrenia (nueva edición ampliada), de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Los números de página corresponden a la edición castellana (Ediciones Paidós, 1985), traducida por Mario Eskenazi.

 

[2] Véase: Félix Guattari, «Le groupe et la personne (bilan décousu)» (1966), «Introduction à la psychothérapie institutionnelle» (1962-1963), Psychanalyse et transversalité (1972), Découverte, 2003.

 

[3] La abreviatura “EAŒ” refiere a Escritos para El Anti-Edipo, de Félix Guattari. Los números de página corresponden a la edición francesa (Écrits pour l’Anti-Œdipe, Lignes & Manifeste, 2004), establecida por Stéphane Nadaud.

 

[4] Cf. Jacques Lacan, Seminario III, Las Psicosis, Paidós, Buenos Aires, 2004.

[5] La abreviatura “MP” refiere a Mil Mesetas, de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Los números de página corresponden a la edición castellana (Pre-Textos, 2004), traducida por José Vázquez Pérez con la colaboración de Umbelina Larraceleta.

[6] La abreviatura remite a ¿Qué es la filosofía?, de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Los números de página corresponden a la edición castellana (Editorial Anagrama, 1993), traducida por Thomas Kauf.

[i] Jun Fujita Hirose reeditó especialmente el presente texto, publicado en italiano por Commonware, para Lobo Suelto.

Agradecemos la colaboración en la traducción de Delia Tasso y Diego Picotto.

Toma y daca // Silvia Duschatzky

La intelligentzia de gobierno no descansa, combina políticas que de un plumazo estrecha la materialidad de las vidas cotidianas con operaciones minuciosas tendientes a borrar cualquier ánimo de espíritus inquietos. La  “limpieza social” va ahora por los estudiantes secundarios. Las tomas no serán legalmente impedidas  ni abiertamente reprimidas sino hábilmente desarmadas apelando a desterrar las ansias de descontento y las tentativas de juntarse a pensar los malestares y las ganas de otras cosas.

No estoy segura que los motivos que respaldan una toma digan todo acerca de los deseos de okupar espacios arrasados por la insensibilidad Cambiemos.

La cuestión no es si otra forma del descontento es posible ni adjudicar novedad coyuntural a un estado de ánimo cuestionador. Lo preocupante son las maniobras de gobierno tendientes a limar los afectos que alientan las movidas de los jóvenes.

En la misma lógica de privatización y ejercicio de una visión jurídica, punitiva y rentable cada familia deberá hacerse cargo de los costos de los “daños” producidos en el escenario de una toma. Así mismo ningún estudiante podrá retirarse de la escuela sin que medie la presencia de un familiar a cargo. Cercos que se cuelan entre las generaciones para desterrar de la faz de la tierra la posibilidad de desprivatizar las vidas y las tensiones,  reduciendo al “calor de hogar” toda la tramitación de desórdenes juveniles.

¿Qué es lo que está en juego?. Los mentores que proclaman vientos de cambio procuran un conservadurismo que descanse en los principios de la familia y la propiedad. Los conflictos inherentes a la escuela deberán replegarse al ámbito de la “responsabilidad” de los particulares no ya inoculando morales de orden ni apelando a la alianza entre estado y comunidad sino corroyendo las subjetividades mediante la amenaza del pago.

La lógica descarnada del capital encontró un nuevo rostro para activar la parálisis. Ni la expulsión, ni las amonestaciones ni otra coartada disciplinaria. La culpa se paga literalmente con lo único que cuenta o que se cuenta. Las familias se vuelven eventuales deudoras de los ocasionales daños generados por sus hijos.

¿Qué pasa por la cabeza y el cuerpo alerta de los padres agobiados por la precaria economía cuando sobre ellos pesa la amenaza de costear lo que las autoridades sentencien como daño?

Sofisticada operatoria de un gobierno que traza una micropolítica apelando al miedo del deudor o a que sólo reine la moneda como mediador del “contrato social”.

En el espíritu  empresarial una toma se mediría en términos de costos-beneficios reduciendo las motivaciones y descontentos sociales del estudiantado y aún de los profesores que acompañan, a meros cálculos económicos. Lo que flota en estas “políticas” ni siquiera debe pensarse sólo desde el pragmatismo de los cerebros empresariales. Se trata de pegar ahí dónde las sensibilidades vulneradas podrían replegarse temerosas de que nuevos huracanes caigan sobre sus vidas.

El riesgo como clave organizadora de la vida social avanzaría en todos los planos disolviendo cualquier pregunta por lo común y minando las potencias de poner en cuestión las claves actuales de la existencia .

La complejidad de la vida y sus manifestaciones es barrida en pos de erigir un modelo social “desalmado” cuyo exponente no es otro que el homo economicus, productivista y portador de una moral particular y solipsista.

 

S.D

Abril 2018

#inteligenciasensible: en línea hasta que no // Lucía Naser

#inteligenciasensible

Guerra mediática. Artefactos cognitivos. Cuerpo media. Inteligencia artificial. Cyberpolítica. Neurociencia. Nanotecnología. Videovigilancia. Cortafuegos. Trazabilidad. Cybercuidados.

Configuración de privacidad. Fake news. Horda virtual. Simulacro. Escándalo. Escrache.

Escuchas telefónicas. Mediactivismo. Cazadores de noticias. Monitoreo en línea. Cortina mediática. Algoritmo. Singularidad. Dystopia. Pixel. Nature vs nurture. Posthumanismo.

Antropoceno. Cyborg. Automatización.

Me cuesta pensar fuera de las redes, aún cuando estoy desconectada.

Los artefactos cognitivos se acoplan a los acontecimientos neurofísicos; las extensiones físicas alteran el funcionamiento del cerebro. Me duele el instagram puede ser una expresión que llegue a existir dentro de algún tiempo.

#cuerpo

El cuerpo es como la inteligencia artificial: no hay que saber como funciona para usarlo (o que te use). Lo virtual abrió un umbral que inclusive habiendo sido creado por el hombre, éste no puede controlar. El edipo de El Padre reactivado o superado: no sólo dios sino que también el humano crea mundos y estos los exceden. Si dios existiera probablemente estaría tan perplejo frente a su creación como una vieja navegando la interfaz.

En el fondo queremos ser como nuestro creador: human creativity ats its purest.

Cicatrices de lo que antes eran claras diferencias organizan el músculo tironeado de nuestro pensamiento: cuerpo – ambiente, biología – cultura, humano – animal, máquina – humano.

#tecnología

¿Que le hace a la mano el celular? Vivimos una era de corporalidad expandida. El cuerpo son sensaciones de gente por ahí.

#mediomedium

Pasamos del cuerpo como medio al cuerpo como media. El presente está hecho de un inmanencia desvestida de cualquier aura.

El cuerpo fue medio de redención, medio de expiación, de conocimiento, de mercancía, de producción, de reproducción. Hoy es cuerpo-media, cuerpo funcionando en relación, cuerpo que desea cuando puede, cuerpo que a veces desea cuerpos, cuerpo que desea más que nada ser deseado. El cuerpo es media de si mismo.

Cuerpo humano no humanizado. Cuerpo conectado. De condenados de la tierra a condenados de la pantalla, trabajamos hacinados pero no nos une la línea de ensamblaje sino la red pública (y las subterráneas). Nos juntamos a compartir soledades en mesas anchas que intentan disimular nuestra alienación. Coworking pero cada una en la suya. Mirarse sin hablarse, verse conectado, compartir: porque ESTÁS. El necesario acto performativo del decir ESTOY es síntoma de un sujeto que se ve cada vez más borrado, más impotente y ante ello amplifica desesperadamente su presentación en la virtual vida cotidiana. Yo también ESTOY.

#afectos

Hay que entrenar ser afectado sin hacerse pelota. Hay que entender que exponerse no es subir 10 selfies por día ni todo lo que pasa por tu mente. Hay que entrenar la experiencia, en definitiva lo único de lo que podemos dar cuenta en tanto humanos. La experiencia como eso que nos conecta y nos da agencia en el devenir de un tiempo que EXCEDE.

No tengo la más puta idea de qué hay que hacer. Mejor me callo un poco. El ruido del flujo de la información permanente suena a acceso al conocimiento pero a veces no tiene nada que ver con él.

La capacidad de pensar, de simbolizar, de hacer esto que llamamos lenguaje o ESCRITURA, es necesariamente parte de nuestra capacidad de experimentar. Lo dijeron muchos lingüistas, psicoanalistas, historiadoras, sociólogxs, pero poco se escuchó al cuerpo, poniéndolo sin embargo, en la primera fila del campo de batalla. La bailarina silenciosa acribillada por las miradas, la piel que no puede dejar de moverse mientras es penetrada por interpretaciones.

La danza no habla así que hay que traducirla. Hay que experimentarla. Hay que traducirla a sudor.

Hoy estoy re fenomenológica.

#actualizacióndelsoftware

¿Como hacer para no pensar lo nuevo sin que sea desde las ideas viejas? ¿Como liberar al presente de los códigos interpretativos útiles para lo que ya no?

Hay que crear zonas de experiencia.

La ciudad es danza para los ojos. La experiencia es lo único que puede actualizar nuestra percepción. La experiencia es percepción que interviene cambiando el mundo con el movimiento del ojo o con el contacto entre aire, piel y aire.

Las cámaras aumentan nuestra trazabilidad. Quizás podemos componer un recorrido subversivo y que nos sigan. Quizás hasta les gusta el destino. O el camino. Quizás nunca lleguemos.

Lo artificial es eso que inventamos porque nos falta. Y nos faltan cosas; cosas que están al alcance de nuestras cuerpas organizadas.

Si las máquinas nos coreografían despistemos al mecanismo.

Despistemos la danza y que salga derrapando por todos los confines.

Hay que desorganizar! Hay que hacerse de un cuerpo sin órganos!

Describimos a la esencia del ser humano y al cuerpo según la tecnología más avanzada que conocemos; fuimos fantasma en la máquina, máquina de vapor, ceros y unos, algoritmo.

La danza parecía la destinada a ser el último reducto de defensa de la naturalidad del cuerpo; iba a ser la denunciante número uno del avasallamiento a la irreductibilidad de la experiencia humana; iba a luchar hasta contrahegemónicamente para preservar la naturalidad del cuerpo y al mismo tiempo la artificialidad de las formas bellas.

Pero el cuerpo es media de sí mismo y nunca rechaza las informaciones que se le apoyan.

#poder

Y, por otra parte, el cuerpo le encanta al poder. El cuerpo es la unidad básica de control de la vida del individuo y sus modos de (a)gregación. Es por eso que lo encontramos en el extremo del utopismo y en el extremo del fascismo, en el extremo romántico y en el racionalista, en el extremo de la naturalidad y en el extremo del cyborg, en la complejidad de las redes eléctricas y neuronales de nuestros sistemas y en la inteligencia emocional artificial de los robots con sentimientos. Es por eso que a veces lo encontramos aislado, como si pudiera abstraérselo. Cuerpo.

El cuerpo no transmuta por selección natural ni por supervivencia del más apto. Su respuesta no es la linealidad de la evolución sino el salto cuántico del conato.

Yo aprendí a escribir mucho porque no sé ser concreta; aprendí a pensar con conceptos porque sabía demasiado poco de las cosas; aprendí a bailar porque algo de la intensidad de la vida no me cabía en los textos. Toda habilidad nace de alguna clase de torpeza y no solo de ventajas evolutivas.

Exasperadas, cada una inventa la estrategia que puede, para sobrevivir o morir y que aunque sea en los propios términos. La sensibilidad del kamikaze.

#inteligenciaartificial

Un robot tiene una inteligencia idiota: solo sabe hacer una cosa, solo sabe sobre una sola cosa. La especialización avanza como tendencia evolutiva en el mundo del trabajo sin que la imaginación nos de para proyectar sus consecuencias.

Odio la especialización; esa tendencia del mercado que te obliga cada vez más a reducir tu interés e investigación a un área y dentro de ella a una megamicroárea para poder vender tu trabajo y vivir de él. Organización militar del espacio del conocimiento y asesinato en masa a la curiosidad.

Las inteligencias son múltiples y son siempre performadas o actualizadas en cuerpos, en formas de vida, tiempo, miedo o calma, temperaturas, tonos de voz, formas de producción.

La inteligencia no tiene que ser natural o artificial, sino sensible.

La percepción no es un medio de transmisión inocuo, que nos conecta y nos desconecta del mundo a la central neuronal de un pequeño fantasma-jefe, que habita la gran máquina de músculos, tendones y huesos que es el cuerpo. La percepción se construye colectiva y políticamente, la percepción se traduce a lenguaje pero se nutre abundante de experiencias.

Una inteligencia sensible es primeramente imposible de practicar desde un cuerpo individual o individualista. Es incompatible con el pensamiento del organismo, con el pensamiento organizado, con la disciplina. Una inteligencia sensible pone a negociar a las imágenes enfocadas y a la visión periférica, al presente de las cosas y a lo que está a punto de llegar, a las formas tangibles y a lo que se proyecta en la invisibilidad. Una inteligencia sensible pone a negociar la diferencia y también cede.

#sensopercibirlarevolución

No es posible apartar el sentimiento del movimiento. El cuerpomedia es una fuga en la separación entre práctica y teoría. Es una rajadura en la diferencia entre extensión y distensión. Es un inconsciente muscular transcutáneo y transitivo. Hace de la subjetividad una colección desordenada de informaciones.

¿Cómo se siente una revolución?

Enseñame sensopercepción para ambientes virtuales, enseñame. Enseñame como se es de izquierda y doble click. Enseñame una inteligencia incorporada, incorporada a la máquina, excorporada. Enseñame una inteligencia sensible que ponga su sagacidad a trabajar para la delicia del tacto, para la generosidad de la boca, para el sudor que sale del esfuerzo gozador de estar juntxs.

#percepciónartificial

You´ll never be alone. Ese slogan promociona el avatar que se encuentra en desarrollo en algún laboratorio de una ciudad de estados unidos cuya función es ser tu dance partner y hasta ejecutar movimiento improvisado. Si, improvisa. Y probablemente sabe qué paso va con esa música mejor que vos. You´ll never be alone: siempre vigilados, hasta por vos mismo vigilados e identificados, solicitados y likeados. Vigilados siempre, por gps, por apps de taxi fácil. Fotografiados, subidos y reconocidos fenotípicamente. Vigilados y presentes en fotos de las grandes ocasiones (porque son como documentos) y de las pequeñas e íntimas (para que quede de recuerdo). La foto de yo estuve aquí. El primer garche con él, el primer aborto con ella. La selfie de justo antes de pasarme a la clandestinidad. Hoy me siento_vigilada :o, y hoy me siento_distraida 8), mirando los recuerdos que fb seleccionó para mi, pensando en los posts que corren frente a mi cara. ¿Cuándo facebook empezará a proyectar futuros a partir de la información que ya tiene de nosotrxs? Hoy preparamos una sorpresa para tí: recuerdos del futuro te proponen como ser para maximizar tus interacciones. Vigiladas y contentas. Vigilada hasta por misma: vos que cuando no tengas más likes, ni solicitudes, ni etiquetados, ni toques, ni invitaciones, ni perfil, ni consensos, ni nuevos memes, ni amigos lindxs, te vas a eliminar, de tus amigos.

#enlineaestáshastaqueno

#hashtaghashtag

Espectros de Lenin: revisitar la gesta bolchevique un siglo más tarde // Mariano Pacheco

Notas sobre el libro  La Revolución Rusa: cien años después

 Fuente: La luna con gatillo

Con el Simposio titulado “Sobre la idea de comunismo”, primero (en Europa), realizado en marzo de 2009, y con el centenario de la Revolución de Octubre, después (en todo el mundo), la discusión en torno a lo que ha sido este cuarto de siglo tras la caída/derrumbe de los socialismos reales ha instalado nuevamente, en amplias franjas del activismo político y social y en la intelectualidad crítica, el desafío de volver a repensar la tradición del movimiento comunista internacional.

Las luces y sobras, los claro-oscuros de aquel proceso se nos presentan hoy cómo desafío a ser pensado, tanto en el ámbito específico de la teoría como en el de la persistencia o no de ese legado, en los procesos de organización y de luchas que, las más de las veces con escasas herramientas conceptuales, se han emprendido en todas partes del mundo frente a la prepotencia avasalladora del capital.

En ese marco, la publicación de La Revolución Rusa: cien años después, viene a contribuir a seguir sosteniendo esos debates más allá de aniversarios específicos. Compilado por el sociólogo, educador popular, editor y ex militante sindical en el gremio de bancarios Mario Hernández, el libro contiene diez ensayos en los que la gesta bolchevique se aborda desde distintas ópticas en el afán de recuperar varios debates a la vez.

Introducida por Guillermo Almeyra, la publicación reúne textos de Claudio Katz, Olmedo Beluche, Eric Toussaint, Daniel Omar De Lucía, Hernán Camarero, Silvio Schachter, Héctor Freire, Antonio Infranca y Néstor Koahn.

Por un lado, el libro funciona como una buena introducción historiográfica a la revolución de octubre. Tanto en la introducción como en algunos de sus artículos, el lector puede hacerse (o bien repasar si ya tiene lecturas al respecto) una idea general del contexto en que los bolcheviques tomaron el poder en Rusia en 1917, así como los hechos específicos y los actores que protagonizaron tanto la insurrección como los primeros pasos de la construcción de la nueva sociedad socialista (esos “diez días que estremecieron al mundo”, como supo afirmar John Reed, y los posteriores). Por otro lado, el libro aborda una serie de cuestiones fundamentales -al menos para la mirada de este cronista- respecto de las genealogías en las que los revolucionarios rusos inscribieron su acción y sus reflexiones, el papel del arte en la revolución, la recepción de aquel proceso en Argentina y la apropiación posible (realizada y por realizar) del leninismo en América Latina.

 

 

Simpatías sólo por un rato

Resulta por demás ilustrativo leer, a través del trabajo de archivo realizado por Camarero, cómo las simpatías que despertó en amplios sectores argentinos la revolución de febrero se diluyeron rápidamente en octubre. Así, mientras que en marzo el diario La Nación escribía “La revolución rusa merece la simpatía de los liberales de todo el mundo”, siete meses después  recordaba a sus lectores que “los maximalistas” no eran más que “socialistas ultras”. Movimiento similar detecta Camarero en La Prensa, pero también, en el socialista La Vanguardia, en donde puede leerse un desplazamiento que va de la reivindicación del “principio democrático que va infiltrándose paulatina pero eficientemente en todas las capas sociales de todas las naciones” a la denuncia que advierte que la población rusa le retira su confianza a los líderes Lenin y Trotsky.

 

 

Genealogías insurgentes

Omar de Lucía lo deja claro: los bolcheviques no actuaban sin tener en cuenta una historia que los precedía. “Los hombres que hicieron la revolución bolchevique de 1917 siempre tuvieron presente a la gran Revolución Francesa como antecedente insoslayable del proceso que ellos estaban protagonizando”, escribe, en un artículo que no deja de invocar asimismo la presencia  de 1789 en 1917, en términos de símbolos, imágenes y lenguajes, e incluso, en términos de estrategias de autodefensa del proceso revolucionario (el autor cita las lecturas de Trotsky a la hora de fortalecer al Ejército Rojo en cuanto a sus aspectos de técnica militar). 1789 en 1917 -entonces- pero también, lectura aguda de los procesos del 48, y el ensayo fundamental para las revoluciones por venir que implicó la Comuna de París en 1871.

 

 

Arte y revolución

Héctor Freire, que desde hace años viene trabajando cuestiones relacionadas al cine desde la revista Topía, recuerda en este libro que entre 1925 y 1928, las salas de cine en Rusia pasaron de 2.000 a 9.300, alcanzando el número de 29.200 al final del Primer Plan Quinquenal (cifra que luego ascendió a 40.000, superando así la Unión Soviética a Estados Unidos). Freire destaca la explosión experimental que siguió el cine luego de Octubre del 17 (“de todas las artes el cine es para nosotros la más importante”, supo decir Lenin alguna vez); los recorridos realizados por los “trenes de agitación” en plena guerra civil, entre 1918 y 1921 y la multiplicación de salas y films en esos primeros años de revolución.

Silvio Schachter, por su parte, subraya el papel jugado por los constructivistas, suprematistas, futuristas y otras manifestaciones de la vanguardia artística que se propusieron desarrollar un “arte-producción” ligado a la vida cotidiana. Tiempos en los que se crearon 36 nuevos museos, se inauguraron decenas de publicaciones y el ProletKult llegó a agrupar a 84.000 miembros en 300 grupos locales expandidos por todo Rusia. “Desde 1917, mientras que los funcionarios académicos huían hacia Occidente, los artistas de la vanguardia, reunidos alrededor de la revolución bolchevique, se organizaron, colectivizaron sus ideas y asumieron la responsabilidad de dirigir las nuevas instituciones culturales. Esta relación con el Estado no impidió que permanecieran como actores libres de una revolución de la que se sentían arte y parte en la búsqueda de fusionar los postulados socialistas con una formulación artística de ruptura y decididamente modernista”, escribe Schachter.

Ambos artículos ponen el foco en la importancia que jugó el arte en el proceso revolucionario, aún estando dicha apuesta atravesada por la primer Gran Guerra Mundial y la guerra civil desatada tras la toma del poder por parte de los bolcheviques.

 

 

Con tu querida presencia

El libro cierra con un excelente texto de Néstor Kohan, en el que se lee al guevarismo como un leninismo Latinoamericano. “Según nuestro punto de vista y nuestra lectura histórica y política, el guevarismo constituye la aplicación creadora, no mecánica, del leninismo en un continente del Tercer Mundo”, escribe Kohan, quien destaca que el revolucionario ruso comparte con el argentino el hecho de haber estructurado su pensamiento y su práctica política en polémica con el  marxismo oficial de su época: el de la II Internacional en el primer caso, el de la URSS en el segundo. “Los dos plantean un marxismo revolucionario, ambos expresan el ala izquierda al interior del marxismo revolucionario mundial…”, remata.

Esta lectura del guevarismo como leninismo del mundo periférico y dependiente permite realizar una lectura situada (Nuestra-americana) del legado bolchevique, sin renunciar por eso a la perspectiva internacionalista, tan necesaria en el marco de la revolución de Octubre, tan necesaria en los años 60 y 70 y tan necesaria en la actualidad, cuando el capital se ha globalizado como nunca y, sin embargo, aún no encuentra propuestas anti-sistémicas que lo enfrenten en el plano mundial.

Las últimas décadas han demostrado que, desde abajo y  la izquierda, han proliferado resistencias en muchas partes del planeta. Posición ética y política imprescindible para combatir a los apologistas de la inmutabilidad. Pero también estas décadas han demostrado claramente ya que el pragmatismo acérrimo y el anti-intelectualismo sólo condenan a los pueblos ha ser, en el mejor de los casos, condenados de la tierra en rebelión, pero no constructores de un mundo nuevo.

Libros como este nos recuerdan lo fundamental de la rebelión, pero también, que el marxismo fue una creación de la humanidad que llegó para proponer algo más que un sueño: algo tan palpable y tan real como la apuesta de tomar el cielo por asalto.

 

Podes conseguir el libro en Buenos Aires en algunas librerías de la calle Corrientes, como Hernández y la del Centro Cultural de la Cooperación; también en El Aleph, Cúspide, Fray Mocho, Librería del FCE y Lorraine.

En Córdoba, escribiendo a lunacongatilloradio@gmail.com y encargando un ejemplar.

 

 

Teoría de la revolución en Álvaro García Linera: Centralización Estatal y Elogio de la Derrota // Salvador Schavelzon             

Reseña y ensayo crítico a propósito del libro:

García Linera, Álvaro. ¿Qué es Una Revolución? De la Revolución Rusa de 1917 a la revolución de nuestros tiempos. Vicepresidencia del Estado, La Paz, 2017[1].

 

El último libro de Álvaro García Linera, publicado en 2017 por la vicepresidencia de Bolivia y también como artículo en una colección por los 100 años de la Revolución Rusa, en España (García Linera 2017), presenta un compendio de trabajos o intervenciones públicas anteriores del autor, organizadas aquí junto con una lectura del proceso de establecimiento del poder soviético. García Linera busca en este texto acercarse a una definición sobre lo que es una revolución; abriendo un debate sobre las tareas de los revolucionarios en tiempos sin revolución.

Entre las frecuentes publicaciones del vicepresidente orientadas a intervenir en el debate político boliviano, este texto se destaca por explorar una dimensión más distante de la coyuntura y con pretensiones de diálogo con la izquierda mundial. La discusión contribuye, de hecho, como justificación clara de una posición que muchas veces la izquierda acaba asumiendo de forma un poco avergonzada: la resignación frente a las leyes de la economía capitalista y el refugio en el Estado liberal; el abandono de la tarea de crear nuevas instituciones; de construir poder de abajo; o cualquier otro objetivo que se contraponga al de mantener el statu quo de los grupos de poder y promover la expansión del capitalismo, de la mercantilización de las relaciones y la vida.

El texto se organiza como un “Qué hacer» para situaciones en que no exista un proceso de movilización en curso. Y la propuesta es simple: el Estado, como ámbito que se constituye en centro de actuación después del asalto revolucionario, avanzando en la estabilización del poder político en una gestión sin rupturas en el plano económico. De lo que se trata es, básicamente, controlar y neutralizar el conflicto entre fuerzas políticas y sociales para «esperar» condiciones favorables que permitan avanzar nuevamente, en un momento futuro fuera del alcance del Estado, con nuevos actores, en un futuro indefinido que alguna vez vendrá. El avance tardará años o décadas en reactivarse, en la argumentación de García Linera, sólo cabe entonces administrar una situación política sin más beligerancia entre sectores. Mientras una ola revolucionaria de movilización no suceda, se trata de administrar el capitalismo favoreciendo y buscando obtener lo mejor posible de las relaciones económicas existentes, frente a las que no habrá más oposición o resistencia.

Las características del proceso de la revolución rusa narrado por García Linera forman parte del consenso historiográfico sobre el asunto. El autor se refiere al mismo citando autores clásicos de referencia, incluso algunos bien cuestionados por el sesgo conservador e interesado en una descripción trágica y negativa del proceso que sucedió a la llegada al poder por parte de los bolcheviques (Liz, 2017). García Linera busca apartarse también de ese periodo inicial, descartando rápidamente estas medidas para dar lugar a un elogio acrítico de lo que vendría después. Es en la mirada interpretativa del proceso político donde encontramos la contribución de García Linera, ensayando una lectura con pretensiones teóricas por la cual el control férreo de la autoridad estatal se vuelve inevitable y, así, el proceso de burocratización y centralización autoritaria del poder en Rusia se describe como inexorable.

Dejando de lado una búsqueda anticapitalista que aparece como no posible en la escala nacional, para García Linera el objetivo de los revolucionarios debería ser prioritariamente el de garantizar el control centralizado y monopólico del Estado. Después de hacer la revolución, no debemos pensar en retomarla, continuarla, ni en la búsqueda de la revolución dentro de la revolución, en un trabajo dedicado a su expansión. No se trata de llevar adelante un proceso de cambios. En la base de la nueva hegemonía, el revolucionario espera, en un proceso que ya no está a su alcance, y que exige de él priorizar la economía, factor clave para garantizar el control político. La fórmula para un revolucionario después de la revolución, será control político estatal y libre mercado, no muy diferente de las prioridades de cualquier régimen político, cualquiera sea su horizonte.

El centro y la mayor parte del texto de García Linera es una relectura de la posición de Lenin en 1921, cuando después del período conocido como «comunismo de guerra», el gobierno bolchevique adopta la NEP (Nueva Política Económica). La NEP, en aquel momento, fue el resultado de una coyuntura compleja donde el gobierno de los bolcheviques se encontraba presionado por la situación política que exigía ceder posiciones frente a la reacción. Las ciudades y el campo se estaban levantando contra la revolución, además de persistir el acoso de las potencias occidentales, entre otras innumerables dificultades, incluyendo el boicot económico de la burguesía nacional. En la lectura de García Linera, sin embargo, el elogio de la NEP se eleva a la de modelo para pensar la revolución en cualquier época, criticando como ingenuos los intentos anteriores de los bolcheviques, cuando se intentó una intervención vigorosa contra la lógica capitalista de valorización y organización de la producción, en la industria y en el campo.

Para García Linera, la NEP no habría sido un «retroceso», y menos aún una política fracasada, como el propio Lenin la definió en diferentes momentos (Carr 1981: 58). Ella sería una medida necesaria e inevitable. La elección del gesto centralizador de Lenin, en lugar de otros posibles del revolucionario ruso, democratizadores o de ruptura con las estructuras existentes, tiene sentido como justificación de la política adoptada por el gobierno de Bolivia. Pero veremos abajo cómo la analogía, implícita en el libro de García Linera, carece de sentido en la forma en que es presentada.

García Linera concede en la argumentación que, aunque sea fundamental controlar el Estado, y eso es lo que Lenin habría posibilitado con la decisión estratégica de adoptar la NEP, no es el Estado quien hace la revolución. La NEP, en ese sentido, no es una política de orden revolucionaria, sino la medida táctica que permite a los revolucionarios que sustituyeron a la burguesía en el mando político, mantenerse en el poder. También la toma del Estado en octubre no sería la revolución, para García Linera. La revolución sólo puede ser entendida en un proceso más amplio, donde además de reorganización del poder entre bloques de clases, es necesaria una modificación de las estructuras del poder moral e ideas dominantes que circulan entre ellas.

La revolución se hace en un proceso lento, explica García Linera, como disputa que se dirime en el mundo plebeyo, antes de la toma del poder estatal, y que tiene una importante dimensión simbólica y cultural. García Linera piensa con el Gramsci de la disputa hegemónica, aunque el pensamiento del autor sardo no pueda ser recuperado plenamente, si pensamos en el concepto de revolución pasiva, por ejemplo. Para García Linera, la revolución se interrumpe totalmente en el momento de reflujo de la oleada de movilización desde abajo, cuando se justifica pasar a la táctica de control del poder estatal e intervención centralizada en las instituciones.

Lo que García Linera retoma de Gramsci es la idea de batalla cultural en un campo político que involucra a la sociedad, y que sería previo al asalto revolucionario. Pero también las críticas que Gramsci hace al economicismo de la ortodoxia marxista no son válidas en la recuperación que García Linera hace del planteamiento hegemonista. García Linera piensa el Estado con Hegel (y Bourdieu) antes que con Marx, entendiendo el poder y la economía de forma idealista, en un campo de disputa simbólica considerado aparte de las relaciones económicas materiales. Las ideas, deben ser disputadas como principios que son socialmente aceptados, por ejemplo, en el neoliberalismo. Al mismo tiempo, sin embargo, para un revolucionario sin proceso de movilización en curso, no hay nada que hacer más allá de administrar las relaciones económicas establecidas. Es esa concepción que llevaría el proceso a cerrarse en la administración del Estado y de la economía existente.

El idealismo que Marx criticaba, que podemos asociar a las teorías contemporáneas de la izquierda populista, con primacía para el discurso y la política como esfera autónoma, aparece combinado, en García Linera, con un determinismo económico como resabio de la ortodoxia marxista; y además con la aceptación de la institucionalidad burguesa como campo de actuación, de un progresismo que se encuentra con el camino histórico de la socialdemocracia y el reformismo. Estas son las coordenadas de una teoría de la revolución nace del intento de justificar el rumbo del progresismo latinoamericano y el del gobierno de Bolivia, desde una perspectiva que busca mantener una asociación con el legado de la Revolución Rusa.

García Linera también lleva la reflexión sobre el Estado para pensar la diferencia propuesta por Gramsci a la hora de pensar sociedades centrales y periféricas. Son las sociedades «orientales» con menos interiorización de la ley y con un Estado menos enraizado, donde la guerra de posiciones sería más apropiada, y sería en las sociedades «occidentales» donde el poder se estructura de forma más férrea. Invirtiendo el análisis de Gramsci, García Linera ve el Estado más lejano, «gelatinoso» y ausente en las sociedades «orientales», como Bolivia y Rusia, resultando en menos obediencia y conformismo. Sin un Estado sostenido de forma más consolidad y estructural, las sociedades periféricas serían más plurales y diversas. Por la estela del Gramsci, ese punto encuentra a García Linera con René Zavaleta y toda la generación intelectual de la que él forma, con una discusión que extrae reflexiones de la lucha del movimiento campesino e indianista de Bolivia, dando soporte a la idea del Estado Plurinacional (Multi-Nacional, en trabajos anteriores de García Linera) como forma política que busca aproximarse al pluralismo social de la sociedad abigarrada. En la teoría del Estado y de la Revolución de García Linera, sin embargo, la lucha de las nacionalidades indígenas por autogobierno y descolonización se transforma en un proceso estatal[2].

Esta lucha en el campo social y de la cultura, es previa y más importante que el asalto para la conquista de un Estado decadente que cuando la ola revolucionaria se levanta, dice García Linera, ya estaría muerto. Bourdieu es un autor con el que García Linera piensa estos problemas, en la relevancia para los aspectos simbólicos del poder, y en la definición de un lugar social para grupos a ser representados por un nuevo Estado. En el libro también menciona al sociólogo Erving Goffman, sobre la interiorización de la ley en las sociedades «occidentales», y a Durkheim, sobre la necesidad de alterar las estructuras mentales morales y lógicas de la sociedad, parte de la fase «gramsciana» de la lucha por el poder. Pero la propuesta teórica propone la necesidad de un complemento de ese pensamiento sociológico y gramsciano, útil para pensar especialmente la fase previa al control del poder, con el pensamiento de Lenin, necesario para entender la conquista del poder político e imprescindible centralización estatal.

En la argumentación de García Linera, la guerra de posiciones y consolidación de condiciones culturales hegemónicas en Rusia habrían ocurrido de forma muy acelerada en un recorrido que luego fue completado por los bolcheviques en el plano de la dirección política, en un momento jacobino o “punto de bifurcación de la revolución”. Este momento leninista es una tarea separada y posterior a la fase de lucha por la hegemonía, y tampoco tendría como objetivo el control de las instituciones, sino especialmente una lucha por el poder político y de definición del proyecto de poder. Es después de la revolución, en la doble victoria cultural y política, gramsciana y leninista, cuando se establece una nueva «dirección general de la sociedad para todo un largo ciclo estatal». En este punto, García Linera ve un congelamiento político que abre paso para que los jacobinos, sean socialistas, republicanos o progresistas, pasen a concentrarse en la administración del poder político aparentemente, ahora sí, de forma «oriental», despótica.

En el libro, García Linera rápidamente abandona al Lenin del asalto al poder, de Octubre, y también de la disputa hegemónica previa, gramsciana. Lo que le interesa a García Linera es el Lenin del Estado, de después de la revolución. No es también el Lenin del Estado y la Revolución, escrito en 1917, ni del Imperialismo, fase superior del capitalismo. Es el Lenin del Estado sin revolución, y de una política enfocada en el Estado nación que contrasta con la mirada internacionalista interceptándose con posiciones más comunes en tradiciones políticas nacionalistas, bonapartistas y populistas.

El título de la edición boliviana del libro es «¿Qué es una revolución?», pero el contenido se refiere a una lectura en que la misma se sitúa fuera del alcance del revolucionario, en una visión que recuerda mucho el etapismo y el mecanicismo del marxismo ortodoxo, en la medida en que el Estado no sólo es lugar prioritario de intervención política sino especialmente porque García Linera afirma que en ese lugar, se espera, no hay nada para hacer en un lugar de resignación y asilo para el revolucionario, que no tendría a su alcance influir en el retorno de una nueva ola revolucionaria, o de una revolución mundial.

La revolución permanece como posibilidad dormida o referencia a las luchas del pasado. Fuera de los momentos de explosión y movimiento, se necesita un poder unificado que se expresa en el Estado. Toda lucha que ocurra fuera de esos momentos fundacionales, mitologizados, distantes, se tratará de luchas locales, incompletas, no universales, y que, si no son controladas por el Estado bajo el mando revolucionario, jacobino, progresista, deberán cesar. Así, después de la revolución es preciso establecer una autoridad, que tenderá a buscar un control monopólico del territorio y el poder.

Un momento estatal, de consolidación del poder, resulta de la combinación del momento jacobino leninista, como el momento gramsciano hegemónico que le sirve de base. Así se define el monopolio territorial de la coerción y el monopolio nacional de la legitimidad, dice García Linera, «para todo un largo ciclo estatal». Este momento se define en la Revolución Rusa con la adopción de la NEP, superando el intento que sería ingenuo e ilusorio de abolir las relaciones de mercado, además de la escala salarial, en el comunismo de guerra. Sólo la NEP encuentra un desenlace para la disputa con las antiguas clases dominantes. En términos de teoría revolucionaria, cabe señalar, con la idea del monopolio nacional de la coerción y de la legitimidad, García Linera se aproxima a la tendencia que se conoció como Socialismo en un Sólo País, en el proceso soviético, y también a procesos caudillistas similares en otros países.

Sin capacidad para intervenir en un proceso que necesariamente se produce fuera del Estado, dice García Linera, el revolucionario debe consolidar el poder político evitando el retorno de las antiguas clases dominantes. Entre el pasado ominoso, interrumpido por una revolución, y el futuro donde ella puede ser continuada, se impone un presente desencantado de administración de lo posible. Un presente muerto, en términos de política revolucionaria (o revolución pasiva), que conjura el futuro al mismo tiempo en que delega todo en él. Si en otro lugar García Linera (2016) acusa a los que constatan un final de ciclo para el progresismo latinoamericano, como si estuvieran emulando el fin de la historia de Fukuyama, aquí es García Linera quien, para justificar la administración del Estado burgués sin interferencias en la economía de mercado, propone esperar. Esperanza en el futuro, inmovilismo en el presente. Se encuentra lejos de entender la historia como lucha de clases, de la urgencia en encontrar caminos de cambio de los que tienen la vida empeñada por el capital, o de los que ven los límites de la civilización y del capitalismo para vivir bien.

La importancia del libro de García Linera, es así explicitar el pensamiento de una izquierda estatal, hoy en retirada de los gobiernos latinoamericanos, donde tanto la búsqueda de formas políticas no centralizadas, como de alternativas al capitalismo y la lógica mercantil en todo lugar, son canceladas.

García Linera compara el momento de la adopción de la NEP en Rusia con la resistencia a la invasión en Bahía de Cochinos, en la revolución cubana; la huelga de PDVSA y golpe de 2002, en Venezuela y, en Bolivia, con la victoria contra el «golpe de Estado cívico-prefectural» (de los comités cívicos y gobiernos departamentales), en septiembre de 2008. En ese momento, cuando aún la resolución del proceso constituyente boliviano estaba abierta, el MAS de Evo Morales logra vencer definitivamente lo que había sido una importante resistencia al nuevo gobierno. Con apoyo social en la Media Luna y llegando a declarar la autonomía política de facto, la oposición desafiaba el monopolio estatal con la realización de referendos masivos y ocupación de instituciones. El MAS retomaba la iniciativa política que incluso una victoria electoral del 67% en un referéndum revocatorio reciente parecía no haber garantizado. Sólo después de reconocer la autonomía regional en mesas de negociación con la oposición, permitiendo la revisión del proyecto de constitución en el congreso nacional, el proceso que se encaminaría hacia la aprobación de la nueva Constitución y un nuevo ciclo de poder estatal se iniciaba (Schavelzon 2012).

 

¿Una NEP en Bolivia?

El libro de García Linera tiene el sentido claro de intentar justificar el rumbo tomado por el proceso boliviano, considerado aquí como camino que avanza en la misma dirección que el de la adopción de la NEP. Como demuestra la inclusión en el libro de frases textuales de otras intervenciones dedicadas originalmente a discutir con los críticos del progresismo, la defensa del Estado como espacio de interrupción no deja de ser una crítica a los que piden más del proceso boliviano; a los que critican un desvío del rumbo inicial; o consideran el fin de un proceso de descolonización y cambio. Es para esas críticas que García Linera responde que hay que esperar, y que para los revolucionarios sólo cabe la tarea de controlar el poder de la forma más consolidada posible, a cualquier costo.

La definición de la permanencia al mando del gobierno como prioridad, que incluso viene acompañada de una relajación de las tensiones con el poder económico, sirve para entender también la coyuntura boliviana, con frecuentes manifestaciones contrarias al gobierno, incluyendo sectores indígenas, cocaleros, moradores de antiguos bastiones de apoyo, con un retroceso electoral en el país entero. En este contexto fue aprobada la posibilidad de «repostulación» de Evo Morales para una nueva reelección, a partir de una polémica sentencia del Tribunal Constitucional, controlado por el gobierno, contradiciendo lo establecido expresamente en la Constitución aprobada por el MAS, y también por la victoria del «No» en un referéndum que consultaba la posibilidad de que Evo Morales y García Linera disputaran una nueva reelección. La permanencia en el control del Estado se muestra prioritaria, a cualquier costo[3].

En diferentes intervenciones fuera de Bolivia, García Linera postula una visión matizada de lo afirmado en este libro, donde la centralización estatal se complementaría de modo paradójico con formas que democraticen el poder. El Estado Plurinacional de Bolivia sería ejemplo de ello, con movimientos sociales en el poder (García Linera 2015)[4]. Pero el efecto del elogio de la adopción de la NEP en Rusia, y sus consecuencias políticas, permite que discutamos con un García Linera más honesto. Sin necesidad de referirse por extenso al proceso boliviano, donde la centralización política tuvo como consecuencia el alejamiento de los movimientos sociales de la base del MAS de la dinámica del gobierno, García Linera está libre para destacar lo que realmente ve como política necesaria en un proceso político: centralización, monopolio estatal de la acción, y represión de conflicto disidente o fuera de control. Es verdad que en Bolivia las dinámicas comunitarias y de participación política están vivas. Pero es contra ellas que la política adoptada por el MAS viene desarrollándose.

Lejos de destacar la democratización que los bolcheviques impulsaron en la determinación de los soviets como espacio que debería controlar el poder, vemos que lo que le interesa a García Linera para pensar la revolución es el Estado, y la dirección política del proceso dentro del Palacio. En este proceso, las bases movilizadas dejan de controlar el poder y pasan a ser controladas por él, al igual que los sectores de poder desplazados, sujetos todos de un poder trascendente que se postula como universal. En una crítica que también cabe para los bolcheviques, cuando se postula el control estatal en términos unificados y monopólicos, difícilmente eso pueda ser conciliado con sujetos sociales no estatales al mando del proceso político. Esa es la orientación del proceso que García Linera está discutiendo, independientemente de que cualquier Estado, y él mismo, declaren que las acciones del gobierno responden a la voluntad general, a los movimientos sociales, o algunos de sus miembros que se convierten en cuadros administrativos.

Sin recursos políticos para intervenir en las fuerzas económicas que se muestran inalcanzables, que sólo un proceso revolucionario emergente en la sociedad, además de internacional, podría alterar, para García Linera cabe al revolucionario apenas mejorar las condiciones de vida de la población a través de políticas de Estado. En una frase dirigida a los críticos de izquierda, García Linera dice en el libro «Uno desearía hacer muchas cosas en la vida, pero la vida nos habilita simplemente a hacer algunas” (2017: 61). Así, en diálogo con la Revolución Rusa, vemos que el revolucionario ideal de García Linera deja de ser el agente que se organiza para crear un poder paralelo, de abajo, y destruir al Estado burgués, para pasar a administrar este último.

Así, la Revolución Rusa que García Linera rescata, no es la de los bolcheviques que niegan colaboración al gobierno provisional progresista o de tendencia republicana de Kerensky. La identificación con Lenin es en su dimensión jacobina, de vanguardia de mando, y no de democratización del poder, que se pone al servicio de la clase trabajadora en la construcción de nuevas instituciones y en la interrupción del control económico de la burguesía. Después de la conquista del poder político, así, sólo será posible cosechar los frutos de lo que una lucha cultural previa hizo posible. No habrá espacio para la tantas veces evocada «participación», ni para disputas internas por el destino del proceso político. Una paz controlada que no permite resolver los antagonismos sociales ni reabrir una disputa por el poder político cuando sus nuevos ocupantes le dan la espalda al proceso iniciado por los de abajo.

El verdadero aspecto heroico y romántico de la revolución, para García Linera, se sitúa en esa fase post-conflicto, o que niega el conflicto, de poca épica y problemas de gobierno. El intento del libro es reconocer positivamente el curso que el proceso político tomaría en Rusia y en Bolivia, comenzando con la fusión de los soviets con el partido y el Estado; para luego avanzar en la prohibición del conflicto y disidencia interna; y finalmente consolidar una burocracia autoritaria que terminaría constituyéndose en la propia derrota de la revolución.

Para García Linera la toma del poder puede ser violenta o no, justificando la lucha armada para situaciones donde la definición del control del poder esté aún abierta en un momento jacobino que lo exija. En algunas situaciones puede utilizarse la vía electoral, u otras, pero el curso posterior de la revolución es sí, para García Linera, un proceso que necesita de mano firme y rectora. Este poder en pocas manos, cada vez más lejano, ocurre en Rusia después de 1921 y en Bolivia después de 2009, aunque estamos hablando de un proceso que respeta las instituciones anteriores y otro que las demuele y debe pasar por un periodo de guerra civil. En el momento en que se sitúa el corazón de un proceso, con centralización y verticalización que se realiza, dice García Linera, como paradoja, y “contra la revolución» (2017: 52).

La revolución debe avanzar contra la revolución, la democracia y la descentralización del poder de soviets de campesinos, soldados y obreros que en el momento jacobino de ruptura del orden antiguo, se convirtieron en espacios de democracia directa. En Bolivia, podemos hacer un paralelo con el avance del proceso de cambio contra la autonomía de las organizaciones indígenas históricas que propusieron el Estado Plurinacional en la Asamblea Constituyente, con las que el gobierno del MAS rompe después de 2009. Es necesario que el Estado imponga orden a escala nacional, dice García Linera, contra la fragmentación de los trabajadores y el acoso de la contrarrevolución. La democracia comunitaria, la representación directa de las nacionalidades indígenas y la descolonización del Estado quedarían como frases decorativas de la Constitución, con el gobierno del MAS operando para que ellas se mantengan al margen de las nuevas instituciones, a riesgo de cuestionar la unicidad y concentración del poder monopólico anhelado.

No es difícil imaginar el lugar del García Linera en la represión que a partir de 1921 el Estado Soviético orientaría contra opositores de izquierda, soviets rebeldes, el ejército de campesinos revolucionarios de Ucrania y después de los propios miembros del partido bolchevique que no se adhieran a la línea dominante. Aunque no se desencadenó un proceso represivo a gran escala, hubo criminalización de protestas y de ONGs críticas; intervención gubernamental en organizaciones sociales; difamación de adversarios en los medios de comunicación; marcando un camino claro que viene acompañado también del favorecimiento del «buen clima de negocios», la proximidad a una nueva burguesía local; y alianza con sectores poderosos de la economía antes resistentes al nuevo gobierno. Después de un momento inicial con fricciones y medidas fuertes, el poder gubernamental se consolidaba en manos del partido de gobierno, con la economía marcando el rumbo mientras el gobierno buscaba garantizar inversiones estatales, y la libertad para los actores económicos dominantes.

García Linera menciona el episodio de Kronstadt, en el que Lenin y Trotsky comandan una represión violenta contra marineros que eran héroes de la reciente revolución. Se trata para García Linera de un «producto de la arriesgada modificación de la correlación de fuerzas al interior del bloque popular» (90). Esto ocurrió junto con la discusión de la NEP en el congreso del Partido, cuando también se constataría un giro a respecto de las libertades de expresión y organización política en el país. García Linera no menciona ese proceso que acompañó a la adopción de la NEP, pero se entiende como efecto necesario del afianzamiento del control político vertical, evitando el establecimiento de un juego de correlación de fuerzas políticas en el interior del bloque popular.

Además del inicio de la censura a gran escala practicada por los bolcheviques, dejando atrás el momento en que ellos la sufrían, junto con la NEP se prohibía la disidencia interna en el partido, aunque no se organice como tendencia o facción, que ya anteriormente no estaba permitida. Simultáneamente, miles de mencheviques fueron arrestados, exiliados o tuvieron pena de muerte decretada, aunque no ejecutada (Fitzpatrick 2005) y los bolcheviques sustituían a miembros de otras organizaciones en el interior de los soviets (Machajski 2018).

García Linera define la práctica revolucionaria en base a algunas definiciones como «referentes universales que van revelando la naturaleza social de un proceso revolucionario en curso» (2017: 66). Estos referentes son el modo en que la sociedad se constituye (como clase), se organiza (en la acción política colectiva, con participación), y se proyecta (como objetivos del proceso político). Con las clases plebeyas movilizadas, en esta definición, existen posibilidades de lucha anticapitalista. También se supera la democracia representativa y, en el plano material de la economía, los objetivos de la lucha buscan abrir espacios a la lógica del valor de cambio como orden planetario, a partir del valor de uso, en un régimen de relación entre las personas y las cosas no mediado por la relación capitalista (2017:66-7).

Ahora bien, la hermosa definición, radical en la medida en que define una verdadera revolución a partir de la alteración efectiva del Estado burgués y de la economía capitalista a partir de un sujeto político de abajo queda suspendida, por largos períodos, cuando una incidencia política efectiva en esos los planes se define, por García Linera, como no posible. En ese punto una nueva definición se impone donde de forma cínica lo que acaba de ser determinado como rasgos característicos de una revolución, quedan descartados. La tarea del revolucionario no implica formas democráticas y colectivas, se impone como gobierno de pocos, aunque se diga en nombre de la clase o el grupo de fusión de los pobres y plebe subsumida a la acumulación ampliada del capital. En lugar de eso, una élite jacobina que tampoco alterará la ley del valor creará condiciones para que el capitalismo se expanda y haga su plaza del espacio políticamente controlado por anticapitalistas.

Es en este punto, con un nuevo gobierno que administra el estado y la economía capitalista, y decreta que el momento del conflicto terminó, cuando aparecen dos aspectos identificables como esencia del nuevo momento: espera y control. No siendo posible una revolución socialista, la energía del proceso se apaga o se vuelve hacia adentro, descuidando justamente lo que los bolcheviques enseñaron: una revolución realizada donde la teoría no la consideraba posible, en las posiciones del Lenin en 1917 contra el propio partido. Destacando los caracteres tácticos y situados de la acción y pensamiento leninista, hoy nos preguntamos por caminos concretos para una revolución que no pasará necesariamente por la aceptación de lo existente, ni por la promesa de un control político que posterga el mundo nuevo lejos y más allá del presente.

Garcia Linera postula un paralelo entre el Estado, como espacio de lo universal, y el dinero. En los dos espacios se encuentra un limite que exige entender que el movimento revolucionário ha cesado. A partir de ahi es contra los interesses de la revolucion, esto es, de su permanência, modificar impositivamente las leyes del mercado, y tambien cuestionar la nueva autoridade estatal. De este modo, junto con el control politico, existe uma apertura economica, con efectos en la politica internacional, en un processo que podemos ver yendo en la direccion del entierro de todo posible foco revolucionario, por caminos diferentes a los que, por exemplo, el Che Guevara siguió a partir de premisas y situaciones políticas comparables (Sztulwark 2017).

Al mismo tiempo que la NEP era presentada en el congreso del Partido, y la represión política avanzaba, la Rusia de los bolcheviques también reabrió relaciones comerciales con Inglaterra y firmaba acuerdos secretos con Alemania para albergar fábricas alemanas de armas, prohibidas de funcionar en aquel país debido al tratado de Versalles (Carr, 2017). Lejos de la época en que los bolcheviques ordenaron la publicación de los tratados ocultos del zar, el gobierno soviético gobernaba ahora un país con intereses que podían no ser los del proceso revolucionario, ni contrarios al objetivo de acabar con el capitalismo y democratizar el poder. Y eso es exactamente lo que identifica a García Linera con ese momento.

La ocasión y el tema del libro sirve a García Linera para generalizar un análisis que suele aplicar al entendimiento del proceso boliviano: como Marx analizaría 1848 en Europa, las revoluciones en la historia suceden como sucesión de oleadas. En esta constatación retrospectiva del argumento de García Linera, las oleadas funcionan como esperanza futura, celebración de las rebeliones del pasado, pero presente muerto. La revolución es un instante efímero que nos llena de ilusión, pero que debemos entender como un momento muy diferente del tiempo del reflujo, cuando el Estado cuidará de la situación y las luchas necesariamente desaparecen.

García Linera entiende el estado fluido de la sociedad producto de luchas, pero ellas se circunscriben a una fase inicial, seguida necesariamente de un momento donde la forma estatal reglamenta la sociedad por décadas, como estructura de poder que es producto de esas luchas anteriores. El Estado Soviético, y ya no un poder soviético contra el Estado, y el Estado Plurinacional, en Bolivia, son una fortaleza donde antes que cualquier objetivo de la revolución -o de los principios básicos de la izquierda- la prioridad es garantizar la permanencia del comando político considerado revolucionario. El Estado Revolucionario es el pasado de las luchas fortificado y consolidado como autoridad centralizadora y autónoma de cualquier lealtad con los movimientos de los que es resultado.

Para García Linera, las revoluciones se «enfrian», «se solidifican» cuando las luchas se institucionalizan y dejan espacio para estructuras estatales y económicas «que regirán y regularán la sociedad bajo la forma de relaciones de poder y dominación durante las siguientes décadas, hasta un nuevo estallido» (2018: 17). En una conferencia en Buenos Aires, destinada a refutar la idea de que Bolivia y los gobiernos progresistas de la región se encontrarían en un fin de ciclo, García Linera conecta explícitamente los objetivos del gobierno de Bolivia con aquellos que serían los de los bolcheviques después del «comunismo de guerra», cuando la burguesía fue derrotada, pero con siete millones de personas muertas de hambre, dice García LInera. Los objetivos serían «cuidar la economía, ampliar los procesos de redistribución, aumentar el crecimiento». Lo que Lenin hizo, según García Linera, fue «priorizar la economía […] reestablecer la confianza de los sectores populares, obreros y campesinos, en su gobierno, a partir de la gestión económica, del desarrollo de la producción […] respetando iniciativas autónomas de campesinos, obreros y pequeños empresarios -incluso empresarios- para garantizar una base económica con estabilidad y bienestar para la población «(García Linera, 2016).

En el momento en que el Lenin de García Linera comienza a parecer un líder europeo de posguerra, un defensor del espíritu emprendedor o un ministro de Bachelet o Rafael Correa, tal vez sea preciso reflexionar sobre si el paralelismo que García Linera propone puede ser llevado adelante.

Independientemente de lo justo de la evaluación de la NEP para Rusia, como medidas necesarias para la consolidación de la revolución, o que dinamizarían la situación política, revitalizando un proceso que encontraba una caída en la vitalidad de las nuevas instituciones y energía de los revolucionarios, lo que estaba en juego en Bolivia parece es muy diferente. Bolivia pasaría por un proceso de centralización del mando, cerrando una de las experiencias más avanzadas de partido-movimiento, donde el «mandar obedeciendo» y la decisión política en manos de las bases era un elemento fundamental, y fue eliminado. Este proceso, que García Linera justifica, aunque no puede ser considerado responsable, como actor secundario en la organización del nuevo poder de Bolivia, ocurrió en un momento de condiciones económicas excepcionales, con precios altos de los commodities, estabilidad económica, y el ingreso estatal más alto de la historia del Estado.

Bolivia contó con condiciones políticas positivas a partir de 2009, con control absoluto de los tres poderes de gobierno y oposición perdida y en dispersión. Se trata de una situación opuesta a las condiciones en que la NEP es decidida, con dolor para los revolucionarios, en la Rusia de 1921. Además del ciclo positivo de bonanza económica regional, hubo decisiones políticas en Bolivia que explican la capacidad de reducir la pobreza y sostener políticas «de inclusión», pero también de no modificar la distribución del poder económico, y que propone un modelo de desarrollo que no se diferencia del adoptado por los países vecinos sin administracion progressista o de izquierda.

García Linera destaca el ejemplo de la decisión de los bolcheviques en abrir la explotación de recursos naturales a empresas extranjeras, con condiciones privilegiadas que las empresas nacionales no tenían. Se trataba de una necesidad prioritaria, debido a la falta de energía para la industria. Muy diferente de la situación boliviana, aunque la decisión de los bolcheviques aparezca en el texto de García Linera con un claro sentido justificador, en la adopción de un modelo extractivista de tipo neo-colonial, favorecedor de empresas extranjeras en contradicción del espíritu de octubre de 2003, cuando las calles de Bolivia abrieron un momento con posibilidades revolucionarias, oponiéndose a la privatización del gas, y que al inicio del gobierno de Morales sería respetado en el aumento de impuestos para las empresas extranjeras que explotaban hidrocarburos en el país, la llamada nacionalización de 2006.

Hasta qué punto el carácter revolucionario del nuevo Estado ruso, que justificaría la centralización autoritaria del poder, puede aplicarse al gobierno del MAS, es una cuestión que nos lleva a la evaluación del proceso ruso, a la teoría de la revolución no democrática y aprisionadora del García Linera, pero también a la posible lectura equivocada de procesos políticos puntuales. La decisión de la NEP, que en Rusia resultó de fuertes presiones venidas desde afuera, y de la falta de acompañamiento internacional de la Revolución, con el fracaso de la esperada revolución alemana, en Bolivia consistió en la elección de un camino político, que en la argumentación del García Linera no aparece como una elección difícil, sacrificada, de renuncia respecto de los objetivos y metas anheladas. Esto lleva a pensar que, a diferencia de Rusia, fueron internas al proceso de cambio, y no externas, las limitaciones políticas y presiones que resultaron en la interrupción de una posible búsqueda anticapitalista, buscada en Rusia pero no en Bolivia.

En Bolivia, un proceso de movilización producto de una construcción de décadas, derivó en un proceso que, si planteó posibilidades de alcance revolucionario, estas fueron abortadas desde dentro y no por una derrota frente a fuerzas externas. La pregunta que se abre en Bolivia, después de más de una década de gobierno del MAS, es hasta qué punto, de hecho, los cambios en el sistema político y la incorporación de miembros de organizaciones sociales en la administración del Estado y el poder institucional constituyen la destitución del antiguo poder. Más allá del simbolismo de un presidente campesino, sindicalista e indígena, y de la aprobación de una Constitución que establece cambios en la concepción del Estado, hasta qué punto hubo una ruptura con la institucionalidad republicana y liberal anterior.

Por otra parte, e incluso asumiendo que en un contexto como el boliviano puedan plantearse problemas semejantes a los de la Revolución Rusa, en los últimos 100 años el pensamiento de izquierda ha cuestionado la idea de progreso, el lugar del Estado como motor del desarrollo, el modelo económico que un proceso revolucionario debe impulsar, además de cuestionado las formas políticas clásicas de lucha y organización, en un intento de adecuarlas a un capitalismo contemporáneo que no puede ser comparado con el de la Rusia de 1917 o 1921. El trabajo, el sujeto político, la organización revolucionaria y las formas institucionales son así rediscutidos. El salto temporal y político de García Linera, de los bolcheviques a los progresistas de los gobiernos de América del Sur a comienzos de la década, parece permanecer en el mismo lugar en que la izquierda pensaba el poder en aquella época, sin entender cómo el mismo produce, circula, y no aparece forma centralizada como objeto a ser poseído y controlado por un grupo pequeño de iluminados.

 

Entre el realismo pragmático, el izquierdismo y la ilusión

Una crítica posible a García Linera sería la que se hace de un lugar de principios y proximidad con el proyecto de la tradición de izquierda, contra un pragmatismo que Lenin o cualquier otro revolucionario podrían haber ejercido en determinado momento. Es el lugar que García Linera quería asumir en la discusión, como buen comunicador del progresismo hoy en retirada: el lugar del responsable hombre de Estado que sabe hasta qué punto los deseos pueden ser llevados adelante, y hasta qué punto no. Así, el vicepresidente de Bolivia reconoce que la revolución exige centralizar las decisiones y sacrificar el flujo de creatividad del pueblo, como criticó Rosa Luxemburgo, y dice que «no debemos adecuar la realidad a las ilusiones, sino al contrario; tenemos que adecuar las ilusiones y las esperanzas a la realidad «(2018:61).

De hecho, podemos ver al García Linera que se encontraría con Lenin contra las críticas de Rosa Luxemburgo, por ejemplo, para quien las concesiones de la NEP para los kulaks, campesinos ricos; o antes, la pérdida de democracia a la hora de decidir, sin los soviets, la toma del poder, tendrían un costo demasiado alto, con consecuencias futuras desastrosas, incluso en términos de alcance de la revolución. Aceptando el lugar de lo imposible, podemos preferir una lectura de la revolución rusa que demuestre cómo la historia y lo posible fue desafiado, asaltando el cielo. Todo el poder para los soviets, y la posibilidad de crear un Estado proletario tiene todavía un poder desafiante y revolucionario que mostró cambios materiales y capacidad para crear un mundo nuevo, transformando estructuras que parecían fijas para siempre y contribuyendo a marcar el pulso de la energía revolucionaria en todo el mundo.

En el contexto de un libro que rinde homenaje a los 100 años de la Revolución Rusa, de este modo, podemos pensar como bastante fuera de lugar el esfuerzo de García Linera en llevar la idea de revolución justamente al lugar donde se apaga. Si recordamos 1917, porque difícilmente vamos a encontrar muchos homenajes a la NEP en 2021, no es por la mesura, espera y capacidad de control social de los bolcheviques que la revolución rusa es evocada. La desesperación de Lenin en las cartas al partido para organizar de forma urgente la insurrección, o incluso las críticas al final de su vida, dirigidas a la burocracia y el monstruo que iba mostrando sus formas, muestran una idea contraria de desmesura y poder subjetivo para contribuir en el alineamiento de una crisis y movilización en una revolución.

Recordamos a los bolcheviques por haber sido locos, en una apuesta sin precedentes, que la teoría indicaba como imposible, y que a pesar de ello funcionó. Los bolcheviques fueron inventivos, osados, conectando con la autoorganización y disponibilidad para la lucha de los de abajo, pero también avanzando en un salto hacia el vacío. Saltaron en un lugar que antes de ellos no existía. La NEP fue volver a lo conocido de las relaciones capitalistas de comercio, incentivo a la producción, propiedad y libre mercado.

Lo que es realmente admirable es cómo Lenin entendió el movimiento de las fuerzas políticas defendiendo con determinación una posición opuesta a la línea del propio partido, y que abrió un tiempo nuevo donde no parecía que fuera posible. Es ese el núcleo de la revolución, que en Bolivia probablemente se aproxime más a la fuerza campesina y obrera en un devenir indígena que se propuso descolonizar a las instituciones y pensar formas distribuidas de poder estatal, en una apuesta para formas territoriales, reciprocas y comunitarias más allá del Estado y conectada con vestigios que permiten discutir con otras alternativas a la civilización occidental.

La NEP puede haber sido una buena decisión de gobierno, o no. Y puede haber sido una buena decisión de gobierno que, sin embargo, no fue un buen movimiento para continuar la revolución y expandirla. Pero buenas decisiones de gobierno tenemos en todos los países y en todas las épocas… estadistas y buenos estrategas tenemos de cualquier lado del espectro ideológico. No es eso lo que hace de la revolución rusa una experiencia útil para pensar cualquier revolución o proceso de cambio. No necesitamos de Lenin ni de García Linera para pensar el problema de la dificultad de llevar programas a su ejecución, o de la izquierda que pasa a gobernar de la misma forma que antes combatía, con objetivos a corto plazo y dejando para más adelante los objetivos de transformación.

El MAS, junto con la oposición política ligada al poder tradicional y empresario, se ocuparon de fortalecer y restaurar el poder republicano de Bolivia con un pensamiento que priorizaba la búsqueda de estabilidad política, consolidación del poder de mando, y libre espacio para expansión capitalista, encontrándose con formas políticas que antes otros caudillos o gobernantes nacionalistas intentaron. En el caso de las mujeres, se trata de una crítica pertinente al pragmatismo que encierra búsquedas políticas más radicales y exigentes, que eran presentadas como izquierdistas, infantiles aliadas al imperialismo por García Linera y otros constructores del relato progresista, mientras que el poder político se alía al poder económico tradicional.

Pero lejos de la crítica al pragmatismo gubernamental tenemos otra crítica también posible, que muestra hasta qué punto la lectura de García Linera es conservadora.

A contramano de la organización que el propio García Linera hace de la discusión política, contra los revolucionarios de café, podemos ver en el libro un alto grado de retórica revolucionaria mistificadora e idealista, ajena a las fuerzas materiales que de hecho orientan el proceso boliviano. García Linera mantiene un tono lírico en su evocación de la revolución, y de la NEP, como momento de avance y consolidación revolucionario. En ese punto su perspectiva contrasta con la forma en que los propios bolcheviques se refirieron al nuevo plan económico. Tanto Lenin como Trotsky (2008) la presentaron como única alternativa, obligados por condiciones muy desfavorables. En una lectura no romántica pero realista del proceso boliviano, urge apartarnos de la ilusión de que la llegada al Estado de un gobierno «progresista» pueda ser sugerida como revolución homologable con la Revolución Rusa, cuyas fases y disputas puedan ser pensadas en términos de efectivo asalto al poder y victoria en el campo de la hegemonía.

El desencanto frente a las dificultades reales para efectuar cambios estructurales en los distintos gobiernos del progresismo latinoamericano contrasta, en García Linera y tantos otros, con la difusión de visiones totalmente fantasiosas y mistificadoras sobre lo que se habría tratado de una auténtica revolución en la región. García Linera, como buena parte de la base de clase media intelectualizada del lulismo, del kirchnerismo, del correismo, son de hecho generadores de una fundamentación con lenguaje de izquierda revolucionaria o progresista, nacional popular o ciudadanista, congelada en su narrativa en la época de oposición al neoliberalismo contra gobiernos de la década de los ’90, como si al final del ciclo hablaran aún al comienzo del mismo, sin haber cambiado el lugar de habla después de haber sido gobierno por más de una década. Es en este campo político donde tiene sentido la visión de la Revolución Rusa concentrada en la apertura hacia las relaciones capitalistas, el retroceso, la espera y el control político de los focos de conflicto y lucha política autónoma.

La retórica cargada, de poder indígena, soberanía nacional y antiimperialista, de una revolución concreta en Bolivia en la reducción de la pobreza, expansión del consumo y políticas de transferencia de renta para sectores populares, con una nueva clase media que se vuelve principal sujeto político del nuevo país, se traduce en el campo político polarizado con una derecha liberal o conservadora, pero que, en lo referente al modelo económico, no presenta una impugnación o divergencia. Además de la falta de horizonte socialista o comunitario, una disputa limitada al plano de una esfera política de discursos y símbolos, entendida como autónoma, difícilmente tiene algo que ver con el proceso revolucionario ruso.

El idealismo romántico de García Linera es el de tachar de gobierno revolucionario un proceso que se siente en el derecho de cerrar alianzas con los enemigos de las clases subalternas, los poderes económicos tradicionales, cuya proximidad se constata en el proceso boliviano después de clausurado el conflicto por la aprobación de la constitución. Entre mistificación, propaganda, y defensa de privilegios; cinismo e ilusión; el interés y la falta de autocrítica, todo poder estatal que se imponga como mediación que posterga el momento de la implementación de los cambios, debe ser cuestionado como distante de la revolución y no símbolo que se presenta en el lugar de la revolución, ocupando como poder estatal el lugar imaginario de aquella, contra el fascismo, el neoliberalismo, el colonialismo o cualquier otro antagonismo discursivo que el marketing político encuentre apropiado.

A falta de revolución, tenemos entonces una teoría de la revolución sin revolución. En la imagen de García Linera, pretender alcanzar el socialismo a partir del Estado, como en el «comunismo de guerra», sería como andar con una linterna en la noche oscura. El control estatal sólo funcionará donde conseguimos iluminar, mas alla se impondrá el mercado (2018:86). La impotencia reconocida en esta afirmación, y coincidente con una atribución del Estado en las sociedades periféricas apenas aparente y débil, contrasta con el postulado de la necesidad de un poder político férreo, pero sólo para dejar la economía actuar libremente regida por la inevitable lógica de valoración capitalista. Asumiendo que el papel estatal se desarrolla de forma más eficiente como administración del capitalismo, García Linera pretende así hacer de la fuerza del capitalismo una virtud de los revolucionarios.

Nos preguntamos por los efectos subjetivos, y de neutralización de energías revolucionarias de ese tipo de visión política. El efecto de pensar la política con el espíritu de la NEP, parece resultar en pasividad, en atribuirse a sí mismo un papel de dirección y control estatal, más acorde con fuerzas políticas que en lugar de militantes revolucionarios se dirigen a votantes de clase media (nueva o vieja) en mensajes televisivos que sustituyen lo que en otro momento fue un proceso político llevado adelante por la movilización. De las calles, a la Asamblea Constituyente con movilizaciones y finalmente al Estado, nos preguntamos hasta qué punto la espera de las oleadas futuras de la revolución no se constituye en un muro que evita y obstaculiza la emergencia de experiencias que puedan encontrar siempre otros caminos.

La posición de García Linera, no parece distante de la de quien se atribuye el papel de coordinar la revolución de otros, lugar conocido en la organización del poder de las repúblicas coloniales. Se trata de una élite política que se siente en el derecho, o en la responsabilidad, de asumir ese papel. Un jacobinismo de mando que, sin capacidad de conducir un proceso de transformaciones, gestiona y arbitra el poder repartido entre sectores viejos y nuevos de la burguesía (Prada 2013). No es extraño que junto con ese aislamiento de los procesos que dieron origen al nuevo momento estatal, se coloque la culpa en la pasividad de los de abajo, que no tendrían preparación o capacidad para ejercer un autogobierno, justificando el lugar de la nueva casta burocrática, conductores de un proceso que se sostiene con propaganda e imaginario revolucionario, pero que congela el conflicto social en un presente eterno de control y resignación.

 

Un Lenin para una revolucion comunitária?

Slavoj Žižek menciona una desconocida preocupacion mantenida por Lenin, que permite llamar la antencion sobre las posibilidades comunitárias del processo boliviano, descuidadas mientras el sueño desarrollista y la clausura estatal impedia al processo politico avanzar en la direccion buscada por las fuerzas politicas fundamentales en la fase previa a la llegada de Evo Morales. En los términos del analisis de Garcia Linera, se podria decir que el lugar adquirido no solo por los indígenas, sino también por sus formas de justicia, democracia y economía, obtuvieron una victoria cultural, pero fueron sepultadas despues del punto de bifurcacion en que la consolidacion del poder estatal jacobino tomo uma via que los negaba, que trabajo en pos de su neutralizacion, como hizo siempre el poder politico en Bolivia.

En un texto sobre Lenin, Žižek interpreta el lugar del revolucionário ruso en un gesto de “excision sectária” recuperando el lugar de los bolcheviques para pensar, en los tiempos actuales, uma necesaria fuga de Europa, de su legado y su cuerpo decadente. Este seria el lugar donde el gesto leninistas podria ser recuperado, dice Žižek, pensando una necesaria ruptura con la modernizacion econômica y en los sagrados fetiches liberales y democráticos, donde nada deberia ser intocable (ni en las relaciones econômicas de mercado, agreguemos), en un posible nuevo comienzo. Y cita una historia referida al mismo momento en que Lenin defendia la NEP, y concretaba la clausura centralizadora y represora de la disidencia en Rusia (2010:97).

En el verano de 1921, relata Žižek, Lenin convoca a la formación de un grupo para discutir el fortalecimiento del vinculo entre los campesinos y el gobierno soviético. Proponian entregar tierras a antiguas sectas cristianas “protocomunistas”, que en aquella época contaban entre tres y cuatro millones de miembros. El 5 de octubre, una proclama fue dirigida a la Secta de lo Viejos Creyentes (perseguidos por el régimen zarista desde el siglo XVII) invitándolos a instalarse en las tierras abandonadas y vivir alli de acuerdo a sus costumbres. Citaba una frase de los Apóstoles: “Ninguno debería decir que lo que posee le pertenece solamente a él, y debería mantenerse en común […]”.

El objetivo de Lenin no solo es practico, de producir mas alimentos; pretendía también explotar las potencias comunistas de las formas pre-capitalistas de propiedad común (que ya Marx, en la correspondencia con Vera Zassulitch, señalaba como la base potencial para la produccion comunista). De hecho, la Secta de lo Viejos Creyentes fundaría una hacienda estatal (sovkhoz) cerca de Moscu, cuya actividad fue acompañada muy de cerca por el propio Lenin. Žižek concluye el comentario considerando que la izquierda debería mostrar esa misma apertura actualmente, incluso en relacion con los fundamentalistas más “sectários”[5].

Es probable que, si en algun lugar de occidente recientemente el proceso político abrió posibilidades para pensar comunidades ancestrales como posibilidad del presente, ese lugar fue Bolivia, a partir del trabajo de las organizaciones indígenas que se movilizaron abriendo un ciclo político, con presencia crucial en la Asamblea Constituyente, proponiendo conceptos de ruptura, y en 2008-2009 apartándose definitivamente del MAS. La vigencia de las relaciones comunitarias en el país andino, presentes en las grandes ciudades, en los sindicatos del campo, en la tradición política del indianismo katarista, es una presencia continua en la política boliviana.

Nada de eso le es ajeno a García Linera. Muy por el contrario. Fue justamente en la lucha política de ayllus y comunidades donde García Linera se formo políticamente sumándose al proceso político en los años ‘80s. Estudió el interés de Marx en las formaciones comunistas (en las cartas con Vera Zassulitch y los Cuadernos Kovalevsky), y dedicanto a eso varios trabajos, incluyendo su libro de mas aliento, escrito cuando estaba preso por participar del Ejercito Guerrillero Tupaq Katari[6].

En el libro Forma Valor y Forma Comunidad desarrolla un punto retomado en el texto sobre la Revolucion Rusa. Es en el plano de la Ley del Valor donde una revolución se mide. Justamente esa dificultad es la que lleva al planteamiento de que es el Estado donde se espera, entre las oleadas revolucionarias que van y vienen. Pero en ese libro aun leemos una critica a los manuales marxistas presentan como necesaria la modernizacion “progresivista” contraria a la comunidad. Destaca, además, las “potencialidades contemporáneas de estas formas de sociedad comunal para que se conviertan en “punto de partida” y fuerza directa para la supresión del sistema capitalista mundial y la reconstrucción nueva y superior de la comunidad primaria ancestral convertida ahora en una de caracter universal” (2009:239). Pero eso debe ser reconsiderado como mera literatura panfletaria, si atendemos que García Lienra de hoy considera que el horizonte comunitario y de la autonomía consistía apenas un programa para el tiempo de resistencia y luta por el poder, no para su efectuación en la construcción de una sociedad nueva.

En lugar de eso, Garcia Linera lee la revolución posible de hoy como un proceso estatal y nacional desarrollista, enfocado en la clase media. O mejor dicho, considera más bien que eso es lo que queda, mientras una nueva oleada de movilización planetaria no aparezca. Nos preguntamos si este destino, que es el de la sociedad capitalista industrial, no puede ser cuestionado a cien años de la Revolucion Rusa. Rosa Luxemburgo y toda una tradición de marxismo autonomista o critico cuestionaron la falta de democracia del régimen soviético y el alejamiento del horizonte socialista. Bukharin seria derrotado en un importante debate donde Lenin, Trotsky y Preobajenski se impondrían con un modelo de industrialización acelerada, que después implementaría Stalin, llevando la centralización, burocratización y autoritarismo a extremo. En esos debates, el poder del colectivo y del soviet proletario, base de la Revolucion aparecia asociado a la tradición comunitaria rural, que el sesgo de un marxismo-leninismo de corte moderno y jacobino negaría.

Coincidiendo con Garcia Linera en la idea de la revolución y del Estado como fuerzas que no se encuentran e incluso se repelen; el desafio de hoy tal vez sea pensar contra Garcia Linera, por un camino político donde lo que hacemos políticamente no sea tan distante de lo que deseamos y entendemos como objetivo para avanzar en la construcción de una nueva sociedad y vuda mejor. En esa direccion hoy resulta difícil pensar un proceso que proponga una idea de poder concentrado en lugar de distribuido; control social y no estatal; desarticulación o desconexión en lugar de administración del sistema. Contra la estabilización con políticas publicas en un cementerio estatal de las luchas, reencontrar, estimular y estar abierto a visualizar las oleadas en lugar de esperar por ellas o impedirlas cuando vienen contra un poder que antes las surfeó, y ahora se escapa de ellas. En la lectura de la Revolución Rusa, también, evidentemente la centralización y apertura no llevó a nuevas oleadas de movilización que permitieran superar lo alcanzado inicialmente. Cuando aparecieron, el poder estatal se volvió contra ellas, sin poder evitar un inexorable colapso.

 

Bibliografía

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Carr, E. H. 1981 La revolución rusa. De Lênin a Stalin (1917-1929). Madrid: Alianza Editorial.

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_________. “Tiempos Salvajes”. En: Juan Andrade y Fernando Hernández Sánchez (eds), 1917 La Revolución rusa cien años después. Madrid, Ed. Akal, 2017.

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________ . Discurso Vicepresidente Álvaro García Linera, 22 De Enero De 2013. Publicado pelo site da Vicepresidencia da Bolívia. Disponible en: https://www.vicepresidencia.gob.bo/DISCURSO-VICEPRESIDENTE-ALVARO-GARCIA-LINERA-22-DE-ENERO-DE-2013

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Solon, P. “Algumas reflexões, autocríticas e propostas sobre o processo de mudança na Bolívia” En: O Eclipse do Progressismo. A esquerda latino-americana em debate. São Paulo, Ed. Elefante, 2018, pp. 61-78.

Sztulwark, D. 2017 “¿Quién necesita una revolución? (Serie completa)”. Lobo Suelto. Disponible en:   https://lobosuelto.com/?p=13591

Žižek, S. “Un gesto leninista hoy. Contra la tentación populista”,  En: Budgen, S. Kouvelakis, S. Žižek, S (eds) Lenin Reactivado. Hacia una política de la verdad. Madrid, Akal, 2010.  Pp. 75-97.

[1] Disponible en PDF en https://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/revolucion-2.pdf Texto traducido del portugués por Santiago Arcos Haly-Burton.

[2] Sobre la cuestión del Estado, ver por ejemplo estas dos conferencias que trabajam temas próximos al del libro, ver discurso de janeiro de 2013, donde dice: “El Estado Plurinacional es la irradiación de la conducción del Estado hacia todos los confines de la sociedad boliviana para organizar su autogobierno unificado y, es por eso, que la territorialidad estatal, que la topología del poder en el Estado Plurinacional, por primera vez, abarca 1.098.581 kilómetros cuadrados que tiene nuestra patria; por primera vez, no se detiene donde llega el interés de casta, clase ni persona. La territorialidad del Estado Plurinacional es homogénea y resulta de la fusión de las territorialidades de las naciones indígenas, de las comunidades campesinas, de las clases sociales, de las juntas vecinales, de las organizaciones juveniles, de las regiones y de todos.” (disponible en  https://www.vicepresidencia.gob.bo/DISCURSO-VICEPRESIDENTE-ALVARO-GARCIA-LINERA-22-DE-ENERO-DE-2013). Y en la Universidad de Praga, en abril de 2015 “[…] El Estado y la economía son, mitad, estructuras, recursos y medios; y mitad, ideas, y carencias. Si algo he aprendido, en ocho años en el gobierno, es eso, que el Estado es la estructura más idealista que conozco en el mundo, Hegel tenía razón más que Marx en este caso, el Estado es materia, instrumentos, medios, instituciones y coerción pero, también mitad son ideas fuerza e ideas movilizadoras […] La función del dinero es material que simboliza recursos, pero es un símbolo, es idea, es creencia, la mitad de las cosas que pasan en la economía tienen que ver con las ideas, con las creencias, con los simbolismos, lo mismo pasa en el Estado” (Disponible en: https://www.vicepresidencia.gob.bo/CONFERENCIA-MAGISTRAL-UNIVERSIDAD).

[3] Pablo Solon, ex representante del gobierno de Evo Morales en la ONU, lo describe así: “O que foi feito do processo de mudança que há mais de quinze anos conquistou sua primeira vitória com a Guerra da Água em Cochabamba? Por que o conglomerado de movimentos que queriam mudar a Bolívia acabou preso num referendo para que suas pessoas pudessem se reeleger mais uma vez em 2019?” (Solon 2018:61). La cita se vuelve necessária para caracterizar rapidamente aqui un processo político que, independentemente de si fue revolucionário o no, caminó en sentido de la centralización, fortalecimento de un poder unitário com tendências monopolistas, lejos de los postulados sobre partido-movimiento, control social y democracia comunitária más allá de haber perdido, en los últimos tempos, el apoyo plebiscitário del voto mayoritario que antes lo acompañaba.

[4] Ver conferencia en la Universidad de Nova York, el 30 de abril de 2015: “Me atrevo a decir que es la única experiencia de un gobierno de organizaciones sociales, un gobierno de movimientos sociales, y es complicado porque un gobierno Estado es monopolio, es la definición de Weber, de Marx, de Elías, de Bourdieu, de quien sea. Movimientos sociales es democratización de decisiones. Entonces, es una paradoja, pero es una bella paradoja real, que funciona con tensiones, con complicaciones: si democratizas mucho, te paralizas; y si centralizas demasiado, eres un gobierno cualquiera, y no te diferencias de los demás. La clave está en esa tensión, en este equilibrio: centralizar – democratizar. Esta es la experiencia viva en Bolivia a partir de este esquema de gobierno de movimientos sociales que podrían cumplir, a su modo, al modo andino amazónico, la reflexión del profesor Habermas sobre la acción comunicativa, a partir de estos espacios de democratización de toma de decisiones”. (Disponible en: https://www.vicepresidencia.gob.bo/Exposicion-del-Vicepresidente-del)

[5] Žižek cita como fuente de su comentario, el libro de Jean-Jacqes Marie, Lénine 1870-1924, París, Editions Ballano, 2004, pp. 392-93.

[6] Como registra Bruno Bosteels (2013), en trabajos de la década del ’90, Garcia Linera (con el pseudónimo de Qhananchiri) escribe que la tarea de los comunistas en relacion al parlamento es “¡Destruirlo!, ¡quemarlo!, ¡hacerlo desaparecer junto con el gobierno y todo el aparato estatal!” (Crítica de la nación y la nación crítica naciente, La Paz: Ofensiva Roja, 1990, 34). Bruno Bosteels (2013) muestra la ruta de los estudios de las formas comunitarias -abandonada cuando entra en el gobierno- útil para un autor que no suele revisar abiertamente sus cambios de posición. Alli leemos lo siguiente: “En palabras de Marx, utilizadas para referirse al futuro posible de la comuna rural rusa, lo que se requiere para ‘salvar’ en la actualidad a la forma comunal allá donde ella se ha preservado en una escala nacional, es ‘desarrollarla’ convirtiéndola en ‘punto de partida directo’ de la construcción de un nuevo sistema de organización social fundada en la producción y la apropiación comunitaria-universal.” (2013: 104).

Romper o mechar: diálogo entre el 67/68 alemán y el 15M // Amador Fernández-Savater

Fuente: GALDE

(Galde 21 primavera/2018). Entrevista de Amador Fernández-Savater con Juan Gutiérrez.

Juan Gutiérrez vivió el 67/68 alemán, que se inició antes del francés, desde Hamburgo. En 1972 conoció a Frauke Schultz y se liaron en el movimiento estudiantil, los grupos de filosofía, las vidas alternativas. Cuatro décadas más tarde, ya instalados en España, ambos vivieron el 15M de 2011 desde las ciudades de Madrid y Donostia, donde residen. En este 50 aniversario del 68, le propuse a Juan organizar un diálogo entre ambos movimientos a través de sus recuerdos y sus reflexiones. Y Frauke Schultz se sumó también. ¿Qué se dicen, qué nos dicen a día de hoy, el 67/68 alemán y el 15M?

Revuelta íntima, revuelta colectiva

¿Qué primer recuerdo os viene de lo vivido en Alemania en 1967?

Juan: Ha sido un tiempo muy feliz en mi vida, como también lo ha sido la acampada del 15M en Sol, que fue como el 67 en Hamburgo, pero con más trasfondo.

¿Y de dónde piensas que provenía tanta felicidad?

Juan: Bueno, en aquel año 67 un grupo de gente se rebeló contra quienes tenían el poder entonces. Un día, desde la torre de filosofía donde yo estudiaba, vi pasar un grupo de gente que iba a manifestarse frente al Consulado de los EE.UU. contra la guerra de Vietnam, me bajé y me junté con ellos y desde entonces sigo instalado en el movimiento. Pero la felicidad no provenía sólo de la rebelión, sino de notar que esa insurrección pública de una minoría electrizaba a toda la sociedad.

¿A qué te refieres?

Juan: Mira, yo vivía en España. Era el mayor de ocho hermanos y destinado a ser la “perla” de una familia rica. Muy presentable: deportista, buenas notas, ingeniero de caminos. Pero ese camino no me gustaba y empecé a salirme de él, apeándome de los privilegios con que estaba empedrado. Así, durante cuatro veranos hice el servicio militar del que podía haberme librado. Luego me convertí en un tipo excéntrico, abandoné mi carrera, mi tierra, la clase social en que estaba y la religión que me habían imbuido. Hasta 1967 lo hacía solo, por mi cuenta, refugiado en la filosofía. Pero en el 67 encontré un movimiento entero que se salía del carril, que no se resignaba a nada, que se encendía por todo el mundo y tenía pinta de cambiarlo.

En la estela de ese 67/68 nos liamos Frauke y yo. Me ha costado decenios entender por qué Frauke, como tantas otras mujeres, se embarcó en aquel movimiento. Me ha ayudado a comprenderlo el taller que organizaste hace 10 años en Sevilla para diseñar una memoria no resignativa, sino esperanzadora del Mayo de 1968 1. Nos habías invitado a Frauke y a mí y para prepararlo volví por unos días a Hamburgo donde pregunté a media docena de amigos del 67, mujeres en su gran mayoría -Anke, Aisa, Susanne, Verena-, las razones de su participación.

Era impresionante lo que me contaron: ya desde principios de los 60 estaban empeñadas a solas y a la chita callando en liberarse de la férrea disciplina a que les tenían sujetas sus padres. Lo hacían superando barreras pasito a pasito, cambiándose el peinado, buscando trabajo, luego saliendo de la vivienda paternal, después apañándose para cambiar el puesto de trabajo a un lugar lejano, todo el tiempo ligando con gente impresentable para los padres. Así también Frauke. Y de pronto apareció en el 67 un movimiento amplio que se conectaba con esa rebelión más íntima e individual. Era muy gozoso ver cómo te enfrentabas a un muro y ese muro cedía.

Juan, ¿tenías experiencia política antes?

Juan: Bueno, había participado como delegado de los estudiantes de todas las escuelas de ingenieros de España en las huelgas que sucedieron en el año 1956 cuando la muerte de Ortega y Gasset. Fue el comienzo del movimiento estudiantil español que eclosionó la década siguiente. Nos sumamos a la agitación en la Escuela de Caminos. Nunca había habido tanta gente participando en algo. Más tarde me fui a Suiza y finalmente recalé en Alemania. Allí además de estudiar filosofía encontré trabajo no como ingeniero, sino como delineante, un grado inferior, y luego como intérprete de trabajadores emigrantes en el astillero donde se construían los buques más grandes del mundo.

El movimiento del 67 en Alemania era más anti-imperialista que anti-capitalista. Nuestra referencia era lo que pasaba entonces en Vietnam, en Persia bajo el Sha y en América Latina, con las guerrillas y el Che Guevara y en la propia universidad. Recuerdo que inundamos el acto inaugural del curso 1967-1968, porque no estábamos invitados los estudiantes. Al primero que entró le agarraron, pataleó, salió en los medios de comunicación. “Debajo de los cuellos almidonados hay un moho de mil años”, decíamos. De ahí pasamos a ocupar las facultades para ponerlas al servicio del pueblo.

Se trataba de “tomar el cielo por asalto” pero no solos, sino en grupo y guiados por el ideólogo-jefe de turno: en Berlín, Rudi Dutschke; en Hamburgo, Carlo. Pero nos faltaba base.

De los cielos a los suelos

¿Podrías explicar eso de que os faltaba base?

Pues queríamos poner la Universidad al servicio de un pueblo con el que no teníamos el menor contacto. Hablábamos en una jerga incomprensible: “el potencial ético de la proporcionalidad en la reacción”. Éramos así una vanguardia separada y alejada de aquello de lo que quería ser vanguardia.

A nuestras reuniones venían los medios de comunicación, pero no les dejábamos entrar. Nos cortábamos de esa realidad. Ocupábamos una facultad y no había estructuras para hacer nada. La gente bailaba, cantaba “Comandante Che Guevara”, se drogaba. Es decir: los muros cedían, ciertamente, ¿pero después qué?

A partir del año 68 la cuestión más importante fue el aterrizaje. No habíamos podido tomar el cielo por asalto, estábamos colgados de la brocha y había que aterrizar de vuelta en ese “puto mundo” que habíamos querido dejar atrás.

Fue un aterrizaje forzoso y disgregado, una derrota con todas las de la ley, pero una derrota que no nos vació, ni nos redujo al absurdo. Emprendimos lo que Rudi  Dutschke llamó “la larga marcha a través de las instituciones”, un nuevo derrotero, lentamente y a traspiés, aprendiendo a entender que este mundo con todas sus incertidumbres, trampas, tretas y peligros está habitado por seres humanos y su dignidad, y empezando a dudar de que el cielo también lo esté. Así hemos mantenido nuestro empeño liberados de la pesada carga de fidelidades estúpidas y contraproducentes.

Está siendo un aterrizaje mucho más lento que el vuelo mismo y en él está habiendo de todo. Desde los que empezaron a coquetear y se han embarrado con la lucha armada hasta los que se encandilaron con la frase de Willy Brandt “arriesguémonos a más democracia”

Vale la pena destacar aquí la valentía de las mujeres que se empeñaron en educar a sus hijas e hijos de forma contrapuesta a la educación impuesta por sus madres/padres. Luego están los que se desentendieron del mundo para empeñarse en u cambio en su entorno como defensores del medio ambiente; los que querían un cambio más global y se encaminaron hacia los partidos tradicionales o los que regredimos enrocándonos en un estalinismo obsoleto disfrazado de marxismo.

68 y 15M, romper y mechar

Has mencionado antes al 15M. Dijiste que fue algo parecido a lo que vivisteis en Hamburgo en el 67, pero con más trasfondo. ¿Qué parecidos y diferencias ves entre ambos movimientos?  

Juan: Me parece que hay una diferencia esencial: mientras que el 68 quería revolucionarlo todo, el 15M se aventura a renombrar todo. Es decir: para el 15M no se trata tanto de cambiar la realidad, sino más bien de redefinirla. Redefinirla desde la dignidad. Mirar la realidad y decir lo que es según cómo trata nuestra dignidad: si la humilla, la precariza, la empobrece, etc. Indignados se refiere a dignidad herida. La realidad no es sólo un conjunto de hechos empíricos, constatables. Forma también parte de ella el valor que uno se atribuye a sí mismo. Así se rebeló Mandela contra el dominio blanco, movido por su dignidad herida al ser tratado como un niño por ser negro.

La imagen de cambio en el 67 era echarlo todo abajo, subvertir y derrocar. Hundir el muro para abrir un “más allá” contrapuesto al “más acá”. La imagen de cambio del 15M es otra. Es la de un frontón que nos devuelve al “más acá”, espabilándonos para que percibamos y apreciemos la humanidad esparcida en ese “más acá”.

Podríamos hablar más bien de “mechar la carne”, que no es desecharla y tirarla, sino perforar en ella agujeros donde meter sazones que la hacen jugosa y sabrosa

¿Qué significa esa metáfora?

Pues que si defines un sistema en abstracto, es decir abstrayendo la dignidad por ser intangible, sólo encuentras cosas malas. Pero en la realidad contenida en ese sistema hay muchas áreas buenas, incluso recovecos que no están sometidos a la lógica del beneficio. No sólo nos enfrentamos a una realidad mala. En el “más acá” encontramos mas destellos de una humanidad caleidoscópica que patatas.

¿Sería la vieja diferencia entre “reformismo”y “revolución”?

Puede ser entendido así, pero creo que es distinto. Mechar injerta e irradia el sí a la vida. Recoge lo bueno que ya hay en la realidad y toma apoyo en ello.

En el 67 se trataba de preparar la explosión. El poder dominante era un gigante con pies de barro y se trataba de atacar ahí. Teníamos la idea de que primero iba a cambiar la sociedad y luego cambiaría el ser humano. Primero la revolución política, luego la revolución cultural que transforma “lo más profundo del ser humano”. Esa era la lección -mejor dicho el espejismo- que sacábamos de la revolución cultural china.

La violencia revolucionaria liberadora ha desfondado las revoluciones. Esa es la lección que nos ha impartido la historia desde hace 50 años, cuando capturaron y asesinaron en Bolivia al Che, su apóstol y mártir. Al pasar la violencia sanguinaria con la que se hace la revolución a ser constitutiva del nuevo sistema, acaba por castrarlo, por asfixiar lo humano.

La cresta de la ola y la ola de fondo

¿Cómo cambia la relación con la sociedad desde esa idea de mechar la carne?

En el 67 se trataba de romper con lo establecido. Poníamos más ahínco ahí que en generar lo que aún no existía. La idea de ruptura hoy no es tan clara. La situación ahora está marcada por la precariedad de todo, por lo que los padres no saben en qué carril meter a sus hijos. ¿Cuál es el carril que se trata de romper entonces? No está nada claro.

En el 67 nos encerramos mucho en una radicalidad de vanguardia, sin abrirnos al diálogo. “Somos la pequeña minoría radical”, gritábamos en las manifestaciones. Nos separamos de la realidad y rechazamos los vínculos. A la puerta de la Comuna 1 en Berlín habían puesto en un tablero para cachondearse las cartas angustiadas que mandaban los padres. Nos agarramos compulsivamente a esa radicalidad. Y claro, enseguida llegaba la condena del otro que no era lo suficientemente radical: “revisionista”, “liquidacionista”.

Éramos la cresta de la ola, pero estábamos separados de la ola. Hoy me parece que ya no es tan así: en lugar de vanguardias hay redes. Se buscan los engarces con la ola de fondo. A diferencia de aquella comuna, en las plazas del 15M se deseaba que vinieran los padres, los abuelos, toda la sociedad. Lo que yo llamo “la parte quieta del movimiento”.

¿Qué es la parte quieta del movimiento? ¿Sería la opinión pública?

Juan: No, la opinión pública la meten y la sacan los que controlan los medios de comunicación. Es pasiva, construida. La parte quieta es más bien lo que sostiene a lo que se mueve. Quiero decir: no todos pueden hacer política todo el tiempo. La madre de Lenin estaba orgullosa de sus hijos: alentaba desde lo quieto. Ese estar quieto es distinto de la opinión pública. La parte quieta actúa desde la quietud. Es la casa donde el maquis se esconde. Son las familias que sostienen. La parte quieta es más “femenina”, si quieres, que la parte móvil.

Línea de masas: la experiencia maoísta

Siempre me ha sorprendido mucho que pasaseis del 67 libertario al maoísmo, cuando entrasteis a militar en la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores) en los años 70. ¿Cómo fue eso?

Aquí tercia Frauke: Como decíamos antes, a la rebelión del 67 le faltaba base. Fue una llamarada, pero sin suelo. Nos instalarnos fugazmente en un gesto que parecía para siempre pero… Volver a las estructuras de partido tras el 68 fue como tratar de agarrarse a algo más sólido. La única forma de encontrar un espacio donde organizarnos fue una regresión: el enganche a un partido y a una teoría ya obsoleta, el marxismo-leninismo.

Juan: El período de la ORT empezó estando en Hamburgo y terminó en el año 80 o el 81. Yo trabajaba en cuestiones de emigración, tenía un grupo de trabajadores emigrantes que queríamos integrar en un partido. Podíamos elegir entre un partido comunista alemán o uno español. Nos inclinamos por los partidos españoles porque había más clase obrera. Desde el extranjero apoyamos al partido, promoviendo escritos, folletos y panfletos. También colaboramos en el periódico de la ORT, etc.

¿Qué afinidad teníais con el maoísmo?    

Frauke: Sentíamos una gran insatisfacción al ver encarrilada la lucha social desde el PCE y queríamos algo más radical. Nos desmarcamos del revisionismo y del eurocomunismo. Buscamos otra orientación.

Juan: El maoísmo no era una teoría tan montada en cadenas de argumentos como el marxismo. Apelaba a lo intuitivo. Tenía mucha metáfora. Marx habla de valor de cambio, valor de uso, valor de consumo. Distingue entre dinero y capital. Es un desarrollo lógico y paso a paso. Lo de Mao era distinto, eran aforismos. Algo más poético.

Tú incluso te proletarizaste, ¿no es así, Juan? Entraste a trabajar a un astillero para juntarte con obreros.

Juan: Yo nunca me entendí como proletario. Pero estaba esa concepción de Marx de los “traidores a su propia clase”. Ernest Bloch se preguntaba: “¿por qué son comunistas los que no lo necesitan?” Pensábamos que el porvenir de la humanidad y del mundo no se generaba desde la burguesía y entonces nos pusimos a “servir al pueblo”.

¿Os parece que queda algo rescatable del maoísmo?

Juan: Quizá la idea de “línea de masas”. La idea de que son las masas las que hacen la historia, no los individuos poderosos o geniales. Lo explicaría con ese verso de Brecht que dice: “César conquistó las Galias, ¿no llevaba siquiera un cocinero?” La historia es obra de muchos, no de uno. Mi inquietud entonces era disolver el yo en un nosotros, desprotagonizarlo, mirar más bien el protagonismo colectivo. Puede que esa línea desemboque hoy en la “política de cualquiera” del 15M donde la gente común es protagonista.

La doble temporalidad del cambio social

Me pregunto en qué medida se parece esa “regresión” de que habláis a la que ha podido haber entre el 15M y Podemos: como parecía que el 15M no conseguía ningún cambio tangible, las energías pasaron en determinado momento a una estructura más tradicional pero que prometía cambios concretos como Podemos.

Juan: Parece una maldición: o los movimientos se extinguen sin estructuras, o se jerarquizan en la estructura que se dan. La podríamos llamar “la maldición de Hegel”, quien decía que el pueblo no puede gobernarse a sí mismo. Hegel pensaba que la monarquía prusiana era el fin de la Historia, como hoy Fukuyama mantiene que lo es el capitalismo neoliberal. No hemos inventado aún la herramienta democrática para que el pueblo se gobierne a sí mismo. Hay un potencial aún no realizado en los movimientos de que venimos hablando.

Frauke: Pero de esos movimientos sacas provecho para la vida. No cambiamos el mundo, pero nos hemos cambiado nosotros.

Juan: Hay que reflexionar sobre los tiempos del cambio social. La construcción de una nueva sociedad es una tarea de generaciones. Hay dos tiempos del cambio: el tiempo rápido de la cresta de la ola y el tiempo lento de la ola de fondo.

La toma del poder tiene sus ritmos, más cortos y rápidos. Pero se toma el poder, en cualquier caso, para facilitar el cambio de la sociedad por sí misma. Es una herramienta, no debe ser el centro director del cambio.

Estamos en el crisol de ensayo de lo que puede ser una sociedad no cerrada sobre sí misma, sino abierta y en reconocimiento mutuo. Lo que antes llamamos dignidad. Está madurando y calando una política ciudadana. No partidista, no troceada en partidos que seleccionan sólo lo que les favorece y perjudica al de enfrente. Una política sin jerarquías y no excluyente, que confiere autoridad al mérito, pero también muy anónima, donde todo el mundo es sustituible. Es un “cambio climático” que tendrá mareas altas y bajas, olas encrespadas y espumas, pero lo más importante es la ola de fondo: esa nueva política ciudadana que ha de venir generada por los mismos ciudadanos. Durante algún tiempo todavía, veremos infinitos juegos, engarces transitorios y tensiones entre la política de partidos y esa política ciudadana.

Frauke: El 67 fue una llamarada de rebelión. Hoy es hora de pasar del gesto a ser gestores de cambio.

 

Notes:

  1. Juan se refiere al encuentro “Semillas y gérmenes de Mayo del 68” que tuvo lugar entre los días 12 y 16 de noviembre en Sevilla en 2007. Más información: https://tinyurl.com/y8fq3357 

LESBO-ODIO: TERCER ATAQUE A UNA COMPAÑERA DE LA TRIBU

«No queremos raritos en el barrio, sabemos que fuiste con la yuta, lesbiana de mierda» fue lo que le dijeron mientras la llevaban contra su voluntad hacia la avenida Estado de Israel para pegarle. Es la tercera vez que nuestra compañera Sofía Del Valle sufre la violencia machista y el lesbo-odio sobre su cuerpo. Por tercera vez pasa a pocas cuadras de nuestra casa, FM La Tribu, en el barrio de Almagro. Jueves 22 de Marzo, Avenida Corrientes, salida del subte línea B estación Ángel Gallardo, 18.30 horas, plena hora pico. Fue ahí fue donde la interceptaron por tercera vez. La llevaron caminando por Corrientes, agarrada del cuello, hasta la vuelta de Estado de Israel, unos 10 metros. Una vez más, los mismos varones violentos, descargaron su furia contra nuestra compañera sólo por el hecho de ser lesbiana y no cumplir con los parámetros heternormativos que se imponen en nuestra sociedad. Golpeada y lastimada Sofía da con un patrullero que la lleva a la Comisaria 27 de la Ciudad de Buenos Aires. Allí la hacen esperar tanto que se va sin hacer la denuncia. Un día después, el viernes 23 de marzo, nuestra compañera acude al Hospital Durand para dejar asentadas las lesiones sufridas. El día martes 27, se dirige a la UFEM (Unidad Fiscal especializada en violencia contra las mujeres y personas lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transgénero, transexuales e intersexuales del Ministerio Público Fiscal). Por tercera vez realiza la denuncia correspondiente. Se trata del tercer ataque en 6 meses del mismo grupo de violentos. Sofía ya había sido agredida el 7 de septiembre y el 4 de octubre de 2017. La primera vez la denuncia la realiza junto a su compañera en la UFEM, donde quedan asentados los hechos y lesiones luego de ser revisada por personal del cuerpo médico. Este primer hecho sucedió en Pasaje Anibal Troilo entre Sarmiento y Corrientes. El segundo ataque ocurrió en Ángel Gallardo y Río de Janeiro, sin haber pasado un mes, el 4 de octubre. Esta vez la denuncia fue asentada en la Comisaría 11, donde no fue atendida por ningún médico a pesar de que Sofía había llegado a la comisaría con lesiones graves. A pesar de toda las evidencias que conectaban el primer episodio con este segundo ataque, la policía decide caratularla como robo a pesar del reciente antecedente. Al día de hoy las denuncias aún no se encuentran unificadas bajo el mismo expediente. A esto hay que sumarle que el gobierno de la ciudad, no entregó las cámaras que se encuentran en las zonas donde fueron los ataques, mas allá de los reiterados pedidos. Acceder a las imágenes grabadas posibilitarían identificar a los agresores. Exigimos que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires aporte las grabaciones para que estos ataques no vuelvan a suceder y poder dar con los culpables de los ataques a Sofía. Desde La Tribu, consideramos inadmisible que no haya avanzado la investigación en estos meses. Los agresores siguen en el barrio desde el primer día en que nuestra compañera fue agredida. No solo Sofía corre riesgo de ser atacada otra vez sino todas las compañeras que participamos en La Tribu. No nos parece menor que durante el último ataque hayan expresado su conocimiento acerca de las denuncias realizadas. Desde La Tribu, con Sofía, decidimos avanzar institucionalmente pero los tiempos que tiene la justicia patriarcal y la policía hicieron que una vez más la hayan agredido físicamente. Alertamos a nuestrxs vecinxs a estar atentos ante cualquier ataque de este estilo, que es caracterizado como lesbo-odio. En todo este tiempo en que las causas no avanzaron, entendemos que somos nosotrxs, los vecinxs de Almagro, lxs únicxs que podemos garantizar la seguridad para que ninguna compañera sea agredida por el motivo que fuese.

¡BASTA DE VIOLENCIA MACHISTA! ¡BASTA DE LESBO-ODIO!

Colectivo La Tribu

En tiempos de Cambios: neoliberalismo y educación pública // Nicolas Forlani y Emilio Schachtel

El gobierno de las finanzas ejecuta un plan viejo y conocido: la re edición del ajuste neoliberal acumula de un lado lo que succiona del otro. El vertiginoso incremento de la deuda externa junto a la eliminación de los aranceles a los sectores exportadores de commodities deriva en un Estado con baja capacidad de recaudación y con fuertes compromisos externos. ¿Quiénes pagan la fiesta de la fuga de divisas -endeudamiento mediante-?

Achicar ahí donde duele es el plan: lo público como blanco de rapiña su correlato. El desfinanciamiento que padecen, por caso las universidades públicas nacionales, no es solo un efecto del ajuste es también una apuesta a su desprestigio.

El neoliberalismo constituye una sofisticada lógica de acumulación por desposesión así como, parafraseando a Diego Sztulwark, un dispositivo de enorme astucia en materia de subjetivación política. Materialidad y Cultura no son referencias opuestas ni excluyentes sino más bien dimensiones complementarias, en el límite entrelazadas. De allí que solo analíticamente sea posible desligar el empeño del gobierno triunfante en el año 2015 en la Argentina en torno a bajar el costo laboral –eufemismo para no explicitar la franca y delibera intención de reducir/empeorar la calidad de vida de los trabajadores- de una activa discursividad (en lo absoluto ingenua) sobre los excesos de placer del que otrora gozaban sectores sociales a los que naturalmente la existencia les depara modestia, sacrificio y privaciones.

La transferencia de recursos desde los sectores trabajadores y pequeños y medianos empresarios hacia los sectores más concentrados que el gobierno del empresario Mauricio Macri ha llevado adelante en estos más de dos años de gestión expresa de modo singular y categórico la preferencia y adscripción ideológica de aquello con lo que -en un clásico de la ciencia política- Nolberto Bobbio dio en nominar: “derecha”. Esto es, aquellas fuerzas políticas que abiertamente tienen una preferencia por la desigualdad, más aun, por su profundización.

En otros términos la fijación del libre mercado (otro eufemismo para ocultar la injerencia directa de los monopolios en la distribución de la riqueza) como ordenador social, al tiempo que se materializó en un abanico de políticas que beneficiaron los menos en detrimento de los más (vis a vis: baja de las retenciones al agro y a la mega minería,  quita de subsidios a los servicios públicos/aumento de tarifas, reducción de las cargas impositivas a los bienes personales, recorte a jubilados y AUH…) se expresa también en una búsqueda de largo alcance tendiente a la consecución de una intersubjetividad anclada en el individualismo y el culto al mérito en contraste con lo colectivo – el emprendedurismo versus el cooperativismo – lo privado frente a lo público.

Sin embargo, y atentos a reconocer la complejidad de la lógica neoliberal, conviene no apresurarnos a una mirada ligera -sin perjuicio de ser bien intencionada- de las expresiones que aquí y en otras latitudes llevan adelante el ensueño globalizante (si de eufemismos se trata éste tal vez sea el más hábil en suavizar y distraer respecto a la incesante búsqueda de acumulación por parte de los capitalistas: hegemonía planetaria del valor de cambio del capital). De allí que recuperar a Foucault para pensar los procesos (conflictivos) en curso sea harto estratégico. Es que el neoliberalismo constituye antes bien una “racionalidad política” caracterizada por una búsqueda insistente y permanente de control y sujeción en la que los sujetos son partes activas de la reproducción de los modos, formas y contenidos en los que se desenvuelve el quehacer social y el ejercicio del poder en la cotidianeidad de nuestras vidas. En otros términos la racionalidad neoliberal inaugura una nueva forma de gubernamentalidad toda vez que, parafraseando a Carlos Gonzales, apunta a la conducción de los hombres o gobierno de los hombres, ya no desde la interpretación externa de la ley sino de la legalidad inmanente a la sociedad civil.

Solo de esta forma se puede divisar el fenómeno en toda su dimensión y comprender sus mutaciones, estrategias y su constitución ontológica que nos acerque a una definición del neoliberalismo actual en sentido amplio; esto es, como un conjunto de discursos, saberes, normativas y prácticas basadas en el modelo empresarial. Dicho modelo se caracteriza, según lo anunciábamos, por buscar expandir de forma totalizante elementos propios de la empresa (competencia, la meritocracia, emprendedurismo, mercantilización de las cosas y los vínculos, eficiencia, rentabilidad, costos, etc.) en un doble sentido: buscando que se imponga a escala global y expandiendo a los mismos más allá del ámbito económico. Ahora bien, resulta necesario destacar que el neoliberalismo a diferencia del liberalismo clásico que contemplaba en toda intervención del Estado una alteración al funcionamiento natural del mercado, promueve un “intervencionismo estatal permanente” (a través políticas públicas, promoviendo leyes, imponiendo decretos, cooptando un sector de la justicia, los medios de comunicación y los sindicatos, utilizando el poder represivo de las fuerzas de seguridad, construyendo subjetividad, etc.), no para corregir las desigualdades que el propio mercado provoca, sino más bien para allanar el terreno a la lógica empresarial en su afán de imponerse en el amplio abanico de las relaciones sociales, he allí su mayor fortaleza.

En efecto si ahondamos en las mediadas de gobierno que se vienen implementando en la Argentina desde la asunción de Mauricio Macri y, más específicamente en su política educativa, advertiremos ésta clara línea de acción. Un primer ejemplo es la institucionalización de los métodos de evaluación, cuya génesis es el medio empresarial, en la educación primaria y secundaria. Prueba de esto fue la puesta en marcha del “Plan Aprender” en octubre de 2016, que consiste en una evaluación estandarizada a nivel nacional en los ámbitos primarios y secundarios de la educación pública y privada, donde hay una clara tendencia de reducir la educación a un número que toma como parámetro del aprendizaje solo el rendimiento académico, descontextualizando así las particularidades de los espacios de aprendizajes y siguiendo la misma matriz metodológica que el Programa internacional de Evaluación de Estudiantes( PISA) elaborada por la Organización  para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OSDE). A su vez, la reforma educativa presentada como “Plan Maestro” por el Ejecutivo Nacional toma como referencia el documento elaborado en 2015 por economistas del Banco Mundial que llevo por título “Profesores excelentes. Como mejorar el aprendizaje en América Latina y el Caribe”. El mismo se presenta como un plan para aumentar los resultados del aprendizaje en los estudiantes y reducir el ausentismo docente, pero bajo una serie de engañifas da curso a un proceso de flexibilización, precarización y despidos del personal educativo. Afirmando, básicamente, que diferentes investigaciones concluirían que promoviendo la participación de los padres -vistos estos como meros clientes- y diferentes sectores de la sociedad (ONG, empresas, etc.) en temas vinculados con la contratación y el despido  docente, se reduciría el ausentismo y aumentaría el rendimiento del aprendizaje de los estudiantes. Como destaca el informe de CTERA “El Plan Maestro del Ministro de Educación y Deportes”, se pone énfasis en la articulación educación-trabajo, pero se parte de la mirada solo desde el empleo y con foco en las demandas de las empresas, revelando uno de los principios básicos de lo que hoy se conoce como “Nueva Gestión Pública”. Es decir, la educación pública es vista ya no como un espacio de construcción de valores, ciudadanía democrática, expresiones artísticas y espíritu crítico, sino solamente como un mero proveedor de un “capital humano” disciplinado para el mercado laboral.

A su vez, el gobierno del presidente Macri desde el inicio de su gestión, promovió una “descentralización” de programas socioeducativos como el Programa de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (FINES), Conectar Igualdad, Centro de Actividades Juveniles e infantiles (CAJ y CAI) y Coros y Orquestas que pasaron a depender de las administraciones provinciales. De esta forma, como ocurrió en los 90 con la descentralización con las instituciones educativas, se produce una desfinanciación de hecho donde el Estado nacional se desliga de responsabilidades y tales programas pasan a depender de la financiación que puedan destinar los gobiernos locales. Tal situación genera, por un lado, gran incertidumbre en miles de trabajadores de la educación que se desempeñan en dichas áreas y, por otro lado, afecta a niños, jóvenes y adultos que eran beneficiarios de dichos Programas en todo el territorio nacional.

En otro ejemplo de esta lógica empresarial llevada al ámbito de la educación, que por cierto se complementa con una campaña de desprestigio sistemática a las instituciones educativas estatales y el trabajo docente, se puede mencionar la decisión tomada por la Gobernadora María Eugenia Vidal la cual ordenó el cierre de 49 escuelas rurales en la jurisdicción bonaerense donde concurren niños de los sectores más postergados de la zona, utilizando como argumento que dichas escuelas cuentan con un numero de vacantes muy inferior  a las de la zona urbana. En esta medida se evidencia; por una parte, la implementación del plan de ajuste que se viene llevando a cabo en todos los ámbitos de responsabilidad estatal y; por otra parte,  el desinterés por la función social que dichos establecimientos cumplen en el día a día de las comunidades donde funcionan (son el centro de encuentro de los lugareños, se realizan tareas sociocomunitarias entre la escuela y los vecinos, los padres se acercan a realizar talleres y en muchos casos se utilizan las lanchas escolares para trasladar a los miembros de la comunidad a la zona urbana) que no hace más que profundizar el aislamiento de los habitantes de la zona, romper los lazos sociales y violentar el derecho al trabajo y a la educación que el Estado debe garantizar y proteger.

Párrafo aparte lo simboliza la decisión unilateral del gobierno nacional de eliminar las paritarias nacionales en el sector docente. Tal medida prefigura un escenario de jerarquización en las provincias distinguiendo, en una clara apuesta por la profundización de la desigualdad, escuelas con presupuestos salariales de primera y segunda según la capacidad presupuestaria de los gobiernos provinciales.

Por último, otro punto a destacar es el desfinanciamiento que vienen sufriendo las universidades, principalmente aquellas que mantienen una posición crítica al Gobierno Nacional siendo chantajeadas a través de la reducción o el retraso de las partidas presupuestarias asignadas que afectan su capacidad de funcionamiento diario. Así mismo, vale destacar la caída real a nivel presupuestario en todo lo que atañe a ciencia y técnica, esta área pasó de ocupar el 1.52% del total del presupuesto nacional en 2015 al 1.22% en 2018. Como lo advierten los integrantes del grupo de Ciencia y Técnica Argentina, este no es un hecho sorprendente sino una medida coherente con una política que promueve la desindustrialización y reprimarización de la economía argentina.

Estos ejemplos, por más fuertes y desdeñables que así puedan parecer a los ojos de incluso aquello dado en llamar el sentido común (que es y seguirá siendo la expresión más sutil y perfecta del ejercicio hegemónico de las clases dominantes) –por caso el cierre de escuelas o centros de actividades juveniles- sin embargo no deben concebirse como expresiones torpes y groseras de la clase dominante (hoy en los máximos cargos de gobierno) en su afán de saciar su avaricia y ambición insaciable. Tal lectura simplista supondría negar/desconocer la existencia de un plan político, económico y cultural (la búsqueda de implantar un orden societal para decirlo en clave de Ansaldi y Giordano) que al menos en la Argentina se remonta a 1955, es decir, estamos frente a una programática pensada y trabajada durante décadas por parte de los intelectuales orgánicos a los poderes fácticos locales y globales.

Explicitar tal precaución a la hora del análisis político respecto al gobierno de las finanzas y su política en materia de educación y, en general, en la pluralidad de ámbitos que hacen a la gestión estatal reviste, para quienes compartimos estas reflexiones, una importancia crucial de cara a la praxis de los proyectos contrahegemónicos o, si que quiere, de aquellxs cuyo ejercicio político se dirige a la consecución de otro orden, aquel en el que primen en sentido fuerte igualdad y libertad.

Sin pretender agotar la reflexión sobre el qué hacer de aquellxs que cuestionan los procesos de desigualdad en curso, tarea que nos excede intelectualmente y desde luego porque ello significaría desmerecer la inteligencia de todxs aquellxs que nxs movilzamxs ofreciendo puntos de resistencia en las territorialidades diversas en las que el ejercicio del poder neoliberal se ejerce; creemos oportuno sí compartir al menos una advertencia en lo que a los cuestionamientos por el desfinanciamiento sobre las universidades públicas refiere: la real caída presupuestaria que afecta el funcionamiento de las universidades en lo que atañe a la pluralidad de servicios que esta provee no debe ser cuestionada ni denunciada únicamente atendiendo a variables técnico/financieras. Pues circunscribir la crítica solo a esta dimensión nos entrampa en las preferencias del discurso neoliberal, esto es, pensar la educación y lo público como un número o, lo que es aún peor, como un costo.

De allí que la referencia inicial de materialidad y cultura, “Cultura y materialismo” en clave de Raymond Williams, nos deba instar a repensar nuestros propios discursos (incluso críticos) a los efectos de tornar voz populi que no solo vienen por el “gasto” (estamos tentados en decir que ello tal vez sea lo menos importante) sino por nuestros imaginarios, esto es: nuestros estructuras mentales de larga duración respecto a qué lugar y cómo ponderamos la educación y, en general, lo público en la cotidianeidad de nuestras vidas…

 

Un balance necesario (adelanto)* // Conversación con Diego Sztulwark sobre su nuevo libro junto a Horacio Verbitsky

*Entrevista realizada por León Lewkowicz y Facundo Abramovich.
La siguiente conversación es un adelanto de una entrevista que será publicada en forma completa el último domingo de Abril. Pretende indagar, a través de la mirada de Diego Sztulwark,  coautor junto a Verbitsky de Horacio Verbitsky, vida de perro. Balance político de un país intenso, del ‘55 a Macri – editado por Siglo XXI y Tinta Limón- las motivaciones que llevaron a la realización y publicación del libro. En la entrevista completa se intentará recomponer el hilo argumentativo e histórico que, juntos, los autores recorren.
El libro es un esfuerzo sistematizado de realizar un aporte a la comprensión del presente a partir de las imágenes que relampaguean en estos instantes de peligro. Son años y años de trabajo revisados y puestos en discusión.  ¿Un libro de historia? No. ¿Una biografía de Verbitsky? Tampoco. ¿Un libro de teoría política? Ni siquiera. Es mucho más que todas esas categorías que las librerías banalmente utilizan para catalogar. Sólo un lector desapercibido o un programa automatizado podrían decir eso. Es, sí, un excelente aporte a la discusión política: completo y realizado con el rigor que la coyuntura y la historia reciente merecen. En definitiva, un ejercicio por no subestimar al enemigo ni sobrestimar las fuerzas propias. Tampoco al revés. Un libro, ante todo, necesario para todxs lxs que deseamos (y luchamos por) una coyuntura distinta. Un libro-tarea: debe escribirse, reescribirse, tachar, borrar y sobre escribirse. El primer ejercicio ya lo tomaron los autores. Y aquí trataremos, como ya dijimos, de ver por donde va eso, en conversación con Diego Sztulwark.

 

Lobo Suelto: La iniciativa del libro es tuya porque veías la necesidad de hacer un balance de la historia reciente argentina, por un lado, muy tomada por la experiencia del kirchnerismo, pero dentro de un proceso que comenzó en 2001 y culminó con la victoria de la Alianza Cambiemos en 2015. No son pocos los/las interlocutores lúcidos que tuvo el kirchnerismo y que ha sabido integrar, siempre de modo complejo y muy elaborado, los sectores políticos de gran trayectoria, sean del mundo partidario, del territorial, del sindical e incluso, desde luego, del mundo “cultural”. En este sentido, una pregunta inmediata es ¿por qué Verbitsky?

 

Diego Sztulwark: Alrededor de 3 años atrás, me puse en contacto con Verbitsky por cuestiones por completo secundarias con respecto al libro, y lejos de encontrarme con el personaje inaccesible que se correspondería con el mito Verbitsky, descubrí a alguien que me respondía por correo electrónico de modo muy amable. Su buena disposición me hizo pensar en que podía proponerle la escritura de un libro dedicado a realizar un balance de los distintos procesos políticos que el país había vivido, porque me parecía que no estaban reunidos de manera sistemática y que no había nada al alcance de un lector que se quisiera formar políticamente. El contexto era el debate del kirchnerismo, que había tomado un montón de temas (derechos humanos, derechos sociales, historia) y los había resuelto de una manera que a mí me generaba una gran incomodidad. Cada uno de esos temas me parecía valioso en sí mismo y que se los tomase, pero el camino por el que se los llevaba me parecía incómodo.

Hacia el fin del kirchnerismo, pensaba que las personas más sensibles que habían estado metidas en ese proceso y comprometidas en su defensa, podían ganar una libertad de pensamiento y hacer un balance no estrictamente del kirchnerismo o de cómo el kirchnerismo abordó esos temas, sino de estos procesos largos que merecían ser pensados con más tiempo y en toda su complejidad. Se me ocurrió que lo podía hacer Horacio, por el hecho de que es una mentalidad ultra analítica y porque, además, tiene el hábito de hacer informes semanales desde hace años y años, como lo fueron sus columnas en Página/12 y ahora en El Cohete a la Luna. O sea que era él quien podía hacer ese trabajo.

Durante mis primeros años de militancia, había leído Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida, un libro de Roberto Mero de conversaciones con Juan Gelman, que me había impresionado mucho. Se me ocurrió entonces proponerle ese formato: una conversación apoyada en un índice que contuviera todos los procesos históricos recientes que había que revisar. La noche en la que Scioli es derrotado por Macri, por un punto en la segunda vuelta, le escribí diciéndole de manera más clara que teníamos que hacer eso, y él me respondió de inmediato que «sí, lo vamos a hacer». Pero, añadió, «soy un señor mayor, dejame que sea yo el que marque los tiempos». La cuestión es que en abril/mayo de 2016 nos pusimos a trabajar sobre el libro que conserva esta estructura: recorre procesos políticos desde 1955 hasta acá, toma la biografía de Verbitsky como excusa -no hay una investigación a fondo sobre su vida- lo que permite que, a través de su mirada, podamos repasar una cantidad muy grande de fenómenos. Creo que empieza en 1955 porque es muy marcante para la vida de Verbitsky como lo es también para la vida del país.

 

L.S.: Tampoco es este un libro de historia. Con frecuencia vos planteas una diferenciación entre historia e historicidad. ¿Por qué este libro es de historicidad y no de historia?

 

D.S.: Para el poeta Henri Meschonnic, el historicismo es la capacidad de entender un fenómeno reenviándolo a sus condiciones de posibilidad, y otra cosa es la historicidad: no solamente las cosas están fechadas en su nacimiento, sino que estos nacimientos son una obra, son algo que intenta escapar del presente, que intenta no obedecer el mundo tal y como es, que intenta crear algo nuevo. Entonces, a mí me parece que este libro habla, por un lado, de la historia de las desobediencias en la Argentina de un modo un poco paradójico: se refiere a las luchas, a los modos de no-obedecer, de resistir, de hacer revoluciones, pero también habla de las derrotas, de todo el peso que implica asumirlas, habla de la derecha. Verbitsky es un gran investigador de la derecha. Por ese lado también hay una tarea, una pregunta que nos queda a nosotros: ¿Cómo somos capaces de investigar al poder, a la derecha, de comprender la derecha, de caracterizarla, en función de esta historicidad, de estos desvíos, de estas desobediencias?

Creo que hay una línea que el libro intenta recorrer: la que empieza a trazarse con Prensa Latina, la agencia de noticias que se armó a partir de la Revolución Cubana, que se ocupaba de informar en contra de los monopolios imperialistas de la información y, además, de investigar. Fue en esta escuela de investigaciones antiimperialistas donde se formaron una cantidad de cuadros políticos que después alimentarían la inteligencia de las organizaciones revolucionarias armadas, de la guerrilla. Muchos de esos cuadros, como el caso de Verbitsky en la Argentina, se dedicaban a hacer la prensa clandestina y las tareas de inteligencia clandestina durante la dictadura.

Tirando de ese hilo, ya en democracia, se puede ver el trabajo de investigación no solo del lado del periodismo militante, sino, y sobre todo, de los organismos de derechos humanos (todo lo que tiene que ver con los juicios, con la reconstrucción de los crímenes). Y ver si hoy eso se puede reinventar para entender cuáles son las tramas financieras, policiales que están organizando la violencia en los barrios, así como ejercen la violencia de la acumulación del capital, hoy, con el neoextractivismo. Hay un hilo rojo de la investigación militante, política, que el libro va contando, capítulo tras capítulo. Para mí es fundamental: eso es la historicidad.

 

L.S.: Pareciera que hay dos tipos de relación con la historia: una postura más nostálgica con la derrota, y la que es una historia de la derrota propiamente dicha, como te dijo Eduardo Luis Duhalde[1], o sea un aprendizaje militante en la propia derrota. Con respecto a esto ¿por qué pensás que casi todo el kirchnerismo hizo una lectura más nostálgica, como es el caso de Página/12, y Verbitsky no?

 

D.S.: En mi opinión, cuando hay gobiernos que defender lo que suele aparecer es un sistema, como vimos estos años, en el que domina la idea de «no hacerle juego a la derecha». Entonces, no habría que adoptar una posición crítica frente al gobierno sino frente a la derecha que lo acosa. Se produce una suerte de blindaje que consiste en no reconocer los errores propios y ver solo la malignidad del enemigo. Creo que, a pesar de las diferencias con Verbitsky, en general tuvo una actitud mucho más crítica en varios momentos (recuerdo, por ejemplo, el caso Milani, cuando como presidente del C.E.L.S. se opuso directamente a la asunción de este) y sostuvo posiciones autónomas. Creo que él es el heredero de una agenda que tiene su propia consistencia, que viene de antes. El propio C.E.L.S. tiene su agenda propia. Y creo que existe esto que podríamos llamar el peso de una historicidad.

En el caso de Verbitsky, hay una suerte de realismo histórico muy fuerte, que hace que todo el tiempo él pueda decirme que las cosas que yo hubiera querido que pasen en este país no habrían podido pasar. Por ejemplo, si vamos a los primeros debates del kirchnerismo: ¿Había que reconocer o no a la CTA como una central autónoma con los mismos derechos de la CGT? Y él me contesta que hubiera estado muy bien, pero que Moyano no lo habría permitido nunca porque había que entender que con el kirchnerismo se iniciaba un nuevo momento de reorganización del sindicalismo y no quedarse con la discusión de la década de los años noventa. Ese tipo de realismo, que marca lo que se podía o no se podía hacer, es una evaluación siempre muy subjetiva y forma parte de las discusiones que podemos tener.  Cuando Verbitsky me dice que le parece muy bien que Kirchner haya incorporado al movimiento piquetero en los proyectos de inclusión, a mí me parece muy discutible porque son proyectos muy subordinados, que desconocen bastante los saberes de esos movimientos sociales y, además, queda la pregunta por la dificultad que tuvo el kirchnerismo para promover cuadros que habían empezado a foguearse de manera muy importante en esas luchas sociales.

Todo esto me hace pensar que algunas personas que vienen de la experiencia de los años setenta, muchas veces tienen categorías de pensamiento muy formadas, mientras que los que pertenecemos a otras generaciones sentimos la necesidad de introducir nuevas categorías acordes a cómo estamos percibiendo el mundo, sus procesos económicos, políticos, etc. En ese sentido, el libro también intenta dar cuenta de cuáles son las maneras en las que se puede discutir entre generaciones, entre gente que no tiene la misma posición política. A mi juicio, la historicidad son capas de desobediencia, no es la repetición siempre de la misma desobediencia. Me resulta muy interesante ver cómo Verbitsky apoya abrumadoramente y de forma explícita el 8M, por ejemplo, que está claro que no es un movimiento que podría haber surgido de la sensibilidad, de la mentalidad de un hombre de su generación. Son chicas jóvenes las que están protagonizando esto. Entonces hay momentos donde las categorías que uno tiene de pensamiento tienen que quedar suspendidas.

 

L.S.: Volver a la escucha, digamos.

 

D.S.: Claro, una escucha que tiene que ser capaz de conmover la cabeza de uno. Y eso no me parece fácil, menos a los setenta años, cuando uno ya publicó muchos libros y tomó posiciones muy duras.

 

L.S.: Conviven, como vos decías, los dos hilos: esta historicidad propia de luchas y desobediencias, y al mismo tiempo una meticulosa investigación sobre cómo la derecha se fue reorganizando, actualizando en cada coyuntura. En el medio, algo que subyace: la historia de nuestras derrotas es la historia de la subestimación del enemigo (desde Montoneros en la lucha armada hasta 2015). Y lo que en el libro se lee muy claramente es ese llamado a no repetir esta historia, ni como tragedia ni como farsa.

 

D.S.: Exactamente. No subestimar a la derecha y pensar seriamente la derrota. Y también agregaría, pensar la derrota sin mistificarla porque cuando esto sucede no se permiten comprender el papel de las fuerzas propias en la realidad. Es cierto que las derrotas son nuestra historia, pero también es cierto que en esas derrotas se configura un campo de realidad en donde las derechas tienen que actuar. Es decir, no todo es derrota. Hay derrotas y también conquistas, hay derrotas y hay puntos de no reversibilidad, hay derrotas y también momentos donde se le pone límite al poder: recordemos el año pasado con el 2×1. Por supuesto, después viene la elección y gana Macri. Uno no diría que lo que pasó con el 2×1 es una «victoria política», pero sí diría que hay derrotas que no hay que mistificar porque allí se demuestra que, además de la fuerza del enemigo, está la fuerza propia. Y creo que el esfuerzo del libro es poder pensar la derrota, la fuerza del enemigo desde las fuerzas propias, desde la historicidad: luchas sociales, luchas sindicales, movimientos populares. Desde ahí llamar a un realismo, a una suspicacia, a una cierta viveza. Pero insisto: son derrotas que no son derrotas definitivas. Las clases dominantes están lejos de producir la derrota que quisieran producir hoy. Tienen que laburar mucho para eso. Y nosotros tenemos que laburar mucho para que no lo logren.

 

 

[1] En otra de las preguntas que estarán publicadas en la entrevista completa, Diego Sztulwark cuenta una bella anécdota en la que Eduardo Luis Duhalde, ex secretario de Derechos Humanos, le dijo que “la militancia es la tarea de mantener viva la memoria histórica en los procesos de derrota.”

Los límites de la fotografía (y de los grandes premios internacionales) // Cora Gamarnik

 

En el año 2007 el World Press Photo de 2007 premió la foto de Spencer Platt. La imagen muestra a un grupo de jóvenes libaneses viajando a bordo de un Mini Cooper en las ruinas de Beirut. La primera interpretación que surge es de una supuesta banalización turística y/o deriva voyeurista que caracterizaría a la sociedad contemporánea. Pero la verdad era que esos jóvenes que se ven en la foto (luego entrevistados por un periódico belga) contaron que no eran turistas de paseo, sino refugiados que regresaban por primera vez a su barrio que había sido devastado por bombardeos israelíes. Esto lo cuenta en un artículo académico el investigador francés Andre Gunther.

 

 

Este año la foto ganadora es de Ronaldo Schemidt y lo que vemos en ella es a José Víctor Salazar Balza un joven venezolano prendido fuego. Lo primero que uno tendería a pensar es que la policía en medio de la represión a una manifestación opositora lo quemóLos medios en general cuando publicaron la foto colaboraron con esa interpretación. Pero esto tampoco fue así. El muchacho estaba en una manifestación contra Maduro. En un momento otros manifestantes opositores tiraron una molotov contra una moto en la que viajaban dos policías de la Guardia Nacional Bolivariana.

Los jóvenes atraparon la moto que conducían los dos agentes de la Guardia Nacional Bolivariana y los hicieron caer al suelo. Los guardias bolivarianos lograron irse pero la moto quedó en medio de la avenida. Los jóvenes la empujaron unos 50 metros. El fotógrafo continúa contando: “Empezaron a brincar encima de ella, como si fuese un trofeo para celebrar que habían golpeado a los guardias y se la habían quitado”.

En medio de esa situación otro manifestante golpeó el tanque de gasolina de la moto con un tubo, rompió su tapa e hizo saltar un chorro de varios litros de combustible que, al entrar en contacto con las llamas creó una bola de fuego que impactó en José Víctor Salazar, el joven que vemos en la foto y que ya lleva 27 operaciones para reconstruirse.

Esto se puede leer en dos medios no sospechados de simpatía con Maduro como son ABC de España y la BBC de Londres.

Pero hay que leer. No alcanza con mirar la foto.

 

La Tinta

Horacio González analiza el discurso de Lula y César González el fascismo ambidiestro // Clinämen

CLINAMEN – HORACIO GONZÁLEZ ANALIZA EL DISCURSO DE LULA

“Era un tipo de discurso rememorativo, apelaba a un cierto tiempo circular”, dice el docente, ensayista y ex director de la Biblioteca Nacional. Las alianzas con los artistas, la academia y los sectores religiosos.

 

CLINAMEN – EL FASCISMO AMBIDIESTRO, POR CÉSAR GONZÁLEZ

El escritor y cineasta analiza cómo crece una vez más el ataque contra los villeros, identificados como enemigos internos de la sociedad.

 

Marx y Foucault: trabajo abstracto y poder disciplinario // Jason Read

Marx usa el mismo término, trabajo abstracto, para referirse a dos problemas y prácticas diferentes, pero no necesariamente contradictorios. En primer lugar, el trabajo abstracto es el irreconocido equivalente que producen los diversos intercambios del mercado y que los sostiene. Un equivalente que no es solo la precondición del intercambio de bienes, sino también del intercambio de trabajo en el mercado. De este modo, dado que el trabajo abstracto, en este primer sentido, es inseparable de un equivalente puesto entre las mercancías en el mercado y una hora de trabajo, sirve como ideología “espontánea”[1]. El segundo problema abarca una práctica diferente, una producción diferente: la producción de trabajo abstracto dentro de las diversas sedes de la producción –el trabajo abstracto no como apariencia, o ideología, sino como un efecto de las relaciones de poder y las transformaciones tecnológicas que cancelan las diferencias individuales de fuerza, habilidad o resistencia. La unificación de estos problemas y sentidos diferentes bajo un mismo nombre, podría verse como una desafortunada “pobreza de lenguaje”, la confusa mezcla de dos conceptos distintos bajo el mismo término, o podría ser una indicación de la intersección e inseparabilidad del consumo y la producción, la ideología y el poder, como elementos constitutivos del modo de producción[2].

En el proceso de trabajo, el capitalista emplea diversos individuos, o cuerpos, y debe extraer de ellos no sólo fuerza de trabajo, sino la media social de fuerza de trabajo. Como expone Marx:

Otra condición es el carácter normal [normale Charakater] de la fuerza misma de trabajo. Ésta ha de poseer el nivel medio de capacidad, destreza y prontitud prevaleciente en el ramo en que se la emplea. Pero en el mercado laboral nuestro capitalista compró fuerza de trabajo de calidad normal. Dicha fuerza habrá de emplearse en el nivel medio acostumbrado de esfuerzo, con el grado de intensidad socialmente usual. El capitalista vela escrupulosamente por ello, así como por que no se desperdicie tiempo alguno sin trabajar. Ha comprado la fuerza de trabajo por determinado lapso. Insiste en tener lo suyo: no quiere que se lo roben. Por último y para ello este señor tiene su propio code pénal, no debe ocurrir ningún consumo inadecuado de materia prima y medios de trabajo. (CI 237/211).

Aunque la producción de trabajo abstracto implica la transición desde la cualidad –los diversos cuerpos que son puestos a trabajar– a la cantidad –la hora calculable de tiempo de trabajo–, no es reducible a esta transición dialéctica. El trabajo no es un inerte colector de cualidades que es homogeneizado y cuantificado; por el contrario, es una multitud de cuerpos que resisten a través de su irreducible pluralidad y heterogeneidad. Por ello, la transición de la cualidad a la cantidad abre otro problema: el problema político del control del trabajo vivo.

En el capítulo anterior vimos que la acumulación originaria no era simplemente una transformación violenta –los violentos dolores de parto del nacimiento del modo de producción capitalista–, era en sí misma una transformación de la forma de la violencia –de la esporádica y cruel violencia del modo de producción feudal a los actos más o menos cotidianos de la explotación y la dominación. Marx indica la transformación a través de una serie de figuras, o alegorías, en las que aspectos del poder soberano, o incluso el poder antiguo, se desplazan de la esfera política y se colocan dentro del modo de producción capitalista. Por ejemplo, escribe Marx en el mismo párrafo de “la sagacidad legislativa de los Licurgos fabriles” y que en “el código fabril en el cual el capital formula, como un legislador privado y conforme a su capricho, la autocracia que ejerce sobre sus obreros sin que en dicho código figure esa división de poderes de la que tanto gusta la burguesía, ni el sistema representativo, aun más apetecido por ella” (CI 517/447). Marx utiliza todos los personajes y figuras de la historia mundial desde la antigua Grecia al despotismo asiático para presentar el poder del capital. Más allá y dentro de estas figuras retóricas de poder, Marx mantiene un comparación sostenida entre la supervisión de los trabajadores dentro del modo de producción capitalista y la disciplina militar.

La subordinación técnica del obrero a la marcha uniforme del medio de trabajo y la composición peculiar del cuerpo de trabajo, integrado por individuos de uno u otro sexo y pertenecientes a diversos niveles de edad, crean una disciplina cuartelaria [kasernenmäßige Disziplin] que se desenvuelve hasta constituir un régimen fabril pleno y que desarrolla completamente el trabajo de supervisión ya mencionado con anterioridad y por tanto, a la vez, la división de los obreros entre obreros manuales y capataces, entre soldados rasos de la industria y suboficiales industriales. (CI 517/447)

Estas figuras y formulaciones podrían entenderse a la manera de una lectura sintomática althusseriana, como figuras que sustituyen al concepto ausente: el concepto de la forma de poder producida por el modo de producción capitalista y productora del mismo[3].

Este concepto ausente ha sido producido quizás por Foucault. Aunque Foucault no pretendió completar, o hilar, las observaciones de Marx sobre la formación de poder en el modo de producción capitalista, al ofrecer una investigación del poder en el capitalismo, sus análisis del poder disciplinario confluyen con Marx en varios puntos. Primero, como he señalado, se da una transición desde el poder organizado de acuerdo con la “ley” y su “trasgresión” al poder organizado según una norma. El poder organizado de acuerdo con la ley, lo que Foucault llama “poder soberano” sólo puede responder o castigar en relación con una trasgresión. Es por naturaleza binario: sólo hay dos términos: legal o ilegal[4]. Una “norma” por el contrario, permite una infinita graduación de distinciones –uno siempre puede estar por debajo de una norma–, por ello siempre existe la posibilidad de una infinidad de intervenciones, vigilancia continua y perfeccionamiento[5]. Esta es quizás la distinción que Marx presenta en la figura del código penal que opera en la fábrica: no es únicamente que el poder político se desplace a un lugar diferente, sino que ese poder se transforma de tal manera que cambian su manera de funcionar, sus objetivos y sus técnicas.

La historia de la formación del capital es además una historia de técnicas y tecnologías de poder diferentes. Como resume Foucault: “podemos encontrar entre las líneas de El capital un análisis, o al menos un esbozo de análisis, de lo que sería la historia de la tecnología de poder tal como se ejercía en los talleres y las fábricas”[6]. En el centro de este esbozo hay un problema específico: la modificación de la estructura y el terreno de violencia que es parte de la formación del modo de producción capitalista. En los pasajes sobre la acumulación originaria, Marx ilustra este pasaje contraponiendo la violencia feudal, esporádica, excesiva y cruel –una violencia que atraviesa al estado– con la estandarizada coerción cotidiana de la fábrica capitalista. En este punto también, el análisis foucaultiano del poder disciplinario puede leerse como una elaboración de la teoría de la transformación del poder y la violencia que despunta en Marx. Foucault argumenta que el poder disciplinario es tanto un efecto como una condición del surgimiento del capitalismo[7].

Antes de la formación del capitalismo, la riqueza feudal descansaba en la tierra y en los tesoros acumulados de los señores y soberanos, relativamente segura. Con el desarrollo del capitalismo, la riqueza o producción de valor se hizo dependiente de la intersección entre los cuerpos de los trabajadores y un aparato productivo cada vez más caro (maquinaria, herramientas, redes de transporte). Esta transformación expone la riqueza y el poder de la clase burguesa recién surgida a nuevos tipos de ilegalidad: un nivel completo de “ilegalidades” cotidianas –robos, sabotajes y ocupaciones– que el viejo sistema podía tolerar, se vuelven ahora intolerables. “La manera en que la riqueza tiende a invertirse, de acuerdo con unas escalas cuantitativas completamente nuevas, en las mercancías y las máquinas, supone una intolerancia sistemática y armada respecto del ilegalismo”[8]. Al mismo tiempo que la nueva rejilla de poder se inserta en las redes de propiedad, defendiendo y guardándolas, actúa sobre los sujetos –haciéndolos no sólo obedientes sino productivos. “El problema que se plantea entonces es el de fijar a los obreros al aparato de producción, de incardinarlos o desplazarlos allí donde se los necesita, de someterlos a un ritmo fijo, de imponerles la constancia y la regularidad que dicho ritmo implica, en suma, constituirlos en fuerza de trabajo”[9]. De este modo, con el capitalismo emergen un “conjunto de técnicas por las que el cuerpo y el tiempo de los hombres se convierten en fuerza de trabajo y tiempo de trabajo”[10]. El poder disciplinario produce una población, o sujeto del trabajo, que es a un tiempo productiva, según las normas y exigencias del trabajo abstracto, y dócil.

Aunque el análisis foucaultiano del poder disciplinario ofrece en parte una elaboración y clarificación de la forma de poder que coincide con el desarrollo del modo de producción capitalista, sigue habiendo una profunda diferencia entre Foucault y Marx sobre el progreso histórico y la formación de este tipo de poder. El análisis foucaultiano del “poder disciplinario” encuentra su lugar en una genealogía de las estructuras contemporáneas al poder moderno, mientras que los comentarios y figuras que Marx expone de la formación de poder en el capitalismo se colocan sobre el fondo de un amplio examen, de varios exámenes entre los que sobresalen la historia de la formación y transformación del modo de producción capitalista y el aumento de la extracción intensiva y extensiva del plusvalor. Esta diferencia no es sólo una distinción entre los fondos sobre los que se expone un concepto, en último término es una distinción en lo que llamé anteriormente “lógica de la presentación”. Esto es, lo que está en juego entre estas dos presentaciones diferentes no es sólo una cuestión de filosofías de la historia rivales –una historia de las diferentes formaciones de poder y el modo en que invisten el cuerpo como opuesta a una historia del modo de producción capitalista–, sino más bien una comprensión de la materialidad del poder. Por materialidad me refiero a los efectos complejos y múltiples que el poder ejerce, no únicamente sobre otros poderes, o estrategias, sino también la inscripción de los efectos de poder en diferentes prácticas e instituciones.

Enmarcadas de esta manera, podemos ver las más sorprendentes similitudes y diferencias entre las concepciones del poder de Marx y Foucault. En cuanto a las similitudes, podemos encontrar en ambos una concepción “transversal” del poder: el poder no se localiza en un nivel o instancia del campo social, como el estado, sino que atraviesa las diferentes instituciones y prácticas[11]. El poder es heterogéneo: sólo podemos hablar de poderes y de sus interacciones diversas[12]. Una consecuencia de esta concepción del poder es que a pesar de la atención que Marx y Foucault prestan a la historia concreta de las instituciones (prisiones, hospitales y fábricas, etc.), estas instituciones no explican por sí mismas las relaciones sociales y el conflicto, sino que deben ser explicadas por las relaciones de poder[13]. Así, Marx y Foucault se vinculan quizás en el simple hecho de que ambos deben producir un concepto al nivel más alto de “abstracción” para dar cuenta de las relaciones de poder que atraviesan el campo social. Para Marx, este concepto es el de modo de producción, que no es sólo la economía, sino la relaciones complejas y mutuamente determinadas entre lo económico, lo político y las relaciones sociales. En palabras de Marx:

En todos los casos es en la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos, relación ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social, donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda la estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso[14].

El concepto de modo de producción cortocircuita cualquier división a priori entre la esfera política y la esfera económica, una división constitutiva no sólo de la economía política burguesa sino también de la teoría política en general[15]. Reemplaza esa división con una historia de las relaciones complejas entre una relación particular de trabajo –las condiciones tecnológicas– y el estado. Una violación similar de la división entre lo económico y lo político recorre la comprensión foucaultiana del poder disciplinario. El poder disciplinario se entrelaza con las nuevas tecnologías y las exigencias de producción tanto como con los nuevos desarrollos en el código penal. Como argumenta Balibar:

“Disciplina” y “micro-poder” representan por tanto al mismo tiempo el otro lado de la explotación económica y el otro lado de la dominación jurídico-política de clase, que hacen posible ver como una unidad; es decir, entran en juego exactamente en el punto del “corto-circuito” que Marx establece entre economía y política, sociedad y estado[16].

Es más, la idea foucaultiana de dispositivo (Dispositif) está escrita contra toda supuesta división o estructura causal de prácticas divergentes. Un dispositivo está constituido por un conjunto heterogéneo de prácticas –por ejemplo, en el caso del “dispositivo disciplinario”, éste incluiría una relación legal particular, una relación económica, formas arquitectónicas (la prisión y la fábrica), así como toda una serie de discursos y formas de conocimiento. El dispositivo foucaultiano se acerca a ciertas dimensiones del concepto de modo de producción acuñado por Marx: en ambos casos se trata de la articulación de las relaciones entre elementos dispares. Para Foucault, la conexión entre los diversos elementos es generada únicamente por una relación específica de poder o situación estratégica.

El dispositivo se constituye propiamente como tal, y sigue siendo dispositivo en la medida en que es el lugar de un doble proceso: proceso de sobredeterminación funcional, por una parte, puesto que cada efecto, positivo o negativo, querido o no, llega a entrar en resonancia, o en contradicción, con los otros, y requiere una revisión, un reajuste de los elementos heterogéneos que surgen aquí y allá. Proceso, por otra parte, de perpetuo relleno estratégico. Tomemos el ejemplo del encarcelamiento, ese dispositivo que hizo que en un momento dado las medidas de detención parecieran el instrumento más eficaz, más razonable, que se pudiera aplicar al fenómeno de criminalidad. ¿Qué produjo esto? Un efecto que no estaba de ningún modo previsto de antemano, que no tenía nada que ver con una argucia estratégica de algún sujeto meta o transhistórico que se hubiera dado cuenta de ello o la hubiera querido[17].

Las aparentemente estáticas y estables formas e instituciones del campo social y político deben conectarse en cada caso con las relaciones y los conflictos de poder que las provocan y determinan.

Negri sugiere que el uso que Marx hace del término “modo de producción” abarca tanto un sentido histórico mundial –el paso del modo de producción asiático al capitalista, desarrollado de manera más intensa en el cuaderno sobre las formaciones económicas precapitalistas– y, en menor escala, la transformación de las condiciones tecnológicas y sociales del trabajo desde la artesanía a la industria a gran escala, analizada en El capital[18]. Poniendo entre paréntesis por un momento la decisión de Negri de identificar la segunda definición de modo de producción como la “apropiada”, es posible encontrar otro importante paralelismo con Foucault. Como escribe Deleuze respecto a Foucault:

Esta tesis sobre los dispositivos de poder me parece que presenta dos direcciones, en absoluto contradictorias, pero distintas. De todas formas, estos dispositivos eran irreductibles a un aparato de Estado. Pero en una dirección, consistían en una multiplicidad difusa, heterogénea, de micro-dispositivos. En otra dirección, reenviaban a un diagrama, a una especie de máquina abstracta inmanente a todo el campo social (como el panoptismo, definido por la función general de ver sin ser visto, aplicable a una multiplicidad cualesquiera). Eran como dos direcciones de microanálisis, igualmente importantes, ya que la segunda mostraba que Michel no se contentaba con una “diseminación”[19].

Tanto para Foucault como para Marx, la “estructura”, dispositivo o modo de producción, se amplía, por un lado, para incluir el campo social entero, mientras se reduce, por el otro, para incluir la multiplicidad de ejemplificaciones espaciales específicas de esta estructura. Como escribe Marx en los Grundrisse: “La producción es siempre una rama particular de la producción –vg., la agricultura, la cría del ganado, la manufactura, etc.– o bien es una totalidad” (G 6/21). Es con respecto a esta primera dirección, el dispositivo específico o la rama particular de la producción, como la estructura es identificada de modo más completo e implicada dentro de una instancia concreta e incluso tecnológica como la fábrica o la prisión. Si estas direcciones no son, como argumenta Deleuze de Foucault, contradictorias, son al menos no idénticas. La relación entre las dos direcciones es de tensión: entre la causa inmanente y sus instancias específicas. El capitalismo, el modo de producción capitalista, no puede identificarse con la fábrica, del mismo modo que el poder “disciplinario” no puede identificarse con la prisión. El campo social inmanente está constituido por una multiplicidad de dispositivos o relaciones, en el caso del capitalismo, el modo de producción está además constituido por las relaciones de distribución y consumo, que, aunque constitutivas del campo social, poseen lógicas diferenciadas y divergentes de aquellas que se encuentran en la producción propiamente dicha[20]. La no identidad de las dos direcciones de análisis –las relaciones inmanentes del campo social y las estructuras concretas– es también la no identidad de las estrategias antagonistas que atraviesan estos vectores. Las resistencias a pequeña escala, en la fábrica o la prisión, producen diferentes efectos a gran escala.

Marx y Foucault divergen también respecto a la lógica y las relaciones de antagonismo. Para Marx, la multiplicidad de instancias de lucha son siempre reducibles, al menos virtualmente, al conflicto sobre la explotación, con la reducción del tiempo de trabajo y la materialidad de la necesidad, a un lado, y la demanda de explotación –la reducción del trabajo necesario y el aumento del plusvalor– al otro. Mientras que en Marx hay un primado del antagonismo, con su bifurcación implícita de lo social, en Foucault encontramos un agonismo, la multiplicidad de relaciones conflictivas[21]. Marx dio diferentes versiones de esta reducción: a veces, como en La ideología alemana, descansa en la tendencia histórica a la “proletarización”, la reducción de todas las funciones sociales al trabajo y la reducción de todo trabajo a sus formas más simples y precarias; en otras ocasiones, sobre todo en los Grundrisse, la simplificación de los antagonismos se asienta en el desarrollo de las fuerzas productivas hasta el punto en el que el trabajo se agota como base del valor[22]. Por otro lado, Foucault mantiene una pluralidad o multiplicidad fundamental de las relaciones de poder. Cualquier división o dualidad del poder en dos bandos debe producirse por una interconexión de los varios y singulares espacios de poder[23].

Marx y Foucault pueden diferenciarse también, o incluso oponerse, respecto al modo como sitúan el problema de la subjetividad[24]. Mayormente, Marx subordina el análisis de la producción de la subjetividad a un análisis de la producción material: las transformaciones de la subjetividad son tenidas en cuenta sólo en tanto que se entrelazan con las transformaciones y conflictos de la producción material. Sin embargo, esta marginación del problema de la producción de la subjetividad se complica profundamente gracias al reconocimiento que Marx realiza de la co-implicación del capitalismo y el poder subjetivo abstracto del trabajo vivo. En Marx hay un reconocimiento de la actividad subjetiva abstracta que es constitutiva del modo de producción combinada con fragmentos incompletos hacia un análisis del modo en que este potencial se forma en sujetos concretos y determinados. Es posible encontrar en la obra de Foucault, si no un énfasis opuesto, al menos un énfasis que puede oponerse a Marx productivamente. Foucault se centra casi exclusivamente en el modo en que los diferentes regímenes de poder constituyen diferentes sujetos, y a veces este interés parece excluir virtualmente cualquier cosa que se parezca a un pensamiento de la actividad subjetiva abstracta que excede este proceso de sujeción[25]. Sin embargo, en los últimos trabajos de Foucault, la inmanencia de la producción de la subjetividad en las relaciones de poder y saber forma pareja con una creciente insistencia en la irreductibilidad de la subjetividad a las condiciones de su producción. Es un efecto del poder, pero no es nunca sólo un efecto del poder. Como escribe Deleuze: “La idea fundamental de Foucault es la de una dimensión de la subjetividad derivada del poder y el saber sin depender de ellos”[26]. La subjetividad no es exterior a las relaciones de poder, pero constituye una dimensión añadida, que es la posibilidad de resistir, para una invención irreductible a sus condiciones. Por ello, lo que en principio aparece como una diferencia de énfasis, o incluso una comprensión diferente del término subjetividad –Marx se centra en un potencial subjetivo abstracto anterior a la sujeción, mientras que Foucault lo hace en los modos particulares de sujeción– puede también entenderse como un modo diferente de enmarcar la inmanencia de la subjetividad en la “estructura”[27]. En Marx, la inmanencia de la subjetividad en el modo de producción capitalista se plantea a través de la inmanencia del trabajo vivo en el capital –para Foucault es la inmanencia de la subjetividad en las relaciones de poder y saber que la producen. La relación entre las dos ideas bordea una inversión: con Marx, la subjetividad –el poder del trabajo vivo– es inmanente en la estructura –el capital– que produce; mientras que en Foucault, la subjetividad –la específica subjetividad constituida históricamente– es inmanente en las estructuras –las relaciones de saber y poder– que la producen.

No se trata de desarrollar una explicación exhaustiva de la relación entre Foucault y Marx, sino de desarrollar los problemas específicos en la lógica de la relación entre el trabajo vivo y el abstracto. Lo que se estableció arriba como un conjunto de agudas divergencias entre Marx y Foucault será replanteado como una serie de preguntas o problemas para el examen de esta relación[28]. Primero, ¿cuál es la relación entre la pluralidad de las instancias conflictivas y la dualidad del antagonismo? En otras palabras, ¿cuál es la relación entre la complejidad del modo de producción –el entrelazamiento de las prácticas política, económica, social y técnica– y el antagonismo dual entre el trabajo dirigido a las necesidades, los deseos y el poder creativo de los sujetos trabajadores y el trabajo como actividad subordinada a la demanda de plusvalor? Segundo, ¿cómo es posible pensar el trabajo vivo, y la subjetividad que implica, como inmanente por entero en el capital (como productivo y producido) sin reducirlo a un mudo efecto del capital? Inversamente, ¿cómo es posible pensar la invención o la resistencia sin recurrir a una dimensión de transcendencia? Si tenemos un gusto por la generalidad, o la historia intelectual, estos dos problemas pueden reformularse como una cuestión de la relación entre subjetividad y estructura.

Fragmento de Read, Jason, La micropolítica del capital. Marx y la prehistoria del presente, trad. Aurelio Sainz Pezonaga, Ciempozuelos, tierradenadie ediciones, 2016.

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NOTAS:

Reproducimos este fragmento con permiso de la State University of New York Press © 2003. El título es del editor.

[1] Althusser apunta que la “ideología burguesa del trabajo” se funda en parte sobre la idea de una equivalencia, que el trabajo se paga por su valor. El otro elemento de esta ideología incluye la ideología jurídico-moral del contrato y la idea de la neutralidad de la división técnica del trabajo, un punto sobre el que habrá que volver (Sur la reproduction, 67). Esta ideología es “espontánea” en la medida en que es producida por las propias prácticas sin que sea necesaria la imposición de una ideología oficial. Más adelante, Althusser clarifica que no hay algo así como una ideología verdaderamente espontánea, una ideología que sería el efecto secundario necesario de una práctica determinada, ya que las diferentes y divergentes ideologías espontáneas entran en relaciones conflictivas (Ibíd., 115).

[2] “La ideología del mercado no es un lujo o un adorno ideacional representativo suplementario que podamos apartar del problema económico para después enviarlo a una morgue cultural o superestructural a que lo diseccionen los especialistas. Lo genera de algún modo la cosa misma como imagen derivada suya, necesariamente objetiva; de alguna forma, ambas dimensiones deben registrarse juntas, en su identidad tanto como en su diferencia” (Fredric Jameson, Teoría de la postmodernidad, 199-200)

[3] “Filosofía”, 32-33/22-23.

[4] A pesar el hecho de que la ley soberana tenga sólo dos términos, no está en absoluto empobrecida semióticamente. Más bien, lo que revela el análisis foucaultiano es una compleja economía de signos: la tortura y ejecución del cuerpo del condenado tienen como uno de sus elementos centrales la significación del poder soberano (Vigilancia, 52/52). El argumento de Foucault respecto a la semiótica del poder soberano puede entenderse como similar a la exposición que realizan Deleuze y Guattari respecto a la centralidad de los códigos en la sociedad precapitalista.

[5] Ibíd., 189/184.

[6] Michel Foucault, “Les mailles du pouvoir”, 189.

[7] Ibíd., 200. Esta conferencia, que fue presentada por primera vez en Brasil en 1981, constituye la mayor valoración de la influencia de la relación entre Foucault y Marx. No sólo conecta en ella el surgimiento del capitalismo con el poder disciplinario, una declaración que puede encontrarse a lo largo de la obra de Foucault, sino, más importante, y menos común, localiza en la obra de Marx un pensamiento complejo sobre el poder. Esta última afirmación contrasta fuertemente con otra en La historia de la sexualidad o en sus escritos sobre poder / saber en los que Foucault defiende que Marx, y sobre todo, el marxismo continúa atrapado en un concepto soberanista de poder en el que éste se ve como algo que puede poseerse en lugar de como una relación.

[8] Vigilar, 90/88.

[9] Michel Foucault, “The Punitive Society”, 33–34.

[10] Michel Foucault, “La vérité et les formes juridiques”, 622. En este texto Foucault argumenta específicamente contra un marxismo tradicional que entiende el trabajo como la esencia concreta del hombre y, por ello, sólo puede entender la explotación como la alienación de esta esencia y no como la producción de una relación.

[11] Aunque el término transversalidad está tomado de la obra de Félix Guattari (Molecular Revolution: Psychiatry and Politics, 17), el mismo Foucault usa el término para referirse a las luchas políticas posteriores a mayo de 1968, que provocaron su replanteamiento del poder (“The Subject and Power”, 211).

[12] Foucault, “Les mailles du pouvoir”, 187.

[13] Gilles Deleuze, Foucault, 105/82

[14] Karl Marx, El capital. Tomo III, 1007.

[15] Balibar desarrolla esta noción del “corto-circuito” de Marx en su artículo “The Notion of Class Politics in Marx”. Balibar escribe que “la relación laboral (como una relación de explotación) es inmediata y directamente económica y política; y la forma de la “comunidad económica” y el Estado ‘surgen’ al mismo tiempo a partir de esta ‘base’… En otras palabras, las relaciones de explotación laboral son a la vez la semilla del mercado (comunidad económica) y la semilla del estado (soberanía / servidumbre). Esta tesis puede y debe parecer desafinada y discutible cuando se observa desde una perspectiva estática… Sin embargo, puede ser más singularmente explicativa si la noción de ‘determinación’ recibe un sentido fuerte, esto es, si se la considera como el hilo conductor para analizar las tendencias de transformación del mercado y el Estado burgués en los dos siglos pasados o, incluso mejor, siguiendo el mejor ‘análisis concreto del marxismo’, para analizar las coyunturas críticas que pautan esta transformación tendencial y que precipitan sus modificaciones” (34).

[16] Étienne Balibar, “Foucault and Marx: The Question of Nominalism”, 51.

[17] Foucault, “El juego de Michel Foucault”, en Saber y verdad, 129-130.

[18] Antonio Negri, “Interpretación de la situación de clase hoy: aspectos metodológicos”, 86.

[19] Gilles Deleuze, “Desire and Pleasure”, 184.

[20] Eric Alliez y Michel Feher reúnen a Marx y Foucault enfatizando las divergencias espaciales de las diferentes estructuras, al tiempo que los sitúan dentro de la misma máquina abstracta: “De ahí que la sujeción como relación social inherente al capitalismo permee la sociedad entera: desde el sometimiento a las máquinas técnicas (productoras masivas de bienes) que permite la extracción de plusvalor, a la sujeción a los electrodomésticos (bienes producidos en masa) que asegura su realización, a través de la subordinación a los bienes públicos que garantiza el funcionamiento continuo del circuito de valorización (o al menos su recomienzo cotidiano). En todos los niveles, la sujeción va ligada a la independencia del sujeto: como trabajador libre, ciudadano responsable y, finalmente, como consumidor que maximiza su utilidad dentro de los límites impuestos por su salario… De modo más específico, es el entrecruzamiento de fronteras entre sectores –que pasa por la fábrica, la escuela, el supermercado– lo que actualiza la libertad individual al tiempo que garantiza su sujeción” (“The Luster of Capital”, 345).

[21] Aquí sigo las sugerentes observaciones de Balibar sobre el antagonismo en Marx y el agonismo en Foucault (“Conjunctures and Conjectures”, 33).

[22] Doy una presentación demasiado corta de dos argumentos muy diferentes y complejos. Sin embargo, mi intención es doble: primero, señalar que la proletarización, o la simplificación inevitable de los antagonismos de clase, no es la única narrativa que sustenta la persistencia del antagonismo en Marx; y segundo, comenzar a indicar una tensión en Marx y en el capitalismo, entre la proletarización y la socialización del trabajo.

[23] Este argumento lo desarrolla Foucault, como se sabe, de manera enérgica en La historia de la sexualidad I (114/127). Sin embargo, en un seminario impartido el mismo año en el que se publicó este libro, titulado “Il Faut Défendre la Société” Coursau Collège de France 1976”, Foucault desarrolla una genealogía de la concepción dualista o antagonista de la sociedad, el mito de la lucha de clases o racial demostraría los méritos tácticos y las limitaciones de una presentación de la sociedad de ese tipo.

[24] Sin respaldar necesariamente todo lo que dice, el siguiente pasaje de Balibar proporciona una sucinta exposición de esta diferencia: “Para Marx, la práctica es una producción externa par excellence, que produce efectos fuera de sí misma y, en consecuencia, produce también efectos de subjetivación (el conflicto que desarrolla en el área de los “medios de producción”), mientras que para Foucault, el poder es una práctica productiva que actúa en primer lugar sobre los cuerpos mismos, apuntando inicialmente a la individualización de la subjetivación (podríamos incluso hablar de “práctica para el yo” o “del yo”), produciendo por ello efectos de naturaleza objetiva, o conocimiento. Esto se resume en que la lógica foucaultiana de las relaciones de poder se apoya en la idea de la plasticidad de la vida, mientras que la lógica marxista de la contradicción (que interioriza relaciones de poder) no puede disociarse de su inmanencia dentro de la estructura (“Foucault and Marx”, 53).

[25] En estos términos critican Deleuze y Guattari a Foucault (Mil mesetas, 153) en una línea que sigue una lógica similar a la del trabajo vivo en Marx, para el que la cuestión no es sólo de resistencia, sino de un elemento creativo que es, a la vez, anterior y constitutivo de las estructuras que lo controlan. Sin embargo, a veces Deleuze presenta esto no como una crítica, sino atribuyendo a Foucault una idea de resistencia anterior a la dominación. “En Foucault hay un eco de las tesis de Mario Tronti en su interpretación del marxismo: la idea de una resistencia obrera que sería anterior con respecto a las estrategias del capital” (Foucault, 119n26).

[26] Deleuze, Foucault, 133-134/108–109.

[27] “Estructura” se usa aquí como referente genérico de dos conceptos divergentes: el modo de producción capitalista y el dispositivo de poder.

[28] Un segundo problema completamente distinto se da en uno de los modos específicos en los que Marx y Foucault convergen. Me refiero a un punto virtual, o incluso posible, ubicado en ciertas tendencias dentro de los textos de Marx y Foucault y actualizado en una historia de lecturas que han encontrado en Marx y Foucault un determinismo inevitable. Por supuesto, si Marx y Foucault llegan al determinismo, lo hacen por vías fundamentalmente distintas. Como ya he sugerido, la tendencia hacia el determinismo en Marx se entrelaza con su tendencia hacia el economicismo: el espacio social está enteramente determinado y apresado por las “leyes” de la economía; mientras que la tendencia foucaultiana hacia el determinismo es diferente: quizás pueda describirse como una creciente internalización de las relaciones de poder hasta el punto en que la subjetividad se hace idéntica a la sujeción. Como escribe Foucault: “El hombre de que se nos habla y que se nos invita a liberar es ya en sí el efecto de un sometimiento mucho más profundo que él mismo” (Vigilar, 36/34). No está dentro del propósito de este libro responder a las varías obras críticas que han convertido estas tendencias, en sí mismas inseparables de sus contratendencias, en la supuesta verdad de los textos de uno y otro autor, abriendo paso a un rechazo de los mismos sobre la base de su pesimismo insuperable (véase Warren Montag, “The Soul Is the Prison of the Body: Althusser and Foucault, 1970–1975”, 55). Más bien, estas tendencias resaltan la importancia y la naturaleza radical de la perspectiva del trabajo vivo, como es desarrollado por Tronti y Negri (implicitamente en el primero, de manera explícita en el segundo).

Fuente: Youkali

¿Tanto bondi por un chofer? // Diego Valeriano

 

El guacho esta tirado en una de las camas de la pieza de sus hermanas, es casi el único lugar en el mundo donde nadie lo molesta. ¿Tanto bondi por un chofer?, piensa mientras mira la tele. Los pibes no paran de mandarle audios que él ignora. Llamativamente está tranquilo y careta, pero no deja de pensar que es demasiado alboroto por el chofer. Fue un garrón quedar perdidos en el fondo, andar amanecidos, caminar todo lo que caminaron, estar enfierrados y tomarse el 620.

Todo fue un garrón, desde la mañana del sábado que arrancó y no volvieron. Y también un garrón todo lo que le viene pasando: el escabio, ser tan atrevido y que Caro no lo deje ver a Natahel. ¿Pero tanto escándalo por el chofer de un bondi? ¿Cuántas veces tiró y no supo qué paso después? ¿A cuántos hizo perder sin saberlo? ¿Cuantas veces la agito con el fierro para hacerse respetar? ¿Cuántas veces tuvo suerte? ¿Cuántas balas con su nombre? ¿Cuántas guardias de hospital, médicos clandestinos, enfermeras cura chorros o aguantarla en algún rancho con falopa, amoxicilina y vodka? ¿Cuántas lágrimas tatuadas, cuántos murales en los monobloks, cuántas novias llorando en las guardias tribunales?

Escucha que era el cumpleaños de una de las hijas y piensa en sus hermanitas. ¿Quién me llorará? También piensa en sus sobrinitos que vieron cómo el jefe de calle de la segunda les fusiló al viejo en la puerta de la casa, y cómo después se lo llevaron para tirarlo por ahí, diciendo que había sido un enfrentamiento. ¿Quién hace bondi por los pibes que perdieron, por los que murieron desangrándose en los calabozos, por los que cosieron a tiros en los pasillos, por los que caminaron con demasiado desde donde no correspondía?

Sabe que vienen  por él, demasiado alboroto y ya se metieron los políticos. Espera que sus hermanas vuelvan de la escuela para poder abrazarlas fuerte, para despedirse sin que se den cuenta. A la vieja no le va a decir nada, ella entiende todo y segundea siempre, aunque no esté de acuerdo, aunque se desgarre de dolor por los hijos que crio. Buscará refugio en el bajo donde todavía le quedan amigos, se guardará un rato hasta que todo pase, hasta que la gente se enoje por otra cosa, hasta que la tele  hable de otros muertos y después verá.

Artista invisible. Notas del seminario-happening-fiesta Aprender un cuerpo en el encuentro de danza SUDA (Valparaiso)*// Silvio Lang

Tomar cualquier técnica de baile, o práctica deportiva, o un arte marcial que hayas frecuentado. El kalari, por ejemplo, esa antigua danza guerrera de la antigua India. Volver a entrenarlo pasándoselo a otrxs. Listar las figuras, los gestos, los movimientos de ese entrenamiento. Para luego tomar cualquier de sus partes y amplificarlas, exagerarlas, hasta deformarlas. Desplazar esas deformaciones en la pista, sentirse una materialidad mutante y transhumante. Condensar esos desplazamientos y esos agrandamientos. Discernir en ese tiempo resonante de la condensación las diferencias sensibles; decidirse por cualquier sensación diferencial; empezar a moverla; articularla con otra sensación, y con otra, y con otra… Seguir el despliegue de esa red de sensaciones o diferencias de grado posibles que relanzan el movimiento en un “plano de composición”. No se trata de componer una coreografía, un guión obligatorio, si no de aprender a componer un cuerpo de sensaciones dinámicas.

Lxs espectadorxs ingresan en grupo porque la sala está abierta, neblinosa y alisada. Es necesario orientarse; aprender autonomía como espectadxr. En lugar de las filas ordenancistas de butacas de la platea estriada hay un gran rectángulo desierto de luz y márgenes ínfimos de oscuridad como espacio común de performateo y tránsito del público. Los bordes son la arquitectura y algunas sombras en los márgenes. Vos te moves entre ese espacio de luz y de oscuridad, entre los cuerpos de lxs espectadorxs, que ingresan y se posicionan en cualquier parte. La mirada es multidireccional y multiperspectivista. Se puede ver y asistir de cualquier posición y punto de mira. Bailas a alguien, para alguien, desde alguien, sobre alguien y entre alguien. No es una exhibición, no es una seducción, no es una conquista. Es una invitación, una evocación de movimiento: una transverberación de los cuerpos entre sí. ¿Cómo inocularse un ritmo, una fisicalidad o una manera de moverse impropia, una forma de trazar el espacio? Incorporarse sustancia dinámica. Danzar es aprender un cuerpo. Una transformación energética entre los cuerpos. Se transponen y se confunden los cuerpos: ya no se sabe quién baila y quién es bailado; quién es espectador y dónde está el/la performer. Cualquiera baila, cualquiera se mueve entre otrxs. Bailar es desplazar esa sustancia trans-pasada entre un cuerpo y otro. El cuerpo performático se vuelve improductivo: no produce ninguna coreografía sino que es una superficie que hace pasar intensidades, fuerzas, movimientos, gestos, sensaciones, ritmos que circulan en el desierto de la sala. Prolifera, es decir, hace variar las  informaciones sensibles que registra. Discierne diferencias sensibles, selecciona intuitivamente algunas, las articula y las despliega. Acelera y desacelera; condensa y relanza; agranda y  desplaza por el lugar; conecta y des-varía. Más bien no baila, deviene. Trabaja para que las sensaciones que producen las afecciones se conecten y crezcan hasta tejer una potencia de actuar y crear singular. Entrena y experimenta la multiplicidad de lo que viene. Performatividad cromática. El cuerpo performártico es un cromo-activismo que implica a cualquiera. En esta transverberación de cuerpos ya no sabemos quiénes son los/las performers, les hemos perdimos el rastro, todxs bailan entre todxs. El artista se vuelve invisible. El goce se reparte. Método de la igualdad escénica deseante. No sólo se des-jerarquizan el cuerpo academizado y el cuerpo del género sino, también, el cuerpo narcisista del artista. El escenario público se vuelve escena común. Bailar es pensar y experimentar lo común. Es decir, lo que podemos conectar, interseccionar. Una puesta en común de órganos, ritmos,  fisicalidades, gestos, procedimientos, conceptos, imágenes materiales, ruidos, ideas. Ese común en proceso hace consistir una ética o manera de relacionarnos con los seres y las cosas. Nos movemos en una red de co-existencias espaciales y temporales. Co-producimos potencia. Muchos ritmos mezclados; muchas sensaciones espaciales se traman al mismo tiempo y en el mismo escenario. Se crean alianzas de movimientos, de partes del cuerpo, de velocidades, de tonos físicos, de maneras de tocar, de desplazarnos juntxs. Se aprende y se intuyen procedimientos como recursos para vivir la experiencia  y conceptos como cajas de resonancia para que la imaginación colectiva se efectúe.  Los procedimientos que se comparten y los conceptos que resuenan en ese bloque de espacio-tiempo abren un conjunto de posibles específico. Ese conjunto de posibles hacen consistir narrativas escénicas improbables; insolvencias semióticas; ruidos boicoteros; gestos intempestivos; cuerpos mutantes; movimientos aberrantes, que desobedecen a la mente heterosexual obligatoria.  Esto quiere decir que unx no sólo puede plegarse a una materia, a un cuerpo, a una técnica, si no, incluso, incorporarse a experiencias dinámicas o de movimiento colectivo que te subjetivizan, es decir, que transforman la relación con vos y con el ambiente. Plegarse y desplegarse en y desde las materias dinámicas que son éticas en devenir: formas de vida posibles.

Entonces, alguien te baila a vos, para vos, desde vos, sobre vos, entre vos. La coreografía como espacio vivo por el cual se aprende un cuerpo. Un cuerpo agigantado de salidas y entradas que hacen pasar gestos, figuras, ritmos, saberes técnicos de muchos otros cuerpos múltiples. La coreografía ya no sería esa práctica de ordenamiento y moldeado de los cuerpos si no la capacidad técnica de crear y cruzar umbrales de intensidades, de concatenar fuerzas que actúan sobre y entre los cuerpos. Como en una pista de baile de una milonga, una fiesta popular, o una rave electrónica se trama una “asamblea bailable” desbordada donde puede entrar y salir cualquiera para componer lo común.

 

* Aprender un cuerpo, se ideó para el capítulo 3 del ciclo de performance en espacios vivos “Pase y Cierre la Puerta”, en la antigua casona del bar Milión De Buenos Aires, el 15 de abril del 2015, con la curaduría de Juan Ignacio Retamal. En esa oportunidad se trabajó con un grupo de siete performers y su director escénico, Silvio Lang, oficiando de DJ. En aquella edición del “Pase y Cierre la Puerta” asistieron alrededor de 900 personas. En el salón asignado a Aprender un cuerpo se constituyó una verdadera “milonga” o “asamblea bailable” de música electrónica, funk carioca, reggueton, TRAP y pop latino, donde los cuerpos de los espectadores bailaron, sudaron, aprendieron, se erotizaron y se diviertieron, junto a los performers, como práctica colectiva de sensibilización y liberación subjetivas. La experiencia se repitió de forma ampliada, recién en el 2018, en el encuentro de danza SUDA, en el Parque Cultural de Valparaíso, como un seminario-happening-fiesta. Lang trabajó con un grupo de diesisiete performers durante una residencia artística donde se compartieron y probaron procedimientos que permitieran des-aprender el cuerpo codificado social y académicamente y aprender otra red de relaciones colectivas de los cuerpos y las subjetividades. Se realizaorn dos sesiones públicas en el teatro del Parque donde participaron alrededor de 200 personas que bailaron en la trama de una danza colectiva y erótica. En esta oportunidad se logró radicalizar la pregunta por la relación entre el publico y la escena.

 

 

 

“Hoy autonomía significa buscar lo común” // Antonio Negri

La voluminosa obra del militante y pensador italiano Antonio “Toni” Negri destaca en el marxismo del siglo XX por su defensa de la autonomía de las luchas obreras y su caracterización de las transformaciones del capitalismo contemporáneo. En las últimas décadas, libros como Marx más allá de MarxImperio, o el recientemente publicado Assembly, han sido claves en la construcción teórica y política de una nueva izquierda anticapitalista, crítica de las formas jerárquicas de la organización y de las renuncias socialdemócratas al ideal comunista.

En esta entrevista, Antonio Negri discute sobre los procesos sociales y políticos contemporáneos, repasa el renacimiento de los populismos de derecha, la traición de la socialdemocracia y la emergencia de una nueva autonomía y participación. Con la generosidad que emana del compromiso, Negri compartió algunas de sus ideas en esta entrevista realizada para Cuadernos de Coyuntura, durante el Coloquio Internacional de Teoría Crítica realizado en la Universidad Católica de Valparaíso en mayo del presente año.

 

 

Entrevista por

Alejandro Fielbaum | Sociólogo y licenciado en filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile.

Afshin Irani | Estudiante de Filosofía de la Universidad de Chile.

 

 


Dinámicas y luchas globales: Estados Unidos, Europa y Latinoamérica

Entrevistadores (E): A propósito del nuevo escenario político global y sus alternativas, particularmente en torno a Trump. ¿Cómo explicas su triunfo y el uso del populismo como estrategia política por la derecha?

Antonio Negri (AN): El populismo es un efecto del neoliberalismo. Ante el desastre de una mundialización hegemonizada plenamente por el neoliberalismo, al que solo unos pocos países algo han podido resistir defendiendo algunas dimensiones cualitativas de la vida, el proletariado ha quedado sin defensa. El previo bloque de defensa de conquistas del proletariado, construido desde finales de la guerra hasta finales de los ochenta, fue destruido a la vez que emerge, con Blair, un socialismo que adhiere a ese proceso pensando que el neoliberalismo podía generar riquezas que luego podrían dividirse. Sin embargo, ha habido una impresionante creación de riqueza sin distribución alguna hasta la crisis del 2007-2008.

En ese marco, se puede entender que entre los votantes de Trump y Le Pen hay fracciones viejas de población racista y fascistas que existen en todas partes, sin embargo, estos votantes provienen fundamentalmente de estratos de población excluidos del desarrollo, lo que es responsabilidad de la socialdemocracia. A los liberales no se les puede acusar por el liberalismo, pero la socialdemocracia sí es responsable de haber dado el giro que genera la exclusión y permite la emergencia populista.

Solo la reorganización de un gran movimiento socialista, agresivo y fuerte, que corresponda a la nueva constitución proletaria, puede permitirnos salir de esta situación. Es necesario insistir en que este nuevo movimiento no puede contentarse con resultados electorales, este es un movimiento que debe introducir un proceso de reconstitución excepcional, radical. Para ello es necesario imaginar, de forma más concreta que utópica, un nuevo sistema que pueda dirimir quién dirige las industrias y las relaciones sociales más importantes, qué tipo de disfrute de la vida y extracción de valor social pueden generar un contrapoder efectivo para alcanzar la emancipación. Necesitamos hacer esas preguntas para pensar transformaciones radicales.

E: En esa línea, la experiencia de cierta izquierda europea, no del todo lejana a una política populista, parece mostrar los límites de una estrategia que se centre en la toma del Estado. Pensamos, por supuesto, en los procesos de España y Grecia. ¿Cómo pensar la izquierda en Europa después de esas experiencias?

AN: La pregunta por la izquierda europea es muy complicada, dados sus distintos estratos. Por una parte, hay un estrato dominante de tipo socialdemócrata, característico de los años ochenta y noventa y ejemplificado por Blair en Inglaterra, Hollande en Francia, Renzi en Italia y la mayoría de los socialdemócratas alemanes. Por otra parte, sigue resistiendo un estrato residual de la socialdemocracia más antigua que viene de la refundación comunista y resiste con figuras como Mélenchon en Francia, Corbyn en Inglaterra y sectores de la Linke alemana. A ello se suma un tercer estrato, más moderno, que emerge con una nueva clase trabajadora, que yo llamo multitud. Esto es un proletariado nuevo de tipo móvil, flexible y cooperativo, vinculado particularmente al trabajo inmaterial y feminizado. Este nuevo tipo de trabajo ha construido un nuevo tipo de pensamiento, de subjetividades y de movimientos, como los movimientos autónomos en Italia.

Ese tipo de movimientos se dio de manera muy fuerte en España y Grecia. Por ejemplo en Grecia, en torno a la batalla de la migración, el que era un hotel de lujo ha sido ocupado y transformado en el espacio de trabajo donde migrantes producen distintas iniciativas. Es un nuevo tipo de soviet. En España, por otra parte, estos movimientos fueron fuertes en distintas comunas. Aunque, es difícil hacerles un juicio, pero creo que a nivel local terminan quedando bloqueados. Solo cuando produzcan cierta unidad europea podrán tener una importancia decisiva.

Dentro de los procesos electorales que se mencionan, los resultados son distintos una vez que se disputan las elecciones. La experiencia de Syriza ha sido muy dura. Nació con los movimientos de inicios de los 2000, adquirió fuerza el 2013 y su éxito electoral terminó siendo, tras el quiebre con Alemania, suicida, ya que las instituciones europeas crearon la posibilidad de un desastre. Con respecto a Podemos tengo un juicio más positivo, particularmente sobre lo que están haciendo los compañeros alrededor de Barcelona. Es una experiencia seria, importante. Sin embargo, creo que siguen teniendo el problema de no querer definirse. Les falta una dialéctica social interna entre base e institución, la que ha quedado algo bloqueada por la dificultad de combinar todas las variables del discurso político, las que no se reducen al discurso entre los de abajo y los de arriba. Antes bien, hay otras condiciones, como el problema de la nacionalidad española en el contexto de las luchas de vascos y catalanes, además de la pregunta por las relaciones con los socialistas si acaso se desea tomar el poder. Creo que su límite fundamental está siendo apuntar al gobierno antes que abrir y profundizar la capacidad de expansión de los movimientos sociales que emergieron tras la movilización de los indignados.

Con ello no quiero afirmar que las elecciones sean inútiles. Al contrario, son absolutamente necesarias, ya que a las instituciones se les puede dar tanto un uso demoníaco como un uso proletario. El desafío está en mantenerlas abiertas a nuevas formas y contenidos, vincularlas a movimientos sociales de tipo cooperativo en lugar de limitarse a instituciones representativas, para gestar una cooperación que no se reduzca al contacto de un movimiento con otro, sino que pueda ir generando consensos entre sus fuerzas.

E: A propósito de tales usos de las instituciones. Ante la emergencia de gobiernos de izquierda en América Latina, usted escribió un libro hace poco más de una década. ¿Qué opinión tiene hoy de esas experiencias políticas y sus transformaciones?

AN: Ha habido una gran transformación de América Latina a partir de los años noventa, liderada por Brasil, dada la dimensión y fuerza del país. Allí se dio una revolución muy extraña, muy calmada, pero con efectos importantes en el mundo. Brasil desarrolló una política de crecimiento y redistribución que llevó a América Latina al terreno mundial. Ya no es más el patio trasero de los Estados Unidos, es un continente inserto en la globalización. En Argentina esto también ha sido central, gracias a su inteligencia para ir estableciendo relaciones Sur-Sur que van rompiendo la jerarquía del norte. Hay datos positivos, en Brasil hubo millones que salieron de la pobreza, pero también hubo procesos de reformas que fueron totalmente bloqueados.

Creo que hay que comprender esos procesos dentro de la globalización en general, la que ha desarrollado sistemas de redistribución de riqueza siempre en niveles nacionales, salvo en los proyectos de construir una banca de perspectiva continental. Los grandes bloques continentales, como América Latina, podrían haber construido unidad recíproca, pero hoy más bien parece darse la tendencia contraria, incluso con perspectiva de guerra. Como América Latina se suma a ese proceso como un bloque de constitución más tardía, tuvo una presencia más débil y una caída enorme en los años recientes en países como Argentina, Brasil o Venezuela, caso donde la crisis no es solo del gobierno, sino de todo un modelo social muy anclado en el paradigma del siglo XX.

Creo que solamente podrá retomarse el proceso de transformación si Argentina o Brasil pueden volver a hacerlo. Hoy se dan movimientos interesantes que defienden algo del bienestar social, tanto en términos de la producción como de la reproducción, lo que es una idea muy notable porque implica asumir que una sociedad capitalista no es solo un orden de producción, sino también de reproducción social. Esto es clave para ir generando conexiones entre las luchas. Cuando las mujeres se asumen como obreras de la reproducción, con perspectiva feminista, se abre una clave revolucionaria fundamental que comprende que los trabajadores ya no son solo los obreros. Aparecen entonces cuestiones importantes dentro de la construcción de un modelo de la emancipación, vinculadas a la crianza, la educación, la salud y otras formas de reproducción social. Esta relación recíproca entre reproducción y producción es fundamental en un modelo de liberación capaz de asumir la producción de la vida dentro de la dimensión de clase.

E: También dentro del contexto latinoamericano. ¿Cómo evalúa los gobiernos que han tratado de encarar, desde otra perspectiva, la transformación del Estado nacional a partir de cierta conexión con el movimiento indígena, como en Ecuador y Bolivia?

AN: En Ecuador, Correa ha desarrollado una política que ha frenado a un movimiento indígena que había abierto un camino, ya que ha priorizado la alianza con las transnacionales, favoreciendo la explotación del petróleo y la destrucción de los bosques. Esto ha quebrado el tejido que había llevado a Correa al poder, siendo algo muy peligroso. En Bolivia, en cambio, se ha hecho un gran esfuerzo para hacer cambios constitucionales que asuman la multiplicidad constitutiva del pueblo, de una multitud abigarrada como ha sido considerada, en la que conviven tradiciones y leyes indígenas con la vieja clase obrera, los campesinos cocaleros y las nuevas poblaciones urbanas, con todas las tensiones que allí se dan. La Constitución boliviana enfrenta estos problemas, es una experiencia extraordinaria. Ciertamente, subsisten problemas ecológicos enormes, sobre todo desde la perspectiva de grupos más jóvenes que buscan construir, junto con una nueva política, una nueva ética.

 

Ideas para la transformación: Marxismo, partido y autonomía

E: ¿Cómo entiende hoy la pregunta por la construcción de un movimiento político?

AN: Yo creo que no hay que partir preguntándose por la construcción discursiva, sino por qué es el movimiento social, en qué se ha transformado. Esto es algo que, por ejemplo, el movimiento de los indignados ha comprendido, asumiendo el nuevo tipo de proletariado antes descrito y la necesidad de comprender su complejidad. Es necesario partir preguntándose cuánto es posible construir en común al interior de este tipo de proletariado. Esta pregunta es previa a la organización del Partido y su lucha electoral e institucional. La prioridad debe estar en el trabajo político de base, en la construcción de laboratorios de lucha que puedan ver desde abajo el desarrollo capitalista y luchar contra él.

E: ¿Qué elementos de la tradición marxista, en esa dirección, pueden ser de interés hoy para pensar lo común?

AN: Es muy importante la concepción del capitalismo que hay en Marx, quien explica que sin la presencia del trabajo obrero, el capital no existe. El capital no es una esencia necesaria, solo existe porque explota al trabajador. Si no hay trabajador, no hay más capital, ya que el capital es trabajo muerto que succiona trabajo vivo. El capital es modificado por el comportamiento del trabajador. Por este motivo, cuando se analiza el capitalismo es necesario preguntarse cómo se comporta la clase trabajadora. En el caso del capitalismo contemporáneo, cómo se comporta, organiza y lucha la multitud.

En el balance de cada país, debemos siempre preguntarnos a qué intereses sirve cada cuestión. El poder está siempre un punto de vista en la lucha de clases, los patrones luchan contra nosotros porque eso les trae beneficios. Cada vez que dicen que algo les interesa a todos, es falso, o al menos algo vinculado a sus intereses particulares en la lucha de clases.

E: ¿Cómo evalúa, en esa línea, el trabajo de movimientos contemporáneos que interpretan el marxismo de Gramsci en clave populista?

AN: La interpretación de Gramsci es siempre compleja. En Italia, el Partido Comunista italiano construye tras su muerte un Gramsci leninista, ligado al centralismo democrático, clásico de los Partidos Comunistas europeos, que terminaban presentándolo como un defensor de un Partido fuerte y centralizado desde el cual construir grandes alianzas. Posteriormente, pasó de ser interpretado como un teórico de la dictadura del proletariado a ser leído como un teórico de la sociedad civil, como sucede en la lectura, muy difundida en Italia, de Norberto Bobbio. Allí aparece una noción de hegemonía de la sociedad civil que evita la cuestión de la lucha de clases, lo que desfigura el concepto gramsciano de hegemonía.

Hoy existe una nueva avanzada de interpretaciones no clasistas de Gramsci, como la de Laclau, cuya interpretación del capitalismo es muy distinta a las lecturas vinculadas al marxismo y el obrerismo. Laclau interpretó al Gramsci del Partido Comunista italiano con un psicoanálisis social muy frágil e inconsistente. La lectura de Laclau, y algunas líneas de Podemos, pueden llevarnos hacia resultados desastrosos. Creo que respecto de Podemos hay un cierto equilibrio, más práctico que teórico, en su desarrollo. Son compañeros muy inteligentes, muy cercanos a la realidad social, que destacan sobre todo en administraciones locales. En particular, el caso de Barcelona es muy importante. Podemos es una gran experiencia de novedad que debe ser estudiada a fondo. El discurso a la Laclau, en cambio, puede terminar siendo peligroso y desviar una experiencia seria.

En Gramsci, en particular dentro del discurso del obrerismo podemos destacar un análisis como el de Americanismo y fordismo. Allí presenta un análisis de las transformaciones de la clase obrera y el tipo de hegemonía que está en juego en la composición técnica y política de este proletariado. Este es un elemento absolutamente central en Gramsci. Otros conceptos como los de contrahegemonía o revolución pasiva permiten leer las transformaciones de la clase obrera en situación de subordinación. Creo que esos análisis se distancian de una interpretación de Gramsci como teórico de la autonomía de la política.

E: Frente a esa noción de la autonomía y considerando el diagnóstico que sus libros brindan acerca de la creciente interdependencia económica, financiera y política del mundo. ¿Qué significado político le podríamos dar hoy día a la noción de autonomía?

AN: La autonomía política siempre es una noción muy complicada, por ende, es preciso indagar el concepto en términos concretos. Hoy autonomía significa buscar lo común. Este es el verdadero problema para ver con luces marxianas: dónde y cómo se produce y reproduce lo común, asumiendo que la cooperación productiva se ha vuelto fundamental. Estas formas de cooperación en la producción y reproducción deben ir acompañadas de una toma de conciencia que no puede ser representada, pero debe ser organizada, adquiriendo un carácter político. Esto es hoy autonomía, lo que no tiene nada de anárquico. La institución esfundamental.

 Fuente:Nodo XXI

Domingo // Lucía Naser

domingo
como reparto la empatía
entre siria
las mujeres argentinas
lxs pibxs jóvenes en alerta
las redes autónomas que tejen a contra poder
el mes que pasó sin saber
quien asesinó a marielle y a tantos otres
la brasilera que cuida coches y derrocha vida
cómo reparto la rabia entre los almagros infames que dan ganas de quemar el pasaporte
las democracias falsas
las fake news
el nazi de trump
la ONU del orto
los fachos de internet
sé mi influencer pero ecuánimemente
¿quién sos cuando salis de atrás de ese avatar con cara de meme?
domingo
cómo me organizo para informarme
o para denunciar acá posteando desde la red
o para salir a la calle
pero no tengo tiempo
hay que vivir también
porque las, plantas y la ropa y la comida congelada para la semana
y porque grafitearon una obra con «esteta pretencioso»
los libros se ríen de mi
acabaré finalmente como una de esas románticas que querían un mundo nuevo o un adorable mundo viejo
los griegos, los romanos, son todos humanos
nosotros no

que un cyborg justiciero tome cuenta del mundo
y de la soberbia de la especie
el biopoder del siglo este no tiene nada que ver con la redención del alma ni con la purificación del cuerpo ni con la gimnasia.
tiene que ver con este domingo
paralizada pero con los dedos firmes en las teclas
tiene que ver con este desconcierto
organizativo
de la percepción
que busca a tientas
sentidos
mientras afuera es la versión normalizada del caos que mejor escondemos para adentro
porque sos vos con los tuyos
y los tuyos contigo
trazando esa barrera invisible donde como igual no podes hacer nada
todo te importa una reverenda mierda
y se siente bien.

MISOPROSTOL en un laboratorio público de Santa Fe // Redacción La Tinta

En el marco del debate sobre el Proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) que se está desarrollado en el Congreso Nacional, la provincia de Santa Fe anunció que en el Laboratorio Industrial Farmacéutico Sociedad del Estado, se producirá misoprostol, droga que se utiliza para inducir abortos de manera segura.

 

El gobierno provincial de Santa Fe armó una mesa de trabajo que evalúa los aspectos técnicos para la fabricación de misoprostol. En el proyecto de ley de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, que propone la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) hasta la semana 14, la fabricación y producción pública de misoprostol es una de las políticas de Estado incluida.

 

Es la primera vez que en nuestro país se pondrá a la venta el misoprostol con el objetivo explícito de proporcionar abortos seguros. Por su parte, Oraldo Llanos, coordinador de Salud Sexual de la provincia de Santa Fe planteó que el acceso al misoprostol “no puede estar atado a situaciones económicas o de falta de accesibilidad por razones ideológicas”.

 

La provincia de Santa Fe brinda el medicamento desde 2012 de forma gratuita para la práctica de la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) en sus centros de salud públicos de acuerdo a la ley argentina.

 

La Organización Mundial de la Salud (OMS), considera al misoprostol, como la droga esencial para garantizar la interrupción del embarazo de manera segura. En Argentina, actualmente el misoprostol se fabrica en un sólo laboratorio y se consigue en farmacias como un componente del Oxaprost. La farmacéutica privada es Beta, que tiene el monopolio de la producción y la comercialización.

 

Censura

El uso del misoprostol no es muy conocido porque los sectores que se oponen al aborto se ocupan de mantenerlo oculto. No es fácil de conseguir, se compra de manera clandestina, a escondidas, no hay información masiva sobre su uso y no tiene un precio regulado. La periodista Estefanía Pozzo, subió una foto a sus redes sociales con una caja de misoprostol pero las denuncias de trolls lograron que Instagram diera de baja la imagen.

 

La Tinta

www.latinta.com.ar

TODO LO QUE EL PODER ODIA // Natalia Gontero y Sebastián Gago

Todo lo que el poder odia. Una biografía de Viviana Avendaño (1958-2000) es un libro de investigación periodística que reconstruye la vida de la militante revolucionaria, lesbiana feminista, educadora popular y activista piquetera cordobesa, criada y formada en las luchas de Villa El Libertador. No encontramos una definición mejor para esta biografía escrita por Alexis Oliva que las palabras que María Eugenia Ludueña le dedica en el prólogo: “Todo lo que el poder odia le imprime a la increíble vida de Viviana Avendaño un aura de justicia narrativa: visibiliza y reconstruye una historia que nunca antes se había contado”.

 

Reconstruir historias casi desconocidas y nunca antes contadas significa liberarlas de su prolongado y –casi siempre– injusto entierro. Se requiere para ello un trabajo artesanal que no contempla caminos prefijados. De hecho, Oliva tuvo que moverse entre una madeja formada por documentos judiciales y policiales, material periodístico de archivo, entrevistas a funcionarios y a personas relacionadas con la protagonista, fuentes personales de diverso tipo y hasta la propia intervención del autor del libro en una serie de acontecimientos del tramo final de la vida y de la muerte de Avendaño, líder piquetera que también fuera guerrillera guevarista en los años setenta.

 

Durante los primeros días de junio de 2000, Viviana encabezó una pueblada en repudio a la represión policial a un corte de ruta de los desocupados en Cruz del Eje, que reclamaban trabajo y ayuda social al Gobierno. En medio de ese conflicto que sacudió a la provincia de Córdoba, la militante falleció en un dudoso accidente de tránsito.

 

Por tratarse de un caso singular, original, invisible públicamente y probablemente irrepetible, la investigación que el periodista y docente realizó sobre Avendaño comenzó y terminó de la misma manera: con la búsqueda de indicios.

 

Del norte cordobés es un 2×4

 

Fruto de varios años de trabajo y editado en noviembre de 2015 por el sello Recovecos, Todo lo que el poder odia va por la tercera edición –de 500 ejemplares cada una– y una treintena de presentaciones en varias provincias. Una de ellas, en junio de 2017, dentro del Curso de Invierno de la asignatura Teorías Sociológicas II, de la Licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Córdoba (FCC-UNC).

 

Durante la clase, Alexis Oliva definió así a la protagonista de su libro: “La pienso como un personaje que atravesó la historia y a su vez la historia la atravesó a ella. Y la motivación principal, la primera en orden cronológico, de reconstruir esta historia, nació de los últimos días de la vida de ella, y de un conflicto social en los prolegómenos de que el país entrara en conflicto social”. El profesor de Redacción Periodística II de la FCC se refería a los ya mencionados cortes de ruta en Cruz del Eje de junio del 2000, promediando el primero de los dos años del fracasado gobierno de Fernando De la Rúa.

 

Al relatar el contexto de los últimos días de Viviana Avendaño, el autor cita una investigación de las profesoras Mónica Gordillo y Ana Natalucci, de la UNC, sobre el primer corte de ruta en Cruz del Eje, producido en mayo de 1997, tiempo de menemismo en el poder. En ese trabajo las investigadoras señalan que en el imaginario colectivo cruzdelejeño existía una sensación de “despojo de un tiempo pasado de esplendor” que se terminó. “Y se terminó por situaciones arbitrarias, como que la dictadura cerró el taller ferroviario, y ahí empezó la decadencia de Cruz del Eje; eso, en otras palabras, es el tangazo cruzdelejeño, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, analizó Oliva, y agregó que él mismo, hijo y nieto de trabajadores ferroviarios, ha llegado a reproducir ese lamento tanguero. En su referencia a la investigación de Gordillo y Natalucci, Oliva rememoró que, para paliar esa debacle local, distintos gobiernos provinciales anunciaron una “reparación histórica” de la región, prometiendo inversiones y una recuperación económica que nunca llegó.

 

Al respecto, el periodista destacó el rol que jugó Avendaño en los cortes de ruta del 2000, poco después de aquella primera pueblada. Según el autor, Viviana logró trascender el imaginario colectivo local para transmitirles a los desocupados y desposeídos que “ellos son oprimidos por una cuestión de clase, y que es un problema de largo plazo, del que no vas a liberarte por obra y gracia de un gobernante que cumpla una reparación histórica que baje desde el poder, como si fuera Papá Noel. No, tenés que hacerlo vos”. Para Oliva, esa concepción del mundo de Avendaño logró anclar en la gente de Cruz del Eje, perdurando hasta hoy.

 

Calificada “irrecuperable”

 

“Irrecuperable” llegó a ser un título tentativo de Todo lo que el poder odia, obra que combina en dosis equilibradas fragmentos depurados de testimonios de allegados a la protagonista y funcionarios públicos, con una narración de los hechos de lectura ágil y apasionante. Para Oliva, el adjetivo “irrecuperable” define en varios sentidos a Viviana Avendaño, una mujer de vida intensa y muerte poblada de preguntas. Irrecuperable fue por haber despertado en los desposeídos cruzdelejeños la conciencia de clase, el saber que si son oprimidos es porque alguien los oprime y no por una maldición que vino desde arriba. Viviana ejercía eso que su amiga y camarada Claudia Korol denomina “pedagogía del acompañamiento, de la coherencia”.

 

La legitimidad social y moral de Avendaño ante la gente provenía de su valentía y capacidad de organizar y poner el cuero en las bravas y difíciles: “Ella decía ‘¡vamos!’, pero iba al frente, primero ella. Eso también es significativo”. Un tipo de liderazgo que, tras su muerte, ningún otro dirigente social de Cruz del Eje pudo continuar. El periodista relató cómo en aquellos días de junio del 2000 no faltaron intentos de la Policía y personas funcionales al poder político provincial de entonces para denigrar a Avendaño y minar su legitimidad, poniéndole los rótulos de “infiltrada” y “lesbiana”, en su versión popular “tortillera”.

 

Es que ella vivió en carne propia, tanto dentro de los espacios sociales a los que perteneció como de las instituciones que procuraron ordenar y normalizar su comportamiento, el hecho de chocar con un esquema de inteligibilidad cultural donde lo masculino y lo femenino son “fijos”, se oponen y complementan. También fue un caso disruptivo respecto de esas relaciones de coherencia y continuidad: sexo / género / práctica / deseo. Ese cuestionamiento de lo femenino como esencia estable y natural, lo leemos en esta biografía de Avendaño, a quien le decían “La Negra” (mujer, negra, pobre, izquierdista, ex presa, lesbiana, no le cabían más “inestabilidades” respecto de la norma).

 

“Irrecuperable por no escarmentar, no aprender, no domesticarse –dice Oliva–. Y también fue  irrecuperable por lo que significó su pérdida para toda esa gente con la que yo fui hablando, y no hablemos para Cruz del Eje que se quedó huérfano; allí luego la protesta social prácticamente desaparece, porque además después vino un proyecto muy inteligente del poder político provincial de llevar la cárcel y la Escuela de Policía a Cruz del Eje. Entonces, eso planchó el conflicto, con el reclutamiento de las fuerzas de seguridad del Estado a los mismos sectores populares que iban a la ruta”.

 

La reconstrucción histórica que nos provee Oliva nos remite a la “fuente original” de esa condición de “irrecuperable” de Avendaño, quien en los setenta, con dieciséis años, se convirtió en la presa política más joven de la última dictadura en Córdoba. Trasladada a la cárcel porteña de Villa Devoto, en plenos años de plomo, Viviana fue destinataria del Proyecto de Recuperación de Pensionistas, cuyo objetivo fue “quebrar” la voluntad de las presas políticas y convertirlas en colaboracionistas del régimen. Como si se tratara de un experimento científico eugenésico, Viviana fue definida como “irrecuperable”. Una clasificación social, política y moral que marcaría el resto de su trayecto vital. De origen humilde, hija y nieta de madres solteras, hermana de una desaparecida, guerrillera, dirigente comunista, lesbiana asumida, educadora popular, militante feminista, líder piquetera… Viviana Avendaño concentró en su persona todo lo que el poder aprende a odiar.

 

 

Muerte en las sombras

 

En el libro, Oliva relata cómo un día antes de su fallecimiento Avendaño fue acusada de infiltrada y amenazada por el Jefe de la Policía de la provincia de Córdoba: “Le habían dicho: ‘Sabemos quién sos, vos no sos de acá, aquí no tenés nada que hacer’”. Ese y otros sucesos y datos recolectados en expedientes, entrevistas y en el escenario de los hechos abonan la sospecha de que el accidente en el que Viviana perdió la vida junto a su pareja Laura Lucero habría sido provocado. El autor prosiguió: “No es descabellado pensar que si a vos te amenaza el Jefe de policía de la provincia hoy, y mañana estás muerto; encima en el choque parece absolutamente inverosímil que alguien haga una maniobra como esa sin tener algún tipo de disparador de eso, hay muchos elementos…”. Se refería a las sospechas sobre un motociclista que hostigó a Avendaño mientras conducía por la ruta nacional 38, y la habría obligado al viraje abrupto que terminó con su auto dando de frente con un camión, 24 horas después de la jornada en que la protagonista lideró la pueblada en Cruz del Eje.

 

Oliva plantea de forma contundente una hipótesis que puede leerse como gramsciana, que indica que la muerte de Avendaño cayó como anillo al dedo al poder político, que había optado por el “malo conocido” a la hora de definir quién representaría al movimiento social en Cruz del Eje: si un dirigente social tradicional e inserto en la vida política e institucional de la región (el referente de la Coordinadora de Desocupados, exconcejal y candidato a intendente Sergio “Ralo” Ávila), o una mujer, formada y formadora como cuadro político, militante en derechos humanos y protagonista de espacios de educación popular, con capacidad oratoria y habilidades en materia de prensa y propaganda, organización de la seguridad y la logística en las marchas y manifestaciones, todo un saber hacer tanto en articulación política como en el trabajo con las bases en el territorio. Todo lo que el poder odia nos presenta un entramado de relaciones y de estrategias que el poder pone en ejecución a la hora de restablecer la dominación, a través del descabezamiento de los cuadros dirigentes de los sectores subalternos.

 

Pese a la falta de evidencias definitorias (en particular, testigos que por miedo se han negado a hablar) que abonen la tesis del choque provocado, Oliva logró concretar en su obra una pormenorizada reconstrucción y análisis de hechos que nos permiten pensar a Viviana Avendaño como un personaje heroico cuya existencia, hasta ahora, sólo venía dada por lo que el poder había escrito sobre ella. El haberse apartado invariablemente de los cánones ideológicos, políticos, pedagógicos, de rol de género y sexualidad, la convierte en una heroína tan singular como invisible.

 

Así pues, el valor central de esta pesquisa periodística reside en echar luz sobre su particular historia, una historia que condensa las luchas sociales y políticas en la Argentina de los últimos cuarenta años. Pero todo texto es también su contexto. El libro sale del horno en el punto justo y es un cross a la mandíbula, porque al poco tiempo de que llegara a los estantes de las librerías el Gobierno nacional actual lanzó el Protocolo Antipiquetes, cuyo responsable es la misma funcionaria que integraba el gabinete nacional en tiempos de la pueblada en Cruz del Eje. Hoy, una vez más, los intentos de imponer normalidad y orden frente a los conflictos sociales logran sólo reproducir la desigualdad y la opresión de los sectores populares, y más ambivalencia en torno a qué queremos ser como sociedad.

 

Justamente, lo que siempre vuelve es el odio del poder. Ese odio, en un principio incorporado, hecho cuerpo, por quienes detentan el monopolio del ejercicio legítimo de la violencia, que luego, por efecto de un mecanismo de derrame, se esparce a otros estamentos y sectores de la sociedad que actúan en ese sentido. Y esa tendencia se cristaliza durante los conflictos sociales. Parece que la historia se repite varias veces y bajo formas distintas, decía un célebre pensador judeoalemán.

 

Revista Islandia

www.islandia.com.ar

*Natalia Gontero y Sebastián Gago son profesores de la materia Teorías Sociológicas II de la Licenciatura en Comunicación Social, Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional de Córdoba.

«¿Cómo nos damos los medios para crear nuestros modos de subjetividad, de imaginación, nuestro lenguaje, nuestros modos de estar?» // Vitrina Distópica conversa con Diego Sztulwark

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Radio La Central

Santiago, 5 de marzo de 2018

 

Vitrina Dystópica: Somos “Vitrina Distópica. La realidad no es capitalista” en los estudios y en la señal de Radio La Central. Estamos en un nuevo capítulo, en esta ocasión con un invitado transfronterizo, Diego Sztulwark, ex integrante del Colectivo Situaciones o tal vez integrante del ex Colectivo Situaciones.

 

Diego Sztulwark: Muchas gracias por la invitación.

 

Virina Dystópica: Nosotros estamos muy contentos por poder estar aquí, en la radio, con Diego, compañero que, sin saberlo, ha sido parte de la conformación de “Vitrina” a través del Colectivo Situaciones y la editorial Tinta Limón. Por lo tanto, muchas gracias por estar con nosotros.

Para empezar, proponemos pensar desde las coyunturas, el nivel de las organizaciones y de los grupos de asociaciones, de las afinidades y de la política, este diálogo que hay siempre con las situaciones históricas concretas, que también es parte de cómo se forma el Colectivo Situaciones.

 

Diego Sztulwark: Sí, pareciera ser la doble cuestión de cómo uno se ve obligado a pensar bajo presión de coyunturas históricas, lo sepa o no. Y el esfuerzo de no quedarse en el presente histórico sino de ir más allá de él, partir del presente histórico y tratar de ir más allá. El presente histórico es normalmente lo que rechazamos y también algo que somos, es esa mezcla. Antes que nada, es muy lindo saber eso que dicen, que para ustedes el Colectivo es parte de la formación de ustedes. Cuando armábamos el colectivo, siempre imaginábamos que estábamos hablando con mucha gente y es muy lindo ahora verles la cara. El Colectivo se formó entre los años 2000 y 2001, en Buenos Aires. El grupo se originó como desprendimiento de una experiencia previa -El Mate-, que era una agrupación que se había fundado a comienzos de los años noventa en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, que no quería ser meramente una agrupación estudiantil, sino que, desde el comienzo, se concebía como parte de una recomposición más grande del movimiento popular. Siempre tuvo iniciativas en territorios vinculados con sindicatos, con los derechos humanos. Nunca fue estrictamente estudiantil, aunque estar en Ciencias Sociales implicab,a sin lugar a dudas, la existencia de una relación con los conceptos, con las teorías, con las discusiones siempre muy fuertes. En 1997, no sé con qué grado de conciencia, habíamos impulsado la creación de las Cátedras Libres Che Guevara, las que en principio funcionaron en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, pero se replicaron en muchísimos puntos del país, en otros territorios, en universidades, en sindicatos. Fue una experiencia muy sorprendente. Se cumplían 30 años de la muerte del Che y era una oportunidad para preguntarnos sobre esa figura, que para nosotros fue siempre muy importante y lo sigue siendo. ¿Cómo se vinculaba el presente histórico, aquél marcado por la caída del socialismo real y el desprestigio de ciertas ideas de izquierda, con el ya no querer estar vinculados a los partidos tradicionales? Para nosotros fue muy importante, muy relevante, el surgimiento del zapatismo en 1994. Una reconstrucción de nuestras cabezas. Entonces teníamos la pregunta: ¿Cómo se armaba la relación con la historia, con las luchas revolucionarias del pasado? No queríamos hacer lo mismo que en el pasado. ¿Cómo se hacía algo nuevo pero también entendiendo una fidelidad o una historicidad? Teníamos todas esas búsquedas.

 

Vitrina Dystópica: Un contexto muy agotador, al menos en las ciencias sociales y en parte de la política. Esto ejercía una presión. Se habían caído los grandes discursos. Se pensaba que era muy poco lo que se podía hacer, la imaginación había quedado como desgastada en esos momentos. Era una especie de final, de que el mundo se acababa…

 

Diego Sztulwark: El fin de la historia, ¿no? El fin de la historia, el triunfalismo del capitalismo norteamericano, la caída del sandinismo en Nicaragua, el declive de la revolución en Centroamérica, toda la experiencia revolucionaria, un ocaso bastante violento. En la Argentina, el peronismo llega al gobierno después de muchos años, y es representado por Menem. El peronismo es Menem en ese momento. El indulto. En la Argentina, el indulto fue un golpe terrible para toda la lucha por los derechos humanos. La privatización de las universidades, la discusión sobre las jubilaciones, las privatizaciones, la apertura de las importaciones, la destrucción de los sindicatos, la minimización de la izquierda, en fin, fue una época heavy.

 

Vitrina Dystópica: Todo esto eclosiona en 2001, de una forma que igual comporta una cierta novedad.

 

Diego Sztulwark: Para explicar el Colectivo Situaciones, hay que contar con este contexto que va preparando el 2001. El pasaje de El Mate al Colectivo Situaciones, para los compañeros que hicimos ese tránsito, tiene que ver con que se nos había agotado un esquema que en los años noventa creíamos que funcionaba y que tenía que ver con pensar que las luchas sociales podían encontrarse en una esfera superior llamada “La Política”. Desde ese punto de vista, la organización política sistematiza conceptualmente un espacio en el cual toda lucha social puede encontrar su superación. Y entonces, nosotros, ¿qué hacíamos? Leíamos a Gramsci, a Mariátegui, a Marx, a Lenin, a Cooke, al Che y pensábamos cómo habían sido en América Latina esos intentos de construir una expresión política para el movimiento social. Y de repente empezamos a intuir que no, que esa manera de pensar la cosa no estaba funcionando y que la radicalidad de la lucha social era mucho mayor que el potencial de lo intelectual político tal como estaba establecido. Veíamos a la universidad muy retrasada con respecto a las luchas sociales, pero no en un sentido “anti-intelectual”, puesto que nosotros éramos muy apasionados por las lecturas, sino que advertíamos que los intelectuales que regulaban el campo cultural y académico estaban muy distantes de la dinámica de la lucha social. Encontrábamos mucha más riqueza en el movimiento de campesinos de Santiago del Estero, en la agrupación de los Hijos de desaparecidos que empezaban a hacer los escraches, en el movimiento piquetero, sobre todo en determinados sectores del movimiento de piqueteros de la zona Sur de Buenos Aires que en ese momento dieron lugar a la Coordinadora Aníbal Verón, donde el papel de los jóvenes era muy fuerte al igual que la lucha con rasgo autónomo y que la organización comunitaria al lado del corte de ruta. Fue así como empezamos a elaborar una nueva perspectiva, con lo que podíamos y con los compañeros que estaban dispuestos. La perspectiva era entender que en las situaciones concretas de lucha se produce  un tipo de radicalidad que no tiene que pegar el salto a otra instancia que sería “la política”, sino que ahí hay una política.

 

Vitrina Dystópica: Que no le falta nada. Que no carece…

 

Diego Sztulwark: No le falta nada. En todo caso hay mucho para desarrollar o desplegar desde ahí, muchos encuentros y elaboraciones por hacer, muchas categorías por crear, experiencias por recorrer, preguntas para hacernos, pero ahí y desde ahí. Así se formula el grupo -la idea es de un grupo chico-, que no intenta crecer, sino por el contrario ser reducido porque se autoconcibe como un núcleo de investigación. Nosotros hicimos una serie de distinciones: una idea de investigación que no es la que la academia se hace de la investigación bajo el formato dado en base a subsidios, temas, jurados, bajo una cierta lógica. Nosotros veníamos con un impulso militante más numeroso, entonces esa investigación era plenamente militante. Pero tampoco nos interesaba la militancia de partido, del “partido de izquierda”, porque no nos imaginábamos con un “comité central” bajando línea. Nos imaginamos en todo caso como un tipo de investigación en los movimientos o en las luchas que fuera capaz de coinvestigar con las propias luchas los elementos de contrapoder. ¿Cómo vamos produciendo elementos de contrapoder que, ojalá, en alguna coyuntura puedan ponerse en serie? Elementos de contrapoder diferentes que se puedan componer. Ese era un poco el momento que nosotros veníamos pensando cuando se nos vino el 2001 encima.

 

Vitrina Dystópica: Y que es el momento, también, donde esta relación de coinvestigación, de implicación con las distintas luchas, llegan a un punto de cruces ¿no? Quería preguntarte por ese momento de los cruces, porque por un lado está la tensión con la estructura de la institución académica, y por otro el aparato institucional o jerárquico de la política que atraviesa un poco la inteligencia de los grupos. Y cuando uno plantea hacer esa investigación o coinvestigación, los grupos también la reproducen y se arman microtensiones dentro del mismo proceso de vinculación. ¿Cómo se vio, desde el Colectivo Situaciones, ese momento?

 

Diego Sztulwark: Creo que con mucha inocencia de nuestra parte en ese momento. Nos provocaba un gran entusiasmo sentir que lo que estábamos proponiendo como investigación tenía una repercusión en las organizaciones con las que nos poníamos a trabajar. Por ejemplo, en una escuela de Moreno, trabajamos en talleres semanales durante varios años sobre qué tipo de ideas de futuro, de educación, de inclusión, quién enseña a quién, hasta dónde respetar los planes, hasta dónde se puede. Ese tipo de cosas. Trabajamos el libro de Jacques Rancière, El maestro ignorante. Organizamos una serie de talleres, pero en paralelo lo hacíamos con gente del movimiento piquetero. ¿Educación popular sí o no? ¿Cuál es el mejor modo de formar a los compañeros en los barrios? Estos talleres funcionaban en galpones, hasta la una o dos de la mañana, con compañeros que venían de todo tipo de experiencias. Y eso estaba muy vinculado con acciones que se hacían en cada lugar. Lo recuerdo como un momento muy bello, de mucho entusiasmo, de mucha productividad y con una cosa que para mí es muy importante: la sensación de que en esas ocasiones era más fácil pensar. En el galpón perdido de un barrio había más pasión por pensar que en una facultad o preparando un examen. Las instituciones, que se supone que se disponían para el pensamiento, eran mucho menos productivas en términos del pensamiento que estas situaciones barriales supuestamente periféricas, pero que en ese momento producían una subjetividad de masas muy interesante, muy problematizadora, muy libertaria. Ese desplazamiento no termina por ser plenamente consciente aún hoy en la Argentina. No son los jóvenes universitarios rebeldes quienes están gestando una imaginación disruptiva, sino que más bien lo son unas poblaciones a kilómetros de esa escena, que habían sido decretadas marginales y que simplemente tenían que morirse, cuando la Sociología había anunciado que el desocupado no se puede organizar, porque no comparte fábricas, no tiene pares… Después de las Madres de Plaza de Mayo, la experiencia más importante fue la construcción de un contrapoder colectivo desde ese lugar.

 

Vitrina Dystópica: Tiene mucho que ver esto que planteas con el alejamiento de esa forma de entender que al movimiento “x” le falta algo, que es dar el salto para convertirse en un movimiento político. Dentro de las propias ciencias sociales, incluso a veces dentro de los propios grupos, se entiende que todavía no podemos hacer tal cosa porque nos falta llegar a constituir un movimiento determinado y transformarlo en una cuestión política. Eso también pasa a nivel de las facultades y en el desprecio a lo que pasa afuera, como en pensar, en creer que el pensamiento solo puede hacerse desde y dentro de una universidad y que no está siendo construido afuera. Hay como una cierta vinculación entre ese pensamiento y la forma de entender que la política es únicamente buscar una representación mejor.

 

Diego Sztulwark: En términos de democracia radical, en el sentido de igualdad plena de las inteligencias, como diría Rancière, en aquel momento era muy interesante comprobar esto, que había mucha inteligencia puesta a trabajar, incluso teóricamente, en los barrios o en experiencias sindicales o en experiencias de derechos humanos. Creo que mucho de lo que el kirchnerismo puso más adelante como vidriera de la Argentina fue elaborado en esos años, y en ese sentido el kirchnerismo tuvo algo de explotación política. O sea, lo que se produjo de manera autónoma después se lo capitalizó.

 

Vitrina Dystópica: Una especie de extractivismo. De extractivismo político…

 

Diego Sztulwark: Fue una forma de extractivismo, sí.

 

Vitrina Dystópica: Como Colectivo Situaciones o dentro de las distintas formas organizativas ¿cómo elaboraron este proceso de captura institucional por parte de un aparato estatal?

 

Diego Sztulwark: En los primeros años del kirchnerismo no se nos presentó de modo inmediato la cuestión porque nosotros estábamos y nos movíamos en un campo muy definido como autónomo. Pero unos años después, sí. Cuando comienza a aumentar la cifra por recuperación del empleo, en los movimientos de desocupados surge una nueva tensión entre quienes querían autoorganizar los recursos posibles para seguir desarrollando el movimiento y quienes se abrían a la expectativa de pasar de ser desocupados a ocupados y, por lo tanto, pasar de las organizaciones de desocupados a organizaciones sindicales. Se origina un planteo de sesgo tradicional, que va más por dentro de las nociones clásicas de trabajo y representación política. Se volvía a la idea de la dialéctica un poco más clásica: los desocupados se convierten en trabajadores, los trabajadores disputan con el capital. Todo eso, que era parte de una tensión más o menos rica, nutría discusiones que podían pensar, pero todavía quedaba espacio político para una perspectiva más autónoma. Pero a partir de 2008, cuando se da el conflicto con el campo entre el gobierno y los grandes exportadores de granos, surge una suerte de militancia propiamente kirchnerista: una micropolítica del kirchnerismo, a nivel juvenil, de muchísima participación. En ese momento, el gobierno pierde el conflicto en la confrontación en la calle con quienes se identifican con lo que llamamos genéricamente “el campo”. Después, el gobierno perdió una votación por la ley a favor de las retenciones por la exportación de granos que estaba en disputa. O sea, primero perdió en la calle, luego en el parlamento y al final en las elecciones parlamentarias. Pero en paralelo y para recomponerse, el gobierno largó una serie de medidas (el matrimonio igualitario, la ley de medios, etc.) que acompañan el surgimiento de esta militancia que no tiene mucho que ver con lo que nosotros veníamos haciendo. Es una militancia que pone de vuelta en el centro, absolutamente, la teoría política del Estado; la idea de una conducción política vertical; la idea de que los excluidos son unas víctimas que hay que incluir. Entonces, se consolida la idea conservadora de los planes sociales como vía de “inclusión”. Los planes existían desde siempre, desde antes del kirchnerismo, pero ahora se construye toda una retórica de la inclusión bastante poderosa. Algunos movimientos sociales aceptan ser parte de este proceso y se convierten en elementos de gobierno de los territorios: pasan a ser una interfaz con el Estado. Y los organismos de derechos humanos participan muy fuerte en esto. Se arma así una escena muy nueva para la Argentina que culmina en 2010 con los festejos del Bicentenario en las calles.

Creo que ahí nos fuimos dando cuenta de que algo había cambiado respecto de aquel escenario de la crisis en la que nosotros habíamos estado trabajando, en la idea de un contrapoder. Esto se había resuelto de un modo que si bien era inédito para la historia argentina y muy positivo desde muchos puntos de vista, no era el escenario en el que nosotros nos movíamos, ni por el que estábamos trabajando.

 

Vitrina Dystópica: Y ¿cómo lo comienzan a leer? Porque este proceso comienza con condicionar la participación de la esfera de lo público, de la esfera de lo político. Empieza a condicionar la inclusión de estos sujetos, de estas organizaciones barriales o sectoriales, y los transforma en militantes, el militante tradicional o el militante más “pesado”. Y ese militante es el que empieza a tener la posibilidad de hablar sobre la política. ¿Cómo lo empiezan a advertir ustedes? Porque ustedes seguían ahí, tratando de construir en las situaciones. ¿Qué era lo que se condicionaba? O ¿qué era lo que se agotaba? ¿Qué se atenuaba con esta inclusión o con este ingreso del sujeto a la esfera de lo político como más pesado?

 

Diego Sztulwark: El kirchnerismo en la Argentina era parte de una ola regional, por lo que pasaba sobre todo en Venezuela, en Bolivia, en Brasil que tiene un peso geopolítico importante, en Ecuador, en Uruguay… Estaba claro que no era un escenario puramente nacional. Entonces, nosotros nos esforzábamos por no caer en una especie de izquierdismo abstracto, de no enojarnos con el período político que en última instancia traía unas banderas progresistas, cuestiones en las que nosotros habíamos estado desde siempre. Habíamos tenido militancia con las Madres de Plaza de Mayo, con H.I.J.O.S., con los Juicios a los militares. Era muy perturbador porque, por un lado, ¿qué más queremos que se hagan los Juicios a los militares? Sí, queremos eso. Al mismo tiempo, esto comienza a formar parte de un dispositivo de normalización política con el que estamos completamente incómodos.

 

Vitrina Dystópica: Genera esa sensación de incomodidad.

 

Diego Sztulwark: Genera una sensación de incomodidad… ¿Esto es lo nuestro y no es lo nuestro? ¿Ganamos y perdimos? O sea ganamos pero no, entonces ¿igual? Bueno, en fin… Era bastante perturbador. Creo que hicimos un intento por no pensar en términos de cooptación porque era muy autodespectivo, porque es la idea de que hay un actor enemigo que tiene toda la fuerza y entonces uno es un pobre tonto que se lo chupan, se compagina, y se terminó. Tratamos de pensar también cuál era el deseo de un montón de personas de participar en un fenómeno político un poco más convencional. Había un cierto sentido de orfandad en mucha gente: la necesidad de que Néstor y Cristina fueran los padres; de que hubiera una idea de ley, de normalidad, de protección; de poder hacer una militancia sin que te mataran. Creo que había un deseo y no solo una cooptación desde arriba. El kirchnerismo fue muy inteligente y leyó la interrupción de un fenómeno histórico. Es decir, el peronismo vio bloqueada la vía de una reconstrucción a la manera tradicional después de lo que había pasado con el asesinato de Kosteki y Santillán. El kirchnerismo, creo, entendió que se debía sacrificar una parte de la clase política para que otra se pudiera reconstruir; leyó el fenómeno regional, lleno de complejidades. ¿Cómo decir que se trata de un fenómeno negativo cuando, desde el punto de vista de la lucha contra el colonialismo, había un avance en el repudio al ALCA? Pero se trató de un proceso con muchas tensiones. Nosotros veíamos cómo incluso a nuestros propios compañeros en Bolivia se les estaba empezando a crear una situación bastante incómoda con lo que pasaba. Me parece que asistimos a uno de esos momentos sumamente ambigüos en el que las luchas autónomas son lo más radical contra el capitalismo, pero que al mismo tiempo tienden a converger con los momentos de desarrollo del capitalismo en la medida en que éste último lee y captura esos deseos que las luchas ponen en el centro. Esa es una ambigüedad que creo que está dentro de toda la historia de la lucha autónoma. Es lo más antagonista pero, al mismo tiempo, el capitalismo se recompone tomando un elemento central de lo que las luchas plantean. Entonces, es una zona con un poco de neutralización, un poco de avance paradójico y un poco de aislamiento y sentimiento de impotencia muy grande respecto a cosas que uno siente como muy propias. Pasan a ser públicas en el momento en que dejan de ser locales.

 

Vitrina Dystópica: Una especie de indistinción problemática…

 

Diego Sztulwark: Exacto.

 

Vitrina Dystópica: En ese sentido, la experiencia en el Colectivo Situaciones quizás sea una especie de crisol para otras instancias organizativas que surgen después y sobre las cuales también quisiéramos conversar. Por ejemplo, una iniciativa que está vigente, y diría que muy fortalecida, incluso si se quiere es parte de una escena, es la editorial Tinta Limón que de alguna manera incorpora o toma con fuerza el concepto de investigación militante, que sería también parte de estas inventivas políticas con las cuales el Colectivo Situaciones se derivó durante toda esta coyuntura. Por lo tanto ¿cómo se relaciona quizá esa inventiva política, esa metodología, o método de la investigación militante, con esta otra propuesta que es la editorial?

 

Diego Sztulwark: La editorial surge a mediados de la primera década de 2000. Nosotros como Colectivo Situaciones editábamos los trabajos que hacíamos, las experiencias de investigación militante. La gente de Traficantes de Sueños, en Madrid, que acababa de poner una editorial, nos empujaba a que hiciéramos lo mismo, y nos decía: “hay mucho que hacer con una editorial”. Por otra parte, empezábamos a ver que ya se venía un poco el bajón de la experiencia de la investigación militante, en el sentido de que se iba reduciendo el enfoque en la subjetivación que los movimientos estaban teniendo. Entonces, estaba la posibilidad, por un lado, de editar experiencias de luchas sociales de otros lugares, sobre todo de América Latina. Por ejemplo, en aquel momento tuvimos un hermoso encuentro con Mujeres Creando, de Bolivia. Publicamos un libro que ellas escribieron: La virgen de los deseos. También sacamos un libro que Gloria Muñoz Ramírez acababa de publicar, El fuego y la palabra, que era el libro de los zapatistas. Entonces pensamos que ahí había una cosa extraordinaria que era introducir en la Argentina todas las experiencias de autonomía social que se estaban dando en otros lugares del continente y que se conocían poco. Eso nos interesaba mucho. Esa fue una colección que largamos bajo el nombre de Pensar en Movimiento. Y después lanzamos otra colección -Nociones Comunes-, que tenía que ver con introducir elaboraciones más filosóficas que venían del campo político, radical, autónomo, y que creíamos que era importante para alimentar los focos de autonomía social y política en el país. En esa colección publicamos textos de Paolo Virno, de Suely Rolnik con Guattari, las primeras publicaciones en la Argentina de Franco “Bifo” Berardi, de Mauricio Lazzarato, de Silvia Rivera Cusicanqui.  También publicamos a Rancière que ya era muy conocido, pero La noche de los proletarios era un libro hermosísimo que no se había editado en castellano. Y seguimos también con la colección donde escribíamos nosotros, y pasábamos estos libros de mano en mano. Seguimos produciendo, aunque cada vez menos. Con el tiempo se fueron abriendo nuevas agendas. La agenda del movimiento feminista, por ejemplo. Es muy importante el Movimiento de Mujeres, o experiencias como la del Colectivo Juguetes Perdidos, una especie de microsociología juvenil muy rica. Empezamos a publicar a León Rozitchner. Se empezó a multiplicar bastante la cosa, hasta llegar al movimiento negro norteamericano. Publicamos la crónica de lo que pasó en Ayotzinapa, los textos de Raquel Gutiérrez Aguilar en México, obras de Henri Meschonnic que es un poeta que trabaja el tema del lenguaje con una radicalidad muy propia y que por entonces en la Argentina no tenía tanta difusión. Y varios libros de Santiago López Petit. Es decir, fuimos ampliando. Es difícil pensar de acuerdo con qué criterio, porque el Colectivo Situaciones se fue disolviendo y Tinta Limón quedó con una dinámica propia, con nuevos amigos y aliados, introduciéndose en discusiones nuevas. El fenómeno del kirchnerismo, después de 2013, entra en un declive muy pronunciado. La coyuntura política cambia bastante. La salida del kirchnerismo, como era de prever, no fue por izquierda sino por derecha, una derecha muy neoliberal y muy conservadora a la vez.

 

Vitrina Dystópica: Muy a la chilena.

 

Diego Sztulwark: Entonces, todo ese nuevo escenario de preocupaciones que vienen con este último período va cambiando el catálogo, lo va haciendo crecer. Y así es que Tinta Limón ya no es motorizada por las personas que lo creamos, por un asunto que definiría como casi generacional. Quienes más trabajan ahora en Tinta Limón son compañeros que nunca participaron del Colectivo Situaciones, sino gente con la que siempre hubo mucha confianza, muy amigos, con quienes siempre trabajamos juntos y que en un momento –hace varios años ya- se animaron y dijeron: nosotros vamos a gestionar esto.

 

Vitrina Dystópica: Buenísimo.

 

Diego Sztulwark: Sí, es muy bello. Por eso sobrevive la editorial y por eso hoy tiene fuerza.

 

Vitrina Dystópica: A pesar de lo que tú dices, que no hay quizás un criterio tan claro, cuando uno ve la colección se podría decir que hay una idea curatorial que además es muy interesante. Lo que hace, en términos muy prácticos, es permitirnos el acceso a esas cuestiones o a otras organizaciones, pero también produce la posibilidad, en trabajos como más dentro de la academia o a los programas de los cursos que uno puede armar si uno quiere, de introducir otro tipo de literatura, y en ese sentido se convierte en un arsenal que tiene esa “doble” vía.

 

Vitrina Dystópica: Tiene un nivel de contagio que permea cualquier tipo de frontera, hasta la academia, los grupos. Por un lado, el Colectivo Situaciones aparece con esta relación en proximidades con grupos y prácticas territoriales, pero pareciera ser que con Tinta Limón aparecen unas distancias que también es necesario empezar a acercar y que son esos amigos a nivel transfronterizo, que son brechas, que son corredores de amistad y afecto. Por lo tanto ¿cómo se puede leer eso? Sobre todo, lo pienso en un contexto de empezar a pensar en nuestros amigos y en nuestros aliados, ya no sólamente en el que está al lado, sino que, en su diferencia, en su distancia, está en otro contexto, en otro lugar. ¿Cómo empezar a pensar eso?

 

Diego Sztulwark: Está esta idea de A nuestros amigos, que lanza el Comité Invisible. Entiendo que los amigos no son aquellos con los cuales uno se consuela, los de las intimidades a los que uno les cuenta las cosas secretas, o que tienen afinidades de gusto. Sino que los amigos son otros con los que nos damos fuerza para desafiar la realidad. Y esos no se sabe nunca a qué distancia están. Pueden estar muy cerca o muy lejos. Eso no se elige. Pero uno está buscando cómo componer las fuerzas propias para estar a la altura de los desafíos que siente que le tiene que lanzar a la época. Entonces, es muy importante tener una cierta política de la amistad, saber que uno puede encontrar un amigo que escribió hace 200 años o 500 años, o uno que está haciendo algo en otro idioma en otro lugar y es un amigo porque uno sabe que, componiéndose con eso, esa fuerza va a ser un poco mayor. Desde ese punto de vista creo que sí, que trazar redes, sin estar tan preocupados por la vecindad inmediata, sino preocupados por cómo se va extendiendo una sensibilidad de desafío, es la más certera de las categorías políticas que podemos tener, por lo menos a nivel de una cierta política de la existencia. Es la más importante, porque si no se constituye la fuerza del desafío, el realismo político queda muy vacío. Se hacen realismos políticos suprimiendo el propio deseo, la propia necesidad de la existencia. Así que diría que la idea de la amistad que están planteando estos circuitos o estas redes son fundamentales. Por lo menos en la experiencia del Colectivo Situaciones y posterior, yo diría que, si querés, es la marca más fuerte.

 

Vitrina Dystópica: ¿Y cómo se inscribe eso en el contexto argentino? ¿Cómo se inscribe eso, también, en el contexto del Colectivo Situaciones al momento que, me señalabas tú, hay una especie de crisis o de agotamiento?

 

Diego Sztulwark: Sí, yo creo que de crisis, pero no en el sentido tradicional de rupturas internas y de fracciones porque era un grupo chiquito de amigos, sino más bien de la incapacidad de fabular juntos, de seguir elaborando sentidos. Entonces, por más que la amistad y todo lo demás persista, cada quien va encontrando la necesidad de crear sentidos en otras experiencias. Entonces más bien se va deshaciendo la magia, no es que haya una ruptura. Por eso nunca es fácil decir: ¿se terminó el Colectivo Situaciones? ¿No se terminó? ¿Somos el Colectivo Situaciones?

 

Vitrina Dystópica: Está en modalidad espectral ahora.

 

Diego Sztulwark: Sí, quedó ahí… ¿Qué queda de esto? Queda por ejemplo que Silvia Federici o Raquel Gutiérrez Aguilar o Rita Segato sean parte del movimiento #NiUnaMenos en la Argentina. Eso es una cosa que queda. O Suely Rolnik. O queda que, por ejemplo, muchos compañeros que vienen de la experiencia de la autonomía italiana, del obrerismo italiano, hayan tenido con el Cono Sur de América una experiencia de contagio mutuo bastante importante en algunos períodos. O queda que la filosofía de León Rozitchner, que estaba totalmente leída y agotada por la generación de los años sesenta y setenta, vuelva a ser propuesta a gente joven en América Latina y que la idea de la filosofía pueda ser una filosofía más vital, más práctica, más militante, más de lucha. Me parece que quedan estos diálogos. Que son diálogos que se inventaron en la última década y media y que, por lo que se ve todavía, a algunos nos sigue alimentando o abriendo la imaginación.

 

Vitrina Dystópica: Y además muy proliferante, porque está la editorial que está andando, generando todas estas cosas, y una serie de otras iniciativas que nacen de allí y que se desbordan también de ahí. Y una de las cuestiones, aprovechando que estamos en una radio, que tiene que ver con la experiencia de Ciudad Clinämen como un programa de radio. Si nos podés contar un poco más de eso. Y también abordar el lenguaje radial, o el instrumento de la radio en asociación con esta idea de los amigos también, de las distancias y las proximidades.

 

Diego Sztulwark: Hay miembros del viejo Colectivo Situaciones haciendo cosas, cada quien siguiendo sus propias búsquedas de una manera o de otra. Verónica Gago en el movimiento #NiUnaMenos, Mario Santucho dirigiendo la revista Crisis, Sebastián Scolnik trabajando en la maravillosa experiencia de la Editorial de la Biblioteca Nacional durante la gestión de Horacio González, Natalia Fontana también por el lado del sindicalismo y el movimiento feminista. Muchas continuidades posibles que ya no son parte de una colectividad orgánica, pero que tienen evidentes resonancias.

En un cierto momento, Diego Skliar, que ocupa las mañanas en el programa “La mar en coche” en FM La Tribu, que es una radio muy querida y muy reconocida en la Argentina, se acercó con la idea de armar una columna semanal. Luego se sumó Natalia Gennero. Y empezamos a pensar cómo armar ese espacio. La idea era que algo de todas estas conversaciones a las que nos estábamos refiriendo se pudieran poner al aire una vez por semana. Entonces, se trata de una conversación ya empezada, o sea que no hay que presentar mucho. Un poco como si dijéramos “no tenemos porqué justificar el modo como hablamos, ni las cosas de las que hablamos, las presentamos directamente”. Es nuestra conversación. Nosotros hablamos así, de esta manera y de estas cosas. Y agarrar un fragmento de esa conversación y todas las semanas presentarla. Y bueno, fueron pasando los años, se fue acumulando archivo. Son conversaciones sobre todos los temas que en esta red se discuten con compañeros y compañeras en las que el límite, en general, es que sean en castellano. Nosotros llevamos una vez a Jun Fujita Hirose, un amigo de Japón de quien publicamos en Tinta Limón un libro hermoso que se llama Cine capital. Él habla un castellano bastante bueno, pero su tono es japonés. Al día de hoy todavía tomamos los sonidos de Jun Fujita como cortinas de la radio, porque creo que como programa fue surrealista. Diez minutos parecía una palabra. Yo creo que sí, está ese gusto por la conversación. Básicamente, la radio como gusto por la conversación, pero no por una conversación adecuada a un público, no pensada como adaptada a un público. Así charlamos nosotros y la vitalidad que esta charla tenga, vamos a ver.

 

Vitrina Dystópica: En parte también, un poco, con la idea que teníamos en Vitrina nosotros. Me acuerdo de una vez, a propósito de esa película de Guy Debord que dice algo así como que “no le daremos ninguna concesión al espectador, también tenía que ver con la manera de poder, efectivamente, conversar sin necesariamente estar respondiendo a…” Es lo que hace cualquier marketing, finalmente, que imagina cuál es, lo delimita así, entonces arma un producto que solo está destinado a un nicho. Nicho siempre tiene esa categoría como mortuoria. Ese nicho de personas. Y, posiblemente, la radio encuentra estas amistades a propósito, justamente, de una posición que difiere de esa voluntad tan programada.

 

Diego Sztulwark: Claro. De hecho, el nombre Clinämen quiere decir eso. Esa especie de desvío arbitrario que arma una conversación. No es acomodable a nada, digamos. Es una especie de desvío azaroso que hace que unas personas estén metidas en una especie de conversación a propósito de algo que no era necesario que ocurra y no está calculando nada.

 

Vitrina Dystópica: A mí, una de las cuestiones que me llama mucho la atención de este formato radial, es que siempre ocurre algo imprevisible. Entonces la conversación también tiene esa característica. De hecho, cuando ustedes hicieron en Clinämen la entrevista a Bifo, hablaron de la desensibilización. Y en ese concepto, el mundo virtual procura una sintaxis en la que no cabe, precisamente, esa imprevisibilidad, y tal vez acá surge. Sigue habiendo cuerpos porque sigue habiendo voces, gargantas, inflexiones. De repente se nos cae el vaso, pasamos a llorar en el micrófono, y ese tipo de cuestiones también dicen, también comunican. Creo que eso genera algo en la radio históricamente como formato, incluso cuando era como transmisión radiofónica por ondas, hay una cercanía mayor cuando escuchás. Ahí donde escuchás, las personas que atienden esta conversación, no son precisamente espectadores.

Vitrina Dystópica: A nivel de Ciudad Clinämen y la relación que hay con estas posibilidades de colectivo militante, ¿hay asociaciones, se conoce, se difunde el programa? Tu decías que tenía harta cabida a nivel del podcast.

 

Diego Sztulwark: La verdad que no lo sé porque desconfío mucho del modo en que retornan las señales cuando uno hace un columna de radio. Nosotros tenemos una cierta articulación. Clinämen se sube a su propia página, a la de FM La Tribu, de “La mar en coche” y también va a lobosuelto.com. Y bueno, según el interés de la conversación, sabemos que hay un círculo más o menos amplio. Lo que tiene de interesante, obviamente, cuando se sube por Internet, es que no es solo público local, no son solamente los oyentes de Buenos Aires, sino que tiene resonancias inéditas y te escriben compañeras o compañeros de cualquier lugar y te dicen ¡ah, el martes escuchamos a tal! ¿quién viene el martes que viene? En la radio está la satisfacción de que es un momento escuchado, de que cuando nosotros salimos conmovidos porque una conversación salió bien, en general, hay una repercusión, alguien nos comenta algo. O también cuando queremos invitar a un compañero o una compañera a hablar y les contamos la idea, en general, ya conocen, sí quieren, sí les parece lindo participar de ese espacio. Entonces, es interesante el hecho de estar, claramente, en una radio que no tiene ninguna aspiración a ser una radio mayoritaria, en el sentido de modelo dominante, y que haya un cierto deseo de participar de eso, siempre es como nos gustaría muchísimo que pase.

 

Vitrina Dystópica: ¿Cuánto tiempo llevan haciendo Clinämen?

 

Diego Sztulwark: Yo no lo sé con exactitud, creo que deben ser seis o siete años. Diego, mi compañero de radio, dice que un poco más. El otro día dijo diez años. Yo no creo que sean diez años, exagera. Me ve viejo a mí y desde ahí deduce. Pero sí, ya son unos cuantos años.

 

Vitrina Dystópica: Van saliendo hartas ideas, hartas imágenes. Creo que parte de este deseo por inventar políticamente modos de estar en relación con los cercanos como con los distantes, nos plantea la necesidad de empezar a construir conceptos. Aparece, por ejemplo, entre esos conceptos que se articulan como praxis, la “investigación militante”. Pero ahora, justamente, solo escuchándote, empieza a aparecer también la sensibilidad del desafío. Este es un concepto que a nosotros también nos ha dado mucha vuelta, sobre todo en las discusiones que hemos extendido -discusiones, conversaciones y amistades- con distintos colectivos y organizaciones, el concepto de “imaginación política”, ¿cuáles serían las potencias que guardan estos conceptos con respecto al contexto actual para pensar políticamente el contexto global? Por un lado el contexto global de aislamiento, por otro lado el contexto global de desensibilización, o de desafección también. Y ¿cuáles son las potencias que advierten en el plano de los grupos? Y eso desde la experiencia que has tenido tú y en tus colectivos.

 

Diego Sztulwark: Acaba de salir un libro en castellano, justamente de Franco “Bifo” Berardi, Fenomenología del Fin. Sensibilidad y mutación. Es un libro que yo creo que tiene su importancia. Es un diagnóstico un poco apocalíptico sobre esta especie social de control absoluto que pasa a través de las tecnologías. Es muy interesante ya el diagnóstico. Pero más allá de esa parte que es la más conocida de Bifo, hay un momento en el que él dice que a los movimientos sociales no se los reconoce tanto a nivel sociológico o por sus demandas, sino que son una ironía en el lenguaje. Todo movimiento social actúa como una ironía con respecto a un código. Es decir, hay un sistema de estandarización global de la comunicación y de la sensibilidad. Nuestra capacidad de intervenir en ese campo es el nombre que yo le daría a colectivo o movimiento social. No importa cuán grande o chico sea. No tiene tanta importancia cuáles son sus demandas específicas, que siempre son fundamentales, sino que lo que importa es esa capacidad de desplazar lo que se nos impone como código de lenguaje, como código sensible, como código de disposición de cuerpos. Cada vez que podemos hacer eso, estamos haciendo un movimiento en el sentido de un desplazamiento social. Creo que eso es muy importante. Rita Segato dice una cosa también para mí muy importante: en América Latina, sobre todo en sus capitales universitarias, los intelectuales se han convertido en artífices especializados en trabajar conceptos que elaboran los centros universitarios y las editoriales más importantes. De esa manera, delegamos una capacidad fundamental que consiste en uno poder ponerle nombre, poder crear las categorías, crear las imágenes, crear las formas expresivas de lo que nos pasa. Esto es fundamental.

 

Vitrina Dystópica: Está muy asociado, porque también es una forma de programación.

 

Diego Sztulwark: Es una forma de programación. Entonces, hay un costado colonial con el que tenemos que romper sí o sí. ¿Cómo nos damos fuerza para desafiar? Y también agregaría ¿cómo nos damos fuerza para confiar? Para ser arbitrarios, como diría Rozitchner, para saber que somos nosotros los que tenemos que nombrar lo que nos va pasando. No importa nada equivocarse, mucho peor es rendirse y comprar modelos de identificación, de consumo. Eso es un horror absoluto. Y el capitalismo, hoy, no es solo la explotación obrera, es la explotación de la subjetividad. La explotación de la subjetividad pasa por consumir los modelos que nos proponen. Poco importa lo que el país sea, no es un problema de nacionalismos sino un problema de lucha de clases. Es un problema del capital y de nuestra capacidad de trabajo vivo. ¿Cómo nos damos los medios para crear nuestros modos de subjetividad, de imaginación, nuestro lenguaje, nuestros modos de estar? Eso es constituir un movimiento social. Yo creo que los grupos solo tienen importancia en la medida en que son viabilizadores de una imaginación nueva, y no en tanto que grupos. Los grupos que por una época viabilizan algo son maravillosos. Pero esos mismos grupos, cuando ya no viabilizan nada, son un horror.

Yo diría que no es tan importante el individuo, no es tan importante el grupo, no es tan importante el movimiento como congregación. Lo que es fundamental es cómo nos vamos organizando con otros para tener estas experiencias de ser nosotros, cómo vamos dándole forma a nuestras experiencias.

 

Vitrina Dystópica: Claro, e intervenir en esa cuestión programática. Esa cuestión improgramable, imprevisible, de los encuentros que decíamos como improbables y que generan, entonces, ciertas inclinaciones que nos permiten pensarnos de otros modos. Vivirnos de otros modos que no están únicamente bajo el agobio.

 

Diego Sztulwark: A esto también podríamos llamarlo “historicidad”, que es la capacidad de poder tener, con uno, todas las historias que, en el pasado, hubieron de desobedecer el presente. E ir más allá del presente. La Argentina registra tres experiencias fundamentales de esto, que creo que ofrecen una posibilidad de traducción de las desobediencias en el presente, de armar un diálogo de desobediencias. La primera fue la experiencia de los derechos humanos en 1977, cuando las Madres de Plaza de Mayo empiezan a crear esto que después permitió que sensibilidades muy diferentes puedan converger en un programa común de denuncia contra el fascismo, la represión, el terrorismo de Estado. Mostrar que el terrorismo de Estado es el fundamento de la democracia actual. Fundamental. La segunda experiencia: el movimiento de piqueteros de 2001, que es ese cuestionamiento del que hablábamos hace un rato, de las formas de explotación, de las formas del trabajo, de las formas de concentración de la autoridad. Y, hoy, la tercera experiencia, lo que se da en llamar el Movimiento de Mujeres.

Son momentos de historicidad, de sensibilización, de desafío, de creación teórica, de imaginación, de prácticas muy importantes. Lo que tienen en común es que son insurreccionales, no tanto por la insurrección romántica, sino porque en el espacio de una sensibilización se puede recoger un programa; no como dicen los teóricos populistas “en el significante”, “un significante vacío”, sino en la sensibilidad de los cuerpos, en la traducción de las luchas. Yo creo que esos son los momentos que realmente hacen la diferencia, que de alguna manera cumplen el papel que en otra época se le asignaba al partido, en el sentido de que hacen el mapa de las luchas que abre un diálogo y crea un lenguaje común a estas, y permiten, por lo tanto, mostrar cuáles serían los elementos de una estrategia de masas.

 

Vitrina Dystópica: Bueno, ya vamos cerrando la conversación que, en realidad, la vamos a trasladar a otra dimensión. Pero aquí, en el ámbito radial, queríamos agradecerte cariñosamente, Diego, el haber compartido con nosotros, con nuestros amigos, nuestras amigas, que nos escuchan también. Yo quedo muy alegre después de esta conversación, entonces no me gusta cerrar.

 

Vitrina Dystópica: Es difícil cerrar. Decir también, contarte, y contarles también a los compañeros que nos están escuchando, que la conversación contigo hoy, acá, en la radio, así como la conversación con los compañeros en más ratito en el Centro Social y Librería Proyección, se inscriben dentro de una especie de reencuentro con los compañeros y con los colectivos que ya hicimos el año pasado, durante todo el año a través de, justamente, conversaciones radiales. Todas esas conversaciones radiales, ahora, las queríamos depositar en encuentros y conversaciones ampliadas, cosa de poder construir colectivamente durante este año y, viendo las condiciones de las cercanías y las proximidades, sacar escritos con todo lo que fueron esas conversaciones. Así que, ahí vamos a armar alguna trayectoria a futuro.

 

Vitrina Dystópica: Claro, están las conversaciones y este despliegue. Porque está el programa de radio, y ahora lo que buscamos es desplegarlo a partir del encuentro. También vamos a poder difundirlo radialmente. La idea tiene mucho que ver con lo que estamos hablando. Parte de sentirse menos pobre respecto a las posibilidades que uno tiene y, como conversábamos con los colectivos, tiene que ver con intensificar, con potenciarnos mutuamente, precisamente, para no tener que llegar a constituir siempre algo así como un “partido político” para que algo pase. Sobre todo, para que algo pase con nosotros y con nuestros encuentros. Muchas gracias, Diego.

 

Diego Sztulwark: Mil gracias a ustedes.

 

Vitrina Dystópica: Somos “Vitrina Distópica. La realidad no es capitalista” en los estudios y en la señal de Radio La Central.

Homeopatía del frenado // Sol Prado y Franco Castignani

(Homeopathy of slowness)

Todas las razones

los textos

las discusiones

las críticas

los argumentos.

El bliblibli de los filósofos de moda, el blablablá de lxs tecnócratas izquierdistas al uso, retumban a diario en nuestras pantallas y en nuestros oídos. Nos ofrecen información y teorías que presumen una sofisticación difícil de constatar y sin ninguna relación con lo que nos pasa. Y es justamente lo que nos falta: relaciones, conjunciones, vectores y superficies que puedan traducir(nos) desde lo que nos sucede, desde los instantes que dan forma a nuestro vivir.

A fuerza de marcajes, golpes, distancias, nos vamos dando cuenta que el mundo, nuestras vidas, no se cambian (sólo) con buenos argumentos. Hay que frenar los argumentos. Argumentar, cuando se agota en sí mismo, se parece más al gesto del moribundo que no puede ver más allá de lo que le muestran sus ojos, prefiriendo agonizar a tomar el riesgo de sentir, pensar y vivir algo inesperado. Nosotras sospechamos que la mejor manera de estabilizar el curso del mundo, y de transformarlo en un cadáver incombustible, es ponerse a argumentar sobre él. Este mundo cada vez más reactivo para con cualquier deseo de vida no fue construido con argumentos. Tampoco nos desharemos de él apostando unilateralmente a esta vía. Habitar una modificación que se lleve puesta una vida y le obligue a rectificar sus rumbos, creemos, requiere un esfuerzo más, menos condescendiente con nuestros miedos y nuestras agrias comodidades, más abierto y receptivo a lo que puede venir.

*

A partir de estos fragmentos, bastante intuitivos: intentamos escribir. Abrir algunas puertas, pinchar burbujas, quemar naves, salvar la poesía que así y todo permanece e insiste en esta tierra. Mirar más allá de los muros que nos inventamos a diario. Destruirlos. Inventarnos, con lo que tenemos, una disciplina alegre y expansiva de la destrucción.

Probamos comenzar nuestros textos, pensamientos, largas caminatas y paseos, con algunas preguntas.

De a ratos percibimos que preguntar parece ser, en tiempos de exitismo e imperativo de adaptación general, un arte de alojar incomodidades, de abrir brechas en el tiempo, de habitarlo en su lúdica gratuidad y de suspender su inmediatez.

En definitiva, de un aprender a demorarnos.

*

Demorarse: dejar de trabajar, retrasarse, rechazar. Ser una retrasada, una disfuncional. Ser es retrasarse, interrumpir cualquier función.

Paso seguido, ir a buscar a lxs amigxs que siempre nos esperan para hacer otras cosas más interesantes. Para saltar las cercas que nuestra época impone, por ejemplo, y construir un estar-juntas más amable y gentil. Un pensamiento de la amistad política no es posible sin algo de odio por esta vida. La gentileza, las derivas y encuentros sutiles[1] también son parte del entramado de querer pensar y vivir-juntas.

*

Y bien, en esa pausa aparentemente plástica, que lidia entre la incomodidad y la ansiedad punzante, nos hacemos algunas preguntas que interpelan nuestras prácticas: ¿qué nos moviliza hoy?, ¿por qué nos deseamos un contínuo movimiento -a saltos de proyectos, residencias, becas, ayudas- como si esta fuera la verdadera liberación de nuestro tiempo de vida?, ¿corremos hacia algún tipo de “más allá de la vida” mientras denegamos la pregunta con una maquinaria de notificaciones constantes & suscribing to follow anything apparently new?

¿Siervas al servicio de una nueva notificación?

*

Trague saliva mientras una nueva notificación de whatsapp enciende la pantalla de su móvil (o de su ordenador) y sus nervios, como hienas hambrientas, comienzan a chillar y a demandar atención.

 

*

Movilizadas y preguntantes ¿por qué? ¿qué hay de nuevo en todo eso?

Nos movilizamos porque hay algo de nuestro deseo puesto en ese movimiento. No nos es posible, a riesgo de ser demasiado ingenuas, pensar ni sentir esta invitación constante a movernos, a cambiar, a diferenciarnos, a expresar nuestras emociones en un muro personalizado, a hacer un uso extractivista del hashtag, sin pensar ni sentir a la vez que se nos estaría jugando algo realmente importante allí: ¿Una decisión? ¿Es esto decidir?

Un futuro, efimero, en definitiva.

*

Pareciera que se nos ofrece futuro, aunque sepamos, desde aquel lejano alarido de Johnny Rotten que no ha dejado de retornar, que no lo hay. Sabemos que el futuro en principio ha dejado de ser una dimensión necesaria para actuar. El futuro, como este mundo, es una tierra arrasada por la culpa, la deuda, la esperanza y demás afectos tristes. Hay que abandonarlo, y ahora mismo.

Fuck you Google!

Future is an Error!

*

Nos queda observar, perplejas, sin contemplaciones, como Alicia ante su espejo, la envenenada ilusión de la que somos parte. Pero la perplejidad también puede ser un arma para agujerear esta ilusión, para corroerla y correrla definitivamente de nuestra escena.

Cuestión de ritmos, velocidades, deserciones.

Así, quizás, poder atravesar, juntas, no tan solas, el impasse en el que nos movemos para construir otras escenas, otros modos de pensar y de vivir. Solas-Juntas, en esa alegre e indecidible conjunción.

*

En un breve ensayo publicado hace algunos años, Santiago López Petit nos alertaba sobre la necesidad de construir situaciones sin futuro. Un modo de dejar-ser las situaciones (políticas, artísticas, amorosas) en su ambigüedad. Situaciones colectivas, anónimas, inapropiables. Tal vez otro modo de soportarlas, sostenerlas y cuidarlas, de soltarlas con delicadeza cuando ya no nos sean útiles y no dejen espacio al querer-vivir. Desde hace más de 30 años, escuchamos los altavoces estridentes del capitalismo global en los cuales se nos repite, con voz segura, clara y convencida –otras veces esa voz es seductora, ligera y algo rebelde, dependiendo del segmento de mercado objetivo y perfil del consumidor- que no hay alternativa ni afuera ni, mucho menos, futuro a dicho modo de producción y subjetivación.

Pues bien, habrá que tomar muy en serio el relato, más no para obedecerlo sino para ironizarlo. Trazarle diagonales, escapar de los diagramas y de los casilleros asignados a los cuerpos, voces y trayectorias. Pedagogías de la huida,  prácticas del encuentro sutil.

*

Nosotras queremos ironizar este juego, apropiarnos de sus estrategias e infiltrarnos con máscaras de gas hasta su raíz, hasta desocuparlo. Desocupar el juego.

*

Promover distancias y en esas distancias cultivar brechas, intervalos –responsabilidad que requiere lentitud y un paciente ejercicio de lo gentil. Nosotras queremos utilizar nuestra risa como una auténtica máquina desmitificadora, diseminar el error para hacer estallar el sentido común, fulminar el significante como un bomba molotov incendia la pantomima de un parlamento pseudodemocrático. Para devolver los sentidos que se nos aparecen comunes e indiscutibles a su arbitrariedad y a su contingencia radical.

*

Hacer estallar, a fuerza de ironías, parodias y fabulosas máscaras el sentido común.

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Parlamento Griego, 19/05/2017

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Perder -el sentido- nos expone al más temido de los desastres. Nos expone al afuera de la norma. Nos expone al contacto directo, epidérmico, con la locura y el desbande. A la etiqueta de la melancolía o de la depresión eterna, o la hiperactividad no productivista. En este punto de no retorno el dispositivo terapéutico-gubernamental acude en nuestra ayuda. A cambio de dejar secar la imaginación en un bello deshidratador de raw-food, se nos ofrece la utopía de una vida acelerada pero con la apariencia de salud, para el rendimiento infinito. Un paraíso de emociones controladas, en pequeñas dosis autoingeribles. Pastillas para cojer, jarabes para llorar, antidepresivos para bailar, analgésicos para no morir. Ingredientes para una vida dedicada al trabajo y a la mera reproducción de lo que hay.

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El nosotros, nosotras, nosotres, reducidas a la competencia ramplona, la autoexplotación y a la domesticación de nuestro querer-vivir.

El peor negocio en milenios.

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Un ejército todo terreno de CEOs, coachs, artistas, managers, gurús, personal trainers, youtubers, pastores, neurocientíficos, altamente entrenados en bloquear los agujeros, cercar las salidas, ordenar los flujos y adecuar los deseos, se encargará de todo el resto. Pero resulta que nuestros deseos, ¡vaya insistencia!, resultan, a pesar de esta guerra relámpago desatada en su contra, de estas dosis de felicidad encapsulada que consumimos a diario, ser una bestia porfiada, indestructible Fuga, metaboliza y  desplaza las identificaciones, deslocaliza, suelta y absuelve. Las revueltas acaecidas en Buenos Aires, San Pablo, Paris, Tahrir, Madrid, Barcelona, son sólo algunos mojones, caminos heterogéneos, situados y abiertos a la invención política y existencial. A la invención, efímera (¿y cuál es el problema?) de lo que deseamos con lo que tenemos ahora, como escribió alguna vez Adrienne Rich.

Fernand Deligny, S/D

 

*

Es cierto, siempre podremos profundizar y sofisticar nuestras servidumbres, devenir lobas encerradas, sedentarias y rapaces. Es quizás por esta sorprendente insistencia que la pregunta por una nueva apertura de sentidos, en tiempos de desensibilización normopática[2], resulta de una urgencia política y vital que aún –al menos nosotras- no terminamos de calibrar. Frente al irresistible imperativo de aceptación de lo que hay, que nos invita a un adormecimiento de la sensiblidad general, que inscribe y viraliza en el cuerpo colectivo el repudio de cualquier intento de creación autónoma, se nos hace necesario buscar nuevas armas, imaginar otros bestiarios menos crueles.

Lobas sueltas, que hacen de su soltura, del cuidado y el cultivo de las proximidades y distancias, del acoger y amar a las extrañas, en exposición y sin condiciones, una cartografía intensamente acogedora y habitable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Según Juan Carlos De Brasi,  lo sutil acontece y se presenta más allá de todo adjetivo,  propiedad, artificio o sentido común. Materia esencialmente blanda y porosa. Tarea difícil para un pensamiento habituado a la búsqueda de similitudes y soluciones inmediatas, de tipo algorítimico, frente a las preguntas con las que se encuentra, dado que lo sutil evita las clausuras, ama los paisajes inacabados, extiende los pasajes allí donde todos los caminos parecen cerrarse sobre sí.

[2] Enrique Guinsberg, en La salud mental en el neoliberalismo (México, 2001), define como normópata a “aquel que acepta pasivamente por principio todo lo que su cultura le señala como bueno, justo y correcto no animándose a cuestionar nada y muchas veces ni siquiera a pensar algo diferente, pero eso sí a juzgar críticamente a quienes lo hacen e incluso condenarlos o a aceptar que los condenen (algo muy similar a lo que política y socialmente se conoce como mayoría silenciosa).” 

Un ensayo en el Cervantes // Diego Valeriano

 

Es una confusión demente, es garche del que siempre temo, es irritante, es goloso, es monstruoso. Es un grito, una gota de transpiración en el pezón, un roce medido, un cálculo, una acción que inhabilita el afuera, un cruce de miradas.

Es una pieza de pensión inmunda, un kiosko 24 horas, un pogo en un subsuelo clausurado, un abrazo de travas en la noche de Avellaneda, una corrida desde el bondi a casa, una banda de maricas vengativos, un ensayo en el Cervantes, un plantarse en una esquina, una idea de dos  pibes que probaban que era lo que les gustaba hace muchos años en un pueblito.

Es un grito atolondrado, un gesto en la cara, un estribillo que se repite de manera pavota, una acción política vacía de contenido, es el odio de lo que no quieren más, es agite, es una guitarra rota, es una piba del centro que sabe que no puede su destino, es casi una sobreactuación militante, es ego.

Es arrogancia, desmesura, fuerzas silvestres, inmadurez, escabio, carcajadas, sensualidad, llanto, amor, falopa, algún tipo de resistencia inentendible, besos en el baño de hombres, un desesperado pedido de auxilio hasta perder la forma humana.

Un ensayo en el Cervantes, un reflejo apurado de lo que nunca quiero en un espejo peposo, cínico, irónico y manija que lo deforma todo.

En la Palestina ocupada el mero hecho de mantenerse vivo es ya un acto de resistencia. // Jessica García

A Mohamed lo detuvieron en el checkpoint Hamra[1], aquel que está a metros de su casa y que debe cruzar todos los días para llegar a su trabajo. Allí, los soldados israelíes lo obligaron a permanecer por algunas horas sin ninguna razón. También a uno de los hijos de Salim lo detuvieron en el mismo checkpoint, luego de que confiscaran su tractor[2], otra vez sin ninguna razón.

Tres varones de la comunidad beduina que visitábamos todas las semanas, Al Auj’a, fueron detenidos dos horas, en nuestra presencia. En este caso la razón fue que no tenían su identificación. Además, los soldados estaban “cansados” de repetirles que no debían estar pastoreando los animales en su propia tierra, pues esa zona se había convertido en una “zona cerrada”. Cuando les preguntamos cuántas horas estarían detenidos, el soldado al mando nos dijo que permanecerían allí tanto tiempo como él decidiera. Entonces decidimos quedarnos y acompañar, no podíamos hacer nada más. No los torturaron, pero tampoco los dejaron moverse. Finalmente, después de dos horas bajo el sol en el Valle del Jordán, los dejaron ir.

A la mañana siguiente, en Eind ad Duyuk, una comunidad beduina ubicada en los alrededores de Jericó, nos contaron que esa madrugada Shabri, un chico de 22 años, había sido detenido por un grupo de soldados israelíes mientras pastoreaba los animales. Lo detuvieron y lo torturaron. Lo obligaron a acostarse boca abajo y lo forzaron a comer pasto. Luego, le ataron las manos y los pies y, como si todo aquello no hubiese sido suficiente, lo pusieron debajo del jeep y simularon pasar por encima de su cuerpo. Finalmente, casi una hora y media más tarde y ante el arribo de activistas de Ta’aysh[3], lo dejaron ir; no sin antes advertirle que si lo volvían a ver ya no lo torturarían, lo matarían.

No se encontraron datos sobre detenciones arbitrarias por cortos períodos de tiempo en el marco de confiscaciones, u otros incidentes, o durante el paso por un checkpoint. Sin embargo, este tipo de detenciones son habituales en la Palestina ocupada.

De acuerdo a Amnistía Internacional, desde 2001 no se ha abierto ni una investigación penal sobre las más de 1.000 denuncias sobre torturas presentadas ante Israel (Amnistía Internacional, 2017) [4].

 

[1] Hamra es uno de los dos checkpoints permanentes en el Valle del Jordán. 572 obstáculos al desplazamiento en Cisjordania fueron registrados por UNOCHA a mediados de diciembre de 2016, lo cual incluye tanto los checkpoint permanentes como los temporarios (UNOCHA, 2017). Ver informe completo en: https://www.ochaopt.org/content/fragmented-lives-humanitarian-overview-2016  

[2] De acuerdo a UNOCHA, 94 estructuras palestinas han sido demolidas desde enero a marzo de 2018. Como consecuencia de dichas demoliciones 110 personas han sido desplazadas y otras 354 han sido afectadas de alguna otra manera. Ver estadísticas completas en: “West Bank: demolitions & displacements trends analysis” https://app.powerbi.com/view?r=eyJrIjoiOGFlMmRhYjgtYmMxMC00YTYyLTg3ZmEtZGY1ZDExODk5ZDU5IiwidCI6IjBmOWUzNWRiLTU0NGYtNGY2MC1iZGNjLTVlYTQxNmU2ZGM3MCIsImMiOjh9

Entre 1988 y 2016 Israel emitió 16.085 órdenes de demolición contra estructuras palestinas en zona C. Ver mapa y estadísticas sobre el estado y distribución geográfica de dichas órdenes en: http://data.ochaopt.org/demolitions/index.aspx?id=311650

[3] Ta’ayush es una organización de activistas israelíes que se prenuncian en contra de la ocupación de Palestina. Ta’ayush trabaja principalmente en la región de las Colinas  al sur de Hebrón y en el Valle del Jordán. En este último lugar acompañan a lxs pastores palestinxs en su trabajo diario, en tanto su presencia reduce, aunque no siempre, los niveles de violencia ejercida por lxs colonxs y fuerzas israelíes hacia aquellos. Más información en: https://taayush.org

[4]Amnistía Internacional (2017). Campaña “50 años de ocupación israelí”. Disponible en:  https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/campanas/ocupacion-israeli/

Machismo y subjetividad mediática //Agustín Jerónimo Valle

 

Aborto y concepciones de la vida; mujeres y cuerpos mediatizados; continuidad teológica de la subjetividad mediática (¿quién sabe sobre la vida?); varones violentados por la belleza femenina.

 

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¿Qué diferencia hay entre estar destinado y estar predestinado? La diferencia está en que si alguien dice que otro está destinado, puede entenderse que su dicho es performativo: que al decirlo, lo está destinando. Mientras que quien dice que otro está predestinado -a tal o cual cosa-, intenta ubicarse como simple señalador de una realidad objetiva, dando cuenta, nomás, como observador neutral, de un dato fáctico. La predestinación implica que el sino que se porta es inmune a la experiencia; no es la experiencia la que forje el destino: el destino está determinado previamente a que la presencia pueda hacer lo suyo. Pero no está todo dicho, porque donde la experiencia presente de una vida es impotente, está el logaritmo salvador. Inteligencia artificial para gestionar las falencias de vidas predestinadas. Lo que los vivos no podemos organizar con nuestra presencia -los deseos, las necesidades, los conflictos-, será resuelto por el aparato, con su mega cálculo sintético: se sabe, estos aparatos saben. Es así.

No es Urtubey el que habla; por su boca se expresa una racionalidad que regula lo social -una racionalidad con que lo social se regula-. Él encarna de manera muy obvia, y bastante extrema, la regla del gobierno mediático-capitalista. Los cuerpos no saben; los cuerpos son leídos por el aparato; lo que manda es un saber sobre los cuerpos.

Ya cuando Marcos Peña -tanto más sutil y complejo que el gobernador peronista de Salta- dijo que se opone a la despenalización del aborto, exhibió -una vez más- la verdad de su concepción falsa de la vida. A las pibas muertas por la ilegalidad del aborto -asesinadas por dicha penalización- ni las menciona. Aunque son “personas con derechos” de modo evidente, la ridícula y vil “elevación a estatuto ontológico de las posiciones en la escala de la desigualdad social” alcanza en ellas su grado máximo. Esas mujeres son el blanco perfecto de la degradación ontológico-política; porque es precisamente con el sojuzgamiento de las mujeres que comenzó a organizarse la desigualdad social.

La desigualdad es el mayor artificio, la triste mayor obra de la humanidad, y su piedra de toque es el sometimiento de las mujeres. ¿O no es con la potestad sobre el intercambio de mujeres entre clanes que nace la autoridad? El machismo y la jerarquía social comparten un mismo nudo iniciático. Por eso es posible la atroz ridiculez de equiparar mujeres -adolescentes, adultas- muertas, con embriones de seis semanas a los que se les interrumpe el desarrollo.

El postulado de que un embrión es una persona no es evidente en lo más mínimo, ya que no hay presencia alguna -salvo, y esto si acaso, lo que siente la mujer en su interior: cambios en su cuerpo.

Pero el joven jefe de Gabinete, empero, algo percibe. “Yo no estoy a favor de la despenalización, porque me cuesta abstraerme del recuerdo de ir con mi mujer al obstetra, y escuchar el corazón de mis hijos a las seis, siete semanas…”. Lo que le cuesta es no abstraerse (¿qué mayor abstracción que imaginar a un feto como una persona?). Lo que le cuesta es aceptar la centralidad de la experiencia corporal. La pantallita manda; la pantallita manda la verdad. La verificación técnico mediática (la pantallita transmite “en vivo” a ese conjunto celular) muestra, así, su legado teológico. Es la religión actual. El sojuzgmamiento de las mujeres, de las vidas, de la experiencia, se organiza apoyado en esta fé perceptual.

Se trata de una instancia que sabe más sobre la vida que la propia vida. Como Dios, la pantalla. También, claro, la razón gerencial: sabe más sobre la vida de un territorio que la propia vida. De allí la afinidad entre moral teológica y Ceocracia. La misoginia y el odio a los pobres son un efecto de estas máquinas históricas -tan antiguas como renovadas- de desigualdad.

 

2

En tanto la desigualdad tiene en su núcleo histórico, como primera conversión de la vida en objeto de poder, al sojuzgamiento de las mujeres, la emancipación femenina pone en cuestión el centro mismo de la jerarquía y el poder. Muchos varones que ahora son anti-feministas, reaccionarios, es no solo por el temor a perder sus privilegios de género, sino porque temen a la batería de preguntas sobre su propia vida en tanto que también domeñada; es decir, porque la emancipación femenina interpela a todos y todas problematizando la obediencia y la libertad.

En este sentido tiene potencia como movimiento igualitarista. Entiendo por supuesto que en un movimiento tan grande y abarcativo, hay miles de tendencias y entendimientos divergentes; hay para quienes el enemigo no es el machismo (o el patriarcado, término ciertísimo pero snob) sino los hombres. Está claro que si hay algo democrático es la estupidez, campea por doquier sin discriminar. Pero que un movimiento empodere también a personas o versiones más atolondradas -por ejemplo quien aprovecha la primera chance que tiene para ser autoritario o autoritaria, o a quien pretende poner como enemiga a la mitad de la población- no dice nada del movimiento, no dice nada de la causa, no niega en absoluto la potencia democratizante del movimiento (la estupidez es de todos; la potencia democratizante del feminismo, le es específica). Como dice Rita Segato, el machismo no es meramente un problema de hombres y mujeres, de los nenes con los nenes y las nenas con las nenas. El feminismo es una invitación liberadora también para los varones, y, además de con responsabilidad, debemos tomarla con agradecimiento.

Segato señala lúcidamente que las mujeres viven más, llegan más a viejas, porque los cuerpos masculinos sufren masivamente ataques propios de un modelo de masculinidad (competitivo, agresivo, anti-empático). Ella habla por ejemplo del estrés y los ataques de salud; pero hay más. Por ejemplo: los conductores que manejan autos, motos y camiones convocando la muerte, como locos, son, casi todos, si no todos, varones. Ver una mujer al volante conduciendo de un modo mortuorio es algo extremadamente exótico, prácticamente no hay (y es increíble que aún así subsiste el mito misógino de que las mujeres manejan mal…). No hay estadísticas pero es evidente de de los miles y miles de muertos por incidentes de tránsito, la mayoría son varones: reproductores de un modelo de masculinidad que los mata. Por supuesto no comparo a un pelotudo asesino al volante con una piba violada y estrangulada: en ambos casos el problema es un hombre violento. Y no hago victimometría. Advierto una complejidad; es evidente lo que dice Segato: el machismo -el modelo de masculinidad machista- es un problema que mata también a los varones.

Así como, claro, el machismo es reproducido por mujeres; cuando trabajé en el programa ESI en Provincia de Buenos Aires, con las directoras y docentes veíamos una publicidad de Alto Palermo (“Somos todas mujeriegas”) y una de Fernet Branca (“Estamos todos de acuerdo”), para plantear que el “enfermo violador” no es ningún enfermo, sino que expresa el extremo de una racionalidad que es la norma -o era en ese momento, ya que ahora vivimos un desplazamiento de magnitud histórica incomensurable: algo está haciendo fuerza efectiva contra la larguísima historia, una historia más larga que la historia, pasada de generación en generación, iniciada en aquella imagen del cavernícola barbudo arrastrando de los pelos a una mujer recién garroteada.

Las mujeres eran medio de cambio, y ahora el odio machista guarda en su núcleo una concepción donde son, las mujeres, también un medio para otra cosa. En La cosa y la cruz, Rozitchner transcribe a Agustín diciendo que cuando era bebé, no era su mamá quien lo alimentaba, no era de ella la leche que tomaba, sino que era Dios mismo, espíritu abstracto y trascendental, quien la hacía y se la proveía, usando al cuerpo de la madre como medio. Para esta antigua creencia práctica, de que hay placeres y valores plenos, máximos, más allá de los encuentros corporales, los cuerpos se ven reducidos a medios para alcanzarlos. Y como no se los alcanza, se los odia, por insuficientes, por traicionar la promesa de goce superior: cuanta más violencia se le ejerce al cuerpo mediatizado, más se afirma que el placer consiste en la conexión con algo abstracto.

La mediatización de lo sensible es general, la mediatización de la vida es general (gigantesca obra de Occidente, convertir a la vida en un medio para otra cosa…), y el cuerpo femenino es clave, ya que constituye el sustrato sensible originario de todos. Su especialmente violenta mediatización es condición de posibilidad de la aceptación de la mediatización general de la vida.

 

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Rita Segato señala que la violación es un acto político, es un castigo, a la piba “zarpada”, que hace algo que no debería. Decía RS que es un enormísimo error considerar la violación vinculada a un deseo, a un deseo erótico. Disiento, con esto último. Porque nos aleja del hecho de la excitación sexual, la erección del violador; está en un estado que involucra la excitación sexual y por tanto quizá una cierta versión del erotismo. Quizá entonces allí haya información que nos perdemos si negamos de plano la presencia de deseo. Escuché muchas veces a amigos, congéneres, en el pasado, en la adolescencia, es decir en los años de fogoneo y (si acaso) temple del deseo sexual, escuché muchas veces, y sentí muchas veces, cosas como “ esa mina está tan buena que me hace mal”, “me hace daño de lo linda que es”. Incluso “cómo puede estar tan buena la hija de puta”. Cuerpos de varones que se conciben violentados por la belleza de las mujeres. Varones para los que la expresión de la belleza y el insulto -la agresión- quedan pegados. ¿Cómo es que la belleza hace mal?

Ligo esto con la figura tradicional-moderno-burguesa del Padre. El Padre es un padre ausente, que llega a la casa. “Ya vas a ver cuando venga tu Padre”: el Padre encarna la Ley y es agente de la Realidad; el orden real de las cosas se cumple en su presencia. Para el agente castrador patriarcal, hay algo de lo real sensible de los cuerpos que no es del todo verdadero. Que debe ajustarse, adaptarse al orden de la Realidad, es decir lo social, vertebrado por la Ley, el Deber. Todo cuerpo está en deuda.

Alguien que tiene mediatizado el vínculo con los cuerpos -en tanto de los cuerpos no surge la verdad y la realidad sino que la realidad debe serles aplicada-, al desear un cuerpo, sabe y siente una condena, una instatisfacción eterna. Porque se deposita, o hace pasar por ese cuerpo como vehículo, una intensidad que se asume que está siempre en otro lado, en alguna dimensión abstracta. Por tanto ese cuerpo, excitante y atractivo, termina siendo el que recuerda lo despojado que está el propio cuerpo varonil del encuentro con su deseo en la experiencia; la escisión entre deseo y experiencia. Entonces es linda, pero ante todo medio para encontrarme con un ideal -como son la Ley, Dios, la pornografía-, por lo que nunca va a ser suficiente: duele. Y acaso en ese semen espurio y criminal del violador vaya su último llanto, su última lágrima de pena por la enajenación total de su horizonte deseante. Por eso es tan común que las maten después de violarlas. No es solo para callarlas. Ese asesinato es el acto último de asunción del violador de imposibilidad de encontrarse con su deseo. Por eso desprecia el cuerpo deseado; porque lo turba viendo en él una promesa que no puede cumplir. Y por eso tampoco es raro que el violador asesino acabe suicida.

En ese punto el violador es un perverso extremo pero de un modo del deseo que es, al menos hasta mi generación, común: un modo desear que se siente violentado por la belleza de aquello que desea. ¿Cómo es que “me hace mal de lo linda que es”? ¡Qué buena que estás hija de puta! Hay un nudo que pensar acá, en este deseo odiante. “Te mato, te hago mierda”, semántica asesina y destructora para enunciar el deseo. ¿Quizá se cuele un odio a la vida, y por tanto al cuerpo capaz de hacerla? ¿Quizá se odie al medio de acceso a esa promesa de goce que no es verdad de este mundo? Toda la escuela de que la verdad no es lo tangible, es supra-sensible (la Ley, Dios, el Capital, la Publicidad), toda la milenaria preparación de la subjetividad mediática, donde los cuerpos viven la vida como un medio para otra cosa, da lugar a este violento conflicto con la experiencia de goce presente. Lo que se odia es la enajenación de la potestad del placer como experiencia pura y radicalmente presente. Se odia a la que nos “mueve” porque pone en evidencia el conflicto entre la naturaleza presente del deseo como potencia corporal, y la domeñación mediatizante de ese deseo, acostumbrado a que siempre lo intenso, lo verdadero, lo máximo, está más allá. El deseo por lo próximo viene como castrado, y deposita en el objeto del deseo esa frustración de que la experiencia del encuentro esté condenada a incumplir la promesa del paraíso abstracto.

 

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Lejos de la sacralización de lo abstracto, lejos de la consagración de lo mediato, el feminismo se muestra esencialmente como una afirmación de la vida. No un paquete de demandas. El valor inmediato de plantarse. Educación sexual, anticonceptivos y aborto legal, por ejemplo, no abonan la programática, el modo programático de la política; enuncian una exigencia presente de una vida en su experiencia.

El oportunista y tenue acercamiento del gobierno al proyecto de despenalización del aborto muestra que el movimiento feminista planta intolerancias democratizantes, que quedan en la mesa como insumos para que se actualice la gobernabilidad. Algo equivalente fue el movimiento-2001, convertido en agenda de demandas por parte del gobierno kirchnerista. Toda democratización se cocina en el movimiento y se le arrebata al orden, que la “acepta” para no quedar demasiado defasado del ánimo multitudinal. Pero lo mejor es que el feminismo no parece reducirse a una traducción legislativa de sus deseos. Ejerce de modo inmediato un empoderamiento existencial de la presencia; el feminismo exige algo no que hay que construir, no a lo que hay que llegar, sino de cumplimiento inmediato. Por supuesto no hablo desde un saber sobre el feminismo, sino desde la inspiración ante el movimiento feminista y lo que enseña. Que el deseo, que todos los ordenes de la vida, se midan según la igualdad y con el cuerpo presente como parámetro regulador.

 

 

 

 

 

“El feminismo como contrapoder y revolución” // Conversación con Alejandra Rodríguez. Paradigma, Radio Eterogenia

Alejandra Rodríguez de Buenos Aires del colectivo #NiUnaMenos, y de #YoNoFuique también es un colectivo de mujeres.

Paradigma: Hola, Alejandra. Como para introducirnos, ¿el colectivo #YoNoFui es sólo de la cárcel de mujeres de Ezeiza?

 

Alejandra Rodríguez: No, el colectivo trabaja con mujeres que están privadas de su libertad en la cárcel de Ezeiza, pero también en José León Suárez, que es una cárcel de la provincia de Buenos Aires y la Unidad Federal n°13 de mujeres que está en Santa Rosa, La Pampa. No solamente trabajamos adentro de la cárcel, sino también con mujeres que pasaron por la experiencia de la cárcel y han recuperado su libertad. Nuestra apuesta política es ese pasaje entre el adentro y el afuera de los muros. Muchas compañeras que pasaron por la cárcel hoy son activistas de la organización: están a cargo de los talleres, integran el colectivo editorial o son parte de la cooperativa de trabajo.

 

Paradigma:Alejandra, se nos ocurrió hablar con vos a partir de algunas publicaciones que hiciste en Lobo Suelto!, en realidad más exactamente la que salió en Página 12 el día previo al #8M. Pero después del #8M sucedieron unos hechos de represión en la cárcel de Ezeiza y en realidad nos queríamos detener un ratito en eso, que nos cuentes, nos contextualices qué ha sucedido en esta semana desde aquella represión. ¿Te parece?

 

Alejandra Rodríguez:El 8 de marzo las mujeres del complejo IV de Ezeizaestaban manifestándose a través de un “ruidazo”como parte del paro internacional de mujeres. Ese mismo día fueron convocadas por las autoridades del Servicio Penitenciario Federal (SPF) a una reunión en la que se les informó que no iban a cobrar el peculio (ingreso recibido por las horas de trabajo), y que no sabían cuándo lo iban a cobrar. La mayoría de las mujeres son muy pobres y muchas de ellas son sostén de familia, algunas no toman contacto con ese dinero porque lo recibendirectamente sus familias que están afuera, sus hijes o personas mayores que dependen de ellas. Desde el encierro y a través del peculio garantizan la subsistencia para su grupo familiar. No es muy difícil imaginar lo complejo que fue para ellas escuchar esta noticia por parte del SPF.

 

Esa misma noche estaban reunidas una diez o quince compañerasen uno de los pabellones conversando sobre esta situación e ingresó la requisa del Servicio Penitenciario y las empezaron a reprimir. Corrieron y se refugiaron en la celda de una de ellas, pero entraron, les tiraron gas pimienta, les pegaron patadas, las arrastraron de los pelos, las lastimaron, y después las llevaron a algunas a celdas de castigo y a otras al pabellón psiquiátrico, ahí las encierran, las drogan y las golpean, es un espacio de tortura. Esto es lo que pasó, nosotras tomamos conocimiento enseguida de esta situación a través de comunicaciones telefónicascon compañeras que están adentroy desde ese momento nos organizamos y comenzamos a activar una estrategia de comunicación para visibilizar lo que estaba sucediendo. Trabajamos muchísimo ese fin de semana, fue un continuado pos#8M.Lo primero que hicimos fue juntarnos un grupo de colectivos amigxs y desde ahí pensar videos y piezas gráficas,fundamentalmente para instalar el tema, pero sobre todo para poner en la agenda las voces de nuestras compañeras. Para que sean sus voces las que cuenten lo sucedido, que se conozcan sus dolores y las crueldades que padecen ahí adentro. Hicimos muchísimo hincapié en eso.

 

Inmediatamente, el lunes 12 de marzo, logramos visitar la Unidad Penitenciaria con María Medrano de #YoNoFui, producto de la presión del activismo. De la visita participaron el Cels, el Ministerio Público Fiscal,el juez de casación Gustavo Hornos, la Procuración Penitenciaria Nacional, la UFEM, que es la unidad fiscal que se especializa en la lucha contra la violencia hacia las mujeres, lesbianas, trans, travestis y bisexuales, y laProcuvin que es la fiscalía que se encarga de la violencia institucional. Estuvimos más o menos cuatro horas recorriendo la cárcel, pudimos hablar con varias de las compañeras, comprobar y verque estaban lastimadas producto de la golpiza. Reconstruimos los relatos de lo que había sido ese día. Se inició una causa penal que la tramita la Procuración Penitenciaria. El martes 13 de marzo hicimos una conferencia de prensa en la puerta del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación para responsabilizar políticamente al ministro Germán Garavano por no cuidar a nuestras compañeras y por reprimirlas. Ahora estamos siguiendo el proceso de la causa. Se va a presentar un pedido de informe de la Cámara de Diputados para que el Ministerio de Justicia y Derechos Humanosdé un informe detallado de cómo sucedieron los hechos, vamos a seguir insistiendo por la vía legislativa, acompañando y visibilizando esta situación porque creemos que fue una reacción contra el movimiento feminista.

 

Creemos que la represión es una reacción al activismo y a la politización de las mujeres que estando presas decidieron manifestarse este #8M. Nuestras compañeras privadas de libertad son parte del feminismo popular, por lo tanto, esta represión es una reacción contra todo el movimiento feminista.
Nosotras las abrazamos y estamos con ellas. Si tocan a una, tocan a todas.

 

Paradigma: Escuchando un poco lo que venís contando de cómo fue sucediendo y después de leer la nota que hiciste en Página 12, me llama la atención esto que contás sobre que las mujeres a las que reprimen no son justamente las mujeres que tienen más trayectoria en la organización o en el espacio de participación, sino que eran aquellas mujeres que hace muy poco que estaban en el Penal, y que quizás recién ahora podían empezar a participar o a reconocerse con las otras compañeras.¿Esto no hace que sea mucho más fuerte la opresión que quieren ocasionar en relación con un paro de mujeres y una manifestación dentro de un Penal de mujeres, en estas otras mujeres que quizás recién empezaban a participar? Como un modo de detener las fuerzas y potencias que ustedes tienen desde la organización.

 

Alejandra Rodríguez: Las compañeras que llamaron para la reunión son las que recién ingresaban al penal. La represión fue sobre las que tienen más tiempo adentro y las que participaron activamente del “ruidazo”del #8M. Se trató de una reacción de disciplinamiento por parte del SPF, en palabras de Rita Segatoun acto de violencia instrumental y expresiva cuya finalidad fue demostrar el control absoluto sobre la voluntadde nuestras compañeres.El hecho de que llamaran a esa reunión a compañeres que tenía poca experiencia en el penal y por lo tanto desconocieran los mecanismos burocráticos del servicio no fue casual. Me parece necesario leer el accionar represivo de parte delSPFen relación con lo que sucedió en las calles el #8M.Durante el tiempo previo a la marcha, trabajé junto a otrescompañeres en la Comisión de Seguridad y Cuidados, pusimos especial énfasis para evitar la presencia de policías en las calles y para exigirle al Ministerio de Seguridad de la Ciudad y la Nación que no haya cacerías como hubo el año pasado. Hicimos un trabajo articulado y minucioso con la Defensoría del Pueblo. Desarrollamos una estrategia de cuidado para que pudiéramos ejercer nuestro derecho de estary manifestarnos en las calles sin ser reprimidas. Haciendo un balance de lo sucedido en las calles, podemos afirmar que logramos nuestro objetivo. Sin embargo, la mano represiva del Estado apareció en la cárcel con las mujeres que están privadas de su libertad, con el eslabón más débil de la cadena. Esas mujeres están a cargo del Estado, quientiene la responsabilidad de cuidarlas, no la potestad para reprimirlas. Sin embargo, la ofensiva vino por ahí. Y eso nosotras no lo dejamos de leer como parte de una reacción del patriarcado a toda la potencia desplegada en las calles.

 

Paradigma: Quería retomar justamente esto que vos marcás respecto a lo que implica este ensañamiento con los eslabones más débiles. En ese sentido, yéndonos a hablar quizás de lo que fue la modalidad de organización de este paro, fundamentalmente la modalidad asamblearia, queríamos que vos nos cuentes un poco respecto a esto porque hay una consigna que justamente nos parece que retoma esa idea de fragilidad o de debilidad o de lo que puede implicar distintas voces de mujeres en distintas situaciones diciendo qué quieren parar en su vida. ¿Cómo surge esa formulación respecto al trabajo asambleario?

 

Alejandra Rodríguez: Sí, creo que eso fue un hallazgo del movimiento feminista: pensar el paro como un proceso. Si reconstruimos lo que sucedió desde el #8M del año pasado hasta este,vemos como el proceso asambleario continuó y el feminismo también estuvoinvolucrado en muchísimas luchas, no solamente manifestándose en contra de los femicidios, sino que también pudo transversalizar un conjunto de luchas y conflictos, resignificando la violencia en sus múltiples expresiones. Se hizo una asamblea en la carpa de Pepsico con las trabajadoras despedidas, estuvimos en El Bolsón, en Jujuy fortaleciendo alianzas con otras colectivas y organizaciones feministas.Desde #NiYnaMenosasumimos esos conflictos proponiendo la asamblea como herramienta política. El proceso asambleario del #8Mvenía desarrollándose con mucha fuerza durante todo el año. Para nosotras el paro no es una orden que acatar y tampoco una efeméride, sino el tiempo de su elaboración y todo lo que ese tiempo nos permitió abrir, pensar, problematizar. El paro como pregunta de elaboración política, como experimentación situada, porque entendemos quecada una de las realidades de las mujeres sondistintas, no para de la misma manera una trabajadora precarizada, una docente o una mujer que está privada de su libertad. En esas diferencias vamos encontrando las múltiples formas de producir ese tiempo de paro. Luego la calle y la fiesta popular nos reúnen a todas, porque el #8M fue una revuelta común entre todos los feminismos. La asamblea se convierte para nosotras en un tipo de herramienta política en la que se pone en juego una racionalidad distinta a la que reproduce e instaura la política conservadora, machista y patriarcal. Nosotras creemos que la asamblea es un espacio para estar entre nosotras, escucharnos, reconocernos con nuestros dolores,y fundamentalmente un espacio de soberanía, de decisión y es desde esa certeza afectiva y política estamos instituyendo unanueva racionalidad, una manera de hacer política en clave feminista. Y eso fue tal vez lo más importante que ha pasado en este tiempo, en este proceso. ¿Cómo se llega al paro? ¿Cómo llegamos cada una al paro? Porque también la pregunta va más allá del paro como comúnmente lo conocemos. El paro ya no es parar de trabajar, el paro es tratar de suspender algo en esa cadena de explotación patriarcal, capitalista, en la que nos encontramos(más o menos conscientes)y eso tiene que ver con nuestras maneras de vivir básicamente, tiene que ver con nuestras maneras de desear, con cómo nos relacionamos entre nosotras, cómo nos relacionamos con nuestro deseo, por eso la pregunta también es: ¿qué cosas quiero parar y a qué cosas le quiero dar lugar en mi vida? ¿Qué cosas tengo que hacer para estar más en sintonía con mi deseo? Y ahí aparece el deseo, aparece el goce, aparece la afectividad que creo que es el gran aporte que hace el feminismo o la política pensada en clave feminista.

 

Paradigma: Quería preguntarte a partir de estas cosas que nos contás de las mujeres presas y en relación con#NiUnaMenos. Tengo un interrogante en relación con esto, en cuanto al cuerpo de las mujeres, que es un cuerpo que tiene la experiencia de trabajar las 24 horas, los 7 días de la semana, todos los días del mes y todos los años, que ahora aparece como visibilizado en relación con la demanda del trabajo esclavo empresarial, pero que el cuerpo de las mujeres está sometido a eso “desde siempre” por razones religiosas, mitológicas, ideológicas, vaya a saber desde cuándo, desde cuántos miles de años. Y hay una pregunta por si ese modo que está teniendo el feminismo, resaltando esta lucha del #YoNoFui, si es en relación con desobedecer ese mandato de estar 24/7 con el cuerpo dispuesto no para mí misma, para decirlo corto, porque me parece que incluso ese mí misma es un mí misma colectivo (que es lo característico de lo asambleario), y en relación a un lugar donde estamos, un cosmos que habitamos. ¿Hay algo de eso? ¿Tenés algo para decirnos?

 

Alejandra Rodríguez: Comparto la reflexión que hacés. Me parece que lo que logra hacer el feminismo es desplazar esa idea del cuerpo pensado en clave productiva. Si lo pensamos específicamente en las mujeres que están en la cárcel, lo único que logra correr a la mujer considerada anómala, enferma o culpable, es la idea de “mujer productiva”.En este caso primero tenemos que visibilizar la explotación, en las cárceles de la provincia de Buenos Aires se les paga 16 centavos la hora de trabajo a las mujeres. No llegan ni a comprar las cosas básicas para comer.Por otra parte, desplazar esa idea de mujer productiva, anómala o enferma, en tanto mujer que no responde al mandato de esta sociedad patriarcal y heteronormativa y reponer la idea de mujer que tiene derechos, que desea, que goza, que se puede reconocer en otras, y reafirmarse en sus potencias, en sus capacidades de ser, de sentir. También que puede reconocer su posición en el campo social, en el campo cultural.

Este corrimiento se ha visto mucho en las asambleas, son desplazamientos que suponen una politización de dolores históricos que tenemos naturalizados. Por ejemplo, enla Asamblea Feminista de Flores y BajoFlores, se habló mucho del tema del abuso. Varias compañeras compartieron relatos de situaciones de abuso que habían padecido de niñas, adolescentes. Fue muy impresionante ver cómo se pudo construir a partir de ese dolor de algo tan fuerte como el abuso una narración política en la que planteamos la reafirmaciónde decidir nosotras sobre nuestros cuerpos. El cuerpo se presenta como eje fundamental y los afectos, la micropolítica, la circulación del deseo, como claves distintivas en la política feminista.

 

Paradigma: Creo que esa clave afectiva se escucha no sólo en tu relato sino también en las manifestaciones que hemos ido teniendo a lo largo de esta semana con las repercusiones del paro.Otra de las preguntas que nos surgía tiene que ver con el fusilamiento de Marielle Franco, ayer miércoles 14 de marzo en Río de Janeiro. Empezábamos a plantear que eranreacciones o respuestas a la potencia femenina. ¿Podría pensarse así?

 

Alejandra Rodríguez: Sí, yo creo que directamente. Me parece que nosotras podemos hacer una lectura, una narración política de estas reacciones. Empezando por lo que comentaba antes: la represión sobre los cuerpos de las mujeres pobres encerradas en manos del Estado en una cárcel; el fusilamiento de un niño de doce años, pobre, en la periferia de Tucumán; y ahora el asesinato de la activista feminista y concejala brasileraMarielle. Estas tres situaciones nos dicen algo respecto a una nueva forma de la violencia política que directamente despliega su violencia y crueldad sobre los cuerpos, creo que una lectura posible es leerlas como reacciones del patriarcado que enfrenta el crecimiento y la potencia que está logrando el feminismo. Son crímenes políticos con una clara intención de disciplinar, frenar o acallar esta potencia desplegada. Lo que por ahí no se tiene en cuenta es que el feminismo transforma la furia en más potencia y en más organización. Nosotras nos reinventamos desde ese dolor. Esa es la clave afectiva del feminismo. Es lo afectivo puesto en clave política,es desde esa afección, dolor y tristeza que logramosfortalecer nuestra lucha colectiva. Fijate las reacciones que hay en toda la región a partir del asesinato de Marielle, estamos todas no solamente consternadas y furiosas, también movilizadas y activas.

 

Paradigma: Me parece que hay una pregunta que resurge a partir de lo que decís y a partir de lo que venías diciendo, respecto a qué es liberar el cuerpo de ese sufrimiento y de ese sometimiento. Un trabajo permanente que tiene el feminismo: ¿de qué manera habitar ese cuerpo que sólo tiene permitido ser un cuerpo sufriente?(que es lo que propone el capitalismo y probablemente todos los ismos que conozcamos hasta ahora, excepto el feminismo). Ligado a esto, por ejemplo, el jueves mientras estaba sucediendo la marcha, estaba recorriendo los medios, sobre todo los nacionales para ver qué mostraban. Y mencionaban el espectáculo masivo de gente, pero no mostraron la alegría de quienes se estaban manifestando, la expresión afectiva de esos cuerpos. Y me parece que estas cosas que han ido sucediendo como fenómenos represivos son como para no dejar disfrutar de esa alegría que surge en el encuentro de mujeres.

 

Alejandra Rodríguez: Y sí, porque me parece que lo que el capitalismo patriarcal no acepta es que estos cuerpos no sean cuerpos victimizados, que sean cuerpos festivos, que sean cuerpos que se reivindican en la relación con los demás, que sean cuerpos potentes, eso es lo que no se tolera. Nosotras lo que estamos construyendo es una resistencia transversal, festiva, de revuelta. Y en todo caso lo que sentimos por los ataques y por los fusilamientos y por las muertes, es furia, es dolor, pero ese no es un estado en el que nos quedamos. O sea, nosotras logramos ahí una mutación a la alegría, la potencia, la organización, que me parece que es lo que el capitalismo patriarcal no acepta. Y, además, también vamos abriendo los campos sensibles – perceptivos, por ejemplo, un niño de doce años fusilado tiene que ver con el feminismo. Los cuerpos de las mujeres presas son los cuerpos más invisibilizados, esos que no le importan a nadie, sin embargopara el feminismo todos los cuerpos cuentan, todos los cuerpos valen. Este feminismo que se ensancha y se transversaliza con los conflictos, que puede nombrar las múltiples formas de la violencia, es lo que incomoda al poder capitalista y patriarcal. Estamos construyendo resistencia y contrapoder, esto no le resulta sencillo de tramitar a las fuerzas oscuras del orden.

 

Paradigma: Sí, a mí se me ocurría que estas dos herramientas que vos proponés, que sonel encontrarse y organizarse, es decir, el proceso asambleario feministano es cubierto por los medios de comunicación como veníamos hablando, los medios sólo muestran o cubren la marcha como marcha en sí, entonces pienso y me pregunto:¿cómo seguir acompañándonos y generando esos espacios de asamblea para poder destituir el poder y el discurso patriarcal en todos los espacios en los que trabajamos, circulamos, vivimos cotidianamente?

 

Alejandra Rodríguez: Mirá, creo que el desafío que tenemos es trabajar desde la micropolítica. Trabajar tratando de replicar las asambleas, que son procesos de encuentro, de conversación colectiva y horizontal. Que proliferen mil asambleas, en todos los lugares donde estemos. Tenemos que seguir construyendo y fortaleciendo alianzas y complicidades entre nosotras, continuar politizando nuestros dolores, incomodidades, y también nuestros goces y deseos. La expresión multitudinaria en las calles es parte de este proceso.Cuando miramos la foto del #8M, no tenemos que olvidarnos del proceso asambleario que se viene desarrollando y que alimenta esa revuelta callejera. Estamos en la calle porque antes pudimos encontrarnos, conversar, llorar juntas, reírnos, discutir, identificarnos y reconocernos. Me parece que ahí hay algo muy fuerte, la potencia feminista y la política en clave afectiva puede arrasar con cualquier institucionalidad, eso es lo que asusta, porque que la política pensada desde este lugar tiene la capacidad de atravesar y perforar los muros de las instituciones judiciales, de las fuerzas de seguridad y del orden. Pienso al feminismo como una fuerzamolecular, que atraviesa, arrasa y transforma realidades, vidas, situaciones.De ahí el desconcierto de muchos, y la incomodidad de otros. Me parece que esto es lo que demuestran las reacciones de los últimos días.

 

Paradigma: Además, me parece que el proceso asambleario, hablando esto de molaridad y molecularidad, resulta que en todos los espacios está pasando. Me parece que es interesante porque no se trata de una corrección del lenguaje o de modos que tengan que ver con el “bien decir”, sino que hay muchas cosas en las que nos estamos encontrando. Como nuestras prácticas están micrométricamente organizadas por el machismo dominante, entonces más allá de que se organice una asamblea donde haya 50000 o 10000 o 3, esto está sucediendo en todo el campo social. Me parece que es el logro de la infiltración del feminismo en la cultura.

 

Alejandra Rodríguez: Sí, totalmente. Y me parece que también hay una interpelación a las masculinidades y a las formas de vivir que tenemos todes como sociedad. Me parece que eso es así, que esta máxima del feminismo “lo personal es político” nuncaestuvo más vigente, más actual, y real que ahora. Se puede ver, coincido totalmente, en las multiplicidades de experiencias vitales de las oficinas, las escuelas, los centros culturales. En todos lados esto está atravesándonos. Nuestro cuerpo, la vida, la relación entre nosotres. Estoy totalmente de acuerdo, creo que ese es uno de los logros del feminismo y tambiénesta idea de pensar el feminismo como una composición social compleja, como una composición transversal, heterogénea, abierta,que incorpora conflictos. Creo que esa clave de composición es una clave interesante para leer esto que vos traés.

 

Paradigma: Varios de los que estamos acá somos analistas, trabajamos en consultorio, trabajamos con padecimientos subjetivos. Yo pensaba en este último tiempo lo difícil que es en general politizar un malestar. Poder encontrar traducciones de lo que puede ser un malestar llamado subjetivo en el campo social, en el campo político y en ese punto notaba también, respecto a ese espacio de trabajo más individual, el espaldarazo que implicaba la marea feminista en términos de cosas que podés estar años empujando y no se mueven como se están moviendo ahora.

 

Alejandra Rodríguez: Impresionante, si, es que es así, partimos de entender la subjetividad como algo que se construyesocialmente y no como una interioridad en el sentido personal e individual. Tengo compañeras que no son activistas ni militantes y en este último tiempo las he escuchado decir cosas como estas:“Mirá, me cansé, no voy a trabajar más estas horas, voy a trabajar menos, quiero estar más con mi hijo, quiero salir más con mis amigas, quiero ir al cine una vez por mes”. Cosas que son mínimas, pero ahí está pasando la revolución. La revolución es a nivel molecular, es una revolución en las decisiones cotidianas de la vida de cada una de nosotras, en la identificación de esos dolores y el poder colocarlos en una trama colectiva mayor, afectiva, pudiendo desarmar lo singular.Yo creo que una se anima porque se siente alojada por esta marea, la marea existe de verdad, es afecto, es cuerpo, es abrazo, es saber que mirás a la otra y que te reconocés, ¡que estamos para nosotras posta! y que el dolor es compartido, pero también la lucha y el deseo de protagonizar este tiempo.El feminismo es la revolución hoy, tengo esa certeza, puede que me equivoque, pero si hay una revolución posible, es por acá.

 

Paradigma:Además de que nos dejás emocionados con las cosas que estamos reflexionando juntos, me parece muy interesante lo que surge en relación con que, desde las organizaciones y los movimientos sociales, se pensaba en disputar espacios, ocupar lugares, funciones, posiciones que ya estaban predeterminadas. Y la luz de lo que vos dijiste respecto a ser alojadas nosotras, es distinto de ocupar un espacio. Eso nos evita todo tipo de disputas, de maltratos, de odios, de agresiones, en tanto hay una silla que ocupar, cuando en realidad de lo que se trata, es de que yo pueda ser alojada en un espacio común con las personas con las que tengo ganas de compartir mi vida.

 

Alejandra Rodríguez: Exactamente. Sí, porque me parece que también la marea feminista no está pensando el poder hoy en términos de representación, ni está pensando el poder en términos clásicos. Nosotras lo estamos pensando desde la potencia, me parece. Eso no significa que la pregunta por el poder no sea un desafío. Creo que sí lo es, y que seguramente se nos presentará, pero me parece que lo que estamos construyendo en todo caso es un contra poder en clave feminista,se trata de desplegar esa potencia, multiplicarla, que cada vez sea mayor, más colectiva para que efectivamente entremos todes.

 

Paradigma: Ya para despedirnos, Ale, ¿Están próximas a concentrar ahí en Buenos Aires? A partir de la situación del fusilamiento de Marielle.

 

Alejandra Rodríguez: Sí, yo estoy ahora a dos cuadras del Obelisco y aquí estamos varias organizaciones ya movilizándonos. Es necesario. Esto es así, casi que no es racional, decimos “bueno, necesitamos estar juntas, nos pasó esto, necesitamos vernos, abrazarnos, llorar juntas, gritar, pensar juntas”. Lo necesitamos, son razones y percepciones que están en el cuerpo, esa es la clave afectiva.

 

Paradigma: Sí, queda claro que la política afectiva que propone el feminismo es eso. Que nos pase por el cuerpo, por los deseos, por dónde estamos y cómo estamos y queremos.

 

Alejandra Rodríguez: Totalmente.

 

Paradigma: Bueno, Alejandra, muchas gracias. Fue un placer. Así están también nuestros cuerpos vibrantes una semana después. Y ojalá sigamos en comunicación.

 

Alejandra Rodríguez: Yo les agradezco a ustedes muchísimo. Los felicito por el tipo de programa que hacen, porque un programa laboratorio. Esto de charlar y darse ese tiempo, me parece que está buenísimo, los felicito. Muchísimas gracias, por este espacio y por este tiempo.

 

Paradigma: Gracias Alejandra, un abrazo.

 

Alejandra Rodríguez: Un abrazo feminista para todes.

Tres temporadas del golpe // Suely Rolnik

La serie del golpe en tres temporadas por Suely Rolnik, publicado en https://outraspalavras.net/brasil/666381. Traducción al castellano la debemos a la gentil colaboración de Liliana Vives, a quien agradecemos una vez más su gesto para permitir que lectores de la lengua castellana tengan acceso a este texto de Suely Rolnik , psicoanalista de Brasil
La serie del golpe en tres temporadas 

Un paisaje siniestro se instauró en el planeta con la toma de poder mundial por el régimen capitalista en su nuevo doblez financiero y neoliberal-, poder que lleva su proyecto colonial a las últimas consecuencias, su realización globalizada. En este contexto, simultáneamente, también contribuye al aire tóxico del presente paisaje: el ascenso al poder de fuerzas conservadoras por todas partes, cuyo contenido de violencia y barbarie nos recuerda, para quedarnos sólo en el siglo XX, los años 1930 que precedieron a la segunda guerra mundial y los años más recientes de regímenes dictatoriales, que se disolvieron a lo largo de los años 1980 (es el caso, por ejemplo, de los regímenes militares de América del Sur y el gobierno totalitario de la Unión Soviética).

Como si tales fuerzas jamás hubieran desaparecido de hecho, pero sólo hicieron un retroceso estratégico temporal al acecho de condiciones favorables para su vuelta triunfal.
Neoliberales y «neo» (?) Conservadores unidos! ¿Cómo así?
A primera vista, la simultaneidad entre estos dos fenómenos nos parece paradojal: son síntomas de fuerzas reactivas radicalmente distintas, así como son distintas sus tiempos históricos. Además de las diferencias más obvias que consisten en el transnacionalismo de unas y en el nacionalismo de las otras, el alto grado de complejidad, flexibilidad, sofisticación y refinamiento perverso, propio del modo de existencia neoliberal y sus estrategias de poder está a años luz del arcaísmo tacón y de la rigidez de las fuerzas abrumadas de este neoconservadurismo -cuyo prefijo «neo» sólo tiene sentido porque se articula con condiciones históricas distintas de las anteriores. Si la convivencia entre estos dos regímenes de poder turba nuestra comprensión, pasada la perplejidad inicial, va siendo evidente que el capitalismo financieramente precisa de estas subjetividades rudas temporalmente en el poder. Son como sus capangas que se encargan del trabajo sucio imprescindible para la instalación de un Estado neoliberal: destruir todas las conquistas democráticas y republicanas, disolver su imaginario y erradicar de la escena a sus protagonistas -entre los cuales, prioritariamente, las izquierdas en todos sus matices.
Una coincidencia de intereses de neoconservadores y neoliberales en relación a este objetivo específico permite su alianza temporal. La torpe subjetividad de estos (neo) conservadores es arraigadamente clasista y racista, por no decir colonial y esclavista, lo que los lleva a querer cumplir este papel, sin ninguna barrera ética y en una velocidad vertiginosa. Cuando ni siquiera nos damos cuenta de uno de sus golpes, otra ya está en vías de suceder, generalmente decidido por el congreso en la calada de la noche. Además, colabora para su interés en esta tarea el hecho de que ésta sea muy bien remunerada por el poder ejecutivo. Este les ofrece en cambio abultadas sumas de dinero para realizar proyectos absurdos en sus regiones de origen y, con ello, ampliar su apoyo local. Se instaura un campo de negociación entre el Congreso y el Ejecutivo, en el que los diputados, en posición ventajosa, pueden chantajear a voluntad, exigiendo más y más dinero para cumplir su función de capangas. El ejercicio de esta misión les proporciona un goce narcisista perverso, a tal punto inescrupuloso, que llega a ser obsceno. A ese goce se añade la patética exposición de su vanidad por tener de vuelta el poder en sus manos, lo que alimenta su autoimagen de machos matones que ellos exhiben como si trajeran en la solapa arcaicos y ridículos blasones. Mal saben que con su trabajo sucio, se prepara el terreno para el libre flujo del capital transnacional, cuyos líderes, globales y locales, son los verdaderos señores del poder y que los eliminarán de escena tan pronto se vuelven innecesarios. Es en este escenario que se da el nuevo tipo de golpe, creado por la actual versión del capitalismo: una serie que se desarrolla en tres temporadas.
Aunque el guión de la serie que se presentará se basará en su versión brasileña, este es muy similar en sus versiones en la mayoría de los países de América Latina (habiendo sido la primera en Paraguay en 2012). También trae elementos para abordarlo en sus demás versiones en el resto del planeta, como en España, Polonia, Hungría, Austria y Rusia. Con variaciones de matices para adaptarse a los diferentes contextos, la estrategia del nuevo tipo de golpe de Estado tiende a ser la misma.
Ruta de la serie
En la primera temporada (que en Brasil comienza en 2005 con el «Mensalão»), se establece una alianza entre, por un lado, los poderes Legislativo, Judicial y Policial y, por otro, el empresariado nacional – más directa y activamente los grupos que tiene el poder de los medios. La política y el derecho se encuentran plenamente integrados (lo que, por lo demás, no es nuevo en Brasil). Los jueces involucrados en la operación del golpe manipulan deprisa las reglas constitucionales existentes -o incluso las cambian si es necesario-, en favor de los intereses políticos en el poder, los cuales no sólo comparten, pero tiene en su defensa un papel central. Se condenan a prisión acusados sin prueba concreta (como es el caso de Lula), mientras que son considerados inocentes o castigados con penas mucho más leves, acusados sobre la base de pruebas escandalosas. No hay posibilidad alguna de prever las sentencias según las reglas de la justicia democrática, propias de un Estado de derecho; sólo se logra identificar los intereses políticos que las conducen, e incluso sin saber con certeza cuáles serán sus estrategias para justificarlas.
Sostenidos por esta alianza y ocupando la mayoría en el Congreso Nacional, los capangas del capitalismo financiero dan el golpe que expulsa del gobierno a sus líderes más a la izquierda. Se utiliza para demonizarlos no sólo denuncias de corrupción no comprobada (es el caso de Lula), sino también su supuesta responsabilidad por la crisis económica del país, que en realidad es sólo un síntoma local de la crisis mundial (es el caso de Rousseff ). Pero la serie del golpe no se cierra con la condena de varios líderes del PT y del proceso de destrucción del imaginario democrático, culminando en el episodio del impeachment de Dilma (agosto de 2106). Una vez concluido este primer trabajo sucio y ya parcialmente destruido este imaginario, comienza su segunda temporada. Aunque otros elementos tengan el papel de reos a lo largo de la serie del golpe, el personaje demonizado continuará paralelamente a ser protagonizado por los líderes de izquierda, principalmente los del Partido de los Trabajadores, teniendo siempre a Lula como foco privilegiado. Su demonización atravesará todos los episodios hasta el final de la segunda temporada de la serie, cuando se consumará la farsa de la condena de Lula y su consiguiente exclusión del proceso electoral para presidencia de la República.
Segunda temporada
En la segunda temporada de la serie del golpe, el foco será el indispensable desmonte de la Constitución. Para prepararlo micropoliticamente el script se concentrará en hacer mucho más aterrorizante el fantasma de la crisis económica, así como intensificar la descalificación del imaginario progresista, ya parcialmente conquistada en la primera temporada. El desmonte de la constitución se dará por medio de un nuevo conjunto de trabajos sucios a ser realizados por los capangas. El primero será el bloqueo de gastos públicos: la Propuesta de Enmienda a la Constitución, así llamada la «PEC del fin del mundo», promulgada en diciembre de 2016, congela los gastos públicos por veinte años bajo el argumento de la crisis económica. Este bloqueo se centra en los subsidios para el desarrollo y en los fondos destinados a los programas sociales, sobre todo a la educación y la salud. Además de desmontar leyes promulgadas durante los gobiernos petistas que ampliaron el acceso a la educación y a la salud de calidad para la mayoría de la población, el golpe desmontará igualmente la universidad pública, a través de recortes de fondos de educación e investigación. El segundo trabajo sucio consistirá en la indecente reforma laboral, que incluso incidirá en la educación al alcanzar las universidades privadas (inmediatamente después de la promulgación del cambio de tales leyes, varias de estas universidades expulsaron en masa a sus profesores, sustituyendo esos puestos con profesores con salarios miserables y sin derechos laborales).
El tercero consistirá en las indecentes reformas del seguro social y de la previsión y el cuarto, en la privatización de los bienes y empresas estatales más rentables, o que se harán rentables por medio de arreglos espurios, para ampliar la lista de las privatizables. Y cuando esos capataces no consiguen la mayoría del Congreso para votar alguna carta o ley necesaria para tal desmonte, condición para que el poder ejecutivo pueda hacerlo, entrarán rápidamente en escena las agencias que tienen las mayores bases mundiales de indicadores financieros, que lideran la evaluación del mercado global de capitales y, por lo tanto, la clasificación de riesgo para las inversiones (como Standard & Poor’s y Moody’s Corporation). Su operación consiste en rebajar las notas de la economía brasileña o amenazar con hacerlo, lo que ofrece poderosa munición para que los cambios de políticas públicas que aún sufren alguna resistencia en el propio Congreso sean finalmente votados, bajo amenaza de quiebra del país (es lo que se está llevando a cabo en Brasil en relación con la seguridad y que ya se ha producido en Europa, con Portugal, Grecia, Irlanda y España, que recibió un acrónimo elocuente  “PIGS” (puercos, cuerpos, cerdos). Y el Estado de Derecho, habiendo así rápidamente destruidos los elementos de «res pública» o de democracia social que lo caracterizaron en su arquitectura moderna (la cual, en Brasil, así como en varios países del continente sudamericano, comenzaba a instalarse, con los gobiernos progresistas post-dictaduras, justamente los blancos del nuevo golpe). La intención es transformarlo, al final de la serie, en Estado neoliberal, cuya función está estrictamente enfocada en lo que interesa al capitalismo transnacional y sus cómplices de las élites locales: facilitar al máximo la circulación de sus inversiones para crear condiciones ideales para la multiplicación del capital invertido y lo más velozmente posible.
Mientras se desarrollan estas nuevas operaciones, los propios capangas del capitalismo globalizado serán los próximos blancos de las denuncias de corrupción, preparándose el terreno para su eyección tan pronto su tarea esté concluida. En la última temporada de la serie del golpe, el nuevo régimen laanzará a estos conservadores en la basura de la historia, sin el menor constreñimiento. Esta es una primera diferencia en relación con los golpes de Estado que se utilizaron del ejército: aunque éstos también fueron ejecutados por los conservadores (en el caso, militares) y bajo el mando de los poderes hegemónicos del capitalismo en su doblado anterior (en la época, principalmente en ese contexto el régimen necesitaba un Estado totalitario y, para ello, tenía que mantener a los conservadores en el poder tras el golpe y por un largo período).
Paralelamente, aún en esta segunda temporada, mientras se introduce en la narrativa oficial las denuncias de corrupción contra los políticos capangas, lo mismo se hace con el empresariado nacional, incluyendo a los altos ejecutivos. Se ahorra de esta operación a los bancos, parte del empresariado ligada al capital financieramente y que incluso, en el mismo momento, ha perdonado una parte significativa de sus deudas con el gobierno. Se trata principalmente de las grandes empresas que, organizadas en carteles, monopolizan la construcción de obras públicas, no sólo en Brasil, sino también en países aliados de los recién depuestos gobiernos progresistas, sobre todo en los continentes latinoamericano y africano que constituyen mercados prometedores. La permanencia en escena de esta parcela del empresariado sólo interesa a los líderes del capitalismo globalizado mientras necesiten su complicidad no sólo para la destrucción del imaginario de izquierda -y de la defensa de las leyes democráticas que éste sostiene-, sino también para traer datos que, respaldan y refuerzan la idea de que estamos ante un eminente colapso económico. Con este apoyo, se crean condiciones favorables para las privatizaciones y el exterminio de tales leyes, principalmente las que conciernen al trabajo. En lo que concierne al trabajo, en Brasil, esto no se limitará a su precarización, pero llegará al cúmulo de legalizar condiciones habilitantes hasta entonces consideradas por la Constitución como definidoras del trabajo esclavo y pasibles de castigo. Que se diga de paso: la decisión de legalizarlo confirma que tales condiciones persisten hasta hoy y no sólo en las zonas rurales; basta con mencionar el trato dado a los inmigrantes ilegales en la industria de la moda. El objetivo de apresurarse a introducir a empresarios y altos ejecutivos como nuevos personajes villanos de la serie es preparar el terreno para sacarlos del mando, principalmente de las obras públicas, tan pronto como el derecho a las privatizaciones esté instituido.
Con esta doble expulsión -de políticos y empresarios- y ya habiendo instaurado en el país una grave crisis institucional y económica, acentuada por la parálisis de las obras públicas resultante de las prisiones de las figuras claves del empresariado nacional que las comandaban, el terreno estará totalmente listo para la llegada de las inversiones sin trabas del capital transnacional. En esta segunda temporada de la serie, entre los dispositivos del golpe son particularmente importantes las escenas del ring entre distintas mafias de políticos sórdidos, así como entre ellos y las mafias del elegante empresariado. «Premiados» por sus delaciones, se destruyen mutuamente ante la sociedad que, noche tras noche, asiste perpleja al espectáculo grotesco del derrocamiento de ambos en las pantallas de la televisión. A ese espectáculo se tiene acceso igualmente por las redes sociales que se puede consultar en cualquier momento, así como por los periódicos, que parte de las clases medias y altas leen al despertar. Con esta amplia e ininterrumpida divulgación, la atención de toda la sociedad pasa a concentrarse en las espantosas imágenes y mensajes, escritas o habladas, de negociaciones de faltas económicas y políticas, clandestinamente captadas en llamadas telefónicas, correos electrónicos y grabaciones, así como en documentos entregados por los delatores o encontrados por la policía en allanamientos de sus oficinas y residencias. Es un verdadero show de psicopatía que llega a ser divertido pues nos recuerda a las más hilarantes películas B y sus cañones. La triste diferencia es que, en este caso, la narrativa ficcional se basa en datos de la realidad. Si estos, por sí solos, provocarían una total indignación, al ser debidamente editados en la construcción de la narrativa, cuya función es preparar el terreno para el golpe, ellos tienen el poder de generar graves efectos micropolíticos en las subjetividades: la propagación de la inseguridad y el miedo de colapso.
¿Hay realmente algo nuevo en el uso de narraciones ficcionales por el poder?
Es verdad que no constituye novedad el uso por el capitalismo de la manipulación por el discurso, sea verbal o de imágenes, por medio de la construcción de narrativas que demonizan al enemigo de la hora, como estrategia micropolítica de poder para viabilizar y justificar sus proyectos macropolíticos. Esta estrategia fue ampliamente usada por el régimen desde su fundación (basta citar la catequesis, una versión de narrativa ficcional, en el modo palabras de Dios, único y universal), habiendo mejorado con la llegada de los medios de información y comunicación de masas, a finales del siglo XIX, que acompañó a la segunda revolución industrial. En este contexto, además de haber sido un dispositivo central de las estrategias de producción de subjetividad en el siglo XX, fue ampliamente usado por el poder en los regímenes totalitarios, así como en la preparación de los golpes de Estado de los años 1960 y 70. Pero el modo como se actualiza este dispositivo de poder no es idéntico: aquí reside una segunda diferencia entre las dos versiones del régimen, industrial y financiera.
El avance exponencial de las tecnologías de información y comunicación a distancia desde finales de los años 1970, no sólo hizo su uso micro y macropolítico más sutil y poderoso, pero fue lo que, en parte, viabilizó la propia conquista del poder globalizado por el capitalismo, en su nuevo doblez. Las narrativas de propaganda realizadas por el capitalismo industrial (igualmente diseñadas y financiadas por una alianza entre empresarios y políticos) eran toscas, difundidas por la radio y la televisión (cuyo uso aumentó después de la segunda guerra mundial), así como en los cines antes de las películas. Las nuevas tecnologías de comunicación permitieron una mejora significativa de este dispositivo del poder: la sofisticación de los lenguajes y de las técnicas de manipulación y publicidad (lo que incluye un profundo cambio de la televisión), la multiplicación de los medios y el alcance mundial de la divulgación de los mensajes en tiempo real. Si divulgar falsas informaciones tampoco es novedad y forma parte de la composición de las narrativas ficticias impuestas a las subjetividades, en el capitalismo financieramente dicho dispositivo se perfecciona. En el caso de los robots que pasan a actuar en Internet, las llamadas fake-news no sólo venden, sino que simulan su legitimidad con infinitos “me gusta” instantáneamente producidos por tales robots, lo que las hace parecer masivamente aceptadas, intensificando y propagando su ilusoria credibilidad.
Tampoco son los mismos en los dos contextos los focos privilegiados para producir temor e inseguridad y movilizar la furia conservadora. En los años 1950 y 60 del capitalismo industrial, el foco era el fantasma del comunismo propagado por la guerra fría: una amenaza que encontraba respaldo en la reciente divulgación de los horrores totalitarios del estalinismo, la cual traía de vuelta a la memoria de las masas los traumas provocados por el nazismo y, el fascismo, cuyos efectos aún infectaban su subjetividad. Se proyecta ese fantasma en los gobiernos con tendencias democratizantes (fue el caso de Jango, en Brasil), proyección cuyos efectos en las masas preparó el terreno para los golpes de Estado en los años 1960 y 70. Sin embargo, en los años 1990, las experiencias de gobiernos con tendencia a la izquierda tras el fin de las dictaduras, movilizaron amplia identificación en las capas más desfavorecidas de la sociedad -la gran mayoría-, ya no siendo posible asociarlos al comunismo como un fantasma amenazador, y menos aún a su versión totalitaria, añade el fin de la URSS y la caída del muro de Berlín. Es entonces esta identificación que la doblez financiera del capitalismo necesitará destruir. Para lograrlo, se elige la corrupción como foco para la demonización de las izquierdas en la narrativa a ser construida y mediatizada. Si la acusación de corrupción ya ha sido y sigue siendo ampliamente usada por el poder para eliminar a sus enemigos, usarla contra líderes de izquierda tiene un adicional de eficacia: la destrucción de su imagen de honestidad y de una sincera complicidad con la agenda social, de las principales virtudes que les son atribuidas en el imaginario de los que con ellos se identifican, la cual los diferenciaba de los demás políticos, que en el país son tradicionalmente asociados a la corrupción. En el caso específico de Lula, asociarlo a la corrupción pretende destruir igualmente la imagen de que su origen de clase garantizaría su complicidad con las causas sociales. La idea de que son todos «harina del mismo saco» hace que a la inseguridad y al miedo, se añada la decepción, generando una especie de apatía por agotamiento.
Pero el uso por el régimen colonial-capitalístico de estrategias micropolíticas para sostener sus estrategias macropolíticas no se reduce a la propaganda. Este es sólo uno de los dispositivos de su modus operandi micropolítico, el cual es mucho más amplio y complejo y, con desdoblamientos y variaciones, es por él practicado desde su fundación en el siglo XV. Y tiene más: éste es uno de los elementos fundamentales de su modalidad de poder.
Matriz micropolítica del poder colonial-capitalista: el abuso de la vida
La estrategia micropolítica del poder colonial-capitalista consiste en invertir en la producción de una cierta política de subjetivación, matriz del régimen en esta esfera. Tal política tiene como elemento fundamental el abuso de la vida como fuerza de creación y transmutación, fuerza en la que reside su destino ético y la condición para su continuidad. Esto incluye la potencia vital en todas sus manifestaciones y no sólo en los humanos, siendo que en los humanos el abuso no se restringe a su manifestación como fuerza de trabajo, como se pensaba en el marxismo. La intención del abuso es separar la subjetividad de su potencia vital, obstruyendo su acceso a tal potencia y destituyendo así de su poder de elección para conducirla, lo que la hace dócil y sumisa a los modos de existencia necesarios al régimen y a su propia la exploración.
Sin embargo, en el nuevo doblez del régimen, la intervención en esta esfera se refina y se intensifica. El abuso de la fuerza vital va más profundo: su propósito no es más simplemente el de hacerla dócil y sumisa, como lo era en el capitalismo industrial en sus primeras y segunda revoluciones. Por el contrario, la intención ahora es estimular esta potencia y acelerar e intensificar su productividad, pero desviándose de su destino ético, para convertir su naturaleza de fuerza de «creación» de nuevos modos de existencia en respuesta a las demandas de la vida, en fuerza de «Creatividad», a ser invertida en la composición de nuevos escenarios para la acumulación de capital (económico, político, cultural y narcisística). En el lugar de la creación de lo nuevo, lo que se produce (creativamente y cada vez más velozmente) son «novedades», las cuales multiplican las oportunidades para las inversiones de capital y excitan la voluntad de consumo. Aunque esta voluntad se ha movilizado desde el doble del régimen anterior, ahora encuentra a su disposición una continua explosión de nuevos productos, cuyas imágenes -que le llegan como bombas por todos lados, lanzadas por los medios de comunicación e información-, alimentan sin cesar su compulsiva voracidad. Es decir, la potencia vital pasa a ser usada para la reproducción del status quo; sólo se cambia, creativamente, sus piezas de lugar o se hace variaciones sobre las mismas.
Si el nuevo tipo de golpe de Estado no hace uso de la fuerza militar, no es sólo porque gobiernos rígidos, totalitarios y nacionalistas no le convienen. Además de estas razones macropolíticas, hay razones micropolíticas que funcionan según la misma perspectiva: tampoco le conviene la subjetividad rígida identitaria propia de regímenes autoritarios que convenía al capitalismo industrial. El régimen capitalista anterior necesitaba cuerpos dóciles que se mantuvieran sedentarios, cada uno fijo en su lugar, disciplinariamente organizados (como los obreros en la fábrica). A diferencia de eso, el capitalismo financieramente necesita de estas subjetividades flexibles y «creativas» que se amolden, tanto en la producción y en el consumo, a los nuevos escenarios que el mercado no para de introducir. En otras palabras, el nuevo régimen necesita producir subjetividades que tengan la maleabilidad de circular por varios lugares y funciones, acompañando la velocidad de los desplazamientos continuos e infinitesimales de capital e información.
Esta es otra de las razones por las que no interesa al nuevo doblez del capitalismo el uso de la fuerza militar en sus golpes de Estado; es con la fuerza del deseo que los realiza micropoliticamente. Esto se hace por medio de la corrupción del deseo, mientras que sus capataces hacen el servicio bruto en la esfera macropolítica. Es por esta misma razón que es también micropoliticamente que no interesa al nuevo régimen mantener conservadores en el poder tras los golpes de Estado, y mucho menos regímenes dictatoriales y nacionalistas.
El brote conservador
Volvamos a la serie del golpe. Más para el final de la segunda temporada, a la manipulación de las subjetividades arriba descritas se añadirá otro dispositivo micropolítico de poder que incidirá más directa y vehemente en esta esfera y en su uso instrumental en la esfera macropolítica. Para el cumplimiento de tal tarea, serán más que perfectos los groseros capangas del neoliberalismo con su mentalidad infame y su aflicción de masacrar a todos aquellos que no son su espejo. Es cuando irrumpe más violentamente el brote conservador.
Se apela más fanáticamente a la moral gregaria, familiarista e identitaria que, aunque presente desde el principio en el guión de la serie, bordea ahora el delirio. Se toma como objetivo la cultura en su sentido amplio: de las prácticas artísticas, educativas, terapéuticas y religiosas (no cristianas) a los modos de existencia que no encajan en las categorías machistas, heteronormaticas, homofóbicas, transfóbicas, racistas, clasistas y xenofóbicas. Con amplia divulgación por los medios, ciertos tipos de prácticas pasan a ser asociadas al demonio, como lo eran en los siglos de la Inquisición las prácticas de mujeres que fueron peyorativamente llamadas «brujas», calificación que autorizaba su prisión, tortura y muerte. (Esto, por lo demás, continuó sucediendo después de la Inquisición – son más de un millón de mujeres asesinadas como brujas desde entonces -, y continúa reproduciéndose aún hoy. Basta recordar que es a la figura de la bruja que se asoció a Judith Butler para atacarla en que se ha convertido en una de las instituciones culturales más respetadas del país en la que se realizaba el simposio internacional que Butler había ayudado a organizar).
Tal dispositivo de manipulación de las subjetividades preparará el terreno para efectuar cambios en las leyes vigentes en estos campos. En tres ejemplos, todos ocurrieron en el mismo período (de mediados al final del segundo semestre de 2017).
El primero es el arte: ciertas prácticas artísticas -las que traen a la luz cuestiones de género, de sexualidad y de religión-, pasan a ser descalificadas y criminalizadas. En esta operación se mata dos conejos de una sola tirada: se demoniza las prácticas ligadas a estas cuestiones que no se encuadran en sus formas dominantes y, con ello, se demoniza igualmente la dignidad ética del arte en su ejercicio activo de la pulsión creadora , neutralizando así su potencia micropolítica. Tal potencia consiste en hacer sensibles las demandas de la vida al verse sofocada en las formas vigentes de existencia individual y colectiva, cuando éstas perdieron su sentido por los efectos que los encuentros con la alteridad mutante del entorno produjeron en los cuerpos. Materializadas en obras, estas demandas vitales tendrían el poder de contagio de los públicos que a ellas tienen acceso, lo que tendería a movilizar la fuerza colectiva de transfiguración de las formas de la realidad y de la transvaloración de sus valores. Atacar el arte es atacar la posibilidad de irrupción social de tal fuerza, dificultando aún más su acceso por las subjetividades.
El segundo ejemplo son los movimientos que performatizan mutaciones de las subjetividades, especialmente en los ámbitos de la sexualidad y de las relaciones de género (movimientos feministas, LGBTQI, etc.). La operación en este caso consiste en movilizar la vuelta a los valores de la heterosexualidad monogámica de la familia nuclear patriarcal como forma absoluta de lazo social y de erotismo (si es que tiene sentido mantener esta palabra en este caso). El objetivo es interrumpir la propagación del proceso pulsional de crear nuevos modos de existir en estos terrenos. Un proceso que se desencadenaría por la urgencia de la vida de recuperar su potencia en tales terrenos, en cuyas formas dominantes se encuentra debilitada.
El tercer ejemplo se refiere a los negros e indígenas que, en diferentes proporciones en función de los circuitos del tráfico de esclavos africanos, forman la mayoría en las sociedades de las ex colonias. Si el comportamiento dominante en relación a estas capas de la población siempre consistió en su humillación y estigmatización -lo que incluye sus tradiciones culturales y, principalmente, la perspectiva que las conduce, según la cual éstas se actualizan en nuevas formas en función del contexto – , ahora tal comportamiento se exhibe públicamente con orgullo, sin el menor pudor. En Brasil, esto se manifiesta del lado de los negros en la destrucción en serie de terracotas de Candomblé: la asociación con el demonio de esta práctica religiosa de origen afro legitima a los agentes de ese mito, los cuales lo divulgan amplia y abiertamente, exhibiéndose orgullosamente en las redes de comunicación e información.
              (Destrucción de las vasijas o terracotas de Candomblé)
En el lado de los indígenas, el blanco son sus tierras, a las cuales están indisociables y visceralmente vinculadas sus tradiciones culturales (además del hecho obvio de promover su sustento). Si la toma de las tierras que desde siempre les pertenecen nunca ha dejado de existir desde el inicio de la colonización, la operación actual consiste en la abolición de las leyes que habían demarcado tierras a ellos destinadas, sea de las que les pertenecen desde siempre, o de aquellas a donde fueron llevados después de las demarcaciones – leyes cuya promulgación por la Constitución Ciudadana, de 1988, había sido fruto de una ardua lucha de las décadas anteriores. Ahora es con el apoyo de la ley que los empresarios rurales expulsan a los indígenas de sus tierras. En la mayoría de los casos, como siempre, se mata primero a sus líderes, preparando así el momento de la expulsión de la comunidad entera, momento en que, si es necesario, se apela al genocidio.
Si en el tercer ejemplo, el de las tradiciones culturales africanas e indígenas, el objetivo de estas operaciones que componen el golpe es más obviamente macropolítico (la expropiación de los terrenos del Candomblé y de las tierras indígenas, así como el ataque a los movimientos negros e indígenas que se vienen fortaleciendo , basta colocarlo junto con los otros dos ejemplos de operaciones, simultáneamente en curso, para darnos cuenta de que hay también en este dispositivo un objetivo más sutil, micropolítico, indispensable para la preparación del cambio de leyes en los campos de la educación de la salud, del derecho a la tenencia de tierras y de la preservación ambiental.
En el campo de la salud es en este mismo momento que diputados federales desentierran un proyecto de ley que pretende incluir la homosexualidad entre las enfermedades a ser tratadas. En el hilo del lema de la «curación gay» se pretende legalizar terapias (psicológicas o religiosas) cuya función es transformar la orientación sexual de todos aquellos cuyas prácticas escapan de las categorías dominantes de género y sexualidad. En la década de 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS) descartó cualquier proyecto que asocie la orientación sexual a la enfermedad, y que en Brasil el Consejo Federal de Psicología prohibió esta asociación en 1999 y el Consejo Federal de Medicina, de 30 años – es por lo menos sorprendente, por no decir estresante, que la cuestión haya vuelto a bailar en Brasil en pleno año de 2017, provocando una acalorada polémica. Pero es menos sorprendente el retorno de este fantasma si lo situamos en el universo de operaciones micropolíticas del guion del golpe: de esta perspectiva, el hecho de que tal proyecto de ley haya sido descartado no impide su impacto como dispositivo micropolítico de poder que incide en la producción de subjetividad .
En el campo de la educación, durante las discusiones en el congreso en torno a la nueva Base Nacional Común Curricular (BNCC) se demuestra en los currículos escolares cualquier abordaje de temas como la política (el famoso lema: «Escuela sin partido»), la identidad de género , la orientación sexual y las culturas africanas e indígenas. Aprobada en diciembre de 2017, en la nueva BNCC se eliminaron trechos que afirmaban la necesidad de una enseñanza sin prejuicios. Más específicamente, fueron excluidos más de diez fragmentos que mencionaban las cuestiones de género y sexualidad y eliminados de la bibliografía textos que abordasen la mitología de los orixás, con el argumento de que su contenido sería demoníaco. Tales cortes del currículo escolar tienen su lastre en las operaciones micropolíticas mencionadas en los dos ejemplos anteriores (LGBTQI y negros e indígenas) y participan en la construcción de la misma narrativa que ahora tiene en estas capas de la sociedad su nuevo personaje villano.
La misma dimensión micropolítica de las operaciones del poder en este campo está presente en los recortes de fondos de educación e investigación en las universidades públicas, arriba mencionados. Si el hecho de que, históricamente, el acceso a las universidades públicas en Brasil siempre fue privilegio de las clases más acomodadas -lo que sólo empezó a cambiar en los gobiernos petistas-, el desmonte de la propia universidad elitista denota que el golpe en la educación no incide sólo en la esfera macropolítica, en la cual su objetivo obvio es eliminar el recién conquistado acceso de la gran mayoría a la educación. Su objetivo micropolítico es debilitar el acceso a la información y a la formación intelectual en la sociedad brasileña como un todo, lo que tiene por efecto debilitar la potencia del pensamiento, esencial para descifrar las asfixias de la vida en sus formas presentes y combatirlas, creando nuevos escenarios. También forma parte de la dimensión micropolítica del golpe en la educación, los efectos de la nueva ley laboral en las universidades privadas. Si es obvio la meta macropolítica del despido masivo de los profesores – aumentar exponencialmente el lucro de las empresas de educación, pagando menos a los profesores y bajando el valor pagado por los alumnos para aumentar su clientela, su meta es también micropolítica. Durante los gobiernos petistas, con la mejora de calidad de vida de las capas sociales más desfavorecidas, éstas pasaron a frecuentar universidades privadas.
El objetivo micropolítico del  despido masivo de los profesores no fue sólo el de bajar aún más la calidad de educación que les ofrecía estas universidades, la cosa es más perversa: tales universidades usaron la disminución del costo del estudio como foco de sus campañas publicitarias, ampliamente difundidas casi concomitantemente a dicha dimisión. De cuño indiscutiblemente populista, la narrativa de tales campañas tiene por efecto llevar esta capa de la sociedad a creer que el acceso a la educación habría sido ampliado. El mismo discurso populista fue utilizado por el gobierno federal para legitimar su Base Nacional Común Curricular, en una gran campaña publicitaria, varias veces al día durante meses, por todos los medios de comunicación.
En el campo del derecho a la tierra, que incluye las leyes ambientales y las que conciernen a los indígenas, en el mismo año de 2017, el presidente Temer promulgó un decreto extinguiendo la Reserva Nacional del Cobre y Asociados (Renca). Se trata de un área ubicada entre Pará y Amapá que cubre 4,2 millones de hectáreas, creada al final de la dictadura militar para evitar que los minerales fueran explotados por empresas extranjeras. En esta reserva, viven algunas comunidades indígenas, además del hecho de que el Renca se ubica en el «Escudo de las Guianas», área que envuelve parte de la Amazonia brasileña, Venezuela y las Guyanas. En este escudo se encuentra la mayor extensión de áreas protegidas del mundo, con menos del 1% de deforestación, además de allí vivir especies que no existen en otros lugares del mundo. Desde el punto de vista macropolítico, tal decreto que pretendía contemplar los intereses de la bancada ruralista y abrir nuevas oportunidades de inversión para el capital internacional, fue un fracaso. Temer fue llevado a retroceder por la presión de su enorme repercusión negativa nacional e internacionalmente (principalmente por parte de los ambientalistas); y que se ha convertido en una de las más antiguas del mundo. A pesar del fracaso de la operación en la esfera macropolítica, queda nítido aquí que la operación micropolítica de la descalificación de las culturas indígenas pretendía, entre otros objetivos, contribuir a su éxito. Más ampliamente, en tal decreto queda nítida la matriz micropolítica del régimen colonial-capitalista: el abuso de la vida – no sólo de la vida humana, ni de la vida de una región, sino del planeta como un todo.
El conservadurismo es imprescindible para el capitalismo financiero globalizado
 
Ahora podemos escurrir más precisamente la operación micropolítica de la nueva modalidad de golpe propio del capitalismo financiero globalizado y la razón por la cual para realizarla le es necesario insuflar el conservadurismo como un dispositivo esencial de poder. En la primera temporada la fragilidad de las subjetividades, derivada de la expropiación de su fuerza de creación por el abuso, es acentuada por la inseguridad que les provoca la demonización de las izquierdas en el gobierno y el fantasma de la crisis. En la segunda temporada la inseguridad se intensifica con la demonización de las clases política y empresarial como un todo y el tono más vehemente apocalíptico en torno a la crisis económica, a la que se añade la crisis institucional que viene a desgarrar el Estado a ojos vistos. Esto hace que las subjetividades tiendan a aferrarse a cualquier promesa de estabilidad y seguridad y pasar, por eso, a proyectar su malestar en las figuras de chivo expiatorio que desempeñan el papel de villano en el itinerario del golpe, de las cuales los muchachos las salvarán. Pero en los episodios finales de la segunda temporada, un paso más se da en la estrategia micropolítica. Hasta entonces el papel de villano era desempeñado por los políticos acusados de corrupción para que las subjetividades pudieran proyectar su malestar en el Estado, así como por el empresariado sobre el que podían proyectar su odio de clase. Ahora, la estigmatización de modos de existencia detonantes permite que se proyecte el malestar en segmentos de la sociedad, que ya no pueden ser simplemente encajados en las categorías de clase.
Es la propia alteridad que pasa entonces a ser demonizada, lo que lleva a reforzar más gravemente el ya existente blindaje de las subjetividades en relación a su experiencia vital. Es que siendo ésta compuesta por los efectos del otro en el cuerpo, tales efectos, ahora demonizados, se vuelven peligrosísimos en el imaginario y deben ser denegados a cualquier costo, para que no se corra el riesgo de absorberlos. Esto tiene el poder de desmovilizar aún más la potencia de transfiguración de la realidad colectiva, de la cual la experiencia de habitar la trama relacional tejida entre distintos modos de existencia sería portadora, si las riendas del destino de la pulsión estuvieran en nuestras manos. Las condiciones están dadas para que el deseo se entregue más plena y gozosamente al abuso colonial-capitalístico de la pulsión vital.
En suma, en los episodios finales de la segunda temporada de la serie del golpe, mientras se intensifica la operación macropolítica de desmonte de la constitución y de la economía nacional, se intensifica igualmente la operación micropolítica de producción de subjetividades entregadas a la cafetería del deseo. Con esta doble operación indisociable, se prepara la sociedad para la tercera y última temporada: la toma del poder político y económico por el capitalismo globalizado. Ella estará finalmente lista para recibirlo de brazos abiertos como el salvador «civilizado» que saneará la economía de su quiebra y reestablecer la dignidad de la vida pública, devolviendo al país su prestigio perdido y la serenidad a sus ciudadanos. Fin de la serie. Golpe concluido.
 
La máscara de la legalidad democrática
Para llegar a este programado gran final de la serie, es necesario eliminar todo tipo de estorbo que interrumpa o disminuya la velocidad de la circulación de capitales, de información y de subjetividades por varios lugares y funciones. Los obstáculos se pueden encontrar en cualquier ruta del capital y son de órdenes variadas y variables – personas, grupos, instituciones, servicios, puestos de trabajo, fronteras, países, leyes, imaginarios, hábitos, modos de existencia, etc. Siendo así, ellos no encajan en figuras fijas organizadas en pares binarios por oposición, lo que hace obsoleta la figura del «enemigo», tal como se configura en la tradición occidental. Pero en su juego mediático perverso, el régimen usa esta figura, vistiendo sus obstáculos con la máscara del villano de la serie, para hacerlos blanco de la voluntad de destrucción por las masas. Esto dura un breve período, el tiempo necesario para sacarlos del frente; y, rápidamente, nuevos obstáculos ocuparán el lugar de villano.
El Estado de derecho y el régimen democrático están entre los principales obstáculos macropolíticos al capitalismo financieramente globalizado. Para eliminarlos se usa la misma operación micropolítica que apela a la figura del enemigo; sin embargo, aunque la operación tiene la misma lógica, en este caso se invierten los papeles. Aquí los obstáculos al régimen (el Estado de derecho y la democracia) es que serán enmascarados con el personaje del chico, mientras que el papel de enemigo corresponderá a sus detractores, verdaderos o ficcionales; un papel que al final de la segunda temporada habrá sido desempeñado por todos los protagonistas del poder nacional, político y económico (no financieramente). Es entonces que el capitalismo transnacional se presenta como el único mocinho del planeta capaz de recuperar la legalidad democrática – personaje con el que el régimen se enmascara en la serie del golpe de Estado, ocultando así el hecho de ser él su verdadero agente y que es precisamente este tipo de Estado que pretende destruir.
La composición de la máscara de legalidad democrática es sutil y astuta. La segunda temporada de la serie del golpe comienza a ser transmitida por los medios inmediatamente después del final de la primera. Los scripts son idénticos, sólo cambian los personajes que desempeñan el papel de villanos acusados de corrupción. Si, en la primera temporada, parte de la sociedad brasileña aún conseguía ver que se trataba de un golpe cuyo objetivo era aniquilar la imagen de los políticos progresistas para sacarlos del poder, con la sustitución de los protagonistas del papel de villano en la segunda temporada, vence en la segunda, la mayoría la idea de que la expulsión de los gobernantes progresistas había sido una acción imparcial y digna, buscando la necesaria moralización de la vida pública. Tal idea logra incluso contaminar a aquellos que tienen menos acceso a los derechos, parte mayoritaria de la población que había sido favorecida por los gobiernos progresistas y los sentía como sus aliados. En este final de la segunda temporada de la serie, cuando todos los políticos se convierten en villanos, el enemigo pasa a ser la propia política como un todo y, por lo tanto, el Estado de derecho. Esta operación tendría, en principio, una triple ventaja. La primera es desacreditar al Estado en su actual estructura, democrática, para que sea más fácilmente reestructurado según la agenda neoliberal. La segunda ventaja es la despolitización de la sociedad para que ésta deje de depositar en su participación en la democracia al mediador de la defensa de sus derechos civiles, ya que ésta pasó a ser vista como intrínsecamente ligada a la corrupción, donde todos son ladrones. Lo más grave es que la despolitización en la esfera del estado de derecho lleva por delante a la pulsión social de una lucha autónoma en relación al Estado, sea macro o micropolítica. La tercera ventaja es hacer las subjetividades aún más frágiles para facilitar su abuso.
En síntesis
El nuevo tipo de golpe, propio del capitalismo neoliberal globalizado, consiste en un complejo conjunto de operaciones micro y macropolíticas, en el que se pretende matar varios conejos de un solo golpe – todos los conejos que atraviesan las vías, concretas o virtuales, visibles o invisibles, por donde circula el capital transnacional en cada momento. Los políticos de izquierda y el imaginario progresista a ellos asociado (por las dificultades que imponen al desmantelamiento de la constitución, a las privatizaciones ya la entrega del país al capital financiero transnacional y sus comparsas locales), los políticos de alma pre-republicana y esclavista (por su arcaísmo nacionalista e identitario, su ignorancia e incompetencia, y su pésimo hábito de precisar un Estado hinchado para mamar en sus tetas), los líderes del empresariado industrial local (por mantener inversiones en la producción, desperdiciando así oportunidades de aplicarlos en la especulación), los líderes del empresariado nacional de la construcción de las obras públicas (por impedir que el capital transnacional se apropie plenamente de los grandes negocios locales en este sector) y, finalmente, el propio Estado en su versión democrática y / o nacionalista – todo eso acompañado micropoliticamente del desvío de la potencia colectiva de acción pensante creadora que se movilizará ante este cuadro intolerable. Sin embargo, dos posibles efectos de la serie no estaban previstos en su guión. Ambos comienzan a manifestarse al final de la segunda temporada, como consecuencia de la quiebra del hechizo que las acusaciones contra Lula habían generado en la primera temporada y sobre todo del grado traumático al que llegó el desamparo en que se ven lanzadas las subjetividades. Son distintas las estrategias del deseo que se movilizan ante el trauma. En los dos extremos del amplio abanico de estas estrategias, aunque éstas pueden oscilar entre varias posiciones, además del hecho de que los procesos de elaboración tienen el poder de desplazar posiciones iniciales. En uno de los extremos, apelamos a estrategias defensivas que nos llevan a aferrarnos de uñas y dientes al status quo: una respuesta patológica por términos sucumbido al trauma, y que tiene por efecto en los despotencializar. En el otro extremo, se amplía el alcance de nuestra mirada, lo que nos permite ser más capaces de acceder a los efectos subjetivos de la violencia en nuestros cuerpos, de ser más precisos en su desciframiento y expresión y más aptos para inventar maneras de combatirla. Se moviliza entonces la fuerza creadora para transformar el status quo de modo que la pulsión vital cumpla su destino ético: esta es una respuesta saludable que al protegernos de sucumbir al trauma, mantiene nuestra potencia y tiende hasta a intensificarla.
La primera respuesta, fruto de una estrategia de deseo reactivo, tiende a generar una identificación de las subjetividades con los conservadores, lo que las lleva a apoyarlos con euforia y fervor. Con la prolongación de la permanencia de los conservadores en los gobiernos en la segunda temporada y su creciente apoyo por las masas, apoyo insuflado por las estrategias del golpe, éstos acaban siendo elegidos a los cargos legislativos, logrando así establecerse efectivamente en el poder. Más grave aún es cuando se elige al cargo de presidente de la república, lo que viene sucediendo en varios países. El ejemplo más significativo es el de la victoria del brutal Trump para la presidencia de Estados Unidos, bufón psicópata y nacionalista al extremo. Es bueno recordar que el nacionalismo fue uno de los elementos del discurso populista de los capangas del capitalismo financiero, usado por él para la construcción de la figura del «enemigo común» que debe ser eliminado de escena, lo que justifica y legitima el golpe (las políticas europeas anti-migratorias y el virulento anti-europeísmo, fenómenos que se vienen manifestando actualmente, entran en esta misma clave). Pero los capitanes conservadores nacionalistas deberían ser descartados tan pronto como el golpe estuviese consumado: su instalación en el poder es el primer efecto colateral de la serie que no estaba previsto en el guión.
El bufón que agita el espanto del «enemigo externo»
La segunda respuesta, fruto de una estrategia de deseo activo, genera el ascenso de una nueva modalidad de resistencia, que se crea colectivamente frente a la nueva modalidad de poder. Este es el segundo efecto colateral de la serie del golpe que tampoco estaba previsto en el guión. Por ser portador de oxígeno para el aire mortífero que respiramos en el presente, finalizamos con algunos comentarios acerca de este segundo fenómeno.
La nueva modalidad de resistencia
Pasados los primeros capítulos de la segunda temporada, en la que se logró instaurar la ilusión de que no se trató de golpe, sus capítulos siguientes – donde se ve la destrucción de las conquistas democráticas, la penalización de la creación cultural y la descalificación de la política como un todo – no tendrán el mismo éxito. Cada vez más gente, en más sectores sociales y regiones del país, pasa a darse cuenta del serio riesgo que el poder globalizado del capitalismo trae no sólo para la continuidad de la vida de la especie humana, sino del planeta como un todo. La señal de alerta hace que tiende a caer el velo de su ilusión, tejido por el abuso. Se instaura en las subjetividades un estado de urgencia que las hace batallar para abrir el acceso a la experiencia subjetiva de nuestra condición de vivientes y retomar en sus manos las riendas de la pulsión. Esto lleva el deseo de desplazarse de su entrega al abuso ya actuar en el sentido de transfigurar el presente, impidiendo que la carnicería prosiga.
El hecho de que, en su nuevo doblez, quede más abierto que el capitalismo incide en la esfera micropolítica da origen a una nueva modalidad de resistencia: surge la conciencia de que la resistencia tiene que incidir igualmente en esta esfera. Esto aparece en los nuevos tipos de movimiento social que vienen desestabilizando aquí y allá el poder mundial del capitalismo financieramente en la determinación de los modos de existencia que le son necesarios. La propagación de este tipo de resistencia, que se intensificó tras el tsunami de los llamados golpes de Estado provocados por el nuevo régimen por todas partes, ha surgido principalmente entre las generaciones más jóvenes y, más contundentemente, en las periferias de los grandes centros urbanos. En estos contextos, destacan especialmente los citados movimientos de las mujeres (en un nuevo doblez del feminismo), de los LGBTQI (en un nuevo doblez de las luchas en el campo de la homosexualidad, transexualidad, etc., en la que éstas se juntan en torno a algunos objetivos y refuerzan sus objetivos estrategias) y, también, de los negros (en un nuevo doblez de sus luchas anti-raciales). A estos movimientos se suman las luchas por vivienda y el combate de los indígenas, cada vez más amplio y articulado – en ambos, una fuerte actuación en la esfera micropolítica se agrega a su tradicional actuación en la macropolítica. En este nuevo campo de batalla, cada uno de estos movimientos gana nuevas fuerzas.
La irrupción de estas nuevas estrategias de combate nos ayuda a ver que el horizonte del modo tradicional de resistencia de las izquierdas tiende a reducirse a la esfera macropolítica y que esta reducción sería una de las causas de su desorientación e impotencia frente al actual estado de cosas. Tal entendimiento tiene el poder no sólo de sacarnos de la parálisis melancólica fatalista a la que nos haría sucumbir el sombrío paisaje que nos rodea, así como de nuestro resentimiento con las izquierdas, pero también de permitirnos una reaproximación de las mismas. Esto puede tener por efecto un perfeccionamiento de los instrumentos de resistencia en ambas esferas, micro y macropolítica.
La serie del capitalismo financiado comienza bien antes de las tres temporadas enfocadas en sus golpes de Estado y seguramente será muy larga su tercera temporada, en cuyo guión parece estar prevista la instalación plena del poder globalizado del régimen colonial-capitalista. Sus efectos serán delineados colectivamente en los embates entre diferentes fuerzas de las más reactivas a las más activas. Fuerzas reactivas que, en diferentes grados y escalas y con diferentes tipos de expresión, promueven el abuso de la vida en su potencia pulsional de creación – sea actuando en el personaje del villano que abusa o en el de la víctima que se deja abusar. Y fuerzas activas que, en diferentes grados y escalas y con diferentes tipos de expresión, promueven su afirmación transfiguradora, disolviendo tales personajes y, con ellos, la escena en que actúan. Nadie es permanentemente activo o reactivo, tales posiciones oscilan y se mezclan a lo largo de la existencia individual y colectiva. Lo que importa del lado de las fuerzas activas es el trabajo incansable que consiste en combatir las fuerzas reactivas en nosotros mismos y en nuestro entorno, cuyo éxito jamás estará garantizado y tampoco será definitivo.
No es posible predecir el resultado (siempre provisional) de este embate en el que estamos involucrados y que proseguirá en la tercera y última temporada de la serie. Pero hay un aliento en el aire que nos viene de la experiencia de liberación de la pulsión de las secuelas de su abuso colonial-capitalista. A pesar de que esta experiencia es relativamente reciente, nos permite imaginar otros escenarios y actuar en su dirección. Esto nos hace creer que es posible despejar el aire ambiente de su polvo tóxico, al menos lo suficiente para que la vida vuelva a fluir. El tratamiento de tal contaminación es micropolítico: un trabajo colectivo de descolonización del inconsciente, cuyo foco son las políticas de producción de subjetividad que orientan el deseo y las consecuentes formaciones del inconsciente en el campo social. Esta es la tarea que nos desafía en el presente. Después es después: nuevas formas de existencia se instalarán, con nuevas tensiones entre diferentes calidades e intensidades de fuerzas activas y reactivas y sus enfrentamientos, los cuales convocarán nuevas estrategias de resistencia, en un combate sin fin por la vida.
San Pablo, 2017/2018
 
PS: El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, anunció hoy que el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, «Prácticamente», porque aunque aún falte el recurso de sus abogados a dos instancias de la Justicia, podemos prever que éstas mantendrán las decisiones de condenarlo y legitimar su inmediata prisión. Con eso, ya podemos decir que el golpe de Estado «propiamente dicho» fue exitoso. Pero el maldito seriado del golpe no termina aquí: a pesar de que el Estado propiamente dicho es uno de sus objetos privilegiados, no es el único. ¿Ha sido la eliminación de Lula el último episodio de su segunda temporada? En este caso, a partir de ahora veríamos su tercera temporada: ¿será su guión cercano al que se anunció aquí? ¿Habrá otras temporadas más? Los juegos de adivinación no son bienvenidos en este tipo de contexto. Además de no poder predecir exactamente su script, los efectos no previstos pueden sorprender a sus autores y traer aliento, como ya viene sucediendo. A pesar de que el serio es ininterrumpidamente campeón de audiencia, y el golpe propiamente dicho ha sido victorioso, el tiro puede salir por la culata. Esto se vuelve una vez notorio en la reacción de la mayoría de la sociedad brasileña a la condena de Lula. Si su victoria fue celebrada por las élites internacionales del capitalismo financieramente, así como por sus elites locales, del lado de sus capas expoliadas (la gran mayoría), así como de las capas politizadas de las clases medias, en Brasil y en el exterior, la reacción fue opuesta . Por ser claramente injusta y fruto de un cruel armazón, la condena indignó tales capas y generó un efecto boomerang: se reactivó poderosamente la fuerza de la presencia de Lula en su imaginario – en el cual él venía rescatando su lugar de liderazgo digno, incluso entre los que tienen críticas a su gobierno. Basta recordar que si la serie del golpe, al inicio de su primera temporada, había logrado hacer que el 80% de aprobación de su gobierno, bajaran al 12% de intenciones de voto, en la segunda temporada su número ya era suficiente para que vencer las elecciones a la presidencia de la república en 2018, probablemente ya en la primera vuelta. 
Pero, como sugiere el texto en su frase final, la historia humana (como la del cosmos) nunca llega a su fin. La idea de fin, sea un gran finale o el anuncio del apocalipsis, es heredera de la idea nefasta de paraíso y de su corolario, el infierno. Son estos los dispositivos más antiguos en nuestra civilización para la instrumentalización de la pulsión y la consiguiente manipulación de las subjetividades. Tales figuras encubren la pulsión con un doble velo de equívocos cosidos uno al otro. El primer velo-equívoco es el de que un día la vida se estabilizará definitivamente (sea -y no por casualidad-después de la muerte o sea en esta existencia, con los substitutos del par paraíso-infierno propuestos en la modernidad). Un velo que encubre sus inevitables turbulencias frente a las cuales actuaría su (en nosotros) voluntad de perseveración. El segundo velo-equívoco es que sólo tendrán el privilegio de este supuesto destino de la vida aquellos que entreguen las riendas de la pulsión a Dios (o sus substitutos en la modernidad), los cuales para merecerlo tendrán que someterse a las órdenes de la Iglesia (o, o de sus substitutos en la modernidad). No hay más tiempo que perder con nuestra nefasta sumisión a tales ideas, propias de la reducción del pensamiento a la esfera macropolítica. Se impone a nosotros la exigencia de librarnos de este reduccionismo en la conducción de nuestras estrategias de resistencia, expandiéndolas para englobar la esfera micropolítica. Esta es la condición para activar la imaginación creadora a fin de que oriente el deseo en la dirección de acciones efectivamente transfiguradoras.
* Con agradecimientos a Josy Panão, Paul Preciado, Pedro Taam, María Alves de Lima, Rolf Abderhalden y Ticio Escobar por los ricos aportes traídos en su cuidadosa lectura de este texto ya todos aquellos que se han dedicado a descifrar la nueva modalidad de golpe y de poder del capitalismo contemporáneo.

Sangran verde las pibas // Luciano Debanne

Sangran verde las pibas que se mueren de infección, de miedo, de desidia estatal; sangran verde sobre tu moral de panza llena y corazón contento, sobre tus cruces y tus santos, sobre tus argumentos lapidarios, sobre tu ignorancia misógina y clasista, sobre tu alma que irá al cielo pero no al suelo donde los pies pisan, donde se mueren las chicas por tu desamor.

Sangran verdes las pibas que se mueren pudiendo no morirse, pudiendo ser felices, pudiendo ser parte de las marchas con sus pañuelos al cuello y su pancarta que diga «Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”

Sangran verde y su sangre inunda las calles, y las leyes, y el futuro que, te juro, ya no las verá sangrar.

Foto: Emergentes

El debate por el aborto llegó al Congreso // Florencia Ogas para La tinta

El 10 de Abril del 2018 quedará en la historia del Movimiento de Mujeres. El color verde, emblema de la lucha por el aborto, inundó las calles, las redes y la Cámara de Diputados.

 

En el día de ayer se vivió una jornada histórica en el país: el debate por el aborto llegó a la Cámara de Diputados de la mano de 16 expositores que argumentaron a favor del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) , presentado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Seguro, Legal y Gratuito. El plenario estuvo coordinado por el Presidente de la Comisión de Legislación y Diputado del PRO, Daniel Lipovsky.

 

En las calles también se vivió con intensidad. El pañuelo verde inundó las redes y las calles. Hubo radios abiertas y actividades que acompañaron y apoyaron a quienes, adentro del Congreso, defendían el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestros propios cuerpos.

 

La lista de oradores a favor del proyecto estuvo conformada por: Paola Bergallo (abogada, docente universitaria e investigadora del CONICET), Marta Alanis (titular de Católicas por el Derecho a Decidir) , Marcelo Alegre (jurista y especialista en ética aplicada) , Andrés Gil Domínguez (abogadoconstitucionalista), Mariana Romero (coordinadora del Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva de la Argentina), Martín Bohmer (abogado y profesor universitario), Gastón Chillier (director ejecutivo del CELS), Susana Chierotti (abogada, funcionaria de la OEA), Dora Barrancos (socióloga, historiadora y directora del CONICET), Nelly Minyersky (miembro de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito), Leonardo Caruana (secretario de Salud Pública de Rosario), Sandra Vázquez (ginecóloga del Hospital Argerich, directora de la Fundación para la Salud Adolescente), Marta Rosenberg (psicoanalista feminista e integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito), Luis Novaresio (periodista), Carla Peterson, Griselda Siciliani y Verónica Llinás (actrices).

 

Dora Barrancos. Socióloga e Historiadora

“Más allá del aborto legal y las circunstancias, es clarísimo reconocer en nuestra sociedad una auténtica diferencia de clases que ha dividido a nuestras mujeres. Efectivamente, para las mujeres de las clases medias y las clases más altas, el aborto se hizo con todas las garantías sanitarias. Para nuestras mujeres de los sectores populares, es evidente que existió una forma larvada, ominosa, de pena de muerte, porque han pagado con sus vidas esas decisiones. Me encuentro entre quienes defienden el aborto legal para afirmar el derecho al disfrute sexual, separándolo absolutamente de la reproducción. Es un derecho humano fundamental que tiene que sernos dados a las mujeres.”

 

Marta Alanis. Titular de Católicas por el Derecho a Decidir

“Estamos a favor del derecho al aborto, de la despenalización y legalización, porque las mujeres católicas también abortamos. Las personas católicas en nuestro país son la mayoría. Y si hacemos cálculos con la cantidad de abortos que hay por año, también esa proporción se refleja en las prácticas que lamentablemente van al circuito clandestino… Se ha logrado la despenalización social del aborto. Hace 10 años atrás no podíamos llevar este tema, era tabú. Y hoy lo hablamos con libertad, en las universidades, en las escuelas, en la calle, y es parte de la agenda de muchos espacios y muchos partidos políticos”.

 

Susana Chiarotti. Abogada y representante de Argentina ante el Comité de Expertas de la OEA sobre violencia de género

“La violación de los derechos sexuales y reproductivos es una forma de violencia de género. Recomiendo despenalizar la interrupción del embarazo, eliminando el aborto inseguro y estableciendo políticas públicas. La penalización absoluta del aborto vulnera la salud, autonomía, privacidad y seguridad de las mujeres. El Congreso argentino debe despenalizar el aborto. Esto le permitirá a las mujeres acceder a la autonomía reproductiva”.

 

Martha Rosenberg. Psicoanalista e Integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Seguro, Legal y Gratuito

“Parto de una convicción: que nadie puede sustituir, penalizar o decidir lo que hace una mujer con su embarazo. Un embarazo no deseado es un hecho traumático para una mujer. Lo que hace con eso es su decisión. Es un derecho básico de la ciudadanía. El embrión humano no es un sujeto. Lo que lo humaniza es el deseo materno que quiere que se desarrolle en su hijo. Los niños por nacer sólo son por nacer cuando una mujer decide que quiere su hijo. Ni los varones, ni la Iglesia, ni los poderes dominantes ni el Estado son los que hacen nacer niños. Legitimar el derecho de las mujeres a una maternidad voluntaria es una deuda de la democracia”.

 

Verónica Llinás. Actriz

​”El aborto es un tema inmenso que puede y debe ser abordado desde la mayor cantidad de enfoques posibles. La realidad es que estamos ante un grave caso de salud pública. Según la OMS, uno de cada cuatro abortos es inseguro. A la realidad se la modifica primero reconociéndola y luego obrando en consecuencia. Las razones por las cuales una mujer llega a un embarazo no deseado son múltiples. La primera es la ausencia del Estado en educación. No criminalicemos. Es una injusticia atroz. Es por eso que un grupo muy heterogéneo de actrices nos hemos organizado y en poco tiempo hemos llegado a ser más de 400 para pedir la despenalización del aborto. No es el fin del debate; es el principio. El aborto existe”.

 

 

 

Gastón Chellier. Director ejecutivo del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)

“La penalización del aborto no disuade a las mujeres a practicarse abortos, solo hace que los abortos sean clandestinos, se practiquen en forma insegura y aumente la mortalidad de las mujeres, en su mayoría, pobres y jóvenes. También, provoca una criminalización de las mujeres que buscan asistencia médica ante una emergencia obstétrica, que puede ser un aborto inducido o espontáneo, un aborto prematuro o alguna otra complicación del embarazo que las empuja a la clandestinidad o a la muerte por miedo a terminar presas…Ya es un dicho común, pero que no deja de ser cierto, que si los que nos quedáramos embarazados fuéramos los hombres, el aborto claramente ya se hubiera descriminalizado. En ese sentido, el Congreso tiene la posibilidad histórica de reparar esa desigualdad en relación con el derecho de la mujer”.

 

Mariana Romero. Coordinadora del Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva de la Argentina

“Tenemos que saldar esta deuda que la democracia tiene con las mujeres. Quiero compartir datos sobre el aborto en el país. Argentina es un país atípico. El aborto es la primera causa individual de muerte materna. Dos de cada 10 de las mujeres fallecidas durante la gestación mueren por el aborto. Desde el regreso de la democracia, 3.030 mujeres fallecieron por abortos clandestinos. ¿La legalización disminuye las muertes maternas? Cuando el marco es restrictivo, la tasa de muerte materna es más alta a nivel mundial. A medida que el marco normativo incorpora más causales, la mortalidad disminuye. En Uruguay había 9 muertes maternas por aborto por año. A partir de 2013, con la aplicación de la ley, Uruguay tiene una o ninguna muerte materna por abortos clandestinos y ninguna por las que acceden a la interrupción voluntaria que ofrece el Estado. ¿La legalización aumenta el número de abortos? La ciudad de México, por ejemplo, legalizó el aborto en 2007. No se sabe cuántos había antes. Hubo un aumento progresivo inicial para responder a la demanda. A partir de 2013 se estabilizaron y luego los casos empezaron a disminuir”.

 

Andrés Gil Domínguez. Abogado Constitucionalista

“Desde el punto de vista constitucional, es posible que el Congreso incorpore un nuevo causal a las que ya estaban en 1921. No existe ningún tipo de objeción ni impedimento (para la despenalización). Desde lo convencional, tampoco. No surge ningún tipo de prohibición de los tratados ni de los organismos que los interpretan y aplican. Existen 14 sentencias de distintos órganos internacionales que establecen que las mujeres deben tener acceso a abortos legales y que los países donde es ilegal deben tender a la legalización. Les pido a mis colegas que, más allá de las diferencias en el campo de la filosofía moral, no digan que los tratados de Derechos Humanos están en contra de la despenalización. Eso sería construir posverdad. No es real. La despenalización no se condice con la normativa ni las interpretaciones. Ustedes (Diputados) tienen la oportunidad de transformar el dolor de miles de chicas y mujeres en un derecho”.

https:/latinta.com.ar

 

Las Putas también abortamos // Georgina Orellano para Emergentes

Cuando se habla de aborto algunas personas sostienen que “ninguna mujer quiere abortar”. Algo similar sucede en el debate sobre trabajo sexual cuando afirman que “ninguna mujer nace para puta”. En ambos sentidos se intenta afirmar que ninguna mujer quiere abortar ni ser trabajadora sexual. Eufemismos que buscan invisibilizar la toma de decisiones sobre nuestros cuerpos

En mi caso cuando me enteré que estaba frente a un embarazo no deseado lo primero que pensé fue en la posibilidad de interrumpirlo. Estaba segura que no quería volver a ser madre.

Nadie se anima a afirmar “ninguna mujer quiere ser mamá” porque no todas se atreven a cuestionar ese mandato ni a mencionar los traumas que pasamos por llevar adelante un embarazo no deseado. Más cuando la responsabilidad de la maternidad recae un 100% sobre los cuerpos de las mujeres.

Declaro haber abortado no una sino varias veces.

Al realizarlo me enfrenté a una doble criminalización. Primero por ser puta y dedicarme a un trabajo que no está reconocido y que ejercemos en la clandestinidad y segundo por abortar, pues en Argentina sigue siendo ilegal la interrupción voluntaria del embarazo.

Recuerdo que las veces que aborte lo hice primero en manos de una mujer que hacía los abortos con sondas en un barrio popular donde las mujeres no teníamos acceso a la información y no sabíamos que existía el misoprostol. Fue en el 2008. Por hacerlo me cobró 200 pesos y luego de darme algunas indicaciones me mando a mi casa. Ahí atravesé un trauma no por haber abortado sino por haberlo hecho en malas condiciones y poner en riesgo mi vida. Lo mismo sucede con el trabajo sexual ya que no padecemos el trabajo en sí mismo sino las malas condiciones en las que lo tenemos que ejercer.

Otra experiencia que atravesé por ser puta y abortera fue el doble estigma. Salí del clóset en 2 oportunidades: primero cuando conté que era puta y luego cuando dije que había abortado.

La segunda vez que aborte lo hice acompañada de mis compañeras que me apoyaron, me acompañaron y estuvieron presentes en el momento en que parí mi aborto. Yo parí mis abortos clandestinos, parí el derecho a decidir sobre mi propio cuerpo y a tener en esa decisión el control de mi reproducción.

En el trabajo sexual puedo decir que decidí convertir mi sexualidad en mi propio proyecto laboral saliéndome de las normas del capital y teniendo un control sobre mi propio sexo al decidir con quién, cómo y cuándo y a no ofrecerlo desde la gratitud sino a ponerle un precio al mismo.

Frente a la clandestinidad las mujeres, lesbianas, travestis y trans nos organizamos. Así como las putas nos organizamos sindicalmente para exigir reconocimiento a nuestros derechos laborales también lo hacemos para poder abortar en mejores condiciones, acompañadas y accediendo a mayor información.

Mientras los hombres se reúnen para jugar al futbol, para mirar un partido, para hablar de a quién y cómo se cogieron sin que nadie los esté cuestionando ni preguntando qué hace un grupo de hombres solos a la noche en vez de estar cuidando a sus hijos, mientras ellos gozan de ciertos privilegios, nosotras nos reunimos para abortar en la clandestinidad.

 

Acompañé a muchas trabajadoras sexuales que pasaron por lo mismo llegando a construir entre putas una gran red de solidaridad que nos llevó desde juntar dinero para comprar las pastillas hasta hacer un fondo de miso que consiste en que donemos las pastillas que nos sobran así tener para quienes no puedan comprarlas.

Ante la imposibilidad de abortar en una cama de un hospital, prestábamos a las amigas nuestras camas, sobre todo quienes vivimos solas, a veces esperábamos a que la pareja de ellas le toque el turno noche en el trabajo y así el varón ni se enteraba de que ellas habían abortado. Cuando se nos complicaba pagábamos un pernocte en algún hotel transitorio esos mismos hoteles en los que terminamos llevando a cabo nuestro trabajo.

Las Putas que abortamos lo hacemos desde nuestra autonomía a decidir libremente sobre nuestros cuerpos, aunque algunxs sostengan que lo hacemos sobre la vida de otros en el caso del aborto y en el caso del trabajo sexual nos nieguen la posibilidad de decisión.

En ambos sentidos no nos sentimos representadas por las consignas que nos re victimizan o que intentan disculparnos socialmente y generar una empatía desde la lastima o la pena.

Nosotras que decidimos abortar y ejercer el trabajo sexual no vamos a pedir disculpas a nadie por ello.

Queremos que el aborto sea legal seguro y gratuito, que se venda sin receta el misoprostol, queremos que los colegios implementen la E.S.I, que en los centros de salud de todos los barrios se brinden conserjerías pre y post aborto.

Queremos que el trabajo sexual sea reconocido, que podamos acceder a la obra social y a la jubilación, queremos dejar de pagar coimas para poder trabajar tranquilas y queremos que se deroguen todas las leyes y artículos que criminalizan nuestra actividad laboral. Exigimos que se nos deje de criminalizar a las mujeres por el solo hecho de decidir sobre nuestros cuerpos.

No queremos que nadie se meta en nuestras camas ni en nuestras vidas.

Las Putas exigimos descriminalización total del aborto y del trabajo sexual.

Nuestros cuerpos son nuestros territorios, sobre ellos decidimos nosotras.

No hay equiparación posible // Clinämen

Se intenta juzgar a Luis Mattini, ex dirigente del PRT-ERP, por la muerte del militar Argentino Larrabure en 1975, bajo la carátula de «crimen de lesa humanidad». Si los magistrados aceptan los argumentos de la querella, se podría cambiar la jurisprudencia existente respecto de la lucha armada durante la dictadura en nuestro país. Conversamos con Vera Carnovale historiadora y autora del libro “Los combatientes: historia del PRT-ERP”, impulsora de la solicitada “No hay equiparación posible”, con numerosas adhesiones de intelectuales y artistas.

Micropolíticas neoliberales, subjetividades de la crisis y amistad política // Diego Sztulwark

(o por qué necesitamos criticar al kirchnerismo para combatir al macrismo) *

Me piden que me presente. Me presento por lo que hice y hago. Nombro algunas cosas: coordino grupos de lectura y discusión sobre temas políticos y filosóficos, editamos recientemente con Cristian Sucksdorf la obra completa de León Rozitchner (durante la gestión de Horacio González en la Biblioteca Nacional), fui parte del Colectivo Situaciones, participo de la editorial Tinta Limón Ediciones. Con varios compañeros hemos creado diferentes colectivos los últimos años: el Instituto de Investigación y Experimentación Política; el blog Lobo Suelto!, la columna semanal Clinämen, en FM La Tribu.

Como parte del Colectivo Situaciones después del año 2000 hicimos una serie de trabajos con organizaciones sociales a los que entonces llamamos “investigación militante”. Hay una serie de publicaciones de aquellos años. Tinta Limón se nutre de esa experiencia, aunque también ha editado muchos libros de movimientos sociales sobre la realidad política latinoamericana y muchos de filosofía.

Si recuerdo ahora el Colectivo Situaciones es porque me parece que vale la pena comenzar hablando de experiencias que constituyen lo que podríamos llamar las subjetividades de la crisis. Yo llamaría así a todas aquellas subjetividades que producen crisis, saben vivir en la crisis, tienen una inteligencia para la crisis y desarrollan estrategias en la crisis. Sería una primera manera de presentar la idea de que en América Latina y en Argentina hay mucha experiencia en términos de subjetividades de la crisis. Es lo que hoy puede verse cuando en momentos de restricción económica, o lo que se llama ajuste, aparecen unas redes de economías informales de todo tipo, que logran soportar como pueden la disminución del salario, la disminución del empleo, etcétera. Hay mucha experiencia de un saber hacer de la crisis. En torno al año 2000-2001 esto fue muy evidente: se constituyeron figuras colectivas de largo alcance. Podemos agregar el Club del trueque, las fábricas recuperadas, toda la experiencia del cartoneo… Hay mucha experiencia de saber hacer con la crisis y este es un punto que nosotros como Colectivo siempre nos interesó trabajar.

Me gustaría situar el marco general de lo que podríamos charlar y después volver sobre las subjetividades de la crisis.

Pensé tres puntos para plantear. El primero tendría por título: “Hemos subestimado lo neoliberal”. El segundo sería: “Necesitamos entender críticamente al kirchnerismo para comprender el momento actual”, que no es kirchnerista sino macrista, y el tercero sería: “El problema de a qué podemos llamar hoy amistad política”. En el segundo punto, lassubjetividades de la crisis no van a quedar olvidadas.

Respecto al primer punto. En el verano me escribió la antropóloga Rita Segato, que es una pensadora muy relevante; actualmente vive en Brasil e investiga femicidios a nivel latinoamericano. Es además una de las autoras que publicamos en la editorial que mencioné. Ella dice que evidentemente ha pasado en Argentina algo más complicado de lo que podemos entender. Se refiere a cómo llegamos a la coyuntura política actual. Ha habido un vuelco subjetivo estos años que no es fácil de comprender. Si lo comprendiésemos tendríamos más herramientas para entender un poco de qué se trata el actual presente político. Hemos pensado lo neoliberal desde un punto de vista estrictamente macropolítico: normalmente el lenguaje periodístico en estos últimos 10 o 15 años es el lenguaje con el que se piensa la política. Es un límite de nuestra época, pensar la política tan dominantemente a través del lenguaje periodístico de los medios, como si fuera el único género narrativo en el que nos pasa la política. Se ha considerado que lo neoliberal tenía que ver con una coyuntura latinoamericana muy específica, vinculada a lo que se llamó el Consenso de Washington, el ajuste, las privatizaciones, el pago de la deuda externa, un conjunto de medidas macropolíticas que todos conocemos –lo que el menemismo tuvo como programa político y ya había sido instaurado previamente por la dictadura militar.

El problema es que la crisis del 2001 tiene una potencia bastante fuerte de destituir la legitimidad del discurso neoliberal. A partir de 2001 asistimos a una década bastante larga, donde el discurso no puede ser neoliberal, no es neoliberal. O sea, los políticos no hablan de privatización, ni de ajustes, ni de represión: la agenda discursiva 1976-2001 queda silenciada y aparece otra agenda que habla de “consumo interno”, “desarrollo”, “militancias”. La política dice otras cosas que pueden haber generado la ilusión de que el neoliberalismo era políticamente derrotable, superable, es decir que la voluntad de inclusión social que la retórica kirchnerista asumió desde el 2003 con tanta contundencia podía estar dejando atrás, por lo menos en el escenario argentino y a veces podría pensarse que también regional, este fenómeno del capitalismo contemporáneo llamado neoliberalismo.

Visto desde hoy, parece un poco ingenua esa impresión, no sólo porque en el nivel de la política macro lo neoliberal vuelve a instalarse, sino porque todos estos años lo neoliberal subsistió bajo la forma de poderosas micropolíticas. Y este es el punto que me gustaría señalar. El neoliberalismo no es solamente una política que el Estado aplica en ciertas coyunturas, referente a determinada gestión de los recursos, sino que es un conjunto de dispositivos micropolíticos.

Teóricamente no digo ninguna novedad, Foucault trabajó esto muy bien en dos cursos que fueron publicados muy tardíamente, pero que circulan hace unos años ya: El nacimiento de la biopolítica y Seguridad, territorio, población. Hay ya en esos textos una elaboración bastante desarrollada sobre esto. Mauricio Lazzarato, que ya tiene varios títulos en castellano, trabaja en un sentido similar. Lo neoliberal o el capitalismo contemporáneo no como un fenómeno de hegemonía política, no como un fenómeno discursivo, retórico, de partido político que gana elecciones, sino como un fenómeno que no necesita ir a elecciones. Por lo tanto, no hay cómo discutir al neoliberalismo. Va a elecciones, pierde; y hay neoliberalismo igual. Consensuamos entre todos que es una forma horrorosa la imagen empresarial para pensar enteramente una sociedad y sin embargo la forma empresarial de pensar la sociedad vuelve a instalarse. Hay un problema con lo neoliberal que desde el estricto punto de vista macropolítico no se ha llegado a pensar y por lo tanto no se lo ha podido elaborar. Es un problema fundamental.

Para decir algunas cosas básicas de esa política neoliberal, diría que las micropolíticas son dispositivos que subjetivan bajo la forma de la empresa. ¿Qué somos nosotros individual y colectivamente desde ese punto de vista?: empresas. Somos un capital a gestionar, tiene que darnos renta en los distintos aspectos de la existencia, y el neoliberalismo pone en juego para eso un tipo de ganancia subjetiva que es muy evidente para todos nosotros, aunque rara vez creo nos detenemos a reflexionar sobre ello. Esa ganancia se presenta en términos de “libertad”, el neoliberalismo es la primera forma de dominación política que pone en el centro absoluto de la experiencia de la libertad. Somos libres de hacer lo que queremos, nadie nos dice lo que tenemos que hacer. Esa libertad –que puede contrastar con nuestro ideal genérico de libertad, y está bien que contraste, porque el neoliberalismo es ante todo una forma de dominación política– es una manera de dominar en la que servidumbre y libertad se revierten todo el tiempo una a otra al nivel de los dispositivos micropolíticos. Hay una experiencia de libertad en el hecho de que cada quien se las tiene que arreglar, que nadie va a estar diciéndonos exactamente lo que hay que hacer. Cada quien tendrá que vérselas con su capacidad de constituirse a sí mismo como marca, como empresa, según su autovalorización. El mandato es: autovalorizate, como puedas.

Me parece que el éxito de las micropolíticas neoliberales es contundente y ha quedado solapado en la discusión política de la década previa, y al mismo tiempo, cuando Rita Segato preguntaba qué nos pasó como pueblo para pegar este tipo de conversión como la que estamos viendo ahora, planteaba un problema que es imposible de responder sin observar qué ha pasado con estas micropolíticas neoliberales que durante esta década se desarrollaron –muy paradojalmente– junto a una voluntad fuerte de inclusión social. Una voluntad política de inclusión social que se apoyó, que coincidió, que coexistió con unas micropolíticas neoliberales. El poder subjetivador de esas micropolíticas parece haber sido más fuerte que la interpelación en términos de inclusión social, y ahí hay un punto ciego de la última década política que me parece que hay que intentar elaborar.

Me parece que hay que pensar la complejidad del último tiempo de la política argentina y latinoamericana, o de estos gobiernos llamados progresistas o populares, Evo Morales, Lula, Correa, Chávez, Kirchner. La coexistencia, en ellos, de una voluntad de inclusión política que por momentos funcionó como una retórica de los derechos, y que no pocas veces efectivizó derechos muy concretos.

No creo, por tanto, que se haya tratado de procesos exclusivamente discursivos (sabemos que lo discursivo en política raramente es sólo discursivo, porque lo discursivo produce efectos extradiscursivos). Creo que a la voluntad de inclusión social habría que analizarla por lo menos en dos niveles. En el primero plantearíamos el problema de qué es en sí misma una voluntad de inclusión. Y en el segundo, de nuevo, habría que ver hasta qué punto esa voluntad de inclusión se articuló con unas micropolíticas neoliberales. Los límites que le veo a esta voluntad no pasan por el hecho de haber funcionado a partir de una discursividad fuerte. Porque hubo medidas políticas, beneficios y enfrentamientos políticos tangibles y positivos. Me parece que la crítica que podemos formular apunta a la teoría política de esa la voluntad de inclusión, que supo sostenerse doce años, buena parte de los cuales se benefició con altos ingresos y con un contexto regional tan favorable –incluso con una oposición política tan débil. El problema con esa teoría política de la inclusión se plantea cuando no logra ya refrendarse electoralmente.

Cuando digo que hay un problema o que hay que hacer una crítica de esa voluntad no me estoy refiriendo al procedimiento sencillo de la impugnación, de la denigración, de la negación del fenómeno. Estamos tratando de pensar qué analítica nos permite entender su funcionamiento y si es posible entender cómo lograr que ese funcionamiento deje lugar a otros mas consistentes (mas igualitarios, o mas libertarios, si es posible).

En primer lugar, esa voluntad de inclusión social es compleja en sí misma, es ambivalente. Porque combina dos cosas diferentes. Por un lado, remite a los valores más valiosos que podemos compartir, como es la sensibilidad con respecto a los otros que han quedado excluidos del consumo, de derechos básicos, dañados por el proceso de acumulación, o bien durante el proceso dictatorial. Ese aspecto de la inclusión activa lo mejor de nosotros. Pero, al mismo tiempo, la idea misma de inclusión tiene un aspecto colonial. Un aspecto por el cual el otro es bienvenido a una zona previa, que no se va a constituir con la inclusión del otro. Invitamos al otro excluido a ser parte de lo que nosotros somos, o del lugar en el que ya estamos.

Esa distinción entre un territorio firme (los incluidos) y un no territorio (de los excluidos) parece inherente al espacio de la inclusión. Alguien está fuera y lo invitamos a sumarse, sin que esa invitación transforme el espacio al que lo invitamos. Esa idea es un límite mismo del planteo de la inclusión, un límite evidente. Tal vez no sea posible ofrecer pleno empleo en Argentina –es solo un ejemplo- si consideramos cómo evoluciona el mercado laboral, la introducción de tecnologías, la evolución de la productividad, etc. La idea de pleno empleo, que incluye una idea de ciudadanía pensada clásicamente –la inclusión por la vía del salario– puede ser muy limitada.

Aun si el discurso de la inclusión viabiliza cosas tan interesantes como la sensibilidad respecto a todo lo que es dañado, excluido, incluso a los modos mas violentos de explotación, se trata de una idea que conserva los dos aspectos señalados: uno muy justo y activo, otro  muy jerárquico y anulante. El activante viene a movilizar al conjunto, no permite que haya una parte del conjunto que quede negado o cruelmente subordinado sin que se diga nada sobre eso. No se acepta con indiferencia que los otros que quedan en la peor situación. Y por el otro lado es un poco ingenua, me parece, la idea de que esa activación pueda hacerse simplemente por la vía de invitar a los demás a ser parte de un espacio pre-constituido. Esa pre-constitución es un problema. No permite pensar la carencia que esa idea de trabajo, de ciudadanía o de Estado –que la voluntad de inclusión promueve- carece de categorías mentales para pensar cómo evoluciona el trabajo, cómo evolucionan los territorios, cómo evolucionan los consumos.

El problema de la inclusión, así planteado, es que inhibe -en lugar de incentivar- la creación de categorías que den cuenta de la constitución subjetiva de la sociedad compleja en la que vivimos; que incluye economías informales; nuevas formas de soberanías territoriales; una riqueza de producción subjetiva que, es al menos mi impresión, la idea de inclusión no llega a pensar del todo. No sólo respecto de los territorios, sino también respecto del mundo financiero, que es el lugar donde se organiza el mando del neoliberalismo.

Las finanzas constituyen el mando, la racionalidad última de lo neoliberal. También lo financiero es de una complejidad y se liga con los territorios de una manera muy compleja. El neodesarrollismo que hemos tenido estos años no ha desplegado las categorías mentales ni siquiera para poder regular la economía financiera. No me paro en el lugar de impugnarlo, sino en el de tratar de entender qué pasó y hacer un balance abierto; en el lugar de que pensar la política implica poder entender qué es lo que no funcionó de este proceso. También para pensar qué cosas habría que discutir para que sí funcionen en algún momento.

Preguntas sintetizadas: ¿cómo juega la noción de “goce” en lo que estás contando?; ¿por qué te cuidas tanto de criticar al kirchnerismo?; ¿el macrismo es la “etapa superior” del kirchnerismo?; ¿lo mejor del kirchnerismo preparó esto, como la condición de lo que hoy vivimos?

Diego: A la pregunta sobre el goce, es una categoría que yo no conozco, pero sí me parece fundamental el hecho de que las micropolíticas operan en ese nivel, que la compañera llamó del goce. Una hipótesis que se podría pensar es si esas micropolíticas no son doblemente desposesivas. Primero hay una desposesión material, pero también está ligado el neoliberalismo a una desposesión subjetiva. Sería la ilimitación del consumo, consumo como promesa ilimitada que lo ligaría a una desposesión subjetiva donde cada vez somos menos capaces de regular cuál sería la razón por la cual no participaríamos de todo esto. ¿Dónde decimos que no?, ¿dónde dejamos de participar? Nuestra capacidad de gestionar, de administrar, de preguntarnos hasta dónde, cuánto. Por ejemplo, un dispositivo micropolítico fundamental de nuestra época podría ser Facebook. ¿Cuándo dejamos de poner fotos nuestras?, ¿quién nos pide que nos exhibamos tanto?, ¿por qué tenemos que decir todo lo que pensamos?, ¿por qué tenemos que decir todo lo que ocurre?, ¿no hay ningún límite respecto a la exhibición? Hay una desposesión de tipo subjetiva en este caso.

Las micropolíticas neoliberales tienen un juego con la libertad que consiste en el hecho de que nuestro deseo trabaja activa y voluntariamente al interior de estas normas, de estos dispositivos, de estos mecanismos. Poder pensar esa relación en donde la libertad se vuelve servidumbre y donde este movimiento se revierte. Spinoza decía en el siglo XVII, en el prólogo del Tratado teológico político: “¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si se tratase de su libertad?”. El neoliberalismo ofrece mucha posibilidad para hacer libremente de nosotros unos siervos, sólo que el tipo de mando que hay en el neoliberalismo es sobre el medio más que sobre el cuerpo. El medio es el “entre” en el que se generan afectos y opiniones. Muy difícilmente alguien nos diga lo que hay que hacer, somos nosotros los que decimos cómo hay que hacer para estar en Facebook, por qué hay que estar bancarizados, somos nosotros los que estamos una y otra vez ofreciéndonos a una suerte de inversión panóptica. Somos nosotros los que tenemos el deseo de estar ahí y de funcionar así.

Con respecto a los “cuidados” en relación a la otra pregunta diría: cuidado para la crítica y para los devenires. El filósofo Gilles Deleuze decía que no hay gobiernos de izquierda. El concepto de izquierda, en términos micropolíticos, solamente sirve para los devenires, decía. Los devenires precisan cuidados. Acaba de salir un libro del grupo Comité invisible, de Francia (A nuestros amigos), donde ellos tienen este enunciado: “el revolucionario es el que cuida los devenires”. Yo diría cuidado para los devenires y para la crítica, es algo que me parece fundamental, porque no se trata aquí de la polémica. Henri Meschonnic en varios de sus textos hace la diferencia entre crítica y polémica, que son términos que etimológicamente ambos vienen de la guerra. Mientras la polémica es el intento de vencer por medio de la opinión, la crítica es el esfuerzo por develar funcionamientos. Me interesa la crítica y no la polémica. Todo lo que se juega en la guerra para posicionarse frente a los demás, comparto con Meschonnic, con Deleuze y con varios, no me parece productivo. Todo el esfuerzo que podamos hacer para entender funcionamientos, para mostrar funcionamientos y dar lugar a otros, me parece muy importante.

Pienso que en cierta medida el macrismo es la fase superior del kirchnerismo, lo que no niega que tenemos que pensar muy seriamente también sus diferencias. Es decir que pensar la continuidad no anula pensar la diferencia. Ahí entramos en un juego que estamos elaborando, en donde habría que pensar qué hay de continuidad y qué hay de diferencia. Si les interesa doy un paso más sobre esto. Lenin decía que el imperialismo era la fase superior del capitalismo. Quiere decir que el macrismo sería una parte del mismo proceso del cual el kircherismo fue central.

Visto desde hoy, a grandes rasgos tendríamos esta secuencia: 2001 –subjetividades de la crisis; se deslegitima lo neoliberal; todo un proceso signado por la inestabilidad, en el cual se da el asesinato de Kosteki y Santillán–, luego empieza un proceso que estaría designado por el kirchnerismo –una Voluntad de Inclusión, inseparable de ciertos rasgos de acumulación que algunos llaman noextractivista, o neodesarrollista–, y luego por el macrismo –una Voluntad de Orden, de Normalidad. La pregunta podría ser: ¿y no será que el macrismo es fruto maduro de todo este proceso? En ese sentido hablo de fase superior, con respecto al proceso de que emergió luego del 2001. Es algo que ya estaba presente en la racionalidad del proceso de normalización pos crisis aunque no siempre lo habíamos advertido así, y ahora cuando aparece decimos que esto no es una ruptura, es algo así como el producto de la maduración inadvertida de algo que se venía dando. Intentaría ahora explicar un poco este último razonamiento.

Pienso que estas políticas neoliberales sobre las que se fundó la idea de ampliación del consumo no son otra cosa que la difusión en la sociedad de un código de adecuación. Es decir, ahora sí hago una crítica al kirchnerismo no cuidada, sería la siguiente: en el momento en que las subjetividades de la crisis del 2001, en que la vitalidad plebeya que se afirma en el 2001 argentino, 2003 boliviano –hablo a nivel regional–, esa voluntad plebeya que tiene capacidad de impugnación o de destitución del orden neoliberal es incluida en las categorías de la economía política. La inclusión es la inclusión de una vitalidad plebeya al interior del mercado del consumo, de las categorías de la economía política. Esa inclusión es completamente ambivalente, ambigua. Por un lado es disciplinante y llama al orden a las fuerzas que habían mostrado una vitalidad de destitución, pero por otro lado mete conflicto dentro de la economía política, dentro de lo que entendemos por consumo. Esta politización del consumo o esta politización de la economía política, me parece que es el punto más alto o más interesante del período kirchnerista, en el sentido de que a través de las categorías del mercado, fuerzas plebeyas intentan apropiarse parcialmente de la ciudad, del espacio, de la riqueza; con categorías imposibles de llevar al lugar donde esta vitalidad podría ir. Y ahí me parece hemos perdido una oportunidad política. Ahí hemos perdido, kirchneristas y no kirchneristas.

Pregunta: ¿cuál hubiera sido otra?

D: Uds. saben que ya hablar así nos deja débiles. Pero igual lo digo. Creo que la posibilidad hubiera sido la siguiente: entender la inclusión, el aumento del consumo, no como parte de una teoría populista. Sino como parte de una teoría en la cual la fuerza plebeya en el mercado permite discutir más la estructura misma del mercado.

La inclusión, la activación de las fuerzas productivas en el mercado, es la vitalidad plebeya puesta en el centro del mercado. No da lugar al pleno empleo, no da lugar al Estado de los años 50, no da lugar a una inclusión tal como la teoría populista en sus imaginarios tiene que activar. Ni siquiera da lugar a un Estado de bienestar –por lo menos clásico–, porque fíjense que la inclusión pensada como estado de bienestar es a través del salario. En Argentina fue a través del consumo, no fue a través del salario. Y poder pensar que la inclusión es en el consumo y no en el salario, ya nos revela que la figura a incluir no es la del trabajador. Es mucho más compleja esa figura. Me detendría a decir: las subjetividades de la crisis redibujaron los territorios. Las prácticas en los territorios requieren categorías mentales que no son las de las filosofías populistas, ni las de los Estados de bienestar social. Por lo tanto hace falta una invención política a la altura de la composición nueva de los territorios.

Capaz que estaba en juego la capacidad que tenía el movimiento plebeyo de cuestionar la estructura del mercado, participando de él, no impugnando el mercado. Participando del consumo y de la distribución de la riqueza; cuestionar, por ejemplo, quién produce, qué se produce, cómo se produce, que esa presencia de lo plebeyo en el Estado y en la economía, esa vitalidad que en cierto momento hubo, pudiera estar orientada a ir atravesando, redefiniendo, ampliando lo que entendemos por Estado y por mercado. En ese sentido creo que no se puede tomar el kirchnerismo en paquete, porque nos perdemos el conflicto y la politización interna. Intento cuidarme para no quedar inmediatamente puesto como kirchnerista o antikirchnerista, que son una forma de la estupidez general, que no permite entender que desde el punto de vista foucaultiano estratégico de las subjetividades, cómo leemos, qué leemos, dónde vemos la oportunidad de intervención, en relación a cómo y dónde, cómo articulamos lo subjetivo con lo económico político, etc.

Muy desordenado ya en relación al planteo inicial, me meto en el tercer punto.

Las teorías políticas de la última década –me refiero en particular a Ernesto Laclau y Jorge Alemán– despliegan una teoría sofisticada de la subjetividad y la política, aportaron a una reflexión sobre este proceso político que viene después de la crisis del neoliberalismo. Lo que haré ahora es criticarlos a ellos, por lo que podríamos llamar un discursivismo y un politicismo. Discursivismo es pensar que la política ocurre en el nivel del discurso y el politicismo pasa por creer que la política no está hecha con las subjetividades que se dan en la producción.

Sería una crítica doble, al discursivismo, a una cierta idea de que la materia de la política es el discurso, a un tipo de prejuicio en torno a qué se llama discurso. A qué se llama discurso y una reducción de los fenómenos de la política a lo discursivo. En Laclau está muy formalizado: por ejemplo, la escena principal de la política es un significante vacío. No creo estar diciendo contra él nada que él no aceptaría. Dice: la política es discurso. Pienso que hay una discusión ahí, sobre a qué se llama discurso o si se puede sostener que la política es sólo discurso. Es un primer tema a discutir.

El segundo es el politicismo. Llamaría así a tomar las subjetividades dentro de una mecánica política, sin considerar que esas subjetividades al mismo tiempo están en un conjunto de otras mecánicas y que es la misma subjetividad la que aparece en uno y otro nivel. Cómo cambian los territorios, cómo cambian las economías, cómo va cambiando la experiencia de la producción en la sociedad, no son temas ajenos a la política. No es que la política toma una subjetividad que no está construida ahí. No se puede pensar la articulación política sin pensar las estrategias en las que se articula la vida en todas las demás dimensiones.

O para decirlo de otra manera: no se puede hacer política como si las micropolíticas neoliberales no fueran dominantes. No estamos en la discusión entre interlocutores, donde cada uno formula su demanda y alguien las articula. Me parece que es el suelo contemporáneo. Lo que digo es que la teoría política que no hace investigación militante tiene un problema, está más para discutir con Platón que para entender lo que está pasando en la producción subjetiva en los territorios –y en su entrelazamiento con el mundo de las finanzas-, donde los problemas de las personas que hay que elaborar llegan vía los focus group y las encuestas. El teórico-político que se informa leyendo encuestas se aproxima así peligrosamente al político profesional. Acepta docilmente esta mediación desproblematizante. La encuesta misma, su diseño, suele pertenecer a criterios de cuantificación semejante al de la consulta y el estudio de mercado. El apoyo de la racionalidad política sobre esta micropolítica neoliberal es total, porque hay una ceguera respecto a que estas micropolíticas siguen actuando, siguen articulando el pensamiento y se ha olvidado el problema de las militancias. ¿Qué lugar ocupan las militancias territoriales en la producción de pensamiento? No como cristianos que quieren incluir solamente, no para pagar culpas, sino en la producción política. Es algo que cualquier filosofía del antagonismo tiene que saber, si la política es antagonismo y uno se inscribe en un campo, el modo en que ese campo piensa es fundamental, no se puede delegar. Si eso se delega está todo dicho.

Algo más con el consumo. ¿Por qué hay consumo sin salario? ¿De qué lugar sacan la plata para consumir todas aquellas personas que no cobran un salario? La deuda es uno de ellos, perfecto. Entonces qué quiere decir la deuda. La deuda quiere decir que los bancos delegan sobre el territorio un flujo de dinero no regulado. Porque, ¿cómo le presto plata a alguien que no tiene salario? Si voy a un banco, me piden cosas, ¿cómo hacen estas personas para tener un crédito informal para consumir? Los bancos delegan por vía ilegal, no regulada, a entidades crediticias no reguladas –que en Argentina son muchísimas– y le dan plata a la gente con una tasa altísima de interés. Doble complejidad, personas que ingresan al consumo sin estar en el salario. Por lo tanto, los derechos para esas personas no pueden ser a través del salario. La inclusión no es a través del salario, primera ruptura con el sentido común.

La segunda: el capital financiero está por encima de la regulación, no es regulado. Hay un problema específico en el modo en que las finanzas operan como mando del capital sobre la sociedad, que creo que tampoco se ha pensado lo suficiente. Cuando puedo, como entidad crediticia, dar un crédito a una persona pidiéndole como contraprestación que me dé la tarjeta con la que cobra el plan social, estoy explotando el plan social. El capital financiero explota las políticas sociales. Directamente el Estado me da plata porque considera que estoy por debajo de cierto nivel de empleabilidad, de empresarialidad, soy un damnificado, no puedo pensarme como empresa, no estoy a la altura de las micropolíticas neoliberales, no puedo ser el empresario que todos quisiéramos. Entonces el Estado me da una asistencia. Esa asistencia se la queda la entidad crediticia-financiera. Directamente es una agencia que explota la política social.

Cuando digo que hay falta de categorías mentales para pensar esto, o que la falta de investigación militante ni siquiera permite plantear el problema –porque no se les pregunta a las personas cómo están haciendo para vivir– también estoy diciendo que no se organizan experiencias militantes para intentar pensar cómo regular ese mercado financiero, o cómo hacer para que los planes sociales del Estado no sean presa fácil de esa forma de explotación financiera. Estoy pensando cómo se da la lucha política. Y también estoy pensando que el discurso está bien, pero si en la práctica no podemos crear dispositivos que permitan neutralizar formas de explotación, que permitan comprender cómo estamos viviendo en el territorio y a partir de ahí entonces retomar la cuestión discursiva, hegemónica, etc., la concesión es demasiado grande, el dominio de las micropolíticas configurando nuestras percepciones, nuestros mapas, es demasiado grande. Y el nivel de racismo y distancia que hay entre los intelectuales que piensan y la experiencia de la gente en nombre de lo que se habla es un abismo. Es un abismo que hace que los intelectuales hablen en nombre de unas fuerzas, y esas fuerzas ni se enteraron. Entonces hay un problema con la política. A Gramsci, que lo han citado, jamás se le hubiera ocurrido que pudiera haber intelectuales tomando la palabra, sin que esa palabra estuviera elaborando la experiencia de la praxis de esa clase. Hizo falta el post-estructuralismo ahí para desorganizar lo que Gramsci llamaba clase, que hoy podrá no ser clase industrial. La idea de que no hay producción social es un poco fuerte.

Creo que el problema de las categorías mentales para pensar esto viene muy ligado con lo que llamaría investigación militante, es decir poder tocar los problemas para los cuales la teoría no sabe qué decir. El militante que sólo se compromete y el intelectual que sólo problematiza dan lugar a un divorcio tremendo. Lo que estaría tratando de plantear es la experiencia, también muy generalizada, de articulación entre la problematización y el compromiso político.

El otro punto que les quería plantear es el de la “amistad política”. El problema de la amistad viene planteado en el libro del que les hablaba, del Comité Invisible –es un grupo francés de activistas que están participando de lo que está ocurriendo en la Plaza Republique–, A Nuestros Amigos. Spinoza en el siglo XVII, en su libro Ética decía que la amistad es la experiencia de la producción de utilidad común, el amigo es aquel con el que se tiene utilidad común, no es el amigo de la aventura, de la confesión, de los secretos, el que te banca. No se refiere al amigo íntimo, no se refiere a ese tipo de cómplice. Se refiere a todo tipo de experiencia en la cual con los otros lo que hay es producción común.

Por eso Spinoza lo llama experiencia de la sinceridad, que no es la de la confesión de la intimidad. Es la experiencia en la que yo estoy con otro y en ese estar lo que se juega es una utilidad común. Como la utilidad es común no hay insinceridad posible. Creo que hoy la experiencia de la amistad como búsqueda de utilidad común, no del amigo personal, tiene que ver con la capacidad de detectar afectividad no neoliberal. Tiene todo que ver con la posibilidad de construir estrategias en el marco de una afectividad no neoliberal.

Como saben en el Siglo XVII Spinoza escribe la Ética, entre otras cosas, en discusión con el campo teológico y con Descartes. En los dos casos se trata un poco de la misma discusión. Él trata de pensar desde la noción de la potencia, que no admite la distinción entre cuerpo y pensamiento. Por eso estaba tan enfrentado el racionalismo de Descartes como a los dualismos monoteístas. ¿Qué hace Spinoza con la potencia? La potencia es poder hacer, poder pensar, poder hacer. Poder hacer del cuerpo y del pensamiento, que en Spinoza no se separan, por lo tanto la potencia es poder hacer, poder pensar. También se puede llamar potencia a lo que él nombra como perfeccionamiento del deseo. Quiere decir que cada vez más podemos organizar con nuestra potencia los encuentros con los otros. En ese perfeccionamiento de la potencia vamos hacia la utilidad común, dice Spinoza. Porque individualmente el nivel de potencia que se puede alcanzar es bastante bajo. La ocasión de la potencia siempre es el encuentro con otros. Sin que Spinoza diga que lo colectivo o lo social es interesante en sí mismo. Es interesante en tanto viabiliza potencias. Cuando ese encuentro permite aumentar posibilidades de hacer y pensar. Por eso Spinoza tiene una teoría tan original de la democracia. No es para él sólo una forma de gobierno, sino el esfuerzo de articulación que hace un colectivo.

La utilidad común es el hecho de que un conjunto de personas piensan y actúan con cierta conciencia de que en esa acción se está produciendo una utilidad común, porque lo que se está poniendo en juego es una potencia común. Tengo la experiencia de esto que estamos haciendo juntos, yo no lo podría hacer si no es así, si no es con otros. En la política esto es fundamental. Hay signos de que acá hay otra política cuando hay esta experiencia de que somos parte de una utilidad común, que no es simplemente cuánto saco yo. También es cuánto saco yo, pero no es simplemente eso. Lo que saco yo tiene que ver con lo que se está produciendo. Hay una cierta conciencia de que esta producción común está haciendo articulación afectiva, de ideas, está produciendo sociedad. Hay producción ontológica en Spinoza. Eso lo hace muy difícil a Spinoza. La Sociología, las Ciencias Sociales, las Ciencias Políticas, tienen muchos problemas con Spinoza, porque son todas filosofías que lo que hacen es representar términos. Y en Spinoza no hay representación, hay producción. Se producen afectos, se producen figuras, se producen ideas, hay una producción.

Retomo el tema de la afectividad neoliberal. En Spinoza los afectos son aquello con lo que yo elaboro el modo en que otro me afecta. Y los afectos son transicionales. Todo afecto implica una transición a más o menos potencia. Por eso Spinoza tiene todo un capítulo en la Ética, sobre el tratado de las pasiones, que es la descripción de los conjuntos de los afectos. Esos afectos se distinguen en tanto aumentan la potencia o la disminuyen. Cuando aumentan la potencia, va a hablar de pasiones alegres, cuando la disminuye va a hablar de tristeza, de aquello que nos separa de lo que podemos. Deleuze hizo una sofisticación del asunto planteando que los afectos son inseparables de los devenires. No tenemos mucha chance de experimentar afectos más allá de los habituales, si no es en relación a los devenires, devenir animal, devenir indio, devenir mujer. Siempre hay un paquete afectivo otro en relación al cual nosotros podemos deshacernos del modo en que nos ligamos al modelo mayoritario, a la regla, y damos curso a una anormalidad. Es decir a una cierta indiferencia respecto de la norma instalada y a una suerte de producción. A eso lo llama “devenires minoritarios”.

Entonces, los afectos son lo que experimento cuando un cuerpo me afecta. Nosotros somos una pluralidad de afectos, diría Spinoza. Esos afectos están siempre ligados a un poder de afectar y de ser afectados, o sea la estructura de la potencia. Y diríamos con Deleuze, son el juego por el cual yo voy más allá de mis afectos personales o de mis sentimientos y éstos pueden hacer recorridos subjetivos que no estaban preanunciados en mi autocomplacencia, en mi estabilidad.

La cuestión de la crisis creo que habría que pensarla de la siguiente manera. La crisis es un objeto de la disputa política, en el sentido de que no hay política que no defina qué es la crisis para ella. La crisis del 2001, la definí como una tal en la que aparecen subjetividades de la crisis. No creo que la crisis actual pudiera producir esas subjetividades. Como toda política defina una idea de crisis, no diría que la crisis permite pensar. No haría una identificación rápida que diga vamos presto a la crisis, porque si vamos rápido vamos a poder pensar y vamos a poder. No lo diría así linealmente. Soy consciente de que hay un conjunto de políticas que no me interesan, que dicen hay que llevar lo más posible todo al mal y a la crisis. No estoy queriendo decir eso, porque esa manera de pensar no se pregunta de qué crisis estamos hablando, formulada por quién. Porque es una categoría que corresponde a una racionalidad. La crisis del 2001 no es la crisis en general, es una que tiene una historia, que ha producido unas subjetividades que nos permiten entender qué es lo otro de una afectividad neoliberal, algo que no todas las crisis producen.

Diría que la crisis actual está secuestrada por el pensamiento neoliberal. Es el miedo a no poder adecuarnos, a no poder decir; sólo fomenta nuestro deseo de orden. Sólo desea nuestra adecuación a los dispositivos neoliberales, mientras que en 2001 era muy diferente. ¿Qué es lo que hizo el kirchnerismo? Negativizó la crisis. Dijo que esa crisis es lo peor que habíamos tenido, que había que irse rapidísimo de ella, la crisis era el infierno. Y esa negativización de la crisis hace ya una conexión con el macrismo. Del kirchnerismo al macrismo, la lectura del 2001 es 100% negativa, es lo peor que puede pasar. Y efectivamente hay con qué decirlo, hubo un quantum de padecimiento absoluto en el 2001 y lo vuelve a haber cada vez que hay crisis. El problema es que en esa negativización se pierde algo, que son estas subjetividades de la crisis. Que podríamos pensarlo así: eso que se pierde, es eso mismo que después no hay cómo pensar en los territorios, porque no hay categorías mentales para pensarlas. Hay un conjunto de estrategias de la crisis que todo el tiempo siguen funcionando. Y lo que no puede hacer la teoría política es articularse con esa subjetividad.

Mi impresión es que si hoy hablamos de crisis sin hacer este contexto de discusión, sin pensar con mucha rigurosidad lo que estamos diciendo, es una crisis negra, oscura. Hubo un antecedente en el 2011 con la huelga a los policías, primero en Córdoba, luego en el resto del país. La imagen del narcotráfico, saqueo, brutalidad fascista. Eso es una escena oscura, es un reverso de la situación política del 2003 para acá.

Creo que el kirchnerismo tuvo algo muy interesante, después de por lo menos cuatro décadas, que fue el ejercicio de denuncia de cómo las corporaciones se apropian de la decisión pública. Hay una pedagogía kirchnerista, por momentos berreta, pero en esencia muy interesante, que dice: medios de comunicación, corporaciones, las empresas, etc., quieren apropiarse del poder público de decir. Ese aspecto del kirchnerismo no se continúa en el macrismo, por eso decía que hay continuidad y diferencia.

El macrismo es el triunfo de la privatización de la posibilidad de decidir y simplemente hay una racionalidad de las políticas neoliberales y de las empresas a las que todos nos tenemos que adecuar. No hace falta una inteligencia personal para lograr representar y hacer repercutir el conjunto de los códigos de las micropolíticas. Argentina lo estaba esperando. Él llega y va muy bien. El Frente para la Victoria vota sus leyes, la sociedad más o menos entiende todo, a todo el mundo le parece más o menos sensato. Hay un tono de nos relajamos, menos conflicto.

Esto que el kirchnerismo hizo tan bien, para mí, que fue poner en el centro de la discusión que el neoliberalismo privatiza la decisión política, es un asunto de la política de la derecha de siempre, es un tema de Carl Schmitt –soberano es el que decide, el que puede tomar la decisión–. El kirchnerismo tomó muy bien ese punto. Carl Schmitt por ser de derecha no deja de ser genial, muy interesante y cada día más necesario. El problema que veo es que el kirchnerismo suele tomar todo aquello que no se subordina a su dispositivo de decisión política con la misma lógica con las que toma a las empresas a las que denuncia: como una antipolítica. El kirchnerismo vive denunciando una antipolítica. Pero se toma como antipolítica también a todas las subjetividades que no se amoldan al modelo que presenta. Entonces ahí hay un problema, porque lo que es más interesante se da vuelta e inadvertidamente se convierte en lo menos interesante. Politiza la sociedad, teniendo un corazón completamente despolitizante. Porque defiende la decisión política con respecto a sectores del capital pero no extiende la decisión política sobre el conjunto de las organizaciones populares, no la abre, la incluye, pero justamente el problema de la inclusión. Sí lo incluye pero no la abre, entonces el problema de abrir: el problema del mercado, el problema de la producción, todo eso queda pospuesto una y otra vez.

El macrismo en política dice “nosotros no incluimos, integramos”. No veo nada interesante el disconformismo presutamente republicano (en el fondo profundamente clasista) que reprocha la idea de “inclusión” al kirchnerismo en términos de corrupción. No creo que ese disconformismo supusiera una radicalización de los aspectos más igualitarios y libertarios de la voluntad de inclusion, sino todo lo contrario. De un lado se diría, ¿qué le podemos criticar al kirchnerismo respecto a la inclusión? Su precariedad absoluta. Su aspecto colonial, sobre el que ya hemos hablado. Pero no creo que ese sea el discurso de los disconformes que arman el discurso del Pro. Es un disconformismo muy diferente al de quienes desean enfatizar los componentes discursivos de la inclusión más allá del propio kirchnerismo. Creo que el Pro lo que hace es heredar del kirchnerismo un deseo de orden, que ya estaba en muchos casos presente en el propio deseo de inclusión, es el aspecto negativo y reaccionario que está dentro de la voluntad de inclusión. Cuando quiero incluir a alguien también lo puedo estar llamando al orden. Claro, la inclusión es una forma completamente diferente de llamar al orden. No tiene nada que ver con la fascista, o la neoliberal pura –que habla de innovación, integración, etc. Pero hay un aspecto en la inclusión que creo que con el macrismo no dejó de aflorar. Creo que este aspecto ordenancista de la inclusión ofrece al macrismo un cierto hilo con el proceso del kirchnerismo, al mismo tiempo que el macrismo licencia al kirchnerismo, releva el orden via inclusión por el orden vía el orden mismo.

Y creo que el lenguaje del macrismo no hace sino expresar esta innovación en el ideal de ese deseo de orden. Me parece que el macrismo vino a ordenar de acuerdo a un lenguaje, un conjunto de códigos que vienen servidos del mercado mundial. La innovación es muy pobre. Se están incorporando en Argentina tecnologías políticas, tecnologías comunicativas, que muchas veces incluso ya estaban en el kirchnerismo, y se le está dando toda la verdad, toda la razón. Lo que dice la empresa. ¿Qué necesita un vecino?, un policía en la puerta y una adecuación empresarial. ¿El Pro dice algo más?, quiere discutir algo más que no sea la posibilidad de darnos un policía en la puerta y un discurso sobre la empresarialidad. Claro, es un discurso sobre la creatividad, en el sentido plenamente neoliberal.

Hay dos cosas que están en el neoliberalismo y que a veces se cree que no están. Primero está el Estado, no es cierto que en el neoliberalismo niegue el Estado. Foucault lo explica muy bien: el liberalismo quería liberar zonas para el libre mercado, de modo que el Estado pueda aprender las regulaciones naturales de los intercambios del mercado. El neoliberalismo es muy otra cosa, es la presencia del Estado produciendo mercados, no es un “dejar hacer”. Es una sofisticación de las instituciones que todo el tiempo activamente producen mercado. Entonces, por un lado, no es cierto que ser de izquierda es que haya Estado, ser de derecha es que no haya Estado. Ser neoliberal es que no haya Estado, ser kirchnerista que haya Estado, no es cierto. El neoliberalismo es Estado, es una forma estatal, produce Estado y el kirchnerismo no llegó ni siquiera a desarticular aspectos fundamentales del Estado neoliberal argentino.

Respuesta a una pregunta. Vuelvo entonces a la “utilidad común”: la amistad política y la afectividad no neoliberal. Sobre esta última diría dos cosas, la afectividad neoliberal no necesariamente se adecúa a las expectativas de la política. La situación podría ser: está bien, hay afectividad neoliberal, pero es una materia tan inarticulable que al final es antipolítica. Vuelvo a los límites que considero son de la teoría política del kirchnerismo. No pensar que la premisa es la afectividad neoliberal, no la articulabilidad política. Hay un primer desplazamiento perceptivo para poder ver el conjunto de manifestaciones de afectividad no neoliberal que sí existen todo el tiempo. Territorios, incomodidades, la sensación de que no cuajamos, malestares, enfermedades, habría sí que construir todo un discurso sobre qué es esta afectividad no neoliberal, dónde y cómo se manifiesta, y qué significaría construir ahí amistad. Es un primer punto para mí fundamental. Les nombro un par de autores: Santiago López Petit, filósofo catalán, tiene dos libros importantes: Breve tratado para atacar la realidad, otro que se llama Hijos de la noche, los dos son de Tinta Limón. El otro libro es del Colectivo Juguetes Perdidos, el título es Quién lleva la gorra hoy, es un Colectivo que trabaja mucho en barrios, con jóvenes. Otro libro de Verónica Gago, La razón neoliberal. Hay más, pero les dejo estos tres textos que intentan justamente pensar la afectividad no neoliberal, suponiendo que donde hay afectividad no neoliberal lo que cambia es la imagen de la política.

El hecho de que haya un conjunto de sujetos plebeyos en la economía política como hablamos hace un rato, ya eso, de un lado extiende las categorías del neoliberalismo porque entonces todo entra en el mercado, pero al mismo tiempo provoca en el mercado la presencia de conatus estratégicos –Spinoza–, pragmáticas estratégicas, deseos estratégicos, que en el mercado todo el tiempo hacen otra cosa que empresa, hacen otra cosa que sólo empresa. Figuras mixtas, grises, la percepción de la afectividad no neoliberal no es nada evidente, diría, ese es el problema, la percepción de la afectividad no neoliberal no es evidente y hace falta una investigación política. Santiago López Petit, por ejemplo, trabaja mucho sobre el tema de la salud. La enfermedad y la afectividad no neoliberal. Los chicos de Juguetes Perdidos trabajan cómo los pibes en los barrios arman una suerte de fuga de toda propuesta, de toda consistencia y tratan de ver qué pasa ahí. Verónica Gago, en La razón neoliberal, se pregunta cómo es que la industria textil prácticamente entera de la Argentina está sostenida sobre una economía ilegal, con población migrante, y por qué esta población migrante una y otra vez insiste en venir, insiste en apropiarse de ferias, arman fiestas, toda la feria de La Salada.

Es decir, me parece que hay todo un problema con la percepción. Si uno puede ver política en esto, ya ahí dimos un paso. Si la política sigue siendo la escena politicista, todo esto queda ciego, negado. No tiene nada que ver. ¿Qué tiene que ver la feria de La Salada, lo que pasa con los chicos en un barrio y las enfermedades de una sociedad, con la política?, ¿qué diría Laclau? Pienso que ahí hay un problema con la afectividad, que está ligado al problema de la percepción. ¿Cómo hacemos para pensar que la materia de una política no es la clásicamente representable como política? Si esto tiene que ver con la crisis o no, yo creo que estas subjetividades producen crisis. Son productoras de crisis, simplemente porque sus estrategias no son la adecuación al orden. Se reconoce cuando hay afectividad no neoliberal porque es la única que crea estrategias. Todo lo que es neoliberal se adecúa a códigos, saco un manual y dice cómo hago, vida prepaga. En cambio la afectividad no neoliberal crea estrategias.

* Esta conversación tuvo lugar el sábado 28 de abril de 2016 en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA) | Departamento de Pareja y Familia. 

 

El Macrismo avanza en la cultura // Lxs hastiadxs de macriteatro

El fenómeno cultural “microteatro” expulsa con la policía a quienes “hacen política”

El pasado 24 de marzo, después de ir a la Plaza de Mayo a manifestarnos en contra de la prisión domiciliaria de los genocidas de la última dictadura militar, fuimos a ver una obra a Microteatro. Llevábamos encima las cosas que traíamos de la plaza: unos globos negros que decían “son treinta mil” y pancartas pidiendo la liberación de lxs presxs políticxs que todavía hoy sin condena están privadxs de su libertad por pertenecer a la oposición.

Cuando estábamos intentando sacar las entradas, el personal del teatro nos comunicó que no podíamos entrar con esos elementos ya que, citamos textualmente, en Microteatro “no se hace política”. En protesta por esto, empezamos a gritar: «30.000 compañerxs desaparecidxs presentes, ahora y siempre» lo que provocó que uno de los responsables llamara a la policía para echarnos. No hizo falta esperar, nos fuimos masticando bronca. Las funciones continuaron esa noche con total normalidad.

Al día siguiente, unx de nosotrxs publicó en Facebook lo que había sucedido, llamando a la reflexión a todo el campo cultural de la Ciudad de Buenos Aires sobre la gravísima situación que habíamos vivido. No solamente por esta pretensión ridícula de hacer del teatro un espacio libre de conflictos sociales, una burbuja donde lo único que circula es entretenimiento, cerveza artesanal y dinero, sino también por la continuidad de aquella consigna que rezaba, en los peores días de nuestra historia: “no te metas o llamamos a la policía”. Un nuevo capítulo de negacionismo en la cultura porteña.

En respuesta a esto, por mensaje privado, el dueño de Microteatro nos dijo que el equipo estaba a favor de las consignas de memoria, verdad y justicia y que lamentaba el hecho. Le pedimos que si había algo que decir al respecto lo hiciera de modo público y dos días después publicó el siguiente comunicado desde la página del emprendimiento cultural:

«Microteatro Buenos Aires desea pedir públicamente disculpas por los inconvenientes provocados la noche del 24 de marzo a un grupo de espectadores que concurrió luego de la marcha en Plaza de Mayo, convocada por organizaciones de derechos humanos, para recordar el inicio de la dictadura genocida de 1976, en el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Todos los que hacemos Microteatro compartimos los principios de verdad, justicia y memoria que animaron la convocatoria y lamentamos que, por un error de interpretación de nuestro equipo, dicha emotiva celebración no pudo culminar pacíficamente en nuestro establecimiento».

Queremos en principio dejar subrayado que el único que llama a lo que sucedió “error de interpretación” es el dueño, que no estaba en el lugar cuando intentaron echarnos con la fuerza pública. Para nosotrxs lo que sucedió fue censura. Fuimos impedidxs de estar en un establecimiento cultural, el 24 de marzo de 2018, porque las inscripciones que llevábamos en nuestra ropa y carteles colisionaron de frente con la política del lugar de excluirse de las tensiones existentes en nuestra sociedad, cuestión que sólo es posible a fuerza de dejar a una parte de nosotrxs fuera del establecimiento.

Nos resulta provocadora la idea de que “no se pudo culminar pacíficamente”, como si no hubiera nada que decir sobre el llamado que hicieron a la Policía de la Ciudad para que custodiara la frontera del establecimiento. Tampoco entendemos, a la luz de lo que sucedió, qué es exactamente lo que celebran de modo emotivo ni cómo puede ser que estando todos tan de acuerdo con las políticas de memoria, verdad y justicia no hizo falta más que “un error de interpretación”, para ser expulsadxs.

A raíz de esto: hacemos un llamamiento urgente al campo teatral porteño: actualmente estamos viviendo un proceso acelerado y grave. Se trata del avance llamativo del macrismo / neoliberalismo dentro de nuestro propio campo de praxis. Lo que ocurrió en Microteatro es una emergencia de una situación más general, frente a la cual necesitamos construir una respuesta contundente y colectiva, porque entendemos que lo que pasó tiene una dimensión política insoslayable. Entendámonos: hablamos del macrismo o del neoliberalismo no solamente como una economía política, es decir, como una macropolítica, sino entendido como una micropolítica: como una política de los afectos, imágenes, representaciones, hábitos. El neoliberalismo / macrismo como un dispositivo micropolítico de codificación y organización de la potencia de los cuerpos, como movimiento cultural global. ¿Qué vamos a hacer los artistas escénicos con respecto a esto? ¿Qué les pasa a nuestros cuerpos cuando echan a unxs compañerxs de un establecimiento teatral, amenazándolos con la policía? ¿Qué acciones se organizan alrededor de un hecho así? ¿Qué pensamientos insurreccionales se despiertan, que no sea esa dulce aceptación de la derrota a la que estamos acostumbrados?

¿Qué pasa con el teatro empresarial? ¿Qué pasa con esos dispositivos de cooptación? ¿Qué pasa con el teatro entendido como uno más de los dispositivos de formateo de la subjetividad normalizante? ¿No vamos a decir nada sobre todo lo que pasa, sobre las luchas de las que formamos y no formamos parte? ¿Qué pasó en los últimos 40 años que ahora se consolida como nunca un teatro mercantilizado que ofrece las más obvias representaciones cristalizadas de la cultura y que expulsa compañerxs por razones políticas, un 24 de marzo, en un clima de absoluta normalidad? ¿De qué gesto insurrecto somos capaces contra todo lo que está mal hoy?

Invitamos a todos lxs compañerxs del campo teatral, actores, directoras, vestuaristas, escenógrafos, iluminadoras, gestores y dramaturgas, hacedores de lo escénico, a que compartan este comunicado como si fuera propio, a fin de desparramar este debate hasta donde sea necesario, para que podamos pensar esto juntos.

Libertad a Milagro Sala y todxs lxs presxs políticxs del régimen Macrista.

30000 compañerxs detenidxs desaparecidxs, presentes.

Ahora y siempre.

Lxs hastiadxs de macriteatro

Comuner@s en la orilla: Textos para el pensamiento crítico // Resumen Latinoamericano

Comuner@s en la orilla: Textos para el pensamiento crítico

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¿Dónde comienza la tierra? ¿Dónde el mar? Dicho de otro –y rescatando el interrogante esbozado alguna vez por Juan José Saer–: ¿cómo precisar los límites? ¿Donde empieza la costa? ¿Dónde termina?

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La comuna es el nombre de un proyecto que pretende la reconquista o la conquista de la humanidad por parte de los hombres y las mujeres que fueron despojados del conjunto de sus relaciones sociales. Un proyecto que no consiste en implementar un modelo concreto y prefabricado de sociedad (más allá de que existan a lo largo de la historia miles de experiencias inspiradoras) sino en asumir el movimiento social orientado a la propiedad común, la cooperación y la solidaridad.

La comuna remite a un conjunto de territorialidades y praxis. Es tanto organización política como relación social basadas en la autonomía, entendida como autogestión, autogobierno (ejercicio directo del poder por parte del pueblo trabajador), contracultura y autodefensa de ese proyecto. La comuna implica entonces la propiedad social (o colectiva) de los medios de producción, el desarrollo de redes societarias poscapitalistas basadas en la cooperación y en la solidaridad, y formas políticas del tipo “mandar obedeciendo” o el “dirigir sirviendo”.

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Behemonth y Leviatán, las bestias que habitaron la tierra y el mar.

Behemonth: duros huesos como hierro forjado. Según el mito bíblico (Job, 40), el vertebrado fue creado por Dios como “tirano de sus compañeros”.

Leviatán: cogote lleno de fuerza ante el cual brota el miedo. “Mirada que derriba y desafía”, siguiendo con los relatos bíblicos (Job, 41).

Behemonth: símbolo de la anarquía y la revolución, gestados en el denominado “viejo mundo” por el sectarismo y el fanatismo religiosos, según la tradición (de la filosofía política).

Leviatán: símbolo del poder del Estado, único correctivo político posible frente a la bestia terrestre.

Tierra y mar, Behemonth y Leviatán, o el eterno retorno de las preguntas por las posibilidades de gestar un nuevo pacto, no sostenido por el miedo y la sumisión.

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La comuna, decimos, se relaciona por un lado con la planificación participativa: rompe con las lógicas reproductivas del capital y promueve el desarrollo de las lógicas reproductivas del trabajo y la naturaleza basadas en la autosustentabilidad; la superación de la división del trabajo, de la escisión entre campo y ciudad, de la explotación y la alienación. ¿Cuál es entonces el principal valor estratégico de la comuna de cara la construcción del socialismo? La comuna es un espacio donde los productos, los intercambios y la participación en la renta social tienen lugar en condiciones que se determinan democráticamente. Por eso pensamos que la comuna es un espacio que hace posible trascender simultáneamente la propiedad privada, el trabajo asalariado y el Estado burgués. Eso, decíamos, por un lado.

Por otro lado, la comuna se relaciona con la independencia popular respecto de los poderes constituidos. Se corresponde con una tecnología social deliberativa alternativa al orden burgués donde priman las formas de la democracia directa, con el desarrollo de los medios de comunicación populares y alternativos y, claro está, con una ética socialista. La comuna también remite al desarrollo de la fuerza del pueblo trabajador por fuera de la institucionalidad burguesa.

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Nunca se sabe, de antemano, lo que puede un libro (o un texto circulando en la web).

“Una buena conversación acontece cuando la tertulia de una efímera comunidad de afectos esculpe una huella poética en lo hablado, produciendo la vaporosa alegría de lo que se comparte”, escribieron alguna vez los “compañeros de ruta” de la revista El río sin orillas.

Si es cierto entonces que cada revolución lleva en sus entrañas indicios contrarevolucionarios que es preciso conjurar, si cada proceso revolucionario acontece con embriones de conspiraciones monstruosas que amenazan devorarse a sus propios hijos, entonces, es preciso no enamorarse tan ligeramente de las imágenes y conceptos que podemos sostener en un momento determinado. O sí, pero sólo a riesgo de saber que el fuego lo devora todo, incluso a sus propio propagadores y extinguidores. ¿Y entonces?

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La comuna, en su definición más clásica, supone la reabsorción en el seno de la sociedad civil popular de las funciones que aparecen separadas y concentradas en el Estado. La comuna es el fantasma del pueblo autónomo y autogobernado.

La comuna también es la vivencia de una comunión trascendental, de una “experiencia religiosa profunda”, que, como bien saben los teólogos más lúcidos, sólo puede tener lugar por fuera del dominio de un demiurgo creador, llámese Dios o Estado. La comuna es el ambiente concreto que hace posible el despliegue de las cualidades humanas. La comuna hace posible el arraigo social profundo de una revolución. La comuna es el locus donde la burguesía no puede fabricar sujetos.

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¿Y entonces? ¿Qué hacer si el fuego se lo devora todo?

No hacer de la tierra o el mar, en principio, una ontología. Saber alisar la tierra así como la tierra supo estriar el mar. Situarnos en la orilla (del río, del mar, de la existencia, lo mismo da) y correr los límites hacia uno y otro lado; asumir que la orilla gesta a los orilleros como guerreros no formateados en la lógica oficial de los soldados, pero sabiendo que el peligro siempre se mantiene latente. Situarnos en la orilla asumiendo los propios límites que se corren como línea trazada sobre la arena.

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Entendemos que la praxis comunal es la única que puede llegar a rebasar sus propias premisas, porque tiene la aptitud de desplegarse y colmar los espacios de participación establecidos, pero sobre todo porque es la única con capacidad de crear nuevos espacios de decisión y nuevos espacios de poder político. La comuna puede ser entonces la mejor medida del avance revolucionario, la que haga la revolución; hacerla permanente, como corresponde al sentido más recóndito del poder popular que, como sabemos, es básicamente un poder constituyente. La comuna, asimismo, se presenta como el mejor remedio contra el reformismo.

De esta manera, el poder comunal/poder popular no sólo debería asociarse a las tareas “defensivas”; a lo que, en una jerga militar, pero sobre todo gramsciana, podemos denominar la guerra de posiciones. También corresponde reconocerle al poder comunal/poder popular su capacidad para el contraataque, su capacidad para avanzar sobre territorio firme y generar su propia dinámica. La orientación general de una política popular sigue siendo la defensa estratégica y la ofensiva táctica.

En síntesis: según la entendemos, la comuna conjuga economía y política, como espacio de auto-liberación económica y política de los productores; como espacio de auto-conducción de masas que transforma las subjetividades, elimina la competencia, desarticula a la burocracia, favorece la solidaridad, orienta la espontaneidad, materializa el futuro promoviendo la superación de la división del trabajo capitalista.

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Comuneros en la orilla, orilleros en la comuna.

¿Pero no enlaza también, el concepto de orilleros, con una tradición no susceptible de ser apropiada por el ejercicio crítico del legado? ¿No fueron orilleros, también, los partidarios de Don Cornelio Saveedra que se insubordinaron mediante un golpe para desplazar a Mariano Moreno y al ala radical del incipiente proceso revolucionario por la primera independencia? ¿No fueron orilleros los compadritos borgeanos que tanto disfrutamos al leer en esos cuentos, pero que hoy enlazan con la matriz machista y patriarcal que brota en acciones homicidas, en una época signada por el protagonismo de las mujeres y el crecimiento de las luchas por la diversidad disidente?

Es probable.

¿Entonces?

Entonces seguramente el nombre que da nacimiento a este nuevo espacio del pensamiento crítico sea susceptible de verse corrido por los margenes –a veces amplios, otras veces estrechos– de la propia historia.

Carlos Aznárez, Mariano Pacheco, Miguel Mazzeo.

Mientras el grito se desangra en la frontera // Lucía Naser

“Mientras el grito se desangra en la frontera”: Así decía el sticker que me pegaron en la frente ayer durante una práctica dadaísta en un centro cultural de Maldonado donde fuimos a sacudirnos la tristeza escuchando poesía triste. Mientras el grito se desangra en la frontera, como si me estuvieran leyendo la mente, o como si finalmente alguien hubiera resumido en una frase e impreso los pensamientos que no paran de ocuparme el pensamiento.

Sin haber terminado de encontrar a los desaparecidos de la ola anterior, los golpes reaparecieron en el continente: Paraguay, Honduras, Venezuela. Sin embargo no sé si por la cercanía nacional o la subjetiva nunca viví un golpe de estado tan de cerca como ahora; un golpe como esos de los que me contaron, como la que cuentan los viejos del 68 con los que justo en estos meses estuvimos hablando ya que venimos pensando que ese pasado no está tan lejos. Y como para darnos la razón exageradamente, la realidad de los últimos días dice más bien que está cerquísima.

Mientras tanto la vida intenta seguir. Al fin de cuentas nos toca de cerca, pero no tan de cerca, dicen. ¿Me pregunto cuánto es cerca? Si viviera en Rocha por ejemplo ¿sí estaría cerca? ¿Si hubiera nacido allá? ¿Si el mercosur fuera una integración política real sería cerca? ¿Otra constitución significa lejos? ¿Del otro lado de la frontera significa “los otros”?

Voy a reuniones, doy clase, hago la actividad. Pero resulta difícil pensar en algo que no sean lxs amigxs en lucha en brasil, las que me escribieron camino a San Bernardo, las que están confundidas, los que tuitean indignación o las que se refugian en el sarcasmo. Pensar en Uruguay se llama el curso que estoy tomando pero hoy se transforma en Pensar en Brasil desde Uruguay. Un Brasil que le suelta la correa a la democracia y la ve alejarse mientras comunicados de generales y de poderes judiciales tomados por intereses económicos y poderes. Un Brasil donde la historia entre estado y territorio nos hacen confrontarnos con muchos brasiles, con muchos tipos de “ciudadanos”; injusticias que el PT no logró resolver del todo. Injusticias que podríamos decir son inherentes a este estado nación.

El clima es de tensión. Hasta el anochecer del sábado no sabíamos cuál era el próximo cuadro de esta historieta. ¿La entrega de Lula o la sublevación de él apoyada por pueblo? ¿La entrega como derrota o como impasse para organizar la rebelión? Es difícil saberlo y salir del estado de ánimo de final de fútbol; sintonizo todas las transmisiones en vivo, paseo en las redes, espero la definición hinchando hacia mis adentros con que brasil se enfrente a Temer, al general del Ejército de Brasil Luiz Gonzaga Schroeder Lessa, a Moro y la banda cívicomilitar que quiere orden y retroceso. Hay que nombrarlos y hacerlos pagar. Y luego borrarlos de la historia.

Me encuentro impotente y cínica portando este deseo de rebelión al que no puedo ponerle el cuerpo. Mientras tanto no paran de llegar imágenes de las manifestaciones, de la barrera humana que primero cuida a Lula que se niega a ceder. La misma barrera humana que luego le impide ceder, le impide entregarse. Mucho más potente que de la justicia oficial y criminal, más audible que la estrategia partidaria, que la táctica de la defensa, incluso que las palabras de su propio líder que ya no importa lo que dice porque importa mucho más todo lo que ha hecho. ¿Cuánto hace que un acontecimiento político no es tan definido por la acción de los cuerpos en multitud? ¿Cuándo empezó esto? ¿Con el impeachment en 2015? ¿Con las manifestaciones de 2013? ¿Dónde termina el cuerpo de Lula y donde empieza el de la gente en la imagen que circuló tanto en estos días con él siendo elevado por todas esas manos? ¿Cuánto hace que el principio de soberanía nacional no es disputado en un cuerpo a cuerpo? Un cuerpo a cuerpo que por otra parte define tantas vidas todos los días en la periferia, en favelas y barrios, como en el que acribillaron a Marielle Franco. Como bien lo sabía Marielle.

La presencia de los cuerpos anónimos en una ciudad que dice poco para la prensa internacional y mucho para la historia de lucha obrera brasilera: São Bernardo do Campo. El ABC paulista, el margen del centro. Santo André, São Bernardo do Campo, São Caetano do Sul: por favor rodeen todos con sus alas truchas a este político sin vocación de mártir, a este pueblo necesitado de un líder que no es más que la incorporación en una forma humana de algunos objetivos, algunos sueños, un par de orientaciones ideológicas, la generosidad de una vida entregada a la causa, el ejercicio imperfecto de un gobierno intentando, intentando, errando, intentando. Cediendo quizás demasiado pronto a aliarse con el poder. Tengo mis enojos con Lula, Dilma y el PT. Enojos que me han hecho alejarme pero que no me ciegan. Un gobierno imperfecto con un líder real, o tan real como lo imagine la gente.

Y ahí están Dilma y Lula, paraditos en ese estrado, creando junto a miles una puesta en escena que es sin embargo de los episodios políticos más impactantes de los últimos tiempos. Hace poco los brasileros decían “luche como un argentino”. Hoy esta multitud contagia fuerza y danas de seguirlos. Lula y Dilma son testimonio vivo de que el largo de las historias de vida se superponen a los ciclos políticos de nuestro continente, que no ha dejado de tener un cóndor sobrevolandole el terreno. Imagino y no puedo imaginar como será haber vivido los 70 y después los 80 y los 90 y los 2000. Haber vivido. Aprendizaje histórico es nuestra principal arma y hay que operar con ella en la oscuridad. El aprendizaje no logra sin embargo prever el regreso de la ofensiva neoliberal, el reempoderamiento de los milicos. Pedimos más seguridad y la vamos a tener: doctrina de máxima seguridad para todxs los ciudadanxs, con x, si porque en la primera fila están las mujeres. Fica experta.

Concluyo precariamente lo que vengo pensando hace mucho: no hemos sido lo suficientemente radicales. Pero no es hora de “te lo dije” o de “hace rato que lo sé”.

Si es hora de invitar a radicalizarnos juntxs, y más allá de las posiciones que cada une decidió o pudo ocupar en este tiempo de contradicciones.

Tenemos mucho más que las promesas no cumplidas. Ahora solo podemos pensar poca cosa. Por ejemplo: que cuando volvamos al poder hay que comportarnos como los comunistas que viven en la imaginación de ellos; esos que llegan para expropiar todo y meter a todos los canallas presos, esos que cuando logren salir de esta van a acabar con el ejército y cobrarsela bien cobrada. Una cita del Comité Invisible dice que los revolucionarios somos unos cornudos y es cierto. Pero golpearnos la cabeza por lo que no hicimos no va a dar certo. Por lo menos no ahora. Es un instante de peligro. Esos en los que dice Benjamin que la historia relampaguea.

“Doy el primer paso al camino de la eternidad y salgo de la vida para entrar en la historia.» eso escribió Getúlio Vargas, un 24 de agosto de 1954 justo antes de suicidarse. 8Pm del sábado, Alexandre Santini tuitea “Lula conseguiu vivo o que Getúlio morreu pra fazer. Agora é com cada um de nós.”

¿Donde termina ese “nos”? Sospecho que no en la frontera. Vimos hace poco una película argentina llamada Kollontai, apuntes de resistencia que a través de la historia del PVP de Uruguay relataba las temporalidades del arribo de las dictaduras fascistas en la región. Pienso entonces en cómo la consolidación del fascismo fue confusa, progresiva, despareja; en cómo se dio a través de dispositivos diferentes en cada país pero no obstante avanzando y actuando como bloque. En el comunicado por la tele Maduro dice que recordemos que en la ola anterior, Brasil fue el primero de los golpes. Y que “Cuanto más oscura parece la noche más cerca está la madrugada”. El socialismo consiste en un optimismo indeclinable conviviendo con una mirada hipercrítica sobre el presente.

El pueblo está en la calle cuando es la hora de los hornos. Y especulaciones y rumores aparte, Lula no quiso salir del país pero sí quiso salir del cerco humano de fieles guerreros dispuestos a hacer del “sobre nuestro cadáver” un acto carnal de guerra. Algo me hace pensar en Antonio Conselheiro. O todo. Dice Arendt que no se puede gobernar sobre los muertos (Belo Monte no dice lo mismo). Y el pueblo está ahí, es claro el sujeto cuando la noche política se cierne.

Popular es ahí donde está el saqueo, escribí hace poco en el margen de un cuaderno. Pero me hartan las definiciones conceptuales. La política es fenomenología de los conceptos. Palabras como partido, pueblo, trabajadores, lucha cobran sentido cuando están ahí siendo. La política es fenomenología de los conceptos y eso no le gusta a los politólogos que quieren horas extras y congresos con sanguchitos para seguir pensando sobre las definiciones, las predicciones y los contextos. El significante flota y Lula es el punto nodal transportado en las manos del pueblo. No estamos ante palabras que actúan sino ante actos que dicen. Despertar o muerte sustituye al clásico orden y progreso en los memes. Y últimamente yo sólo pienso en masa.

Esta es la dictadura como nos la contaron. ¿Qué sentirán nuestros padres de estar perdiendo la exclusividad del relato represivo? Ya no somos la generación de la recuperación democrática sino la que quizás va a protagonizar su pérdida. El Cóndor no espera ni un ciclo biológico de vida para volver al acecho. Y nosotros se lo hacemos fácil. Mi generación creció preguntándose si veriamos una dictadura en serio. Esa pregunta parece estar resolviéndose. Y la respuesta nos llena de preguntas. Y de cosas para hacer.

Nos enseñaron a pensarlo mejor, a cuestionarnos sobre la idea de la revolución, a despreciar al populismo; nos dieron miedo de no tener miedo y así preferimos regímenes progresistas pero “en una buena” a cambios de fondo que dieran vuelta la realidad o al menos le hicieran un par de agujeros. “Cuanto más me atacan mas crece mi relación con el pueblo…”. Eso dice Lula en su discurso antes de entregarse. No sé bien que me pasa pero últimamente ando recontra populista. Me desconozco emocionada en mi pensamiento por lo que dice la multitud en movimiento.

¿Cómo se percibe si llegó o no el tiempo para la rebelión? ¿Cómo se siente una dictadura? ¿Cuáles son signos de la llegada de una revolución? La lucha habla por sí misma. Y quizás lo que habla no es un sujeto sino un sujeto-en-acción, un siendo-en-común propulsado por la necesidad. Y quizás no es tan confuso, y no estamos volviéndonos locxs, y no es «lucha contra la corrupción». El nombre para lo que sucede en Brasil puede elegirlo cada unx. Lo que queda claro es que son momentos de no esperar nada de nuestros gobiernos y de tender redes de solidaridad cruza-fronteras entre personas y colectivos, sea para resistir, sea para denunciar, sea para subvertir; las vamos a necesitar. Las estamos necesitando.

Y entonces vienen las imágenes. Pensar Brasil es pensarme un poco. Pensarme en los foros sociales de Porto Alegre, chuponeando con cualquiera y traduciendo conferencias (una hace lo que no sabe cuando se necesita), en la política como erotismo y viceversa, recordarme cursando esa maestría en pleno 2006 y yendo de la UFBA a la favela. Pienso en alto de itapoá y la Rúa de los operarios, en Mutaçoes y los camiones de fruta y verdura (muchas veces podrida) que literalmente vaciaban haciendo pequeñas montañas que se clasificaban y repartían por las casas. En militares del ejército brasilero parados en la puerta de la habitación donde vivía en el Nordeste de Amaralina desde las 4am y sin permitir a nadie salir del barrio sin documentos, en escuchar los tiros sonando desde Boca do Río. Ver Brasil desde Michigan y hasta hacer una tesis sobre eso; el fútbol y el maracanazo; el portugués que se habla en Tacuarembó, Lula en el Palacio Peñarol, los viajes de egresados a Camboriú, Gilberto Gil cantando No woman no cry en Avenida Libertador, gauchos de Río Grande tomando mate, el Imperio de Brasil de Pedro primero y segundo que nos enseñan en el liceo, el turismo de uruguayos en Brasil y últimamente los turistas brasileros en Uruguay. El ir y venir del puesto de todo por un real a la beca de

FAPESB comiendo rico con mis amigxs artistas, sintiendo culpa de clase, yendo en bici a servir tragos en la Casa da Bossa y llegar y soltar el miedo – y un poco la identidad – en la seguridad autoorganizada de la favela. Pienso en los amigos que se volvieron locos. En el violento encuadre policial en la plaza de la república (SP) que viví con un grupo de amigues la última vez que fui a bailar a Sao Paulo hace un par de meses, las vacaciones en floripa, las cachaças en Belo Horizonte, giras y congresos donde aprendí mucho más de la calle que de las giras, los congresos. Las olas en vilas do atlantico, Iemanjá en la Playa Ramírez, ticholos en el centro de Montevideo, Río Branco y Jaguarão, desfile de escolas de samba por la Avenida 18 de julio. En esa foto con Mujica, en las marchas llorando en brasilero, en Curitiba y su violencia, en Marielle, Mari, Nadia, todxs los militantes muertos y torturadas, en la prédica viral del ejemplo violento, en Os Sertoes y en la ginga, en mundo afro, en maes de santo, en el Movimiento de los Sin Tierra, de los sin techo, en las asociaciones de moradores de rúa, en La candelaria.

Vámonos a vivir a las calles. El poder le tiene miedo al pueblo. Al populismo. Al pueblulismo. Popular es donde está el saqueo y en el momento del despojo el pueblo no tiene duda porque está en otra cosa. Está en actuar. Actúa. Actos desmesurados e individuos que incitan colectivos pasan por las redes, la tele y el cuerpo. Pensar en uruguay con remera de los beatles, coca con fernet, medias de Queen Elizabeth y un apellido siriolibanés.

No nos estamos volviendo locxs. Nos están ganando y nos necesitamos.

¿Cómo nos organiza la urgencia? ¿Cómo organizarnos en la diferencia?

Lucía Naser

*Tomado del libro Ballena de Papel. Editorial Civiles iletrados.

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