Anarquía Coronada

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Que bajen la edad de la imputabilidad // Diego Valeriano

Que bajen la edad de la imputabilidad, total qué les importa, ellos se la aguantan y se plantan. Total si tienen que tirar, tiran ¿o alguien cree que los guachos quieren ser guachines? Que la bajen a 15, a 12, a nada.

Que hagan encuestas, que le pregunten al gordo de la rotisería, a la doña detrás de las rejas. Que bajen la edad a nada si eso los alegra, total la guerra es cuerpo a cuerpo y la vida no vale ni un tantito así. Que se ortiben más todavía, que el odio los ponga manija y que la crueldad los mantenga vivos.

Que opinen las trabajadoras sociales, los psicólogos, las educadoras, los militantes. Que posteen urgente, total ya les recabió. Que eduquen a los educables, a las que aceptan las consignas. Que se lamenten por las que no vienen, que pregunten por Joel. Que hagan rondas, juegos, giladas. Que no paren de aburrirse en esos talleres que paga Desarrollo. Que hagan la parte que les corresponde.

Que sepan que cada bala tiene nombre, que la noche no se rompe sola, que los murales son memoria piola, que las lágrimas tatuadas no se borran. Que sepan que estamos en guerra hace una banda de años y que hay novias que envejecen recorriendo comisarías y juzgados.

Que sepan que amor es arrancar, que los bautismos solo son de fuego y que ningún pibe espera nada de la letra muerta. Que se aviven que el futuro no es estudiar, ni volantear disfrazado de Mickey, ni juntar el pis de las viejas, ni cuidar nenas que odian.

Que sepamos que 15 o 16 es lo mismo, casi lo mismo, casi siempre lo mismo, y más aún cuando se cruzan con un patrullero en alguna noche sin luna.

Insurrecciones impuras y espiritualidad política // Marie Bardet y Verónica Gago

Lectura de “Sublevarse” Michel Foucault. Entrevista inédita con Farés Sassine.

«Mi proyecto […] es multiplicar por todas partes, o bien en todos los lugares donde sea posible, las ocasiones de sublevarse con respecto a lo dado, y de sublevarse no forzosamente ni siempre bajo la forma de la sublevación iraní, con quince millones de personas en la calle, etc. Uno se puede sublevar contra un tipo de relación familiar, contra una relación sexual, uno puede sublevarse contra una forma de pedagogía, uno puede sublevarse contra un tipo de información». Michel Foucault

Fares Sassine, intelectual libanés entrevista a Foucault en 1979, al año de sus intervenciones sobre los acontecimientos iraníes que derrocaron al Sah. Esta entrevista, realizada en francés para An Nahar al‘arabî wa addûwalî –semanario del diario más importante de Beirut, An Nahar, “que se publicaba en París en lengua árabe e intentaba eludir la pesada presencia siria en la capital libanesa-”, según explica Sassine en el prólogo, le permite a Foucault volver sobre su percepción de lo que pasó en Irán en esos años, pero también sobre las reacciones de profundo rechazo y condena que su postura desencadenó en los diarios franceses. La entrevista se publicó por primera vez el año 2013, por la labor del colectivo de la revista Rodéo, y particularmente Sandra Iché, cuya relación con el Líbano en su investigación escénica (Wagons Libres, Variations Orientales), histórica y de vida, la hizo conocer a Farés Sassine y encontrarse con esos viejos cassettes grabados. En 2016, Soledad Nívoli, con la complicidad del colectivo Laboratoire Tournant, lo traduce al castellano, lo comenta y publica como libro bajo el título Sublevarse, en la editorial Catálogos de Chile. Ya cuenta con una re-impresión.

Hace un año, en diciembre de 2017, en Irán, numerosas y duraderas sublevaciones y marchas agitaron aquellos últimos días del año sin que nos enteremos mucho. Volver a leer en esos días la entrevista de Sassine a Foucault despliega una lectura-puente entre las polémicas que en ese momento ardían en torno al compromiso de Foucault a favor de una “revolución iraní” que concluirá en un gobierno religioso autoritario, y la actualidad intempestiva de la pregunta por las sublevaciones en curso en distintos puntos del planeta y de nuestras vidas.

“Así, pues, las sublevaciones cambiarán de forma, pero el hecho de tener que sublevarse… Usted entiende, cuando se toma por ejemplo, digamos las sublevaciones de homosexuales en los Estados Unidos y se las compara con las grandes sublevaciones que puede haber en un país del tercer mundo que actualmente muere de hambre, o que pudieron producirse en la Edad Media, parece irrisorio, pero no, yo diría que no es irrisorio. No es que dichas sublevaciones tengan un valor maravilloso que las otras no tendrían, lo que quiero decir es que no puede haber, y que no es deseable que haya sociedades sin sublevación. Eso.”

En este puente tendido por nuestra lectura, el diálogo de 1979 con el joven intelectual libanés Sassine no solo permite volver sobre el compromiso de Foucault con los acontecimientos iraníes, sino tomar el tiempo de pensar las razones de la virulente condena que recibirá en esos meses por parte una intelectualidad francesa, y preguntarnos por las sublevaciones actuales aquí y allá.

Principio de esperanza y reacción francesa

Con dos viajes a Irán en 1978, donde se encontró con una serie de personas, universitarias y no, militantes y no, Foucault se metió en lo que Soledad Nívoli llama, en su prefacio, “el aire cargado de los hechos que lo confrontaron a modos alternativos de concebir, pensar y justificar lo que estaba sucediendo”. Se propone llevar a la experiencia de esos encuentros una intuición: la de la presencia de una dimensión de esperanza propia a una espiritualidad política, entusiasmado por su lectura reciente de Ernst Bloch que lo lleva a practicar el “principio esperanza” casi como método.

Por causa de un accidente, Foucault pasa largas semanas de reposo el verano anterior leyendo El principio esperanza y sus descripciones de una esperanza teleológica como motor de transformaciones sociales y políticas en la Europa de los siglos XVI y XVII. La posibilidad de que la esperanza orientada por una teleología propia de cierta espiritualidad, por un lado, y la sublevación como forma de transformación social y política de una situación presente, por otro, compartan cierta potencia política, tal es la apuesta teórica y (“anti” )-estratégica que Foucault cree escuchar en los discursos de los diferentes iraníes que conoce en sus viajes. Rastrear la envergadura de esta “espiritualidad política”, fue el foco de su interés que, como lo precisa en este libro, lo llevó no tanto a comprometerse a favor de la revolución iraní -afirma, ahí por lo menos, todo su “escepticismo”-, sino a sospechar de una lectura occidental y en particular francesa que descartaba de cuajo toda potencialidad revolucionaria de una “espiritualidad política” en acción. Si reconoce cierta “simpatía” en el acercamiento al proceso iraní del 78 -y eso también lo proyecta como cuestión de método de investigación: “creo que nunca se puede comprender bien algo hacia lo cual uno es hostil”-, es ante todo este hallazgo del arraigo forcluido de Europa misma en cierto “principio de esperanza” que evoca.

Un interés, una simpatía con un proceso, que no le perdonarán el resto de los intelectuales franceses de la época. La entrevista permite entender esta reacción a partir de una suerte de confusión entre la irritación provocada por la idea misma de espiritualidad política y la condena de un supuesto compromiso ciego con una revolución religiosa. Después de varios meses de silencio, el desconcierto de Foucault frente a la virulencia de los ataques sigue intacto, y se vuelve un tema central de su conversación con Sassine. Las explicaciones subyacentes a estas reacciones que esboza en la entrevista son interesantes, sobre todo por la vigencia de sus ecos, casi 40 años después. La primera pista de explicación que da Foucault es la de un “odio al islam”… cuya resonancia en el contexto francés actual es sin duda fuerte. La segunda pista para entender el remolino y la condena unánime, es la idea de un recelo cultural en el inconsciente colonial colectivo francés en torno al honor y la gloria de la originalidad de la revolución. Foucault ensaya esta explicación, con un tono común a toda la entrevista entre tanteo y dudas: “yo diría, de envidia cultural: no van a ser ellos los que hagan una verdadera revolución según su propio estilo si nosotros no pudimos hacerla según el nuestro! Nosotros, que inventamos la idea de la revolución, que la elaboramos, nosotros que organizamos todo un saber, todo un sistema político, todo un mecanismo de partidos, etc., en torno a esta idea de revolución. Bueno, se puede dar esta explicación. No estoy seguro de que sea cierto”.

Sublevarse no se agota en las explicaciones. Puede haber demasiadas razones o demasiado pocas que expliquen una sublevación. Por eso, más bien lo que muestra es que tienen esa mezcla de sobredeterminación y azar, de razones e imprevistos, de intempestividad y cálculo.

Dice Foucault: “encuentro muy bien que todos ellos [los historiadores, los economistas, los sociólogos, los analistas (inaudible) de una sociedad] expliquen las razones, los motivos, los temas de las revueltas, las condiciones en las cuales se desarrollan, pero, otra vez, el gesto mismo de rebelarse me parece irreductible en relación con esos análisis. Usted sabe, cuando yo decía que estaba fuera de la historia, no quería decir que estaba fuera del tiempo, sino que está por fuera de ese campo de análisis, que es necesario elaborar, por supuesto, pero que jamás dará cuenta de ello”.

Hay algo de irreductible en el gesto. Irreductible quiere decir inexplicable. Se elabora pero no se agota en la explicación. Son cosas distintas. Es por un lado el viejo tema de la acumulación de razones objetivas y la ironía siempre esquiva del destello subjetivo.

Gestos de sublevación: una dramaturgia inexplicable.

Un colectivo de estudiantes iraníes residiendo en Francia sacaron un llamado a apoyar la insurrección iraní en los últimos meses del 2017 en base a una serie muy detallada de puntos: las razones, lxs participantes, y los eslóganes. Describen allí una lucha contra la neoliberalización acelerada de Irán que llevó a un deterioro rápido de las condiciones de vida. Con un empobrecimiento de 15% de la población durante la última década , las magras expectativas laborales y la inflación de los precios de los alimentos básicos y servicios, describen como disparador de las manifestaciones el hartazgo por la vida cara y la denuncia de una injusticia en las reparticiones de las expectativas. A partir del 28 de diciembre 2017, empezaron unas marchas muy masivas en más de 60 ciudades del interior de Irán, y luego en Teherán. Pero recuerdan que estas movilizaciones se inscriben en una serie más larga: hubo no menos de 900 marchas en 50 ciudades del interior de Irán durante los 6 meses precedentes, ampliamente reprimidas e invisibilizadas en los medios. Estas movilizaciones ahora más visibles pero igual de reprimidas (23 muertos, 2000 arrestadxs en diciembre 2017) denuncian varios frentes de ataque a la dignidad de la vida, a la vez que producen un saber que relaciona la situación de sumisión social y política con la corrupción, las financieras expropiadoras, y los sueldos impagos. Insisten en su llamado sobre el hecho de que “la nueva generación en Irán llama, por motivos de clase, políticos y laicos a la transformación de las condiciones generales de la existencia”, y recalcan la presencia de mujeres en las marchas, con muchas detenidas.

Van traduciendo, al final de su texto, una serie de eslóganes de esa marcha, que nos da acceso a lo que Foucault denomina cierta “dramaturgia de la sublevación”: “La gente mendiga mientras el jefe suprema vive y actúa como un dios”. “Usaron al Islam para oprimir a la gente”, “Mulá capitalista, devolvenos nuestro dinero”. “Reformistas, fundamentalistas, su historia termina aquí”, “Los estudiantes prefieren morir que aceptar la humillación”, “Somos hijxs de la guerra, estamos listxs para la batalla”. Escuchar en esas, en otras y en nuestras sublevaciones actuales, los motivos pero sobre todo lo que escapa a toda explicación causal exige reinventar esa dramaturgia de la sublevación. Combinación de gesto y táctica, de puesta en escena y desborde de fuerzas, de imprevistos y sigilosos movimientos.

“Me parece que, finalmente, se pueden encontrar miles de razones por las cuales un hombre se somete. Usted debe pensar que me he vuelto abruptamente muy hegeliano, pero después de todo, que el esclavo prefiera su vida a la muerte y que acepte su esclavitud para continuar viviendo, ¿no es ese al fin y al cabo el mecanismo de todas las servidumbres? En cambio, me parece enigmático, justamente porque va totalmente contra esta especie de cálculo evidente y simple, el hecho que consiste en decir: prefiero morir antes que morir. Prefiero morir bajo las balas antes que morir aquí. Prefiero morir hoy sublevándome que vegetar bajo el dominio del amo del cual soy (inaudible). Entonces es morir antes que morir. Esta otra muerte…”

En la insurrección, hay una forma de hacer valer la muerte contra la muerte. La elección del modo de morir cuando nos están matando. La afirmación de la vida en un momento límite como huida de otra muerte, esa que acontece con el sometimiento. Foucault desplaza la pregunta clásica de la teoría política -¿por qué se obedece?- para llevar el enigma y la legítima extrañeza a otra: ¿por qué hay sublevación? Y la respuesta hace un hueco en la muerte: “Prefiero morir antes que morir”. ¿Elegir qué tipo de muerte es sublevarse? Es una ruptura, aclara Foucault. Se rompe con la orden de muerte a través del riesgo de elegir la propia muerte.

“Bueno, esa elección de la muerte, la muerte posible, a mi parecer, es algo que implica, en relación con todos los hábitos, familiaridades, cálculos, aceptaciones, etc., que forman la trama de una existencia cotidiana…me parece que [esa elección] constituye una ruptura. […] lo que quiero decir es que captar el momento mismo en el que eso sucede, cuando se intenta captar la vivencia misma de la revolución, es ahí donde digo que hay algo en eso que, a mi parecer, no puede ser reducido a una explicación o a una razón. Por más miserable que uno sea, por más amenazado de morir de hambre que uno pueda estar, en el momento en el que uno se levanta, y en el que dice prefiero morir bajo las ametralladoras que morir de hambre, hay en eso algo que la amenaza de hambruna no explica. Bueno…existe, si usted quiere, un juego entre sacrificio y esperanza, el que…del cual cada uno, o del cual colectivamente, un pueblo, es responsable. Él mismo establece el grado de esperanza y de aceptación de sacrificios que va a permitirle afrontar un ejército, una policía, (inaudible). Y me parece que eso es un fenómeno muy singular que quiebra la historia…”

La dimensión de la espiritualidad política opera en esa zona entre el sacrificio y la esperanza. Imaginamos que es esa zona turbia, llena de gestos inexplicables, lo que fascina a Foucault de la revolución iraní del 78. Lo que además opera un desplazamiento de la palabra revolución fuera del monopolio que Europa cree tener sobre ella. Un gesto donde lo espiritual es político y no de lo que lo político tiene que emanciparse para ser revolucionario. La espiritualidad política, ese destello enigmático que es irreductible, se vuelve campo de batalla. Y esa lección que deja entrever Foucault es la que hoy parece ser justamente botín de guerra del neoliberalismo. Pero también, y ahí vuelve lo inexplicable, el gesto feminista que vuelve a poner en acto una dramaturgia de la sublevación que convoca, desde las disidencias de los cuerpos, una nueva espiritualidad política.

SUBLEVARSE Michel Foucault Entrevista inédita con Farès Sassine Trad y prefacio de Soledad Nívoli Viña del Mar, ed. Catálogo, 2016, 121 pp.

A 21st Century Fascist // Toni Negri

1.The Democratic Path to Fascism

The assertion that all power is a “power of exception” has become commonplace. However, that affirmation does not explain the different between a fascist regime and a constitutional regime. “There is no difference,” retorts the person who believes in the normality of the “exception.” Try saying that to the people of Brazil, who face Bolsonaro’s imminent assumption to power, and you will hear the response: “you are crazy!”

In the revolutionary Marxist tradition, the analogy between the democratic regime and the fascist regime is rejected. The Third International imposed that similarity (that quickly turned into an identity), and we all know how that ended. The concept of constituent power must be considered with equal attention and discernment: it cannot be confused or mixed with the “political exception” and its exercise – as claimed by the proponents of the “autonomy of the political” (who, in the trail of Carl Schmitt, only see a figure of “exception” in constituent power).

In regards to what happened in Brazil, it must first be noted that fascism did not arrive through a classic “coup d’etat” (from outside of the democratic institutions), through the exception (as what more or less happened with Latin American fascisms, up until Pinochet and the Argentine military junta), but rather from within the constitutional process. It did not arrive through a rupture with constitutional legality, but through the constitutional construction of a new legitimacy. Second, I tend to believe that the fascist Brazilian government will not exercise power through an external and violent transformation of the constitutional regime, but through a slight reduction (except for the Black population) of civil liberties and through the existing Constitution’s governance. That is, through putting a sort of “constituent power” in motion within governance – a power that is functional, absorbed within governance and at the same time able to determine profound modifications in its constitutional fabric. This perverse path of democracy, that is now installed in Brazil but that has been experienced, in part or in full, in other situations and countries (such as Turkey and Egypt, not to mention the former socialist countries) should be submitted to criticism. We must not only ask what does “representative democracy” mean today, but also what does “democracy” in general mean. Then based on that, ask how, through what forms and with what objectives, should we mobilize in order to build and defend a Constitution that respects freedom, that constructs equality and creates its conditions. And finally ask ourselves if it is still possible to raise these questions or if we have to reconsider the very fabric that sustains them?

2. An Institutional coup d’état

A constitutional coup d’état and/or a democratic coup d’état: that is how we can name what happened in Brazil and incorporate it into a new academic typology of constitutional law. The overthrow of the legitimately existing power and its substitution for a power that is not legitimated by universal suffrage, but by an organ of the State, Congress, was carried out behind a constitutional mask. It started with the impeachment of the President and continued with her replacement – merely by parliamentary means, without a new general election –, shortly after the the electoral renewal of her presidential mandate. The coup later continued (which is not irrelevant) with Congress’s immediate approval of several laws characteristic of a neoliberal regime (among which we should highlight the law that prohibits increasing social spending for a long time) that, in a expeditious and treacherous way, revoked the material paradigms of the standing Constitution.

The connection between Dilma’s impeachment for political-moral reasons (corruption) and the liquidation of the political orientation of her government through the constitutional affirmation of a neoliberal principle, reveals that there was a partisan nature to her dismissal, which classifies it as a coup – a radical modification of the political direction of the government, or in other words, of the material constitution. This opened the way for making sure that, even in the case of new elections, a diverse presidential majority (that the polls attributed to Lula) could not reestablish what was now constitutionally vetoed: non-liberal proposals for redistributing income, or rather, alternatives to the newly decided economic legitimacy. In support of continuing liberal politics, and therefore renovating state policies outside of (and before) their popular legitimization, the judicial power mobilized through the condemnation and imprisonment of Lula and, later, through his electoral exclusion. It is not a coincidence that this judicial power has been immediately co-opted by Bolsonaro’s government. Finally, the elections were held under the threat – which once again is not external to the institutional process – of intervention by the national army, in the case of the left’s victory. At this point, the new President was elected, a 21st century fascist, restoring, in this way, the democratic legitimization of power. A very doubtful, yet effective, restoration. In the government that takes power at the beginning of the year, along with the Lava Jato judge (the operation that, as judge Greco has expressly declared, has nothing to do with Mani Pulite), there will be a Chicago Boy in charge of Finance and the Economy, in the Chancellery, a man linked to the alt-right and Trump’s policies, while the army will be given the functions of a Ministry of Order.

This perverse path-line that goes from democracy to fascism is organized not by external movements but by the very institutions of constitutional power through the adaptation of the organs of control to the political lines of the extreme right (especially the magistrate). The revelation of a coherent design running through the institutions, destroying all connections and influencing new conformations of the formal figures of the Constitution and the materiality of its political direction, which is guaranteed in the process of electoral legitimization, thus suppresses any ethical character of the democratic principle. All of this calls for – when the indignation subsides, if that happens – a reflection on the very issue of democracy.

But it is not enough. The fascist-populism of Trump-Bolsonaro further violates democracy. Direct democracy is taken up, in a mass and mystified way by those fascist leaders, and transformed from a mode of government into a figure for the legitimization of a government. Trump’s tweets interpret that conversion. Social media and the institutional press voluntarily take on that legitimizing function. Moreover, it can be said (and there is vast literature on the topic), that they produce it, or at least they make it possible. When the indignation subsides, we will still have to raise the question of freedom of expression in relation to power. This is the first problem that a resistance movement must confront, saying “Books yes, weapons no” (as they are starting to say in Brazil), but it will have to start by liberating free expression. Indeed, the contradiction between freedom of expression (constitutionally protected) and money (= property = corruption = the criminal use of falsehood by the mainstream media…) seems unsolvable. But it is only so for those who continue seeing it as a Gordian knot and do not trust that a sword can cut through it. A political force that wants to get out of the mud in which democracy and fascism are encased, must pose that problem as the first to be solved.

3. A General Problem

There is a process underway in the United States that is analogous to that of Brazil. The strength of that country’s democracy and the value of its Constitution have prevented, so far, the transformation from assuming the perverse and even grotesque element of what is happening in Brazil. In the United States, the presence of opposition forces can still block (or make uncertain) the crystallization of a tendency like the Brazilian one. However, this does not erase the fact that a reactionary consolidation of power is taking place. It is seen in the Republican Party’s strong shift toward the Trumpian core (behind which lies the supremacy of the alt-right), the twenty years of the Supreme Court’s orientation in ultra-conservative positions, the realization of colossal financial operations for media control of voting, etc.

In a much more fragile way, but with sometimes ferocious acceleration, similar processes are occurring in Italy. However, the populist political horizon is expanding in Europe and in Latin America. This expansion dramatically deepens the problem we are raising here: how is fascism established in and through democratic institutions? And second, what exactly is this fascistizing insurgency?

Next we will try, if not to answer, to introduce this question in more detail. For now, let’s start by defining this strange fascism, which is presented in profound combination with neoliberalism. Better yet, let’s try to define the difficulties that – we believe – a new radical experiment of the Chicago theories must encounter in its development. The current fascistizing transformations of the capitalist managing class (not all of it, for the moment), in fact, seem to be determined by the need to sustain with greater force, using all the means of the state, constrictively, a more neoliberal development of the deep crisis. It is important to highlight this unusual deformity: the force of authoritarianism is called up to sustain the crisis of liberalism. Now, according to this perspective, fascism seems to appear (although not only) as the hard phase of neoliberalism, as a strong recuperation of sovereignty, as the inversion of the slogan “first the market, then the state,” in several figures, in the points where development clashes with most difficulties, or where its apparatuses break, or better, where it confronts strong resistance.

This fascism is characterized by a reactionary reflection. This is what distinguishes it from the fascisms of the 1920s and ‘30s, when the reactionaries acted on the political plane, while they could be relatively progressive on the economic terrain, pseudo Keynesians. This reaction then is probably a symptom of weakness, an effect of response more than an attack. Which seems to be proved by the fact that this fascist instance, more than a totalitarian technique, attempts to use flexible mechanisms for the authoritarian transformation of the state, calibrating governance like a sort of new and perverse constituent power. But these are only predictions, that only the intensity of future class struggle can confirm or deny.

We still have not asked: what is 21st century fascism? That of the 20th century sought to destroy the Soviets, in Russia or in any other part of the world where they could be found. Where are the Bolsheviks today? They are obviously fantasies. But neoliberalism’s fatigue in consolidating itself and the political crises that are added to the economic ones revive the fear of Bolsheviks. That insistence is astounding.

To attempt to rationalize it, let us venture a hypothesis that would allow us to classify these fascist tendencies in an era in which the development of the mode of production has placed the multitude in the center of class struggle. Now, the multitude is a set of singularities, linked by social cooperation. For the multitude (especially in the metropolises), the element of cooperation is the main point of its existence as a class. In productive terms, that cooperative power leads the multitude toward the common. However, when strong tensions intervene that act on the singularities (that compose the multitude) in terms, for example, of economic or environmental insecurity and fear of the future, then the multitudinous cooperation can implode as a defense of identity. The fascism of the 21st century seems to be sustained by such incidents in the cooperative nature of the multitude.

4. Fascism and Neoliberalism

If in the era of Plato, democratic constitutions were inadequate for stopping the crisis of democracy, in the current situation they favor the rise of fascism, generating corruption. Modern democratic constitutions were organized due to the dynamic confrontation of interests, eventually in coalitions by the right and the left, in relation to a model of enmity and of the peaceful and regulated solution to that enmity, following the hypothesis of a balanced opposition between contrasting interests. Today, globalization has led to the homogenization of governance at the global level (it could be said: toward homologation), since governing in globalization requires composing the relationship between the formal and the material constitution through the insertion of rules that emerge from the multinational monetary relations of companies in the global market – and that therefore, substantially eliminate confrontation/conflict internal to the constitution itself. The extremism of the center, the large coalitions, have been, in this sense, fundamental moments of the recomposition, through governance, of constitutional profiles with a global reach. But this phase ended, and the upsurge in conflicts has led to a profound crisis of the traditional forms of liberal-democratic governance. What occurs then are the experiments in rupture: America first, Brexit, and now Brazil first, Italy first

Governance (that is, the set of apparatuses that unitarily shaped the horizon of national governments and global government) is subject to increasingly frequent constitutional incidents, that have primarily had the effect of obliterating the aspects of progressive democracy that constitutions inherited from the second post-war period and the end of the Cold War. In this way, the physiognomy of states is transformed at the expense of democracy. The long 2007 crisis made things worse. Governing the crisis always implied that it was the crisis that imposed its demands on democracy. Today we can fully weigh the consequences of those events. Increasingly, the dialectical constitutional dynamics are not taken into account, oppositions are integrated into governance, Keynesianism is destroyed with the consent of the Keynesians. The eventual operations of exception occur directly within democratic governance, as if they were responding to hidden articulations of a constituent power, more than to controllable mechanisms or options. What I want to say is that the transformation that these movements suggest is today commanded by destructive power of democracy.

With the crisis and weakening of North American power – that had determined a certain global equilibrium, at least in its area of domination – these processes accelerated, spreading chaos everywhere. The new fascism is established within this chaos. Assembling itself from the neoliberal project to dominate it, will it find the conditions for its sustained development? It will be difficult. In these conditions, neoliberalism finds itself in a desperate situation, if it is to reestablish equilibrium. Having dislocated or rejected the old democratic constitutional equilibrium, now it is exposed to the void. It needs something new to respond to the new difficulties, and it only finds it under the form of authoritarianism, of renewed fascism… To survive this leap into the void, it has to resort to media or ideological instruments, it has to defame and destroy the forces that have confronted it (sometimes timidly, or even anticipating its destructive directions – this crisis is prolonged and deep, and the responsibilities are still to be defined). Those forces were social democratic, Keynesian ones. But the neoliberals that make up the new formula of fascistic government in Brazil call them communists and Bolivarians, propagators of chaos. In the United States, they are the stupid city dwellers that subvert the national identity. Thus, this fascism founded on the ideological void is classified as a falsifier of memory and reactionary restorer of past identities. If it is a slave-holding past, as in the United States, it is worrying; if it a present with slavery, like in Brazil, it is even more troubling.

5. We must not be afraid

My Brazilian friends wonder how Bolsonaro’s victory was possible, why their fellow citizens voted for him in such large numbers. The answer is simple: they did not vote for fascism, but for the end of corruption and security, at a critical juncture of their lives for which, in reality, a part of the population blamed the PT. It is not difficult to think that the racist motivation and the defense of the family (see the absurd polemic about the issue of gender) formed the fascist coagulation of that malaise. It is an easy prophecy to make, as we have already indicated, that Bolsonaro will not manage to institute his government as a regime. To the previously mentioned obstacle in relation to the conjugation of fascism and liberalism, there are additional specific internal difficulties: faced with the tactical impediments created by the dispersion of votes in Congress, they will be forced to continue buying the parliamentary majority from Evangelicals or other mercenaries; there will be an even higher price to pay the ruralists for their electoral support, for sustaining the government, and in the negotiation of the ecological limits to the expansion of their interests; the extreme proposals for privatizing public patrimony will be met with hostility by the army in the name of the nation, etc. It will not be easy for them to advance. And even the consolidation of this victory will be difficult, very difficult: it will clash contradictorily with the same fixed values of the Brazilian economy (open to international food and energy markets, closed on enormously important ecological limits, pushed by a strong productive dynamic due to the breadth of the labor market). We are – it seems – in a margin in which the promises of Bolsonaro’s victory collide with the intentions of his neoliberal partisans. How can they be balanced? We are not in the 1930s, when fascism was organized around a form of planning that favored large industry (of war) and large banking capital – but with a surplus, that represented immediate social benefits for the proletariat.

What makes us tremble, after Bolsonaro’s victory, is anticipating the disasters that this government is going to produce anyway, given that it is incapable of developing a political project that is not a razzia against the poor, against Blacks, and, generally, an anti-social program (as shown by its ultra-liberal proposal). Militaristic, homophobic, sexist, guided by hatred toward a majority Black population (we are far from the 54% whites in the 2000 census), Bolsonaro will be faced with a non-white demographic push, which does not stop growing. The coming disaster is enormous and its consequences will be felt for a long time.

What must be done, then? We must stop crying, we must get down to work, taking comfort in the awareness that the fascist cadre is still weak. In what sense, with what spirit, should we start working? The provocations are already numerous, and in the future they will multiply. In the universities there are squads and right-wing groups putting together lists of communists, school programs start to be filled with invocations to a slave-holding past, etc. We must not be afraid. Not having fear becomes the key element for building a resistance.

Fascism is based in fear. Here it awakens and cultivates fear of Blacks and of communists. But this duo is a symbol of life, and its struggle is a sign of liberation. The leftist parties, starting with the unrecoverable PT, are in crisis. It is in the relationship and political recomposition of Blacks and communists that a radically antifascist left can be built. This step is fundamental. There cannot be antifascism in Brazil without a political composition between the white communists and the Black population. It goes without saying that the spark of this recomposition, today, are the feminist movements. They are majoritarian movements, and the majority is not afraid.

* Translated by Liz Mason-Deese

Can fascism return? // Diego Sztulwark

Can fascism return? The discomfort that arises from this question is rooted in the necessary ambivalence of any reflection that aims to think both about fascism as a situated historical phenomenon and as a persistent configuration that continues to be updated in different conjunctures; as an unrepeatable event, to the extent that the conditions that made it possible are already too distant from the coordinates that define our present, and as a repetition of frightening features associated with that experience that do not cease to triumph a bit everywhere. Neither Trump nor Le Pen, nor Bolsonaro, are in conditions to establish a fascist state, and, at the same time, we cannot avoid seeing in them the human archetypes of a certain type of postmodern fascism, a specific type of vitalism that is affirmed in its purity – be it ethnic, class, or national purity – through intolerant violence and by treating entire populations as inferior. The question about the possibility of a contemporary fascism supposes then, an exercise in characterizing the political and historical forces and circumstances and about the conditions of possibility for a non-fascist life.

 

  1. What is “historical” fascism?

The Marxist Debate

From the point of view of the Marxist debate about the State and politics, fascism does not include merely any government with authoritarian or conservative features, but corresponds to a certain conjuncture: monopoly capital, centralized large capital, mobilizes the middle class in its support, seeking to displace the circles of the dominant classes that block its expansion, thus affirming its domination over the whole. In the polemic between Nicos Poulantzas and Ernesto Laclau, fascism (a phenomenon that also includes Nazism) is characterized as a phenomenon that mobilizes society against the socialist worker threat, as well as that part of the old ruling bloc that, as occurred in Italy and Germany in the 1930s, hamper the development of its hegemony. Racist, nationalist, militaristic ideology, the politicization of the petty bourgeoisie, and the interpellation of the popular are, in the fascist state, inseparable from large capital’s strategic direction and need for expansion. Fascism’s revolutionary appearance is false but effective. According to Alain Badiou, it is because it fights and destroys the effects of the revolutionary event – the Bolshevik revolution of 1917 – that it confronts, through an inverted appropriation of its forms. Following George Sorel, who theorized fascism as the agent of a mobilizing myth, the Peruvian Jose Carlos Mariategui perceived a certain play of mirrors between fascism and Bolshevism, both possessing the mobilizing myth, to the detriment of parliamentary democracy. In a classic text from the 1930s, Walter Benjamin warned of this inverted mirror game in terms of the relationship between aesthetics and politics: the Bolshevik politicization of art, that questioned class differences, was responding to the “aestheticization of politics” that pointed to a warlike specularization that kept the relations of property and production intact.

¿What does tradition teach us about fascism?

Years later, when fascism had already triumphed in much of Europe, Benjamin returned to the issue, this time to denounce the mechanisms that condemned social democracy to impotency when it came to confronting fascism. In his thesis VIII of “On the Concept of History,” written in 1940, the following can be read:

‘The tradition of the oppressed teaches us that the «state of emergency» in which we live is not the exception but the rule. We must attain to a conception of history that accords with this insight. Then we will clearly see that it is our task to bring about a real state of emergency, and this will improve our position in the struggle against fascism. One reason fascism has a chance is that, in the name of progress, its opponents treat it as a historical norm. The current amazement that the things we are experiencing are «still» possible in the twentieth century is not philosophical. This amazement is not the beginning of knowledge—unless it is the knowledge that the view of history which gives rise to it is untenable.’

In other words, if the European left could not defeat fascism it is due “in so small part” to its belief in the “historical norm” founded on the idea of “progress.” Instead of starting from the specific tradition of the oppressed – knowledge of the exception as the only norm –, it allowed itself to be confused by that of the oppressors – a linear temporality of an evolutionary type –. Marxism, reduced to a discourse about the productive forces (more factories, more workers, more votes for the socialist parties, etc.), runs the risk of adopting that norm from the tradition of the oppressors. There is a clear price to pay for adopting an “anti-philosophical” point of view (being astonished at the existence and growth of Nazism as anachronistic, as an archaism that should no longer exist).

For Benjamin, the task is to conceive of history from a point of view that allows for expanding the exception to the entire social field. The surprise at phenomenon such as Bolsonaro in Brazil, should produce politically useful knowledges, without remaining trapped in philosophical scarcity when faced with the fact that the things we are experiencing are “still” possible in the 21st century. Thinking about fascism then and now supposes, therefore, keeping our guard up in respect to what as proposed as the normalized state of things in each era.

  1. Are we governed by a fascist right today? How has the right changed?

In a recent book by the historian Enzo Traverso, The New Faces of Fascism: Populism and the Far Right, he characterizes the rise of the right-wings in Europe and the US (from Trump to Le Pen) with the term “post-fascisms.” It is a category that can be reproached for its imprecision – it only determines an “after” fascism – but, on the other hand, it has the advantage of proposing, for each case, a concrete analysis of the mixture of racist, authoritarian, and xenophobic features of those movements that denounce financial elites, with whom, however, they maintain close ties. In this sense, Traverso affirms that Trump embodies, like no one else, a “neoliberal anthropology.” The expression “post-fascism” thus attempts to name a complex set of continuities and discontinuities, to be established in each case, in respect to historical fascism.

It is particularly interesting if we apply this formulation to the more general discussion about how to characterize the right that arrived to power in Argentina with the election of Macri. The disjunctive was played out on the streets. In practical terms, should we chant, in marches, the slogan: “Macri, piece of trash, you are the dictatorship”? Chanting it supposes an erroneous characterization, to the extent that the Cambiemos Party came to power within the framework of the rule of law and a constitutional state. Not chanting implies, on the other hand, ignoring the continuities between different historical processes. But chanting on the street does not seek to accurately characterize a complex phenomenon, but rather to revive a historical memory in the body. And both things are equally necessary. The problem comes into view: is it possible to characterize a modern right, which wins elections, as the continuity of state terrorism, whose central protagonist was the military party that denied and did not win elections?

From Massera to Macri

In the history of Argentina, historical fascism did not occur as a dominant form. Certain sectors of the left and liberalism tried, and failed, to denominate the movement created by Juan Domingo Peron as such. But, as León Rozitchner explained, Peron did not express the path to domination through open war, but rather through truce. Time and not blood. The murder and torture as a way of restructuring power relations that the military carried out were very different. In 1977, Admiral Massera (or Admiral 0, the name with which this high official participated in the gang that disappeared popular activists) gave a speech in the Jesuit University of El Salvador in the occasion of receiving an honorary degree. Massera, then a member of the military junta that governed the country, elaborated on the motivations that drove the Western Christian Crusade to the war waged in the depths of the ESMA: defending private property against Marxist ideology, defending the family against Freudian perversion, defending absolute values against Einsteinian relativity. The practice of extermination in the clandestine torture centers and the death flights, the fundamentalist Catholicism of many of its cadres and its undeniable links with the Catholic Church, along with the strict defense of the traditional family and private property, made the Terrorist State – a category elaborated by Eduardo Luis Duhalde – the best heir to fascist violence in our country.

Is there a non-fascist right?

The situation is very different today when we hear Macri’s chief of staff mix, in his talks, neocapitalism with Buddhism, the ideology of rock and the aesthetics of transgression, and consequently, we can only assume that there is no possibility of tracing a linear relationship between the right and fascism. Is there then a new right, that is different from state terrorism? The question was forcefully raised with the forced disappearance and later death of Santiago Maldonado, and then with the parliamentary elections in October 2017 with a favorable result for the government. It was the journalist and political scientist José Natanson who attempted to provoke discussion with his book Por qué? La rápida agonía de la argentina kirchnerista y la brutal eficacia de una nueva derecha (Why? The rapid agony of Kirchnerist Argentina and the brutal efficacy of a new right). There he refers to a “democratic” right – undoubtedly a historical novelty – which we would have to understand in new terms. And he is right about that.

Due to a problem of intellectual and affective comfort, the conventional left, whether Kirchnerist or not, has reacted to Macrism more than once as if it were the direct continuity of the dictatorship. This type of frozen affect blocks the comprehension of what we could, following Traverso, call the “new faces,” the capacity to innovate, the historical discontinuities with what we call the Argentine right. The murder of Mapuche activist Rafael Nahuel, who was shot in the back by security forces shortly after the appearance of Maldonado’s body, confirmed the obvious: the defense of land as a commodity within the framework of new businesses – primarily related to energy – defines the new enemies of the state and promotes a practice and a legitimization of physical annihilation. The advantage of Traverso’s method – considering variations and continuities at the same time – allows for organizing discontinuities and innovations along with the structural type of prolongations, such as those linked to the dismantling of politics as class struggle, a hierarchical vision of the world, and a confidence in the articulation between capitalist initiative, an idea of “security” conceived around (private, concentrated) “property,” and a perception of poverty in terms of contention and danger. Therefore, neither fascism, nor new “democratic right” on their own are appropriate terms.

III. Is there a postmodern fascism? Is their fascism on the left?

In 1972, Gilles Deleuze and Felix Guattari wrote in Anti-Oedipus that political phenomenon cannot be reduced to the dimension of class interests or consciousness, but that they also include different relations with processes related to desire. The premise according to which, in certain circumstances, the masses can desire fascism, introduces a concern among militants for micropolitical types of analyses, attentive to the fact that desire is not a natural or spontaneous variable but one that is produced. This emphasis led Foucault to read this book as a treatise on ethics, an “introduction to a non-fascist life,” that should have also alerted the left about the reactionary modes of desire within its own ranks. According to Foucault, Anti-Oedipus teaches us to distinguish the presence of fascist elements in leftist groups, be those of “the political ascetics, sad militants, the terrorists of theory, those who would preserve the pure order of politics and political discourse,” or in “the bureaucrats of the revolution and civil servants of Truth,” and in the “poor technicians of desire – psychoanalysts and semiologists of every sign and symptom – who would subjugate the multiplicity of desire to the twofold law of structure and lack.” Although for Foucault, historical fascism continues being “the strategic adversary,” it must not be limited to the memory “of Hitler and Mussolini” – who were able to “mobilize and use the desire of the masses so effectively – but also the fascism in us all, in our heads and in our everyday behavior, the fascism that causes us to love power, to desire the very thing that dominates and exploits us.”

Postmodern Fascism and Hatred of Equality

Fascism, in its political and/or desiring forms, implies a passion for inequality and a phobia of differences that is not at all incompatible with very modern and neoliberal phenomenons such as the subsumption of life to the connective dynamic of the market. The absolutist character of this submission has given rise to forms of micro-fascism that swarm and plug the pores of the parliamentary city. Racism, sexism, and classism take root in what Santiago López Petit has indicated as the persistence of a type of “postmodern” fascism that acts by repeating one of the fundamental features of historical fascism: total mobilization. It is no longer about ideals, but about a complete mobilization of life under the force of the obvious. In the moment when capitalism is revealed as no longer a simple factory of commodities, but a complete factory of subjectivities, the need to establish a correlation between economy, desire, and politics is raised as never before. An equation in which desire for revolution leaves room for an intense desire for normality that the left seeks to codify as social inclusion and rights as meritocratic integration into the market. The reverse of that desire for the norm, as the theater piece Diarios del odio (Diaries of Hate), directed by Silvio Lang shows well, is a general disinhibition of the passion for hatred of equality.

Warning from Brazil

Days before the first electoral round, Vladimir Safatler – Brazilian philosopher and teacher – analyzed his country’s conjuncture faced with the imminent elections polarized between the main candidates – the postfascist Jair Bolsonaro and the Workers’ Party candidate Fernando Haddad –, classifying it as “low-intensity civil war,” carried out against the popular movements that create obstacles for the privatization of public services and the financial system, as well as the labor reform.  According to Safatler, the current situation is determined by the reactionary reconstruction of the power block that was behind the 1964 coup, that aims to violently overturn the limits and obstacles that Brazilian society imposed on capitalist valorization during recent decades. Behind Bolsonaro’s foul language, an even more fearsome enemy stands: the decision of that power bloc to violently unblock the relations of force, faced with a left that is in crisis that seeks to electorally reunite the political center of the country, around a conciliation pact that Safatler considers to be unfeasible at this point.

The myth of meaning

We can look to Spinoza for a complete argument about the central mechanisms that allow us to understand the diverse forms of what we generalize under the name “fascism.” In the Appendix to the first part of Ethics, he explains that humans, finite and desiring beings, project our appetite over the causal order of things, to the point of activating an authentic delirium: believing that our free will exists indeterminately. This denial of all understanding of causes in favor a blind belief in one’s immediate subjectivity is at the basis of common sense and the belief that everything has a purpose. As we also have a language capable of crystallizing this meaning that provides us with comfort in the face of what we do not understand, the capacity for critique tends to be displaced and seen as a threat. According to Spinoza – in part III of Ethics –, these projections always put in play and displace the border from which we consider “similar” others (“we feel sympathy not only for the object we have loved but also for that for which we previously did not feel any emotion, as long as we consider it similar to ourselves”). Would it be going to far to say that fascism is determined in each case as an updated version of the construction of dissimilarities? In any case, the Spinozist argument (“for the mere fact of imagining that a thing, that is similar to us and for which we have not felt any affect whatsoever, is affected by some emotion, we are affected by something similar”) helps to raise one of the specific problems of this conjuncture. In effect, while Spinozist communism – defined in Part IV – consists of affirming the common utility on the basis that “there is nothing unique in the nature of things that would be more useful to man than the man who lives under the guidance of reason,” in other words, absolute similarity. The current situation confronts us with its opposite: an articulation between the mechanisms of individualist neoliberal types of subjection in crisis and the production of an extremely restrictive and reactionary order of similarities.

This is the line followed by Alain Badiou in his philosophy of the encounter, at least in two particularly important texts in which he argues that fascism is a reaction against the creation of new universals, creators of unlimited equality. In his book about Saint Peter, Badiou associates Christian universalism with Bolshevik militancy. According to him, the resurrection of Christ is a universal message: believing in it is enough to accommodate every and any one in the good news. He detects precisely the same operation in the formula “workers of the world, unite.” Communism is the universal event of our time. In the other text, The Century, Badiou explains that fascism, as a thinkable phenomenon, is a darkening of this revolutionary opening: where Leninism struggles in favor of universalism – an event open to everyone –, the fascist call closes the meaning, it sutures it based on the exacerbation of an element (the Aryan, the white, the Catholic, or whatever it is) as a foundation, saturates the meaning and blocks its unfinished, revolutionary potential.

Fascism in its different varieties, both its vitalist, bodily variant based race, blood, ancestry, and the purely business variant that coerces life to the point of making it completely dependent on market categories, operates, according to Badiou, as a retreat of thought over a biological instance. That is probably what leads to the spiritualizing reaction that drives his “Idea of communism” and suppresses, in a very Christian way, any reference to sensitive material as the space for recomposing a common project. But this is not our issue for the moment (or is it?).

In fact, the problem of the denial of the real dimension of the body to the detriment of the virtualization of the world itself due to financial globalization is one of the most important arguments of post-fascism. Its strength lies in the imaginary satisfaction of desires that have been largely frustrated by the unfulfilled promise of a semiocapitalist paradise (an expression that we take from Franco – Bifo – Berardi). The discontent accumulated over decades of the capitalist multiculturalism identified with the Clinton-Obama cycle – that was incapable of conceiving ways to publicly regulate finances – seems to have occurred through a certain of the real – the effectiveness of the factual, of bodies – supplied by the new rights-wings. It is a reactionary presentation of unresolved libertarian questions (be it the crisis of the global market, hatred of equality, atrophy of the sensitive, exacerbation of sexual morality and ethnic purity, the vindication of the nation as an exclusive privilege), a new chapter of the Benjaminian surprise without philosophy.

  1. Is a non-fascist life possible? Interruption and Diversion

Postmodern fascism is the articulation of certain features of historical fascism with neoliberal hegemony (and with neoliberalism in crisis). In the heart of this dispositif of dispositifs there is a normalization of historical time, a prefiguration in which the future is deduced based on the fears of the present. Thus the importance of the Benjaminian experience of the exception. Whether through a rupture, flight, or overflowing, a non-fascist life becomes inseparable from interrupting the mechanisms of prefiguration.

A non-fascist life is a life that takes up the exception. Along a similar vein, León Rozitchner wrote that: “If war exists in politics as violence concealed in legality, it is a matter of deepening politics to find collective forces in it that, through their real entity, establish a limit to power. War is already previously present, only hidden. Therefore, we say: it is not a matter of denying the necessity of war, we only affirm that it has to be found within politics, and not outside of it. Because what politics is about is arousing the collective forces without which no apparatus can, on its own, win the war.”

This counter-power, that Rozitchner mentions as capable of imposing certain limits, entails a cognitive potential – a type of Machiavellian work, of discovering the violence dominant in democratic politics. This is projected both as the critical comprehension of the relation between war and politics – that is, the way in which the violence concealed in conventional politics degrades democratic potentials – as well as the practical task of rousing collective forces aimed at deactivating that violence. The recent South American experience (the crisis of neoliberalism in the 1990s, the protagonism of popular movements, the experiment of the so-called progressive governments) raises these questions again in a pressing way. The gradual subordination of that collective power of contestation which Rozitchner referred to, to the restricted game of a precarious mediation (the regulation of a restrained inclusion through consumption, an attempt to moderate the most savage repressive impulses), narrowed the strategic field of popular organizations, which were increasingly compelled to prioritize their capacity of containment over that of interruption.

The declining validity of these precarious mediations determines, to a large extent even today, the possibilities of a collective power that could perhaps be reactivated based on the double bind with which Benjamin imagined, in the aforementioned text about the concept of history, the generalization of the exception: on the one hand, the eruption of a new generation of struggles (a “weak messianic power,” a certain potential for transformation that “cannot be settled cheaply); and, on the other, a certain “gift of fanning the spark of hope” characteristic of one who is convinced that “not even the dead will be safe from the enemy if he wins.” Currently both tendencies or motivations can be found equally in the political field (the impetus of new generations of activists – feminist, labor, neighborhood, cultural movements – coexists with the urgent awareness of the need to stop the disaster – impunity for violence and policies that favor community dispossession, the liquidation of collective rights and exclusion from participation in collective expectations and wealth). Perhaps this allows us to conclude that what is at stake today is precisely the slow and difficult process of this articulation, that is played out entirely in its capacity to create a method of convergence that is able to organize its complexity without crushing it, of historicizing (not essentializing) an awareness of enmity, and of selecting a leadership that meets the ethical requirements that any genuine political transformation demands.

Translated by Liz Mason-Deese

La lengua revuelta // Lila María Feldman

«En un sentido, ver cosas es ocioso. Es necesario que un proyecto o una pregunta nos ligue a ellas».
La mujer rota. Simone de Beauvoir.

Hoy escribo para pensar en qué formas determinados movimientos y acontecimientos sociales generan, dan lugar a una transformación y ampliación del lenguaje. Formas en las que el lenguaje permite visibilizar o desnudar dispositivos inconscientes o naturalizados, de reparto y distribución del poder.
Se trata del surgimiento de palabras nuevas, o de palabras viejas que adquieren nuevos significados, y armarán la trama de constitución de determinadas representaciones sociales y representaciones psíquicas.
Resumen una historia de luchas que se cristalizan en una movilización y ampliación de sentidos.
Se trata de palabras y frases que cobran relevancia, y se afianzan, en tanto constituyen un nuevo sujeto político: en este sentido, algún tiempo atrás, la palabra «grieta» -en mi opinión, mucho más que ubicar diferencias partidarias, o engendrar un nuevo conflicto- construyó y organizó un nuevo sujeto político, iluminando, dando visibilidad, a un conflicto ya existente: el de los medios de comunicación y sus tensiones, desnaturalizando el juego de sus propios intereses y los modos en los que ellos impactan y participan en la vida y la agenda política. También construyó un sujeto-lector de los medios distinto, tanto menos pasivo e ingenuo. Un ejemplo de hoy: los modos en los que se nomina la violación de cinco hombres a una piba de 14, y el relato, inadmisible y brutal en algunos casos, que cada medio realiza de ello.
Feminismo mediante, a partir del «Mirá como nos ponemos», las víctimas de abusos y maltratos ya no son sujetos que padecen tan silenciosa, culposa y avergonzadamente. Consolidaron la toma de la palabra. El «Mirá como nos ponemos» despertó, y lo sigue haciendo, todo un campo de interrogaciones, movilizando la biografía singular de las mujeres, al tiempo que refuerza la pertenencia al campo colectivo del mundo femenino. «Sororidad» es otra palabra para mencionar. «Escrache», con toda su polémica complejidad. El término más amplio del «lenguaje inclusivo», la lucha todavía inconclusa, (pero poseedora de una fuertísima solidez en cuanto a su fundamentación, todo un campo extenso de palabras en contraposición a las paupérrimas e hipócritas fundamentaciones de los mal llamados «pro vida», en verdad defensores del aborto clandestino) por la legalización del aborto, etc.
Sin embargo, no son únicamente las mujeres quieres se reubican y reformulan, también los hombres, y los mismos vínculos. La adolescencia también se transforma y hoy el armado laborioso de la construcción de identidad, por empezar la de género, se realiza de otras maneras, con mayores grados de libertad y complejidades bien diferentes que no tanto tiempo atrás. Por momentos no parece tan imperioso definir orientación sexual, tipo de elección de objeto, la exploración y el tiempo para ello son terreno ganado, pero sí parece mucho más una necesidad psíquica, la de  constituirse en sujetos de derechos. Muy en especial las mujeres. Niñas, adolescentes y adultas. Y en particular, es impactante los cambios en las adolescencias y su capacidad de ligarse a nuevas categorías: «heteroflexible», «pansexual», y algunas otras, que les constituyen como sujetos capaces de ejercer nuevos derechos y libertades. O que buscan que elles sean reconocidos y legitimados. Se visibilizan y expresan conquistas. El lenguaje es un territorio donde se consolida lo ganado, donde se disputan batallas, y donde se avanza.
En otro terreno, en el campo de la Salud Mental,  es interesante pensar los efectos de algunas palabras. Por ejemplo, «Desmanicomialización»: término que inauguró nuevas prácticas y teorías de enorme potencia transformadora, fue y sigue siendo una palabra que designa no solo la búsqueda de salida al encierro represivo del padecimiento psíquico grave, sino que localizó representaciones arraigadísimas al ponerlas en jaque: la figura del loco, del paciente internado en instituciones psiquiátricas no como alguien a excluir y aislar, sino a escuchar e integrar. Reformuló en gran medida, aún inacabadamente, el lugar social de la enfermedad mental, los tratamientos posibles, sus consecuencias singulares y colectivas, por resumir en breves líneas un recorrido tan valioso, extenso y complejo. Es decir, la desmanicomialización, como nominación, esclareció, tornó visibles, las prácticas manicomiales, más allá incluso de los muros institucionales, y todo un andamiaje representacional manicomial, lamentablemente aún vigente. Las palabras son territorio de luchas.

Estas revoluciones del lenguaje se oponen, tienen como elemento antagónico, a los clises «banalizadores», o «banalizaciones  lenguajeras», que alivianan una palabra hasta vaciarla (siguiendo a lo planteado por Eduardo Muller). En las macropoliticas y en las micropoliticas de la vida cotidiana.
¿Qué es, entonces, para el Psicoanálisis, estar a la altura de la época? Un Psicoanálisis que incorpora y repiensa categorías, dispuesto a renovar los modos de pensar, o más bien a preservar su capacidad de pensamiento y su lugar de vanguardia en la historia. O volverse anacrónico… Freud gestó al psicoanálisis con la literatura, la filosofía y cultura de su tiempo. Sus mismos cimientos se edificaron en la tensión singular-colectivo, como modo de dar cuenta del funcionamiento y constitución psíquica. ¿Qué sería entonces saber leer (en lugar de recitar- repetir)?: Poder pensar la herencia teórica junto con el diario de hoy, y en relación directa a una experiencia propia.
Yo defiendo, sostengo y concibo al  psicoanálisis que no piensa a lo epocal como contexto o «ropaje» anecdótico, que reviste las cuestiones estructurales y fundamentales. Sino al psicoanálisis que considera que el tiempo histórico también es constitutivo y subjetivante. Un psicoanálisis no que se ubica del lado de los sastres cómplices que confeccionan «el traje nuevo del emperador», en alianza con algún poder, sino un psicoanálisis que se posiciona del lado de la niña que grita, riendo: «el rey está desnudo!» y así desenmascara una verdad, y el pacto de mentira que la negaba.
Yo diría que el lenguaje se modifica y se amplía cuando permite visibilizar y desnaturalizar alguna opresión. Una lucha eficaz es la que permite nombrar de otro modo. Establece un antes y un después. Es acontecimiento tanto en las múltiples historias con minúscula, como en La Historia, con mayúscula. Algo ya existía pero al ser nombrado existe de otro modo, y reordena el conjunto de significaciones y problemas.
Las intervenciones psicoanalíticas eficaces también son las que reordenan, transforman sentidos. Hay palabras que advienen a la escena psíquica a nombrar algo nuevo o a nombrar algo viejo de un nuevo modo. Éstas intervenciones sorprenden, ocurren. No sé planifican, no son operaciones prefabricadas, aún cuando se desprendan de un trabajo anterior, aún cuando tengan una historia de construcción. No son slogans ni clises.
«Se va a caer»,  «Lo patriarcal», «Mirá como nos ponemos», «Ni una menos», «Escraches»: Palabras- frases que fuerzan una toma de posición. Palabras que reordenan todo el sistema del lenguaje. ¿Pueden los consultorios quedar al margen de esto?
El poder, por supuesto, resiste. La Real Academia. Los monopolios. Los grupos de poder. El psicoanálisis vetusto también. El poder psiquiátrico. Los grandes intereses económicos. Los laboratorios. Los señores feudales. La iglesia y los sistemas religiosos en general, en particular los grupos evangélicos -nuevos actores sociales-, es decir, el conjunto heterogéneo y férreo de los sectores conservadores que históricamente se caracterizan por silenciar o mantener el statu quo.
Entonces, una verdadera revolución, empieza, concluye, y se instala definitivamente, en el lenguaje. Lenguaje que habita nuestros cuerpos, representaciones indisociables de afecto.
No conocemos los alcances y el punto de llegada, pero sí que no tiene vuelta atrás.
Lo que queda claro, lo insoslayable, cada vez más, es que la vida es política. Tomando las palabras del comienzo, de Simone de Beauvoir, somos responsables de pensar que frente a, o mejor dicho, dentro de las cosas que ocurren, y  nos ocurren, nuestra posición implica situarlas desde las propias preguntas, y desde determinados proyectos. Nunca en abstracto.
Lo sepamos, lo pensemos, lo nombremos, o no.

Lila María Feldman.
Psicoanalista.
2 de enero de 2019.

El 2019 es una trampa // Diego Valeriano

El 2019 es una trampa donde trabajás todos los días, donde llevás a tu hija a la escuela y donde tu mamá la sigue yendo a buscar porque vos no llegás a tiempo. Donde mirás series, donde creés que es político quejarte porque aumentó el bondi, ese que tomás para ir a trabajar. Una trampa mínima, vital y móvil que soportás con pastillas, escabio y posteos. Una que hace que por ahí no llegues a tu casa y que tengas miedo por la noche cuando sacas a pasear el perro y te cruzás a las chicas en el cementerio de Morón.

Una donde te llenás de odio a las pibas, ahora que les tenés miedo, vos que las acompañaste en sus reclamos, vos que creíste que estabas siendo picante. Una trampa donde caminás como un cangrejo, donde mandás wasaps a la madrugada y no te contestan. Una trampa que ayudás a tender cuando hablás de futuro, carreras, militancia y salidas laborales. Donde te da pavor que la gedan tanto.

Una trampa que construimos todos los días, donde se tapan los reclamos piolas con banderas. Donde vas a donde te dice la orga que vayas, donde la espontaneidad ya está perdida. Donde tarde de noche ponemos la tele para mirar a esos chamuyeros con pechera que se tiran de cabeza a las cámaras, a dirigentes que usan el pañuelo verde como coartada, a la responsable de género que ya no puede decir nada de traidora que es, y entonces dice del ajuste.

Una trampa llena de Chocobar, de ortibas que quieren sangre, de chetos, de refugiados, de doñas que festejan detrás de la reja de la casa cómo matan a otro guacho. Una trampa donde vos te indignás según quién sea el victimario, que explicás a Luciano distinto que a Santiago, que ya te olvidaste del Negrito, que en realidad tenés el 911 fácil, que ya no salís de noche.

Una trampa llena de miedo, nuestro miedo a ellos, a sus gritos, a su crueldad, a  su violencia, a sus razones, a su manija. Un miedo inmenso a ellos porque van ganando.

Bayer. La historia y el nombre // Horacio González

Osvaldo Bayer escribía con el misal del redentor como dictáfono moral. Ninguna de sus palabras estaba desligada de una misión, la de crear una emoción colectiva alrededor de un pasado de injusticias que se abre al presente reparador. ¿Cómo se certificaba en un presente real la justicia para un pasado brumoso donde las víctimas yacían innominadas? No alcanzaban los arrepentimientos ni las plaquetas de un Estado que pide perdón. Lo que iniciaba la reparación, para Bayer, era un sacudimiento catártico en la conciencia popular. Y alguien lo tenía que suscitar. Bayer se convertía entonces en investigador, escritor y oficiante del acto reparador.

Sus exposiciones partían de sus escritos, pero algo debía ocurrir en el transcurso de la evocación de los sucesos represivos, en especial en la Patagonia, hace ya casi un siglo. Se debía producir, en los cuerpos presentes, un tipo específico de conmoción, difícil de describir, cercana a un éxtasis asombrado en torno a una masacre rediviva, reintegrada pastoralmente a los auditorios forjados varias décadas después. Por eso Bayer, que no era un pastor ni daba misas, ejercía una atracción sobre su público lector consistente en ofrecer nuevamente la evocación dramatúrgica de la gesta de los sacrificados.

Reencarnar antiguas tragedias corresponde a los actores, a todo poseedor de las necesarias cualidades de una mímesis, pero Bayer era esa clase de historiadores que une a una investigación (donde busca testigos tanto como documentos), las facultades de una representación que se le ofrece a un público que además de querer saber lo ocurrido tras los cortinados oscuros de la historia nacional, debe munirse ahora de una sabia indignación. En ella se confunden el saber y una mística capaz de construir la conciencia del justo.

Es así que el estilo narrativo de Bayer, nunca exento de probanzas concluyentes, se volcaba con insistencia hacia la espesura anecdótica de los hechos, pues ellos eran el rostro sufriente de la historia, la parábola de los cronistas más antiguos, que reunía a la vez lo acontecido con su enjuiciamiento reparador. El relato de Bayer, destinado a la identificación inmediata de los escuchas, no importaba que repitiera numerosas veces los hechos de resistencia de las prostitutas que rechazan a los soldados fusiladores, pues justamente cada vez que su voz los reponía con la certeza de que la historia hecha fábula corresponde a una antiquísima pedagogía popular, se reforzaba misteriosamente la creencia en la justicia profética o contrafáctica.

Bayer nunca renegó del trabajo de los historiadores profesionales, pero sabía que ellos nunca prestarían atención a su magna fusión entre la exhumación de los folios del pasado y el llamado a purificar la conciencia pública instigándola a medirse con el conocimiento de las atrocidades más remotas. Esta tarea se evidenció en todas sus intervenciones respecto a cambiar el nombre de una calle, mover famosos monumentos, o trastocar el nombre de una entera ciudad. Era su reconocible originalidad de historiador promover la sapiencia de que la historia es finalmente el choque del nombre de las víctimas y los victimarios en el ensueño de la política del presente. Por eso será recordado, y porque ahora una calle de la ciudad su nombre espera.

 

Buenos Aires, 30 de diciembre de 2018

Fuente: La Tecla Eñe

Escuchar el malestar. Sobre las denuncias pùblicas de abuso sexual y el ámbito psicoanalítico// Erica Krebs

La denuncia del colectivo de actrices (que no se reduce al caso Darthes, sino que lo toma como caso testigo de los infinitos abusos que nos ocurren cotidianamente) produjo una multiplicación incalculable de resonancias en diversos espacios.

Tal vez desprolijamente, por el entusiasmo y la urgencia que surge de los acontecimientos, me interesa situar aquí algunos efectos posteriores a la presentación, sobre todo aquellos que pude escuchar o leer entre colegas del campo psicoanalítico.

Tanto desde los rebotes en los consultorios, como en los intercambios ocurridos en conversaciones y redes sociales entre colegas, puede situarse con claridad que la eficaz puesta en escena de las actrices nos interpela, ineludiblemente, como analistas.

Los ecos posteriores permiten interrogar tanto la práctica clínica como las lecturas posibles que desde el psicoanálisis están ocurriendo en torno a las críticas al patriarcado que surgen desde los feminismos.

¿Cómo nos posicionamos como analistas respecto del patriarcado, o de su puesta en cuestión? ¿Cómo nos vinculamos con las teorías de género o con otros saberes que están pensando una crítica al modelo patriarcal? ¿Qué nos modifica en nuestra clínica y nuestra lectura el avance de los feminismos?

LA HABILITACIÓN DEL DECIR

El efecto más interesante y más inmediato de la denuncia de las actrices fueron los innumerables relatos en primera persona de todas las mujeres, e incluso –aunque más tímidamente aún -de varones, contando diversos tipos de abusos padecidos. En las líneas de denuncia y asesoramiento telefónico se multiplicaron los llamados, y quienes se comunicaron explicitaron que fue la denuncia colectiva y pública lo que les habilitó la palabra.

En nuestros consultorios también se multiplicaron los testimonios. Recuerdos olvidados o desestimados, se invistieron nuevamente de afecto. En las redes sociales también surgían relatos a borbotones, lo que no hace más que confirmar la validez del mensaje de las actrices. Los abusos existen, masivamente. Lo que no existía era una visibilización en la misma proporción.

Otro efecto potente que comenzó a escucharse es la posibilidad, para los varones que se animan a ello y están dispuestos, de interrogarse por su propia posición en relación a las mujeres, cuestionando sus modos patriarcales de encarar las relaciones. Ese efecto, tan conmovedor, que también comienza a manifestarse en nuestros consultorios, da cuenta de cómo los feminismos abren un camino para que tanto mujeres/disidencias como varones puedan emanciparse de los mandatos del patriarcado.

Recordemos que el psicoanálisis se inaugura con un gesto pequeño, pero de incalculable valor: escuchar a mujeres que padecen. Las histéricas, con su vistoso repertorio sintomático, eran destratadas por la medicina de su época, acusadas de mentirosas, de simular enfermedades.  La escucha freudiana habilitó que ese padecimiento, encriptado en los síntomas, pudiera decirse. Aquel sufrimiento -vinculado fuertemente a los modos socio-históricos de configuración represiva de la sexualidad femenina- pudo desplegarse en un decir porque hubo una escucha que no lo juzgó, que no acusó, que no indicó de qué maneras debía decirse o tramitarse ese sufrimiento.

¿Estamos los psicoanalistas en continuidad con esa apuesta freudiana? ¿Cómo escuchamos los modos en que actualmente se presenta el malestar? ¿Cómo nos atraviesa ese malestar a nosotros, como analistas?

Es claro que el impacto social de la denuncia invitó a que los pacientes tomaran la palabra pero… ¿y los analistas?

LAS DISCUSIONES AL INTERIOR DEL CAMPO PSICOANALITICO

  • Sobre la crítica a la puesta en escena

Posteriormente a la denuncia colectiva, en charlas y redes sociales, aparecieron algunas lecturas u opiniones dentro del campo psicoanalítico, que propongo discutir. Algunos psicoanalistas tomaron una posición que a mi juicio es peligrosa respecto de la denuncia colectiva.

En algunos casos escuché críticas muy duras al video de Thelma, porque relataba los pormenores de la violación: que era una mostración obscena, que era perverso, que erotizaba la situación al provocar fantasías en el espectador, que ese relato era para el juez y no para todo el público, que el hecho de haber armado un video en una habitación de hotel le quitaba credibilidad al relato, que alimentaba la lógica espectacularizante y banalizadora de los medios de comunicación.

Los argumentos enumerados invierten (como es tristemente habitual frente a los casos de abuso) la carga de prueba: se le exige a la víctima responsabilizarse por lo que los medios harán con su testimonio, o por lo que quien mire el video pueda… ¿fantasear?

¿Quién tiene la potestad -pregunté a los colegas, y sostengo la pregunta- de decirle a la víctima cómo debe tramitar esa vivencia? ¿Quién se arroga el derecho de decir lo que está «bien» o «mal» respecto de las posibilidades de construir un relato de quienes han transitado ese horror? ¿Por qué quienes se dedican a escuchar el sufrimiento humano, frente a una  denuncia de estas características, ponen la mirada crítica sobre la víctima en lugar de abrir la escucha a cuánto hay de silenciado aún hoy respecto de los abusos?

Rotular ese video de “perverso” o de “mostración”, pone un sesgo diagnóstico en una situación que no es pertinente, por no ser una situación clínica en la cual -para situar esas coordenadas- la escucha se realiza en el marco de un vínculo transferencial. Explicar en términos clínicos una escena que es política, invisibiliza la dimensión política del acontecimiento que es, a mi juicio, central.

Creo que, sobre todo tratándose de psicoanalistas, estamos convocados a escuchar, sin juzgar a quien denuncia.  “El psicoanálisis pone una barrera entre el abuso y las posiciones de sujeto en la cultura. Toda forma de violencia, reducción o devoración  de la otredad es condenable y denunciable. La ética del psicoanálisis no admite las atrocidades de la destrucción del otro.”[1]

Los nuevos modos del malestar se manifiestan de nuevas formas. En la época victoriana, el ciframiento sintomático de la histeria produjo un agujero en el saber-poder de la medicina y en su definición de qué era un cuerpo. Hoy en día el saber/poder se pone en juego de modo hegemónico en los medios masivos de comunicación y en los modos en los cuales construyen realidad. ¿Por qué no sería allí mismo, en los medios, donde se perfore el pacto de silencio?

Con la denuncia colectiva, las actrices agrietaron eficazmente el poder mediático/patriarcal con una puesta en escena que, como en la transferencia analítica (pero sin requerir ningún desciframiento inconsciente, al no tratarse de un síntoma) permite leer una verdad: donde ahora hay palabra, había antes efectos silenciados de la violencia. Utilizaron su saber sobre los medios, por primera vez, para alzar la voz como sujeto colectivo, en lugar de ser usadas instrumentalmente para el juego mediático. Y lo hicieron, a diferencia de las sufrientes histéricas de fines del siglo XIX, de modo consciente, estratégico y colectivo. ¿Por qué se las condena en lugar de escuchar?

Sobre el “espectáculo” que los medios puedan producir a posteriori sobre ese material, vale decir que conviene no quedar hipnotizados con el flujo de imágenes, para poder escuchar que implica, socialmente, esa denuncia. No olvidemos que también en el hospital de La Salpêtrière se producía una espectacularización con las pacientes histéricas. Eso no impidió a los primeros psicoanalistas poder interrumpir la captura de la mirada, hacia las fascinantes puestas en escena promovidas por la medicina de la época, para poder pasar a una escucha que restituya la dignidad de la palabra a las pacientes.

Otra lectura, a mi juicio errada, que escuché también entre colegas en su crítica al video testimonial,  planteaba que esa “mostración” del video no era culpa de Thelma, sino que estaba «mal asesorada” o que había sido “llevada”, por otras, a realizarlo. Esta “interpretación” (realizada también fuera de las coordenadas clínicas) la sitúa, nuevamente, actuando lo que otro abusivamente desea hacer con ella. Esa lectura, revictimiza a la denunciante, prejuiciosamente, al no validarla como alguien en pleno derecho de decidir cómo, donde, y a quien relatar su experiencia.

Además de que no se puede tomar a Thelma como un caso clínico, aplicándole a su testimonio categorías no pertinentes, tenemos también que estar dispuestos a dar el espacio para que quien padeció un abuso deje de ser sólo víctima, y pueda transformarse en sujeto político. El pasaje de un lugar de puro padecimiento silencioso, a una acción colectiva coordinada con otras mujeres que se reconocen en esa experiencia y amplifican sus voces es un modo, no sólo posibilitar la elaboración singular del trauma individual, sino de la más generosa apuesta política: transformar el orden de cosas para que esa violencia no se siga repitiendo.

Y, más allá de cualquier argumentación, a los efectos me remito: el modo en que fue compuesta la dupla video + denuncia colectiva habilitó a la circulación de la palabra sobre un sufrimiento, por largo tiempo silenciado, que nos atraviesa a todas, pero que muy pocas se animaban a contar. Es la combinación del relato + sororidad + efectos posteriores lo que hay que analizar, y no el video como una producción aislada.

  • Sobre el (des) encuentro con las teorías de género

Otra deriva posterior a la denuncia colectiva fue, a mi criterio,  un apresurado o sesgado posicionamiento de algunos colegas respecto de algunos discursos sobre género.

Circuló masivamente una presentación reciente de Rita Segato, que advierte sobre el peligro de un feminismo segregacionista y no pluralista, para reducir la diversidad del movimiento feminista a una nueva forma de fascismo. Reiteradas veces se utilizó -en los intercambios en redes sociales- el título de la nota, sin dar cuenta del recorrido argumental de esta autora en cada entrevista o presentación. Hay que reconocer que  el titular es efectista[2] pero no da cuenta de la complejidad del pensamiento de Segato.  Tomar como referencia central de su pensamiento ese recorte, utilizando su nombre como cita de autoridad, para advertir  sobre supuestos peligros o linchamientos que ocasionaría la andanada de testimonios y denuncias, obtura la posibilidad de visibilizar los múltiples modos de la violencia patriarcal que recae sobre las mujeres. Apresurarse a acusar a todo el feminismo de revanchista, sin darse la oportunidad de conocer las discusiones que se están dando al interior del movimiento, es otro modo de desvalorizar la palabra de las mujeres, de no dar crédito, de mezquinar la escucha.

Es necesario subrayar que el planteo de Segato, sobre los riesgos del feminismo segregacionista, lo realiza desde adentro del feminismo, como un aporte a la construcción de un movimiento que apuesta a la pluralidad.  En ningún momento minimiza las violencias efectivamente ocurridas,  por el contrario,  considera un gran avance la posibilidad de que estos relatos salgan a la luz y los efectos de la violencia puedan ser elaborados colectivamente. La apuesta de Segato a construir un feminismo no punitivista, reconoce el valor de la denuncia colectiva de las actrices y dirige su crítica, no a las mujeres que testimonian, sino al modo en el cual los medios suelen tratar las cuestiones de género y violencia.  [3]

Incluso, en una entrevista reciente[4], Segato diferencia de manera clara las respuestas de «linchamiento» -entendido como un modo no comunitario, no legitimado socialmente, sino como puro revanchismo- del «escrache» como un modo de justicia legítima, construido colectivamente, allí donde el sistema jurídico estatal hace agua respecto de la necesidad de justicia de una comunidad. El linchamiento es una respuesta inmediata, irreflexiva, que devuelve a la violencia más violencia, no da garantías al proceso de la justicia (estatal o social). El escrache, por el contrario, tiene unos tiempos sociales de construcción, implica consensos, escucha, y una lectura afinada de los lugares en donde el sistema judicial no está a la altura de los acontecimientos.

Creo que una lectura más profunda (y empática) sobre la proliferación de denuncias públicas permite ver que no son linchamientos, sino modos de acompañarse (“a mí también me pasó”, “me too”), o intentos de mapear el peligro advirtiendo a otras dónde puede haber un abusador. Son modos, tal vez aún desprolijos, descoordinados, difíciles de regular en sus efectos, de cuidarse solidariamente. Allí donde el Estado falla, se construyen comunitariamente estrategias de cuidado.

Como analistas, entiendo que es un error leer allí una voluntad de linchamiento. “En la línea de la ética y clínica del psicoanálisis que venimos hablando, no hay lugar para la voluntad de dominio de un cuerpo sobre otro en tanto eso aniquila al otro como sujeto, posición que es la del abusador (adultes cualquiera sea su género). El abuso es siempre abuso de poder de un cuerpo sobre otros más débiles o vulnerables. Eso requiere convocar alguna forma de la Ley, norma o exposición social, requiere producir una enunciación y visibilidad con umbrales sociales. Lo que aparece como escrache cumpliría esa función. Ahí también está el psicoanalista. Se lo debe encontrar en ese lugar. Sería un modo de intervenir en lo social, acompañar ese doloroso proceso de advertir una violencia y sostener el deseo de justicia. Eso entiendo hace a la  ética del psicoanálisis.” [5]

La apuesta del feminismo no es punitiva. El movimiento feminista apuesta a construir otros modos de vincularse, que no estén mediados por la violencia[6]. La lectura que retroactivamente permite comprender que hubo abusos allí donde eso no podía nombrarse permite reposicionamientos y aprendizajes. Permite construir modos de crianza que no legitimen el abuso. “La llamada crisis del patriarcado afecta los modos del lazo, la crianza, los modos de elección, los pactos de amor y los juegos de seducción, al dejar manifiesto cuánto de político tienen esos efectos de sentido –quizás-  habilite un modo posible de pensar eso de que todo lo personal es político.”[7]

En este sentido feminismo y psicoanálisis tienen mucho para compartir y dialogar.

  • El abuso del concepto de fantasía

“La teoría es buena, pero eso no impide que las cosas sean como son” [8]

El último de los efectos que he leído por parte de algunos colegas y que me interesa interrogar, es la referencia teórica al concepto freudiano de fantasías histéricas para leer la multiplicación de denuncias posteriores a la presentación de las actrices.

Un relato que circuló entre algunas colegas refería a una paciente que, habiendo relatado en sesión el abuso sexual sufrido por parte de su padre, vio que el analista anotaba en su cuaderno “fantasía sexual edípica”.

Otro analista, afirmando la imposibilidad de que todas las mujeres hayan padecido al menos una situación de abuso, se refirió a las “protofantasías histéricas de seducción” como explicación a la proliferación de relatos y denuncias. También agregaba que no pueden ser “todas” quienes padecieron abusos, ya que hay mujeres que manifiestan que “no se han sentido abusadas” [9]. Para esto último se sirvió, también, de Rita Segato, quien en una entrevista reciente propone escuchar a aquellas mujeres que pudieron evitar los abusos, para poder hacer de esa experiencia un aprendizaje de cuidado para todas. [10]

La referencia, en este contexto, al concepto freudiano de fantasías requiere algunas precisiones sin las cuales se estaría utilizando la teoría para desestimar la validez de las denuncias.

Creo necesario subrayar que el psicoanálisis es un campo conceptual necesario, pero insuficiente para poder pensar la totalidad de estos fenómenos. “El psicoanálisis no es una cosmovisión de mundo. Es una clínica y una ética. Nada más ni nada menos. Desde ahí puede contribuir  a pensar los malestares de la cultura y sus efectos en la producción de subjetividad para situarse a la altura de la época”[11] Hay otros discursos y saberes que abordan también este malestar, con los que es imprescindible dialogar. [12]

El psicoanálisis nos ha permitido comprender que el ser humano  entra en la sexualidad como objeto del otro, y su vez tomando al otro como objeto. Esto es cierto, pero hay que leerlo con mucha cautela cuando estamos pensando un fenómeno como el de los abusos.

En la constitución subjetiva humana, es el otro de los cuidados de quien se espera que vaya erotizando, amorosamente, el cuerpo del cachorrito humano. Subrayo esto porque la erotización que se produce en el vínculo hijo-madre (entendiendo madre como función, independientemente de quien la realice) está en las antípodas del lugar de objeto en el que queda una víctima de violación, de acoso, de abuso.

El vínculo primario erotizante, es un vínculo de cuidado y de subjetivación. Al alimentar, asear, sostener y hablarle a un niño, se realiza la más hermosa apuesta subjetiva: que allí haya otro. Que de ese vínculo quede como saldo una fantasía inconsciente en donde se ocupa el lugar de objeto, es una cosa. Ahora bien, en los casos de violación, acoso o abuso, se trata de todo lo contrario. Es una experiencia absolutamente des-subjetivante. El abusador se sirve del niño, niña, mujer para su propia satisfacción, negándole la condición de sujeto.  Por eso el silencio de la víctima es una condición necesaria de esa experiencia.

Y por eso la necesaria dignidad de habilitar el relato, la denuncia, es liberadora, y debe ser en los tiempos y los términos en los cuales lo pueda construir quien padeció esa agresión. Con una comunidad que acompañe a la víctima sin moralizar. Que la escuche sin juzgar. “Creer es un modo sustancial de nuestro trabajo; empezamos siempre dando crédito. Escuchando dónde está ubicado el sufrimiento y sus sentidos. La resistencia será siempre del analista.”[13]

Confundir el modo en que el humano entra en la sexualidad con los abusos que se están denunciando es muy grave y retrotrae todo lo que hemos ganado en términos de desplegar nuestro decir, a un lugar incluso pre freudiano, al negarle a las mujeres el derecho a un decir propio.

Como ya se ha dicho aquí, la lectura “clínica” que interpreta una fantasía allí donde no hay una formación del inconsciente, ni un vínculo transferencial, sino un acto político, está desconociendo la dimensión política de las denuncias, y a la vez banalizando la práctica clínica que, para poder desplegarse, requiere de un encuentro, una escucha abstinente, y una cuidada rigurosidad en la lectura.

“Es claro que fantasías  hay siempre, y  son constitutivas de las relaciones. Si hay fantasía puede haber equívoco -por supuesto- es parte del asunto y eso hace síntomas, lo que es distinto a suponer una fantasía allí donde hubo voluntad de dominio sobre un cuerpo más vulnerable y ejercicio efectivo de esa fuerza. Y que esa fantasía se constituya en la justificación de una acción abusadora, creo que es el punto ético de inflexión donde haríamos de la teoría una canallada”[14]

Tomar el argumento que “defiende”[15] la ambigüedad de la sexualidad humana -como si denunciar las violencias pusiera en peligro la posibilidad de un despliegue deseante de la sexualidad en lugar de, justamente, preservar la posibilidad del deseo-  pone un velo de desconfianza o confusión frente a las denuncias de abuso, y es un modo muy canalla de utilizar la teoría. Porque además, bueno es recordarlo, ninguna puesta en escena de un deseo justifica un abuso. Por supuesto que los y las adolescentes pueden poner en juego sus ensayos con la sexualidad, sus intentos de ser mirados, deseados. Y es esperable que puedan hacerlo en un contexto en donde ningún adulto se abuse de ello.

Como analistas, nos toca poder afinar la lectura para poder diferenciar estos lugares. Distinguir la práctica clínica de la acción política. Poder leer con claridad la diferencia entre los pares y la asimetría. Poder subrayar donde se puso en juego un poder, o donde hay escenas (exploratorias o sintomáticas) entre niñes o adolescentes, en las cuales la comprensión de la complejidad exige otros modos para abordarlo, y requiere un acompañamiento frente a los tropiezos propios del desarrollo sexual.

Para todo esto, el recorrido conceptual freudiano debe ser nuestro piso de pensamiento, no nuestro techo.

Si, como analistas, nos proponemos estar a la altura de la época, más que interpretar lo que está aconteciendo como una ratificación de los conceptos psicoanalíticos legitimados, recortar otros discursos como meras herramientas confirmatorias de lo que ya ha sido pensado, o hacer interpretaciones clínicas de fenómenos que no lo son, podríamos inspirarnos en el gesto freudiano: donde a las mujeres (es decir, a la otredad) se las trató de locas, de exageradas, de mentirosas… vernos convocados a escuchar qué del malestar en la cultura se está manifestando.

Erica Krebs (psicoanalista), diciembre de 2018

[1] Intercambio epistolar electrónico reciente con Horacio Medina, colega psicoanalista, maestro y amigo. (La colaboración de Horacio en relación a este texto excede en mucho a aquello que pueda entrecomillar y citar. Su interlocución está presente en mi clínica y mi pensamiento desde hace un tiempo ya tan largo, diría originario, que se ha vuelto mítico.)

[2] https://radiocut.fm/audiocut/rita-segato-el-feminismo-no-puede-ser-fascistano-puede-construirse-como-una-politica-del-enemigo/

[3] El paralelo con lo descripto en el apartado anterior respecto de las histéricas, es claro. La escucha analítica fue posible por retirarse de una mirada fascinada, para sostener una escucha. Y también porque no juzgó a las pacientes por sus puestas en escena de los síntomas. Freud no se cansó de criticar la posición de los médicos respecto de estas mujeres, del modo en que Segato critica a los medios por el tratamiento que dan a las cuestiones de género y violencia. Ninguno de los dos dirige un juicio moral a las mujeres.

[4]https://www.pagina12.com.ar/162518-el-problema-de-la-violencia-sexual-es-politico-no-moral?fbclid=IwAR1skWb32qh7hFo3Pz5obv47b81tn6w_AUIU2Fh3LW0tXNpeTy0wGFhIHTM

[5] Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[6] “La transformación de los feminismos es muy importante sobre todo en la crianza. Construir modos del amor maternante – madres y padres- que transvaloren los existentes. Existir en la crianza de un modo más amoroso y cada vez menos patriarcal.” Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[7] Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[8] Frase que Freud citaba de uno de sus maestros, Jean-Martin Charcot

[9] Subrayo  el “no se han sentido abusadas”, ya que aún aquellas mujeres que no sintieron un abuso como tal, pueden resignificarlo a posteriori. Y aquellas que pudieron evitarlo/defenderse, también padecen la violencia.

[10] https://radiocut.fm/audiocut/rita-segato-el-feminismo-no-puede-ser-fascistano-puede-construirse-como-una-politica-del-enemigo/

[11]   Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[12] Alicia Stolkiner, importante referente del campo de la Salud Mental, viene realizando en este sentido una comprometida y tenaz intervención en redes sociales, desarticulando prejuicios que se construyen por lecturas pseudo-psicoanalíticas de fenómenos que requieren abordajes más complejos y multidisciplinares. Comparte además, generosa y amablemente, mucha información (casuística, investigaciones, etc.) de la cual los analistas muchas veces no disponemos. Va mi gratitud a esa enorme tarea.

[13] Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[14] Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[15] En un manifiesto y en otras presentaciones públicas, un grupo de mujeres francesas cuestionó a los movimientos feministas que denunciaban abusos. El argumento: si ellas habían sabido defenderse, los abusos eran responsabilidad de aquellas que no lo habían hecho. Sin espacio para registrar las vulnerabilidades y las asimetrías de poder, estas mujeres encarnan el discurso patriarcal, que acusa a la víctima: “no tengo ninguna razón para sentirme «hermana» de una actriz de cine que a esta altura, a instancias de Asia Argento, toma conciencia de que ha sido víctima de abuso sexual por parte del productor de cine Harvey Weinstein, ni de una periodista que acusa públicamente a un colega de haberle pellizcado el culo en el pasillo. Yo también, durante mi carrera, he estado frente a hombres de poder y a hombres groseros. Mi reacción no fue la misma que la de ellas. Tengo derecho a decirlo. Además, a las imprudentes que siguieron al productor de cine a su habitación de hotel, les reprocho que no hayan tenido en cuenta la suerte de vivir en un país en el que tienen garantizadas muchas otras libertades fundamentales, de las que está privada la mayor parte del resto de la humanidad.” https://www.infobae.com/america/cultura-america/2018/10/10/existe-la-mujer-el-discurso-inaugural-de-catherine-millet-en-la-decima-edicion-del-filba/

https://www.infobae.com/america/mundo/2018/01/09/el-manifiesto-completo-de-las-intelectuales-francesas-contra-el-metoo/

Se va a caer // Rita Segato dialoga con Verónica Gago

Fuente: Página/12

¿Qué es hacer política en medio del colapso patriarcal? Con esta pregunta y en conversación como modo del pensamiento, como propicia Rita Segato, las palabras se disparan buscando un vocabulario para lo que la marea feminista no para de hacer emerger. Su mamá, cuenta, se asustaba de lo que llamaba su “lengua viperina”: de encantamiento y de maldad. De poder construir y destruir realidades con la palabra. “Estamos viendo emerger una realidad bajo nuestros ojos y tenemos que darle nombre, generarle retóricas, porque es una política que se distingue de la ficción institucional de lo que se llama convencionalmente política”. Esa politicidad emergente está transtocándolo todo. ¿Cómo cambia la política con la entrada en escena de una politicidad de las luchas feministas en las calles, en las casas y en las camas?

¿De qué tipo de política hablamos?

Una vez que algo que es parte de nuestra experiencia vivida es nombrado, pasa a obtener un status de existencia como parte de la realidad. Es por eso que todos los autoritarismos intentan siempre ejercer un control muy grande sobre las palabras. En este momento, la escena política está pasando de las manos de los hombres a las de las mujeres y necesitamos escudriñar y nombrar todo lo nuevo que hay en este tránsito de la historia. La política está frente a una nueva era, y lo que va a reencaminar la sociedad hacia otro horizonte histórico, con más bienestar para más gente, no va a ser el camino que siempre hemos seguido, que es tomar el Estado para desde allí reencaminar la historia, porque ese camino hasta ahora nos ha venido fallando. Se intentó atraer la adhesión de la gente a los progresismos por medio de dar más acceso al consumo, pero eso fracasó estrepitosamente en Brasil y en Argentina… y en otros países, como Bolivia, parece no estar causando el efecto esperado.

Creo que esto tiene que ver también con el papel de las economías ilegales, con su expansión vinculada a dinámicas de consumo justamente, y con lo que significan los Estados en América latina. Son elementos de balance central para la última década, ¿no?

En un continente donde los Estados nacionales son el resultado de la historia de las sociedades, con sus conflictos, sus guerras y alianzas, como es en Europa, la relación Estado-Sociedad es muy diferente a la de nuestros países. Los verdaderos héroes de nuestras independencias murieron asesinados, exilados o en el más absoluto abandono y ostracismo, y las élites criollas, de identidad ambigua e insegura, junto a sus amanuenses, fundaron repúblicas de doble llave operativa para recibir la transferencia de los bienes coloniales de ultramar a la administración en territorio. Construyeron así un aparato estatal como recipiente para la transferencia de los bienes coloniales –la tierra, los minerales y la mano de obra– de la sede ultramarina a la sede regional. Solo se trató de un cambio de manos, de un cambio en la gerencia nada más…. Es por eso que la gestión criolla nunca dejó de mantener una relación de exterioridad con relación a lo administrado, por eso podemos decir que nunca dejaron de tener una relación colonial con lo administrado. Los estados arquitectados de esa manera procedieron entonces a inventar sus naciones y trazar las sospechosas y artificiales líneas de puntos que conocemos.

En ese sentido se originan como Estados contra la sociedad.

Exacto. Es por eso nuestras sociedades, los pueblos que la forman, nunca se sienten parte del Estado, ni aunque voten. Más bien solo le temen al Estado. Y estados formados así, con su fragilidad constitutiva, fundacional, presentan una vulnerabilidad extrema a la inflación de la esfera para-estatal de control de la vida. En nuestros países, el estado de excepción y la dualidad del estado también inherentes a la gestión de la vida de los países europeos, es decir, las llaves alternativas de control de la sociedad en situaciones de excepción, se hipertrofian con una facilidad extraordinaria. Nuestras repúblicas presentan una vulnerabilidad constitutiva a esa hipertrofia y a la instalación de una esfera para-legal, para-militar, para-económica y para-política de control de la vida de sectores cada vez más amplios de la población.

Y eso es perceptible, ¿verdad?

Sin duda. En México, inclusive, los sectores críticos prefieren hablar de un narco-estado, fundiendo en una entidad única e indisoluble el control criminal y estatal de la vida. Yo prefiero conservar la diferencia, es decir, las dos categorías, la de estado y para-estado y no adherir a la fusión de ambas.

¿Por qué?

Porque en la representación social dominante, en los esquemas sociales de todxs nosotrxs, el Estado existe. Entonces, existe una institucionalidad y una ley. Esa fe estatal mantiene en pie y hace posible la interacción social en muchísimos espacios, aunque es constatable que el Estado opera a dos aguas. Pero eso siempre fue así porque las elites lo armaron, lo arquitectaron, para operarlo legal y para-legalmente, en un registro o en otro. Entonces, prefiero hablar de Estado y de para-estado porque la diferenciación entre ambas estructuras de control social se encuentra todavía vigente como representación en las conciencias de las personas, en el recurso formal a la Justicia de Estado y en la persistencia constatable de algún nivel de fe institucional. De cualquier forma, a lo largo de mi camino estudiando el tema de los feminicidios y observando la expansión y transformación de la escena violenta en México y el Triángulo Norte de América Central (El Salvador, Guatemala y Honduras) fui percibiendo la transformación de la relación entre Estado, Para-Estado y Sociedad. En Ciudad Juárez, que fue mi primer trabajo en la región, percibí cómo operadores del Estado, es decir, personas insertadas en la gestión pública, funcionaban como prótesis del para-Estado. Lo describí diciendo que había vasos comunicantes muy bien irrigados, adherencias, entre la esfera para-estatal y la esfera estatal de control de la vida. Diversas formas de enriquecimiento no lícito: parte del lucro de las maquilas y los diversos tráficos –de substancias, personas y capitales no declarados en su camino de atravesamiento hacia los bancos del Norte– producían una para-economía a la sombra de la protección de gestores actuando en el campo estatal, que necesitaba a su vez de una fuerza para-policial de protección de esos bienes y de un mancomunamiento estrecho y pacto de silencio entre todos los involucrados. Era claramente el crimen organizado extendiendo sus tentáculos y atrapando actores del campo estatal.

Algunos años después, ya conceptualizas esto de otra manera…

Cuando estoy escribiendo mi texto sobre las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, comprendo que ha sucedido un cambio en esa escena. ¡Fue literal!, sucedió al digitar uno de los subtítulos del ensayo. Al escribir el subtítulo “La captura del Estado por el crimen organizado” refiriéndome al carácter de proteico de algunos elementos del campo estatal que operan teledirigidos por actores criminales, súbitamente me dí cuenta de que ese subtítulo ya no describía la realidad, ya no nombraba lo que realmente existía, y lo cambié. De forma que ahora esa sección del ensayo se llama “La captura del crimen organizado por el Estado”. Es el Estado el que ya en ese momento captura y burocratiza el crimen, las fuentes de ingresos que la política de Estado necesita. Y vemos que hay un momento en que el bandido social, anti-estatal, al estilo Pablo Escobar, deja de existir; aunque cruel, ese bandido representaba un papel antagónico para las elites operadoras del Estado. Hay un momento en que eso cambia y el Estado coloniza, burocratiza el crimen. En 2006, mafias locales junto a sicariatos locales, corporaciones armadas que prestan servicio, contaban con operadores del estado que los asistían de varias formas – eso se muestra claramente en la cooperación de esos actores del campo estatal por el encubrimiento y la manipulación de evidencias en los feminicidios. Ahora, las elites operadoras del aparato estatal son las que conducen la operación criminal. Ha habido un cambio.

¿Qué es lo que cambia ahora con el feminismo? ¿Cómo interviene frente a esta compleja imbricación de violencias y economías?

El feminismo desarma la política matona. Lo que cambia con el formato de la politicidad femenina es que forma parte de otra historia, es que pone fin a la política matona. Por eso es tan insoportable cuando vemos a una feminista haciendo política matona sin darse cuenta de que es la del otro lado de la historia porque esa política matona cuenta para su producción y su accionar con el recurso humano de la población masculina formateada por el mandato de masculinidad. Si se desmonta el mandato de masculinidad se acaba la política matona.

¿Cómo caracterizarías esa política?

El matonismo político es una característica muy fuerte de nuestro país. Uno de los síntomas de ese matonismo que se articula con la política son las barras bravas, mano de obra disponible para la política matona. Están en la economía y en la política. Y el peligro es que se están pareciendo demasiado a las maras, son proto-maras y, si se expanden, podrán ofrecer un riesgo enorme para la salud de la sociedad. Son una presa fácil para convertirse en lo que es hoy el cáncer del Triángulo Norte de América central. Una vez que se instala eso no se desinstala más. Es lo complicado de El Salvador por ejemplo. La mara no es el crimen organizado, sino que es reclutada por el crimen organizado. Las maras son más próximas a las falanges pero sin un ideario otro que su propio poder de control social y territorial. ¿Cómo se evita la reproducción de ese mal social? Es algo que me saca el sueño. Es ahí que el desmonte del mandato de masculinidad es fundamental en las escuelas, en los barrios y en las organizaciones.

Me parece entonces que una relación clave es entre mandato de masculinidad y un modo específico de “mano de obra” que tiene que ver con cierta articulación entre economías legales, para-legales e ilegales.

Tal cual. Porque la mano de obra bélica para ese mal social del que hablo es formateada por el mandato de masculinidad y su pedagogía de la crueldad. Por eso, una política en clave femenina, primero, no puede ser matona y, segundo, va a cambiar la historia porque va a impedir que se reproduzca ese modo de hacer política. ¿Te parece interesante?

Me parece fundamental para pensar un momento donde el salario deja de ser la forma de estructuración de la autoridad masculina y esa autoridad busca afirmarse desde otras economías.

Total, porque el mandato patriarcal va a formatear unos niños que se van a disponibilizar para este tipo de actividades que organizan la reproducción de la vida con estas lógicas.

Esas lógicas evidencian al salario como institución precaria, intermitente y cada vez más vista como un “privilegio” para ciertos sectores sociales. Asegurar la reproducción de la vida por fuera del marco salarial sería lo que fusiona mandato de masculinidad con nuevas economías.

Se necesitan otras formas de producción de riqueza y otros canales por los que fluya el dinero. En ese sentido, hemos visto cómo se falló en el intento institucional de sanear las fuerzas de seguridad. Hay que cruzar ambas cosas y entender a qué venimos las mujeres con una nueva forma de hacer política. La política matona no puede prescindir ni de barras bravas ni de fuerzas de seguridad que actúan simultáneamente dentro del orden policial y dentro del orden para-policial. Todo eso se cae si nosotras conseguimos dar un nuevo rumbo a la forma de hacer política. Hilamos, tramamos, tejemos la política dentro de la sociedad, construimos una sociedad nueva, des-generada, despatriarcalizada. Ese es nuestro trabajo, y va a incidir directamente en el formato de la política y en el rumbo de la historia.

¿Y cómo se cruza esto con las formas de violencia contra las mujeres?

No es que nos matan porque necesitan matarnos. Nos matan porque la producción de masculinidad necesita de un espectáculo de crueldad que relate su existencia y su presencia como fuerza a cargo del control social. Y esto está en la sociedad y no en el Estado. Por eso es necesario cambiarlo en la sociedad. No se cambia desde el Estado. En este momento la lucha política es en la sociedad y pasa por nuestra acción. Ha caído en nuestras manos por el rotundo fracaso de todos los intentos cuando estuvo en otras manos. Por eso siempre digo: “ningún patriarcón hará la revolución”. ¿Por qué? Porque lo han intentado varias veces… sin jamás llegar a destino. Con el patriarcado en pie, no se reorienta la historia en dirección a una sociedad menos opresiva y más benigna.

¿Qué tipo de estructura tiene lo nuevo?

Hablemos de la emergencia de la ex hijas de genocidas. Me impresiona como emerge ese colectivo, de forma espontánea, con el intento de impunidad del 2×1. Eso sobreviene cuando al Estado se lo ve fallar. El Estado había apoyado mecanismos de justicia y luego amenaza con retirarse del papel de sustentar la ley. Es entonces que diversas conciencias dispersas, no mancomunadas, que no hicieron arreglo alguno entre sí, irrumpen con un mismo gesto: sacarse el nombre del padre. Es el afloramiento de una estructura. Esto es relevante para lo que estamos diciendo porque las marchas de mujeres a partir del Ni Una Menos surgen también de esa misma forma: como el afloramiento de una estructura cuando el Estado colapsa como fuente de justicia y legalidad ante los feminicidios. Esos afloramientos son la consecuencia de un vacío de legalidad, son un grito de las mujeres que emana de lo más profundo de la sociedad como una queja contra el matonismo de nuestra vida social y política. Es por eso que las movilizaciones actuales de las mujeres indican el tránsito y la inminencia de un cambio de era. No hay que economizar palabras para decir hasta qué punto estamos ante la posibilidad un cambio de era. Y es precisamente la alarma que ha sonado en los gabinetes que trabajan para la manutención del poder de los dueños de la vida y su recurso al fundamentalismo monoteísta lo que nos indica la centralidad de lo que estamos tocando con nuestras luchas contra el orden político del patriarcado y su mandato de masculinidad. El feminismo toca el centro de gravedad de la reproducción de la desigualdad.

Un discurso en una clave similar, vinculando varios de estos elementos, fue el que dijo Marta Montero, la mamá de Lucía Pérez, tanto en la asamblea en la que llamamos al paro del 5D como en Plaza de Mayo luego.

Es un matonismo que está en la sociedad y en la estructura de la política sustentando la existencia de patrones de la vida. Entonces, el Estado no puede auxiliarnos porque está absolutamente afectado, tomado, secuestrado por el matonismo. Lo que vemos hoy es un entramado de dueños con su séquito feudal. La dueñidad consiste en una re-feudalización de la política que atraviesa los partidos, las comisarías, los tribunales, los sindicatos y las barras bravas del futbol. Ahora, las mujeres estamos diciendo que no hay buena política construida con fondos recaudados a base del sufrimiento de la gente y en particular del sufrimiento de las mujeres.

Me parece importante remarcar que este análisis, como venís insistiendo, no es moral, y que expresa una trama política y económica.

El tema es que las dos piernas de la política partidaria convencional, a la que llamé política matona, tan típica de la Argentina, tan establecida por aquí, son las barras bravas y la policía: las dos actúan en la recaudación para las cajas electorales y también en la «seguridad», es decir, en el control de la sociedad. Así se estructura el matonismo que sustenta la política convencional. Dicho en otras palabras, en términos más técnicos, las dos actúan en la para-economía y en la para-seguridad, propias de mi definición de esfera para-estatal de control de la vida, que tan fácilmente se inflaciona en las repúblicas latinoamericanas. Ese es precisamente el estilo de política que deja de existir cuando entra en escena la política en clave femenina o, lo que llamo también, la politicidad de las mujeres. Me gusta definirla como una política de las cocinas. Estamos en realidad buscándole las palabras a este tiempo nuevo, y no debemos temerle a esa búsqueda y sus inevitables titubeos. Esta perspectiva teórico-política está en construcción, y necesariamente tendrá que ser una construcción colectiva. Pero el punto de vista y la plataforma desde la cual imaginamos y hablamos es la historia de las mujeres, la historia de su forma de hacer política, que por un tiempo ha quedado rasurada, innominada, expulsada del reino de lo político cuando el tránsito a la colonial-modernidad intenta desbaratar los mundos comunales. La comunalidad, o vincularidad de tipo comunal, y la politicidad femenina van de la mano y son un camino histórico diferente al de la politicidad masculina, la burocracia y el Estado. Esas dos historias caminan entrelazadas, naturalmente, pero tienen genealogías diferentes. Es importante hacer notar aquí que en nuestro continente los mundos comunales son de raíz no-blanca, indígena y también amefricana, para usar el preciso término acuñado por Lelia González en Brasil.

Hoy el movimiento feminista, en sus múltiples expresiones, empuja un flujo de desestabilización que no deja estructura sin conmover: desde las organizaciones partidarias a las familias; de los sindicatos a las agrupaciones indígenas; pasando por generaciones diversas. Muchas organizaciones intentan “contener” esto pero justamente persiste como desborde.

Dentro de las organizaciones políticas hay poderes que quieren preservar esa política matona. Y esas organizaciones son las que acceden al Estado y controlan la nación. Y es constatable que en las entrañas de esas organizaciones – partidos, sindicatos…. – por tanto se practica dentro de ellas algo que se puede identificar como un autoritarismo sobre las mujeres que se transforma en un autoritarismo de estado sobre las mujeres. Por eso las denuncias no se pueden resolver sólo dentro de las organizaciones ni llevando la cuestión al reclamo hacia el Estado. En general percibimos el autoritarismo de Estado sólo en relación a las ideologías políticas y a las clases sociales. Pero no estamos percibiendo que hay un autoritarismo de Estado con relación a las mujeres. Esto se ve en cómo se frena la lucha del aborto. Cuando los senadores dicen que no a las mujeres que están en la calle, no le dicen que no al aborto pues, como sabemos, ninguna ley frena las prácticas de aborto, ya que el aborto nunca dejó de practicarse todo el tiempo y cada vez más. Lo que están diciendo es “acá quien escribe la ley somos nosotros”, o sea, la actitud de los senadores que votaron contra el pedido del movimiento organizado de las mujeres es parte de una política matona que enuncia y exhibe ante la sociedad su propiedad sobre la lapicera que escribe las leyes: es un enunciado de poder. Yo digo que la prohibición del aborto es una forma de autoritarismo de Estado como la dictadura.

¿Qué es esa otra política que estamos haciendo? Para avanzar en rasgos…

Es una política que desafía a los sujetos formateados por el mandato de masculinidad, que responden a una política organizada por el valor de la obediencia corporativa. Insisto con que hay mujeres que son matonas, que hacen política de esa forma. Pero una politicidad en clave femenina es –no por esencia sino por experiencia histórica acumulada-, en primer lugar, una política del arraigo espacial y comunitario; no es utópica sino tópica; es pragmática y orientada por las contingencias y no principista en su moralidad; próxima y no burocrática; investida en el proceso más que en el producto; y sobre todo solucionadora de problemas y preservadora de la vida en el cotidiano.

¡Hay todo un programa para trabajar en los distintos espacios, con iniciativas diversas! (risas) Este tipo de transversalidad sin embargo quiere ser devaluada cuando se la quiere traducir en términos únicos de pertenencias partidarias.

Para mí hay un innegociable: los pañuelos son verdes. Nuestros antagonistas en términos de proyecto histórico han percibido antes que nosotras mismas que el tema del patriarcado es el cimiento. Ellos, con su reacción fundamentalista feroz y desvariada, nos están mostrando que lo nuestro no es un problema de minoría, no es un problema de un grupo particular de la sociedad que seríamos las mujeres, sino que es un tema que, si bien llevado, puede finalmente, transformar la historia y derrocar el autoritarismo y los esquemas donde su poder se instala. Ellos nos lo están diciendo. Y es algo que nosotras como movimiento social no habíamos percibido a fondo: que nuestro movimiento puede modificar el rumbo de la historia.

Esto se lee en la ferocidad de la triple contra-ofensiva que se orquesta: a la vez militar, financiera y religiosa. Quiero decir: tiene la proporción que nos hace leer a contraluz nuestra fuerza.

Exacto. Ellos, por su reacción de alerta máxima, nos están diciendo la fuerza que tiene nuestro movimiento para hacer colapsar todos los tipos de asimetría de nuestra sociedad, todas las formas de predación. Es importante percibir que la fuerza de la palabra es enorme y que nosotras estamos hablando en otro plano y tenemos que hacer un gran esfuerzo por dotar nuestro camino de una retórica nueva. Un gran esfuerzo por nombrar. Por supuesto la vida tiene diversos estratos. La ficción institucional que es la política convencional es uno. Pero lo que está surgiendo ahora es otra cosa. Yo creo que es una política que podríamos decir que se saca de encima el nombre del padre. Es un tipo de emancipación psíquica con consecuencias incalculables. Esto se ve en la manera de las mujeres de estar en la calle y en la manera en que hoy las niñas hablan, lo que leen, cómo perciben y cómo argumentan. Escucharlas es un deslumbre. Todo esto nos muestra el afloramiento de una profunda insatisfacción con una política que se queda en la ficción institucional y apela al mandato de masculinidad organizado en barras bravas y en la para-policialidad.

Es en ese modo de hacer política que está desplegando el movimiento feminista en su multiplicidad donde también se producen otros mecanismos y espacios de organización. Me parece un punto importante que no se infantilice al feminismo como espacio de lo “social” cuando a eso se le da una carga peyorativa, pre-política.

Pensemos dónde deliberan las mujeres y las disidencias. Lo hacen en esa cocina de la política que es la política de las mujeres. No tengo ningún problema en hablar de cocina. Ahí se delibera a la vista de tods, por ahí pasa la gente todo el tiempo: llega gente, se va otra, es un lugar de reunión y actividad de puertas abiertas. Lo impactante de hoy es que estamos frente a una marea no regida burocrática ni detonada por un voluntarismo. Es lo que es y está sucediendo.

En ese sentido lo importante de hoy es que se anuda de manera inédita masividad y radicalidad.

En ese mismo sentido digo que es un afloramiento, una emergencia. Hay que remarcar que esto se da aquí, en el Sur, donde nuestras propias tecnologías de sociabilidad están vigentes y tienen muchísima fuerza. Por eso es fundamental que nuestro feminismo no se deje devorar por las categorías del norte ni los protocolos del Norte, que emanan de otra historia nacional.

Justamente una de las categorías más importante es la surgida de las luchas de Centroamérica, protagonizadas por lideresas territoriales, que hablan de “cuerpo-territorio”. Me parece una síntesis político-conceptual que dice mucho de este momento de los feminismos, donde las resistencias a los megaemprendimientos extractivistas es una clave política fundamental.

Las mujeres son las sujetas del arraigo. Está en las manos de las mujeres lo que se ha preservado como diversidad genética, por su selección de lo que se cultiva en las huertas pequeñas, por ejemplo. Son el nudo del tejido comunitario. Por eso se las agrede de tal forma en las actuales guerras informales. Cuando se mata a una gran lideresa como Berta Cáceres se comete un femicidio, a pesar de que líderes hombres también mueren asesinados por defender lo que ella defendía. Sin embargo, su muerte es otra, lo que se desaparece es mucho más que una persona, un liderazgo particular: lo que se mata en ella es una modalidad de la política, una forma propia de politicidad, de gestión colectiva. Se femicidó en ella una politicidad en clave femenina. En el feminicidio el matonismo se afirma como política. En el cuerpo de las mujeres y de las sexualidades disidentes el ojo del patriarcado lee lo más humano de lo humano: la capacidad de desobedecer, de disentir, de desacatar. Esos cuerpos son en sí el peligro del desacato.

El cuerpo animalizado de la política // Diego Sztulwark

Bajo el efecto del conflicto, nacieron en Roma todas las leyes buenas.

Claude Lefort

 

 

La política como saber

La aspiración a la claridad y a la univocidad de las ideas es algo que podemos envidiar a los clásicos. Estamos lejos de esa añorada nitidez en el pensar, al menos en el terreno de la reflexión de lo político. Karl Schmitt pretendió alcanzar el concepto de lo político enunciando una esencia específica, cuyas categorías elementales –amistad y enemistad impiden que se confunda otros dominios como el de la moral –el bien y el mal–, el de la economía –el beneficio y el perjuicio– o la estética –lo bello y lo feo-. Hay unidad política –un pueblo organizado en torno a un poder soberano– en la medida en que la hostilidad resulta encausada a través del derecho. Soberano es quien está en condiciones de declarar el “estado de excepción”. La entera articulación entre violencia normalizadora y orden jurídico reposan en la capacidad de decidir del príncipe. A pesar de su admiración por Maquiavelo, el énfasis en una hostilidad organizada desde el estado y de una decisión fundadora bloquea completamente la fértil tradición de lectores que encontraron en el autor de El príncipe la postulación de lo político como un saber nuevo y específico, moderno y anti teológico, particularmente apto para recrear proyectos democráticos radicales (o directamente comunistas). Para Antonio Gramsci, Maurice Merleu Ponty, Claude Lefort, Louis Althusser o Toni Negri Maquiavelo es la inauguración de una forma nueva de conocimiento de la historia cuya originalidad consiste en cuestionar la imagen de un orden y una estabilidad que bajan desde arriba y que funcionar a partir una práctica singular. El siglo XX imaginó al “príncipe moderno” (Gramsci) como un colectivo o una multitud, y el siglo XXI pugna por despatriarcalizarlo. La figura del príncipe es la de la lectura y traducción del potencial emancipador que proviene de los movimientos conflictivos que atraviesan al pueblo.

 

La Cámpora y la filosofía de la militancia

La especificidad de este saber contiene al menos dos condiciones fundamentales: la coyuntura (la situación precisa vinculada a la tarea política) y la “fortuna” entendida como el azar y la multiplicidad nunca del todo controlable. Lo político moderno surge entonces como un dispositivo de conocimiento tiene a la práctica en su centro y se define por la inscripción en una espesa red de causalidades imposible de manipular a voluntad. El carácter aleatorio de lo político remite a una comprensión abierta de la historia, irreductible a esquemas definitivos. Lo político, por lo tanto, fracasa cuando se lo aísla en conceptos puramente teóricos.

 

Y bien, todo esto viene a cuento de la lectura del reciente libro de Damián Selci, Teoría de la militancia, organización y poder popular, editado por Cuarenta Ríos. Su autor es militante de La Cámpora, en Hurlingham. Se trata de un libro extraño sobre el que vale la pena reflexionar. Su estructura es diáfana. Tiene tres partes y una introducción en la que el autor se pregunta, desde el populismo-kirchnerista, por qué se perdió, cómo seguir. Es decir, manifiesta su voluntad de buscar las claves para resolver un problema práctico, de estrategia, en el terreno de los conceptos teóricos. En el primer capítulo, afirma que la teoría del populismo de Ernesto Laclau, por insuficiente que sea en algunos aspectos, es el umbral desde el cual no se puede retroceder. Es desde allí que hay que relanzar el pensamiento. ¿Qué le reprocha a Laclau? No ir mas allá del antagonismo pueblo oligarquía. La pregunta que Selci le dirige es: una vez que ese antagonismo se da, ¿cómo se sigue?. En Laclau falta pensar el paso posterior: la diferencia interna en el seno del pueblo. En el segundo capítulo el autor acude al materialismo dialéctico de Slavoj Zizek para pedir prestado a Hegel la noción dialéctica de “interiorización del antagonismo” (contradicción). Aunque recrimina a Zizek la falta de un auténtico compromiso político con el populismo, se interesa en este aspecto dialéctico de la crítica de Zizek a Laclau. Zizek le permite a Selci identificar la existencia de una parte del pueblo susceptible a la influencia del neoliberalismo. Mientras Laclau postula que la práctica del populismo consiste en enlazar demandas insatisfechas, la crítica de Zizek al populismo permite escindir una parte del pueblo que no se queda en la actitud de demandar al otro al orden, al poder, sino que asume sus propias responsabilidades y se politiza. Este paso adelante le permite al autor elaborar una crítica de la “inocencia” del pueblo. Lo popular debe dividirse: hay un pueblo conservador (“cualunque”, que vota a Macri), y otro pueblo “empoderado” (aquel al que se dirige Cristina). En el tercer capítulo, Selci recurre a la obra de Alain Badiou, a su teoría del acontecimiento, para hacer un elogio de esta parte politizada del pueblo, al que identifica con el militante, con el cuadro político y con la organización.

 

El libro es un elogio de la militancia organizada y una apuesta a la potencia del cuadro político como operador de una estrategia de poder popular. Esta filosofía de la militancia es también, para el autor, un intento de proteger y homenajear una modalidad de participación y de generosidad pública denigrada de múltiples formas. ¿Quién es el militante? Ante todo el individuo que ha sufrido una conversión, que ha hecho la transición de la vida en paz a la vida tomada por la lucha. El militante que asume su papel como parte de una organización se convierte a su turno en cuadro.  La secuencia completa realiza el pasaje desde el consumidor hedonista cualquiera al sujeto que se hace cargo de los problemas colectivos, renaciendo por completo y haciendo de su cuerpo un momento de la elaboración inteligente y hasta heroica (la “conducción”). Sería excesivo afirmar que Teoría de la militancia es la filosofía política de La Cámpora, pero sí es, seguramente, uno de los primeros intentos[1] por pensar sistemáticamente a partir de esa experiencia. 

Un Maquiavelo para nosotrxs

El interés del libro de Selci es evidente y procede del hecho de asumir los límites de la experiencia y de la teoría populista, sin renunciar a ella, sino en todo caso exigiéndole dar cuenta de problemas candentes de la actualidad. Su originalidad consiste en que esta interpelación coloca en su centro una preocupación por la estrategia, que redunda en una jerarquización teórica de nociones confinadas de modo habitual al lenguaje técnico de la práctica (organización, militancia, línea). La mera publicación de este libro es un signo auspicioso, sobre todo si se lo considera como la apertura a un campo más amplio de una militancia que hizo de la discusión interna y de la organicidad vertical a la jefatura de Cristina su principal orgullo. No se trata de un gesto menor: el ejercicio que el libro propone –comprender y revertir la derrota–supone una mirada evaluativa sobre los puntos en los que fallaron las mediaciones políticas ensayadas durante los años del kirchnerismo en el gobierno. Lo político como saber democrático debe salir del secreto cada vez. Es lo que hacía el “agudísimo florentino” (así llamaba Spinoza a Maquiavelo) al publicar El príncipe, un libro de difusión popular sobre los secretos de las técnicas del poder.

Esta apuesta por la circulación de los saberes políticos está en la base de la apuesta por una potencia de la multitud sin la cual el príncipe contemporáneo no podría hacer gala de su virtud (Maquiavelo emplea la noción de virtú como potencia, diferente a la noción de virtud desde la moral). El sujeto del saber político es ante todo aquel que experimenta los límites de su voluntad y asume que la condición de éxito de sus actos depende en buena medida de los caprichos de la fortuna, es decir, que la eficacia de su obrar es siempre relativa con relación a la espesa concatenación de determinaciones que organizan la realidad sobre la que debe actuar. En otras palabras, el príncipe extrae su racionalidad, su saber histórico-político de las brechas abiertas por las luchas populares contra los poderosos (los grandes en el lenguaje del florentino). Son estas luchas las que poseen el potencial cognitivo a partir del cual puede crearse conciencia política. ¿Qué quiere decir que las luchas poseen un potencial cognitivo? Que iluminan aspectos de esa red causal que determina el espesor de una temporalidad, que exhiben zonas de ese fondo oscuro que es la pasionalidad humana. El conflicto social es como la escritura de un texto que será o no aprovechado por la sensibilidad de una lectura. Ese texto revela el vínculo que podemos trazar entre la fortuna y las luchas colectivas: ambas condicionan el virtuosismo de la acción política, anticipando la creación de figuras e instituciones, dentro del marco de la república, única forma de gobierno cuya razón de ser es esta practica inventiva.

 

 

La división fecunda

Para el agudísimo florentino la división social constituye el núcleo mismo de lo político entendido como actividad orientada a la fundación de la ciudad. Claude Lefort señala en Maquiavelo, lecturas de lo político: “Maquiavelo tiene la idea de que la sociedad está siempre dividida entre los que quieren dominar y los que no quiere ser dominados”. Se trata de una división instituyente que fundamenta la tarea de un nuevo poder político. En Maquiavelo, la división refiere al deseo de clase (fortuna) y crea las condiciones de la virtú del príncipe, quien obtiene su verdad en el movimiento continuado que va de la experiencia a su racionalización. La “fecundidad de lo político”, según Lefort, se encuentra para Maquiavelo, por ejemplo, en los “tumultos” suscitados por el “deseo de libertad del pueblo”, es decir, en el conflicto en torno a los humores contrapuestos entre aquellos que desean “mandar y oprimir” contra aquellos que no aceptan ser mandados ni oprimidos. Lo que interesa es la productividad política de esa división. Se trata de conflictos que exceden el choque de intereses y producen un saber sobre nuevas posibilidades de justicia: “la resistencia del pueblo, es más, sus reivindicaciones, son la condición de una relación fecunda con la ley que se manifiesta en la modificación de las leyes establecidas”. No se trata de la libertad como un ideal abstracto, sino de rechazo a la dominación. De modo que “humores, deseos, estas palabras que tienen el poder singular de evocar la vida de una sociedad evocan la idea de una fuerza que viene de abajo, que resiste la opresión y a la que solo la república puede abrir paso cuando cumple con su razón de ser: dar figura a la libertad política”.

 

El cuerpo plebeyo de lo político

Lefort concluye que con Maquiavelo “por primera vez la relación del hombre con Dios es abolida y reemplazada por la del hombre con la bestia”. No es de las alturas espirituales sino de la tierra de los cuerpos y las pasiones que se ofrecen nuevas posibilidades. Esto choca con cierta interpretación del proceso de la “fidelidad militante” del relato de Alain Badiou -inspirado en San Pablo- que en el caso de Selci es desplegada en clave de una conversión subjetiva radical en la dirección hacia una comunidad heroica, capaz de romper con el narcisismo que nos liga y nos subsume en la cultura de la demanda, de la pasividad y, en última instancia, del poder neoliberal. Esta conversión atañe en particular al cuerpo: el cuerpo, sometido a la individuación normalizada del deseo, se enfrenta al cuerpo que pasa a ser parte de un colectivo organizado gracias al encuadramiento y al papel de la conducción, se accede a la experiencia de una nueva responsabilidad: el “hacerse cargo” de aquello que se desea transformar. Afirma Selci: “El militante orgánico imita a su conducción, hace más que entender, acepta que la ‘realización’ de su discurso político comienza en su cuerpo y exactamente de esa forma se pone a disposición, se ofrece: en otros términos, encarna el paso de la teoría a la praxis”.

Este pasaje de un cuerpo a otro es presentado de modo perfectamente adecuado al modelo lógico de subjetivación previsto por Badiou en su teoría del acontecimiento, de manera que la práctica particular concreta –la militancia del autor– acaba por calzar a la perfección con una teoría formal que aspira a una validez universal. Pero lo que se gana en rigor lógico puede dilapidarse desde el punto de vista de la sensibilidad, dado que  los acontecimientos y/o politizaciones diversas (pensemos en la lucha contra la dictadura, los movimientos piqueteros de 2001, el conflicto por la resolución 125 contra los exportadores de granos, las asambleas en defensa del agua o contra la mega minería, o contra los femicidios) que recorren y alteran el campo social responden a modos subjetivos, o modalidades militantes, muy diversos, que no necesariamente se adecúan al formato de la organización populista. Existe así el riesgo de inferir que una organización estructurada con una conducción firme (y una filosofía que la enaltezca) realice una verdad superior a las múltiples formas de activismo, lucha y organización de la vida política efectiva. Pero entonces lo que estaría en juego es una idea de la verdad situada por encima del punto de vista de la práctica política, que bien podría definirse como el intento de dar soluciones compuestas de inmediato en y por la colectividad. Y otro riesgo sería el de suponer una imagen demasiado celestial del cuerpo disciplinado que se ofrece a la conducción –para devenir luego cuadro–, más bien desprendido su carácter bestial y menos poroso a los humores y deseos que determinan saberes colectivos y posibilidades políticas de los que depende el saber de las conducciones estructuradas.

Selci señala que el populismo tiene la ventaja de ser la teoría de una práctica que funciona. Quizás ese funcionamiento deba ser leído dentro del marco más amplio de la comprensión de lo popular-plebeyo, tal como es reconstituido en los “tumultos en los que se anticipa la posibilidad de una nueva figura política. Quizás la teoría del populismo sea un capítulo, el del deseo de la organización, dentro de un océano más rico y complejo de los maquiavelismos de quienes no desean ser gobernados. No ya el Maquiavelo de los fundadores del partido, sino el de los descubridores de la hipótesis del carácter aleatorio, de la relación intempestiva entre radicalidad del proyecto de liberación y la ausencia de las condiciones que la posibilitan. Aquel que “nos quiso decir que el terror –como escribió León Rozitchner–, aún en su contundencia destructiva, encubre un contrapoder más profundo que los pueblos deben despertar en sí mismos para vencer”.

 

 

 

[1] Precedido por el libro de cuentos de Violeta Kesselman, Intercambio sobre una organización, https://seminarioeuraca.files.wordpress.com/2018/05/violetakesselman_intercambiosobreunaogrnaizacion_2013.pdf

 

#2001: Odisea en el Conubano (El día en que, con fuerza y con coraje, salimos a las calles) // Mariano Pacheco

Desde Claypole hacia la Capital. El 20 de diciembre de 2001 en los cuerpos de las pibas y pibes del Conurbano.

Ese 20 de diciembre fue un día muy particular, como Ettore Scola tituló a su película de 1977.

Ninguna de las pibas era Sophia Loren, obviamente, y ninguno de los pibes nos parecíamos ni en el blanco de los ojos a Marcello Mastroianni, pero de todos modos pensar en 2001 tiene algo de particular, en un día en que, a diferencia del film, no quedamos encerrados mientras afuera el fascismo celebraba en las calles, sino que en Argentina quienes esa vez quedaron encerrados fueron ellos, al punto de que al irse, tuvieron que hacerlo en helicóptero, cagados en las patas porque una rebelión popular gritaba “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

La mañana nos encontró medio en comunidad, viendo las imágenes impactantes de los policías tirándole los caballos encima a las Madres de Plaza de Mayo en la histórica Plaza. Conmovidos, reunidos en torno al pequeño televisor que doña Yolanda encendió para que veamos las últimas noticias, nos apresuramos enseguida a realizar una recorrida por las casas de las compañeras y compañeros que vivían en los alrededores del campito del barrio Cerrito (en donde el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Almirante Brown tiempo después construyó su Galpón Popular), para reunirnos en una asamblea de urgencia, luego de una semana de intensas luchas que habían involucrado en realidad todo un año de cortes de rutas, movilizaciones y tomas de edificios públicos, como aquella vez en que nos movilizamos al ministerio de Trabajo de la provincia de Buenos Aires, en la ciudad de La Plata, y al llegar vimos que no había vallado policial,  así que tal como veníamos –marchando por la calle– seguimos con el envión y el entusiasmo y subimos las escaleras, hasta terminar con los funcionarios encerrados en una oficina y la mitad de la Coordinadora Aníbal Verón copando las escaleras, el hall y la puerta de entrada. O como tres días antes, el 17 de diciembre, que salimos con camiones llenos de neumáticos y le dijimos a la policía que marchábamos a la Municipalidad de Quilmes (que se llenó de canas) pero que al llegar a la avenida Calchaquí, en un “operativo piquetero” que implicó la coordinación de varios grupos diferentes, dejamos encerrados a varios hipermercados en un corte de ruta que abarcó 18 cuadras y se mantuvo casi todo el día.

Así que aquel jueves 20 de diciembre de 2001 estábamos ya con la última nafta, como quien dice; más pensando en la navidad y en el fin de ese año intenso que en librar nuevas luchas. Pero ante tamaño acontecimiento, no podíamos (no queríamos) quedarnos de brazos cruzados viendo todo por TV. Así que entonces cobró toda su importancia aquella apuesta que habíamos hecho dos años atrás desde un pequeño grupo militante: vivir en los mismos barrios en dónde militábamos.

Entonces, a fines de 1999, yo tenía 19 años recién cumplidos. Recuerdo que para ir al barrio Don Orione (donde Darío vivía desde chico junto a sus hermanos y en donde había puesto en pie la primera asamblea organizada del MTD) tomaba un bondi que pasaba a unas tres cuadras de la casa de mi viejo, donde entonces vivía, y me dejaba en la entrada del BDO. Una hora de viaje, pensaba, no era tanto, y podía ir durmiendo, leyendo algo o escuchando música. ¿Cual era el problema?, pensaba entonces. Pero el Pelado Pablo, que ya se había instalado junto a su compañera Flor y su pequeño hijo Juan en el barrio Villa Corina de Avellaneda, me decía que una hora era mucho tiempo  para llegar a un barrio si se presentaba una urgencia.

Entonces casi nadie tenía celular, apenas unas pocas personas teléfonos en sus casas y no sabíamos casi de la existencia de internet. Así que en realidad, ante una emergencia, más que una hora podían ser dos o tres, quien sabe si no más.

Por eso ese 20 de diciembre de 2001 quedó a las claras que El Pelado tenía razón. Cuando empezaron los palos en Plaza de Mayo, alguien nos goleó la puerta de casa. Medio dormidos, La Dani, Grillo y yo (que vivíamos juntos en unas pequeñas piecitas con un baño que había en la terraza de un vecino del MTD en barrio Cerrito) nos levantamos y nos fuimos a casa de Yolanda, que era entonces nuestra primera militante surgida desde la base, referente territorial, guía espiritual, consejera amorosa y todo lo que se puedan imaginar. En fin: Yolanda lo era todo. Y en su casa funcionaba todo. Si hasta sus hijos, Oscar y Martita, eran del MTD. Incluso Marta, que no tenía entonces ni 20 años, era responsable de seguridad del movimiento.

En la asamblea resolvimos dos cosas.

Una: que teníamos que ser parte de lo que pasaba en capital, pero que debíamos ir sin bandera.

Dos: que sólo fueran quienes estaban convencidos, pero sobre todo, quienes pudieran correr.

Quedamos pocos con disposición y condiciones para ir, puesto que el movimiento estaba compuesto en su mayoría por doñas, pero en Brown el piberío militante era bastante más grande que en el resto de los movimientos. Así que allí fuimos: los más grandes y con mayor experiencia (con 21 años yo me encontraba entre ellos) y el resto: las pibas y pibes que habían terminado el secundario y se habían sumado a militar en los MTD, con 17, 18 años.

***

Un grupo se encargo de preparar las mochilas y otros de coordinar para tratar de sumar más gente de los otros barrios del MTD de Brown y tratar de coordinar con las militancias de los otros movimientos de la Coordinadora Aníbal Verón.

Llegamos justo a tomar el último tren que salió de Burzaco para Constitución, porque después el gobierno dio la orden de cortar el transporte desde el conurbano hacia capital. Logramos pasar el hall de Constitución sin ser detenidos por la policía, a pesar de la pinta que teníamos y el olor a nafta de nuestras mochilas.

Caminamos por la avenida 9 de Julio distribuidos en parejas. Algunas reales, como la mía y la de Grillo, otras ficticias e incluso otras armadas como grupo de amigos, de a cuatro. Así, a ritmo acelerado, pasamos la avenida Belgrano y ya veíamos a lo lejos los gases lacrimógenos volando por los aires. Escuchábamos los tiros (que entonces pensábamos eran sólo de balas de goma y luego supimos que también eran de plomo, y que incluso ya teníamos las primeras bajas mortales entre nuestras filas, las filas del pueblo en lucha contra el mal gobierno), veíamos a muchos pibes y pibas con las remeras tapándose el rostro, corriendo ya para adelante con piedras en sus manos y la adrenalina comenzó a apoderarse de nuestros cuerpos. Apreté más fuerte la mano de mi compañera, nos miramos a los ojos y detrás de su rostro cubierto pude ver como sonrió. Miré para atrás, para los costados y allí estaban mis compañeras y compañeros del MTD, algunos con quienes habíamos comenzado años atrás en la agrupación 11 de Julio, apenas si soñábamos entonces con que algo así podía sucederen Buenos Aires.

Habíamos dicho que los barrios del Conurbano eran nuestra Sierra maestra; habíamos escrito documentos explicando que era con los trabajadores desocupados con quienes había que priorizar el proceso de recomposición de las fuerzas populares en Argentina, porque era ese el sujeto social con mayor capacidad de confrontación con el poder; habíamos fantaseado con hipotéticos escenarios insurreccionales y habíamos intentado prepararnos para intervenir en ellos, pero nunca pensamos que se produciría algo así, y tan rápido, y mucho menos que sucedería en las calles mismas de la Capital Federal.

Eran momentos de radicalización política, de búsquedas de nuevos modos de organizarse y luchar y en los  movimientos sociales emergentes, como los MTD, había mucho piberío entre sus militancias. Sin embargo,  no fueron los movimientos –ese día– los protagonistas de la insurrección, pero sus militancias no fuimos ajenas. Ni en los días previos que fueron calentando el escenario ni en las luchas de calles de ese mismo 20 de diciembre.

Las molotovs, en su mayoría, ese día no encendieron (las pelotitas de tergopol tenían por función adherir el fuego al asfalto, pero en exceso, anulaban la combustión); algunas gomeras se rompieron; los grupos se desarmaron y volvieron a armar muchas veces y con poca frecuencia la voz de mando pudo ejercer su rol en medio del descontrol.

Pero ese día aprendimos en unas horas mucho más de lo que habíamos aprendido en años. Aprendimos la importancia que tiene el hecho de ser consecuentes con las ideas que se sostiene; aprendimos la importancia que tiene la apertura a las sorpresas que depara la historia; aprendimos que esa consigna de Dignidad que sostenían nuestras banderas era un compromiso con nuestro pueblo, que había que sostener en los momentos grises y la acumulación lenta de una cotidianeidad adversa, pero también, en aquellos momentos en los que el tiempo se acelera. Momentos en los que la dignidad se mide en cada cuadra, en cada esquina, en cada barricada y en cada corrida, para atrás huyendo de la policía, pero también, para adelante, cuando es la policía la que tiene miedo, se ve sobrepasada y empieza ella misma a correr para atrás.

*Extracto de un libro en preparación que Lobo suelto! irá publicando en parte, en entregas semanales, de acá fin de año.

El autor es ensayista y comunicador popular. También coordina cursos de filosofía. Autor de los libros Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y peronismo (Punto de Encuentro, 2016); Montoneros silvestres (1976-1983). Historias de resistencia a la dictadura en el sur del conurbano (Planeta, 2014); Kamchatka. Nietzsche, Freud, Arlt: ensayos sobre política y cultura (Alción, 2013); De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El Colectivo, 2010) y co-autor de Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo (Planeta, 2012). Editor del portal y conductor del programa radial La luna con gatillo, columnista el periódico Resumen Latinoamericano y colaborador de Lobo suelto!

Resistir y vencer, o acerca de quienes sostuvieron la antorcha encendida // Mariano Pacheco

Indómita luz, una editorial que se posiciona como parte del labor crítico-intelectual de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), publicó Resistir y vencer: , un libro de José Cornejo y Carlos Sozzani sobre un grupo de militantes peronistas de la zona sur del conurbano bonaerense.

Alguna vez, el histórico dirigente sindical y militante montonero Gonzalo Chaves me dijo que para los sectores populares era muy importante que las historias propias no circularan de generación en generación sólo de boca en boca sino también por escrito. “Es como que si no están en un libro no son Historia”, argumentó Gonzalo.

Resistir y vencer, de José Cornejo y Carlos Sozzani, vienen a cubrir un bache historiográfico fundamental en la construcción de una genealogía militante en la Argentina. Y vuelven a poner a la zona sur del conurbano bonaerense en el centro de la escena. Como durante el nacimiento del peronismo y sus años de resistencia; como en las movilizaciones que forjaron el “Luche y vuelve” en los inicios de los 70 para traer a Perón otra vez al país y el “Luche y se van” del final de la década para expulsar otra vez a una nueva dictadura militar (y civil, y la más sangrienta de nuestra historia), también la posdictadura encuentra al sur del conurbano como un sitio propicio para el desarrollo de otras rebeldías.

Avellaneda y Quilmes como centro irradiador de políticas que encuentran a un grupo de jóvenes dando sus primeros pasos en las militancias a fines del Proceso de Reorganización Nacional y a inicios de la “primavera democrática” que culminó con hiperinflación y políticas de impunidad y que luego llegan al inicio y fin de la “década ganada” conformando grupos y grupetes, grupejos y grandes movimientos que ya son parte de la historia de nuestro país. Claudio y el Flaco Pablo; El Cholo y el Negro Fabio; Tiburón y El Gallego o los nombres, apodos y sobrenombres que sean. Microhistorias en una historia más grande que duele y hace reír, porque como toda la historia de nuestra patria está atravesada por momentos de avances en las luchas populares, reflujos y frustraciones, grandes esperanzas y golpizas que dejan militantes presos, y acaso, también, muertos.

Entre los “Montoneros silvestres” que resistieron como pudieron el terror dictatorial y las piqueteras que resistieron con mucho aguante la consolidación del Estado de malestar, creció y se desarrolló una camada militante que dio sus primeros pasos bajo la sombra grandilocuente de los viejos combatientes setentistas y parió de algún modo a la nueva generación militante que, entre cortes de rutas y asambleas, entre ollas populares y escraches, entre tomas de edificios públicos y búsquedas de nuevos modos de pensar y hacer la política emancipatoria, llegó a diciembre de 2001 tirando piedras y levantando barricadas en el intento de bloquear la apología del fin de la historia y las ansias de protagonizar otra nueva.

Náufragos en el mar de una Argentina en pedazos; nómades en el desierto neoliberal, esta camada de militantes cumplió su papal fundamental en la historia de este país –a los ojos de este cronista– no durante los momentos más recordados de los años ochenta (el Juicio a las Juntas o los Paros de la CGT contra Alfonsín; las horas duras de “Semana Santa” o los saqueos del tramo final del Primer Gobierno Radical de posdictadura); no durante los años más álgidos de la resistencia popular anti-neoliberal (los piquetes del Movimiento de Trabajadores Desocupados; los escraches de HIJOS; los Paros Activos de la CTA y el MTA; las movilizaciones de CETERA y el movimiento estudiantil; las cacerolas en las asambleas de las grandes ciudades del país o las ocupaciones de fábricas para ponerlas a producir por sus trabajadores tras el abandono de sus empresarios); no durante los momentos más progresistas de la década ganada (el No al Alca en Mar del Plata; la recuperación de la ESMA; el enfrentamiento a las patronales agropecuarias o comunicacionales; etcétera, etcétera), sino en aquel período en el que el sentido común militante sostiene, aún hoy, que en la Argentina “no pasó nada”.

Resistir y vencer rescata la historia de aquellos que, comenzando sus militancias en los ochenta y continuando su activismo hasta el día de hoy, atravesaron con dignidad uno de los momentos más difíciles para la militancia popular en la historia de la Argentina: me refiero al ciclo que va de 1989 hasta 1994. Es decir, de la asunción de Menem a la presidencia hasta la Marcha Federal; de la derrota del Sandinismo en Nicaragua hasta la insurgencia zapatista en México; de la caída del Muro de Berlín a las luchas contra la globalización.

El libro repasa y reconstruye el proceso a partir del cual, por fuera del Peronismo Revolucionario, un grupo de jóvenes conforma la agrupación Descamisados, con fuerza en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires (La Boca) y la zona sur del conurbano bonaerense (fundamentalmente Avellaneda) y luego, por fuera del peronismo pero rescatando mucho de sus historias de lucha, nace el Movimiento La Patria Vencerá y Malón (en capital y zona norte y sur del conurbano), entre otros agrupamientos que, junto con Quebracho y Patria Libre, intentan cruzar tradiciones (peronismo y guevarismo), simbologías (estrella de ocho y cinco puntas; banderas rojas y celestes y blancas) y problemáticas diversas (las históricas y las emergentes en el nuevo mundo neoliberal).

A través de algunos lugares emblemáticos puede leerse en este libro la historia argentina en su conjunto. Valga un ejemplo: el Club Dínamo de Avellaneda. Espacio vecinal fundado en 1951, que se llamó “Dínamo y Perón” hasta 1955, cuando la “Revolución libertadora” lo “desperonizó” de prepo y pasó a llamarse Dínamo a secas hasta su cierre definitivo en 1977, en pleno auge del terrorismo de Estado (cierre del club; intento de cierre del ciclo peronista). En el medio, militancias peronistas festejan allí cuando en mayo de 1970 emerge la organización Montoneros ejecutando al dictador Pedro EugenioAramburu y se organizan en 1972 para participar de la Campaña del “Luche y vuelve”.

Resistir y vencer, una narración escrita a cuatro manos y construida con los retazos de un centenar de voces que a veces son protagonistas, y otras veces, hablan de los protagonistas desde los márgenes. Un libro que combina lo mejor del testimonio del periodismo de investigación y trazos de reconstrucción de historias dignas del mejor momento de la literatura del Turco Jorge Asís.

Teoría de la militancia // Clinämen

Damián Selci es el autor de “Teoría de la militancia. Organización y poder popular”. Nos visitó junto a uno de los editores de Cuarenta Ríos, Diego Caramés. La figura del cuadro político y “las contradicciones del pueblo”. Además, charlamos  sobre las denuncias de acoso y abuso a militantes de La Cámpora y cómo el movimiento de mujeres plantea nuevos términos para cualquier forma de organización.

18-12-2018

Engendros de masculinidades // Silvio Lang

Engendros, el primer libro de Pedro Yagüe, desensilla con dos relatos sobre el hecho de ser o no ser hombre. El primero, “Retrato cansado”, pinta la imagen arquetípica de la camaradería de varones tristes: los bebedores en el bar. Es un retrato de lo cansino, lo desvencijado, lo trasnochado y vetusto de las típicas escenas de buenos muchachos. Podría ser una estampa de escritores en el bar Varela Varelita de Buenos Aires. Escritores cansados de ser hombres. Ser hombre es una pasión concluida, resignificando el nombre de la novela de amores lésbicos, de Vita Sakeville-West.

 

El segundo relato, “Barret”, activa la fantasmática de la injuria de ser un varón homosexual a principios del siglo XX.  Ser homosexual es la represión originaria que permite hacer el hombre. Luego, el libro, desenvaina una caterva de ensayos que avivan las escrituras de ocho hombres más, ocho nombres del padre –“Mansilla”, “Fogwill”, “Gombrowicz”, “Lamborghini”, “Carri”, “Asís”, “Viñas”, “Rozitchner”. En el medio, un ensayo, “Paréntesis”, sobre la hija de uno de los hombres elegidos. Una hija lesbiana, Albertina Carri. Por último,  el libro culmina con una diatriba entre hermanxs que funciona como polémica del hijo guacho: “Engendros”, y que da nombre al libro.

 

La pregunta que sobrevuela a  lo largo de todo el libro es: ¿cómo perder el miedo de no ser hombre y ser un engendro? Ser otra cosa que no sea la obligación de actuar ese universal heterosexual de ser hombre y, ser, en cambio, un nombre, un ser singular.

 

En mi lectura de subrayados propios, aquello que nos gusta de lo que encontramos cuando leemos, según aprendí de la teoría de la lectura de María Moreno, se me arma un campo semántico de la afectividad. Una afectividad estratégica para la refundación de nuevas masculinidades. Entonces, con esos elementos queridos confecciono el índice de lo que podría ser el próximo libro de Pedro, cuyo nombre le regalo al amigo: “Tratado de engendros de masculinidades”. El libro por venir contiene 23 capítulos aún no escritos, a saber:

  1. Imaginación sensible
  2. Sabe el que siente
  3. Participación afectiva
  4. Acercamiento al corazón
  5. Vivencia afectiva
  6. Ruptura afectiva
  7. Capacidad de alojar
  8. Empatía
  9. Afectos sociales
  10. Afectos en el cuerpo
  11. Afectos vivos
  12. Arte de hacer sentir
  13. Odio: proyecto teórico-político
  14. Internacional de los humillados
  15. Sumersión del cuerpo en el texto
  16. Contra-coherencia sensible
  17. Escuchar el afecto
  18. Escuchar una poética
  19. Saberes del cuerpo
  20. Escucha de la propia afectividad
  21. Agitar el cuerpo sedimentado de afectos
  22. Destreza pasional
  23. Coordenadas afectivas del pensar

 

Este tratado para afirmarse como tal necesita preguntarse: ¿Cómo hemos fundado nuestra masculinidad? ¿Cómo refundarse desde la orfandad y las alianzas en el tiempo? ¿Cómo perdemos el miedo a no ser hombres? ¿Qué más puede haber  además de la pasión concluída de ser hombres? Y es en el último capítulo “Engendros”, con voz propia y fraterna, donde se puede encontrar la clave, articulada por Pedro, para elaborar ese tratado de nuevas masculinidades. Cuya tarea “implica asumir la orfandad”. Animarse a “olvidar los supuestos padres, los posibles hijos”. Y comprender que “esto será siempre un trabajo por tanteos, avanzando sin ver bien hacia adónde, sin saber del todo con quién”. Tu serás tu propio engendro.

Mujer salva mujer y muestra al mundo lo que tiene que cambiar // Entrevista a Rita Segato por Mariana Carbajal

Fuente: Página/12

“La noticia de una agresión sexual se instala como un espectáculo en los medios y eso tiene que cambiar”, dice la antropóloga Rita Segato, una de las grandes intelectuales latinoamericanas, al analizar el tratamiento que tuvo en televisión la denuncia de violación de Thelma Fardin contra Juan Darthés. También llamó la atención sobre el riesgo de que se produzca un efecto imitación como ocurre con las noticias de suicidios, y sobre la necesidad de correr a la actriz del lugar de víctima. “No quiero solamente consolar a una víctima que llora. El punto es cómo educamos a la sociedad para entender el problema de la violencia sexual como un problema político y no moral”, señaló Segato. La autora de “La guerra contra las mujeres” (Madrid: Traficantes de Sueños, 2016), está además preocupada por lo que viene llamando “un feminismo del enemigo”. “El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos ‘naturales’”, expresó. Y a su vez, cuestionó los “linchamientos” en redes sociales para denunciar violencias machistas entre pares, adolescentes. “Debemos preparar a nuestras y nuestros jóvenes para que puedan tramitar sus relaciones con su propia palabra y con sus propios gestos”, alentó. Y quiso dejar como mensaje una frase que le dijo un jefe de la policía de El Salvador, donde estuvo trabajando durante una gran parte de este año: “Que la mujer del futuro, no sea el hombre que estamos dejando atrás”.

   Es una de las voces más lúcidas de la región a la hora de pensar la violencia machista en sus distintas formas y circunstancias. Su pensamiento es provocador. Empuja a la reflexión. Segato nació en Argentina y vivió también en Venezuela, Irlanda, Estados Unidos y Brasil. Tiene una extensa trayectoria académica. Este año, la Universidad de Brasilia le concedió el título de Profesora Emérita de la institución, y recibió tres Doctorados Honoris Causa de universidades argentinas. Es autora de numerosos libros, el último, “Contra-pedagogías de la Crueldad” (Buenos Aires: Prometeo, 2018). 

   Cuando empezó a trabajar primero con los presos condenados por violación en la penitenciaria de Brasilia, pensó que sería una situación excepcional y pronto abandonaría el tema. Cuando fue invitada, luego de publicar el libro “Las estructuras elementales de la violencia” (2003, Prometeo), para aplicar su modelo de la fratria masculina, del club de hombres, al caso de las mafias de Ciudad Juárez, pensó también que estaba ante un caso excepcional, raro, que rápidamente ese tema iba a desaparecer de la historia. Y siente una tremenda frustración porque no consigue abandonarlo. Este año, fue convocada por la Policía Nacional Civil de El Salvador, tal vez el país más violento del continente, para elaborar un diagnóstico sobre crímenes de género al interior de la institución. 

La conversación transcurre en su departamento de San Telmo. 

–¿Cómo analiza lo que pasó a partir de la denuncia de Thelma Fardin?

–Es fundamental vincularlo con lo que pasó dos semanas antes con el fallo sobre el femicidio de Lucía Pérez, donde un tribunal dijo que no hay ninguna relación de poder entre dos hombres adultos que le proveen droga a una adolescente. La sociedad que se escandaliza porque otra adolescente, de la misma edad que Lucía, fue violada por un varón de mayor y de más poder, les está diciendo a esos jueces de Mar del Plata que están equivocados y que han traicionado las expectativas de la sociedad con relación a la justicia. Es importantísimo vincular las dos escenas, ponerlas en relación. En segundo lugar, estamos viendo que la sociedad está siendo avisada y se está volviendo más sensible en relación a las agresiones, a los acosos, a las distintas formas de abuso de género y esa es una buena noticia.

–¿Cómo ve el rol de los medios en el abordaje del tema?

–Tenemos un problema con el espectáculo de la noticia. Es indispensable ver cómo los medios pueden informar sobre este fenómeno. Lo que hemos aprendido de feminicidios y escándalos sexuales anteriores es que aunque los medios muestren la monstruosidad del agresor, ese monstruo para otros hombres resulta una figura tentadora, porque el monstruo es potente. El monstruo es un personaje predador, rapiñador, como debe ser el sujeto masculino formateado por el mandato de masculinidad. Y lo que el hombre quiere mostrar siempre es que puede serlo, porque es su forma de mostrar que es potente. Ha sucedido en otras situaciones, como en el caso de Wanda Taddei, que la monstruosidad quiere ser imitada. Hoy en día existir bajo el lente mediático parece ser para muchas personas la única forma de existir. Es un fenómeno de nuestro tiempo. Así como en el caso del suicidio fue revisado el rol de los medios y hay una pauta mediática que decidió no mostrarlos ni hablar del tema porque ya se sabe que se va a repetir, se deberían repensar las coberturas en casos de agresiones sexuales. 

–¿Cuál es su propuesta?

–Profesores de comunicación, formadores de periodistas y editores de medios tienen que convocarse a una gran convención, diría latinoamericana, donde se debata en profundidad la pauta mediática para las agresiones sexuales, y donde también se rediscuta el suicidio como pauta. Porque no informar, es decir, desinformar, también es problemático. Esa discusión es indispensable. No se puede seguir así. En este caso de Thelma es clarísimo: aparece una niña llorando, linda, actriz, que en su momento fue famosa. Se la muestra como una heroína de cuentos de hadas. Pero no debe ser mostrada así.  Es peligroso. Porque las heroínas del cuento de hadas reviven al final la ilusión del príncipe salvador.

–¿Cómo se la debería mostrar?

–Se la debe mostrar como una sujeta que está descubriendo su propia capacidad política de modificar una estructura, que es la estructura desigual del Patriarcado. Ese es su papel. Y por encima de todo como una sujeta que no necesitó de un príncipe: hay un colectivo de actrices que la secunda, que promueve su denuncia, que la acompaña políticamente. Entonces, no basta la posición de víctima. El victimismo no es una buena política para las mujeres.  Lo más importante en esta noticia y lo que los medios deberían destacar y repetir sin reserva y hasta con exceso es que quien rescata a Thelma es un grupo de mujeres, son sus pares, sus colegas, sus amigas, sus hermanas en el proceso político que estamos viviendo en Argentina y en el continente: mujer salva mujer y muestra al mundo lo que tiene que cambiar. No hay un príncipe valiente. Hay política, que es más lindo, más heroico y más verdadero. La mano salvadora viene de nuestra amistad y alianza. Sin embargo, lo que destacan y repiten es la escena sin límite de la víctima describiendo la agresión y exhibiendo su dolor “mariano”. Se comprende la emoción reviviendo aquel momento y no debe estar ausente, pero la presentación de una sujeta acusadora solamente a partir de su dolor moral por lo que le ha sucedido –que es lo que los medios mostraron– no debería substituir ni desdibujar o anteponerse a la escena de una mujer que se ha vuelto una sujeta política y por eso denuncia. 

–¿No cree que si una víctima no muestra públicamente el sufrimiento que le causa el recuerdo de la violación que sufrió, la opinión pública pondría en duda sus palabras? Hay un modelo de víctima ideal: si no es sufriente pierde credibilidad para cierto público…

–Claro, pero eso lo tenemos que cambiar.  La víctima no necesita ser buena y pura para ser comprendida como víctima, solo necesita ser persona. Entender la diferencia es dar el giro político que la sociedad necesita para que este tipo de cosa no vuelva a sucederle a nadie. 

–Pero, ¿cómo movemos eso de ahí? 

–Ése es el punto. Lo tenemos que mover porque incluso es chocante para quien está dentro de una crítica y un proyecto político, que es mi proyecto: la intención es cambiar al mundo, el orden político patriarcal, que hace a todo el mundo, hombres y mujeres, tanto daño.  Les estamos diciendo a los hombres que se corran, se desmarquen y desmonten el mandato de masculinidad. Muchos lo están haciendo, me consta, porque están percibiendo que ese mandato los mata primero, los enferma primero, y que también son pobres e incautas víctimas de ese orden corporativo autoritario y cruel que impera al interior de la propia corporación masculina.  Porque dentro de esa corporación, como en todas, hay hombres que son más hombres y hombres que son menos hombres, es jerárquica, es maligna, obliga a dar pruebas de narcisismo y de crueldad todo el tiempo. Es por eso que la visión política, la manera de hacer política en estilo femenino se está recomponiendo después de un largo tiempo de rasura, de censura, de olvido compulsorio. Hay un fenómeno de afloramiento de la politicidad femenina después de un largo tiempo de su negación como política. Eso es lo que vemos en las calles. Y es también, afortunadamente, lo que se ve en el apoyo masivo que Thelma ha recibido de las mujeres de su gremio, y también de la sociedad argentina. Tenemos que celebrarlo. Basta de llanto. No queremos solamente consolar a una víctima que llora. El punto es cómo educamos a la sociedad para entender el problema de la violencia sexual como un problema político y no moral. Cómo mostramos el orden patriarcal, que es un orden político escondido por detrás de una moralidad. El problema es que está siendo mostrado en términos de moralidad. Y es insuficiente mostrarlo así por varias razones.

–¿Cuáles?

–Aparece y lo he visto mucho en estos días, que solo el hombre es sujeto del deseo sexual; la mujer, no. El hombre desea, la mujer se rinde. No es esa mi propuesta de un mejor momento para las mujeres. La mujer es un sujeto pleno del deseo. La noticia es presentada como si la mujer no lo fuera, y fuera solo víctima del deseo masculino. Tengo un miedo terrible a esa posición porque es tremendamente conservadora, es decir, no nos saca del lugar de la pasividad. 

–Pero la denuncia es importante porque abrió una puerta que ya no se va a cerrar y confirma lo que desde el movimiento de mujeres hemos venido diciendo desde hace tiempo: la naturalización y la impunidad frente a la violencia sexual en distintos ámbitos …

–Sí, pero que no se malogre con el aspecto de espectáculo que tiene esto. La glamorización de lo sucedido es contraproducente. Es importantísimo lo que está pasando. Muestra que la sociedad, muchas mujeres y hombres también estamos insatisfechas con el orden de las cosas. 

–¿Cómo enlazarlo con lo que viene sucediendo a partir del Ni Una Menos, los paros de mujeres, la lucha por el aborto, ese camino de las mujeres hoy? 

–Volviéndolo político, retirándolo de lo moral, y haciendo ver que se trata de una escena, de una situación, de una posición en que nosotras, las mujeres nos hemos encontrado muchas veces en el trabajo, en la escuela, en la universidad y en la vida en relación. La escena de género es una escena de poder, no podemos más dudarlo. La sociedad no lo duda más… y el derecho debe asimilarlo.  Hemos tenido un maravilloso éxito político al demostrarlo y las joven llevarán adelante en la historia esta lucidez que la sociedad ha alcanzado….. no sin dolor, o, mejor dicho, a través del dolor de los feminicidios. Pues cada feminicidio es un ataque a toda la sociedad, un dolor de todos. 

–¿En su evaluación, entonces, es un gran momento para nosotras?

–Sin duda alguna. Es un viraje de la historia, lo estamos viendo en varios escenarios distintos que estamos consiguiendo dar vuelta a una página de la historia con el movimiento que estamos haciendo las mujeres. Los relatos que están aflorando y haciéndose públicos muestran claramente que estamos librándonos de un cierto mandato paterno, patriarcal, cruel, abusador, narcisista y castigador. Y es por la desestabilización de ese mandato que se cambia el rumbo, que se cambia el mundo. Es un gran momento inédito y de una intensidad impar. Pero, por otro lado, por la intensidad de este momento tenemos que tener mucho cuidado.  

–¿Cuáles son sus alertas?

–1. Cuidado con lo que vengo llamando “un feminismo del enemigo”, pues todas las políticas que se arman a partir de la idea de un enemigo caen irremediablemente en el autoritarismo y en formas de accionar fascistoides. El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos “naturales”. El enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres. 2. Cuidado con los linchamientos, pues hemos defendido por mucho tiempo el derecho al justo proceso, que no es otra cosa que el derecho al contradictorio, a la contradicción, al contraargumento en juicio. Linchamiento y escrache no son lo mismo. El escrache, como lo habilitamos en Argentina cuando el Estado se volvió genocida, y en realidad podríamos volver a habilitar ahora, porque constatamos, como en el caso de Lucía Pérez o el caso del jury al Juez Rossi (que había dejado en libertad, a pesar de tener condena por violación, a quien mató luego a Micaela García), que la justicia nos traiciona, se elabora a través de un “proceso”, que es de justicia aunque no de justicia estatal. Cuando la justicia estatal falla, otras formas de justicia aparecen, pero no son espontáneas, pues hay deliberación, consulta, escucha, y la consideración por parte del colectivo de que se puede estar cometiendo un error –eso es el contradictorio, eso es el espacio para la posibilidad de la contradicción–. El linchamiento es una forma de ejecución sin ninguna de esas garantías. Es una ejecución sumaria, y extrajudicial en el sentido de que no está sometida a ningún tipo de deliberación, ni estatal ni de la colectividad en cuanto tal. 3. Cuidado con entregar la gestión y negociación de las relaciones entre las personas y, muy especialmente, de la sexualidad, al estado. No es propio de nuestras sociedades, de nuestra forma de ser en el continente latinoamericano, curvarnos a la judicialización de la gestión de la vida, de las relaciones interpersonales, y no creo que sea un buen propósito. Debemos preparar a nuestras y nuestros jóvenes a que puedan tramitar sus relaciones con su propia palabra y con sus propios gestos.  La entrega de esa gestión de las relaciones a otras instancias puede ocurrir cuando los intentos de hablar del deseo y del no deseo interpares se muestre imposible. Las y los jóvenes deben reaprender a conversar. Y, por último, 4, te comparto la extraordinaria frase que me dijo un jefe de la policía de El Salvador, donde estuve trabajando durante una gran parte de este año: “Que la mujer del futuro, no sea el hombre que estamos dejando atrás”.

“Una rebelión del pueblo contra el rey. Es algo completamente francés” // Toni Negri sobre los chalecos amarillos

Entrevista a Toni Negri de Angela Mauro para Huffpost Italia

Así de simple y a la vez complejo: por cierto, alarmante. En su París, la ciudad donde vive desde hace tantos años, el profesor Toni Negri trata de hacer una lectura de las protestas que están sacudiendo a Francia desde hace semanas. Los chalecos amarillos no son un fenómeno fácil de leer ni siquiera para él, un entendido de los movimientos obreros y estudiantiles. Negri argumenta en esta entrevista para Huffpost por qué son un fenómeno nuevo: “No es el 68, que fue propio del siglo XX. No es la derecha o la izquierda: es contra Macron que ha destruido los cuerpos intermedios y ahora se encuentra sin posibilidad de mediación y sin la mínima posibilidad de hacer un llamado gaullista”. Negri apela a comparaciones altisonantes de la historia como el célebre llamado del general De Gaulle a la “Francia libre contra los nazis” en 1940: lo hace para señalar la gravedad de los hechos en Francia. El hecho de que Macron no tenga margen de acción, continúa Negri, “es un problema grandísimo, un desastre que debería interpelar a quien concibió el populismo de centro…”.

En una reflexión en Euronomade.info, usted habla de insurrección. Y con esto que tenemos ¿qué hacemos?

La palabra insurrección implica un triunfo, el fenómeno está todavía en camino. Por cierto, se puede decir que se trata de una rebelión del pueblo contra el rey, el soberano, para poner fin a la propia miseria. Es algo completamente francés. Pero si el soberano no está de acuerdo lo puede incluso guillotinar: esta es la relación.

¿En qué sentido?

En el sentido de que no es simplemente una rebelión: es una rebelión radical. Esto se ve en los piquetes que están en todas partes en Francia, no solamente en la ciudad. Están en medio del campo, están en todos lados para señalar la presencia de los chalecos amarillos, se los advierte con un comportamiento medio escolar. Esto no se termina.

Macron dio marcha atrás con el impuesto a los combustibles, la chispa que hizo explotar las protestas a mediados de noviembre. Ahora que lo ha eliminado ¿no es una solución?

No, ya no basta. Si lo hubiese hecho después del primer sábado de protesta, el 17 de noviembre pasado, podría haberse dado que se resolviera… Pero lo que es cierto es que ahora no es solo el impuesto a los combustibles. Tengo la impresión de que se está acumulando una demanda de justicia fiscal y no solo fiscal sino principalmente sobre el costo de la vida. Es por eso que las fuerzas de Macron no logran calmar la insurrección.

¿Por qué pasa esto y por qué en Francia?

Porque, al inicio de su escalada al poder, Macron había interpretado este malestar y lo había presentado como la base de su propio éxito. Entonces es con respecto a él que se da esta insurrección: él se había presentado como el “soberano” y había vencido, había logrado imponer su ley. En consecuencia, esto que está sucediendo es el revés de la promesa de Macron: él, que siempre se ubicó por fuera de la derecha y de la izquierda, que se ha movido incluso sobre un terreno diferente al de la representación, asiste a movimientos que solo se explican en las mismas direcciones. En resumen: es el fracaso del populismo de centro, la primera gran crisis del populismo.

Al comienzo, los chalecos amarillos eran vistos como un movimiento sobre todo de derecha. ¿No es así?

Derecha e izquierda están cancelados, no existen más, no están entre los chalecos amarillos. El sur de Francia está lleno de bloques. En los primeros días, se hablaba como si fueran bloques de derecha,“son los cazadores”, se decía aquí, en Francia. En pocos días se han agregado a los bloques muchas categorías: están los jubilados, trabajadores, gente pobre que plantea problemas de igualdad. Y es interesante que, al menos hasta ahora, no se habla de la inmigración, no está entre las reivindicaciones. En esto, la protesta de los chalecos amarillos se presenta cerrada en su cultura, con temas centrados en el costo de la vida, es casi parroquial. Es cierto, corre el riesgo de terminar en la derecha, pero por ahora no se puede decir que es de derecha y punto.

¿Hay diferencias entre la rebelión de los chalecos amarillos en las provincias y las de las ciudades?

Sí, pero están aun cuando no se vean quizás a los chalecos amarillos en la ciudad. Por ejemplo, ayer los estudiantes han ocupado una sede destacada de la Sorbona, son los estudiantes de los liceos en huelga, y también el domingo se lanzó una huelga de los grandes camioneros. Y también circulan dudas sobre la actuación de las fuerzas del orden…

¿Podrían unirse a las protestas?

No digo eso, pero se sabe de algunos fenómenos de insubordinación. Es fácil si se piensa que el gendarme medio tiene una condición de vida que se refleja bien en las protestas de los chalecos amarillos…

Con la crisis de la clase obrera y con una precariedad generalizada, quizás sea a esto a lo que debemos prepararnos: rebeliones que no pueden circunscribirse en la derecha o en la izquierda, una rabia general que proyecta nuestra era digital detrás en vez de adelante, de las fases históricas previas al siglo XX y a protestas diría “primitivas”, lejísimos de las elaboraciones intelectuales del 68.

No creo que derecha e izquierda se hayan terminado. Se han terminado los partidos de la derecha y de la izquierda. Se han congestionado los mecanismos de la representación. La lucha de clases continúa siendo fundamental, aún cuando a veces se manifiesta de manera espuria. En Francia, a veces parece que ocurre la repetición de la revolución… de 1789: pero es una ilusión…

¿Se terminó para Macron?

No lo sé, es necesario ver qué sucede. Es cierto que en esto tiene todo en contra. Entre otras cosas, esto no es el 68 que fue muy de los años del siglo pasado. Esto es una cosa diferente y sobretodo no es derecha o izquierda: es contra Macron que ha destruido los cuerpos intermediarios, se encuentra sin posibilidad de mediación y no tiene la mínima posibilidad de hacer un llamado gaullista. Es un problema grandísimo, un desastre que debiera interpelar a los que concibieron el populismo de centro…

Imagino que debería ser una campana de alarma para quienes en Italia piensan seguir el ejemplo de Macron, me refiero a Mateo Renzi… Pero a propósito de Italia: nosotros no estamos de chaleco amarillo. ¿No lo estaremos nunca?

En Italia está todo abierto: el PD se está escindiendo, el movimiento político del que se habla alrededor de Renzi está fuera de la gracia de dios. Después de lo cual no sé si los chalecos amarillos podrían aparecer también en Italia: depende de lo que le suceda al gobierno y de cómo vaya a terminar esta alianza innatural entre la Liga y M5s. Siempre he pensado que los cinquestelle son una derivación de los comportamientos multitudinarios. Y ahora es cierto que están acumulando el descontento, justamente por la alianza con la Liga. Pero todo depende de cómo termine esta historia de un gobierno entre otras cosas completamente aislado en Europa, increíble…

Traducción de Celia Tabó

«El feminismo no puede ser fascista, no puede construirse como una política del enemigo» // Rita Segato

La antropóloga y escritora argentina Rita Segato visitó a Reynaldo Sietecase en Radio Con vos despues de la denuncia que efectuó el colectivo de actrices argentinas contra el actor Juan Darthes y habló de feminismo y la forma de empoderar y «equipar» a las niñas para el futuro: «esta es una sociedad abusadora, acusadora y feminicida. Nosotras madres, y padres, que está preocupada por el bienestar de las personas,tenemos la obligación de equipar a las niñas. Nosotras madres, y padres, que estamos preocupados por el bienestar de las personas,tenemos la obligación de equipar a las niñas. Si la justicia no se hace, nosotros tenemos el show. No se si llegará la justicia pero esto a la sociedad ya llegó. Si la justicia no se hace, nosotros tenemos el show. No se si llegará la justicia pero, esto a la sociedad ya llegó. me di cuenta que pasó algo en mi vida, cuando tenia 14 años que me trajo hasta acá… no lo conté nunca…» Escuchá la anécdota de la escritora acá

Rita Segato: «El feminismo punitivista puede hacer caer por tierra una gran cantidad de conquistas» // Camila Alfie

Fuente: Agencia Paco Urondo

En la Argentina, como lo demostró ayer Thelma Fardin, las mujeres ya no nos callamos más. Contra el acoso, la violencia y la justicia patriarcal, el escrache, ya sea anónimo o con nombre y apellido, se posicionó como un dispositivo para alertar de posibles violentos, pero también como una búsqueda de ajusticiamiento mediante la condena social. A través de este método, que virtualmente está en manos de todos y todas, hemos visto caer desde ídolos rockeros hasta actores -Juan Darthés, el último-, docentes prestigiosos, cuadros políticos de organizaciones y partidos, todo tipo de “ciudadanos de a pie”. Sin embargo, dispara interrogantes que todavía no parecen saldados: ¿Podemos ponerlo en duda? ¿Puede el punitivismo, frente a la impunidad, ser una forma de “justicia popular”?

Este fin de semana se celebró en La Plata la cuarta edición del Encuentro Latinoamericano de Feminismos, donde la antropóloga Rita Segato junto la periodista e integrante de HIJOS Lucía García Itzigsohn, entre otras invitadas, debatieron acerca de estas cuestiones en la rueda “Seguimos persiguiendo justicia —  Homenaje a Chicha Mariani”. En conjunto, abordaron cuestiones como la búsqueda de una reparación, el significado de la memoria, y repasaron la historia del escrache como método de lucha; sin embargo, la charla terminó con más interrogantes que respuestas.

Itzigsohn, que contó su experiencia como hija de detenidos desaparecidos, sostuvo que estas acciones surgieron “como una instancia de justicia en acto, perfomática”. “Hoy estoy en otra posición, la vía institucional es importante porque inscribe las cosas en otro nivel”, señala, y recuerda: “Nosotros hacíamos una investigación copiada de las Abuelas. Íbamos a las casas y hacíamos guardia, trabajábamos con los vecinos, les contábamos que íbamos a marcar ese domicilio”, previo al momento de la icónica bombita roja. “Era un momento festivo”, con murga incluida: “Bailábamos, porque podíamos transformar la impunidad en algo que poníamos en la discusión social. Era una catarsis colectiva”.

Si hay o no reparación, Itzigsohn define que la violencia es justamente “lo irreparable”; sin embargo, poder sanar colectivamente y vivir desde el cuerpo que lo que le había pasado a ella también lo atravesaron otros, le permitió “una línea de fuga del lugar de víctima”.

Para la antropóloga Rita Segato, el “bien colateral” de la dictadura fue justamente eso: escenas como la de los escraches, que promocionaron el debate para desarrollar así una inteligencia social “más sofisticada”, que permitió “salir de los lugares comunes”, y promovió que las mujeres profundicen “una nueva forma de hacer política”, que reafirma: “Surgió con las Madres”. Por eso, para ella, los homicidios de Berta Cáceres y de Azucena Villaflor fueron femicidios; aunque muchos hombres fueron asesinados por las mismas causas, señala que la diferencia radica en que lo que se quería matar “era un estilo de hacer política, una politicidad propia de las mujeres”.

Sin embargo, menciona que estos métodos usados en el período de post-dictadura “nunca fueron un linchamiento”, sino el fruto de “un convenio colectivo a través del cual concluyeron que había que llegar a un castigo”: aunque no hubo una instancia judicial, sí hubo una de “juicio justo”. Por eso reconoce que “desde el feminismo podría haber una instancia de juicio justo”, -en vez de las escraches como se los conoce ahora, -“como una asamblea, para que la situación no sea un linchamiento sin sumario”. “Si defendemos el derecho al proceso de justicia, nuestro movimiento no puede proceder de esa forma que ha condenado”.

Para ella, la impunidad radica en que ahora es exhibida como un show, como en el caso de Lucía Pérez, donde se le dijo a la gente que “el mundo tiene dueños”, y que ellos “no van a ceder ante ningún pedido de la sociedad”: hay un “mensaje de la dueñidad”, donde lo que queda en claro es que “la institucionalidad” es una ficción.

“Entonces, ¿qué es lo contrario a la impunidad? ¿El punitivismo?”, se pregunta Rita. Sabiendo que estaba entrando en un terreno complicado, invitó a salir “de los binomios mas paridos, como el abolicionismo o el regulacionismo, que simplifican la realidad”. Y agregó: “No quiero un feminismo del enemigo, porque la política del enemigo es lo que construye el fascismo. Para hacer política, tenemos que ser mayores que eso”. “Antes de ser feminista soy pluralista, quiero un mundo sin hegemonía. Lo no negociable es el aborto y la lucha contra los monopolios que consideran que hay una única forma del bien, de la justicia, de la verdad: eso es mi antagonista”, describió. Para la investigadora, “el feminismo punitivista puede hacer caer por tierra una gran cantidad de conquistas”, es “un mal sobre el que tenemos que reflexionar más”, y recuerda la violencia que se vive en las prisiones: “¿Puede un estado con las cárceles que tiene hacer justicia? Esa no puede ser la justicia; ser justo con una mano y ser cruel con la otra”.

Profundizando este concepto, la antropóloga expuso que hay que tener “cuidado con las formas que aprendimos de hacer justicia” desde lo punitivo, que están ligadas a la lógica patriarcal. El desarrollo del feminismo, recalca, no puede “pasar por la repetición de los modelos masculinos”. Frente a eso, sabe que la respuesta no es fácil: “No hay una solución simple, pero es necesario pensar más y estar en un proceso constante. Cuando el proceso se cierra, es decir, cuando la vida se cierra, se llega a lo inerte”, en cambio, “la política en clave femenina es otra cosa, es movimiento”.

Además, señaló que “la única forma de reparar las subjetividades dañadas de la víctima y el agresor es la política, porque la política es colectivizarte y vincular”, propuso Segato. “Cuando salimos de la subjetividad podemos ver un daño colectivo”, y eso no puede curarse “si no se ve el sufrimiento en el otro”. Por eso, considera clave el proceso de debate y búsqueda de justicia: “Fuimos capturadas por la idea mercantil de la justicia institucional como producto y eso hay que deshacerlo. Perseguimos la sentencia como una cosa, y no nos dimos cuenta que la gran cosa es el proceso de ampliación del debate”.

Chile: Yeguada Latinoamericana // Cheril Linett

“Abortar la justicia patriarcal”: Yeguada Latinoamericana irrumpió en sesión del Congreso con protesta a favor del aborto

Mientras se desarrollaba una sesión ordinaria en la Cámara Baja, la artista visual y de performance Cheril Linett irrumpió junto a la Yeguada Latinoamericana en el Congreso Nacional, ubicado en la región de Valparaíso.

Con un lienzo que rezaba “Abortistas”, las mujeres procedieron a mostrar sus colas de yeguas, ya parte fija del imaginario artístico de Linett.

En conversación con Radio ADN, Linett explicó que sacaron sus “colas de bestias mutantes, de yeguas” para manifestarse no solo a favor del aborto legal, seguro y gratuito, sino también para “abortar la justicia patriarcal, las decisiones que se están tomando adentro, que quieran decidir sobre nuestros cuerpos, y más encima, hombres”.

“La idea era hacerlo dentro del Congreso porque es un tema que se define ahí. Fuimos con un lienzo que decía abortistas, pero es un amplio sentido: desde aborto libre al sistema judicial. También abortar la idea de estos 9 abogados que están decidiendo por nosotras bajar la edad de consentimiento a los 12 años y otorgando grados sobre el delito de violación según la resistencia”. 

A juicio de Linett, abortar el sistema patriarcal implica un rechazo hacia la estructura y hacia “quienes toman decisiones, que son hombres, y las toman en función de sus privilegios. Ese era el sentido de ir a hacer nuestra intervención ahí”.

La artista aseguró que, al momento de ser desalojadas por funcionarias de Carabineros que llegaron con “mantas” a taparlas durante su intervención, una de las uniformadas les dijo: “Esto no es un cabaret”.

#2001: Odisea en el Conurbano (“Pelo verde”) // Mariano Pacheco*

La Plaza Conesa en Quilmes, la cerveza en una fría noche de invierno y el amucharse con amigos como forma de enfrentar las adversidades de la época.

Salimos de la casa de Fede sin rumbo cierto aquella noche. Caminamos dos cuadras y entramos a la estación de servicio de Andrés Baranda y O Higgins. No recuerdo si compré una lata de cerveza de medio, o una petaca de caipiriña. Sí que Pelo-verde se agarró una botella de Gancia. Lo primero que pensé fue:¿de dónde va a sacar hielo? Pero no hizo falta. Fede pagó y enfiló para la vereda, sin hielo, sin soda, sin gaseosa lima y limón, sin nada más que su Gancia bajo el brazo.

Salimos de la Shell, caminamos unas cuadras y al llegar a la barrera pasamos para el terraplén. Nos tiramos sobre la tierra, al costado de las vías y nos pusimos a mirar el cielo. Cada uno con su bebida, no recuerdo si con algún pucho encendido también.

Bebimos y charlamos y flaseamos con cada tren que pasó.

No recuerdo si se había peleado con su novia, o si había pasado algo con su padre, de quien no sabíamos mucho, ni el veía mucho tampoco, pero a quien siempre tenía –de todos modos– muy presente en su vida. La cosa es que algo había pasado aquél día.

Charlamos y charlamos hasta que Fede revoleó la botella vacía sobre las vías.

Yo no podía creer que se hubiese bajado una botella entera de Gancia, así, sin hielo ni nada.

Después enfilamos para la Plaza Conesa, Fede totalmente en pedo y yo parecido, pero no igual.

Fede paró varias veces en algún árbol para vomitar.

Cuando llegamos a la Plaza, bajo la parra del centro, como cada sábado, estaban Twitti y Eugenia, Tavo y su novia, Huevo y Elisa, Luichi (El Gordo), El Mudo, Mercedes, Deivi –que era igual de flaco que Joe, y usaba chupines y el pelo igual que el cantante de Los Ramones–, Tonito y Vange… Cada tanto caían El Chula, Petete, el flaco Luis y algún que otro amigo más.

Esa noche quien sabe por qué, o cómo empezó, pero el hecho es que nadie nos atacó, ni nos peleamos con ninguna banda, ni nos persiguió la policía, que de tanto en tanta largaba los micros en la madrugada y empezaba con las razzias. Pero por alguna extraña razón, la novia de Tavo lo empezó a agitar y uno de los pibes que estaba con nosotros pero no era de la banda se comió el garrón. Luisito encima lo agitaba más, diciéndole que le partiera la botella de cerveza en la cabeza.

De repente el pibe comenzó a correr: atrás de él iba Tavo, que trataba de derribarlo tirándole patadas a los tobillos mientras su novia gritaba exitadísima. Tavo, su novia y Luis estaban más duros que la mierda, y cuando el Tavo se enojaba más bien no decirle nada o uno también la podía ligar, así que me callé. Era bravo Tavo: petiso, cara de bueno pero un malo entre los malos. Había estado preso varias veces y siempre la agitaba con que ya de la primera vez se tuvo que parar de mano en el patio de la Comisaría de Quilmes para que no le quitaran las zapatillas. Nadie sabía a ciencia cierta cual de sus historias era real, pero lo cierto es que las veces que se lo vio pelear era como un animal herido que no estaba dispuesto a entregarse como presa.

Esa noche por suerte el pibe corrió y el Flaco Luis volvió con Tavo a la plaza y todos seguimos tomando birra, cagados de frío, como si nada hubiera pasado.

Creo que Fede quedó tumbado sobre un banco hasta el amanecer, cuando todos nos fuimos, algunos caminando y otros, como yo, a tomar un colectivo.

Éramos piel y uña con Fede, íbamos para todos lados juntos. Y nunca, por nada, uno dejaba tirado al otro, pintara la que pintara, y estando en el estado en el que se estuviera.

Fede era más grande que yo (todos en realidad eran más grandes que yo) y como todos, tenía a sus padres separados. Su madre trabajaba y como la de casi todos, no estaba nunca en su casa. Así que la de Fede servía muchas veces como base para las juntadas entre-semana, a la siesta, cuando por alguna razón los videos nos quedaban chicos para las travesías entre chicos y chicas, o cuando pintaba juntarse a zapar un poco de punk-rock.

En una suerte de “trasvasamiento generacional” (término que descubriríamos luego, y que por entonces no nos hubiese dicho nada de haberlo escuchado) Fede me regaló una remera blanca con la inscripción de Flema pintada en tinta china negra. Remera que achiqué y corté sus mangas, y que no me saqué hasta que estuvo hecha literalmente un trapo.

Parecía una remera, o era en rigor una remera. Pero esos primeros años de la década del 90, tanto el nombre de Flema como ese tipo de regalos implicaban mucho más que la adhesión a banda o un estilo de música, mucho más que una determinada prenda de vestir: el punk rock, para nosotros, era el símbolo de una relación social, un tipo de amistad por la que cada uno estaba dispuesto a jugarse el todo por el todo por el otro.

 

 

 

*Extracto de un libro en preparación que Lobo suelto! irá publicando en parte, en entregas semanales, de acá fin de año.

El autor es ensayista y comunicador popular. También coordina cursos de filosofía. Autor de los libros Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y peronismo (Punto de Encuentro, 2016); Montoneros silvestres (1976-1983). Historias de resistencia a la dictadura en el sur del conurbano (Planeta, 2014); Kamchatka. Nietzsche, Freud, Arlt: ensayos sobre política y cultura (Alción, 2013); De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El Colectivo, 2010) y co-autor de Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo (Planeta, 2012). Editor del portal y conductor del programa radial La luna con gatillo, columnista el periódico Resumen Latinoamericano y colaborador de Lobo suelto!

Guattari y Marx: apuntes para recrear una filosofía política de las militancias // Mariano Pacheco

Félix Guattari y Karl Marx comparten una extraña vocación por asumir con igual pasión desafíos de producción teórico-política y político-militante. Ambos pensaron críticamente el mundo que habitaron, escribieron y cumplieron funciones organizativas al interior de experiencias colectivas. Quizás Guattari, por desenvolverse un siglo más tarde que Marx (y partiendo de él y algunos de sus continuadores), logra incorporar a la mirada crítica de la sociedad capitalista una dimensión más: la teoría y la práctica (es decir: la praxis) respecto de las singularidades existenciales.

En ambos, asimismo, el periodismo (los textos periodísticos) funciona como un medio para ampliar lectores, para decir de un modo más corto y sencillo cuestiones que ya abordaron (o abordarán) en otros ensayos de mayor extensión y vocabulario técnico específico (no hablo de profundidad porque, tal como insistía en Argentina Rodolfo Walsh, el buen periodismo es aquel capaz de decir en pocas palabras y un lenguaje sencillo las cosas más profundas y complejas, cosa que tanto Marx como Guattari lograron ampliamente en sus «notas»).

Devenires y relaciones de fuerzas

Quisiera comenzar este texto por Guattari. Rescatar sus últimas producciones. Me gusta su gesto de reafirmar cierto marxismo en el momento mismo en que el socialismo parece irse al demonio en todo el mundo; me interesa ese movimiento por el cual él, luego de haber sido colocado en el lugar del posmarxismo (e incluso del posmodernismo) retoma planteos de antaño (de sus años de juventud, cuando era un militante «de partido») y problematiza gran parte de su recorrido (cuyo tramo junto a Gilles Deleuze se torna fundamental) para pensar a fondo esa realidad que muta ante sus ojos a pasos agigantados.

Estamos a fines de los años ochenta del siglo XX, a las puertas de lo que será un Nuevo Orden Mundial. Guattari lo ve y con lucidez lo denomina Capitalismo Mundial Integrado (CMI), aun antes de que caiga el Muro de Berlín y se desplomen los «socialismos reales». Es que para él, en ese momento, ya no resulta productiva la división Este/Oeste y se propone pensar en clave de Norte/Sur, asumiendo que hay nortes en los sures y sures en los nortes. El «Tercer Mundo» pasa al centro de la escena. Incluso a comienzos de la década del ochenta Guattari viaja a Brasil, se entrevista con Lula –quien encabeza el proceso de nacimiento del Partido de Trabajadores– y conoce a Néstor Perlongher. Aún no ha nacido el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra pero los movimientos sociales tienen una presencia y un dinamismo inusitado para lo que es el Cono Sur, luego de que –vía el Plan Cóndor– la voracidad imperial arrasara con las apuestas de esta región del continente. Se habla de un «Brasil menor» (para este tramo resulta imprescindible la lectura de los textos que hoy en Argentina leemos bajo el título de «Micropolíticas»). Guattari visualiza el Tercer Mundo como el sitio desde el que pueden llegar a surgir «recomposiciones más militantes» que puedan torcer las desfavorables relaciones de fuerzas a nivel internacional.

Nuevas propuestas, nuevos contextos

En el Nuevo Orden Mundial que comienza a bosquejarse tiempo antes de la muerte de Guattari, el capital tiende a desterritorializarse, en un doble sentido: por un lado de modo extensivo (se expande al conjunto del planeta); por el otro intensivo (ocupa la totalidad de la vida).

De allí lo «integrado» de este capitalismo, que una vez caídos los Estados socialistas profundizará su proceso en lo que hoy llamamos globalización.

En este contexto, nos dice Guattari, el movimiento obrero tiene un gran problema: el corporativismo sindical (él lo dice a propósito del obrerismo marxista pero también podríamos leerlo al interior de la Argentina como un fenómeno que se extiende al obrerismo peronista).

Por eso Guattari insistirá en la necesidad de gestar nuevas prácticas (políticas y sociales) que puedan realizar una reapropiación (singular y colectiva) de la subjetividad (trabajo de resingularización). Guattari va a llamar a su propuesta EcoSofía, en un movimiento teórico de claras resonancias con su experiencia junto a «Los verdes».

Su propuesta consiste en tramar una articulación de una ecología ambiental sí, pero también social, y mental. Y es en ese sentido que se refiere a la necesidad de llevar adelante una «reconversión ecológica» de la acción sindical; reconversión que implica estrechar nuevas alianzas: fundamentalmente con el feminismo y el ecologismo.

PARÉNTESIS: tres décadas más tarde, el diagnóstico que realiza Guattari deviene programa.

Si se tiene en cuenta el dinamismo del movimiento popular en Argentina en estos últimos treinta años, se verá un desplazamiento que hoy complejiza el histórico sujeto potencialmente protagonista de la transformación social. Primero con el aporte de los trabajadores desocupados y luego del precariado (economía popular), la clase trabajadora argentina ha mutado profundamente, al punto de ser (el movimiento obrero organizado) caracterizado hoy como «movimiento de trabajadores», en clara alusión a la parcialidad que los sectores asalariados expresan en el conjunto laburante (más allá del peso numérico y los altos grados de sindicalización que mantiene la Argentina respecto de otros sitios de América Latina). A esta mutación de la clase-que-vive-del-trabajo (asalariados + precariado) hay que sumarle el rol que jugaron las luchas socio-ambientales durante la larga «década ganada» del neodesarrollismo progresista y la preponderancia que ha tenido el feminismo durante estos años de restauración conservadora (más allá de que, como movimiento, el de mujeres viene de larga data, los tres últimos años han logrado un protagonismo inusitado). Estos cambios enlazan de manera directa con los planteos esbozados por «el último Guattari».

Cierra paréntesis.

Un convite a no jipiar

Ya en su Mil mesetas (segundo tomo de Capitalismo y esquizofrenia, publicado en 1980, ocho años después de AntiEdipo), Deleuze y Guattari sostienen que toda política es, a la vez, micro-política y macro-política. El «a la vez» resulta fundamental para pensar una perspectiva que no escinda a estos autores de una base de crítica marxista de la sociedad capitalista.

Guattari, desde temprana edad, supo combinar su que-hacer autodidacta como filósofo y escritor con una investigación y una práctica clínica, pero también con un activismo político.

No está de más rescatar su «ultra-izquierdismo» (en estos tiempos de relativismos) y su capacidad de dar cuenta e intervenir en planos de la realidad que muchas veces se presentan escindidos.

Así, Félix intervino activamente en las discusiones del Partido Comunista Francés en la primera mitad de la década del cincuenta y, después, fue un militante de las experiencias que se gestaron por fuera del stalinista PCF: entre 1958 –cuando abandonan la «táctica de infiltración»en el seno del PCF– y hasta 1964 participa de la organización La Voie Commnunista, que edita un periódico del mismo nombre, y desde 1965 participa de la «Oposición de Izquierda». En Mayo del 68 participa activamente del Mayo Francés con usuarios de la Clínica Le Borde, quienes ocupan el Teatro del Odeón. Conocida es su participación junto al operaismo italiano en los setenta (las Radios Libres, entre otras) y luego sus vínculos con las primeras organizaciones ecologistas. Pero su activismo no se agota allí, sino que interviene también en las discusiones, forjando una auténtica «práctica teórica».

De allí que su ecologismo radical, y sus búsquedas por gestar organizaciones «de nuevo tipo» no lo lleven al idealismo que se desentiende de los problemas (teóricos y prácticos) que implica enfrentar el orden, conmocionar el estado de la situación y aventurarse (sin aventurerismos) en la construcción de una nueva dinámica política de transformación.

Cuando Guattari sostiene que hay que enfrentar la sociedad real, que no hay que entregarse al mito de «vuelta a la naturaleza», de «retorno a la era pre-tecnológica», nos propone un desafío: no jipiar; situar las dinámicas micro-políticas en el cuadro más general de las sociedades que habitamos.

«Mientras se mantenga la dicotomía entre el frente de clases y la lucha en el frente del deseo, todas las recuperaciones seguirán siendo posibles», escribe en «Las luchas del deseo y el psicoanálisis». E incluso, contra las miradas horizontalistas y de cierto autonomismo ingenuo, agrega que, por una parte, está la lucha «en el frente de los agenciamientos colectivos que proceden a un análisis permanente de la subversión en todos los niveles del poder» (el frente del deseo), pero también, «la lucha de clases, la lucha revolucionaria de liberación». Dimensión que necesita, según Guattari, de máquinas de guerra que coordinen instancias, distribuyan tareas, e incluso, centralicen momentos de la pelea. «Estas luchas no pueden ser excluyentes entre sí», remata, dejando en claro que, si bien «ontológicamente» la micro-política pasa a ocupar el primer plano, las dinámicas de indagación, experimentación, lucha contra uno mismo y contra los micro-fascismos que circulan en las propias experiencias de lucha, no pueden ser excluyentes respecto del trazado de estrategias y tácticas generales, las instancias de coordinación y dirección, en fin, la construcción de una máquina de guerra revolucionaria que se exprese en el plano molar, macro-político.

Marx más allá de Marx

Cuando Mark Fisher, recuperando los espectros de Marx puestos en escena por Jaques Derrida, planteó hace muy poco tiempo que no debíamos dejar ir al fantasma (del comunismo), porque ese gesto nos permitiría «no acomodarnos», nos convida a la vez un problema y un programa. Por un lado, nos muestra el rostro descarnado de la actualidad: el único fantasma de comunismo en el Nuevo Orden Mundial es el de su ausencia; por otro lado, nos incita a no dejar de recuperar y reactualizar el concepto de comunismo, y rastrear sus huellas «en el movimiento real».

Al igual que como vimos con Guattari, en el caso de Marx también el periodismo ofició como un sitio de frontera (y en Marx también como trabajo).

Fundamentalmente, me interesa rescatar, en Marx, la posibilidad que él encuentra en el periodismo de vincular filosofía con economía y política, con historia social y actualidad.

También la escritura periodística vinculó a Marx (junto a Federico Engels) con la militancia obrera de la época. No está de más recordar que el emblemático «texto fundacional» del Manifiesto Comunista fue escrito a pedido y en nombre de la Liga Comunista, una organización política de la época, luego de un intenso vínculo que Marx y Engels sostuvieron con el activismo obrero europeo durante el período 1845-1847. Por otra parte, más allá de que Marx se dedicó durante períodos extensos a componer su «obra científica» (movimiento que va de la elaboración de Los Grundrisse en 1857 a El capital, cuyo primer tomo se publica en 1867 pero que no agota el trabajo que Marx continúa hasta muerte, en 1883), también dedicó años de su vida al activismo; un activismo que también entendía la elaboración y la escritura como un momento de la pelea («La lucha ideológica forma parte orgánica de la lucha de clases», supo afirmar Louis Althusser, en clara sintonía con el planteo leninista, que sostenía que el ideológico era uno de los tres frentes de batalla en la lucha de clases, junto con el económico y el político).

Así, Marx se dedicó a leer, resumir y tomar apuntes de numerosos libros, a pensar y elaborar conceptos, pero también a dar conferencias («Salario, precio y ganancia» es una pieza fundamental de la oratoria marxista), y a escribir textos fundamentales de una experiencia primordial a la hora de trazar genealogías insurgentes, como fue la apuesta de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), la «Primera Internacional» donde durante casi una década (1864-1872) confluyeron comunistas, socialistas, anarquistas y otras corrientes del movimiento obrero europeo.

Más allá del abismo que existe entre ese momento embrionario del desarrollo del capitalismo visto por Marx desde Europa, y capitalismo globalizado que hoy vivimos y habitamos nosotros desde Latinoamérica, hay una serie de cuestiones del legado marxista que no nos dejan de interpelar: no sólo el estudio de un trabajo de investigación rigurosa como lo es El capital, sino también una serie de problemáticas políticas que están presentes en el recorrido que Marx realiza en un movimiento de ejercicio crítico del pensamiento que va del El Manifiesto a La Comuna de París; ciclo que se complementa con una lectura de la correspondencia que mantiene con la revolucionaria rusa Vera Zasulich a propósito de la importancia de la comuna rural rusa en una vía heterodoxa hacia el socialismo; rigurosidad del pensamiento que se expresa en la disposición a defender con argumentos sus planteos, pero también a ejercer la crítica de sus adversarios sostenida en una lectura profunda de aquellos a quienes combate (la «Crítica del Programa de Gotha» es emblemático en ese sentido).

Un par de cuestiones que aparecen en la «obra política» de Marx que se nos presentan como insumos para rescatar hoy en función de los debates actuales:

1) La importancia del internacionalismo proletario más allá de que en cada país la clase trabajadora deba emprender su lucha contra las burguesías locales; internacionalismo que va más allá de la «mera fraternidad» entre pueblos, como señala Marx en la Crítica del programa de Gotha, porque entiende que lo común es la lucha contra el capitalismo, «negocio burgués» que se sostiene por la existencia del mercado mundial (carácter cosmopolita de la producción ya señalada en el Manifiesto).

2) El anticapitalismo que da cuenta de que el trabajo asalariado es la condición de existencia del capital (antagonismo irresoluble).

3) La necesidad de pensar los cambios profundos en términos de transiciones: importancia de que el proletariado se constituya en partido para darse una estrategia de conquista del poder político en el Manifiesto, tema que será problematizado luego por el propio Marx a la luz de experiencias históricas como la Comuna de 1871; idea que vuelve en el Programa de Gotha al esbozar la teoría de la «dictadura revolucionaria del proletariado» como «período político de transición» que media entre la sociedad capitalista y la comunista.

4) Reivindicación de lo comunal como «forma política» más afín a la búsqueda democrática de conjurar la escisión entre gobernantes y gobernados (como señala en La guerra civil en Francia); asimetría que, tal como ya había visualizado en sus escritos juveniles (Los Manuscritos económico-filosóficos de 1844) se asienta sobre la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, y la primacía del primero sobre el segundo, así como la necesidad de desandar las estructuras duras de la representación y la represión (disolución del Ejército en 1871 así como deconstrucción de las instituciones que consagran a funcionarios con sueldos altamente diferenciados del de quienes producen los bienes fundamentales para la existencia); y ni que hablar de la necesidad de separar a la Iglesia de las formas de organización política de una sociedad.

5) Por último, la ética de la rebelión, que pone el foco de la mirada histórica en la lucha de clases; que prioriza una lectura de la actualidad desde el punto de vista del antagonismo entre la clase-que-vive-del-trabajo y el capital; que pretende intervenir en el mundo desde una mirada que no esté opacada por la superstición; que promueva la liberación como camino para la desalienación de la humanidad frente a los fetiches de todo tipo. En fin, una ética que es una política que sostiene, como se hizo en las barricadas parisinas de la Comuna, que «simples trabajadores» pueden cuando se lo proponen «transgredir el privilegio gubernamental».

Como podrán apreciar quienes lean este texto, la recuperación de las figuras y el pensamiento de Guattari y Marx es más un programa de investigación y debate que una apología de los popes.

Las grandes figuras del pasado sólo pueden ser «útiles» si nos sirven para inspirar nuevas reflexiones, otros estudios, creación de nuevos conceptos que, tal como subrayaron Deleuze y Guattari en ¿Qué es la filosofía?, siempre tienen que ver con problemas propios, y una historia singular.

Fuente: http://coranytermotanque.com

Por qué no antes // Ileana Arduino

Cuando el sexismo se expresa en las asimetrías con que circulan las violencias hasta el punto de volver la violación una amenaza presente en la vida de muchas personas, cuando se trata de una experiencia mucho más corriente de lo que reconocemos, lo que llamamos vida suele parecerse por momentos, – a veces demasiado tiempo – al infierno ante el cual Italo Calvino veía dos maneras de no sufrirlo. La primera de ellas, decía “es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más”.

Para las personas violentadas que se mantienen en silencio tanto tiempo, fácil y aceptación no son palabras adecuadas. Volvernos parte del infierno hasta no verlo más suele ser un recurso último porque no queda otra, porque negar el episodio cargándolo en nuestra cuenta personal es lo único que podemos hacer para soportar, precisamente, el propio silencio.

A veces nos escapamos, contamos con herramientas para hablar en privado, para obtener escucha y seguir adelante sin sentirnos sufrientes, pero más tiempo lleva no sentirnos responsables. En parte por todo lo que ya sabemos de los dispositivos de culpabilización, pero también porque esas formas de violencias tienen que poder ser atribuidas para ser procesadas.

Cuando la cultura de la violación lo permea todo y ametralla con preguntas, interpelaciones y desconfianza, no queda más resto que hacerlo en primera persona. Aún así, si las personas ya más firmes y esclarecidas alzamos la voz, resuena la pregunta:

¿Cómo después de tanto tiempo? Esa pregunta aparece en varios registros.
En algunos casos con tono piadoso, calculando el peso abrumador de llevar años- vidas- aguantando. En otros, dizque expertas, con fastidio por las “oportunidades” de detalles truculentos para el juez como brillantemente cuenta Belen López Peiró en su imprescindible Por qué volvías cada verano cuando recrea el diálogo con su abogado.

También están aquellos casos en que tras el porqué ahora, dejan oir un ¿con qué derecho ahora? Y así seguir con una catarata de consecuencias achacadas a quienes denuncian, cargándoles el impacto en la vida familiar, la “esposa”, los hijos del abusador, estableciendo el mismo tipo de nexo causal entre la denuncia de abuso y sus consecuencias, borrando al abusador de escena, al igual que a menudo ocurre con las sentencias judiciales que se concentran en juzgar la vida de las víctimas en lugar de los hechos cometidos por los victimarios.

Y también esa pregunta aparece con buena fe, personas que se preguntan aún ¿Por qué tanto tiempo después? Porque hay que poder decir, pero también eso se define por la capacidad de ser oídos en un determinado momento.

¿Por qué tanto tiempo después? Porque es en el tiempo de lo posible, porque es constitutivo de las experiencias abusivas en sociedades donde la violación es parte de las rutinas mejor encubiertas y más auxiliadas por el silencio porque algunos silencios son un activo básico del orden patriarcal, porque el guiño feminista traficado en marchas, denuncias previas, organización colectiva la animó o porque se dice cuando se puede y ya.

En algún sentido, intentar responder a la pregunta como hago acá, también es una forma de alimentar la dinámica de la sospecha.

Hay escenas y escenas. Es precisamente frente a las puertas de un proceso judicial donde sólo una persona ignorante o militante de la misoginia -no son excluyentes- puede preguntar por la demora para minar credibilidad.

Para quienes comprenden la información que arroja la experiencia clínica y la literatura especializada, hace décadas que el vínculo entre violencia y relato “demorado” se explican en relación de perfecta racionalidad. Incluso, el aplazamiento del relato como posibilidad vital. Es perfectamente explicable. En sentido contrario, si consideramos las reticulas opresivas y patriarcales de lugares y vínculos armados con concurrencia de jerarquías, la denuncia inmediata en estos casos es lo excepcional.

De hecho lo que en Estados Unidos está discutido, por ejemplo, es poner en juego información sobre lo que las personas demoran en denunciar. Claro, aunque en el reciente proceso de convalidación Trump lanzó la pregunta sobre el tiempo en que se pasa sin denunciar, culminó con un acusado de violación, Brett Kavanaugh, en la cima de la cumbre judicial de ese país .

Eso que se conoce como fresh complaint, o denuncia inmediata, se refiere a la práctica de los acusadores en casos de violación, consistente en presentar como testigos personas que hubieran hablado con ellas para reforzar que, aunque demoró tiempo en denunciar, la denuncia era verídica. Esa constatación no se pedía para ningún otro tipo de delito y con el tiempo en muchos estados terminó por excluirse toda posibilidad de que los jurados populares valoren el tiempo porque, al fin y al cabo, las personas con más miedo o trauma se las veían difíciles en cuanto a su credibilidad. No se trata de juzgar lo que ella hizo o no después del hecho, sino lo que denuncia.

Solo en el terreno de la fantasía acerca de lo que la violencia sexual es y no lo que es, de dónde ocurre y no dónde creen que ocurre, entre quienes, y bajo una eficaz estructura de dominación, se puede insistir en la ficción de que lo “obvio”, lo “natural” es salir corriendo a denunciar a tus amigos, a tus hermanos, a tus padres, al amigo de tu abuelo, a tu novio.
No es que todos los varones en ese grado de relación con nosotras son abusadores, pero la inmensa mayoría de los abusos si provienen de personas conocidas. Veamos sino los datos más recientes de UNICEF Argentina.

El 69% de las personas que sufren abuso sexual en Argentina tienen entre 6 y 17 años, el 39% de los agresores tiene entre 41 y 60 años y un 49% tiene entre 18 y 40 años. Más del 90 son varones y en más del 75% de los casos son personas familiares.

Todo eso asumiendo que se registra, regularmente, un marginal 10 % del total de casos cuando se trata de abusos. Basta con mirar alrededor y empezar a sacar cuentas, para tomar nota de lo ajustada que está la malla de impunidades y silencios que sostienen los abusos.

Para seguir con Calvino, la otra opción en este infierno de vivos es “peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”

En ese punto, el proceso organizativo, la decisión colectiva de apostar por un gesto público mediático sin perder densidad política, fue una apuesta por el cuidado, una relación de apoyo en la fuerza del tiempo histórico y el reconocimiento mutuo. Una confrontación colectiva que no siguió el guión habitual del posterior “yo te creo”, ni el recurso al anonimato, sino que actuó en vivo el despliegue corporizado del “si tocan a una, nos tocan a todas” en el mismo campo de disputa que provee poder al denunciado: la televisión en horario central. No se trata de comparar por comparar recursos y experiencias sino de tomar nota de un nuevo despliegue, una nueva puerta abierta al relato individual para desde ahí asomarnos a la interpelación colectiva.

Volvamos a Despentes cuando dice “Es asombroso que las mujeres no digamos nada a las niñas, que no haya ninguna transmisión el saber, ni consignas de supervivencia, ni de consejos prácticos y simples. Nada”.

De ahí venimos, del silencio, del relato a lo sumo en confianza y bajo condición de secreto. No fuimos educadas en el aliento a la exposición de la violencia, sino animadas al disimulo, al que no se note, al compromiso para ocultarnos más que para luchar.

Eso es lo que estamos rompiendo, una cultura del silencio. No son silencios individualmente decididos, no callamos como actos de autonomía ni ejercicios de privacidad. Silenciamos por imposición o sumisión, por prácticas de poder, expresiones de una cultura específica que ha hecho de la asimetría de géneros un punto de apoyo que no siempre logramos vencer.

Ya es tiempo que se pregunten en primera persona sobre vuestros silencios, cómplices necesarios del orden de cosas que estas denuncian vienen a desbaratar.

Se entroncan experiencias, se retoman recorridos. A lo mejor, la inscripción institucional en tal o cual trayectoria resulte al final del día, un detalle menor en medio del sacudón de mierda que supone que, como ayer con Thelma, las feministas otra vez pongan al mundo a mirar y escuchar cuando nos organizamos.

Es cierto, algunas podemos y otras no, que la pantalla provee soportes que no están al alcance de quienes no ostentan fama, qué novedad. Además de que podríamos matizar la contundencia de esas afirmaciones considerando la suerte de denuncias de otras actrices frente a la maquinaria mediática, judicial y la opinión pública, podemos preguntarnos: ¿Y entonces qué? ¿O les vamos a pedir a quienes logran armarse y disponen de herramientas o privilegios en sociedades profundamente desiguales, que los suspendan justo en las puertas de la violencia patriarcal, para mantenernos igualadas en el silencio?

Frente al variopinto frente de violencias machistas que emerge y después de haber oído, comienzan a redirigirnos preguntas porque como enseña Sara Ahmed “el trabajo de exposición no se termina en el momento de la escucha (…) la exigencia de reconocimiento puede correr el riesgo de exponer demasiado y las “defensas” contra la escucha a menudo ya están ahí desde antes. La lucha política se trata de aprender a manejar dichos bloqueos y de encontrar manera de traspasarlos”. Miren cómo nos estamos poniendo, no es una amenaza, es una defensa. Hay que cambiarlo todo, empezando por las preguntas.

Cosecha Roja 

Los Darthés y los Ortegas. El poder patriarcal en su laberinto // Claudia Korol

Escuchás el relato de Thelma, te estremecés y gritás “Yo te creo”. Ese “yo te creo” está atravesado por experiencias propias, cercanas. Toca nuestros cuerpos pero también toca nuestras credulidades. Juan Darthés, el actor de tantas novelitas que hicieron llorar de emoción a las pibas y a las doñas, es un violador. ¿Quién lo iba a pensar? ¡Tan famoso! Tan deseado por muchas mujeres. ¿Por qué tenía que violar a pibas vulnerables usando luego su prestigio para silenciarlas?

Uno de los machitos alfas de la TV y del espectáculo, tan creído de su posibilidad de disponer de los cuerpos de las pibas. Tan prepotente en su creencia de ser todopoderoso. Tan Marlon Brando violando a María Schneider en “El último tango en París”, bajo la mirada de la cámara y en complicidad con Bernardo Bertolucci.

Mirá cómo me ponés, le dice Darthés a la piba, pensando que esas palabras deberían resultar un piropo. Y al mismo tiempo, responsabilizando a la piba que “se la pone dura”. El padre de familia violador no puede manejar sus durezas. Tiene que penetrar a la piba, una y otra vez. Tan impune, tan de fiesta, tan acosador, tan reventados, como tantos, como tantos.
Alguna lo denunció antes, más de una. Muchxs no les creyeron. Mirtha Legrand lo invitó a almorzar para que haga su descargo y reponga energías. Entre bueyes no hay cornadas. Juan Darthés fue cuidado por los empresarios del espectáculo y por los medios que una y otra vez limpiaron sus manchas.

La acción actual de Actrices Argentinas tiene el poder fuerte de lo colectivo, y de un colectivo que es reconocido por su lugar en la industria cultural. Es una acción realizada por mujeres reconocidas, que en lugar de estar peleando entre sí, como les gusta a los programas que se encargan de chimentos, se han unido para abrazar a una de ellas. Unidas, son mujeres con poder. Unidas somos poderosas. Pero…

La denuncia de Thelma nos conmueve, porque es audible, porque es creíble y porque toca heridas que todas tenemos. ¿Quién no ha vivido alguna situación de violencia sexual que ha dejado en el silencio?
“Nunca te va a faltar trabajo”, le dijo el violador a la víctima al terminar con su ejercicio tan parecido al del prostituyente. La promesa era el pago de su silencio con posibles laburitos en los medios. Sexo por trabajo, la oferta a una niña que quería ser actriz.

Luego, cuando la niña fue mujer y habló, los buitres de la prensa se lanzaron sobre ella para despedazarla. ‘¿Por qué no lo dijo antes?’, le preguntaron, como si todas las denuncias hechas en la historia por miles de mujeres, que jamás fueron escuchadas, no actuara como una mordaza sobre la conciencia colectiva.

Escucho el relato de Thelma y me estremezco. Ella recurre a la justicia en Nicaragüa, el lugar donde sucedió la violación. Es esa misma Nicaragüa donde otro macho poderoso, que de modo sistemático violó a la hija de su mujer actual, hoy es Presidente.

Todo lo denunciado frente a los tribunales por Zoilamérica Narváez no tuvo más resultado que revictimizarla. Una piensa por qué hay tanta complicidad en la defensa de Daniel Ortega, el presidente violador, incluso por parte de sectores de la izquierda latinoamericana que callan, que miran para otro lado, porque el tipo que ahora persigue y reprime a las y los jóvenes que se rebelan, “es jodido, pero es compañero”, dicen que dicen. Quienes le creen a las artistas argentinas, ¿le creen a Zoilamérica? Las feministas nicaragüenses se atrevieron a denunciar, y hasta hoy, esto les viene costando persecuciones y prisiones. Yo te creo, Thelma. Yo te creo, Zoilamérica.

Lo que estremece en la denuncia de Thelma es el eco que sus palabras hacen en nuestros cuerpos. ¿Quién no convivió en su familia, en su trabajo, en su lugar de estudios o de vivienda con un Juan Darthés? ¿Quién no se cayó alguna denuncia en su vida, porque nadie nos iba a creer?
El relato audible hoy, de todos modos, no alcanza a las mujeres indígenas, a las mujeres negras, a las villeras, a las campesinas, a las mujeres empobrecidas de los territorios de exclusión. El relato audible no alcanza a las mujeres en prostitución, a las trans, a las lesbianas, a las travestis. El “algo habrán hecho” que criminaliza la pobreza, ahoga cualquier grito. Son gritos sin eco.

Tal vez ése sea uno de los desafíos centrales de los feminismos populares. Que los focos iluminen también las regiones donde ni los taxis, ni los colectivos, ni los servicios urbanos llegan. Que digamos “yo sí te creo” a las mujeres negras e indígenas que interpelan el racismo de un feminismo blanco al que sienten como ajeno. Que ilumine esas casas que se han vuelto cárceles para tantas niñas que tienen al tío, al abuelo, al padre, al hermano, como violador serial. Que no sólo se pueda escuchar, sino cuidar sus vidas. Que no se queden sin trabajo por denunciar. Que no sean asesinadas, como último modo de descarte de los cuerpos usados.

Ahora que sí nos ven, gracias al coraje de las Thelmas, y de madres como Marta, la mamá de Lucía Pérez. Que nos vean a todas y a cada una. Pero sobre todo, que nos veamos nosotras. Y que nada, ninguna razón de poder mediático o ninguna razón de Estado, vuelva a encubrir a los Darthés o a los Ortegas.

Claudia Korol para La Tinta

LA DOCTRINA BULLRICH EN ACCIÓN // David Mamani

A treinta minutos del centro de Buenos Aires, la vida es un juego ajeno a encuestas y chicanas políticas. El barrio del Bajo Flores es un microclima aislado en medio de la urbe: pertenece y no pertenece a la ciudad que lo reniega. Somos fruto de la diversidad cultural y de todo tipo de historias de vida: el sueño de sociólogos y antropólogos. Una escenografía lista para filmar un documental y un campo de estudios sobre los más candentes problemas aún sin investigar: de la ultra explotación laboral al narcotráfico, de las migraciones a las mutaciones del punterismo político, de las economías del consumo popular a la retórica utópica de las izquierdas. Y en medio de esta geografía (esta triple frontera), existe una población enriquecida con un saber implícito, obligada a despertarse y a conocer las posibilidades y los límites del forcejeo con la ley. Individuos que aprendieron a no pasar por giles. El cotidiano del barrio es simple: caminar y acostumbrarse a planos-secuencia cinematográficos repetidos o perpetuos. Sin embargo, esta semana algo cambió. Algo en el aire me empuja a replantearme lo que sucede y lo que puede sucederme.

Desde hace varios años la venta de drogas desempeña un papel relevante en la economía del barrio. Como otras tantas empresas su funcionamiento es precario y visible, pero sobre todo eficaz. Ha crecido al punto de regir la vida de las personas: no es sólo la rentabilidad económica, sino que también ofrece seguridad. “Dentro de la villa no se roba”, es ley. Y es algo bien palpable. Acá, en la villa, uno se siente seguro. Se camina con comodidad. Se garantizan las condiciones para emprender el propio negocio sin miedo. Existe la certeza de un poder superior que vela por la estabilidad de empresarios y consumidores. Un poder político, ilegal pero eficiente a la hora de acondicionar una economía social del barrio. ¿El barrio más peligroso de la ciudad es también el más seguro? La verdad es que, en estos parajes, de la misma manera que la seguridad la garantizan los malos, la inseguridad la proporcionan los buenos.

Desde este punto de vista, los transas son una instancia de regulación y, por tanto, ofrecen un beneficio indirecto, derivado de los requerimientos de su negocio: la venta de droga a clientes extranjeros al barrio. Dado que la gente de aquí ni compra ni consume en el propio territorio.

Luego de la toma de tierras del Indoamericano, en 2010, el gobierno de CFK autorizó la presencia de la Gendarmería en sustitución de la Policía Federal. Traer fuerzas militarizadas de frontera fue como admitir la existencia de fronteras internas. Se trató de una medida ambivalente. Por un lado, se envió un mensaje que apuntaba al cuidado efectivo de las personas (se supone que a las personas que habitan de ambos lados del cordón militar) y, por otro, se sinceró la existencia de barrios (guetos) en los cuales las personas son como extranjeros en su propia ciudad. En su favor, esta medida de seguridad, contaba con el respaldo de las políticas de derechos humanos como supuesto control y garantía de que a los perros no se les soltaría de su bozal.

Durante seis años la situación permaneció así: los gendarmes solamente se ubicaban en postas y garitas y no intercedían decisivamente en la villa, produciendo un efecto limitado en la vida del barrio. Solo algunos desplazamientos y acomodamientos de los transas, un poco para allá, otro poco para acá. Pero desde 2016 se produjo un cambio más radical. Comenzó la persecución al negocio de venta de drogas. Los hábitos del barrio comenzaron a modificarse: los gendarmes empezaron a caminar por la villa, acorralaron a los narcos y los obligaron a cambiar sus prácticas. El objetivo de esta intervención no es la disputa del negocio en términos económicos, aunque sí en términos políticos: a los gendarmes no les molesta la pervivencia de un micro mercado ilegal más de la villa, como sucede con la venta de celulares robados (desbloqueados) o la venta de productos fruto de pirateadas del asfalto. Esos negocios no molestan en la medida en que confirman la imagen previa e irreversible de las villas como zonas inseguras. Y esa imagen es tolerable. Lo que sí molesta y mucho con la venta de drogas es que se trata de un mercado que establece una relación activa y visible entre la villa y el resto de la ciudad. Es esa relación lo que incomoda. Lo que persigue la gendarmería es fortalecer una imagen del estado con capacidad de controlar el territorio.

Esto no lo leí, me pasó a mí
Luego de una mañana leyendo frente a la tele, ya había escuchado todo lo que se dijo sobre el nuevo decreto del plomo de la ministra Bullrich. Me pareció un tema agotado: para el gobierno es un intento de capitalizar las nuevas corrientes neofascistas que bajan de Brasil; para la oposición se trata de una ratificación del carácter derechista y conservador del gobierno. Lo había hablado con mi familia, en el trabajo. Conclusión: Macri es un hijo de puta y nada va a cambiar en mi vida.

Salgo de mi casa y camino hacia la calle Bolívar en busca de la verdulería, todo normal. Hacia el mediodía ese ancho pasaje debe de ser el lugar más transitado de la ciudad. Noto que los transas que escaparon de la gendarmería se han acomodado de este lado de la villa. Ahora vigilan la calle San Juan. Los compras (así se llama a los clientes que vienen por drogas) hacen fila y preguntan dónde conseguir alto (cocaína) o bajo (paco y marihuana). Mucha gente. Calculo unas 150 personas. Al parecer, los transas recién pudieron comenzar a vender en este horario. De pronto escucho:

—¡La quema, ahí vienen!

Tarde. Como en una escena del film Tropa de elite, cuatro gendarmes aparecen a toda velocidad y capturan a dos vendedores. Quedo ubicado en la punta del pasillo por el que escaparon los colegas de los capturados. Del otro lado queda la multitud que venía por su porción de escape (su mercancía). Desde el sitio en el que estaban los transas y los marcadores (vigilantes) empiezan a llover piedras hacia los gendarmes, para que los transas y los compras puedan escapar. Saben bien que no pueden usar armas de fuego contra los gendarmes. Entonces vuelan palos y piedras. Los gendarmes reaccionan con una versión liviana (aun con balas de goma) de la doctrina Bullrich. Sin mediar palabra, levantan sus armas y disparan al cuerpo. Reacciono rápidamente, me doy la vuelta y sigo el camino hacia mi casa, camino, y mientras camino escribo estas líneas. No corro, porque correr aquí es sinónimo de culpabilidad. Durante mi regreso miro hacia atrás y escucho el quilombo, gente corriendo. Gendarmes también. Se suman nuevos efectivos a la caza. De pronto siento en mi glúteo (¡maldición!) un golpe y un ardor. Me palpo y me digo que no es nada. Llego hasta la puerta del block donde vivo. Mi hermano y los vecinos están afuera, mirando. Me preguntan:

—¿Qué onda?

Digo:

—Nada, lo de siempre, estaban vendiendo y un par de transas fueron pollos, los agarró gendarmería, y bueno, los cagaron a piedrazos, y ahí se armó.

Pongo cara de normalidad, como si el episodio no nos afectase, pasa siempre. Mi rostro dice “no soy un gil, no me asusto, soy de acá”. Mi hermano me invita a que suba a casa, propone ir él a comprar la verdura. Le propongo ir juntos al otro pasillo, por San Juan, que ahí no pasa nada. Ya en la casa, me observo el glúteo y veo la marca: me comí un balazo. Recibí un proyectil de goma. ¿Habrá sido de lejos o de rebote? Porque la marca es la hinchazón circular, pero no hay golpe con sangre ni nada. Listo, pienso, no pasó nada entonces, fue algo tan casual como encontrarme con alguien. Vuelvo a la sala, donde la televisión sigue encendida y alguien afirma con ironía y con razón que la próxima bala será de plomo. El plomo de la doctrina Bullrich. Razono durante segundos. Mi cabeza se agita. Vuelvo a los pensamientos y discusiones que había tenido sobre los anuncios de Bullrich. Esto era palpable. Es aquí donde se vuelve concreto lo que se habla en la tele, se retoriza en la facultad, se hace bandera entre progresistas. Aquí, en este viaje, en esta villa, todo eso es vivencia. Nos toca a nosotros. A diferencia de las LEBACs, Durán Barba y demás cosas de las que hablan los medios, esta política de las balas afecta mi vida de modo inmediato. La mía y la de una clase social entera. Se trata de una política que nos vuelve a todos sospechosos. Nos convierte a todos en enemigos. Ningún otro decreto puede afectarme tanto como este. El mensaje es claro: me informan quién soy para el otro, dónde se me ubica y qué planes tienen para mí. Nuevamente escupen en nuestra cara que el enemigo es el pobre, la clase baja. Pero esta vez ya no nos tratan como mano de obra barata, sino como moneda de cambio en una guerra contra el fantasma de la criminalidad y la marginalidad. Nosotros, mi hermano, mis amigos, yo, somos un precio que pagar, una bala de plomo, para que esta ciudad se sienta segura.

Engendros: «Es la convicción de que esos problemas que me llevaron a escribir no son solamente míos» // Entrevista a Pedro Yagüe

Por León Lewkowicz y Facundo Abramovich

 

Roland Barthes dice una cosa muy linda en un texto: cuando uno lee un texto cada tanto levanta la cabeza y se queda pensando en las cosas que asocia un poco lentamente con ese texto. Si se escribiera eso que se piensa cuando levanta la cabeza de forma distraída sería un ensayo. 

Eduardo Grüner

Propongo una conspiración de huérfanos. Intercambiamos guiños. Rechazamos las jerarquías. Damos por asegurado que el mundo es una mierda e intercambiamos historias sobre cómo logramos arreglárnoslas pese a todo. Somos impertinentes. Más de la mitad de las estrellas del universo son huérfanas y no pertenecen a ninguna constelación. Y transmiten mucha más luz que las estrellas que forman parte de una constelación.

Confabulaciones, John Berger

En horas se presenta el libro Engendros de Pedro Yagüe, editado por Hecho Atómico Ediciones. Es el primer libro del autor y consiste en un conjunto de ensayos que escribió tomando como excusa (y no como fin) a una serie de amigos: Barrett, Mansilla, Fogwill, Gombrowicz, Lamborghini, Carri, Asís, Viñas y Rozitchner. Se trata de encontrar en sus aperturas, tensiones, choques y afinidades un espacio desde el cual pensar. Es el ejercicio de construir las coordenadas propias, un nosotros implícito. La escritura como el modo de constituir un espacio, un lugar, que va dejando de ser utópico sobre la marcha. Quizás sean los propios enojos y fracasos con la época los que lo acorralaron en estas coordenadas.  Lo cierto es que Engendros, este pequeño y hermoso libro, merece ser discutido porque, más allá de los autores/amigos que recorre, es una reflexión sobre el estado de situación del campo intelectual, poblado de consensos, en sus «formas» académicas y no académicas, en sus «contenidos» progresistas y ultra-izquierdistas.

Decir más sería inadecuado. De aquí en más nuestro diálogo con él.

Presentan Diego Sztulwark, Silvio Lang y Pedro Yagüe

  • ¿Por qué escribiste este libro? ¿Por qué se llama Engendros?

El libro es el resultado de una serie de escrituras que empiezan en el 2013 con la revista Nuevos Trapos. La idea de la revista surgió a partir de una serie de conversaciones con Joaquín Sticotti, en las que nos dábamos cuenta de que necesitábamos crear un espacio nuevo para escribir y publicar las cosas que veníamos pensando. A partir de ahí empieza una serie de textos: algunos están ahí, otros en Lobo Suelto, la mayoría no publicados. Con el paso del tiempo empecé a encontrar un eje común en todos esos trabajos. Una pregunta en torno a la escritura pero, sobre todo, una pregunta en torno a lo que quiere decir hacer, producir algo y la relación que eso tiene con la propia afectividad. Entonces aparecieron estas figuras: Viñas, Rozitchner, Lamborghini, Fogwill, Asís, Carri, Barrett, Mansilla, Gombrowicz. En cada uno encontraba algo distinto que aprender. Y así tomó forma el laburo, la búsqueda. Entendí un poco lo que quería, lo que necesitaba, lo que me andaba faltando. El libro es un registro de ese camino. No es un laburo exegético ni erudito. Es una búsqueda de imágenes de las que alimentarme. En ese sentido, es un trabajo muy iniciático, que quizás hoy ya siento viejo. Por eso el nombre Engendros. No solo porque se confunden entre sí y se arma algo bastante impuro entre todos ellos, sino también por esa idea de engendrar que contiene la palabra. Siento que en ese camino se terminó de engendrar algo.

  • Vos estudiaste Sociología en la UBA. ¿Cómo y por qué entrás en el mundo de la literatura? ¿Por qué la política desde la literatura?

Había algo del orden de lo social y de lo político que encontraba mejor pensado en la literatura que en los textos propiamente políticos, teóricos o académicos. Esto se me apareció muy claramente cuando empecé a leer a Fogwill. Me interesó pensar hasta qué punto juega en él su formación. Pienso en él como sociólogo, en Piglia -que no está en el libro- como historiador: cada uno a su manera llevó su formación al campo literario. En los dos me encontré con una forma profunda de pensar lo histórico y lo social a partir de la literatura. La indagación de lo social a través de novelas, cuentos, poesías me parecía mucho más fructífera y estimulante que a través de papers y textos de ese estilo que tengo que leer para mi trabajo -soy becario doctoral así que, por ahora, estoy condenado a eso-. En Engendros esto aparece en muchos sentidos. La escritura de este libro fue una búsqueda, una intención de pensar por fuera de los consensos y estilos de la academia, sin que eso implique renegar de las preguntas que la academia supuestamente piensa. Ahí la literatura se me apareció como un modo de pensar desde otro punto de vista, con otro alcance, otro efecto. Hay más pensamiento, sensibilidad y comprensión en “La larga risa de todos estos años” que en cualquier texto teórico/académico sobre la dictadura. En el caso de Rozitchner, que sí es un teórico, creo que su escritura tiene algo del orden de lo ensayístico y lo poético donde sí aparecen vinculadas estas dos cosas: una afectividad propia de lo literario y una analítica propia de la teoría.

  • Da la sensación de que era un libro escrito en una época donde te costaba escribir. Ligado a eso, en todo el libro hay una idea de salir de la quietud a través de la escritura, empezar a moverse. Y en ese salir de la quietud, encontrar amigos. ¿Cuál es la idea de la amistad/enemistad en la lectura y escritura?

Me quedé pensando en lo primero, en si efectivamente era una época en la que me costaba escribir o si no era una época donde en realidad estaba empezando a pensar qué era escribir. En los primeros meses de Nuevos Trapos me acuerdo de haber escrito unos poemas realmente malos, que espero no haber mandado a nadie. Qué se yo. Era escribir y escribir para ver qué pasaba. Rozitchner dice que uno escribe para salir del entumecimiento, para movilizarse, para incomodar(se). Me parece que va por ahí. La escritura como una operación por la que uno se traslada a un espacio, a un tiempo, a un orden de la afectividad. Y ves qué te pasa. Cómo te sentís, cómo te ves ahí, si te gusta, si te dan ganas. En ese sentido, sí, siento que la escritura apareció siempre como necesidad de una movilización interna, pero al mismo tiempo con la intención de producir algún efecto, es decir, que otros lo lean y se enojen o amiguen con lo que uno dice. Sobre todo que se enojen. Lo peor que puede pasar es la indiferencia. Te soy sincero: si escribo y nadie se enoja con lo que escribí siento que hice algo mal, que pifié en algo. A veces uno cae en chicanas, en burlas fáciles de las que termina arrepintiéndose. No me refiero a eso. Sino a ese decir que pone al cinismo o la impostura del otro en evidencia. Ahí aparece la culturra de la que habla Lamborghini. Es la risa que se burla de la solemnidad de la cultura y de todo ese caretaje. En el medio de todo eso aparecen aliados, gente con la que uno comparte ganas, risas, odios. Son esos con los que uno se junta a charlar cuando a partir de lo que se dice se arma un efecto de sentido. Siempre algo diferente a lo que uno imaginaba cuando estaba empezando a escribir. Pienso a Engendros como una botella al mar. Puede no llegar a nadie o llegar a personas que uno ni se imagina. Ahora me siento en la orilla, intentando ver adónde va.

  • ¿Y lxs enemigxs?

Esos creo que existen de antemano. Los tengo muy presentes cuando escribo. Quizás demasiado. Por eso me funciona tanto la idea de Rozitchner del pensamiento como combate. Siento que hay una diferencia muy clara cuando uno escribe para uno o para publicar. Cuando era pibe, no sé, tendría 15 años, iba a jugar a Centenera y autopista un torneo de fútbol 5 con mis hermanos que tendrían, no sé, 18 y 23. Y ahí pasaban otras cosas que cuando jugaba con mis amigos. Con mis amigos boludeaba, me daba medio igual. Pero cuando jugás en un torneo, tenés una concentración, una disposición, unos amigos, unos enojos, una rigurosidad, que uno no tendría nunca sin esa «competencia». Publicar lo que uno escribe se parece a esos torneos. Uno se somete a una obligación de rigurosidad que de otro modo no tendría.

  • Esa idea de combatir para comprender de Rozitchner es hermosa. Al mismo tiempo, pareciera que es fácil de enunciar y que lleva a imágenes fáciles de lo que podemos pensar como combate, como un boxeo, y no parece ser eso lo que quiere decir. ¿Qué es, entonces, para vos, el combatir para comprender?

Es cierto. Es muy seductora la imagen de «combatir para comprender». Ya en su enunciación pareciera implicar una acción, una inestabilidad, que no necesariamente implica. Ahora… ¿Qué sería combatir? Creo que en primer lugar es incomodarse. El combate es poner el cuerpo en juego, ponerse uno mismo en juego, arriesgarse, asumir las consecuencias. Y jugar. Es salir a la cancha y bancársela. Y ver si hay riesgo: esa sensación es un buen índice para ver si uno se la está jugando, si uno se pone a uno mismo en juego. Y en todo eso surge la posibilidad de jugar, de inventar relaciones, de armar algo. Se me arma un poco así la idea de combate: arriesgarse, enfrentarse a un otro que no necesariamente está enfrente, incomodarse, llevarse a lugares donde no se sabe cómo se termina.

 

  • Lo ligaste a la pregunta anterior: ¿qué combates te diste en estas escrituras?

De nuevo voy a tener que nombrar a Rozitchner. No por pedantería, sino porque lo dijo él. Me hubiera gustado decirlo yo, pero lo dijo él. Combatir es combatirse, salir de esos núcleos de comodidad. Y en mí eso aparece en dos lugares: en la academia y en los mundillos culturales. En los dos es muy difícil encontrar discusiones reales, prima la camarilla, los grupos de amigos en el mal sentido, la autocomplacencia. No digo que todo sea así, pero es la lógica que predomina, sin dudas. Con respecto al discurso de la academia, me da la sensación de que de a poco se va agotando objetiva y subjetivamente. Subjetivamente, porque el académico ya no tiene el reconocimiento que antes tenía, ya no hay un deseo de llegar a ese rumbo, ni una productividad real que sea efecto de ese deseo. Objetivamente, lo obvio: hay menos guita. Esa decadencia tiene efectos y, probablemente, esté dando lugar a la aparición de discursos más ensayísticos, también efecto de la proliferación de plataformas virtuales donde escribir (blogs, revistas o facebook mismo). Quizás me equivoque, pero me da la impresión de que se vienen años en los que el ensayo va a crecer cualitativa y cuantitativamente.

  • Decís que ciertas formas de usar palabras son también formas de servidumbre. Y, luego, hablás del fracaso…

Sí, hay una frase de Los dueños de la tierra, de David Viñas, que dice que el fracaso es no servir. Y Viñas la repite y la repite. Entonces empecé a preguntarme por qué la repetía y si podía iluminar algo de lo actual. Ahí apareció cierta polisemia de la palabra servir: ¿el fracaso de no servir a alguien?¿El fracaso de no servir de algo? ¿El fracaso de no servir para algo? Ese miedo al fracaso de no ser útil, o de no servirle a alguien, de no ser siervo de alguien, no aparece en ninguno de los autores de los que hablo. Hay una productividad que aparece cuando uno se aleja de esos temores ligados a la servidumbre y a la utilidad. Utilidad y servidumbre, más allá de encontrarse en la palabra servir, tienen muchas cosas en común.

  • Por qué tu primer libro lo dedicás a construir una teoría de la escritura y de la lectura. ¿Cuál es la importancia?

Creo que cuando uno escribe, lee y reflexiona sobre su propia práctica, por añadidura viene una especie de reflexión sobre la lectura y escritura que vos generosamente lo ponés bajo el título de «teoría». Leía cosas que me gustaban mucho, otras que me hacían enojar y sentí la necesidad de escribir para diferenciarme. La escritura es una lógica de la diferenciación: afirmarse diciendo «yo no soy así», «yo no quiero ser así». ¿Entonces cómo? La diferencia permite encontrar un lugar propio, un espacio desde el que pararse. Los capítulos de Engendros son una especie de ética, de panfleto, que sienta las bases de un lugar desde el que me dan ganas de escribir. Lo vivo así.

  • ¿Qué ves que hay que recuperar del gesto contornista, tan parodiado? ¿Cómo se puede pensar la coyuntura sin coyunturalismo cuando, como dice Piglia,  pareciera que la memoria está ligada al presente: sólo se recuerda la situación actual?

Creo que existe un peligro cuando uno intenta recuperar un gesto: corre el riesgo de que no sea un gesto sino un tic, una repetición incontrolable, involuntaria, insoportable. Veo gente que intenta recuperar el gesto contornista. Pero recuperar el gesto no puede querer decir imitarlo. Ahí aparece lo que alguna vez leí que decía Fogwill que decía Freud: se puede o seguir a los maestros o seguir sus enseñanzas. Es decir, imitar lo que dicen o imitar eso que hicieron para poder decir algo propio. Imitar el gesto contornista no puede ser nunca imitar a Contorno. Tiene que implicar algo nuevo. Y no sé por dónde iría… Puede ser por ese lado que vos decís que yo digo. Eso de escaparle al bombardeo coyuntural. Salirse un poco de esa lectura compulsiva de las noticias, los diarios, para poder hacer una lectura sobre la coyuntura que no sea desde su propia lógica. Sí movilizado por la coyuntura, pero no teniendo que tocar F5 en InfoBae para ver sobre qué hablar.

  • Hay una cuestión con la primera persona en tu libro.. ¿Cómo la pensás?

Es un poco incómoda la escritura ensayística en primera persona, porque es muy fácil caer o en una grandilocuencia absurda o en una especie de melodramatismo autocomplaciente. Pero es necesaria. Es como cuando Rozitchner dice que Freud y los límites del individualismo burgués es un libro escrito en primera persona. Uno lee el libro y casi no encuentra un uso gramatical de la primera persona. ¿Qué quiere decir, entonces? Incluso en Materialismo Ensoñado. Rozitchner empieza diciendo «si nos tomamos en serio el carácter prematuro…». Pero si uno omite “el carácter prematuro» y lo que sigue, quedaría «si nos tomamos en serio». Hay algo muy productivo en la actitud filosófica de Rozitchner de tomarse en serio y hacer de eso un índice para la escritura. Sobre todo porque me parece que es algo que está en desuso hoy en día: prima una distancia analítica, muchas veces cínica, que te permite tener un contacto esterilizado con las palabras. Entonces uno siempre sale inmune, como si ni lo hubieran tocado. La idea de un combate es salir con alguna marca, con alguna mano bien puesta en algún lado. Voy a citar a Guillermo Moreno: “Las peleas no se tienen para ganar. Se tienen para tener”. Lo dijo una vez en lo de Mauro Viale mientras se patoteaban con Eduardo Feinmann. No es una cita de autoridad, pero la idea me gusta. Volviendo a la primera persona: me parece que está más dada por la presencia afectiva del autor que por su uso gramatical. Pero no es una primera persona que se regocije en su individualidad. Es un yo buscando un vos, digamos, buscando un diálogo. Es la convicción de que esos problemas que me llevaron a escribir no son solamente míos. Esto que me pasa frente a la academia, frente al mundo cultural es algo que nos pasa a varios. Y en ese “tomar distancia” puede aparecer la posibilidad de una apertura de un campo de teoría pensable, de experiencia posible.

  • El libro parece estar atravesado por una cierta soledad

Más que soledad, yo diría orfandad. Es una soledad distinta, una soledad sin padres. Y que justamente por ausencia de esa referencia de autoridad e identificación, arma la posibilidad de encuentros que podríamos llamar fraternos. Me parece que los últimos diez años fueron muy difíciles para crear este tipo de espacios. Al menos para mí, así lo viví yo. Los discursos estaban muy endurecidos, todo muy alineado en una dirección. No digo que ahora sea distinto. Pero sí. Hay una especie de soledad desde la cual llego a estos textos. También encontré una soledad en todos los autores que forman parte del libro. Son autores-solos (o sola, en el caso de Albertina). Es como dice Nietzsche sobre Spinoza: leyéndolo, encuentra una soledad de a dos. Suena a canción de Sabina, pero lo dice Nietzsche. Me interesa la idea de una orfandad no melancólica, no lamentosa. Una orfandad productiva: “No hay padres. Ok. ¿Qué hacemos con esto?”. Es un lindo desafío cuando la tentación actual pareciera ser amontonarse, juntarse, independientemente de lo que se quiera afirmar. Juntarse para no estar sólo: esta es la tentadora oferta del mundillo cultural. Es como la mafia: te hacen una oferta que no podés rechazar. Pero después el precio es alto. Altísimo.

El fascismo que viene y la disputa cotidiana en el terreno de los afectos // Amador Fernández-Savater

Estamos todos tratando de pensar de qué tipo es ese “fascismo que viene” a nivel global y local -por ahora sólo tenemos las viejas etiquetas para nombrarlo- y cómo se puede combatir con eficacia. Lo que puedes leer a continuación son algunos apuntes e intuiciones que, a pesar de su tono demasiado nítido y concluyente, quisieran simplemente servir para empezar una conversación y abrir procesos de pensamiento e iniciativas post 15M.

La crisis y el cortafuegos 15M

La irrupción de Vox en las elecciones andaluzas evidencia que la crisis sigue siendo, diez años después y a pesar de cómo se interpreten los datos macro, la situación que mejor describe la coyuntura política y la vida social. La novedad sería que, mientras que el malestar de la crisis se activó primero en el 15M y luego en el voto a Podemos o las confluencias, ahora se estaría desplazando muy hacia la derecha.

Tras la irrupción de Vox, se han podido leer por aquí y por allá comentarios que consideraban refutada la idea de que el 15M había supuesto en España un “cortafuegos” del ascenso general de la extrema derecha que vemos en toda Europa. Me parece un error gravísimo.

El 15M supuso verdaderamente un antídoto de la derechización -canalizando el malestar hacia arriba (políticos y banqueros) y no hacia abajo (migrantes)-, pero no se puede pensar como una vacuna milagrosa, eterna y que funcionase de una vez por todas. Había que renovarla, actualizarla, para mantener vivos sus efectos.Y eso es lo que no ha ocurrido.

El 15M ya fue, es agua pasada. Lo que venga como nueva politización se llamará de otro modo y tendrá otra forma. Pero es muy importante entender bien qué fue. Es decir, qué fue lo que durante los peores años de la crisis neutralizó el virus fascistizante.

Resumiendo mucho, podríamos decir que el 15M fue 1) una dinámica de autoorganización popular. Es decir, no un movimiento referido a un sujeto preconstituido (la clase obrera, etc.), sino un proceso de “creación de pueblo”. Porque es la acción colectiva la crea un pueblo y no al revés. Un pueblo es un proceso que se hace, como en el tejido de un patchwork se van añadiendo nuevos fragmentos a la tela. Por ejemplo, en las plazas del 15M no había prácticamente inmigrantes, pero estos se unieron más tarde al movimiento a través de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y la politización del problema de los desahucios.

Y el 15M fue 2) un efecto de re-sensibilización social. Donde la crisis ponía en el centro la victimización, el resentimiento, la competencia y el sálvese quien pueda, el 15M puso la activación social, el empoderamiento, la empatía y la solidaridad. El otro, lejos de convertirse en obstáculo o enemigo, se volvía un cómplice para la acción transformadora. Más que un común ideológico, el 15M creó un comúnsensible en el cual se sentía como algo propio y cercano lo que les sucedía a otros desconocidos. Una nueva manera de decir “nosotros”, abierta e incluyente a cualquiera que estuviese indignado con la situación presente de precariedad generalizada y ausencia de democracia.

El asalto institucional

El “asalto institucional” quería trasladar al poder político -blindado y sordo a los movimientos de la calle- algunas de las demandas y de las nuevas claves nacidas durante el 15M. Sin duda una muy buena idea. Sin embargo, durante el proceso se rompe la tensión productiva entre intervención política e intervención social. La disputa en el campo social que es precisamente donde se “crea pueblo” y donde se modulan los afectos colectivos- se abandona en favor de la conquista del Estado, dejando así el terreno libre a las estrategias derechistas -tanto mediáticas como de intervención sobre los territorios de vida.

La desactivación del “cortafuegos” 15M -los lazos de acción colectiva, apoyo mutuo, empatía y solidaridad- deja el paso libre a los virus que siempre están ahí durante una crisis económica y social: el miedo, el aislamiento, la amargura, la victimización, el resentimiento, la agresividad, la búsqueda de chivos expiatorios. De esa “pasionalidad oscura” -como dice Diego Sztulwark- se alimenta actualmente el desplazamiento hacia la derecha extrema y la extrema derecha.

Se habla del efecto multiplicador que han tenido los medios de comunicación en la aparición de Vox. Con toda seguridad es cierto. Pero hay que recordar que los medios de comunicación no pueden imponer a la sociedad lo que quieren siempre que quieren. Por ejemplo, era imposible que en un clima social como el creado por el 15M prendiese la idea de que la salida de la crisis pasaba por el rechazo de los migrantes o el endurecimiento del orden. Es en el debilitamiento del clima social generado por el 15M donde calan esas ideas.

Nueva Política

No sólo hemos visto cómo sube Vox, sino cómo baja Unidos Podemos. En unas elecciones donde se ha castigado al establishment (PP-PSOE) con una pérdida importantísima de apoyo político, Unidos Podemos no ha logrado recoger ni un solo voto más, sino todo lo contrario. ¿De qué nos habla esto? De la decepción y el desencanto que ha generado en un cortísimo lapso de tiempo la Nueva Política.

El asalto institucional se hizo cargo en determinado momento de una cantidad enorme de energía que venía del 15M: ilusión, esperanza, deseo. Pero hemos visto cómo ha disminuido conforme se iba asimilando a la vieja política en sus formas de hacer: personalismo extremo, opacidad y verticalización en la toma de decisiones, lógica de bandos y camarillas, relaciones instrumentales, un canibalismo interno pocas veces visto en un partido…

Por tanto, el giro político “realista” decidido en determinado momento por las élites de Podemos -subordinarlo todo a la conquista del poder político: construcción de movimiento, formas de hacer democráticas, aceptación del pluralismo y la crítica, relación positiva con el otro y con el adversario- se revela ahora como lo más iluso e ilusorio: ni se tiene el poder político, ni se tiene una sociedad en movimiento, activa o crítica.

La Nueva Política ha generado en ese sentido una despolitización -desafección, desestímulo, decepción y desencanto- y en el vacío de esa despolitización crece la derechización social. Por todo esto, si existiese un dios de las palabras, que enmudeciese a todo aquel que las usase en vano, creo que ningún dirigente de Podemos podría “apelar al espíritu del 15M” sin perder inmediatamente la voz.

Una palabra sobre Catalunya

No es el conflicto en Catalunya lo que ha “despertado el fascismo” en el resto de España, sino en todo caso la forma que ha tomado finalmente ese conflicto. ¿Qué quiero decir?

Desde este blog, hemos insistido en  “pensar distinto” el desafío independentista en Catalunya. No verlo solamente como un asunto identitario o nacional, sino también como otra expresión más  -difusa, ambigua, impura- de rechazo al sistema político español y su gestión de la crisis. Pero la lógica de la representación ha conseguido codificarlo enteramente como una pelea entre dos nacionalismos, excitando así el anticatalanismo histórico latente. Ha habido una incapacidad (dentro y fuera de Catalunya) por encontrar los modos de hacer ver la complejidad del procés y plantear un conflicto distinto e invitador para las gentes (muchas, muchísimas) que comparten el mismo rechazo fuera de Catalunya. Lo que era “común” -el malestar de las vidas en crisis y el rechazo del neoliberalismo- se rompe y se pierde al articularse en clave nacionalista.

Despolitizarse para repolitizarse

La repolitización que viene -mejor dicho: que ya está viniendo, con los movimientos de pensionistas o de mujeres- tiene que pasar primero por unadespolitización. Una despolitización positiva, un proceso activo en el que hacernos una “limpia” de una cantidad de creencias y hábitos que hemos adquirido durante la etapa del asalto institucional. Por ejemplo:

-la idea de que la sociedad se cambia desde arriba, tomando los lugares del Estado. Cuando ni siquiera las mejoras sociales, si son algo meramente otorgado y no van acompañadas de procesos de subjetivación colectivos (debate, politización, comprensión crítica, otros valores…), contribuyen necesariamente al cambio social.

-la idea de que se puede y se debe subordinar todo a la “victoria” y la “eficacia electoral”: la discusión colectiva, las relaciones de igualdad, la democracia de los procesos, la pluralidad, el valor de la pregunta y la crítica, etc. Hemos podido verificar en muy poco tiempo que se puede perfectamente “ganar pero perder”: ganar poder y elecciones, pero perder todos los ingredientes del cambio social por el camino al disociar los medios y los fines.

Se trata de hacer de la desafección y la decepción con respecto a la Nueva Política un aprendizaje y un nuevo punto de partida. La ocasión para un cambio y un viraje. Hacer de la despolitización una palanca.

Disputar el campo social de fuerzas

El filósofo Michel Foucault nos propuso cambiar radicalmente nuestra concepción del poder: en lugar de verlo como algo que “baja” desde algunos lugares privilegiados (Estado, instituciones), nos invitó a pensarlo como un “campo social de fuerzas”. El poder viene de todos lados y se juega cotidianamente en millares de relaciones que configuran nuestra manera de entender la educación, la salud, la sexualidad o el trabajo.

Las leyes o el poder político no vienen primero, no son los resortes del cambio social, no son su causa, sino justamente los efectos de la disputa en ese campo social de fuerzas. Pensemos en los movimientos obreros, de mujeres, de homosexuales o de minorías étnicas durante el siglo XX: primero se dieron procesos profundos de transformación de la percepción, los afectos y los comportamientos sociales, que más tarde se registrarían a nivel legislativo o institucional.

Lejos de ser una mirada pesimista (“el poder está en todos lados”), la mirada de Foucault tiene implicaciones muy positivas: el cambio social está al alcance de todos, se juega en la vida cotidiana de cualquiera, nuestros gestos, decisiones y relaciones cotidianas cuentan y mucho.

Es la disputa en ese “campo social de fuerzas” lo que hemos abandonado en buena medida, dejando vía libre al miedo, el aislamiento, la victimización y todas las pasiones tristes de la que se alimentan las viejas y nuevas derechas.

En este “periodo oscuro” que se abre, en el cual el malestar social antisistema es canalizado por derecha, no se trata simplemente de encontrar otra “política comunicativa” (guiños, gestos, signos) mediante la cual hablar a los votantes potenciales de la derecha y la extrema derecha y convencerlos de votar a los partidos de izquierda o progresistas. Así seguimos reduciendo la política a “comunicación electoral”. La derecha y la extrema derecha crecen, no porque tengan una política comunicativa mejor, sino porque son capaces de producir un tipo de subjetividad (creencia, valores, afectos) con la cual sintoniza luego su mensaje electoral.

La pelea por la hegemonía social se disputa en los territorios de vida, en todos los entornos laborales, locales y familiares en los que hacemos experiencia, en cualquiera de los lugares cotidianos donde se configura nuestra manera de ver y sentir el mundo.

No se trata necesariamente de abandonar la intervención en la esfera de la representación, pero sí de complejizarla y repensar-rehacer su engarce con la intervención en la vida social. Porque es ahí donde se crea pueblo, se modulan los afectos colectivos y se cambian las cosas.

 

Fuente: El Diario (España)

INSURRECCIÓN: Seminario intensivo de actuación y creación performática // Silvio Lang

La formación escénica no es invariante. Las técnicas ni los conceptos son ajenas ni inocentes del presente. Actores, actrices, peformers, bailarinxs, activistas se forman y se piensan en un medio compuesto de intensidades  colindantes y en tensión. ¿Cuáles son esas intensidades hoy y con qué nociones y procedimientos vamos a explorarlas? ¿Cuál es la caja de herramientas y  cuáles son las estrategias actuales con las que intensificamos nuestra potencia de actuar y afectamos la esfera pública? ¿Qué prácticas inventamos para conectar las intensidades y desligarnos de la obviedad normalizante del presente que nos impide actuar? ¿Cómo producimos actualidad insurreccional y multiplicidad común? Contra la vida rufianizada que produce cuerpos aterrados de sentir, condenados a la realidad de las pantallas, despotenciados del desafío de querer vivir, amar, pensar y luchar son las acciones performáticas que planean otros escenarios. 
Tiempo: Viernes 22 al lunes 25 de febrero, de 19 a 22 hs.

Intercambio: $1600.

Lugar: PLANTA de investigación & Creación Transversal. INCLÁN 2661

Inscripción, exclusivamente a: colaboratorioartistico@gmail.com

Silvio Lang, es director escénico y se dedica a la investigación teórica, la enseñanza, la producción y colaboraciones artísticas en danza contemporánea, performance, dramaturgia, teatro, acciones de calle, y ópera. Ha dirigido Querido Ibsen: soy Nora; Tango Nómade; La señora Macbeth; Meyerhold, freakshow del infortunio del teatro; Salón Skeffington; El Don; El fiord; Diarios del odio; Fuerzas silvestres; Pasadas de sexo y revolución, entre otras realizaciones escénicas. Es miembro fundador de ORGIE –Organización Grupal de Investigaciones Escénicas- y participa de los colectivos Lobo Suelto y Escuela de Técnicas Colectivas, entre otros espacios de activismo. Escribe para Soy/Página 12, Lobo Suelto, entre otros medios. En el 2018 dirigió el Laboratorio de Creación II del Teatro Cervantes – Teatro Nacional Argentino. 

Habrá sangre en las calles, sangre mezclándose sin discriminar // Luciano Debanne

Hay un delicado equilibrio de la violencia.

Rara vez es a todo y nada. Rara vez vale todo aunque te quieran vender lo contrario las señales de cable que tienen ESPN.

Hay un equilibrio precario de hasta donde se puede y hasta donde no. Un equilibrio que está hecho de reglas no dichas, cambiantes, prácticas, tensas, reglas que no se basan en la justicia sino en el poder.

Hay un equilibrio en el ejercicio de la violencia. Un hasta acá da, y un te fuiste al orto, eso no se puede, cruzaste una raya.

Eso no quiere decir que la violencia se ejerza solo dentro de esos límites, sino que esos límites son fronteras: afuera de eso la barbarie, lo inhumano, lo indecible públicamente.

Esos límites son simbólicos, en un sentido no blandito del término, en un sentido bien malevo, bien de te cae la furia social si cruzas la frontera. Furia posta. Pura irracionalidad.

Esos límites simbólicos, son los límites de lo razonable.

Como en toda disputa los que tienen el poder de golpear más duro, son los que tiene mayor capacidad de marcar la cancha, de poner las reglas. Después ganar el partido es otra cosa, pero si jugas de local y con tus reglas vas con ventaja.

El Estado Nacional ha decidido que disparar sin mirar a quién está dentro de lo razonable. Ha corrido los límites de lo irracional mucho más allá.

Quiénes resisten, ATR y de caño, juegan también con esas reglas. En una cancha nueva y con reglas nuevas. Condiciones peores si uno lo mira desde los derechos y las posibilidades de felicidad colectiva.

El equilibrio de la violencia ahora requiere más muertos, más balas, más furia, más víctimas.

Han desatado una balacera, han soltado a los perros de la muerte, han roto aún más lo que tenías que arreglar.

Habrá sangre en las calles, sangre mezclándose sin discriminar.

¿Cuánto menos vale una vida a partir de ahora? // Diego Valeriano

¿Cómo van a festejar el primer guacho muerto por la espalda? ¿Bocinazo, twitazo, posteo en facebook? ¿Cómo será de grande la sonrisa del gordo de la rotisería cuando la tele muestre la imagen de otro pibe muerto? ¿Qué dirán Macri, Bullrich, la mujer que limpia en tu casa? ¿Qué homenaje recibirá el que puso rodilla en tierra, apuntó y le metió tres balazos a uno que corría? ¿Cuántos abrazos le darán? ¿Qué tipo de alivio especial sentirá ahora que puede, ahora que sabe que lo bancan, ahora que no está nunca más solo?

¿Cómo se festeja cuando se cumple un deseo tan enorme? ¿Cómo contienen las lágrimas los que sienten que ya es tarde? ¿Cómo será el grito furioso del chabon de la camioneta para que el rati tire? ¿Cómo será tu silencio? ¿Cómo es ahora la angustia de una madre que sabe que el próximo es su hijo? ¿Cuánto llorarán las novias de los chorros? ¿Cómo se rompe una noche entera por Rivadavia sabiendo que ahora sí, que ahora hay que tirar primero?

¿Qué sabe Pato que nosotros ni sabemos? ¿Huele la sed de venganza de las que odian con motivo, de los que odian por odiar, de los que solo quieren llegar a su casa, entrar el auto, acostarse y odiar? ¿Sabe que la guita ya no alcanza, que el bondi ya ni pasa, que una moto en el medio de la noche te paraliza el alma entera? Sabe que entrar y salir de madrugada es tan garrón como quedarse, como mirar el teléfono, como escuchar la radio, como los celos, cómo mirar Netflix

¿Cuánto menos vale una vida a partir de ahora? Ahora que la guerra es más manija, que los vigilantes cumplen sus mejores pesadillas, que ser piba es un peligro. Ahora que la orden ya está dada, que los ortibas hoy son más ortibas, que los guachos son más guachos y que siempre te pueden matar de toque.

Saberes útiles contra el fascismo. Rita Segato y Toni Negri sobre Brasil // Diego Sztulwark

  1. Adentro y en contra del estado: la crítica a los gobiernos del PT

Las intervenciones de Rita Segato siguen siendo las más precisas. La sensibilidad y el rigor de su pensamiento hacen de ella una figura central a la hora de descifrar las complejas coordenadas de la coyuntura regional que conoce como pocos. Lo verifico una vez más leyendo sus reflexiones sobre los límites de los gobiernos del PT, de Lula y de Dilma. El texto, “Limitaciones de los gobiernos de Lula y Dilma” –en su versión original iba a titularse, sugestivamente, “Fe Histórica”– fue publicado en el número especial de Le Monde Diplomatique dedicado a la “Anatomía del neo-liberalismo”, en fecha coincidente con el reciente Foro de CLACSO. 

El artículo de Segato identifica los errores de concepción cometidos por las cúpulas de la izquierda brasileña, y el modo como esos errores los fueron debilitando hasta crear las condiciones de posibilidad para que sus enemigos avancen y los condujeran, finalmente, a una derrota catastrófica. La autora se refiere a Brasil, país donde enseña y vive desde hace años, pero sus observaciones se extienden hacia toda la región, y permite enhebrar críticas a procesos políticos que, con sus notables diferencias, se han desplegado durante la última década en el Cono Sur de América.

En un determinado momento, a comienzos de siglo, la dirección del PT decidió un giro hacia un tipo de realismo político tan ingenuo como ruinoso, que acabó por subordinar un rico proceso de construcción de una izquierda popular y democrática al objetivo superior de poseer el control de la maquinaria del Estado. Rita Segato considera errada esta táctica por varias razones. Una de ellas es su carácter ilusorio. El encandilamiento con la ocupación de las instituciones de la república impidió percibir hasta qué punto el Estado de derecho en Brasil sigue siendo un conjunto de estructuras neocoloniales más o menos formalistas, más o menos exteriores a la reproducción de la vida de pueblos enteros. Una apuesta tan lineal a la toma del Estado aisló al PT de las líneas de avances que requería la movilización popular y lo encegueció con respecto a las estrategias que las derechas más fascistas desplegaban de modo directo sobre el campo social.

Ese giro hacia el copamiento del Estado, como si en este anidaran para su despliegue fuerzas potentes de transformación social, acabó por dejar como secundarios los principios esenciales de la construcción democrática y la transparencia sobre los que el PT había insistido hasta entonces. Ese cambio, argumenta la autora, acabó por ser tan “ficcional” como “despolitizante”. La elección por el Estado acabó en farsa: ni apropiación del Estado, ni transformación desde arriba, ni reconstitución de la sociedad. Ni se hizo funcionar la máquina, ni se logró impulsar auténticos procesos de elaboración y discusión colectiva.

En tanto que síntesis neocolonial de la sociedad estratificada, los Estados no son ni lo suficientemente democráticos, ni lo suficientemente expresivos de las dinámicas populares, como para creer que su mera apropiación conlleva transformaciones favorables. Del mismo modo, las maniobras tácticas no necesariamente profundizan el debate y ejercitan la inteligencia de las multitudes: “hacer aliados circunstanciales para garantizar la ‘acumulación de fuerzas’ no significa estimular el debate”. El PT, que había nacido para renovar la izquierda por fuera de los marcos del llamado socialismo real, con la apuesta a una fuerte articulación con los movimientos sociales y populares del Brasil de los años 80, de las Comunidades Eclesiales de Base, del Movimiento de los Sin Tierra, pasando por las disidencias sexuales, los intelectuales democráticos de izquierda y la clase obrera reunida en el ABC de San Pablo, acabó atrapado en el más anunciado de los finales: sin “la acumulación de fuerzas ni la toma del Estado”. Como si la apuesta por el movimiento social y la creación de instituciones populares no hubiera estado, desde el comienzo, en el origen de ese saber fundamental sobre el cambio social que indica que “sin el trabajo afiligranado de transformación de la sociedad han llegado jamás a destino, en país alguno, en su propósito de reorientar la historia hacia un futuro de mejor vida para más gentes”. Segato concluye de manera contundente que, como muy bien lo sabe la derecha neoliberal y ahora fascista, “es en la sociedad que se cambia la vida, no en el Estado”. Ahora, dice amargada, “hemos perdido en el Estado y en la sociedad”.

Este giro del PT implicó, para la autora, la despreocupación por el camino “de transparencia y total democratismo en sus métodos de conducción y toma de decisiones al interior y al exterior de las filas partidarias”, que fue sustituido por un “personalismo extremo y de las decisiones en petit comité [que] se hicieron visibles rápidamente. Aquel PT que se manifestaba en las calles y que era un mixto de movimiento social y partido político fue rápidamente descabezado –el movimiento social fue desestimulado y el partido político asalariado–”. Las consecuencias estratégicas de ese cambio táctico fueron ruinosas no solo para el Brasil, puesto que esta modalidad de maquiavelismo restringido –ética, política e intelectualmente limitado, casi castrado– se extendió hacia las elites de los gobiernos progresistas de la región.

Crítica a los errores del PT

Rita Segato hace una lista precisa de las debilidades del PT:

* En sus comienzos, el conjunto de fuerzas vinculadas al PT “se manifestaba en las calles y era un mixto de movimiento social y partido político”. Este mixto, está dinámica fue rápidamente descabezado, “el movimiento social fue desestimulado y el partido político asalariado”.

* El PT accedió, durante el pago de coimas del “menselao”, al “lenguaje contemporáneo de la política, reconfigurándose de forma adaptativa a un formato del campo político en que las metas ideológicas son desalojadas por la meta del poder”. Según Segato, “en las vísperas de las elecciones de 2002 fuimos espectadores de un importante cambio de rumbo de los sectores de izquierda que se agruparon en el PT. Sus líderes decidieron adaptarse al nuevo paradigma de la política, ahora de bajo perfil doctrinario, que acabaría fragilizando instituciones democráticas y ganando antipatías a un lado y al otro de la bipartición política de siempre”

 * Estas transformaciones implicaron la “supresión de la deliberación interna” profunda y cuestionadora, lo que llevó “a desoír y descartar asesorías que significasen mínimas disidencias”. De la mano de esta tendencia fue escogida Dilma, “una sucesora que era un cuadro técnico y uno político, y por lo tanto inhábil en la negociación y aún menos dispuesta que el propio Lula a debatir interna o externamente. No hubo más pluralismo ni debate de ideas al interior del partido”. Este nivel de encierro y de autocomplacencia fue paralelo, según Segato, a un afán por acumular poder, descuidando la calidad de las alianzas y desplegando una “ingenua fe en el discurso institucional de superficie”. Y todo ello condujo a “la fatal incapacidad de percibir el golpe que se gestaba debajo de las propias narices del gobierno, en su misma sede y por parte de sus más próximos ‘aliados’”.

* De modo paralelo, “el miedo al pluralismo y la disidencia llevó a no reforzar las estructuras colectivas no estatales que se encontraban vigentes y vitales en la sociedad”. Al romperse estas estructuras, “el individualismo cundió y se rompió la malla de relaciones y ayuda mutua que todavía existía en jirones de comunidad por el país afuera”. Lo que condujo a que los “recursos y derechos” otorgados a las comunidades dañaran “formas existentes de blindaje, arraigo territorial y reciprocidad”, aun cuando las intervenciones estatales fueran bienintencionadas.

* El sistema de la toma de decisiones vía consenso y lugar para disidencias “impidió que se corrigiera la confusión fatal entre la ampliación del consumo, de todos los tipos de consumo (desde celulares a viajes en avión) y la ampliación de la ciudadanía”. Esta confusión está en el corazón mismo del fracaso de la potencia política de los llamados gobiernos progresistas de la región. La confusión entre consumo y ciudadanía, dice Segato, permitió una relación nociva entre ampliación del consumo y reducción de la ciudadanía, desde el momento en que se priorizó “las aspiraciones de consumo como meta central”, rompiendo vínculos comunitarios “que podrían llevar a una real politización”, entendiendo que lo real de cualquier politización “requiere profundización del debate siempre”. En cambio, hoy vemos con tristeza “que la ampliación del consumo sin ampliación de la conciencia y comprensión crítica de los valores propios de la teología del capital tiene pies de barro”.

* Por otra parte, esta ampliación del consumo no surgió de una distribución de la riqueza, sino de un incremento en la exportación de commodities –soja, hidrocarburos, minerales–, que permitió un mayor bienestar social sin casi redistribución interna. Lo que no hizo sino aumentar el efecto de confusión entre las retóricas de ampliación de la ciudadanía y la ampliación real del acceso a los bienes sin que haya habido tentativas firmes de intervenir de forma alguna sobre la marcha de la concentración de la riqueza: “es así que se  concibió el Pacto de Aceleración del Crecimiento (PAC), vinculado al IIRSA en escala subcontinental, que llevó, entre otras cosas, la hidroeléctrica de Belo Monte en el Rio Xingú, que ni el gobierno militar había osado tocar”.

* Estas políticas, continúa Segato, tornaron inevitable “el despojo y  el desarraigo comunitario y territorial de  pueblos, con su forma de vida alternativa y sus metas divergentes con relación al proyecto histórico del capital. Durante la gestión PT murieron asesinados más indígenas y líderes comunitarios que en todos los gobiernos democráticos anteriores. Un camino al menos anfibio, con una distribución de fichas puestas al mercado global y fichas puestas en la protección de las economías locales y regionales hubiera sido mucho más propicio”.

* “En el campo jurídico, no se tomó la iniciativa de judicializar el negacionismo de la dictadura, ni la Comisión de la verdad llegó muy lejos. Se fortaleció el punitivismo jurídico en los tribunales, en el ministerio público y en la Policía Federal, de lo cual Lula acabó siendo también una víctima, y crecieron exponencialmente las cárceles”, y “en el campo de la educación se procedió a la inclusión pero de una forma no muy distinta a lo que sucedió con la ampliación del consumo: fue algo otorgado, pero sin el debido trabajo de ampliación de la conciencia crítica y sin una promoción del debate sobre el modelo mismo de las instituciones a las que se estaba accediendo”.

* “No hubo una real comprensión del aumento del crimen organizado y de su impacto en la economía y la política, pues ni se percibió la magnitud del vínculo entre la acumulación, las oportunidades en la política y la actividad criminal. De esa forma se dejó de entender que el crimen organizado es una de las formas de ataque a la posibilidad de la democracia en cualquier país, ya que la acumulación que procede del crimen organizado captura inevitablemente la política”.

* “En la política internacional, nunca se abandonó un nacionalismo simplón, y se traicionaron de diversas maneras las alianzas intracontinentales con los países aliados, siempre en búsqueda de una supremacía del Brasil. Eso impidió, por ejemplo, que Brasil acompañara a la Argentina en su proyecto de ley de medios, o que tornara Telesur accesible, aunque sea por cable, al telespectador brasileño”.

*  “Y por encima de todo, no se tocó el orden patriarcal. No olvidemos que ese orden político es arcaico y fundacional para todas las formas de opresión en la larga prehistoria patriarcal de la humanidad que llega hasta el presente. Son nuestros antagonistas de proyecto histórico quienes nos lo están diciendo con su reacción fundamentalista.  Esa base, ese cimiento, esa plataforma, no puede ser tocada, y hasta ahora el ideario socialista puesto en práctica no lo ha hecho, pues no es meramente emplazando mujeres en los recintos estatales que se logra –el Estado, con sus protocolos, siempre acaba capturándonos, institucionalizándonos–. Debemos entender bajo esta luz el significado de la irrupción del feminismo en las calles como la entrada en escena de una nueva forma de la política que parte de la sociedad y recupera una historia de politicidad comunal, represada por todo el tiempo de la colonial modernidad”.

Luego del discurso de Cristina durante el Foro organizado por CLACSO en Ferro, uno de los más sofisticados admiradores de la ex presidenta intervino en la discusión producida en las redes sociales, argumentando que en ocasiones la crítica (en este caso las críticas dirigidas a Cristina, o a Lula y Dilma) eran refugios de almas bellas.[1] En el Foro de CLACSO, Rita Segato recibió el Premio Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales, CLACSO 50 Años, e hizo también uso de la palabra con una crítica importante a los gobiernos progresistas de América del Sur.[2] ¿Qué dice esa crítica? Que, a pesar de algunas de sus victorias electorales, la derrota de esos gobiernos se había producido por la acción directa de las fuerzas reaccionarias sobre el campo social: “demasiadas fichas al Estado”, demasiado pocas a la inteligencia colectiva y a las tramas comunitarias. Se atendió poco a la estrategia fascistizante con que se acorrala a la democracia, a través de un auténtico complot de doble pinza, consistente en la instauración en todo el continente de un fundamentalismo cristiano (católico o protestante) y del incremento intencional del crimen organizado (modos paramilitares de control de la vida). Fundamentalismo y paramilitarismo son operaciones de guerra contra las aspiraciones populares, basadas en el reforzamiento del “mandato de masculinidad”, es decir, en el desprecio de los cuerpos feminizados y en los territorios comunalizados.

Son palabras verdaderas sobre fenómenos verdaderos. El valor de este tipo de crítica es ostensible no solo por su contenido, sino también por su tono. La propia Rita termina su artículo sobre el PT con estas palabras: “Es doloroso, pero la autocrítica y el conocimiento de la historia son la única garantía de poder caminar hacia una sociedad de mayor bienestar para más personas. Sin hacerlo andaremos en círculos convencidos  de que tomando el Estado, por las armas o por las urnas, podremos reorientar la historia en otra dirección. Nunca se ha probado cierto. En ningún lugar. Aníbal Quijano, el gran sabio peruano recientemente fallecido, tenía una fórmula para la acción en el campo estatal: adentro y en contra.  Yo creo que el camino es anfibio también en la política. Dentro del Estado, que siempre acaba traicionándonos, buscar las brechas, las fisuras, para convertirlas en clivajes capaces de romper el cristal institucional, siempre colonial en América Latina, es decir, siempre exterior en su gestión de la vida de los pueblos y territorios. Pero no olvidar que el cambio se hace en la sociedad y lo hace la gente. Y eso es lo que ha fallado: no se trabajó la conciencia colectiva, no se cambió la gente, a pesar de que se mejoró la vida de las mayorías”.  Adentro y en contra, entonces…

 

  1. Mujeres, Negros y Comunistas: Toni Negri

En el texto “Primeras observaciones sobre el desastre brasileño”, Toni Negri ensaya una caracterización del “golpe”, llevado a cabo en tres tiempos, desde el interior del proceso constitucional o del Estado de derecho: Negri afirma que el “golpe de Estado” fue proseguido por una cuestión que no es irrelevante, “la aprobación inmediata, por parte del Congreso, de algunas leyes características de un régimen neoliberal [entre las que resalta la que prohíbe el aumento del gasto público por un largo período] que, de manera expeditiva y traicionera, revocaron los paradigmas ‘materiales’ de la Constitución vigente”. Enfatiza así esta conexión (continuidad) entre “el impeachment de Dilma por razones político-morales (corrupción) y la liquidación de la orientación política de su gobierno a través de la afirmación constitucional de un principio neoliberal”, para concluir que “su destitución tuvo un carácter político partidista, lo que la califica como un ‘golpe de Estado’”.

Se trata de un golpe de Estado provocado por las propias instituciones del Estado de derecho, en el cual “en apoyo de la continuación de una política liberal y, por lo tanto, en la línea de una renovación de las políticas estatales por fuera (y antes) de una legitimación popular, el poder judicial se movilizó a través de la condena y el encarcelamiento de Lula y, posteriormente, a través de su exclusión del ‘voto pasivo’ (o sea, de la posibilidad de ser votado). No es casual que ese poder judicial haya sido inmediatamente cooptado por el gobierno de Bolsonaro”. Si el primer tiempo es el impeachment, y el segundo la reforma neoliberal a cargo de un gobierno sin la legitimidad del voto popular, el tercer acto lo encarnaron las elecciones que se llevaron a cabo “bajo la amenaza –una vez más, no ‘externa’ al proceso institucional– de una intervención del ejército nacional, en caso de que la izquierda triunfara en las elecciones. En este punto, fue elegido el nuevo presidente, un ‘fascista del siglo XXI’, restaurándose de este modo, a posteriori, la legitimación democrática del poder. Una restauración muy dudosa y, sin embargo, efectiva. En el gobierno que asumirá a comienzos de año, además del juez de la Lava Jato (la operación que, como ha declarado expresamente el juez Greco, nada tiene que ver con Mani Pulite), habrá un Chicago Boy al mando de las Finanzas y la Economía, en la Cancillería, un hombre ligado a la alt-right y a las políticas de Trump, mientras que al ejército le serán atribuidas las funciones del Ministro de Interior, un Ministerio del Orden”.  

Caracterizado el golpe, Negri se pregunta por la naturaleza del fascismo a la brasileña, es decir, por el camino que va de la democracia al fascismo. Un camino que cuestiona la idea misma de democracia, puesto que este fascismo no es sino su radicalización perversa: “La ‘democracia directa’ es de hecho asumida, de manera masificada y mistificada, por estos líderes fascistas, siendo transformada de “modo de gobierno” en “figura de legitimación” del gobierno. Los tweets de Trump interpretan esta conversión. Las redes sociales y los medios institucionales se vuelcan voluntariamente sobre esta función de legitimación”. El autor califica este proceso como la adjunción de la libre expresión al poder, y concluye que “una fuerza política que quiera salir del fango en el que democracia y fascismo se encastran”, debe plantear este problema de una esfera expresiva autónoma “como el primero a resolver”. A continuación, Negri formula dos preguntas precisas: “¿Cómo el fascismo se establece en y a través de las instituciones democráticas? Y, en segundo lugar, ¿qué es exactamente esta insurgencia fascistizante?”. La hipótesis de Negri es que este “extraño fascismo” es expresión directa de la debilidad del neoliberalismo, que representa todo lo que le cuesta a este último no ya proponer modelos de equilibrio político e institucional, sino sostenerse a sí mismo en medio de la crisis, ante niveles crecientes de resistencia. La ya citada articulación entre fascismo y neoliberalismo, entonces, es el punto de partida de esta caracterización: “Es importante subrayar esta usual deformidad: la fuerza del autoritarismo es convocada para sostener la crisis del liberalismo”, en otras palabras, “el fascismo parece presentarse (aunque no solamente) como la fase dura del neoliberalismo, como una fuerte recuperación del soberanismo, como la inversión del slogan ‘primero el mercado, después el Estado’, en varias figuras, en los puntos donde el desarrollo choca con dificultades máximas, o donde sus dispositivos se quiebran, o mejor, donde enfrenta la emergencia de fuertes resistencias”.

 

A diferencia del fascismo de las décadas de los años 1920 y 1930, el fascismo actual –que prolifera en los EE.UU. y en Europa, y no solo en América Latina– más que una técnica totalitaria, intenta utilizar mecanismos flexibles para la transformación autoritaria del Estado como salvataje del programa neoliberal. La hipótesis sobre el fascismo postmoderno, es decir, correspondiente a la época en que el desarrollo del modo de producción “ha puesto a la multitud en el centro de la lucha de clases”, es la siguiente: “la multitud es un conjunto de singularidades, ligadas por la cooperación social. El elemento de la cooperación es para la multitud (especialmente en las metrópolis) el punto central de su existencia de clase. En términos productivos, ese poder cooperativo conduce a la multitud hacia lo común. Sin embargo, cuando intervienen fuertes tensiones que actúan sobre las singularidades (que componen la multitud) en términos, por ejemplo, de inseguridad económica o ambiental y de miedo al futuro, entonces la cooperación multitudinaria puede implosionar como defensa de la identidad. El fascismo del siglo XXI parece sostenerse sobre tales incidentes de la naturaleza cooperativa de la multitud”.

Entonces, la función de este “extraño fascismo” es, según Negri, la de adjuntar la democracia y la libre expresión a un mero dispositivo de legitimación (es decir, transformar la fisonomía de los Estados) de un neoliberalismo que ya no puede gobernar desde el centro político (sobre todo luego de la crisis financiera global de 2007-2008), sino solo y cada vez de modo más agresivo desde la ultra derecha. El comando neoliberal deviene entonces poder destructivo de la democracia. Solo que esta agresividad puede ser vista como un momento de fuerte debilidad: “el neoliberalismo se encuentra en una situación desesperada, si es que pretende restablecer el equilibrio. Habiendo dislocado o rechazado el viejo equilibrio constitucional democrático, ahora está expuesto al vacío”.

Agresividad y debilidad ofrecen, a los ojos de Negri, un panorama desastroso, pero no irreversible. Bolsonaro “es incapaz de desarrollar otro proyecto político que no sea una razzia contra los pobres, los negros y, de manera general, un programa antisocial (como lo muestra su propuesta ultraliberal). Militarista, homofóbico, machista, guiado por el odio hacia una población mayoritariamente negra (estamos muy lejos del 54% de blancos del censo de 2000), Bolsonaro se verá expuesto al empuje demográfico no-blanco, que no para de crecer. El desastre que se avecina es enorme, y sus consecuencias serán prolongadas”. Ante lo grave de la situación, Negri propone el spinocista “dejar de llorar” y confortarse con la conciencia de que “el cuadro fascista aún es débil”, y lo es porque se apoya en el miedo, “despierta y cultiva el miedo del negro y del comunista. Pero esta dupla es símbolo de la vida, y su lucha es señal de liberación”. Se trata de pasar de la izquierda, ya agotada, a las mayorías populares: “Los partidos de izquierda, comenzando por el irrecuperable PT, están en crisis. Es en la relación y en la recomposición política de los negros y los comunistas que una izquierda radicalmente antifascista puede ser construida. Este pasaje es fundamental. No hay antifascismo en Brasil sin una recomposición política de los comunistas blancos y de la población negra. Es innecesario agregar que la chispa de esa recomposición, hoy, son los movimientos feministas. Son movimientos mayoritarios, y la mayoría no tiene miedo”.

 

[1] https://lateclaenerevista.com/el-prestigio-moral-de-la-critica-por-jorge-aleman/

[2] https://lobosuelto.com/?p=22275&fbclid=IwAR02Ab-4xeo00NiYj4tlfAD1xyDw7X_uPBsphXp3YrYu9dbghxG_f4GIRP4

Un fascista del siglo XXI // Toni Negri

Traductora: Mariana Gainza

1. El camino democrático al fascismo

Se ha vuelto un lugar común la afirmación de que todo poder es un “poder de excepción”. Sin embargo, dicha afirmación no explica la diferencia entre un régimen fascista y un régimen constitucional. “No hay ninguna diferencia”, replica quien cree en la normalidad de la “excepción”. Que vaya a decírselo a los ciudadanos brasileños, ante la inminencia de la asunción de Bolsonaro, y escuchará la respuesta: “¡Estás loco!”.

En la tradición del marxismo revolucionario, se rechaza la analogía entre el régimen democrático y el régimen fascista. La Tercera Internacional impuso, en los años ’20, esa semejanza (que rápidamente se convirtió en una identidad), y sabemos cómo terminó. Con igual atención y discernimiento, me parece, se debe considerar el concepto de poder constituyente: no puede ni confundirse ni mezclarse con la “excepción política”, con su ejercicio – como pretenden los cultores de la “autonomía de lo político” (quienes, en la senda de Carl Schmitt, no ven en el poder constituyente otra cosa que una figura de la “excepción”).

Respecto a lo que sucedió en Brasil, hay que notar, en primer lugar, el hecho de que el fascismo no llegó a través de un “golpe de Estado” clásico (desde el exterior de las instituciones democráticas), a través de la excepción (como más o menos ocurrió con los fascismos latinoamericanos, hasta Pinochet y los militares argentinos), sino desde el interior del proceso constitucional; no llegó a través de una ruptura de la legalidad constitucional, sino a través de la construcción constitucional de una nueva legitimidad. En segundo lugar, tiendo a creer que el gobierno fascistizante brasileño no ejercerá el poder mediante una mutación externa y violenta del régimen constitucional, sino mediante una leve reducción (salvo contra la población negra) de las libertades civiles y a través de la gobernanza de la Constitución existente. Es decir, a través de la puesta en movimiento de una suerte de “poder constituyente” al interior de la gobernanza – funcional, absorbido dentro de ella y, a la vez, capaz de determinar profundas modificaciones del tejido constitucional. Este camino perverso de la democracia, que ahora se estableció en Brasil pero que ya se había experimentado, en parte o in toto, en otras situaciones y países (Turquía y Egipto, por ejemplo, sin hablar de los ex-socialismos) debe ser sometido a la crítica – preguntándose qué es lo que significa hoy la “democracia representativa”, pero también la “democracia” en general, y a partir de ello, cómo, bajo qué formas y con cuáles objetivos deben moverse quienes pretenden edificar y defender una Constitución que respete la libertad,  que construya igualdad y proporcione sus condiciones; y preguntándose, finalmente, si aún es posible plantearse estas cuestiones, o si habrá que reconsiderar el propio tejido que sostiene estos interrogantes.

2. Golpe de Estado institucional

Golpe de Estado constitucional y/o Golpe de Estado democrático: así puede denominarse lo que ocurrió en Brasil, e incorporarlo en una nueva tipología académica del derecho constitucional. El derrocamiento del poder legítimamente existente y su sustitución por un poder no legitimado por el sufragio universal, sino por un órgano del Estado, el Congreso, se realizó detrás de una máscara constitucional. Comenzó con el impeachment de la Presidenta y continuó con su sustitución –simplemente por la vía parlamentaria, excluyéndose una nueva elección general–, poco tiempo después de la renovación electoral de su mandato presidencial. El golpe de Estado prosiguió luego (lo que no es irrelevante) con la aprobación inmediata, por parte del Congreso, de algunas leyes características de un régimen neoliberal (entre las que resalta la que prohíbe el aumento del gasto público por un largo período) que, de manera expeditiva y traicionera, revocaron los paradigmas materiales de la Constitución vigente. La conexión entre el impeachment de Dilma por razones político-morales (corrupción) y la liquidación de la orientación política de su gobierno a través de la afirmación constitucional de un principio neoliberal, revela que su destitución tuvo un carácter político partidista, lo que la califica como un golpe de Estado – siguiéndose de ella una modificación radical de la dirección política del gobierno o, dicho con otras palabras, de la constitución material. Así se liberó el camino para evitar que, incluso en el caso de nuevas elecciones, una mayoría presidencial diversa (que las encuestas le atribuían a Lula) pudiera restablecer lo que ahora estaba constitucionalmente vedado: propuestas no liberales de redistribución del ingreso, o bien, dispositivos alternativos a la legitimidad económica nuevamente determinada. En apoyo de la continuación de una política liberal y, por lo tanto, en la línea de una renovación de las políticas estatales por fuera (y antes) de una legitimación popular, el poder judicial se movilizó a través de la condena y el encarcelamiento de Lula y, posteriormente, a través de su exclusión de la posibilidad de ser votado. No es casual que ese poder judicial haya sido inmediatamente cooptado por el gobierno de Bolsonaro. Finalmente, las elecciones se llevaron a cabo bajo la amenaza –una vez más no externa al proceso institucional– de una intervención del ejército nacional, en caso de que la izquierda triunfara en las elecciones. En este punto fue elegido el nuevo Presidente, un fascista del siglo XXI, restaurándose de este modo, a posteriori, la legitimación democrática del poder. Una restauración muy dudosa y, sin embargo, efectiva. En el gobierno que asumirá a comienzos de año, además del juez de la Lava Jato (la operación que, como ha declarado expresamente el juez Greco, nada tiene que ver con Mani Pulite)habrá un Chicago Boy al mando de las Finanzas y la Economía, en la Cancillería, un hombre ligado a la alt-right y a las políticas de Trump, mientras que al ejército le serán atribuidas las funciones de un Ministerio del Orden.

Este perverso camino-línea que va de la democracia al fascismo, organizado no por movimientos externos sino por las mismas instituciones del poder constitucional mediante la adecuación de los órganos de control a las líneas políticas de la extrema derecha (de la magistratura en particular); la revelación de un diseño coherente que recorre las instituciones, destruyendo todos los nexos e incidiendo sobre las nuevas conformaciones de las figuras formales de la Constitución y de la materialidad de su dirección política, que obtiene su garantía en el proceso de legitimación electoral, suprimiendo así cualquier carácter ético del principio democrático: todo esto impone –cuando la indignación se apacigüe, si eso ocurre– una reflexión sobre el tema mismo de la democracia.

Pero no es suficiente. El facho-populismo de Trump-Bolsonaro comete una violación ulterior de la democracia. La democracia directa es asumida, de manera masificada y mistificada por estos líderes fascistas, siendo transformada de modo de gobierno en figura de legitimación del gobierno. Los tweets de Trump interpretan esta conversión. Las redes sociales y los medios institucionales se vuelcan voluntariamente sobre esta función de legitimación. Es más, se puede decir (y la literatura sobre el tema es vastísima) que la producen, o al menos, la hacen posible. Cuando la indignación se haya aplacado, tendremos aún que plantear el problema de una libertad de expresión adosada al poder. Es el primero de los problemas que debe enfrentar un movimiento de resistencia, con la bandera “Libros sí, armas no” (como se comienza a decir en Brasil), porque tendrá que comenzar por liberar la libre expresión. Por cierto, la contradicción entre la libertad de expresión (constitucionalmente protegida) y el dinero (= propiedad = corrupción = uso criminal de de la falsedad por parte de los grandes medios…) parece irresoluble. Pero sólo lo es para quienes continúan viéndolo como un nudo gordiano y no confían en que una espada pueda cortarlo. Una fuerza política que quiera salir del fango en el que democracia y fascismo se encastran debe plantear ese problema como el primero a resolver.

3. Un problema general

En Estados Unidos hay en curso un proceso análogo al brasileño. La solidez democrática y el valor de la Constitución de ese país impiden, por ahora, que el proceso de transformación asuma el aspecto perverso y hasta grotesco de lo que ocurre en Brasil. En Estados Unidos, la presencia de fuerzas de oposición aún puede bloquear (o tornar incierta) la realización de una tendencia como la brasileña. Sin embargo, esto no suprime el hecho de que se está dando un proceso de consolidación reaccionaria del poder. Lo revela el fuerte desplazamiento del Partido Republicano hacia el núcleo duro trumpiano (detrás del cual está el supremacismo de la alt-right), los veinte años de orientación de la Corte Suprema en posiciones ultra conservadoras, la realización de colosales operaciones financieras para el control mediático del voto, etc.

De una manera mucho más frágil, pero con aceleraciones a veces feroces, están ocurriendo procesos análogos también en Italia. Sin embargo, el horizonte político populista se expande en Europa y en América Latina. Esta expansión profundiza dramáticamente el problema que aquí planteamos: ¿cómo el fascismo se establece en y a través de las instituciones democráticas? Y, en segundo lugar, ¿qué es exactamente esta insurgencia fascistizante?

Procuraremos, a continuación, si no responder, introducir esta pregunta con más detenimiento. Contentémonos por ahora con definir este extraño fascismo, que se presenta en una profunda conjugación con el neoliberalismo. Mejor aún, tratemos de definir las dificultades que –según creemos– ha de encontrar en su desarrollo un nuevo experimento radical de las teorías de Chicago. Las actuales conversiones fascistizantes de la clase dirigente capitalista (no de toda, por el momento) parecen de hecho determinadas por la necesidad de sostener con una mayor fuerza, con todos los medios del Estado, constrictivamente, un desarrollo más neoliberal de la profunda crisis. Es importante subrayar esta usual deformidad: la fuerza del autoritarismo es convocada para sostener la crisis del liberalismo. Ahora bien, según esta perspectiva, el fascismo parece presentarse (aunque no solamente) como la fase dura del neoliberalismo, como una fuerte recuperación del soberanismo, como la inversión del slogan “primero el mercado, después el Estado”, en varias figuras, en los puntos donde el desarrollo choca con dificultades máximas, o donde sus dispositivos se quiebran, o mejor, donde enfrenta fuertes resistencias.

Es un reflejo reaccionario el que caracteriza a este fascismo. Esto lo distingue de los fascismos de los años ’20 y ’30 del siglo pasado, cuando los reaccionarios actuaban en el terreno político, mientras que en el terreno económico podían ser relativamente progresistas, pseudo keynesianos. Probablemente esta reacción sea, entonces, un síntoma de debilidad, un efecto de respuesta más que de ataque. Lo cual parece probarse por el hecho de que esta instancia fascista, más que una técnica totalitaria, intenta utilizar mecanismos flexibles para la transformación autoritaria del Estado, calibrando la gobernanza como una suerte de nuevo y perverso poder constituyente. Pero estas no son más que previsiones, que sólo la intensidad de la lucha de clases futura podrá confirmar o negar.

Todavía nos falta preguntar: ¿qué es este fascismo del siglo XXI? El del siglo XX quería destruir los soviets, en Rusia o en cualquier lugar del mundo donde se encontrasen. ¿Dónde están hoy los bolcheviques? Son obviamente fantaseados. Pero la fatiga del neoliberalismo para consolidarse y las crisis políticas que se suman a las económicas resucitan el miedo a los bolcheviques. Esa insistencia es asombrosa.

Para intentar racionalizarla, aventuremos una hipótesis que nos permita calificar estas tendencias fascistas en una época en la cual el desarrollo del modo de producción ha puesto a la multitud en el centro de la lucha de clases. Ahora bien, la multitud es un conjunto de singularidades, ligadas por la cooperación social. El elemento de la cooperación es para la multitud (especialmente en las metrópolis) el punto central de su existencia de clase. En términos productivos, ese poder cooperativo conduce a la multitud hacia lo común. Sin embargo, cuando intervienen fuertes tensiones que actúan sobre las singularidades (que componen la multitud) en términos, por ejemplo, de inseguridad económica o ambiental y de miedo al futuro, entonces la cooperación multitudinaria puede implosionar como defensa de la identidad. El fascismo del siglo XXI parece sostenerse sobre tales incidentes de la naturaleza cooperativa de la multitud.

4. Fascismo y neoliberalismo

Si en la época de Platón las constituciones democráticas resultaban inadecuadas para bloquear la crisis de la democracia, en la situación actual favorecen el ascenso del fascismo, generando corrupción.

Las modernas constituciones democráticas se organizaban gracias a la confrontación dinámica de intereses, eventualmente en coalición por derecha y por izquierda, en torno a un modelo de enemistad y de solución pacífica y normada de esa enemistad, bajo la hipótesis de una oposición equilibrada de los intereses contrastantes. Hoy, la globalización ha conducido hacia la homogeneización de la gobernanza a nivel mundial (se podría decir: hacia la homologación), siendo que gobernar en la globalización exige componer la relación entre constitución formal y material a través de la inserción, en la primera, de reglas que surgen de las relaciones monetarias multinacionales de las empresas en el mercado global – y por lo tanto, eliminar sustancialmente la confrontación/conflicto, interno a la propia constitución. El extremismo de centro, las grandes coaliciones, han sido, en este sentido, momentos fundamentales de la recomposición, a través de la gobernanza, de perfiles constitucionales globalmente extendidos. Pero esa fase terminó, y el recrudecimiento de los conflictos ha llevado a una crisis profunda de las fórmulas tradicionales de la gobernanza democrática-liberal. Se suceden, entonces, los experimentos de ruptura: America first, Brexity ahora Brazil first, Italia first…

La gobernanza (es decir, el conjunto de dispositivos que unitariamente configuraron el horizonte de los gobiernos nacionales y del gobierno global) se encuentra sujeta a cada vez más frecuentes incidentes constitucionales, que sobre todo tienen el efecto de obliterar los aspectos de democracia progresiva que las constituciones heredaron de la segunda post-guerra y del fin de la Guerra Fría. De este modo, se transforma la fisonomía de los Estados a costa de la democracia. La larga crisis de 2007 empeoró las cosas. Gobernar la crisis siempre implicó que la crisis le impuso sus exigencias a la democracia. Hoy podemos ponderar plenamente las consecuencias de esos incidentes. Cada vez más, las dinámicas dialécticas constitucionales son desconsideradas, las oposiciones son integradas a la gobernanza, el keynesianismo es destruido con el consenso de los keynesianos. Las eventuales operaciones de excepción se dan directamente al interior de la gobernanza democrática, como si respondieran a las articulaciones ocultas de un poder constituyente, más que a opciones y mecanismos controlables. Lo que quiero decir es que la transformación que estos movimientos sugieren es hoy comandada por un poder destructivo de la democracia.

Con la crisis y el debilitamiento del poder norteamericano –que había determinado cierto equilibrio global, al menos en el campo de su dominio– estos procesos se aceleraron, desparramando el caos por todas partes. El nuevo fascismo se instala dentro de este caos. Armándose del proyecto neoliberal para dominarlo, ¿hallará las condiciones para un desarrollo durable? Es muy difícil. En estas condiciones, el neoliberalismo se encuentra en una situación desesperada, si es que pretende restablecer el equilibrio. Habiendo dislocado o rechazado el viejo equilibrio constitucional democrático, ahora está expuesto al vacío. Necesita algo nuevo para responder a las nuevas dificultades, y sólo lo encuentra bajo la forma de autoritarismo, de renovado fascismo… Para sobrevivir a este salto al vacío, tiene que recurrir a instrumentos mediáticos e ideológicos, tiene que difamar y destruir a las fuerzas que lo han confrontado (a veces tímidamente, o incluso anticipando sus direcciones destructivas – esta crisis es prolongada y profunda, y las responsabilidades aún deben ser definidas). Esas fuerzas eran socialdemócratas, keynesianas. Pero los neoliberales que constituyen la nueva fórmula de gobierno fascistizante en Brasil las llaman comunistas y bolivarianas, propagadoras del caos. En Estados Unidos, son los tontos citadinos que subvierten la identidad nacional. Así, este fascismo fundado en el vacío ideológico se cualifica como falsificador de la memoria y restaurador reaccionario de identidades pasadas. Si se trata de un pasado esclavista, como en Estados Unidos, es preocupante; si se trata de un presente esclavista, como en Brasil, es más grave aún.

5. No hay que tener miedo

Mis amigos brasileños se preguntan cómo fue posible la victoria de Bolsonaro, por qué sus conciudadanos lo votaron tan masivamente. La respuesta es simple: ellos no votaron por el fascismo, sino más bien por el fin de la corrupción y de la inseguridad, en una coyuntura crítica para su vida que, en realidad, una parte de la población le imputaba al PT. No es difícil pensar que la motivación racista y la defensa de la familia (ver la absurda polémica sobre la cuestión de género) conformaron el coágulo fascista de ese malestar. Es una profecía fácil decir que, como ya señalamos, Bolsonaro no logrará instituir su gobierno como régimen. Al obstáculo mencionado relativo a la conjugación de fascismo y liberalismo, se agrega una dificultad interna específica: frente a los impedimentos tácticos creados por la dispersión de votos en el Congreso, estarán obligados a seguir comprando la mayoría parlamentaria evangélica o de otros mercenarios; el precio a pagar a los ruralistas por el apoyo electoral, por el sostén del gobierno, y en la negociación de los límites ecológicos a la expansión de sus intereses, será aún más alto; las propuestas extremas de privatización del patrimonio público encontrarán la hostilidad del ejército en nombre de la nación, etc. No le va a resultar fácil avanzar. E incluso la consolidación de esta victoria va a ser difícil, muy difícil: chocará contradictoriamente con las mismas constantes de la economía brasileña (abierta a los mercados internacionales de alimentos y energía, cerrada sobre límites ecológicos de enorme importancia, empujada por una fuerte dinámica productiva debido a la amplitud del mercado laboral). Estamos –según parece– en un margen en el cual las promesas de la victoria de Bolsonaro colisionan con las intenciones de sus partidarios neoliberales. ¿Cómo podrán equilibrarse? No estamos en los años ’30, cuando el fascismo se organizaba en torno a una planificación que favorecía a la gran industria (de guerra) y al gran capital bancario – pero con un excedente, que representaba inmediatos beneficios sociales para el proletariado.

Lo que nos hace temblar, luego de la victoria de Bolsonaro, es prever los desastres que este gobierno va a producir de todos modos, puesto que es incapaz de desarrollar otro proyecto político que no sea una razzia contra los pobres, los negros y, de manera general, un programa antisocial (como lo muestra su propuesta ultraliberal). Militarista, homofóbico, machista, guiado por el odio hacia una población mayoritariamente negra (estamos muy lejos del 54% de blancos del censo del 2000), Bolsonaro se verá expuesto al empuje demográfico no-blanco, que no para de crecer. El desastre que se avecina es enorme, y sus consecuencias serán prolongadas.

¿Qué hacer, entonces? Hay que parar de llorar, hay que poner manos a la obra, confortándose con la conciencia de que el cuadro fascista aún es débil. ¿En qué sentido, con qué espíritu hay que comenzar a trabajar? Las provocaciones ya son numerosas, y en el futuro se multiplicarán. En las universidades aparecen escuadrones y grupos de derecha que arman listas de comunistas, los programas escolares comenzaron a llenarse de invocaciones a un pasado esclavista, etc. No hay que tener miedo. No tener miedo deviene el elemento central para la construcción de una resistencia.

El fascismo se apoya en el miedo. Aquí despierta y cultiva el miedo del negro y del comunista. Pero esta dupla es símbolo de la vida, y su lucha es señal de liberación. Los partidos de izquierda, comenzando por el irrecuperable PT, están en crisis. Es en la relación y en la recomposición política de los negros y los comunistas puede construirse una izquierda radicalmente antifascista. Este pasaje es fundamental. No hay antifascismo en Brasil sin una recomposición política de los comunistas blancos y de la población negra. Es innecesario agregar que la chispa de esa recomposición, hoy, son los movimientos feministas. Son movimientos mayoritarios, y la mayoría no tiene miedo.

El sueño es al futuro lo que el azogue al espejo // Lila María Feldman

1-Sueño, guardián del vivir

“Fin de la historia”, anunció Fukuyama en los noventa. Fue como declarar el fin de los sueños. Por supuesto que esa frase, junto con la maquinaria neoliberal que renueva su propuesta, no nos los arrebató. Contra todas las políticas que buscan aniquilarlos, o domesticarlos, proponiendo espejismos, los sueños se imponen. El sueño es nuestra reserva humana por excelencia. Guardián del vivir [1], propongo en mi libro, contra cualquier sistema de dominación, ya sea que esté anclado en un discurso biologicista, religioso, o neoliberal. Los sueños hacen del abismo medida humana, y del tiempo hacen historia y apertura al acontecimiento. Existe la creación porque existen los sueños y la capacidad de tenerlos. Los sueños son condición de creación (y vaya que lo son: componen la matriz de gran parte de la historia de la literatura, de la filosofía, y por supuesto del psicoanálisis), y son condición de futuro.

Contra todas las políticas que buscan aniquilarlos, o domesticarlos, proponiendo espejismos, los sueños se imponen. El sueño es nuestra reserva humana por excelencia

El sueño, crea futuro psíquico y futuro político. El sueño nos arroja al futuro y lo ilumina. Ilumina para adelante, y para atrás. Pero solo alumbra a quien lo sostiene, parafraseando a L-F. Celine[2]. Sí, a los sueños se los sostiene, sólo de ese modo se vuelven experiencia.

Soñamos porque somos seres temporales, y porque estamos condenados a pensar el tiempo. Nacemos prematuros, durante largos años dependemos absolutamente de Otros [3], y pensamos après-coup. De esos destiempos son hijos los sueños, sobre ese fondo de precariedad se levantan los sueños. Soñar nos fuerza a preguntarnos por el tiempo, por la historia de la que estamos hechos, y por nuestro futuro. El mismo sueño es puerta al futuro -como he dicho en otro lugar- en tanto que, en ese territorio de invención de lo propio, se narra siempre una transformación, un devenir o un pasaje. [4]

Soñar es subvertir el tiempo. Soñar transcurre en un tiempo que no es exactamente pasado ni presente ni futuro. Un cuarto tiempo, dice Rodrigo Fresan [5].

Yo digo que el sueño es una ruina viva. Es el futuro de la ruina. Todos los tiempos hacen el sueño. El sueño inscribe el tiempo (tiempo humano, claro) y nos inscribe en el tiempo. [6]

El sueño es el trabajo con el tiempo a contramano de la cronología. Trabajo psíquico por excelencia. Trabajo paradigmático del análisis también. El soñar es un dispositivo privilegiado de apropiación del tiempo. Enlaza tiempo y deseo.

El sueño es el hilo que enhebra todos los tiempos. Soñamos para recordar, soñamos para desear y que exista futuro, también. El sueño es usina de futuro.

El pasado es el lugar donde siguen pasando cosas, dice también Fresán [7 ]. ¿O es el sueño aquel lugar? El lugar que es condición indispensable para que sigan pasando cosas. Entonces, ¿el sueño predice el pasado?

Creación de lo que retorna. Singular amalgama de lo viejo y lo nuevo. El psiquismo humano posee la capacidad de crear eso, contra cualquier ordenamiento.

Soñar es subvertir el tiempo. Soñar transcurre en un tiempo que no es exactamente pasado ni presente ni futuro. Un cuarto tiempo, dice Rodrigo Fresan

El sueño reúne y conjuga paradojas: pasado y futuro, ficción y verdad, fantasía y realidad, luz y oscuridad, dormir y despertar, propio-ajeno, olvido y recuerdo, representable e irrepresentable, perdurable y efímero se subvierten, se enlazan, se encuentran, no se oponen. Por momentos se funden, y luego se vuelven a demarcar.

Los sueños son bastión. Trinchera. Porque allí nadie ingresa a la fuerza. En tiempos en los que el desarrollo científico-técnico-mercantil busca penetrarlos, controlarlos, dirigirlos, programarlos, ya sea con propaganda, pastillas, mediciones de las ondas cerebrales, etc; los sueños, nacidos de ese tejido inmaterial, inapresable e indestructible, aunque a veces se evapore y juegue con nuestra memoria, son sitio de resistencia. La resistencia de la palabra como forma de combatir los anhelos de desubjetivar y controlar lo humano, o de volverlo únicamente soporte o condición de producción y adaptación (cuando se duerme, no se consume ni se produce. Los sueños, entonces, son actividad psíquica no consumidora ni productiva, ni tampoco predictiva). Y son el punto por excelencia de enlace de las pequeñas biografías, en la trama de cada subjetividad, y los movimientos colectivos, con su enormísima potencia transformadora.

Los sueños, también, son escritura [8]. ¿Se los escribe en el mismo momento de su proyección psíquica? ¿Esos dos tiempos coinciden? Luego, sabemos, el momento de recordar junto con la elaboración secundaria que el recuerdo y el relato generan, son parte misma del sueño, y una nueva escritura. ¿Dicha elaboración es “a pérdida”, o es parte vital de su propia existencia o constitución? Todos esos tiempos conforman el tiempo del sueño. Un tiempo hecho de discontinuidades, que desborda el tiempo del durmiente. Se sueña, por lo menos, en dos tiempos. ¿El sueño escribe para ser leído-recordado en el futuro? En ese sentido es que, también, el sueño fabrica futuro.

Tal vez sean los sueños traumáticos aquellos que poseen menor potencia de futuro. Apresados en la condena a la fijeza de un retorno repetitivo y a elaborar incansablemente, en el borde del abismo y los límites de la representación. Y aun así apostamos al futuro.

2-Sueño, territorio de singularización

¿Qué método propone el psicoanálisis para el trabajo con los sueños? Habría que decir que ese trabajo se incorporó como parte del trabajo con el psiquismo humano, y acompañó la creación del método psicoanalítico. Dicho método se sostiene en una regla fundamental: la asociación libre, junto con la atención flotante [9].  Laplanche y Pontalis sitúan su progresivo descubrimiento entre 1892 y 1898, y refieren que abarcó varios caminos, pero que centralmente fue construido por Freud en la experiencia de su autoanálisis y el análisis de sus sueños. Esto es bien interesante, en tanto permite situar una ruptura fundamental en la propia concepción freudiana, respecto de la propuesta que realiza para el abordaje del padecimiento subjetivo y en la comprensión del psiquismo. Si con el método hipnótico y la propuesta de sugestión propia de los primeros tiempos de la teoría freudiana, el trabajo analítico consistía en guiar al paciente a la abreacción de afectos traumáticos presionando su frente y en un estado disociativo, el método psicoanalítico rompe fundamentalmente con esa estructura de poder según la cual el “médico”, ejerciendo un poder sugestivo, extrae del pasado un recuerdo traumático de modo tal que el paciente logre abreaccionarlo o descargarlo.

El sueño es el hilo que enhebra todos los tiempos. Soñamos para recordar, soñamos para desear y que exista futuro, también. El sueño es usina de futuro

Muy por el contrario, el psicoanálisis, ya despegado además de la idea de hallar o demostrar un fundamento neuronal para comprender el funcionamiento psíquico y establecer una topología, propone, y aún lo sigue haciendo, cada vez más, la construcción de un vínculo transferencial que no condene al sujeto a la pasividad, o al descubrimiento del sentido de sus síntomas y sueños sostenido en un poder externo que lo guíe únicamente al pasado. Vivencia pseudo onírica, ese sueño guiado, sueño hipnótico, fue sustituido por la cura por la palabra. El par asociación libre y atención flotante dieron lugar a un sujeto no desposeído o pasivo, no ya solamente embarcado en la búsqueda de descubrir la causa escondida, sino, muchas veces, de construirla, sosteniendo la apuesta por un psicoanálisis capaz de indagar en las redes de determinaciones que nos constituyen junto a la responsabilidad de ligarlas a una vida en la que el futuro tenga sentido. Ya no se trata del surgimiento de un recuerdo escindido de la conciencia por influjo de un Otro, sino de lo que en la trama de la transferencia posibilite enhebrar recuerdo y sueño, deseo y experiencia.

El psicoanálisis, entonces, en gran medida le debe a Die Traumdeutung la construcción de su método, cuyas reglas establecen nuevas coordenadas de tiempo para el sujeto y su búsqueda (una búsqueda ético-poético-política)[10] de verdad.

En Sueño, medida de todas las cosas, vinculo al sueño, a su modo de escritura, con el método ensayístico, y planteo que tiene estructura poética. Emparento al sueño con el ensayo [11] y con la poesía. Diego Sztulwark, leyendo a Henri Meschonnic [12], dice que escribir es singularizarse. Se trata de una singularización que ocurre en el cuerpo y en el pensamiento, por medio del lenguaje. Poema, para Meschonnic, es un desgarro de la lengua, desgarrarla y al mismo tiempo agregarle capas. La vida no es vida biológica, la vida crea lenguaje y el lenguaje crea a la vida. Yo agrego, en todo caso, que la escritura del sueño se funda en esa operatoria. Escritura que singulariza en modos de vida, los crea, y crea futuro. El modo de vida (cuerpo y vida humana que se singularizan por el lenguaje) crea poema, y crea sueño, agrego.

Sueño como territorio donde la vida se despega absolutamente de la biología. Sueño como creador de modos de vida.

3-Sueño, reservorio de libertad

Freud definió al yo como reservorio de libido. Los sueños, agrego yo[13], son reservorio de libertad (libertad que no es sinónimo de voluntad, libertad siempre a conquistar). La libertad de soñar, y de investir libidinalmente lo que soñamos, pero además nuestra propia capacidad de soñar en general. En lo más íntimo y privado del “cuarto propio”[14], y como fuerza colectiva y deseante, con tantos otros.

El futuro, con su capital de sorpresa, a veces -afortunadamente- de locura, y de vanguardia, tendrá la medida de nuestros sueños. La utopía, opuesta a los espejismos (que seducen e hipnotizan, y nos necesitan pasivos, nos condenan a la pasividad) es la versión política, por excelencia, del sueño. Trabaja, incansablemente, para la realización o el cumplimiento no alucinatorio de los deseos. En gran medida, el deseo de un futuro mejor. Tanto en las historias con minúscula, como en la Historia con mayúscula. Historia sin fin.

¿El sueño escribe para ser leído-recordado en el futuro? En ese sentido es que, también, el sueño fabrica futuro

El sueño es al futuro lo que el azogue al espejo.

Soñemos. Que allí nos vemos.

Bibliografía general

Berezin, Ana (2010: 38-39, 50-51), Sobre la crueldad. La oscuridad en los ojos, Psicolibro Ediciones, Buenos Aires.

De Montaigne, Michel (1984), Ensayos completos, Tomo I y II, Hyspanamérica, Buenos Aires.

Feldman, Lila María (2018), Sueño, medida de todas las cosas, Editorial Topía, Buenos Aires.

—————————(2018) Colegio de psicoanalistas, presentación del libro: Sueño, medida de todas las cosas, Buenos Aires.

Fresán, Rodrigo (2017), La parte soñada, Literatura Random House. Buenos Aires.

Freud, Sigmund (1991), “La interpretación de los sueños”, Vol. IV y V en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires.

González Ríos, José (2017), “Seminario: Introducción a los Ensayos de Michel de Montaigne. Yo soy el asunto de mi libro”, Buenos Aires.

Guattari, Félix (2009), Sesenta y cinco sueños de Franz Kafka, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires.

Laplanche, J. y Pontalis, J-B (1981), Diccionario de psicoanálisis, Editorial Labor, Barcelona.

Meschonnic, Henri (2015), Spinoza poema del pensamiento, Editorial Cactus y Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires.

Muller, Eduardo (2010), La angustia de las influencias, Biblioteca virtual, Buenos Aires, www.coldepsicoanalistas.com.ar

———————-(2011), El material clínico psicoanalítico, ficción…es, Biblioteca virtual, Buenos Aires, www.coldepsicoanalistas.com.ar

———————–(1997), La voz de la lectura, Diario La Nación. Buenos Aires.

———————–(2018), Comunicación personal.

Piglia, Ricardo (1992), “La novela argentina”, en Revista Aguafuerte, Buenos Aires.

——————–(2010), Blanco nocturno, Editorial Anagrama, Buenos Aires.

——————–(2015), La forma inicial. Conversaciones en Princeton, Eterna Cadencia Editora, Buenos Aires.

Roudinesco, Elizabeth (2000), ¿Por qué el psicoanálisis?, Editorial Paidós, Buenos Aires.

Sztulwark, Diego (2018), Entrevista realizada por Lobo Suelto. “Meschonnic: el fraseo de una máquina tipo metralleta”, Buenos Aires.

Notas

1. Feldman 2018, pp. 71-72.

2. “La experiencia es una lámpara tenue que solo alumbra a quien la sostiene”. Louis-Ferdinand Celine. Citado por Ricardo Piglia, epígrafe de su novela Blanco nocturno.

3. Berezin 2010, pp. 38-39, 50-51.

4. Desde Montaigne en adelante, el ensayo es un territorio de invención de lo propio, en el que se narra progresivamente una transformación, un devenir o pasaje. En el Colegio de Psicoanalistas, he expresado en una presentación, que ésa es una definición posible de sueño también: territorio de invención de lo propio, en el que se narra progresivamente una transformación, un devenir o pasaje (Colegio de psicoanalistas, 21 de junio de 2018).

5. La parte soñada, Fresán 2017, p. 85.

6. Feldman, 2018, p. 51.

7. Fresan, 2017, p. 284.

8. En “Sueño, medida de todas las cosas” propongo pensar al sueño como un género literario, con características propias. Posee un modo de ser escrito, un modo de ser narrado, y un modo de ser escuchado. Feldman, 2018 p. 77.

9. Atención soñante, propongo yo. Feldman 2018, p. 57.

10. Henri Meschonnic define así al acto del lenguaje, y al acto del pensamiento: un acto ético-poético-político. Puede hacerse extensivo a la función del lenguaje en y para el psicoanálisis.

11. Ensayo cuya escritura conjuga y bascula entre practicar y suspender el juicio.

12. “Meschonnic: el fraseo de una máquina tipo metralleta”. Entrevista a Diego Sztulwark. Lobo Suelto, 2018.

13. Retomo con esta metáfora, algo de lo que Osvaldo Saidón señaló cuando presentó mi libro. Descubro, al escribir, que lo hago influenciada por su provocación, cuando me invitó a agregar dos temas: sueño y libido, y sueño y libertad.

14. Feldman, 2018, p. 74.

Escándalo Municipal de Anomalías y deseos <<<>>>> // Falopa Didier

Cuantas y cuales son las cosas que tenemos permitidas disputar dentro de los espacios públicos que ocupamos, en los que nos formamos, con las que nos relacionamos o trabajamos?

Cuantas nos merecemos? cuales no?

cuantas nos permiten? cuantas nos niegan? cuales omitimos?

cuales deseamos? cuales son nuestros deseos dentro de los espacios públicos?

 

Por estar ocupando vacante en un espacio o institución públicx,

debemos atender con pasividad a los enunciados que se profieren ahí dentro?

debemos aceptar con calma sus tintes tranquilizadores?

cuántas son las violencias que permitimos?

las machiruleadas que consentimos,

cuántas de esas dos practicamos y aun no deconstruimos

(por sonar amable y no decir destruimos)

colectivamente, en nosotrxs mismxs

 

DECIR NO AL PATRONCITO APOLÍNEO

 

cuántas son las precarizaciones salariales-corporales-artísticas-afectivas-públicas que toleramos?

debemos recibir y nada más?

o como sujetas porosos, sensibles y deseantes de constituir nuevas realidades, tender nuevas subjetividades, podemos volvernos cuerpas inflamables hambrientas de disputar?

qué y cómo nos deseamos a nosotres colectivamente dentro de un espacio público?

podemos frenar al patriarca y decir: “No, acá no se termina la discusión, de acá no nos vamos tranquilas, acá empieza nuestra disputa”?

¡Queremos tomar tu institución! ¡Queremos el teatro público-municipal-nacional-gubernamental-parlamentario de fabricaciones sensibles y subjetividades que conducís! ¡Lo.queremos tomar por asalto, queremos ser okupas, queremos incendiarlo! ¡Incendiar el parquet de la norma y la docilidad porque no estamos tranquilas!

No sólo no voy a dormir, me afirmo en que no voy a dormir tranquila,

no voy a seguir aceptando lo normal,

ya no quiero lo normal,

ya no me pertenece

ya no es ese mi rancho,

ya no es ese mi afecto.

No, no voy a irme tranquila a seguir mi rutina de representaciones cotidianas.

en el bondi,

en la cama,

en la escuela

en la calle

con el cuerpo

en el teatro

en el bar

en el baile

en el garche

en el goce

en la birra

en el  escrache

en el síntoma,

en lo que me duele

en mi anomalía,

en mis deseos,

en mi intranquilidad.

¡No me voy a tranquilizar!

Llamame histeria, decime escándalo.

Yo a esto te digo NO MÁS

Enconchada hasta el hartazgo te digo:

tu discusión, tu comunicado paquetero termina acá.

nuestra disputa se enciende AKÁ.

Queremos ser espacios públicos,

<<<no instituciones<<<<<

¡QUEREMOS VOLVERNOS INCENDIAS PÚBLICAS!

nos merecemos algo mejor

la disputa por nuestros deseos públicos!!!

Under water, Sobre Biodélica, la exhibición de Florencia Rodríguez Giles en galería Ruth Benzacar [1] // Renata Zas

Buenos Aires, septiembre 2018

Entrar a la galería con el típico formato heredado de las fábricas de Chelsea (NY) y recibir un dardo como obra o exhibición es lo que uno intentaría aspirar en una época de masturbación de vocabulario y canales infinitos de acceso a imágenes que nos hacen creer que no tenemos tiempo. Sin embargo, esta aspiración no pareciera realizable cada día. Tampoco se puede vivir en un estado de éxtasis donde uno sólo logra pensar en base a dardos clavados en el cuerpo. Cuando entré a la exhibición de Mariana Telleria[2] en mayo de 2018 ya sabía que iba a recibir un dardo. En el caso de Biodélica lo suponía, aunque lo prejuzgué más suave. El efecto que recibí fue el contrario: más fuerte porque no lo esperaba. En la exhibición de Telleria la luz central estaba desactivada por completo y reemplazada por un sistema cableado de luces azules acomodadas de forma orgánica respetando un orden pseudo geométrico. Por el clima político en el que nos encontramos interpreté la intención de las luces con tono policial, pero si hubiesen sido rojas o naranjas tal vez me hubieran recordado a las ambulancias o camiones SOS que socorren a los autos lesionados en las rutas. Y si fuesen verdes, a la ley del aborto legal, seguro y gratuito que parece haberse vuelto parte de nuestro imaginario, al menos en ciertos círculos sociales.

En Biodélica, Florencia Rodríguez Giles se acomodó a la luz original de la galería Ruth Benzacar y al formato heredado de los años 90 del cubo blanco, hoy fábrica. Con su propuesta encerrada en este contexto la artista ataca una problemática que nos está atacando o que atacamos nosotras: la mutación del género y de los paradigmas culturales patriarcales que oprimían el desarrollo de la actividad política y profesional de la mujer. El montaje con tensores colgando del techo de la galería se asemeja al mundo intra-marino de suspensión y desplazamiento acuático o a la selva subtropical donde lianas caen de árboles de alturas inimaginables. Una a una, aguardando nuestra aproximación esperan las obras empapadas de referentes de ciencia ficción, literatura infantil, manga, documentales de ciencias naturales y libros de biología. Las obras se comunican entre sí y le hablan a su audiencia asistidas de numerosos personajes formados por ojos, cadenas, hojas, trenzas y lianas combinados de una forma que encandila como la belleza. Una belleza con contenido que nos atrapa a la vez que renueva el deseo de permanecer y moverse allí. Incluso acaso, de sentarse a leer. El grafito detallista de los dibujos hace y deshace los nudos de las trenzas y entramados textiles, los tejidos de la piel y de las fascias. Éstos exponen visualmente la complejidad del proceso de mutación social hacia múltiples géneros y expresiones y el debate que lo sigue detrás sobre la igualdad de derechos. Mutar suele atraer la percepción de sufrimiento y/o incomodidad impresa en el cuerpo, esta vez colectivo: el de los oprimidos, el de los opresores, el de los que heredan una historia de opresión aunque no la hayan ejercido, y el de los que tal vez la ejercían inconscientemente y se ven obligados a revisar su educación y metodologías de interacción desde sus orígenes hasta la actualidad. Todo esto rige para todos aquellos que tienen capacidad de observación, porque siempre está el porcentaje de gente al que no le funciona el aumento de lentes ni tampoco la operación de ojos, sino asumo que el aborto ya sería legal.

En el trazo del lápiz enredado en rostros alienígenas y animales de Rodríguez Giles, se ve la energía gastada a través del tiempo puesta en el cuerpo, en el papel, del papel a la tela, en la tela embadurnada en materia química viscosa color rosado, en sus transparencias; en la eyaculación femenina y en el agua como movimiento. Los cuerpos biodélicos, musculares y sexuales, se entregan a un ejercicio de presión y psicodelia. El texto de Verónica Gago que acompaña la exhibición destella algo de “lo que nos mueve es el deseo”, una bandera de las minorías que intenta re-apropiarse del vocabulario capturado por el semiocapitalismo[3] a una velocidad de mutación tan veloz que opera invisibilizando los cambios que opera en la percepción.

Al entrar en la galería y al día siguiente cuando me siento a escribir me invade la duda sobre la necesidad de la palabra frente a una imagen de potencia.  No creo en el sistema de escritura como modo de validación sino como extensión del pensamiento. Tal vez por esto sea importante explicitar que lo que mueve la programación de la galería Ruth Benzacar en este ciclo 2018 casi por terminarse es el feminismo. Hay muchos debates internos hacia adentro y fuera de este -ismo y probablemente tantos feminismos como feministas existamos. Yo nací feminista inconsciente a través de procesos que recién ahora puedo vislumbrar y racionalizar. Tener conciencia de que una es feminista es un debate contemporáneo, al igual que la demanda de desarrollar pensamiento y alternativas dentro y hacia afuera. Tal vez el equilibrio entre la violencia de las imágenes y lo delicado del trazo de Biodélica, junto a la escala de sus dibujos, sean piezas de trabajo claves con las cuales poder pensar.

[1] Imágenes de la exhibición disponibles en: https://verrev.org/2018/10/16/biodelica-florencia-rodriguez-giles/. La exhibición puede visitarse en la galería Ruth Benzacar, Buenos Aires, hasta el 3 de noviembre de 2018. http://www.ruthbenzacar.com/muestras/biodelica/

[2]Ver fotos en https://verrev.org/2018/05/23/ficcion-primitiva-mariana-telleria/ y nota anterior publicada en Lobo Suelto https://lobosuelto.com/?p=20085

[3] “Semiocapitalismo es el modo de producción en el cual la acumulación de capital se hace esencialmente por medio de una producción y una acumulación de signos: bienes inmateriales que actúan sobre la mente colectiva, sobre la atención, la imaginación y el psiquismo social. Gracias a la tecnología electrónica, la producción deviene elaboración y circulación de signos. Esto supone dos consecuencias importantes: que las leyes de la economía terminan por influir el equilibrio afectivo y psíquico de la sociedad y, por otro lado, que el equilibrio psíquico y afectivo que se difunde en la sociedad termina por actuar a su vez sobre la economía”, ¿Quién es y cómo piensa Bifo?, La Vaca, 26 de febrero de 2008. Franco Bifo Berardi en conversación con Verónica Gago, https://www.lavaca.org/notas/quien-es-y-como-piensa-bifo/

G20 // Lucía Naser

ahí están con su circo y sus domadores  

trajeron sus aviones y sus tropas

sus guardaespaldas y sus amantes

trajeron varios pares de zapatos y de portafolios

no necesitan presentarse ni que los presenten

ahí están atrás de las vallas y las cámaras

con sus fronteras cerradas, con sus calles cerradas, con su cumbre cerrada, negociando lo que es nuestro a puertas cerradas

cercados por que saben que hay demasiada gente que sueña con su cabeza

demasiadas fantasías de atentado

demasiadas ganas de amenaza de bomba

saben que su proyecto incluye vendernos a todes y saben que lo sabemos

y por eso están cagados de miedo

 

ojalá sientan el miedo que siente un pibe ante el plomo

ojalá sientan el miedo de la calle ante una procesión de gorras

el miedo que sentí cuando me dio el cuerpo para enfrentar a un abusador

tu miedo al pensar que vas a tener que ir toda la vida a ese laburo de mierda

el miedo de un animal que va al matadero con la certeza de su destino

el miedo de un liceal ante el primer examen de primero

el miedo de piba esperando el resultado del scanneo

el miedo del tipo que recibe la notificación en ese sobre un segundo antes de abrirlo  

están cagados de miedo y no hay tropas, ni poder, ni millones, ni violación de tratado, ni protección ni apertura que los salve.

su poder es también su karma y les pesa.

 

buenos aires huele a perfume de cheto mala gente

la única seguridad es el pozo donde nos gustaría meterlos

los jefes de los chicos toman whisky con los ricos

mientras los obreros hacen masa en la Plaza como aquella vez

salgamos todes de la ciudad y que queden adentro

o tomemos la ciudad y que no salgan  

que este toque de queda les cueste caro

que se trencen a piñas o a besos Trump con Xi Jinping

que un cocinero derrame laxante en el paté

que un ovni baje y haga abducción masiva

que Putin revele que es un infiltrado de la revolución y sea el diciembre rojo porteño

que haya piquetes aéreos y por tierra y no puedan volver

que Merkel se desquicie y empiece a pajearse livestreaming

que se peleen por quien habla primero

que no se pongan de acuerdo sobre la próxima sede

que disuelvan el club de tobi

que se subleven los mandos medios

que una horda de mujeres rodee la capital

que declaren el fin del estado nación

que acuerden el libre tránsito de todas las personas en todas las fronteras

que una invasión de lobas desguace sus pantorrillas

que los extraditen y les den guantánamo

que se retracten de todo

que digan que todo fue una cámara oculta para marcelo tinelli

que se duerman y todas las noches sueñen sus peores muertes

que tengan pesadillas en vida

que una tormenta eléctrica francotiradora baje un rayo en la limusina de aquel

que macri llore en público

que nunca más los tengamos que volver a ver

 

Con mujeres como Olga vamos hasta el infinito y más allá. Una Odisea en el Conurbano… pero de 2018 // Mariano Pacheco

Pasaron no sé, veinte años. Poco más, poco menos.

En realidad seguro en el medio nos hemos cruzado, pero por un momento, apenas un saludo.

Lo cierto es que una escena así, eso sí no se repetía desde al menos dos décadas.

Ella abrió la puerta como distraída, con cierto aire de rutina de recibir a su hijo que le avisó por teléfono que pasaría a visitarla un rato.

Cuando levantó la vista de la cerradura me miró a los ojos. Me di cuenta al instante de que me había reconocido, como yo a ella. La vi lagrimear pero antes de que yo pudiera decir algo ella me abrazó y me dijo: “Marianiiitooo”. Detrás Fabio reía. Por lo del diminutivo de mi nombre seguro, aunque tal vez de emoción también.

Lo último que había sabido de ella, obrera textil de toda la vida, es que se había puesto al hombro el armado de una cooperativa en Avellaneda, durante el primer tramo del gobierno de Néstor. Ella, como su madre –y su hijo—siempre fue peronista, y cómo tal, también lo fue de Cristina, y de Néstor.

Por una de esas estupideces de la vida con Fabio, durante toda la larga década kirchnerista, no nos vimos. Ni siquiera nos hablamos. Apenas si nos cruzamos, alguna que otra vez, y nos saludamos con un abrazo fuerte como si en el medio nunca hubiera pasado nada. Una de esas veces fue en 2008, cuando la spatronales  agropecuarias se pusieron de punta contra el gobierno y la militancia social kirchnerista se mandó a Plaza de Mayo. Yo entonces vivía en capital, y cursaba la carrera de Letras (o de filosofía, ya no recuerdo) en la Universidad de Buenos Aires, cede de la calle Púan. Recuerdo que salimos con unas compañeras y compañeros de la Facultad y fuimos a un bar. No había estado en todo el día en casa y entonces no había internet en los celulares así que recién ahí vi lo que estaba pasando. No dudé, y de inmediato me tomé un subte para ir a la Plaza. Allí lo encontré a él, y a otros históricos compañeros, dispuestos a enfrentar lo que sea para defender a su gobierno, que no era el mío, pero igual me convocaba a estar ahí junto a ellos. Otra vez que nos cruzamos fue sobre la avenida Pavón, a metros de la estación Avellaneda. Era un 26 de junio y se conmemoraba un nuevo aniversario de la Masacre de Avellaneda, donde asesinaron en 2002 a nuestro compañero Darío Santillán, junto a Maxi Kosteki. Yo iba al frente de la bandera de la Coordinadora Aníbal Verón, coordinando la seguridad de la columna, que bajaba del acto en Puente Pueyrredón. Ibamos por la mano derecha, y por la izquierda –en sentido contrario—una columna del Movimiento Evita se dirigía al mismo lugar. La tensión que se respiraba en el ambiente es inenarrable. De repente, los muchachos de ambos bandos pertrechados con sus palos, las caras de bronca, la rivalidad a pleno. Las columnas quedan frente a frente por un instante. En medio de la tensión escucho “hermano”, y un gordo morocho me abraza y me levanta por los aires: era Fabio.

Creo que en esas dos oportunidades Olga no estaba, pero no era raro que hubiese estado caminando por ahí atrás. O al frente sin que yo la vea. Como el 20 de diciembre de 2001, cuando Fabio y yo –esa vez sin cruzarnos—estábamos tirando piedras contra la policía, armando barricadas y pateando gases lacrimógenos y Olga estaba en la Plaza, colgada del caballo de algún policía, puteando a De la Rúa y arengando a favor de las Madres de Plaza de Mayo.

Pero todo eso ya era parte de la historia social y política de la Argentina, y en mi abrazo con Olga en 2018 no pensé en eso ni en nada, sólo me dejé envolver por el tierno abrazo y emocionarme junto a ella mientras nos reconocíamos en la mirada.

Enseguida Olga preparó mate, mostró cada rincón de la casa que estaba diferente a como lo había visto 20 años atrás, recordó a su madre –la abuelita—y contó con orgullo cómo ahora –que tiene menos movilidad—montó la cooperativa textil en su casa.

Puso la tele y vio imágenes de la izquierda en la televisión, que estaban cortando Puente Pueyrredón, en acompañamiento a un paro de la CGT. O más bien: haciendo activo un paro que la burocracia había pautado “dominguero”.

–¿Qué hacemos nosotros acá en vez de estar ahí Fabio?, preguntó ella, en tono de reproche.

Estoy seguro que de ser por ella, las banderas de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, la CTEP (a la que tanto ella como Fabio pertenecen) estaría ahí.

Al fondo la antigua casa de Fabio, con una extensión que entonces yo no había visto, cuando tenía… ¿Cuánto? ¿Acaso 18, 17, 16, 15 años? Entonces Fabio vivía allí con su mujer, en una casilla en donde una madera separaba la cama de dos plazas de la heladera, la cocina y una mesa con tres o cuatro sillas. En esa casa, en el patio que une la casilla con la casa de adelante, pasé los momentos más fundamentales de mi primera juventud; allí aprendí qué era eso del peronismo, cómo habían surgido de su seno organizaciones armadas; cómo de algunas de ellas se había contribuido al proceso del sandinismo en Nicaragua. También aprendí cómo moverme en la calle, como pararme de manos si algún gil me atacaba, como tener la disciplina necesaria para organizar la coerción que toda hegemonía popular en algún momento necesita.

Y en todo ese proceso Olga fue una figura fundamental: contando alguna historia, acercando un mate o, simplemente, haciendo como que no veía aquello que se supone no tenía que ver.

No sé cuántos años tiene ahora Olga. Yo ya no soy ese adolescente medio punk en proceso de politización, pero en un punto siento que sigo siendo el mismo. Y al verla siento que el tiempo no ha pasado, aunque ella, Fabio y yo tenemos claro que la historia no se detiene, y tampoco nuestras biografías singulares.

Debe ser la vejez, pero desde que en 2013 publiqué mi libro Montoneros silvestres, y nos reencontramos con Fabio y otros de la banda loca de los años 90 para presentarlo, sé que pase lo que pase en los años próximos en la Argentina, ya no permitiré que una diferencia de apreciación de la coyuntura, una mirada distinta en la estrategia que la organización que cada uno integre tenga, hará que esta hermandad construida nos aleje nuevamente.

Al fin y al cabo, en la última batalla frente al congreso, en la primera línea de la resistencia contra la policía, estábamos juntos, cada uno con sus respectivas banderas pero juntos, y en la primera línea. Al igual que en diciembre de 2017, cuando recibí un impacto de bala de goma en el ojo, mientras comenzaba la gaseada final de la policía para despejar la Plaza y no podía ver porque un ojo no se abría y el otro lagrimeaba producto de los gases. Y entonces Fabio me vio, me metió dentro de la columna en la que estaba y lo llamó a Willy. “Nico, está herido, sácalo de acá”. Y el gordo (el otro gordo, que ahora está flaco) me tomó del brazo y entre gases lacrimógenos, corridas y balas de goma me llevó al hospital.

Tampoco sé si allí estaba Olga, pero no sería raro. Porque esas jornadas ya son también parte de la historia social y política de la Argentina. Como Olga, que al fin y al cabo, es un rostro concreto de todo ese proceso.

Sé que cuando la esperanza se detenga en terrenos baldíos, como lo hace a menudo; cuando el cansancio agobie; cuando cunda la falta de expectativas, tendré un insumo fundamental para seguir adelante: recordar que este país hay mujeres como Olga, con su trayectoria, su polenta, su sonrisa encantadora. Y esos mates que siempre vienen acompañados de una charla que te hace decir: con mujeres como Olga, voy hasta el infinito… y más allá.

CFK: memoria, proyecto, militancia popular y soberanía nacional. Apuntes para pensar la coyuntura // Mariano Pacheco

Las conmemoraciones del Día de la Soberanía Nacional y el Día de la militancia. En el medio: el discurso de Cristina Fernández de Kirchner.
Después de la intervención de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) durante el 1º Foro Mundial de Pensamiento Crítico organizado por Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), parece no quedar dudas de que la actual senadora es la oradora más lúcida de la “clase política” argentina. Tampoco que, de no encabezar, seguro jugará un rol determinante en el conglomerado de fuerzas políticas que se unan para intentar bloquear el intento de la actual gestión neoliberal de Cambiemos de renovar por el voto popular su mandato al frente del país por cuatro años más. CFK habló en Buenos Aires a dos días de que se haya conmemorado el Día de la militancia y horas antes de una nueva conmemoración de la Batalla de Obligado. Militancia popular y soberanía nacional, entonces, como dos cuestiones a tener en cuenta a la hora de pensar aquel discurso, y también, los desafíos de cualquier proyecto transformador de la actualidad.
Hay algunas cuestiones del discurso de CFK en las que me quisiera detener para pensar estos dos ejes transversales de militancia popular y soberanía nacional. A saber:
Primero: los movimientos sociales y la historia reciente de la Argentina.
Segundo: la cuestión de la historicidad nacional e internacional más en general.
Tercero: el señalamiento del problema institucional en las democracias actuales.
Cuarto: su referencia a los tópicos de derecha/izquierda y la necesidad de disputar desde la categoría “pueblo” el tan mentado “la gente” del neoliberalismo.
Quinto y último: la identificación del neoliberalismo como enemigo de los pueblos.
La sociedad en movimiento
Cuando CFK dice que antes de su gobierno había “piqueteros” y que hoy existen “movimientos sociales” que son producto del kirchnerismo no hace más que repetir una típica operación de este espacio político (que muy en el fondo es también un viejo tópico peronista): antes de nosotros no había nada, o más bien, había infierno. Lo hemos dicho muchas veces ya, así que para no abundar recordar solamente que la asunción de Néstor Kirchner un 25 de mayo de 2003 haciendo referencia a mismo día pero 30 años antes, se saltea en el linaje su historicidad más reciente: la de la revuelta que llevó a 2001, no infierno sino suelo desde el cual pudo edificar una gestión progresista del ciclo. En ese borramiento de las genealogías desobedientes e insurrectas no sólo queda afuera el movimiento piquetero (que tuvo numerosas expresiones organizativas, extensión por todo el territorio nacional y una intensa labora política que se sostuvo durante los siete años previos a la asunción de su gobierno) sino incluso parte del movimiento de derechos humanos (HIJOS y sus escraches) y el movimiento de mujeres (que inició sus Encuentros Nacionales en los primeros años de posdictadura), sino también –por supuesto– el rol de la clase obrera más allá de sus burocracias sindicales (desde el sabotaje y las huelgas durante la última dictadura hasta los planteos programáticos de la CGT encabezada por Saúl Ubaldini en los años ochenta).
En el fondo lo que prima es una mirada estadocéntrica, que por más llamados al frentismo cívico que haga entiende la política del modo más tradicional: partidos/elecciones/gestión.
Sin nostalgia lírica
Juan José Hernández Arregui supo escribir que no nos dirigíamos a los “muertos insepultos” por “nostalgia lírica” sino porque en ellos encontrábamos el eslabón roto, el nervio desgarrado de la historia nacional.
Más allá de lo dicho en el apartado anterior sobre la historia más reciente de nuestro país, no puede dejar de destacarse la importancia que CFK otorga a la historia a la hora de fundamentar su posición actual. Y en este caso, no sólo la historia nacional sino internacional.
Si bien en más de una oportunidad hemos subrayado esta función obturadora del “memorialismo” de cara a elaborar nuevos cuestionamiento radicales al capitalismo contemporáneo, no deja de ser un dato a destacar la importancia que tiene para las generaciones más jóvenes el hecho de que una referente de su envergadura tenga la capacidad de construir un relato en el que los hitos históricos más importantes desde la revolución francesa de 1789 hasta acá estén presentes. Sobre todo si se tiene en cuenta la pobreza teórica, la pereza intelectual de quienes suelen hablar en actos y en televisión.
Los modos en que interpreta los acontecimientos e incluso el recorte de la historia que hace no es motivo para no reconocer la importancia que ese juego entre actualidad y legado tiene para el pensamiento crítico y las militancias que pujan por un cambio. De allí que la construcción de una genealogía insurgente se nos presente como desafío para fortalecer una imaginación histórica que pueda pivotear sobre el ciclo libertario europeo (la revolución francesa, las barricadas parisinas de 1848 y la comuna de 1871), el proceso independentista y rebelde nuestraamericano (de la independencia haitiana a la revolución mexicana; de la revolución cubana a la sandinista) y las luchas socialistas y las desobediencias del siglo XX en latitudes diversas (de la revolución rusa a Mayo del 68; de la independencia argelina al otoño caliente italiano; de la República Española a la Revolución china y vietnamita; de la lucha independentista vasca a la intifada palestina), sin dejar de subrayar las fechas y figuras emblemáticas de la historia nacional (de San Martín, Moreno y Juana Azurduy a Felipe Varela; de Simón Radowitzsky a Norma Arrostito; de Eva Perón a Mario Roberto Santucho; de Alicia Euguren a Agustín Tosco; de John William Cooke a Rodolfo Walsh; de Agustín Ramírez a Darío Santillán…).
La fuerza brutal de la antipatria
CFK se refirió en su discurso en Clacso a un tema fundamental para la actualidad y el porvenir de los procesos de cambio que puedan emprenderse: el de las democracias o, más precisamente, el de las instituciones democráticas.
Como en tantos otros temas, llama la atención que Cristina se refiera a algunas cuestiones de la actualidad del modo en que lo hace: como si no fueran sus propios gobiernos los que controlaron el Estado durante doce años, algo inédito en la historia argentina, teniendo en cuenta que nunca el peronismo (hasta el gobierno neoliberal de Menem) pudo terminar sus mandatos.
Mas allá de eso, es pertinente el señalamiento, ya que ninguno de los procesos Latinoamericanos que aún se sostienen pujando por no ceder a la ofensiva conservadora mundial (Venezuela y Bolivia) realizaron profundas modificaciones institucionales. Tanto Evo Morales como Hugo Chávez Frías entendieron de entrada que había que gestar una nueva institucionalidad si de verdad se quería avanzar en alguna perspectiva de cambio.
Por supuesto que no se trata de “regalar” el concepto de democracia a los apologistas de la inmutablidad, pero sí de dar cuenta de lo restringido de estos dispositivos parlamentarios que hoy “representan” las vidas de los pueblos (cuando de lo que se trata es de que el pueblo esté presente en las grandes decisiones). Ya lo decía Evita: “ a la fuerza brutal d ella anti-patria, opondremos la fuerza popular organizada” (entendida como “democracia autoritaria de masas”, incluso antes de que exista una tendencia revolucionaria del peronismo, la década peronista supo revalidar en elecciones una dinámica que excedía por completo el funcionamiento liberal de la institucionalidad burguesa).
La disputa por imponer otra mirada acerca de la democracia se tornará fundamental para cualquier transición hacia otro tipo de dinámica de organización social en el siglo XXI.
Desde abajo y a la izquierda
En consonancia con ciertos planteos realizados por Podemos en el Estado Español, también el kirchnerismo viene abogando en Argentina por un desdibujamiento de los modos tradicionales de entender y nombrar a los potenciales sujetos del cambio. En Clacso CFK dijo que los términos “izquierda y derecha” dividen al pueblo, que es el término desde el que habría que entender la construcción de un Frente cívico y patriótico. El mote de “Ciudadano” desde el que el kirchnerismo intervino en las últimas elecciones y el modo en que su líder política hizo campaña (tomando “casos” individuales para dar cuenta de conjuntos sociales), en conexión con los modos de entender los “derechos” durante toda la “década ganada” (derechos ciudadanos que son individuales y no conquistas sociales colectivas), dan cuenta de un modo neoliberal de entender la batalla anti-neoliberal.
Por supuesto que, tal como señaló Carlos Olmedo (comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias) en su debate con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en 1971, el marxismo no es una “bandera política universal” sino una teoría revolucionaria que puede servir como instrumento de análisis y comprensión de una realidad histórico-concreta. Y es importante entender que una cosa son los conceptos y otra los nombres y las identidades desde las que se construye una organización, frente o movimiento. Pero ya que se trataba de foro de pensamiento crítico, la reducción del concepto izquierda al de pueblo resulta por demás difusa, sobre todo teniendo en cuenta la multiplicidad de miradas que se han construido en torno a “lo popular”.
La hidra en acción
Por último, quisiera referirme a esta identificación del neoliberalismo como enemigo último de los pueblos que suele realizar el progresismo de la región.
Si bien es presentado como un debate menor puesto la envergadura del enemigo que se tiene enfrente, resulta pertinente recordar y subrayar que el neoliberalismo (o lo que se denomina como “gobiernos neoliberales”) no es más que un modo del capitalismo, sistema que es el que genera explotación, dominación y opresión.
Por supuesto que frente a los 140 millones de dólares con los que la gestión Cambiemos endeudó a la Argentina el planteo de la soberanía nacional cobra relevancia, y que frente a las políticas de ajuste y represión el garantismo (en términos de defensa de los derechos humanos) y las perspectivas reparadoras (en lo social) se presentan como la contra-cara de la ofensiva conservadora atroz, pero sería bueno no olvidar que no es con cancelaciones de deudas fraudulentas que se defenderá la soberanía, ni con confianza en buenos gobernantes que se edificará el necesario poder popular que podrá permitir obtener más y mejores conquistas para las y los de abajo.
Si de conmemoraciones se trata (17 y 20 de noviembre), cabe poner de relieve que ha sido siempre con participación popular activa que se ha defendido la soberanía nacional (no estaría de más, en este sentido, recuperar los planteos de consulta popular respecto al pago de la deuda externa, por ejemplo), y que ha sido con militancia movilizada, organizada y consciente que se ha defendido la soberanía popular.
Más allá de las candidaturas y los conglomerados capaces de sacar del gobierno a quienes actualmente gestionan el Estado (cuestión que a estas alturas ya nadie con un poco de sensatez puede dudar que es una tarea de primer orden), de lo que se trata es construir, desde abajo, el programa popular que se pretenda imponer, defender y profundizar para el futuro próximo de la Argentina, gobierne quien gobierne.

¿Por qué lloran los chetos? // Diego Valeriano

Lloran por perder un vuelo, porque las apuran unas turras en la calle, porque no consiguen la receta para el Rovitril y no dan más de los nervios. Porque yendo para Pilar se perdieron en Derqui. Lloran con el llanto de los Pumas, con un atentado en París, con el posteo de unos perros, con la alegría de Maxima. Lloran cuando miran por la tele el esfuerzo de unos guachines que van a la escuela, trabajan y no roban.

Lloran de terror por la calle iracunda, porque vuelan piedrazos sin destino, porque la infantería retrocede y no saben cómo volver a casa. Lloran con los gases que no eran para ellos. Lloran en la combi mirando una serie, porque lo dejan por Instagram, porque Tomi no entiende el esfuerzo que hacemos para que estudie. Llora desesperada en la cocina porque faltó la chica que ayuda y hoy viene gente.

Lloran porque las expensas aumentaron y se van a tener que ir del barrio. Porque se les escurre lo que no son, por el esfuerzo de simular, porque siempre hay grietas que inundan todo en las vidas planificadas. Lloran por la pura suerte de esta vida, porque el cáncer es parejo, porque a Delfi le gusta coger con unos guachos ATR, porque a sus hijos ahora los denuncian. Lloran todos desesperados porque a papá le dio un ACV y no saben dónde está la caja.

Llora porque ya imagina la foto, porque cumplió su sueño, porque ya es mucho más que Franco, porque nos recabio. Porque sabe que va a ganar de vuelta.

Llora de emoción porque se ríe de nosotros. Porque no puede creer a donde llegó, él que de chico era un pancho, él que apenas podía modular, él que ni jugaba al rugby, él que casi siempre fue segundo. Llora por estar así, con sus ojos claros cargados de emoción, con su pinta y su mujer divina, bien cheto en el palco de este mundo.

¿A qué suena G20? // Luciano Debanne y Diego Valeriano.

Suena a comando especial de ratis, a lubricentro en Merlo, a juego de la Play, a teléfono cheto, a raperos que caretean lo que no son, a nombre de banda de cuarteto que no va a triunfar porque son unos amargos. A droga de diseño. Suena a ortiba, a miedo, a que deciden por vos, por tus amigas, a que te siguen choreando horas de vida, a que te dejan afuera. Suena a almuerzo  careta con entrada, plato principal y postre.

Suena a batalla naval, ajedrez de ciegos, código del topo, a banda pop. Suena a grupo piquetero del 2001, a team de motos en el Dakar, a boliche que te obliga a ir de zapatos. A distopía. Suena a verso, a que te están cagando a mentiras, a que esconden algo, a que te van a dormir. A unidad básica, a marcha con coreografía, bandera y pechera. A la multiplicidad de puntos orgásmicos

Suena a gato de los poderosos, a lava tupper de este pabellón de ricos, a entangarse. A cosa de afuera, a ciencia ficción, a venezolano glover buscando en los monoblocks un depto que no existe. Suena a parcela de cementerio parque, a perfume de free shop, a hashtag de alguna boludez, a igualar feminista con ajustadora exitosa. A tristeza de doña porque su hijo está en Marcos Paz por infringir  la 23737, artículo tanto, inciso G20.

Suena a tropas extranjeras entrado lo más careta por el patio de tu casa. A lejanía, a traición, a entrega, a deuda, a arruina guacho, a macho.  

A todas las cosas de mierda de este mundo. Suena a que te la van a poner de prepo, a que te vas a cagar de odio, pero todavía no te diste cuenta.

Derecho a lo singular // Silvio Lang

Mi propósito es pensar juntxs cómo se crea valor y singularidad en nuestras comunidades afines de producción cultural, que necesitamos considerar como una potencia común, y como tal, un derecho natural, que llamo indistintamente derecho a lo singular o derecho a lo cualquiera. Esbozar desde allí un conjunto de pragmáticas transversales y estratégicas en los espacios comunes que estamos produciendo en la esfera pública. Para ello voy a necesitar de un concepto filosófico de Gilles Deleuze y Félix Guattari: “la máquina de guerra”, que Diego Sztulwark trabaja en sus grupos de estudio, y que quisiera cruzar luego con el concepto-metáfora en lengua aymara, “ch’ixi” (mescolanza), que Silvia Rivera Cusicanqui desarrolla en su último libro, Un mundo ch’ixi es posible (Ediciones Tinta Limón); en constelación con los estados de situación del arte y la subjetividad contemporánea que describen Franco “Bifo” Berardi en Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva (Caja Negra Editora), Santiago López-Petit, en Hijos de la noche (Ediciones Tinta Limón), e Hito Steyerl, en Art Duty Free. El arte en la era de la guerra civil planetaria (Caja Negra Editora)*.

“La máquina de guerra”, es un concepto que Deleuze y Guattari elaboran en el libro Mil mesetas, reimaginando a las comunidades nómades que fugan de la idea del Estado como poder unificador. Describiré el carácter de esas máquinas y su funcionamiento haciendo una serie de traducciones simultáneas desde mi práctica – mi campo de acción principal es la práctica escénica donde intersecciono una pluralidad de prácticas de producción de lo social.

En principio, el concepto “máquina de guerra” lo pienso como la práctica que cada uno hace. Pensar a las máquinas de guerra como prácticas o modos de funcionamiento que todo el tiempo están desafiando y desarreglando el poder centralizador y las instituciones del Estado. Estas máquinas o funcionamientos, pueden tener diferentes modos: artísticos, escriturarios, militantes, pedagógicos, etc. Son funcionamientos o prácticas que desarreglan los dispositivos de poder que pretenden unificar la multiplicidad de las formas de vida. Nunca es fácil, nunca se sale indemne de esta posición de estar en “máquina de guerra”, o estar desarreglando el territorio en el que unx está produciendo, porque implica una desobediencia y un desplazamiento de los límites y reglas de ese territorio. Estos movimientos de desplazamiento son siempre salidas ante situaciones irrespirables de las estructuras de obediencia interiorizadas en nosotrxs ¿Cuáles son esas salidas o “puntos de fuga” de situaciones invivibles donde no damos más, donde nos sentimos absolutamente despotenciadxs? Pensar las máquinas de guerra como las salidas de esas trampas que son las trascendencias o estructuras de obediencia en nuestras vidas cotidianas, en las cuales estamos siendo todo el tiempo aparateado. ¿Cuáles son esos puntos en que podemos abrir un agujero y hacernos otro modo de habitar la tierra? Abrir un agujero es un acto de contra-violencia porque es una interrupción y un sabotaje a las reglas y las maneras de funcionamiento de ese ámbito en que estamos dominadxs. Salir no implica que nos escapamos a otro lado, sino que desactivamos la monopolización de ese espacio sobre nosotrxs y lo infectamos de otra cosa. Esa salida implica producir otro tipo de relaciones entre los seres y las cosas, otras reglas o procedimientos que van a configurar lo que Deleuze y Guattari, llaman una “tierra nueva”.  Un bloque de espacio-tiempo donde podemos hacer otro uso del cuerpo, producir otros ritmos y otras maneras de vincularnos, y se generan otro tipo de afectos. Esto implica un trabajo de creación de la fuerza común.

Otra noción coextensiva que propongo al concepto de “máquinas de guerra” es lo sensorio. Toda máquina de guerra implica una metamorfosis sensible o material. Al mismo tiempo que  las máquinas de guerra fugan destituyen el orden del territorio en el que están e instituyen otras formas sensibles materiales. Reconfiguran la experiencia y la percepción del cuerpo, del tiempo y del espacio; producen otra afectividad y otras imágenes materiales. Hay una función morfogenética en las máquinas de guerra. Son máquinas de guerra sensible. Hacen un gesto doble: destituyen estructuras de dominación, ordenamientos corporales, rítmicos, espaciales, temporales que nos explotan y crean, al mismo tiempo, otra sensibilidad que establece una nueva relación entre las cosas. Al devenir maquina de guerra nos incorporamos a otra afectividad, a otra temporalidad, a otra espacialidad. Las “máquinas de guerra” son modos de subjetivación, de experimentar y componer la existencia. La “máquina de guerra” no tiene por objeto la guerra si no el desarreglo y fuga del territorio dominado y la invención de una “nueva tierra” abierta a infinitas conexiones divergentes. Es un gesto sincrónico: al mismo tiempo que deshago el acople normativizado que se produce entre un ritmo y un cuerpo, ese desacople me permite producir otra conexión entre ese cuerpo y un espacio, entre el procedimiento que tiene ese cuerpo para experimentar el espacio y la experiencia que tiene ese cuerpo para producir una escritura o un modo de hablar. La “máquina de guerra” funciona como una metamorfosis morfogenética que se desplaza estratégicamente. ¿Qué quiere decir acá “estratégicamente”? La estrategia consiste en reconocer esos puntos de fuga posibles y componer con ellos la intensidad de una potencia. La potencia se despliega siempre desde una impotencia. Hay momentos en que una situación nos ahoga, sentimos que no estamos pudiendo hacer las alianzas que necesitamos, que no podemos desplegar nuestra capacidad de actuar y pensar porque la idea de verdad o axiomática de ese orden nos despotencia. En esos momentos de impotencia se producen, sin embargo, intensidades menores involuntarias como potencias de actuar. Son intensidades que no alcanzan a ser capturadas por ese mismo régimen de dominación interiorizado. Ese régimen funciona en nosotrxs como una manera de ver, de escuchar, de escribir, de poner en relación las cosas y, sin embargo, hay algunas intensidades que no son compatibles o que no encajan con ese ordenamiento. Esas intensidades menores se perciben, en el proceso que estamos viviendo, como molestias, fallas, fracasos, incomodidades, síntomas, ruidos, pero son, no obstante, la punta del ovillo para desplegar una potencia. ¿Cómo pensar desde ahí? ¿Cómo darle cabida a esas partes subdesarrolladas que desbordan el mapa donde nos movemos habitualmente? Implica una escucha lateral de lo que nos afecta y una mirada estrábica de los márgenes. Preguntarse por el sesgo del régimen de visibilidad y de enunciabilidad donde nos encontramos inmersos. Escuchar-ver-presentir los gestos y palabras involuntarias, las fluctuaciones y desviaciones de nuestrxs acciones y  sentires. Demorarse en una posición dislocada. Como dicen Deleuze y Guattari en Kafka. Por una literatura menor, reconocer esas “partes subdesarrolladas”, esos “tercermundos” que hay un proceso vital. ¿Cuál es nuestra relación con esas partecitas que no importan, esa negritud que hay en los procesos en los que estamos interesados y que estamos viviendo? Y, ¿cuál va a ser el procedimiento para darle cabida a  esas partecitas? Lo estratégico tiene que ver con hacer aparecer y amplificar esas formas que tienen aún una existencia virtual ya que son inaudibles, invisibles, inconceptualizables. Hacerlas audibles, visibles y pensables es el modo en que pueden afectarse los otros elementos codificados y reconfigurar el régimen de dominación para darle vida a un proceso de transformación.

Pensemos en el plano de las enfermedades, por ejemplo. Cuando uno es culpabilizado porque está enfermo e inmediatamente ese síntoma pasa la factura al individuo. Y quizás, esa enfermedad es un tipo de efecto colateral de ese régimen de dominación que vuelve la vida insoportable. Santiago López-Petit,  llama “enfermedades de la normalidad” a las anomalías sintomáticas que produce la movilización global de nuestras vidas bajo el funcionamiento de la “axiomática capitalista”. La anomalía puede ser un punto de fuga donde  creamos un afuera en el encierro neoliberal. “Afuera”, “tierra nueva” son imágenes para  pensar un modo de subjetivación y creación de comunidades críticas de las subjetividades neoliberales. Elaborar el modo de incorporación, de relacionarse con el propio cuerpo y el de los otros, los afectos, el espacio, el ritmo de manera autónoma al dispositivo que está reglamentando el funcionamiento dominante. O sea, la “máquina de guerra” plantea cómo producir otros funcionamientos. Y la producción estratégica de esos otros funcionamientos es hacer crecer esas fluctuaciones, desviaciones, o bifurcaciones que se producen en las situaciones en las que estamos.  Un ensayo escénico puede servir de ejemplo. Lo que muchas veces se lee o se decodifica como un error es más bien una irrupción en la manera en que se está ensayando esa obra o performance. Esos errores,  fallidos, ruidos del sentido emergen y desean existir ¿Cómo darles cabida? ¿Cómo amplificarlos, escuchar su ritmo que quiere desplegarse? Son momentos desprogramados en que no sabemos muy bien qué pensar y qué estamos sintiendo. En general, en la producción teatral hay una obligación de efecto de totalidad. Todos los signos, todos los componentes materiales de la puesta en escena tienden a producir un sentido global legible. Y aquello que no entre en ese sentido comprensible es desclasificado como ruido molesto o mancha a blanquear. Sin embargo, la escena es tan múltiple y polivalente que cualquier otra dimensión de la vida. Siempre hay un micro-acontecimiento que no se puede codificar en relación con los otros signos y que desafía a producir otro modo de percepción y lectura. Implica una posición dislocada, lateral, estrábica, tercermundista, en devenir.

Esas informaciones materiales que emergen son formas sensibles. Con lo cual se elabora una alternativa materialista. Una relación con los devenires materiales  del mundo posibilita la multiplicidad de la existencia y sus transformaciones. “Una suerte de materialismo maricón”, dijo de su propio pensamiento filosófico León Rozitchner, atacado por los machirulos del marxismo académico. Desde esta alternativa la sensibilidad se vuelve una disputa política de las cosas del mundo y su producción social. La sensibilidad es la labor de la subjetividad que percibe más allá de los signos y registra las fuerzas que mueven el mundo: las efecciones y las ideas aún no verbalizadas. Eso implica permanecer más tiempo en el registro de la sensibilidad para lograr establecer una relación mucho más intensiva con los elementos imperceptibles de cualquier proceso vital. Considerar las superficies materiales como aparatos de registro de las fuerzas que actúan sobre la deseabilidad del mundo. ¿Qué es todo lo que está actuando en nosotros y nos está afectado en el presente? ¿Cuál es ese conjunto de sensaciones que se están produciendo a partir de fuerzas que no podemos terminar de descodificar, ni de ver, ni oír, ni comprender? ¿Cuál es el umbral de las formas que están muriendo y las que están naciendo en esta ahora? ¿Qué luchas y qué subjetividades están emergiendo? Se trata de inventar las prácticas que ejerciten lo sensorio en el plano de la subjetividad. En toda “máquina de guerra” hay un trabajo de lo sensorio,  un “agenciamiento” o composición de los signos y fuerzas que actúan en el ambiente. La máquina de guerra sensible inventa sus propias prácticas de sensibilización que hacen experimentar otras cosas. ¿Cómo produzco experiencia en los ámbitos donde estoy? ¿Cómo desarreglo la experiencia enlatada, prefabricada, programada del “realismo capitalista” (Mark Fisher)? ¿Cuáles son los procedimientos, los insumos teóricos, los protocolos de experimentación que vamos a poner a funcionar para incorporarnos a otra experiencia autónoma de lo sensible dominado? En las prácticas sociales hay una producción permanente de procedimientos que producen experiencia de otro tipo. Hay máquinas de guerra porque hay una codificación, programación y colonización que la acumulación financiera ejerce sobre nuestras vidas y “agenciamientos”  La máquina de guerra es la ironía plebeya al ordenamiento global del capitalismo tecno-financiero..

Ahora bien, ¿cuáles son las líneas de combates o límites con los que se entrevera una máquina de guerra? En principio, hay una línea relacionada con el lugar de enunciación donde estamos inscriptos históricamente en nuestra práctica. ¿Cuál es nuestro momento epocal de la práctica que ejerzo, y cuál es mi combate? Si soy escritor, si soy periodista, si soy artista, si soy psicoanalista, si soy maestro, ¿cuál es la historia del campo donde estoy? ¿cuáles son las maneras de hacer? ¿cuáles son las instituciones históricas de ese campo? ¿cuáles son las dominantes filosóficas o teóricas que están operando en este momento? O sea ¿cuál es mi inscripción histórica en ese campo? Y ¿cuál va a ser nuestra actitud para desplazar el umbral de ese presente historizado en el que estoy? “Actitud” es un término que Michel Foucault le dio un sentido muy particular: es ese gesto que me permite correr las posibilidades que hay en el umbral del presente. Generalmente el presente se nos presenta como un cerco realista,  la “actitud” va a ser ese momento en que puedo correr o atravesar esa frontera, el momento de pasaje  del umbral de una formación social a otra ¿Cómo agujereo? ¿Cómo hago de la frontera un colador? Ahí hay una primera línea de combate que tiene que ver con aquello que está sobre determinando históricamente mi práctica, o en el momento histórico que atraviesa mi práctica. Por ejemplo, el uso de los conceptos o de determinadas figuras del inconsciente que produce el psicoanálisis con pibes que llegan al hospital baleados por la policía. Ahí, hay una limitación histórica ¿qué hacer con todos tus conceptos en esos casos? A veces, hay una serie de conceptos, de modos de hacer, que son históricos en esa práctica en la que estoy que son limitantes y que, si quisiera escuchar otras experiencias, o me está pasando algo que me hace percibir las cosas de otra manera, esos conceptos, esos paradigmas de esa práctica no me dejan hacer, me despotencian, me vuelven impotente. Ahí hay una primera línea de combate.

La segunda línea de combate es algo así como lo que podríamos llamar el proceso afectivo, perceptivo en el que estoy. ¿Dónde estoy metido? ¿en qué situación afectiva-subjetiva estoy? ¿qué me está pasando? ¿cuáles son las afecciones del mundo que están actuando en mí en este momento y no me dejan pensar y sentir las cosas de otro modo? Son preguntas donde la conciencia de fracaso puede adquirir un valor pragmático.  A veces uno tiene una batería de recursos para cuidarse o para hacer las cosas y a veces te fracasa esa batería, te quedás sin recursos para vivir el presente en el que estás. ¿Cómo trabajar esa conciencia de fracaso, de los recursos que tuviste o tenés para cuidarte? Ahí hay un momento de mucha angustia. Porque me siento impotente, porque los recursos con los contaba para enfrentar una situación o para hacer mi trabajo, o crear, o relacionarme, o vivir una historia de amor no me sirven más. Necesito inventar otros procedimientos o batería de herramientas para atravesar otras experiencias más libres para no convertirme en un zombi social.

La tercer línea de combate es la destrucción. La destrucción de ese orden de dominación, de  las trascendencias del tiempo histórico en que estoy viviendo. O sea, ¿cómo destruyo o cómo destituyo esa serie de enunciados y de maneras de vivir y desear que nos programan los Estados-mercados con sus automatismos tecno-financieros? Esta destitución como la batería de herramientas y el atravesamiento de los umbrales del presente nunca son individuales. Siempre está tejiéndose con otros. De alguna manera implica poder producir un tipo de enunciación colectiva que ligue e implique a otros. Siempre hay otros que están sufriendo con los modos en que se nos extorsiona vivir en el ritmo de la “movilización global” (Santiago López-Petit). La idea de que eso que me está pasado a mí en tanto soy un ser individual o un Yo cerrado nos impide sentir y comprender que lo individual y lo social es un continuo, una co-extensión. Minuto a minuto somos equipados de enunciados, de imágenes y de modos de regular nuestra vida, que cada uno va incorporando y particularizando como puede. Pero esos equipamientos son colectivos. Eso que está reverberando en mí en relación con mi práctica y con mi capacidad de desobediencia está resonando ya en otros. En ese punto, toda “máquina de guerra” es una producción colectiva, aunque la lleve adelante una persona. Reconoce lo personal como político: politiza un malestar en la esfera pública. Lo individual es social y por lo tanto plausible de hacer esfera pública.  Los modos que tenemos de percibir, conocer, comportarse, gestualizar,  hacer el  hombre o la mujer, enamorarse… no es una producción individual sino de la máquina social. En estos equipamientos sociales de programación de personas se producen fallas, desviaciones, fluctuaciones, síntomas.

La política es la disputa por los códigos de programación y distribución de la producción social de las formas de vida. La política y sus máquinas de guerra es la irrupción y el sabotaje del modo en que están distribuidos los cuerpos, sus capacidades, sus funciones, sus discursos. Lo político es esa puesta en escena de la “distribución de lo sensible” (Jacques Rancière), no sin algún grado de conflictividad.  Entonces, ¿qué pasa con esos cuerpos, con esas personas, trabajadores,  artistas,  psicoanalistas, maestros que no encajan con el código de programación dominante? ¿Cómo producir una serie de prácticas o de pragmáticas transversales donde podamos generar esas alianzas de esos ruidos? Como afirma el Comité Invisible una revolución es una “alianza de ruidos”. Esa alianza es un proceso de experimentación y composición. Para Deleuze y Guattari la revolución es siempre una “revolución molecular” y no la toma del poder hetero-patriarcal-capitalista. Es componer contra-poderes, máquinas de guerra.

Devenir “máquina de guerra” implica cartografiar (reconocer y articular) esas líneas de combate o de poder. El  poder para Foucault es “relación de fuerzas”. El poder no es algo que se tiene sino un campo de fuerzas que accionan unas sobre las otras y afectan los cuerpos. La figura de “diagrama” le permite a Foucault pensar las fuerzas que están  actuando en un determinando momento histórico. De esta manera podemos comprender nuestros ámbitos de trabajo y de creación como diagramas sociales. Una institución donde trabajamos, una sala teatral donde producimos, un centro cultural o una universidad donde estudiamos son campos de fuerza, circula poder. Pensar un hospital como un campo de fuerzas, pensar un consultorio como un campo de fuerzas, pensar una obra de teatro o una performance como un campo de fuerzas. Considerar la producción cultural en su dimensión afectiva, en su capacidad de afectación y efectuación de formas materiales sensibles.

Pongo un ejemplo que para mí esta a mano. A veces, trabajo en teatros estatales. Hace unos años trabajé en el Teatro Nacional Cervantes, dirigiendo la obra El don, de Griselda Gambaro. Para mí se trata de entender el Cervantes como un campo de fuerzas, y las fuerzas se mueven en diferentes planos. La fuerza es el público que va al Cervantes, la clase etaria y social que va ahí; el tipo de dramaturgia que se programa en ese teatro hace más de cuarenta años; la organización burocrática de ese teatro; la capacidad y las limitaciones de sus técnicos y de la técnica de la sala; el esquema de comunicación que tiene ese teatro; qué actores y qué actrices pueden actuar en ese teatro… Todas esas son fuerzas que están interseccionando y arman algo así como la institución “Teatro Nacional Cervantes”. Mi trabajo ahí no es ir a hacer una obra de teatro, es ir a afectar y reconfigurar ese campo de fuerzas. Es poner en crisis el modo en que esas fuerzas producen una fijeza, una cristalización del poder y unifican la experiencia del teatro. Tenemos una idea de que una institución es una fijeza pero podemos comenzar a imaginar instituciones dinámicas. La intersección de todas esas fuerzas puede producir tanto una fijeza totalizante como una reconfiguración del mapa de poder ¿Cuál va a ser la cartografía que hago en el Cervantes? ¿Cómo cambio los signos y las epistemes del teatro?¿Cómo hago entrar un deseo insurrecto y desplazo las fuerzas retrógradas que hay en ese mapa? ¿Cómo me fugo del mapa y hago lo que nunca se probó en ese teatro? ¿Cómo uso el cuerpo como nunca se usó en ese escenario? ¿Cómo hago la escenografía que se negó? ¿Cómo hago un uso del vestuario, de la luz que se reprimió? ¿Cómo remuevo el marco perceptivo de lxs espectadores que van ahí? ¿Cómo agrego masas de espectadores que nunca fueron a ese teatro? ¿Cómo hago explotar la cabeza de los conductores de ese teatro? Se trata de comenzar a  considerar los ámbitos de la existencia como campos de fuerzas o de afectación y el conjunto de gestos y procedimientos que ponga a funcionar para desplazar o para fugar el código. Este trabajo de poder percibir las fuerzas que están actuando en un campo es un trabajo cartográfico: ¿qué es eso que está funcionando ahí y cómo lo hace?¿qué es eso que está sobre determinando a los cuerpos, a los modos de hacer? y ¿cuál es mi deseo? ¿cuál es mi interés? ¿cuál es mi relación con ese ordenamiento? “Todo aquel que emprende una fuga crea una política del deseo”, dice Guattari. ¿Cuál es mi interés que singulariza una desviación del código social de dominación?

La “máquina de guerra no es una mera “rebeldía contra el sistema”, como se dice. Sino un trastorno subjetivo del nómade, de aquél o aquella que pone en marcha una fuga de la opresión y la humillación de no poder disponer de una vida autónoma y singular. No es tanto una desobediencia por la desobediencia, sino es asumir lo que me está enfermando, explotando las ganas de crear y sentir, que devalúa mi experiencia de una vida que valga la pena ser vivida. La máquina de guerra no sólo transforma el entorno sino que al actuar transforma la subjetividad del nómade que la pone en marcha. Una pragmática o un arte en guerra es pensar qué grado de afectación hay en los cuerpos y sus instituciones. No se sale indemne de una máquina de guerra. Así como no queda indemne el entorno no quedás indemne vos. Lo que está en conmoción son dos afectos: el odio y la felicidad. El odio es aquello que me impide vivir. ¿Qué es lo que te impide gozar con tu práctica, con tu trabajo, con tu manera de vivir, con tu manera de coger con otrxs? El odio es esa impotencia de la existencia, ese “querer vivir y no poder”, como dice López-Petit. La felicidad es aquello que te da más ganas y que podés hacer en asociación con otrxs ¿Qué es aquello que multiplica el sentir tu cuerpo y el de otrxs, de querer, de escribir y usar la lengua materna, de vivir el tiempo, de recorrer la ciudad? Lo que mueve a una máquina de guerra es esa impotencia del odio y esa felicidad deseante de lo que puede. O sea, ¿cómo destituir la impotencia de la existencia y producir potencia? Pensemos que la potencia es una cuestión problemática en la “axiomática capitalista” porque es lo que el capital en su fase neoliberal pone a trabajar: nuestra capacidad de actuar, de pensar, de crear, de producirnos una vida. Hay una idea interesante en Bifo que narra que cuando el Capitalismo advierte el límites de territorios para colonizar, lo único que le queda es una colonización interior. Una colonización y explotación del alma, lo que Foucault en algún momento llamó “biopolitica”. Nuestra alma es nuestra capacidad de hablar, de crear,  de vincularnos, de conocer, de sentir. Si no logro reconocer el funcionamiento de la “axiomática capitalista” y sus efectos y no asumo que es planetaria y absoluta, que trabaja en todos los ámbitos de la vida y en todos los territorios planetarios no puedo entrever cuáles son los intersticios y sitios de acción y exploración de mi práctica.

¿Cómo hacer un análisis estratégico para actuar? “Trazar un círculo y luego lanzarse”, dice Deleuze. ¿Cuál es ese círculo de trabajo y exploración que me interesa atravesar y pensar? Lo que me interesa pensar es eso que no puedo pensar, qué no sé qué pensar: lo impensado. Ahí se traza un círculo, lo pespunteo como un cañamazo para bordar. Pensar es la organización que investiga nuevas situaciones. A partir de esta intensificación armar organizaciones de esas insurgencias afectivas, esa afección se convierten en zona de trabajo y exploración. Lanzarse  ahí, ver qué te pasa, qué pasa con lxs otrxs, que nuevxs amigxs de lucha aparecen; qué materiales textuales, visuales se enganchan con esa investigación; qué instituciones y qué procedimientos hay que inventar para poder investigar esa singularización. Una investigación es siempre estrategia de una diferencia diferenciándose. Las máquinas de guerra son nómades y pueden ser capturadas. Capturadas por un poder de centralización. Y nómade en tanto es múltiple y se transforma. La captura implica su destrucción y adaptación en el poder de captura. Si se unidireccionaliza y se autocentra deja de ser nómade y pierde capacidad de transformación. El Capitalismo del mando de las finanzas y de la cibernética, como plantea Bifo, es el nuevo poder de captura de las máquina de guerra. Las regula a través de automatismos tecno-lingüísticos y financieros. El neoliberalismo es la fase extra-económica del Capitalismo en tanto actúa más allá de los ámbitos de la economía modalizando nuestras nuestros deseos y formas de vida. El cálculo, la medición, la acumulación, la especulación, la ganancia, el éxito, el fracaso, el rédito son valores subjetivantes del capital que están modalizando todos los ámbitos de nuestra vida. Desde que subimos una foto a Facebook, o ponemos me gusta o no me gusta a un posteo. Modaliza, inclusive, el modo en que nosotrxs mismxs nos volvemos valor de cambio. Lo que produce la “axiomática capitalista” es un totalitarismo de la vida. Ese totalitarismo se rige por la esencia de  las finanzas que es súper dogmática.  El mundo de las finanzas funciona con pocos dogmas y no soporta ninguna variación de la realidad. Más bien lo que hace es ajustar la realidad a sus balances. Es una religión que siempre nos va a decir que la realidad está equivocada. Funciona como los nuevos dioses que nos contabilizan y culpabilizan todo el tiempo: porque no pagamos a tiempo y nos endeudamos; porque consumimos de más o de menos y generamos inflación… Entonces, según su lógica hay que cambiar la realidad para que se ajuste a su dogma. Por otro lado, la tecnología cibernética también es limitada. Es un tipo de producción de un código donde todos los elementos tienen que ser compatibles adentro de ese código. Hay cierta idea de transparencia y de puritanismo en el código informático. No admite ruidos, ni ningún elemento incompatible que no sea operacional. Ese mismo puritanismo es el que funciona en la vida contemporánea neoliberal. Entonces, ¿cómo producir desviaciones del código? ¿cómo  desengancharse? Bifo plantea una “ironía del lenguaje”: no creerse que ese código es “tan verdadero” y entrar en pánico. Lo que implica establecer otra relación con el pánico y el miedo. ¿Cómo hacernos un cuerpo afectivo para el pánico escénico de la calle? ¿Cómo preparamos un cuerpo que podría quedar en la intemperie comunicativa y temporal si se desconecta? ¿Cómo bancarse la patologización si no querés encajar? Perder ese miedo de la dominación y colonización interior es una preparación corporal, una formación performática  ¿Qué afectos y acciones de resistencia pueden hoy nuestros cuerpos? Pensemos en el cuerpo de las travestis y las personas trans, que salen a la calle y están expuestas a la discriminación, al linchamiento y al crimen. ¿Cómo devenimos un poco travas? ¿Cómo agenciamos un tipo de cuerpo mucho más insurrecto, un tipo de lenguaje mucho más desafiante e irónico, un  modo de hacer con nuestra práctica más desobediente con aquello que nos regulariza y devalúa vitalmente? ¿Cómo nos entrenamos para devenir máquinas de guerra? Si este código puritano no puede mezclar las cosas hagamos de la mezcla, de lo ch’ixi, como dice Silvina Rivera Cusicanqui, una forma de vida. Mezclar lo inmezclable como procedimiento. Transversalizarlo todo sin perder las tensiones de las diferencias. Este puritanismo está también en el teatro. En el modo en el que se presentan los cuerpos en escena y qué tipo de cuerpos, en como se relacionan, en como se iluminan y se visten, en el uso que hacen de la lengua materna, en como se organiza el espacio-tiempo, en la imaginería técnica de la escenografía… O sea, hay tal normalización de cómo deben ser las cosas que una de las tácticas de mi lenguaje artístico es desbordarlo todo. Desbordar los cuerpos, desbordar las capacidades que tienen esos cuerpos. Trabajar con una táctica del exceso. Desbordando la planta de luces de la sala, la visualidad del vestuario, los elencos, los textos que se usan. “Agrandar el Edipo”, dicen Deleuze y Guattari. Amplificarlo, agrandarlo hasta reventarlo y deformarlo. Entonces, los cuerpos y toda la materialidad de la puesta en escena y la experiencia performática del público comienzan a experimentar cosas impensadas, “movimientos aberrantes”. Desbordar, también, las identidades, generar procesos de desidentificación. Esto implica una posición subjetiva de nuestra parte de no caer en la trampa garantista de la identidad de un Yo. Se trata de entrar en esos procesos de subjetivación donde no soy una marca artística, ni un profesional de tal o cual cosa. ¿Cómo unx está dispuestx a desdoblarse subjetivamente, a deshacer la organización de su cuerpo y hacerse un cuerpo nuevo? No se trata de una cuestión hedonista de técnicas de placer, sino que conlleva una crítica del modo en que los cuerpos y su imaginario narcisista se hacen hoy en la máquina social.

El neoliberalismo inventó la idea de que cada uno de nosotros tiene una vida, como se tiene una casa, un auto, una mujer…, afirma López-Petit. “Mi cuerpo es mío y hago lo que quiero, estudio la carrera que quiero, me caso con quien quiero, viajo a donde quiero, vivo en el barrio que quiero, compro lo que quiero, no me rompan las pelotas, tengo una vida, mi vida es mía”, es un relato propio del neoliberalismo. El neoliberalismo pone en marcha un montón de prácticas que hacen que te ocupes de vos mismo, una suerte de hedonismo materialista. Pero lo que no soporta el neoliberalismo son las prácticas que se ocupan de los demás y con los demás, de esas prácticas empáticas donde el cuerpo del otro ya está en unx. Unx ya está subjetivado en el cuerpo del otro: en cómo a unx le hablaron, en como te tocaron, en como fuiste miradx, en los entornos que te alojaron o expulsaron. Entonces, esta idea del individuo ya cerrado en una identidad es el gran blindaje del neoliberalismo. Ahí, encontramos un punto de fuga para las máquinas de guerra. Preguntarse por las prácticas que se ocupan de lxs otrxs ¿Cómo es producir comunidades afectivas que politizan el malestar? ¿Cómo producir comunidades de deseo que inventan nuevas formas de vida? Hay que trabajar ahí, ya los estamos haciendo, se trata de poner nuestra energía en esa fuerza comçun. Pero ese trabajo no se hace sin crítica de los valores de la “axiomática capitalista”. ¿Cuál es nuestra fábrica de lo sensible no-neoliberal? ¿Cómo producimos en nuestras prácticas, en nuestros ámbitos protocolos de experiencia junto a la crítica neoliberal? ¿Qué hago en las clases que doy? Por ejemplo, hay toda una tradición teatral en la cual el actor o la actriz tienen que afirmarse en la “composición de personaje” y adquirir una “presencia escénica fuerte”, o sea, cristalizar una identidad.  Eso es un automatismo de la práctica escénica.  No quiero eso. ¿Cómo lo desarmo? ¿cómo genero prácticas adentro de las clases donde la actuación no tenga nada que ver con la imagen narcisista del actor, ni con la composición de un personaje? Pensar prácticas de sensibilización y protocolos de experiencia que produzca modos de existencia y no identidades yoicas. La máquina de guerra es una enunciación colectiva que produce acontecimientos y no representa conflictos ni identidades.

¿Cómo producir acontecimientos que desarreglen el código? ¿Cómo ficcionalizamos las situaciones que nos atraviesan? Ficcionalizar es una práctica literaria que transversaliza todas las prácticas y epistemes. Es el modo en que percibimos y conocemos los hechos y la manera en que componemos los signos. ¿Cuáles son esas prácticas que devienen máquinas de guerra, que están desarreglando los códigos programados y producen singularidades? Bifo imagina que lo único humano que nos va a quedar cuando el mundo devenga cyborg es el inconsciente. Los robots no tendrán inconsciente. Esa fábrica deseante de síntesis conectivas inclusivas, como Deleuze y Guattari, en El Anti Edipo, caracterizaron al inconsciente, seguirá abierta. Es en esa mezcolanza de inconveniencias de formas sensibles, en ese bricolaje de insolvencias semióticas, en la promiscuidad  en tensión de identidades heterogéneas, de n-sexos y géneros que lo singular podrá existir y habrá que defenderlo colectivamente con nuestras máquinas de guerra como un derecho natural y una potencia humana de descolonización y autonomía. Un inconsciente ch’ixi es posible.

* Texto sugerido: “Arte en guerra. Una lectura de Arte Duty Free, de Hito Steyerl”, por Silvio Lang, publicado en Lobo Suelto

Consumo y libertad. Sobre el eterno retorno de lo neoliberal // Diego Sztulwark

Atreverse ahora a discutirlo todo, hacer las preguntas que toca hacer, no callarse, decir lo que no cierra de lo que dijo Cristina, escuchar las luchas, admitir el suelo de ambigüedad de la época (lo que no implica abandonar la claridad de nuestras definiciones), no subordinar ninguna voz legítima, pensar la diferencia entre tiempo del Estado y tiempo de los movimientos –pasados, presentes y futuros–, evitar que se repita lo que no tiene que repetirse, comprender el momento político del frente anti-neoliberal sin replegarse ante lo inaceptable (¿Grandes empresarios? ¿La cúpula de la Iglesia? ¿Los pañuelos celestes en pie de igualdad con los verdes?).

¿Cómo vuelve, si es que vuelve?

En el encuentro organizado por CLACSO en Ferro, Cristina volvió a plantear que el retorno de un gobierno neoliberal en la Argentina se debió, ante todo, a una campaña mentirosa, llevada a cabo por Macri, y amparada por el contexto de una poderosa influencia de los medios de comunicación, lo cual es tan verdadero como insuficiente. El gobierno de Macri trae novedades específicas con respecto a gobiernos neoliberales anteriores. Y el fenómeno no es solo nacional, sino regional. Lo que está en juego es qué entendemos por neoliberalismo. ¿Se trata de una mentira o de una realidad profunda y desafiante? La tesis según la cual el neoliberalismo miente, es decir, que promete una experiencia de consumo y libertad que luego no realiza, da lugar a la propuesta del progresismo latinoamericano de un capitalismo no neoliberal, que se siente capaz de satisfacer esa promesa y, en sus expresiones más radicalizadas, de tomar esa realización como inicio de una transición al socialismo. Sin embargo, una mirada sobre la última década obliga a problematizar esa visión optimista y a reabrir una discusión estratégica inaplazable: ¿qué concepción del consumo y de la libertad permite enfrentar efectivamente al neoliberalismo?

Post-neoliberalismo

El triunfo de Macri en la segunda vuelta electoral de 2015 disparó una discusión sobre las causas de lo que se suele considerar como el “retorno del neoliberalismo”. Aunque, bien visto, el neoliberalismo en realidad jamás se retiró, sí es cierto que a partir de 2001 el país –como también buena parte de la región– fue refractario al discurso de ajuste con represión. Algunos denominaron post-neoliberal a la etapa que se abre con las subjetividades de la crisis de 2001 y que se prolonga con la voluntad de inclusión sostenida por los gobiernos llamados progresistas. La expresión post-neoliberal puede ser aceptada si aclaramos su contenido. Lejos de referirse al tiempo de superación de lo neoliberal, hace referencia a la coexistencia transitoria entre condiciones estructurales y mundiales del neoliberalismo, junto a una retórica y a unas dinámicas que pretenden moderarlo o limitarlo. El período post-neoliberal nombra así un proceso en el cual lo neoliberal se sigue desarrollando no solo en el nivel de determinadas políticas macroeconómicas, sino también, y sobre todo, en el nivel de las micropolíticas a través de las cuales se reproduce una sociedad cada vez más dependiente de mecanismos empresariales de alta concentración y mundialización económica. El rasgo post-neoliberal define entonces el hecho de que esta subsistencia capital del neoliberalismo pueda convivir con una intencionalidad política que pretende cuestionarlo por medio de una apertura de espacios de participación, de políticas puntuales que la limitan y de una retórica que expresa la intención de distinguir lógica social de lógica empresarial. Tanto en la Argentina como en Brasil, la salud de estos procesos se había deteriorado gravemente durante 2013.

Crecimiento con inclusión social

Como es bien sabido, este período (aquí lo fechamos de modo provisorio como 2001-2013) tiene fases distintas. Un primerísimo acto fue el del protagonismo de organizaciones populares, muchas de ellas muy jóvenes, que se ocuparon de modo directo de cuestionar y destituir la legitimidad de las recetas económicas y de las instituciones políticas neoliberales. Un segundo acto fue el de la ola de gobiernos denominados populistas quienes se ocuparon de traducir esa energía popular destituyente en una nueva participación en el consumo. Esta traducción, en la medida en que fue operada por una articulación entre deseos populares postergados y un Estado activo que sacó tajada del tipo de acumulación de capital en curso (neoextractivismo más neodesarrollismo), dio lugar al fenómeno llamado de “crecimiento con inclusión social”, ideológicamente enfrentado con las políticas de los gobiernos neoliberales convencionales, los cuales, como el encabezado actualmente por Macri, son excesivamente proclives a desalentar el mercado interno y a priorizar la lógica empresarial como modelo de conducta social.

¿Cómo vuelve, si es que vuelve, el neoliberalismo?

La explicación ensayada por Cristina para dar cuenta de la derrota de 2015, en la cual el candidato no habría sido Scioli sino “el modelo”, fue que durante la campaña Macri había prometido no solo sostener, sino aumentar el acceso al consumo popular, mientras que su programa efectivo, el que puso en acto ya desde el poder, redundó en una brutal recesión. La idea de que el neoliberalismo miente –como Clarín– es insuficiente cuando no nos lleva a preguntarnos qué hizo que esa mentira fuera creíble. En otras palabras: ¿cómo fue posible que Macri fuera percibido por millones de personas beneficiadas por políticas del gobierno anterior, desde el punto de vista de su acceso al consumo, como un garante más confiable, a la hora de gobernar los mecanismos ultra precarizados de esa tendencia llamada de inclusión?

Lo cierto es que la transformación social operada por el acceso popular al consumo, sobre un andamiaje siempre precario y amenazado, es el principal dato político para entender lo ocurrido en Sudamérica durante los últimos años, y fueron las micropolíticas neoliberales las que mejor interpretaron, dieron forma y orientaron esa energía hacia un modelo de subjetivación, exponiendo así a las fuerzas llamadas progresistas y de izquierda a su propia orfandad en lo que hace a un pensamiento sobre cómo articular experiencias populares de consumo que cuestionen las formas de producción y de distribución de la riqueza sobre la que reposan y que constituyen su límite principal. El politólogo alemán Ulrich Brand, crítico del modo de vida imperial, entrevistado en Clinamen, se preguntaba cómo seria un consumo sin capitalismo, un consumo colectivo, barato y sano, no dominado por las multinacionales productoras de alimentos; cómo sería una ciudad cuyo sistema de transporte no dependiese de las multinacionales del automóvil; en definitiva, cómo desanclar servicios públicos y modos de vida de la exigencia de ganancia capitalista.[1] La mentira neoliberal se basa sobre una verdad profunda: el consumo solo libera cuando las fuerzas plebeyas movilizadas son al mismo tiempo fuerzas de subversión y no de aceptación de las estructuras neoliberales de producción y de diseño de imágenes de felicidad.

La crítica como restitución de la imaginación política

La necesidad evidente de un amplio frente para ganarle a Macri en las próximas elecciones plantea una serie de cuestiones. La estimación colectiva procura calcular una amplitud suficiente como para ser eficaz desde el punto de vista electoral, al tiempo que se delimite un cierto umbral programático y de relaciones de fuerzas internas que no haga de ese frente un instrumento inútil a la hora de abordar con eficacia las políticas de cuño neoliberal. Pero para que esta estimación no se vuelva mera componenda política y devenga, al contrario, una auténtica evaluación colectiva sobre las proporciones y los mecanismos de combinación entre amplitud y firmeza programática, es imprescindible activar plenamente el ejercicio de la crítica, que cuando no es veleidad narcisista ni objeción que impugna a partir de retóricas abstractas, es comparación entre funcionamientos efectivos fundados en el derecho elemental de discutirlo todo –hacia arriba y hacia abajo– y, por lo tanto, como antídoto contra una idea de unidad fundada en la aceptación, la admiración, la delegación o directamente la obediencia, situación que no nos retrotraería a 2003, a 2009 ni a 2011, sino directamente a 2015.

 

La verdad y la muerte política

Las muertes políticas son compendios de lo que el neoliberalismo tiene de cruel, de lo que desde el progresismo y las izquierdas no siempre se sabe pensar, y de todo aquello que una política efectivamente no neoliberal debe transformar en los hechos y de modo inmediato. Tiempo Argentino informó, el último jueves, que “el joven Rodolfo ‘Ronald’ Orellana fue baleado por la policía cuando junto a otros vecinos y activistas sociales de Villa Celina intentaban ocupar un terreno. Hay varios heridos y cuatro detenidos”. La cuestión de la tierra es una de las puntas del iceberg de la estructura de propiedad y de la dinámica de valorización capitalista. Exactamente lo mismo ocurre con cada aborto que el Estado clandestiniza. Si es cierto que las organizaciones sociales y populares son efecto (directo o indirecto) de las políticas públicas, de las que hay y de las que no, más cierto aún es que son la respuesta más avanzada (la orientación más materialista y urgente) ante todo aquello que los gobiernos de cualquier signo no quieren, no saben o no pueden resolver siquiera en el plano de la imaginación. 

[1] https://marencoche.wordpress.com/2018/11/20/clinamen-modo-de-vida-imperial/?fbclid=IwAR0J4vt4rBxc3ifLHJnC9VIOysbpB3ihagfpnKjRi-TWhgfsN6-i0SRxIJk

12° Marcha de la Gorra: “Terrorista es el Estado, no quien tenés al lado”

“Terrorista es el Estado, no quien tenés al lado”. Con esa consigna, esta tarde, cientos de personas y organizaciones marcharán por las calles de Córdoba. La Marcha de la Gorra llega así a su 12ª edición para manifestarse contra las políticas represivas del Estado, el gatillo fácil, la estigmatización y la criminalización de “quienes se salen de la norma, quienes viven en los barrios, quienes se visten de una u otra forma, quienes se organizan y movilizan”.

“Lo que empezó como una vuelta a la plaza San Martín de pibes de barrio, es hoy un movimiento nacional”, expresan desde la Mesa Organizadora Marcha de la Gorra Córdoba. Y cuentan que esta manifestación nació en la ciudad de Córdoba hace más de una década, en el año 2007, cuando distintas personas y organizaciones que trabajaban en los barrios veían, una y otra vez, el hostigamiento policial y las detenciones arbitrarias que sufrían lxs jóvenes de sectores populares. Fue entonces que decidieron juntarse y organizar la primera Marcha de la Gorra, un 20 de noviembre, en consonancia con el Día Internacional por los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes. El principal reclamo, en aquel momento, era la derogación del Código de Faltas que regía en la provincia de Córdoba.

“Primero, eran concentraciones y vueltas alrededor de la Plaza San Martín como forma de decir acá estamos, igual venimos al centro, empezar a disputar esa presencia de los pibes y las pibas que era negada por prácticas policiales, basándose en la arbitrariedad del Código de Faltas y, más que nada, en el artículo más cuestionado del merodeo, donde la detención dependía de la interpretación del policía en el momento”, dice Rocío de la Mesa Organizadora Marcha de la Gorra Córdoba.

Año a año, se fueron sumando otros grupos afectados por ese código contravencional y su aplicación en la vía pública, como artistas callejerxs y trabajadoras sexuales. Poco a poco, se fueron incorporando también agrupaciones estudiantiles, sindicatos, partidos políticos, organizaciones sociales y de derechos humanos. “Es una de las marchas que nuclea más diversidad de espacios y posiciones, porque la Marcha de la Gorra tiene un piso común que atraviesa a todas las otras luchas, que es la lógica antirrepresiva”, explica Rocío.


Después, las manifestaciones también empezaron a replicarse en otros lugares del país. Esta vez, serán diez en total las ciudades que la realizarán el mismo día y de manera articulada: CABA, Mina Clavero, Río Cuarto, Villa María, Rosario, Tandil, La Plata, Mar del Plata, San Francisco y Córdoba. “Porque no son hechos aislados, son políticas de Estado”, expresan desde la organización.

Aunque lxs organizadorxs aclaran que, desde la marcha, se han denunciado a lo largo de estos doce años las violencias de los diferentes gobiernos, también remarcan que las políticas represivas se han endurecido en estos últimos años.

“La consiga de este año, ‘terrorista es el Estado, no quien tenés al lado’, tiene que ver con hacer esta lectura de contexto: de que tenemos unas pluralidades de policías inventadas a más no poder, como la policía barrial, y más presencia de fuerzas armadas, tenemos a gendarmería, infantería en la calle, pidiendo documentos, por ejemplo. ¿Pero por qué? Porque desde las estructuras de poder, desde instituciones estatales, medios de comunicación, desde ‘la justicia’, se construye que quien tenés al lado es la persona peligrosa. Buscan generar este enemigo interno y romper con los lazos comunitarios”, explica Rocío.

Y agrega: “Entonces, nos construyen un terror, pero para generar impunidad de acciones estatales, donde se plantea que los buenos somos nosotros y los subversivos, los mapuches, los anarquistas, son los otros, son las personas que tenés al lado. Eso termina habilitando este aval social de que está bien que te revise gendarmería en el colectivo, porque seguramente o sos un asesino o sos un ladrón, o sos pro derechos humanos, anarquista, etc. Y, en realidad, lo que genera son enfrentamientos entre nosotros, entre el pueblo mismo”.

La Tinta

Foto: Colectivo Manifiesto 

 

Morir por piba // Diego Valeriano

Un grito en medio de la noche, un grito de piba. El miedo.

Una piba, tu hija, una amiga que se subió al auto equivocado. La soledad de una mamá. La tristeza que es para siempre. La gorra que nunca cree, la ausencia de todo a esta hora, ellos que nunca entienden. La desesperación que estruja la boca del estómago hasta hacerse grito.

La incertidumbre, la certeza, la mirada perdida, el temblor, aferrarse al teléfono. Preguntar y que nadie diga nada, porque nadie sabe nada. Imaginar la soledad de ella, ella sola pobrecita atada, con la boca tapada, con el terror del silencio. Tirada en un colchón, en un baldío, en el piso de un auto, en el rancho del transa, en el garaje de una fiesta de chetos, en una habitación inmunda en Chacarita, escuchando las risas de esos tipos que están por venir.

Morir por piba, por los negocios del padrastro, por botín de guerra. Morir por venganzas inimaginables, por caminar sola por la calle, por guacha que postea lo que quiere, por salir de la escuela, por tanta crueldad, por vendedores de falopa que de cagones que son ni ponen el pecho. Por ir a bailar, por discutir con el novio y volverse sola, por doblar una antes. Por subir al patrullero.

Morir sin poder decir nada, morir toda adentro, quedar con la mirada hueca. Dejarnos solas. Morir porque no la pudieron ir a buscar a la parada, por esquivar la obra que está en la otra cuadra, casi morir por ir a comprar una birra después de trabajar todo el día. Morir para siempre. 

Foto: Colectivo Manifiesto

En una salvaje represión, asesinaron a un militante de la CTEP //  Mariano Pedrosa – TIEMPO ARGENTINO

El joven Rodolfo “Ronald” Orellana fue baleado por la policía cuando junto a otros vecinos y activistas sociales de Villa Celina intentaban ocupar un terreno. Hay varios heridos y cuatro detenidos.

ACTOS COLECTIVOS DE RESPIRACIÓN // Encuentro con Bifo Berardi en Montevideo

Bifo Berardi estuvo en Montevideo, y pudimos participar de una charla que tuvo con algunos colectivos y medios de comunicación. Bifo es un filósofo de las luchas sociales, de la parálisis de la crítica y del deseo, de la potencia política de la felicidad y el trabajo afectivo; un pensador del futuro y del antifascismo; un escritor del intelecto general y del aceleracionismo; un interesado en la tecnología y los cambios subjetivos que ella trae. Y es, sobre todo, un observador atento de las emociones que produce el modo de vida actual, alguien que constantemente le está tomando el pulso a la sensibilidad de la época.

Fotografías por EntrerebelArte

Bifo Berardi estuvo en Montevideo, y pudimos participar de una charla que tuvo con algunos colectivos y medios de comunicación. Bifo es un filósofo de las luchas sociales, de la parálisis de la crítica y del deseo, de la potencia política de la felicidad y el trabajo afectivo; un pensador del futuro y del antifascismo; un escritor del intelecto general y del aceleracionismo; un interesado en la tecnología y los cambios subjetivos que ella trae. Y es, sobre todo, un observador atento de las emociones que produce el modo de vida actual, alguien que constantemente le está tomando el pulso a la sensibilidad de la época.

Dice que sus lectores son mayormente parte del cognitariado contemporáneo, y nos sentimos identificades. Dice que en estos últimos días está pensando mucho en la relación entre depresión y fascismo, y que el fascismo puede ser interpretado como una reacción de violencia adrenalínica en un contexto estructural de anomia y depresión. Dice que no ha encontrado una solución para el problema del cuerpo. Y dice que está empezando a dudar si seguir publicando porque aunque escribir es para él como una forma de respiración o de yoga, observa que no está encontrando una línea de fuga y no quiere que sus textos terminen por generar un efecto depresivo en sus lectorxs. Como que el perfeccionamiento en la descripción de la gran red de poder global genera un sentimiento extendido de imposibilidad y angustia que lejos de liberar, nos ahoga.

Depresión contemporánea y reerotización de la lucha 

No es necesario poner ejemplos o argumentar para coincidir con su diagnóstico: los movimientos sociales están en una parálisis. Ante el avance de un nuevo fascismo, que no es un fascismo futurista a la Marinetti sino un fascismo de la vejez, del no future; ante los sentimientos tristes que constantemente se producen en la vorágine de la vida capitalista (impotencia, hipercompetitividad, presión, frustración, incertidumbre), la depresión es un estado más bien realista, esperable. Además toma esa especie de revisionismo emocional hecho por los ideólogos del nuevo neoliberalismo cool, según el cual la izquierda es triste y la derecha es alegre. Y a esto responde: la izquierda no es triste; la gente está triste por su forma de vida en el neoliberalismo. Y la izquierda no ha sabido cómo politizar esa tristeza para reactivar el cuerpo social y conectarlo con un deseo de cambio.

Por su parte, la derecha ha sido mucho más hábil en la manipulación de las emociones y sus efectos psicopolíticos, haciendo que éstos jueguen de su lado y justifiquen su reproducción. Por ejemplo, cita una frase de Berlusconi diciendo que la lucha de clases es una forma de envidia social que genera infelicidad y resentimiento, por lo que debe ser abandonada. Mientras la izquierda no logra convencer de que los sentimientos tristes son consecuencia del modo de vida neoliberal, la derecha convence constantemente de que estos sentimientos de disconformidad y frustración surgen cuando se busca, inútilmente, cuestionar lo dado.

Cómo combatir la depresión fue la pregunta obvia, mientras que su respuesta fue clara: la depresión no se combate, se elabora. No se combate porque combatir significa entrar en guerra y alimentar al caos, que es justamente de lo que la depresión se alimenta. Por otra parte, el combate a la depresión a partir de la negación de los núcleos problemáticos con visiones forzosamente optimistas es una solución ilusoria. Esto no implica romantizar un estado depresivo colectivo, sino profundizar en los espacios verdaderos que ese tipo de emociones habilitan. Y a partir de ahí, de ese realismo, buscar la terapia correcta.

Pero por más justificada que esté la tristeza, por más realista, el problema es que la terapia más efectiva para la depresión, la más tentadora, la más eficaz está siendo la violencia. O en otras palabras: la activación de la adrenalina agresiva. La receta de violencia y odio que ofrece la derecha funcionan como anfetas: felicidad para hoy, hueco oscuro y en bajada para mañana. Entonces cómo proponer una terapia social alternativa, que efectivamente logre habilitar los procesos de subjetivación necesarios para la reconstrucción del deseo revolucionario.

La izquierda no ha sabido reerotizar la lucha y el envejecimiento de la humanidad deriva en cambios en la energía psíquica del cuerpo social que agravan el cuadro. Es claro que en su pensamiento actual el foco no está en problemas del campo de “la política”, sino de la condición psico-política del cuerpo social. La reactivación de un movimiento social deseante tiene que sostenerse entonces en técnicas de desbloqueo traumático y de apertura a experiencias de subjetivación que pueden requerir de un utopismo mayor, antes de caer, presos de la ansiedad y la violencia contenida, en la deriva fascista.

Reinvención de la relación con la tecnología 

Bifo parte de una idea central: la humanidad ha llegado a un nivel de desarrollo de sus capacidades productivas y tecnológicas en que la robotización y los automatismos técnicos pueden realizar los trabajos que permiten satisfacer nuestras necesidades vitales, liberando tiempo de vida para que podamos dedicarnos a la vida afectiva e intelectual, al cuidado, al amor, al pensamiento, a la felicidad. Cuando lo acusan de utopista por planteos como este, responde que no tiene nada de utópico pues esta posibilidad ya existe, ya están dadas las capacidades materiales, intelectuales y tecnológicas para sostener ese modo de vida. El problema es que no logramos desarmar la lógica capitalista, que constantemente coopta nuestra energía y nuestro deseo y lo alinea con los intereses del capital.

Claro, entiende que esta creciente penetración de la tecnología en la vida humana tiene sus peligros y sus potencialidades. Es caminar sobre el abismo. De un lado está lo que pasa hoy: la aceleración de los flujos financieros generando ajustes y crisis, la aceleración de la información generando ansiedad y confusión, las nuevas tecnologías capaces de extraer renta de forma más silenciosa y eficiente. Pero el otro lado es luminoso. En él está la posibilidad de aprovechar la tecnología para que haga trabajos que no queremos, de utilizar la técnica para vivir en lugar de ser vividos por la técnica y la obsesión del rendimiento. Y ese tiempo ganado será lo que hoy es pérdida de tiempo: el arte, la poesía, una conversación de horas, el cultivo de los afectos, la felicidad de existir y compartir la vida con otres, y también, seguro, la posibilidad de bucear en la tristeza, conocerla y tratarla colectivamente. Por todo esto es estúpido pensar en desmantelar la tecnología. Más bien se trata de reinventar la relación que tenemos con ella.

Auto-organización consciente del cuerpo del cognitariado 

Ya terminando la tarde, alguien le preguntó sobre ese entusiasmo que transmite al hablar, esa forma de gesticular apasionada e intraducible a una crónica como uno de los elementos que hacen de su filosofía casi un pulmón extra para el pensamiento. El entusiasmo, su insistencia y resiliencia a través de tantas vivencias y años – caracteriza su presencia, contagia y se vuelve el acto político de este intelectual apasionado. No es menor. Generosidad puede ser también una palabra clave. Generosidad para pensar desde su generación en otras generaciones, para replantearse seriamente los efectos de su trabajo, para estar dispuesto a escribir pero dejar de publicar, para conversar cientos de veces desde cero con quienes deseamos conocerlo.

Desde un país latinoamericano como Uruguay nos deja pensando qué pasa con la relación entre este posible cognitariado autoorganizado y consciente y los movimientos de masas, entre el cognitariado y las clases populares. Bifo ha sido extremadamente crítico de la socialdemocracia europea y ve potencia en movimientos como Occupy Wall Street, aunque haya sido un fracaso (hay derrotas que nos ayudan más que una victoria dijo hoy en otra charla). Algunas de estas cosas nos hacen imaginar posibles futuros ingenieros y performers politizados, otras nos hacen pensar en nuestras distancias con los compañeros del norte, y otras nos resuenan.

Texto por Entre.

Publicado el 16 de noviembre de 2018

Presidenta de la vagancia // Diego Valeriano

Que griten las turras, que bailen los guachos, que las doñas prendan el aire fuerte, que los viejos vuelvan al boliche con sus amigos. Que en las fiestas de fin de año la gedamos fuerte porque no falta nada, porque todos traen algo, porque Raquel fía. Que suenen los cuetazos en los pasillos, que vuelva el escabio, que el miedo sea de ellos. El consumo libera y lo demás es gilada, papel picado, moralina careta, análisis vacío, posteo progresista, meritocracia, salida laboral que llega hasta la muerte.

Que vuelva, que emerja, que sea cuota de la moto, vacaciones en Mardel, 15 con barra libre, Coca chorra, poster, cantito, fiesta, plan, garrafa social, quema de tren. Que todo sea una zona liberada de la vagancia: feriados piolas, recitales en las plazas, Fernet Branca, canción de Creedence que se silba en el furgón. Que los pibes y las pibas tengan una aliada entre tantos enemigos. Una aliada posta a pesar de los giles que la rodean. Que pasen de grado, que no los revisen en la plaza, que volver del bajo no salga tan caro. Que ahora el aborto sea legal y que el pañuelo celeste es de ortiba mal.

Que venga a la contra cumbre verdadera, la que se hacen en las esquinas de jueves a domingo. Que se siente en el cordón. Que vaya tranquila que en Mariló no entran los tanques chinos. Que venga y que le digan que los empresarios a la primera de cambio la cagan. Que pase por el bautismo de la Rocío que con ella está todo bien, que vaya sola. Que sepa hacer caso, que no hable tanto que la embarra, que escuche porque en los barrios no cantan canciones de la jefa, porque no quieren jefas, pero la entienden bien desde adentro, como un mensaje urgente del futuro.

Presidenta de la vagancia, de los shores en la playa, de los asados sin hacer cuentas, de la que convida, de las familias enteras en motito por Ruta 4 yendo a las piletas del sindicato. Presidenta Tarjeta Naranja, Ahora 12, guita en el bolsillo. Presidenta de los que creen en el ascenso social y arman una básica en Moreno, de la doña que sueña que su hija sea médica a pesar de donde nació, a pesar de que no lo va a ser. Presidenta de los pibes que ya no le tienen miedo a la gorra, de guachos tirando cortes, de la puerta giratoria. Presidenta ATR.

Cristina en CLACSO: diagnóstico, terapia y preguntas // Diego Sztulwark

Hace minutos, Cristina Kirchner terminó de hablar en el Micro Estadio de Ferro. Fue muy clara.

Diagnóstico: el neoliberalismo es una construcción política del capitalismo, para sustituir el Estado de Bienestar Social. Es una estrategia de división y exhibición de las pasiones de la desigualdad. En la Argentina, que no es Brasil, el principal instrumento de su instalación son los medios de comunicación y la deuda. Esta es su preocupación: qué es y cómo se implementa el neoliberalismo.

Terapia: propone crear una alternativa que no sea “contra” y que tome como modelo su gobierno. Ya no “izquierda y derecha” que dividen funcionalmente a favor de lo neoliberal, sino una alternativa progresista cuya categoría sociológica central es la de “pueblo”. Aclaración: por pueblo entiende una realidad plural, no se trata solo de los pobres (el pueblo de Dios). Son los pobres, los trabajadores, las organizaciones sociales, los empresarios chicos y hasta grandes: es decir, no se trata del pueblo católico. No se puede dividir al pueblo entre los que rezan y los que no (Bergoglio no puede ser entonces el líder del pueblo como noción política del progresismo).

Políticamente, pueblo no es la izquierda. Toda división de lo popular es funcional al neoliberalismo. Políticamente, al pueblo le corresponde la categoría de Frente que combine todas las diferencias que animan este popular. Y su programa depende fuertemente de una “nueva arquitectura institucional” que refleje una “nueva distribución de poder” en favor del pueblo.

Lo mejor y lo peor de Cristina: al lado de Macri es un oasis, no habrá mejor candidata que ella; al mismo tiempo, es necesario tomar en serio su invitación al pensamiento crítico e ir más allá de sus propias categorías, tanto en términos sociológicos como políticos, y partir de las luchas concretas que casi no nombra. Es decir, no se puede pensar una democracia radical expresiva de una sociedad en movimiento, sin nombrar la riqueza estratégica que aportan los piqueteros, las luchas de derechos humanos, el movimiento de mujeres y la diversidad sexual, de crítica al neoextractivismo, al papel racista y clasista del estado policial en los barrios, etc.

Cristina afirma que los “movimientos sociales” se crearon en su gobierno (antes eran meramente “piqueteros”). La verdad es la opuesta: los gobiernos de Néstor y Cristina son un efecto indirecto de la lucha social (esto fue así no solo aquí, sino también a nivel de regional). Tiene toda la razón cuando advierte que si no se crea pensamiento crítico, las respuestas a la crisis de lo neoliberal favorecerán, como ya sucede, a la derecha fascista. Sobre el final, termina reafirmando que luego de la crisis del socialismo del siglo XX, al que califica de opresor, las aspiraciones populares son de libertad y consumo.

Quedan planteadas las preguntas más urgentes. ¿Cómo imaginar una libertad y un consumo de masas que no dependa de una economía neoliberal y además no subjetive de modo neoliberal? ¿Qué ideas tenemos al respecto? ¿Y qué es un capitalismo no-neoliberal? ¡Mucho para discutir (Cristina marcó bien los tres escenarios: las redes, los libros y las calles), mucho para elaborar!

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