Anarquía Coronada

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¿Ya nadie sabe descansar? // Agustín Jerónimo Valle

¿Alguien sabe todavía descansar acaso, cómo se hace para descansar, en qué consiste descansar? El descanso ya no existe, o no es visible. En parte, justamente, por cuánto se hace visible el presunto descanso, cuánto se muestran imágenes de estar descansado con plenitud; y en el acto de visibilización se cuela, se filtra una necesidad determinando al sujeto. Una disposición que se parece más a la normalidad conectiva que a una forma de estar distinta, descansante. Al creciente deteriorio en la calidad y cantidad del sueño se sumó, en este último receso veraniego, la evidencia de una crisis general y aguda de las capacidades recreativas en el más serio sentido de la palabra. Empieza un año y cunde, ya, la gente que no da más. Que si les preguntas ¿Descansaste?, contestan Y, ¿te miento o te cuento? La soga del deber no deja nunca de sentirse -una soga cada vez más versátil, multiforme, con versiones policíacas, maquinales, friendly, desesperadas, autogestivas, enmascaradas de deseo, etcétera. Hay un modo del deber para cada sujetx, para cada grado de suerte en la sociedad; sogas de diversas texturas y presentaciones, manteniendo siempre una tensión. Deteriorando el sueño de las multitudes… Y hay que ver si incluso quienes viven gozando el privilegio, el enriquecimiento gracias a la calamidad social y ambiental, no tienen su soguita de lujo también -quizá no-.

¿Es acaso un año distinto, este, es realmente otro año, tuvo algo en algún momento de año nuevo, o es, 2021, el estadio superior de 2020? ¿Alguien puede decir que sí, la verdad, descansé un montón, fue una fiesta? Si los hay, ellxs son los verdaderos ricxs de nuestra sociedad, ricxs de abundancia vital, reservorio sanitario del alma colectiva; sepamos seguir su orientación, aprendamos algo de su arte existencial… La abrumadora mayoría, seguimos conectades. Aquella vieja imagen del “desenchufar” quedó obsoleta y somos todxs unidades productivas con una inercia conectiva provista de gran autonomía. Pueden pasar muchos días fuera de la base, o formalmente desconectados, y aun así manteniendo el tono activo propio del régimen del disponibilismo (el disponibilismo, que es el mismo régimen que dispone brutalmente de la naturaleza en general, no solo nuestros cuerpos). Cuerpos sostenidos por alto patrón inalámbrico.

Se termina el verano y me parece que descansar se ha convertido en: cortar con el celular.

Antes el descanso se asociaba a dos cosas: el no-trabajo, y el desplazamiento territorial. Vacaciones laborales y viajar a algún lado. Podía incluso ser sin viajar. Ahora puede haber vacaciones del trabajo, irse a la playa, y que el ritmo atencional, el estado de alerta por solicitudes y respuestas, se mantenga sin modificación sustancial. La publicación de pruebas de nuestro logrado descanso llena el espacio vacante de lo laboral…

Ahora, si descansar es abandonar el celular, y ver qué pasa, ¿sería abandonar qué, a través de abandonar el objeto? Ningún objeto tiene poder -en sí-. ¿Y cómo, para qué dejarlo, si con él buscamos campings, rutas, restoranes, pronósticos meteorológicos, amigxs con lxs que encontrarnos, etcéteras? Si algo opera, si de algo es técnica el celular, es de la unificación integral de las diversas relaciones, de la homogeneización gestual, temporal, conductual, atencional, de lo que podrían ser relaciones cualitativamente diversas. En esa integración, la eventual gestión de un territorio autónomo (físico, virtual, esporádico, como fuere) resulta inseparable de la atadura a la Actualidad. Y ahí es donde, hermanes, sonamos. Estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos, estamos del mismo modo, parece imposible olvidar el ritmo temporal de la Actualidad (que no son “las noticias”, por supuesto, aunque las noticias constituyen una zona importante de lo actual).

¿Qué es descansar, o qué era? Jamás fue “no hacer nada”; no existe no hacer nada, hablando en rigor. El descanso siempre estuvo cerca de la recreación, y por tanto de lo lúdico, del juego. Porque requiere la instauración de un ambiente. Es por eso que siempre se lo asoció al viaje (bueno, “siempre”…), porque el viaje propende a la reambientación. Experimentar la elaboración de un (nuevo) ambiente, de un territorio. Viaje, descanso, campo de juego. Acaso descansar consista en experimentar, ejercer esa facultad: instaurar ambientes, diversos (facultad inherente a la condición humana en tanto animal desambientado, según Paolo Virno). Una divergencia ambiental, creación ambiental, di-versión ambiental. Ambientes como esferas donde se está de otro modo, es decir, con otra técnica. Otras reglas (pienso también en la potencia del homo ludens de J. Huizinga).

Desde aquí podemos entender la imposibilidad tendencial de descansar. No es solo que el capitalismo 24/7 nos pone en posición de conexión y productividad constante. Ese continuo, productivo, conectivo, la gigantesca cárcel virtual de la Actualidad, infiltra los vestigios de zonas pretendidas de descanso con su epicentro técnico, su patrón temporal; con su ventana -¿inclausurable?- a la imperial Realidad. El celular -lo que el celu tecnifica- resulta agente que desmiente todo ambiente nuevo. Todo ensayo de una técnica de otra cualidad. Así, en la quemazón general, en la inercia conectiva -acaso el más eficiente patrón jamás habido-, podemos ver un franco atentado contra la facultad, natural, distintiva de nuestra especie, de experimentar el armado de ambientes existenciales, la potencia de inventar modos de estar y hacer; la verdadera recreación, que sería un potencial riesgo para el realismo del capital. 

Revista Bordes

 

Deleuze y Guattari se explican…

Realizada a mediados de junio de 1972, apenas publicado El Anti-Edipo (Capitalismo y esquizofrenia I), esta mesa redonda fue organizada para el número 143 de La Quinzaine Littéraire. El director de esta revista, Maurice Nadeau, y el filósofo (y gran amigo de Deleuze) François Chatelet propusieron esta mesa para confrontar a Deleuze y a Guattari con algunos reconocidos representantes de diversas disciplinas: Roger Dadouny Serge Leclaire (psicoanálisis), Henri Torrubia (psiquiatría), Raphaël Pividal (sociología) y Pierre Clastres (antropología, que los franceses gustan llamar «etnología»).

 

Maurice Nadeau.- Aunque Gilles Deleuze y Félix Guattari desearían que esta discusión comenzara con las preguntas, les pedimos que, en primer lugar, expongan brevemente la tesis de su libro y, a continuación, que nos digan de qué manera se ha efectuado su colaboración.

Félix Guattari.- Esta colaboración no es el resultado de un simple encuentro entre dos individuos. Al margen de las circunstancias particulares, ha sido todo un contexto político lo que nos condujo a ella. Al comienzo, se trataba menos de poner en común un saber acumulado que de poner en común nuestras incertidumbres, e incluso cierto desasosiego ante el giro que habían tomado los acontecimientos de Mayo del 68.

Formamos parte de una generación cuya conciencia política nació con el entusiasmo y la ingenuidad de la Liberación, con su mitología conjuradora del fascismo. Y las cuestiones que dejó en suspenso esa otra revolución abortada que fue Mayo del 68 se han desarrollado, para nosotros, como un contrapunto perturbador que nos inquieta, como a muchos otros, y nos preocupa por lo que nos deparará el futuro inmediato, que muy bien podría entonar los himnos de un fascismo de nuevo cuño que nos haga añorar el de los viejos tiempos.

Nuestro punto de partida fue considerar que, en los períodos cruciales, algo del orden del deseo se manifiesta a escala del conjunto de la sociedad, algo que después es reprimido, liquidado, tanto por las fuerzas del poder como por los partidos y sindicatos que se dicen obreros y, hasta cierto punto, por las propias organizaciones izquierdistas.

¡Y, sin duda, habría que remontarse mucho más atrás! La historia de las revoluciones traicionadas, la historia de la traición del deseo de las masas puede identificarse, prácticamente, con la historia del movimiento obrero en sentido estricto. ¿De quién fue la culpa? ¡De Beria, de Stalin, de Kruschev… Que no eran bueno el programa, la organización, las alianzas… Que no se habían leído bien los textos de Marx… ¡No hay duda de todo eso! Sin embargo, la evidencia desnuda permanece: la revolución era posible, la revolución socialista estaba al alcance de la mano, existe indiscutiblemente [vraiment], no es un mito que las transformaciones de las sociedades industriales hayan vuelto inconsistente.

Bajo ciertas condiciones, las masas expresan su voluntad revolucionaria, sus deseos barren todos los obstáculos, abren horizontes desconocidos, pero los últimos en darse cuenta son las organizaciones e individuos que se supone que las representan. ¡Los dirigentes son traidores! ¡Es evidente! Pero ¿por qué los dirigidos continúan escuchándolos? ¿No será consecuencia de una complicidad inconsciente, de una interiorización de la represión, que opera  en escalones sucesivos, del Poder a los burócratas, de los burócratas a los militantes y de los militantes a las propias masas? Lo hemos visto bien tras Mayo del 68.

Felizmente, la recuperación y el lavado de cerebro no prendió en decenas de miles de personas –quizás más– que ahora están vacunadas contra los actos de las burocracias de todo tipo y saben responder tanto a las canalladas represivas del poder y de la patronal como a las maniobras de concertación, de participación, de integración que se sostienen con la complicidad de las organizaciones obreras tradicionales.

Hay que reconocer que, hasta ahora, las tentativas de renovación de las formas de lucha popular no han logrado desprenderse todavía del aburrimiento y de un excursionismo revolucionario del cual hay que decir, como mínimo, que no se preocupa especialmente por una liberación sistemática del deseo. «¡El deseo, siempre el deseo, no se quitan esa palabra de la boca!» Esto termina por irritar a la gente seria, los militantes responsables. Desde luego, no se nos ocurriría recomendar que se tome en serio al deseo. Más bien habría que minar el espíritu de seriedad, empezando por el dominio de las cuestiones teóricas. Una teoría del deseo en la historia no debería presentarse como algo muy serio. Y, desde este punto de vista, acaso El Anti-Edipo todavía sea un libro demasiado serio, demasiado intimidatorio. El trabajo teórico tendría que dejar de ser asunto de especialistas. El deseo de una teoría y sus enunciados deberían ir más ligados a los acontecimientos y a la enunciación colectiva de las masas. Para llegar a eso, habrá que forjar otra raza de intelectuales, otra raza de analistas, otra raza de militantes, en y por las que los diferentes géneros se mezclen y se fundan unos con otros.

Partimos de la idea de que no había que considerar el deseo como una superestructura subjetiva más o menos eclipsada. El deseo no cesa de trabajar la historia, aun en sus peores períodos. Las masas alemanas llegaron a desear el nazismo. Después de Wilhelm Reich, no podemos evitar enfrentarnos a esta verdad. En ciertas condiciones, el deseo de las masas puede volverse contra sus propios intereses. ¿Cuáles son esas condiciones? Ésa es toda la cuestión.

Para responderla, nos pareció que no era suficiente enganchar un vagón freudiano al tren del marximo-leninismo. Ante todo, hay que deshacerse de la jerarquía estereotipada entre una infraestructura económica opaca y las superestructuras sociales e ideológicas concebidas de tal manera que rechazan [refoulent] las cuestiones del sexo y de la enunciación hacia el lado de la representación, lo más lejos posible de la producción. Las relaciones de producción y de reproducción participan al mismo tiempo de las fuerzas productivas y de las estructuras anti-productivas. Se trata de hacer pasar el deseo hacia el lado de la infraestructura, hacia el lado de la producción, mientras se hace pasar la familia, el yo y la persona hacia el lado de la anti-producción. Es el único medio de evitar que lo sexual no quede definitivamente arrancado [coupé] de lo económico.

Existe, según nosotros, una producción deseante que, antes de toda actualización en la división familiar de los sexos y de las personas, y antes de toda división social del trabajo, inviste las diversas formas de producción de goce [jouissance] y las estructuras emplazadas para reprimirlas. Bajo regímenes diferentes, es la misma energía deseante que encontramos sobre la cara revolucionaria de la historia, con la clase obrera, la ciencia y las artes, y que reencontramos sobre la cara de las relaciones de explotación y de poder estatal, en tanto que ambas presuponen una participación inconsciente de los oprimidos.

Si es verdad que la revolución social es inseparable de una revolución del deseo, entonces la pregunta se desplaza: ¿en qué condiciones la vanguardia revolucionaria podrá liberarse de su complicidad inconsciente con las estructuras represivas y deshacer las manipulaciones que el poder realiza con el deseo de las masas hasta conseguir que lleguen a «luchar por su servidumbre como si luchasen por su salvación»? Si la familia y las ideologías familiaristas desempeñan, como pensamos, un papel nodal en este asunto, entonces ¿cómo evaluar la función del psicoanálisis, que fue el primero en abrir estas preguntas e igualmente el primero en clausurarlas promoviendo el mito moderno de la represión familiarista con Edipo y la castración?

Para avanzar en esta dirección, nos parece necesario abandonar el abordaje del inconsciente a través de la neurosis y la familia, para adoptar el punto de vista más específico del proceso esquizofrénico –que tiene poco que ver con los enfermos de hospital– de las máquinas deseantes.

En consecuencia, se impone una lucha militante contra las explicaciones reductoras y contra las técnicas de sugestión adaptativas en forma de triangulación edipiana. Renunciar a la persecusión [saisie] compulsiva de un objeto completo, símbolo de todos los despotismos. Deslizarse hacia las multiplicidades reales. Dejar de enfrentar al hombre y a la máquina, pues su relación es constitutiva del deseo mismo. Promover otra lógica, una lógica del deseo real, establecer el primado de la historia sobre la estructura: otro análisis, desprendido del simbolismo y de la interpretación; y otra militancia, capaz de darse a sí misma los medios para liberarse de las fantasías del orden dominante.

Gilles Deleuze.- En cuanto a la técnica del libro, escribir de a dos no nos ha planteado ningún problema especial, sino que ha desempeñado una función precisa, de la cual nos fuimos percatando progresivamente [1]. Hay algo muy chocante en los libros de psiquiatría o de psicoanálisis, y es la dualidad que los atraviesa, entre lo que dice el supuesto enfermo y lo que dice el terapeuta sobre él. Entre el «caso» y el comentario o el análisis del caso. Logos contra pathos: se supone que el enfermo dice algo, y el terapeuta dice qué es lo que aquello quiere decir en el orden del síntoma o del sentido. Esto permite todo tipo de aplastamientos [écrasements] de lo que dice el enfermo, toda una selección hipócrita.

No hemos pretendido hacer el libro de un loco, sino hacer un libro en el que no hubiera manera de saber, en donde no importase en absoluto saber, quién hablaba exactamente, si un terapeuta, un hombre sano, un enfermo presente, pasado o futuro.

Por eso mismo nos servimos tanto de escritores y poetas: quién podría decir si ellos hablan como enfermos o como médicos –enfermos o médicos de la civilización–. Extrañamente, si nosotros conseguimos superar [dépasser] esta dualidad tradicional fue precisamente porque escribimos de a dos. Ninguno de los dos era el loco, ninguno el psiquiatra, pero teníamos que ser dos para desatar un proceso [processus] que no se redujese al del psiquiatra y su loco, ni al del loco y su psiquiatra.

El proceso [processus] es lo que llamamos el flujo. Pero todavía el flujo era una noción de la que teníamos necesidad como noción cualquiera, sin cualificar. Quizá un flujo de palabras, de ideas, de mierda, de dinero, acaso un mecanismo financiero o acaso una máquina esquizofrénica: supera todas las dualidades. Nos imaginamos [nous rêvions] este libro como un libro-flujo.

Maurice Nadeau.- Precisamente, desde el primer capítulo, aparece esta noción de «máquina deseante», que el profano encuentra oscura y que me encantaría ver definida. Tanto más cuanto que responde a todo, se basta para todo.

Gilles Deleuze.- Sí, damos a la máquina una gran amplitud, en relación con los flujos. Definimos la máquina como todo sistema de interrupción [coupure] de un flujo. Así, hablamos tanto de máquinas técnicas, en el sentido ordinario de la palabra, como de máquinas sociales y de máquinas deseantes. Para nosotros, «máquina» no se opone ni a hombre ni a naturaleza (hace falta tener muy mala voluntad para objetarnos que las formas y relaciones de producción no son cosa de máquinas). Por otra parte, la máquina tampoco se reduce al mecanicismo. El mecanismo designa ciertos procedimientos de ciertas máquinas técnicas, o bien una cierta organización del organismo. Pero el maquinismo es otra cosa: cualquier sistema de interrupción de flujos que supera, al mismo tiempo, el mecanismo de la técnica y la organización del organismo, sea en la naturaleza, sea en la sociedad, sea en el hombre.

Por ejemplo, máquina deseante es todo sistema no orgánico del cuerpo y, en este sentido, hablamos de máquina molecular o de micro-máquinas. Más precisamente, en relación con el psicoanálisis: le reprochamos dos cosas al psicoanálisis, el no haber comprendido lo que es el delirio, ya que no es capaz de ver que el delirio es la catexis de un campo social [le délire est l’investissement d’un champ social] tomado en toda su extensión; y el no haber comprendido lo que es el deseo, ya que no ha visto que el inconsciente es una fábrica y no una escena de teatro.

¿Qué nos resta, si el psicoanálisis no comprende nada del delirio ni del deseo? Estos dos reproches son uno solo: lo que nos interesa es la presencia de las máquinas de deseo, micro-máquinas moleculares, en las grandes máquinas sociales molares. ¿Cómo actúan y funcionan las unas en las otras?

Raphaël Pividal.- Si ustedes definen su libro en relación al deseo, yo les pregunto: ¿cómo responde este libro al deseo? ¿A qué deseo? ¿A un deseo de qué?

Gilles Deleuze.- No es en tanto libro que podría responder al deseo, sino más bien en función de lo que hay a su alrededor. Un libro no tiene valor por sí mismo. Siempre los flujos: hay mucha gente que trabaja en una dirección semejante, en otros dominios. Y están las generaciones más jóvenes: dudo que en ellas prenda cierto tipo de discurso, tanto epistemológico como psicoanalítico e ideológico, del que todo el mundo empieza a estar cansado.

Nosotros decimos: aprovechen a Edipo y la castración, porque no durarán mucho tiempo más [2]. Hasta ahora, se ha dejado tranquilo al psicoanálisis: se atacaba a la psiquiatría, al hospital psiquiátrico, pero el psicoanálisis parecía intocable, no comprometido. Intentamos mostrar que el psicoanálisis es peor que el hospital psiquiátrico precisamente porque funciona en todos los poros de la sociedad capitalista y no en lugares especiales de encierro. Y que es profundamente reaccionario en su práctica y en su teoría, y no solamente en su ideología. Y que cumple funciones precisas.

Félix dice que nuestro libro se dirige a personas que tienen ahora entre siete y quince años. En sentido ideal, porque de hecho es todavía demasiado difícil, demasiado culto y comporta demasiados compromisos. No hemos sabido hacer algo lo suficientemente directo y claro. En cualquier caso, quiero subrayar que el primer capítulo, que pasa por ser muy difícil para lectores favorables, no supone ningún conocimiento previo [3]. En todo caso, si un libro responde a un deseo, lo hace en la medida en que haya ya mucha gente que esté harta de cierto tipo de discurso ordinario, y por tanto en la medida en que participe de cierto reagrupamiento de los trabajos, con resonancias entre trabajos y deseos. En suma, un libro no puede responder a un deseo más que políticamente, fuera del libro. Por ejemplo, una asociación de usuarios furiosos del psicoanálisis no estará mal para comenzar.

François Châtelet.- Lo que me parece importante es la irrupción de un texto así entre los libros de filosofía (porque este libro está pensado como un libro de filosofía). Pues El Anti-Edipo rompe con todo. Ante todo de una manera externa, por la «forma» del propio texto: se pronuncian «malas palabras» desde la segunda línea, como por provocación. Al principio creemos que eso no va durar, pero se mantiene. Nunca se trata más que de eso: «máquinas acopladas», y las «máquinas acopladas» son singularmente obscenas o escatológicas.

Además, esta irrupción me dio la sensación de ser materialista. Hacía mucho tiempo que no nos pasaba algo así. Hay que decir que la metodología empieza a cagarnos la vida [Il faut bien dire que la méthodologie, ça commence à nous emmerder]. Con el imperialismo de la metodología se echa a perder todo trabajo de investigación y de profundización. He caído en esa trampa y hablo con conocimiento de causa. En suma, si digo que se trata de una irrupción materialista es porque pienso en Lucrecio. No sé si esto los halaga mucho o poco.

Gilles Deleuze.- Si fuera verdad, sería perfecto. Sería maravilloso. En todo caso, no hay ningún problema metodológico en nuestro libro. Ningún problema de interpretación, tampoco: porque el inconsciente no quiere decir nada, porque las máquinas no quieren decir nada, se contentan con funcionar, producir y estropearse, porque nosotros investigamos [cherchons] únicamente cómo algo funciona en lo real.

Tampoco hay problema epistemológico alguno: no queremos en lo más mínimo un retorno a Freud o a Marx; si nos dicen que comprendimos mal a Freud, no lo discutiremos, diremos que no nos importa, ¡con la cantidad de cosas que hay que hacer! Es curioso que la epistemología haya encubierto siempre una instauración de poder, una organización de poder, una especie de tecnocracia universitaria o ideológica. Nosotros tampoco creemos en ninguna especificidad de la escritura o del pensamiento.

Roger Dadoun.- Hasta ahora, la discusión se ha desarrollado –por emplear una dicotomía fundamental de la interpretación– a nivel «molar», es decir, al nivel de los grandes conjuntos conceptuales. No hemos sido capaces de dar el paso que nos conduciría al nivel «molecular», es decir, a los micro-análisis gracias a los cuales realmente podríamos concebir la forma en que ustedes han «maquinado» su trabajo. Ello sería particularmente precioso para el análisis –¿sería esto un esquizoanálisis?– de los engranajes políticos del texto. Nos gustaría mucho saber, en concreto, cómo el fascismo y Mayo del 68, «yeites» dominantes del libro, han intervenido –no «molarmente», lo que sería demasiado trivial, sino «molecularmente»– en la fabricación de su texto.

Serge Leclaire.- Justamente tengo la impresión de que el libro está maquinado de tal forma que toda intervención «a nivel molecular» será digerida por la máquina del libro.

Creo que su intención, que acaban de confesar, de lograr «un libro del que toda dualidad quedase suprimida» se ha conseguido de una forma que supera sus expectativas. Esto coloca a sus interlocutores en una situación que les deja, a poco clarividentes que sea, una única oportunidad: la de ser absorbidos, digeridos, arrasados y, en suma, anulados en cuanto tales por el admirable funcionamiento de esa máquina.

Con todo, hay una dimensión que me inquieta, y sobre la que querría preguntarles, y es ésta: ¿cuál es la función de este libro-máquina, dado que también parece, de entrada, ser perfectamente totalizante, absorbente, de una naturaleza integradora capaz de absorber todas las cuestiones intentáramos proponerle? Desde el comienzo parece poner al interlocutor en situación de inmovilidad, en el mismo momento en que habla y plantea una pregunta.

Hagamos la experiencia a continuación, si les parece bien, para ver lo que pasa.

Una de las piezas esenciales de la máquina deseante, si los he comprendido bien, es «el objeto parcial» que, para alguien que todavía no ha logrado deshacerse por completo del uniforme psicoanalítico, evoca un concepto psicoanalítico, a saber, el concepto kleiniano de objeto parcial. Incluso aunque se pretenda, como ustedes pretenden no sin humor, «burlarse de los conceptos».

En esta utilización del objeto parcial, como pieza esencial de la máquina deseante, hay algo que me parece muy importante: cuando ustedes intentan «definirlo», dicen que el objeto parcial sólo se puede definir positivamente. Esto es lo que me asombra. En principio, ¿en qué difiere, esencialmente, la cualificación positiva de la imputación negativa que denuncian?

Y sobre todo: la menor experiencia psicoanalítica muestra que el objeto parcial no puede definirse más que «diferentemente» y «con respecto al significante».

Aquí la «máquina» de ustedes no puede, hay que decirlo, más que «perder» [manquer] su objeto (¡he aquí la carencia [manque] prohibida que reaparece!): por mucho que esté escrito, como un libro, se ofrece a modo de un texto sin significante que diría la verdad de la verdad, lisa y llanamente adherido a un supuesto real. Como si tal cosa fuera posible sin distancia ni mediación. Cuidadosamente expurgado (en su intención) de toda dualidad. Sea. Una máquina de esta clase puede cumplir una función; habrá que juzgarla por sus usos. Pero en lo que respecta al deseo, en relación con el cual pretende superar al psicoanálisis, aportando a la sociedad una buena nueva, no puede, repito, más que perder su objeto.

Creo que ustedes mismos desactivan subrepticiamente su máquina deseante, que sólo debería funcionar estropeándose, o sea a partir de sus fallas, de sus averías, de sus fracasos: a partir de un objeto «positivo», de la ausencia de toda dualidad y de toda «carencia», la máquina funciona como… ¡como un reloj suizo!

Félix Guattari.- No pienso que deba situarse el objeto parcial ni positiva ni negativamente, sino más bien como participante de multiplicidades no totalizables. Nunca, si no es de forma ilusoria, se inscribe como referencia a un objeto completo como el cuerpo propio o incluso el cuerpo fragmentado. Al abrir la serie de los objetos parciales, más allá del seno y de las nalgas, de la voz y de la mirada, Jacques Lacan subrayó su rechazo a clausurarlos y a ligarlos [rebattre] al cuerpo. La voz y la mirada escapan al cuerpo, por ejemplo colocándose progresivamente en adyacencia a las máquinas audiovisuales.

Dejo de lado aquí la cuestión de en qué medida la función fálica, según Lacan, en tanto que sobrecodifica los objetos parciales, no acaba restituyéndoles una cierta unidad y, al redistribuir entre ellos una carencia, no remite a otra forma de totalización, esta vez sobre el orden simbólico. Sea como fuere, me parece que Lacan se ha dedicado siempre a desprender el objeto del deseo de todas las referencias totalizantes que pudieran amenzarlo: desde el estadio del espejo, la libido escapaba a la «hipótesis substancialista», y la identificación simbólica tomó relevancia sobre una referencia exclusiva al organismo; articulada a la función de la palabra y el campo del lenguaje, la pulsión rompe el cuadro de las tópicas cerradas sobre sí mismas; mientras la teoría del objeto «a» puede contener en germen la liquidación del totalitarismo del significante.

Al volverse objeto «a», el objeto parcial se destotaliza, se desterritorializa, se aparta definitivamente de la corporeidad individuada; está en condiciones de desplazarse [basculer] hacia el lado de las multiplicidades reales y de abrirse a los maquinismos moleculares de cualquier naturaleza que trabajan [travaillent] la historia.

Gilles Deleuze.- Sí, es curioso que Leclaire diga que nuestra máquina funciona demasiado bien, que es capaz de digerirlo todo. Porque ésa es exactamente la objeción que se hace contra el psicoanálisis, y es curioso que sea un psicoanalista quien nos haga este reproche. Digo esto porque mantenemos una relación peculiar con Leclaire: hay un texto suyo sobre «La realidad del deseo» [DESCARGAR] que, antes que nosotros, ya iba en el sentido de un inconsciente-máquina, y que descubría elementos últimos del inconsciente que no son ni figurativos ni estructurales.

Parece que nuestro acuerdo no es total, puesto que Leclaire nos reprocha no haber comprendido qué es el objeto parcial. Dice que no tiene importancia definirlo positiva o negativamente, pues de todos modos es otra cosa, es «diferente». Pero no es exactamente la categoría de objeto, ni siquiera parcial, lo que nos interesa. No es seguro que el deseo tenga que ver con objetos, ni siquiera parciales. Nosotros hablamos de máquinas, de flujos, de extracciones, separaciones, residuos. Hacemos una crítica del objeto parcial [4]. Y probablemente tiene razón Leclaire al decir que no importa que se lo defina positiva o negativamente, pero tiene razón teóricamente. Porque si se considera el funcionamiento, si se cuestiona lo que el psicoanálisis hace con el objeto parcial, cómo lo hace funcionar, entonces ya no resulta tan indiferente saber si desempeña una función positiva o negativa.

Sea como fuere, ¿no utiliza el psicoanálisis el objeto parcial para establecer sus ideas de carencia [manque], de ausencia o de significante de la ausencia, y para fundar sus operaciones de castración? Es el psicoanálisis quien, incluso cuando invoca las nociones de diferencia o de diferente, se sirve del objeto parcial de manera negativa para soldar el deseo a una falta [manque] fundamental. Esto es lo que reprochamos al psicoanálisis: hacerse una concepción piadosa, con la carencia y la castración, una suerte de teología negativa que comporta un llamamiento a la resignación infinita (la Ley, lo imposible, etc.). Es en contra de esto que proponemos una concepción positiva del deseo, como deseo que produce, no deseo que carece. Los psicoanalistas todavía son demasiado piadosos.

Serge Leclaire.- No recuso su crítica en absoluto sino que, además, reconozco su pertinencia. Simplemente señalo que parece fundarse sobre la hipótesis de un real un poco… totalitaria: sin significante, sin defecto, sin clivaje ni castración. Llevado al límite, uno se pregunta dónde reside la «verdadera diferencia» que aparece en su escrito, páginas 61 a 99 [5], y que no ha de situarse, según dicen ustedes… veamos… entre…

Gilles Deleuze.- …entre lo imaginario y lo simbólico…

Serge Leclaire.- …entre lo real, por una parte, que ustedes presentan como el suelo, lo subyacente, y algo así como unas superestructuras, que serían lo imaginario y lo simbólico. Yo pienso que la cuestión de la «verdadera diferencia» es, de hecho, la que se plantea con el problema del objeto. Hace un momento, Félix, al referirse a la enseñanza de Lacan (vos lo trajiste a colación) situaba el objeto «a» en relación al «yo», a la persona, etc.

Félix Guattari.- …la persona y la familia…

Serge Leclaire.- Pero el concepto de objeto «a», en Lacan, forma parte de una cuaterna que comprende el significante, como mínimo doble (S1 y S2) y el sujeto (S barrado). La verdadera diferencia, si tuviéramos que rescatar esta expresión, se situaría entre el significante, por una parte, y el objeto «a», por otra.

Comprendo que en algún caso pueda resultar inconveniente, no sé bien si por razones piadosas o despiadadas, emplear el término «significante». Pero, sea como fuere, no creo que en este punto puedan ustedes rechazar una dualidad y promover el objeto «a» como si se bastase a sí mismo, como lugarteniente de un dios impío. No creo que ustedes puedan sostener una tesis, un proyecto, una acción o un «cacharro» [machin] sin introducir en algún momento una dualidad y todo lo que ella comporta.

Félix Guattari.- No estoy seguro de que el concepto de objeto «a» en Lacan sea otra cosa que un punto de fuga, exactamente una huida del carácter despótico de las cadenas significantes.

Serge Leclaire.- Lo que a mí me interesa en mayor medida, y lo que intento articular de una forma obviamente distinta de la de ustedes, es saber cómo el deseo se despliega en la máquina social. Pienso que no podemos prescindir de un enfoque preciso de la función del objeto. Habría que precisar sus relaciones con los demás elementos en el juego de la máquina, elementos propiamente «significantes» (simbólicos e imaginarios, si ustedes quieren). Estas relaciones no existen en un solo sentido, es decir, los elementos «significantes» tienen efectos de retorno sobre el propio objeto.

Si queremos comprender algo de lo que pasa, del orden del deseo, en la máquina social, hemos de atravesar este desfiladero que constituye por ahora el objeto. No es suficiente afirmar que todo es deseo, sino que hace falta decir cómo funciona. Finalmente, añadiría otra pregunta: ¿para qué sirve su «cacharro»?

¿Qué relación puede establecerse entre la fascinación por una máquina sin fallos y el aliento auténtico de un proyecto revolucionario? Ésta es la pregunta que les hago, a nivel de la acción.

Roger Dadoun.- La «máquina» de ustedes, ese «cacharro», en todo caso, funciona [ça marche]. Funciona muy bien en literatura, por ejemplo, para los flujos o la circulación «esquizo» en el Heliogábalo de Artaud; funciona para avanzar en el juego bipolar –esquizoide/paranoide– de un autor como Romain Rolland; funciona para un psicoanálisis del sueño, del sueño de Freud conocido como «de la inyección de Irma», que es teatro casi en el sentido técnico del término, con su puesta en escena, su primer plano, etc., es cine. Habría que ver también cómo funciona en el caso de los niños…

Henri Torrubia.- Como trabajo en un servicio de psiquiatría, quisiera ante todo poner el acento en uno de los puntos nodales de sus tesis sobre el esquizo-análisis. Ustedes afirman, con argumentos que para mí son muy esclarecedores, la primacía de la catexis social y la esencia productiva y revolucionaria del deseo. Esto subleva tales problemas teóricos, ideológicos y prácticos que ustedes tendrán que enfrentarse a una verdadera indignación defensista.

Sabemos, en cualquier caso, que emprender una psicología analítica en un establecimiento psiquiátrico, sin la posibilidad de que cada uno ponga constantemente en cuestión la red institucional en sí misma, o bien es esfuerzo perdido, o bien, en el mejor de los casos, no nos llevará demasiado lejos. Dada la coyuntura actual, tampoco se puede ir muy lejos. Por tanto, cuando emerge un conflicto esencial en cualquier parte, cuando algo se estropea [détraque] –y esto indica precisamente que algo del orden de la producción deseante puede aparecer y que, bien entendido, pone en cuestión el campo social y sus instituiones–, vemos cómo se producen reacciones de pánico y se organizan las resistencias. Estas resistencia adoptan formas diversas: reuniones de síntesis, de coordinación, puestas a punto, etc., y, más sutilmente, la interpretación psicoanalítica clásica con su efecto habitual de aplastamiento [écrasement] del deseo tal como ustedes lo conciben.

Raphaël Pividial.- Serge Leclaire, usted ha hecho varias consideraciones algo desoladas con respecto a lo que dice Guattari. Porque el libro plantea de una manera fundamental la práctica del análisis, que es vuestro oficio en algún sentido, y usted ha enfocado el problema de manera parcial. No se ha hecho cargo de ese planteo más que ahogándolo en su propio lenguaje, que es el de las teorías que usted ha desarrollado y en las cuales usted privilegia el fetichismo, es decir,  precisamente, lo parcial. Usted se refugia en este tipo de lenguaje para llevar a Deleuze y Guattari a cuestiones de detalle. Pero acerca de lo que en El Anti-Edipo concierne al nacimiento del Estado, al papel del Estado, a la esquizofrenia, usted no dice nada. De vuestra propia práctica cotidiana, usted no dice nada. Por supuesto, no es que se le acuse a usted, a Serge Leclaire, pero es que hace falta responder sobre este punto: las relaciones del psicoanálisis con el Estado, con el capitalismo, con la historia, con la esquizofrenia.

Serge Leclaire.- Estoy de acuerdo con la mirada que usted propone. Si insisto en el punto preciso relativo al objeto es para poner en evidencia, mediante un ejemplo, el tipo de funcionamiento de la máquina que se ha producido.

Dicho esto, no rechazo enteramente la crítica de Deleuze y Guattari respecto del repliegue, del aplastamiento del descubrimiento psicoanalítico, del hecho de que no se haya dicho nada o casi nada de lo concerniente a las relaciones entre la práctica analítica o la esquizofrenia con el campo político o el campo social. Pero no es suficiente manifestar la intención de hacer esa crítica. Hay que conseguir hacerla de manera pertinente. Nuestros dos autores lo han intentado, y es su tentativa lo que hoy discutimos aquí.

Simplemente he dicho, y lo repito, que el abordaje correcto del problema pasa, según me parece, por un desfiladero extremadamente preciso: el lugar del objeto, la función de la pulsión en una formación social.

Sólo me gustaría hacer una observación a propósito del «esto funciona» [ça marche], esgrimido como argumento a favor de la pertinencia de la máquina o del libro en cuestión. ¡Claro que funciona! Yo diría que también para mí, en cierto sentido, funciona. Se puede constatar que cualquier práctica teóricamente pertrechada tiene su oportunidad, en un primer momento, de funcionar. Esto no es en sí mismo un criterio.

Roger Dadoun.- El problema principal que plantea su libro es ciertamente éste: ¿cómo funcionará políticamente?, puesto que ustedes admiten la política como la «maquinación» principal. Basta con ver la amplitud y la minuciosidad con la que tratan ustedes acerca del «socius» y, notablemente, acerca de sus aspectos etnográficos, antropológicos.

Pierre Clastres.- Deleuze y Guattari, filósofo el primero y psicoanalista el segundo, reflexionan juntos sobre el capitalismo. Para pensar el capitalismo, pasan por la esquizofrenia, en la que ven el efecto y el límite de nuestra sociedad. Y para pensar la esquizofrenia, pasan por el psicoanálisis edípico, pero como Atila: tras sus pasos no queda gran cosa. Entre ambas pasos, entre la descripción del familiarismo (el triángulo edípico) y el proyecto de esquizo-análisis, está el gran capítulo de El Anti-Edipo, el tercero, «Salvajes, Bárbaros, Civilizados». Ahí está la cuestión esencial de las sociedades que constituyen el estudio habitual de los etnólogos. ¿Qué hace la etnología?

Ella asegura a la empresa de Deleuze y Guattari su coherencia, que es muy fuerte, suministrando a su demostración puntos de apoyo extra-occidentales (al tomar en cuenta a las sociedades primitivas y a los imperios bárbaros). Si los autores se limitasen a decir: en el capitalismo, las cosas funcionan así y asá, mientras que en otro tipo de sociedades las cosas funcionan de manera diferente, no habrían abandonado el terreno del comparativismo más plano. Pero no es así, porque han mostrado «cómo funciona de manera diferente». El Anti-Edipo es también una teoría general de la sociedad y de las sociedades. En otras palabras, Deleuze y Guattari han escrito sobre los Salvajes y los Bárbaros lo que hasta el presente los etnólogos no han sido capaces de escribir.

Es totalmente cierto (aunque no estuviera escrito, se sabía) que el mundo de los Salvajes es el lugar de la codificación de los flujos: nada escapa al control de las sociedades primitivas, y, si se produce un desliz –como a veces pasa–, la sociedad siempre encuentra el modo de bloquearlo. También es verdad que las formaciones imperiales imponen una sobrecodificación a los elementos salvajes integrados en el Imperio, pero sin destruir forzosamente la codificación de los flujos, que persiste en el nivel local de cada elemento. El ejemplo del Imperio Inca ilustra perfectamente el punto de vista de Deleuze y Guattari. Dicen cosas muy bellas sobre el sistema de la crueldad como escritura sobre el cuerpo en los Salvajes y sobre la escritura como modalidad del sistema del terror en los Bárbaros. Me parece que un etnólogo debería sentirse como en su casa en El Anti-Edipo. Esto no quiere decir que se vaya a aceptar todo de golpe. Habrá, previsiblemente, reticencias (como mínimo) ante una teoría que propone sustituir el estructuralismo del intercambio por el primado de la genealogía de la deuda. Podemos también preguntarnos si la idea de Tierra no aplasta en cierto momento a la de territorio. Pero todo esto sólo significa que Deleuze y Guattari no se burlan de los etnólogos: les plantean auténticas cuestiones, cuestiones que obligan a reflexionar.

¿Retorno a una interpretación evolucionista de la historia? ¿Retorno a Marx, más allá de Morgan? En abosoluto. El marxismo ha sabido tratar con los Bárbaros (modo de producción asiático), pero nunca supo muy bien qué hacer son los Salvajes. ¿Por qué? Porque, así como desde la perspectiva marxista era pensable la transición de la barbarie (despotismo oriental o feudalidad) a la civilización (capitalismo), en cambio nada permitía pensar la transición del salvajismo a la barbarie. Nada hay en las máquinas territoriales (las sociedades primitivas) que permita prefigurar lo que vendrá después: ni castas, ni clases, ni explotación, ni siquiera trabajo (si el trabajo es esencialmente alienado). ¿De dónde surgen entonces la Historia, la lucha de clases, la desterritorialización, etc.?

Deleuze y Guattari responden a esta pregunta, porque ellos sí saben qué hacer con los Salvajes. Y su respuesta es, a mi modo de ver, el descubrimiento más vigoroso, más riguroso, de El Anti-Edipo: se trata de la teoría del «Urstaat», el monstruo frío, la pesadilla, el Estado, que es el mismo en todas partes y que «existió siempre». Sí, el Estado existe en las sociedades primitivas, incluso en la más pequeña banda de cazadores nómadas. Existe, pero es conjurado sin cesar, se impide constantemente su realización. Una sociedad primitiva es una sociedad que dirige todos sus esfuerzos a impedir que su jefe se convierta en jefe (puede llegar incluso al asesinato). Si la historia es la historia de la lucha de clases (en aquellas sociedades en las que hay clases, obviamente), entonces puede decirse que la historia de las sociedades sin clases es la historia de su lucha contra el Estado latente, la historia de su esfuerzo por codificar los flujos de poder.

Ciertamente, El Anti-Edipo no nos dice por qué la máquina primitiva, aquí o allá, fracasó en codificar los flujos de poder, esa muerte que sube desde adentro. En efecto, no hay el menor motivo para que el Estado se realice en el seno del Socius primitivo, no hay la menor razón para que la tribu permita a su jefe jugar al jefe (podríamos demostrarlo recurriendo a ejemplos etnográficos). Entonces, ¿de dónde surge, pues, entero y de una sola pieza, el «Urstaat»? Viene del exterior, necesariamente, y esperamos que la continuación de El Anti-Edipo nos diga algo más acerca de esto.

Codificación, sobrecodificación, descodificación y flujo: estas categorías determinan la teoría de la sociedad, mientras que la idea del «Urstaat», conjurado o triunfante, determina la teoría de la historia. Ahí reside un pensamiento radicalmente nuevo, una reflexión revolucionaria.

Pierre Rose.- Para mí, lo que prueba la importancia práctica del libro de Deleuze y Guattari es que recusa la virtud del comentario. Es un libro que hace la guerra. Se trata de la situación de las clases trabajadoras y del Poder. El medio es la crítica de la institución analítica, pero la cuestión no se reduce a eso.

«El inconsciente es la política», decía Lacan en el 67. El análisis planteaba así su pretensión de universalidad. Pero, cuando aborda la política, legitima con toda franqueza la opresión. Éste es el juego de manos por el cual la subversión del Sujeto supuesto de saber se pliega a la sumisión de la nueva trinidad trascendental de la Ley, el Significante y la Castración: «la Muerte es la vida del Espíritu, ¿para qué rebelarse?» La cuestión del Poder quedaba borrada por la ironía conservadora del hegelianismo de derecha que, desde Kojève hasta Lacan, socava la cuestión del inconsciente.

Esta herencia, al menos, tenía cierta dirección [tenue]. Acabó con la tradición, aún más sórdida, de la teoría de las ideologías, que amenaza a la teoría marxista de la Segunda Internacional, es decir, desde que el pensamiento de Jules Guesde aplastó al de Fourier.

Los marxistas no conseguían romper con la teoría del reflejo, o con lo que se ha hecho con ella. Sin embargo, la metáfora leninista de la «pequeña vida» en la «gran máquina» es luminosa: la subversión del Poder en las mentes es una transformación que se produce en todos los engranajes de la máquina social.

La manera en que el concepto maoísta de «revolución ideológica» rompe con la oposición mecanicista de la ideología y lo político-económico impide la reducción del deseo a la «política» (Parlamento y lucha de partidos) y de la política al discurso (del jefe), restaurando la realidad de una guerra múltiple en múltiples frentes. Este método es el único que se acerca a la crítica del Estado de El Anti-Edipo. Queda así excluido que el trabajo crítico que El Anti-Edipo viene a reactivar pueda convertirse en una operación universitaria, una actividad lucrativa para los derviches giróvagos [derviches tourneurs] del Ser y del Tiempo. Recobra sus efectos, conquistados a los instrumentos del poder, sus efectos sobre lo real, y ayudará en todos los asaltos contra la policía, la justicia, el ejército, el poder del Estado en la fábrica y fuera de ella.

Gilles Deleuze.- Lo que Pividal ha dicho hace un momento, lo que Pierre acaba de decir, me parece adecuado. Lo esencial, para nosotros, es el problema de la relación de las máquinas del deseo y las máquinas sociales, su diferencia de régimen, la inmanencia de las unas en las otras. Es decir: ¿cómo el deseo inconsciente es la catexis [est-il investissement] de un campo social, económico y político? ¿Cómo la sexualidad, o lo que Leclaire llamaría la elección de objeto sexuales, expresa esas cargas libidinales [investissements], que son realmente catexis de flujos? ¿Cómo se derivan nuestros amores de la Historia universal (y no de papá-y-mamá)? A través de una mujer amada o de un hombre amado, todo un campo social es investido [investi] y de maneras que pueden ser muy diferentes. Intentamos mostrar cómo los flujos recorren diferentes campos sociales, adónde desembocan, cómo se cargan [investis] (codificación, sobrecodificación, descodificación).

Podría decirse que el psicoanálisis es quien menos ha contribuido a hacer aflorar este dominio, por ejemplo con sus ridículas explicaciones del fascismo, cuando intenta derivar todo a partir de las imágenes del padre y de la madre, o de significantes familiaristas y piadosos como el Nombre del Padre. Serge Leclaire ha dicho que, si nuestro sistema funciona, ello no constituye una prueba, porque cualquier cosa puede funcionar. Es muy cierto. Nosotros lo decimos de este modo: Edipo y la castración funcionan muy bien. Pero se trata de saber cuáles son los efectos de funcionamiento, a qué precio funcionan. Que el psicoanálisis aplaca, alivia, que nos enseña una resignación con la que poder vivir, de eso no hay duda. Pero nosotros decimos que ha usurpado la reputación de promover, o al menos de participar en, una liberación efectiva. Ha ocultado los fenómenos del deseo tras una escena de familia, ha aplastado toda la dimensión política y económica de la libido mediante un código conformista. Cuando el «enfermo» empieza a hablar de política, a delirar la política, ¿qué hace el psicoanálisis? Miren lo que hizo Freud con Schreber.

En cuanto a la etnografía, Pierre Clastres ya lo ha dicho todo, y en todo caso es, para nosotros, quien mejor lo ha dicho. Lo que intentamos es poner la libido en relación con un «afuera». El flujo de mujeres de los primitivos está en relación con un flujo de animales, con los flujos de flechas. Los guerreros llegan de golpe a la plaza del pueblo, véase La muralla china [CLICK ACÁ PARA IR AL CUENTO]. ¿Cuáles son los flujos de una sociedad, cuáles son los flujos capaces de subvertirla, y qué papel desempeña en ello el deseo? Siempre hay algo que llega a la libido desde el fondo del horizonte, no desde el interior. ¿No debería la etnología estar, igual que el psicoanálisis, en relación con ese afuera?

Maurice Nadeau.- Deberíamos quizá detenernos en este punto si queremos aprovechar para La Quinzaine un encuentro que ya excede los límites de su publicación en un solo número de la revista. Agradezco a Gilles Deleuze y Félix Guattari las aclaraciones que nos han brindado a propósito de una obra llamada sin duda a revolucionar muchas disciplinas y que me parece aún más importante debido a la perspectiva tan peculiar desde la que sus autores abordan unos problemas que a todos nos preocupan. Agradezco también a François Châtelet haberse prestado a organizar y presidir este debate y, no hay que decirlo, a los especialistas que han tenido la amabilidad de participar en él.

(fuente: http://elantiedipo.blogspot.com.ar/)

NOTAS

  1. Para una descripción detallada del proceso de trabajo conjunto de D&G, ver «»Nosotros dos» o el entre dos», de François Dosse [DESCARGAR].

  1. Lo que no duró mucho tiempo fue esa confianza en que Edipo se derrumbaría. Ya en 1976, cuando Rizoma se publica como libro, D&G optan por no discutir más al psicoanálisis, manifiestamente abrumados y hartos: «Se acabó, después de este libro no hablaremos más de psicoanálisis» [ir a la versión 1976 de Rizoma]. (Esta promesa será incumplida, ya que la segunda de las Mil Mesetas, «1914 — ¿Uno solo o varios lobos?» será entonces el nuevo texto considerado por D&G «Nuestro adiós al psicoanálisis».) En 1980, Deleuze declara: «El Anti-Edipo fue un completo fracaso» [ir a las declaraciones completas]. Y en prefacio a la edicion italiana de Mil Mesetas escribe: «Soñamos que acabaríamos con Edipo. Pero era una tarea demasiado grande para nosotros» [ir al prefacio].

  1. Esta afirmación es de una arrogancia notable. El primer capítulo del AE supone, o exige, un mínimo conocimiento de la crítica de la economía política, de la Crítica de la razón pura, de la Genealogía de la moral, del caso Schreber… Al menos, si el lector pretende captar la arquitectura general del proyecto de investigación cifrado en el libro. Que la primera pregunta directa de la mesa hacia Deleuze y Guattari sea «qué carajo son las máquinas deseantes» indica una objetiva dificultad del libro para ser comprendido «sin suponer ningún conocimiento previo».

  1. Esta crítica está concentrada en los parágrafos quinto y sexto del primer capítulo, «Las máquinas» y «El todo y las partes» (pp. 42-54).

  1. Se trata de las páginas que van desde una pregunta (retórica) hasta su respuesta (expresa). La pregunta está en la p. 58 de la edición castellana, apenas comienza el segundo capítulo del libro: «¿La verdadera diferencia no estará entre Edipo, estructural tanto como imaginario, y algo distinto que todos los Edipos aplastan y reprimen: es decir, la producción deseante —las máquinas del deseo que ya no se dejan reducir ni a al estructura ni a las personas, y que constituyen lo Real en sí mismo, más a allá o más acá tanto de lo simbólico como de lo imaginario?» La respuesta está en la p. 89 de la misma edición, al final del cuarto parágrafo: «La verdadera e innata diferencia no reside entre los simbólico y lo imaginario, sino entre el elemento real de lo maquínico, que constituye la producción deseante, y el conjunto estructural de lo imaginario y lo simbólico, que tan sólo forma un mito y sus variantes. La diferencia no radica entre dos usos de Edipo, sino entre el uso anedípico de las disyunciones inclusivas, ilimitativas, y el uso edípico de las disyunciones exclusivas, que este último uso toma de las vías de lo imaginario o de los valores de lo simbólico.»

OTRA SALUD ES POSIBLE SI MIRAMOS INTEGRALMENTE LA VIDA // «La Enramada», prácticas de salud comunitaria

Campaña de Salud en el barrio La sarita, Quilmes Oeste

 

Abrimos La Enramada para atender algunas problemáticas en el barrio que se dan en torno a la salud.
Asistieron niñes y adultes.
Hemos visto que la mayoría de las dolencias, infecciones respiratorias y de la piel, diabetes, hipertensión, problemas cardíacos, tienen como causa común la alarmante contaminación ambiental y la precariedad de la alimentación.
Los vecinos manifiestan, además, su preocupación por invasión de mosquitos, moscas, ratas y cucarachas.
Se sienten aislados y olvidados.
Es urgente y prioritario llevar adelante acciones en el plano de la comunicación y la denuncia, pero también de la asistencia.
Seguiremos adelante con esta campaña en el barrio La sarita, y expresamos nuestro dolor y solidaridad con las comunidades terriblemente golpeadas a causa de los incendios intencionales en la Patagonia.

15 de marzo de 2021

La larga marcha hacia la justicia social // Mariano Pacheco

El que-hacer intelectual contemporáneo, el diálogo intergeneracional, la lucha cultural. Reflexiones a propósito del inicio de un nuevo proyecto radial sobre filosofía y rock y los tiempos por venir.

 

I-

Cuando miramos para atrás no encontramos en la larga década kirchnerista demasiadas formas del qué-hacer intelectual que nos seduzcan –no encontramos allí, en ese período histórico, ninguna filosofía militante–, si bien rescatamos tramos vitales, bloques de experiencias que nos resultan productivas a la hora de pensar en la elaboración de un archivo teórico-político. Esas experiencias que nos interpelan, en lo fundamental, las podemos reducir a dos: la de El río sin orillas. Revista de filosofía, cultura y sociedad, y la “gestión González” de la Biblioteca Nacional (en la que se incluye la conformación del Museo del Libro y de la Lengua que dirigió María Pía López) .

Así y todo, no somos de los que pensamos que hay que retrotraerse a los años setenta para encontrar experiencias intelectuales que reivindicar, porque en el medio tenemos al 2001. Y con ese número, con esa fecha, nos referimos a un proceso más que a un Acontecimiento: el proceso de luchas desde abajo que va desde la pueblada de Cutral Có hasta la masacre en el Puente Pueyrredón, como hemos dicho ya en más de una oportunidad.

Proceso, sí, por más que la dictadura genocida haya utilizado ese concepto para intentar legitimar sus matanzas no lo vamos a dejar de usar, como no dejó de usarse en sus años previos el concepto de Revolución, más allá de que “La Dicta-blanda” del 66 y “La Fusiladora” del 55 lo hubiesen invocado para autoproclamarse. Proceso-2001 entonces, que también es un proyecto inconcluso, o más bien, transfigurado, metamorfoseado, porque no hay, dos décadas después de aquel Acontecimiento –y aquí nos referimos al 2001 en sentido estricto, es decir, a las jornadas insurreccionales del 19 y 20 de diciembre– nada de aquello que se pueda reanudar en los mismos términos (como nada de los setenta fue susceptible de ser reanudado en los mismos términos luego de 1983). Pero sí, entendemos, tanto el 2001 como los 70´ pueden ser reapropiados, procesados, triturados para ser deglutidos y asimilar las proteínas que nos brindan para los tiempos por venir.

De aquella experiencia del 2001, a la que claramente podemos caracterizar hoy como histórica –en el doble sentido de que hizo historia al interrumpir el curso de la normalidad capitalista  y de que, para decirlo con la poética de Raúl González Tuñón, “decir yo he conocido es decir algo ha muerto”– rescatamos, fundamentalmente, la experiencia del Colectivo Situaciones y su propuesta de investigación militante. Obviamente no es la única experiencia: del 2001-proceso podríamos enumerar un conjunto de publicaciones (libros, revistas, folletos, cuadernos y cuadernillos, fanzines, períodico-murales); Cátedras Abiertas (como la –para nosotrxs– emblemática “Che Guevara); Ferias y Encuentros; Jornadas de formación; Performances y Recitales… aunque no tantos colectivos de militancia intelectual (sí esfuerzos singulares de intelectuales-militantes y militantes-intelectuales).

No se trata, de todos modos, de moralizar la práctica política –como hacen tantos camaradas de 2001, militantes e intelectuales–, mucho menos en retrospectiva. Tampoco de hacer ejercicios contra-fácticos, como bien recomiendan no-hacer las y los historiadores que se sitúan de este lado de la barricada. Seguramente esa dispersión y ensimismamiento, se corresponda con el estado de las correlaciones de fuerzas existentes en la sociedad argentina de entonces.

 

II-

No quisiera dejar de mencionar, en esta retrospectiva –en esta suerte de genealogía– el hecho de que esta nueva iniciativa –esta “trinchera radiofónica”– tenga su comienzo un 11 de marzo, fecha emblemática de nuestra historia nacional, puesto que ese día –en 1949–  se sancionó la Constitución del Gobierno Democrático y Popular Peronista, y también –en 1973— bajo la consigna-símbolo de “Cámpora al gobierno/Perón al poder”, se expresó ese otro proceso, el anterior al de la “reorganización nacional”: el de la ofensiva popular que se abre con el Cordobazo en mayo del 69´ y que, a su vez, puede inscribirse en el ciclo más largo de la resistencia peronista (de la lucha obrera contra la reacción patronal). Proceso de ofensiva popular, el de los cortos setenta, en el cual fueron fundamentales tanto experiencias de lucha obrera como de batalla de ideas: sea de gremios como el de Gráficos (con figuras como las de Raimundo Ongaro), o la Regional Córdoba de la CGT (con personalidades emblemáticas como las del Zurdo Agustín Tosco, el Criollo Atilio López o el Chino René Salamanca), sea el de experiencias del pensamiento crítico como las Cátedras Nacionales y figuras como las de Rodolfo Puiggros (o Juan José Hernández Arregui y el Grupo Cóndor –los Centros Organizados Nacionales de Orientación Revolucionaria–), o todo ese proceso de “nacionalización de las izquierdas” que puede verse ejemplificado con claridad en la Segunda Época de la Revista Pasado y Presente. Entre unos y otros –entre la lucha obrera y la batalla de ideas– una figura clave anuda ambos frentes de combate: Rodolfo Walsh, primero director del diario CGT, luego integrante del diario Noticias e impulsor del Seminario Villero, más tarde gestor de la Agencia Clandestina de Noticias y la contra-inteligencia guerrillera en el marco de la organización Montoneros de la que era Oficial Segundo.

De las ruinas de aquellas experiencias y figuras emerge un programa como la “Parte maldita”, en una radio como Gráfica, que funciona al interior de la Gráfica Patricios, recuperada por sus trabajadores para sostener la fuente laboral con autogestión y sin patrón.

 

III-

En el primer número de su segunda época, el Grupo Pasado y Presente titulaba “La larga marcha hacia el socialismo” a su editorial en la que reflexionaba sobre el triunfo popular del 11 de marzo de 1973. Allí sostenían que:

 

“En medio de segura irrupción de nuevas jornadas de lucha del pueblo, tras la derrota infligida a la dictadura el 11 de marzo, Pasado y Presente no pretende transformarse en sustituto de la práctica política ni colocarse por encima de ella. Reivindica para sí, en cambio, un espacio que considera legítimo, aunque el mismo sea mucho más ideológico-político que político a secas: el de la discusión, abierta a sus protagonistas activos, de las iniciativas socialistas en el movimiento de masas, de los problemas que, en ´la larga marcha´, plantea cotidianamente la revolución”.

 

Hoy, a dos décadas de la insurrección de 2001 (mirando hacia atrás) y a dos años de las elecciones presidenciales (posando la mirada en perspectiva), cabe preguntarse si, más allá de os nombres que elijamos para librar la disputa con las clases dominantes (parecen haber caído en desuso los conceptos de socialismo y revolución, más allá de su núcleo de verdad que sería bueno no dejarse marchitar), somos capaces de asumir, al menos, cuatro desafíos teórico-políticos para los tiempos por venir:

 

* Recrear una filosofía militante

* Contribuir a la cualificación de los Movimientos Populares

* Intensificar la formación de cuadros con perspectiva estratégica

* Asumir la necesidad de librar a fondo una lucha cultural

 

Sin estos elementos –seguramente entre varios otros– será difícil, por no decir imposible, avanzar en un proceso de transformación. La radio no hace milagros, obviamente, pero como decía Lenin, la prensa puede funcionar como un andamio. Así sea periodismo cultural, y en la era digital, no dejamos de apostar a la elaboración de un programa, y no sólo radial, sino teórico-político: una auténtica programática popular capaz de avanzar en la larga marcha hacia la justicia social.

 

 

La parte maldita. Filosofía Errante y Sucio Rock, se emite los jueves de 14 a 15 horas por Radio Gráfica de Buenos Aires (FM 89.3).

Link al 1° episodio completo: https://radiocut.fm/audiocut/parte-maldita

 

 

* Mariano Pacheco: Escritor, periodista e investigador popular.

Integrante del Colectivo Félix Guattari. Director del Instituto Generosa Frattasi.

¿Cuántas Marielles más tendremos que soportar? // Helena Silvestre

 

En el marco del tercer aniversario del crimen de la militante y concejala Marielle Franco, Tinta Limón converso con la escritora y activista Helena Silvestre. Abordamos la militarización de la política, el desastre sanitario propiciado por el gobierno de Bolsonaro, la vida en las favelas y la libertad de Lula.

Hace un mes el Tribunal Superior de Justicia de Río de Janeiro anunció que el expolicía Ronnie Lessa y el exoficial militar Élcio Queiroz, acusados del asesinato de la concejala Marielle Franco y su chofer Anderson Gomes, serán juzgados por un tribunal popular. Las responsabilidades políticas aún forman parte de una trama opaca que alcanza hasta a la propia familia presidencial. 

Mientras tanto, la ausencia de políticas sanitarias del gobierno de Jair Bolsonaro hace de la pandemia una masacre: Brasil supera los 2000 muertos por día, alcanzando las 270 mil víctimas fatales y 11,2 millones de contagiados. 25 de las 27 ciudades capitales tienen el 80 % o más de sus camas de terapia intensiva ocupadas. 

En este contexto conversamos con Helena Silvestre, una feminista afroindígena, militante de las luchas por la vivienda, escritora, educadora y editora de la Revista Amazonas. El año pasado participó con Tinta Limón de los libros “La internacional feminista. Luchas en los territorios y contra el neoliberalismo” y “Quilombo. Cartografía / Autoría negra / Brasil”. En esta charla amplía conceptos de estas publicaciones y también repasamos “Laboratorio Favela. Violencia y política en Río de Janeiro”, el libro que compila textos y discursos de Marielle Franco. 

Implicancias del crimen de Marielle

Todavía no tenemos muchas respuestas sobre el asesinato de Marielle y eso es una marca en Brasil. Su crimen implicó, en primera instancia, una oficlialización de la militarización del Estado. Nadie está a salvo de estos poderes militares: ni jueces, ni concejales, ni ninguna persona que pensábamos que podía escapar de esta militarización de la política.  

Los datos en Brasil son muy importantes para pensar cómo es esta estructura. Es el tercer país más encarcelador del mundo, detrás de Estados Unidos (donde la cárcel fue privatizada) y China. Hablamos de 800 mil personas encarceladas. El 90 % es negra y la mitad nunca fueron siquiera juzgadas. Están en un intermedio que nunca termina. Es el noveno país más violento del mundo en términos de asesinatos. Dentro de esta estadística está el caso de Marielle. En 2017 fueron asesinadas 63 mil personas. Una persona cada 8 minutos, según datos oficiales. 

Entonces en Brasil pasamos a vivir el absurdo como la normalidad. Un absurdo que se come todo lo que está a su alrededor. Y ahora se está comiendo a la democracia, que aceptó vivir con él. 

Un Estado militarizado no es igual que una dictadura, pero uno puede ver la composición del gobierno de Bolsonaro, con muchos militares en posiciones importantes. Esta fue una implicación del crimen de Marielle: sabemos que en este país el Estado puede asesinar a una persona porque piensa distinto. 

Bolsonarización

El fenómeno Bolsonaro comienza a construirse mucho antes de su llegada a la presidencia. Tiene que ver con la desilusión de las personas con los caminos tradicionales de solución a los problemas. Y también con algunas performances antisistema de los derechistas (en Brasil y en otras partes del mundo) que ilusionaron a mucha gente, después de una desilusión fuerte con la política y la democracia.  Esa ilusión se está destruyendo. Bolsonaro fue diputado durante veinte años antes de la presidencia. Hace mucho que la democracia acepta convivir con gente con este discurso. Quienes lo votan desde el comienzo siguen con él, pero no es la mayoría. Ya no sé si aguanta. 

De todos modos, hay un mercado internacional. Bolsonaro no es un pendejo que cayó de la nada, sino que sirve a un momento donde vivimos la imposición de un grado mayor de explotación. Hay mucha gente desechable para el sistema y tener un presidente como Bolsonaro en este momento de crisis permite que el sistema limpie sus espaldas del peso muerto de personas que cobran pensiones, jubiladxs, vulnerabilizadxs, pobres. El gran capital, el mercado financiero, todavía lo apoya. Su ministro de Economía Paulo Guedes es una referencia: privatiza todo lo que puede, mientras amplía al máximo la frontera agrícola. Igual ya comienzan las divisiones y tensiones aquí también. 

Laboratorio Favela

Hay una marca en quienes nacimos y crecimos en territorios favelizados que está presente en nuestro modo de pensar y hacer militancia. La favela tiene maneras propias. La favela es un lugar donde se evidencia con fuerza que el sistema es ilógico y no funciona. La violencia no funciona, no resuelve el hambre, la desigualdad, nada. Pero al mismo tiempo (y tal vez incluso por eso), la gente en las favelas genera maneras de vivir: conexiones, redes, posibilidades. Construye mecanismos muy domésticos, territoriales y locales de mantención de la vida en un lugar donde matemáticamente es imposible vivir. 

Ahora se está discutiendo un auxilio para familias de 250 reales por mes. 5 kilos de arroz cuestan 40 reales.  Vivir en la favela no hace sentido matemático. Es como magia, uno no sabe cómo la gente está viva. 

Yo vivo en la zona sur de San Pablo, en la periferia de Capão Redondo. Acá las casas se inundan cuando llueve. Dos metros de agua en el medio de la pandemia. ¿De qué barbijo se puede hablar? ¿Alcohol en gel? No tenemos ni agua. La gente está inundada, con basura, arriba de los techos con sus hijos en medio de la tempestad, con un auxilio de 250 reales. Estamos perdiendo gente todas las semanas y no podemos ni despedirnos por el Covid. Si es por las cuentas, en las favelas es imposible que estemos vivos. Es casi una magia la que realizan las personas en las favelas. Construyen sistemas locales de compartir el peso de la vida. Con las abuelas, con las tías cuidando nietos y sobrinos para que las madres puedan salir a garimpar trabajo y comida para sostener este núcleo. Hay mujeres que se ayudan para construir mascarillas, porque ya no pueden vender chicles en los semáforos. Hay personas que compraron una bomba de agua para llenar un tanque grande del que salen canillas para varias casas. Si lo mirás de arriba parece una estrella. Esto se hace con muy pocos recursos. 

Yo veo que esta ciudad tiene fronteras socioeconómicas que no coinciden con las territoriales. Dentro de San Pablo existen dos países. En uno de ellos vemos que el sistema no funciona, pero aprendemos que juntos logramos hacer posible la vida. 

Desde hace un tiempo estamos viviendo en lo imposible. Es un punto tan brutal de explotación de la vida, del racismo, que ya no puede existir la competencia por un trabajo. Ya no hay trabajo para casi nadie. Cierran las tiendas, la gente queda desesperada. Ya veníamos con un nivel alto de desempleo antes de la pandemia. Ahora es tan tremendo que si uno no agarra al otro que está cerca para pensar maneras de vivir, se van a morir los dos. Y esto es un reflejo de la estructura entera. 

Ocupar el Estado

Es muy importante que una niña negra, favelada, pueda crecer sintiéndose representada por quienes están en el Estado. Que pueda ver a alguien como ella. Pero en Brasil el racismo está mezclado en todo. No se puede pensar la construcción del Estado brasilero sin referirse a lo que fue la democracia racial que conformó esta democracia formal, documental, pero que no existe en la vida real. ¡Nunca teníamos mujeres negras y faveladas como concejalas o diputadas! ¡Pasé toda mi infancia y mi adolescencia sin ver una! ¡Nadie que se parezca a mí! Es muy importante que las nuevas generaciones crezcan con estas referencias, con los ojos abiertos para ver que podemos estar en todos los lugares. Por eso tiene un gran alcance, incluso mayor que hacer políticas públicas. Es impulsar conciencia de sí a gente que no se ve. 

Pero, por otro lado, el Estado brasileño es muy racista. Cuando una mujer negra y favelada llega a ser concejala, es asesinada. Son límites que muestran quiénes controlan el Estado. Incluso cuando con mucho esfuerzo, trabajo y militancia logramos entrar, nos quitan la vida. Es el caso de Marielle. Y yo pienso en tantas hermanas electas…Las últimas elecciones municipales fueron fuertes, la gente estaba discutiendo de qué color son las personas que nos representan. ¿Están representados los colores que hay en Brasil o no? ¿De dónde vienen? Fue muy importante y lindo: hay mujeres trans y negras muy votadas en un Brasil polarizado, con gente tan reaccionaria. Pero al mismo tiempo me pregunto cómo están estas mujeres. Solas, en un espacio blanco, misógino, patriarcal, lleno de latifundistas, coroneles, militares, viviendo asediadas, amenazadas de muerte, recibiendo disparos en sus casas. 

Entonces: es importante ocupar esos espacios y tiene un alcance, pero el Estado lo controlan ellos. Honestamente, yo no creo que se cambie desde adentro. ¿Alguien me puede convencer de que desde adentro se puede trabajar ayudando a lo que viene de afuera? Entonces mi pregunta es: ¿Cuál es el precio? Para que no sea seguir imponiendo sufrimiento a gente que ya sufre tanto. Hay límites, hay potencias, es complejo y creo que por ahí estamos navegando. 

Lula libre

La anulación de las sentencias contra Lula es muy importante. Y lo digo como militante de base en las favelas por muchos años como oposición al gobierno de Lula. Pero es muy importante que esté libre y quede claro que es inocente de las acusaciones. Justamente porque no podemos aceptar que la política de Brasil se decida en tribunales criminales. Es importante recobrar la idea de que la política va por otro lado, es hacer otra cosa, es discutir, es buscar consenso, es construir proyecto, unidades, comprender diferencias, pactar posibilidades. No es militarizar, no es el sistema judicial, no es una sentencia que te impide ser elegido. Es absurdo que Lula no pueda ser candidato a lo que quiera y cuando quiera. 

Es importante que toda la gente que luchó para que Lula esté libre también comprenda que hay 800 mil personas presas sin condena firme. Eso también es militarizar la política. No es reprimir a quienes se organizan, sino impedir directamente que se organicen. 

Desde la libertad de Lula se multiplicaron sus carteles como candidato para 2022. Creo que puede haber una gran coalición política a partir de su figura. Pero me preocupan mucho dos cosas: una es que Lula y el PT puedan aprender la lección de haberse juntado con quienes después acusaron de realizarles un golpe. Se dieron la mano mucho tiempo con esa gente y eso el pueblo lo sintió durante muchos años. Eso a Lula se le volvió contra sí mismo, incluso como persona individual. La segunda cuestión: ¿Qué hacemos hasta 2022? Porque si la gente se alegra con la liberación de Lula y comienza con su sueño electoral, ¿a cuántos millones nos matará mientras tanto Bolsonaro de acá al año que viene? ¿Cuántas Marielles más tenemos que soportar? ¿Cuántos millones de niños asesinados por la policía todos los días? Ahora se tramita un proyecto de ley para pasar las policías provinciales bajo poder del presidente. Significaría la mayor concentración de poder militar en manos del Ejecutivo. Y las policías son las más violentas, están en guerra contra los pobres, en las favelas, haciendo experimentos en Haití desde hace unos años. Puede ser lindo pensar en una coalición, pero si esperamos hasta 2022, puede ser que ni existan elecciones. Acá todo puede pasar, esto es Macondo. 

El poder de la poesía

La poesía puede muchísimo. Es de las cosas que tenemos que agarrar con las dos manos y alimentarnos, porque las izquierdas necesitan imaginación. No es posible que solo pensemos los mismos caminos para hacer cambios desde 1917. La poesía, la literatura, las artes, permiten construir mundos nuevos. Saber que las cosas no son así para siempre, que no fueron siempre así. Nací y me crié en una favela. En los años 90 pasé hambre, vivimos las masacres de la policía, guerras entre bandas y facciones. Vivíamos miles en medio de esta guerra casi sin saberlo, mientras jugábamos a la pelota. Nuestras madres nos agarraban y nos metían en casa cuando empezaban los tiroteos. Y en este mundo nacieron muchas cosas como el rap, con una gran conciencia racial. Ahora que los pobres enfrentamos de nuevo el infierno en Brasil, sabemos mejor nuestro pasado racial gracias a la poesía, al arte, a la osadía de los raperos. Nos ofrecieron esto a quienes estábamos en la favela buscando sentido en una vida atrapada en tantas violencias. Creo que hoy puede ser así. El arte necesita comprometerse con el futuro y la política también, que solo sabe mirar al pasado. Podemos intentar otra vez lo que muchas veces no salió bien. Hacer poesía, imaginar otros caminos, es cuestión de vida o muerte ahora.  

Once intentos // Luchino Sívori

 

1,La lectura salón carré, estilo salón: obras expuestas próximas entre sí. En lugar de leer el feed de arriba hacia abajo -de enterarse de las cosas bajando, bajando-, de ver un cuadro de una época y arrastrarse, horizontalmente, hacia el siguiente con otra estética y diferente escuela; de “arribar” a la noticia, de encontrarla buscador mediante; de entrar a un concierto, a una sala de cine, a un recital de poesía, a terapia. Salón carré, estilo salón: todas las fotos, las noticias, las notas de opinión, en un gran muro, juntas, amontonadas, rellenando el espacio de la visión, como el Muro de las Lamentaciones, o el cementerio de Praga. 

2.  El lenguaje geométrico permite ver las formas claras de las cosas. Su opuesto, la escritura monocroma, desmaterializa la luz y la textura de la escritura-vida.

3. Hacer una cuadrícula del texto, como en una pintura de Cándido Portinari. Va la trama en horizontal y en vertical. Pensar la noticia como una historia que se cruza en los puntos intermedios, cuando las dos líneas forman una cruz. El texto, en lugar de tejido, es una hoja llena de crucifijos significantes. 

4. Repetir un sonido cualquiera como un mantra. Después de un rato, como lo “sin forma” de Luchita Hurtado, algo se hace estable en el observador. Repetir varias veces hasta que vuelva a deformarse. Desconstrucción a la inversa.

5. Hay artículos que «pegan un toque de atención», llaman a la «cordura» (en el mejor sentido). Dicen basta, dicen miren, dicen por aquí no. Rearman el juego, quitan solemnidad. Luego se pierden en el mar de voces, en la maraña de escrituras terapia.

 6.¿Cómo pudimos pensar que la muerte de los metarrelatos (la caída de los dioses), en un mundo dominado por el       Capital, no iba a llevarnos adonde estamos ahora mismo?

 

7. Cuando la muerte de Maradona y el ensayo:

 Esos memes, tuits, artículos sentimentales, imágenes, eran todos gestos por «volver a la literatura». Movimientos que salieron por un día o dos, a cachos, del Excel que se volvió todo desde hace años.  El ensayo busca no sólo analizar esto, sino comunicarlo (en realidad, ya se sabe: cuando se hace la publicación del meme, cuando se entristece; el acto es esa consciencia, sin palabras). ¿Para qué escribirlo, entonces (escritor)? Y sobre todo (lector): ¿Cuál es el objeto de «volver a vivirlo», esta vez, explicitado -por un otro que no estuvo allí en su momento de auge-?

Si la pintura, el cuadro, el texto ya estuvieron antes -en los que observan, en los que leen-; si hay co-creación es porque sólo existe revisión, relectura, un resucitar conjunto (antes, en solitario; después, con el artista/mediador).

8. La literatura no dice nada que no pueda decirse ya en otro tipo de escritura (filosofías, ciencias), pero lo hace de una manera que a ciertas personas les funciona, esto es, que una palabra -o una proposición, una frase- por su música y su estética, le produce un conocimiento que de otra forma no hubiese sido posible (por ejemplo, el hecho de que hay siempre un problema entre lo que se dice y se quiere decir, lo que se dice y lo que se escucha, etc. Esto puede ser visto desde una óptica psicológica, o también comunicacional; la literaria arriba a esa grieta desde otro carácter: el estético, el sensorial).

¿Es un conocimiento otro, o, en realidad, uno es una búsqueda y el otro es creación (¿de qué?)?

9 «Se utilizan muchas palabras para decir algo que es, en realidad, simple»:

Ésta es una opinión muy difundida. Quizás se emplean muchas oraciones, descripciones, narraciones, porque estamos lejos de lo que queremos decir, o, por el contrario, porque todas esas narraciones, frases, tienen la verdad repartida en sus partes.

10. Solo cuando el lenguaje está sucio es cuando comienza a decir algo. Antes, es lenguaje Imaginario, utópico, abstracto: palabras, oraciones, signos sobre un papel. El lenguaje manchado, poroso, es el que se acerca a que nuestra escritura sea con nosotros.

Final. 

Sospechar de lo que se lee. Sospechar de aquello que está escrito, que por el mero hecho de estarlo, entra en un halo de sacralización y autoridad. A diferencia de la Voz, que ya perdió su status de legitimidad hace tiempo, la Escritura -aún- goza de autoridad sin comprobantes, todavía mantiene su impacto de certeza, de representatividad.

Quememos todos los libros // Diego Valeriano

El libro de Macri, el de Cristina, el de Vidal, el de Milei y quememos todos los libros que podamos por favor. Los posteos, los retuits, lo cheto, lo luchón, lo vigilante, discutir en el grupo de wasap familiar por Vicentín sin entender ellos, sin entender vos, sin entender nadie. Termearlos por la deuda y que se llamen a silencio. Repetir el termeo como forma de militancia. Pato bancando a los reprimidos en Formosa, compas culpando a los medios, lo trosko siempre a mano, el silencio que todavía aturde por Guernica y lo absurdo que se nos volvió todo. Gatos que militan, atacan, defienden por un platito de whiskas, por unos likes, para no estar tan solos en este mundo. La defensa de la costanera, el silencio por la cordillera, las vacunas rusas, los terraplanistas desforestados, los barbijos del Conicet y opinar urgente como forma de lucha.  

La desaparición de Facundo, el mismo silencio, la misma policía, la misma forma de encubrir, proteger, justificar de siempre. La política en patrullero ¿Dónde votaría Facundo la próxima elección? Los ranchos que queman, los pibes que corren, los manteros que resisten. las pibas que ya no están y el miedo como la forma más eficaz de la política. Flores, Adrogué, Moreno, Constitución, un pasillo, unos pares de cuadras para el fondo, un hotel, una guerra, una astilla. La policía que sabe que no está sola, que la bancan, que la necesitan. La misma alianza para el buen gobierno y negocio de las cosas.  

Sarlo, Verbitsky, El Dipy, Echarri. Despertarse y mirar el teléfono. Esa manija inexplicable que te dan las noticias. Indignarse, hartarse, no sacar la vista de la pantalla, acusar. La ira que recorre el cuerpo de manera gozosa. Estar informada aunque más no sea con kilos de basura. La corte suprema, la justicia federal, jueces, fiscales y todo eso que nos es tan ajeno, distante, chino. Lo personal que es político especialmente para algunos. Proyecto personal, familiar, de clase, de vida. 

Lo lejos que queda todo eso. Viajar todo el día, viajar mal. Bajar del tren, correr el bondi, esquivar el campito, llegar a salvo, stalkear ahora que tengo wifi. Comprar un escabio, cenar unas milas de pollo, dormir y volver a salir. El extractivismo de nosotros mismos. Rapi, facebook, maple, Badoo, falopa. La guerra contra los cuerpos, la tierra, el aire, las ganas. Sus proyectos políticos, nuestros garrones diarios.

Mundos latentes // Ticio Escobar

 

Un adelanto de “Aura latente. Estética/Ética/Política/Técnica” de Ticio Escobar, curador, crítico de arte y Secretario de Cultura durante la presidencia de Fernando Lugo en Paraguay. Un fragmento del post scríptum que abre estos ensayos junto al prólogo de Nelly Richard.

La cuestión de la temporalidad termina desembocando en los ámbitos del arte. ¿Qué sucede allí durante el lapso de la pandemia? Y de nuevo: ¿Qué habrá de suceder después? Salvando los ya citados riesgos que supone el hablar en tiempo real sin suficiente distancia y, por ende, sin perspectiva, se pueden identificar a simple vista cuatro situaciones actuales en aquellos ámbitos. La primera afecta la institucionalidad del arte, bruscamente desmantelada. Los museos, bienales, foros, ferias, instituciones académicas y galerías han parado bruscamente. Apenas cancelados todos los programas, comenzaron a emerger modalidades virtuales que intentan como pueden compensar la falta de público, de obra real, de traslado físico y de contacto personal. Aquí se abre un campo desconocido de posibilidades que podrían oscilar entre el derrumbe y la reformulación del modelo tradicional de mercado y exhibición de obra.

La segunda situación, vinculada con la anterior, tiene que ver con el acelerado aumento online de la banalización de la “gran obra”, por lo general pictórica y perteneciente a los museos de las metrópolis centrales. En la mayoría de los casos, son estas mismas instituciones las que promueven políticas de acercamiento al público masivo: programas “amigables” basados en trucos de la sociedad del espectáculo, la publicidad y el entretenimiento para despojar las creaciones de cualquier sombra de enigma que pudiera complicar su recepción fácil y divertida. Algunos artistas han asumido irónicamente este caso haciéndolo principio de obra nueva. La trivialización neokitsch del gran arte ilustrado podría manifestar tanto la progresiva desacralización de la obra maestra a cargo de estéticas alternativas como la voracidad de las industrias culturales, capaces de manipular los códigos de fetichización de los objetos para promover su mejor consumo. En ambos casos se advierten los síntomas de una pequeña muerte del arte.

Otra situación se manifiesta en el notable aumento de producción de obra durante la cuarentena. No todos los artistas se sienten motivados a crear en aislamiento, y no todos cuentan con las condiciones apropiadas para hacerlo, pero, aparentemente, un número considerable de mujeres y hombres atrapados por el largo encierro dedica parte del día a esa tarea. El ingenio, componente del arte al fin y al cabo, habilita modalidades innovadoras y nuevas formas de creación y difusión; obviamente, las redes sociales juegan un papel principal, aunque no único, en el funcionamiento de este circuito de emergencia.

Por último, corresponde atender el caso de los resortes mismos de la creación durante este presente exacerbado. Si el arte extrae sus energías y sus argumentos de las circunstancias que acerca su propio tiempo (asumido, alterado o impugnado por cada obra), es indudable que una coyuntura tan traumática como la actual no puede dejar de afectar la sensibilidad, la percepción y las representaciones de los artistas y, por ende, no puede dejar de filtrarse en el concepto, la materialidad y las formas de sus producciones. Descartado el camino del motivo directo (representación literal de barbijos, hospitales, calles vacías, rostros angustiados y cuerpos enfermos, cuando no cadáveres), vía que no conduce a la situación aquí tratada, cabe considerar cómo el desastre se manifiesta en cuanto verdad del arte contemporáneo. Cómo aparece/se sustrae en las obras para nombrar no solo el virus, sino su otro lado, el más allá de él.

El arte complejiza la experiencia de su objeto impugnando la identidad que lo encierra en contornos fijos, haciéndolo asunto de duda, confrontándolo con su propia ausencia o con su otro de sí. Promueve, de este modo, la continua extrañeza de ese objeto disipando las certidumbres que lo empañan. Para hacerlo, inventa distancias que permiten observarlo desde distintas posiciones; que permiten alejarse de él y a él volver con otra mirada. Estos procesos desidentificadores no pueden ser encarados de manera voluntarista: requieren no solo los ministerios del concepto, sino los empujes de la intuición, el olfato y la imaginación, facultades/saberes oriundos del cuerpo y las honduras subjetivas; poderes provenientes también del tiempo denso y dislocado que apremia y sustenta los ámbitos del arte. Los complicados mecanismos del quehacer artístico le impiden dar cuenta inmediata de su coyuntura y le imposibilitan hacerse cargo expeditivamente de las cuestiones que levanta la pandemia. Ante el enigma no hay respuestas, sino indicios, equívocos en general. Por eso el arte no contesta las preguntas; las reenvía a dimensiones donde resuenan de manera distinta y devienen eco de sí; multiplican de este modo sus sentidos posibles. El arte no predice el futuro, imagina sus dislocaciones y desvaríos, sus espejismos y espirales. Incuba sus simientes. Anticipa ficcionalmente el tiempo por venir, lo discute mediante los argumentos de la memoria, trata de enmendarlo desde los antojos sabios del deseo y las fundadas razones de la ilusión.

El arte no ofrece panaceas para las desventuras que acarrean las pandemias sanitarias ni soluciones para las iniquidades que imponen las pestes político-sociales: aviva la mirada ética, resiste la instrumentalización de sus imágenes y reinventa continuamente los alcances y los modos de la temporalidad. El arte alimenta reservas de significación, formas que podrán permanecer en estado latente hasta que encuentren su sazón en momentos favorables. Fomentar embriones de futuro es su compromiso con el tiempo venidero: de cara a él, el arte permite avistar salidas potenciales allí donde solo aparece un camino obturado por virus y desigualdades fatales.

Tinta limón

LAS QUE NO ESTÁN // MUJERES INDIGENAS ZAPATISTAS

SUS HISTORIAS.

SUS ALEGRÍAS Y SUS TRISTEZAS.

SUS DOLORES Y SUS RABIAS.

SUS OLVIDOS Y SUS MEMORIAS.

SUS RISAS Y SUS LÁGRIMAS.

SUS PRESENCIAS Y SUS AUSENCIAS.

SUS CORAZONES.

SUS ESPERANZAS.

SU DIGNIDAD.

SUS CALENDARIOS.
LOS QUE CUMPLIERON.
LOS QUE LES QUEDARON Y LES QUEDAMOS A DEBER.

SUS GRITOS.

SUS SILENCIOS.

ESO, SOBRE TODO SUS SILENCIOS.

¿QUIÉN QUE ES, NO LAS ESCUCHA?
¿QUIÉN NO SE RECONOCE EN ELLAS?

MUJERES QUE LUCHAN.
SÍ, NOSOTRAS.

PERO SOBRE TODO, ELLAS.
LAS QUE NO ESTÁN
Y SIN EMBARGO ESTÁN CON NOSOTRAS.

PORQUE NO OLVIDAMOS,
PORQUE NO PERDONAMOS,
POR ELLAS Y CON ELLAS, LUCHAMOS.

No estamos todas, faltan las presas // #YoNoFui / CELS

#8M2021-Paro Internacional Feminista: no estamos todas, faltan las presas✊💚🔥 El Colectivo YoNoFui junto al CELS – Centro de Estudios Legales y Sociales presentan “Castigo a domicilio. La vida de las mujeres presas en sus casas” una publicación sobre los problemas de otro tipo de encierro penal. Muches compañeres están detenides en sus casas junto a sus hijes y deben sostener la economía familiar con pocos o ningún recurso estatal y con dificultades para tener un trabajo. Las crónicas de este libro cuentan la complejidad del día a día y señalan la falta de políticas específicas. 📢Acá la publicación en su versión digital, este link se puede compartir para leer y descargar:  https://www.cels.org.ar/web/wp-content/uploads/2021/03/Castigo-a-domicilio-Web.pdf 

#todapresaespolitica

8M: la conciencia feminista es lucha, no es cosmética // Lila M. Feldman

Un acontecimiento es aquello que permite a un inexistente ponerse de pie, escribió Badiou. Feminismo es lo que descubrimos a veces cuando estamos a punto de explotar, cuando ya no aguantamos más. Puede ser también lo que nos ocurre cuando tomamos la palabra, la voz pública, la cita que nos incluye, la palabra que nos nombra y que no nos amordaza u oculta u omite en un genérico que no nos nombra, y que revela que nos faltan pronombres y palabras. El feminismo nos sucede cuando nos reubicamos, cuando nos corremos, cuando queremos elegir nosotras las reglas de juego, cuando tomamos las riendas, cuando se nos revela como propia nuestra potencia. Cuando nos negamos a la sumisión, cuando revisamos idealizaciones, cuando protestamos y hasta nos enfurecemos también. Cuando nos damos cuenta que nos habíamos acostumbrado a la condición de invisibles y matables. Suele suceder con otras, suele armar red.
La conciencia feminista implica ocuparnos de las grandes violencias pero también de las violencias sutiles, enmascaradas, microscópicas, de lo cotidiano. Lo que tantas veces es naturalizado. El feminismo también es (leyendo a Sara Ahmed en Vivir una vida feminista), el conocimiento que construimos en la mesa familiar, en el chat grupal, en las escuelas, en los trabajos, en la calle, en los espacios, vínculos e instituciones que nos damos y de las que somos parte. Ese conocimiento importa. E importa muchísimo. Es parte del movimiento que construye vidas y cultura feminista.
La conciencia feminista es permanente trabajo. Desarma el patriarcado como territorio del don. De lo que nos dan o nos quitan, lo que nos pone en el lugar de la gratitud dependiente y sumisa de la que recibe beneficencia. Es obra nuestra tirarlo abajo. Lo ha sido y lo seguirá siendo.
Sarah Ahmed dice que las feministas somos aguafiestas tantas veces, le devuelve a ello su valor personal y político, le sacude su mala prensa. No sólo no vamos a disculparnos por eso sino que lo celebramos. Lo abrazamos. La figura de las aguafiestas permite nombrar lo que sentimos y nos abre a la esperanza. Se opone al ideal edulcorado y normativizante de la “felicidad” como proclama, mandato y exigencia neoliberal, slogan y foto que nos objetaliza en superficies e imágenes. Las feministas somos aguafiestas porque desarmamos y desactivamos esa exigencia que invisibiliza nuestras incomodidades, sufrimientos, furias, rabias, angustias, así como nuestras más genuinas alegrías. Incluso es capaz de transformar a los mismos slogans feministas en objetos de consumo y engranajes de los dispositivos y sistemas patriarcales y hegemónicos. Sara Ahmed nos lo advierte, y también nos señala una otra figura, que forma parte del diseño que nos encorseta en la representación de mujer que nos asigna y entrega a la precariedad, la dependencia, la docilidad y la infantilización. La figura del “extraño peligroso”. El extraño peligroso es un guión que nos disciplina a fuerza de ubicarnos en el miedo al afuera. Cuando en verdad, la mayoría de las violencias son “domésticas” (y vaya que nos domestican) las sufrimos adentro de las propias casas. El extraño peligroso es el caldo de cultivo en el que se cocinan las afectividades de Derecha, e incluso el lugar en el que los feminismos pierden, el poder se lleva toda el agua para su molino, y la recicla allí, pulverizando la potencia de nuestras luchas. La representación de peligro y amenaza que nos fija a depender de hombres salvadores y protectores también es parte del problema.
Cuestionar, revisar ciertos slogans, por un lado, e insistir en la responsabilidad del Estado frente a las violencias y los feminicidios, por el otro, me parece decisivo siempre y en particular hoy, en un nuevo 8M. “Las mejoras cosméticas que no generan transformaciones estructurales no son solo inútiles, sino que incluso pueden ser contraproducentes. Un reglamento que no se aplica, un buzón de denuncias que nadie controla o una oficina de género que no tiene ninguna atribución no son inofensivas, porque algo producen: producen, de hecho, la impresión de que se está haciendo algo, de que no hace falta seguir insistiendo con esto del feminismo, porque ya lo tienen todo, ahí tienen su oficina, ahí tienen su protocolo antiviolencia, quizás ya es hora de que dejen de hablar de esto…” escribe Tamara Tenembaum en el prólogo al libro ya citado de Ahmed.
La cuestión en la que insistir es en esa trampa que logra que las luchas se diluyan en dispositivos que le permiten al jefe de turno autofelicitarse y congraciarse, o incluso hacer un chiste y anunciar que el patriarcado se ha terminado, hace que el feminismo se transforme en un reclamo anticuado porque ya hay oficinas de género y diversidad por todas partes… Los chistes no son poca cosa, sobretodo algunos, y vestirse de feminista puede ser una manera elegante de construir iatrogenia estatal. El supuesto remedio es lo que facilita y avala que nos sigan matando, y hasta (¿por qué no?) es condición de posibilidad del chiste.
Yo pienso que ese chiste es un muy mal destino de aquel lapsus maravilloso y esperanzador de hace año y pico atrás, y una pandemia o un siglo antes, aquel que nos llevó a la cima de la alegría en ese inédito “Volvimos para ser mujeres”. Puede ser un muy mal chiste para el feminismo, suponer que el punto de partida y la promesa que encarna, bastan. No bastan esos gestos conscientes e inconscientes, y hay chistes muy poco felices que así lo demuestran. No necesitamos anuncios ni oficinas ni departamentos o agencias nuevas. Necesitamos decisión política. Entonces seremos mujeres, las nosotras todas. Ni una menos, ni una sola menos, más.
Devenir aguafiestas es en sí mismo una salida a los guiones que el poder nos asigna. Es rebelión ante el mundo que tolera y reproduce cada día la ley de la desigualdad y la injusticia. No sonreímos frente a los horrores que ocurren, no somos dóciles ni serviciales ni complacientes. No lo somos. Hemos transformado el 8M en parte de una lucha, por cierto así nació. No es fiesta, no es celebración, no es la ratificación condescendiente de un estereotipo, ni la asignación de nuestras posibilidades y nuestros límites.
No se nace mujer, así como no se nace libre. Llegaremos a serlo. Mujer es la experiencia de una asunción y un devenir, y es nuestra.

A rabiar, mi amor // Claudia Huergo

Presentación del fanzine  Poesía travesti resentía y furiosa de Claudia Rodríguez, publicado por Ediciones té de boldo.

Córdoba-Santiago de Chile, 5 de marzo 2021

Escribir algo del diálogo en que estoy con Claudia, sin que ella lo sepa, porque aunque ud no lo crea, la otra persona, muchas veces no tiene qué hacer con nuestras declaraciones.

La huella de la inscripción de ese afecto, que provocativamente llamaremos amor, se ha forjado por el paso del peso de su escritura. No siempre es sólo nuestro propio deseo lo que talla una huella. Hay tantas otras cosas en el mundo. Los encuentros.

Me gusta de su escritura que no es una entrega. Que lo que sea que la hace escribir, vivir, rabiar, está bien guardado. A resguardo. Que son los filamentos de su furia y de la consecutiva ternura que conlleva, lo que electriza. Por eso conviene estar cerca. Primero porque habla de una lengua que todos tuvimos antes de ser imperio. Del momento en que la letra nos estaba tomando la carne. ¿Qué es lo que centellea en la dislexia de una lengua, sino ese estado de guerra permanente donde todo el tiempo se trata de quién puede hablar?

Me gusta lo que hace su escritura con el dolor o la tristeza. No la intensifica. La pone junto con las cosas, con los paisajes, con los animales, con el humo. A veces como un accidente o una buenaventura. Asombrosamente, son cosas que te podrían estar pasando a vos. O a mí. A veces el asombro también puede ser un privilegio de clase, de raza, de género. Te puede pasar también por viejo, por enfermo, por disca, por loco. Claudia, la que escribe, nunca se deja de asombrar de tu asombro.

Cuando hace la autopsia de la máquina de desigualar que nos conforma, dibuja planos. Señala  algunos interruptores. La forma de hacer fracasar, a fuerza de ternura, aunque sea por un rato, la muerte.

Lo escandaloso que hace es amar. Es una travesti que ama.  Habrá que someter a concilio para determinar si el amor también es un privilegio de clase, y de los otros.

Por momentos, se le siente la felicidad salvaje. Esa felicidad salvaje es un temblor que desordena y re distribuye las vergüenzas y los orgullos. ¿Cómo es que esos (sus) puntos de vista no lograron ser domeñados?, no porque haya triunfado sobre el punto de vista imperial, sino porque su estar es una memoria de ese choque.  La memoria de la resistencia que guarda un músculo, una letra mal puesta, mal dibujada: su punto de vista, desde el cual nos mira, ese mismo tan castigado.  Su escritura tiene la estructura de ese músculo, de su rigidez y de su deflación. Porque tomar, servirse de la copa del imperio también puede ser anti-imperial, si se trata de un robo. Si en tu faz más minoritaria, no has sido capaz de robar nada para vos, una empatía en el momento menos esperado, una habilitación, entonces, estás frito.

Estos fanzines también hablan de nosotros, pero no son para nosotros. Tendremos que tolerar no ser los sujetos universales de una interlocución. Ser alguna vez, una cosa factible de vitalización, una fuerza convocable por palabras o por gestos, algún estado de desesperación  que tenga la sutileza de no abrirse paso pisando cabezas.

Dentro del juego de lo políticamente correcto que es el juego de los privilegiados, la potencia del estallido y la furia –furia travesti- es llamada violencia, desborde, trastorno.  Bonjour violencia. Ya quisieran ellos que fuera un trastorno, y no una ética. Hace falta mucha fuerza para mover un punto de vista. Muchos microgestos de autocultivo. Un catalán dice: sabemos lo que cuesta abrazar las olas del querer vivir. Pero nuestra anomalía no es la noche. Es el refuerzo que llega muchas veces en medio de la noche. Ya quisieran que toda ella fuera un trastorno, y no la ética de una anomalía. La mejor definición que escuché de anomalía estaba en la cortina de un programa de radio. Decía: anomalía es aquel que no encaja. Aquel que no encaja, o que no quiere encajar…o que no quiere encajar.

Necesitamos estar intervenidos por más puntos de vista. Haber inventado algo que no sea el punto de vista imperial. Todos somos re originales inventando lo mismo.

Propongo que  todo lo que ella rompa, lo paguemos nosotros. Lo que no puede ser reparado. Ni juntadas las partes, ni puestas en valor como antigüedad o museo vivo de la rotura, ni expuestas como historia de vida motivacional. A lo mejor si está de buen ánimo, se les cague de risa en la cara. Pero si no, qué canallada pretender desactivar nuestra impotencia para  cambiar algunas cosas, pidiéndole que se ría, que no se afecte. Que le reste importancia. Quisiera pedirles que no fueran canallas, pero lo inexorable no admite ruegos. Quizá una amenaza: no la vayan a buscar como ejemplo de resiliencia. No laven sus impotencias en esas aguas. No la lean para salir más blancos, más limpios. Y si de todas formas van a leerla para salir así, paguen. Porque al menos un buen revolcón se van a llevar. Si uds no van a ser parte de eso, paguen. Si no, eso tiene un nombre, se llama extractivismo.

Estos fanzines también están hechos para que ud  pierda algo, alguna vez. Aunque sea dinero. 

Polosecki o los últimos argentinos del Siglo XX // Adela Feliz

De algún modo, esta entrega oficia como segunda parte de La poesía: un destino menor. Pero valga este espacio para advertir que serán puestas en cursiva las palabras del propio Polosecki, para dejarlo un ratito hablar a él como lo hizo en sus programas con otrxs [1].

«Ensoñación es un salto a tu propia voz. A tu paisaje. Huir. Y sentarte en un café a conversar con los amigos que elegís. De bueyes perdidos. Uno cuenta qué quiere decir largar entretenido en el turf. Otro evoca su historia familiar. Así, a veces, hasta llegar a las confesiones. Lo intimísimo, que no saldrá de esa mesa. Eso es la ensoñación, entre muchas otras cosas. Incluye al otro. Básicamente, una clandestinidad. Hacerte tu tiempo. Para fabricar tus visiones. Los libros van y vienen en esa mesa.”

Hugo Savino

I

Hay máquinas perdidas en el tiempo, videos oxidados, hojas amarillas, contenidos perdidos, personajes extraños, procedimientos únicos, capítulos épicos, especialistas escondidos, testigxs privilegiadxs. Hay lugares míticos, oscuros y peligrosos, personas dolidas, irrecuperables, historias incontables, anécdotas inviables. Obsesiones. Nostalgias. Dudas. Cavilaciones. Ademanes. Furcios. Polo o los últimos hombres del Siglo XX. Fragmentos dispersos de vidas rotas. Unimos los temas en forma quizás arbitraria o deforme; hay una música que se pone, hay textos que no iluminan demasiado sino que acompañan un relato;

Prostitutas mal pagas, repúblicas hechas de niñxs, viajes eternos en camiones, trenes, bares perdidos, taxi boys, fisicoculturistas, punks repletos de ternura. La gente que habla en mi programa es gente común, raros son los tipos que parecen normales y que aparecen bastante seguido en la tele.

II

Fabián polosecki no hizo televisión: hizo literatura bajo cámara. Es decir, el instrumento -cámara- opera sólo como técnica subordinada a la narración ocasional. Puso en la televisión exigencias narrativas. Por ello, quizás, puede ser considerado uno de los grandes productos estéticos de la teve argentina. Polosecki se pone equidistante ante el periodismo y el cine, se aproxima al arte, acaricia la crónica, surfea por la autobiografía, aparenta ser un investigador, un detective; lo cierto es que es un detective sin objeto de investigación más que la historia misma, es un curioso tipo de detective.

Fabián Polosecki hizo su especie de no-ficción. Narrador sin mando, sin pedagogía explicativa, sin «investigación participativa», sin estadística bajo la manga, sin precisión para el corte publicitario. Su personaje a veces se reduce al silencio absoluto. Yo, como entrevistador, soy una especie de monosilábico balbuceante que a veces ni siquiera termina de hacer una pregunta, simplemente trato de mantener una suerte de canal de comunicación para que sea el otro el que hable.  Ya avanzado el programa, Polo sólo empuja a que el otrx tome la palabra, no pierda el hilo, busque nuevas palabras para aclarar, sin morbos desagradables y violentos -Tinelli, Policías en acción-, sin humillación -Lanata con Jones Huala-, sin burla -CQC, Reschimuzzi-, sin estupidez pedante -Fonteveccia ja-. Mostrar el sufrimiento ajeno es un poco pornográfico. Muchos programas periodísticos se basan en la persistencia de códigos de comunicación que tienen a consolidar prejuicios, ya sea de manera progresista, elitista, reaccionaria o popular.

 III

Hay de Walsh la aptitud de buscar incesantemente historias -en bares, cabarets, trenes: allí donde transcurre nuestra vida- con la paranoia de que van a modificar nuestra vida [2]. No se trata de denunciar tales o cuales condiciones humillantes -lo que los ubica en senderos diferentes e incomparables-, sino de ver la heterogeneidad que implica la urbe y construir una disposición específica para ello. En Polosecki, la pregunta no sería tanto «qué está pasando en el mundo», si no «cuál es el mundo». No soy el mismo que empezó el ciclo. A mi me cambió la vida la gente que tuve que entrevistar. Como la prostituta que me contó las cosas más fuertes que tuvo que hacer en su oficio. O como un chico que me explicó por qué robaba. 

IV

Polo puede pensarse no sólo con Walsh si no con Perlongher. Si llamamos Perlongher a una antropología callejera con inquietud por convertir lo ordinario en extraordinario, tal como retrata el Perlongher de La prostitución masculina. Así lo hace Tamara Kamenszain, para quien el neoperlonghismo corre a cuenta de los nuevos poetas de moda, donde se se produce el pasaje del barroco a lo barroso y lo “posetnográfico”. Discrepamos en que la poesía «noventista» pueda tener algo que ver con esto. Perlongher en su faceta antropológica decía que “uno de los problemas que se plantean en la antropología es como captar los climas (climas sensuales, climas sórdidos)…”. Polo ha realizado de manera excepcional esta tarea. Y el interés radica en que lo ha hecho lejos de la antropología y de la poesía. 

V

Polo, narrador silencioso, llevó las cámaras televisivas a los mortales (personas desconocidas que son, a mi entender, los verdaderos protagonistas de la sociedad). Ya nada de periodistas, famosos, especialistas, etc. Había un plano de igualdad entre Polosecki, lxs protagonistas del episodio y lxs televidentes, donde el protagonismo queda desdoblado. Creo que estamos cansados de los que hacen tele y reciben a la gente de la tele para hablar de la tele en un estudio que parece el living de su casa. Hay que sacar las cámaras afuera porque hay otro mundo, hay gente que tiene otras historias, decía Polo en 1993.

 Apéndice

La calidad de la luz con la que observamos nuestras vidas tiene un efecto directo sobre la manera en que vivimos y sobre los cambios que pretendemos lograr con nuestro vivir.

 Audre Lorde

Hay una extrañísima belleza en sus programas. Un juego entre la oscuridad y las luces, claramente con la noche. Un homenaje a la soledad. Una ética picaresca, una pasión por las historias. También hay una ética ricotera[3] en dos sentidos: que un sueño (historia) acabó, pero no que todos los sueñitos (historias), no. Hay veces que la historia se torna inaprensible. Como si los hechos pasaran frente a uno sin detenerse, sin poder ser comprendidos del todo. No sé. Tal vez fuera eso o el hecho de que el silencio de los muertos se contagia a los vivos; y, a su vez, una reticencia muy fuerte a tapar a lxs otrxs con discursos armados de esos que bajan línea, que dan la papa masticada. Creo que nadie está en condiciones de decirle a la gente qué y cómo tiene que pensar y si hay algo joven, lo único quizás, en mi programa, es ese rechazo por el discurso. Se asume una derrota al tiempo que se asume una resistencia. Cuando a Polosecki le preguntan por qué era ese el nombre de su primer programa  responde que, si bien no era el título que él quería, lo entendía como el otro lado de la apariencia burguesa. O el otro lado del prejuicio. Yo no creo que haya un otro lado. Hay miles de otros lados. Antes que toda explicación  estadístico-sociológica sobre cómo son las cosas, se trata de ir a escuchar las historias, no porque allí no estén las “apariencias burguesas”, sino porque es el punto de partida para recomponer otra idea de verdad. Creo que en el programa, cuando aparece un tipo que tiene claramente un discurso, cuando hay alguien que formula sus opiniones para convencer, es mortal. Le huimos. En este programa no entran ni los psicólogos, ni los sociólogos ni los especialistas, y muy dificilmente hasta incluso los artistas, que también tienen un discurso bastante estructurado respecto de las cosas. El discurso, además, lo guardamos para nosotros.

Las Tribus -otro gran capítulo aún no reconstruido, cuyo último capitulo ya televisado fueron floggers y emos- parecen como formas de atravesar los fines de los 80s y los principios 90s (así lo muestra también el documental dedicado a Cemento). Son, efectivamente, formas de comunión para rechazar el orden existente desde la desesperación[4]. Más que una identificación ideológica (que también hay), se trata de una práctica grupuscular donde se asume la deserción bajo practicas estéticas. Algunas bandas se reúnen en contra de la soledad. Otras por pasiones comunes y también por protección. Pertenecer a la barra es la forma que permite que uno pertenezca al mundo. Es paradójicamente, encontrar también un lugar en la intemperie. La posibilidad de que el encuentro inaugure un nosotros donde pensar, se decía. Si bien el programa tiene elementos periodísticos, yo lo entiendo como un espacio de aventuras culturales. Cultural no en el sentido de hablar de libros, sino entendido como la forma de vida y los gestos propios de un pueblo. Esta ficción que creamos contribuye a buscar la verdad. Ponemos la ficción al servicio de una mayor realidad.

Otro desplazamiento: no importa tanto lo que dice sino los gestos. El balbuceo propio y de lxs entrevistadxs. La verdad de lo inexplicable, de lo literalmente indecible. El nefasto Tomas Abraham dijo algo cierto sobre Polosecki: hay en él un respeto por la vergüenza del otro, por el pudor de hablar.  Allí también se juega lo que una vida está dispuesta a poner en juego y lo que una sociedad -al menos, de espectadores- está dispuesto a tolerar. ¿de qué manera puede una sociedad escucharse a sí misma -como si ello existiera- sin las tradicionales formas de representación? Quizás sólo a través de los gestos: Se supone que si yo pregunto es porque me interesa; se supone que el interés es registrar un momento más que una entrevista, en donde entonces es importante el silencio porque da lugar a un gesto, a poder concentrarse en un detalle de la escena, en un botoncito que tiene en el pulóver del entrevista y que está diciendo algo. Hay información en eso que rodea al tipo que está hablando, y ahí está el interés del programa”. …Yo tengo todo el tiempo conciencia de que no es el mecanismo de la pregunta y la respuesta lo que funciona en la tele. No es el texto de la pregunta o la respuesta lo que me interesa. Son cosas simultáneas, el color, la pausa, el gesto, eso es lo que más me entusiasma que pase. Es un momento. 

Si la poesía actual opera como una banalización de lo cotidiano hay, en los programas de Polo, una original forma de tratar lo cotidiano, los asuntos ordinarios de la vida, los problemas políticos, las existencias mutantes, las deserciones insostenibles, las tribus extrañas. Por un lado, dijimos, escapar de la pedagogía progresista. Por el otro, huir del periodismo. ¿Pero de qué forma encontrarse con ese otro lenguaje, de escucha, de paciencia, de crear una forma, un momento, una situación? ¿De qué forma encontrarse, entonces, con el “arte”? El asunto consiste, y él lo expresa muy bien, en convertir lo cotidiano es extraordinario, encontrarle la belleza a lo real, el programa tiene un tratamiento extraordinario de lo cotidiano¿En qué consiste esto? En una forma del lenguaje y de la técnica: es una forma de poner la cámara, es una forma de mostrar el lugar donde vive, una forma de conversar conmigo. Lo que Deleuze le atribuye a filosofía: “Devolver a los sonidos y a las imágenes su capacidad de lucha contra los poderes (…) Tomar la palabra para hablar solo por aquello que permanece imperceptible, minoritario, contra aquellos que representan a los otros o hablan de sí mismos. Orientar el pensamiento hacia el sin fondo que se eleva junto con los trozos de ser –simulacros, fallas, partículas– que pueblan, irregulares, las superficies, contra los que pretenden un fundamento (o bien celebran el desfundamento como tal)”[5]. Captar y producir climas, que permitan, entonces, la emergencia de lo inédito. He allí lo propio de la investigación.

Exactamente lo que no hace la poesía actual, que sólo reproduce lo ordinario con el lenguaje ordinario: banalidad del mal. Por eso, el esfuerzo de Polosecki (Poder romper esa actitud previsible de la gente ante la cámara) se trata del esfuerzo del artista mismo: poder romper la actitud previsible frente a su vida, su lenguaje.  Lo cual requiere una exigencia al espectador, al lector. No se trata de la autoidentificación (aunque todos tenemos los mismos problemas, nadie es tan distinto) sino de la escucha activa (que no es el respeto liberal). Hay algo que soportar cuando se escucha, la violencia del relato, sin metabolizaciones morales de su lenguaje: Sin narradores-explicadores ni víctimas (es decir, no es pensar comparativamente los “privilegios”)

Estoy aprendiendo para escuchar muchas cosas. Una de ellas es estar preparado para escuchar cualquier cosa. Que hable un ladrón no quiere decir que esté a favor del robo, ni que me solidarice con el tipo. Pero me interesa hablar con él, ver qué le pasa. Se puede hablar con cualquiera, sin juzgar. En definitiva, todos tenemos los mismos problemas, nadie es tan distinto.

[1] Las palabras de Polosecki serán puestas en cursiva. No pretendemos poner lecturas innovadoras ni hipótesis rigurosas en torno a El otro lado y El visitante. En los últimos años fue vuelto a circular, sobre todo en libros como Sublunar, entre el kirchnerismo y la revolución de Javier Trímboli (Editorial Cuarenta Ríos) y Polo, el buscador (Sudestada). En este último se realiza una biografía escrita en base a testimonio de familiares y amigxs, y se recompone las declaraciones de Polo en distintas entrevistas y conversaciones. De aquí tomamos las citas utilizadas en proporcional abundancia y arbitrariedad.

[2] Debo a un querido amigo esta sutil observación sobre Walsh que alguna vez le escuché: «Seis meses después alguien se le acerca y le dice, mientras seguía jugando al ajedrez y tomando cerveza, “hay un fusilado que vive”. Entonces hay algo que le hace pensar, «ahora sí». Cambia de rancho, se caga de frio porque pasa a vivir sin estufa, cambia el documento, agarra un revólver, él lo cuenta así en el texto. Lo que me interesa resaltar es que en el momento en que la investigación empieza hay un cambio de intensidad en la vida del investigador, ya no puede seguir con el cotidiano como se lo vivió, aparece una historia que tiene exigencias (clandestinidad, pérdida de comodidades, disposición al enfrentamiento armado). Son páginas hermosas, la investigación no es meramente cognitiva, intelectual; es meterse en un mundo cuya puerta de apertura es un fusilado que vive. Esto es una cosa que me parece especialmente importante en la investigación.»

[3] Expresión que, creemos, profanamos del hermoso libro Redondos. A quien le importa. Biografía política de Patricio Rey, escrito por Perros Sapiens (Tinta Limón Ediciones)

[4] La desesperación como condición subjetiva, tal como la penso Ignacio Lewkowicz https://lobosuelto.com/vamos-todos-a-nuestra-fiesta-desesperada-ignacio-lewkowicz/

[5]  Vitalismo “turbio” o los movimientos aberrantes en Gilles Deleuze // Diego Sztulwark, en Lobo Suelto

Se escucha Simón dice // Diego Valeriano

Se escucha con el cuerpo, con tiempo, también perdiéndolo, estando en una, entrando en una especie de vagabundeo corporal, paveando. Se escuchan las palabras, las risas, los rocanroles, las melodías y algunos versos que a veces nos dicen demasiado. Malestares, agujeros, garrones y angustias son escuchados a veces. También se escuchan a los amigos y amigas cuando andan en una búsqueda de algo. Escuchar un disco hoy puede ser un ejercicio de transformación íntimo, un ejercicio espiritual, de cuidado de nuestro estado de ánimo, de amistad. En Simon Dice, El Sable de Simon junto con Alejandro Dolina nos llevan a la experiencia de la escucha, nos sumergen en una especie de mutación anímica, en una manera de habitar el tiempo de otra manera, menos manija, más piola. Sin brújula, sin lugar, sabiendo que queda poco tiempo, poco aire, poco rock, poco espacio. 


Simón Dice es un disco, un disco entero, completo, conceptual. Una obra que decidió ir a contra época, que necesita de un tiempo distinto, de un encuentro, de un momento cero random. Un disco que nos muestra unas ganas de estar en otra, de andar a contramano de las giladas de la cultura y el mercado, contra las recompensas, aplausos, scrolleos y me gustas. Contra ellos mismos y sus miedos, contra la manija frenética que no nos permite parar, respirar, escuchar. El Sable de Simón con estas canciones que se van enhebrando en un largo encuentro, se esfuerza para que entremos en una, en una cualquiera, en un tiempo, en una escucha, no para tapar los dolores y garrones, sino para habitarlos de otra manera, no para que nos quede algo, sino para que se vaya lo que se tenga que ir. El Sable de Simón junto con Alejandro Dolina nos invitan a colgar un rato, a disfrutar de algo con menos urgencia, a desertar de lo que hacemos todo el tiempo y no siempre está del todo bueno.

Los movimientos populares no matan // Diego Sztulwark

Los movimientos populares no matan. Hace casi medio siglo que no practican la lucha armada. Por una razón relativamente simple. De los atentados anarquistas a las guerrillas de los años setenta, el problema de la contra-violencia solo se plantea cuando la intensidad de la lucha de clases asciende a determinados niveles del enfrentamiento. Como lo explicó el general Karl Von Clausewitz, no hay guerra si la fuerza agredida no se defiende. Los sectores organizados políticamente desde el poder, en cambio, no han dejado de asesinar.

Luego del aniquilamiento de las organizaciones armadas ocurrido en torno al año 1977, los movimientos populares desplegaron formas de lucha cuya violencia –la violencia naturalmente implicada en una huelga, un escrache o un piquete– no implicaban amenaza de muerte alguna. Aún así, esas acciones fueron interpretadas por los sectores de poder como un desafío directo a su modo de vida. De ahí que, incluso durante los últimos años, en la Argentina se siguen produciendo muertes políticas, como las de Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, en el contexto de la represión estatal a la lucha de comunidades mapuches en el sur del país. O el asesinato de Pablo Kukoc (rematado por el policía Luis Chocobar a pocos metros de distancia, cuando Pablo estaba ya herido y en el suelo). Asesinatos que el gobierno de Macri reivindicó como parte de la defensa de la propiedad privada, la libertad individual y la soberanía del Estado. O las muertes de tantas mujeres violadas y asesinadas mediante actos criminales que, como nos enseñan los feminismos, son también actos de poder. Crímenes políticos. Es importante retener este dato elemental de nuestra historia, para comprender porqué una acción que se produce en el ámbito puramente simbólico –me refiero a las bolsas negras republicanas simulando cadáveres, con sus respectivos carteles en los que se identificaban a personas vivas, depositadas en la Plaza de Mayo– produce un efecto de amenaza concreta. Sería una estupidez histórica no advertir que quienes hacen estas amenazas están trazando una serie en la que lo simbólico se trenza con asesinatos concretos.

El episodio plantea al menos dos tipos de problemas, igualmente importantes y estrechamente relacionados entre sí. El primero de ellos tiene que ver con el papel agresivo, desinhibido, de esta derecha neofascista, que no hizo más que acelerarse durante la pandemia. ¿Qué dimensiones puede adquirir este fenómeno en este momento histórico? El segundo es su estricto reverso. ¿Cómo superar cierta impotencia política que parece caer sobre sujetos que suelen demostrar una capacidad muy superior de movilización física y mental? La paradoja se plantea así: quienes defienden el sistema actúan como si lo cuestionaran drásticamente, y quienes lo cuestionan profundamente parecieran quedar a la defensiva.

El primer problema se plantea de modo inconcebible: la derecha más reaccionaria estaría logrando apropiarse de una actitud de rebeldía. Incluso se los suele llamar «anti-sistema». Lo que es simplemente absurdo, puesto que las manifestaciones neofascistas –no importa las diferencias que tengan entre sí–, coinciden en el hecho de encarnar una defensa total del orden de la propiedad privada, del intercambio mercantil y de la idea de libertad individual que surge de dicho intercambio. Estos grupos actúan como milicias alzadas en custodia del orden. Y si por alguna razón logran posicionarse como los “anti”, y hasta denominarse “libertarios”, quizás valga la pena preguntarse a qué se oponen realmente estos replicadores inspirados en Trump o Bolsonaro. La respuesta más clara y directa quizás sea la siguiente: para defender el orden, que sienten en riesgo, los neofascistas decidieron atacar lo que podemos llamar el “consenso”, un conjunto de restricciones de tipo perceptivas y lingüísticas que determinan lo que en la esfera de la comunicación suele llamarse lo “políticamente correcto”.

Lo que proponen estas “milicias” es atacar con virulencia un consenso que a sus ojos ya no es útil, sino nocivo, para el sistema que defienden con idéntica virulencia. Esta actitud abre una brecha en el propio campo de la derecha. Porque el consenso cuestionado no es otra cosa que la traducción burguesa –en el Estado y en los medios de comunicación– del conjunto de las conductas sociales. Y es, por lo tanto, una pieza fundamental del sistema mismo. ¿Cuál es el contenido, el texto de ese consenso? Básicamente se trata de una serie de eufemismos para excluir del mundo simbólico toda referencia a lo real de la desigualdad, del racismo, del sexismo, del odio, de la explotación y de la muerte. El consenso ha sido una pieza clave para que el sistema sea tolerable. Y sin embargo, es en nombre de una defensa extrema del sistema que el neofascismo de hoy lo cuestiona.

Y bien, ¿quién ataca realmente al sistema? ¿Es que esta derecha, envuelta en un delirio de propietarios, ha enloquecido al punto de imaginar enemigos inexistentes? ¿Pero acaso no son la locura y el delirio efectividades clave, sin las cuales no se concibe la constitución de fuerzas históricas? Creen –así lo dicen– que la propiedad y la libertad individual que de ella deriva están bajo peligro. La pandemia intensificó ese miedo. Encarnan un presentimiento, una cierta anticipación paranoica y preventiva, de un hecho que no acaba aún de hacerse del todo presente. Intuyen una amenaza, por ahora virtual: la posibilidad de que parte de la sociedad reaccione contra la miseria que supone someterse a las categorías del neoliberalismo. Ven fantasmas. Y se aprestan a la guerra.

Lo que procesa la derecha es una evaluación práctica: ¿es conveniente romper este consenso, esta traducción burguesa de las relaciones sociales en el plano de la percepción y del lenguaje? Lo cierto es que incluso quienes adoptan compromisos con esta mediación consensual no dudan en violarlo cada vez que la defensa del sistema lo requiere. La paradoja sobre la que deciden en estas horas los grupos de poder se enuncia así: desean asegurar los fundamentos del sistema –muerte, despojo, explotación–, sin evidenciar el carácter estructural de la división que inevitablemente promueve, y que solo la lengua del consenso permite omitir o soportar.

Esto nos conduce al segundo problema. Lo único verdaderamente incómodo en esta situación es que las fuerzas que tienen legitimidad histórica para atacar al sistema queden enredadas en la defensa de este consenso. En un artículo reciente, el filósofo catalán Santiago López Petit plantea que solo si las izquierdas elaboran una relación no fascista con la muerte (https://www.elcritic.cat/…/la-politica-i-la-mort-83702) podrán situarse más allá del consenso, en el cuestionamiento del sistema. Se trataría, entonces, no solo de plantearse una relación no fascista con la muerte y con el odio, sino también una relación no capitalista con la desigualdad y la explotación. Un modo de afrontar sin hipocresía, con un lenguaje directo y verdadero, cada una de estas cuestiones. Es algo que la cultura progresista elude sostenidamente, a pesar de contar con una entera filosofía argentina sobre la cuestión. Habrá que volver a leer a León Rozitchner.

La Tecla Ñ

Circuitos infernales de obediencia y dominación ¿Cola de león / cabeza de ratón? // LTA

“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí (… ) Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio». 

Ítalo Calvino

En este tiempo de escritura cartografiamos muchas veces, los efectos que tienen en nuestras cuerpas algunos ejercicios de poder dominantes. Hoy pensamos también, la relación que existe entre dominación y obediencia, empezamos a pensar que quien domina, sobretodo, también está llamado a obedecer. 

Los onvres, por ejemplo, si bien llevan las de ganar en la cultura patriarcal, están llamados a cumplir: no ser sensibles, no sentir o, de hacerlo, sin que eso desborde los diques tan ajustados de lo que se permite a las masculinidades hegemónicas. Los agites sutiles, la distancia que no tiene explicación o el enfriamiento repentino de algo que era más suave y encendido, se pueden pensar como modos de hacer con eso que se espera de ellos. 

Nos encontramos así, ante un movimiento que, por un lado, restringe la afectación, pero por otro, adquiere toda su fuerza en la posibilidad de embestir contra otrx. Como el patrón enojado se descarga con el peón que, en el mejor de los casos, sólo patea al perro al volver a su casa, muchas veces somos nosotras quienes tenemos que hacer algo con eso que desborda (o que justamente no puede desbordar) en otrx. Algunas veces también aparece: “estoy aturdido/frustrado/triste y no sé qué hacer con eso”. Nuevamente, en el mejor de los casos, se abre la posibilidad de armar una salida juntxs de estos circuitos infernales. Vamos a por eso.

Obediencia y dominación. Misma matriz 

La obediencia y la dominación comparten mucho, principalmente, estar movidas por pasiones tristes y reguladas por el miedo. 

¿Qué pasa cuando proponemos relaciones más libres o menos enroscadas? Muchas veces hay un llamamiento a volver a los guiones establecidos teniendo que cumplir con “todas las de la ley” cuando se trata de ser buenas víctimas, buenas mujeres, buenas amantes o buenas madres. Tenemos la sensación de que a veces no solo no pueden con nosotras más libres o sueltas, sino que al mismo tiempo hay una marcación moral sobre nuestras afecciones. No pueden solo correrse, sino que es necesario marcar lo que “no está tan bueno” de nuestro modo: “¿Te parece que podes querer a dos personas al mismo tiempo?”, “Que feo que es tener que mentir”, “Estás mucho con tus amigas (yo no debo ser tan importante)” y así, miles.

Pareciera que, aunque es más doloroso (porque a veces implica pasar por guiones muy pesados) estar dentro de lo estipulado, del orden establecido, tranquiliza. Ordena. Por temor a la pérdida o a la inseguridad que eso genera, le damos lugar a las pasiones tristes que, montadas sobre el miedo, operan con toda su fuerza, convirtiéndonos en secuaces de los regímenes establecidos.

Algunos enunciados con los que convivimos muestran ese efecto de naturalización y acostumbramiento a la opresión. Según Stengers, el secuaz, sostiene la alternativa infernal. Dice: “no hay que complicarse, es así”, sobretodo dice: “es muy necesario”. Llamamiento a la obediencia que propone guionadamente como salida la denuncia o la resignación, por ser estos, modos óptimos de captura de potencia. 

Entonces, no es solo que existe el poder dominante y/o el tirano en cada uno de nuestros micromundos sino que también, hacemos un montón de maniobras para sostenerlo. Para que este sistema patriarcal capitalista heteronormado funcione y perdure en el tiempo, somos necesarixs como secuaces.

Detenernos en ese punto es importante ya que todxs La Tenemos Adentro. Le dedicamos mucho tiempo de nuestras vidas no solo asintiendo sino también, haciendo cumplir ese régimen. El tirano vive y se alimenta del LTA, ya que no solo es sometimiento sino destrucción de todo lo que se corra de esa línea. Claudia Huergo en uno de sus textos toma a Le Boetie que abre en esta línea, y dice: “No basta con que lo obedezcan, es necesario que se rompan, que se atormenten, que se maten trabajando en los asuntos de él y luego, que se complazcan con sus placeres, que abandonen los propios gustos por los suyos (…) es preciso que no solo hagan lo que él dice sino que piensen lo que quiere y con frecuencia, que adivinen aún de antemano sus pensamientos”.

El tirano se hace fuerte porque hay colaboración y complicidad en ese movimiento. Nos invita a ser parte de esa mega empresa que garantiza réditos y más que eso: unidad, claridad, reconocimientos y sobre todo, amor, “amor del bueno” o mejor, del “inclusivo”.

El ser parte, extiende una promesa de felicidad: “ya girará la rueda y en algún momento esclavo, te volverás tirano de otros”. Así, amar lo que este sistema habilita es comprar también los vales para ejercer cuando sea preciso, los “derechos” de tiranía: Le tiranx como forzamiento, le tiranx como la posibilidad de tener a otrxs a su servicio. Le tiranx sujeta, agarra, controla, todo lo sabe. 

Esta construcción de alternativas impotentes (e infernales) se juega a nivel macro pero también en lo micro, en ese encuentro con el otrx. A veces naturalizamos que es “necesario” o que “es parte”, resignar aspectos de sí para estar en relación, para armar con otrx. Existen maneras sutiles de forzar, formas invisibles de violencia que pasan inadvertidas pero sabemos que se sienten en el cuerpo. Primera alerta. Muchas veces sentimos tensión, un miedo, culpa, una fuerza que me tira y entristece. Difícil poner palabras a esos hilos invisibles que se tejen para tensionar-nos y fuerzan algo que no queremos pero de lo que sentimos que no tenemos opción. Puede suceder entre amigxs, con unx wachx o con “la pareja estable”.

Puntos de partida: regulación y prevención de la pérdida

Estando en relación sabemos que muchas veces lo que aturde/conflictúa es el registro de que le otrx es otrx: le pasan cosas más allá de mi. Se fuga, se mueve, está en relación con otrxs, con otros mundos. En términos de narrativa propuesta ya hay un guion para resolver todo esto. Se arma un “contrato” que intenta sujetar la otredad. Puede ser tan concreto y material como un matrimonio, pero sabemos que lxs no casadxs no se salvan de nada. La conyugalidad y el parejismo que intentan tranquilizar, también es el LTA. 

Contratos: de fidelidad, de amor eterno, de cuidados incondicionales. Cláusulas de excepción: “Podes elegir tres famosos para estar y no va a ser infidelidad”; “De los días del fin de semana una noche tiene que haber plan nuestro”; “Nos saludamos todos los días a la mañana por wasup” o “te cuento en que anduve en el día (sin vos)”. Así, más en serio, más en chiste, así de mierda vivimos. Como si el contrato fuera una garantía de transparencia, de verdad, tranquilidad, de no sufrimiento. No hay opacidades, todo se ve y se sabe de antemano, todo está establecido, controlado y pactado. 

¿Se trata de no armar contratos? Creemos que es distinto lo contractual al intento de armar acuerdos, armar sentidos compartidos, armar mundos. La diferencia no está dada solo por no tener firmas y sellos, claro está. Entendemos que hay algo de esos modos de contratos propuestos, que hacen pie en la regulación, que previenen la posibilidad de la pérdida, hacen foco en la recesión. Se cuida no perder, se anticipa la experiencia, lo que se vive. Como una atajada antes de que la pelota llegue al arco, se busca evitar el dolor, la tristeza del desencuentro que a pesar de todos esos papeleos, materiales o simbólicos, a veces (por no decir siempre) pasa. 

Entonces, de la mano del miedo y de la promesa compacta de seguridad, ingresamos a la máquina de sometimiento entregando lo más propio (y también lo más vivo) al círculo que nos hace formar parte de las lógicas de opresión. Tenemos “fe” que, en algún momento, eso también traiga brishos de dominación.

¿Qué hacemos entonces teniéndola tan adentro? La sacamos a rodar. Como dice la Huergo, el malestar no es transitorio, sino que es la forma de domesticación que propone el capitalismo. Sabemos que no hay dónde huir. Que lo que tiene que empezar a pasar, tiene que empezar a pasar ahora, entre nosotrxs. La trampa del sometimiento se abre queriendo abrirla. Las herramientas para abrir esa trampa las podemos construir de muchos modos, pero ninguno de esos modos puede saltear o evitar la experiencia de la desobediencia al mandato mortífero y mortificante de una cultura represora.

Tal vez construir una vía de escape a ese binomio tiranxs/sometidxs implique dar espacio para ver qué sucede si dejamos de sostenerlo. Cortar los hilos que fuerzan situaciones, afectos. Dejar de sujetar, controlar, presionar o forzar tal vez sean las vías de entrada a otras experiencias posibles, a otras maneras de ser/estar con otrxs. Esto deja abierta la posibilidad de pérdida, de que el encuentro no suceda, pero también de que algo nuevo se arme. Asumir la inevitabilidad de ese riesgo y tolerar la sensación de intemperie que nos encuentra cuando podemos sacarnos un poco de encima al tirano, es parte de la apuesta. 

 

“Libre asociación o nada” 

 

¿Cómo armarnos sin jerarquías, ni forzamientos? Estamos profundamente convencidas que en esta odisea de intentar a(r)marnos mundos más libres no se puede prescindir del otrx. Hemos hablado de que a veces no es posible, que a veces no hay disponibilidad para dejarse tocar por las preguntas, pero sabemos que la posibilidad de armar mundo es con otrxs, ahí cobra existencia. El asunto es ver desde dónde, cómo y qué se puede armar. 

El ejercicio de libertad es con otres. No es previa, individual o bidereccional (yo sí y le otrx no, o a la inversa). Solo con otrxs es posible el armado de libertades. Armar modos de vida más libres nos implican de cuerpo entero. Implica coraje para mirar la mierda hecha carne que nos hace reconocernos como tiranxs y sometidxs. Hay que ir viendo qué hacer con eso. 

Animarse a ver al tirano que llevamos dentro, porque en general solo vemos tiranos en otros lados. Nos preguntamos, ¿qué colabora para el despliegue de la libertad de quienes amamxs?, ¿y de cualquiera? Aún entristecidos, ¿podemos asumir que la alegría del otrx esté en otro lado que no sea conmigo? ¿Cómo acompañamos que otrx necesite espacio y tiempo? ¿Bajo qué condiciones una libre asociación será posible?

Dice nuestro viejo amigo Marx: “La antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, es reemplazada por una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno es la condición del libre desenvolvimiento de todos”.

No es el contrato de un vínculo lo que permite el despliegue de las libertades individuales sino que es la asociación o el encuentro el que podría permitir el despliegue de esas libertades y el desarrollo al máximo de nuestra potencia de actuar.

Quizás también, otra clave para pensar la tensión entre contratos y asociaciones sea que, en asociación, no se intenta cuidar algo que podría perderse sino armar condiciones de posibilidad para que ocurran cosas, imprevistos o inmanentes, sin estar pendientes o prevenidos de sus efectos. Como dijimos, en los contratos tampoco se tienen esas garantías pero se ficciona que es posible ese control. Como dicen lxs amigxs del Comité Invisible “se puede vivir una vida entera sin experimentar nada, guardándose bien de sentir y pensar. La existencia se reduce entonces a un lento  movimiento  de degradación.  Desgasta y  daña, en lugar  de dar forma. A la inversa, a quien rechaza vivir al lado de sí mismo, a quien acepta experimentar, la vida le da progresivamente forma. Se convierte, en el pleno sentido de la palabra, en forma de vida”.  

La asociación es condición para la libertad. No se trata de encontrar sujetxs libres individualmente sino de construir en asociación, libertades. Nuestra apuesta es (siempre) buscar aliadxs, no es sin ellxs. Convocarnos e ir creando en “ese juego sutil de distancias y resonancias” nuevos modos de vivir y también de resistir.

  

 

Protegido: La poesía: un destino menor // Adela Feliz

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Capítulo de novela inédita // Pedro Yagüe

Hago una pausa. Tengo los codos sobre el vidrio de la mesa y la mirada perdida en el ventanal. Allá afuera, las nubes blancas, infinitas, se mantienen firmes ante mí. Sobre la mesa hay un libro abierto que en su secreta afinidad con Fukuyama anuncia la llegada de un nuevo apocalipsis: el fin del amor. A su derecha está el paquete de pañuelos descartables, el cuaderno y la taza vacía de café. Despego un brazo y lo estiro hacia la cerámica tibia. La acerco a mi nariz y me dejo inundar por el aroma tostado que todavía expulsan los restos sólidos de la infusión. Bajo la mirada hacia las páginas del libro.

Leo.

Debía preguntarse muchas cosas a esa edad, debía estar confundida. Debía pensar mucho, imaginar sola, sola en ese mundo tan raro como ella. Un mundo privado, terriblemente privado. Debía preguntarse cómo era el universo de los otros, cómo sentían, cómo pensaban, cómo hacían sus cosas sin tanta regla, sin tanta ley. Debía experimentar la incomodidad de un cuerpo, del suyo, tan inaccesible y extraño como el de los demás: sus pelos, sus ropas, sus piernas, sus manos, todo parecía sexual desde esa visión temerosa e infantil. Debía preguntarse muchas cosas a esa edad.

Para ocultar el rubor, la vergüenza que debía sentir frente al semblante firme de los otros, ella se ponía a hablar y teorizaba: el mundo tal como lo conozco no es el mundo. Es el de ellos, legislado desde las sombras, desde un escenario dramático en el que todos deben construir, frente a los demás, su propia imagen. Años más tarde, esa realidad superficial la esperaría con los brazos abiertos. Es lo que diferencia al cristianismo del judaísmo: acá todos son bienvenidos. Solo se exige un sacrificio, algo mínimo, una especie de circuncisión pero del alma. Entonces sí, habiendo entregado esa libra de carne, habiendo dado lo que había que dar, se está en condiciones de acceder. La libertad del mercado, la fugacidad del orgasmo, el cuerpo sin cuerpo, el amor universal, el corazón de un dios abstracto como abstracto es el dinero para quien lo atesora y no lo gasta: acá todos son bienvenidos. Pero ella teorizaba. Entonces debía sentir algo extraño, una emoción profunda, incierta, como si fuera una extranjera en busca de nuevas tierras. Tierras ignotas, oscuras, aunque repletas de misterios. Debía hablar para sus adentros. Debía escuchar un silencio privado, frágil, que se estaba a punto de quebrar.

Mitad privado, mitad púbico, el colegio secundario le mostró las puertas de una percepción. La gestualidad trabajada, el sacrificio y la disciplina, esa impronta de intelectualidad que sirve de pretexto para todo. Debía sentirse maquillada cada vez que salía al mundo, cada vez que cruzaba las fronteras del barrio y se perdía como una más en el anonimato hermoso de las calles. Calles finas, calles anchas, largas y cortas, sin tanta pollera, peluca, telas, negocios y mantas: el universo de los otros. Debía perderse en el sentimiento de ser nadie y debía disfrutar de esa ausencia, de ese olvido absoluto. Debía sentirse aliviada en los paseos, en las caminatas por las veredas libres. Sin embargo, como sucede en los niños y en las parejas, con el paso del tiempo el juguete pierde interés. Ese juguete libre y fascinante pasaría al cajón de los recuerdos para dar lugar a otros más brillosos y prometedores. Era el fin del anonimato, el inicio de una nueva era.

Para abandonar la inexistencia, esa libertad clandestina de no estar, debía parecerse al mundo que la recibía. No era necesario erotizarse, solo había que exaltar lo erótico en el universo infinito de las palabras. Hablar del cuerpo como una coartada para su desaparición. Como los infieles que se muestran en lugares frecuentados para que nadie sospeche que están haciendo algo prohibido, el mundo intelectual se encuentra plagado de escritores que hablan del cuerpo erótico como una forma de esconder su ausencia. Algo parecido debía sentir ella desde su visión de extranjera. Por eso, para ocultarse, era necesario repetir esa experiencia infantil, ese primer encuentro que había marcado para siempre su relación con el mundo. Hablar y teorizar. Debía haber algo de ostentación en todo eso. Ostentación excesiva, abstracta y racional, idéntica a la de su ley, que se prolongaría más tarde en la Facultad de Filosofía y Letras. Debió haber conocido desde niña el placer por los sentimientos puros, el elogio gradual del control, del orden, de la ausencia absoluta de penetración, de succión, de sodomía, de sadismo. Ya adulta, debía experimentar placer al controlar el deseo, al volverlo manso. Debía lograrlo en cada palabra, en cada texto, en cada frase dirigida hacia alguno de sus amigos. Y debía sentirlo como una victoria sobre ese mundo aterrador, incontrolable, que de pronto se mostraba manso frente a la pureza efectiva de los conceptos.

Dejo de leer.

Sin levantar la cabeza, alejo la mirada del libro y, por un momento, le escapo al ahogo de sus palabras. Con la mirada en blanco, subsumido ahora en un nuevo estado, recuerdo. Las imágenes fluyen sin que me aferre a su sentido, pasan de largo y vienen otras. Llegan momentos, frases, personas. A los pocos segundos enderezo el cuello, hasta que, sin darme cuenta, vuelvo a mirar a través del vidrio limpio del ventanal. En el momento en que lo hago, llega un recuerdo, una situación concreta, una imagen que entonces parece una revelación. La actividad de la memoria me produce una especie de arrebato, una vitalidad repentina que se manifiesta de diferentes maneras: mi pie derecho empieza a dar golpes nerviosos contra el piso; los músculos de mi pierna, efecto de los golpes nerviosos del pie derecho, comienzan a temblar de manera floja; los pómulos se tensan como si estuviera por sonreír; los labios se alargan en línea recta sin despegarse; la cabeza gira de un lado al otro como si me indignara, como si negara algo, o, en realidad, como si no pudiera creer que estoy leyendo el libro de una mujer que alguna vez conocí. Sorprendido por la coincidencia y por la pequeñez indiscutible de la pequeña burguesía, me esmero en dejar la imagen y vuelvo a las páginas del libro. 

Leo.

Con devoción religiosa, debía sentarse en los pupitres de la Facultad a incorporar la ley de los conceptos del mismo modo en que, años más tarde, lo haría con la ley del amor. Debía ingresar al aula con esa ostentación de intelectualidad idéntica a la de sus compañeros, con ese modo de hacerle saber al mundo que todo, absolutamente todo, podía adaptarse a la materia inerte de la filosofía. A juzgar por la disciplina invariable de sus estudios, se hubiera dicho que la aspiración a ese goce abstracto no dejaba de ser un simple medio, como luego lo serían otros, para el reconocimiento social, esa pasión vedada para los habitantes de su barrio. Sea como fuere, el amor debió haber estado siempre como problema, como pregunta, como palabra. Años más tarde, ya cerca de terminar sus estudios, se frustraría al reconocer la distancia que la alejaba de las parejas contemporáneas.

Debía sentirse débil al imaginar el poder de esos hombres, tan distintos a lo que ella hubiera querido: sujetos poderosos que saben lo que hacen y hacen lo que quieren; dueños de ese mundo sin garantías que ella intenta combatir. Debía sentir la injusticia marcada a fuego en sus entrañas cuando el teléfono no vibraba, cuando no respondían lo esperado, cuando el universo no se regía según su ideal de responsabilidad. Debía sentirse buena, casta y pura, como sus conceptos, cada vez que el mundo no rodaba según su parecer, cada vez que las ganas de los otros no se ajustaban a las suyas y ¡pobre! volvía a caer en esa trampa. Así como Rembrandt pudo pintar a la Virgen María como una simple campesina holandesa –esto lo decía Marx– no resulta extraño que una mujer religiosa se represente al mundo del amor de una manera que le es familiar. La ley fue abandonada, aunque no su abstracción, razón vacía sin cuerpo, con la que el nuevo mundo fue creado.

Debía sentir el dolor de esa deuda, la de los hombres, esa deuda imposible de pagar –ahora llega el turno de Simone Weil: “Los hombres nos deben lo que habíamos imaginado que nos darían. Perdonarles esa deuda. Yo también soy distinta de lo que imagino ser. Saberlo, es el perdón”. Pero ella no. Ella no es distinta de lo que imagina. Ella es exactamente lo que imagina. Por eso no hay lugar para el perdón, para el malentendido, para el desencuentro. Solo hay cielos e infiernos, malos y buenos. Entonces, me pregunto antes de levantar la cabeza y mirar por el ventanal, ¿habrá salido alguna vez de ese barrio? 

Dejo de leer.

Durante algunos segundos detengo el flujo de mis ideas e imagino las calles del Once. Al hacerlo, recuerdo a una compañera de la Facultad, ahora devenida en profesora, que de un tiempo a esta parte realiza de manera pública un elogio compulsivo a ese barrio al que nombra como “el más plebeyo” y que, recuerdo mientras giro la cabeza hacia la pared, ella siempre padeció. ¿Cuál es el precio? ¿Qué costo tiene esa distancia entre lo que se dice y lo que se siente, entre la retórica pública y la vivencia real? Esa monotonía ajena, distante, también vacía y abstracta, me recuerda a la mujer del libro que leo, aunque hoy no haga otra cosa que imaginar una vida y una pose de la que sospecho.

Leo.

Debía buscar garantías, debía creer que el mundo sin ellas no es más que una incertidumbre espantosa, un vacío imposible de pensar. Debía evitar miradas, rechazar caramelos, desconfiar de extraños. Debía tratar de regular, casi legislar, los modos del placer. Era evidente que la religión ya no alcanzaba. Así como ciertas medidas securitistas y represivas solo pueden ser llevadas a cabo por gobiernos de izquierda, era necesario acudir a una retórica liberadora para ponerle un poco de orden al infinito inabarcable del deseo. En la escritura, al igual que en el amor, hay más verdad en el amateur que en el profesional. Hay más riesgo, más placer: otra presencia. Solo una profesional del amor que mira todo desde afuera, impoluta, una profesional del mundo, digamos, puede pensar, como dice, que la noche, para los hombres, es un parque de diversiones.

Dejo de leer.

Doy vuelta el libro y dejo las páginas tapadas contra la mesa. Levanto la mirada. Producto del azar, de mi falta de gracia o de mi torpeza, de esa que todo el tiempo me somete a la incomodidad de no saber qué hacer con las manos, recuesto la palma derecha sobre la tapa roja del libro. ¿Por qué me enoja tanto? ¿O elegí ese libro justamente para eso, para enojarme? Detengo la mirada en un punto invisible y permanezco inmóvil en la absorción hipnótica que me genera ese espacio. Poco a poco, los resabios de lectura se disuelven y solo permanece la pregunta: ¿estoy leyendo para enojarme? La conciencia de estar con los ojos abiertos en mi casa, en esta mesa frente al ventanal, me permite recuperar la sensación de estar sobre esta silla desde hace más de cuarenta minutos. No. No leo para enojarme. Leo para ver, para descubrir algo, aunque solo sea una emoción.

Como si despertara, sacudo la cabeza hacia un lado, hacia el otro, y reconozco de a poco los objetos del lugar. Miro los tablones del parquet, opacos y diferentes, el sillón, el televisor, los parlantes, el celular. Todo me parece propio, incluso la gente que escucho caminar por el pasillo, del otro lado de la puerta. Comprendo entonces que, durante el tiempo en que detuve los ojos en el ventanal, me permití un breve descanso. Pero ya es hora de volver. Doy vuelta la tapa roja y descubro el inicio del tercer capítulo.

Leo.

Ni el más entusiasta escritor de autoayuda se hubiera animado a tanto. El mismo Stamateas, sentado frente al escritorio de su country en San Fernando, hubiera considerado excesivo tal ejercicio de la persuasión. Como sea, ella, sin llamarse psicóloga, sin confundirse con esa casta desprestigiada de la autoayuda, se dedica a brindar herramientas para la superación personal.

Dejo de leer.

Estoy molesto. Sin mover el brazo izquierdo que desde hace varios minutos me sostiene el mentón, agarro una pila de páginas y, luego de apretarla con el costado del dedo índice y la yema del pulgar, la desplazo hacia el centro del libro abierto. De a poco inclino la mano, giro la palma y veo cómo la pila se dobla convirtiéndose en un arco tenso de papel. Con un movimiento sutil, casi imperceptible de mi dedo, suelto de a una las páginas que, con su sonido característico –p, p, p, p–, caen tendidas del otro lado del libro. Atrapado por esa actividad en la que reconozco un placer misterioso, seguro de mi decisión de ganar tiempo y no perderlo en ideas que, comprendo ahora, no me interesan, avanzo unas cincuenta páginas y llego al capítulo final.

Leo.

Pero no puedo. Intento pero no puedo. Perdí el estado, la frecuencia, el empecinamiento absurdo que, hasta hace unos minutos, me hizo leer. Y ahora, después de un largo rato de lectura, después de enojarme, de imaginar, de reflexionar, de suponer, me ahoga un vacío oscuro, como si de pronto me faltara algo. Perdí esa fuerza, o lo que sea, que cada tanto aparece. Una energía, como un relámpago, que me traslada a emociones, a lugares, a pensamientos, y a la que me aferro cuando viene porque sé que en cualquier momento se puede ir. Una intuición que es como un faro, un silbido hermoso en la oscuridad. Con los ojos firmes, perdidos en las manchas negras del papel, imagino esa fuerza, o lo que sea. La miro de cerca, la acaricio y comprendo que ese ir y venir, esa incertidumbre inexplicable, encantadora, se parece al amor más que cualquiera de las ideas del libro. Pero ahora esa fuerza no está. Se fue. Esta vez la interrupción no vino del mundo externo (gritos del vecino, perros que ladran o la vibración molesta del celular) sino de adentro. Perdí la continuidad, eso que necesito para hacer cualquier cosa.

Mientras lucho contra la fragmentación, el cambio de actividad y la interrupción del proceso en marcha, pienso en la distancia que muchas veces creí que me alejaba de la realidad, en la vivencia difusa que tengo de estos días. Miro todo como un nene que, ante una película de terror, se pone las manos en la cara, no para dejar de ver, sino para sentir la proximidad de los dedos que, de un segundo al otro, podrían taparle la vista.

El estudiante bajo la farola y la noche cibernética // Gerardo Muñoz

Esta semana circula una imagen que nos facilita otra entrada a la época: la imagen del joven Carlos Alegre sentado en el quicio de una calle de Málaga leyendo un cuaderno mientras hace tiempo entre “deliveries” para Glovo (a su derecha podemos alcanzar a ver su mochila colgando de la motocicleta). En un mundo en el que se nos pide la reclusión total de nuestros hábitos y movimientos con otros cuerpos, también se rehabilitan una galería de nuevos tipos sociales: el “promotor”, el “influencer”, el strategic consultant, o el tristísimo food delivery guy. El abanico de estas figuras de la época cibernética no hace sino confirmar la muerte del Hombre. Pero ahora la novedad radica en que la aparición de estos nuevos sujetos calibrados por el dispositivo del “servicio” remite a una necesaria compensación ante completa ausencia de vida. En una época de estancamiento absoluto – donde el velo de las promesas del Fordismo y de la gestalt del trabajador ya han perdido toda credibilidad – lo único aparente es la devastación del deseo de la vida; o, lo que es lo mismo, la posibilidad de llegar a ser lo que somos en la vida.

Una vez que hemos tocado este clivaje histórico, se confirma que la irreversibilidad entre el humano y la máquina ha dejado en suspenso las viejas certezas de la economía política y la comunidad, de la pertenencia y del sentido mismo del futuro. La postura ecuánime del joven Carlos en Málaga lo ilustra: su mirada cabizbaja ante su cuaderno de apuntes se fuga de una realidad miserable y ominosa. En efecto, la apertura al desierto nihilista que experimentamos en las metrópolis del planeta provoca la sensación de que la antigua “autoafirmación del hombre” no fue más que un pretexto para poner en marcha un cautiverio para contener y domesticar los modos de querer, amar, errar, y buscar proximidad con las cosas y los seres.

Ciertamente la imagen del joven de Málaga es el emblema de la oscuridad de nuestro mundo, cuya tonalidad de desamparo es existencial antes que política. Y, sin embargo, la imagen taciturna de este joven bajo la luz amarillenta de una farola es también la imagen que devela el vacío de una institución que llamamos «Universidad», y que hoy no es mas que otra esfera entregada al tráfico del valor y al narcisismo de las habladurías. Por eso, la soledad de Carlos es portadora de la verdadera universidad invisible; una universitatis capaz de encontrar su madriguera en el espacio sublunar del pensamiento y de la atención.

Por eso es por lo que todo estudiante ya no debe esperar nada de las “universidades”, tal y como se originaron desde el proyecto humanista de Humboldt y posteriormente con el triunfo de la especialización del método científico sobre el pensamiento y las capacidades poéticas del hombre. El estudiante del presente mantiene su fidelidad ante la voz y la atención para generar un recomienzo hacia lo que pudiéramos llamar una nueva educación sensible sin el pathos del viejo romanticismo. En este sentido, la atención del estudiante es un gesto de vida que, en virtud de su soledad, está en condiciones de desrealizar un mundo caído a las tribulaciones de la medición y de la oscura fe en el éxito, dos formas en las que el ladrón universitario se inmiscuye en la noche del mundo.

¿Qué puede significar que el mundo hoy exista bajo el atropello de la juventud y de sus modos de estar juntos? Ciertamente, ultrajar la textura juvenil es una de las misiones del poder, ahora intensificado bajo la impronta técnico-médica del régimen pandémico. Esto ha quedado confirmado cuando Eric Schmidt, ex CEO de Google, en una columna publicada al comienzo de la epidemia defendiera la posibilidad de una “revolución de infraestrutructa digital” para llevar a cabo un proceso de “absoluta proximidad con la vida de cada estudiante”. El oscuro corazón de la cibernética pocas veces ha sido expuesto con tanta nitidez. Desde luego, la misión de la reintegración total de la técnica a la textura vital estudiantil no es más que la declaración de guerra contra todo aquello que parezca desvío, deseo, encuentro, fiesta, experiencia y amor entre los cuerpos.

Una vez que estamos atrapados en la reproducción de la vida, el poder cibernético solo le queda colonizar la dimensión invisible constitutiva de cada forma de vida. De ahí que la pandemia inaugure una nueva fase histórica en la que el conflicto central – si es que acaso pudiéramos decirlo en estos términos – es que no hay tal cosa, ya que ahora el mundo se dirime entre el partido de la cibernética y los fragmentos del partido cinético, que se define por su defensa en torno al suceso de una experiencia aprogramable.

No se le escapa a nadie que a los nuevos amos de la cibernética – proceso de intensificación y amplificación de las ciencias bajo la rúbrica de la optimización de la vida – saben que la juventud, más que una fase biológica humana, es la energía que recorre al singular por fuera de la objetivación del mundo. Toda la cultura de feedback imaginal es una manera de taponear la energía que subsede al ruinoso mundo adulto. Ya en un bello poema publicado en 1968, Elsa Morante habló de un mundo que solo podía ser salvado por los niños (Il mondo salvato dai ragazzini). Más allá de la agonía y del régimen de vigilancia que impone la cibernética, el no-saber de la niñez nos invita a participar en un juego permanente con lo imperceptible de la oscuridad. Esa destreza intuitiva de jugar con los elementos que disponemos no es una estrategia que podamos situar de cara al futuro, aunque ya constituye la eficacia de una mirada por fuera de la miseria del cautiverio. Y es esa mirada bizca a la que siempre se le revelarán las estrías del mundo.

Individualismo cerebral // Julián Ferreyra

En este escrito se discuten los pormenores de condicionar la abogacía y lucha por los derechos desde lo propio del “cerebralismo”, criticando la “indivisibilidad del sujeto”, sus derivas hacia el individualismo cerebral, y sus consecuencias en los modos de construcción de ciudadanía. Neurocientismos que no culminan simplemente en efectos clínicos o sanitarios, sino que derivan en diversas escenas y sucesos de la vida cotidiana y comunitaria.

Partiremos del término ciudadanía biológica formalizado por Nikolas Rose para reflexionar sobre una de sus variantes contemporáneas, la ciudadanía cerebral, desde diferentes conceptualizaciones y a la luz de las particularidades históricas del campo de la salud mental (SM) en Argentina. Para dicho autor se trata de modos en que la constitución biológica puede volverse un tema de debate político, de exclusión o reconocimiento de demandas sociales. En este sentido, el acto de modular, regular o mejorar su condición biológica sería la tarea central de la vida del ciudadano actual, fundamentado en “las creencias acerca de la existencia biológica de seres humanos en cuanto individuos…” [i]. Alguien es de determinada manera por algún rasgo en su cerebro.

Dicho modo de ciudadanía torna factible que un cerebro ─sea su imaginarización social, su versión conceptual naturalista de sentido común académico─ pueda ser el destinatario de derechos. Una suerte de contrafuga de cerebros. No obstante, la vivencia de sí como “sujeto cerebral” ha requerido y requiere de determinadas condiciones socio-históricas; una toma de conciencia de aquella subjetivación, a partir de la crítica sobre sus condiciones sociales e institucionales, en la dirección de prácticas con enfoque de derechos, recuperaría una concepción de sujeto activa, social y agente del derecho a la salud[ii].

Se considera a una persona como sujeto de derecho ─presente tanto en diversas normativas vigentes como en las reivindicaciones de distintos grupos de usuarixs ligados a SM y discapacidad─ con la intención de ponderar a la “diversidad” como ordenadora de las prácticas en SM, evitando así cualquier clase de sufijación más o menos obligatoria, tal como “neurodiversidad” o “psicodiversidad”. Pero lo anterior resulta inviable desde una ciudadanía cerebral, la cual es fatalmente afín a la idea de emprededurismo de sí y a formas posmodernas de la clásica sociedad de control.

 

Rendimiento y vida cotidiana

La subjetivación cerebral implica un modo de vivirse a sí que pretende ser hegemónico dentro del campo de la SM, de corte naturalista y asociado a diversas modalidades del individualismo. Analizar críticamente dicho modo de subjetivación implica, entre otras, la crítica filosófica al sentido común de algunos neurocientistas y su marco epistémico reduccionista en la conceptualización de prácticas de SM. No obstante, dicho modo de subjetivación va más allá de las relaciones clínicas o de las llamadas neuroascesis, y tiende a ser hegemónico como creencia en buena parte del sentido común de la población.

A modo de ejemplo: el antidepresivo –su utilización acrítica, sin mediación clínica– es una tecnología del yo en tanto aplana la pregunta por la subjetividad, quitando los avatares del sufrimiento y angustia subjetivas, constituyéndose en una neuropolítica[iii]. En las agendas neoliberales se instituye una suerte de higienización psíquico-afectivo, que además de institucionalizar el individualismo de mercado introduce estéticas coloniales, favoreciendo lazos mediados por comportamientos securitistas como expresión de salubridad común[iv]. Cuestión analizada, desde otra perspectiva, por Pitts-Taylor[v] en torno a la relación entre neoliberalismo y el neuronal self.

Se tomará el constructo “rendimiento” como ordenador, ya que permite recortar un horizonte socio-político para la discusión que sigue: el neoliberalismo como construcción política, el cual tiende a una subjetivación regida por el imperativo a la eficiencia homogeneizante.

Desde el discurso capitalista de Jacques Lacan, una forma de discurso que redobla la apuesta del Amo clásico, ya no resulta necesario que alguien, el Esclavo, sepa algo. Aún en su insostenibilidad dicho discurso se consuma al tiempo que se consume[vi]. Así, “…el corolario de esta situación está dado por la búsqueda de la performance de cada individuo en tanto ser hablante, y que como sujeto sea siempre más (…) se ‘exige’ que su ‘unidad’ sea casi indestructible”[vii]; siendo el cerebro el summum de dicha unidad. El imperativo de rendimiento, a una mejor performance socio-afectiva, requiere de una concepción de sujeto ligada a la unicidad. Se trata es de una indiferencia a la escisión cartesiana, o quizás por el contrario de una consecuencia directa del dualismo: una de sus modalidades, el naturalismo.

Esta pretendida unidad torna necesario e imperante clasificar y evaluar, justamente para darse cualidad de existencia[viii]. Evaluación y clasificación que, en tanto tecnologías del yo, producen una concepción de sujeto y no al revés, con efectos en el sentido común de gran parte de la población. Una búsqueda de unidad que puede leerse como la más elaborada doctrina de la individualidad y, por ende, cara al individualismo. Pero ya no más una individualidad psicológica o mental, sino lisa y llanamente cerebral.

Al ponderar a la evaluación y a la clasificación se evita pensar clínicamente en términos de asistencia, promoción, prevención y cuidados.

            Se produce así un borramiento cada vez más inteligente y sutil de la conciencia [de clase], constituyendo sujetos sintientes: un modo de ciudadanía centrado en expresiones afectivas personalizadas pero sin contexto alguno, y que frente al conflicto recurre a soluciones privatizadas sin apelar a las condiciones históricas de su posibilidad[ix]. Desde Ahmed[x], la formación global de agendas narcisistas propias de la cultura terapéutica del neoliberalismo, las cuales ofrecen la fetichización acrítica de las heridas como identidades políticas atomizadas, instando así a la desmovilización popular por la vía de la desideologización de lo íntimo.

De esto último podemos efectuar al menos dos reflexiones: estrictamente hablando, lo clínico como acto en salud y relación social no es lo propio del neoliberalismo sino lo antitético, y que esto último se enlaza a la concepción de la identidad como átomo puesto a la adaptación.

 

 

El mito individual del ciudadano

 

Dicha evocación imperativa a la unicidad como condición para un cada vez más alto y requerido rendimiento culmina, lógicamente, con la producción de un sujeto pasivo. En el mejor de los casos, la única agencia posible para dicho sujeto es la de la ciudadanía biológico-cerebral.

Resulta pertinente resituar la discusión en torno al rendimiento como imperativo, o lo propio del discurso capitalista, desde lo más profundamente rechazado por dicha discursividad o modo de subjetivación: considerar a las personas como sujetos de derechos. La relación social y el modo de subjetivación propios de un sujeto de derechos están signadas por la categoría de conflicto que, la cual contrapondremos a la idea de rendimiento.

Retrotraer todo testimonio del hecho subjetivo a meras formas de la individualidad atenta contra el lazo social; y mucho más aún sobre valores como la solidaridad, relacionada ésta con otros como la búsqueda del bien común o incluso la justicia social. Es decir, una solidaridad que va más allá de la defensa de intereses sectoriales. Ejemplos de último los encontramos tanto en las asociaciones de usuarixs y familiares de SM emparentadas con la defensa de la Ley Nacional 26.657, como en las luchas del feminismo popular: en ambos casos no se trata de reivindicaciones focalizadas sino de una enunciación que apunta a la ampliación y resguardo de derechos de toda la población. En sendos ejemplos hablamos de colectivos que pugnan por derechos y políticas de corte universales.

Se trata de una superación crítica de la concepción liberal clásica que instituye que “mis derechos terminan donde empiezan los derechos del otro” desde un enfoque de derechos humanos en el campo de la salud[xi]. Resulta obvio: la posibilidad de agenciar un derecho requiere necesariamente superar el mito de la individualidad, es decir, superar el sectarismo propio a cualquier grupo-objeto. Una persona no se constituye en sujeto de un derecho desde el aislamiento ontológico, sino siempre en función de otros y, por supuesto, no sin el Estado. No obstante, la petición de derechos desde subjetivaciones individualistas, como la cerebral, poco o nada de margen ofrecen para que dichos actores se consideren parte de un “nosotros” más amplio y necesariamente tomado por la heterogeneidad y la diversidad.

De lo anterior puede también, cual síntoma, retornar una ciudadanía biológico-cerebral auto-delimitada desde la “neurodiversidad”.

 

 

Neurontologías

 

Si determinada afección o malestar remite a un problema “del” cerebro, habrá entonces escasa posibilidad de una implicación personal, relacional; desaparece la categoría “persona”. Muchos actores sociales rechazan la psicologización del padecimiento subjetivo en pos de un cerebralismo. Existen personas, y por ende formas de ejercicio de la ciudadanía, neurotípicas o neurodiversas. Esto es compatible con la alusión de Rose a la idea de biosocialidad de Rabinow, que refiere a colectivos formados alrededor de una concepción biológica de identidad compartida, relacionados con formas habituales del “activismo”, en defensa de un lugar identitario. Consecuentemente, buena parte del campo de la SM ─discusiones, prácticas, dispositivos y políticas públicas─ se ve compelido a reducir el malestar a un signo reductible a dichas identidades biológicas.

El punto problemático reside justamente allí donde lo susodicho implica necesaria y paradójicamente una desubjetivación: el rasgo identitario sería “propio”, estaría en una suerte de interioridad, pero como un a priori cerebral. La mera particularización de un universal. O en simultáneo, ser diverso será meramente en función de tener un “cerebro diverso”.

Por ejemplo, “el autismo que somos” en vez “del que tenemos” plantea la coherencia del biologismo, de la subjetivación cerebral. Lo paradójico es que la tesis reduccionista/naturalista, tematizada en la neurologización de autismo, la bipolaridad u otros, representa una suerte de empoderamiento de la cultura de la diferencia, que incluso puede ir en contra de la homogeneización producida por la biologización “clásica”. Este ejemplo no pretende constituirse como universal, sino que simplemente muestra que las perspectivas no dan lugar a versiones de “sí mismo” homogéneas. No obstante, su correspondiente forma de ejercicio de ciudadanía remitiría indefectiblemente a la conquista de derechos de corte focalizados, a causa de la fuerte impronta de la identidad biológico-cerebral como condicionamiento al acceso a derechos. Neurontologías que producen derechos identitarios, pero nunca universales.

Una de las consecuencias de lo anterior en nuestro sistema sanitario es la producción de condicionamientos ontológico-performativos para la accesibilidad de las personas usuarias a servicios, prestaciones, sistemas de apoyo o incluso medicación.

 

 

Diversidad ciudadana

 

Es propicio discutir qué versiones de “diferencia” o de “diversidad” resultan como efecto de dicho modo de subjetivación; y en relación a esto, qué efectos en el ejercicio de ciudadanía y acceso a derechos.

Muchas veces se plantean discusiones falaces: “o a la patología y su estigma o a una identidad biológico/cerebral”. Va de suyo que una persona o colectivo preferirá evitar el nominalismo de la locura, el déficit o la enfermedad mental, considerando quizás más atractivas y dignas cualquier clase de explicación ─científica y/o de sentido común─ que sitúe la propia coyuntura y existencia como un modo identitario…cerebral. Pero el problema se sitúa en que dicha falacia lleva a la falsa antinomia “derechos de la patología Vs. derechos de la identidad”, siendo los segundos en apariencia mucho más prometedores, pero igualmente cuerdistas.

 No debe omitirse que los derechos no pueden ni deben basarse en ninguna clase de naturalismo biológico ─sea lombrosiano, de la nosología psiquiatría clásica o del neurocientismo─ ya que las normas tienen y han tenido siempre otro origen y devenir, conflictiva mediante; no hay deber ser que pueda reducirse a la actividad cerebral. Si se postula una matriz biológica para la abogacía y proclama de derechos, se culmina en la emergencia de derechos condicionados por el reconocimiento de la diferencia en términos ontológico-cerebrales, o peor… Y al mismo tiempo, en una degradación del concepto de diversidad o diferencia a un estadio naturalista.

Marcos normativos como la Ley Nac. de Salud Mental nos recuerdan que una persona debe situarse ante todo y sin condición alguna como sujeto de derecho; y estar en situación de tratamiento o utilizar servicios de SM simplemente convierten a esa persona en usuaria de dichos servicios, nada más. Resulta ético que alguien goce incondicionadamente de sus derechos por el mero hecho de ser persona, teniendo esto a su vez efectos clínicos. Claro está, si eventualmente lo desea, una persona puede autopercibirse y nominarse como neurótico, autista, esquizofrénico, bipolar, neurotípico, neurodiverso, etc. Pero alterar este orden y que, por ejemplo, la neurodiversidad haga las veces de condición para acceder a prestaciones esenciales o servicios, deviene indigno.

Sujeto de derechos es una categoría socio-jurídica y política que permite situarse en el marco de prácticas sociales concretas, como las del campo de la SM; posibilita el ejercicio de derechos sin ninguna clase de condición [biologicista]. Por el contrario, encontramos una naturalización y vaciamiento en la subjetivación cerebral, por obturar el hecho social, histórico, político, e incluso psicológico.

La incompatibilidad entre sujeto cerebral y de derechos quizás pueda ser finalmente ilustrada a través de un ejemplo: en casos de “muerte cerebral” no hay posibilidad de un sujeto cerebral, pero habría igualmente un sujeto de derecho, quien por directivas anticipadas podría acceder al derecho a una muerte digna.

El cerebro es condición para pensarnos y sentirnos desde una u otra identidad; pero de ningún modo ésta se encuentra en nuestro cerebro. De esto último es que se desprenden consecuencias en prácticas sociales en general, en formas de la vida cotidiana, y no sólo en lo atinente a dispositivos en salud o SM.

La diferencia positivizada, la diversidad como un ordenador crucial para abordar el sufrimiento y el malestar, remiten a complejas relaciones, ya que la subjetividad emerge desde la resistencia de los cuerpos, nunca de manera aislada e individualista, sino en un complejo dinámico en el cual se concatenan las resistencias de otros cuerpos[xii]. Diversidad y subjetividad son categorías que implican personas, relaciones, dispositivos e instituciones. Siguiendo a Paul B. Preciado[xiii], y ante las complicaciones del concepto de identidad, resultan convenientes las nociones de diferencia o margen: concebir al sujeto y agente político no como centro autónomo de soberanía y conocimiento, sino como una posición inestable, efecto de constantes re-negociaciones estratégicas de la identidad.

 

Descerebrar la salud mental

 

Que el soma o el cerebro tengan efectos sobre las identidades no es independiente sino dependiente de complejas relaciones: entre personas y con ello que habla más allá de mí mismo. Alguien “es diverso” por el efecto que su cuerpo o su cerebro tienen sobre sí y sobre otros, en un momento histórico y social determinado; de lo contrario la biología será, una vez más, destino.

La ciudadanía se degrada en como si [neo]liberal allí donde no emerge la singularidad puesta hacia lo común, diversidad y conflicto.

¿Será que debamos descerebrar el campo de la SM? “Neurociencias = neoliberalismo” es una igualación perezosa e imprecisa. Se trata de rectificar el lugar del saber neurocientífico, criticar su aplicacionismo acrítico y unicausal, admitiéndolo al mismo tiempo válido por lo incompleto, al igual que los otros saberes que intervienen en nuestro campo. Ensayar interdisciplinariamente puntos de encuentro en las prácticas, profundizando la discusión epistemológica allí donde se avizora inconmensurabilidad.

Excede a este escrito, pero resulta pertinente no omitir las derivas del cerebralismo ─su juntura con el individualismo, el rendimiento y la retórica neoliberal─ en torno a la construcción de ciudadanía y de agendas socio-culturales, multimediáticas, gubernamentales y electorales. En ese sentido, evitando exageraciones paranoides, preocupa igualmente la paradoja de que una forma de ciudadanía, la cerebral, pudiera terminar implosionando a la categoría de ciudadano tal como la conocemos, con un desenlace peor, más sofisticado, más sutil, que cualquier futurismo distópico: un cientificismo sin lugar para ficción alguna.

 

 

Este escrito incluye algunos pasajes de “¿Neurodiversidad? Cerebralismo, ciudadanía y vida cotidiana”, capítulo incluido en Neurocientismo o Salud Mental: discusiones clínico críticas desde un enfoque de derechos (Miño y Dávila, 2020), compilado por el autor y J. A. Castorina.

 

 

[i] Rose, N. (2012). Políticas de la vida: biomedicina, poder y subjetividad en el Siglo XXI. La Plata: UNIPE (p. 270).

 

[ii] Ferreyra, J. A. y Castorina, J. A. (2020). “La hegemonía del ‘sujeto cerebral’ en el campo de la salud mental. Análisis crítico de sus implicancias epistemológicas, clínicas y políticas”. Revista Salud Mental & Comunidad (UNLa). Año 7, Nº8 | agosto de 2020 (pp. 12-33).

 

[iii] Martínez Hernáez, A. (2015). “Antidepresivos y neuronarrativas en la era del sujeto cerebral”. Interrogant, Nº 13 (pp. 53-56).

 

[iv] Cuello, N. (2019). “Presentación: El futuro es desilusión”. En Ahmed, S. (2019). La promesa de la felicidad. CABA: Caja negra.

 

[v] Pitts-Taylor, V. (2010). The Plastic Brain: Neoliberalism and the Neuronal Self. Health 14 (6): 635–52. [PubMed]

 

[vi] Lacan, J. (1972). Conferencia de Milán (12 de mayo de 1972), traducción de Olga Mater para El Sigma.

 

[vii] Ferreyra, N. (2013). La práctica del análisis. Ediciones Kliné: Buenos Aires (p. 57).

 

[viii] Ibid.

[ix] Cvetkovich, A. (1992). Mixed Feelings, Feminism, Mass Culture, and Victorian Sensationalism. Nuevo Brunewick: Rutgers University Press.

[x] Ahmed, S. (2019). La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría. CABA: Caja negra.

 

[xi] Stolkiner, A. (2010). Derechos Humanos y Derecho a la Salud en América Latina: la doble faz de una idea potente. Medicina Social, Vol. 5, nº 1 (pp. 89-95).

 

[xii] Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Hidalgo Editora.

 

[xiii] Preciado, P. B. (2019[2002]). Manifiesto contrasexual. Humahuaca, Jujuy: Editorial La Bicha.

EL OSCURO DÍA DE LOS MORALIZANTES // Horacio González

Un riesgoso fanatismo, un alud que cae violentamente sobre un único individuo que súbitamente concentra las acusaciones en que se cifran, si fueran dichas de otra manera, todas las frustraciones colectivas, las innumerables desistencias de la vida social argentina para evitar convertirse en un ámbito problemático. Una catarata que renueva sus aguas revueltas con una penitenciaría de flechas envenenadas contra un hombre que pasó su vida en un combate contra las condensaciones políticas que se deleitaron creando espanto y horror, y que ahora parecen haber revelado, en un único acto de su vida del que se arrepiente, que la impugnación a emisarios de la muerte organizada desde el Estado -en oscuros períodos que es imposible olvidar-, era una fantasía de alguien que llevaba en sus venas el deseo de actuar sin pedir turno, saltarse el lugar en la cola. Si somos prístinos en la vocación de pensar la política, debemos seguir siendo capaces de analizar sus problemas en vez de emplear hachas de sílex que caen sobre el “enemigo del pueblo”. Recordamos con esta expresión al Doctor Stockmann, el famoso personaje de Ibsen. Ojalá, estuviésemos entonces discutiendo una obra de teatro de un gran autor noruego. Stockmann, como médico había descubierto que estaban contaminadas las aguas del lago turístico del pueblo, y los políticos que lo saben, aunque lo niegan para no arruinar un negocio. Consiguen que el pueblo acuse a Stockmann, que a su vez, mantiene la idea de que los pueblos son fáciles de engañar. Con las enormes diferencias del caso, Horacio Verbitsky ha sido declarado “enemigo del pueblo” en una gran carnavalada de hipocresía y agua bendita.

¿Es el “enemigo del pueblo”? Si alguien fue capaz de decirlo, consultando quizás el acervo de grandes frases del teatro clásico, no se tomó el trabajo de consultar lo inverosímil de sus anatemas. “¡Se atribuye un privilegio cuando hay cincuenta mil muertos en el país!”. La insólita acusación es grave a dos puntas. Una es obvia. Verbistsky se vacunó sin acatar la larga espera a la que muchos estamos sometidos, corriendo la suerte de miles y miles de hombres y mujeres que vivimos con tristeza estos tiempos de cerrazón para las preguntas fundamentales sobre la vida, que no es que se ausenten, pero vienen demasiadas veces montadas en la televisada caballería de la impugnación, el insulto fácil, la moralina proclamada desde la supuesta  indemnidad personal de quienes se saben envueltos en celofanes, purezas de facultades de juzgar al prójimo en un escupitajo de desprecio. Inquisitoriales, se basan en un error personal para preparar la desmesura de hacerlo cargar con una insensibilidad estadística hacia los muertos que va dejando este estropicio que originó debates filosóficos, ecológicos, científicos y toda clase de especulaciones sobre una geopolítica de las vacunas, en la que tanto tienen que ver los que usan toga de moralistas, mantillas de severos analistas políticos.

 

Nos vacunábamos desde chicos en las escuelas públicas, con una mera intervención de un enfermero que pasaba alcohol en nuestros tiernos brazos, bastaba hacer una cola como un trámite republicano, llamémoslo así, pero ahora esperamos la vacuna como una centella mesiánica salida ya de laboratorios cuyos nombres proféticos no conocíamos meses antes. Gamaleya, AstraZeneca, Pfizer. Este último nos era más familiar, pues como los grandes laboratorios occidentales tanto produce vacunas contra males específicos como gases asfixiantes y otros artículos vinculados a la violencia y la guerra. Pero ahora adquirían aspectos mesiánicos, heroísmos hospitalarios justamente conmemorados, y hasta entonaciones socialistas como dijo Iñigo Errejón en un reportaje desde España, donde comparó la vacuna a un “acto casi socialista”. Hace casi un siglo, los socialdemócratas alemanes dijeron que el correo postal era ya un indicio de socialismo. Comprendemos a estas personas y estos pensamientos benefactores que se entusiasman con aspectos científicos supletorios de la voluntad humanan política. Más de un siglo después el Correo no mostró esas virtudes que el candor político le atribuía, y su sucesor tecnológico, las “redes sociales”, se muestran especialmente como un reservorio de frases ponzoñosas, sostenidas en el anonimato, pero especialmente activas en la quiebra general de los tejidos asociativos que crean expectativas mutuas de solidaridad. Y no suelen evitar la injuria babosa, el escarnio ponzoñoso y la piqueta pública avalados por “tantas y tantas miles de visitas”. Se dice “las redes” como si se mencionara un ser, antropófago y ávido de devorar cuerpos vivos, canibalizarlos provocando un pequeño éxtasis domiciliario pues con el computador en nuestro penumbroso dormitorio podemos lanzar epítesis que producen un secreto espasmo, impiden pensar, pero producen un secreto temblor en nuestras soledades.

El caso de Horacio Verbitsky se prestó para que se concentrara la polución colectiva de los grandes medios de comunicación, recogiendo las ansiedades malogradas de miles y miles de personas que dirigieron hacia ese punto -ese único e impensable punto-, sus desbaratadas ganas de ultrajar. Bastaba que en ese punto apareciera la figura de Horacio Verbitsky. Una figura pública que durante más de medio siglo fue reinventando una modalidad de periodismo que sin perder sutileza, ironía y fino sarcasmo, se dedicó a desnudar las tramas ilegales, represivas y destructivas de las formas políticas más horrendas que conoció la humanidad, desde actos de sufrimiento y aniquilación producidos en personas con compromisos políticos revolucionarios hasta esquemas ilegales de negocios que estrujaron hasta dejar exangüe a un país, el nuestro. ¿Se olvidó eso? Los grandes medios que sacaron sus relucientes armamentos hechos de emoticones y rabiosa opinología, se frotaron las manos. Los grandes privilegiados históricos del último medio siglo argentino encontraban al que los denunciaba, por fin, en el subsuelo de un fantasioso alcázar de alquimistas, con enfermeros togados que manipulaban probetas humeantes de ungüentos salvadores para unos pocos que habían mostrado su contraseña para entrar al Vacunatorio Esotérico del Doctor Caligari.

Pero preocupa mucho el primer resorte que muchísimos compatriotas, ciudadanos o militantes, encontraron para la condena máxima. Pero no hacían más que exhibir el mayor truco que contiene nuestra conciencia. Imaginar que es válido hacer excepciones para nosotros mismos, porque no son dañosas para nadie, salvo para un elástico moral abstracto que sabremos también reparar cuando llegue el caso. Eso no lo justifico. Pero pensar que nunca cubriríamos con un pretexto adecuado, o de último momento, una acción levemente fuera de norma, no sería solo la dispensa de nunca haber leído a Kant, sino no saber cómo opera el flujo impetuoso de la vida cotidiana en cualquier lugar que sea. No saber tampoco revisar nuestra conciencia que declaramos impoluta ante nuestro goce sigiloso cuando cae un ídolo –mito esencial de las culturas–, lo que nos puede llevar a una cacería de sospechosos donde mostramos la vidriera de nuestra supuesta pureza, los firuletes vistosos de nuestra auto postulada composición pudorosa, sin percatarnos que podemos participar perfectamente en crear un monstruo persecutorio en la sociedad argentina. Alimentaremos entonces personajes que ven la política como una provocación permanente de las corrientes subterráneas de un mundo calcinado por la espera de las compensaciones que no llegan, valores oscuros que las derechas atienden dando rienda suelta al usufructo de esa satisfacción atormentada. Es la risa del Satiricón, que aprovecha para hacer la comedia de su abstinencia cuando ve que han tropezado hombres o mujeres que a lo largo de su vida mantuvieron las banderas de un virtud democrática y revolucionaria que no por eso los hacía perfectos ni angelicales.

Claro que Verbitsky hizo mal al no contener el impulso que tenemos todos de ser vacunados, y hasta diría, de creerle a Errejón, de ser éste un hecho “casi socialista”. Tiene 79 años, miembros de su familia en riesgo, uno ha fallecido del mal. Yo digo, aun así hubiera tenido que no ceder a este llamado de protección, justamente porque es portador del nombre de Verbitsky. Pero se puede evaluar todo, tenemos a la vista el conjunto de los símbolos disponibles. Menos el que nosotros por ventura somos, y más cuando en nuestra vida se arrastran sin advertirlo demasiado, toda clase de memorias, debates, combates, encuentres y desencuentros. Ese destino quizás estaba esperando a un escritor y periodista sin el cual la Argentina sería aún peor en sus mañas carnavalescas, con sus Savona rolas apostados en el parlamento, en las señoras envueltas en sus inclementes delirios que piden sangre y fuego invocando religiones para usufructo de sus propias herejías.

Pero al haberse vacunado Verbistky y luego intentar explicarlo con un equivalente en el diario Clarín, fue en mi opinión lo que a veces suele llamarse una “tentación del oficio”. Un aluvión de comentarios donde locutores, foristas de los diarios, colaboradores de las instituciones de derechos humanos, militantes de todo tipo, desconcertados, o cuidadosos de no mover ni una pajita en este momento tan complejo, demostró que un error ya reconocido –y no en nombre de ninguna vanidad que si le incumbe, es la misma que siempre aflora invisible cada vez que hablamos–, provocaba tempestades. La oleada de críticas recibidas deja la idea de una sociedad resquebrajada aun cuando intenta restituir un sentido igualitario, lo que estaría bien si no hubiera un ensañamiento que tiene sus derivaciones políticas manifiestas. En verdad, lo único que todo ser humano solo posee, es una carencia última para explicarse a sí mismo. Eso le pasa al mozo de un bar, al cocinero, al ministro, al politólogo, al sociólogo, al odontólogo, al psicoanalista, al literato o al personaje público que cree que sus logros son un destino que llevaba oculto un premio exclusivo para el petulante que se cree Julio César. Vi la nota de Verbitsky de este domingo como la de un hombre apenado, que ha percibido las luces agoreras del abismo.

Personas que creían heridos sus derechos, entraban en el consentimiento universal de reaccionar ante el escándalo. Y aquí viene la frase que muchos tomaron desde el inicio…. Mientras hay cincuenta mil muertos…etc.…etc. Una acusación gravísima, pero gravísima es la aciaga situación que atravesamos. Son muchos los que opinan que hay una Culpa vestida por el hombre que se encaminaba nocturnal hacia el Gabinete de Inyecciones Exclusivas Bajo la Mesa. ¿No es absurdo adjudicarle al autor de una trasgresión, una culpa que provendría de una estadística de muertos que, si analizamos con templanza la situación, sería pura demagogia pensar que es de responsabilidad directa de tal o cual vacunado de manera intempestiva? Pudo haberlo omitido como acto, pero un descuido inusitado no lo llevó a una abstención. ¿Un gran número de personas podría confundir una actitud inadecuada con una indiferencia general hacia el sufrimiento de los otros? Al parecer, esto está ocurriendo. Pero no parece que nadie tenga derecho a este tipo de enjuiciamiento inquisitorial, destinado al “enemigo del pueblo”. Deben saber que con esa actitud borran, también, no solo los latidos de una vida pública, sino los de una causa mayor, que lo sigue siendo. Es la de Argentina, los resultados que dejó el terrorismo de Estado, que aún hay que reparar. Y también los del Neoliberalismo, pues sus terminales nerviosas siguen activas en los subsuelos ya no sublevados de la sociedad argentina, y lo notamos en todos lados, en la conversación de los de la mesa de al lado del bar, en el cliente que está detrás nuestro en la panadería o en la desconfianza que reina en la selva de barbijos deambulantes.

Nunca es fácil advertir cuáles son las figuras anímicas que fundan la madeja entreverada que conforma la intimidad de una persona. Ha pedido disculpas, Verbitsky, por un actuar indebido en temas de vacunación que fue visto como un privilegio indebido. Estoy absolutamente atraído por la fuerza de ese argumento, pues hay una lucha por un elemento escaso y demoras en su distribución adecuada, si no fuese esta una fuerza que también hay que analizar. Y que nos propone varias reflexiones. Asombra el enjuiciamiento que reunió a un conjunto enorme de indignados, en especial los magnates de Clarín, cuyos privilegios tienen raíces profundas y no son la excepción de un día, sino que son el cemento diario en que se mueven. ¿No es necesario pensar en las personas mayores de la ciudad de Buenos Aires que, protestando con toda razón, veían caer el sistema informático donde deberían anotarse? Esto equivalía a la caída de una esperanza de vacunación que para muchos adquiere ahora una aureola de donde debería salir el Arcángel Gabriel anunciando la decisión sagrada de la inoculación exenta de cualquier aspecto brumoso, con laboratorio al servicio de la vacunación “socialista”, sin nubes malignas y perturbadoras. Pero no. La cuestión era seguir sacando provecho del deterioro de la política como vida emancipada de telarañas que sudan el fino odio de su moralina implacable.

Las causas que hay que investigar no recaen sobre una persona en particular, sino en las condiciones en que se mueven las fórmulas de las finanzas y la economía informatizada en todo el planeta. La vacuna, en su desarrollo y transporte, no es obra de la imaginación científica transparente, sin procesos de fabricación exentos de los condicionamientos de un régimen social determinado, con procesos de investigación que se atienen a normas científicas que como vimos durante todos este período, fueron objeto de un arduo debate, y sobre todo con normas de distribución que son opacas y extremadamente dudosas, teñidas de fantasiosas especulaciones y sometidas a un pensamiento primitivo que juzga su eficacia por los criterios a los que llegó un conocimiento no exento de razones llamadas “ideológicas”. Si es que estas fueran aluna vez extirpables de la conciencia humana, no es este el caso. La ciencia se ejerce entre decisiones políticas, esquemas de decisiones y distribución regidos por lógicas equivalentes a las del mundo corporativo, financiero y de acumulación de poder que es en que realmente vivimos.

¿Tiene sentido llamar socialista a la distribución de Vacunas, en el sentido que le toca al pobre y al rico por igual? Aun si fuera así, si no hubiera nadie el mundo fuera de una lógica de cumplimiento igualitario que acate los turnos –que son los tiempos jeroglíficos e inesperados que nos tocan a cada uno en el cumplimiento de reglas– las mentes moralizantes buscarían culpables. Es lamentable que el caso de Horacio ocurriese con una persona pública que hace más de medio siglo creó un oficio, una escritura y una pasión que actúa de distintas maneras en la imaginación lectora argentina. Todo ocurrió –pues hay que decirlo, Horacio no es una persona fácil, es decir, posee una voluntad política drástica, vehemente– como para satisfacer a quienes querrían verlo incinerado en la hoguera de vanidades por voluntad propia. ¡Qué diablos! ¡Que Verbitsky no sacara más su fundamental Revista! Decisiva en lectura política y en la lectura que hereda en el país las corrientes de ideas más vivaces respecto a la vida social no coaccionada por monopolios del sentido. Querían las jaurías moralizantes aplazar para siempre a Verbitsky, que se ha disculpado. Retoma su tarea con heridas. Pero le cuestionan incluso la forma de disculparse. Nada será fácil. Se produce por este episodio la caída de un buen ministro. Pero la preocupación que nos embarga es la de que en el país se despierte, tan rápido, una suerte de floración de esas fraseologías moralizantes que nos dan la ansiada clase de cómo ser una persona “tan buena como yo”, al mismo tiempo que se destruye la posibilidad de conversar de otro modo sobre un tema crucial. La recreación de una vida pública como ética visible en acción, como una filosofía de la praxis, no como una denuncia fantasiosa de los guardianes de una ley sobre la que han escupido a lo largo de una lóbrega historia.

 
 
* La nota fue publicada el 21 de febrero de 2021 en www.lateclaenerevista.com

No nos mueve el deseo. Nos mueve la conciencia feminista // Lila Feldman*

* Psicoanalista y escritora

 

María Soledad Marita Paulina Wanda Lucía Carolina Micaela Úrsula Ivana Guadalupe

La lista llevaría interminables hojas. Cada una es un escándalo que pasa.

Una joven pide ayuda ante la mirada lenta y cansina de la gente en la calle. Una joven huye de su asesino y perseguidor. Es el final de una cadena de torturas. La acuchilla en el pecho a la vista de todos.  ¿Qué tiene que ocurrir, qué hace falta, para que estas escenas insoportables no sean la cotidiana vida real ante la tolerancia anestesiada que se lamenta o ni siquiera, y se dedica a esperar a la siguiente?

¿Cuántas son las matadas?

Cada nombre 

De este genocidio que no acaba nunca

Que es todos los tiempos todos los países 

Somos todas las que éramos las que vamos cayendo una tras otra ¿cuáles serían los números si nos contáramos todas cada una, cuántas alcanzaríamos a ser? 

Ser mujer: llegar a serlo, escribió Simone.

No dejar de serlo, también. No ser más cuerpo destinado a mutilaciones,  ventas, intercambios, no más cuerpo rehén del Patriarcado. No más las matadas de la Historia, no más crueldad. Llegaremos a serlo cuando acabe esta brutalidad a cielo abierto que parece que se tolera tan fácilmente.  Queremos, luchamos, por ser repatriadas a la categoría de ciudadanas con igualdad de Derechos. Sabemos que aún no lo somos.

La que se entrega. La que resiste. La que huye.

La que pide ayuda. La que no. La que lucha, la que se cansa de hacerlo, la que se culpa por hacerlo, la que tolera el castigo. Queremos el nombre propio para la vida propia. No para la lista interminable de matadas.  Nos libramos ya hace tiempo de la categoría de “crimen pasional” sin embargo la Justicia sigue funcionando como si perviviera. Feminicidio es el nombre. Hay que decirlo. 

Hablamos de feminicidio para especificar en el mismo término las lógicas de opresión y de distribución del poder. Femicidio, equiparado casi a homicidio, no tiene esa especificidad. Hablar de feminicidio implica situar esos crímenes como delitos de lesa humanidad. Permite visibilizar la responsabilidad del Estado como habilitador o propiciador de impunidad. Marcela Lagarde lo conceptualiza muy bien, feminicidio hace referencia a crímenes, desapariciones, secuestros , violencias contra las mujeres, en las cuales el Estado permite por acción u omisión. Son crímenes motivados por el odio y el desprecio hacia las mujeres por el hecho de serlo. Feminicidio es una categoría política que surge creo en el 74-76 y que cobra absoluta centralidad a partir de las matanzas de mujeres en ciudad Juarez, Mexico, a fines de los noventa- 15 años después surge en nuestro país el Ni Una Menos.

El slogan «Paren de matarnos» es parte del problema. 

Paren de permitirlo en todo caso,  de alentarlo, tolerarlo, avalarlo. Paren aquellos que tienen algo, un poco o mucho de responsabilidad.

El poder participa, encubre, es cómplice y parte tantas veces.  

La multitud feminista está hecha de calles y conversaciones interminables. La marea verde lo sabe. Sabe de clandestinidades, resistencias, silencios, supervivencias a veces tortuosas y a veces magníficas. En una misma vida. En cada una de nuestras vidas. En cada uno de nuestros linajes.

Conciencia feminista. No perspectiva de género. Conciencia de una cierta forma de administrar el poder, de maneras visibles e invisibles,  conciencia del sistema de opresión que nos opera desde afuera y desde adentro (eso es el patriarcado).

Transformación revolucionaria de la cultura,  las teorías y las prácticas. De los vínculos,  del amor, la sexualidad y la crianza. Pero es tanto lo que falta.

Falta dejar de ser las matadas. No son las muertas. Son las matadas que en cada uno de sus nombres propios encarnan el hecho de que ser mujer es una búsqueda y conquista interminable de lo propio, siempre bajo amenaza. Falta dejar de vivir bajo velorio permanente, como dice Marianella Manconi.

Las mujeres nunca pudimos hacer, desear ni pensar cualquier cosa. Nuestra potencia ha sido y sigue siendo lucha y conquista. Y estamos revisando todo, desde la raíz. También el cuento del príncipe azul y el mito del amor romántico, la madre perfecta y abnegada, la idea de naturaleza femenina, la representación que fija lo femenino a ser madre, y a establecerse en la renuncia a la vida propia, todas las versiones que hacen del cuerpo de las mujeres espacio capturado de trabajo para la felicidad de otros. Cuerpo condenado a ser objeto de posesión exclusivo para el deseo del hombre, para la sumisión, para la violencia, para la muerte. 

La  potencia de las mujeres se inscribe en el colectivo feminista. Es con otras. Y eso, tantas veces, nos salva.

 

 El feminismo es una teoría política y una lógica de activación. Los feminismos desarticulan lógicas de sumisión, las visibilizan, las desmontan, luchan contra ellas.

El patriarcado es producción y reproducción naturalizadora de desigualdad fundamentada en la primacía de un género sobre otros.

Establece una división entre lo que vale y lo que es descarte. Nos matan como piezas de descarte, y matarnos es una forma también de disciplinar. Nos disciplinan también con culpa y violencia. Verificamos una y otra vez la amenaza, el peligro. La indefensión y la sumisión también se construyen y se aprenden.

La conciencia feminista no es perspectiva de género. No es “una” perspectiva. Es advertir la filigrana de desigualdades de las que está hecha el mundo. En todos los planos que nos opera, que nos moldea. Es advertir que el patriarcado es un modo de subjetivar en una lógica de opresión a mujeres y disidencias. Desarmarlo, implica un trabajo muy arduo y laborioso de revisión y transformación de esas lógicas machistas incrustadas en nuestra subjetividad. Es un trabajo singular, de cada uno, y  colectivo.

Nos enfrentamos una vez más a una versión del Negacionismo. Me refiero al dudar de nuestras percepciones y pactar con la desmentida. Justificar y sostener al opresor. Transformar a las víctimas en sujetos exagerados, disminuir o alterar la verdad de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo ¿lo haríamos con las víctimas del Holocausto? O del Terrorismo de Estado? ¿Nos atreveríamos a suponerles la culpa de lo padecido? ¿Tenemos que probar inocencia? Ser mujer es vivir desde el principio hasta el final en un campo de pruebas. Esta es solo una parte de nuestra agenda de pruebas:

 

«La prueba de amor», con las obligatoriedades que se imponían, en nombre del amor, inscribiendo el inicio sexual en una lógica de dominación.

 

El embarazo: «la prueba del delito», el delito de ser mujer y desear.

 

El daño y la urgencia médica: la «prueba del aborto clandestino», realizado en condiciones indignas, desamparadas y en soledad.

 

La prueba de que la decisión de una mujer es el “único y último recurso, justificado medicamente”, por ejemplo para decidir ligarse las trompas. Único modo de traspasar el argumento de la “objeción de conciencia”, con el que los cirujanos muchas veces se oponen a realizar una práctica que ya es es un derecho. Un ejemplo nomás de que la vida no es la preocupación de quienes se oponen al acceso y ejercicio de nuestros derechos sexuales y reproductivos, y que el derecho de las mujeres de gobernar la propia vida no es en lo más mínimo un punto de partida.

 

La prueba de la “buena madre”, la “madraza”, aquella que deja y posterga todo por cuidar y criar a sus “cachorros”.

 

El cuerpo seductor, como la «prueba de la provocación» que autorizaría, siempre, el avance o la intromisión del hombre. El derecho del hombre a imponer su deseo allí.

 

«La prueba judicial»: la prueba que logre determinar la existencia de la violación y el abuso.

 

La aprobación social y el espejo como prueba de ajuste del cuerpo a la hegemonía normativizante de la imagen.

 

Por ultimo, respecto a los feminicidios, tenemos que estar muy atentos a esta tendencia nada nueva pero muy actual a Psicopatologizar o llamar a “contener” a los feminicidas, como hace Berni por ejemplo, que también es un modo de disciplinar y re-violentar. Hay que decirlo: la violencia contra las mujeres no es una enfermedad, no es una “pandemia”. Sí es un genocidio a lo largo de la Historia, y es un genocidio invisibilizado como tal.

Hace falta reformular no únicamente el sistema judicial.  Todos aquellos sistemas en que ser mujer es tener como agenda ese estado básico de alerta que incorporamos desde pequeñas bajo la forma de representaciónes de crimen y de castigo («merecido»).Nosotras siempre estamos en tela de juicio y tantas veces bajo condena.

 

El lenguaje se amplia, se modifica, y vemos que esas transformaciones, alteraciones, nuevos nombres y palabras, visibilizan dispositivos inconscientes o naturalizados, de reparto y distribución del poder. Nuevas representaciones sociales, nuevas representaciones psíquicas.  La lucha por la legalización del aborto fue también la lucha y la disputa por las palabras. La palabra vida por ejemplo. El feminismo es el trabajo de armado de un nuevo sujeto político, que lucha por la ampliación y reconocimiento de sus derechos. Son revoluciones del lenguaje y modifican nuestras teorías. Una verdadera revolución empieza, concluye, y se instala definitivamente en el lenguaje. El lenguaje se modifica y se amplia cuando permite visibilizar y desnaturalizar alguna opresión. A veces frente al riesgo de caer en banalizaciones o slogans que se vacían de contenido, o distraen.

No nos mueve el deseo (en todo caso eso nos mueve a todos, también a los asesinos dice Cristina Lobaiza). Nos mueve la conciencia feminista.

 

(Gracias a Cristina Lobaiza y Marianella Manconi, compañeras, maestras, interlocutoras. De Cristina Lobaiza aprendí y aprendo todo el tiempo, es psicóloga y activista, les recomiendo fuertemente seguirla. El término matadas, y tantas otras cosas que digo aquí, le pertenecen a ella. Las aprendí de ella. Marianella Manconi también me enseña un montón, además de ser una gran amiga).

Las imágenes-collages fueron hechos por Julieta Cukier

 

CONTRA LA BANALIDAD DEL ODIO // Diego Tatián

Julio de 2018. Con Diego Sztulwark y Flavia Dezzutto presentábamos Vida de Perro en Córdoba. Tuve ganas de pegar esta fotografía de cuatro personas que conversan sobre un libro, y enviársela a algunos amigos y algunas amigas para reivindicar un vínculo, aunque breve y en mi caso también lejano. Y una manera actualmente amenazada de practicar la palabra.

Horacio Verbitsky es sin duda uno de los intelectuales que más lúcidamente contribuyó a la vida pública desde hace cincuenta años, con aciertos y con errores. Con agudeza y con veracidad. Con una concisión y una precisión de matriz walshiana. También con una completa ausencia de ternura, cabría decir, si esta palabra tuviera algún sentido en la escritura periodística. Pero no es seguro que lo tenga.

 

La semana pasada, con casi ochenta años de edad, Verbitsky se adelantó en la fila para ser vacunado. Los medios desataron la lapidación, que sostienen desde entonces. Casi todo el arco político procedió a la masacre. Sus propios compañeros de años de trabajo y él mismo en su nota de pedido de disculpas que inmediatamente publicó en El Cohete A La Luna, consideraron que se trató de un “error grave”. A mí no me lo parece. Me parece un error venial, como lo fue también la posterior ostentación, en un programa radial, de haberlo hecho.

Lo grave me parece otra cosa. Hay un estropicio de la opinión que mete miedo. Que mete en el miedo. Porque las opiniones no son nunca solo eso cuando las anima el puro goce de condenar, de abatir y el deseo de destrozar personas como corroboración de la propia inocencia. Cuando la discusión pública se anega en esa afectividad, es que estamos en la antesala de algo impreciso pero sin duda siniestro.

La marcha democrática que nos ha traído hasta aquí sería impensable sin el trabajo periodístico y sin la constante investigación de los hechos sociales por Horacio Verbitsky. Y de muchos otros y muchas otras. En este exacto momento, honrar esa marcha y afirmarla en su promesa es en mi opinión recuperar y practicar otro modo de hablar, de contender, de pensar y de tramitar equivocaciones, que se contraponga al actual estado de la lengua pública argentina: una lengua que aloja un turbio deseo de sangre y estimula las peores pasiones de destrucción. No se trata de hablar con igual violencia recíproca, ni de odiar del mismo modo pero en sentido contrario. Sino de construir colectivamente un estilo de intervención renuente a sucumbir en la captura de la banalidad del odio y de un moralismo despiadado que acaba por aniquilar a la ética y a la política.

 

PERRO CONTRA PERRO // Diego Sztulwark

La penúltima vez que vi a Horacio Verbitsky fue en Avellaneda. Corrían los primeros días posteriores al anuncio de Cristina Fernández postulando a Alberto Fernández. El movimiento táctico era inesperado, efectivo y a la vez preocupante. Garantizaba el triunfo electoral y al mismo tiempo blanqueaba un horizonte sin demasiadas expectativas. En el auto que nos llevaba al lugar de una de las tantas presentaciones de Vida de Perro, escuché las mismas palabras que luego se pronunciarían en la conversación pública: el desafío político principal, en ese contexto y durante los próximos cuatro años, sería el de evitar una fractura en la coalición de gobierno. Si hubiera que imaginar lo que pasaba por la cabeza de Horacio, y quizás también por la de Cristina Fernández, uno podría escuchar: hay que evitar la tragedia del ’73. La ruptura entre Perón y la juventud, entre dos velocidades dentro del mismo proyecto: el apuro de jóvenes militantes y organizaciones sociales y la conciencia de la dificultad de los funcionarios en cargos del Estado. Su tono era moderadamente esperanzado. Advertía las enormes dificultades, pero confiaba en la conciencia que Cristina Fernández de Kirchner, Alberto Fernández y Axel Kicillof tenían de la situación. Lo que se venía, escribió luego, no era un período de transformaciones, sino un gobierno de la “sensatez”: demasiado poco para lo que se necesitaba, pero imposible de despreciar frente a la alternativa de cuatro años más de Macri.

La Argentina del antimacrismo se hizo ver de modo contundente y definitivo durante los días de diciembre de 2017. Se trató de una reacción popular extensa, ante un plan de gobierno criminal cuya crueldad había ido en escala. Del asesinato de Santiago Maldonado al de Rafael Nahuel, pasando por el caso Chocobar. Imposible olvidar la fría crueldad de la argumentación oficial, por entonces a cargo de la ministra Patricia Bullrich: cada agente de seguridad que dispara un gatillo representa la defensa de la propiedad privada, fundamento del Estado nacional. Fueron los años de las grandes movilizaciones sindicales, universitarias, del movimiento de los feminismos. Verbitsky fue, durante aquellos años, el periodista mejor informado y el más eficaz comunicador político.

 

La última vez que vi a Verbitsky fue en un departamento luminoso, al que se había mudado recientemente. El nuevo gobierno acababa de asumir. Retomamos una antigua preocupación suya: encontrar una editorial que se ocupara de que sus libros estuviesen disponibles. No había llegado a un acuerdo satisfactorio con Siglo XXI, surgió la posibilidad de trabajar con la editorial Las Cuarenta. La idea de armar una biblioteca virtual con todos sus textos e ir publicando unos cuatro libros en papel cada año comenzó a tomar forma. Luego del verano y ya en medio de la pandemia, comenzamos a preparar los libros: La mano izquierda de Dios con nueva introducción –“Los fantasmas del Papa Francisco”–, doscientas páginas extraordinariamente documentadas sobre la conducta de Jorge Mario Bergoglio durante la última dictadura; El vuelo y La música del Perro. Fue un año de distancias en el que, sin embargo, su presencia fue constante. A las tradicionales columnas dominicales se sumaron sus apariciones radiales de los lunes, miércoles y viernes, en El Destape. Recuerdo dos episodios –para mi ríspidos– que nos llevaron a hablar muy brevemente y por WhatsApp de cuestiones políticas y personales. Uno, fue su duro cuestionamiento a la querida Rita Segato por declaraciones de esta sobre el golpe en Bolivia y la figura de Evo Morales. No fue fácil. El inmediato y firme rechazo al golpe en Bolivia era y sigue siendo compatible con el respeto a la valiosa obra de Segato, en particular, a su insistente rechazo –comunitarista y feminista– de los razonamientos de tipo binario. El otro fue la infame represión, encabezada por el ministro bonaerense Sergio Berni y respaldado por el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, a la toma de Guernica por parte de cientos de familias humildes, y la arrogante difusión de un video con imágenes de la descarga violenta contra personas humildes. El CELS confirmó que ese desalojo –y toda esa violencia desproporcionada– hubiera sido evitable, y la revista Crisis expresó lo que muchos sentimos en lo más íntimo al calificarlo como un “punto de inflexión”. Sin embargo, el ministro Berni fue ratificado en su cargo, demostrando que no se trataba de un mero exabrupto sino de una política orgánica. Esa política –débil con los fuertes y fuerte con los débiles– terminó por transparentar los límites estructurales del proceso político en curso. Verbitsky no dudó en decir estas mismas cosas en una columna radial, aunque a sus ojos –como ante una gran mayoría– no se trató de una partición de aguas. Se trata, por tanto, de las mismas distancias y diferencias que ya habían quedado registradas en Vida de Perro. Esas que se acotan frente a la derecha, y crecen en épocas de oficialismos.

Hace dos viernes, mientras escuchaba la que sería la última columna del Perro en El Destape, atravesé el difícil trance de advertir que algo malo –¿extraño?– estaba ocurriendo. El habla pausada y el tono irónico de Horacio era el mismo de siempre; la columna no brindaba información, narraba una historia personal. Reconocí de inmediato ese modo de narrar, esa argumentación fundada enteramente en criterios propios. Luego de compartir con él tantas horas en conversaciones públicas y privadas, creo que el Perro no miente: se autoedita. Recibí la impresión de que el derrape no se explicaba según las alternativas más obvias (opereta o chochera), sino que había ocurrido un desliz dramático, traicionero y casi imperceptible para él mismo: esos mismos rasgos de confianza en sí mismo –intuición, vocación por la pelea, sentido del honor– que lo llevaron a escribir las mejores páginas en momentos extremadamente adversos, se sublevaban jugándole una mala pasada en vivo y en directo. No me parece que este sea el primer traspié de Verbitsky. Sí, seguramente, el primero con notables implicancias éticas y políticas. No fue difícil anticipar la secuencia que sobrevendría: linchamiento mediático, cloaca en las redes sociales, necesidad de proteger la tarea del CELS del desastre, crisis política de gran magnitud, todo tipo de declaraciones oportunistas sazonadas con la aparición de antiguos resentimientos por derecha y por izquierda y, en general, el desagradable espectáculo de destrucción y derribo de una obra de investigación cuyo rigor está, aún hoy, fuera de discusión. Lo que no es fácil es anticipar cómo será el próximo capítulo.

Porque si algo distingue este episodio de tantos otros, de los que Verbitsky fue partícipe o protagonista, es que esta vez la pelea del Perro es contra sí mismo. Son sus propios criterios éticos y opciones políticas los que fueron violados por su acción. No hay en quién descargar culpas. El Perro cayó víctima de sí mismo. Y de ahí habría que partir si se quiere comprender y sobre todo aprender algo de este episodio desgraciado, que quizás no pueda ser tratado en el lenguaje de la equivocación y las disculpas, aunque sea lo que le corresponde hacer. Llegado a este punto, ya no se trata de Verbitsky, sino de cómo funciona cierto sentimiento de decepción que forma parte del mecanismo de las idealizaciones. Es cierto que Verbitsky no es reemplazable –como dice la carta de los colaboradores de El Cohete A la Luna, de la que participé– y, en esa medida, seguimos esperando más de él. Pero también es cierto que no se trata solo del juego de las titularidades y de las suplencias (agregar algo sobre los oportunismos periodísticos sería redundante), sino de identificar nuevas eficacias en el plano de la inteligencia colectiva, vinculada a las causas a las que Verbitsky fue tan útil y de las que se volvió un referente fundamental. Me refiero, sin lugar a dudas, a las décadas de lucha en el terreno de los derechos humanos y, desde ahí, a las investigaciones referidas a formas de acumulación, emparentados con corrupción y represión. Lo verdaderamente urgente no es el juicio a Verbitsky, que seguramente seguirá realizando sus aportes desde El Cohete A la Luna y desde otros lugares, sino la maduración de nuevas figuras de investigación y justicia, sean individuales o colectivas, capaces de aprehender, en su escritura, el simultáneo de pasado y presente en el que se desenvuelve todo movimiento social auténtico.

Conforme pasan los años hay preguntas que en lugar de apaciguarse no hacen sino crecer. ¿Se trata de Verbitsky? Pero, ¿quién es Verbitsky? Cuando comencé a escribir Vida de Perro, lo primero que hice fue intentar responderme estas preguntas, hasta que se despejaron cada una de las leyendas negras, tanto sobre su conducta en los años ’70 como sobre los aportes de la fundación Ford al CELS. Según me explicaron los propios miembros del organismo, esos aportes comenzaron con la presidencia de Emilio Mignone y se minimizaron y diversificaron durante la presidencia de Verbitsky, quien —me consta de primera mano— no se ocupaba de obtener estos recursos. Tras  esta tarea preliminar y necesaria –debidamente registrada en el libro–, pasé a dedicarme a la pregunta que me parecía verdaderamente importante: ¿qué es lo que se puede aprender hablando con Verbitsky, en vistas a un balance histórico argentino del tiempo reciente, a un diálogo entre generaciones y perspectivas políticas diferentes en tiempos en particular adversos y, sobre todo, con relación al tratamiento de los hecho? La mejor de las respuestas a todas estas preguntas está en sus textos. En la escritura que sobrevive espléndidamente bien al tiempo. Pienso, sobre todo, en textos que son ya clásicos imprescindibles, como los cuatro tomos de la historia política de la Iglesia Católica Argentina, como El Vuelo o como Ezeiza. Pero también esos textos en los que el periodismo deviene ciencia política, y da cuenta de la dinámica de las fuerzas en pugna en ciertas coyunturas, con una profundidad que se le escapa a la crónica habitual, como La educación presidencial.

En estas horas en que Verbitsky saca cuentas con Verbitsky, cae sobre sus lectores, de todas las generaciones, el peso de evaluar qué tratamiento dar a semejante carga histórica.

Lo Diego // Diego Valeriano

Bancar, defender, segundear, cuidar lo Diego que todavía queda, nos queda.  Tres meses, un instante, siempre. Cuidar esa manera de ser, de andar, de habitar, de plantarse, de experimentarse. Hay que cuidar ese estado de ánimo tan particular, esa forma espiritual de encarnar las cosas, la vida, el tiempo, la tierra. Hay que cuidarlo frente al olvido, la memoria y los recuerdos falopa. Frente a los panelistas, los entornos, los abogados y familiares. Hay que cuidar lo Diego que aun tenemos a mano, que todavía late. La prepotencia, desobediencia, el amor, esa forma de intoxicarse, de reírse. Cuidarlo porque es lo único que nos salva en este mundo cada vez más lleno de vigilancia, médicos, enjuiciamientos, obediencias, Masterchef y posteos. 

Hay que construir territorios para cuidarlo, no a él, no a su recuerdo, sino a lo Diego que aún hoy retumba haciendo mundo. Mapear santuarios, murales, fiestas, encerronas, la noche. Mapear todo y borrar el mapa para que no lo vean, para que no se descubra, para que no se note. Andar todo el día sin rumbo para encontrar su mirada en los guachines, su insistencia en los gedes, su desobediencia en las rochas. Su manera de morir y resucitar cada vez. Romperse uno y esperar que se nos aparezca en forma de palabras, risas, sueños. 

Esto Diego que tenemos, no es que lo tenemos, no lo tiene alguien, nadie es propietaria,  está ahí, en el aire, en la calle, en las paredes, en la piel, en la vagancia. No son sus casacas, sus autos, su oro, ni sus goles. Es una energía que se re nota, se vive, se practica, seguramente se inventa, se comprueba en los efectos. Lo Diego es una forma de que se vaya la angustia, de desertar, de intentar vivir mejor, de no rendirse frente a todo esto horrible que se nos presenta de manera tan inexorable.

Emiliano Scaricaciottoli y su novela Fundidor en el ciclo #LibrosyAlpargatas // Mariano Pacheco

Emiliano Scaricaciottoli y su novela Fundidor en el ciclo #LibrosyAlpargatas, charlas sobre literatura con escritorxs de este lado del mundo

Fundidor: un poco de aire fresco para la literatura nacional, en medio de tanta paquetería bienpensante, tanta cuidada, prolija y correcta narrativa contemporánea.

La poesía y el sucio rock (ese que incluye o pivotea sobre el metal y el punk), pero también, la crítica literaria, la docencia y la militancia (la militancia como docencia; la docencia como militancia). Y la incorrección, por sobre todas las cosas, la incorrección: política, ética, literaria. La parte maldita de los años progresistas, y más aún, la parte podrida de la democracia castrada (amputada, restringida, en fin, de la derrota).

En la novela de Emiliano Scaricaciottoli suenan los ecos revolucionarios de los años setenta, pero a través de la voz del psicoanálisis hegemónico, ese que nos quedó cuando los ecos revolucionarios dejaron de sonar, y todos –todes, todxs, todos y todas– nos sumergimos en la cultura de masas: chetos caretas y jipis reventados; metaleros y militantes; escritores y lumpenes, artistas y buscas, todxs giles trabajadorxs; o simples transeúntes de la ciudad neoliberal, como a ustedes les parezca.

Las calles de Quilmes recorridas a pie en la época de Pumper Nic se entremezclan en el libro con el ingreso al consultorio de la psicoanalista (en Palermo, o Recoleta, lo mismo da), y las tensiones proliferan con el avanzar de la narración: las tensiones o diferencias de género y etarias; políticas y estéticas y el abismo entre concepciones existenciales, que crecen, como crece el desierto nietzscheano (donde, recordemos, “habitan desde siempre los veraces”). Transcurrir narrativo que va recolectando las huellas de los referentes realistas que aparecen en el texto, marcas del paso del tiempo y de la extensión de la decadencia contemporánea (el mítico bar de Carabobo y Rivadavia, que se transforma en un comercio de zapatillas, por ejemplo).

En fin: pienso que la de Emiliano es una narrativa potente, que contiene la digna violencia que puede rastrearse en los choques entre las brigadas metálicas y la cana en los años ochenta, o en una piedra arrojada en diciembre de 2001 por un pibe cualquiera en plena revuelta en la ciudad de Buenos Aires; o por un estudiante del conurbano que enfrenta una patota sindical al solidarizarse con trabajadores precarizados (obviamente, se nos vienen a la mente los rostros de Mariano Ferreyra, de Pocho Leptrati y de Darío Santillán); o de una piba que en años recientes grita Ni Una Menos/ Vivas Nos Queremos (como lo hizo seguramente Micaela García, antes de perder –ella misma– la vida a manos de un femicida). La misma digna violencia que contiene una oración que funciona como verdadero equivalente de un cross a la mandíbula, para decirlo parafraseando a Roberto Arlt.

Pero la de Scaricaciottoli es también una pluma que expresa risotada y burla. Y eso, eso no es un dato menor en la era del realismo capitalista.

#LibrosyAlpargatas

El libro de Emiliano  Scaricaciottoli, recientemente publicado por la editorial Barnacle, se presentará el próximo viernes 26 de febrero, de 18 a 20 horas, en el marco del “Ciclo de charlas sobre Literatura”. La actividad se podrá seguir por las redes sociales Pacheco Escritor Cabeza en Facebook y @pachecomariano.ok en Instagram o de manera presencial asistiendo al Bar Cultural Despertándonos de Quilmes (situado en Alvear 726, entre Humberto Primo y Garibaldi). Por la situación sanitaria actual, el espacio está acondicionado para mantener la distancia social acorde a los potocolos establecidos tras la expansión del COVID 19, con lo cual, sólo puede asistirse reservando previamente mesa por wsp al número 1156932028

La “multitud”, una potencia creativa y transformadora // Enric Llopis

De la idea de “mutitud”, uno de los grandes conceptos en los que ha trabajado el filósofo Antonio Negri, se ha dicho en términos peyorativos que es “utópica” e “irreal”. Cuando esta crítica se ha formulado por la izquierda es, entre otras razones, para señalar que las clases sociales -la lucha de clases entre burguesía y proletariado- es un fenómeno muy concreto, frente a la “multitud” considerada “intangible” y “difusa”. Muchos de los críticos de Negri utilizan las nociones de “clase”, “masa”, “pueblo” y últimamente “gente”. Sin embargo, “a la multitud la vemos en las plazas con nuestros ojos”, responde el filósofo, quien ha reflexionado sobre este concepto capital en su obra en III Congreso Internacional Estética y Política “Metáforas de la multitud”, que la Facultad de Bellas Artes de Valencia ha organizado entre el 11 y el 13 de noviembre.
 
Si se rastrea en la biografía del pensador, puede descubrirse la raíz de la categoría “multitud”. En la década de los 70 el grupo “Autonomia Organizzata”, en el que Negri participaba, intentó organizar a sectores que trascendían la clase obrera tradicional, como parados, trabajadores precarios, estudiantes, inmigrantes y mujeres. Negri comienza a hablar entonces de “obrero social” y de “inteligencia colectiva” (término que ya figura en los “Grundrisse” de Marx), ideas que preceden a lo que años después denominará “multitud”. Éste es, por tanto, un concepto plural, que incluye a intereses diferentes e irreductibles a la unidad. La “multitud” tampoco es una identidad cerrada. Por otro lado, el individuo tiene relevancia por sí mismo (en su individualidad), pero esta importancia la adquiere también en su relación con los otros, de ahí que Negri utilice el término “singularidad”. En resumen, el filósofo considera que el concepto de “multitud” es mucho más amplio que los de “clase” o “pueblo”, y el de “singularidad” más concreto que el de “individuo”.
 
Antonio Negri (Padua, 1933) siempre combinó el trabajo intelectual con el activismo. Además de fundador en 1969 de “Potere Operario”, fue miembro destacado del movimiento “Autonomia Organizzata”, una red de organizaciones locales extendida por toda Italia que se articulaba de modo horizontal y, por tanto, de manera enfrentada a la estructura tradicional de los partidos comunistas. A finales de los años 70 la justicia italiana le condenó a pena de prisión por considerarle uno de los principales responsables del asesinato en 1978 del primer ministro italiano (en dos ocasiones), Aldo Moro. El pensador “neomarxista”, que durante sus estancias en París conoció a Los filósofos Althusser, Foucault, Deleuze y Guattari, es autor de los textos “Marx, más allá de Marx: Nueve lecciones en torno a los Grundrisse” (1979), “La anomalía salvaje” (1981), “El poder constituyente” (1994) y con Michael Hardt, la trilogía sobre la globalización formada por “Imperio”, “Multitud” y “Commonwealth”. En 2012 publicó con este mismo autor “Declaración”, en torno al ciclo de luchas iniciado por los movimientos sociales en 2011.
 
La batalla por los conceptos tiene una base material y no se puede desvincular de la realidad concreta. Antonio Negri parte de que la actividad productiva hoy difiere significativamente de la organización del trabajo en la época del fordismo y el taylorismo. “En los últimos 50 años se ha desarrollado el capitalismo cognitivo post-fordista, de manera que el ser humano ya no produce mayoritariamente en la cadena de montaje, sino en la medida en que nuestro cerebro coopera con otros en actividades que producen valor y aportan algún elemento de innovación en el proceso productivo”, explica el pensador italiano. A juicio de Negri las nuevas tecnologías tienen una importancia decisiva porque permiten realizar y articular las tareas en red y materializar el trabajo cognitivo. Pero ello no implica una apología desmesurada de la tecnología: sin producción y circulación de afectos éstas resultan insuficientes.
 
Además las nuevas tecnologías permiten la apropiación efectiva de los medios de producción (“capital fijo” en términos de Marx) por parte de la clase trabajadora, su autonomía en el proceso productivo, lo que pone de manifiesto la condición “parasitaria” del patrón, que deviene innecesario. La liberación de la fuerza de trabajo pasaría, así pues, por la apropiación de las máquinas. En el capítulo de los “Grundrisse” sobre las máquinas, Marx ya afirmaba que la evolución de la gran industria haría posible la liberación de las actividades, como mínimo las más “pesadas”, que desarrolla el trabajador. A juicio del filósofo esta idea puede materializarse hoy, gracias a las nuevas tecnologías, cosa que no sucedía en tiempos de Marx.
 
En el análisis de Negri ocupa una posición central el “Común”, consecuencia de los procesos citados (“capitalismo cognitivo” y preponderancia de las nuevas tecnologías en la actividad productiva). Tradicionalmente se ha considerado el “Común” como los bienes naturales de los que podía disfrutar cualquiera (aire, agua, energía solar…), pero según el filósofo italiano el “Común” sería actualmente el resultado de la actividad productiva generada por la “multitud” (cuidados, investigación científica, saberes tradicionales…); es más, ampliaría estas actividades al incluir afectos, relaciones personales, cooperación o el trabajo en red. “Sin esa Multitud no se gobierna, no se produce, no hay riqueza ni acumulación de capital; ni siquiera orden estatal”.
En términos políticos se ha criticado el concepto de “multitud” al entenderlo asociado a ciertas formas de “espontaneísmo”. Negri reconoce que es así, por ejemplo en los casos de los movimientos de la Plaza Tahrir, el 15-M u Occupy Wall Street, pero el pensador afirma también que se muestra partidario de que exista una estrategia organizativa para alcanzar unos objetivos políticos. Precisamente en 2012 Negri y Hardt publicaron “Declaración”, texto en el que abordan el ciclo de luchas inaugurado el año anterior. Esa multitud en las plazas se construye de manera corporal y afectiva, y es una manera de articular la política de forma concreta, subraya el filósofo.
 
En la conferencia pronunciada en el III Congreso Internacional Estética y Política, el autor de “Imperio” ha explicado que el concepto de “multitud” disuelve categorías de la modernidad como las de “identidad” y “soberanía” (y también la libertad como resultado de ambas). El filósofo subraya que en las tres formas clásicas de gobierno –monarquía, aristocracia y democracia- la soberanía remite finalmente al poder de uno. En la democracia, a la soberanía del estado (uno), que representa a quienes no están presentes. Por el contrario, en la “multitud” pueden alcanzarse formas de “democracia absoluta”, ya que las voces y necesidades de las “singularidades” están presentes en las diferentes formas de organización política.
 
En cuanto al Poder, Negri considera que no se trata de una categoría estática, sino móvil y dinámica, que se define como “una relación en múltiples direcciones”. Ésta es precisamente la definición de Foucault, que Antonio Negri incorpora a su análisis. Foucault afirmaba que en la época de las monarquías absolutas el poder estaba concentrado en una persona, que otorgaba el cetro a otra y de ese modo le traspasaba el poder. Pero hoy el poder ya no se encuentra concentrado, únicamente, en el estado y las instituciones, sino distribuido por el conjunto del cuerpo social. Ocurre esto mismo en el terreno de la geopolítica: no existe sólo una gran potencia, Estados Unidos, sino que el poder se ha distribuidos por otros países y agentes. Esta afirmación no implica que Negri niegue la condición de superpotencia de Estados Unidos. Pero en la época del “Imperio” el poder neoliberal no sólo se proyecta hacia el exterior, sino que construye subjetividades, que producen y funcionan de acuerdo con los intereses del modelo, asegura el filósofo.
 
Una de los puntos de interés en el análisis de Negri es que modifica la forma de descripción de las relaciones de poder respecto a la dialéctica marxista clásica. Para ésta, existía un poder constituido frente al que se podían generar un conjunto de resistencias. El filósofo italiano considera que hay una capacidad productiva y creativa que en su momento se podía atribuir a la clase obrera, y que actualmente reside en la “multitud”. La reacción del poder consiste en fagocitar a la “multitud”, al menos en intentarlo, y orientarla hacia sus intereses. El agente “autónomo” y con capacidad de iniciativa es, por tanto, el de la “multitud”, el que tiene capacidad de crear y producir, y es el poder el que actúa de manera reactiva. En la interpretación tradicional del marxismo, la relación entre el poder y la clase obrera era “vertical”: el poder constituido tomaba decisiones y la clase obrera organizada reaccionaba a los embates de la Institución.
 
Por último, Negri se opone a que términos como “empresa” o “emprendedor” queden en manos de la ideología neoliberal. Frente a esta apropiación del lenguaje, el filósofo considera que un “emprendedor” es alguien con capacidad productiva y creativa, pero esta capacidad es inútil si no es mutualista, cooperativa y en red, justamente lo contrario de lo que predica el poder neoliberal: el individuo hecho a sí mismo, que se autoexplota, “reinventa” y convierte en su propia marca para encontrar un espacio en el mercado.
 
(fuente: www.rebelión.org)

La multitud de todos los días // Jon Beasley-Murray

En el Manifiesto Comunista, Karl Marx y Friedrich Engels anuncian célebremente que “un fantasma recorre Europa”. Y en Imperio de Michael Hardt y Antonio Negri, un libro al cual Slavoj Zizek se refirió como “un Manifiesto Comunista para el siglo XXI”, se nos recuerda esta escena espectral que ahora, sin embargo, parece tener un alcance global: en las Américas tanto como en Europa, en el  Primer y el Tercer Mundos, “es medianoche en una noche de espectros”, nos dicen. Si algo cambió, entonces, es el número de apariciones fantasmales: no es una, sino varias. Al menos dos. Por un lado, está el nuevo modo supranacional de organización política y soberanía al que denominan “Imperio”. Y, por otro lado, existe un sujeto político compensatorio pero que es igualmente internacional, sin límites fronterizos, al que designan con el nombre de «multitud». “Tanto la creatividad inmaterial de la multitud como el nuevo reino del Imperio”, nos dicen Hardt y Negri, “se mueven en las sombras, y nada viene a iluminar el destino hacia el que nos dirigimos”. Pero en el caso del Imperio, a pesar de su carácter sombrío y misterioso, al menos podemos discernir sus huellas con bastante claridad en una serie de procesos que se desarrollaron desde la creación de las Naciones Unidas hasta el fin de la Guerra Fría y desde entonces. La multitud, en cambio, es particularmente difícil de aprehender. Es, como si dijéramos, el fantasma que recorre al fantasma del Imperio: un contra-fantasma de un “sujeto político […] comenzando a emerger en la escena mundial” (411). O como lo plantean en su libro siguiente -titulado, precisamente, Multitud – es “la alternativa viva que crece en el interior del Imperio”. Por mucho que nos encontremos en la sombra de la globalización y “bajo la nube de la guerra”, la multitud, sostienen, está en camino. Y sin embargo en cierto modo, cuanto más argumentan en favor de su actualidad, tanto más espectral parece: en respuesta a la crítica “Ustedes no son en realidad más que unos utopistas” declaran: “Nos hemos esforzado por demostrar que la multitud no es meramente un sueño abstracto e imposible separado de nuestra realidad presente sino que, al contrario, las condiciones concretas de la multitud se encuentran en proceso de formación en nuestro mundo social y que la posibilidad de la multitud está emergiendo de esa tendencia” (Multitud 226-27). Esto, de cualquier modo, no parece echar mucha luz sobre las cosas. Puede ser que la multitud tenga “condiciones concretas”, pero no permanece sino como una mera “posibilidad […] emergiendo” de una tendencia. Está perpetuamente “por venir”.
 
La multitud es la culminación, con su propio “telos”, de un proceso largo y tortuoso que condujo desde el “trabajador profesional” del siglo XIX pasando por el “trabajador masa” del fordismo y el taylorismo hasta el “trabajador social” del postfordismo (Imperio 409). La “formación de la multitud de trabajadores explotados y subyugados” también podría leerse “en la historia de las revoluciones del siglo veinte” desde 1917 a 1989 (394). Pero el rasgo peculiar que caracteriza a la multitud, en virtud del cual adquiere su aspecto más fantasmagórico, es que en cierto sentido estuvo siempre entre nosotros. Porque no sólo surge del Imperio; también lo precede. Si en algo consiste el Imperio, es en una respuesta a la emergencia de la multitud: “no es la causa sino la consecuencia del ascenso de estas nuevas potencias” (394). El Imperio es de algún modo la creación de la multitud, cuya “fuerza productiva […] lo sostiene”, mientras que simultáneamente ocurre que ese mismo poder constituyente “exige y hace necesaria su destrucción” (61). En resumen, el carácter espectral de la multitud proviene del hecho de que extrañamente está  “por venir” y “ya siempre”. Es tanto la culminación del Imperio postmoderno como (en los términos todavía más claros con que lo plantea Negri en su libro Insurgencias) el origen de la soberanía moderna. Sus efectos y las condiciones de su emergencia están en todas partes a nuestro alrededor. Y sin embargo, la multitud como tal no está aquí. De hecho, es casi como si estuviera en todos lados menos aquí y ahora. Es tanto una presuposición y una fuente como un proyecto y un objetivo, pero no se hace visible en toda su plenitud mas que fugazmente en la dispersión de las insurgencias (desde Chiapas hasta Seattle) que estallan y se extinguen demasiado velozmente o son apropiadas por su enemigo imperial. Resiste a la representación, sí, pero Hardt y Negri a veces sugieren que solo lo hace porque no está aquí (todavía o ya no) para ser representada.
 
El problema de “la multitud ya desde siempre y futura” puede ser abordado, en parte, advirtiendo que Hardt y Negri se internan en dos registros diferentes. La multitud por venir es a menudo descripta como un “sujeto político” que comprende algo así como un programa político y demandas tales como la ciudadanía global y un salario social. “Tenemos que investigar específicamente”, sostienen, “cómo la multitud deviene un sujeto político en el contexto del Imperio” (394). O bien “¿cómo devienen políticas las acciones de la multitud?” (399). Mientras que el otro registro en el que escriben sería más filosófico, una interrogación de las presuposiciones ontológicas del orden social actual. Aquí, la multitud ya sería un sujeto, pero de diferente tipo: pre-político, o la encarnación de un poder que pone las bases pero sin aparecer directamente en el reino político. Aquí seguramente subsiste algo de la distinción tradicional entre clase en sí y para sí. Pero más allá de la noción bastante limitada de lo político que esta distinción implica –una limitación de la que en otro lugar y de otros modos Hardt y Negri  se desembarazan de manera consistente- se les escapa, además, un tercer registro, que podríamos llamar antropológico. Este terreno corresponde en medida mucho mayor a Paolo Virno, cuya Gramática de la Multitud investiga no únicamente la experiencia cambiante del lugar de trabajo sino, además, aspectos de “la vida cotidiana” tales como “la charla” y “la curiosidad” (88). Virno comienza a esbozar una fenomenología de la atención distraída, interesada en todo y en nada, que caracteriza (por ejemplo) nuestra experiencia contemporánea en internet. La descripción de la multitud que realiza Virno es más ambivalente y comprende más matices que la de Hardt y Negri, pero se queda en un mero esbozo. Lo conduce a un examen breve de lo que llama “tonalidades emocionales” de la multitud, entre las cuales destaca “el oportunismo, el cinismo, la integración social, las retractaciones incansables, la resignación animada” (84). Pero esto es sólo un comienzo. Lo que necesitamos es una etnografía afectiva mucho más exhaustiva de lo que podríamos llamar “la multitud de todos los días”, que se distinga tanto de la multitud filosófica como de la (más estrictamente) política que Hardt y Negri impulsan consistentemente. Esta es la multitud en tanto “común”: no tanto en los sentidos filosófico o político del término, como una relación particular con las relaciones de propiedad (por ejemplo) que no es privada ni pública; sino como en “ordinario”, ubicuo, común y corriente, una segunda naturaleza. Es lo que se pasa por alto, lo que a menudo pasa desapercibido. No obstante es lo que la teoría política aún podría aprender de los estudios culturales, cuyo movimiento fundacional en el trabajo de Raymond Williams y otros consistió en atraer nuestra atención hacia los entresijos ocultos de las costumbres cotidianas.
 
De modo que así como Williams comenzó su ensayo pionero, “La cultura es algo ordinario”, con la historia de un viaje en colectivo (desde la catedral de una ciudad del Sudoeste de Inglaterra hasta la frontera montañosa del Sur de Gales), permítanme ilustrar todo esto con una anécdota basada en mi propia experiencia que también es una historia de viaje. Quizás pueda hacer las veces de alegoría o de parábola (autocrítica) acerca de lo que tendemos a pasar por alto en nuestra búsqueda de la multitud por venir. A finales de diciembre de 2001, justo antes de Año Nuevo, se dio la casualidad de que me encontré en Buenos Aires para pasar la noche. En verdad, no se trató más que de un cambio de planes que se extendió de manera extraña: estaba viajando desde Nueva Zelanda hacia Chile, pero la conexión me dejó con alrededor de quince horas en Argentina. En vez de quedarme en el aeropuerto, se me ocurrió que iría a buscar un hotel barato al centro de la ciudad. Tomé un taxi y terminé en la calle Florida, no lejos de la plaza San Martín. Era una tarde abrasadora de domingo, pero después de deshacerme de mis valijas decidí salir a echar un vistazo. Argentina había estado en las noticias, después de todo, aunque como yo pasaba unas vacaciones familiares en Nueva Zelanda, no me había concentrado particularmente en lo que ocurría. Pero había visto imágenes de manifestaciones y de disturbios, como consecuencia de los cuales había renunciado el Presidente. Existían rumores de movilización continua y de conflictos callejeros. Mis parientes habían estado mirando las noticias televisivas más de lo que yo lo había hecho, y me expresaron algunas preocupaciones acerca de mis planes de viaje. “Voy a estar bien”, les dije. Y ahora que estaba en Buenos Aires, me di cuenta de que había llegado el momento de ver qué era lo que estaba ocurriendo. Me dije a mí mismo (y después a otros), sólo en parte bromeando, que estaba en busca de la multitud. Así es que deambulé por la calle en dirección a la plaza principal -la Plaza de Mayo- y la Casa de Gobierno -la Casa Rosada-. No me cabían dudas de que si efectivamente se estaban produciendo manifestaciones, allí era donde iba a encontrarlas. Después de todo, la plaza había sido por mucho tiempo el sitio icónico de la rebelión popular y la protesta, desde las demostraciones tumultuosas del 17 de octubre de 1945 que fundaron el mito del peronismo como movimiento contra el orden social, hasta las rondas semanales de las madres de los desaparecidos durante la dictadura de 1976-1983. La plaza de mayo también es, desde una perspectiva más compleja, el lugar en el que históricamente se representa la dramaturgia del Estado. Pero para llegar allí, primero tuve que caminar a lo largo de la calle Florida: el corazón comercial tradicional de Buenos Aires, famoso como destino turístico, un camino público peatonal flanqueado por cafés y tiendas que venden prendas de cuero y similares, con numerosos kioscos en los que pueden comprar suvenires y postales. Con frecuencia se encuentran bailarines de tango u otras formas de entretenimiento callejero. Este día no era notablemente distinto de ningún otro –la calle estaba concurrida y activa, casi atestada con gente moviéndose al ritmo de sus rutinas cotidianas- pero yo tenía confianza en que las cosas serían distintas al llegar a  la plaza. En el camino, el único signo de los recientes disturbios que encontré fue el hecho de que los bancos más importantes estaban cerrados con tablas, con grafitis  en las carteleras protestando contra los “chorros” o los “ladrones”. Después de todo, las manifestaciones habían emergido en su pleno vigor con el así llamado “corralito”, por el cual se les prohibió a los ahorristas el acceso a su propio dinero, el cual fue al mismo tiempo masivamente devaluado cuando el gobierno abandonó el esfuerzo por fijar el peso argentino al dólar. Esto era, entonces, el detritus de la convulsión en curso, como si dijéramos las huellas de la multitud espectral que ansiosamente anhelaba encontrar. Pero cuando finalmente llegué a la plaza, no había ninguna señal de las muchedumbres que habían destrozado las ventanas de los bancos y desfigurado sus paredes. No había casi nadie. La plaza estaba vacía.
 
Un poco decepcionado, después de deambular brevemente por las calles, emprendí mi regreso al hotel. Estaba cansado después de mi vuelo trans-Pacífico, y tenía que levantarme a la mañana temprano para regresar al aeropuerto para el siguiente tramo, a Santiago. Tomé una ducha rápida, programé la alarma y rápidamente me quedé dormido. Lo próximo que recuerdo, sin embargo, es que estaba despierto  mirando la hora y parecía que me había quedado dormido. Eran las diez en punto e iba a perder mi vuelo. Rápidamente, me vestí, reuní mis cosas y bajé la escalera trastabillando, sólo para encontrar que la gente de la recepción me observaba de una manera un poco extraña. Lentamente me fui dando cuenta de que eran sólo las diez de la noche, en vez de la mañana siguiente como había creído, y por lo tanto había estado en la cama nada más que un par de horas. Sintiéndome un tonto, subí de vuelta con mi equipaje por la escalera. Pero ahora ya estaba levantado, y a decir verdad bastante hambriento. Así las cosas, decidí salir a comer algo. Ya en la calle pasé por un kiosco en el que el dueño y un par de parroquianos estaban pegados al televisor. Seguí caminando hasta doblar en la esquina hasta llegar a un restaurante casi desierto, donde ordené algo para comer y una cerveza. Nuevamente, el televisor estaba encendido y los mozos, sin mucho de qué ocuparse ya que yo era casi el único cliente, estaban arracimados, mirando intensamente la pantalla. Lentamente entendí lo que estaba ocurriendo: una conferencia de prensa en la cual el entonces presidente de Argentina, Adolfo Rodriguez Sáa, quien había asumido el cargo apenas la semana anterior, anunciaba su renuncia. Al mismo tiempo también se informaba que el siguiente en la línea presidencial, el Presidente del Senado Ramón Puerta, renunciaba del mismo modo. La presidencia del Senado recayó entonces en el presidente de la Cámara Baja. Después de un rato de mirar junto con los mozos, pagué rápidamente la cuenta, volví al hotel, pasando de nuevo al grupo del kiosco, que todavía absorbían las noticias de la TV. Algunas horas después tomé un taxi hasta al aeropuerto y volé fuera del país. Durante las menos de veinticuatro horas de mi estancia en Argentina, se habían sucedido tres presidentes. Pero (aparentemente) ninguna multitud.
 
Nada de esto intenta sugerir que no hayan existido, por supuesto, manifestantes enojados en la Plaza de Mayo, tanto antes de mi visita como en el transcurso de las semanas y meses posteriores. Lo que a veces se conoció como el “Argentinazo” permanece como un momento culminante de las movilizaciones que condujeron a los así llamados “Giros a la Izquierda”: la instalación de supuestos gobiernos de izquierda como los de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, y Néstor y Cristina Kirchner justamente en Argentina. El eslogan del momento, “Que se vayan todos” todavía resuena, quizás ahora en la desilusión provocada por muchos de esos regímenes, en  medida no menor el de los Kirchner. Esas demostraciones de fuerza, en Buenos Aires pero también en Caracas y Cochabamba y en otros lugares, transformaron el paisaje político de la región, al menos brevemente, parecieron anunciar la emergencia de un sujeto político conforme al vislumbrado por Hardt y Negri. Y hay huellas de ese sujeto que todavía permanecen, no importa cuán espectralmente, en las manifestaciones continuas ahora tan frecuentes como no dirigidas contra la izquierda en el poder –durante los últimos doce meses, de manera más evidente quizás en Brasil. Entender esos movimientos y afirmar su poder constituyente es un aspecto vital de nuestro rol como intelectuales y activistas. Todavía queda mucho por hacer en la región, y es ocioso sugerir que esto involucra meramente la defensa de los regímenes en el poder sin importar en qué medida (como en Venezuela, por ejemplo) son igualmente objeto de cólera por parte de la clase media o de los nuevos oligarcas de los medios. No es “ultraizquierdismo” mantener viva la memoria de los deseos y demandas encarnadas en momentos como diciembre de 2001 en Argentina; es simplemente fidelidad a una visión expandida de la política, a lo que Jacques Rancière llamaría política como opuesta a la policía de las fronteras de lo que cuenta como lo político. Pero si miramos siempre a la multitud por venir, corremos el riesgo de pasar por alto las actividades ordinarias en las cuales ese tipo de demostraciones están integradas y a las cuales los manifestantes regresan consistentemente.
 
Este es precisamente el espíritu de la fidelidad a una concepción expandida de la política, como la región de la parte ignorada de los que no tienen parte, que deberíamos transformar en lo común y corriente. La multitud de todos los días experimenta y sufre muchas tipos de interacción, con toda la variedad de afectos en los que ellos incurren: curiosidad, pero también aburrimiento y desafección de bajo nivel; júbilo, pero también placeres más simples y rutinarios; ira, pero también formas de frustración y de irritación más apacibles. Estas interacciones están entrelazadas, pero nunca en una sincronización total, con transacciones comerciales como las de la calle Florida, con momentos de compañerismo social como mirar televisión con otros/as, y con la rutina del lugar de trabajo como en un turno laboral lento para un mozo. Reflexionar sobre esta fenomenología de la vida cotidiana, en la tradición de los estudios culturales pero con conceptos y categorías renovados (multitud por pueblo, afecto por emoción, hábito por opinión, posthegemonía por hegemonía) contribuye a restaurar una concepción completamente materialista de los modos en los cuales los cuerpos interactúan tanto físicamente como (de manera no menos material) virtualmente, en la calle y (digamos) las redes sociales. Los cuerpos pueden encontrarse unos a otros de maneras sorprendentes y con resultados inesperados, y de hecho siempre hay algo excesivo e innombrable en ese tipo de encuentros.  Pero lo que es excesivo y recalcitrante para el discurso es igualmente verdad para los encontronazos casi (pero quizás sólo casi) predecibles y regulares entre los cuerpos (en el aeropuerto, en un hotel) incluso los ausentes y sus encuentros fallidos (en la plaza, en las escaleras) que dan surgimiento a una tarde y noche de domingo abrumadoramente ordinarios, sin importar cuán rodeados estén por escenas de crisis e insurgencia, o escandidos por las imágenes televisivas del derrumbe de un gobierno. Pero pienso que sostener que esto es de algún modo no político es un error. Antes bien, un énfasis en lo cotidiano aumenta nuestro sentido de la composición en toda su comunidad de un sujeto emergente pero también pre-existente, sus pequeños obstáculos y victorias cotidianas que yacen detrás y son reforzadas (y al mismo tiempo complicadas y debilitadas) por los desafíos mayores y las expresiones más dramáticas que deslumbran los ojos de aquellos con una visión más romántica de la multitud.
Ponencia presentada en el Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) 
Chicago, Mayo de 2014

(Traducción de Ana Fabbri exclusiva para Lobo Suelto!)

COMUNICAR MAL (parte final) // Luchino Sívori

En los últimos meses, se vienen publicando aquí y en otros sitios cuestiones relacionadas con el presunto cortocircuito entre la voz autoral, los cuerpos y la escritura. El autor de esta nota hizo lo mismo unas semanas atrás, formando así parte de un conglomerado de autorxs interesados en dicha cuestión “comunicacional” (el uso del entrecomillado es intencional, ya que la mencionada temática trasciende con creces la esfera puramente de la Comunicación). 

     Haciendo un barrido rápido por esos textos, se puede afirmar que, como mínimo, existe un problema: aquello que queremos decir -expresar, comunicar- no se corresponde, enteramente, con lo que efectivamente transmitimos. Parecería ser que las herramientas de la escritura -y la voz- ya no cumplen la función de antaño. Lingüística y post-estructuralismos aparte, esta suerte de “grieta”, como supo denominarla una autora, afecta todo aquello que hacemos en este sitio web, eminentemente comunicador.

     Hace unos días, un comentario de un lector denominaba “poesía de anarquistas” a un texto de Lobo. Menciono este hecho porque tiene relación con lo arriba mencionado; como se sabe, la lírica -o formas más vinculadas al carácter estético de la escritura que no a la informativa/narrativa- es un mecanismo legítimo de muchos que, viéndose algo limitados por el periodismo o la historiografía, la filosofía política o las humanidades, recurren a “otras voces” y estilos para acercarnos -y, de paso, provocarlo con el mismo gesto de la escritura- eso mismo que les agita y conmueve. Sin embargo, el comentario/crítica no reparaba en este hecho, sino que, más bien, lo denunciaba como algo negativo. ¿Cómo trascender este dilema?

    La pregunta no es baladí; somos muchos los que presentimos (porque es allí donde reside -más allá del vocabulario más o menos académico que puede provocar, a simple vista, cierto distanciamiento con el lector- el síntoma de un momento, el nuestro) una especie de impasse, bloqueo, entre una suerte de agite interno y unas -innegables- ganas de comunicarlo. Sea por la razón que fuere (centennials, redes sociales, tiempos líquidos, etc.), no deja de ser una paradoja de difícil resolución, que en el fondo puede resumirse como una sociedad que no se siente representada por su propia voz (fonética, escritural, corporal). 

     Como bien remarcan algunos, podríamos regodearnos en si esto es un producto más del sistema tardo-capitalista, sus posibles causas y efectos, etc. A su vez, no sobrarían textos y artículos científicos que intentasen describir sus vinculaciones con la semiótica de los algoritmos, la inteligencia artificial, las redes sociales. Todo esto sería sin dudas interesante, pero terminaría siempre del mismo modo: una realidad que se nos escapa -la nuestra-, y aún así, sentimos el deseo y la necesidad de relatar.  

       El juego de la no presencia/no representación de la deconstrucción, a pesar de haber sabido alumbrar en su momento algunos puntos de fuga, no acaba de cuajar en la articulación ni de proyectos colectivos (presuntamente estructuralistas) ni en la -indudable- necesidad de muchos de desbordar el cinismo en el que terminó cayendo lo estrictamente discursivo. Un efecto de esto, aunque por derecha, es la multiplicación de meta-relatos y fanatismos en cada vez más grupos sociales, conocidos bajo la etiqueta generalista de “libertarios”. 

       Algunos autores proponen no enfocarse en las imposibilidades ya consabidas, sino “ir deviniendo”, es decir, acoplarse a los posibles “acontecimientos” que puedan surgir aquí o allá. Esta intención, que el autor comparte y defiende parcialmente, no deja de esconder, sin embargo, cierta contradicción, ya que “desconectar y reconectar” zigzagueando entre la escritura y la praxis no nos permite desarrollar una teoría social medianamente salvable, a no ser, claro, que nuestras intenciones sean dejar de interpretar bajo un corpus bibliográfico humanístico y pasemos a desarrollar una especie de “estética interpretativa”. Esto último no sería tan problemático si no fuese por la cantidad de personas fuera de nuestro pequeño círculo que sí demandan, a pesar nuestro, información, formalizaciones, explicaciones, tutoriales, argumentos… respuestas.

               “Comunicar mal” era la propuesta y título de este artículo, y su predecesor. A la luz de lo poco y nada que se puede afirmar, el autor sólo tuvo la intención de, junto a otros, nombrar (porque no podemos escaparle a este acto) una situación que, volvemos a repetir, nace de un sentir. Ese sentir dice (más bien, canta) que hay un dolor, una incógnita y un deseo: se quiere algo que no tiene forma, que ya no puede tenerla, pero que aún así necesitamos localizar. 

        La estructura aún es habitable para nosotros. Esto quiere decir que, a pesar de reconocernos en un tiempo relativista, postmoderno, lo heurístico sigue habitando en los intersticios de lo que escribimos (puede que la música, y otras artes, no persigan esta totalidad). Incluso en aquellos que hacen de la incertidumbre una escuela: allí también habita la misma intención acaparadora. 

      Los caminos que se exploran fuera del mainstream periodístico -e incluso dentro del mismo en algunos casos- intentan, mediante el ensayo somático y otras formas más creativas de escritura, huir de la hegemonía de los datos y la descripción puramente contrastable. Este clivaje no es nuevo; sin embargo, sí lo es lo que conlleva: por primera vez, ninguno de los dos convencen. 

       Así como en su momento las explicaciones “estructuralistas” dieron forma y sentido, lo mismo sucedió con el derrumbe de las mismas en la década de los 70. Hoy, en medio del huracán pos-material, algorítmico, diverso, global, ambas escuelas de pensamiento acaban siempre sus textos con un capítulo de “Conclusiones” que nadie toma demasiado en serio (incluyendo aquellos que, sin ser normativos, dedican un libro entero a decir que ya no hay teoría totalitaria posible). 

        Puede que haya llegado el momento de reconocer que nuestra escritura ha llegado a su límite. Que la descripción (narración numerada), la diagnosis (capítulos, introducciones, epílogos), la expresión (lírica, belleza, musicalidad), el ensayo (clínica, metafísica, porcentajes), ya son todas sólo meta-literatura, autorreferencialidad, lejos de la escritura de las palabras de las cosas.  

      Mencionar -y hacer de ello una escritura- que otras formas de expresión pueden producir aquello que buscamos no debería ser nuestra tarea. Somos teóricos. Corresponde seguir intentándolo, porque hay necesidad y porque urge un movimiento cantado.

 

Una escritora incomparable… por mal hecha

Claudia Rodríguez inicia su activismo en 1991 una vez terminado el régimen militar que afectó a chile en la primera organización homosexual donde se forma como activista. en el 2007 toma el diplomado de género en la facultad de filosofía y humanidades de la universidad de chile para posteriormente iniciar la carrera de trabajo social en la universidad academia de humanismo cristiano en el 2008, misma fecha en la que ingresa a la colectiva lésbica travesti feminista paila marina, colectiva con la cual desarrolla foros públicos y performance en marchas nacionales por la despenalización de la píldora del día después, del orgullo lésbico travesti y por la transformación de la educación pública en chile. además en el 2007 toma talleres de escritura con el poeta Diego Ramírez, publica su primer fanzine de poesía “dramas pobres” y postula a los fondos nacionales del libro (fondart) beca para escritores emergentes el año 2010. hoy su principal interés es problematizar la lectoescritura y la producción de arte como estrategia política del movimiento travesti.


“una cosa hallo y saco por conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio: y de tal manera lo siguió: que junta mente començaron. crecieron”.

Antonio de Nebrija

Gramática de la lengua castellana

 

La antimperialista Claudia rodríguez produjo esta escritura travesti. estos fanzines “POESÍA TRAVESTI RESENTÍA Y FURIOSA” son publicados por primera vez en argentina sin someterlos al ejercicio de la gramática dominante, “escritos hechos tan a lote que hubo problemas de redacción, ortografía y diagramación”. una amiga le dijo que esas eran características de la escritura travesti, y que el rechazo de esa escritura por parte de los editores y de las academias “son una negación de nuestro relato y de nuestras historias. así que muchas de las cosas no las corregí en consideración a nuestrx analfabetismo… no soy una escritora tradicional sino mas bien todo lo contrario… soy una contra escritura…”. acá van estos fanzines de “narrativa trava cruzada interrumpida, mal trecha, contradictoria, desobediente, acorralada, totalmente anti lineal porque somos así”.

«…aunque ella

escriba para nosotras,

las travestis,

a ustedes les hará

bien leerla,

ya es hora de prender

fuego los libros de

antes

y darle paso a la

literatura de esta

travesti poderosa»

Camila Sosa Villada

Claudia Huergo, Camila Sosa Villada y Claudia Rodríguez conversan en la presentación online de la publicación en argentina del fanzine poesía travesti resentía y furiosa de Claudia Rodríguez el viernes 5 de marzo a las 20.00 hs

 

Ediciones Té de Boldo, Ciclo Raros Somos Todos, Espacio Furia Mariposa y Grupo de Estudios Emosido Engañado

SUPERNOVA (Notas sobre la muerte de Carlos) // Rubén Mira

                                                                                                       Para Sergio Langer.

1.

La noticia de la muerte de Menem me llego por la red, el zócalo decía MURIO MENEM, la imagen era la de un Carlos casi momificado, como se lo podía ver en los últimos tiempos. Mi primer reacción fue un festejito de manual. Media hora después comencé a interrogarme sobre mi inesperada tristeza. Me sucede que con su sobre vida de pasa de uva se muere también el cuerpo sobrante de ese jeroglífico político único que  nos sigue interrogando desde el cartel de SÍGANME. El villano imprevisto, el traidor más amable, el gran maestro de una imaginación política gozosa y siniestra: nuestro joker peronista.

2.

La tristeza puede ser una forma del sueño. Era el 89. Menem ya era presidente. El mismo día de la repatriación de los restos de Rosas, realicé en un sótano de la calle Corrientes una performance llamada BP 280 LA RAZON DE MI VIDA. Primera novela plástica del Realismo Menemista. Consistía en la presentación de un gran libro de ejemplar único hecho con recortes de diarios que secuenciaba el periodo que iba desde la aparición de la primera noticia sobre saqueos en el conurbano hasta el día en el que Menem jugó para la selección argentina junto a Diego Maradona. Para mi sorpresa, la acción tuvo su repercusión. Días después, en una entrevista con una periodista de Página 12, para intentar graficar de manera que ella pudiese comprender el cambio que la ‘perfo’ estaba intentando señalar, le mostré el ejemplar de Página 12 correspondiente al día de la asunción de Menem. En ese ejemplar en la portada había una foto de Menem con la banda presidencial y el titulo MENEM PRESIDENTE; en la primera doble página había una foto de Menem vestido de Guillermo Vilas y el título era DETRÁS DE LA ESCENA. “Está al revés –recuerdo que le señalé– la foto del tenista corresponde a la del presidente, y la foto del presidente es la que queda detrás de la escena”.

3.

Estábamos en Julio de 1989.  Todo lo que ocurría era vaporoso, flotante, la sociedad había recibido un shock de imágenes imprevistas, impensables. Ciertas formas de la vigilia social pueden tener la densidad de un sueño. Menem formaba aún parte de esa conjunción, había ocurrido, era un Presidente de alguna manera soñado. Y aunque aún faltaba para que el mago ejecutase su truco más sintético y perfecto, su figura era imprevista, tenía algo de aparición, convocaba algo de la felicidad que siente con asombro quien presencia un gran truco. Su aparición le había arrebatado la previsible sucesión al peronismo renovador y al alfonsinismo la normalidad de la historia, su monopolio de lo correcto. Anacrónico, retro, era patilludamente nuevo. Lo criticaban por haber nombrado ministro de economía a un hombre de Bunge & Born, pero nuestro Joker ya sabía que el espectáculo es la máscara necesaria para las acciones de fondo. No hace falta recordar o releer completo el discurso de asunción de Menem para comprender la línea sustancial de su programa político: el presidente debe ser prenda de unidad entre los niños pobres con hambre y los niños ricos con tristeza. Fin del slogan que curaba, educaba y daba de comer. Era el regreso de la poesía. Pura magia retórica para conseguir establecer una paridad performativa inmediata. La solución a la antinomia estaba en la frase misma. En la simetría de la frase, la palabra la reiteración de la palabra “niños” elimina  la diferencia entre ricos y pobres. El discurso anunciaba un fin de la historia vernáculo, una inspiración discepoleana, el cambalache ya no sería una visión infernal sino un sueño paradisíaco. Un Discépolo optimista prometía un horno tibio para encontrarnos, al fin sin antinomias. Pero mientras, planeaba el barro en el que todos pudiésemos manosearnos.

4.

“Gran pase de Menem para Maradona”. Recuerdo haber escuchado esa frase durante el partido y anotarla palabra por palabra porque no la podía creer. De pronto mi cabeza estallaba en restos significantes. “Gran pase de Menem para Maradona”, había dicho el relator mientras 50.000 tipos en la cancha de Vélez cantaban “flaco no te vayas, flaco vení, quadate a ver a Menem te vas a divertir”. Era demasiado. No demasiado bárbaro, no demasiado horrendo, no demasiado populista ni demasiado condenable… era demasiado goce. Después de la pacata representación teatral de la política moral alfonsinista y sus tristes claudicaciones, lo que estaba pasando era un volver a vivir. Obviamente, Menem ya había mostrado algunas de sus cartas al nombrar su gabinete, seguro que ya se podía sospechar su rumbo y condenar el hecho de propaganda en un país arrasado por el terror económico; pero lo que ocurría,  ocurría a pesar de eso o, mejor dicho, golpeaba en otro lugar, porque los golpes de vitalidad que convocan al común en torno a la política, eso que podríamos llamar un encuentro, no responden a pasiones tristes como la denuncia, la argumentación o los programas de gobierno, sino al aprovechamiento de oportunidades subliminales durante las cuales está abierto el portal de los nuevos posibles.  “Gran pase de Menem para Maradona”, una sociedad que puede escuchar esa frase sin detenerse, que puede incluso gozar con su ocurrencia, estaba lista para escuchar cualquier cosa.

 

5. Cansado de escuchar que la Primavera Alfonsinista fue una alucinación lisérgica comencé a agitar que el Verano Menemista fue un estado de resaca de merca, una alteración de conciencia más interesante que el viaje blando demodé. Una lejanía blanca y acechante, una desconfianza en el mundo propicia para el retorno de la vida en forma de farsa. Receptividad para ese verano de peronismo al fin renovador. Porque lo de Menem más que una primavera fue un verano, un verano cíclico como el de las novelas de caballería, porque a diferencia del mito germinal de los primeros días de Alfonsín, en los cuales el regreso del rey hacía germinar libertades civiles reprimidas, los primeros días de Menen estuvieron caracterizados por el seguimiento, asombroso y festejado, de sus andanzas personales. El país andaba a los tumbos, la inflación seguía por las nubes y encima los ministros se morían. Sin embargo, la atención estaba concentrada en el cotidiano despliegue de facetas presidenciales: tenista, aviador, basquetbolista, policía, golfista, militar. Es decir, mientras se asentaban los descalabros económicos que fueron antecedentes para la Ley de Convertibilidad Menem instalaba la idea de goce que sería el sustento simbólico del uno a uno. En vez de presentarse como el ciudadano ilustre, se proponía como el individuo capaz de todas las tentaciones. En lugar de restringir sus impulsos múltiples para acomodarse a su atributo recién adquirido, utilizaba sus atributos presidenciales para gozar de sus impulsos multiformes, mediatizados, modelizados, y por lo tanto extensibles al común, de las fantasías básicas colectivas. El efecto fue liberador. Durante su primavera, Alfonsín, al ser el garante de la libertad de todos de gozar de sus derechos, reforzaba la figura patriarcal del presidente. Durante su verano, Menem, al concentrar todas las posibilidades de goce sobre sí mismo democratizó la investidura presidencial. Si el presidente deseaba y hacía cosas que podía desear cualquiera, jugar con Maradona, manejar un caza bombardero o viajar en Ferrari a Pinamar, entonces, cualquiera podría ser presidente. La democratización de la investidura presidencial se volvería después invitación a comprender, aprobar y compartir su moral: si cualquiera puede ser presidente, cualquiera en lugar del presidente desearía hacer y haría lo mismo que Menem.

6.

UN PESO, UN DÓLAR.  Es una frase mágica, imbatible. La frase es autoría de Carlos Menem, quien la sintetizó después de ejercitar distintas variantes frente a Bernardo Neustadt en el programa Tiempo Nuevo. Esa noche la imaginación política menemista encontró su síntesis, su pase mágico definitivo. UN PESO, UN DÓLAR es gráfica, común, tangible, casi diría es objetual. Todos pueden entenderla, todos pueden habitarla, todos tienen derecho a ella. Condensación mínima de las tesis sobre el fin de la historia, es anti ideológica y es anti antitética, supera las dualidades liberación-dependencia y democracia-dictadura, es una frase consensual sin necesidad de consenso, porque su poder no proviene de su significado, sino de su performatividad mágica. Es notable la similitud con el programa lanzado en julio. Si el rico y el pobre eran iguales en tanto niños, el peso y el dólar también pueden ser iguales en tanto monedas. Pero a diferencia de lo que sucedía en el invierno, hacia el fin del verano ya no era necesario que el presidente fuese la amalgama, el que venía a unir. El pase mágico funcionaba por sí solo. La democratización de la figura presidencial se había desplazado a lo económico encontrando su fórmula exacta, el truco no necesitaba mago, cualquiera podía ejecutarlo, era tan simple que hasta el conector era innecesario, el Estado desaparecía ahí dejando el truco en manos de los individuos.  En en análisis de ADN de los hechos políticos, a Alfonsín se adosa la democracia como hija, sin embargo, el padre de la convertibilidad, se piensa, es Domingo Cavallo. Creo haber despejado esta injusticia. La autoría de ese registro sólo puede provenir de un político experimentado, formado en la diversidad tensional del peronismo, capaz de leer las oportunidades tanto como los ánimos de las multitudes, no de un mero técnico quien, seguramente, en lugar de optar por el efecto mágico de la convertibilidad hubiese preferido el pragmatismo desanimado de una dolarización. 

7.

El UNO A UNO comenzó a fines de marzo de 1991. Para entones Menem ya había gobernado más de un año y durante ese año había establecido condiciones simbólicas para la instalación de una nuevo pacto de representación. Ese pacto lejos de la idealidad republicana hundía sus raíces no sólo en el suelo fértil de un presente arrasado por el terror económico, sino también tradiciones fundantes de la resistencia plebeya en Argentina, desconfianza en la razón estatal, preponderancia del individuo sobre el ciudadano. Esas condiciones simbólicas son previas a la ley de convertibilidad y estuvieron relacionadas fuertemente con las características del liderazgo de Menem, quien traicionó su mandato de origen, pero lo hizo dialogando de manera lateral, si se quiere perversa, con sus fundamentos más resistentes. El señalamiento de estas virtudes no denigra a las condiciones materiales necesarias para un nuevo avance en la opresión y el saqueo, sino que reclama su lugar dentro de sus condiciones de posibilidad. Menem no es un agregado ni un accidente. El salto depredador que se realizó durante los años 90 es impensable sin su talento político, sin su capacidad de ir más allá del impulso y del rasgo personal para transformar ese potencial en acción simbólica, concreta, en modo de perforar las condiciones de lo posible. Me explico: Perón daba puntapiés iniciales en los partidos de futbol, eso era propaganda. Menem jugó un partido entero con Maradona vestido de futbolista y con la camiseta de la selección, eso se ir más allá. En ese ir más allá, y en la serie sucesiva y frenética de los más allá que desató, salió de la esfera de lo propagandístico para perforar el registro simbólico de su época abriendo un portal de sustentabilidad libidinal para el desastre. Negar el protagonismo excluyente de Carlos Menem en ese proceso es lo mismo que aceptar una versión domesticada de la política, sin instinto, sin valentía, sin audacia, sin capacidad de ir mas allá de los propios límites, sin avanzar sobre lo que no sabemos pero puede ser, es como querer un tigre, pero sin ojos ni bigotes, sin colmillos, sin garras, sin manchas en la piel.

8. Cuando el guasón ríe, la escena monstruosa desaparece, y lo siniestro no es la escena sino el guasón en sí. Menem fue reelecto en 1995 a pesar de su primer plano, o mejor dicho, gracias a él. Creo haber por lo menos establecido una molestia en el argumento de que ganó gracias a la convertibilidad, en todo caso ganó con ella. Es imposible pensar la simpatía que Menem conservó entre aquellos a quienes traicionó, incluso entre aquellos a los que hundió, sin comprender ese inicio tan fatalmente argentino y peronista, en el que se estableció un pacto extraño de democratización del goce entre una sociedad vapuleada en sus capacidades de registro, hastiada y aburrida de representación teatral, preparada para aceptar el regreso de lo vivo bajo la forma espectacular de la farsa y la irrupción de su jocker nacional desplegando a modo de baile mediático su cualidad de Mandinga. ¿Por qué puede ser importante dilucidar su poder más allá de cualquier tristeza? Porque sólo desprendiéndonos de los restos del hechizo podemos ir al hueso del programa de la carcajada siniestra: un mundo donde pueden explotar edificios y ciudades, entregarse a la infamia de la traición, sembrar hambre de pan y miseria de espíritu, destruir las redes de solidaridad y dilapidar recursos naturales, liberar asesinos y aplastar esperanzas, atrapando con la plenitud del goce toda la atención y el peso siniestro de la escena. El guasón es un escenógrafo a gran escala, sus revueltas dementes devienen en grandes coreografías, el arte de Menem fue más bien el de un productor meticuloso de un dispositivo mágico, que no aceptó el límite de lo imaginario y avanzó sobre el la matrix simbólica de lo nacional haciendo allí también el desastre necesario. Como la del jocker, su imaginación política era gozosa y siniestra, sí, pero sobre todo, tal vez en la historia reciente, su verano es el único ciclo que basó su performatividad brutal en la imaginación política.

9.

La imaginación política no nos pertenece, pero a diferencia de lo que ocurre con los opresores, para nosotrxs es indispensable. Ellos tienen otros modos de producir posibles, nosotrxs, tal vez no. Quizás la tristeza que aún me asiste a pesar de estas notas no tenga tanto que ver con la esperada muerte de Menem como con la falta que su ruinoso final señala. En definitiva, el programa libidinal y vitalista del verano menemista tiene más que ver con un impulso político transformador capaz de imaginar nuevos posibles y de crear nuevos comunes  que con el disciplinamiento posibilista, el ejercicio permanente de la racionalidad de lo correcto, el regreso de  una normalidad institucionalizada que garantice como techo el calamitoso estado de cosas en el que estamos. La multiplicidad pícara de caras, la danza de máscaras y fugas, el sentido del humor sagaz asaltando los lugares comunes de la moral, la conspiración para el goce corriendo los límites de la pacatería institucional, incluso el impulso de destruirla en una fiesta abyecta, nos provoca más que los despliegues morales de la grieta entre desigualdad hartera o desigualdad con caridad cristiana. En 2003 fuimos a un programa de radio con mi hermano Sergio Lánger. Ahí uno de los periodistas se refirió a Carlos Menem como una marioneta de su tiempo y de las fuerzas del mal corporativo, lo dio por muerto, “cadáver político”, dijo. Y nos preguntó qué era Menem para nosotros. Yo contesté que para mí Menem era una supernova, que allá lejos en el espacio había muerto, pero que acá seguiríamos viendo su luz por mucho tiempo. Entonces creí haber encontrado una buena metáfora para explicar la prolongación nefasta y vulgar de la herencia del mal de los 90 en la Argentina post 2001 sin renunciar a mi reconocimiento por su impulso jocker, su capacidad villana para bailar revoleando billetes de cien dólares para que el desenfreno del goce inyecte más y más energía al desastre de muerte y destrucción.  Ahora siento, con dolor por lo que hay y sin ninguna tristeza por lo que Menem se lleva, que en la noche cerrada del presente que nos toca aún aquello que es más aborrecible puede habernos enviado una lucecita efímera, una agonía con capacidad de alumbrar.

EL DISPOSITIVO DE LA OPINIÓN. Una obrita en tres actos // Juan Manuel Sodo

PRIMER ACTO. Cualquier noche al principio de la pandemia en los balcones de Buenos Aires (Se escuchan bocinas y aplausos…)

 

 — Paren un poco con las cornetas che, ¿acá nadie piensa en los perros?…

— Sí viejo, y lávense las manos antes de aplaudir, que nos ponen a todos en riesgo…

— A todos y a todas, querrás decir…

— En riesgo nos ponen los que violan el aislamiento, decí que hay un gobierno que nos cuida…

— Yo trabajo desde los quince años eh, no necesito que me cuide nadie…

— Dejen de hacer política y aplaudan a los científicos del Conicet, loco, que son héroes…

— Política hacemos todos. No confundamos la política con los políticos. Ojo…

— Héroes son nuestros soldados, que pelearon en Malvinas…

— Mi marido está esperando para operarse una hernia hace seis meses, así que a mí no me vengan con eso de aplaudir a los médicos…

— Los que peor la llevan son los viejos, que tienen que ir a cobrar a los bancos…

— Digamos la verdad: lo que hizo Larreta con los bancos de las plazas, un desastre…

— A los chicos también les cuesta sobrellevar la cuarentena…

— Los que hundieron el Ara San Juan son los mismos que hundieron a los chicos del Belgrano…

— La cuarentena es la única vacuna que tenemos para retrasar el pico de contagios…

— Pepe Mujica estuvo preso doce años. ¡Eso es cuarentena! Y pensar que acá algunos se quejan…

(Se escucha ahora la marcha peronista)

— Cortala con la marchita, maestro, no es momento de divisiones partidarias…

— Pero mirá que Perón inauguró la mayoría de los hospitales que hoy tenemos…

— Sí, el mismo Perón que traicionó a los Montoneros…

— Basta de hablar del sistema de salud, gente, hablemos también un poco del sistema carcelario, está demostrado que el encierro no es la solución…

— Vos lo decís porque nunca te entraron a robar. Ojalá nunca te pase…

— Lo de la inseguridad es una operación de los grandes medios…

— ¿Ah sí? Bien que te gusta vivir en un edificio como este, con vigilancia las 24 horas…

— En Cuba la salud pública es muy buena…

— Callate que en Cuba no hay libertad de expresión…

— No confundamos libertad de prensa con libertad de empresa. Ojo…

— Los que deberían venir son los maestros cubanos. Los docentes de acá son un desastre, los llenan de tarea a los pibes y que se arreglen los padres…

— Los padres muchas veces también son responsables…

— El Estado está reaccionando como puede. Por supuesto, hay mucho para mejorar…

— Reconozcamos que una deuda del Estado es la concentración de la riqueza. Esperemos que el Congreso pueda sesionar y se apruebe el impuesto…

— En días como estos es muy difícil concentrarse para leer…

— El estado somos todos. Una cosa es el gobierno y otra cosa es el Estado. No confundamos…

— ¿A los gendarmes que llevan la comida a los barrios, nadie los va a aplaudir?…

— Son los mismos milicos que llevaban gente a Campo de Mayo y ahora se hacen los patriotas…

— Al campo durante la anterior presidencia le fue muy bien…

— El campo popular tiene sus contradicciones. Sin ir más lejos, este presidente formó parte de un gobierno que reprimió a los trabajadores de Chevron…

— Con el PBI que se robaron se podrían comprar más respiradores…

— Los que se robaron un PBI son los empresarios que tienen la plata afuera, señora…

— Paciencia, son las cuentas pendientes propias de una democracia joven y perfectible como la nuestra…

— Democracia, lo que se dice una verdadera democracia, era la de Grecia…

— En Grecia las recetas del FMI no funcionaron, tengamos memoria…

— Yo la tengo a mi vieja con Alzheimer y no me dan el permiso para circular, una vergüenza…

— Vergüenza es lo que hizo Macri con los laburantes del Malbrán…

— Mi hijo es médico…

 

 

SEGUNDO ACTO.  Algunos meses después, por el grupo de whatsap del edificio

 

— Los que pegaron el cartel en el ascensor acusando al hijo de la señora están estigmatizando…

— Pensar que si no fuera por los trabajadores de la salud el sistema ya habría colapsado…

— Lo que colapsó hace rato es nuestro sistema de valores: la empatía, el pensar en el otro…

— Si no te gusta andate a vivir a otro país y listo, querido…

— Vos te quejás pero peor están en Estados Unidos, con el tema del racismo…

— Sí, igual cuidado porque el racismo no es de ahora. ¿O se olvidan de lo que fue el Apartheid en Sudáfrica?

— No hace falta ir tan lejos. Miremos lo que tenemos acá cerca, como el drama de los Qom…

— Mucho Chaco mucho Chaco, ¿pero quién se acuerda de lo que pasó con los Wichis en Salta hace poco? ¡Tengamos memoria, por favor!

— Los Mapuches la sufren de antes, ojo. El sur también existe. Pasa que siempre miramos al norte…

— Abusos policiales y casos de gatillo fácil a pibes en los barrios te puedo nombrar miles. Digo, no hace falta ser afroamericano ni descendiente de pueblo originario para ser discriminado…

— ¿Y las mujeres? Acá no se están nombrando los femicidios y esa omisión es parte de la desigualdad de género!

— Vos no vengás a hacerte el deconstruido que acá todos escuchamos cómo le gritás a tu novia…

— Desigualdad es lo que deja evidenciada esta pandemia. Una vergüenza el cerco que hicieron en Villa Azul…

— Más vergüenza es lo que hicieron Berni y la bonaerense…

— Si no te gusta hace lugar en tu balcón y listo, y que se instale ahí una familia de esas que están en Guernica. Hay que empezar por dar el ejemplo…

—Eso de cercar las villas es algo que se empezó a hacer en la Dictadura, para el Mundial…

—Entre los desaparecidos no hubo negros, ¿ves?, ahí tenés, ¿esa no es otra forma de discriminación acaso?

— No, momentito che, un poco más de respeto: ¡no se puede decir cualquier cosa!

— Como poder, se puede. Al fin y al cabo estamos en un país libre, ¿o no?

— Tan libres se ve que no, porque antes yo podía ir a visitar a mi vieja y ahora no puedo…

— Terminala con el Edipo, boludo!

— Si viviéramos en una dictadura ustedes no podrían ir al Obelisco a manifestarse, caraduras!

— Los agravios no suman. Necesitamos acuerdos que nos permitan avanzar hacia una mayor integración social y continental…

— Algunos locales de La Continental están cerrando, porque no los dejan trabajar…

— No trabaja el que no quiere…

— En Sudáfrica lo que funcionó como vehículo de integración racial fue el Rugby…

— Acá eso sería imposible porque nuestros rugbiers son todos unos asesinos…

— El fútbol en algún punto es más inclusivo y hace que muchos chicos puedan salir de la pobreza…

— Pobreza hubo siempre…

— Justamente. Ahí está el problema. El problema no es el racismo, es la pobreza…

— Los ricos de nuestro país son ricos porque le sacaron la tierra a los habitantes ancestrales…

— Sí. Y ahora Grabois propone expropiarlas para evitar el hacinamiento y repoblar otras regiones…

— Las tomas son ilegales…

— Gobernar es poblar, decía Sarmiento…

— Ni bien se levante la cuarentena tienen que volver las clases presenciales, así los jóvenes dejan un poco el teléfono y se concientizan mejor en todos estos temas…

 

 

TERCER ACTO. Un año más tarde, en la reunión de consorcio.

 

— Señores, estamos acá para tratar el tema del nuevo encargado…

— Si viene un nuevo encargado deberíamos pedir como requisito que esté vacunado…

— Lo de la vacuna es relativo. Mi abuela cumplió noventa, no está vacunada y está perfecta…

— Yo a la rusa no me la voy a poner, prefiero esperar la de Astrazeneca…

— Dicen que la de Oxford tiene menos contraindicaciones…

— Primero que devuelvan las Malvinas, esos ingleses, y después hablamos…

— Antes deberíamos pedirles disculpas, como sociedad, por el gol con la mano…

— Podríamos tratar además el tema de los desalojos y los aumentos congelados…

— A mí se me rompió el freezer. ¿Conocen algún técnico que lo pueda arreglar?

— El que no tiene arreglo es este país. Un mes estuve para que me venga el plomero…

— Encima, sábado y domingo no te trabaja nadie. Los llamas y no te vienen…

— Yo aprovecho para dejarles el volante de la peluquería canina que abrimos con mi socio. Promo apertura. Primer corte sin cargo…

— Yo no tengo perro, malísima la promoción, por qué no ofrecen algo útil para la gente…

— ¡Callate hater, no es obligación ir…!

— ¡Callate vos, que las vas de nacionalista y el otro día scrolleando te encontré un tweet muy polémico apoyando al Club de París, hace siete años…!

— Gente, dejemos de lado las diferencias y volvamos a lo nuestro…

— Sí, pero a mí me gustaría que estemos todos para votar

— Falta el muchacho del quinto B, el que todavía nunca salió, es tan fanático del gobierno que no quiere caer en contradicciones rompiendo la cuarentena…

— Y la chica del monoambiente del noveno, que tiene miedo que si baja se lo expropien. Falta ella también…

— Si es por faltar, a nosotros como pueblo nos faltan 30.000…

— Algunos no salen porque están deprimidos…

— Deprimidos están los jugadores de fútbol, que también son personas…

— Los que no andan para nada bien son los chicos, sin las clases presenciales…

— Se me ocurre que si los maestros se niegan a volver, podríamos turnarnos entre nosotros e implementar en el SUM clases de apoyo…

— Yo al que se acerque a mi pibe le pongo una perimetral…

— Como hizo la del tercero con el ex-marido…

— La judicialización de los vínculos nunca es la solución…

— El SUM está hecho un asco, administrador, desde que no tenemos encargado…

— Justamente, para eso se convocó esta reunión…

— ¿Recuerdan el lema de la Generación del 80? Paz y administración. Lo vi en la carrera de Historia…

— Mi nieta hizo la carrera de Administración de Empresas y entró a trabajar en Pfizer…

— Aprovecho yo también para contarles que con una amiga abrimos una academia de cocina. Si hacés el curso intensivo te podés recibir de chef en cuatro clases…

— Vivo solo desde los dieciocho, a mí nadie me va a venir a decir cómo tengo que cocinar, muy flojo lo de ustedes…

 

Cartografías en devenir // Bifo

 
Me propongo escribir este libro desde que Félix Guattari murió, en 1992.
Pero el libro no terminaría nunca, porque el pensamiento rizomático es la cartografía de las regiones por venir, por lo tanto, las regiones en las cuales éste prolifera no dejan de desplegarse ante mis ojos, cada día que pasa, más rápidas que cualquier rayo-escritura.
El desarrollo de la red telemática, el agenciamiento biomaquínico, el Proyecto Genoma, la constitución de un paradigma bioinformacional son todas manifestaciones sucesivas de este devenir rizoma del mundo que Félix ha pre-cartografiado.
Entretanto el pensamiento de Félix Guattari y Gilles Deleuze ha ganado una vastísima atención, sobre todo en el ambiente Internet, allí donde se agencia y prolifera una forma de enunciación colectiva que se llama red.
Con la insurrección de Seattle, el 30 de noviembre de 1999, este agenciamiento ha mostrado ser una fuerza política planetaria. Agente colectivo de enunciación rizomática y proceso insurreccional son lo mismo.
Precisamente el agenciamiento de redes ha puesto en movimiento un proceso por el cual el pensamiento Deleuze-Guattari, y la bibliografía que éste alimenta, no deja de proliferar, superando cualquier posibilidad de mantenerse actualizado.
Sobre todo en el mundo anglo-americano salen continuamente nuevos libros y revistas sobre los temas que el pensamiento rizomático ha planteado a la atención filosófica, psicoanalítica, política y estética.
El campo del pensamiento filosófico y político, del psicoanálisis, pero también de la biotecnología y del ciberpensamiento están atravesados por los principales conceptos que la máquina neo-logística Deleuze Guattari ha construido.
En la trilogía que va de El Anti-Edipo a Mil mesetas y a ¿Qué es la filosofía? se condensa una aventura intelectual extraordinaria, que concluye probablemente la parábola del pensamiento del siglo veinte, y derrama sus energías más vivas en el pensamiento del siglo futuro.
No pretendo hacer un balance de la suerte actual del pensamiento Deleuze Guattari.
Quiero simplemente relatar mi historia, mi encuentro con aquel pensamiento y las perspectivas que veo derivar de él.
Mi encuentro con Félix Guattari sucedió en diferentes momentos. Cuando hacía el servicio militar en un cuartel de castigo del sur italiano, en 1974, había decidido hacerme el loco para ser enviado a casa.
Un amigo francés me había hablado de un psicoanalista que intentaba ver el mundo desde el punto de vista del esquizo más que desde el del psiquiatra, entonces compré un libro suyo, el único que por aquellos años estaba editado en Italia. El libro se llamaba Una tomba per Edipo[1].
Una noche de junio hice una pequeña escena de locura rehusándome a abandonar el turno de guardia y sosteniendo que allí permanecería hasta el extremo de mis fuerzas. Me ingresaron al hospital psiquiátrico de Nápoles y luego de diez días de observación el coronel médico me mandó a llamar.
Me preguntó: ¿qué es lo que no va?
Yo le dije: en verdad nada, va todo muy bien, sólo que cuando veo la patente de un automóvil los números quedan estampados en mi cerebro donde sufren toda suerte de recombinaciones, hasta que me viene dolor de cabeza.
El coronel médico (que se llamaba Moretti) me miró por un momento con interés, luego dijo que si había aprendido la lección, la había aprendido muy bien, y me mandó a casa con el diagnóstico de neurosis cenestopática (quién sabe por qué).
Desde entonces quedó impresa en mi mente enferma la idea de que Félix me salvó de la colimba. Ya saben, el alzamiento de la bandera a las seis y media y todas esas corridas adelante y atrás…
Luego leí El Anti-Edipo, en marzo de 1976. Aquella vez estaba en la cárcel, en una celda de san Giovanni in Monte (una cárcel bellísima que en el setecientos fue un convento y que hoy es la facultad de Historia de la Universidad de Bolonia). Por más bella que fuera la cárcel me deprimía, sobre todo porque me habían acusado de poner una bomba en una sede de la democracia cristiana, y yo no sabía nada de aquel asunto. Mi amigo Riccardo, que luego partió hacia destinos muy lejanos y que de tanto en tanto reaparece con una nueva mujer vietnamita o californiana, me envió a la celda una copia de El Anti-Edipo. Dentro estaba el mapa de las errancias existenciales y teóricas en las que nos estábamos perdiendo por aquellos años. Proliferar y perderse, éste era el sentido de la empresa colectiva que el movimiento intentaba en Italia.
En Bolonia con algunos amigos hacía A/traverso, una revista que había debutado con el título: Pequeño grupo en multiplicación. La idea del contagio, de la proliferación viral, estaba implícita en aquella fórmula presentada como modelo de organización (¿política? ¿post-política?, poco importa). Y la idea de que los procesos sociales y las transformaciones políticas y culturales son contagios, proliferaciones de virus que se difunden en el cuerpo de la sociedad produciéndole mutaciones, es una idea que proviene de la visión molecular de Félix. Uno de los puntos de contacto entre el pensamiento rizomático y la inspiración filosófica de William Burroughs, que ha hablado de la palabra como virus.
Me encontré con Félix personalmente recién en junio de 1977.
En aquel año en Bolonia tenía lugar una bizarra insurrección que se inspiraba más en el dadaísmo y en El Anti-Edipo que en los manuales de la política revolucionaria.
En un cierto momento para mí las cosas se habían puesto mal. Había hablado en alguna asamblea y había hecho imprimir volantes y periódicos. Iba a Roma con frecuencia donde me encontraba con otros autonomistas, así que un juez consideró tener todas las pruebas para acusarme de instigación al odio de clase y demás cosas.
Mientras el terror se había desatado en la ciudad. Un joven asesinado por un carabinero. Enfrentamientos de días enteros en el centro de la ciudad. Trescientos arrestos de estudiantes, jóvenes obreros e incluso amas de casa que por casualidad pasaban en medio de la batalla. Durante algunos días permanecí clandestino en la ciudad, durmiendo en casa de algún amigo, luego tomé el camino que llevaba al exterior. Naturalmente a París. En junio me decidí a telefonearle a Félix. No recuerdo el primer encuentro con él. Sólo se que enseguida fue lo que siempre ha sido.
Un amigo generoso, inocente y genial.
Al inicio de julio me arrestaron. El juez italiano que la tenía conmigo vino a París y convenció a la policía local de que yo era peligroso, y los de la escuadra antimafia me vinieron a buscar mientras iba de una amiga para el almuerzo.
Mierda, el depot de La Santé es un sitio fétido. Estábamos apiñados de a sesenta en un sótano, mientras afuera llovía a cántaros, y para mear era preciso hacerlo en un rincón atento a que nada ocurriese.
Permanecí dos días, luego me llevaron a Fresnes. Fresnes ya era entonces una cárcel high tech. En la celda estaba solo, las paredes eran todas de metal y en el patio se debía caminar en fila india. Añoraba la cárcel convento de Bolonia.
Pero aquello no duró más de una semana. Félix se había puesto en contacto con mis compañeros, había activado los canales de comunicación de la intelectualidad parisina y había creado, en pocas palabras, las condiciones para sacarme.
Los jueces debieron reconocer que la magistratura italiana había falsificado las cartas, y me concedieron permanecer en Francia. El día en que salí de la prisión de Fresnes Claudia vino a buscarme a bordo de un escarabajo Wolkswagen que guiaba Alain Guillerm, también estaba Danielle.
Ese mismo día me reencontré con Félix y juntos escribimos el texto de una declaración contra la represión en Italia y contra el compromiso histórico entre comunistas y democracia cristiana. La declaración obtuvo el apoyo de Michel Foucault y Gilles Deleuze, de Roland Barthes y de Julia Kristeva, de Philippe Sollers, de María Antonietta Macciocchi y de Jean Paul Sartre, entre tantos otros.
En Italia produjo un efecto fuertísimo, la intelectualidad italiana reaccionó expresando posiciones contrastantes. El disenso intelectual se manifestaba, por primera vez, como fenómeno internacional capaz de oponerse con la misma fuerza al capitalismo occidental, a la opresión soviética y al socialismo real.
La declaración abrió el camino hacia un congreso en contra de la represión que tuvo lugar en Bolonia, en septiembre de aquel año. El congreso de septiembre fue un evento muy importante. Llegaron decenas de miles de personas (algunos dicen que eran cientos, no las he podido contar). Se hicieron asambleas enormes, reuniones y representaciones teatrales en las calles, comicios móviles y conciertos. Fue una explosión de alegría y de rabia, pero en cierto sentido aquello marcó el fin de la historia de los movimientos en Italia abriendo la fase de la deriva terrorista y de la acción estatal de liquidación de las fuerzas sociales disidentes.
En aquellos días la gente llegó a Bolonia como esperando una palabra mágica capaz de abrir el camino hacia una nueva historia, una historia igualitaria y libertaria que estuviese a la altura de los tiempos venideros.
Era como si todos estuviesen allí para oír el rumor del tiempo que estaba llegando y para encontrar la fórmula mágica capaz de evitar el reflujo, la violencia, la catástrofe, el aislamiento y la derrota de toda solidaridad.
No logramos encontrar aquella palabra mágica.
Ciertamente habíamos errado en algo. Quizá también habíamos errado en aquella declaración de julio de 1977. Habíamos ubicado a la violencia estatal y a la represión en el centro, habíamos insistido en el derecho al disenso, mientras que probablemente deberíamos haber insistido mucho más en el carácter propositivo y creativo del movimiento.
De este modo no habríamos cambiado el curso de la historia que estaba preparando una contraofensiva capitalística furiosa a escala internacional, la contra-revolución tacheriana a escala global y el ataque a las formas de vida de la clase obrera. No habríamos cambiado la historia, pero quizás habríamos preparado la transformación de los rebeldes en experimentadores autónomos. En los años sucesivos me encontré con Félix sobre todo para discutir lo que se podía hacer para ayudar a los expatriados políticos que venían de Alemania o de Italia. Durante los años ochenta, los años de invierno[2], su empeño público principal estaba dirigido a denunciar la represión política y a defender lo conquistado por las luchas pasadas. Pero la creatividad filosófica de Félix Guattari, en los libros escritos junto a Deleuze y en aquellos que escribió solo, no sufrió en absoluto el contragolpe de la situación en la que nos encontramos cuando debimos defender algo de nuestro pasado, y la posibilidad misma de nuestra supervivencia.
La creatividad filosófica de Félix Guattari consigue delinear un panorama mucho más amplio del que nuestras fuerzas pueden hoy abrazar. En este sentido canta la canción de los tiempos que deben venir.
Félix murió en 1992.
La caída del bloque soviético, la proliferación de los conflictos étnico-religiosos y el devastador despliegue de la onda monetarista dibujan el horizonte de los años noventa. Luego de su muerte he seguido el desarrollo de la última década del siglo considerando al pensamiento rizomático como un mapa, procurando ver las huellas de lo real en continuidad con las líneas que el mapa contiene.
En continuidad no en analogía, porque el pensamiento rizomático no es un calco sino un ritmo, un funcionamiento, un estilo. Un mapa rítmico, si se puede decir así.
Este libro querría reconstruir el mapa rítmico del pensamiento Félix, y hacer resonar los acordes, los ritornelos y las disonancias de la rapsodia planetaria contemporánea a partir de aquel mapa.


[1] Se trata de Psychanalyse et transversalité (1972). Hay edición castellana. [N. d. T.]
[2] Guattari F., Les années d’hiver: 1980-1985, Bernard Barrault, Paris, 1985 [N. d. T.]

Ocho intentos de interpretación de la realidad cubana // Florencia Lance, Diego Sztulwark y Mario Santucho

Aunque a la hora de hablar de Cuba siempre priman los estereotipos, la mítica isla enfrenta una situación inédita por su dramático dinamismo. Agobiada por la crisis económica y sus efectos sociales, pero capaz de gambetear la pandemia como casi ningún otro país del mundo, la emergencia de una nueva conflictividad política en la era de la redes digitales vuelve a poner en primer plano la necesidad de ampliar el debate e imaginar nuevos horizontes de democratización, sin echar por la borda las conquistas del poder revolucionario. ¿Hacia dónde Cuba va?

La realidad cubana volvió a estar en boca de todos los medios de comunicación de “occidente” a fines del pasado año. El conflicto suscitado por el Movimiento San Isidro fue sonoramente amplificado por los principales portales informativos, escaló con fuerzas en las redes, e incluso las máximas autoridades de la principal potencia global manifestaron su exigencia de respeto a las libertades. Pero mas allá de ciertas muestras de galopante cinismo, la disputa entre el grupo de artistas disidentes y el estado cubano generó un intenso debate al interior del campo cultural de la isla.

En este marco emergieron nuevos modos de afirmación pública que sostienen la necesidad de democratizar los esquemas tradicionales del poder revolucionario en la Isla. Tirando de ese hilo, es posible acercarse a la riqueza de discusiones domésticas con indudable interés para todo Latinoamérica. Aunque como era de esperar, algunos exponentes de la izquierda dogmática dentro y fuera de Cuba reaccionaron con la ya clásica acusación de agentes a sueldo del imperialismo para todo aquel que ose cuestionar al socialismo realmente existente, sea cuál sea el argumento y el sentido de la crítica.

En la conversación que aquí presentamos hablan ocho intelectuales y militantes cubanos, de diferentes procedencias y disciplinas, pero que tienen en común el señalar la necesidad de un horizonte distinto al agotado modelo de tipo soviético. ¿Cómo proyectar una democratización social efectiva, sin desconocer las bases históricas de la revolución del 59? ¿Y cómo hacerlo tomando muy en cuenta, sobre todo, el peso determinante de la agresividad norteamericana sobre la isla? No hay respuestas fáciles ni unívocas, pero sí una apuesta por el pensamiento crítico y la elaboración colectiva.

 

Sería útil explicar los trazos principales del conflicto generado por la protesta del Movimiento San Isidro. ¿Quiénes son, cuál es su relevancia, qué tensiones ha provocado y si expresan alguna novedad?

Alina López Hernández: No es posible explicar lo que ocurre en Cuba reduciéndolo al Movimiento San Isidro (MSI), o a los hechos inéditos del 27 de noviembre pasado cuando un grupo de artistas e intelectuales se manifestaron a las puertas del Ministerio de Cultura. Lo primero que hay que tener en cuenta es que en nuestro país coexisten hoy al menos los siguientes elementos: un modelo de socialismo burocrático agotado en sus posibilidades de sobrevivir sin transformaciones; un proceso de reformas estancado desde hace más de una década; recientes medidas que se distancian de las políticas consideradas en su momento como conquistas de la Revolución; las consecuencias económicas de la pandemia; el auge de la hostilidad norteamericana hacia Cuba que supuso el gobierno de Donald Trump; la posibilidad de que la ciudadanía se visibilice y exprese a través de los medios digitales alternativos y redes sociales. Ese sustrato da lugar a expresiones de inconformidad, cuyo rostro más renombrado –aunque ni remotamente el único o el más profundo– ha sido el MSI.

Creo que el MSI se empezó a hacer notar a raíz de las polémicas suscitadas por el controvertido decreto-ley 349. Esa norma, que está en moratoria debido al rechazo que ocasionó, significa una restricción a la libertad del arte que se produce fuera de las instituciones culturales del Estado y aumenta la censura. En respuesta, algunos artistas e intelectuales discrepantes utilizaron el performance callejero y realizaron convocatorias a exposiciones independientes. La represión de los órganos de Seguridad del Estado —a mi juicio excesiva e inconstitucional— fue desencadenando una escalada y el grupo creció en integrantes. Se hicieron usuales los actos de repudio organizados por las autoridades, las detenciones y maltratos arbitrarios.

El MSI no es representativo de los muchos críticos que tiene la burocracia parti/estatal cubana. Algunos de sus integrantes, por ejemplo, han manifestado su apoyo al bloqueo norteamericano y simpatías con el presidente Trump. No percibo en ellos un programa, una estrategia política clara, una táctica definida, ni un análisis profundo de la realidad cubana. Algo sí hay que reconocerles: el valor personal de luchar abiertamente por sus derechos. En eso pueden haber motivado a muchos jóvenes condicionados por décadas de unanimismo y obediencia. Para mí, esa es la mayor novedad.

 

En lo relacionado con el debate y la organización política en Cuba hoy: ¿cómo ven el panorama de la izquierda cubana y cuáles son los debates que se plantean?

Julio Antonio Fernández Estrada: Los debates públicos en Cuba son mayormente propiciados, organizados y desarrollados por orientación del Partido, del Estado o del gobierno. Por ejemplo los espacios que el Partido creó antes de algunos de sus Congresos, o los coordinados en diversas ocasiones por la Unión de Jóvenes Comunistas o la Federación Estudiantil Universitaria. Desde la sociedad civil también se han mantenido espacios como los del Último Jueves, que la revista Temas organiza hace años y reúne cada mes a mucho público con paneles donde participan personas de la academia, el funcionariado estatal y organizaciones no gubernamentales. También se puede encontrar un ambiente de debate amparado en la legitimidad de instituciones de investigación como el Centro de Investigaciones Sociológicas y Psicológicas, el Instituto Juan Marinello o el Instituto de Filosofía.

Como sucede en otras partes del mundo, las redes sociales son el espacio de debate más amplio para una parte de la sociedad cubana, la que accede a los datos móviles y a la telefonía celular. La mayoría de la población sigue, sin embargo, fuera de los ambientes de discusión y diálogo y usan los que abre el sistema del Poder Popular, sobre todo a nivel local, en las Asambleas de Rendición de Cuenta de las circunscripciones electorales de los municipios. Estas reuniones, aunque deberían ser decisivas según el diseño democrático cubano, en la práctica se han develado como espacios para la catarsis colectivas sobre los problemas cotidianos de la población y donde el Delegado o Delegada del Poder Popular suele manifestar su incapacidad para resolver problemas concretos.

Las posibilidades de organización política son todavía más reducidas porque ni en la Constitución de la República ni en sus normas de desarrollo figura el derecho a crear organizaciones políticas. Incluso las organizaciones sociales y de masas que fueron fundadas en los primeros años de la Revolución se consideran únicas y no existen canales de creación de organizaciones semejantes para las nuevas generaciones. La organización política se da fuera del amparo de la Ley de Asociaciones, que sería la única disposición jurídica que podría proteger el derecho de asociación.

En cuanto a la izquierda cubana, existen posiciones de conservación y defensa del orden político imperante, así como de las instituciones establecidas por las leyes, que defienden el perfeccionamiento del modelo socialista cubano. Otras posturas y grupos son críticos de la burocratización del poder político cubano y su forma de administración, incapaz de sacar al país de la crisis económica en la que vive hace décadas. También existe una franja reformista de la izquierda cubana, más cercana al liberalismo político pero que defiende principios del estado social de derecho y se ubica más cercano a la socialdemocracia. Todas estas manifestaciones de la izquierda en Cuba se unen en la oposición al bloqueo norteamericano a nuestra isla y en la defensa de la soberanía nacional como puntos de partida para cualquier tipo de análisis de nuestra realidad.

El panorama de la izquierda cubana se ha complejizado desde que el 27 de noviembre de 2020 un grupo de artistas e intelectuales realizó una sentada frente al Ministerio de Cultura, para solicitar una entrevista con el ministro del ramo y así plantear un grupo de preocupaciones y reivindicaciones relacionadas con la libertad de creación, la mantención de espacios artísticos alternativos y la forma en que el gobierno había solucionado una crisis política en el barrio habanero de San Isidro. Estos hechos han abierto un intenso debate entre quienes cuestionan a ambos grupos por su posición crítica al gobierno y aquellos que los defienden como espacios que expresan la diversidad y pluralidad de la sociedad que conformamos.

Sin embargo, es interesante que una plataforma de diálogo que nació el mismo 27 de noviembre, creada por un pequeño de grupo de intelectuales cubanos con el nombre de Articulación Plebeya, con una propuesta claramente de izquierda y contra la injerencia extranjera en el Estado cubano, a favor del pluralismo político y la inclusión de grupos e ideas diversos, ha recibido una andanada de críticas que la acusa de intentar construir “centro” político, por demás estigmatizado en Cuba, donde son más aceptados los extremos ideológicos que las propuestas socialistas a la vez democráticas, republicanas y respetuosas de la diversidad ideológica en la cultura nacional.

 

¿Cuáles son las corrientes políticas e intelectuales que ustedes podrían identificar como protagonistas principales de esta polémica sobre la democratización en la Cuba contemporánea?

Ivette García Gonzalez: Tres factores son claves para comprender el contexto en el que este debate tiene lugar: agotamiento del modelo socialista, con fractura del consenso y peligro para el ideal de la Revolución y el Socialismo; la peor crisis económica de las últimas décadas, agravada por la resistencia del poder a las reformas, la pandemia y el endurecimiento del bloqueo; y ampliación del sector crítico, en especial los intelectuales, con mayor capacidad de influencia desde la apertura de internet en 2018.

 

 

Todo está ocurriendo de manera convulsa y acelerada, por lo que no podemos hablar todavía de sistemas de ideas ni campos ideopolíticos consolidados o fácilmente distinguibles. En el debate se identifican corrientes de pensamiento con tendencias, paradigmas y posturas políticas diversas. En este breve espacio pueden agruparse como sigue:

– Un sector continuista del modelo socialista de base soviética estalinista, temerosa de las reformas, que acepta algunas modificaciones económicas imprescindibles para rebasar la crisis y mantener el modelo. Identifica la Revolución y el Socialismo con el gobierno y el Partido. Algunos apuestan por la asimilación del modelo chino o vietnamita. Otros aspiran a que los cambios económicos llevarán a los políticos. Y no pocos condicionan la democratización en Cuba al cambio de política de los Estados Unidos, por eso una parte rechaza el debate sobre el tema y otra opta por aplazarlo en aras de la “unidad”. Sus pronunciamientos sobre democracia casi siempre son reactivos, aferrándose a las deficiencias de la liberal frente a los logros cubanos en salud, educación y seguridad ciudadana.

– Hay otro sector en el que podríamos reunir a liberales y socialdemócratas. En el primer caso abogan por la opción capitalista de algunos países de Europa y Estados Unidos, o por el socioliberalismo, también la reforma china es una referencia. Los segundos se inclinan por la variante del capitalismo nórdico europeo, con influencia de la socialdemocracia de izquierda. Defienden el paradigma de amplias libertades individuales y derechos políticos, centrados en lo electoral y la representación. Los radicales ven la falta de democracia como principal problema y causa del resto. Descalifican lo que emana del gobierno, ven a la Revolución como accidente, fracaso, engaño del liderazgo histórico. Edulcoran el período republicano anterior a 1959. Algunos tienen posturas nacionalistas y otros hasta suscriben la política de los Estados Unidos hacia Cuba.  

– Al otro sector lo denomino como “socialista crítico de izquierda”, con influencias del marxismo no soviético (trotskismo, anarquismo, guevarismo) y otras opciones políticas derivadas: socialismo democrático participativo, libertario, del siglo veintiuno, etcétera. Parte de las críticas al “socialismo real” y confronta a esa matriz que sigue vigente en Cuba. Reivindica el ideal socialista, el Estado de derecho, la democracia popular y los principios fundadores del pensamiento revolucionario cubano. Sus diferencias giran en torno a las vías para el desarrollo democrático, el papel del Estado, el lugar del Partido Comunista, las formas de propiedad, los derechos y libertades. Asume que lo revolucionario es la crítica, el desmontaje o la reforma profunda del legado del modelo soviético y la creación de un nuevo proyecto de país. Reivindica una vanguardia independentista, antimperialista que sea capaz de construir alianzas. Considera que la Revolución Socialista es un proyecto inalcanzado o torcido, desde que ambos paradigmas fueran secuestrados por la burocracia, arropados por la dependencia a la Unión Soviética.

ivette garcía gonzalez: tres factores son claves para comprender el contexto: agotamiento del modelo socialista, con fractura del consenso y peligro para el ideal de la revolución y el socialismo; la peor crisis económica de las últimas décadas, agravada por la pandemia y el endurecimiento del bloqueo; y ampliación del sector crítico, en especial los intelectuales, con mayor capacidad de influencia desde la apertura de internet en 2018.

 

El intelectual cubano Juan Valdés Paz dice que el poder revolucionario constituye la premisa o condición de posibilidad para cualquier intento de profundización de la democracia en Cuba. Hay otros vectores del pensamiento crítico cubano que proponen reconsiderar la tradición republicana de izquierda, como alternativa a un sistema político conformado según los parámetros del socialismo real. ¿Se trata de un debate cuyo alcance se proyecta mas allá de Cuba teniendo en cuenta el protagonismo de China en la escena global?

Julio César Guanche: Dentro de Cuba fueron Juan Valdés Paz y Julio Fernández Bulté quienes presentaron a mi generación el enfoque del republicanismo democrático, a partir de una apropiación desde el marxismo. Otros, como Ana Cairo Ballester, dieron un fondo histórico a nuestras búsquedas al ubicar al republicanismo como la tradición central del patriotismo revolucionario cubano del siglo diecinueve. Esos tres maestros, junto a otros de su generación, releyeron la experiencia de la república cubana neocolonial (1902 a 1958) sin apologías, pero también sin refutaciones a diestra y siniestra. Y nos permitieron así, ya mirando hacia el presente, asociar necesidades políticas de la Revolución con demandas republicanas.

Coincido con que una profundización democrática en Cuba tiene como premisa las bases socialistas defendidas por el poder nacido de 1959. La reconsideración de la tradición republicana de izquierdas encaja con esa premisa, a la vez que discute críticamente contenidos del desempeño de ese poder y algunas de sus apuestas ideológicas. Pero este empeño ha sufrido incomprensiones sobre su pertinencia para Cuba. Es importante delimitar, entonces, lo que no es esta recuperación del republicanismo de izquierdas.

No es una afiliación a versiones liberales del republicanismo, que aplaudan simplemente las nociones de virtud cívica y de manejo institucional, pues se compromete con la estructura material, socioclasista, que necesita la libertad. No es una identificación acrítica con la república cubana neocolonial, pero reconoce la agencia de los sujetos populares de esa etapa, como los negros cubanos masacrados en el 1912, la revolución popular de 1930-1933 y el empuje de los movimientos cívicos, de trabajadores, de estudiantes y de mujeres. No traza diferencias entre república y socialismo: entiende que la revolución de 1959 fue la respuesta al “republicanaje” del que hablaba Fernando Ortiz, esto es, a la colonización capitalista dependiente de la república.

La recuperación del republicanismo de izquierdas es una respuesta a la crisis del marxismo ortodoxo, a la refutación de la democracia y los derechos humanos como si se tratasen de una invención de la burguesía –cuando son, como ha demostrado de modo muy elocuente George Eley, conquistas históricas de las izquierdas. Pretende hacerse cargo con honestidad del daño que el autoritarismo, el caudillismo y el socialismo “desde arriba” han causado a las izquierdas. Es una apuesta decidida por la ciencia, por la politización de la economía y por la valorización de la cultura del pensamiento crítico. Es un cuestionamiento a que las soluciones socialistas pasen por alguna centralidad otorgada al mercado, pero también por algún “estalinismo de mercado”.

La tesis republicana de que la libertad supone ausencia de dominación alcanza el ámbito de lo político tanto como el económico: cuestiona el poder arbitrario proveniente de lo estatal, sea “democrático liberal” o “socialista burocrático”; a la vez que el despotismo presente en ámbitos “privados”, como los mediados por las relaciones capitalistas de producción, aún si se despliegan bajo modelos socialistas.

Metas tan exigentes requieren del núcleo más poderoso de la tradición histórica socialista: su pulsión igualitaria y su compromiso con la justicia. A la vez, requieren del núcleo más poderoso de la tradición histórica republicana: la noción de la fraternidad, de la reciprocidad en la libertad, la que se atreve a afirmar con Marx que “mi libertad comienza donde comienza la libertad de los demás”.

 

Una de las virtudes del sistema político cubano en relación a lo conocido en otras realidades de América Latina es la efectiva soberanía nacional que detenta. ¿Cómo evalúan las capacidades demostradas por el Estado revolucionario en el manejo de la pandemia?

Mylai Burgos Matamoros: Es conocido que el Estado cubano ha podido contener y mitigar la pandemia en materia de contagios, fallecimientos, y a la vez, propiciar una atención lo más digna posible a las personas enfermas del virus Covid-19. Incluso después de la última ola de contagios producto de la apertura de las fronteras cubanas en noviembre del año 2020, no se ha percibido que el sistema de salud pública cubano haya llegado al límite o se encuentre rebasado, como en muchos países del mundo (al 11 de febrero de 2021 se detectaron 36.595 contagios y 257 fallecidos en total). El éxito de este proceso radica sustancialmente en las políticas públicas dedicadas a la creación de infraestructura para la atención de la salud (prevención con atención primaria, acceso y garantías), formación de personal médico, y desarrollo de industria farmacéutica, biotecnológica y de equipos médicos, que se verifica desde hace sesenta años.

Habría que mencionar, sin embargo, que el sistema de salud pública cubano no ha estado exento de grandes dificultades, afectado por la crisis económica permanente que soporta la isla sobre todo en los últimos treinta años. A pesar de lo anterior, el Estado ha demostrado la capacidad de decidir sus prioridades, poniendo en primer lugar la atención a los enfermos de la pandemia, por encima de cualquier otro problema nacional. Incluso ha llevado servicios de salud a otros países mediante brigadas médicas (53 brigadas en 39 países), las cuales han tenido retribución onerosa, pero han implicado gran ayuda en medio de la crisis de salud global.

julio césar guanche: metas tan exigentes requieren del núcleo más poderoso de la tradición histórica socialista: su pulsión igualitaria y su compromiso con la justicia. a la vez, requieren del núcleo más poderoso de la tradición histórica republicana: la que se atreve a afirmar con marx que “mi libertad comienza donde comienza la libertad de los demás”.

 

Sobre esta gran fortaleza tenemos que mencionar una gran debilidad: durante todo el proceso revolucionario, Cuba no ha podido sostener por sí misma una economía nacional eficaz, sin atravesar largos procesos de crisis. Los mejores momentos económicos de la isla en estos sesenta años han estado sostenidos por economías externas, como los países del socialismo real en la década de los ochenta, y Venezuela a inicios del siglo veintiuno. Excepto en estos períodos, ha primado en la Isla la escasez y la ineficiencia económica. A esto se suma, y con gran responsabilidad, el bloqueo económico y comercial impuesto por Estados Unidos fomalmente desde 1962.

En este sentido, en medio de la crisis permanente, llueve sobre mojado con la crisis económica global. No ha faltado atención y la pandemia se ha contenido con éxito, además de que Cuba es el único país de América Latina con posibilidad real de tener una vacuna propia (con cuatro candidatos vacunales en proceso de desarrollo ya registrados oficialmente), pero la vida cotidiana en materia de bienes básicos, sobre todo alimentación e insumos médicos para enfermedades crónicas diferentes al virus, se han visto afectados sobremanera en este año con sus respectivas consecuencias sociales. Son debilidades ante la grandeza. La proeza está en manejar con éxito una pandemia global en medio de una grave crisis económica, con el derrotero más ético posible: priorizando la vida de las personas por encima de todo.

 

¿Cómo se analiza la nueva etapa abierta con la presidencia Biden? ¿Volverán las negociaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba al punto en que los dejó Obama, antes del huracán Trump, o se prevé otro proceso?

René Fidel González García: Hay que apreciar dos cuestiones que a mí me parecen esenciales para entender el momento actual. La primera describe una voluntad sostenida, terca e invariable en el tiempo –aunque no exenta de desviaciones y retrocesos por cuestiones de pragmátismo político– de las autoridades cubanas y particularmente de Fidel Castro, para obtener un modus vivendi distinto entre Cuba y los Estados Unidos a partir del reconocimiento entre Estados. La segunda es el fracaso de todas las variantes subversivas desarrolladas por los Estados Unidos durante un largo tramo de 62 años, aunque con el pago de un duro peaje para el pueblo cubano en términos de vidas, la deformación de su economía y la posposición y perversión de muchas de sus aspiraciones democráticas, de desarrollo social e individual. Sin ambas cuestiones es imposible explicarse las negociaciones que condujeron al restablecimiento de relaciones diplomáticas durante ese segmento de tiempo en el coincidió el segundo mandato de Obama y el último de Raúl Castro.

Si esa voluntad por la parte cubana esboza una ruta crucial para un país que experimenta un muy complejo cambio de su régimen político económico y social, contradicciones y demandas de democratización cada vez más importantes, para Biden y su equipo es una oportunidad de desarrollar los objetivos planteados inicialmente por la política puesta en curso por Obama, después de cuatro años de abandono y desmontaje.

Una metáfora de estas posibilidades fue el viaje del ministro cubano Rodrigo Malmierca al Foro de Davos hace dos años para exponer la dirección de ese cambio que ahora mismo en Cuba se desata en lo económico y social. Pero es previsible que para la administración Biden conseguir sus objetivos ya no pase solo por retomar el momento de reconocimiento logrado anteriormente, o por sustanciar los acuerdos bilaterales definidos en aquel entonces, sino que ahora consista en adelantar y fortalecer sobre la marcha un marco de relacionamiento distinto. Que abra las puertas a formas de comercio normales y más significativas, a préstamos y mecanismos de financiamiento internacionales que tributen a aquellos objetivos que se proponen en términos políticos y geopolíticos en relación a Cuba.

Para resumirlo, parafraseando con amargura una famosa frase: las relaciones diplomáticas entre ambos países son la continuidad de la guerra por otros medios.

 

Todo parece indicar que 2021 será particularmente difícil desde el punto de vista económico para el pueblo cubano y las consecuencias sociales ya se sienten luego de las nuevas medidas de ajuste monetario. ¿Imaginan un año de aumento de la conflictividad? ¿Puede el sistema institucional realmente existente canalizar de manera virtuosa la puja de intereses o se requieren nuevas herramientas para dar cuenta del desafío político que viene?

Amalia Pérez Martín: El ajuste económico ocurre en un contexto de creciente conflictividad entre estado y sociedad civil. Esta última, cada vez más desigual y diversa, posee mayor conciencia de derechos y está más conectada al mundo a través de las TICs. En los últimos años han resonado a propósito del activismo social (en la calle, en redes y ante instituciones estatales) formas de discriminación y violaciones de derechos civiles y políticos. Siguiendo prácticas institucionales heredadas, el patrón de respuesta ha sido de alta discrecionalidad administrativa. Este contexto de incertidumbre jurídica en la relación estado-ciudadanía se conjuga con la reactivación de narrativas oficiales de estigmatización para legitimar acciones represivas y de control punitivo.

Poner en diálogo estas prácticas con la utilización de similares mecanismos de control por parte de estados neoliberales para sofocar protestas o subordinar mujeres y hombres empobrecidos y racializados, acrecienta mi preocupación sobre la incapacidad de la institucionalidad cubana para gestionar el aumento de la conflictividad. Como en otras latitudes, es previsible el rechazo social en Cuba a medidas que afectan la vida cotidiana e implican la regresión de derechos económicos y sociales considerados conquistas revolucionarias en el discurso oficial y en el imaginario social.

Hasta el momento, las protestas contra el aumento de precios y tarifas de productos y servicios públicos, la reducción de subsidios o de asistencia social, y la precarización laboral, han tenido como respuesta inmediata rectificaciones casuísticas. No se han identificado soluciones generales y duraderas al aumento de las desigualdades. Los funcionarios encargados del ajuste parecen olvidar que el estado cubano está obligado, según la constitución vigente, a garantizar el ejercicio irrenunciable, imprescriptible, indivisible, universal e interdependiente de los derechos humanos, bajo los principios de progresividad, igualdad y no discriminación.

Si bien esta propia constitución contradice dichos presupuestos al declarar el carácter superior y único del Partido Comunista, es posible y urgente bajo su vigencia profundizar la soberanía popular. A nivel institucional esto implica emitir leyes y procedimientos pendientes sobre derechos y garantías básicas como la tutela judicial ante la vulneración de derechos por autoridades estatales, el derecho de queja y petición, los derechos de reunión, manifestación y asociación, entre otros.  

Por último, durante 2021 continuarán las crisis asociadas a la Covid-19. En tal sentido, la no declaración formal del estado de emergencia o desastre puede agravar la desprotección ciudadana frente a los efectos negativos del ajuste. En la práctica, se han activado de facto “consejos de defensa” a nivel local que, sin prever canales institucionales de participación ciudadana, también disponen sobre precios. Ante esta situación es imprescindible la reactivación del municipio, los consejos populares y los sindicatos; además de reivindicarse la protesta como forma legítima de expresar demandas populares, desarrollar plataformas inclusivas de articulación ciudadana y avanzar hacia la institucionalización de diálogos y métodos alternativos de solución de conflictos.

 

Hay un gesto largamente utilizado por los sectores más dogmáticos y conservadores de la izquierda continental, que consiste en acusar a quienes formulan críticas dentro del propio campo progresista y popular de ser cómplices involuntarios o directamente de estar al servicio del imperialismo yanqui. ¿Cómo se puede atravesar esta suerte de policía ideológica para avanzar en debates productivos?

Hiram Hernández Castro: “Roma paga, pero desprecia a los traidores”. La frase refiere a un suceso en la conquista de la península ibérica. Roma ofreció una recompensa por el asesinato del líder del pueblo lusitano. Los historiadores debaten si el cónsul Escipión pagó con menosprecio a los traidores que habían acuchillado a su rebelde adversario o los mandó a ejecutar para desentenderse del pago prometido. Avanzando en la historia —en el contexto de la Guerra Fría— es conocido el episodio del macartismo: un triste pasaje de la historia estadounidense donde, utilizando el discurso de la seguridad nacional, se desencadenó una “cacería de brujas”. Fue un proceso plagado de acusaciones falsas, detenciones e interrogatorios irregulares contra científicos, intelectuales y artistas comunistas o sospechosos de serlo y, por tanto, inculpados de servir a los intereses de la Unión Soviética.

También en la URSS, desde inicios de la década de los treinta, se implementó una campaña de persecución, arrestos y confesiones arrancadas con torturas que colocaban a opositores y críticos —incluyendo socialistas, anarquistas y trotskistas— en campos de concentración o frente a pelotones de fusilamiento. En los “Procesos de Moscú” un grupo de dirigentes bolcheviques, altos mandos militares e intelectuales, fueron acusados de ser financiados por estados enemigos para restaurar el capitalismo. El Gulag fue un instrumento de Stalin y sus acólitos para eliminar a los actores con posibilidades (reales o percibidas) de resistirse o disputarles poder. Nikita Jrushchov —en el XX Congreso del PCUS— reconoció los crímenes de Stalin, pero la desestalinización no significó renunciar a todas las prácticas totalitarias. El discurso de Jrushchov se mantuvo secreto y acusar de colaborador con el enemigo nacional o de clase siguió conservando su rutinaria utilidad política. Estas prácticas ideológico-policiales se reeditaron en la China de Mao Zedong, en el campo socialista del Este y, cruzando el océano, llegaron a través los partidos comunistas y maoístas a nuestro continente.

La idea de que la izquierda se encuentra siempre amenazada por una “quinta columna” hace parte de nuestra tradición. Y si bien su historia es un documento de resistencia y democratización, también contiene sus zonas de barbarie. Un debate sincero debería comenzar por sacar los fantasmas del armario para hacernos responsables de todas las partes de nuestra historia, incluyendo los crímenes (reales o cívicos) cometidos en nombre de purezas ideológicas, pero resultado de concepciones dogmáticas, sectarismos, oportunismos y ambiciones de poder personales o grupales. En consecuencia, la crítica, la autocrítica y el debate al interior de toda organización progresista son ejercicios ineludibles de la democratización interna, sin la cual es imposible articular una propuesta democratizadora hacia el conjunto social.

Ahora bien, para que un debate sea productivo debemos exorcizarnos de informes policíacos, argumentos ad hominem y teorías de la conspiración. Ello involucra aprehender las artes virtuosas, útiles y argumentadas de entablar una confrontación. Cuando, por ejemplo, en la Cuba de hoy se esgrime la expresión original de Marx “batalla de ideas”, no siempre se discuten concepciones, tesis o conceptos. Si un intelectual cubano es rotulado de liberal o socialdemócrata por argüir a favor de la libertad de expresión, la democracia o los derechos políticos, sin que su oponente logre demostrar con argumentos por qué se insertarían esos conceptos en aquellas tradiciones, no estamos en presencia de un debate intelectual sino de un etiquetaje panfletario. Si una confrontación “intelectual” termina siendo el guión de un interrogatorio policial es porque no fue un debate, sino un duelo atravesado por la capacidad de una de las partes de imponer su verdad para inculpar al adversario. Si, suplantando procesos legales y tribunales, los medios de comunicación socializan gacetillas plagadas de inculpaciones como “contrarrevolucionario”, “mercenario” y “agente de la CIA”, no presenciamos una polémica política sino un espectáculo poco edificante, un linchamiento mediático, el irrespeto a la presunción de inocencia y la imposición del reino de la discrecionalidad.

hiram hernández castro: un debate es productivo no por la radicalidad de los improperios que se lancen contra el adversario, sino por ir a la raíz de los problemas de la sociedad que le sirve de contexto. los debates no se resuelven en el “dime que te diré” de la ciudad letrada, sino en su utilidad para dar fuerza intelectual al saber social y fuerza social al saber intelectual.

 

Comencé por Roma porque el imperio actual también paga por acuchillar ideas soberanas. Es público que el gobierno estadounidense destina millones a financiar un cambio de régimen en Cuba. Asimismo, hay fratricidio cuando es un cubano el que colabora con el intento imperial de rendir a su propio pueblo por hambre. Pero, al otro extremo del arco ideológico, también surgen victimarios de la soberanía ciudadana. Hoy los “intelectuales policíacos” avanzan posiciones de poder, van acusando de mercenarismo a todo el que no siga su línea ideológica, siempre coincidente con la gestión gubernamental. De esa forma el pensamiento crítico es lanzado al campo enemigo. Se trasmiten ideas estereotipadas y caricaturescas de los contrincantes. Las personas, sus ideas y los hechos no se valoran en su complejidad y matices, sino en función de lo que representan para su identificación como amigo o enemigo.

En conclusión, un debate es productivo no por la radicalidad de los improperios que se lancen contra el adversario, sino por ir a la raíz de los problemas de la sociedad que le sirve de contexto. Un debate es fructífero si en él se invierte toda la ciencia y las habilidades lingüísticas que se poseen para polemizar con la tendencias y corrientes que se sospecha no llevarán al país hacia las mejores soluciones. Un debate es legítimo si se ejerce en condiciones de igualdad, libertad, sin miedos e hipocresías. Por ello asumo que lo que puede obtener la sociedad de los debates no se resuelve en el “dime que te diré” de la ciudad letrada, sino en su utilidad para dar fuerza intelectual al saber social y fuerza social al saber intelectual. Esto es, en definitiva, empoderar las condiciones en que todos los ciudadanos ensanchen su intelectualidad y accedan a debatir, deliberar y codecidir las normas para mejorar sus vidas juntos.

 
 

 

Naturalizar la crueldad, nunca // Potencia Sur, YoNoFui

Naturalizar la crueldad, nunca.
Sí, nos cuidan nuestras amigas. Sí, nos cuidan nuestres compañeres. Sí, nos cuidamos entre nosotres. Organizamos el cuidado y lo hacemos herramienta. Lo hacemos política. Y lo hacemos potencia. Pero romantizar la desidia de un Estado que solo está presente en nuestras vidas con su fuerza punitiva, nunca.
No queremos quedar a merced de un sistema de denuncias inútil. No queremos que las únicas respuestas sean punitivistas. No queremos que se aumente el presupuesto en armas, carros hidrantes, más efectivos y comisarias mientras se desfinancia a la línea 144, mientras no se aumenta ni la cantidad de trabajadorxs ni sus salarios. Que se ofrezcan casas nuevas a los policías y ni un cuarto para lxs que necesitan escapar de relaciones violentas.
No acordamos en que la única solución para erradicar la violencia de género sea la cárcel (que sabemos, no sirve para nada) en lugar de transformar este sistema, educativo, comunicacional, económico, laboral y político que construye y sostiene al femicida.
Naturalizar la crueldad, nunca. Porque no pensamos acostumbrarnos a llorar a nuestras muertas. Seguimos y seguiremos gritando que para que no haya Ni Una Menos necesitamos -urgente- tierra, vivienda, salud, educación y cuidados.
📢Por eso nos convocamos este miércoles a las 17 hs en Tribunales. Por Úrsula, por una vida digna y por una justicia feminista y popular.
Justicia por Úrsula y todes.

Cristina Castro: «cuando me mataron a mi hijo me mataron el miedo» // Federico Paterno

El 30 de abril del 2020 fue el día en que Facundo Astudillo Castro desapareció. Nada se supo de él. Su familia, encabezada por su madre Cristina Castro, lleva adelante la búsqueda de justicia. El cuerpo de Facundo apareció el día 15 de agosto a la vera de la ruta 3, a la altura de la localidad de Villarino Viejo. Según advierte la perito de la familia, Virginia Creimer, aún no se sabe cómo, cuándo y dónde murió el joven y, por sobre todo, qué fue lo ocurrió para que Facundo muera por asfixia y sumersión. La última novedad de la causa ubica en el ojo de la tormenta a la jueza de Bahía Blanca María Gabriela Marrón. El día viernes la Cámara Federal de Bahía Blanca hizo lugar al pedido de las querellas y se ordenó un nuevo allanamiento a la Comisaría de Teniente Origone y se recusó por parcialidad a la jueza, a pedido de los fiscales Andrés Heim y Horacio Azzolin. Por otro lado, otra noticia fuerte del caso es que el fiscal Santiago Ulpiano Martínez, de la Fiscalía Federal N° 1 de Bahía Blanca, pidió dejar la investigación de la desaparición seguida de muerte. Un fiscal que en todo momento bloqueó los pedidos de la familia y fue sostenido de igual manera en su cargo. 


Para recordar lo ocurrido, el 30 de abril del año pasado, Facundo iba caminando por la Ruta 3 KM 779, camino a ver a su ex pareja en Bahía Blanca, cuando fue sorprendido por agentes de la Policía Bonaerense, quienes lo detuvieron. Esto ocurre en el marco del DNU que dictó en ese momento el Gobierno Nacional, de restricción para transitar. Según informa la periodista Adriana Meyer, “Consta el asentamiento de la prevención a Facundo en el libro de la comisaría de Buratovich. En el celular de Curuhuinca (fs. 1547) quedó registrado ese contacto, mediante una fotografía en la que Facundo aparece de espaldas junto a Mario Sosa y de frente al móvil 23.630 (de Buratovich) y dos imágenes (anverso y reverso) del DNI del joven. Mediante informe pericial se establecen las semejanzas entre Facundo y la persona de espaldas de la fotografía”.

El día 15 de agosto, alrededor de las 21hs, se produjo el hallazgo del cuerpo sin vida del joven de Pedro Luro, el lugar donde se encontró el cadáver, fue en el sitio conocido como “Cola de Ballena”. Dos pescadores fueron los que vieron el cuerpo enterrado en el barro.

Cristina Castro, la madre de Facundo, tuvo la gentileza de hablar con ANCAP y comentó que “la justicia empezó a despertarse, a ver la verdad, y también esto es un cachetazo para la jueza Marron que negó todas esas pruebas y ahora los fiscales junto a las querellas la estamos recusando. Ahora tengo la esperanza de que van a escucharnos, que vamos a lograrlo, hoy en día los fiscales están recusando a la jueza, apoyados por nosotros y esto va a dar un vuelco a la causa, esta jueza quería cerrar la causa, ni la autopsia habrá leído, sumado al desmanejo de las pruebas que tenemos en la causa”.

Las nuevas medidas

Respecto a una de las medidas importantes que se tomaron el pasado viernes destacó “Es muy importante que la Cámara nos deje allanar la Comisaría de Origone nuevamente, la misma donde, en un calabozo viejo, había manchas en la pared y eran manchas hemáticas, no permitían tirar luminol para las huellas, y ahora la Cámara Federal de Bahía Blanca nos está dando la aprobación para hacer todo esto con las pruebas. La jueza se negaba diciendo que todo esto ya se había hecho y nada de esto se hizo nunca”.

La Perito de la familia Virginia Creimer es médica forense y criminóloga, en su trabajo realizado sobre la autopsia de Facundo, determinó que la investigación fue “ineficaz, ineficiente, tardía y defectuosa”. Creimer, firmó en disidencia el resultado de la autopsia y dio aviso a la jueza Marrone de los puntos que veía inexactos, no obstante esto la magistrada omitió todo pedido de revisión. “El trabajo de ella puede aportar muchísimo en la causa, Virginia tiene su equipo de trabajo donde están incluídos antropólogos, biólogos, tiene todas las especialidades en su equipo, analizaron toda la causa y observaron que al momento de encontrar el cuerpo de Facu, no hubo observación criminalística, no lo custodiaron como se debía”, advirtió Cristina.

Creimer señaló como dato fundamental, que la Bonaerense no debió haber sido la encargada de custodiar el cuerpo y la ropa de Facundo. Su informe pone en escena como principal responsable a la Policía Bonaerense en la desaparición forzada seguida de muerte del joven.

Por la memoria

La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) fue de gran apoyo para la familia de Facundo, son parte querellante como organismo de Derechos Humanos, y tienen como parte activa en la causa a Margarita Jarquer, abogada defensora de Facundo. La CPM, es un organismo importante para la vida de la familia Castro, debido a que Facundo fue militante de la organización de DDHH y, en palabras de su mamá, “él era militante de Jóvenes y Memoria por eso nos duele en el alma lo que le hicieron a Facu, nos quema la piel el saber que alguien que peleó por los DDHH le hicieran semejante atrocidad”. Ella destaca que la CPM fue un gran apoyo, como así también Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Linea Fundadora, a quien aprendió a quererla como una madre. Asimismo sintió el acompañamiento de Sergio Maldonado, no así del Secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla. “Es Hijo de desparecidos y en este momento ocupa un cargo, y no hizo casi nada. No vamos a bajar los brazos, porque cuando mataron mi hijo me mataron el miedo, no tengo miedo de enfrentarme con quien sea”.

Amenazas que no termina

En el mes de agosto del 2020 la CPM presentó un Hábeas Corpus preventivo en el Juzgado Nº 2 de Bahía Blanca y destacaron que, Marcelo -ex cuñado- de Facundo ya había sido sometido a un interrogatorio ilegal, oportunidad en donde lo amenazaron con inculparlo. Por ese hecho, incluso, se inició una causa penal por apremios ilegales. Desde que tomó estado público la desaparición de Facundo Astudillo Castro, la familia de su ex novia, viene sufriendo diferentes episodios de hostigamiento y amenazas por parte de la Policía de la provincia de Buenos Aires. Recientemente, el ex cuñado de Facundo, Marcelo González denunció públicamente que patrulleros oficiales con las luces apagadas lo seguían durante su rutina diaria, que merodean su vivienda y que, en algunas oportunidades, se estacionaron frente a su casa sin ningún motivo. Esto no sólo no frenó, sino que también continúa el amedrentamiento con la familia, Cristina Castro nos relató lo que vivió el pasado domingo en la Laguna Salada a pocos Km de su casa, “Yo tenía que hacer una entrevista con una persona, pero era particular, yo no tengo movilidad, no tengo vehículo, y le pedí a mi abogado que me acompañara porque es mi amigo y para que me asesore también. A los cinco minutos de llegar a la Laguna Salada, estábamos rodeados de policías, incluso se escondió uno detrás del puesto de un vendedor ambulante que filmaba y sacaba fotos, se iba poniendo en distintos lugares para ver que hacíamos y nos sacaba fotos. Ese vendedor ambulante incluso tuvo problemas por haber estado hablando con nosotros, cuando yo lo único que hice fue comprar un par de aros para mi nieta”.

¿Justicia?

A pesar del destrato que sufre la madre de Facundo, ella sigue apostando a encontrar justicia por su hijo, y a no bajar los brazos.

¿Creés que habrá justicia con lo que ocurrió con Facundo?

Yo los quiero llevar a todos presos, responsables del asesinato, responsables políticos , a todos presos, la justicia argentina es muy corrupta, nefasta y ciega, más cuando sos persona de bajos recursos, cuando sos una persona humilde y no tenés ayuda de ningún lado; son los organismos los que te acompañan, las madres del dolor, yo siempre creí que iba a tener justica con Facu, con el pasar del tiempo te vas encontrando con otros papás que vienen peleando con este sistema que es para algunos, para los poderosos, la gente humilde y laburadora no entramos, no cabemos, donde sino te callan con plata o puestos políticos pasás a ser el enemigo.

¿Quiénes serían los responsables políticos?

Cuando hablo de responsables políticos, me refiero a todo el sector de Villarino, y de mas arriba también, la renuncia de Berni la estoy pidiendo hace mucho tiempo, lo único que recibimos de ese señor fue amenazas y hoy en día estamos esperando que pida disculpas a mis abogados y presente la renuncia, por respeto a la familia

ANRed

 

Filosofía del contacto // Giorgio Agamben

Dos cuerpos están en contacto cuando se tocan. ¿Pero qué significa tocarse? ¿Qué es un contacto? Giorgio Colli ha dado una aguda definición afirmando que dos puntos están en contacto cuando están separados sólo por un vacío de representación. El contacto no es un punto de contacto, que en sí mismo no puede existir, porque cualquier cantidad continua puede ser dividida. Se dice que dos entes están en contacto cuando no se puede insertar ningún medio entre ellos, es decir, cuando son inmediatos. Si entre dos cosas se establece una relación de representación (por ejemplo: sujeto-objeto; marido-mujer; amo-siervo; distancia-cercanía), no se dirá que están en contacto; pero si se pierde toda representación, si no hay nada entre ellas, entonces y sólo entonces se podrá decir que están en contacto. Esto también puede expresarse diciendo que el contacto es irrepresentable, que no es posible hacerse una representación de la relación que aquí está en cuestión — o, como escribe Colli, que «el contacto es, por lo tanto, la indicación de una nada representativa, de un intersticio metafísico».
El defecto de esta definición es que, en la medida en que debe recurrir a expresiones puramente negativas, como «nada» y «no representable», corre el riesgo de confundirse con la mística.  El propio Colli especifica que el contacto puede decirse que es inmediato sólo aproximadamente, que la representación nunca puede ser eliminada completamente. Contra todo riesgo de abstracción, entonces, será útil volver al punto de partida y preguntarse de nuevo qué significa «tocar» — interrogar, por lo tanto, ese sentido más humilde y terrenal que es el tacto.
Aristóteles reflexionó sobre la naturaleza particular del tacto, que lo diferencia de los otros sentidos. Para cada sentido hay un medio (metaxy), que desempeña una función decisiva: para la vista, el medio es lo diáfano, que, iluminado por el color, actúa sobre los ojos; para el oído es el aire, que, movido por un cuerpo sonoro, golpea la oreja. Lo que distingue el tacto de los otros sentidos es que percibimos lo tangible no «porque el medio ejerce una acción sobre nosotros, sino junto con (ama) el medio». Este medio, que no es externo a nosotros, sino que está en nosotros, es la carne (sarx). Pero esto significa que lo tocado no es sólo el objeto externo, sino también la carne que es movida o conmovida por él — que, en otras palabras, en el contacto nosotros tocamos nuestra propia sensibilidad, somos afectados por nuestra propia receptividad. Mientras que en la vista no podemos ver nuestros ojos y en el oído no podemos percibir nuestra facultad de oír, en el tacto tocamos nuestra propia capacidad de tocar y ser tocados. El contacto con otro cuerpo es, por lo tanto, a la vez y en primer lugar contacto con nosotros mismos. El tacto, que parece inferior a los otros sentidos, es, entonces, en cierto sentido el primero de ellos, porque en él se genera algo parecido a un sujeto, que en la vista y los otros sentidos está de alguna manera abstractamente presupuesto. Nosotros nos experimentamos a nosotros mismos por primera vez cuando, al tocar otro cuerpo, tocamos a la vez nuestra propia carne.
Si, como se intenta hacer perversamente hoy en día, se aboliera todo contacto, si se mantuviera todo y a todos a distancia, perderíamos entonces no sólo la experiencia de otros cuerpos, sino ante todo cualquier experiencia inmediata de nosotros mismos, perderíamos por lo tanto pura y simplemente nuestra carne.
 

Si conseguimos habitar la incertidumbre estaremos sembrando otra cosa // Amador Fernández-Savater

A Amador Fernández-Savater, como a todas, se le metió una pandemia mundial en mitad de sus planes a principios de 2020. Justo antes de que empezara el confinamiento acabó de editar su último libro Habitar y Gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política (Ediciones NED, 2020) y entonces, a su editor en Barcelona, como a tanta gente, la crisis económica se le llevó por delante su proyecto. Pasado todo aquello, una conversación con Rita Segato le sirvió, cuenta Amador, para puentear la vida preconfinamiento con la de ahora, que después de todo, no es tan distinta, por mucho que los telediarios nos quieran hacer entender lo contrario. Y recibió una llamada de Alfredo Landman, su editor, para poner de nuevo todo en marcha.

Filósofo y escritor, a Amador Fernández-Savater (Madrid, 1974) se le conoce por pensar en diálogo, leer la realidad con amigos, construir pensamiento lejos de la abstracción y cerca de los cuerpos y las calles. Por eso le hemos pedido en esta entrevista que nos cuide un poco: que quienes lean estas líneas salgan de este espacio algo más livianas, con menos desasosiego y una mirada más porosa ante posibles primaveras.

Pareciera esta una época de gran fatalismo. En plan: tomamos las plazas y no alcanzó. Se armaron dispositivos para disputar las instituciones y mira cuánta amargura y cuántos límites. Y ahora con la pandemia, con no irnos al carajo fascista nos alcanza. ¿Qué hacemos con ese fatalismo?  
Creo que podemos ver primavera en los inviernos también, porque ahora parece que hay mucho invierno. Podemos aplicar una mirada para ver potencias en un momento donde lo que más hay son impotencias.

Es verdad que España es un país criticón, que hay una tendencia a ver que nada cambia, que todo es lo mismo, que se intente lo que se intente se repiten siempre los mismos ciclos de poder. ¿Cómo se sale de ahí? Hay una decisión en la mirada de dónde poner la importancia. Para mí el pensamiento crítico no es el pensamiento que da caña o que hace una deconstrucción, o un poner a parir o una denuncia, el pensamiento crítico en el que yo me reconozco es el que escucha los procesos de resistencia. Que en la vida hay una potencia. Que se quiere vivir, que se quiere vivir con autonomía, que no queremos que la vida esté definida por un poder.

¿Cómo se hace? No sé, no tengo receta, sí que me parece que hay algo de decisión en dónde mira uno, y a mi el pensamiento crítico que más me interesa no es el que analiza con lucidez hasta qué punto estamos atrapados, es el que de alguna manera mira cómo lo humano siempre es sorprendente, siempre es imprevisible, siempre hace un quiebro, un regate. Con mayor intensidad o con menor intensidad, de manera más visible o invisible, de manera más álgida, colectiva o más subterránea, siempre hay resistencias, siempre hay descoloques, siempre hay procesos de autonomía, siempre hay interrogaciones.

Me parece que, en la historia, en situaciones infinitamente más duras que las que nosotros vivimos, ha habido también gente que con su cuerpo, con palabras, con invenciones, ha agujereado la realidad que asfixiaba para ver cómo se podría respirar a través de ese agujero, ver otra cosa a través de ese agujero más allá de lo que se muestra. Creo que hay una decisión, que es una decisión vital de cada uno, en dónde mirar.  

Hay un regodeo infinito en cómo estamos sometidos y creo que todo lo que se llama pensamiento crítico genera ese regodeo. Con muy pocas excepciones es un regodeo en “mira cómo estamos dominados e incluso cuando intentamos rebelarnos también estamos dominados y ese gesto de desobediencia también queda capturado por el mercado”. Hay cierta tristeza en esa mirada, por eso yo reivindico una línea de pensamiento crítico que es la que entiende que criticar algo no es darle caña sino que es escuchar lo que se resiste contra eso.

Para largas miradas, para rastrear resistencias, pareciera que no hubiera nunca tiempo o espacio libre, muchas prisas, mucho ruido. ¿No hay una disputa pendiente ahí?
Me preocupa mucho esta relación tan loca que tenemos con el tiempo. “No hay tiempo” es una frase que se puede encontrar en cualquier conversación: y esa sensación de ir a la carrera, esa sensación de que el tiempo nos falta, de ‘ojalá el día tuviera más de 24 horas’, de ‘no me da la vida’, todas esas expresiones que utilizamos, cuentan que tenemos una relación angustiosa o ansiosa con el tiempo.

A mí también me pasa y me pregunto mucho por ella, de dónde viene eso, porque creo que no es algo objetivo por mucho que creamos que lo es. No, yo es que tengo muchas cosas que hacer y por eso estoy sin tiempo: creo que eso no es verdad, que hay mucho de subjetivo en cómo nos relacionamos con el tiempo y algo de construcción. Me preocupa mucho que el tiempo nunca esté de nuestro lado, sino que siempre sea algo enemigo, como una pistola que tenemos puesta en la cabeza, como algo que va contra nosotros, que es hostil a nosotros.

Es una sensación fatal porque al final los seres humanos somos tiempo, tiempo que pasa, tiempo como cambio, tiempo como fecundidad. No tener el tiempo de nuestro lado me parece nefasto en todos los planos de la vida. La relación de ansiedad con el tiempo tiene que ver con una realidad, pero también con una percepción de que no tenemos base, de que todo está pendiente de un hilo, y entonces todo puede desaparecer en cualquier momento, así que todo el rato tengo que estar actualizando, haciendo “F5” en eso para que no desaparezca, porque todo es precario. Creo que no es tan así, que sí que hay tiempo, que hay que darse tiempo, que hay que encontrar otra relación con el tiempo, que hay que hacerse con la intención y hay que confiar en que construir procesos es lo que produce tiempo.

Esto me parece que vale para la política, para el amor, para la amistad. Uno puede tener un amigo y pensar que como hace dos meses que no le llama pues esa relación se está deteriorando o se está desvaneciendo; a no ser que yo todo el rato la esté actualizando, se volatiliza. O puede pensar que hay un proceso de amistad, que hay una base, que hay una construcción, que hay un mundo, que no hace falta estar todo el rato encima de algo con esa carga de responsabilidad de que si no estamos todo el rato encima se va a volatizar, sino que si uno construye algo, entonces el tiempo no falta. 

Lo que nos falta es desarrollar procesos que construyan esa base, esos mundos, que nos desangustian. Porque podemos confiar en que hay algo en marcha, que hay una amistad en marcha, que hay un afecto en marcha o que hay una base política de otra cosa en marcha. Me acuerdo mucho de las elecciones cuando estuvimos con el 15m en las plazas. Mucha gente, por supuesto, empezó a decir que el 15m no había valido para nada, porque había ganado la derecha. Me interesó mucho porque fue muy contracorriente el gesto soberano del 15m de: no tenemos prisa, no estamos angustiados de que haya ganado Rajoy porque nosotros vamos a empezar un proceso y es ese proceso el que finalmente puede plantar cara a Rajoy.

Lo que construye mundo son procesos, tanto en lo personal como en lo político. Me parece que iniciar un proceso, darle consistencia, cuidarlo,  es lo que nos puede desangustiar del hecho de no estar sostenidos sobre nada. Lo que nos falta es cómo iniciar esos procesos contra el tiempo de la urgencia, el proceso que abre un futuro. El futuro se abre si hay un proceso que abre el futuro, el futuro se abre desde el presente. Es un presente en el que de repente anida otra cosa que nos abre la idea de que un futuro puede ser diferente.

Me parece que el tiempo tiene que ver con esa falta de consistencia que sentimos en todo, y que para conjurar esa sensación de que no hay tiempo y de que tengo que estar haciendo f5 todo el rato porque sino todo se disuelve, tenemos que empezar procesos con la confianza de que el proceso tiene más fuerza.

Se sentiría sin embargo que es más fácil transitar el estallido, encontrarse en la indignación común, en los lazos que surgen cuando algo detona de esa manera, que cuidar el proceso a lo largo del tiempo y evitar que se diluya en un marasmo de subjetividades que necesitan resultados, cosas a las que agarrarse.
Son ideas neoliberales las que tenemos del tiempo, como que el tiempo va a producir petróleo en seguida, que el tiempo es algo que siempre va para arriba. La idea de la acumulación de fuerzas es también muy limitante. Creo que el tiempo tiene más que ver con mareas altas y con mareas bajas, continuidades y discontinuidades, con sedimentaciones. Latencias que están ahí, como esto de que hace dos meses que no hablas con la otra persona pero hay una latencia que se activa de repente, cuando pasa algo, con una llamada. Está ahí, hay una base.

La idea más neoliberal que me parece que tenemos, que casa con cierta idea de lo que eran las revoluciones, pero que en realidad es una idea más hollywoodiense que otra cosa, es que las revoluciones siempre llegan con la intensidad arriba, cuando lo que hay son procesos revolucionarios que tienen intensidades altas y bajas, todas importantes. Que tienen espuma y tienen la ola de fondo. Tienen lo que se ve del iceberg y tienen la base, y todo es importante.

Recortar de la acción política solo el momento, digamos, orgásmico, de la cosa, me parece una idea ingenua, neoliberal. Es ver solamente lo que va a producir un resultado, cuando la realidad es que no sabemos lo que va a producir un resultado. Muchas veces los procesos no consiguen un resultado de manera directa, pero iniciando un proceso puedes en determinado momento llegar a ese resultado de manera indirecta. 

La idea de que un proceso es una línea y que te lleva de A a B me parece una idea muy banal. Esas mareas altas y bajas producen algo cuyos efectos no están en un plan del inicio. Y los momentos bajos, los momentos en los que no pasa nada, son tan importantes como los otros, o más importantes. Son lo que más requieren de cuidados porque son en los que más se genera una desafección. Pero sin esos momentos no están los otros, sin la ola de fondo no está la espuma.

Lo que dices me recuerda a algo que he leído reciente a unas amigas: la impugnación al tiempo lineal y la reivindicación del tiempo cíclico desde una mirada feminista.
Sí, esta cuestión cíclica también me ha impregnado a mi, en contagio con la mirada feminista. Más que con lecturas —que tampoco son tantas como debieras— a través de un montón de amigas. A ese respecto me acuerdo también que los zapatistas hablaban de espiral, cómo la espiral es ese círculo, pero no ese círculo idéntico sobre el que siempre se retoma lo antiguo, sino que vuelve sí, pero en un punto distinto.

La espiral tuvo su recorrido cuando la usaron los zapatistas pero quizás podemos encontrar otras figuras: latencias, sedimentaciones, hummus. La espiral me parece bonita porque es esta idea de que lo que vuelve alimenta lo que va a venir, pero en un punto distinto, no es que vuelva lo idéntico. Lo que viene es sorprendente en algún momento.

Muy bien todo esto de los tiempos cíclicos, pero a ratos parece que nos vamos linealmente al abismo, ¿cómo no frustrarse ante este desacople?
Hay una respuesta que para mi es muy fácil, y es: ¿y si pudiéramos movernos en varios tiempo en vez de en uno solo? Siempre pongo el mismo ejemplo: Me parece que la PAH ha sabido moverse en varios tiempos, el tiempo de defender de un desalojo, el tiempo de la construcción de un proceso con la gente, el tiempo de pedir un cambio de ley… Me pregunto si la frustración no está en nuestra mirada también, esa idea de que tiene que haber una respuesta inmediata, un resultado inmediato.

Creo que lo que es fecundo es iniciar el proceso, si hay proceso va a haber un vínculo, una fuerza que crezca,  y si no hay proceso, ya podemos responder a cuatro cosas inmediatas que todo se va a venir abajo enseguida. Tenemos que oponernos a la idea predominante de eficacia que es la neoliberal. Me parece que otra idea de eficacia más ligada a lo orgánico, como una fecundidad, tiene que ver con iniciar procesos, cuidarlos. Estos procesos finalmente van a tener frutos, va a tener sus efectos, sus logros. Pero van a ser internos al propio proceso.

Lo más eficaz sería la paciencia, lo que pasa es que es una idea que choca con lo que pensamos que es eficaz, pero yo creo que ahí hay dos ideas de eficacia en lucha. Tiene que haber gente, que siempre habrá, para responder a lo inmediato, gente que forme un partido político. Pero también tiene que haber otra gente que alimente procesos que son muchas veces invisibles, subterráneos, que no producen resultados inmediatos, no tienen heroísmo, pero van a ser parcelas de algo muy potente.

Así, la frustración está muchas veces en nuestras miradas, no en las cosas. Nuestra mirada nos frustra, nuestra mirada de lo que deberían ser el mundo, la eficacia, la acción política, es lo que nos frustra.

Hablas de la figura, o el rol del espectador en el libro. Ante el alud continuo de información que nos sepulta, ¿cómo rompemos esa cárcel? 
Creo que hay que sustraerse a eso y armarse otra cabeza. Lo que yo intento pensar en el libro, a través de esta imagen del habitar, es cómo nacen fuerzas nuevas que cambian el mundo. Esa fuerza lo que necesita es que nosotros hagamos cuerpo con ella y que la alimentemos, contra todo. En la confianza de que hay un mundo de potencia, esa fuerza que está naciendo es la que va a cambiar las cosas, no un barullo que esté pasando en las redes sociales. En las redes sociales, en mi opinión no pasa nada, no es nada, eso no va a ningún sitio. Nada en lo que no pongamos el cuerpo va a ningún sitio. La posición del espectador crítico, en la que echamos el día y tantas horas y tanta energía —yo también— es como un rumor, que no produce ningún efecto y es una pérdida de tiempo y energía.

Lo que hay es, a veces, en zonas donde no se ve nada, donde hay pura sombra, allá donde nadie está prestando atención, algo que está emergiendo y que es lo que hay que acompañar porque es una potencia. Pienso que la impotencia puede ser positiva porque la impotencia es el momento en el que nos damos cuenta de que algo ya no vale más. Que algo ya no funciona, entonces puedes atravesar esa impotencia para encontrar otra potencia. Me parece que atravesar la impotencia es una renovación de la fuerza, es como hacer un duelo, había alguien que ya no está. Tú te puedes quedar enganchado a su recuerdo y eso te va a dejar paralizado, congelado. O puedes hacer un duelo de esa presencia que ya no está para unirte a otra vida, otra potencia, otro presente.

Hablas de poner el cuerpo, pero justamente en este momento en el que el cuerpo se percibe como algo problemático, un peligro, ¿cómo hacemos? 
Creo que podría inventarse una manera de manifestarse que tuviera en cuenta la situación y que no fuera autoaniquiladora de la energía. Se podría pensar cómo provocar una imagen de una manifestación diferente. No creo que la alternativa sea: “o más o menos hacemos lo de antes pero con una mascarilla o todo es como una autocensura que nos aniquila”. Me parece que podrían surgir maneras incluso de estar en la calle que tuvieran energía y que de alguna manera se hicieran cargo de que hay una situación en la que igual tenemos que construir espacios inclusivos de maneras que atiendan a que hay gente que tiene miedo.

Sí que diría que, para mí ahora, pensar con el cuerpo la situación es, sobre todo —pero esto es lo que me pasa a mí, no pretendo dar una línea para nadie, ni dar un consejo—,  partir de la sensación física de extrañamiento. Poner el cuerpo para pensar en la situación actual es partir de que todo se ha vuelto raro, todo se ha vuelto físicamente extraño. Me parece que no soy el único que piensa eso y que desde ahí puede haber una comunicación desde el cuerpo.

Pero bueno, que haya ganas de ponerse ahí para pensar, no es tan fácil, porque no es un lugar cómodo, porque estar raros quiere decir que no sabemos lo que pasa, que estamos desconcertados, que no tenemos mapa, que no sabemos lo que sirve y lo que no sirve de lo que llevamos en la mochila, que no sabemos qué significa luchar contra quién.

Para pensar con el cuerpo la situación actual hay que colocarse ahí, ante este acontecimiento que provoca esta extrañeza. ¿Qué es la extrañeza? Que ya no es todo como siempre. Los vínculos se han vuelto otros, yo también funciono distinto, tengo ganas de cosas distintas. Lo automático está como detenido y no sabemos muy bien qué es lo que viene, qué es lo que hay que hacer. Esta situación es muy rara, por eso no creo que nadie pueda decir nada de lo que hay que hacer, a día de hoy. En un mes quizás te diga otra cosa porque todo ha cambiado. Yo diría que pensar con el cuerpo la situación es pensar desde un cuerpo extrañado, desconcertado. Intentar ponerle nombres a eso, porque me parece que no tenemos nombres.

Interrumpir los automatismos siempre parece algo fértil para explorar otras posibilidades.
Sí, lo que pasa es que esta vez no los hemos interrumpido nosotros, no somos nosotros los que hemos colocado una plaza en el centro de todas las ciudades y hemos interrumpido el sentido, ha sido un bicho el que ha interrumpido el sentido. Es una situación más rara porque cuando es la política la que interrumpe el sentido con un gesto, me parece que más o menos entendemos que ahí hay una potencia y la seguimos, pero como ahora es un bicho que ha detenido el sentido, no todas las consecuencias de lo que pasa son agradables ni mucho menos. Entonces, ¿qué hacemos con esa interrupción? Me parece que no es tan obvio. Una buena opción puede ser desear esa interrupción, verla positivamente, no solo por lo que nos quita sino también por lo que abre.

Se habla de la incertidumbre siempre en términos negativos: pérdida de seguridad vital, desasosiego, ¿se puede construir en la incertidumbre?
Claro que sí. Es que solamente vamos a construir desde ahí. Es que ahora mismo, una palabra, una acción, un gesto, que no tiene en cuenta esa incertidumbre, igual no tiene sintonía con la situación porque actúa como si lo que pasara no te afecta. Entonces no estás entrando en relación con lo que pasa, y por tanto no puedes afectar lo que pasa. Desde esta idea de que tú puedes afectar lo que pasa si te dejas afectar por ello, lo que logra afectar el presente es lo que está afectado por el presente. ¿Qué quiere decir afectarse por el presente? En mi caso es que, no sé bien qué está pasando. Entonces me parece que elaborar preguntas desde ahí, preguntas que pueden ser también maneras de estar, maneras de relacionarse, de pensar, puede convertir la afectación que nos da el presente en una afectación sobre el presente.

Si intentamos pensar, a partir de la experiencia, de lo que nos está pasando: pensar desde ahí, hablar desde ahí, actuar desde ahí, me parece que vamos a abrir una bifurcación en la historia que será más interesante que la vuelta de la normalidad o que el avance hacia lo más oscuro de la extrema derecha. Ahí estaremos abriendo futuro. Abriendo la posibilidad de un futuro. El presente ya está preñado del futuro. Si conseguimos habitar la incertidumbre, hacer de ella una potencia, me parece que estaremos sembrando otra cosa.

Entonces no podemos programar revoluciones, deliberar dónde saltará la chispa, armar la revuelta perfecta, ¿no es esta una gran impotencia?
Poder y potencia puede ser cara A y cara B de un disco que es una idea de sujeto y una idea de relación con la realidad basada en el control. O bien es el control, o bien, como no tengo control me siento impotente, pero habría como una tercera vía para situarnos en la realidad que es que no está todo bajo nuestro control, pero no quiere decir que no podamos hacer nada, uno puede contribuir a un proceso que puede poner en marcha cosas, uno puede contribuir personalmente a tener una disposición ante la realidad, que le lleva a ciertas cosas. Pero de ahí a creer que podemos gobernar la realidad, decidir cuando va a haber una insurrección o cuándo nos vamos a enamorar…  me parece que eso está fuera de nuestro alcance. Eso no quiere decir que estemos impotentes.

Hay un filósofo que se llama George Bataille que tiene una expresión que es “voluntad de suerte”. Hay gente que tiene voluntad de suerte. Tú no puedes controlar la suerte. No es el azar si tú lo puedes controlar, pero Bataille dice: hay gente que va con una disposición de que algo suceda, de que algo sorprenda, con un determinado estar, y eso hace una aportación que en conexión con otras aportaciones puede dar el chispazo.

El Salto

Rastros humanos en las superficies del mundo // Judith Butler

Si antes no sabíamos que compartimos las superficies del mundo, lo sabemos ahora. La superficie que toca una persona lleva la huella de esa persona, aloja y transfiere ese rastro, y afecta a la siguiente persona cuyo toque aterriza allí. Las superficies mismas son diferentes. El plástico no mantiene el rastro por mucho tiempo, mientras algunos materiales porosos claramente sí. Algo humano y viral permanece brevemente, o por más tiempo, en una superficie que constituye uno de los materiales de los cuales está compuesto nuestro mundo en común. 

Si no sabíamos antes que tan importante son los objetos que conectan a un ser humano con otros, ahora probablemente lo sabemos. La producción, distribución y consumo de bienes lleva consigo el riesgo de comunicar el virus. Un paquete llega a nuestra puerta, y el rastro del otro que lo dejó allí es invisible. Al levantarlo y llevarlo adentro, uno tiene contacto con ese rastro, y con muchos otros que no conocemos. La trabajadora que lo dejó allí también está llevando consigo el rastro de quienes hicieron y empacaron los objetos, los que manipulan los alimentos. La trabajadora misma constituye un lugar especialmente denso de transferencia, al tomar el riesgo que han decidido evitar aquellos a quienes les lleva el alimento. Aunque la interrelación de todas estas personas no es visible, esta invisibilidad no niega su realidad. El objeto es un producto social, esto es, una forma constituida por un conjunto de relaciones sociales. Puede que dicho así sea una verdad generalizada, pero esta toma un nuevo significado bajo las condiciones de la pandemia: ¿Por qué las personas que distribuyen comida siguen trabajando a pesar de que ello las expone más que a quien solo la recibe? Con demasiada frecuencia, la elección es entre arriesgarse a la enfermedad, e incluso a la muerte, o perder el empleo. Esta brutal elección que deben hacer los trabajadores, forma parte también de los rastros que lleva consigo el objeto, el rastro del trabajo que ahora potencialmente contiene el rastro del virus. Un virus nunca pertenece solo al cuerpo que lo contrae. No es una posesión, ni un atributo, a pesar de que decimos “tienen el virus”. Por el contrario, el virus viene de otro lugar, toma a la persona en sus garras, se transfiere a una superficie corporal o dentro de un orificio a través del contacto o la respiración, toma el cuerpo como su anfitrión, cavando su lugar, entrando a las células y dirigiendo su reproducción, esparciendo sus raíces letales, para esparcirse en nuevas superficies y entrar en nuevos seres vivos. El virus llega, entra en un cuerpo y se marcha para irse a la piel de otro o a otro objeto, buscando un huésped–la superficie de un paquete, los materiales porosos del mundo compartido. Los objetos que delimitan nuestra relaciones sociales son algunas veces bienes, pero también son barandas, rellanos y todos los planos táctiles de la arquitectura, el asiento de un avión, cualquier superficie que hospeda y lleva el rastro por más de un momento pasajero. En este sentido, las superficies del mundo nos conectan, incluso nos establecen como igualmente vulnerables a aquello que pasa a través de las infraestructuras materiales y se hace parte de la superficie viviente de las cosas, y nos hacemos más peligrosamente susceptibles a lo que vive en los objetos que circulan entre nosotros. Dependemos de los objetos para vivir, pero a veces hay algo que vive en el objeto, o el rastro vivo de otro ser vivo en su forma y en su superficie. La porosidad de la superficie determina la longevidad y la actividad del virus, de esta manera, la vida del virus es sostenida por las superficies en las cuales puede habitar. Rutinariamente, los humanos dependemos del mundo material para establecer balance y movimiento, para proveernos del aire que nos mantiene respirando, y así estamos repentinamente reducidos a la vida más rudimentaria, deliberando sobre cada paso que toma satisfacer las necesidades más básicas. En la mayor parte de los casos, la gente parece temerle al contacto cercano, a la transmisión aérea del virus frente a frente. El encuentro cara a cara es quizá incluso más ampliamente temido que la contaminación mediante objetos, y ahora parece que la transmisión aérea es la forma preponderante de transferencia viral. Rara vez tenemos control total sobre nuestra proximidad a otros en el día a día: el mundo social es impredecible. La proximidad social no deseada a objetos y otras personas es una de las características de la vida pública y parece normal para cualquiera que tome el transporte público o que tiene que caminar por la calle en una ciudad densamente poblada: chocamos en espacios angostos, nos apoyamos sobre las barandas, tocamos cualquier cosa en nuestro camino. Y sin embargo, los encuentros y contactos fortuitos, el roce con otros o con otras cosas, se hacen potencialmente fatales cuando ese contacto aumenta las posibilidades de la enfermedad, y esa enfermedad puede ser mortal. Bajo estas condiciones, los objetos y los otros que necesitamos aparecen como las mayores amenazas potenciales para nuestras vidas.

si nos preguntamos por la forma general del rastro que lleva el paquete, también nos estamos preguntando sobre las condiciones de vida y muerte que definen la organización social del trabajo.

Las condiciones de la pandemia nos piden reconsiderar cómo los objetos estructuran y sostienen nuestras relaciones sociales, encapsulando estas relaciones de trabajo, así como también las condiciones de vida y muerte implicadas en dicho trabajo, en el movimiento, en la sociabilidad y en el refugio. Por supuesto, en El Capital Marx detalló cómo el trabajador invierte su trabajo en el objeto, y como el valor de ese trabajo se transforma en valor de cambio una vez que entra en el mundo socio-económico estructurado por el mercado. Marx buscó metáforas para describir cómo el rastro del trabajo humano se transmite y se refleja en el objeto creado, y cómo el valor de ese objeto, transformado en mercancía, está determinado por lo que los consumidores están dispuestos a pagar, la ganancia de los dueños; todo ello compone la noción de valor de mercado. El objeto-mercancía fue “mistificado” y “fetichizado” precisamente porque encarnaba una serie de relaciones sociales solo de manera enigmática. Podríamos no someter a la mercancía al tipo de escrutinio que transparentaría estas relaciones sociales, las cuales estaban incorporadas al objeto de una forma que habría permanecido misteriosa sin el análisis de Marx. Se nos pidió entender el desaparecido rastro de la mano de obra en la mercancía junto con el animismo del objeto–este es uno de los efectos de la mistificación. Cualquier trabajo encarnado en dichos objetos fue, en gran medida, ocluido por su subsecuente valor de cambio. En tanto el trabajo humano fue encubierto por la forma de la mercancía, este sobrevive como un rastro, invisible, indescifrable. En otras palabras, era un rastro que requería el tipo de lectura crítica que Marx buscaba proporcionar. El hecho de que las relaciones sociales están congeladas en la forma objeto no significa que estas relaciones, en tanto relaciones, sean justas o buenas. ¡Por el contrario! De hecho, dentro de las condiciones del capitalismo estas fueron entendidas como relaciones de explotación y alienación. Sin embargo, algo de la intimidad de la interdependencia social es también comunicada mediante esta misma forma. Una cadena de trabajadores, un sistema de trabajo, todos entran en la mercancía de alguna manera. La esperanzadora inferencia que sigue a este razonamiento es así: el objeto conecta a las personas de manera invisible, y en ocasiones indescifrables, por lo tanto, las personas están interconectadas y no son sólo individuos aislados. 

La tentación de alegrarse por estas conexiones, sin embargo, debería ser rápidamente temperada por el reconocimiento de que estas formas de interdependencia pueden estar marcadas por condiciones de desigualdad y explotación. Incluso para Hegel, el precursor de Marx, el “Amo” y el “Esclavo” son figuras interconectadas, incluso interdependientes, pero esto no significa que sean dependientes de la misma manera, o que sean igualmente dependientes. No toda interdependencia es recíproca. Aún más, cada uno negocia su relación con la vida y la muerte. El Amo busca consumir lo que el Esclavo hace para reproducir su propia vida, y el Esclavo busca producir lo que el Amo requiere para asegurar sus propias condiciones de vida–condiciones controladas por el Amo. Estas relaciones están encapsuladas en su forma. Pero, ¿no son acaso también portadas de manera invisible por su superficie? No solo la forma de la superficie, pero la superficie de la forma. El cuerpo del trabajador nunca evade por completo la mercancía, porque el trabajador desprende rastros invisibles de su propio cuerpo en el objeto, y la trabajadora misma lleva rastros invisibles de otros mientras vive y trabaja. 

Dentro de las condiciones de pandemia como la del COVID-19, el trabajo con y sobre objetos de cambio esparce potencialmente células virales letales. En general, incluso fuera de las condiciones de la pandemia, si nos preguntamos por la forma general del rastro que lleva el paquete, también nos estamos preguntando sobre las condiciones de vida y muerte que definen la organización social del trabajo. ¿Quién arriesga su vida trabajando? ¿Quién trabaja hasta la muerte? ¿El trabajo de quién es mal remunerado, finalmente desechable y reemplazable? En las condiciones de la pandemia, estas preguntas se intensifican. Aquellos que están en peligro por la naturaleza misma de su trabajo son los empleados sanitarios trabajando sin mascarillas, los desprotegidos y sobreexplotados trabajadores de Amazon, y aquellos que trabajan en servicios de correo y entrega a domicilio, quienes no pueden saber si estos rastros letales se transfieren con o a través de ellos mientras manipulan los paquetes y los bienes, los que viven con ese miedo pero que no pueden perder el empleo, aquellos que están desempleados y dependen de la distribución pública de comida, aquellos para quienes la calle es suelo y refugio, aquellos refugiados en atiborradas y peligrosas condiciones, como prisiones o albergues, y para quienes solo pueden encontrar comida en la calle. 

Tanto Marx como Hegel avanzan un antropocentrismo según el cual la marca humana o el rastro anima el objeto con una particular vitalidad humana. El trabajo le quita la vida al trabajador, y sin embargo la mercancía emana una vida todavía más vibrante. ¿Qué pasa cuando el objeto que uno necesita es también el objeto que amenaza nuestra vida? No solo el objeto mismo, sino el objeto manipulado, el que tiene el rastro del otro. El virus actúa sobre la superficie, pero la superficie también actúa. El virus entra en el cuerpo, actúa en las células y entra en su propia acción, y luego actúa sobre otros. Todas estas acciones actúan cuando los humanos actúan. El humano es solo una parte de esta cadena de acciones. El desafío epidemiológico es parar la cadena. Por suerte, el objeto no puede transferir el virus si se le cubre de jabón o si su superficie es no porosa. De esta manera, la porosidad del objeto contribuye a su transferencia; el objeto es definido en parte por su porosidad: en tanto puede absorber o transmitir otra serie de materiales. La porosidad es parte de la definición de los humanos y de los objetos; es también otra manera de entender su interrelación y potencial inter-penetrabilidad. Se supone que “Refugiarse en casa” limita la porosidad, la posibilidad de que el virus se transfiera entre humanos y mediante objetos y superficies. Sin embargo, aquellos que no tienen casa, quienes viven sin refugio, o solo con uno provisional; o aquellos forzados por la ley a refugiarse en estructuras atiborradas de gente, sin poder mantener la “distancia social,” y quienes no pueden confiar en una estructura perdurable y segura que supuestamente nos resguarda del virus. Esta es solo una forma de desigualdad, una forma inusual de exposición al riesgo. Aquellos que han sido privados de acceso a atención médica de calidad encontrarán el virus con su sistema inmunológico comprometido, con condiciones preexistentes. No sorprende entonces que los Afro-Americanos tengan estadísticamente mayor probabilidad de tener síntomas, de requerir hospitalización para sobrevivir, y de sufrir en mayor número. 

En la superficie, diríamos, la transferencia del virus a través de los objetos no es para nada como la transformación del valor del trabajo en valor de cambio. Después de todo, el virus parece paralizar el mercado y las finanzas. Las bolsas de valores se desploman, los salarios y los ahorros se pierden, los empleos se desvanecen. Al mismo tiempo, sin embargo, otro mercado emerge rápidamente para aprovecharse de la pandemia. Críticos sociales ya han publicado sobre el coronavirus y el capitalismo, abriendo un campo vital de pensamiento y activismo. En la balanza está si el capitalismo aprovechará la pandemia para acumular más riquezas para aquellos con capital, o si la pandemia le pondrá límites, recordándonos de las condiciones globales que tocan todas nuestras vidas. Mientras algunos sostienen que las desigualdades serán intensificadas dentro de estas nuevas condiciones y sus consecuencias, otras sostienen que las comunidades de cuidado que se están organizando van a revivir, o dar nueva forma, al potencial del socialismo, de la solidaridad horizontal, y de una genuina ética del cuidado. El hecho es que no sabemos. Cuando el discurso público se vuelque a esa pregunta, sobre cómo re-comenzará el mundo, podríamos imaginarnos que va ser o el mismo mundo (con sus desigualdades intensificadas) o un nuevo mundo (en el que reconozcamos nuestra igualdad radical y nuestra interdependencia). Mi apuesta es que el conflicto entre estas dos visiones se tornará aún más pronunciado. La emergencia climática continua, necesitamos reducir la producción, extracción, y la fracturación (fracking) del suelo y disminuir el daño medioambiental que destruye los mundos-vida de la población indígena. El virus pone en primer plano las diferencias raciales y geo-políticas del sufrimiento, y hemos visto las respuestas racistas a la pandemia: en India culpando a la minoría musulmana, en Estados Unidos y America Latina mediante la discriminacion contra la población asiática, y en Israel la falla intencional del estado en proveer asistencia médica a Gaza, donde la población palestina se ve forzada a estar encerrada con servicios de salud inadecuados. Esta negligencia intencional de los efectos letales de la pandemia en las cárceles es también una forma de muerte por omisión. Esta nueva forma de condena a muerte, es un ejemplo más de que las vidas de los encarcelados son vistas como desechables, aquellos cuyas vidas no “vale la pena” salvar. La pandemia intensifica la lucha contra el capitalismo y sus desigualdades sistemáticas, la destrucción del planeta, la subyugación colonial y la violencia, y en favor de los derechos de las personas sin hogar, de las mujeres, de las personas trans y queer y todas aquellas minorías cuyas vidas no parecen importar. Así como nunca ha estado más claro que una vida está ligada a otra vida, y estos lazos cruzan regiones, idiomas y naciones que presagian un comité de solidaridad global para establecer condiciones habitables para todas las vidas, también está claro que las desigualdades profundas e intensificadas tienen nuevas oportunidades para agudizarse durante la pandemia. Podemos predecir y profesar en la dirección de la utopía o de la distopía, pero ninguna nos ayuda a oponernos, con un activismo sostenido, a la obscena distribución del sufrimiento actualmente imperante. 

Sí, el virus nos conecta a través de sus objetos y superficies, a través del encuentro próximo con extraños y conocidos, confundiendo y exponiendo los lazos materiales que condicionan e impiden la posibilidad de la vida misma. Pero esta precoz y potencial igualdad es transfigurada en un mundo social y económico que impone sus variadas formas de desigualdad así como la demarcación clara de las vidas que son desechables. Las comunidades de cuidado que logremos construir pueden prefigurar una forma de igualdad social más radical, pero si permanecen circunscritas por la comunidad local, el lenguaje y la nación no veremos una exitosa transformación de estas experiencias comunitarias en una política global. Las superficies de la vida le enseñan a los seres humanos sobre su mundo compartido, insistiendo en nuestra interconectividad. Pero mientras la salud continúe siendo inaccesible y costosa para tantos, mientras los ricos, los xenófobos, y los racialmente privilegiados persistan en su arrogante convicción de que serán los primeros en la línea cuando la vacuna sea desarrollada; frente la promesa de antivirales efectivos o del plasma rico en anticuerpos, estos mismo lazos serán rotos y arruinados intensificando la desigualdad. Y la consecuencia es clara: la vida es un derecho solo de los privilegiados. El virus no trae consigo lecciones morales; es una aflicción sin justificación moral. Aun así, nos da una visión refractada de la potencial interconnection de una solidaridad global. Esto no sucederá por sí solo, sino mediante una lucha que se renueva ahora, en confinamiento, en el nombre de la igualdad de los vivos. 

—Berkeley, 12 de abril 2020

Traducción de Cayetana Adrianzén Ponce en Contactos


Judith Butler es Profesora Maxine Elliot en el Departamento de Literatura Comparada y el Programa de Teoría Crítica en University of California en Berkeley. Es la autora y coautora de más de una docena de libros que incluyen Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity [1990] (El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad); Bodies that Matter: On the Discursive Limits of Sex [1993] (Cuerpos que importan: Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”); Excitable Speech [1997] (Lenguaje, poder e identidad); Precarious Life: Powers of Violence and Mourning [2004] (Vida precaria: El poder del duelo y la violencia); Undoing Gender [2004] (Deshaciendo el género); Frames of War: When is Life Grievable? [2009] (Marcos de guerra: Las vidas lloradas); Notes Toward a Performative Theory of Assembly [2015] (Cuerpos aliados y lucha política: Hacia una teoría performativa de la asamblea); The Force of Non-Violence: An Ethico-Political Bind [2020] (La fuerza de la no violencia: Un lazo ético-político). Sus libros han sido traducidos a más de 20 idiomas.

Cayetana Adrianzén Ponce es candidata al doctorado en Historia de América Latina y el Caribe de la Universidad de Nueva York, donde se especializa en la historia del Perú contemporáneo.

Haz tus maletas sin saber donde te mudas // Paul B Preciado

No produzcas nada. Cambia de sexo. Conviértete en el maestro de tu profesor. Sé el alumno de tu estudiante. Sé el amante de tu jefe. Sé el animal de tu perro. Todo aquello que camina a dos patas es un enemigo. Cuida de tu enfermera. Entra en una prisión y reproduce la escena central de Rebelión en la granja.

Conviértete en el asistente de tu secretaria. Limpia la casa de la señora de la limpieza. Prepara un cocktail para el barman. Cierra la clínica. Llora y ríe. Abjura de la religión que te fue impuesta. Baila sobre las tumbas de tu cementerio secreto. Cambia de nombre. Cambia de ancestros. No busques gustar. No compres nada que hayas visto transformado en ícono en una pantalla ni cualquier otro soporte visual. Entierra la escultura de Apolo. No busques gustar. Haz tus maletas sin saber donde te mudas. Abandona a tus hijos. Deja de trabajar. Entra en un campo de refugiados y reproduce la escena central de Rebelión en la granja.

Prostituye a tu padre. Pasa una frontera. Exhuma el cuerpo de Diógenes. Cierra tu cuenta de Facebook. No sonrías en el momento de la foto. Cierra tu cuenta de Google. Entra en un museo y reproduce la escena central de Rebelión en la granja.

Abandona a tu marido por una mujer diez años menor que tú. Todo aquello que camina a cuatro patas y todo aquello que tiene alas es un amigo. Solicita la clausura de tu cuenta bancaria. Rápate la cabeza. No busques el éxito. Abandona a tu marido por un perro. Redacta una respuesta automática para tu email: “Durante el 2017 y hasta nuevo aviso, contácteme por escrito a la dirección postal 0700465.”. Regala toda tu ropa y comienza un curso de corte y confección. Destruye la carpeta Dropbox de tu ordenador. Prepara una maleta vacía y vete. Pasa una frontera. No hagas ninguna obra nueva. Abandona a tu mujer por un caballo. Abre tu maleta en cualquier calle y acepta aquello que los demás te den. Aprende el griego. Entra en un matadero y reproduce la escena central de Rebelión en la granja.

Cuelga una flor en tu barba. Regala tus zapatos más bonitos. Cambia de sexo. Ningún animal usaría ninguna ropa que no haya confeccionado él mismo. Acuéstate en el suelo de tu oficina y mueve tus pies como si bailaras en el techo. Sal y no vuelvas. Abandona a tu mujer por un árbol. No analices ninguna coyuntura. Exprésate exclusivamente en idiomas que no conoces con personas que no conoces. Pasa una frontera. Deja de votar. No pagues tu deuda. Quema tu carta electoral. Ningún animal mata otro animal. Destruye tu tarjeta de crédito. Valora aquello que los demás consideran inútil. Admira aquello que los demás consideran patético. Busca ser invisible. Intenta no ser representado. Ningún animal dormiría en una cama construida industrialmente. Cambia el objeto de tu libido. Descentraliza el placer genital. Siente placer por todo aquello que trasciende los límites de tu cuerpo. Deja que Gaia te penetre. Adjura de la farmacología. Cambia los ansiolíticos por el pasado. Trenza. Teje. No construyas una casa. No acumules. No comas otros animales. No fomentes el desarrollo humano. No segmentes. No aumentes los beneficios. No mejores. No inviertas. Entra en un hospital psiquiátrico y reproduce la escena central de Rebelión en la granja.

No coordines las acciones. Revisa la basura. No pagues el seguro. No escribas la historia. No organices tu jornada de trabajo. Reduce tu nivel de rendimiento, consciente e inconscientemente. Ningún animal beberá vodka Absolut. No descargues videos de Youtube. Si aun no lo has hecho, no te reproduzcas. No te modernices. No utilices la comunicación de manera estratégica. No preveas el futuro. Intenta hacer lo menos posible durante la mayor cantidad de tiempo. No busques mejorar tu productividad. Entra en un asilo de ancianos y reproduce la escena central de Rebelión en la granja.

No rindas cuenta alguna. Admira el saber que los otros no llaman conocimiento. No digitalices nada. No dejes pista. Envía una carta a tus rivales: “Renuncio. Feliz año.”. No aumentes la infraestructura logística. Escoge la vida en vez de escoger la prolongación científica de la esperanza de vida. Todos los animales son iguales.

Ilustración Original/ Acrílico sobre Canson. 
Cecilia Inés de Medeiros. 

El deseo clandestino y las jóvenes artistas cubanas // Gerardo Muñoz & Sarah Lindsey Reuben

Un cuerpo planteado en la vía pública, una lectura en voz alta, un deambular por la ciudad, o una pequeña impresión de un cartel, son todas expresiones de una misma cosa: un gesto. El gesto, a diferencia de un discurso político, no busca efectuar una acción, puesto que simplemente aparece en la escena, sigue el ritmo del cuerpo, e irrumpe en la secuencia del tiempo.

Cuando nos preguntamos por qué el poder del Estado cubano persigue a las jóvenes artistas con tanta insistencia, nos parece que es justamente porque saben que un gesto es más fuerte que los principios y los discursos políticos que sostienen una realidad defectuosa. Ya lo ha dicho con nitidez la artista Celia González: “la generación de nuestros padres se derrumba”.

¿Qué significa que el mundo de la autoridad se encuentre en ruinas?

En primer lugar, que la legitimidad de ese ordenamiento institucional ahora carece de respuestas adecuadas para atender los anhelos de una juventud que busca defender una simbolización igualitaria. Como sabemos, un gesto carece de jerarquías, y, por lo tanto, tampoco es divisa exclusiva del “artista”. Al contrario, el gesto es la apertura del deseo de una existencia común por la cual los cuerpos se juntan con otros para escapar el amedrentamiento. El gesto es el punto de partida para transfigurar la realidad. Y, por lo tanto, es deseo de estar y perdurar en libertad.  

No es contradictorio que el gesto de las jóvenes artistas del 27N tenga una pulsión central en el deseo femenino. Cuando decimos “deseo femenino” no estamos apuntando a una postura meramente subjetiva —reducida a la diferencia sexual en términos estrictamente biológicos y dicotómicos con respecto al mundo masculino—, sino que remite a la postura excéntrica de lo femenino en la simbolización de la realidad. Por eso, el deseo femenino expresa un “no-todo” que deshace las mediaciones (políticas, sociales, y culturales) que buscan someterlo a parámetros normativos. El deseo femenino marca su diferencia ante la subsunción de un poder que se intensifica tras la orfandad de su propia autoridad.

La fuerza del deseo femenino excede el contenido de sus discursos, ya que su protagonismo fragmenta la aspiración del Estado. Ya sea en la lectura de poesía de la joven curadora Carolina Barrero o cuando Camila Lobón insiste en la separación entre Estado y sociedad, el deseo tiene la fuerza capaz de desficcionalizar al Estado total. Así, la esencia del gesto genera un saber que habita en un umbral por el cual se regeneran formas de crear, imaginar, y estar juntos. Por eso el deseo tiene lugar cuando la voz separa vida y realidad, abriendo otras posibilidades desde el cuerpo.

Ciertamente, la separación del deseo femenino supone siempre en cada caso una enorme soledad. Solo basta recordar la transgresión de Antígona en la polis. Y debemos defender la soledad de la transgresión. Esta soledad no se refugia en las compensaciones psíquicas de la melancolía ni en un pathos donado al resentimiento. Al contrario, la soledad del deseo abre nuevos encuentros que renuevan una comunidad de amigos desde una lengua que es ajena a pasiones reactivas como el odio, la ira, o la culpa.

Todo esto puede explicar por qué el poder estatal intenta una y otra vez intervenir en el espacio de lo clandestino; a tal punto de que la joven historiadora de arte Carolina Barrero ha sido arrestada bajo la oscura figura legal del artículo 210 de la Constitución cubana, que proscribe la “clandestinidad de impresos” (el objeto del caso han sido unas inofensivas tarjetas impresas con la figura de José Martí). Pero, ¿no es lo esencial de una vida siempre aquello que acontece en la clandestinidad, esa región inapropiable por los poderes económicos o políticos?

La guerra en curso contra las jóvenes artistas es también un intento de sitiar el espacio impolítico de la vida —que en la tradición se ha conocido como el oikos— para traducir a la vida en presa de cacería sin tregua (Chamayou).

Lo sabemos: la clandestinidad es siempre la ex lex de la vida, porque allí nos damos cita con las complicidades, los rumores, las luces de los cuerpos, y el raro acontecimiento de la poesía. Como señalara en su momento Dionys Mascolo, en el espacio de la clandestinidad nos entregamos al amor como seres exiliados que experimentan una relación sin privación. En otras palabras, en la clandestinidad disolvemos el reino del “yo” y sus fantasías del mandato. El deseo de esta juventud cuida la clandestinidad que le es propia a cada vida.  

De los malabaristas de las calles de Panguipulli a las jóvenes artistas de La Habana, asistimos hoy a la misma eficacia del poder: el dispositivo policial contra una insurrección corporal que enarbola una salida del terror. Si la eficacia del poder acosa incesantemente a estos cuerpos, es porque sospecha que, en el sol negro de la clandestinidad, comienzan a derrumbarse las ficciones de su mando.

Cringe // Diego Valeriano

Además de lo que es, además de lo que significa, de esa manera absurda de hablar en tono milico, milico de los 70. Además de recorrer los canales y las radios  24/7 para hacer su campaña, decir giladas, mostrarse duro y maltratar. Además de Guernica, de todo ese espectáculo televisivo, cruel, miserable y ortiba. Además de la quema de ranchos, del hostigamiento, la prepotencia con los que nada tienen y de hacerse el poronga cuando era fácil. Además de bancar a la gorra, encubrirla, hablar en nombre de ella y en contra de la mamá, los abogados y amigos de Facundo. Además de ocultar la verdad para defender a los cobanis que desaparecieron un pibe. Además de como lo banca Axel, la jefa, la tropa, los gatos. Ademas de esconderse cuando la cosa se pone fea en serio. Además de como le gusta opinar de la forma que opinan los vigilantes. Además de parecer vigilante, plantarse vigilante, reir vigilante. Ser y parecer. Además de hacerse ser macho como sinónimo de gestión, de presencia, de una especie de territorialidad absurda, de trabajo. Además de comparar unos guachos en una fiesta con el dolor, sufrimiento y miedo de los pibes en Malvinas. Además de los trolls, las cuentas truchas de facebook, la plata en portales.  Además del silencio de la militancia, de quienes hasta no hace tanto tuiteaban urgente, posteaban corte lucha, gritaban donde votaba Santiago. Además que no hay que hacerle el juego a la derecha ¿a la derecha de Berni? Además de que la política hoy anda patrullero, piensa en patrullero, gestiona en patrullero. Además que la derecha cada día está más radicalizada y el progresismo cada día menos progre y más real politik. Además de muchas palabras gastadas y amontonamientos reiterados. Además que Berni no puede ser el ministro de seguridad del gobierno que votamos para que se vayan los anti pibe de Macri y Vidal, además de todo esto Berni da cringe.

Y si un día no vuelvo hagan mierda todo

Y si un día no vuelvo hagan mierda todo”, escribió Úrsula en una historia de Instagram tiempo atrás. Tenía 19 años, era de la ciudad bonaerense de Rojas y había denunciado varias veces por violencia de género a su ex novio, un oficial de la Policía bonaerense. No la escucharon y pasó lo evitable: él la mató.

El femicidio hizo estallar a Rojas. Amigxs y familiares salieron a las calles para exigir justicia frente a la comisaría. La respuesta de la misma Policía a la que pertenece el femicida fue con balas de goma y represión.

El crimen de Úrsula no es la excepción. Según datos del observatorio de Mumalá en enero del 2021 hubo 1 femicidio cada 27 horas: en el 59% de los casos el agresor era la pareja o ex-pareja de la víctima, en el 25% se había hecho una denuncia previa, el 12% de los femicidas pertenecía a una fuerza de seguridad.

Úrsula sabía que estaba en peligro y lo dijo en las redes, a sus amigxs y a la Justicia. La veía venir y un día no volvió. Vamos a hacer mierda todo.

Por El Ciudadano

La noticia se esparció por toda la ciudad bonaerense de Rojas en la tarde de este lunes y derivó en una movilización popular con represión por parte de la policía: Úrsula Bahillo, una chica de 19 años hija de un conocido comerciante local, fue asesinada de varias puñaladas y los indicios apuntan como responsable a su ex pareja, un integrante de la fuerza de seguridad bonaerense. La indignación creció porque la víctima ya había hecho denuncias por violencia de género contra el presunto criminal, de 25 años, y por eso la convocatoria de la familia de la víctima se transformó en pueblada por la noche, con como epicentro en la comisaría y respuesta de balas de goma y gases lacrimógenos por parte de los uniformados.

Úrsula fue hallada en un camino rural de Guido Spano, donde sus allegados presumen que su ex novio la llevó bajo engaños para matarla. El cuerpo de la chica, que días antes había publicado en Twitter la situación de violencia de la que era víctima desde hacía tiempo, presentaba numerosas heridas de arma blanca.

La sospecha sobre el policía como autor del crimen, y la falta de respuesta a las denuncias previas de la chica hicieron estallar el ánimo de numerosos residentes en Rojas. La bronca se condensó frente a la seccional, donde reclamaron por el presunto femicida, quien según las primeras informaciones había intentado suicidarse tras matar a Úrsula. Se trata de Matías Ezequiel Martínez, oficial de la Policía bonaerense que estaba con carpeta psiquiátrica desde septiembre de 2020.

La víctima ya había denunciado a Martínez por violencia de géner,o por lo que había una medida de restricción perimetral, pero se cree que el ahora imputado la citó para tener una charla y, tras una fuerte discusión, la asesinó a puñaladas y con la misma arma blanca se autoprovocó una serie de lesiones.

El policía, que se desempeña en un Destacamento de San Nicolás pero estaba con licencia psiquiátrica hace unos cinco meses, quedó detenido en sede policial a disposición de la Justicia acusado de “homicidio calificado por violencia de género” (femicidio).

El crimen caló en la sensibilidad de los vecinos. Amigos y familiares salieron a las calles para pedir justicia, lo que derivó en varios incidentes, destrozos, represión con balas de goma y heridos frente a la comisaría de Rojas.

Una camioneta policial Toyota Hilux, que estaba estacionada frente a un colegio, fue incendiada y empujada contra el edificio policial. También hubo protestas frente a los domicilios de dos fiscales y de un juez de paz locales.

El informe policial indica que nueve personas, entre ellas cuatro menores de edad, fueron demoradas por los disturbios y “resistencia a la autoridad”.

COSECHA ROJA

Autopsia del expediente: todo lo que te contaron sobre el caso Facundo es mentira // Adriana Meyer

 Resulta que «de las 15 especies de diatomeas que aparecieron en la médula ósea de Facundo solo cinco coinciden con la toma de agua del lugar donde fue encontrado el cadáver». Por lo tanto, entre las medidas de prueba que el juzgado se niega a proveer, está el «análisis del agua de las dependencias policiales» por donde habría pasado el joven. La experta puso de manifiesto la insistencia del resto de los peritos que participaron en la autopsia para descartar lesiones en vida, y luego así aventurar que no hubo terceras personas en la escena del crimen. Pero la paradoja es que si no hubo lesiones vitales tampoco pudo haberse tratado de un «accidente».

El peritaje de Creimer indicó que la custodia del cuerpo y la ropa de Facundo no debió estar a cargo de una fuerza policial, y cuestionó la forma en que se realizó su levantamiento. Según ella, las conclusiones de la autopsia ignoraron el contexto descripto en la causa, como por ejemplo el hallazgo de una de las zapatillas del joven en perfecto estado al lado de sus restos esqueletizados, y de un cabello en uno de los patrulleros que coincide con el ADN de Facundo, entre otros varios elementos. Creimer arribó a diferentes conclusiones con los mismos datos, a saber: el informe de entomología sobre las especies encontradas sobre sus huesos «habilita a pensar en la posibilidad de que Castro no haya muerto en ese lugar y que sus restos hayan sido plantados».

El documento de casi 200 páginas servirá como punta de lanza en la nueva batalla judicial que emprenden Cristina Castro y sus abogados Luciano Peretto y Leandro Aparicio en los tribunales internacionales, luego de denunciar «sucesivas trabas» del juzgado a cargo de María Gabriela Marrón, recusada por la familia pero ratificada en la causa por la Cámara Federal de Bahía Blanca. Así, a nivel local podría consolidarse un estancamiento, más allá del esfuerzo de los fiscales especiales Andrés Heim y Horacio Azzolín y los propios letrados de Cristina que siguen sumando nuevos elementos para profundizar su hipótesis respecto al protagonismo de la Policía Bonaerense en la desaparición forzada del joven.

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Si bien la Cámara ordenó a la magistrada la realización de las medidas de prueba pendientes que piden los fiscales y la familia, nada se ha movido en su juzgado en tal dirección. Marrón y el fiscal Ulpiano Martínez fueron acusados por la querella particular y la que encabeza la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) de «contribuir al encubrimiento del hecho para beneficiar a los uniformados, con la estrategia de abonar la hipótesis de un presunto accidente en el que Facundo habría perdido la vida». 

El año pasado, en ocasión de la reunión donde surgieron las conclusiones de la autopsia, la perito de la familia firmó en disidencia. Virginia Creimer sostenía que debía ser un «ateneo» para debatir las conclusiones pero cuando llegó el informe final ya estaba redactado. En ese momento, le hizo saber de tal irregularidad a la jueza Marrón, pero ante la inacción de la magistrada, Creimer procedió revisar punto por punto el informe y a marcar sus acuerdos y disidencias, tal como quedó plasmado en el acta de ese día. El artículo 262 del Código Procesal Penal establece que «los peritos practicarán unidos el examen, deliberarán en reunión secreta, a la que sólo podrá asistir el juez, y si estuvieren de acuerdo redactarán su informe en común. En caso contrario, harán por separado sus respectivos dictámenes”. Este sitio junto a La Izquierda Diario accedieron ese dictamen de la experta y perita de parte de la familia, que ya forma parte del expediente.

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Creimer indicó: «Por el propio carácter de parte de esta perita, pero sobre todo por los resultados obtenidos tras un minucioso análisis de todas las evidencias científicas obrantes en la causa, se concluye que las respuestas a las preguntas precedentes deberían ser respondidas a partir de la producción de otras medidas de prueba, rastrillajes y peritajes que nos acerquen lo más ajustadamente a la verdad de los hechos. En ese marco, no hay más que considerar lo que ya expresó la querella a la que asisto, a través de dos pedidos de recusación al fiscal de la causa, una apelación por negativas de la jueza a producir medidas de prueba determinantes y un recurso de queja presentado ante la Cámara de Apelaciones de Bahía Blanca. En todas esas instancias la propia madre de Facundo Castro aseguró que la falta de respuestas a esas preguntas aún irresueltas se debe a una ineficaz, ineficiente, tardía y defectuosa investigación por parte del Estado y sus instituciones. Esa sentencia exime a esta perita de mayores argumentaciones. De lo que sí está respondido científica y pericialmente, lo que sigue es todo cuanto puedo informar:

* Dónde estuvo y qué hizo Facundo antes de su desaparición

Surge de las declaraciones testimoniales de Virginia María Gongora, Daniel Gayte y Juan Francisco Cardona que Facundo, luego cenar en la casa de su amigo Daniel Gayte y de permanecer allí la madrugada del día 30 de abril, aproximadamente a las 4 o 5 de la mañana salió hacia Bahía Blanca, adonde planeaba llegar caminando o haciendo dedo. Se dirigía a la casa de Daiana González, con quien había mantenido una relación de pareja mucho tiempo. Góngora, mamá de Daniel, confirma que el 29 de abril Facundo se encontraba en su casa, se quedó a cenar y al día siguiente, cuando ella se despertó, el joven ya no estaba. Cuando le consultó al hijo, éste le dijo que a las 4 am se había ido. Que su hijo le escribió a Facundo y éste no volvió a responder. En su declaración adjuntó capturas de pantalla de una conversación que tuvo con Daiana González el día 3 de junio de 2020, donde la joven le dice que Facundo debía haber ido a su casa el 29 de abril, pero nunca llegó.

Juan Francisco Cardona, también amigo de Facundo, confirmó que Facundo se encontraba viviendo en su casa y trabajando con él en su cervecería, Turmalina. Que el día 27 de abril le pidió a Facundo si podía irse, ya que no tenían espacio porque llegaba su hermana a la casa. El 30 de abril a las 20:21 pm Cardona recibe un mensaje de texto (SMS) desde el número de Facundo, que dice que se había quedado sin señal, sin batería y que después lo llamaba. Nunca lo llamó. El 1 de mayo Cardona envió un nuevo mensaje a Facundo, que no fue entregado.

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En la causa consta la declaración de Nancy Moncada, quien al tomar conocimiento de que se estaba buscando a Facundo se presentó espontáneamente en la dependencia comunal de la localidad de Hilario Ascasubi. La vecina de Mayor Buratovich dijo que en los últimos días del mes de abril, entre las 8:30 y 9, mientras se dirigía desde Ascasubi a Buratovich, sobre la Ruta 3, cerca del Puente Blanco, vio a un joven haciendo dedo. Ella le dijo que podía llevarlo hasta la entrada de Buratovich. Él subió y se pusieron a conversar, Facundo le dijo que tenía que ir a Bahía Blanca urgente, que se había quedado sin trabajo y que le quedaban 50 pesos en el bolsillo. Es posible inferir que Facundo fue dejado por Moncada en el ingreso a Buratovich, aproximadamente entre las 9 y 9:30 del jueves 30 de abril. Como corroboración científica de la presencia de Facundo allí se puede ver el informe de la empresa AMX CLARO donde surgen tres llamados salientes del celular de Facundo, a las 7:07, 9:05 y 9:06, que impactaron sobre la antena de Ascasubi.

A partir de la llegada a Buratovich, tal como consta en el expediente, Facundo tomó contacto con personal policial de la zona en distintas oportunidades y en el siguiente orden: primero con Jana Curuhuinca y Mario Sosa (fs. 70), luego con Siomara Flores y finalmente con Alberto González. A partir de las diversas declaraciones testimoniales se reconstruye que el 30 de abril de 2020 Facundo se encontraba caminando por la Ruta Nacional 3 en dirección Pedro Luro-Bahía Blanca cuando fue detenido, al menos, en dos oportunidades por agentes de la Policía de la provincia, uniformados y con móviles de la fuerza a su disposición. Los agentes Sosa y Curuhuinca detuvieron a Facundo mientras transitaban por la calle San José Obrero y la Ruta 3, km 779. Allí lo interceptaron en virtud del DNU 297/20, identificándolo como Facundo Astudillo. Al declarar el joven que no poseía permiso de circulación, le notificaron de la infracción al artículo 205 de Código Penal.

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Asimismo, consta el asentamiento de la prevención a Facundo en el libro de la comisaría de Buratovich. En el celular de Curuhuinca (fs. 1547) quedó registrado ese contacto, mediante una fotografía en la que Facundo aparece de espaldas junto a Mario Sosa y de frente al móvil 23.630 (de Buratovich) y dos imágenes (anverso y reverso) del DNI del joven. Mediante informe pericial se establecen las semejanzas entre Facundo y la persona de espaldas de la fotografía. A su vez, el informe de DATIP concluye, luego de realizar un análisis sobre la imagen, que Facundo en ese momento tenía la zapatilla izquierda puesta.

Sosa y Curuhuinca declararon que, luego de constatar el domicilio de Facundo, lo dejaron seguir camino a Bahía Blanca por la ruta. Cristina Castro declaró que a las 13:33 habló con Facundo, que él le dijo que estaba en Buratovich, que mantuvieron una discusión hasta que en un momento la madre del joven escuchó un golpe seco, como que se golpeó el celular de Facundo, y luego se cortó la comunicación. Esa llamada se encuentra científicamente probada mediante el informe de AMX CLARO.

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La Unidad Fiscal Especializada en Ciberdelincuencia (UFECI) corrobora que del informe de AMX CLARO sobre el teléfono de Facundo se desprende que hasta el 29 de abril se produjeron comunicaciones a través de celdas de Pedro Luro; que el día 30 las primeras 3 comunicaciones se cursaron a través de una celda de Ascasubi. A las 10 surge que el efectivo de la policía bonaerense Delgado le dice al efectivo de la policía bonaerense Sosa “si se hace el pajero, bajalo”. Las siguientes 7 llamadas del celular de Facundo se hicieron a través de una celda ubicada en Buratovich, con un último registro de llamada saliente a las 13:33 hs. A partir de ese momento no se encuentran datos técnicos positivos sobre la ubicación de Facundo.

* Dónde estuvo Facundo después de su desaparición

En la búsqueda de Facundo se solicitó el 20 de julio el allanamiento, registro y secuestro de elementos policiales de la subestación Policía Comunal de Teniente Origone, y el secuestro de elementos que puedan pertenecer a Facundo. El Poder Judicial designó formalmente como perito de parte de la querella particular al adiestrador canino Marcos Herrero. En ese allanamiento se encontró el primer elemento perteneciente a Facundo en forma fehaciente: una bolsa con un paquete de cigarrillos y una esfera con forma de sandía con una vaquita de San Antonio dentro, la cual Cristina Castro reconoce como pertenencia de su hijo. Luego lo demostraría presentando amuletos iguales pertenecientes a los hermanos de Facundo (todos regalados por la abuela materna una década atrás). 

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De los sucesivos peritajes de móviles policiales, tres camionetas Toyota Hilux y un auto particular Chevrolet, dieron resultado positivo con el can Yatel; el mismo perro encontró en la comisaría de Origone la bolsa con los cigarrillos y el amuleto de Facundo; el can Duke marcó rastros en una casa color rosada; Yatel también marcó restos óseos y en el patrullero Toyota Etios de Bahía Blanca marcó con insistencia el asiento de atrás, tanto desde el interior como desde el baúl (…) Se recomendó efectuar un nuevo peritaje con desarmado de asientos del vehículo con el asesoramiento de licenciado en criminalística, experto en accidentología vial (peritaje mecánico) para el correcto desarmado de los elementos del móvil. En ese nuevo peritaje Yatel halló un trozo de mineral conocido como turmalina que es compatible con el colgante que Facundo usaba siempre y llevaba el día de su desaparición.

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* Qué pasó con el hallazgo del cadáver, el lugar donde apareció, su levantamiento e identificación y los peritajes posteriores

El 15 de agosto a las 17 la delegación Bahía Blanca de la Policía Federal (PFA) recibió un llamado de la Fiscalía Federal 1 de Bahía Blanca. El propio fiscal Santiago Ulpiano Martínez avisó que “un señor de nombre Maximiliano -quien sería pescador-, tendría información trascendente con relación a la búsqueda de Facundo». Por orden de Martínez, la PFA se dirigió al lugar marcado por Maximiliano y realizó una inspección en el canal “Cola de ballena”, donde se logra avistar sobre el suelo que, a simple vista, se trataría de un cuerpo humano en estado cadavérico.

Pocas horas después del hallazgo (entre las 21 y las 22) se hicieron presentes en la delegación Bahía Blanca de la PFA los ciudadanos Pablo Daniel Núñez Pablo y Damián Orlando Garcés (ninguno de nombre Maximiliano). Ambos afirmaron que esa tarde estaban pescando en Villarino Viejo cuando a la orilla de un canal, sobre una zona de barro húmedo y matorrales bajos, vieron un esqueleto enterrado en el barro. En fecha 16 de agosto se comienza un rastrillaje del lugar abierto siendo las 13:30, «con un perímetro SIMPLE de 100 m de largo x 30 mts de ancho». Interviene en el levantamiento del cuerpo el Equipo Argentino de Antropología Forense. «En este acto debe destacarse que no se observan los protocolos internacionales básicos de intervención pericial en los hallazgos de cuerpo, a través de un equipo interdisciplinario conformado por Fotógrafos, Planimétricos, Criminalistas, Rastros y Médicos Forenses. El análisis del lugar del hecho resulta de esta manera incompleto, circunstancia que se corrobora al encontrarse en forma posterior otros restos humanos correspondientes al mismo cadáver», afirmó Creimer.

A las 11:40 llega el EAAF, a las 12 comienza la inspección y a las 13:30 se produce el hallazgo de un cadáver humano incompleto. Estaban presentes la Policía Federal, la Prefectura y la Gendarmería. Se hizo presente Cristina Castro, acompañada por Virginia Góngora y los letrados de la querella en autos. Llama la atención que, atento el estado de esqueletización del cuerpo hallado, la zapatilla encontrada a pocos metros, que se correspondería con la que vestía Facundo al momento de su desaparición, se encuentre en total estado de indemnidad. También apareció un trozo de tela con elástico con tela camuflada de varios colores, trozos de telas de otros colores que corresponderían a vestimenta, una plantilla de zapatilla e incluso un trozo de cuarzo. Se efectuaron levantamientos fotográficos y métricos respecto de una huella dispuesta en el suelo y que corresponderían a un vehículo.

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En el marco de estas claras fallas en el análisis del lugar del hecho primigenio, se realiza el 21 de agosto un nuevo relevamiento del área donde se encontró el cuerpo hallándose nuevos restos óseos (un humero, una escápula, entre otros) y más restos de ropas. Sin tener en cuenta las directivas internacionales y nacionales de no involucrar a las fuerzas de seguridad en casos de lesiones, vejámenes y torturas (Protocolo de Estambul) y/o muerte en custodia o con participación de personal policial (Protocolo de Minnesota), se ordena a la Policía Federal Argentina la recolección de agua del lugar para posible cotejo posterior. Pero esta toma se realizó cinco días después del hallazgo y a 80 metros de donde estaba el esqueleto.

El 1 de septiembre se realiza un nuevo levantamiento de restos óseos en las cercanías del hallazgo primario, siendo descartados para la investigación. «A lo largo de toda la diligencia se mantuvo una interacción permanente con el doctor Luis Fondebrider, director ejecutivo del EAAF, quien manifestó que ‘la mandíbula es humana’, y que ‘esos huesos no le faltan al cuerpo que levantamos nosotros‘». Este hallazgo hizo sospechar a los abogados de la querella sobre la posibilidad de que el sitio fuera un cementerio clandestino utilizado por la policía local.

* Qué pasó en la autopsia realizada en la ex ESMA

Una vez reunido el equipo de profesionales propuesto por el Equipo Argentino de Antropología Forense en causa 8604/2020 caratulada: N.N. s/AVERIGUACIÓN DE DELITO, se procedió a la realización de los estudios con el objeto de determinar la identidad, la data, causal, y modo de la muerte. «Es de destacar que, si bien quien había sido encomendado a dirigir el procedimiento fue el EAAF, fue el doctor Cohen del Cuerpo Médico Forense (CMF) quien decidió el orden y la metodología de exposición de las conclusiones preliminares de cada equipo/profesional presente en la autopsia, cuando sólo era un perito más de los convocados, lo cual se encuentra corroborado por las filmaciones de la autopsia», indicó Creimer en sus conclusiones del peritaje de casi 200 fojas.

Creimer expresó que fue «llamativa la insistencia con la cual Cohen pretendía descartar las circunstancias violentas de la muerte de quien se presumía como Facundo Astudillo Castro. Esto es, tras cada exposición pericial, sin requerimiento de persona alguna, el perito hacía una ‘traducción’ de lo expresado remarcando la ausencia de lesiones vitales». La paradoja es que tal insistencia también se lleva puesta la hipótesis del «accidente», porque esa también es una muerte que deja en el cuerpo signos de lesiones vitales.

Para la médica forense y criminóloga, las conclusiones científicas aplicadas al análisis forense global del caso indican que:

– La última acción de Facundo comprobada en la causa fue la conversación telefónica con su madre a las 13:33 hs del 30/4/2020, lo que está certificado tanto por el testimonio de Cristina Castro como por el informe de AMX CLARO de las llamadas recibidas por Facundo, ubicando la celda de su celular en Mayor Buratovich. A partir de ese momento no se encuentran datos técnicos positivos sobre la ubicación de Facundo.

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– En la búsqueda de Facundo se allanó y registró parte de la subestación Policía Comunal de Teniente Origone, con la participación de Marcos Herrero y su perro Yatel, como perito de parte de la querella particular. Allí encontró un primer elemento perteneciente a Facundo en forma fehaciente: una bolsa con un paquete de cigarrillos y una esfera con forma de sandía con una vaquita de San Antonio dentro, la cual Cristina Castro reconoció indubitablemente como pertenencia de su hijo.

– Mientras que otros elementos pertenecientes a Facundo, incluyendo material genético (coincidencia con Cristina), también fueron hallados en otros rastrillajes y peritajes; tanto el hallazgo del cuerpo del joven como su mochila fueron protagonizados por eventuales pescadores que (supuestamente) pasaban de casualidad por los sitios indicados.

– Como consta en las actas de la PFA, el 15 de agosto tres pescadores (uno por un lado y dos por otro), aparentemente de forma espontánea, dieron aviso de la existencia de un cadáver en el canal “Cola de ballena” de Villarino Viejo. Inmediatamente la Policía Federal, cumpliendo órdenes de la Fiscalía Federal 1 de Bahía Blanca, se hace cargo del arribo al lugar y de la custodia de la escena hasta el día siguiente.

– El 16 de agosto el Equipo Argentino de Antropología Forense interviene en el levantamiento del cuerpo. A las 13:30 se comienza un rastrillaje del lugar abierto, con un perímetro simple de 100 metros de largo x 30 de ancho. En este acto debe destacarse que no se observan los protocolos básicos de intervención pericial en los hallazgos de cuerpo, a través de un equipo interdisciplinario conformado por Fotógrafos, Planimétricos, Criminalistas, Rastros y Médicos Forenses. El análisis del lugar del hecho resulta de esta manera incompleto, circunstancia que se corrobora al encontrarse en forma posterior otros restos humanos correspondientes al mismo cadáver.

Llama la atención que, atento el estado de esqueletización del cuerpo hallado, la zapatilla encontrada a pocos metros, que se correspondería con la que vestía Facundo al momento de su desaparición, se encuentre en total estado de indemnidad.

– El 25 de agosto se realizó la autopsia al cuerpo encontrado, en el Laboratorio del EAAF ubicado en la ex ESMA. Allí la doctora Marta Maldonado (odontóloga forense CMF) fue clara y contundente sobre la impregnación hemática de los dientes del maxilar inferior de la víctima de autos (Pink Teeth), estableciendo que se trataba de un fenómeno vital y violento, como lo había hecho en casos previos. Allí el doctor Jorge Pereyra (radiólogo forense CMF) estableció preliminarmente que no existían fracturas de tipo vital en huesos largos, lo que descartaría una caída accidental desde altura, una posibilidad ventilada en algunos medios a partir de las versiones filtradas desde la fiscalía de Martínez y el juzgado.

– Del examen de la médula ósea extraída de Facundo se obtuvieron muestras cuyo resultado fue el hallazgo de numerosas cubiertas celulares y fragmentos identificables de al menos 15 especies diferentes de diatomeas. En la muestra de agua, se identificaron 17 especies de diatomeas, de las cuales 5 estuvieron presentes en la muestra de médula ósea. «El hallazgo de diatomeas en la médula de un cuerpo establece que su muerte ha sido violenta, por asfixia por sumersión. Dicha aseveración confirma que Facundo murió por el ingreso de un medio líquido (como el agua) que poseía en suspensión microorganismos como las diatomeas identificadas en el análisis de referencia.

El hallazgo de diatomeas en la médula de un cuerpo establece que su muerte ha sido violenta, por asfixia por sumersión. De las 15 especies encontradas en la médula de Facundo, sólo 5 coincidían con las 17 obtenidas en el agua colectada por la Policía Federal cinco días después del hallazgo y en una zona alejada del sitio donde fue encontrado el cuerpo de Facundo. En tanto que se obtuvieron datos fehacientes sobre la presencia de objetos perteneciente a Facundo en las dependencias policiales donde fue apercibido, sería procedente analizar también el agua de las dependencias, a fin de determinar la existencia de diatomeas en las mismas. 

– Desde el punto de vista lesionológico, los Dres. Roberto Cohen (médico forense CMF) y Alejandro Rullán Corna (médico forense CMF), establecieron que no se encontraban en los restos encontrados desprovistos de partes blandas, lesiones de características vitales. 

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– El entomólogo deja en claro que mínimamente la muerte de Facundo se produjo 40 días antes de su intervención, pero no puede establecer ni el momento en el cual se produjo la muerte ni siquiera un plazo máximo estimativo. Resulta de gran interés remarcar que el mismo constata la presencia de especies que colonizan los cuerpos en avanzados estados de putrefacción o directamente cuando ya se encuentran esqueletizados. Por ello, no se puede descartar que la muerte de Facundo no se haya producido en este lugar y que su cuerpo haya sido plantado en el mismo. Del análisis realizado por el médico radiólogo se puede concluir que Facundo no posee en el cráneo ni en los huesos largos traumatismos compatibles con fracturas secundarias a jumping ni a defenestración (caídas de altura coincidentes con el supuesto accidente). Facundo estuvo desaparecido 107 días, desde el 30 de abril al 15 de agosto. Las pericias entomológicas concluyen que el cadáver tenía al momento de la autopsia un mínimo de 40 días de fallecido, pero no pudo establecer ningún máximo. Es decir que nadie ha podido determinar aún si Facundo murió el mismo 30 de abril, o algún día de mayo, o de junio o incluso algún día de la primera quincena de julio.

– Debe quedar en claro que, la presencia o ausencia del Pink Teeth no influye en el hecho de que la muerte de Facundo fuera mediante una muerte violenta por asfixia por sumersión. Sin perjuicio de ello, podría hablarnos de una compresión extrínseca del cuello que hubiera provocado la muerte de Facundo o su pérdida de conciencia. También podría hablarnos de una sumersión violenta que hubiera provocado la muerte de Facundo por este mecanismo, tal como la doctora Maldonado sostuvo en causas previas que, de no aclarar su posición, deberán ser revisadas. (Este cuestionamiento de la perita alude a que Maldonado dijo en la autopsia que el diente rosa era un fenómeno ocurrido en vida, pero en el informe final se desdijo).

– Del minucioso trabajo del equipo tafonómico surge que el cuerpo de Facundo fue atacado por carnívoros medianos o pequeños, presumiéndose el directo accionar del zorro que habita en la zona. También se infiere que el cuerpo ha sido rotado, ya que si bien fue encontrado en decúbito ventral (boca abajo), para recibir el accionar de esta fauna debió encontrarse en posición inversa, es decir en decúbito dorsal (boca arriba). Resulta de interés adicional tener en cuenta que la bibliografía utilizada es sobre una experiencia con coyotes, teniendo estos animales un porte mayor, equivalente a aproximadamente quince kilos más que los animales sindicados en este caso. Finalmente, el tiempo de exposición en el lugar a la totalidad de la fauna de la región se estima en un plazo de 28 días.

Para la médica forense, los peritos del Cuerpo Médico Forense se expiden sobre la presencia de lesiones postmortem descartando la posibilidad del accionar de terceras personas sin tener un conocimiento cabal y contextualizado de todo lo actuado en autos (ni elementos científicos para llegar a esa conclusión), como lo establece el Protocolo de Minnesota, mecanismo a ser aplicado en casos de desaparición forzada de personas.

Asimismo, resulta de interés el hecho de que, ante el desconocimiento de los hechos acontecidos en autos (aparición de la mochila de Facundo con toda su ropa), los profesionales hayan considerado que las mismas podrían haber sido extraídas por la fauna autóctona, es decir, que las cosas de Facundo se las habrían «llevado» los animales que atacaron su cadáver. Vale recordar, como dato de contexto, que la mochila conteniendo la ropa, el teléfono celular y demás pertenencias de Facundo apareció el 12 de septiembre a unos 4 kilómetros de donde había aparecido el cadáver y que el informe de la autopsia se presentó el 1 de octubre, 19 días después de ese hallazgo.

En definitiva, Creimer en nombre de la familia plantea que lo esencial para el esclarecimiento del caso sigue siendo un misterio. Y su informe ratifica que las respuestas a esas incógnitas las tiene el Estado, como presunto desaparecedor de Facundo Astudillo Castro.

Un episodio sucedido en noviembre debería ser suficiente evidencia de que este nuevo caso de un desaparecido en democracia no tiene «dos campanas» sino víctimas y encubridores, que vienen amenazando a la familia y a los testigos desde el día cero. Sino de qué otro modo se explica el apriete que recibió Cristina Castro en noviembre por parte de un policía que le dijo: “Quedate tranquila que la jueza cierra la causa y después te la vas a tener que ver conmigo”.  

Ojos Vendados

¿Qué es una idea? La prolongación de un cuerpo en el lenguaje // Amador Fernandez Savater

La lectura, por tanto, lejos de ser una actividad puramente mental o racional, mero ejercicio de desciframiento de sentido, es la escucha -se escucha con todo el cuerpo- del afecto que las palabras transportan, de su acarreo de fuerza.

No lee el espíritu, sino la materia ensoñada que somos. La imaginación es un órgano de la sensibilidad: la amplifica, intensifica y prolonga.

Pero en el lenguaje siempre es la guerra. ¿Por qué? Porque lo que en su día fue movimiento de afecto cristaliza y se impone como consenso, autorizando sólo la repetición. Tal estilo, tal concepto, tal gesto. El consenso es la desaceleración de las energías, el olvido de su dimensión instituyente, la petrificación y la pacificación.

El signo es la ceniza de la intensidad. Las instituciones establecidas -en política o en la academia, en literatura o poesía- son las guardianas del signo, mantenedoras de un orden de ceniza. Ideología, estética, cultura, progresismo: distintos modos de nombrar el discontinuo organizado entre cuerpo e idea, palabra y experiencia, pensamiento y afecto. Modos de no escuchar.

Leer y escribir, pensar o poetizar se juegan siempre “contra” las tentaciones de la Cultura y la Forma: sus recompensas, reconocimientos, likes. Contra nosotros mismos y nuestro miedo. A fracasar, a decepcionar, a no tener nada que decir, a no encajar, a no ser interesantes, a abandonar los gestos que han devenido simples trucos de seducción pero que reportan éxito, a no ser nadie…

Sólo desestabilizándonos podemos desestabilizar los sentidos de la época. La verdad es solitaria. Menos crítica y más guerra, interior, exterior.

El argentino Pedro Yagüe llama “engendros” a algunos puntos de potencia en este mapa de la guerra del lenguaje.

Lee a los engendros Barret, Mansilla, Fogwill, Gombrowicz, Lamborghini, Albertina Carri, Asís, Viñas, Rozitchner.

Y los lee asimismo como engendro.

Elementos para una cartografía de lo grupal // Peter Pál Pelbart

Podríamos partir de Spinoza, el príncipe de los filósofos. Y comenzar por lo más elemental. ¿Qué es un individuo? Spinoza responde: un individuo se define por su grado de potencia. Cada uno de nosotros tiene un grado de potencia singular, el mío es uno, el tuyo es otro, el de él es otro. ¿Pero qué es un grado de potencia? Es un cierto poder de afectar y ser afectado. Cada uno de nosotros lo tiene. El poder de ser afectado de un burócrata: basta con leer a Kafka para tener una idea clarísima. Y la capacidad de afectar y ser afectado de un artista, ¿cuál es? ¿Será que la de un bailarín es la misma que la de un actor o un político? ¿Será que la de un acróbata es la misma que la del “ayunador”? De nuevo Kafka: véanse, por ejemplo, aquellos cuentos breves sobre artistas en El artista del hambre. Aunque a Deleuze le gusta dar el ejemplo de la garrapata, que colma su poder de ser afectada por los tres elementos, la luz, el olor y la sangre. Trepa al lugar más alto del árbol en busca de luz, luego puede esperar en ayunas durante un largo rato en el bosque inmenso y silencioso, y cuando siente el olor del mamífero que va pasando, plaf, se deja caer, para enfilarse a la piel del animal detrás de la sangre. Entonces, ¿qué es una garrapata? Bueno, es un grado de potencia. Es un cierto poder de ser afectado. Una garrapata se define, en última instancia, por esos tres afectos. ¿Cómo hacer la cartografía de nuestros afectos? ¿Cómo cartografiar “etológicamente” los afectos de un individuo, sea éste una garrapata o una persona? ¿O de un grupo o de un movimiento?

Somos, pues, un grado de potencia, definido por nuestro poder de afectar y ser afectado. Pero jamás sabemos de antemano cuál es nuestra potencia, de qué afectos somos capaces. Es siempre una cuestión experimental. No sabemos aún lo que puede el cuerpo, dice Spinoza, sólo lo descubriremos a lo largo de la existencia. Al sabor de los encuentros. Sólo a través de los encuentros aprendemos a seleccionar lo que encaja con nuestro cuerpo y lo que no, lo que con él se organiza, lo que tiende a descomponerlo, lo que intensifica su fuerza de existir, lo que la disminuye, lo que intensifica su potencia de actuar, lo que la disminuye. Un buen encuentro es aquel por medio del cual mi cuerpo se conecta con aquello que le es conveniente, un encuentro por medio del cual aumenta su fuerza de existir, su potencia de actuar, su alegría. Vamos aprendiendo a seleccionar nuestros encuentros, y a componer: es un gran arte el de la composición, el de la selección de los buenos encuentros. ¿Con qué elementos, materias, individuos, grupos, ideas, mi potencia se compone, para formar una potencia mayor, y que deriva en una mayor alegría? Y a la inversa, ¿qué tiende a disminuir mi potencia, mi poder de afectar y de ser afectado, qué provoca en mí tristeza? ¿Qué es aquello que me separa de mi fuerza? La tristeza es toda pasión que implica una disminución de nuestra potencia de actuar; la alegría, toda pasión que aumenta nuestra potencia de acto. Eso abre un problema ético y político importante: ¿cómo es que aquellos que detentan el poder hacen que nos afecte la tristeza? Las pasiones tristes en tanto necesarias al ejercicio del poder. Inspirar pasiones tristes: es la relación necesaria que impone el sacerdote, el déspota, inspirar tristeza en sus sujetos, hacerlos impotentes, privarlos de la fuerza de existir. La tristeza no es algo vago, es la disminución de la potencia de actuar. Existir es, por tanto, variar en nuestra potencia de actuar entre esos dos polos, esas subidas y bajadas, elevaciones y caídas.

Entonces, ¿cómo llenar el poder de afectar y ser afectado que nos corresponde? Por ejemplo, podemos simplemente ser afectados por las cosas que nos rodean, en los encuentros que tenemos al sabor del azar, podemos quedar a merced de estos, pasivamente, y por tanto tener sólo pasiones. Peor aún, esos encuentros pueden ser apenas malos encuentros, que nos dan pasiones tristes, odio, envidia, resentimiento, humillación, con lo cual disminuye nuestra fuerza de existir y nos vemos separados de nuestra potencia de actuar. Ahora bien, pocos filósofos combatieron tan ardientemente el culto a las pasiones tristes. Lo que Spinoza quiere decir es que las pasiones no son un problema, éstas existen y son inevitables, no son buenas ni malas, son necesarias para el encuentro de los cuerpos y el encuentro de las ideas. Lo que sí es evitable, en cierta medida, son las pasiones tristes que nos esclavizan en la impotencia. En otros términos, es en las pasiones alegres donde nos acercamos a ese punto de conversión donde podemos dejar de simplemente padecer, para poder hacer; dejar de tener sólo pasiones, para tener acciones, para podernos desdoblar en nuestra potencia de hacer, nuestro poder de afectar, nuestro poder de ser la causa directa de nuestras acciones, y no de obedecer siempre a causas externas, padeciéndolas, estando siempre a merced de ellas. Como ya se dieron cuenta, estoy en un vuelo libre y supersónico de Spinoza, con pizcas de Deleuze, para nuestros propósitos específicos.

Deleuze insiste en lo siguiente: nadie sabe de antemano de qué afectos es capaz, no sabemos todavía lo que puede un cuerpo o un alma, es un asunto de experimentación, pero también de prudencia. Esa es la interpretación etológica de Deleuze: la ética sería un estudio de las composiciones, de la composición entre relaciones, de la composición entre poderes, de los modos de existencia en que deriva tal o cual compuesto. No se trata de seguir cualquier mandamiento, cartilla previa, o receta, sino de evaluar las maneras de vida que resultan de ésta o aquella composición, de éste o aquel encuentro, de ésta o aquella afectación. Si el individuo se define por su poder de afectar y ser afectado, de componerse, la cuestión necesariamente se dilata más allá del individuo, y concierne al abanico de sus encuentros. Cómo es que las relaciones pueden componerse para formar una nueva relación más “amplia”, o cómo los poderes de afectar y ser afectado pueden componerse para constituir un poder más intenso, una potencia más “intensa”. Se trata entonces, dice Deleuze, de las “sociabilidades y comunidades”. E incluso se pregunta: “¿Cómo se componen los individuos para formar un individuo superior, al infinito? ¿Cómo puede un ser llevar a otro a su mundo, pero conservando o respetando las relaciones y el mundo propios?” Es una pregunta crucial, no sólo para quien trabaja en grupo, sino para la vida en general. ¿Cómo un ser puede componerse con otro, atraerlo a su mundo, pero conservando o respetando las relaciones y el mundo propios de ese otro? Como si pudieran existir varios mundos, incluso al interior de una composición mayor, sin que sean todos reducidos a un mismo y único mundo. A partir de ahí, se puede pensar la constitución de un “cuerpo” múltiple. Por ejemplo, un colectivo sería eso, un cuerpo múltiple, compuesto de varios individuos, con sus relaciones específicas de lentitud y diligencia. Un colectivo podría pensarse como esa variación continua entre sus elementos heterogéneos, como afectación recíproca entre potencias singulares, en una cierta composición de lentitud y diligencia.

¿Pero cómo pensar la consistencia de ese “conjunto” compuesto de singularidades, de multiplicidad, de elementos heterogéneos? Deleuze y Guattari invocan con frecuencia un “plano de consistencia”, un “plano de composición”, un “plano de inmanencia”. En un plano de composición, se trata de acompañar las conexiones variables, las relaciones de lentitud y diligencia, la materia anónima e impalpable disolviendo formas y personas, estratos y sujetos, liberando movimientos, extrayendo partículas y afectos. Es un plano de proliferación, de poblamiento y contagio. En un plano de composición lo que está en juego es la consistencia con la cual logra reunir elementos heterogéneos, disparatados, y también cómo favorece acontecimientos múltiples.

Como dice la conclusión prácticamente ininteligible de Mil Mesetas, lo que se inscribe en un plano de composición son los acontecimientos, las transformaciones incorporales, las esencias nómadas, las variaciones intensivas, los devenires, los espacios lisos: es siempre un cuerpo sin órganos. En todo caso, hay aquí una condición que sirve para pensar el plano micropolítico o macropolítico, y que parece una fórmula matemática: N-1. ¿Qué significa esa rareza? Sólo esto. Dada una multiplicidad cualquiera, un  conjunto de individuos, o singularidades, o afectos, ¿cómo producir ese plano de consistencia sin subsumir esa heterogeneidad a una unidad cualquiera? O sea, el desafío consiste en eso: sumergidos en una multiplicidad cualquiera, que hace un plano de composición, conjurar aquel Uno que pretende unificar el conjunto o hablar en nombre de esa multiplicidad, sea ese uno el papa, un gobernante, el director, una ideología, un afecto predominante. Se trata de rechazar el imperio del Uno. Es una filosofía de la diferencia, de la multiplicidad, de la singularidad, lo que no significa Caos, la indiferenciación, el todo vale, sino justamente lo contrario, la afectación, la composición, una especie de constructivismo, donde la única regla, más allá de toda esa química de los encuentros, y de la consistencia, es excomulgar a aquel que pretende hablar en nombre de todos, o que se cree representante de una totalidad que justamente cabe evitar a toda costa.

Multitud es lo contrario de masa. La masa es un compacto homogéneo, una indiferenciación de sus componentes en una dirección única, sometidos a un líder. La multitud, tal como Negri la entiende, es lo contrario, es esa heterogeneidad, esa inteligencia colectiva, esas afectaciones recíprocas, esa multiplicidad subjetiva. En el fondo, y es ahí a donde quería llegar, la multitud es una cierta dinámica entre lo común y lo singular, la multiplicidad y la variación, la potencia desmedida y el poder soberano que intenta contenerla, regularla o moldearla –y tal vez un grupo, de teatro, de performance, de intervención, podría ser considerado bajo la misma lógica, en esa dinámica entre lo común y lo singular, la composición y la consistencia, el acontecimiento y la subjetividad. En el fondo, en esas composiciones y recomposiciones se trata siempre de la experimentación inmanente de un común, se trata siempre de invención de modos de vida, se trata siempre de una redistribución de los afectos, se trata siempre de la invención de nuevos posibles. ¿Cómo pensar entonces la comunidad, o el grupo, o un colectivo, no según el modelo de la fusión, de la homogeneidad, de la identidad consigo misma, sino de la heterogeneidad, de la pluralidad, del juego, incluso de las distancias reinventadas en su interior? En otras palabras, como dice Blanchot en La Communauté Inavouable, en la comunidad no se trata ya de una relación de lo Mismo con lo Mismo, sino de una relación en la cual interviene el Otro, y éste siempre es irreductible, siempre en disimetría, éste introduce la disimetría. Como dice Bataille: “Si este mundo no fuera constantemente recorrido por los movimientos convulsos de los seres que se buscan unos a otros (…), parecería un escarnio dirigido a aquellos que hace nacer”. ¿Pero qué es ese movimiento convulso de los seres que se buscan unos a otros? ¿Sería el amor, como cuando se habla de la comunidad de los amantes? ¿O el deseo, según señala Negri? ¿O se trata de un movimiento que no tolera ningún nombre, ni amor ni deseo, sino que atrae a los seres para lanzarlos unos en dirección a otros, según sus cuerpos o según su corazón y su pensamiento, arrebatándolos a la sociedad ordinaria, reinventando su sensibilidad? Que ese tema sea más que una obsesión individual de un autor, demuestra su presencia recurrente entre pensadores de los años sesenta y setenta. Por ejemplo, en un curso impartido en el Collège de France en 1976-77, Roland Barthes habla en torno a la cuestión Comment vivre-ensamble (Cómo vivir juntos), que fue el tema de la Bienal de ese año. Barthes no está interesado en el vivir-de-a-dos conyugal, ni en el vivir-con-muchos según una coerción colectivista, sino en el desafío de “poner en común las distancias”, “la utopía de un socialismo de las distancias”, en la estela del “pathos de la distancia” evocado por Nietzsche. Son nuevas formas de agenciamiento colectivo que van surgiendo, no fusionadas, sino rizomáticas. En esa tónica, la propia resistencia hoy asume nuevas modalidades. Deleuze no se cansa de repetir: crear es resistir. Resistir no consiste apenas en decir no, sino en inventar, reinventarse, crear nuevos efectos, nuevos preceptos, nuevos posibles, nuevas posibilidades de vida. Claro que el propio término de creación está hoy comprometido, y sometido por completo a los dictados del capitalismo tardío y de la sociedad de control, con su vampirismo insaciable, que se apodera de la vitalidad social como ningún otro régimen anterior lo había hecho. Pero al mismo tiempo, en ese contexto, tal vitalidad acaba apareciendo en aquello que ella es, no un producto del capital, sino el patrimonio de todos y de cualquiera, la potencia del hombre común. Incluso la deserción asume formas nuevas. A propósito de Bartleby, de Melville, aquel escribiente que a todo responde “preferiría no hacerlo”, Deleuze comenta: la particularidad de ese hombre es que no tiene ninguna particularidad, es el hombre cualquiera, el hombre sin esencia, el hombre que se niega a fijarse en una personalidad estable. A diferencia del burócrata servil (que compone la masa nazista, por ejemplo), en el hombre común tal como aparece aquí se expresa algo más que el anonimato inexpresivo: el llamado a una nueva comunidad. No aquella comunidad basada en la jerarquía, el paternalismo, la compasión, como su patrón querría ofrecerle, sino una sociedad de hermanos, la “comunidad de los célibes”. Deleuze detecta entre los norteamericanos, incluso antes de la independencia, esa vocación de constituir una sociedad de hermanos, una federación de hombres y bienes, una comunidad de individuos anarquistas en el seno de la inmigración universal. La filosofía pragmatista norteamericana, en consonancia con la literatura norteamericana que Deleuze tanto valora, luchará no sólo contra las particularidades que oponen al hombre contra el hombre, y alimentan una desconfianza irremediable de uno contra otro, sino también contra su opuesto, lo Universal o el Todo, la fusión de las almas en nombre del gran amor o de la caridad, el alma colectiva en nombre de la cual hablaron los inquisidores, como en el famoso pasaje de Dostoievski, y a veces los revolucionarios.

Deleuze se pregunta entonces: ¿qué les queda a las almas cuando ya no se aferran a particularidades, qué les impide fundirse en un todo? Les queda precisamente su originalidad, es decir un sonido que cada una emite cuando pone el pie en el camino, cuando lleva su vida sin buscar la salvación, cuando emprende su viaje encarnado sin objetivo particular, y entonces encuentra al otro viajero, a quien reconoce por el sonido. Lawrence decía que éste era el nuevo mesianismo o el aporte democrático de la literatura norteamericana: contra la moral europea de la salvación y la caridad, una moral de la vida en donde el alma sólo se realiza al poner el pie en el camino, expuesta a todos los contactos, sin intentar jamás salvar otras almas, desviándose de aquellas que emiten un sonido demasiado autoritario o demasiado lacrimoso, formando con sus iguales acuerdos y acordes, incluso huidizos. La comunidad de los célibes es la del hombre cualquiera y de sus singularidades que se cruzan: ni individualismo, ni comunalismo.

No querría terminar este recorrido tan zigzagueante con una conclusión demasiado asertiva, pues estamos en un momento tan complejo que la asertividad puede volverse un ingrediente fundamentalista más que se conjuga con tantos otros, como la religión del capital o el capital de las religiones. La experimentación es siempre más vacilante, hecha de lagunas y disparidades, colapsos y retomas, desfallecimientos, tartamudeos, devenires insólitos, acontecimientos tanto más imponderables cuanto menos se exhiben según los umbrales de la percepción consagrados por una sociedad del espectáculo. Quizá me gustaría decir apenas lo siguiente, a guisa de cierre. Deleuze llega a decir que lo que le importa no es el futuro de revolución, sino el devenir-revolucionario de las personas, los espacio-tiempos que éstas son capaces de inventar, los acontecimientos que se dan por todas partes. De modo que, como él dice, ser de izquierda no significa una pertenencia partidaria, sino una cuestión de percepción. Cuando piensan en mayo del 68, Deleuze y Guattari se referían a una mutación en la sensibilidad, en la percepción social, en que súbitamente todo aquello que era soportado cotidianamente se volvió intolerable y se inventaron nuevos deseos que antes parecían impensables. Una mutación social es una redistribución de los afectos, es un rediseño de la frontera entre aquello que una sociedad percibe como intolerable y aquello que ésta considera deseable. No creo que el teatro sea ajeno a esa tarea, que es la de la sensibilidad, la percepción, la invención de posibles, formas de asociación inusitadas, modos de existencia. Es un desafío estético, ético, político, subjetivo. Pero que no se da de forma etérea o abstracta. A veces necesitamos de dispositivos muy concretos que sustenten tales experimentaciones, tales acontecimientos. Estar a la altura de lo que nos sucede es la única ética posible, estar a la altura de los acontecimientos que uno esté en condiciones de propiciar, en los más diversos campos, en las más diversas escalas, molares y moleculares, rechazando el nihilismo biopolítico y sus formas cada vez más insidiosas y capilares. A esos dispositivos diversos, de los cuales un cierto teatro forma parte, yo los llamaría dispositivos biopolíticos, donde está en juego una potencia de vida, una biopotencia.

Traducción del portugués de Iván García

Spinoza disidente // Diego Sztulwark

Hay una particular fecundidad en Spinoza disidente, de Diego Tatián (Tinta Limón Ediciones, 2019). Se trata de un libro que nos sitúa en la filosofía clásica y, a la vez, en los conflictos históricos del presente. La reivindicación explícita de la disidencia -el derecho a sentir de otra manera- funciona como catalizador de una nueva articulación entre ontología y coyuntura. Entonces, la filosofía se revela política en la exacta medida en que lo que hace con sus ideas la involucra en las controversias actuales en torno a la igualdad, lo cual en este caso supone una doble reflexión: el estudio sobre el particular modo en que Spinoza asumió los dilemas democráticos de su tiempo (el combate de un judío marrano, excomulgado por ateo, contra lo teológico político, en el contexto dinámico burgués de los Países Bajos durante el siglo XVII), y una comprensión sobre los desafíos que una democracia radical debe afrontar en nuestra propia coyuntura argentina y sudamericana.

El Spinoza de Tatián es un proyecto teórico político, un contrapunto entre coyunturas, y un intento de recrear para nuestro contexto una “izquierda spinozista”. Esto implica una reinmersión de Spinoza en sus lenguas de origen (lo fueron el español, el portugués y el latino); un programa consistente en hacer de la potencia común de los cuerpos –cada cuerpo y todxs, la excomunión de Spinoza inspira la experiencia de una comunidad abierta– una nueva clave de resolución de la cuestión social; hacer de la igualdad de las inteligencias la base de una nueva ofensiva por las libertades públicas. Un mismo movimiento, pero doble: la liberación es la misma, y para lograrla es tan necesario sostener ideas libertarias como juntar la fuerza física para inscribirla en las estructuras económicas y jurídicas. El programa spinoziano de Tatián requiere engendrar una nueva lengua spinozista sudamericana, apta para procesar nuestras coordenadas políticas inmediatas.

Para alcanzar este objetivo, Tatián considera necesario medirse con una tercera coyuntura que se interpone con particular intensidad entre Spinoza y nosotros: la de Europa de 1968. Louis Althusser, Gilles Deleuze y Alexander Matheron, entre otros, dieron origen a la izquierda spinozista al calor de aquella rebelión. Las diferencias y matices entre los miembros de la primera generación de spinozistas de izquierda no se moderaron en la segunda (no pueden simplificarse las posiciones diferenciadas de Toni Negri y Etienne Balibar). Sin perder de vista a estas distinciones, Tatián elige a Toni Negri, el máximo representante de un spinozismo autonomista y militante, como interlocutor privilegiado respecto del cual explicitar distancias y deslindar posiciones. Vayamos rápido: si el principal estudio de Negri sobre Spinoza –La anomalía salvaje– traza las coordenadas de un antagonismo directo entre poder y potencia (entre Estado del capital y autonomía de la multitud), para Tatián la coyuntura sudamericana requiere pensar otras coordenadas, en particular si se quiere dar cuenta de la experiencia de los gobiernos llamados progresistas de la región. Y es este precisamente el caso. 

La especificación de coyunturas permite, entonces, afirmar posiciones teórico-políticas diferenciadas, en especial con relación al Estado. En línea convergente –aun cuando con otro lenguaje– con las tesis de populistas como Ernesto Laclau, se trata de sostener el vinculo entre radicalización democrática, Estado como institucionalidad en disputa (y no como mero instrumento del capital) y una multitud ambivalente, irreductible a su presentación intempestiva y autónoma. Más que oposiciones simples (Estado del capital vs multitud), un complejo de mediaciones. La izquierda spinozista sudamericana se vuelca de este modo hacia la tradición nacional-popular, en la que encuentra un imaginario para establecer una continuidad entre potencia de los muchos y radicalismo instituyente. De allí que su idea de un contrapoder no asuma rasgos diáfanos y frontales, sino que pueda situárselo directamente al nivel del propio Estado. 

En este sentido, el primer problema que se le plantea a Spinoza disidente es el carácter dinámico de la propia coyuntura sudamericana: la experiencia de los gobiernos progresistas no puede ser fechada –y no hay coyuntura sin fechas– sin incluir una secuencia más amplia, que abarque tanto a las luchas sociales previas como a la deriva reaccionaria posterior. Es necesario tener presente estas variaciones de la coyuntura para captar la correlación entre situación política y lecturas de Spinoza. Con la secuencia desplegada pueden percibirse al menos tres momentos de esta correlación: 

 

  1. Durante la experiencia de la crisis, a inicios del milenio, y en el contexto de la emergencia de nuevas organizaciones sociales, se leyó a Spinoza de un modo militante, autonomista y en clave de ruptura con el Estado neoliberal de los años noventa. Un Spinoza influido por los textos de Negri, pero sobre todo de Deleuze (son los años en los que Cactus edita las clases En medio de Spinoza), que se proponía ligar destitución política, creación de formas de vida y auto organización popular. 

 

  1. En época de los gobiernos progresistas, pensadores de la talla de Marilena Chauí y Diego Tatián se propusieron enfatizar, en los momentos de inscripción de derechos populares en el Estado (básicamente en torno a la experiencia del PT y del kirchnerismo), en la Universidad pública (San Pablo, Córdoba) y en los encuentros entre amigxs, una intensa práctica de formación e intervención (decenas de publicaciones), que dieron lugar a una nueva generación de investigadores –teóricos y políticos– spinozianos más influenciados por Althusser y Balibar que por Deleuze y Negri.  

 

  1. El 2015 argentino y el desastre brasileño plantean nuevas preguntas, balances y desafíos. La fuerza de los hechos lleva a pensar un Spinoza antifascista, como parte de una filosofía de la adversidad. Una serenidad materialista antes que una ansiedad voluntarista. Dos libros se tornan importantes: La estrategia del conatus, de Laurent Bové y Spinoza, filosofía del pensamiento, del poeta Henri Meschonnic. El primero presenta una pragmática del deseo, una desmoralización de las prácticas democráticas y de los modos de hacer de lo colectivo en su relación con el mercado y la guerra. El segundo libro vuelve a sacarlo de la academia para reencontrar la fuerza del lenguaje libertario y combativo del spinozismo.   

 

Spinoza disidente ambiciona una tarea intelectual y política apasionante. Ofrece un espacio filosófico clásico para poner a discutir estos tres momentos sudamericanos de las militancias filosóficas spinozianas. Este marco clásico se forma mediante la aproximación de la filosofía de Spinoza al realismo republicano de Nicolas Maquiavelo y al comunismo de Carlos Marx. Spinoza como una suerte de nexo virtuoso o cúspide comunicativa entre estos dos grandes pensamientos. Tanto el florentino y el barbado de Tréveris crean dispositivos subversivos a partir de la crítica materialista. En ambos la crítica de las mistificaciones del poder (la teología en el siglo XVI; la economía política en el XIX) da lugar a una praxis histórica abierta y constituyente de subjetividad.

Para alguien que pasó una parte de su vida leyendo a Spinoza, a la izquierda spinozista de la Europa de 1968, y prestando atención a las coyunturas sudamericanas presentes, resulta casi imposible no desear escribir su propio Spinoza disidente. Cada quien lo haría de acuerdo con sus propias obsesiones. Del Spinoza que investiga el secreto de la servidumbre y concibe lo político como democracia, ligando la crítica a la potencia y a la institución, seguramente subrayaría el carácter insurgente de su ética (como hacía León Rozitchner), es decir, la particular comprensión de la institución tal y como emerge a la luz de la insurrección (poder de lo común)

Cuatro obsesiones, entonces, en favor de la disidencia spinoziana sudamericana actual:

  1. El carácter autónomo del contrapoder no deriva de un dogmatismo anti- institucional perse (no es dogmáticamente anti estatal), sino de un cuestionamiento del modo de acumulación de capital que opera por detrás –o junto– a las formas estatales que hemos conocido. En ese sentido, “autonomía” no es una doctrina opuesta a otras (populismo), sino una perspectiva de cuestionamiento a un dispositivo de mando (político, social y económico) que destruye o precariza las mediaciones sociales. Quizás la principal tarea de la izquierda spinozista, en la coyuntura actual, sea superar el bloqueo de la praxis política que surge de una comprensión absurda según la cual la autonomía implicaría una espontaneidad sin mediaciones (no hay contrapoder ni democracia sin organización, sin dispositivos colectivos, sin instituciones del común), y una teoría estatista de las mediaciones que en la práctica precariza el potencial de las organizaciones militantes, dispositivos colectivos e instituciones comunes. La urgencia de un replanteo de la democracia, de la calidad de su problematización-resolución, dependen los impulsos igualitarios capaces de derrotar los impulsos neofascistas del presente.
  2. El año 2015 argentino es un punto de inflexión que impone realizar balances de la coyuntura previa. El historiador Javier Trimboli llama “consumismo” al rasgo predominante del período. No solo por la ampliación efectiva del consumo popular anterior a esa fecha, sino por el carácter inmediatamente subjetivador de esa relación específica con el consumo. El desafío de pensar la relación entre democracia y consumo al interior de un período en el cual la subjetivación de mercado es tan poderosa –incluso y sobre todo durante los gobiernos progresistas– supone imaginar modalidades de politización de la economía política. Politizar el consumo supone revisar la distancia supuesta entre una realidad material de mercado (potencia neoliberal) y la realidad simbólica de la política (potencia política). Si lo político no se sumerge en la economía, si no descubre allí dispositivos de contrapoder capaces de crear potencias democráticas e igualitarias –bajo la forma de coordinación de luchas– inmanentes a la propia realidad material de la economía, lo político como discursividad y autonomía relativa de lo simbólico pierde su materialidad efectiva. Cuando la retórica de la igualdad se desencarna se condena a la impotencia.   
  3. El realismo democrático de la igualdad precisa un dispositivo en el que concretarse. En ausencia de revoluciones, el contrapoder surge como capacidad de vetar o limitar iniciativas desigualitarias. En su libro La geometría de las pasiones, Remo Bodei demuestra la magnitud de la distancia política entre el sensualismo spinoziano y el violento ascetismo jacobino que impregnó la imagen de la revolución. El esfuerzo en perseverar el ser, deseo o conatus como premisa de la virtud y camino hacia la utilidad común está en conflicto con la figura del “hombre nuevo” leída en clave moralista y sacrificial. La concreción de dispositivos igualitaristas nuevos requiere balances críticos específicos tanto del pasado revolucionario como de la actual crisis de la democracia al menos en tres aspectos: 
  • La forma humana sobre la que escribe Ernesto Guevara partía de la crítica de la vigencia de la ley del valor (la relación entre mercancías como medida de la relación entre personas). La revolución no resolvió el problema, pero sí lo planteó con claridad. El realismo democrático radical no puede subestimar esta cuestión del poder subjetivante del valor. De otro modo se pierde la diferencia específica entre democracia radical y democracia como concepto en crisis, incapaz de producir nuevas igualdades. 
  • Concretar la igualdad supone medios de inscribir ideas igualitarias en las estructuras económicas y jurídicas, lo cual implica capacidad de las clases condenadas a la desigualdad de reunir la fuerza física para sostener, proponer y defender estas ideas. Sin esa combinación de impulsos, ideas y fuerzas no solo no es posible experimentar nuevas igualdades (como lo vemos en la actual democracia en crisis) sino que no habrá forma de defender las actuales. 
  • La democracia como aquel proceso en el que se explora la posibilidad política de una igualdad efectiva no se reduce al respeto del Estado de derecho. La actual crisis de la democracia consiste en que el Estado de derecho -gobierno de acuerdo con las leyes- se ha convertido en un eficaz instrumento de desactivación de procesos democráticos. En este contexto, el llamado “fracaso” de la revolución tiene un efecto preciso: desvincular la íntima relación entre democracia –incluso burguesa– y el proceso de lucha revolucionaria que le dio origen y le permitió desarrollarse. Es decir, desacreditar todo dispositivo capaz de volver a vincular deseos, ideas, fuerzas en torno al problema de la igualdad. 

Spinoza disidente de Diego Tatián es, como sus otros libros sobre Spinoza, una importante fuente de aprendizaje sobre los nexos entre filosofía y política. Afirma un pensamiento situado, y un sereno no-colonialismo. No un anticolonialismo reactivo, sino la afirmación de un derecho a manotear el archivo europeo para utilizarlo sin reverencias. Para hacer, sencillamente, lo que se nos dé la gana. 

 

 

El malabarista // Rodrigo Karmy

La potencia de las imágenes multiplicadas por las redes sociales de un malabarista asesinado a balazos por la fuerza policial en Panguipulli, expone de manera obscena cómo es que el verdadero enemigo de toda soberanía, de todo poder no es más que el gesto. Frente al dispositivo excepcionalista que otorga más facultades a la policía y que refuerza bajo otro nombre, la “detención por sospecha” que existía durante la dictadura, el gesto asume un efecto destituyente que desarma cualquier forma de hegemonía privando a todo poder de su legitimidad.        


La característica fundamental de un gesto –nos recuerda el filósofo Giorgio Agamben- es que él no produce ni actúa. Si en la tradición filosófica el “hacer” humano fue concebido, sea como producción (en que se hace algo desde un medio para un fin) sea como acción (en que se hace algo como un fin en sí mismo), el gesto es precisamente la exposición de los “medios sin fin” que no produce ni actúa, pero sin embargo “hace algo”. ¿Qué hace? Ante todo, transfigura los dos conceptos que tenemos del “hacer” exponiendo al ethos en que los seres humanos pueden habitar su ser-de-potencia.

En el gesto, no se trata que la vida devenga arte o que el arte se torne vida. Más bien, que en el gesto se abre un “punto de indiferencia” –dice Agamben- en que arte y vida, producción y acción experimentan una transfiguración radical. Cuando el malabarista de Panguipulli actúa contra la fuerza policial justamente desenvuelve un gesto: un artista callejero, popular, que ejerce resistencia política. En este sentido, todo gesto expone la potencia que nos constituye y, en ese sentido, interrumpe el circuito identitarista que obsesivamente repite la frase: ¿quién es? –justificándose bajo el dispositivo del “control de identidad”.

La potencia de las imágenes multiplicadas por las redes sociales de un malabarista asesinado a balazos por la fuerza policial en Panguipulli, expone de manera obscena cómo es que el verdadero enemigo de toda soberanía, de todo poder no es más que el gesto. Frente al dispositivo excepcionalista que otorga más facultades a la policía y que refuerza bajo otro nombre, la “detención por sospecha” que existía durante la dictadura, el gesto asume un efecto destituyente que desarma cualquier forma de hegemonía privando a todo poder de su legitimidad.

Que el asesinato haya sido a la luz del día, muestra que, a diferencia de la dictadura en que todo se hacía en base al secreto, en la oscuridad, en lugares ocultos, hoy el crimen puede exhibirse impunemente a ojos de toda la población. ¿Se ve durante la noche? ¿Se ve durante el día? ¿Quiénes ven? ¿Quienes han elaborado grandes teorías sobre la “modernización” para justificar el régimen de acumulación neoliberal prevalente o aquellos que perdieron los ojos, o incluso, la vida con cuyo testimonio se revela el esqueleto del poder?

Ingresamos, pues, al punto en que debemos pensar la relación entre gesto y testimonio. Sobre todo, cuando el término “testigo” adquiere una potencia inusitada si recordamos que en griego, los Padres de la Iglesia le llamaban “mártir” (en la tradición musulmana se le llama shahid). El martirio es otro nombre para el gesto: un “testigo de fe”, es decir, alguien que justamente ve los que el poder no puede veraquél que puede recibir la verdad en el instante en que una época la ha perdido completamente.

El poder no es martiriológico porque no ve más que a sí mismo, sino sacrificial en la medida que ejerce su poder de muerte orientado a neutralizar la violencia misma de la comunidad. El testigo es, en cambio, –desde un punto de vista ético y no necesariamente jurídico- una potencia martiriológica porque en su arrojo sin cálculo ni previsión, desafía al poder en un gesto a pesar de ser asesinado.

Aún recuerdo cómo en las protestas en Bahréin durante la Primavera árabe el año 2011 el pueblo se abalanzaba contra una policía que disparaba a matar, cristalizando esa potencia martiriológica de manera radical. Y, en el gesto de Francisco Martínez, el muchacho asesinado por la policía en Panguipulli nuevamente nos encontramos en la escena martiriológica donde el arrojo deviene una verdadera burla al poder que, muchas veces, termina con la muerte. Por eso, el “mártir” –a diferencia de lo que común mente se dice- no es un agente “pasivo” que se “sacrifica” frente al dolor que recibe, sino una potencia destituyente que no tiene tiempo para pensar en la muerte y se arroja radicalmente contra el poder prevalente.

El mártir es un “testigo de fe”, aquél que marca la injusticia del poder existente, la abyección total del orden instituido. El mártir no es, por este motivo, un sacrificado, sino un verdadero luchador popular. Y la historia del martiriologio es la de los oprimidos –a pesar que la Iglesia Católica y las instituciones del poder disputan el significante para transformarlo en la lógica sacrificial y neutralizar así la potencia que el martiriologio puede desencadenar.

Toda revuelta trae consigo una potencia martiriológica. Muchos han sido los muertos en Chile, miles los detenidos irregularmente, múltiples las violaciones a los DDHH –confirmadas por cuanto organismo internacional. El asesinato de Francisco Martínez parece ser el intento de aplastar un gesto que, sin embargo, liberó la potencia martiriológica que llegó a quemar la Municipalidad de Panguipulli, ha multiplicado protestas a nivel nacional y ha desatado el repudio nacional frente a la policía y su impunidad. El mártir revela la verdad del orden en que vivimos. Y desde el 18 de Octubre todo el pueblo de Chile ha desatado un gesto, burlándose del poder, y poniendo en acto el coraje martiriológico contra la perversa institucionalización de la muerte.

La voz de los que sobran

Oíd mortales // Lila María Feldman

Nuestro mundo jamás se ha caracterizado por la igualdad, en cuanto a su administración de bienes y servicios, ni en cuanto a Derechos y garantías, ni aun en su distribución o reparto del tiempo y el espacio. “Lo común”, podría decirse que es una declaración siempre inexacta, siempre sujeta a los efectos y condiciones desigualantes, históricos e innumerables. Pero es también una construcción y una búsqueda irrenunciable. La libertad, no es entonces un bien del que disponer, ni un derecho o acceso al consumo, ni una expresión más de la propiedad privada, ni tampoco la capacidad de imponer deseos, sino la brecha que se construye singular y colectivamente cada vez que achicamos, disminuimos, desarmamos y combatimos el predominio de la desigualación, y construimos un “común”. Esta pandemia, una vez más, y en forma exacerbada, visibilizó que la desigualdad no es un sustantivo sino un verbo, no es un dato natural y estable sino una forma de distribuir recursos, entre los cuales también se hallan el espacio, el tiempo, las certidumbres, el futuro, la salud, etc. Se conjuga en acciones, se sostiene en políticas, se decide cada día. Por ello no se saldará únicamente con la vacuna. En estos días, precisamente, a muchos de nosotros nos toca experimentar ese verbo en acciones que nos comprometen, nos interpelan en nuestras decisiones, las más personales, aun cuando entendemos que incluso ellas mismas están sujetas a decisiones políticas.
Oíd mortales: la libertad no es nuestro signo distintivo sino –en ocasiones- para tantos de nosotros al menos, la búsqueda de igualdad, la batalla por hacer de nuestro mundo el espacio de lo común, y achicar los efectos de la desigualación. En principio hacerla visible. Hablamos de la vacuna, pero estamos hablando de política.
Hoy “me tocó” vacunarme… empecé así a escribir este texto. Pero no es cierto. Hoy pude vacunarme, tuve ese privilegio, y ejercí el derecho a hacerlo. Sin embargo, estos han sido y siguen siendo días de fuertes cuestionamientos. Hoy decidí vacunarme. Con mucha emoción, con mucho alivio, también con fuertes ambivalencias. Ayer hablaba con mi amiga Delia, psiquiatra infanto juvenil, quien se ha pasado la pandemia en su cargo en el Hospital público, trabajando sin pausa. Ella aun no pudo vacunarse. Tenía un turno para hacerlo pero el mismo fue cancelado. Tampoco Carlos, psicólogo de guardia en el Hospital Ricardo Gutiérrez. El no fue vacunado aún, a pesar de estar en la primera línea durante todo este largo e intenso tiempo. No saben, ni siquiera, si podrán hacerlo, o cuándo será eso. Entonces, cuando me inscribo en la página del Gobierno de mi ciudad, ejerciendo el derecho y la libertad de hacerlo, sé que lo hago sobre capas y capas de injustísima desigualdad. Lo hice gracias a la ayuda de mi amiga Marianella, que tiene oficio y velocidad en el manejo informático, porque si por mi fuera no hubiera llegado a hacerlo antes de que volaran los turnos disponibles. En unas dos horas o menos volaron. Los que llegamos a tiempo, pasamos por la Cancha de River y recibimos la vacuna. Somos profesionales y trabajadores de la Salud. ¿Eso  basta para recibir la vacuna? ¿eso basta para merecerla? Puedo dar mis razones para haber ido, las mías tan personales. No creo que sean suficientes. No anulan el profundo malestar que tengo. Mi madre, trabajadora incansable y apasionada de la salud, en la que ha comprometido toda su vida, integrante de uno de los grupos de riesgo, también llegó a anotarse. Tantos, tantísimos otros más necesitados que yo, no lo han hecho. O por no llegar a tiempo, o por carecer de los medios. Por supuesto no habría vacunas para todos. No las hay. ¿Por quiénes empezamos?
El sistema de Salud históricamente en nuestro país lleva la marca de la desigualdad, y de la irracionalidad también. Los trabajadores de la salud en el ámbito público no necesitan aplausos. No recibieron en tantos casos ningún aumento de sueldo. Pero sí merecen ser prioridad cuando hablamos de vacunas.
Hablar de lo común implica hablar de las políticas desigualantes que lo ponen en jaque. Implica hablar de las políticas negacionistas y desestabilizadoras, por ejemplo las que cuestionan la eficacia de la vacuna. Pero también de las políticas que hacen de la injusticia y la irracionalidad, un verbo. La eficacia de las políticas me preocupa tanto más hoy que la de la vacuna.
Decidir vacunarnos fue estos días para muchos una decisión imposible. Tomada con la vertiginosidad del apuro, y el deseo de recibirla. Pero también soportando la arbitrariedad de esa injusticia. Hoy en la fila una compañera a la que reencontré me contaba de sus lágrimas cuando sin darse cuenta si era cierto o no, con la velocidad de sus dedos sobre el teclado, verificó que sí: le habían otorgado el turno y la gracia. Pensó en su mamá diabética. También pensó en ella. ¿Deberíamos no hacerlo?
Yo preferiría no tener que tomar estas decisiones. Y sentir que hay un sistema de razones y políticas que me amparan, a mí y a todos. Ese es el espacio de lo común.
Oíd mortales, mortales somos todos. Aterrados, poniendo el cuerpo algunos más que otros, algunos con más margen para hacerlo. Oíd mortales, la libertad no es la gracia de la oportunidad o de la arbitrariedad, o del poder que dan ciertos medios para disponer de ella. No es la del más fuerte, o la del más veloz. Tiene que ser de todos. Y tiene que empezar por donde lo común fue verbo. El verbo encarnado en el cuerpo de quienes trabajan por lo común.
No teman, mortales. El comunismo no se aplica en vacunas. Es responsabilidad de todos, cada día, ver qué hacemos de lo común.
 

Entre el devenir perpetuo y lo invariante del habla capitalista: ¿Qué alternativas vamos a construir? // Úrsula Schneider

 

En estos tiempos subjetividades andan la vida por vaivenes emocionales, demandas ambivalentes acechan mientras nos deslizamos por los imperativos contradictorios del habla del capital, ¡sí, ninguna novedad! Mark Fisher escribe en Realismo Capitalista que vivimos en un presente continuo, tiempo verbal donde toma valor lo inmediato y lo efímero en detrimento de lo que pueda construirse a largo plazo. Habitar la inmediatez parece ser una exigencia inclaudicable y así vamos oscilando como ondas de radio que se polarizan entre la búsqueda del placer en el instante –por supuesto no en un sentido filosófico– y el displacer psíquico. En esa inmediatez vivires se nos pasan de largo.

Desde una lectura psicoanalítica podríamos decir que esta noción de vivir en el presente continuo se emparenta con el discurso capitalista que propone Lacan, donde quedamos gozando en nuestra propia individualidad, petrificados en el Uno y cautivos del pertinaz imperativo capitalista del consumo, con la falta siempre obturada. Si entendemos que la posibilidad de elección del sujeto se juega en la falta y que esta es condición necesaria para el Deseo, en estas coordenadas… ¿Cómo actuar conforme a Deseo que nos habita? 

En esta coyuntura pandémica abundan las conexiones virtuales y la imagen gobierna por antonomasia. Cautivas de la imagen vacilan las subjetividades entre la momificación del Uno y el desdoblamiento del Dos, así queda poco margen para la entrada en escena de un Tres que opere como posibilitador de movimiento, de circulación,  de metaforización y fuga. 

Lo cierto es que si nos detenemos a analizar los artefactos actuales del habla del capital observamos cómo esto se operacionaliza. Pensemos en las redes sociales, algunas de estas ofrecen una función llamada Stories donde lo continuo se exhibe en una góndola de imágenes que se suceden en un fluido de tipo onírico y efecto hipnótico. Allí, se teje un entramado de imágenes inconexas que inciden de diferentes maneras en los estados emocionales, un desfiladero metonímico sutilmente aturdidor. Los amontonamientos también pueden ser vacío, ¿en qué tipo de relatos nos  estamos alienando? 

Fijadas en el presente continuo subjetividades navegan por las aguas de las reacciones estandarizadas y recompensas a corto plazo. Paquetes de identidades clasificadas, flujo de información constante. Difícilmente algo permanezca en la memoria, aunque no es requisito construir narrativas –que nos sean las que nos inventamos de otros y de nosotros mismos– pues el olvido es el mejor aliado para el scroll esclavizante, ¿qué lugares hay para la enunciación cuando la memoria se desteje?

No resulta extraño escuchar el malestar que las redes suscitan en las subjetividades pues más de una vez aparece la intención de alejarse de estas y sin embargo cierto impedimento surge, parecería que esto implica un “quedarse afuera del mundo”, ser olvidadxs. Recuerdo una canción que dice: “Si no tengo nada que mostrar, nada para el like, estoy cancelada”. 

Desde estas tecnologías nos persuaden para que habitarlas se convierta en una necesidad, se nos configura para que nos familiaricemos y actuemos desde lógicas discursivas que responden a las lógicas propias del poder actual. Politizar estos artefactos es discutir cómo los mismos inciden en nuestra cotidianidad, en nuestras emociones, pensamientos,  vínculos, en  nuestra salud mental. 

En este sentido, si las redes se han convertido en artefactos que nos llevan a construir sensaciones en torno a imágenes –que no por eso dejan de ser sensaciones reales– se torna necesario que podamos dialectizar lo que nos sucede con estas, que podamos interpelar los enamoramientos, las identificaciones, los enojos, los malestares que emergen de las ficciones que allí creamos. Construir preguntas que interpelen qué de todo eso responde a una realidad virtual y qué no, posibilita salidas de los sentidos y los axiomas a los que estamos respondiendo donde lo que se negocia constantemente es nuestro potencial crítico.

Recuerdo un documental que se lanzó hace unos meses, El dilema de las redes sociales. Su transmisión por Netflix es un claro ejemplo de las perspicacias del habla del capital al momento de emitir mensajes que robustecen su propia existencia cuando las fallas de sus artefactos vienen quedando expuestas. Desde una perspectiva deleuziana-guattariana podemos decir en este punto que ante la imposibilidad de justificar lo injustificable, me refiero en este caso a los modos de precarizarnos psíquicamente, lo que hace el capitalismo es desarticular esos códigos para reformularlos y volver a lanzarlos reinstalandolos; de paso nos dice: “¡Ah, pero en esto no tenemos nada que ver!”. Es decir, este documental, como otros, exhibe ante nosotros nuestra propia disconformidad con el lugar que ocupamos en estas temporalidades precarizantes, no obstante continuamos consumiendo todo impunemente frente a la pantalla de su emisora que no es más que otro de sus artefactos. De esta manera, las hablas del capital nos demuestran a cada momento que transitamos una temporalidad sin ley pues resulta casi imposible convocar a un Otro que sancione cualquier hecho cuando nada es conclusivo, cuando todo puede re-metabolizarse, ser sometido a revisión y reformulación. Por este camino, ¿cómo puede el Otro ofrecer al sujeto un significante que sancione un conflicto con el objeto? 

Si en gran medida estamos advertidos en el fuero interno de cómo funcionan los algoritmos de las redes y cómo estos formatean nuestras subjetividades, ¿por qué externamente mantenemos una actitud conciliatoria y colaborativa con estas? ¿No hay alternativas? ¿Ya nada puede cambiar en los horizontes del cambio infinito? ¿Qué lugar queda para el Deseo cuando todo nuestro potencial queda al servicio de las elites? ¿Cómo fugarse de los códigos de subjetivación que proponen estos artefactos  aunque sigamos utilizándolos? En principio, habrá que apostar a la asunción de las incomodidades que invaden cuando surgen interrogantes que se tornan imposibles.

Insisto, es necesario politizar aquello que responde por un lado al imperativo de “Si no te adaptas quedarás afuera” y  por el otro, a la cristalización de los fundamentos del padecimiento cuando este es llevado únicamente a la esfera privada “Si no te adaptas es por tu culpa”, en este punto, ¿cuál sería una política de los síntomas de esta época para que su relevo no sea el de una resignación adaptativa a los modos del capital?  Si las posibilidades se presentan en este par dicotómico estar afuera o estar adentro tal vez las líneas de fuga consistan en invenciones de otros fuera-adentros. No estamos desconectados del mundo, el capitalismo está ahí, es una realidad y sus efectos sobre las subjetividades tienen consecuencias concretas a pesar de que estén tan  normalizadas. 

Si el capitalismo opera tan eficazmente desde un nivel macropolítico para incidir en la producción de subjetividades, ¿por qué resulta tan difícil que desde diferentes dispositivos a nivel micro podamos establecer políticas que se subleven?

El trabajo de análisis apunta a que el sujeto pueda encontrar sus modos de satisfacción por las vías de su singularidad y esos modos no se pueden ritualizar, no hay un universal. En este punto surge un desafío como interrogante, ¿cómo se pueden empalmar actos singulares con actos de creación colectiva que puedan subvertir las lógicas de aplastamiento subjetivo que nos atraviesan como sociedad? 

Si pensamos en las militancias que han luchado durante años por sus derechos, como es el caso de las identidades de género, podemos dar cuenta de que en ciertas ocasiones es necesario ir más allá, pues si se necesitan leyes que brinden marcos regulatorios y de protección, las disputas sólo pueden ser llevadas a cabo en un campo colectivo y en estos tiempos más que nunca es imperioso construir legalidades.

Creo que estos interrogantes son valiosos, sobre todo cuando parece que lo que está en juego es algo que resulta inefable, difuso y que si no se puede pensar es porque está por fuera de nuestro alcance. Tal vez el hecho de que no pueda ser pensado responda precisamente a un Real que subyace a las discursividades que se nos imponen como realidad, el pathos de lo oculto.






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