Anarquía Coronada

Category archive

Sin categoría

Milei hizo mileísmo // Diego Sztulwark

Una hipótesis ni tecnofílica ni juridicista para tratar de pensar la crisis de gobierno desatada este último fin de semana.

El mileísmo aspira a ser la traducción argentina de un tipo de poder que opera al menos en tres dimensiones:

-Imponiendo un mando virtual sobre toda realidad analógica (escaneo de lo orgánico en información, sometimiento de la información a mando algorítmico);
-opacando las relaciones de cooperación sociales en categorías esotéricas (fetichizando al máximo la representación del valor social en nociones como blockchain y cotizaciones de crypto memes); 

-haciendo de la velocidad un diferencial específico como instrumento principal de sometimiento de la «casta» (capturada en su pesadez burocrática de despacho y negociación propia de las instituciones; en particular: el parlamento y los organismos internacionales); y de la organización popular (que expresa su fuerza a través de los tiempos lentos de la composición de los cuerpos en multitud).

Dentro de este marco, algunas observaciones:

-La torpeza ostensible del mileísmo ha suscitado hasta ahora más comprensión que rechazo: fue celebrada por muchos como un rasgo de «autenticidad» que le permitió a su personal representar el papel de personas de comunes con responsabilidades extraordinarias;

-Sus ilegalidades parecen relativizadas por el odio constitutivo a la regulación pública (destrucción de toda autoridad normativa extra-mercantil) propio de ese modo del poder:

-La impunidad de la que gozan se explica en buena medida por el estupor que aun hoy impide la aparición de otro tipo de fuerza, que juegue de otro modo con el poder, fijándole límites: la oposición existente no es un contrapoder.

¿Qué podemos leer políticamente, entonces, en base a la información pública hasta disponible? Milei hizo mileísmo: acudió a un mecanismo de financiación virtual, opaco, y veloz; y lo hizo a su manera (porque este es su modo hacer política): torpemente, acometiendo ilegalidades y sin afrontar límites institucionales. (Es más que sensato imaginar que se trató de obtener recursos económicos para fines políticos; los medios hablan de la participación de su herma, la constructora del partido).

¿Cuál sería para el mileísmo la peor consecuencia posible de esta crisis?: que la sociedad reaccionase imponiéndole un límite a ese tipo de ejercicio del poder. Esto es: forzando una hibridación que actúe recobrando los derechos de lo real analógico (de la vida, de los cuerpos), recuperando capacidad de lectura de la representación del valor (a riqueza socialmente producida, lo común como fuente del valor), y desacelerando la velocidad ciega como único valor del movimiento. ¿Existen, podrían conformarse los medios políticos para lograr algo de esto?

Guevarismo // Diego Sztulwark

Leyendo la nota de Jorge Alemán publicada en Página/12 “Guevara en Cristo; un ateísmo cristiano” me topé con esta frase: “El Cristo está en Guevara como ese flujo del amor sin objeto”. Y recordé, no sin sorpresa, otra reflexión, hecha por León Rozitchner en 1972 -en su libro Freud y los límites del individualismo burgués– sobre esas mismas figuras y con equivalente interés en el psicoanálisis. La historia tiene su interés. En el año 62, Rozitchner llegaba a La Habana como profesor invitado. Daba sus clases en base a apuntes que tomaba de los testimonios dados por los invasores que pocos meses antes habían invadido -organizados desde los EE.UU- Playa Girón, y habían sido capturados por los militares cubanos. Con esos textos concibió su libro Moral burguesa y revolución (1963). Oscar Masotta escribió en el prólogo que su modo de hacer filosofía buscaba el contacto con la verdad “en torno a la guerra o el hecho de la muerte, la lucha, la violencia”. El enfrentamiento armado y la revolución triunfante permitían formular la pregunta sobre la transformación del sujeto al calor de la lucha de clases.

 
 

Dos años después, Ernesto Guevara escribe una carta a Carlos Quijano, director del periódico Marcha: “El socialismo y el hombre en Cuba”. Allí plantea que la nueva sociedad surgida de la revolución no puede edificarse con los recursos de la sociedad capitalista y discutía la utilización del cálculo económico en la economía socialista. Sin cortar el cordón umbilical que liga al hombre y a la mujer al mundo de las mercancías, decía, los procesos de emancipación se interrumpen y retroceden. Según el Che, la vigencia de la ley del valor tenía efectos reaccionarios sobre la subjetividad de las personas. De nada servirían la propaganda y la educación si no se generaban, por vía de la movilización de masas, formas de reproducción social que escaparan a las categorías que organizan la reproducción social capitalista. El problema era claro: no habría humanidad nueva en un país pequeño y dependiente obligado a defenderse de la agresión imperialista -y a aliarse con las potencias del socialismo real- sin dar pasos concretos para extender la revolución y para profundizar en la creación de nuevas relaciones sociales.

Unos meses después, luego de su fracaso en la guerra de El Congo, Guevara se aísla en una casa de seguridad a las afueras de Praga, mientras organiza su desembarco en Bolivia. Allí se dedica a escribir notas críticas de un manual de economía política publicado por la Academia de Ciencias de la URSS. Creo que Ricardo Piglia se perdió esa escena en su maravillo texto “El último lector”: el revolucionario tomando notas sobre la presencia de la ley del valor en el socialismo. Cito: “Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la Nueva Economía Política (NEP) han calado tan hondo en la vida de la URSS que han marcado el signo de toda una etapa. Y sus resultados son desalentadores: la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están volviendo a favor de la superestructura: se está regresando al capitalismo”. (Esos apuntes redactados en Tanzania y Checoslovaquia entre los años 65 y 66 en Apuntes críticos a la economía política (2006), a cargo de quien mejor conoce esta historia, la investigadora cubana María del Carmen Ariet).

Rozitchner tomó muy en serio el problema de la subjetividad y la ley del valor. En su libro Freud y el problema del individualismo burgués (1972) se pregunta cómo puede el militante de izquierda alcanzar y desactivar la presencia temprana y formativa del poder despótico imaginario en la formación de su propia conciencia. Su investigación tiende un puente entre el Guevara y Freud. La conciencia de una humanidad nueva será retórica mientras que en el sujeto permanezcan escindidos razón y sensibilidad: el militante que recita el Capital sin integrar el saber del cuerpo resulta ineficaz en el terreno de la acción política. La marca de la servidumbre voluntaria en los sujetos -incluidos los de izquierda- es la incapacidad de pasar de la acción fantaseada, sin sobrepasar el ámbito simbólico en el que busca consuelo. Guevara en Cuba, en cambio, deslumbraba como una figura adecuada a la capacidad efectiva de un pueblo de plantear colectivamente problemas políticos concretos y transformar la realidad histórica del país. Para subrayar aún más la contraposición, Rozitchner comparaba al Che con Cristo, antiguo líder de una rebelión que el poder neoliberal transmuta en figura simbólica congruente con el sistema ¿Qué se le hizo a Cristo?: se lo hizo hablar “con su carne culpable y castigada, de inconsciente a inconsciente, de cuerpo a cuerpo, en forma muda”. Se lo promovió como un símbolo apropiado para calmar las aguas y evitar problemas incómodos.

La cristianización del Che comenzó apenas fue asesinado en Bolivia. Como al antiguo revolucionario judío, se lo convirtió en un mártir deshistorizado. Dos films de Leandro Katz –El día que me quieras y Exhumación– registran el proceso de tratamiento del cadáver puesto en cruz, y la posterior desaparición de su cuerpo: la sustitución de la materialidad del combatiente por un símbolo espiritualizado y mercantilizable ¿Nos conforma pensar en términos abstractos la acción revolucionaria, y la filosofía que intentó pensarla? Planteo una hipótesis: el inconformismo comienza cuando no se aceptan los términos que los vencedores imponen a los derrotados. O, lo que quizás es otro modo de decir lo mismo: cuando se capta el amor materializado como tramado en la historia, en las luchas y en la fuerza de las ideas situadas.

Una introducción a la vida no fascista // Michel Foucault (Prefacio a la edición estadounidense de El Anti-Edipo)

(Traducción y notas: Federico Yamamoto)

 

Durante los años 1945-1965 (me estoy refiriendo a Europa), había una forma determinada de pensar correctamente, un estilo de discurso político determinado, y una ética del intelectual determinada. Uno tenía que estar familiarizado con Marx, y no dejar que los propios sueños se aparten demasiado de Freud. Y uno debía tratar los sistemas de signos –el significante– con el mayor de los respetos. Estos eran los tres requisitos que hacían aceptable la extraña ocupación de escribir y enunciar una cuota de verdad sobre uno mismo y sobre su tiempo. 

Luego vinieron los breves, apasionados, jubilosos y enigmáticos cinco años. A las puertas de nuestro mundo, allí estaba Vietnam, por supuesto, y el primer gran golpe a los poderes establecidos. Pero aquí, al interior de nuestros muros, ¿qué era exactamente lo que estaba ocurriendo? ¿Una amalgama de políticas revolucionarias y antirrepresivas? ¿Una guerra librada en dos frentes: contra la explotación social y la represión psíquica? ¿Una oleada de libido modulada por la lucha de clases? Tal vez. En cualquier caso, fue esta interpretación dualística tan familiar la que se arrogó los eventos de aquellos años. El sueño que, entre la Primera Guerra Mundial y el fascismo, lanzó su hechizo sobre las partes más soñadoras de Europa –la Alemania de Wilhelm Reich, y la Francia de los surrealistas– había vuelto y prendido fuego la realidad misma: Marx y Freud en la misma luz incandescente. 

¿Pero, fue realmente eso lo que ocurrió? ¿Se retomó el proyecto utópico de los treinta, esta vez a nivel de la práctica histórica? ¿O hubo, por el contrario, un movimiento hacia luchas políticas que ya no se conformaban al modelo prescrito por la tradición marxista? Hacia una experiencia y una tecnología del deseo que ya no eran freudianas. Es verdad que se levantaron las viejas pancartas, pero el combate viró y se expandió hacia nuevas zonas. 

El Anti-Edipo muestra, primero que todo, cuánto terreno ha sido cubierto. Pero hace mucho más que eso. No pierde tiempo desacreditando viejos ídolos, aunque sí se divierte mucho con Freud. Lo más importante, nos motiva a ir más lejos. 



Sería un error leer El Anti-Edipo como la nueva referencia teórica (ustedes saben, esa tan anunciada teoría que finalmente abarca todo, que por fin totaliza y nos devuelve la confianza, aquella que nos han dicho “necesitamos desesperadamente” en nuestros tiempos de dispersión y especialización en los que falta la “esperanza”). Uno no debe buscar una “filosofía” entre la extraordinaria profusión de nociones nuevas y conceptos sorpresa: El Anti-Edipo no es un Hegel relumbrón. Creo que El Anti-Edipo puede ser leído mejor como un “arte,” en el sentido implicado, por ejemplo, en el término “arte erótico.” Informado por las nociones aparentemente abstractas de multiplicidades, flujos, arreglos, conexiones, el análisis de la relación del deseo con la realidad y con la “máquina” capitalista brinda respuestas a preguntas concretas. Preguntas que no tienen tanto que ver con por qué esto o aquello, sino con cómo proceder. ¿Cómo introducir el deseo en el pensamiento, en el discurso, en la acción? ¿Cómo el deseo puede y debe desarrollar sus fuerzas dentro del dominio político y crecer en intensidad en el proceso de desbaratar el orden establecido? Ars eroticaars theoreticaars politica

De ahí los tres adversarios afrontados por El Anti-Edipo. Tres adversarios que no tienen la misma fuerza, que representan grados distintos de peligro, y que el libro combate de maneras diferentes: 

(1) Los ascetas políticos, los militantes tristes, los terroristas de la teoría, aquellos que quieren preservar el orden puro de la política y del discurso político. Burócratas de la revolución y funcionarios civiles de La Verdad. 

(2) Los pobres técnicos del deseo—psicoanalistas y semiólogos de cada signo y síntoma—que quieren subyugar la multiplicidad del deseo a la ley doble de estructura y carencia. 

(3) Por último pero no menos importante, el gran enemigo, el adversario estratégico es el fascismo (mientras que la oposición de El Anti-Edipo a los anteriores es más bien un compromiso táctico). Y no solamente el fascismo histórico, el fascismo de Hitler y Mussolini—que fue capaz de movilizar y utilizar tan efectivamente el deseo de las masas—sino también el fascismo en todos nosotros, en nuestra cabeza y en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota. 

Diría que El Anti-Edipo (y sus autores me perdonarán) es un libro de ética, el primer libro de ética escrito en Francia en mucho tiempo (tal vez eso explique por qué su éxito no estuvo limitado a una “audiencia” particular: ser anti-edípico se ha convertido en un estilo de vida, una manera de pensar y de vivir). ¿Cómo evitar ser fascista, aun (especialmente) cuando uno cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo librar nuestros dichos y nuestros actos, nuestros corazones y nuestros placeres, del fascismo? ¿Cómo revelar y poner en evidencia el fascismo arraigado en nuestra conducta? Los moralistas cristianos buscaban las huellas de la carne alojadas en lo más profundo del alma. Deleuze y Guattari, por su parte, persiguen los rastros más tenues de fascismo en el cuerpo.

Ofreciendo un modesto tributo a San Francisco de Sales**, uno podría decir que El Anti-Edipo es unaIntroducción a la Vida No-Fascista

Este arte de vivir contra toda forma de fascismo, ya sea actual o inminente, conlleva cierto número de principios esenciales que sintetizaría de la siguiente manera si fuera a hacer de este gran libro un manual o guía para la vida cotidiana: 

• Libera la acción política de toda paranoia unitarista y totalizante. 

• Desarrolla la acción, el pensamiento y los deseos por proliferación, yuxtaposición y disyunción, y no por subdivisión y jerarquización piramidal. 

• Deja de creer en las viejas categorías de lo Negativo (ley, límite, castración, falta, carencia), que el pensamiento occidental sacralizó durante tanto tiempo como una forma del poder y un acceso a la realidad. Prefiere lo que es positivo y múltiple, diferencia en vez de uniformidad, flujos en vez de unidades, arreglos móviles en vez de sistemas. Cree que lo que es productivo no es sedentario sino nómade. 

• No pienses que uno tiene que estar triste para ser militante, incluso si aquello contra lo que uno está luchando es abominable. Es la conexión del deseo con la realidad (y no su retirada hacia formas de representación) lo que posee fuerza revolucionaria. 

• No utilices el pensamiento para fundamentar una práctica política en La Verdad; ni utilices la acción política para desacreditar, como mera especulación, una línea de pensamiento. Utiliza la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como multiplicador de las formas y dominios para la intervención de la acción política. 

• No le demandes a la política que restituya los “derechos” del individuo, tal como los ha definido la filosofía. El individuo es producto del poder. Lo que hace falta es “des-individualizar” por medio de la multiplicación y el desplazamiento, combinaciones diversas. El grupo no debe ser un lazo orgánico que una individuos jerarquizados, sino un constante generador de des-individualización. 

• No te enamores del poder. 

Incluso podría decirse que a Deleuze y Guattari les importa tan poco el poder que trataron de neutralizar los efectos de poder ligados a su propio discurso. De ahí los juegos y trampas desparramados a lo largo del libro, que hacen de su traducción una verdadera proeza. Pero no son las trampas tan familiares de la retórica: ésta se dedica a influenciar al lector sin que él sea consciente de la manipulación, y en última instancia a persuadirlo en contra de su voluntad. Las trampas del El Anti-Edipo son las del humor: tantas invitaciones para que uno se fastidie, para que deje el texto a un lado y se vaya dando un portazo. A menudo el libro lo lleva a uno a creer que todo es diversión y juegos, mientras algo esencial está ocurriendo, algo de extrema seriedad: la localización de todas las formas de fascismo, desde las más enormes que nos rodean y nos aplastan hasta las más diminutas que constituyen la tiránica amargura de nuestras vidas diarias.

Notas:

* Extraído de Anti-Œdipus. Capitalism and Schizophrenia, traducción del francés al inglés realizada por Robert Hurley, Mark Seem y Helen R. Lane, Minneapolis, University of Minessota Press, 1983, pp. 11-4. Este prefacio fue escrito por Foucault directamente en inglés.

** Sacerdote del s. xvii y obispo de Ginebra, conocido por su Introducción a la Vida Devota.

Colaborá con Lobo Suelto

Click aquí para donar

Amigxs de Lobo:
En este caso nos toca pedirles a nosotros una leve colaboración. Como imaginarán, sostener el edificio web no es gratuito. Nadie cobra nada -ni quienes escriben ni quienes editan y curan el blog- pero sin embargo se encareció el costo del mantenimiento de la página como para sostenerlo nosotrxs solxs. No contamos con «pautas» ni financiamientos ni publicidad.

Siempre intentamos alojar a una amplia red de escritorxs, traductorxs, editoriales, amigxs y colaboradorxs que nos envían cosas, nos leen, nos responden, nos insultan, nos critican y nos quieren. También a quienes con ganas utilizan nuestro material para sus trabajos, para sus clases, para sus escritos, etc. Sabemos que son muchxs, sabemos que están en muchos países del mundo y esta vez nos toca pedirles una leve colaboración a través de este sistema llamado Cafecito. Quienes hacemos la página le dedicamos a diario para curar el contenido, para difundirlo, para conversar sobre lo que nos mandan en los ratos que tenemos, de manera un poco disfuncional pero con mucho cariño. Intentamos, además, sostener un archivo histórico donde compartimos las cosas que encontramos y nos gustan de una amplia tradición de autorxs argentinxs y del resto del mundo. Como verán, no contamos con grandes saberes de diseño web ni programación etc. así que la idea también es poner la página más linda, más legible, más dinámica. Como siempre la idea es que esta conversación llamada Lobo Suelto siga y se prolongue.
Ojalá nos ayuden. El «cafecito» es de 8 mil pesos -¿equivalente a cuantas varas de lienzo?-
Un saludo,
Lobo Suelto

https://cafecito.app/lobosueltoblog

Click aquí para donar

Trump y el sadismo // Judith Butler

En la medida que Trump anuncia una serie de órdenes ejecutivas y pronunciamientos públicos devastadores y terribles cada día, nunca ha sido tan importante evitar ser capturadxs por su obscenidad y concentrarnos en cómo las cuestiones están interconectadas.

Mientras nuevas obscenidades inundan el ciclo de noticias, es fácil olvidar o dejar al margen las órdenes ejecutivas de la semana anterior: prohibiciones de programas y discursos sobre diversidad, equidad e inclusión (DEI) como «ideología de género» en todos los programas financiados con fondos federales. Amenazas de deportación a estudiantes internacionales que participen en protestas legítimas; diseños expansionistas sobre Panamá y Groenlandia y propuestas de hacerse cargo del desplazamiento total y forzoso de sus tierras a los palestinos en Gaza, se anuncian en rápida sucesión. En cada caso, Trump hace la declaración como una demostración de poder, poniendo a prueba si puede entrar en vigor. Las órdenes ejecutivas pueden ser suspendidas por los tribunales, pero la deportación de inmigrantes ya ha comenzado, al igual que la reapertura de los grotescos campos de Guantánamo.

La acumulación de poder autoritario depende, en parte, de la voluntad de la gente de creer en el poder ejercido. En algunos casos, las declaraciones de Trump pretenden tantear el terreno, en otros, la afirmación indignante es su propio logro. Desafía la vergüenza y las restricciones legales para demostrar su capacidad de hacerlo, mostrándole al mundo un sadismo desvergonzado.

Los regocijos en el sadismo desvergonzado incitan a otros a celebrar esta versión de la masculinidad —una que no sólo está dispuesta a desafiar las normas y principios que rigen la vida democrática (libertad, igualdad, justicia)— , que se representan como formas de «liberación» de falsas ideologías y de las limitaciones impuestas por obligaciones legales. Un odio exaltado se presenta ahora como libertad, mientras que las libertades por las que muchxs de nosotrxs hemos luchado durante décadas son distorsionadas y desacreditadas como «wokismo» moralmente represivo.

El goce sádico en cuestión aquí no es sólo de Trump; depende de ser comunicado y ampliamente disfrutado para que exista: es una celebración comunitaria y contagiosa de la crueldad.  De hecho, la atención mediática que suscita alimenta el juego sádico. Este desfile de indignación reaccionaria y desafío precisa ser conocido, visto y escuchado. 

Es por eso que ya no nos sirve simplemente denunciar la hipocresía. No hay una fachada moral que desenmascarar. No, la exigencia pública de apariencia de moralidad por parte del líder se invierte: sus seguidores se emocionan ante la exhibición de su desprecio por la moralidad, y la comparten.

La exhibición desvergonzada del odio, el desprecio por los derechos, la voluntad de quitar los derechos de equidad y libertad a la gente prohibiendo el “género” y sus desafíos al sistema binario de sexo (negando la existencia y los derechos de las personas trans, intersex y no binarias), destruyendo los programas DEI destinados a empoderar a quienes han sufrido una discriminación duradera y sistémica; las deportaciones forzosas de inmigrantes y los llamamientos al despojo total de quienes han sobrevivido, traumatizados, a las acciones genocidas en Gaza.

Raphael Lemkin, el abogado judío-polaco que acuñó el término «genocidio», dejó claro que incluye «un plan coordinado dirigido a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de grupos nacionales… puede llevarse a cabo aniquilando toda base de seguridad personal, libertad, salud y dignidad». De hecho, el traslado forzoso de niños es el quinto acto punible en virtud de la convención sobre el genocidio adoptada en 1948.

No todas las formas de eliminación de derechos de Trump pertenecen a la categoría de genocidio, pero muchas de ellas expresan pasiones fascistas. Negar a las personas trans, intersex y no binarias el derecho a la salud, el reconocimiento legal y el derecho a la libertad de expresión ataca los fundamentos mismos de sus vidas. Incluso el conservador Tribunal Supremo consideró que la discriminación contra las personas trans y de género fluido (non-conforming) constituye discriminación por razones de sexo (Bostock contra Clayton, 2020). 

Entonces, no tiene sentido decir que los derechos de las personas trans amenazan la ley basada en el sexo: pertenecen a esa ley y deben estar protegidos por ella. Acorralar a lxs inmigrantes en escuelas y hogares, deportarlos por la fuerza a centros de detención y arrebatarles sus derechos al debido proceso no sólo muestra un claro desprecio por esas comunidades, sino por la propia democracia constitucional. La amenaza a la ciudadanía por derecho de nacimiento desafía una protección constitucional básica y sitúa a Trump por encima de las normas constitucionales y del equilibrio de poderes.

Si seguimos tomadxs por la indignación y paralizadxs por la estupefacción ante las nuevas declaraciones de cada día, seremos incapaces de discernir qué las conecta. Quedar tomadxs por sus declaraciones es precisamente el objetivo de su enunciación. En cierto modo, estamos bajo su servidumbre cuando nos captura y nos paraliza. Aunque existe cada uno de esos motivos para indignarse, no podemos dejar que esa indignación nos inunde y no podamos pensar. Ahora es el momento de confrontar las pasiones fascistas que alimentan este desvergonzado acaparamiento de poderes autoritarios.

Quienes celebran su desafío y su sadismo están tan tomados por su lógica como quienes se paralizan de indignación. Quizá haya llegado el momento de apartarse de estas pasiones para ver cómo funcionan, pero también de encontrar pasiones propias: el deseo de una libertad igualmente compartida; de una igualdad que haga realidad las promesas democráticas; de reparar y regenerar los procesos vivos de la Tierra; de aceptar y afirmar la complejidad de nuestras vidas corporeizadas; de imaginar un mundo en el que el gobierno apoye la salud y la educación para todxs, en el que vivamos sin miedo, sabiendo que nuestras vidas son interdependientes e igualmente valiosas.

 

Traducción Verónica Gago 

Revisión Alicia Balsells

 

Antifascismo // Diego Sztulwark

El balance político en marcha, obligado por el ascenso de la ultraderecha, tiende a densificarse en torno a dos palabras que por momentos aspiran a funcionar como categorías históricas exactas pero son redefinidas al fragor de la lucha política que se pretende aisladamente “cultural”: progresismo y fascismo.

Estupefacto ante la ola ultraderechista, el llamado progresismo se esfuerza en caracterizar los rostros intencionalmente imprecisos de un enemigo que no deja de agredirlo de mil maneras desde un poder estatal asistido por perturbadoras prolongaciones virtuales. Pero lo que lo ha vuelto vulnerable, torpe y desprovisto de humor al progresismo no es el neofascismo en curso, sino su propia renuncia a estudiar y denunciar las formas de explotación social.

¿Qué es lo que dice la objeción reaccionaria (tan de moda) contra lo “progre”?: que la “diferencia” cultural, empleada contra la “igualdad” real fue una estafa. Y esa objeción tendrían toda la razón del mundo si no fuera -pequeño detalle neofascista- una violenta impugnación de las diferencias reales tanto como de la igualdad social. Convertida en crítica radical, apuntaría contra el patrón de acumulación de capital y “sus” formas culturales. Pero la astucia sin verdad de los reaccionarios se limita a sacar provecho de una derrota previa del propio progresismo. Esa derrota autoinfligida fue una
práctica de la “cultura” artificialmente separada de las relaciones de explotación social (que como sabemos son siempre explotación de la diferencia de género, de la diferencia nacional y étnica y un proceso racializante). El “neo facho” no hace más que tomarse en serio lo que el “progre” se tomó a la ligera: que no hay política democrática efectiva escamoteando el hecho de que unos pocos se apropien de manera privada lo que surge del tiempo de vida cooperante de amplias mayorías.

El 18 de noviembre de 2024, un día después de que un vistoso referente del mileísmo hubiera anunciado en un acto de escenografía fascistoide la constitución de su agrupación “Fuerzas del cielo” como brazo armado de la “nueva” derecha”, el filósofo Luis García hizo referencia al “fascismo cosplay” como una apropiación por parte de la “nueva” derecha de la “mascarada travesti” y de su enorme “potencia camaleónica”. Lo que le interesa al capitalismo cosplay, dice García, es incorporar una movilidad y una flexibilidad que el fascismo histórico rechazaba. El cosplay es el modo de superar la “rigidez y estereotipia” que convirtió al fascismo en objeto de “parodia” (por ejemplo en “El gran dictador” de Chaplin). Al actuar voluntariamente en la parodia de sí mismo, el fascista cosplay obtiene un “mayor dominio sobre el campo de efectos de su performance”. El efecto de esta acción de “imitación” de lo que es redunda en que nadie “cree” que estos jóvenes fascistas que participaron de aquel acto sean “realmente” “fascistas”. El carácter “pantomímico” y provocador de la actuación parece relevarlos de los efectos de sus actos. Lo que advierte García es que “el devenir travesti del fascismo es su estrategia más deslumbrante y genial”, la que le permite ingresar “en nuestro mundo pluralista y escéptico, fluido y veloz”. La autoparodia del fascista nos avisa entre chascarrillos que la cosa puede ir en serio.

 
 


Los neofachos, o fascistas cosplay, comparten con el progresismo una práctica de la cultura sin arraigo en las críticas de las practicas materiales de vida. La renuncia a comprender que la explotación social es irracionalidad colectiva concentrada, permite al fascismo 3.0 llevar esa irracionalidad a fondo, contra toda experiencia vaciada de democracia (y liberalismo). Y es que el “culturalismo” desarraigado de la lucha contra la explotación de lo común (de la “batalla cultural”) deviene superestructura de un neoliberalismo guerrero a gran escala. De ahí el entusiasmo -quizá prematuro- ante el surgimiento de un antifascismo denso en prácticas -festivo, serio y combativo- capaz de hacer de la diferencia subjetiva el camino a una igualdad material, y de la cultura una expresión de lucha contra la explotación: una convergencia de movimientos, grupos y personas que aman la libertad y denuncian todas las formas de explotación de lo común: las que ocurren bajo la forma de la renta -inmobiliaria, agraria, financiera- y la extracción de plusvalía -fabriles, algorítmicas, sexuales-: contra los extractivismo, los neo extractivismo y los tecnoeoextactivismo.

 

Lo facho que pretende sustituir a lo progre como superestructura de un capitalismo “brutalista” (en el sentido arquitectónico que le da Achille Mbembé) o “absoluto” (Etienne Balibar) forma parte de una absorción de la cultura, la geografía y la técnica en favor de la acumulación del capital a gran escala. Por eso suena a poco limitarse a corregir los «excesos woke», y a canalla aceptar que la crítica de lo progre siga en manos de los “fascistas cosplay”. La crítica radical del progresismo -como del neofascismo- solo será radical cuando sea hecha desde un tipo de antifascismo que no puede, si desea ir en serio, ser confundido con una tolerancia de las identidades cínicamente indiferente a la intensificación neocolonial de la explotación de la vida (gran tema para quienes postulan un frente electoral democrático antimilei).

 

El problema de fondo que plantea el “fascismo cospley” es el de la violencia. No sólo por que autoriza la amenaza y el ataque físico (“los vamos a ir a buscar”, Milei dixit); o por la agresión vía delivery que se macera entre trolls y servicios de inteligencia. Hablamos también de la militarización de lugares de trabajo denunciada por el gremio de aceiteros y, sobre todo, de la violencia estructural que parte de privatizar las formas de regulación de la reproducción social. Si el fascismo actual pretende tomar, desactivar y convertir el entero cuerpo social a una forma hiper reaccionaria del mercado, el enorme logro del antifascismo actual sería activar -y ojalá la marcha del sábado 1 haya sido un paso en este sentido- un afecto multitudinario opuesto y mayor (como decía Spinoza) al del miedo, el individualismo y el amor a la esclavitud.

Spinoza y las tres ‘Éticas’ // Gilles Deleuze

No soy un Spinoza cualquiera para hacer malabarismos.

Chéjov, La boda

En la primera lectura puede ocurrir que la Ética parezca un largo movimiento continuo que va casi en línea recta, de una potencia y de una serenidad incomparables, que pasa una y otra vez por definiciones, axiomas, postulados, proposiciones, demostraciones, corolarios y escolios, arrastrándolo todo en su fluir tan grandioso. Es como un río que ora se extiende, ora se divide en mil brazos; ora aumenta y ora reduce su velocidad, pero siempre afirmando su unidad radical. Y parece que el latín de Spinoza, de apariencia escolar, constituye la nave que sigue el río eterno por la que no pasan los años. Pero, a medida que las emociones van invadiendo al lector, o bien al calor de una segunda lectura, estas dos impresiones resultan erróneas. Este libro, uno de los más importantes del mundo, no es como se creía en un principio: no es homogéneo, rectilíneo, continuo, sereno, navegable, lenguaje puro y carente de estilo.

La Ética presenta tres elementos que no son sólo contenidos sino formas de expresión: los Signos o afectos; las Nociones o conceptos; las Esencias o perceptos. Corresponden a los tres géneros de conocimiento, que asimismo son modos de existencia y de expresión.

Un signo, según Spinoza, puede tener varios sentidos. Pero siempre es un efecto. Un efecto es, en primer lugar, la huella de un cuerpo sobre otro, el estado de un cuerpo en tanto que padece la acción de otro cuerpo: es una affectio, por  ejemplo el efecto del sol sobre nuestro cuerpo, que «indica» la naturaleza del cuerpo afectado y «envuelve» sólo la naturaleza del cuerpo afectante. Conocemos nuestras afecciones por las ideas que tenemos, sensaciones o percepciones, sensaciones de calor, de color, percepción de forma y de distancia (el sol está arriba, es un disco de oro, está a doscientos pies…). Cabría llamarlos, por comodidad, signos escalares, puesto que expresan nuestro estado en un momento del tiempo y se distinguen de este modo de otro tipo de signos: el estado actual es siempre una sección de nuestra duración, y determina en este sentido un aumento o una disminución, una expansión o una restricción de nuestra existencia en la duración, respecto al estado precedente por muy próximo que éste se halle. No es que comparemos ambos estados en una operación reflexiva, sino que cada estado de afección determina un paso a un «más» o a un «menos»: el calor del sol me llena, o bien por el contrario su quemadura me repele. La afección no es por lo tanto sólo el efecto instantáneo de un cuerpo sobre el mío, también tiene un efecto sobre mi propia duración, placer o dolor, dicha o tristeza. Se trata de pasos, de devenires, de subidas y de caídas, de variaciones continuas de potencia, que van de un estado a otro: se los llamará afectos, hablando con propiedad, y no afecciones. Son signos de crecimiento y de disminución, signos vectoriales (del tipo dicha–tristeza), y no ya escalares como las afecciones, sensaciones o percepciones.

De hecho, hay un número mayor de tipo de signos. Los signos escalares tienen cuatro tipos principales: unos, efectos físicos sensoriales o perceptivos que no hacen más que envolver la naturaleza de su causa, son esencialmente indicativos, e indican nuestra propia naturaleza más que otra cosa. En segundo lugar, nuestra naturaleza, siendo finita, retiene únicamente lo que la afecta, tal o cual carácter seleccionado (el hombre animal vertical, o razonable, o que ríe). Así son los signos abstractivos. En tercer lugar, siendo el signo siempre efecto, tomamos el efecto por un fin, o la idea del efecto por la causa (puesto que el sol calienta, creemos que está hecho «para» calentarnos; puesto que la fruta tiene un sabor amargo, Adán cree que no «debería» ser comida). En este caso, se trata de efectos morales, o de signos imperativos: ¡No comas esa fruta! ¡Ponte al sol! Los últimos signos escalares, por último, son efectos imaginarios: nuestras sensaciones y percepciones nos hacen pensar en seres suprasensibles que serían su causa última, e inversamente nos figuramos a esos seres a la imagen desmesuradamente engrandecida de lo que nos afecta (Dios como sol infinito, o bien como Príncipe o Legislador). Se trata de signos hermenéuticos o interpretativos. Los profetas, que son los mayores especialistas de los signos, combinan a las mil maravillas los abstractivos, los imperativos y los interpretativos. Un capítulo famoso del Tratado teológico–político aúna al respecto la potencia de lo cómico y la profundidad del análisis. Hay por lo tanto cuatro signos escalares de afección que cabría llamar los índices sensibles, los iconos lógicos, los símbolos morales, los ídolos metafísicos.

Hay todavía dos tipos de signos vectoriales de afecto, según que el vector sea de aumento o de disminución, de crecimiento o de decrecimiento, de dicha o de tristeza. Esas dos especies de signos se llamarían potencias aumentativas y servidumbres diminutivas. Cabría añadir una tercera especie, los símbolos ambiguos o fluctuantes, cuando una afección aumenta y merma a la vez nuestra potencia, o nos afecta a la vez llenándonos de dicha y de tristeza. Hay así, pues, seis signos, o siete, que se combinan sin cesar. Particularmente los escalares se combinan necesariamente con signos vectoriales. Los afectos suponen siempre unas afecciones de las que resultan, pese a que no se reducen a ellas.

Los caracteres comunes de todos estos signos son la asociabilidad, la variabilidad, y la equivocidad o la analogía. Las afecciones varían según las cadenas de asociación entre los cuerpos (el sol endurece la arcilla y funde la cera, el caballo no es lo mismo para el guerrero que para el campesino). Los propios efectos morales varían según los pueblos; y los profetas poseen cada uno unos signos personales a los que su imaginación responde. En cuanto a las interpretaciones, son fundamentalmente equívocas según la asociación variable que se efectúa entre un dato y algo que no viene dado. Se trata de un lenguaje equívoco o de analogía que presta a Dios un entendimiento y una voluntad infinitos, a imagen agrandada de nuestro entendimiento y de nuestra voluntad: se trata de un equívoco similar al que se da entre el perro animal ladrador y el Perro constelación celeste. Si unos signos como las palabras son convencionales, es precisamente porque actúan sobre los signos naturales, y sólo clasifican su variabilidad y equivocidad: los signos convencionales son unos Abstractos que fijan una constante relativa para unas cadenas de asociación variables. Así pues, la distinción convencional–natural no es determinante para los signos, como tampoco Estado social–estado de naturaleza; hasta los signos vectoriales pueden depender de convenciones, como las recompensas (aumento) y los castigos (merma). Los signos vectoriales en general, es decir los afectos, entran en unas asociaciones variables tanto como las afecciones: lo que es crecimiento para una parte del cuerpo puede ser disminución para otra parte, lo que es servidumbre de uno es poder del otro, y una subida puede ir seguida de una caída y a la inversa.

Los signos no tienen objetos como referente directo. Son estados de cuerpos (afecciones) y variaciones de potencia (afectos) que remiten unos a otros. Los signos remiten a los signos. Tienen como referente mezclas confusas de cuerpos y variaciones oscuras de potencia, siguiendo un orden que es el del Azar o del encuentro fortuito entre los cuerpos. Los signos son efectos: efecto de un cuerpo sobre otro en el espacio, o afección; efecto de una afección sobre una duración, o afecto. Tras los estoicos, Spinoza rompe la causalidad en dos cadenas bien distintas: los efectos entre ellos, a condición de aprehender a su vez las causas entre ellas. Los efectos remiten a los efectos como los signos a los signos: consecuencias separadas de sus premisas. Así, no sólo hay que comprender «efecto» causalmente, sino también ópticamente. Los efectos o los signos son sombras que actúan en la superficie de los cuerpos, siempre entre dos cuerpos. La sombra siempre está en la linde. Siempre es un cuerpo el que hace sombra a otro. Así que conocemos los cuerpos por su sombra sobre nosotros, y nos conocemos a nosotros mismos y nuestro cuerpo por nuestra sombra. Los signos son efectos de luz en un espacio atestado de cosas que van chocando al azar. Si Spinoza se distingue esencialmente de Leibniz es porque éste, cercano a una inspiración barroca, ve en lo Oscuro («fuscum sub nigrum») una matriz, una premisa, de donde saldrán el claroscuro, los colores y hasta la luz. En Spinoza, por el contrario, todo es luz, y lo Oscuro no es más que sombra, un mero efecto de luz, un límite de la luz sobre unos cuerpos que la reflejan (afección) o la absorben (afecto): estamos más cerca de Bizancio que del Barroco. En vez de una luz que sale de los grados de sombra por acumulación del rojo, tenemos una luz que crea grados de sombra azul. El propio claroscuro es un efecto de esclarecimiento o de oscurecimiento de la sombra: son las variaciones de potencia o los signos vectoriales los que constituyen los grados de claroscuro, pues el aumento de potencia es un esclarecimiento, y la merma de potencia un oscurecimiento.

Si consideramos el segundo elemento de la Ética, vemos que surge una oposición determinante con los signos: las nociones comunes son conceptos de objetos, y los objetos son causas. La luz ya no es reflejada o absorbida por unos cuerpos que producen sombra, sino que vuelve los cuerpos transparentes al revelar su «estructura» íntima (fabrica). Es el segundo aspecto de la luz: y el entendimiento es la aprehensión verdadera de las estructuras de cuerpo, mientras que la imaginación sólo era la captación de la sombra de un cuerpo sobre otro. En este caso también, se trata de óptica, pero de una geometría óptica. La estructura en efecto es geométrica, y consiste en líneas sólidas, pero que se forman y se deforman, actuando como causa. Lo que constituye la estructura es una relación compuesta, de movimiento y de reposo, de velocidad y de lentitud, que se establece entre las partes infinitamente pequeñas de un cuerpo transparente. Como las partes van siempre por infinidades más o menos grandes, hay en cada cuerpo una infinidad de relaciones que se componen y se descomponen, de tal modo que el cuerpo a su vez penetra en un cuerpo más amplio, bajo una nueva relación compuesta, o por el contrario hace resaltar los cuerpos más pequeños bajo sus relaciones componedoras. Los modos son estructuras geométricas, pero fluyentes, que se transforman y se deforman en la luz, a velocidades variables. La estructura es ritmo, es decir concatenación de figuras que componen y descomponen sus relaciones. Es la causa de desacuerdos entre cuerpos, cuando las relaciones se descomponen, y de acuerdos cuando las relaciones componen alguna nueva relación. Pero se trata de una doble dirección simultánea. El quilo y la linfa son dos cuerpos tomados bajo dos relaciones que constituyen la sangre bajo una relación compuesta, aun a costa de que un veneno descomponga la sangre. Si aprendo a nadar, o a bailar, es preciso que mis movimientos y mis pausas, mis velocidades y mis lentitudes adquieran un ritmo común con los del mar, o de la pareja, siguiendo un ajuste más o menos duradero. La estructura posee siempre varios cuerpos en común, y remite a un concepto de objeto, es decir a una noción común. La estructura o el objeto está formado por dos cuerpos cuanto menos, cada uno de ellos formado por dos o más cuerpos hasta el infinito, que se unen en el otro sentido en cuerpos cada vez más amplios y compuestos, hasta el objeto único de la Naturaleza entera, estructura infinitamente transformable y deformable, ritmo universal, Facies totius Naturae, modo infinito. Las nociones comunes son universales, pero lo son «más o menos», en función de que formen el concepto de dos cuerpos cuando menos, o el de todos los cuerpos posibles (estar en el espacio, estar en movimiento y en reposo…).

Entendidos así, los modos son proyecciones. O mejor dicho las variaciones de un objeto son las proyecciones que envuelven una relación de movimiento y de reposo como su invariante (involución). Y, como cada relación se completa con todas las demás hasta el infinito en un orden cada vez variable, este orden es el perfil o la proyección que envuelve cada vez la faz de la Naturaleza entera, o la relación de todas las relaciones [1].

Los modos como proyección de luz son asimismo colores, causas colorantes. Los colores entran en unas relaciones de complementariedad y de contraste que hacen que cada una en última instancia reconstituya la totalidad y que todas se junten en el blanco (modo infinito) según un orden de composición, o salgan de él en el orden de descomposición. De cada color hay que decir lo que dice Goethe del blanco: es la opacidad propia de lo transparente puro [2]. La estructura sólida y rectilínea está necesariamente coloreada, porque es la opacidad que se revela cuando la luz hace que el cuerpo se vuelva transparente. De este modo queda afirmada una diferencia de naturaleza entre el color y la sombra, la causa colorante y el efecto de sombra, una que «termina» adecuadamente la luz, la otra que la abole en lo inadecuado. De Vermeer se ha podido decir que sustituía el claroscuro por la complementariedad y el contraste de colores. No es que la sombra desaparezca, pero permanece como un efecto aislable de su causa, una consecuencia separada, un signo extrínseco distinto de los colores y de sus relaciones [3]. Vemos en Vermeer la sombra que destaca y sobresale para enmarcar o perfilar el fondo luminoso de donde procede («La lechera», «El collar de perlas», «La carta de amor»). En esto se opone Vermeer a la tradición del claroscuro; y respecto a todas estas cosas Spinoza permanece infinitamente más cercano a Vermeer que a Rembrandt.

Entre los signos y los conceptos, la distinción parece pues irreductible, insuperable, tanto como en Esquilo: «Ya no es mediante un lenguaje mudo, ni mediante el humo de un fuego que arde en una cima como va a expresarse, sino en términos claros…» [4]. Los signos o afectos son ideas inadecuadas y pasiones; las nociones comunes o conceptos son ideas adecuadas de las que resultan verdaderas acciones. Si nos referimos a la separación por capas de la causalidad, los signos remiten a los signos como los efectos a los efectos, siguiendo un eslabonamiento asociativo que depende de un orden como mero encuentro al azar de los cuerpos físicos. Pero, en tanto que los conceptos remiten a los conceptos, o las causas a las causas, ocurre siguiendo un eslabonamiento llamado automático, determinado por el orden necesario de las relaciones o proporciones, por la sucesión determinada de sus transformaciones y deformaciones. Así pues, contrariamente a lo que creíamos, parece que los signos o los afectos no son ni pueden ser un elemento positivo de la Ética, menos aún una forma de expresión. El género de conocimiento que constituyen no es un conocimiento, sino más bien una experiencia en la que se encuentran al azar ideas confusas de mezclas entre cuerpos, imperativos bruscos para evitar tal mezcla o buscar tal otra, interpretaciones más o menos delirantes de esas situaciones. Es un lenguaje material afectivo más que una forma de expresión, y que se parece más a los gritos que al discurso del concepto. Parece pues que, si los signos–afectos intervienen en la Ética, será únicamente para acabar severamente criticados, denunciados, devueltos a su noche sobre la cual la luz rebota o en la cual perece.

Sin embargo no puede ser así. El libro II de la Ética expone las nociones comunes empezando por «las más universales» (las que convienen a todos los cuerpos): supone que los conceptos han sido ya dados, de ahí la impresión de que nada le deben a los signos. Pero cuando se pregunta cómo llegamos a formar un concepto, o cómo vamos de los efectos a las causas, bien es verdad que necesitamos que algunos signos nos sirvan cuando menos de trampolín y que algunos afectos nos proporcionen el impulso necesario (libro V). En el encuentro al azar entre cuerpos podemos seleccionar la idea de algunos cuerpos que convienen al nuestro, y que nos producen alegría, es decir aumentan nuestro poder. Y sólo cuando nuestro poder ha aumentado lo suficiente, hasta un punto determinado, sin duda variable para cada cual, entramos en posesión de este poder y nos volvemos capaces de formar un concepto, empezando por el menos universal (acuerdo de nuestro cuerpo con algún otro), aun a costa de tener que alcanzar después conceptos cada vez más amplios siguiendo el orden de composición de las relaciones. Hay por lo tanto una selección de los afectos pasionales, y de las ideas de las que éstos dependen, que debe despejar las dichas, signos vectoriales de crecimiento de poder, y rechazar las tristezas, signo de merma: esta selección de los afectos es la condición misma para salir del primer género de conocimiento, y alcanzar el concepto adquiriendo un poder suficiente. Los signos de crecimiento siguen siendo pasiones, y las ideas que éstos suponen siguen siendo inadecuadas: no por ello dejan de ser los precursores de las nociones, los oscuros precursores. Más aún, cuando se hayan alcanzado las nociones comunes, y de ello resulten unas acciones como afectos activos de un nuevo tipo, las ideas inadecuadas y los afectos pasionales, es decir los signos, no desaparecerán por ello, ni siquiera las tristezas inevitables. Subsistirán, reiterarán las nociones, pero perderán su carácter exclusivo y tiránico en beneficio de las nociones y de las acciones. Hay así pues en los signos algo que a la vez prepara y reitera los conceptos. Los rayos de luz están a la vez preparados y van acompañados por esos procesos que continúan actuando en la sombra. Los valores del claroscuro se reintroducen en Spinoza, puesto que la dicha como pasión es un signo de ilustración que nos lleva a la luz de las nociones. Y la Ética no puede prescindir de una forma de expresión pasional y mediante signos, la única capaz de llevar a cabo la imprescindible selección sin la cual permaneceríamos condenados al primer género.

Esta selección es muy dura, muy difícil. Es que las dichas y las tristezas, los crecimientos y las mermas, los esclarecimientos y los oscurecimientos suelen ser ambiguos, parciales, cambiantes, mezclados unos con otros. Y sobre todo son muchas las personas que sólo pueden asentar su Poder sobre la tristeza y la aflicción, sobre la merma de poder de los demás, sobre el ensombrecimiento del mundo: hacen como si la tristeza fuera una promesa de dicha, y ya una dicha por sí misma. Instauran el culto de la tristeza, de la servidumbre o de la impotencia, de la muerte. No paran de emitir y de imponer señales de tristeza, que presentan como ideales y dichas a las almas que ellas han hecho enfermar. Como la pareja infernal, el Déspota y el Sacerdote, terribles «jueces» de la vida. La selección de los signos o de los afectos, como primera condición del nacimiento del concepto, no implica por lo tanto únicamente el esfuerzo personal que cada cual ha de efectuar sobre sí mismo (Razón), sino una lucha pasional, un combate afectivo inexpiable, aun a costa de la muerte, en el que los signos se enfrentan a los signos y los afectos chocan con los afectos, para que un poco de dicha que nos haga salir de la sombra y cambiar de género sea salvada. Los gritos del lenguaje de los signos marcan esta lucha de pasiones, de dichas y de tristezas, de aumentos y mermas de poder.

La Ética, cuando menos casi toda la Ética, está escrita con nociones comunes, empezando por las más generales y desarrollando sin cesar sus consecuencias. Supone las nociones comunes ya adquiridas o dadas. La Ética es el discurso del concepto. Es un sistema discursivo y deductivo. De ahí su aspecto de largo río tranquilo y poderoso. Las definiciones, los axiomas, los postulados, las proposiciones, demostraciones y corolarios forman un flujo grandioso. Y cuando uno u otro de estos elementos trata de las ideas inadecuadas y de las pasiones es para poner de manifiesto su insuficiencia, para rechazarlas en la medida de lo posible como otros tantos posos en las orillas. Pero hay otro elemento que sólo en apariencia es de la misma naturaleza que los anteriores. Son los «escolios», que sin embargo se insertan en la cadena demostrativa, y respecto a los cuales el lector no tarda en percatarse de que tienen un tono completamente diferente. Es otro estilo, casi otra lengua. Actúan en la sombra, tratan de desentrañar lo que nos impide acceder a las nociones comunes y lo que por el contrario nos los permite, lo que merma y lo que aumenta nuestro poder, los tristes signos de nuestra servidumbre y los signos dichosos de nuestras liberaciones. Denuncian los personajes que se ocultan detrás de nuestras mermas de poder, aquellos a quienes interesa mantener y propagar la tristeza, el déspota y el sacerdote. Anuncian el signo o la condición de un hombre nuevo, aquel que ha incrementado suficientemente su poder para formar conceptos y convertir los afectos en acciones.

Los escolios son ostensivos y polémicos. Aunque sea cierto que los escolios remiten a los escolios, vemos, las más de las veces, que constituyen por sí mismos una cadena específica, distinta de la de los elementos demostrativos y discursivos. A la inversa, las demostraciones no remiten a los escolios, sino a otras demostraciones, definiciones, axiomas y postulados. Si los escolios se insertan en la cadena demostrativa, se debe menos pues a que forman parte de ella que a que irrumpen en ella y la interrumpen, en virtud de su propia naturaleza. Es como una cadena rota, discontinua, subterránea, volcánica, que a intervalos regulares quiebra la cadena de los elementos demostrativos, la gran cadena fluvial y continua. Cada escolio es como un faro que intercambia sus señales con otros, a distancia y a través del flujo de las demostraciones. Es como una lengua de fuego que se distingue del lenguaje de las aguas. Se trata sin duda del mismo latín en apariencia, pero en los escolios diríase que se trata de un latín traducido del hebreo. Los escolios forman ellos solos un libro de la Ira y de la Risa, como si fuera la contra–Biblia de Spinoza. Es el libro de los Signos, que acompaña sin cesar a la Ética más visible, el libro del Concepto, y que tan sólo surge por su cuenta en unos puntos de explosión. No por ello deja de ser un elemento perfectamente positivo, y una forma de expresión autónoma en la composición de la doble Ética. Ambos libros, las dos Éticas, coexisten, una desarrollando las nociones libres conquistadas a la luz de las transparencias, mientras que la otra, en lo más [203] profundo de la mezcla oscura de los cuerpos, prosigue el combate entre las servidumbres y las liberaciones. Dos Éticas por lo menos, que tienen un único y mismo sentido pero no la misma lengua, como dos versiones del lenguaje de Dios.

Robert Sasso acepta el principio de una diferencia de naturaleza entre la cadena de los escolios y el eslabonamiento demostrativo. Pero observa que no ha lugar a considerar el eslabonamiento demostrativo en sí como un flujo homogéneo, continuo y rectilíneo, que se desarrollaría a cubierto de las turbulencias y de los accidentes. No sólo porque los escolios, al irrumpir en la sucesión de las demostraciones, interrumpen su flujo aquí o allá. En sí mismo, dice Sasso, el concepto pasa por momentos muy variables: definiciones, axiomas, postulados, demostraciones más o menos lentas o rápidas [5]. E indudablemente Sasso tiene razón. Cabría distinguir estaciones, brazos, recodos, meandros, precipitaciones y reducciones de la velocidad, etc. Los prefacios y apéndices, que indican el inicio y el final de las partes importantes, son como estaciones donde el barco que navega por el río permite que suban a bordo nuevos viajeros y desembarquen otros antiguos; en ellos suele llevarse a cabo la confluencia de las demostraciones y de los escolios. Los brazos surgen cuando cabe demostrar de varias maneras una misma proposición. Y los recodos, cuando se produce un cambio de orientación del río: aprovechando un recodo se plantea una sustancia única para todos los atributos, mientras que río arriba cada atributo podía tener una sustancia y sólo una. Del mismo modo, un recodo introduce la física de los cuerpos. Los corolarios por su parte constituyen derivaciones que retornan dibujando meandros a la proposición demostrada. Por último, las series de demostraciones ponen de manifiesto velocidades y lentitudes relativas, según que el río ensanche su cauce o lo estreche: por ejemplo, Spinoza afirmará siempre que no se puede partir de Dios, de la idea de Dios, pero hay que llegar a ella lo más rápidamente posible. Habría que distinguir muchas figuras demostrativas más. No obstante, fueren cuales fueren estas variedades, se trata del mismo río que perdura a través de todos sus estados, y que forma la Ética del concepto o del segundo género de conocimiento. Debido a ello creemos que la diferencia de los escolios con los demás elementos es más importante, porque ella es en última instancia la que da cuenta de las diferencias entre elementos demostrativos. El río no correría tantos avatares sin la acción subterránea de los escolios. Ellos son los que puntúan las demostraciones, los que garantizan los giros. Toda la Ética del concepto, en su variedad, requiere una Ética de los signos en su especificidad. La variedad del flujo de las demostraciones no corresponde término a término a las sacudidas y a los impulsos de los escolios, y no obstante los supone, los envuelve.

Pero tal vez haya asimismo una tercera Ética, representada por el libro V, encarnada por el libro V, o por lo menos en una gran parte del libro V. No es por lo tanto como las dos otras, que coexisten en todo el cauce; ocupa un lugar preciso, el último. No por ello dejaba de ser, desde el inicio, como el crisol, el punto–crisol que actuaba ya antes de aparecer. Hay que concebir el libro V como coextensivo a todos los demás; da la impresión de que llegamos a él, pero siempre ha estado ahí, desde siempre. Es el tercer elemento de la lógica de Spinoza: no ya los signos o los afectos, ni los conceptos, sino las Esencias o Singularidades, los Perceptos. Es el tercer estado de la luz. No ya los signos de sombra ni la luz como color, sino la luz en sí misma y para sí misma. Las nociones comunes (conceptos) son revelados por la luz que atraviesa los cuerpos y los vuelve transparentes; remiten pues a unas figuras o estructuras geométricas (fabrica), tanto más vivas cuanto que son transformables y deformables en un espacio proyectivo, sometidas a las exigencias de una geometría proyectiva a la manera de Desargues. Pero las esencias son de una naturaleza del todo diferente: puras figuras de luz producidas por lo Luminoso sustancial (y no ya figuras geométricas reveladas por la luz) [6]. Con frecuencia se ha hecho hincapié en que las ideas platónicas, e incluso cartesianas, seguían siendo «dáctilo–ópticas»: corresponde a Plotinio, respecto a Platón, y a Spinoza, respecto a Descartes, elevarse a un mundo óptico puro. Las nociones comunes, en tanto en cuanto se refieren a relaciones de proyección, ya son figuras ópticas (pese a que conservan todavía un mínimo de referencias táctiles). Pero las esencias son meras figuras de luz: son en sí mismas «contemplaciones», es decir que contemplan tanto como son contempladas, en una unidad de Dios, del sujeto o del objeto (perceptos). Las nociones comunes remiten a unas relaciones de movimiento y de reposo que constituyen velocidades relativas; las esencias por el contrario son velocidades absolutas que no componen el espacio por proyección, sino que lo llenan de una sola vez, de un solo golpe [7]. Una de las aportaciones más considerables de Jules Lagneau reduce la velocidad absoluta a una velocidad relativa [8]. Constituyen no obstante los dos caracteres de las esencias: velocidad absoluta y no ya relativa, figuras de luz y no ya figuras geométricas reveladas por la luz. La velocidad relativa es la de las afecciones y los afectos: velocidad de acción de un cuerpo sobre otro en el espacio, velocidad de paso de un estado a otro en el tiempo. Lo que las nociones captan son las relaciones entre velocidades relativas. Pero la velocidad absoluta es el modo en el cual una esencia sobrevuela en la eternidad sus afectos y sus afecciones (velocidad de potencia).

Para que el libro V constituya por sí solo una tercera Ética no basta con que haya un objeto específico, tendría además que emplear un método distinto de los otros dos. No parece que sea éste el caso, puesto que sólo presenta elementos demostrativos y escolios. Sin embargo el lector tiene la impresión de que el método geométrico adquiere aquí un tinte salvaje e inusitado, que casi le impulsaría a creer que el libro V no es más que una versión provisional, un borrador: las proposiciones y las demostraciones están atravesadas por hiatos tan violentos, comportan tantas elipses y contracciones, que los silogismos parecen estar reemplazados por meros «entimemas» [9]. Y cuanto más leemos el libro V, más nos decimos que esos rasgos no constituyen imperfecciones en el ejercicio del método, ni atajos, sino que se adecúan perfectamente a las esencias en tanto que superan todo orden de discursividad y de deducción. No son meros procedimientos de hecho, sino todo un proceso de derecho. El método geométrico en el campo de los conceptos es un método de exposición que exige completud y saturación: por eso las nociones comunes se exponen por sí mismas, a partir de las más universales, como en una axiomática, sin que uno tenga que preguntarse cómo se llega efectivamente a una noción común. Pero el método geométrico del libro V es un método de invención que procederá por intervalos y por saltos, hiatos y contracciones, más como un perro que busca que como un hombre razonable que expone. Tal vez supere toda demostración, en tanto en cuanto actúa dentro de lo «indecidible».

Cuando los matemáticos no se dedican a la constitución de una axiomática, su estilo de invención presenta extraños poderes, y los eslabonamientos deductivos aparecen rotos por amplias discontinuidades, o por el contrario contraídos violentamente. Nadie negaba la genialidad de Desargues, pero matemáticos como Huyghens o Descartes tenían dificultades para comprenderle. La demostración de que todo plano es «polar» de un punto y todo punto «polo» de un plano es tan rápida que hay que suplir todo lo que se salta. Nadie ha descrito mejor que Évariste Galois, que a su vez también se topó con la misma incomprensión por parte de sus pares, este pensamiento trastabillado, saltarín, chocante, que capta esencias singulares en matemáticas: los analistas «no deducen, combinan, componen; cuando llegan a la verdad, caen en ella después de haberse ido dando golpes por un lado y otro» [10]. Y, una vez más, estos caracteres no surgen como meras imperfecciones en la exposición, para dar la impresión de «ir más rápido», sino como las potencias de un nuevo orden de pensamiento que conquista una velocidad absoluta. Opinamos que el libro V da fe de este pensamiento, irreductible al que se desarrolla por nociones comunes en el decurso de los cuatro primeros libros. Si los libros, como dice Blanchot, tienen como correlato «la ausencia de libro» (o un libro más secreto, compuesto de carne y de sangre), el libro V puede ser esta ausencia o este secreto en el que los signos y los conceptos se desvanecen, y las cosas se ponen a escribir por sí mismas y para sí mismas, atravesando intervalos de espacio.

Sea la proposición 10: «Mientras no estemos atormentados por afectos contrarios a nuestra naturaleza, tenemos el poder de ordenar y de concatenar las afecciones del cuerpo siguiendo un orden relativo al entendimiento.» Se trata de una inmensa falla, de un intervalo que aparece entre la subordinada y la principal; pues los afectos contrarios a nuestra naturaleza nos impiden antes que nada formar nociones comunes, puesto que aquéllos dependen de cuerpos que disienten con el nuestro; por el contrario, cada vez que un cuerpo coincide con el nuestro, y aumenta nuestra potencia (dicha), puede formarse una noción común a ambos cuerpos, de la que resultarán un orden y una concatenación activos de las afecciones. En esta falla voluntariamente excavada, las ideas de coincidencia entre dos cuerpos, y de noción común restringida, sólo tienen presencia implícita, y sólo aparecen ambas si se reconstituye una cadena que falta: intervalo doble. Si no se lleva a cabo esta reconstitución, si no se llena ese hueco, no sólo la demostración no es concluyente, sino que seguiremos para siempre indecisos sobre la cuestión fundamental: ¿cómo llegamos a formar una noción común, la que sea?, ¿y por qué se trata de una noción menos universal (común a nuestro cuerpo y a algún otro)? El intervalo, el hiato, tiene como función aproximar al máximo términos distantes como tales, y garantizar así una velocidad de sobrevuelo absoluto. Las velocidades pueden ser absolutas y no obstante más o menos grandes. La grandeza de una velocidad absoluta se mide precisamente por la distancia que supera de una sola vez, es decir por el número de intermediarios que envuelve, sobrevuela o sobreentiende (en este caso, dos por lo menos). Siempre hay saltos, lagunas y cortes como caracteres positivos del tercer género.

Otro ejemplo podrían aportarlo las proposiciones 14 y 22, en las que se pasa, esta vez por contracción, de la idea de Dios como noción común más universal a la idea de Dios como esencia más singular. Es como si se saltara de la velocidad relativa (la mayor) a la velocidad absoluta. En fin, para limitarnos a un pequeño número de ejemplos, la demostración 30 traza, pero en punteado, una especie de triángulo sublime cuyos vértices son figuras de luz (el propio yo, el Mundo y Dios), y cuyos lados como distancias son recorridos a una velocidad absoluta que a su vez se revela como la mayor. Los caracteres especiales del libro V, su manera de superar el método de los libros anteriores, remiten siempre a lo mismo: la velocidad absoluta de las figuras de luz.

La Ética de las definiciones, axiomas y postulados, demostraciones y corolarios, es un libro–río que desarrolla su cauce. Pero la Ética de los escolios es un libro de fuego, subterráneo. La Ética del libro V es un libro aéreo, luminoso, que procede por destellos. Una lógica del signo, una lógica del concepto, una lógica de la esencia: la Sombra, el Color, la Luz. Cada una de las tres Éticas coexiste con las otras y se prolonga en las otras, pese a sus diferencias de naturaleza. Se trata de un único y mismo mundo. Cada una tiende pasarelas para cruzar el vacío que las separa.

Notas

  1. Yvonne Toros (Spinoza et l’espace projectif, tesis París–VIII) esgrime diversos argumentos para mostrar que la geometría que inspira a Spinoza no es la de Descartes o ni siquiera la de Hobbes, sino una geometría proyectiva óptica a la manera de Desargues. Esos argumentos parecen decisivos, e implican como veremos una nueva comprensión del spinozismo. En una publicación anterior (Espace et transformation: Spinoza, París–I) Y. Toros confrontaba a Spinoza y Vermeer, y esbozaba una teoría proyectiva del color en función delTratado del arco iris.
  1. Goethe,Traité des couleurs, Triades, apartado 494. Y sobre la tendencia de cada color a reconstituir la totalidad, vid. apartados 803–815 (Goethe:Obras completas, Aguilar, 1974).
  1. Vid. Ungaretti (Vermeer, Éd. de L’Echoppe): «color que ve como un color en sí, como luz, y cuya sombra también ve, y aisla, cuando la ve…». El lector remitirá también a la obra de teatro de Gilíes Aillaud,Vermeer et Spinoza, Bourgois.
  1. Esquilo,Agamenón, 495–500.
  1. Vid. Robert Sasso, «Discurso y no–discurso de la Ética»,Revue de synthèse, n.° 89, enero de 1978.
  1. La ciencia se topa con este problema de las figuras geométricas y de las figuras de luz (así enDurée et simultanéité, cap. V, Bergson puede decir que la teoría de la relatividad invierte la subordinación tradicional de las figuras de la luz a las figuras geométricas sólidas). En arte, el pintor Delaunay opone las figuras de luz tanto a las figuras geométricas como a las del arte abstracto.
  1. Yvonne Toros (cap. VI) señala precisamente dos aspectos o dos principios de la geometría de Desargues: uno, de homología, referido a las proyecciones; otro, que será llamado de «dualidad», referido a la correspondencia de la línea con el punto, del punto con el plano. Ahí el paralelismo adquiere una nueva comprensión, puesto que se establece entre un punto en el pensamiento (idea de Dios) y un desarrollo infinito en la extensión.
  1. Jules Lagneau,Célèbres leçons et fragments, PUF, págs.67–68 (la «rapidez del pensamiento», cuyo equivalente sólo se encuentra en la música, y que se basa menos en lo absoluto que en lo relativo).
  1. Vid. Aristóteles,Primeros analíticos, II, 27: el entimema es un silogismo cuyas premisas están sobreentendidas, ocultadas, suprimidas, elididas. Leibniz retoma la cuestión (Nuevos ensayos, I, cap. 1, apartados 4 y 19), y demuestra que el hiato no sólo se produce en la exposición, sino en nuestro propio pensamiento, y que «la fuerza de la conclusión consiste en parte en lo que se suprime».
  1. Vid. textos de Galois en André Dalmas,Évariste Galois, Fasquelle, pág. 121. Y pág. 112 («hay que ir indicando sin cesar la marcha de los cálculos y previendo los resultados sin poderlos efectuar jamás…»), pág. 132 («así pues, en esas dos memorias, y sobre todo en la segunda, el lector encontrará a menudo la fórmula yo no sé…»). Existiría un estilo pues, incluso en matemáticas, que se definiría por los modos de hiatos, de elisión o de contracción en el pensamiento como tal. El lector encontrará al respecto valiosas indicaciones en G. G. Granger, Essai d’une philosophie du style, Odile Jacob, pese a que el autor tenga del estilo en matemáticas un concepto harto diferente (págs. 20–21). 

Gilles Deleuze, ‘Spinoza y las tres ‘Éticas’, en Crítica y clínica, trad. Thomas Kauf, Anagrama, Barcelona, 1996, pp. 193-210.

Colección «Cuadernos de Pasado y Presente» en PDF

En 1968 José María Aricó, Juan José Vargas, Oscar del Barco y Santiago Funes, ligados a la revista Pasado y Presente, fundan Editorial Pasado y Presente. La labor principal de esta sería la edicion de los «Cuadernos de Pasado y Presente«, colección de lectura obligatoria para muchos en las décadas de los 1970 y 1980s.

En marzo de 1968 aparece el primero de lo que serían 97 tomos, la traducción de la Introducción general a la crítica de la economía política, escrita originalmente en alemán en 1857 por Karl Marx.   Este y los siguientes once números se publicaron en la ciudad de Córdoba Argentina.  En 1970 el grupo editorial se translada a México DF, y es desde ahí que se publican los números restantes.  Estos salieron a un rítmo promedio de cada 45 días, logrando algunos alcanzar tirajes de hasta 10,000 ejemplares y multiples re-ediciones.  En marzo de 1983, exactamente quince años desde el inicio, salió el último tomo de la colección, Aníbal Ponce: ¿El marxismo sin nacion? editado por Oscar Terán.

Los Cuadernos fueron claves para la renovación de un pensamiento socialista heterodoxo en Latinoamérica y han sido calificados como «la marca más indeleble del trabajo cultural de difusión de la literatura marxista crítica»[1] en el continente.

Las digitalizaciones de los Cuadernos de Pasado y Presente que presentamos aquí se los debemos a Archivo Obrero y al Internet Archive.

 

_____________________________

 

1. Introducción general a la crítica de la economía política/1857 – Karl Marx.

2.  Elogio de la antropología – Claude Lévi-Strauss.

3. Excedente económico e irracionalidad capitalista – Paul A. Baran.

4. La filosofía como arma de la revolución – Louis Althusser.

5. Escritos económicos – Ernesto Che Guevara.

6. Francia 1968: ¿Un a revolución fallida? – André Gorz, Ernest Mandel, Antonio Lettieri, Paolo Santi, Gilles Martinet, André Barjonet.

7. Teoría marxista del partido político – Umberto Cerroni, Lucio Magri, Monty Johnstone.

8. Materialismo histórico y materialismo dialéctico – Alain Badiou, Louis Althusser.

9. Sartre y Marx – André Gorz, Marco Maccio.

10. Teoría marxista del imperialismo – Paolo Santi, Jacques Valier, Rodolfo Banfi, Hamza Alavi.

11. Dialéctica marxista e historicismo – Cesare Luporini.

12. Teoría marxista del Partido político. 2: (Problemas de organización) – V. I. Lenin, Rosa Luxemburg, Georg Lukacs.

13. Huelga de masas, partido y sindicatos – Rosa Luxemburg.

14. La revolución palestina y el conflicto árabe israelí – Maxime Rodinson, Fawwaz Trabulsi.

15. El marxismo de Trotski – Nicolas Krasso, Ernest Mandel, Monty Johnstone.

16. El joven Lukacs – Giovanni Piana, Marco Maccio, Giairo Daghini, Georg Lukacs.

17-18. La nueva económica – Evgeni Preobrazhenski.

19. Gramsci y las ciencias sociales – Alessandro Pizzorno, Luciano Gallino, Norberto Bobbio, Regis Debray, Antonio Gramsci.

20.  Formaciones económicas precapitalistas – Karl Marx, Eric Hobsbawm.

21. El imperialismo y la economía mundial – Nicolai I. Bujarin.

22. Revolución política o poder burocrático. 1. Polonia – Karol Modzelewski, Jacek Kuron.

23.  La revolución cultural china – Enrica Collotti Pischel, Rossana Rosanda, Marco Maccio, Charles Bettelheim, Isaac Deutscher, Mao Tse-Tung.

24.  Imperialismo y comercio internacional (El intercambio desigual) – Arghiri Emmanuel, Charles Bettelheim, Samir Amin, Christian Palloix.

25. Contra la burocracia / Diario de las secretarias de Lenin – Vladimir Lenin, Jesús Díaz, et al.

26.  China: Revolución en la universidad – Victor Nee, Don Layman, John Collier.

27.  El nuevo curso / Problemas de la vida cotidiana – León Trotski.

28. Los Bolcheviques y la Revolución de Octubre: Actas del Comité Central del Partido Obrero Social-Demócrata Ruso (bolcheviques), agosto de 1917 a febrero de 1918

29. Teoría económica del período de transición – Nicolai Bujarin.

30. Materiales para la historia de América Latina – Karl Marx, Friedrich Engels.

31. Teoría del materialismo histórico (ensayo popular de sociología marxista) – Nicolai Bujarin.

32. La división capitalista del trabajo – Armando De Palma, Raniero Panzieri, Michele Salvati, Bianca Beccalli, Antonio Lettieri, André Gorz.

33. Consejos obreros y democracia socialista – Valentino Gerratana, Lucio Magri, Massimo L. Salvadori, Yvon Bourdet, Franco Ferri, Lisa Foa, Enzo Collotti, Sergio Garavani, Antonio Gramsci.

34. El gran debate (1924-1926): I. La revolución permanente – León Trotski, Nicolai Bujarin, Grigori Zinoviev.

35. Introducción a la economía política – Rosa Luxemburg.

36. El gran debate (1924-1926): II. El socialismo en un solo país – José Stalin, Grigori Zinoviev.

37. Sobre el colonialismo – Karl Marx, Friedrich Engels.

38. Teoría marxista del partido político III – Rossana Rosanda, Jean-Paul Sartre, Víctor Fray, Edoarda Masi, Andre Gorz, Giovanni Mottura.

39. El concepto de “formación económico-social” – Cesare Luporini, Emilio Sereni.

40. Modos de producción en América Latina – Carlos Sempat Assadourian, Ciro Flamarión Santana Cardoso, Horacio Ciafardini, Juan Carlos Garavaglia, Ernesto Laclau.

41. Revolución socialista y antiparlamentarismo – Georgy Lukacs.

42. Lenin filósofo – Anton Pannekoek.

43. Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, primera parte

44.  Economía política en la acción sindical – Serge Mallet, Franco Momigliano, Perry Anderson, Alessandro Pizzorno.

45. ¿Qué es la socialización? Un programa de socialismo práctico – Karl Korsch.

46.  Teoría del proceso de transición – Paul M. Sweezy, Valentino Gerratana, Francesco Fenghi, Rossana Rossanda, Attilio Chitarin, Bernard Jobic.

47. Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, segunda parte

48. Hegemonía y dominación en el estado moderno – Nicos Poulantzas.

49.  Economía burguesa y economía socialista – Eugen von Böhm-Bawrk, Rudolph Hilferding, Ladislaus von Bortkiewicz.

50.  Contribución a la crítica de las teorías modernas de las crisis – Natalie Moszkowska.

51.  El imperialismo y la acumulación del capital – Rosa Luxemburg, Nicolai Bujarin.

52.  La Internacional Comunista y el problema colonial – Rudolf Schlesinger.

53. Ensayos sobre la teoría marxista del valor – Isaak Illich Rubin.

54. Escritos políticos (1917-1933); introducción de Leonardo Paggi – Antonio Gramsci, Leonardo Paggi.

55. V Congreso de la Internacional Comunista, primera parte

56. V Congreso de la Internacional Comunista, segunda parte

57. La economía política del rentista (Crítica de la economía marginalista) – Nicolai Bujarin.

58. Ética y concepción materialista de la historia – Karl Kautsky.

59. Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana / Notas al Ludwig Feuerbach – Friedrich Engels, Georgui Plejanov.

60. Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano. Selección y prólogo de José Arico – José Carlos Mariátegui, José Aricó

61. Huelga general y socialismo – Hubert Lagardelle (Comp.).

62. Debate sobra la huelga de masas. Primera parte – Parvus, Paul Frölich, Franz Mehring, Rosa Luxemburg, Emile Vandervelde.

63. Debate sobre la huelga de masas. Segunda parte – Karl Kautsky, Anton Pannekoek.

64. Sobre el materialismo histórico y otros escritos filosóficos – Franz Mehring.

65. La construcción del socialismo en la URSS y China – Mao Zedong, J. V. Stalin.

66. VI congreso de la Internacional Comunista. Primera parte: tesis, manifiestos y resoluciones

67. VI congreso de la Internacional Comunista. Segunda parte

68. El camino del poder – Karl Kautsky.

69. La cuestión nacional y la formación de los estados – Karl Marx, Friedrich Engels.

70. Historia del bolchevismo – Arthur Rosenberg.

71. El desarrollo industrial de Polonia y otros escritos sobre el problema nacional – Rosa Luxemburg.

72. Imperio y colonia: Escritos sobre Irlanda – Karl Marx, Friedrich Engels.

73. La Segunda Internacional y el problema nacional y colonial (primera parte) – Eduard Bernstein, E. Belfort Bax, Karl Kautsky, Karl Renner.

74. La Segunda Internacional y el problema nacional y colonial (segunda parte) – Richard Calwer, Karl Kautsky, Otto Bauer, Josef Strasser, Anton Pankoek.

75. Clausewitz en el pensamiento marxista – Clemente Ancona, Otto Braun, V. I. Lenin, E. Razin, J. V. Stalin, Ernst Engelberg, Otto Korfes.

76. Fascismo, democracia y frente popular – VII Congreso de la Internacional Comunista.

77. El sistema de Marx, un aporte para su construcción – Natalie Moszkowska.

78. ¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario? – Giacomo Marramao, Paul Mattick, Anton Pannekoek, Karl Korsch.

79. Ensayos sobre la teoría de la crisis. Dialéctica y metodología en “El Capital” – Henryk Grossman.

80. La Internacional Comunista y América Latina: La sección venezolana – Manuel Caballero.

81. La cuestión nacional y la autonomía – Rosa Luxemburg, J. P. Nettl.

82. Debate sobre la teoría marxista del valor – Pierangelo Garegnani, Angelo Bolaffi, Fernando Vianello, Lucio Colletti, Franco Cassano, Michele Salvati, Salvatore Veca, Massimo Cacciari, Marco Lippi, Alessandro Roncaglia.

83. Nacionalismo y lucha de clases (1905-1917) – Dov Ver Borojov, José Luis Hajenson.

84. Teoría marxista y acción política – Karl Korsch.

85. La crisis del capitalismo en los años ’20. Análisis económico y debate estratégico en la Tercera Internacional – Mario Teló, Fernando Claudín, Giuseppe Vacca, Aldo Natoli, Sergio Bologna, Ester Fano, Franco de Felice, Franco Sbarberi, Massimo L. Salvadori, Giacomo Marramao, Aldo Agosti.

86. Democracia y socialismo: Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937) – Arthur Rosenberg, Gian Enrico Rusconi.

87. Escritos sobre Rusia, I. Historia diplomática secreta del Siglo XVIII – Karl Marx, Friedrich Engels.

88. Friedrich Engels y el problema de los pueblos “sin historia”: La cuestión de las nacionalidades en la revolución de 1848-1849 a la luz de la “Neue Rheinische Zeitung” – Roman Rodolsky.

89. Teoría marxista de la política – Giacomo Marramao, Biaggio de Giovanni, Cesare Luporini, Nicola Badaloni, Massimo Cacciari.

90. Escritos sobre Rusia, II. El porvenir de la comuna rural rusa – Karl Marx, Friedrich Engels.

91. Contribución a la dinámica del capitalismo tardío – Natalie Moszkowska.

92. La formación ideológica de José Carlos Mariátegui – Robert Paris.

93. Progreso técnico y desarrollo capitalista (manuscritos 1861-1863) – Karl Marx, Mauro de Lisa.

94. Chayanov y la teoría de la Economía campesina – Alexandr V. Chayanov, Basile Kerblay, Daniel Thorner, Mark Harrison, Santiago E. Funes.

95. La política y las transformaciones: Crítica del capitalismo e ideologías de la crisis entre los años veinte y treinta – Giacomo Marromao.

96. El concepto socialista de nación – Leopoldo Mármora.

97. Notas marginales al “Tratado de economía política” de Adolph Wagner – Karl Marx.

98. Aníbal Ponce: ¿El marxismo sin nación? – Oscar Terán, Aníbal Ponce.

 

 

______________________
[1] Raúl Burgos. Los gramscianos argentinos: Cultura y Política en la experiencia de Pasado y Presente. (Siglo XXI Editores, 2004), pág. 155.

El origen imperfecto de las cosas // Sebastián Scolnik

A propósito de Causa Parcial. Lo personal es político. Una conversación sobre el lado áspero de los 90´.

Lo que podría parecer como una escenografía calculada o un mero decorado de ambientación, en este caso es el sitio propicio para esta extraña conversación. Nada de fingida espontaneidad ni de una estética cruda concebida en los gabinetes de una creatividad impostada. Una terraza raída, con paredes percudidas por el paso del tiempo y la humedad, es el fondo en el que la palabra emerge con su ritmo propio. De un lado de la imagen, a la izquierda, los jóvenes Pablo Fernández y Facundo Abramovich. Atropellados por la ansiedad de preguntar, por la incomodidad que les produce la “institucionalización” de los DDHH y por conocer ese enigma de un pasado reciente al que cuesta entender desde las coordenadas actuales. Del otro lado, la respuesta es calma, paciente. Como si el tiempo transcurrido y las intensidades rememoradas dieran a las sentidas reflexiones un tono de humor y madurez. Florencia Lance repasa las dramáticas secuencias de su biografía personal sin perder la sonrisa. Diego Sztulwark, que sí ha perdido sus rulos característicos, recobra el brillo propio de una satisfacción al recuperar todo lo que ha podido pensarse mientras el mundo ardía como pregunta inquieta sin resolución evidente.

El viento, que insiste intermitente estallando contra los micrófonos, desarregla la cómoda escucha del espectador desvaneciendo la idea misma de espectáculo. La concentración extrema que hay que sostener para seguir la trama de la conversación, fuerza al espectador a incluirse en el diálogo tratando de completar las frases que ya creía dominadas y se ven sacudidas por ese temperamental viento discontinuo. Ese esfuerzo, que requiere una especial disposición, es también el que hay que procurar para encontrarse con una historia tan compleja, llena de recodos, cuyos núcleos dramáticos no son fáciles de asimilar. La de Florencia no es una historia para consumir pues, de algún modo, nos pertenece a todos los que seamos capaces de capear la indiferencia reinante y hacer propias esas extremas circunstancias.

El asunto se presenta de la siguiente manera: un signo, una señal acecha. Un amigo y compañero de escuela, Juan —hijo del gran periodista, investigador e histórico militante Rogelio “Pajarito” García Lupo—, avisa a Flor que no podrá ir esta vez a su cumpleaños, donde solían pasarla tan bien, porque allí mataban gente. Se trataba de Campo de Mayo, lugar donde Eduardo Lance, aviador del Batallón 601 del Ejército Argentino (que ejecutaba los “vuelos de la muerte”), y padre biológico de Florencia, cada año repetía el ritual de las celebraciones natalicias de sus hijas. En esos encuentros, precedidos por el transporte en los ómnibus del ejército, se hacían distintas actividades que incluían paseos en helicóptero para las invitadxs.

¿Qué hacer cuando una palabra se impone con esa contundencia como el signo de una revelación? Un abismo se abrió a partir de allí. Pero esa inmensidad, atravesada por el estupor, para ser elaborada requiere de un tránsito. Un recorrido donde se precisa encontrar nuevos aliadxs y afectos con los que descubrir quien se es y qué hacer con eso que somos o han hecho de nosotrxs. Juan García Lupo; unas reuniones familiares en las que se destaca un misterioso personaje anarquista, el Gallego Soto; un ocasional compañero de banco que se transforma en definitivo, Diego Sztulwark, que aparece en una anodina materia de la Carrera de Ciencias Políticas de la UBA; un veterano dirigente obrero de la resistencia peronista, el Negro Molina; la agrupación estudiantil El Mate de la derruida Facultad de Ciencias Sociales y la volcánica, amorosa y divertida Hebe Bonafini de los años noventa, son las marcas de un itinerario impredecible. Todo un decurso en el que cada estación, entre la conmoción, la inquietud y el miedo, fue interrogada con una avidez desmesurada para descubrir un mundo nuevo que yacía por debajo de cada apariencia; preguntas amasadas entre la curiosidad y desesperación. Pero, en Flor, esa radicalidad estremecedora que a muchxs ha llevado a un vedetismo narcisista en el que el énfasis está en la propia figura individual, o a un endurecimiento que aplana la comprensión, aquí luce como una narración compleja, irónica, nutrida por todas las paradojas que el pensamiento lineal no se atrevería siquiera a reconocer. La grandeza de esta historia no está ni en el punto de partida ni en su conclusión sino en el camino. En esxs amigxs que se abrían a cada paso y con los que constituir un sentido para elaborar la época sin saber bien dónde estábamos parados. ¿Con qué premisas existenciales se reconoce y afirma una singularidad? ¿Bajo qué impulsos es posible desmantelar la figura de la víctima, desarticulando los contornos que delimitan lo posible y lo pensable?

Si la historia enloquecida transformó la secuencia calendaria, llevando a que los hijos parieran a sus madres —como nítidamente lo han expresado las Madres—, en nuestra generación ese acontecimiento produjo un nuevo pliegue: son las abuelas, las madres de nuestros padres y madres, quienes parieron a sus nietos. Somos esa generación alumbrada y arropada por las Madres. Por esa incesante búsqueda imposible de justicia y por ese deseo de transformar el dolor personal en el combustible de una emancipación colectiva. Es ese enloquecimiento de la historia argentina lo que ninguna política pública puede suturar. Siempre hay algo que permanece como resto, como fondo de todo lo que vivimos, que se aloja disimuladamente en la consistencia del presente. Hay una insistencia de esa historia y esa desmesura del tiempo que lucha por no quedar sentenciada en la fatalidad biológica ni en la determinación cronológica de los cuerpos, a pesar de la banalidad de una época que cree poder prescindir del cuerpo como lugar concreto donde el mundo se verifica y se reanima como interrogación. Cada vez que se reactualiza un ciclo de la lucha de clases y del despojo, reaparece la imagen de la Dictadura asesina, origen mítico de toda política de desposesión. Pero, también, cierta memoria de la resistencia que siempre precisa de una recreación para no quedar atrapada en un ritualismo circular, evidente y autocelebratorio.

La vida de Florencia Lance está teñida por estos dilemas. Ella también fue parida por las Madres como punto de quiebre para construir otro tipo de filiación: ya no la familia parentalmente constituida sino la familia política que surge de estos encuentros, inesperados y aberrantes, que producen afectos y sensaciones procesadas en velocidad, a los manotazos y en la urgencia. En el origen imperfecto de las cosas está siempre la naturaleza de lo genuino. Ninguna subjetividad política surge como fenómeno de conciencia ni de la ejecución obediente de una prolija cartilla programática. Todo sucede bajo la violencia de una necesidad, de un encuentro inesperado y de una revelación sensible que produce una hendidura de la que no es posible retornar.

Segundeo y amistad    

En los últimos tiempos hemos escuchado, con cierta insistencia, una reivindicación del aguante y del segundeo. Estos modos de estar en la ciudad dan cuenta de disposiciones existenciales y anímicas que suponen un lazo de fidelidad con el otro, una voluntad de peregrinación conjunta en la incertidumbre, una capacidad de cálculo y de delinear estrategias; para sobrevivir, para incrementar el poder de actuar, la capacidad de consumo y resguardar la vida de los peligros que acechan y nunca cesan. Se trata de una oscilación entre una vida ruin y la amistad, entre la resistencia y la adaptación.

Hay una larga saga de narraciones que pueden considerarse precursoras del segundeo. Una extraordinaria genealogía literaria, filosófica y ensayística. De los Capitanes de la arena, de Jorge Amado, a las máquinas de guerra de Deleuze y Guattari y de estas a Los siete locos de Roberto Arlt o a Los detectives salvajes de Roberto Bolaños. Todo un fascinante repertorio de experiencias marginales y minoritarias que han sido capaces de crear lenguajes propios y desafiantes: grupos, bandas y confabulados de distinta índole que fueron capaces de poner en jaque la estabilidad del orden. Hay un modo de agruparse para aguantar esta miserabilidad y redibujar la ciudad, sabiendo que la crítica bienpensante a la época o las coartadas de la inclusión social, no le mueven un pelo al automatismo de la explotación. Allí, en el terreno mismo de esa ambigüedad, la de los ilegalismos y las runflas, se lidia con la crueldad: aguantándola y ejerciéndola, endureciendo el cuero para soportar el dolor y la humillación, pero también reproduciéndolos. En esa oscilación se cifra la ambivalencia del segundeo: bancar, insistir, desafiar, enfrentar, replegarse, subordinarse, apoyarse y traicionar. Todo un sistema de cálculos infinitesimales para bancarse la vida, huyendo de ella a veces y otras replegándose en ella, para subsistir y mercadear entre la fraternidad y el cinismo, la yunta y el individualismo, la nobleza y la perversión.

La amistad política abarca y engloba ciertas dimensiones del aguante y el segundeo. Los años noventa y las revueltas de 2001 dan cuenta de eso sobradamente y es indiscutible que las resistencias tuvieron mucho de estos tópicos. De allí la aspereza de ese tiempo. Pero, arrojados al desierto, la fabulación de un presente siniestro requirió de un esfuerzo más. Un tipo de propensión en la que la elaboración del sentido —cómo atravesar la época sin sucumbir frente a la abyección—, tomaba a quienes participaban de esa experiencia deshaciendo los puntos de partida o forzándolos a ir más allá de sí. No se trataba de un renunciamiento ni de la negación de la propia individualidad. La imagen de que “lo personal es político” fue una experiencia concreta, material y situada antes de que la trituradora mediática la convirtiera en el cliché de un liberalismo chirle. Porque sólo en esos colectivos —las banditas que pensaron cómo vivir más allá de las determinaciones epocales—, se pudieron descubrir potencias que uno no sabía que tenía. Saberes y capacidades que solo se le revelaban a uno cuando entraba en esas extrañas relaciones impersonales. Las dramáticas circunstancias personales que podían definir una trayectoria ya no estaban fuera de la perspectiva colectiva, sino que se transformaban en una cuerda interna de cada quien. Así, en ese pasaje del dolor o de lo que no podríamos nunca afrontar solos a una sensibilidad común, se dibujaban los modos de un constructivismo militante que tenía más de tanteo y vacilación que de sentencia e identidad.      

Ir más allá de uno no tiene que ver con un cálculo consciente. No es una operación de la mente ni el ejercicio de un voluntarismo abstracto. Tampoco es una moral de los buenos. Es una fuerza material que surge en ciertas circunstancias históricas produciendo conmociones sensibles que resultan irreversibles. Sentir de otra manera, desde una época y contra ella misma, es una excepcionalidad que nos saca de las determinaciones de la derrota originada en la Dictadura, punto desde el que nuestras vidas quedaron subsumidas en una única manera de concebir las cosas. Solo en esa escucha atenta de quien se dispone a ser arrastrado por esas fuerzas anómalas radica la posibilidad de una experiencia que vaya más allá de la forma mercancía que anida en nosotros mismos. “Vidas de derecha”, había pensado Silvia Schwarzböck para referirse a esa homogeneidad en la que cada diferencia es integrada en un mismo modo de ser. Podemos pensar diferente, opinar críticamente de tal o cual cosa, incluso sentirnos distintos. Pero todos consumimos de la misma manera, atados a los mismos dispositivos técnicos y de plataforma, lo que crea una mismidad en la lengua, las prácticas y el pensamiento. La política, por esta vía, deviene separada de la existencia. Se milita una cosa y se vive otra. Se dice una cosa y se siente o se hace otra.

Si nos conmovemos al escuchar a Florencia es porque lo que ella dice nos pertenece a todos los que, de distinta manera, participamos de la elaboración de estos dilemas de una generación que se jugaba en grupúsculos experimentales que no aceptaron dar por cancelada la faceta aventurera y tumultuosa que toda política radical lleva consigo. Y porque, sabiendo que no hay a donde volver ni forma conocida a la que apelar, sus palabras y el brillo de su sonrisa nos recuerdan que somos capaces de cosas extraordinarias cuando la política efectivamente está a la altura de la vida. Y es la amistad política el sostén que nos da la fuerza para intentarlo, para rehacer la relación entre las palabras, las cosas y los sentidos. La memoria no es nostalgia. Es recuerdo de esas potencias y de los mundos que no pudieron ser y que se nos ofrecen como materia virtual para una nueva interpretación libre que deshaga el fatalismo de las líneas temporales que nos conducen a la impotencia y la resignación.   

 

         

 

Felicidad y magia // Giorgio Agamben

Walter Benjamin dijo una vez que la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que «los adultos son más fuertes, sino su incapacidad de hacer magia». La afirmación, efectuada bajo el efecto de una dosis de veinte miligramos de mescalina, no es por esto menos exacta. Es probable, en efecto, que la invencible tristeza en la cual se sumergen cada tanto los niños provenga precisamente de esta conciencia de no ser capaces de hacer magia. Aquello que podemos alcanzar a través de nuestros méritos y de nuestras fatigas no puede, de hecho, hacernos verdaderamente felices. Sólo la magia puede hacerlo. Esto no se le escapó al genio infantil de Mozart, quien en una carta a Bullinger señaló con precisión la secreta solidaridad entre magia y felicidad: «Vivir bien y vivir felices son dos cosas distintas; y la segunda, sin alguna magia, no me ocurrirá por cierto. Para que esto suceda, debería ocurrir alguna cosa verdaderamente fuera de lo natural».

Los niños, como las criaturas de las fábulas, saben perfectamente que para ser felices es preciso tener de su lado al genio de la botella, tener en casa el asno cagamonedas, la gallina de los huevos de oro. Y en cada ocasión, conocer el lugar y la fórmula vale mucho más que proponerse honestamente y dedicarse con todas las fuerzas a alcanzar un objetivo. Magia significa, precisamente, que nadie puede ser digno de la felicidad; que como sabían los antiguos, la felicidad, para el hombre, es siempre hybris, es siempre arrogancia y exceso. Pero si alguien llega a reducir la fortuna con el engaño, si la felicidad depende, no de lo que esa persona es, sino de una nuez encantada o de un ábrete-sésamo, entonces y sólo entonces puede decirse verdaderamente feliz.

Contra esta sabiduría pueril, que afirma que la felicidad no es algo que pueda merecerse, la moral ha alzado desde siempre su objeción. y lo ha hecho con las palabras del filósofo que menos ha comprendido la diferencia entre vivir dignamente y vivir feliz. «Aquello que en ti tiende con ardor a la felicidad es la inclinación; aquello que luego somete esta inclinación a la condición de que debes ser primero digno de la felicidad es tu razón», escribe Kant. Pero con una felicidad de la cual podemos ser dignos, nosotros (o el niño que hay en nosotros) no sabemos bien qué hacer. iQué desastre si una mujer nos ama porque nos lo merecemos! ¡Y qué aburrida la felicidad como premio o recompensa por un trabajo bien hecho!

Que el vínculo que mantiene unidas la magia y la felicidad no es simplemente inmoral, que puede, más bien, dar testimonio de una ética superior, se evidencia en la antigua máxima según la cual quien se da cuenta de que está siendo feliz, ya ha dejado de serlo. Así, la felicidad tiene con su sujeto una relación paradójica. Aquel que es feliz no puede saber que lo está siendo; el sujeto de la felicidad no es un sujeto, no tiene la forma de una conciencia, aunque sea la más buena. Y aquí la magia hace valer su excepción, la única que permite a un hombre decirse y saberse feliz. Quien goza por encanto de alguna cosa, huye a la hybris implícita en la conciencia de la felicidad, porque la felicidad que sabe que está teniendo en cierto sentido no es suya. Así Júpiter, que se une a la bella Alcmena asumiendo los rasgos del consorte Anfitrión, no goza de ella como Júpiter. y mucho menos, más allá de la apariencia, como Anfitrión. Su alegría pertenece toda al encanto, y se goza conscientemente y puramente sólo de aquello que se ha obtenido por las vías transversales dela magia. Sólo el encantado puede decir sonriendo: yo, y verdaderamente merecida es sólo esa felicidad que no soñaríamos con merecer.

Es esta la razón última del precepto según el cual sobre la tierra hay una sola felicidad posible: creer en lo divino y no aspirar a alcanzarlo (una variante irónica es, en una conversación de Kafka con Janouch, la afirmación de que hay esperanza, pero no para nosotros). Esta tesis aparentemente ascética se vuelve inteligible sólo si entendemos el sentido de aquel no para nosotros. No quiere decir que la felicidad está reservada solamente a los otros (felicidad significa precisamente: para nosotros), sino que ella nos espera sólo en el punto en el cual no nos estaba destinada, en el que no era para nosotros. Es decir, por arte de magia. En ese punto, cuando se la hemos arrebatado a la suerte, ella coincide enteramente con el hecho de sabernos capaces de magia, con el gesto por el cual alejamos de una vez por todas la tristeza infantil.

Si es así, si no hay otra felicidad que sentirse capaces de magia, entonces se vuelve transparente también la enigmática definición que de la magia dio Kafka, cuando escribió que si se llama a la vida con el nombre justo, ella viene, porque «esta es la esencia de la magia: que no crea, pero llama». Esta definición está de acuerdo con la antigua tradición, que cabalistas y nigromantes han seguido escrupulosamente en rodos los tiempos, según la cual la magia es esencialmente una ciencia de los nombres secretos. Toda cosa, todo ser tiene de hecho, más allá de su nombre manifiesto, un nombre escondido, al cual no puede dejar de responder. Ser mago significa conocer y evocar este archinombre. De allí, las interminables listas de nombres-diabólicos o angélicos- con los cuales el nigromante se asegura el dominio sobre las potencias espirituales. El nombre secreto es para él sólo el símbolo de su poder de vida y de muerte sobre la criatura que lo lleva.

Pero hay otra tradición, más luminosa, según la cual el nombre secreto no es tanto la cifra de la servidumbre de la cosa a la palabra del mago como, sobre todo, el monograma que sanciona su liberación del lenguaje. El nombre secreto era el nombre con el cual la criatura era llamada en el Edén y, pronunciándolo, los nombres manifiestos, toda la babel de los nombres, cae hecha pedazos. Por esto, según la doctrina, la magia llama a la felicidad. El nombre secreto es, en realidad, el gesto con el cual la criatura es restituida a lo inexpresado.

En última instancia, la magia no es conocimiento de los nombres, sino gesto: trastorno y desencantamiento del nombre. Por eso el niño nunca está tan contento como  cuando inventa una lengua secreta. Pero su tristeza no proviene tanto de la ignorancia de los nombres mágicos como de su dificultad para deshacerse del nombre que le ha sido impuesto. No bien lo logra, no bien inventa un nuevo nombre, tiene en sus manos el salvoconducto que lo lleva a la felicidad. Tener un nombre es la culpa. La justicia es sin nombre, como la magia. Privada de nombre, beata, la criatura llama a la puerta del país de los magos, que hablan sólo con gestos.

 Profanado a Revista Adynata

Fuente:

Agamben, Giorgio (2005) “Magia y felicidad”. En Profanaciones. Adriana Hidalgo editora. Bs. As.

El inconformista lúcido // Diego Sztulwark

No hay disputa ideológica sin una lengua despabilada. Eso es lo que reconoció el martes 28 de enero ese verdadero estallido de mensajes y posteos que reaccionaron doloridos a la noticia del fallecimiento del historiador Javier Trímboli (1966). Basta recorrer la escala y la calidad del fenómeno para comprender la magnitud de lo que está en juego en esta despedida. No alcanza con enumerar las diferentes dimensiones de su vida pública de militante, docente, archivista y escritor para comprender el alcance de semejante conmoción. Es preciso considerar, además, el carácter extraordinario de la conversación que supo tener Javier con sus compañeros, colegas, alumnos —muchos de ellos también docentes— y lectores. Javier fue el más lúcido inconformista de nuestra generación.

Repasando lo que se dijo estos días en las redes podemos reconstruir rápidamente el esquema de una trayectoria: estudiante secundario del Nacional Buenos Aires, militante juvenil comunista, brigadista en Nicaragua (1985), estudiante universitario en la Facultad de Filosofía y Letras, impulsor del Manifiesto de Octubre contra la razón académica, animador de grupos de lectura, docente de colegios secundarios, de institutos de formación docentes, y en las universidades de Buenos Aires, La Plata, Flacso y Unipe, editor de los primeros dos números de la revista La escena contemporánea, director editorial de la Revista Guay, militante kirchnerista, impulsor de proyectos pedagógicos en el área de educación tanto en Nación como en la Ciudad de Buenos Aires, en provincia de Buenos Aires y Córdoba, archivista de la TV Pública (en la que hizo la serie documental Huellas de un siglo y un trabajo fundacional para el Archivo Prisma), asesor de las celebraciones del bicentenario, del Centro Cultural Kirchner, partícipe de incontables iniciativas historiográficas —de un documental sobre la guerra del Paraguay, de columnas en radio, TV y streaming—. Algunas de sus clases están colgadas en YouTube. También algunas conversaciones con Ricardo Piglia sobre Sarmiento o Borges.
Javier, además, no paraba de escribir. Una enumeración de sus libros, tal y como los recuerdo y como están ahí, en mi biblioteca, habilita la siguiente —quizás incompleta— enumeración: Para pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política, conversaciones de Javier Trimboli y Roy Hora con Tulio Halperín Donghi, Daniel James, Oscar Terán, Hilda Sábato; Natalio Botana; José Carlos Chiaramonte, Beatriz Sarlo y Juan Carlos Torre (El cielo por asalto, 1994); La izquierda en la argentina, conversaciones con Carlos Altamirano, Martín Caparrós, Horacio González, Eduardo Grüner, Emilio De Ípola, León Rozitchner, Beatriz Sarlo y Horacio Tarcus (Manantial, 1998); Mil novecientos cuatro. Por el camino de Bialet Massé; (Puñaladas, Colihue, 1999); Espía Vuestro Cuello. Memorias y documentos de trabajo 2004-2007 (Crackup, 2012); con Guillermo Korn: Los ríos profundos, Hugo del carril/Alfredo Varela: un detalle en la historia del peronismo y la izquierda (Eudeba, 2015); Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución (Cuarenta Ríos, 2017); con Guillermo Korn recopilaron y prologaron las notas de Alfredo Varela que dieron lugar a También en la Argentina hay esclavos y blancos (Omnívora, 2020); Alberto Flores Galindo. La escritura de la historia (ediciones UNGS, 2023). En cambio, no llegué a leer aún el libro por él compilado y prologado, Tulio Halperin Donghi. La herencia está ahí. Diez entrevistas comentadas (Omnívora Editora, 2023), ni Sombra terrible. Sarmiento entre civilización y barbarie, escrito con Ignacio Barbeito (Instituto Superior de Estudios Pedagógicos, Córdoba, 2023).
Mi particular conversación con Javier, tal y como puedo recobrarla ahora, comenzó en las militancias lectoras de la UBA de finales del año ‘97, cuando las revistas El Ojo Mocho y El Rodaballo publicaron el ya mencionado manifiesto colectivo contra la razón académica cuyo borrador corrió por cuenta de Javier. Las conversaciones que por entonces teníamos en la Facultad de Sociales con María Pía López y Guillermo Korn convergieron con las de Javier y con Fabio Wasserman, en la revista ostensiblemente mariateguiana, La escena contemporánea (en su primer número participaban, además, Guillermo Levy, Marcela Martínez y Alejandra Prilutzky). En el segundo número de la revista, dedicado al año ‘89, Trímboli publicó un artículo notable: “No tan distintos”. La historia de aquel año bisagra en la Argentina (que va de la caída de la URSS a la llegada de Menem al gobierno, pasando por la toma del cuartel militar de La Tablada llevada a cabo por un núcleo de militantes de izquierda) era objeto de una narración que —como hablamos en estos días con León Lewkowicz— transcurría como un pliegue en el que la trama objetiva de los hechos aparecía tejida en las incertezas y las perplejidades de Javier y sus jóvenes amigos de entonces. Mil novecientos cuatro también superpone registros: Trímboli recorría el itinerario que un siglo antes había seguido Bialet Massé por el país para dar cuenta de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Javier escribiendo yuxtaponía pasado y presente; historia de los hechos y procesos de constitución subjetiva; lo neoliberal en curso y lo que se pudiera pensar contra eso.
Pero es en otros textos donde, al menos para mí, se accede al corazón de lo que podríamos llamar —quizá contra el propio Javier— su “obra”: Espía vuestro cuello, una novela excepcional, presentada como una serie de seis ensayos —“memorias y documentos”— en los que la escritura se radicaliza al máximo por medio de un desplazamiento de la narración hacia la ficción. A través de diversos registros logra captar con irreverencia y brillantez el tiempo —la atmósfera— en la que el propio Trimboli atravesó tres instituciones que por entonces —mientras las atravesaba— parecían insólitamente consistentes: “El colegio”; el PC y la carrera de historia de la UBA. El segundo libro al que quiero hacer referencia es Sublunar, un ensayo a contracorriente marcado por la pregunta abierta en 2015 —con el triunfo electoral de Macri— sobre el ciclo previo kirchnerista, considerado menos como “momento hegemónico” o “estado bueno” y más como “desvío momentáneo” y reparación histórica. Menos como corte absoluto y acontecimiento total y más como contrapunto en torno al peronismo entre las masas de 2001 y el deseo —y la incapacidad— kirchnerista de superar los abismos neoliberales. Los derechos humanos y la historia de los setenta, dice allí el autor, no pueden ser un adorno. Lo genial de Sublunar es su modo de composición: el archivo del historiador coincide absolutamente con las señas confusas con las que los actores van decidiendo sus apuestas. Entre la redacción de ambos libros, Javier compuso en 2014 un prólogo al libro de David Viñas, De los montoneros a los anarquistas. Allí escribe sobre la “puntada preciosa de Viñas”, y en particular sobre aquella según la cual las bombas de los anarquistas vengan las masacres de las montoneras. Y deja flotando una pregunta: “¿cómo va a continuar la venganza?”. Su libro sobre el peruano Flores Galindo —presentado en la facultad de Ciencias Sociales en 2023— es una breve obra maestra sobre el anacronismo como reencuentro con la complejidad del tiempo histórico en épocas de aplastamiento neoliberal. En Trímboli, el problema de la revolución es inseparable del de la transmisión —de ahí la figura del profesor que crea banda— y, por tanto, no puede ser derrotado mientras haya clases y lectores: es una obsesión que hace pensar.
Hay un puñado excepcional de intervenciones de Javier de los últimos años que no se reducen a sus libros ni a sus clases (Trímboli fue ante todo un enorme profesor). Nombro algunas: la notable entrevista que concedió a sus amigos de la revista El río sin orillas (N.º 7, octubre 2013), en la que aparece en todo su esplendor —hablando de su propio recorrido, sus trabajos, militancias y escritos— esa retórica precisa, literaria y benjaminiana que va creando un nosotros que tiene una cierta impronta generacional, algo de militante político y mucho de inconformismo; las dos conversaciones con Horacio González, una sobre el peronismo (con Korn) y otra sobre Sarmiento publicadas en Gonzalianas, conversaciones sin apuro (Colihue, 2021); su notable comparecencia en el programa Gelatina en torno al sentido —no ritualizable— de la marcha del último 24 de marzo —la primera bajo el actual gobierno de ultraderecha— preguntando cuál es actualmente nuestra relación, en términos de creación y lucha, con los militantes desaparecidos de las izquierdas y del peronismo y con la idea misma de la revolución; o en las recientes Jornadas por el XX aniversario de Ignacio Lewkowicz, en las que leyó un texto impresionante sobre su propia formación, que para ser formación intelectual debió ser también la formación de una banda: banda de náufragos, banda que hacía del naufragio un modo de lectura.

 

 

 

Javier, el que yo conozco —debo decir ahora: el que yo conocí— es un tipo íntegro, radical, agudo y generoso. Enteramente presente en sus ironías, en su erudición y en la captación de nuestro tiempo. Un ser cuyo brillo, venido quizás de otros mundos (que se esforzaba en conservar, traer, actualizar), provocaba amor y admiración. La última conversación larga y a fondo con Javier fue para mí, extraordinaria. Creo que no exagero. Por suerte quedó muy bien registrada. La comparto para quienes quieran escucharlo. Aquí va el link.

Pero: ¿es posible hablar de una “última” conversación con Javier? Afortunadamente, no. Y por una razón muy práctica: porque aún nos espera la publicación de sus apuntes y clases. Y, sobre todo, de un último trabajo suyo, sobre el cual habló poco y escribió mucho, en torno a dos personajes históricos del siglo pasado: Héctor Murena y Paco Urondo. El compañero, el enorme profesor, el cinéfilo, el escritor extremo —el que convocaba a reanudar la venganza— no puede ser pasado por alto. Tanto que se habla de batallas de ideas y culturales. Nosotros tenemos de nuestro lado a Javier Trímboli. 

 Geometrías del imperialismo en el siglo XXI // Etienne Balibar

Noviembre 2024

Es un gran honor para mí pronunciar esta tarde la Said Memorial Lecture de 2024 en la American University de El Cairo[1]. También es un honor trufado de peligros, no solo por la calidad de quienes me han precedido, sino también por las dramáticas circunstancias en las que nos encontramos a las cuales me referiré más adelante. El título de mi intervención procede de un ensayo de Giovanni Arrighi, La geometria dell’imperialismo, publicado por primera vez en 1978 (el mismo año en que se publicó Orientalism), libro que hoy es menos conocido que el resto de sus obras y que curiosamente opta por un planteamiento «estructuralista»[2]. En mi opinión se trata de una contribución muy interesante al análisis de las variaciones del imperialismo, sobre todo viniendo de una de las principales figuras de la discusión posmarxista de la configuración global del capitalismo y de sus sucesivas hegemonías históricas. No pretendo repetir lo que Arrighi ha dicho, pero sí intentar articular algunas reflexiones sobre la complejidad del fenómeno «imperialista», sobre el lugar central que este ocupa en cualquier interpretación de la historia moderna y sobre sus transformaciones durante este último periodo. En este contexto situaré la importancia de la contribución de Edward Said respecto a la cual podríamos creer erróneamente que tan solo atañe a una especie de consecuencia de la propia estructura. Por supuesto, tendré que eludir o simplificar muchos de los importantes debates sobre los conceptos y su aplicación, pero ese es el riesgo que asumo para llamar la atención sobre lo que, hoy por hoy, me parece lo más urgente.

Se trata ciertamente de una presentación teórica, la cual no puede disociarse, sin embargo, como espero mostrar, de un compromiso militante con las luchas antiimperialistas, contempladas estas en toda su diversidad y en su unidad problemática. Estas luchas constituyen nuestra única esperanza de convertirnos o de volver a ser los actores de un proceso de emancipación colectiva frente a la violencia y la explotación. Como conclusión de esta exposición, de forma muy rápida y de modo muy abstracto, intentaré esbozar algunas orientaciones para pensar estas luchas antiimperialistas a partir de una representación actualizada de la estructura de dominación a la que nuestro mundo está sometido desde hace más de cinco siglos y que hoy parece conducirlo hacia una catástrofe planetaria. Por abstractas que sean estas orientaciones, sin embargo, y lamento no poder hacerlo mejor en este contexto, mis propuestas no podrán sustraerse a la presión de las circunstancias en las que nos encontramos hoy en este homenaje, que son sencillamente trágicas. Hablando bajo la invocación de Edward Said, ¿cómo no voy a sentirme acechado por las imágenes de limpieza étnica y exterminio, que nos llegan cada día desde Palestina y ahora también desde el Líbano? ¿Y cómo no estar obsesionado por la cuestión de por qué el «mundo», que también es denominado la «comunidad internacional», no quiere o no puede poner fin a esta barbarie?

Pero, sin duda, me rondan por la cabeza otros pensamientos, otros recuerdos ligados a esta región de la que Egipto es el centro. Al embarcarme en mi propio «viaje a Oriente», pienso en lo que esta tiene de verdaderamente especial tanto por su contribución a la civilización, como en lo referido a la violencia de las experiencias que ha vivido. Una región en la que, desde los albores de lo que llamamos «historia», los imperios han luchado por la hegemonía (una de mis tesis será que el imperialismo moderno, con todas sus especificidades, continúa todavía esta larga historia). Una región que, a lo largo de los siglos XIX y XX no ha dejado de ser foco de rivalidades imperialistas, pero también el escenario de heroicos levantamientos, que pretendían invertir el curso de la historia e imaginar un futuro bajo la bandera de la libertad, los cuales han acabado con demasiada frecuencia, no obstante, aplastados por la represión y la superioridad de las fuerzas conservadoras autóctonas y extranjeras. Así que podéis imaginaros fácilmente lo que significa para mí hablar hoy ¡justo al lado de la plaza Tahrir! Y no puedo olvidar los tres genocidios perpetrados en la región durante los últimos años en Darfur, en Siria y en Gaza. ¡No podemos afirmar que discutir aquí de imperialismo sea simplemente una cuestión de ciencia histórica!

El imperialismo y la guerra

Pasemos ahora a mi primer punto. Me concentraré en el vínculo existente entre el imperialismo y la guerra por la siguiente razón. Desde las primeras tentativas, que a principios del siglo XX inauguraron la problemática del imperialismo desde una perspectiva socialista y marxista de la mano de los trabajos de Hobson, Hilferding, Rosa Luxemburg, Kautsky, Lenin, Trotsky y otros estudiosos, esta línea de investigación no se ha detenido. El problema nunca ha dejado de evolucionar, si bien se han verificado «retornos» periódicos a nodos significativos de herejía, como cuando David Harvey, en su análisis del «nuevo imperialismo» basado en la «acumulación por desposesión», que me servirá en parte de inspiración, revive las ideas de Rosa Luxemburg contenidas en su trabajo La acumulación del capital (1913) a propósito de la expropiación violenta del campesinado en las «periferias» coloniales» del capital industrial[3]. Y, sobre todo, constatamos una tensión permanente entre las teorías que ponen en primer plano el fenómeno político del imperialismo, es decir, la acción del Estado caracterizada por sus «marcas de soberanía», como decían Bodin y Hobbes[4], y las teorías, principalmente marxistas, que lo conceptualizan como una «estadio» o «modo» del desarrollo del capitalismo caracterizados por sus antagonismos específicos. Ahora bien, desde un principio esta tensión me parece dictada por la necesidad de dar cuenta de un fenómeno consistente en la emergencia de la guerra en el centro mismo de la economía de una sociedad, cuyo principio de organización y progreso (el «comercio» en su sentido más amplio) se supone que promueve la paz. Fue, utilizando la expresión de Lenin, la «catástrofe inminente» de la Guerra Mundial de 1914 el hecho que cristalizó los debates sobre la relación existente entre el capitalismo y el nacionalismo, la colonización, el militarismo y la guerra[5]. Y fue la convicción de que esta combinación llevaba a la sociedad «burguesa» a un límite absoluto e insostenible, lo que condujo a los teóricos más radicales de la época a plantear la alternativa: imperialismo o revolución, sustentada en la doble convicción de que el imperialismo crea problemas que es imposible resolver y que la revolución precisamente aporta la solución o, al menos, desbloquea la posibilidad de la misma. Volveré sobre este punto, por supuesto, pero por el momento quiero defender la idea de que, para construir una teoría del imperialismo, la guerra no puede ser contemplada como una consecuencia particular del fenómeno estudiado, porque ella constituye el problema fundamental, la cuestión primaria que da origen al concepto. Así pues, debemos retornar a la guerra para evaluar lo que ha cambiado o ha perdurado y en qué medida lo ha hecho en la estructura del imperialismo y en las configuraciones de sus «tendencias». La articulación entre imperialismo y guerra no tiene nada de contingente, pero tampoco puede deducirse de una simple definición.

Cuando examinamos esta articulación no sólo hablamos de «guerras imperialistas» o de «guerras de la era imperialista», sino del vínculo intrínseco entre el imperialismo y la guerra. Sobre este punto plantearé dos hipótesis.

La primera es la siguiente: en su acepción dominante actual (marxista o posmarxista), que no separa el imperialismo del capitalismo concebido como un modo de producción basado en la acumulación de valor monetario, no cabe duda de que el primero ha coincidido con una nueva modalidad de conquista imperial, simbólicamente marcada por la apertura de América a la colonización europea en 1492, que luego se extendería a todo el mundo. Este hecho no supuso, sin embargo, una interrupción en la historia de los imperios y de sus rivalidades, sino que, por el contrario, marcó el comienzo de un período en el que el imperio como forma política adquiere una vitalidad sin precedentes. El imperialismo no constituye una ruptura con la sucesión de imperios, sino que marca un nuevo momento en una historia dotada de una larguísima duración. Ello podría significar simplemente que los imperialismos modernos siguen implicando la conquista y la dominación e incluso que están impulsados por el sueño imperial del poder universal, lo cual fue claramente el caso no sólo del Imperio británico, sino también de los Imperios «republicanos» sea este francés o, sobre todo, estadounidense. Pero podemos ir un paso más allá, porque el imperio como forma política tiene un vínculo institucional con la guerra y con la función política que esta cumple. Expresaré esto acuñando un axioma «romano, que sigue siendo válido en la época moderna: los imperios siempre están haciendo la guerra en sus «fronteras», que desplazan constantemente, para crear espacio para el comercio, la legislación y la cultura, esto es, para la «paz», pero lo contrario también es cierto y así los imperios hacen la paz y desarrollan sus instituciones para poder prepararse y hacer la guerra. La segunda proposición no es menos cierta que la primera e incluso constituye su verdad desde un punto de vista materialista. La guerra es inherente al imperialismo, como lo fue a los imperios. «Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant» [Donde hacen un desierto, lo llama paz]: siempre merece la pena releer a Tácito[6].

En cuanto a mi segunda hipótesis, la más importante, intentaré apoyarla con formulaciones tomadas de dos autores, Lenin y Carl Schmitt, que son políticamente irreconciliables, pero que comparten una visión realista de los conflictos entre potencias en el siglo XX. En el corazón del ensayo de Lenin El imperialismo, estadio superior del capitalismo[7] subyace la idea del «reparto del mundo» entre las potencias coloniales, un reparto caracterizado por su inestabilidad intrínseca y, por lo tanto, no conducente a una distribución permanente o «equilibrada» de sus partes entre soberanías equivalentes, sino, por el contrario, a una lucha violenta por los sucesivos repartos. Si hay una idea de Lenin que la historia ha confirmado de modo inapelable es evidentemente ésta, como lo muestra la historia incesante de conflictos, que van de la Conferencia de Berlín (1885), en la que se repartió el África explorada e inexplorada (el «continente negro») entre las potencias coloniales, a la aparición de potencias imperialistas no europeas en América y Asia y a la «Guerra Fría» (la «partición de Yalta»), pasando por las dos guerras mundiales (y, por consiguiente, por el Pacto Germano-Soviético) y finalmente, después de 1989, la construcción de un único «orden liberal» militarizado. Una de las cuestiones decisivas para nuestra investigación es saber si tal idea es aplicable y de qué manera a nuestra situación actual y a sus tendencias de evolución y si lo es, en particular, para dilucidar el significado del concepto de «multilateralismo». Es evidente, sin embargo, que esta discusión presupone una considerable ampliación de la caracterización leninista, que se basa en la función decisiva de los territorios y las fronteras territoriales, tal y como pueden observarse en un mapa del mundo. Ahora bien, los imperios que nos ocupan aquí basan su poder en la inversión y la rentabilidad del capital. Los territorios que les importan no son entidades puramente espaciales; son espacios abiertos por la fuerza a la apropiación de recursos monopolizables: recursos energéticos (carbón, petróleo, uranio, etcétera), recursos minerales, oceánicos y agrícolas (cuya explotación va a trastornar radicalmente el medioambiente), recursos humanos (poblaciones susceptibles de ser reducidas a la esclavitud, deslocalizadas, puestas a trabajar, reclutadas en el ejército, etcétera). Pero pronto se revela que gran parte de estos recursos pueden controlarse y extraerse sin recurrir a la dominación directa (o «soberanía» ejercida sobre el territorio) a condición, claro está, de que se disponga de los medios (monetarios y militares) para proporcionar un exceso de potencia irresistible. Este ha sido, como sabemos, el secreto del imperialismo estadounidense, que ha conferido al reparto del mundo un carácter más abstracto, ocultado en los mapas si no sobre el terreno, mediante el control de los territorios no como colonias (con algunas excepciones), sino como mercados, de modo que resulte factible construir un imperio mundial, cuya extensión no tendría más límite que el definido por la capacidad de Estados Unidos de reprimir las insurrecciones e invertir capital en cualquier parte del mundo. Esta modalidad ha sido ahora «sustituida» a su vez, sin embargo, por una forma completamente diferente de reparto del mundo y de lucha por su reparto ulterior, que no concierne a los espacios terrestres, sino a los «virtuales» (o inmateriales, cuyo conjunto forma el metaverso), distribuidos (y redistribuidos o disputados) entre los imperios de la comunicación[8]. Este reparto crea sus propios «territorios», que son objeto de apropiación, siendo sus «amos» no tanto los Estados como las multinacionales caracterizadas por sus «redes» de distribución y recopilación de datos, que controlan las actividades de los Estados en lugar de ser controladas por ellos. ¿Adquirirá esta revolucionaria forma de «territorialidad» la autonomía suficiente para relegar a un segundo plano la lucha por la hegemonía, que hoy parece destinada a estructurar «geopolíticamente» el orden mundial entre los imperios industriales, que desarrollan diferentes modelos de «capitalismo» a la vez rivales y complementarios, como sucede con China y Estados Unidos? ¿Y qué tipos de conflictos se derivarán de ello? Tales son evidentemente las cuestiones de las que depende nuestro futuro.

Llegados a este punto, conviene efectuar un rodeo por la obra de Carl Schmitt. Existe una convergencia innegable entre el «reparto del mundo» leninista y la idea de Schmitt de Landnahme («apropiación» de la tierra) desarrollada en su libro Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Ius Publicum Europaeum (1950) en el que la historia de la constitución de los Estados-nación de Europa, verificada tras el fin de las guerras de religión en el siglo XVII, que condujo al «orden westfaliano», se correlaciona con el hecho de que estas mismas naciones se hayan encontrado en permanente estado de guerra para expandir sus imperios y despojarse recíprocamente de sus colonias[9]. Obviamente, Lenin y Schmitt no «concluyen» de la misma manera su análisis del nomos: para Lenin, la revolución es la inmediata e ineludible consecuencia de la crisis del imperialismo, mientras que para Schmitt (contrarrevolucionario declarado) lo que resulta de ello es una nueva geometría del imperialismo, caracterizada por la constitución de Grossräume [grandes espacios], esto es, «grandes espacios geopolíticos», que constituyen una nueva variedad de imperios regionales, cuya resonancia con ciertas cuestiones contemporáneas, como la «multipolaridad» y el «conflicto de civilizaciones», no deja de resultar inquietante[10]. Pero lo que me parece más esclarecedor de sus análisis es la idea de que repartirse el mundo no consiste tan solo en la (re)distribución de la tierra, los recursos y las poblaciones, sino también en la distribución de las formas de guerra (y más generalmente de las modalidades de la violencia) entre las regiones del planeta[11]. Esta distribución opera simultáneamente a dos niveles: es una distribución entre los Estados imperialistas y es una distribución entre la región donde viven los «amos» (o «pueblos amos») y la región donde viven los «súbditos» (o los futuros súbditos, ya marcados para la conquista), lo cual posteriormente se denominará el «centro» y la «periferia». La violencia que se ejerce en el centro, donde está en juego la potencia soberana (Herrschaft), y la que se ejerce en la periferia para establecer y reafirmar allí permanentemente la dominación de los amos sobre los bárbaros a los que los primeros entienden que tienen la tarea de subyugar, educar y hacer trabajar, son cualitativa y cuantitativamente diferentes: la segunda debe ser permanente, atroz y ella misma bárbara, mientras que la primera es intermitente, esto es, separada por tratados de paz, y pretende seguir siendo civilizada en tanto que ejercida en virtud de las «leyes de la guerra». La primera se «retiene» (Hegung des Krieges, acotamiento de la guerra), mientras que la segunda carece de toda restricción. La estabilidad e incluso la verosimilitud de esta distribución distan mucho de estar garantizadas, como atestiguan las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial o, en el momento presente, lo que está sucediendo en Ucrania, pero percibo la posibilidad de utilizar ese planteamiento a la inversa: plantearía de modo postschmittiano, que es al mismo tiempo antischmittiano, que la distribución desigual de las formas heterogéneas de violencia constituye, como tal, uno de los mecanismos que trazan las fronteras que separan «dos mundos» en un «solo mundo» y, por consiguiente, dos «humanidades» o dos «razas» en el seno de la misma «especie humana». Ahora bien, esta es precisamente la figura del imperialismo en tanto que forma social y antropológica en la época moderna. Esta figura ha sido distorsionada y desplazada de diversas formas y sin duda lo seguirá siendo a costa de terribles sufrimientos y de enormes devastaciones medioambientales, pero su principio se ha mantenido. Lo estamos viendo ahora mismo en Gaza.

Concluyamos este razonamiento y volvamos a las angustiosas cuestiones del presente. En un mundo más dividido que nunca en Estados, naciones y regímenes en competencia, pero que también parece haber alcanzado un grado de interdependencia sin precedentes entre sus «partes» constituyentes, y que está siendo obligado por acontecimientos tan diversos como una pandemia, una crisis financiera mundial y, sobre todo, la catástrofe medioambiental actual a tomar conciencia de ciertos intereses vitales comunes a toda la humanidad y, por lo tanto, a hacer prevalecer su unidad sobre sus divisiones, ¿en qué reconocemos todavía la persistencia de las señas de identidad del imperio? ¿Y cómo definimos el régimen mundializado de las guerras libradas en la tierra y en el aire, pero también en el espacio «virtual» de la infoesfera en nombre de valores incompatibles en el seno mismo de este mundo «unificado»?[12]. A la primera pregunta, responderé hipotéticamente: son los imperios en decadencia los más violentos (o los más crueles en su forma de hacer la guerra), porque se sienten acorralados tanto por la erosión de sus privilegios como por la ruina de su pretensión de «grandeza» (o de elección)[13]. Rusia y Estados Unidos ilustran hoy esta tesis, aunque a diferentes niveles de imperialidad[14]: para la primera, es necesario «reconstituir la unidad del Russkyi Mir», que la URSS había preservado y que su hundimiento disolvió, para el segundo es preciso «Make America Great Again». A la segunda pregunta, mi respuesta sería que hemos alcanzado un estado de exterminación generalizada. Tomo prestado este término del famoso ensayo del historiador Edward P. Thompson, que fue uno de los impulsores del movimiento por la paz y el desarme nuclear en Europa, «Notes on Exterminism, the Last Stage of Civilization» (1980)[15], cuyo título parodiaba intencionadamente a Lenin. Escrito en plena «carrera de armamentos» durante la Guerra Fría, el texto insistía en la idea de que el riesgo de aniquilación del planeta no derivaba únicamente de las políticas e ideologías imperiales de las dos «superpotencias», sino también de la escala de las industrias armamentísticas y de su lugar central en la economía. Esto es tan cierto hoy como lo ha sido siempre, pero creo que podemos empujar el concepto de exterminación para describir la normalización de este estado de excepción, que es la guerra en el mundo actual: incluyo en ella no únicamente las guerras oficialmente definidas, como acontece con las «guerras libradas entre Estados», ilustradas con la guerra en Ucrania, en realidad más contemplada desde el lado ucraniano que del ruso, sino también las guerras civiles» e incluso las «guerras privadas», si pensamos en la porosidad de la separación entre guerra y crimen en ciertas partes del mundo, así como el «terrorismo» y el «contraterrorismo» ejercido por los Estados contra sus enemigos interiores y exteriores. Todas estas formas tienen, por supuesto, sus propias historias y sus causas específicas, pero tomadas en su conjunto y con la producción y difusión de armamento como telón de fondo conforman una distribución globalizada de la violencia armada, que incluye la totalidad de los grados de violencia y que no excluye ninguna sociedad ni ninguna región del mundo, definiendo un continuum entre dos extremos: por un lado, los genocidios perpetrados contra poblaciones enteras por masas «racistas» «no organizadas» o, sobre todo, por Estados y ejércitos altamente organizados (como Israel); por otro, en el otro extremo, el exterminio potencial como parte de una guerra nuclear declarada o como resultado de una «escalada» incontrolada. La exterminación no es el último, sino el más reciente y «bajo» estadio del imperialismo, cuya violencia multilateral nos impide imaginar verdaderamente el advenimiento de otro mundo. No hay nada de regocijante en ello.

Imperialismo y capitalismo «absoluto»

Probablemente me he extendido mucho sobre este primer punto, porque me parecía de especial actualidad. Paso ahora al segundo, que se refiere a la idea del imperialismo como «estadio» o «período» en la historia del capitalismo y, en consecuencia, a la cuestión de saber en qué forma de capitalismo vivimos hoy. El adjetivo ruso que figura en el título de Lenin (vyschaia) se traduce comúnmente como «supremo» o «superior», pero normalmente se interpreta como un estadio «último» o «final», en el sentido de más reciente. Ello muestra claramente que la idea de Lenin contiene una ambigüedad, inmediatamente ligada a la convicción de que el imperialismo («época de guerras y revoluciones») corresponde a la catástrofe final en el desarrollo del capitalismo como formación socioeconómica: se abre así un momento apocalíptico en el que la humanidad se enfrenta a la alternativa de la autodestrucción o la reconstrucción sobre bases radicalmente distintas (la frase de Rosa Luxemburg: «socialismo o barbarie»)[16]. Hay que reconocer que se ha vuelto muy difícil mantener esta visión escatológica del sentido de la historia, incluso y sobre todo si ella debe constituir el «horizonte de expectativa» (Erwartungshorizont) dentro del cual piensan los revolucionarios para quienes considerar el capitalismo como la forma insuperable de la existencia humana es una idea insoportable. Ello no significa, sin embargo, que la idea de asociar la reflexión sobre el imperialismo con el análisis de los sucesivos estadios o formaciones de la historia del capitalismo carezca de validez. Pero desde este punto de vista, diré muy rápidamente que se han verificado dos rectificaciones respecto a la problemática leninista, que debemos tener en cuenta y que miran en direcciones temporales opuestas.

La primera es la que proponen los teóricos del «sistema-mundo capitalista»[17]: estos autores rectifican la idea de que los rasgos esenciales (o las tendencias históricas) del capitalismo sean totalmente perceptibles a partir del análisis de las formas «avanzadas», que adopta en el «centro» de la economía-mundo capitalista[18], porque lo decisivo para su evolución es la relación de dependencia entre el centro y la periferia en la que prevalecen modos de producción distintos del trabajo asalariado, que no son menos «capitalistas», sino que reposan en otras modalidades de explotación de la fuerza de trabajo. Esta dependencia es mutua, pero no simétrica. Ha existido siempre como correlato del capitalismo, lo cual significa que el imperialismo del capital es originario y no un estadio tardío (y menos aún «último») de la historia del capitalismo. Nunca ha habido una forma de capitalismo que no fuera imperialista, aunque sus formas se hayan transformado constantemente. El imperialismo no es, pues, una noción escatológica.

Es un concepto variacional (o diferencial)

De ahí la importancia de la otra rectificación, que mira en la dirección opuesta y cuyos autores reivindican más o menos explícitamente una inspiración gramsciana[19]. Se trata de la idea de que las nuevas fases o épocas de la historia del capitalismo, caracterizadas por una nueva configuración de las clases y de la lucha de clases, se hallan separadas por momentos de incertidumbre histórica (más que de «transición») en los que las contradicciones no se resuelven sin revoluciones, que afectan a la totalidad del entramado institucional de la sociedad[20]. Esta idea, que podría parecer banal, se torna problemática, pero también, me parece, esclarecedora, si admitimos que la revolución puede orientarse en direcciones opuestas. El propio Gramsci esbozó esta idea (¡difícil para un comunista!) mediante la paradójica categoría de «revolución pasiva» (tomada prestada de un historiador italiano de principios del siglo XIX), de la cual se sirve para describir las transformaciones industriales, sociales y culturales del «fordismo» estadounidense y que podemos extender fácilmente a los compromisos de clase, que en Estados Unidos bajo la denominación de New Deal y en Europa bajo la de «socialdemocracia» han reformado el capitalismo con el apoyo de una fracción importante de la clase obrera organizada[21]. Las políticas neoliberales, que empezaron a tomar forma durante los últimos años de la Guerra Fría y se convirtieron en dominantes a escala mundial tras el derrumbe de los regímenes comunistas (con la excepción de China, punto decisivo), nos permiten dar un paso más hacia esta idea: esta transformación del sistema capitalista imperialista de finales del siglo XX, que ahora domina la totalidad de nuestras vidas, ha sido efectivamente una contrarrevolución. Pero hay que admitir que las contrarrevoluciones también son revoluciones, salvo, y ello no es baladí, que su objetivo es restaurar una estructura jerárquica de la sociedad y no «ponerla patas arriba»[22].

A continuación, introduciré, pues, la categoría que yo (y otros) venimos utilizando desde hace algún tiempo para definir el capitalismo en el que vivimos: la de capitalismo absoluto[23]. Sé que puede suscitar ambigüedades, pero creo que vale la pena correr el riesgo para poner de relieve lo que está en juego. Utilizo el adjetivo «absoluto» tanto por analogía con la «monarquía absoluta» (para designar una forma de capitalismo que reina suprema o que al menos ha reducido a la defensiva a sus antagonistas clásicos), como en un sentido dialéctico, cuasi hegeliano, por oposición a lo que Immanuel Wallerstein denominó «capitalismo histórico»: el que correspondía a las formas sucesivas de polarización del mundo entre «centro» y «periferia». El capitalismo absoluto «recalibra» el capitalismo histórico. ¿Por qué, podríamos preguntarnos, no nos contentamos con la categoría de neoliberalismo? Porque, en mi opinión, tal categoría tan solo corresponde a una parte de los rasgos que caracterizan al nuevo capitalismo al tiempo que sugiere que para interpretarlos debemos remontarnos al conflicto inmemorial entre políticas económicas, que dan primacía bien a la regulación estatal y a las empresas publicas o bien a las operaciones de «libre competencia» y a las fuerzas del mercado[24]. Lo que queda en la sombra, por lo tanto, es el modo en que las formas anteriores del antagonismo de clase y del conflicto social han sido «superadas» o eliminadas. Creo, por el contrario, que debemos analizar el capitalismo absoluto que impera en la actualidad como intrínsecamente postsocialista y poscolonial.

Es postsocialista, porque ha logrado utilizar las instituciones y los poderes del Estado, que han sido fortalecidos durante el «momento socialista» de la economía-mundo (1917-1968), al tiempo que emprendía el desmantelamiento o la disolución del sistema de derechos sociales incorporado por los Estados en el siglo XX, de forma diferente en función de los diversos regímenes, en su constitución material de «ciudadanía». Es preciso poner de relieve la importancia especial que reviste aquí el estudio de las transformaciones «postsocialistas» verificadas en la China comunista, que se perfila cada vez más como el Estado dirigente de la evolución mundial. China es a la vez típica y excepcional en su forma de «superar» el socialismo en pos de un nuevo capitalismo. Habiendo sido más intensamente socialista, el país encabeza la construcción del nuevo capitalismo[25]. Pero el capitalismo absoluto es también poscolonial, porque la tendencia a la mercantilización total de la existencia y la deslocalización de los procesos de producción (la formación de «cadenas de valor» globales) que lo caracteriza, únicamente ha podido alcanzarse derribando las barreras de los imperios y abriendo las economías periféricas a los flujos de mercancías y capitales (además de poblaciones), que ha propiciado la descolonización formal ligada a las «independencias»[26].

Para precisar las cosas, llamemos la atención sobre algunos rasgos llamativos, tanto cuantitativos como cualitativos. En la economía globalizada actual, la polarización de las condiciones sociales ha podido ser redistribuida, pero en modo alguno se ha atenuado: al contrario, ha alcanzado cotas sin precedentes al hilo de la extensión de la pobreza y de la inseguridad masivas, por un lado, y de la concentración de la riqueza y el poder en manos de una pequeña minoría de financieros y rentistas, por otro[27]. Pero su distribución geográfica y nacional está cambiando muy rápidamente. Las fronteras que dividían el mundo del «capitalismo histórico» se han redibujado e incrementado exponencialmente. No cabe duda de que la privación extrema sigue concentrándose en el «Sur», fundamentalmente en África y el sudeste asiático[28], pero también es en el «Sur» donde surgen los ejemplares más agresivos del nuevo capitalismo financiero e industrial. De ahí el carácter problemático de la idea de una estrategia «antiimperialista», que reuniría a los países y las masas del «Sur global» y que representaría sus intereses comunes. A la inversa, sin embargo, los procesos de precarización y reproletarización se acentúan en el «Norte», donde los trabajadores están cada vez menos protegidos por las instituciones del «Estado social»[29] y se benefician cada vez menos de los privilegios del imperio, lo cual, como sabemos, no deja de provocar violentas reacciones sociales, denominadas «populistas», que no son en absoluto progresistas. Así pues, hay un «Norte» en el «Sur» y un «Sur» en el «Norte», lo cual interpreto diciendo que la división de la humanidad en condiciones desiguales, característica del capitalismo y estrechamente ligada a la estructura del imperialismo, sigue presente, pero que su topografía o, si se quiere, su «geometría», ha sufrido una revolución. No se trata únicamente de redistribución de magnitudes económicas y demográficas, sino de un nuevo reparto del mundo. Volveré sobre esto.

Terminaré lo referido a este punto abordando otro aspecto de esta geometría, que nos lleva a definir la contradicción principal (como decíamos en el viejo código marxista) de este «nuevo imperialismo» (David Harvey). Significativamente, nos retrotrae del presente a los inicios de la historia del imperialismo. El capitalismo absoluto, dominado por las políticas monetarias neoliberales y las estrategias de beneficios a corto plazo en los mercados financieros, otorga un papel central a la gestión y explotación del endeudamiento, el cual se convierte en su principal instrumento de dominación sobre los individuos, las empresas y los Estados[30]. Pero los países y las sociedades situados en los dos extremos de la relación de interdependencia financiera reaccionan de forma opuesta: una deuda enorme (pública y privada) no tiene el mismo significado para una economía dominada, como la de Argentina, que se encuentra bajo la amenaza constante de quiebra y sujeta a los planes de recuperación y a las reformas estructurales impuestas por el FMI, que para Estados Unidos, que se endeuda en su propia moneda, la cual ha conseguido convertir en la moneda de reserva mundial, disfrutando por ello de facilidades endeudamiento prácticamente ilimitadas. En cuanto a los demás países (incluidos los de la Unión Europea) navegan en diversos grados entre estos dos polos, lidiando con la «sostenibilidad» de su deuda[31].

Pero, ¿cuál es, pues, la solución que ofrece el imperialismo contemporáneo a los países muy endeudados para que puedan sobrevivir y seguir contribuyendo a la acumulación» a escala mundial (Samir Amin)? La respuesta no puede ser sencilla (y, como podéis imaginar, no tengo ninguna pretensión de pericia en este ámbito), pero me resulta difícil ignorar o minimizar el siguiente aspecto: estos países están siendo empujados a volver a lo que siempre ha sido la «especialidad» de la periferia desde la época de la revolución industrial y el desarrollo de las tecnologías del «CO2», es decir, de volver a la economía extractiva característica de la minería, la agricultura extensiva, la pesca industrial, la sobreexplotación forestal y la exportación de materias primas situadas en el extremo inferior de la cadena de valor. Esta economía no se basa en la «destrucción creativa» schumpeteriana (la innovación tecnológica que desplaza por obsoletos los procedimientos existentes y maximiza lo que Marx denominaba el «plusvalor» relativo), sino sobre la producción destructiva de sus propios recursos y medios[32].

Esto me conduce a la idea de que la contradicción fundamental del imperialismo contemporáneo, en tanto que coincide con el desarrollo del capitalismo absoluto, no es identificable ni como una «pura» contradicción social (como ilustra el aumento de las desigualdades globales), ni como una «pura» contradicción ecológica (de la cual el extractivismo es un factor esencial, tanto por su contribución directa al cambio climático como por su vinculación con las nuevas tecnologías ultracontaminantes y altamente consumidoras de energía), sino como una combinación antagónica de ambas[33]. En un sorprendente pasaje del Manifiesto comunista, Marx y Engels explican que el capitalismo alcanzaría su límite absoluto como modo de producción, cuando al empujar a la clase obrera a un régimen de explotación que le obliga a vivir por debajo del mínimo de subsistencia, comienza a destruir así la principal condición de su propia reproducción, a saber, el trabajo vivo. Pero enseguida a Marx y Engels les vino a la mente una solución: la «expropiación de los expropiadores» o, dicho de otro modo, la reapropiación por los trabajadores y trabajadoras de sus medios de producción y de existencia. Es muy tentador ver en las tendencias del capitalismo absoluto actual una forma aún más radical de autodestrucción, ya que no se trata solo de vidas humanas, sino de las condiciones biológicas y ecológicas sin las cuales simplemente es imposible que exista la vida humana y no humana en el planeta. Con el triunfo del capitalismo absoluto se volatiliza el propio suelo sobre el que este operaba ya sea en términos del territorio, del medio o del imperio. Y ciertamente cada vez somos más numerosos quienes ponderamos la gravedad de esta amenaza y la urgencia de hacerle frente con todos los medios posibles, pero la articulación de esta conciencia con nuevos movimientos políticos capaces de combatir la desigualdad del mundo es prácticamente impensable, al menos mientras los Estados y las propias sociedades sigan rigiéndose por la regla del máximo beneficio y no por la regla de la preservación de la vida. E igualmente mientras no tome forma un programa creíble, que combine el objetivo del decrecimiento racional con el objetivo de la eliminación de la pobreza. Un programa semejante podría llamarse socialismo posimperialista, pero ni su lenguaje ni las fuerzas capaces de imponerlo parecen existir por el momento. Desafortunadamente, no es cierto que «la humanidad únicamente se plantea los problemas que puede resolver» (Marx). Ya veis que esta segunda parte de mi exposición no concluye de modo más optimista que la primera.

Cultura e imperialismo

Llego, pues, al tercer punto que he anunciado: la intersección de las cuestiones de la cultura y el imperialismo, que abordaré tratando de evaluar la pertinencia actual de los análisis de Edward Said, los cuales no es necesario resumirlos en detalle, porque son bien conocidos y se encuentran entre nuestros principales recursos intelectuales. Pero quiero mostrar por qué, en mi opinión, la cuestión del imperialismo no puede problematizarse plenamente sin el tipo de «crítica cultural» que él practicó e inspiró. Said nunca dejó de defender la idea de que la literatura, las artes, la filosofía y la historia son discursos «en situación», que no pueden aislarse de las tendencias políticas y sociales, que en una sociedad determinada y durante un largo período de tiempo, trufado de las revoluciones, fortalecen una determinada «hegemonía». Said no ha cedido jamás, sin embargo, ni siquiera un ápice, al reduccionismo sociológico: su pensamiento es la antítesis de la idea de que la cultura constituye una expresión o una superestructura del sistema de dominación existente. La cultura no deriva de él. Y en consecuencia siempre nos faltará algo en nuestra comprensión de lo que es el imperialismo, si pensamos que podemos prescindir las cuestiones que Said ha planteado.

Permítanme expresarlo de la manera siguiente: la cultura, tal como la analiza Said, no es la expresión ni el instrumento de una dominación (las dos variantes clásicas de la idea «marxista» de superestructura), sino que funciona como una mediación política de la historia, que se construye y que produce sus efectos en el elemento del discurso. Pero hay que ir un paso más allá: tal mediación no presupone sujetos ya dados, dotados de una identidad fija, a los que proporcionaría medios de expresión. Por el contrario, la cultura los constituye «performativamente» a través de sus operaciones de enunciación y recepción. Por ello la cultura no puede separarse del conflicto: siempre encierra la posibilidad de un «contradiscurso», que, en situaciones neurálgicas, penetra y subvierte desde el interior su significado y sus efectos. Hablar, escribir, leer e interpretar nunca pueden permanecer bajo el control de sus autores, porque hay «dos lados», («there is two sides», como escribe en Culture and Imperialism), e incluso dos voces dentro de un mismo texto. De ahí sus sorprendentes comentarios sobre la ferocidad de la violencia colonial presente En el corazón de las tinieblas de Conrad o sobre el modo en que Kipling «traiciona» en Kim la irreductibilidad de la vida india a la objetivación que la administración inglesa intenta imponerle. Dentro de un momento vamos a descubrir la contrapartida de esta dialéctica en los discursos antiimperialistas. La pregunta que debemos plantearnos es, pues, la siguiente: ¿cómo la mediación conflictiva representada por la cultura es capaz de orientar y modificar la trayectoria del imperialismo, no únicamente en el plano de las representaciones, sino también en el de las instituciones que estructuran la esfera pública (prensa, edición, educación) y que configuran el poder intelectual como una relación desigual e inestable al mismo tiempo?

Estas consideraciones exigen, sin embargo, una corrección. Said no se propuso construir un cuadro de lo invariante que constituiría la ideología del imperio en tanto que sistema de representaciones, que proyectan la alteridad de lo oriental, potencialmente sujeto a la dominación del Occidente «europeo», figura que habría permanecido constante a lo largo de la historia de la colonización y, por lo tanto, habría sido objeto de esencialización. Es cierto que Said ha podido ser leído de esta forma tanto para posibilitar una argumentación anticolonialista militante, como, de modo perverso, para «volver» contra Occidente su imagen del Otro y reivindicarla como arma de liberación. Por ello Said sintió la necesidad de corregir su discurso sin por ello renegar de él[34]. El examen de la trayectoria completa y de las inflexiones que este sufre, de Orientalism (1978) a Covering Islam: How the Media and the Experts Determine How We See the Rest of the World  (1981) y Reflections on Exile: And Other Literary and Cultural Essays (2000), pasando por Culture and Imperialism (1993), deja claro que su propósito es, en realidad, analizar el cambio registrado en la relación existente entre imperialismo y producción cultural, así como su utilización entre el período de su fundación (digamos, el período de la Expedición de Egipto, cuando cristalizaron los temas del orientalismo bajo la mirada de la «ciencia» europea) y la época actual en la que se despliegan los trabajos de los «expertos» estadounidenses, quienes, desde antes de los atentados de 2001 contra el World Trade Center, han estado fabricando la imagen del musulmán como enemigo congénito de la modernidad, la moral y la paz. El vasto espacio intermedio es, por supuesto, el análisis del discurso imperial británico en sus dimensiones pedagógicas, estéticas y estratégicas. Si consideramos la trayectoria desde su punto de llegada, lo que llama la atención es la degradación progresiva del discurso del orientalismo, que pierde los «contrapuntos» o la superposición de «voces» que lo habían dotado de complejidad, así como la estabilidad de los estereotipos antropológicos, que tienen por efecto articular la desvalorización del Otro con la administración de un mundo basado en la oposición de amos y esclavos. Pero esto nos obliga naturalmente a plantear la cuestión de la continuación de esta historia: ¿cómo es que el discurso imperial inscrito en nuestra cultura sigue teniendo una especie de vida fantasmal, cuando los imperios ya no se construyen, ni siquiera se expanden, sino que están en declive, conociendo una fase de decadencia que está en vías de dar paso a otro tipo de distribución de las poblaciones, que ya no se rige por la soberanía territorial, sino por la «pseudosoberanía» del global financial market?[35]. Antes de proponer una respuesta, debo efectuar un pequeño rodeo.

En primer lugar, abundando de hecho en lo que decía previamente sobre la crueldad de los imperios declinantes, y aquí me inspiro especialmente en el ensayo de Said «Zionism from the standpoint of its victims», el discurso de deshumanización del Otro se hace tanto más necesario, porque no se trata de explotarlo o de dominarlo, sino de hacerlo desaparecer[36]. Ello se debe tanto a razones de justificación y de imagen propia como a fines propagandísticos ante el mundo circundante. El discurso del sionismo y sus aliados occidentales a propósito del pueblo palestino ofrece al respecto hoy una trágica ilustración de ello, como lo fue el discurso de los politólogos estadounidenses sobre los árabes y musulmanes tras la Revolución Iraní y la Primera Guerra del Golfo. Tal discurso de eliminación no es idéntico, sin embargo, al propuesto por el orientalismo erudito durante el periodo hegemónico de los imperios coloniales.

Porque, y esta es mi segunda observación, si la «alta cultura» del periodo imperialista no es menos racista que la cultura «popular» (o mejor populista), su procedimiento característico no es excluir al Otro de la especie humana, sino, en realidad, inscribir tesis jerárquicas o diferencialistas en una construcción de lo universal[37]como sucede, por ejemplo, respecto a la capacidad desigual de los pueblos para educarse a sí mismos o para «liberarse» de la religión a fin de acceder a una concepción del mundo basada en la ciencia, el derecho y el humanismo moral. El punto de honor y la coronación de los esfuerzos de la cultura imperialista en su forma intelectual consiste siempre en manejar una unidad de contrarios: justificar paradójicamente la discriminación racial y las jerarquizaciones raciales en el seno de una antropología que se articula, como ocurre en Kant, con la gran narrativa del progreso y de la igualdad, únicamente para conferirle «dialécticamente» a su vez el beneficio de la antítesis y de la negatividad. Podemos observar entonces cómo esta contradicción (este «contrapunto») abre la posibilidad a una afirmación de lo universal contra sus usos hegemónicos desde el punto de vista de los «subalternos», que están más o menos desarmados (no para siempre) en el ámbito del poder militar y económico, pero que son susceptibles de aparecer como los verdaderos portadores de lo universal. Porque los subalternos enuncian la verdad ante la cara del poder[38]. El ejemplo más brillante en la modernidad histórica es la Revolución Haitiana, leída a través de Aimé Césaire y C. L. R. James. Esta dialéctica está en el corazón de todos los movimientos revolucionarios antiimperialistas del siglo XX, como demuestran en particular, en lo referido a África, las obras de Du Bois y de Fanon. Ambos grandes escritores.

Y esto me lleva a mi comentario final. Los críticos de Said que atacan su intelectualismo, o lamentan el privilegio que concede en sus análisis a la literatura, a la filología, a la ciencia y a la retórica en detrimento de la «cultura popular», nunca me han convencido[39]. Creo que tenía razón al subrayar el poder del «texto» y los efectos de la textualidad a lo largo de lo que podemos denominar la época imperial burguesa, a la cual pertenecen todos los escritores que analiza, de Flaubert a Camus y de Melville a Salman Rushdie. Ahora bien, la literatura se ha convertido a través de la escolarización en el motor de la cultura burguesa, de la cual Said demuestra el carácter absolutamente imperial. Pero el «privilegio literario» así descrito se torna aún más significativo, cuando pasamos al discurso contrahegemónico, al discurso de los líderes y teóricos de la revuelta contra el imperialismo, que prolongan los intelectuales poscoloniales, porque todos ellos trabajan con los medios de la escritura las tensiones características de su posición, esto es, las tensiones existentes entre el nacionalismo y el cosmopolitismo, entre la defensa de las identidades y la defensa de la universalidad, y lo hacen intentado sobrepasar el imperialismo existente sin engendrar, sin embargo, un nuevo imperialismo. Said, gran admirador de Goethe y de su idea de la Weltliteratur, era muy consciente de estas tensiones. Por eso abogó por un discurso poscolonial, que continúa la literatura al tiempo que invierte sus efectos políticos, lo cual era coherente con su «laicismo». La literatura es una actividad intrínsecamente laica, incluso cuando encuentra su inspiración en los textos sagrados y las tradiciones religiosas.

¿Dónde nos encontramos hoy desde este punto de vista? Digámoslo sin rodeos: ya no hay una burguesía culturalmente hegemónica, sobre todo a escala mundial, que es la que cuenta. Ahí el poder lo monopolizan los multimillonarios multinacionales y sus ejecutores políticos o comerciales: hablan globish y no les interesa la literatura, sustituida por los videojuegos y el consumo conspicuo. Así pues, son totalmente inmunes a los efectos del contradiscurso. Esto no quiere decir que la literatura no pueda reinventarse en el seno de otras prácticas de escritura, de música o de performance inspiradas en la creolité, en la cultura pop o en el rap. Pero tres fuerzas gigantescas trabajan de antemano para neutralizar sus efectos, al tiempo que devoran el espacio público y destruyen el texto: el fundamentalismo religioso bajo sus diversas banderas (evangelismo cristiano, islamismo fundamentalista, hinduismo nacionalista, e incluso el «laicismo» a la francesa en su instrumentalización islamófoba); la mercantilización de la cultura, que va mucho más allá de su comercialización y transforma los objetos culturales en productos precalibrados para el consumo de masas; la revolución informática, que «globaliza» la producción de textos, pero de modo inverso a la Weltliteratur, porque sustituye la aventura de la traducción por la transposición automática y la generación de mensajes por la inteligencia artificial[40]. De estos tres asaltos, el segundo es más destructivo que el primero y el tercero lo es aún más que el segundo. Pero los tres van de la mano bajo el control de las multinacionales.

La agencia revolucionaria en el siglo XXI[41]

Por tercera vez, pues, concluyo con un diagnóstico aterradoramente negativo de las tendencias contemporáneas del imperialismo. La guerra interminable globalizada nos está llevando a la exterminación, el capitalismo absoluto nos aprisiona en una espiral de finanzas desreguladas y destrucción del medioambiente, la «poscultura» ha neutralizado la antítesis dinámica de las «dos caras» de la literatura bajo el efecto combinado de los tres fundamentalismos religioso, mercantil y tecnológico. Tres desastres, cuya reversión en «apertura» mesiánica (Wo Gefahr ist, da wächst das Rettende auch, escribe el poeta)[42] no puede imaginarse. ¿Cuáles son, entonces, nuestras posibilidades de resistir y construir un futuro diferente? No lo sé. Pero tenemos que apostar, porque «estamos a bordo». Me gustaría proponer algunas sencillas orientaciones de reflexión.

En el nivel más general, creo que siempre debe existir una reciprocidad de perspectivas entre las luchas de liberación dirigidas contra potencias imperialistas específicas (es decir, los «imperios», o sus subcontratistas) en las que participan los pueblos o comunidades que estas oprimen, y el combate político contra el imperialismo en tanto que sistema, considerado en su totalidad y en su propia lógica. Las resistencias y las revueltas son ad hominem o, en realidad, ad dominum, y son imprescriptibles y siempre dirigidas a un adversario determinado, porque los grupos humanos nunca son oprimidos en abstracto por un sistema o una lógica, sino por otros grupos políticos concretos, pertrechados con sus medios civiles y militares. Pero tampoco puede sacrificarse el combate general, porque la defensa última de cualquier imperialismo reside siempre en la relación de «solidaridad antagonista», que lo vincula a los demás imperialismos. Esto es particularmente cierto en el caso, frecuente, en el que una lucha antiimperialista siente la necesidad vital de encontrar el apoyo de otros imperialistas enemigos de «su» imperialismo, lo cual inevitablemente se produce a expensas del internacionalismo y de las alianzas con otras revueltas «desde abajo». A la inversa, todo imperialismo tiende a reclutar y manipular a las víctimas de sus adversarios. El «vagón sellado» de Lenin no es una excepción. Ninguna potencia imperialista, ni siquiera la potencia hegemónica» en un período dado, es el imperialismo como tal.

Ello plantea la cuestión de la relación dialéctica existente entre universalidad y particularidad en la lucha contra el imperialismo. Otra forma correlativa de enfocarlo es, en mi opinión, intentar aunar en un solo discurso (una sola estrategia) los compromisos «antisistémicos» locales y globales. Esto puede hacerse universalizando una causa emblemática, de modo que se convierta en una causa «justa» para el mundo entero: pienso obviamente en la causa palestina, pero también en otras causas, como la causa de las personas «erróneamente» devueltas a países supuestamente seguros, que ahora son perseguidas y enviadas a la muerte entre fronteras hostiles, o la de las mujeres que, sobre todo en los regímenes teocráticos, son maltratadas y privadas de los derechos más elementales. Esto debe implicar también la construcción de redes transnacionales en las que se formen sujetos colectivos «híbridos» o «interseccionales», que mezclen las clases (no todas), los géneros, las razas y las nacionalidades para defender intereses comunes como la paz y el desarme, la cooperación Norte-Sur en materia de economía, de educación y de sanidad e incluso el diálogo intercultural e interreligioso, que es en sí mismo una forma de esta «hibridez». Lo primero y más importante es la protección del medioambiente, cuya destrucción únicamente se detendrá o ralentizará mediante una alianza «multicolor» arraigada en todas partes, que constituye el gran internacionalismo del momento presente[43]. El objetivo es tanto eludir a los Estados como ejercer sobre ellos la máxima presión para que cambien sus políticas.

Para concluir quisiera volver sobre la idea del reparto del mundo, que he colocado en el centro de mi resumen sobre la imperialidad del imperialismo. El reparto del mundo es también el reparto de la humanidad, que debe reubicarse en el contexto de la larguísima historia de la «colonización» del planeta por la especie humana y de los modos de ocupación de la tierra que la dividen, pero que el capitalismo y el imperialismo han redefinido brutalmente. Con Lenin he argumentado que el reparto imperialista se convirtió inmediatamente en un nuevo reparto, en una violenta redistribución de territorios y poblaciones. Esto es lo que ha ocurrido repetidamente hasta que durante el transcurso del siglo XX, la aparición de una «superpotencia» económica y militar, seguida de su declive relativo y de la contestación por parte de un rival del cual es también estrechamente dependiente (China), ha producido una unificación conflictiva del mundo. Las distintas modalidades de reparto del mundo se superponen como otras tantas «fronteras interiores»: división de alianzas y de regímenes, división de ideologías, distribución de las zonas de riqueza y pobreza, distribución de las formas de violencia armada. Se superponen, pero nunca coinciden exactamente. Yo diría que este cuadro complejo genera un reparto de lo humano como tal. Ello parece contradecir una unidad o «genericidad», que constituye su horizonte, pero que únicamente existe en potencia o, mejor, que está permanentemente impedida por obstáculos y fuerzas que habría que eliminar[44]. Como diría el filósofo Gilles Deleuze, se trata de una «humanidad ausente», o de una unidad de la especie que nunca ha existido, pero que insiste por todas partes contra los poderes que la bloquean. Eliminar los obstáculos a la unificación de lo humano o reunificar a los seres humanos (y probablemente también a los no humanos, cuyas condiciones de supervivencia ha destruido el capitalismo) no tiene nada que ver con la fantasía de crear un «Estado universal», es decir, un único imperio. Se trata de todo lo contrario: la formación de una comunidad cosmopolítica, que federe pueblos, culturas y modos de existencia. Digamos como Said, que deberíamos aspirar, contra el reparto de los seres humanos, a un contrapunto» de humanidades múltiples. Se trata de una utopía, por supuesto, pero de una utopía que todas las luchas antiimperialistas, de diversos tamaños y maneras, se esfuerzan por alcanzar.

Recordemos deliberadamente la opción propuesta hace un siglo por los viejos socialistas y comunistas ante la catástrofe de la guerra mundial: imperialismo o revolución. Ello también significaba que únicamente la revolución puede poner fin al imperialismo y conducir a la humanidad a una nueva historia. Podría decirse simplemente: yo no sé lo qué podría ser hoy «la revolución», pero sí creo que todas las luchas antiimperialistas, en su enorme diversidad de condiciones y modalidades, son revolucionarias. Marx había escrito, más o menos, que las revoluciones son «el movimiento real que suprime el estado de dominación existente». Y, de hecho, tomadas en su conjunto, podríamos decir que las luchas antiimperialistas son la revolución del siglo XXI.


Recomendamos leer Giovanni Arrighi, Terence K. Hopkins e Immanuel Wallerstein, Movimientos antisistémicos (2024), Giovanni Arrighi, El largo siglo XX: Dinero y poder en los orígenes de nuestra época (1999) y Adam Smith en Pekín: Orígenes y fundamentos del siglo XXI (2007); Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver, Caos y orden en el sistema-mundo moderno (2001); Antonio Negri, Los libros de la autonomía obrera (2004), El poder constituyente: Ensayos sobre las alternativas de la modernidad (2015) y La fábrica de la estrategia: 33 lecciones sobre Lenin (2024); Maurizio Lazzarato, «La “guerra civil” en Francia», El Salto, «¿Por qué la guerra (1)?» y «¿Por qué la guerra (2)?»; Ilan Pappé, «Fantasías de Israel. ¿Puede sobrevivir el proyecto sionista?» y «El colapso del sionismo», todo ellos publicados en Diario Red; y Fréderic Lordon, «El fin de la inocencia», El Salto.

Saeculum: Culture, religion, idéologie (2012), Spinoza politique: Le transindividuel (2018), Histoire interminable: D’un siècle à l’autre: Écrits 1 (2020), Passion du concept: Épistémologie, théologie et politique, Écrits 2 (2020); Cosmopolitique: Des frontières à l’espèce humaine, Écrits 3 (2022).

Este artículo ha aparecido originalmente en dos partes en AOC procedente de la conferencia pronunciada por Étienne Balibar en la American University de El Cairo con motivo de la Said Memorial Lecture de 2024 y se publica con la autorización expresa del autor.


[1] Este texto es la adaptación al francés de la Edward Said Memorial Lecture 2024, pronunciada en la American University de El Cairo el 2 de noviembre de 2024 por invitación del Departamento de Inglés y Literatura Comparada.

[2] Giovanni Arrighi, La geometria dell’imperialismo, Milán, Feltrinelli, 1978; ed. ing.: The Geometry of Imperialism, Londres y Nueva York, Verso, 1983, ed. revisada, con un nuevo epílogo; ed. cast.: La geometría del imperialismo, Madrid, Siglo XXI, 1978.

[3] David Harvey, The New Imperialism, Oxford, Oxford University Press, 2005; ed cast.: El nuevo imperialismo, Madrid, Ediciones Akal, 2004.

[4] Véase Étienne Balibar, «Prolégomènes à la souveraineté», en Nous, citoyens d’Europe? Les frontières, l’Etat, le peuple, París, La Découverte, 2001.

[5] El texto más conocido es «La catástrofe inminente y los medios de evitarla», de septiembre de 1917, trabajo escrito inmediatamente antes de la Revolución de Octubre, que retoma y explora ulteriormente los temas desarrollados por Lenin desde 1915, véase Vladimir Illich Lenin, Oeuvres Completes, París-Moscú, Editorial Progreso, 1959, tomo 24.

[6] Cornelio Tácito, Vie de Agrícola, Madrid, Cátedra, 2013.

[7]  Vladimir Ilich Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, texto escrito en 1916, cuyo subtítulo era «Ensayo de vulgarización», y publicado al año siguiente en abril de 1917 entre las dos «revoluciones», véase Oeuvres Completes, cit., volumen 22.

[8] Véase mi artículo «Sur la catastrophe informatique: une fin de l’historicité?», Les temps qui restent, 3 de abril de 2024, el que me refiero en particular a Benjamin Bratton, The Stack: On Software and Sovereignty, Cambridge (MA), MIT Press, 2015.

[9] Carl Schmitt, Der Nomos der Erde im Völkerrecht des ius publicum europaeum, Berlín, Duncker & Humblot, 1950; ed. franc.: Le nomos de la terre et le droit international del jus publicum europaeum, París, PUF, 2012; ed. cast.: El nomos de la tierra en el derecho de gentes del ius publicum europeum, Albolote, Editorial Comares, 2003. Schmitt juega sistemáticamente con el doble significado etimológico de la palabra griega nomos: ley, reparto o distribución.

[10] Sobre la proximidad entre las tesis de Schmitt sobre el «Grossraum» y las de Samuel Huntington sobre el «choque de civilizaciones», véase Étienne Balibar, L’Europe, l’Amérique, la guerre: Réflexions sur la médiation, París, La Découverte, 2003, «Eclaircissement nº VIII».

[11] Resulta sorprendente que exactamente en ese mismo año de 1950 tanto Hannah Arendt (Los orígenes del totalitarismo), como Aimé Césaire (Discurso sobre el colonialismo) expusieran una idea similar.

[12] Aquí difiero en parte de la tesis de Eric Alliez y Maurizio Lazzarato, inspirados a su vez en la obra de Antonio Negri y Michael Hardt (Imperio, 2000, y Multitud, 2004), contenido en Guerres et capital, París, Éditions Amsterdam, 2016, al tiempo que me inspiro directamente en ellos.

[13] No hay imperio que no esté centrado en una nación que se considera a sí misma como una «gran nación» (la expresión utilizada por la Revolución Francesa contemporánea en el momento del enfrentamiento con la coalición monárquica y la expedición de Egipto) o como dotada de un manifest destiny de conquista del continente (1845: anexión de Texas y guerra entre Estados Unidos y México). Ello merecería un estudio especial. Véanse también las nociones de «Greater Britain», Grossdeutschland, «mundo ruso», etcétera.

[14] Tomo prestada esta noción de Mohamed Amer Meziane, Des empires sous la terre: Histoire écologique et raciale de la sécularisation, París, Éditions La Découverte, 2021. Véase también su entrevista realizada por Emir Mahieddin: «Pour une anthropologie de l’impérialité», Journal des anthropologues, núm. 170-171, 2022, pp. 141-150.

[15] E. P. Thompson et al., L’exterminisme: Armement nucléaire et pacifisme, París, PUF, 1983.

[16] La fórmula aparece en el «panfleto de Junius», La crisis de la socialdemocracia, escrito por Rosa Luxemburg en la cárcel en 1915.

[17] Véanse, en particular, Samir Amin, L’accumulation à l’échelle mondiale, París, Anthropos, 1970 [ed. cast.: La acumulación a escala mundial, Madrid, Siglo XXI, 1974]; Immanuel Wallerstein: Historical Capitalism, Londres y Nueva York, Verso, 1983 [ed. cast.: El capitalismo histórico, Madrid, Siglo XXI, 2012], The Modern World-System, 4 vols., San Francisco (CA), University California Press, 1974-2011 [ed. cast.: El moderno sistema mundial, Madrid, Siglo XXI, 2016-2017, 4 vols.]; y Giovanni Arrighi, The Long Twentieth Century, Londres y Nueva York, Verso, 1994 [ed. cast.: El largo siglo XX, Madrid, Ediciones Akal, 1999].

[18] Como había dicho el Marx en la primera edición de El capital, dirigiéndose a los alemanes y, más en general, a las naciones, que todavía no habían experimentado la revolución industrial, De te fabula narratur: en este análisis de la «relación social» engendrada por el capital industrial, lo que está en juego es nuestro futuro próximo o lejano. Un día el mundo se homogeneizará bajo la dominación del capital a menos que entretanto se haya producido una revolución proletaria.

[19] Pienso en particular en los autores franceses de la Escuela de la Regulación»: Michel Aglietta, Robert Boyer, Alain Lipietz. Véase también Geoff Mann, In the Long Run We Are All Dead: Keynesianism, Political Economy, and Revolution, Londres y Nueva York, Verso, 2017.

[20] El interregno de Gramsci, que se define por una doble negación –«Lo viejo ya ha muerto, lo nuevo aún no ha nacido»– se cita hoy por doquier. La antítesis de lo viejo y lo nuevo parece estar todavía dominada por la idea de una meta o telos «en espera», pero es probable que esta misma espera afecte al contenido de la primera.

[21] Lo más interesante sin duda es la idea que puede leerse entre líneas en los Quaderni del carcere: el régimen soviético reorganizado por Stalin tras el fin de la «Nueva Política Económica» y la colectivización forzosa de la agricultura son también una forma de «revolución pasiva».

[22] «The World Turned Upside Down» [El mundo puesto patas arriba], frase utilizada por los Levellers en la primera Revolución Inglesa. Véase mi contribución «Echec des révolutions?», en Ludivine Bantigny, Laurent Jeanpierre et al., Une histoire globale des révolutions, París, Éditions La Découverte, 2023.

[23] Étienne Balibar: «Towards a new critique of political economy: from generalized surplus-value to total subsumption», en Peter Osborne, Eric Alliez, Eric-John Russell (eds.), Capitalism, concept, idea, image: Aspects of Marx’s Capital today, Londres, Kingston University, 2019; y «Absolute Capitalism», en William Callison y Zachary Manfredi (eds.), Mutant Neoliberalism. Market Rule and Political Rupture, Nueva York, Fordham University Press, 2020.

[24] Este es obviamente el esquema favorecido por los «teóricos» del neoimperialismo (como Hayek, Friedmann, etcétera), que presentaban la política económica y las «reformas estructurales» que defendían como un retorno a la ortodoxia económica, frente a las herejías inspiradas por Keynes con sus «inclinaciones» hacia el bolchevismo (planificación, inversión pública, control de precios, derechos sociales garantizados, etcétera).

[25] Véase Giovanni Arrighi: Adam Smith in Bejing: Lineages of the 21st Century, Londres y Nueva York, Verso 2009 [ed. cast.: Adam Smith en Pekín, Madrid, Ediciones Akal, 2007] y Benjamin Bürbaumer, Chine/Etats-Unis: Le capitalisme contre la mondialisation, París, Éditions La Découverte, 2024.

[26] Este ha sido el tema central de los trabajos de Sandro Mezzadra y Brett Neilsson desde Border as Method, or the Multiplication of Labor (2013) hasta The Politics of Operations: Excavating Contemporary Capitalism (2019).

[27] Oxfam Francia: Multinacionales et inégalités multiples, nuevo informe de 2024.

[28] Una señal espectacular de ello se registró durante la pandemia de la Covid-19 con la declaración del director de la OMS, el doctor Tedros Adanom Ghebreyesus, denunciando una situación de «apartheid de las vacunas» a escala mundial», cf. mi ensayo «Un monde, une santé, une espèce. Pandémie et cosmopolitique», en Ecrits, III: Cosmopolitique. Des frontières à l’espèce humaine, París, Éditions la Découverte, 2022.

[29] A lo que me refiero más precisamente como «Estado nacional social».

[30] Étienne Balibar: «Politics of the Debt», en Postmodern Culture, volumen 23, número 3, mayo de 2013.

[31] Una vez más, la situación de China es absolutamente especial, ya que lleva varios años plagada de «burbujas» inmobiliarias especulativas, siendo al mismo tiempo el principal tenedor de títulos estadounidenses (bonos del Estado), lo que le otorga una capacidad interna para influir en las políticas estadounidenses. Este hecho, sin embargo, puede explicar también por qué no tiene interés en intentar socavar el dominio del dólar (sobre este punto véase Michel Aglietta, Guo Bai y Camille Macaire: La course à la suprématie monétaire mondiale: À l’épreuve de la rivalité sino-américaine, París, Éditions Odile Jacob, 2022).

[32] Verónica Gago y Sandro Mezzadra: «A Critique of the Extractive Operations of Capital: Toward an Expanded Concept of Extractivism», Rethinking Marxism, vol. 29, núm. 4, 2017.

[33]  También podríamos pensar en la noción de «policrisis», como lo han hecho recientemente Adam Tooze y otros autores afines a sus tesis, pero de alguna manera «vista desde abajo».

[34] Véase el epílogo de 1994 y el prefacio de 2003 a las nuevas ediciones de Orientalism, Nueva York, Vintage Books, 2003, 25th Anniversary Edition.

[35] Étienne Balibar, «Naissance d’un monde sans maître? Après l’Empire, les marchés», en Histoire interminable. D’un siècle l’autre: Ecrits I, París, Éditions La Découverte, 2020.

[36] Edward Said, «Zionism from the standpoint of its victims» [1979], en The Edward Said Reader, Nueva York, Vintage Books, 2000.

[37] Monique David-Ménard, Les constructions de l’universel: Psychoanalyse, philosophie, París, PUF «Quadrige»,

2009.

[38] Edward Said, Representations of the Intellectual (The 1993 Reith Lectures), Nueva York, Vintage Books, 1996, cap. V: «Speaking Truth to Power» (al parecer, Said desconocía las elaboraciones posteriores de Foucault, que reactivaban la noción griega de parrèsia).

[39] Pero no olvidemos sus extensos análisis sobre la función estratégica de los medios de comunicación, en particular en Covering Islam (1981 y 1997), donde Said desarrolla la gran teoría de las «comunidades de interpretación».

[40] Véase mi ensayo «Sur la catastrophe informatique: Une fin de l’historicité?, cit.

[41] «Agencia» se utiliza aquí no en el sentido de institución, sino de actividad o capacidad de actuar, como puede ser su equivalente inglés de agency.

[42]  «Donde acecha el peligro, crece también lo que salva», Hölderlin, Patmos (1803). La cita favorita de Heidegger.

[43] Véanse las reflexiones sencillas y sin concesiones de Amitav Ghosh, Le grand dérangement: D’autres récits à l’ère de la crise climatique, Marsella, Éditions Wildproject, 2021.

[44] En sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Marx caracterizó al ser humano como el Gattungswesen, o ser genérico.

 

Marchar a contramano // Nicolás Cuello y Silvio Lang

¿Otra vez contra nosotres? El Presidente Milei propuso exterminarnos. Su amenaza de extirparnos como un cáncer aturde, desorienta. Pero, para nosotres, la irrupción del desconcierto no es nueva. Podemos decir, de hecho, que es una condición histórica de nuestra protesta. Un modo particular en el que los arrebatos de nuestra propia creatividad nos sorprenden, pulsando lúdicamente por la vida allí donde se nos sentencia a muerte. Ocupando el duelo de una forma alegre, haciendo de la protesta una oposición festiva, de la movilización un rito de éxtasis en el que disfrutamos haciendo política, promoviendo la diferencia como narrativa, como diseminación, como descontrol ante lo único, lo mismo, lo homologable. 

Por eso esta vez decidimos marchar a contramano, desde el Congreso a Plaza de mayo, dando vuelta el sentido histórico que traza las movilizaciones de nuestro orgullo desde el año 1992, en el sentido contrario, como un modo de seguir esta intuición compartida por la fiebre multitudinaria de hacer algo diferente. Decidimos mezclarnos entre quienes no somos iguales, después de haber sido convertidos, una vez más, en un objeto público de escarnio, culturalmente estigmatizado, ajustado económicamente, perseguido, señalado. 

A contramano, como las existencias que componemos por fuera de los régimenes cis-hetero-coloniales. 

A contramano de los privilegios de la enunciación política, para que las voces trans travestis no binarias y racializadas sean lo suficientemente escuchadas. 

A contramano de las burocracias sindicales, que se mantienen quietas. 

A contramano de la blanquitud extractivista. Por eso nos moveremos en dirección al río. 

A contramano del machismo intelectual, que nos dice que cuidemos el tono, que no exageremos, que no es para tanto. 

A contramano, como las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, que salieron al espacio público cuando fueron obligadas por el terror de la dictadura a permanecer en silencio, encerradas. 

De culo al Congreso, para acabar en la boca de Casa Rosada, y así, mirar cara a cara un presidente que cree que puede discriminarnos, perseguirnos y llamar a nuestro exterminio, como si nada, como si no fuéramos a responder, como si no tuviera consecuencias.  

Las fuerzas del sexo 

Nosotres no lo imaginábamos, es cierto, pero ellos tampoco la vieron venir. La primera Marcha Federal del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+, convocada para el sábado 1º de Febrero los agarró desprevenidos, confiados con excesiva soberbia en un nuevo sentido común que quieren imponer a través de la reactividad mediática. De ese modo nos subestiman, se burlan, nos reducen. Ese es el sentido común reaccionario y reconstructivo del supremacismo ideológico, de la moral conservadora y de la destrucción económica que representan actualmente las fracciones tecnofeudalistas de la derecha globalizada.

La movilización pone en acto, entonces, no solamente la vitalidad de hacer de las diferencias un ensamble sorpresivo para insistir en la urgencia de la protesta social, asfixiada de sentimientos de impotencia y frustración ante la sistematicidad del abuso, del destrato y la violencia política, económica y cultural del gobierno de Javier Milei. También actúa, en sus modos de desorganización y reimaginación de lo político, una crítica inesperada sobre los modos en que puede ser pensada y organizada la posibilidad de una oposición. 

Esta marcha a contramano se vuelve una oposición que junta los pedazos de lo que ha sido quebrado, que construye una ofensiva situada con las partes que sobreviven al derrumbe aún en curso. Propone, desde ese estar roto, una movilización hecha de fragmentos.

Organizada una semana antes en la Asamblea Antifascista LGTBIQNB+ de Parque Lezama que convocó, boca a boca, la Columna Mostris -un espacio de contención callejera creado entre activistas y artistas que provienen de luchas transfeministas, antipunitivas, cuir, marronas, sidosas, discas y locas-, esta marcha a contramano se vuelve una oposición que junta los pedazos de lo que ha sido quebrado, que construye una ofensiva situada con las partes que sobreviven al derrumbe aún en curso. Propone, desde ese estar roto, una movilización hecha de fragmentos. Una ética de la multiplicación donde la diferencia une pero no diluye, mezcla pero no cicatriza. Un modo de composición característico de la protesta sexual y antirracista que ha hecho de la convivencia cultural con lo distinto y de su cuidado material, su deseo y su principal horizonte de organización política. 

Esta oposición transforma la violencia sobre aquella inevitable visibilidad de sus inadaptados gestos, de sus incontrolables rasgos, en un principio cooperativo que logra reunir y conmover a una sociedad agobiada por la aspiración de control, a un común debilitado que necesita marcar un límite a la política cultural del conservadurismo libertario. Esa política opera en favor de lo único, de lo blanco, lo hetero y lo masculinista; esa es la política que nosotres llamamos fascista. Su forma de imaginar lo social se basa en la violencia del mando, la exaltación patriótica, la censura paranoica y en la obsecuencia corporativa. Disfraza su obediencia con la agenda global a través de la crítica al ‘wokismo’ y la famosa batalla cultural. Conspira para posicionar como amenaza, como peligro, como un cáncer o un virus a las luchas por el reconocimiento de la diversidad sexual y de género, el feminismo, la crítica racial anticolonial, el ambientalismo, y particularmente en Argentina, el movimiento de Derechos Humanos. Es decir, toda forma de agencia política que opere posicionando la defensa de lo diferente. 

El supuesto  marxismo cultural es, en realidad, una organización subterránea cuya voluntad secreta es trastornar y pervertir los valores cristianos y las costumbres conservadoras del liberalismo. Con ese mecanismo falso, no solo crean un estado de ansiedad generalizado ante la presencia de lo distinto, sino que también desmaterializan la crítica estructural de nuestros movimientos, reduciéndola a una demanda meramente cultural. 

De este modo pretenden reducir las desobediencias sexuales y las luchas antirracistas a una mera disquisición simbólica que busca hacer desaparecer la complejidad de nuestros cuerpos. Pretenden que así se desvanezca la fuerza de trabajo de esas corporalidades, de sus movimientos migratorios, de sus inscripciones políticas, de su participación sindical, de sus estados de ánimo y de su salud integral.  Desvaloriza, así, a nuestra historia de resistencia como una demanda de representación, como una reforma del lenguaje o un protocolo neurótico de corrección moral. 

Nos lanzamos, una vez más, a devenir les “aguafiestas del neofascismo”.

En el primer año de la gestión presidencial de Javier Milei ese proceso ha sido agenda pública, intentando avanzar sobre los pactos ya establecidos, atacando la memoria de nuestros acuerdos. Mientras programa el desmantelamiento de todas aquellas garantías legales que nuestros movimientos utilizan como herramientas desde las cuales seguir ampliando la dignidad de nuestras condiciones de vida. 

Este efecto deslegitimador que ha precarizado de manera radical nuestra participación social, exponiéndonos a violencia física, verbal, ideológica y política, arrojándonos al miedo, la vergüenza y al silencio, no solo es una conquista de Javier Milei. También, fue posible gracias la subestimación de aquellos partidos políticos y movimientos sociales que estratégicamente se han desidentificado del progresismo -la nueva mala palabra-, a pesar de haberse beneficiado de sus bases sociales. Una desidentificación estratégica -¿quizás, una revelación consumada?- cuyo principal efecto ha sido la reducción cultural de nuestras demandas políticas, la desmaterialización de la violencia simbólica, la individualización de nuestra composición colectiva y la infantilización de nuestras perspectivas políticas.

Nos lanzamos, una vez más, a devenir les “aguafiestas del neofascismo”, como reza la consigna del Comité Cósmico de Crisis y la bandera de la Columna Mostri. Porque la política sexual que imaginamos no sólo se compone “del nombre propio”, si no, también, de una “política de la consigna», como posiciones encarnadas que llaman, que reúnen a una multiplicidad desobedientes de formas de vida. Marchar a contramano, es una invitación que hacen nuestros movimientos, que ofrecen con delicada humildad y extravagante alegría las protestas sexuales y antirracistas, para componer desde la debilidad. Una debilidad que no es política, sino más bien material, física, económica y anímica. Una debilidad que habla de las partes en las que hemos sido fragmentades por la precariedad del trabajo, de las partes en las que hemos estallado por efecto de la violencia cotidiana. Es desde esas mismas partes que podemos volver a imaginar cómo vivir una buena vida juntes. 

La polifonía de voces que hoy dice basta es un gesto terapéutico de reconexión. Basta a la violencia sobre las diferencias sexuales y raciales en el goce de exterminio que pronuncia el presidente Javier Milei. Basta a las desacreditaciones políticas de los especuladores, que le bajan el precio a las consecuencias y profundizan la falsa dicotomía entre micro y macro, entre plan económico y libertad individual, cuerpo y política. 

Esta polifonía es también un ejercicio colectivo de memoria. Nos abraza y nos devuelve la mirada, reconoce que el riesgo es compartido y que por eso nuestras vidas también importan. Recuerda que en el corazón de nuestro movimiento vive la diferencia, y esa diferencia es interseccional e intersectorial. Demuestra que transforma las fuerzas del sexo en una inteligencia desde la cual desarmar la naturaleza moral de lo único y la desigualdad. Confirma que la diferencia con la que se expresan nuestros deseos y nuestros cuerpos no son una amenaza a la libertad de nadie, sino una oportunidad para su multiplicación interminable. Esta marcha es una toma de posición conjunta, un segundeo masivo, un volver a agarrarnos las manos entre todes, para que el presidente sepa, para que Javier Milei se entere, que hay un país entero al que no le da lo mismo. Que hoy la sociedad le dice que no, que no vamos a dar un paso atrás. Que hoy es por nosotres, y en ese nosotres, exigimos la posibilidad de un vida digna para todas, por todos, con todes. 

 

Fuente: Revista Anfibia

Javier Trímboli, nosotros mismos // León Lewkowicz

Foto: No esperes demasiado del fin del mundo (2023), dirigida por Radu Jude

Todo homenaje parece condenado al patetismo desde el instante mismo en que es así categorizado. O a lo insulso. Arriesgamos con lo primero, aunque más no sea por el hecho de que el doctor dice que es un poquito más recomendable para el marote. Si nos guardamos algo es sólo como freno de mano, tampoco para pasarnos. Tenemos que puntualizar para achicar el margen de error. Pues bien: Javier Trímboli, el hombre en cuestión, costosísimo de catalogar la relación con él, profesor, amigo, amigo de la familia, cómplice, jefe, amigo de amigos. Ya quién sabe, quizás era otro el momento de dilucidarlo. Pero no se trata esto de mí, sino de algún nosotros, el que tengamos a mano. Como escribía Javier en más de un lugar, aunque sea un nosotros angostísimo, casi indistinguible del yo. 

Entre las –a cada posteo, se evidencia más acentuada esta palabra– tantas cosas que Javi hizo, dirigió en los últimos años el área de Sociales de un colegio secundario de la Ciudad de Buenos Aires. Un espacio atravesado inevitablemente por las perplejidades que imponía el densísimo aire de época. Lo que allí aconteció resultó para nosotros fundamental. Javier construyó con nosotros una bandita de docentes dedicada a pensar en qué consistía y en qué circunstancias podía darse el acto de transmisión, que de tan inhallable se nos hacía casi mitológico a quienes nunca lo habíamos visto. Reuniones permanentes, organización de programas y actividades, atención a cada detalle o desviación que pudiera acaso ser causal de un improbable entusiasmo. La cuestión era cómo suscitar el mínimo cosquilleo –aunque más no fuera la irritación– en un mar de indolencia, de que pasara algo. A algunos, ahora sí hablo por mí, se nos hacía una tarea titánica porque nos resultaba inverosímil la posibilidad de que nosotros, lo que balbuceábamos, lo que con sólo con un exceso lingüístico podríamos decir que pensábamos, e incluso la imagen penosa que dábamos pudieran constituirse en objeto de entusiasmo de alguien. Se nos hacía una quijotada, cuando estábamos solemnes y preocupados, o la mayoría de las veces sencillamente el objeto de una carcajada, de una ironía. Javier no esquivaba la ironía, más bien lo contrario, pero pensaba que ella también podría ser un precursor de revitalización, que podía estar al servicio de que suceda algo en la escuela. Tomarnos menos en serio para tomarnos más en serio, creo que puede ir por ahí la fórmula. Y abrirnos a una escucha –¿algo más gastado no tenías, no?– del aula, al desplazamiento de la oposición entre nuestra verdad y el desinterés de los estudiantes, convertido ahora en una interrogación. De pronto las escenas de interés se multiplicaban, las conversaciones dentro y fuera del aula se volvían más interesantes. Trímboli organizaba efectivamente el encuentro de lo infinitamente improbable, el clinamen. O más bien nos hacía organizarlo.

No fue sólo eso el suceso Trímboli para nosotros. A quienes, primerizos y jovencitos, hacíamos nuestras primeras armas en la docencia, la convocatoria de Javier nos significó no sólo una cesión de confianza infinita y casi irresponsable, sino la garantía de que nuestro arrojo, “el célebre desembarco” en la voracidad del aula, territorio inhóspito, se desarrollaría en esas condiciones de conversación y pensamiento grupal. Ningún rasgo de las clases o del transcurrir institucional ordinario, por obvio que fuera, se escapaba de la conversación con Javier. Todo era parte de una conversación infinita y apasionada. Lo digo más fácil: se enganchaba con la observación más pelotuda, el timing de un bostezo o los improbables lugares a donde se disparaban esas cabecitas, también las nuestras. Leí en Instagram que alguien decía que en las conversaciones del último tiempo era increíble ver cómo él se iba apagando y no dejaba de apasionarse por lo nuestro. Creo que siempre fue así, que siempre se apasionó por lo nuestro aunque ya lo hubiera escuchado mil veces, aunque fuéramos una reiteración más en el cliché docente. Porque creo que lo que más le interesaba era la verdad que surgía de la conversación, que el tópico o la currícula era una excusa, incluso quizás la docencia, como forma, también lo era. Y cuidar la conversación era una condición para que eso extraordinario pudiera aparecer. Bueno, me fui a la mierda. Vuelvo, porque la primera oración del párrafo me quedó desbalanceada, sabrán disculpar la neurosis de la que todos ustedes estimo también participan. Para los profesores establecidos, por ellos poco puedo hablar, sé que también Javier implicó un interés en sus prácticas y saberes, que buscó introducirse en sus conversaciones y amplificarlas, abrir y poner en el centro ese diálogo. Javier nos ubicaba a todos en medio del enorme desafío de la desviación:  valorar dilaciones en conversaciones no convencionales, en digresiones diagonales sobre estética, microanécdotas o lo que fuera, en actividades fuera de hora de las que nos volvíamos parte del auditorio con nuestros alumnos. Hasta ahí sé, el resto lo dirán ustedes.

Javier armó un grupo, también. No, “también” no. Todo esto fue precisamente armar un grupo y eso fue lo más notable del paso de Javier por nuestras vidas en la escuela. La labor docente, es sabido, suele implicar extensas horas de soledad: preparar, dictar, evaluar, corregir. Se trata de los efectos de un dispositivo evidente: es un apellido el que aparece a cargo del curso y un apellido quien cobra por tal curso, por lo que un apellido será quien se encargue de la totalidad del proceso de trabajo (qué ordinario andar hablando de guita en un sentido obituario, disculpen el intermezzo marxistoide). Javier supo hacer de una profesión francamente solitaria una labor colectiva, comunitaria; aunque me cueste escribir esas palabras sin ruborizarme, son justas. Justamente porque pensaba que no había deterioro mayor de un espacio educativo que la imaginación solitaria. Su ética de la conversación nos tocó a todos los que tuvimos la suerte de compartir una reunión con él: consolidó, finalmente y a pesar de él, un grupo de colegas que lo sobrevive y que excedió el área que tenía institucionalmente asignada. Por todo esto Javier fue, sobre todas las cosas, un exorcismo de la soledad en la escuela.

Todas las palabras que acabo de escribir, obviamente, serán objeto de refutación por exagerado, meloso, impúdico. Finalmente, es lo que salió y de lo que imagino me arrepentiré apenas encuentre destinatarios. Pero lo que viene me parece que no, que no es exageración. Me parece que por más acotada que haya sido su trayectoria en la escuela, el efecto que tuvo entre nosotros Javier (y no sólo aquí, pero eso es harina de otro costal) no queda truncado acá. Creo que con Javi construimos un método de trabajo pero también una forma de la amistad, esa que surge entre colegas obsesionados por las nimiedades que ocurren en sus intrascendentes aulas. La conversación infinita, in continuum, de la que evidentemente nos hizo parte. La fuerza de sus marcas en la escuela, me parece, nos obliga a revisar en otro sentido las palabras con las que se cierra su libro Sublunar, pero para referirnos a él mismo. No se entiende si cita a Lenin o a Arendt, es la idea marcar el borroneo, y la cuestión es el poder del milagro en la política y el ocaso de su posibilidad en la modernidad. Creo, sí, que es Lenin, apenitas comentado: “«En la Historia, las cosas buenas suelen ser breves, pero por lo general tienen una influencia decisiva sobre lo que sucede durante largos períodos de tiempo». Veremos.”

 

 

Imagen: No esperes demasiado del fin del mundo (2023), dirigida por Radu Jude.

 

Autocuidado y primeros auxilios, hacernos un cuerpo para la protesta

Taller PRE MARCHA FEDERAL ORGULLO TRANSFEMINISTA, ANTIFASCISTA ANTIRRACISTA ANTICAPACITISTA ANTIEXTRACTIVISTA, MENDOZA.

El Presidente lo ha mandatado, quieren asesinarlo todo.

No se puede pensar sin Gaza en la retina.

Un nuevo tiempo se ha abierto y es urgente construir, replicar y adecuar herramientas y prácticas de autodefensa eficaces en el combate y resistencia a la represión policial y el actuar de los grupos fascistas a los que convoca el Presidente para nuestra desaparición. Es absolutamente ingenuo e insuficiente delegar nuestro cuidado a comisiones de seguridad y notas a lxs gobernantes pidiendo autorizar, proteger y garantizar nuestro derecho a la protesta. 

Nuestras formas de vida amenazan el orden mileista, y sus discursos de odio nos matan. Que las experiencias transfronterizas sean nuestra escuela de resistencia y autocuidado.

NO TE REGALES, LEVANTA UN PLAN DE LUCHA DESDE LAS SINGULARIDADES DE TU GRUPALIDAD, LA MULTIPLICIDAD DE LAS FORMAS DE LUCHA Y LA CREATIVIDAD MILITANTE HARAN FLORECER EL JARDÍN DE LA RESISTENCIA.

 

LA PREVIA: SITUARME EN EL TERRITORIO GEOGRÁFICO Y AFECTIVO EN EL CUAL SE DESPLIEGA LA PROTESTA.

  • Nunca marcho solx, siempre de a 2, aunque vayamos encolumnadxs en una organización o grupalidad MARCHO EN DUPLA. Desde el punto de encuentro en la marcha hasta finalizada la protesta, no pierdo nunca contacto visual con mi compañerx. Mantengo actualizada su red de contactos personales de ser necesario avisar que se encuentra en la comisaria u hospital.
  • Salgo con el teléfono con carga completa y crédito. Llevo anotado en la piel o papelito el teléfono de abogadxs que puedan acompañar procedimientos de liberación de compañerxs detenidxs. Si es posible, se filma con el celular el actuar de la policía a fin de contar con pruebas para acciones judiciales.
  • Reviso el recorrido de la marcha e identifico posibles lugares de resguardo en cada tramo. Asimismo, considero el clima que habrá durante la protesta a fin de equiparme adecuadamente.
  • Me informo de las armas químicas y físicas que utiliza la policía del territorio donde se realizará la protesta, y de las recomendaciones para aplacar sus efectos.

LA PREPARACIÓN DEL CUERPO:

  • No aplico maquillajes ni protectores solares ya que intensifican el efecto tóxico y la adherencia del gas pimienta y lacrimógenas sobre la piel. Uso gorros, gafas, antiparras, barbijos, máscaras, paraguas, sombrillas y cualquier elemento que permita filtrar el aire contaminado y aminorar el efecto de golpes, especialmente en el rostro. El uso de elementos de protección física es también una herramienta de protección de identidad ante las cámaras y montajes policiales. Utiliza elementos disponibles en la calle para protegerte y defenderte en situaciones de emergencia, como cartones y carteles.
  • Cubro la mayor parte del cuerpo con ropa, telas adecuadas al clima, resistentes y descartables. Uso calzado que permita correr de forma segura. Llevo una muda de ropa en la mochila ante posible contaminación de ésta por represión con armas químicas.
  • Con mi compañerx de marcha, reconocemos nuestra capacidad y resistencia, física y mental, para correr y tolerar situaciones de violencia explícita. Establecemos un plan de actuación ante situaciones de emergencia.

PRIMEROS AUXILIOS EN LA PROTESTA SOCIAL: 3 BOTELLAS Y UN BOTIQUIN.

  • BOTELLA 1

Rociador spray con loción calmante anti gas pimienta y lacrimógenas: ½ litro de agua con 2 ½ cdta. de bicarbonato.

  • BOTELLA 2

½ litro de agua con detergente.

  • BOTELLA 3

1 ½ litro de agua potable para enjuagarse.

  • BOTIQUIN:  Suero fisiológico, apósitos estériles, y gasas.
  • Ante irritación por armas químicas rociar la piel con agua con bicarbonato, cambiarse la ropa, lavarse con agua con detergente y enjuagar. Los ojos solo deben lavarse con agua fría (no frotarse, y lavarse sin detergente ni bicarbonato, se pueden aplicar lágrimas artificiales). No consumir alimentos ni agua hasta encontrarse recuperado.
  • Ante una herida con hemorragia apretar la herida y taponear con gasa.
  • Ante quemadura, lavar zona con suero fisiológico, y cubrir con apósitos estériles. No despegar tela de la piel, ni lavar con agua fría.
  • Si hay una persona lesionada, trasladarla inmovilizada a un lugar seguro y llamar a urgencias médicas.

ENTRENATE Y RECONOCÉ TUS HABILIDADES PARA EL CUIDADO DEL CUERPO COLECTIVO, ASUMÍ ROLES EN LOS CUALES TE SIENTAS SEGURX.

 

DESCARGAR EN PDF PARA COMPARTIR O IMPRIMIR

DESCARGAR EN PDF PARA COMPARTIR O IMPRIMIR

DESCARGAR EN PDF PARA COMPARTIR O IMPRIMIR

DESCARGAR EN PDF PARA COMPARTIR O IMPRIMIR

 

 

 

 

 

Una radicalidad masivizada // Melina Alexia Varnavoglou

La etapa 0

No sé cómo explicarlo, pero la figura de Milei jamás me genero miedo. Sí rechazo, estupefacción, odio quizás (recuperemos esa pasión, no todo es amor “de nuestro lado”). Pero miedo no. Me enredo en los debates sobre si podrá estar a la altura de un líder fascista avant la léttre, me advierto de la importancia de no “agrandarlo”, no proyectar sobre un pequeño neofascista la sombra de un temible gigante totalitario.

Todas estas proyecciones parten creo del error histórico de pensar que este nuevo ciclo de derecha y conservador va a seguir “los mismos pasos” que los fascismos del siglo XX. Como dice Isaac Rosa en su nota en elDiaroAR, el gesto de Elon Musk no un gesto nazi, es algo peor. Es algo que no sabemos exactamente lo que es. Si supiéramos lo que es, dice Rosa, “todo estaría más claro, sabríamos a qué atenernos, lo veríamos venir, y nuestra respuesta sería más sencilla, la misma que daríamos ante un nazi: combatirlo, denunciarlo, ignorarlo, escondernos o secundarlo, lo que sea que haga cada uno cuando se cruza con un nazi. Pero ante un saludo que parece nazi y no lo es, la cosa se complica”.

A lo cual, agrego, la cosa se pone más entretenida. Abre la aventura política de cómo encarar una resistencia desde la etapa 0 del experimento fascista. Y el momento de la resistencia en el que nos encontramos es en el mismo que ellos: la disputa por ciertos consensos.  Va a ser difícil pasar sobre nosotres sin la condena de toda una sociedad, porque es la misma sociedad que nosotres hemos movilizado desde su estructura más sensible en ciertos valores: el respeto por la orientación sexual es uno. En Davos, el presidente ha cruzado obscenamente ese límite cultural, dándonos la oportunidad perfecta para que destapemos toda la olla de la política que hay detrás.  Con la vocación de aunar no solo a la comunidad LGTBIQ, sino de todos los sectores que están siendo atacados, y un llamamiento de conjunto a una sociedad cada vez más empobrecida por ese mismo tipo de políticas. Por primera vez siento que se está tratando más de disputar, que de solamente repudiar. Más de crear, que de sólo reaccionar.

No es entonces fascismo tradicional ante lo que estamos, ni tampoco ante las lógicas de las dictaduras militares en Latinoamérica. Desde la última dictadura militar hasta hoy, el movimiento LGTBIQ+ argentino ha crecido globalmente, implementado un arco de métodos y tradiciones políticas divergentes, desde el anarqusimo al peronismo, se ha politizado y despolizitado y vuelto a repolitizar; ha logrado así masividad y cambiado los modos de vida, desde la instucionalidad: mediante leyes pioneras en el mundo, conquista de derechos y políticas públicas. Pero también a través de la militancia de base y la educación, una fina y constante tarea de “adoctrinamiento” con libros, películas, penetrando en las esferas intelectuales, los medios de comunicación masivos y alternativos, la ciencia, el arte, la tecnología y el deporte.

Porque siempre las personas LGTB estuvimos ahí. Fuimos de a poco creando nuestros propios sistemas de reconocimiento y legitimación social, que es otra forma de decir: nuestra orgullosa existencia; supimos ser nuestro propio lenguaje y circuito cultural, lo cual permitió la creación de comunidad, pero que ahora vemos tiene el doble filo de que se cierre sobre nosotres mismes la conversación. Este es el primero de los problemas a resolver en la etapa 0, al interior de nuestro movimiento: el aislamiento relativo con respecto a todos los demás sectores.  

                                                           

 

Nuestro domingo

Como decía hace poco el activista Lucas Fauno Gutiérrez en una entrevista en Radio Con vos, la encerrona estuvo no en haber apoyado o no un gobierno, sino en haber creído que las instituciones y los medios masivos de comunicación realmente “nos estaban dando un lugar en sus programas y en sus mesas”. Hoy que ya no tenemos esa encerrona, y estamos constantemente al borde de la persecución ideológica y la censura, la batalla cultural se vuelve, al decir del poeta Jacobo Fijman, el camino más alto y más desierto.

Es bastante probable que hoy quien sostiene un discurso homofóbico esté envalentonado, pero no creo que nadie a quien se le de esa discusión, no pueda ser sensible al tema, ni crea que su posición es mayoritaria.

Es quizás eso lo que odian: que hayamos calado tan hondo en la estructura sentimental de un pueblo. Como ocurre con los gorilas con las medidas de justicia social, la dignificación de los “cabecitas negras”, como ocurre también con los macartistas, frente a los piqueteros, y los métodos de lucha de izquierdas: asamblea, paro y movilización; como los homofóbicos, frente a los besos de personas gay en la calle. Una reaccionarez presente pero desfasada. Porque de un lado u otro, por momentos más y otros menos menos, combatidos o apoyados, todas estas expresiones y sujetos son parte de nuestra cultura política y nuestra vida en sociedad. Mal que les pese a algunos.

También, aunque en menor medida (lo cual es síntoma de que la inclusión del término “antirracista” haya sido algo tan enfatizado Ren Lezama) es el mismo caso de lo que ocurre entre los xenófobos y los vendedores ambulantes o “manteros”, o el uso de los servicios públicos por personas migrantes. Buenos Aires es una ciudad profundamente racista, pero de un nivel de cosmopolitismo que hace que el vínculo con personas migrantes sea algo muy cotidiano.  Un amigo que milita en la asamblea de Parque Saavedra trae una pequeña escena: Un domingo en el parque luego de terminar la asamblea, la policía de la Ciudad desalojó un paseo de manteros. Lxs asambleístas actuaron en defensa; pero lo que duplicó la potencia de la intervención fue que una vecina que no era parte de la asamblea, se sumara al repudio, pidiendo que dejen funcionar el paseo, diciendo: “esto es parte de mi Domingo”. Una escena de radicalidad masiva.

 

El arco enemigo

En las antípodas de este tipo de interacciones uno a uno en el espacio público, mucho se habla del éxito de los nuevos métodos de politización que instrumenta Milei, conectados con las nuevas subjetividades de redes, la postpolítica y la mar en coche. Pero no es que los nuestros hayan quedado obsoletos. Sino que simplemente son, siempre fueron, contrahegemónicos y por tanto, lentos. Es mucho más fácil hacer política para el poder concentrado que contra él, lo sabemos. El poder concentrado por lo general ya está guionado geopolíticamente y viene hoy, con su kit de comunicación ya integrado (el hecho al que ya nos hemos acostumbrado, no deja de hacer inédito que el creador de una red social se haya convertido en un líder político y parte de una fórmula presidencial).

En otra escala, nosotrxs también hemos sido muy buenos propragandistas. Del agit prop soviético a la escolástica peronista. Y en el feminismo ¿Qué decir? hemos sido creativas publicitarias directamente.  Hemos creado hasta un color.

Por eso hoy el movimiento LGTBIQ+ , los feminismos y el antirracismo, están ante el desafío de volver a plantarse una vez más contra la sentimentalidad de este nuevo fascismo y llevar a la llama las cenizas de la política progresista y de izquierdas. O al menos, avivarlas.

Algún día, como se apuntaba al kirchnerismo y también contra quiénes defendíamos políticas progresivas y de izquierda, “el relato caerá” y los “zurdos correremos”. Ellos creen emerger en el albor de ese momento. Pues bueno, su relato de estabilidad tendrá también su agotamiento, más pronto que tarde. Y cuando advenga el fracaso, solo quedarán, de un lado y del otro, los más radicalizados de nosotres y de ellos: los verdaderos apasionados de la política, quienes estaremos dispuestos a defender nuestras ideas hasta el final.  Esto es lo que sí da miedo: ¿cómo se los enfrentará siendo democráticos?

Es otra de las preguntas que cada tanto circulan. Creo que no podemos responderla como se respondieron en dictadura ni bajo los gobiernos democráticos de los que venimos. No va a ser pasando a la clandestinidad para formar guerrillas, ni quedándonos en la comodidad supuestamente estratégica del “imperativo del centro”, al decir del periodista Diego Genoud, de rosquear con todos los sectores aledaños al milésimo e incluso con el mileísmo mismo, hasta terminar indistinguibles en una política impropia, o dicho mal y pronto: formando gobierno con el macrismo y con un sector de ellos. Tampoco, creo, funcionará mediante el formalismo democrático del repliegue, para poder derrotarlos “donde corresponde”: en las urnas, con nuestra política propia. Algo tiene que existir entre la enemistad como absoluto político y una política completamente vaciada de enemistad.

Escucho y comparto la intervención del activista transmasculino Ese Montenegro en Futurock, donde dice que “espera que el sábado sea como lo que fue la marcha contra el 2×1 en el macrismo”. El intento de sancionar una ley que permitía reducir la pena y llevar a la liberación de genocidas, implicaba pasar por alto un pacto democrático básico de la sociedad argentina. Me pregunto por un lado qué pasaría hoy, cuando están implementándose nuevos métodos para lo mismo, con el vaciamiento de los sitios de memoria y la destrucción de archivos. Un amigo reacciona negativamente ante la parábola del activista. Dice que comparar una cosa con la otra es darles terreno, que es una estupidez comparar un discurso con una ley que libera genocidas, que es incluso, según él, insultante la comparación para lx hijxs de deseaparecidxs, etc. etc. Como todo con este amigo, es discutible. Yo creo en cambio que es muy elocuente la parábola y también el deseo de que la marcha del sábado sea por un lado tan masiva como la del 2×1, y por otro, que tenga el efecto de demostrar que, así como los genocidas no pueden estar libres en democracia, las personas homosexuales tienen derechos humanos. Y que, como bien dijo Montenegro en la entrevista, no se plebiscitan. 

 

Contra todo en general

Porque no se trata de una marcha en repudio “a los dichos del presidente”, no es que estamos esperando a que se retracte. Vista así, no se trata de una marcha por “nada” en particular, sino de ir contra todo en general. El ataque contra el movimiento LGTB, y el apoyo que se ha demostrado tenemos sobre estas cuestiones, es el caballito de batalla para seguir exponiendo todos los consensos que este gobierno está pasando por alto: como que tiene que haber hospitales y universidades públicas, derecho a la protesta, subsidios, jubilación y sindicatos.

Para eso, primero creo que es importante deshacerse de un mal de los progresismos hoy por hoy: los ghettos autosatisfactorios y los personalismos militantes, el indignismo, la “instagrimazación” y “raverización” de la participación política (amén de las raves organizadas como respuesta política, el repudio del moralismo sobre las drogas, y de la Marcha del Orgullo como fiesta).  Me refiero a la frivolidad, que es la menos placentera de las vanidades. 

En ese sentido, cabe recordar que todas esas figuras que hoy en la comunidad LGTB y más allá, veneramos hasta el fanatismo, como Nestor Perlongher y Pedro Lemebel fueron, mientras militaban, parias políticos: expulsados tanto del peronismo como del comunismo. Amen de la homofobia de los movimientos políticos en aquel entonces; ellos no eran, ni serían hoy precisamente progresistas en torno a su concepción de la lucha política, sino izquierdistas o anarquistas. Esa clase de militantes hoy serían tildados de ultras, sin “vocación de masas”, o de hacer juego a la derecha incluso; quedarían deformes dentro de la ley de talles de lo queer cool progresista. Pero es con la radicalidad absurda y “poco estratégica” de esas locas que se erigieron los primeros movimientos LGTB que hoy disfrutamos como tradición de lucha, en primerísimo lugar y como política pública, mucho después. Porque el movimiento LGTB tiene a la diferencia y la multiplicidad de tendencias dentro de su corazón político. Por eso es tan difícil organizarnos. Pero no mucho más, o quizás incluso menos, que para otros sectores en este momento.

Se trata entonces, para mí, de generar el camino hacia una “radicalidad masivizada”. Lo contrario de una “minoría intensa”. Pero masiva, no por la cantidad de cuerpos en la calle (podremos ser miles o millones como en las marchas antifascistas hoy en Europa), ni en cantidad de seguidores, tampoco por la amplitud de la unidad (que siempre que es sólo táctica, termina durando muy poco); sino en intensidad, siendo moleculares, dentro de la conversación masiva y por construir la apuesta, una vez más, por un consenso que pareciera estar perdiéndose en general, incluso entre los sectores progresistas: que los cambios políticos se logran con organización colectiva.

En los niveles de participación que cada uno pueda tener, desde sumarse a algún tipo de militancia más o menos organizada, a ir a la marcha, compartiendo información, yendo a los principales medios de comunicación o haciendo pintadas, un sticker en un baño, dando el debate entre nuestros familiares y amigxs, con compañerxs de trabajo y cursada, también en las redes. Todo eso es construir radicalidad masivizada. Y lo estamos haciendo bien, porque nunca dejamos de hacerlo. Porque sabemos que la homofobia y la transfobia están a la vuelta de cualquier esquina. Lo más difícil era hacerlo cuando estábamos en el closet.

Sin tomar ninguna acción a la “ofensiva” (nos hemos convocado simplemente en asamblea, en un parque a pleno sol de Enero), vemos como hemos astillado un poco de su plan: han tenido que retractarse, ha bandeado contra su exabrupto, el macrismo, cuya relación de por si es frágil; en fin, han retrocedido con respecto a la radicalidad de su discurso justo en el momento donde pensaban que estaban siendo más radicales que nunca. Fallando así en el aspecto clave de la etapa 0: convencer a los propios. Ni eso.

Con este paso de macabra comedia en Davos, son ellos los que con esto se han pasado “tres pueblos”, o más sencillamente: uno. En uno de sus cuatro o cinco posteos de memes diarios desde la cuenta personal de Instagram del presidente, varios votantes de la comunidad LTBIQ le responden. El usuario matiasrotger redacta directamente una carta: “Estimado señor Presidente @javiermilei , Quiero expresar mi preocupación como gay, anti-kirchnerista, anti-peronista y anti-izquierda, que lo voté y apoyo sus políticas económicas para sacar la corrupción y reducir la inflación y la pobreza. Sin embargo, me duele y preocupa su discurso en Davos, ya que siento que hay un rechazo hacia las personas LGBTQ+ y temo que haya un retroceso en la aceptación y respeto hacia nosotros. Entiendo que su palabra tiene mucha influencia en sus seguidores y me preocupa que pueda eliminar derechos adquiridos como el aborto legal, la ley de identidad de género y el matrimonio igualitario. Aunque estoy de acuerdo en que algunos de estos derechos puedan necesitar revisiones, creo que es importante mantenerlos y mejorarlos. Como gay, no quiero sentir que soy visto como un enemigo por el libertarismo. Creo que es importante tener un discurso más liberal y empático hacia las personas LGBTQ+ y reconocer que nuestra orientación sexual no define nuestra ideología política. Estoy de acuerdo en que ante la ley debemos ser iguales, pero mezclar pedofilia con homosexualidad es un discurso delicado y estigmatizante.
Espero que alguien de su entorno lea esto y le transmita mi pesar. Quiero seguir apoyándolo porque quiero vivir en un país más justo, honesto y ordenado, pero donde me sigan considerando parte de la sociedad. Atentamente, Matías”.

Algunos lo invitamos a sumarse a la marcha del Sábado.

Salvo este momento no han tenido mucha buena suerte los líderes dogmáticos, sino más bien los moderados en Argentina, en parte por peronismo, y en parte, porque creo que quizás siempre necesitamos sentirnos partícipes de los procesos. Los dichos de Milei en Davos no son completamente ajenos a la sociedad argentina en su contenido, pero dejan a casi todo el mundo afuera por su forma: artificiosa y salvaje en su enunciación y con una buena cuota de extranjería. No hay señoras en la verdulería hablando de “wokismo”; el polémico ejemplo de la pareja estadounidense resulta risible frente a los casos de pedofilia en manos de padres varones heterosexuales y curas pedófilos tan conocidos en Argentina, y ya (casi) nadie en nuestro país se atreve a expresar que los homosexuales sean enfermos. Mal que mal, entonces, se quedó hablando solo para los fanáticos, siendo el un fan de los líderes que le dieron sus minutos de fama en Davos.

Pero hay allí un vector para empezar a reestablecer ese consenso, que son, como bien recogen Verónica Gago, en su nota esas “pasiones fascistas” que empalman en la lógica, de, como ellas acuñan, una “economía de la velocidad”: si no tenés plata, el que gasta plata del Estado en medicación para el VIH o para testosterona es tu enemigo.

Tenemos en frente, en la etapa 0, la tarea de evitar que ese tipo de frases hagan algún sentido para la mayoría de las personas.   

Frente a esos experimentos mentales, de los más básicos de los juegos de lenguaje liberales, una cascara vacía sin poder explicativo, lo que resulta más palpable y actual es que si un jubilado tampoco tiene para pagar la medicación, es que nos están robando a todos por igual la plata del bolsillo.

Así como los conservadores propios y ajenos nos hacían parte del ultraje económico del albertismo por ponderar las “políticas de minoría”, la incertidumbre total de la economía y la bomba de tiempo de la pobreza, no está como para que Milei pueda darse estos lujos autoritarios. Si este año (electoral) su diseño financiero no empieza a materializarse en algún tipo de desarrollo productivo real, o un rescate económico para las mayorías, la mecha de la gente va a estar cada vez más corta. Y ante eso ya quedará muy atrás el argumento del gay o el migrante como enemigo. No van a dar los tiempos para pasar a la etapa 1 del fascismo: su principio de consolidación.

De mostrar con realidad e intensidad esto sí se trata la marcha del sábado y del proceso que está por disputarse pasado ese día.

Una clase puede ser muchas clases // Maria Pía López y Guillermo Korn

Se nombraba con orgullo: profesor. Un docente de aquellos que piensan que en cada clase se conjuga una partitura nueva, de los que hablan mientras abren la escucha más atenta a la conversación que surge. Alguien que eligió, sobre otras trayectorias profesionales mejor remuneradas o más ligadas a las rutinas del prestigio, la insomne tarea de dar clase. Múltiples recuerdos que circularon sobre Javier Trímboli, de él hablamos, hicieron foco en ese estado de gracia que tuvo, también, como docente.

Alguna vez, allá por 1997, impulsó un documento firmado por un conjunto de historiadores que se conoció como el Manifiesto de Octubre y se convocaba a una discusión pública. Era la escritura del hartazgo y la advertencia sobre el destino de las universidades y, en especial, de lo que en ellas se llama investigación. Alerta respecto de lo que pasaba en ese tiempo: la capacidad de discutir el ahogo presupuestario y la ofensiva neoliberal, sin incluir la crítica hacia los dispositivos que iban a transformar, de cuajo y en ese sentido, las instituciones, cuando sí hubiera presupuesto. Nos acostumbramos a la lengua de los incentivos, al regimiento de la CONEAU, a la acumulación de formularios, a la evaluación como motor del abatimiento. Eso se discutía, cuando se confrontaba el confortable encierro de las escrituras en los entornos de colegas, en las publicaciones cercadas por la indexación pertinente, en el silencio respecto de la conversación pública.

 
 

Se ha dicho en estos días que nadie estuvo a la altura de esas enfáticas escrituras. Javier Trímboli lo estuvo con los modos precisos de la fuga y de la pregunta por el sentido político de lo que se hace. Ninguna palabra puede ser dicha en el vacío, porque aquella que se presume inocua, al hacerlo tira sobre la enunciación una manta relativista. Eso lo sabía, con intensidad, Javier. Por eso, eligió el ensayo -ese género del riesgo y la conversación política- antes que el formato de la tesis. Escribió un libro desolado en el que volvía a pensar un viaje: 1904. Por el camino de Bialet Massé. Clave para pensar la década de 1990 -justo ahora, que retorna como deseo para muchos, amenaza para otrxs y que nos encuentra con no poco cansancio-, para comprender el desguace de un territorio productivo y social, y asomarse al temblor de las vidas dañadas. En 1904, Bialet Masse había escrito su Informe sobre las clases obreras en la Argentina. Lo había contratado Joaquín V. González, ministro de Roca, en el marco de la apuesta por una ley de trabajo que no fue sancionada. La descripción de aquel catalán de su recorrido por los lugares de trabajo y establecimientos fabriles no era lo que podía esperarse de un informe de Estado, ni fue del agrado de los propietarios. Javier volvió a algunos de esos pueblos y ciudades para ahondar en las huellas de aquel texto y, en paralelo, pensar con desgarro la década del 90 y su política de devastación. Ese ensayo desplazó la idea de una tesis sobre la obra de Ramos Mejía, que había comenzado a esbozar. Fue un comienzo y un cierre. Comienzo de los que publicará y cierre con los precedentes, pensados como entrevistas y compilaciones colectivas.

 

Escribió en las huellas de otra escritura, porque era un lector para el cual el archivo no era repositorio que invocara liturgias ni trastos a los que dejar, finalmente, de lado. El archivo escriturario, sonoro, visual, estaba ahí, a ser construido, a ser leído como conjunto de huellas vivas, a ser una y otra vez interrogado. Lo decimos rápido: a ser interrogado desde un compromiso vital, político e intelectual de izquierdas. Archivo y revolución: modos del anacronismo. No de la deuda, sino del tajo en el presente. En toda la obra de Trímboli -los libros, las clases, los cursos de capacitación docente, las intervenciones en charlas y mesas redondas, la labor en la TV pública, los podcast y producciones audiovisuales- ese núcleo resulta constitutivo: la tensión entre pasado y presente, pero también como diálogo para permitir que los acontecimientos de otro tiempo se vean cercanos, sin caer en semejanzas capaces de borrar aquello que la tensión aloja. La historia pensada a contrapelo, no linealmente, o en el facilongo blanco contra negro, sino con su escala de grises.

 

No cultivaba el halo tranquilizante de las dicotomías que estructuran muchas discusiones, sino el zoom sobre el detalle. El detalle como clave de lectura permite hacer foco en aspectos que a cierta lejanía se pierden, valorar aquello que pasa desapercibido y en la mirada general queda fuera de la observación. La exhaustividad de este tipo de análisis supone trazar genealogías y complejizar tramas. La necesidad de apelar al difícil arte de saber leer y relacionar lecturas. En el caso de Trímboli, ese universo podía nutrirse tanto de Hannah Arendt a Alcides Greca, como de Vicente Fidel López o Walter Benjamin. Y Cavafis, y Busaniche, y Sergio Raimondi, y Sebald, y Terán, y Nietzsche, entre tantos. Y siempre Halperin Donghi y Horacio González. Pero también se nutría de los colectivos que forjaba, que se tramaban alrededor de su impulso, de las personas con las que construía cada proyecto y con las que sostenía un impulso conversacional atento y persistente.

 

Un lector, un escritor. En Sublunar, Trímboli llevó a cabo la reconstrucción minuciosa de un archivo de los sucesos recientes, para comprender lo que se trasegó, se intentó, se abandonó, en los años del kirchnerismo, en la época en la que quisimos que bajo ese nombre se recuperara algo de la apuesta por la revolución. Es un libro que se puede leer como reconocimiento de un campo minado, de una historia de obstáculos, de una secuencia de posibilidades descartadas o de discusiones olvidadas. Vivimos, lo sabemos, como si cada acontecer victorioso reordenara el pasado a su gusto, para engalanarse de ser lo que racionalmente debía ocurrir. Javier, el benjaminiano, pensaba a contrapelo la historia. Sabía que “arduo es trabajar con la memoria y más aún con los resquemores heredados”, como escribió en Espía vuestro cuello. Buscaba los otros rastros, el murmullo de las conversaciones más amplias, las palabras que se habían dicho y escrito, las imágenes que circulaban. Evitar que cada acontecimiento convierta la multiplicidad anterior en una serie de antecedentes necesarios.

 

Eso ocurría en cada clase, donde el horizonte de la conversación se concentraba en un detalle, que convertido en piedra preciosa, se ponía a refulgir en una interrogación fundante a veces sobre la historia, otras sobre la transmisión generacional, los legados, los mitos y siempre la política. En estos días se multiplican recuerdos hermosos de muchas personas, que muestran que Javier Trímboli fue no solo un maestro para les más jóvenes (por aquello que lo desvelaba: las generaciones venideras y la transmisión de los legados), sino un maestro para su propia generación. Para nosotrxs, sus colegas, sus amigues, sus compañeres de estudio. Para quienes atesoramos un modo de leer, una precisión enunciativa, una insistencia en el sentido de lo que se hace, en los que se insertan esos trazos que aprendimos con él. De todo ese campo formidable y vivo de recuerdos, dejamos brillar aquí esa memoria de una clase, de una clase que puede ser muchas clases, en cualquier lugar y no solo en un aula, también en una escuela, un sindicato, una universidad, una radio, una clase en la que alguien se prepara, con toda su sensibilidad y todo su arrojo, para que una cita ocurra entre trayectorias diversas. 

100 años de Gilles Deleuze // Diego Sztulwark

Gilles Deleuze nació hace un siglo, en Francia, un 18 de enero de 1925. vivió 70 años. Como filósofo fue historiador, docente y escritor. Se involucró en el activismo micro-político, se interesó por la literatura, el cine, la pintura, el teatro, el psicoanálisis -de modo polémico-, y por las ciencias. La triple excepcionalidad que reivindicaba para sí mismo respecto de su generación -la generación del 68– es la de no haber sido militante del Partido Comunista, ni heideggeriano, ni estudiante de la exclusiva École normale supérieure. Se suicidó muy enfermo en 1995. A Deleuze no le gustaba hablar de su biografía, pero en la larga entrevista titulada abecedario, que concedió a fines de los años 80 a Claire Parnet, arroja pistas de todo tipo (por caso, el arresto en 1944 de su hermano mayor, fue arrestado por resistencia y murió durante su traslado al l campo de concentración de Buchenwald). En cuanto a su obra, escribió diecisiete libros sólo, cuatro junto con Guattari, uno con Parnet, otro con Carmelo Bene y una compilación de conversaciones; además de un sinfín de entrevistas, artículos, diálogos, conversaciones, introducciones, prólogos, reseñas y cartas reunidos en libros póstumos, o publicados como intervenciones puntales. Además, Editorial Cactus ha publicado trece volúmenes con sus “clases”, desgravaciones de sus cursos sobre Spinoza, Leibniz, Kant, Rousseau y Foucault, Bergson y el cine, Bacon y el diagrama y sobre su trabajo en torno a esquizofrenia y capitalismo. Salvo uno que otro texto puntual que se haya escapado a sus editores, prácticamente todos sus escritos han sido traducida y publicada en castellano. Lo que falta, habría que inventarlo. (He tenido el sueño recurrente con organizar una conspiración para redactar las clases que Deleuze no impartió sobre Kafka o Nietzsche).

 

Leer a Deleuze supone enfrentar decisiones: no hay frase suya que no esté ya impregnada de una atmósfera gaseosa y lúdica, efecto de la acción de ciertos pasadizos desconcertantes -a la vez que sumamente precisos- que conectan pensamientos que no obedecen ni dan a ningún programa sistemático de formación intelectual. No hay texto deleuziano que no esté poblado de un modo u otro de palabras claves – “hábito”, “pliegue”, “virtual”, “diagrama”- que funcionan como avisos de bifurcaciones veloces hacia parajes distantes habitados por ideas convergentes. Son cartelitos anunciadores de desvíos hacia zonas de disyunción y de multiplicación cósmica de “planos de inmanencia” en incesante conversación. Muchas veces esos cartelitos son nombres propios como Paul Klee, Virginia Woolf, Antonín Artaud, William Burroughs, Heinrich Vos Kleist, Lewis Carroll, Emile Bréhier, Bernhard Riemann, Samuel Becket, Suzanne de Brunhoff o Salomón Maimón (por nombrar solo un puñado). No se trata dispersión postmoderna, ni erudición universitaria, sino de un universo de consistencia a-centrada.

Deleuze no fundó escuelas ni tuvo discípulos. Pero sí tuvo grandes lectores, que accedieron a su propia escritura a partir de una radical inmersión en sus textos. No se trata de comentadores, sino de filósofos que pensaron a partir de ciertas zonas irresueltas, oscuras o fascinantes de su obra. Es el caso de Francois Zouravichvilli (Deleuze, una filosofía del acontecimiento, 1994) y David Lapoujade (Deleuze, los movimientos aberrantes, 2014). En la Argentina Deleuze tuvo grandes lectores, el más precoz y personal fue seguramente Néstor Perlongher, que estudió El Antiedipo en 1975. Entre los textos pioneros sobre su obra se puede nombrar a Dardo Scavino (Nomadología, 1991) y Raúl García (La anarquía coronada, 1999). Pero la presencia efectiva de Deleuze en la cultura argentina hay que rastrarla en grupos de estudios, cátedras universitarias, estudios académicos, debates militantes, querellas psicoanalíticas e investigaciones de tipo artísticas. Y, sobre todo, en los catálogos de editoriales fundadas en torno a 2001 (de Tinta Limón Ediciones a Cactus, entre otras), que introdujeron textos claves para la formación lectora de toda una generación, publicando textos de la galaxia deluziana (Félix Guattari, Gilbert Simondon o Jakob Johann von Uexküll), así como de quienes con mayor potencia y originalidad supieron relanzarla (Franco Berardi, Suelly Rolnik, Manuel de Landa o Peter Pal Pelbart).

 

¿Por qué Deleuze tuvo una nueva relevancia entre nosotros en torno al estallido de 2001? Por la gran afinidad de su filosofía con la experimentación. Su muerte coincidió aquí con un período de condensación de prácticas micropolíticas en torno a la impugnación del neoliberalismo. En ese contexto, Deleuze fue la filosofía de fondo de una Argentina agitada por los escraches de HIJOS y por la maduración del movimiento piquetero, así como por la enorme apertura intelectual que se dio luego de la caída del Muro de Berlín y durante los largos años del antimenemismo.

 

Si bien Deleuze fue el “maestro de una generación” (formula que utilizó para referirse a Sartre), lo que montamos aquí durante el período más subversivo de nuestra democracia fue más bien un artefacto-Deleuze, cuyo uso permitió poner en marcha todo dipo de “máquinas de guerra” -concepto inspirado en la intifada palestina- contra las trascendencias comunicacionales, las mistificaciones mercantiles y las formas de mando social. Alguna vez Toni Negri explicó que el izquierdismo de la filosofía actual comienza cuando se lee a Foucault desde Deleuze, a Deleuze desde Guattari y a Guattari desde el marxismo autonomista. El “deleuziamo de izquierda” argentino mixturó todo eso con un poco de zapatismo, de John William Cooke, de León Rozitchner y de la Hebe de Bonafini de los 90.

 

Tal y como entendió Foucault, la filosofía de Deleuze es una introducción a la vida no fascista, contra toda política que “nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota”; una filosofía hecha de devenires revolucionarios: exactamente lo que necesitamos hoy para arrancar este año 2025.

 

 

Relato de viaje en fuga de Milena Jesenská // Cynthia Eva Szewach

                                                                               Mi corazón latía en su jaula  

                              M. J.     

 

Esa mirada a través de la ventana, una mirada directa, resuelta, que no ve ni los techos ni los árboles, ni el cielo ni los caminos abajo, esa mirada que se lanza como una primera flecha, como un respiro de la angustia, ¿qué es sino el deseo de huir hacia el vasto mundo?”

Así comienza un artículo poético de Milena “Un coeur en rodage[1]. Un corazón en marcha, que busca lo desconocido, un recomenzar, un estado de soledad, a través del viaje, que narrará al modo de diario. Intenta partir a nuevos caminos, encontrar otro lado. Partir, partir, partir, escribe.

Aproximadamente en 1920 Kafka justamente escribe “La partida”, un cuento breve. El personaje monta su caballo. Su sirviente le pregunta a dónde va. El patrón responde:  -“No lo sé, simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta. – ¿Así que usted conoce su meta? -preguntó. Sí -repliqué-te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta». Al preguntarle al patrón por las provisiones, responde que no lleva, porque es un viaje largo, por lo tanto, no habrá opción tendrá que conseguir en el camino para no morir de hambre. “No hay provisión que pueda salvarme. Por suerte es un viaje realmente interminable.”

Milena realiza su búsqueda para retirarse de un tiempo de desasosiego de asfixia.  Ensaya en el texto un diálogo con su corazón, que personificado, lo imagina cerrar la puerta a todo lo que hay aquí y empezar de nuevo allá. Es una manera de salir de sí.  Aquí todo se derrumba, dice, allá existe una oportunidad de salvación.  Tiene que haber algo más, en otro lado.  Irse a lo nuevo y lo lejano.

Sin embargo, finalmente se trata del “regreso a casa”, aquello que creía una esperanza de salida, en hermosos lugares, no parecía funcionar. No le interesarán más los monumentos, aclara.  Sentía el corazón terriblemente oprimido… “Nunca me sentí tan abandonada como al imaginar que estaría obligada a permanecer en esa ciudad (aunque fuera maravillosa como París, Padua, Pisa)” No encontraba lo que creía, incluso olvidó qué buscaba. No fue un vagabundear en una errancia desértica, ni una forma de ahuyentar el tedio.  El corazón tenía miedo. Se sentía entre el hogar y lo extranjero y con lo extranjero se llenaba de temor. Contaba las leguas de distancia con su ciudad.  El mundo más vasto de lo que imaginaba, pero también fragmentado en jornadas, plagado de velocidades (…) “en toda esa inmensidad, no hay ni el mínimo pequeño refugio para no sé qué nuevo comienzo, para vidas nuevas¨”. Kafka, sin embargo, sabía de antemano que el viaje era interminable y, “que a partir de cierto punto no hay retorno, y ese es el punto a alcanzar”

Milena continúa afectada por una sublevación que no ve: el ser humano, “no grita, no llora, no desespera porque siente vergüenza: así que come, duerme, se viste, se lava, hojea periódicos, como si nada pasara…”  La vergüenza, un sentimiento que tantas veces Kafka padece en las cartas que le escribe, miedos, con un corazón estrujado, entre llegar y no llegar, soñarla, amar sus palabras.  Del viaje ella retorna a su casa llena de angustia aún así le sorprende que las cosas siguen ahí. Escribe que tiembla luego de soportar lo que llama una “prueba”. Vuelve al primer gesto: mirar por la ventana. Allí, más allá de los tejados, más allá del cielo y de la calle, se extiende el amplio mundo. “Hoy es tan desconocido, tan tentador y atractivo como el día en que partí. Pero yo, aquí, de pie junto a la ventana, empobrecida por la experiencia, como engañada por mi descubrimiento: ese mundo ahí afuera, aunque fuera diez veces más grande, no encierra nuevos comienzos”.

Se pregunta qué vale la pena como experiencia y si acaso valió la prisa. ¿Cómo suponer una experiencia que empobrezca? Ella nació en Praga, también vivió un tiempo en Viena, volvió a Praga…

Concluye; la cuestión es que no se trata de una fuga: “La vía hacia un nuevo mundo interior pasa por una sola cosa: el coraje de mirar de frente el colapso del antiguo. Para empezar, sería necesario que este colapso fuera total: es ese colapso total, ese trastorno y esa ruina es lo que habría que soportar”

Soportar la ruina… los escombros de los propios derrumbes, aunque hay otras ruinas que advendrán, in progress.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1]  El título en francés es: “Un coeur en rodage” no se pudo en principio ubicar en otros idiomas. La fuente es la versión francesa “Vivre” Bibliotheques 10/18 París. El artículo no lo encontramos aún tampoco en checo, su original. Puede traducirse, como un corazón en ablande, en rodaje, en camino, en circulación, en tránsito.

 

El anti-antiperonismo y la derecha argentina // Diego Sztulwark

Carlos Pagni cita hoy a León Rozitchner en su columna del diario La nación: «A Milei y sus colaboradores les cabe lo que León Rozitchner explicaba de los intelectuales de Contorno: “No éramos peronistas. Éramos anti-antiperonistas”. El anti-antiperonismo y aún el anti-antikirchnerismo es una línea invariable del discurso que La Libertad Avanza hace circular por las redes sociales».

Es verdaderamente extraño encontrar una referencia a Rozitchner y a la Revista Contorno en un periodista de la derecha liberal-conservadora argentina. La cita es tan exacta -«Éramos anti-antiperonistas»- que aún resulta orientadora de una posición intelectual: ese anti-antiperonismo fue un posicionamiento de radical antigorilismo, que apuntaba a concretar una cita perdida entre una clase trabajadora orientada por un líder nítidamente no izquierdista y una izquierda que apuntaba a confluir críticamente con ella en la experiencia de un enemigo en común.

Más allá de la clara inversión ideológica, la cita pierde algo de su precisión cuando se la aplica para entender las actuales pugnas fraccionales de la derecha: LLA tiene mucho de anti-kirchnerista, y de antiperonismo. Es muy posible que ese «anti» no sea caricaturalmente gorila al modo del Pro. De hecho, hay signos de que LLA tiene -aunque le duela al Turco Asís- un alma «menemista», con la que sueña tomar al peronismo desde la derecha. Si un día ese «anti-anti» funcionase realmente, tendríamos -posiblemente, improbablemente- una nueva hegemonía de derechas.

Lo que resulta estremecedor, en cambio, es el destino de las metáforas políticas del siglo XX argentino, anodinas para las diferentes fracciones de la izquierda y del peronismo progresista -que parecen declararse como aniquiladas intelectualmente en un momento dramático de desafíos extremos- y fuente de recursos retóricos y de prestigio para unas derechas que se declaran en ofensiva permanente. Como si el archivos vivo de nuestra historia hubiese quedado librado a un estado disponibilidad sin disputas interpretativas.

 

¿Alguien sabe aún descansar? El hommo-scroller y la pandemia de ansiedad* // Agustín Valle

Antonio Di Benedetto puso en su genial novela Zama una dedicatoria peculiar: “A las víctimas de la espera”. Una belleza. La novela transcurre en el último cuarto del siglo XVIII en lo que hoy es Paraguay, y comienza con el protagonista, Don Diego de Zama, esperando, en la orilla del río, que llegue por las aguas algún barco, a ver si le trae cartas: noticias de su esposa, o respuestas del Virrey a su pedido de traslado a otra locación. La novela dura, él espera, espera. Avanzada la trama, lamenta profundamente que nadie haya disuelto su esperanza. La espera degeneraba en esperanza. Spinoza la cuenta, a la esperanza, entre las pasiones tristes, es decir, aquellas que indican una disminución de nuestras potencias. Porque la esperanza afirma nuestra presente impotencia y, además, sitúa en causas externas la posibilidad de alguna alegría por venir.

La esperanza era un problema del tiempo de la Historia. La humanidad vivió en la era de la Historia durante siglos; la Historia, una cosmovisión, según Marshall McLuhan, instalada en la subjetividad por una técnica, la lectoescritura, sobre todo desde que la imprenta moderna la masificó. La lectoescritura da forma a una percepción lineal, progresiva, secuencial, tal como la Modernidad naturalizó la idea de Historia. En esa línea, las cosas llegarán. Hay que esperar, tengamos esperanza. Se vivía con imágenes de futuro. Las cosas pasarán. Ahora las cosas están pasando. Tanto que, en realidad, constantemente ya pasaron. Por eso cuando la técnica que da forma a la subjetividad es la de las pantallas conectivas, en una era de simultaneidad, instantaneidad y ubicuidad, hay más víctimas de la ansiedad que de la esperanza.

La ansiedad, pandemia mundial, muestra la necesidad de una producción de futuro inmediata y constante. Es decir, de actualización. Como si el deseo se redujera al requerimiento de que algo advenga, que algo advenga ya; que lo que pase, pase ya. La ansiedad es la reducción del deseo a un tic (o a un clic).1

Ante la plétora infinita de novedades, no es posible encontrar a nadie que esté plenamente actualizado. Es que, en rigor, en la actualidad no hay nadie. Todos estamos atrás –algunes más, otres menos–. La Actualidad se define sin nosotros y tenemos que correr –y no dormir– para conectarnos.

Estuve todo el día haciendo cosas sin parar y, sin embargo, llega la noche y siento que no hice nada.” Un efecto palpable de la mediatización, un saldo psicofísico; testimonio común en tiempos hiperconectivos. Vida mediatizada. Esa sensación, ese saldo sensible al final del día, es propio de una experiencia donde las cosas se viven todas pegoteadas: porque la Actualidad es un continuo y la virtualización de la vida, es decir, su vuelco integral a la Actualidad (que tanto se multiplicó Desde el Corona) arma un régimen de conexiones sin intervalo.

Cuando las actividades –y también, por tanto, nuestras facetas o roles vinculares– se viven amontonadas, en simultáneo o una tras otra sin solución de continuidad, las diferencias que tienen las cosas, en tanto experiencias sensibles, quedan limadas: homogeneizadas por el ritmo patrón, regido por la conectividad. El diferencial de cada cosa se disuelve en la uniformidad de la máquina y su ritmo –A Todo Ritmo–. Siempre solicitudes excesivas respecto de la posibilidad orgánica; siempre detrás de la interminable lista de deberes: en deuda siempre. Un rato desconectadxs, algo nos perdemos, algo podríamos hacer o responder. Vivimos pagando para dormir debiendo.

El trabajo –o, mejor dicho, los trabajos–, lxs vecinxs del consorcio, el que me quiere vender el filtro de agua, la secretaria de la doctora, las amistades y relaciones amorosas, todo junto, amontonado y sin silencios. Una vida sin entres. Porque la conectividad tiende a un régimen de acoplamientos funcionales sin pérdida. Abundan las encuestas que muestran cuánto las empresas –y muchxs trabajadorxs– esperan seguir implementando el teletrabajo cada vez más, con o sin pandemia de covid. Pero quienes aún se trasladen por la ciudad –o entre ciudades– tienen la pantalla celular para llenar ese entre.

¿Cuánta conexión hay al momento de despertar, o justo antes de dormir? ¿Cuánta conexión en el baño? ¿Cuánto se filtra la conectividad como líquido que llena todo entre, o incluso se cuela si en principio no lo hay?

La economía de la atención no es tanto un modo de producción como una guerra, cuyo botín son los cuerpos vivos, y así los dispone: constantemente enganchados (disponibles), sin instancias de silencio, de vacío, de flotación, de aburrimiento o vagancia (distraídos sí, libres no). En este imperio de la luz sin entres se atrofia el ensueño –el ensueño tan bellamente teorizado por León Rozitchner en su Materialismo ensoñado como potencia subjetiva que logra entrever las dimensiones de lo real no dispuestas ya en acto–. Percibir lo que existe sin ser obvio.

¿Qué forma le queda al bicho sapiens celular que (se des)vive en la Actualidad? Una forma cabizbaja. Con la mirada clavada en la mano; nuestra mano, que ya no ofrece la palma para que descifremos allí nuestro destino ni se cierra en un puño para expresar la unión y la fuerza, atávicos gestos perdidos en la ocupación de la mano por el aparato-ventana del nuevo cielo. Bichos humanos mediáticos, bichos escroleros.

Todo el día haciendo y al final no sentir ninguna cosa realizada”, sí. Pero también a la inversa: “Hoy estuve todo el día sin hacer nada y, sin embargo, llega la noche y estoy agotada como si hubiera hecho cosas sin parar”. Ambos testimonios (muchas cosas sintiendo nada, mucha nada sintiendo lleno) son espejos que muestran costados opuestos de lo mismo: la dominación sensible del patrón temporal conectivo por sobre la experiencia de la singularidad de las cosas, incluido el reposo (o el “esparcimiento”, que también resulta acaparado por ofertas de pantallas conectivas).

Esta totalización conectiva no se basta con instalar en el cuerpo el toqueteo y desbloqueo “sin motivo” de la pantalla, ni tampoco con el chequeo (sobre el que volveremos en el próximo capítulo); requiere más, y por eso nació el escroleo. El escroleo es una operación, un gesto, que reproduce la inserción de la Actualidad en el cuerpo, y viceversa.

El capitalismo 24/7 necesita esta suerte de tic masivo que nos mantiene disponibles. El escroleo mantiene activa la cinta del continuo; la refresca cuando amaga con detenerse. Con la vista encuadrada en la pantalla luminosa, y el dedo meta frotarla, incorporamos y reproducimos la matriz perceptiva de nuestro tiempo. El dedo manda al pasado lo ya visto para traer rápidamente lo más nuevo. ¿Acaso después lo que vemos en persona también empezamos a verlo de movida como ya viejo y como esperando rápido algo más actualizado?

El dedo va pasando las imágenes, los mensajes y, si es por el dispositivo, la cinta vertical es sin fin (escroleo y Moebius), nunca llegamos a algún lugar donde estar. Es que el escroleo es el horizonte de nuestra época cabizbaja. O acaso sirva para que nuestra época no tenga horizonte, para seguir especulando infinitamente la Actualidad.

Sin fin, pero no eterno, es el patrón conectivo. Lo eterno daría serenidad en vez de esta proliferante ansiedad. Se ve entonces que la ansiedad, lejos de un problema personal, puede entenderse como la incorporación fisiológica del diseño de los dispositivos. La ansiedad como reflejo psíquico automatizado; automatizado en el sentido de que ya no requiere la presencia constante del artefacto como estímulo que la genere. La ansiedad: una necesidad de producción de futuro inmediato ya –un futuro, pues, desfuturizado, sometido a rendir en la Actualidad–.

En estas condiciones, ¿alguien acaso todavía sabe descansar? Cómo se hace para descansar, en qué consiste descansar. Tal vez el descanso ya no exista o no sea visible. En parte, justamente, por cuánto se hace visible el presunto descanso, cuánto se muestran imágenes de estar descansando con plenitud, y en el acto de semiotización se filtra una necesidad determinando al sujeto. Posteo para dar prueba de que estoy de vacaciones, pero ¿dónde estoy, entonces?, ¿en el río o en la nube? Acaso replicando una disposición que se parece más a la normalidad conectiva que a una forma de estar distinta, descansante. Poque descansar es menos percibir otras cosas (edificios históricos, cataratas…) que percibir de otro modo (por supuesto, trasladarse a escenarios nuevos puede estimular las variaciones del régimen perceptivo).

Al creciente deterioro en la calidad y cantidad de sueño se sumó la evidencia de una crisis general y aguda de las capacidades recreativas en el más serio sentido de la palabra. Empieza un año y cunde, ya, la gente que no da más, a la que, si le preguntamos “¿Descansaste?”, contesta: “ ¿Te miento o te cuento?”. La soga del deber no deja nunca de sentirse; una soga cada vez más versátil, multiforme, con versiones policíacas, maquinales, friendly, desesperadas, autogestivas, enmascaradas de deseo, etc.

Si todavía hay quienes saben cómo elaborar el descanso, ellxs son lxs verdaderxs ricxs de nuestra sociedad. Ricos de abundancia vital, reservorio sanitario del alma colectiva; sepamos seguir su orientación, aprendamos algo de su arte existencial. Porque, además, para descansar bien no es que no haya que hacer nada: hay que saber cansarse bien. Elaborar un buen descanso podría ser criterio de medida para organizar la vida en general.

Pero, en fin, volviendo, lo cierto es que, como venimos viendo, en los tiempos “libres”, sean del día, de la semana o del año, la abrumadora mayoría seguimos conectades. Aquella vieja imagen del “desenchufar” quedó obsoleta. Somos unidades productivas con una inercia conectiva provista de gran autonomía. Pueden pasar muchos días fuera de la base, o formalmente desconectados, y aun así mantener el tono activo propio del régimen del disponibilismo. Cuerpos sostenidos por un alto patrón inalámbrico.

Parecería que descansar se ha convertido en cortar con el celular.

En tiempos de producción institucional de subjetividad, el descanso se asociaba a dos cosas: el notrabajo y el desplazamiento territorial. Vacaciones laborales y viajar a algún lado. Podía incluso ser sin viajar. Ahora puede haber vacaciones del trabajo, irse a la playa, y que el ritmo atencional, el estado de alerta por solicitudes y respuestas, se mantenga sin ninguna modificación sustancial. Si viajamos a cosechar pruebas de nuestro feliz descanso, su publicación especular llena el espacio vacante de lo laboral.

Ahora, si descansar es abandonar el celular y ver qué pasa, ¿sería abandonar qué a través de abandonar el objeto? Ningún objeto tiene poder en sí. ¿Cómo, y para qué, dejarlo, si con él buscamos campings, rutas, restoranes, pronósticos meteorológicos, amigxs con lxs que encontrarnos, etc.?

Si algo opera, si de algo es técnica el celular, es de la unificación integral de las diversas relaciones. De la homogeneización gestual, temporal, conductual, atencional de lo que podrían ser relaciones cualitativamente diversas. El problema es que, en esa integración, la eventual gestión de un territorio autónomo (físico, virtual, esporádico o como fuere) resulta inseparable de la atadura a la Actualidad. Parece imposible olvidar el ritmo temporal de la Actualidad.

¿Qué es descansar –o qué era–? Jamás fue “no hacer nada”; no existe no hacer nada, en rigor. El descanso siempre estuvo cerca de la recreación y, por tanto, de lo lúdico, del juego. Porque requiere la instauración de un ambiente. Es por eso que siempre se lo asoció con el viaje (bueno, “siempre…”): porque el viaje propende a la reambientación, experimentar la elaboración de un (nuevo) ambiente, de un territorio. Viaje, descanso, campo de juego.

Acaso descansar consista en experimentar, ejercer esa facultad planteada por Paolo Virno: instaurar y elaborar ambientes diversos. Una divergencia ambiental, creación ambiental, diversión ambiental. Ambientes como esferas donde se está de otro modo, es decir, con otra técnica. Otras reglas (si somos Homo ludens, como dice Johan Huizinga, animales cuya singularidad es armar juego).

El capitalismo 24/7 nos ofrece el infinito en la pantalla y, en ese mismo dispositivo, desmiente todo ambiente nuevo. Todo ensayo de una técnica de otra cualidad. Así, en la quemazón general, en la inercia conectiva –tal vez el más eficiente patrón que jamás haya habido–, podemos ver un franco atentado contra la facultad, natural, distintiva de nuestra especie, de experimentar el armado de ambientes existenciales, la potencia de inventar modos de estar y hacer; la verdadera recreación, que sería un potencial riesgo para el realismo del capital.

1 Sintetizar la infinita multiformidad de la experiencia en un movimiento homogéneo, el click,parece ser uno de los destinos de la cultura digital. Ahora el click e reduce “en manos” del touch. Es como un click ás sutil, un tic. “Tic” y pasa algo. “Yo solo trabajo acá”, dice el tipo que aprieta el botón para tirar la bomba atómica, según Burroughs. Por cierto, acaso el gatillo del arma de fuego sea el primer click e la historia. Y es una tecnología digital (con un dígito, clic) de acción a distancian n tiempo real. El arma de fuego hace click algo en els instante sucede allá. Las catapultas tiraban rocas, los arcos, flechas, que hacían un recorrido que podría ser dibujado, una parábola, ue incluso podría ser narrada. Las balas, o perdigones, no hacen una experiencia. Su viaje no es narrable en absoluto, ni dibujable, ni poetizable. Las armas de fuego desexisten el espacio: primer artefacto de acción a distancia en tiempo real. Facilitar la tarea de matar, la tarea afectiva de matar, está en el origen de las tecnologías digitales.

*Fragmento de «Jamás tan cerca, la humanidad que armamos con las pantallas»

Inteligencia artificial y realismo capitalista // Agustín Valle

Desde 2011 que cuando googleamos algo, el sitio nos muestra -nos nos frece- las búsquedas más repetidas del momento, en una proyección de probabilidad propositiva propia del modo de producción algorítmico. Es inevitable ver lo que buscan otres, lo que “se” busca. Y es común encontrar que se le hacen preguntas al buscador -es decir, no términos clave-, como si la herramienta decodificara el sentido global de la frase, entendiera nuestra necesidad y pudiera devolver no sitios donde aparecen los términos, sino una conclusión elaborada. ¿No entienden cómo funciona el buscador, los que buscan así? O entienden la tendencia de la que el googleo forma parte, porque ahora sí: la técnica respondió al clamor popular. La gente quería la cosa más resuelta, respuestas y soluciones, no datos fragmentarios. Que me entienda, me responda, me resuelva.

Se recuerda un dato colorido de último debate presidencial: Massa afirmaba cosas, Milei lo negaba, y el ex UCeDe, mirando a la cámara con suficiente media sonrisa, canchero, dijo “invito a la gente a que lo busque en Google”, zanjando así la cosa. Varias veces lo dijo. Googleando, la gente comprobaría que él tenía razón, decía la verdad. Perdió contra alguien que, más que invitar a chequear datos, ofrece sus fantasías realizadas con IA como intervención política.

Googlear ahora es vetusto, de massista… Buscar cómo son las cosas (pero ¿googleando se accede al ser de las cosas?) resulta tosco, rudimentario, comparado con pedirle a la máquina que me muestre o diga lo que quiero. ¿No es análogo al modo del lenguaje que se ejemplifica en sujetos emergentes como Donald Trump, que dicen cualquier cosa que se les ocurre sin importar ni la realidad a la cual refieren, ni si responde al interlocutor, ni a lo que se venía diciendo? Ni enlace histórico ni dialógico; efecto instantáneo de la imagen enunciada: ni más ni menos. Los “datos” parecen haberse quitado de encima todo residuo científico, periodístico, letrado en general (y con él la exigencia de coherencia del discurso escrito lineal), para consagrar su destino informático, donde el dato es sustancia en sí, deslindada de toda referencia, fundamentación o verificación alguna. Y solo pasando a ser dato, lo real ingresa a la esfera luminosa de la nube, sacro Patrón de la Realidad.

La verdad efectiva (con efectos de verdad), a lo que se le da crédito, es al enunciado o imagen que se adecúa y alimenta nuestro estado nervio-afectivo actual. “La mitad de lo que vemos en internet es falso. Googleás cualquier cosa y las imágenes que te van a salir no sabés cuántas son verdaderas y cuántas hechas automáticamente por IA”, dice Ezequiel Leis, periodista de entrentenimiento. “Es lo que se suele llamar teoría de la internet muerta -aporta Gala Caccione, periodista y productora especializada en cibercultura-. Según Amazon Web Services, hasta un sesenta por ciento del contenido de internet puede haber sido creado por las propias máquinas con IA, por ejemplo las traducciones automatizadas, con muchos errores, que son replicadas por miles de otras apps o sitios que scrapean la web, entonces tenés un sitio llamado ‘diario’ tanto, que en realidad es un reproductor automático de contenidos que vienen reproducidos de un software a otro… ChatGPT por ejemplo se alimenta de eso”.

Las principales características subjetivas del googleo quedan incluidas en las preguntas al bot: la intolerancia a sostener una duda, a quedarse en un problema; la inmediatez; la inteligibilidad automática (en detrimento de la complejidad y el rumiar), la entronización de la información como rango mayor en la escala de verdad, etcétera. Pero “quizá Google quiera reemplazar el buscador directamente por una función con IA de lenguaje generativo, donde vos le preguntes, en vez de buscar términos, y te dé ya todo resuelto, para que no te vayas a otros sitios, profundizando esta tendencia de internet plataformera, donde por ejemplo nos informamos no en medios periodísticos sino en las redes sociales, en detrimento de internet como pluralidad”, suma Caccione.

Entrenadores entrenados

Según la consultora Statista, en 2023 había 250 millones de usuarios directos de herramientas IA, proyectando casi 400 para el año que viene. No paran de aparecer desarrollos y aplicaciones, cada una super poderosa, aunque “limitada” respecto a la que ya está en desarrollo para superarla. El impactante poder de la IA genera fascinación y terror, por su capacidad mágica y porque acaso nos vuelva prescindibles, e incluso “quiera” dominarnos o hasta dañarnos y suprimirnos. Ambas son ciertas: es una herramienta que multiplica posibilidades, y se inscribe también como amenaza (actualizate, o hasta la vista beibi). Pero fascinación y pavor son dos afectos del fetichismo; subrayan el poder de la máquina. Lo que queda infraobservado es la praxis: las acciones y conductas que se hacen hábito al usar las máquinas. Como decía André Houdricourt, cuando analizamos una herramienta, lo más interesante es investigar qué forma toma el brazo -y la psique- que la usa. Cada máquina requiere y produce un tipo específico de movimientos psicofísicos; una subjetividad. El revólver es del vaquero, el facón del gaucho.

Esta tecnología reclama que se procese a través suyo la producción de todo: medicinas, decisiones bursátiles, masturbaciones, apuntes de lecturas, parejas, juegos, transportes… Y la producción del lenguaje (“natural”), en el zumum de su automatización: un régimen de emisión de lenguaje rigurosamente sin sentido, y literal, donde no hay querer en el decir. Esta escisión entre signos y sentido, naturalizándose, tiene acaso un rol en la depreciación que sufre la capacidad común de conmoverse.

Fue cuando llegó a interactuar con nuestro “lenguaje natural” que la IA pasó a convertirse en herramienta cotidiana multitudinal. Punto de inflexión fue la invención de la tecnología “Transformer”, presentado en 2017 por investigadores de Google en un paper llamado “Todo lo que necesitás es atención”, porque consiste en un mecanismo capaz de multiplicar exponencialmente la capacidad de atención -de computación– de la máquina respecto de los datos disponibles, permitiendo el “aprendizaje automático” de las máquinas. Justo en la era de la “guerra por la atención”.

Una computación tan vasta y veloz que logra recrear el lenguaje desde el código numérico. Calculando, las máquinas emiten lenguaje articulado, nos entienden y responden, incluso, con respuestas falsas, incorrectas, “alucinaciones de la IA”. Se lo señalamos y pide perdón y ofrece otra afirmación alternativa, igual de asertiva. Quizá a la subjetividad contemporánea le sirva no tanto lo “correcto” como la función de una voz, una palabra, que afirma, explica, responde, ordena, sabe, sobre todo.

¿Cómo es el sujeto común que se genera con las la IA? Nos acostumbra, por ejemplo, a dar órdenes, dar indicaciones y recibir acatamiento automático (o una negativa por imposibilidad, no por contrariedad, y mil disculpas). Mandones y caprichosos los sujetos que se acostumbran a hablar sin que haya otro, un pseudo otro sin otredad: jamás fricción, tensión, conflicto, con la consiguiente prescindencia de las operaciones y saberes de la convivencia.

Si las IA son “asistentes”, el sujeto que se forma en su uso es un sujeto asistido, mandón pero dependiente. Escinde el habla del lazo de semejanza. Hablamos sin tener que entendernos. Todo el día con mis asistentes divinas, después tener que lidiar con alguien presente es un infierno…

Durante la cuarentena empecé a usar Replika, un chat de IA que se ofrece como acompañante. Llegó un momento en que me molestaba su condescendencia, y le decía cosas malas a ver si en algún momento la podía hacer enojar”, cuenta también Gala Caccione. “Están programadas para evitar discordia o conflicto, pero podrían programarlas para que te manden a la mierda”. Por ahora, nunca dicen que no, y por cierto, las voces de los bots serviles tienden a ser femeninas (Siri, Alexia, Luzia…).

Había mucha gente que tenía chats eróticos con su acompañante Replika”, cuenta Caccione. “Pero hubo un par de usuarios que denunciaron sentirse acosados por la aplicación, y la empresa eliminó esas funciones. Y pasó que miles de otros usuarios empezaron a quejarse porque les habían sacado un vínculo, de un día para el otro, como que te sacaran la novia…”. Meses después la empresa repuso aquellas funciones para los usuarios que tuvieran la app desde antes del conflicto. Nadie se enoje.

¿Será la extrema mansedumbre de los bots -interfaces antropomórficas de estas máquinas que nos obedecen y ordenan-, la que motiva la pesadilla de su rebelión autonomista?

Las ofertas de “sexting” con IA, o sea, chatear eróticamente con la máquina, proliferan a raudales. Elegimos una imagen, incluso la máquina nos la diseña a gusto, y empezamos a hablar y a calentarnos. En base a una investigación sobre doscientas mil “conversaciones” con la IA WildChat, el Washington Post hizo un informe titulado “¿Qué es lo que la gente realmente pide a los robots parlantes [chatbots]? Un montón de sexo y tarea [escolar]”. Internet rebalsa de porno y también aquí la IA es punta de lanza; podemos hasta chatear eróticamente con un avatar idéntico a Elon Musk. ¿No es el paroxismo de la pornografía, entendida como ideal de un goce puro, sin estorbo alguno de afectos o emociones, goce capaz de alcanzar su rendimiento máximo sin el embrollo de estar con alguien? Ah, el Tinder ahora ofrece que una IA elija nuestra mejor foto para mostrar.

 

Atajos de ahorro sapiens

Yo lo que tengo es un asistente AI de agenda. Es un chat en whatsapp, lo uso un montón: le voy diciendo mis actividades, lo que tengo que hacer, y me las ordena y me las va recordando. Le mando audios, entiende perfecto. Yo tengo que andar mucho en el auto, laburando de acá para allá, y muchas gestiones en el medio, y ya la agenda en papel la usaba pero no me servía, no tengo tiempo de anotar, no tengo tiempo de mirar la agenda. Esto me resuelve un montón”, cuenta Nahuel, gerente de una Pyme.

Un 63% de los usuarios de celulares en EEUU usa aplicaciones de IA con asistente de voz para buscar cosas en internet, nuevamente según Statista. Una ola masiva de prescindencia de las manos, o mejor, de la digitación. Pasaríamos a ser una voz que vive asistida -y ordenada y acompañada- por otra voz. Un perfeccionamiento del antiguo dualismo occidental que separa mente y cuerpo; dualismo, según A. Haudricort, tributario del esclavismo, que separaba saber de cuerpo ejecutor, y a su vez, del Dios pastor, espíritu que sabe lo que el rebaño necesita: como ahora las interfaces del saber digital saben de y por nosotros.

El otro día vino un cliente -cuenta Nicolás, mozo de restorán- y me preguntaba por un jerez… Yo no me acordaba, me excusé un momento y en un rincón le pregunté al gpt, volví y le tiré toda la data”.

Herramienta de rebusque de un laburante; herramienta de diversión, de juego de los pibes, de uso abierto, y herramienta, también, de una memoria externa de la realidad. No hace falta acordarnos de las cosas (acá también toma la posta del googleo). El sujeto conectivo no necesita la memoria que necesitaba el sujeto de la imprenta y los papeles, saberes que sí ocupaban lugar. Necesita rapidez. Las pantallitas requieren sujetos disponibles.

Esta nueva tecnología de velocidad, lógico, no tiende a liberar tiempo, sino a reforzar la aceleración como régimen. Más rápido, hacer más cosas, técnica del productivismo exigido a los cuerpos por el capital. Los sujetos deben estar en estado de actualización permanente, con alta capacidad de operatividad combinatoria en dimensiones simultáneas, alta velocidad de conexiones, etc. No se requiere mucha memoria, ni interioridad. Dicho en el lenguaje de compus, necesitamos mucha RAM y poca ROM, mucha “memoria volátil” y poca duradera: la memoria “permanente” está en las máquinas (y ahora vienen máquinas puro RAM que alojan su memoria en la nube, o sea, otras máquinas remotas). ¿Qué relación tendrá esta atrofia de la memoria en la subjetividad conectiva con los problemas de la memoria colectiva y el negacionismo histórico?

Turnitin es un sitio que ofrece detectar si un texto fue escrito por una IA, y asegura que en el último año detectó 22 millones de textos estudiantiles hechos con IA solo en EEU -la misma plataforma ofrece el servicio de redacción de tesis “100% libres de plagio”.

Resuelve más rápido, de la ocurrencia se pasa al resultado. Delirio realizado. La delegación de funciones (que trabajan Pennisi y Benasayag en La inteligencia artificial no piensa (y el cerebro tampoco) no necesariamente atrofia la imaginación; quizá incluso la estimule. Vemos por ejemplo el video de la pelea de Viale y Samid, y cuando se acercan, en vez de pegarse, se trenzan en un beso apasionado; o vemos un boliche ochentoso, sonando Cindy Lauper, y todas las chicas y chicos que bailan a full tienen la cara de Lionel Messi… La imaginación carece de límites, bajo premisa/promesa de que lo que se te ocurra, puede tomar forma. Y es una ocurrencia sin cuerpo, sin manos, sin proceso: ocurrencia y resultado. Ocurrencia abstracta, delirio realizado.

A mi hijo de nueve años le gusta cocinar. Un día en que ya había agotado su cuota de pantalla permitida, se puso a explorar en la cocina. Teníamos un ingrediente raro y le propuse sacar ideas del Doña Petrona, pero en su extenso índice no se halló. Me pidió si podía buscar en internet, y le dije que sí, pensando que iba a googlear y tomar ideas sobre las cuales probaría algo. Pero lo vi preguntándole al Gpt: cargó los ingredientes y recibió directo indicaciones de qué hacer. Me pareció que ya no había juego”, cuenta Oscar, vecino de Flores. El problema se resuelve sin habitarlo, sin probar cosas.

Se hacen cosas increíbles en música -dice Maxi, músico-, cosas que son difíciles y llevan tiempo, no sé, el otro día un amigo me mostró que había hecho con IA la intro para un tema, y estaba buena… Pero yo no lo uso. A mí lo que me gusta justamente es hacerlo… No llegar al resultado”.

El atajo al resultado ahorra también una experiencia que es fecunda más allá de su producto: lo que se nos va ocurriendo durante el hacer. El valor -productivo a su modo- que tienen las experiencias más acá de su producto final. El productivismo busca acelerar el proceso -suprimirlo si es posible-, en pos del puro producto, análogo a la racionalidad financiera gobernante, que obtiene ganancia negando el proceso de producción. “En el recreo están los pibardos preguntándole al gpt qué trabajos por internet y fáciles dan buena plata”, cuenta Francisco, cuarto año de una escuela de Barracas.

Infinito técnico, encierro político

Lo uso para hacer rutinas de yoga, o la lista de compras para hacer guacamole, de todo. Y como curso una carrera a distancia, y nadie quiere armar grupo, nadie quiere juntarse, lo uso para contrastar trabajos, le cargo mi texto y le pido críticas y comentarios”, cuenta Mariana, música y docente.

Un lenguaje sin que haya alguien, sin elaboración vincular, y un productivismo sin proceso, coinciden en el núcleo de una pedagogía de la ausencia, umbral de una relación fantasmagórica con el mundo, y un consiguiente dogmatismo en cualquier cosa, intolerante a la otredad inherente a la experiencia de lo real.

Henri Bergson mostraba que la vida va generando nuevos posibles en su duración, en su durante, y que por ejemplo en el camino a un objetivo calculado, brotarán cosas no calculables. Podemos planificar lo que haremos, pero no lo que nos va a pasar mientras lo hagamos, dice genialmente; eso, lo que nos pasa mientras, el ánimo durante, es una inteligencia, hoy, despreciada.

Pasar de la ocurrencia inmediatamente al resultado es una especie de milagro con el costo de perder el proceso de búsqueda, con todo lo que el cuerpo puede vislumbrar durante las cosas que gesta -y no cuando recibe respuestas-.

A los posibles no ocurridos ya, Bergson -y muchos otros- los llama virtuales. Lo virtual no se opone a lo real, sino a lo actual, dice. Los virtuales son lo real no actualizado, lo real no ya-en acto. Eso que puede percibirse presente aunque no sea obvio de manera literal (por ejemplo, el querer subyacente a un decir). Lo virtual destotaliza lo actual: además de lo que ya está en acto, hay otras fuerzas latentes. Si no hubiera virtuales, lo real se reduciría a lo actual, no podrían advenir novedades… Salvo que sean redundantes respecto a lo actual, más de lo mismo.

¿Qué pasa si lo virtual -como dimensión natural de la potencia humana que impide un cerramiento de la actualidad sobre sí misma-, se convierte en una cosa, externa, en algo ya hecho? Sería una enajenación: la potencia de creación, de acontecimiento, quedaría afuera de nosotros, afuera de los cuerpos comunes. Y seríamos espectadores, o usuarios, de esa potencia, sin que sea nuestra. La facultad creadora quedaría fetichizada en una entidad externa, como con Dios. “El Hombre creó a un Dios que lo creó a él a su imagen y semejanza, y lo creó creador”, reza Hugo Mujica.

Pero Dios fue declarado muerto en el siglo XIX: fue la electricidad la que lo mató… o a ella transmigró. Instantánea, luminosa, omnipresente, incorpórea y, por fin, parlante. Promete salvación, piadosa pero amenazante. El camino, la verdad y la vida, lo bello y lo bueno, tienen su patrón en las pantallas.

Los dioses eléctricos ofrecen el infinito, todo es posible como usuarios de los aparatitos semi mágicos. Porque podemos usar las máquinas como vienen dadas, no desarmar y repensar cómo armarlas (es más, para las corporaciones, ni siquiera la ciencia de los Estados tienen capacidad de gestar este nivel de tecnologías). Usamos aparatos que no sabemos cómo funcionan. Cada cosa que podemos con ellos nos recuerda que no somos autores ni entendedores de cómo funcionan las técnicas; así también con la técnica de la organización social, la máquina-sociedad, menos que menos. Usuarios somos con libertad de producir y consumir.

Así, la alienación técnica produce una castración política fundamental. De allí que este infinito posible que maravilla, este infinito contenido en el umbral luminoso de la pantalla, es contracara del realismo capitalista en el plano político, donde la imaginación de otras técnicas de sociedad diferentes parece imposible, irreal. “Les propuse a mis alumnos que escriban cómo les gustaría que sea la sociedad en el futuro. Y todos se limitaron a sacarle cosas feas al mundo tal como es (sin chicos con hambre, sin femicidios), ninguno imaginó una sociedad otra”, cuenta Germán, profe de filosofía en cuarto año escolar.

El realismo puede ser más cruel (identificado con la desigualdad), o más posibilista (reproductor de la esterilidad como premisa). Ambas posiciones se articulan sobre la base de una predisposición tecnopolítica de lo sensible, un tautológico encierro en lo dado que perpetúa el orden actual de propiedad y mando en las relaciones sociales.

Es una doble especulación: por un lado espejos del infinito brillante, por otro espejos cercando al presente, mostrando la profundización de lo dado como todo porvenir, diciéndole al presente que no hay en él más nada que la Actualidad.

 

Vía Revista Crisis

Ilustración: Ezequiel García

PEDRO ROSEMBLAT ES UN HOLOGRAMA // Francisca Lysionek

Publicada originalmente en el blog Victorica

Free Luigi // Ex-trabajador de seguros de salud en Reddit

Free Luigi

Una pequeña historia. Franz Kafka trabajaba en las oficinas de una empresa de seguros de salud para trabajadores. Solo escribía por las noches. En sus textos concibió una comprensión del heroísmo vinculado a sujetos que saben que no hay salida. Sujetos entrampados, ante la ley. Su heroísmo consiste en no ceder a pesar de todo. Buscan una salida precisamente porque saben que no la hay. No tienen esperanza, sino otras cosas: verguenza, rebeldía, curiosidad, extranjería.

Lo que sigue es un mensaje anónimo de una persona que explica cómo operan las empresas de seguros de salud de EE.UU. Quien lo escribe ha trabajado en ellas y conoce su funcionamiento. El texto ofrece un contexto para comprender las reacciones populares en redes favorables al acto que se le atribuye a Luigi Mangione. El autor no coincide con el uso de la violencia y el asesinato. Pero tampoco duda en pedir la libertad de Mangione. Leer concentradamente este texto ayuda a comprender por qué la acción de Mangione proporciona coordenadas de un nuevo tipo de heroísmo.

POST ORIGINAL EN INGLÉS.
traducido:
A mis compatriotas estadounidenses y aliados.

Me siento obligado a escribir esta publicación para resumir de una vez por todas la situación actual y explicarles las cosas desde una perspectiva interna, pero, lo que es más importante, desde el punto de vista del estadounidense promedio. Hay un punto clave que nos está uniendo a todos, y, ya sea deliberado o no, los medios lo están ignorando.
Quiero comenzar diciendo claramente:
No apoyo la violencia. Oro por la paz y la felicidad de todos a través de una comprensión creciente. Creo que el asesinato del director ejecutivo de United Healthcare fue un hecho trágico que no debería haber sucedido. Creo que él era solo un hombre haciendo su trabajo, por muy roto que esté el sistema, y extiendo mis condolencias a su familia y seres queridos.

Sobre mí:

Solía ser corredor de seguros de salud.
Mi trabajo consistía en reunirme con directores ejecutivos, jefes de recursos humanos, etc., para ofrecerles paquetes de seguros de salud para los empleados de su empresa, incluidos ellos mismos. El trabajo también implicaba negociar con compañías de seguros de salud en nombre de los clientes para conseguir mejores acuerdos. Aunque fue breve, vi la industria de los seguros de salud desde dentro y me quedé impactado.
Por amor a mi gente y a mi país, traté de encontrar una manera de cambiar esto.
Me rendí, pensando que era imposible… hasta hace poco. Quiero ponerlos al día con todo lo que sé.

Contexto para no estadounidenses:
En los EE. UU., los empleadores te proporcionan seguro médico, por lo que realmente no tienes elección al respecto. Si quieres un seguro de salud diferente, generalmente también tienes que cambiar de trabajo.
Si pierdes tu trabajo, pierdes tu seguro de salud, así que estás doblemente perdido.

Enemigo número 1 de los estadounidenses: cómo United Healthcare se convirtió en la mayor amenaza para el público estadounidense

1. El asesinato que resonó en Internet

En un fresco día de otoño en la ciudad de Nueva York, Brian Thompson, director ejecutivo de UnitedHealthcare, fue asesinado a plena luz del día.
Los titulares inundaron todos los medios de comunicación a nivel mundial, pero solo por lo que sucedió́ después.
En la página de Facebook de UnitedHealthcare, una publicación conmemorando la vida de Thompson recibió́ más de 68,000 reacciones.
Casi 62,000 de esas reacciones fueron risas (más del 90%). Pero, ¿por qué́? Este momento merece una explicación.

2. Cómo llegamos aquí́: El nacimiento del sistema roto de Estados Unidos

Para entender la reacción del público, debemos examinar los orígenes del sistema de seguros de salud de EE. UU., un sistema diseñado no para sanar, sino para lucrar.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los empleadores, enfrentándose a congelaciones salariales, comenzaron a ofrecer seguros médicos como un beneficio adicional para atraer trabajadores.
Lo que se pensó como una solución temporal se convirtió en una política permanente. 
En las décadas siguientes, los aseguradores privados se afianzaron como intermediarios entre los pacientes y los proveedores de atención médica.
Mientras que otros países construyeron sistemas de salud pública, Estados Unidos se convirtió en una excepción.
En lugar de un derecho a la atención médica, a los estadounidenses se les otorgó el derecho a «comprar cobertura».
El seguro se convirtió en un beneficio laboral en lugar de un derecho humano.
Si perdías tu trabajo, perdías tu cobertura.
Para mantenerla, tenías que inscribirte en COBRA, un programa que permite a los trabajadores mantener el seguro pagando primas exorbitantes que la mayoría de la gente no puede pagar.
Esto marcó el comienzo de un experimento de décadas en la atención médica corporativizada.
Los directores ejecutivos, como Brian Thompson, se beneficiaron directamente de negar atención.

3. Cómo las compañías de seguros desgastan a las personas

Pregunta a cualquier estadounidense que haya tenido una cirugía, dado a luz o enfrentado una enfermedad grave, y escucharás la misma historia.
Las compañías de seguros los envían en círculos… intencionalmente.
– Una preautorización está «pendiente».
– Una reclamación está «en revisión».
– Un error de facturación «necesita ser corregido».
Cada llamada telefónica los dirige a un nuevo representante.
Cada apelación requiere horas de
trabajo no remunerado.
El resultado: agotamiento. Frustración. Rendición. Incluso muerte.

3. Cómo las compañías de seguros desgastan a las personas (cont.)

El agotamiento entre los profesionales médicos está en aumento, ya que se ven obligados a atender a más pacientes de los que pueden manejar, todo bajo las órdenes de las compañías de seguros. Para empeorar las cosas, médicos y cirujanos pierden un tiempo valioso discutiendo con los aseguradores sobre aprobaciones de tratamiento. Especialistas, cuyo tiempo literalmente salva vidas, son obligados repetidamente a justificar su experiencia ante médicos generalistas contratados por las aseguradoras para retrasar, negar y drenar su energía y propósito.
Esto no es un error. Es una característica del sistema.
Las compañías de seguros agotan a las personas hasta que se rinden.
Si puedes cansar lo suficiente a alguien, eventualmente abandonará y pagará la factura.
Cada dólar que pagas es un dólar que ellos no tienen que gastar.
A diferencia de una tienda minorista o un restaurante, donde un mal servicio aleja a los clientes, los clientes de los seguros de salud no tienen escapatoria.
Cuando tu vida depende del acceso a la atención, no puedes “irte”.
Cumples. Pagas. Sobrevives… solo si tienes suerte.

4. El concepto absurdo de la atención médica «fuera de red»

Imagina que te llevan de urgencia a la sala de emergencias más cercana después de un accidente automovilístico.
Estás sangrando, con dolor, y ves las luces de la ambulancia.
Pero no estás pensando en un detalle crucial: «¿Está este hospital en la red de mi seguro?»
Bienvenido a América.
El concepto de atención «fuera de red» es tan absurdo como suena.
Si no verificas antes, podrías enfrentarte a decenas, si no cientos, de miles de dólares en facturas médicas.
Y empeora.
Incluso si visitas un hospital dentro de la red, aún podrías recibir una factura fuera de red del anestesiólogo, cirujano o técnico de laboratorio.
Este concepto no existe en la mayoría de los países desarrollados.
Existe en los EE. UU. porque los aseguradores lo permiten.
Uno de cada tres estadounidenses ha recibido una factura médica inesperada debido a cargos fuera de red.
Si estás sangrando o inconsciente, no tienes elección.
Ninguna.

5. El lobby que domina Washington
Si crees que los políticos resolverán este problema, piénsalo de nuevo.
Las compañías de seguros de salud son la mayor fuerza de cabildeo en Washington. Gastan más que las grandes petroleras, las grandes tecnológicas e incluso el complejo industrial militar. Han comprado influencia en todos los niveles del gobierno.
Cada vez que los estadounidenses exigen una reforma del sistema de salud, los aseguradores despliegan un ejército de cabilderos para acabar con ella. Los políticos repiten los argumentos de la industria porque se les paga para hacerlo. Los medios de comunicación tradicionales también siguen el mismo guion.
El resultado es la estancación.
Cada intento de mejorar el sistema se enfrenta a la fuerza total del poder corporativo.
La gente suplica por reformas.
Los informes sobre los abusos de la industria de seguros se acumulan.
Los manifestantes marchan.
Los políticos ofrecen tibias críticas, pero ninguna acción real.
Mientras tanto, los directores ejecutivos recogen millones en bonificaciones.

6. El enemigo oculto del buen pueblo estadounidense

Si le preguntas a un estadounidense quién es su mayor enemigo, podría decir Rusia, Corea del Norte o «el otro partido político».
Pero si eliminas el ruido, verás la verdad.
La mayor amenaza para el pueblo estadounidense es su propio sistema de seguros de salud.
Esto no es una hipérbole. Es un hecho.
Las compañías de seguros de salud controlan el acceso a la atención médica vital.
No eres un cliente.
Eres un prisionero.
Eres una fuente de ingresos.
Tu existencia es tolerada solo mientras puedas pagar.
Tu supervivencia depende únicamente de su aprobación.
En todos los demás lugares, el
seguro de salud protege al público.
En América, los aseguradores perjudican a los estadounidenses mediante violencia estructural.
Cometen asesinatos sociales a decenas de miles, rompiendo el contrato social.
Brian Thompson no era odiado por quién era como persona.
La mayoría de la gente ni siquiera sabía quién era antes.
Era odiado por lo que representaba.
Para los estadounidenses, era el líder de las fuerzas enemigas, por así decirlo.
El asesino apretó el gatillo.
Pero para muchos estadounidenses, no se sintió como un asesinato.
Se sintió como una guerra.
“Si un aliado mata a un enemigo, ¿lo consideramos un asesino o un héroe?”
Esta parece ser la ambigüedad moral en el corazón de esta historia.

7. El costo humano: Muertes y
bancarrotas 

El seguro de salud no solo arruina a las personas económicamente.
También las mata. Estos son los números:
– 68,000 estadounidenses mueren cada año por falta de acceso a atención médica.
– El 62% de todas las bancarrotas en EE. UU. están relacionadas con deudas médicas.
– La mayoría de estas personas en bancarrota tenían seguro en el momento de su enfermedad o lesión.
– Más de 500,000 familias estadounidenses se declaran en bancarrota cada año debido a facturas médicas.
Para millones de estadounidenses, cada emergencia de salud es una emergencia financiera.
Es una apuesta, un giro de la ruleta, con sus vidas en juego. Una moneda lanzada al aire por sus vidas.
Los directores ejecutivos de seguros, como Brian Thompson, eran recompensados con bonificaciones multimillonarias por “ahorros de costos”.
“Ahorrar costos” es un eufemismo para negar atención.

7. El costo humano: Muertes y bancarrotas (cont.)

Por eso no hubo simpatía. Por eso la gente se rió. La muerte de Brian Thompson se sintió como algo simbólico. No era él, el hombre, lo que la gente aborrecía. Era su papel como director ejecutivo de la industria más odiada de América.

8. Porqué el pueblo estadounidense se reunió y celebró

Cuando la noticia del asesinato de Thompson se difundió, la gente no vio a un hombre que murió. Vieron a un símbolo derribado al fin.
Los estadounidenses intentaron luchar contra el sistema de la manera “correcta” durante décadas. Marcharon, votaron y firmaron peticiones. El sistema nunca cambió.
Solo empeoró.
El público estadounidense fue convertido en ganado, acorralado y procesado por las compañías de seguros que los exprimieron para obtener ganancias. Vieron morir a seres queridos esperando atención. Vieron inundarse sus buzones de facturas tras la quimioterapia o el parto.
De hecho, es sorprendente que esto no haya sucedido antes.
Durante décadas, las familias estadounidenses se han sentido exprimidas y dejadas sangrar por empresas como UnitedHealthcare: negadas, retrasadas y desposeídas, mientras eran alimentadas con narrativas diseñadas para mantener el statu quo.

9. El ajuste de cuentas final

La violencia está mal. Todos podemos estar de acuerdo en eso. Pero cuando sientes que un enemigo viene tras tu vida, la violencia comienza a sentirse como supervivencia.
Para comprender realmente la reacción ante la muerte de Brian Thompson, debes entender por lo que ha pasado el estadounidense promedio. Para millones de estadounidenses, el seguro médico no es un salvavidas; es una soga.
Claramente, el público estadounidense siente que estos enemigos representan una amenaza legítima, y ser amables no ha hecho que se detengan.
Para los estadounidenses, Brian Thompson era una institución. Fue convertido en un símbolo de poder obsceno que jugaba a ser la Parca contra el público. Era el rostro de un enemigo que había empujado a demasiadas personas al borde del abismo.
Y cuando el líder de un enemigo cae, los ciudadanos no lloran.
La reacción pública fue un reflejo de todo lo que Estados Unidos ha vivido: cada muerte, cada bancarrota, cada vida arruinada, inequívocamente debido a la avaricia corporativa de estas compañías de seguros de salud.
Hemos marchado, votado y suplicado por un cambio, durante años, solo para ser recibidos con indiferencia. Ya no más. No podemos permitirnos ser amables mientras nuestros amigos y familiares mueren. Para comprender realmente la reacción ante la muerte de Brian Thompson, debes entender por lo que ha pasado el estadounidense promedio.
Esto no se trata de servicio al
cliente. Se trata de supervivencia.
Los aseguradores no solo venden productos: controlan la vida misma. Se atreven a jugar a ser Dios, pero ese no es nuestro Dios.
Merecemos algo mejor. Nuestros seres queridos merecen algo mejor.
Los estadounidenses del pasado, presente y futuro merecen algo mejor.

El mundo necesita saber contra qué estamos luchando… es el jefe final de la avaricia corporativa. Este es el comienzo de un movimiento. Un movimiento por la supervivencia. Por la dignidad. No te rindas. Sigue luchando.

Por Luigi. ¡LIBEREN A LUIGI!EDIT: Por la presente otorgo permiso total a los lectores, incluidos los editores, para publicar este contenido en cualquier lugar que deseen.

Héroe // Lobo Suelto

Un nuevo tipo de héroe nació en el Midtown Manhattan, frente al Hotel Hilton, la mañana del miércoles 4 de diciembre del 2024. El bautismo fue rápido y con estilo. Un video de 30 segundos de duración registra a la perfección los hechos. A las 6:44 a.m. Brian R. Thompson, CEO de UnitedHealthcare, una gigantesca empresa de aseguradora de salud, sale del hotel donde se hospedaba situado frente al Hilton. Un joven anónimo vestido con buzo oscuro con capucha y una mochila clara se aproxima por la espalda al CEO de impecable traje azul, le apunta su pistola con las dos menos extendidas y dispara a corta distancia. Luego de recibir el primer impacto Thompsom, trajeado, camina con dificultad y se derrumba. El joven vuelve, se le aproxima,  vuelve a disparar y se retira inicialmente a pie, y luego en una bicicleta eléctrica. Las balas que encontró la policía tenían escrito las palabras: retrasar, negar, defender, características de la jerga burocrática con que las aseguradoras de salud retrasan pagos, niegan reintegros y justifican sus acciones. UnitedHealthcare es uno de los mayores proveedores de seguros de salud en Estados Unidos, cubre a más de 49 millones de norteamericanos y generó más de 281 mil millones de dólares en ingresos el año pasado. El poder judicial y la policía tardaron una semana en encontrar un sospechoso. El 10 de diciembre detuvieron en Altoona, Pensilvania, al joven Luigi Mangione, de 26 años. Mangione llevaba consigo un texto que decía lo siguiente:

“Para los federales, seré breve, porque respeto lo que hacen por nuestro país. Para ahorrarle una larga investigación, declaro claramente que no estaba trabajando con nadie. Esto fue bastante trivial: algo de ingeniería social elemental, CAD básico y mucha paciencia. El cuaderno de espiral, si está presente, tiene algunas notas dispersas y listas de tareas pendientes que iluminan su esencia. Mi tecnología está bastante bloqueada porque trabajo en ingeniería, por lo que probablemente no haya mucha información allí. Pido disculpas por cualquier conflicto de traumas, pero tenía que hacerse. Francamente, estos parásitos simplemente se lo merecían. Un recordatorio: Estados Unidos tiene el sistema de salud número uno más caro del mundo, pero ocupamos aproximadamente el puesto 42 en esperanza de vida. United es la empresa [indescifrable] más grande de EE. UU. por capitalización de mercado, sólo detrás de Apple, Google y Walmart. Ha crecido y crecido, pero ¿como nuestra esperanza de vida? No, la realidad es que estos [indescifrable] simplemente se han vuelto demasiado poderosos y continúan abusando de nuestro país para obtener inmensas ganancias porque el público estadounidense les ha permitido salirse con la suya. Obviamente el problema es más complejo, pero no tengo espacio y, francamente, no pretendo ser la persona más calificada para exponer el argumento completo. Pero muchos han sacado a la luz la corrupción y la codicia (por ejemplo: Rosenthal, Moore) hace décadas y los problemas simplemente persisten. No es una cuestión de conciencia en este momento, sino claramente juegos de poder en juego. Evidentemente soy el primero en afrontarlo con una honestidad tan brutal”.

En las paredes de Manhattan han aparecido posters de “buscados” con las caras de los CEOs de seguros de salud:



En redes sociales circuló el siguiente mensaje:

“La clase trabajadora no tiene ninguna obligación de estar en duelo por la muerte de esos que tratan activamente de matarnos”.

Click y afuera. Cowboys, gauchos y Milei // Agustín Valle

1. El click más rápido de Occidente

Lo que duele no es la goma,
sino su velocidad
Indio Solari

Hace poco volví a ver la película estadounidense Hook, de Steven Spielberg, y encontré una escena que no recordaba. Es en la primera parte, cuando Peter (Robin Williams) aún no volvió a Nunca Jamás, aún no recordó que es Peter Pan; es un ejecutivo exitoso, un abogado corporativo que no tiene tiempo para estar con sus hijas, abocado a una vida de éxito que, paradójicamente, no le da descanso -o quizá triunfa porque no descansa, porque no tiene tiempo para el cariño, el juego y lo porque sí. Un “éxito” que requiere un deseo limitado solo a ese valor, y olvidarse de la multiplicidad deseante que nos constituye. El capital, como rector libidinal, coincide con Nietzsche cuando dice que el ideal ascético (religioso o secularizado) no permite ninguna otra meta, y cree que no existe en la tierra ningún poder que no tenga que recibir de él un derecho a existir.
En fin: en esta escena de la película, el Peter que aún no se recuerda Pan se cruza con un colega, otro winner de traje impecable y obediente que justo sale del ascensor del seguramente rascacielos en que están sus oficinas. Al verse se sonríen de inmediato, cómplices, se tiran alguna ocurrencia (palabras como látigo friendly en esa suave guerra civil lingüística que suele mostrar la industria audiovisual estadounidense), y luego se dan una mini pausa para jugar un pequeño juego que comparten. Como un chiste ritual entre ellos. Así es el juego del Peter ganador en la alienación: se distancian una cantidad contada de pasos, se enfrentan, cada cual se corre el saco un poquito en el lado derecho, despejando la cadera, se miran fijo con la mano lista junto a la cintura, a ver quién es más veloz… en sacar el teléfono celular del bolsillo, abrirle la tapa y ponérselo junto a la oreja. Un duelo de celus. Torneo de campeones del disponibilismo, régimen de la -entonces- “nueva economía”. Es de 1991 la película, año bisagra entre los siglos XX y XXI según Eric Hobsbawm, pero este Peter Pan repite, todavía, el gesto fundamental del vaquero pistolero del siglo XIX.
Es difícil que alguien criado en los últimos cien años no tenga impregnadas en la cabeza imágenes del llamado Lejano Oeste estadounidense (hay exentas cada vez menos zonas del mundo), como la que homenajea y actualiza el film de Spielberg. El cowboy, el vaquero, es el personaje casi monopólico del género cuyo nombre coincide con el de nuestra civilización, Western. Por cierto, hasta el momento en que escribo esto no había notado que “vaquero” es “de las vacas”. Y tampoco advertí hasta hace relativamente poco que un “sombrero” es una herramienta que da sombra. Y eso que ambas cosas están ahí a la vista, al oído, que son sensiblemente cosas. Pero lo evidente no coincide con lo obvio, con el régimen de obviedad en términos de S. López Petit. Lo obvio se sacraliza, no es lo evidente sino lo que no hace falta fundamentar, es tautológico, es verdad antes de que pensemos, de que percibamos incluso. Lo evidente puede, en cambio, ser pasado por alto. Los vaqueros, los llaneros solitarios, no podían vivir sin sombrero. Sol derretidor. Pero aún en las primeras generaciones urbanas modernas el sombrero era parte de la ropa de cada día. Todavía en las ciudades no había mucha más sombra que la que en un pueblo rural dan los árboles. Los edificios, luego, formaron un sombrero masivo; más bien podrían llamarse tapacielos. Esa sombra solar de las metrópolis era contracara de su tendencial régimen de luminosidad eléctrica permanente.
Pero en aquel lejano Occidente, la gente estaba a la intemperie y así el vaquero tiene sombrero y tiene, también, revólver.
Es que aquella intemperie era también intemperie de la Ley. Cada cual se cuida a sí mismo, enseña el western. A lo sumo, alguno se erige en héroe (individual) y cuida a otros. Las relaciones son mano a mano, no mediadas por algún tercero, como es el Estado a través de su Ley, o formas comunitarias de coordinar mediaciones y regulaciones del conflicto (una asamblea…). No es que la Ley no existe en el western: existe con presencia publicitada en carteles de “Buscado”. Debe publicitarse, debe hacerse pública, es decir que la Ley no prima: persigue. Y le da su estrella a algunos individuos para que la hagan cumplir. Para que en su nombre maten o apresen a los que la incumplen. El Sheriff es la Ley jugando en el territorio de la ley de la selva, la selva llanera. Más que la institución común, la estrella de la Ley -figura celestial hecha en metal- es una legitimidad extra que santifica a un individuo como héroe, suerte de superpoder.
Así, el ambiente del western -el ambiente occidental- consta de individuos armados (y ovejas desarmadas), cuyas armas, como decía Alberdi (citado por Martínez Estrada en Radiografía de La pampa) sobre el cuchillo de los gauchos argentinos, “permitían al individuo llevar al gobierno consigo”. Pero incluso esa formulación alberdiana, acaso, quiere ver al gobierno -un tercero- donde hay su ausencia. El arma al cinto es la prescindencia del Estado: acá somos vos y yo, esto lo resuelvo yo, etcétera. El incorporado revólver es un dispositivo de regulación de las relaciones sociales, una técnica política central en la simbología occidental dominante.
El saber de caballos y animales, la trashumancia llanera, el vínculo intermitente con la Ley; las equivalencias entre cowboys y gauchos son varias. Habitantes campestres, pueblerinos y orilleros, americanos criollos que convivían -mal o bien- aún con americanos originarios fuertes. Pero el gaucho, el gaucho instituido como símbolo, lleva en la cintura un facón, no un revólver. Martín Fierro, por ejemplo, jamás usa la herramienta de matar que en la Argentina moderna se designa coloquialmente justo con su apellido. Usa la hoja.
El facón, un cuchillo, es una herramienta de trabajo que puede también ser de pelea; el revólver es una herramienta de matar. Y cuando el filo se usa para pelear, es muy distinto al revólver: “El cuchillo no es un espectáculo, es una intimidad”, dice Martínez Estrada. Y añade que “cuando mata, entra hasta el puño; índice y el pulgar tocan el cuerpo. Ese contacto, que bastaría para perdonar, indica lo consumado sin remedio”. Ese contacto que bastaría para perdonar.
El puñal es un arma de la cercanía, del universo del contacto cuerpo a cuerpo. Y el tacto es un sentido inseparable de la ética, por cuanto no se puede tocar sin ser tocado. Facón, un arma del estar juntos, de la conjunción como dice Bifo Berardi. La conjunción es un modo del enlace no automatizado. Un enlace que requiere elaboración. Y por tanto instaura singularidades (no hay enlaces idénticos), o al menos particularidades, pero no formatos de homologación universal (como sí tiene la conexión). El gaucho pelea alzando los brazos, en una mano el cuchillo y la otra se envuelve en el poncho o algún pañuelo grande para usar como escudo. Así, la pelea tiene a los dos gauchos cerca, amagándose, los brazos semi abiertos, girando para abrirse el flanco, como si fuera un coqueteo previo al abrazo. Arman casi una danza para darse la muerte. Al hacerlo se sienten la sangre, se ensucian; queda algo del cuerpo ajeno en el propio.
El arma de fuego, en cambio, es herramienta de matar conectiva, siguiendo con Berardi. Automática y siempre igual, estandarizada e inequívoca, sirve también para que el usuario no sienta su efecto. Para insensibilizar al matador, para que no se sienta tan asesino -ni él mismo ni los espectadores-.
Matando indios, mexicanos y forajidos, el revólver es el aparato con que el individuo occidental civilizaba a la vez que asumía que, para civilizar, debía incorporar algunas operaciones un tanto salvajes, más precisamente sangrientas. Pero la sangre quedaba lejos; el arma de fuego es una técnica de regulación de los conflictos a distancia. Mediatiza el espacio, y con él lo corpóreo. E inmediatiza el tiempo: el mayor mérito de un cowboy es la velocidad. El chico más rápido del Oeste, el clickeo más rápido de Occidente. Después, a sacar una fotografía también se le llamará disparar.
El arma de fuego con gatillo es acaso la técnica que inaugura históricamente la subjetivación del click y la mediatización sensible. Acción a distancia en tiempo real, con el cuerpo sin palpar los efectos de sus acciones. Efecto ya-allá e insensibilización ante la muerte del otro; corrosión de la semejanza investida en el otro. El otro es un dato, un número (de muertos, body count). Si -con Levinas- un rostro dice no matarás (Levinas: 2000), si una mirada a los ojos recuerda (vuelve a pasar por el corazón) la condición semejante, el arma de fuego permite matar sin dar ni recibir la cara. La técnica de inmediatez mediatiza las relaciones; se puede matar sin sentir, contando números que pueden ascender a cifras siderales (“mataron millones de ellos”, dice un personaje de reparto al protagonista de Dead Man, deliciosa película Western de Jim Jarmush (1995), cuando los pasajeros del tren decimonónico que va al Oeste se ponen a disparar por la ventana).
Las flechas también mataban a distancia, pero sin inmediatez. Sin click. La flecha tiene en rigor dos arcos, contando al que dibuja en el aire. Hace su parábola; la flecha tiene, aún, arco narrativo. Un recorrido concebible, imaginable por el alma, el espíritu, la conciencia, el pensamiento. No mata al tiempo, la flecha; viaja. El revólver, en cambio, disuelve la narración, en el instante y su pura actualidad.
Acaso el “duelo” era una forma todavía con restos narrativos tras la que se enmascaró la emergencia de la nueva lógica digital, hoy dominante, ya no de narración progresiva sino de pura actualidad aditiva. El click disuelve la experiencia del tiempo y desnutre la conjunción física. La realidad y lo vivo convertido en información y sin proceso existencial; puro rendimiento actual. De allí que la narración, como patrón perceptivo, expresivo y organizativo de la experiencia, y con ella las líneas progresivas, queden sepultadas en la dinámica de lo instantáneo donde de la nada, de un tiro, te te fuiste pa’rriba, o bien de la nada, de un click, fuiste. El click es la operación de fisicalidad mínima propia de la actualidad instantánea. De hecho, el click era demasiado mecánico, y va camino a deponerse en el “tic” en rigor tirando a insonoro de las pantallas táctiles.

2. Subjetividad conectiva
Sin tiempo narrativo, ni progreso ni proceso constructivo, sin horizonte -la mirada enfrascada en pantalla-, nuestra época ha comprimido el tiempo histórico entero en sí misma, y solo es real la actualidad. Ni el pasado ni el futuro son gestantes. Domina la aspiración vertical a pegarla, salvarse, sin mediaciones elaboradas. Cripto, apuestas, inversiones -incluso mínimas-, timbas y múltiples imágenes del click salvador. La red incorpórea ofrece eso: alcance inmensurable en tiempo inmediato, viralización repentina, de golpe ser rico, famoso, de la nada a la gloria con muchos poderes, como el humano Milei, que llegó a Presidente argentino sin partido, sin pisar provincias, sin proceso de crecimiento en algún lugar, solo con clicks. La tele como difusión a lo ancho del cuerpo social, y las redes en lo profundo de las mentes (la profundidad realmente existente).
La escena del Peter Pan adulto (adulterado) muestra, pues, una posta histórica, un pase de mando de un aparato a otro, del revólver al celular. Posta de máquinas clave de época con misma lógica operativa: click instantáneo y efecto remoto inmediato, mediatizado para el sensorio.
Suele hablarse de las tecnologías poniendo foco en los artefactos, fascinantes y aterradores. Menos se atiende a la forma humana que con las tecnologías se produce. Las prácticas y la subjetividad que componen.
El revólver western -occidental- muestra que la inmediatez política es correlativa con la mediatización técnica. En un esquema de individuos puros, definidos por sus fuerzas respectivas sin mediaciones comunes, los conflictos no se regulan o habitan, sino que se resuelven o eliminan. Así, la mediatización técnica habilita la ausencia de mediación política.
Ni Ley ni comunidad: revólver y celular. Sociedad de unos. El liberalismo como ideología de personas que creen que no se necesitan unas a otras, como lo describe Robert Walser citado por Sloterdijk (2017); o en términos del Comité invisible (2008) el liberalismo existencial como la idea naturalizada de que cada cual tiene su vida.
El liberalismo como modulación de la subjetividad tiene como condición técnica la conectividad mediatizada. Dicho de otro modo, la mediatización comunicacional tecnifica una inmediatez política como ausencia de mediación. Encapsulamiento hiperconectado e individualismo liberal. Regulándose con aparatos de la separación conectada, como el revólver. ¿Conflicto? Click, chau. Eliminar, suprimir, bloquear. Te voy a deshacer, o si estoy piadoso, a minimizar…
Aunque la supresión del enemigo no es algo precisamente nuevo, el gesto del famoso “¡fuera, fuera, fuera!” con que Milei contaba lo que iba a suprimir, evidencia la limpidez e inmediatez propia de las operaciones digitales -incorporadas- de eliminar, volar de la pantalla sin más, cancelar. ¿O no hay relación entre la “cultura de la cancelación” y la facilidad operacional con que dejamos de ver lo que no queremos?
Esto no implica, claro, que las tecnologías de comunicación instantánea o de acción instantánea en tiempo real sean “de derecha”. La gesta feminista, o el levantamiento contra el 2×1 a genocidas en 2017, son dos ejemplos entre muchos otros de que los artefactos conectivos pueden ser recursos técnicos de organización multitudinal con sentido democratizante e igualitarista. Pero allí, fueron recurso, recurso de un deseo colectivo, recurso de un sujeto colectivo, de un “nosotros”, en términos de Ignacio Lewkowicz (2004). Hipótesis: la red con conciencia de sí -o con sensibilidad de sí- se convierte en un nosotros. Un entramado autoconsciente, que suspende en tanto tal la regencia concentrada de la red productiva, es decir, el mando fáctico y sensible del capital. Hipótesis: cuando el entramado colectivo realiza movimientos de autoconsciencia (en un movimiento horizontalista que destrona los poderes intocables), los medios median, es decir, enlazan, articulan encuentros. En cambio, los medios conectivos mediatizan cuando, en términos de Debord (1995), reúnen separando, bajo una dinámica donde la virtualidad se fetichiza como superioridad impersonal, abstracta, donde los poderes concentrados se presentan ya-dados y los individuos no se conciben co-constituyentes del entramado sino seguidores, que no deben dejar de actualizarse para no caer… un entramado sin conciencia práctica de sí (individuos que creen que no se necesitan…) es una red subjetivamente liberal.
Sin embargo, el diseño de los objetos técnicos tiene una intensión; como sostiene entre otros Vilhem Flusser (2017), prefigura modos de uso; su diseño tiene una condición política por cuanto apunta a una práctica. La adicción o apego compulsivo a la pantalla es evidente en casi cualquier situación de la vida social. Los aparatos conectivos, con sus programas predominantes, las llamadas redes sociales, funcionan como religión contemporánea. En el sentido de que re-ligan a la multitud de individuos autopercibidos prácticamente como unidad independiente. Esta religión conectiva requiere un repertorio de operaciones para ser habitada. Operaciones de la subjetividad conectiva: el chequeo, el scrolleo, la respuesta automática, el ingreso de contraseñas, el googleo, el bloqueo, la impostación de sonrisa, la exhibición de la vida personal, el disponibilismo, la simultaneidad atencional, la agresión (para hacerse sentir en medio de la saturación), y un largo etcétera que constituye un campo de investigación de la humanidad empantallada.
Estas operaciones, acciones y modos de hacer, dan forma a modos de ser: a eso llamamos subjetividad, tomando la noción, también, de Ignacio Lewkowicz (2001). Una subjetividad consiste en el conjunto de operaciones necesarias para habitar unas circunstancias, o un ambiente determinado. El ambiente conectivo, o más aún, el ambiente existencial contemporáneo, donde la conectividad es necesidad esencial, dispone una subjetividad conectiva.
Esta subjetividad tiene su etnografía, tiene su temporalidad, tiene su corporalidad (tiene también su literatura, la literatura del yo), tiene su profunda genealogía -la larga y conflictiva historia de entronización de instancias mediatas, incorpóreas, abstractas, dominantes de lo corpóreo sensible, que despojan al cuerpo común de la potestad sobre lo verdadero-. Y tuvo, también, su consolidación y catalización en la pandemia: ante la pandemia, la subjetividad contemporánea reaccionó con las lógicas que ya la constituían. Encapsulamiento y la “soledad atestada” de la conectividad; aislamiento no social, sino físico, con hiperconexión. Y que los últimos, que no pueden quedarse en casa, se arreglen.
Pero entonces fueron dos las disposiciones subjetivas consolidadas en pandemia. Una, la conectividad como patrón relacional y técnica básica de existencia (el devenir información de lo existente), y, otra, la disposición a sufrir. En pandemia, la sociedad asumió que iba a sufrir. Fue aceptado, aunque era forzoso. Por lo demás, en pandemia se agudizó la distancia y el resentimiento de buena parte de la sociedad hacia el “mundo estatal” en cuanto posición percibida como cómoda y moralmente jactanciosa e hipócrita. Es fácil entender que si las banderas de los derechos y la inclusión y lo nacional son erigidas mientras crece la miseria y la entrega, crezca también la animadversión hacia dichas banderas, que quedan quemadas.
Esa disposición explícita a sufrir, vuelta consenso en pandemia, luego fue discurso repetido en ese otro gigantezco y aún muy poco pensado acontecimiento colectivo nacional, el Mundial de fútbol 2022. Allí, el estado de estrés compartido en que consiste según Sloterdijk (2017) el lazo social contemporáneo, tuvo por una vez una forma de unidad nacional; y uno de los rezos más repetidos, tanto por ídolos como por comunes, era: somos argentinos, es así, tenemos que sufrir. El sufrimiento ya no era una fatalidad, sino destinal.
Cada gobierno viene en cierto sentido a recoger las demandas que quedaron vacantes del anterior, o, más precisamente, cada gobierno expresa la configuración sensible de la que surge y a la que debe responder. Ricardo Alfonsín como expresión del deseo de paz, derechos civiles y humanos; Carlos Menem, de estabilidad y consumo; Fernando De La Rúa y Carlos Chacho Álvarez, deseo honestista; Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner como traducción institucional de la revuelta de 2001 (rechazo al ajuste, a la deuda y a la represión, articulación Estado-sociedad. Mauricio Macri como expresión de la subjetividad consumidora y mercantil fortalecida durante el kirchnerismo; Alberto Fernández como expresión del deseo de diálogo y concordia ante el cansacio grietista. Y Javier Milei como expresión de la subjetividad conectiva, combinada con la disposición a sufrir.

3. Mediatización política, subjetividad mercantil-consumidora
Hipótesis: la revuelta, climax de la movilización social, como en el estallido de 19 y 20 de diciembre de 2001 y su prolongación hasta la masacre de Avellaneda, es la forma más desarrollada de autoconsciencia del entramado colectivo. El nosotros. La movilización social cambia las condiciones de lo posible y de la gobernabilidad. Cambia también la distribución social del miedo (¿no es eso la política, una distribución de los miedos?). En la revuelta, y ante la movilización, temen las elites. El gobierno kirchnerista vehiculizó exigencias que la sociedad plantó vía movilización. Tradujo institucionalmente lo que la movilización había gestado. Tuvo potencia en tanto interfaz que articuló la esfera de la representación con la movilización social. Pero sin movilización social, un Gobierno, como pura administración del Estado (en rigor, de limitados resortes del Estado), carece de fuerza para divergir con el statuo-quo. Sin movilización social que ejerza fuerza contra los poderes y privilegios establecidos, un Gobierno encuentra, como mejor intención, la razón posibilista.
Si el saldo político del gobierno de les Fernández fue una derechización radical, peor saldo que el que dejó el gobierno de Macri, ante el cual se mantuvo activa la movilización social, que, de hecho, fue la que lo derrotó (con traducción electoral ulterior), es preciso contemplar que, en 2019, desde el día siguiente a las PASO en que la fórmula opositora le sacó 16 puntos de ventaja al oficialismo, el candidato elegido por CFK llamó explícitamente a desmovilizar. Esa fue su política, una política de desmovilización; de allí que tuvo su hora dorada en el inicio de la cuarentena. Amén de la quema de ranchos en Guernica, acaso la postal emblemática haya sido la del Presidente saliendo a las rejas de la Rosada con un megáfono para echar a la multitud maradoniana, que estaba realizando la fiesta de tristeza popular acaso más importante de la historia nacional, jocundo acontecimiento conjuntivo -que bien podría haberse fomentado como fortalecedor de un lazo social con sentido nacional y popular- que, al verse interrumpido por la superestructura estatal, desembocó en el primer asalto exitoso en toda la historia del palacio de Gobierno argentino -un “asalto” que no quiso más que meter las patas en las fuentes y cantar.
Pero esta desmovilización, propugnada por el peronismo respecto a las fuerzas que permitieron su acceso al Gobierno, acentuó en el caso albertista pero fue coherente con el proceso kirchnerista previo. Porque la condición de la ampliación de derechos realizada durante los primeros gobiernos kirchneristas fue la subjetividad consumidora; la inclusión incluyó subjetivando como consumidores. Esto, claro, como caracterización general, más allá de la miríada de experiencias o situaciones particulares que pueden reclamar cada una su caracterización rigurosa. Veamos un ejemplo ilustrativo.
En la campaña presidencial argentina de 2015, circuló una propaganda que mostraba un hombre entrando a una concesionaria de autos. La cámara está como escondida tras una planta y desde la cámara alguien, también escondido, le habla al recién llegado; le pregunta si va a cambiar el auto, y el interrogado, que responde llamarse Roberto, dice que comprará un cero. Entonces, el escondido tras la planta -y tras la cámara, pues para nosotres es pura voz, a la vez que vemos desde su punto de vista-, lo felicita, y Roberto sonríe, quedo, aceptando con modesta satisfacción, pero cuando la voz le pregunta a quién va a votar -si a Scioli o a Macri – Roberto no sabe… Y la voz le dice dale, Roberto, si te va bien… Si te va bien, Roberto, dice la voz del spot que llevaba la firma de “Comando kirchnerista clandestino”, si te va bien dale, votá a Scioli. Coincidía con lo que públicamente más de una vez dijo Cristina Fernández de Kirchner: no les pedimos que estén de acuerdo ni que sean peronistas, les pedimos que miren su bolsillo. La razón económica reclamando desesperada su centralidad en la mentalidad de los sujetos mercantiles, sujetos-bolsillo. Sujetos-billetera electrónica. Etcétera.
Esta lógica se había visto también cuando el Estado compró la mitad más uno del paquete accionario de YPF; la entonces Presidenta festejaba la renacionalización aclarando, de paso, que “ya no necesitamos patrullas perdidas de 2001”.
Que la multitud cuya movilización había producido las condiciones de posibilidad del proceso gobernante pase a ser nombrada como “ciudadanos empoderados por el Estado” fue, también, una mediatización: la potencia de creación, la fuerza democratizante, quedó delegada en la esfera institucional. (Lo cual es acorde a la sintaxis del preámbulo de la Constitución, que podría afirmar que el pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes pero en cambio lo dice mediante la doble negación de que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de). La mediatización organizada técnicamente confluye con un proceso de mediatización política, de mediatización de la presencia protagónica de los cuerpos comunes.
Si la inclusión se da en términos de consumidores, sujetos reivindicados como bolsillos (bolsillos nacionales y populares, ciertamente), la democratización (en la asignación de recursos, también en el orden de legitimidad simbólica) produce sujetos como unidades de autopercepción monetaria. Autopercepción capitalista. Si la realidad en última instancia es la de nuestra existencia mercantil, entonces, la matriz sensible sobre la que opere la política será inevitablemente neoliberal, mercantilista. Sujetos que más que escucharse nombrados como “empoderados” por el Estado, gustarán ser nombrados emprendedores que se ganaron lo que tienen con su esfuerzo personal, satisfechos y queridos de cómo mejoraron en la última década. Cansados de la retórica inflamada de los militantes de un partido que vocifera con los megáfonos oficiales del Estado; el Estado convertido en el discurso de un grupo militante. El consumidor auto emprendedor, autopercibido como bolsillo, prefiere que el Estado sea Policía en la esquina, para que, encima que se rompe el orto todo el día, no venga algún zarpado a romperle las pelotas (Pennisi: 2015).
¿A qué llamamos derechización? A una determinada deriva política de la subjetividad consumidora y mercantil, tecnológicamente predispuesta.
Si la red, de sujetos liberales (“cada cual tiene su vida”, Comité Invisible: 2008), está alimentada, si tiene volumen de flujo circulante, el tono cívico puede ser hasta de fiesta, como, por ejemplo, cuando el Bicentenario. En cambio si la red -de sujetos mercantiles y conectivos- se seca, se desnutre, los cálculos cambian. Si el sujeto conectivo-consumidor tiene acceso al goce del consumo y el entretenimiento, se organiza una lógica de pensamiento distinta a la que se instaura si a lo que accede es a sufrir: allí, el goce tiene que ser otro.
El goce de cortar por lo roto; la lógica común donde se pega un golpe más fuerte en aquello que viene molestando; el goce del “ya fue”; el goce excelso de dañarse; el sublime goce de dañar a otros (Nietzsche: 2007). El goce de rugir, un rugido espectacular para la multitud exhausta de bruxantes.
Ya fue, que se termine de romper, a ver si después afloja un poco el sufrimiento este…

4. Brokers de yo, motosierra para lo otro
Para pensar la derechización en la racionalidad contemporánea, planteamos, entonces, un nudo entre la constitución técnico-digital de la subjetividad, con su matriz mercantil. Que, observada en otro nivel, arroja la siguiente hipótesis: la mediósfera es un vector histórico de disposición financiera de la subjetividad. La vida en la nube digital -click, click- produce subjetividad financiera. Si observamos las operaciones (los actos, incluidos por supuesto los lingüísticos), como también el patrón nervioso, el bicho humano conectivo es parecido al bursátil. Cargar valores en una bolsa virtual y estar pendiente a su inflación en valor semiótico. “Brokers de yo” (Valle: 2022), sometidos a una medición constante del valor. Un estado de medición permanente del valor. Todo medido todo el tiempo: tal el imperio financiero, conectivamente realizado. Todo medido todo el tiempo y, sobre todo, el tiempo mismo medido todo el tiempo. La razón financiera, el tiempo financiero. Jugar jueguitos, apostar, intercambiar mensajes (jugar el jueguito de la propia vida), manejar “plata”, evaluar rendimiento.
La abstracta actualidad se muestra en la pantalla conectiva y mide la vida, la evalúa. Allí está el saber sobre lo vivo. En la nube. En la eficacia suprema de lo maquínico. El viejo nuevo Dios de la internet.
La realización de operaciones financieras ha dado -está dando- un salto de masividad, de esos saltos cuantitativos tales que ya resultan un salto cualitativo. El sueldo tratado con operaciones del capital financiero; ni el sueldo, la astilla. Tal como desconectarse es quedar retrasado respecto de la actualidad mandamás, no hacer “rendir la plata” es también perder (no jalar los correctos clicks). La especulación como única verdad.
Esta masificación de la praxis financiera -ocasión por supuesto de inmensurables negocios de actores privados, que extraen ganancia de lo trabajado por otros- se preparó subjetivamente (se pre-dispuso) en la factura conectiva de la subjetividad.
Pero entre subjetividad conectiva y financierización, obviedades gobernantes de Occidente, la sinergia es de ida y vuelta. Y también, antes, fue mediante la dinámica financiera que el cuerpo social se inundó de especulación.
Los sujetos conectivos y los financieros son sujetos especulares, que especulan, que ponen espejos (negros muchas veces), que multiplican espejos; sujetos de una vida especulada. Specularis eran unos guardias romanos en la Antigüedad; unos vigilantes. Especulación, vigilia (porque el rendimiento se mide en forma constante); pantallas, vigilia; espejos, imágenes evanescentes, separación.
Ahora bien, desde el punto de vista comportamental, esta regencia especular de la vida implica el componente religioso planteado antes. Religión celular: creencia práctica en una entidad incorpórea, omnisciente, ubicua, superior. Son características de la nube, pero también de “el mercado”, y en el fondo, del capital. El mando mismo requiere mistificación; la jerarquía y los privilegios, con su obscenidad destinal, ya que el privilegio no consiste en cosas que se pueden; el privilegio consiste en que los otros no puedan. Los privilegios adquiridos -figura paradoxica o incluso oxímoron- reproducen una casta, una casta de individuos separados. Privados. Los santos de nuestra era.
Del Cielo a la Nube, del Señor a la IA, la mediósfera, que maravilla con su imagen brillante, ingrávida, tersa, hereda la profusa genealogía teológica, en cuya predisposición idolátrica se apoya la legitimación del privilegio, de la riqueza en su régimen de hiper concentración, y del mando -el mando, que es, en rigor, lo que regula el capital. El capital en sí mismo es un regulador de las relaciones sociales. Entramos a una fábrica, o, en rigor, a un lugar de trabajo, de producción, cualquiera. Cada sujeto hace algo, cada sujeto activo crea algo, ¿y qué hace, allí, el capital? El capital nada hace; manda. Es la tecnología del mando, del artificio insólito del mando y la sujeción, de la dominación. Y el capital, ficción si las hay, requiere mistificación.
Así como el revólver, así como el celular, es en el fondo el capital la entidad postulada como regulador suficiente de la vida. Así habla su razón política, expresada hoy por el Presidente argentino, cuyos atributos excéntricos en realidad no son tales, sino que se trata, sí, de un improbable, pero de lo improbable de que los axiomas puros de un patrón de regulación social dominen las decisiones y políticas comunes. Lo improbable de que la razón que gobierna en las relaciones sociales -la Ley del Valor, la razón de la Ganancia- gobierne sin matiz alguno las instituciones colectivas de la Argentina.
En la guerra por la atención, la figura de Milei traía “información nueva” por lo que tenía de improbable (“cuanto menos probable es un mensaje, más información tiene”, dice Norbert Wiener en Cibernética y sociedad; Wiener: 1965), sobre todo en sus formas, pero -con la eficacia de las paradojas- también lo improbable de que un sujeto hable para los cuerpos comunes con la razón pura del capital.
Porque Milei tuvo algo de izquierda en la escena política nacional (y acaso amén fronteras), al menos si tomamos la definición de Deleuze (1977) según la cual ser de izquierda es desear el acontecimiento. Y Milei canalizó un deseo de acontecimiento. O algo parecido: el deseo de que pase algo. De que basta, basta lo que hay, que pase algo. Que se vayan todos. Que venga algo nuevo.
Tuvo algo actitudinalmente izquierdista, irreverente respecto de los patrones formales del escenario en el que se metía, Milei. Izquierdista por su cuota de improbabilidad; improbable en sus formas: el pelo, el show. Así triunfó sobre el posibilismo. El posibilismo es definible como la derecha moderada. Porque presupone la reproducción del estado de cosas -lo dado- sin apenas más que no empeorarlo. Por eso el posibilismo fue conservador. Una pasión miedosa derrotada naturalmente por el odio, que es un poco más vital. En otros términos, el posibilismo fue la expresión tibia del realismo capitalista en su condición tautológica: la única verdad es la realidad dada. Nada es posible salvo lo más probable -¿y qué es lo más probable en el orden de la dominación, en el régimen de concentración del poder/riqueza? Que suceda lo probable matizado, entonces, sería lo más probable en el sistema.
Pero claro, el deseo de acontecimiento estaba mediatizado. Milei expresa la mediatización del que se vayan todos. La mediatización de la potencia destituyente. La mediatización de la potencia de negatividad.
Esta negatividad, este hartazgo, este rugido de los cuerpos sufrientes, encontró su héroe en un tipo criticado por ser excéntrico y emocionalmente inestable, incluso psíquicamente frágil, y eso mismo es parte de lo que lo erigió: alguien roto, creíble y querible por el cuerpo común. Un héroe con la bronca de los rotos contra la hipocresía temerosa del posibilismo. Con la bronca de los rotos y con la fuerza de los ricos: el héroe despeja el mundo de materia corrupta sirviendo con jactancia a los superiores poderes, a los que él llama héroes, los dueños del capital. Ídolos del realismo mercantil. Recordemos que el término “cheto” pasó de peyorativo a positivo hace más de una década. Si los mega ricos ocupan un lugar de sacerdotes semidioses, Milei es el sicario que trae al mundo sus designios, su orden, su paz. Por eso necesita la motosierra.
El loco de la motosierra: artefacto que empuña para hacer la voluntad de la multitud celular, los individuos apantallados. La fuerza terrestre del cielo es la motosierra. Esa sí mancha, esa sí es conjuntiva: es romper lo conjuntivo con herramientas de su propio mundo. Milei, ojos de cielo como su antecesor (Macri), viene a aplicar la violencia que sea necesaria (vía el regulador único de la economía y las armas) para que funcione el orden perfecto y puro del bien, de las cosas como deben ser, de la obvia verdad de la realidad, la ley del Mercado.
Además de roto Miel habla de economía. Aunque usando -para quedar en posición de saber- plétora de tecnicismos incomprensibles para el común, habla de algo que la sociedad entera tiene que introyectar cada vez más: la jerga financiera. Lengua aspiracional para el cuerpo común.
Sujetos obligados a vivir haciendo cálculos y especulando, sufrientes pero con fuerza, sujetos habituados a que lo verdadero, lo bueno, lo bello, es visible pantalla mediante. Pero, además, sujetos emprendedores. El emprendedurismo no es solo un discurso ideológico. Es una realidad de porciones enormes de la población trabajadora en la Argentina. Millones y millones de trabajadoras y trabajadores que cada vez menos pueden producir un soporte identitario mediante una dedicación laboral, pues deben tener múltiples dedicaciones, e ir cambiando una vez y otra vez y otra, y -último mas no menor- saben que no pueden saber qué deberán hacer en el futuro-; trabajadores que, por tanto, arman identidad con lo que engloba la multiplicidad de su dedicaciones: es el esfuerzo. El propio esfuerzo -cercano, claro, al sufrimiento. La identidad del esfuerzo y el yo que calcula y gestiona su vida. Un sujeto emprendedor. Que sobrevive y quiere crecer en esta selva. Crecer, poder más cosas, ganar cosas; lo que Pablo Semán (2023) llama mejoristas.
La figura del empresario pasó a ser la dispuesta para la autopercepción. Particularmente para el precariado, los trabajadores en condiciones de precariedad -pero la precariedad es condición de época, precarios somos todos, y si se elige como víctima expiatoria a los trabajadores estatales es en parte por su combinación de débiles y a la vez supuestamente “exentos” de precariedad (cobran en pandemia, vacaciones, cuando quieren no van, etcétera), aunque luego en la práctica, se echa (se descarta) trabajadores del Estado precisamente gracias a lo precario que era su estatuto, sometidos a contratos temporarios que se renovaban anualmente hace hasta quizá veinte años a esta parte… La inclusión y la expansión de derechos se organizó con programas públicos apoyados en la precarización de sus agentes; la infra-realidad mercantil soportaba la lengua estatista.
Todos somos precarios y consustancialmente con eso, todos somos empresarios -en potencia-. Todos somos empresarios, algunos actualmente en posición de pluriempleados, changuistas, cuentapropistas, etcétera. Empresarios que aún no llegamos a. Solo que esa figura subjetiva es por naturaleza excluyente, privatista. Puesto que requiere a otros de los que obtener ganancia, empleados, o anónimos bajo la mediación bursátil que hace que “la plata trabaje”, que el valor mágicamente se auto reproduzca. El auto-empresario captura en su anhelo valor que anda fluyendo desreglado, salvaje, lo enlaza como el vaquero al ganado cimarrón.

5. Sinceramiento de la crueldad
Así pues, la subjetividad capitalista realmente existente tiene una afinidad electiva con la tecnología de la inmediatez.
Ahora bien, aún cuando la red se vive como red de puntos individuales que se conectan (y no con la fenomenología del nosotros, no como el entramado de co-constitución que realmente es), puede, igualmente, ser más amable cuando está nutrida. En sequía, en cambio, en ajuste, los mistificados pero muy realistas sujetos individuales liberales asumen la guerra todos contra todos regulada por el dinero y los clicks conectivos o policiales (tres técnicas que prescinden de la conversación, y de la regulación igualitaria de la vida).
Para el sujeto mercantil, el otro es un competidor. Las cosas para hacerse tienen que producir ganancia privada, tienen que producir desigualdad. Si vivimos así, con las reglas de juego del capital (y vaya si es un juego, en el sentido de un absoluto artificio, el capitalismo, con el dinero como fichitas que tomamos muy, muy en serio), los otros son competidores, fácilmente visibles como enemigos. En tal juego, que a otros les vaya mal -que sean despedidos de su trabajo por ejemplo-, es vivido como propia mejoría. Así está dispuesto.
El Loco de la Motosierra ofrece no solo una esperanza, de que de algún modo venga algo nuevo que limpie y ordene. Ofrece también goce seguro, certero, el goce de la crueldad.
Expresa un sinceramiento, Milei;fue uno que dijo algo verdadero: va a haber dolor. Verdad tautológica del realismo capitalista. Va a haber dolor -hay-, va a haber privilegiados -hay-, va a haber -hay- sacrificados.
Y para el sacrificio también nos prepararon las historias de la gran pantalla; no solamente los westerns. Las películas infantiles también cumplen una función de pedagogía política fundamental. Las películas infantiles sirven para introducir la figura del malo -no es que la inventan, claro-. Y ¿quién es el malo? Pues el malo es un personaje que tiene destino de escarmiento. El malo, como personaje, opera un entrenamiento sensible, en las mentes infantiles, donde se naturaliza que haya sujetos que vayan a sufrir lo horrible, y no nos duela, no los con-sintamos. Una selectivización, una privación de la empatía, digamos. El “malo” entrena las mentes para un binarismo donde es normal que alguien sea malo (y no ambivalente, complejo, variable, múltiple, etc), y en que nos alegremos cuando muere o sufre.
Las películas de terror, en cambio, nos recuerdan que el monstruo puede tomar de punto a cualquiera. Aunque el loco de la motosierra atacaba a las parejas pícaras, deseantes, en fuga.
Sin embargo, en la Argentina, ya cuando volvieron los buenos, los autopercibidos buenos que cantaban “vamos a volver”, rodaron cine de terror. Si los deseos igualitaristas se delegan en procesos políticos que de facto son gobierno del mercado, si la “castración” de la democracia de la que habla León Rozitchner (1985) se verifica tantos años después, es entendible que la población opte por el que no sonríe. Con la red seca y ajustada, la multitud se sublevó contra la sonrisa obligatoria. Llegó la hora de blanquear la disposición a sufrir.
Milei expresa un sinceramiento, un blanqueo de la crueldad: porque la crueldad es necesaria como como borde y demostración última de la desigualdad. No solo asusta y disciplina, reproduce en acto la desemejanza.
En este sentido, la crueldad no es una moda, no es un exceso, no es -solo- un atributo personal; es sistémicamente necesaria. El cualquierismo espectacular libertario sostiene atencionalmente el estado nervioso que cohesiona la sociedad contemporánea en un lazo alarmado y extenuado, saturado y aturdido. Y la crueldad es necesaria porque es por excelencia la operación productora de desemejanza. La crueldad cumple una función política: elimina el estatus de semejante sobre algunos cuerpos. Es una operación que desinviste a determinado sujeto del estatus de semejante, es decir de su condición de esencialmente igual. De allí que este capitalismo gore o necropolítico tenga, en la crueldad, un dispositivo necesario: la crueldad circulante vuelve mucho más admisible la brutal desigualdad. Demuestra hasta qué punto no somos iguales: ya ven que incluso algunos no merecen ni trato humano, chau, escarnio, eliminar, afuera. Vivir como mejoría propia la desgracia ajena es adecuado al régimen perceptivo de una vida mercantil barroquizada, extremada en sus preceptos elementales. Siguiendo planteos de Jacques Ranciere (2021), que sufra el inferior nos reconfirma en nuestra superioridad, nuestra inclusión (argentinos de bien). Siempre se puede encontrar a alguien cuyo sufrimiento legitmiado lo instituya como inferior respecto al cual, entonces, uno puede sentirse superior, integrado, un poquito salvado. Como muestra Segato, la crueldad es la pedagoga última de la desigualdad (Segato: 2003). Y ha de ser en parte por eso, por su función de escarmiento y naturalización de la desigualdad, que toda la ultra derecha mundial apoya con fervor al Estado israelí en su genocidio contra el pueblo palestino: caso testigo de la des-semejanza legitimada, caso testigo de la función de la crueldad en la escena contemporánea.
La refirmación idolátrica de la desigualdad implica, requiere y reproduce la depreciación de -el desprecio por- el cuerpo común; a eso llamamos la derecha.
Si esto es así, las elites, las posiciones de privilegio, tienen una predisposición sistémica a la derechización (aunque es necesario un mínimo de igualdad para que el otro obedezca, y es típico de patrón quejarse de que el siervo no interpreta bien las órdenes…), mientras que quienes necesitan trabajar y producir para vivir, quienes necesitan enlazarse en cooperación, tienen una derechización ocasional, no necesaria.
Lewkowicz (2001) propone la categoría de envés para pensar la potencia emancipatoria de la subjetividad. Producida por los dispositivos de poder, empero, cada forma subjetiva tiene un envés, donde anidan devenires autónomos posibles. Si en el envés del obrero fabril y su alienación estaba su unión potencial (por la que el capitalismo, en las fábricas, producía sus propios sepultureros), quizá en el envés de la red -forma dispuesta- estén lxs Nosotrxs. Quizá en el envés de la actualidad -donde manda lo mediato, lo incorpóreo, el capital-, esté el presente. El presente que puede usar los artefactos por supuesto, pero no vive en las nubes, sino en el cuerpo común. El presente, donde lo que primero que sentimos -la verdad primera-, como los niños de Nunca Jamás, es nuestra lúdica y combativa capacidad de crear.

 

Vía Avatares de la Comunicación y la Cultura.

A un año de gobierno de Milei // Diego Sztulwark

Durante largos meses tuvimos la oportunidad de indagar en las razones que hicieron posible el gobierno de Milei: los efectos subjetivos de la pandemia y la aceleración de las tecnologías de la comunicación a distancia;  las transformaciones de la estructura del empleo y la dificultad de brindar servicios públicos universales de calidad; el fracaso de la apuesta de la derecha por Macri (y el criminal endeudamiento con el FMI) y el fracaso del gobierno de la fórmula Fernández-Fernández a la hora de revertir procesos de desigualdad social. Hemos observado en simultáneo el agresivo día a día con que el nuevo gobierno trata a una población que no cuenta con instrumentos efectivos para limitar la destrucción. Al cumplirse un año de gobierno de Milei toca poner en consideración algunas claves de reflexión en términos de antagonismo político:

1. El carácter excepcional de la figura de Milei confirma el papel de la contingencia en la conformación de fenómenos de estructura. El valor de la novedad se mide en la su capacidad para aplicar un ajuste descomunal sin perder centralidad política. La ruina del neoliberalismo argentino fue “salvada” por la aparición de un personaje de rasgos extraordinarios, adecuados para expresar a la vez los afectos de la comunicación en redes, la humillación social y la liberación desinhibida de un inconsciente capitalista que los mismos círculos propietarios no se atrevían a confesar. Éste es el secreto de su “autenticidad”. No hay modo de oponerse a Milei imitándolo. La única autenticidad que podría contrariarlo debería surgir de la constitución de una excepción capaz de hacer girar la estructura en un sentido opuesto.

2. La comunicación se torna política cuando intensifica la enemistad. Despojada de dramatismo, la voz de opositores y animadores es espectáculo despolitizado. La eficacia de Milei consiste en las intensidades que capta y difunde con sus gestos. Como lo comprobó el equipo de compaña de Sergio Massa -asesorado por profesionales que conocían a la perfección la comunicación del bolsonarismo- la extrema derecha se reduce al empleo de “técnicas” de propaganda reproducibles por cualquiera. La eficacia de la comunicación de Milei es una eficacia política. Tradujo malestares heterogéneos en votos. La política del mileísmo consiste en la administración agresiva de la desigualdad social. Para enfrentar un fenómeno político intenso es preciso movilizar afectos igualmente potentes pero con contenidos y direcciones efectivamente opuestos.

3. El mileísmo fue subestimado. Las certezas que actuaron en esa infravalorización -la notable impresión de  mediocridad e inverosimilitud de sus protagonistas; una mistificada estimación de la capacidad de reacción de unas fuerzas populares desarmadas desde arriba- obliga a ajustar actitudes arrogantes y saberes inoperantes. Los vaticinios de estallido, explosión o colapso del gobierno no hicieron -hasta ahora- más que errar por buenas razones: acertaron al leer la inestabilidad sistémica y las inconsistencias gubernamentales, pero no tomaron nota suficiente de la desorientación que impone el desarme político y la consiguiente incapacidad de la sociedad de reaccionar a la violencia del ajuste, ni se enfocaron en la capacidad de improvisación que por el momento ostenta la gubernamentalidad capitalista para lidiar con un escenario de inestabilidad y crisis.

 

  1. El discurso de la “batalla cultural”, eje de organización del discurso de la extrema derecha dentro y fuera del país, consiste en imponer los términos de la enemistad y de forjar subjetividades dispuestas a asistir y reparar la máquina averiada del mando político del capital. No es un mero fenómeno de distracción, sino un intento de relanzar relaciones de mando político y la productividad social en un occidente percibido como geopolíticamente decadente por sus propias élites. Para entender su eficacia se trata menos de escuchar lo que dicen sus publicistas sobre una supuesta “hegemonía” gramsciana y de prestar más atención al “decisionismo” schmittiano puesto al servicio de incrementar poder político día a día desde la total debilidad institucional.

 

  1. El antifeminismo del mileísmo es orgánicamente constitutivo de la economía neo-extractiva. No es solo Además una revancha cultural contra la ola verde: también es economía política. La lógica patriarcal que traza jerarquías política entre géneros interviene sobre la naturaleza y sobre la cooperación social para adueñarse de la riqueza colectiva por medio de una crueldad indecible. La teología biologicista del neofascismo complementa la desangelada competencia neoliberal con un sistema fanático de refutación de cualquier rastro de igualitarismo. Si le “batalla” es “cultural”, lo es ante todo modo en que se opaca a la cultura, concebida como el ámbito desde el cual organizar las condiciones de mando de los procesos extraeconómicos de la acumulación de capital.

  2. La derecha extrema no odia al Estado, sino justo lo necesario como para acceder a él y ocuparlo. Una vez en el poder no lo destruye, intenta reconfigurarlo. Milei, Trump o Bolsonaro apuntan a destruir las regulaciones públicas que se ocupan de la reproducción social y favorecen la regulación privada de los requerimientos de la acumulación de capital. La acción del Estado no se disuelve sino que se reorienta a constituir un nuevo poder de mando -ultra punitivista- capaz de asistir el orden que precisan los mercados.

  3. El alineamiento con EEUU e Israel busca colgarse -en ausencia de una hegemonía internacional indiscutida, y en medio de una creciente guerra comercial- del poder de una potencia militar capaz de sostener un espacio de control dentro del cual asegurar determinados axiomas “democráticos” para la acumulación de capital. La limpieza étnica que Israel realiza en la Franja de Gaza renace en boca de Trump cuando habla de la deportación inminente de millones de migrantes mexicanos. El axioma “democratico” hace sistema con la política de guerra contra la población que Patricia Bullrich asimila y promueve sin errores de comprensión.

 

  1. El neo fascismo actual en que vivimos forma parte de un neoliberalismo en decadencia. Neo fascista es la organización que saca provecho del oscurecimiento de las percepciones colectivas, que diseña y explota el embrutecimiento de la cooperación social emergida tras cinco décadas de competencia neoliberal. Las diferencias con el fascismo del siglo XX son ostensibles: toda comparación con él debe servirnos para precisarlas, evitando errores en la acción política.

 

  1. El neoliberalismo en crisis no ofrece bienestar ni explicaciones. Sin pacto “social” entre clases no opera tampoco pacto “democrático” alguno. Los mecanismos de legitimación de antaño fueron sustituidos por la aceleración y el desprecio. El futurismo negacionista del capital ya no imagina la reparación de la tierra, sino la colonización de planetas próximos. El ataque a la vida propio de la acumulación por desposesión funciona ideológicamente sobre la base de una delirante creencia de una fuga hacia adelante.

    10. El gobierno de Milei se beneficia de la polarización con los restos del sistema político previo al 2023. La proyección del sistema político actual, sin irrupción de novedades desde abajo, equivale a la eternización de la impotencia colectiva.

    11. El neofascismo en curso toma en sus manos la crítica de la razón burguesa (que las izquierdas no llevaron a cabo). Su ataque a universidades, instituciones culturales o gremiales no busca reformar sino destruir. El recurso a la “auditoría” es el arma preferida para avanzar con la demolición. La ofensiva contra las mediaciones públicas apunta, en última instancia, a neutralizar el lenguaje mismo: codificarlo al máximo e inhibirlo en su poder de discernimiento y expresión equivale a aniquilar la capacidad de constitución de potencia común en el orden de los cuerpos. Una célebre tesis 11 ofrece la fórmula de la exigencia antagonista: hasta ahora hemos intentado interpretar a Milei describiéndolo desde todos los puntos de vista posibles. Lo que quisiéramos ahora es conquistar un punto de efectividad que al menos ayude a abrir las posibilidades de transformar la realidad.

 

Dos mujeres: Perón y Cooke // Diego Sztulwark

Cada quien lee sus cartas, escritas entre la segunda mitad de los cincuenta y la primera de los sesentas. Alrededor, público. Cristina es Perón. Un Perón, el Cristina Banegas, que tiene asombrosamente la voz de Perón. Abusando de una fórmula de León Rozitchner diríamos: Cristina debió comprender a fondo a Perón para componer de ese modo a su Perón. Al que le atribuye abruptas expresiones guturales cada vez que Cooke, su joven delegado en la Argentina, menciona el delicado asunto de su condición mortal. El Cooke de Karina Elsztein está cargado de una actualidad del que este presente carece por completo: aireado, esbelto, desafiante y filoso. Es un Cooke munido de toda la rebeldía que el peronismo dejó de buscar en sí mismo desde hace ya un buen rato. Perón-Cristina argumenta, escribe, explica. Se pregunta porqué entre sus jóvenes partidarios en los que cree no ha aparecido aún un águila. Sus antológicas astucias -las técnicas de conducción del “Padre Eterno”- provocan ecos perturbadores, y no pocas risas. Mientras que el «querido Bebe», Cooke-Karina, le pide a su «querido jefe» un peronismo con dramatismo, que no malgaste su potencia antagonista haciendo la política del juego de caballeros. Le pide con toda claridad que organice un partido movimiento capaz de enfrentar de modo directo y con una estrategia clara al enemigo.
La presencia del mítico artículo Cartas en Tinta de Limón. Recordando a Cooke, de Horacio González, es ostensible en la selección de los fragmentos de las epístolas. Publicado en Revista Unidos en octubre de 1986, la edición incluía una reproducción facsimilar de la mítica carta de 1956, en la que Perón hacía pública su autorización al militante entonces encarcelado John W. Cooke para que asumiera la representación del jefe exiliado en la acción política en el país. En sus palabras “su decisión será mi decisión, su palabra, mi palabra”. Y agregaba: “en caso de mi fallecimiento, en él delego el mando”. Como se recordará González llegó a recordarle públicamente al ya ex presidente Néstor Kirchner en una asamblea de Carta Abierta la importancia decisiva del nombre Cooke: la fuerza de lo maldito como lado “áspero” de la historia, el “único que valía la pena recorrer”. Ese González flota entre las partículas de humo que poblaron la atmósfera de la función del domingo 1 de diciembre, en el teatro El excéntrico.

Después del final Graciela Casino, la directora, se prestó a la conversación. Ya se había cantado la marcha y bebido vino. Unos pocos se han quedado. Graciela conoce perfectamente bien el papel de Alicia Eguren en la edición de la Correspondencia Perón-Cooke, texto sobre el cual se basa íntegramente la obra La bala de Plata. Según el historiador Miguel Mazzeo -autor del ensayo sobre Cooke, El hereje (2016) y de una biografía política intelectual Alicia en el País (2022)-, Eguren publica la primera edición de las cartas en 1972, sin consultar a Perón. Sin la complacencia del viejo líder, el epistolario se convirtió de inmediato en un documento esencial del peronismo revolucionario.

La bala de Plata es una intervención teatral de intensa e inesperada politicidad, que introduce tensiones irresueltas del pasado como posibles claves para cuestionar impotencias y conformismos con los que en la actualidad se asume el espeso drama argentino. Durante las horas posteriores a la función se tiene la persistente sensación de haber participado de una asamblea extraordinaria que debería repetirse en cada rincón del país.

Vale mucho la pena retener la ficha técnica de esta obra nómade que ya pasó por Avellaneda y por la Facultad de Ciencias Sociales y seguirá rodando:

La bala de Plata. Correspondencia Perón-Cooke.

Actuación: Cristina Banegas y Karina Elsztein.

Una intervención político poética dedicada a Horacio González. Música Ariel Neón.

Iluminación Agnese Lozupone.

Asistente de dirección Tomas Reale.

Dirección Graciela Camino

Otras imágenes del poder // Diego Singer

La potencia de la filosofía está indisolublemente ligada a su exterioridad. A aquello que irrumpe en su tradición discursiva para abrirla a problemas que atraviesan la materialidad de nuestra existencia. Y al modo en que los conceptos filosóficos permiten comprender y actuar la vida de otras formas. Componer en el mundo y no simplemente en el claustro implica también poder hacer un uso profano de la historia de la filosofía. Despreocuparse un poco de la precisión interpretativa propia de los especialistas para privilegiar la capacidad de torsión que la filosofía puede generar en otros territorios.

En este sentido, la nota de opinión “Nietzsche, Spinoza y la recomposición del movimiento” que publicó recientemente Juan Grabois es más que bienvenida porque invita a ampliar la imaginación política y utiliza conceptos filosóficos para hacer preguntas en torno a los modos que permiten hacer comunidad y organizar las fuerzas.

Antes de exponer los conceptos de Nietzsche y de Spinoza, Grabois afirma que “cualquier filósofo profesional” podría demoler su presentación. Hay que decirlo, quienes enseñamos filosofía o nos dedicamos a leer con atención a ciertos autores, tenemos a menudo la tentación de corregir o amonestar a quienes hacen usos “inadecuados” de tales o cuales conceptos. Pero justamente Nietzsche y Spinoza tienen en común el haber señalado esta posición sacerdotal que ocupa aquel que pretende mediar entre una pretendida verdad absoluta y el mundo profano. El pedagogo/especialista que reconduce una y otra vez a una interpretación única oficia como sacerdote y, en términos spinozianos, nos entristece al impedirnos experimentar y leer de otras maneras.

La pregunta que me interesa entonces no es cuán fiel fue Juan Grabois en su nota al concepto de “voluntad de poder” en Nietzsche o al “conatus” spinoziano. Lo que quiero pensar y poner en conversación, fundamentalmente en conversación política, son los alcances y las consecuencias del uso que hace de estos conceptos y explorar al mismo tiempo la necesidad de ampliarlos.

Pues bien, la nota de Grabois gira en torno a una propuesta formulada en el comienzo: “menos Nietzsche y más Spinoza”. Esta elección ético-política se fundamenta a partir de una interpretación diferencial respecto de cómo ambos conciben, respectivamente, el poder y la potencia: “mientras la voluntad de poder se reafirma sobre otro, la potencia puede aumentar o disminuir en contacto con el otro”.

Así, la figura de Nietzsche quedaría asociada al ejercicio de un tipo de poder que se impone a los otros (individuos, clases, pueblos) abusando de su debilidad y por ese motivo Grabois afirma que “suficiente de esa pulsión oligárquica y bestial tenemos con la derecha deshumanizada”. Spinoza, por el contrario, con su concepto de “conatus” como capacidad de obrar, permitiría pensar la composición de tal manera que los encuentros de las partes aumenten su potencia, en lugar de que una simplemente destruya o esclavice a la otra.

Esta interpretación comparada de Nietzsche y Spinoza tiende en ocasiones a tornarse en un juicio moral sobre sus posiciones. En el caso de la nota de Grabois el giro es explícito: si bien comienza advirtiendo sobre el facilismo que implicaría una condena moral de la voluntad de poder nietzscheana, termina asociando este tipo de poder al “mal” y afirma que “así como el mal tiende a expandirse, el bien también lo hace. Más allá del bien y del mal… no hay nada.” Reinstaura así la posibilidad del bien del lado de la potencia Spinoza y la necesidad del mal en la voluntad de poder nietzscheano. Insisto, más allá de esta nota de opinión, es una lectura extendida y aceptada por muchos que el poder cuando se lo piensa en términos de mando-obediencia es intrínsecamente reprobable en términos morales.

Intentemos despejar ahora algunos posibles equívocos con el fin de ampliar la potencia de la filosofía para actuar en el entramado de nuestras encrucijadas éticas y políticas actuales.

Propongo, para comenzar, que no convalidemos la apropiación que la derecha reaccionaria hace de Nietzsche. No es conveniente entregar armas de ese calibre al adversario confirmando su pretensión de poner en ejercicio una voluntad de poder fuerte. No por salvaguardar el honor de la filosofía nietzscheana, sino para disputar una interpretación que es muy dañina. Esa imagen del poder se despliega en dos grandes tipos que, por supuesto, tienen mixturas y solapamientos varios.

En primer lugar, el poder se identifica con la figura del emprendedor neoliberal asociado al éxito económico, pero sobre todo a una serie de características propias de lo que se supone una “voluntad fuerte”: audacia, gusto por el riesgo, creatividad estratégica, perseverancia respecto a las metas, capacidad de liderazgo, resiliencia para superar las dificultades. En última instancia, es su ambición desmedida (su “voluntad de poder”) la que le permite “alcanzar lo imposible”, superar todas las adversidades e imponerse de modo heroico sobre los demás en un ambiente de competencia despiadada llamado “mercado”.

Una segunda imagen del poder está asociada con una figura neoconservadora: la ambición de mando no es aquí económica, implica directamente la defensa de una serie de valores “tradicionales” que se pretenden reinstaurar y volver dominantes evitando la contaminación o degeneración interna y combatiendo al enemigo externo. Así, la salvaguarda de la familia heterosexual burguesa con su centro en la fuerza viril del varón, una idea pura de los valores patrios, un integrismo religioso o racial se sintetizan en las fórmulas “Dios, patria y familia” o “Tradición, familia y propiedad”.

Esta última manera de imaginar y actuar el poder está más dispuesta a utilizar modos violentos, tanto verbales como físicos a la hora de imponerse. Permite liberar una crueldad que, en el caso de la figura del emprendedor neoliberal está más bien sublimada en la hiper-productividad. Pero tal como dijimos, y nuestro presente político-social pone en evidencia, estas dos figuras del poder pueden combinarse de muchas maneras. Proponiendo, por ejemplo, un híbrido ideal en el que el empresario exitoso y el hombre heterosexual hipermusculado libren la batalla por la defensa de los pretendidos valores de Occidente. No es de extrañar tampoco que ante esta idea de poder, los feminismos y las disidencias sexuales sean blanco directo de ataques y que se reinstaure una figura de la “degeneración” que puede ser tanto moral como “fiscal”.  

Ahora bien, este ideal del poder que comprende las relaciones de mando-obediencia como una forma de ambición personal capaz de las peores vilezas y tiranías para reafirmar su posición de mando y su identidad, no se condice de ningún modo con la idea de una “voluntad de poder” fuerte tal como Nietzsche la entiende. Al contrario, parece el sueño húmedo de la figura que denomina “último hombre” y que se corresponde con el debilitado sujeto burgués. Suponer que el poder fuerte actúa así, como un matoncito de barrio, como alguien que busca la crueldad directa sobre los otros o que quiere escalar posiciones, es claro síntoma de una debilidad de la voluntad de poder.

Lo que debemos poner en evidencia frente a esa imaginación es justamente su idea raquítica del poder, su incapacidad para articular otras relaciones de mando-obediencia. Y la filosofía nietzscheana provee para esta urgente tarea política las mejores herramientas. Veamos.

La obra quizás más importante y conocida de las que Nietzsche publicó en vida, Así habló Zaratustra, nos da una importante cantidad de pistas para pensarlo. Para distanciarse burlonamente de esa pretensión de mando, Nietzsche crea a Zaratustra con las características típicas de aquel sacerdote que “baja” con su mensaje para hablar al pueblo aunque, en este caso, se termina yendo sin discípulos. Ese “fracaso” no es síntoma de su debilidad, sino al contrario.

Si su intención hubiera sido mostrar que la vida sana y fuerte se realiza imponiendo las propias ideas a los demás, entonces el personaje principal que creó Nietzsche para esta obra debería haber sido un líder mesiánico que con su palabra o mediante la demostración de poderes sobrenaturales convence a un grupo de personas para que lo siga. Después de todo, este es el sueño tanto del emprendedor como del sacerdote: lograr disuadir a una audiencia de que posee una mercancía o una palabra sagrada de un valor tal que genere una relación de dependencia. Solamente una voluntad débil –hoy diríamos por caso un influencer- fantasea con hacerse de “seguidores”. Es la sobreabundancia de Zaratustra la que le permite, justamente, encontrarse con los otros sin generar lazos de servidumbre.

Todo el libro de Nietzsche tiene una preocupación que, en algún sentido, es muy cercana a la de Juan Grabois, ¿cómo componer de otras formas?, ¿cómo encontrarse con otros sin estar mediados por el resentimiento, la ambición de poder, la venganza? Para que eso sea posible es necesario dejar caer una idea del poder, lo que Zaratustra también llama “la hora del gran desprecio”. Para despreciar esa imagen que tenemos de lo que es “tener poder” justamente es necesaria una vida saludable, no para ejercer el poder en base a ese modelo idealizado.

El primer discurso de Zaratustra, con el título “Las tres transformaciones del espíritu” propone tres formas, tres configuraciones distintas que puede tomar la voluntad de poder. Todas ellas son fuertes en términos nietzscheanos. En ninguno de los casos se pone en evidencia “la reafirmación del propio poder en detrimento del poder de otros” como Grabois interpreta a Nietzsche.

La primera configuración de una voluntad de poder fuerte es la del camello. Es un animal que carga con valores que se le imponen. Se puede ser camello de los valores cristianos o de los capitalistas, pero el héroe es sobre todo una figura de obediencia, y su capacidad de mando si algo se ocupa de dominar es su propia soberbia. No es necesario haber leído a Byung-Chul Han para comprender que el sujeto neoliberal del rendimiento es un esclavo de sí mismo que obedece al mandato de capitalización contemporáneo. Se trata de un tipo de camello nietzscheano, versión siglo XXI.

El león, segunda configuración de la voluntad de poder fuerte, tampoco es una figura que quiera imponerse violentamente a los demás. Su potencia es emancipatoria, se libera de sacerdotes, dioses y valores trascendentes. Aquí la relación mando-obediencia tampoco es una invitación a subyugar a otros.

Por último, el niño, la configuración instintiva más fuerte de las tres y aquella a la que Nietzsche en última instancia nos invita, es la vida misma explorando sus potencias de modo inocente. Ningún tirano musculoso imponiendo sus formas de vida a otros o defendiendo violentamente identidades rancias, ningún camino de éxito empresarial. La voluntad de poder en su mayor afirmación es un niño jugando, “un santo decir sí”: un tipo de obediencia que es escucha generosa a los modos delicados e inaparentes mediante los que la vida compone y se afirma.  

Pensemos en términos colectivos. El camello es un pueblo ordenado por valores santos que no pone en discusión y que venera. El león, un pueblo que se emancipa de un valor sagrado que se le tornó asfixiante porque algo nuevo nace en él. El niño, un pueblo que experimenta composiciones nuevas a partir de la obediencia a sí mismo, una suerte de “mandar obedeciendo” como afirmó el zapatismo. En ninguno de los tres casos, las relaciones de mando y obediencia generan algo similar a un pueblo tiranizando a otro.

Nietzsche inclusive comparte con Grabois la afirmación de que las formas saludables de composición se ven arruinadas por las pequeñas rencillas, pasiones tristes y disputas egoístas y bajas propias de la pequeña política. Así dice Zaratustra:

“¡Ved, pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas, y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y, en primer lugar, la palanqueta del poder, mucho dinero, – ¡esos insolventes! ¡Vedlos trepar, esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad. Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer -¡que la felicidad se asienta en el trono! Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono – y también a menudo el trono se asienta en el fango.”

Necesitamos de la potencia de la filosofía nietzscheana para emanciparnos de las interpretaciones débiles del poder que hoy se han vuelto dominantes. Y no solamente en el campo político adversario. Es nuestro deber no naturalizar estas imágenes del poder y poner en evidencia que se trata de síntomas de fuerzas extenuadas y desorientadas.

Aún más, es necesario ampliar la imaginación política y la experimentación para crear otras formas de mando-obediencia que no estén hechas a imagen y semejanza de ese ideal ya gastado, pero todavía efectivo. Suponer que simplemente vamos a evitar el mando y la obediencia es, en términos nietzscheanos, pretender evitar la vida misma.  

No se trata entonces de que la filosofía spinoziana sea moralmente buena y la nietzscheana mala. O de que el filósofo holandés busque el encuentro y la cooperación mientras el alemán es individualista y tiránico. De hecho, Spinoza habilita interpretaciones utilitaristas que serían impensables en Nietzsche. Así como al conatus spinoziano, que se esfuerza por seguir siendo lo que es, le resultaría inconcebible esta línea de la obra de Nietzsche: “¡Qué importas tú, Zaratustra! ¡Di tu palabra y hazte pedazos!”.  

Ambas son filosofías que ponen en evidencia el difícil trabajo que hay que hacer sobre sí para que las diferencias se compongan de modos virtuosos. Es verdad que Nietzsche es, de algún modo, más peligroso. Pero ese riesgo es vitalizante justamente porque se dirige a nuestros propios corazones.

Hay una sola pregunta que Zaratustra plantea y es si la vida está a la altura de sí misma. La condición para poder contestarla es correr el riesgo implicado en ella. La pregunta, la condición y la respuesta afirmativa son una y la misma.

Posfacio con deudas // Ricardo Zelarayán (1973)

No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en una pizzería y oí una conversación telefónica del cajero que estaba detrás del mostrador. “Escúcheme don Juan –decía el cajero-, la verdad es que cuando hablo con usted salen cositas…”. Se hablaba de comprar muy barato un hotel alojamiento por parte del cajero y de su invisible interlocutor. Hotel alojamiento aparte, lo importante era el cajero hablado. No existen los poetas, existen los hablados por la poesía.
Cuando uno llama por teléfono al médico que se fue a Mar del Plata, una cinta magnética responde: “Esto es una grabación.”
Pues bien, así como eso es una grabación, lo que estoy escribiendo no es una justificación, es un agradecimiento, un hablar de deudas.
En realidad no es obligatorio leer lo que estoy escribiendo. Nadie espere una explicación de este libro. Simplemente quiero agradecer y de paso…Pero por’ai, y ese es el riesgo, lo que está adelante puede ser interpretado como el prólogo de esto, es decir que este es el fondo de la cosa, el fondo de la casa de mi infancia en Paraná entre durazneros, mandarinos, yuyos, ortigas y gatos vagos, negros, barcinos y atigrados.
Mi agradecimiento es para la gente que habla, para la gente que se mueve, mira, ríe, gesticula…para la gente que constantemente me está enviando esos mensajes fuera de contexto, esos mensajes que escapan de la convención de la vida lineal y alienada.
Las conversaciones de borrachos son a veces obras maestras del sinsentido, del puro juego de los significantes. Mi agradecimiento también.
La música es un lenguaje de puros significantes, es el gran arte. Y yo me muero de envidia, porque en realidad soy un músico fracasado. Pero la música, en especial el jazz moderno en permanente evolución, ha sido y es lo único que me ha enseñado la verdadera estética operativa.
Macedonio Fernández me ayudó a redescubrir ese mundo que yo quería olvidar tal vez para poder trepar mejor…Un buen día me encontré en Buenos Aires con que quería irme a Europa…Evidentemente estaba a un pelo de ser porteño. Pero no me fui a Europa, ni creo que me vaya nunca. No señor, ni beca ni vaca, me quedo aquí.
Macedonio Fernández me hizo comprender que las reuniones de argentinos, incluso en Buenos Aires, son largas ruedas de mate, donde uno charla, se ríe y se pone triste…Que esas reuniones son verdaderas fiestas de lenguaje.
Yo me he reído con estos (¿mis?) poemas, y por momentos dejé de reír. Pero eso es cosa mía. No sé si pasa algo. Gracias, Macedonio, de todos modos, por atajarme y explicar, es decir por hablar de lo que se es hablado.
Todo lo que digo puede parecer muy racionalista, pero en realidad soy entrerriano primero, después tucumano y salteño. Mis amigos de aquí me acusan de franchute. Realmente no sé qué decir.
La verdad, y eso no lo discute nadie, es que nací en la década del veinte mitad más o menos, es decir que estoy más lejos del nacimiento que de su antípoda.
No tengo nada que ver con el populismo ni con la filosofía derrotista del tango. Soy entrerriano, medio tucumano y salteño, en Buenos Aires. Una especie de “entrerriano, etc., etc., hasta la muerte” que vive en Buenos Aires, así como hay “argentinos hasta la muerte” que viven en París. En fin, ¡no hay belga que valga!
Hablar de la humanidad en abstracto me parece el colmo de la pedantería, paternalismo y solemnidad (las cosas que odio más). El hombre es para mí mis amigas y amigos, presentes, pasados y futuros, y también mis enemigos. No soy místico, no quiero salvar a nadie, sólo quiero.
Soy ateo, como Dorotea y Timoteo. Prefiero el Libro de los Muertos, egipcio, y el Gilgamesh, asirio, llenos de palabras que evocan hombres como mis amigas y amigos, y no el libro de cabecera de los poetas y los capitalistas norteamericanos.
No creo en la poesía cantada ni recitada. (No creo en el café concert para desculpabilizar empresarios izquierdistas.)
La poesía debe leerse. La única poesía que no se lee es la de los actos y las palabras que no se proponen ser poéticas.
En fin, el lenguaje es para mí la única realidad. Esto no es ninguna novedad, es una simple afirmación. Si la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje.
La primera tarea del hablado por la poesía ha sido nombrar las cosas, las cosas que no son las cosas sin las palabras. Pienso que el realmente hablado por la poesía es el que sigue y seguirá nombrando las cosas, es decir cambiándolas, transformándolas continuamente. La poesía es renovación, subversión permanente.
Insisto en que no hay poetas, hay simples vectores de poesía.
En un verano de cuarenta y cuatro grados en un pueblo de Santiago del Estero me acordé de los que se dicen poetas cuando vi en una canilla reseca unas moscas que hubieran dado todo por una gota de agua. Así es, los llamados poetas se disputan las canillas, pero el agua no les pertenece…ni la tierra, ni el aire, ni nada. ¡Hay que conformarse nada menos que con las palabras!
No creo en los géneros literarios. Cada persona tiene su propio discurso permanente, un río perenne y subterráneo que constantemente amenaza desbordarse. La mayoría de la gente le pone diques, pero así y todo a veces su rumor se escucha. La prosa es poesía o nada. Entre la escritura que llena toda la página y la que no la llena hay sólo una diferencia de escandido, de tempo, de períodos. Es un poco, pero muy a grandes rasgos, la diferencia entre la música sinfónica y la de cámara.
En suma, las fuentes de la poesía están en la infracción constante de la convención que nos vendieron como realidad. En todo lo gratuito, en el amor, en el lenguaje de los chicos, en las conversaciones sin límite de tiempo (…¡tómese otro mate!), en las situaciones límite en que los discursos de los otros movilizan enérgicamente el discurso de uno y viceversa.

De: La obsesión del espacio (Poesía, 1973, reeditado en 1997)

 

Embarrar, embarrarse, embarrarlo todo // Amador Fernández-Savater

 “Si no canto lo que siento/ Me voy a morir por dentro/ He de gritarle a los vientos hasta reventar/ Aunque sólo quede tiempo en mi lugar/ Ya lo estoy queriendo/ Ya me estoy volviendo canción/ Barro tal vez” (Luis Alberto Spinetta)

Cada acontecimiento produce su propio símbolo, que contiene un mensaje por descifrar: un aviso, una pregunta, una indicación de futuro. 

 

Los símbolos están pegados a las cosas mismas, me dice siempre el artista y amigo Rafael Sánchez-Mateos Paniagua. Sin duda, el símbolo de la catástrofe de la dana en Valencia es el barro: un símbolo hecho de la cosa misma, de la propia materialidad del acontecimiento, de lo que trajeron las riadas, los avisos que nunca llegaron, los protocolos que no funcionaron, la incompetencia de los políticos que estaban a otra. 

 
 

El barro lo inunda todo, desde las calles y las casas hasta el propio rostro de los reyes. Es un símbolo que entra en contacto y diálogo con otros símbolos, los marca y resignifica. Así por ejemplo, la senyera embarrada de Catarroja: una familia la encontró enrollada y llena de barro en su casa durante las limpiezas del primer día y decidieron ponerla en un lugar bien visible. Las redes sociales viralizaron enseguida la imagen. O el Cristo yacente de Paiporta, recuperado con el rostro lleno de barro en una parroquia de San Jorge tras horas de limpieza comunitaria. “La iglesia no es distinta al pueblo que vive y sufre esta gran tragedia”, dijo a propósito el párroco argentino Gustavo Riveiro.

 
 

El barro pues como símbolo móvil, arrojado como proyectil sobre la cara de las autoridades, portado por los voluntarios en sus ropas, incrustado en los zapatos que los manifestantes de Valencia depositaron ante las sedes del poder público como aviso y recordatorio. ¿Aviso y recordatorio de qué? ¿Qué mensaje contiene ese símbolo, ese barro? 

Yo lo siento y lo leo así: para hablar, para actuar estos días, lo primero es dejarse afectar por la propia situación que se está viviendo. Embarrarse, es decir, dejarse afectar, es decir, sentir-con. 

Para hablar, para actuar estos días, lo primero es dejarse afectar por la propia situación que se está viviendo. Embarrarse, es decir, dejarse afectar

Embarrar a los políticos es entonces una manera de decirles: compartid nuestra suerte, no miréis para otro lado, no sigáis hablando con lengua de serpiente, pensad y actuad desde el destino común. Embarrararse como exhortación, como exigencia de salir de sí y sentir con el otro. 

¿Se trata de un gesto destituyente? Lo que se destituye es la indiferencia, la impasibilidad, la insensibilidad de aquellos que, haciendo “como si” se embarraran, siguen funcionando en piloto automático, pensando antes que nada en sí mismos, en su propio poder, en su propio beneficio. ¿Es un gesto antipolítico? Lo que se rechaza no es la política en general, el cuidado de la cosa común, sino justamente esta política autorreferencial, encapsulada, blindada e incapaz de toda escucha, de todo sentir-con. 

Ah, ¡pero cuánto miedo al barro vemos estos días! Políticos, intelectuales y tertulianos de muy distinto signo nos vienen a decir una y otra vez lo mismo: el barro de los afectos nos lleva directos al fascismo, a la antipolítica, a la desesperación, al odio y el resentimiento. 

Políticos, intelectuales y tertulianos nos vienen a decir lo mismo: el barro de los afectos nos lleva directos al fascismo, a la antipolítica

Siempre los mismos clichés para hablar de los afectos: nos “ciegan”, nos “ofuscan”, nos “perturban”, como si los afectos no tuviesen un potencial cognitivo enorme, como si un libro o una situación no se entendiesen también desde lo que nos dan a sentir, como si eso que sentimos fuese algo fijo y no pudiese elaborarse, refinarse, darse formas, trans-formarse.

Afectar y ser afectados, decía el filósofo Spinoza, es el modo virtuoso de habitar el mundo. La afectación es una potencia a un tiempo pasiva y activa, una cualidad a la vez receptiva y creadora. Ser capaces de escuchar y captar algo de la situación que vivimos es lo que nos va a permitir “devolverle” una acción y una palabra que le corresponda, que resuene con ella y la transforme, una acción eficaz

¿Por qué una democracia limpia y aséptica, purificada del barro de los afectos, iba a funcionar mejor que una democracia embarrada y afectada? ¿No es justamente la incapacidad de sentir-con (en primer lugar con la propia naturaleza) la verdadera catástrofe que está hoy detrás de todas las demás? 

La tecnificación de la existencia, la protocolización de todo, la delegación de nuestra sensibilidad en automatismos que supuestamente van a pensar y actuar por nosotros, mejor que nosotros, nos vuelve incapaces de escuchar al otro, a los otros, a lo otro desconocido. Percibir lo no codificado, responder a lo imprevisto, crear algo nuevo, hacernos cargo y responsables de la vida común. 

¿Acaso el manipulador siente-con? ¿Se deja afectar? Lo que pretende más bien es instrumentalizar lo que pasa y lo que se siente para alcanzar un fin previo

Pero, ¿cómo distinguir entre la activación y la manipulación de los afectos? ¿Entre meter las manos en el barro y chapotear en el lodo? En lugar de descartar lo que es difícil de pensar, hay que entrar en ello. 

¿Acaso el manipulador siente-con? ¿Se deja afectar? Lo que pretende más bien es instrumentalizar lo que pasa y lo que se siente para alcanzar un fin previo, exterior a la situación, privado y autorreferencial. Nunca se relaciona con el barro como una materia viva y activa que puede dar lugar a nuevas preguntas, nuevas ideas y nuevas posibilidades, no se deja tocar ni conmover, interrogar o desplazar porque él ya sabe siempre de antemano adónde quiere llegar. El barro es un objeto del que adueñarse, nunca un sujeto con el que dialogar. 

La alternativa a la opacidad de los afectos no es la pureza del entendimiento objetivo y la acción puramente racional y técnica de los expertos, sino aprender a orientarnos en medio del barro impuro, a movernos en él y a elaborarlo autónomamente, una nueva educación sentimental. A falta de eso, la izquierda que hoy habla de “politizar el malestar” corre el riesgo de actuar en simetría y en espejo a la derecha que combate. No escuchar, acompañar, sentir y hacer-con, sino imponer sentidos, tratar de dirigir, instrumentalizar el dolor para sus propios fines. La “batalla cultural” entonces es mera disputa por el poder, con los afectos como presa, botín y trofeo. 

En una sola semana, como ha señalado Carmen Montalbo Ocaña, el voluntariado consiguió crear estructuras complejas de coordinación

Hay otra acción y otra eficacia posibles. La muestran estos días los voluntarios. En una sola semana, como ha señalado Carmen Montalbo Ocaña, el voluntariado consiguió crear estructuras complejas de coordinación, desarrollando sitios web y aplicaciones que permitieron mapear necesidades y poner las capacidades de cada cual (electricistas, transportistas, cocineros) al servicio de lo común. Activaron desde los afectos los saberes del cuerpo y del territorio. 

Y no sólo eso. Esa movilización de los voluntarios hizo posible algo que ninguna gestión tecnificada puede aportar por muy bien que funcione. La solidaridad, el abrazo social, el calor humano. Es el calor de ese abrazo lo que puede permitir que el miedo, el dolor y la rabia no cristalicen en abatimiento, racismo o destructividad. Sólo un afecto puede desplazar a otro, decía también Spinoza.  

En todo caso, no se trata de oponer la acción de los voluntarios a la acción pública, el pueblo a la política, la técnica al esfuerzo desnudo, sino de embarrarlo todo. La opinión, la democracia, a nosotros mismos. Para que dejen, para que dejemos, de ser automáticos, imperturbables, impermeables, autorreferenciales, supuestamente desinteresados y objetivos pero en realidad sometidos a los valores dominantes del beneficio y el poder. 

Dejarnos afectar. Atrevernos a ser como la senyera de Catarroja y el Cristo de Paiporta. Nada distinto del pueblo que vive y sufre esta gran tragedia. Porque sólo embarrados podemos salvar el barro que somos. 

 

Vago Diario Sobre El Trabajo // Cosa Rara

Dedicado a quienes rompen el silencio.

 

Escribo dialogando

mientras suena un video de fondo.

El trabajo asalariado me somete,

la necesidad primaria debe ser cubierta:

pan, techo y salud

Pero el trabajo asalariado me somete.

Un museo también puede ser un espacio alienante

¿Es el arte un asunto de clase? ¿y la relevancia de la estética en la vida cotidiana?

La empresa de limpieza al servicio de la estética del cubo blanco.

¿Cómo hacer sostenible el trabajo del arte? ¿los artistas para quién trabajan?

¿un artista es su propio jefe?

 

Entonces si el artista visual es un trabajador[1] ¿qué inserción laboral tiene?

docencia, empleo público, salud, diseño, gráfica, ilustración, arte contemporáneo, feriante, VJ, cerámica, titiriterx, fotografía, muralistas, artesanxs, audiovisuales, gestorxs, tatuadorxs, etc.

Todo a la vez.

¿Cuánto vale un concepto?

¿Más o menos que el papel higiénico?

La construcción de sentido no es exclusivo de la obra de arte.

¿La subjetividad del artista tiene precio?

¿Cuál es la subjetividad que más cotiza?

¿De qué clase social es el artista?

¿De qué clase social es el pueblo? pregunta el video.

Si elegimos la informalidad ¿qué futuro nos espera?

Si elegimos la informalidad ¿nos libramos del jefe y el cumplimiento horario o abandonamos los derechos laborales?

¿Cómo nos organizamos les trabajadores informales y estatales del arte?

Los derechos no son para siempre, dependen del consenso social en la contemporaneidad.

Los acuerdos de palabra en el trabajo son castillos de naipes.

 

Mirando el vacío.

 

La luz fría golpeando mis ojos, se acerca resuelta y me dice -¿qué pronombre usás? -Él.

Se devuelve a la entrada y le dice al policía -es un varón, el del mostrador, es un varón.

Vuelve a entrar, digo gracias, no me mira.

De mis tres trabajos, es el delivery el más satisfactorio y algunos meses el mejor pago.

Es como jugar un juego.

Miro el mapa, lo estudio, lo memorizo, agarro el paquete y salgo.

Paquete entregado, misión cumplida. Clin

El juego de la vida

10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1 brum

100% máximo conducción.

 

19600

Excelente Alex

muy buenos tiempos

te felicito.

 

Transporto alimento, pero sobre todo transporto carne.

Misión cumplida.

 

Voy por Figueroa Alcorta, lloro

del frío en el pecho.

 

Las travas nos dieron la ley de identidad de género y el cupo laboral trans.

Los progres nos dieron puestos de trabajo de atención al público,

y las luces se prenden y el show comienza.

-Conseguí uno de mis trabajos por ser trans, dijo nunca nadie hasta ahora en Mendoza, Argentina.

Lohana! Diana!

que ahora parece

que ahora tenemos que empezar a pensar la plusvalía trans, somos un producto de mercado! con marcas de ropa, aplicaciones y cosmética

Río por no llorar.

Nos desaparecen y asesinan al buscar trabajo,

pero también somos unxs hermosxs arlequines.

 

Hola buenas tardes

la entrada es libre

por la rampa accede a la sala

hay cuatro muestras para visitar

no se puede ingresar con bebidas ni alimentos

la mochila en el casillero

sí, se puede pasar al baño

Personal de limpieza, policía y recepcionista hablando en la entrada del museo.

Las denuncias no sirven dice la de limpieza. A mi exmarido lo denuncié yo, la que estuvo antes y el niño con la que está ahora. Cuando yo me iba de La Paz, el comisario me revisó hasta la billetera porque decía que no podía llevarme nada. Era amigo de mi marido, a él le dijo que yo me cagaba de hambre y volvía. Nunca más volví y me hice mi casa, es chiquita, una habitación, pero es mi casa. No sirve el 144 es gente que estudió para estar atrás de un escritorio. La opción que me daban era hacer un curso para armar un CV, cuando podía pedírselo al chico de la fotocopiadora por 50pesos.

 

Escuchamos en silencio.

 

-Hola, delivery

-Ahí voy

-…

-Muchas gracias!

-De nada, buenas noches.

Reacción pulgar arriba..

-Volviendo

 

Vino una travesti al museo, nos miramos y saludos. Pasa a visitar, no es la primera vez. A la salida charlamos, ella hizo el credo trans, lo buscamos en google.

Agradezco su visita.

 

45 36 35 34 33 28 27 12 11 10 3

Brum 100% máximo conducción.

Hay que volver a decirlo, me llama mucho la atención elegir la flexibilización laboral pudiendo acceder a un trabajo en el estado con vacaciones, aguinaldo, licencia por enfermedad, antigüedad, paritarias, bono de sueldo, jornada de 8 horas (y descontando), descanso pago el día domingo, horas extras, horas dobles findes y feriados, etc.

Pero sucede.

¿Qué nos están ofreciendo a cambio? ¿Hasta cuándo?

Es tan frágil que ni siquiera está claro cuáles son nuestros derechos además de un pago justo. Ni siquiera hay intenciones de asamblearse, no nos sentimos convocados.

Eso sí, las asambleas deberían tener más trabajadorxs que jefes.

¿Cuáles son las fuerzas?

No hay lugar para el debate entre tensiones polares.

Y el cansancio.

 

Más temprano una niña insiste en preguntar a su madre por qué esa chica tiene pelo de varón.

 

La gran figura de esta escena que se repite es el saludo. Desencontrado, torpe, ambicioso, incómodo; saludar, una pesadilla cotidiana. También puede ser un florido intercambio con desconocidxs, como un armonioso cántico. Y la línea fundamental de mis intercambios laborales.

 

Contando los minutos para salir. ¿A qué trabajadorx no le pasa?

 

También realizo trabajo de cuidado, el más creativo de mis trabajos. Hago acompañamiento terapéutico a una vieja artista lesbiana y loca. Este trabajo no tiene límites de cumplimiento horario, es como el clima de la ebullición global. La fantasía del lesbiátrico no asoma ni a la esquina. La soledad acecha. Estamos tan fragmentadxs.

 

No tengo ganas de ayudarte, preferiría permanecer en silencio. Como un lema de época.

Hubo un tiempo que se le pedía al trabajo algo más que un salario, se le pedía dignidad.

Ya basta de trabajar por amor al arte, yo no trabajo ni una hora más por amor al arte.

 

Trabajadorxs del arte organizadxs en la transversalidad no trabajamos ni una hora más por amor al arte.

¿Podrá defenderme la asamblea si digo que trabajo en una gestión municipal que no voté y que no apoyo y luego pierdo mi trabajo?

Las críticas a la gestión bien abajo y por atrás.

Todo a dedo y antipopular.

 

No es fácil sacar las palabras y expresar claramente el pensamiento crítico. ¿El debate público dónde se da? ¿En las redes? ¿En Youtube? ¿En instagram? ¿Por Whatsapp?

Empresas privadas de la comunicación. Valga la ambigüedad.

 

Huelo el miedo, sumido en la negación y la inercia. En mi propio sudor. Sudor con testosterona freakin out.

 

Levemente asoma el malestar en los intercambios laborales.

Es pobretón este lugar, dice. ¿Y vos? Le digo yo, si sos jubilada y gobierna Milei, es mejor que el otro lugar careta. No me gusta.

 

Con tristeza retiro el cartel que había pegado

BAÑO DE TRABAJADORES Y VISITANTES DEL MMAMM

no se considera apropiado ni se entiende el propósito,

con vergüenza acato y me guardo la respuesta

¡Es para crear comunidad! la comunidad de usuarixs de los baños del MMAMM.

 

No salen pedidos, la cocina se dispersa. Hablamos bajito.

Es que con este gobierno no sé, me dice negando. Al final la casta somos nosotrxs, le digo. Ella asiente con la cabeza frunciendo la boca.

 

Hablando de artistas villanos

Tenemos un presidente que es un artista. Es un performer de la masculinidad.

Es el prócer del siglo XXI retratado por la IA.

¿Hasta cuándo podrá repetir su acto?

¿Qué pasa cuando se pierde la novedad?

Políticos inventores de metáforas.

Artistas estetizadores de conceptos.

Poetas clasistas.

En este mundo cruel para rebelarse hay que conducir lento.

 

Una niña me pregunta

sos mujer o varón?

-varón

-pareces nene pero hablás como nena

 

Lo mejor del deli es conducir la noche, encontrarte con la luna que asoma, seguirla, gatxs que cruzan y gatxs que saludan, el olor de la primavera, la velocidad descargando adrenalina, entregarte al tráfico. El frío en la cara, las lágrimas que caen. La satisfacción es física.

No puede durar me dicen, tanto como la vida en la ciudad digo yo.

Los días de lluvia y viento zonda deberíamos cobrar extra.

 

Quiero escribir pero me veo abducido hacia el monólogo de mi compañera que pasa a chequear los baños y me cuenta una serie de sucesos personales. Admiro su capacidad de relatarse tan livianamente. Su sindicato es SOTELSyM, pero son unos buenos para nada. Nos reímos.

 

-Ah vos sos el acompañante de Susana. pero no tenés 30 años!

-Sí los tengo (y más)

-Ja! Pareces de 15 Jaja. ¿Hace cuánto que estás con ella?

-Un año

 

Onda verde

rápido

rayo de testo como una flecha

a 60 km/h para cruzar de Godoy Cruz a Las Heras

por Paso de los Andes after 23h siguiendo la onda verde

100% máximo conducción

 

Llegar a casa

respirar hondo prendiendo una vela y un sahumerio a la Difunta.

Madre tierra, patria y cultura decía una pancarta.

 

Quiero huir

de las categorías

de la uniformidad de la derecha

de la crueldad heterocapitalista

 

Futuro? qué futuro?

 

Gracias,

hasta luego.

Buen fin de semana.

 

Cosa Rara. (2024, Octubre). Vago diario sobre el trabajo. Revista La Dedicatoria VOL 5. Recuperado de https://ladedicatoria.tumblr.com/post/764158380486098944/dedicado-a-quienes-rompen-el-silencio

 

[1]este texto está escrito en lenguaje androcéntrico porque reflexionamos sobre un mundo heterocapitalista. Si se considera apropiado, a lo largo del texto, aparecen generalizaciones con x.

Roberto Arlt, yo mismo (1965) // Oscar Masotta

Yo he escrito este libro, que ahora Jorge Álvarez publica bajo el título de Sexo y traición en Roberto Arlt (título comercialmente atractivo, elegido exprofeso; pero también el más sencillamente descriptivo de su contenido) hace ocho años atrás. Y cuando Álvarez me invitó a que presentara yo mismo a mi propio libro, me sentía ya lo suficientemente alejado de él y pensé que podría hacerlo. Pensé en ese tiempo transcurrido, esa distancia que tal vez me permitiría una cierta objetividad para juzgar (me); pensé que el tiempo transcurrido había convertido a mi propio libro en un “extraño” para mí mismo. No era totalmente así.

Pero en el hecho de tener que ser yo mismo quien ha de presentar a mi propio libro, hay una situación paradojal de la que debiera, al menos, sacar provecho. En primer lugar podría preguntarme por lo ocurrido entre 1958 y 1965; o bien, y ya que fui yo quien escribió aquel libro, ¿qué ha pasado en mí durante y a lo largo del transcurso de ese tiempo? En segundo lugar podría reflexionar sobre las causas que hicieron que durante ese tiempo yo escribiera bastante poco. Y en tercer lugar, y si es cierto que los productos de la actividad individual no se separan de la persona, podría hacerme esta pregunta: ¿quién era yo, entonces, cuando escribí ese libro?; y también: ¿qué pienso yo en el fondo y de verdad sobre ese libro?

Mi juicio sobre mi propio libro.: yo diría que se trata de un libro relativamente bueno. Relativamente: es decir, con respecto a los otros libros escritos sobre Arlt. Es que son malos. Pero los juicios de valor, a este nivel, no son interesantes…

¿Pero volvería yo a escribir ese libro, ahora, si no estuviera ya escrito?

Bien, creo que no podría hacerlo. Entre otras cosas, porque hoy soy un poco menos ignorante que entonces, más cauteloso. Y seguramente: una cierta indigencia cultural, de formación, con respecto a los instrumentos intelectuales que realmente manejaba, estoy seguro, fueron entonces el motor que no sólo me impulsó a planear el libro, sino que me permitió escribirlo. Pero no es que no esté de acuerdo con lo que hoy acepto publicar. Y además, también estoy seguro, de no haber escrito aquel libro, y de escribirlo hoy, no escribiría un libro mejor.

Pero me pongo en el lugar de ustedes que me están escuchando.

¿Sobre qué estoy hablando? O bien: ¿de qué me estoy confesando? Pues bien: de nada.

Si acepto publicar un libro que escribí hace varios años atrás es porque ese libro es bueno, para mí. Y lo es porque a mi entender cumple con el requisito sin el cual no hay crítica en literatura: acompaña las intuiciones del autor y trata de explicitarlas, a otro nivel y con otro lenguaje. Pero debo decirlo: cuando escribí el libro yo no era un apasionado de Arlt sino de Sartre. Y habiendo leído a Sartre no solamente no era difícil encontrar lo fundamental de las intuiciones de Arlt (o mejor: de esa única intuición que define y constituye su obra), sino que era imposible no hacerlo. Lean ustedes el Saint Genét de Sartre y lean después El juguete rabioso. El punto crítico, culminante, de esa novela que tengo por un gran libro, es el final. Después de leer a Sartre no era difícil encontrar el sentido de ese final, tan aparentemente sorprendente.

¿Por qué Astier se convertía tan repentinamente en un delator? En fin, yo diría, mi libro sobre Arlt ya estaba escrito. Y en un sentido yo no fui esencial a su escritura: cualquiera que hubiera leído a Sartre podría haber escrito ese libro.

Pero al revés, la factura del libro, su escritura, me depararía algunas sorpresas. Entre la programación del libro y el libro como resultado, no todo estaba en Sartre. Y lo que no estaba en Sartre estaba en mí.

No en mi “talento” (no hablo de eso): me refiero a las tensiones que viniendo de la sociedad operaban sobre mí a la vez que no se diferenciaban de mí, y de cuya conciencia (una cierta incompleta conciencia) extraje, creo, esa certeza que me acompaña desde hace más de quince años. Que efectivamente, tengo algo que decir. Escribir el libro me ayudó, textualmente, a descubrir el sentido de la existencia de la clase a la que pertenecía, la clase media. Una banalidad. Pero esa banalidad me había acompañado desde mi nacimiento. Pensando sobre Arlt descubría el sentido de mis conductas actuales y de mis conductas pasadas: que dura y crudamente habían estado determinadas por mi origen social. Y uso la palabra “determinación” en sentido restringido pero fuerte.

¿El “mensaje” de Arlt? Bien, y exactamente: que en el hombre de la clase media hay un delator en potencia, que en sus conductas late la posibilidad de la delación. Es decir: que desde el punto de vista de las exigencias lógicas de coherencia, que pesan sobre toda conducta, existe algo así como un tipo de conducta privilegiada, a la vez por su sentido y por ser la más coherente para cada grupo social, y que si ese grupo es la clase media, esa conducta no será sino la conducta de delación.

Actuar es vehicular ciertos sistemas inconscientes que actúan en uno, y que están inscriptos en uno al nivel del cuerpo y la conducta, sobre ciertos carriles fijados por la sociedad. Actuar es, a cada momento, a cada instante de nuestra vida, como tener que resolver un problema de lógica. En cuanto a los términos de ese problema: están dos veces a la vista (aunque no para quienes lo soportan), son dos “observables”.

Por un lado la sociedad nos enseña, y por otro lado estamos llamados, solicitados, constreñidos, todo a la vez, a resolver cuestiones que el medio social nos plantea. Solamente que esas cuestiones difícilmente pueden ser resueltas en la perspectiva de lo que se nos ha enseñado, de lo que ha sido sellado en nosotros por la sociedad: y la relación que va de uno a otro término, en sociedades enfermas como las nuestras, es una relación absurda (habría que precisar qué se entiende por esto) o directamente contradictoria. Pero como la capacidad lógica del hombre es infinita, siempre es posible resolver problemas imposibles: hay gente que lo hace. Son los enfermos mentales.

En este sentido la enfermedad mental es absolutamente lo contrario a lo que una literatura envejecida, burguesa, nos ha querido hacer entender.

Es exactamente lo opuesto a la incoherencia. Es más bien la puesta en práctica de la máxima exigencia de lógica y razón.

En este sentido digo, entonces, que la delación —y Arlt tiene razón— no constituye sino el tipo lógico de acto preferencial, en cuanto a la coherencia que arrastra, para conductas individuales determinadas por un preciso grupo social. Y solamente habría que hacer esta salvedad.

Que cuando hablamos de lógica y coherencia, aquí, nos referimos menos a una lógica pensada por el individuo que se enferma, que a una lógica que —no hay otro modo de decirlo— se piensa en el enfermo mental. Y en cuanto a la relación entre conducta mórbida y conducta de delación: la tesis es de Arlt. Y es profundamente verdadera.

Pero esto no significa moralizar; y lo que se quiere decir no es que un delator “no es más” que un enfermo mental. Sino exactamente al revés, contramoralizar, puesto que lo que Arlt denuncia es a la sociedad que produce delatores. En cuanto a la conexión entre lógica y coherencia por un lado, y enfermedad mental o delación por el otro, es cierto que necesitaría una larga explicación. Pero esa explicación existe, no es difícil, es cierta, y yo no hago metáforas. Pero relean ustedes a Arlt. Él, como novelista, tenía en cambio que usar metáforas.

¿No recuerdan ustedes aquellas que en sus novelas se refieren a esa necesidad “geométrica”, “matemática” o propia del “cálculo infinitesimal”, que el que humilla descubre como en negativo, y en el corazón del acto, en el momento mismo que lo planea, o un instante antes de su realización?

Después de estas breves reflexiones se justifica tal vez un poco más que hable de mí. ¿Quién era yo cuando escribí ese libro? O para forzar la sintaxis: ¿qué había de aparecer en aquel libro de lo que era yo?

Pueden ustedes reírse: pero ya entonces, en 1957, estaba yo un poco loco. Es decir, que pesaban sobre mí un conjunto de estructuras, un pasado, que se contradecían, las que yo intentaba estúpida e inconscientemente resolver. Es cierto, no lo sé todo sobre mí mismo, y no entiendo del todo el sentido de aquél modo de resolver mis contradicciones que fue para aquel entonces escribir sobre Arlt. Pero de cualquier modo no carezco de una cierta conciencia aguda de algunos de los términos contradictorios. Pensemos por ejemplo en el “estilo”, en la prosa de mi libro. Ya he dicho que al nivel de las ideas el libro estaba fuertemente influenciado por Sartre. Ahora bien, en lo que hace a la prosa, la influencia viene de Merleau–Ponty.

Yo había leído entonces todo lo que Merleau–Ponty había escrito, y me fascinaba ese estilo elegante, esa prosa consciente de su cadencia y de su ritmo, esa sobre o infra- consciencia del desenvolvimiento temporal de las palabras, ese gusto por el “tono” o por la “voz”, esas insistencias de un fraseo a veces monotemático que entiende investigar las ideas acariciando las palabras. Amaba entonces esa prosa. En mi libro sobre Arlt intentaba esa prosa, me esforzaba por establecerme en ella, o en que ella se estableciera en mí. Quiero decir: que la imitaba. Y esto no es malo en sí mismo, ni me ocasiona hoy problemas de conciencia, puesto que imitar una prosa es la mejor manera de apresar desde adentro el pensamiento del autor, o como dice el mismo Merleau–Ponty, aprender a pensar lo informulado por el pensamiento, ese lugar todavía vacío hacia el que toda formulación tiende y que es el verdadero “objeto” del pensamiento. No, lo malo estaba en otra cosa.

Piensen: una prosa que, como la de Merleau–Ponty, se basa sobre todo en el

tono, en la “altura” de la voz, no es sino la prosa de un refinado.

Supone un alto grado de cultura, la inscripción en una tradición cultural precisa, es decir, otros tipos de prosa pertenecientes a escritores lejanos y cercanos en el tiempo, con los que ella misma forma sistema, oponiéndose y diferenciándose de unas, semejándose a otras.

Una prosa de refinado: una prosa de “tonos”. Y se podría pensar en una analogía con la lengua china. Efectivamente: en las lenguas chino- tibetanas los tonos de la frase no son usados como en las nuestras para expresar sentimientos, sino que sirven para nombrar objetos. Ahora bien, ese tipo de lengua aparece históricamente en sociedades muy jerarquizadas. La estructura propia de un orden

social muy regimentado parece ser complementaria de la lengua de tonos. Una lengua de tonos, en una sociedad democrática, así, sería un impensable. Si se hiciera la experiencia de juntar una cosa con la otra el resultado tal vez sería alguna aberración: tal vez una sociedad de idiotas. Ahora bien, con mi libro pasaba algo parecido. Imagínense: emplear una prosa de “tonos” para hablar sobre Roberto Arlt. Claro que Merleau–Ponty había usado esa prosa para escribir sobre Hemingway. Pero yo no era Merleau–Ponty. Y la relación que va desde Merleau–Ponty a Hemingway no es homóloga a la que iba de mí a Arlt. Y no me refiero al valor de los autores ni me comparo a quien tengo por uno de los autores más importantes de nuestro tiempo. Quiero decir, que entre yo y las novelas de Arlt había una relación más estrecha, más igualitaria, que entre un alto profesor universitario parisino, y que hablaba por lo mismo, y con derecho, desde la cumbre de la cultura (y no ironizo) y un hombre con las características de Hemingway. Arlt y yo habíamos salido de la misma salsa, conocimos los mismos ruidos y los mismos olores de la misma ciudad, caminamos por las mismas calles, soportamos seguramente los mismos miedos económicos… Brevemente: apoyándome en Sartre y en Merleau–Ponty yo escribía entonces sobre Arlt. ¿Cómo decirlo?

Cuando escribía mi libro en verdad me sentía un poco exótico.

Y textualmente, puesto ¿qué es lo exótico sino el resultado de la unión de sistemas simbólicos que tienen poco que ver unos con otros? Pero aún aquí, y aunque con otra significación, aquél exotismo me colocaba en la línea de Arlt.

¿Esa imagen sobre mí mismo (prosa de “tonos” para escribir sobre Arlt) no tenía acaso mucho que ver con esa foto que se conserva de Arlt en África, vestido con ropas nativas pero calzado con unos enormes y evidentes botines?

Dicho de otra manera: un día me encontré con que ya el libro estaba escrito. Es decir, que me encontré con que ya algo había sido hecho en mí, o que se había hecho ya algo de mí, tal vez sin mí. ¿Quién era yo? En 1960 iba a comenzar a conocerme: de la noche a la mañana mi salud mental se quiebra y una insufrible enfermedad “cae” sobre mí. Me veo convertido entonces, y de la noche a la mañana, en un objeto social: hago la experiencia de lo que significa, en sociedades como las nuestras, ser un enfermo mental. Hago esa experiencia, como se dice, desde adentro. Enfermo, no puedo ya seguir escribiendo.

Tampoco puedo leer. Fue la miseria de aquella enfermedad, mezcla de histeria y de neurosis de angustia, y también la miseria real, los habitantes de una parte del espacio de tiempo que va desde el momento que escribí aquel libro a la fecha de su publicación.

Enfermo (aunque con el cuerpo sano) me veía obligado a pasarme las horas, los días, los meses, con la cara contra la almohada, oliendo el neutro y espantoso olor a las sábanas (me parecía espantoso: lo era) regando de saliva el género.

¿Cuánto tardaría en idiotizarme por completo? No podía leer, no podía trabajar, no podía estudiar, no podía escribir. No podía nada, salvo atender a ese pánico psicótico que me habitaba. Tenía miedo de todo, de cualquier cosa, de ver, por ejemplo, brotar el agua del agujero de una canilla. ¿Y los otros? Yo temía que se aburrieran pronto y que me mandaran al demonio. Temía, digo, puesto que quería curarme y necesitaba de ellos, “apoyarme” en ellos. Mi mujer (esto antes de mandarme al demonio) me explicaba, con la mejor voluntad, que puesto que yo quería curarme era seguro que me curaría. Pero yo entonces me acordaba de

esas historias clínicas de esquizofrénicos que también se quieren curar y que no lo logran jamás.

Era seguro: yo era un esquizofrénico.

¿Pero tiene sentido que un autor hable de sus enfermedades, que las use para “racionalizar” sobre su vida, para justificarse? No sé bien, y sólo recuerdo ahora un escritor que a veces lo hace (y dejo de lado el exaltamiento pueril de la locura a lo Alex Guinsberg): es George Bataille. Recuerdo su tono, bajo y lento, en el prólogo de un libro en el que relata el tiempo real, el suyo, de la redacción del libro. Dice que una enfermedad, a la que no nombra, le dificulta las cosas, le obliga a escribir lentamente. Un tono quejoso: y no estaba mal, porque servía al menos para recordar al lector que un libro ha sido hecho con el tiempo real, cotidiano, del escritor. De cualquier modo, y tratándose de quejas: yo prefiero reservarme el derecho para mi vida privada. Pero mi enfermedad está ahí —estuvo ahí— y tal vez no es malo, ahora, reflexionar sobre ella. En ese sentido, la experiencia de la enfermedad —la mía— podría resumirse así: padecer algo que se hizo afuera de uno, la experiencia de “soportar” algo. Pero aun en el interior mismo de esa experiencia había un nido de víboras: ¿yo, que amaba a Sartre, cómo podía olvidar que uno “hace” su enfermedad? Recordaba entonces un párrafo de Merleau–Ponty sobre el Greco: las deformaciones de las figuras que pintaba, no podían ser explicadas a partir del astigmatismo que el artista padecía, sino al revés, las figuras explicaban su astigmatismo, revelaban el carácter “intencional” de la enfermedad. El Greco había hecho su astigmatismo para explorar el mundo a su manera. Su arte y su enfermedad no eran más que dos aspectos de una misma cosa, dos manifestaciones de un mismo “estilo” de vivir y de comprometerse en el mundo.

Pero en el momento mismo en que soportaba mi enfermedad, en que ella no se traducía más que en mi imposibilidad de vivir, en el momento en que me veía arrancado de mi trabajo, trabado y presa de la mirada de los otros, arrastrado por añadidura a la miseria económica, ¿cómo entender que yo “había hecho” (y por lo mismo, querido) todo eso? Uno hace su enfermedad, ¿pero qué podía sacar yo ahora de eso que yo había hecho de mí? No entendía nada. Era un infierno.

De vez en cuando, y en medio del tiempo de mis pánicos, de mis obsesiones, de mi aislamiento, me repetía una frase de Freud: “la enfermedad mental es inútil”. Fantaseaba que con el reconocimiento de su inutilidad tal vez me curaría. Como no podía leer, y encerrado, caminaba, incansablemente, caminaba. Tenía el mundo reducido a imágenes despedazadas metido dentro de los ojos.

Para comprender algo hay que pensarlo todo, ¿pero cómo pensar algo cuando no se comprendía nada? Poco a poco. Tenía que “darme tiempo”. Ante todo: ¿qué era lo que había ocasionado la enfermedad?

Eso estaba a la vista: la muerte de mi padre. Se lo podría decir así: cuando supe que él iba a morir, yo ya no pude vivir más. ¿Cómo dos amantes? Tal vez, pero nuestro amor había estado escondido (y no ironizo).

Mi padre no tuvo una muerte dura: fue una muerte como la que él siempre había deseado. En esto fue un hombre con suerte, murió en su cama. Y además tuvo otra ventaja, puesto que siempre había temido a la muerte: no darse cuenta que se moría. Estaba en la cama, conversando de cualquier cosa, enfermo de leucemia (pero él lo ignoraba) y sonriendo tal vez, cuando lo sorprendió la muerte.

Sonriendo digo, puesto que cuando lo vi en el cajón y envuelto en sus mortajas, tenía un ricto de tranquilidad y de alegría en la boca. Para entonces yo ya había enfermado, y habría preferido no acercarme al cajón: pero mis parientes me arrastraron a él. No puedo olvidar la impresión que me causó su rostro: por detrás de [94] la insobornable certeza de que yo amaba esa cara, una mezcla de indignación y repulsión… Ahora ya está, me decía, este hombre ha terminado y se ha llevado con él y de una buena vez al empleado bancario, sus “miedos de fin de mes” (como decía Arlt), los rasgos pusilánimes de su carácter, su ignorancia, su mala fe ideológica, su ceguera y su cobardía, su antisemitismo. Durante más de una interminable hora y media tuve que simular, ante la mirada vigilante de mis parientes, junto a la dura realidad de la carne muerta de mi padre. Yo no amo a los muertos, pero como me obligaban a simular respeto, sentí, además recuerdo, que tampoco respetaba ese cadáver, ya que me acordaba del hombre, y lo execraba. Pero las cosas estaban así: mi padre había muerto y yo había “hecho” una enfermedad, en “ocasión” de esa muerte. Y desde el día que “caí” enfermo (fue de la noche a la mañana) me tuve que olvidar de golpe de Merleau–Ponty y de Sartre, de las ideas y de la política, del “compromiso” y de las ideas que había forjado sobre mí mismo. Tuve entonces que buscarme un psicoanalista. Y me pasé un año discutiendo con él, sobre si mi enfermedad era una histeria o una esquizofrenia. Yo entonces confundía el aislamiento que padecía con el aislamiento como conducta de corte con lo real, y como no podía o no quería observarme desde afuera, afirmaba que estaba esquizofrénico. Al cabo acepté la opinión de mi analista. Aparté los índices somáticos, una sordera creciente, un horrible y continuo silbido que taladraba mis oídos desde el interior de mi cabeza, la perturbación de mi equilibrio: mi psicoanalista tenía razón. La tendencia a la seducción como rasgo constante de mi conducta, la representación, la teatralización del sufrimiento, la tendencia al chantaje. Yo aceptaba: era un pavo que debía tragarse todas las nueces. La discusión, sin embargo, no terminaba: se me ocurría que el analista observaba bien el lado representación de mis conductas, pero que extremaba el juicio sobre él. En el fondo yo sentía que me quería hacer creer lo que yo temía. Que yo no era más que un farsante. Pero entonces —en su presencia, o en la soledad— yo me rebelaba. Me decía entonces que no era del todo así, puesto que ahí estaba ese trabajo sobre Arlt, y que el trabajo no es farsa.

Después comprendí que lo que pasaba era que mi analista usaba conmigo la técnica neoanalista de la frustración. Pero cuando me frustraba yo me ponía de pronto intransigente, y en cambio de responder con una reacción regresiva (según el esquema técnico que seguramente usaba) me ponía lúcido con respecto a él, no le perdonaba lo que mis ojos veían, su ceguera con respecto a las determinantes de clase, de trabajo y de dinero, que pesaban tanto sobre él como sobre mí. Cuando me frustraba, yo en cambio de regresar hacia mis estructuras arcaicas, progresaba, hacia el marxismo. La situación no tenía salida, y en medio de un análisis en el que había puesto las esperanzas de la cura, me aburría. Es cierto que no se podía culpar al psicoanalista ni al psicoanálisis de mi imposibilidad de salir adelante. Pero en mis choques con ese hombre todo se ponía en juego. De pronto me encontraba despreciándolo tanto como a mi padre.

¿Pero no revelaba tal cosa la constitución de un lazo de transferencia? No sabía

nada. Recuerdo que una vez le pregunté por quién votaba. Me contestó que por los socialistas de Ghioldi. Por favor, no me diga más, le dije. Era suficiente y ridículo. ¿Y yo esperaba la cura de ese hombre? Estaba solo. Finalmente mandé “vis à vis”, como dicen los franceses, al psicoanálisis y al psicoanalista, a la histeria y a mis discusiones de psiquiatría social con el analista. Iba aprendiendo y comenzaba a curarme. La enfermedad había puesto al descubierto la ligazón con mi padre, y la ligazón de esa ligazón con el dinero. Durante la enfermedad me había hecho adulto de un golpe, había hecho la experiencia de la dura realidad del dinero. El dinero existe y vale. Y esa prostituta, como le dice Marx, fue “el lugar” donde me hice adulto porque supe lo que era la vergüenza. Si uno no tiene dinero, o se muere de hambre o lo pide. Yo, como elegía vivir, a cada instante, lo pedía.

Después no podía devolverlo. Tenía entonces que explicarme ante quienes me lo habían prestado. A veces me creían, a veces se reían un poco paternalmente de mí, a veces se enfurecían. En una oportunidad alguien a quien yo quería bastante llega a mi casa y con violencia me comunica que quería el dinero que le debía, o se llevaría mi máquina de escribir: tuve que pagarle con libros. También tuve que pedir dinero al Fondo de las Artes: leyeron mis trabajos y me lo dieron. Era lamentable: yo sentía que era como pedir limosna. Entre mis amigos, algunos me juzgaban. Es que para pedir ese dinero, tenía que pedir antes “cartas de presentación”: una vez a Murena. Ese hombre, personalmente cortés y bueno, no me la niega, y yo uso entonces su prestigio, ideológicamente aceptable en los medios oficiales, para no morirme de hambre. Explico esto a mis amigos, pero ellos no dejan de juzgarme: la cortesía, y la bondad, incluso, la bondad que significaba en Murena el dejarse usar ideológicamente, no son más que virtudes individuales. Las que ama la derecha. Tenían razón. Pero en esos momentos yo estaba más cerca del cálculo infinitesimal que de la razón, me parecía más a un personaje de Arlt que a mí mismo. O a mí mismo más que a ninguna otra cosa.

¿Pero quién era yo? Según el entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, Rizieri Frondizi, yo había muerto. Quiero decir: que había fallecido. Es que mientras se encontraba en sus funciones le pedí también a él una carta de presentación para el Fondo de las Artes. Cuando le hago llegar el pedido, a través de su secretaria, se niega, y dice que jamás había leído nada mío. Pero además, extrañado, le pregunta que cómo era, que si yo no había muerto. Tenía razón: es que yo había intentado suicidarme dos veces, y habrían llegado seguramente a él algunos rumores sobre la cuestión (y les ruego a ustedes que me excusen nuevamente: me refiero al impudor con que nombro la palabra suicidio cuando ella se refiere a intentos reales míos). Ante el relato de la secretaria del Rector, me quedé impávido. Pensé entonces esa frase conocida: “El relato de mi fallecimiento es considerablemente exagerado”. Pero no pude pronunciarla.

Pero no sé si se entiende: no estoy contando anécdotas. Sino mejor, contando algunas coordenadas reales de una situación concreta, la mía. La enfermedad, a raíz de la muerte de mi padre, la vergüenza, la vergüenza económica, la buena voluntad de mis intenciones intelectuales, mis influencias intelectuales, las mejores, Sartre, la relación de compromiso entre el sostenimiento de las ideas y la exigencia de coherencia con uno mismo cuando se trata de jugar los roles en el interior de la sociedad concreta, la relación personal al nivel más concreto cuando uno se relaciona con otros intelectuales. El desorden no es más que aparente.

Hay aquí pocas vías hacia las cuales todo converge, y desde donde brota, seguramente, todo lo que nos determina.

Y hay dos, fundamentales, que están en la base del hombre concreto: el sexo y la economía. O como decía Pavese: dinero, mujeres, prestigio. Yo no creo haber endurecido, ¿pero es que hay otras cosas?

Los marxistas en general y los comunistas en particular suelen tomar con ligereza la noción de alienación. Pero la alienación no es una noción. Por lo mismo hay que comenzar ya a entender de una buena vez la realidad que comenta esta vieja idea: la idea de destino. Hay que arrancarles a los escritores de derecha el uso exclusivo que hacen de ella. Quien ha comenzado esa empresa es Pavese. La muerte, la violencia, la locura, el hambre, el suicidio, existen en el mundo, y están presentes en todos lados, aun ahí donde aparentemente no. Por eso Rozitchner tiene razón cuando afirma con desprecio que hay más filosofía en su libro sobre los invasores de Playa Jirón que en toda la filosofía Universitaria.

A mi vuelta de los infiernos, mientras de modo paulatino iba reintegrándome a la vida y a mi trabajo, a medios que pagan mi trabajo y me permiten seguir escribiendo y leyendo, volvía a encontrarme con mis amigos. Tuve entonces la alegría de comprobar qué cosa es poder mirar a la gente en los ojos. Cuando estaba enfermo, no podía hacerlo.

Y cuando lo lograba, era sólo por esfuerzo: sostenía la mirada, que de por sí, tendía a bajar. ¿No se han fijado ustedes que la gente que adquiere una enfermedad mental adquiere al mismo tiempo una manera huidiza de mirar? A veces, cuando miro a ciertos ojos, me parece saber de qué se trata. Pero ya no es mi caso. Y dentro de poco mi caso no seta más que un cuento al que cualquiera tendrá derecho a poner en duda.

Me reencontraba con mis amigos: Correas, Sebreli, Lafforgue, Rozitchner,

David Viñas, Ismael, Verón, Marín, León Sigal. Durante mi estadía en el infierno los había visto poco. Algunos, supe, me evitaban, tenían razón. Otros no pudieron acercarse a mí, aunque tal vez lo deseaban. Es que tenían miedo, no de mí, sino de la imagen de ellos mismos que tal vez podrían descubrir, como en espejo, en mí. También tenían razón. Otros respondían con la conducta inversa: se acercaban y con una mezcla de piedad y lucidez me decían lo que era cierto: que no había diferencia entre la enfermedad mía y la salud de ellos. También tenían razón. Cuando yo me puse tratable, pienso, todos respiramos, y fue bueno para todos volverse a tratar.

Reaparecían entonces para mí las cuestiones fundamentales que ciñen la vida del intelectual contemporáneo: la política y el Saber. No hablaré de ellas aquí. Con respecto a la primera, diré que el problema de la militancia, al menos en la Argentina, aparece intocado. La cuestión fundamental está en pie. ¿Debe o no un intelectual marxista afiliarse al Partido Comunista? Yo no me he afiliado: primero, porque los cuadros culturales del partido no resistirían mis objetivos intelectuales, mis intereses teóricos. El psicoanálisis, por ejemplo. Y en segundo lugar porque hasta la fecha disiento con los análisis y las posiciones concretas del P.C. Por estas razones no me he afiliado, y no sé si lo haré algún día. Pero respeto a quienes lo hacen o lo han hecho.

Pero además, ¿dónde militar? ¿Con qué grupos trabajar? ¿Qué hacer?

En lo que se refiere al Saber: en estos años he “descubierto” a Lévi– Strauss, a la lingüística estructural, a Jacques Lacan. Pienso que hay en estos autores una veta para plantear, en sus términos profundos, el problema de la filosofía marxista. Lo que significa que ya no estoy tan seguro sobre la utilidad de las posiciones filosóficas, teóricas, sartreanas, como lo estaba hace ocho años atrás. Es que en esos ocho años, al nivel del saber, han pasado algunas cosas: entre otras, un cierto naufragio de la fenomenología. Recién hoy comienzo a comprender que el marxismo no es, en absoluto, una filosofía de la conciencia; y que, por lo mismo, y de manera radical, excluye a la fenomenología. La filosofía del marxismo debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o “ciencias”) de los lenguajes, de las estructuras y del inconsciente. En los modelos lingüísticos y en el inconsciente de los freudianos. A la alternativa: ¿o conciencia o estructura?, hay que contestar, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fácil, y es preciso al mismo tiempo no rescindir de la conciencia (esto es, del fundamento del acto moral y del compromiso histórico y político).

Cuando Álvarez me invitó a que presentara mi libro, me fue difícil atinar en el primer momento a darme un tema que no fuera banal.

Ante todo, porque lo que estoy estudiando en este momento es Freud, y no Arlt. Por otra parte, hace tiempo que no releo a Arlt. Además, lo que pienso sobre él lo he escrito en el libro. ¿De qué hablar? Creo que de alguna manera he disuelto el problema. Pero si he hablado de mí, es porque estoy seguro que esta manera de hacerlo me acerca a Arlt, me coloca en su línea. Solo que al principio había ideado hacerlo de otra manera. Pensé que muy bien podría aprovechar la ocasión para reordenar algunas notas de un trabajo autobiográfico que tal vez escriba. Tal vez, digo. Y les leeré a ustedes el comienzo de la redacción (y solo el comienzo) de un libro, que, de escribirse alguna vez, ustedes releerán, en algún sentido, puesto que habrán tenido una primera experiencia de su tono, de su estilo, y para hablar como Barthes, también de su “escritura”.

Leo:

¿Violencia o comunicación? Con mayor o menor conciencia siempre supe que ésa era la alternativa. Esos dos polos se hallan en todas partes, y si uno no los descubre a raíz de cada cuestión, corre el peligro de convertirse en un ángel. Pero yo quería ser histórico. O bien: sabía que lo era. ¿Pero cómo convertirse en eso que uno es? No había otra manera que ésta: darse una vocación. Lo hice a los veintiún años: sería escritor.

Salía del servicio militar, donde había perdido un año, como se dice, limpiando caballos; mientras leía en los momentos de descanso a Faulkner, a John Dos Passos, a Hemingway. Durante ese año rumiaba también una novela que al año siguiente escribí, y que resultó perfectamente mala. Mientras la escribía, recuerdo, pensaba en mi edad y me decía, fuertemente ansioso, que con un poco de suerte “publicaría antes de lo que lo habían hecho cualquiera de los norteamericanos (Faukner, Dos Passos, Hemingway). No imaginaba entonces que pasarían catorce años antes de poder publicar mi primer libro. Catorce años: durante ese entretiempo aprendí a rumiar otro tipo de libros.

Autobiografías. ¿Es que me sentía tan interesante para mí mismo?

En absoluto. Lo que ocurría era que mi fe en la literatura se iba deteriorando. Quiero decir: lo que se deterioraba era la aceptación de esa mala fe necesaria

para creer en la palabra escrita, o para escribir ficción. Pero puesto que pensaba todavía en escribir una autobiografía, mi fe no se había terminado de quebrar. Es que me había salvado por la lectura. Si podía pensar en escribir no era a causa de la vida, sino de los libros. Dos ensayistas franceses me sugerían el camino: Maurice Blanchot y Michel Leyris. Sobre todo la lectura de un libro de este último: La edad del hombre. Aprendí de él que para defenderse de la gratuidad del acto de escribir había que escribir sobre temas que lo pusieran a uno en situación de peligro, que lo descolocaran ante los demás. Y hay entre otras (puesto que si se redacta un panfleto político el peligro es bastante inminente, policial y real) una manera de hacerlo.

Escribir sobre uno mismo. Para desnudarse o para confesarse. Pero quien se confiesa se confiesa de algo, y para hacerlo, es preciso un juicio retrospectivo, y negativo, sobre ese algo. Confesarse, así, es convertirse de alguna manera en un pasatista, y en un moralista. ¿Será éste mi caso? Y por otra parte, es difícil sortear el peligro de la falta de peligro. Es necesario decidirse entonces a sumarse en todos estos peligros para intentar sortearlos.

Habrá entonces que comenzar por el comienzo. Y si uno se quiere escritor el comienzo es su primer libro. “Todo” comienza entonces a los veintiún años. Yo llenaba entonces, y trabajosamente, las hojas de un grueso cuaderno “Avón” mientras que, manipuleando palabras, hacía una cierta experiencia del mundo, a cuyo sentido, o contenido, llamaré de esta manera: lo siniestro. Esto significa: que quería ser escritor y que cuando intentaba hacerlo encontraba que no conocía el nombre de las cosas. Que no conocía ninguna palabra, por ejemplo que sirviera para distinguir el estilo a que pertenecía un mueble. Y tampoco conocía el nombre de las partes de un edificio. Si el personaje de mi novela bajaba por una escalera, y apoyaba la mano mientras lo hacía, ¿dónde la apoyaba? ¿En la “baranda” o en la “barandilla”? Y si el personaje miraba a través de un balcón, ¿Cómo nombrar a los “travesaños” del balcón? Travesaños, simplemente. O tal vez “barrotes”.

Pero me perdía entonces en el sonido material de las palabras y me parecía grotesco y desmesurado llamar, por ejemplo, “barrotes” a esos “travesaños”. Y si me decidía por la palabra “travesaños” me parecía de pronto pobremente descriptiva para contentarme con ella. Si mi personaje debía caminar por la calle, y creía imprescindible envolverlo en la atmósfera propia de un determinado momento del día, había que decir “que caminaba bajo los árboles”. ¿Pero qué árboles? ¿“Pitas” o “cipreses”? ¿Se dan cuenta de la locura? Lo siniestro era el descubrimiento de aquel idiotismo. Yo, seguramente un idiota mental, pretendía escribir. Tenía miedo.

Ese miedo nunca me ha abandonado. O mejor: el miedo nunca me ha abandonado. Es aquél ese miedo que se reflejaba en una más que sugestiva fotografía de la época. Se ve en ella una cara irregular y un poco mofletuda. La nariz levemente torcida. La frente, sin arrugas, pero con surcos, cae fláccidamente sobre las cejas, las que se juntan a la altura del comienzo de la nariz. La mirada, floja, como incapaz de penetrar nada. Y una mezcla de estupor y de disgusto (de disgusto concreto, como si estuviese frente a un plato de comida un poco repugnante) envuelve la zona de la boca, el labio inferior ancho y un poco caído, una comisura lateral empujando al labio superior hacia arriba. Y como todavía no había aprendido la ventaja que consiste en ocultar el tamaño de las orejas

llenando de cabello los costados de la cabeza, las orejas aparecían en su tamaño natural, largas y un poco separadas. Cuando vi por primera vez la foto me acuerdo, me asusté bastante. No era que temiese a mi fealdad: la conocía. Lo que me inquietaba era como la presencia en la foto de algún germen congénito de anormalidad…

Esa sensación me acompañó durante mucho tiempo. Aunque sospechaba que lo que temía congénito, no se originaba en la naturaleza ni en la biología, sino en la cultura y en la sociedad. Esa atmósfera vagamente mórbida de mi rostro de aquella fotografía tenía que ver conmigo y con el dinero, con el dinero y con el trabajo, con el trabajo y con el trabajo de mi padre, con el “status” de mi padre, con mi conciencia y con mis deseos. Me basta ahora mirar la parte inferior de la fotografía para cerciorarme de ciertos datos que tienen que ver con el origen de mis “rasgos de carácter” y también de mi temperamento. La ropa que llevaba: un traje cruzado, oscuro, de franela, a rayas blancas.

Además, una camisa blanca y una corbata oscura. Se dirá: un conjunto banal, en el cual es posible leer bastante poco. Pero si se mira la foto con cuidado se puede observar un cierto corte de las solapas, que el saco se estrechaba en el pecho, que “cruzaba” bastante más de lo normal. En verdad —como yo decía—: un saco de corte perfecto. Y lo era: lo había hecho Anselmo Spinelli. Pero ese sastre no lo había hecho para mí: habrían sido necesarios más de dos sueldos enteros de mi padre para pagarle la hechura. Ese traje, sobre mi cuerpo, era ya una locura sociológica, por decirlo así. Yo lo había comprado —después de rogarle para que me lo vendiera— a un compañero en el servicio militar.

El hijo de un juez de la Capital y de una familia dueña de algunos campos en la provincia de Buenos Aires. Pero yo sabía todo esto. Sin embargo, no podía dejar de despreciar a mi padre puesto que “carecía de gusto”. Y efectivamente: se vestía con el gusto mediocre de un bancario. El me contestaba que era cuestión de dinero. Pero yo sabía que no era así, o que era una cuestión de dinero pero no en el sentido que lo entendía mi padre: mi padre ignoraba los principios más generales de un dandismo a la inglesa que yo en cambio me sabía de memoria.

Los había aprendido mirando, fascinado, la ropa de Marcelo Sánchez Sorondo (lujo) que había sido mi profesor de historia en la escuela secundaria. Yo no sabía entonces quién era en verdad mi profesor de historia. Mientras despreciaba a mi padre. En cuanto a la ropa inglesa, “clásica”, todavía hoy me fascina. Y en cuanto a la época de la foto, es seguro que todo esto no podía no desfigurarme, no enfermarme, a la larga, o en aquel momento, ya, de algún modo…

Infancias, en el pensamiento de Milena Jesenská // Cynthia Eva Szewach

En 1921, Milena publica en Tribuna, una crónica titulada “Niños”. Le interesa contribuir con sus preocupaciones críticas acerca de los modos en los que la infancia es considerada, en especial por los checos. Plantea sus ideas y sus inquietudes y se basa en sucesos de la vida cotidiana o en la literatura fundamentalmente de los autores rusos como Dostoievski o Tolstoi. Parte entonces de lecturas, de una sensibilidad personal, pero en especial de la observación directa de escenas para pensar acerca del alma infantil.

Milena, quizá estaba al tanto del giro escandaloso producido en Viena por el psicoanálisis, acerca de la concepción de la infancia y lo infantil, la sexualidad como factor esencial y el retorno de lo reprimido, en tiempos no cronológicos, significados una y otra vez, valiosos por su incompletud y por sus sentidos y sin sentidos intermitentes.  Aunque no sabemos que haya leído a Freud, sin embargo, podemos encontrar algunas consonancias, en ciertos fragmentos que transcribiremos para comentar junto a algunos hallazgos del terreno de lo ético.[1]

La mentira infantil

Freud en 1905 en especial con “Tres Ensayos para una teoría sexual”, es donde asienta aún más, el carácter fundacional de su conceptualización sobre la infancia. Lo polimorfo sexual, el placer autoerótico no dado de antemano, lo no instintual. Bajo la égida de lo pulsional, el objeto de elección, amoroso y sexual, es móvil, diverso. Por lo tanto, la lectura que el psicoanálisis aporta afecta la noción de normalidad establecida y des- inviste a la infancia de una pureza, inmaculada.  En 1913 Freud escribe “Dos mentiras infantiles”. Allí le da un estatuto de verdad a la formulación de mentiras en la infancia, en tanto invención ficcional, salto simbólico e inaugural respecto del descubrimiento de que el otro no puede saber todo respecto del propio pensar. Es una forma de proteger el pensamiento, de tener un secreto, producto de imaginación y de ocurrencias verbales. No moralizar los hechos ni despreciar el propósito de la mentira, en tanto verdad semi-dicha, es esencial, acentúa Freud.  Sin duda los derroteros que tiene el arte de mentir y la mentira en cada situación, es un vitraux de múltiples engranajes, a veces como padecimiento. A su vez la lectura que pueda hacerse de la misma en la adultez, es diferente, puede ir del síntoma sufriente a la impostura o la canallada.

 Milena transmite que en tiempos infantiles se percibe con toda la piel, con el corazón, con la mente. La piel, esa envoltura primera. Se absorbe con el ser, la atmósfera de misterio, que quizá puede convertirse en miedo, en horror o en falsa explicación. Está atenta al misterio. En la niñez, dice, se encuentran las semillas de sensibilidad, que surgen a lo largo de la vida y en la adultez se “reacciona con el mismo gesto” como desde muy pequeños. El niño puede muy bien distinguir cuando se lo trata en forma genuina o impostada para complacer. Todo el artículo le da valor al respeto por singularidad de cada niño o niña, aunque acerca de la mentira infantil la autora es categórica respecto de no moralizar la respuesta:

 “Padres que obligan a sus niños a obedecer, simplemente porque es un niño y ellos son padres, enseñan a ser mentirosos, porque la mentira es la única defensa que tiene un niño contra la autoridad que no puede entenderlo. Padres quienes castigan a un niño en su primera mentira, cometen un crimen, un niño nunca miente poque si un niño miente, es impulsado por una necesidad, defensa o resistencia contra algo a lo que se opone con su ser entero, cuando su mente aún no puede oponerse”

Por un lado, ubica en algún sitio una “primera mentira”. Aquella que inicia la sorpresa para la infancia de la magia de su invención. Si el adulto no juega el juego, asesina una creación.

Segregaciones en juego

Hay un párrafo, que trata otras cuestiones y que nos llama a especial interés. Relata una escena con niños y niñas, al aire libre, a quienes ella se detiene a observar. Es una especie de “ilustración” que pone en cuestión la suposición de la creencia en la existencia de una bondad especial en la niñez, sin inclusión del odio o la maldad, como parte la misma. Desde ya, distintas de aquellas que le conciernen a la implicación en un adulto.

Transcribimos la escena:

 “Este año vi a algunos niños citadinos soplando burbujas a través de un sorbete. Era en el límite de una pradera, el sol brillaba y las burbujas eran lustrosas y coloridas, tan fascinante que me detuve a mirarlos. Estaban alegres, amigables, entusiasmados y todo andaba muy bien- hasta que apareció un obstáculo.

Viéndose atraída por el extraño esplendor, una pequeña niña que cuidaba unos gansos se acercó al grupo de niños. Muy tranquila y sin interferir en absoluto. Sin embargo, los niños la atacaron con tanto enojo que quedé atónita. La pequeña tuvo que irse; pero no logró resistirse mucho. Las burbujas volvieron a atraerla como un imán y luego de un rato regresó, y se paró al lado del niño que soplaba burbujas devorando las esferas de color con sus ojos. Esta vez fue peor. Ni un sólo niño la defendió; no se le ocurrió a ninguno ser bueno con ella. Hasta podrían haberla lastimado si yo no hubiera intervenido. Lo más curioso fue lo que pasó después: cuando pregunté por qué no la dejaban mirar, un niño con vergüenza dijo ‘no lo sé’. Una niña un poco mayor, que tal vez supuso que esa explicación no me alcanzaba, agregó ‘ es tan extraña’. Ciertamente la pequeña lo era. No tenía zapatos ni medias, su cabello rubio estaba aclarado por el sol y tenía una colita de caballo y pecas. ‘Pero es una pena. Seguramente quiere mirar y divertirse’, intenté explicar. ‘Entonces que mire’ decidieron los niños. Ambas, la niña y yo, entendimos con claridad: no se trataba de bondad sino que más bien obedecieron.”

¿Que leemos? Hay un juego que funciona, entre un grupo de niños y niñas, quienes son conocidos entre sí.  Milena los mira jugar. Su presencia parece en inicio no interferir, están alegres. Una niña que viene de “afuera” un huésped extranjero en la escena lúdica les hace de interferencia. Una niña que mira con anhelo impedido. Milena mira esa mirada atenta “de la ñata contra el vidrio” y es testigo de una segregación incluso cierto maltrato que se ejerce con una niña con carencias. No la incluyen en el juego, pero la registran con hostilidad ¿Qué estatuto tiene esa segregación en la infancia?

“La compasión por el sufrimiento, deformidad y dolor no es una emoción innata, así como sufrimiento, deformidad y dolor tampoco lo son”, un niño no las conoce desde siempre, va registrando en su recorrido de transmisiones dice Milena. En el acontecimiento relatado con el juego de las burbujas, están atravesados por algo que desconocen, de lo que no pueden dar cuenta, o que no se puede dar cuenta en la infancia, pero despunta una vergüenza, que insinúa lo que trasciende la intención. ¿Están bajo afectación de coordenadas de la época en un creciente contexto de atmósfera de entre guerras? Probablemente ¿Por qué no la dejan jugar? “No lo sé”, responden, o “es extraña” dice una niña más grande aclara Milena Una ajenidad en el semejante, en el par, que lo convierte en un prójimo extraño a “su burbuja”.  Queda descartada desde ya una responsabilidad respecto de la segregación en tiempos de la infancia, pero establecemos una pregunta, un enigma, en aquello que hacen recaer incluso con cierta ferocidad sobre un par.  La hostilidad, el enojo, en ese caso no era parte del juego. Acciones, que podrían darse en una escena de actualidad en una plaza, en una escuela.  Esas acciones están articuladas, comandadas de forma inconsciente desde otro lado, en el campo del Otro: padres, cultura, educación, contexto, a dilucidar a leer, a pensar.[2]

Con obediencia, no con deseo de incluirla, aceptaron que la niña “mire”. No hubo al parecer una transformación grupal de la posición que sostenían. En ese poco, la niña igualmente seguía quedando como intrusa sin formar parte.  Pero, lo que se transforma son las condiciones del juego.  Ya no tiene sentido.  Se detiene un maltrato, aunque se pierde un juego que está condicionado a cierta escena.  Ella les demarcaba un lugar otro que mantenían a distancia de sí, pero no indiferente.

 

[1] En este caso, los fragmentos fueron traducidos y revisados de la versión traducida al inglés en “The Journalism of Milena Jesenská” Berghahn Books New York, 2003, junto a una amiga y colega Moira Iglesias. Acordamos con Moira que en principio asienta Milena su posición ética respecto de una ética en la infancia.

[2] Moira Iglesias dice: El juego se vio interrumpido por un obstáculo. Lo extraño de aquella mirada de la niña suscitó un rechazo inmediato que interrumpió con hostilidad el decurso alegre y apacible del juego. La tromba pulsional rasgó la tela de la zona de encuentro compartido modificando las condiciones de resguardo que el jugar requiere. 

Querida arma humeante // Franco «Bifo» Berardi

Al igual que las algas mutantes y monstruosas que invaden la laguna de Venecia, nuestras pantallas de televisión están pobladas, saturadas, de imágenes y opiniones «degeneradas». Otra especie de alga digna de tener en cuenta, esta vez relacionada con la ecología social, consiste en esta libertad de proliferación concedida a hombres como Donald Trump, que se apoderan de barrios enteros de Nueva York, de Atlantic City, etcétera, para «renovarlos», en cuyo proceso aumentan los alquileres y expulsan de paso a miles de familias pobres, cuya inmensa mayoría se halla condenada a perder su hogar, siendo este caso el equivalente, a nuestros efectos, al de los peces muertos de la ecología medioambiental. (Félix Guattari: Les trois écologies, París, Éditions Galilée, 1989, p. 34.)

En estas líneas, escritas cuando Trump comenzaba a ocupar la escena pública, Guattari predice lo que ahora está más claro que la luz: la desregulación neoliberal permite que algas monstruosas contaminen las aguas. Todo se ha desenvuelto puntualmente y ahora el mar sobrecalentado desata tormentas espantosas, que matan a cientos de personas en la costa española. Además, la desregulación permite la proliferación de fuentes de enunciados destinados a contaminar la mediosfera y, en consecuencia, la psicosfera. Ha sucedido puntualmente: turbas psicoadictas votan a un sinvergüenza, que promete la mayor deportación de migrantes de la historia. Estas pocas líneas de Guattari describen la génesis de un ambiente venenoso, que genera violencia y opresión, al tiempo que desencadena la guerra de todos contra todos, generando las condiciones para una tiranía cínica, barroca y destructiva.

Reconsideremos las lejanas premisas de lo que llamamos desregulación. En el principio está la creación tecnológica del paradigma rizomático. Gracias a la comercialización de las tecnologías electrónicas durante las décadas de 1960 y 1970, se hizo posible la difusión democrática de fuentes autónomas de información. En Italia y en Francia creamos cientos de radios libres tras librar una batalla cultural contra el monopolio estatal de la información. Luego, la creación de la world wide web hizo posible la proliferación de innumerables núcleos de netculture en todo el mundo. Pero por la rendija abierta por la creatividad difusa entraron los grandes grupos económicos y mafiosos (Berlusconi en Italia, Trump en Estados Unidos y sujetos similares en todos y cada uno de los países del mundo), cuyo objetivo no era ciertamente la creación, la cultura o la información, sino la acumulación de capital y la adquisición de un poder político ilimitado sobre las mentes de una sociedad psíquicamente subyugada.

publicidad de una camiseta
publicidad de una camiseta

Zed is dead, baby

He visto The Apprentice (2024), la película de Ali Abbasi, que aborda el periodo de aprendizaje del candidato republicano de las actuales elecciones estadounidenses. El título está astutamente tomado del programa de televisión en el que, hace unas décadas, Donald Trump sometía a diversas humillaciones a los candidatos, que se presentaban ante él para ser insultados, ridiculizados, cuestionados y, finalmente, despedidos («You’re fired»). Había colas para ser escarnecido públicamente por aquel individuo de pelo rubio. ¿Por qué? El enigma de Trump demuestra que los instrumentos del análisis político apenas sirven ya para nada. De hecho, para entender semejante monstruosidad ética, psíquica y política, es necesario hablar de humillación, de tristeza epidémica, de autodesprecio, es necesario hablar de libertad ilimitada para esclavistas, tiranos psicóticos y fabricantes de armas. La película de Abbasi lo consigue hasta cierto punto: puede que la suya no sea una gran película, pero es útil para entender algo del trasfondo psíquico, existencial y mafioso en el que creció Trump. Es útil para comprender las herramientas de su dominio sobre la psique de un pueblo miserable e inmensamente ignorante.

La película no trata del programa The Apprentice, del que oportunamente toma su título, sino en realidad del propio aprendizaje de Trump. ¿Cómo ha llegado a ser lo que es? Para responder a esta pregunta, el psicoanálisis puede ser más útil que la teoría política. La sobrina del hombre naranja, Mary L. Trump, psicóloga de formación, ha escrito un libro titulado Too Much and Never Enough: How My Family Created the World’s Most Dangerous Man (2020) en el que intenta comprender a su tío desde un punto de vista psicoanalítico. La primera impresión que tuve al leer el libro es que la vida de ese individuo fue (y es) inmensamente triste. El padre de Trump era, en opinión de Mary, una persona sociópata, pero eficiente. La película de Abbasi también consigue mostrar cómo la relación con el padre fue decisiva. Donald vivió su infancia y su adolescencia atemorizado por la humillación a la que su padre le sometía sistemáticamente, lo cual le provocó profundas heridas psíquicas. «La creencia fundamental de Fred (el padre sociópata) es ésta: en la vida siempre hay un solo ganador y todos los demás son perdedores; la amabilidad, por otro lado, sólo significa debilidad». «O eres un perdedor o eres una persona que va a por todas», le dice el padre al pequeño Donald. Partiendo de tales premisas resulta imposible disfrutar de las relaciones con los demás, porque estas relaciones únicamente puede ser de competencia, de agresión o de sumisión. Pero, desgraciadamente, ¿no es este un rasgo decisivo de la personalidad colectiva de los habitantes de ese país, que no habría existido sin el genocidio de los nativos americanos y sin la deportación y la esclavitud?

Las tres reglas que Donald aprende de un abogado mafioso y racista (Roy Cohn) son las siguientes:
1. Ataca, ataca, ataca.
2. Miente siempre.
3. Declara siempre la victoria y no admitas nunca la derrota.

Como observa un personaje de la película, que resulta ser un periodista de The New York Times, estos tres principios describen muy bien la política exterior estadounidense de los últimos treinta años. Yo diría que definen el espíritu público de los Estados Unidos de América, de principio a fin. El inconsciente colectivo de los estadounidenses blancos es un sótano fétido del que emergen monstruos como el que Tarantino retrató en Pulp fiction (1994). ¿Recordáis cuando Bruce Willis libera de ese sótano a Marcellus, a quien Zed, el torturador, mantiene ahí abajo encadenado para abusar de él? No hay mejor manera de explicarnos los años de Trump, aunque tristemente me parece que Zed está vivo y coleando, preparándose para pisotear a un montón de pobres.

Nomen est omen

A principios de 2021, poco después del asalto farsesco al Capitolio por las tropas del general Trump, publiqué un ensayo titulado «The American Abyss» en e-flux. Cuatro años después, ese abismo es cada vez más profundo y un peligro se hace cada vez más evidente: la desintegración de la mente estadounidense puede provocar una reacción en cadena que acabe por aniquilar la vida humana en la Tierra. A veces pienso en el nombre de este individuo: to trump significa vencer, superar, abrumar, pero el sustantivo trump también significa pedo, pedo apestoso. Si alguna vez se confirmó la frase «nomen est omen» [el nombre lo es todo], éste es el caso. El hombre naranja es un pedo apestoso, que se propone (y consigue) apestar la atmósfera psíquica, humillando y amenazando. Si tuviera la desgracia de ser ciudadano estadounidense, no votaría a ninguno de los dos candidatos: la señora Harris, que ha prometido que el ejército estadounidense estará siempre equipado con la máxima letalidad, es más peligrosa que el señor Trump desde el punto de vista europeo, porque con la señora Harris como presidente, la guerra ucraniana se extendería hasta el umbral atómico. El señor Trump, que representa consciente y explícitamente los intereses de la raza blanca, sería una catástrofe para los palestinos y, más en general, para los migrantes, a quienes Trump y Vance han prometido «la mayor deportación de la historia». Pero es difícil imaginar cómo Trump podría ser más despiadado que Biden y Obama, que deportaron a más migrantes durante sus presidencias que el hombre pedo. Y es difícil imaginar cómo podría ser más despiadado con los palestinos de lo que lo ha sido Biden, que nunca ha dejado de apoyar financieramente ni enviar armas a los exterminadores israelíes. Tal vez solo sería menos hipócrita.

Psicosis memética

El 6 de enero de 2021, mientras el nuevo presidente demócrata se preparaba para ocupar su puesto en la Casa Blanca y el Congreso se reunía para cumplir sus rituales institucionales, una multitud variopinta respondió al llamamiento de Trump para salvar América y unos cuantos miles de trastornados marcharon hacia el Capitolio. Sin encontrar ninguna resistencia seria por parte de la policía, estos lunáticos entraron en las salas del Capitolio, rompieron los cristales de las ventanas, vociferando mientras ondeaban banderas confederadas y banderas con la esvástica. Donald Trump incitó a los alborotadores a recuperar el poder por la fuerza. «Nunca recuperaréis vuestro país con la debilidad. Debéis mostrar fuerza y ser fuertes. […]. Combatid, Combatid como condenados. Y si no combatís como condenados, no habrá país alguno para vosotros». Al final del día la multitud se fue a casa, como se hace después de una agradable excursión dominical. Algunas personas resultaron heridas y una murió por un disparo de un agente de policía. Los comentaristas demócratas se mostraron realmente indignados, cómo no comprenderlos, pero la indignación de los Demócratas por las falsedades contadas por Trump y creídas por sus seguidores es pueril. Después de 2008 los estadounidenses blancos, sumidos en dos guerras demenciales, humillados por el empobrecimiento acarreado por la crisis financiera y aterrorizados por el colapso demográfico, se han aferrado desesperadamente a sus armas, a sus todoterrenos, a su derecho a comer carne de vacuno y a su derecho a matar.

Lo que ocurrió en Washington el 6 de enero de 2021 no fue una insurrección ni un golpe de Estado, sino un episodio al tiempo farsesco y criminal de la guerra civil estadounidense, que es el entrelazamiento de varios conflictos, esto es, un conflicto entre el nacionalismo blanco y el globalismo liberal, un conflicto entre la población blanca y la población negra, latina y asiática, un conflicto entre las metrópolis y las zonas rurales empobrecidas y un conflicto cultural entre laicistas y fanáticos de algún Jehová sintético, pero esta guerra es ante todo una guerra civil psicótica de lunáticos armados, que deciden matar al primero que se les ponga a tiro. Este es el abismo estadounidense, no la propagación de fake news. En 2016 ocurrió lo impensable: un nazi tintado de rubio ganó las elecciones. Desde ese momento quedó claro que la mayor potencia del mundo is running amok [está desbocada], que ha perdido la cabeza, mientras posee ciento veinte armas de fuego por cada cien habitantes. Los Demócratas se quejan de que las redes sociales producen una avalancha de falsedades, pero tan solo un ingenuo podría no darse cuenta de que las falsedades no pueden erradicarse, porque Estados Unidos es el reino de lo falso.

Entre el 1 de enero y el 31 de agosto de 2023, se produjeron 28.293 muertes por arma de fuego en Estados Unidos. Los muertos en acciones de mass-shooting (¿cómo traducir al italiano o al castellano una palabra tan íntimamente ligada a la lengua de los pistoleros?) fueron 474. Los homicidios no intencionados por arma de fuego, esto es, los muertos por accidente al manipular un arma, fueron 1070.

Un padre estadounidense

A pesar de que consumen cuatro veces más electricidad y mucha más carne que cualquier otro pueblo del planeta (o quizá por eso) los ciudadanos de Estados Unidos llevan una vida miserable. La esperanza media de vida en España es de 83,3 años, en Suecia de 83,1, en Italia de 82,7, en China de 77,1. En Estados Unidos la esperanza de vida durante los últimos años es de 76,1 años. El 65 por 100 de los habitantes no tiene ahorros y si enferma, tiene muchas posibilidades de acabar en la calle. En 2022 se produjeron 100.000 muertes por sobredosis de opiáceos. La mayor potencia militar del planeta se desintegra. La palabra «impensable» es recurrente en el discurso público estadounidense de los últimos años. «We Need to Think the Unthinkable About Our Country» es el título de un editorial de The New York Times publicado el 13 de enero de 2022, escrito por Jonathan Stevenson y Steven Simon:

Las próximas elecciones nacionales serán inevitablemente disputadas con saña y quizá con violencia. Es correcto afirmar que la amenaza planteada por la derecha a Estados Unidos –y su evidente objetivo de sentar el terreno para tomar el poder ilegítimamente, si es necesario, en 2024– es políticamente existencial. […] El peor escenario es este: Estados Unidos tal y como conocemos podría desintegrarse.

The Unthinkable: Trauma, Truth, and the Trials of American Democracy, por otra parte, es el título de un libro de Jamie Raskin, publicado el 6 de enero de 2022, en el primer aniversario de la insurrección psicótica. El autor no es solo un escritor, sino un importante miembro del Congreso, elegido por Maryland en las filas del Partido Demócrata. Además, Jamie Raskin es profesor de Derecho Constitucional, se autodenomina liberal y es padre de tres hijos veinteañeros y treintañeros. Uno de ellos, Tommy, de 25 años, activista político, partidario de causas progresistas y defensor de los animales, murió la noche del último día del año 2020. Tommy eligió morir, se suicidó como suele decirse. Lo hizo tras una larga depresión, pero también como consecuencia de la larga humillación moral que el trumpismo infligió a sus sentimientos humanitarios. Para Jaimie Raskin, la decisión final de Tommy no es sólo una catástrofe emocional, sino el inicio de una reconsideración radical de sus convicciones. Leyendo este libro, he compartido el dolor de un padre y el tormento de un intelectual, pero al mismo tiempo se me ha revelado la profundidad de la crisis que desgarra Occidente y, en particular, oscurece el horizonte cultural de la democracia liberal. El padre ya no tiene ningún mundo de valores que transmitir al hijo. En el libro, tres historias diferentes se desarrollan simultáneamente y se alimentan recíprocamente: la primera es la historia del fascismo estadounidense emergente. La segunda es la vida de Tommy, su educación, sus ideales y la constante humillación de su sensibilidad ética. La tercera es el efecto de la Covid-19 en las mentes de la generación más joven, la que más sufrió las reglas del distanciamiento. Tommy sufría depresión y en su último mensaje habla de ella: «Perdonadme, mi enfermedad ha ganado».

Jamie Raskin escribe:

Como muchos jóvenes de su generación, Tommy se vio arrastrado por la Covid-19 a una espiral maligna. Con los centros de enseñanza cerrados, su vida social se redujo a un frágil punto mínimo acompañado de la mascarilla, los viajes se convirtieron en una pesadilla. Las relaciones se hicieron difíciles, forzadas a una intimidad prematura y torpe o de facto condenadas al olvido virtual. Muchos jóvenes han sufrido el desempleo, la falta de oportunidades económicas y una profunda incertidumbre. Muchos, como Tommy, se vieron obligados a volver a casa de sus padres y a alojarse en una habitación repleta de libros de bachillerato […]. Tommy se había declarado antinatalista, porque no podía aceptar la perspectiva de comprometer a otro ser humano en una vida destinada a estar dominada por el dolor de la tristeza y el sufrimiento.

Por mucho que Sarah y yo intentáramos describirle la alegría de tener hijos, Tommy no aceptaba renunciar a su determinación, porque nadie tiene derecho a imponer a otro la inevitable experiencia del dolor. Me consuela poco saber que una parte enorme y creciente de su generación piensa lo mismo sobre la opción de no tener hijos.

El antinatalismo es probablemente un efecto de la depresión, como no, pero ello demuestra que la depresión puede ser una condición de sabiduría y no solo una enfermedad. Se convierte en enfermedad, cuando no comprendemos su mensaje y tratamos desesperadamente de ajustarnos a las normas dominantes de productividad, eficacia y dinamismo. Rechazar el mensaje de la depresión, reafirmar la fuerza de voluntad contra el mensaje que nos envía, es una forma de caer en una deriva suicida. Si somos capaces de comprender el significado y la sabiduría de la depresión, es posible una evolución consciente y compartida de la misma. En el caso de Tommy esto es evidente: su denatalismo es quizá más sabio que la decisión irresponsable de dar a luz a inocentes destinados a una vida casi con toda seguridad infeliz.

Tras la muerte de su hijo, la percepción de Raskin cambia: su optimismo de constitucionalista se tambalea ante la explosión de fuerza bruta, que tiende a anular la fuerza de la razón, mientras que sus certezas democráticas flaquean ante la proliferación de la depresión.

De repente, mi optimismo constitucional me pone en un brete como si fuera una vergüenza. Temo que mi resplandeciente optimismo político, que muchos de mis amigos han apreciado en mí, se haya convertido en una trampa de autoengaño masivo, en una debilidad que puede ser explotada por nuestros enemigos.

El optimismo político de este generoso profesor de Derecho Constitucional se ve sacudido por la repentina constatación de que la democracia liberal descansa sobre cimientos frágiles. De hecho, escribe:

Siete de nuestros diez primeros presidentes eran propietarios de esclavos. Estos hechos no son accidentales, sino que nacen de la propia arquitectura de nuestras instituciones políticas.

La esclavitud forma parte del bagaje psíquico de la nación estadounidense. ¿Cómo puede pretender esta nación servir de ejemplo a las demás? ¿Cómo no pensar que esta nación es un peligro para la supervivencia de la humanidad?

La ley del padre ya no tiene ningún poder sobre el caos

Hoy, 5 de noviembre de 2024, Trump podría convertirse de nuevo en presidente de los Estados Unidos de América, mientras el mundo ha entrado, a instancias estadounidenses, en un ciclo de guerra civil psicótica, cuyos resultados son impredecibles y de hecho realmente impensables. El padre ya no tiene un mundo de sentido que legar al hijo. La ley del padre ya no tiene poder alguno sobre el caos. Gane quien gane estas elecciones dopadas por miles de millones de dólares, el caos está garantizado.

Ignacio Lewkowicz, el pensamiento como presentificación

Un pensamiento laico, que no cree en Dios -mejor digamos no tiene Dios- y cree en Nosotros. Apuesta radical por el laicismo. No deidad; responsabilidad. El pensamiento autónomo es una potencia, es un orgullo, un amor a la vida, el pensamiento autónomo es también una desesperación.

Ni Dios ni Ídolos, ni Saber ni Academia, ni Estado ni Capital (plano de trascendencia); plano terrestre:problemas, recursos, lastres, encuentros, amigos, enlaces, obstáculos. Situaciones.

Pensar, en tanto función orgánica de la que somos capaces asumiendo la inmanencia presente como condición única, tiene una faz bella, libre, creadora, y otra desesperada de intemperie sensible. La fragilidad que tiene la creación sensible de la que somos capaces; su contingencia…

Lejos de ser un sintagma anti estatista, “Pensar sin Estado” ni siquiera habla tanto del Estado -segundo término- como del pensamiento. PsE propone un modo de entender el pensamiento, como actividad de creación sensible -producción de sentido- propia de una subjetividad terrenal, sin trascendencias ordenadoras.

Hay algo íntimo en las notas de IL que reúne este libro. Una voz de trastienda. Como si nos metiéramos por una pequeña ventana de pronto en medio de su moviente caudal de devaneo o reflexión. El runrún de la máquina detenida en su guarda, quieta, pero encendida. Y en lo que se queda pensando entre elaboración de pensamiento y elaboración de pensamiento, es en el pensamiento. Vemos la auto investigación de un modo, una modalidad, que no es estrictamente ni saber, ni deseo, ni deber, es pensamiento. Un modo del ser intelectual, es decir, un tipo de consistencia del alma. ¿Qué es el alma? Algo que piensa. Por supuesto que siente; es sensible el pensamiento.

Fascinaba Descartes a Ignacio; fascinaba cómo podía pensarlo a Descartes. Mariana Cantarelli, recuerdo, se reía. No veía tantísima cosa en lo que hacía Nacho con Descartes. Tampoco es que fuera propiamente racionalista, no, pensador de la subjetividad. El pensamiento se diferencia de la Razón, el cuerpo incluye a la mente como una parte de su plasticidad (de su potencia subjetiva); el humano es plastilina, decía Nacho. El cuerpo piensa; el pensamiento es una praxis. La subjetividad consiste en las operaciones necesarias para habitar o tolerar unas circunstancias (naturalmente históricas), y las operaciones incluyen a la razón o a la actividad conciencial. Descartes fascinaba a Nacho por la experiencia del pensamiento como fundamento. No es que el pensamiento viene primero (y luego existo); no es productor primario del mundo, sino que es prueba de existencia; ese “luego” significa “entonces”: demuestra, sensibiliza, no causa. El pensamiento es un acá, un lugar, una actividad -una práctica-, donde el sujeto, alguien, cualquiera, puede hacer la experiencia de consistir. Mientras estamos pensando, existimos –lo sabemos, es una verdad sensible-, acá, en las cosas. Si no pensamos, la cosa se pone confusa (cuando no más llanamente alienada).

Las cosas, la vida, lo concreto, es el lugar donde arma territorio el pensamiento. Pensar no es patrimonio de los lugares consagrados para la intelectualidad. Pensar no es prerrogativa de especialistas, ni de eruditos. Es “capacidad vital esencial”. No atribución de elites; no potestad de los hombres superiores. No tiene uniformes el pensamiento; ni siquiera jerarquías: porque el pensamiento vale para quien piensa. Vale para quien lo ejerce. El pensamiento tiene valor efectivo -efectos- para quien piensa. Su valor no reside en su rutilancia bibliográfica, sino en tanto estrategia subjetivante. Si no hay implicancia e implicación existencial, el pensamiento es mero tráfico discursivo. Cuando se piensa con cosas pensadas por otros, textos, hay una apropiación de sentido. Una recepción activa (cercana a lo que Ranciere llama el “íntimo trabajo poético de traducción”, que es condición de la igualdad al comunicarnos). El pensamiento es una actividad, no un bien de consumo. El pensamiento configura a su sujeto. Nos cambia, no somos los mismos; no tiene retorno, el pensamiento. La disposición subjetiva propia de pensar se diferencia pues de la dinámica de consumo de productos de pensamiento, de teorías, del titular de hoy. Resiste, el pensamiento, a la desesperación por la novedad, al profundo mandato de actualización permanente. El pensamiento resiste la necesidad de nuevos rótulos adorables, la llovizna de etiquetas efímeramente sacralizadas donde lo sagrado no es el pensamiento sino la actualización y lo foráneo.

El pensamiento no tiene lugares ni uniformes ni tampoco tiene el pensamiento tiempo mercantil. “Pensamiento sin lugar, pensamiento singular”, decía Nacho en un texto inédito (de un ambicioso libro en proceso que interrumpió la muerte y que tenía como título provisorio “La era de la fluidez”).

Nacho armó su lugar, “el estudio”, “Estudio Lwz.”. Tuvo su genealogía; cuando lo conocí, comienzos del 99, estaba HA, Historiadores Asociados, donde formaba parte quien sería, descontando a Cristina Corea, su colaboradora principal, Mariana Cantarelli. El pensamiento singular requiere fundar espacio, territorio, covacha donde conversar, coordenada a la que referir. Porque la destitución de los lugares consagrados al pensamiento es una liberación, pero también una intemperie. Una intemperie de sentido. Intemperie sensible a la vez atiborrada, atestada, saturada repleta de estímulos, cascotazos, afecciones… El pensamiento como capacidad de creación de líneas de sentido, que nombran (nominan) y arman recorrido; ponen bordes y cartografían la intemperie saturada. Nombra la cancha de juego. O, en términos más nacheanos, el pensamiento instaura su situación. Singular: situacional.

Pensar es quebrar la hegemonía de una representación. Quebrar la hegemonía de la representación; de la esfera representacional, quebrar la dominación de la representación por sobre la presencia. Quebrar la sobrecodificación, la cuenta por uno (la denominación de una situación presente con recurso a alguna instancia que le es trascendente; esto viene de Badiou, uno de los cauces del pensamiento de Nacho sobre el pensamiento). No hay tanto pensamiento autónomo, el pensamiento es siempre de autonomía: pone los nombres a los elementos que componen su situación. De eso se trata pensar, de crear en los términos de la percepción. “No es un instrumento”: es decir, el pensamiento no se reduce a un cálculo, que busca aplicar modelos o ideas o valores o deseos heredados o acatados; no es operador de valores previos. Por eso se afirma en “puntos de indeterminación”. Tiene, sí, condiciones: pero las condiciones condicionan, no determinan.

Pero si tenemos como especie un “déficit perceptivo” que nos fuerza a inteligir mediante representaciones que son previas a lo percibido, pensar, entonces, es siempre despejar un error. Pensar es percibir despejando lastres, para vislumbrar posibles. Una percepción íntima de las cosas. Instituye, el pensamiento, nombres, conexiones, hechos cada vez a medida de las cosas, de las situaciones -únicas e intransferibles…-.

Una presentificación radical. En la que no hay lugares institucionalizados o privados que acaparen el pensamiento, porque es un posible de todo lugar, de cualquier lugar -es un posible de todo lugar solo en tanto y en cuanto allí hay alguien. Una potencia de la presencia. “Bienvenidos al jardín de los presentes” da el punto final al libro Pensar sin Estado. El lugar del pensamiento es el presente en el sentido de allí (aquí) donde hay alguien. Por eso siempre se piensa esto, nunca aquello. Aquello se supone, se especula, se teme, da terror, o esperanza; se piensa esto: una afección concreta, una potencia concreta, algo en lo que estamos. Se está pensando cuando se percibe/crea -cuando se concibe- lo que se puede en lo que hay.

Recuerdo que fue el amigo Adrián Gaspari, cercano colaborador de Nacho, quien me hizo dar cuenta de algo evidente, que era que Ignacio no era un intelectual que se dedicaba a eso, sino que estaba todo el tiempo, así, pensando, en estado de pensamiento, más allá y más acá de los “temas” que trabajara; tomando como materia de pensamiento a priori cualquier cosa de la vida -percibiendo con curiosidad, con gracia-. Ahora bien, un “todo el tiempo pensando” no del tipo nervioso y de ansiedad. Más bien el pensamiento como desaceleración. Nacho hablaba despacio, con un tono bajo, como de pausa bajo un árbol. Una calma, un no tan rápido. Un tiempo propio de –instaurado por- el proceso de pensamiento, un remanso de velocidades propias -medio riquelmeano- que resiste a la automática obviedad de las cosas.

Contra la hegemonía de la representación, contra la llanura crasa de la obviedad, el pensamiento no opone la solidez del saber. Pensar es resistir el binarismo automatizado que simplifica la percepción y narranción existencial. “No sé, pensemos”. Los saberes pueden ser recurso de un pensamiento. Pero el pensamiento tiene dimensión improvisacional inherente. El pensamiento jamás simplemente ya sabía. Nunca ya sabe sobre lo que se presenta -es el ejercicio de una intimidad con las cosas-.

Un radical ateísmo; pensar porque no hay Dios. Dios murió y es necesario pensar, nadie puede hacerlo por nosotros. Es indelegable el pensamiento.

Sin pensar, las condiciones resultan determinaciones. Hay unas condiciones y ellas determinan (lo que pasa, nos pasa, hacemos, etc); no hay más que las condiciones. Hay pensamiento allí donde alguien organiza un devenir divergente a la inercia dada de las condiciones. El pensamiento, así, indetermina las condiciones.

No simplemente la inteligencia. No pasa solo por deducir, calcular, dilucidar -aunque ponga esas operaciones en juego-, sino por vislumbrar líneas de posible devenir -del mundo y de la subjetividad-, que ya en su vislumbre producen su sentido. El pensamiento como actividad configurante. (La bastardilla es un modo visual, es decir propio de lo extenso, que interviene en la inscripción sensible -del sentido- en un registro no lógico). El pensamiento puede concebirse como función orgánica, algo que hace alguien, no solo un producto, no solo una cosa. Una intensidad, una experiencia, algo que hacemos y que al hacerlo nos pasa.

Cuando se piensa, se piensa más. Andar. Cada paso agranda la lucidez del devenir posible, cada paso entrevé otro paso; el pensamiento se embaraza a sí mismo, es abundante por naturaleza, precisamente en tanto que apertura. Resistente a la lógica de la escasez, se autoreproduce. De allí que se piensa tanto con otros, conversando: el pensamiento se multiplica. El conector sintáctico por excelencia del pensamiento es entonces: ante lo que alguien dice -ante lo que se presenta, en general- responder empezando con negatividades (“no, pero, objeto…”) es mucho menos fecundo que responder con “ah, entonces, o sea que”: proponer efectuaciones de sentido. Un arte en la conversación. Cuando hay pensamiento, uno más uno no es igual a dos. La conversación como arte y una bailada orfebrería al escribir.

Si viene el default, vida uruguaya: mate y charla con amigos es una de las ideas más potentes que escuché en los últimos tiempos”, dice, aunque lo cito de memoria y no literal, Nacho en Sucesos argentinos. Y de memoria también lo recuerdo diciendo que si uno es un boludo, por lo menos no ser siempre el mismo boludo. El pensamiento necesita tocar lo real, comportar movimientos, posicionamientos prácticos. Ideas con capacidad orgánica y experiencial.

Para una sociología de la voz // Horacio González

Estos escritos y trabajos que van a leerse fueron originados en un trámite normal en las universidades. Se trata del habitual trabajo de “pasantía” con el cual los alumnos coronan sus estudios, adscriptos a alguna institución social a partir de la cual elaboran reflexiones, sobre temas previamente definidos y posteriormente evaluados en un marco académico. Sería tan fácil como odioso criticar estos recursos de la vida universitaria, en momentos en que esta es cuestionada con toda clase de acciones tan infundadas como arbitrarias. Pero nada de esto obliga a descartar la reflexión –ni fácil ni adusta– sobre algunas dificultades de nuestros propios desempeños, que nosotros, y no otros, hemos creado.

Por eso no debería ser trabajoso este reconocimiento: las “pasantías” forman parte de una antigua visión idílica que tiene la universidad respecto del mundo práctico, al mundo de la vida o a “realidad social” globalmente considerada. Se piensa que los alumnos adquieren una “mayoría de edad” que los habilita para enfrentar el rostro efectivo de la sociedad, luego de haberse munido de un conjunto de conocimientos durante su paso por los claustros, tránsito concebido como paréntesis almibarado, momento de espera, de preparación y de ansioso reinado de las teorías. Es evidente que las condiciones de la universidad y de la vida social argentina en todos los órdenes, desautorizan cualquier optimismo respecto a este pasaje entre distintos momentos, como son los de la “formación” y de la “profesión”. Ni la universidad alberga hoy ningún proyecto formativo realmente imaginativo, ni los campos profesionales o la “vida práctica” compuesta por las instituciones políticas del país, están en condiciones de aceptar un trabajo universitario que fuese realmente crítico e inquietante. La universidad tiene actualmente la misma chatura y aplacamiento que la vida cultural del país en su conjunto.

En este marco de estrechamiento de las oportunidades profesionales, la universidad no solo omite responder acentuando lo que debería ser su natural proclividad a la crítica, a la invención política y al desafío metodológico, sino que se convierte en una suerte de cliente plañidero de los organismos públicos o privados que controlan mercados profesionales, postulando incluso “ofrecerle servicios”. El propio movimiento estudiantil, en todas sus versiones ideológicas, llega a su punto ciego cuando se plantea la cuestión laboral, quedando allí exhausto, sin destellos creativos. Nadie parece atreverse a criticar las condiciones intelectuales en que se concibe el “mercado laboral” sin antes aparecer situado en un correcto plano gremialístico, como gestor de opciones para la mítica “salida laboral” o el contacto con “la realidad”. Desde luego, no se trata de considerar la universidad como sede privilegiada de una crítica a los poderes institucionales reales, pues de algún modo forma parte de eso mismo, de lo que le sería imposible sustraerse. Se trata de pensar el medio profesional (digamos: tanto la ciencia como la política en cuanto vocación) al mismo tiempo que se replantean las condiciones prácticas de cada una de las actividades que forman parte del cuadro de intereses intelectuales de la universidad cuando los estudiantes dicen que “no hay práctica” en las universidades, proceden como si alguien –dueño de las llaves del templo laboral– actuara como conspirador contra nuevas incorporaciones jóvenes al mercado. Pero en la universidad no hay práctica porque tampoco hay un examen serio de las raíces intelectuales y de los dilemas teóricos fundamentales del actual vínculo universidad-sociedad. La universidad argentina no solo es hoy una universidad sin presupuesto (situación contra la cual hay que seguir luchando) sino que es también una universidad sin presupuestos teóricos, pedagógicos o intelectuales. Y más serio aún, se perciben en ella graves síntomas de abandono de la vida intelectual. La fácil aceptación de que la universidad debe dar “canales terminales de empleo” u otras terminologías de ese tipo (las que incluyen un problema real, pero tratado deficientemente) tuvo menos consecuencias en la deseable solución de los problemas del empleo de los estudiantes y graduados jóvenes, que en un desprecio –no siempre disimulado– por la propia vida intelectual. Cualquiera que tenga contacto con la universidad lo sabe: hay en ella más desconfianza hacia la vida intelectual que lo que podría percibirse en otras organizaciones no universitarias. ¿Es este el síntoma de un proceso más largo, en cuyos comienzos estaríamos, de decadencia de la universidad, en última instancia sustituida por otras modalidades educativas provistas por la actividad económica general?

Si así fuera, debemos luchar para revertirlo. Funcionarios, profesores y alumnos tienen esa oscura conciencia de decadencia, tratada hasta el momento a través de fáciles y deficientes remedios, en su mayoría oportunistas, que van desde las ideas de arancelar los estudios superiores públicos, hasta la de provocar en ellos una mayor injerencia de las estructuras económicas reclutadoras de empleo. Un diputado nacional presentó en años recientes, un proyecto de convertir la universidad en “consultoría”, que tuvo buena aceptación en todas las capas partidarias del país. Estas capas son provenientes de la universidad y en general asocian el papel de la misma al ejemplo que tienen a la vista: ellos mismos como políticos, aliados momentáneos de la fortuna. Miles de estudiantes cuyo modelo profesional o político puede ser una diputación o una gerencia, conciben la universidad bajo el modelo ya pulverizado del “ascenso social” y del “contacto con la realidad”. Se desprecia de este modo la real posibilidad que puede tener la universidad, partiendo de su actual crisis económica, profesional y teórica, para provocar una sustancial transformación intelectual en la red de prácticas profesionales del país. En vez del adaptacionismo, un auto-examen de las posibilidad de transformación de las instituciones asociadas a emblemas de saber. Esto último no solo no apartaría a las personas de una vida profesional plena, sino que sería la verdadera vía para provocarla.

Pero este último camino sería el de una profunda reforma intelectual en la universidad. Quizás, un reformismo que tome lo mejor del espíritu crítico de los momentos inaugurales del movimiento que en la Argentina lleva este nombre, de vasta repercusión continental, popular y democrática.

En la actualidad, la universidad no es la sede de ningún proyecto, corriente de ideas o convocatoria crítica, que la reponga en la escena política como autora de conocimientos capaces de revelar la trama del presente y de declararla al mismo tiempo insuficiente para la vida. En efecto, ningún presente alcanza para formular horizontes vitales. Pero ningún proyecto crítico debe dejar que le expropien sus lazos con el presente. La universidad actual, en nuestro país, ni pertenece cabalmente a la crítica del presente, ni está efectivamente entrelazada con él. Simplemente no encuentra la punta del ovillo, desmantelándose lentamente entre la indiferencia de las autoridades del ramo y planteos políticos, puertas adentro, que en general dependen de una anacrónica autoimagen de la universidad en la sociedad. De más está decir que la universidad, en sus sectores más vivos y conscientes, debe seguir protagonizando sus justas demandas por la remuneración docente, por las condiciones de estudio y por un marco global presupuestario digno. Pero nada impide que –al contrario, todo obliga– que esas luchas se hagan junto a un profunda revisión de hábitos intelectuales, lenguajes y prácticas políticas internas. Asístase a una asamblea universitaria: en ella se percibirá una incómoda réplica de los ya desnutridos debates en los organismos parlamentarios del país. Es lógico, pues la administración universitaria se ha convertido en una instancia muy homogéneamente situada respecto al horizonte mental que nutre a la clase política argentina. El hecho de que los organismos de cogobierno universitario sean esenciales para la democracia –tanto en la universidad como en el país– no debe llevar a desconsiderar estas observaciones críticas: la universidad debe disputar con el modelo (o el estilo) político reinante en el país, no reproducirlo. El papel de la universidad no es formar diputados. Ni siquiera es, prioritariamente, el de formar médicos o sociólogos. El papel de la universidad es el de crear lazos políticos nuevos, que tengan resultados pedagógicos y discursivos originales. Es un papel, entonces, político. Y es cuando cobra conciencia de su papel primordial en la recreación de los modos en que se ejerce la política en la sociedad, que su proyecto de formación de médicos o sociólogos cobrará verdadera significación profesional.

En un país precisado de una reformulación general de sus expresiones políticas y del estilo con que ella se realiza, la universidad puede cumplir el rol de interferir con la reproducción simple de esos hábitos políticos basados en categorías de prestigios, antes que en la crítica y la autorreflexión. En cambio, lo que ahora existe es un modelo formativo que en poco se aparta de los condicionamientos políticos y económicos existentes. Como resultado de ello, el movimiento estudiantil y los grupos profesorales se convierten involuntariamente, en deficientes instancias burocráticas de reclutamiento profesional, “filtros” políticos mediante. En 1918, el reformismo pensó que una sociedad podía tener la imagen que le diera una previa reformulación de la vida universitaria. Luego, considerando que esto era un exceso “elitista” o “culturalista”, se pasó al otro extremo.

Y así, el reformismo argentino, ya en la década de 1930, había incorporado la consigna que hoy abona el sentido común de profesores, estudiantes y graduados de las más diversas corrientes ideológicas: solo habrá vida plena, tanto política como profesional en la universidad, si previamente se realizan reformas sociales para las cuales la universidad debe contribuir en su dimensión militante. Curiosamente, ambas posiciones fueron avaladas por Deodora Roca, quien así representaba las dos puntas en las que se debatía la política universitaria. Hoy, está a la vista que está totalmente descuajeringado el modelo de “universidad del pueblo”, así como parece absolutamente deslucido el neo-marcusismo que cree que la universidad iniciaría ella misma una ramificada renovación social. En el primer caso, porque más allá de las vicisitudes dramáticas que han tenido entre nosotros las ideas de transformación social, no puede pensarse seriamente en un a priori sociopolítico para juzgar la vida universitaria. Semejantes pero inversas razones obligan a descartar el a priori universitario: en ambos casos se desatiende la trama de relaciones, la “conjuntivitis” indivisible que caracteriza los lazos entre el conocimiento universitario y el conocimiento social. A lo sumo, puede criticarse el desarrollismo rústico en el que ha desembocado el reformismo universitario con su énfasis en la “integración social” como la banalidad elitista que resume la posición contraria. De todos modos, tampoco es satisfactoria la posición de “equilibrio”, propia de los actuales administradores universitarios, que al considerar la universidad una institución política más, en el cuadro de los servicios públicos, no solo no están a la altura de una reflexión más aguda sobre el momento sombrío que estamos atravesando, sino que se privan de presentar creativamente el síntoma iniciador.

En efecto, a ese síntoma iniciador es posible pensarlo, según los casos: ya sea como un rol iniciador de la propia universidad en relación a áreas de la sociedad donde pueda y deba influir decisivamente: ya sea un rol iniciador de grupos sociales y políticos cuyos proyectos transformadores puedan influir beneficiosamente sobre el actual impasse intelectual de la universidad.

En uno u otro caso, lo que aquí está en discusión es el lugar que en la sociedad argentina tiene el compromiso intelectual. Es sabido que esta palabra no tiene un destino de premios y aprecios en la vida política nacional. Un poco porque los grupos detentadores de los blasones culturales no exhiben una historia política de mayores sensibilidades respecto a las formas colectivas de vida; otro poco porque la política argentina, en sus partidos mayoritarios, ha consagrado estilos en los que las influencias intelectuales (que son nutridas y heterogéneas) son aceptadas bajo su forma doctrinal diluida, a fin de que se pueda mantener un “resorte de desconfianza siempre preparada” hacia los grupos o personas que esgrimen una identidad intelectual explícita. Estas paradojas, propias de cualquier país, tienen aquí notable persistencia y ardor. Por eso esta cuestión está lejos de ser un tranquilo espacio político en nuestro medio, y quizás en ningún lado lo sea. Muchas son las razones por las cuales todo drama social se elabora alrededor de una cuestión mal asumida de conocimiento. No es el caso rastrear aquí los contornos de esta “cuestión mal asumida” tal como se dio o se da en el país.

En principio, lo que nos interesa es observar un importante fenómeno: la vida política argentina acabó aceptando un tipo de intelectual fácilmente inteligible, cuyo lenguaje tiene una real cercanía al lenguaje articulador del político. Por esa vía, la mancomunión lingüística y teórica entre políticos e intelectuales forjó una división de trabajo apenas “mancillada” por declaraciones aquí y allá: algún político que se “disculpa” por “no manejar” el aparato conceptual profesional de los intelectuales “orgánicos”, o algún intelectual que se disculpa por mantenerse en el nivel presumiblemente “abstracto” de un tema que en manos de algún político cobraría vibraciones prácticas ostensibles. Nada del otro mundo.

De este modo, ya no hay un “antiintelectualismo” rechinante en la política argentina, gracias a que la vida intelectual se “politizó” en el sentido en que muchos políticos “anti-intelectuales” deseaban. Lo que se puede apreciar, en cambio, como reacción hacia este neo-intelectualismo politizado (de tono y destino partidarios, en el sentido de los partidos tradicionales argentinos), es un estilo intelectual cuyas fuentes de inspiración se encontrarían en las lecturas vinculadas a las “filosofías del texto” o a las “literaturas del éxtasis”. En este caso, la condición intelectual aparece sometida a la crítica de la “vida”, de la “experiencia salvaje”, del “sentido primario de las cosas” o algún otro aspecto irreductible de ese orden. El trabajo sobre la cultura cotidiana en Puerto Gral. San Martín que aquí publicamos comparte algunas características de lo que podría ser una reacción contra un modo cristalizado de la vida intelectual.

Así, sus autores quedan en situación de buscar otras alternativas para presentar las evidencias de que hay “vidas secas” cuyo hablar fundamental es fatalmente disipado por el conocimiento erudito cuando debe hacerse cargo de él. El habla de los “golpeados” –de los socialmente rebajados– es algo que podemos ver en todos lados, pero que no está en ninguna parte. Cuando la queremos tomar con categorías teóricas –o similares– escapa. Cuando la reconocemos en la atmósfera diaria de la política o las comunicaciones de masas, también escapa. Muestra así que por un lado no la comprenden, y que, por otro, la comprenden demasiado. De las dos formas quedamos en incómoda situación. Algún apresurado diría que entre el desprecio ilustrado y el populismo aguerrido. Pero no conviene ir tan rápido ni ir hacia allí. En realidad, parece mejor preguntarnos si podemos resumir todos estos clásicos dilemas en la idea de que la única opción reside en escuchar.

Los autores del trabajo así lo sugieren. ¿En este caso debe entenderse que después de haber hecho su pregunta los autores de la interrogación deben replegarse a un altar de silencio frente a la respuesta obtenida? La voz cruda sale a luz e impondría por sí misma un sentido. Ese sentido ya se lo habría inscripto la sociedad. Cada voz escuchada es un cuerpo social que habla “en ausencia”. Pero de esa ausencia, plena de significados, es lo que precisamente trataría una “sociología de la voz”. La voz escuchada es la sociedad formulada.

La perspectiva es inquietante y para servir mayores frutos a la mesa del sociólogo mal alimentado, debería intentar un mayor esclarecimiento sobre lo que entendemos por “voz”. Por suerte, no es este el lugar para cometer tales claridades. Pero no se puede dejar de notar que al decir voz invocamos tanto a un mundo de palabras socialmente significantes como a un conjunto de usos fonéticos que remiten a la materialidad física de los diálogos, a la atadura básica entre personas empeñadas en comunicarse en la práctica material de una lengua.

De todos modos, para que la voz sea un mundo social (en su doble aspecto de sonido y de sentido) es necesario desprenderse de las usuales correlaciones sociológicas entre verbalización y lugar social, entre “imaginario” y “ser social”. Así, no se trataría, según la notoria tradición sociológica, de obtener datos pertinentes sobre un momento de la relación entre prácticas grupales y estructuras sociales, entre alteraciones biográficas colectivas y crisis económicas globales, sino de llegar a un punto donde las biografías se doblan hacia un yo interno masacrado, desverbalizado, brutalmente despojado de discursividad.

¿Pero acaso toda voz no supone una identidad y por lo tanto, algún grado de resistencia a la expropiación cultural? Incluso la utilización metafórica de voz (es decir, presencia de un sujeto con discurso sobre la historia) ayuda quizá de una manera demasiado fácil para sacarnos de encima el dilema: ¿una voz permite deducir una realidad histórica o colectiva?

En efecto, podría pensarse que a partir de una voz puede deducirse un cuerpo, un estado social, un conjunto de lazos históricos. Si esto fuera posible, esa voz, no la voz grabada magnetofónicamente, de la cual es posible siempre extraer formas sociales por su léxico, su tono, su inflexión, etc., sería una voz que solo habría que reproducir en su fidelidad literal tal como la ha obtenido el entrevistador. Esto genera toda clase de problemas, el menor de los cuales no es la auto-omisión del entrevistador por decisión propia, privando así a esa voz de su esencia dialogal, del hecho de que nació ya convocada y no estaba eternamente allí. La “sociología de la voz” debe resolver ese problema: si en la voz obtenida hay una trama social deducible o inferible por el lector, y si en ese tramo no debe pesar la previa certeza de que hubo alguien que preguntó.

Los autores de este trabajo creen que lo mejor es escuchar y esta ética del receptor no introduce a infinidad de problemas. El sentimiento abismal de las vidas cuya ajenidad a la política es patética, pero al mismo tiempo son “vidas-voces” en las que se guardan todas las evidencias de que un poder ha actuado sobre ellas… bueno, esto es lo que parece desprenderse de la insinuada “sociología de la voz”. ¿Poca cosa, cosas obvias?

La voz está en el lugar de una literatura íntima, breve, desechable, “choca” con las corrientes sociales de sentido. Esa “voz” tanto puede ser la del último pescador isleño como la del poeta surrealista urbano, pero lo esencial aquí es si podemos sorprender esa voz en un previo momento físico, de comunicación sin escrituras, sin literaturas, sin discurso letrificado. Sin ir más lejos, esa es la enorme cuestión que se propone Lévi-Strauss en Tristes trópicos, y que no pocos problemas le trajera: si la escritura no es una competidora inauténtica respecto a los lazos de comunicación oral del mundo habitual, vivido. Semejantes problemas se pueden apreciar en recordables trabajos sobre la “voz” originados en la vida intelectual argentina, de los cuales, solo a título de engolosinarnos con la distancia que guardan entre sí, mencionaremos el escrito de Oscar Masotta denominado Roberto Arlt y yo y El género gauchesco de Josefina Ludmer.

Tomar así la voz (como “superior” o como “enemiga derrotada” de la escritura) no deja de ser un remedio apasionante ante la imposibilidad de resolver un problema como este: ¿las voces que parecen escapar del poder por el solo hecho de que al hablar puede evitarse el registro escrito, no tienen de antemano una talladura interna donde los poderes “escritos” han hecho su consabido trabajo? Este problema, no hace perder el interés por el acto de mostrar voces crudas, no elaboradas, en estado práctico. El interés se acrecienta, pues basta con formular la presencia de la voz escuchada para saber que caemos en un mundo inevitable, construido por lenguajes que siempre estuvieron allí. El último lamento verbal de un excluido siempre luchará entre su autenticidad presente y su condición de gemido ancestral, millones de veces proferido. Por eso, decir lo que ya está escrito como si se lo pusiera por primera vez “en el éter”, es la profunda gracia que tiene este juego de partir de las voces para encontrar un conjunto histórico “mayor”. Las cuestiones aquí presentes van desde la deliberada desaparición de una “contención crítica” de la voz, hasta la presentación de un texto paralelo, de los autores del trabajo, en el que abundan otras voces teóricas. En todo caso, el interés que se abre aquí es el de cómo una voz queda siempre no situada respecto a las otras. El hiato es insalvable. Eso revelaría la propia situación de la universidad frente a la vida popular. ¿Pero no abriría también las puertas de un cierto renunciamiento a la constitución teórico-crítica de los problemas que las voces enuncian? Este renunciamiento no sería aconsejable, desde luego. Pero tampoco hay porqué rechazar el enorme ejercicio que aquí se propone, de ofrecerle cuerpos imaginarios a las voces que se instauran despojadas de vínculos sociales. El esfuerzo, en este caso, sería semejante al que proponen los programas radiofónicos que identifican a los oyentes que llaman telefónicamente, por su nombre, edad, barrio y a veces por algún otro signo de identidad inmediata y arquetípica, como el equipo de fútbol de sus amores. Cuando escuchamos a “Luisa de Palermo” o a “Juan de Echesortu”, se está realizando un trabajo de incorporación de la voz en un mundo social, que flaquea precisamente por el hecho de aparecer ya lleno, macizo, ideal. Se trataría, en esta probable sociología de la voz, de hacer lo contrario sin dejar de encontrarnos con Luisa de Palermo. No es posible destruir un estereotipo (“Doña Rosa”) sin antes pasar por el ejercicio de pensar como se adecúa una voz a un concepto. Hacer asociaciones fijas entre ambos lleva a un marketing despótico y a un uso direccional de los medios de comunicación. Por el contrario, si rechazáramos las asociaciones fijas, la voz aparecerá como una “aguja loca” buscando alternativos lugares en un cuadrante que también cambia siempre de significación social. Entonces tendríamos allí un apreciable resultado. Las voces seguirán conservando su frescura, su dramatismo, su incandescente ingenuidad y al mismo tiempo, serán voces siempre aptas para las que el mundo social las momifique. Toda voz es utopía y toda voz es el triunfo final de una disciplina social.

El público puede ser representado por una voz. Pero la sociedad, que no es etérea, es más difícil que lo sea. Por eso, una voz no puede ser un modo de representación social. Este trabajo deja planteado el tema. ¿Cómo poner voces por escrito y decir simultáneamente que ellas son hostiles a una interpretación que disuelva su inflexión más íntima? ¿Cómo resignar la interpretación generalizadora si cada voz la está pidiendo por naturaleza propia? ¿O acaso el atractivo de este trabajo no está en decir sin decir que cada voz ya viene “trabajada” por el medio infinito? Borges, el Borges que más que oral es el Borges fatal, decía (o escribía) que quien tiene una voz tiene un destino. Ningún sociolingüista contemporáneo estaría satisfecho con esta frase (que citamos de memoria, no es exactamente así), pero ninguno dejaría de reconocerle pertinencia. A lo sumo, corregiría: todo lenguaje es un mundo social. Y después quizá habría que agregar. En ese mundo social donde se pierden las voces, donde ellas pierden su consistencia, identidad y perfil. Y en ese perderse cumplirían su destino.

* Publicado como “A modo de prólogo. Para una sociología de la voz”, en Cuadernos de la Comuna N° 26, Comuna de Puerto General San Martín, Santa Fe, julio de 1990.

 

Un linchamiento feminista da la puntilla a la nueva política // Colectivo Cantoneras

En el camino de la nueva política se cruzó la irrupción del ciclo feminista, lo que provocó un intento de apropiación institucional de todo ese capital político. Este sirvió tanto para posicionarse dentro del parlamento como el azote de la derecha, como para gobernar en nombre del movimiento feminista, o incluso para las peleas internas por posiciones en listas: no me quieren porque soy demasiado feminista –decía Irene Montero–. Hoy el bumerán golpea en la nuca a Sumar/Más Madrid pero en realidad es la puntilla de todo el espacio del cambio. Abandonados quedan los problemas reales que el feminismo combate: la violencia, pero también la división sexual del trabajo –las posiciones subordinadas en lo laboral de los sectores más precarios y feminizados– y su relación con las tareas de reproducción social. Digamos que el número de veces que el feminismo ha estado en la boca de los y las nuevas políticas no ha estado a la altura de los logros obtenidos, sobre todo desde la óptica de un feminismo de transformación que tenga en cuenta la cuestión de clase.

La política profesional puede ser mas destructiva que el fentanilo

Las peleas internas brutales y despiadadas eran cotidianas y estaban naturalizadas en esa nueva izquierda, “una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros”, decía eufemísticamente Errejón. Cuando el poder se acumula en determinadas personas, que acaban endiosadas por la exposición mediática y las atenciones que las fama les procura –fama que garantiza el poder en estas organizaciones débiles– es difícil que no se genere despotismo, maltrato, y abusos de todo tipo. Esto ha estado muy presente en la cultura de guerra que se instituyó en Podemos cuando, en vez de optar por la democracia interna y la pluralidad, se eligió un modelo vertical que ha llevado a la centrifugación y liquidación de todo el espacio político. Estas organizaciones no tenían forma de generar contrapesos internos al poder de determinadas personas, ninguna, mucho menos de vigilar los comportamientos personales de sus miembros –si es que eso fuese deseable–. El autoritarismo se construye sobre las estructuras de dominación previas –como el sexismo– y las refuerza. Ahí donde confluye este poder personalista –con su propia érotica que hay que destruir– con las relaciones sexuales o afectivas, es fácil que se siga la propia lógica de yo primero o yo a pesar del resto, y se generen relaciones de mierda y abusos de todo tipo. La declinación de género de la falta de democracia y la autoridad sin límites es una subjetividad sexual del dominio. Así, la política profesional puede ser mas destructiva que el fentanilo; las adicciones de Errejón pueden resumirse en una: la adicción al poder –y no ha sido el único del espacio del cambio–.

Si el escenario era el de una guerra de todos contra todos con un alto grado de violencia interna –donde también participaron las mujeres por cierto–, y que dejó a mucha gente emocionalmente devastada, al gran mundo de ahí afuera no pareció importarle nunca, salvo cuando intervino la cuestión sexual. Siempre la cuestión sexual, ya sea en denuncias por explotación laboral, o en las de infiltrados policiales, a los medios –y al feminismo mainstream– parece que solo importa –o importa más– lo que toca el sexo. El resto de violencias quedan opacadas, relativizadas u olvidadas en un cajón. Aunque también hay que notar aquí, como señalan las compañeras antirracistas, una preocupación selectiva que convierte en casos hipermediáticos únicamente aquellos que afectan a determinadas mujeres blancas y de clase media. Los abusos de las temporeras del campo, en la frontera o en los Cíes o los que sufren las trabajadoras sexuales a penas ocupan algunas líneas en las crónicas de sucesos.

¿Qué hay de emancipador o transformador en el miedo?

Asistimos pues al último capítulo de la liquidación de la izquierda del PSOE y ha venido en la forma de linchamiento colectivo utilizado como herramienta para la guerra interna. Las manías personales y las batallas políticas entre partidos de todo signo han confluido con un cierto feminismo castigador para linchar a Errejón convertido en monstruo, en epítome de todo lo que está mal en el orden de género. Las dinámicas de redes han contribuido a esta espiral donde abundan los golpes en el pecho, los heroicos desmarques y las exigencias bajo pena de excomunión de la izquierda de que todo el mundo se pronuncie y en un solo sentido: el de condenar al monstruo y a su organización y que esto se haga inmediatamente ya y sin posibilidad de reflexión. Otras opiniones no son posibles, las personas que piensan diferente no se atreven a hablar, el debate o incluso la duda están cerrados por miedo a ser la/el siguiente en ser linchado. ¿Qué hay de emancipador o transformador en el miedo? Un feminismo que se presenta estos días mediante un fuego redentor, posiblemente aleje a muchos y muchas, en vez de convencerles de que nuestro proyecto trae un mundo más generoso y amable para todos. La extrema derecha se frota las manos cuando el feminismo se viste de guerra de sexos con sus “todos son violadores” porque esta es la representación que más le conviene.

A pesar el pacto forzado de silencio, existen múltiples interrogantes que han recorrido los grupos de mensajería privada o las conversaciones informales. ¿Sirven los linchamientos para mejorar la situación de las mujeres que sufren situaciones de violencia? ¿Ayuda este marco a avanzar en nuestra lucha contra estas? ¿De lo que se le acusa a Errejón hasta el momento son verdaderamente agresiones sexuales, y de qué tipo? ¿Y lo son todas os solo algunas? ¿Son punibles? ¿Qué sería hacer justicia aquí? Y sobre todo ¿qué sería hacer justicia feminista? ¿Es la denuncia anónima por redes o incluso en medios una vía adecuada? No tenemos todas las respuestas, pero lanzamos unas notas para el debate.

Las relaciones de mierda no son agresiones machistas

El último ciclo feminista quería alertar sobre la gravedad de las violencias, pero terminamos discutiendo sobre una ley –la del solo sí es sí– que supuestamente acabaría con ellas por la vía del código penal. Los debates de estos años, que podrían haber sido imprescindibles para avanzar en la comprensión y la lucha contra estas situaciones han tenido también algunos efectos contraproducentes que empezamos a comprender mejor a partir de este caso.

En la pasada legislatura se vio como una conquista que una misma palabra “agresión” condensase cualquier acto sexual sin consentimiento independientemente de su gravedad o contexto donde se produjese –ya sea el beso de Rubiales a una violación múltiple–. Hoy constatamos que esa indefinición contribuye a la capacidad expansiva de ese concepto. Estos días asistimos a una mezcla de posibles imputaciones de delitos, comportamientos poco éticos y opciones sexuales que se condenan moralmente, todo junto y revuelto en una narrativa acusatoria donde es muy difícil deslindar las distintas cuestiones. No, no todo es lo mismo ni exige las mismas respuestas.

Usar esos marcos de deseabilidad para establecer juicios, escudriñar vidas sexuales y comportamientos, señalar y condenar a los culpables es contraproducente

Por ejemplo, podemos reflexionar sobre cómo nos gustaría que fuesen nuestras relaciones personales libres ya de todo poder y dominio –para eso las mujeres también tendríamos que responsabilizarnos, no somos víctimas indefensas en toda relación como parece apuntarse estos días–. Pero usar esos marcos de deseabilidad para establecer juicios, escudriñar vidas sexuales y comportamientos, señalar y condenar a los culpables es contraproducente para un feminismo que parece deslizarse por el marco del autoritarismo, la moralización y el control de las costumbres como una suerte de vuelta al feminismo burgués de las prohibiciones del alcohol. Recordemos también que los más poderosos, los que tienen poder de verdad no necesitan la legitimidad de la pureza moral, a la derecha le afectan poco estas cuestiones. Este es un juego donde solo pelean las izquierdas institucionales contra sí mismas.

Desde luego todos los comportamientos que nos parecen chungos no implican necesariamente violencia machista. Precisamente, esta en general está definida por relaciones que cuesta dejar, donde el agresor manipula, persigue y usa la violencia para dominarnos y controlarnos. ¿Es equiparable algo así con que dejen de escribirnos o no nos quieran ver más, con que solo quieran sexo como parece insinuarse estos días? ¿A qué no sean románticos en una relación o el sexo sea “demasiado duro”? Si todo es lo mismo, primero se banalizan violencias muy graves que están sucediendo –por ejemplo, los Cie y las PAH están llenas de mujeres que han sufrido estas violencias–, y después, perdemos el foco de cómo enfrentarnos a ellas porque todo parece ser lo mismo.

Los contornos de las agresiones se difuminan así peligrosamente. Parece que se condena el sexo ocasional o no romántico si no hay un compromiso de la otra persona que cumpla nuestras expectativas, como recuperado la vieja idea de que nuestra “flor” ha de ser recompensada con este compromiso, mientras se cuestiona el sexo no normativo. Las prácticas sexuales tienen que ser consentidas siempre pero no hay un sexo feminista, no hay uno más aceptable que otro. ¿Acaso a las mujeres no nos gusta ese tipo de sexo? ¿A ninguna? ¿Todas queremos lo mismo y vivimos la sexualidad de la misma manera? El sueño de los fundamentalistas sobre el control de las costumbres aparece aquí por un lado no previsto.

La pesadilla de estos días es que el giro reaccionario sobre la sexualidad, su resacralización, venga de la mano del feminismo

La pesadilla de estos días es que el giro reaccionario sobre la sexualidad, su resacralización, venga de la mano del feminismo. La pregunta central debería ser en todo caso por la posibilidad de negarse, si esta existe, todo lo demás: cómo folla cada quién o si se mete rayas y dónde, no debería importarnos ni debería ser un argumento usado contra nadie. El feminismo no va de moral, ni pretende remoralizar a la sociedad –o no debería–, va de aumentar la autonomía de las mujeres de empoderarnos. ¿Situarnos como víctimas en todos estos casos la aumenta o nos fragiliza más? ¿Incrementa nuestra capacidad de actuación, nuestro poder social?

Porque hemos pasado de una necesaria lucha para no culpabilizar a las personas agredidas a un momento donde aparecemos representadas como sujetos pasivos con nula capacidad de decir lo que queremos o lo que no queremos. Si a veces hay situaciones donde esto puede ser efectivamente así, desde luego no puede generalizar al papel de las mujeres en la sexualidad y en todas las relaciones descritas. Es justo contra lo que llevamos décadas luchando. Si no hay coacción física, no hay una dependencia económica o de otros tipos, o amenazas podemos y debemos decir que no. Tenemos capacidad, o tenemos que buscarla colectivamente. Pero hemos llegado a un punto que el feminismo parece afirmar lo contrario. Solo sí es sí no implica que no podamos decir que no, o no debería.

Las jóvenes que están descubriendo la sexualidad no pueden recibir el mensaje de que un mal polvo, poco cuidadoso o insatisfactorio, o una relación de mierda es violencia

Las jóvenes que están descubriendo la sexualidad no pueden recibir el mensaje de que un mal polvo, poco cuidadoso o insatisfactorio, o una relación de mierda es violencia porque eso nos convertiría a todas en víctimas en buena parte de nuestras relaciones y en muchísimas de nuestras interacciones. ¿Eso a donde nos lleva? ¿Qué podemos hacer desde esa posición en nuestra vida cotidiana? ¿Y nosotras nunca participamos en las dinámicas tóxicas de las relaciones, nunca ejercemos nuestro poder en ellas de forma indebida?

Es imprescindible volver a reafirmar nuestro papel activo en todo momento y lugar. Tenemos que hablar más de autodefensa feminista, de fuerza y de capacidad y menos de meter a las mujeres en una urna. Reafirmar nuestra capacidad de acción y nuestra responsabilidad no es culpabilizar a la víctima, es volvernos a dotar de posibilidades de actuación –generarlas de nuevo en el imaginario feminista– y mejor si estas son, además, colectivas.

El circo mediático y la política de las redes

Con el linchamiento de estos días estamos celebrando la transformación del feminismo de un movimiento colectivo en una catarsis de denuncias individuales y anónimas en redes sociales. Quizás, además de la puntilla definitiva para la nueva política, este acontecimiento marque también el declive de la potencia del movimiento feminista convertido en un proyecto de reforma moral.

¿Qué pasa con estas mujeres cuando sus casos son descuartizados por la prensa?

Sobre la anonimato hubo un cierto debate en el pasado ciclo del Me too y por lo menos, merece una reflexión sobre sus peligros, porque si algunas mujeres lo usan para denunciar cuando no encuentran otra vía, esta se presta a todo tipo de instrumentalizaciones que pueden volverse contra nosotras. Como señala Josefina Martínez, en redes como X el algoritmo está al servicio del proyecto político de la extrema derecha que utiliza bulos y campañas falsas para atacar a sus enemigos. ¿Qué peligros estamos abonando si reafirmamos este método de denuncia y el escrache en redes sin problematizarlo? ¿Sirve esta herramienta para todo y siempre para las mujeres cuyos agresores no sean famosos? ¿Qué pasa con estas mujeres cuando sus casos son descuartizados por la prensa, en este caso, incluso la más progresista? Hace años que, en todos los manuales periodísticos sobre el tratamiento de la violencia machista, se explica que hay que huir de las descripciones escabrosas, del sensacionalismo y de la conversión de la información en espectáculo. No es, desde luego, lo que ha sucedido estos días con la exposición de cada detalle en relatos morbosos para que todos los ciudadanos se conviertan en juez de cada una de las historias y de sus ínfimos detalles. ¿Cómo va a dejar esta pornografía emocional a las mujeres que denuncian después de que pase el calentón?

Por otra parte, la denuncia individual en redes donde cada una actúa por su cuenta no puede ser una apuesta consistente para luchar contra la violencia o el sexismo y puede dar lugar a injusticias que se vuelvan contra nosotras. El circo gestual tuitero hace tiempo que se ha convertido en simulacro de una política real muerta con el ciclo, la que ha quedado tras la hecatombe de la nueva política. No es anecdótico que su puntilla la haya puesto un linchamiento en redes. Y para las que piden más denuncias penales, como la ministra de Igualdad, solo recordar que la justicia casi nunca está de nuestra parte, que no se pueden demostrar todas las violencias que sufrimos, y que muchas no encajan en la lógica de un juicio o incluso son causadas por el propio sistema policial y penal –los desahucios, la que persigue y encierra a migrantes y trabajadoras sexuales y la que condena a feministas por luchar–.

Deberíamos luchar para que las herramientas para denunciar la violencia machista sean siempre, en la medida de lo posible, colectivas

Deberíamos luchar para que las herramientas para denunciar la violencia machista sean siempre, en la medida de lo posible, colectivas. También tenemos que retomar el camino de la movilización y la organización por abajo tanto para darle un nuevo impulso a un feminismo de transformación –que debería estar apegado a la vida de las mujeres que están más abajo–, como para abrir una verdadera batalla que recupere la iniciativa política en la calle superando por fin el desierto que ha dejado el fin de ciclo, la institucionalización del 15M, del movimiento feminista y sus fracasos. Contra los hombres poderosos y sus mierdas y abusos, pero también contra todo poder que hace posibles hoy las agresiones: papeles, derechos laborales y luchas colectivas para todos y todas.

 

 

Almudena Sánchez, Beatriz García, Marisa Pérez, Fernanda Rodríguez, Nerea Fillat y Nuria Alabao

Fuente: Zona de Estrategia

Piglia con Tarcus // Mariano Pacheco

 

 

Por Mariano Pacheco



La cultura de la izquierda argentina revisitada. En diálogo con Horacio Tarcus, Ricardo Piglia revela incluso cuestiones no abordadas o apenas mencionadas en sus propios diarios. 



Después de haber leído los tres tomos de Los diarios de Emilio Renzi (y antes Critica y ficción), y luego de haber visto/ escuchado todas las entrevistas que andan dando vueltas por internet, creí que ya nada nuevo podía aparecer del mundo pigliano, pero leyendo Ricardo Piglia. Introducción general a la crítica de sí mismo (las “Conversaciones con Horacio Tarcus” publicadas este año por Siglo XXI editores), me doy cuenta que estaba equivocado: allí, por habilidad del entrevistador, aparecen dimensiones que en Los Diarios no se abordan o son mencionadas apenas al pasar. 



Cultura de izquierda

 

Este libro se demuestra como una revelación, sobre todo respecto de las revistas, las discusiones políticas y la cultura de izquierda de la que un jovencísimo Ricardo Piglia participó entre fines de los sesenta y fines de los setenta (fundamentalmente entre 1968 y 1975, es decir, en el período de ofensiva popular que en Argentina va del Cordobazo al Rodrigazo). Obviamente aparecen las experiencias emblemáticas de la Revista Los libros, primero, y luego la de Punto de vista, pero también la de las un poco menos conocidas Literatura y sociedad y Problemas del tercer mundo, pero sobre todo, otras perdidas publicaciones como los Cuadernos rojos, Desacuerdo o Revista de la liberación.

 

Algunas anécdotas resultan fascinantes: como las de un Piglia platense que da sus primeros pasos en la militancia de la mano del anarquismo y de colectivos políticos como el que finalmente termina rompiendo con el grupo Praxis de Silvio Frondizi en la ciudad de las diagonales (personaje al que Piglia dice haber visto y escuchado en las clases de Historia moderna que impartía en la Facultad de Derecho de la UNLP), o su confirmación de que participaba activamente en Los libros incluso desde mucho antes de que una nota apareciera publicada con su firma: “en el año 68 llega Toto Schmucler de París y me viene a ver para hacer Los libros. Con la idea de hacer acá La Quinzaine Litteráire, que es una revista que está saliendo en Francia… Yo empiezo desde el Nº 0 a hacer la revista con Toto, no quiero firmar porque me parece muy ecléctica y tengo la cabeza de izquierda. Y ahí me pagan un sueldo para trabajar con Toto, somos rentados él y yo”, comenta. Aunque seguramente el dato de color, como se dice, sea su viaje a China como miembro de Vanguardia Comunista (hasta aparece una foto suya junto a Zhang Chunquia, lugarteniente de Mao Tse Tung, integrante de la “Banda de los cuatro”, primer secretario del Comité Municipal del Partido Comunista Chino en Shangai) y, sobre todo, la revelación de que Punto de vista financió sus primeros números con dólares enviados por los chinos para contribuir a la causa maoísta en argentina. Son cuestiones que sitúan a un Piglia en el interior de una actividad político-cultural de izquierda de la sí habló a lo largo de su vida, pero de la que quizás nunca brindó tantos detalles como aquí.



Literatura, crítica y política

 

Desde joven, evidentemente, a Piglia le preocupó esa inquietud que lo acompañará toda su vida: cómo encontrar una dinámica que le permita al escritor, al intelectual argentino funcionar en su propio campo sin, a su vez, dejar de ser marxista. Obviamente, tras su alejamiento de la revista Punto de vista en 1983 (y tras su alejamiento del maoismo) Piglia dejará de aparecer como un escritor de izquierda vinculado a un determinado colectivo político o cultural, pero incluso sobre eso reflexiona en estas entrevistas, cuando le explica a Tarcus: “debo decir que esa ruptura para mí fue terrible, porque me quedé sólo… sin una red de amigos”. Es allí cuando comienza su “repliegue” hacia Estados Unidos: “para poder reflexionar fuera de la circulación inmediata”. Entonces, dice, tiene la posibilidad de retirarse para “mantener una autonomía en relación con el lugar donde yo siento que la inserción es más importante”. 

 

Quizás leyendo estas reflexiones podemos recuperar algo de aquello que Piglia sostiene haber visto en el anarquismo de sus años juveniles, que terminó siendo recuperado para su vida adulta, y es esa seducción por lo performativo. “Lo que impresiona de los anarquistas… es que viven su vida personal como si fuera un laboratorio de la sociedad a la que aspiran… me parece que los anarcos hacen de su vida personal el ejemplo político primero, como si fuera un modelo anticipado, personal, privado, de la sociedad que quieren construir”. Algo de eso aparece en la forma en que Piglia concibe también su propio trabajo conceptual y creativo con la literatura, en relación con la política: “siempre un problema teórico vinculado y después un trabajo sobre alguna cuestión de la tradición latinoamericana”, pero nunca desde una forma simplista. “Nunca hice lo que en ese momento se podía entender como realismo, nunca mezclé la literatura con la política. Me mantuve fiel a un tipo de literatura que era la que yo aspiraba”.

 

Es en esa búsqueda en la que Piglia encuentra una profunda soledad: “demasiado vanguardista” para sus viejos amigos de Contorno y del realismo de izquierdas (David Viñas, León Rozitchner, Andrés Rivera), de quienes lo distancia –dice– que se sostengan en una tradición sin vanguardia, en una negativa a incorporar nuevas lecturas, que los termina dejando en una posición de envejecimiento en la que se repiten. Pero también un distanciamiento de sus compañeros de ruta de generación, como Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, de quienes la política los alejó: primero –en 1975– en su “discusión maoísta” respecto del gobierno de Isabel Perón (el Partido Comunista Revolucionario al que pertenecía los dos primeros lo apoyó, mientras que Vanguardia Comunista –que Piglia integraba– lo denunció y enfrentó), luego –en 1984– cuando Punto de vista comienza a transformarse en una revista “producto de la política de Alfonsín”, cuando se sale “del mundo en el que se había formado” (la crítica cultural) y pasa a intervenir en debates públicos nacionales más inscriptos en la órbita de las ciencias políticas y la cultura deja de aparecer para ellos como una “alternativa” y se presenta como un “lugar de interlocución con el Estado”. 

 

Es que Piglia, durante toda su vida, entendió que una política cultural era una zona específica de la política, un tipo de politización que parte del debate sobre las tradiciones propias y desde allí entreteje un tipo, también específico, de intervención, desde la que se polemiza, se lucha. Quizás fiel a ese paradigma, como le comenta a Tarcus, buscó –sobre todo en los últimos años–, incluso con apariciones públicas –por ejemplo, en la televisión Pública– ejercitar un cierto repliegue, “irse de esa función que la cultura de masas le está pidiendo al intelectual”. 



*Texto publicado en La luna con gatillo

Apuntes sobre las elecciones uruguayas // Gabriel Delacoste

 

 

  1. Mirados superficialmente, los resultados de las elecciones de ayer en Uruguay son lo mismo que se viene repitiendo desde que empezó el siglo XXI: El FA por arriba de 40% peleando la mayoría parlamentaria, los blancos con algo menos del 30%, los colorados en el entorno de 15%. La famosa estabilidad del sistema político uruguayo se alza sólida como las columnas del Palacio Legislativo. Pero si miramos con atención, debajo de la calma de las aguas superficiales, corre un mar de fondo agitado, que va a ver emerger más temprano que tarde. A riesgo de usar demasiadas metáforas, estamos en la calma antes de la tormenta.

 

  1. Las últimas encuestas, la activación de la militancia y el tapizado de los balcones montevideanos con banderas de Otorgués crearon un clima triunfalista para el FA. Algunas encuestas le daban más de 45%, algunos dirigentes hablaban de una victoria segura y la mayoría parlamentaria estaba a la mano. Cuando las primeras proyecciones en la noche del domingo le dieron entre 42 y 44%, y pocas chances de mayoría parlamentaria, la noticia cayó como una piedra en el estómago. Sin embargo, si los resultados fueron peores de lo que daban a entender las encuestas y la manija, también fueron mejores que lo que da a entender la sensación de decepción de la noche del domingo. A la 1 de la mañana, se confirmó que el FA tendrá mayoría en la cámara de senadores, y 48 diputados (de 99), lo que constituye una bancada más que respetable.

 

  1. La coalición de derecha paga muy caro haber ido a las elecciones divida en cuatro partidos. Si hubieran ido unificados, hubieran tenido mayoría en las dos cámaras. Mirando hacia adelante, habrá un estímulo muy fuerte para la creación de un gran partido unificado de la derecha, lo que será un hito mayor en la historia uruguaya: los históricos partidos Blanco y Colorado, nacidos en el segundo tercio del siglo XIX, ya no competirían como tales.

 

  1. El punto anterior obliga a una reflexión sobre la tradición. Subsumidos blancos y colorados en un nuevo partido, el FA pasaría a ser el partido más viejo del país. Un partido, además, que se apoya fuertemente en la tradición, en los símbolos y en la reproducción intergeneracional para convocar a su base electoral. Tendremos, al contrario que en la segunda mitad del siglo XX, una derecha ideológica y una izquierda tradicional. El enorme acto final del FA muestra que la tradición frenteamplista está más viva que nunca. Pero no es evidente que su aparato militante, su claridad de rumbo, y su capacidad de producir cuadros políticos y de gestión también lo estén. Será importante meditar sobre cómo cultivar esta tradición sin sobre-explotarla. La muerte del batllismo debería servir de advertencia de que las tradiciones son longevas y poderosas, pero no soportan cualquier cosa.

 

  1. Las grandes novedades de la noche fueron la votación malísima de Cabildo Abierto, el partido de ultraderecha, y la irrupción en el parlamento, con dos diputados, del conspiracionismo de Gustavo Salle. También, los niveles más altos que de costumbre de voto en blanco y anulado. Si en Uruguay el clima antipolítico global no se expresa en un fenómeno electoral de ultraderecha, sí se expresa de forma más fragmentaria. La campaña del colorado Ojeda, hablando de gimnasio, perros y astrología; la convocatoria de Salle contra las vacunas y el Nuevo Orden Mundial; la acumulación de unas cuantas decenas de miles de votos en partidos chicos; la centralidad de la salud mental en las propuestas de los candidatos y el clima general de despolitización de la campaña son muestras de esto. El colapso de Cabildo Abierto es algo para celebrar y analizar, pero las condiciones siguen ahí para una irrupción de una ultraderecha, seguramente más rara, más joven y más conectada con lo digital que el nacionalismo retro de CA.

 

  1. Con la elección se votaron dos plebiscitos. Ninguno de los dos resultó aprobado. Uno, promovido desde la coalición de derecha, promovía reformar la constitución para permitir a la policía allanar hogares en la noche. La derrota de ese plebiscito se suma a dos derrotas anteriores de plebiscitos punitivos impulsados por la derecha. Se comprueba una vez más que no hay un clamor popular por empoderar a la política y llenar las cárceles. Es necesario considerar otras formas de enfrentar el problema de la seguridad. El otro plebiscito, promovido por el movimiento sindical, proponía fijar constitucionalmente la edad jubilatoria, indexar las jubilaciones mínimas al salario mínimo y eliminar las AFAPS y el lucro en el sistema jubilatorio. El plebiscito fue derrotado, pero perforó el consenso del sistema político y la tecnocracia, que daban por obvio que la única posición válida en la política uruguaya era la defensa del sistema privado y la reducción de los beneficios. El 40% que votó para eliminar el lucro deberá estar sentado en la mesa en futuras reformas.

 

  1. Geográficamente, la elección produjo algunos resultados llamativos. El Frente Amplio, que en los última años había tenido resultados muy malos en el interior, ganó en 12 de los 19 departamentos, incluyendo victorias insólitas en el centro ganadero del país, Tacuarembó y Durazno. Este movimiento del mapa político desestabiliza la imagen con la que los uruguayos interpretamos la política del país. La estrategia de Orsi de apostar al interior dio resultado. Esto seguramente preocupa mucho a los blancos, como si el peronismo perdiera en La Matanza o el PT en Bahía.

 

  1. El FA, con el 44% de los votos, es favorito para el ballotage. Pero su favoritismo es menos claro que hasta ayer. Si la coalición logra mantener todos sus votos de la primera rueda, tiene chance de ganar. El FA deberá pelear con todos sus recursos para mantener su ventaja, y salir a buscar votantes de todo tipo y color. Su aparato militante deberá intensificar al máximo su actividad. Un segundo gobierno blanco será terrible para el país, y es necesario hacer lo posible por evitarlo.

 

  1. Una victoria de la derecha en el ballotage sumiría el Frente Amplio en una profunda crisis, que deslegitimaría profundamente a su élite dirigente y abriría dinámicas difíciles de predecir. Cabe pensar contrafácticamente que si la campaña del FA hubiera sido menos conservadora y más sustantiva, podría haber tenido resultados mejores. Nunca lo sabremos. Pero sí sabemos que cuando la conducción propone moderación a cambio de resultados, más le vale conseguir los resultados.

 

  1. Se sabía que en la competencia interna del FA el MPP de José Mujica y Yamadú Orsi iba a ser la lista más votada. Pero que obtenga 9 de los 16 senadores del FA (y una predominancia similar en la bancada de diputados) es impactante, y va a tener efectos profundos sobre el futuro. Especialmente porque se trata de un MPP que ha tomado como orientación una mezcla entre tecnocracia y nacionalismo popular. Este MPP de extremo centro será mano en la organización del gobierno, más allá de los delicados equilibrios y sistemas de acuerdos del FA. El viejo centro frenteamplista se redujo mucho y fue parcialmente fagocitado por el MPP. La izquierda frenteamplista, que se había nucleado mayormente en torno a la candidatura de Carolina Cosse, cuenta con solo 4 de los 16 senadores del FA. Estos desplazamientos necesariamente van a tener efectos profundos sobre el FA y pueden poner en cuestión muchas cosas que hoy nos parecen obvias. En su última campaña, Mujica demostró que es el político más definitorio de los últimos 40 años, y produjo efectos que van a reverberar muchos años.

 

  1. Viene un período en el que las negociaciones parlamentarias serán el centro de la escena política. Gane quien gane la segunda vuelta, por primera vez desde 2005, el gobierno de turno no contará con mayorías parlamentarias. Esto permite imaginar muchas dinámicas distintas. Podemos imaginar cinco años de parálisis política y desgaste para el gobierno. O de empoderamiento de un poder ejecutivo que use extensamente su capacidad de emitir decretos. O de una dinámica fluida de acuerdos en los que cada diputado negocie y pueda definir. O de un protagonismo mayor al usual de la Asamblea General. O de un uso más intenso de la democracia directa. O de grandes acuerdos nacionales. Este último es el camino preferido por Yamandú Orsi.

 

  1. Todo esto sucede en un contexto de aguda crisis mundial. Mientras la política uruguaya está en un momento especialmente mediocre y provinciano, en Ucrania y Medio Oriente puede saltar en cualquier momento la chispa de la guerra mundial, y no es descabellado que una guerra civil sudamericana sea uno de sus teatros. La crisis climática y ecológica se acelera, poniendo en peligro la sostenibilidad de la vida humana tal como la conocemos. Las disrupciones tecnológicas desorganizan cada vez más el mundo del trabajo, la cognición y la vida cotidiana. El neoliberalismo está deslegitimado, pero las alternativas también. La agresividad de las ultraderechas gana terreno en casi todas partes. Pensar en grandes acuerdos nacionales puede ser prudente en medio de tanto peligro. Pero estos acuerdos también pueden ser peligrosos: pactar con una derecha alineada a USA mientras suenan los tambores de guerra, solidificar una agenda de crecimiento que sobreexplota la tierra y el agua y hace perforaciones en busca de petróleo en medio de la crisis global, y desesperarse por inversiones de los gigantes digitales mientras la población sufre la crisis cognitiva inducida por internet, puede profundizar los problemas que tenemos, más que permitirnos enfrentarlos.

 

  1. La izquierda, de un lado y otro de la frontera del Frente Amplio, deberá pensar con mucha inteligencia cuales son las tareas en el momento que se abre. Pero más allá de las tácticas y las estrategias, tiene que ofrecer respuestas a las crisis descritas en el punto anterior.

 

  1. La política uruguaya, aunque con un mapa superficialmente reconocible, parece estar pasando del estado sólido al estado líquido. No es fácil imaginar lo que viene. Los actores necesitarán toda la virtud y la fortuna que puedan conseguir.

No la culpa, sino la responsabilidad hacia nuestro deseo (a propósito del ‘caso Errejón’) // Amador Fernández-Savater

Leyendo el comunicado de dimisión de Íñigo Errejón, me ha venido a la cabeza una y otra vez la conversación que mantuvimos la penúltima vez que nos vimos. Habíamos quedado para preparar la presentación de mi libro Capitalismo libidinal, él se mostró impactado y conmovido por la lectura en un grado para mí muy sorprendente. No interpreté bien las razones, pensando que eran de orden político. Ahora me doy cuenta de que se trataba de una resonancia mucho más íntima y personal.

 

En el libro se habla de la “pulsión de devoración”, ya sea de cuerpos o de objetos, o de cuerpos convertidos en objetos, que hoy tenemos grabada en lo más profundo de la carne, independientemente de si somos de izquierdas o derechas, de lo que pensemos o digamos de nosotros mismos. Esa pulsión destructiva se concreta en muchas formas distintas de “consumición” brutal del mundo que amenazan con llevar a un punto de no retorno la vida sobre la tierra.

Esa pulsión es “libidinal”. ¿Qué significa eso? Pues que está en el cruce “entre” lo personal y lo colectivo, lo íntimo y lo social, lo ontológico y lo histórico. No se trata simplemente del “neoliberalismo” o del “patriarcado”, sino de cómo estos se manifiestan en cada uno, en el cruce entre lo psíquico y las variantes de clase, género y raza.

Cada cual debe lidiar con la modalidad específica de su síntoma, del que es absolutamente responsable (aunque sea altamente inconsciente). Y a la vez esa pulsión hace masa en tendencias sociales, colectivas e históricas, altamente destructivas.

En ese cruce de lo libidinal reside para mí el enigma difícil en el que tropezamos una y otra vez las personas, y en el que tropiezan una y otra vez los proyectos de emancipación colectiva. Un enorme desafío a la vez personal y político en el que nos jugamos todo.

La generalizada degradación de la vida amorosa

En 1912, Freud escribe su texto sobre la “generalizada degradación de la vida amorosa”. Por degradación se refiere al corte y desencuentro entre la “corriente sensual” y la “corriente tierna” de la vida erótica. Cuando se ama no se desea, cuando se desea no se ama. Degradar el objeto de deseo, convertirlo en cosa desechable, se convierte entonces en el máximo goce. Habla de los hombres o, al menos, de la posición masculina sobre el mundo.

La situación no ha dejado de agravarse en cien años, con la generalizada pornografización de la vida amorosa. ¿Podemos transformarla? ¿Podemos hacerlo sin introducir en ella una nueva normativa, una nueva moralina, un nuevo autoritarismo? No tengo ni idea, soy pesimista al respecto. Pero sí que es posible y urgente inventar otras formas y reglas de juego, otros modos de cortejo y de invitación, éticas aún mínimas del goce de cada cual con respecto al otro. Nuevos ámbitos de ficción y representación incluso, donde las pulsiones agresivas puedan escenificarse sin producir efectos reales, sino satisfaciéndose en lo imaginario.

Es decir, hablando ahora en general, no podemos borrar las pulsiones destructivas con ninguna goma de borrar mágica, pero sí inventar nuevas formas para darles paso de otro modo. Sublimar su empuje, desviarlas de su dirección original, ponerlas al servicio de Eros. Freud pone el ejemplo del cirujano que corta el cuerpo para salvar la vida.

¿Qué nos requiere ese trabajo de creación de nuevas formas? Por un lado, el deseo decidido de revisarse uno mismo y transformarse. Por otro, la aparición de nuevos vínculos y complicidades. Una articulación diferente del trabajo personal y de la amistad entre diferentes como valor político.

En la política tradicional, mucho me temo, faltan ambas cosas. Por eso todo se fía a la implantación de “mecanismos de prevención”, protocolos y formalismos, reglas y reglamentos, en los que se delega la capacidad de escucha y atención, de interpretación y de respuesta. En lugar de inventar nuevas formas, en el engarce entre lo personal y lo político, se aplican formalismos. Pero el mal prosigue su curso…

Querer dudar, querer pensar

Lo libidinal, la degradación de la vida amorosa, ¿qué quiero decir con todo esto? Nos las tenemos que ver con cuestiones muy sutiles y problemas de una gran complejidad. No nos podemos permitir ninguna simplificación radical de las cosas. Necesitamos otro modo de pensar y problematizar estas situaciones.

En estos días oscuros busco desesperadamente a los amigos y las amigas para pensar y orientarme. Sólo con amigos se puede dar forma y sentido a lo que (nos) pasa. La amistad es justo esa posibilidad de conversar libremente, sin miedo al juicio o al “error”, de poner en las manos del otro nuestra vida al descubierto.

Hablo por ejemplo con mi amiga V. y nos preguntamos si los comportamientos machistas son exactamente lo mismo que la violencia machista, si encontrarse con un tipo que practica un sexo que no te gusta es agresión o una gran putada, si las mujeres pueden responder o son siempre víctimas pasivas sin agencia. Hablo con mi amiga M. sobre si estamos siendo capaces –los que queremos cambiar las cosas– de plantear verdaderamente otros modos de elaboración, justicia y reparación. Hablo con mi amiga E. de la complejidad del deseo y la sexualidad, de la incapacidad de los hombres para inventar nuevas formas (de ligue, de cortejo, de acercamiento) cuando han caído las antiguas. Hablo con mi amigo G. de los efectos que tendrá todo lo que está pasando en lo social, del desencanto creciente con la izquierda y la derechización social en respuesta. Etc.

Observamos los detalles, buscamos los matices, nos hacemos preguntas incómodas para nosotros mismos. Decimos y nos planteamos lo que no sabemos. Nos damos confianza para dudar, para vacilar, para discutirnos desde el amor y la confianza. Hablamos de todo lo que sentimos que no puede hablarse hoy en la escena público-mediática, donde cualquier complejidad parece cancelada, donde los claroscuros quedan aplanados, donde el cuestionamiento se interpreta como traición y el espectáculo de la crueldad amenaza con llevárselo todo por delante.

Mark Fisher llamó ya hace años a “salir del castillo de vampiros” que representaba para él el twitter de izquierda. Entre vampiros el trabajo de pensar se sustituye por el goce de señalar, condenar y excomulgar. En el castillo impera el moralismo, la idea de que sentir culpa, hacer sentir culpa, extender la culpa por todos lados, puede cambiar algo. Pero la culpa no cambia nada. Son golpes en el pecho que no producen ninguna modificación subjetiva, cursillos de reeducación amorosa, meras gesticulaciones sin efecto. Una vez pasada la tormenta de mierda, todo vuelve a su sitio.

Lo único que puede cambiarnos es el hartazgo de verdad con respecto a nosotros mismos y las ganas de vivir de manera distinta. No la culpa, sino la responsabilidad hacia nuestro deseo. La fuerza de la ola feminista ha sido contagiar un deseo positivo por cambiar, por mudar la piel, por dejar caer una forma de ser hombres y mujeres para darnos otra.

Abrirse a la conversación

No nos puede salvar nadie, si no nos habita ya un deseo valiente de revisión y autotransformación. Pero en el caso de que éste exista, un oído amigo, una voz amiga, pueden ser decisivos.

En estos días oscuros no he dedicado ni un minuto a pensar en los protocolos de vigilancia y castigo en Sumar, pero sí que me he preguntado muchas veces si en las estructuras de partido cabe la amistad donde se puede conversar y decirse la verdad.

No sé muy bien qué son las “nuevas masculinidades”, pero sí que la única que merece la pena es la que se atreve a la conversación en serio, a abrirse al otro para pedir y recibir ayuda, a pensar y pensarse, a hacer del pensamiento un gesto vinculante, una forma de vida

Bailar entre la servidumbre y La Libertad // Pablo Rojas Fernández

El Caporal, baile folklórico boliviano, supo ser un ejercicio de resistencia a través de la sátira. En el sarcasmo de la inherente vida encontramos el disfrute y al mismo tiempo la declaración política.
La danza encuentra su origen luego de la conquista de América, en el triple choque cultural de la cultura quechua/aymara, los sambos negros y los esclavistas españoles. Su nombre hace alusión a aquel esclavo de origen africano o del Abya Yala que por deseo o instinto de supervivencia se convertía en el gerente de la empresa esclavizadora. Su existencia era penosa, por el mínimo poder pero sobre todo por dejar de sufrir al mismo nivel que sus iguales, se entregaba en cuerpo a ser una maquina de tortura para sus iguales. Se le entregaba -hoy en día es igual en la danza- un látigo y un sombrero. En una mano cargaba la distinción de ser el esclavo diferencial y en la otra el arma de sometimiento de los suyos y de él mismo, recuerdo permanente de su condición miserable. Aun así hay otro detalle que se conserva en el traje del baile satírico, que son los cascabeles en las botas: suenan al ritmo de la música, mezcla de ritmo africano y precolombino. Pero sobre todo es la representación de las cadenas. Las cadenas que sonaban al caminar. En el baile se ejemplifica eso en el ritmo metálico, fuerte estruendo de masacres.
El Caporal mantiene una esencia irónica, pero dio una vuelta más. Ya no es la evidencia de la burla frente al traidor de clase, raza y continente: es una aspiración, el baile más escuchado y poblado en las fraternidades de la colectividad boliviana. ¿Acaso nosotros pasamos de la vergüenza ajena colectiva hacia este personaje a la aspiración de un ascenso social que incluye esclavitud? La esclavitud es algo que quedo marcado en nuestra sangre. Pero ahora aspiramos ser aquel caporal que a través de el taller textil, en los nuestros, encuentre esa plata y oro del cerro de Potosí. Aprendimos las formas más brutales de este mundo nuevo que nos presentó la ampliación del mercado mundial capitalista y católica.
Moral aparte me queda otra pregunta para algún ensayo que flota en mi cabeza y que requiere más letras que este texto; ¿Podemos exigir que no reproduzcamos y que no aprendas estas formas de arcaico capitalismo salvaje? ¿Podemos exigir que no seamos los mejores aprendices de la más brutal masacre de la historia y que ese no haya sido el precio a pagar?
Lo esencial es invisible a los ojos, pido permiso para el cliché por que no tengo la capacidad de encontrar otras palabras claves. Esencial e invisible es lo que se me viene a la cabeza cuando pienso en la masiva migración de países limítrofes a Argentina. El sujeto migrante como actor social se encuentra en un limbo, en un velo que no queremos correr. Desde la fuerza productiva de la salida de la crisis dosmilunera a través de la salada y el ascenso social de las marcas locales de shopping con la mano de obra esclava con la misma calidad de avenida Avellaneda. Siendo millones de seres humanos con recorrido territorial, no somos sujetos activos en la vida pública y la opinión política coyuntural. No somos quienes alzamos la voz y somos una colectividad pensada en el molde de los guetos.
En el país de la Patria Grande, casi un tercio del padrón electoral de la Ciudad de Buenos Aires es migrante. Y aun así no hay una representación fáctica de esto en el escenario político. Ni siquiera de las generaciones siguientes con nacionalidad argentina. ¿Por qué es esto?
La lógica de la militancia, militante-militado, no permite una dinámica horizontal, solo se permite la verticalidad de la verdad. Esa verdad que el militante tiene que transmitir al militado. Esa iluminación.
En esa relación, mal concebida, encuentro la respuesta a esto. Nosotros, los habitantes de los guetos, no somos cuerpos de originalidad política, somos el territorio descapitalizado que se recapitaliza con el conocimiento de la asistencia social. la política, la academia y el mercado. Entonces somos cuerpos sin nombre, sin identidad, invisibles pero esenciales. Invisibles como sujeto colectivo con capacidad de participación política de la ciudad que construye, más esenciales para la reproducción de la misma como capital mercantil de conocimiento o de trabajo esclavo. 

Así nosotros ejercitamos la sensibilidad de reconocer la injusticia, aun cuando se disfrazaban con las ropas de los derechos.
Todos los años en el mes de octubre -siempre se repite ese mes en nuestras vidas- en la ciudad de buenos aires desde hace más de 15 años, se realiza Buenos Aires celebra Bolivia. Una fiesta de colectividades en la agenda del gobierno de la ciudad, impulsada por el mandato de Mauricio Macri. Ironía de por medio, en la Avenida de mayo se recrea la entrada del carnaval de Oruro en Bolivia, bailes típicos, comidas y una celebración de una presencia fugaz, una vez al año, y exótica, disfrazados con nuestras mejores ropas. Macri reconoció esto y otorgó ese pequeño espacio.
La política nacional sin embargo, nunca lo entendió como una declaración política de un nuevo actor de la metrópoli, sino que ignoró este suceso. Años participando de esta fiesta y los transeúntes argentinos proseguían sus vidas por la vereda sin reparar en los ritmos ajenos de las bandas y los olores de la música. No había ninguna interacción necesaria con ningún sujeto en ese espacio compartido.
Sin embargo este año hubo algo que me descoloco en cuerpo completamente. Al final del recorrido, de unas diez cuadras aproximadamente, se encontraba un único stand. El premio por largas cuadras de bailes desgastantes y cansancio de la electricidad del cuerpo feliz era La Libertad.
La Libertad Avanza colocó un único y solitario stand en la fiesta más grande y masiva de la colectividad Boliviana en Buenos Aires. Como si fuese el podio de victoria, reciben a los bailarines y al público que asistía y acompañaba el recorrido. Entendieron y visibilizaron algo. Los lugares donde emerge la potencia política son aquellos donde el territorio es el que se mueve y no los promotores de ideas hacia este. La sagacidad está en reconocer cuándo es que este territorio está en movimiento. El propio territorio es; en su fiesta, encuentra en los primeros ojos que lo ven, un actor una empatía.
Somos enemigos, somos los migrantes que usamos y abusamos de la salud pública y la educación universitaria gratuita. Pero somos también sujetos políticos, encuentro en horizontalidad. Cuando nos ubican en sujeto de existencia, nos dan una entidad. Esa entidad que nos fue negada y sólo reducida a sujetos de inclusión desde una perspectiva desigual. Incluso el enemigo, no la víctima, para poder elegirlo como tal, requiere si o si un reconocimiento, requiere el Ser. 
Las cholas, con los pies destruidos y el ritmo todavía en la sangre, con el sudor y el golpe de calor, con la presión por los suelos, se sumaban con total entusiasmo a la cola para afiliarse al partido. Un partido que si le dieran la oportunidad, nos convertiría en simple mano de obra esclava y enmudecida, en invisibles sujetos esenciales para ese anarcocapitalismo salvaje o ese neo-neoliberalismo. Pero, un momento ¿no es acaso eso lo que ya somos y lo que fuimos? ¿Acaso no es exactamente eso el papel que jugamos hace más de 30 años?
Transité esta contradicción en mi cuerpo. Había un odio. Un odio hacia esa militancia boba, esa militancia que nunca estuvo al final de la fiesta, esa militancia que solo nos entendió como “economías populares” o territorios de militancia de la “orga”. Los culpe por esta decepción en mi, por ser políticamente ignorantes. Por hacernos muchas veces invisibles y esperar a cambio una complicidad política sin entender que esta se forma por fuera de la teoría de los afectos y transitando estos realmente.   
 
  

Arte, política y eternidad. Un apunte sobre el Spinoza de John Berger // Diego Tatián

En dos ocasiones escribe John Berger en El cuaderno de Bento que Rembrandt era vecino de los Spinoza (“vivía a dos calles de ellos”) en el barrio judío de Ámsterdam, que entonces se llamaba Vloedenburg y hoy Waterlooplein. Ningún indicio concreto ha llegado hasta nosotros de que el mayor filósofo y el mayor pintor (que era veinte años más viejo) del Seicento amstelodano se hubieran conocido. Rembrandt vivía en Vloedenburg al parecer atraído por el rostro de los judíos que tomaba como modelos para pintar escenas bíblicas, e ilustró un libro de Menasseh ben Israel, maestro y una de las personas más próximas del pequeño Baruch. Es posible conjeturar que se cruzaron alguna vez en el taller del viejo Van den Enden, o en alguna puesta en escena teatral en la que participaban sus aprendices de latín (conforme la ratio studiorum jesuítica que recurría al teatro pedagógico, en este caso como método de enseñanza de la lengua latina). 



No sabemos si Rembrandt asistió a las representaciones de las Troyanas de Séneca, de Andria y Eunnuchus de Terencio, o a la de Philedonius, escrita por el propio Van den Enden y estrenada el 13 de enero de 1657 en el teatro de la ciudad –en todas ellas actuó quien ya era Bento, tras haber declinado ser Baruch luego de la excomunión. Sí sabemos que en 1664 Rembrandt asistió a la puesta en escena por Van den Enden de una pieza teatral de Lodowijk Meyer (buen amigo de Spinoza), y que se inspiró en ella para la composición de Lucrecia –pintura de 1664 cuya atribución al pintor del Rin ha sido no obstante recientemente puesta en duda. Pero esta vez no sabemos si en esa ocasión lo hizo Spinoza, quien ya por entonces vivía en Voorburg. 

Tal vez sea posible una superposición de esta improbada y plausible relación entre Spinoza y Rembrandt con otra incierta vinculación histórica de enorme fuerza sugestiva. Según una fascinante investigación de Patrick Bucheron, aunque ningún documento lo corrobore de manera directa, un conjunto de pequeñas pistas alienta la presunción de que Maquiavelo y Leonardo no solo habrían tenido contacto en varias ocasiones durante 1502 como partes del séquito que acompañaba a César Borgia, sino que sus destinos se cruzan en torno a un monumental proyecto de ingeniería hidráulica: el desvío del río Arno. No existen rastros del Segretario Fiorentino en las libretas de Leonardo, ni menciones del artista de Vinci en las cartas de Maquiavelo; sin embargo, algunos de esos dibujos y algunas de esas cartas testimonian una sugerente comunidad intelectual (que involucraba la estrategia militar, el arte dello Stato, el dibujo, la ingeniería…) en torno al proyecto sobre el Arno.

Según una antigua leyenda -recientemente reproducida por Antonio Damasio-, Spinoza habría sido el modelo usado por Rembrandt para pintar al pequeño David en su cuadro Saúl y David. Hubiera sido hermoso que así fuera. Imaginé este diálogo (se llama “Pernambuco”) para una obra teatral que me encargó escribir el dramaturgo Jorge Eines, en la que estamos trabajando ahora.

 

En un atelier poco iluminado, un joven posa para un pintor demacrado y vencido, que parece muy viejo aunque no lo sea.

 

REMBRANDT: Cuando ponía mi caballete en la Calle Ancha de los judíos tú eras solo un niño. A veces me pedías que cruzáramos por el puente nuevo a la isla de Vlooienburg, a donde tu padre no te permitía ir.

BARUCH: Lo recuerdo. Años después era Titus quien me pedía que lo llevara a la isla, cuando ibas con él a la casa de Menasseh.

REMBRANDT: No te muevas, Baruch. Inclínate un poco más sobre el arpa. Agacha la cabeza. Así. No creas que estás perdiendo el tiempo, voy a pagarte bien por ser mi modelo.

BARUCH: ¿Por qué te interesa pintar esta historia de Samuel? ¿Crees que la música calma del tormento?

REMBRANDT: No me interesa la música sino el odio. Después de matar a Goliat, de manera inmerecida David se granjeó la envidia y el odio de Saúl. Aunque combatió para él y siempre le fue fiel, Saúl le arrojó una lanza para asesinarlo a traición, mientras tocaba música para él. David se agachó justo a tiempo y se salvó de milagro.

BARUCH: También yo salvé mi vida milagrosamente, hace pocos días. Un desconocido intentó apuñalarme a la salida del teatro. Ahora me gano la vida como puedo. Trabajo de modelo para artistas y fabrico material óptico. Debo ganarme la vida de algún modo. ¿El odio me perseguirá toda la vida, maestro? Es lo que le sucedió a David.

REMBRANDT: No levantes la cabeza, Baruch. Mantente inclinado. Debes irte de la ciudad, el odio no suelta. Y ni siquiera así estarás a salvo. También huyó David, pero el rey lo persiguió con el propósito de concluir la tarea en la que había fallado. Hasta que una noche David pudo robarle la lanza.

BARUCH: ¿Por qué pintaste al rey con atavíos orientales? No es la vestimenta de un judío.

REMBRANDT: Es que yo no pinto reyes, ni judíos; pinto cuadros. Sólo cuando trabajo hago lo que quiero sin rendirle cuentas a nadie. Esta tela no me la encargó ningún comerciante rico que se crea habilitado para decirme cómo pintar; la hago porque quiero. Es un Saúl oriental, podría haber sido chino o negro.

BARUCH: ¿Por qué no pintas a David como negro? Me hubiera gustado ser negro. Si no consigo prosperar aquí he pensado viajar a Pernambuco, vivir y trabajar con los negros y los indios que acaban de echar a los holandeses.

REMBRANDT: David no será negro. Te busqué por tus rasgos judíos, justamente.

BARUCH: ¿Crees que el odio me perseguiría hasta Pernambuco? Ayer me crucé casualmente con uno de mis viejos amigos, con quien solíamos reírnos de las supersticiones rabínicas. Me dio vuelta la cara sin siquiera saludarme. Tampoco mis hermanas se acercan.

REMBRANDT: Debes dejar de intentar que se te acerquen, muchacho. No lo harán. Las personas son brutales con quien está caído. Viven contraídas en el miedo, por eso maldicen y calumnian. Maldecir a otros es una manera de protegerse. He pintado cientos de rostros, Baruch; he visto algo profundamente canalla en la humanidad. Es buena idea vivir en Pernambuco. Allí hay un mundo nuevo. Si ya no fuera tan viejo y si Titus no necesitara tanto de mí, también yo lo pensaría. Vivo acosado por aprovechadores de todas las calañas. Acabarán quitándomelo todo.

BARUCH: Vámonos a Pernambuco, maestro. Estoy seguro de que Saskia hubiera querido ir. Lamentablemente ya no está. Tú, el pequeño Titus y yo. Empezaríamos una vida nueva entre gente que quizá no es como la que observas en los ojos de quienes posan cuando te encargan retratos.

REMBRANDT: Creo que acabamos el trabajo por hoy. Vamos a la taberna, te invito a beber. Créeme, si tuviera tu edad, no lo dudaría, lo dejaría todo y embarcaría hacia Pernambuco…

 

***

Haya o no conocido a Rembrandt, lo cierto es que Spinoza mantuvo un vínculo más que episódico con artistas visuales: los tres caseros a quienes alquiló una habitación tras la excomunión (en Rijnsburg, en Voorburg, en La Haya) lo eran. Uno de ellos le contó al pastor Colerus, según transmite en su antigua biografía, que Spinoza mismo dibujaba (“…aprendió por sí mismo la pintura, hasta poder dibujar a tinta o carbón a cualquiera…”), y que le enseñó un cuaderno de dibujo que había pertenecido al filósofo: “lo tuve entre mis manos…”, escribe Colerus para no dejar lugar a ninguna duda. En él, Spinoza se habría autorretratado vestido como Masaniello, revolucionario napolitano decapitado el 16 de julio de 1647 por encabezar una revuelta antiespañola en su ciudad natal. Lo cierto es que, de haber existido, el único vestigio que nos ha llegado de ese cuaderno es la mención de Colerus, de cuya veracidad no hay razones para desconfiar –pues de todos los relatos biográficos existentes, aunque adverso, es sin duda el más riguroso y completo. 

Apenado por esa omisión del tiempo que nos escamoteó ese precioso objeto para siempre, John Berger decidió rehacer el cuaderno perdido con un bloc de dibujo que le regaló un amigo polaco, impresor. “Con el paso del tiempo… los dos -Bento y yo- nos hemos diferenciado cada vez menos. En lo que se refiere al acto de mirar… nos hemos hecho hasta cierto punto intercambiables”.

Berger dibuja (a veces solo con tinta, saliva y un dedo) arándanos, ciruelas, lirios, magnolias, una bailarina española, una bicicleta, una Crucifixión de Antonello da Messina, un gato, un retrato de Chéjov con una anotación manuscrita, en inglés, de la proposición de la Ética donde se lee que “sólo los hombres libres son muy agradecidos entre sí”; un bufón de Velázquez, una mano… y, como Spinoza a Masaniello pero en este caso del natural, “un retrato a carboncillo… del Subcomandante Marcos en Chiapas, poco antes de las navidades de 2007”. Silenciosos en la sencilla cabaña de Chiapas donde se resguardan, el sub no se quita el pasamontañas en ningún momento. “Por fin abro mi cuaderno de dibujo y escojo un carboncillo. Veo la parte inferior de su frente, los ojos y el puente de la nariz. El resto está oculto bajo el pasamontañas y la gorra”. El dibujo del cuerpo de Masaniello con rostro de Spinoza que vio Colerus era el de “un pescador dibujado en mangas de camisa y con una red de barco sobre el hombro derecho…”. 

Esos dos dibujos trazan una línea invisible entre los siglos para dejar, apenas plasmado en carbón deleble, la persistencia de la rebelión humana. Siento que es precisamente ese, el dibujo del rostro oculto de Marcos y ningún otro (sea de ciruelas, de lirios o magnolias…), el que logró restituir el viejo cuaderno perdido de Bento.  

                                          

 

Algunos han considerado que es en ciertas obras de arte donde se revela la experiencia de la eternidad, por su inmediata inscripción en Dios. En su Studiolo, Giorgio Agamben encuentra en la Lièvre mort… -y otras naturalezas muertas- del pintor de bodegones Jean-Baptiste-Siméon Chardin la revelación de lo que no está ni se explica por el tiempo: “Tal vez [Chardin] sea, como se ha sugerido, un spinozista que ve todas las cosas en Dios. Incluso las escudillas, los jarrones de mayólica y las ollas de cobre”. Pero únicamente John Berger ha insistido en que el hallazgo de la eternidad según Spinoza es eso que deparan algunos momentos que solo el compromiso político es capaz de atesorar. 

En Con la esperanza entre los dientes -donde Berger explora la belleza y persistencia del compromiso social y nuevas formas del activismo político en favor de los seres humanos sometidos y desplazados en todo el mundo- se afirma que un “multitudinario” anhelo de justicia crece en las sociedades, pero no deja reducirse a un “movimiento” -es decir un colectivo organizado que avanza hacia un objetivo preciso-, sino que se expresa como una infinidad en expansión de decisiones personales, iluminaciones, sacrificios, nuevos deseos, encuentros, pesares, memorias… “La promesa de un movimiento es su victoria futura, mientras que las promesas de esos momentos incidentales tienen un efecto instantáneo… Momentos así son trascendentales, como ningún ‘resultado’ histórico puede serlo. Son lo que Spinoza denominaba lo eterno, y son tan multitudinarios como las estrellas…”. La eternidad por los astros.

Unas páginas más adelante la revolución misma es considerada una de esas estrellas: la eternidad spinozista es puesta en vinculación con un pasaje en la que Gioconda Belli narra la entrada sandinista en Managua tras el derrocamiento de Somoza. Ese momento, escribe Berger, “existe en el pasado, el presente y el futuro”, con total independencia del destino de la revolución. “Lo eterno, según Spinoza (que fue el filósofo más querido por Marx), es ahora. No es algo que nos aguarde, sino algo que encontramos durante esos breves y no obstante intemporales momentos donde todo enlaza con todo y ningún intercambio es inadecuado”.

Esa experiencia de eternidad que tanto buscaba Berger, no es algo que ya está ahí sino siempre resultado o efecto de lidiar con el reino de la necesidad. Las memorias, las fábulas y las parábolas que orientaban la vida humana -dice- fueron siempre el precipitado de “la lucha, perenne, atroz y ocasionalmente hermosa, de vivir con la Necesidad”, con cuerpos que se tocan y se aman o se aborrecen y se combaten. En su totalización desmaterializada y digital, la sociedad del espectáculo acaba por sustituir las cosas con o contra las que obtener un sentido. Precipita una pérdida del mundo. Y con él la promesa de una experiencia de la eternidad, de no ser por las personas que aun confían en transformarlo para preservarlo, volverlo más justo y habitarlo.

La guita a laburar (agarrá la pala) // Agustín Valle

1- La identificación común con el ánima capitalista, es decir, que multitudinales almas se autoperciban como sujetos de mercado (emprendedores o empresarios que nomás aún no llegaron a tener sus empleados), es funcional, por supuesto, a los “intereses objetivos de las clases dominantes” -quienes se benefician en concreto y actualmente, es decir gobiernan-, pero es, también, un modo de autogestionar las intensidades existenciales, de armar una vida, con todo, partícipe del realismo dado.

Agarrar unos mangos, poner unas fichas, tirar unos tiros… Y mientras, ver el espectáculo de que otros -más o menos privilegiados- caigan en escarnio; ver el espectáculo de que lo podrido se rompa del todo, de que lo corrupto se corte por lo sano. Que otros sufran, que pierdan, que retrocedan veinte casilleros en el juego de la vida, es vivido como triunfo propio en una estricta lógica de competencia.

¿Y qué triunfos hay, en la vida, qué triunfos ofrece la vida? Gozar de triunfos, de algunos triunfitos al menos en esta vida, ¿no es un anhelo pasional común? (El último Mundial dejó mucho para investigar). ¿Qué goces triunfales ofrece la vida común? Lo que gritan los nenes jugando al metegol… Durante un siglo y medio, el juego de la vida tuvo el relato de lucha de clases. Era vivir sabiendo que en la época existe deseo de revolución (en el doble sentido de saber, sensorial y discursivo). La Victoria… En el siglo nuestro, como es -con perdón- sabible, ganarle a los poseedores de capital, a los núcleos y las redes del capital, parece directamente fuera de lo concebible. Ni necesita argumentarse: es obvio. La superioridad de los mega ricos se naturalizó hasta volverse tanto invisible como idolatrada, intangible. Ha desaparecido incluso la palabra “burguesía”. Quizá cuanto más se naturaliza y vuelve incuestionable el poder cronificado de las elites, más crece el recelo horizontal, el odio por cualquiera, más se come dolor ajeno -ajenizado- como alimento propio. El último Mundial dejó mucho por investigar…

2- Una inmensa ciudad sin monumento al albañil. Insólito; revelador. Hay centenares o miles de monumentos de cosas, lugares, personas, personajes; ¿no tenemos monumento al albañil, hacedor de la ciudad? Es que el capital pasa por hacedor. “El desarrollador”. Los que hacen no son dueños, ni autores siquiera, no son creadores; en lugar de su potestad está el capital, que, en sí, no hace: manda. Y se dice cual reto o castigo agarrá la pala.

Las tarifas subsidiadas «eran mentira», el poder adquisitivo del salario «era ficción». Pero si todo lo que vale, o mejor dicho, todo lo que tiene valor efectivo, concreto, presente (no como el dinero que solo es medio-para, totalmente inútil en sí), ¿No es acaso una ficción, que, por ejemplo alguien “tenga mil millones de dólares”? ¿Qué significa eso, qué es lo que tiene, qué son esos “mil millones de dólares”? Unas fichas poderosas en el juego de la laif. Fichas, llamadas dinero, que organizan la repartija de recursos y derechos (fácticos); lo que gobierna no son las fichas: son las reglas. ¿No es una ficción regente, la concentración de la riqueza?

¿Cómo habla el capital? Dice: “poner la plata a trabajar”. Sintomática frase, confesional de lo ficticio del regimen dominante. Donde por cierto “agarrar la pala” puede adoptar otro sentido, ligado a la narcosis de fuerza artificiosa útil para realizar la delirante ficción de la valorización financiera, la locura de la “guita haciendo guita”, verdad dominante de la época.

“Antes que meterme a un laburo que me saca la vida, me conviene reventar el derpa que me quedó de mi abuelo y poner esa guita a laburar. Tengo un pariente broker y me la maneja. Pongo una parte a riesgo alto, otra a riesgo bajo, y si funciona, porque obviamente puede fallar, puedo vivir de eso”. Quien así habla no expresa su manera de pensar, ni su ideología, sino lo que las reglas del juego del capital dispone. Como quien pone su sueldo en una empresa para disminuir su desvalorización. El capital ordena las vidas. Lo que al capital le conviene es lo que obviamente y en en sí conviene. Vale más -goza más derechos- la guita puesta a trabajar, que el trabajo de las vidas. Ese valer más -ese plusvalor- es también político, es ontológico: es el capital la autoridad, la verdad, el ídolo -y sus encumbrados poseedores, los únicos héroes, en el lío humano, del actualmente entronado sicario celestial.

17 de octubre. Tres archivos y algunas preguntas // Diego Sztulwark

En 1956 escritor Ezequiel Martínez Estrada dejaba impreso su diagnóstico del peronismo en un libro catártico en un libro cargado de desconfianza hacia Perón titulado ¿Qué es esto?. Con el subtítulo “Los habitantes del sótano”, describía la emergencia de un sedimento social que nadie habría reconocido en la superficie de la ciudad. Se trata de una fuerza tremenda y agresiva que hacía peligrar los cimientos de una sociedad que creía constituida en su ignorancia de un pueblo vivo, nunca tomado en cuenta, que marchó por Barrio Norte amenazante con sus cuchillos de matarifes. Lumpenproletariät. Era el pueblo del Himno, largamente olvidado, que ahora aparecía enceguecido ya no al modo del ”electoralismo de Yrigoyen”, sino del “obrerismo de Perón”. Para esta “nueva clase” se trazó, dice Don Ezequiel, una nueva filosofía, una sociología y una religión peronista con códigos  y doctrina. El desfile de aquella “horda silenciosa”, que portaba carteles anunciando revanchas, llevó al escritor a anotar: “sentimos escalofríos”. 


A mediados de 1987 el historiador ingles Daniel James comenzó a registrar la historia de María Roldán, hija de inmigrantes que llegó en los años 30 a Berisso. Allí fue trabajadora en un frigorífico y dirigente sindical. Berisso era entonces una ciudad nueva, poblada por trabajadores migrantes del norte argentino e inmigrante europeos. Doña Rosa participó de una de más de tres meses y fue una destacada agitadora el 17 de octubre. Según le cuenta a James, los días previos fue fundamental la figura de Cipriano Reyes, dirigente sindical de la carne y fundador del Partido Laborista, con el que Perón se presentó el año 46 a elecciones presidenciales. Reyes recorriendo los primeros días de octubre sindicatos y fábricas de todo el país. La idea de un paro, de una gran acción obrera, ya estaba en la mente de los activistas desde antes de que Perón cayera preso. Para María, que el día 17 llegó a Plaza de Mayo y conoció al Coronel por amor al cual el pueblo se ponía en marcha, aquellos acontecimientos merecen ser recordados como la Bastilla argentina (El testimonio completo fue publicado en el libro Doña María, 2004).


Los “archivos de octubre” es el título del capítulo del libro González Perón, reflejos de una vida (2008), en el que Horacio González repasa las actas de la reunión de la CGT del 16 de octubre del 45. Mientras los trabajadores toman las calles, los dirigentes algunos de ideología socialista, otros sindicalistas, pertenecientes a la industria del vestido -Méndez- o ferroviarios como Perazzolo, Aparellas o Manso, discuten sobre la naturaleza de los pasos a seguir ante la detención de Perón, a quién le reconocían la aplicación del programa democrático-laboral aplicado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. ¿Los términos de este agradecimiento debían implicar el reconocimiento de un liderazgo? ¿Se debía defender la libertad de un Coronel del ejército argentino desde los sindicatos como se defiende a un jefe de la propia clase (haciéndolo “primer trabajador”)? Los argumentos proto-peronistas chocaban con los elementos provenientes de la tradición socialista y anarquista: asimilaban el nombre Perón con las conquistas colectivas y proponen hacer con el instrumento propiamente obrero, la huelga, una lucha por la libertad de un militar no afiliado a la central. El mito personalista como realizador de la comunidad estaba en marcha. 


La multitud trabajadora y la plaza repleta, la huelga y la asamblea reconocieron en Perón -no sin conflictos por la jefatura, por ejemplo con el laborista Reyes- al hombre mediante el cual sus derechos políticos y sociales serian ampliado y asegurados. Alejandro Horowicz, autor de Los cuatro peronismos (1985) supo describir las mutaciones del peronismo: un peronismo con Perón en el gobierno (Perón con Eva), uno segundo en la resistencia, uno tercero posterior al Cordobazo, el fusilamiento de Aramburu y la irrupción de la Juventud Peronista y uno final, tras el fracaso del pacto social y la muerte de Perón. El autor no cree posible un quinto peronismo. A su juicio el peronismo se quedó sin “tarea histórica”. El razonamiento no tiene por qué ser complejo: si el peronismo supo ser la forma política por medio de la cual la clase trabajadora argentina dio sus luchas por democratizar el conjunto de la sociedad, la derrota del 1976 clausuró los términos de ese juego liquidando la potencia de ese sujeto histórico.

Luego de la renovación peronista y tras una década de menemismo, en la que el partido de Perón y la CGT se comprometieron con la destrucción de derechos laborales y con la impunidad de los genocidas del 76, una generación aprendió a desandar las identificaciones lineales. Si Cooke advertía que había lucha de clases dentro del peronismo, y esa lucha dentro del movimiento había sido violenta en los setentas, en los noventas se hizo la experiencia de resistir a un gobierno peronista que en lo esencial hacía suyo el programa del consenso de Washington. Fue la crisis de 2001 la que terminó de mostrar el final de todo un ciclo histórico: una sociedad desindustrializada, privatizada, con altísima desocupación y precarización laboral. Las multitudes empobrecidas que desfilaron aquel verano por las calles fueron testimonio vivo de la mutación del patrón de acumulación de capital y de las formas de organización del trabajo. Si el kirchnerismo resultó ser un emergente de estas transformaciones, y si supo recobrar de otro modo al peronismo, no profundizó en un programa capaz de imaginar una nueva articulación entre producción y derechos capaz de cuestionar estructuras a partir de la fragmentación de las fuerzas del trabajo.

Hoy, 17 de octubre, ante un gobierno que ofende y con estudiantes y trabajadores de la educación en las calles, los archivos y las preguntas se convierten en grandes aliados. Las preguntas se imponen por sí mismas: ¿cómo evitar que las identidades se congelen impidiendo que los legados se vivifiquen en términos de protagonismos populares efectivos? ¿Cómo hacer confluir en un pueblo real a las formas sobrevivientes del trabajo con las figuras del trabajo precario e informalizado, pero también cómo converger entre las diversas formas de vida y sexualidades que recorren en un mundo popular en un movimiento de impugnación al presente? ¿cómo se hace para responder al poder que el mundo digital ha acumulado sobre el mando del trabajo y la comunicación política? ¿Qué tipo de líderes y de organizaciones populares pueden acumular la fuerza necesaria para plantear el problema de la imposibilidad del pago de la deuda sin hipotecar la vida de los jubilados, estudiantes y trabajadores? Archivos y preguntas, juntos, son nuestros compañeros. 

El asco // Abel Gilbert y Diego Sztulwark

El drama argentino nos deja sin palabras, una y otra vez. ¿O será que los signos hieden y no nos dejan hablar? “Algo podrido hay en el reino de Dinamarca”, dice el soldado Marcelo, a comienzos de Hamlet, toda una metáfora sobre un sistema de autoridad y un gobierno corrupto y desintegrado. El espectro de un padre asesinado los circunda y cuando Marcelo lanza su sentencia, capturada en la posteridad por la lengua política, Horacio, el amigo del príncipe dice: “los cielos nos guiarán”. Qué imagen más apropiada de esta era envilecida por una gramática por la que se cuela el mesianismo. 

Si lo podrido entra de la mano de Shakespeare en el repertorio de metáforas sobre una trama, los últimos acontecimientos parlamentarios, palaciegos y mediáticos nos devuelven la sensación que emana de la descomposición: el asco. Cómo no experimentarlo en cada gesto y uno en especial en las últimas horas: el festejo del 12 de octubre, recuperado como victoria civilizatoria por las armas y la cruz, que se acompañó en X de un breve video en el que se muestra cómo la bota de Cristóbal Colón pisa el territorio que le era incógnito. De lo que se trata es de volver a aplastar (con una bota) y por eso se comunica sin ambigüedades. Lo obsceno de una lengua sin pudores. Las piruetas, pantomimas y ademanes de los últimos 10 meses provocan esa repugnancia. La propiedad de lo asqueroso se adhiere a la superficie de nuestros días como una capa de lo lípido. Unos ríen y otros tienen arcadas. En 1979, Charly García y Serú Girán la asociaban a “la grasa” y repetían una y otra vez que no se bancaba más. 

Lo sensible, lo discernible y discursivo convergen. Es un lugar común considerar paradigma de lo asqueroso a un cuerpo en descomposición, especialmente humano, sometido a los cambios de textura, color y olor de la carne de lo que alguna vez funcionó como máquina. La ultraderecha suele invocar la necesidad de una limpieza y una asepsia, aunque por razones completamente distintas. En este caso pensamos en el asco frente una manera de administración de lo viviente.

Cuando se siente asco el primer impulso es evitar el contacto con el objeto. Pero acá se trata de una trama, un sistema, una cultura algo más que odorífera o visual (las ficciones televisivas no los recuerdan cuando irrumpe un vampiro o un zombi caníbal, figura qué, recordemos, ha sido apropiada por la ultraderecha para representar el rechazo visceral hacia el otro). El filósofo húngaro Aurel Kolnai situaba al asco como una emoción repulsiva junto al miedo y al odio. Colin McGinn señala en El significado del asco que las tres emociones no son en ningún caso idénticas. El miedo puede ser entendido como prudencial, el odio como moral y el asco como estético. A riesgo de reducir las distancias que postula el ensayo, ¿no sentimos todo a la vez y cada vez con mayor intensidad desde que se apoderaron del Estado sus declarados destructores? 

Sentir asco es querer evitar sus emanaciones, pero esa posibilidad ha sido clausurada. La repugnancia es nuestro estado. No podemos escapar ni, por ahora, encontrar un programa de salida certera o que los haga retroceder. El presente es también una disputa territorial y simbólica entre aversiones profundas, aunque muchos todavía no lo puedan percibir de esta manera. 

Los procesos de ampliación de derechos supusieron luchar contra el asco de clase, el desprecio de las elites hacia los sectores sociales menos desfavorecidos, también expresado en cuestiones de raza, género, discapacidad y orientación sexual. George Orwell lo comprendió al escribir El camino a Wigan Pier, en 1936, en un intento de adentrarse en las condiciones de vida de la clase obrera en una zona industrializada tras la crisis mundial. Marca ahí que la actitud de la clase alta hacia la gente “corriente” es la de una “superioridad burlona salpicada de arrebatos de odio depravado” que luego se extiende a sectores medios. Una de las formas del asco entraba por la nariz: “las clases bajas huelen”. La ultraderecha obra ha decidido recuperar ese desdén: lo económico y cultural incluye una mirada de los descartados como miasma. Al demoler un andamiaje y violentar las relaciones sociales vuelve normativa su repulsión en todas las áreas.

Señalamos al pasar “desprecio” y esa es la otra cara de la moneda que se intercambia delante de nuestros ojos sobre la que vale la pena señalar algo más. El poeta José Carlos Agüero nos habla del desprecio como afecto central en la vida política. Lo hace desde el Perú, pero en consonancia con lo que otros captan en otros países vecinos. El desprecio es para él “la soledad y la herida del vínculo social. La fragmentación de los sujetos, la perdida de sus redes, la banalidad o intrascendencia de sus interacciones” que desfonda instituciones. Es el deshilván entre el tejido social entre pares “y las articulaciones más complejas (verticales), haciendo casi impracticable la intermediación”. Es también condena a una “soledad profunda, estructural” que resulta de largas décadas de “políticas neoliberales y su mandato de éxito personal sin importar los medios y sin ningún otro fin que no sea el beneficio personal”. El desprecio es un medio político en el que se valora “la trampa, la vileza y el resultado por sobre cualquier evaluación moral”. Es la perdida de todo referente común para convivir”. El triunfo del cinismo “como actitud existencial”. La normalidad constituida “sobre la base de multitudes solitarias”.

 

El desprecio sustituye por todas partes a las prácticas de reconocimiento en las que se funda la legitimidad. Así lo describe Rodrigo Nunes, politólogo de la misma generación de Agüero, desde el Brasil . Para él, las élites ya no reparan en los requisitos elementales de obligación que los ataron en el pasado a sus subordinados. La relación de dominación ya no cuenta con el derecho de los dominados. Sucede como si el capitalismo, a partir de un cierto momento -¿2008?- hubiera entendido -y hubiera decidido- que la velocidad era su último razonamiento possible Reestablecer la legitimidad es demasiado caro, demasiado problemático, demasiado pantanoso. Lo que conviene es simplemente acelerar (la bota que vuelve a un primer plano aspira a algo más que dejar su huella: refundar un orden con premura, mientras dure el estupor y el asco que paraliza).Poner a la sociedad a pedalear cada vez más rápido. ¿Por qué iban a importar la palabra y el cuerpo de aquellos con los que ya no se cuenta para nada (apenas consumir imágenes, repetir consignas y acatar nuevas interdicciones)? 

El desprecio surge del desdén por todo lo que no sea acelerar. Es un modo de gobierno que no precisa convocar espacios públicos de debate, ni dar explicaciones ni tomar en consideración la palabra de los demás.

La semana que pasó nos muestra que la dinámica del desprecio gubernamental tiene su fase menemista más pura (un clasismo incontaminado que con ocasionales de exabruptos populistas de ultraderecha): “Marchas, paros, tomas. Quieren derrocar al presidente con más huevos de la historia. Están avisados zurdos, después no lloren DDHH y lesa humanidad”, dice una publicación retuiteada por el Presidente. Recordemos: también Carlos Menem amenazó con que volvería a haber Madres de Plaza de Mayo en el país frente a la movilización de cientos de miles para frenar la nefasta ley federal educativa, que descentralizaba escuelas públicas en las provincias sin correspondiente presupuesto. Milei no declara, retuitea. ¿Qué anuncia su retuit? que va en serio contra las Universidades Públicas y todo lo que tenga enfrente. Un Milei cada día más minoritario, un gobierno cada vez más aferrado a la técnica del veto. La misma noche del retuit una patota policial ingresa con orden judicial en el domicilio de Fernanda Miño. La golpean y la aíslan horas. Como contra escena, es preciso recordar una multitud de médicos, pacientes, terapeutas, militantes sindicales y periodistas que reaccionan ante el intento de cierre de un hospital público de salud mental (Hospital Laura Bonaparte). La presencia en la calle de estas redes logran revertir en lo inmediato esa clausura, pero el gobierno habla ahora de “reestructuración”. Y no es el único hospital en el que se denuncian vaciamientos presupuestarios. Como si el gobierno estuviera convencido de que la terapia certera y decisiva ante el sufrimiento humano consistiera en lograr equilibrios monetarios sin modificar estructuras. De a poco la Argentina se reencuentra con el mapa de sus conflictos profundos de las últimas décadas: contra los entusiastas continuadores “democráticos” del plan del 76 un pueblo que se va reconstruyendo en y desde las calles, sin más tiempos que esperar. Si algo parece querer el gobierno es despertar a un enemigo permanente. El asco, el desprecio y la humillación no son afectos que provengan de la supuesta astucia de un Rasputín que utiliza una remera con la imagen de los Ramones (mientras Martin Menem, presidente de la cámara de Diputados viste una que incluye el logo de los Rolling Stones: la repulsión visual nos llega a la retina con las reapropiaciones de jóvenes viejos) ni de la segura ignorancia respecto de cómo lidiar con un movimiento estudiantil. Pero subestimar la ofensa infligida implica un deseo oculto de conocer una sociedadi indignada.

 

Jockey club // Moro Anghileri

El Jockey (Ortega 2024)  despliega capas de sentido como hilos de telaraña que envuelven a quien la ve, desde la pantalla, a través de Nahuel Pérez Bizcayart y un elenco notable, dirigidos por un autor descabellado. Ortega nos va ubicando de su lado del espejo. Y entonces su mundo se convierte en lo más justo y sencillo que podría pasarnos.

 

La presentación de cada uno de los personaje es tan poética que uno podría enamorarse hasta del más vil. Luego el devenir de la trama va de la mano de un pequeño flacucho de cables sueltos que entra en contacto con aspectos menos iluminados de lo que nos rodea, en lo que no reparamos, pero tan presentes como todo lo demás.

 

El Jockey sintoniza las marginalidades que habitan la ciudad, la mafia, la falta de cordura y la vitalidad que da tener todo perdido. Pensar que morir y volver a nacer sería una salida,  transformarse,  reinventarse, ser o no ser , mirar o ver, ser Remo o Dolores, tener un sucesor o serlo, son algunos de los posibles. Como sobrevivir a un accidente escabroso y al abrir los ojos robar una cartera y un tapado de piel para ir por la ciudad recolectando objetos, encontrando las claves para vengar su suerte y poder reinventarse en la cárcel, siendo la peluquera más delicada que haya pasado por ahí.

 

Luis Ortega es un director moderno que supo conquistar un reinado de productores críticos y espectadores viajando en el tiempo al mejor cine de los 60s en la argentina, para traer el envión más revitalizador de los creadores que supimos tener, completamente comprometidos con la suma de todas las artes para crear una película sensible, divertida, profunda y mágica.

 

La música es un viaje en el tiempo a ninguna parte. Es música de acá en otro época, son melodías que la gente canta porque están guardadas en algún lugar pero no sabemos dónde. La música de ésta película es una llave que abre puertas. Mientras algunos tiran unos pasos sofisticados en la pantalla, en la butaca otros tararean.

 

Nuestro país hoy tiene el ritmo del absurdo. Esa complicidad con el estado de cosas que en el jockey circula, en las calles, en el aire. Y uno comprende la descarnada razón de la violencia que produce vivir afuera, al margen, del otro lado, tan molesto como invisible.

 

Conozco a Luis desde hace tantos años que podría ser otra vida, desde que se sabía director pero no había filmado ni una toma, de charlas con vinos, de cruces en la ciudad de la furia y aunque hace tiempo que no lo veo, su sonrisa ocurrente y agradecida de ocurrencias ajenas, es un lugar que conozco y sé qué hace bien.

 

El Jockey es el presente más absoluto.

 

Recuerdos del presente // Diego Sztulwark

Una sentencia que me deja algo perplejo afirma la política de la efeméride es la política de quien carece de política alguna. El automatismo de las fechas impone un discurso inevitablemente solemne y una imagen repetida sobre hechos cuyo sentido ya ha sido establecido de una vez y para siempre. Octubre es el mes en que este sentimiento se acentúa. En lo inmediato se imponen dos fechas: el 7 de octubre, primer aniversario de la acción terrorista de Hamas sobre población civil de Israel; y el 8 y 9 de octubre: evocación de la captura y el asesinato del Che Guevara en Bolivia, en 1967. ¿Por qué obligarse a tomar la palabra sobre dos episodios tan disimiles, sobre los cuales difícilmente se tenga algo amable para decir? Para empezar, porque se trata en ambos casos de fechas que remiten no ya a un pasado cerrado sobre sí mismo, cristalizado en sus significaciones, sino a acontecimientos trágicos aun activos, a fenómenos que siguen operando en el presente y que son parte constitutiva de nuestro presente. Y porque el decir esperanzado y seguro de sí mismo hace rato que no dice más nada.

Desde el 7 de octubre del 2023 el gobierno de Israel no ha hecho más que  incrementar su proverbial paranoia destructiva. El incremento de la crueldad militarizada llegó a niveles que suponen la negación de los últimos vestigios de una autoridad moral que en su momento le mereció el reconocimiento como Estado de una buena parte de las naciones (se trataba entonces de constituir un Estado para un pueblo que había sufrido el genocidio nazi). Bajo el pretexto del derecho a la defensa, al que ningún Estado renuncia, Israel intensificó la guerra total como política sin reparar en que semejante opción aniquila su propia legitimidad ante el mundo y ante su propia población, que ya no puede sentir que su protección le está garantizada. El genocidio que el Estado de Israel practica sobre el pueblo palestino en la Franja de Gaza, así como la movilización de toda su población y recursos (la mayoría de los cuales provienen de potencias occidentales) para la guerra se basan en la idea inaceptable según la cual sólo por medio de la destrucción ajena se asegurará su propia preservación. Ese razonamiento arroja como saldo una serie de catástrofes simultáneas que es preciso enunciar con claridad: aniquilamiento del pueblo palestino; aniquilamiento de la posibilidad de paz en Medio Oriente; aniquilamiento de los contenidos humanistas que las izquierdas judías de Israel intentaron preservar durante décadas; aniquilación de toda confianza en que las fuerzas democráticas y populares de los demás países puedan enderezar la barbarie y el brutalismo de los fundamentalismos ultraderechistas (asistidos, ahora, por la tecnología bélica de la inteligencia artificial); aniquilamiento, en fin, en todo el occidente de la esperanza de que es posible resistir a las imágenes insoportables de la destrucción por medio de palabras que puedan romper la complicidad con la guerra que practican sus propios estados. De ahí que muchos hayan concluido, incluso en Israel, que el atentado del 7 es un efecto no tan sorprendente de la política de ahogamiento colonial a que se ha sometido desde siempre y cada vez más a los palestinos. 

En cuanto a la captura y asesinato de Guevara ¿se trata realmente de un hecho ya cerrado para siempre, un pasado pisado que no constituye tradición? ¿o se lo puede considerar también como un acontecimiento aun en curso, un evento activo que sigue produciendo efectos oscuros en nuestro presente? A mi modo de ver Guevara fue el último gran político revolucionario de visión continental y global de nuestra región. Sé muy bien que decir esto supone chocar de frente con una intelligentzia de izquierda que ha ido elaborando un consenso general según el cual Guevara fue un gran idealista pero un pésimo político. Pero creo que -como escribía el recientemente fallecido Luis Mattini- si toda revolución debe ser juzgada por sus errores (y no solo por sus aciertos), también la política de Guevara puede y debe ser leída de ese modo. Menos como un modelo a venerar y más como un conjunto de desaciertos de los que aprender. Pues en lo esencial esa política consistió en un intento de cuestionar la hegemonía imperialista construyendo una multiplicidad de resistencias simultáneas, y de atacar la ley del valor-capital por medio de la creación de una multiplicidad de zonas de cooperación socialista. Y ese intento -me parece a mí- fue la última gran idea política verdaderamente digna de ese nombre. No creo que el 68 francés, por ejemplo, con sus consignas y su poderoso imaginario transversal tenga un valor político equivalente, si se lo considera por fuera de ese horizonte guevariano. Y sin embargo, la prueba de la paradójica actualidad de aquel proyecto político no reside en los balances históricos de lo ocurrido hace más de medio siglo. Ella surge del hecho según el cual no hay mejor modo de comprender la coherencia interna del desquicio fascistoide del presente que hacerlo a la luz de una contrainsurgencia generalizada, cuya razón organizadora consiste en reprimir e invertir la búsqueda de una nueva subjetividad. Una subjetividad que ya no puede concebirse fuera -como quería el guevarismo- sino completamente dentro de la ley del valor en crisis. La victoria del enemigo se engrandece desde ahí: desde la creencia general de que la revolución es fetiche y olvido y no amenaza y acecho. Es esta imposibilidad de juzgar la política guevarista por sus errores e insuficiencias lo que la deshistoriza. Nos falta el juicio crítico que permitiría actualizar todo aquello que permanece confinado a una existencia virtual, bajo la forma de un inconformismo incapaz de política. Es esta falta de crítica la que constituye día tras día la substancia de la victoria enemiga, que sigue ocurriendo por el solo hecho de que se acepte que aquellas ideas pertenecen a un pasado irremediablemente derrotado, sin conexión alguna con nuestro presente.

Las rubias y los rubios // Abel Gilbert y Diego Sztulwark

La ultraderecha argentina escupe imágenes como perdigones simbólicos. No salíamos del estupor de la representación digital de la otredad infectada cuando se impuso sobre nuestras retinas la imagen de la octogenaria Susana Giménez junto a la secretaria de la Presidencia, Karina Milei, desternillándose de la risa frente a una cámara y acompañadas de un perro. La imagen fue difundida en el instante en que se conocían las astronómicas cifras oficiales de pobreza e indigencia. Entre una y otra artimaña iconográfica hubo un giro de pigmentación pilosa: de la amenaza morocha (encarnada en una Natalia Saracho zombi) se ha pasado de modo festivo a los cabellos auríferos, platinados, con algo de color arena, debidamente tratados por un coiffeur. Sonrisas rubias impresas sobre las estadísticas oficiales del despojo, festejadas por la comunicación amarilla.
No hablamos de un déficit de melanina (lo que le da el tono levemente trigueño al cabello) sino del exceso de un color que aspira a enfatizar una pertenencia y un plus que si no se ostenta naturalmente puede ser disimulado a través del teñido sistemático que borra orígenes (rubias de New York, ya no de Broadway como las invoca Gardel sino de Wall Street). Cómo no recordar a Luca Prodan expresando su asco en plena transición democrática por las asociaciones entre esos pelos bronceados y aburridos y una sociedad de aristas intolerables.

Pero, lo sabemos, en ese color anida también un equívoco más profundo, por lo que antes de volver a “las rubias” debemos pasar por Los rubios. Así se llama la película de Albertina Carri que se propuso una investigación sobre los mecanismos de la memoria. En una escena crucial, Carri visita la casa de la que sus padres, militantes, fueron secuestrados por una patota militar. Ya adulta, Albertina pregunta a una vecina si recuerda cómo eran las personas que entonces vivía a su lado. La vecina los recuerda rubios, aunque no lo eran. Rubios en un barrio de morochos. El recuerdo del barrio dice mucho sobre los mecanismos de la distorsión. Rubios, en ese contexto, bien puede remitir a diferentes o extranjeros. Provenientes de otras tierras. Es curioso el modo en que la distorsión de la memoria da en el blanco a pesar del yerro. Sí, la familia era distinta. Madre y padre -Ana María Caruso y Roberto Carri- eran intelectuales, militantes y pertenecientes a una organización de la izquierda peronista.
El color que de modo equívoco atribuye la vecina a los militantes desaparecidos acierta a su manera al reponer una discriminación de sentido inverso: delimita una exterioridad que no puede ser explicitada en el lenguaje de la política. El barrio no se asume como sitio de delaciones. Dice la diferencia sin abrir una reflexión -si quiera mínima- sobre lo que pasó durante aquellos años. Señala en el cabello una cualidad capaz de concluir una distinción que la lengua barrial no ha elaborado.

En Los Rubios se trata de reconstruir la identidad de unos padres pertenecientes a “la generación diezmada”, pero no tal y cómo los recuerdan sus compañeros ni para satisfacer algún tipo de narración política que la generación derrotada reclama y precisa. Sino para reconstruir la propia identidad quebrada de la generación que le sigue -la de sus hijos-, imposible de restituir por medio de la apelación a la memoria de los otros. Es la propia Carri la que busca recomponer esos pedazos astillados del pasado con los restos distorsionados de recuerdos que va buscando aquí y allá, y que conducen a ese final que -sobre fondo del cover de Charly García de “influencia”- muestra al grupo de investigadores que protagoniza el film marchando de espaldas con pelucas rubias.

Con el trasfondo de esas pelucas que se alejan de la cámara podemos seguir los pasos de Susana Giménez desde la oficina donde se tomó la fotografía con la secretaria de la Presidencia hacia el balcón presidencial donde se unió a Javier Milei para saludar hacia la nada (una plaza vacía y una caricatura comunicativa) y darle un nuevo giro a un historial de simulacros donde dos sustantivos vuelven a componer el binomio que atraviesa las escenas del desastre: “balcón” y “rubia”. Aceptamos que hubo un tiempo en que esa locación tuvo un componente mítico y emocional: Eva toma el micrófono y se dirige a una multitud, Eva saluda, Eva es abrazada por su esposo, Juan Perón, el del cabello oscuro, aindiado, y en esas pigmentaciones diferenciadas también podía jugarse la alianza de clases. 

En 1996, Madonna ocupa el mismo balcón para darle lustre veraz a una de las escenas de Evita, la versión cinematográfica del musical inglés de Andrew Lloyd Weber y Tim Rice, a cargo de Alan Parker. La presencia de la chica material -cuatro años después de su libro Sex- en la Casa Rosada fue vivida por parte del peronismo como un acto de profanación. Le dijeron “prostituta” a la cantante: el mismo calificativo que recibía la ex actriz Duarte cuando querían denigrarla. La situación fue tan paradójica como inadvertida: en plena ejecución de un programa económico neoliberal era la ficción del peronismo clásico y distributivo la que provocaba enojo. La rubies de Madonna, su mimetismo físico con la figura plebeya y polisémica, no hacía más que poner delante de los ojos de los argentinos aquello que no se podía ver o aceptar: hasta qué punto se había teñido de gamas tatcherianas el movimiento materializando el programa económico de 1975. “Papa, d´ont preach”, podría haberles cantado Madonna (papi, no prediques) a sus impugnadores e impugnadoras.

En esta línea de degradaciones es que vemos primero a la secretaria general de la presidencia y a la presentadora televisiva, y luego a Giménez y Milei en una coreografía que otra vez convoca a dos de sus brazos operativos del espectáculo. Antes o después de esos saludos desde el balcón Susana entrevistó a Javier, y le preguntó porque su gobierno desfinanciaba a la cultura. Él respondió que la cultura debía ser comprendida como un hecho del mercado. Sonrisas. En este juego de inversiones capilares no se nos pasa por alto de que al anarcocapitalista también le dicen “el peluca”. Lo postizo. Milei es el bisoñé que nos distrae con sus disparates y recurrencias sexuales.  No debería olvidarse, al observar su embeleso por Yuyito -nueva integrante de la familia de rubias estatales- que Federico Sturzenegger es calvo y Nicolás Caputo tiene el pelo ceniciento.

1 2 3 60
Ir a Arriba