Prólogo a Breve historia de lo imperceptible // Sebastián Scolnik
El pensamiento político surge en condiciones inesperadas. No trabaja sobre un terreno seguro, hecho de coordenadas estables, sino que es requerido en circunstancias límite, cuando el mundo de sentidos y representaciones en el que nos movemos se agota. De repente, las palabras, las imágenes y los saberes con los que contamos para explicarnos las cosas —los que nos proporcionan nuestra consistencia— se desvanecen en medio de la conmoción. Es ahí, en esa desorientación radical, donde la fuerza del pensar debe ponerse a prueba, enfrentando la violencia de los signos que evidencian una realidad esquiva y desafiante.
El pensamiento no es una facultad abstracta ni un conjunto de ideas que puedan producirse de manera aislada, como si fuera el producto de una ingeniosa modulación retórica hecha por una mente privilegiada. Tampoco es una redundante constatación de las injusticas y los horrores del presente, que se limita a una enumeración descriptiva para escandalizarse moralmente o para decretar la imposibilidad de una transformación. El pensamiento es político cuando asume una voluntad colectiva de componer cuerpos y experiencias de lucha para enfrentar lo que nos resulta intolerable. Lo que requiere de un esfuerzo de construcción y de una lucidez incisiva que desestabilice los consensos sobre los que se erige el poder y el despojo. El pensamiento es, necesariamente, una contraviolencia. Porque interrumpe la arrogancia de un presente que se muestra inquebrantable. La falta de alternativas y la asfixia de su mismidad técnica y financiera llevan al pensamiento a dirigirse contra el poder, sus dispositivos brutales y su lengua ominosa e injuriante.
Las conversaciones que componen este libro son el resultado de una inquietud muy profunda que surgió en reuniones que mantuvimos en el mes de mayo de 2024 en el JJ Circuito Cultural con sus integrantes y con quienes también animan la biblioteca Mañana de Sol. Ya había asumido Milei la presidencia y los presupuestos con los que se había concebido el espacio, en torno a ciertas formas del compromiso militante, enunciados e identidades políticas se percibieron amenazados por un nuevo fenómeno que ponía en crisis las certezas hasta allí amasadas. La osadía del mileísmo, que trae consigo un espíritu de refutación del mundo de las ideas igualitarias, significa un desafío inédito para el mundo de las izquierdas y los nacionalismos populares. Algo del modo en que sus tópicos se gestaron, merece una reconsideración crítica para intentar comprender lo que sucede, animándonos a plantear nuestros puntos ciegos, mientras los cimientos tiemblan bajo el fervor beligerante y revanchista de la nueva derecha.
Entre estas cavilaciones, tramadas por la angustia pero también por una pulsión vital de rearmarse para la pelea, pensamos este ciclo de charlas públicas con la idea de traer antiguas formas de concebir la relación entre la teoría y la práctica, entre la experiencia y el pensamiento, que no estuvieran regladas por un modelo político, el de las últimas décadas post 2001, de fuerte matriz estatal, que solicitó encuadramientos y obediencias, cuando no cierta reiteración de consignas impermeables a su reelaboración práctica. La crisis llegó y con ella también, lejos de cualquier arrepentimiento, la necesidad de repensar por dónde seguir cuando muchos caminos fueron bloqueados.
¿Existe un archivo al que acudir para encontrar materiales, indicios y elementos dispersos, que puedan ser precursores de una creatividad nueva para el tiempo que vendrá? No buscar un modelo hacia atrás, suponiendo que allí anida una verdad a la que debemos adherir, deja disponible esas sensibilidades que habitan una memoria imprecisa, para que la imaginación circule liberando el tiempo de sus ataduras históricas. De alguna manera, en estas conversaciones hemos hecho el esfuerzo de trazar un haz de luz a través de ciertos recorridos biográficos para auscultar otros modos del hacer que fueron desechados, pero que también laten en el fondo de muchos razonamientos colectivos en los que creemos reconocernos. Cada una de estas historias políticas e intelectuales ofrendan un manojo de posibilidades para repensar estilos, prácticas y lenguajes que dialogan con lo que toca elaborar en el presente.
No sería posible una conversación como las que aquí tuvimos sin mediar una comprometida generosidad. La amistad política, precisamente, es un tipo de relación capaz de sustraerse al cálculo instrumental, a los mecanismos de validación, reconocimiento y valorización mercantil que anidan en el oportunismo financiero contemporáneo. Cada invitado e invitada ha ofrecido, como si se tratara de un don, una narración muy sofisticada y con pretensiones críticas sobre sus recorridos, dilemas y enigmas. Asuntos que también implicaron, en igual proporción, decisiones, enfrentamientos y desgarros. Mostraron distintas formas de pensar y sentir el mundo, el tipo de vida que se tramó por debajo de ciertos nombres, enunciados y organizaciones. Y con ello, nos han transportado a una dimensión histórica, material y afectiva que produjo, entre quienes estábamos ahí, una especie de perplejidad alucinada. Las conversaciones se extendieron por horas, sin que la atención se dispersara un ápice, y se prolongaron en sobremesas, entre platos y bebidas, hasta entrada la madrugada.
Caminar por el Abasto hasta el JJ, atravesando cafés de autor, cervecerías artesanales y gimnasios donde se esculpe un renovado espíritu patriarcal, para adentrarse en estas conversaciones fue, en cierto modo, un milagro que nos regaló la ciudad. Entre sus pliegues, que se plisan en medio de la pobreza y la desolación, fue posible sustraer un espacio y un tiempo, como si en la intimidad de esas conversaciones —que en su regularidad tenían algo de ritual en el que se manifestaban emociones e inquietudes— se entretejiesen los rudimentos de una comunidad política. Una confluencia de contornos indefinidos que, sin identidad ni lineamientos prefigurados, se descubría en su ser compañera de una travesía incierta. Entre épocas y generaciones, entre una multiplicidad perceptiva y sensible, se armó una asamblea de conversaciones capaz de tejer un hilván en la historia hasta el filo mismo del despeñadero en el que nos encontramos. Si la recreación de un sentido se produce alrededor del enlazamiento entre los cuerpos —como el que se dio en estas reuniones y el que se da en tantas otras, que insisten sigilosas e impredecibles—, es necesario atraer lo disperso y lo misterioso, lo que subyace inadvertido para la mirada convencional. Porque en esa conjugación, se agita un movimiento posible que tiende a desplegar un sentido.
Quisimos que ese ademán amistoso se prolongara en un libro. Un gesto arbitrario, probablemente caprichoso, que insiste en la palabra impresa y en el esfuerzo de lectura; para sortear el cúmulo de imágenes digitales, streamings y sonidos que saturan el espacio público, y para reencontrarnos con una antigua tradición que aún conserva sus misteriosos poderes. Porque persistir en este anacronismo puede llevarnos al callejón inclemente de la soledad, pero también a un diálogo secreto y cómplice capaz de interrumpir nuestros automatismos comunicativos.
La trasmisión entre generaciones y la pregunta por los legados siempre fueron un núcleo inquieto de la política. ¿Somos una continuidad de los que vinieron antes o debemos afirmarnos en nuestra diferencia? Una generación siempre debe medirse con ese enigma. Pues en el modo de tratar con la espesa sombra del pasado se recorta un temperamento. Algo de la comunicación entre intensidades ocurrió en estos diálogos. Como si hubiera una historia secreta e imperceptible de la potencia, que viaja entre épocas, por debajo de los cuerpos y por detrás de las palabras, para hendir el tiempo y reanimar la vida. Asistimos acá a siete formas de contar la realidad a partir de la historización de experiencias diferentes. Ese guiño mariateguiano (figura muy presente en varios tramos de este libro) es el que nos permite conjeturar que lo que precisamos construir tendrá tanto de creación futura como de resonancias pretéritas. Y así, en el vaivén entre lo que nunca terminó de ocurrir, las oportunidades perdidas y lo que precisa deshacerse del macizo lastre de la continuidad, nos preguntamos si el pasado es lo que ya ha acontecido, lo que nunca ocurrió o lo que siempre está por venir.





