Darse al pensar // Marcelo Percia

- La expresión darse a… repone la cuestión del don en el corazón del pensar.
El don no como acción que crea deuda, obligación o demanda de reciprocidad. El don no como extorsión velada o acuerdo de intercambio. No el dar, ni obsequiar, tampoco enseñar pensamientos, sino el acto del darse al pensar o de darse en el pensar.
Un momento apasionado en el borde de la emoción y el miedo. Una entrega que no se guarda nada, pero que, sin embargo, vacila. Una decisión que confía en el pensar, a la vez que sospecha de confusiones y desquicias de los pensamientos.
2.
Darse al pensar, a veces, acontece como demora, como orilla de un abismo prometedor, como asomada a un vacío que atrae, como llamado al abrigo de lo común, como gratitud y alegría de tener con quienes.
Darse al pensar condensa todas las formas del darse.
Pensar necesita de la amistad, de la escucha, del abrigo, de la profanación, de la cita, de la lectura, de la inspiración…Y así.
Darse al pensar equivale a darse a lo común: todo pensar se realiza como un común pensar.
Un común pensar que antepone lo común al pensar. Un común que prevalece al acto de pensar. Un común gestante.
3.
¿Qué empuja a pensar?, ¿un amor, una urgencia, un interés?, ¿la necesidad de abrigo, de sosiego, de respuestas?, ¿responsabilizarnos por actos que realizamos?, ¿haber llegado hasta un punto en el que se vuelve imperioso desaprender pensamientos que nos hacen sufrir?
Juan Carlos De Brasi (2015) anota que pensar supone hacer la experiencia de despertenecerse.
Tal vez, hacer el aprendizaje de que no tenemos propiedad ni domino sobre lo que nos pasa. Lo que no significa que no nos concierna o que no tengamos incumbencia.
Despertenecerse como abandono de arrogancias posesivas.
Despertenecerse como apertura de una jaula, de una ventana, de una posibilidad. Como fuga del territorio alambrado del yo sé.
Tal vez pueda concebirse un pensar clínico como desencierro o confianza en el desasimiento.
Un pensar que sondea ideas que abusan y encantan vidas. Un pensar que desentumece la disponibilidad de darnos a lo impensado.
El acto de pensar puede incurrir una y otra vez en lo ya pensado y, a veces, asomarse a lo todavía no.
4.
Muchas veces el acto de pensar acontece en silencio. Necesita de un tiempo sin apremios. Sin resultados e incluso sin pensamientos. En ocasiones leyendo o conversando sobrevienen ocurrencias que pueden pasar inadvertidas. Una de las labores del pensar consiste en detectar curiosidades, rarezas, nacimientos. Y proveerles silencio como si se tratara de una cuna.
5.
Tanto en un diálogo clínico, como en una conversación amorosa, cuando hablantes se sumen en el silencio, se suele preguntar: ¿en qué te quedaste pensando? Se imagina el silencio como el tiempo del pensar. Y, aunque se sospeche que no, se puede pensar en nada o ver pasar pensamientos como paisajes deshabitados.
(Aunque sabemos que pasajes deshabitados pueden estar, para otros ojos, repletos de vida).
6.
Se conoce el Popol Vuh, esa belleza de las letras de la antigüedad maya. Allí se cuentan los comienzos como tiempos de meditaciones entre criaturas divinas.
Se lee: “…todo estaba en suspenso, en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo. No había todavía vida, ni humana, ni animal, ni nada. No habían pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía. No había la tierra. Sólo el mar en calma y la esfera celeste inmóvil”.
Así estaba todo hasta que las divinidades iniciantes llegaron con la palabra. Vinieron desde la oscuridad “… y hablaron entre sí. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y sus pensamientos”.
O más adelante se lee: “…conferenciaron sobre la vida y la claridad, sobre cómo ocurrirá que aclare y amanezca, sobre cómo sucederá que se produzcan alimentos y sustentos”.
O se lee: “Como neblina, como nube y como polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las montañas”.
El comienzo se narra como una conversación entre divinidades en la que las palabras se unen con los pensamientos, cuando todavía el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida bajo las aguas.
7.
Nos piensan antes de nacer. Luego, desde que hablamos, pensamos.
En las íntimas entrañas del pensar, sin embargo, entre tantas bellezas abundan argumentos y razonamientos que amenazan, engañan, hacen sufrir.
Se dice que Demócrito, infatigable pensador de los tiempos de Sócrates, se arranca los ojos para pensar sin distracciones. O que Tiresias, sabio ciego de la literatura helénica, tiene visiones de tiempos pasados, presentes, futuros. O se recuerda que Edipo, al final de la tragedia de Sófocles, se quita los ojos para evitar que los dioses lo vuelvan a confundir valiéndose de su sentido más confiable.
No hacen falta mutilaciones para evitar fascinaciones y estafas, pero sí saber obnubilaciones que perturban.
8.
Algunos pensamientos sobrevienen como agua que refresca, otros como sentencias que martirizan.
Conversaciones clínicas celebran el acto de pensar, pero toman precauciones y ponen bajo sospecha altiveces que nos piensan.
9.
Desde comienzos del siglo veinte, se sabe lo que siempre se supo: pensar supone un trabajo. Pero, no se explica cómo hacerlo.
El marxismo alertaba sobre una falsa conciencia que llamó ideología. Nietzsche advertía sometimientos a la moral de la época y vanidades de la primera persona del singular. Freud observaba indicios de un habla inconsciente en la formación de síntomas, sueños, olvidos, actos fallidos. Izquierdas del psicoanálisis constataban que angustias y temores personales expresaban, también, angustias y temores de una época.
El acto de pensar acontecía como hermenéutica contra el sentido común o como paranoia crítica por tomar la expresión de Dalí.
Pensar también requería auscultar palabras. Entrever que cada vocablo, como sugería Carroll, se comportaba como una valija repleta de historias apretujadas. O que los significantes, como entendía Lacan, no sólo se soldaban a significados, sino que se aferraban a fantasmas.
El deseo de pensar, por donde se mirara, presumía engaños y confusiones.
Hubo quienes probaron escuchar pensamientos como Perseo cuando se enfrentó a la mirada petrificante de Medusa. Y se entrenaron para hacerse invisibles, para dejarse crecer alas en los pies y para defenderse con la oblicuidad de los espejos.
Hubo quienes probaron pensar como si estuvieran metidos en el cuadro de las Meninas de Velázquez analizado por Foucault: se miraron pensando y se escucharon pensar con oídos no calculados.
Hubo quienes probaron pensar emociones como si se tratara de criaturas vivas con intenciones y voluntades y, así, se entrenaron a escuchar angustias, dolores, tristezas, rencores, perplejidades, injusticias, ingratitudes. Aprendieron a oír confusiones, agotamientos, demasías.
Hubo quienes probaron sumergirse en esos afectos hablantes y procuraron estar no sólo presentes en las sesiones, sino en estremecimientos, enredos, ambigüedades. Se propusieron conversar aun sintiendo ganas de salir corriendo o llorar.
Hubo quienes probaron vaciarse de pensamientos para llegar a pensar. Invitaban a la conversación presencias queridas. Decían: Freud no dejaría pasar esto que acabamos de escuchar; si estuviera acá Lacan subrayaría; en este punto Kafka preguntaría; Cortázar intentaría jugar con esta idea. O Clarice, Alejandra, Idea, Silvina, recordarían otros lados de la vida. O cualquiera que arribara en este momento, escuchando los últimos diez segundos, opinaría que estamos exagerando. O Macedonio diría que las contingencias portan muchas alegrías, aunque sin abstenerse de terribles tristezas.
También se supo de intervenciones que se excusaban por haber tenido ocurrencias inconvenientes antes de decirlas en voz alta.
Y, así, un montón de cuidados para procurar el acto de pensar que, no obstante, al cabo, ocurre sin que lo sepamos o sabiéndolo después, pero nunca mientras está aconteciendo.
Una colección de astucias para pensar estando en la conversación sin estar sólo en los pensamientos que colonizan la conversación.
10.
Necesitamos vaciarnos de pensamientos o de sentencias personalizadas para darnos al pensar.
Necesitamos sentir angustias no sedadas y, al mismo tiempo, no arrasadoras.
Necesitamos hacer huecos en el alma, en el corazón, en el pecho, en el vientre, en los puntos de apoyo de cada pensamiento.
Necesitamos interrogar en qué reside el poder que tienen.
Necesitamos perdernos no pudiendo pensar, hasta llegar a pensar sin poder hacerlo.
11.
Cuando se dice en una conversación clínica “No sé cómo pensar lo que te está pasando”, no se trata de la asunción de una derrota, sino del trazado de una línea de comienzo.
12.
¿Conversaciones clínicas? ¿Hablas que se inclinan sobre sensibilidades cansadas, convalecientes, expectantes, descolocadas?
En esos momentos (que no sabemos cómo nombrar), cada tanto, se distinguen sentimientos. Digamos: entre revancha y venganza, entre cálculo y deseo, entre culpa y responsabilidad, entre depresión y tristeza. Y, así.
Distinciones no pretenden fijar ni definir afectos: se ofrecen como pausas o vacilaciones del pensar.
13.
Se trata de darse al pensar sabiendo lo que nos excede.
Se lee en Hamlet: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar tu filosofía”. La sentencia anuncia un límite y, a la vez, lo inconcebible.
La necrosis de una idea se llama certeza. Esa fijeza argumentada que protege de las avalanchas de lo impensado.
14.
“Pensar lo que sentimos, sentir lo que pensamos”, escribe Miguel de Unamuno (1923). Pero ese deseo noble de conciliación puede, en otro plano, consumar un encierro. Perplejidades clínicas asisten, una y otra vez, a una misma circunstancia: se puede vivir en el malestar y pensar que ese malestar resulta inevitable.
En el mismo poema, Unamuno sugiere que pensar equivale a esculpir en la niebla.
Eso pasa en cada sesión: se reinicia un tallado en el aire, un grabado en la bruma, una escritura en el agua. Tal vez no se esculpa, talle, grabe o escriba nada. Pero cuenta el gesto: un intento de imaginar otras historias.

15.
Con hambre no se puede, en la sola angustia tampoco, en una urgencia mejor actuar, bajo presión resulta difícil, sintiendo miedo y en el solo aislamiento se empobrece.
¿Qué condiciones hacen falta para darse al pensar?
16.
Fernando Pessoa publica en 1918 en lengua inglesa treinta y cinco sonetos.
Se lee en el V: “¿Cómo voy a dejar mi pensamiento / libre para la acción que el alma espera, / cuando debo pensar, cada momento, / en esa angustia que olvidar quisiera?”.
El autor portugués confirma que en estado de angustia no se puede pensar lo que “el alma espera”. Y, a la vez, en el mismo soneto expresa esa angustia que no deja pensar para escucharse decir ese no poder y, quizás, entonces, pensar sin poder hacerlo.
Se lee en el final de XVI: “La mayor prueba para el pensamiento / no es pensar, es sentir esta amargura”.
El responsable de El libro del desasosiego sugiere que uno de los desafíos de pensar, a pesar de la amargura, consiste en no pensar sólo cosas amargas.
17.
Darse al pensar supone darse al silencio de no saber pensar.
Suspender arrogancias afirmativas del “yo pienso”.
18.
Conocemos la excitación del suspenso. El aplazamiento y preparación de una largada. La señal que avisa el momento en el que se suelta la acción. Se dice: “A la una, a las dos y a las…dos y un poquito… a las dos y un poquito más… a las dos y media… a las dos y más de la mitad… a las dos casi tres…”. Y, así, se demora la inminencia. Se alarga el momento. La expectación se vuelve parte del juego.
Quizás así ocurra el pensar: como un antes de que los pensamientos salgan corriendo o salten sobre los cuerpos.
19.
Heidegger en las lecciones del invierno de 1951-1952, reunidas bajo el título ¿Qué significa pensar?, sostiene que aprender a pensar supone desaprender los modos en que pensamos.
Para el autor de Ser y Tiempo pensar consiste en saber que no sabemos pensar.
20.
Se conoce algo peor que no saber pensar: no tener ganas de pensar. El abatimiento y la rumia de amarguras maceradas, el hastío de una musculatura inmovilizada y la desolación de un paisaje que expulsa emociones o las apaga para no sentir nada.
21.
A veces, ante lo insoportable, se prefiere no pensar. Entonces, ¿qué se hace con la angustia? ¿Con lo que fastidia, enoja, desespera? ¿Con lo que no podemos sacarnos de la cabeza? Cada cual hace lo que puede. Si no, una cultura que anestesia, cada vez más, ofrece espectáculos que eximen de tener que pensar.
22.
En ¿Qué significa pensar?, dice Heidegger: “Solo podemos aprender si a la vez desaprendemos”.
Tal vez aprender a pensar supone desaprender el sentido común y las sentencias coaguladas de una época. Supone habitar el aturdimiento, la modorra, la perplejidad, de no saber pensar.
Darse al pensar equivale a dar a probar lo que no se sabe, lo que sorprende, lo que invita. Portar una llave que abre una puerta que no existe. Que abre zozobras, frustraciones, imposibilidades.
23.
Tal vez pensar se pueda describir como desconcierto de la desnudez. Inquietud indecisa entre la perplejidad y el asombro, entre el estupor y el alivio, entre la irresolución y la indeterminación.
24.
Blanchot (1959) subraya que pensar sobreviene (siempre) como no poder pensar todavía. Una proposición del impoder en la que el adverbio afirma la imposibilidad a la vez que anuncia lo venidero.
25.
Ya se ha hablado de la figura que se emplea en las despedidas clínicas: “seguimos con esto la próxima”.
Invitación a un pensar que vendrá. Promesa extendida a una próxima vez. Continuidad de una espera que renueva su cita. Despedida que traza la línea móvil de eso que todavía no.
26.
Aludiendo a la obra de Artaud, escribe Deleuze (1968) en Diferencia y repetición: “Sabe que pensar no es innato, sino que debe ser engendrado en el pensamiento. Sabe que el problema no es dirigir ni aplicar metódicamente un pensamiento preexistente por naturaleza y de derecho, sino hacer nacer lo que no existe todavía…”.
Pensar, entonces, hacer nacer lo que no existe todavía. Detonar larvas pensantes aun sin forma.
Pensar, también, gusanear pensamientos en descomposición.
27.
Aquella vez, en un encuentro con una comunidad mapuche en la ciudad de Trelew, en un momento en el que se advertía que las autoridades se rehusaban a escuchar sus memorias, una voz calma dijo: “Nos reunirnos en el mientras tanto. Aun cuando nadie nos sepa, cultivamos el derecho a pensar”.
28.
Al cabo, quizás, dos preguntas conciernen a la clínica: ¿cómo estoy viviendo? Y ¿cómo viviré el tiempo de la muerte?
Si llegara el día en el que estas preguntas no hicieran falta, un pensar clínico tampoco se necesitaría.
29.
Se está matando la vida.
Urge, como dice Walter Benjamin (1942), detener la locomotora sin freno de una época que se está estrellando. Impedir la destrucción.
Darse al pensar supone una demora, una interrupción, una frenada. La pregunta sobre ¿qué nos está pasando?, no importa tanto por su respuesta como por la detección de un ardor que solicita tiempo. Ni más ni menos que eso: parar para hablar.
Escribe Benjamin: “Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia. Pero tal vez se trata de algo diferente. Acaso las revoluciones actúen como el manotazo de la vida humana, que viaja en ese tren, para accionar el freno de emergencia”.
Pero, ¿cómo llamar a detener la destrucción a quienes sienten sus vidas ya destruidas? ¿Podrían imaginar algo peor? Y, si lo hicieran, ¿por qué les importaría si ya se sienten en la muerte o en el convencimiento de que sus vidas no valen nada?
La catástrofe ya aconteció solo que los efectos todavía no se sienten fatales en los vagones de atrás. Los acolchados de privilegios.
30.
¿Se puede pensar lo acontecido?
Lo acontecido no se guarda nada. Lo acontecido hace nudos en los pañuelos de la eternidad. Así lo vivido sorbe gotas de lo acontecido. Con eso le alcanza para insinuarse y dejarse contar estrechándose con las sombras del olvido.

31.
Pensar supone rehusarse al abuso de la anécdota personal. Abstenerse de la celebración de sí. Entregarse al silencio que sobreviene tras esa privación.
La expresión pensar supone dejar bajo sospecha lo que está por decirse. La suposición no se excusa por no tener pruebas que conduzcan a la verdad. La suposición no la pretende. Se desentiende de esa cuestión. La suposición sólo aspira a poner en movimiento el acto de pensar bajo sospecha.
32.
Rilke percibía que no podíamos sentirnos a gusto en un mundo colmado de interpretaciones. En un paisaje atiborrado de cartelitos con pensamientos colgados sobre las cosas.
Tampoco nos sentimos a gusto en las envolturas porosas que nos protegen: llevamos labradas en la piel sentencias de una época.
Pero, ¿cómo des-imprimir el sentido común que protege, contiene, da seguridad?
El sentido común reúne colecciones de pensamientos que nos eximen de pensar, que ofrecen algo ya pensado como consuelo y destino posible.
El sentido común actúa como un invisible que avala y normaliza el pensar.
33.
Portamos signos sin descifrar: cada cual tiene derecho a una vida sin interpretar.
El pensar clínico piensa contra pensamientos acabados que tienden a develar enigmas o anticipar desenlaces.
Si no lo hiciera, un vetusto afán de cientificidad terminaría con el amor y las demás pasiones.
Si concedemos la posibilidad de un pensar clínico, éste procura otra cosa: alojar vacancias que no se completen nunca.
34.
El sentido común selecciona pensamientos que sentimos que nos pertenecen. Hay un sentido común para mayorías y hay un sentido común para cada minoría. No se toleran sensibilidades sueltas. Rarezas no nombradas ni clasificadas.
Pensar supone enrarecer lo pensado. Pensamientos se acomodan al sentido común, pero pensar desacomoda sentimientos de pertenencia a lo consagrado.
35.
Estamos condenados a opinar. Opiniones funcionan como contraseñas de intercambio, como credenciales de identificación, como automatismos de adhesión. Sin esas opiniones no sabríamos qué decir.
El deseo de pensar nos sitúa en un torbellino.
En épocas de aturdimientos, se necesita tener con quienes entrar en ese vendaval.
36.
¡Ay, este tiempo! Suspiros sueltan pensamientos que se escabullen en el aire sin que nadie los piense.
Pensar tiene más relación con suspirar, aun sin pensamientos, que con afirmar, persuadir, demostrar o razonar.
37.
Roberto Juarroz (1958) escribe que pensar en otra vida se asemeja a salvarla.
Tal vez uno de los secretos de la clínica consista en eso: contar con una intimidad que nos piensa.
Sin embargo, pensar en una vida no equivale a salvarla. Cobijos, abrigos, abrazos, del pensar dan momentos de calma. Saber que alguien nos piensa ofrece un gran sosiego. No salvación: una soledad habitada.
Una soledad habitada amorosamente, porque sabemos y no olvidamos, soledades habitadas por crueldades y mortificaciones.
La vida no necesita que el pensar la salve, alcanza con que los pensamientos no la dañen.
38.
Pensamientos venideros se posan como pájaros sobre cables de luz. A veces, esperan allí hasta secarse sin que nadie los piense.
39.
¡Ay…la costumbre malsana de tratar de ordenar pensamientos antes de comenzar la sesión!
Y aunque los pensamientos se ordenen o algo así, el pensar necesita volver a mezclarlos como cartas en un juego sin reglas.
Darse al pensar en la clínica, a veces, consiste en no ceder a la tentación de organizar lo fragmentario.
Escribe Juan José Saer (2000) en su novela La pesquisa: “Ustedes se deben estar preguntando, tal como los conozco, qué posición ocupo yo en este relato, que parezco saber de los hechos más de lo que demuestran a primera vista y hablo de ellos y los transmito con la movilidad y la ubicuidad de quien posee una consciencia múltiple y omnipresente, pero quiero hacerles notar que lo que estamos percibiendo en este momento es tan fragmentario como lo que yo sé de lo que estoy refiriendo…”.
Como dice Saer se necesita darse a pensar en un hablar fragmentario, sin organización, en el que se pierde la posición y el hilo de lo que se está diciendo. Como si, por momentos, se diera la impresión de que se sabe poco sobre la vida que se está viviendo. Lo que, por cierto, ocurre.
40.
Dice Paul Valery citado por Blanchot en La literatura del desastre: “Pensar…pensar hasta perder el hilo”.
Un gran alivio que Valery pudiera decir que “perder el hilo” no indica la desgracia o el fracaso del pensar.
Se dice: “No se vaya por las ramas”. “¿A dónde va con tantos rodeos?”. “¿A qué apunta?”. “Por favor redondee”. “Me perdí, ¿en qué estábamos?”. “Pero ¿qué relación hay entre una cosa y la otra?”. “¿Puedo contar algo que no tiene nada que ver?”.
Tal vez perder el hilo como insumisión temática.
O un pensar que da puntadas sin hilo. Puntadas que atraviesan emociones sin anudarlas a un pensamiento. Puntadas que sólo dicen algo que sienten al pasar por ahí: un temblor, una aspereza, una expulsión, una sensación para la que no encuentran palabras.
41.
Según una leyenda helénica, fruto de una traición, una venganza, una pasión inexplicable, nace el Minotauro. Una criatura desmesurada con cuerpo humano y cabeza de toro. Un monstruo condenado a vivir prisionero para siempre en un laberinto perfecto. Una existencia horrorosa que cumple con el hábito de alimentarse con catorce jóvenes atenienses cada año. Un tributo de guerra del que goza el rey Minos.
Teseo se ofrece como voluntario para acabar con la crueldad mecánica de la criatura. Aun sabiendo que si lograra matarlo no tendría forma de salir del laberinto. Sin embargo, gracias al amor de Ariadna consigue lo imposible. Ella lo provee de un maravilloso ovillo de hebras de oro. Lo instruye, con ternura, de que tiene que atar la punta en la puerta de entrada desenredando el hilo a cada paso por los sinuosos pasillos hasta dar con la morada del Minotauro. Y, en caso de lograr el cometido, volver siguiendo el hilo hasta la salida.
Tal vez el pensar clínico piensa y piensa hasta perder el hilo sí, pero conservando siempre el conjuro o alivio de una salida: ¿dejamos por hoy acá?, ¿nos quedamos por ahora con esto?, ¿trazamos una marca en este momento para retomar?
42.
Tener una emergencia no tiene relación con ordenar, sino con no saber qué hacer con lo que se nos impone. Ante la imposición se necesita actuar procurando que la premura no añada error al daño.
43.
Muchas veces se necesita hablar y hablar para poder pensar.
El habla clínica compone un habla de iniciación.
Se trata de aprender a hablar una lengua no sólo impropia, sino también inapropiada. Una lengua inadecuada e inconveniente.
Aprender hablar una lengua fragmentaria y monstruosa.
Incluso aprender la soledad de la lengua.
44.
Increíble Freud, a comienzos del siglo veinte, sumergido en el imperio del racionalismo de la filosofía alemana, atender pensamientos que se nos imponen más allá de la voluntad. La conjetura del inconsciente como una máquina que piensa sola. Como red de arrastre que captura pensamientos que navegan aguas pretendidamente personales que componen también mares de la historia.
45.
Borges (1937) en La máquina de pensar de Raimundo Lulio, ironiza sobre el arte combinatorio de atributos y predicaciones del artefacto concebido, en el siglo XIII, por el alquimista y cabalista español Raymundo Lulio.
Pero máquinas sofisticadas que producen enunciados cada vez más exhaustivos, no piensan. No tienen el don del silencio.
46.
Winnicott observa que infancias conciben juguetes no como objetos, sino como amistades y amores. El psicoanalista, que muere en Londres en 1971, consideraba que la paradoja del juego consistía en «crear lo dado».
Tal vez en eso resida una de las condiciones primeras del pensar.
47.
El psicoanálisis hace tambalear la racionalidad moderna con la idea de inconsciente. Inventa artificios para un pensamiento clínico: el diván, la asociación libre, la atención flotante.
Pichon-Rivière, décadas después, propone la conversación grupal como una condición del aprender a pensar. Escucha pensamientos como voces superpuestas que pertenecen a una época. Considera a las vidas hablantes portadoras de esas voces. Concibe el pensar como cucharón que revuelve el caldero de lo común. Como revoltijo, revuelta, revolcón.
48.
Bion (1962), en un texto que se llama Teoría del pensamiento, considera que el pensar no produce pensamientos, sino que sobreviene para poder hacer algo con pensamientos que nos hablan o se expresan sin que los podamos pensar.
¿Sufrimos por lo que pensamos o sufrimos por no saber cómo desactivar pensamientos que lastiman, vigilan, ultrajan?
Tal vez pensar quiera decir revocar el poder de pensamientos que se nos imponen.
Para Bion el pensar comienza cuando hacemos algo con la frustración y la decepción. Con angustias todavía no cubiertas de palabras.
49.
André Green (2002) publica un libro con el título de El pensamiento clínico. Observa numerosos desacuerdos entre clínica y pensamiento. Se pregunta qué tipo de pensamiento supone la racionalidad psicoanalítica a partir de la idea de inconsciente. La clínica observa, deduce, interpreta, reconoce cuadros clínicos y sus transformaciones, interviene, acumula experiencias, ¿la clínica no piensa?
Tal vez convenga distinguir pensamientos clínicos de momentos en los que en la clínica se piensa. Pensamientos construyen puertos desde los que vuelve a partir el pensar.
En conversaciones clínicas, el acto de pensar no compone tanto con los infinitivos eslabonar, enlazar, encadenar. Sobreviene más como momento de indecisión o asombro. Instante en el que no sabemos cómo seguir. Un hasta aquí llegamos, sin llegar a pensar por ahora eso que, sin embargo, vislumbramos como cosa que no sabemos pensar todavía.
50.
Sesiones clínicas no se reducen a un análisis. Intentan algo todavía más inquietante e inasible: pensar sin poder pensar. El acto de pensar dándose tiempo de estar no pudiendo pensar. Un pensar sin saber pensar que, no obstante, piensa sin poder hacerlo.
51.
Elías Canetti (1979), en La lengua absuelta, se pregunta: “¿Habrá alguna idea que no merezca pensarse de nuevo?”.
Pensar reside en volver a pensar lo impensado en lo ya pensado.
52.
Pensar tiene más relación con improvisar que con conocer. El coreógrafo David Zambrano dice: “improvisar consiste en el arte de entrar y salir de lo ya conocido”. Tal vez aprender el pasaje.
No encajar lo no conocido en lo conocido. No volver a recrear lo conocido en lo desconocido. Soltar lo conocido aun temiendo ya no poder volver.
A veces, el pensamiento clínico no sólo improvisa. También piensa: enrarece lo conocido hasta desconocerlo.
Un pensar que parte sin saber hacia dónde, con el riesgo de extraviar el camino.
53.
Habitamos dispersiones disciplinadas por una lengua, porosidades por las que pasan océanos, composiciones caprichosas, perplejidades aferradas a unas cuantas ficciones, tangentes que copulan y se separan. Pero se sigue llamando a esas tensiones inconcebibles: el sujeto.
Algunos pensamientos reinan durante siglos. Respaldan y reciben respaldo de algún poder. Hay una geopolítica colonial de los pensamientos.
Se trata de hacer la prueba de pensar profanando pensamientos sagrados: pensar la vida sin la idea de sujeto, de ser, de identidad, de yo, de psiquismo. Pensar en contra de la inercia de lo establecido.
54.
Pensar la vida no quiere decir ponerle un espejo delante para sumirla en un reflejo ni cavar hendiduras en lo visible. Pensar la vida, vivirla en el cuerpo que late y respira, agasajarla con el lenguaje que la delira.
Tal vez llamamos reflexión a pensamientos que gozan admirándose frente a los espejos. Pero, cada tanto, el pensar pasa del otro lado. Se asoma a un más allá extraño o ajeno que (a veces) regocija y calma.
55.
En ocasiones imaginación y fantasía acontecen como películas en las que el pensar se abandona a no pensar. O a pensar sin saber que se está pensando.
56.
Se conoce la palabra cerrazón. Una inmensa oscuridad que precede tempestades que cubre el cielo con nubes negras.
Clínicas imaginan llaves para las cerrazones. Un pensar que no abre ni cierra cerraduras de zonas blindadas o inexpugnables. Llaves que no abren, sino que piensan.
El estribillo de Luna tucumana, la zamba de Atahualpa Yupanqui dice: “Perdido en las cerrazones, / quién sabe, vidita, por dónde andaré… / Mas cuando salga la luna / cantaré, cantaré…”.
Llaves que, sin embargo, sirven como inspiración de una puerta por venir o amuleto de las aperturas.
57.
Mientras pensamientos atestiguan o pretenden que alguien tuvo algo que decir, la condición primera del pensar reside en no tener nada que decir.
No sólo la angustia no se puede decir. Muchas emociones nos dejan sin palabras o hacen nudos en las gargantas. ¿Cuántas veces el amor no puede decirse o se dice sin decirse de tantos modos?
A veces, el pensar sobreviene como silenciosa dicha que no sabe cómo agradecer la vida y otras nos llega como horror que enmudece negándose a tener que decir otra vez lo que tanto nos duele.
Se lee en Adagia de Wallace Stevens (1955): “No tener nada que decir y decirlo en forma trágica, / no es lo mismo que tener algo que decir”.
Vivimos en una época que suele confundir la abundancia de pensamientos trágicos con la cruda y suave lucidez del pensar.
58.
Pensar no interesa sólo como producción de pensamientos, sino como movimiento gestante de posibilidad.
Se podría intentar distinguir entre lo no posible y lo imposible. Lo no posible compone un asunto cerrado, mientras la imposibilidad, en ocasiones, se ofrece como punto de partida o llamado de posibilidad.
Llamamos impoder al gesto que no obstante procura lo posible de la imposibilidad.
Escribe Musil (1942): “El sentido de la posibilidad se podría definir como facultad de pensar en todo aquello que podría ser, sin considerar lo que es más importante que lo que no es”.
59.
Rigideces y acartonamientos, no componen durezas circunstanciales del pensar, sino vicios que lo entumecen.
No sabemos los pensamientos que vendrán. Pero, como diría Cortázar (1973), nos gustaría que nazcan del erotismo, del juego, de la alegría.
60.
Pensar consiste en introducir tiempo en una vida apremiada por pensamientos desquiciados.

61.
Darse al pensar supone una magia que nadie posee ni se sabe de antemano. Una magia que, si se da, se da como una voluptuosidad entre lo aleatorio y lo destinado, entre lo contingente y lo deseado.
Pero, sobre esa magia queda casi todo sin decir.
Quizás darse al pensar suponga eso: dar lo que queda sin decir.
Dar la insinuación dando lo venidero.
Tal vez se trate de darse a una insinuación.
Insinuación que da a entender algo que no se completa. Que sugiere algo que, por discreción y delicadeza, tiene la prudencia de no decirse.
(Se conoce este fragmento de Heráclito: “La naturaleza tiene el pudor de ocultarse”; que quizás podría glosarse así: La vida tiene la sabiduría de insinuarse).
La insinuación no se contiene de decir, recuerda que lo que queda sin decir resulta infinitamente más que lo que puede llegar a decirse.
La insinuación introduce silencio en el acto de pensar.
La insinuación provoca, a veces, fastidio, ofuscación, molestia, pedido de aclaración.
¿Qué quiso decir? ¿Podría desarrollar más? ¿A dónde pretende llegar?
La insinuación inspira y seduce. Anuncia algo que no se termina de expresar. Mantiene pendiente, en vilo, en expectación. Enciende una espera. Hace rodeos alrededor de algo velado o no decible.
La insinuación llega hasta el umbral de lo indecidible. Resguarda la primicia del próximo paso.
La insinuación no pierde el hilo, lo corta justo cuando dan ganas de seguir.
62.
La expresión darse a la insinuación no se reduce a una práctica de la sugerencia.
Insinuar supone dar a entender algo que no se termina de completar por precaución, por indecisión o porque incita más a medias o apenas asomado.
Darse a la insinuación solicita otra cosa: entregarse a sentir la vida apenas expresada. Como manifestación siempre inconclusa.
La vida no se presenta en partes para que completemos sus intenciones. Se presenta no presentándose del todo porque no hay todo en la vida en tanto está aconteciendo.
63.
Una delicadeza del pensar clínico reside en la insinuación. Suavidad que se aproxima a lo impensado no como secreto a revelar, sino como encanto del acto de pensar.
64.
Darse al pensar compromete una apertura y una suspensión de lo ya pensado. No alcanza con admitir influencias y afluencias. Ni declarar adhesiones. Se necesita entrar en un tembladeral. Abandonarse y dejarse llevar por una corriente sin saber hacia dónde. Tal vez a un sitio de desesperación, de agotamiento, de encierro. O, quizás, a un refugio o abrigo habitado por otras perplejidades.
65.
Tarde o temprano, darse al pensar choca con la muerte. Entonces, sobreviene la pregunta de si podremos hacer algo o no con ese golpe.
¿Reconforta pensar que la vida seguirá aun cuando ya no estemos para pensarla? ¿Gratitud anticipada por un porvenir en el que no viviremos?
66.
Una cosa tener pensamientos, otra pensar. Pensamientos tiene cualquiera. Ocurrencias o instantes de chispa: eso, mal que bien, puede suceder.
Pensar implica atravesar momentos de pasmo e indecisión. Pensar entraña un peligro o un salto al vacío.
Se cuenta que Enrique Santos Discépolo se refirió al tango como a “un sentimiento triste que se baila”.
Darse al pensar se aproxima más a eso: a bailar un pensamiento antes que a repetir el pensamiento que nombra a ese sentimiento.
67.
Muchas veces se vuelve a la premisa de Descartes “pienso, luego existo”.
En los últimos días del hospital psiquiátrico, en una reunión de equipo, una voz clínica explicó que atendíamos existencias amenazadas de no existir. Dijo: “Para quienes sobreviven, el día a día se reduce solo a una prueba: consumo, luego existo”.
Y, así esa vez, cada cual dibujó formas de existencia: bailo, luego existo; lucho, luego existo; sufro, luego existo; me quejo, luego existo; me victimizo, luego existo; me río, luego existo; tengo con quienes, luego existo.
Consumir, bailar, luchar, sufrir, quejarse, victimizarse, reír, tener con quiénes, tal vez tengan que considerarse prefijos del pensar.
68.
Se podría decir que el pensar que nos gusta acontece en las orillas. En un límite, borde o banda estrecha que sabe los costados: de un lado, dolores de un mundo en ruinas y, del otro, amores, amistades, sueños, canciones, risas.
69.
La pregunta sobre el pensar, como sostiene Heidegger en sus lecciones, apunta más a lo no pensando que a lo ya pensando.
El contento de la clínica reside en dar con eso que no había pensado, con eso que no había tenido en cuenta, con eso que no se le había ocurrido.
Lo no pensando no expone un defecto del pensar, sino su condición habilitadora de lo por venir.
Cuando se dice desactivar pensamientos o revocar el poder de los pensamientos que se nos imponen, no se pretende suprimir lo que nos lastima o hace sufrir. Se aspira a que lo ya pensado no alambre el territorio del pensar. Que los pensamientos de siempre, que se golpean como moscas encerradas contra un vidrio, no impidan la apertura del pensar.
A veces pensar requiere descongelar pensamientos que, a lo largo de muchos años, helaron hasta las lágrimas.
70.
Pensar equivale a escuchar silencios que asoman sus cabezas en pensamientos compactos y aplanados.
Pensar solicita abismarse en las grietas y rajaduras que el tiempo inflige a los pensamientos macizos.
71.
La pose de pensar no equivale a pensar. No se podría asegurar que la figura de El pensador de Rodin, proyectada a fines del siglo diecinueve, esté pensando. El acatamiento de un canon no significa pensar. Entre erudición y solemnidad e invención y juego, se mueve el pensar. Entre la seriedad y la risa. Entre la meditación y la conversación, se mueve el pensar. Entre lo correcto y esperado y entre la inadecuación y la inconveniencia, se mueve el pensar. Entre la ley y la transgresión. Entre el respeto y la irreverencia, se mueve el pensar. Entre lo sagrado y lo profano. Entre el tribunal y la revuelta, se mueve el pensar.
72.
En la clínica, el acto de pensar muchas veces acontece inadvertido mientras se está hablando. No interesan tanto los pensamientos previos, sino el pensar diciéndose. La expresión: “Estoy pensando en voz alta” anuncia un pensar ahora.
No se trata de analizar discursos como si se tratara de mariposas disecadas, ¿se apuesta al fluir desconcertante de una conversación viva?
73.
El narrador de Casa tomada, el cuento de Cortázar (1951), dice en un momento: “Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar”.
Se puede vivir sin pensar, pero ello implica renunciar, sacrificar, abandonar territorios posibles. Se han hecho ciento de interpretaciones sobre el cuento. Eso ahora no importa. Sabemos la vivencia de tener la cabeza tomada. De no poder pensar ni dormir y, tampoco, poder huir cerrando la puerta y tirando la llave por la alcantarilla.
Se saben muchos actos extremos para escapar de pensamientos que asedian.
74.
Estancias clínicas intentan pensar desde el desamparo, desde el miedo, desde la confusión, desde el extremo cansancio.
Desde la no ganas de pensar. Procuran pensar estando ahí: en esos sentimientos que impiden pensar.
Tener pensamientos: no supone pensar. Estancias clínicas intentan pensar sabiendo pensamientos automáticos y autónomos. Pensamientos que lastiman de un modo encantador. Pensamientos que torturan acogiendo con explicaciones y sentencias. Pensamientos que no se dejan pensar.
75.
Cuando no podemos o no sabemos pensar lo que nos está pasando, sobrevienen aturdimientos que adormecen o a aceleraciones que provocan sopor.
No conocemos bien cómo ni por qué, pero sabemos que pensamientos que nos martirizan, a veces, también, atraen y embriagan.
¿Esos pensamientos persuaden que nos protegen de algo peor? O, ¿calman asegurando que fuera de ellos ya no podrá haber al que nos dañe más?
76.
Se dice en El Rey Lear: “Somos para los dioses como las moscas para los niños: nos matan por diversión”.
En esa clave shakesperiana, se lee en Lacan (1966) que una vida puede consumirse como juguete de malicias que nos piensan. Que nos analizamos para impedir que esos pensamientos abusen, parasiten, gocen, nuestras breves existencias.
77.
Acaso, ¿preferible la mansedumbre del malestar antes que el vacío de pensar?
Una canción de Charly García (1982) que se llama Inconsciente colectivo advierte que también escuchamos pensamientos como voces de una época. Algunas nos llegan como pan o como susurros gustosos. Otros como chicharras en los aleros del pensar. Otros viniendo de un transformador que consume vida, tira para atrás y pide más y más.
Se dice: “Nace una flor, todos los días sale el Sol / De vez en cuando, escuchas aquella voz / Cómo de pan, gustosa de cantar / En los aleros de la mente con las chicharras
Pero, a la vez, existe un transformador / Que se consume lo mejor que tenés / Te tira atrás, te pide más y más / Y llega un punto en que no querés…”.
El transformador se presenta como voracidad que traga, como máquina de crueldad, de apremio, de demanda. Tal vez el pensar se podría imaginar, en ocasiones clínicas, como ecualizador que intenta bajar el volumen de pensamientos que lastiman.
78.
Pensamientos que mortifican, ¿protegen de ferocidades que mortifican más?
A veces, llamamos angustia ¿a un sin sentido, un vacío, un impensable, que se vuelve ensañamiento?
79.
Abismos dan miedo y atraen.
¿Qué se hace ante una hondura sin fondo? ¿Asomarse a lo insondable?, ¿tener la precaución de alejarse?, ¿construir una baranda segura?
O, como dice Valery que haría Leonardo, ¿diseñar un puente o inventarse alas de pájaro?
Hermes, dios del que proviene la palabra hermenéutica, suele representarse como un personaje con los pies alados.
80.
En 1947, Tosquelles formula la idea de pensar con los pies. Dice: “Cuando paseamos por el mundo, lo que cuenta no es la cabeza, son los pies. Saber dónde pisas”. Considera que los pies ayudan a leer el mundo.
Pensar desde los pies, desde una uña encarnada, desde un dolor de muelas, desde el sufrimiento de alguien a quien se ama, desde un país en llamas, desde la última caricia, desde te extraño o desde te quiero. Pensar sin tener que ir a ninguna parte. Pensar desde la espuma, desde el viento, desde el mundo que duele. Incluso desde el temor, desde la despedida, desde la cercanía de la muerte. Pensar desde el agotamiento de los pensamientos que nos piensan.
Pensar desde innumerables líneas de partida que sobrevienen de un silencio.
81.
Pocas figuras sobre el pensar como la de los “pensamientos descalzos” que Felisberto Hernández (1964) esboza en un libro que no llega a publicar: Tierras de la memoria. Un pensar desvestido de palabras. Un pensar que sobreviene cuando la inteligencia se retira de los ojos. Un pensar que sabe los dolores del cuerpo. Un pensar siempre recién llegado.
Se lee: “A veces mis pensamientos están reunidos en algún lugar de mi cabeza y deliberan a puertas cerradas; es entonces cuando se olvidan del cuerpo. A veces el cuerpo es prudente con ellos y no los interrumpe; se limita a mandar noticias de su existencia cuando está cansado, cuando está triste o cuando le duele algo. Yo no sé quién lleva estas noticias ni qué caminos ha tomado para llegar a la cabeza. El recién llegado llama suavemente, empuja la puerta donde los pensamientos están reunidos, e inmediatamente el que va se transforma en otro pensamiento: este se entiende con los demás y da la noticia: allá lejos en un pie, una uña está encarnada. Al principio los otros pensamientos no hacen caso al recién llegado, le dicen que espere un momento y hasta se enojan con él; pero el recién llegado insiste y los otros tienen que suspender la reunión de mala gana y hacer otra cosa: tienen que volverse otros pensamientos y preocuparse por el cuerpo. El cuerpo, a su vez, tiene que molestar a todas las demás regiones, entonces el cuerpo se levanta y va rengueando a calentar agua, la pone en una palangana y por último mete adentro la uña encarnada. Después vuelven los pensamientos a ser otros, a ser los que estaban reunidos a puerta cerrada y se olvidan del cuerpo y de la uña que ha quedado dentro de la palangana.
Yo creo que en todo el cuerpo habitan pensamientos, aunque no todos vayan a la cabeza y se vistan de palabras. Yo sé que por el cuerpo andan pensamientos descalzos. Cuando los ojos parecen estar ausentes porque su mirada está perdida y porque la inteligencia se ha retirado de ellos por unos instantes y los ha dejado vacíos, y mientras los pensamientos de la cabeza deliberan a puerta cerrada, los pensamientos descalzos suben por el cuerpo y se instalan en los ojos”.
82.
Pensar supone decidirse por algo sabiendo lo mucho que se deja de lado.
83.
Tres condiciones del pensar: el asombro, las preguntas que no cesan, las palabras que simulan respuestas que las palabras no tienen.
84.
Un pensar clínico procura que la vida entre en conversación. No se contenta con la reiteración de pensamientos que pretenden explicarla.
Pero ¿en qué consiste conversar la vida? Tal vez en hablar, hablar, hablar, hasta escuchar sus silencios.
85.
El desafío de pensar no reside en no saber qué hacer con las incertidumbres que crecen, sino en cómo hacer para desprendernos de las certezas a las que nos aferramos con obstinación.
86.
Dos condiciones del pensar: transitoriedad y conjetura.
Transitoriedad que recuerda la caducidad de cualquier reinado. Conjetura herida por la refutación.
Otra condición del darse al pensar: escuchar, más allá de eso que creemos saber, de eso que nos gustaría oír, de eso que estamos impacientes por decir.
87.
Darse al pensar supone acudir a una cita con la vida. Sin demandar o pretender más u otra cosa que lo que la vida da.
Paul Celan, al recibir en 1958 el premio de literatura de la ciudad de Bremen, comienza su discurso recordando que en lengua alemana las palabras pensar y agradecer (denken y danken) provienen de un mismo lugar.
En ese discurso, Celan agradece que, en medio de todas las pérdidas de la guerra, todavía quede la lengua. Una lengua que sobrevivió a las hablas mortíferas. Una lengua que aguardó enmudecida y sin respuestas. Una lengua que, a pesar de tanto horror, no desertó de la ilusión de pensar.
Si la vida pensara lo que estamos haciendo con ella, no alcanzarían todas las gotas del océano para sus lágrimas.
88.
Oración laica:
Que los tiempos políticos que corren no nos priven de imaginar un mundo de cercanías de cuidado, amorosas y sensibles.
Que las actuales limitaciones que tenemos para vivir y pensar de otro modo, no limiten porvenires de lo común.
Que el deseo de pensar prevalezca sobre el deseo de poder.
Que tengamos con quienes pensar, aun no sabiendo qué.
Que no olvidemos que un común pensar, a pesar de que no consiga explicar nada, al cabo suaviza lo inexplicable.
Que sepamos que, mientras juntadas para pensar sigan ocurriendo (como deseo, como fantasía, como conversación), “no merecerá el Mundo el fin del mundo”.
Que no sintamos que se ha hecho demasiado tarde para pensar: una tardanza dolida que sabe crueldades y devastaciones, a veces, impulsa todavía más el deseo de pensar.
Que nos permitamos pensar aun sabiendo que podemos no estar sabiendo pensar.
Que sigamos pensando con la prudencia del poco saber, pero sin miedo.
Que nos animemos a pensar sin delegar ni confiar en buenas influencias.
Que todavía podamos pensar sin internet.
Que volvamos a pensar como si nos tocara hacerlo por primera vez.
Que insistamos en pensar sin la creencia de un “sí mismo” que piensa por cuenta propia.
Que probemos pensar imitando desvaríos y ocurrencias de los sueños.
Que el acto de pensar no se confunda con descifrar. Tampoco con opinar o aconsejar.
Que el acto de pensar cobije lo irreductible y lo indecidible.
Que el acto de pensar no pretenda mostrar. Que conserve la potencia de la insinuación que se abstiene a cualquier demostración.
Que recordemos que no alcanza con pensar «que estos tiempos políticos nos afectan un montón», para tener una idea de cuánto nos afecta todo lo que (nos) está pasando: las consecuencias del horror van más allá de lo que creemos saber sobre qué nos hace el horror.
Que consideremos que el darse al pensar no se reduce a tener pensamientos. Pensamientos relucen como cicatrices del pensar.
Que hagamos nuestra la cercanía de los infinitivos pensar y agradecer. Que nunca renunciemos al acto de pensar para agradecer la vida, ni dejemos de agradecer el don de pensar.
Que tengamos presente que, a veces, pensar sucede como espera sin pensamientos. Como estiramiento del cuerpo sin pensamientos. Como honda respiración que nos hace cerrar los ojos sin pensamientos. Como interrogación de un horizonte mudo. Como disolución de sí. Como intento de preservar el presente de su inmediata e instantánea desaparición.
89.
Verter silencio en el cuenco de lo ya pensado: en eso reside darse al pensar.
En Vermeer, escribe Wislawa Szymborska: “Mientras esa mujer del Rijksmuseum / con esa calma y concentración pintadas / siga vertiendo leche de la jarra al cuenco / no merecerá el Mundo / el fin del mundo”.
90.
Horacio González (1996) lo dijo: “Deberíamos pensar otra cosa y no sabemos qué. Ese no saber es lo que nos interesa”.
