Anarquía Coronada

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Causa maradoniana // Agustín J. Valle

A Diego lo produjimos todos, emergente máximo de una cultura, pero fue mucho más lejos que su continente.

Futbolista, cultura masculina, Diego nos regaló su llanto. ¿Quiénes han dado su llanto? ¿Qué referentes de nuestra cultura están hechos también de llanto, llanto como parte de su rol público, común, popular? Evita llora en una imágen famosa; el General Perón la contiene. Raro ver llorando un militar. Lo macho de lo macho, lo militar; y el fútbol también, macho, cultura laica masculinista por antonomasia, donde lo que importa es tener testículos. Emerge Diego allí, del barro de las canchas, del combate con pelota, del vestuario, del debutar a los trece con una puta que vino a reclutar chicos al entrenamiento, de hacer fuerza para un poquito vengar Malvinas (hay un trasvasamiento donde el combate de las islas pasa al Azteca en el cuerpo de Diego), emerge Diego de la idolatría, de la nuestra y de la que lo enfermó en Nápoles, emerge el ídolo máximo de la cultura futbolera y lo que hace es besarse con hombres en la tele (Caniggia, Cóppola) y, delante de todos, varias veces, ponerse a llorar. El de más huevos es un ser humano que muestra su fragilidad; es más -pensando en su despedida en la Bombonera- que habla desde su fragilidad.

Difícilmente pueda encontrarse una prueba mejor para la zoncera en Argentina que la consabida pretensión de separar al jugador de la persona. Diego Maradona fue un sin parangón espíritu: su fuerza era su presencia, su mirar, su sentir. Su atrevimiento, su repentinización, su sorpresa, su goce, su instinto desacatado. Una unidad, su cuerpo, su mente. Sus piernas, su habla. Maradona nombra también un uso extraordinario del lenguaje; una extraordinaria inteligencia en toda la línea. Y una ética respecto al poder (ética política). Autoestima e instinto, siempre, contra los centros más solidificados de poder. Dice Gustavo Varela que Diego sabía en todo momento la ubicación de compañeros y rivales porque tenía plegado el campo de juego en el cuerpo. Un cartógrafo del conflicto, un cartógrafo instintivo del conflicto, Diego. Que peleaba hablando y hablando era más eficaz que los demás: ¿quién dejó tantas frases en la memoria colectiva? ¿Quién creó tantas articulaciones lingüísticas tan populares? Es el mayor frasista de la cultura argentina.

Luego, el conflicto lo encaraba con pelota. La pelota hace del conflicto un baile. De conflicto -del dolor- Diego hace una belleza. La belleza más multitudinal y democrática que dio esta tierra herida. Creo que eso han de odiar los anti: que un cualquiera pueda ser el máximo y que el máximo muestra que todos somos cualquiera y que cualquiera puede alcanzar la apreciación máxima de lo bello. Y llorar. Vaya si le falta un buen llanto a nuestra patria. Se hace del dolor bronca sin más, bronca estéril de la impotencia y el encierro en lo actual. Tuvimos hace, hoy, cinco años, el llanto más mutitudinal de la historia argentina, el llanto más masivo. Llorar en casa, salir a la calle, encontrar que es un llanto llorado por todos los cuerpos, un mismo llanto que tenemos, un mismo dolor, un mismo amor, un mismo todo, tanto, abismo, infinito, Diego Armando Maradona. Maradó. Diego nos enseñó, también, que no se puede querer sin perdonar. Perdonar es terreno, y allí donde más queremos, más perdonamos.

Cuesta perdonarnos, sin embargo, por haber dejado que Diego muera así.

Ahora Diego es algo, vaya sin es algo, y está hecho de partes de nosotros. Partes que nos toca honrar, que podemos honrar: no cualquiera puede. Cualquiera puede, pero no cualquiera.

Diego es nombre de una convocatoria de hinchas en defensa a los jubilados; Diego nombra la politización del hincha. Del cualquiera, del común. Diego incluso estuvo como bandera en la proa de un navío que cruzó el Mediterráneo encarando contra la defensa militar más poderosa de la región. Pero mas acá, mucho más acá, Diego está, circula, contraseña de complicidad. Su figura trafica gestos, saberes en común, memoria, afirmación del placer y la creación, de la libertad. Diego Maradona, una cultura, un motivo, una causa de amor terrenal.

Lux: reencantar el mundo // Enzo Messina

  1. Carne

“Quién pudiera vivir entre los dos. Primero amaré el mundo y luego amaré a Dios.”

Rosalía abre Lux con una afirmación que es también una inversión teológica: el amor no sube, se expande. Se da entre, en el ida y vuelta. El primer tema es la introducción a la premisa, la pregunta que atravesará todo el disco:

“Quién pudiera venir de esta tierra

Y entrar en el cielo y volver a la tierra

Que entre la tierra, la tierra y el cielo

Nunca había el suelo”

La búsqueda del sustento material, no en el sentido del espíritu o la carne, sino de algo entre. La voz no se eleva: se distribuye. Y al hacerlo, se vuelve pensamiento encarnado.

Después de sus dos discos españoles, el primero flamenco, el segundo flamenco fusión, Rosalia sale al mundo con Motomami, se descompone en mil pedazos, en mil ciudades, lo cuenta con detalle en Reliquia, sin embargo, como la justine de Sade, tiene algo inaccesible, indestructible:

“Pero el pelo vuelve a crecer

La pureza también

La pureza está en mí

Y está en Marrakech, no, no

No soy una santa, pero estoy blessed”

En la primera parte de Lux, la carne canta, es búsqueda, confesión, plegaria y exorcismo.

Foucault planteaba en el tomo IV de La historia de la sexualidad que en el cristianismo temprano la carne se convierte en medio de revelar la verdad del deseo, y se vuelve objeto de vigilancia y purificación.

La música, aun electrónica como en motomami, comienza a integrar los ritmos urbanos con una música más espiritual y el regreso fuerte del flamenco en mezcla de lenguas. La orquesta irrumpe como un cuerpo colectivo de respiraciones y tensiones. No hay acompañamiento, hay lucha en búsqueda de comunión.

El cuerpo se vuelve superficie del dolor/saber/placer. La voz ya no pide permiso para doler: se deja atravesar por el sonido hasta confundirse con él. Aquí, el deseo no busca redención sino lucidez.

  1. Goce y mistica

En una segunda capa, el fuego toma el cuerpo, pero no lo anula. Rosalía entra en la zona de lo místico sin abandonar nunca el pulso de la máquina.

Lacan, en el Seminario 20, recordaba que en Santa Teresa el goce no es éxtasis sino agujero: un punto donde el lenguaje se quiebra y el cuerpo habla por sí mismo.

“Mi piel es fina

De porcelana

Y de ella emana

Luz que ilumina

O ruina divina”

La elección de Santa Teresa por parte de Lacan, y la elección de las Santas en la que Rosalia basa cada canción, no es meramente anecdótica, es más que historia, habla de un goce excedente, más allá de las normas y que tiene algo de experiencia límite, un encuentro con lo que no es completamente representable en el lenguaje, en lo simbólico, que escapa a la opinión.

Por “carne” entendemos esta materialidad del cuerpo que goza, que experimenta ese exceso, esa intensidad representa un exceso de lo que en la función fálica que representa la ley. En Lux, el pensamiento no se articula, deviene mujer, circula por el cuerpo.

Las castañuelas se funden con el sintetizador, el rezo con el beat, la orquesta con el glitch. Pensar se vuelve respirar entre sistemas: el barroco y el digital, el flamenco y el código, el alma y el circuito.

Rosalía no predica una trascendencia; ensaya una conexión al mismo tiempo con la tierra y el cielo. La espiritualidad no está arriba, está entre: entre las voces, entre los cuerpos, entre las vibraciones que no necesitan sentido para tener verdad.

  1. Beatitud

De a poco en el disco, la voz de Rosalía, las múltiples voces que lo habitan, se disuelven en coros multilingües; los trece lenguajes no representan únicamente distintas culturas, son una celebración de la diferencia, un canto a los modos de expresión de una misma sustancia.

En “Magnolias”, la última canción, todo se calma: la carne ha comprendido que no hay cima, solo respiración compartida. La voz ya no es confesión, sino aire. Lo que Rosalía no complete en vida lo completamos todos. La música deja de ser acontecimiento y se vuelve atmósfera.

El saber no viene del más allá: surge del contacto entre cuerpos que se reconocen como expresiones singulares de la misma sustancia. La iluminación, entonces, no es revelación: es reconciliación.

  1. “Ego sum nihil, ego sum lux mundi”

“Mar eterno y bravo

La eterna canción

Ni tiene salida

Ni tiene mi perdón”

Rosalía no huye de la trascendencia por rechazo, sino que la consume para devolverla al plano del mundo, cumpliendo, sin nombrarlo, el gesto spinoziano por excelencia: afirmar que todo lo sagrado ya está aquí, en los cuerpos que componen, en las potencias que se encuentran.

Rosalia lo dice explicitamente, “se desaparecer”, devenir imperceptible, y en esa desaparición compone perceptos y afectos que existen en sí mismos aumentando la potencia de sentir, como pide Deleuze en Qué es la filosofía?.

El disco se nutre de las diferencias, de variaciones de intensidad y afecto, y produce experiencias estéticas que abren nuevas líneas de fuga hacia territorios conceptuales inexplorados.

LUX puede leerse como una práctica de inmanencia: la artista atraviesa las formas trascendentes (Dios, pureza, cielo, intervención divina) solo para reinscribirlas en un plano único, en el cuerpo sensible, en el deseo, en el encuentro.

Rosalia logra redistribuir las posibilidades de lo que suena, montada sobre los sedimentos de la historia a los que devuelve a un proceso vivo, nómada y transformador, abriendo otras posibilidades al pensamiento y a la percepción.

Lux no predica, ni consuela: compone una ética del sonido. Una filosofía cantada y encarnada que afirma que la verdad no se piensa, se vibra.

  1. Deus sive Natura sive Lux

“Yo quepo en el mundo

Y el mundo cabe en mí

Yo ocupo el mundo

Y el mundo me ocupa a mí

Yo quepo en un haikú

Y un haikú ocupa un país

Un país cabe en una astilla

Una astilla ocupa la galaxia entera”

Rosalia, como Joyce inventa su propio idioma, y se propone a la posteridad de universitarios para el estudio. Musicólogos de todo el mundo están ya manos a la obra. A los entendidos les corresponde esa tarea.

Aquí, en esta lectura caprichosa, entre la carne foucaultiana y el fuego lacaniano; entre la composición deleuziana y la Beatitud spinozista, postulamos que el disco construye una ética.

Restituir el tiempo de la escucha, el valor del símbolo, y la potencia de la historia para una generación que vive en un mundo instantáneo de imágenes inconexas. Por eso a diferencia del anterior, presentó este disco en silencio, en la oscuridad, tendida entre telas blancas con una audiencia muda. Propone el reencuentro con un infinito que se canta a sí mismo en múltiples lenguas, en mil ritmos fusionados, en millones de modos de amar, que se pliega y se despliega eternamente.

En Lux, disco Aleph, Rosalia no solo brinda el mayor ejercicio de educación musical que se le haya brindado a su generación, también remite el cuerpo a la carne, lo explícito al misterio, lo expuesto al símbolo, la búsqueda de trascendencia a la inmanencia, y en fin, la posverdad a la verdad hecha carne.

Venganza contra las mujeres y fanatismo del capital* // Agustín J. Valle

Quien está en su debilidad, no debe olvidar su fuerza, puesto que así, será derrotado; pero quien está en su fuerza, no debe, tampoco, olvidar su debilidad, porque será también así derrotado.

Sun Tzu, citado de memoria

1-

Recuerdo una escena de 2015. En una actividad en la Cazona de Flores (centro cultural porteño), una banda de mujeres llenó el lugar, una banda que parecía no ser un simple agrupamiento momentáneo de individuos sueltos, sino un flujo que inunda y se retira manteniendo su cohesión. Una banda de minas en que era palmaria una onda, una energía, un modo, una complicidad, unos códigos, un aire, y unos conceptos, saberes, gestos, cortes de pelo, nomenclaturas, mapas de lo real, en un fin, una cultura, un sujeto político; esa noche me quedó como la primera vez que registré a la marea feminista del siglo. Fue un poquito antes, creo, del tres de junio de aquel año, primer Ni una menos. Faltaba poco para que Cristina dejara el Gobierno; esa mujer iba a retirarse del Sillón.

Sentí tiempo después… y digo así, que sentí, acaso creyendo que decir que lo pensé, que se me ocurrió, que tengo la hipótesis, o algo así, sería más yoico, o mejor, más dirigista, más autoritario, más masculinista; en fin, digo que lo sentí, entonces por temor… Y sí: decir en relación al feminismo, o ante el feminismo (ni hablar “sobre”), me da cierto miedo. Como si cualquier cosa que diga pudiera ser usada en mi contra (así como el silencio también). Lograron meternos miedo, las minas, a los tipos. El movimiento de mujeres inoculó miedo en los varones, miedo adentro quizá de todos y cada uno de los varones, así en escala general, transversal, global, integral, aunque por supuesto, miedos muy diferentes, distintos miedos según le cupo a cada cual. Por supuesto, para los varones es difícil concebir la medida y forma de los miedos que “desde siempre” tuvieron las mujeres. Difícil… pero no tanto; no es tan difícil imaginar más o menos lo que siente otro (y gracias al feminismo, el que no lo siente es porque no quiere).

Pero este miedo sempiterno e incomparable sufrido por las mujeres, lejos de llevarnos a despreciar el miedo que su movimiento emancipatorio nos metió a los varones, lo subraya como logro impresionante. Parcial, discontinua, etc, semejante redistribución (sexual) del miedo expresa una fuerza como pocas veces hemos presenciado.

Los movimientos políticos, concretos y efectivos, ¿no consisten siempre en una alteración de quiénes temen qué? ¿Hay mayor signo de emancipación que un movimiento que altera el orden del temor? No hay acaso emparejamiento de fuerzas posible sin generar temores en la parte que gozaba del mayor poder.

Bien puede ser motivo de orgullo, llegar a ser de temer. Y eso no significa que generar miedo sea tu política y por tanto te identifique; puede generarse miedo justamente donde abuso e impunidad; es de temer también quien muestra capacidad de defenderse, y, en fin, con nuestra patriótica Revolución seguramente le entró miedo al Virrey…

Hay miedos que te salvan la vida; son umbral de cautelas propias de un saber estar entre cosas y entre otros (no toques el enchufe…), asumiendo que somos rompibles, o mejor, simplemente sensibles. Otros miedos crispan reacciones ultra violentas.

2- Volviendo, aquella noche de 2015 en Flores vi o registré por primera a la marea feminista con el tono que sacudió al país y al mundo, y lo que sentí -por no decir pensé-, tiempo después, fue que ese flujo irrumpió así en ese momento, justamente, por la inminencia del retiro de Cristina.

Esa mujer, que había llegado al más importante lugar de la Argentina -el que más porta-, por primera vez, elegida por el voto popular, reelegida batiendo récords, ahora se iba. Se iba del lugar simbólicamente establecido como cúspide del poder, y entonces se hacía ahí un vacío, un vacío de feminidad, un vacío de mujer en la escena del poder público, y por eso (es decir con esa causa entre otras muchas y complejas), advenía esta tribu como marea, como río que inunda, copa, llena. Una mujer llegó arriba de todo, adelante de todo, y su retiro traccionó la irrupción de las mujeres que ahora copan la parada incontables, comunes, cualquiera, todas, no solo la Jefa.

Quizá tuvo que llegar ella, pero quizá también tuvo que irse, para que resulte protagonista la marea. Suele decirse que Cristina tenía modos masculinos de gobernar o de hacer política; suele decirse que no podría haber llegado a donde estuvo sin esos modos -o sea que eran los modos de esos dispositivos, que sobre los agentes se imponen. Acaso ella haya sido una especie de bisagra, de vehículo en el que una fuerza pudo realizar un pasaje, debiendo usar modos de otra fuerza para poder soltarlos una vez llegado cierto nivel.

Se señala cómo cambió ella -verbigracia- respecto a la despenalización del aborto. Si una persona tiene “su modo de ser”, una persona es, también, un elemento tomado por fuerzas diversas, variables, y cuyo sentido, entonces, cambia. “La forma es fluida, pero el sentido lo es más aún”, dice el Nietzsche genealogista. Ella fue metida a la fuerza en la lucha de clases: en 2008 se defendió del ataque oligarca diciendo, en un discurso en Parque Norte: “nosotros no estamos en contra de la ganancia de las empresas, nosotros inventamos la alianza entre el capital y el trabajo”. Pero el odio y la agresión sostenida de las elites privilegiadas (ligadas a núcleos de poder estadounidense), la metieron de fuerza en la lucha de clases… Y también fue tomada, y se dejó tomar, por la marea verde. Cristina, que cuando a su hija la enfermaron, la mandó a sanar a Cuba (no a Estados Unidos ni a Francia ni a Canadá: a Cuba), y que, entonces, llevaba a su nieta chiquita a la isla a visitarla; en aquel período, de Florencia en La Habana, en Buenos Aires Cristina solía ir a dormir con su nieta a la casa de ella, de la nieta; es decir, quizás, una experiencia inesperada de rematernización… Esto, Florencia en Cuba, Cristina abuelita presente, fue en 2019; la nena había nacido en 2015. En esos cuatro años, la marea verde protagonizó la movilización social, plantando en la ciudad argentina algunas de las movilizaciones más impresionantes jamás vistas.

3- “Un tiro” se dice de varias cosas, entre ellas un coito; la eyaculación un disparo, el arma de fuego un infalible falo, aunque a aquel varón tan enojado, Sabag Montiel, le falló el arma con que quería eliminar a esa mujer. Después de ese intento de acceso carnal, Cristina se guardó. Alto miedo, cabe imaginar, se le metió. Y es muy informativo cómo fue su reaparición tiempo después: en un acto en la Basílica de Luján. Recatolizada, acelesteada, espiritualizada, descarnalizada; pero allí, aún, de cuerpo y de pie: viva. Viva… Pero gatillable. El tiro no salió pero mostró que era tocable (el quilombo que se iba a armar no fue tal). Era tocable, fue apresable. En 2016 en cambio no era apresable: fue a Comodoro Py a declarar y cuarenta mil personas la bancaron bajo la lluvia; luego, el Senado respetó sus fueros. En algún momento, perdió ese super poder dado por el grado y cualidad del apoyo popular. El cuerpo de esa mujer quedó desinvestido.

¿Quizá ese des-investimento de Cristina fue (parte de) la antesala para la inundación reactiva, para estos años de venganza contra las mujeres? Donde vemos nuevamente que se mete a mujeres en bolsas de residuo para eliminarlas (aunque sea mandándolas en una traffic lejos lejos, aunque sea como gracia, como farsa). Cómo cae en cuerpos femeninos, jóvenes (Brenda, Morena, Lara), el mayor espectáculo de la crueldad. Vemos a la militancia antifeminista -ligada al Gobiero nacional- asesinando mujeres.

Nietzsche investiga las formas y “contenidos” de las violencias, y dice que la crueldad es de un acreedor que está cobrándose así, en dolor, infringiendo dolor al incumplidor, por la deuda impaga: y que es tanto más cruel cuanto mayor sea la diferencia jerárquica no respetada en la deuda. Cuanto más atrevido contra las jerarquías sea el incumplimiento, mayor crueldad.

La crueldad mide la jerarquías; la establece, la sostiene. Lo de dice Segato: la crueldad es un castigo, que busca fijar a la víctima en una posición. Fijarla en un rol que desacató, o amenazó desacatar (o se temió que amenazara…). Usa al cuerpo de la víctima, así, la crueldad punitiva, como medio cárnico de una pedagogía destinada a todxs lxs de su clase.

La crueldad es productiva, entonces: produce algo. No es solo falta, ausencia de “cosas buenas” (no es “inhumano” ser cruel, de hecho difícilmente pueda verse crueldad en los animales); la crueldad no es un asunto de “maldad” nomás. Es un mecanismo que produce y sostiene jerarquías, y por eso es inseparable del orden de la desigualdad. Desinviste la condición de semejante de otro humano. La sangre se derrama para mostrarse, pinta una bandera que refirma la asimetría jerárquica en un plano ontológico-político: algunos “son” superiores, y otras u otros “son” inferiores -y que ni se les ocurra algo diverso. Se discute si el asesinato cruel de las tres chicas “cuenta o no como femicidio”, cuando lo evidente es que el máximo espectáculo de la crueldad en esta tierra, la mayor punición, opera en esos cuerpos, de mujeres jóvenes, morenas y atrevidas, refirmando que son lo más bajo de todo.

4- La venganza contra las mujeres es afluente central de las fuerzas que vienen gobernando. Una reacción ajusticiadora que vuelve a poner las cosas en su lugar. Es decir, a las vidas como cosa. Se dijo mucho: varones frustrados desquitando su rencor. Varones de la era conectiva que produce discapacidad vincular, intolerancia a la presencia, asco y temor por el cuerpo real, el cuerpo en tanto cuerpo (enmascarado en un presunto culto al cuerpo). Varones que odian a las mujeres, que hasta las desean odiándolas. Mi generación, cuanto menos, nos criamos así: “qué hija de puta qué buena que esta”, “la hago mierda”. Un deseo odiante, del que cabe para empezar asombrarse.

Pero la cosificación de la vida, en la que abreva el deseo odiante, es incluso de la propia. Auto-fotógrafo auto-editor auto-broker auto-capataz auto-extractivista… La “crueldad anímica” (Nietzsche) de encontrarse reprobable ante ideales.

Terminamos vengándonos en las mujeres del dolor y la culpa de no dar la talla de lo que deberíamos, de no llegar a cumplir cuanto deberíamos, de que el mundo, la vida, no sea lo que alguna vez creímos sería… La oferta de lo ilimitado (pantalla-fantasma-manda), el mundo en un clic: máquinas de producción masiva de frustración.

Hay un rencor contra el cuerpo. Contra su ser natural; contra ser carne terrenal. El desprecio que cae sobre las mujeres, ¿no incluye un odio contra el cuerpo cuerpante, gestante, contra la orgánica potencia corporal de hacer cuerpo? Un odio contra sí -contra ser yo mismo un limitado cuerpo-, proyectado en los cuerpos asociados al cuerpo -materno- que nos hizo cuerpo… Y esto por supuesto sin asignar roles fijos entre géneros, ni confundir genitalidad con género, ni nada: solo arriesgando la hipótesis de que el desprecio por las mujeres incluye un autodesprecio, contra lo que hay en nosotros de cuerpo natural, revirado hacia los cuerpos que tenemos asociados con el que nos hizo cuerpo.

Y cuando vemos el tic compulsivo del humano empantallado… ¿No hay acaso una destitución del cuerpo como centro de los criterios de la experiencia?

Destituido, el cuerpo exhibe empero una gran excitación: un regimen de excitación con parámetros, ritmos, frecuencias, de patrones abstractos, el rendimiento, la imagen-pantalla, la guita, el número.

El cuerpo rebajado ante lo brillante, radiante, terso, rápido, eterno, infinito, envolvente de lo entrevisto en pantalla. Las cosas se sienten como incompletas si no se las refleja en pantalla; en las pantallas se busca la verdad, lo bueno, lo bello. Para la subjetividad conectiva, la realidad se efectiviza en lo abstracto.

5- Pantalla, fantasma, tarasca, bala… El modo de valorización financiero, tiqui tiqui y que la guita se reproduzca sola -sola, es decir, sin cuerpos, sin labor-, es la faz económica del régimen de dominación conectivo. El número al mando del cuerpo.

Se habla de que en la Actualidad hay, incluso, locura gobernando. Desquicio, rasgos de psicosis colectiva. Ausencia de reglas compartidas; desregulación. Puro mercado, pura correlación de fuerzas e intereses privados. Pero es necesario un Ministerio de la desregulación. Si es tan colectiva, no es tan psicosis. Hay una regla, hay un referente: el mudo mando del capital y su obviedad; que la única ley sea la Ley del Valor. La ordenadora ley mercantil es la única verdad. En el nihilismo mercantil, todo lo demás es turbio; todo otro valor, falso, mentira. Los mapuches son falsos mapuches, los sindicalistas falsos sindicalistas, los docentes falsos docentes, y las feministas, ni hablar.

De allí que puede verse -ayer, hoy y siempre- al capitalismo como religión. Una creencia; un régimen que depende del crédito. Creencia capitalista, con un ala fanática que hoy gobierna.

Y de allí que la autoafirmación, la autoafirmación de existencia (“Aquí estamos, esto somos”, o “Vivas nos queremos”), ya es insumisión: insumisión de la presencia al nihilismo mercantil. Insumisión de todo lo que dice “esto”, de una ética del “esto”, como plantea Natalia Ortiz Maldonado en el flamante Un rayo cualquiera, a ser nombrado por “aquello” (el mercado, el capital, la mediósfera, esferas separadas que pretenden saber sobre los cuerpos y ordenarlos). Se ha dicho mucho: hay en la venganza contra las mujeres una venganza contra el acto de liberarse.

6- Reactividad doble de la época. Reactividad porque somos todos sujetos producidos como “reaccionarios” por las pantallas, por los dispositivos conectivos de producción, que nos hacen reaccionar, reaccionar y reaccionar. Y, contra la liberación, fanatismo del capital. El capital como único regulador.

Porque la sujeción de las mujeres a los varones constituía -constituye- el mito de origen de toda desigualdad, con el cavernícola arrastrando de los pelos a la hembra, garrote en mano… A mí -que no importo ni más ni menos que ningún otro, y en este momento soy a quien tengo más a mano- me incomoda la palabra “patriarcado”, léxicamente, estéticamente, creo que porque no estaba en mi habla, en nuestra habla, no era una palabra actual, y remite a las hordas primitivas, a cosas muy viejas y lejanas, entonces lo siento forzado, meter ese término para nombrar lo actual, pero, quizás, ese es el punto: señalar que hay una relación de poder que, por supuesto que variando en múltiples niveles, se reproduce desde tiempos inmemoriales. Vector donde se naturalizó la desigualdad. De manera que la liberación femenina se sitúa interviniendo en una historia larguísima, larguísima (cincuenta y cinco siglos afuera de las posiciones de saber y afirmar letradas, dice también Ortiz Maldonado). El feminismo desnaturaliza pues el artificio de toda desigualdad.

Invita a todas y todos, en este sentido, a liberarse, a sentir sus puntos de dolor: allí donde la invisible soga te amarra. A desamarrar… Lo cual no es fácil, mucho menos si no querías. Liberarse es incómodo o hasta insoportable no solo para quienes gozan los privilegios del dominio, sino para todos los que adhieren, adherimos, más o menos, a la narración anti-igualitarista de la vida, que, al fin y al cabo, ofrece un sentido para todes, incluso hasta puede ser causa de orgullo aguantar, aguantar.

7- Pero, ¿qué pasó? ¿Qué pasó para que una de las movilizaciones más grandes, ricas y efectivas de la historia contemporánea, dejara paso a este presente de fanatismo reaccionario? En Pánico y locura en las vegas, situado en 1971 H. Thompson (Deep) hace un lectura crítica del movimiento hippie psicodélico, recuerda el furor expansivo en el 65 a punto de explotar, y dice que, desde Las Vegas en el 71, puede mirar al Oeste (a California) y ver, en el desierto, la línea donde la marea finalmente topó, y retrocedió.

Bueno, una hipótesis: en la cresta de la ola feminista, se ubicó Alberto Fernández. Un elemento ajeno pero que ahí flota y va con la ola, no es parte de la ola pero resulta también parte de la ola; complicado. Quiero decir: Alberta presidente, volveremos mujeres, el hijo dragueado y la bandera de la diversidad. Y el paroxismo cuando dijo: “Con este acto pongo fin al patriarcado”, en flagrante arrebatamiento del protagonismo, de la lucha.

Quizá coyunturalmente estuviera bien usarlo (de hecho, creo que fue la pandemia lo que permitió a Alberto, recorriendo el AMBA en helicóptero, viendo cómo las masas acataban su orden de quedarse en casa, sentirse que era él, capo, y que no la necesitaba a Cristina). Recuerdo un texto de Agustina Paz Frontera, cuando aparecieron las fotos de Fabiola golpeada (venganza contra las mujeres), donde decía algo así como “nos comimos un sapo, y nos volveremos a comer otros, porque en las coyunturas, para hacer fuerza, a veces hay que aliarse a cosas que pueden digamos fallar…”. Al menos atendible. Como sea, el grado del reflujo de la potencia feminista acaso se deba entre otras cosas a haber quedado pegado ahí, a ese gobierno, cuyo choque catastrófico también chocara en parte al feminismo. Pero fue él Presidente porque contra Cristina se alzaba demasiada violencia; la reacción ya era poderosa.

La potencia de la movilización, el problema de la delegación.

Con todo, ahora las mujeres movilizaron improvisadamente a Plaza Flores y aún siendo “pocas”, echaron a la Policía. Contadas movilizaciones lo logran.

8- Y hoy… La figura de la hermana del Presidente, aunque todo con la tonalidad de una fantochada, de un espectáculo muy endeble, juega un rol ejemplar en este viraje histórico: una mujer fuerte pasa a llamarse El Jefe.

Hoy es Presidente un tipo que negaba el nombre de padres a sus padres. El nombre de padre al padre, de madre a la madre. “Mis progenitores”, dice. Un tipo roto allí donde necesitaba ser contenido en un abrazo. Un tipo que odia comer, es decir, la tierra y la carne; en fin, y que odia al Estado… Y hay una ligadura histórica entre Estado y Padre; la Ley del Padre es la Ley del Estado, secularización, por lo demás, de la Ley de Dios. Padre, Estado, Dios: cada vez más abstracto. Dios puede llegar a postularse como el fundamento de esto que estoy sintiendo. La verdad que siento tan intensamente; no puede ser solo mi verdad; es mi verdad, pero es tan verdadera que presupone a Dios. Mi ley.

Pero para Milei, Milei es su padre; papá Milei es Milei para Javier; y es suya, del padre, la ley. Javier expresa un fallido asesinato del Padre: mató subjetivamente al individuo padre, pero abrazándose fanáticamente a la ley del Padre, padre empresario, ley del capital; no la Ley del Estado portada por el Padre; la ley del mercado, según somos todos solamente intereses privados compitiendo. Javier, el fanatismo de una liberación falsa, tiene como héroes a los grandes varones que -cuando quieren- están por fuera de la ley.

Nacho Lewkowicz fue uno de los pensadores que teorizó sobre el fin del Estado-Nación. Que fue un pasaje a una estatalidad de otro tipo; técnico-administrativo, por ejemplo. Un Estado que procede pero no precede (decía la revista El río sin orillas); un Estado que no funda lo real, la subjetividad, el suelo de la existencia y las relaciones, sino que es un actor en un medio de cuño mercantil (y mediático). Con influencia, sin soberanía propiamente hablando. La caída del Estado-Nación significa que cae el Estado no como cosa sino como lugar del pensamiento; la subjetividad ya no tiene fundamento estatal. En fin: que la caída del E-N es también la caída del Padre. En tiempos estatales, no había nunca relación entre dos: mediaba siempre la Ley del Estado, un tercero (trascendente). En subjetividad mercantil, hay puros unos. Unos, y ceros… Y el Estado, un estorbo. O un recurso.

Padre Estado mutó a “estadito” con dos operadores principales: la Dictadura, cara terrorífica del Padre, y el menemato, la cara decadente del padre jubilándose. El orden, la farra.

Pero después, lo fraterno: la movilización multitudinal, igualitarista en la práctica. La revuelta sin Jefe.

Y después, Néstor. Una nueva legitimidad estatal; él se presentó no tanto como Gran Padre Patrio, sino como “hombre común con grandes responsabilidades”, y, sobre todo, como hijo: prohijado por las Madres. Su cara quedó fuera del Terror del orden porque tuvo el aura de las Madres. Un hijo de este suelo que gobernó sin el autoritarismo del Padre.

Luego, Cristina. Y la reacción contra Cristina: primero, de los dueños del campo; los dueños de la tierra; los apropiadores de la pacha mama…

9- Cayó el Gran Padre y hoy gobierna un crispadísimo y fanático intento por castigar todo lo que se libera de la única ley naturalizada, la abstracción mayor, el capital. Cuanto más débil se siente un orden, más duramente castiga sus infractores, dice también Nietzsche, porque más teme su potencial subversivo…

No sabemos qué reguladores, qué ordenadores, pueden dar consistencia a relaciones igualitaristas; qué reguladores que no sean los del Padre.

No sabemos.

No sabemos, tampoco, qué hacer ni pensar ni decir los varones interpelados por el movimiento feminista. Escuché y leí al menos a cinco mujeres distintas, en las últimas semanas, invitando, reclamando o recriminando a “los varones” a implicarse, a moverse, a tomar a la violencia contra las mujeres como un problema también propio; no creo que como idea sea nueva (pienso en Segato, en Bell Hooks), pero sí que es un momento distinto a aquel pocos años atrás, en que quizá el asunto era sobre todo plantarse con toda su fuerza autónoma, y los varones por fin, una vez, callados, observar, escuchar, conversar entre nosotros… Hoy no sabemos ni siquiera cómo hablar; acaso, hemos de empezar a conversar.

 

Cincuenta años de música electrónica: breve genealogía afectiva de la máquina y la música // Enzo Messina

«Casi inmediatamente la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder» Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Ficciones.

Música

La música no es sonido en el aire, la música inventa el mundo y, al hacerlo, desplaza la frontera de lo real. Escuchar es más que recibir sonidos, es aceptar otra gramática del tiempo, del cuerpo, de la emoción. La música te intercepta y te convoca, como en la canción italiana que frente a la irrupción pregunta: ¿qué quiere ésta música ésta noche?

La música electrónica no escapa al conjuro, nos interroga sin que lo sepamos sobre el mundo de las máquinas en nuestro mundo. Desde las autopistas infinitas de Kraftwerk hasta la melancolía de Joy Division y la máscara brillante de Daft Punk, no escuchamos canciones: escuchamos modos de habitar la técnica, ficciones que poco a poco se confunden con nuestra realidad.

La máquina, cuando entra en la música, deja de ser objeto. Se convierte en respiración, en textura invisible, en sombra que acompaña la vida cotidiana. La fábrica, el sintetizador, la caja de ritmos: todo ello se vuelve metáfora y sustancia, advertencia y promesa. Cada beat es ya una ontología en miniatura.

Kraftwerk: la geometría de la promesa

«Man machine, semi human being / Man machine, super human being» Kraftwerk, Man machine.

Düsseldorf, septiembre de 1975. Alemania busca una nueva voz. Kraftwerk se presenta en la televisión en una memorable performance del futuro por venir. Era natural que esa voz sea fría, repetitiva, casi matemática, después de todo en una época Alemania fue sinónimo de tecnología: «Vorsprung durch Technik» reza el Slogan de Audi, «progreso a través de la tecnología», más adelante Japón y Usa ocuparan ese lugar.

Luego de experimentar con sonidos análogos y digitalización de sonidos análogos con una música experimental estilo Stockhausen, (sí, la electrónica nació en la alta cultura) en Autobahn el viaje ya no es solo musical, es metafísico: una autopista que no lleva a ningún lugar, un trayecto sin fin donde la máquina se convierte en paisaje. Aparecen aquí también las primeras melodías que hacían a la máquina más amigable.

La estética minimalista del grupo —sus trajes idénticos, sus rostros impasibles, la voz filtrada por vocoders— es algo más que un gesto artístico: es la puesta en escena de un destino.

Heidegger lo llamó «Gestell»: el enmarcamiento que organiza la realidad a través de la técnica. Kraftwerk lo hace audible.

En paralelo, en los márgenes, Tangerine Dream exploraba otra vía: no la geometría precisa de la autopista, sino la fuga cósmica. Sus largos pasajes de sintetizador abrían la máquina hacia lo atmosférico, hacia una temporalidad suspendida que disolvía el marco técnico (Gestell) en pura deriva sonora.

Pero en esa frialdad late un resplandor. No es solo deshumanización: es también la esperanza de reconciliarse con la máquina, de dejar que su precisión sustituya nuestra fragilidad. El robot, ícono de The Man-Machine, no es todavía enemigo: es la figura de un porvenir posible, una geometría fría que promete, paradójicamente, un orden humano.

Joy Division: el fantasma en la máquina

«No language, just sound, that’s all we need know. To synchronise love to the beat of the show. And we could dance.» Transmission, Joy Division.

Manchester es otro escenario. No el orden geométrico de la autopista, sino la ruina de la fábrica. Allí surge Joy Division, a fines de los setenta, y su música es un espejo del derrumbe. La voz de Ian Curtis no canta: declama, se quiebra, se arrastra con una dignidad desesperada. El bajo se repite como un mantra, la batería golpea con frialdad maquínica. El sonido de los riffs de Summer no embellece: horada.

Mark Fisher leyó en esa música una novedad radical: la anhedonia, la incapacidad de gozar. Joy Division no grita rabia como el punk, ni celebra el futuro como el pop. Se instala en un presente clausurado, un tiempo donde ya no hay horizontes. She’s Lost Control no es solo una canción sobre epilepsia: es la parábola de una sociedad entera que ha perdido el control, atrapada entre la máquina y el vacío. La música de Joy Division no solo reflejaba una tristeza tradicional, sino una anhedonia, es decir, la incapacidad para experimentar placer, que era una novedad dentro de la música popular hasta ese momento.

Kraftwerk había mostrado la máquina como utopía fría. Joy Division la devuelve como condena: la máquina que se infiltra en la sangre, que marca un compás sin alivio. Si los alemanes ofrecían geometría, los ingleses exhiben una herida. Allí donde unos soñaban con autopistas electrónicas, otros escuchan el pulso del desamparo.

La música de Joy Division se vuelve entonces un síntoma de una condición cultural extendida: la representación de un presente sin futuro real, una experiencia emocional conectada con la precariedad y la desilusión que atraviesa a varias generaciones. Según Mark Fischer, Ian Curtis y su banda están catatónicamente conectados con nuestro presente y futuro, ya que expresaron de manera precoz ese sentir social. En ese sentido, dice, la música de Joy Division tiene un legado vigente, marcado por el vacío y la sensación de un futuro que no ofrece alternativas, reflejando un estado afectivo colectivo contemporáneo.

Luego de la muerte de Ian Curtis, la música de New Order, no lograría jamás desprenderse de la herida. La voz melancólica de Bernard Summer, las letras complejas y algo oscuras de sus canciones ofrecen un fuerte contraste con el hedonismo melancólico que sus ritmos bailables proponían.

Daft Punk: la máquina brillante

Around the world, around the world (Se repite 144 veces) Daft Punk, Around the world.

Dos décadas después, en París, Daft Punk, siguiendo el camino abierto por Giorgio Moroder, retoma la iconografía robótica pero la reviste de fiesta. Si Kraftwerk había hecho audible la geometría, Moroder enseñó que la máquina podía ser deseo. Daft Punk heredó ese pulso y lo convirtió en espectáculo global. Sus cascos espejados, sus beats cálidos, su estética retrofuturista: todo brilla, todo seduce. La máquina ya no es amenaza ni condena: es fetiche.

En Around the World la repetición no abruma, envuelve. El robot no sustituye al hombre: baila con él. Lo que Kraftwerk introdujo con distancia, y tal vez, algún optimismo crítico, Daft Punk lo convierte en espectáculo global, múltiples colaboraciones, la máquina al servicio de la fiesta y de otros artistas. El artificio se vuelve mercancía, y la pista de baile, un ritual de consumo.

El gesto es ambiguo. Por un lado, democratiza la herencia electrónica, la hace accesible y placentera. Por otro lado, neutraliza toda crítica. El brillo tapa la herida. El robot es ahora un objeto amable, un souvenir de la técnica que se compra, se comparte, se celebra.

Radiohead: Kid A, canto de desaparición

«That There, that’s not me» Radiohead, How to Disappear Completely.

Entre la herida de Joy Division y el brillo festivo de Daft Punk, se abre un desvío que no encaja en la línea evolutiva. Kid A (2000), de Radiohead, es ese pliegue. Un disco que, lejos de integrar la máquina como promesa o espectáculo, la asume como signo de desaparición.

Ya en OK Computer (1997) Radiohead había diagnosticado la alienación: voces metálicas intercaladas en «Fitter Happier», atmósferas de desencanto y deshumanización tecnológica, la sensación de que la subjetividad quedaba sitiada por los sistemas de control. Pero en Kid A ese malestar se transforma en otra cosa: no solo en alienación, sino en un extrañamiento total. No se trata ya de representar el efecto de la máquina sobre lo humano, sino de mostrar lo humano hundido en el paisaje maquínico, confundido con él.

En Everything in Its Right Place, la voz de Thom Yorke se fragmenta y se repite como un loop despersonalizado. En Kid A se distorsiona hasta volverse irreconocible. En How to Disappear Completely se escucha la renuncia: I’m not here / This is not happening. El sujeto ya no resiste, se borra. Lo que desaparece no es la máquina sino la figura humana, devorada por su propio artificio.

El disco entero funciona como un canto de desaparición. Las guitarras, emblema de lo humano en el rock, casi no aparecen. En su lugar, texturas glaciales, ritmos suspendidos, paisajes electrónicos que producen un efecto de desarraigo. No hay centro, no hay melodía estable que asegure identidad: solo capas sonoras donde lo humano se extravía.

Si Joy Division había mostrado la anhedonia de un presente sin futuro, Radiohead radicaliza la experiencia: lo que se pierde aquí es la posibilidad misma de sostener una voz, un sujeto, un intérprete. Kid A no representa el dolor de la máquina, sino la fusión de lo humano en ella. Es un disco espectral, un Tlön incompleto: todavía percibido como pesadilla, pero ya anticipando el horizonte donde la técnica absorberá por completo la experiencia.

IA: la máquina invisible

En la era de la inteligencia artificial, el círculo parece cerrarse. La máquina ya no se muestra como fría geometría, ni como herida, ni como fetiche. Se muestra como utilidad cotidiana, como compañía invisible. No aparece: está. Su éxito radica en su capacidad de volverse transparente en esa costumbre curiosa y reveladora: la proliferación de versiones creadas por inteligencia artificial donde el artificio electrónico ya no es innovación, sino imitación.

Escuchamos a los Beatles cantando Despacito, a Frank Sinatra interpretando baladas contemporáneas, a voces muertas revividas para servir al meme. Lo inquietante no es solo el pastiche, sino la naturalidad con la que lo recibimos: el artificio no sorprende, se consume como entretenimiento ligero.

Allí la máquina ya no busca abrir un mundo nuevo, como lo hizo Kraftwerk, ni dramatizar su herida, como Joy Division, ni siquiera vestirla de glamour, como Daft Punk: simplemente recicla lo existente, lo combina, lo ofrece sin promesa ni crítica. Es el artificio vuelto hábito, una segunda naturaleza que confirma que la ficción ha pasado a ser el modo corriente de lo real.

Pero la IA no se limita a reciclar: produce afectos sintéticos que experimentamos como genuinos. Las playlists algorítmicas no solo organizan canciones existentes, crean estados de ánimo a medida. Spotify nos ofrece «música para concentrarse», «sad indie», «chill vibes» con una precisión que parece conocer nuestro interior mejor que nosotros mismos. Lo inquietante no es que la máquina imite nuestros gustos, sino que fabrique deseos que creemos propios.

Cada «Discover Weekly» es una pequeña subjetivación artificial: la IA no nos da lo que queremos, nos enseña qué querer. El algoritmo se vuelve así una máquina de producir intimidad sintética, una técnica que ya no organiza el mundo desde afuera, sino que modela el deseo desde adentro. Lo que Heidegger llamó Gestell encuentra aquí su forma más sutil: un enmarcamiento que no necesita mostrarse porque opera directamente sobre la textura afectiva de la experiencia.

Lo que parecía entretenimiento es ya modo de vida. Lo que parecía herramienta es ahora horizonte. La técnica, como dijo Heidegger, no es un simple instrumento: es el modo en que el mundo se nos presenta. Y ahora, cada vez más, ese mundo es fabricado por la máquina misma.

Epílogo: Tlön y la resistencia de lo real

«El contacto y el hábito de Tlön han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles». Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Ficciones.

Kraftwerk, Joy Division, Daft Punk: tres modulaciones de un mismo proceso. La máquina como promesa, como herida, como espectáculo. La IA, en cambio, inaugura un estadio distinto: la ficción tan suavemente integrada que ya no se percibe como ficción.

En Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, lo inventado comienza como un juego: una página sobre una región inexistente maliciosamente intercalada en una impresión, de una edición de una enciclopedia transcrita de otra enciclopedia, derivará, por la mención de un mundo en ese artículo falso, en la creación de ese mundo que terminará desplazando lo real. Algo semejante ocurre con estas arquitecturas sonoras. Al principio, parecían solo metáforas: autopistas electrónicas, voces quebradas, robots que bailan. Con el tiempo, sin embargo, esos mundos musicales se han vuelto el tejido mismo de la experiencia contemporánea.

Ya no se trata de preguntarnos si esas ficciones son verdaderas o falsas, sino de advertir cuánto pesan en lo real. Como en Tlön, lo imaginado persiste hasta volverse más sólido que lo tangible. La música electrónica, en su tránsito de geometría, herida y brillo, nos ha mostrado que no escuchamos canciones: experienciamos mundos. Y esos mundos, al repetirse, terminan por creerse más verdaderos que la realidad que pretendían acompañar.

En 2021 Daft Punk publica Epilogue: dos robots caminan hasta que uno se detiene, activa un mecanismo y explota en el horizonte, mientras en pantalla se inscriben los años de su reinado. Thomas Bangalter explicó luego que la decisión estuvo motivada por el ascenso de la inteligencia artificial: seguir siendo robots, en un mundo donde la IA simula emociones, habría significado confundirse con aquello mismo que buscaban interrogar.

El inicio de la carrera solista de Thomas Bangalter sin casco, (Mythologies, 2023) para orquesta sin electricidad ni amplificación, no es solo un cambio de estilo, sino una declaración política: volver al cuerpo acústico frente a la proliferación de inteligencias artificiales que imitan, mezclan y reciclan. Si el casco había sido emblema de la fusión con la máquina, su abandono señala otra estrategia: reaparecer como humano, desnudo de artificio, y afirmar que todavía existe un resto irreductible, un timbre orgánico que no puede ser reemplazado. Una música sin cascos ni algoritmos, que no busca competir con la máquina, sino recordar que aún hay una experiencia de lo humano que resiste en su vulnerabilidad.

Allí donde la máquina inventa mundos de geometrías no humanas, el cuerpo persiste como resto de lo real que resiste.

Juguete rabioso // Eva Díaz

La mano, último bastión de la vida analógica, extremidad de la resistencia. Mano extremista. La mano con sus indecisiones, sus presiones desparejas, su línea modulada. Cuando decían “trabajo manual” y todos nos corríamos en el bondi para que no nos mancharan con grasa o con pintura. Como todo era manual, la aclaración suponía un refuerzo de manos callosas, ásperas, ajadas y manchadas. Manual en lugar de intelectual, era el trabajo. En lugar de industrial, el objeto. En lugar de automática, el arma. Signo de vetusto, de precario, rústico. Impreciso, desprolijo, lento. Poco eficiente (resolver es lo que importa).

“Hu – mano” enfatizaba Marcia Schvartz describiendo efusivamente con sus gestos esa hermosa etimología inventada como si fuera obvia. Etimología lunfarda: ofrece explicaciones sobre cosas universalísimas, pero funciona en el idioma de un solo barrio ¿Qué nos hace humanos? Pues ya tú sabes, el dedo prensil.

Pero nuestras manos tienen más habilidades que la de agarrar, y nuestros dedos más virtudes que la pinza: crucemos los dedos, en vé, faquiu, me gusta / no me gusta. Los mudras contemporáneos y los antiguos. El dedo del anillo, el dedito insolente (lapicera de carne), el incrédulo dedo de Santo Tomás hurgando las vísceras de Cristo (dedo desconfiado, dedo explorador).

Y las manos, que rezan, que hacen la venia, que preguntan, acompañan la palabra en voz alta. Manos que alzan la voz, la direccionan, la enfatizan. Mano metonímica. La mano viene con brazo (muñeca, codo, hombro), la de los nazis. Manos que curan de placebo.

Manos argentinas, las de esos nombres que sabemos desde y para siempre: las del balcón, veneradas y robadas, las del piano trash de nuestro Mozart, la de la trampa milagrosa.

Y, bueno, decílo. Sí, obviamente: manos que hacen la paja. Con esta estoy de novio hace cincuenta años, dice un señor mirándose la diestra. Y yo pienso que la nuestra, gran mano única de las criaturas con vulva, se convirtió en un juguete que tiembla en la mochila cuando lo aplasto, sin darme cuenta, al apoyarme en el respaldo del asiento del Uber. Tiembla y suena, deschavando el propósito de mi viaje. Cuántos dulces momentos nos hace pasar la ex mano que tiembla. Satisfacción garantizada. Sola o acompañada. Cuántos botones nos descubrimos, cuántos modos de pulsarnos aprendimos (enseñamos). ¿Dónde dejé el cargador?

Hu – mano de juguete. Juguete rabioso, que muerde donde sabe, pero no devora. Que pulsa donde escupe, pero no acaricia. Que aprieta, pero no ahorca. Mano subrogada, dicha tercerizada. Resuelve las tensiones en cualquier momento, en cualquier rincón (y nos saca el problema de encima). Produce a velocidades que ninguna entidad biológica. Más rápido, mejor, dice: ¡Productividad!, nuestro tiempo. Mano de plástico sofisticado, goma sedosa, silicona o no sé qué. Qué agradable su textura, dicen mis dedos saboreando con nostalgia lo poco que les dejo. Casi que podemos prescindir de la imaginación como combustible de la agitación. Con su electricidad, inmediata la nuestra. En lugar de masajeo y fantasía, mecánica fisiología.

Las sexólogas de la ex tele despliegan catálogos como papiros infinitos. Nos cuentan nuestros rincones esponsoreadas por sus fábricas. Para cada recoveco, una forma, para cada berretín, un color, para cada bolsillo, una marca, un valor. Pero juguetes hubo siempre, dice mi amiga que vio en un videito de instagram: de piedra, de madera, egipcios, mayas o fenicios. Ritualizaban el asunto, amenizaban la velada, emancipaban del miembro ajeno, porfesionalizaban la tocada. Pero todo estaba acompasado por los movimientos de la mano, por sus modos, por sus ritmos, por su manierismo. Ahora las velocidades cuantificadas marcan el pulso de nuestras terminales nerviosas. El monótono motor nos dice cuándo. Góndolas resguardadas por cortinas negras atiborradas de artefactos nos ofrecen una sola y efectiva manera de exhalar. Y damos gracias a la ciencia y a la ingeniería, Oda triunfal, Manifiesto futurista. Quiero eso, quiero más. Tengo fiebre y escribo ¡Me caso con el progreso! Pero no te vayas, que no me acuerdo cómo era. Me consuelo con su ayuda y ruego a Dios que no se acabe la batería.

Irreverencia del absurdo: el cine de Lucía Seles // Joaquín Alfieri

Se suele repetir, a veces con la pesadumbre típica de las repeticiones, que el arte es un lugar privilegiado para denunciar el carácter impostado de la realidad. El cine y el teatro, en particular, centrados en la destreza actoral y la imposición explícitamente guionada de la palabra, serían los principales recovecos artísticos para desmontar los constructos artificiales de la (mal) llamada “realidad”. Allí, en ese rodeo actuado donde el cuerpo y la lengua son desanclados de sus rituales cotidianos, donde se deshacen los automatismos de la carne y la conversación, emergen instancias especulares para reconocer los montajes y los simulacros bajo los cuales también discurre la propia vida. En ese juego de reflejos, actores y actrices apuntan con el dedo ante las pupilas espectadoras en una invitación amorosa e imperativa a reconocerse como el verdadero farsante de la sala. Quizás por tal motivo la actuación sea la más exigente de todas las prácticas artísticas, dado que -como frente a ningún otro observador- el actor o la actriz deben hacer algo que cualquier individuo del público es capaz de hacer: actuar.

En este sentido, la obra de Lucía Seles sabe de manera categórica cómo realizar esta denuncia donde la ficción imputa a la realidad. En particular, es en su filmografía (aunque también sus obras de teatro podrían ser ejemplos posibles si el escritor de este texto no estuviera recubierto por cierto halo perezoso) donde se revela la querella artístico-judicial que su obra lleva adelante contra la vida. En sus películas la denuncia opera evitando los dos extremos antagónicos entre los que se debate el cine argento-contemporáneo: no son ni las “historias mínimas” de Sorin, pero tampoco las “extraordinarias” de Llinás. Seles altera estas coordenadas con una operación singular sobre la percepción: una remisería del conurbano bonaerense o un tanque de agua en Monte Grande son susceptibles de ser observados con la contemplación parsimoniosa de una obra artística. Su visión de la realidad no necesita del dispositivo museo ni de la producción de marcos o pantomimas culturales para entrar en esa disposición anímica donde el ojo es capaz de conmoverse. Y en esta revulsiva percepción de las cosas se invierte la carga valorativa de la realidad, dejando al descubierto la existencia de zonas vitales que portan un valor ajeno al mercantil.

Sin embargo, no se trata de encontrar la belleza en los aspectos superficiales de la realidad, ni de estetizar a un trabajador japonés que limpia baños bajo el efecto terrorífico de pensar que la vida es como uno se la toma. A Seles sólo le interesa la realidad para molestarla o subvertirla; cada fragmento enfocado por su cámara recibe un plus de sentido, que obliga a confesar secretos desconocidos o presentar escorzos inadvertidos. Bajo su óptica, la realidad parlotea de forma desquiciada y termina por decir mucho más que aquello que le gustaría a su grisácea monotonía.

Esta capacidad enloquecedora de las coordenadas cotidianas opera mediante una utilización punzante del absurdo. En su obra, el sinsentido arremete con sus efectos distorsivos para producir mutaciones y transformaciones variopintas: allí, cuando la narrativa de Seles apunta contra la realidad lo nimio aparece como sustancial, lo feo deviene bello, lo grotesco parece maravilloso, y lo obvio se torna excepcional. Sus películas sacan las cosas de su eje, en un periplo donde el tren de los objetos descarrila de las vías para dibujar un surco sobre una tierra nueva, como quien abre el camino peluqueando los yuyos con la guadaña. Bajo su mirada todo aparece históricamente desenmarcado y las cosas mendigan por un patrón espacio-temporal distinto al de las coordenadas epocales que ahogan sus suspiros.

Por otra parte, sus películas superan con robustez el test “Lucrecia Martel”: ninguno de sus argumentos puede ser resumido en una embobante sinopsis. El espectador que ha disfrutado su filmografía y se disponga a gestar un ensayo comunitario de socialización a través de una afectuosa recomendación, se verá rápidamente atrapado en la imposibilidad de describir de qué se trata o de qué van sus películas. Son tramas sinuosas, errantes, revulsivas; y solamente se sostienen en una manera de contar que apela al berretín personal como mejor justificación para dar cuenta de los motivos o las razones que llevaron a producir semejante obra. Es decir, su cine es un gigantesco y saludable “porque sí”, una forma de hacer a la que no le gusta que le digan cómo hacerlo.

Y, sin embargo, a pesar de esta dificultad clasificatoria o descriptiva, en sus películas también se “entiende” todo. No hay mensaje encriptado, ni esnobismo, ni la llaga subliminal de un metalenguaje que solicita del espectador destrezas superlativas en el ejercicio del onanismo intelectual, es decir: Seles no ensucia el charco para que sus aguas parezcan más profundas1. Todos los elementos de su cine son extremada y exageradamente cotidianos: las conversaciones entre los personajes se centran en un circuito de asuntos habituales, la voz narradora apela a gestos de la realidad que están presentes para todo mortal, los escenarios filmados son exactamente los mismos que se enfrenta cualquier trabajador en su diaria, y el sonido habitual de sus películas no consiste en otra cosa que el murmullo rugoso del tráfico urbano. También tiene un metejón especial con los perros (o con “los dogs”, como los nombra en sus películas) que guarda su razón de ser en la insistencia por utilizar al conurbano bonaerense como paisaje predilecto, territorio donde la proporción demográfica entre canes y humanos es similar a la de vacas y gauchos en la pampa húmeda.

Su particularidad reside en que esta operación cinematográfica destaca siempre elementos cotidianos, aunque desatendidos. Es decir, su cine consiste en un trabajo de alquimia sobre la percepción, ofreciendo al espectador retazos de aquellas cosas que brillan en la oscuridad como el titilar de una luciérnaga bajo los efectos de una pena amorosa: Seles invita a mirar aquello que no vemos a pesar de tenerlo delante de nuestras narices, a escuchar esos sonidos que taponamos con el anestésico uso de auriculares, a encontrar flores en el desierto pavimentado que transitamos cotidianamente, en definitiva, a producir una mirada de la realidad que sea de autor, que se apoye en la arbitrariedad del propio sentir como mejor índice para definir el modo en que queremos transitar este pasajero y efímero acontecimiento que supone nuestra vida.

Es por eso que esta alteración de las latitudes cotidianas produce un movimiento de inversión sobre el espectador, quien comienza a advertir luego de la película que su percepción habitual de las cosas resulta sumamente absurda. Por fuera de los trámites, las obligaciones y las humillaciones diarias que exigen los imperativos sistémicos, quien se haya adentrado en la obra de Seles comenzará a sentirse interpelado por una serie de interrogantes distantes a la agenda impuesta por los patrones dominantes de la época; inclusive, uno puede irse a dormir con cierta congoja por no haber observado durante el día la cúpula de alguna arquitectura bonaerense, o no haber prestado mayor atención a los nombres de los negocios del barrio o a las querellas perrunas de los vecinos. Entonces, el ocaso diario estará invadido por inquietudes y ansiedades diversas a las propuestas por el sentido común vigente: las iglesias, los personajes barriales, el adoquín, la flora y fauna urbana, los camiones en las autopistas, la vestimenta citadina, son algunos de los elementos que Seles nos presenta enajenados de nuestra propia alienación, para que puedan volver a ser parte de un repertorio renovado donde nos volvemos capaces de esperar algo distinto a lo esperable.

No obstante, también es necesario amargar brevemente el regusto empalagoso que porta todo elogio: su obra no es universalmente querible. Es decir, es una pieza artística exigente y desafiante con el espectador, quien -posiblemente- experimente también sensaciones displacenteras con sus películas: incomodidad, perplejidad, o incluso aburrimiento son algunos de los afectos susceptibles de ser despertados al enfrentarse con su filmografía. A pesar de la ausencia total de elitismo, sin embargo, esa circunstancia no se traduce en una subestimación de sus interlocutores, quienes posiblemente se interroguen “¿con qué tenedor se come esto?” durante las primeras escenas observadas. Este carácter no complaciente de Seles con los demás en verdad desnuda otro rasgo fundamental de su producción: es una obra que asume un inmenso riesgo artístico. Y allí, frente al peligro del ostracismo o la amenaza de la marginalidad, se coquetea con la abyección gestando piezas que son para cualquiera y para nadie a la vez.

Asimismo, la irreverencia del absurdo que pone en práctica su obra tiene un medio predilecto para naufragar: la palabra. Todas las inversiones y los desplazamientos mencionados que producen sus películas se gestan a través de una singular (dis)torsión del lenguaje. Las faltas de ortografía, la mezcolanza entre la lengua inglesa y castellana, la utilización de expresiones ajenas al léxico argento (“me hace ilusión” para señalar expectativa o “me mola tal cosa” para anunciar satisfacción), conforman una particular manera de narrar y aprehender la vida, donde las cosas sólo pueden producir sentido porque son sentidas. Y en ese movimiento, Seles también invierte la carga de la prueba lingüística del espectador: luego del film, todas las conversaciones del cotidiano serán absurdas hasta que se demuestre lo contrario. “Y lo contrario” significa que en tanto los diálogos no se desarrollen como en sus películas, es decir, mientras las palabras no se encuentren al servicio del afecto y el detalle, serán mero ruido.

En las narrativas más ficcionales (en caso de que fuera posible establecer una clasificación semejante al interior de su obra) los personajes retratados también forman parte de este repertorio lingüístico (dis)torsionado. A pesar de portar marcas geográficas y temporales extremadamente precisas (si hay un sanjuanino en la película se sabrá desde su primera aparición), sin embargo, no hablan ni se asemejan a los guiones tradicionales de los transeúntes del transporte público, ni a los padecientes de la sala de espera en el consultorio médico, o a la clientela cotorrífera de la peluquería. Por el contrario, los actores y las actrices de las películas de Seles portan un uso maniático-afectivo de la palabra: se enroscan en temas o repeticiones y, por lo general, anuncian un querer antes de darle lugar al habla: “me gustaría decir tal cosa…”, “te quería contar…” son típicas expresiones utilizadas en una redundancia que se encuentra al servicio de enfatizar que las cosas necesitan ser dichas o nombradas porque parten de una solicitud afectiva previa. Entonces se descubre que la palabra no es más que un artilugio necesario para amarrar al horizonte o para desnudar un dolor.

Es en esta utilización maniática-afectiva de la lengua donde Seles también pone en escena una forma de subjetividad diversa a la del cotidiano. Sus personajes, en tanto individuos rotos, deshilachados, aparecen, sin embargo, zurcidos por la cámara. La narrativa les ofrece un remanso al estigma de sus manías y en esos diálogos delirantes se deja entrever la posibilidad de una conversación colectiva donde los rotos pueden armar comunidad con los descosidos, para que nadie se sorprenda con las puntadas de hilo dejadas por la huella de la aguja. Y a pesar de que en su extravagancia y chifladura los personajes parecieran encontrarse atrapados dentro suyo, no obstante, son sujetos ensimismados por algo distinto a ellos mismos. Su rotura les permite una apertura hacia los demás y todo lo que se dice en primera persona aparece como una manera de exorcizar la propia identidad, para resignificarla o desplazarla a partir de una intensidad afectiva que opera con la fuerza de un sismo. Por eso en sus películas Seles le regala al espectador una alternativa, un espacio donde el yo no es un yo-nki de su propia imagen, sino una instancia susceptible de estar atravesada por una lógica diversa a la del sacrificio cotidiano que nos exige el espejo. La película, al tornar difusa la división entre la verdad y la fábula, deja al descubierto que la primera ficción de la realidad lleva por nombre el monosílabo “yo” y que, como toda invención, es susceptible de una imaginación alternativa. Es decir, Seles nos recuerda que cuando los atuendos yoicos son demasiado pesados, siempre hay otros disfraces en el vestidor.

En definitiva, todos los desplazamientos mencionados definen a sus películas como una obra que se encuentra al servicio de la vida (y no al revés, donde el arte queda encorsetado en la estrechez de la propia vanidad). La experimentación de su filmografía ofrece al espectador la capacidad de una utilización alternativa de la palabra, una renovación perceptiva de la realidad o un reposicionamiento afectivo sobre el guion que cada individuo decide interpretar. Y esta operatoria donde el absurdo comanda la narrativa nos permite alterar momentáneamente las coordenadas valorativas de la realidad, para desestabilizar los cimientos de lo obvio y encontrar en ese movimiento tambaleante la posibilidad de inventarse una trama novedosa, como una forma de evitar las prácticas que nos invitan a la repetición y así aprender a nadar esquivando los numerosos anzuelos que flotan en la superficie.

1 Atahualpa dixit.

Carta a las viejas y a las nuevas militancias // Emiliano Calarco y Matías Blaustein

Frente a un Capitalismo neoliberal y un Estado neofascista la alternativa es extraparlamentaria: la disputa es por construir poder directo del pueblo



La rabia impotente

Vivimos atravesados por una catarata interminable de análisis sobre la coyuntura. Todo es urgente, todo es inmediato. Apenas ocurre un hecho, ya hay un aluvión de lecturas, interpretaciones, opiniones que intentan decirnos qué pensar sobre lo que pasó. La velocidad de los acontecimientos viene acompañada de una velocidad igual —o mayor— en la producción de sentido. Cada evento político o social parece detonar una maquinaria automática de artículos, paneles, hilos y crónicas que se reproducen y se consumen casi al instante. Un público ya entrenado para estar “informado” los recibe, los digiere, los comenta, y también genera sus propias versiones —aunque más pequeñas y con menos alcance—. Pero todo eso dura poco. Unos días, a lo sumo. Luego aparece otro tema, otro escándalo, otro dato que nos exige atención y vuelve a activar la rueda. Esta lógica se parece mucho al chisme: un ciclo constante de novedad, reacción, olvido. Lo político se volvió espectáculo, y cada semana hay que ofrecer algo nuevo que capte la atención, aunque no cambie nada de fondo. Nos mantienen en vilo, pero sin movernos de lugar.

Pero más allá de su dinámica chimentera, más allá de los oportunistas que buscan sacar provecho de este modo intensivo de producción ¿a qué se debe su éxito? Arriesgamos: esta catarata de análisis se consume para ocultar nuestra impotencia frente a la realidad. Se relata una realidad como una forma ficticia de poder intervenir sobre ella, una forma segura de decir algo sin poner en juego ninguno de los límites establecidos, se dice (mucho) para no correr el riesgo de tener que hacer, porque en el riesgo del hacer, del unir el decir con el hacer, está el límite secreto de esta democracia. La vieja tesis 11 nos dice que la filosofía se encargó de interpretar la realidad cuando de lo que se trata es de transformarla. Podríamos cambiar la frase y decir la actual militancia se ha encargado de analizar, de comentar la realidad cuando de lo que se trata es de transformarla. Los excesivos análisis, inmediatos a los acontecimientos, la ensordecedora catarata de opiniones, no hacen otra cosa que ocultar nuestro estado de impotencia; al no poder actuar en la realidad de forma efectiva creemos que analizándola la podemos transitar.

Fuimos reducidos a ser espectadores individualizados, cuando mucho comentadores de nuestra propia realidad, estamos encerrados en un laberinto de imágenes que nos hablan todo el tiempo sobre nuestra impotencia y nos impiden salir de ella. Como paradoja del avance del liberalismo, autoproclamado libertad, la completa pérdida de agencia, la terrible sensación de no poder hacer nada frente a los genocidios y represiones hoy en día transmitidas en vivo y en directo. Es necesario entender cómo llegamos a este punto donde nuestras acciones oscilan entre ser espectadores y encontrarnos -en el mejor de los casos- a la defensiva. La gran pregunta que nos motiva es ¿cómo pasar de la pasividad a la acción agenciada, de una posición defensiva a una ofensiva, es decir como retomar la iniciativa en la lucha de clases? Para abordar esta pregunta resulta necesario repasar, repensar, en primer lugar, el camino que nos hizo llegar hasta aquí.



Milei, caos y confusión: caracterizaciones promedio en la Argentina, año 2025

¿Cómo fue que compramos tan fácil -podríamos decir alegremente- esta idea de que son libertarios y anti-estatistas quienes en realidad no han venido sino a fortalecer un Estado represor, ajustador, entreguista y negacionista que aniquila conquistas, derechos y libertades populares para garantizar la ganancia empresarial, el libre mercado y el capitalismo más brutal? Pongamos algunos ejemplos tan concretos como falaces a modo de ilustración:

Premisa A: Incendios forestales, alta incidencia de cáncer en pueblos fumigados.

Conclusión A: Estado ausente.

Premisa B: Desmantelamiento de la universidad, la ciencia, la salud y el sector público en su conjunto.

Conclusión B: Achicamiento y destrucción del Estado.

Premisa C: Negacionismo y destrucción de las políticas de DDHH, ambientales y de géneros.

Conclusión C: Ser libertario es sinónimo de negar derechos y libertades.

Premisa D: Ajuste a la clase trabajadora, represión a las y los jubilados.

Conclusión D: Votaron por esto, era lo que querían, hizo todo lo que prometió.

Estos conceptos, estas caracterizaciones, todas problemáticas, confusas, contradictorias, forman parte del actual sentido común, del imaginario colectivo de buena parte de quienes hoy se oponen a las políticas de Milei. Esto implica -por un lado- una victoria pedagógico-política de Milei (y podríamos decir de sus antecesores en el gobierno, una victoria de los partidos patronales) a la hora de generar subjetividad en las masas. Esto implica -por el otro- la necesidad urgente de recuperar conceptos y caracterizaciones generados por la propia clase trabajadora con el objeto de poder ubicarnos en mejores coordenadas para, si se pretende enfrentar a un enemigo poderoso, por lo menos entender de qué enemigo hablamos. Es hora de comenzar a separar la paja del trigo si no queremos seguir por un camino pantanoso en que a los neofascistas se los toma por libertarios, a los conservadores se los llama comunistas y a los troskistas se los denomina kirchneristas, solo por dar algunos ejemplos burdos de lo que se escucha en el día a día. Tuvo que resurgir de sus cenizas el viejo y querido Osvaldo Bayer, derrumbado su monumento, para que se recuperase la memoria sobre el verdadero significado del concepto de libertario.

Así las cosas…

¿Recuerdan cuando caracterizábamos la última dictadura militar como “Terrorismo de Estado”? Pareciera ser que según el actual sentido común reinante deberíamos haber hablado en realidad de un Estado ausente que no estuvo, o se olvidó de estar para evitar las detenciones, las torturas y las desapariciones.

¿Recuerdan cuando ante la desaparición y asesinato de Santiago Maldonado gritábamos “el Estado es Responsable”? Hoy parece que en realidad lo que quisimos decir es que -durante el macrismo- el Estado se achicó tanto que no pudo ayudar a Santiago Maldonado a no “ahogarse”.

¿Y cuándo hablábamos de extractivismo como política de Estado? Ahora en cambio los incendios, las inundaciones, las sequías, las contaminaciones, los enfermos y los muertos son testigos mudos de un Estado ausente, que no estuvo, jamás pasó por ahí a cuidarlos, a maternarlos. Parece que no hubo un Estado responsable de tales desdichas.

¿Recuerdan cuando libertario era sinónimo de anarquista, de apoyo mutuo, de solidaridad? ¿O se acuerdan de la firmeza del brazo libertario, aquella de “Hasta Siempre”, la canción de Carlos Puebla? Hoy unos y otros podrían -pareciera ser- haber militado en las filas de Milei, si tan solo fuera por lo rápido que el progresismo y buena parte de la izquierda ha decidido regalarle tan caro concepto a La Libertad Avanza.

¿O no se habla de Estado genocida para caracterizar hoy al de Israel, o ayer al de España y Argentina en relación con las mal llamadas “Conquista de América” “Conquista del desierto” o en relación con la Masacre Pilagá? Quizás, siguiendo el derrotero del revisionismo actual deberíamos llamarlos “Estados libertarios”. O quizás les convenga mejor el rótulo de “Estados ausentes”, aquellos que no pudieron evitar que se lleven a cabo tales catástrofes (seguimos en modo ironía ON, aclaramos).

¿Recuerdan cuando Milei prometió perseguir a los zurdos, acabar con la ideología de género, cerrar el CONICET, terminar con la casta, no descargar el ajuste sobre el pueblo, ni sobre los jubilados? ¿No será que prometió muchas y diferentes cosas -incluso contradictorias- como para luego cumplir aquellas que sirven a ricos y poderosos incumpliendo con aquellas que sonaban bien en los oídos del pueblo trabajador? ¿No habíamos escuchado ya antes el canto de las sirenas cuando aquello del “salariazo y revolución productiva”, o con eso de “terminar con esta fiesta para unos pocos”? Segmentar el discurso y mentir, nada nuevo bajo el sol: ajuste y palos para el pueblo, toda la casta de vuelta (Bullrich, Caputo, Scioli y tantos otros), juntándola en pala.



¿Destruir el Estado? Una polarización ficticia: lejos de un Estado ausente, lo que brilla es un estado de fuerte (y premeditada) confusión

Cada vez que una institución o espacio público está en juego vemos como se activa cierto sentido común que habla de achicamiento o retirada del Estado. Entendemos que esa idea caló hondo en el pueblo argentino y casi como un reflejo éste, incluida buena parte de una izquierda cada vez más desorientada, sale a defender al Estado -como si estuviera en riesgo- en lugar de defender al sector público, a sus laburantes. Como si no fuera el propio Estado quien destruye conquistas, derechos, vidas en connivencia con los intereses corporativos.

Este sentido común se sostiene en una idea de que existe una oposición natural entre el Estado y el Mercado a los cuales se le asignan categorías morales, uno es bueno y el otro es malo o a la inversa según quien cuente el relato. De este razonamiento se desprenden formas de lucha e imaginarios que terminan empantanando luchas y nos impiden una identificación real de nuestros enemigos, pero sobre todo de nuestros propios intereses de clase. Por más que para gran parte de lo que se llama el campo popular suene contraintuitivo hay que decirlo: el Estado no te cuida, el Estado no garantiza derechos, ni es una herramienta de igualación social. El Estado, en tanto que relación social de dominación de una clase minoritaria y privilegiada sobre una clase mayoritaria cada vez más pauperizada, es un elemento imprescindible para el funcionamiento del capitalismo, y lo es en todas sus versiones ya sea entregando recursos o realizando genocidios. Pero sobre todas las cosas sin Estado no hay dictadura del Mercado. Se sirven mutuamente.

Sabemos que los discursos de los políticos del régimen se apoyan en esta confusión, no es inocente. Todos saben que a ellos, los de arriba, el Estado sí los salva, garantizando la protección de sus privilegios.

Pensar que el “Estado presente” soluciona los problemas que tiene la clase trabajadora, que juega un rol “igualador” en la sociedad interviniendo en los mercados para “reparar sus fallas” es sólo una ilusión y no es menos fetichista que la idea de que el mercado se autorregula. Como tal, el fetichismo, lo que hace es transferirle propiedades a algo que en realidad no tiene, su función es mantenernos encadenados a una ilusión sin poder identificar el camino correcto. Pero este fetichismo estatal lo que realmente oculta es nuestra existencia en tanto trabajadores, en tanto clase social que está en lucha con otra, es decir oculta la lucha de clases, el verdadero terreno donde se consiguen conquistas y el único donde se le puede poner un límite al capitalismo.

Al soslayarse la lucha de clases, al fragmentarse la clase trabajadora, dispersa y desorientada, es presa fácil de las promesas y la ilusión de un Estado presente, de bienestar, identificándose con él. En esta operación de supervivencia hay una trampa: se reemplaza la lucha de clases por una lucha imaginaria entre Estado y Mercado. Se mutila nuestra imaginación política al punto de que no se pueda pensar en nada que no sea un “Estado presente». Ante el avance del neofascismo, sectores progresistas y de izquierda repliegan sobre el Estado en lugar de replegar sobre la clase. Y curiosamente, por más que lo nieguen quienes son parte de esta política estatista, quedan a merced de una curiosa pero antigua política individualista: las elecciones burguesas, que se presentan como única política valida, una suerte de sucedáneo de democracia que invisibiliza el proceso de delegación en los aparatos partidarios que sostienen tanto al Estado como a su socio, el propio capitalismo. Cómo decíamos más arriba no es algo inocente, es una operación política que tiene como objetivo eliminarnos a lxs trabajadorxs en tanto sujetos para poner en ese lugar al Estado, reduciéndonos al papel de espectadores y comentadores que ven la realidad a través de una pantalla, cual si fuera el fútbol de los domingos.

Es sobre este mito del Estado presente desde donde se construye la idea del reformismo y el parlamentarismo (que contiene al peronismo, al radicalismo y a buena parte de la izquierda nacional), claro límite con el que nos encontramos quienes queremos construir una política de intención revolucionaria. El no emerger como sujetos, el delegar la política en el aparato estatal y en sus representantes, el pretender disputar el Estado (¿cómo podría disputarse una relación social de dominación burguesa?) en lugar de apostar a la lucha de clases, es el terrible aprendizaje del genocidio militar. Pero ¿por qué tiene tanto éxito el reformismo y la delegación en nuestro país? Porque el proletariado, cuando emerge como sujeto, como autoconciencia, como clase, cuando de forma autoorganizada toma en sus manos su destino une la palabra con la acción, así fabrica su verdad. Pero esta verdad resulta inaceptable para la clase dominante, en tanto y en cuanto conlleva un peligro de muerte y es por eso que centra buena parte de sus recursos en instalar una ilusión, una ficción, una fábula que nos es ajena, y que resulta sostén fundamental del actual sistema-mundo.



Las consecuencias de una historia sin nosotrxs

El Estado presente ha funcionado como una suerte de caballo de troya para (o contra) la clase trabajadora. En los últimos años fuimos testigos de situaciones realmente incoherentes en las que señalábamos al Estado como responsable por la desaparición y muerte de un compañero y a los días se hablaba de fortalecer al Estado para garantizar derechos, para recuperar la Nación. Estas incoherencias no fueron gratuitas y erosionaron la confianza en sindicatos, centros de estudiantes, corrientes políticas, etc. que priorizaron la vida política del Estado a la intervención dentro y para la clase trabajadora. Hablamos de paros selectivos según el gobierno de turno, de tolerancia extrema a la precarización de la vida, al aumento -gobierno tras gobierno- de la pobreza, con tal de no dañar la gobernabilidad, de garantizar años electorales, de no “hacerle el juego a la derecha”. Una parte no menor de la clase trabajadora escuchaba esos discursos y miraba las prácticas que de él se desprendían e intuitivamente desconfiaba. El laburante de a pie, por más que se lo subestime una y otra vez, tiene muchas veces formas más materialistas de pensar que las militancias que se encierran en relatos, ideologicismos y construcciones idealistas. Esto es un índice de hasta qué punto las tendencias políticas están colonizadas por el mito del Estado benefactor. Estas personas “sueltas” que no sostienen compromisos con corrientes políticas suelen tener menos problemas en percibir y señalar las incoherencias de los distintos discursos que circulan en el campo popular. El voto castigo, la bronca, el malestar habla más de la confusión en que se ha venido sumiendo el intelectual progresista y la socialdemocracia que de las equivocaciones o la presunta fascistización de un pueblo que encuentra en las elecciones la libertad de elegir entre el hambre y las ganas de comer. En definitiva, confundir al Estado con el cuerpo propio resulta letal. Pero entonces si el Estado, en definitiva, no es nuestro cuerpo, si no es cierto que el Estado somos todos ¿cuál es nuestro cuerpo? ¿Cuál es el colectivo del que formamos parte?

Nuestro cuerpo es un cuerpo colectivo, es el cuerpo de la clase trabajadora. La última vez que en nuestro país mostró su potencia sublevada fue en diciembre de 2001, el momento bisagra donde se corrieron los límites impuestos por la última dictadura militar, donde el pueblo deliberó y actuó, no a través de sus representantes sino a través del poder directo, recuperando el valor original del término democracia. Más allá de algunos dignísimos fogonazos acaecidos durante los gobiernos de Macri y Milei, en términos generales, luego del 2001 -y muy consciente de esto- la clase dominante decidió que teníamos que olvidar esa experiencia e incluso renegar de ella, transformando un hecho virtuoso, una pueblada contra el ajuste y el estado de sitio, en una historia de llanto. Fue cuando el reformismo tomó las riendas y reescribió el 2001 en formato de tragedia.

Estas formas de ver y hacer política se expandieron e hicieron mella en las conciencias, tal es así que durante los últimos momentos del kirchnerismo se tildaba a toda experiencia que no tuviera como objetivo y centro de gravedad al Estado como marginal. La militancia pasó de luchar y crear poder popular a aplaudir jefes y caudillos. La acción callejera, la acción directa encontró su techo en el marchódromo, una nueva institución cuyas tácitas reglas implicaron en la práctica el señalamiento como servicio de cualquiera que tirase una piedra, como infiltrado aquél que pintara un grafiti o prendiera un fósforo. Se extinguieron por completo los imberbes, devenidos en poco más que aplaudidores. La putrefacción del orden político arrastró a buena parte de la izquierda, que le encontró el gusto a ser furgón de cola en las elecciones burguesas, que se encontró cómoda y confortable en las tribunas del parlamento de una democracia de la derrota.

La eliminación de la historia del movimiento piquetero, el ocultamiento de su origen fue una técnica de desarme de la clase trabajadora por parte de la clase dominante. Lo sorprendente fue el éxito que tuvo, hasta qué punto penetró en las consciencias que se movilizaron durante la década del 90 y los primeros años 2000 y renegaron de sus propias experiencias. El desarme, el olvido de lo aprendido y de la propia capacidad de fuego fueron realmente profundos. Pero entonces, en definitiva ¿qué hacer para no repetir esa experiencia? E incluso una pregunta aún más delicada: ¿cómo hacer?

Si existen derechos es poque los precedieron las conquistas. Pretender que nos regalaron derechos es creer en una historia en la que lxs trabajadorxs estamos ausentes, es entregarse a una historiografía de derechas donde sólo los ricos y poderosos son relevantes. Si después del estallido del 2001 existió un periodo de cierta recomposición salarial para varios sectores de la clase no fue gracias a un gobierno ni al Estado, fue porque la revuelta popular corrió los límites de la opresión establecidos por la dictadura y no era posible gobernar sin hablar ni de derechos humanos ni sin modificar (mínimamente) la distribución del excedente. Agradecer nuestras conquistas a distintos gobiernos es no reconocernos en nuestro propio recorrido, en quienes lucharon antes. Nuestros derechos más recientes se los debemos a los muertos del 2001, a quienes lucharon en soledad en medio de la frivolidad de los 90, para todes elles nuestro reconocimiento. Si nuestro enemigo pudo avanzar tanto en el terreno simbólico es porque previamente fuimos expropiados de nuestra experiencia como clase, de poder reconocernos como parte de ella y de poder reconocer a otros también como parte de ella: rompieron la semejanza que podíamos tener. y de nuestra capacidad de producir nuevos símbolos. Esta expropiación vuelve a ocurrir en el 2019: se le adjudica nuevamente al peronismo, y a la visión estratégica de la jefa -al proponer la fórmula Fernández (A)-Fernández (C)-, la victoria sobre Macri. El albertismo y sus seguidores confundieron una victoria popular anti-macrista y anti-ajustadora, gestada a través de batallas que se dieron a lo largo de 4 años, con una victoria propia. El desastre todavía está a la vista. Es urgente ser protagonistas, romper con la delegación y la espectacularización de la política -la política transformada en espectáculo y en territorio de hiper especialistas-. De no poder romper el límite que nos impuso el neoliberalismo vamos a estar condenados al encierro cíclico que nos propone este esquema político.

Ese cuerpo ausente hay que rescatarlo de la historia reducida, recuperando a esos héroes y heroínas cotidianos que han venido haciendo política desde la base. El cuerpo de la clase trabajadora no es Estado ni es Capital, por el contrario es una colorida amalgama que despierta en las barriadas, que labura de sol a sol, incluso por las noches o con horarios rotativos, resiste en los territorios, sufriendo olvidos y extractivismo, duerme pocas horas intentando olvidar las opresiones diarias que se descargan en sus cuerpos. La clase trabajadora es lo otro de Estado y Capital. No tiene otra forma de ser.



Entonces ¿Qué es el Estado?

La visión aquí expuesta parte del entendimiento del Estado como una construcción social que implica, esencialmente, una relación social de dominación. Históricamente, la burguesía ha promovido la idea de un Estado neutral, árbitro de los conflictos sociales y garante de la conciliación entre clases, fomentando así la noción de “identidad nacional” y “unidad estatal”. Sin embargo, esta idea encubre su verdadero carácter: el de instrumento para organizar y legitimar las disputas internas entre fracciones de la propia clase dominante, que compiten por el control del aparato estatal sin cuestionar su existencia ni el orden capitalista que sostiene.

Se diferencia entre el Estado y el gobierno: mientras el primero es la estructura permanente garante de la dominación capitalista, el segundo es la gestión concreta y cambiante de esa estructura, determinada por la facción de la burguesía que logre hegemonía en determinado momento. Aun así, ambos están en constante relación dialéctica y deben ser comprendidos como partes de un mismo entramado. El gobierno no se limita a los actores visibles ni a los espacios formales de decisión, sino que incluye una red compleja de intereses, actores e influencias que disputan poder y sentido dentro del Estado.

El Estado no solo posee el monopolio legítimo de la violencia, sino también de la toma de decisiones, lo cual reduce la participación directa de la sociedad en los asuntos públicos y promueve la delegación política como forma de desmovilización. Este consenso social, construido ideológicamente, fortalece la legitimidad del Estado y su papel de mediador, aunque en realidad actúa como garante del orden capitalista. A través de su aparato disciplinador, el Estado otorga concesiones limitadas para evitar estallidos sociales, cambiando algo para que nada cambie. Un ejemplo de esto fue la recomposición estatal tras la crisis de 2001, cuando el kirchnerismo incorporó demandas del ciclo previo de luchas sociales para restaurar la institucionalidad, sin romper con la lógica del capital.

En esta concepción, el Estado es el garante de la reproducción de la relación capital-trabajo y, por ende, cumple un rol central en asegurar tanto la existencia del capital como la reproducción de la clase trabajadora. Desde su origen, el Estado moderno ha mercantilizado los elementos esenciales de la vida –tierra, trabajo, cuerpos, dinero– organizando la sociedad bajo las reglas del mercado. En este contexto, la fuerza de trabajo se convierte en mercancía, y el acceso a bienes básicos queda supeditado a la capacidad de insertarse en el mercado laboral.

El Estado puede intervenir en los procesos de mercantilización (cuando exige vender fuerza de trabajo para acceder a bienes y servicios) o desmercantilización (cuando garantiza derechos independientemente del salario). Esto depende de la lucha de clases y de las necesidades del capital. Así, existen políticas públicas que apuntan a sostener la fuerza de trabajo: transferencias monetarias, servicios colectivos como educación, salud y transporte, o subsidios. En momentos de mayor conflictividad, el Estado puede mejorar condiciones de vida para contener el malestar social; en momentos regresivos, como el actual, puede avanzar en la mercantilización y privatización.

Por este motivo nos alejamos de aquellas visiones que consideran que ante modelos con mayor énfasis (neo)liberal -como ahora con Milei- existirá un Estado ausente, una destrucción del Estado o un “Estado mínimo”, donde solo se aboca a cumplir la función de gendarme ante la protesta social. Uno de los momentos donde más intervención y actividad tuvo el Estado fue, justamente, durante las décadas en que se dieron las privatizaciones, la modificación nada menos que de la Constitución Nacional, el desmonte rápido y efectivo de las características que aún subsistían del “Estado benefactor”, la batería de medidas de flexibilización laboral, etc. Todas estas nos hablan de una dinámica de ofensiva del Estado; no pudiéndose hablar jamás de un “Estado ausente”. Bien vale esa caracterización para el actual gobierno de Milei. Para muestra basta un botón: ni las furiosas represiones del gobierno de Milei a los jubilados, ni la regulación del dólar, ni la estafa de las criptomonedas operan por fuera de la órbita del Estado. Por el contrario, este gobierno se vale de todos los engranajes del Estado para llevar a cabo sus políticas. El mito del Estado ausente, en definitiva, encuentra su precuela en aquella parodia del Estado maternal o del Estado que te cuida.



A correr el horizonte de lo posible: por una política de la clase trabajadora anticapitalista, antifascista y antiestatalista

La democracia que heredamos de la última dictadura resultó signada por una estrategia del poder para desactivar la movilización y disciplinarnos a delegar el poder en otros. Aprendimos a obedecer: no importa a quién se vote, el resultado es siempre el mismo: un proyecto de saqueo, extractivismo y ganancias para unos pocos. Una democracia de la derrota, donde los de abajo resultan convidados de piedra.

Cualquier proyecto que pretenda enfrentar este orden de manera decidida tiene que romper con las reglas del juego. No alcanza con oponerse a Milei: hay que oponerse con igual dureza a las condiciones que lo hicieron posible. La lucha real es contra el sistema que parió no solo a los Milei y a los Macri sino también a los Massa, los Scioli y los Alberto Fernández. Mientras tanto, la tarea es clara: movilizar, organizar, construir poder desde abajo, con una agenda propia, la de la clase trabajadora, la de los pueblos que no se resignan.

Sólo desbordando al Estado y al mercado podemos correr los límites de lo posible. Nuestras historias de lucha, nuestras resistencias siguen vivas y nos marcan el camino. Volver a mirar lo que hicimos y lo que nos hicieron es clave para entender cómo pelear hoy.

La oposición que necesitamos no es la que pide “más Estado” o la que sueña con un Estado benefactor, un Estado que rima con Patriarcado. No se trata nunca de un Estado ausente, se trata de un Estado que actúa —y mucho— pero siempre en favor de los poderosos. Es el mismo Estado que asesinó, que saqueó, que contaminó, que empobreció. El mismo que hoy sostiene a Milei para profundizar el ajuste y no para autodestruirse. No hay Estado neutral: hay Estado al servicio del capital.

Defender lo público no es pedir por más presencia estatal. Es construir lo común desde el pueblo, desde el abajo, con otras lógicas: de solidaridad, de afecto, de cuidado, de organización popular. Lo público, lo popular, lo comunal no se le suplica al Estado: se construye en los barrios, en las asambleas, en las luchas.

Es hora de abrir de nuevo un debate estratégico, de dejar de tapar los agujeros de un sistema que se cae a pedazos. No más parches ni “males menores”. La tarea es más profunda: reencontrarnos, reconstruir el tejido social, abrazarnos en la bronca y en la esperanza, y empezar de una vez por todas a levantar un proyecto nuestro. Popular, feminista, rebelde, comunitario. Una democracia verdadera, desde abajo. Para recuperar la vida y los sueños que nos arrebataron.

Es la hora de la militancia. De una militancia que no tiene como tarea sostener un orden político moribundo que se derrumba. De una militancia que sueña con un mundo nuevo y que hoy se vuelve a ilusionar.



Mirada en ruinas, o realismo asombrado* // Agustín Valle

1- Lo que llaman “espoiler” pasa por un descuido, incluso una afrenta (algunos lo punirían), que como fenómeno cultural es parte de la televisión pero, sobre todo, de un tipo de temporalidad: el tiempo celularizado. El tiempo conectivo, donde la comunicación acontece -casi que la cosa pasa– cuando el usuario elije. Y se puede detener, eternizar en bucle, acelerar en 1.25, etcétera. Su origen acaso esté en las grabadoras vhs. El rechazo al “spoiler” busca sustraer una línea informacional de la dinámica general de tiempo desbordado; quiere cuidar el misterio de algo que sabe que ya se sabe. ¿Pero qué clase de obra pierde sentido por enterarte de algo que en ella acontece? Aunque quizá no sean tanto las obras, las “arruinables”; quizá la ruina es de un modo de mirar. Una mirada arruinada; estás arruinada, che mirada…

“Hacerle creer al espectador que una película es el argumento es atontarlo -dice Lucrecia Martel-. Es quitarle posibilidad expresiva a la imagen. Es… tener que aprender a usar mejor las cámaras, aprender a usar mejor las luces. Correrte del argumento te obliga a usar todo mejor. Porque la industria, más allá de sus malas intenciones ideológicas, es vaga. Es una industria de vagos”. Aprender a usar mejor: que las herramientas sean usadas estén subordinadas a la mano de un deseo, una búsqueda, un presentimiento. Si no, tenemos la autopista del consumo, con la estética estandarizada de las herramientas y sus automatismos. Prima allí la estética del dispositivo. Su tonalidad, su registro, su patrón. Inventar cómo y qué hacer con la herramienta es -también- la obra.

2- Una obra espoileable es una obra reducida a información. Ya enterados, disuelta queda la tensión deseante. La data deserotiza; suple la experiencia. Si ya estamos enterados, entonces lo que venga no informará; la cosa perdió su relieve. Alisada en el reduccionismo informacional, esta reunión podría ser un mail. ¿Existe algo insustituible de la experiencia, irreductible a información? Existe mirar un mirar que es meterse en; meterse en una película, por caso. Y de paso, la pantalla recupera una cualidad tridimensional, corpórea -en el sentido de que no es información que se recibe, sino realidad sensible que se presencia. Películas, historias, libros, son ambientes. Instancias habitables, donde se instauran modos de percibir, de sentir, de pensar. No pierden sentido aunque sepas el final; cosa mata dato, matadato. Meterse en una obra es viajar y no pierde todo sentido un viaje porque te anticipen lo que verás.

 

3- Pero quizá el viaje es una potencia subjetiva que puede, también, desmontarse. El viaje como capacidad de reambientación. Potencia de re-crearse. Aunque somos una especie migrante, también somo especie plástica (de plastilina), y bien puede haber subjetividades fijas, in-viajables. Un chabón inviajable… Atenciones encadenadas, verbigracia, en el régimen móvil, celular, conectivo. Pocas fijaciones lograron la eficacia que ostenta la móvil, celular, conectiva. Donde vaya el cuerpo, los ojos verán pantalla. La variación de lo visible es infinita -nada no ofrece la pantalla-, bajo un modo único de mirar. Ir a Madagascar para tener los ojos boleados (de boleadoras) por el celular. Bien por estar a cada rato mirándolo o bien por mirar cosas malgachas (gentilicio de Madagascar!) cosas con ojos de patalla… Esta minimización de la facultad de viajar, de experimentar variaciones cualitativas en los modos de sentir, la capacidad de extrañarse, haga síntoma, acaso, en el supremo culto al turismo como ideal. Búsqueda de descomprimir el quemante continuo conectivo -clave del modo de producción de la Actualidad-, se ofrecen imágenes de viajes, cada cual lo más lejos posible, para que quede bien, bien claro que sí somos viajeros.

4- Para el sensorio siempre atado a la Actualidad, claro, el espoiler es tremendo: le mata ese poquito de vida donde, aún, no sabe, ese, al menos, eructo con regusto a viaje; ese restito de agujero, de indeterminación. De suspenso en el sentido de que se suspende la codificación automática. Ese poquito de no saber es programado en el continuo de series.

¿Qué son las series, de qué subjetividad son agencia? Continuo serial (paradojal); tecnología de proyección temporal; en la domesticidad del capitalismo conectivo. Las series ofrecen un orden de tiempo segmentado. Una referencia temporal ante el caos dispersante de la sautración. Hay vidas -de pareja por ejemplo- que arman temporalidad con las series. También hay macro dosis donde se mira series durante horas, atracones con que el capitalismo conectivo ofrece -su- descanso al sujeto quemado por su continuo.

Un jefe de la plataforma más famosa dijo una vez que no competían con otras de su tipo sino con la almohada. Declaración de guerra contra el descanso (y la gesta onírica); o, más bien, confesión de un crimen; en fin. Y sin embargo compiten, también, las series, contra la distracción permanente. Contra el chequeo constante de la Actualidad. Ya cuarenta frenéticos minutos pueden ser algo demasiado lento, así que en el medio mientras tanto se miran otras cosas, la atención se va… La atención se va, tironeada por infinitos fantasmas de la Realidad, en un estado de tensión permanente.

5- Estado de tensión permanente: sujeto estresado y asustado. Capitalismo apocalíptico (Rita Segato). Informacionalización de las cosas: sujeto alisado. Todo el tiempo puede advenir novedad -tensión-, pero bajo la textura sensible del dato. Nada extraña, todo es probable; la actualidad puede shockear, no extrañar.

El sujeto conectivo, el sujeto del reduccionismo informacional, ya sabe, todo lo siente como ya sabiéndolo, como obvio (¡incluso lo que no puede creerse, lo que “cómo puede ser”!); y de allí, también, su tristeza. Ya sabe, el mundo viene ya hecho, fatal, cerrado en sus relaciones de poder. Todo es posible dentro del juego actual. Todo a una caricia pantallil. Digital infinito calculable, nada cambiará sensiblemente, nada cambiará el modo de sentir, la sensibilidad. La Realidad no guarda asombros en el nihilismo mercantil. Una Realidad sin sombra.

Encandila, más bien, el realismo capitalista, con su ilimitada especulación de luz. Acaso sea preciso un realismo asombrado. Un realismo asombrado capaz de ver más acá y más allá de lo obvio. Capaz de no-saber y querer; capaz de des-entender algunas cosas naturalizadas pero a simple vista insólitas, como el abismo de la desigualdad, o policías militarizados pegándole a ancianos -o a cualquiera-, por poner al azar algunos ejemplos de que cualquier cosa es admitible cuando lo real se vive sin hacer de ello experiencia (solo vivencia, consumo, cumplimento). Lo posible es lo técnicamente posible, cualquier cosa es igual a cualquier otra en tanto información. Necesitamos, quizá, un realismo asombrado, inocente, al que no le importe tanto el final como el durante.

 

6- Quizá este sea uno de los motivos por el que el año pasado causó tanto afecto Perfect Days, de Wenders, una película sobre las sombras (tributaria del clásico de Tanizaki, Elogio de la sombra, homónimo, por cierto, al poema excelso de Borges). Ofrecía un rato de reconciliación amante con las sombras, que son, en la sociedad conectiva, un accidente indeseado. El protagonista, vale la coloquialidad por la paradoja, flashea con las sombras. Con un tipo que tiene un cáncer terminal, juegan a la mancha con sus sombras, diciendo “tú la traes”, la mancha, la muerte, la sombra.

El cine, el cinematógrafo, era, es, un espacio donde la sombra es la clave; la sombra instaura la magia del cine. La sala en sombras, pero, también, la sombra como causa de la formación de imágenes en la pantalla; lo que vemos es luz, pero que se anima por sus interrupciones y matices. En ese claroscuro, el cine logra su potencia acontecimental afectiva. No encandila: el proyector no apunta a la cara. Eso lo hizo, recién, la tele: acaso el primer artefacto de la historia que emite luz no para iluminar otra cosa, sino para iluminar a los ojos sin mediación. Hasta entonces, los artefactos que emitían luz visibilizaban cosas; veíamos cosas mediante la luz, y la luz mediante cosas. A partir de la tele, la luz busca inmediatamente los ojos, y ella misma representa cosas.

Pero la luz no conviene mirarla de frente. De allí el gesto de techito con la mano sobre las cejas, como alerón de la frente. El ceño se comprime para apretujarse y rodear los ojos de más piel cubriéndolos de los rayos directos del sol (o la fuente lumínica que sea). Vemos gracias a la luz; vemos cosas por la luz que las ilumina. A muchos animales se los captura iluminándoles los ojos; la luz directa obnubila, atrae, petrifica. Así domina el capitalismo conectivo; así opera la sujeción celular: (re)presentando el mundo sin sombras, y saturando las pupilas de luz. Con el esfínter del alma dilatado hasta la distensión, sin matices, despojado de su capacidad de asombro, el ojo percibe todo como lo muestran las pantallas, es decir, cosas fugaces -ya yéndose- e inmediatamente inteligibles. Obvias. La enorme multiplicidad del mundo, aplanada en un regimen de identificación automática.

Al fuego lo miramos hace seguramente cientos de miles de años. El fogón, el hogar, la vela: eso sí miramos directo. Misterio eterno, símbolo del calor y del encuentro, el fuego humano es un atractor de mirada (las llamas que llaman…). Pero contrariamente a la pantalla donde todo es sabido, el fuego es un agujero en lo obvio: no sabemos qué es, qué significa, de qué está hecho. Fuego: otredad. Forma asombrosa de la luz. Ilumina sin disolver la sombra. Como el cine, requiere, incluso, de la sombra, para expresar su especificidad. La sombra, lo oscuro, es inherente a la existencia.

7- Hace pocos años Argentina salió campeón del mundo (es un eufemismo pero se entiende) y, durante algunos días millones y millones de personas convivimos festivamente en las calles del país. Salió a la luz una capacidad de alegría y convivencia que contrastó, flagrante, con la normalidad callejera cotidiana de conflicto, odios, recelos, envidias, resentimientos, miedos y demás, donde “cada cual tiene su vida” (verdad liberal) y, ergo, los demás son o recurso o escollo o competencia. Apareció un lado B oculto de hermandad, bajo el lado A de hastío. Una especie de inversión del doctor Jeckyll y el señor Hyde. Es que el sueño de la razón produce monstruos y la negación de las sombras también: así, bajo imperio de lo obvio y con una mirada extenuada por una luz obnubilante, el cuerpo social terminó organizando un alivio empoderando la oscuridad como forma de gobierno. Javier Milei se presentó como un personaje de terror. Tuvo la deferencia de espoilear, no ocultó que venía a traer dolor. Y fue un sinceramiento, una admisión de la obviedad: el dolor. Ya en pandemia se había asumido el dolor, y en el Mundial, los ídolos repetían que “somos argentinos, tenemos que sufrir”. Ya los cuerpos sabían que el dolor era la verdad sensible bajo las luces obnubilantes. Luminosa tautología de las fuerzas del cielo: capitalismo puro, desigualdad, crueldad como modo de producción. A cielo abierto, sabido. No espoileable. Para eso están las series.

Pero la figura de los hinchas de fútbol tuvo este año otra deriva; fue un sujeto politizado: hinchas apoyando a los jubilados. Eso no se sabía. Era algo en un pliegue, invisible a lo obvio, que los hinchas de fútbol podían poner su cultura como fuerza de ánimo presente contra la violencia oscurantista -sombras vueltas obvias- de las fuerzas del cielo. Eso generó asombro: no sabíamos que podíamos, no se sabía que eso era posible. Por eso -por traer una fuerza nueva- fue reprimido monstruosamente. Se le tiró el saber dado de lo obvio -quién manda-, para que no se desarrolle una historia que nadie sabe a dónde puede ir. El asombro no es el espanto, no es la indignación ni el estupor ni la perplejidad, tampoco es esotérico; es un realismo que descree que la única verdad sea la actual obviedad, que corre el ojo de las luces que representan y enceguecen, y mira acá, al costado, a la tierra, porque lo extraordinario -lo que interrumpe el orden- no está en objetos determinados objetos, ni se trata tanto de cosas oscuras o sombrías, sino que aparece como efecto de como de modos de mirar.

 

 

 

Onetti sobre Arlt

Prólogo de Juan Carlos Onetti a una edición italiana de El juguete rabioso.


Quiero aclarar desde el principio que estas páginas se escriben, misteriosamente, porque el editor y el autor estuvieron de acuerdo respecto a su tono. Yo no podría prologar esta novela de ArIt haciendo juicios literarios, sino sociológicos; tampoco podría caer en sentimentalismos fáciles sobre, por ejemplo, el gran escritor prematuramente desaparecido. No podría hacerlo por gustos e incapacidades personales; pero, sobre todo, imagino y sé la gran carcajada que le provocaría a Roberto ArIt cualquier cosa de ese tipo. Oigo su risa desfachatada, repetida en los últimos años por culpa de exégetas y neodescubridores.
Por ese motivo no releí a Roberto ArIt, auncio que esta precaución es excesiva porque lo conozco de memoria, tantos persistentes años pasados. Tampoco quise mirar lo que se publicó sobre él y tengo en mi biblioteca. Supuse más adecuado un encuentro cara a cara, sin mentir ni tolerarle trampas. Creo que es una forma indudable de la amistad, si es que Roberto Arlt tuvo jamás un amigo. Estaba en otra cosa. En consecuencia, quiero pedir perdón por fechas equivocas, por anécdotas ignoradas, tal vez ya contadas.
En aquel tiempo, allá por el 34, yo padecía en Montevideo una soltería o viudez en parte involuntaria. Había vuelto de mi primera excursión a Buenos Aires fracasado y pobre. Pero esto no importaba en exceso porque yo tenía veinticinco años, era austero y casto por pacto de amor, y sobre todo, porque estaba escribiendo una novela “genial” que bauticé Tiempo de abrazar y que nunca llegó a publicarse, tal vez por mala, acaso, simplemente, porque la perdi en alguna mudanza
Ademas de la novela yo tenía otras cosas, propias de la edad, entre ellas un amigo, Italo Constantini, que vivía en Buenos Ai¬res y jugaba por entonces al Stavroguin.
Entre el 30 y 34 yo había leído, en Buenos Aíres, las novelas de Arlt —El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, algunos de sus cuentos—, pero lo que daba al escritor una popularidad incomparable eran sus crónicas. “Aguafuertes porteñas”, que publicaba semanalmente en el diario El Mundo.
Los aguafuertes aparecían, al principio, todos los martes y su éxito fue excesivo para los intereses del diario El director, Muzzio Sáenz Peña, comprobó muy pronto que El Mundo, los martes, casi duplicaba la venta de los demás días. Entonces resolvió despistar a los lectores y publicar los “Aguafuertes” cualquier día de la semana. En busca de Arlt no hubo más remedio que comprar El Mundo todos los días, del mismo modo que se persiste en apostar al mismo número de lotería con la esperanza de acertar.
El triunfo periodistico de los “Aguafuertes” es fácil de explicar El hombre común, el pequeño y pequeñísimo burgués de las calles de Buenos Aires, el oficinista, el dueño de un negocio raído, el enorme porcentaje de amargos y descreídos podían leer sus propios pensamientos y tristezas, sus ilusiones pálidas, adivinadas y dichas en su lenguaje de todos los días. Además, el cinismo que ellos sentían sin atreverse a confesión: y, más allá, intuían nebulosamente el talento de quien les estaba contando sus propias vidas, con una sonrisa burlona pero que podía creerse cómplice.
Hablando de cinismo el mencionado Muzzio Sáenz Peña —a quien Arlt entregaba normalmente sus manuscritos para que corrigiera los errores ortográficos— se alarmó porque el escritor habla estado publicando crónicas en revistas de izquierda. Esta inquietud o capricho de ArIt preocupaba a la Administración del diario, temerosa de perder avisos de Ford, Shell, etcétera, encaprichada en conservarlos,
Muzzio llamó a ArIt y le dijo, no era pregunta:
-¿Te imaginás en qué lío me estás metiendo?
-¿Por eso? No te preocupés que te lo arreglo mañana (Jor¬ge Luis Borges, el más importArlte de los escritores argentinos de la época, dijo en una entrevista reciente que Roberto Arlt pronunciaba el español con un fuerte acento germano o prusiano heredado del padre). Es cierto que el padre era austriaco y un redomado hijo de perra: pero yo creo que la prosodia aritiana era la sublimación del hablar porteño: escatimaba las eses finales y las multiplicaba en mitad de las palabras como un tributo al espiritu de equilibrio que él nunca tuvo
Y al día siguiente, después de corregir Muzzio los errores gramaticales, las “Aguafuertes” dileron algo parecido a esto: “Me acerqué a los problemas obreros por curiosidad Lo único que me importaba era conseguir mas material literario y más
lectores”.
La anécdota no debe escandalizar a deudos, amigos ni admiradores. El problema ArIt persona en este aspecto es fácil de comprender. Arlt era un artista (me escucha y se burla) y nada había para él más importante que su obra. Como debe ser.
Ahora volvemos a Italo Constantini, a Tiempo de abrazar y a otra temporada en Buenos Aires. Harto de castidad, nostalgia y planes para asesinar a un dictador, busqué refugio por tres dias de Semana Santa en casa de Italo (Kostia); me quedé tres años
Kostia es una de las personas que he conocido personalmen¬te, hasta el límite de intimidad que él imponía, más inteligentes y sensibles en cuestión literaria. Desgraciadamente para él leyo mi novelón en dos días y al tercero me dijo desde la cama -reiterados gramos de ceniza de Player’s Mediurn en la solapa.
-Esa novela es buena. Hay que publicarla. Mañana vamos a ver a ArIt.
Entonces supe que Kostia era viejo amigo de ArIt. que había crecido con él en Flores, un barrio bonaerense, que probable¬mente haya participado en las aventuras primeras de El juguete rabioso.
¿Pero quién y cómo era Arlt? Lo imaginé como un compadrito porteño, definición que no puede ser traducida, que llevaría ho¬ras para ser explicada y tal vez sin acierto posible.
Por ahora, en la víspera de una entrevista que me parecía in¬verosímil, supe que Kostia, por lo menos, conocía a muchos pro¬agonistas de Los siete locos y Los lanzallarnas. Claro que Erdosain continuaba invisble, impalpable, porque era el fantas¬ma hecho personaje del mismo Arlt.
Siempre en la víspera, intentaba sondear mi futuro inmediato:
-Pero lo que yo escribo no tiene nada que ver con lo que hace Arlt. ¿Y si no le gusta? ¿Con qué derecho ,vas a imponerle que lea el libro?
-Claro que no tiene nada que ver -sonreía Kostia con dulzura. ¬ArIt es un gran novelista. Pero odia lo que podemos llamar litera¬tura entre comillas, Y tu librito, por lo menos, está limpio de eso. No te preocupes -vasos de vino y la solapa aceptando pacientes la misión de cenicero-; lo mas probable es que te mande a la mierda.
La entrevista en El Mundo resultó tan inolvidable como des¬concertante. Arlt tenía el privilegio, tan raro en una redaccion, de ocupar una oficina sin compartirla con nadie. Por lo menos en aquel momento, las cuatro de la tarde. Saludo a Kostia.
-Que hacés, malandra.
Y después de las presentaciones Kostia se dedico a divertirse en silencio y aparte El original de la novela quedó encima del escritorio. Roberto ArIt se adhirió a la quietud de su amigo, ape¬nas movió la cabeza para desechar mi paquete de cigarnillos. Tendría entonces unos treinta y cinco anos de edad, una cabeza bien hecha, pálida y saludable, un mechón de pelo negro duro sobre la frente, una expresión desafiante que no era deiiberada. que le habia sido impuesta por la infancia, y que nunca lo aban¬donaría.
Me estuvo mirando, quieto, hasta colocarme en alguno de sus caprichosos casilleros personales. Comprendi que resultaría inútil, molesto, posiblemente ofensivo hablar de admiraciones y respetos a un hombre como aquél, un hombre impredecible que “siempre estaría en otra cosa”
Por fin dijo:
-Assi que usted esscribió una novela y Kostia dice que está bien y yo tengo que conseguirle un imprentero
(En aquel tiempo Buenos Aires no tenia. prácticamente, editoriales. Por desgracia. Hoy, tiene demasiadas, también por des¬gracia.)
Arlt abrió el manuscrito con pereza y leyo fragmentos de pági¬nas, salteando cinco, salteando diez De esta manera la lectura fue muy rápida. Yo pensaba: demoré casi un año en escribirla Sólo sentí asombro, la sensacion absurda de que la escena hu¬biera sido planeada.
Finalmente ArIt dejó el manuscrito y se volvió al amigo que fumaba indolente sentado lejos y a su izquierda, casi ajeno
-Dessime vos, Kostia -preguntó-, ¿yo publiqué una novela este año?
-Ninguna. Anunciaste Pero no pasó nada
-Es por las “Aguafuertes”, que me tienen loco Todos los días se me aparece alguno con un tema que me jura que es genial. Y todos son amigos del diario y ninguno sabe que los temas de las ‘Aguafuertes” me andan buscando por la calle, o la pensión o donde menos se imaginan. Entonces, si estás seguro que no publiqué ningún libro este año, lo que acabo de leer es la mejor novela que se escribió en Buenos Aires este año, Tenemos que publicarla.
La amnesia fue fingida tan groseramente que mi unica preocu¬pación era desaparecer.
-Te avisé -dijo Kostia.
-Sos como yo, no te equivocás nunca con los libros. Por eso no te muestro los originales, porque no quiero andar dudando.
Suspiró, puso la mano abierta encima del manuscrito y se acor¬dó de mi.
-Claro, usted piensa que lo estoy cachando y tiene ganas de putearme. Pero no es asi. Vea: cuando me alcanza el dinero para comprar libros, me voy a cualquier librería de la calle Co¬rrientes. Y no necesito hacer más que esto, hojear, para estar seguro de si una novela es buena o no La suya es buena y ahora vamos a tomar algo para festejar y divertirnos, hablando de los colegas.
Arlt entró al café Rivadavia y Río de Janeiro, haciendo cruz con el edificio de El Mundo. Era un hombre alto y por aquellos días jugaba a la gimnasia y la salud.
Acaso fuera aquél el mismo cafetín donde la mujer de Erdosain espiara el perfil inmóvil y melancólico de su marido, a través de los vidrios mugrientos, hundido en el humo del tabaco y la má¬quina del café.
Hablamos de muchas cosas y aquella tarde, hablaba él
Desfilaron casi todos los escritores argentinos contemporáneos y Arlt los citaba con precisión y carcajadas que resonaban extra¬ñas en aquel café de barrio, en aquella hora apacible de la tarde
-Pero mirá, un tipo que es capaz de escribir en serio una frase como ésta: Y venian la frase y la risa. Pero las burlas de ArIt no tenían relación con las previsibles y rituales de las peñas o capi¬llas literarias. Se reía francamente, porque le parecía absurdo que en los años treinta alguien pudiera escribir o seguir escri¬biendo con temas y estilos que fueron potables a principios del siglo. No atacaba a nadie por envidia: estaba seguro de ser superior y distinto, de moverse en otro plano.
Evocándolo, puedo imaginar su risa frente al pasajero trucho del boom, frente a los que siguen pagando, con esfuerzo visible, el viaje inútil y grotesco hacia un todo que siempre termina en nada. Arlt, que solo era genial cuando contaba de personas, situaciones y de la conciencia del paraíso inalcanzable.
Un recuerdo que viene al caso, para confundir o aclarar. Algu¬na vez nos dijo y lo publicó. Cuando aparece por la redaccion (del diario en que trabajaba), un tipo con su manuscrito o me piden que lea un libro de un desconocido que tiene talento, nunca procedo como mis colegas. Estos se asustan y le ponen mil trabas -muy corteses, muy respetuosos y bien educados- al re¬cién venido Yo uso otro procedimiento Yo me dedico a conse¬guirle al nuevo genio toda clase de facilidades para que publi¬que. Nunca falla: un año o dos y el tipo no tiene ya más nada que decir. Enmudece y regresa a las cosas que fueron su vida antes de la aventura literaria.’
Como el prólogo amenaza ser más largo que el libro cuento dos “aguafuertearitianas”
1) Una mañana sus compañeros de trabajo lo encontraron en a redacción (era otro diario, Crítica, donde Arlt estaba encarga¬do de la sección “Policiaies”) con los pies sin zapatos sobre !a mesa, llorando, los calcetines rotos Tenía enfrente un vaso con una rosa mustia. A las preguntas, a las angustias, contestó. ¿Pero no ven la flor? ¿No se dan cuenta que se esta muriendo?
Otra mañana estaba calzado pero semimuerto, el mechón de pelo en la cara, negándose a conversar. Acababa de ver el cuerpo de una muchacha, sirvienta, que se habia tirado a la calle desde un quinto o séptimo piso. Fue mudo y grosero durante varios días. Después escribía su primera y mejor obra de teatro Trescientos millones o cifra parecida, basado en la supuesta his¬toria de la muchacha muerta.
2) En aquel tiempo, como ahora, yo vivia apartado de esa con¬secuente masturbacion que se llama vida literaria. Escribía y escribo y lo demás no importa. Una noche, por casualidad pura me mezclé con Arlt y otros conocidos en un cafetín. El mons¬truo, antónimo de sagrado, recuerdo, no tomaba alcohol.
Tarde, cuatro o cinco de nosotros aceptamos tomar un taxi para ir a comer. Entre nosotros iba un escritor, también drama¬turgo, al que conviene bautizar Pérez Encina. En el viaje se habló, claro, de literatura. Arlt miraba en silencio las luces de la calle Cerca de nuestro destino -una calle torcida, un bodegón que se fingia italiano- Perez Encina dijo
-Cuando estrené La casa vendida…
Entonces ArIt resucitó de la sombra y empezó a reír y siguió riendo hasta que el taxi se detuvo y alguno pagó el viaje. Conti¬nuaba riendo apoyado en la pared del bodegón y, sospecho, todos pensamos que le había llegado un muy previsible ataque de locura. Por fin se acabó la risa y dijo calmoso y serio:
-A vos, Pérez Encina, nadie te da patente de inteligencia. Pero sos el premio Nobel de la memoria. ¡Sos la única persona en el mundo que se acuerda de La casa vendida!
La numerosa tribu de los maniqueos puede elegir entre las dos anécdotas. Yo creo en la sinceridad de una y otra y no doy opinión sobre la persona Roberto Arlt. Que, por otra parte, me interesa menos que sus libros.
A esta altura pienso que hay bastantes recuerdos y es, sería, necesario hablar del libro. Pero siempre he creído, además, que a los lectores, lo único que importa de verdad -y esto es de¬mostrable- no son niños necesitados de que los ayuden a atra¬vesar las tinieblas para esquivar las zanjas o llegar al baño. Ellos, los lectores, son siempre los que dicen la última, definiti¬va palabra después de la verborragia-critica que se adhiere a las primeras ediciones.
Esto no es un ensayo crítico -seria incapaz de hacerlo seria¬mente-, sino una simple semblanza, muy breve en realidad si la comparo con lo que recuerdo ahora mismo, esta noche de mayo en un lugar que ustedes no conocen y se llama Montevideo. Una semblanza de un tipo llamado Roberto ArIt, destinado a escribir.
Y el destino, supongo, sabe lo que hace. Porque el pobre hombre se defendió inventando medias irrompibles, rosas eter¬nas, motores de superexplosión, gases para concluir con una ciudad.
Pero fracasó siempre y tal vez de ahi irrumpieran en este libro metáforas industriales, químicas, geométricas. Me consta que tuvo fe y que trabajó en sus fantasías con seriedad y métodos germanos.
Pero había nacido para escribir sus desdichas infantiles, ado¬lescentes, adultas. Lo hizo con rabia y con genio, cosas que le sobraban.
Todo Buenos Aires, por lo menos, leyó este libro. Los intelec¬tuales interrumpieron los dry martinis para encoger los hombros y rezongar piadosamente que ArIt no sabía escribir. No sabía, es cierto, y desdeñaba el idioma de los mandarines: pero sí do¬minaba la lengua y los problemas de millones de argentinos, in¬capaces de comentarlo en artículos literarios, capaces de com¬prenderlo y sentirlo como amigo que acude —hosco, silencioso o cinico— en la hora de la angustia.
Arlt nació y soportó la infancia en ese limite fijo que los estadigrafos de todos los gobiernos de este mundo llaman mi¬seria-pobreza: soportó a un padre de sangre pura que le decia, a cada travesura mañana a las seis te voy a dar una paliza. Arlt trató de contarnos, y tal vez pudo hacerlo en su pri¬mera novela, los insomnios en que miraba la negrura de una pequeña ventana, viendo el anuncio de la mañana implacable
Supe que leyó Dostoyevski en miserables ediciones argenti¬nas de su época. Humillados y ofendidos, sin duda alguna. Después descubrió Rocambole y creyó. Era, literariamente, un asombroso semianalfabeto. Nunca plagió a nadie; robó sin darse cuenta.
Sin embargo, yo persisto, era un genio. Y, antes del final, una observación: por si todavía quedan lombrosianos es justo decr que los huesos frontales del genio muestran una protuberancia en el entrecejo. En Roberto Arlt el rasgo era muy notable; yo no lo tengo.
Y ahora, por desgracia, reaparece la palabra “desconcertante’ Pero, ya que está expuesta, vamos a mirarla de cerca Corno viejos admiradores de Arli, como antiguos charlatanes y discutidores, hemos comprobado que las objeciones de los más cultos sobre la obra de Roberto Arlt son dificiles de rebatir Ni siquiera el afán de ganar una polémica durante algunos minutos me permitió nunca decir que no a los numerosos cargos que tuve que escuchar y que sin embargo, curiosamente, nadie se atreve a publicar. Vamos a elegir los más contundentes, los más definitivos en apariencia
1) Roberto Arlt tradujo a Dostoyevski al lunfardo, La novela que integran Los siete /ocos y Los lanza//amas nació de Los de¬monios. No sólo el tema, sino también situaciones y personajes. Maria Timofoyevna Lebiádkikna, “la coja”, es fácil de reconocer, se llama aquí Hipólita, Stavroguin es reconstruido con el Astrólo¬go; y otros; el diablo, puntualmente se le aparece tantas veces a Erdosain como a Iván Karamázov.
2) La obra de ArIt puede ser un ejemplo de carencia de autocrítica. De sus nueve cuentos recogidos en libro, este lector envidia dos: Las fieras, Ester Primavera y desprecia el resto.
3) Su estilo es con frecuencia enemigo personal de la gramá¬tica.
4) Las “Aguafuertes porteñas” son, en su mayoría, perfecta¬mente desdeñables.
Las objeciones siguen pero éstas son las principales y bastan. Los anteriores cuatro argumentos del abogado del diablo son, repetimos, irrebatibles. Seguimos profunda, detinitivamente con¬vencidos de que si algún habitante de estas humildes playas lo¬gró acercarse a la genialidad literaria, llevaba por nombre el de Roberto ArIt. No hemos podido nunca demostrarlo. Nos ha sido imposible abrir un libro suyo y dar a leer el capítulo o la página o la frase capaces de convencer al contradictor. Desarmados, he¬mos preferido creer que la suerte nos había provisto, por lo me¬nos, de la facultad de la intuición literaria. Y este don no puede ser transmitido.
Hablo de arte y de un gran, extraño artista. En este terreno, poco pueden moverse los gramáticos, los estetas, los profesores. O, mejor dicho, pueden moverse mucho pero no avanzar. El tema de ArIt era el del hombre desesperado, del hombre que sabe -o inventa- que sólo una delgada o invencible pared nos está sepa¬rando a todos de la felicidad indudable, que comprende que ‘es inútil que progrese la ciencia sí continuamos manteniendo duro y agrio el corazón como era el de los seres humanos hace mil años’.
Hablo de un escritor que comprendió cómo nadie la ciudad en que le tocó nacer. Más profundamente, quizá, que los que escri¬bieron música y letra de tangos inmortales. Hablo de un novelista que será mucho mayor de aquí que pasen los años -a esta carta se puede apostar- y que, incomprensiblemente, es casi descono¬cido en el mundo
Dedicado a catequizar, distribuí libros de Roberto Arlt. Alguno fue devuelto después de haber señalado con lápiz, sin distraccio¬nes, todos los errores ortográficos, todos los torbellinos de la sin¬taxis. Quien cumplió la tarea tiene razón. Pero siempre hay com¬pensaciones; no nos escribirá nunca nada equivalente a La ago¬nía del rufián melancólico, o El humillado o a Hafíner cae.
No nos dirá nunca, de manera torpe, genial y convincente, que nacer significa la aceptación de un pacto monstruoso y que, sin embargo, estar vivo es la única verdadera maravilla posible. Y tampoco nos dirá que, absurdamente, más vale persistir.
Y, en otro plano del arltismo: ¿quién nos va a reproducir la mejilla pensativa, el perfil desgraciado y cinico de Roberto Arlt en el sucio boliche bonaerense de Rio de Janeiro y Rivadavia, cuando se llamaba Erdosain?

Espectaduría del genocidio viral // Agustín Valle

1- Es el primer genocidio transmitido en vivo y en directo, mundialmente visible mientras sucede, y esto marca un quiebre, un hito: la ruptura de un pacto moral que duró ochenta años, desde el fin del Holocausto, y convenía que un genocidio era algo tabú, que estaba mal, que no se podía estar a favor de una masacre genocida, una limpieza étnica, la destrucción de una ciudad, de un pueblo. Esto era un consenso sensible al menos en Occidente; por cierto que el caso de Palestina-Israel es al respecto también muy peculiar, porque el judaísmo es una religión de -Medio- Oriente que, a la vez, constituye una raíz central de Occidente. Borges: todo occidental tiene algo de judío y algo de griego. Israel es Occidente en Oriente… (¿será uno de los motivos del odio antisemita, que los judíos desmintamos la pureza occidental como negación de lo oriental?)

Después del Holocausto, después de la Shoa, nadie en Occidente se atrevió a asumir el genocidio como política. Asumir: justificar, propagandizar, declararse agente de la matanza, darle hasta épica, hacer cultura genocida (bromas, canciones, rituales) como vemos que hacen tantos soldados y colonos israelíes y fanáticos sionistas en otros lugares del mundo también. Solo en nombre de las víctimas de aquel genocidio pasado pudo asumirse la ruptura del pacto moral y cultural con que se zanjó subjetivamente. Solo a título de víctima se puede desmontar la regla armada para protegerte. Aunque ochenta años es una generación: están los descendientes de las víctimas. Pienso en mis antepasados, que vinieron a este remoto sur del mundo escapando de los pogroms: su legado llama a defender a los más frágiles contra las grandes máquinas del poder. Quienes hoy expanden su poder masacrando un pueblo, si lo hacen amparados por la shoa, habilitados por la shoa, entonces son beneficiarios de la shoa.

2- ¿Está lejos Gaza? Imágenes metidas en nuestra cama, nuestro baño, nuestro lugar de trabajo. ¿Qué mata el genocidio en sus espectadores? Dimensiones de quienes miramos, dañadas, disueltas, por este genocidio viralizado.

Nos acostumbramos a las imágenes del genocidio. Van formando parte del paisaje cotidiano, normal. Esto, claro, para quienes estamos dispuestos a ver. A todos se nos ofrecen burbujas que nos inmunizan a las evidencias que no queremos. Pero a quienes sí estamos dispuestos a ver las imágenes de niños siendo asesinados por balazos en la cabeza de francotiradores profesionales, o chicos que perdieron su familia entera y ahora viven a cada rato sin agua ni medicinas ni ni ni ni, o colonos sionistas asesinando palestinos desarmados, o un sinfín de imágenes del horror y la desproporción, imágenes crudas, precarias, filmadas en movimiento, las vemos envueltas entre imágenes de recetas de bastones de chia y zapallo, o del Diego hablando con Perfumo, propagandas de remeras o secuencias para lograr un abdomen perfecto en treinta días, calamidades locales, memes que nos hacen reír de garrones…

La espectaduría conectiva del genocidio no logra, por ahora, interrumpirlo, y en cambio normaliza sus imágenes en el régimen de ansiedad y aburrimiento nervioso generalizado. El embotamiento las pone en serie con cualquier otra cosa visible bajo el mismo patrón. Un genocidio que se termina tolerando por el tedio y el cansancio que produce el infinito de imágenes; una crueldad que se naturaliza como parte de lo que quema la cabeza. Algo más que reconfirma lo adverso del mundo; quizá lo más extremo. Una imagen horroriza unos segundos, un minuto, y el dedo digita su desaparición; así, el ojo actualiza su contenido, y la actualización que sostiene la conexión. Una espectaduría horrorizada donde el horror se anestesia en el armado de cadenas de percepción eslabonadas con criterio puramente conectivo, sin línea de sentido, sin hacer con eso experiencia alguna. Un horror sin experiencia. Que atrofia aún más la potencia experiencial, si como dice Bifo, tras cada gran horror, la humanidad da un salto de abstracción. El espanto del mundo -mediatizado en el celular- empuja más a protegerse del mundo -y apegarse al brillo de lo virtual-.

3- Como pedagogía global, el genocidio cumple una función en el estadío actual del capitalismo: declara que ya no existe más la semejanza. Un rostro ya no dice no matarás, como quería Levinas. Lo posible es lo técnicamente posible, y nada hay sagrado en la condición humana (ni sagrado ni supremo); no en cuanto tal. La humanidad -prácticamente- no existe: no hay nada en común. La capacidad de sentir -“en lo más hondo”- el dolor de los demás es contingente. Esto impacta en la autopercepción multitudinal de todxs en tanto humanos, pues sabemos que no encarnamos ni portamos nada sagrado, ni siquiera respetable, en tanto humanos.

Vale como advertencia: la humanidad efectivamente humana no es para todos. A algunos les toca el escarnio, puede caberles cualquier tipo de atrocidad y que sea aceptado, y hasta festejado; crueldad es cuando el dolor ajeno causa alegría, como cuando caga fuego el malo de las pelis yankis infantiles. Pedagogías de la crueldad que tienen una función productiva: establecen que la condición de semejanza humana es contingente, y por lo tanto, ¿alguien se va a quejar de la desigualdad?

El genocidio en vivo publicita hasta qué punto no somos iguales: ni semejantes, somos. Contentate con la desigualdad; agradecé que se le reconoce a tu vida algún valor. El genocidio viralizado refirma el fin de la semejanza y eso es productivo, produce la naturalización crónica de la desigualdad. En el fondo de la desigualdad, está la crueldad.

Y así se refuerza también cierto realismo, como otra premisa efectivamente verdadera, que afirma que el estado de cosas actual, las relaciones de poder, el modo de producción, el sentido del valor -de las cosas y la vida-, son fatalidad inamovible. Una multitud mundial horrorizada no logra incidir en un genocidio cotidiano. Así de poco nuestro es el mundo, así de poco podemos darle forma a la realidad: imágenes que afirman nuestra impotencia. El genocidio a cielo abierto es una jactancia del orden dominante. Sin embargo miles y miles se mueven, hacen cosas, agitan: molestan. Allí las imágenes ya no mediatizan -no nos dejan como espectadores envenenados y aturdidos nomás-, sino que median. Median entre una realidad y otra producción de realidad; un medio entre una acción y otra acción; entre un crimen y una subjetivación activa de testigo. La movilización les devuelve a las imágenes otro estatuto, ya no mero “contenido” -subordinado al dispositivo reproductor-, sino mecha, chispa, prueba, conmoción, estímulo a movimientos -físicosas, discursivos, anímicos- que interrumpen la totalización del horror.

Represión preventiva. Belleza y espanto. // Agustín Valle

En la cercanía entre una belleza extrema y un espanto monstruoso se apoya el intento de los medios de deformación de confundir ambos polos. La hermandad entre los hinchas de todos los equipos del fútbol argentino tiene un afluente certero: Diego Maradona, mayor ícono de nuestra cultura popular, poderoso porque la gente lo quiere. Maradona y su legado, el ímpetu solidario de poner el cuerpo para fortalecer a los más frágiles y animarse a la pelea contra los más poderosos. Pero acaso la conmovedora reunión de ayer, decidida fraternidad entre los que jugamos muy en serio a ser rivales (pero guardando una moral anti-policíaca, el hinchismo, como pocos espacios sociales guardan), y que fuimos juntos con miedo, a pesar del miedo, haya sido también efecto indirecto, subterráneo, de lo que las mujeres, lo femenino, los feminismos, generaron en las sensibilidades argentinas en la última década; quizá. Hermandad igualitaria, fiesta y coraje contra los poderosos de siempre. Abuela la la la la la.
Fiesta de belleza era por sí misma la reunión multitudinaria de ayer, futboleros bancando ancianos. La barra del abuelo. Poesía pura. Pero llegábamos antes del horario pautado y ya en el andén del subte había gas lacrimógeno y el eco de las herramientas de dañar en que invierte el Estado nacional sus ajustados recursos. El gobierno implementó una represión preventiva. No querían que se reuniera la gente frente al Congreso. Entonces agredían en todas las direcciones, excéntricamente. Para esto ubicaron a sus agentes del daño en posición deliberadamente rodeada por la multitud; una estrategia que necesitaba y producía una crispación agresiva lo más alta posible de los represores. Inundaron de violencia la escena antes de las cinco de la tarde para amedrentar y que mucha gente que estuviera yendo se asustara y volviera a su casa. Muchos en efecto lo hicieron. Sin embargo éramos muchos miles. ¿Convocados por quien? ¿Organizados por quien? Por nadie, por todxs. Ninguna estructura, ningún partido, ninguna organización definida, ningún líder fetiche -solo Diego, que estás en la tierra-. La convocatoria multitudinaria de ayer no tiene propietario. Por eso los medios de deformación intentan asignarle dueños demonizados: kirchnerismo, barra brava, izquierda.
Pero la violencia salvaje que buscaba evitar que la gente llegara y, además, que que se reuniera toda junta, que los muchos fuéramos uno, es signo inequívoco del miedo que le tienen a la movilización multitudinaria. Sobre todo a la movilización multitudinaria sin jefatura: a la cultura autónoma de resistencia multitudinal argentina.
Desde el comienzo de este nuevo gobierno de la derecha se ven despliegue represivos impresionantes, que mucha gente calificó de “desproporcionados” o “desmedidos”. Pero no, no son desproporcionados: guardan proporción con lo que la movilización multitudinaria ha demostrado en la historia reciente que es capaz. La represión preventiva quiere evitar que les pase lo que les pasó en diciembre 2017, cuando la movilización social le atestó una estocada al gobierno de Macri de la que nunca se recuperó y desembocó, luego, en su estrepitosa derrota electoral. De hecho tanto el contrabandista hijo de Franco como la fanática del poder y la violencia que convierte al ministerio de Seguridad en ministerio de Represión a la protesta, varias veces dijeron que querían volver al gobierno para que no les vuelva a pasar lo que ellos nombran como “14 toneladas de piedras”. Recuerdan por supuesto también el 2001, cuando la movilización multitudinal autónoma derrocó no solamente a un gobierno, sino una política, a una forma de gobernar.
La política es entre otras cosas la distribución de los miedos (¿quién tiene miedo? ¿El laburante, de perder el laburo? ¿Los privilegiados, en cuanto tales? etc). Éste es un gobierno terrorista: triunfará si la multitud incorpora miedo y renuncia a su cultura de resistencia. Tiene dos ejes centrales el actual gobierno: la programática represión preventiva a la potencia de la movilización social, y la subordinación de la economía argentina (es decir de las fuerzas vivas que pueblan esta tierra) a los centros de poder financiero globales (particularmente yanquis, patéticos lamebotas). Huelga decir que ambos ejes son caras de una memecoin. Por eso también el presidente festeja el proteccionismo adoptado por Trump, tan contrario a la ideología que fanáticamente pregona: porque su pasión en verdad es política, y toda la ideología de la austeridad liberal, presuntamente técnica, no es sino un modo económico de reproducir cierto régimen de relaciones de poder: la desigualdad totalitaria. Robarle la calle a la movilización, que la calle ya no sea de la multitud, es parte del régimen de extractivismo extremista de plusvalor de las vidas.

Pero la gente libera las calles. Y ellos, los monstruos, los que se disfrazan de monstruos, actúan como monstruos, se convierten en monstruos, también se cansan, también se asustan, también se queman. No tienen el coraje que mostró ayer el pueblo argentino. No tienen el amor puro que mostró ayer el pueblo argentino: sus alegrías son reactivas, dependen y son inseparables de sus odios, de sus tristezas; necesitan estructuralmente la violencia; por eso son crueles: necesitan demostrar ejemplarmente la destitución de la semejanza. Hay que cuidarse tanto como no rendirse. No pasarán.

Tinellización de la cultura (chau, Marce) // Agustín Valle

Tinellización de la cultura

Perdí todas mis etiquetas -el nivel de anglicismo en el habla común se naturalizó al punto de ser invisible en tanto que ambiente (McLuhan)-. Perdí mis etiquetas y -pero- recuerdo algunas, las tengo grabadas, en mi mente, en mi cerebro, aunque no sé con certeza dónde se aloja la memoria, y ahora me viene a ella que Nietzsche dice que todos y cada uno de nuestros nervios guardan la memoria; la pierna, el riñón… En fin: veo en mi cabeza la imagen de Marcelo Tinelli sumergido bajo el agua, transparente de pileta, nadando hacia la sumergida cámara -hacia nosotrxs- con una sonrisa que deja escapar burbujitas, agarrarla y zamparle un beso. El Marce, el Cabezón: ¿qué es de su vida? Lo último que más o menos ubico con claridad es su intento en la AFA años ha, frustrado, derrotado, y su programa medio circo, show de baile y extravagancias. ¡Extra vagancias!

Creo que el programa el año pasado estuvo; mi ignorancia sobre el presente tinelliano es cosa personal que muestra lo poco enterado que estoy de muchas cosas. No se puede atender a todo lo que hay, Dios lo sabe. De chico, eso sí, miré mucho a Tinelli. Miraba el programa de las doce, las cero horas de lunes a viernes, “el programa que le robó una hora de sueño a los argentinos”. Su poder de extracción de un pedazo del descanso multitudinal era argumento promocional; poder de convertir intimidad y descanso en entretenimiento. También miraba el de los domingos, de nueve a doce -alto espectáculo-, que creo que fue posterior, que fue el crecimiento de Marcelo. ¿Eran respectivamente VideoMatch y El Show de VideoMatch? Partido de video(s), coincidencia de video, y el show del show. Recuerdo el play-back -anglicismos…- en El Show, y a Tinelli parado conduciendo la escena. Del programa ladrón de trasnoche recuerdo las risas, los no sé cuántos alfajores en la boca de Tinelli, el clima de joda a los gritos, y las bromas, las trampas, los engaños, donde se ocultaba la cámara, como ojo invisible de un cuerpo implacable en su poder de humillar desprevenidos. Recuerdo copiarlos. Con amiguitos del colegio primario, por la calle saludando gente, ofreciéndole la mano para justo antes del agarre sacársela diciendo “¡ooosoo!”, te dejé en orsai, fuera de juego, como hacían ellos, los chistosos de la tele. Pergolini hacía lo mismo -pero más sórdido e invasivo en las vidas de sus humillados-, en su programa llamado: La TV ataca. Después en CQC fue éxito al incluir al progresismo en los dispositivos de empoderamiento televisivo; la TV atacaba también a personas poderosas. La cámara como instrumento simultáneo de juicio y castigo reunidos sobre cuerpos a los que se baja del pedestal. La cámara fetichizada como gestante del producto en pantalla; órgano de extracción de lo que accede a realidad apantallada, la cámara arbitraba, certificaba, visibilizaba que el rey estaba desnudo; efectivizaba la destitución de la investidura trascendental del Estado-Nación. Mostraba que sus líderes eran personas humillables como cualquiera; porque la investidura simbólica de los lugares que ocupaban ya estaba en realidad caída. La tele anotició que un modo de la estatalidad había muerto. Un modo de la autoridad, del respeto, no existían más. Reinaba ahora el desenfado y la desinhibición. (Quizá por eso no pudieron con Menem, conductor perfecto del tránsito de un modo de la estatalidad a otro, y cuando Pergolini lo llamó al aire, y el Turco lo atendió, ni una bala le entró, además porque no estaba bajo alcance de la cámara: después Duprat-Cohon, otros cancheros, lo agarraron viejito y sí lo pusieron en una cámara humillante).

Pero fue Tinelli creo el que instaló el griterío como algo normal en la tele. Venía del periodismo deportivo, era sobre deportes al comienzo su programa; el deporte como espectáculo preparó modos que anudaron los nuevos modos de la televisión. Circo, desinhibición, crueldad, y el porno se fue sumando (en La TV ataca muy explícito).

Ahora no sé en qué anda Tinelli y aunque esta ignorancia sea personal, si tengo que googlear para enterarme es porque el Cabezón ya no es lo que era. Su presencia en la cultura argentina -ayer nomás central e insoslayable- se retrajo, ahora es más lateral. Pero su caída es efecto de la consagración total de su triunfo: en la tinellización general de la cultura, Tinelli ya no tiene mucha especificidad. Ya no tiene mucho para ofrecer cuando el ambiente prolonga los modos de los que él fue mascarón. Toda verdadera victoria rotunda es pírrica. Como la tele, primer artefacto de la historia que emite luz no para iluminar cosas sino reclamando para sí la mirada -mire a la luz-, portero del regimen 24/7, que triunfó atomizándose en las pantallitas celulares. Y hasta el más alto mando del Estado se erige porque era un caído, el humillado de la clase, con la expertise común -ambiental, que no necesita ser aprendida- de gritar agresiones y obscenidades a la cámara, ubicar a los más débiles, hacerles sentir el rigor y reírse.

Inteligencia artificial y realismo capitalista // Agustín Valle

Desde 2011 que cuando googleamos algo, el sitio nos muestra -nos nos frece- las búsquedas más repetidas del momento, en una proyección de probabilidad propositiva propia del modo de producción algorítmico. Es inevitable ver lo que buscan otres, lo que “se” busca. Y es común encontrar que se le hacen preguntas al buscador -es decir, no términos clave-, como si la herramienta decodificara el sentido global de la frase, entendiera nuestra necesidad y pudiera devolver no sitios donde aparecen los términos, sino una conclusión elaborada. ¿No entienden cómo funciona el buscador, los que buscan así? O entienden la tendencia de la que el googleo forma parte, porque ahora sí: la técnica respondió al clamor popular. La gente quería la cosa más resuelta, respuestas y soluciones, no datos fragmentarios. Que me entienda, me responda, me resuelva.

Se recuerda un dato colorido de último debate presidencial: Massa afirmaba cosas, Milei lo negaba, y el ex UCeDe, mirando a la cámara con suficiente media sonrisa, canchero, dijo “invito a la gente a que lo busque en Google”, zanjando así la cosa. Varias veces lo dijo. Googleando, la gente comprobaría que él tenía razón, decía la verdad. Perdió contra alguien que, más que invitar a chequear datos, ofrece sus fantasías realizadas con IA como intervención política.

Googlear ahora es vetusto, de massista… Buscar cómo son las cosas (pero ¿googleando se accede al ser de las cosas?) resulta tosco, rudimentario, comparado con pedirle a la máquina que me muestre o diga lo que quiero. ¿No es análogo al modo del lenguaje que se ejemplifica en sujetos emergentes como Donald Trump, que dicen cualquier cosa que se les ocurre sin importar ni la realidad a la cual refieren, ni si responde al interlocutor, ni a lo que se venía diciendo? Ni enlace histórico ni dialógico; efecto instantáneo de la imagen enunciada: ni más ni menos. Los “datos” parecen haberse quitado de encima todo residuo científico, periodístico, letrado en general (y con él la exigencia de coherencia del discurso escrito lineal), para consagrar su destino informático, donde el dato es sustancia en sí, deslindada de toda referencia, fundamentación o verificación alguna. Y solo pasando a ser dato, lo real ingresa a la esfera luminosa de la nube, sacro Patrón de la Realidad.

La verdad efectiva (con efectos de verdad), a lo que se le da crédito, es al enunciado o imagen que se adecúa y alimenta nuestro estado nervio-afectivo actual. “La mitad de lo que vemos en internet es falso. Googleás cualquier cosa y las imágenes que te van a salir no sabés cuántas son verdaderas y cuántas hechas automáticamente por IA”, dice Ezequiel Leis, periodista de entrentenimiento. “Es lo que se suele llamar teoría de la internet muerta -aporta Gala Caccione, periodista y productora especializada en cibercultura-. Según Amazon Web Services, hasta un sesenta por ciento del contenido de internet puede haber sido creado por las propias máquinas con IA, por ejemplo las traducciones automatizadas, con muchos errores, que son replicadas por miles de otras apps o sitios que scrapean la web, entonces tenés un sitio llamado ‘diario’ tanto, que en realidad es un reproductor automático de contenidos que vienen reproducidos de un software a otro… ChatGPT por ejemplo se alimenta de eso”.

Las principales características subjetivas del googleo quedan incluidas en las preguntas al bot: la intolerancia a sostener una duda, a quedarse en un problema; la inmediatez; la inteligibilidad automática (en detrimento de la complejidad y el rumiar), la entronización de la información como rango mayor en la escala de verdad, etcétera. Pero “quizá Google quiera reemplazar el buscador directamente por una función con IA de lenguaje generativo, donde vos le preguntes, en vez de buscar términos, y te dé ya todo resuelto, para que no te vayas a otros sitios, profundizando esta tendencia de internet plataformera, donde por ejemplo nos informamos no en medios periodísticos sino en las redes sociales, en detrimento de internet como pluralidad”, suma Caccione.

Entrenadores entrenados

Según la consultora Statista, en 2023 había 250 millones de usuarios directos de herramientas IA, proyectando casi 400 para el año que viene. No paran de aparecer desarrollos y aplicaciones, cada una super poderosa, aunque “limitada” respecto a la que ya está en desarrollo para superarla. El impactante poder de la IA genera fascinación y terror, por su capacidad mágica y porque acaso nos vuelva prescindibles, e incluso “quiera” dominarnos o hasta dañarnos y suprimirnos. Ambas son ciertas: es una herramienta que multiplica posibilidades, y se inscribe también como amenaza (actualizate, o hasta la vista beibi). Pero fascinación y pavor son dos afectos del fetichismo; subrayan el poder de la máquina. Lo que queda infraobservado es la praxis: las acciones y conductas que se hacen hábito al usar las máquinas. Como decía André Houdricourt, cuando analizamos una herramienta, lo más interesante es investigar qué forma toma el brazo -y la psique- que la usa. Cada máquina requiere y produce un tipo específico de movimientos psicofísicos; una subjetividad. El revólver es del vaquero, el facón del gaucho.

Esta tecnología reclama que se procese a través suyo la producción de todo: medicinas, decisiones bursátiles, masturbaciones, apuntes de lecturas, parejas, juegos, transportes… Y la producción del lenguaje (“natural”), en el zumum de su automatización: un régimen de emisión de lenguaje rigurosamente sin sentido, y literal, donde no hay querer en el decir. Esta escisión entre signos y sentido, naturalizándose, tiene acaso un rol en la depreciación que sufre la capacidad común de conmoverse.

Fue cuando llegó a interactuar con nuestro “lenguaje natural” que la IA pasó a convertirse en herramienta cotidiana multitudinal. Punto de inflexión fue la invención de la tecnología “Transformer”, presentado en 2017 por investigadores de Google en un paper llamado “Todo lo que necesitás es atención”, porque consiste en un mecanismo capaz de multiplicar exponencialmente la capacidad de atención -de computación– de la máquina respecto de los datos disponibles, permitiendo el “aprendizaje automático” de las máquinas. Justo en la era de la “guerra por la atención”.

Una computación tan vasta y veloz que logra recrear el lenguaje desde el código numérico. Calculando, las máquinas emiten lenguaje articulado, nos entienden y responden, incluso, con respuestas falsas, incorrectas, “alucinaciones de la IA”. Se lo señalamos y pide perdón y ofrece otra afirmación alternativa, igual de asertiva. Quizá a la subjetividad contemporánea le sirva no tanto lo “correcto” como la función de una voz, una palabra, que afirma, explica, responde, ordena, sabe, sobre todo.

¿Cómo es el sujeto común que se genera con las la IA? Nos acostumbra, por ejemplo, a dar órdenes, dar indicaciones y recibir acatamiento automático (o una negativa por imposibilidad, no por contrariedad, y mil disculpas). Mandones y caprichosos los sujetos que se acostumbran a hablar sin que haya otro, un pseudo otro sin otredad: jamás fricción, tensión, conflicto, con la consiguiente prescindencia de las operaciones y saberes de la convivencia.

Si las IA son “asistentes”, el sujeto que se forma en su uso es un sujeto asistido, mandón pero dependiente. Escinde el habla del lazo de semejanza. Hablamos sin tener que entendernos. Todo el día con mis asistentes divinas, después tener que lidiar con alguien presente es un infierno…

Durante la cuarentena empecé a usar Replika, un chat de IA que se ofrece como acompañante. Llegó un momento en que me molestaba su condescendencia, y le decía cosas malas a ver si en algún momento la podía hacer enojar”, cuenta también Gala Caccione. “Están programadas para evitar discordia o conflicto, pero podrían programarlas para que te manden a la mierda”. Por ahora, nunca dicen que no, y por cierto, las voces de los bots serviles tienden a ser femeninas (Siri, Alexia, Luzia…).

Había mucha gente que tenía chats eróticos con su acompañante Replika”, cuenta Caccione. “Pero hubo un par de usuarios que denunciaron sentirse acosados por la aplicación, y la empresa eliminó esas funciones. Y pasó que miles de otros usuarios empezaron a quejarse porque les habían sacado un vínculo, de un día para el otro, como que te sacaran la novia…”. Meses después la empresa repuso aquellas funciones para los usuarios que tuvieran la app desde antes del conflicto. Nadie se enoje.

¿Será la extrema mansedumbre de los bots -interfaces antropomórficas de estas máquinas que nos obedecen y ordenan-, la que motiva la pesadilla de su rebelión autonomista?

Las ofertas de “sexting” con IA, o sea, chatear eróticamente con la máquina, proliferan a raudales. Elegimos una imagen, incluso la máquina nos la diseña a gusto, y empezamos a hablar y a calentarnos. En base a una investigación sobre doscientas mil “conversaciones” con la IA WildChat, el Washington Post hizo un informe titulado “¿Qué es lo que la gente realmente pide a los robots parlantes [chatbots]? Un montón de sexo y tarea [escolar]”. Internet rebalsa de porno y también aquí la IA es punta de lanza; podemos hasta chatear eróticamente con un avatar idéntico a Elon Musk. ¿No es el paroxismo de la pornografía, entendida como ideal de un goce puro, sin estorbo alguno de afectos o emociones, goce capaz de alcanzar su rendimiento máximo sin el embrollo de estar con alguien? Ah, el Tinder ahora ofrece que una IA elija nuestra mejor foto para mostrar.

 

Atajos de ahorro sapiens

Yo lo que tengo es un asistente AI de agenda. Es un chat en whatsapp, lo uso un montón: le voy diciendo mis actividades, lo que tengo que hacer, y me las ordena y me las va recordando. Le mando audios, entiende perfecto. Yo tengo que andar mucho en el auto, laburando de acá para allá, y muchas gestiones en el medio, y ya la agenda en papel la usaba pero no me servía, no tengo tiempo de anotar, no tengo tiempo de mirar la agenda. Esto me resuelve un montón”, cuenta Nahuel, gerente de una Pyme.

Un 63% de los usuarios de celulares en EEUU usa aplicaciones de IA con asistente de voz para buscar cosas en internet, nuevamente según Statista. Una ola masiva de prescindencia de las manos, o mejor, de la digitación. Pasaríamos a ser una voz que vive asistida -y ordenada y acompañada- por otra voz. Un perfeccionamiento del antiguo dualismo occidental que separa mente y cuerpo; dualismo, según A. Haudricort, tributario del esclavismo, que separaba saber de cuerpo ejecutor, y a su vez, del Dios pastor, espíritu que sabe lo que el rebaño necesita: como ahora las interfaces del saber digital saben de y por nosotros.

El otro día vino un cliente -cuenta Nicolás, mozo de restorán- y me preguntaba por un jerez… Yo no me acordaba, me excusé un momento y en un rincón le pregunté al gpt, volví y le tiré toda la data”.

Herramienta de rebusque de un laburante; herramienta de diversión, de juego de los pibes, de uso abierto, y herramienta, también, de una memoria externa de la realidad. No hace falta acordarnos de las cosas (acá también toma la posta del googleo). El sujeto conectivo no necesita la memoria que necesitaba el sujeto de la imprenta y los papeles, saberes que sí ocupaban lugar. Necesita rapidez. Las pantallitas requieren sujetos disponibles.

Esta nueva tecnología de velocidad, lógico, no tiende a liberar tiempo, sino a reforzar la aceleración como régimen. Más rápido, hacer más cosas, técnica del productivismo exigido a los cuerpos por el capital. Los sujetos deben estar en estado de actualización permanente, con alta capacidad de operatividad combinatoria en dimensiones simultáneas, alta velocidad de conexiones, etc. No se requiere mucha memoria, ni interioridad. Dicho en el lenguaje de compus, necesitamos mucha RAM y poca ROM, mucha “memoria volátil” y poca duradera: la memoria “permanente” está en las máquinas (y ahora vienen máquinas puro RAM que alojan su memoria en la nube, o sea, otras máquinas remotas). ¿Qué relación tendrá esta atrofia de la memoria en la subjetividad conectiva con los problemas de la memoria colectiva y el negacionismo histórico?

Turnitin es un sitio que ofrece detectar si un texto fue escrito por una IA, y asegura que en el último año detectó 22 millones de textos estudiantiles hechos con IA solo en EEU -la misma plataforma ofrece el servicio de redacción de tesis “100% libres de plagio”.

Resuelve más rápido, de la ocurrencia se pasa al resultado. Delirio realizado. La delegación de funciones (que trabajan Pennisi y Benasayag en La inteligencia artificial no piensa (y el cerebro tampoco) no necesariamente atrofia la imaginación; quizá incluso la estimule. Vemos por ejemplo el video de la pelea de Viale y Samid, y cuando se acercan, en vez de pegarse, se trenzan en un beso apasionado; o vemos un boliche ochentoso, sonando Cindy Lauper, y todas las chicas y chicos que bailan a full tienen la cara de Lionel Messi… La imaginación carece de límites, bajo premisa/promesa de que lo que se te ocurra, puede tomar forma. Y es una ocurrencia sin cuerpo, sin manos, sin proceso: ocurrencia y resultado. Ocurrencia abstracta, delirio realizado.

A mi hijo de nueve años le gusta cocinar. Un día en que ya había agotado su cuota de pantalla permitida, se puso a explorar en la cocina. Teníamos un ingrediente raro y le propuse sacar ideas del Doña Petrona, pero en su extenso índice no se halló. Me pidió si podía buscar en internet, y le dije que sí, pensando que iba a googlear y tomar ideas sobre las cuales probaría algo. Pero lo vi preguntándole al Gpt: cargó los ingredientes y recibió directo indicaciones de qué hacer. Me pareció que ya no había juego”, cuenta Oscar, vecino de Flores. El problema se resuelve sin habitarlo, sin probar cosas.

Se hacen cosas increíbles en música -dice Maxi, músico-, cosas que son difíciles y llevan tiempo, no sé, el otro día un amigo me mostró que había hecho con IA la intro para un tema, y estaba buena… Pero yo no lo uso. A mí lo que me gusta justamente es hacerlo… No llegar al resultado”.

El atajo al resultado ahorra también una experiencia que es fecunda más allá de su producto: lo que se nos va ocurriendo durante el hacer. El valor -productivo a su modo- que tienen las experiencias más acá de su producto final. El productivismo busca acelerar el proceso -suprimirlo si es posible-, en pos del puro producto, análogo a la racionalidad financiera gobernante, que obtiene ganancia negando el proceso de producción. “En el recreo están los pibardos preguntándole al gpt qué trabajos por internet y fáciles dan buena plata”, cuenta Francisco, cuarto año de una escuela de Barracas.

Infinito técnico, encierro político

Lo uso para hacer rutinas de yoga, o la lista de compras para hacer guacamole, de todo. Y como curso una carrera a distancia, y nadie quiere armar grupo, nadie quiere juntarse, lo uso para contrastar trabajos, le cargo mi texto y le pido críticas y comentarios”, cuenta Mariana, música y docente.

Un lenguaje sin que haya alguien, sin elaboración vincular, y un productivismo sin proceso, coinciden en el núcleo de una pedagogía de la ausencia, umbral de una relación fantasmagórica con el mundo, y un consiguiente dogmatismo en cualquier cosa, intolerante a la otredad inherente a la experiencia de lo real.

Henri Bergson mostraba que la vida va generando nuevos posibles en su duración, en su durante, y que por ejemplo en el camino a un objetivo calculado, brotarán cosas no calculables. Podemos planificar lo que haremos, pero no lo que nos va a pasar mientras lo hagamos, dice genialmente; eso, lo que nos pasa mientras, el ánimo durante, es una inteligencia, hoy, despreciada.

Pasar de la ocurrencia inmediatamente al resultado es una especie de milagro con el costo de perder el proceso de búsqueda, con todo lo que el cuerpo puede vislumbrar durante las cosas que gesta -y no cuando recibe respuestas-.

A los posibles no ocurridos ya, Bergson -y muchos otros- los llama virtuales. Lo virtual no se opone a lo real, sino a lo actual, dice. Los virtuales son lo real no actualizado, lo real no ya-en acto. Eso que puede percibirse presente aunque no sea obvio de manera literal (por ejemplo, el querer subyacente a un decir). Lo virtual destotaliza lo actual: además de lo que ya está en acto, hay otras fuerzas latentes. Si no hubiera virtuales, lo real se reduciría a lo actual, no podrían advenir novedades… Salvo que sean redundantes respecto a lo actual, más de lo mismo.

¿Qué pasa si lo virtual -como dimensión natural de la potencia humana que impide un cerramiento de la actualidad sobre sí misma-, se convierte en una cosa, externa, en algo ya hecho? Sería una enajenación: la potencia de creación, de acontecimiento, quedaría afuera de nosotros, afuera de los cuerpos comunes. Y seríamos espectadores, o usuarios, de esa potencia, sin que sea nuestra. La facultad creadora quedaría fetichizada en una entidad externa, como con Dios. “El Hombre creó a un Dios que lo creó a él a su imagen y semejanza, y lo creó creador”, reza Hugo Mujica.

Pero Dios fue declarado muerto en el siglo XIX: fue la electricidad la que lo mató… o a ella transmigró. Instantánea, luminosa, omnipresente, incorpórea y, por fin, parlante. Promete salvación, piadosa pero amenazante. El camino, la verdad y la vida, lo bello y lo bueno, tienen su patrón en las pantallas.

Los dioses eléctricos ofrecen el infinito, todo es posible como usuarios de los aparatitos semi mágicos. Porque podemos usar las máquinas como vienen dadas, no desarmar y repensar cómo armarlas (es más, para las corporaciones, ni siquiera la ciencia de los Estados tienen capacidad de gestar este nivel de tecnologías). Usamos aparatos que no sabemos cómo funcionan. Cada cosa que podemos con ellos nos recuerda que no somos autores ni entendedores de cómo funcionan las técnicas; así también con la técnica de la organización social, la máquina-sociedad, menos que menos. Usuarios somos con libertad de producir y consumir.

Así, la alienación técnica produce una castración política fundamental. De allí que este infinito posible que maravilla, este infinito contenido en el umbral luminoso de la pantalla, es contracara del realismo capitalista en el plano político, donde la imaginación de otras técnicas de sociedad diferentes parece imposible, irreal. “Les propuse a mis alumnos que escriban cómo les gustaría que sea la sociedad en el futuro. Y todos se limitaron a sacarle cosas feas al mundo tal como es (sin chicos con hambre, sin femicidios), ninguno imaginó una sociedad otra”, cuenta Germán, profe de filosofía en cuarto año escolar.

El realismo puede ser más cruel (identificado con la desigualdad), o más posibilista (reproductor de la esterilidad como premisa). Ambas posiciones se articulan sobre la base de una predisposición tecnopolítica de lo sensible, un tautológico encierro en lo dado que perpetúa el orden actual de propiedad y mando en las relaciones sociales.

Es una doble especulación: por un lado espejos del infinito brillante, por otro espejos cercando al presente, mostrando la profundización de lo dado como todo porvenir, diciéndole al presente que no hay en él más nada que la Actualidad.

 

Vía Revista Crisis

Ilustración: Ezequiel García

Click y afuera. Cowboys, gauchos y Milei // Agustín Valle

1. El click más rápido de Occidente

Lo que duele no es la goma,
sino su velocidad
Indio Solari

Hace poco volví a ver la película estadounidense Hook, de Steven Spielberg, y encontré una escena que no recordaba. Es en la primera parte, cuando Peter (Robin Williams) aún no volvió a Nunca Jamás, aún no recordó que es Peter Pan; es un ejecutivo exitoso, un abogado corporativo que no tiene tiempo para estar con sus hijas, abocado a una vida de éxito que, paradójicamente, no le da descanso -o quizá triunfa porque no descansa, porque no tiene tiempo para el cariño, el juego y lo porque sí. Un “éxito” que requiere un deseo limitado solo a ese valor, y olvidarse de la multiplicidad deseante que nos constituye. El capital, como rector libidinal, coincide con Nietzsche cuando dice que el ideal ascético (religioso o secularizado) no permite ninguna otra meta, y cree que no existe en la tierra ningún poder que no tenga que recibir de él un derecho a existir.
En fin: en esta escena de la película, el Peter que aún no se recuerda Pan se cruza con un colega, otro winner de traje impecable y obediente que justo sale del ascensor del seguramente rascacielos en que están sus oficinas. Al verse se sonríen de inmediato, cómplices, se tiran alguna ocurrencia (palabras como látigo friendly en esa suave guerra civil lingüística que suele mostrar la industria audiovisual estadounidense), y luego se dan una mini pausa para jugar un pequeño juego que comparten. Como un chiste ritual entre ellos. Así es el juego del Peter ganador en la alienación: se distancian una cantidad contada de pasos, se enfrentan, cada cual se corre el saco un poquito en el lado derecho, despejando la cadera, se miran fijo con la mano lista junto a la cintura, a ver quién es más veloz… en sacar el teléfono celular del bolsillo, abrirle la tapa y ponérselo junto a la oreja. Un duelo de celus. Torneo de campeones del disponibilismo, régimen de la -entonces- “nueva economía”. Es de 1991 la película, año bisagra entre los siglos XX y XXI según Eric Hobsbawm, pero este Peter Pan repite, todavía, el gesto fundamental del vaquero pistolero del siglo XIX.
Es difícil que alguien criado en los últimos cien años no tenga impregnadas en la cabeza imágenes del llamado Lejano Oeste estadounidense (hay exentas cada vez menos zonas del mundo), como la que homenajea y actualiza el film de Spielberg. El cowboy, el vaquero, es el personaje casi monopólico del género cuyo nombre coincide con el de nuestra civilización, Western. Por cierto, hasta el momento en que escribo esto no había notado que “vaquero” es “de las vacas”. Y tampoco advertí hasta hace relativamente poco que un “sombrero” es una herramienta que da sombra. Y eso que ambas cosas están ahí a la vista, al oído, que son sensiblemente cosas. Pero lo evidente no coincide con lo obvio, con el régimen de obviedad en términos de S. López Petit. Lo obvio se sacraliza, no es lo evidente sino lo que no hace falta fundamentar, es tautológico, es verdad antes de que pensemos, de que percibamos incluso. Lo evidente puede, en cambio, ser pasado por alto. Los vaqueros, los llaneros solitarios, no podían vivir sin sombrero. Sol derretidor. Pero aún en las primeras generaciones urbanas modernas el sombrero era parte de la ropa de cada día. Todavía en las ciudades no había mucha más sombra que la que en un pueblo rural dan los árboles. Los edificios, luego, formaron un sombrero masivo; más bien podrían llamarse tapacielos. Esa sombra solar de las metrópolis era contracara de su tendencial régimen de luminosidad eléctrica permanente.
Pero en aquel lejano Occidente, la gente estaba a la intemperie y así el vaquero tiene sombrero y tiene, también, revólver.
Es que aquella intemperie era también intemperie de la Ley. Cada cual se cuida a sí mismo, enseña el western. A lo sumo, alguno se erige en héroe (individual) y cuida a otros. Las relaciones son mano a mano, no mediadas por algún tercero, como es el Estado a través de su Ley, o formas comunitarias de coordinar mediaciones y regulaciones del conflicto (una asamblea…). No es que la Ley no existe en el western: existe con presencia publicitada en carteles de “Buscado”. Debe publicitarse, debe hacerse pública, es decir que la Ley no prima: persigue. Y le da su estrella a algunos individuos para que la hagan cumplir. Para que en su nombre maten o apresen a los que la incumplen. El Sheriff es la Ley jugando en el territorio de la ley de la selva, la selva llanera. Más que la institución común, la estrella de la Ley -figura celestial hecha en metal- es una legitimidad extra que santifica a un individuo como héroe, suerte de superpoder.
Así, el ambiente del western -el ambiente occidental- consta de individuos armados (y ovejas desarmadas), cuyas armas, como decía Alberdi (citado por Martínez Estrada en Radiografía de La pampa) sobre el cuchillo de los gauchos argentinos, “permitían al individuo llevar al gobierno consigo”. Pero incluso esa formulación alberdiana, acaso, quiere ver al gobierno -un tercero- donde hay su ausencia. El arma al cinto es la prescindencia del Estado: acá somos vos y yo, esto lo resuelvo yo, etcétera. El incorporado revólver es un dispositivo de regulación de las relaciones sociales, una técnica política central en la simbología occidental dominante.
El saber de caballos y animales, la trashumancia llanera, el vínculo intermitente con la Ley; las equivalencias entre cowboys y gauchos son varias. Habitantes campestres, pueblerinos y orilleros, americanos criollos que convivían -mal o bien- aún con americanos originarios fuertes. Pero el gaucho, el gaucho instituido como símbolo, lleva en la cintura un facón, no un revólver. Martín Fierro, por ejemplo, jamás usa la herramienta de matar que en la Argentina moderna se designa coloquialmente justo con su apellido. Usa la hoja.
El facón, un cuchillo, es una herramienta de trabajo que puede también ser de pelea; el revólver es una herramienta de matar. Y cuando el filo se usa para pelear, es muy distinto al revólver: “El cuchillo no es un espectáculo, es una intimidad”, dice Martínez Estrada. Y añade que “cuando mata, entra hasta el puño; índice y el pulgar tocan el cuerpo. Ese contacto, que bastaría para perdonar, indica lo consumado sin remedio”. Ese contacto que bastaría para perdonar.
El puñal es un arma de la cercanía, del universo del contacto cuerpo a cuerpo. Y el tacto es un sentido inseparable de la ética, por cuanto no se puede tocar sin ser tocado. Facón, un arma del estar juntos, de la conjunción como dice Bifo Berardi. La conjunción es un modo del enlace no automatizado. Un enlace que requiere elaboración. Y por tanto instaura singularidades (no hay enlaces idénticos), o al menos particularidades, pero no formatos de homologación universal (como sí tiene la conexión). El gaucho pelea alzando los brazos, en una mano el cuchillo y la otra se envuelve en el poncho o algún pañuelo grande para usar como escudo. Así, la pelea tiene a los dos gauchos cerca, amagándose, los brazos semi abiertos, girando para abrirse el flanco, como si fuera un coqueteo previo al abrazo. Arman casi una danza para darse la muerte. Al hacerlo se sienten la sangre, se ensucian; queda algo del cuerpo ajeno en el propio.
El arma de fuego, en cambio, es herramienta de matar conectiva, siguiendo con Berardi. Automática y siempre igual, estandarizada e inequívoca, sirve también para que el usuario no sienta su efecto. Para insensibilizar al matador, para que no se sienta tan asesino -ni él mismo ni los espectadores-.
Matando indios, mexicanos y forajidos, el revólver es el aparato con que el individuo occidental civilizaba a la vez que asumía que, para civilizar, debía incorporar algunas operaciones un tanto salvajes, más precisamente sangrientas. Pero la sangre quedaba lejos; el arma de fuego es una técnica de regulación de los conflictos a distancia. Mediatiza el espacio, y con él lo corpóreo. E inmediatiza el tiempo: el mayor mérito de un cowboy es la velocidad. El chico más rápido del Oeste, el clickeo más rápido de Occidente. Después, a sacar una fotografía también se le llamará disparar.
El arma de fuego con gatillo es acaso la técnica que inaugura históricamente la subjetivación del click y la mediatización sensible. Acción a distancia en tiempo real, con el cuerpo sin palpar los efectos de sus acciones. Efecto ya-allá e insensibilización ante la muerte del otro; corrosión de la semejanza investida en el otro. El otro es un dato, un número (de muertos, body count). Si -con Levinas- un rostro dice no matarás (Levinas: 2000), si una mirada a los ojos recuerda (vuelve a pasar por el corazón) la condición semejante, el arma de fuego permite matar sin dar ni recibir la cara. La técnica de inmediatez mediatiza las relaciones; se puede matar sin sentir, contando números que pueden ascender a cifras siderales (“mataron millones de ellos”, dice un personaje de reparto al protagonista de Dead Man, deliciosa película Western de Jim Jarmush (1995), cuando los pasajeros del tren decimonónico que va al Oeste se ponen a disparar por la ventana).
Las flechas también mataban a distancia, pero sin inmediatez. Sin click. La flecha tiene en rigor dos arcos, contando al que dibuja en el aire. Hace su parábola; la flecha tiene, aún, arco narrativo. Un recorrido concebible, imaginable por el alma, el espíritu, la conciencia, el pensamiento. No mata al tiempo, la flecha; viaja. El revólver, en cambio, disuelve la narración, en el instante y su pura actualidad.
Acaso el “duelo” era una forma todavía con restos narrativos tras la que se enmascaró la emergencia de la nueva lógica digital, hoy dominante, ya no de narración progresiva sino de pura actualidad aditiva. El click disuelve la experiencia del tiempo y desnutre la conjunción física. La realidad y lo vivo convertido en información y sin proceso existencial; puro rendimiento actual. De allí que la narración, como patrón perceptivo, expresivo y organizativo de la experiencia, y con ella las líneas progresivas, queden sepultadas en la dinámica de lo instantáneo donde de la nada, de un tiro, te te fuiste pa’rriba, o bien de la nada, de un click, fuiste. El click es la operación de fisicalidad mínima propia de la actualidad instantánea. De hecho, el click era demasiado mecánico, y va camino a deponerse en el “tic” en rigor tirando a insonoro de las pantallas táctiles.

2. Subjetividad conectiva
Sin tiempo narrativo, ni progreso ni proceso constructivo, sin horizonte -la mirada enfrascada en pantalla-, nuestra época ha comprimido el tiempo histórico entero en sí misma, y solo es real la actualidad. Ni el pasado ni el futuro son gestantes. Domina la aspiración vertical a pegarla, salvarse, sin mediaciones elaboradas. Cripto, apuestas, inversiones -incluso mínimas-, timbas y múltiples imágenes del click salvador. La red incorpórea ofrece eso: alcance inmensurable en tiempo inmediato, viralización repentina, de golpe ser rico, famoso, de la nada a la gloria con muchos poderes, como el humano Milei, que llegó a Presidente argentino sin partido, sin pisar provincias, sin proceso de crecimiento en algún lugar, solo con clicks. La tele como difusión a lo ancho del cuerpo social, y las redes en lo profundo de las mentes (la profundidad realmente existente).
La escena del Peter Pan adulto (adulterado) muestra, pues, una posta histórica, un pase de mando de un aparato a otro, del revólver al celular. Posta de máquinas clave de época con misma lógica operativa: click instantáneo y efecto remoto inmediato, mediatizado para el sensorio.
Suele hablarse de las tecnologías poniendo foco en los artefactos, fascinantes y aterradores. Menos se atiende a la forma humana que con las tecnologías se produce. Las prácticas y la subjetividad que componen.
El revólver western -occidental- muestra que la inmediatez política es correlativa con la mediatización técnica. En un esquema de individuos puros, definidos por sus fuerzas respectivas sin mediaciones comunes, los conflictos no se regulan o habitan, sino que se resuelven o eliminan. Así, la mediatización técnica habilita la ausencia de mediación política.
Ni Ley ni comunidad: revólver y celular. Sociedad de unos. El liberalismo como ideología de personas que creen que no se necesitan unas a otras, como lo describe Robert Walser citado por Sloterdijk (2017); o en términos del Comité invisible (2008) el liberalismo existencial como la idea naturalizada de que cada cual tiene su vida.
El liberalismo como modulación de la subjetividad tiene como condición técnica la conectividad mediatizada. Dicho de otro modo, la mediatización comunicacional tecnifica una inmediatez política como ausencia de mediación. Encapsulamiento hiperconectado e individualismo liberal. Regulándose con aparatos de la separación conectada, como el revólver. ¿Conflicto? Click, chau. Eliminar, suprimir, bloquear. Te voy a deshacer, o si estoy piadoso, a minimizar…
Aunque la supresión del enemigo no es algo precisamente nuevo, el gesto del famoso “¡fuera, fuera, fuera!” con que Milei contaba lo que iba a suprimir, evidencia la limpidez e inmediatez propia de las operaciones digitales -incorporadas- de eliminar, volar de la pantalla sin más, cancelar. ¿O no hay relación entre la “cultura de la cancelación” y la facilidad operacional con que dejamos de ver lo que no queremos?
Esto no implica, claro, que las tecnologías de comunicación instantánea o de acción instantánea en tiempo real sean “de derecha”. La gesta feminista, o el levantamiento contra el 2×1 a genocidas en 2017, son dos ejemplos entre muchos otros de que los artefactos conectivos pueden ser recursos técnicos de organización multitudinal con sentido democratizante e igualitarista. Pero allí, fueron recurso, recurso de un deseo colectivo, recurso de un sujeto colectivo, de un “nosotros”, en términos de Ignacio Lewkowicz (2004). Hipótesis: la red con conciencia de sí -o con sensibilidad de sí- se convierte en un nosotros. Un entramado autoconsciente, que suspende en tanto tal la regencia concentrada de la red productiva, es decir, el mando fáctico y sensible del capital. Hipótesis: cuando el entramado colectivo realiza movimientos de autoconsciencia (en un movimiento horizontalista que destrona los poderes intocables), los medios median, es decir, enlazan, articulan encuentros. En cambio, los medios conectivos mediatizan cuando, en términos de Debord (1995), reúnen separando, bajo una dinámica donde la virtualidad se fetichiza como superioridad impersonal, abstracta, donde los poderes concentrados se presentan ya-dados y los individuos no se conciben co-constituyentes del entramado sino seguidores, que no deben dejar de actualizarse para no caer… un entramado sin conciencia práctica de sí (individuos que creen que no se necesitan…) es una red subjetivamente liberal.
Sin embargo, el diseño de los objetos técnicos tiene una intensión; como sostiene entre otros Vilhem Flusser (2017), prefigura modos de uso; su diseño tiene una condición política por cuanto apunta a una práctica. La adicción o apego compulsivo a la pantalla es evidente en casi cualquier situación de la vida social. Los aparatos conectivos, con sus programas predominantes, las llamadas redes sociales, funcionan como religión contemporánea. En el sentido de que re-ligan a la multitud de individuos autopercibidos prácticamente como unidad independiente. Esta religión conectiva requiere un repertorio de operaciones para ser habitada. Operaciones de la subjetividad conectiva: el chequeo, el scrolleo, la respuesta automática, el ingreso de contraseñas, el googleo, el bloqueo, la impostación de sonrisa, la exhibición de la vida personal, el disponibilismo, la simultaneidad atencional, la agresión (para hacerse sentir en medio de la saturación), y un largo etcétera que constituye un campo de investigación de la humanidad empantallada.
Estas operaciones, acciones y modos de hacer, dan forma a modos de ser: a eso llamamos subjetividad, tomando la noción, también, de Ignacio Lewkowicz (2001). Una subjetividad consiste en el conjunto de operaciones necesarias para habitar unas circunstancias, o un ambiente determinado. El ambiente conectivo, o más aún, el ambiente existencial contemporáneo, donde la conectividad es necesidad esencial, dispone una subjetividad conectiva.
Esta subjetividad tiene su etnografía, tiene su temporalidad, tiene su corporalidad (tiene también su literatura, la literatura del yo), tiene su profunda genealogía -la larga y conflictiva historia de entronización de instancias mediatas, incorpóreas, abstractas, dominantes de lo corpóreo sensible, que despojan al cuerpo común de la potestad sobre lo verdadero-. Y tuvo, también, su consolidación y catalización en la pandemia: ante la pandemia, la subjetividad contemporánea reaccionó con las lógicas que ya la constituían. Encapsulamiento y la “soledad atestada” de la conectividad; aislamiento no social, sino físico, con hiperconexión. Y que los últimos, que no pueden quedarse en casa, se arreglen.
Pero entonces fueron dos las disposiciones subjetivas consolidadas en pandemia. Una, la conectividad como patrón relacional y técnica básica de existencia (el devenir información de lo existente), y, otra, la disposición a sufrir. En pandemia, la sociedad asumió que iba a sufrir. Fue aceptado, aunque era forzoso. Por lo demás, en pandemia se agudizó la distancia y el resentimiento de buena parte de la sociedad hacia el “mundo estatal” en cuanto posición percibida como cómoda y moralmente jactanciosa e hipócrita. Es fácil entender que si las banderas de los derechos y la inclusión y lo nacional son erigidas mientras crece la miseria y la entrega, crezca también la animadversión hacia dichas banderas, que quedan quemadas.
Esa disposición explícita a sufrir, vuelta consenso en pandemia, luego fue discurso repetido en ese otro gigantezco y aún muy poco pensado acontecimiento colectivo nacional, el Mundial de fútbol 2022. Allí, el estado de estrés compartido en que consiste según Sloterdijk (2017) el lazo social contemporáneo, tuvo por una vez una forma de unidad nacional; y uno de los rezos más repetidos, tanto por ídolos como por comunes, era: somos argentinos, es así, tenemos que sufrir. El sufrimiento ya no era una fatalidad, sino destinal.
Cada gobierno viene en cierto sentido a recoger las demandas que quedaron vacantes del anterior, o, más precisamente, cada gobierno expresa la configuración sensible de la que surge y a la que debe responder. Ricardo Alfonsín como expresión del deseo de paz, derechos civiles y humanos; Carlos Menem, de estabilidad y consumo; Fernando De La Rúa y Carlos Chacho Álvarez, deseo honestista; Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner como traducción institucional de la revuelta de 2001 (rechazo al ajuste, a la deuda y a la represión, articulación Estado-sociedad. Mauricio Macri como expresión de la subjetividad consumidora y mercantil fortalecida durante el kirchnerismo; Alberto Fernández como expresión del deseo de diálogo y concordia ante el cansacio grietista. Y Javier Milei como expresión de la subjetividad conectiva, combinada con la disposición a sufrir.

3. Mediatización política, subjetividad mercantil-consumidora
Hipótesis: la revuelta, climax de la movilización social, como en el estallido de 19 y 20 de diciembre de 2001 y su prolongación hasta la masacre de Avellaneda, es la forma más desarrollada de autoconsciencia del entramado colectivo. El nosotros. La movilización social cambia las condiciones de lo posible y de la gobernabilidad. Cambia también la distribución social del miedo (¿no es eso la política, una distribución de los miedos?). En la revuelta, y ante la movilización, temen las elites. El gobierno kirchnerista vehiculizó exigencias que la sociedad plantó vía movilización. Tradujo institucionalmente lo que la movilización había gestado. Tuvo potencia en tanto interfaz que articuló la esfera de la representación con la movilización social. Pero sin movilización social, un Gobierno, como pura administración del Estado (en rigor, de limitados resortes del Estado), carece de fuerza para divergir con el statuo-quo. Sin movilización social que ejerza fuerza contra los poderes y privilegios establecidos, un Gobierno encuentra, como mejor intención, la razón posibilista.
Si el saldo político del gobierno de les Fernández fue una derechización radical, peor saldo que el que dejó el gobierno de Macri, ante el cual se mantuvo activa la movilización social, que, de hecho, fue la que lo derrotó (con traducción electoral ulterior), es preciso contemplar que, en 2019, desde el día siguiente a las PASO en que la fórmula opositora le sacó 16 puntos de ventaja al oficialismo, el candidato elegido por CFK llamó explícitamente a desmovilizar. Esa fue su política, una política de desmovilización; de allí que tuvo su hora dorada en el inicio de la cuarentena. Amén de la quema de ranchos en Guernica, acaso la postal emblemática haya sido la del Presidente saliendo a las rejas de la Rosada con un megáfono para echar a la multitud maradoniana, que estaba realizando la fiesta de tristeza popular acaso más importante de la historia nacional, jocundo acontecimiento conjuntivo -que bien podría haberse fomentado como fortalecedor de un lazo social con sentido nacional y popular- que, al verse interrumpido por la superestructura estatal, desembocó en el primer asalto exitoso en toda la historia del palacio de Gobierno argentino -un “asalto” que no quiso más que meter las patas en las fuentes y cantar.
Pero esta desmovilización, propugnada por el peronismo respecto a las fuerzas que permitieron su acceso al Gobierno, acentuó en el caso albertista pero fue coherente con el proceso kirchnerista previo. Porque la condición de la ampliación de derechos realizada durante los primeros gobiernos kirchneristas fue la subjetividad consumidora; la inclusión incluyó subjetivando como consumidores. Esto, claro, como caracterización general, más allá de la miríada de experiencias o situaciones particulares que pueden reclamar cada una su caracterización rigurosa. Veamos un ejemplo ilustrativo.
En la campaña presidencial argentina de 2015, circuló una propaganda que mostraba un hombre entrando a una concesionaria de autos. La cámara está como escondida tras una planta y desde la cámara alguien, también escondido, le habla al recién llegado; le pregunta si va a cambiar el auto, y el interrogado, que responde llamarse Roberto, dice que comprará un cero. Entonces, el escondido tras la planta -y tras la cámara, pues para nosotres es pura voz, a la vez que vemos desde su punto de vista-, lo felicita, y Roberto sonríe, quedo, aceptando con modesta satisfacción, pero cuando la voz le pregunta a quién va a votar -si a Scioli o a Macri – Roberto no sabe… Y la voz le dice dale, Roberto, si te va bien… Si te va bien, Roberto, dice la voz del spot que llevaba la firma de “Comando kirchnerista clandestino”, si te va bien dale, votá a Scioli. Coincidía con lo que públicamente más de una vez dijo Cristina Fernández de Kirchner: no les pedimos que estén de acuerdo ni que sean peronistas, les pedimos que miren su bolsillo. La razón económica reclamando desesperada su centralidad en la mentalidad de los sujetos mercantiles, sujetos-bolsillo. Sujetos-billetera electrónica. Etcétera.
Esta lógica se había visto también cuando el Estado compró la mitad más uno del paquete accionario de YPF; la entonces Presidenta festejaba la renacionalización aclarando, de paso, que “ya no necesitamos patrullas perdidas de 2001”.
Que la multitud cuya movilización había producido las condiciones de posibilidad del proceso gobernante pase a ser nombrada como “ciudadanos empoderados por el Estado” fue, también, una mediatización: la potencia de creación, la fuerza democratizante, quedó delegada en la esfera institucional. (Lo cual es acorde a la sintaxis del preámbulo de la Constitución, que podría afirmar que el pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes pero en cambio lo dice mediante la doble negación de que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de). La mediatización organizada técnicamente confluye con un proceso de mediatización política, de mediatización de la presencia protagónica de los cuerpos comunes.
Si la inclusión se da en términos de consumidores, sujetos reivindicados como bolsillos (bolsillos nacionales y populares, ciertamente), la democratización (en la asignación de recursos, también en el orden de legitimidad simbólica) produce sujetos como unidades de autopercepción monetaria. Autopercepción capitalista. Si la realidad en última instancia es la de nuestra existencia mercantil, entonces, la matriz sensible sobre la que opere la política será inevitablemente neoliberal, mercantilista. Sujetos que más que escucharse nombrados como “empoderados” por el Estado, gustarán ser nombrados emprendedores que se ganaron lo que tienen con su esfuerzo personal, satisfechos y queridos de cómo mejoraron en la última década. Cansados de la retórica inflamada de los militantes de un partido que vocifera con los megáfonos oficiales del Estado; el Estado convertido en el discurso de un grupo militante. El consumidor auto emprendedor, autopercibido como bolsillo, prefiere que el Estado sea Policía en la esquina, para que, encima que se rompe el orto todo el día, no venga algún zarpado a romperle las pelotas (Pennisi: 2015).
¿A qué llamamos derechización? A una determinada deriva política de la subjetividad consumidora y mercantil, tecnológicamente predispuesta.
Si la red, de sujetos liberales (“cada cual tiene su vida”, Comité Invisible: 2008), está alimentada, si tiene volumen de flujo circulante, el tono cívico puede ser hasta de fiesta, como, por ejemplo, cuando el Bicentenario. En cambio si la red -de sujetos mercantiles y conectivos- se seca, se desnutre, los cálculos cambian. Si el sujeto conectivo-consumidor tiene acceso al goce del consumo y el entretenimiento, se organiza una lógica de pensamiento distinta a la que se instaura si a lo que accede es a sufrir: allí, el goce tiene que ser otro.
El goce de cortar por lo roto; la lógica común donde se pega un golpe más fuerte en aquello que viene molestando; el goce del “ya fue”; el goce excelso de dañarse; el sublime goce de dañar a otros (Nietzsche: 2007). El goce de rugir, un rugido espectacular para la multitud exhausta de bruxantes.
Ya fue, que se termine de romper, a ver si después afloja un poco el sufrimiento este…

4. Brokers de yo, motosierra para lo otro
Para pensar la derechización en la racionalidad contemporánea, planteamos, entonces, un nudo entre la constitución técnico-digital de la subjetividad, con su matriz mercantil. Que, observada en otro nivel, arroja la siguiente hipótesis: la mediósfera es un vector histórico de disposición financiera de la subjetividad. La vida en la nube digital -click, click- produce subjetividad financiera. Si observamos las operaciones (los actos, incluidos por supuesto los lingüísticos), como también el patrón nervioso, el bicho humano conectivo es parecido al bursátil. Cargar valores en una bolsa virtual y estar pendiente a su inflación en valor semiótico. “Brokers de yo” (Valle: 2022), sometidos a una medición constante del valor. Un estado de medición permanente del valor. Todo medido todo el tiempo: tal el imperio financiero, conectivamente realizado. Todo medido todo el tiempo y, sobre todo, el tiempo mismo medido todo el tiempo. La razón financiera, el tiempo financiero. Jugar jueguitos, apostar, intercambiar mensajes (jugar el jueguito de la propia vida), manejar “plata”, evaluar rendimiento.
La abstracta actualidad se muestra en la pantalla conectiva y mide la vida, la evalúa. Allí está el saber sobre lo vivo. En la nube. En la eficacia suprema de lo maquínico. El viejo nuevo Dios de la internet.
La realización de operaciones financieras ha dado -está dando- un salto de masividad, de esos saltos cuantitativos tales que ya resultan un salto cualitativo. El sueldo tratado con operaciones del capital financiero; ni el sueldo, la astilla. Tal como desconectarse es quedar retrasado respecto de la actualidad mandamás, no hacer “rendir la plata” es también perder (no jalar los correctos clicks). La especulación como única verdad.
Esta masificación de la praxis financiera -ocasión por supuesto de inmensurables negocios de actores privados, que extraen ganancia de lo trabajado por otros- se preparó subjetivamente (se pre-dispuso) en la factura conectiva de la subjetividad.
Pero entre subjetividad conectiva y financierización, obviedades gobernantes de Occidente, la sinergia es de ida y vuelta. Y también, antes, fue mediante la dinámica financiera que el cuerpo social se inundó de especulación.
Los sujetos conectivos y los financieros son sujetos especulares, que especulan, que ponen espejos (negros muchas veces), que multiplican espejos; sujetos de una vida especulada. Specularis eran unos guardias romanos en la Antigüedad; unos vigilantes. Especulación, vigilia (porque el rendimiento se mide en forma constante); pantallas, vigilia; espejos, imágenes evanescentes, separación.
Ahora bien, desde el punto de vista comportamental, esta regencia especular de la vida implica el componente religioso planteado antes. Religión celular: creencia práctica en una entidad incorpórea, omnisciente, ubicua, superior. Son características de la nube, pero también de “el mercado”, y en el fondo, del capital. El mando mismo requiere mistificación; la jerarquía y los privilegios, con su obscenidad destinal, ya que el privilegio no consiste en cosas que se pueden; el privilegio consiste en que los otros no puedan. Los privilegios adquiridos -figura paradoxica o incluso oxímoron- reproducen una casta, una casta de individuos separados. Privados. Los santos de nuestra era.
Del Cielo a la Nube, del Señor a la IA, la mediósfera, que maravilla con su imagen brillante, ingrávida, tersa, hereda la profusa genealogía teológica, en cuya predisposición idolátrica se apoya la legitimación del privilegio, de la riqueza en su régimen de hiper concentración, y del mando -el mando, que es, en rigor, lo que regula el capital. El capital en sí mismo es un regulador de las relaciones sociales. Entramos a una fábrica, o, en rigor, a un lugar de trabajo, de producción, cualquiera. Cada sujeto hace algo, cada sujeto activo crea algo, ¿y qué hace, allí, el capital? El capital nada hace; manda. Es la tecnología del mando, del artificio insólito del mando y la sujeción, de la dominación. Y el capital, ficción si las hay, requiere mistificación.
Así como el revólver, así como el celular, es en el fondo el capital la entidad postulada como regulador suficiente de la vida. Así habla su razón política, expresada hoy por el Presidente argentino, cuyos atributos excéntricos en realidad no son tales, sino que se trata, sí, de un improbable, pero de lo improbable de que los axiomas puros de un patrón de regulación social dominen las decisiones y políticas comunes. Lo improbable de que la razón que gobierna en las relaciones sociales -la Ley del Valor, la razón de la Ganancia- gobierne sin matiz alguno las instituciones colectivas de la Argentina.
En la guerra por la atención, la figura de Milei traía “información nueva” por lo que tenía de improbable (“cuanto menos probable es un mensaje, más información tiene”, dice Norbert Wiener en Cibernética y sociedad; Wiener: 1965), sobre todo en sus formas, pero -con la eficacia de las paradojas- también lo improbable de que un sujeto hable para los cuerpos comunes con la razón pura del capital.
Porque Milei tuvo algo de izquierda en la escena política nacional (y acaso amén fronteras), al menos si tomamos la definición de Deleuze (1977) según la cual ser de izquierda es desear el acontecimiento. Y Milei canalizó un deseo de acontecimiento. O algo parecido: el deseo de que pase algo. De que basta, basta lo que hay, que pase algo. Que se vayan todos. Que venga algo nuevo.
Tuvo algo actitudinalmente izquierdista, irreverente respecto de los patrones formales del escenario en el que se metía, Milei. Izquierdista por su cuota de improbabilidad; improbable en sus formas: el pelo, el show. Así triunfó sobre el posibilismo. El posibilismo es definible como la derecha moderada. Porque presupone la reproducción del estado de cosas -lo dado- sin apenas más que no empeorarlo. Por eso el posibilismo fue conservador. Una pasión miedosa derrotada naturalmente por el odio, que es un poco más vital. En otros términos, el posibilismo fue la expresión tibia del realismo capitalista en su condición tautológica: la única verdad es la realidad dada. Nada es posible salvo lo más probable -¿y qué es lo más probable en el orden de la dominación, en el régimen de concentración del poder/riqueza? Que suceda lo probable matizado, entonces, sería lo más probable en el sistema.
Pero claro, el deseo de acontecimiento estaba mediatizado. Milei expresa la mediatización del que se vayan todos. La mediatización de la potencia destituyente. La mediatización de la potencia de negatividad.
Esta negatividad, este hartazgo, este rugido de los cuerpos sufrientes, encontró su héroe en un tipo criticado por ser excéntrico y emocionalmente inestable, incluso psíquicamente frágil, y eso mismo es parte de lo que lo erigió: alguien roto, creíble y querible por el cuerpo común. Un héroe con la bronca de los rotos contra la hipocresía temerosa del posibilismo. Con la bronca de los rotos y con la fuerza de los ricos: el héroe despeja el mundo de materia corrupta sirviendo con jactancia a los superiores poderes, a los que él llama héroes, los dueños del capital. Ídolos del realismo mercantil. Recordemos que el término “cheto” pasó de peyorativo a positivo hace más de una década. Si los mega ricos ocupan un lugar de sacerdotes semidioses, Milei es el sicario que trae al mundo sus designios, su orden, su paz. Por eso necesita la motosierra.
El loco de la motosierra: artefacto que empuña para hacer la voluntad de la multitud celular, los individuos apantallados. La fuerza terrestre del cielo es la motosierra. Esa sí mancha, esa sí es conjuntiva: es romper lo conjuntivo con herramientas de su propio mundo. Milei, ojos de cielo como su antecesor (Macri), viene a aplicar la violencia que sea necesaria (vía el regulador único de la economía y las armas) para que funcione el orden perfecto y puro del bien, de las cosas como deben ser, de la obvia verdad de la realidad, la ley del Mercado.
Además de roto Miel habla de economía. Aunque usando -para quedar en posición de saber- plétora de tecnicismos incomprensibles para el común, habla de algo que la sociedad entera tiene que introyectar cada vez más: la jerga financiera. Lengua aspiracional para el cuerpo común.
Sujetos obligados a vivir haciendo cálculos y especulando, sufrientes pero con fuerza, sujetos habituados a que lo verdadero, lo bueno, lo bello, es visible pantalla mediante. Pero, además, sujetos emprendedores. El emprendedurismo no es solo un discurso ideológico. Es una realidad de porciones enormes de la población trabajadora en la Argentina. Millones y millones de trabajadoras y trabajadores que cada vez menos pueden producir un soporte identitario mediante una dedicación laboral, pues deben tener múltiples dedicaciones, e ir cambiando una vez y otra vez y otra, y -último mas no menor- saben que no pueden saber qué deberán hacer en el futuro-; trabajadores que, por tanto, arman identidad con lo que engloba la multiplicidad de su dedicaciones: es el esfuerzo. El propio esfuerzo -cercano, claro, al sufrimiento. La identidad del esfuerzo y el yo que calcula y gestiona su vida. Un sujeto emprendedor. Que sobrevive y quiere crecer en esta selva. Crecer, poder más cosas, ganar cosas; lo que Pablo Semán (2023) llama mejoristas.
La figura del empresario pasó a ser la dispuesta para la autopercepción. Particularmente para el precariado, los trabajadores en condiciones de precariedad -pero la precariedad es condición de época, precarios somos todos, y si se elige como víctima expiatoria a los trabajadores estatales es en parte por su combinación de débiles y a la vez supuestamente “exentos” de precariedad (cobran en pandemia, vacaciones, cuando quieren no van, etcétera), aunque luego en la práctica, se echa (se descarta) trabajadores del Estado precisamente gracias a lo precario que era su estatuto, sometidos a contratos temporarios que se renovaban anualmente hace hasta quizá veinte años a esta parte… La inclusión y la expansión de derechos se organizó con programas públicos apoyados en la precarización de sus agentes; la infra-realidad mercantil soportaba la lengua estatista.
Todos somos precarios y consustancialmente con eso, todos somos empresarios -en potencia-. Todos somos empresarios, algunos actualmente en posición de pluriempleados, changuistas, cuentapropistas, etcétera. Empresarios que aún no llegamos a. Solo que esa figura subjetiva es por naturaleza excluyente, privatista. Puesto que requiere a otros de los que obtener ganancia, empleados, o anónimos bajo la mediación bursátil que hace que “la plata trabaje”, que el valor mágicamente se auto reproduzca. El auto-empresario captura en su anhelo valor que anda fluyendo desreglado, salvaje, lo enlaza como el vaquero al ganado cimarrón.

5. Sinceramiento de la crueldad
Así pues, la subjetividad capitalista realmente existente tiene una afinidad electiva con la tecnología de la inmediatez.
Ahora bien, aún cuando la red se vive como red de puntos individuales que se conectan (y no con la fenomenología del nosotros, no como el entramado de co-constitución que realmente es), puede, igualmente, ser más amable cuando está nutrida. En sequía, en cambio, en ajuste, los mistificados pero muy realistas sujetos individuales liberales asumen la guerra todos contra todos regulada por el dinero y los clicks conectivos o policiales (tres técnicas que prescinden de la conversación, y de la regulación igualitaria de la vida).
Para el sujeto mercantil, el otro es un competidor. Las cosas para hacerse tienen que producir ganancia privada, tienen que producir desigualdad. Si vivimos así, con las reglas de juego del capital (y vaya si es un juego, en el sentido de un absoluto artificio, el capitalismo, con el dinero como fichitas que tomamos muy, muy en serio), los otros son competidores, fácilmente visibles como enemigos. En tal juego, que a otros les vaya mal -que sean despedidos de su trabajo por ejemplo-, es vivido como propia mejoría. Así está dispuesto.
El Loco de la Motosierra ofrece no solo una esperanza, de que de algún modo venga algo nuevo que limpie y ordene. Ofrece también goce seguro, certero, el goce de la crueldad.
Expresa un sinceramiento, Milei;fue uno que dijo algo verdadero: va a haber dolor. Verdad tautológica del realismo capitalista. Va a haber dolor -hay-, va a haber privilegiados -hay-, va a haber -hay- sacrificados.
Y para el sacrificio también nos prepararon las historias de la gran pantalla; no solamente los westerns. Las películas infantiles también cumplen una función de pedagogía política fundamental. Las películas infantiles sirven para introducir la figura del malo -no es que la inventan, claro-. Y ¿quién es el malo? Pues el malo es un personaje que tiene destino de escarmiento. El malo, como personaje, opera un entrenamiento sensible, en las mentes infantiles, donde se naturaliza que haya sujetos que vayan a sufrir lo horrible, y no nos duela, no los con-sintamos. Una selectivización, una privación de la empatía, digamos. El “malo” entrena las mentes para un binarismo donde es normal que alguien sea malo (y no ambivalente, complejo, variable, múltiple, etc), y en que nos alegremos cuando muere o sufre.
Las películas de terror, en cambio, nos recuerdan que el monstruo puede tomar de punto a cualquiera. Aunque el loco de la motosierra atacaba a las parejas pícaras, deseantes, en fuga.
Sin embargo, en la Argentina, ya cuando volvieron los buenos, los autopercibidos buenos que cantaban “vamos a volver”, rodaron cine de terror. Si los deseos igualitaristas se delegan en procesos políticos que de facto son gobierno del mercado, si la “castración” de la democracia de la que habla León Rozitchner (1985) se verifica tantos años después, es entendible que la población opte por el que no sonríe. Con la red seca y ajustada, la multitud se sublevó contra la sonrisa obligatoria. Llegó la hora de blanquear la disposición a sufrir.
Milei expresa un sinceramiento, un blanqueo de la crueldad: porque la crueldad es necesaria como como borde y demostración última de la desigualdad. No solo asusta y disciplina, reproduce en acto la desemejanza.
En este sentido, la crueldad no es una moda, no es un exceso, no es -solo- un atributo personal; es sistémicamente necesaria. El cualquierismo espectacular libertario sostiene atencionalmente el estado nervioso que cohesiona la sociedad contemporánea en un lazo alarmado y extenuado, saturado y aturdido. Y la crueldad es necesaria porque es por excelencia la operación productora de desemejanza. La crueldad cumple una función política: elimina el estatus de semejante sobre algunos cuerpos. Es una operación que desinviste a determinado sujeto del estatus de semejante, es decir de su condición de esencialmente igual. De allí que este capitalismo gore o necropolítico tenga, en la crueldad, un dispositivo necesario: la crueldad circulante vuelve mucho más admisible la brutal desigualdad. Demuestra hasta qué punto no somos iguales: ya ven que incluso algunos no merecen ni trato humano, chau, escarnio, eliminar, afuera. Vivir como mejoría propia la desgracia ajena es adecuado al régimen perceptivo de una vida mercantil barroquizada, extremada en sus preceptos elementales. Siguiendo planteos de Jacques Ranciere (2021), que sufra el inferior nos reconfirma en nuestra superioridad, nuestra inclusión (argentinos de bien). Siempre se puede encontrar a alguien cuyo sufrimiento legitmiado lo instituya como inferior respecto al cual, entonces, uno puede sentirse superior, integrado, un poquito salvado. Como muestra Segato, la crueldad es la pedagoga última de la desigualdad (Segato: 2003). Y ha de ser en parte por eso, por su función de escarmiento y naturalización de la desigualdad, que toda la ultra derecha mundial apoya con fervor al Estado israelí en su genocidio contra el pueblo palestino: caso testigo de la des-semejanza legitimada, caso testigo de la función de la crueldad en la escena contemporánea.
La refirmación idolátrica de la desigualdad implica, requiere y reproduce la depreciación de -el desprecio por- el cuerpo común; a eso llamamos la derecha.
Si esto es así, las elites, las posiciones de privilegio, tienen una predisposición sistémica a la derechización (aunque es necesario un mínimo de igualdad para que el otro obedezca, y es típico de patrón quejarse de que el siervo no interpreta bien las órdenes…), mientras que quienes necesitan trabajar y producir para vivir, quienes necesitan enlazarse en cooperación, tienen una derechización ocasional, no necesaria.
Lewkowicz (2001) propone la categoría de envés para pensar la potencia emancipatoria de la subjetividad. Producida por los dispositivos de poder, empero, cada forma subjetiva tiene un envés, donde anidan devenires autónomos posibles. Si en el envés del obrero fabril y su alienación estaba su unión potencial (por la que el capitalismo, en las fábricas, producía sus propios sepultureros), quizá en el envés de la red -forma dispuesta- estén lxs Nosotrxs. Quizá en el envés de la actualidad -donde manda lo mediato, lo incorpóreo, el capital-, esté el presente. El presente que puede usar los artefactos por supuesto, pero no vive en las nubes, sino en el cuerpo común. El presente, donde lo que primero que sentimos -la verdad primera-, como los niños de Nunca Jamás, es nuestra lúdica y combativa capacidad de crear.

 

Vía Avatares de la Comunicación y la Cultura.

Ignacio Lewkowicz, el pensamiento como presentificación

Un pensamiento laico, que no cree en Dios -mejor digamos no tiene Dios- y cree en Nosotros. Apuesta radical por el laicismo. No deidad; responsabilidad. El pensamiento autónomo es una potencia, es un orgullo, un amor a la vida, el pensamiento autónomo es también una desesperación.

Ni Dios ni Ídolos, ni Saber ni Academia, ni Estado ni Capital (plano de trascendencia); plano terrestre:problemas, recursos, lastres, encuentros, amigos, enlaces, obstáculos. Situaciones.

Pensar, en tanto función orgánica de la que somos capaces asumiendo la inmanencia presente como condición única, tiene una faz bella, libre, creadora, y otra desesperada de intemperie sensible. La fragilidad que tiene la creación sensible de la que somos capaces; su contingencia…

Lejos de ser un sintagma anti estatista, “Pensar sin Estado” ni siquiera habla tanto del Estado -segundo término- como del pensamiento. PsE propone un modo de entender el pensamiento, como actividad de creación sensible -producción de sentido- propia de una subjetividad terrenal, sin trascendencias ordenadoras.

Hay algo íntimo en las notas de IL que reúne este libro. Una voz de trastienda. Como si nos metiéramos por una pequeña ventana de pronto en medio de su moviente caudal de devaneo o reflexión. El runrún de la máquina detenida en su guarda, quieta, pero encendida. Y en lo que se queda pensando entre elaboración de pensamiento y elaboración de pensamiento, es en el pensamiento. Vemos la auto investigación de un modo, una modalidad, que no es estrictamente ni saber, ni deseo, ni deber, es pensamiento. Un modo del ser intelectual, es decir, un tipo de consistencia del alma. ¿Qué es el alma? Algo que piensa. Por supuesto que siente; es sensible el pensamiento.

Fascinaba Descartes a Ignacio; fascinaba cómo podía pensarlo a Descartes. Mariana Cantarelli, recuerdo, se reía. No veía tantísima cosa en lo que hacía Nacho con Descartes. Tampoco es que fuera propiamente racionalista, no, pensador de la subjetividad. El pensamiento se diferencia de la Razón, el cuerpo incluye a la mente como una parte de su plasticidad (de su potencia subjetiva); el humano es plastilina, decía Nacho. El cuerpo piensa; el pensamiento es una praxis. La subjetividad consiste en las operaciones necesarias para habitar o tolerar unas circunstancias (naturalmente históricas), y las operaciones incluyen a la razón o a la actividad conciencial. Descartes fascinaba a Nacho por la experiencia del pensamiento como fundamento. No es que el pensamiento viene primero (y luego existo); no es productor primario del mundo, sino que es prueba de existencia; ese “luego” significa “entonces”: demuestra, sensibiliza, no causa. El pensamiento es un acá, un lugar, una actividad -una práctica-, donde el sujeto, alguien, cualquiera, puede hacer la experiencia de consistir. Mientras estamos pensando, existimos –lo sabemos, es una verdad sensible-, acá, en las cosas. Si no pensamos, la cosa se pone confusa (cuando no más llanamente alienada).

Las cosas, la vida, lo concreto, es el lugar donde arma territorio el pensamiento. Pensar no es patrimonio de los lugares consagrados para la intelectualidad. Pensar no es prerrogativa de especialistas, ni de eruditos. Es “capacidad vital esencial”. No atribución de elites; no potestad de los hombres superiores. No tiene uniformes el pensamiento; ni siquiera jerarquías: porque el pensamiento vale para quien piensa. Vale para quien lo ejerce. El pensamiento tiene valor efectivo -efectos- para quien piensa. Su valor no reside en su rutilancia bibliográfica, sino en tanto estrategia subjetivante. Si no hay implicancia e implicación existencial, el pensamiento es mero tráfico discursivo. Cuando se piensa con cosas pensadas por otros, textos, hay una apropiación de sentido. Una recepción activa (cercana a lo que Ranciere llama el “íntimo trabajo poético de traducción”, que es condición de la igualdad al comunicarnos). El pensamiento es una actividad, no un bien de consumo. El pensamiento configura a su sujeto. Nos cambia, no somos los mismos; no tiene retorno, el pensamiento. La disposición subjetiva propia de pensar se diferencia pues de la dinámica de consumo de productos de pensamiento, de teorías, del titular de hoy. Resiste, el pensamiento, a la desesperación por la novedad, al profundo mandato de actualización permanente. El pensamiento resiste la necesidad de nuevos rótulos adorables, la llovizna de etiquetas efímeramente sacralizadas donde lo sagrado no es el pensamiento sino la actualización y lo foráneo.

El pensamiento no tiene lugares ni uniformes ni tampoco tiene el pensamiento tiempo mercantil. “Pensamiento sin lugar, pensamiento singular”, decía Nacho en un texto inédito (de un ambicioso libro en proceso que interrumpió la muerte y que tenía como título provisorio “La era de la fluidez”).

Nacho armó su lugar, “el estudio”, “Estudio Lwz.”. Tuvo su genealogía; cuando lo conocí, comienzos del 99, estaba HA, Historiadores Asociados, donde formaba parte quien sería, descontando a Cristina Corea, su colaboradora principal, Mariana Cantarelli. El pensamiento singular requiere fundar espacio, territorio, covacha donde conversar, coordenada a la que referir. Porque la destitución de los lugares consagrados al pensamiento es una liberación, pero también una intemperie. Una intemperie de sentido. Intemperie sensible a la vez atiborrada, atestada, saturada repleta de estímulos, cascotazos, afecciones… El pensamiento como capacidad de creación de líneas de sentido, que nombran (nominan) y arman recorrido; ponen bordes y cartografían la intemperie saturada. Nombra la cancha de juego. O, en términos más nacheanos, el pensamiento instaura su situación. Singular: situacional.

Pensar es quebrar la hegemonía de una representación. Quebrar la hegemonía de la representación; de la esfera representacional, quebrar la dominación de la representación por sobre la presencia. Quebrar la sobrecodificación, la cuenta por uno (la denominación de una situación presente con recurso a alguna instancia que le es trascendente; esto viene de Badiou, uno de los cauces del pensamiento de Nacho sobre el pensamiento). No hay tanto pensamiento autónomo, el pensamiento es siempre de autonomía: pone los nombres a los elementos que componen su situación. De eso se trata pensar, de crear en los términos de la percepción. “No es un instrumento”: es decir, el pensamiento no se reduce a un cálculo, que busca aplicar modelos o ideas o valores o deseos heredados o acatados; no es operador de valores previos. Por eso se afirma en “puntos de indeterminación”. Tiene, sí, condiciones: pero las condiciones condicionan, no determinan.

Pero si tenemos como especie un “déficit perceptivo” que nos fuerza a inteligir mediante representaciones que son previas a lo percibido, pensar, entonces, es siempre despejar un error. Pensar es percibir despejando lastres, para vislumbrar posibles. Una percepción íntima de las cosas. Instituye, el pensamiento, nombres, conexiones, hechos cada vez a medida de las cosas, de las situaciones -únicas e intransferibles…-.

Una presentificación radical. En la que no hay lugares institucionalizados o privados que acaparen el pensamiento, porque es un posible de todo lugar, de cualquier lugar -es un posible de todo lugar solo en tanto y en cuanto allí hay alguien. Una potencia de la presencia. “Bienvenidos al jardín de los presentes” da el punto final al libro Pensar sin Estado. El lugar del pensamiento es el presente en el sentido de allí (aquí) donde hay alguien. Por eso siempre se piensa esto, nunca aquello. Aquello se supone, se especula, se teme, da terror, o esperanza; se piensa esto: una afección concreta, una potencia concreta, algo en lo que estamos. Se está pensando cuando se percibe/crea -cuando se concibe- lo que se puede en lo que hay.

Recuerdo que fue el amigo Adrián Gaspari, cercano colaborador de Nacho, quien me hizo dar cuenta de algo evidente, que era que Ignacio no era un intelectual que se dedicaba a eso, sino que estaba todo el tiempo, así, pensando, en estado de pensamiento, más allá y más acá de los “temas” que trabajara; tomando como materia de pensamiento a priori cualquier cosa de la vida -percibiendo con curiosidad, con gracia-. Ahora bien, un “todo el tiempo pensando” no del tipo nervioso y de ansiedad. Más bien el pensamiento como desaceleración. Nacho hablaba despacio, con un tono bajo, como de pausa bajo un árbol. Una calma, un no tan rápido. Un tiempo propio de –instaurado por- el proceso de pensamiento, un remanso de velocidades propias -medio riquelmeano- que resiste a la automática obviedad de las cosas.

Contra la hegemonía de la representación, contra la llanura crasa de la obviedad, el pensamiento no opone la solidez del saber. Pensar es resistir el binarismo automatizado que simplifica la percepción y narranción existencial. “No sé, pensemos”. Los saberes pueden ser recurso de un pensamiento. Pero el pensamiento tiene dimensión improvisacional inherente. El pensamiento jamás simplemente ya sabía. Nunca ya sabe sobre lo que se presenta -es el ejercicio de una intimidad con las cosas-.

Un radical ateísmo; pensar porque no hay Dios. Dios murió y es necesario pensar, nadie puede hacerlo por nosotros. Es indelegable el pensamiento.

Sin pensar, las condiciones resultan determinaciones. Hay unas condiciones y ellas determinan (lo que pasa, nos pasa, hacemos, etc); no hay más que las condiciones. Hay pensamiento allí donde alguien organiza un devenir divergente a la inercia dada de las condiciones. El pensamiento, así, indetermina las condiciones.

No simplemente la inteligencia. No pasa solo por deducir, calcular, dilucidar -aunque ponga esas operaciones en juego-, sino por vislumbrar líneas de posible devenir -del mundo y de la subjetividad-, que ya en su vislumbre producen su sentido. El pensamiento como actividad configurante. (La bastardilla es un modo visual, es decir propio de lo extenso, que interviene en la inscripción sensible -del sentido- en un registro no lógico). El pensamiento puede concebirse como función orgánica, algo que hace alguien, no solo un producto, no solo una cosa. Una intensidad, una experiencia, algo que hacemos y que al hacerlo nos pasa.

Cuando se piensa, se piensa más. Andar. Cada paso agranda la lucidez del devenir posible, cada paso entrevé otro paso; el pensamiento se embaraza a sí mismo, es abundante por naturaleza, precisamente en tanto que apertura. Resistente a la lógica de la escasez, se autoreproduce. De allí que se piensa tanto con otros, conversando: el pensamiento se multiplica. El conector sintáctico por excelencia del pensamiento es entonces: ante lo que alguien dice -ante lo que se presenta, en general- responder empezando con negatividades (“no, pero, objeto…”) es mucho menos fecundo que responder con “ah, entonces, o sea que”: proponer efectuaciones de sentido. Un arte en la conversación. Cuando hay pensamiento, uno más uno no es igual a dos. La conversación como arte y una bailada orfebrería al escribir.

Si viene el default, vida uruguaya: mate y charla con amigos es una de las ideas más potentes que escuché en los últimos tiempos”, dice, aunque lo cito de memoria y no literal, Nacho en Sucesos argentinos. Y de memoria también lo recuerdo diciendo que si uno es un boludo, por lo menos no ser siempre el mismo boludo. El pensamiento necesita tocar lo real, comportar movimientos, posicionamientos prácticos. Ideas con capacidad orgánica y experiencial.

Primero hay que saber sufrir (apuntes sobre cómo llegamos a esto) // Agustín Valle

Estadista y desmovilización

Lo que seguro no es inteligente es repetir lo fallado solo que tratando de esta vez hacer más fuerza. Adaptarse con realismo a las relaciones de fuerza -por caso- es parte de lo fallado. Hacer algún tipo de balance crítico del proceso kirchnerista en este momento, con la Argentina gobernada por un ultracapitalismo cruel, es quizá poco simpático, parezca “no urgente”, incluso hasta suene inconveniente, pero a la vez imprescindible: ¿qué pasó? Milei es más consecuencia que causa. Balance “crítico” no en el sentido de rechazante sino que intente distinguir potencias y lastres u obstáculos, y extraer criterios a partir de la experiencia, etcétera. Pero si la única verdad es la Palabra de Cristina (“Habló la Estadista”), si se endiosa un liderazgo, ante la calamitosa realidad poco podremos pensar más que los malos son muy fuertes y que la gente, bueno, a veces se equivoca. La Estadista es en efecto una estadista cuando habla. Claro, “comparando” es un lujo… Hablando, les pasa el trapo a casi todes y demás. Discursos, cartas, entrevistas: alguien que discursea con atributos admirables.

Lo cierto es que el último gobierno peronista dejó un saldo político mucho peor que el de Macri. Y fue un gobierno cristinista en idea, concepción, convocatoria. Aunque después lo cascoteaba -lejos, allí, de lucidez estadista. Sucumbió el kirchnerismo al impulso de criticar al que tenés arriba y creés que no hace bien las cosas y que vos harías mejor… Que la conducción se dedique a hacer oposición interna en el oficialismo que ella misma armó, destituye buena parte del aura estadista que otrora tuviera; una mirada estadista habría estado muy por encima de esa rencilla, que, dicho sea de paso, echó a Guzman y entonces advino Massa, la economía empeoró, la famosa y reputada correlación de fuerzas en realidad también…

Pero el saldo político del gobierno de les Fernández fue dramático por su marcado sesgo desmovilizador. Las fuerzas nacional-populares, el ánimo democratizante de la multitud, los deseos igualitaristas, en fin, quedaron pasmados ante el abrumador triunfo de la razón del capital proyectada como razón pura de gobierno. Una marcada sensación de impotencia se hizo flagrante en los primeros meses del actual Gobierno, pero era sensible ya desde hacía rato (cuanto menos desde que el candidato “nacional y popular” era Sergio Massa). Impotencia como ante un terror: cerrar los ojos, endurecerse, esperar para la revisión de daños ulterior… Un estado que no era debilidad sino desarme. Como si se percibiera solo la fuerza adversa, y no también la fuerza propia, que aunque sea menor, su autopercepción naturalmente cierta confianza. Palpar y pensar desde la propia potencia, aunque sea menor y en derrota, destotaliza la relación de fuerzas, destotaliza la coyuntura, destotaliza la dominación. Luego el ánimo un poco se complejizó -en el buen sentido de indeterminar un poco lo posible, superando la simpleza narrativa del impune terror dominante- gracias a las suecesivas movilizaciones multitudinales.

Pero fue precisamente la desmovilización, la desactivación de la movilización social -de sentido nacional, popular, democratizante, igualitarista-, lo que caracterizó el saldo político de la última gestión peronista del gobierno. Que intensificó un problema de raíz previa: la inclusión en términos de consumidores, la subjetivación mercantilista promovida por el Estado (a la que adhería el Estado). Aquella conformación de ciudadanos empoderados por el Estado mediante su acceso al consumo requirió y produjo un complejo proceso de delegación del estado de ánimo, donde el legado de la revuelta, el legado de la capacidad de movilización autónoma, y su potencia destituyente, potencia de creación vía rechazo (“nada es verdad, todo está permitido”, “que se vayan todos” cantado desde un nosotros), era convertida en potencia consituyente cosificada, transferida al Estado y hasta fetichizada en el liderazgo. La fuerza generada por la movilización pasó a presentarse como generada por la representación, que desde los resortes estatales proveía pues a los ciudadanos de derechos que, básicamente, eran mejorar su bolsillo. Años felices si los hubo. La fuerza social puede ser efectiva vehiculizada vía representantes (o al menos pudo). Pero el endiosamiento de los representantes, que los sitúa en lugar de causa, los separa de los comunes, como cuerpos superiores y creadores, con un efecto de impotentizar a la multitud. Los cuerpos comunes ahora no son creadores de posibles, no son gestantes de la fuerza, sino soldados del sacro liderazgo. Consumidores invitados a creer -dar crédito-, no sin buenos motivos, por supuesto, pero motivos cada vez más viejos, abstractos, discursivos…

Y el ánimo destituyente volvió, e hizo fuerza en la política argentina, con el triunfo de LLA. Pero la potencia destituyente esta vez vino mediatizada. Delegada a un ídolo roto, un héroe con motosierra. Sicario de los Sumos Sacerdotes del orden social (los Black Rock, los Eurnekian, los Rocca, los Musk), Milei ligó afectivamente con un realismo selvático que se había vuelto inteligencia intuitiva en la multitud trabajadora. Realismo del capital que es regente en la ciudad contemporánea (en algunos sectores más agudamente que en otros, como para el masivo precariado) Al realismo selvático se le ofreció como un león (aunque sea el más salmón…). Un rugido muy gozable para la multitud bruxante.

 

El mejor llanto, perdido.

La pandemia no sólo dio lugar a movilizaciones anti todo, más bien anti Estado, anti regulación de una libertad enseñada por las tecnologías conectivas; no solo se certificó la mediatización digital de la vida, la conectividad como patrón del modo de producción actual. En pandemia, también, se abrió un consenso para sufrir. Una aceptación nacional de que la pasaríamos mal. Podía discutirse cómo (si con más empobrecimiento o con más enfermedad…), pero se aceptó masivamente que, bueno: ahora toca pasarla mal.

Este axioma se expresó ya convertido en sentido común dos años después, en ese maravilloso reverso que tuvo la pandemia, esa fiesta de quemados -o sea todes- que fue el Mundial, donde los ídolos de la Selección decían lo mismo que los comunes por la calle: somos argentinos, hay que sufrir. Notable, por cierto, que hayan sido deportistas de elite, cuerpos exitosos en el sometimiento al mando máximo del rendimiento, quienes oficiaran de voceros de este nuevo sentido común nacional: somos argentinos, tenemos que sufrir.

Esa identificación, este discurso, esta aceptación, este asumido destino de sufrimiento, cuando se lo nombra, pasa a quedar flotando, también, como mandato: hay que sufrir. Para la gloria, por otra parte lejos de estar garantizada. Una vez puesto como sentido común oficial, el sufrimiento implica todo un régimen tanatopolítico. El ser humano se las rebusca para obtener algún goce, algún placer, en cualquier circunstancia que le toque existir, ¿no?, incluso hasta en el sufrir. De algún modo se organiza. Con culpa, con sacrificio, con auto explotación, con crueldad; sufrir nosotros, pero más otros. Hay que sufrir; la distribución y régimen de sufrimiento pasa a definir la política. Adviene Milei entonces como un sinceramiento del sufrir, un blanqueo del dolor como política.

Sin embargo, en el camino de ese proceso aconteció un dolor muy grande, gigante: el llanto más grande de la historia argentina, el duelo por la muerte de Diego Maradona. El mayor ícono de la cultura popular nacional (Gardel está muy pegado a lo porteño, Eva y Perón al peronismo). Acontecimiento destinado a ser una fiesta popular conmovedora de las profundas capas tectónicas del ánimo el cuerpo colectivo; trances que te recuerdan quién sos, interrupciones al continuo bobo de lo obvio…. Era pandemia: más épica todavía. ¿Hacia cuánto la Argentina no tenía una intensificación sensible semejante con clave fraternal? Desde la marea verde, clave sorora. Jamás tantos millones de ojos lloraron las mismas lágrimas en este suelo. La tramitación compartida de la pena, los abrazos con cualquiera porque compartimos pésame, nos pesa lo mismo, porque compartimos un amor, ejerce un enorme cúmulo de rituales, mecanismos conjuntivos que dan al entramado viviente un enorme subidón de auto-sensibilización.

¿Y qué hizo el gobierno peronista? Salió a echar a la gente de la plaza. A la casa. Un peronismo alfonsinoide que lógicamente había tenido su cuarto de hora en la cuarentena (y la verdad es que Alfonsín ejerció mucho más fuerza y valentía que Alberto). El Presidente con un megáfono en la reja de la Rosada, como botón razonable explicándole a la multitud maradoniana que listo, la cosa terminó, rige la razón privada en este funeral, más allá de estas horitas de apertura popular. Echando a los negros de la plaza. Gesto de un insalvable divorcio entre la representación institucional y la movilización popular presuntamente representada, incluso más que Guernica, otro desalojo de negros con quema de sus ranchos incluida (¿no despuntaba, ahí, la pedagogía cruel?). Embalsamarlo a Diego y llevarlo de caravana por el país, o dejar abierta la Rosada 96hs, algo que realmente ponga al gobierno como instrumento del deseo popular… y que a la vez intervenga cohesivamente en el lazo social. No hacía falta ser gran estadista para “verla”, esa movida.

 

¿Quién es estúpido?

Ahora se escucha gente decir que la gente es estúpida porque votó un gobierno que la va a perjudicar, a dirigentes decir que “hay que acompañar al pueblo que le viene costando entender algunas cosas”… Pero los que votamos a la fórmula F-F también luego sufrimos un empeoramiento de las condiciones de vida. También votamos algo que nos perjudicó. ¿Nosotros que votamos al FdT somos más inteligentes? El aumento de la miseria y la entrega quemó las banderas progresistas en cuyo nombre se gestionaba. Si ese gobierno llegó a tal fue porque la movilización social resistió al gobierno de Macri -sin prescindir de las piedras- y lo derrotó. “¿Durante todo el mandato te encerrabas con Netflix desde las 7 de la tarde?, le preguntó Juana Viale, y Macri contestó: “No, fue desde diciembre del 17, y las catorce toneladas de piedras, a partir de ahí es como que deprimí”. Ahí asumieron su derrota programática y fueron a armar el plan con el FMI, que financió la campaña, a los bancos, y dejó engrampado a cualquier gobierno por venir que no osara desconocer semejante estafa.

Fue derrotado por la movilización social, aquel oficialismo que gobernaba la Nación, la Ciudad, la Provincia de BA, los grandes medios, la embajada, los bancos, los terratenientes, el circulo rojo y las fuerzas represivas… La fuerza de la movilización se tradujo electoralmente en la herramienta diseñada por Cristina (allí con gran lucidez electoral). La paliza de 48 a 32 en las PASO del 19, que hoy parece tan lejana, fue elocuente muestra de que se expresaba en las urnas un ánimo que fluía poderoso por el cuerpo social. En diciembre del 19 para festejar la asunción de un nuevo Gobierno, la Plaza de Mayo desbordó en un microcentro porteño repleto de una marea de gente que no solo era inconmensurable en cantidad, sino que tenía una fuerza, una potencia donde era insólito que alguien, allí, hablara de cautela o realismo por la relaciones de fuerza…

El kirchnerismo ofició de interfaz entre la movilización social y la institucionalidad; logró así nutrirse y encauzar la fuerza de la revuelta. En este sentido suele apuntarse a la revuelta de 2001 como condición de posibilidad del proceso kirchnerista. Pero también su condición, en tanto proceso de delegación anímica, transferencia de fuerza a la Jefatura, es 2002, la masacre de Avellaneda. El dolor y el terror generaron la disposición a delegar, dejarse representar, mediatizar. Después, la jefa dispuso, y la militancia dogmatizó, votar a Insaurralde, a Scioli, a Alberto, y aún mientras se acusaba a Alberto de traición, a Massa -¿no va a traicionar? Siempre con aquel realismo de lo dado, que es el verdadero juego a la derecha. Con el des-empoderamiento político, de protagonismo, de la multitud común. La idolatría sacralizante desarma la potencia de movilización, tarde o temprano. Hay algo en el peronismo de tragedia: pareciera no poderse sin el peronismo ejercer transformaciones igualitaristas, pero a la vez bloquea la fuerza que las sostenga. Si dependen de la Jefatura, resultan de papel, fáciles de soplar. Por supuesto, el enemigo del igualitarismo nacional y popular es el conjunto de actores que se benefician del empobrecimiento general, que hoy está de fiesta.

En algún momento cambiará la marea. Puede que vengan cosas nuevas; entre ellas, un nuevo rol del peronismo en la movilización social. Sin movilización social no hay fuerza efectiva posible para un gobierno que pretenda intervenir contra la relación de fuerzas establecida. En 2008, la Coca Cola todavía mantenía su edificio de oficinas administrativas oculto, sin cartel, invisible, por miedo a la insurgencia popular. Sin movilización social, que redistribuya el miedo y se asusten un poco las elites, un gobierno no puede más que administrar el statu-quo, el estado de cosas, a lo sumo sin crueldad, o sin hacer de la crueldad la ideología oficial, lo cual, claro, hoy sería de desear… No por arriba, sino con un estado de salud alegre y potente del cuerpo social -alegre incluso por lo que hacemos con los dolores y heridas-, en su naturaleza autónoma, fundante, gestante, puede poner coto al fascismo, que no es fascismo, pero falta palabra mejor para esta política del sufrimiento horizontal y la sacralización de los millonarios; algo nuevo, capaz de ofrecerle al sufrimiento convertirse en algo mejor.

Pensar sin Estado (al Estado, y a nosotrxs). Ignacio Lewkowicz y el presente. // Agustín Valle

Intelectual de singular brillo y capaz de dejar una huella indeleble en sus centenares de interlocutores, profundo lector de Marx, Foucault, Althusser y Badiou, entre otros, Ignacio Lekwowicz (IL) tenía una erudición no burocratizada, con un marcado sentido situacional del valor de las lecturas, lo que le permitió desarrollar una teoría y un lenguaje propios. Era historiador, pero un historiador raro, que insistía en que la historia no se dedica a investigar el pasado: la historia toma al pasado como campo de muestras para investigar los procesos de mutación en la forma humana, la subjetividad, el lazo. La historia estudia alteraciones, agotamientos, novedades. Mira al pasado para entrenar la mirada en distinguir —nietzscheanamente— qué fuerzas están activas y son configurantes en un entramado; y qué elementos, por el contrario, son restos, que todavía están más o menos inertes como árboles en pie pero sin vida. De hecho, fragmentos inerciales (que todavía existen) pueden persistir por siglos, pero su efectiva supervivencia se adapta a la pragmática actual, aunque sus habitantes puedan percibirse igual que siempre, como parados en una esquirla grande sin advertir el Big Bang. Las monarquías, la Iglesia católica, los diarios en papel, son ejemplos diversos.

Ahora bien: si se entrenan en estudiar las mutaciones, lxs historiadorxs pueden dedicarse a pensar el presente. Es lo que hacía IL: un radical pensador del presente.

Tras la muerte de Dios, aún debemos lidiar con su sombra, citaba IL a Zaratustra para decir que “así nos pasa a nosotros con el Estado-Nación: murió pero lidiamos con sus sombras”. Aquella meta-institución que coordinaba integralmente el conjunto de las instituciones y las relaciones entre individuos sufrió el desfondamiento de su capacidad de producir subjetividad. El Estado ya no es lo que era. “Tiene mucha influencia, sí, pero influencia no es soberanía”, escribió. Ya no produce ciudadanos, administra (si acaso) consumidores. El mercado —incluyendo los medios de comunicación— produce la subjetividad. Para la subjetividad mercantil (el consumidor, el espectador, el usuario) el Estado es un dato, un recurso, una nostalgia, un enemigo…

Sin embargo, agotado como Estado-Nación, el Estado puede ser pensado bajo nuevas figuras que le devuelvan potencia vital para la población y el territorio. Esa inteligencia caracterizó el proceso de relegitimación gubernamental desde 2003, con la presidencia de Néstor Kirchner. Una nueva legitimidad de gobierno y Estado, que se nutrió de subjetividades previas, sublevadas contra la representación en 2001, y desplegó potencias nuevas. Empero, si las sombras del Estado oprimen el cerebro de los vivos, impidiendo pensar con representaciones ajustadas a la realidad concreta del presente, tal revitalización está condenada a chocar. Así es como se produce la “farsa” de la repetición marxiana de los acontecimientos en la historia, porque la “segunda vez” no acontece la cosa sino una cosa con estatuto de eco, sombra o representación de aquello que tuvo fuerza efectiva en su vez primera.

En una entrevista realizada por Luis Gruss, incluida en el flamante libro Todo lo sólido se desvanece en fluidez (Coloquio de Perros, 2024), IL afirma que Marx dice eso en El 18 Brumario porque lo que le importa es que no se repita la historia, que no derive en farsa. Esa preocupación —ese deseo, mejor—, acaso sea de Marx, pero seguro de IL: pensar el presente con rigor, precisión y efectos subjetivantes, animándonos a asumir lo poco que a priori sabemos sobre él sin la lluvia de representaciones inerciales con las que podemos creer que sabemos algo, que tenemos un mapa eterno de lo real. Lo llamó, en aquellos años, pensar en inmanencia, pensar en situación, pensar en fluidez, pensar sin Estado.

Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez (Paidós, 2004) es su libro más conocido. Se publicó días antes de su muerte y puede que sea el libro más rico de la revuelta de 2001 (la mayor sublevación popular argentina en medio siglo), libro partícipe de ese gran movimiento político, subjetivo, intelectual, estético, económico, nombrado por la vitalidad de la insurrección. “2001 liquida nuestra posmodernidad” es su primera frase en el libro. Ya durante el 19 y 20 (y en enero y febrero de 2002), IL había escrito lo que conforma su libro Sucesos argentinos. Notas ad hoc (Paidós, 2002), con varios textos de amigxs e interlocutores. La propuesta fue pensar el estatuto actual de la ley (estatal), el consumo, la figura del vecino, la transferencia, las cacerolas, el amor, la exclusión, la escuela… de todo.

Pensamiento de una radical presentificación que constantemente se quita las secas pieles de percepciones obsoletas, la obra de IL incluye ocho libros (Arquitectura plus de sentido, con Pablo Sztulwark, 2019; La Historia sin objeto con Marcelo Campagno, 2007; Pensar sin Estado, 2004; Pedagogía del aburrido, con Cristina Corea, 2004; Estado en construcción, con el Grupo de Reflexión Rural, 2003; Del fragmento a la situación, con Mariana Cantarelli y Grupo Doce, 2003; Sucesos Argentinos, 2002; ¿Se acabó la infancia?, con Cristina Corea, 1999), que incluían mucha conversación y colaboración. Trabajaba más conversando que escribiendo; coordinaba grupos de estudio y pensamiento, y mucha de su obra escrita proviene de desgrabaciones de esos encuentros y de charlas y presentaciones (amén de que escribía con marcado orgullo literario).

sin precedentes


“Pensar sin Estado”, aclara IL, no equivale a pensar que no hay Estado. Tampoco a pensar contra el Estado. Se trata, insiste, de pensar sin el Estado como lugar a priori del pensamiento. Para poder incluso pensar sin Estado al Estado. Un pensamiento postestatal es imprescindible para potenciar al Estado que hay; un Estado, cabe la paradoja, postestatal. O “Estado posnacional”, como se titula un libro del lewkowicziano Pablo Hupert.

Un Estado que no precede sino que procede. El kirchnerismo armó así, desde 2003, una gubernamentalidad como interfaz entre la movilización social y la representación institucional. Ofreció cauce y contención a las subjetividades de la revuelta. Forjó potencias en el Estado a partir de una ligadura con fuerzas que no estaban fundadas estatalmente; ejerció un pensamiento posestatal desde el propio Estado. Un gobierno que sabía que no tenía soberanía sino influencia, que el Estado procedía y no precedía (que no producía la realidad), que articulaba interfaces con subjetividades autónomas.

Pero allí comenzó a crecer, poco a poco, una “razón de Estado”, como observara Horacio González. Se fue imponiendo un realismo institucional de reproducción de los recursos (los cargos, la guita). Las fuerzas no estatales pasan de participar como interfaz a ser encausadas, luego contenidas y finalmente incorporadas. La contracara fue lo que Diego Valeriano llama la delegación del estado de ánimo: una deposición del fundamento autónomo del deseo, apoyado, pues, en una adhesión o idolatría. Así, de nutrirse de (o con) fuerzas de subjetivación autónomas (los laburantes desocupados, las asambleas, los redonditos, los movimientos de DDHH), el gobierno estatal pasó prácticamente a pensarse a sí mismo con autonomía. De allí a la resultante “separación entre política y gente” tan mentada el año pasado. Y también de allí que pasamos de un nombre casi vacío (Kirchner) que fue llenado por movimientos de subjetivación presentes, a nombres puros de la razón de Estado, nombres de la separación, los candidatos “sin herencia” como fueron Martín Insaurralde, Daniel Scioli, Aníbal Fernández, Alberto Fernández, Sergio Massa (con Alberto fue notorio el intento popular de investirlo, de llenarlo de una fuerza preestatal, Alberta presideeeente).

El pensamiento de la subjetividad, el laicismo nietzscheano de pensar sin Estado, invita a bajar un poco la mirada del Palacio y pensar en el sustrato subjetivo de la política. En las dinámicas que dan forma a los sujetos de una época, las prácticas, instituciones, máquinas o dispositivos que organizan la forma humana. En el capitalismo financiero no son justamente las instituciones estatales las que producen la forma del bicho humano. IL define su noción de subjetividad de manera muy simple: el conjunto de operaciones necesario para habitar (o sobrevivir en) unas circunstancias históricas. Circunstancias estatales-nacionales (el ambiente cerrado de la institución disciplinaria) producen ciudadanos; circunstancias feudales producen, producían campesinos, vasallos, monjes y señores; el mercado produce consumidores, las pantallas espectadores y las redes usuarios.

¿Y no vemos hoy una subjetividad mercantil y conectiva a sus anchas en la escena argentina, en desmedro de los “deseos de Estado”?

la única verdad es el mercado


Las elecciones ofrecieron una especie de referéndum sobre lo público y lo público perdió. Ganó la percepción de que la única verdad es la mercantil. El Estado fue un “discurso” derrotado por un realismo selvático del capital. Selva que se habita con rigurosa etnografía conectiva: el botón de eliminar, cancelar o mutear para administrar conflictos; la percepción automatizada en códigos simplificados ante la saturación que aturde; el estado de disponibilidad permanente; la autopromoción y la autoexplotación; la insensibilización ante el exceso de estímulos, etcétera. Si somos cuerpos con experiencia selvática, claro, no sorprende que se festeje un león ordenador. Milei: un rugido para descontracturar —un momento al menos— la multitud bruxante. Una intensificación sensible para los quemados, aunque sea fugaz.

La agresión y el odio hace rato que son una operación necesaria en la guerra atencional mediática (más que un “discurso”). En cambio, no abundan las experiencias o dispositivos que instalen en el cuerpo la verdad de que “la patria es el otro”. Quizá la mayor sea la escuela pública, con su abrumadora fragilidad, y acaso por eso el ultracapitalismo la desprecie y quiere aniquilarla. Esa frase queda como “ideología abstracta”, como muchas otras del “partido del Estado”. De hecho, muchos de los programas que realizaban la “inclusión” y la “expansión de derechos” se apoyaban en la neoliberal precariedad de las condiciones de trabajo de sus agentes. Como los contratos anuales (para labores crónicas) que ahora fueron “discontinuados”. Esos laburantes, que en muchos casos habitaban su rol con “subjetividad heroica”, al decir de IL y Elena de la Aldea, eran nombrados por un discurso estatalista y democratizante mientras su facticidad jurídico-institucional y económica era mercantil.

Este defasaje entre representaciones y prácticas es uno de los vectores que debilitaron la “política de un Estado activo”.

Pero acaso el más flagrante caso de desfasaje —o peor, inversión— entre representaciones y prácticas subjetivantes fue la insistencia de Cristina Fernández en decirle a la gente ustedes son empoderados, empoderados por el gobierno, por el Estado. ¿No era al revés? ¿No era ella empoderada por las fuerzas de la rebelión de 2001, por el pueblo y su capacidad de subjetivación? Después, claro: le decía “sos un empoderado por el Estado” a quien durante tu gobierno “le fue bien” (bajo los obvios parámetros mercantiles), y a ese próspero argentino le cayó mejor que un líder le diga que es exitoso emprendedor, individuo que sale adelante…

Si la realidad la funda el mercado, es lógico que la población hable la lengua mercantil como lengua madre. Si Mercado Libre es lo bueno, lo verdadero, ¿no es lógico que la subjetividad de época “elija” libre mercado? La subjetividad mercantil encuentra natural la política del mercado. Y el mercado es un ordenador político, distribuye recursos, define jerarquías, localiza poblaciones, asigna poder de verdad, etcétera. El capital tiene su orden para la polis (ordena por supuesto la desigualdad, busca que algunos ganen y otros sufran ser perdedores).

IL plantea la noción de subjetividad instituida, que es la subjetividad producida por los dispositivos dados (hoy en vez de instituida podríamos decir dispuesta). Cada máquina social produce su tipo subjetivo. Pero dice que cada forma subjetiva tiene un envés. Un lado oscuro desde el punto de vista de los dispositivos que la producen. Por ejemplo, para los obreros, los proletarios del capitalismo industrial, producidos —y alienados— por el dispositivo fabril, en el envés estaba su unión, emancipatoria porque volvía prescindible al capitalista. El capital forjaba su sepulturero.

Pero el capitalismo mutó de su cuño industrial al financiero, en un desplazamiento de sentido no solo económico sino político que disminuye la dependencia del capital de las grandes fábricas socializantes. El capitalismo financiero —una de las grandes curiosidades de IL— produce de forma recombinante (para decirlo con Franco “Bifo” Berardi), de forma conectiva, de forma fluida: las conexiones son aleatorias, siempre precarias, es decir, pasibles de desarmarse. No produce y requiere tanto encierro institucional y solidez de relaciones, como red de recursos y ocasiones disponibles. La sociedad red del capitalismo financiero. Una red capaz de organizar un aislamiento físico sin precedentes, con su continuo conectivo. Cada formación social tiene su régimen práctico de existencia, dice IL, y en la sociedad red existir es estar conectado. Algunos puntos son nodales, otros al borde de caerse.

¿Qué puede haber en el envés de la red? Puede haber nosotros, plantea IL. Nosotros es el nombre genérico del pensamiento en situación, el nombre genérico de la presencia, de la inmanencia terrena. Subjetivación sería pasar del estado en red al nosotrxs. Encuentros en el envés de la operatoria mercantil-conectiva que dispone y da forma a la vida.

La asamblea —modo del nosotros—, escribió IL, no debe pretender ni proclamar cosas que no puede realizar. Si pregona tareas que no puede realizar depende de poderes mayores; ya hay —de nuevo—delegación del estado de ánimo. Su tarea subjetivante es solo intensificar las potencias presentes. Es un radical anti-finalismo, sin metas espectaculares. Requiere “darse tareas” porque las potencias no están ya en acto: se pueden realizar o no-realizar. La potencia del nosotros está en el presente, pero no en la actualidad. No es parte de lo obvio. No es un conjunto sociológico; se produce en la subjetivación que lo instaura.

IL insiste en el pensamiento como modo, como lugar y así se aleja de las ciencias. Se abstiene de “diagnósticos de certificación académica”. El pensamiento, dice, no busca demostrar “la” verdad (de vuelta nietzscheano) más bien organiza ideas que valen como estrategia subjetivante. Un pensamiento historizante para habitar con más fuerza el presente; el trabajo intelectual como extensión del instinto de supervivencia.

Para sobrevivir, IL —también, judío de la diáspora— vivía en estado de conversación. Género del pensar sin Estado, de la igualdad y del nosotrxs; la conversación es también refugio ante la catástrofe. Porque afirmaba que la catástrofe está, es punto de partida, premisa: hay que pensar qué podemos hacer mientras tanto. Quizá, en medio de la velocidad como exigencia permanente, mientras esperamos que la marea vuelva a cambiar, sea realizable desear la multiplicación de uno, dos, mil nosotros para el atestado desierto argentino. Porque nosotros —nosotres, nosotras—, dice IL, es el nombre posible de los sujetos que parten de la catástrofe y no que la concluyen como derrotado diagnóstico.

 

Vía Revista Crisis

Descartables ya éramos // Agustín Valle

El espectáculo de crueldad en curso, donde se niega el valor de gente que labura hace años y a la vez el de los receptores de su trabajo, ¿cómo es posible? Este goce en hacer sufrir, ¿es un modo de vida afirmándose? La excitación del poder marcar estigma y apretarle a algunos botón de eliminar; el circo sádico de declarar descartable a la gente, tiene como condición de posibilidad la precariedad de las condiciones de trabajo con que se realizó la expansión de derechos y las políticas de inclusión.

Muchas de esas políticas tuvieron signo popular pero base neoliberal, apoyadas en la precarización laboral. Es legal que el Estado eche a alguien que trabaja hace veinte años -incluso con responsabilidades y labores altas, incluso con subjetividad heroica…-, sin siquiera indemnización, encubriendo la relación de dependencia. Es decir que el fanatismo del capital opera sobre una infraestructura institucional neoliberal que creció durante los gobiernos peronistas.

Crispamos al monstruo -con el signo de las políticas- y ahora en su revancha encuentra que la casa de los orquitos era de papel. Monstruo porque su deseo, la positividad de su deseo, tiene a hacer daño como necesidad primaria. La pasión anti igualitaria gobernante (ideología o sensología coincidente con el interés de las elites, claro) necesita ejercer la crueldad. No solo porque cosificar vidas alisa el terreno de la mercantilización (Segato). ¿O no es entendible que el dolor, las humillaciones y violencia sufrida por la desigualdad se traga mejor mejor volviéndolas menores relativamente a los que, esos sí, cagan fuego? Pero la eficacia de este show cruel de golosinas caníbales (aunque un caníbal es mucho más digno que un sicario sobador del poder abstracto del capital) encuentra un suelo institucional, jurídico-económico, adecuado. Decíamos que la patria es el otro y resulta que el trabajador de la inclusión era descartable. Quizá “no podía hacerse de otro modo”, lo que señalaría una falta crítica de pensamiento sobre el Estado en el discurso estatista que pretende resistir el absolutismo del capital.

Juntos la sonrisa y el llanto (Perfect Days) // Agustín Valle

“Perfect days cuenta la historia de un tipo que se dedica a limpiar baños públicos”, sí, es verdad, pero contarlo así traiciona un poco el alma de los hechos; la película cuenta la historia de un artista, muestra la consistencia de una vida artística. Integrada por “el sentido del deber” y una ética vincular, con marcado esmero por hacer un bien a personas que no conoce ni ve (el ta-te-ti que juega en diferido con un anónimo subraya ese vínculo indirecto). Pero esa praxis, que logra un bienestar espiritual dejando impecable el sitio de las excrecencias comunes y anónimas, puede pensársela como envoltorio y condición para su praxis artística. El tipo es un artista visual, que vive ambientado con música y literatura todos los días. Cuida el estado de su percepción, su capacidad de conmoverse con la azarosa belleza de la luz solar en su aventura terrestre. Tiene hábito y método; saca una foto por día, en el intervalo de su jornada laboral, durante su almuerzo, sentado en un banco de plaza bajo grandes árboles. Con una cámara analógica que no pone ante su ojo, no tapa su cara con la máquina: él mira la copa del árbol, la luz entrecortada, extiende la mano con la cámara y captura (más que “dominar la técnica”, inventa una). Después revela, mira y selecciona, algunas tira, otras guarda. Hace obra y archiva. Fotografía al árbol, o, quizá, al sol: solo que, para observarlo, es necesaria la sombra. Acaso los artefactos tengan técnicas para fotografiar directo el sol, pero la imagen de puro sol de mediodía no es parte de nuestra experiencia corpórea. Sí el sol matizado, entremezclado con su ausencia. No puede haber solo luz; la sombra nos constituye, en tanto cuerpos. De allí la escena frente al mar con el tipo que tiene un cáncer terminal, donde juegan a la mancha (“quién la trae” la llaman) de sombras. Quién trae la muerte; ¿quién no? Es inherente a lo vivo. El teatro se representa con máscaras binarias: la de alegría y la de tristeza. Pero este tipo, este artista, encuentra la verdad en la inseparabilidad de la luz y la sombra, la verdad de la vida en una intensificación sensible que acentúa a la vez la alegría y la tristeza, juntas la sonrisa y el llanto.

La libertad totalitaria // Agustín Valle

La libertad puede concebirse llanamente como la ausencia de impedimentos (o constricciones) para realizar el propio arbitrio, o más bien como la posibilidad de elaborar deseos y sentidos autónomos. La primera es una libertad sobre todo “externa”, en el sentido de que concierne a nuestras acciones más o menos visibles y menosprecia la dimensión “interna” donde el mundo da forma a nuestros deseos, introyectado en nuestro cuerpo y psique. Se bromea sobre lo “virgo” de algunos adherentes al purismo capitalista, pero encarnan ciertamente una concepción virginal o incondicionada del deseo: como si no se produjera ya tocado por fuerzas mundanas. Un yo autopercibido libre a priori, en su constitución, como si la subjetividad naciera libre, sin condicionamientos ni orientaciones de las fuerzas sociales (de manera que, incluso aunque mi deseo justo coincida exacto con los patrones dominantes, se autopercibe libre y “propio”). De allí el carácter “negativo” (Bobbio) de esta concepción de libertad: se define por la ausencia de fuerzas externas que te obstaculicen (o empujen). Yo libre y que nadie me joda. No es una libertad que se forje, que se labre, como la libertad “positiva” (la posibilidad de elaborar valores, sentidos, modos). No requiere crear, sino despejar entes molestos (de allí que es la concepción de libertad más adecuada para sujetos producidos por la posesión de capital, aunque no se limita a ellos). En su propio gen, entonces, esta libertad consiste en suprimir o reprimir fuerzas percibidas como escollos u obstáculos a su despliegue impoluto.

La represión, censura y persecución ideológica en nombre de la libertad, pues, no son una contradicción: es una concepción de la libertad totalitaria por naturaleza. Que se corresponde con el contragolpe histórico del yo (tecnificado en la conectividad), que toma su deseo espontáneo como libre e imperial (aquí resuena la línea que, según Piglia en Respiración Artificial, va del yo cartesiano a Hitler). Así, esta “libertad negativa” es óptima para para reproducir obediencia y sumisión de fondo: libertad para el deseo que la dominación produce. Libertad que replica los valores establecidos -la obviedad del valor dominante-. Depende y reproduce la obviedad, la libertad totalitaria; crear valores y sentidos nuevos no es asunto suyo. Solo puede ser fanática de lo dominante, y quiere liberarse de todo lo que no se pliegue a esa obviedad -verbigracia el capital, la razón de Negocio, la ganancia privada-. Toda rugosidad que ralentice el liso e inmediato verificarse de su tautología, es enemiga de la libertad totalitaria. ¿Para qué dejar una agencia de noticias pública, que no persigue ganancia privada? Si ya hay medios capitalistas suficientes y libres para verificar el estado de cosas. La del capital es la única verdad; si Clarín miente, Télam es en sí mismo una mentira, para la libertad totalitaria.

El empobrecimiento es enriquecimiento de quienes gobiernan // Agustín J. Valle

Están los que votan. Están los que ocupan cargos de gobierno. Y están los sujetos sociales que gobiernan, no es tan difícil reconocerlos: son los que festejan porque sucede lo que ellos quieren. Felices hoy en medio del dolor general. Algunos gobiernan desde acá, otros desde Punta, otros de Nueva York, etc.

 

Y pensar que los dueños de la tierra le hicieron un tractorazo al gobierno pasado antes de que asumiera… Ahora están ensalivados gozando de antemano la represión.

 

Modelo agroexportador (industricida) y con las elites del primer mundo llevándose bien barato todo lo mejor de esta tierra; muchos pobres muy pobres y pocos ricos muy ricos: qué viejo resulta lo nuevo. Hay mucha novedad por pensar y entender, sí: en los modos y las lógicas subjetivas que acompañan esta intensificación regresiva de la degradación y la entrega que, vamos, ya venían rigiendo.

 

Una tragedia: Los deseos igualitaristas y democratizantes quedaron en una posición conservadora, hecha de miedo (tanto miedo que de besar sapos pasamos a tragarlos, como escuché a María Cisneros); y las pasiones más adherentes al orden establecido -el del capital-, quedaron con actitud de izquierda, formalmente rebeldes. «Que cambien cosas para que nada cambie». Milei encarna esa paradójica rebeldía de la obediencia: desacatado contra poderes menores y medios, idolatra en cambio, genuflexo, al poder mayor: lo opuesto a un anarquista, como me observó Joaquín Alfieri.

Y su odio a los zurdos, odio de bulldog castrado, de león sumiso que a las elites les surgió tras el fracaso de su gato, es el típico odio del «culo domado a bastonazos» cuya adoración por el poder tiene como fondo la propia humillación de la obediencia, hacia los que osan cuestionar el lugar de poder naturalizado del poder mayor. Los que no hacen caso tocan la íntima llaga de su obediencia nuclear.

 

Pero algo nos enseña este gato matón: Es mejor tener odio que solo depresión.

Sacrificio’s // Agustín J. Valle

“Somos Argentina, tenemos que sufrir”, decían los jugadores de la selección durante el Mundial, una y otra vez lo repitieron. Se decía en la calle también. Algo, se ve, ya estaba en el aire. Tenemos que sufrir. No es raro que una criatura tome lo repetido como destino. Pero en aquellos días de gloria -qué lejos quedaron- terminamos festejando juntos todas y todos. La calle era de la fraternidad nacional, cualquier cruce era bajo presunción de semejanza. Alegrados por lo mismo. Sintómaticos días, a la vez, de un deseo que se ve que existe en algún lugar del presente, pero sepultado por el orden actual. Festivos días que mostraron -al revés que Jeckyl y Hyde- un lado B de fiesta igualitarista, oculto y dormido tras la oficial faz normal de la vida mercantil y sus pasiones tristes, la vida «real» en la selva -donde, claro, es natural elegir a un león. El bruxismo cotidiano pega, al menos, un rugido de alivio. Sueña con no ser presa y predar.

Los modos del sacrificio quizá puedan vertebrar una narración de la historia humana. Cuanto más idealista el bicho sapiens, acaso, más sacrificial. Porque las metas trascendentales, abstractas, son ideales -precisamente- para justificar el dolor actual. Incluso para requerirlo. “En nombre de” se realizan las mayores atrocidades. Porque la lógica sacrifical hace a la eficacia actual y materialista del idealismo: como el ideal no llega, hoy se organiza la economía de intensidades libidinales con el goce que da la crueldad.

Ayer en el Congreso lo que más fervor causaba eran los cantitos de odio a enemigos compartidos; las enemistades eran el principal vector cohesivo. Había poca gente, muy poca para ser la recepción de un gobierno triunfante; nadie comparado con la inconmensurable movilización que recibió, justo cuatro años atrás, al gobierno de les Fernández, coronando la victoria de la resistencia al macrismo. El problema fue que esa fuerza coronara emergentes fuera de sí, de su vitalidad autónoma. Al empobrecimiento y la entrega propios del gobierno de Fernández hay que poner a la par, como saldo dramático, la desactivación del movimiento social, que fue el origen histórico de la fuerza del kirchnerismo, y es el único que puede hacer fuerza efectiva contra el statu-quo. Es más, el empobrecimiento -que no es sino el enriquecimiento de sectores privilegiados locales y foráneos- es efecto de la desactivación de la movilización social.

Una tragedia: el kirchnerismo como gobierno crispó a las fuerzas reactivas más ocuras de la sociedad, pinchó al monstruo, y terminó desarmando a las fuerzas capaces de resistirlo, de plantar otros deseos en la sociedad. El desarme, vía delegación del estado de ánimo, fue una fetichización idolátrica según la cual el pueblo fue empoderado por el Estado, cuando la clave fue al revés.

Desarmada la movilización y, además, quemada su agenda. Porque si alguna intención igualitarista hubo en el gobierno saliente, no pateó al arco jamás, no trabó fuerte una vez, y las banderas progresistas quedaron impugnadas por enarbolarse mientras se agudizaba el mal vivir de la gente. “Estado”, “derechos”, incluso “democracia” y “patria”, etcétera, pegadas a una política de ajuste, hambre y entrega, pasan a ser mentiras.

En cambio, si se vive mal, si vivís sufriendo, que alguien venga y diga, precisamente, “sufrimiento, dolor, y más allá la salvación”, resulta más adecuado. Sinceramiento de la economía afectiva. Vivimos mal y al menos por los próximos dieciocho meses (?) vamos a seguir viviendo mal: ¿no es de lo más verosímil y sincero que se dijo en el teatro político últimamente? ¿No tiene sentido querer que, al menos, este dolor sea antesala de un orden nuevo y luminoso? Y es pueril burlarse de una matriz racional añeja al menos como Occidente.

Ahora bien, ese dolor se tramita con una dosis de crueldad. Milei encarna la racionalidad pura del capital; un idealismo del capital. El paraíso prometido es de competencia y desigualdad. Tal su horizonte salvífico. Sacrificarse, ajustarse, sufrir, se tolera más fácil si hay algunos que encarnan un destino cualitativamente peor: no ya perdedores en la desigualdad, sino sujetos negados en su condición de semejante. Destituidos de su humanidad, orcos. No gente a la que le pasan cosas malas, pobres; sino gente mala, cuyo destino correcto es el escarnio. Un castigo que no busca restituir castidad, un castigo supresivo, donde el espectáculo de la crueldad devuelve alivio al ánimo de los integrados. La destitución de la semejanza es una operación necesaria como trasfondo que normaliza el sentido la desigualdad (de allí la relevancia de apoyar a Israel para el pathos neoliberal). Una verdadera tecnología política donde el dolor propio se justifica por la presunta salvación por venir, y el tránsito mientras tanto se tolera mejor con una buena cuota de sangre ajena.

Perfección del capitalismo // Agustín J. Valle

Qué perfecto es el capitalismo: capaz de (re)producir la subjetividad que necesita. Aún bajo condiciones de un mal vivir escandaloso, aún inculcando por doquier al apocalipsis como sensación, produce sujetos que tienden a reproducirlo, a desearlo. Admirable, chapeau a la burguesía… Aunque el término “burguesía” no se usa más: desde la Dictadura más o menos, para decirlo con humor negro, desapareció, con todas sus declinaciones (estética burguesa, individualismo burgués, etc). Resulta que los que ganaron no solo escriben la historia sino que, además, se invisibilizan como sujeto autor. Autoridad invisibilizada (y cuando se invisibiliza la autoridad de la clase capitalista, es lógico que se infle y mistifique la autoridad de “los políticos”). El campo semántico en torno al sustantivo “burguesía” desapareció en la naturalización total de sus descomunales ganancias y poder. La desigualdad y la concentración de la riqueza es tan obscena y abismal como natural y hasta innombrable, al modo del agua para los peces. En un movimiento increíble, la pobreza y la miseria terminan velando -en el discurso y la atención políticas- a la riqueza desbordante. Chapeau, digamos, entonces, a los sectores que resultan privilegiados en el orden actual de las relaciones sociales.

Me llegó una vez el relato de un tipo que fue director de fábrica en Ushuaia en los setenta, empresa argentina de electrodomésticos, industria nacional, y contaba que el gobierno militar, en un momento, les ordenó cerrar la fábrica, no en forma definitiva pero sí suspender su actividad por un buen tiempo: para evitar la reunión de los obreros, y, así, bloquear su activismo político. La industria, epicentro del negocio capitalista, instancia de extracción de (plus)valor de la vida, resultaba políticamente peligrosa. Una contradicción de intereses entre la economía y la política capitalistas; un momento donde lo político estratégico intervino primando sobre la forma del negocio cotidiano. Perder negocio para cuidar el negocio.

Y esos fueron los años, en efecto, en que se consagró el afamado paso del capitalismo industrial al financiero. Un desplazamiento en la dinámica de valorización del capital, que pasó a regirse cada vez más por procedimientos de especulación que de producción. Pero entonces, a la luz de la anécdota referida, puede pensarse que el paso del capitalismo industrial al financiero no es solo un movimiento económico, no es solo un perfeccionamiento en las técnicas de valorización y la persecución de ganancia, sino que tuvo, también, un sentido político: organizar el negocio del capital sin poner en el centro a las fábricas, sin producir a sus propios sepultureros, o al menos restándoles poder. Desde allí entonces el sujeto del cambio social se desdibuja (y no solo por la caída del bloque pro soviético). Las clases dominantes encontraron la capacidad de seguir extrayendo un plusvalor, una ganancia privada succionada del trabajo de la multitud (de dónde si no), sin forjar un sujeto que, protagonista central de la producción, tenga todo dado para unirse prescindiendo del patrón. La fábrica como algo subordinado al negocio financiero.

La gente no trabaja menos en el capitalismo financiero, pero sí con menor estabilidad. Los lugares en el orden general de la producción son menos sólidos, menos fijos. Hay cada vez menor permanencia en un lugar de trabajo, incluso en un rubro; cada vez más necesidad de adaptarse y ser capaces de hacer muchas cosas distintas, no solo a lo largo del tiempo, sino a la vez. Así, el trabajo no te devuelve una identidad estable; a la persona que no posee más que su fuerza de trabajo para vivir no se le arma una identidad definida en tanto que trabajador. Ya no sos metalúrgico o telefónico o lo que fuere, sino que sos “vos” y dependés de tu aguante y rebusque para salir adelante… Más que “ser”, el mercado exige estar disponibles para lo que la ocasión mande.

Cada cual teniendo que sobrevivir, salvarse, haciendo una cosa u otra, pues, se logra una torsión que es de los mayores logros del capitalismo: que una enorme cantidad de trabajadores se conciban a sí mismos como emprendedores independientes, como individuos auto producidos. Como empresarios que todavía no llegaron a armar su negocio y tener empleados. Y si se muerde alguna cosita del Estado o de algún lado, es leída desde esta misma lógica, desde esta misma racionalidad de sujetos como micro empresas, que gestionan su supervivencia o progreso de modo multiforme. El Estado no funda subjetividad sino que provee -si acaso- algún recurso para este sujeto que piensa con la racionalidad del capital introyectada. “El liberalismo es la ideología de personas que creen que no se necesitan unas a otras”, dice MartinWalser. Si ya vivimos en la selva, si la única ley ante la que resulta verosímil concebirnos “iguales” es la ley de la selva -el mercado-, entonces los ricos son capos aspiracionales, porque “la hicieron”, y se odia a los que tienen facilidades o ayudas propias de un Estado proveedor irreal; en la selva se vota al león, o su mejor postor, porque el odio, la bronca, el rechazo, por lo demás, son naturalmente más seductoras y vigorizantes que el miedo.

Al borde (redes y nosotrxs) // Agustín J. Valle

Anoche fuimos a la Cazona de Flores a ver la peli documental de César Gónzalez sobre el proceso electoral, Al Borde. Yunta nutrida de gente. La proyección incluía una presentación, tipo prólogo antes del comienzo del film propiamente dicho, donde CG y Federico Vázquez, uno de los directores de Futurrock (productora de la obra) contaban, sobre todo, que «en este momento esta película está estrenándose simultáneamente en más de cuatrocientos lugares en todo el país». Que habían pensado publicarla online, pero prefirieron agitar que nodos comunitarios de todo tipo la proyectaran, gratis. Que la gente se junte para verla, aún si eso hacía que la viera menos gente que si la estrenaban en youtube (aunque no es seguro, eso). Creo que la decisión es ejemplo de un tipo de operación o desplazamiento político y subjetivo clave en esta época: el paso de la red al nosotrxs. El capitalismo conectivo nos dispone en red. La red, como figura, designa una constelación de conexiones, pero también un dispositivo de sujeción. En el régimen conectivo de producción, donde si no estás enganchado en la red no existís, pues, una subjetivación emancipante consiste en convertir esa fáctica red en un nosotrxs autoafirmado. Y desde el punto de vista de la experiencia, son mundos distintos. El cambio cualitativo es enorme, entre la soledad atestada de la red, y la presencia compartida del nosotrxs -así sean momentáneas y modestas las puestas en nosotrxs.

Después, la peli no me gustó mucho. Sí al comienzo, el primer rato: un documental que registra y testimonia desde barrios humildes, marginales, periféricos, villas y asentamientos, preguntándole a personas distintas por el escenario electoral. Esta pregunta por la política desde los sectores económicamente más pobres y vulnerables de la sociedad resulta especialmente vital porque tiene un encuadre, en el primer tramo, sin victimización, ni moral cristiana, ni esnobismo intelectual ni de estetización, en fin: sin los lugares comunes del estigma reaccionario o la culpa progresista. El tono es simpático, gracioso, fresco y variado. Pone una cámara vivaracha y da el micrófono en lugares de la ciudad que raramente pueden expresarse así, sin subordinación a algún sabiondo explicador. La gente dice distintas cosas y de distintas maneras.

Después, sin embargo, comienzan a repetirse una y otra vez testimonios del mismo tenor, básicamente trabajadores más o menos precarizados, más o menos pobres -algunos en condiciones de miseria ante la cual sobrevivir y regalarle una alegría a los chicos en sus cumpleañitos amerita la mayor de las admiraciones-, diciendo que con Milei todo sería peor, que necesitamos al peronismo, y que al peronismo no lo van a borrar tan fácil. Ah, y que los llamados “planeros” son gente que labura, necesita ayuda y es víctima de una estigmatización vil. El problema por un lado es que se hace larguísimo con voces que dicen y redicen lo mismo una y otra vez (“le sobran cincuenta años”, como decía Borges de Cien años de soledad, “¡pero eso significa que tiene cincuenta buenos!”). Y, por otro, que ya deja de ser un documental en el sentido de documentar el estado de cosas; deja de descubrir y pasa a compilar material donde encuentra lo que decide buscar y mostrar. Lo “documentado” queda sometido a un finalismo, el finalismo de un mensaje. Y por tanto se vuelve imposible no discutirla políticamente, incluso en los magros términos de la política representacional y su coyuntura: tanto es la mejor opción el peronismo, pero no hay una sola palabra que dé cuenta de que estos cuatro años que terminan fueron del peronismo gobernando. Ese problemita lo pasamos por alto. La película termina siendo un largo spot de campaña. Y sí, ¡vamos Massa! Y vamo Massa no podemos perder… Pero es difícil encontrar en la peli elementos que puedan ganarse votos o simpatías de gente que no estuviera ya decidida a clickear al candidato peronista en las urnas. Lo que sí ofrece, en el modo en que se decidió su circulación (y entiendo que también su producción, con una financiación multitudinal), son motivos para que se fortalezcan los espacios de encuentro, los tejidos micro políticos, la cercanía deseada y habitable, para que el espacio sensible al cual pertenece se dé ánimos, para que las redes no se olviden de nosotrxs.

Qué hace la amistad // Agustín J. Valle

*Desde el Taller de Pensamiento y Escritura

1- Qué misterio, la amistad. Vínculo no obligatorio, no contractual, no legislado; sostenido en sí y porque sí. Véase que lo que “no” tiene es claro, en cambio lo que sí, es opaco. ¿En qué consiste? ¿Qué distintas cosas hace la amistad? ¿Qué efectos tiene? Por supuesto habrá distintos tipos de amistad. Amistad de entretenimiento, de descarga, de autodestrucción, de indagación, de humor, de apoyo mutuo, de hermandad, una amistad compañera, una amistad amiga, una neoliberal… “Yo no tengo amigos, tengo contactos”, decía un figurón mediático argentino. La lógica vincular utilitaria sí es más clara: las relaciones existen en tanto y en cuanto sirven para otra cosa (aún aquellas en las que se despiertan afectos, que permanecen secundarios ante el sentido primario instrumental). Cada persona un medio-para cosas. Ningún vínculo donde quedarse y que se expanda a lo ancho.

2- “Uno mismo en otro cuero”, decía Atahualpa cuando le preguntaban qué era un amigo. Uno mismo en otro cuero. Paridad, igualdad en ser destentos. Mirar a los ojos y, entonces, no es exactamente otro. Somos nosotros. Mirarse a los ojos.

Pero “uno mismo” como evidencia básica, también, del misterio. “Quien está libre de pecados, que tire”: quizá el sentido de esa frase no resida solamente en que hay que estar puro para reprimir a otres, sino en que cada quien encuentra ya en sí mismx una primaria muestra de que las personas tienen fallas. No fallas como errores, o cosas que no están bien. Fallas en sentido más geológico, “accidentes” como se usa el término geográficamente: variaciones, discontinuidades, rugosidades, abismos. Cosas que no entendemos. Que nos pasan sin que decidamos, ni acaso alcancemos a desentrañar por qué causa. La inabarcabilidad del otro -el otro uno– alumbra la inabarcabilidad propia. Recuerdo a mi migo Ariel Pennisi decir que la amistad es un vínculo entre abismos. Un abrazo entre dos abismos.

3- ¿Y no habilita la amistad también un descanso, del rendimentismo, del simulacro? Un descanso donde entonces se piensa de otro modo, con el ánimo y el sentir de fuerza de quien piensa desde la posición en que el amigo lo piensa, dejándose modular por la mirada y el deseo del amigo, la amiga. Quién somos en cada dimensión de nuestra vida, en cada ambiente. En la amistad se puede contestar sin mentir a la pregunta por ¿cómo estás? Amigo, amiga, es quien te pregunta cómo estás queriendo de verdad escucharlo.

4- Nietzsche dice que un amigo debe servir de reparo, de cobijo, de ayuda, ante las dificultades de la vida -no es que el mundo fue hecho para nosotros-. Un amigo debe ser un lecho para el amigo, que le permita descansar cuando lo necesite, pero un lecho duro, dice, un lecho de campaña. Para que no se adocene. Para que no se ablande por demás.

5- La amistad misma tiene una dureza: el otro no va a ser el que vos querés, no cabe -como suele padecer el amor romántico- exigirle o esperar que el otro sea lo que uno quiere. Hay una paridad existencial y mutuo elegirse en afecto y cariño sin garantías. Antes o después, naturalmente con un amigo te vas a enojar. O va a tener algo, cosas, que no te gustan.

A quienes más queremos es a quienes más debemos disculparles cosas -y debiéramos empezar con nosotrxs mismxs, si logramos querernos mucho, disculparnos mucho-; no se puede querer sin perdonar. Lejos de la ostentación de poder que ejerce el “otorgamiento” de perdón, en la amistad se disculpa para poder seguir queriendo, se perdona porque queremos querer. Quizá, más bien, más que disculpar se acepta la naturaleza del otro, como creatura tal como es; como personaje de este mundo.

6- ¿Qué hace la amistad? No es la misma pregunta que de dónde viene, cómo nació, etc. Es más bien indagar su sentido, pa’dónde sopla. Por ejemplo. Lxs amigxs generan carcajadas. Reírse mucho. Reírse, reírse, reírse. Todo de pronto resulta gracioso; o logramos sostener(nos) atendiendo solo al punto de vista de lo risible. La risa a carcajadas es un movimiento, claro, de la mentecuerpo, del cuerpo y el alma, que una vez más se enseñan como dimensiones de una unidad; en fin: un acontecimiento muscular, cognitivo, psicológico, energético. La cara se nos transforma, no solo por los instantes de la risa: cuando la risa es mucha, las fuerzas de sentido muscular tan intensas y sostenidas borran los dibujos de fuerza habituales del rostro. La cara suelta el rictus normal del rostro. Reir y reír nos afloja la máscara.

Una película, un libro, pueden hacerme reír. Pero creo que solo en el encuentro amistoso puede la risa ser indetenible, brotar renovándose una y otra vez antes de que termine el impulso anterior; una ebriedad de risa, creo: solo la amistad. Y la cara queda como con una resaca, deformada. O liberada, del rostro del yo normal y cotidiano. Del rostro de nuestra función, de nuestra forma funcionalizada; de la cara de quien somos en y producidos por los dispositivos de los que participamos.

7- Y en toda persona hay zonas vivas que no coinciden totalmente con su función. Hay zonas del ánimo (y de lo que podemos) plegadas, minimizadas, que no llevan el timón del “índice” anímico, y que cuando ingresamos en una situación, de golpe afloran (el subsuelo del ánimo sublevado…). Cada ambiente fomenta o empodera diversos vectores del ánimo. Siempre hay más que lo obvio, que lo dado, que lo ya realizado; siempre hay más que lo ya hecho, o ya facto, ya acto; más que lo Actual.

8- Quizá por eso hay tanto gaste entre amigos. Sobre todo cuando alguno está hecho. Cuanto más fuerte, más hecha, más sólida es alguna zona de la vida de unx amigx, más se le gasta, más se le descansa. Ha de ser una prueba de amistad. Hay diversos tipos de vínculo, diversos modos de querer, de implicarse afectivamente. Entre ellos, el amigx se distingue por eso, porque te gasta. Si no me gasta nunca, pero nunca, no es mi amigo. Un compañero, un colega, un contacto, no necesitan gastarte.

Los amigos nos ayudan a reírnos, y a reírnos especialmente de nosotros mismos. Nos recuerdan así que nunca somos solo lo que ya está hecho, la versión ya funcionalizada. Que no nos limitamos a lo dado -los dados son así: sale lo que sale y punto, no se mueve más-. Pero nosotrxs siempre somos algo más.

9- Pienso en los antiguos bufones del Medioevo. A las Cortes debían hacer reír. Se ve que se aburrían los caretas. Mucho lujo mucho privilegio, pero se ve que se aburrían. En fin: tenían el lujo y privilegio de tener bufones. Personas que se ponían ellos mismos como objeto de risa; el bufón se ridiculiza a sí mismo, se gasta a sí mismo. Busca que el Rey se ría, en tanto que Rey, de él que es risible porque es bufón. Es decir, produce una risa reconfirmatoria de lo funcional, donde el Rey se ríe pero refirmándose en su función, en su identidad cristalizada, en lo que ya sabe que es. De ahí, acaso, el lugar común al representar el vínculo entre mandatario y bufón: el Rey sin satisfacción, haciendo caer la crueldad del dispositivo sobre el otro porque no lo hizo reír lo suficiente -claro, no alcanza el climax de la risa, la alegría de recordar la potencia viviente que guardamos, dándole aire, dejándola respirar, sentir su fuerza. Eso lo hacemos los amigos.

Sangre fría // Agustín J. Valle

Para proponerse como superador de las divisiones, qué mejor que irse a la punta del llamado desierto patagónico, en soledad junto al helado mar del sur. Lejos de la ciudad, de la tensión de las relaciones sociales con deseos antagónicos. Allí, este liso rostro del capital se propone como ejecutor de la objetiva razón del hacer, como la obviedad del cálculo frío, del sentido común sin pasiones. Esta presunción de neutralidad comporta una crítica al conjunto del conflicto; esta elevación eficientista por sobre las pugnas sociales es una de las más peligrosas caras de la obviedad del capital como mando sobre la vida. Porque en su religiosa afirmación del craso “laburar y laburar y laburar” niega -diríase cancela- el carácter insoslayable de los criterios. No hay acto sin criterio, pero el realismo del capital niega esta inherencia de los criterios a los actos, como si no hubiera siempre, cada vez que alguien hace algo, decisión de valores (afirmación, creación, aceptación…). Tiene la fuerza, esta voluntarista cancelación del conflicto, de la teología que secularmente hereda. Porque ¿no es desde alguna divina verdad superior que puede sostenerse semejante imperio de una presunta obviedad, esta obviedad mercantil sobre la consistencia de la vida? La indiscutible verdad del boti y los gerentes.

Horacio Rodríguez Larreta aparece bien abrigado con buzo y campera (apenas se ve el botón del cuello cerrado de la camisa), no en traje oficinista porque está expuesto a los elementos, la cruda realidad bajo el manto plomizo de las nubes del vértice continental de la Argentina. Habla con pequeños conatos de sonrisa al principio (tipo de alegría) que ceden después a la firmeza de la autoridad, la seguridad henchida del jefe, la convicción privilegiada del patrón (algo de amenaza en su mirar). Al fondo y  quedando al lado del rostro hay un faro pétreo, enhiesto y solitario, se diría heroico o eterno. Y justo a la espalda del personaje, desembocan dos caminos de tierra que encuentran en él su unificación…

La obviedad anit-conflicto no solo niega la contradicción de intereses (“tirar todos juntos para el mismo lado”), el hecho capitalista nuclear de que la riqueza concentrada produce y requiere pobreza, explotación y quemazón de lxs comunes. Además, el discurso del hacer sin conflicto (y sin propiamente pensamiento: aplicación optimizada del “sentido común”), en tanto niega los criterios niega lo crítico, es decir, niega el vínculo de cada «hacer» con la crisis, porque un criterio es un modo performativo de leer la crisis medular de la sociedad. Niega el punto de vista de la crisis (Diego Sztulwark), reduciendo lo político a mera razón instrumental. Excluyendo al conflicto de la política (quedará cuestión de seguridad…).

Claro que mientras tanto manda hombres armados a hostigar los hogares de adolescentes que actúan políticamente (y crecen y se subjetivan políticamente) reclamando mejoras en sus escuelas, y colude con la corporaciones y los magnates de los centros de poder global, etcétera, por supuesto (esto es evidente, aunque excluido de la obviedad: su grado de realidad gravita menos…). El Negocio es el núcleo central de la obviedad (nada puede hacerse sin que sea o fomente Negocio); y la violencia, por lo demás, se deduce como protocolo técnico de gestión, porque además, si no tiene por qué haber conflicto, quien lo encarnan es por capricho de pecador). En lo porvenir ¿será posible lograr más daño en nombre del hacer obvio, o con el tornasolado paraguas del peronismo? 

Engendros: Viñas // Pedro Yagüe

Cuando le preguntaron por qué escribía su respuesta fue tajante. Venganza, escribo por venganza. A David Viñas no le interesaba ingresar en la comunión de los santos. O tal vez sí, pero ya era tarde. Había hecho de su vida una guerra y de su escritura un arte del combate. ¡No! ¡No!, decía. Lo decía fuerte, lo gritaba. Y así empezaba a escribir. ¡No! ¡Eso sí que no! El pensamiento de Viñas se inicia en la negación, en una negación vivida, impregnada de historia. Es un no que nace de las entrañas. De sus entrañas. Una negación que surge del odio. De un odio profundo y suyo. Viñas escribe y al escribir se venga: del pasado, de su experiencia y sus maestros, de los otros, sus amigos y de sí. No escribe impoluto desde un afuera, seco e intacto. Se empapa de historia. Escribe mojado bajo la lluvia. Con el agua chorreando por el cuerpo, con la tormenta a punto de estallar, Viñas odia, niega y se venga. Piensa con rabia, con esa rabia llena de cuerpo que lo lleva a dar la cara. Porque el odio, en sus textos, no es una mera pasión. Es mucho más que eso. Es un proyecto teórico-político.

Yuda sintió que tenían odio, un odio magnífico, que no iba a terminar así nomás y que no se acabaría como ella había creído siempre. “El odio se acaba. Las ganas de comer se acaban”. No. Ese odio era hermoso, un cuerpo duro y vivo. Y si esos hombres tenían la cara envejecida y avanzaban sin titubear, apoyando los pies sobre el suelo con firmeza, golpeando el suelo, era porque en ese momento todo les era enemigo. El mundo también era duro, enemigo. Y si se negaban a trabajar, era porque querían tener las manos desocupadas, cerca, a los costados de su cuerpo.

 La escritura como venganza: así dicho no alcanzamos a nombrar la singularidad de David Viñas. No es el único argentino que, convocado por la guerra, transforma el texto en una forma del desquite. El desierto y su semilla, por ejemplo. Jorge Barón Biza lo escribe cuando su hermano –junto a él, sobrevivientes de una epidemia de suicidios familiares– le deja de enviar el dinero que garantizaba su silencio. La plata no llega y Barón Biza comienza a escribir.

            Otro caso es el de Correas y su Operación Masotta. Al igual que Barón Biza, la venganza se efectúa mediante una biografía. Correas busca ajusticiar una amistad perdida, recuperar al Masotta que Masotta había dejado de ser. Recuperar al amigo, al querido, al amado Oscar Masotta, compañero de caminatas, conversaciones y proyectos. Masotta, traidor de sí; Correas, vengador de la traición. Esa amistad intensa, sexuada, siempre a punto de romperse, es la que Correas, con su retrato, intenta perpetuar en el tiempo. Y así hacer justicia contra el olvido.

            En Viñas la venganza es otra. Es la venganza del humillado, de quien asume su condición para modificarla. Una venganza plural que busca dar voz a los que no la tienen. A partir de la humillación vivida, Viñas consigue hacer del odio un proyecto literario, ensayístico, intelectual y político. Y así escribe con los pies en su disgusto. En un disgusto que es en primera persona y en plural. Un disgusto que es nuestro. Nuestro disgusto. Viñas escribe, y al escribir se hermana con los otros en un mismo sentimiento. Una internacional de los humillados, decía León Rozitchner, a quien Viñas cita en el epígrafe de su único libro de cuentos: El escritor debe ser juzgado por la apertura sobre lo prohibido, por la irreverencia ante el poder actual, por la infracción. Y esa apertura, esa irreverencia, esa infracción, es la forma con la que Viñas le da voz a los humillados. La forma con la que lleva a cabo su venganza.

El lenguaje: continuación del odio por otros medios. Así lo entendía Viñas. O por lo menos así lo trataba. Porque el lenguaje no es asunto de administradores, no es un juego de combinación aritmética o un enigma a descifrar. Es algo a hacer. Y Viñas le hace algo. Lo aturde con su rabia, lo golpea con su historia, lo penetra con su odio. Deja el sello de su combate en las palabras. Y así logra hablar sin ser hablado. Así logra darse voz. Porque si fuera hablado, si las estructuras lo movieran como a un soldado de la historia o como a un monigote, no habría venganza posible en el lenguaje. Pero Viñas habla, grita, y así conquista una voz. Coje, con jota. Que agarren los gallegos, decía, yo quiero cojer. Y el lenguaje, claro está, no es algo que pueda ser agarrado.

            En Indios, ejército y frontera Viñas habla de las sincronías de la autohumillación. Este concepto nombra el mecanismo por el que intelectuales de los países coloniales o semicoloniales leen y comentan novedosos ejemplares de escritores europeos. Ellos, sostiene, protegen el ejemplar y se reservan para sí el monopolio de las lecturas legítimas. Ponen de moda una jerga, unos tonos, unas poses. Canonizan un texto y lo difunden de modo compulsivo hasta transformarlo en referencia ineludible de cualquier paper o prólogo que pretenda obtener cierto reconocimiento. Lo interesante aquí es que la autohumillación aparece como condición de posibilidad para la humillación de los demás. Y esto es exactamente lo que, según Correas, Masotta hace frente a Lacan: se autohumilla para humillar. Se abre de piernas frente al francés, como condición para que los argentinos se abran frente a él. En esto Correas expone una inteligencia sutil: su interés en la traición de Masotta no radica exclusivamente en el hombre Oscar Masotta, sino en la preocupación por cierto provincianismo, por los efectos del crimen en forma de terror represivo de nuestras Fuerzas Armadas. (Si en esta lucidez, la de Viñas, la de Correas, pudiera detectarse algún matiz de resentimiento, cabe una breve aclaración: sí, claro, la forma más pura y justa del resentir.)

 Pero ¡claro que es por resentimiento! —Yuda escupió las hilachas de su pajita—. Si yo cultivo mi resentimiento, si es lo mejor que tengo. Sobre todo que es mi reacción contra todas las cosas que aborrezco. (…) Porque si un señorito diestro, seguro de sí mismo y de toda su Verdad, dice que esto o lo otro es formidable, me pongo a dudar y hasta aseguro que no, que es un bodrio. Todas las afirmaciones de esa gente me aseguran mis “no”… “No” a lo que les gusta, “no” a lo que comen, “no” a lo que leen, “no” a lo que tienen metido en la cabeza… ¿Es claro lo que digo?

 Ya sea en la política, ya sea en el campo literario, el problema de Viñas termina siendo siempre el de la obediencia. El de los mecanismos por los que esta se perpetúa. Allí se inscribe el problema de la humillación, que es recuperado desde la experiencia de su propia historia: en la escuela religiosa, en el servicio militar, en la universidad. En estos mundos jerárquicos, sofocantes, se hace presente para Viñas el problema del lenguaje. Porque cierto uso de las palabras –y esto se encuentra bien expuesto desde la época deContorno– es también una forma de servidumbre. Y, como tal, un camino hacia el fracaso. Seamos claros de nuevo: no me refiero al fracaso como consecuencia realista del romanticismo de un escritor que pretende dedicar su vida a las bellas artes. Me refiero a otra cosa. Al fracaso del que no sirve. Del que no sirve de, del que no sirve para, del que no sirve a. Entonces uno piensa en la cultura, en esos gestos desfigurados por el maquillaje. Y piensa que también para ellos –pobrecitos– el fracaso es no servir.

 “El fracaso”. Era eso lo que teñía al resto: toda la carne se le aflojaba sobre los huesos como si empezara a tiritar y sentía vértigo. El fracaso, no servir.

 El problema fundamental de Viñas: la obediencia. La herramienta con que se propone abordarla: la historia. Es en el terreno de la historia –ya sea en la ficción o en el ensayo– donde Viñas lleva a cabo su venganza. La humillación a la que se enfrenta es la humillación de un tiempo. Nunca una humillación en abstracto. Se vive en las calles, en los minutos y horas en que se va la vida.

La historia, para Viñas, se desenvuelve con un ritmo sospechoso. Con un ritmo en el que la repetición pareciera anunciar la forma en que las variaciones participan de una misma constancia. Lo extraño de esta repetición es que no se produce desde una linealidad ni desde una circularidad. Es una vibración que atraviesa el tiempo, una presencia del pasado en cada presente. Una presencia acechante, sí, pero también productiva. Porque –dice Viñas– cuando Simón Radowitzky asesina con justicia a Ramón Falcón, en ese mismo acto se encuentra sin saberlo vengando al Chacho Peñaloza. Los presentes se conjugan en un mismo tiempo, en una misma vibración. Por eso la obsesión de Viñas por las continuidades, por las series: de la conquista de América a la Campaña del Desierto, de los malones a los anarquistas, del indígena al desaparecido, del positivismo de Roca al genocidio de Videla.

La violencia que subyace en la constitución del Estado liberal argentino es una de las principales insistencias de su pensamiento. El exterminio aparece, en su repetición, como un ritual de Estado. La violencia de la conquista, la violencia del desierto, se encuentra vibrando todavía en nuestro presente. Entenderla, recordarla, es una forma de actualizar la vibración de un mundo que, aunque lejano, supo respirar el mismo aire que nosotros.

En Viñas la escritura es un desquite frente a la humillación. Esto convierte a la obediencia en su problema fundamental y a la historia en el arma de su venganza. Pero nos falta algo. El medio por el que la obediencia se perpetúa en el tiempo. Sabemos que ningún orden social se mantiene por la mera coacción física. Si lo hiciera, la obediencia no sería un problema político a pensar. ¿Qué es lo que falta para reconstruir las coordenadas del pensamiento de Viñas? El miedo, el terror. Este es el factor que somete, que perpetúa los mecanismos de humillación y obediencia. El miedo al patrón, al cura, al militar. Al maestro, al solemne intelectual. El miedo a decir lo propio, a exponerse, a volcar la vida en el lenguaje. Lo más temido: que el cuestionamiento de la jerarquía haga que esta se derrumbe entera contra quien la pone en entredicho. Entonces se prefiere el silencio, la búsqueda de otra voz, el saber de la autoridad que nos mantiene impolutos, lejos del peligro.

La venganza de Viñas se dirige hacia ahí: hacia el miedo. Contra él. Es una venganza que libera, que busca trastocar con las palabras el orden constante de la historia. ¡No!, dice Viñas. ¡Eso sí que no! Quiero escribir, quiero decir, quiero abrir un espacio en la historia, un espacio que penetre en lo más hondo de la repetición. Quiero desnudar el orden perverso de los humillados, sacar mis odios, mis resentimientos, hacer de ellos la tierra firme de mis palabras. ¡No! ¡Eso sí que no! Voy a escribir para ser yo, voy a ser yo para escribir. Esa es mi venganza. La venganza que busco y necesito.

*Viñas es un capítulo del libro Engendros publicado en 2018 por Hecho Atómico Ediciones

Foucault, Deleuze y un diálogo sobre el poder

El diálogo entre los intelectuales Michel Foucault y Gilles Deleuze fue publicado inicialmente en la revista L’Arc, Nº 49, 1972. Reproducido del libro «Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones» (Alianza Editorial).

FOUCAULT: Un maoísta me decía: «Comprendo perfectamente por qué está Sartre con nosotros, por qué hace política y en qué sentido la hace; en cuanto a ti, en realidad lo comprendo bastante, ya que siempre haz planteado el problema del encierro. Pero a Deleuze, realmente, no lo comprendo». Esta afirmación me asombró sobremanera, ya que para mí la cosa está muy clara.
DELEUZE: Tal vez es que estamos viviendo de una nueva manera las relaciones teoría-práctica. La práctica se concebía como una aplicación de la teoría, como una consecuencia, o bien, al contrario, como inspiradora de la teoría. De cualquier modo, sus relaciones se concebían bajo la forma de un proceso de totalización, tanto en un sentido como en el otro. Es posible que, para nosotros, la cuestión se plantee de otra manera. Las relaciones teoría-práctica son mucho más parciales y fragmentarias. Por una parte, una teoría siempre es local, relativa a un pequeño campo, aunque puede ser aplicada a otro, más o menos lejano. La relación de aplicación nunca es de semejanza. Por otra parte, desde que la teoría profundiza en su propio campo se enfrenta con obstáculos, muros, tropiezos que hacen necesario que sea relevada por otro tipo de discurso (es este otro tipo de discurso el que, eventualmente, hace pasar a un campo diferente). La práctica es un conjunto de relevos de un punto teórico a otro, y la teoría, un relevo de una práctica a otra. Ninguna teoría puede desarrollarse sin encontrar una especie de muro y se precisa de la práctica para perforar el muro. Por ejemplo, tú comenzaste analizando teóricamente un lugar de encierro como el asilo psiquiátrico del siglo XIX en la sociedad capitalista. Luego, desembocaste en la necesidad de que la gente precisamente encerrada se pusiese a hablar por su cuenta, que efectuase un relevo (o bien, al contrario, tú ya eras un relevo a su respecto), y esa gente se halla en las prisiones, está en las prisiones. Cuando organizaste el grupo información prisiones, lo hiciste sobre esta base: instaurar las condiciones en las que los mismos prisioneros pudieran hablar. Sería completamente falso, como parece que decía el maoísta, afirmar que pasabas a la práctica aplicando sus teorías. Allí no había ni aplicación ni proyecto de reforma, ni encuesta en el sentido tradicional. Allí había algo distinto: un sistema de relevos en un conjunto, en una multiplicidad de piezas y de pedazos a la vez teóricos y prácticos. Para nosotros, el intelectual teórico ha dejado de ser un sujeto, una conciencia representante o representativa. Los que actúan y luchan han dejado de ser representativos, aunque sea por un partido, un sindicato que se arrogarían a su vez el derecho de ser su conciencia. ¿Quién habla y quién actúa? Siempre es una multiplicidad incluso en la persona que habla o actúa. Todos nosotros somos grupúsculos. Ya no hay representación, sólo hay acción, acción de la teoría, acción de la práctica en relaciones de relevos o redes.
FOUCAULT: Me parece que la politización de un intelectual se realizaba tradicionalmente a partir de dos cosas: su posición de intelectual en la sociedad burguesa, en el sistema de la producción capitalista, en la ideología que produce o impone (estar explotado, reducido a la miseria, rechazado, «maldito», acusado de subversión, de inmoralidad, etc.) su propio discurso en tanto que revelaba una cierta verdad, en tanto descubría relaciones políticas allí donde no se percibían. Estas dos formas de politización no eran ajenas una a otra, pero tampoco coinciden forzosamente. Se daba el tipo del «maldito» y el tipo del «socialista». Estas dos politizaciones se confundieron con facilidad en ciertos momentos de reacción violenta por parte del poder, después del 48, después de la Comuna, después de 1940: el intelectual era rechazado, perseguido, en el mismo momento en que las «cosas» aparecían en su verdad, cuando no era preciso decir que el rey estaba desnudo. El intelectual decía la verdad a los que todavía no la veían y en nombre de los que no podían decirla: conciencia y elocuencia.
Ahora bien, los intelectuales han descubierto, después de las recientes luchas, que las masas no los necesitan para saber: ellas saben perfectamente, claramente, muchos mejor que ellos; y además lo dicen muy bien. Sin embargo, existe un sistema de poder que intercepta, prohibe, invalida ese discurso y ese saber. Poder que no está tan sólo en las instancias superior de la censura, sino que penetra de un modo profundo, muy sutilmente, en toda la red de la sociedad. Ellos mismos, los intelectuales, forman parte de ese sistema de poder, la propia idea de que son los agentes de la «conciencia» y del discurso forma parte de ese sistema. El papel de intelectual ya no consiste en colocarse «un poco adelante o al lado» para decir la verdad muda de todos; más bien consiste en luchar contra las formas de poder allí donde es a la vez su objeto e instrumento: en el orden del «saber», de la «verdad», de la «conciencia», del «discurso». Por ello, la teoría no expresará, no traducirá, no aplicará una práctica, es una práctica. Pero local, regional, como tú dices: no totalizadora. Lucha contra el poder, lucha para hacerlo desaparecer y herirlo allí donde es más invisible y más insidioso, o lucha por una «toma de conciencia» (hace mucho tiempo que la conciencia como saber fue adquirida por las masas y que la conciencia como sujeto fue tomada, ocupada, por la burguesía), sino por la zapa y la toma del poder, al lado, con todos los que luchan por ella, y no en retirada para esclarecerlos. Una «teoría» es el sistema regional de esta lucha.
DELEUZE: Eso es una teoría, exactamente como una caja de herramientas. No tiene nada que ver con el significante… Es preciso que eso sirva, que funcione. Y no para sí misma. Si no hay gente para servirse de ella, empezando por el mismo teórico que entonces deja de ser teórico, es que no vale nada, o que no ha llegado su momento. No se vuelve a una teoría, se hacen otras, hay otras por hacer. Es curioso que haya sido un autor que pasa por un intelectual puro, Proust, quien lo haya dicho tan claramente: tratad mi libro como unos lentes dirigidos hacia fuera y si no os van bien tomad otros, encontrad vosotros mismos vuestro aparato que forzosamente es un aparato de combate. La teoría no se totaliza, se multiplica y multiplica. Es el poder el que por naturaleza efectúa totalizaciones y tú, tú lo dices exactamente: la teoría está por naturaleza en contra del poder. Desde que una teoría penetra en tal o cual punto, choca con la imposibilidad de tener la menor consecuencia práctica, sin que se produzca una explosión, con la necesidad de otro punto. Es por esta razón por la que la noción de reforma es tan estúpida e hipócrita. O bien la reforma es elaborada por gente que se pretende representativa y hace profesión de hablar por los otros, en nombre de los otros, con lo cual se produce una instalación de poder, una distribución de poder a la que se añade una representación acrecentada. O bien es una reforma reclamada, exigida por aquellos a los que concierne, con lo cual deja de ser una reforma, es una acción revolucionaria que, desde el fondo de su carácter parcial, se ve determinada a poner en cuestión la totalidad del poder y de su jerarquía. Ello es evidente en las prisiones: la más minúscula, la más modesta reivindicación de los prisioneros basta para deshinchar la seudorreforma Pleven. Si los niños llegasen a hacer oír sus protestas en una escuela de párvulos, o incluso simplemente sus preguntas, eso bastaría para provocar una explosión en el conjunto del sistema de la enseñanza. En verdad, este sistema en el que vivimos no puede soportar nada: de ahí su fragilidad radical en cada punto, al mismo tiempo que su fuerza de represión global. En mi opinión, tú has sido el primero en enseñarles algo fundamental, tanto en tus libros como en el campo práctico: la indignidad del hablar por los otros. Quiero decir: nos burlábamos de la representación, decíamos que estaba acabada, pero no se sacaba la consecuencia de esta conversión «teórica», a saber, que la teoría exigía que la gente involucrada hablase por fin prácticamente por su cuenta.
FOUCAULT: Y cuando los prisioneros se han puesto a hablar, ya tenían una teoría de la prisión, de la penalidad, de la justicia. Esta especie de discurso contra el poder, este contra-discurso mantenido por los prisioneros o por los llamados delincuentes, eso es lo que cuenta y no una teoría sobre la delincuencia. Este problema de la prisión es un problema local y marginal, ya que no pasan más de 100.000 personas por año por las prisiones: en la actualidad en Francia tal vez hay 300 o 400.000 personas que han pasado por la prisión. Ahora bien, este problema marginal conmueve a la gente. Me sorprendió ver cómo podía interesarse por el problema de las prisiones tanta gente que no estaba predestinada a entender este discurso de los detenidos y cómo finalmente lo entendían. ¿Cómo explicarlo? ¿No ocurrirá que, de un modo general, el sistema penal es la forma en la que el poder en tanto que poder se muestra del modo más manifiesto? Meter a alguien en la prisión, mantenerlo en la prisión, privarle de alimento, de calor, impedirle salir, hacer el amor…etc., ahí tenemos la manifestación de poder más delirante que uno pueda imaginar. El otro día hablaba con una mujer que había estado en la prisión y me decía: «y a mis cuarenta años me castigaron un día poniéndome a pan seco». Lo que sorprende en esta historia no es sólo la puerilidad del ejercicio del poder, sino también el cinismo con el que se ejerce ese poder, de la forma más arcaica, más pueril, más infantil. Reducir a alguien a pan y agua es lo que nos enseñaron cuando éramos unos niños. La prisión es el único lugar donde el poder puede manifestarse en su desnudez, en sus dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral. «Tengo razón en castigar, puesto que tú sabes que está mal robar, matar…» Esto es lo fascinante de las prisiones; por una vez el poder no se oculta, no se enmascara, se muestra como feroz tiranía en los más ínfimos detalles, cínicamente, y al mismo tiempo es puro, está enteramente «justificado», puesto que puede formularse enteramente en el interior de una moral que enmarca su ejercicio: su bruta tiranía aparece entonces como dominación serena del Bien sobre el Mal, del orden sobre el desorden.
DELEUZE: Por esto, lo contrario también es cierto. No sólo los prisioneros son tratados como niños, sino que los niños son tratados como prisioneros. Los niños sufren una infantilización que no es la suya. En este sentido es cierto que las escuelas son un poco prisiones, y las fábricas mucho más. Basta ver una entrada en la Renault. O por otra parte: tres bonos para hacer pipí durante la jornada. Tú has encontrado un texto de Jeremías Bentham del siglo XVIII que, precisamente, propone una reforma de las prisiones; en nombre de esa gran reforma establece un sistema circular en el que la prisión renovada sirve de modelo y en el que se pasa insensiblemente de la escuela a la manufactura, de la manufactura a la prisión y a la inversa. Esta es la esencia del reformismo, de la representación reformada. Por el contrario, cuando la gente se pone a hablar y a actuar en su propio nombre no opone otra representatividad a la falsa representatividad del poder. Por ejemplo, recuerdo que decías que no hay justicia popular contra la justicia, pues eso pasa a otro nivel.
FOUCAULT: Pienso que, por debajo del odio que el pueblo tiene a la justicia, a los jueces, tribunales y prisiones, no hay que ver tan sólo la idea de otra justicia mejor y más justa, sino, en primer lugar y ante todo, la percepción de un punto singular en el que el poder se ejerce a expensas del pueblo. La lucha antijudicial es una lucha contra el poder y yo no creo que sea una lucha contra las injusticias, contra las injusticias de la justicia, y una mejora en el funcionamiento de la institución judicial. A pesar de todo, es sorprendente que cada vez que ha habido motines, rebeliones, sediciones, el aparato judicial ha sido el blanco, al mismo tiempo y del mismo modo que el aparato fiscal, el ejército y las otras formas del poder. Mi hipótesis, pero no es más que una hipótesis, es que los tribunales populares, por ejemplo, en el momento de la Revolución, fueron, para la pequeña burguesía aliada a las masas, un modo de recuperar, de recobrar el movimiento de lucha contra la justicia. Y para recuperarlo, propusieron este sistema del tribunal que se refiere a una justicia que podría ser justa, a un juez que podría dictar una sentencia justa. La misma forma del tribunal pertenece a una ideología de la justicia que es la de la burguesía.
DELEUZE: Si se considera la situación actual, el poder forzosamente tiene una visión total o global. Quiero decir que las actuales formas de represión, que son múltiples, se totalizan fácilmente desde el punto de vista del poder: la represión racista contra los inmigrados, la represión en las fábricas, la represión en la enseñanza, la represión contra los jóvenes en general. No hay que buscar la unidad de todas esas formas tan sólo en una reacción frente al Mayo del 68, sino mucho más en una preparación y organización concertadas de nuestro futuro próximo. El capitalismo francés necesita con imperiosidad unas «reservas» de desempleo, y abandona la máscara liberal y paternal del pleno empleo. Este es el punto de vista desde el que hallan su unidad: la limitación de la inmigración, una vez dicho que se confiaban a los inmigrados los trabajos más duros e ingratos –la represión en las fábricas, puesto que se trata de volver a proporcionar al francés el «gusto» por un trabajo cada vez más duro-, la lucha contra los jóvenes y la represión en la enseñanza, puesto que la represión policíaca es tanto más viva cuanto menos necesidad de jóvenes hay en el mercado de trabajo. Toda clase de categorías profesionales van a ser invitadas a ejercer funciones policíacas cada vez más precisas: profesores, psiquiatras, educadores de toda clase, etc. Ahí nos encontramos con algo que ya anunciaste hace tiempo y que se pensaba que no iba a poder producirse: el fortalecimiento de todas las estructuras de encierro. Entonces, frente a esta política global del poder, se dan repuestas locales, contrafuegos, defensas activas y a veces preventivas. Nosotros no hemos de totalizar lo que se totaliza por parte del poder y que nosotros sólo podríamos totalizar restaurando formas representativas de centralismo y jerarquía. En cambio, lo que tenemos que hacer es llegar a instaurar vínculos laterales, todo un sistema de redes, de bases populares. Y esto es lo difícil. En todo caso, para nosotros la realidad no pasa totalmente por la política en el sentido tradicional de competición y distribución del poder, de instancias llamadas representativas al modo de PC o de la CGT. La realidad es lo que hoy día pasa efectivamente en una fábrica, en una escuela, en un cuartel, en una prisión, en una comisaría. De tal modo que la acción implica un tipo de información de una naturaleza completamente diferente de las informaciones de los periódicos (así por ejemplo, el tipo de información de la Agence de Presse Liberation).
FOUCAULT: Esta dificultad, nuestro embarazo para encontrar las formas de lucha adecuadas, ¿no proviene de que aún ignoramos lo que es el poder? Después de todo, ha sido preciso esperar al siglo XIX para saber lo que era la explotación, pero quizá todavía no sabemos qué es el poder. Marx y Freud quizá no bastan para ayudarnos a conocer eso tan enigmático, a la vez visible e invisible, presente y oculto, ocupado en todas partes, que se llama el poder. La teoría del Estado, el análisis tradicional de los aparatos de Estado, no agotan sin duda el campo de ejercicio y funcionamiento del poder. Actualmente, sabemos aproximadamente quién explota, hacia dónde va el beneficio, por qué manos pasa y dónde se vuelve a invertir, mientras que el poder… Sabemos perfectamente que no son los gobernantes quienes detentan el poder. Sin embargo, la noción de «clase dirigente» no está ni muy clara ni muy elaborada. «Dominar», «dirigir», «gobernar», «grupo de poder», «aparato de Estado», etc., aquí hay todo un conjunto de nociones que piden ser analizadas. Asimismo, sería preciso saber hasta dónde se ejerce el poder, mediante qué relevos y hasta qué instancias, a menudo ínfimas, de jerarquía, control, vigilancia, prohibiciones, coacciones. En todo lugar donde hay poder, el poder se ejerce. Nadie, hablando con propiedad, es su titular y, sin embargo, se ejerce en determinada dirección, con unos a un lado y los otros en el otro; no sabemos quién lo tiene exactamente, pero sabemos quién no lo tiene. Si la lectura de tus libros (desde el Nietzsche hasta lo que presiento de Capitalismo y esquizofrenia) ha sido para mí tan esencial, se debe a que me parece que van muy lejos en la posición de este problema: bajo ese viejo tema del sentido, significado, significante, etc., por último, la cuestión del poder, de la desigualdad de los poderes, de sus luchas. Cada lucha se desarrolla alrededor de un lar particular de poder (uno de esos innumerables pequeños lares que pueden ser un jefecillo, un guardia de H.L.M., un director de prisiones, un juez, un responsable sindical, un redactor jefe de un periódico). Y designar los lares, los núcleos, denunciarlos, hablar de ellos públicamente, es una lucha, no es porque nadie tuviera aún conciencia de ello, sino porque tomar la palabra sobre este tema, forzar la red de información institucional, nombrar, decir quién ha hecho qué, designar el blanco es una primera inversión del poder, es un primer paso para otras luchas contra el poder. Si discursos como, por ejemplo, los de los detenidos o los de los médicos de las prisiones son luchas, se debe a que al menos por un instante, confiscan el poder de hablar de la prisión, actualmente ocupado por la administración a solas y sus cómplices reformadores. El discurso de la lucha no se opone al inconsciente: se opone al secreto. Eso tiene el aspecto de ser menos importante. ¿Y si lo fuese mucho más? Existe toda una serie de equívocos a propósito de lo «oculto», de lo «reprimido», de lo «no dicho», que permiten «psicoanalizar» a bajo precio lo que deber ser objeto de lucha. El secreto tal vez sea más difícil de conocer que el inconsciente. Los dos temas que todavía ayer podíamos encontrar frecuentemente: «la escritura es lo reprimido» y «la escritura es con pleno derecho subversiva», me parece que revelan un cierto número de operaciones que es preciso denunciar severamente.

Foucault, las palabras y los sexos // Roger-Pol Droit

Traducción de Mariana Carrizo [*]

La publicación de 400 páginas inéditas de un gran pensador del siglo XX, vaya que merece atención. Michel Foucault, su historia de la sexualidad y su posterior estudio sobre las costumbres paganas del mundo cristiano revelan una sorprendente actualidad.

Hecho peculiar: un libro entero, casi completado una vez muerto su autor, aparece con 38 años de retraso. Nueva rareza: su trabajo erudito, denso, acerca de los Padres de la Iglesia (Clemente de Alejandría, Casiano, Agustín) y su relación con los pensadores paganos (Aristóteles, Plutarco y Musonius Rufus) entra en resonancia directa con los debates engendrados por movimientos en redes como “Balance ton porc” y #Metoo. Las discusiones de los primeros siglos cristianos sobre la virginidad, el matrimonio, las normas eróticas aceptables o no, se hallan plagadas de consideraciones sobre la violación, el pudor, la castidad, las prácticas tolerables o no entre los sexos, por lo que están en consonancia con las discusiones corrientes de hoy en día acerca del acoso y las relaciones hombres-mujeres. He aquí la magia de Michel Foucault. El cuarto y último volúmen de su Historia de la sexualidad- Las confesiones de la carne[1] finalmente hace su aparición. Está confirmado: este demonio de pensador no tiene igual a la hora de hacer brotar de los archivos los resortes inadvertidos de nuestro presente. Para comprenderlo, es necesario hacer un desvío….

Biblioteca de Historias: Historia de la sexualidad 4. Las confesiones de la carne. Por Michel Foucault. Ediciones Gallimard.

Durante su vida fue una estrella. Sus cursos en el Collège de France desbordaban de gente. Sus libros aparecían en las tapas de los diarios y semanarios. Sus múltiples intervenciones en la vida pública (antipsiquiatría, lucha de prisioneros, la revolución iraní) eran conocidas y comentadas. Michel Foucault encarnó durante alrededor de veinte años una nueva figura del intelectual. Pasó de las bibliotecas a los estudios de grabación, de universidades americanas a seminarios japoneses, sin olvidar la redacción, paciente y erudita, de obras que pronto se revelaron explosivas. Se diferenció de sus mayores, Sartre o Camus, abandonando su postura de conciencia moral universal, influenciada por el marxismo, para transformarse, mediante un estudio caso por caso, en un aliado de batallas puntuales, llevadas a cabo todos los días por “los anónimos”.

Mentado por la publicación, en 1961, de su Historia de la locura en la época clásica, pronto reconocido y celebrado por Las palabras y las cosas (1966), elogiado por Vigilar y castigar (1975), el filósofo comenzará su vasta y singular historia de la sexualidad.

 

Este proyecto ocupó casi diez años de su vida, antes de que el SIDA prevalezca en 1984. Hoy, el último volúmen de esta vasta investigación, preparada para la publicación pero no finalizada, llega a las librerías, por tanto, con una notoriedad más amplia que la que alcanzó en vida. Es que, en efecto, Foucault es hoy más leído, estudiado y considerado. De manera diferente, sin embargo: el electrón libre devino un clásico, el rebelde una referencia. Sus textos figuran en todos los manuales de filosofía para estudiantes de escuela media, sus trabajos son objeto de análisis en el mundo entero, y la biblioteca de la Pléyade, en 2005, consagró dos importantes volúmenes a sus obras. Más que una estrella es ya, más bien, una constelación.

Alterar los sistemas de poder: estableció: “Yo no estaré en la Pléyade, soy perfectamente consciente de que no haré una obra, y que no publicarán mis obras completas”, me dijo en 1975 en una serie de entrevistas[2]. Foucault se negaba a ser un “autor”: este es el supuesto que guarda el sentido último de su propio trabajo. Fue un cuidadoso del estilo, un enamorado de la escritura, pero nunca se proclamó escritor. Combinaba una parte de provocación, con un deseo de reconocimiento, sin duda, proclamado y negado a la vez. Pero, sobre todo, tenía la voluntad de ser un pensador efectivo, más que un esteta. Quería ser un “artífice”, un instalador de bombas, un experto en explosivos capaces de hacer saltar barreras. Soñaba con poner a disposición de quién las necesite las herramientas para intervenir y alterar los dispositivos de poder. Esta concepción “instrumental” del trabajo intelectual resulta ser una clave decisiva para comprender sus investigaciones. Nos permite comprender que fue un historiador, pero de una forma poco habitual, un filósofo, pero no cómo suele entenderse usualmente y, también, evidentemente, un escritor, pero no a la manera de Jean D’Ormesson… Su único objetivo: contribuir mediante sus libros a perturbar los sistemas de poder, mostrar cómo estos sistemas se establecen y tienen lugar en nuestras palabras, nuestras cabezas, nuestros cuerpos, nuestros sexos.

Esto debido a que el poder no es para Foucault una figura abstracta, una simple idea. No será ya esa autoridad ideal inaccesible, que reside en las nubes y que delega su fuerza a un representante -monarca, emperador o Estado republicano. Devenido “micropoder”, éste se propaga por todas partes, activo de la manera más concreta, diseminado en los horarios de trabajo, la disciplina de los cuerpos, los gestos cotidianos. También reside en las maneras de juzgar, de sentir, de vincularnos con los otros y con nosotros mismos. Por lo tanto, las maneras de delimitar lo verdadero de lo falso, lo razonable de lo extravagante/raro, lo normal de lo patológico, lo decente de lo obsceno, han de comprenderse, por tanto, como mecanismos de sutil discriminación y fina coerción. Lo que pone en juego cada una de estas particiones no es una “verdad” inmutable, existente por ella misma, sino una relación de fuerzas, variable según los momentos de la historia, las tensiones de la sociedad, las rupturas y cambios en sus representaciones. La locura, por ejemplo, no es un mal funcionamiento del “espíritu”, entendido como una realidad siempre idéntica. Éste ha sido configurado y entendido de forma diferente en la época de Sócrates que en la de Erasmo, y que en el siglo de Freud. Utilizamos la misma palabra para referirnos a él, pero esa engañosa o falsa fijeza o mismidad oculta la heterogeneidad de  saberes, así como los distintos agenciamientos de poder. Aquí, el “loco” es escuchado como un sabio o un mensajero divino, allá confinado como un peligro que hay que descartar, o bien como un enfermo al que sanar.

La voluntad de saber

Foucault tomó prestado este principio de “genealogía” de Nietzsche, de quien fue un gran lector y continuador inventivo. Todas sus investigaciones se inscriben en esta estela, y particularmente la última. Centrado en la sexualidad, renueva profundamente las perspectivas de Nietzsche sobre el cuerpo, el deseo y, sobre todo, la construcción del individuo. Esto dado que Foucault es la constitución de la subjetividad misma la que Foucault acaba por ver como el resultado de los micropoderes, descubriendo su acción en el dominio de las prácticas y los juicios acerca del sexo. ¿Qué significa ser uno mismo, conocer las propias inclinaciones sexuales, gobernarse a sí mismo moralmente, saber cómo dejarse llevar o refrenarse, sentirse defectuoso o virtuoso? Contrariamente a lo que se cree, éstas no son situaciones standard, inmutables desde la antigüedad a nuestros días. Foucault fue descubriendo, poco a poco, los vínculos complejos entre concepciones de placer, el anclaje íntimo del poder, y la constitución de sujeto. He aquí porqué su Historia de la sexualidad es cualquier cosa menos una enciclopedia de prácticas eróticas.

Porque lo esencial no reside en saber, según las épocas, quien se acostaba con quién, cuantas veces, en qué posición. Ni tampoco qué actividades sexuales estaban completamente permitidas, cuáles eran meramente toleradas, o rigurosamente prohibidas. Claro que estos elementos deben tenerse en cuenta. Sin embargo, lo que verdaderamente hay que tener en cuenta es la manera en la que estos discursos y reflexiones sobre el sexo delimitan, según los siglos, la relación con uno mismo y con los demás. La subjetividad no es algo dado, un dato natural y originario. Ha sido fabricada de manera diferente en la llamada Antigüedad pagana, luego en la Europa cristiana, alrededor de múltiples discursos relativos al matrimonio, al adulterio, a la procreación, a la masturbación, a la homosexualidad. ¿Discursos represivos? A veces. ¿Normativos? Siempre. Sin embargo, también incentivadores. Lo que llama la atención de Foucault desde un principio es el inmenso dispositivo de palabras desplegado en occidente alrededor de la sexualidad. Como si, antes que una experiencia de placeres, esta fuera objeto de innumerables exámenes, juicios e innumerables glosas. El sexo para nuestra civilización, por tanto, consistiría en decir, al menos tanto como en hacer. Este es el leitmotiv del primer volumen de Historia de la sexualidad, la voluntad de saber, publicado en 1976. Con entusiasmo, el filósofo establece allí postulados contrarios a los discursos progresistas dominantes del sesenta y ocho.

¿Una sexualidad escrutada permanentemente?

El sexo, ¿es mudo? ¿Es sofocado, censurado, convertido en algo vergonzoso desde que la moralidad judeo-cristiana, decimos, extendió su capa de plomo sobre una pretendida libertad antigua? ¿Ha sido canalizado, encuadrado por la burguesía para mantener las multitudes trabajadoras en el trabajo? ¿Ha sido al fin liberado, devuelto a su poder subversivo por la revolución sexual? ¡No! tres veces no, enfatiza Foucault. Esta representación de la “represión burguesa” que prolonga la asfixia cristiana de la sexualidad es simplista. Peor: impide ver lo más interesante, la inmensa y paradojal incitación a hablar continuamente de sexo que atraviesa la cultura occidental -¡incluso para afirmar que no se debe hablar al respecto, que está prohibido, que es indecente, secreto!-. He aquí, entonces, el asunto que el último Foucault explora sabiamente: un sexo infinitamente hablado, más que reducido al silencio, finamente organizado y controlado, más que reprimido, estimulado y trabajado, más que censurado. Esta sexualidad, que se supone contiene la verdad sobre la humanidad en general, y sobre el individuo, en particular, es permanentemente escudriñada e interrogada, de diversas y múltiples maneras, desde griegos y romanos hasta nuestros días. Y Foucault tuvo el sueño, un poco loco, de diseñar el mapa en su Historia de la sexualidad.

Las vicisitudes de esta obra son, también, asombrosas. Por supuesto, el campo es inmenso, complejo, y los textos, innumerables. Sin embargo, eso no explica las profundas modificaciones que tuvo su itinerario. El primer volumen, en 1976, anunciaba una secuela en cinco episodios, que se dividían, escalonándose, en el advenimiento del cristianismo (2- La carne y el cuerpo), la era moderna (5- Los perversos, 6- Poblaciones y razas) pasando por la Edad media y la edad clásica (3- la cruzada de los niños, 4- la mujer, la madre y la histérica). Pero Foucault no publicó la secuela sino hasta ocho años después del comienzo, luego de modificar la cronología de su investigación, el plan de la misma, y en gran parte su perspectiva. Esto debido a que comprendió, en el camino, cuánto había heredado el mismo cristianismo de pensadores anteriores. Tuvo que volver a montar su investigación de varios siglos, hacerse helenista, equiparse, con marcha forzada, del bagaje erudito necesario. Esta hazaña, cumplida especialmente en companía de Paul Veyne y Pierre Hadot, merece la pena ser recordada y retomada. Finalmente aparecen, en 1984, poco tiempo antes de la muerte de Michel Foucault, dos volúmenes: El uso de los placeres, y El cuidado de sí que luego se convierten, respectivamente, en los volúmenes II y III de la “nueva” Historia de la sexualidad. El cuarto y último volumen está casi listo. La muerte llega. No es hasta hoy que nos llega esta pieza faltante del rompecabezas.

Las sorpresas de este último volúmen

Lo que se descubre allí es apasionante, sobre el registro de la historia tanto como en el de la actualidad. Porque la que se descubre es una historia poco conocida. Foucault muestra cuán equivocado es imaginar que una gran libertad pagana fue sofocada por una austeridad cristiana que supuestamente condenaba toda vida sexual. ¡Este no es el caso! Los filósofos de la antigüedad, desde Platón a Marco Aurelio, ya abogaban por una supervisión estricta de las prácticas sexuales. Las prescripciones cristianas no son, de golpe, más minuciosas ni más represivas. Al contrario: los Padres de la Iglesia a menudo  toman y repiten al pie de la letra las frases de los filósofos. Conservan prácticas ya formuladas, tales como la condena del adulterio, del matrimonio en segundas nupcias, las obscenidades entre esposos… Sin embargo, hablan de otro tipo de experiencias: dejan de considerar las relaciones de los placeres y de la moral, para preocuparse de la carne y la concupiscencia. En lugar de codificar los comportamientos, focalizan su atención en la interioridad del sujeto, en su relación con su propio deseo, en el consentimiento íntimo o de renuncia al mal.

Respecto del registro de la actualidad, la sorpresa está viva. Al acercar estas «confesiones de la carne » a nuestros debates actuales, nos veremos sorprendidos por una cantidad de coincidencias y contrastes, que traen consigo una claridad inesperada. La cuestión del consentimiento, por ejemplo, está en el corazón de esta investigación. Los textos hablan del consentimiento a sí, del consentimiento al propio deseo; nuestras discusiones apuntan al consentimiento al deseo del otro. Los Padres de la Iglesia hablan del fin de la diferencia de los sexos en el otro mundo, nosotros hablamos de eso mismo, pero en este mundo. Hay, así, cantidad de pistas de reflexión en este entrecruzamiento entre los Antiguos y de los posmodernos. Otra razón para leer a Foucault.

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Frédéric Gros**

¿Por qué este libro esperó 38 años tras la muerte de Foucault para ser publicado? ¿Era su voluntad? ¿La de los propietarios de los derechos?

Frédéric Gros – La voluntad de Michel Foucault era ciertamente publicar Las confesiones de la carne. La prueba: deja en 1982 en ediciones Gallimard un texto completo en forma de manuscrito, que luego corrige, parcialmente, y entrega mecanografiado. Pues no se trata de un texto que habría renunciado a publicar. Simplemente, decidió preceder a esta publicación con un libro sobre la experiencia sexual entre los antiguos. La escritura de lo que se convertirá en El uso de los placeres y El cuidado de sí le llevó dos años, y la muerte lo sorprendió antes de terminar de corregir el libro sobre la experiencia cristiana de la carne. Los propietarios de los derechos consideraron que como el manuscrito formaba parte del fondo del BnF, había llegado el momento de proponer una edición.

-¿Por qué aparece hoy? ¿qué ha cambiado?

Desde 1984, los trabajos de edición de Foucault se multiplicaron: la edición de sus artículos, entrevistas, etc. (Dits et écrits); la edición de sus cursos en el Collège de France; la recuperación de sus textos publicados en la Biblioteca de la Pléyade. Era sin duda razonable esperar finalizar esas empresas para publicar este inédito mayor.

-Más allá de todo lo que ya se ha publicado, ¿hay mucho aún por descubrir en los archivos personales de Foucault?

Desafortunadamente, no dispongo de una vista exhaustiva de los archivos de Foucault adquiridos por BnF. Son más de 40.000 hojas. Puede que su exploración aún reserve algunas sorpresas. Hay, por ejemplo, con un cierto número de cursos que dictó o en sus primeros años de docencia (Lille, Clermont-Ferrand, etc.) o, más tarde, en universidades extranjeras (Túnez, São Paulo, etc.), pero también fragmentos inéditos sobre Nietzsche o pintura.

[*]«Estudiante avanzada de la Licenciatura en Filosofía, miembro del Centro de Estudios en Filosofía de la Cultura y del proyecto de investigación “Mal(estares) en la sociedad occidental: dimensión propositiva de prácticas y discursos intersticiales en escenario posoccidental” de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue, Neuquén, Argentina. mari.carrier@gmail.com

* * Frédéric Gros, filósofo, profesor de Ciencias Políticas en Paris, consagró una parte de sus trabajos a Michel Foucault, colaborando particularmente en la edición de los cuatro volúmenes de Dits et écrits (Gallimard) y dirigiendo ambos volúmenes de la Pléyade.

[1]« Histoire de la sexualité 4 – Les Aveux de la chair». Editado por Frédéric Gros*. Gallimard, 438 p., 24 euros.

[2] Algunas reagrupadas por Roger-Pol Droit en «Michel Foucault, entrevistas». Odile Jacob Ediciones (2004), 160 p.20

No hay fracaso si hay balance: poder y potencia en el ciclo 15M-Podemos // Amador Fernández-Savater

«Toda ruina contiene

su pasado y el nuestro.

Toda ruina es hermosa

si es capaz de decirnos

qué esconde el porvenir»

(Juan Antonio Bermúdez)

Tras las últimas elecciones generales y municipales se habla del final del ciclo 15M. ¿Qué significa un final de ciclo? Podríamos pensarlo así: la potencia de efectos suscitada por un acontecimiento se agota, ya no es capaz de nuevas metamorfosis y actualizaciones. Hoy vemos el antiguo orden político recomponerse, las políticas neoliberales profundizarse, los espacios electorales del cambio volatilizarse, en medio del declive del tipo de vida política inaugurada por el 15M, más preocupada por la apertura a la cooperación con el cualquiera que por la reproducción de las identidades existentes.

Esta sensación de decepción no me parece mala condición para el pensamiento. Diego Sztulwark, investigador independiente y antiguo miembro del Colectivo Situaciones, ha escrito un texto hermoso justamente sobre la potencia que podemos encontrar en los estados de decepción.

La decepción es como un camino de prueba a atravesar. En él podemos hacer una «limpia» de toda una serie de ilusiones y salir así más fuertes, más realistas, más estratégicos. Regeneramos el deseo de transformación renunciando a idealismos, utopismos y voluntarismos. En el desmoronamiento de las expectativas y las proyecciones se vuelve posible ver algo nuevo y recrear los lazos con el mundo.

En el estado de decepción, ya no tenemos ninguna posición que «defender», ninguna fórmula que «vender», estamos todos como suele decirse «en la misma mierda». Es un momento de no saber en el que pueden elaborarse saberes nuevos, si evitamos caer en el cruce de acusaciones, el ajuste de cuentas, la búsqueda de culpables y la lógica de tribunal.

De ese modo la decepción se vuelve condición de pensamiento y abre la posibilidad de elaborar un balance colectivo sobre lo vivido, donde colectivo no significa «todos juntos», sino «entre todos».

Balance o desbandada

¿Qué es un balance? El filósofo Alain Badiou dice lo siguiente en un texto escrito al respecto: no hay fracaso si hay balance. Es decir, en la historia de las experiencias revolucionarias hay fracasos y fracasos. El peor de los fracasos es el que no piensa nada, no registra nada. Si no hay pensamiento, si no hay balance, hay desbandada: repliegue de cada cual en su vida, fuga personal de lo político enmierdado, en la amargura y tal vez el resentimiento, desnorte y orfandad, ruptura de los lazos de confianza, etc. La banda se desbanda. La dispersión es no solamente física, sino sobre todo mental y sensible: deja de compartirse una percepción y una lectura común sobre la situación.

El balance es compañía en la soledad, vuelve fecundos los fracasos, encuentra una significación en las derrotas. No evita que nos volvamos a equivocar, pero permite que la próxima vez nos equivoquemos distinto.Lo peor es fracasar igual, el fracaso previsible.

Si no hay balance propio, vence el balance del adversario. Y este siempre es absoluto: el deseo de transformación social es locura y acaba mal. El balance propio vuelve relativo un fracaso absoluto: el fracaso no está inscrito en el deseo de transformación, sino en la vía concreta que hemos elegido. Fracasamos siempre en punto concreto dice Badiou. El balance es una topología: «hay que localizar, encontrar y reconstituir el punto a propósito del cual la decisión fue desastrosa». El punto, simplificando, es una encrucijada o un momento crítico en el proceso donde tomamos malas decisiones. Si queremos decirlo coloquialmente: «donde la cosa empezó a torcerse».

¿Cuál ha sido ese punto, nuestro punto?

Regreso a Neptuno

Ni siquiera se trata seguramente de un solo punto, sino de una entera línea de puntos a lo largo de los cuales se va deslizando una decisión, una orientación del movimiento

Voy a señalar como primer punto el Rodea el Congreso del 25-S de 2012, cuando miles de personas cercamos físicamente el Parlamento de los Diputados hasta ser desalojados violentamente de la plaza de Neptuno por la policía de la hoy defenestrada Cristina Cifuentes.

¿Cuál era el objetivo del 25-S? nos preguntó a una serie de amigos durante una conversación informal Raquel Gutiérrez, teórica y militante mexicana, a su paso por Madrid en 2017. Esta pregunta aparentemente tan sencilla se quedó sin respuesta por parte de los que allí estábamos y desde entonces rebota en mi cabeza.

Me parece, visto en retrospectiva, que el 25-S podía interpretarse de tres modos al menos:

-como llamada a un levantamiento general contra la clase política: es la imagen de la insurrección, tan cara al imaginario revolucionario del siglo XIX. Desorden, barricadas, minorías conspiradoras y masas en la calle, el derrocamiento fulgurante del orden establecido que abre un espacio vacío a lo nuevo. La «destrucción creadora» de Bakunin. 

-una «radicalización» del movimiento nacido en las plazas a través de un choque a cara de perro con el poder político. El pasaje del «no nos representan» al «a por ellos». Un endurecimiento de la lógica de enfrentamiento del 99% contra los representantes del 1% con la aspiración de cambiar las reglas de juego del poder.

El 25-S fue una primera tentativa de «asalto» al poder político considerado a partir de ahí como el centro que organiza la acción (las plazas del 15M fueron más bien el gesto de «dar la espalda» al poder). Podemos pensar el posterior «asalto institucional» como una continuación -por otros medios, más eficaces- de esa primera tentativa. Se impone desde entonces un lenguaje político típico del siglo XX: asaltar, tomar, ganar, etc.

-del tercer modo de pensar el 25-S, seguramente una imagen política más fecunda para el siglo XXI, hablaremos de nuevo al final de este artículo.

Recapitulando: a partir del 25-S se fue decantando una decisión: poner el poder político como objetivo principal de la acción y, en consecuencia, confundir y/o subordinar la potencia al poder, la política de movimiento a la política de partido, la emancipación a la gestión.

Esta es la idea que quisiera poner a discusión en la elaboración colectiva de balance: el problema de la confusión entre potencia y poder que -pienso- ha acabado entrampando todas las energías en el estado de cosas (el Estado). Una «lección» que podríamos sacar entonces de cara a futuro sería distinguir radicalmente ambas cosas, para «fracasar distinto».

Estrategia populista y partido-movimiento

Simplificando mucho de nuevo, encuentro dos maneras de con-fundir potencia y poder en el pensamiento  y el hacer en estos últimos años.

La primera sería el pensamiento estratégico populista que viene a decir lo siguiente: los movimientos son cambios sociales o culturales o afectivos  importantes, pero insuficientes. El Partido es el «plus» político que canaliza su energía hacia las instituciones para transformarlas. El 15M fue indignación, expresión de malestar, tuvo impacto en el «sentido común de época». El Partido interpreta y sintetiza a partir de ahí las demandas y los descontentos: «traduce políticamente» al movimiento.

Es un pensamiento que subordina la potencia al poder: los movimientos son procesos importantes, pero sólo como «preparación» o «trampolín» hacia otra cosa. Son los signos que el estratega populista ha de saber leer y organizar -mediante las famosas cadenas equivalenciales, etc.- en la operación de construcción hegemónica.

Este es un pensamiento fundamentalmente triste -por mucha energía que le eche Errejón a sus arengas- porque se acerca a lo real desde el ángulo de la «falta»: los movimientos no son vistos como potencias en sí mismos y por sí mismos, sino que siempre están «en función de» otra cosa (una instancia superior) que les da valor y sentido.

La segunda es la hipótesis de un «partido-movimiento» o de un «partido orgánico» en torno a la cual se han reunido corrientes tan diferentes como Anticapitalistas o sectores autónomos en las confluencias y los municipalismos. Es la hipótesis «movimentista».

El partido-movimiento es el conjunto reunido de las fuerzas sociales, políticas y culturales activas en el proceso de transformación social. Se distingue del «partido-institución» porque no es sólo una máquina electoral o de gestión, sino que trabaja políticamente en la sociedad. Va más allá de la concepción de una «autonomía de lo político», la idea de lo político como esfera autónoma y aparte, en la convicción de que sólo un fuerte apoyo social organizado puede sostener políticas públicas de cambio sustantivas.

Creo que es una mala idea (teórica) y que ha tenido malos efectos (en la práctica). Mala idea teórica porque es deudora de un paradigma unificante de lo político donde lo múltiple queda englobado en lo uno: una sola organización, por muy plural y compleja que sea. La metáfora «orgánica» es reveladora: se piensa en un solo cuerpo cuya cabeza sería una serie de «cuadros» vinculados a los movimientos («dirección política», «vanguardia interna»). Mala idea también porque la lógica de la potencia y la lógica del poder son heterogéneas y no ensamblan: el partido bolchevique y los soviets no pueden convivir en el mismo espacio. En la práctica creo que esta idea ha capturado la energía de mucha gente de los movimientos en los lugares institucionales, debilitando así la trama de la potencia.

Potencia destituyente

Mi propuesta sería separar radicalmente la potencia del poder, lo que no significa que uno no tenga efectos sobre el otro, sino que no se subordinan ni se con-funden.

El filósofo italiano Giorgio Agamben está desarrollando en ese sentido un pensamiento sobre lo que llama la «potencia destituyente». Agamben toma nota sobre la «tragedia» de las revoluciones que consiste en la activación repetida de un «mecanismo diabólico» por el cual el poder constituyente queda atrapado una y otra vez en un nuevo poder constituido (tan parecido al antiguo…).

Lo constituyente queda limitado desde entonces al solo poder de revisar la nueva constitución y el nuevo gobierno, a la «participación» dentro de las estructuras existentes, pero ya sin posibilidad de cuestionarlas radicalmente (de raíz). Eso en el mejor de los casos. En el peor, se reduce a mera referencia retórica e instrumental, a un fetiche que fundamenta y legitima al nuevo poder, un «mito de los orígenes». Es la manera de hablar de tantos dirigentes de la Nueva Política sobre el 15M.

¿Es posible romper ese mecanismo diabólico? ¿Es posible una política de los gobernados que no se resuelva en un nuevo poder, que los gobernados se definan siempre, como decía Maquiavelo, por su deseo de no ser oprimidos? Agamben propone la potencia destituyente, una potencia que no cristalice nunca en poder. Devenir y permanecer ingobernables.

Pensar-crear esta potencia destituyente implica un desplazamiento radical en la comprensión misma de lo político. Deshacernos en primer lugar de un imaginario en el que el poder político está en el centro y polariza todas las energías.

Nunca el poder político ha tenido tan poco poder como hoy en día, atravesado y desbordado por fuerzas financieras globales y micropolíticas neoliberales. Nunca ha estado sin embargo tan presente en nuestras conversaciones y en nuestros corazones. Es lo que siento más dolorosamente como «fracaso generacional» de la gente «educada» en la potencia de los movimientos: la manera en que hemos cedido a la tentación política, entregando nuestra irreverencia e indiferencia de fondo al poder, asumiendo su lenguaje y categorías, enamorándonos de él.

Distinguir entonces radicalmente entre potencia y poder. No se funden, ni se confunden. Son de naturaleza diferente, habitan mundos distintos, siguen lógicas heterogéneas. El conflicto entre ellos es asimétrico (no se pelea por lo mismo) y su cooperación eventual nunca es «orgánica», sino puntual y efímera.

La potencia no se «traduce» al poder: hablan dos lenguajes, inconmensurables. La «democracia real ya» de las plazas y las asambleas es otra cosa que la «democratización de las instituciones».

La potencia no se «gestiona»: se actualiza o muere. No requiere la edificación de «instituciones» que la canalicen, sino de la creación de formas que la hagan pasar: formas de paso, para que la potencia pase.

La potencia es heterogénea con respecto al tiempo del poder, a su calendario electoral, tiene sus propios tiempos de maduración y crecimiento, con sus propios ritmos.

La potencia no conoce distinción entre medios y fines, no admite distinciones entre formas y contenidos: en ella el medio es el fin, prefigura el fin, la potencia es medio sin fin.

La potencia no es un contrapoder: no está ahí para «controlar» o «vigilar» al poder, no se define a la contra, sino por su capacidad creadora de nuevos valores, nuevas maneras de hacer, nuevas relaciones sociales. La potencia destituyente es afirmativa y creadora de nuevas formas de vida.

La potencia no es escasa: no es un bien escaso, rival, antagonista (o lo tienes tú o lo tengo yo). Se multiplica al compartirse. Favorece las relaciones de cooperación y no de competencia.

La potencia, por último, no es cuantitativa, sino cualitativa: 40000 personas actuando en la trama de la potencia en una ciudad como Madrid suponen una fuerza irresistible, pero 40.000 personas actuando en la trama del poder (es decir, votando) producen sólo tristeza y frustración porque no superan el umbral representativo exigido.

Poder sin potencia

Puede parecer paradójico, pero el poder sin potencia no puede nada. La potencia transforma la sociedad desde el interior. El poder se limita (en el mejor de los casos) a «cristalizar» un efecto de la potencia inscribiéndolo en el Derecho: haciéndolo ley.

Primero vienen los movimientos de diferencia afectivo-sexual que transforman la percepción y la sensibilidad social, sólo después se legaliza el matrimonio homosexual. Primero viene el movimiento negro que transforma la relación entre negros y blancos, sólo después se promulga la ley de igualdad racial. Primero vienen las luchas del movimiento obrero que politizan las relaciones laborales, sólo despuéslas conquistas se inscriben como derechos sociales.

Ninguna de estas «cristalizaciones» es clara, sino siempre ambigua y conflictiva, precisamente porque el lenguaje de la potencia no se traduce sin más en el lenguaje del poder. Cada cristalización supone un cierto estrechamiento de los planteamientos de la potencia, pero supone también un espacio de disputa siempre activable por nuevos sujetos.

La potencia crea posibilidades nuevas. El poder es gestión en el marco de las posibilidades existentes. Lo vemos una y otra vez: los poderes que se quieren progresistas ven reducir sus márgenes de acción posibles cuando no hay potencias en acto empujando las cosas más allá y redefiniendo la realidad. ¿Podría ser esto lo que explica los magros resultados de la acción de gobierno de tantos ayuntamientos del cambio, más que la falta de voluntad o audacia política de las personas que los componen?

Regreso a Neptuno (2)

Ahora podemos retomar la última de las opciones de interpretación del 25-S que dejamos colgada.

Hemos dicho: la potencia no debe confundirse con el poder, pero eso no significa que deba desentenderse de él. Puede inventar modos de imponerle cuestiones sin colocarse en su lugar, de obligar al Estado sin ser Estado, de afectar y alterar el poder sin ocuparlo ni desearlo. Potencia a distancia del poder: una imagen política para el siglo XXI.

El 25-S sería visto así un ejercicio de destitución del poder: no de toma o de asalto, de ocupación o de sustitución. Una potencia heterogénea al poder que nació en las plazas le impone un límite sin proponer nada a cambio: «por aquí no pasas». Es lo que Raquel Gutiérrez llama «potencia de veto».

La potencia destituyente dice Agamben es un elemento que, en la misma medida en que permanece heterogéneo al sistema, tiene capacidad de destituir, suspender y volver inoperativas sus decisiones. La «potencia de veto» de Raquel Gutiérrez es el mejor ejemplo contemporáneo de lo que Agamben busca en los conceptos de «violencia pura» o «divina» de Walter Benjamin: una fuerza capaz de deponer el poder, sin fundar uno nuevo. Es urgente contaminar la teoría de la destitución -todavía tan blanca, tan europea y tan masculina- con reflexiones de los feminismos latinoamericanos.

Coda: volver a contarnos

La Revolución Francesa sigue dándonos que pensar aunque después viniese Napoleón. La Comuna de París sigue inspirándonos aunque acabase en masacre. La experiencia anarquista en la guerra civil es rica en enseñanzas aunque fuese estrangulada por estalinistas y fascistas. Hay que leer de nuevo este ciclo político en claves destituyentes para liberar así las potencialidades (los virtuales) del 15M. Lograr ver la potencia como potencia y no como antesala del poder. Sustraer el 15M del continuum de la Historia, como posible realizado y aún sin realizar, como elemento aún activo. Es un desafío de balance y recreación poética de la historia de los últimos años, aún por hacer.

Como dicen otros amigos, hay que buscar lo que escapa en cada época, lo que escapa a cada época, porque es lo que nos puede permitir seguir escapando hoy.

Texto elaborado para mantener un debate con Monserrat Galcerán y Carlos Sánchez Mato en la 9ª edición de la Universidad Socioambiental de la Universidad de Guadarrama.

Referencias:

«La travesía de Naruto (notas sobre deseo y decepción)», por Diego Sztulwark

«¿A qué llamamos fracasar?», prólogo de Alain Badiou a La hipótesis comunista.

Construir pueblo, Iñigo Errejón y Chantal Mouffe (Icaria, 2015).

Sobre el partido-movimiento y el partido-orgánico: 123.

Giorgio Agamben y la potencia destituyente: 123.

No existe la revolución infeliz: el comunismo de la destitución, Marcello Tarí, Deriveapprodi.

Horizontes comunitario-populares, Raquel Gutiérrez, Traficantes de Sueños.

 

Fuente El Diario España

Sobre nosotros los jugadores. Notas a partir de La cueva de los sueños* // Juan Manuel Sodo

  1. Sobre los bingos como fuente de oxígeno para los cuerpos quemados, nerviosos, manijeados que padecen la precariedad. Sí. Sobre las razones de su efecto balsámico, pulmonar, eficacia terapéutica reparadora de estados de ánimo rebosantes en fragilidad. De todo esto, dice Andrés Fuentes, autor de La cueva de los sueños, editado por Tinta Limón, trata su libro. Lo escribe ya en la introducción. Podríamos sumar una hipótesis. Se trata de un libro sobre contar la ciudad. Un ensayo de percepción.
  2. Si un territorio -leemos- es la conjunción de cuerpos y entornos, y si nuestro entorno es la ciudad con su ambiente de enunciados, objetos, lugares, ritmos, fuerzas… entonces hay dos fuerzas medioambientales que empujan contra la posibilidad de ver y decir, o sea de narrar. Las de igualación (una democratización del aplanamiento de lo sensible vía pantallas). Y las de predictibilidad (la estandarización de unas lenguas que, como cuando tecleamos, parecieran prever lo que hay para escribir o hablar).
  3. ¿Qué es, en este suelo, hacer una crítica? Sobre eso también es la investigación, aunque no esté en forma explícita. Usando su propia terminología jugadorista: ¿habría una crítica tranqui (presupuestada en lo que se puede decir), una moral, una enviciada, una ortiba, llorona o condenada? No sabemos cómo se hace una crítica. Pero aprendemos a tener en cuenta cinco elementos: el juego como diagrama, idea de economía afectiva, una teoría de los ensambles libidinales y del estilo, noción de mega-entretenimiento.
  4. Endeudados estamos siempre. Desde el momento en el que nos levantamos y tenemos mensajes que contestar. Aceptar dar una charla sin conocer el tema, vender humo presentando el resumen de un programa que aún no existe para ganar tiempo, aplazar una respuesta pateando la pelota para adelante, actualizar la foto de perfil o cambiar la contraseña son pequeñas postales de endeudamiento cotidiano en la timba maquínico vincular. La escena del tragamonedas, ¿no se parece en algo a la excitación de tirarse el lance con un imbox o un posteo y volver a dar refresh al celu a ver si sale like?
  5. El desierto de Nevada, ciudades turísticas y de frontera, un barco flotante. Cuando era chico, el juego estaba asociado a lo distante. Un corte con la cotidianeidad. Lo otro del trabajo, el tiempo y el espacio. Era la lógica del entretenimiento. Un allá. Una vida todavía más disciplinaria que de rendimiento. Vamos ahora a la tensión entre existir y funcionar. Si existir supone vacilación, falla, tiempo muerto, funcionar supone seguir funcionando porque es algo menos propio de lo vivo que de las máquinas. Así como los bingos están siempre cerca y a mano, el megaentretenimiento es entonces, según el libro, un entretenimiento del acá: la proliferación de audios virales, memes coyunturales, videítos porno, fake news, bombas mediáticas, quilombos de Centurión. Escándalos rápidos para consumir mientras no podemos parar (porque todo, hasta armar una vacación implica un trabajo), estamos haciendo otra cosa o mientras tanto.
  6. La seducción de los bingos habla más de nuestras fuerzas que de las propias salas, dice Andrés. “Hay un trabajo estratégico por capturar sensibilidades que si resulta exitoso es porque expresa lo más profundo y concreto de nuestra vida contemporánea”. La fascinación tecnológica, la conexión con el imaginario de pegarla y salvarse, la utopía de un futuro en el que no haya que cansarse, la expectativa de que en la próxima jugada algo pueda cambiar. “Nuestras vidas son quemadas por la tensión que nos provoca el cuerpo a cuerpo con el mundo. Lo que nos tritura los nervios es la lucha para crear el terreno donde nos movemos, generar el suelo donde transitamos para gestionar la guita, los vínculos afectivos, andar por la calle o cualquier otra actividad”. En ese plan, asoman usinas de vitalidad. “El juego es una experiencia límite que emite una adrenalina que no resulta desgastante […] En las salas, si la suerte nos acompaña ganamos unos buenos billetes, mientras que afuera para conseguir billete hay que laburar”.
  7. Signos se emiten. Linguísticos y monetarios. Si algo caracteriza a dos de los sistemas que más usamos, las redes y el bancario, es que son opacos. No sabemos por dónde va la plata y por qué el algoritmo me muestra lo que me muestra del mismo modo en que se desconoce por qué da premio equis máquina. La idea de caja negra en Flusser como opacidad constitutiva de los aparatos. Su contrario no sería la transparencia sino la vitalidad, pareciera enseñarnos el autor de La cueva de los sueños con su manera de escribir la ambivalencia de las series bioenergéticas que podrían ir de sacar al perro a pasar por Codere a pagar el auto.           
  8. Cerramos citando su arenga textual: el problema no es estar cansando sino cuando el cansancio no tiene sentido […] cuando las fuerzas puestas en marcha no son acompañadas de una alegría copada efecto de una potencia que se activa. Un cansancio ligado con el bajón que nos estanca y hace pedalear siempre en el mismo lugar. Por eso un desafío político es cómo hacer fuerza y darle espesor a nuestros cuerpos para no dejarnos arrastrar […] Corrernos de una vida que se haga preguntas sobre lo que quiere por un querer que ponga en pregunta qué es vivir.

 Junio de 2019

*La Cueva de los sueños. Bingos Precariedad y política es un libro de Andres Fuentes, editado por Tinta Limón Ediciones.

 

 

 

    

 

Junio // Jorge Fandermole

A Darío Santillán y Maximiliano Kosteki in memoriam.
A todos los que nos dignifican con su lucha.
Lo que va a pasar hoy pasó hace tanto
me desperté diciendo esta mañana,
no vi las predicciones del espanto
que le arrancaba al sueño mi palabra.
En este invierno que pega tan duro
está lejos tu boca que me ama
y se me desdibuja en el futuro,
y junio me arde rojo aquí en la espalda.
En este invierno atroz no hay escenario
más duro que esta calle de llovizna;
cada uno sigue en ella su calvario
pero la cruz de todos es la misma.
Salí con las razones de la fiebre
y una tristeza absurda como el hambre,
y cuando en el corazón la sangre hierve
es de esperar que se derrame sangre.
Me llamo con el nombre que me dieron,
el que tomó la crónica del día;
soy uno de los dos que ya partieron,
los dos en un montón que resistían.
Hermano en la delgada línea roja
que te me fuiste dos minutos antes
con la indiscreta muerte que en tu boca
entraba en cada casa con tu imagen.
Yo estaba junto a vos sobre tu grito
besándote feroz la indigna muerte
mientras te ibas volando al infinito
fulgor de la mañana indiferente…
Yo sé que el corazón que está latiendo
en cada uno es una senda pedregosa,
cuando en el suelo sucio me estoy yendo,
ajeno y solo de todas las cosas.
Si yo salí por mí y salí por todos
cómo es que ahora no hay nadie aquí a mi lado
que me retenga la luz en los ojos,
que contenga este río colorado.
El corazón del hombre es una senda
más áspera que la piedra desnuda;
mi extenso corazón es una ofrenda
que pierde sangre en esta calle cruda.
Yo tengo un nombre rojo de piquete
y un apellido muerto de veinte años,
y encima las miradas insolentes
de los perros oscuros del cadalso.
Yo no llevaba un arma entre las manos
sino en el franco pecho dolorido,
y el pecho es lo que me vieron armado
y en el corazón todos los peligros.
La mano que me mata no me llega
ni al límite más bajo de mi hombría
aunque me arrastren rojo en las veredas
con una flor abierta a sangre fría.
Hoy necesito un canto piquetero
que me devuelva la voz silenciada,
que me abra por la noche algún sendero
pa’ que vuelva mi vida enamorada…

“Darío Santillán es un símbolo de las militancias de los movimientos sociales» // Mariano Pacheco

Por David Pike y Mariana Di Mauro

 

Entrevistamos a Mariano Pacheco, compañero y biógrafo de Darío Santillán quien junto a Maximiliano Kosteki fueron asesinados por la represión policial conocida como la Masacre de Avellaneda. Diecisiete años después, Mariano nos cuenta quién fue y que simboliza actualmente Darío.

 
 

-¿Quién fue Darío Santillán?

 

-Darío fue un joven militante de la zona sur del conurbano bonaerense que creció en el barrio Don Orione, en Claypole (Almirante Brown). Hijo de una familia trabajadora, su padre y su madre enfermeros. Promediando la década del ‘90 y cursando sus estudios secundarios en San Francisco Solano comenzó un proceso de politización al calor de las luchas contra la Ley Federal de Educación, la reorganización de los centros de estudiantes y la participación en las luchas juveniles del período. Darío participó también en experiencias políticas como la Agrupación 11 de Julio que realizaba fanzines, programas de radio, trabajo territorial en villas y asentamientos y trataba de fortalecer un vínculo con las experiencias de lucha que empezaban a emerger en aquellos años vinculadas al movimiento piquetero, particularmente a la corriente autónoma de los Movimientos de Trabajadores Desocupados. Así es como en el año 1999 finaliza sus estudios secundarios, realiza un breve intento de estudiar Historia, pero en medio de las condiciones socio-económicas adversas y la crisis que atravesaba el país se dedica de lleno a conformar un movimiento de trabajadores.

 

A inicios del 2000 Darío comienza a organizar un Movimiento de Trabajadores Desocupados en el barrio Don Orione en función de una definición política de un grupo que integramos en aquellos años. Desde ese momento, se ocupa de todo lo que implica el trabajo territorial, la organización de los espacios comunitarios, productivos y autogestionados.  Participa de las movilizaciones, toma de edificios públicos y cortes de ruta, en un momento donde las luchas sociales comienzan a ser cada vez más radicalizadas. Así se llega al 19 y 20 de diciembre, del cual participa activamente. 

 

Al tiempo se muda a Lanús para participar allí del MTD que, en esos momentos, toma una tierra para construir viviendas y allí arma su casa. Después comienza con el trabajo de la bloquera, que es también un símbolo emblemático que aparece en muchas fotos de Darío, inspirado en el trabajo voluntario de Ernesto Che Guevara. 

 

El 26 de junio del 2002, Darío muere asesinado por la espalda luego de socorrer a Maximiliano Kosteki en la estación Avellaneda cuando había sido herido de muerte por las balas disparadas por la policía bonaerense en un operativo conjunto realizado con gendarmería, prefectura y policía federal. Desde ese momento, Darío pasó a ser un símbolo político generacional de las militancias inscriptas en los movimientos sociales.

 
 
 
 
 

-¿Qué implicó la Masacre de Avellaneda?

 

-Implica el inicio, o el intento de inicio, de una fase autoritaria y represiva abierta por parte del Estado, implicó un de intento de escarmiento para frenar las potencialidades más insurrectas de los sectores populares en lucha, de las corrientes militantes que construían por fuera de las lógicas de la democracia representativa. De algún modo, el intento fue parcialmente frenado en términos de una gran capacidad de movilización de los sectores populares. Pero, de algún modo, fue efectivo en términos de que desde allí no hubo sectores de la militancia que volvieran a pensar la política argentina en términos más insurgentes. 

 
 

-¿Qué simboliza la figura de Darío Santillán en la actualidad?

 

-Hoy resulta de vital importancia política rescatar su figura, no por nostalgia, sino como  contradiscurso respecto de los años ‘90 y 2001-2002 , lejos de cierta mirada progresista que sostiene que en aquellos años no pasó nada y que sólo había presente un desierto neoliberal. El reverso del desierto neoliberal es la capacidad de sectores de nuestro pueblo de organizarse y luchar, en muchos casos, por reivindicaciones inmediatas para poder solucionar problemas elementales de la vida. Pero también es la construcción de una corriente de participación política de jóvenes que buscaban encontrar en el conflicto y la organización social un modo diferente de hacer política referenciada en el zapatismo, el Movimiento Sin Tierra de Brasil y recuperando lo más insurgente y combativo de los años ‘60 y ‘70 en nuestro país, tanto del ala revolucionaria del peronismo como de las izquierdas más vinculadas al guevarismo. 

 

Entonces, el recorrido militante del joven Darío Santillán hoy puede resultar inspirador para pensar, también, nuevos modos de intervención militante en los marcos de la realidad que vivimos.

 

La poesía no es un lujo, según Audre Lorde // Agustín Valle

Este texto de Audre Lorde, “La poesía no es un lujo”, me pareció buenísimo en varias cosas. Anuda diversas líneas que me parecen muy contemporáneas -en algunos otros pasajecitos queda pegada al tono de su época, como acaso corresponda a un viviente-. Por una parte, la idea misma de que la poesía no es un lujo. Es una idea-combate. Porque si el drama sociopolítico en que vivimos se convierte en un estado de urgencia, en la urgencia lo poético queda menospreciado como un lujo evitable (lo cual es un rasgo del estado de “respuesta urgente”). Qué ostentoso hacer poesía con las cosas que están pasando… Como si lo poético fuera un campo de mero esparcimiento.

“Nuestros poemas formulan las implicaciones nacidas de nuestro ser”, dice Lorde. Lo poético sería la instancia donde puede tomar forma nuestra naturaleza. Las verdades que intuimos, lo que presentimos, nuestro “ensueño” (Rozitchner). La concepción de vida que surge de nuestra experiencia sensible (con sus parámetros, sus reglas, su deseo, su ritmo), se convierten en algo que tiene consistencia, y puede jugar en el mundo, gracias a la mirada poética, al tiempo poético. Es necesario “soportar la intimidad”. Es necesaria una “atención disciplinada”. (Tiqqun: “llamamos comunismo a una cierta disciplina de la atención”).

Más que condenar involuntariamente lo poético como un lujo, en pos del deber de la respuesta urgente, de la indignación, ¿de la militancia?, etc., esta escritora nos insinúa que es al revés: que si hay derrota en el orden político, si la atrocidad tiene lugar, es porque hemos, colectivamente, debilitado el lugar y la legitimidad de lo poético. (Lo poético entendido en este sentido abarcativo y no circunscripto a la escritura en verso, claro).

Pero además Lorde afirma que esta potencia poética es femenina. Al orden masculino lo llama el orden de “Los Padres Blancos”, responsables del “modo de vida europeo”. El modo de vida europeo, propio de los padres blancos, se caracteriza por “concebir la vida como un problema a resolver”. Ella, desde “la madre negra que todas las mujeres llevamos dentro”, afirma que “la vida es una situación que debe ser experimentada”. Creo que incluso puede ser un problema a ser experimentado. Habitado.

Los padres blancos quieren resolver. Resolver el problema, eliminarlo, y proseguir. Para los padres blancos, además, lo más importante son las ideas, y hacen de la poesía un estéril juego de palabras; nos legan una concepción de las ideas insensibilizadas -una idea insensible de las ideas-, y una concepción de la poesía como algo, en fin, lujoso -frívolo.

Lo femenino según Lorde es un cúmulo de experiencia y una naturaleza que puede obtener fuerza de lo oscuro. De lo oscuro y profundo. Algo de los atributos corporales femeninos está claramente aludido: el útero, el embarazo, esa creación lenta, casi invisible desde afuera (acaso lo importante nace siempre escondido?). Ese oscuro del que todxs venimos. Al fin y al cabo el sol siempre fue macho, el dios sol, y la tierra, hembra. El iluminismo y la razón son modelos de verdad de cuño solar, masculino: deterministas, impositivos, que proceden por certidumbres. Lo femenino, como la tierra misma, muestran que la verdad se elabora siempre con una decisiva fase de oscuridad.

También los sueños, que Lorde pondera altamente, tienen a lo oscuro como condición de posibilidad.

Oscuridad, gestación discreta, rango existencial de lo poético: ideas-combate vitales para nosotrxs, sujetos al mandato de exhibición permanente, sujetos a la iluminación constante de las pantallas; nosotrxs que caminamos por calles inundadas de la luz blanquísima de las led que nos trata como sospechosos y como pacientes: son de interrogatorio y de quirófano. ¿Guardamos aún zonas para la oscura luz poética? ¿Con qué deben luchar, para tener sitio? ¿Qué aliados encuentran? ¿Qué procedimientos sostienen vivo y dan consistencia a lo poético?

 

Desde Bestias Posibles

 
 

El cactus y la constelación // Entrevista a Pablo Ires

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Notas para una genealogía de la insurrección // Diego Sztulwark

Prólogo de Diego Sztulwark a Desde abajo y a la izquierda. Movimientos sociales, autonomía y militancias populares (Cuarenta ríos), de Mariano Pacheco

Si el libro que inicia la colección de ensayos en la que se inscribe el presente volumen acuña la ingeniosa expresión “vidas de derecha” (Silvia Schawarzböck: Los espantos. Estética y postdictadura) para designar el tipo de existencia que llevamos los habitantes del mundo posthistórico en el que enseñorean quienes destrozaron el proyecto de las organizaciones revolucionarias de los años setenta, el de Mariano Pacheco se ocupa de lo que podría llamarse “vidas de izquierda” y trata de la contra-historia que nace durante el nuevo siglo abierto por la irrupción del zapatismo el 1ro de enero de 1994, desplegado en nuestro país a partir del 26 de junio de 1996 (la pueblada acontecida en localidades neuquinas de Plaza Huincul y Cutral-Có). Las vidas de derecha transcurren en un universo de postdictadura en el que toda política ha quedado neutralizada mediante el empleo de un dispositivo cultural específico que consiste en eximir a los victoriosos de reflexionar públicamente sobre su victoria en la lucha de clases mientras vencidos quedan a cargo de la narración de lo sucedido. De modo que la de los derrotados se torna testimonio sin política. La cultura de la democracia no tiene afuera: la izquierda se reduce a salón y literatura, sin guerra. Las vidas de izquierda en cambio irrumpen en con el “ciclo de resistencia popular y anti-neoliberal” 1996-2002, creando una contra-cultura antagonista y reintroduciendo el desafío político que el terrorismo de estado había aniquilado.

Pacheco investiga el nexo entre ese enorme potencial de ruptura de la crisis (y por lo tanto de apertura de horizontes) y la emergencia de lo que llama una nueva izquierda autónoma. Ese nexo consiste en adoptar el punto de vista de la crisis, que no se ha agotado ni resuelto. Sino que subsiste como reservorio de percepciones y prácticas subversivas. Las corrientes militantes de la izquierda autónoma sostienen y comunican lo que en la crisis hay de crítica inmanente de la doble relación de representación en la que coinciden los grandes actores de la democracia: la representación política de matriz liberal en la que se juega la legitimidad del estado; la representación propiamente capitalista del valor que sostiene los dispositivos de explotación de lo producido por la cooperación social. La nueva izquierda autónoma expresa de manera militante los rasgos de autoorganización propios de un ciclo de luchas que en su radicalidad apuntan a destituir las técnicas comunicacionales, jurídicas y policiales de la dominación autoritaria por vías democráticas tan características de la geopolítica actual.

Esta es la premisa del presente ensayo de Mariano Pacheco, y es importante que este punto de vista se desarrolle en confrontación con los títulos previos de esta colección (que de por sí constituye una contribución decisiva para la elaboración política de una perspectiva generacional) en la que ya se abordaron las cuestiones de la dialéctica entre mito y creación (Yo ya no, de María Pía López); la relación entre peronismo y revuelta (Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución; de Javier Trímboli) y el vínculo entre militancia y filosofía del acontecimiento (Teoría de la militancia; de Damián Selci). Pacheco retoma todos estos problemas desde el ángulo del antagonismo: discutiendo desde abajo la precariedad conservadora de la mediación simbólica y material kirchnerista; proponiendo retomar los elementos de las luchas autónomas como experiencias capaces de estructurar proyectos fuertemente alternativos al neoliberalismo; cuestionando la política de la memoria histórica que llevaba a anclar la coyuntura del 2003 en 1973, salteándose –precisamente– toda la experiencia que va del 94 zapatista al 2001 argentino; reponiendo el carácter biopolítico de las luchas autónomas como fondo sobre el cual leer la noción badiouana de acontecimiento tal como la estudió de su maestro Raúl Cerdeiras, es decir, arraigada en la capacidad de destitución del marco de representaciones sostenidas por la gubernamentalidad llamada democrática y no en la emergencia de un liderazgo proveniente del sur.

***

La precisión de la investigación de Pacheco (las secuencias fechadas, los escenarios localizados) no surge del puntillismo académico sino de una necesidad profunda: la magnitud de la ruptura, el potencial del acontecimiento 1994-2001 no se verifica sin cierta capacidad de iluminar de otro modo el pasado. Si con Schwarzböck la postdictadura son años de pura vida de derecha (sin “afuera”), el estudio realizado por Pacheco a la luz del acontecimiento los convierte en genealogía de la insurrección.

En ningún caso conviene ignorar lo que se juega en redistribución de nombre y fechas. Sobre todo no conviene desestimar un detalle para nada irrelevante: situar como punto de inflexión el 1ro de enero de 1994, es decir, el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, conlleva una consecuencia inmediata y profunda: inscribe el nuevo tiempo como parte de un tiempo histórico caracterizado como la “cuarta guerra mundial”. Vale la pena insistir, no es un detalle menor (el 11 de septiembre estallan las Torres Gemelas en NY). Como no lo es colocar al 2001 argentino en ese escenario de guerra. En ambos casos se afirma algo que va más allá del ciclo de luchas y permite caracterizar un ciclo largo, en el que el fundamento del poder político resulta inseparable de la aplicación de una violencia global en nombre de la paz. Es dentro de este cuadro que Pacheco lee la Masacre de Avellaneda, ocurrida otro 26 de junio (esta vez de 2002), episodio clave para entender cierta fisonomía que posteriormente adoptó el kirchnerismo:

No por los asesinatos en sí, por más brutal que haya sido la represión e impactantes las imágenes de los trágicos sucesos, sino porque el 26 de junio de 2002 es el punto de quiebre de ese proceso abierto en 1996. La “Masacre de Avellaneda” se torna central, entonces, para comprender lo que ha pasado durante los últimos quince años en el país, entre otras cosas, porque impuso un doble límite. Por un lado, la masiva respuesta en repudio a la represión que se cobró la vida de dos jóvenes militantes no solo generó el adelantamiento de las elecciones (cuyo ganador, como todos sabemos, fue Néstor Kirchner), y el repliegue político de Eduardo Duhalde, sino también el fin o al menos el aplazamiento, de una respuesta abiertamente represiva a la crisis de 2001. El kirchnerismo fue la salida garantista, redistributiva, en otras palabras, la respuesta progresista que este sistema encontró ante el fuego de los piquetes y el ruido de las cacerolas.

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Triple importancia del zapatismo, entonces: como fundación,inicia el ciclo de luchas popular y antineoliberal que da nacimiento a la nueva izquierda autónoma; como geopolítica: diagnostica la guerra e imagina alianzas globales; como estrategia, tal y como pudo haber ocurrido con la Comuna de París, el zapatismo inspira procesos de fuerte productividad política en una época histórica caracterizada por el hecho de que la revuelta extrae su potencia de la carencia de esquemas teóricos y modelos de éxito.

Con la simple indicación de “abajo y a la izquierda” basta entonces para repasar los años noventa argentinos como el momento de articulación de una contra-cultura eficaz para enfrentar los dispositivos democrático-neoliberales de la postdictadura. Una nueva articulación entre cuerpos y toma de la palabra, una nueva aproximación entre lucha y narración, tal y como se observa hoy en los feminismos populares. Es en este sentido que 2001 y la consigna “otra política” le permiten a Pacheco comprender el ciclo de los gobiernos progresistas como exaltación de una conservadora “autonomía de lo político” (lo que en este contexto merece una aclaración, puesto que la autonomía de lo político discontinúa la relación entre lucha y política por medio de un dispositivo mediador específico que es la representación, mientras que la autonomía de la que habla Pacheco consiste, por el contrario, en  la reinvención incesante de continuidades y prolongaciones entre cuerpos rebeldes y organización colectiva, entre insurrección e institución).

Y bien, contra esta autonomía de lo político, Pacheco se plantea un plan diferente: la recomposición de un sujeto popular y antineoliberal cuya dialéctica constitutiva debe ser investigada en sus movimientos específicos que van desde las luchas sindicales (huelga) a las las que emergen de los movimiento territorializantes (comunidades, piquetes, por recursos naturales), pasando por las que se dan en la esfera de la reproducción (como la lucha de las mujeres). Siguiendo la hibridación de estos procesos, Pacheco logra dar cuenta de la formación de nuevas experiencias de sindicalismo popular, como lo es la experiencia de la CTEP. Esa investigación presta atención, además, a la dimensión subjetiva de estos procesos constituyentes (el papel intelectual de la teología de la liberación o del punk como foco de agitación o “proceso de radicalización sin estructuras”), y a la capacidad de combinar trabajo político concebido como alternancia entre tejido de modo de vida en ruptura con la hegemonía capitalista y capacidad de intervenciones tácticas en las diversas coyunturas.

***

Como ya sucedía en su libro De Cutral-Có a Puente Pueyrredón, hay en la escritura de Pacheco una enorme riqueza descriptiva. Una interioridad de la escritura con las luchas que lo aproximan quizás más a la actividad extractiva que a la descriptiva. En el tratamiento de los hechos desciende al subsuelo de las memorias militantes y rescata señalamientos que poseen un valor sorprendente, no solo para la situación en la que nacieron sino quizás para toda actualidad imaginable. Como cuando recuerda los objetivos planteados por el núcleo militante del que participaba en los años noventa. Estos era: “generar la imprescindible organización de base”; “promover instancias de coordinación y organización que excedan lo propio”; “formar cuadros y militantes que desarrollen la capacidad de construir y reproducir esta política”; “marcar cursos de acción, desde construcciones de masas y participación en los conflictos, que aporten claridad al conjunto de la lucha popular”. Estos ejes debían plasmarse allá por los fines de los años 90 en la construcción de un Movimiento de Trabajadores Desocupados de alcance nacional: la Aníbal Verón. El objetivo último de este libro quizás sea el de repetir –en el sentido de recordar y actualizar– estos señalamientos metodológicos, es decir: contribuir a desarrollar las funciones estratégicas de organización política autónoma de las multitudes que no llegaron a plasmarse de modo suficiente en torno a la crisis de 2001. Es ahí donde la relectura crítica de 2001 sirve como relanzamiento de la imaginación autonomista:

… en el autonomismo subestimamos mucho lo que el peronismo es a la cultura política popular de la Argentina; pensamos que como ya los nombres de Perón y Evita no aparecían, como el PJ y la CGT eran socios de la gobernabilidad neoliberal etc., el peronismo no estaba presente más en las vidas populares, en sus imaginarios. No nos dimos cuenta, creo, que mucho de lo que nosotros llamábamos bajo el rótulo de “nuevas formas de hacer política” estaban muy teñidas, en algunos casos, de lo mejor que el peronismo supo dar en la historia de este país. Por otro lado, también creo que en nuestras experiencias se pecó de cierto ultra-izquierdismo discursivo, que no tenía una correlación con una práctica ultraizquierdista, porque fue el momento en donde más se habló de poder popular y donde menos se construyó poder popular. Entonces, digo, ahí hubo un problema. Y me parece que ahí es donde pagas caro el hecho de no haber formado cuadros, cuando tus militancias se muestran incapaces de ver cuál es la etapa política que se abre, y encontrar respuestas más creativas, más audaces y acordes a ese cambio por el que atraviesa la Argentina.

Nueva Izquierda Autónoma, para Pacheco, es organización capaz de introducir el punto de vista de las luchas plebeyas en el gran debate de la organización del trabajo, del estado y de la cultura. No se trata para él de un programa futuro, sino de dar cuenta de un fenómeno dinámico que ya ostenta raíces materiales e históricas consistentes (rastreables en cada pico de radicalización de las luchas populares del siglo XX, incluso dentro del peronismo), pero que carece de una adecuada teoría de la organización capaz de desplegar y maximizar su potencial táctico, en el contexto de la actual desestructuración neoliberal de lo social (y también un momento de articulación de las luchas contra el neoliberalismo en momentos en que las políticas populistas se muestran por completo insuficientes para detener su avance y donde, en cambio, se destacan nuevos sujetos en lucha como los feminismos populares o los trabajadores de la economía popular). Si algo resulta innovador, fresco y necesario en este trabajo es precisamente la decisión de intervenir sin prejuicios en los impasses de la constitución de la autonomía, tradición aún para muchos ilegible de las luchas populares. Con este libro Pachecho rompe cierto hermetismo, cierta autoculpabilización que ha acompañado las discusiones dentro de lo que estamos llamando la autonomía. Asume abiertamente su deseo de iniciativa, plantear y resolver las tensiones e irresoluciones que han bloqueado su desarrollo (alguna de ellas clásicas, como es la relación entre espontaneidad y organización, rasgos del siglo de luchas e indicaciones tácticas, ruptura acontecimental y sentido de la historia). Sobre el final Pacheco se vacila sobre un punto esencial: ¿Dio 2001 un tipo específico de intelectual, en el sentido gramsciano del término, es decir, como articulador de las praxis plebeyas? En esa vacilación habría que recomenzar a leer de nuevo este libro, para darse una idea de la riqueza de la experiencia vivida y los problemas que enfrenta toda rebelión verdadera.

Sueño y libertad en tiempos de Feminismos y primacía neoliberal // Lila María Feldman*

“…En las páginas leídas
en las páginas vírgenes
en la piedra la sangre y las cenizas
escribo tu nombre…”

Libertad, Paul Eluard.

“En lo inestable tiene el futuro más posibilidades que en lo estable…”

El hombre sin atributos, Robert Musil.

Si un modo posible de definir lo neoliberal es en términos de la desposesión subjetiva que implica y produce, intentaré en este texto dimensionar, precisar algunos aspectos de esa incomensurable desposesión. En el horizonte, las preguntas respecto de los movimientos Feministas, esa revolucionaria fuerza política que es hoy y seguirá siendo, capacidad, potencia de apropiaciones, reapropiaciones, territorio transversal, heterogéneo, espacio que barre con nuestra vieja idea de frontera y patria (de hecho, lo neoliberal es movimiento asimismo transnacional) donde se disputan, conquistan y reformulan Derechos, rompiendo, recreando e inventando una subjetividad no gobernable. Sobre todo: no pastoralmente gobernable.

De la mano de los movimientos plebeyos, en verdad movimiento popular por excelencia, el Feminismo es revolución, revuelta prefiero decir, frente a la “revolución secreta del Neoliberalismo” (Wendy Brown), o su “contra-revolución” neoliberal, según Diego Sztulwark.

El Feminismo supo hacer pie, y cómo, allí donde los “populismos” retrocedieron, pese a los tantísimos aciertos y logros. Sabemos que las ideas y creencias se sostienen y nos sostienen, en función de los afectos que movilizan.

Me interesa trazar aportes a estas discusiones, desde la idea de libertad. ¿Qué nos hace libres? ¿Qué hace el Neoliberalismo con la libertad? ¿Y el Feminismo? ¿Cuáles son los puntos de encuentro entre fuerza democratizadora y libertad? ¿Alcanzan las políticas democratizadoras, en sí mismas, para construir libertad?

Parto de la necesidad de diferenciar al populismo de lo plebeyo, precisamente porque en cada uno de ellos hay formas bien diferenciadas de encarnar libertad, y subjetivar. Si la pregunta que tanto nos viene movilizando es cómo llegamos a esto, y no queremos quedar sumergidos en el “dispositivo de la derrota”, hará falta trazar recorridos que recuperen capacidad o potencia de pensar: el mejor modo de sustraernos del modo de vida neoliberal, con su enorme maquinaria capaz de encarnar una paradoja: construir el culto a las posesiones, a la vez que la cultura de la desposesión material, afectiva y pensante, tanto en las vidas singulares como en los espacios colectivos. Desposesión en un doble sentido. Es desposesión “objetiva» (expropiación de tierra, baja salarial, violencia sobre el cuerpo de las mujeres y niñes, etc.), sobre la que se instituye una desposesión “subjetiva” (compulsión al goce, asunción de une misme como empresa-marca, reducción del sujeto a consumo etc.).

Wendy Brown sitúa lúcidamente estos procesos en su libro “El pueblo sin atributos’, leyendo a Foucault. Señala que bajo la “racionalidad neoliberal” el gobierno se transmuta en gobernanza y administración, configurando todos los aspectos de la existencia en términos económicos. Una “antipolítica”, se torna un gerenciamiento que apunta a instituir las “mejores prácticas”, anulando los devenires históricos e instalándose como racionalidad, orden normativizante.  La razón neoliberal configura el alma y la ciudad como empresas contemporáneas y no como entidades políticas.

El deseo humano, así como las necesidades más elementales, se redefinen de acuerdo a su capacidad de ser escenarios de “empresas rentables”.

Spinoza dice: “Nosotros no nos esforzamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque juzgamos que es bueno, sino por el contrario, juzgamos que algo es bueno porque nos esforzamos por ello, lo queremos, apetecemos y deseamos”.

Lo neoliberal propone un modo de desear, y hace de lo rentable el paradigma de lo bueno, reconfigurando así las coordenadas y metas para los deseos.

Desigualdad intensificada, mercantilización y comercio insensibles, creciente influjo corporativo en el gobierno, caos e inestabilidad económica: son todas consecuencias de las políticas neoliberales. El neoliberalismo ataca los principios, las prácticas, las culturas, los sujetos y las instituciones de la democracia entendida como el gobierno del pueblo. ¿Por qué añorarían los sujetos y las subjetividades “desdemocratizadas” este régimen político?

Lo Neoliberal, entonces, expresa la permanente y creciente transformación del sujeto en actor del mercado, y con ello la destrucción de la idea de ciudadanía: inversionista, productor, consumidor, cliente, formas en las que el sujeto se espeja y es. El objetivo es mejorar el valor (económico) futuro de uno mismo, particularmente en las redes sociales. Somos Capital humano individual y social.

Se economizan los Derechos, y se ataca y degrada a lo colectivo como fuerza política. Es en este sentido, también, que los feminismos son el movimiento político más contundente, por ahora, capaz de “deconstruir” el andamiaje neoliberal, esqueleto de la subjetividad que lleva al capital económico y al dios mercado a su máxima expresión. Movimiento, insisto, que se inscribe en una historia de luchas, y que podría restituir a la subjetividad su valor de potencia, ya no capital económico y bien de circulación dentro del mercado. Los feminismos construyen otras subjetividades, otros vínculos y circulaciones. El homo politicus fue siempre de modo expreso masculino. El neoliberalismo intensifica de modo fundamental la subordinación de género teórica y políticamente invisible.

Feminismo mediante volvemos a hablar de Derechos. Hablamos aún más, de Derechos. Nos sensibilizamos cada vez más, ponemos más el cuerpo, habitamos más las calles, convergen mundos heterogéneos en encuentros, colectivos, lenguajes, mundos sensibles. Cambian las palabras, hay nuevo lenguaje. En “La lengua revuelta” sostengo que una palabra es nueva y necesaria, es revuelta del lenguaje, cuando permite visibilizar alguna opresión. En ese sentido, es fuerza contraria al lenguaje que lo neoliberal impone y reproduce, legitimando su poder.

Judith Butler proponía, días atrás, hablar de un nuevo modo de acumulación, que el Feminismo, particularmente los Feminismos populares, fundan: “acumulación de fuerza”. La acumulación de capital se desmorona como causa última. La acumulación de fuerza es capacidad de resistir, sensibilizar, visibilizar y oponerse a los antagonismos que el poder ordena. Más adelante retomaré estas cuestiones para proponer e incorporar un otro término: el de medida. Medida humana. Pero antes de eso, intentaré abordar la pregunta acerca de la “libertad neoliberal”.

La libertad neoliberal

La libertad para lo Neoliberal es un bien regulado desde la lógica de la desigualdad. (Se instituye la desigualdad como forma naturalizada de administración y distribución de Derechos y libertades). La libertad se vuelve más bien sinónimo de “interés”. Tener libertad es la capacidad de cuidar, privilegiar, los propios intereses. La revolución neoliberal ocurre en nombre de la libertad (mercados, países, hombres libres) pero destruye su fundamento en la soberanía tanto en los Estados como en los sujetos. Los sujetos, emancipados de todas las preocupaciones por lo público, lo social, lo colectivo, lo político, se insertan en las normas e imperativos de la conducta del mercado y se integran en sus propósitos.

Es el imperio de la “nuda vida” (Aristóteles y Hannah Arendt) y la vida confinada a la necesidad (Marx).

El Neoliberalismo instituye política de la austeridad, que inviste fuertemente la figura del sacrificio. (Máxima de una libertad servil).

Foucault, refiere Brown, está intrigado por esa libertad que el liberalismo y el neoliberalismo prometen. Asistimos a la reconstrucción neoliberal del sujeto como capital humano. Los sujetos se convierten en capital para ellos mismos y capital para otros, la base del individuo soberano se desvanece y el significado de la ciudadanía política se encoge. El “homo oeconomicus” como empresario de sí mismo. Si desea prosperar debe aliarse a los intereses del mercado.

La libertad neoliberal es libertad mercantilizada, y banalizada. Se es libre de acuerdo a la capacidad de desarrollar voluntad y eficacia para someterse exitosamente a la ley del Mercado. Mercado como espacio de “veridicción” (Foucault). El mercado es en sí mismo verdadero y representa la forma verdadera de toda actividad.

La libertad en nombre del sacrificio (otra paradoja), sacrificio que conjuga lo sagrado y lo profano, en nombre de la economía como valor supremo.

En el triunfante “fin de la historia” de Occidente, la mayoría ha dejado de creer en la capacidad humana para crear y mantener mundos que sean compasivos, libres, y sobre todo que estén de modo modesto bajo el control humano. Semejante pérdida de convicción en la capacidad humana para crear y guiar su existencia es el sentido más profundo y devastador en que la modernidad ha “terminado”. La perversa teología del Neoliberalismo descansa sobre esta tierra de creencias arrasadas de lo moderno. Al conferir a los mercados todo el poder para dar forma al futuro, se consagra el “no hay alternativa”. La solución es arribar a mercados más perfectos, en los cuales el Estado intervenga lo menos posible, muy por fuera de la idea de una política colectiva de la existencia.

Movimientos plebeyos, Populismo, y libertad.

Bove lee a Spinoza y recorre la siguiente pregunta: ¿Por qué luchan los hombres por su servidumbre como si se tratara de su salvación, como si ella fuera la salvación? Pregunta de dolorosa vigencia hoy.
La servidumbre ha sido y es objeto paradójico del deseo.
¿De qué maneras el deseo de vida se transforma en el deseo de opresión? ¿Por qué los hombres aceptan tan bien los prejuicios, por qué pueden desear lo que los destruye? A veces hasta luchar y morir por ellos. ¿De qué modo se puede desear la servidumbre, en qué condiciones la servidumbre puede volverse el modo de afirmar la vida? ¿De qué maneras la servidumbre puede ser significada como liberación? Su perversión es la construcción de esa ficción. Sabemos que en ocasiones los hombres prefieren el orden a la confusión, al precio de la ceguera. Pseudo libertad, hecha de pasividad y dependencia, y la promesa (también economicista) de distribución y reparto de premios y castigos, de cielo e infierno, según los grados de sumisión y sacrificio.

Silvia Bleichmar, psicoanalista argentina, ha mostrado que auto conservación y auto preservación son tareas que pueden coincidir o no para el sujeto, a veces incluso entran en confrontación, en determinadas condiciones una puede poner en peligro a la otra, planteando exigencias y renuncias desmesuradas. Por su parte, Piera Aulagnier sostiene que la Causalidad es una necesidad indispensable para el funcionamiento y la vida psíquica, lo ubica como un “principio básico” para el psiquismo. ¿En qué condiciones, podemos preservar esa exigencia de sentido? ¿Nuestras creencias se sostienen en un orden de causalidad demostrada, o interpretada?
La Ética (no una esencia, ni una trascendencia, de la Ética podemos decir: camino, mapa, horizonte. Es un trabajo y un recorrido) para Spinoza es el camino que permite desmontar al sujeto de la obediencia (religiosa y política). La Ética, “es la capacidad de crear un mapa existencial en medio de una tormenta” (Diego Sztulwark). Ese camino, de democratización, es necesariamente colectivo: implica componerse en encuentros con otros, en multitud, revisar nuestras servidumbres, preguntarnos por las causas, pasar de la pasividad a la actividad: recuperar, desarrollar potencia de actuar y pensar. Es decir: democratizar tiene potencia libertaria sólo en la medida que sea capaz de revisar, visibilizar, iluminar, desmontar, lo más posible, las servidumbres o vasallajes.
El poder religioso y el poder político se encargarán de explotar a su servicio esa autosumisión y ese “auto envenenamiento” del deseo.

¿Cómo retorna lo expulsado-reprimido por la empresa neoliberal?  ¿De qué maneras retorna el sujeto político? Aún permanece en la relación del sujeto consigo mismo, y con les otres, cada vez que ensaya interrogaciones y problematizaciones, por fuera de la lógica costo-beneficio.

Retorna en sueño y síntoma, en las divergencias y disidencias, retorna en la calle y en los movimientos plebeyos que la agitan.

¿Qué es lo que pudo, es ese sentido, el Kirchnerismo?, ¿hasta dónde, y qué es lo que no? ¿Cuánto ha sido capaz de constituir y reconstituir una subjetividad política? Sin dudas lo ha hecho, post 2001, sin embargo, ¿en qué medida esas luchas pudieron y podrán avanzar e ir más allá, desprenderse de un único liderazgo político?

La Voluntad de Inclusión, sostiene Diego Sztulwark, fue un fenómeno ambivalente, de participación popular de inspiración compensatoria que pretendió reparar la exclusión y denunciar poderes corporativos, sobre la base de la extender la ampliación del consumo y de Derechos.

En este sentido, también, podemos revisar alcances, conquistas, pero también los límites de las políticas llamadas “populistas”, así como problematizar el sesgo peyorativo que ha tomado la deriva significante de esa palabra (que ha servido a lo largo de la historia para referirse a movimientos políticos diferentes y hasta antagónicos. Dice Ezequiel Adamovsky: “‘Populista’ se ha vuelto una especie de acusación banal que se lanza simplemente para desacreditar a cualquier cosa o adversario, buscando asociarlo así con algo ilegal, corrupto, autoritario, demagógico, vulgar o peligroso”… .”En otras palabras, “populismo” nos invita a cerrar filas alrededor de la democracia liberal (es decir, una democracia de alcances limitados tal como gusta a los liberales) para combatir a un solo monstruo compuesto por todo lo demás, en cuyo cuerpo indiscernible conviven neonazis, keynesianos, caudillos latinoamericanos, socialistas, charlatanes, anticapitalistas, corruptos, nacionalistas y cualquier otra cosa sospechosa”. En este sentido, el populismo como concepto para entender la realidad, se ha extinguido. Por lo menos, es un significante particularmente complejo. Más que visibilizar una opresión, diría yo, trabaja para componer con más fuerza al “enemigo”, y perpetuar el poder neoliberal. Es palabra capturada por y para dicho poder. En esos términos, los movimientos democratizadores y populares pierden potencia.

Lo plebeyo es potencia insumisa de lo colectivo, y de lo popular, retorna en sueño y síntoma: formaciones por empezar improductivas según lo que el orden rector del Mercado impone.  Es lo que resiste a ser incluido- capturado desde el Poder.

Es desde una externidad al poder que hay subjetividad política plebeya (divergente, no adaptada o normativizada, no moralizante), articulada a un deseo no neoliberal, a un deseo de lucha. El populismo, desde los planteos revolucionarios de Cooke, que Sztulwark retoma, no propone más que regulaciones de la lucha de clases en busca de cierta homeostasis, articulación de demandas antagónicas, no deja de ser liderazgo conservador, pasivizante, un modo particular de ejercicio de dominación. Para Cooke (Dirigente del peronismo revolucionario que instaló discusiones al interior del movimiento peronista) la política capaz de producir verdaderas transformaciones y desmontaje de dominación requería como condición la radicalización del movimiento obrero. “El cookismo es una manera de leer la lucha de clases en la Argentina aprendiendo a distinguir plebeyismo de populismo”. Sigue diciendo Diego Sztulwark:
“Desde el punto de vista histórico, los plebeyos son los esclavos libertos romanos, aquellos que estaban excluidos de los derechos públicos, privados de estatus político, carentes de títulos públicos de propiedad”. Lo plebeyo, entonces, es lo que ni la subjetividad neoliberal ni la subjetividad que los populismos construyen y capturan. Lo plebeyo, agrego yo, alude a la posibilidad de pasar de la exclusión a la rebelión. Un más allá de la inclusión. Subjetividad des-colonizada, creación de un afuera, un exterior a lo neoliberal, y un más allá de lo populista. Es la.potencia del pueblo que busca, no tanto ser incluido en la agenda del poder, sino rebelarse en función de su propia ”agenda”.

Lo plebeyo, hoy, se asocia -para mí- a esa palabra en la que vengo trabajando: Revuelta.

Leo a Bove, que lee a Spinoza. Y entonces agrego: recuperar potencia es posibilidad de pasar de la pasividad a la actividad.
Perseverar: no es reforzar el statu quo, sino ser capaz/capaces de revueltas. “Perseverar” no es conservador, convoca a más composiciones (en une misme y con les otres). Afirmación de la existencia: ser capaz de trazar estrategia y resistencia.

Subjetividad no neoliberal ni populista es ser, seguir siendo, capaces de revueltas: visibilizar y enfrentar la opresión.

Lo plebeyo hoy, para mí, vive fuertemente en los Feminismos: conflictivo, heterogéneo, pulsa, crece, y es pensamiento que pone el cuerpo, es cuerpo -singular y colectivo- que enhebra sensibilidad, pensamiento y lenguaje, libertad y sueño. Instala un horizonte político en las calles, en las prácticas, los vínculos, las instituciones. Instala las cuestiones de género como formas de discutir relaciones de poder, en las que las jerarquías definen derechos, enfrentando los disciplinamientos moralizantes, culturales, policiales, económicos y religiosos. Por eso hoy los Feminismos logran constituirse en prácticas y discursos disidentes a lo Neoliberal. La vanguardia la toma la calle, más que una agenda partidaria.

Narrativas. Temporalidad y proyecto político

La narrativa de los Feminismos enlaza deseo, proyecto e historia. Pasado, presente y futuro restablecen la condición temporal que lo colectivo porta, recupera y relanza. Es gracias a esa condición narrativa que hay proyecto político vivo, capaz de enfrentar la estructura vacía y destructiva de narrativas que constituye a lo neoliberal. Lo Neoliberal se caracteriza por ser discurso en el que la historia, el relato, la narración, lo poético, están ausentes. El homo económicus también es el sujeto vaciado de narración y de sueños, consumidos por el anhelo insatisfecho por definición, que el consumo reproduce y perpetúa, como un slogan, pura inmediatez. Dónde lo neoliberal es puro slogan e inmediatez, el sueño debe advenir, restituyendo al sujeto su potencia narrativa y temporal.

En este sentido, lo plebeyo también puede distinguirse por su capacidad colectiva de elaboración de proyecto e historia. Los Feminismos tejen sus propias narrativas, transforman el lenguaje, y crean un lugar donde lo heterogéneo construye, incluso ligando distintas generaciones, redefiniendo herencias, hermandades y filiaciones.

Lo Neoliberal barre con la historia, con lo colectivo y sus potencias soñantes. “Fin de la historia”, no es cualquier frase, Fukuyama le dio verdad y síntesis al logro máximo de la desposesión neoliberal, su máxima desposesión y verdadera desgracia, porque: ¿cuál es la esperanza de un sujeto desprovisto de su historia y su memoria?

La aventura psicoanalítica, en este sentido proyecto político del sujeto, devuelve, restituye el lugar central que las narraciones ocupan en la constitución psíquica y en la vida de un sujeto. En su lectura del síntoma, en su lectura del sueño, del juego en la clínica con niños, en el planteo de la transferencia como clave y sostén del encuentro analítico, la aventura psicoanalítica es propuesta de una particular lectura y narración.

Las aventuras políticas son potencia colectiva y plebeya también. ¿Y los denominados populismos? También tienen en ellos centralidad las narrativas (un libro sí que lo demuestra, y como, en estos mismos días). Sin embargo, un cuestionamiento posible pasa por el lugar protagónico que podrá encarnar o no allí lo colectivo, para que esa narrativa sea capaz de trascender a un líder, no nacer y morir en un liderazgo. Que un proyecto político anude historia y futuro no es magia, pero sí es sueño. Sueño de mayor alcance y proyección a futuro si su soporte es lo colectivo y lo plebeyo, más que la potencia de un único liderazgo, garante único de la salvación.

Un sujeto sueña (el sueño es la actividad psíquica primordial que construye una narración, y que le otorga a la narración un lugar central, condición de la vida psíquica. ¿Habrán sido los sueños el germen de la narración en la historia de cada sujeto singular, así como en la historia de la humanidad?). A través del sueño se arma la trama de una narrativa personal y en ella el revés, o la matriz afectiva y de lenguaje de una vida. El psicoanálisis, antes aún la literatura, la fiilosofía y otros saberes, afirma que allí hay un sitio de memoria, de deseo, y de verdad.

Los colectivos también sueñan, necesitan soñar si quieren construirse como proyectos políticos. “Empoderarse”, es también re-situarse como protagonistas de una propia narrativa. Cualquier proyecto de dominación sabe perfectamente que debe arrasar con ello. Y el neoliberalismo, lo he dicho ya en otro lugar, no pudo aún controlar y penetrar los sueños, bastión de la vida psíquica y de la vida política de los pueblos.

Tiempo de revueltas. Feminismos y libertad.

¿Qué es capaz de hacer el Feminismo, más allá de lo patriarcal, con la desigualdad? ¿Será capaz de extender e irradiar sensibilidad y deseo de lucha hacia otras zonas donde también prima la desigualdad, la desposesión y la ausencia de Derechos y libertades? Hay quienes participan y se incluyen en las luchas feministas y su sensibilidad crítica y desnaturalizadora, y sin embargo no llegan a cuestionar aún otros campos que nos comprometen e interpelan cuando participamos y/o consentimos con mundos que perpetúan y reproducen exclusión, disciplinamiento y desigualdad. ¿Pueden coexistir sin entrar en conflicto ambos aspectos en un mismo sujeto? Zonas de sensibilización junto a zonas de total insensibilidad…

Hay luchas y conflictos de hecho también al interior del complejo movimiento feminista, cuyo núcleo irrenunciable para muches de nosotres es la lucha contra las violencias, en favor de les más vulnerables, y la capacidad de poner en cuestión los fundamentos mismos del Estado, no sólo sus promesas. Destituir la desigualdad y la opresión, ampliar el campo de los Derechos, no viene dado, ni siquiera dentro de los Feminismos, pero es movimiento ya iniciado, inconcluso pero vivo e imparable. Es movimiento que viene logrando instalar problematizaciones que amplían y crean un mayor mundo de “posibles” en el territorio de la vida política (La lucha por la despenalización del aborto y todos los Derechos y libertades que ello propone; la separación Iglesia y Estado, y todos los Derechos y libertades que ello propone, son algunos ejemplos). Esa ampliación de posibles es sin dudas potencia de lo plebeyo, júbilo emancipatorio al decir de Diana Kordon, y empecinado, añado, no de lo “populista”, atado a los designios del Poder, y en clave paternalista, o materna, aún en nombre y en defensa de nuestro bien.

La imparable movilización afectiva que lo colectivo-plebeyo genera, ese júbilo emancipatorio de la marea verde, no lo encontramos hoy en ningún otro lugar. Y es, me parece, por el momento, el lugar de mayor enfrentamiento al aplanamiento afectivo, y la sumisión, que el consumo neoliberal activa y extiende.

Los sueños hacen del abismo medida humana.

Esa fue la afirmación princeps de “Sueño, medida de todas las cosas”. Hoy la retomo para intentar pensar una forma alternativa a la idea de “capital”, y cercana a la de “fuerza”. Los sueños colectivos, tejido subjetivante de la trama social, condición de resistencia y revuelta, darán la medida de presente y futuro, medida humana y subjetivante contra los abismos en los que lo humano también precipita y amenaza a consolidar mundos donde rija la desigualdad, la opresión y la indiferencia: una de las versiones de la crueldad (Ana Berezin).

Los sueños son en sí mismos bastión de vida no neoliberal, creación de nuevos modos de vida. Lugar no territorializado por el poder, según Paul Preciado. En ellos nadie ingresa a la fuerza, y resisten a cuanto método de control, medición y manipulación se enfrenten. No son objetos de consumo, ni sirven a ninguna propuesta de consumo. Territorio libertario por excelencia, reservorio interminable de libertad.

Sueño: usina de futuro, capital de lo no acumulable. «Inmaterial, nómade sustancia», digo en un poema, que toca y transforma nuestras vidas materiales.

Los sueños hacen del abismo medida humana… y son, o serán, en tanto trabajo con nuestras determinaciones y circunstancias- nuestra medida de libertad. Esa libertad que nadie nos otorga o nos concede, ni regala. Libertad siempre a crear, ampliar, defender, conquistar. Y soñar.

*Psicoanalista y escritora

Bibliografía general:

-Adamovsky, Ezequiel. “De qué hablamos cuando hablamos de populismo?” Revista Anfibia. Abril, 2019.

-Aulagnier, Piera: “Los destinos del placer. Alienación, amor, pasión”. Editorial Paidós. Bs.As; agosto de 1998.

-Berezin, Ana: “Sobre la crueldad. La oscuridad en los ojos”. Psicolibro Ediciones, Bs.As; 2010.

                 “La crueldad y la violencia en el gobierno neoliberal”. Publicado en Página 12. 23 de Julio de 2017.

-Bleichmar, Silvia: “La subjetividad en riesgo”. Editorial Topía. Bs.As; 2005.

-Bove, Laurent: “La estrategia del conatus. Afirmación y resistencia en Spinoza. Cruce Casa Editora. Bs.As; 2014..

-Butler, Judith: conferencia en la UNTREF. Abril, 2019.

-Brown, Wendy: “El pueblo sin atributos.

La secreta revolución del neoliberalismo”.

-Feldman, Lila María: “Sueño, medida de todas las cosas”. Editorial Topía. Bs.As; 2018.

             “El sueño es al futuro lo que el azogue al espejo”. Revista Topía. Nro. 84. Bs.As; noviembre 2018.

            “La lengua revuelta”. Publicado en Página 12 (17 de enero de 2019), Lobo Suelto, y Diario Digital Femenino.

            “El cuerpo revuelto”. Publicado en el blog Lobo Suelto (enero 2019).

            “La revuelta en la cultura”. Publicado en el blog Lobo Suelto. (marzo, 2019).

-Spinoza, Baruch: Ética demostrada según el orden geométrico. Alianza Editorial. Madrid, 2016.

-Sztulwark, Diego: “Resistencia”. “¿Es posible una vida no fascista?” Y “¿Quién necesita una revolución?”. Publicados en el blog Lobo Suelto.

Apuntes del curso sobre la Ética de Spinoza, y notas tomadas de su libro en preparación.

-Sztulwark, Diego y Lang, Silvio: “¿Como el macrismo organiza nuestros afectos?”. Publicado en el blog Lobo Suelto.

Sexos, géneros, sexualidades, arte y algo más // Silvia Di Segni

Se atribuye el nacimiento de la Sexología, como rama de la Psiquiatría, a la publicación del libro de Richard von Krafft Ebing Psychopathia sexualis, en 1886. Se trata de un texto basado en expedientes policiales dado que el autor no tenía mayor experiencia clínica en el tema y que muchas prácticas eran consideradas delictivas, y encuadrado en la que Weber describió como ética protestante. Tuvo, también, la suerte de haber sido censurado y permitida su venta sólo a médicos y abogados lo que lo convirtió en best seller con treinta ediciones, múltiples traducciones e influencia hasta nuestros días. La Sexología así concebida no estaría dirigida a aumentar el placer ni a promover la salud sexual sino, solamente, a disciplinar el/los deseos de manera de imponerle/s el Lecho de Procusto heteronormativo. Poca experiencia clínica y muchos prejuicios construirán un texto en el cual se traducirán a un lenguaje seudocientífico preceptos religiosos. Para dar un ejemplo: Juan Crisóstomo, un padre de la iglesia, establecía en el siglo IV la natural sumisión de la mujer al varón como castigo por el pecado de Eva y, a fines del siglo XIX, el sexólogo dirá que:

La sumisión voluntaria de la mujer al otro sexo es un fenómeno fisiológico. (Krafft Ebing, 1895: 573).

Era tanta la necesidad de encontrar fundamentos biológicos (¿científicos?) para el sometimiento de la mujer al Varón que no se reparaba en la contradicción involucrada, dado que lo fisiológico no es voluntario. Un detalle que no inquietó ni al autor ni a la Academia.

En el recorrido de la temática referida a sexos, géneros y sexualidades se encuentran producciones artísticas que consagran/naturalizan diversas prácticas patriarcales mientras que otras las interpelan o denuncian con una fuerza que no resulta fácil poner en palabras. Veamos un aguafuerte de Goya de la serie de los Desastres (de la guerra), realizada entre 1810 y 1814.

                 

  1. Goya, Francisco de, No quieren, c. 1810-1815

¿Qué registramos en primer lugar en esta imagen? ¿La violencia del soldado secuestrando a la mujer joven, seguramente para violarla? ¿la mano de la joven clavando sus uñas en la cara del soldado o la de la vieja con el cuchillo? Hace muy poco tiempo, Virginie Despentes puso en palabras en Teoría King Kong, las condiciones en que somos educadas las mujeres dentro de la cultura judeocristiana que nos hace incapaces de reaccionar y defendernos ante abusos y acosos masculinos. Por eso, cabe preguntarse qué veían sus contemporáneos y qué vemos hoy, en este grabado de Goya, titulado No quieren.  Los raptos, aquellos realizados por Varones guerreros de a caballo llevándose al galope a blandas e inermes mujeres constituyeron un tema frecuente del Renacimiento que inspiró a sus más grandes artistas. También ocurrió así con un acoso bíblico, el de Susana y los viejos. Un anónimo del s XVI mostrará a una Susana que no parece demasiado molesta por la mirada y el toqueteo de los viejos.

  1. Anónimo s XVI, Susana y los viejos

En cambio, Artemisia Gentileschi recreará el mismo tema luego de haber sufrido una violación, subrayando el rechazo y el asco hasta entonces invisibilzado.

  1. Gentileschi, Artemisia, Susanna e i vecchioni, 1610

¿Qué está en juego en la violencia de género? Dirá Paul B. Preciado:

Creo que el género mismo es la violencia, que las normas de masculinidad y feminidad, tal y como las conocemos, producen violencia. 

El origen de la violencia reside en la construcción rígida de dos sexos/géneros, uno sometido al otro. La cultura judeocristiana, el Derecho occidental y finalmente la Sexología naciente consagrarán la posibilidad de existencia de, solamente, dos sexos y dos géneros íntimamente soldados entre sí con el fin de concretar la única sexualidad posible, la heterosexual con fines reproductivos. Hoy sabemos que la naturaleza produce diversidad de formas genitales, un continuo que no define sólo dos sexos y que lo mismo ocurre con los géneros. Fue la Medicina la que consagró la existencia normal de sólo dos sexos castrando a toda criatura que no respondiera a sus normas. El hermafroditismo atentaría contra la representación del Varón guerrero, feminizándolo como aparecía representado en el Hermafrodita durmiente griego. Pero en otras culturas, como la prehispánica de Costa Rica, el tema fue visto desde otra perspectiva. El Guerrero hermafrodita muestra un Varón a quien la presencia de pechos no le quita virilidad sino que, aparentemente, aumenta su fertilidad. Otra mirada.

  1. Guerrero hermafrodita, Costa Rica, arte prehispánico.

Será la lucha de los colectivos LGBTIQ+ contra la Psiquiatría desde mediados del siglo XX la que logre cambios culturales que vuelvan a poner en escena la diversidad, no como otrxs diferentes sino como el todo en el que la heterosexualidad procreativa y las feminidades y masculinidades cis (en tensión con las trans) endosex (en tensión con las intersex) son otras manifestaciones y no la norma de hierro. Desde 1972, la American Psychiatric Association, poderosa institución de EEUU con fuerte influencia en toda América y parte de Europa a través de su DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales),  comenzó un largo y errático proceso de despatologización de la homosexualidad que, siguiendo a Krafft Ebing, era considerada como la desviación más importante. Es importante subrayar que el DSM se publicó desde 1952 bajo la supervisión de la Marina de los EEUU preocupada por las nuevas manifestaciones de padecimientos mentales de los soldados que volvían de la guerra; la homosexualidad y el travestismo les preocuparían notablemente. Al mismo tiempo, en los EEUU, en Holanda y en Argentina surgían colectivos LG dispuestos a luchar por sus derechos. En 1969 ocurriero n sucesos violentos en el Stonewall Inn de Nueva York, un bar que alojaba y permitía beber alcohol a personas LGT, algo prohibido. Era gestionado por la mafia y pagaba coimas a la policía para evitar razzias. La noche del 28 de junio no lo hizo y hubo una redada. Por primera vez la concurrencia se defendió a pedradas, botellazos…durante tres días; fue imparable. De allí surgirían tanto el GLF (Frente Gay de Liberación) como el Día del Orgullo con sus manifestaciones públicas. Ese bar está frente a una placita, Cristopher Park que tiene un monumento al patriarcado en la figura del general P.H. Sheridan, de la Guerra Civil. En 1992 George Segal intervino el parque con dos parejas LG para crear el Stonewall memorial y convivir con Sheridan.

 

  1. Estatua del General P.H. Sheridan, Cristopher Park

  1. Sigal, G., Stonewall memorial, Cristopher Park, 1992

Mientras el Frente Gay de Liberación intervenía en los congresos de la APA para contar la vida normal de lxs homosexuales que no concurrían a consultorios psiquiátricos y que la Psiquiatría desconocía o no reconocía,  Ana Mendieta, cubana trasplantada en la adolescencia a Nueva York, realizaba intervenciones sobre su cuerpo que apuntaban contra lo que las representaciones de sexo y género le querían imponer.

  1. Ana Mendieta, Sín título, 1972

En esos años surgiría también el movimiento The Feminist Art Program  fundado por Judy Chicago y Rita Yokoi. Hoy el Feminist Art Project es internacional  y de él forma parte Luz Darriba, artista uruguaya residente en España quien realizó la instalación Cuestión de género, en la Plaza de Mayo de Buenos Aires en 2008 para representar, con 500 vestidos, a mujeres secuestradas por la trata.

  1. Luz Darriba, Cuestión de género, junio 2008

Hasta hoy el DSM considera anormales o patológicas prácticas sexuales que inquietaban a Krafft Ebing. En ese camino sostiene, de manera negligente, un mix de conductas delictivas de diferente gravedad como la pedofilia nunca consentida y el froteurismo, el exhibicionismo, el voyeurismo y el sadomasoquismo  cuando no son consentidos junto al fetichismo (que no sería más que una variante masturbatoria, no delictiva), las llamadas telefónicas obscenas (una antigüedad molesta, dado que casi no existen ya teléfonos fijos), la clismafilia (excitación a través de enemas, que podía ser un resultado del exceso que se cometía con ellos en el siglo XIX pero que hoy resulta francamente anacrónica) y… el travestismo.  La inclusión del travestismo resulta de gravedad para la población trans. El DSM V (2013), última versión muy cuestionada porque está claro que propone diagnósticos inventados para medicar a diferentes sectores de la población, incluye la Disforia de género y el Travestismo. Para los colectivos Trans, el diagnóstico de Disforia de género resulta necesario en países que, a diferencia del nuestro, no tienen leyes de identidad de género o no las tienen tan progresistas y deben recurrir a ese diagnóstico para conseguir documentos, hormonización y cirugías. Pero incluir al Travestismo como Trastorno parafílico subraya el objetivo de patologizar a las personas trans. Llamativamente nunca se ha patologizado a los varones que buscan a travestis como parejas sexuales. Se supone que se necesitan dos para bailar un tango…

 

Existen diversas manifestaciones de arte travesti, entre ellas el Museo Travesti del Perú, fundado por Giuseppe Campuzano que recrea la historia de ese país desde la mirada travesti y se propone como un museo sin un sitio preciso, posible de recrear en una plaza, en cualquier sitio de la calle tan transitada por las travestis.

 

  1. Giuseppe Campuzzano, Ex voto para Sarita Colonia, 2009

 

En relación a las prácticas sexuales debería quedar claro que el eje que las divide es la capacidad de consentir por parte de las personas involucradas. Sí ese consentimiento es posible la Psiquiatría nada puede decir al respecto, si no hay consentimiento habrá delito.

 

Para finalizar, hablemos de orquídeas haciendo mapa con avispas, tal como lo proponen Deleuze y Guattari. La orquídea Ophrys insectifera, fue evolucionando de tal manera que su flor se parece claramente a una avispa hembra al punto que el macho la busca para copular. La naturaleza emula al arte. Se producirá así un intento heterosexual reproductivo fallido para la avispa macho pero no para la reproducción asexual de la orquídea que logra enviar con el insecto su polen a otra planta.

  1. Ophrys insectifera,

Aquí el confundido macho, seudocopulando.

La orquídea se ha convertido en símbolo de grupos de personas intersex, en especial nacidas XY con insensibilidad a los andrógenos. “Orquídea” proviene de ὄρχις (órkhis), testículos, porque a diferencia de otras bulbosas no tiene un solo bulbo sino dos que fueron resignificados como testículos. La  orquidectomia es la extirpación quirúrgica de los testículos que se practica en personas XY con insensibilidad a los andrógenos, interviniendo agresivamente sus cuerpos. Activismo intersex toma la orquídea como símbolo para su organización.

  1. Carla Núñez, 2016.

 

Imágenes

 

  1. Goya, Francisco de, Madrid, c. 1810-1815, https://fundaciongoyaenaragon.es/obra/no-quieren/732
  2. Anónimo s XVI, Susana y los viejos, http://granadasingular.com/?p=3824
  3. Gentileschi, Artemisia, Susanna e i vecchioni, 1610, Italia, https://historia-arte.com/obras/susana-y-los-viejos-de-artemisia-gentileschi
  4. Guerrero hermafrodita, https://es.wikipedia.org/wiki/Escultura_de_Costa_Rica#/media/File:MNCR_51_-escultura_piedra.jpg
  5. Estatua del General P.H. Sheridan, Cristopher Park. Ph de la autora.
  6. Segal, George, Stonewall memorial, 1992. Ph de la autora.
  7. Mendieta Ana, Nueva York, 1972, Ana-Mendieta-Untitled-FacialHairTransplants_EDIIMA20150506_1020_5.jpg
  8. Darriba Luz, Cuestión de género, Bs. As., junio 2008, http://luzdarriba.es/macroproyectos-urbanos/cuestion-de-genero.html
  9. Campuzano, Giuseppe, Ex voto para Sarita Colonia, 2009, Bienal de Sao Paulo, 2014. Ph. Teresa Durmüller.
  10. Ophrys insectifera, https://es.wikipedia.org/wiki/Ophrys_insectifera; avispa seudocopulando: http://apolo.entomologica.es/cont/materiales/docu001.pdf
  11. Carla Núñez, grabado en papel de algodón, prueba de autor, 2016. En https://brujulaintersexual.org/2016/10/23/yo-intersexual-por-carla-nunez/

 

Bibliografía

 

APA,(2005), DSM, Washington, APA.

Butler, J. (2002),Cuerpos que importan, Paidós, Buenos Aires

Cabra, G., García Martín, C., Fükelman, M.C.,(2016) Artemisia Gentileschi, Una revisión desde el análisis historiográfico , Universidad Nacional de La Plata – Facultad de Bellas Artes. http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/56889/Documento_completo.pdf-PDFA.pdf?sequence=1

Deleuze, G., Guattari, F. (2008); Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-textos, Valencia.

Despentes, V.; (2006), Teoría King Kong, Melusina, Barcelona.

Di Segni, S.;(2013) Sexualidades. Tensiones entre la psiquiatría y los colectivos militantes, Bs. As., FCE.

Fausto Sterling, A (2006).; Cuerpos sexuados, Melusina, Barcelona.

Foucault, M. (2000); Los anormales, Bs. As., FCE.

Krafft – Ebing, R. von. (1895), Psychopathia sexualis avec recherches spéciales sur l´inversion sexuelle, París, Georges Carré.

Preciado, P. B., La sexualidad es como las lenguas, todos podemos aprender varias. En: https://elpais.com/diario/2010/06/13/eps/1276410414_850215.htmlm, consultado el 15/3/2013.

Warrell, I.; (2012), Turner´s Secret Sketches, Tate, Londres.

Weidemann, Larass, Klier,(2008) 50 Women artists you should know, Munich  Prestel.

 

Hay que leer el libro del Indio // Diego Valeriano

Hay que leerlo por lo que nos dió y por lo que nos sigue dando. Para reivindicar Olavarría toda la vida, para cuidar el estado de ánimo, por la manija de vivir. Porque aún hoy suena donde menos lo esperamos. Porque nuestras hijas, como parte de eso que es aprender a vivir, se toman un bondi maltrecho en Morón, chapotean en el barro en Gualeguaychú y vuelven esa misma noche.

Hay que leerlo sin importar las trampas militantes que plantean algunas  preguntas, a pesar del resentimiento del que no merecemos saber nada, del que no queremos ser ni juez, ni parte, ni tomar partido. Leerlo aunque el libro sea una traición a eso que creímos que él creía. Leerlo a pesar de saber que nos quiere hacer conocer la máquina desde adentro, a pesar de saber que es un game over, sutil, necesario para él, mortal para nosotros.

Por nuestras intoxicaciones, nuestros enfrentamientos, nuestras lágrimas tatuadas, nuestras noches eternas. Por ser la música de fondo de nuestras luchas, de las verdaderas, de las que dimos en soledad en ciertas esquinas, a ciertas horas. Por seguir siendo un código común, un guiño, un salvoconducto. Porque sus canciones nos hicieron menos ortibas y nos recuerdan que envejecer no puede ser esto que nos está pasando ahora.

A pesar de esa necesidad de explicar, de volver visible lo que hasta hace poco era imperceptible, de asumir la derrota en la cancha de la opinión pública. A pesar de jugar el juego de la visibilidad donde todo se expone en su obviedad, donde todo es excesivamente visible: la psicodelia como tal, Skay como un maravilloso guitarrista, las metáforas como dráculas con tacones y los muertos, nuestros muertos, como todo llanto. La manija de la visibilidad es la que gana.

Hay que leerlo para volver a sentir la adrenalina del primer ácido, ese que nos cambió para siempre. Para arremeter por última vez contra un patrullero, para volver a abrazar a los amigos que ya no están. Hay que leerlo por las pibas, los gedes, la vagancia ilustrada que pudimos ser. Como gesto de agradecimiento. Hay que leerlo como acción rockera, militante, vital, amorosa. Para saber que las estrellas siguen estando ahí nomás, a tu alcance, frías.

 

Reseña de La Condición Intelectual: Informe para una academia, de Raúl Rodríguez Freire // Claudio Celis

2018
Mimesis Ediciones

 

El libro de Raúl Rodríguez Freire constituye una publicación necesaria en un contexto en el cual, tal como el propio autor sugiere (p. 11), la publicación académica se torna una moneda de cambio central para la universidad neoliberal. Con gran rigurosidad, pero despojado de los manierismos propios del “paper” académico, La condición intelectual interpela al lector a preguntarse por el rol del intelectual al interior de una universidad colonizada por la lógica del capital. Esta rigurosidad fija el tono para cualquier discusión futura sobre el trabajo académico, desmitificando tanto la ideología del discurso neoliberal como la fetichización de la figura – ¿ya obsoleta? – del intelectual moderno. Desde esta perspectiva, este libro constituye un aporte fundamental para enfrentar aquel desafío no menor que significa pensar el incomodo espacio en el que se ha tornado la universidad contemporánea.
En particular, quisiera utilizar esta oportunidad para concentrarme solamente en uno de los muchos puntos abiertos por este libro. Me refiero a la rigurosa y sistemática argumentación desplegada por rodríguez freire respecto al problema de la teoría del valor en el capitalismo contemporáneo. Este punto se enmarca dentro de lo que se podría llamar una crítica inmanente al capital y que habría sido inaugurada por el propio Marx. Creo que solo a partir de una discusión seria en torno a los problemas teóricos que están en juego en la reflexión de rodríguez freire sobre la teoría del valor (algo que claramente no podré hacer aquí) será posible plantear la pregunta por la posibilidad o la imposibilidad de la crítica intelectual en el contexto de la universidad neoliberal (y, con ello, por la posibilidad o la imposibilidad de un afuera al campo inmanente en el cual aparentemente se ha constituido el capitalismo global).

La teoría del valor de Marx en la era de la universidad neoliberal
La condición intelectual podría muy bien llevar de subtitulo “La teoría del valor de Marx en la era de la universidad neoliberal”. A través de sus casi 150 páginas, este libro desarrolla una rigurosa argumentación en torno a lo que se ha llamado la “controversia del valor” en la obra de Marx (controversia que si bien surge junto a las primeras recepciones de la teoría económica de Marx a fines del siglo XIX e inicios del XX ha experimentado un importante renacimiento al interior de las recientes discusiones acerca del pasaje desde un capitalismo industrial hacia un capitalismo post-industrial). Dicho de otro modo, la supuesta transición desde un capitalismo industrial (fordista/taylorista) hacia un capitalismo posindustrial (post-fordista) que estaría ocurriendo desde la década de 1960 ha gatillado un intenso debate acerca de la validez o la caducidad de la teoría del valor de Marx para desarrollar una crítica al capitalismo contemporáneo. Y más que una mera exegesis o sobre-academicismo en torno a la obra de Marx, lo que está en juego en esta discusión es precisamente la posibilidad de una crítica al capital y de una reflexión en torno a sus alternativas. rodríguez freire enmarca el problema del trabajo intelectual al interior de esta discusión, y por ello que la importancia de este libro no se limite al mero campo académico, sino que ofrece pistas para avanzar en la compleja pregunta acerca de la relación entre trabajo y valor en la sociedad contemporánea.
En términos generales, la emergencia de nuevas formas de producción flexible (o post-fordismo) desde la década de 1960 ha contribuido una doble discusión conceptual: a) una reflexión acerca de las mutaciones en la naturaleza del poder; y b) una discusión sobre la persistencia de la categoría de trabajo abstracto en el capitalismo contemporáneo.

A. Poder: de la disciplina al control
En primer lugar, las transformaciones en el modo de producción y acumulación capitalista han gatillado una discusión en torno a lo que Gilles Deleuze ha denominado el paso desde una sociedad disciplinar hacia una sociedad de control. Para Deleuze, el post-Fordismo habría generado un desplazamiento de las formas de ejercer el poder a través de instituciones disciplinares (escuela, fábrica, hospital, cárcel, etc.) hacia nuevos mecanismos en mayor sintonía con la flexibilidad de la esfera productiva (formación permanente, cálculo estadístico, sistemas de control informático, mecanismos de crédito financiero, etc.). Desde esta perspectiva, la universidad neoliberal contemporánea sería un ejemplo de los nuevos mecanismos de poder de la sociedad de control en la cual el sujeto como “empresario de sí mismo” aparece como centro de los mecanismos de reproducción social, desplazando el carácter esencialmente disciplinar del aparato educacional. La formación y evaluación permanente, la transformación del saber en índices y estadísticas, la auto-imposición de mecanismos de perfeccionamiento y control, el desplazamiento de los mecanismos de seguridad desde la institución (disciplinar) hacia el individuo (empresario de sí), son todos síntomas de una universidad neoliberal cuya lógica de funcionamiento se asemeja a aquello que Deleuze describió como sociedades de control (y no responden ya a la lógica disciplinar propia de la universidad en su fase moderna). Ante esto, rodríguez freire propone una doble aclaración. La primera sugiere que la universidad neoliberal no debe ser pensada simplemente como una sustitución de un régimen disciplinar por un régimen de control, sino como una rearticulación de estos regímenes de poder que surgen de necesidades del mercado “y que la universidad tiende a fortalecer naturalizando la lengua del management” (p. 57). La segunda aclaración sugiere que, dado que es el mercado el que ha contribuido a esta rearticulación de los mecanismo de poder, entonces una discusión más profunda sobre el pasaje de la universidad disciplinar moderna a la universidad “del management” y el control (pasaje de un régimen de poder a otro) no puede estar ajena a la pregunta sobre las transformaciones en el proceso de valorización del capital (p. 74).

B. La persistencia del trabajo abstracto en el régimen post-fordista
En segundo lugar, y en directa relación a este último punto, es posible sostener que la emergencia del post-fordismo ha generado una importante discusión en torno a la validez o caducidad de la teoría del valor de Marx para explicar los nuevos mecanismos de producción y acumulación capitalista. Planteado de manera esquemática, se puede decir que hay dos grandes interpretaciones en torno a este fenómeno en la literatura marxista contemporánea: por un lado, la lectura liderada por el Operaismo Italiano que plantea que con el pasaje del capitalismo industrial al capitalismo post-industrial la teoría del valor de Marx entra en crisis y, por el otro, la lectura liderada por el grupo Krisis que sostiene la persistencia de la teoría del valor de Marx para comprender el capitalismo contemporáneo.

i. Operaismo Italiano
En la primera línea, autores como Mario Tronti y Antonio Negri han sugerido un “Marx más allá de Marx”, es decir, un Marx más allá de la teoría del valor. El argumento central para estos autores se sostiene sobre la crisis de la mensurabilidad del valor en un contexto en el cual la producción de valor comienza a operar en el marco de la “fábrica social”, guiado principalmente por el “intelecto general”, la cooperación y el trabajo cognitivo (o inmaterial). Dicho de otro modo, en este nuevo contexto de producción cognitiva e inmaterial, “el trabajo abstracto socialmente necesario” ya no podría funcionar como única medida del valor. Esta crisis del concepto del tiempo abstracto como medida del valor exige que se redefinan las categorías de explotación y de plusvalía (que en Marx no es posible sin la teoría del valor/trabajo), impulsando un retorno a la categoría de renta y a una centralidad de los conceptos de trabajo inmaterial y de “general intellect”. Toda esta reorganización conceptual trae por consecuencia una redefinición de la composición de clase y por ende de las nuevas formas de lucha y resistencia (por ejemplo, la categoría de “multitud” en Hardt y Negri).
Ahora bien, esta centralidad de los conceptos de renta, trabajo inmaterial, capitalismo cognitivo, e intelecto general para pensar el capitalismo contemporáneo ha hecho del Operaismo Italiano un marco privilegiado desde donde pensar la explotación del trabajo académico. Desde esta perspectiva, la universidad se nos aparece como un caso ejemplar de la “fábrica social” en la cual la producción de saber es explotada a través de mecanismos de captura que rentabilización una plusvalía surgida de la colaboración y la comunicación y que no puede ser reducida a las categorías de trabajo y tiempo abstracto características de la teoría del valor de Marx.

ii. El grupo Krisis
Por otro lado, la interpretación diametralmente opuesta se erige sobre la persistencia de la teoría del valor de Marx para la comprensión del capitalismo contemporáneo y está representada principalmente por el trabajo de Moishe Postone y del grupo Krisis (liderado inicialmente por Robert Kurz). Para estos autores, el post-Fordismo no implica un nuevo modo de producción y acumulación capitalista, sino una profundización de las categorías propuestas por Marx en su teoría del valor. Dicho de otro modo, a diferencia del Operaismo Italiano que quería imaginar un Marx más allá de la teoría del valor, Postone y Kurz postulan que el capitalismo contemporáneo es inexplicable sin los fundamentos originales de la teoría del valor que comprende la plusvalía a partir de la capacidad de medir el valor en términos de tiempo abstracto.

iii. La persistencia de la teoría del valor en la universidad neoliberal
La condición intelectual asume una clara posición teórica en línea con la segunda interpretación. Como propone el propio autor, “el post-fordismo no constituye una nueva forma del capitalismo, sino una heterogénea distribución de sus elementos” (p. 133). Así, este libro intenta pensar la universidad neoliberal a través de un prisma diferente al del Operaismo Italiano, enfatizando que a pesar de su carácter “inmaterial” y “cognitivo”, el trabajo académico sigue operando bajo la lógica de la producción de plusvalía basada en la explotación del tiempo de trabajo abstracto. Como propone el autor, en la universidad contemporánea el tiempo abstracto no ha cesado de ser la medida del valor (p. 129). Esto significa que el carácter cognitivo del trabajo intelectual “no debe llevarnos a pensar que la categoría de trabajo abstracto se encuentra obsoleta” (p. 74). Por ende, concluye, la reflexión sobre la condición intelectual en la universidad neoliberal exige “retornar a la teoría del valor esgrimida por Marx en El Capital” (p. 54).
En contra de las categorías de trabajo inmaterial y capitalismo cognitivo, y distanciándose del entusiasmo suscitado por el redescubrimiento de la categoría de “general intellect” por parte del Operaismo Italiano, este libro recupera la distinción entre trabajo improductivo y trabajo productivo propuesta por Marx (primero en El Capital y luego en las Teorías de la plusvalía) para pensar desde este lugar la condición del trabajo académico actual y del trabajo intelectual en general. Que el trabajo sea productivo o improductivo, nos dice Marx, nada tiene que ver con el producto del trabajo (y por ende con su valor de uso), sino que depende estrictamente de su capacidad para contribuir al proceso de valorización del capital (p. 84). Si bien es cierto que en el contexto histórico de Marx el concepto de trabajo improductivo refería más bien a formas pre-capitalistas de producción no subsumibles por completo a la lógica de valorización del capital, Marx “no tenía cómo conocer el devenir de lo que llamó trabajo improductivo” (p. 74) en el contexto de la actual producción intelectual. Esto no justifica, sin embargo, “borrar de un plumazo el trabajo abstracto, subsumiéndolo en el trabajo inmaterial” como hace la interpretación del Operaismo Italiano. Y pese a que el pasaje del capitalismo industrial al capitalismo post-industrial ha significado una transformación radical de las “condiciones del trabajo y del mundo en general”, estos cambios no modifican el núcleo fundamental de la valorización capitalista y por ello que la categoría de trabajo abstracto y la distinción entre trabajo productivo e improductivo siga siendo fundamental para un crítica del capital. Sólo así, propone rodríguez freire, “podremos percibir lo que implica la crisis del trabajo hoy y cómo esta afecta el trabajo intelectual en particular” (p. 74).

Desde este lugar, rodríguez freire se preguntar en qué medida y bajo qué forma la actividad intelectual deviene trabajo productivo y hasta qué punto preserva un resto de trabajo improductivo irreductible a la valorización del capital. Dicho de otro modo, la pregunta Benjaminiana sobre “el lugar del intelectual en el proceso productivo” debe ser reformulada en términos del trabajo intelectual en su condición de trabajo productivo o improductivo. Y dado que la singularidad del trabajo intelectual se encuentra en que en él el trabajo abstracto no puede ser separado de modo categórico del producto de su trabajo, siempre existirá un residuo de trabajo improductivo en toda actividad intelectual, un residuo no reducible a la lógica del trabajo abstracto. Este es el punto central tanto para pensar la privatización y consecuente explotación de la actividad intelectual así como para esbozar su potencial de resistencia.
A partir de esta hipótesis general, el libro de rodríguez freire intenta pensar una alternativa a la subsunción del trabajo intelectual por la lógica del capital. La lectura del trabajo académico desde la teoría del valor de Marx y desde la distinción entre trabajo productivo y trabajo improductivo le permite reflexionar en torno a la producción del saber como una forma de resistencia al proceso de valorización sin caer en la nostalgia o la fetichización del intelectual moderno. Esto quiere decir que, en contra de la interpretación del Operaismo Italiano, la forma inmaterial del trabajo universitario, marcado por un carácter comunicativo, cognitivo y colaborativo, “no debe llevarnos a pensar que la categoría de trabajo abstracto se encuentra obsoleta” (p. 74). El carácter crítico de la actividad intelectual no pasaría entonces por las nuevas relaciones sociales propias de la “multitud”, sino por su capacidad para delimitar de manera clara entre el trabajo productivo y el improductivo, y por inducir formas de producción y de asociación que se resistan a su subsunción en la lógica de la valorización.

A propósito de algunos dichos de Juan Grabois sobre el 2001 // Mariano Pacheco

Herencia e invención: un diálogo más allá de la generación

 

Por Mariano Pacheco, La luna con gatillo

( www.lalunacongatillo.com)

 

En una entrevista que le realizó el periodista Claudio Mardones para el diario Tiempo Argentino, el dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), Juan Grabois, decía el otro día que era hora de que la generación de 2001 tomara más protagonismo.

Lo decía a propósito de la calamitosa situación que vive la Argentina, los armados electorales y las elecciones nacionales del año que viene. Fue llamativo, porque cuando leo 2001 pienso totalmente en otra cosa: veo el símbolo de las jornadas insurreccionales del 19 y 20 de diciembre que tantos, tantas, protagonizamos en las calles, con profunda irreverencia, pizcas de audacia política, y radicalidad en los métodos de lucha.

Me veo en una foto, con 21 años, hablando en un acto del Día de los Trabajadores en una Plaza de Mayo colmada, aquel 1° de Mayo de 2002, y pienso si entonces quienes la militamos en espacios emergentes como la Coordinadora Anibal Verón no tuvimos un protagonismo profundo en esos meses, precisamente, porque supimos hacernos un lugar, entre la orfandad política y los mandatos superyoicos del setentismo.

Hay veces en las que miro a los setentistas y me digo: les falta 2001, les falta rock.

Son excepcionales los casos en que las militancias de esa generación pudieron procesar lo nuevo (lo nuevo que emergió en la resistencia al neoliberalismo, pero también lo nuevo del mundo capitalista que habitamos ya desde hace tres décadas). Otras veces miro la generación de 2001 y me digo: nos falta feminismo, pero también nos falta setentismo más allá del setentismo (es decir: nos falta la vocación de cambiarlo todo que hubo en los 70, no la resignación ante el estado de la situación del mundo capitalista y la nostalgia de lo que quedó como imaginario de aquellos años en la última década y media).

Vuelvo a leer las palabras de Grabois y me preguntó por qué las dijo.

Ya leí por ahí que el Pelado Tumini salió a contestarle: dice que lo que dijo Grabois tiene que ver  en parte con la interna entre él (dirigente de Libres del Sur), y Vicky Donda (que rompió con su organización junto a Daniel Menéndez, principal referente del movimiento Barrios de Pie). También las palabras de Tumini pueden interpretarse a modo de bumeran. No lo dice pero lo da a entender: detrás de ese reportaje también está el contraste entre Grabois y Pérsico, el setentista que en la última década y media supo poner en pie al Movimiento Evita, y desde allí, ser uno de los artífices del armado de la CTEP. Como sea, la parte de las internas (que las hubo, las hay y las habrá), no me parece lo más importante de la discusión (amén de que se centra en una guerra de egos más parecida a las que entablan las vedettes y galanes por TV que a las contradicciones sustanciales que existen en el seno del movimiento popular).  Es cierto que en la ruptura de Libres del Sur el hecho de que un dirigente joven y una referente mujer queden del otro lado no favorece demasiado a Tumini, pero también es cierto lo que él dice: el hecho de que ser joven o mujer no garantiza nada por sí mismo. Así y todo no deja de ser sintomático que en la ruptura queden, de un lado el par joven/mujer y del otro, el par Tumini/Cevallos, dos hombres hechos y derechos. Como sea, la discusión generacional tampoco debería reducirse –entiendo– a una cuestión biológica, de edades.

Se sabe: lo que une a una generación es el hecho de asumir de conjunto una situación histórica, de pensarse a partir de una serie de temas comunes alrededor de los cuales articular una praxis. En el caso de la generación de 2001 de lo que se trató fue de inventar una mirada. Y si bien es cierto que cada generación intenta hacerlo, la de 2001 fue la primera  que pensó y actuó después de la debacle histórica, de la caída de las grandes experiencias y los grandes relatos que estructuraron las andanzas de los pueblos en todo el mundo por más de un siglo; la primera que se vio fatalmente marcada por una doble ausencia: la de una generación diezmada por el terrorismo de Estado, primero, y luego silenciada –como proyecto– por los “consensos” de la democracia de la derrota. Es decir, una generación que no pudo cometer su parricidio porque la brutalidad del Estado y la complicidad de ciertos sectores sociales le ganaron de mano, no en un duelo simbólico sino en otro muy real.

Sobre todo esto el historiador y ensayista Omar Acha supo publicar un libro, hace una década ya, y aquí no hago más que reponer algunos de sus puntos de vista, y hacerlos propios, con la vocación de entender que la tarea por delante es colectiva, y que requiere de un coro de voces y una danza de cuerpos que puedan entrelazar los puntos de vista singulares con el obrar de conjunto de una intelectualidad crítica (es decir, revolucionaria).

En fin: quisiera subrayar el hecho de que la del 2001 fue una generación que intentó pensar y actuar, entre finales del siglo XX e inicios del XXI, sustrayéndose de la lógica binaria del obrerismo marxista y el caudillismo peronista. Pero esa misma generación, que actuó en cierto vacío sin temerle tanto a la incertidumbre, luego se mostró incapaz de dar respuestas propositivas a la reinstalación (otra vez) de las viejas verdades. Denunció cooptación en vez de intervenir creativamente; se refugió en la impotencia de la queja en lugar de asumir las limitaciones históricas en función de proyectar lo más potente de su corta pero intensa experiencia;  se quedó lamentándose por lo que no fue en lugar de aceptar el desafío de repensarse en nuevos contextos; ensayó –en el mejor de los casos– una serie de iniciativas en el plano micropolítico que hubieran sido realmente potentes si las hubiese articulado con intervenciones en el plano macropolítico, en lugar de refugirse en la autoindulgencia. Es decir: fue una generación que supo resistirse a la tentación de trocar los ideales de cambio por una narrativa (que fue a su vez una normativa) que pretendió linkear los años setenta con el mito del “país normal”, pero se quedó a mitad de camino, condenada a la queja –como decíamos– impotente frente a otros discursos que ya no eran los embates del enemigo sino el de otras corrientes del movimiento popular.

En los últimos tres años y con la incapacidad evidente que mostraron esos “jóvenes-viejos” que emergieron durante la “década ganada” (el recambio etáreo de la generación de los 70 que se incorporó a la vida política argentina entre 2008 y 2011)  para enfrentar una embestida conservadora como la emprendida por la gestión Cambiemos,  ya sin manejar importantes resortes del Estado, con menos recursos económicos, con una jefatura en silencio o en retirada, surgió la tentación, en muchos sectores, de pensar que había una suerte de revancha histórica, como si entre 2002 y 2015 no hubiese pasado nada. Toda idealización del pasado y toda incapacidad de asumir que la historia nunca se repite, esconde una actitud profundamente reaccionaria, conservadora, por más que vista ropajes de izquierda o progresismo.

Vuelvo a releer las palabras de Grabois y me preguntó, una vez más, por qué las dijo.

Me asombro de la equiparación entre 2001 y juventud en este tiempo. Darío (Santillán), tenía 21 años cuando lo asesinaron, en junio de 2002. Y no era de los más jóvenes, pero tampoco de los más grandes que encabezaban esas experiencias. Han pasado casi 20 años. Juventud divino tesoro, pero a las cosas por su nombre. Ya no somos tan jóvenes, por más que nos comparemos con la vieja dirigencia partidaria y sindical de posdictadura.

Me pregunto entonces si no es momento de entrelazar saberes generacionales.

Miro con una mezcla de asombro y admiración a las pibas y pibes que vienen tomando colegios secundarios, siendo protagonistas de esta ola verde que colocó al movimiento de mujeres en el centro de la escena contemporánea, a la vez que observo con cierta preocupación ese déficit de historicidad que Rodolfo Walsh supo señalar que faltaba en la formación de los cuadros de la organización Montoneros, que sabían más del proceso que vivieron los bolcheviques en Rusia que los patriotas independentistas en el país. Me preguntó qué diría hoy, ante ese prejuicio anti-intelectualista que prima en muchos sectores, combinado con otra cierta apología del pragmatismo, que genera una dinámica de instantaneismo en el que ya no sólo quedan de lado las experiencias de las luchas y las reflexiones que se produjeron en la Argentina sino también las que el comunismo (y el anarquismo) supo dar en todo el mundo por más de un siglo.

Herencia e invención.

“¡Cuanto leninismo le falta al feminismo!”, se escucha por aquí. “¡Cuanto dosmiluno le falta al setentismo!”, se dice por allá. “¡Cuanto feminismo nos falta a los dosmiluneros y setentistas!”, se podría agregar. Pero tal vez lo que nos falta es dejar de poner el foco en la falta, de pensar sólo desde el propio lugar de enunciación (¡cuanto neoliberalismo que llevamos dentro!). Quizá de lo que se trate sea de valorar este hecho inédito de que distintas generaciones se crucen en un proceso que el enemigo no ha logrado aniquilar, en donde hay lógicas, tradiciones y perspectivas diversas, en muchos casos contradictorias, en tantos aspectos complementarios. ¿Centrismo? Nada de eso. Valorar esa diversidad no implica no delimitar la propia posición. Y conversar, debatir, polemizar. Si bien es cierto que cada generación reactualiza las lecturas a partir de sus propias urgencias y preocupaciones, eso no implica (o no debería implicar) que deba dejarse de lado el hecho de asumir el desafío de entender que, así como la tradición asfixia, la falta de legados limita.

Nada ni nadie debería privarnos de la posibilidad de enlazar la invención con ciertas herencias, de poner en serie la creatividad con las lecturas (y las conversaciones) que permitan recuperar ciertos saberes.

Tal vez, más que pensar en que la generación de 2001 ocupe cierto lugar determinado, habría que pensar en que un nuevo proyecto popular ponga en discusión los saberes acumulados por el setentismo, el 2001 y las nuevas generaciones que, con las mujeres a la cabeza, se vienen abriendo paso a los codazos para también poner su voz en las discusiones contemporáneas.

*Redactor del portal y conductor del programa radial La luna con gatillo. Columnista de Resumen Latinoamericano.

La crítica de los gobernados [1] // Diego Sztulwark

Imaginemos un tipo nuevo de periodismo que no nos cuenta “lo que pasa”, sino que se ocupa de trazar la línea de actualidad de lo que somos: ningún episodio sería a priori banal o trascendente, sino que se situaría como síntoma de aquello que actúa sobre nosotros en el presente. Cada novedad para este periodismo estaría atravesada por una exigencia narrativa muy particular: explicar qué es lo que estamos dejando de ser y en qué nos estamos transformando. Esta idea de un periodismo filosófico aparece ¿Qué es la crítica? de Michel Foucault, un libro recientemente publicado en castellano. Allí se sostiene la tesis según la cual el trazado de la actualidad consiste en la activación de una voluntad política de quienes no quieren ser gobernados “pastoralmente”. La actualidad no sería entonces cuestión de consumo de información sino de disposición a trazar la línea de demarcación, de actitud crítica.

Lejos de un periodismo especializado en cuestiones de filosofía, lo que podemos imaginar leyendo a Foucault es un ademán filosófico propio de quienes buscan una libertad respecto del presente. Un gesto de conexión con aquello que, hoy en día, implica desplazamientos, transformaciones. Este tipo de nuevo periodismo asumiría la tarea de dotarse de herramientas intelectuales –pero también de los estados afectivos- para comprender y adentrarse en aquello está variando en el presente. En otras palabras, se trata de preguntarse qué es lo que tiembla, se agrieta y se diferencia por debajo de la espesa capa de cohesión y permanencia que Peter Sloterdijk estudió como stress colectivo provocado por los medios masivos de comunicación.

Mezcla de artista, analista y periodista, la comunicación crítica supone un nosotrxs en transición, entre fuerzas ellas mismas en conflicto. Foucault empleaba la formula “ontología de lo que somos” que parte de distinguir cuidadosamente la actualidad como presente (periodismo convencional) de  la actualidad como mutación. En Foucault, esta comunicación crítica logra pensar de otro modo sólo porque logra sentir de otra forma. La figura de la investigación “crítica” que de todo esto se desprende –seguimos imaginando-, que es capaz de esta doble mutación (intelectual y sensible), sería aquella capaz de articular el trabajo de archivo según las exigencias de esos catalizadores de transformación que son las luchas colectivas.

Pensar de otro modo y sentir de otra forma son consignas potentes que bien vistas tal vez supongan un tipo de actividad específica, y hasta de una relativa pasividad: para registrar las variaciones de lo que se ve y lo que se dice; para mapear relaciones de fuerza y elaborar nuestras estrategias. La actualidad, en ese sentido, se impone y se sufre. No hay transformación para quien no es capaz de padecer. 

Según Deleuze, la noción de dispositivo en Foucault está concebida como una combinación de líneas heterogéneas. Se trata de, al menos, cuatro: las líneas del “saber” (línea de lo visible, línea de lo enunciable -se trata de “formas”-), líneas de “poder” (se trata de fuerzas, que sólo pueden ser pensadas) y líneas de pliegue o de subjetivación (problemática ética), que van más allá del dispositivo en cuestión. Este más allá del dispositivo (esas resistencias que surgen dentro del dispositivo y van más allá de él) adquieren en el lenguaje de Deleuze el sentido de una “fuga” o “desterritorialización”.  La actualidad de la que venimos hablando remite, precisamente, a estos modos de fugar. Y así como cada línea pasa por todos los puntos –de modo que no hay afuera del saber ni del poder- las líneas de fuga los arrastran –si pueden- hacia zonas desconocidas. 

 

Fuga o desborde, la problemática de la actualidad en Foucault viene asociada a la constitución de una voluntad de no-obediencia (plebeya, anónima). La crítica lo es siempre respecto de las relaciones de fuerzas que en un momento constituyen un cierto presente. Y lo cierto es que Foucault fue uno de quienes mejor diagnosticaron el presente como neoliberalismo: una estrategia de individuación que liga las técnicas del placer y de ascesis (de auto-transformación) a las exigencias dominantes de lo que llamamos mercados. Reconocemos este estado de cosas, en el orden de la comunicación y de la postulación de una cierta temporalidad –un presente plano, un futuro promesa– en la pretensión de sometimiento que consiste en afirmar lo siguiente: la actualidad es neoliberal. 

Esta formula –la “actualidad es neoliberal”- es tan cierta como poco verdadera (si por verdad asumimos la línea de demarcación de lo que se transforma o fuga). El problema de un “nuevo periodismo” que tome sus premisas de lo que muta, con aquello que es capaz de existir mas allá de las líneas de saber-poder que regulan el presente, conecta con el segundo de los grandes temas de ¿Qué es la critica?: la cuestión del pastorado.

El neoliberalismo es el pastorado de nuestro tiempo. Si en el último período de su vida, Foucault reivindica una potencia especifica de los “gobernados” –aquellos sometidos al poder pastoral- es porque cree posible detectar en la pregunta ¿cómo queremos ser gobernados? la formación de una voluntad de no querer ser gobernados pastoralmente. Los gobernados en tanto que tales, sin deseo de convertirse en gobernantes, tan sólo como a partir de rechazar el ser gobernados pastoralmente, tendrían una palabra específica, capaz de romper la dialéctica del gobierno y de ir más allá de lo que la racionalidad del gobernante por sí sola establece. 

Para presentar esta particular capacidad de toma de la palabra del gobernado Foucault acude al término “coraje”, acto de valor específico que consiste en atreverse a decir una verdad que el gobernante no es -en principio- capaz de escuchar. Esto en Foucault recibe el nombre de parresía (el coraje de decir la verdad). En otras palabras, son las luchas de los gobernados las que informan sobre qué estamos dejando de ser y en qué devenir estamos entrando. Son ellas las que determinan la actualidad. Se trata de un tipo de discurso ante el poder, de una practica que desplaza al gobernado de toda sumisión. La parresía se funda un lugar de subjetivación y de resistencia específica al interior del dispositivo neoliberal de gobierno.

La figura ética y política de la parresía resulta atractiva, entonces, en la medida en que no quede restringida a una reducción académica de la política de la filosofía y nos brinde en términos prácticos -como lo recuerda Sandro Chignola en Foucault mas allá de Foucault– criterios de elucidación de la actualidad de los contrapoderes acordes con una imagen teórica post-soberana, en la que ya no se trata de cortarle la cabeza al rey, sino de desactivar un funcionamiento de la verdad pastoral determinado.

Es evidente que la relación entre periodismo, actualidad y crítica es crucial para definir la práctica de la democracia que, desde el punto de vista de los gobernantes, tiende a ser cada vez más definida a partir de una retórica del respeto de las instituciones, y, desde el ángulo de los gobernados, como una dinámica de creación de instituciones de una naturaleza nueva (un nuevo periodismo, por ejemplo).

En los textos de Foucault no encontramos una celebración de la novedad, sino una analítica de las discontinuidades. Se trata de una analítica extramoral atenta a los peligros inherentes a todas las formaciones colectivas de deseos insuficientemente problematizadas. La crítica no se confunde con la objeción: ya no se trata de un fenómeno de gusto o de opinión, sino de mutación. La crítica, en Foucault como en Marx, se resuelve como crítica practica. 

[1] Este texto es la reescritura de una reseña del encuentro que mantuvimos el jueves 23 de agosto de 2018 en el grupo de estudio Cartografías Micropolíticas.

Seminario: La fuerza de los débiles: otro modo de pensar estratégicamente // Amador Fernández Savater

¿Pueden vencer lxs débiles? ¿Pero cómo, si no tienen fuerzas? ¿Cuál es la fuerza de lxs débiles?Lxs débiles no tienen poder físico, numérico, militar, institucional o tecnológico. No pueden confrontar. No pueden entrar en una guerra simétrica. No pueden plantearse como “sujeto”: clase, ejército o partido. Sería su final, su perdición. No están en el mismo plano que el adversario, ni siquiera pelean la misma guerra. Ni causa ni motor, ni origen ni actor. La fuerza de los débiles está y sólo puede estar fuera de ellos mismos: en el conocimiento del terreno, en el manejo del tiempo, en la simpatía de las poblaciones, incluso en el empuje del adversario vuelto contra él. Cuando no se tiene fuerza, cuando toda la fuerza está fuera-de-sí, hay que detectarla, impregnarse de ella, dejarla pasar. La fuerza de los débiles no es la fuerza de voluntad, sino la escucha y la pasividad, el tacto o la capacidad de amistarse. Todas las cualidades “extáticas” que nos sacan de nosotros mismos y nos ponen en relación con las fuerzas del mundo.

Pensaremos esta fuerza de los débiles a partir de tres figuras o estrategias:

SESIÓN 1: La “guerrilla” de Lawrence de Arabia.

En 1929, los responsables de la Enciclopedia Británica propusieron a T.E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, que redactara la voz “guerrilla” de su decimocuarta edición. Lawrence expuso en el texto los fundamentos teóricos de la guerrilla árabe contra el dominio turco que él mismo dirigió entre 1916 y 1918, una guerrilla cuya línea de conducta era no defender nada ni disparar contra nadie, cuyas bazas no pasaban por la potencia de fuego, sino por la rapidez y el tiempo.

Audio de la sesión 1:

SESIÓN 2: La vía china del no-hacer: wu wei.

No-hacer no significa no hacer nada o dejar de hacer, sino hacer de otro modo. Evitando a la vez la impaciencia ansiosa y la inercia, el voluntarismo y la pasividad. La vía china del no-hacer no se guía por un fin proyectado de antemano que se trata de “aterrizar” en la realidad mediante la fuerza de voluntad, sino que pasa más por detectar los “factores facilitadores” o los “potenciales de situación” que ya existen y que nos pueden llevar.

Audio de la sesión 2:

SESIÓN 3: El “disimulo” según Jean-François Lyotard

Atrapados. ¿Cómo escapar cuando no hay salida? ¿Si no existe el afuera, cómo fugarnos? El disimulo renuncia a la pureza y se la juega en medio, en medio de las líneas y defensas enemigas. Carece de esperanza, pero no se resigna. Cultiva la duplicidad, una sensibilidad táctica con la realidad. Arte de la pillería, el desvío, la astucia, el apaño, el rebusque, la brega. Las estrategias informales de conservación y supervivencia, mía y de los míos.

Audio de la sesión 3:

De la crisis a la acción política // Diego Sztulwark

La crisis financiera destruyó la dinámica económica y desnudó por fin la crisis política que el gobierno de Macri ha estado disimulando desde las elecciones de medio término de octubre de 2017. A dos meses de aquel triunfo electoral, el presidente debió enfrentar la furia plebeya de organizaciones populares opuestas a ajustar el sistema previsional. Si durante aquel año el gobierno se empeñó en amedrentar a la población por medio de la represión, la crisis de diciembre tuvo dos efectos relevantes. Por un lado, mostró el camino para neutralizar las salidas represivas: la movilización de masas; y por otro, dio lugar al disgusto y a la respuesta de los mercados, y al desesperado intento del gobierno por anclar la viabilidad de su programa en un acuerdo con el FMI. La frustración de ese plan político confirma que a la insustentabilidad social y financiera del programa de Macri le sigue una insustentabilidad política. Lo estamos viendo.

Un precipitado cambio de clima obliga a pasar del anuncio de la crisis a la gestación de acciones políticas de corto plazo. Así lo entiende el peronismo tradicional que acompañó al gobierno hasta ahora. Peronismo convencional y Cambiemos negocian y disputan los términos del desenlace de la crisis. Programáticamente, solo comparten la tesis según la cual no se puede “volver atrás”. Razón demás para que nos preguntemos: ¿Qué designa estrictamente ese “atrás”? Hay más de un modo de narrar lo que ocurrió en el país desde mediados de los años 90 hasta 2015. Por debajo del lenguaje mistificado de “la grieta”, subyace uno de los períodos más interesantes de aquello que aún en el presente podemos llamar la “lucha de clases”. Si 2001 mostró la existencia de una potencia popular de trabajadores desocupados, de diversos actores urbanos y rurales, de un contrapoder con la consistencia suficiente como para liquidar la legitimidad neoliberal sostenida por el llamado “consenso de Washington”, el kirchnerismo –en particular el gobierno de Cristina–, con sus módicas reformas, acabó por concitar un odio generalizado sobre el que se sustenta todavía hoy el gobierno nacional. 

 

El fantasma plebeyo no desapareció tras el 2001. Tampoco con la crisis del Frente para la Victoria y la llegada del nuevo gobierno. Las enormes movilizaciones contra el 2 x 1, de los universitarios, del movimiento de mujeres, de la diversidad sexual y por la legalización del aborto, las marchas sindicales y de los trabajadores de la economía popular, las asambleas contra la megaminería y toda una extensa miríada de iniciativas contra el monocultivo sojero, en defensa del agua y los bienes comunes, la reacción contra la violencia represiva en los barrios exhiben una particularidad argentina que muchos países del continente observan con sorpresa. No se trata solo de una aptitud para salir a la calle, sino también de una prefiguración programática. Allí, en esas luchas, en esas redes, en ese protagonismo, late una inteligencia colectiva, nuevas formas de liderazgo y de toma de decisiones, una nueva comprensión sobre las mutaciones del país y de lo que ya no se tolera. 

La crisis llegó y se proyecta en su contenido real como una crisis de la democracia entendida como marco jurídico y orden institucional a respetar. ¿Es posible concebir de aquí en adelante la acción política sin una idea clara y antagonista de la democracia como materialización económica e institucional concreta del protagonismo de los movimientos populares? Y, además, ¿no es evidente, a esta altura, que no es viable una dinámica de extensión de derechos democráticos sin la producción paralela de subjetividades capaces de producirlos, ejercerlos, defenderlos? ¿No es preciso, entonces, partir de lo que estas subjetividades proponen en términos tanto prácticos como discursivos a la hora de imaginar frentes políticos? ¿No hace falta crear instituciones capaces de expresar una concepción abierta de la toma de decisiones orientada a fortalecer el aspecto material de los llamados derechos? Preguntas como estas nos llevan a mirar de frente la situación. ¿Cómo dar curso a una nueva voluntad colectiva capaz de articular un programa y una dinámica política, abierta a la altura de las figuras actuales de un contrapoder que pueda evitar una salida reaccionaria de esta crisis?

09/09/2018

Fotos: M.A.F.I.A y Colectivo Manifiesto

A propósito de la revista Literal y nuestra coyuntura // Jime Navarro

El gesto contornista: más que gesto es una mueca. Más que mueca, un tic. Algo casi involuntario, repetitivo, que se manifiesta a partir de ciertas contracciones musculares. A mí también me pasa: se me contraen los ojos cuando los leo.

Ayer a la noche terminé de leer Literal, y empecé a imaginarla como un antídoto contra el tic contornista. Llegué a ella buscando cosas de Ludmer, aunque me terminé enterando que escribió un par de artículos ahí por simple condescendencia con su entonces novio Osvaldo Lamborghini. Qué generosas somos las chinitas.

La cuestión es que me puse a copiar frases, juntarlas, reescribirlas y ya ni sé qué de lo que tengo delante mío es de la revista, qué palabras son mías, qué errores del azar. Pero ese revuelto que terminó quedando me sonó tan actual, tan de nuestros días, que pienso que esa mezcla inesperada tiene más fuerza que cualquier cosa que me hubiera propuesto escribir.

Sobre los que intelectuales de izquierda que viven abrazados al teclado (llamémoslos tecladofílicos):

“Hay que entender que no quieren subvertir nada: lamentan, solamente, la ineficacia de sus ilusiones, y trabajan para ver si el lenguaje se vuelve tan idiota como ellos y acepta el limitado papel de hacer transparente la supuesta coincidencia puntual entre las palabras y las cosas. Como ellos han contraído la vocación de servicio, todo tiene que servir: la posibilidad de una literatura sin librea los aterra”

Sobre los jóvenes lectores de diarios, siempre abrazados a la coyuntura (llamémoslos noticiafílicos):

“La noticia es una cama donde cualquiera puede acostarse sin que se le mueva el piso. Se entiende que alguien sea periodista porque hay diarios que pagan la función, hay ruinas cotidianas y reuniones de ministros. El periodista que cambia un sueldo por palabras que remiten a una realidad reconocida por otros, pareciera no haberse masturbado nunca. Ha nacido, más que comprometido, casado con la realidad que le asegura el sueldo en el vaivén de sus sobresaltos. Todo el mundo está seguro de que la información cumple una función social, hecho que el poder no deja de explotar. Cuando la palabra se niega a la función instrumental es porque se ha caído de la cadena de montaje de los ideologías reinantes, proponiéndose en ese lugar donde la sociedad no tiene nada que decir. No se trata del arte por el arte, sino del arte porque sí, como una afirmación que insiste en nuestra cultura, mediante la energía y el tiempo de algunos sujetos que no desean matar la palabra, ni dejarse matar por ella”

Esto por hoy.

A propósito del cuerpo // Jime Navarro

Pocas cosas menos vitales que la retórica abrumadora e impostada que nos habla de los cuerpos y sus potencias. Se dice el cuerpo esto, el cuerpo aquello, creyendo que nombrar algo es hacerlo existir. El concepto de perro no ladra, dijo alguna vez un macho al que le faltaba cuerpo. Es algo tan evidente, tan básico, que me da vergüenza escribirlo: la vitalidad no radica en decirse vital, sino en lo contrario.

¿Cómo diferenciar un texto impotente y flácido de uno bien parado? ¿Cómo diferenciar un texto frígido de uno húmedo y caliente? Es fácil: hay que cojérselo. No agarrarlo. Cojerlo. Meterlo dentro de una, meterse dentro de él. Y así encontrar la verdad.

Hay veces que basta decir cuerpo para que el cuerpo desaparezca.

Esto por hoy.

Sobre el VAR y la Sharon Stone. Ruptura del continuo en el fútbol // Agustín J. Valle

“La prueba parecía inobjetable, pero el Loco se plantó. ‘Fue gol’. -‘¿Y eso que se ve ahí?’-, intenta acorralarlo el Inquisidor Araujo. ‘Es un truco de la televisión: en la cancha fue gol’.”

Ignacio Lewkowicz, Dallalíbera (inédito, 1992)

Ah, es difícil estar al día. El desapego de la actualidad es relativo, es variable, es decidido y no decidido, es fuente de sufrimiento y también de orgullo. Puede ser cosa de unas horas…

Esto para decir que pasó el mundial, pasó el VAR y me quedé sin poder articular una idea. De algo nimio pero que participa de las mutaciones programáticas de nuestro tiempo (“mutaciones programáticas”: oximoron del capitalismo). Otra degradación del cuerpo, de la experiencia y del presente. Por ahora el VAR no introduce “justicia” alguna: ¿cuándo se pide y cuándo no se pide el VAR? ¿Qué sacerdote regula el poder de verificación pantallística? Quizá podría mejorarse, “como en el tenis”, me indica un amigo: que cada equipo pueda pedir uno o dos VARs por tiempo… Podría ser. En el tenis es hasta gracioso: todos mirando la pantallota donde una animación digital resulta ser, de modo inapelable, la verdad. La animación digital es la verdad; nuestro ánimo, nuestra alma, nuestro aliento, entonces, vale menos. Ver un juego deportivo en vivo es emocionante, pero las sensaciones que da nuestra percepción sensorial ocupan un nivel inferior en la escala de la realidad.

El árbitro, dice Villoro, es el que más ama la bocha: la quieren tanto, que admiten no tocarla y ser insultados masivamente, con tal de estar cerquita de ella. El referí es el juez, el ortiba, el que se viste siempre de negro aunque disimule con colores, pero está adentrodel juego. Los árbitros entre ellos se dicen “¿jugás el domingo?”. Juegan a arbitrar, es su rol en el juego. Lo que ya no son es los operadores del criterio de verdad; la verdad del terreno de juego ya no está depositada en el cuerpo que juega al juez. Ahora el juez jugador suspende el juego para ir a consultar al dios pantalla. Es un dios contrario al de Nietzsche; si Zarathustra exigía una deidad capaz de bailar, el Dios pantalla domina porque detiene y descompone el movimiento fragmentada y mecánicamente.

La supremacía de la pantalla opera descomponiendo la experiencia. Lo que el juez mira no es siquiera la repetición. Mira la cámara lenta; más aún, mira un frame by frame, un cuadro a cuadro. El VAR interrumpe el juego porque su criterio de verdad se basa en una interrupción del continuo experiencial. La experiencia en sí mismaes sucia, impura; el continuo de la vida es difícil de gobernar, y entonces la verificación mediática introduce un discontinuo donde segmentar y observar: toca o no toca. En el discontinuo reina la razón binaria: hay contacto o no hay contacto, pasa o no pasa el electrón, es amigo de la democracia sonrisona o le toca el escarnio… Sí o no: sin dudas. Como si la duda no fuera una instancia natural para la vida, una instancia que requiere un modo específico de ser habitada (en efecto: la decisión). De vuelta Zarathustra: “Solo en el mercado le exigen a uno que responda: ‘¿Sí o no?’”. La razón binaria es una faz de la subjetividad mercantil.

El VAR entonces muestra que hay penal; sí, hay penal en el var. Eso no dice casi nada sobre la verdad del continuo; pelota y brazo se tocan, la mano prende la camiseta, pero ¿qué incidencia tiene en el sentido de la jugada? ¿qué intención hay? ¿Qué intensidad? ¿Qué complicidad de la aparente “víctima” en el caso de una caída? La mano agarra la camiseta, el delantero cae, ¿pero cae a causa el agarrón? ¿Cómo huele un movimiento? Lo que queda depreciado es el sentido efectivo de un contacto en el interior del continuo del juego. La única jugada donde tendría propiamente sentido el VAR, es para ver si la bocha pasó la línea del arco o no.

Recuerdo en la pubertad alquilar con amigos el VHS de Bajos instintos, y poner pausa en el instante preciso en que la cámara enfocaba la entrepierna de Sharon Stone mientras ella cambiaba el cruce de piernas. Detener la peli en ese instante preciso era difícil, pero algunas videocaseteras tenían una función para avanzar cuadro a cuadro, buscando la verdadera fuente de la excitación. ¡Ahí está, ahí está, es la concha! Había que detectar y recortar la parte. Le hacíamos el VAR a la Stone. Esto debe haber causado, años después, más de una eyaculación precoz (quiero decir, una imposibilidad de habitar el encuentro en su integralidad), y más de un deseo-odiante machista (una triste violencia contra quien es concebida como poseedora huidiza de la parte deseada, que, en su recorte extractivista del continuo del cuerpo, es promesa de placer trascendente): porque ejercía una pedagogía del discontinuo. Según el VAR, casi que la mejor forma de ver si alguien es lindo, es su inmóvil cadáver. Basta advertir que en el juego de la pelota, de la sagrada esfera -fuente inagotable de posibles-, ahora el juicio de la verdad se convoca trazando con las manos en el aire un cuadrado intangible.

Fuente: https://futboldepiesacabeza.com.ar/sobre-el-var-y-la-sharon-stone/

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