Anarquía Coronada

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lobosuel - page 36

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Cuerpos, decires, escrituras en torno a lo real // Roque farrán

  1. Cuerpos. No hay liberación ni emancipación en general, sino prácticas de libertad singulares que pueden potenciarse en cualquier punto, escala o nivel. Antes que poner el cuerpo masivamente, como se dice a menudo, hay que empezar por sacar o sustraer los cuerpos de los dispositivos neoliberales de sujeción y valorización cotidianos. Empezar a trabajar el cuerpo singular-genérico con gestos y actos materiales de constitución efectiva; prepararlo en consecuencia y entrenarlo punto por punto, parte por parte, situación por situación. Abogar por la constitución de un cuerpo real del cual se puedan trazar sus bordes con rigor, inventiva y libertad. Trazos que escapan a la lógica del valor porque se invisten y anudan libidinalmente junto a otros, lanzados a la contingencia absoluta, sin esperar nada a cambio. Cuerpos nudos en lugar de “nuda vida”, cuerpos anudados a su vez en los múltiples registros de la experiencia, entre la vida y la muerte: el deseo de desear en común.
  2. Espacio-tiempo. A esta altura de las circunstancias más que buscar en medio del infierno aquello que no es infierno y hacerlo durar y darle espacio, como dice Calvino, nos bastaría apenas con el espacio y el tiempo necesarios, pues donde los podamos hacer mínimamente ya es mucho, muchísimo. Sin buscar a priori nada en particular, hacernos tiempo, espacio, espacio-tiempo, donde sea y como sea: entre las palabras y las cosas, las epistemes y saberes, entre los poderes, entre las vértebras, entre la maraña de relaciones, creencias y prejuicios que nos habitan, entre los deberes y haceres cotidianos. Tiempo, pausa, musicalidad de un decir o un gesto precipitado, mirada, letra, escritura, un golpe en el vacío, un par de acordes, la distancia tomada del pensamiento o un grácil salto a ras del suelo. Sólo el espacio-tiempo creado es vida sustraída a la biopolítica infernal que nos consume a diario.
  3.   Bardeo. Es cierto lo que dice Jorge Alemán: “Dado que uno de los modos privilegiados del poder es intimidar con cualquier tipo de imputación y calumnia, habría que ser muy serio al respecto en la propia vida cotidiana, la cual está cargada de difamaciones, críticas, insultos y descalificaciones que incluyen a los cercanos. En esas ‘habladurías’ se goza de Ello. Por lo cual se impondría trabajar en la propia ‘maledicencia’ y su oscura satisfacción. En ella subyace uno de los resortes del nuevo posfascismo que se extiende por los rincones más íntimos del lazo social”. Hay algo obscuro en el goce de las “habladurías”, las “maledicencias” y, en fin, la “mala leche” en general que está circulando mucho entre gente ideológicamente afín o cercana, que se bardea por bardearse. ¿Será un mal de época, algo alimentado por el adversario, o es la simple necedad transhistórica que caracteriza al parlêtre, cebada ahora por los nuevos medios virtuales? He tratado de plantear con Spinoza algo así como una “comunidad invisible”, para no limitarnos al sintagma “izquierda lacaniana” o “izquierda spinoziana”, pero no hay caso, el goce de la beatitud intelectual sigue siendo un imposible. Lo cual no me priva de insistir. Creo que en esta época de trolls, quiénes tenemos una suerte de inmunidad natural respecto a las opiniones idiotas, canallas e infundadas, corremos con cierta ventaja respecto a preservar la salud mental o psicopolítica. Espero podamos crear la vacuna o el antídoto que sea generalizable.
  4. Escritura. Es cierto también lo que dice Markus Gabriel: “El odio es la lógica de las redes sociales. Una red social es pura socialidad y un sistema social presupone disenso entre los actores. Un grupo es un conjunto de perspectivas, que puede resultar en cooperación o en odio y destrucción. Lo que falta en las redes sociales es la interacción real entre los cuerpos. Entonces es mucho más fácil producir puro disenso sin solución. Odio es disenso sin solución. Las redes sociales producen odio porque no hay manera de resolver un conflicto. No hay un sistema legal en Facebook, no hay tribunales. El odio en las redes sociales no es una contingencia.” No obstante, deseo señalar una vez más que también puede haber otro uso de las redes sociales: un uso ético-político que pase principalmente por la escritura y la lectura compartidas, no solo por las opiniones políticas y los documentos públicos puestos a circular; un uso material que trame el cuerpo sutil de la letra. Una tarea imposible, sin dudas, como gobernar, educar y psicoanalizar; todo al mismo tiempo. Pues lo real es también lo que hacemos, por más sutil e in-significante que sea su materialidad. En el espacio virtual, sobre todo, soy un materialista de la escritura absoluta: no veo más que escritores en potencia o en acto; sea cual sea el material del que se sirvan y el lugar del cual lo extraigan, siempre que se asuma con honestidad: abajo y a la izquierda, en medios sin fin, arriba de los árboles, o al fondo a la derecha.
  5. Cuerpos, otra vez. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, repetimos con Spinoza, pero lo cierto es que los hemos visto aparecer flotando recientemente con espanto y también temblando involuntariamente en la escena mediática, y aunque nos muestren la terrible desigualdad del poder, en cada caso, lo cierto es que nadie sabe lo que puede un cuerpo, una vez más, menos aún cuando los dispositivos de poder han llegado a este grado de fosilización, de insensibilidad, de miseria. Recuperar la potencia de los cuerpos, lo sepamos o no, es una tarea política de primer orden.
  6. Fórmulas. “Dejar morir en las calles, y hacer vivir en la ilegalidad”, parece ser la fórmula terrorífica del neoliberalismo vernáculo. Nuestra respuesta tendría que ser contundente: “No dejar morir a nadie por simple descuido, y dejar de vivir por decisión propia cuando lo deseemos en verdad”. Nadie nos obliga a nada: ni a ser (o hacer) sumisos ni a ser (o hacer) canallas. Sólo mediante un cuidado extremo y un coraje decidido por la verdad, que dejen absoluta libertad para decir y decidir en cada caso, sobre la vida/la muerte, podremos librarnos de la imbecilidad canalla que nos consume a diario: esta gubernamentalidad de nuevo cuño basada como siempre en temores y esperanzas ancestrales.
  7.  Humanismos. Comparto lo que dice Marcelo Figueras en una nota reciente de El cohete a la luna, pero no así la deriva humanista y sacrificial que proclama al final: “¿Cuán humanx sigue siendo aquel o aquella cuya vida pública tilda cada casilla de la corrección política de la época —por ejemplo, expresando sensibilidad en su muro de FB y defendiendo en las redes causas que considera loables—, pero sería incapaz de tocar la piel percudida de una persona sin suerte? Para ser humanos de verdad y no fake humans, hay que experimentar la piedad. En lugar de navegarla en piloto automático, para surfear esta existencia —la única de la que disponemos— hay que estar dispuestxs al sacrificio, o al menos al acto sacramental de resignar algo por el bien de alguien que no sea uno mismo.” ¿Qué nos distingue cómo especie? En primer lugar, hacernos semejante pregunta. Insensata para cualquier otro ente, desde ya, hasta nuevo aviso. Luego, claro, buscar respuestas definitivas que suelen estar supuestas de algún modo en la pregunta misma. A mí no me convence ninguna de ellas, aclaro. Nada nos distingue en esencia: creo que somos tanto animales, domésticos o salvajes, fascinantes o insignificantes, como también dioses, monstruos o máquinas (denominaciones o caracterizaciones, además, inventadas e imaginadas por nosotros mismos); pero sobre todo somos inconstantes, múltiples y variables, pues nada de eso lo somos unívocamente y para siempre, lo somos apenas por instantes fugaces, aunque algunos se esfuercen denodadamente en demostrarnos lo contrario. Una vida incluso es un instante que se pierde en el infinito de infinitos del tiempo y del espacio. Así que yo diría más bien: no nos creamos tanto ni tan poco, un gesto humanitario, animal o prodigioso lo tiene cualquiera; mejor devenir cualquiera, entonces, antes que catequizar a los espíritus sobre la piedad o el sacrificio necesario.
  8. Realismos. Desde hace un tiempo me pregunto por lo real, quizás motivado por los nuevos realismos filosóficos y por la proliferación incesante de fake news, fake persons, fake words, etc. En fin, cuestiones que siempre existieron y ahora se han agudizado, o cronificado tal vez, porque estamos en un momento de descomposición de todo: lo simbólico, el ethos, la política, los saberes, el mundo. Que lo real del mundo, el universo o lo que sea, exista independientemente de nosotros y lo seguirá haciendo cuando hayamos desaparecido de la faz de la tierra (o la tierra incluida) es algo que me resulta en extremo baladí; no hace falta que me traigan restos archifósiles para demostrármelo. Pero lo real no es tampoco una construcción mediática discursiva: lo real nos implica de un modo irreductible que atraviesa la carne, el cuerpo y las palabras apenas rozan. Figuras de lo real: la muerte, el vacío, el horror, la angustia, el acto. Ayer justo un amigo me preguntaba si cuando me dispararon tuve algún sentimiento de la muerte inminente. Y no, sólo sentí frío, mucho frío, y mucha incomodidad por la falta de aire (lo cual fue una constante durante casi toda la internación). No creo que la muerte se pueda sentir o presentir siquiera, es un contrasentido en los términos, pues no hay quién de la muerte; será una figura de la imaginación en todo caso. Quizás sólo haya palabras del borde y una sabiduría práctica que busque tramarlas de manera anticipada, fugaz o retroactivamente: silencio absoluto, corte, interrupción, cicatriz, escritura, insistencia. La resistencia o la revolución, eternamente deseadas y fracasadas por estructura, también responden a lo real en juego, por supuesto; pero debemos saber cuál es la estructura inmanente de lo real, su nudo implicatorio, antes de precipitarnos de nuevo en la nada, sin esperanza ni temor, con una lucidez que desarme y una alegría que contagie a media voz.
  9. Líneas. Por último, quisiera finalizar parafraseando a Yourcenar junto a Lacan: Hay tres líneas en la vida de todo ser humano o parlêtre, y nunca se proyectan como las abscisas y ordenadas de un plano cartesiano. Son tres líneas sinuosas o curvas, extendidas al infinito, constantemente próximas y divergentes, pero en el mejor de los casos bien anudadas (al modo borromeo): lo que un hombre ha creído ser (imaginario), lo que ha querido ser (simbólico) y lo que habrá sido para lo que está llegando a ser (real).

La trampa del paraíso perdido // Agustín J. Valle

Impresionante performance en escena. Tres mujeres, o cuerpos que fueron de mujeres o que las imitan: tres actrices bailarinas —aunque de una danza muy, muy especial, butoh, cualquierista en el mejor sentido— aparecen en escena moviéndose como robots. Brazos, cuello, piernas, cintura haciendo solo líneas rectas, y en las caras una inocencia robótica siniestra: “Ven, humano, confía, soy tu semejante”, dice el zombi eléctrico. Las tres apenas vestidas con una suerte de taparrabos de hule negro, rodilleras, coderas y el cuello entero pintado de negro en black out. Los ombligos cubiertos por el taparrabos y los pezones tapados —negados— con cinta aisladora: una negación de lo orgánico, de los puntos que delatan el engarce —líquido y tibio— entre los cuerpos, su codependencia natural. En su gesto o garbo convive, pujando, esa inocencia artificial con una extrañeza, una perplejidad que acaso indique vestigios de humanidad. Están en un paisaje nulo, despojado: tan sólo unos paneles verticales (plateados, tenues, traslúcidos apenas), que cercan el borde posterior del territorio. El paisaje material es nulo porque el ambiente es sonoro: un ambiente inmaterial repleto de ondas vibratorias invisibles.

Al comienzo remite un poco al paraíso, con grillos y pajaritos y agüita cayendo entre unas plantas. Pero si remite es con reminiscencias; no tarda en dejarse sentir un pulso de “pips”, soniditos como hipos involuntarios de la máquina. El ruido de las ondas eléctricas crece, dejando caer su pudor: es el sonido de las frecuencias que atraviesan los cuerpos y los mueven, ondas invisibles pero dominantes.

La obra no es “linda”: es interesante, impresionante y admirable. La actuación danzante de Rhea Volij, Popi Cabrera y Malena Giaquinta compone la corporalidad que tendrían las criaturas si fuesen hechas de vuelta, pero por un demiurgo informático-mecánico. Con una sincronía y coordinación impactantes dado lo raro, anómalo, monstruoso de sus movimientos, presenciamos cuerpos que oscilan entre los espasmos programados y eficientes del robot y animalidades súbitas, como si en las suspensiones de la eficacia dominante lo orgánico disparara enloquecido hacia el punto de su historia terrícola. Renacuajos sacudiéndose, pájaros desquiciados, perras culo para arriba, obedientes a las más mínimas variaciones de la onda eléctrica mandataria. Por momentos las frecuencias “sujetoras” mandan adoptar posiciones alineadas, modélicas, tipo maniquí. El patrón chequea su poder canonizante. Las post-orgánicas, con sonrisa helada en el rostro, posan de lindas y una luz focal proyecta su sombra en los paneles verticales: sólo logran sombra de belleza —en rigor, sombra de silueta canónica y promesa de cuerpo idealizado—, mientras que el cuerpo exhibe la textura del sometimiento vudú que el patrón eléctrico-frecuencial le imprime. En algún momento, pronto, se van a romper.

No se diría que los cuerpos hacen cosas, sino que les son hechas. Carnes involuntarias, desafectadas, cuyos nervios son canales de la frecuencia patrón que las sacude. Cada tanto se entrevé en esos cuerpos alguien que sufre, y ese sufrir es un destello subjetivo, unos ojos con presencia. Alguna incluso combate contra eso que las mueve, pero infructuosa, y combate reproduciendo la frecuencia electrocutada dominante. Sin embargo, algo de lo orgánico —no de lo subjetivo— pareciera guardar una sordera fecunda. El cuerpo se convierte en piedra, en mera cosa, luego en tierra (¡hay que verlo!), y de las “piernas” —ramas o alas o…— abiertas de esa piedra-cosa-tierra, emerge hacia arriba un enramado de dedos, un parto arbóreo. Ellas se meten la mano en la boca como quien añora la calma primigenia de mamar, del enlace corporal directo; pero es tic del cuerpo otrora humano, que ahora se castiga y muerde para sentir algo.

 

La trampa del paraíso perdido, de Rhea Volij y Patricio Suárez, El Galpón de Guevara / Centro Cultural de la Cooperación, Buenos Aires.

 

Fuente: https://www.revistaotraparte.com/teatro/la-trampa-del-paraiso-perdido/?fbclid=IwAR2bhqDYqy7pa0muug0kzzzOLNCMr-FJF0goHpB_3q_gnmpDSBnLhZgz9ds

¿Para qué Badiou hoy? // Jun Fujita Hirose

Con la invitación amistosa pero también perversa de parte de Giovanni Tusa, escribí el posfacio a su libro con Badiou: Acerca del fin. “Perversa”, porque Giovanni me hizo escribirlo pensando que yo era la persona más “inapropiada” para ese cargo.

   No sé si Giovanni tenía razón. Pero, en todo caso asumí el papel así asignado a mí. En mi texto, intenté presentar, o mejor dicho representar, la totalidad del pensamiento político de Badiou a partir de la noción más inapropiada, noción prácticamente casi inexistente en sus escritos: la de “deseo”.

   Esta noche, ya no hablaré de deseo, sino tomaré otro camino para atacar la cuestión de para qué Badiou hoy.

Yoshiyuki Koizumi, filósofo japonés muy conocido acá en Japón sobre todo por la radicalidad extrema de su pensamiento político, recién publicó en japonés un texto muy estimulante y titulado “La espiritualidad en Foucault”. En este texto, Koizumi sostiene que el trabajo del último Foucault, el del Foucault de los años 83-84, consistió en realzar la importancia política de relacionar la práctica de “vida otra” en este mundo con la aspiración a “otro mundo”.

   Si la lectura de Koizumi es pertinente, yo creo que se puede decir que al fin de su vida, Foucault acabó por reunirse con Badiou. El relacionamiento de la vida otra con el otro mundo es precisamente lo que Badiou entiende por “organización”.

   En términos de Badiou, la práctica de vida otra se traduce como creación ex nihilo de nuevas posibilidades para el mundo entero, y la aspiración a otro mundo se traduce como fidelidad al mundo ideal en donde todas esas posibilidades ya estén convertidas en realidad.

   Hoy, no nos faltan prácticas de vida otra. En todas las partes del mundo no cesan de multiplicarse luchas e iniciativas creativas, que inventan cada una nuevas formas posibles de vida para toda la gente del mundo. El problema de hoy reside en la dificultad que tenemos todos de darnos la aspiración sólida a otro mundo. Dificultad de ligar la vida otra con el otro mundo.

   Sabemos que antes, las prácticas de vida otra se desarrollaban bien con la aspiración a otro mundo. Es la existencia de los países socialistas la que permitía creer en la posibilidad de otro mundo, aunque el otro mundo fuera concebido como algo bastante diferente de aquellos países socialistas. Badiou empezó a trabajar el tema de la “organización”, tema de la ligación de la vida otra con el otro mundo, en el período preciso en que el socialismo existente estuvo dejando de funcionar como fuente de la aspiración a otro mundo.

   El último curso de Foucault antes de su muerte se titula “El coraje de la verdad”. El manuscrito que Foucault preparó para la última clase de ese último curso termina con la siguiente frase: “Sólo puede haber verdad en la forma del otro mundo y la vida otra.” Es decir que el “coraje de la verdad” es coraje de conectar la vida otra con el otro mundo. Es coraje de la “organización”.

   Pero, ¿por qué, “coraje”? Porque se trata de guerra, no como metáfora sino literalmente. En este mundo actual, la organización revolucionaria, conexión de la vida otra con el otro mundo, no es posible en absoluto sin entrar en guerra directa con el poder dictatorial del capital. El capitalismo puede y podrá siempre soportar o tolerar manifestaciones de vida otra sin otro mundo, pero ninguna manifestación de vida otra con la fidelidad intransigente a otro mundo. El “coraje de la verdad” es coraje de declarar guerra, coraje de ponerse en guerra físicamente.

   ¿Para qué sirve hoy el trabajo de Badiou? Todos los libros de Badiou son potentes incitaciones a la guerra absoluta, en este mundo en que conocemos sólo la “guerra civil” permanente entre los capitalistas y la guerra totalmente unilateral, igualmente permanente, del capital contra la población. Creo que el trabajo de Badiou nos sirve para decidirnos por la guerra absoluta, sólo por medio de la cual podríamos acabar con estas guerras capitalistas en curso.

4 de julio de 2019 en Bar La Tribu (Bs. As.)

 

Esta derecha vital // Diego Valeriano

Esta derecha vital, esta derecha que no entendemos, esta derecha vecina, concreta, epidérmica, manija. Cocinada al calor del hartazgo, de la guita que no alcanza, de las ventas que bajan, de lo difícil que es volver cada noche, de los grupos de wasap para segundearse por los choreos en el barrio. Esta derecha llena de minas ninguneadas, de chabones que ya ni se pueden reir de lo que se reían, de doñas que nadie visita, de pibitas acosadas por los vagos del barrio. Derecha pura intuición, posteo, tele, mensajito que pregunta si llegaste bien.

A veces cruel, manija, linchadora y otras veces solidaria. Que se mueve en saberes concretos, afectivos, comprobables, corporales, de mercado. Derecha feria, patrullero, rotisero, doña, remiseria, maestra, guardiacárcel, refugiado. Derecha víctima de los pibes, de los bondis que no pasan, de los trenes que chocan, de los pillos, de los piquetes camino al laburo, de las jefes verdugos, del poder judicial clasista, de la política que no cambia nada, salvo de barrio, de auto, de pareja. 

Esta derecha vital que tiene los fierros, los cuerpos, el odio y también el territorio. Que es avanzada y retaguardia. Esta  derecha que crece, que se fortalece, que deviene razón de ser, que no necesita bajar a los barrios. No necesita unidades basicas, centros comunitarios, ni redes ficticias, radios comunitarias, ni militancias. Que no necesita andar explicando tanto todo. Ni pone especial atención en las palabras. Que cree en la justicia popular, esa justicia por mano propia tan expeditiva y redentora. Que necesita cortar con la humillación que sufre, que desconfía de los discursos largos, de los que siempre luchan, de los derechos humanos que nunca le llegan y de las cosas complejas que lo hacen sentir poca cosa. 

Derecha desahogo, plantarse, macho, insurrección, runfla. Cooperativista harta de los jetones y de movilizar hasta tan tarde. Que sabe que las cosas son simples, que ya no confía en nadie, que se divierte con poco. Que sabe bien que estamos en guerra y que si tiene que tirar, tira. Esta derecha vital nos re cabio y todavía ni nos dimos cuenta. 

¿La emergencia de un nuevo ciclo político? Notas para la caracterización de la situación política // Adrián Piva y Martín Mosquera

Fuente:Revista Intersecciones

El macrismo es un experimento derechista cuyo principal propósito es la restauración de la autoridad del capital a nivel social y en el lugar de trabajo. Un aspecto esencial de su acción y programa ha sido el intento de identificar esa tarea con la de una restauración del orden y de la autoridad de la ley sin más adjetivos. De ese modo, al tiempo que expresó la demanda de orden de amplios sectores de la población buscó dar bases sólidas a la construcción de consenso en torno a un proyecto de disciplinamiento de la clase trabajadora. Esafusión particular define el contenido reaccionario de su programa. Su objetivo inmediato es recrear las condiciones de la acumulación capitalista por la vía de un aumento extensivo e intensivo de la explotación de la fuerza de trabajo.[2] Pero ello se enlaza con un objetivo estratégico de la clase dominante local: la subordinación duradera de la clase trabajadora, es decir, la reducción del poder de los sindicatos, de los límites legales a la explotación laboral, de las expectativas de consumo de las clases populares, de la vitalidad de los movimientos sociales, etc.; todos aspectos que hacen a cierta excepcionalidad argentina en el panorama latinoamericano.

Sin embargo, el macrismo emprendió su programa de ofensiva capitalista en un contexto parcialmente desfavorable: su ajustada victoria electoral y su ascenso al gobierno no fueron producto de una gran derrota social de las clases populares o de la explosión del modelo kirchnerista en una gran crisis que facilitara la legitimación del ajuste. Esto abrió un pulso social de final abierto: un gobierno que avanzaba, pero con dificultades que daban cuenta de la persistencia de las relaciones de fuerza post 2001 y en el contexto de un ciclo de grandes movilizaciones sociales desde el inicio del mandato. El llamado gradualismo de 2016 y 2017 fue el resultado de esa puja, los avances en el proceso de ajuste (sobre todo en el aumento de tarifas) se desarrollaron a un ritmo adecuado a aquellas relaciones de fuerza pero incompatible con las necesidades de reducción del déficit y con los objetivos de reducción de la presión tributaria sobre la gran burguesía. De este modo, la evolución del déficit fiscal y el ritmo de endeudamiento externo durante esos dos años dejan de ser variables de modelos macroeconómicos para transformarse en una medida de las relaciones de fuerza sociales: de la brecha entre el ajuste que buscaba el gobierno y el que pudo conseguir.

Pero el gradualismo se reflejó, sobre todo, en la postergación del programa de fondo del gobierno: las reformas laboral, previsional y tributaria. La triple reforma es el capítulo local de un programa capitalista a nivel global (ha sido el eje de la conflictividad social y política en Europa desde la crisis de 2008, cuyo episodio más dramático se desarrolló en Grecia) y evidencia la presión por una reestructuración capitalista en un marco de profundas transformaciones tecnológicas, del proceso de trabajo y de la competencia de la producción china. En la Argentina resulta más acuciante porque la dinámica de acumulación de capital durante la post convertibilidad fue predominantemente capital extensiva- es decir, con una baja tasa de reemplazo de trabajo por capital – lo que explica la rápida reducción del desempleo hasta 2007 pero indica una baja tasa de cambio tecnológico. La devaluación y ajuste de 2002 permitieron la salida de la crisis de 2001, fundamentalmente, porque era relativamente reciente la reestructuración productiva del capital en Argentina, desarrollada en la primera mitad de los años ’90. Hoy, no parece que una recuperación económica consolidada sea posible sin un proceso de inversión que transforme, al menos parcialmente, la base productiva. La triple reforma busca ser la punta de lanza de un nuevo período de reformas contra la clase obrera.

El intento de salir del gradualismo después de las elecciones de medio término de octubre de 2017 – en las que el gobierno obtuvo cerca de un 40% a nivel nacional imponiéndose sobre un peronismo fragmentado – se desarrolló a través del lanzamiento del reformismo permanente, una ofensiva legislativa contra los trabajadores. El mejor momento de Cambiemos mostró al oficialismo enhebrando la triple reforma con el programa de restauración del orden. Las elecciones de octubre se desarrollaron sobre el trasfondo de la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado en el río Chubut y de las denuncias de la familia y las organizaciones de DDHH después de casi ochenta días de desaparición. La victoria electoral en ese contexto fue un espaldarazo de la política del gobierno de relegitimación del accionar de las fuerzas represivas frente a la protesta social y en el disciplinamiento cotidiano de las clases populares. El presidente presentó su política de reformas insertándola en su programa de reordenamiento de la sociedad, apelando a la “épica de un país ordenado”.[3] Sin embargo, los límites de las relaciones de fuerza sociales a la ofensiva capitalista se pusieron de manifiesto, en primer lugar, en la fractura de la CGT frente a la reforma laboral, que postergó su tratamiento en el Congreso, y en segundo lugar, en la rebelión de Plaza Congreso del 14 y 18 de diciembre de 2017 contra la modificación del cálculo de la movilidad jubilatoria. Ambos días, las movilizaciones populares, de carácter fundamentalmente obrero, desbordaron la Plaza de los dos congresos y culminaron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. El 18 a la noche cacerolazos masivos en toda la Ciudad de Buenos Aires derivaron en una nueva movilización a la plaza, a pesar de la dura represión de la tarde. Si bien el gobierno logró aprobar la ley, el resultado político de la movilización y de los enfrentamientos callejeros fue el entierro del resto de las reformas.

El cambio de escenario político provocó un nuevo giro en la política económica. A fin de diciembre se anunciaba un cambio (una suba) en las metas de inflación y el inicio de un sendero de reducción de las tasas de interés. Se intentaba canjear inflación por crecimiento y paz social. Pero la tendencia al alza del dólar evidenciada ya en enero y febrero y la persistencia de la debilidad de la inversión anunciaban que ya no quedaba más tiempo para soluciones de compromiso. En ese sentido, la corrida cambiaria de abril y mayo de 2018, aunque tuviera como detonante coyuntural el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos, fue la respuesta descoordinada de los capitales individuales a la movilización de diciembre de 2017. Frente a la evidencia del bloqueo popular al programa del gobierno, la salida de capitales produjo el pasaje de la fase de estancamiento a la de crisis abierta.

Es en este contexto que se inserta la pregunta más relevante desde el punto de vista de una política de izquierda: ¿logró el gobierno – y en ese caso en qué medida – modificar la relación de fuerzas entre las clases que bloqueaba el ajuste y la reestructuración? Si observamos el proceso desde diciembre de 2017 la respuesta debiera ser negativa. El gobierno debió renunciar a la triple reforma al costo del estallido de la crisis. Al ritmo de esa crisis, además, se profundizó la pérdida de apoyo social del gobierno, iniciada en diciembre de 2017. En octubre de ese año pocos dudaban de la vitalidad del proyecto reeleccionista de Mauricio Macri, hoy la probabilidad de una derrota electoral, aunque el escenario sea todavía incierto, es relativamente alta. Sin embargo, si respondemos la pregunta a la luz del contragolpe capitalista de mayo de 2018 y del acuerdo del gobierno con el FMI las cosas resultan más complejas.

Analizar la actual relación de fuerzas sociales y las dinámicas en curso exige prestar atención a la relativa desmovilización que sobrevino al duro deterioro salarial de 2018, al aumento de las suspensiones y despidos en el sector privado y a la aceleración del ajuste en el gasto público. Si el gobierno había evitado descargar una terapia de choque sobre las clases populares, la corrida cambiaria lo obligó a cambiar de estrategia y abandonar forzosamente el veranito gradualista. Y, sin embargo, logró pilotear este salto sin enfrentarse a un estallido social ni un derrumbe electoral (“En la Argentina nunca se hizo un ajuste así sin que caiga el gobierno”, presumió el ministro de Economía Dujovne). Durante el primer trimestre del año hubo un aumento de la conflictividad social que prolongó el impulso de diciembre de 2017, pero rápidamente se desmovilizó. Los datos disponibles del ex Ministerio de trabajo para el segundo trimestre de 2018 muestran una caída de los conflictos con paro respecto del mismo período en 2017 (Fuente:http://www.trabajo.gob.ar/estadisticas/conflictoslaborales/). Ese dato adquiere mayor significación si lo comparamos con lo sucedido en 2014 y 2016: años de devaluación, recesión y ajuste frente a los cuales se dieron picos de conflictividad obrera.

Si bien en las explicaciones convencionales de la izquierda suele haber una atribución de responsabilidad rutinaria y excesiva a las direcciones políticas y sindicales (“las masas quieren luchar pero las direcciones traicionan”), subestimando que las burocracias sindicales o políticas expresan relaciones de fuerza y estados de conciencia reales en la clase trabajadora, en este caso la responsabilidad de las direcciones fue decisivo, explícito y difícil de exagerar. Juan Grabois se convirtió en el portavoz de este rechazo del conflicto social, llegando retrospectivamente a rechazar el carácter progresivo del estallido de 2001[4]. Lo que el discurso de Grabois hacía explícito era también un “secreto a voces” entre la militancia kirchnerista: desde el Instituto Patria se bajó la línea de que era contraproducente que “caiga Macri” y se resolvió entonces contener el impulso de la movilización con el objetivo de esperar a un ajuste de cuentas electoral con el gobierno. A su vez, la orientación institucional de la acción de sindicatos y movimientos sociales y la capacidad disciplinante de la movilización de las direcciones sindicales y sociales están estrechamente vinculados a la institucionalización del conflicto, legado duradero de los gobiernos kirchneristas.

No se trató de la única razón de la relativa desmovilización: la propia dinámica de la crisis tuvo un papel disciplinador: contra otro relato convencional en la izquierda, que indica que la crisis conduce a la movilización, a menudo la crisis económica produce un pánico disciplinante y un achatamiento de expectativas sociales funcional al ajuste. Mucha gente se preguntó en esos días “por qué no explota todo”[5]. En cualquier caso, la corresponsabilidad del peronismo, y del kirchnerismo en particular, en la desmovilización social del último periodo de Macri será un elemento clave para analizar la actual transición hacia un nuevo ciclo social y político.

A falta de victorias sociales, las esperanzas de detener el ajuste se trasladaron al terreno electoral y a las presidenciales de 2019. Esta expectativa electoral reforzó la dinámica desmovilizadora en curso. Aunque no tenemos datos para el primer semestre de 2019, todo indica que el conflicto laboral no se ha recuperado respecto de 2018, las paritarias vuelvan a cerrar a la baja prácticamente sin conflictos de envergadura, y las elecciones se desarrollan en un clima de normalización institucional  y paz social. Toda una “gestión controlada de la crisis” con la que probablemente no se atrevían a soñar los estrategas del macrismo en sus momentos más líricos.

Pero, además, en la confrontación del gobierno con el movimiento de masas fue quedando en evidencia  un tercer actor que participaba, aunque de forma silenciosa, en la dinámica política en curso: una cohesionada franja de masas de apoyo al nuevo gobierno o, para decirlo en términos al uso, la minoría intensa macrista. Es decir, una derecha social que ha mostrado, por el momento, disposición a ciertos sacrificios económicos en beneficio de un ajuste de cuentas político con la experiencia populista, dando cuenta de una notableautonomía política en beneficio del programa de disciplinamiento de las clases dominantes. Un verdaderopoliticismo de derecha. Se trata de un sector que se fue politizando en el ciclo de movilizaciones anti-kirchneristas (2008, 2012, 2014), con anclaje en sectores medios y un sector de la clase trabajadora formal (es decir, no se reduce a las clases altas). Cambiemos fue el instrumento político del que se dotó tardíamente esa base social, que estuvo vacante de representación política durante casi todo el ciclo kirchnerista. Esta base social parece mantenerse todavía bastante inconmovible ante el deterioro económico, lo que explica la notable resiliencia electoral del gobierno. Aquí radica una diferencia clave con 2001: en aquel momento los sectores medios tuvieron una intervención social decisiva y giraron a la izquierda, quebrando en parte sus fidelidades políticas precedentes (lo que significó el desfondamiento de la UCR). En este caso, el eventual fracaso electoral de Cambiemos dejaría una base de masas en disponibilidad para futuras alternativas o realineamientos políticos. Es decir, aun si el macrismo es desalojado del gobierno, no se habrá derrotado adecuadamente a este macrismo de base, donde se combina el rechazo a la politización de las necesidades sociales, la apología del mercado como asignador de recursos (“de la crisis se sale trabajando”) y el reclamo de orden y de intervención represiva contra la delincuencia y la protesta social. Reacción en espejo, de desarrollo paulatino y todavía minoritaria, al “ciclo 2001”: es decir, a la centralidad de la “política” (y el Estado) como solución a las demandas sociales, a la presencia casi permanente de la movilización callejera, a la limitación del factor coercitivo como respuesta a la protesta social y a un gobierno (moderadamente)progresista como representación estatal de este ciclo. La supervivencia ideológico-cultural de esta derecha social es también una consecuencia de la “gestión controlada de la crisis” que perpetró el gobierno con el concurso invalorable del peronismo.

Sin embargo, la excepción significativa a la desmovilización ha sido el movimiento feminista. Transformado en un actor central desde 2015 con el inicio de las multitudinarias marchas de “Ni Una Menos”, protagonizó una de las concentraciones populares más masivas de la historia en ocasión del tratamiento legislativo de la Ley por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Las movilizaciones feministas de 2019 señalan la vitalidad del movimiento. La significación de la excepción está dada no sólo por su masividad y relevancia política sino también por una característica de esa movilización que refuerza los argumentos precedentes: a pesar de su masividad y capacidad de incidir en la agenda política y en el plano institucional es, al mismo tiempo, un movimiento escasamente institucionalizado. Organizativamente sigue siendo un entramado plural, horizontal, participativo y democrático que ha logrado aunar descentralización con movilización unitaria; en sus vínculos con el estado no predomina la articulación institucional sino su capacidad de fracturar al sistema de partidos a través de una fuerte movilización en todas las esferas del espacio público. Ambos elementos dificultan la traducibilidad política del feminismo al mismo tiempo que impiden ignorarlo, lo que le otorga una enorme potencia en la disputa ideológico – cultural con la derecha social.

 

Las elecciones como condensación política de las relaciones sociales de fuerza

 

La combinación paradójica de una relativa desmovilización social junto al probable fracaso electoral del gobierno macrista habla de una relación de fuerzas inestable y fluctuante. La relativa debilidad (o relativa fortaleza) de las fuerzas sociales en pugna muestra un impasse que no puede extenderse indefinidamente. En este contexto, las próximas elecciones se transforman en un momento crucial de la definición de las relaciones de fuerza a nivel social. La derrota electoral de Macri es de enorme relevancia para la clase obrera y el movimiento popular. Un triunfo de Macri significa la relegitimación de la ofensiva capitalista en todos los planos y una nueva oportunidad para construir una mayoría social alrededor de un programa reaccionario de restauración del orden. Implicaría la galvanización de la alianza entre el programa de reformas del gran capital y la demanda de orden de la derecha social a través de la consolidación delmacrismo como su articulador político.

El carácter de momento crucial en la definición de las relaciones de fuerza entre las clases de las próximas elecciones resulta sobredeterminado, además, por la situación regional y global. La ofensiva de las clases dominantes se desenvuelve a nivel regional y está inserta en – y atravesada por – la política de Estados Unidos hacia la región en su disputa global con China. En términos precisos, todo el análisis precedente presupone esa dimensión regional de la lucha de clases. De la misma manera en que la victoria de Bolsonaro en Brasil suponía un paso adelante en el rumbo derechista y antipopular iniciado con el impeachment a Dilma Roussef y la victoria electoral de Macri (imaginemos este mismo proceso electoral si hubiera triunfado el PT), la victoria de Macri implica la consolidación de ese proceso y condiciones más adversas y de mayor aislamiento para las resistencias obreras y populares en Sudamérica.

Todo ello otorga a una decisión táctica – la decisión de llamar a votar contra Macri – un contenido estratégico, en la medida que es capaz de incidir en las relaciones de fuerzas y abrir un espacio a la resistencia obrera y popular a la ofensiva del capital. El voto contra Macri se transforma en un arma – no en un fin en si mismo – en cuanto se inscribe en ese proceso más general de la lucha de clases. Pero la derrota de Macri no basta, solo abre un escenario de mejores condiciones para una intervención de masas. La institucionalización del conflicto, la subordinación de la movilización obrera y popular a la gobernabilidad del próximo gobierno, puede conducir por otros caminos, más sinuosos, a una derrota popular.

A pesar de ello, no resulta extraño en este marco que la posibilidad de un retorno al poder del peronismo alimente expectativas en sectores del movimiento popular. Pero, ¿cuáles son los anclajes objetivos de esa expectativa? ¿Qué condiciones existen para una reedición de la estrategia kirchnerista post 2003? ¿Cuál es el carácter de esa fuerza política?

 

El agotamiento de la estrategia kirchnerista  (2003-2012)

 

El kirchnerismo desenvolvió desde su llegada al gobierno el 25 de mayo de 2003 una estrategia de recomposición del poder de estado post crisis de 2001 sobre la base de la satisfacción gradual de demandas populares. Ello supuso desde el inicio una tensión entre su función de partido del orden y el modo en que desenvolvió la restauración de ese orden: por medio de la incorporación política de demandas y sujetos que emergieron en las calles y rutas de la Argentina desde mediados de los años ’90 y, en particular, en 2001. Una estrategia política no puede ser reducida a un reflejo de condiciones objetivas, hubo sin duda un elemento irreductible de organización de una voluntad colectiva, de decisión política. Pero tampoco puede comprenderse sin referencia a las condiciones que la hacen posible y a los límites que presenta.

La estrategia kirchnerista – simplificando – tuvo dos grandes condiciones de posibilidad. La primera, fue el quiebre en las relaciones de fuerza que significó la insurrección de diciembre de 2001. Ese cambio en las relaciones de fuerza sociales fue suficiente para bloquear el ajuste sin fin de los años ’90 y hacer estallar la convertibilidad, pero insuficiente para producir procesos de radicalización que pusieran en cuestión los efectos más profundos de la ofensiva capitalista de los años ’90. La segunda, fue el aumento del precio mundial de los commodities que permitió al gobierno disponer de superávit de cuenta corriente (el ingreso de dólares por exportaciones superaba la salida por importaciones, pago de deuda externa, fuga de capitales y remisión de utilidades). Esto significó un mayor margen de maniobra para un gobierno que, sobre esta base, gozó también de superávit fiscal.

Estas condiciones permiten también comprender los límites de la estrategia kirchnerista. En primer lugar, las condiciones profundas de funcionamiento de la economía en lo esencial no se habían transformado. Por lo tanto, el aumento del empleo, del salario real y de la demanda interna ya en 2005, y sobre todo desde 2007, entraron en contradicción con una acumulación de capital basada en la exportación de commodities. Ello se tradujo, mientras duraron los superávit gemelos, en desequilibrios cuyos efectos recesivos se pudo postergar, el principal de ellos la inflación, y en la reducción de los superávit. Pero, en 2010 y 2011 los superávit gemelos eran historia, y desde 2013 empezó el sendero descendente del precio de los commodities a nivel global – un efecto rezagado de la crisis mundial de 2008 y del crecimiento mundial débil posterior -. Y con ello se estrecharon los márgenes de maniobra del estado. La internacionalización del capital, que pareció poder ignorarse mientras los dólares sobraban, reapareció como un límite de hierro a los ensayos de desconexión del mercado nacional del mercado mundial (cepo cambiario, restricción de importaciones). Se inició entonces un sendero de estancamiento y tendencia a la crisis agravado desde la devaluación de 2014.

En segundo lugar, la relación de fuerzas sociales sobre la que la estrategia kirchnerista se desarrolló se transformó en un límite en cuanto aparecieron los desequilibrios económicos y más aún cuando se angostaron los márgenes de autonomía del estado. Se le presentó como un límite por izquierda cuando enfrentó la rebelión de la burguesía agraria. El kirchnerismo, en la medida que se reducía el superávit fiscal y se evidenciaban desequilibrios de las distintas variables económicas, intentó aumentar la captura del excedente de la burguesía agroindustrial. Pero, entonces, enfrentó una rebelión del conjunto de la gran burguesía contra un nuevo aumento de la presión tributaria. Para asombro del propio oficialismo la rebelión patronal lo derrotó en las calles y tradujo esa victoria en el parlamento. Se le presentó como un límite por derecha cuando buscó avanzar por el camino del ajuste gradual, la llamada sintonía fina. Los intentos de reducir subsidios a las tarifas producían procesos de deslegitimación letales para un gobierno cuya estrategia de construcción de consenso se basaba en la satisfacción de demandas. De esta manera, el bloqueo al ajuste que había sido su condición de posibilidad era ahora un límite.

El kirchnerismo pudo recrearse después de la derrota de 2008/2009, fugó hacia adelante con la estatización de las AFJP – que le permitió instrumentar la AUH – y retomando una agenda democrática (ley de medios, matrimonio igualitario, ley de identidad de género, etc.). De esa manera volvió a ser una fuerza atractiva para sectores de la izquierda y el progresismo. Pero lo hizo a costa de agudizar las contradicciones y hasta los límites que le impuso una economía estancada. Desde 2012, el veto de la gran burguesía al aumento de la presión tributaria y la posterior caída de los precios de los commodities, derivó en un aumento de la presión tributaria sobre los obreros formales a través del impuesto a las ganancias. El descontento obrero se expresó en el fuerte acatamiento a las huelgas generales convocadas por el sindicalismo opositor (nucleado en torno almoyanismo). Pero también se manifestó en la rebelión de las clases medias urbanas, atizadas además por el control de cambios y el aumento de la presión tributaria sobre los pequeños propietarios. La gran burguesía desde 2008 había incrementado sus niveles de enfrentamiento, pero desde 2013 articuló en el Foro de Convergencia Empresaria un espacio de oposición política que impulsaba un proyecto de ajuste y reestructuración.  Si en la primera etapa las concesiones permitieron recomponer el estado y la acumulación, desde 2007 ponían en cuestión las condiciones mismas de la acumulación y no permitían siquiera estabilidad política.

Sin embargo, esta desagregación del espacio de fuerzas sociales que hizo posible al kirchnerismo resulta incomprensible sin referir al último de los límites de la estrategia kirchnerista: su propia coalición política, el elemento irreductible a las condiciones objetivas. El kirchnerismo no fue ni más ni menos que una estrategia de reorganización del peronismo, como lo fue en el pasado el menemismo. Y eso es lo que le permitió ser elpartido del orden, ya que el peronismo contiene en su coalición política el poder territorial de intendentes y gobernadores y a la CGT. Pero eso mismo hace del peronismo una coalición política conservadora. En cada momento en que el desarrollo de la estrategia de reconstrucción/reproducción del consenso sobre la base de la satisfacción gradual de demandas populares empujó al kirchnerismo a un choque con las clases dominantes, perdió una parte de su coalición, debilitándose. En 2005 la fractura del duhaldismo reflejó disputas de aparato pero también  disidencias con las políticas de DDHH y con los primeros conflictos con fracciones de la burguesía: ganaderos, petroleros, peleas con la conducción de la UIA. En 2008, frente al conflicto con la burguesía agraria se retiraron el PJ de Córdoba y parte de los PJ de Santa Fe y de la Provincia de Buenos Aires. En 2013 se fracturó el PJ de la Provincia de Buenos Aires con la salida de Massa junto a un grupo de intendentes.

En los últimos años en torno al kirchnerismo se reeditó el viejo dilema que articulara los debates sobre el fin de la ISI (“Industrialización por Sustitución de Importaciones”): interrupción o agotamiento. ¿La ISI fue interrumpida por la dictadura militar o se agotó? Del mismo modo que en aquel debate, en la discusión sobre la interrupción o el agotamiento de la estrategia kirchnerista se esconden posiciones políticas opuestas. Queda claro que aquí sostenemos que la estrategia kirchnerista post convertibilidad está agotada: porque el mundo que la hizo viable ya no existe; porque se desintegró en las propias relaciones de fuerza que la hicieron posible, ya que nunca intentó modificarlas y se limitó a surfear sobre ellas mientras pudo; y solo hizo eso porque su propia coalición política le impedía hacer otra cosa, porque el kirchnerismo es el PJ, y lo que no es el PJ es electoralmente marginal. Todo ello hace muy improbable que la estrategia kirchnerista pueda ser reeditada.

 

El regreso del “partido del orden”

 

Como es evidente, el anuncio de la fórmula Fernandez-Fernandez conmovió el panorama político. Lagrandeza interna de la maniobra táctica ha sido ampliamente reconocida. CFK se enfrentaba a un dilema de difícil resolución: si era candidata, como pretendía el gobierno, se arriesgaba a beneficiar al macrismo, que sobrevive en buena medida gracias a la polarización con la corrupción kirchnerista, y eventualmente a perder la elección. Si bien habían crecido significativamente en las encuestas (muchas ya empezaban a darla ganadora en una probable segunda vuelta[6]), una eventual victoria la obligaba a hacerse cargo de un futuro gobierno en condiciones extremadamente adversas y con la animadversión de las clases dominantes, lo que ponía en riesgo la futura gobernabilidad. Si decidía no ser candidata, en cambio, corría el riesgo de quedar expuesta a la persecución judicial y a la desaparición política, incluso en beneficio del candidato que ella encumbrara, que podía convertirse en su eventual principal adversario (como fue el caso de la relación Correa-Lenin Moreno). El hecho insólito de que resolviera ubicarse como candidata a vicepresidenta, ungiendo como candidato presidencial a un operador político sin volumen electoral propio, pero con imagen de moderación, honestidad y amplitud, es un intento audaz de resolver este dilema.

Los resultados no se hicieron esperar: inmediatamente dieron apoyo a la nueva fórmula seis gobernadores peronistas que seguían resistiendo a CFK como candidata  (Juan Manzur  de Tucumán, Rosana Bertone de Tierra del Fuego, Gerardo Zamora de Santiago del Estero, Sergio Uñac de San Juan, Domingo Peppo de Chaco y Lucía Corpacci de Catamarca); se sumaron a ellos los apoyos de la cúpula de la CGT, la mayor parte los movimientos sociales-territoriales e incluso las organizaciones de izquierda que se habían integrado tardíamente al kirchnerismo con expectativa en la candidatura de CFK (las nucleadas en el Frente Patria Grande, etc.). La reunificación del PJ se cierra con el acuerdo con Sergio Massa, el único candidato del peronismo alternativo que tenía un volumen electoral propio. En lo fundamental, la maniobra apunta a recomponer lo que se rompió desde el 2008, es decir,  la escisión de sectores importantes del PJ y la desconfianza de las clases dominantes. Precisamente, la dinámica política que le granjeó apoyos en las franjas progresistas de la base electoral del kirchnerismo.

Si la audaz maniobra táctica tiene un objetivo electoral orientado a captar votantes peronistas anti-kirchneristas o sectores desencantados de Cambiemos, a los que la centralidad de la figura de CFK seguía haciendo difícil acceder, sin embargo, apunta sobre todo a una estrategia de gobernabilidad futura. Empieza a delinearse una amplia base de sustentación política y social: el grueso del PJ (gobernadores e intendentes), la Iglesia (dirigida por el “Papa argentino”), la burocracia sindical y la mayor parte de los movimientos sociales-territoriales son parte de este bloque político en ascenso, que probablemente cuente con mayoría en ambas cámaras, volumen electoral y “control de la calle”.

El PJ vuelve a aparecer como árbitro y figura de relevo en un contexto de crisis, como en 1989 y 2001. Si el “último kirchnerismo”, con sus tensiones con las clases dominantes y su sectarismo político, había lesionado el papel del PJ como “partido del orden” (sin el cual hubiese sido impensable la emergencia de una nueva derecha política), la auto-licuación del kirchnerismo en una nueva reorganización conservadora del peronismo intenta retrotraer el camino recorrido.

 

El kirchnerismo, la clase dominante y las ilusiones de la izquierda

 

El cambio de relación entre las clases dominantes y el kirchnerismo desde 2008 tuvo como correlato un cambio de la caracterización del kirchnerismo en sectores de la militancia de la izquierda y de los movimientos sociales. Este cambió se profundizó una vez convertido en oposición a la derecha macrista: empezó a ser visto como la representación política de una aspiración social defensiva contra el ajuste, que se condensaba en una candidatura resistida por las clases dominantes. Este rechazo cerrado de la burguesía a la candidatura de CFK (que permite hacer una comparación con la experiencia del peronismo histórico post-55) produjo mucha confusión estratégica en torno al papel que la dirección kirchnerista iba a cumplir en la nueva etapa (del mismo modo que la vuelta de Perón en los años setenta, para seguir con la analogía). Tal vez valga la pena recordar la advertencia de Trotsky, cuando escribía: “La política del proletariado no se deriva, de ninguna manera, automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral).”[7] Basta recordar la desconfianza que generó en “los mercados” la candidatura de Menem en 1989 o de la Alianza diez años después para tomar nota de que, en su forma “pura”, meramente económica o corporativa, antes de la mediación partidaria o estatal, las clases dominantes suelen hacer gala de un maximalismo craso que no es necesariamente un criterio fiable de orientación para la izquierda.

En este contexto, la cesión de la candidatura a Alberto Fernández está cargada de un fuerte simbolismo que tiene como destinatario a las clases dominantes. Alberto Fernández es la figura que rompe con el kirchnerismo cuando éste comienza a tener roces con las clases dominantes: quien ante el “conflicto con el campo” y con Clarín, se quedó con la oligarquía rural y el monopolio mediático. El anuncio de su candidatura vino a coronar una serie de señales que daban forma a la estrategia del kirchnerismo ante la actual etapa: recomposición con el peronismo (que se prefiguró, en las elecciones provinciales, en la subordinación del kirchnerismo a los jerarcas peronistas locales), garantías al FMI y al capital financiero internacional y señales generales de gobernabilidad y concordia a las clases dominantes locales. Si en algún lugar radica la “jugada magistral” de CFK es en el reconocimiento de que ella misma y su candidatura se habían convertido en el mayor obstáculo para su propia estrategia conservadora de gobernabilidad. No se trata de que el ala “progresista” del peronismo fue derrotada por el ala conservadora. CFK consigue elegir el papel que quiere ocupar en el nuevo gobierno, en cierta forma y hasta cierto punto, como producto de su fortaleza política, no de su debilidad. Ningún “operativo clamor”, ningún “Ella le gana”, hubiese modificado esto. Si el gobierno creía que la debilidad de CFK (atosigada judicialmente, expuesta a la desaparición política) la obligaba a ser candidata a presidenta, su empoderamiento reciente le permitió no serlo.

Es evidente que en el bloque socio-político en ascenso hay intereses contradictorios. Se trata, al menos en esta etapa de bloque de oposición emergente, de un nuevo “compromiso de clase”, pero en un contexto que achica dramáticamente los márgenes para los “compromisos de clase”. La evolución del futuro gobierno no puede predecirse: estará condicionado por las relaciones de fuerza entre las clases, las condiciones económicas internacionales, la estrategia del FMI y el imperialismo, las propias tensiones internas de la coalición política. La “alianza social” debajo de este bloque político no necesariamente va a perpetuarse: muchas veces el ejercicio del gobierno es el terreno en el que estos acuerdos iniciales se quiebran, donde las decisiones no logran o no pueden conformar a todos. Puede romperlo la clase trabajadora desafiando el “pacto social”, como también el mismo gobierno, si percibe condiciones y necesidad para acelerar un giro conservador.

Sin embargo, afirmar sin más que este gobierno va a ser el resultado de las relaciones de fuerza sociales a menudo sirve para obviar el propio papel que el mismo gobierno pretende representar y su rol asimétrico respecto a las fuerzas sociales en pugna. Ningún gobierno es mera presa de relaciones de fuerza “exteriores”, es también un agente actuante con cierto margen de autonomía. No se limita a traducir e inscribir políticamente las contradicciones sociales y las relaciones de fuerza, incide sobre ellas, las organiza, estructura e incluso puede doblegarlas. Todo gobierno es una estrategia. Y el bloque político en ascenso apunta a estabilizar (atenuando) el ajuste en curso, para lo que necesita blindarse políticamente y consolidar la pasivización social. No se trata de aplicar una excesiva y pesimista “hermenéutica de la sospecha” sobre promesas progresistas de campaña para llegar a esta conclusión: basta con ver las declaraciones explícitas y los actos de los más encumbrados dirigentes kirchneristas (CFK, Alberto Fernández, Axel Kicillof, Álvaro Ágis). Si bien no se puede adivinar la evolución del eventual futuro gobierno, sí puede reconstruirse con cierta facilidad hacia dónde se propone ir: lo pone en evidencia sus señales de garantías a los fondos de inversión y al FMI, las personalidades anunciadas como posibles ministros (donde destaca el economista neoliberal Guillermo Nielsen), su recomposición con el conjunto del PJ, su estrategia de “pacto social” para contener los reclamos salariales.

 

El significado político de la designación de Pichetto

 

A la jugada del kirchnerismo le siguió la jugada del macrismo. La designación de un peronista de derecha como Miguel Pichetto como acompañante en la fórmula presidencial de Macri tiene un doble sentido. En primer lugar, en términos electorales, intenta consolidar el apoyo de la “derecha social”, evitando desgranamientos hacia otras candidaturas, fortaleciendo la señal estatal-autoritaria y tratando de acceder a votantes peronistas anti-kirchneristas. Por otro, y más importante, apunta a construir una estrategia de gobernabilidad futura. Un eventual segundo mandato de Macri abría un signo de interrogante sobre su sustentabilidad política: sin “luna de miel” con el electorado, con minoría en ambas cámaras y amputado ya de su recurso a la polarización con la “pesada herencia kirchnerista”. Con esta designación, el macrismo se abre a un cogobierno con el peronismo (incluso con los gobernadores y legisladores que actualmente acompañan la fórmula oficial). En este caso, el “último Macri” podría tener algún parecido con el ciclo Temer en Brasil, quien hizo de su debilidad, fortaleza: débil consensualmente, Temer fue intransigentemente sostenido por los factores de poder mediáticos, económicos y políticos, convirtiendo a su gobierno en un “grupo de tareas” de corto plazo, insensible a la movilización social y recostado sobre el factor estatal-coercitivo. En el caso de Macri, su posición resultaría fortalecida porque sí tendría un respaldo electoral de origen. El resto del sistema político podría estar dispuesto a garantizarle gobernabilidad a fin de que termine el “trabajo sucio” (“reformas estructurales”, deterioro del salario)  y a sabiendas de que no es un rival amenazante a futuro.

Es interesante observar el significado ambivalente de la designación de Pichetto: enfatiza el discurso afín a la “derecha social” pero se abre un juego futuro de negociaciones que viabilice la triple reforma, la posible más que la deseable. La reacción eufórica, aunque probablemente efímera, de los mercados apuntó a este significado. Paradójicamente, continuó y profundizó las señales de alivio posteriores a la proclamación de la fórmula Fernández – Fernández. La clase dominante sigue prefiriendo a Macri, y las señales de racionalidaddel peronismo irracional no permiten despejar todas las dudas, pero empieza a dibujarse un nuevo escenario político.

Este escenario político, sin embargo, es por ahora solo un escenario electoral. Su transformación en una estabilización del régimen político sobre la base de una normalización del conflicto social requiere de la consolidación de la desmovilización obrera y popular que viabilice la ofensiva del capital.

 

Escenarios

 

Una victoria electoral del macrismo significaría un aval a su programa de disciplinamiento social, un gran respaldo a la estrategia imperialista en la región y probablemente una desmoralización del movimiento de masas. Por eso es importante su derrota.

¿Qué hipótesis abre, por su lado, una eventual victoria electoral del peronismo? En primer lugar, la posibilidad de que un gobierno peronista tenga éxito en estabilizar el ajuste por medio de una política de pasivización social e integración política. Es decir, por el recurso a lo que Gramsci denomina prácticastransformistas. La propensión a la institucionalización del conflicto social, la tendencia a la caída de la conflictividad callejera del último año, el antecedente de la subordinación de la mayoría de los movimientos sociales a las estrategias electorales del kirchnerismo, la propia experiencia del peronismo en general y el kirchnerismo en particular como fenómenos muy eficaces de contención social, muestran que es un escenario perfectamente factible. Un cierto componente de la conciencia popular se alinea con esta eventual “gestión moderada del ajuste”: el achatamiento de expectativas que produjo la ofensiva macrista, primero, la crisis económica luego y ahora el moderado discurso kirchnerista en la oposición. En la población tal vez no se está desarrollando una expectativa desmesurada en torno al retorno de los “mejores años kirchneristas” sino la mera expectativa de atenuar el ajuste en curso. El propio peronismo necesita a la vez ganar las elecciones y moderar las expectativas sociales que su eventual victoria puede estimular: no hay “pacto social” que estabilice el retroceso salarial sin control de la conflictividad social y, por lo tanto, de las expectativas populares.

Si se concretara esta hipótesis, teniendo en cuenta la fuerte presión del FMI y la losa de la deuda, no hay que descartar que el nuevo gobierno efectivice alguna versión de las reformas estructurales que el macrismo no pudo conseguir en su gobierno (tal vez de forma más moderada y negociada). Sobran ejemplos históricos que muestran que el método para la aplicación de ciertas políticas de ajuste no es necesariamente la ofensiva directa, sino la negociación y la pasivización social, sobre todo a través de la integración y cooperación de la burocracia sindical.

Si sirve la analogía, este escenario podría parecerse al que vivió la convulsionada Francia hace unos pocos años. En Francia se había iniciado un ciclo de ascenso de la lucha de clases luego de las huelgas de 1995 contra las “reformas Juppe”, que dio lugar a un largo ciclo de inestabilidad política y conflictividad social, que ralentizó la contraofensiva neoliberal. Llegado cierto momento, sin embargo, el gobierno de derecha radical de Sarkozy logró unificar a las clases dominantes e infringir una derrota significativa a las clases populares con la aprobación de la reforma de las pensiones en 2010, contra la movilización de tres millones de personas. Al igual que en nuestra actual situación, ante la ausencia de victorias sociales, la expectativa de cambio todavía vigorosa se transfirió entonces al campo electoral y produjo la derrota de Sarkozy y el triunfo del Partido Socialista con un discurso de oposición “a la austeridad y a las finanzas”. Cuando el nuevo gobierno socialista de Hollande se mostró decidido a continuar en lo fundamental la orientación trazada por la derecha, generó una desmoralización política que cerró el círculo que había abierto la desmovilización social. Es decir, solo la actuación sucesiva de los dos términos del régimen político pudo cerrar el llamado “ciclo antiliberal” francés: una derecha agresiva primero, y una socialdemocracia continuista, luego, que instala el thatcherista “no hay alternativa” y desmoraliza a su propio campo social.

La probabilidad de un escenario de este tipo podría incluso resultar fortalecida por una agudización de la crisis, con sus efectos disciplinantes, a lo largo del proceso electoral o durante la transición entre ambos gobiernos. Es necesario igualmente precisar que si se produjera en nuestro país una inflexión negativa en las relaciones de fuerza de este tipo, sin embargo no parece probable una derrota histórica como la que se desarrolló con la crisis hiperinflacionaria de 1989 y que dio lugar a la hegemonía menemista. Aun en la peor de las hipótesis, lo más probable es un reflujo social de otra magnitud. La habitual analogía con 1989 como medida de posibles derrotas sociales de las clases populares es un poco excesiva. En ese caso, se trató de una derrota histórica a nivel internacional, que cerró toda una época de la lucha de clases, donde coincidió el impacto duradero de la dictadura militar, el derrumbe del “campo socialista” y la emergencia de una hegemonía robusta del capitalismo neoliberal globalizado. Para retomar nuestro ejemplo francés, unos años después de la decepción de Hollande asistimos a la irrupción juvenil de Nuit Debout, a la larga huelga de los ferroviarios y ahora a la irrupción explosiva de los “chalecos amarillos”.

Una segunda hipótesis es, naturalmente, que un nuevo gobierno peronista fracase en su intento de contención social, ya sea porque las demandas de las clases dominantes y el FMI resultan excesivas e imposibles de adecuar a las necesidades de legitimación política, ya sea porque la derrota del macrismo genera un cambio del clima político que estimula la percepción popular de que hay condiciones favorables para “recuperar lo perdido”. En este segundo escenario, las tendencias a la integración y a la pasivización son sobrepasadas por la reanimación de las expectativas que inevitablemente el mismo gobierno suscita. En este caso, el componente de la conciencia popular que prima no es el “realismo minimalista”, sino la reactivación de expectativas que podrían renovar las luchas salariales y los movimientos sociales. Para dar un paralelo histórico clásico, el retorno de Perón en los setenta tuvo el objetivo de contener el ascenso de la lucha de clases, pero su acceso al gobierno reactivó las expectativas populares de recuperación de conquistas sociales que habían sido lesionadas por los gobiernos militares, lo que generó una intensificación de la lucha de clases que el mismo peronismo no pudo estabilizar. El resultado más probable de un curso de este tipo es una profundización y agudización de la crisis, con consecuencias políticas difíciles de predecir.

En este segundo escenario, además, resulta relevante la ausencia de desmovilización del movimiento feminista. Los vasos comunicantes entre la diversidad de luchas del movimiento popular es un hecho reconocido. En Estados Unidos durante la década del ’60, el movimiento por los derechos civiles dio inicio a un ciclo de movilización que se extendió hasta los primeros años de la década del ’70 a través de la activación del movimiento pacifista, del movimiento feminista y finalmente del movimiento LGBT. Si uno de los elementos de la desmovilización social relativa que estamos atravesando es la ausencia de victorias significativas, no hay que descartar que una victoria en la lucha por la legalización del aborto pueda desbordar al movimiento feminista y producir procesos de activación más generales.

 

Perspectivas para un nuevo ciclo político

 

Un eventual peronismo de “extremo centro” en el gobierno dispuesto a gestionar el ajuste que reclaman las clases dominantes, con algunos compromisos atenuantes, inauguraría un nuevo ciclo político y daría lugar a una nueva experiencia de las masas con el peronismo, diferente a los periodos anteriores (tanto del menemismo como del “primer kirchnerismo”). En un contexto de ese tipo, posiblemente afloren las tensiones internas del nuevo bloque político-social, dentro de cual no pueden descartarse rupturas o radicalizaciones en la medida en que el gobierno emprenda un camino de moderación y ajuste. El actual kirchnerismo es portador de una característica contradictoria: nunca la integración de fracciones de izquierda y de los movimientos sociales fue tan vasta y exitosa y nunca fue tan conservadora su orientación política. De hecho, es probable que un nuevo gobierno del PJ signifique el cierre del ciclo progresista del peronismo que se condensó en la experiencia kirchnerista. Este hecho puede tener importantes consecuencias en el futuro. Como sucede siempre que fenómenos populares heterogéneos y subordinados a direcciones burguesas entran en su fase crítica y empiezan a descargar la crisis sobre las clases populares, es fundamental estar atentos a la posible dislocación de un sector de su base militante y sus franjas izquierdas y estar dispuestos a empalmar con ellas.

Prepararnos para una etapa de este tipo requiere colocar en el centro el combate contra las tendencias a la pasivización social y a la integración institucional que van a presionar a los movimientos sociales y sindicales que se vincularon al peronismo, desarrollar las movilizaciones contra el tentativo “pacto social” y retomar la demorada tarea de construir una alternativa política que pueda recoger las expectativas y el activismo que puso sus esperanzas de cambios sociales progresivos en el kirchnerismo, en beneficio de otro proyecto político, con otros métodos, liderazgos y ambiciones político-estratégicas.

 

 

 

 

[1] Adrián Piva es Doctor en Ciencias Sociales, docente de la UBA y la UNQ, investigador de CONICET y militante de Democracia Socialista. Martín Mosquera es Licenciado en Filosofía (UBA), docente de la UBA y militante de Democracia Socialista. 

[2] Ello incluye la reducción de la presión tributaria sobre la gran burguesía que requería, en los primeros años de la administración Cambiemos, una reducción del gasto público superior a la exigida por el déficit fiscal primario heredado de los gobiernos kirchneristas, un aumento de la presión tributaria sobre las clases populares o una combinación de ambos.

[3] “Muchos dicen que a esta propuesta de un país ordenado le falta épica. No estoy de acuerdo: qué más aventura épica que una sociedad que se quiere desarrollar” (Ámbito Financiero, 29/12/2017).

[4]  Dice Grabois en una entrevista con el Diario Perfil: “Yo fui parte de la generación, voy a decirlo con una expresión muy dura, que volteó a De la Rúa (..) y con los años fui aprendiendo que eso estuvo orquestado (…)) Me usaron, o instrumentalizaron una lucha legítima, donde siempre la sangre la ponen los jóvenes y los pobres. Ahora que soy más grande, y que milito con los jóvenes y los pobres, voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para que los jóvenes y los pobres no pongan la sangre para que otros hagan negocios. Además, porque creo que es importante que Macri termine su mandato”. Ver https://www.perfil.com/noticias/politica/cristina-no-tiene-derecho-a-renunciar.phtml

[5] Es especialmente gráfica al respecto la entrevista del periodista Daniel Tognetti, afín al kirchnerismo, con Axel Kicillof sobre la “pasividad del pueblo” ante las políticas del gobierno en Radio del Plata, el 28/12/18. Ver enhttps://www.youtube.com/watch?v=lRwK2C72z8Q

[6] La encuesta de Isonomía, que trabaja para el gobierno, publicada el 17 de abril indicaba una diferencia de nueve puntos en favor de CFK  en un posible balotaje con Macri. Otras encuestas de esta misma época, poco antes del anuncio de la nueva fórmula, daban resultados similares. Ver https://www.perfil.com/noticias/politica/segun-encuesta-cristina-kirchner-podria-sacarle-9-puntos-mauricio-macri-balotaje.phtml

[7] Citado en Sabado, Francois (2014). Notas para el debate sobre la situación en medio oriente. Disponible enhttps://vientosur.info/spip.php?article9433

 

 

El feminismo como guerra de posiciones. Notas a propósito de la revuelta feminista en Chile // Pierina Ferretti [1]

“el feminismo es una posibilidad; pero no es una tarea fácil. 

Es, para usar el símil de Gramsci, una guerra de posiciones”

Julieta Kirkwood

  1. El “mayo feminista” de las estudiantes chilenas

A partir de las recordadas movilizaciones de los años 2006 y 2011 por el derecho a una educación pública y gratuita, el movimiento estudiantil en Chile se ha consolidado como uno de los actores sociales con mayor dinamismo y capacidad de desafiar la lógica de despojo y mercantilización de la vida que -modernización neoliberal mediante- campea en Chile hace más de cuatro décadas. Por eso, y porque este año acababa de asumir la presidencia del país Sebastián Piñera, se esperaba que estallaran protestas estudiantiles. Lo que no se vio venir, sin embargo, fue que esta vez las banderas serían violetas y las protagonistas mujeres. 

A fines de abril las universidades comenzaron a ser ocupadas por estudiantes en protesta por casos de acoso y abuso sexual al interior de sus instituciones educativas y por la negligencia de estas en tomar medidas oportunas y eficaces frente a las denuncias. Ya en mayo las movilizaciones se habían extendido por todo el país. Las “tomas feministas” se multiplicaban, sobrepasando y desbordando a las organizaciones estudiantiles formales -conducidas en su mayoría por los movimientos del Frente Amplio. Asambleas de mujeres en las carreras y facultades -por fuera de los centros de estudiantes electos- decretaban las tomas de los espacios, ponían las reglas, determinaban quienes podían ingresar y quienes no (el separatismo fue invocado en varias ocupaciones sin ausencia de conflicto), elevaban petitorios, publicaban listas de acosadores y organizaban talleres y charlas que iban desde técnicas de autodefensa hasta feminismos socialistas, pasando por un abanico muy amplio y heterogéneo de temáticas. En las calles las marchas se hicieron masivas, festivas y rupturistas. Frente a las estatuas religiosas que adornan las fachadas de las universidades católicas vimos desfilar jóvenes mujeres con pasamontañas y pechos descubiertos, elevando pancartas con consignas que desafiaban el conservadurismo moral, el control religioso y estatal sobre los cuerpos y la violencia machista, exigiendo el derecho a una educación pública, gratuita y no sexista. Paralelamente, grupos de académicas feministas se organizaban para apoyar a las estudiantes y las incansables militantes feministas que venían de las luchas contra la dictadura y que durante toda la transición continuaron construyendo se reunieron con las jóvenes movilizadas del presente, uniendo los hilos de una trama que de manera subterránea se había venido tejiendo. 

Por la envergadura de las movilizaciones y el impacto que tuvieron en el debate público, este episodio será probablemente recordado como nuestro “mayo feminista”, como un momento de rebeldía colectiva encabezado por jóvenes estudiantes dispuestas a sacudirse del cuerpo el peso de la opresión patriarcal[ii]. Es probable también, aunque eso está por verse, que a partir de esta emergencia el feminismo se consolide como un elemento insoslayable de cualquier esfuerzo de transformación política y social de signo democrático en el Chile contemporáneo.   

Emergencia feminista en el neoliberalismo avanzado 

El estallido feminista de las estudiantes chilenas fue una sorpresa, como son en general las emergencias sociales, pero no fue una movilización que nos resultara extraña. En Chile, hace años venimos asistiendo a un crecimiento del feminismo sobre todo en el mundo estudiantil y en los movimientos políticos nacidos de las luchas educacionales del 2011 y que hoy representan una buena parte del Frente Amplio. La multiplicación de colectivos feministas de las más diversas orientaciones en las universidades, la conformación de secretarías de género y sexualidades en distintas federaciones estudiantiles, la instalación de la demanda por educación no sexista -muy marginal en las movilizaciones del 2011 y que se tornó central este año-, la intensificación de la lucha contra el acoso y el abuso sexual en las universidades y el surgimiento de intensos conflictos en distintas instituciones educativas a partir de denuncias de estudiantes, fueron la antesala inmediata de este movimiento. Se suma a estas tendencias recientes el trabajo sostenido durante toda la transición por colectivos y agrupaciones feministas que pavimentaron el camino para la emergencia actual.

Ahora bien, desde una perspectiva más estructural, no debemos perder de vista que en Chile el feminismo emerge en una sociedad sometida a una temprana transformación neoliberal, que desde que comenzara a implementarse en los primeros años de la dictadura ha seguido profundizándose durante todos los gobiernos civiles, sin interrupciones ni discontinuidades. En estas más de cuatro décadas, las modificaciones sociales que esta modernización neoliberal ha producido empiezan a manifestarse de manera más nítida. El colapso de las tradicionales estructuras de clase y las identidades sociales y mediaciones políticas a ellas asociadas y las consecuencias de la extrema mercantilización de la vida social constituyen el telón de fondo del creciente malestar social que se acumula en franjas de la población y del ciclo de luchas que con momentos de intensidad y periodos de reflujo ha emergido en los últimos años en Chile[iii]

Esos malestares sociales son también los que están en la base de las protestas feministas que estallaron este año, en tanto la propia modernización neoliberal ha profundizado estructuras patriarcales de larga data que se hacen insoportables para una nueva generación de mujeres[iv]. En ese sentido, no es casualidad que la protesta feminista haya tenido como protagonistas a estudiantes universitarias, pues además del dinamismo propio del movimiento estudiantil, las contradicciones sociales y los límites de la modernización neoliberal en Chile se expresan con claridad en la educación superior, en tanto su enorme masificación en los últimos años, producida por el crecimiento desregulado de instituciones privadas por la vía del endeudamiento de lxs estudiantes y del traspaso de ingentes recursos públicos a empresas educativas, ha generado segregación y desigualdad, al tiempo que ha reproducido las lógicas de división sexual del trabajo y de subordinación de las mujeres. 

En concreto, en Chile puede observase con claridad cómo la educación librada a las fuerzas del mercado ha ido creando universidades selectivas y elitistas para reducidos grupos sociales y universidades masivas y lucrativas de baja calidad para lxs jóvenes de sectores populares que ingresan a la educación superior precisamente debido a la promesa de integración y movilidad social que se asocia a los estudios universitarios. Al mismo tiempo, puede apreciarse también cómo las desigualdades sexuales son reproducidas en la educación terciaria: las carreras con mayor prestigio social y mejor remuneradas en el mercado del trabajo son estudiadas mayoritariamente por hombres, mientras que aquellas estudiadas principalmente por mujeres, vinculadas a las áreas de servicios y educación -prolongando los tradicionales roles de la mujer como “cuidadora”- son las menos valoradas y peor remuneradas. Este tipo de desigualdades, generadas por una educación mercantil cuyo signo patriarcal es constitutivo, son las que fueron puestas al descubierto por las estudiantes movilizadas. La protesta feminista desnudaba así un aspecto de la densa trama existente entre neoliberalismo y patriarcado que atraviesa no solo la educación, sino también el sistema de salud, los mercados de trabajo, la previsión y, en definitiva, todos los ámbitos de la reproducción social.  

Mirando las cosas desde esta perspectiva, en un país como Chile, donde los derechos sociales son lucrativos negocios para empresas privadas subsidiadas por el Estado, donde las personas tienen escasa soberanía sobre sus vidas y comunidades, donde la libertad individual es una ficción dieciochesca y donde la democracia hace años que dejó de tener sentido para las mayorías que, expuestas como están a las fuerzas del mercado, no encuentran en la política una herramienta útil para enfrentar sus problemas vitales, la protesta feminista adquiere el sentido de una lucha por recuperar y ampliar la democracia, la capacidad expropiada de determinación colectiva de los destinos de la sociedad, y en esto radica buena parte de su significado profundo y de su potencialidad política[v].

  • Pensar con Gramsci. El feminismo como guerra de posiciones 

Ahora bien, la emergencia feminista en Chile ocurre en un contexto global y regional en el que se observan tendencias heterogéneas y contradictorias. Por una parte, los movimientos de mujeres y el feminismo propiamente tal han ido consolidándose y conformando una fuerza de impugnación al neoliberalismo a lo largo del mundo. Las concentraciones contra la violencia machista que se multiplican por distintas latitudes, las innumerables resistencias territoriales contra la expropiación y el despojo extractivista y por la protección de los bienes comunes que son lideradas por mujeres, la reactivación de la demanda por el derecho al aborto, las luchas contra los ajustes y políticas de austeridad y el avance internacional de la huelga de mujeres como herramienta de lucha, son signos elocuentes de la emergencia feminista que ocurre a nivel global. Sin embargo, y al mismo tiempo, tendencias opuestas no dejan de extenderse también a escala planetaria. El avance brutal del capital sobre enormes masas de seres humanos por la vía de la desposesión de territorios y recursos naturales y de la reducción de los sistemas de seguridad social, la precarización del trabajo y de la vida en general, las guerras, las migraciones forzadas, las crisis humanitarias y el horizonte de un colapso ecológico irreversible son los tonos que describen el presente. A su vez, los sectores ultraconservadores, los fanatismos religiosos, los discursos de odio contra mujeres, migrantes y disidencias sexuales y el recrudecimiento de la violencia machista y los femicidios se multiplican en distintas partes. En América Latina, sin ir más lejos, la emergencia feminista contemporánea se produce en un momento de crisis del llamado ciclo progresista y de rearme y ascenso al poder de derechas neoliberales y en algunos casos a tal punto reaccionarias que han hecho resurgir la preocupación por el fascismo[vi]

Este panorama complejo de fuerzas de acción y reacción debe ser cuidadosamente analizado desde el feminismo. ¿Qué pasó con los movimientos sociales que a comienzos de este siglo fisuraron la hegemonía neoliberal y protagonizaron intensos procesos de movilización? ¿Qué fue de la potencia popular, plebeya, desplegada en esas luchas? ¿En qué medida y cómo los gobiernos progresistas, posibilitados por esas movilizaciones populares, cooptaron, desarticularon y debilitaron estas fuerzas? ¿Cómo nos explicamos el que después de más de una década de progresismo sea posible que las derechas más radicales y antidemocráticas y sectores religiosos ultraconservadores convoquen a franjas tan significativas de la población? ¿Cómo se crearon, en el terreno mismo de los progresismos, las condiciones de posibilidad para el desarrollo de estas tendencias? ¿Qué sensibilidades, qué deseos, qué temores y anhelos están capturando, canalizando y mediando estas formas políticas? ¿Esta radicalización conservadora es una reacción al avance del movimiento de mujeres y el feminismo?[vii] 

Las preguntas que surgen de este escenario desafían nuestras lecturas y empujan a nuestro pensamiento a producir elaboraciones a la altura de los problemas que enfrentamos, porque sabemos que para lxs dominadxs la trabazón entre conocimiento y política es extremadamente sensible y que los errores en los diagnósticos, como el desprecio de la fuerza enemiga y la sobreestimación de la propia, son siempre muy costosos. Los aprendizajes que pueden extraerse de los caminos recorridos por los movimientos sociales durante este ciclo son alertas para el presente: la relación con el Estado, la cuestión de la autonomía, las alianzas y articulaciones, la acumulación de fuerza y el peligro de la desactivación, por poner solo algunos temas, son problemas abiertos para el movimiento feminista hoy. Por otro lado, este escenario nos interpela porque más allá del entusiasmo y la fuerza que se respira en nuestros círculos militantes y activistas, sobre todo después de un año de intensas y masivas movilizaciones a nivel mundial, frente a nuestros ojos tenemos la evidencia de que amplios sectores de la población en distintos puntos del planeta son convocados por alternativas antidemocráticas y que la fuerza acumulada por el movimiento feminista y por el campo popular en su conjunto se muestra todavía insuficiente para frenar las avanzadas neoliberales y conservadoras y más aún para empujar un proyecto social alternativo con capacidad de tornarse hegemónico. 

Para afinar la mirada, vale la pena tener en consideración las particularidades del ciclo histórico en que el feminismo contemporáneo se despliega. Si atendemos a una onda de duración más larga, constatamos que el proceso de expansión neoliberal que desde los años setenta se viene produciendo a escala planetaria sigue extendiéndose y rearticulándose, desarrollando formas que se alejan cada vez más de un capitalismo liberal y democrático. Ese avance se ha realizado -y de eso sabemos bien en Chile y América Latina- destruyendo a los actores sociales organizados que durante la segunda mitad del siglo veinte habían aumentado su autonomía y capacidad de disputa política. Es de esa larga derrota de las fuerzas populares de la que todavía no terminamos de salir, y el movimiento feminista contemporáneo, a diferencia de aquel de los años sesenta -que ocurría en un contexto de agudización de la lucha social en distintas partes del mundo-, se desarrolla en un escenario de debilidad de las fuerzas de lxs dominadxs; de allí la adversidad del panorama, pero sobre todo, la importancia crucial del feminismo en la recomposición de las fuerzas populares.  

Pensar una estrategia feminista para el presente implica, necesariamente, realizar una apropiación colectiva de estos problemas. En ese empeño, creemos que puede ser productivo volver a Antonio Gramsci y leerlo desde nuestras preocupaciones y dilemas actuales. Sin duda, son varios los elementos de sus elaboraciones los que podríamos invocar hoy. Revisitar la cuestión de la hegemonía y de la subalternidad nos ayudaría a entender, entre otras cosas, cómo y por qué las alternativas conservadoras y reaccionarias han extendido su capacidad de “dirección intelectual y moral” a sectores de la población cada vez mayores; el concepto de revolución pasiva nos permitiría pensar la naturaleza de los gobiernos progresistas y sus dinámicas de desmovilización de los sujetos populares que a comienzos del milenio abrieron nuevas posibilidades históricas[viii]; su concepción de la política como guerra de posiciones, como queremos proponer aquí, podría ayudarnos a pensar tácticamente el movimiento feminista.  

Nos interesa entonces rescatar para el feminismo a ese Gramsci de los Cuadernos de la cárcel, obsesionado tanto con entender la derrota de las fuerzas populares como con diseñar una estrategia para su recomposición; ese Gramsci admirador de la revolución bolchevique cuando los ecos de octubre parecían extenderse por Europa y que comprendió, luego de las sucesivas derrotas del movimiento obrero, que en Italia y en “occidente” en general el proceso ruso era irreplicable y que el asalto al palacio de invierno no constituía una estrategia adecuada para sociedades donde el poder no se hallaba concentrado en el Estado sino que se encontraba diseminado a lo largo y ancho de una compleja sociedad civil, en organizaciones como escuelas, iglesias y medios de comunicación a través de las cuales las clases dirigentes conducían al conjunto de la sociedad; nos interesa ese Gramsci que entendió la necesidad pensar una estrategia política de avances y conquistas en distintos planos y espacios de la vida social, de luchas y enfrentamientos por medio de los cuales los sectores subalternos construyeran una política autónoma y un poder propios, acrecentaran su capacidad de dirigir a distintos sectores sociales y acumularan de este modo la fuerza suficiente para librar una pelea que sería más larga de lo que su deseo como militante revolucionario hubiera querido; nos interesa ese Gramsci crítico del progresismo positivista de una izquierda que creía en la inexorabilidad de su victoria, confiada en que las férreas leyes de la historia y la economía traían inscrita la necesidad del comunismo y que bajo esas premisas no cosechó más que estrepitosas derrotas; nos interesa en definitiva ese Gramsci que, ante una historia indeterminada y sin garantías, restituye la importancia de la política, de la formación de una voluntad colectiva que no se produce automáticamente sino que hay que construir en el ejercicio mismo de la lucha.    

Esta clave gramsciana ya ha sido recogida desde el feminismo. En plena resistencia contra la dictadura en Chile, la militante feminista socialista Julieta Kirkwood, reconociendo los avances del feminismo que en esos años se apreciaban a nivel internacional y en el país -recordemos que el movimiento de mujeres fue central en las luchas contra la dictadura y que el feminismo experimentó un despliegue muy considerable en ese marco- entendía que el camino sería largo y difícil, y se representaba la lucha feminista como una guerra de posiciones. “[…] Por mucho que cambie la relación tradicional de la mujer con su propio papel biológico -señalaba en uno de sus seminarios-, la dirección que tome el cambio social seguirá siendo una cuestión de elección de valores, es decir, política (de ahí la importancia que el movimiento tenga presencia) […] el feminismo es una posibilidad; pero no es una tarea fácil. Es, para usar el símil de Gramsci, una guerra de posiciones (ayer la píldora, hoy la biología, mañana la política)”[ix]

Para Kirkwood el feminismo -y habría que agregar a la ecuación el socialismo, porque ella los pensaba así, en una estricta e indisoluble unidad- constituía un proyecto político alternativo al de las clases dominantes, un proyecto democrático con protagonismo popular, una alternativa al autoritarismo patriarcal representado por la dictadura y un elemento que tendría que ser constitutivo de la democracia por la que se luchaba en las calles. Al mismo tiempo, entendía que no había garantías ni victorias aseguradas en la historia, ni para el feminismo ni para las fuerzas populares y democráticas en general. El aprendizaje había sido lo suficientemente duro como para permitirle cualquier ilusión al respecto. El feminismo era una posibilidad, aquella por la que abogaba teórica y políticamente, mas no era un destino inexorable, y como no lo era, la estrategia para su avance se tornaba fundamental. Lo imaginó entonces como una guerra de posiciones.  

Ciertamente, la clave gramsciana con la que Kirkwood piensa el feminismo debe ser reelaborada para tiempos como los nuestros. ¿Qué sería pensar el feminismo como guerra de posiciones en una sociedad organizada desde las más abstractas formas del capital financiero hasta los más íntimos recodos de la subjetividad por el neoliberalismo? ¿Qué significa conquistar posiciones bajo las condiciones de un avanzado despliegue neoliberal? ¿Qué entendemos por neoliberalismo y cómo esta comprensión se vincula con nuestra concepción de la lucha feminista? ¿En qué espacios se libran las batallas de esta guerra de posiciones?[x]  Las luchas feministas han colocado en su centro la cuestión de la reproducción social[xi] y todos aquellos engranajes de la explotación capitalista que habían permanecido invisibles por exceder la forma salarial ampliando la categoría de trabajo[xii], han develado asimismo los ininterrumpidos procesos de acumulación por desposesión y por desmantelamiento de sistemas de seguridad social, han denunciado los mecanismo de disciplinamiento que se esconden en la deuda y la financiarización de las poblaciones[xiii],  y en definitiva han expuesto las intrincadas tramas entre capitalismo y patriarcado, habilitando en lo teórico y en lo práctico un enriquecimiento de las luchas sociales contra el neoliberalismo en el mundo de hoy[xiv]. Pensar el feminismo como guerra de posiciones es por eso, en buena medida, continuar por los caminos que la lucha feminista ya ha abierto, conquistando allí, en esos campos, avances y victorias, y acumulando, en el proceso mismo de  la lucha, experiencia, saberes y potencia colectiva. 

Pensar el feminismo como guerra de posiciones implica también aspirar a que este sea una fuerza hegemónica, que de orientación cultural y política a amplias franjas sociales e incida concretamente en los destinos de la sociedad. Implica rechazar la tentación de la marginalidad, de habitar los bordes abandonando la disputa política, evadiendo el problema del poder. El espíritu de marginalidad es una expresión de las dificultades de lxs subyugadxs para desarrollar una fuerza capaz de empujar un proyecto social y político alternativo al de la dominación. Sin embargo, el feminismo como lo entiende una larga tradición de feministas que nos antecede, constituye un proyecto social alternativo que aspira a transformar la sociedad toda, lo micro y lo macro, lo personal y lo político. Insistir en esta dimensión nos parece de la mayor relevancia en un escenario como el actual, en que para hacer frente al conservadurismo reaccionario y a las violentas arremetidas neoliberales en curso se precisará de una clara vocación de disputa política y social. 

Pensar el feminismo como guerra de posiciones significa asimismo asumir que no hay en la historia victorias aseguradas, que ni el capitalismo ni el patriarcado están condenados a caer, que su derrota no es inexorable y que no corremos con viento a favor. Esta historia sin garantías nos devuelve a la política, a la responsabilidad de construir una voluntad colectiva capaz no solo de poner freno al mundo que no queremos, sino de construir otro diferente[xv]

En Chile las revueltas feministas de este año han sido una bocanada de energía social y marcan un hito fundamental, un antes y un después en el movimiento feminista local. Los cercos que se corrieron, las banderas que se plantaron, las trincheras que se cavaron gracias a esta movilización fueron avances en esta guerra de posiciones que habrá que defender y a partir ellos trazar las estrategias para los próximos asedios. Las batallas que se vienen son muchas y los enemigos poderosos. Por eso, sin dar la guerra por ganada, celebramos, cada avance, cada conquista, cada victoria, y nos llenamos así de fuerza para seguir luchando.   


FUENTE: Revista Catarsis


[i] Investigadora de la Fundación Nodo XXI.

[ii] Sobre la revuelta feminista reciente en Chile, recomendamos la lectura del libro Mayo feminista. La rebelión contra el patriarcadoeditado por Faride Zerán (Lom Ediciones, 2018) y del número 14 de la revista Anales de la universidad de Chile dedicado a la movilización y titulado Mujeres insurrectas https://anales.uchile.cl/index.php/ANUC/issue/view/5017  

[iii] Un análisis de las transformaciones en la composición de clase de la sociedad chilena producto de la temprana implementación del neoliberalismo puede hallarse en: Ruiz, Carlos y Giorgio Boccardo. (2014). Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clases y conflicto social. Santiago de Chile: Ediciones El Desconcierto – Fundación Nodo XXI.

[iv] Esto ha sido analizado por Carlos Ruiz y Camila Miranda El neoliberalismo y su promesa incumplida de emancipación: bases del malestar y de la ola feminista                         https://anales.uchile.cl/index.php/ANUC/article/view/51152  

[v] Esta idea es desarrollada en Miranda, Camila; López, Daniela; Ferretti, Pierina; Irani, Afshin (2018). “El feminismo como posibilidad de ampliación democrática”. En Revista Cuadernos de Coyuntura (21). Santiago: Fundación Nodo XXI. En línea en:http://www.nodoxxi.cl/el-feminismo-como-posibilidad-de-ampliacion-democratica/ 

[vi] Recomendamos el número de Hemisferio Izquierdo dedicado a la pregunta por el fascismo y en particular el texto de Diego Sztulwark titulado “¿Puede volver el fascismo?”https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2018/10/18/¿Puede-volver-el-fascismo  

[vii] El examen de los gobiernos progresistas ha sido emprendido por muchas voces críticas del continente, imposibles de evocar de manera exhaustiva en estas breves líneas. Destacamos, por la resonancia que han tenido en ciertos círculos de nuestro medio local, las elaboraciones de Maristella Svampa, Edgardo Lander y Eduardo Gudynas sobre neoextractivismo. 

[viii] Este es el camino que emprende Massimo Modonesi en su caracterización de los gobiernos progresistas como “revoluciones pasivas”, en tanto combinaron reformas redistributivas y políticas sociales que no pueden despreciarse con dinámicas de despolitización y desmovilización social de aquellos sectores sociales cuyas luchas abrieron la posibilidad de que estos gobiernos existieran. Ver Revoluciones pasivas en América Latina, Itaca-UAM, 2017

[ix] Julieta Kirkwood, Feminarios, Viña del Mar, Communes, 2017, p. 41.

[x] Una lectura imprescindible para discutir qué es el neoliberalismo y sus lógicas concretas de despliegue en América Latina en tanto técnica de gobierno es La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular de Verónica Gago (Tinta Limón, 2014).

[xi] Recogiendo las discusiones heredadas de los feminismos de los años 60 y 70 sobre el trabajo doméstico y las relaciones entre raza, clase y género en el capitalismo, la teoría de la reproducción social se hace cargo de los límites de las posiciones interseccionales retomando el proyecto de una teoría unitaria para pensar las relaciones entre patriarcado, racismo y capitalismo. Entre las numerosas publicaciones que se inscriben en esta perspectiva, recomendamos el libro Social Reproduction Theory Remapping Class, Recentering Oppression, editado por Tithi Bhattacharya (Pluto Press, 2017) 

[xii] En este orden de preocupaciones se encuentran los ensayos reunidos en El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismode Silvia Federici, recientemente editado en Argentina (Tinta Limón, 2018).

[xiii] Recomendamos texto “Sacar del clóset la deuda. ¿Por qué el feminismo hoy confronta a las finanzas” escrito por Verónica Gago y Luci Cavallero como prólogo al libro Los límites del capital. Deuda, moneda y lucha de clases de George Caffentzis(Tinta Limón, 2018) https://lobosuelto.com/?p=21912

[xiv] La apuesta por un feminismo anticapitalista se ha ido condensando en la idea de un “feminismo para el 99%” o un feminismo para las mayorías, defendido por intelectuales como Nancy Fraser, Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya en abierta crítica a los feminismos de corte liberal y neoliberal que han sido, y siguen siendo todavía, hegemónicos en términos culturales y políticos.

[xv] ¿Qué significa estar creando otro mundo” fue la pregunta que guio la charla que Silvia Federici ofreció en el barrio Flores en su reciente visita a Buenos Aires. El audio puede escucharse en https://www.youtube.com/watch?v=e8PLPF43p6c

Los sueños del país normal y de la insurrección modelo // Mariano Pacheco en «Desde abajo y a la izquierda»

Fuente: Resumen Latinoamericano 

CAPÍTULO 5. Los sueños del país normal y de la insurrección modelo

Peronismo y kirchnerismo

«Debemos asegurar la existencia de un país normal, sin sobresaltos».

Néstor Kirchner, Discurso de asunción a la presidencia.

«No hay nadie, de la vida cultural y política, que no haya sido alcanzado por el meteoro kirchnerista».

Horacio González, Kirchnerismo: una controversia cultural.

 

¿Cuándo comienza el kirchnerismo? ¿Cuando Menem se baja del ballotage y Néstor “gana” las elecciones? ¿Cuando el sureño toma de la mano de su mentor, Eduardo Duhalde, el bastón presidencial? ¿O segundos después, cuando se pone a jugar con él (con el bastón, puesto que con el Cabezón del Conurbano jugará tiempo más tarde)? ¿O el kirchnerismo empieza en marzo de 2004, cuando Néstor pide perdón, en nombre del Estado, por los crímenes perpetrados por ese mismo Estado durante el autodenominado –con una profunda fidelidad a los conceptos– Proceso de Reorganización Nacional? Por supuesto, cabe preguntarse si es ese el mismo Estado. ¿No? ¿No era el mismo? ¿No tuvo razón Hebe de Bonafini cuando en los años ochenta afirmó que Videla y Alfonsín eran la misma mierda? Y cuando dijo ver en los piqueteros sureños el rostro de sus “queridos hijos guerrilleros”: ¿no tuvo razón? ¿O no tuvo sus razones para sostenerlo? ¿Fueron las mismas u otras las razones que la llevaron a plantear en 2006 que ya no harían más las Marcha de la Resistencia, desarrolladas ininterrumpidamente durante 25 años? ¿Se equivocó Hebe al decir que el enemigo ya no estaba más adentro de la Casa Rosada? Y de ser así: ¿la Marcha de la Resistencia estaba dirigida al gobierno nacional? ¿O era una suerte de espejo del propio campo popular para resistir a los poderes que estaban dentro y fuera del Estado? De suponer que el gobierno encabezado por Néstor Kirchner estuviese “de este lado” de la barricada: ¿eso implicaba disolver la división entre gobierno y poder, como en 1973 la Tendencia Revolucionaria del Peronismo hizo al plantear la consigna Cámpora al gobierno, Perón al poder? ¿Estaba Néstor llamado a ser un nuevo Perón, el líder popular de la postdictadura? ¿Quién sería nuestro Cámpora? ¿La Cámpora?

Las preguntas se multiplican, y es lógico: los interrogantes proliferaron entonces, cuando la política demandó audacia para actuar, y ahora, que la política demanda audacia para pensar (críticamente). ¿Qué implicó para los organismos de Derechos Humanos –o al menos una buena parte de ellos– decir que el enemigo ya no estaba más en Balcarce 50? ¿Asumir que la resistencia había sido contra los gobiernos (radical primero, justicialista después) y no contra un sistema que excedía la gestión del Estado (un Estado que, incluso, ya no contaba con el mismo poder que antaño)? ¿Qué rol jugaban los organismos en el marco del Nuevo Orden Mundial? Demasiadas preguntas, tal vez. ¿Pero no es acaso la pregunta el motor que mueve toda revolución? ¿Fue el kirchnerismo una revolución, como en su momento planteó para sí mismo el peronismo? Y si no lo fue: ¿entonces qué fue? De nuevo: ¿cuándo empieza el kirchnerismo? ¿Y cuándo termina? ¿Cuando muere Néstor? ¿O cuando Cristina asume con el 54% de los votos el tercer mandato consecutivo del matrimonio Fernández-Kirchner y anuncia la “sintonía fina”? ¿O acaso el kirchnerismo comienza a morir cuando se produce la ruptura con Hugo Moyano? Porque decir Moyano en ese contexto es decir la CGT, es decir, el movimiento obrero organizado, la “columna vertebral” del movimiento de liberación nacional. ¿O ya no tienen sentido esas palabras, en el nuevo orden neoliberal que se apoderó del mundo? ¿El kirchnerismo implicó de algún modo la muerte del peronismo? ¿O su revitalización? De nuevo: ¿qué es el kirchnerismo? O mejor aún: ¿qué es el peronismo tras la muerte de Perón y el río de sangre que el terror hizo correr por el cuerpo social de la Nación? ¿Es el kirchnerismo otra fase del peronismo o es apenas otro modo de designar el mismo movimiento en otra etapa de la historia nacional? ¿Ha muerto esa fase como tal? ¿Es Unidad Ciudadana otro modo de llamar (se) el kirchnerismo, en medio de una ofensiva judicial-mediática tras la derrota electoral? ¿O es otra cosa? ¿Otra cosa del kirchnerismo, o también del peronismo?

Demasiadas preguntas, tal vez, en un contexto en el que lo que “garpan” son las respuestas. Así que hasta aquí llegamos con los interrogantes, sabiendo que el modo en que se respondan guiarán un modo u otro de entender nuestro presente, la historia nacional, y también, las perspectivas de futuro.

***

“El 2001 es también este descubrimiento extraordinario, del que no es separable el acto, los gestos y el discurso de Kirchner en la ESMA en marzo de 2004”, afirman desde la editorial del Nº 5 de la revista El río sin orillas, en octubre de 2011; texto en el que también se sostiene: “si el terror empieza a ceder en su influencia y a cerrar su ciclo, la política y el Estado mismo pueden ser otra vez objeto de deseo y de creencia”. En el mismo escrito sus editores argumentan que el kirchnerismo “es menos un producto directo de 2001” que la “invención de un trayecto gubernamental por parte de un grupo formado en otros presentes”. Un grupo –rematan– más afín a la “lógica jacobina de las vanguardias setentistas y a la representación gubernamental que a las asambleas barriales”.

¿Cuáles fueron esos presentes? Repasemos brevemente.

Cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia, en 2003, venía de hacer una intensa carrera política todo durante la postdictadura. Es cierto, antes –en los años 70– había sido parte del fervor peronista del 73, desde su participación como estudiante universitario en las filas de la Juventud Peronista. Pero luego vino la dictadura, y su vida se centró en ejercer su profesión (abogado) y ya en los tramos finales del horror participar de algún que otro acto y el rearmado del justicialismo patagónico. Y ahí sí, Néstor fue primero intendente de su ciudad natal en 1987 y luego, en 1991, gobernador de Santa Cruz (reelecto por dos nuevos mandatos en 1995 y 1999). Es decir, que en Néstor Kirchner, política y Estado, casi son la misma cosa. O dicho de otro modo: en Néstor militancia es sinónimo de gestión, o esfuerzos por llegar a la gestión (agenda liberal + mística militante es la fórmula que utiliza Martín Rodríguez en Orden y progresismo. Los años kirchneristas, para referirse al “período sureño” de Néstor).

“Con buen tino, durante los años del kirchnerismo en el gobierno nacional a nadie se le ocurrió hablar de revolución”, escribe Javier Trímboli en su libro Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, en el que también agrega: “una franja que adhirió al kirchnerismo provino de una parcialidad significativa de quienes se habían encontrado, más cerca o más lejos en el tiempo, bajo el signo de la revolución”. Una franja, insiste Trímboli, menor en términos de votos, pero con fuerte incidencia en la “cultura”, y sobre todo, con capacidad de aportar cuadros (o “personal”, como él mismo arriesga a caracterizar) para la gestión y producir un discurso de adhesión al gobierno, tanto para “bancar” en los medios masivos de comunicación como para contagiar entusiasmo.

¿Qué conexiones subterráneas tiene o no el kirchnerismo con el 2001 entonces? ¿Cuántas de esas conexiones posibles van a ser asumidas por el grupo gobernante? He aquí un nudo gordiano para interpretar el pasado reciente de la Argentina.

En su libro Kirchnerismo: una controversia cultural, Horacio González destaca la importancia de una pregunta central que se instala en ese momento en las áreas de las izquierdas y el peronismo. A saber: si el kirchnerismo irrumpe para clausurar el gesto creativo de las asambleas o si la necesaria cuota de institucionalidad que él restituye lleva en su esencia lo más activo de ese asambleísmo. La respuesta al interrogante abre una fractura al interior de un campo popular que, más allá de sus diferencias, había coincidido hasta entonces en enfrentar a los distintos gobiernos, que no eran más que diferentes rostros –siempre descarnados– de un mismo modelo neoliberal. Distintas organizaciones vieron en el kirchnerismo un momento auspicioso para desarrollar un nuevo ciclo de protagonismo popular. Otras tantas, una reconstitución de la autoridad estatal para garantizar la institucionalidad burguesa, fuertemente dañada tras la crisis de representatividad de 2001.

Para González, no puede dejar de tenerse en cuenta que desde sus inicio el kirchnerismo buscó trabajar con “motivos profundos que yacían en la conciencia colectiva”. Me parece importante este señalamiento, sobre todo teniendo en cuenta la “hipótesis González” respecto del peronismo. A saber: su gran capacidad para funcionar como conector de distintos momentos de la memoria social. Hipótesis a la que le agregaría su gran capacidad para plantear ciertos olvidos, y erigirse como fuente de autoridad a partir de una divisoria de aguas que se establece a partir de la lectura que se haga de su irrupción.

En este sentido, desde el momento mismo de su asunción de gobierno, el kirchnerismo realizó una operación astuta que implicó trazar un puente entre 2003 y 1973, cuando el peronismo llegó al gobierno tras 18 años de proscripciones, con la cara de Héctor J. Cámpora como candidato a presidente. Pero si entonces esa asunción coronaba casi dos décadas de resistencia, la de 2003 se para en otro lugar, el de un nuevo comienzo sin historicidad reciente. Por supuesto, entre 2003 y 1973 está, en el medio, el terrorismo de Estado. Y sus secuelas durante la “democracia de la derrota”. Y en el medio está, también, la crisis del peronismo como identidad popular.

Pero el kirchnerismo, de algún modo, logró darse un proceso para reactualizar esa memoria social. De hecho, hay un dato curioso que sería conveniente revisar: durante el ciclo neoliberal, el peronismo quedó fuertemente deslegitimado como vector de organización popular, y todas las luchas que surgieron lo hicieron a distancia, e incluso, contra el peronismo.

Se ha dicho, innumerables veces, que el peronismo ha muerto, es cierto. También que fue agotado y que, por lo tanto, había que superarlo con una nueva identidad histórica. El montonerismo, en su momento, fue una de esas apuestas de superación. El menemismo, en el otro extremo, la muestra clara de su fallecimiento. Y sin embargo, ninguna nueva identidad histórica ha sido capaz hasta el momento de superarlo, en tanto identidad mayoritaria de los sectores populares (queda por verse qué sucederá con el peronismo después de estos cuatro años de macrismo).

Pero en 2003 la cosa cambia. Surgen algunas organizaciones populares bajo la identidad peronista; otras, que al calor del menemato y la emergencia de los Nuevos Movimientos Sociales dieron por enterrado al peronismo, volvieron a sus fuentes. Y antiguos militantes, cuadros con formación teórica, capacidad organizativa y experiencia de lucha de larga data (ausentes durante las batallas contra el Estado de malestar), volvieron a sus huestes, ahora reconocidos como épicos capitanes de destacamentos derrotados antaño. Desde 2003 en adelante, el peronismo logró revitalizarse y adquirir nuevamente un protagonismo que durante los años anteriores había sido arrebatado de sus manos por nuevos intentos, no muy claramente definidos, de proyectos políticos populares con aspiraciones de cambios sociales profundos.

Ante este cambio de contexto, el desprestigiado espectro nacional y popular sacó a relucir su viejo arsenal político y simbólico, y tendió un puente con la primavera camporista, asumiendo las banderas de la resistencia antidictatorial centrada en los derechos humanos, dejando de lado la resistencia sindical y, sobre todo, la armada. Se eludían así los duros años de la resistencia anti-neoliberal, donde el justicialismo llevó adelante la transformación conservadora más importante de la historia nacional.

“La operación kirchnerista”, entonces, implicó una sobreimpresión de sentidos puestos sobre los años 70, y un borramiento de las resistencias de postdictadura. Tal como reflexionó Raúl Cerdeiras en un ensayo titulado ¿Es el kirchnerismo un acontecimiento político?, fueron tres, básicamente, los movimientos de esta operación. Por un lado, negar la experiencia política de 2001; colocarla en el lugar del “infierno”, de la “crisis”, de la “no política”. Por otro lado, la recuperación –de la mano de ciertas mejoras para los sectores populares– de la idea de que política y Estado van de la mano. Finalmente, la subordinación de los nuevos ensayos políticos (desarrollados en el marco de la revuelta popular y la crisis institucional), a las lógicas más tradicionales del pensar-hacer la política. Subordinación que no implica –como en una variante sistémica abiertamente reaccionaria– el aniquilamiento corporal de las experiencias por vía de la represión, sino más bien una absorción, una integración y una institucionalización de esas experiencias, ordenando desde arriba todo aquello que había sido conmocionado desde abajo, todo aquello que había logrado interrumpir la lógica de repetición de lo existente. Palabras más, palabras menos, este es el argumento que sostiene Cerdeiras, y que intento rescatar aquí para acompañar estas reflexiones, reflexiones a las que habría que sumar otras sobre cuáles fueron los elementos de dinamismo militante que aportó el kirchnerismo, especialmente entre las franjas más jóvenes, en el intenso período 2008-2011, como ya veremos más adelante.

No hay fracaso si hay balance: poder y potencia en el ciclo 15M-Podemos // Amador Fernández-Savater

“Toda ruina contiene

su pasado y el nuestro.

Toda ruina es hermosa

si es capaz de decirnos

qué esconde el porvenir”

(Juan Antonio Bermúdez)

Tras las últimas elecciones generales y municipales se habla del final del ciclo 15M. ¿Qué significa un final de ciclo? Podríamos pensarlo así: la potencia de efectos suscitada por un acontecimiento se agota, ya no es capaz de nuevas metamorfosis y actualizaciones. Hoy vemos el antiguo orden político recomponerse, las políticas neoliberales profundizarse, los espacios electorales del cambio volatilizarse, en medio del declive del tipo de vida política inaugurada por el 15M, más preocupada por la apertura a la cooperación con el cualquiera que por la reproducción de las identidades existentes.

Esta sensación de decepción no me parece mala condición para el pensamiento. Diego Sztulwark, investigador independiente y antiguo miembro del Colectivo Situaciones, ha escrito un texto hermoso justamente sobre la potencia que podemos encontrar en los estados de decepción.

La decepción es como un camino de prueba a atravesar. En él podemos hacer una “limpia” de toda una serie de ilusiones y salir así más fuertes, más realistas, más estratégicos. Regeneramos el deseo de transformación renunciando a idealismos, utopismos y voluntarismos. En el desmoronamiento de las expectativas y las proyecciones se vuelve posible ver algo nuevo y recrear los lazos con el mundo.

En el estado de decepción, ya no tenemos ninguna posición que “defender”, ninguna fórmula que “vender”, estamos todos como suele decirse “en la misma mierda”. Es un momento de no saber en el que pueden elaborarse saberes nuevos, si evitamos caer en el cruce de acusaciones, el ajuste de cuentas, la búsqueda de culpables y la lógica de tribunal.

De ese modo la decepción se vuelve condición de pensamiento y abre la posibilidad de elaborar un balance colectivo sobre lo vivido, donde colectivo no significa “todos juntos”, sino “entre todos”.

Balance o desbandada

¿Qué es un balance? El filósofo Alain Badiou dice lo siguiente en un texto escrito al respecto: no hay fracaso si hay balance. Es decir, en la historia de las experiencias revolucionarias hay fracasos y fracasos. El peor de los fracasos es el que no piensa nada, no registra nada. Si no hay pensamiento, si no hay balance, hay desbandada: repliegue de cada cual en su vida, fuga personal de lo político enmierdado, en la amargura y tal vez el resentimiento, desnorte y orfandad, ruptura de los lazos de confianza, etc. La banda se desbanda. La dispersión es no solamente física, sino sobre todo mental y sensible: deja de compartirse una percepción y una lectura común sobre la situación.

El balance es compañía en la soledad, vuelve fecundos los fracasos, encuentra una significación en las derrotas. No evita que nos volvamos a equivocar, pero permite que la próxima vez nos equivoquemos distinto.Lo peor es fracasar igual, el fracaso previsible.

Si no hay balance propio, vence el balance del adversario. Y este siempre es absoluto: el deseo de transformación social es locura y acaba mal. El balance propio vuelve relativo un fracaso absoluto: el fracaso no está inscrito en el deseo de transformación, sino en la vía concreta que hemos elegido. Fracasamos siempre en punto concreto dice Badiou. El balance es una topología: “hay que localizar, encontrar y reconstituir el punto a propósito del cual la decisión fue desastrosa”. El punto, simplificando, es una encrucijada o un momento crítico en el proceso donde tomamos malas decisiones. Si queremos decirlo coloquialmente: “donde la cosa empezó a torcerse”.

¿Cuál ha sido ese punto, nuestro punto?

Regreso a Neptuno

Ni siquiera se trata seguramente de un solo punto, sino de una entera línea de puntos a lo largo de los cuales se va deslizando una decisión, una orientación del movimiento

Voy a señalar como primer punto el Rodea el Congreso del 25-S de 2012, cuando miles de personas cercamos físicamente el Parlamento de los Diputados hasta ser desalojados violentamente de la plaza de Neptuno por la policía de la hoy defenestrada Cristina Cifuentes.

¿Cuál era el objetivo del 25-S? nos preguntó a una serie de amigos durante una conversación informal Raquel Gutiérrez, teórica y militante mexicana, a su paso por Madrid en 2017. Esta pregunta aparentemente tan sencilla se quedó sin respuesta por parte de los que allí estábamos y desde entonces rebota en mi cabeza.

Me parece, visto en retrospectiva, que el 25-S podía interpretarse de tres modos al menos:

-como llamada a un levantamiento general contra la clase política: es la imagen de la insurrección, tan cara al imaginario revolucionario del siglo XIX. Desorden, barricadas, minorías conspiradoras y masas en la calle, el derrocamiento fulgurante del orden establecido que abre un espacio vacío a lo nuevo. La “destrucción creadora” de Bakunin. 

-una “radicalización” del movimiento nacido en las plazas a través de un choque a cara de perro con el poder político. El pasaje del “no nos representan” al “a por ellos”. Un endurecimiento de la lógica de enfrentamiento del 99% contra los representantes del 1% con la aspiración de cambiar las reglas de juego del poder.

El 25-S fue una primera tentativa de “asalto” al poder político considerado a partir de ahí como el centro que organiza la acción (las plazas del 15M fueron más bien el gesto de “dar la espalda” al poder). Podemos pensar el posterior “asalto institucional” como una continuación -por otros medios, más eficaces- de esa primera tentativa. Se impone desde entonces un lenguaje político típico del siglo XX: asaltar, tomar, ganar, etc.

-del tercer modo de pensar el 25-S, seguramente una imagen política más fecunda para el siglo XXI, hablaremos de nuevo al final de este artículo.

Recapitulando: a partir del 25-S se fue decantando una decisión: poner el poder político como objetivo principal de la acción y, en consecuencia, confundir y/o subordinar la potencia al poder, la política de movimiento a la política de partido, la emancipación a la gestión.

Esta es la idea que quisiera poner a discusión en la elaboración colectiva de balance: el problema de la confusión entre potencia y poder que -pienso- ha acabado entrampando todas las energías en el estado de cosas (el Estado). Una “lección” que podríamos sacar entonces de cara a futuro sería distinguir radicalmente ambas cosas, para “fracasar distinto”.

Estrategia populista y partido-movimiento

Simplificando mucho de nuevo, encuentro dos maneras de con-fundir potencia y poder en el pensamiento  y el hacer en estos últimos años.

La primera sería el pensamiento estratégico populista que viene a decir lo siguiente: los movimientos son cambios sociales o culturales o afectivos  importantes, pero insuficientes. El Partido es el “plus” político que canaliza su energía hacia las instituciones para transformarlas. El 15M fue indignación, expresión de malestar, tuvo impacto en el “sentido común de época”. El Partido interpreta y sintetiza a partir de ahí las demandas y los descontentos: “traduce políticamente” al movimiento.

Es un pensamiento que subordina la potencia al poder: los movimientos son procesos importantes, pero sólo como “preparación” o “trampolín” hacia otra cosa. Son los signos que el estratega populista ha de saber leer y organizar -mediante las famosas cadenas equivalenciales, etc.- en la operación de construcción hegemónica.

Este es un pensamiento fundamentalmente triste -por mucha energía que le eche Errejón a sus arengas- porque se acerca a lo real desde el ángulo de la “falta”: los movimientos no son vistos como potencias en sí mismos y por sí mismos, sino que siempre están “en función de” otra cosa (una instancia superior) que les da valor y sentido.

La segunda es la hipótesis de un “partido-movimiento” o de un “partido orgánico” en torno a la cual se han reunido corrientes tan diferentes como Anticapitalistas o sectores autónomos en las confluencias y los municipalismos. Es la hipótesis “movimentista”.

El partido-movimiento es el conjunto reunido de las fuerzas sociales, políticas y culturales activas en el proceso de transformación social. Se distingue del “partido-institución” porque no es sólo una máquina electoral o de gestión, sino que trabaja políticamente en la sociedad. Va más allá de la concepción de una “autonomía de lo político”, la idea de lo político como esfera autónoma y aparte, en la convicción de que sólo un fuerte apoyo social organizado puede sostener políticas públicas de cambio sustantivas.

Creo que es una mala idea (teórica) y que ha tenido malos efectos (en la práctica). Mala idea teórica porque es deudora de un paradigma unificante de lo político donde lo múltiple queda englobado en lo uno: una sola organización, por muy plural y compleja que sea. La metáfora “orgánica” es reveladora: se piensa en un solo cuerpo cuya cabeza sería una serie de “cuadros” vinculados a los movimientos (“dirección política”, “vanguardia interna”). Mala idea también porque la lógica de la potencia y la lógica del poder son heterogéneas y no ensamblan: el partido bolchevique y los soviets no pueden convivir en el mismo espacio. En la práctica creo que esta idea ha capturado la energía de mucha gente de los movimientos en los lugares institucionales, debilitando así la trama de la potencia.

Potencia destituyente

Mi propuesta sería separar radicalmente la potencia del poder, lo que no significa que uno no tenga efectos sobre el otro, sino que no se subordinan ni se con-funden.

El filósofo italiano Giorgio Agamben está desarrollando en ese sentido un pensamiento sobre lo que llama la “potencia destituyente”. Agamben toma nota sobre la “tragedia” de las revoluciones que consiste en la activación repetida de un “mecanismo diabólico” por el cual el poder constituyente queda atrapado una y otra vez en un nuevo poder constituido (tan parecido al antiguo…).

Lo constituyente queda limitado desde entonces al solo poder de revisar la nueva constitución y el nuevo gobierno, a la “participación” dentro de las estructuras existentes, pero ya sin posibilidad de cuestionarlas radicalmente (de raíz). Eso en el mejor de los casos. En el peor, se reduce a mera referencia retórica e instrumental, a un fetiche que fundamenta y legitima al nuevo poder, un “mito de los orígenes”. Es la manera de hablar de tantos dirigentes de la Nueva Política sobre el 15M.

¿Es posible romper ese mecanismo diabólico? ¿Es posible una política de los gobernados que no se resuelva en un nuevo poder, que los gobernados se definan siempre, como decía Maquiavelo, por su deseo de no ser oprimidos? Agamben propone la potencia destituyente, una potencia que no cristalice nunca en poder. Devenir y permanecer ingobernables.

Pensar-crear esta potencia destituyente implica un desplazamiento radical en la comprensión misma de lo político. Deshacernos en primer lugar de un imaginario en el que el poder político está en el centro y polariza todas las energías.

Nunca el poder político ha tenido tan poco poder como hoy en día, atravesado y desbordado por fuerzas financieras globales y micropolíticas neoliberales. Nunca ha estado sin embargo tan presente en nuestras conversaciones y en nuestros corazones. Es lo que siento más dolorosamente como “fracaso generacional” de la gente “educada” en la potencia de los movimientos: la manera en que hemos cedido a la tentación política, entregando nuestra irreverencia e indiferencia de fondo al poder, asumiendo su lenguaje y categorías, enamorándonos de él.

Distinguir entonces radicalmente entre potencia y poder. No se funden, ni se confunden. Son de naturaleza diferente, habitan mundos distintos, siguen lógicas heterogéneas. El conflicto entre ellos es asimétrico (no se pelea por lo mismo) y su cooperación eventual nunca es “orgánica”, sino puntual y efímera.

La potencia no se “traduce” al poder: hablan dos lenguajes, inconmensurables. La “democracia real ya” de las plazas y las asambleas es otra cosa que la “democratización de las instituciones”.

La potencia no se “gestiona”: se actualiza o muere. No requiere la edificación de “instituciones” que la canalicen, sino de la creación de formas que la hagan pasar: formas de paso, para que la potencia pase.

La potencia es heterogénea con respecto al tiempo del poder, a su calendario electoral, tiene sus propios tiempos de maduración y crecimiento, con sus propios ritmos.

La potencia no conoce distinción entre medios y fines, no admite distinciones entre formas y contenidos: en ella el medio es el fin, prefigura el fin, la potencia es medio sin fin.

La potencia no es un contrapoder: no está ahí para “controlar” o “vigilar” al poder, no se define a la contra, sino por su capacidad creadora de nuevos valores, nuevas maneras de hacer, nuevas relaciones sociales. La potencia destituyente es afirmativa y creadora de nuevas formas de vida.

La potencia no es escasa: no es un bien escaso, rival, antagonista (o lo tienes tú o lo tengo yo). Se multiplica al compartirse. Favorece las relaciones de cooperación y no de competencia.

La potencia, por último, no es cuantitativa, sino cualitativa: 40000 personas actuando en la trama de la potencia en una ciudad como Madrid suponen una fuerza irresistible, pero 40.000 personas actuando en la trama del poder (es decir, votando) producen sólo tristeza y frustración porque no superan el umbral representativo exigido.

Poder sin potencia

Puede parecer paradójico, pero el poder sin potencia no puede nada. La potencia transforma la sociedad desde el interior. El poder se limita (en el mejor de los casos) a “cristalizar” un efecto de la potencia inscribiéndolo en el Derecho: haciéndolo ley.

Primero vienen los movimientos de diferencia afectivo-sexual que transforman la percepción y la sensibilidad social, sólo después se legaliza el matrimonio homosexual. Primero viene el movimiento negro que transforma la relación entre negros y blancos, sólo después se promulga la ley de igualdad racial. Primero vienen las luchas del movimiento obrero que politizan las relaciones laborales, sólo despuéslas conquistas se inscriben como derechos sociales.

Ninguna de estas “cristalizaciones” es clara, sino siempre ambigua y conflictiva, precisamente porque el lenguaje de la potencia no se traduce sin más en el lenguaje del poder. Cada cristalización supone un cierto estrechamiento de los planteamientos de la potencia, pero supone también un espacio de disputa siempre activable por nuevos sujetos.

La potencia crea posibilidades nuevas. El poder es gestión en el marco de las posibilidades existentes. Lo vemos una y otra vez: los poderes que se quieren progresistas ven reducir sus márgenes de acción posibles cuando no hay potencias en acto empujando las cosas más allá y redefiniendo la realidad. ¿Podría ser esto lo que explica los magros resultados de la acción de gobierno de tantos ayuntamientos del cambio, más que la falta de voluntad o audacia política de las personas que los componen?

Regreso a Neptuno (2)

Ahora podemos retomar la última de las opciones de interpretación del 25-S que dejamos colgada.

Hemos dicho: la potencia no debe confundirse con el poder, pero eso no significa que deba desentenderse de él. Puede inventar modos de imponerle cuestiones sin colocarse en su lugar, de obligar al Estado sin ser Estado, de afectar y alterar el poder sin ocuparlo ni desearlo. Potencia a distancia del poder: una imagen política para el siglo XXI.

El 25-S sería visto así un ejercicio de destitución del poder: no de toma o de asalto, de ocupación o de sustitución. Una potencia heterogénea al poder que nació en las plazas le impone un límite sin proponer nada a cambio: “por aquí no pasas”. Es lo que Raquel Gutiérrez llama “potencia de veto”.

La potencia destituyente dice Agamben es un elemento que, en la misma medida en que permanece heterogéneo al sistema, tiene capacidad de destituir, suspender y volver inoperativas sus decisiones. La “potencia de veto” de Raquel Gutiérrez es el mejor ejemplo contemporáneo de lo que Agamben busca en los conceptos de “violencia pura” o “divina” de Walter Benjamin: una fuerza capaz de deponer el poder, sin fundar uno nuevo. Es urgente contaminar la teoría de la destitución -todavía tan blanca, tan europea y tan masculina- con reflexiones de los feminismos latinoamericanos.

Coda: volver a contarnos

La Revolución Francesa sigue dándonos que pensar aunque después viniese Napoleón. La Comuna de París sigue inspirándonos aunque acabase en masacre. La experiencia anarquista en la guerra civil es rica en enseñanzas aunque fuese estrangulada por estalinistas y fascistas. Hay que leer de nuevo este ciclo político en claves destituyentes para liberar así las potencialidades (los virtuales) del 15M. Lograr ver la potencia como potencia y no como antesala del poder. Sustraer el 15M del continuum de la Historia, como posible realizado y aún sin realizar, como elemento aún activo. Es un desafío de balance y recreación poética de la historia de los últimos años, aún por hacer.

Como dicen otros amigos, hay que buscar lo que escapa en cada época, lo que escapa a cada época, porque es lo que nos puede permitir seguir escapando hoy.

Texto elaborado para mantener un debate con Monserrat Galcerán y Carlos Sánchez Mato en la 9ª edición de la Universidad Socioambiental de la Universidad de Guadarrama.

Referencias:

“La travesía de Naruto (notas sobre deseo y decepción)”, por Diego Sztulwark

“¿A qué llamamos fracasar?”, prólogo de Alain Badiou a La hipótesis comunista.

Construir pueblo, Iñigo Errejón y Chantal Mouffe (Icaria, 2015).

Sobre el partido-movimiento y el partido-orgánico: 123.

Giorgio Agamben y la potencia destituyente: 123.

No existe la revolución infeliz: el comunismo de la destitución, Marcello Tarí, Deriveapprodi.

Horizontes comunitario-populares, Raquel Gutiérrez, Traficantes de Sueños.

 

Fuente El Diario España

Sobre nosotros los jugadores. Notas a partir de La cueva de los sueños* // Juan Manuel Sodo

  1. Sobre los bingos como fuente de oxígeno para los cuerpos quemados, nerviosos, manijeados que padecen la precariedad. Sí. Sobre las razones de su efecto balsámico, pulmonar, eficacia terapéutica reparadora de estados de ánimo rebosantes en fragilidad. De todo esto, dice Andrés Fuentes, autor de La cueva de los sueños, editado por Tinta Limón, trata su libro. Lo escribe ya en la introducción. Podríamos sumar una hipótesis. Se trata de un libro sobre contar la ciudad. Un ensayo de percepción.
  2. Si un territorio -leemos- es la conjunción de cuerpos y entornos, y si nuestro entorno es la ciudad con su ambiente de enunciados, objetos, lugares, ritmos, fuerzas… entonces hay dos fuerzas medioambientales que empujan contra la posibilidad de ver y decir, o sea de narrar. Las de igualación (una democratización del aplanamiento de lo sensible vía pantallas). Y las de predictibilidad (la estandarización de unas lenguas que, como cuando tecleamos, parecieran prever lo que hay para escribir o hablar).
  3. ¿Qué es, en este suelo, hacer una crítica? Sobre eso también es la investigación, aunque no esté en forma explícita. Usando su propia terminología jugadorista: ¿habría una crítica tranqui (presupuestada en lo que se puede decir), una moral, una enviciada, una ortiba, llorona o condenada? No sabemos cómo se hace una crítica. Pero aprendemos a tener en cuenta cinco elementos: el juego como diagrama, idea de economía afectiva, una teoría de los ensambles libidinales y del estilo, noción de mega-entretenimiento.
  4. Endeudados estamos siempre. Desde el momento en el que nos levantamos y tenemos mensajes que contestar. Aceptar dar una charla sin conocer el tema, vender humo presentando el resumen de un programa que aún no existe para ganar tiempo, aplazar una respuesta pateando la pelota para adelante, actualizar la foto de perfil o cambiar la contraseña son pequeñas postales de endeudamiento cotidiano en la timba maquínico vincular. La escena del tragamonedas, ¿no se parece en algo a la excitación de tirarse el lance con un imbox o un posteo y volver a dar refresh al celu a ver si sale like?
  5. El desierto de Nevada, ciudades turísticas y de frontera, un barco flotante. Cuando era chico, el juego estaba asociado a lo distante. Un corte con la cotidianeidad. Lo otro del trabajo, el tiempo y el espacio. Era la lógica del entretenimiento. Un allá. Una vida todavía más disciplinaria que de rendimiento. Vamos ahora a la tensión entre existir y funcionar. Si existir supone vacilación, falla, tiempo muerto, funcionar supone seguir funcionando porque es algo menos propio de lo vivo que de las máquinas. Así como los bingos están siempre cerca y a mano, el megaentretenimiento es entonces, según el libro, un entretenimiento del acá: la proliferación de audios virales, memes coyunturales, videítos porno, fake news, bombas mediáticas, quilombos de Centurión. Escándalos rápidos para consumir mientras no podemos parar (porque todo, hasta armar una vacación implica un trabajo), estamos haciendo otra cosa o mientras tanto.
  6. La seducción de los bingos habla más de nuestras fuerzas que de las propias salas, dice Andrés. “Hay un trabajo estratégico por capturar sensibilidades que si resulta exitoso es porque expresa lo más profundo y concreto de nuestra vida contemporánea”. La fascinación tecnológica, la conexión con el imaginario de pegarla y salvarse, la utopía de un futuro en el que no haya que cansarse, la expectativa de que en la próxima jugada algo pueda cambiar. “Nuestras vidas son quemadas por la tensión que nos provoca el cuerpo a cuerpo con el mundo. Lo que nos tritura los nervios es la lucha para crear el terreno donde nos movemos, generar el suelo donde transitamos para gestionar la guita, los vínculos afectivos, andar por la calle o cualquier otra actividad”. En ese plan, asoman usinas de vitalidad. “El juego es una experiencia límite que emite una adrenalina que no resulta desgastante […] En las salas, si la suerte nos acompaña ganamos unos buenos billetes, mientras que afuera para conseguir billete hay que laburar”.
  7. Signos se emiten. Linguísticos y monetarios. Si algo caracteriza a dos de los sistemas que más usamos, las redes y el bancario, es que son opacos. No sabemos por dónde va la plata y por qué el algoritmo me muestra lo que me muestra del mismo modo en que se desconoce por qué da premio equis máquina. La idea de caja negra en Flusser como opacidad constitutiva de los aparatos. Su contrario no sería la transparencia sino la vitalidad, pareciera enseñarnos el autor de La cueva de los sueños con su manera de escribir la ambivalencia de las series bioenergéticas que podrían ir de sacar al perro a pasar por Codere a pagar el auto.           
  8. Cerramos citando su arenga textual: el problema no es estar cansando sino cuando el cansancio no tiene sentido […] cuando las fuerzas puestas en marcha no son acompañadas de una alegría copada efecto de una potencia que se activa. Un cansancio ligado con el bajón que nos estanca y hace pedalear siempre en el mismo lugar. Por eso un desafío político es cómo hacer fuerza y darle espesor a nuestros cuerpos para no dejarnos arrastrar […] Corrernos de una vida que se haga preguntas sobre lo que quiere por un querer que ponga en pregunta qué es vivir.

 Junio de 2019

*La Cueva de los sueños. Bingos Precariedad y política es un libro de Andres Fuentes, editado por Tinta Limón Ediciones.

 

 

 

    

 

Estoy harta // Carolina Unrein

Carolina Unrein tiene 19 años y es trans. Nació en Neuquén, creció en Entre Ríos y vino a Buenos Aires a intentar formar su carrera como actriz. Como previa a la Marcha Plurinacional contra los travesticidios y transfemicidios escribió este manifiesto furioso sobre el hartazgo hacia una sociedad hipócrita que lxs usa, lxs golpea, lxs viola y lxs mata.

 

“Su carita me pone al palanque pero mal”, comentó 8ZPNADB en una selfie que había subido a mi perfil de Instagram en un thread de una red social de foros anónimos. “Uff, tetitas hormonadas para tirarle leche encima”, dijo N32NR70. TQA3EFH agregó que quería “jugar al fútbol con este pibe” en una captura de imagen de un video mío que subí a mi canal de YouTube, de una toma en la que estoy en la ducha sangrando por la concha.

Mi nombre es Carolina Unrein y tengo 19 años. Nací en Neuquén, crecí en Entre Ríos, hoy vivo en la Ciudad de Buenos Aires. Soy una joven trans.

 

Me mudé a Capital en febrero de este año con la intención de construir una carrera de actriz. Durante mi adolescencia, conocí el trabajo de actrices trans y travestis como Camila Sosa Villada y Laverne Cox. Quería ser actriz porque quería ser para otras pibas lo que ellas dos fueron para mí. Y también quería ser un ejemplo más de que se puede ser artista y trans, actriz y trans, modelo y trans, lo que vos quieras y trans o no trans. Pero ¿se puede?

 

Mudarme acá también fue chocarme con la industria del cine y el mundo del teatro en el que todo el tiempo se estrenan melodramáticas y trágicas historias sobre las pobres y desoladoras vidas de las personas trans, con violencia. Y con violencia observar cómo pocos o ninguno de esos roles los interpreta alguien trans

¿Quién les va a dar de comer a las travas que viven en la calle? ¿Y a las trans aspirantes a actrices? ¿Qué tan poca cara tenés que tener para decirles, mirándolas a los ojos, que no dan para el papel mientras se lo das a tu amigo chongo-cis?

 

No hay un problema inherente en que personas cis interpreten roles trans: el problema está en la hipocresía de hacer una película o una obra “bregando por el colectivo”. Lucrar, hacer llorar a todo el mundo, lograr que los críticos te chupen la pija, y no castear jamás a ninguna persona del colectivo en tus producciones, ni para interpretar roles trans, ni para interpretar roles cis. ¿En qué quedamos?

La población trans está destinada a la prostitución como consecuencia de un mundo que la excluye del sistema laboral, del sistema de educación y el de salud.

 

Tengo 19 años y viví un montón de vida más de la que debí haber vivido. Y estoy harta. Harta de sus películas de mierda de adolescentes obsesionadas con sus penes, de sus escenas estereotípicas de la trans poniéndose el labial frente al espejo, de travitas frágiles y delicadas. Harta de su perverso morbo escondido en una inocente curiosidad, harta de que sigamos siendo nosotras las deseadas en secreto y asesinadas en público.

Estoy harta de este mundo que me negó el amor que no se le niega de la misma manera a las niñas cis y me obligó a encontrarme a mí misma en la situación de tener que mendigarlo a chabones 10 años más grandes que yo. Porque el mismo mundo que me llevó a mí recurrir a eso, es el que les enseñó a los pibes de mi edad que salir con alguien como yo era alto quemo.

Yo, la pibe del lindo culito; yo, la sobreviviente de abuso sexual; yo, la desorden alimenticio, la ansiosa, la sola; yo, la puto, la marica, la trava; yo, Carolina Unrein, me declaro harta de este mundo de terror y del espanto, de este mundo sin oportunidades, harta de este mundo de mierda que registra que se lleva una de nosotras cada 96 horas (y andá a saber cuántas más se lleva sin anotar). Harta de todos ustedes que no se les mueve un bendito pelo con el sonido de las sílabas chocando los nombres Marcela Chocobar o Diana Sacayán. Estoy harta, creciendo harta en esta vorágine de mierda violenta que este mundo nos dejó.

¿Y saben qué más tengo para decir?

Que quiero que se hagan cargo.

Que exijo que se hagan cargo.

Háganse cargo. 

Háganse cargo de mis abusadores, háganse cargo de las muertas, háganse cargo de las niñas travestis violadas todos los días, háganse cargo. Quiero que se hagan cargo presidentes, profesores, actores, gestores culturales, arquitectos, médicos, y todo el sistema policial y sus amigos de todas las trans y las travestis muertas y violadas en comisarías. Háganse cargo. 

Háganse cargo de que no saben cómo atendernos en un hospital, de que no les importan nuestras necesidades. Háganse cargo de las corrientes biologicistas y patologizantes de la medicina que ustedes gestaron, ayudaron a gestar y mantienen y con las que educan y que nos quieren corregir.

 

Háganse cargo de habernos perseguido por no haber sido lo que ustedes querían que seamos. Háganse cargo de este genocidio trans que vienen llevando y sosteniendo y queriendo ocultar durante cuánto tiempo ya. Háganse cargo de habernos mutilado, abusado y ultrajado desde tantos planos y formas posibles que ya no tiene sentido seguir contando. Háganse cargo.

Pídannos perdón a nosotras, las trans jóvenes, por haber hecho oídos sordos a los gritos de agonía de mis tías travas, por condenarlas a la clandestinidad, por arrojarlas al calabozo, por haberlas desaparecido y llevarse con ellas inagotable conocimiento empírico y brillantez travesti con la que ustedes jamás habrían podido competir.

Háganse cargo de las travas viejas y de sus manejos de mierda, sus problemas de confianza, sus consumos problemáticos, su desprecio a las trans más jóvenes… porque es culpa de ustedes y nada más que de ustedes que me miren con recelo mis propias hermanas porque son ustedes quienes les hicieron creer que si le va bien a una no le va bien a dos.

 

Háganse cargo de la enfermedad silenciosa de las personas trans: la soledad. Háganse cargo de la soga, del salto por el precipicio. Háganse cargo ustedes del chongo que nos mata, que buscamos y al que nos aferramos porque nos dio el amor y el sentimiento de deseo que ustedes nos negaron.

Quiero que hoy hagan lo imposible para ir a la Marcha Plurinacional contra los travesticidios y transfemicidios para que pidan un poco de perdón al menos por este mundo que construyeron (o destruyeron) y que nos dejaron a las nuevas.

Y preguntensé ustedes qué pueden hacer para que haya un cambio en la sociedad o qué hace falta cambiar o qué políticas hacen falta implementar. O elijan cualquiera de todas esas preguntas de mierda que nos hacen para que nosotras arreglemos o les tiremos ideas para resolver los problemas que ustedes causaron. Porque nosotras ya estamos hartas.

Carolina es escritora y actriz trans. Autora de “Pendeja. Diario de una adolescente trans” (Las Juanas Editoras-Chirimbote, 2019)

Cosecha Roja

Ese que muere ahí // Luciano Debanne.

Ese que muere ahí, con su hija, arrastrados por la correntada brava del río; ese salvadoreño, y su niña y su mujer que hoy llora, nacieron todos en Santiago del Estero, o en Formosa, o en el norte cordobés, nacieron en Honduras, o en Haití, en El Impenetrable chaqueño, o en el sur donde los gendarmes prenden fuego a las casas y a las gentes desde antes de ser gendarmes, por orden de alguien que dio la orden desde antes de tener oficina, cargo público, tarjeta impresa para entregar en las reuniones, atributos de poder.
 
Esa niña con la panza llena de agua y de hambre y del miedo de los que mueren de olvido y de persecución y de políticas públicas represivas, esa niña con la panza hinchada nació a unas cuadras de tu casa y ahora mismo pide una moneda o te ofrece unas bolsas de la basura, unas medias en paquete de a tres, o sube sus doce, trece, catorce años a la 4×4 que se frena un poco más allá, en la oscuridad de la noche larga que ya no tiene horarios porque es siempre.
 
Esa madre que grita desesperada desde la otra orilla, los brazos extendidos a la nada, mientras ve como lo que ama se muere, nació en Palestina, en Siria, en el norte de África, en la Amazonía, en Jujuy, en el Wall Mapu que late debajo del suelo del sur de lo que nosotros llamamos Chile.
 
Sus abuelos y sus tíos que hoy miran la foto en los diarios y las redes ahogados en tristeza, se abrazan y desconsuelan en un rancho de adobe, de chapas, de totora, de caña, de palet, de palma, de restos del mundo que no los mira, ni los quiere, ni está dispuesto a cuidarlos, ni a reconocerlos como parte de la humanidad.
 
Sus primos, y hermanos, se secan las lagrimas en una calle cualquiera de latinoamérica, en un campamento cualquiera de refugiados, en un barrio cualquiera de la ciudad donde vos vivís, se secan las lágrimas y arman el bolso, porque a veces se trata de arriesgarse la vida o simplemente esperar que te torture el hambre, la enfermedad, o la estúpida crueldad humana.
 
No hay fronteras buenas y fronteras malas, hay fronteras nomás; no son fronteras lejanas, están ahí, apenas asomas la cara a la vereda y te vas a trabajar.

Junio // Jorge Fandermole

A Darío Santillán y Maximiliano Kosteki in memoriam.
A todos los que nos dignifican con su lucha.
Lo que va a pasar hoy pasó hace tanto
me desperté diciendo esta mañana,
no vi las predicciones del espanto
que le arrancaba al sueño mi palabra.
En este invierno que pega tan duro
está lejos tu boca que me ama
y se me desdibuja en el futuro,
y junio me arde rojo aquí en la espalda.
En este invierno atroz no hay escenario
más duro que esta calle de llovizna;
cada uno sigue en ella su calvario
pero la cruz de todos es la misma.
Salí con las razones de la fiebre
y una tristeza absurda como el hambre,
y cuando en el corazón la sangre hierve
es de esperar que se derrame sangre.
Me llamo con el nombre que me dieron,
el que tomó la crónica del día;
soy uno de los dos que ya partieron,
los dos en un montón que resistían.
Hermano en la delgada línea roja
que te me fuiste dos minutos antes
con la indiscreta muerte que en tu boca
entraba en cada casa con tu imagen.
Yo estaba junto a vos sobre tu grito
besándote feroz la indigna muerte
mientras te ibas volando al infinito
fulgor de la mañana indiferente…
Yo sé que el corazón que está latiendo
en cada uno es una senda pedregosa,
cuando en el suelo sucio me estoy yendo,
ajeno y solo de todas las cosas.
Si yo salí por mí y salí por todos
cómo es que ahora no hay nadie aquí a mi lado
que me retenga la luz en los ojos,
que contenga este río colorado.
El corazón del hombre es una senda
más áspera que la piedra desnuda;
mi extenso corazón es una ofrenda
que pierde sangre en esta calle cruda.
Yo tengo un nombre rojo de piquete
y un apellido muerto de veinte años,
y encima las miradas insolentes
de los perros oscuros del cadalso.
Yo no llevaba un arma entre las manos
sino en el franco pecho dolorido,
y el pecho es lo que me vieron armado
y en el corazón todos los peligros.
La mano que me mata no me llega
ni al límite más bajo de mi hombría
aunque me arrastren rojo en las veredas
con una flor abierta a sangre fría.
Hoy necesito un canto piquetero
que me devuelva la voz silenciada,
que me abra por la noche algún sendero
pa’ que vuelva mi vida enamorada…

“Darío Santillán es un símbolo de las militancias de los movimientos sociales” // Mariano Pacheco

Por David Pike y Mariana Di Mauro

 

Entrevistamos a Mariano Pacheco, compañero y biógrafo de Darío Santillán quien junto a Maximiliano Kosteki fueron asesinados por la represión policial conocida como la Masacre de Avellaneda. Diecisiete años después, Mariano nos cuenta quién fue y que simboliza actualmente Darío.

 
 

-¿Quién fue Darío Santillán?

 

-Darío fue un joven militante de la zona sur del conurbano bonaerense que creció en el barrio Don Orione, en Claypole (Almirante Brown). Hijo de una familia trabajadora, su padre y su madre enfermeros. Promediando la década del ‘90 y cursando sus estudios secundarios en San Francisco Solano comenzó un proceso de politización al calor de las luchas contra la Ley Federal de Educación, la reorganización de los centros de estudiantes y la participación en las luchas juveniles del período. Darío participó también en experiencias políticas como la Agrupación 11 de Julio que realizaba fanzines, programas de radio, trabajo territorial en villas y asentamientos y trataba de fortalecer un vínculo con las experiencias de lucha que empezaban a emerger en aquellos años vinculadas al movimiento piquetero, particularmente a la corriente autónoma de los Movimientos de Trabajadores Desocupados. Así es como en el año 1999 finaliza sus estudios secundarios, realiza un breve intento de estudiar Historia, pero en medio de las condiciones socio-económicas adversas y la crisis que atravesaba el país se dedica de lleno a conformar un movimiento de trabajadores.

 

A inicios del 2000 Darío comienza a organizar un Movimiento de Trabajadores Desocupados en el barrio Don Orione en función de una definición política de un grupo que integramos en aquellos años. Desde ese momento, se ocupa de todo lo que implica el trabajo territorial, la organización de los espacios comunitarios, productivos y autogestionados.  Participa de las movilizaciones, toma de edificios públicos y cortes de ruta, en un momento donde las luchas sociales comienzan a ser cada vez más radicalizadas. Así se llega al 19 y 20 de diciembre, del cual participa activamente. 

 

Al tiempo se muda a Lanús para participar allí del MTD que, en esos momentos, toma una tierra para construir viviendas y allí arma su casa. Después comienza con el trabajo de la bloquera, que es también un símbolo emblemático que aparece en muchas fotos de Darío, inspirado en el trabajo voluntario de Ernesto Che Guevara. 

 

El 26 de junio del 2002, Darío muere asesinado por la espalda luego de socorrer a Maximiliano Kosteki en la estación Avellaneda cuando había sido herido de muerte por las balas disparadas por la policía bonaerense en un operativo conjunto realizado con gendarmería, prefectura y policía federal. Desde ese momento, Darío pasó a ser un símbolo político generacional de las militancias inscriptas en los movimientos sociales.

 
 
 
 
 

-¿Qué implicó la Masacre de Avellaneda?

 

-Implica el inicio, o el intento de inicio, de una fase autoritaria y represiva abierta por parte del Estado, implicó un de intento de escarmiento para frenar las potencialidades más insurrectas de los sectores populares en lucha, de las corrientes militantes que construían por fuera de las lógicas de la democracia representativa. De algún modo, el intento fue parcialmente frenado en términos de una gran capacidad de movilización de los sectores populares. Pero, de algún modo, fue efectivo en términos de que desde allí no hubo sectores de la militancia que volvieran a pensar la política argentina en términos más insurgentes. 

 
 

-¿Qué simboliza la figura de Darío Santillán en la actualidad?

 

-Hoy resulta de vital importancia política rescatar su figura, no por nostalgia, sino como  contradiscurso respecto de los años ‘90 y 2001-2002 , lejos de cierta mirada progresista que sostiene que en aquellos años no pasó nada y que sólo había presente un desierto neoliberal. El reverso del desierto neoliberal es la capacidad de sectores de nuestro pueblo de organizarse y luchar, en muchos casos, por reivindicaciones inmediatas para poder solucionar problemas elementales de la vida. Pero también es la construcción de una corriente de participación política de jóvenes que buscaban encontrar en el conflicto y la organización social un modo diferente de hacer política referenciada en el zapatismo, el Movimiento Sin Tierra de Brasil y recuperando lo más insurgente y combativo de los años ‘60 y ‘70 en nuestro país, tanto del ala revolucionaria del peronismo como de las izquierdas más vinculadas al guevarismo. 

 

Entonces, el recorrido militante del joven Darío Santillán hoy puede resultar inspirador para pensar, también, nuevos modos de intervención militante en los marcos de la realidad que vivimos.

 

Votá lo que puedas, consumí lo que quieras // Diego Valeriano.

Nuestros sueños no caben en una urna, pero si nuestras pesadillas. Nuestros peores temores, el ajuste, la deuda, sus maneras de concebir la vida. Nuestras formas de vida no se deciden en octubre, pero si tal vez algunas posibles alianzas, algunas fiestas, ciertas subsistencias, ese agite que necesitamos en diciembre. 

Las risas, los asados, la barra libre en los 15  y eso tan lindo que es invitar sin hacer la cuenta. No tener que exponerse yendo tanto al bajo, no subsistir quemando cobre, limpiando cordones, ni tomandonos el tren cada puta mañana. Vender, votar, plantarse, gastar a cuenta. El aire a 21 toda la noche, que las cuotas nos salven la navidad y que las pibas no tengan tanto miedo cuando pasa un patrullero.

Votar lo que podamos, consumir lo que queramos. Vagar, ranchar, rascar subsidios, arrancar, geder, comprar casacas de la Champion. Sostener el estado de ánimo, hacer cualquier cosa menos trabajar. Que estos chetos no nos rompan lo poco que ya ganamos. Esconder a los guachos, tener plantas, bancar a las turras, saltar cuando quieren levantar a los vendedores ambulantes, adherir a todos los paros. Mentir por amor, segundear a quienes queremos.

Asumir que esta guerra civil sigue en las urnas, aunque estas alianzas sean horrendas, aunque votemos traidores de palacio, esposas de jetones y encubridoras de abusadores. Guerra civil por los modos de vida,  por las vitalidades, por esta manija que no para, por un cachito de aire, porque el consumo si o si esta vez libera.

Hypotheses non fingo: Lo real está estructurado como un nudo borromeo // Roque Farrán

Leemos, leemos y leemos. Por hábito, por profesión, por defecto, por angustia, o porque en realidad no sabemos hacer otra cosa. Pero no siempre esas lecturas producen un verdadero acontecimiento intelectual que toma el cuerpo y afecta, transforma el pensamiento y produce una alegría infinita que te pone en la difícil tarea de transmitirla, contagiarla, comunicarla de algún modo. De allí la escritura insistente. Eso me ha pasado muy pocas veces, pero creo que podría anotar algunos hitos que han marcado mi vida en momentos puntuales: (i) cuando entendí que el sujeto no era el yo en Lacan, (ii) cuando entendí la lógica paradójica del acontecimiento en Badiou, (iii) cuando me encontré con la escritura de sí en Foucault, (iv) y ahora con la beatitud y la vida verdadera en Spinoza. 

Quizás la venganza por haber leído tanto haya tomado forma de escritura; quizás sea una forma-de-vida. Estoy escribiendo mucho, por todas partes, mis amigos me dicen no puedo seguirte y yo sigo escribiendo: post, notas, colaboraciones para distintos medios, artículos, capítulos, eventuales libros, en espacios como este, etc. ¿Por qué escribo? No sé. O sí: no puedo no hacerlo, es mi modo de pensar y vivir al mismo tiempo, de orientarme en el presente: necesito lanzar escritos e imaginar que quizás algo pase, algo vuelva, aunque sea mínimo, infinitesimal, un desvío, un encuentro, una lectura, etc. He llegado incluso a pensar que la escritura es mi “práctica de sí” ejemplar, paradigmática: el modo de transformar mi relación imaginaria con las condiciones reales de existencia, el simbólico redoblado, el sinthoma, y no sé qué más. Pero he comenzado a notar que además de escribir necesito decir, practicar un decir veraz, directo y simple, nada elocuente ni erudito, que vaya al hueso, a lo real, que trabaje el concepto. Quizás retome las clases: la lucha de clases. Es la nominación de un deseo real.

Pero antes necesito volver a pasar por el psicoanálisis y el despertar de un sueño. Pese a que me he resignado a escribir sobre Freud, pues me siento un poco alejado en este momento de esas lecturas, hace poco desperté pensando en su teoría. Viniendo de un sueño denso, se me arremolinaban algunas palabras: psyché extensa, escritura, tópica, etc. Y pensaba que había algo de lo real en esas escrituras metapsicológicas, algo real que se había constituido en Freud más allá del “amor al padre” o el “complejo de Edipo” o la “realidad psíquica” (todo términos señalados por Lacan como límites freudianos); y que, en definitiva, cada quien escribe con el material que puede. Luego leí una cita de Lacan donde habla justamente de la materialidad del decir y la escritura matemática; entonces pensé que el psicoanálisis podría concebirse como una teoría materialista del sujeto, en dos vertientes, precipitadas en la escritura: materialismo de la psyché tópica extensa (Freud), materialismo del decir topológico intenso (Lacan). 

Topología en extensión e intensión, podría decir. Esto de habitar en distintos planos, temporalidades desfasadas, espacios superpuestos, etcétera, quizás haga de mis intentos de comunicación, actos fallidos por naturaleza; pero creo que hay quienes captan la idea que voy tramando topológicamente en el decir y escribir, entre equívocos, incluso a veces me lo hacen saber y me alegra. La topología no sustituye a la historia, solo que acelera las conexiones y las historicidades. El fin del mundo llegó hace rato, el descerebre y el estado zombie es lo normal, el asunto es siempre: cómo vivir después de todo. Somos seres en relación, ineluctablemente. Todo lo real es relacional porque no hay relación-proporción esencial entre las cosas, las palabras, los seres, los saberes y los sexos. Por eso hay que inventar o fabricar o modular o desarrollar cada vez, caso por caso, singularmente: las relaciones, conexiones, operaciones, nominaciones. Lo que hay y lo que no hay no son opuestos, son demarcaciones que se habilitan mutuamente. O mejor dicho: Lo real es racional, y lo racional es relacional, y lo relacional emerge verdaderamente cuando se constata que en el fondo no hay relación-proporción entre las cosas, ni entre las palabras, ni entre nada, y elegimos salir del fondo y la angustia que eso genera. Aunque podríamos no hacerlo. Y a partir de allí hablamos, callamos, hacemos política, arte, amor o ciencia. Es la potencia infinita e inmanente. Quienes no han accedido a estas simples verdades, viven como zombies en esos mundos imaginarios que llaman “realidad” (psíquica o mediática, no importa), donde es posible decir una cosa como la otra porque lo simbólico es moneda falsa (“posverdad”, le llaman), donde cunde el horror a lo real y lo único que se valora es lo que dicta el mercado (económico, social, cultural o subjetivo, tampoco importa). 

El modo de ser zombie tiene su correlato comunicativo en el troll. A veces leo reacciones intempestivas muy agresivas en las redes sociales. Y me preocupa. Porque pienso que la potencia en la cual podemos encontrarnos y desarrollarnos, neutralizando los dispositivos que nos debilitan y dándoles otro uso, implica captar la singularidad de cada medio, de cada práctica. Escribir donde se pueda, practicar el psicoanálisis, practicar la filosofía, la política, el arte, el derecho, etc., no todo es lo mismo: cada práctica tiene su especificidad, su modo de exceder los límites, los aspectos reglados, normalizadores, para abrir nuevos posibles, desplegar aspectos estratégicos, reformular lo dado, etc. Si no confundimos todo, mezclamos todo, aplanamos todo y le exigimos a cada práctica que responda en los términos y valoraciones de las otras. Hay que trabajar delicadamente los entrecruzamientos, los tejidos y entramados. No proceder como elefantes en una cristalería. Lo cual no excluye decir lo que hay que decir en el momento oportuno: la práctica de la parresia. Pero hay que asumir el riesgo, captar el nudo de determinaciones y exponerse, asumiendo el equívoco irreductible. Decir la verdad, ser directo, implica al sujeto que la enuncia y se compromete por ese mismo acto; de ninguna manera es una simple descarga agresiva, montada en una aserción incuestionable. Quizás se trate, como canta Drexler, de amar la trama más que el desenlace.

Milner afirma que el nudo borromeo sólo se verifica por el corte en el que todos los hilos se dispersan. Sin dudas, ese modo abrupto de lo real del nudo resulta insoslayable. Hay que pasar por ahí al menos una vez, o dos veces. Borde de la locura o la muerte: figuras del horror. Pero el nudo borromeo también puede pensarse desde un principio constructivo: el trenzado solidario. Basta con que vayamos alternando y entrecruzando los cordeles, como se hace en una trenza, para que al contar seis gestos de cruce (o múltiplos de seis) y conectar los extremos, volvamos a hacer el nudo. Esos cordeles figurados pueden ser nada más y nada menos que las pulsiones eróticas, autoconservadoras y mortíferas; el ello, el yo y el superyó; el cuerpo, el alma y el pensamiento; la vida singular, la imagen y el intelecto material, etc. En fin, los elementos necesarios que hayan encontrado para mantenerse con vida, con cierta forma-de-vida que no se reduzca a la mera supervivencia.

Me vuelvo a preguntar, después de un tiempo, sobre tempranas escrituras: ¿tiene sentido hablar de “ontología política”, incluso de “ontología nodal”? No puedo dejar de asumir esa co-implicación entre los términos aludidos, y sin embargo hoy me resuenan distinto. La expresión en sí, “ontología política”, me resulta insensata: una solución de compromiso momentánea (sintomática) entre tendencias contrapuestas, ante el temor de dispersión inminente. Lo real habrá sido el corte. El anudamiento real se verifica retroactivamente por el corte en que se afirma: eso se sostenía. No hay a priori ni garantía alguna. La ontología, hoy, define para mí una práctica concreta; la política, otra. Entre medio: infinidad de prácticas. Si hay encuentro entre ellas, acaso, es en virtud del deseo real en juego en cada práctica y de lanzarse a la contingencia absoluta; de nuevo: nada lo garantiza. Y sin embargo, esa es la apuesta de transmisión entre la diversidad de prácticas motivadas por el deseo real; no por el imaginario de las clases, los lazos y las representaciones; ni por el discernimiento correcto de los nombres, las tradiciones y la lengua. En términos políticos: el nudo no es la rosca, y la trenza no es la transa. Si hay una política ontológica de la transmisión de saberes y el uso de las prácticas, es porque se apuesta al anudamiento de deseos desde el trenzado riguroso, por co-implicación, en el cual solo el corte mostrará cada vez que eso se sostenía. 

República, Libertad y Consumo // Eduardo Molinari & Patricio Larrambebere

“La función del discurso no es, efectivamente,

dar miedo, vergüenza, deseos, impresión, etc…, 

sino concebir lo inconcebible, es decir, 

no dejar nada al margen de la palabra ni conceder nada al mundo inefable”

Roland Barthes: Sade, Fourier, Loyola.

…“encontrarme en el baldío…

…entre las brasas humeantes del ayer…”

The Jam, Wasteland

Juntar lo irreconciliable, recortando y proyectando las sombras del pasado en los conflictos de hoy. Convocar fantasmas y presencias incomodas, al ritmo que seca el acrílico, cuando las formas de gobierno parece inspirarse en la brujería y la ciencia ficción. Trazar círculos mágicos para no rendirse al sentido común. Socializar malestares, desde los márgenes, en una red de aliados. Eduardo Molinari y Patricio Larrambebere llevan más de dos décadas compartiendo inquietudes en distintos espacios de trabajo como el Taller Proyectual Pintura de la Universidad Nacional de las Artes, un programa de estudios dedicado a la investigación en contexto, donde se ensaya el intercambio de saberes y prácticas con herramientas artísticas. Y desde mediados de los otros años noventa, en distintas muestras como Quintaesencia (Centro Cultural Recoleta, 1996) o Manifiesto Cimarrón (Biblioteca Miguel Cané, 1999). Proyectos que negociaban con los límites de lo expositivo, declinando un mismo modo de hacer en diferentes medios: la práctica artística como toma de postura e intervención pública. Siempre desde la crítica ácida, nunca cínica, tratando de juntar la memoria colectiva y la personal, la experiencia cotidiana y miserable que se oculta en las noticias, aquella que por su proximidad resulta demasiado cegadora y no admite comentario alguno.

Más coyuntural que antológica o retrospectiva, República, Libertad y Consumo pretende abrir una discusión sobre las formas de heredar y la capacidad que tienen algunas imágenes para producir herencias. Ni anacronismo ni discontinuidad. Como los circuitos RLC1 que dibujábamos en olvidadas lecciones de física, hemos trazado en la galería HACHE un circulo vicioso. Girando y girando, al interior del maelstrom. A vueltas sobre la incertidumbre que sentimos, y sobre nosotros mismos, en un recorrido por estaciones que, articulando varias escenas o unidades de agarre, sabotean la circulación general de imágenes flotantes con la que los gobiernos aspiran al control de la subjetividad, fijando el pasado en el presente y haciendo casi imposible imaginar un futuro mejor.

 

Si damos por bueno que las palabrs hacen cosas, que producen realidad, no es descabellado afirmar que República, Libertad y Consumo podrían constituir la receta de una pócima secreta o los químicos de una droga de diseño. Fórmulas distintas, aunque no siempre el mismo conjuro triste, de dominación. Tres palabras que suelen aparecer como significantes vacíos. Son casi un oximorón. Que en la muestra, además, incorpora a otra palabra más, visible como bandera y en varias fotografías intervenidas: Salud. Banderas y consignas de un encantamiento que achata el mundo y desafecta. El veneno que paraliza y extrae energía vital de los cuerpos y los territorios. Ahora bien, las banderas de un potencial fármaco, de una posible curación. Como El Historiador ciego que recorre El Archivo Caminante de Eduardo Molinari. El Historiador Ciego es potencialmente vidente, abre caminos, y al mismo tiempo es agente del pensamiento opresor. No ve lo que no le conviene. Le ofuscan las luces cegadoras. “Me interesa especialmente que las imágenes puedan crear campos de fuerzas en tensión, imágenes dialécticas que permitan a los visitantes a la muestra habitar fugazmente los procesos mágicos que mutan lo visible en invisible, y viceversa. Qué nos ayuden a desestabilizar e interrumpir el régimen de visibilidad dominante”, cuenta el propio Eduardo Molinari. Así, dependiendo de quién y cómo ondee las banderas, el sentido de las fuerzas que desata esta secuencia RLC puede ser otro. No en vano, en ocasiones aparecen vientos inesperados, gradientes y luces en la oscuridad. Existe quien todavía se sabe viejos gualichos de protección. Efecto y contra-efecto: ahora captura, ahora  resistencia. Dibujar y borrar las fronteras de lo posible y lo imposible. Y, en última instancia, decidir quién vive y quién muere. “Desconectar para reconectar de otro modo”2. Es decir, analizar cómo se inscriben y se capitalizan los flujos monetarios y libidinales que circulan por la Argentina, en lo que entraña, su vez, el manual práctico de cómo hacer frente a la dominación.

En vísperas de la próxima cita electoral, buscamos en el oportunismo una estrategia: la manera de actuar sobre aquello que todavía se puede transformar. Nada que ver con polémicas gratuitas, sino con recordar de qué manera para Eduardo Molinari y Patricio Larrambebere la política, como el arte, convocan una práctica encarnada y no un dejar hacer. República, Libertad y Consumo propone un juego tentacular donde la amenaza del fin del mundo y la violencia no son solo simbólicas. Juntando ese “hacer” con las nociones prácticas de “saber” y “producir”, la muestra presenta un archivo de imágenes tomadas del mundo del consumo, del diseño de producto, del comercio, del transporte y de la industria nacional, desde los años treinta del siglo XX hasta el último gobierno popular, la base material de la nación, su cultura viva. Que se yuxtaponen y se mezclan con una serie de figuras de animales y símbolos mágicos como la liebre, el hombre de maíz o el tucán, de muy distinta inspiración y procedencia. Y también con fotografías e ilustraciones de oscuros episodios y siniestros personajes de la actualidad, en forma de Tarot. Es El Tarot Ajeno de Eduardo Molinari, donde aparecen representados un equipo de expertos en magia negra y tecnologías varias para perpetuar la guerra.

Como en una olla mágica, los artistas han puesto a girar presente, pasado y futuro en un caldo de imágenes y sensaciones, que se arremolinan apenas camufladas, sin discriminar lo literal de lo alegórico. Imágenes de la historia, una historia de imágenes. Imágenes que son memoria y, con suerte, algún día, porvenir. Se trata de poner a prueba si es que existe algo inmutable o esencial, como una vez intentó  Martínez Estrada. “El cuchillo va escondido porque no forma parte del atavío, sino del cuerpo mismo; participa del hombre más que su indumentaria”3. Incómodo para todos, sobre todo para sus propios compañeros, con el gran heterodoxo, con Martínez Estrada, Patricio y Eduardo comparten los sinsabores del pesimismo con método analítico. Y una estética: un paisaje entre surrealizante y metafísico. Ahora recordamos como Andre Breton, a finales de los años cincuenta, jugaba a ser adivino: “el malestar o la enfermedad que mostraba el mundo en los años veinte es distinto del actual. El espíritu, entonces, era amenazado con congelarse, con fijarse en extremo, mañana la amenaza será la disolución”4 . El surrealismo también, según Breton, un día dejó de servir al impulso revolucionario y los flujos liberadores, para pasar al servicio del capitalismo, de la maquinaria de producir imágenes demasiado seductoras  que promete libertad y traen subordinación. En las paredes de HACHE aparecer este tránsito de la utopía a la distopia naturalizada, a través de pistolas y perros policías que son y no son personajes de fábula, buitres que no vuelan más y no por ello han perdido la capacidad de hostigar y teleprónters para palabras huecas, los discursos de un presidente que desearía no tener que dar explicaciones. Es verdad: también tenemos billetes de tren tipo Edmondson, aunque a este ritmo no van a quedar pasajeros, ahora que es tiempo de emigrar. Memorabilia de un progreso que termina en choque frontal. Y sin embargo clean, sin heridos ni daños materiales. Espectacular. Cuando la modernización incesante es sinónimo de racionalización. Cuando la opción progresista solo trae destrucción. 

Este océano de imágenes en disputa suena como un ruido de fondo, como un mantra salpicado de ofensas que un día nos gustaría saldar. Primero toca aprender a defenderse, rastreando otras conexiones posibles, juntando imágenes sin un programa estable, en movimiento, en unidades de agarre que nos gustaría que sirvan para eso: para no soltar. Para tirar del freno de mano y abrazar fuerte lo que no tenemos intención de perder. ¿Quién quiere nostalgia cuando puede sentir ira? Valga el ejemplo de las nuevas pinturas que presenta Larrambebere. Como él mismo explica: “el antiguo Ferrocarril Midland de Buenos Aires, una línea que recorría la cuenca lechera del sudoeste de la provincia. Arrancada del suelo durante la dictadura militar de Martínez de Hoz, abandonada y desdeñada por recientes decretos que responden al modelo del realismo capitalista, ha sido reducida a su mínima expresión. Invadida por una nube de dudas (y humo) acerca de su rehabilitación desde el 4 de agosto del 2017. Hoy la desidia y el glifosato la han transformado en un baldío de quinientos kilómetros de longitud por catorce metros de ancho, donde campean el desasosiego y la soja transgénica”.

 

Toda herencia, no sola la cancerígena, constituye al final un problema técnico. Como Isabelle Stengers y Philippe Pignarre sugieren en La brujería capitalista, debemos adoptar estrategias que pasen por repropiarse colectivamente de lo que parecía abandonado. Por eso creemos que es crucial volver a pensar cuál es y cómo defender nuestro patrimonio colectivo, sin esteticismos ni imposturas, reflexionando sobre cómo es posible y qué vamos a heredar en este horizonte de deuda y desahucios, en el que nada nos pertenece.

Para la ocasión, hemos rastreado en la producción de los artistas, reuniendo obras de distintos periodos, formatos y materialidades: collage, fotografías intervenidas, dibujos, pinturas, affiches y algún que otro objeto. ¿Qué tienen en común más allá de los retornos fantasmagóricos que proponemos? Como las copias al ferroprusiato o cianotipos que presenta Larrambebere -una técnica fotográfica que depende por completo del revelado con la luz solar-, todos han sido producidas siguiendo procedimientos que comparten un gusto y un manejo de lo analógico, una consistencia en el tiempo, en la repetición. Técnicas y operaciones “pasadas de moda” que, por otra parte, permiten dibujar varias genealogías. Desde luego, en un sentido evidente está el vínculo sentimental que Molinari y Larrambebere tienen con la estética del documento y el universo de la militancia de los años setenta. Pero no vamos a volver sobre Tucumán Arde. Porque, por otro lado, están los Molinari y Larrambebere volcados en el estudio y el compromiso con cierta tradición local que hizo del arte y la vida un proyecto anti-elitista, una práctica abierta al comercio entre el arte de vanguardia, lo popular y lo artesanal. De hecho, los trabajos de Molinari y Larrambebere hacen de esta cuestión técnica un saber y un hacer situado en el territorio y en la historia, una sutileza y una atención más allá de lo introspectivo. Un arte menor que sondea, estratifica y espesa.


De los Artistas del Pueblo y la Sociedad Nacional de Pintores y Escultores, con su Salón de Independientes, heredan la pregunta por la función social del arte y la opción por las formas realistas como vía de denuncia de una miseria cada vez más presente, no sólo en el arrabal. De ellos también toman “una forma de producción que privilegia las técnicas y materiales bajos o poco prestigiosos, reivindicando con el uso de esas modalidades al arte como oficio manual y al creador como un trabajador”5. Estrategias que se suman al efecto movilizador de la factura artesanal propia del artista obrero, expresada en la misma multiplicidad y reproducción que inventó la modernidad. Además, tenemos la influencia no sólo formal de la pintura de los años setenta, de pintores como Juan Pablo Renzi o Pablo Suárez, con el que por cierto Patricio Larrambebere se formó. Y que se deja notar, sobre todo, en el uso de una poética de lo literal, visible especialmente en el juego de apariciones y desapariciones de la figura humana, en el juego de espacios desiertos que alertan sobre la extinción de un modo de vida. Pero volvamos sobre el oficio del artista y su trabajo, sobre cómo un saber-hacer y un tiempo de dedicación, una jornada, una vez significaron el reclamo de un salario y una política de la solidaridad. La vía de entrada a la discusión favorita del arte argentino: la profesionalización. Discusión que los jóvenes Molinari y Larrambebere vivieron en sus carnes durante los últimos años de su formación, en el ambiente de finales de los ochenta y principios de los noventa. Durante las privatizaciones y lo despidos masivos en las empresas nacionales. Antes de los dosmiles y del arte que, al parecer, “nunca existió”6 .Cuando todo era bello e inocente, cuando el arte se hacía entre y para un círculo de amigos. Antes de que el precario ambiente artístico que hoy conocemos, según algunos autores, diera “un giro hasta convertirse en un sistema organizado profesionalmente alrededor de instituciones y galerías” 7. Cronología que coincide, a todo esto, con el paso de Eduardo y Patricio a la universidad pública. Y con la aparición de varios colectivos artísticos, horizontales, auto-gestionados y transdiciplinarios como el Grupo de Arte Callejero, Grupo Etcétera y la Internacional Errorista, la Agrupación boletos tipo Edmondson que Larrambebere fundó a finales de los noventa, o también el Archivo Caminante que Eduardo Molinari fundó en 2001.

Coda

Pero volvamos a la muestra, ya que quedan todavía algunas preguntas por responder. Sin duda, la principal sería ¿en qué medida son o no recuperables las palabras que dan título a este proyecto? Es decir: ¿hay algo que salvar de la secuencia República, Libertad y Consumo? Por ejemplo: ¿es posible una forma no neo-liberal de consumir? ¿Hay libertad por fuera del mercado? Son cuestiones para debatir. De mano, es curioso ver cómo al ser pronunciadas en una conversación se tuerce la cara del interlocutor. República, Libertad y Consumo conforman una secuencia entre incongruente y maldita. Un espejo donde todos se ven representados, pero cuya reflejo tenebroso nadie quiere asumir. Ese es, en definitiva, su poder. No son palabras estériles, ni tampoco inocentes. Todavía son capaces de suscitar pasiones. 

En su texto Salir del underground, entre el populismo y el modernismo popular, el crítico cultural Mark Fisher intentó una jugada más bien polémica. Más aún si es trasladada al contexto argentino, en donde lo popular significa muchas cosas que no significa en el Reino Unido. Es decir, donde no está tan claro que pueda darse una cultura popular al margen de lo que se teorizó y practicó como populismo. Y sin embargo, merece la pena discutir su hipótesis: parte del arte y, en general, la cultura juvenil difundida por los medios de comunicación modernos (prensa, radio, TV…), principalmente de los años cincuenta a finales de los años setenta, hasta que se produjo la contra-ofensiva conservadora, se atrevió a nombrar sus fantasmas e intentó transformar muchos sentimientos reprimidos en formas de vida alternativa y prácticas de liberación que atentaban contra las instituciones sociales y la moral. Esto es, pretendió transformar mucha frustración de clase en historias personales y comunitarias que, sin embargo, no lograron transgredir los estrechos límites del mundo burgués que criticaban. El resultado, piensa Fisher, es algo así como una revolución latente, por venir, al interior de las promesas y ejemplos que quedaron suspendidos del tiempo, virtuales, sin llegar a ser llevados a cabo por completo. O quizás si fueron llevados a cabo y resulta que nuestra visión exótica del pasado, en verdad pragmática y fetichista, no lograr distinguir entre lo verdadero y lo verosímil. 


Molinari y Larrambebere parecen tomarse en serio a Fisher porque, una vez más, de lo que se trata es de problematizar y politizar los procesos de herencia o cómo agenciarse de aquello que ya no nos pertenece. “Confrontar el proceso por el cual vemos a lo dado por hecho transformarse en lo imposible. El modo de evitar la nostalgia es mirar las posibilidades perdidas de cualquier era”8 . En otras palabras, celebrar en las mil derrotas que quedan, sin dejarse eclipsar cuando se tiene en bandeja el poder. 







1 En electrodinámica un circuito RLC es un circuito lineal que contiene una resistencia eléctrica, una bobina (inductancia) y un condensador (capacitancia). Existen dos tipos de circuitos RLC, en serie o en paralelo, según la interconexión de los tres tipos de componentes. El comportamiento de un circuito RLC se describe generalmente por una ecuación diferencial de segundo orden (en donde los circuitos RC o RL se comportan como circuitos de primer orden). Con ayuda de un generador de señales, es posible inyectar en el circuito oscilaciones y observar en algunos casos el fenómeno de resonancia, caracterizado por un aumento de la corriente (ya que la señal de entrada elegida corresponde a la pulsación propia del circuito, calculable a partir de la ecuación diferencial que lo rige). Fuente: Wikipedia.

2 Isabelle Stangers y Philippr Pignard: La brujería capitalista. Hekht, 2018.

3 Martinez Estrada: Radiografía de la Pampa. Ediciones Losada, 2006.

4 Hal Foster: Belleza Compulsiva. Adriana Hidalgo, 2008. 

5 VVAA: Redes de vanguardia. Amauta y América Latina. 1926-1930. Museo Reina Sofía, 2019.

6 Rafael Cippollini: “La verdad es que somos cualquier cosa”. Apuntes para una estrategia argentina del siglo XXI”. En Prácticas contemporáneas, apuntes y aproximaciones. FNA, 2011.

7 Claudio Iglesias: Falsa Conciencia. Metales Pesados, 2017. 

8 Mark Fisher: Los fantasmas de mi vida. Caja Negra, 2018.

 

Spinoza disidente // Diego Tatián

NO HAY MENTES LIBRES QUE HABITEN CUERPOS OBEDIENTES

 

Compartimos un fragmento del libro “Spinoza disidente” del filósofo Diego Tatián, editado por Tinta Limón. Para el autor, la promesa democrática que el spinozismo atesora es un desafío para los teóricos y también una caja de herramientas para nuevas prácticas en las luchas sociales por venir. A su vez, se conjuga con una sabiduría de la adversidad que resulta novedosa incluso hoy para resistir en tiempos de oscuridad. Este sábado será la presentación en Caburé Libros. Acompañarán al autor Cecilia Abdo Ferez, Mariana Gainza, Sebastián Torres y Diego Sztulwark.

 

La filosofía spinozista enseña de este modo que ninguna criatura es soberana, propietaria de sí –o en palabras de la Ética: los seres no son en sí mismos sino en otro; no se explican ni se conciben por sí mismos sino por otro–. Ese otro es la naturaleza o la sustancia o Dios –que en Spinoza no es persona, no es alguien, no es un sujeto, ni algo que ordena y establece decretos por libre voluntad, ni ejerce conscientemente un poder, castiga, premia, condena o salva–. El Dios de Spinoza –si quisiera mantenerse la palabra, de la que sin embargo se podría prescindir sin que su filosofía perdiera nada– es indeterminado e irrecíproco. Todos los seres son en él (in Deo) y se definen por una capacidad de producir efectos en sí mismos y en los otros, por una potencia de actuar que explica y expresa la esencia infinita de Dios de manera determinada. Pero en cuanto parte de la potencia infinita de la naturaleza, la potencia por la que los modos finitos existen y obran no les es propia sino completamente impropia –o “transindividual”, según el concepto de matriz simondoniana con el que Etienne Balibar abonó la discusión spinozista a partir de su escrito de 1997–. En efecto, hay siempre una dimensión transindividual e impropia en lo que hacemos y pensamos, que sólo puede ser descifrada en la práctica y colectivamente. Nos hallamos aquí en las antípodas del sujeto cartesiano, en medio del complejísimo juego de ser con otros en una trama de afecciones y afectaciones por la que cada uno de ellos es determinado a obrar de una cierta y determinada manera.

A los presupuestos ontológicos de la libertad humana reseñados hasta aquí es necesario añadir que Spinoza niega que una idea pueda ser causa de un efecto en la extensión y que un cuerpo pueda causar un efecto en el pensamiento. Con ello desmantela la representación de la libertad que la funda en una acción voluntaria del alma sobre el cuerpo –pues “ni el cuerpo puede determinar al alma a pensar, ni el alma puede determinar al cuerpo al movimiento ni al reposo…” (E, III, 2)–, y la revela como una ficción. Cuerpo y alma no están pues “unidos” de manera ninguna, ni son “paralelos” (caso en el cual se estaría restableciendo el dualismo), sino más bien “son una sola y la misma cosa (… Mens et Corpus una, eademque res sit…), ya la consideremos bajo la perspectiva del atributo pensamiento o ya sea que se la considere bajo la perspectiva de la extensión –es decir, designan una identidad que “se expresa de dos maneras (duobus modis expressa)”–.

En el largo escolio de esta proposición –donde se concibe al cuerpo como “fábrica” (fabrica corporis) y se pone de manifiesto la ignorancia general respecto a lo que un cuerpo puede en virtud de las solas leyes de su naturaleza– Spinoza introduce una referencia al lenguaje, no irrelevante para la dimensión política y pública de la libertad que motiva la redacción del Tratado teológico-político. En ese escolio, en efecto, se afirma que los seres humanos no tienen poder sobre lo que dicen o callan puesto que el lenguaje obedece a una materialidad autónoma de una presunta voluntad libre: “…los asuntos humanos se hallarían en mucha mejor situación, si cayese igualmente bajo la potestad del hombre tanto el callar como el hablar. Pero la experiencia enseña sobradamente que los hombres no tienen sobre ninguna cosa menos poder que sobre su lengua”.

El lenguaje se determina por un impulso –que, como sucede con los afectos, difícilmente los seres humanos son capaces de contener– y se basa en la memoria involuntaria de las palabras. La conclusión materialista a partir de haberse postulado la identidad de cuerpo y alma es que “quienes creen que hablan o callan, o hacen cualquier cosa por libre decisión del alma, sueñan con los ojos abiertos”.

El alma no es “causa libre” del lenguaje ni de sus acciones sino que está determinada a hablar o callar por algo determinado a su vez; en otros términos: así como “no hay ninguna facultad absoluta de entender, desear, amar, etc.” (E, II, 48, esc.), tampoco hay una facultad absoluta de hablar. El lenguaje se explica por los movimientos del cuerpo y la connexio extensa, por lo que no es efecto del pensamiento en tanto concatenación de ideas. Sin embargo, precisamente debido a que el cuerpo y el alma (en tanto idea corporis) son “una sola y la misma cosa”, la libertad de palabra no es inesencial ni exterior a la libertad de pensar. En efecto, el Tratado teológico-político no se propone tanto resguardar una libertad privada como fundar una libertad pública; ni tanto preservar la libertad de conciencia de su posible daño por parte de un poder común, como producir una libertad institucional capaz de expresar –sin expropiar– una potentia democratica que existe por naturaleza como poder colectivo de actuar y como inteligencia general. Esa común libertad civil, para ser tal, deberá manifestar (extender, incrementar, enmendar, desviar, politizar…) los derechos naturales y la naturaleza humana sin presuponer su cancelación ni su alienación –a la vez que su institución no equivale al derecho de cada cual “a vivir según su propio criterio”–. Se desvanece pues la tajante distinción entre foro interno y foro externo que Hobbes había establecido sustrayendo el primero (las creencias y las ideas en la medida en que no se comunican) del poder punitivo legítimo del Leviatán, cuyo ejercicio quedaba reducido a la exterioridad de las acciones y las palabras.

Contrario a ello, no hay para Spinoza libertad retenida, no manifestada o clandestina. La libertad es siempre política, efecto en la exterioridad, comunicación, puesto que el pensamiento es una res publica. No hay, en suma, “mentes libres que habiten cuerpos obedientes”, ni “libertad de pensamiento si hay servidumbre de los cuerpos”, ni es posible pues pensar lo que se quiera sin decir lo que se piensa (sometido esto a las restricciones que establece la paz), por lo que las ideas, las acciones y las palabras mantienen una unidad concomitante a la identidad del cuerpo y el alma que se expresa a través de ellas. Aunque la matriz tacitiana de la inspiración spinozista atestigua la “rareza” de la libertad (Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias dicere licet –Tácito, Historias, I, 1), en cierto sentido el “Estado violento” es siempre provisorio si no una imposibilidad, por cuanto su propósito –imperar sobre las almas e imponer las opiniones y los afectos de los ciudadanos para que opinen y sientan de manera diferente a como lo hacen– está condenado al fracaso debido a la constitución del derecho natural humano. Aunque se lo proponga, nadie es capaz de renunciar a su libertad de opinión y pensamiento, por lo que atenta contra sí mismo un Estado que busca imponer obligaciones y prohibiciones sobre el habla civil, la contienda política y la conversación filosófica, pues “ni los más versados, por no aludir siquiera a la plebe, saben callar. Es este un vicio común de los hombres: confiar a otros sus opiniones, aun cuando sería necesario el secreto. El Estado más violento será, pues, aquel en que se niega a cada uno la libertad de decir y enseñar lo que se piensa…”.

Spinoza parte, pues, de la constatación de un hecho: los seres humanos son incapaces de ocultar sus pensamientos, que tienden siempre a manifestarse, a exteriorizarse en lenguaje y ponerse en circulación. La libertad de expresión (la libertas philosophandi pero no sólo; también la libertad de opinar sobre todas las cosas de todas las personas, cualquiera sea su competencia para hacerlo) no es tanto un imperativo moral como un requisito y una institución de la vida social que aspira a no ser violenta, habida cuenta de la irreductible diversidad humana en lo que respecta a las creencias y opiniones en materia religiosa, filosófica y política.

Lejos de obtener el efecto buscado de reprimir las opiniones adversas y ser eficaz en la censura de las palabras públicas que realizan y expanden la libertad de pensar, la violencia contra el lenguaje ocasiona lo contrario (“…está muy lejos de ser posible que todos los hombres hablen de modo prefijado. Antes al contrario, cuanto más se intenta quitarles la libertad de hablar, más se empeñan en lo contrario”), y tienen por efecto la persecución, el exilio y el suplicio de las personas honradas, a la vez que la deslealtad y la adulación de quienes medran en la proximidad del monarca.

La libertad establece así la encrucijada entre filosofía y política que conjunta el contenido filosófico de la política y el contenido político de la filosofía. La libertas philosophandi es una libertad política elemental en el spinozismo (más que un motivo liberal acaso podría detectarse aquí un lejano eco socrático), a la vez que las instituciones políticas democráticas expanden las condiciones de una filosofía común o en común, es decir una multiplicación no estrictamente de filósofos sino de “lectores con espíritu filosófico”, según el anhelo de interlocución al que convoca el prefacio del Tratado teológico-político.

 

Al igual que Dios, el hombre obra por absoluta necesidad de su naturaleza, y conforme esa necesidad se esfuerza por conservar su ser. La libertad humana –dice Spinoza en el capítulo del Tratado político sobre el derecho natural– no podría ser atribuida a nada que suponga impotencia (no existir, no pensar, no actuar en conformidad con la naturaleza…) puesto que es una virtud y una perfección que no debe ser confundida con la “contingencia” (TP, II, 7). Se introduce allí una clásica distinción del derecho romano entre estar y obrar bajo el poder de otro (alterius juris esse) y ser autónomo (sui juris esse). Spinoza describe someramente aquí las formas de ejercicio de poder que afectan o destruyen la libertad, por coacción o por impedir que alguien actúe orientado por la propia utilitas según su naturaleza. Esas formas son materiales (encarcelar, desarmar, impedir el movimiento por alguna amenaza…) o ideológicas: infundir miedo, conceder favores para mantener a alguien obligado, pero también el “engaño” que se apropia de la facultad de juzgar de otros para someterlos de ese modo a su propia conveniencia (TP, II, 9-11).

En el estado de naturaleza el derecho natural –por consiguiente la libertad– es siempre precario, frágil, mínimo (o directamente nulo) y abstracto. Es esta la principal diferencia con el jusnaturalismo hobbesiano, del que Spinoza parte para subvertirlo. En efecto, la política es autoinstitución de la libertad que no tanto conserva sino más bien concreta al derecho natural y le confiere realidad, por lo que la libertad puramente individual es una postulación abstracta, en cuanto tal ínfima si no inexistente, apenas un ente de razón. En Spinoza, la libertad (también la que llamamos “individual”) es un efecto de lo común, requerido por ella como su condición de posibilidad. El derecho civil, la existencia pública organizada en instituciones políticas y la vida en sociedad son una extensión y una prolongación del derecho natural –son el derecho natural mismo que adquiere de este modo realidad, por lo que la institución de lo común nunca presupone una cancelación de la naturaleza y del derecho provisto por ella a todos los seres, sino una emmendatio politizadora que lo mantiene inmanente a la Ciudad instituida, y de esta manera lo radicaliza–.

No hay por tanto libertad solitaria (podría invertirse aquí la clásica formulación liberal y reescribirla con una pequeña enmienda: “mi libertad no termina sino que empieza donde empieza la libertad de otro”); más bien, lo que Spinoza llama “estado de soledad” (ni de guerra ni de paz) es aquel en el que la libertad y el derecho son reducidos a su mínima expresión –por tanto un estado contranatural, ni propiamente natural ni plenamente político–. Spinoza parece distinguir entre la soledad que es condición propia del estado natural y una soledad social producida por el terror, según un pasaje que describe anacrónicamente de manera bastante aproximada lo que hoy llamaríamos “terrorismo de Estado”. “De una sociedad cuyos súbditos no empuñan las armas, porque son presa del terror (metu territi), no cabe decir que está en paz, sino más bien que no está en guerra… Por lo demás, aquella sociedad cuya paz depende de la inercia de unos súbditos que se comportan como ganado, porque sólo saben actuar como esclavos, merece más bien el nombre de soledad que el de sociedad (rectiùs solitudo, quam Civitas dici potest)” (TP, V, 4).

La supresión de la libertad por el terror no retrotrae a la vida precaria del estado natural; más bien inmuniza a los seres de los vínculos que pudieran establecer con otros y produce una forma de existencia despojada de humanidad, donde la vida se encuentra reducida a “la sola circulación de la sangre y otras funciones comunes a todos los animales” (TP, V, 5). Al contrario de la “soledad”, la construcción común de la libertad como desbloqueo de la vida activa –es decir como establecimiento de un conjunto de condiciones institucionales y sociales que favorecen la manifestación de la potencia de actuar, de pensar y de hablar (que es una sola), así como también la irrupción de nuevas composiciones y singularidades sociales– es lo que Spinoza designa con una palabra antigua y denostada: democracia.

En tanto apertura de lo político y no una forma de gobierno entre otras, la cuestión democrática es la cuestión de la “multitud libre” –motivo fundamental del Tratado político que sustrae al spinozismo de cualquier reducción liberal de su pensamiento–. François Zourabichvili proponía que con el concepto de “multitud libre” Spinoza designa el “momento originario” de la política, una instancia intermedia aún no organizada propiamente en un régimen institucional pero ya fuera del estado de naturaleza; libre sería pues la multitud en el “momento indeterminado” del estado civil.

Pero además de condición de la política, la multitud libre –que no debe ser confundida con la “fábula” de una multitud racional (TP, I, 5)– sería también su efecto. En cuanto presupuesto de la condición social en general, toda forma de gobierno es originariamente democrática, pues su establecimiento requiere el momento originario de la multitud libre. Pero una multitud no lo es (es “esclava”) cuando se halla sometida a otro por derecho de guerra, o bien cuando es dominada por el miedo y reducida a la soledad. El “cultivo de la vida” y la “esperanza” en vez del miedo a la muerte es lo que anima a una multitud cuando es libre (TP, V, 6), y para que ello suceda –según enseña Maquiavelo, conforme la interpretación spinozista del segretario fiorentino como partisano de la libertad–, “la multitud debe guardarse de confiar su salvación a uno solo” (TP, V, 7).

La inagotable vitalidad de la multitud libre produce instituciones que la expresan sin reducirse nunca completamente a ellas. Pensada en clave spinozista, democracia es manifestación, incremento, apertura, composición imprevista de diferencias, y nunca bloqueo del deseo por el procedimiento, inhibición del occursus entre heterogeneidades favorables o imposición de soledad. La libertad originaria se concreta en un régimen donde la constitución, las leyes y los procedimientos son instituciones forjadas por la vida popular, por las luchas sociales y la experiencia colectiva, que de este modo es siempre “autoinstitución ininterrumpida”. Comprendida como inmanencia de lo instituyente en las instituciones, democracia nunca presupone la desconfianza de la potencia común, la inhibición por el miedo ni la despolitización del cuerpo colectivo para su control, a la vez que se desmarca del idealismo que postula por principio del pensamiento una representación de cómo los seres humanos deberían ser (racionales, virtuosos, solidarios, austeros, justos), para tomar en cuenta el poder de los afectos sobre la vida humana (lo cual no equivale a decir que los individuos y las sociedades se hallan condenados a las pasiones tal y como irrumpen inmediatamente). En cuanto potentia democratica, la multitud libre es Abgrund; porta una excedencia (la misma excedencia en virtud de la cual la vida desquicia y vulnera las formas que por un momento la contuvieron) y una inadecuación, que es el punto exacto de irrupción de la libertad. Despojada de este legado maquiaveliano-spinozista, la democracia es impotente y es frágil.

 

Método de análisis // Antonio Gramsci

¿Las relaciones internacionales preceden o siguen (lógicamente) a las relaciones sociales fundamentales? Indudablemente las siguen. Toda renovación orgánica en la estructura modifica también orgánicamente las relaciones absolutas y relativas en el campo internacional a través de sus expresiones técnico-militares. Aún la misma posición geográfica de un Estado nacional no precede sino sigue (lógicamente) las innovaciones estructurales, incidiendo sobre ellas, sin embargo, en cierta medida (precisamente en la medida en que las superestructuras inciden sobre la estructura, la política sobre la economía, etc.). Por otro lado, las relaciones internacionales inciden en forma pasiva o activa sobre las relaciones políticas (de hegemonía de los partidos). Cuanto más subordinada a las relaciones internacionales está la vida económica inmediata de una nación, tanto más un partido determinado representa esta situación y la explota para impedir el adelanto de los partidos adversarios (recordar el famoso discurso de Nitti sobre la revolución italiana ¡técnicamente imposible!). De esta serie de datos se puede llegar a la conclusión de que, con frecuencia, el llamado “partido del extranjero” no es precisamente aquel que es vulgarmente indicado como tal, sino el partido más nacionalista, que en realidad, más que representar a las fuerzas vitales del propio país, representa la subordinación y el sometimiento económico a las naciones, o a un grupo de naciones hegemónicas.
Desde esa serie de hechos se puede llegar a la conclusión de que a menudo el llamado “partido del extranjero” no es precisamente el que se indica como tal, sino el partido más nacionalista, el cual, en realidad, más que representar las fuerzas vitales del país, representa la subordinación y sometimiento económico a las naciones o a un grupo de naciones hegemónicas.
El problema de las relaciones entre la estructura y las superestructuras es el que hay que plantear y resolver exactamente para llegar a un análisis acertado de las fuerzas que operan en la historia de un cierto período, y para determinar su correlación. Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el de que ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes, o no estén, al menos, en vías de aparición o desarrollo; 2) el de que ninguna sociedad se disuelve ni puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones. De la reflexión sobre esos dos cánones se puede llegar al desarrollo de toda una serie de otros principios de metodología histórica. Por de pronto, en el estudio de una estructura hay que distinguir entre los movimientos orgánicos (relativamente permanentes) y los movimientos que pueden llamarse “de coyuntura” (y que se presentan como ocasionales, inmediatos, casi accidentales). Los fenómenos de coyuntura dependen también, por supuesto, de movimientos orgánicos, pero su significación no tiene gran alcance histórico; producen una crítica política minuta, al día, que afecta a pequeños grupos dirigentes y a las personalidades inmediatamente responsables del poder. Los fenómenos orgánicos producen una crítica histórico-social que afecta a las grandes agrupaciones, más allá de las personas inmediatamente responsables y más allá del personal dirigente. Al estudiar un período histórico se presenta la gran importancia de esta distinción. Se tiene, por ejemplo, una crisis que a veces se prolonga durante decenios. Esa excepcional duración significa que se han revelado en la estructura contradicciones insanables (las cuales han llegado a madurez), y que las fuerzas políticas que actúan positivamente para la conservación y la defensa de la estructura misma se esfuerzan por sanarlas y superarlas dentro de ciertos límites. Esos esfuerzos incesantes y perseverantes (puesto que ninguna forma social confesará nunca que está superada) constituyen el terreno de lo “ocasional”, en el cual se organizan las fuerzas antagónicas que tienden a demostrar (demostración que, en último análisis, sólo se consigue y es “verdadera” si se convierte en nueva realidad, si las fuerzas antagónicas triunfan, pero que en lo inmediato se desarrolla a través de una serie de polémicas ideológicas, religiosas, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., cuya concreción puede estimarse por la medida en la que consiguen ser convincentes y alteran la disposición preexistente de las fuerzas sociales) que existen ya las condiciones necesarias y suficientes para que puedan, y por tanto deban, resolver históricamente determinados problemas (“deban”, porque todo incumplimiento del deber histórico aumenta el desorden existente y prepara catástrofes más graves).
 

#LaVaganciaEnLasListas // Diego Valeriano.

Sin lugar a dudas unos de los movimientos más masivos y disruptivos de los últimos tiempos es la vagancia. Nacida al calor de los últimos años del menemismo, bautizada en los enfrentamientos callejeros del 2001 y nutrido en el posterior capitalismo runfla, la vagancia supo imponer usos, palabras, costumbres, consumos y estribillos a este nuevo siglo.

Ni chorizo, ni policía y en una alianza virtuosa con los dos gobiernos de CFK la vagancia se expande por lugares inimaginables, se enfrenta cuerpo a cuerpo con el aspecto más represivo de este gobierno y puebla las noches de segundeos, fiesta y desobediencias. La vagancia alimenta de manera silenciosa, pero constante, las insurrecciones pasadas, presentes y futuras.

La vagancia no obedece, no disputa espacios simbólicos que de por si están perdidos, no se preocupa por batallas culturales y sabe que el consumo libera. No es ortiba nunca. Moviliza por una astilla sin ser gato del plan, construye sentido esperando en el barrio y siempre está al acecho. Arrancar, devenir, amar, quema de comisaría y saqueo. La vagancia es solidaria y pluralista, nunca deja tirado, nunca atrevido con los indefensos y da el asiento a las doñas en el tren.

Contra los haters, las chetas, los panelistas que gritan como desaforados y  las twiteras sabelotodo. Contra los que nos explican todo en un posteo -incluso eso que no hacen- contra los que catan traidores, contra los peronistas de palacio y en defensa de Cristina, de lo que ella es posta, de sus mejores virtudes, es que es urgente que pongan a la vagancia en las listas.

La trampa del paraíso perdido

Dirección

Patricio Suárez y RheaVolij

¿Qué podemos afirmar hoy de lo humano en los confines de la técnica, en su vaivén existencial entre lo orgánico y lo inorgánico? ¿Qué experiencia física constituye lo Cyborg? ¿Qué formas de placer ensayamos dentro de nuestro paraíso indoor que se impone como expresión de la vida en la Metrópoli? 

Cuerpos anónimos, andróginos, técnico-humanoides. Cuerpos-pregunta que conectan con fuerzas que insisten y se transfiguran: Adán entra al paraíso sin saber qué hacer con el deseo que lo acecha; mujeres-pollito aprenden a caminar arriba de sus tacones; Amy Winehouse resucita en el acto de ver y ser vista.

¿Será posible esta vez borronear la domesticación, hacerle una burla a la hipótesis de una historia evolutiva y binaria? ¿Qué chispas de subsistencia y humor podrán surgir de la fricción del cuerpo con un más allá cristalizado? 

Un espacio vacío cercado de pinturas en blanco, algún souvenir del paraíso perdido, y una criatura que se empecina en representarse a sí misma frente a un espejo que adquirió luz propia.

¿Qué rebeliones del organismo hará estallar en medio del sinsentido, la confusión y el entusiasmo? Entramos al paraíso. Bailamos la trampa…

 

Funciones en junio

Funciones: sábados 15, 22 y 29 de junio a las 20 hs

Teatro: Galpón de Guevara

Dirección: Guevara 326

Informes y reservas: 3908-9888

http://www.alternativateatral.com/obra64890-la-trampa-del-paraiso-perdido

Duración de la obra: 50 minutos

 

Funciones en julio

Funciones: jueves 11 y 18 de julio a las 20.30  

Teatro: Centro Cultural de la Cooperación, Sala Solidaridad

Dirección: Av. Corrientes 1543

Duración de la obra: 50 minutos

 

Intérpretes: Popi Cabrera, Malena Giaquinta y RheaVolij

Música: Patricio Diego Suárez / Escenografía: Sandra Iurcovich / Iluminación: Matías Sendón / Vestuario y Maquillaje: Silvia Zavaglia / Producción: Carlota Berzal y Virginia Fornillo / Prensa: Simkin & Franco / Diseño gráfico: SIKE/ Fotografías: Carolina Nicora

Dirección y coreografía: Patricio Suárez y RheaVolij

El método del hilván // Diego Sztulwark

  • ¿Hay igualdad sin revolución?

¿Con qué derechos pretende la política transformar la realidad actual en un sentido igualitario? Si a partir de Maquiavelo lo político occidental accede a su potencia terrenal, sólo la conmoción causada por las revoluciones planteará el problema de la efectiva igualdad entre humanos, ya no ante Dios sino en el mercado, ante la ley o incluso ante la propiedad de los medios de producción: variante burguesa o socialista.

Tomada en su dinámica histórica, la revolución fue un dispositivo de invención de procesos igualitarios que conmocionó a metrópolis y colonias, de Inglaterra a EE UU, de Francia a Haití, de Rusia a México, de China a Cuba.

El ciclo revolucionario se define según coordenadas espacio temporales. En cambio el dispositivo revolucionario se caracteriza por su efectividad: permite a las clases sociales subalternas o explotadas reunir fuerza física suficiente para transformar la realidad inscribiendo en la estructura social ideas igualitarias (la maduración del dispositivo dio lugar a la secuencia insurrección, vanguardia, doble poder).

La expresión “cierre del ciclo de las revoluciones” es ambigua y da lugar a posiciones contradictorias. Si por un lado plantea un problema de fuste: ¿qué otro dispositivo es capaz de sostener la correlación entre prácticas y discursos igualitarios y capacidad efectiva de modificar de modo radical estructuras de poder?; por otro describe un estado de cosas definido por la no actualidad de la revolución, en el cual se consagra la independencia de las dinámicas económicas y jurídicas respecto de los deseos igualitaristas que recorren el campo social. Esta desvinculación oscurece y anula las vías para traducir impulsos libertarios en cambios de estructuras.

Lo cierto es que la inoperancia del dispositivo revolucionario da lugar a un destiempo abismal en el que la riqueza de las luchas contrasta con la miseria de los poderes. El neoliberalismo -no sólo como partido, sino también como sociedad emergente de la reestructuración del capitalismo- es la neutralización de lo político igualitario. El olvido de la revolución es una de sus operaciones elementales. Su desprecio histórico, sin embargo, no apunta al pasado sino al presente. Se trata de evitar que las clases explotadas vuelvan a reunir sustento material con que respaldar los procesos de concreción de igualdades.

En el extremo, la denegación de la revolución apunta a desconectar el nexo histórico entre lucha de clases y democracia. Esto es: a liquidar toda historicidad capaz de defender incluso las módicas igualdades de la llamada democracia burguesa. 

¿Y entonces?

El dispositivo revolucionario formuló en la practica las preguntas claves: ¿qué igualdad, para quiénes y con qué límites? Esas formulaciones fueron realizadas sobre el exigente terreno en el cual las ideas se sostienen por la vía de la fuerza física entre las clases sociales. Estas preguntas organizaron la comprensión histórica de los fenómenos ocurridos al menos hasta los años 90. En nuestro caso, recorrieron las polémicas sobre el peronismo de los 50, la nueva izquierda de los 60, el terrorismo de estado de los 70 y el neoliberalismo de los 90. Con la crisis de 2001 las cosas se modificaron: las figuras plebeyas que protagonizaron la rebelión forzaron al límite el impasse histórico. Sin engendrar formas políticas consistentes en el tiempo, sostuvieron la potencia destituyente que liquidó por un período la legitimidad neoliberal de las instituciones. La posterior voluntad de inclusión, potencia de la militancia promovida desde el estado -sobre todo entre los años 2008/2012-, amplió la participación al tiempo que promovió un crecimiento económico sobre la base de micropolíticas neoliberales (base sobre la cual Macri cimentó su camino al Estado en 2015). Impulsó derechos igualitarios, pero no transformó la matriz productiva ni de poder de la sociedad. Estas referencias permiten concretar mejor la pregunta: ¿Tenemos pistas sobre cómo ligar momentos igualitarios fuertes -de esos que se suceden de modo evidente en experiencias de escala diversa- con transformaciones efectivas de las estructuras de mando entre las clases; o más bien se permanece en el impasse político de la postrevolución?

Un poco de historia

En la América Latina del Siglo XX, el momento de máxima conmoción revolucionaria proviene de la coyuntura continental abierta por la Revolución Cubana. Fenómeno sin dudas nacional, pero de inocultable trascendencia regional: ni sus causas, ni su significación, ni su decurso se agostan ni se explican en los confines geográficos de la Isla. En América del sur esa influencia revolucionaria quedó ligada a la derrota política y militar de las organizaciones revolucionarias, es decir, a la acción del terrorismo de Estado como estrategia regional para liquidar el dispositivo revolucionario y liberar de toda restricción (es decir, de imponer sin límites) la vigencia de la ley del valor que comanda las relaciones sociales en las economías de tipo mercantil.

A la comprensión de esta dimensión regional de la revolución cubana contribuye el historiador uruguayo Alberto Methol Ferré, hombre ligado a las posiciones históricas de Jorge Mario Bergoglio. Su reflexión sobre esta dimensión regional del fenómeno cubano realizada desde el punto de vista de los sectores de la iglesia católica que en su momento polemizaron con las posiciones de la teología de la liberación, no tiene desperdicio.  La iglesia, sostiene, “rechazaba al marxismo esencialmente por su ateísmo y su filosofía materialista”, pero ese desafío sólo se da en América Latina con “el rostro de la Revolución Cubana”: es ella quien lo torna “realmente significativo”. Es interesante leer el libro de entrevistas que concedió Ferré a Alver Metalli, El papa y el filósofo (Ed. Biblos, Buenos Aires, 2013). Allí sostiene que Cuba “representa el retorno de América Latina” y “Fidel Castro es el nombre de mayor influencia y de mayor repercusión que jamás haya habido en la historia contemporánea de América Latina”, superando incluso a Simón Bolívar: “Cuba fue una suerte de onda anómala”, en la que la “simbiosis Che-Fidel” obró como síntesis capaz de vincular los extremos geográficos del continente. Y fue también una “gigantesca revancha moral de la juventud de América Latina” que acabó por provocar “un holocausto de jóvenes latinoamericanos, fascinados por el Che, que terminaron perdiendo contacto con la realidad”. Se entiende: el nombre de Guevara representa la extensión de la revolución hacia el sur del continente y el “holocausto de jóvenes” es una expresión teológica para nombrar los procedimientos con que los enemigos de la revolución (en santa alianza) decidieron deshacerse de ella.

Resulta sumamente interesante la explicación que a continuación ofrece Ferré sobre la relación entre vitalidad eclesial y enemistad cristiana. Su modo de razonar ofrece la clave para comprender la trayectoria posterior del catolicismo romano en la región: si por un lado la iglesia depende de un “enemigo principal” sin el cual quedaría despojada de capacidad de acción; por otro, la enemistad católica resulta inseparable de un “amor al enemigo” que busca “recuperar al enemigo como amigo” reconociendo en él enemigo una verdad extraviada en su ateísmo. Se entiende, por tanto, que luego de la debacle socialista del 1989 la iglesia recupere para sí la (ya ni atea ni radical) crítica del capitalismo y postule un nuevo “enemigo principal”: el consumismo infinito que desprecia cualquier criterio de justicia y para el cual el único valor es el poder.

Vale la pena señalar un detalle. Ferré omite señalar que la aniquilación militar del desafío revolucionario, bendecida oportunamente desde Roma, constituye uno de los episodios centrales para la instalación y avance de ese “consumismo infinito”, que no es sino la expresión más acabada del dominio de la “ley del valor”, que Guevara había denunciado en su texto El socialismo y el hombre en Cuba, publicado en 1965 en el semanario uruguayo Marcha).

Un socialista es un demócrata consecuente

Repasemos. Lo que hasta aquí se ha dicho puede ser resumido en cuatro proposiciones:

  • Durante el ciclo de la revolución las clases sociales dominadas contaron con un dispositivo capaz de crear, inscribir y sostener procesos de igualdad diversos; el dispositivo vinculaba ideas y fuerzas (estrategias político-militares) capaces de respaldarlas;
  • La historia de la democracia occidental es inseparable de la de las revoluciones, y el “olvido” de la revolución -el balance canalla de sus derrotas- prepara el terreno para liquidar todo fundamento igualitario conquistado. El neoliberalismo impide igualdades futuras y apunta liquidar las presentes;
  • En América del sur la coyuntura revolucionaria va de la Revolución Cubana hasta mediados de los años setentas, y su derrota en manos de la estrategia regional del terrorismo de estado condicionó el carácter neoliberal de las democracias posteriores;
  • Luego de la crisis de 2001 (fenómeno de alcance regional, pensando sobre todo en Argentina y Brasil), el impasse político postrevolucionario se manifiesta como lucha de clases: movimientos plebeyos que inventan tácticas y lenguajes igualitarios; gobiernos progresistas que resultan incapaces de realizar transformaciones que interrumpan el avance de las matrices sociales desigualitarias. El estado de cosas actual es la persistencia de movimientos igualitaristas enfrentados a procesos violentos y reaccionarios.

 

En su libro El huracán rojo. De Francia a Rusia, 1789/1917, Alejandro Horowicz investiga a fondo la constitución de lo que venimos llamando el dispositivo revolucionario tal y como se formó en las dos revoluciones triunfantes paradigmáticas: la burguesa y la socialista. La originalidad de la perspectiva de Horowicz radica en su rechazo al modo historiográfico estrechamente nacional con que se ha investigado los fenómenos revolucionarios: “la revolución burguesa se ha estudiado como revolución nacional”, y aún cuando se han considerado sus factores externos no se la ha pensado desde el punto de vista de su hilván, de la comunicación que permite leer la revolución como “una suerte de continuum histórico articulado desde el Leviatán atlántico”, es decir, Gran Bretaña. Ligar la dinámica revolucionaria al espacio atlántico implica tomar en cuenta el papel de la formación y evolución del mercado mundial, y vincular la relación histórica entre crisis, guerra y surgimiento de un doble poder que determina el ciclo revolucionario. El método del hilván, que surge de concebir el juego político de las fuerzas en pugna combinando procesos nacionales y regionales con la dinámica de la evolución del mercado mundial permite realizar dos operaciones intelectuales necesarias: poner en perspectiva histórica la relación directa entre derrota de la revolución socialista y retroceso de la democracia (incluso burguesa) y comprender la correlación entre ideas igualitarias y respaldo de fuerzas colectivas que las sostengan (León Rozitchner lo decía así: “cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa”). La crisis del dispositivo revolucionario burgués – socialista de la igualdad sobre la que se ha asentado la democracia tiene alcances globales, y sin resolver las aporías que plantea no hay cómo detener el avance anti-igualitarista del neoliberalismo. 

El realismo ¿y nosotrxs?

La presencia de Ferré y de Horowicz en estas notas tiene un fin preciso e indirecto: sus acotaciones permiten despejar una serie de confusiones que vuelven inaudible la idea que quisiera plantear: lo que se jugó en Sudamérica durante los años sesentas y setentas fue la posibilidad misma de plantear el problema de la igualdad en relación directa con superación de la vigencia de la ley del valor, problema aún vigente. Así lo planteó Ernesto Guevara: “el ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que lo liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella se efectúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino”. La revolución triunfante es, ante todo, para Guevara, una nueva comprensión del individuo como “no acabado”, abierto a otros modos de individuación, a nuevas relaciones colectivas y posibilidades de subjetivación (Las citas pertenecen al ya mencionado El socialismo y el hombre en Cuba).

Tal y como lo explica Ernest Mandel en su artículo: “El debate económico en Cuba durante el período 1963-64”, las posiciones de Guevara contra la vigencia de la ley del valor en el socialismo no eran abstractas, reconocían la necesidad de su pervivencia, pero negaban que debieran reglar la producción. Se trataba de posiciones teóricas fuertes, puesto que acertaban en reconocer en la ley del valor una potencia subjetivadora -creadora de forma humana capitalista- y no solo una racionalidad económica. Pero al mismo tiempo se trataba de posiciones muy prácticas en torno al proceso de industrialización en Cuba y al tipo de relaciones a sostener con el resto del campo socialista. Para el dirigente trotskista belga, las posiciones de Guevara eran, en este sentido, perfectamente realistas, propias de alguien preocupado por consideraciones de orden practico de la coyuntura.

El problema que planteaba Guevara no deja de insistir: es inútil problematizar latransformación subjetiva (una individuación no neoliberal de los sujetos) sin considerar el problema de la ley del valor

La potencia subjetivadora de ley del valor


La ley del valor rige el intercambio entre mercancías y explica cómo funciona el equilibrio (alcanzado a posteriori del intercambio) en las economías sin coordinación planificada de la producción social, organizadas a partir de la competencia entre unidades empresariales independientes y del principio de la propiedad privada, en las que la introducción de tecnologías disminuye los costos de producción (transformando el sistema del valor), dado que en ellas los capitalistas no cuentan de antemano con un saber sobre cómo se determina el trabajo “socialmente necesario” contenido en la mercancía. Para el economista ruso Isaac Rubin, la ley del valor es la principal fuente de subjetividad en la sociedad capitalista. Su libro Ensayo sobre la teoría marxista del valor, escrito al calor de los debates soviéticos de la década del veinte, explica que el valor de las mercancías expresa relaciones sociales de producción entre personas y que lo particular del valor mercantil es hacer aparecer a esta relación entre personas como una relación entre cosas.

Si el primer aspecto refiere a la medida del valor y concierne a la distribución del valor entre diferentes sectores productivos de una sociedad mercantil (es una teoría del equilibrio general), el segundo aspecto remite a la presencia en la mercancía de una fuerza de trabajo social global y a una relación de antagonismo entre capital y trabajo en torno al mando productivo y el salario. En este sentido, la teoría del valor en su aspecto cualitativo contiene el concepto de la crisis y el desequilibrio producto de la lucha de clases. En su texto General Intellect, poder constituyente y comunismo, Toni Negri explica que en este último sentido la ley del valor trata del valor de la fuerza de trabajo, cuya dinámica de valorización se presenta como independiente del funcionamiento de la ley del valor (en tanto que racionalidad del equilibrio). Esta tensión entre equilibrio y antagonismo muta en el capitalismo contemporáneo, en el que el trabajo social recrubre todo el tiempo de vida e inviste todos los sectores de la sociedad, subsumiendo toda lógica en la lógica de la explotación (es decir que la ley del valor sólo funcione como subcapítulo de la ley del plusvalor) y los equilibrios son alcanzandos exclusivamente por medio del control político de las variables que desatan la crisis constitucional del equilibrio (imposibilidad de contener el crecimiento de la demanda). En este sentido, la teoría del valor se vuelve teoría del papel de las luchas en la desestructuración continua y permanente de la reestructuración del ciclo de desarrollo capitalista (y de la composición/recomposición de contrapoderes). Cuando la ley del valor deviene control político de la subjetividad, modo de vida y represión del síntoma arrasan con las políticas de la igualdad y ya no es posible sostener la distinción entre lucha cultural y lucha económica.

 

Remember 1965-1967

Dos cuestiones abiertas. Ante todo: la tentativa de dar la lucha cultural o ideológica por la igualdad se torna impotente sin revisar los dispositivos en que arraiga hoy la ley del valor. Y además: todo relanzamiento de luchas igualitarias cobra inmediatamente una dimensión supra nacional. Lo que el fracaso de la revolución y las nuevas relaciones de fuerza querrían hacer olvidar es el asunto nada obvio sobre cómo recorrer la brecha abierta entre dos efectividades escindidas: la de la igualdad, y la de la inseparable transformación de las estructuras económicas y jurídicas. El nexo entre estas efectividades supone precisar nuevas correlaciones entre formas organizativas y temporalidad de la acción, correlación que sólo puede ser concebida por la heterodoxia más extrema.

El caudal electoral

“Esta es una construcción colectiva que llegó para quedarse”. Juan Monteverde festejó el haber mantenido -como candidato a intendente- el caudal de votos que los convirtió en 2015 en la sorpresa electoral, mientras la carga de las mesas lo ponía en una pelea voto a voto por el tercer puesto con Cambiemos. Caren Tepp, como cabeza de la lista de concejales, tenía aún más motivos para celebrar: a las 22 superaba el 18 por ciento de los votos y garantizaba la renovación de las tres bancas. “Haber logrado aumentar el porcentaje de votos de las PASO a las generales y sembrar más de 15 por ciento de los votos abre un campo de posibilidades para trabajar en los próximos cuatro años”, consideró la concejala, quien subrayó que es la primera elección compartida con el Frente Social y Popular de Carlos del Frade.

El diputado provincial, que renovaba su banca, obtenía además los votos suficientes para que también entrara Damaris Pachiotti, segunda en la nómina, y militante de Ciudad Futura.

“Estamos consolidándonos como tercera fuerza, tanto en intendente como en concejales, e incluso superamos el porcentaje de votos mayor de las elecciones de 2015, donde obtuvimos el 16 por ciento y hoy estamos llegando al 19”, apuntó Tepp, quien lamentó que “en la categoría intendente, se terminó polarizando”.

La dirigente recordó “la cantidad de ofrecimientos e intentos de los partidos tradicionales de cooptar a nuestra fuerza política”, como un indicio de su poder disruptivo. “Entendemos que para construir una ciudad más justa e igualitaria, para que Rosario pueda resolver sus grandes deudas sociales es necesario en primer lugar transformar las políticas, esto se trata de consolidar un proyecto político que estuvo en condiciones de disputar la ciudad de Rosario, sobre todo cuando no viene con la fuerza de los grandse partidos, sin aparatos”. Finalmente, tanto Monteverde como Tepp quedaron unos 2000 votos por debajo de Cambiemos.

Monteverde mostró su euforia porque Ciudad Futura logró “pasar todos los votos de 2015, trasladar la misma cantidad de votos para ser concejales que para gobernar la ciudad, eso es un salto de calidad”. Y consideró “una locura total” el 18,79 por ciento de los votos obtenidos por Tepp. “Ciudad Futura es una alternativa real. Lo nuestro es todo futuro, no tengo dudas de que en cuatro años ganamos la ciudad, con el cantidado o la candidata que sea”.

Fuente: Rosario/12

De marea y mareos // Vanesa Bianchi, Lelia Lanzillotti, Mercedes Cicalese*

Entusiastas de la fragilidad - Felipe Gimenez

Mapear desde el malestar puede llevarnos a desplazamientos significativos, puede ayudar a parir forma de vida, a bosquejar posibles deseables.

                                                                                                                        

Diego Sztulwark

                                                                              

En los últimos tres años, pero con mayor intensidad en el 2018, el flujo de un feminismo de masas creció y comenzaron a cuestionarse formas naturalizadas de las relaciones entre los géneros.

Muchos chicos y chicas transitan su adolescencia y sus primeros acercamientos y encuentros sexuales en estos momentos de cambios. Situamos estos cambios en un tiempo caracterizado por la aceleración, la hiperconectividad y la mercantilización de las formas de vida, en el que se desarrollan y son determinados los modos de las relaciones afectivas.

Seleccionamos a modo de disparadores algunas viñetas tomando nota sobre lo que entendemos como sufrimiento no registrado. En el doble sentido de un sufrimiento que no logra ser vivenciado por quien lo padece ni leído por otros como tal.

 Los recortes clínicos expresan algunas de las formas del malestar actual, o mejor dicho, son algunos nombres de las respuestas sintomáticas que escuchamos como modo de expresión del mismo. 

Abusos, escraches y redes 

Las denuncias virtuales en páginas de colegios secundarios como “No es no” y otras creadas por las mismas estudiantes, se llenaron de testimonios de situaciones abusivas, denuncias anónimas, escraches.

En ellas conviven testimonios y denuncias: desde “situaciones incómodas”, relaciones con inducción al consentimiento hasta forzamientos, incluyendo también resignificaciones actuales de experiencias pasadas. Los/las protagonistas de las escenas tienen entre 13 y 17 años. 

Con la extensión de la palabra abuso para nominar situaciones diversas y de distintos grados de gravedad queda desdibujado aquello que es distintivo del abuso: la asimetría y la relación de poder. ¿Cómo es un abuso en una relación de pares? ¿Alcanza con referirse a las diferencias desigualadas de género para pensar como asimétricas las relaciones entre adolescentes?

“No podía dejar de leer, eran interminables los posts y sentía que tenía que leerlos todos… Algunos eran larguísimos relatos en primera persona, una verborrágica descarga, como un diario íntimo: qué habían sentido, qué las había dañado, angustiado, a veces ni siquiera incluían una denuncia, otras sí lo hacían, algunas eran denuncias anónimas, que no daban el nombre del abusador…. Me pasé horas, quedé atrapado, me hizo muy mal, en un momento me sentí como mirando pornografía”. Tomás de 16 años, escraches en Instagram.

¿Qué es lo pornográfico en esta escena? ¿Será que la obscenidad consiste en el efecto de mercantilización de la vida, la cosificación de lo vivo, de los vínculos, la sexualidad?

Los escraches de las chicas son ofrecidos a la red como mercancía para su consumo.

“El exceso de exposición hace de todo una mercancía, que está entregado, desnudo, sin secreto, a la devoración inmediata.” [1]

El adolescente, sujeto aplastado en la compulsión al consumo, ya no puede decidir, no puede pensar si quiere o no seguir leyendo, o hasta dónde. ¿Qué lo lleva a quedar atrapado en la fascinación, a no poder dejar de leer? ¿Será el costo a pagar para seguir en conexión con otros, para no quedar afuera del mundo?  ¿O será el terror a encontrarse incluido en alguna de las denuncias lo que lo mueve a asegurarse el haber leído todo?

Ante la amenaza de exclusión y humillación a la que se enfrentan, varones cis que se definen heterosexuales, se ven compelidos a implementación de  medidas de autoprotección. Observamos que en general la respuesta es reactiva, por lo tanto, tiende al aislamiento. Por ejemplo: preguntar a la chica si le incomoda que vaya a una toma o a una marcha, o cuidarse con lo que se tweetea porque es cuestionado por la chica, o directamente autoexcluirse para evitar cualquier situación de exposición.

¿Cómo poder cuestionar algo de esta operatoria sin quedar identificado al macho que se rehúsa a encarnar? ¿Cómo poder sustraerse de la serie sin quedar aislado?

¿Y del lado de las chicas?

Los escraches son la manera que encontraron de denunciar y hacer circular las conductas abusivas naturalizadas en los encuentros sexuales, de hacer visible las jerarquías de género y la naturalización de la desigualdad.

El escrache es para ellas una forma de “hacerse oír”, denunciando la falta de escucha y reconocimiento del malestar por parte de los referentes adultos y de las instituciones educativas.

Nos parece importante detenernos, a escuchar los efectos subjetivos de la exposición de sus vivencias íntimas.

¿También ellas se ven compelidas a publicar para darse existencia frente a sus pares? Llama la atención que en los relatos muchas chicas  hablan de “mi abusador”. ¿Funcionará esto como una marca de pertenencia? Asimismo, algunas mencionan que fueron las amigas quienes las impulsaron a hacer pública la denuncia, o incluso quienes nominan como “abuso” situaciones que no habían sido interpretadas de ese modo por la protagonista. En algunos de estos casos, cuando no hubo lugar para interrogarse, la denuncia es vivenciada, luego, con extrañamiento.

Por otra parte, es necesario poder pensar qué consecuencias tienen en ellas los efectos que producen las denuncias sobre sus pares denunciados.

La red articula la comunicación conectiva, facilita, reproduce y genera violencias. Las consecuencias son efectos de segregación, fragmentación e importante deterioro de los vínculos.

Vínculos protocolarizados ¿La vuelta al Puritarismo?

 “Ahora cuando vas a bailar, si querés chaparte a alguien, tenés que aplicar el protocolo. Le preguntás: ¿te puedo dar un beso? Si te dice sí, avanzás y si te dice que no, no insistís…”

Las “femipatrullas” en las fiestas son grupos de chicas que se organizan para no consumir alcohol y estar disponibles para intervenir frente a cualquier situación que pueda leerse como abusiva o que pueda incomodar.

 “¿Es que las mujeres feministas se han vuelto puritanas y moralistas?  No, es que el mundo ha cambiado y se hace cada vez más difícil interactuar de una manera ambigua y cortés.[2]

Entonces, ¿qué es lo que incomoda? ¿Cómo podría pensarse un tránsito por la adolescencia que no implique el trabajo con la irrupción de la sexualidad, el desajuste corporal y la extrañeza del encuentro con el otro?

Protocolos y definiciones alivian frente a la ambigüedad de los gestos, el problema del malentendido, la incertidumbre frente al deseo, intrínsecos a cualquier vínculo humano. El riesgo de asumirlos queda suprimido bajo la seguridad del inequívoco significado: Sí es sí, no es no.

Sin embargo, las paredes de la escuela secundaria pública explotan de grafittis, leyendas y consignas: “No es no” convive con “El consentimiento es reversible”. Entonces, la necesidad de reglamentar la reversibilidad del consentimiento sea tal vez un modo de nombrar el exceso que no entra en el código comunicacional.

Ahora, los protocolos otorgan un sentido estandarizado y por lo mismo generan un efecto de borramiento subjetivo.

 El protocolo es palabra separada del cuerpo, intento de reglamentar y suprimir la diferencia y el riesgo. Pero al mismo tiempo coagula al otro en el lugar de un potencial enemigo, un otro peligroso. Así, la palabra separada del cuerpo, produce un efecto de brutalidad.

La “responsabilidad afectiva” es otro de los términos que circulan en la Marea.

“Ella suele hablar dormida. Me abrazó y entre sueños me decía: No te vayas, no me dejes, lo que pasa es vos no me querés. A la mañana siguiente, cuando se lo conté me dijo sorprendida:  Ay! Nada que ver,…! dormida puedo decir cualquier cosa… Cuando le dije que salía con mis amigos me hizo todo un planteo sobre que yo no tengo responsabilidad afectiva”. ( Julián 17 años)

La responsabilidad afectiva si por definición se le atribuye al otro, obtura la pregunta por la implicación. Podría ser un término interesante si sirviera para interrogarse, en cambio, pierde su riqueza, si se plantea como acusación.

Entendemos que el uso que se hace del término “responsabilidad afectiva” es un modo de respuesta protocolarizada a la tensión, al conflicto que conlleva el encuentro con el otro. Un intento de responder en forma fallida a un otro que se representa como amenazante, coagulando los términos de la relación en: víctima /victimario.

 El par víctima/victimario es la doble negación: de la fragilidad propia de la condición humana y del desacople intrínseco al encuentro con el otro.

Siguiendo a Rolnik, pensamos que el modo de vida que delinea el neoliberalismo asigna y estabiliza modalidades subjetivas que tienden a evitar la crisis a través de consumos de cualquier tipo, entre ellos el consumo de discursos.

Abuso, consentimiento, protocolo, responsabilidad afectiva son significantes disponibles que coagulan el sentido y obturan cualquier posibilidad de resonancia con el otro. Otorgan estabilidad y pertenencia a la vez que silencian el malestar, impiden registrar la tensión.

De la intimidación a la resonancia íntima. La apuesta a la asunción de un riesgo.

 

Comenzamos a pensar los temas de este trabajo a partir de una urgencia clínica: alojar un sufrimiento que no tenía lugar a ser expresado. Para algunos adolescentes, expresarlo, contradecía la Marea.

Tomaremos el término padecimiento, siguiendo a Jitrik,  para precisar la característica de estos malestares difusos con los que se convive, dolores no muy visibles ni muy conscientes que se instalan y hacen cuerpo sin armar experiencia. [3]

 A diferencia del sufrimiento, que es una experiencia totalizante e invasiva, el padecimiento no tiene representación y no se impone como experiencia subjetiva.

¿Cómo pensar nuestro lugar como analistas entonces ? ¿Cuál es el sentido de una posible intervención en estas escenas?

Escuchar el padecimiento también era ir un poco en contra de la corriente. En algunas ocasiones,  el intento de introducir una interrogación frente a la certidumbre del “ser varón” igualado a “cómplice del patriarcado”, producía una primera respuesta de rechazo. Interrogar la certeza generaba un efecto de desestabilización y la emergencia de angustia. Así, el cuerpo afectado en transferencia nos anoticiaba de una fragilidad.

Soportar la vulnerabilidad es uno de los modos posibles de nombrar lo que orienta las intervenciones. Una ética sostenida en una posición de abstinencia, no indolente.(Ulloa 1995). Entendiendo a la fragilidad, en sentido contrario al establecido en la cultura actual, como germen de una potencia.

Partimos de la idea de que “la indiferencia, tanto individual como política, es un poderoso agente del agravamiento de un padecer. (Jitrik 2002).

Apostar es un acto contrario a la indiferencia, requiere no ceder frente a la intimidación, implica la asunción de un riesgo.

Dice Fernando Ulloa: Cuando se logra superar la intimidación se recuperan las condiciones de resonancia íntima, aquella donde se expresa el sujeto solidario. [4]

Nos situamos nosotras mismas como parte de la Marea y no estamos exentas de padecer mareos. Sin embargo, apostamos al intento de cartografiar, pesquisar la experiencia de la subjetividad dentro de los mapas dominantes naturalizados, incluso aquellos que subsisten en la Marea.                                             

*Psicoanalistas

*Felipe Gimenez es el autor de la imagen se titula ¨Entusiastas de la fragilidad¨

 

[1] Byung Chul Han: ¨La sociedad del cansancio¨. Buenos Aires. Ed. Herder. 2017

[2] Fernandez Savater, Amador: ¨Volver a aburrirnos es la última aventura posible¨ Entrevista con Franco Berardi. 2018

[3] Jitrik, Noe: ¨ Mediante el examen de un vocablo la semiótica hace un aporte al psicoanálisis. La pálida, delicada, leve palabra padecimiento¨(2002)

[4] Ulloa, Fernando: “Novela Clínica Psicoanalítica.Historial de una práctica”.

Buenos Aires. Ed. Paidós. 1995

Bibliografia

Fernandez Savater, Amador:  “Volver a aburrirnos es la última aventura posible” Entrevista con Franco Berardi, 2018.

https://www.eldiario.es/interferencias/Volver-aburrirnos-Franco-Berardi-Bifo_6_826677345.html

Byung Chul Han: “La sociedad del cansancio”. Buenos Aires. Ed. Herder, 2017.

Berardi, Franco: “Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva” . Buenos Aires. Ed. Caja Negra, 2017.

Segato, Rita : “Contrapedagogía de la crueldad”. Buenos Aires. Ed. Prometeo, 2018.

 

Bardet, Marie: “¿Cómo hacernos un cuerpo? Entrevista con Suely Rolnik”, 2018.

https://lobosuelto.com/?p=1963

Ulloa, Fernando: “Novela Clínica Psicoanalítica.Historial de una práctica”.

Buenos Aires. Ed. Paidós, 1995.

Fernandez, Ana Maria: “Las diferencias desigualadas: multiplicidades,invenciones políticas y transdisciplina”. Revista Nómadas Nro 30. Universidad Central de Colombia, 2009.

Fernández Polanco, Aurora- Pradel, Antonio: “La base de sostenimiento del poder de la derecha es el propio deseo de la población”. Una conversación con Suely Rolnik.

http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2016/04/la-base-de-sostenimiento-del-poder-de.html?m=1

Carbajal, Mariana: “El problema de la violencia sexual es político no moral. Entrevista a la antropóloga Rita Segato.

https://www.pagina12.com.ar/162518-el-problema-de-la-violencia-sexual-es-politico-no-moral

Sturlwark, Diego: “Política del síntoma”, 2019.

Política del síntoma // Diego Sztulwark

Rolink, Suely: “Esferas de la insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente”. Buenos Aires. Ed. Tinta Limón, 2019.

 

Bozzolo, Raquel; Bonano, Osvaldo; L´Hoste, Marta: “El oficio de intervenir. Políticas de subjetivación en grupos e instituciones”. Buenos Aires. Biblos, 2008.

 

Jitrik, Noe: “Mediante el examen de un vocablo la semiótica hace un aporte al psicoanálisis. La pálida, delicada, leve palabra padecimiento”, 2002.

 

Szewach, Cynthia: “El molestar en la cultura”, 2019.

Salirse del cauce desbordando maternidades. La maternidad como acción política. // Valeria Grabino, Andrea Graña, Gabriela Iglesias, Lucía Naser*

Cómo pensar y practicar la maternidad entendida como una acción política se preguntan las autoras de este artículo que propone, desde una mirada feminista, resignificar el concepto liberándolo de los mandatos tradicionales.

 

LA MATERNIDAD COMO UN TEMA POLÍTICO. Nadie pone en duda que la maternidad es una experiencia y un trabajo que impacta en las estructuras más profundas de las vidas, las subjetividades y los cuerpos que la atraviesan. Pero ¿cómo?

La maternidad ha sido romantizada junto con un estereotipo de mujer construido por una sociedad patriarcal y una economía capitalista. Si bien esa construcción se ha transformado, continúa en el centro de la organización de la vida y las formas de (bio)poder contemporáneas. ¿Qué diferencia a una mujer madre de fines del siglo XIX de una del siglo XXI? ¿Viven igual su maternidad las mujeres de las clases altas que las de las clases bajas? ¿Y las que decidieron serlo y las que no?

 

A través de lecturas, del encuentro colectivo, de trabajos sobre sí mismas, de poner el tema arriba de la mesa familiar y laboral, se va planteando un proceso de politización, aunque aún es marginal. Salir de la soledad de la cocina o de la exclusiva dedicación a los hijos es dar el espacio para construir modos deseantes, emancipadores y críticos de hacer esto. A la vez, es inevitable enfrentar el espejo de “la mala madre”, sacudir los miedos, los juicios y los estigmas que pesan en las mochilas, llenas de mandatos.

 

En este texto y desde la colectiva que integramos, quienes escribimos preferimos hablar de maternar en vez de ser madres, porque no creemos que haya una esencia maternal y porque pueden gestar y maternar cuerpos diversos. Proponemos algo difícil, porque hablar de una maternidad crítica es fácil, pero practicarla no lo es. La maternidad pone en tensión los vínculos entre lenguaje y afecto, entre pensamiento y sentimiento, entre lo individual y lo compartido. Pone en relación cuestiones asociadas a la crianza, la biología y la reproducción, a experiencias y exigencias de las mujeres, a las relaciones intergeneracionales.

La maternidad es al mismo tiempo una experiencia íntima y una decisión personal, un tema social, una cuestión colectiva. Si política es –como dice Hannah Arendt– la forma en que el sujeto aparece en el espacio público, el de la madre es el rol en el cual la mujer se ha hecho más visible a lo largo de la historia. Esta visibilidad es simultáneamente la invisibilización de otras aristas de nuestra existencia: la mujer que trabaja, que tiene sexo, que se cansa, que se droga, que investiga, que crea, que viaja. Y es una visibilidad organizada por el régimen hegemónico de lo visible, o sea, un régimen patriarcal. ¿Cómo desarmar esa imagen sin desarmar la maternidad como una posible elección de vida? ¿Cómo pensar y practicar la maternidad como una acción política?

 

Decir que la maternidad es política no es igual a hablar de maternidades feministas. También son políticas las maternidades patriarcales, las funcionales a las formas de dominación y sujeción de la mujer. La politización de la maternidad desde el feminismo es un proceso en curso, que ha cambiado al propio movimiento, que no ha llegado a un consenso. Mientras que para algunas la maternidad es inherentemente patriarcal, otras creemos que es posible evitar sus formas de cooptación y que la potencia de crear vida es demasiada como para renunciar a ella por haber sido capitalizada por el régimen antropo-falo-ego-logo-céntrico, al decir de Suely Rolnik.

 

El aborto o el derecho a no ser madres han sido dos de las luchas más visibles del feminismo, y la derecha provida se ha aprovechado de eso para asociarlo a posturas antimaternales y “destructoras de familias”, al punto de organizarse con consignas como “A mis hijos no los tocan”. Pero poder decidir cuándo no hacerlo nos hace más libres en nuestra decisión cuando sí. Pocas cosas molestan más que feministas metiéndose en el altar que se ha construido para la Madre. Pero no queremos altares, ni oraciones, ni recetas; queremos expandir nuestros horizontes de libertad.

 

DIÁLOGOS ENTRE MATERNIDADES Y FEMINISMOS. La figura de la madre y los mandatos que se despliegan a partir de ella han sido tema de importantes debates desde los feminismos. Parte de la literatura feminista se ha dedicado a (re)significar la noción de madre, tan cargada de sentidos. La maternidad hegemónica, el instinto maternal, la buena madre representan formas específicas de habitar el cuerpo de las mujeres que las feministas han criticado y denunciado. Por lo que un dilema central para las madres que se han dejado interpelar por los feminismos es: ¿cómo la potencia de generar vida puede significar la muerte de la libertad de una?, ¿cómo maternar desde el disfrute?

 

Si recorremos la historia, no siempre se ha maternado de la misma manera, ni la noción de madre ha sido la misma en distintas sociedades y culturas. El sentido actual se forjó a mediados del siglo XVIII, en el contexto de la consolidación del capitalismo y los estados nación. Se trata de un proceso de cambio cultural, de cambios de los hábitos de las familias del antiguo régimen a los de la familia nuclear burguesa, que migró a las ciudades. En ese proceso, se individualizaron los cuidados antes compartidos y se los adjudicaron a las mujeres, lo que naturalizó su función materna para la familia. La dimensión público-privada comenzó a operar de forma eficiente y justificó el lugar asignado a la mujer-madre, excluida de la vida pública. Ubicada en el ámbito doméstico, pasó a ocuparse de los trabajos de reproducción, que desde entonces son traducidos como parte del amor materno.

 

La moralización de la práctica de crianza vino acompañada del fortalecimiento de la institución médica, que ganó autoridad sobre los cuerpos femeninos e infantiles, dictando las normas y las conductas necesarias para garantizar la buena salud, en especial respecto del parto y la lactancia, mandatos que se fueron extendiendo a otras etapas de la infancia. Estos saberes se desterraron de los linajes encarnados por distintas figuras femeninas, como las parteras, las curanderas y las brujas.

 

Hace 70 años, Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo, que cuestiona el lugar asignado y naturalizado para la mujer, revisando, desde la filosofía, la construcción de la mujer como sujeta histórica y criticando la asociación directa entre las categorías mujer y madre a través de la distinción conceptual de las nociones de sexo y género. De este modo, cuestionó el destino obligatorio de la función reproductora y su lugar secundario en la sociedad. Su conocida frase “no se nace mujer, se llega a serlo” reubica la experiencia femenina como un proceso de construcción cultural, poniendo en tensión y en disputa su destino de buena madre y esposa.

Otro aporte importante del pensamiento feminista al debate sobre la maternidad es el que hizo, en los ochenta, Adrienne Rich, cuando publicó Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución. Allí analiza la maternidad a partir de dos claves que la componen: la experiencia del cuerpo femenino y la institución que representa y revive. Por un lado, ubica la maternidad como una pieza más del rompecabezas de las instituciones que se retroalimentan y sostienen el patriarcado. Se trata de un cuerpo maternal explotado, desapropiado, enajenado históricamente y utilizado como argumento biológico de su propio encierro social. Por otro, produce un giro ontológico en la dimensión del maternaje cuando lo piensa a partir de una experiencia personal y fuente de conocimiento. Reivindica el cuerpo femenino como centro de la experiencia que debe recuperar la mujer. Al afirmar que “nacemos de mujer”, apuesta a recuperar los vínculos entre mujeres. Dibuja una madre que protagoniza esta experiencia desde un lugar del saber, como una figura clave que, a la vez que enseña las primeras palabras a sus hijos, es para ellos fuente de conocimiento y significación del mundo. La posibilidad de generar vida se vuelve un poder que potencia las capacidades de creación y placer.

 

VOLVER PÚBLICO LO ÍNTIMO DEL MATERNAJE. La noción de maternidad desde una epistemología feminista es pensada y practicada desde la experiencia de personas que han maternado, es decir, partiendo de una misma. A la vez, pone la experiencia personal en espejo con las de otras madres, atravesadas por las historias de otras y sus formas de vivir y criar.

En este movimiento, se hace visible la relación entre las experiencias íntimas y el espacio público y, junto con ella, los mandatos relativos a los roles con los que cargan las madres como un manto invisible en el trabajo, la escuela, el centro de salud; las organizaciones sociales o colectivas en las que participan; los lugares de esparcimiento para adultas; las relaciones sexo-afectivas que establecen; los vínculos profesionales y amistosos que sostienen.

En todos estos espacios, se dan relaciones que son internalizadas como parte de la vida, pero se transforman a partir del momento en que nos convertimos en madres. Nuestro tiempo, energía, amor, paciencia, deseo sexual, entre otras cosas, están divididos entre nuestro rol de madre y las responsabilidades o los deseos que ya teníamos y no desaparecen por maternar.

Esto genera, entre otras cosas, una sensación de desdoblamiento entre la persona y la persona madre, que pasa a duplicar responsabilidades: sostener la vida que tenía, sumándole las responsabilidades que, acorde a la división sexual del trabajo, no son las esperables en los padres. Llevamos la culpa del espacio público al privado, que constantemente vigila que estemos haciendo lo mejor, sobre todo con nuestros hijos. Administramos nuestros tiempos y energías en relación con las vidas que dependen de nosotras; analizamos en qué, cómo y cuándo participaremos con base en lo que podemos y queremos, intentando no descuidarnos a nosotras mismas.

 

Actualmente, la justicia, la educación, la salud, las políticas públicas y las nuevas formas de acompañamiento a las madres y sus hijos pequeños transmiten el deber ser en relación con los roles asignados. Se habla desde la autoridad o autoritariamente: ya desde el embarazo dejamos de ser una persona con una identidad determinada para constituirnos en “la madre”. Nos trasmiten, paso a paso, qué, cómo y cuándo hacer, partiendo de la desconfianza de nuestros saberes y los conocimientos que emanan del vínculo madre-hija.

Urge dejar de depositar en la figura de las madres la culpa y la desconfianza de su saber, y en el varón, la disculpa, porque los cuidados y la educación son, aún hoy, mayoritariamente, tareas de las madres. Esto significa que destinamos más tiempo que los varones a sostener las tareas de reproducción de la vida, que sigue siendo tolerado por la sociedad el abandono parental masculino y premiada como un acto heroico la presencia de padres que sí asumen sus responsabilidades. Seguimos siendo mayoritariamente las madres quienes priorizamos las tareas de cuidado por sobre nuestro desarrollo profesional o nuestro despliegue en otras áreas. Y esto no es casual: en el ingreso al mercado laboral, se valora a las mujeres que no son madres y a los varones por encima de las mujeres madres, las embarazadas y, más aun, las madres solteras.

 

Los espacios públicos de militancia o recreación siguen presentando dificultades para incorporar la presencia de madres y madres con sus hijos. Los horarios, los ambientes, las dinámicas y la ausencia de un espacio pensado para la infancia expulsan a quienes quieren contribuir en la construcción de nuevas formas o disfrutar con pares adultos.

La política en femenino nos enseña que es necesario que nuestros cuerpos que maternan y nuestros hijos ocupen el espacio público, para hacer visibles las opresiones que nos atraviesan y, a la vez, construir nuevas formas de habitar lo público, con base en una experiencia que se materializa mientras avanzamos en procesos de reflexión y creación colectiva. Las repercusiones del 8M y nuestra presencia en las calles, en la proclama de la Coordinadora de Feminismos y en los medios ponen de manifiesto el poder social de la maternidad, la directa asociación de ser mujer con ser madre y en qué medida la sociedad recibe y tolera las diferentes formas de maternar, siempre tan asociadas al ámbito privado.

Creemos que un abordaje feminista de las maternidades puede contribuir a la reflexión, desde nuestra propia experiencia, sobre la violencia con la que se ha abordado la maternidad, para así transformar las formas en las que somos consideradas actualmente en los espacios y las instituciones que habitamos.

 

MATERNAR EN COLECTIVO. Silvia Federici argumenta que, para la mayoría de las personas, la palabra “reproducción” evoca imágenes de procreación. Sin embargo, esta pensadora nos dice que cada vez más, en el movimiento feminista, este concepto adquiere un sentido amplio, que da cuenta de todas esas actividades que recrean diariamente nuestras vidas, incluyendo las dimensiones material y simbólica, y el trabajo físico, pero también el trabajo emocional que rodea y sostiene el cuidado, y particularmente la crianza. Reconociendo la maternidad y la crianza como centrales, ¿cómo colectivizamos ese espacio de la reproducción de la vida?

En un sentido, maternar en colectivo parece una utopía. Como mujeres, hemos sido educadas en el desvalor y la invisibilización del mundo de la reproducción y lo que ella conlleva, incluidos los saberes femeninos, que –aunque los sepamos histórica y culturalmente producidos– son transmitidos generacionalmente. Como mujeres, también hemos interiorizado la idea de que la reproducción de la vida es un mundo privado, la contracara del mundo público, aquel que –inherentemente masculino– produce lo político. Estos sentidos conducen al modelo de maternidad encerrada entre los límites de la familia tradicional –u otros arreglos familiares–, que reproducen el aislamiento, la soledad y el agobio. Ser madre, maternar, se constituye así como una experiencia en solitario o, en el mejor de los casos, de pareja.

 

Tomando en cuenta esto, cuando hablamos de maternar en colectivo, hablamos, en primer lugar, de descentrar el binomio madre-hijo para pensar la crianza. Más allá de con quiénes compartimos cotidianamente la crianza ‒nuestra pareja, el padre o la madre de nuestros hijos‒, creemos que es necesario involucrar a otros en el proceso de criar, para enriquecerlo y también para romper con el mandato de que niños y niñas son responsabilidad (primera y última) de las madres. La pregunta “¿dónde está la madre?” resuena cada vez que la sociedad entiende que la crianza, entendida como educación, fracasó. No importa qué tan cerca del modelo de madre abnegada se encuentre esa mujer madre. Porque nunca se es lo suficientemente abnegada. Al mismo tiempo que reclamamos “abrir” el binomio madre-hijo, necesitamos visibilizar las distintas experiencias de mujeres que crean redes de crianza. Esas experiencias nos rodean, somos parte. Porque, finalmente, no es cierto que criamos en soledad. ¿Cuánto maternaje de otras mujeres hay en nuestras maternidades? Los círculos de mujeres (amigas, vecinas, compañeras de trabajo, abuelas, tías) se activan rápidamente cuando tenemos que resolver cuidados fuera de la rutina, cuando los hijos se enferman, cuando queremos celebrar la vida y festejar sus cumpleaños, cuando nosotras enfermamos, pero deseamos que los hijos estén protegidos y sean amados. Visibilizar y enunciar las tramas colectivas que ya existen es también disputar el modelo patriarcal de la maternidad, que intenta separarnos y debilitar lazos entre mujeres. Existen más prácticas feministas que las que estamos preparadas para reconocer. Tenemos que recuperar, además, experiencias diversas en las que hay redes de ayuda para reproducir la vida, para criar, pero también para alimentar, para producir comunes. En suma, se trata de imaginar la redistribución de las responsabilidades y las creaciones que implica la crianza, porque los hijos ya no serán completamente de las madres y, al mismo tiempo, serán un poco hijos de muchos.

 

En otro sentido, hablar de maternar en colectivo nos enfrenta a un nudo difícil de desenredar. El patriarcado, al separarnos de nuestros linajes femeninos, nos ha separado entre nosotras y producido una forma de trasmisión de saberes que no necesariamente tiene anclaje en el cuidado colectivo. Una pregunta que resuena fuertemente es: ¿cómo acompañamos? A la amiga, a la hermana, a la hija que parieron (a la que quiso y a la que no quiso una cesárea, a la que quiso y a la que no quiso un parto natural, a la que pudo y a la que no pudo tener un parto natural), a la que acaba de tener un hijo (a la que quiere y a la que no quiere amamantar, que puede y no puede amamantar), que está intentando criar. El desafío aquí es trascender la fuerza social de la maternidad como marca identitaria de las mujeres, que, al acompañar a otras en convertirse en madres, se expresa interpelando nuestra propia maternidad. El desafío es salir del “bajo sospecha” para estar disponibles para otras, reconociendo nuestros saberes adquiridos en la experiencia, pero también nuestros vacíos, nuestras frustraciones, nuestros dolores. El despliegue de la potencia corporal y emocional para maternar requiere de recrear también las formas en que nos acompañamos. En este proceso de recreación, ¿cómo recuperamos nuestros linajes femeninos, sin romantizarlos o idealizarlos, pero reconociendo lo político en las experiencias de nuestras abuelas, madres, amigas, hermanas?


* Integrantes de Desmadre, colectiva feminista que reúne a mujeres, trans y personas no binarias, madres, trabajadoras, hijas, para compartir e interpelar nuestra experiencia de maternar y criar. Somos Desmadre, como el río cuando se sale de su cauce y desborda en otras formas. https://desmadrecolectiva.blogspot.com/

Brecha

Papá milonga, gilada, manija // Diego Valeriano

¿Qué festejar si es el enemigo? Si es la amenaza, el problema, la condena. ¿Para que lo van a saludar si es un gil? Si ni sabe dónde queda la escuela, si mira así a las amiguitas, si desaparece tres días. Si no podes contar con él nunca, si ni sabes donde está ahora. Que la guita no alcanza, que todos los problemas, que la novia de ahora es re conventillera, que el nuevo guachin siempre está enfermo. Papá garrón, traición, vacío.

Preso que ahora sí extraña a las nenas, que ahora sí quiere que estén, que exige querer como nunca nadie lo quiso, que se acuerda de lo necesarios que son los cuidados. Papá traición, perimetral, papeo, carga virtual, olvido. Papá allanamiento, berretín, cachengue, coartada.

Papá escabio, gediento, zarpado. Milonga, manija, gilada y dos días encerrado en la pieza sin que nadie lo moleste. La quincena que se esfuma, la locura que no para y toda la semana con los tupper al comedor.  Papá silencio, susurros, miedos.

¿Como se festeja en los pasillos, en los ranchos, en los bloques, en el comedor de Raquel, en el Mercante, en las comisarías de Moreno, en el cuartito de la estación donde los gendarmes llevan a las pibas? Ortiba, lejano, ausencia. ¿Como se festeja una ausencia? Borracho que aparece a reclamar algo en la noche menos esperada: un beneficio, una especie de derecho, un respeto que no tiene en ningún lado, un lugar para llorar, dormir y desaparecer.

Transa, entregador, buche. Cagón que no paga lo que debe, pillo con cosas que queman. Rastrero, gato de los peruanos, transa de la gorra, refugiado. Gordo rata que tira tiros con la boca. Risa de macho, jactancia de pancho, papá pernada, vergüenza.

Papá tatuaje, posteo sobreactuado, emoción, exageración, olvido. Luchón que se queda con la asignación. Amanecido que no compra los pañales, que olvida cuando es principio de mes, que deja esperando toda la noche en la Crovara a sus hijos que lo visitaban después de tanto tiempo.

Papá ausencia, abandono, desamparo. Traición permanente. Papá que sigue estando ahí, sin estar, sin llamar, sin pasar un peso. Como una presencia molesta, como un recordatorio, como algo que pica, que late, que supura, que se va infectando. Papá Crueldad, risa estúpida, abandono, huida.

Reunión: Lof Lafken Winkul Mapu y Soraya Maicoño // Dani Zelko

 

La comunidad cuenta por primera vez cómo fue la represión en la que fue asesinado Rafael Nahuel, y cuenta que su recuperación territorial es trascendental porque en esa tierra se levanta una machi: la autoridad ancestral más importante del pueblo mapuche para todo el territorio mapuche en argentina, una autoridad que no aparecía desde la campaña del desierto.

El libro también cuenta con la voz de Soraya Maicoño, mujer mapuche, cantante y actriz, que despliega su cosmovisión, su lucha y cuenta la relación de su pueblo con el estado argentino a través de los años.

Hoy hicimos la presentación en la comunidad, leímos en voz alta alrededor de un fuego, y muchos cientos de ejemplares empezaron a girar por las comunidades del wall mapu. Quería compartirlo también con quien lo quiera leer por donde sea.

Pronto viene una versión ampliada que contará también con aportes de Pilar Calveiro (que desmenuza la producción de terror global y la producción global de los enemigos), Claudia Briones (que propone una autocrítica para lxs que acompañamos o queremos acompañar los procesos de los pueblos originarios), y Elizabeth Gomez Alcorta (abogada del lonko Facundo en el juicio por extradición y abogada de Milagro Sala, que rodea las cuestiones legales y jurídicas).

06/14/2019   

Dani Zelko

EL ESTADO COMO PUENTE O LÍMITE // Luchino Sívori.

`Anarquismo y marxismo compartían la idea de que el comunismo era equivalente a la liquidación del Estado (…)  A este proceso se lo llamó revolución.´

Emmanuel Rodríguez López, La política contra el Estado, 2018.



Según la ortodoxia marxista, el Estado representaba el estadio previo al Socialismo por excelencia, el puente por el cual la clase obrera debía pasar antes de realizar la deseada Revolución. Casi dos siglos después, sin embargo, el Estatismo parece haberse convertido, según pudimos ver a lo largo del siglo XX y parte del actual, en el protagonista indiscutible para retrasarla, desvirtuarla o, directamente, anularla del todo.

 

……………..

 

Olin Wright, fallecido recientemente, afirmaba en su libro Los Puntos de la Brújula (2019):

`Aunque ha habido desafíos revolucionarios al capitalismo, los ejemplos históricos de transformación rupturista nunca han sido capaces de mantener un proceso prolongado de construcción experimental de instituciones democráticas (…) siempre han sido de corta vida y relativamente aislados.´

Similarmente García Linera, vice-presidente de Bolivia, en su obra Qué es una revolución: de la Revolución Rusa de 1917 a la revolución en nuestros tiempos (2017) escribía que en la URSS a través de la NEP se hizo patente la necesidad de fijar el proceso a través de un Estado centralizado poco democrático, única forma, según él, de mantener a salvo el espíritu de Octubre.

Wright y Linera, aunque provengan de fuentes de inspiración diferentes, se parecen en su crítica del proceso histórico soviético. Como intelectuales marxistas, se esforzaron en comprender por qué se produjo (y produce, ya que ambos también analizan los casos de Cuba, China y Bolivia) ese “parón” en el camino hacia el socialismo. Ambos, también, se diferencian de los típicos motivos por los cuales la izquierda contemporánea suele atribuirse o delegar la derrota. En lugar de conceptos e ideas,  parecen querer decirnos, es la corporización institucional de las luchas hacia donde deberíamos mirar con más atención.

 

ESTATISMO COMO VÍA O FIN

Las revoluciones denominadas socialistas, como se sabe, si bien lograron una ruptura con el Capital redistribuyendo la riqueza más equitativamente, no supieron ser plenamente democráticas en los distintos lugares donde allí se implantaron.

Una de las razones más importantes por la cual esa fue finalmente la deriva, según los autores, se debió a que la concentración del poder político y económico se monopolizó en un partido único centralizado. De esta manera, lo que representaba la primera fase de la teoría marxista (dictadura del proletariado) llevó, deliberadamente o no (según Linera, necesario; de acuerdo a Wright, discutible) a una suerte de impasse estatista sin continuidad.

No pudiendo abrirse a una alternativa igualitaria democrática (extensión política) ni tampoco a delegar la organización de la economía en otra cosa que no sea el Partido (extensión económica), la Revolución se convirtió así en un aparato burocrático alejado de lo que debía ser su misión originaria histórica: la coordinación planificada de los diferentes grupos conformantes de la sociedad civil organizada (soviets).

Discursivamente, sabemos, esta doble limitación político-económica, sumada a la extensa propaganda imperialista durante la Guerra Fría, llevó a que durante años la “amenaza roja” se convirtiese finalmente en una “amenaza contra la democracia”, re-significando el valor del Liberalismo (libertad) en detrimento del comunista (dictadura, control).  

A pesar de que el Estatismo como planificador centralizado de la vida política y económica no tuvo las mismas líneas de interpretación en América del Sur que en el Viejo Continente (derivas fascistas en el Mediterráneo y centro de Europa; socialdemócratas en Escandinavia; comunismo en el Este), actualmente, tres décadas después de la caída del Muro, estos significantes y significados siguen jugando en el inconsciente colectivo de la mayoría silenciosa, anexando nuevas connotaciones negativas como “intervencionismo” y “paternalismo” al ya muy denostado concepto.

 

IZQUIERDA Y ESTADO

Como dijimos, hasta ahora lo que hemos vivido según los autores no fue estrictamente un Socialismo en toda regla, sino más bien hibridaciones estatistas con ciertos elementos socialistas. Formas económicas con mecanismos institucionales que no lograron ser completamente democráticas. Tanto la actividad económica como la civil política se vieron, pues, en los distintos casos parcialmente controlados por alguna forma de poder de un Estado centralizado, con un partido único, una sociedad civil subordinada y un alto nivel de autoritarismo político. A pesar de lo nominativo, no llegó a ser socializado el sistema, incapaz de trascender ese primer estadio prescrito por la teoría marxista que afirmaba que el Estado era la vía, y no el fin, hacia el Socialismo.

¿Cómo se plantearon, entonces, las diferentes luchas las Izquierdas occidentales sabiendo que el Estado, al revés de lo que se esperaba, cumplió más bien un rol ralentizador o directamente taponador?

Desde la caída del bloque soviético, tres formas de actuación emancipadoras han sido las preponderantes según el historiador catalán Xavier Domènech. Según afirma en su libro Cambio político y movimiento obrero bajo el franquismo: Lucha de clases, dictadura y democracia (2011), podrían denominarse con el nombre del juego “Piedra, papel y tijera”.

La primera forma fueron aquellos casos históricos donde la Ruptura y la confrontación directa con el poder estatal representaron los mecanismos principales, con el objetivo de lograr la destrucción del Estado para luego plantear las bases de la transformación total de la sociedad.

La segunda forma representarían aquellas experiencias donde el uso y utilización de las estructuras del Estado del Bienestar se priorizaron en contraposición al enfrentamiento, buscando potenciar la democratización y engrandeciendo el poder social en áreas clave como los presupuestos y la gestión municipalista.

La tercera, como su nombre lo indica, fueron aquellas iniciativas que habitaron en los márgenes de la sociedad capitalista, en sus alteridades y contornos, ignorando o pretendiéndolo hacer toda forma de gestión ajena a la propia comunidad.

En muy pocas palabras, Piedra sería la destrucción del Estado, el Papel su uso y la Tijera el corte de la relación-dependencia.

Por momentos, una de ellas pareciera resolver el impasse estatista; en otros, ninguna de las tres da la impresión de ser efectiva a gran escala.

Seguramente no exista una única vía para trascender el Estatismo, un elemento que se pensó como herramienta y acabó representando otra cosa. Seguramente, también, habrá que re-pensar si las cuestiones de Clase siguen siendo válidas para la teoría de la transformación, o de si las luchas identitarias, por poner un ejemplo, representan quizás una amenaza más grande al efecto dilatador del Estado representativo.  

De la misma manera, no pareciera que los caminos intermedios, como la democracia asociativa o el corporativismo nórdico, sean las respuestas idóneas a cómo finalmente llegar a un poder social de la economía y la política.  

Trascender el Estatismo para llegar al Socialismo, pues, representa por ahora una tarea pendiente. Mientras tanto, nos queda el conocimiento que podamos extraer de las experiencias de transformación, incluyendo, incluso, a aquellas que no consideran al Estado como aliado circunstancial. Un camino no trazado que se hace al andar, y no al revés como a veces asumimos los que estimamos la teoría.

 

“La potencia feminista está en su transversalidad” // Verónica Gago

Entrevista por Gala Kreisler

¿Qué rol juega el discurso neoliberal en las identidades que integran el colectivo feminista? 

Creo que hoy el discurso neoliberal, desde el movimiento feminista que está tomando las calles, aparece como un objetivo a atacar, como un lenguaje contra el cual confrontar. Esto es importante porque permite diferenciarnos, marcar un corte, con los intentos de asociar neoliberalismo y feminismo. ¿Cómo se busca esto? Por ejemplo, desde ciertas instituciones, medios de comunicación y ONGs que se esfuerzan en presentar la inequidad de género como algo que puede resolverse al interior del neoliberalismo, sin alterar sus reglas de competitividad y sus políticas de precarización laboral y existencial. Voy a poner una imagen concreta: cuando se dice que el feminismo consiste en llegar a los puestos más altos de mando y que para eso las mujeres deben buscar “empoderarse” como empresarias de sí mismas, estamos ante una falacia que intenta banalizar al feminismo y emparentarlo con el neoliberalismo; es decir, como si pudiera haber aspiración a la igualdad bajo reglas de mercado que la hacen irrealizable. Más aun: cuando el capitalismo neoliberal funciona sólo en la medida en que hay una subordinación a una jerarquía y un control permanente sobre los cuerpos de las mujeres y los cuerpos disidentes.

Cuando afirmo que el movimiento feminista hoy es radical me refiero a que denuncia esa mentira neoliberal, a que no aspira a un cupo dentro de esa lógica expulsiva, a que no se contenta con proponer el “empoderamiento” como subjetivación empresarial en condiciones de pobreza generalizada y de represión constante de todos los deseos, modos de vida y formas de existencia que no se “ajusten” a su racionalidad política y a su modo de gestionar los sufrimientos.

“…el discurso neoliberal, desde el movimiento feminista que está tomando las calles, aparece como un objetivo a atacar, como un lenguaje contra el cual confrontar.”

En cuanto al movimiento “Ni una Menos” ¿Qué respuesta se puede construir ante las críticas que vinculan al colectivo con una raigambre universitaria y de clase media?

El movimiento NiUnaMenos justamente porque es un movimiento está compuesto de muchísimos colectivos, experiencias y trayectorias de lucha que expresan su furia y su deseo de rechazo a las violencias contra las mujeres, lesbianas, trans y travestis de un modo particular: a partir de la movilización callejera, de la construcción cotidiana de redes de ayuda mutua y cuidados colectivos, y de problematizar por qué las injusticia se viven, de modo diferencial, al ser mujeres, lesbianas, trans y travestis. El movimiento ha hecho además un ejercicio colectivo en la organización de las huelgas internacionales que ha significado un salto cualitativo: una forma de conexión de la violencia doméstica con la violencia policial, económica, financiera, racista, institucional, habitacional, laboral, etc. Eso es lo que ha permitido el paro: preguntarse cómo se articulan y refuerzan las violencias, cómo no se puede confrontar a una sin poner en cuestión todo el entramado del que hace parte. Esa acumulación de experiencia, de saberes, de prácticas y de un horizonte de organización compartido es un capital político enorme, justamente porque es trabajado de manera transversal en múltiples espacios y territorios; entre generaciones distintas; y al interior de colectivas que son sindicales, universitarias, comunitarias, barriales, profesionales, migrantes, artísticas, etc.

Otra cosa distinta, por su escala, es el colectivo NiUnaMenos que creo que se define por sus prácticas. ¿Qué significa decir que es universitario? Algunas de sus integrantes son universitarias y otras no. Además, ¿qué es la universidad en Argentina? Un espacio público y gratuito con histórica capacidad para vincularse con movimientos populares y un espacio que se va reformulando: pensemos en la Universidad de La Matanza, donde están ustedes; en la Universidad de Tres de Febrero, donde nos encontramos; o en la Universidad de San Martín donde yo trabajo. O en la Universidad de Buenos Aires, donde se hicieron las primeras cátedras de salud reproductiva y donde hoy se capacita a docentes en ESI. Pero por supuesto hay una exigencia en producir convocatorias que pongan el acento en la cuestión de clase. Me parece fundamental. Pongo a consideración otro rasgo que hace que el movimiento feminista sea en este momento radical y masivo: creo, como dice Dora Barrancos, que es el momento donde el feminismo ha alcanzado el carácter transclasista más fuerte de su historia en nuestro país. Esto implica que hablemos de un feminismo de masas, donde las diferencias de clase no quedan borradas, sino todo lo contrario: expuestas como un terreno del que surgen reivindicaciones precisas y concretas que marcan su carácter anti-neoliberal. Por ejemplo, que el aborto sea gratuito, y no sólo legal. Por eso una definición de clase es también lo que señalaba antes: explicitar que no hay adecuación de nuestras prácticas con las exigencias de las políticas neoliberales. Esto no siempre es fácil porque el neoliberalismo, al ser un modo de subjetivación que organiza nuestras maneras de sentir, calcular y pensar, es difícil de ser combatido como un enemigo puramente “externo”. Y porque la definición de a qué llamamos neoliberalismo es una discusión y un campo de disputas.

Sin embargo, creo que una definición de nuestro colectivo, que se organiza con plenarias regulares de discusión y nutriendo dinámicas asamblearias, es impulsar, nutrir y ser parte de formas de desobediencia situadas, como iniciativas de política concreta en cada espacio en la que cada una nos movemos y activamos y también como apuesta de construcción de espacios colectivos más amplios que nosotrxs mismxs.

Volviendo a lo anterior: esto significa que el anti-neoliberalismo no puede ser una declamación en abstracto. Tiene que ver con cómo desarticular los mandatos heteropatriarcales que permiten que el capital hoy se traduzca en relaciones de obediencia en nuestras vidas cotidianas, en nuestros trabajos, que intente imponerse en nuestras universidades y en nuestros barrios, que se quiere hacer pasar como sentido común de las violencias que privatizan los recursos públicos y que también quieren privatizar nuestras angustias.

“…es el momento donde el feminismo ha alcanzado el carácter transclasista más fuerte de su historia en nuestro país.”

¿Qué opinión tenés sobre el feminismo popular? ¿Qué representatividad incluye?  

El feminismo popular me parece fundamental. Al igual que cuando hablamos del feminismo creo que debe decirse en plural: el feminismo popular es una constelación de prácticas diversas que tiene como elemento en común conjugar el feminismo en espacios de luchas populares donde el feminismo está siendo reinventado y potenciado. Que las compañeras de las villas digan que el feminismo popular es lo que se crea ahí es decisivo: no hay “un” feminismo que “debe ir” o “bajar” a esos lugares. Esas son metáforas que ponían al feminismo es posición de “exterioridad” respecto de procesos y luchas populares. Hoy el feminismo se construye desde espacios que le ponen exigencias concretas desde conflictos situados: ¿Qué es un feminismo que se hace cargo de las formas que la violencia neoliberal, patriarcal y racista toma en la villa?, ¿Qué es un feminismo que discute el disciplinamiento que se quiere hacer sobre las jóvenes que abortan en condiciones que ponen en riesgo su vida simplemente porque no tienen los recursos para garantizar un aborto caro?, ¿Qué es un feminismo que piensa la realidad de las trabajadoras de la tierra?, ¿Qué consecuencias tiene un feminismo popular que problematiza el trabajo feminizado de las economías populares?

Son estas preguntas, junto a todas aquellas lanzadas por los feminismos comunitarios, indígenas, negros y tantos otros, las que evidencian al movimiento feminista como movimiento vital, que se expande y se radicaliza en la medida en que es más inclusivo de conflictividades, experiencias e interrogantes.

¿Qué articulación ves presente en el feminismo para pensar los horizontes políticos en nuestro país?

Creo que el feminismo como movimiento masivo, radical y callejero va construyendo un programa de reivindicaciones concretas: desde el derecho al aborto legal, seguro y gratuito al reconocimiento salarial de las tareas reproductivas, desde el ya basta a la criminalización de ciertos territorios sometidos al neo-extractivismo al ya basta al gatillo fácil, desde el reclamo de educación sexual integral a la denuncia de femicidios y travesticidios, por nombrar algunas cuestiones clave. Todas estas reivindicaciones son emergentes de luchas y proyectan y construyen desde ahí un horizonte de transformación radical. Cuando se discute el neo-extractivismo y los agrotóxicos se pone en discusión el monopolio de los alimentos; cuando se discute la violencia racista se discute la jerarquía de las vidas que importan; cuando se discute el diferencial salarial se discute la organización capitalista basada en la explotación del trabajo reproductivo, y así…

Es tarea de todes las que nos sentimos parte y comprometidas con estas luchas mostrarlas como líneas de fuerza en los lugares que estemos: partidos, organizaciones, universidades, sindicatos, colectivas, etc. La potencia feminista es su tranversalidad: esa capacidad de estar en todos lados al mismo tiempo, de desbordar de feminismo cada espacio y de construir en muchas escalas la capacidad de imponer lo que hemos producido colectivamente durante tantos años y que más recientemente se ha vuelto masivo, especialmente en las nuevas generaciones.

Me robaron los órganos: Historias de locuras y normalidades // Fernando Stivala

-Me robaron los órganos doctor.
-¿Está seguro?

-Me robaron los órganos
-Piense en otra cosa. Ya se le va a pasar.

-Me robaron los órganos.
-No es para tanto. Ud está exagerando.

-Siempre le pasa lo mismo.

-Hay que ver que hiciste vos.

-Eso nunca pasó.

-Sos muy sensible.

-Te lo estás imaginando.


-La represión disfraza el dolor, lo dosifica.

La negación suprime la experiencia.

La renegación le quita importancia.

Insensibilidades pasan por delante del sufrimiento como si no les pasara nada.


-A los comunicadores,
a los que colonizan lo inatrapable.
Les disputamos el relato a los dueños de la cultura que clasifican lo mucho.
Los denunciamos, de haber anoticiado a la sociedad de que lo inconmesurable hay que retenerlo.
Inmovilizarlo con diagnósticos despreciativos.
Colgarlos en sus cuellos.
Que sean sus nombres.
Y así, presentarse ante el mundo.

Llamaron al amor, al odio, a la vergüenza, a la humillación, al rencor, al miedo, a la gloria, a la devoción, a la satisfacción; demencia, neurosis obsesiva, depresión, estrés, fobia, ansiedad, esquizofrenia, desequilibrio, enajenación.
Llamaron al deseo por lo múltiple histeria, bipolaridad, trastorno del ánimo.

-Definite.
Tenés que saber lo que querés.

-Las pasiones tienen que ser ordenadas.

-Me robaron los órganos.
-Vos estás re loco

-Modo de decir que alguien gusta de aventuras, de impredecibles.


-Me robaron los órganos.
-¡Que loco lindo!

-Modo de destacar una personalidad, un personaje, un fuera del rebaño.
Un fuera de la serie normal. Evidencia la aproximación entre locura y procesos de creación.


-Locuras simpatizan por su capacidad de interrumpir inesperadamente los modos de relación habituales.
Locuras seducen por su capacidad de desplegar acciones imprevistas o sorprendentes que escapan a lo esperado.

El humor también atrae por su capacidad de percibir que las cosas no sean como vienen siendo.
El humor también encanta por su disposición a sorprenderse por lógicas desconocidas.

Cultura: ¿cualquier lucha social en la que haya humor?
Cultura: ¿cuando las personas que se están organizando para algo pueden reirse de sí mismas, tomar distancia irónica, darse cuenta de que pueden pensar cosas que no hubieran imaginado?


-Me robaron los órganos
-Estás loco, no sabes lo que decís.

-Modos de hablar de la Desestimación.


-Me robaron los órganos
-No le creas a este loco.

-Modos de hablar de la Desaprobación.

-También desbordes provocan miedo por su capacidad de emoción desenfrenada que se lleva puesta toda racionalidad.


-Un día te vas a cruzar a alguien más loco que vos.

-Afirmación del miedo en una irracionalidad capaz de cualquier cosa.
Afirmación del sentido común del discurso psiquiátrico.

-Ser peligroso para sí y para terceeeeeroooooos.

-Miedo-excusa justificador de encierros.
Discurso psiquiátrico que lo porta cualquier mecanismo de control y seguridad que toda sociedad civilizada necesita tener.
Incluso en los relatos de inclusión: integraciones escolares, acompañamientos terapéuticos, psicólogxs, desmanicomializadores.

-´¡Que se integren en la sociedad!´

-Pero Doctor, Me robaron los órganos
¿Ésto tiene cura?

-Se sabe que hay un lugar para que eso mucho habite refugios.
Sin pretensiones ni asfixias de cura.
Porque sino, cuando estén mal, porque vamos a estar mal, (los dolores van y vienen) acontecen impotencias.

-´No pude´. ´Fallé´. ´Fracasé´.

-Impotencias adormecen cuerpos.
Pueblos obedientes.


-Queremos una cultura que dispute los mecanismos para que esa fuerza de acción no se apague o disminuya.
Disputar esos lugares a la impotencia y al miedo; disputar la confianza, la valentía, el humor, la astucia, entre otras.
Rasgos que se activan en la acción.

Queremos una cultura que interrumpa los modos de normalización de una comunidad que impide los movimientos de lo Mucho.
Una cultura que diga pero no defina.
Que proponga y habite la multiplicidad desdeñada, sin querer capturarla y definirla para siempre.

¿Y de dónde vamos a sacar la fuerza viva para agitar lo inmovilizado?
¿La política?
Despatologizar las emociones.


-Me robaron los órganos doctor.
Si una ciudad no sabe como alojar las angustias de sus habitantes, llama locura a eso que le incomoda escuchar, ¿sabe?
Un pueblo que no soporta sus dolores los aparta y los excluye.
Apartar los dolores es olvidarlos.
El olvido que se vuelve costumbre se transforma en indolencia.
¡Somos cómplices de esa insensibilidad!

Emociones encerradas durante siglos entre los muros del manicomio.
Y ahora, ¿a dónde las van a ir a buscar?

-Insensibilidades tienen intensidades silenciadas, apagadas;
las que se sienten en las tripas,
en las entrañas,
en los intestinos,
en los órganos.


-Doctora,
Si una ciudad se seca de lágrimas, las tiene que ir a buscar ahí donde las marginó.
A esos reservorios de energía.

Los humanos del éxito ocultaron sus angustias, las olvidaron.

Los normales ya marchitos tienen que ir a saquear lo que alguna vez expulsaron.

Llamaron uno a lo mucho.

Le pusieron nombre a las emociones y las congelaron.

A alegría, tristeza, bronca, fastidio, vergüenza, gula, ambición, gloria, menosprecio, envidia, misercordia, humildad, arrepentimiento, soberbia, audacia, crueldad, venganza, amor, odio, rencor, sororidad, egoismo, celos, miedo, esperanza, fracaso, desprecio, asombro, repulsión, devoción, seguridad, satisfacción, desesperación, indignación, reconocimiento, deseo; Los Comunicadores las llaman histeria, esquizofrenia, bipolaridad, add, ansiedad, ataques de pánico, estrés, neurosis, autismo, demencia, insanía, enajenación, adicciones, psicóticos, delirantes, místicas, depresivos, hipocondríacas, bulímicos, sádicas, perversos.


-Me robaron los órganos, rugido de voces de lo nunca silenciado
Aullido de un futuro sin imaginación.
Denuncia repetida de un porvenir insensible.

Un reloj que adelanta.


-La normalidad me ha robado los órganos doctor.
Y no le alcanza.

El macho que el odio necesita // Diego Valeriano

Los políticos que van y vienen. Sin códigos, sin palabra, sin tiempo. Las que trabajan de piqueteras, los que consiguen ser planta en la Muni, los punteros y las que viven de la política. Las frustraciones, los fracasos, las tristezas. Vivir humillada, desprotegida, sin nadie que te tenga en cuenta nunca. Este gobierno de mierda y el anterior y el otro. Chetos, mentirosos, millonarias, sobreactuaciones y mafiosos. Ese odio que es vómito y la bronca a Nancy que paga casi nada por el departamento que le dio el gobierno. Viajar, sufrir, viajar, morir en Miserere cada día y el kiosco de la estación que no tiene carga para la SUBE. No poder reírse por temor al reto, sacar la bolsa de basura con miedo a perder, ir a buscar a la nena a la parada, aunque sean las diez de la mañana, y que la casita cada vez valga menos por la gente que se vino al barrio. Trabajar para no llegar ni a principio de mes, mulear, ser correcto, cumplir las normas. Seguir adelante sin que nadie te regale nada, bajar del bondi después de Irigoyen y ser pollo cada vez. Los guachos que poronguean, las pibas, la peruana de la otra cuadra, el santiagueño de tu jefe, la música fuerte jueves, viernes, sábado hasta el domingo que sale de la casa de los paraguas de adelante, y los derechos humanos de los delincuentes. La vagancia en la esquina que te hace rodear la manzana. Los panelistas sabelotodo de la tele que gritan algo que no pasa. Las marchas por todo. Los cortes, las banderas, los piqueteros que suben en Morón meta cumbia y escabio. La absoluta soledad, la ambulancia del SAME que siempre llega tarde, la policía que hace lo que puede y rogar que si una moto se escucha en la noche sea un delivery. Sentir la humillación, sentir cómo te humillan y una causa abierta por la mamá de Brian que salta cada vez que no lo necesitás. Sentir que todo se esfuma, que nunca te salga una, sentir la soledad explotada de esta vida de mierda, sentir el vino malo cada mañana. Sentir que nadie entiende, que nadie te ayuda, que nada de lo que hagas tiene sentido. Que tus valores, esos que aprendiste en tu casa, no sirven para nada. Sentir odio, saborearlo.  Esperar paciente y resentido que toque alguna vez.

06/13/2019

Una imperecedera forma de mirar. A 90 años de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui // Pierina Ferretti

“Mi libro no ha merecido sino una nota de Sánchez, en la prensa de Lima […] No hace falta decir que se prodiga atención y elogio a la obra de cualquier imbécil. A esta pequeña conspiración de la mediocridad y del miedo, yo no le haría ningún caso. Pero la tomo en cuenta porque, en el fondo, forma parte de una táctica ofensiva para bloquearme en mi trabajo, para sitiarme económicamente, para asfixiarme en silencio”. Así le escribía José Carlos Mariátegui a su amigo epistolar Samuel Glusberg en junio de 1929. En ese momento, ahogado por un clima cultural y político que se volvía cada vez más adverso a su labor y en medio de una intensa actividad militante, el autor de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana difícilmente hubiera sospechado que su libro, el segundo y último que publica en vida, y él mismo se convertirían en verdaderos clásicos de la historia del pensamiento social del continente. Fueron eso sí varias décadas las que tuvieron que pasar para que ello ocurriera: largos lustros de proscripción corrieron en los que “mariateguismo” fue sinónimo desviación pequeño-burguesa y en los que Mariátegui fue acusado de europeísta, populista, soreliano, aprista, irracionalista o intelectualista por la máquina oficial del comunismo continental que montó una operación de limpieza ideológica para barrer con su legado.

Sin embargo, de esos tiempos de hegemonía estalinista han pasado muchos años ya, y al menos desde que la Revolución Cubana repusiera la pregunta por la especificidad de la transformación socialista en estas latitudes, José Carlos Mariátegui ha sido recuperado, editado, estudiado y a estas alturas canonizado. Por lo mismo, sobre el socialista peruano y sobre su principal libro se ha escrito mucho y se han dicho cosas esenciales que siguen siendo válidas. Antonio Melis, bautizó al amauta como el primer marxista de América Latina y José Aricó calificó a los Siete ensayos… como la única obra teórica importante del marxismo continental. En su momento, tales aseveraciones fueron fundamentales para disputar el legado de la figura y la obra de Mariátegui y para defender un marxismo crítico y abierto en oposición a la ortodoxia comunista. Pero hoy, para no redundar en lugares comunes, tenemos que preguntarnos honestamente por qué y cómo seguir leyendo estos ensayos que ahora cumplen noventa años sin convertir su lectura en un ejercicio mecánico ¿Hay todavía en las páginas de ese volumen elementos actuales, que nos ayuden a transitar el momento por el que pasamos y a salir de los atrolladeros en los que nos encontramos? ¿Lxs militantes del siglo XXI encontraremos en Mariátegui claves para responder las preguntas que nos hacemos frente a la realidad que nos toca comprender para transformar?

Sin duda, una cierta actualidad de este casi centenario libro existe solo por el hecho de que algunos problemas diagnosticados y analizados en él siguen sin solución, agravados e intensificados por la radicalización de la explotación capitalista en su fase neoliberal y por las durísimas derrotas que el movimiento popular ha sufrido desde el último tercio del siglo XX. Leyendo el primer ensayo, “Esquema de evolución económica”, no podemos sino sorprendernos de la continuidad colonial de nuestras economías; y de una actualidad más brutal todavía resulta leer hoy “El problema del indio”, mientras las balas de la alianza estatal-empresarial sigue cobrando vidas entre la población indígena en todos los países del continente. Pero es cierto también que sobre nuestra estructural dependencia económica y sobre la violencia racista de nuestras sociedades y Estados se han escrito páginas más brillantes que las de Mariátegui en estos noventa años.

La dimensión imperecedera de este libro y de su autor tiene que ver con lo que los 7 Ensayos representan, con la política que expresan, con la intervención que Mariátegui intentaba realizar con su publicación y, también, con el método que encierran sus textos y con la relación de este método con las luchas sociales que lo engendran y que, al mismo tiempo, él se propone animar y robustecer. ¿Qué buscaba Mariátegui con la publicación de sus ensayos? ¿Qué lugar ocupaba esta publicación en el despliegue de su intervención política en el Perú?

Comencemos por el momento de la publicación hace noventa años atrás. En noviembre de 1928 Mariátegui se encontraba en un punto crítico. En abril de ese mismo año se había producido su ruptura con Víctor Raúl Haya de la Torre y el APRA, por el viraje electoral y partidista que el líder de la Alianza impulsó para presentarse como candidato presidencial. Este quiebre significaba el fracaso de la que hasta entonces había sido la estrategia política de Mariátegui al interior del movimiento popular peruano. Una estrategia frentista, que privilegiaba la unidad de los sectores subalternos antes que la homogeneidad ideológica; una estrategia de maduración de las fuerzas populares, de articulación de trabajadorxs de la ciudad, las minas, el campo, de indígenas, de intelectuales y artistas; una estrategia de acumulación, que apuntaba a profundizar el anclaje social de la vanguardia revolucionaria en las masas; una estrategia de incidencia en la orientación socialista del movimiento popular privilegiando el robustecimiento de las organizaciones de lxs subalternxs por encima del asalto a las instituciones del Estado.

A partir de este quiebre la actividad política de Mariátegui se acelera y los dos últimos años de su vida transcurren a un ritmo vertiginoso. En septiembre, imprime a su revista Amauta un giro decididamente socialista. En octubre funda el Partido Socialista del Perú y se convierte en su primer secretario general. En noviembre publicas los 7 Ensayos… y ese mismo mes crea la revista Labor, orientada específicamente al movimiento obrero. En junio de 1929, participa en la creación de la Confederación General de Trabajadores Peruanos y escribe intervenciones para la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana; prepara la publicación de tres libros más: El alma matinal, Defensa del marxismo y el ya mítico “libro perdido” sobre la revolución socialista en el Perú, pieza que por esas astucias del destino se extravió y no llegó a publicarse. En estos dos años también, y por intervención del Secretariado Sudamericano de la Internacional, pierde la conducción del partido que el mismo había fundado y decide dejar el Perú para instalarse en Buenos Aires y continuar allí su labor con Amauta.

La aparición de los 7 ensayos en este contexto de quiebres y disputas constituye una operación que no puede dejar de leerse como un esfuerzo por proponer una lectura de la realidad social en la que apoyar una política determinada. Mariátegui buscaba instalar una interpretación marxista del Perú que contribuyera a organizar la mirada de lxs articuladores del campo subalterno o, al menos, de una parte de ellxs. La organización de esa mirada, paso ineludible en la constitución de la autonomía de un grupo social, fue uno de sus mayores esfuerzos y la publicación de Siete ensayos… cristalizaba ese ejercicio crítico.

Mariátegui se dio a la tarea de elaborar una interpretación de la realidad peruana apoyada en el canon marxista y que contribuyera a tanto a conocer las condiciones sociales y culturales del Perú como a debilitar la eficacia simbólica de la mirada que las clases dominantes habían desarrollado sobre los problemas peruanos, porque en su país, como en el resto del continente, había una ya importante tradición de ensayismo social que representaba la interpretación oficial y oligárquica de la realidad. El Perú contemporáneo de Francisco García Calderón, por ejemplo, formaba parte de esa ola de revisiones críticas de los males y los fracasos nacionales que el cambio de siglo animó en América Latina y que en el Perú se alimentó además de la derrota en la Guerra del salitre. Textos como ese o como Pueblo enfermo de Alcides Arguedas o Nuestra América de Carlos Octavio Bunge expresaban con claridad meridiana la mirada que la oligarquía criolla tenía sobre los problemas que aquejaban estas jóvenes naciones. Mezclando racismo, psicología social y todos los prejuicios de casta imaginables, los fracasos nacionales se atribuían a las taras de las poblaciones indígenas, a las consecuencias deletéreas del mestizaje, a los desequilibrios producidos por las agrestes geografías de las pampas y altiplanos, al alcoholismo y la pereza o a la tristeza y la melancolía entre otros muchos defectos siempre ubicados en clases populares.

Puestas así las cosas, podemos entender a los Siete ensayos… como un arma destinada a combatir los argumentos racistas y clasistas del poder y a dotar a lxs subordinadxs de una mirada propia. Los ensayos de Mariátegui deben ser considerados también como una expresión de maduración del campo subalterno que, en el proceso de lucha, de enfrentamiento, de constitución como clase, produjo sus propios intelectuales y puntos de vista capaces de descubrir las tramas invisibles de la explotación y la dominación y de disputarle al poder la interpretación de la realidad social. Allí donde las clases dominantes decían que el problema de la población indígena era la educación o la moral, Mariátegui contestaba que el problema era el régimen de propiedad de la tierra. Allí donde los intelectuales de la oligarquía veían la causa del fracaso del proyecto nacional en las supuestas limitaciones de las clases populares, Mariátegui la ve en la incapacidad de las clases dominantes de constituir una nación y en la la alianza imperialista de la oligarquía peruana.

La mirada de Mariátegui fue también capaz de ver las grietas del poder y de encontrar allí las posibilidades concretas para hacer irrumpir un proyecto socialista de transformación social. Eso lo llevó a plantearse el problema de la nación como una tarea que, siendo típicamente burguesa, se presentaba como el campo de disputa para un bloque obrero-campesino en el Perú. En el propio proceso social, tal como se había desarrollado, se encontraban las posibilidades de superación de sus contradicciones. La mirada de Mariátegui supo identificar así lxs sujetxs sociales que podrían llevar adelante esa transformación. Allí donde el poder veía una masa informe e incapaz de progreso o, lxs más benevolentes, simples víctimas de la crueldad a las queu había que asistir, él ve sujetxs políticxs en potencia o en desarrollo. Puso el foco en las rebeliones indígenas que no dejaban de sucederse en el sur andino, en los congresos indígenas que empezaban a celebrarse, en las organizaciones sindicales que se levantaban en la ciudad y las minas, en las vanguardias artísticas y los movimientos de renovación estética, y supo descubrir en cada uno de estos lugares las fuerzas de renovación que debían articularse y madurar. Por último, la mirada de Mariátegui supo también alertar acerca de las dificultades de constitución de actores sociales robustos que pudieran llevar adelante un proyecto político sin ser desarticulados tras los primeros pasos. Le preocupaba particularmente que indígenas y trabajadorxs pudieran dotarse de organizaciones de alcance nacional, que superaran la fragmentación, el localismo y las divisiones internas, y trabajó concretamente en esa dirección.

Creemos que lo más actual de los Siete ensayos… es la forma de mirar que allí se condensa. Esa mirada es la que nos desafía hoy. ¿De qué manera nuestras interpretaciones de la realidad social desarman la eficacia de los relatos del poder? ¿Somos capaces de identificar las actuales fisuras del neoliberalismo y de proponer estrategias de avance a partir de las condiciones concretas del desarrollo de nuestras sociedades? ¿Conocemos lxs sujetxs sociales que han surgido de las sensibles transformaciones que el neoliberalismo ha operado? ¿Hemos sabido identificar dónde están los gérmenes de las revoluciones contemporáneas? ¿Podemos decir cuáles son hoy las insuficiencias, las dificultades para la articulación del campo popular, para la acumulación fuerza social, para superar el estado de disgregación y fragmentación que impera entre lxs subalternxs y de proponer estrategias para su recomposición?

Una teoría política a la altura de los desafíos del presente debiera hacer frente a estas preguntas y la mirada de Mariátegui, a noventa años de la publicación de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, sigue allí, imperecedera, disponible para entrenarnos en el necesario ejercicio de descubrir en lo concreto de la historia las posibilidades siempre existentes de la revolución.

06/13/2019

Fuente: revista Ojo Zurdo – Número 7

La fórmula Macri-Pichetto: primeras impresiones // Diego Sztulwark

La fórmula Macri-Pichetto termina de acomodar el panorama electoral sacudido por el anuncio de la fórmula Fernández-Fernández. No habrá un tercer espacio del centro, sencillamente porque el centro ya fue plenamente ocupado. Del centro a la izquierda, y ahora del centro a la derecha. La respuesta de Macri puede leerse como un intento de evitar que la polarización anticipada pueda leerse en términos de peronismo-antiperonismo. Su apuesta es a dividir al electorado en torno al eje liberal democracia-anutoritarismo. Estamos ante el intento más nítido de reformular un bipartidismo, dos pueblos: ¿alcanzará esta interpretación de los hechos para moderar los efectos del fracaso de su programa de gobierno? La jugada apuesta a eso.

La poesía no es un lujo, según Audre Lorde // Agustín Valle

Este texto de Audre Lorde, “La poesía no es un lujo”, me pareció buenísimo en varias cosas. Anuda diversas líneas que me parecen muy contemporáneas -en algunos otros pasajecitos queda pegada al tono de su época, como acaso corresponda a un viviente-. Por una parte, la idea misma de que la poesía no es un lujo. Es una idea-combate. Porque si el drama sociopolítico en que vivimos se convierte en un estado de urgencia, en la urgencia lo poético queda menospreciado como un lujo evitable (lo cual es un rasgo del estado de “respuesta urgente”). Qué ostentoso hacer poesía con las cosas que están pasando… Como si lo poético fuera un campo de mero esparcimiento.

“Nuestros poemas formulan las implicaciones nacidas de nuestro ser”, dice Lorde. Lo poético sería la instancia donde puede tomar forma nuestra naturaleza. Las verdades que intuimos, lo que presentimos, nuestro “ensueño” (Rozitchner). La concepción de vida que surge de nuestra experiencia sensible (con sus parámetros, sus reglas, su deseo, su ritmo), se convierten en algo que tiene consistencia, y puede jugar en el mundo, gracias a la mirada poética, al tiempo poético. Es necesario “soportar la intimidad”. Es necesaria una “atención disciplinada”. (Tiqqun: “llamamos comunismo a una cierta disciplina de la atención”).

Más que condenar involuntariamente lo poético como un lujo, en pos del deber de la respuesta urgente, de la indignación, ¿de la militancia?, etc., esta escritora nos insinúa que es al revés: que si hay derrota en el orden político, si la atrocidad tiene lugar, es porque hemos, colectivamente, debilitado el lugar y la legitimidad de lo poético. (Lo poético entendido en este sentido abarcativo y no circunscripto a la escritura en verso, claro).

Pero además Lorde afirma que esta potencia poética es femenina. Al orden masculino lo llama el orden de “Los Padres Blancos”, responsables del “modo de vida europeo”. El modo de vida europeo, propio de los padres blancos, se caracteriza por “concebir la vida como un problema a resolver”. Ella, desde “la madre negra que todas las mujeres llevamos dentro”, afirma que “la vida es una situación que debe ser experimentada”. Creo que incluso puede ser un problema a ser experimentado. Habitado.

Los padres blancos quieren resolver. Resolver el problema, eliminarlo, y proseguir. Para los padres blancos, además, lo más importante son las ideas, y hacen de la poesía un estéril juego de palabras; nos legan una concepción de las ideas insensibilizadas -una idea insensible de las ideas-, y una concepción de la poesía como algo, en fin, lujoso -frívolo.

Lo femenino según Lorde es un cúmulo de experiencia y una naturaleza que puede obtener fuerza de lo oscuro. De lo oscuro y profundo. Algo de los atributos corporales femeninos está claramente aludido: el útero, el embarazo, esa creación lenta, casi invisible desde afuera (acaso lo importante nace siempre escondido?). Ese oscuro del que todxs venimos. Al fin y al cabo el sol siempre fue macho, el dios sol, y la tierra, hembra. El iluminismo y la razón son modelos de verdad de cuño solar, masculino: deterministas, impositivos, que proceden por certidumbres. Lo femenino, como la tierra misma, muestran que la verdad se elabora siempre con una decisiva fase de oscuridad.

También los sueños, que Lorde pondera altamente, tienen a lo oscuro como condición de posibilidad.

Oscuridad, gestación discreta, rango existencial de lo poético: ideas-combate vitales para nosotrxs, sujetos al mandato de exhibición permanente, sujetos a la iluminación constante de las pantallas; nosotrxs que caminamos por calles inundadas de la luz blanquísima de las led que nos trata como sospechosos y como pacientes: son de interrogatorio y de quirófano. ¿Guardamos aún zonas para la oscura luz poética? ¿Con qué deben luchar, para tener sitio? ¿Qué aliados encuentran? ¿Qué procedimientos sostienen vivo y dan consistencia a lo poético?

 

Desde Bestias Posibles

 
 

Es el feminismo el que está articulando la oposición social y política a la derecha // Cinzia Arruzza

Cinzia Arruzza es académica de la New School for Social Research (Nueva York) y activa militante feminista. Visitó Chile en marzo de este año invitada por el Grupo de Estudios Feminista con la colaboración del Centro de Investigaciones Estéticas Latinoamericanas de la Universidad de Chile. Durante su estadía presentó su libro más reciente Feminismo para el 99%. Un manifiesto (2019) escrito en coautoría con Nancy Fraser y Tithi Bhattacharya. Conversó con Pierina Ferretti, investigadora de la Fundación Nodo XXI y parte del equipo editorial de Cuadernos de Coyuntura. Agradecemos a Cinzia el concedernos esta entrevista en su apretada agenda en Chile y al Grupo de Estudios Feminista por facilitar este encuentro y hacernos parte de las actividades que Cinzia desarrolló en su visita.

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Has sido una activa organizadora de la Huelga Internacional de Mujeres y acabamos de tener una enorme movilización en distintos lugares del mundo. ¿Cuál es tu balance de esta jornada y cuáles son los desafíos que se abren para el movimiento feminista internacional después de esta gran movilización?

Primero tenemos que distinguir los Estados Unidos del resto del mundo. Allá no tuvimos realmente una gran movilización este año en el 8 de marzo y una de las principales razones fue que la Women’s March1, la organización que convocó esa gran movilización contra Trump se convirtió en una ONG y eso, por supuesto, no facilitó realmente la organización de una gran movilización desde abajo y la dinámica de movimiento. Además, el año pasado, en 2018, hubo una decisión política de centrarse en las elecciones, entonces la consigna fue power to the polls (poder para las urnas). La idea era que la resistencia contra Trump debía moverse desde las calles hacia las urnas y el objetivo fue elegir la mayor cantidad de candidatas progresistas como fuese posible y, por supuesto, se trataba de candidatas del Partido Demócrata. Esto claramente desmovilizó, en el sentido de que nosotras como Internatinal Women’s Strike2no tuvimos las redes, ni la infraestructura, ni el dinero, ni la visibilización para gatillar un proceso de movilización feminista y ellas (Women´s March) fueron el punto de referencia para la mayoría de la gente que quería movilizarse por el feminismo y esto tuvo un fuerte impacto en la posibilidad de tener un movimiento.

Nosotras en Estados Unidos organizamos marchas en algunas ciudades, pero fueron pequeñas y lo que estamos haciendo ahora especialmente es tratar de popularizar el movimiento feminista en Estados Unidos, porque uno de los problemas en la izquierda de este país es que no presta mucha atención a lo que pasa en otros lugares del mundo, es un poco aislada. Realmente la izquierda estadounidense no discute sobre las luchas políticas de otros lados, ni la posibilidad de inspirarse en ellas. Es realmente muy difícil. Entonces, el trabajo que estamos haciendo ahora es entrevistar a feministas que organizan el movimiento a nivel internacional. Por ejemplo, organizamos una gira de nuestras compañeras Luci Cavallero de Argentina3 y Julia Cámara de España4, precisamente en el intento de popularizar el movimiento, de mostrar que hay algo importante que está sucediendo a lo largo del mundo. Eso con respecto a los Estados Unidos.

Ahora bien, internacionalmente, pienso que esto es inmenso. El movimiento este año creció y se expandió en diversos países que no tenían movimiento feminista en años recientes como, por ejemplo, Bélgica y Suiza; en Alemania se organizó la huelga por primera vez y hubo también un proceso en Francia, un intento de organizar, aunque es pequeño todavía. En Italia hubo una gran huelga general que fue más grande que el año pasado y en España fueron seis millones en huelga de acuerdo a los datos de los sindicatos más conservadores. También aquí en América Latina. En Chile claramente fue enorme, fue inmenso; en Argentina continúa creciendo y fortaleciéndose. Hubo varias manifestaciones en ciudades importantes de Brasil y también en México. También en países como Turquía, en Estambul hubo una manifestación masiva que fue atacada por la policía ya que el contexto es extremadamente difícil. Entonces, creo que el movimiento está en una dinámica expansiva, está creciendo, está todavía muy vivo y esto por supuesto nos plantea el problema de qué hacer más allá de la organización del 8M o más allá de organizarnos contra la violencia de género internacionalmente, porque claramente el movimiento está creciendo, pero no puede ir solo de una manifestación a otra y la discusión seria que tenemos es ¿qué debemos hacer ahora?, ¿cómo expandimos este movimiento más allá?

No tengo una receta para esto, pero ciertamente pienso que después de tres años de huelga de mujeres es el momento de fortalecer la coordinación internacional del movimiento para establecer los puntos que debemos discutir entre nosotras y cómo podemos organizar encuentros transnacionales. En Italia, por ejemplo, están discutiendo llamar a un encuentro europeo y mediterráneo y sería genial poder organizar uno en las Américas, no solo de América Latina (para que Estados Unidos despierte). Y estamos pensando en el futuro la posibilidad de reuniones globales y la razón por la cual esto es importante es que, si bien este movimiento está luchando por demandas locales, también está articulado transnacionalmente en sus luchas y para hacer esto mejor creo que son necesarias discusiones internacionales, para la coordinación, el intercambio de ideas, de prácticas, etc. Esto es lo primero.

Además, pienso que uno de los elementos del poder de este movimiento es que en muchos países se ha roto con ciertos aspectos del feminismo de la segunda ola, como, por ejemplo, el separatismo o la exclusión de las trabajadoras sexuales o las mujeres trans y en varios países las manifestaciones son mixtas, si bien, obviamente, las lideresas son mujeres trans y cis. Y creo que esto es muy importante, ya que el poder de este movimiento es su potencialidad de lo que ustedes en América Latina llaman “transversalidad”, el poder involucrar a toda la sociedad, el poder movilizar todos los aspectos de la sociedad, desde los lugares de trabajo a la producción social, escuelas, universidades, hospitales, etc., y hacerlo desde la perspectiva de un feminismo anticapitalista. Pienso que esto es algo realmente poderoso y deberíamos insistir en ese punto.

Ahora hablemos de la contracara de esto. Si bien es innegable que el movimiento de mujeres y el feminismo está teniendo una capacidad de movilización y de coordinación a nivel internacional que no tiene en este momento ninguno de los actores tradicionales del siglo XX (movimiento obrero, partidos políticos de izquierda, etc.), es innegable también el avance que han tenido las fuerzas conservadoras y las versiones más radicalizadas de la derecha, con un discurso anti derechos, homofóbico, misógino y autoritario. Se observa incluso el avance de un discurso abiertamente antifeminista, que pone al feminismo como una amenaza para la familia y el orden social. El problema que vemos es que estos discursos no son marginales, sino que tienen capacidad de dar dirección cultural a importantes franjas sociales. Bolsonaro ganó por las urnas. ¿Cómo explicas estos avances de la derecha radicalizada? Además, tú acabas de publicar un libro sobre La República de Platón en el que discutes su tesis de que la tiranía es producto de un exceso de democracia5. ¿Qué elementos de esa reflexión te sirven para comprender estos giros autoritarios?

Voy a comenzar por el libro. Mi intento en este libro fue mostrar que la crítica de Platón a la tiranía es realmente una crítica a la democracia y es, además, una crítica antidemocrática a la democracia. Entonces debemos estar muy atentas a los argumentos que sostienen que son los excesos de la democracia los que producen la tiranía. Este es un argumento que Platón articuló en La República y que encontramos a lo largo de toda la historia del pensamiento occidental. Pienso que debemos dejar esto atrás. Y ¿por qué? porque es lo que vemos alrededor. Si miramos por ejemplo a Trump en Estados Unidos, hay muchos artículos que citan a Platón y señalan: “Ah, Platón estaba en lo correcto cuando decía “miren lo que pasa cuando hay mucha democracia””. Y estos son artículos escritos por liberales que supuestamente están defendiendo el sistema democrático. Sin embargo, este argumento es paradójico, porque si tú miras la forma en que funcionan las elecciones en Estados Unidos, está absolutamente claro que es difícil llamar a Estados Unidos una democracia: por la forma en que funciona el sistema electoral, por la enorme cantidad de gente que está privada de derechos civiles o porque están encarcelados y entonces no tienen derechos políticos o porque están bajo libertad condicional también sin derechos políticos o porque no pueden registrarse para votar porque son pobres y no pueden viajar al lugar donde están las urnas. Y, por supuesto, esta gente que está privada de derechos civiles son negros, latinos y gente blanca pobre. Entonces hay una exclusión en las elecciones de un gran sector de la clase trabajadora, especialmente de la parte racializada de la clase trabajadora. Por lo tanto, se podría decir que si esta gente hubiese votado Trump no habría ganado o al menos podemos imaginar que hubiesen tenido menor interés en votar por él. Espero que mi libro ayude a clarificar que estos son argumentos que tenemos que desechar. Necesitamos más democracia, no tenemos exceso de democracia en ningún lado, solo tenemos déficit de democracia.

Ahora bien, lo señalamos en el Manifiesto…6 que escribimos con Nancy Fraser y Tithi Bhattacharya, pienso que el gran problema actualmente es que tenemos un número de fuerzas democráticas o auto-llamadas progresistas alrededor del mundo (lo que nosotras llamamos neoliberalismo progresista), que llevaron adelante medidas de austeridad y políticas neoliberales que contribuyeron a atacar -en el nombre de la modernización- los derechos laborales y a desmantelar el Estado de bienestar, que contribuyeron a deteriorar las condiciones de vida de las personas y que administraron la crisis del 2008 haciendo a la gente común pagar por ella en vez de a los bancos. Pensemos en Obama rogando a Wall Street. Al mismo tiempo, la razón por la cual llamamos neoliberalismo progresista a estas fuerzas es que se han atrapado a sí mismas en este lenguaje y discurso progresista, pro derechos para la población gay, pro mujeres, pro elección y antirracista (aunque son ellos quienes deportan a los inmigrantes). Entonces, lo que está pasando ahora es que hay un nuevo fascismo o fuerzas políticas reaccionarias que están emergiendo y creciendo, que se presentan como quienes pueden resolver la crisis provocada por las políticas que deterioraron las condiciones de vida de millones de personas pero que identifican la fuente de los problemas precisamente en estos aspectos del neoliberalismo progresista; entonces, el problema son las personas trans o el problema son los migrantes o el problema son la mujeres, la libertad de las mujeres que está desintegrando la familia. Es un fenómeno muy peligroso, porque son fuerzas capitalistas que no proveen ningún tipo de respuesta para las necesidades reales de la gente, sino que básicamente proveen una narrativa tóxica para entender lo que pasa, que no apunta realmente al capitalismo o al neoliberalismo y que utiliza a los migrantes, las mujeres, la gente racializada o las personas queer como chivos expiatorios.

Uno de los riesgos es que básicamente estamos atrapados entre los progresistas neoliberales y la extrema derecha y por supuesto la gente tiende a pensar que tiene que apoyar a las fuerzas democráticas para que nos defiendan. Sin embargo, como señalamos en el Manifiesto, ninguna de estas alternativas es una solución, porque en realidad son complementarias. Entonces, desde nuestro punto de vista, el movimiento feminista está realmente indicando el camino hacia de salida con estas masivas movilizaciones contra la derecha. Si miramos Argentina, Brasil, Italia es el feminismo el que está articulando la oposición social y política a la extrema derecha. No por casualidad, sino que precisamente porque nos están atacando a nosotras primero.

Otra razón (del crecimiento de las fuerzas reaccionarias y de extrema derecha) creo que tiene que ver con la crisis de la masculinidad que está ocurriendo a lo largo del mundo. La crisis de la masculinidad es algo bueno, pero que desafortunadamente está conectada con el efecto del neoliberalismo sobre las condiciones de la vida. Los hombres ya no pueden ser más el sostén de la familia porque están desempleados, precarizados, etc. Esta crisis de masculinidad también produce esta violencia tóxica contra las mujeres. Entonces de nuevo no veo otra alternativa que luchar por una gran expansión del movimiento feminista contra todo esto.

Recientemente has publicado junto a Nancy Fraser y Tithi Bhattacharya el libro Feminismo para el 99%. Un manifiesto y allí sostienen que el feminismo tiene capacidad para articular distintas luchas sociales anticapitalistas en el mundo de hoy. Sin duda, en diferentes lugares del mundo observamos procesos de resistencia y de lucha contra las condiciones de vida a las que grandes masas de personas están sometidas. Sin embargo, observamos también que la articulación y la acumulación de fuerza en el campo subalterno aún es insuficiente para hacer avanzar los intereses de las mayorías frente a los del capital. ¿De qué maneras crees que esta heterogeneidad y la fragmentación puede ser articulada por el feminismo?

Es una pregunta difícil. En realidad, la fragmentación es un producto del capitalismo y de la manera en la que el capitalismo produce diferentes formas de opresión que también están conectadas con diferentes formas de subjetividad. Y este proceso es particularmente evidente en países donde el neoliberalismo es especialmente fuerte, como en Estados Unidos, por ejemplo, y he escuchado que aquí en Chile pasa lo mismo. Quizás Chile sea el “niño símbolo” del neoliberalismo. Entonces, uno de los riesgos que puede haber, y esta es una vieja manera de pensar en la izquierda, es que deberíamos hacer abstracción de todas estas diferencias y concentrarnos en aquello que tenemos en común. Y esto generalmente se traduce en decir, por ejemplo, “no discutamos sobre feminismo y concentrémonos en una lucha común”. Yo creo que esto es un error y creo que, al contrario, lo que tenemos que hacer es, precisamente, mostrar cómo todas estas formas de opresión y estas diferentes condiciones -primero debemos reconocer que son diferentes y que debemos analizarlas como diferentes formas de opresión- se hallan internamente conectadas. No son fenómenos independientes, están conectados entre sí y conectados a los mecanismos del capitalismo. Por lo tanto, cuando articulamos demandas local o internacionalmente, esas demandas tienen que tener en cuenta toda esta diversidad, pero al mismo tiempo tienen que tener en cuenta el hecho que todas estas formas están conectadas entre sí. Entonces efectivamente tenemos enemigos en común y tenemos necesidades comunes. Es algo difícil, pero creo que el movimiento lo está haciendo. La interseccionalidad ha sido muy útil desde esta perspectiva, al enfatizar la necesidad de tener en cuenta la condición específica de las mujeres negras, al abandonar esta idea de que hay una mujer universal, de que somos todas iguales y hermanas y en insistir en la idea de que nos volvemos hermanas a través de la lucha. No es que ya seamos hermanas, que ya estemos en hermandad, sino que es a través de la lucha que podemos construir esa hermandad. Al mismo tiempo, lo que a menudo falta en la interseccionalidad es la noción de conexión interna y estructural entre estas diversas formas de opresión y desde esta perspectiva el feminismo marxista, la teoría de la reproducción social, está haciendo un aporte enfocándose en esto. Entonces en elManifiesto…, de lo que hablamos es básicamente de una forma de feminismo universalista, de un feminismo para todo el mundo, de liberación para todos y todas, pero de un universalismo que no está basado en abstracciones vacías como “la mujer”, sino más bien de un universalismo que está hecho de las conexiones e interconexiones entre diversas perspectivas y formas de opresión.

En tus trabajos sobre feminismo y marxismo has insistido en la necesidad teórica de comprender las relaciones entre patriarcado y capitalismo desde una perspectiva unitaria, es decir, de entender que la opresión sexual, que el patriarcado, no son sistemas autónomos, sino que son formas de dominación producidas y reproducidas por el capital. Ahora bien, entendemos que para ti esto no se trata de una discusión “académica” sino de un problema político. ¿Por qué es relevante políticamente mirar la opresión sexual desde esta perspectiva? ¿Cuáles son las potencialidades políticas que una perspectiva unitaria aporta para la lucha anticapitalista? ¿En qué se traduce esto en términos políticos?

La contribución política es precisamente que, si analizamos los mecanismos que producen las opresiones, pero también las jerarquías entre las mujeres, entonces, a través del lente de la reproducción social y de los efectos que el capitalismo ejerce sobre la reproducción social, podemos identificar programas o demandas políticas que nos ayuden a todas/os. Un ejemplo feminista típico es el aborto. Ahora bien, generalmente el movimiento feminista se ha concentrado solamente en el derecho al aborto, pero esto era dejando fuera otro aspecto del problema de la autonomía sobre el cuerpo, que es el derecho a la reproducción; y esto aplica especialmente para las mujeres negras, las mujeres racializadas. En otras palabras, mientras que las mujeres blancas en Estados Unidos, por ejemplo, son incentivadas a tener hijos/as, las mujeres negras son concretamente, no solo en palabras, desalentadas a tenerlos/as. Históricamente ha habido esterilizaciones masivas, por ejemplo, en las prisiones y también los costos de la reproducción son tan altos que claramente las mujeres pobres y negras por lo general tienen problemas de acceso a la posibilidad misma de tener hijos/as. Entonces en Estados Unidos ahora se habla de “justicia reproductiva” y no solamente de aborto. La justicia reproductiva incluye un sentido de autonomía del cuerpo que considera precisamente el derecho a no tener hijos y a tenerlos cuando quieras tenerlos. Concretamente, esto significa una demanda no solamente por aborto libre y por lo tanto atención de salud pública para un aborto libre, sino también atención de salud pública para la reproducción. De este modo se puede luchar juntos. Porque en los años ’70, como señala Angela Davis en Mujeres, raza y clase, lo que ocurría era que el movimiento era predominantemente blanco y se concentraba solamente en el aborto y la anticoncepción y ese tipo de cosas, pero para las mujeres negras esto era percibido como otro intento más por excluirlas de la reproducción. Entonces hemos aprendido la lección y ahora la lucha es por la justicia reproductiva y esto significa que queremos, por ejemplo, atención de salud pública.

En el mismo libro sostienen la necesidad de superar el feminismo liberal, blanco y elitista, representado por figuras del estilo Hillary Clinton. Sostienen además que ese feminismo liberal está en bancarrota y se ha mostrado impotente para detener los avances conservadores, como lo muestra el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. Sin embargo, en países como el nuestro, donde todavía no tenemos cuestiones básicas de cualquier ideario liberal, como el derecho al aborto, y donde culturalmente el peso del conservadurismo y de la religión son todavía muy grandes, vemos que propuestas propias del liberalismo en términos de autonomía y libertad individual, de libertad para elegir, de empoderamiento e igualdad de oportunidades, tienen una adhesión importante entre las mujeres que se han acercado al feminismo en los últimos años. ¿De qué manera crees que un feminismo para el 99%, un feminismo anticapitalista, tiene que relacionarse con el feminismo liberal, en contextos donde, a diferencia de lo que ustedes plantean para Estados Unidos y Europa, este no está necesariamente en bancarrota, sino que tiene todavía capacidad de procesar los malestares de las mujeres?

Creo que es lo mismo que en Italia o en otros países. Pienso que, por ejemplo, si organizas la lucha por el aborto, en un sentido puedes tener alianzas, alianzas políticas en la lucha con el feminismo liberal. Pero lo que es importante es articular una perspectiva alternativa al feminismo liberal. En otras palabras, no apoyarse solamente en su narrativa, no hablar solamente de “libertad de elección”, sino hablar de sistema de salud pública, de justicia reproductiva; en Chile, justicia reproductiva para las mujeres mapuche. Entonces, claramente hay algunos elementos, incluso derechos formales, respecto de los cuales se puede tener un punto de conexión, como alianzas provisionales. Pero lo importante es no abandonar la radicalidad del movimiento para lograr estas alianzas. Las alianzas deben ser entre fuerzas que de todos modos tienen perspectivas políticas diferentes, lo que significa que una perspectiva de feminismo anticapitalista tiene que ser articulada de manera crítica con el feminismo liberal, pero que, a la vez, en casos como manifestaciones a favor del aborto, este sea bienvenido a sumarse. Pueden participar de la lucha, pero tiene que estar claro que hay una diferencia, de que hay dos ideas muy diferentes sobre lo que es el feminismo. Entonces, ¿cómo articular? Esto localmente no lo sé, porque depende de las circunstancias específicas. En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, en el tema del aborto, inevitablemente hay una especie de alianza, por así decirlo, con feministas democráticas-liberales, que hablan de la libertad de elección, que quieren defender el aborto, porque el aborto es básicamente imposible en varios estados, pero lo que es importante es que lo que estamos haciendo no se apoye en sus consignas, en su análisis; nosotras estamos organizadas en torno a nuestra propia perspectiva, nuestras propias consignas y nuestro propio análisis.

 

*Pierina Ferretti. Editora de Cuadernos de Coyuntura.

*Traducción: Sofía Brito y Vicente Montenegro.

 

La escritura de sí es política // Roque Farrán

  1. Sin dudas las condiciones reales en las que se asienta el capitalismo actual son objetivas: tienen que ver con las relaciones de producción, la economía, la precariedad laboral, los mecanismos de segregación, etc. Pero cada vez se hace más evidente que las condiciones fundamentales para su reproducción y perpetuación son subjetivas: tienen que ver con la dificultad de hacerse tiempo, de darse tiempo, de disponer del tiempo. Y si repito la palabra “tiempo” es porque quiero hacer notar la diferencia en la repetición, su dificultad inherente. Se nota hasta en los momentos de ocio, en los ratos libres y en las vacaciones: el empuje al goce, la ansiedad, el hedonismo depresivo, no dejan percibir el hueco que nos habita, el espacio vacío donde podría alojarse un deseo inédito, la chispa de un modo de producción y subjetivación distintos que conduzcan hacia otra cosa. Así, suelo imaginar que si este sistema se destruyera de golpe, por un factor exógeno, es difícil saber en verdad quiénes sobrevivirían; porque, aunque nos quejemos del capitalismo y hasta articulemos eventuales críticas, estamos sujetos inexorablemente a él. Incluso los críticos, autonomistas o marxistas, inoperosos o escrupulosos, que somos en cada caso. El capitalismo es una “forma de vida”, como ya muchos han notado. Si es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, no es por casualidad, pues ambos se encuentran inexorablemente anudados, junto a nosotros mismos. Liberar la imaginación material del tiempo exige, también, una práctica ético-política consecuente que corte el nudo de la servidumbre imaginaria, simbólica y real, en el que se encuentran embrolladas nuestras vidas.
  2. Quizás haya sido Althusser –junto con Benjamin– uno de los primeros teóricos que advirtió que nuestra historicidad, en las formaciones sociales actuales, está tejida de múltiples temporalidades entrelazadas que no remiten a avances o retrocesos en función de una línea de progreso ideal, sino que constituyen la materialidad de sus propios procesos, instancias, niveles y prácticas diferenciadas. Entender esa complejidad es clave para la vida, en cualquier parte del tejido social, no tanto para su reproducción como para su transformación. El entendimiento material de los procesos que nos constituyen es lo que nos permite atender lo singular en cualquiera de sus manifestaciones: desde la llamada micropolítica o las relaciones sociales, a las constituciones nacionales o plurinacionales, los estados que nos protejan y redistribuyan, la escritura de sí y las nuevas tecnologías. Hay tres puntos singulares en los que no habría que retroceder de ningún modo, ni concedérselos al enemigo, es decir a quienes desean la destrucción de la trama social compleja; esos puntos son: 1) defensa del Estado materialista (gran condensador de las relaciones sociales donde se inscriben también las luchas de toda clase); 2) defensa del consumo materialista (a través de una “democratización del goce” propiciada históricamente por modos de gubernamentalidad popular que redistribuyen los recursos); 3) defensa de la teoría materialista (donde se producen conceptos ajustados al caso y la coyuntura, tramados al cuerpo social, y no meras abstracciones o universales vacíos). Hay que saber hacer allí en esos tres puntos estratégicos también, sino no habrá transformación posible de las condiciones reales de existencia. No voy ahondar aquí en estos aspectos, esbozados en otros escritos, pero voy a tratar de despejar un punto singular de incidencia que habilite un modo otro de anudamiento a partir de la escritura.
  3. Tenemos que prepararnos muy seriamente, no para la catástrofe eventual, sino para dejar de ser como somos y transformar de verdad los accidentes estructurales que nos constituyen en acontecimientos históricos. Algo de sabiduría práctica y material, a la crítica y el malestar actuales, no le vendrían nada mal. Es más, considero que resulta indispensable anudar a las concepciones habituales de la crítica la noción ética del cuidado de sí. Encontrar el rasgo singular de cada quien; allí donde insiste, una y otra vez, pese al fracaso irreductible en que se aloja; allí donde se juega la verdadera potencia, la que puede y la que no puede; allí donde lo imposible se muestra como “lo que no cesa de no escribirse”; allí donde el síntoma “no cesa de escribirse” y apacigua; allí donde se anuda y abre el tiempo. Allí se condensa lo que me interesa y convoca de los otros. No todos lo hacen en todo terreno o igual medida, no importa, no hay comparación ni canon, no hay relación-proporción entre nada (sexos, epistemes, poderes, placeres, etc.); hay escrituras del deseo, uso de los saberes y uso de los cuerpos, apuestas decididas. Nada más. Los brillos y las marquesinas dejémoslos a las vedettes, los currículums y los premios a los académicos. No se trata de ser pasivos o encontrarse afectados, como se dice a menudo: ser mansos o lúgubres; ni devenir empoderados o proactivos, como se promociona actualmente: ser alegres y festivos; se trata de hacer algo con lo que nos hicieron ser, de asumir la actividad en la pasividad, de afectar y ser afectados, de inventar nuestros afectos, de hallar la potencia en la falta. Hacer algo con la falta, con la falta en el Otro, porque si no hubiese un hueco allí donde caerse muerto, al fin, ¿cómo diablos podríamos desplazarnos para sacudir las cadenas y despertar?
  4. En un informe reciente de Unicef se afirma que el suicidio de adolescentes, en Argentina, se ha triplicado durante los últimos treinta años. A veces se confunde el dato estadístico con lo real. Pero lo real no es la estadística, ni esta remite a su causa próxima. Lo real es el sufrimiento singular. Lo real es que la vida en general no tiene ningún sentido; dárselo es un efecto puramente significante, no literal, sino metafórico: que nos anuda sin ahorcarnos, que nos arroja sin caer en el abismo, que nos corta sin desangrarnos, que nos vuela la cabeza sin apagarnos definitivamente. El desprendimiento del cuerpo cada vez, imagen sutil, es efecto del significante y de la entrada en el lenguaje. Despeje de un decir en nombre propio, sin miedo al error o a equivocarse. Pensamiento material y tiempo donado. La responsabilidad adulta por alojar el deseo de los jóvenes y traerlos del lado de la vida no es moral, ni espectacular, ni divertida; es una responsabilidad ética que consiste, nada más y nada menos, en hacerse a un lado con presteza y acompañar la travesía singular que hace surgir del vacío una chispa divina: un sentido en lo real, con lo que haya; sea un amor, una obra de arte, un descubrimiento teórico o un entusiasmo político. Sin idealizaciones trascendentales ni jerarquías de valor de ningún tipo, que cada gesto investido libidinalmente marque la diferencia y arroje la cifra singular del sentido que no hay, en esencia, que no preexiste a la apuesta.
  5. Por eso no entiendo las exclusiones ni los privilegios en ningún campo, mucho menos en el campo “popular y democrático”. ¿Por qué nos cuesta tanto pensar en términos de anudamientos? ¿Tan difícil es pensar lo que aportan las diferencias, las singularidades, al común? Es cierto que no se puede prestar atención a todo, todo el tiempo, pero basta propiciar cierta escucha, cierta disposición, cierta sensibilidad por lo que acontece, para que los tiempos se encuentren a su modo. Las prácticas económicas, las nuevas tecnologías, la ontología antigua y moderna, las ciencias, el psicoanálisis, el arte y la política, ¿por qué no habrían de encontrarse en un espacio común de composición? Componer para pensarnos, pensarnos para ser, solo es posible en el cruce y sin purismos. El problema de la grieta es que nos trabaja mucho antes de que la pensemos, digamos y situemos. La grieta pasa por su definición misma, no hay acuerdo en principio acerca de qué es la grieta: para algunos remite a la división de clases sociales (económica), para otros a la división entre populismo y neoliberalismo (política), para otros a la división mediatizada K/antiK (ideológica), para otros incluso remite al ser y el ente (ontológica). La verdad es que la grieta atraviesa todas esas divisiones porque habita al sujeto mismo que habla, piensa, desea y, definitivamente, va a morir. Lo único que nos hace uno, para la desdicha o la felicidad de cada quien, es el goce.
  6. Encontrar el punto sintomático donde se goza singularmente, sin rechazarlo ni abismarse en él, tomando una mínima distancia para modularlo o trabajarlo. Allí se aloja una potencia irreductible a la lógica de la valoración mercantil. Puede ser a partir de cualquier práctica. Por ejemplo la escritura. Desde hace varios años escribo en Facebook, asiduamente, tratando de elaborar al mismo tiempo un modo singular de hacerlo; algo que más tarde pude conceptualizar con Foucault como “escritura de sí”: práctica ético-política cuyo ejercicio concreto en la antigüedad tomaba el curioso nombre de hypomnémata. Encontrar el modo singular de uso de un medio material concreto no es tarea fácil, ni en la antigüedad ni ahora. El muro de Facebook no es público ni tampoco privado; hay una zona intermedia (extima) de indistinción relativa en la cual se cruzan amigos y amigos de amigos susceptibles de interesarse o sentirse interpelados por lo que escribo, cuyo objeto es conjurar o neutralizar chismes, malentendidos, dicotomías y contradicciones típicas; compartir lecturas y reflexiones. No escribo allí para informar, banalizar o autopromocionarme; se trata de practicar una escritura ético-política que busca generar una comunidad responsable de amigos y amigas virtuales. Por eso no admito trolls ni subjetividades que se les asemejen. Existe una libertad irreductible en juego: nadie está obligado a mantenerme como contacto, si le molesta el uso que doy al medio o prefiere los modos más habituales y convencionales, puede prescindir de mi insistencia escritural; nadie está obligado tampoco a sentirse ofendido conmigo por eso, al menos si dispone de cierto grado de inteligencia material. Escribo como si cada post fuese el párrafo de un próximo libro. Es que nadie sabe lo que puede un cuerpo, nadie sabe lo que puede una mente, nadie sabe lo que puede una escritura. El cuerpo, la mente, la letra, surgen de un anudamiento inesperado. Surgen del deseo expuesto. ¿Quién podría decir a priori cuál es su lógica? Un imbécil, un necio o un canalla, tal vez. El modo de uso, en el cuidado de sí, que es cuidado por los otros, el mundo y los saberes, es lo único que decide en cada caso. Una escritura simple y directa, sin subterfugios ni adornos retóricos, que no explique ni emocione, sino que conduzca a un despertar real. Nadie sabe tampoco cómo funciona la transmisión. Cada quien viene de mil y una historias, enmarañadas y distintas, esquivando o prorrogando la muerte, pero hay un punto singularísimo en el cual somos únicos e infinitos; somos escritos. Allí nos perdemos y encontramos irremisiblemente. Asumirlo no nos deja en falta, ni nos vuelve menos activos para re-escribirnos, en esa pasividad esencial del médium, con lo que hemos sido hechos. La rueda de la historia política, para moverse convenientemente necesita de esa sabiduría ontológica ancestral, pues una y otra se encuentran indisolublemente ligadas.

Así pues, cada punto singular del tejido social, por más insignificante que sea, si se encuentra modulado y orientado materialmente por una práctica concreta, puede tener su incidencia insabida en el conjunto. Esa es la apuesta, aunque no haya garantías.

¿Nuestro mundo será un día godardiano? (sobre el proyecto godardiano de socialización de la moneda-imagen) // Jun Fujita Hirose

La derrota política del cine

El libro de Mark Alizart, Criptocomunismo, parte de una constatación: “la sociédad de información es pobre en información. […] No intercambiamos más que una información «pobre» en información […], al lado de la cual existe una información «rica» en información.”

  La información compleja no cesa de acumularse en el arte, la ciencia o la filosofía, pero lo que circula en nuestra sociedad es siempre la información simple, incluso con todos los aparatos informáticos de que disponemos hoy. Nuestro mundo todavía no conoce la verdadera “revolución informacional”. Es esta constatación la que conduce a Alizart a concebir una nueva formación social, basada en las técnicas de la blockchain y capaz de hacer circular la información compleja monetizándola.

  Jean-Luc Godard hace una constatación semejante. Pero la relaciona con una derrota política del cine. En Entrevista entre Serge Daney y Jean-Luc Godard, película que realizó en 1988 en el marco de la preparación de sus famosas Historia(s) del cine (1988-1998), el cineasta recapitula las vicisitudes históricas del cine de la manera siguiente: dado que el cine era el “único arte que partía de lo visual y que era popular a la vez”, los cineastas tenían un cargo político inédito, el de subvertir el pueblo hablante en un pueblo vidente; sin embargo, en cuanto la llegada del cine sonoro, ellos renunciaron a asumirlo; después, surgieron unos “sobresaltos” tales como el neorealismo italiano o la Nouvelle Vague francesa, pero no fueron nada más que minorías resistentes. Godard concluye: “Algo era posible, si la gente tuviera dificultad para llamar las cosas por sus nombres. […] No somos curados de lengua.”

  Para Godard, la imagen se distingue de la habla por su doble riqueza, en información y en energía. Como muchos otros cineastas, Godard se adheiere a la definición dada por Manoel de Oliveira de la imagen: “saturación de signos maníficos que se bañan en la luz de su ausencia de explicación”. De un lado, la imagen lleva en ella una multitud de moléculas semióticas; y, del otro, muestra todos estos microsignos en su estado de pura potencialidad, o sea en su plenitud de furezas virtuales, implicadas, puramente prospectivas.

  En cuanto a la habla, Godard la considera como una forma de información pobre en información y vacía de energía: la habla no lleva más que un número limitado de macrosignos; y, los explica articulándolos en una unidad semántica determinada, donde toda virtualidad es excluida.

  Para contornear mejor la perspectiva godardiana, se puede prestar atención suplementaria al hecho de que en ésta la imagen no es considerada como siendo “trasparente” respecto a su objeto. Su doble riqueza, informativa y enérgica, no viene de una presentación de las cosas en transparencia. En la película con Daney, Godard afirma, en efecto, que la imagen no es sino “una nueva manera de llamar las cosas por sus nombres”. Así como la habla, la imagen es un “nombre” que dar a una realidad. Pero, en contraste con el nombre-habla, que integra o sintetiza cada realidad en macrosignos, el nombre-imagen la diferencia o analiza en microsignos.

  En resumen, para Godard, la imagen es una forma de información incomparablemente más informativa y enérgica que la forma-habla. De ahí, por ejemplo, esta observación que hace, en la misma película de entrevista, a propósito de la barbaridad nazi: “No se mostró los campos. La gente más o menos habló de ellos, pero no los mostró, aunque era la primera cosa que mostrar.” La idea del cineasta es clarísima: si se dejó que los nazi mataran a 9 millones de personas, lo hizo porque es sólo la habla la que se circulaba en la sociedad de entonces; y, si la imagen hubiera estado en circulación, se habría podido invertir el curso de las cosas.

  La habla no moviliza a la gente. No alimenta la acción, no hace sino decir los precios de cosas. La habla es una moneda muerta, moneda que sirve para “interpretar el mundo” pero que no induce a “transformar el mundo”. Para Godard, la imagen, al contrario, puede ser una moneda viviente, cuya abundancia informativa no se reduce a la comunicación de precios o a la comunicación tout court (ya que toda “comunicación” es la de precios), y cuya plenitud enérgica se dispone siempre a actualizarse empujándonos a la destrucción del mundo existente y a la creación de un nuevo.

  El cine habría podido y debido hacer circular la moneda-imagen en la sociedad y hacer venir así a un pueblo vidente. Habría podido y debido imponerse como un nuevo banco central. Pero, según Godard, son los cineastas mismos los primeros en haber traicionado este proyecto político del cine, restableciendo la convertibilidad de imagen en habla, e incluso restaurando el semental de habla. Así murió el pueblo vidente al poco de nacer.

  El cine estableció su nueva alianza con el pueblo hablante existente al fin de los años 1920, es decir, al preciso momento del krash de Wall Street. En Letter to Jane, película realizada en 1972 bajo el choque Nixion (el fin del semental de oro y del sistema Bretton Woods), Godard y su colaborador Jean-Pierre Gorin dicen: “Antes del sonoro, el cine mudo tenía una base de partida materialista. El actor decía: soy (filmado), por lo tanto pienso. Después del sonoro, hubo un New Deal entre la materia filmada (el actor) y el pensamiento. El actor se puso a decir: pienso (que soy un actor), por lo tanto soy (filmado). […] Cada actor del mudo tenía su propia expresión, y el cine mudo tenía verdaderas bases populares. Al contrario, cuando el cine hablará como el New Deal, todo actor se pondrá a hablar la misma cosa.”

  En su convertibilidad “rooseveltiana” en habla, las imágenes se redujeron a “hablar la misma cosa”, es decir, a expresarse sólo en términos de precios. Sin embargo, según Godard, esto no quiere decir que el proyecto cinematográfico de instauración de la moneda-imagen haya sido completamente anulado. El proyecto se reactivó desde Roma, ciudad abierta de Roberto Rossellini (1945), en el interior mismo del cine sonoro, lo cual necesitó una nueva estrategia: hacer “tartamudear” al cine sonoro por sabotear su mecánica de conversión de imagen en habla. Los partisanos del proyecto, siendo uno de ellos Godard por excelencia, velaban por que el propio cine “tuviera dificultad para llamar las cosas por sus nombres”.

  Acuñada y reacuñada sin parar en las pantallas del mundo entero y ante los ojos de toda la gente, la moneda-imagen jamás conoció empero la menor circulación en sociedad. Todavía no existe el pueblo que vea tartamudeando. Nos contentamos siempre con la moneda-habla. El proyecto político del cine está así en el impasse absoluto. Y, por lo que yo sé, ningún cineasta, incluso Godard, tiene la menor idea para despejar la situación.

 

Plus-realidad, más allá del plusvalor

Mark Alizart diría: los cineastas se equivocaron de campo de batalla. Llevaron su lucha en la superestructura, aunque su verdadero campo de batalla era la estructura de base. Dejaron así totalmente intacto su verdadero adversario: el capitalismo ou su moneda-dinero.

  En efecto, desde el punto de vista de la estructura de base, los cineastas se contentaban siempre de presentar su producto de imagen como una mercancía entre otras. El propio Godard no dejaba de hablar del cine como un “pequeño comercio”. Si los cineastas intentaban imponer el cine como banco central, lo hacían sólo contra la “lengua”, banco emisor de la moneda-habla, y jamás contra la Reserva federal y sus homólogos internacionales.

  ¿La moneda-imagen podría abolir la moneda-habla sin abolir la moneda-dinero al tiempo? ¿La circulación superestructural de la moneda-habla no es determinada por la circulación infraestructural de la moneda-dinero, incluso subordinada a ésta?

  El dinero es una forma de información tan pobre como la habla en información, y tan rica empero como la imagen en energía. La moneda-dinero es una moneda enérgica pobre en información (a semejanza del ATP en bioquímica), y a este título constituye la moneda infraestructural de nuestra sociedad capitalista.

  Gilles Deleuze y Félix Guattari, en El anti Edipo (1972), apuntan que en el sistema capitalista, la moneda-dinero no deja de escindirse en dos tipos de flujo inegales, a saber: de un lado, en flujo de capital, bajo forma de medio de financiamiento; y, del otro, en flujo de intercambio, bajo forma de medio de pago o de poder de compra. Por retomar las fórmulas de Marx, el flujo de capital se traduce en D-M-D’, fórmula según que el dinero aparece como formando parte del capital, el cual se valoriza sin fin a través de su transformación material continua, de dinero en mercancía, de mercancía en dinero, de dinero en mercancía de nuevo, y así sucesivamente; en cuanto al flujo de intercambio, él se expresa en M-D-M, fórmula según que el dinero aparece como constituyendo el “equivalente general”, el cual permite intercambiar una mercancía por varias mercancías diferentes, como lo hace el proletario, el cual no posee nada más que su fuerza de trabajo para vender y necesita sin embargo comprar una panoplia de medios de existencia.

  Se divisa la pobreza de la moneda-dinero en información cuando se capta ésta en el circuito de intercambio M-D-M. La moneda-dinero como medio de pago es une estructura de macrosignos, signos aritméticos que representan a los valores de cambio de objetos-mercancías. El dinero aparece aquí como siendo paralelo a la habla. En la represantación por dinero, así como en la represantación por habla, se empobrece masivamente las informaciones del objeto, reduciéndolas a una delgada realidad calculable o contable. Y es de este paralelismo dinero-habla del que se trata cuando Godard afirma que “el guión viene de la contabilidad” en su película titulada Guión del film Pasión (1982).

  En cuanto a la riqueza de la moneda-dinero en energía, ella se manifiesta cuando se capta ésta en el circuito de capital D-M-A’, o sea bajo su forma de medio de financiamiento. Si el poder de compra es una potencia de reproducción, y, en este sentido, una potencia impotentada en términos de producción, el financiamiento es una potencia de producción en su estado puro, potencia de destrucción y creación. En otros términos, si la moneda-dinero como poder de compra se limita a “interpretar el mundo”, ya no es así  cuando la moneda-dienro adquiere su forma finaciera, es decir, cuando aparece como una masa de fuerzas prospectivas: ella se muestra, esta vez, bien capaz de “transformar el mundo” y efectivamente no cesa de transformarlo actualizándose, lo cual nos hace hablar de “acumulación original continua” del capital. A este respecto, Deleuze dice algo importante en uno de sus cursos dados en la época de la publicación del anti Edipo: “No hay que concebir un hombre poderoso […] como alguien que tiene más dinero en su portafolio que un obrero. […] Su potencia no viene de un poder de compra más grande, viene de eso que él maneja y determina: la dirección del flujo de financiamiento. Seguro que él tiene un poder sobre el flujo de poder de compra de sus obreros, pero lo tiene porque, ante todo, es dueño de un flujo de financiamiento.”

  Volvamos a nuestro tema. Hemos visto que los cineastas se comportan como si bastara atreverse con la moneda-habla para socializar la moneda-imagen. ¿Qué significa esto con respecto a la dualidad diferencial que acabamos de ver de la moneda-dinero? Esto significa que los cineastas reconocen la moneda-dinero sólo en su aparición en el circuito de intercambio, y que ignoran su otro lado, aunque es de este otro lado del que ella ejerce su poder de destrucción y creación sobre la sociedad.

  Según Deleuze y Guattari, es el flujo de capital el que delimita a la mobilidad del flujo de intercambio y, por esto, gestiona a su manera todo lo social, es decir, todo el proceso de reproducción de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción. Si las cosas pasan así en la estructura de base y la realidad superestructural es determinada, como dice Marx, por la infrastructural, entonces ¿no deberíamos decir que la dominación persistente de la habla como moneda superestructural atañe, ella también, al poder de organización de la moneda-dinero como capital? Es el “capital-dinero” el que organiza a la reproducción de un pueblo doblemente impotentado, pueblo que no sabe más que hablar al nivel superestructural y no conoce más que el poder de compra al nivel infraestructural.

  Maurizio Lazzarato, en La fábrica del hombre endeudado, libro publicado primero en francés en 2011 y ya clásico, saca de la teoría deleuzo-guattariana de la moneda-dinero un programa para reactivar la revolución proletaria: “Así como el capital debe transformar el dinero […] en capital, el proletariado debe transformar el flujo de poder adquisitivo [de compra] en flujo de subjetivación autónoma e independiente, en flujo de interrupción de la política del capital […]. »

  El filósofo italiano realza aquí el aspecto revolucionario de la convertibilidad de la forma muerta en forma viviente de la moneda-dinero. Pero, si mantenemos la misma sustancia monetaria que es el dinero, ¿cómo podemos impedir que el flujo de subjetivación autónoma proletaria convierta en un mero flujo de financiamiento capitalista, incluso desde su aparición? ¿No es justamente tal conversión la que efectivamente sucedió en la historia con las tomas de control proletarias de los medios de producción, las cuales se convirtieron todas en capitalismos monopolísticos de Estado, y la que está concretándose hoy bajo forma de conversión neoliberal de cada obrero en micro-empresa? Precisamente aquí está la apuesta política fundamental del proyecto cinematográfico de instauración de la moneda-imagen.

  La imagen se distingue del dinero por su riqueza informativa. Si la moneda-dinero es una moneda éneérgica pobre en información, la moneda-imagen es una moneda enérgica rica en información. Si la moneda-dinero alimenta nuestras actividades productivas, lo hace siempre canalizándolas, por su pobreza en información, en un número limitado de direcciones homogenizadas. La moneda-imagen, al contrario, puede mobilizar nuestras productividades abriéndolas, por su riqueza en información, hacia una multiplicidad de direcciones heterogéneas. ¿No es tal abertura la que determinaría el flujo de subjetivación autónoma proletaria dotándolo de poder de “interrupción de la política del capital”?

  ¿Nuestro mundo será un día godardiano? ¿El pueblo sabrá un día ver? El pueblo vidente vendrá cuando la moneda-imagen habrá barrido la moneda-dinero. Este pueblo godardiano ya no seguirá el circuito de intercambio M-D-M, ni incluso el de capital D-M-D’, sino un nuevo circuito R-I-R’, según el cual se convierte una realidad en imagen para producir múltiples realidades nuevas heterogéneas: producción de plus-realidad por medio de la moneda-imagen puesta en circulación. Y el cine se mostrará entonces como banco central “distribuido” o, por retomar la expresión de Mark Alizart, como “banco verdaderamente popular”, en el sentido de que tendremos todos capacidad para emitir moneda-imagen, es decir que seremos todos cineastas. El pueblo vidente será un pueblo productor autónomo, en la medida en que será su propio banquero.

  La modena-imagen no será otro que esta “máquina” de que habla Norbert Wiener: “la máquina es un dispositivo que local y temporalmente parece resistir a la tendencia general de aumento de la entropia [de información]. Mediante su capacidad de tomar decisiones, puede producir a su alrededor una zona local de organización en un mundo cuya tendencia general es la contraria.” ¿No es de tal máquina anti-entrópica de la que se trataba cuando Godard retomó, como el título de uno de los episodios de Historia(s) del cine, la definición dada por André Malraux del arte: “moneda de lo absoluto”?

La insumisión autonomista // Mariano Pacheco y Diego Sztulwark.

Extracto del libro Desde abajo y a la izquierda. Movimientos sociales, autonomía y militancias populares, de Mariano Pacheco 

CAPÍTULO 4. Primera conversación con Diego Sztulwark. La insumisión autonomista.

 

Diego Sztulwark: Yo partiría de hacerme cargo de la colección en la que el sale este libro, donde también hay publicaciones como la de Javier Trímboli y Silvia Schwarzböck que hacen fuertes caracterizaciones epocales. En el libro de esta última, Los espantos. Estética y postdictadura, está presente la idea de que después de los años 70 toda vida es una vida de derecha porque está ganada por la idea de la derrota. Esa idea no me gusta nada, porque no da cuenta de cosas que hemos vivido y hemos pensado, por ejemplo, nosotros. Me cuesta ver nuestras experiencias, sobre todo entre el 96 y el 2002, reducidas a una vida de derecha.

 

Mariano Pacheco: claro, sí, yo lo leí ambos libros, y comparto el malestar ante esa hipótesis del triunfo de la “vida de derecha”, malestar que también me ganó cuando leí Los prisioneros en la torre. Política, relatos y jóvenes en al posdictadura, de Elsa Drucaroff, donde trata de pensar la literatura argentina desde 1983 en adelante. Me hace ruido que Drucaroff hable de la “generación de militancia” cuando se refiere exclusivamente a la generación del 70. El resto, para ella, son generaciones “que crecen a la sombra de la generación militante de los 70”. Me hace ruido ese exclusivismo de los años 70 para pensar las militancias, como si estas sólo se produjeran en momentos de auge o en determinados períodos de alza en la participación popular. Y me hace ruido porque pienso que siempre, aun en el peor contexto, se puede tener una actitud militante ante la vida, así sea para generar pequeños espacios. Nuestra experiencia de algún modo habla de eso. Y también la de los “montoneros silvestres”, de la que escribí un libro: pequeños grupos que en la zona sur del conurbano (no casualmente) resistieron como pudieron durante todos los años de la última dictadura, sin recursos, siendo muy pocos y encima desconectados de la organización, que mantenía su estructura y cuadros de conducción fuera del país.

 

DS: Me acuerdo cuando lo conocí, de jovencito, a Eduardo Luis Duhalde, él me decía: “la militancia es lo que ocurre cuando hay repliegue, porque el militante es el encargado de conservar y transmitir lo que se sabe de la última lucha a la próxima”. Recuerdo eso que decía Duhalde: “cuando te bajonees, cuando te deprimas leéte esto”. Y me regaló dos libros: Historia y conciencia de clase, de Georgs Lukács y Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon. Me los dio como diciendo “estos ejemplares son viejos, los leí en otra época, te los doy como el material que ejemplifica el pasaje de un momento de militancia a otra”. Ahora yo creo que si leemos, por ejemplo, el libro de Javier Trímboli, nos encontramos con que esta vez, del 2001 para acá, más que una época donde hay militancia o no hay militancia, se pasó de un tipo de militancia a otra. Es decir: apareció otro tipo de militancia, la kirchnerista, diferente a la militancia que se había gestado con las luchas sociales hacia finales de los años 90 (a la que llamamos genéricamente “generación de 2001”), que tenía otra proyección posible, o tenía otro interés, diferente al que surgió con el kirchnerismo. ¿Cómo lo ves vos esto que te digo?

 

MP: Sí, yo lo veo así y muchas veces hemos empleado el término de jóvenes-viejos para hablar de los jóvenes kirchneristas. Incluso hablando con viejos setentistas que se hicieron rápidamente kirchneristas, recuerdo que yo les decía esto y ellos me reconocían que era así, que la llegada de Néstor los entusiasmaba a ellos pero no a la juventud. Eso fue igual hasta el 2008/2010, me parece, cuando el kirchnerismo carecía de juventud. Toda la militancia que se había sumado al kirchnerismo, por fuera del PJ o de las instancias más tradicionales, en esos primeros años, era una militancia que venía de los años 70 y 80, pero todos bajo la sombra clara de la lógica política de los 70. Incluso mucha gente que había dejado de militar durante el menemismo, después de 2003 volvieron con todo, y en muchos casos tuvieron una actitud de “acá no pasó nada”. Entonces me parece que en ese volver con todo, no revisaron qué pasó en los años que ellos no participaron políticamente, y es más, lo ningunearon, colocaron a las nuevas experiencias políticas que surgieron desde el conflicto social como “pre-políticas”, como meras experiencias de lucha reivindicativa, económica, de sobrevivencia.

 

DS: ¿Y cómo caracterizarías a la juventud que se incorpora a la militancia kirchnerista después de la crisis con las patronales del campo, después de todas esas medidas como el matrimonio igualitario, la Ley de medios… y el enorme crecimiento de La Cámpora?

 

MP: A mí me cuesta no ser tan duro con el juicio que hago, pero no quiero ser tan duro en el sentido de no parecer soberbio, por un lado, ni tampoco ningunear la nueva experiencia que hacen franjas más jóvenes que uno. Pero en principio diría que ahí lo que se produce es un recambio etario y no generacional, es decir, que esa gente se incorpora y le suma sangre joven a una lógica vieja de hacer política. Pero me parece que hay una cosa muy paradójica, que hay toda una mística muy acartonada. El MST de Brasil dice que la mística, de algún modo, es un proceso de desburocratización absoluta de todos los vínculos y una cosa que pasa por lo sentimental y por unir la razón con la práctica a través de los sentimientos. Para mí, entre 2008 y 2010 se produce una situación en donde franjas juveniles se suman a un proyecto atravesado por una intensa nostalgia, donde sentimiento y razón no se entrelazan. Por ejemplo: los dedos en V, ¿qué quiere decir para una persona joven del 2010? O esa recuperación acrítica que se hace de Perón (digo lo de Perón por poner un ejemplo, y no porque tenga un planteo gorila, más bien todo lo contrario): ¿qué piensan del último Perón? ¿Han procesado/pensado sobre los cambios que fue adoptando Perón a través de los años? ¿Cuál fue el vínculo de Perón con Cooke, cuál fue el vínculo de Perón con la burocracia sindical? Veo muchos pibes y pibas que, a diferencia de la militancia de los años 90 (teñida por cierto setentismo, pero que le prestó mucha atención al estudio de la historia argentina y latinoamericana), tienen –como decía Rodolfo Walsh– un déficit de historicidad; es una camada militante que, en general, carecen de formación política, y de formación histórica en particular, paradójicamente en un momento en el que se supone que volvió la historia y retornó la política.

 

DS: Y a nivel de la participación de militancia en los movimientos sociales, específicamente, ahí habría que hacer como una genealogía más cuidadosa ¿no?

 

MP: Sí, claro, porque paradójicamente la línea de militancia juvenil (por ponerle una etiqueta kirchnerista), no ha estado prácticamente vinculada a los movimientos sociales. Si uno se fija, el movimiento social kirchnerista con más desarrollo era el Movimiento Evita, que luego de la emergencia de La Cámpora como que empieza a ser corrido hasta que se van retirando del kirchnerismo para recostarse en un peronismo más clásico. Y si bien reconocen haber estado esos doce años ahí, no se asumen como kirchneristas, o en todo caso entienden al kirchnerismo como un momento más del peronismo, no como una identidad en sí misma. Entonces ahí sí hay que ser mucho más cuidadoso desde una perspectiva de izquierda (que por lo menos es la que yo trato de defender), en el juicio respecto del peronismo y sobre todo de la historia del peronismo. Ahí es donde me parece que hay algunas cuestiones que también hay que poder discutir, con esos compañeros y compañeras, respecto de que el peronismo no es un bloque, de que el peronismo tiene distintos momentos, distintas fases, distintos personajes y que uno puede a veces reivindicar determinadas aristas del peronismo y no el peronismo en bloque. Ahí me parece que hay algo fundamental: hay que poder hacer una política de selección de lo que se reivindica. Es más difícil, claro, pero es una tarea política de primer orden entender en qué genealogía uno se filia, y en cual no. Porque no es sólo un ejercicio historiográfico: la lectura que se hace del pasado después se expresa, por ejemplo, en los modos que se tiene de hacer política (cómo se entienden los liderazgos, los programas, las estructuras de una organización…). Entonces diría que, en el caso del kirchnerismo, se tuvo mucho gesto hacia el pasado y poca reflexión respecto de cómo reactualizar lo mejor de ese pasado en un presente totalmente distinto, no sólo de la Argentina sino del mundo entero. Recuerdo que una vez, hablando con Alejandro Horowicz, él me decía que el kirchnerismo era peronismo… pero sin programa.

 

DS: Es un poco lo que afirma Javier Trímboli también, ¿no? Eso de que el kirchnerismo, más que una reflexión sobre la revolución, es una reflexión sobre la historia, y que, en vigor, no tenía un proyecto estratégico. Y no lo tenía el kirchnerismo acá, pero en general, no lo tenían los gobiernos progresistas en la región, y muchas veces parece que tampoco lo tiene la izquierda. Cuando Javier dice eso, considera que los gobiernos progresistas tuvieron su interés porque intentaron evitar, o al menos interrumpir parcialmente, la marcha implacable del proyecto neoliberal hacia el futuro de manera lineal. Los gobiernos progresistas fueron, para él, el intento de retener este inevitable camino al desastre y es muy interesante como Javier plantea el asunto porque dice: “en la época de la revolución los progresistas éramos nosotros, nosotros teníamos el futuro y los reaccionaron eran ellos, trataban de frenarnos o de posponernos, en cambio ahora, eso cambió, ellos volvieron a ser los que tienen la idea de futuro y nosotros tratamos de frenarlos sin tener un proyecto de tipo estratégico”. Entonces ahí mi pregunta sería (más allá de la cuestión de la historia), ¿cómo pensar la ruptura del 2001? ¿Quedó ahí algo del orden de un proyecto estratégico por desplegar? Si tenemos la idea que ahí se jugó algún tipo de diferencia fuerte o de pregunta política radical que nos interesa seguir trabajando, que no queremos dejar en el olvido, ¿qué cosa es el 2001 en ese sentido?

 

MP: Ahí hay como dos o tres cuestiones fundamentales como para empezar a hablar sobre el tema. En primer lugar, a diferencia de lo que yo decía hace unos años atrás (que todavía el 2001 estaba presente, es decir, que podía reactualizarse rápidamente ante una crisis), yo creo que hoy el 2001 es ya parte de una historia, una historia reciente, pero historia al fin. Ahora lo que pasa con esto, como dice Raúl Cerdeiras, es que 2001 es el último gran momento político. Cuando uno mira para atrás en la historia argentina, es el momento más cercano que tenemos de cuando las cosas sucedieron de un modo más o menos parecido al que queremos que sucedan, o deseamos o por el cual militamos desde una perspectiva que, evidentemente, entiende a la política desde un lugar muy otro al que la entiende el kirchnerismo, pero también el peronismo más clásico, y las izquierdas más tradicionales. Es decir, que si uno mira para atrás, ya no son los años 70 sino el 2001 el último gran momento para pensar una perspectiva de transformación radical de la sociedad.

 

DS: Disculpá que te interrumpa. ¿Por qué sería el 2001 más un proyecto que un recuerdo motivador? ¿Por qué no hemos elegido proponer un modelo de lo que queremos?

MP: Porque me parece que condensó una experiencia (justamente esa que narro en mi libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón, la que va desde 1996 a 2002) en donde se impugnó no sólo el orden, sino los modos tradicionales de hacer política popular en Argentina, tanto por parte de la izquierda como del peronismo. Entonces, más que como modelo, lo podemos tomar como inspiración, en el sentido de que el 2001 no es el resultado de una programación de un grupo de gente sino un resultado que combina estrategias de distintos grupos, situaciones azarosas y crisis del régimen. Creo que el 2001 es programa, pero no programa en el sentido más clásico de “tenemos que dar estos pasos para llegar a determinados objetivos”, principalmente porque corremos el riesgo de pensar que en un futuro (cercano, o lejano, lo mismo da), puede suceder algo parecido a lo que fue el 2001, y yo creo que no, porque estaríamos negando lo que se produjo en el orden del acontecimiento, para volver a pensar con algunos marcos conceptuales que hemos aprendido con Raúl. Sí me parece que hay que mirar ahí, porque 2001 condensó eso: una combinación de experiencias de muchos años con azar, con imprevisibilidad. Ahí (más lejos esta vez de mi maestro Cerdeiras), pienso que no se puede leer a 2001 como algo que simplemente irrumpió sin que uno lo esperara (insisto: solamente, porque es obvio que algo de eso hay, sino no hablaríamos de acontecimiento), sino que hay que poder ligar acontecimiento con historicidad. Porque 2001 también condensa una experiencia previa de muchos años que, de algún modo, ratifica ciertas líneas del movimiento popular, las que insistían en algunos rasgos que después en 2001 se masificaron, como la acción y la democracia directa de tipo asamblearia, los cortes de ruta y formas de protesta que más que en la legalidad pensaran en la legitimidad.

 

DS: ¿Y qué sentís qué pasó con todo eso?

 

MP: Creo que no alcanzó. Igual lo digo asumiendo que habría que repensar un poco más esto de “no alcanzó”. Para mí no es un problema del tipo “nos quedamos cortos”, porque considero que no había condiciones objetivas para hacer mucho más en la coyuntura inmediatamente posterior a 2001, incluso tras la Masacre de Avellaneda.

 

DS: O sea que “no alcanzó” no quiere decir exactamente que nuestra imaginación, o nuestra teoría, o nuestra visión eran erradas o insuficientes, sino que no se movilizó en esa dirección la fuerza suficiente como para que esas imaginaciones y esas ideas se pusieran a prueba realmente…

 

MP: Yo diría: no hay que decir que el 2001 fue insuficiente, en el sentido de que le faltó algo, porque no le faltó nada al 2001. En todo caso, la insuficiencia fue posterior. Como una especie de tragedia de la historia dónde se abren esas perspectivas sin que haya condiciones concretas y materiales, pero también subjetivas.

 

DS: ¿Cuáles fueron esas condiciones ausentes?

 

MP: Me parece que la capacidad organizativa, la experiencia en los militantes que llevaban adelante esas líneas de acción como para poder enfrentar algo más que eso que se había hecho, que era recomponerse desde tan abajo. Creo que ese es un dato central también, muy material. El nivel de recomposición de la resistencia de los 90 parte de tan abajo en condiciones materiales, y también en el golpe subjetivo que implicó el menemismo, y el menemismo enlazado al golpe del 76, que fue muy poquito el tiempo en el cual se incubó eso que después denominamos 2001.

 

DS: Vos sentís que si hubiese habido más tiempo (no solo en el sentido de tiempo cronológico, sino también más maduración) y con una evolución un poco mayor del movimiento, se hubieran diferenciado más unas funciones de tipo estratégicas…

 

MP: Sí, creo que sí. Con una militancia con mayor capacidad de pensar qué hacer ante ese escenario, que ya era un escenario grande y no uno de los pequeños grupos ni de las lógicas que primaron en esos años, se podría haber dado un paso más estratégico. Es interesante que nos metamos ahí para poder pensar cuáles fueron las características de esa resistencia, como para entender por qué 2001 no es insuficiente, pero a la vez no alcanza. Entonces, para mí, el gran problema no es la coyuntura inmediatamente posterior a 2001, en donde se creció, se entrelazó la lucha piquetera con la de sectores medios, hubo vínculos con sectores sindicales, se formaron nuevas camadas de militantes, sino después, cuando ese movimiento entra en reflujo y la recomposición sistémica se produce de un modo muy veloz. Hay un problema también, ahí, del orden de las velocidades. Porque a diferencia de las militancias de los años 70 (y de los coletazos de los 80), la de 2001 es una generación que construye políticamente ya no sobre la base de certezas (el socialismo, el partido, la orga, etc.) sino en medio de una incertidumbre absoluta. Entonces había que inventar. Y toda esa velocidad que se tuvo para actuar en coyunturas álgidas de luchas de masas, de novedosos modos de organización y protesta de los sectores populares, después –cuando el sistema se recompuso y el Estado ganó nuevamente en autoridad– los modos de procesar eso que estaba pasando fueron mucho más lentos. Hubo un desfasaje ahí: las pequeñas certezas que se habían logrado construir en esos años empezaron a tambalear y en vez de inventar nuevas respuestas a las nuevas preguntas que se nos presentaban (cómo habíamos hecho unos años atrás), nos aferramos dogmáticamente a nuestras pequeñas verdades. De algún modo negamos la realidad, o no la supimos/quisimos ver y, obviamente, ahí la asimetría de fuerzas se hizo sentir con todo su rigor: los movimientos sociales contaban con una infraestructura material e intelectual muy endeble, con militancias muy jóvenes y muy fogueadas en luchas frente a un Estado que, o bien reprimía o bien tenía políticas de asistencia social focalizada, pero siempre desde un discurso posicionado en la vereda opuesta a la del movimiento popular en su conjunto. Entonces cuando se produce la novedad de que aparece un gobierno que trae nuevamente una serie de discusiones que pensábamos estaban ya enterradas en la historia nacional, cuando desde el Estado te dicen que no te van a reprimir pero tampoco te va a dar lo que reclamas, te quedas pedaleando en el aire, respondiendo del mismo modo en que lo hacías antes.

 

DS: Eso habría que retomar: 2001 esboza un tipo de política desde abajo y no basada en la certeza, mientras que el kirchnerismo recupera unas certezas que no son elaboradas por los protagonistas de esa política desde abajo.

 

MP: Sí, que están atadas a otro tiempo…


DS: A otra experiencia… ¿a vos te parece que esto de la certeza que se volvió muy fuerte en la militancia, afecta el modo que el 2001 pudo pensar en términos de proyecto histórico?

 

MP: Yo creo que sí, en el sentido que las revoluciones tenían, por un lado, dos anclajes fuertes: una teoría de décadas (por lo menos en el marxismo, aunque los coletazos del mismo están en el movimiento nacional y popular, en el tercermundismo) y, por otro lado, una certeza de experiencias revolucionarias triunfantes. Me parece que la gran desolación de los años 90 pasa por ahí: ya no hay una teoría revolucionaria y no quedan tampoco experiencias exitosas que se puedan poner como ejemplo. Las experiencias que surgen (como el zapatismo), son experiencias que también están esbozando algo nuevo que todavía no lo pueden transmitir muy bien y que se basa en asumir esas incertezas de la época. Quizá se podría decir hoy que se pecó un poco de exceso de confianza en esos datos de lo nuevo y en no pensar la fuerza arrolladora que tenía la historia (entre otras cosas) del peronismo en la Argentina, como queriendo hacer una especie de borrón y cuenta nueva.

 

DS: Hay que inscribir ese exceso de confianza en una coyuntura extraordinaria, en la que el peronismo fue un poco rebasado por el movimiento de masas, ¿no?

 

MP: Y sí, creo que fue la primera vez en la historia desde 1945 en adelante en donde en donde se producen fenómenos populares y el peronismo no está orgánicamente allí.

 

DS: Te propongo pensar algunos fenómenos más en relación a esto que decís: uno, el 17 de octubre del 45. Se podría decir que allí el elemento popular-insurreccional tiene más peso que las instituciones con las cuales luego ese movimiento intentó ser dirigido. No fueron las direcciones consolidadas en los sindicatos las que convocan al 17 de octubre. Hubo un rebasamiento de las formas de representación y de organización, un momento autónomo en el origen del peronismo. Segundo momento: el Cordobazo. Nuevamente la participación supera los intentos de contención, comenzando por el propio peronismo (basta recordar en la polémica televisiva entre Tosco y Rucci). Tercer momento: el 2001, del que venimos hablando. Cuarto momento que te propongo pensar: el movimiento de mujeres, el feminismo popular. Todos momentos en que el elemento popular-insurreccional innovador es más fuerte que el de la estructuración, el de la contención. ¿Estás de acuerdo con que los momentos más ricos son de desborde respecto de las estructuras, que aun arrastrando importantes rasgos de lo peronista, abren a una imaginación nueva?

 

MP: Sí, le agregaría que son los momentos que permiten una irrupción, la puesta en escena de determinadas cuestiones nuevas, pero no son finalmente las que tienen la capacidad de encauzar eso en una dirección, y ahí viene el peronismo.

 

DS: ¿Habría entonces una tensión entre desborde e innovación y capacidad estratégica de consolidar más sistemáticamente la dirección que se insinúa en el plano político convencional?

 

MP: Puede ser, sobre todo si uno piensa en el 45 y el 2001. Lo del movimiento de mujeres lo analizaría en una cronología más cercana si te parece, porque si bien el feminismo tiene mucha historia, y si bien los Encuentros Nacionales de Mujeres comienzan a principios de la postdictadura, creo que el fenómeno que hoy vivimos en Argentina tiene que ver mucho con la emergencia de #NiUnaMenos, y todo lo que eso generó, y ya estamos hablando de un período muy posterior, que son los años cínicos del macrismo. Volviendo entonces a la secuencia histórica anterior (Octubre del 45 / Diciembre de 2001), creo que lo del Cordobazo es diferente a esos acontecimientos porque su epicentro está fuera de Buenos Aires, y si bien es un fenómeno que hay que pensar en serie con otras revueltas locales que se producen a lo largo y ancho del país, no deja de ser un fenómeno provincial, con una dinámica del movimiento obrero muy específica (la de la Regional Córdoba de la CGT), y en ese sentido no me parece un dato menor el peso que tenía allí una figura como la de Agustín Tosco.

 

DS: Si tomamos las coordinadoras obreras y cierto fenómeno sindical de base quizá se pueda extender un poco más la cuestión, ¿o no?

 

MP: Sí, me interesa más pensarlo en ese sentido, porque fue un fenómeno más extendido en el tiempo, pero de nuevo expresa un nivel de acumulación de un ciclo más largo. Si uno piensa del Cordobazo del 69 a las coordinadoras de 1975 hay seis años de mucha intensidad política. De todos modos, está también los golpes de la represión. Quizá lo que habría que pensar es eso: cómo actuar de manera audaz, cuando en el fondo nunca hay el tiempo suficiente para prepararse.

 

DS: Es decir que más allá de lo que se visibiliza en tiempos de una cierta “normalidad” subyace un proceso muy complejo que permite que, sobre todo cuando se logra adoptar el punto de vista de la crisis, el movimiento tenga una capacidad de consistencia, de visibilización y de escucha que en otros momentos no puede tener. Lo cierto es que a diferencia de lo ocurrido durante el Cordobazo, los movimientos actuales ya no son acompañados por mejoramientos sólidos de las condiciones materiales de vida que pudieron acompañar la maduración de la conciencia y la organización.

 

MP: Para mí, lo de las Coordinadoras es el ejemplo más interesante para pensar, porque en realidad, uno tiene en el 45 una historicidad muy fuerte del movimiento obrero, pero ya muy golpeada, donde –por ejemplo– la influencia que pudo tener el anarquismo o el socialismo, ya no estaba presente con la fuerza que había logrado tener en décadas anteriores. Y el partido laborista es una dinámica que se arma muy sobre la coyuntura también. Lo del 2001 es más o menos parecido. En cambio durante el Cordobazo era todo más mezclado, lo nuevo y lo viejo. Y en las Coordinadoras de Gremios en Lucha las dirigencias obreras ya tienen perspectivas estratégicas más consolidadas. Uno lo que puede pensar, en todo caso, son las líneas que tomaron las vanguardias en esa coyuntura: ahí sí podría haber una cosa que sea más autocrítica respecto de qué pasó con unas vanguardias, que sí había, pero que actuaron en una dirección que quizá no era tanto la de acompañar y potenciar el movimiento de masas sino la de imponerle externamente otra lógica, que es la lógica que venía de los años anteriores, de resolver militarmente los conflictos obreros (obviamente muchos compañeros con los que he hablado del tema te dicen que era un clima de época, que incluso el activismo pedía que las vanguardias actuaran para ayudar a destrabar ciertos conflictos, por ejemplo cuando se empantanaban las negociaciones y se destrababan por fin cuando una orga secuestraba un gerente de empresa).

 

DS: Entonces, retomando: ¿qué relación podemos encontrar entre 2001 con una idea de proyecto histórico? Si nos mantuviéramos en la idea de revolución que tiene el Partido Obrero o varias organizaciones trotskistas, que es una imagen más convencional, sólo quedaría concluir: “bueno se intentó hacer una revolución y se falló en el camino”. Pero si estamos hablando de una militancia con menos certezas…

 

MP: Sí, sí, para mí la idea de revolución no es asociable a 2001 de manera directa sino a través de la idea de la revuelta, de rebelión. Lo que pasa que al interior de los distintos agrupamientos que había en 2001, había algunos que seguíamos sosteniendo el horizonte de la revolución pero no pensamos a diciembre de 2001 como momento pre-revolucionario, en el sentido clásico que en el marxismo se emplea el término. Sí veíamos que se estaba atravesando, en el país y en la región, un ciclo de revueltas populares que se podían inscribir en una perspectiva de revolución, que también era una revolución a revisar, porque no era la revolución entendida como se la había entendido en los 70 e incluso te diría en todo el período que va de la revolución bolchevique en Rusia, en 1917, a la sandinista en Nicaragua en 1979.

 

DS: De alguna manera eso es efecto de la presencia del zapatismo, que en 1994 había dicho: “nosotros queremos cambiar todo, en ese sentido somos revolucionarios, pero no tenemos la teoría de la toma del poder”, y en ese sentido no estamos en la imagen de revolución tal como venía. ¿Se puede decir que hay una comunicación entre el zapatismo y ese ciclo de luchas que llega entonces hasta Argentina?

 

MP: Yo creo que 2001, y cuando digo 2001 digo toda esa experiencia que va desde los años 90 hasta los primeros años del nuevo milenio (porque si pensamos Bolivia es más cerca de este siglo que de los 90) no se puede pensar sin el zapatismo. El zapatismo es a nuestra generación lo que fue la revolución bolchevique para las militancias de izquierda del siglo XX, me animaría a decir.

 

DS: Hoy escuchas hablar a dirigentes sociales, por ejemplo a Juan Grabois, y él dice que la revuelta es peligrosa, que la revuelta es un lugar donde mueren los compañeros y donde los sectores de poder preestablecen su dominación; y que la rebelión juega en contra de los sectores populares. En aquel momento se pensaba un poco distinto creo, pensamos que las revueltas iban produciendo una acumulación a favor nuestro ¿Qué pensás que cambió, y por qué?

 

MP: Creo que el compañero Grabois tiene razón en una cuestión, pero sólo en un aspecto de la cuestión. Y es en que es cierto que en la rebelión los muertos, en general, los ponemos nosotros, no los opinólogos de redes sociales virtuales. Pero hay un problema en ese razonamiento: y es suponer que, si evitas la rebelión, las compañeras y compañeros de las barriadas no corren riesgo de vida. Eso es desconocer las violencias que nos atraviesan: los femicidios, las redes de trata, los casos de gatillo fácil, la violencia horizontal entre integrantes mismos de los sectores populares.

Por otro lado, pienso que lo que cambió fue sobre todo la legitimidad del sistema de representación, completamente en crisis en 2001. Cambió fundamentalmente porque la recomposición sistémica no fue meramente coyuntural. Mirá el kirchnerismo: tuvo tres mandatos consecutivos de gobierno de manera ininterrumpida, algo que sucedía por primera vez en la historia argentina (algo que ni el peronismo con Perón vivo había logrado antes). Y también cambió el modo en que las militancias se conciben a sí mismas, conceptualmente y en su intervención. Por eso hay algo ahí que me interesa pensar que es la cuestión de las vanguardias, que sigue siendo un tema que creo vale la pena poner sobre la mesa. Es decir, pensar la incapacidad que las militancias más ligadas la 2001 tuvimos a la hora de proyectar todo ese ciclo en condiciones desfavorables para una línea política de ese tipo. Digo: en los 90 las condiciones materiales de existencia eran totalmente desfavorables para los sectores populares y había una militancia muy joven y con poca experiencia y todo lo que ya dijimos, pero quienes planteamos una línea más ligada a la rebelión que a la acumulación institucional, quienes decíamos que no era en los formatos organizativos que las izquierdas y el peronismo venían proponiendo desde hace décadas sino en otros que había que inventar, quienes promovimos la idea de que no era peticionando con buenos modales sino reclamando con acciones directas y contundentes lo que por derecho nos correspondían y había sido arrebatado por las políticas neoliberales, con todas las limitaciones que pudiéramos tener, teníamos capacidad de crecer, porque nuestra prédica enlazaba con una situación material y simbólica en donde esa línea tenía buenas condiciones para el éxito, al menos parcial, de concretar esa política.

 

DS: ¿Y ahora?

 

MP: Y ahora esas condiciones siguen siendo desfavorables, al menos en tanto no se produzca una crisis. En términos inmediatos es una línea que no parece tener posibilidades de éxito, pero en términos estratégicos no me apresuraría en condenarla; diría que tiene tan pocas posibilidades de éxito como cualquier otra, como quienes piensan que se puede –en el actual contexto internacional y con la “pesada herencia” de esta restauración conservadora en curso– reeditar gobiernos progresistas, de tipo reparadores y redistributivos.

 

DS: Regresando al ciclo de las luchas autónomas, cuando en el 2003 llega Kirchner al gobierno comienza toda una narración que dice que la crisis es el infierno y de lo que hay que alejarse como sea, que sería el discurso de la recomposición ¿Qué hacía que en el 2001 la crisis fuera un factor aprovechable y no un factor de disciplinamiento, de orden?

 

MP: Que la palabra del arriba (para usar un lenguaje zapatista) no tenía autoridad, se le había corroído la autoridad y que las militancias que surgían desde abajo, su voz, cada vez tenía más autoridad entre los sectores populares.

 

DS: ¿Vos dirías que cuando la autoridad del mando se corroe, entonces se abre una oportunidad, o dirías también que hay un momento muy importante de corrosión de ese poder de mando que habría que estudiar mejor?

 

MP: Fueron las dos cosas, en simultáneo. Uno puede pensar –con razón– que la autoridad perdida de ciertos sectores más tradicionales de la política argentina se debió, en gran medida, a las políticas implementadas por el menemismo y que eso comprometió al conjunto de la clase política y de la dirigencia sindical. Pero también uno podría agregar que, al mismo tiempo, hubo militancias que resistieron esas políticas desde un planteo que planteaba la necesidad de seguir corroyendo aún más esa autoridad que se desmoronaba a pasos acelerados. Entonces: durante el ciclo que caracterizamos como de las luchas autónomas, las voces que plantearon que había que corroer la autoridad estatal y generarle crisis al gobierno lograban mucho predicamento a nivel popular. En el momento actual (durante la última década, digamos), en cambio, esos planteos son totalmente minoritarios entre las militancias, más volcadas a priorizar una construcción política de tipo institucional. Y obviamente, entre los sectores populares, la confianza en las instituciones, en la “clase política” (como se decía en 2001) es mucho mayor.

 

DS: Ahora, si vos tuvieses que decir algo sobre los sujetos que convergen en la crisis del 2001, ¿cómo los nombrarías?

 

MP: Creo que fue el movimiento piquetero quien ofició como vanguardia, ya no en los términos clásicos de tipo partido sino como sector social que con sus luchas ayudó a dinamizar la de otros sectores. El movimiento piquetero fue un vector del movimiento popular que logró hacer confluir a su interior a los sectores sociales más golpeados por la crisis económica (los trabajadores que fueron perdiendo sus empleos pero sobre todo las mujeres que siempre realizaron el trabajo en sus hogares y que entonces trasladaron todas sus capacidades para sobrellevar la crisis a espacios colectivos) con militancias jóvenes que, sin ser parte de esos sectores, tampoco eran “clase media”, sino más bien hijas e hijos de familias trabajadoras o sectores medios empobrecidos (principalmente en ciudad de Buenos Aires y conurbano bonaerense). Otros vectores que en 2001 se expresaron con fuerza fueron los trabajadores precarios de la capital, como los motoqueros, o las jóvenes militancias del movimiento de derechos humanos, como HIJOS (también cabe destacar el rol de Hebe de Bonafini, como un faro ideológico en una perspectiva de revuelta).

Paradójico resulta el papel que jugaron las expresiones sindicales, no digo las burocracias sindicales de la CGT devenidas camarillas empresariales, sino esos sectores que venían desde los años 90 protagonizando algunas luchas, como los trabajadores docentes y estatales, que junto con camioneros (que sin romper con la CGT articularon peleas con la CTA y la CC desde el MTA), estuvieron ausente en la insurrección de diciembre y la coyuntura posterior, en el caso del MTA, y presentes en luchas reivindicativas pero muy desprestigiados políticamente ante las jóvenes militancias protagonista de las luchas de aquellos días, en el caso de la CTA.

También comienza a producirse el fenómeno de fábricas recuperadas, que ya tenía su antecedente en la empresa IMPA, y por esos días cobra relevancia a partir de la ocupación de la ceramista Zanón en Neuquén y la textil Brukman en Buenos Aires.

 

DS: Creo que entre sujetos del 2001 no nombraste a las asambleas de la ciudad.

 

MP: Me parece que fue un fenómeno muy efímero, que se plantearon como novedoso algo que venía del movimiento piquetero. La gente reunida en asamblea en un barrio es algo que venía ocurriendo en diversos territorios; lo novedoso es que lo tomen esos sectores, pero al no tomarlo desde una realidad puntual, territorial y con eje reivindicativo de acumulación (como en el caso de los piqueteros), terminó siendo una cosa que no era ni una coordinación de fuerzas sociales, ni un aporte novedoso en una experiencia política. Igual, podríamos pensarlo…

 

DS: También hay que pensar parte de la izquierda en esas asambleas.

 

MP: Sí, me cuesta pensarlo porque no he leído mucho sobre el tema y en ese entonces estaba muy lejos (geográfica y afectivamente) de esas experiencias, aunque políticamente le dimos importancia. Recuerdo haber ido a varias, y de hecho alguna gente se vinculó al MTD de Almirante Brown en donde militaba. Íbamos a Villa Urquiza, a todos lados. Darío también, y no nos perdimos ni una de esas marchas de los viernes de verano de 2002… Pero qué se yo, íbamos a tirar vallas, a ser parte del furor del verano del “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Pero como dijo Duhalde, el malo, “llega el frío y se terminan las asambleas”. Y algo de eso hubo. El último acto de masas de las asambleas fue participar en las marchas del 27 de junio y el 3 de julio en repudio por el asesinato de nuestros compañeros Darío y Maxi. Ahí se reactivaron, pero pronto se las comió el reflujo.

De todos modos, yo diría que, fundamentalmente, lo más notable del período fue el movimiento de derechos humanos, con HIJOS y los escraches a la cabeza, y el movimiento piquetero, en sus distintas variantes…

 

DS: ¿Incluidos el sur y el norte del país también?

 

MP: Sí, claro, sobre todo la experiencia de la UTD de Mosconi en Salta, pero también diría, incluso, que sus corrientes más burocráticas e institucionales, como las encabezadas por Luis D’ Elía y Juan Carlos Alderete en La Matanza, con la FTV y la CCC, sumaron lo suyo, aportaron –con los acampes, piquetes y movilizaciones– para ir generando ese clima que en las ciencias sociales después comenzaron a caracterizar como “destituyente”. Incluso esos sectores contribuyeron a la revuelta, tal vez sin quererlo, ya que luego no estaban dispuestos a ir a fondo en esa línea, o querían que eso sea sólo un momento hacia otra cosa, que es lo que se les dio luego con el kirchnerismo. Por eso yo cuestiono mucho la idea de cooptación; más allá de algún sector puntual, no creo que el kirchnerismo haya cooptado, sino que ahí se produjo una convergencia de lógicas que son más que entendibles si uno presta atención a la historicidad propia de la Argentina.

 

DS: Sí, había muchas fuerzas sociales deseando que ocurra esto, no es que fueron cooptadas.

 

MP: Exactamente. De hecho, a mediados de 2018 Carlos Sozzani y José Cornejo sacaron un libro (Resistir y vencer. De los años 80 al kirchnerismo), que fue publicado por Indómita luz, una editorial de la CTEP, en la que rescatan la experiencia de un grupo de militantes peronistas, de la zona sur del conurbano y de la ciudad de Buenos Aires (específicamente, de La Boca, Avellaneda y Quilmes), que pasan de formar parte de agrupaciones como Descamisados a fines de los 80 a rescatar el zapatismo y promocionar los primeros MTD en los 90, pero que hacia fines de la década, cuando nosotros confluimos en la Coordinadora Aníbal Verón, coordinamos luchas con el Teresa Rodríguez y articulamos perspectivas con el MOCASE y otros grupos autónomos (¡te acordás las horas que llevó esa discusión para diferenciar coordinación y articulación!), bueno, esta gente, en todo ese proceso, se integra al Polo social con el cura Luis Farinello, y en el período que va de fines de 2002 a mediados de 2004 (es decir: entre el reflujo de la lucha social de masas y el ascenso político del kirchnerismo) conforman el espacio Patria o Muerte, junto con Quebracho, Emilio Pérsico, el MP Malón y varios sectores del entonces desperdigado mundillo del nacionalismo popular (que entonces se entendía como revolucionario y no democrático). Las diferencias estaban muy marcadas desde entonces. No veo cooptación en toda esa gente. Por algo nosotros fuimos la Aníbal Verón, nos tapábamos la cara, armábamos barricadas y cortábamos rutas mientras, por ejemplo, el FRENAPO juntaba firmas para una consulta popular. Eran estrategias distintas. Ni mejor ni peor, hay que sacar el moralismo del medio de todo esto.

 

El 68’ y la metafísica de la juventud // Sergio Villalobos-Ruminott



Nuestra lucha por la responsabilidad se desarrolla contra un enmascarado. La máscara del adulto se llama «experiencia». Siempre igual, inexpresiva, impenetrable. Este adulto ya lo ha vivido todo: la juventud, los ideales, las esperanzas, la mujer. Y todo era sólo una ilusión. A menudo estamos intimidados o amargados. Es posible que tenga razón el adulto. ¿Qué podemos nosotros contestarle? Todavía no tenemos experiencia.

 

Walter Benjamin, “Experiencia” (1913)





En una serie de textos tempranos que van desde 1910 hasta 1916 y que han aparecido en español bajo el sugerente título Metafísica de la juventud (1993), encontramos varios artículos cuyo objetivo central es, precisamente, pensar la juventud y su problemática relación con la experiencia, más allá del uso vulgar o filisteo de dicha noción. Recordemos que Benjamin usa la palabra ‘filisteo’ para referir el predominio de una religiosidad plana y convertida en cliché desde el que se concibe la noción de experiencia como una cáscara vaciada de todo contenido. El que los adultos usen la ‘experiencia’ como una argucia o máscara para reprochar, desde su supuesto saber, el verdadero sentido de la vida a los jóvenes, no constituye más que una estrategia filistea que teme confrontarse con el verdadero contenido de la experiencia, a saber, su inmanencia abismante, el hecho de que no haya un saber que nos prepare para ella, que nos permita anticiparla, controlándola. El miedo a la experiencia no es una negación de la experiencia, sino su anticipación y su vulgarización desde la atalaya del “yo también fui joven, también tuve esa experiencia”. En última instancia, la exhortación benjaminiana consiste en instigar a los jóvenes a hacer sus propias experiencias, más allá del comando de la sabiduría filistea, pues lo que está en juego en la experiencia es la verdad como nombre de una nueva relación con la historia. Esa nueva relación, podríamos decir ahora que conocemos mejor la intensidad de las intuiciones del joven Benjamin, no es otra cosa que aquella que se abre con la destrucción de la metafísica de la juventud. En efecto, la metafísica de la juventud es la representación filistea del joven como aquel ser sin experiencia, embrionario, en proceso, que debe ser comandado por un saber, por un principio de razón, para que confirme el mundo que los adultos, esos que ya han tenido experiencias, lograron construir. La metafísica de la juventud es el presupuesto vinculante de toda racionalidad pedagógica orientada a privar a los jóvenes de la posibilidad de elaborar sus propias relaciones con la historia.

 

He elegido esta referencia porque ya acá se ve la predisposición del carácter destructivo benjaminiano, aquel que no se conforma con seguir las pautas asignadas para su existencia y que indaga mediante sus propios medios, posibilidades inéditas para la vida. El carácter destructivo no se deja subordinar a la organización facultativa del sujeto moderno, ni como adulto ni como ciudadano, pues vive al borde de un precipicio, dispuesto a saltar antes que asumir los presupuestos de una moral que le viene asignada; vive, en otras palabras, según un moralismo salvaje que ‘donde otros ven muros, él ve caminos’, y está por eso convencido ‘no de que la vida es valiosa, sino de que el suicidio no merece la pena’ (El carácter destructivo 1931). La juventud, desatada del mandato filisteo, solo puede ser concebida en relación con este carácter destructivo, porque lejos de confirmar la mediocre experiencia vaciada que los adultos le presentan como historia, quiere hacer sus propias experiencias, cambiando sus relaciones con dicha historia. No es casual que sea precisamente la juventud, en su potencialidad abismal, la que constituye el objetivo de diversas políticas públicas y prácticas pedagógicas organizadas indefectiblemente desde el presupuesto de la formación, de la liberación o de la habilitación. Si es verdad lo que Rancière le hace decir a Jacotot, “nadie educa a nadie” (El maestro ignorante, 2013), entonces también lo es el hecho de que “nadie emancipa a nadie” como el mismo Rancière le enrostra a la tradición iluminista, y así, “nadie es más que nadie” como presupuesto básico de una suspensión de toda transferencia y de toda articulación hegemónica.

 

Sin embargo, el carácter destructivo y su resistencia a las tecnologías de la domesticación sigue siendo un problema capital, como lo observó el mismo Pier Paolo Pasolini quien, confrontando las transformaciones históricas del fascismo italiano de la post-guerra, no se demoró en acuñar la sugerente idea de una ‘mutación antropológica’ llevada a cabo por los ordenes de la educación y la televisión, cuyo objetivo central era, por fin, confirmar la metafísica de la juventud como organización jerárquica y facultativa de los sentidos, produciendo un ser humano privado de comprensión y vaciado de experiencias. La mutación antropológica se daba mediante la insensibilización general precipitada por un adormecimiento de los sentidos sometidos al dispositivo mediático y comunicacional, que complementaba el comando filisteo y la pedagogía formativa. El adormecimiento general, como realización anestésica de la estetización general de la cultura, remitía la materialidad del sensorium (que Benjamin identificaba con la vida estudiantil) a la organización jerárquica y facultativa de un subjectum que venía a confirmar las operaciones de inscripción de la misma metafísica occidental y su regulación de la vida bajo los campos de la ética, la política y la estética. La potencialidad abismante del joven, de su materialidad sensorial antes de ser “educada”, era precisamente una amenaza para todo el edificio metafísico y su investimento en la moderna teoría de la subjetividad, en la que tanto liberales como marxistas convencionales parecían coincidir. En este sentido, la juventud, de-sujetada de su amarra filistea, más allá de la metafísica que la inscribe como inmadura, irracional o irresponsable, constituye la posibilidad destructiva contra la misma mutación antropológica inaugurada ejemplarmente por el fascismo como estetización general de la política, proceso del que tanto Benjamin como Pasolini fueron testigos privilegiados.



* * * * *

 

Nos encontramos llamados hoy a pensar otra vez la inédita relación entre juventud y experiencia, a partir de los eventos del año 68’ en México. Hoy, cuando se cumplen 50 años de dichos eventos, estaríamos enfrentando no solo un mundo en el que la mutación antropológica se homologa con la predominancia sin resistencia de las masmediatización total y su mundialización. O, para retomar la intuición benjaminiana sobre el carácter filisteo de la cultura mediática, nos preguntamos otra vez por el 68’ en el contexto en que la mundialatinización se expresa sin reparos. Esta masificación del sustrato cultural cristiano-romano de Occidente, potenciada por la misma articulación global de los procesos de acumulación capitalista, complementa las figuras del adulto y del ciudadano con las del funcionario, en la medida en que la misma operación formativa pedagógico-metafísica no consistiría sino en imponer su Paideia monumental sobre la “fragilidad” de los jóvenes. Se trata, como se sabe, de una Paideia sin historicidad, vaciada, convertida en protocolo y derecho, producida en la misma traducción romana de la formativa experiencia griega, como advierte Heidegger en su seminario Parménides (2010). Este vaciamiento de la experiencia producida por una traducción imperial privó a la educación de su substrato material, haciendo que su objetivo no sea la posibilidad de experiencia, sino la acumulación de información útil para una buena performance política. Ese es el reverso de la metafísica de la juventud, es decir, el hecho de que la mundialatinización y su adormecimiento del sensorium se expresen hoy en día ya no como producción de adultos responsables y buenos ciudadanos, sino también como multiplicación de una subjetividad funcionaria ilimitada. Somos funcionarios adormecidos, dispuestos a ejecutar el mandato de un principio de razón que no alcanzamos a comprender, como los anónimos trabajadores de la discontinua y absurda Muralla china en el famoso relato de Kafka.

 

Si esto es así, entonces Benjamin parece apuntar a una cierta dislocación entre la juventud (su irresponsable volcamiento a la experiencia) y el mundo de los adultos, racionales y responsables. Solo un procedimiento destructivo, que no por causalidad es destructivo de la metafísica de la juventud como de toda metafísica, nos permitiría entender la singularidad de la juventud como potencia abismal que amenaza el edificio de las convicciones en el que nos refugiamos y al que, como buenos funcionarios, protegemos. ¿Qué significa esto? Significa que no podemos atender a la singularidad histórica de la revuelta del 68’ sin haber sometido a riguroso cuestionamiento la serie de presupuestos con los que se intenta enmarcar dicha revuelta. En efecto, la cuestión de cómo pensar el 68’ hoy en día no debería tomarse como una pregunta trivial, ni tampoco debería impulsar una toma de postura partisana, lejos de todo eso, pensar la serie de sucesos que se dan entre los meses de junio y octubre del año 1968 en México implica ya una pregunta sobre las formas de representación y de enmarcamiento del carácter intempestivo o espontáneo de la revuelta, y así, implica la suspensión de todo criterio de racionalidad que intente comandar desde una atalaya trascendental los hechos, dándoles sentido, donándoles razón de ser.

 

No se trata de un problema menor, pues en él se dan cita una serie de interrogantes relativas a la relación entre acontecimiento y narración, entre historia y razón, entre revuelta y revolución. Hace algunos meses, en este mismo Museo (Museo Universitario de Arte Contemporáneo, MUAC) pudimos asistir a la muestra Sublevaciones, curada por Georges Didi-Huberman, en la que gracias a un montaje inteligente (y advertido de las resonancias de la palabra montaje en el pensamiento de Benjamin) se presentaban imágenes de sublevaciones, motines, revueltas que traían a la espacialidad neutra del Museo la huella de una intempestividad ya perdida. La muestra y su misma disposición en el museo ya habían sido objetadas inteligentemente por Jacques Rancière quien sugería cómo una sublevación (la expuesta en el museo) podía ocultar otra (la que ocurrió en realidad). La sospecha de Rancière apuntaba a la problemática relación entre el Museo, dispositivo arquitectónico y espacial central en la institucionalidad transnacional del arte, y el tiempo inverificable de la sublevación, tiempo que consistía en la suspensión de todo relato organizador. La sublevación, por así decirlo, rompe con la Gestell, con el marco, con la economía referencial del ergon y el parergon, dislocando toda referencialidad ajena a su propia dinámica. ¿Para qué representarla entonces en el museo? Se pregunta Rancière. Didi-Huberman contesta apelando a una complejización de la misma noción de representación, atendiendo al hecho de que el montaje, como disposición espacial, también implica una posible apertura al tiempo, pero no al tiempo de la narración y sus reconstrucciones intencionadas, sino a un tiempo desatado de la conjugación historicista y lineal con la que leemos la revuelta, ya siempre como indicio de un proceso fracasado. En otras palabras, confrontados con la imposibilidad de representar la revuelta en su pura inmanencia, nos vemos ante la disyuntiva de callar frente a su dignidad nouménica, o de encontrar estrategias de narración y visibilización que, sin albergar una pretensión de verdad académica, habiten la apertura que ésta inflige a un tiempo, ‘homogéneo y vacío’, regido por las políticas oficiales de la verdad histórica. El montaje de la revuelta nunca logrará captar la inmanencia de ésta, pero predispone al espectador a su inminencia. Es aquí, en la tensión entre inmanencia e inminencia, donde se jugaría una nueva relación con la historia, relación que demanda una desorganización radical del subjectum moderno, esto es, que demanda una anarquía indomesticable de los sentidos, más allá de las apelaciones emanadas desde los discursos de la liberación, del saber y de la ley.



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En este contexto, quisiera enfatizar lo siguiente: frente a las revueltas de 1968 nos encontramos confrontados con las mismas alternativas. Y no solo nosotros, la larga historia del 68’ contiene una inverosímil producción novelística, periodística, testimonial, historiográfica, dramatúrgica, etc., que dispuesta a contar lo que ocurrió no deja de expresar las mismas dinámicas complejas entre el carácter inmanente de la revuelta y los criterios de racionalidad utilizados para leerla. Desde La noche de Tlatelolco de Elena Poniatokska escrita en 1971, pasando por La imaginación al poder. Una historia intelectual del 1968, escrita por Jorge Volpi en el año 1998, hasta El 68. La tradición de la resistencia, escrita por Carlos Monsiváis el año 2008, contamos en el campo literario y testimonial con sendas monografías hábiles en captar la especificidad de dichos eventos. Sin embargo, más allá de la indesmentible calidad de estos trabajos, sigue pendiendo sobre nosotros la narración atípica y de primera mano realizada en la Cárcel de Lecumberri y publicada hace 47 años de Los días y los años escrita por Luis González de Alba. Su carácter único consiste en que se posiciona desde dentro de los sucesos, pero no solo porque su autor fuera un activo estudiante de la UNAM y miembro del Consejo Nacional de Huelga, aquel grupo que ‘encabezó’ los eventos del 68’, sino porque en su narración se aprecia una particular atención a lo que podríamos llamar una fenomenología de la revuelta. En efecto, la narración, casi emulando las viejas relaciones de hechos o crónicas, pone atención a los hechos según fueron sucediéndose, eliminando cualquier atribución causal a algún tipo de plan o racionalidad que les de sentido. González de Alba, sin saberlo necesariamente, había logrado, con su fenomenología de la revuelta, estar a la altura de los hechos, sin traicionarlos según un verosímil que los extorsione y los organice; de una u otra forma, su relato participa del mismo criterio que Furio Jesi utilizó para entreverarse con la singularidad de la Revuelta Espartaquista (Spartakus. Simbología de la revuelta, 2015)

 

En consecuencia, se trata de una fenomenología que pone en suspenso el principio de razón que organiza los relatos maestros del pasado, y en este sentido, se trata de un registro casi topográfico de los temblores de la historia, más allá de la lógica lineal de su supuesto movimiento. Al hacer esto, González de Alba desoculta la dinámica inherente de la revuelta, lo que algunos llaman su espontaneidad, mostrándonos que los eventos del 68’, lejos de toda racionalidad convencional, no tienen ley, se auto convocan en un espacio-tiempo sin arché y por tanto sin teleología. Son un acontecimiento negativo y huérfano, no porque sean únicos, sino porque en su condición profana se restan de toda metafísica de los grandes eventos. En otras palabras, digamos que el relato de González de Alba no es importante por su pretensión testimonial ni menos por su pretensión teórica, por el contrario, su especificidad e importancia consiste en suspender la estructuración archeo-teleológica y sacrificial del tiempo histórico caído a la lógica del historicismo, para mostrarnos que la ‘lógica’ inanticipable de la revuelta apunta a la posibilidad de despabilar el sensorium de la juventud que se resiste a claudicar frente a las políticas anestésicas del progreso y la modernización. La revuelta del 68’ aparece así como una dislocación de la metafísica de la juventud, justamente en las calles, es decir, en el lugar donde la experiencia cotidiana abisma la organización planificada de las conductas y de los deberes. Los días y los años entonces escribe la dinámica enrevesada de un interregnum, esto es, una interrupción de la historia, y al igual que el Diario de Moscú (2015) de Walter Benjamin, escrito entre fines de 1926 y comienzos del 27, justo en un momento indecidible, donde los aires de la Revolución de octubre todavía se apreciaban en el desorden callejero y las primeras medidas del Estalinismo todavía no decidían el decurso lamentable de la misma revolución, los sucesos relatados por González de Alba nos permiten comprender la dinámica misma del 68’, sin someterla a una racionalidad que la extorsiona, encerrándola en el paréntesis oficial de una historia en la que la palabra revolución ha perdido su fulgor, quedando convertida en un repetido adjetivo policial que adorna a los discursos estatales.

 

No es por casualidad que el crítico británico, Gareth Williams, en su libro The Mexican Exceptions (2011), nos presente una interpretación rigurosa de la singularidad de este proceso basada en la narración presentada por González de Alba. Lo que Williams hace a partir de esta narración, sin embargo, es fundamental porque nos muestra las relaciones que el 68’ tiene con las protestas contra la ley mordaza con la que el gobierno había desactivado las huelgas de ferrocarriles a fines de los 50s y, a la vez, nos muestra la estrechez analítica de cientistas sociales y partidos políticos para comprender las dinámicas de las protestas. Esa incapacidad para entender las dinámicas insurreccionales de la juventud, esa parsimonia filistea y criminal de los adultos responsables del progreso y de los Juegos Olímpicos, no hace sino anticipar el giro brutal del gobierno de Díaz Ordaz quien, al viejo estilo del Porfiriato, concentra autoritariamente los poderes de la ciudad y de la historia.

 

A esto se debe el hecho de que luego de la revuelta del 68’, de su interrupción de la estructuración metafísica de la historia, de su suspensión del relato maestro y vaciado de la revolución, viniera la represión y la muerte, viniera la ‘prosa de la contrainsurgencia’ y la metafísica de la juventud, viniera otra vez la revolución como discurso y como agenda, sosegando a la juventud y acusándola de irresponsable y de falta de experiencias. El 68’ entonces no solo sería un momento de desujeción o despertar donde el sensorium se toma la calle contra el sujeto ciudadano y funcionario, sino también una demostración de la potencia abismal de la juventud, que solo pudo y puede ser acallada con muerte y represión. Quizás aquí reposa el secreto vínculo entre las generaciones que fueron y la nuestra, entre Tlatelolco y Ayotzinapa, en el vértigo de una experiencia que no puede ser acallada por el estado policial y sus funcionarios.  

 

Para pensar la singularidad de esta revuelta y sus múltiples repeticiones, se requiere una suspensión de todas las demandas ejercidas desde el principio de razón, solo así podría uno pretender un acceso ya no a la inmanencia de la revuelta, sino a la inminencia de la historia. La revuelta, como suspensión del tiempo del progreso, ya no puede ser pensada ni como negación ni como confirmación de un determinado plan secreto de la naturaleza o de la historia. La demanda marxista clásica que extorsiona las insurrecciones enrostrándoles su falta de direccionalidad estratégica, acá ya no tiene sentido, porque la lógica misma de la revuelta no puede ser capitalizada desde los presupuestos de una cierta orientación transformacional. Como en La noche de los proletarios (Rancière 2010), en la revuelta los actores no interpretan un papel previamente asignado, no encarnan el guion de una historia sacrificial e identitariamente organizada, sino que se liberan, en un acto casi ritual que consiste en disolver sus identidades en la convergencia colectiva de un gozo sin culpa. En este sentido, la revuelta, tal cual es pensada acá, no solo interrumpe el tiempo del progreso y el principio de razón, sino que desactiva la lógica hegemónica y la organización identitaria de la política, obligándonos a reiniciar siempre la escena de escritura con las máximas precauciones, después de todo, como decía Benjamin, los vencedores del pasado no han dejado de vencer. Frente a esto, no se trata de elaborar la historia romántica de una resistencia cuya continuidad siempre resulta de una poderosa voluntad narrativa, sino estar atentos al despertar de los sentidos. Esa es la tarea que la destrucción de la metafísica de la juventud debe darse, la posibilidad de recuperar la experiencia de un goce sin culpa, más allá de la mala conciencia filistea. En eso se juega la posibilidad, nunca segura, de una política de la inminencia, más allá de las demandas trascendentales del saber y sus lógicas.









Pongan música // Luciano Debanne

En el día del periodista los convido a callarse  la boca. A callarse y escuchar.
 
A cerrar el pico, el culo, el orto, el ojete, la jeta. A callarse por una vez en la vida y a escuchar.
 
A ser un cacho más sensibles, más atentos, más respetuosos, menos porongas, menos policía, menos seguridad privada, menos patova contratado para que no entren los que están afuera.
 
A abrir las orejas, el corazón, los micrófonos, las redacciones esas sin ventanas, ni salida de emergencia, doble vidrio fijo, acustizada; a apagar la música funcional y el aire acondicionado del estudio; a cagarse un poco más de frío, de hambre, de gases, de lluvia, de ganas de salir a matar a todos estos imbéciles que no paran de boquear.
 
Como si supieran, como si hubiesen estado, como si alguna vez les hubiera tocado.
 
A dejar de ser paredón de palabras, que obtura, aleja, detiene, fusila y remata; para ser un poco más puente, pasarela, que ayude a pasar para el otro lado.
 
Los convido a segundear, a despejar y quedarse al fondo, a mantenerse al margen de la foto, al costado, más que ser todo el tiempo el figurón principal.
 
En el día del periodista los convido a dejar de ser tan periodistas e intentar ser uno más.
 
A ser sólo una mano en la cámara, sosteniendo el micrófono, anónima, reemplazable, ignota. Una mano que te alcance la birra en el verano y te de fuego en invierno. Y después siga.
 
Una mano que alguna vez llame al mozo canuto y pague la cuenta sin chistar, ni juntar la moneda entre pobres, ni dividir en partes iguales aunque unos coman falda y otros pulpa especial.
 
A hacer que la profesión desaparezca y que sea de todos el privilegio, cada vez más exclusivo que ustedes detentan de contar: lo que pasa, lo que queremos, lo que soñamos, lo que proponemos, lo que va a pasar, quizás.
 
Que sea de todos el carnecito de prensa que consiguieron asegurando que son inofensivos, que está todo bien, que casi no van a preguntar.
 
No me peguen, soy periodista, no vengo con ellos, estoy trabajando, prensa oficial.
 
Fíjense en las calles y en las escuelas y en los almacenes del barrio, y los polirubros y en las vidrieras y las florerías del centro: ¿ven que, en el día del periodista, nadie festeja más que los propios periodista?
 
Es que a nadie le importan aunque reciban regalos salameros de quienes les soban el lomo a cambio de una nota, de una cobertura amable, de publicidad.
 
Cállense y escúchense, hoy sólo son editoriales evangelizadoras, vendedores de ideas con auspicio de ropa cara, o de gaseosa barata, modelos de cartón. 
 
Los escuchamos porque no se callan nunca, pero cuando se vayan nadie los va extrañar.
 
Sepan que los periodistas que admiran los cargarían a tiros por panchos, y nadie se frenaría a ver qué pasa ni se tomaría el trabajo de irlos a enterrar.
 
Si no tienen nada que decir, háganse un favor y pongan música. 
 
O sigan, hagan la suya, pero no se asombren cuando los mandemos a cagar.

Nunca van a ser bandera // Diego Valeriano

Nunca van a ser bandera, mural, canción. Pero si tal vez esperanza cruel, promesa de venganza, pedido de auxilio en medio de todo esto. Nunca van a ser pintada, tatuaje, ni remera. Pero si grito de guerra en medio de un linchamiento, pedido de justicia por parte de una madre que no puede más, ilusión silenciosa de que pase algo cuando los guachos que te chorearon pasan por tu cuadra.

Esperanza de ortiba, murmullo desde patrullero, dientes apretados de doña que ya ni sale cuando baja el sol y espía por la rendija de la persiana. Trabajar, viajar, ir y volver. El UBER que no entra, el remis que no llega. El Sarmiento, las cuadras hasta la estación, el bondi que no para, el agua que no baja. Un suicidio y quedar varados sin tiempo en Ramos o Haedo, los piqueteros que suben en Morón meta escabio y cumbia. Los robos en la parada del 238 y una soledad aplastante.

Nunca grito de libertad, pero si de odio.  Resentimiento por como empeoro todo, como cada vez es peor. Odio sin saber, pero sabiendo bien, sabiendo todo, entendiendo todo. Asco a los que viven de la política. No quiere chamuyos, ni cuentitos, ni que le explican más nada. Odio por saber bien cuál es el arreglo de la del merendero con la comida y los planes, saber  como Juan pegó un cargo, se fue del barrio y se puso brackets. Odio a los dirigentes que siempre tienen tiempo para estar frente a las cámaras cuando la mayoría no tiene tiempo ni de mirar tele.

Odio a los retos, a las explicaciones, a los posteos de su sobrina, a que le cambien las palabras, a la imposibilidad de decir, a la prepotencia de algunas pibas, a quedarse unos pares de horas más sin cobrar horas extras. Odia que ya ni lo entiendan, estar en falta eterna, que cada día sea peor.

Ni consigna, ni memoria, ni nombre de un barrio de casitas todas iguales. Ni abuelas, ni madres, ni compañeros detenidos desaparecidos, ni posteo de nenita con el pañuelo verde y los dedos en V. Ni todo es política. Volver a un tiempo mejor donde todo era como debía ser. Vitalidad potente de lo que sí pasa, comprensión de todos los garrones diarios, soluciones mágicas, varoniles y crueles frente a muchos años de una vida horrible.

La Tinta. 

Esferas de la insurrección // Suely Rolnik

Un fragmento del flamante libro de la psicóloga, docente y activista brasileña Suely Rolnik, traducido por Damian Kraus y editado por Tinta Limón Ediciones. “Es necesario resistir en el propio campo de la política de producción de la subjetividad y del deseo dominante en el régimen en su versión contemporánea –es decir, resistir al régimen dominante en nosotros mismos–, lo cual no cae del cielo ni se encuentra listo en alguna tierra prometida”, dice la autora.

Una atmósfera siniestra envuelve el planeta. El aire del ambiente, saturado de las partículas tóxicas del régimen colonial-capitalístico, nos sofoca.

Con sucesivas transmutaciones, este régimen viene perdurando y sofisticándose desde finales del siglo XV, la época de su fundación. Su versión contemporánea –financierizada, neoliberal y globalitaria– empieza a formarse en el paso del siglo XIX al siglo XX y se intensifica luego de la primera guerra mundial, cuando se internacionalizan los capitales. Pero a partir de mediados de la década de 1970 llega a su poder pleno, al afirmarse contundentemente –y no por casualidad– luego de los movimientos micropolíticos que sacudieron el planeta durante las décadas de 1960 y 1970. Durante ese período –mediados de la década de 1970– se concretan los primeros pasos de un trabajo de desciframiento del actual rumbo de este régimen en su compleja naturaleza, es decir, de los principios que la rigen y de los factores que engendran las condiciones para su consolidación.

Sin embargo, y tal como suele suceder en los momentos de transición radical, fundamentalmente a partir de mediados de la década de 1990 –cuando se empiezan a hacer sentir con mayor claridad sus efectos nefastos sobre la vida cotidiana– este desciframiento se expande y se densifica, dando lugar a un debate colectivo que viene desplegándose desde entonces. Dicho debate adquiere su impulso en la experiencia de los movimientos sociales que emergen en el transcurso de la década anterior como reacción a la toma del poder mundial por parte del actual régimen. Como rayos, esos movimientos han venido irrumpiendo en los cielos del capitalismo globalitario cada vez que se forman nubes tóxicas debido a la densificación de la atmósfera en alguna de sus regiones, cuando su perversión supera el límite de lo tolerable. La intensidad de irrupción de dichos movimientos –equiparable a la de la violencia del régimen que los había desencadenado– tiende entonces a provocar una desestabilización temporal de su tiránica omnipotencia. Y a la misma velocidad que surgen desaparecen para resurgir enseguida, de otro modo y en otros lugares, movilizados por nuevos acontecimientos que nos instalan en lo intolerable –lo cual evidentemente los lleva a producir otras cartografías, otros sentidos, distintos a los que los preceden. Esta serie de movimientos se extiende hasta comienzos de la década del 2000, cuando se interrumpe, para volver a reaparecer luego de la crisis de 2008. La nueva serie de movimientos, que se encuentra actualmente aún en curso, emerge en diferentes puntos del planeta, fundamentalmente a partir del comienzo de la segunda década de este siglo, y precede a la escritura de este ensayo.

En el contexto de estos movimientos y del debate a ellos asociado se inserta el presente ensayo. Su punto de partida es uno de los temas del orden del día en esta construcción colectiva: el modo de relación entre el capital y la fuerza vital, propio del régimen en su actual versión, y por entero distinto a su modo fordista. En esta nueva versión, el ámbito de la fuerza vital de la cual se alimenta el capitalismo ya no se reduce a su expresión como fuerza de trabajo, lo que implica una metamorfosis radical de la propia noción de trabajo. Eso se acompaña de una paulatina dilución de la forma del Estado democrático de derecho, de la cual dependían las leyes laborales propias del régimen en su versión anterior.

El abuso de la vida

Si bien la base de la economía capitalista es la explotación de la fuerza de trabajo y de la cooperación inherente a la producción para extraer plusvalía de ellas, dicha operación –a la que podemos denominar “proxenetización” o “cafisheo” para asignarle un nombre que diga más precisamente la frecuencia vibratoria de sus efectos en nuestros cuerpos– fue cambiando de figura con las transfiguraciones del régimen en el transcurso de los cinco siglos que nos separan de su origen. En su nueva versión, es de la propia vida que el capital se apropia; más precisamente, de su potencia de creación y transformación en la emergencia misma de su impulso –es decir, en su esencia germinal–, como así también de la cooperación de la cual dicha potencia depende para efectuarse en su singularidad. La fuerza vital de creación y de cooperación es así canalizada por el régimen para construir un mundo acorde con sus designios. En otras palabras, en su nueva versión, es la propia pulsión de creación individual y colectiva de nuevas formas de existencia, y sus funciones, sus códigos y sus representaciones lo que el capital explota, haciendo de ella su motor. Por eso la fuente de la cual el régimen extrae su fuerza deja de ser exclusivamente económica para serlo también intrínseca e indisociablemente cultural y subjetiva –por no decir ontológica–, lo cual la dota de un poder perverso más amplio, más sutil y más difícil de combatir.

Frente a este cuadro, se hace evidente que no basta con actuar en la esfera macropolítica, en donde actúan tradicionalmente las izquierdas, sobre todo las institucionales. Esto explicaría incluso su impotencia ante los rumbos actuales del régimen colonial-capitalístico. De acuerdo con la visión introducida por autores que pensaron la nueva relación entre el capital y el trabajo, con su enfoque en la apropiación por el capital de la potencia de creación –especialmente Toni Negri y Michael Hardt,  quienes denominaron al nuevo pliegue del régimen como “capitalismo cognitivo”–, la resistencia actualmente pasaría por un esfuerzo de reapropiación colectiva de esa potencia para construir con ella aquello a lo que estos autores designan como “lo común”.  En diálogo con ellos, podemos definir a lo común como el campo inmanente de la pulsión vital de un cuerpo social cuando este la toma en sus manos, de manera tal de direccionarla hacia la creación de modos de existencia para aquello que pide paso. También según Hardt y Negri, de esta construcción de lo común resultan cambios en las formas de la realidad. Su argumento indica que si en el capitalismo industrial las formas de la fuerza de trabajo y su cooperación –en este caso organizadas como producción en cadena– estaban predefinidas por el capital, en el modo de expropiación de esta fuerza propio de la nueva versión del régimen, sus formas no están predeterminadas, pues es de la propia potencia de su construcción que se constituye el capital fijo. Esto abriría una posibilidad de autonomía en la orientación del destino de la fuerza vital. Sin embargo, dicha fuerza es desviada a favor de la producción de escenarios destinados a la acumulación de capital.

También según estos autores, y partiendo del principio de que la potencia vital pertenece a quien trabaja, es precisamente la experiencia de su relativa autonomía la que genera las condiciones favorables para su reapropiación. Retomando el diálogo con ellos, podemos añadir que de la reapropiación deseante, individual y cooperativa, del destino ético de la pulsión vital –en síntesis, de su reapropiación ontológica–, puede resultar un desvío colectivo de su abuso a manos del régimen en dirección hacia una ética de la existencia. Sin embargo, y tal como los autores mencionados lo señalan, su reapropiación por parte de la sociedad es virtual mientras no encuentra formas de actualización, lo cual depende de una voluntad colectiva de actuar con miras a la construcción de lo común, que no está dado a priori.

Es exactamente en esta dirección que vienen actuando algunos de los mencionados movimientos colectivos que irrumpen a mediados de la década de 1990 y vuelven a irrumpir en distintos momentos desde entonces, en el activismo propiamente dicho y, no por casualidad, también en el arte, con sus fronteras cada vez más indiscernibles. En esa transterritorialidad se crean las condiciones más favorables para la movilización de la potencia de creación de las prácticas activistas, como así también de la potencia micropolítica en las prácticas artísticas que, aunque su esencia reside en dicha potencia, se encuentran hoy en día desprovistas de ella en favor de su proxenetización por el capital, que encuentra en ese dominio una fuente privilegiada para su expropiación.

Una inquietud mueve la escritura de este ensayo: si bien ya constituye un paso importante reconocer que no basta con resistir macropolíticamente al actual régimen, y que urge también e igualmente obrar para reapropiarse de la fuerza de creación y cooperación –es decir, actuar micropolíticamente–, reconocer esto racionalmente no asegura acciones eficaces en esta dirección. Sucede que la reapropiación del impulso de creación depende de que esta incida sobre las acciones del deseo, de modo tal de imprimirle su dirección y su modo de relación con el otro. Sin embargo, tales acciones tienden a chocar contra la barrera de la política de producción de la subjetividad y del deseo inherente al régimen vigente. Al igual que en cualquier otro régimen, es el modo de subjetivación que en él se produce lo que le imprime su consistencia existencial, sin la cual no se sostendría; uno no existe sin el otro. En el caso del nuevo pliegue del régimen colonial-capitalístico, el cafisheo de la pulsión vital nos impide reconocerla como nuestra, lo que hace que su reapropiación no sea tan obvia como lo pretendería nuestra vana razón.

Si se tiene esto en cuenta, resulta evidente que no se logra retomar las riendas de esa potencia mediante un sencillo decreto de la voluntad, por más imperiosa que esta sea, ni tampoco a través de la conciencia, por más lúcida y bienintencionada que la misma sea. Ni mucho menos se logra reapropiarse de ella colectivamente como un solo cuerpo supuestamente natural que estaría dado a priori y, por si fuera poco, en sinergia absoluta entre todos los elementos que lo componen, tal como lo pretenden los heraldos mesiánicos de un paraíso terrenal. Es necesario resistir en el propio campo de la política de producción de la subjetividad y del deseo dominante en el régimen en su versión contemporánea –es decir, resistir al régimen dominante en nosotros mismos–, lo cual no cae del cielo ni se encuentra listo en alguna tierra prometida. Al contrario, es un territorio al cual debe conquistárselo y construírselo incansablemente en cada existencia humana que compone una sociedad, y esto incluye intrínsecamente a su universo relacional. De dichas conexiones se originan comunidades temporales que aspiran a actuar en esa dirección en la construcción de lo común. Con todo, tales comunidades jamás ocupan el cuerpo de la sociedad como un todo, pues este se hace y se rehace en el inexorable embate entre distintos tipos de fuerzas.

Pero, ¿cómo liberar la vida de su proxenetización?

Insurgir o sublevarse en este terreno implica diagnosticar el modo de subjetivación vigente y el régimen de inconsciente que le es propio; y que se investigue cómo y por dónde se viabiliza un desplazamiento cualitativo del principio que lo rige. Sin ello, la tan aclamada propuesta de reapropiación colectiva de la fuerza creadora como profilaxis de la patología del presente no saldrá del laboratorio de las ideas, y corre el riesgo de permanecer confinada en el plano imaginario, con sus hermosas ilusiones alentadoras.

Propongo designar como “inconsciente colonial-capitalístico” a la política del inconsciente dominante en este régimen y que atraviesa toda su historia, pues lo único que varían son sus modalidades junto con sus transmutaciones y sus formas de abuso de la fuerza vital de creación y cooperación. En tal sentido, podemos también denominarlo “inconsciente colonial-cafisheístico”, por las razones antes evocadas. Es probablemente a la resistencia contra este régimen del inconsciente que se refieren Deleuze y Guattari cuando claman por una protesta de los inconscientes en el año 1972, cuando apenas si se esbozaba el trabajo de elaboración colectiva de la audaz experiencia de mayo de 1968 y, simultáneamente, la toma del poder por el nuevo régimen manifestaba entonces sus primeras señales, aun nebulosas.

La intención que mueve el presente texto es la de escrutar la modalidad actual del inconsciente colonial-cafisheístico introducida por el capitalismo financierizado y neoliberal, la cual se define, insisto, por el secuestro de esa fuerza en el propio nacimiento de su impulso germinador de mundos. Pero, ¿cómo esquivar ese régimen del inconsciente en nosotros mismos y en nuestro entorno? En otras palabras, ¿en qué consistiría la mentada protesta de los inconscientes?

La respuesta a esta pregunta requiere de un trabajo de investigación que solo puede efectuarse en el terreno de la propia experiencia subjetiva. Habrá que buscar vías de acceso a la potencia de la creación en nosotros mismos: la naciente del movimiento pulsional que mueve las acciones del deseo en sus distintos destinos. Un trabajo de experimentación sobre uno mismo que demanda una atención constante. En su ejercicio, la formulación de ideas es inseparable de un proceso de subjetivación en el cual esa reapropiación se vuelve posible durante breves y fugaces momentos, y cuya consistencia, su frecuencia y su duración se amplían paulatinamente, a medida que ese trabajo avanza.

De este modo, el trabajo necesario para contestar esta pregunta nos exige que, junto con el desplazamiento de la política de producción de la subjetividad y del deseo dominante en la nueva versión de la cultura moderna occidental colonial-capitalística, desplacemos igualmente la política de producción de pensamiento, propia de esa cultura, activando su médula vital y su habilidad para desarmar las configuraciones del poder. Sin ello, nuestra intención se ahoga en la orilla. Desde la perspectiva de esos desplazamientos, pensar y sublevarse se convierten en una sola y la misma práctica: una no avanza sin la otra. Corrobora esta indisociabilidad el hecho de que, si bien tal práctica solo puede plasmarse por principio en el ámbito de cada existencia, la misma no transcurre aisladamente. En primer lugar, porque su propio motor no empieza ni termina en el individuo, ya que su origen reside en los efectos de las fuerzas del mundo que habitan en cada uno de los cuerpos que lo componen, y su producto lo constituyen las formas de expresión de esas fuerzas, procesos de singularización en cada uno de ellos, los cuales se plasman en un terreno común a todos, y lo transfiguran. Nada que ver con la autorreflexividad, la interioridad o los temas privados. La segunda razón, que resulta inseparable de la primera, consiste en que tal práctica se alimenta de resonancias de otros esfuerzos que van en la misma dirección y de la fuerza colectiva que promueven, no solamente a causa de su poder de polinización sino también y fundamentalmente por la sinergia que producen.

Resonancias de este tipo no son únicamente hallables en un campo determinado del saber que tendría el presunto monopolio de la expertise en el tema, tal como el de los estudios culturales, poscoloniales o queer, por ejemplo, que serían los más obvios. Podemos encontrarlas en diversos campos de la práctica teórica y, más aún, pueden surgir a partir de la producción de pensamiento en cualquier esfera de la vida colectiva: desde la así llamada “alta cultura” hasta la canción popular, pasando por las experimentaciones que se llevan a cabo –entre otras esferas– en la sexualidad, en la relación con el otro, en la agricultura o en aquello que los pueblos indígenas han venido insistiendo en decirnos desde que osaron tomar la palabra públicamente en alto y buen tono. Tales resonancias y las sinergias que producen crean las condiciones para la formación de un cuerpo colectivo común cuya potencia de invención, al actuar en direcciones singulares y variables, pueda llegar a tener la fuerza suficiente como para contener el poder de las fuerzas que prevalecen en otras constelaciones, aquellas que se componen de cuerpos que intentan cafishear la pulsión vital ajena o que se entregan a su proxenetización. Con esas sinergias se abren caminos para desviar tal potencia de su destino destructor.

Es esta precisamente la perspectiva que rige el pensamiento en la elaboración de este ensayo; y es, por ende, y por principio, no solo transdisciplinaria sino también indisociable de una pragmática clínicopolítica. Al ser este necesariamente el trabajo de muchos y de cada uno, que nunca se agota, las ideas que aquí se compartirán constituyen tan solo algunas herramientas conceptuales entre las que están hoy en día inventándose en múltiples direcciones para abordar la pregunta anteriormente formulada: “¿Cómo liberar la vida de su proxenetización?”. Este proceso de invención resulta de la inteligencia colectiva que viene activándose a una velocidad exponencial, movilizada por la urgencia de enfrentar el alto grado de perversión del régimen en su nueva versión. Las herramientas aquí sugeridas nos ayudarán a examinar tanto la política de producción de la subjetividad, del deseo, del pensamiento y de la relación con el otro que nos lleva a una entrega ciega a la apropiación de la fuerza de creación como a aquella en la cual se viabiliza su reapropiación. Contaremos así con un criterio para establecer la distinción entre esas micropolíticas y el tipo de formaciones del inconsciente que resulta de cada una de las mismas en el campo social.

Subjetividades en lucha // Entrevista a Antonio Negri

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El cactus y la constelación // Entrevista a Pablo Ires

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Guerra civil mundial y la putrefacción de la mente blanca // Franco “Bifo” Berardi

Franco “Bifo” Berardi reflexiona sobre la violencia creciente en Estados Unidos, el trumpismo y la guerra civil como un fenómeno que trasciende a ese país para instalarse como tendencia global vinculada al racismo y el supremacismo blanco.

Por Franco Berardi. Traducción de I.M. Calderón para Ando en Pando

De acuerdo a los datos oficiales, 1.3 millones de estadounidenses han sido asesinados en todas las guerras en la integridad de la historia de los Estados Unidos. Empero, solamente desde 1968, 1.5 millones de estadounidenses han sido asesinados por armas de fuego en uso no militar –y el rimo de este conflicto se esta acelerando, junto al de la creciente tasa de masacres vinculadas a drogas debido a la crisis de los opioides.


Literalmente en guerra contra sí mismos, los estadounidenses atraviesan un estado de guerra civil no declarada que no parece tener un fin próximo. Y esto no solamente es un fenómeno estadounidense: la guerra civil es una tendencia global, propagándose a varios grados de intensidad en muchos países del mundo.


No obstante, el caso estadounidense es particularmente interesante en tanto son dos los fenómenos que confluyen allí y en ángulos particularmente agudos: la privatización de la guerra y el armamento, y la epidemia psicótica.

1 de octubre del 2017 en Las Vegas: 58 personas fueron asesinadas mientras escuchaban música en un festival de country. El asesino, un hombre de mediana edad que había rentado una habitación en el hotel Marriott ubicado en las cercanías, llenó su cuarto con armamento y empezó a disparar de manera aleatoria a la multitud.

5 de noviembre del 2017 en Sutherland springs, Texas: Devin Patrick Kelley, de 26 años, asesinó a 26 e hirió a otros 20 en una iglesia bautista. Tras el incidente, los comentarios del presidente Trump se enfocaron en el tema de la salud mental:

“Creo que la salud mental es un problema aquí. Basado en reportes preliminares, este era un individuo muy perturbado, con muchos problemas en un periodo muy prologado de tiempo. Tenemos muchos problemas de salud mental en nuestro país, como en otros países, pero esta no es un asunto de armas… podemos abordarlo pero es un poco temprano para abordarlo. Afortunadamente, alguien más tenía una pistola que estaba disparando en la dirección contraria, de otro modo no hubiese sido tan malo como lo fue, hubiese sido mucho peor”.


El argumento de Trump aquí es alucinante: muchas personas están mentalmente perturbadas en este país, señala Trump, necesitamos más armas con el objetivo de matarlas en caso ellas traten de matarnos. No obstante, sí existe algo de verdad en estas palabras hipócritas: por sí solas, las armas de fácil acceso no explican la masacre. El malestar aquí es más profundo. Concierne a la subjetividad social en sí misma.


Luego, en febrero del 2018, un hombre joven en Parkland, Florida, fue a la Escuela Secundaria Marjory Stoneman Douglas y mató a 17 personas, la mayoría estudiantes.

Este último evento ha provocado una ola de protestas de estudiantes y padres. Por primera vez en los Estados Unidos una rebelión civil contra la hybris de la NRA (Asociación Nacional del Rifle), contra su exceso de orgullo, explotó.

Los estudiantes de Parkland han estado bastante activos tras el tiroteo: marchando a Washington y retando a políticos como Marco Rubio y los representantes de la NRA. El debate que siguió se enfocó en la problemática de la propiedad de armas, y por primera vez la NRA fue culpada de manera generalizada y obligada a retroceder en su arrogancia.


Todo esto es bueno y está bien, pero el arrebato súbito de conciencia no será suficiente para detener la expansión de la guerra civil en los Estados Unidos. El problema es que hay actualmente más de 300 millones de armas en los Estados Unidos, y existe una correlación distintiva entre propiedad de armas y racismo, supremacismo blanco, fanatismo y trumpismo.


No olvidemos que durante su campaña electoral Donald Trump insinuó que la única forma de detener a la deshonesta Hillary era disparándole. “Hillary esencialmente quiere abolir la Segunda Enmienda”, expresó Trump. “Si ella logra escoger a sus jueces, nada que puedan hacer, amigos. Aunque la gente de la Segunda Enmienda puede estar ahí”. Esta fue no solamente una obscenidad espantosa: era un llamado al ejército del resentimiento y el miedo. La gente de la Segunda Enmienda era la base del trumpismo, y no retrocederán fácilmente.

En A Book of American Martyrs, Joyce Carol Oats ofrece un dramático relato de la condición presente en los Estados Unidos a través del prisma de la vida diaria de dos familias. Aunque viven cerca la una de la otra, culturalmente viven en dos realidades diferentes e incompatibles: la familia de Luther Dunphy, un fanático evangélico que mata a un médico que trabaja en una clínica de abortos; y la familia de Gus Vorhees, un activista liberal bien conocido en los círculos de Planned Parenthood y el doctor asesinado por Luther.

Lo que Oates describe no es un conflicto ideológico o político que eventualmente podría ser resuelto de manera democrática. Es un choque de culturas incompatibles que no pertenecen ni pueden pertenecer al mismo universo político. El nombre que le damos a esa incompatibilidad es el de guerra civil. Guerra civil no es solamente el nombre de lo que está ocurriendo ahora en los Estados Unidos de América, sino también, en otras formas, lo que está pasando en la Unión Europea y el Reino Unido. Quienes abogan por el Brexit –los brexiteers­- y quienes lo rechazan no son dos partidos políticos que eventualmente podrían encontrar un terreno común de gobierno democrático: son dos ejércitos culturales que tenderán más y más a la divergencia en las generaciones futuras. En todo el mundo, en tanto el gobierno político es reemplazado por la gobernanza automática, la esfera misma de la interacción social está colapsando.

Gran Bretaña manifestacion Brexit la-tinta


Si lo que era antes llamado “Occidente” (siendo que “Occidente” ha colapsado como una entidad geopolítica en el mundo pos-Trump) ya ha entrado a un periodo de guerra civil, el telón de fondo de ello es una guerra mayor y más cataclísmica: la del choque entre las víctimas del colonialismo (tanto el pasado como el presente) y las poblaciones blancas de Europa, Estados Unidos y Rusia.


El trasfondo del orden político interno decadente presente en el Hemisferio Norte, y el retorno del racismo a escala masiva, es la inhabilidad de lidiar con el fin de la modernidad, y confrontar la gran migración y el legado de siglos de colonialismo, explotación y devastación. La guerra civil en los países blancos es el otro lado de la moneda.

Cuando ocurren los tiroteos masivos, que sacuden los fundamentos de la vida diaria en Norteamérica, Donald Trump busca minimizar las causas: la problemática para él es la salud mental de unos pocos individuos perturbados. Incluso si su intención al hacerlo es proteger los intereses de la NRA, no se equivoca. La crisis de la salud mental se está propagando, y está emparejada con el amplio consumo de opioides y otras drogas. Es aquí que las raíces profundas de la guerra civil deben encontrarse. No estamos lidiando con algunas raras ocurrencias de colapso mental. La angustia, el sufrimiento y el colapso mental son un fenómeno masivo en los Estados Unidos: mientras la inteligencia artificial promete extender nuestra memoria al infinito, vemos una epidemia de casos de demencia.

El colapso nerviosos, los ataques de pánico y la depresión generalizada son las diferentes formas que toma la ola de demencia. Y toma forma en la psique americana en tanto la mente blanca y envejecida se vuelve crecientemente obsesionada con el mito de la potencia y la humillante experiencia de la impotencia.

Mientras el autómata tecnofinanciero toma control de la infoesfera, mientras el lenguaje racional es absorbido por la exactitud digital, la esfera de lo inexacto (la esfera del lenguaje humano) es tragada por un remolino psicótico.

Los liberales estadounidenses, como los políticos de centroizquierda en Europa parecen pensar que el trumpismo global es una perturbación provincial, y que la democracia volverá, tarde o temprano, a ser restaurada y la razón histórica recobrará su curso. Ellos se engañan a sí mismos. El trumpismo global no va a ceder a una restauración de la razón moderna. La propagación global de la demencia que emergió en los años 2016 y 2017 constituye la nueva psicoesfera del planeta.


La política no puede hacer nada para lidiar con el cambio psicótico en la esfera social: las herramientas políticas para el gobierno racional están descompuestas, y para bien. En tanto la razón ha sido capturada por algoritmos financieros, esta evolución ha tomado una senda que parece incompatible con la racionalidad.


Debemos pensar en el futuro desde el punto de vista de la psicosis sistémica, y esto implica el abandono de la acción política y la teoría política.

*Por Franco “Bifo” Berardi. Traducción de I.M. Calderón para Ando en Pando. Originalmente publicado en Verso Blog.

 

Fuente: La Tinta

Antropología neoliberal // Amador Fernández-Savater

En los andares, en los gestos, en los rostros, Pasolini percibe una vasta transformación en curso en la Italia de los años setenta. La penetración del desarrollo y el consumo arrasa con las formas de vida populares y produce una homologación cultural sin precedentes. Es una “revolución antropológica” muy profunda que afecta a capas del ser que el dominio del fascismo o de la Iglesia ni siquiera habían arañado.

No sabe muy bien dónde reside el nuevo poder, pero advierte que no es en los lugares clásicos: el Vaticano, los democristianos, las Fuerzas Armadas, los grandes industriales italianos. Lamenta que sus compañeros en la izquierda peleen contra molinos de viento, sin percibir a los nuevos gigantes. Como el personaje de Kevin McCarthy en Los ladrones de cuerpos, el cineasta siente que todo parece lo mismo que ayer, pero nada lo es. Y se autoriza a pensar desde lo que siente.

Por ejemplo, los fascistas de los años setenta parecen los fascistas de la época mussoliniana, pero en sus formas de vida son ya indistinguibles del resto de los jóvenes y solo se diferencian por la retórica y la ideología. Su fascismo es un producto de la imposición del consumo, de la frustración y la agresividad que genera la obediencia a un modelo de vida homogéneo que no todos pueden practicar.

El grito de Pasolini no resuena. Los marxistas le reprochan su “esteticismo”, que se atreva a pensar “a partir de un rostro” en lugar de arrancarse los ojos para contemplar científicamente la verdad objetiva de las estructuras económicas. Le dicen “poeta”, una manera como otra cualquiera de llamarle loco, como le ocurre a Kevin McCarthy en el filme.

Seguimos hablando tranquilamente de Estados, Gobiernos, naciones y ciudadanos, pero solo hay marcas y empresas compitiendo entre sí

Hoy no se trata de repetir dogmáticamente el diagnóstico de Pasolini, pero podemos inspirarnos en su gesto para pensar otra revolución antropológica en curso.

El neoliberalismo se analiza simplemente como una política económica o una ideología, la política del ajuste y la fe en la “mano invisible”. Menos mal que siempre hay locos capaces de sentir los movimientos telúricos. Antes incluso del ascenso al poder de Reagan y Thatcher, Michel Foucault se atrevió a pensar el neoliberalismo como la extensión de la lógica empresarial y el cálculo económico a todas las dimensiones de la vida, incluida la relación con uno mismo. El sujeto debe asumirse como “empresario de sí”, gestor de un “capital humano” a valorizar constantemente.

La fuerza del neoliberalismo, a pesar de las crisis que atraviesa, radica en que fabrica un tipo de ser humano, un tipo de vínculo con los demás y con el mundo: el yo como empresa o marca a gestionar, los otros como competidores, el mundo como una serie de oportunidades a rentabilizar.

¿Dónde reside este poder? Desde luego no donde miramos obsesivamente (el teatro parlamentario), sino en los mil dispositivos que pueblan nuestra vida cotidiana: ligando en Tinder, moviéndonos en Uber, interactuando en Facebook, podemos captar sensiblemente la mutación antropológica en marcha. El neoliberalismo es existencial y produce formas de vida deseables.

Todo parece lo mismo que ayer, pero nada lo es. Seguimos hablando tranquilamente de Estados,
Gobiernos, naciones y ciudadanos, pero solo hay marcas y empresas compitiendo ferozmente entre sí por flujos de inversión (los likes en el caso de las marcas personales).

Vemos también “fascistas” a nuestro alrededor, pero ¿de qué se trata realmente? El fascismo moderno fue el ideal guerrero y revolucionario de plegar el mundo entero al poder del Estado. ¿Y hoy? No hay, por el contrario, ninguna idea de sociedad por fuera del modelo antropológico neoliberal, encarnado perfectamente por Trump. El fascismo posmoderno es la tentativa de plegar el mundo entero a la lógica de mercado. Y para ello hay que someter por la fuerza todo lo que se fuga: los “vagabundos” contra los que dirigió su campaña electoral Bolsonaro y que no son simplemente los sin techo, sino aquellos que no encajan en el modelo de productividad total.

La izquierda oficial propone diferencias a nivel retórico o ideológico. El problema es que, se tengan las ideas que se tengan, las vidas son igualmente neoliberales. No basta con confiar en que gobiernen “los buenos”, como si la disputa político-antropológica en torno a las formas de vida deseables se pudiese delegar.

¿Entonces? Podríamos empezar quizá por autorizarnos a partir de lo que sentimos. A pensar desde las “averías” que nos aquejan como “capital humano”: malestares como el agobio y la ansiedad, el cansancio y la depresión. A escuchar todo lo “vagabundo” que nos habita y aprender a darle valor.

Como escribe Pasolini en sus Escritos corsarios: “¿No es la felicidad lo que cuenta? ¿No es la felicidad por lo que se hace la revolución?”

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