Anarquía Coronada

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lobosuel - page 34

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No hay que olvidarse // Diego Valeriano

No hay que olvidarse de lo que fue este gobierno de chetos, de la tristeza que trajo, de la fiesta que quiso apagar. Hay que repetirlo hasta el cansancio para que se vuelva algo irrepetible. Tampoco hay que olvidarse de los cómplices que flasheaban república, seguridad jurídica  e integración al mundo desde sus micrófonos. No hay que olvidarse del FMI, de lo que son, de lo que siempre fueron. No hay que olvidarse de los ortibas que aún hoy bancan este desastre, esos tipos que festejan pibes muertos, esas minas que justifican violadores. Esa gente que se cree buena porque trabaja todos los días y quiere a su familia. No hay que olvidarse de porque llegaron al gobierno, de los afectos que estaban en juego y que la vida es un garrón bastante seguido. No hay que olvidarse que antes que Vidal estaba Scioli, que los calabozos siempre huelen igual y que ser novia de preso buscando noticias es una condena. No hay que olvidarse que la Gendarmería está ahí hace rato, tan extranjera, tan poronga, tan maldita. Ni de Luciano, ni de los guachos sin nombre que perdieron cada noche, ni de las pibas que denuncian a los capos de la orga y quedaron ahogadas en el silencio de las compañeras. No hay que olvidarse de la masacre de Once, del desamparo enorme de esas familias, de quienes encubrieron por obediencia, de quienes justificaron tan indignamente, de quienes dicen no saber bien qué pasó. No hay que olvidarse que muchas veces hay quienes reivindican a las víctimas según quien sea el victimario. 

Diego Valeriano para 27 de octubre. Revista digital efímera. 

LA MILITANCIA SE MUERE – MAP (MOVIMIENTOS ABERRANTES POPULARES)


En nombre de la militancia un partido político les retiene los $4000 por mes que mis amigas usan para pagar la casilla del espacio de mujeres en la 31.

En nombre de la militancia un grupo de la juventud se levanta en armas y obnubilados por la guerra adopta la lógica de sus enemigos.

En nombre de la militancia se dijeron cosas como: «los homosexuales siempre hablan [Se quiebran] porque no resisten a la tortura o porque se dejan seducir por sus torturadores”.

En nombre de la militancia se prohíbe a la juventud ser joven.

En nombre de la militancia se puede ser al mismo tiempo líder de los movimientos sociales y asesor del Vaticano.

En nombre de la militancia se afirma que el militante tiene la responsabilidad de Dios pero las facultades de un hombre o una mujer.

En nombre de la militancia se usan palabras como patria y resistencia.

En nombre de la militancia se habla de dejar la vida como si lo que tenemos no valiera nada.

En nombre de la militancia un grupo de dirigentes varones echan a sus compañeras, por proponer modificar las lógicas patriarcales al interior de la organización.

En nombre de la militancia se pide obediencia, silencio y complicidad.

En nombre de la militancia, se obtura la diferencia.

En nombre de la militancia, se administra arbitrariamente la plata y la línea, se gestiona el tiempo de lxs militantes y lo que se puede decir o no.


En nombre de la militancia demasiadxs militantes siguen sujetxs a la burocratización de las sensibilidades, a la economía de la representación, al superyó del líder, a condiciones laborales explotadoras y al tutelaje, maltrato y acoso de referentes que se desempeñan como domadores de circo.

Con la excusa esencialista en la figura ontológica de organización, la militancia se vuelve territorio de Bio-lencias de todo tipo, de jerarquizaciones, centralizaciones y simetrizaciones espaciales, de
homogeinizaciones de las corporalidades, de regulaciones de la fuerza gravitatoria de los cuerpos y de las palabras, de control de flujos de movimientos del capital, de formalizaciones estéticas y morales, de disciplinamientos técnicos, que constituyen centros de poderes imaginarios absolutos y arquitecturas abstractas que condicionan la multiplicidad del movimiento y sus posibles.

La militancia es una palabra que nos pesa, resuena a calabozo. Desmelancolizar y despatriarcalizar a la militancia es un proyecto que se sigue tramando en todas partes, un proyecto afectivo, por supuesto, pero también político-palabristico. ¿Cómo nombramos las nuevas prácticas que están erupcionando? ¿cómo desligarnos de nombres que damos por sentado sin perder complicidad con las fuerzas que los subyacen? Las experimentaciones y prácticas de algunos movimientos actuales desplazan los límites estriados de la militancia, la llevan a una nueva relación con sus flujos históricos, la materializan en otras posibilidades que reescriben y redefinen su campo de acción, sus efectos y sus afectos.

La militancia se muere de militancia. Pero lo que muere no es su historia,
sino el régimen en el cual fue cercada, codificada y organizada.

La militancia se muere es la letra de una canción de protesta, es un festejo y una insistencia colectiva, es la materia opcional de otro modo de pensar y experimentar la militancia.

 

*El texto es una re-escritura de “La danza se muere”, de Silvio Lang, inédito.

Irresistibles cuerpos  // Juan Pedro Scioli

una fiesta en cada árbol.
decorados los tachos de basura
al ritmo del ahí quedó,
ahí va
ya se fue
vasos transpirando
Irresistibles cuerpos 
agitando, gritando, saltando
ahogados en el chori
tambores vibrando
el desatarse.
el cielo retuerce sus nuuuuuubes y 
entiende la de que 
no quedan dudas de que 
el consumo…
Sacando la basura 
nuevas utopías aparecen
pinta la hippeada, pinta la rave
expetardos encienden 
un fuego quiere quemar
se mueven las caderas
todxs lo saltan por encima
todxs en una esquina, 
en el medio del parque
o en alguna de las que cortan
lxs viejos y lxs pendxs
lxs que nos criamos con ella y lxs que se salvaron
lxs que la ligaron ojo mocho en alguna marcha, 
gas lacrimogeno
lxs que ahora tienen fe en que se legaliza
y lxs que legalizar les chupa un huevo.  
suena un recumbion, 
se activa 
la mercancía, deja de ser 
objeto exhibido para ser 
apretado, mezclado, 
los distintos colores,  
el humo de las parrillas
saludando, la ilusión de dejar 
de sufrir
corona la anarquía 
a te erre por tí
atrás de un árbol
en alguna esquina
te fuiste
y se van a ir todos 
los giles mercenarios como vos
desde bullrich 
bye bye carrio
suenan los del fuego 
los redondos,
damas gratis, nene malo
la champion liga,
ms nina 
y no me hagas perder el tiempo 
que el mundo se divide 
entre los ortivas 
y los que están de fiesta.

La verdadera elección: otra forma de vida // Roque Farrán

Es cierto, festejemos, los argentinos hemos contestado con el voto a la consigna macrista positivista del “sí se puede”. No, no todo se puede. Entonces enunciémoslo en modo femenino y popular, bien afirmativamente: “el poder o la verdadera potencia es no-toda”. Hay que poder no hacer ciertas cosas, cuidarnos entre todos: sepámoslo y actuemos en consecuencia.

Ahora empieza el verdadero trabajo, al menos para quienes deseamos seguir viviendo acá, en un país claramente dividido. La trasformación real va a ser ardua y lenta, va a requerir de mucha paciencia, invención y rigurosidad; nada de chicanas o resentimientos; nada de distraerse con el izquierdismo especulativo: nuestros interlocutores principales, hacia donde tienen que ir todas las energías, las prácticas (discursivas y no discursivas), son esos conciudadanos que aun en las peores condiciones de existencia siguen capturados por una ideología que los desquicia (y un poco a todos). Entender la sociedad desde los afectos y elevarnos hasta la inteligencia de la singularidad, caso por caso, tal como lo postulaba Spinoza, va a ser clave. Además, es necesario entender que la verdadera potencia, energía o fuerza, emerge del uso de la razón y el contento por nosotros mismos que se desprende de conocer según las causas próximas –las causas que nos aproximan.

Siguiendo las reflexiones de mis amigos Jorge Alemán y Guillermo Ricca en torno al peso de lo cultural sobre lo económico, creo que hay que identificar el “mito fundacional” o el “fantasma ideológico” que está operando, transversalmente a la sociedad, sus instancias y prácticas. Para mí es, como ya lo he dicho por ahí, el mito del “trabajador esforzado” que siente que su esfuerzo es meramente individual y se da en un espacio social vacío, plano y sin torsiones; por lo cual el empeoramiento de las condiciones de vida casi no lo afecta, ya que su vida está puesta al servicio del sacrificio constante. De ahí que ese empeoramiento, al desconocer la causa próxima, lo proyecta siempre hacia afuera: otros son los culpables, choros, planeros, etc. Hay que mostrar por todos los medios posibles, empezando por nosotros mismos, que otra forma de vida es posible: reconectada con los afectos alegres, con el cuidado de sí y de los otros, el amor y la potencia del pensamiento. Las inercias mortíferas las transmitimos inconscientemente, allende voluntarismos y explicaciones; si no cambiamos nuestra forma de vida concreta, como también señala Diego Sztulwark, ninguna transformación social será posible.

Pues, como ya he dicho también varias veces: el fantasma del goce del Otro es alimentado por –y se incrementa de manera directamente proporcional a– la disminución y falta de confianza en la propia potencia de obrar. Para derribar esos fantasmas que inocula una y otra vez la derecha mediática tenemos que mostrar una y otra vez que el deseo es una potencia de actuar y pensar que se afirma en sí mismo y se compone con otros; nunca en detrimento de los demás. Lacan con Spinoza. El deseo une, el deseo dignifica, el deseo de vivir es deseo de vivir bien junto a otros, no en la exclusión, el empobrecimiento o la impotencia de los demás. Esa es la máxima felicidad. 

FESTEJAR, PENSAR, ACUMULAR: Apuntes al paso sobre las elecciones // Mariano Pacheco

UNO (FESTEJAR)
 
La fiesta, el momento del festejo es algo muy arraigado en las vidas populares, de Argentina pero también de Nuestra América. Ni las sangrientas dictaduras, ni las ofensivas de la derecha en contextos como los actuales han logrado hasta el momento que, cuando se trata de sacar la rabia afuera, y reconocerse con el otro en la mirada (la otra, le otre), el abrazo o el simple saludo, la alegría de saberse o intuirse parte de un mismo proceso se exprese sin tapujos. Sea para gritar un gol de un partido de fútbol, celebrar un nacimiento (de una vida, de una nueva experiencia vital) o un triunfo político puntual (electoral, insurreccional o de una batalla parcial), la música suena, los cuerpos bailan, las bocas putean y ríen, el humo de la parrilla y la bebida corren.
Eso indigna a las bellas almas argentinas, y los argumentos para condenar ese momento suele ser siempre de derecha, por más que se diga bajo una lengua pretendidamente progresista o de izquierda.
Motivos para festejar la derrota electoral del macrismo en la Argentina actual sobran. Hace apenas dos años atrás Cambiemos triunfaba en las elecciones de medio término, y comunicadores progresistas construían hipótesis para argumentar que estábamos ante una nueva derecha, democrática, que estaba construyendo una nueva hegemonía en el país. E decir: teníamos neoliberalismo (puro y duro), para rato.
Pero siempre, en toda estructura de opresión, explotación y dominación, hay algo que fluye, que huye, que escapa a las reglas clasificatorias del orden vigente. DICIEMBRE DE 2017 reactualizó una imaginación rebelde y contestataria y si bien no abrió un proceso que marcara una diferencia en el tiempo, lo cierto es que a la gestión Cambiemos protestas no le faltaron y AGOSTO DE 2019 condensó el momento en el que nuestro pueblo mostró su Ya Basta se expresaría esta vez en los marcos delineados por los proyectos dominantes, es decir, por la vía electoral.
Tras innumerables esfuerzos, el neoliberalismo (puro y duro), fue derrotado en las elecciones de domingo 27 de octubre. La grieta queda, y hay que pensarla. Los desafíos estratégicos para el movimiento popular quedan, y hay que pensarlos. Tras los festejos, entonces, a redoblar la apuesta. Lo que sigue, unas breves reflexiones sobre el neoliberalismo, las izquierdas y el peronismo.
 
 
DOS (PENSAR)
 
A- EL NEOLIBERALISMO
— Juntos por el Cambio triunfó en los tres conglomerados urbanos más importantes del país (exceptuando Gran Buenos Aires, el más destacado de todos modos): CABA, Santa Fé, Córdoba (debemos agregar la capital bonaerense, Mar del Plata y las provincias de Entre Ríos y Mendoza).
–Aún con la disparada del dólar luego de las PASO y la creciente pauperización general de la vida, Juntos por el Cambio logró ascender del 32 al 40% de votos en los últimos dos meses.
La grieta está a flor de piel. La Argentina está partida, y si bien se ganó la elección (o más bien, diría: si bien el neoliberalismo puro y duro perdió la elección), entre el macrismo, Spert y Gómez Centurión, suman casi el 44% del electorado, a lo que debemos sumar un 6% de Lavagna más un amplia franja de votos del Frente de Todos que, de no ser porque primó cierta astucia y pragmatismo, hubiesen ido a parar para otro lado (me refiero a líneas que se expresan en figuras como Massa, Solá, gobernadores del PJ, etcétera).
 
B- LA IZQUIERDA Y EL PERONISMO
La izquierda que no intervino en el marco amplio del peronismo quedó, o bien con resultados extremadamente marginales (2% de votos cosechó la unidad del FIT –PO, PTS, IS, PP– y el MST), o bien automarginada en posiciones principistas y de un denuncialismo moralista francamente impotente.
La izquierda que se sumó, adhirió o apoyó al Frente de Todes, evidentemente, ha sido capaz de tener una táctica concreta para la coyuntura, gestar cierta mística al interior de sus militancias, tener una cierta incidencia en la discusión política hacia sectores amplios dela sociedad. Queda por verse qué capacidad se podrá gestar (si es que hay voluntad de realizar dicho proceso) respecto de delimitar un propio espacio, que combine creativamente flexibilidad táctica con rigurosidad estratégica (es decir no perder el horizonte y las tareas de largo plazo en las urgencias de cada momento puntual)
Las organizaciones populares peronistas son las que en mejores condicionamientos quedan hoy para poner en pie una voz que marqué una agenda determinada más allá de la gestión del Estado: por su masividad (a nivel de extensión territorial, de movilización en las calles y de militancias estructuradas), su capitalización en figuras que puedan ser una referencia en medios de comunicación, la sencillez con la que pueden explicar a niveles de masas quienes son.
 
TRES (ACUMULAR)
Resulta fundamental, para las organizaciones populares (peronistas y de izquierda), asumir con rigor (y crudeza):
A- El diagnóstico: del complejo momento que atravesamos (mejor que el de los últimos años, tanto a nivel nacional como internacional), francamente adverso para cualquier política con aspiraciones de cambios profundos: en términos micropolíticos, con un neoliberalismo expandido por el cuerpo social; en términos macropolíticos, con una dinámica prácticamente subsumida en su totalidad a las reglas del juego democrático (democracia de la derrota, democracia castrada, democracia restringida, democracia liberal-parlamentaria o como se la quiera caracterizar, un régimen que en términos generales no facilita que el pueblo sea protagonista). Las recientes rebeliones en Ecuador y Chile, la persistencia de la Revolución cubana, la Revolución Bolivariana en Venezuela y el Proceso de Cambio en Bolivia, sumado a las experiencias desde abajo que vienen resistiendo y creando espacios en Colombia, Brasil, México (por nombrar tan sólo experiencias del continente) brindan puntos de apoyo para seguir repensando estrategias que puedan enfrentar el Nuevo Orden Mundial, en pos de quebrar lo horizontes de sentido que impone la era del realismo capitalista (donde es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo).
 
B- Recuperar una dimensión estratégica para las construcciones: el tiempo que se abre en Argentina estará poblado por tensiones de todo tipo. Más allá de lo que se pueda (o no) hacer desde la gestión del Estado, en función de mejorar las calamitosas condiciones de vida en las cuales nos encontramos sumergidos los sectores populares, resultará de vital importancia lo que podamos hacer en términos de una política popular, que no se limite al denuncialismo, y que no se resigne a que lo máximo a lo que podemos aspirar en este momento histórico es a la gestión progresista del ciclo (del capital), vía líneas de reparación e inclusión social, más y mejores derechos ciudadanos, mejor calidad institucional (de este régimen de representación) sostenido por otra parte en base a un modelo extractivo.
La construcción de una infraestructura material e intelectual de los movimientos populares se torna un desafío insoslayable para el tiempo por venir. Acumular (social, cultural, políticamente) un poder popular que pueda mostrar más que enunciar otros modos de hacer, sentir, pensar, experimentar la política (anudamiento micro/macropolítico) es fundamental para cambiar las relaciones de fuerzas, requisito imprescindible no sólo para comenzar a cobrar confianza en torno a un proyecto que se proponga cambiar todo lo que deba ser cambiado, sino incluso para no retroceder, para hacer de cada batalla un momento de una estrategia más general de cambio social.

Elogio de la movilización popular // Diego Conno

¿Qué es una movilización popular? ¿Una forma de la protesta social, un acto de desobediencia civil, una fuerza de resistencia, una modalidad de la revuelta? Desde el inicio de los tiempos las sociedades humanas se han movilizado contra las diversas formas de injusticia, de explotación o de opresión; así como para defender formas de libertad que se hallen amenazadas o en peligro. Cuando una sociedad se moviliza en contra de la política de un gobierno el poder que interpela se resiente, se quiebra en alguna de sus fibras, aunque sus ojos no lo vean. La peor tragedia de un gobierno es la de no ver la imagen que de sí mismo proyecta a los demás. Efecto rebote de una lógica del simulacro que no logra comprender lo que se pone en juego cuando se afecta la felicidad del pueblo.

Las movilizaciones de los pueblos expresan siempre un conjunto de militancias varias en su manifestación de un deseo popular: deseo de no ser dominado y ser libre. Deseo igualitario de lxs muchxs frente al desprecio elitista de los pocos; deseo pedagógico de emancipación frente a la lógica de mercantilización y privatización de la educación; deseo de producción y trabajo frente a la política de desempleo, ajuste y precarización laboral; deseo feminista frente a la violencia machista y patriarcal; deseo de libertad frente a la represión del mercado y las fuerzas de seguridad; deseo de memoria, verdad y justicia frente al negacionismo de Estado. Confluencia en un deseo múltiple de vidas dignas de ser vividas, donde todas las vidas y los cuerpos cuenten, frente a una geopolítica de la vulnerabilidad corporal que establece qué vidas valen la pena y cuáles no.

Toda movilización popular constituye un modo de la conversación pública. Ni charla televisiva ni lenguaje parlamentario. No. Decimos conversación pública. Diversidad de lenguas y tradiciones necesarias para la constitución de una fuerza popular heterogénea. Lo que hay en juego aquí es un modo de la democracia que aunque no pueda desligarse de las formas de la representación es irreductible a ellas. Excedencia democrática frente al statu quo del neoliberalismo. Ciudadanía social frente al capitalismo financiero. Potencia plebeya frente a las corporaciones y los grandes medios de comunicación. Republicanismo popular frente a una concepción oligárquica de la república. Hay algo de indomesticable en la experiencia de la democracia. Llamémosla nuestra democracia salvaje.

Toda movilización popular conforma una política de asamblea y fiesta callejera, pero también de elaboración de una disposición a luchar. En la lucha la ciudad se pluraliza, se vuelve territorio de disputa, escena de combate, campo de batalla. ¿Acaso la política no es la continuación de la guerra por otros medios? Se abre así un tiempo heterogéneo, tiempo de tramar un pensamiento y una práctica de resistencia y preservación de lo común. Un común que no alude tanto a luchas singulares por una causa en común, sino más bien a luchas en común por la emergencia de una singularidad.

Toda movilización popular es una forma de politización. La politización ocurre cuando aquellos a los que se les ha sustraído “el tiempo” se toman ese tiempo necesario para pensarse como habitantes de un espacio compartido, para pensar y actuar en conjunto. Por eso la política no es solo una cuestión relativa al poder o al gobierno, es creación y configuración de nuevos mundos. La politización es un acto ético también, una forma de ser y estar en el mundo con otrxs. Gobernar bajo la forma de la economía como lo hace el neoliberalismo -a través de ganancias y de pérdidas, de costos y beneficios, de eficiencia y competitividad-, no tiene que ver con la política en sentido estricto; solo la decisión de convivir politiza al ser humano. La politización ocurre cuando se ponen en cuestión los lugares asignados a cada quien en todos los ámbitos de la experiencia social y de la vida material: en la escuela, en el trabajo, en la casa, en la calle. La amistad es otra de las formas de la politización.

No sabemos lo que puede un cuerpo. Pero sabemos de la potencia de afección que adquiere el encuentro de los cuerpos en sus modos de dialogar y conflictuarse, en cada plaza, en cada bar, en cada pensamiento, en cada texto, en cada movilización. La política contemporánea de la virtualidad se topa con un límite ante el encuentro activo-afectivo de los cuerpos. Allí donde dos cuerpos se tocan se traza una figura que conforma una nueva corporalidad: cuerpo colectivo, cuerpo común, cuerpo utópico. Figura preciosa la que se produce cuando los cuerpos se tocan y se entrelazan, dando luz a una potencia de expresión infinita de carácter instituyente.

La política se puede tramar en un tiempo lineal, homogéneo y vacío, o puede ser institución de un nuevo tiempo: un tiempo heterogéneo y discontinuo en el que se trame otra experiencia de la vida colectiva, una especie de laboratorio experimental de prácticas y pensamientos libertarios, igualitarios, emancipatorios.

No hay poder más grande que el de la acción en común que produce una sociedad movilizada. Dato irreductible de la vida social que ningún “Poder” debiera subestimar. Nuestro destino está en la capacidad de articular esas luchas y amplificar esas acciones. Está en la composición afectiva de nuestros deseos y en la recuperación de la potencia de afectar y ser afectados por dichos encuentros. Pero también está en la construcción de liderazgos o dirigencias que puedan ser cauce y no dique de dichos deseos.

Caliente en la calle, fría en la urna: poema para la cura de una frigidez electoral // Lucía Naser

Me gustaría tener un mensaje electoral claro y convincente 

algo para decir en el mar de opiniones y declaratorias

de dependencia o independencia

me encantaría que me diera la cara para agitar ese voto menos malo (que probablemente ejecute)

que me diera el ánimo para alentar el voto oportunista

que me diera el enojo para decir: no voto, bassta

que pudiera superar los enojos y encontrar la palabra cierta

saltearme la bronca de lo que no hice

exorcizar la frustración por lo que otres no hicieron

que me diera la claridad para minimizar la relevancia de un papel en una urna

que me dieran las manos para crear urnas donde mis sueños sí quepan

que me alcanzara el autonomismo para convencerme que no votar no es un problema

que se me envalentonara la demócrata para emocionarme con el acto eleccionario

que me tomara la amnesia y salir blandiendo alguna bandera

que se me presentara una visión señalándome epifánica mente como encarar esta disyuntiva

que se me curara el escepticismo y creer en alguien

que me apasionara alguna opción para no parecerme a eses que odio que «odian la política»

que me contagiaran alguna convicción, algo que alivie el desamparo de esta frigidez electoral que me aqueja

 

cojo igual, y no es por el voto obligatorio. tal vez la esperanza de que en el tránsito del transe alguna cosa me reerotice 

i can get no 

no me satisface anularme ni abstenerme

hay demasiado en juego en el juego (mejor tomarlo así) 

si la democracia consistiera en que cada une vota por sus intereses jamás ganaría la derecha, es una cuestión numérica 

si la elección consistiera en que cada une vota lo que la representa no existirían los partidos de masas

votar por otres puede ser una opción razonable en la cancha de la política representativa 

tengo mensaje

sigo fría 

para caliente están las calles

para valiente están los millones de cuerpos incorporando la política y excorporando poéticas de lucha 

creando estrategias

el voto no es un acto heroico ni sacrificio 

puede ser identitario, demagogico, revanchista, justiciero, vendido, moralista

votar por otres no es igual a hacer ni decir por otres 

es mas una intención que un hecho 

votar por otres no me exonera de la responsabilidad de hacer con otres

de hacer de mi 

La calle y las urnas // Diego Sztulwark

Las elecciones presidenciales de hoy no sorprenderán por sus resultados -justa y previsible paliza a las candidaturas de Macri y Vidal- sino por lo que impone a futuro: traducir el no al neoliberalismo en las urnas en una presión sobre los dispositivos reaccionarios de gobierno de la crisis, que intentarán convertir el voto en una mera legitimación del sistema de partidos.

La región arde, pero sobre todo arde Chile. Ha estallado el emblema mismo del neoliberalismo sudamericano. La insurrección es la base misma de la democracia. No es cierto que la república es el mero respeto por las instituciones: es ante todo la capacidad de crear instituciones nuevas.

Argentina y Chile muestran, en estados distintos de desarrollo, secuencias de politización ancladas en el fracaso de los modos de vida neoliberales. Es la existencia misma la que no se deja atrapar por los requerimientos del orden. Crear forma de vida no neoliberal supone crear instituciones nuevas. Toda conmoción de la tierra invoca una inversión del punto de vista, nuevos esfuerzos literarios, nuevas vías para expandir y concretar la imaginación colectiva.

El malestar del Chile neoliberal // Entrevista a Pierina Ferretti

 

Lo que comenzó con la protesta de algunes estudiantes evitando pagar el aumento del boleto de subte, en pocos días se ha convertido en las mayores movilizaciones que Chile ha vivido desde su retorno a la democracia. A pesar del estado de emergencia y del toque de queda, cientos de miles de personas resisten la violenta represión de los militares y la policía en las calles para manifestarse. ¿Lo que están demandando? Una vida que valga la pena vivir.

Entrevista con Pierina Ferretti (Nodo XXI) por Caroline Kim  (Fundación Rosa Luxemburgo)

 

¿Qué hace que miles de personas están saliendo a las calles? ¿Cómo llegó a estallar así? 

Lo que está pasando en Chile ahora es claramente una expresión de un malestar social que se venía acumulando desde mucho tiempo en capas sociales muy amplias. De ahí la masividad enorme que tiene esta movilización que se ha extendido por todo el país. Muchísimas ciudades y pueblos que nunca se habían movilizado, en este momento están movilizándose. Esto refleja que había en la sociedad un malestar social, hastío, agobio acumulado muy alto y extendido.

Esto puede parecer raro en un país como Chile, que había construido una imagen hacia el exterior e interior de un país estable, donde la economía funciona, de un país que ha reducido de manera sistemática la pobreza, de un país con un alto acceso al consumo de bienes. Pero lo que hace esta explosión más explicable es que los niveles de precarización del trabajo y la vida son muy altos y también los niveles de inseguridad que grandes franjas de la población sentimos en el país. Por ejemplo, el miedo a enfermarnos y no poder pagar el tratamiento médico, miedo a la vejez porque las pensiones son miserables, la extrema flexibilidad y precariedad laboral, la dificultad de tener un trabajo estable, el elevado costo de la vida y la inexistencia de derechos sociales. Un ejemplo: la educación pública se paga muy cara, un arancel de la universidad el estado de Chile puede costar fácilmente cerca de 550 USD al mes. El promedio de sueldos en Chile es alrededor de 710 USD , el 50 por ciento gana menos del promedio, alrededor de 410 USD. Las pensiones tienen un promedio de 290 USD. Con estos sueldos y pensiones es imposible vivir. El hastío con estas condiciones de vida es lo que estalla en este momento. 

¿Contra qué o quién(es) se dirige el estallido? 

Hay una creciente deslegitimación de las instituciones del estado, de los partidos políticos, del congreso, de los empresarios, la iglesia católica, y ahora con esta movilización hasta de la televisión. Hay una sensación de que todas estas instituciones están capturadas por una élite que solo gobierna y legisla para su propio beneficio, perjudicando a la mayoría de la población. Han estallado muchísimos casos de corrupción, del ejército, de la policía, al interior del estado, ha habido casos en que el estado ha perdonado millonarias deudas e impuestos a grandes empresas, al mismo tiempo que persigue a deudores pequeños, a la gente común. Hay una conciencia cada vez mayor que estos sectores de la élite están permanente abusando y saqueando a la población. 

Este estallido es tan masivo y representa a tantos sectores que es imposible clasificarlo en la lógica de izquierda y derecha, es una movilización que hace estallar todo este tipo categorías para entender la conflictividad social. Una pancarta que vi decía: “No somos ni de derecha ni de izquierda, somos los de abajo y venimos por los de arriba”. Vemos que con esta movilización se está construyendo un “nosotros” (los que somos abusados) y un ellos (los que nos abusan). 

 

¿Por qué es justo ahora que estallan las movilizaciones? 

Aunque siempre un estallido de esa magnitud es sorpresivo, no es inesperado completamente, no es verdad lo que dice la prensa de que esta es “una crisis que nadie vio venir”. Muchos estábamos conscientes de que este país era una olla de presión y que en algún momento iba a estallar. La subida del precio del boleto del subte fue una gota que rebalsa el vaso en el mar de descontento, de angustia y agobio que sienten muchas personas en Chile. Fue una acumulación de descontento. También se da en un contexto que estamos con un gobierno de derecha que ganó las elecciones con un discurso de reactivación de economía, de generación de más empleo, de mejora de las condiciones de vida, de acceso al consumo. El slogan del gobierno de Piñera era: “Se vienen tiempos mejores.” Y esa promesa no se ha cumplido, al contrario, el estancamiento del crecimiento es un hecho. Además, el presidente representa esa clase empresarial y simboliza esa élite que lucra del resto de la población. Está muy presente el que Piñera desfalcó un banco en los ochenta. Sin embargo el estallido no es específicamente contra Piñera, sino contra un modelo que ha sido administrado y profundizado en los casi 30 años de democracia tanto por la Concertación como por la derecha. Acá no se salva nadie de la impugnación. 

De ahí viene la consigna “No son 30 pesos, son 30 años.” Referiéndose al disparador de las movilizaciones, la subida del boleto del subte, pero también a las causas más estructurales, el decontento acumulado como decís…. 

De las muchas consignas que hay, esta es una de las más poderosas. Las consignas callejeras sintetizan muy bien lo que está ocurriendo. El neoliberalismo del Chile no viene del ciclo neoliberal de los años 90, el más fuerte de neoliberalización en el resto de América Latina, sino de un ciclo que comienza con la dictadura. Desde los fines de los años 70 este modelo viene implementándose. Después de 40 años, los efectos sociales empiezan sentirse y a radicalizarse. Esto es la base material del estallido que estamos protagonizando. Es el malestar del Chile neoliberal. 

Chile es un país que se consideraba “paraíso neoliberal” y con una clase trabajadora dispuesta a soportar condiciones muy duras de flexibilidad laboral, de ausencias de derechos, de explotación, finalmente. En Chile no hay derechos sociales universales garantizados por el estado como salud, educación, pensiones, vivienda – estos servicios sociales son prestados por empresas privadas, que a su vez reciben enormes recursos del estado. Es mito que el neoliberalismo achica el estado. El gasto público ha crecido de una manera sostenida pero estos recursos van en un porcentaje muy importante a pagar empresas privadas que lucran con la prestación de servicios sociales. 

¿Quiénes son los que ahora salen a las calles? 

Es un movimiento realmente masivo y popular que representa al pueblo chileno en su heterogeneidad. No son grupos sociales homogéneos, sino al contrario. Son los sectores más precarizados, trabajadores no calificados,  con sueldos muy bajos, pero también están los jóvenes profesionales que tienen un título universitario, que probablemente son los primeros en la familia que han ido a la universidad, pero que eso no les está asegurando la vida, un salario que les alcance para vivir y que tienen que manejar Uber volviendo de sus trabajos. Hay profesionales de una clase media precarizada y a la vez con elevados niveles de consumo pero que vive permanentemente agobiada por la precariedad y que por lo tanto  recurre permanentemente al endeudamiento. Tenemos un 70 por ciento de la población endeudada. Hay un mundo extendido y heterogéneo que compone a esta movilización y que está atravesado por la condición de la precariedad y la inseguridad.  

También se están levantando cacerolazos en los barrios de la clase alta o media alta. Impresionante verlos en la calle caceroleando. Probablemente la imagen que tenemos en mente de gente de clase alta caceroleando fue cuando lo hicieron contra Salvador Allende más de 40 años atrás. Sin embargo la gente que hoy vive en esos barrios no son los dueños de Chile, ni el 1% más rico. Esa gente ya no vive ahí, se fue más lejos. La gente que cacerolea en estos barrios de clase media alta, recoge consignas que tienen que ver con el poder de tener una vida digna y contra los abusos. También sienten los abusos o tienen problemas para llegar a fin de mes. 

¿Quién organiza las movilizaciones?

Aunque esto es tan masivo, sigue siendo una movilización espontánea de la población. Es importante recalcarlo porque habla mucho del sujeto  que está en la calle. Por supuesto que estamos toda la militancia y las organizaciones políticas existentes en Chile: sindicatos, partidos políticos, organizaciones sociales y a medida que corren los días las organizaciones están tomando iniciativa en términos de convocatorias a marchas, asambleas, etc. Por cierto también que estamos todos los que estuvimos en las grandes luchas estudiantiles del 2006 y el 2011 y de más atrás. Todo ese acumulado está hoy en las calles. Pero nosotros, la sociedad organizada, no lo empezamos ni lo conducimos y es imposible conducirlo. Es una sociedad que se autoconvocó espontáneamente. Acá nadie puede conducir ni decir cuando esto se acaba, ni bajo qué condiciones nos vamos a la casa.  

En los primeros días uno iba a las plazas y no veía ninguna bandera de ningún partido u organización. No había ni oradores, ni escenario, pura autoconvocatoria espontánea. Gente iba o sola o con un amigo o con la familia. Habla mucho de las características de la sociedad de Chile en actual. En esta movilización no estamos solo los que estamos siempre en todas las movilizaciones. Rompe todos los límites y por lo tanto no responde a la lógica de las organizaciones ni a su discurso ni a su conducción. Esto es el nivel de convocatoria más masiva que hemos tenido en la historia reciente de este país, convocado por nadie y convocado por todas y todos a la vez. Es muy impresionante. La gente que está ahí es gente que probablemente nunca en su vida ha militado. Junto a todos ellos y ellas, estamos los militantes y activistas. Y esto es impresionante, que este se haya producido así de manera tan espontánea que desborda cualquier tipo de organización.

 

¿Puedes describir lo que está pasando en las calles en estos días? 

En Santiago, desde que comenzaron las movilizaciones, se ha ido creando una dinámica de ir a una de las principales plazas de Santiago, Plaza Italia. Durante todo el día se reúne gente en la plaza hasta que empieza la hora del toque de queda. Es una mezcla de fiesta, protesta y represión. Gente con cacerolas, gente bailando, gente haciendo coreografías, gente gritando, gente aplaudiendo, gente en los alrededores tomando cerveza, fumando un porro. En general son chicxs muy muy jóvenes y se respira un ambiente de fiesta y alegría, de fiesta popular. En las tardes llega gente que se nota que viene de su trabajo y pasa a dar una vuelta a la plaza. El paisaje de todos modos es muy dinámico y ha ido cambiando desde los primeros días hasta hoy. En los primeros días la gente llegaba a la plaza sin mucho material, a lo más unas cacerolas y unas pancartas y en general la gente llegaba sola o en grupos muy chicos. Con el paso de los días aparecieron más pancartas, más bailes, gente tocando música en vivo, shows callejeros de stand-up, empezaron a llegar las barras de los clubes de futbol más grandes, hay gente vendiendo cerveza, comida, banderas. Además la gente empieza a llegar más preparada para paliar los efectos de las lacrimógenas, con mascarillas y otros materiales. El ambiente es de fiesta, mucha alegría. Mucho humor e ironía en las pancartas, una creatividad enorme. Hay rabia también, cuando pasa un helicóptero de la policía o los militares sobrevolando la plaza todo se interrumpe y suena fuerte «Que se vayan los milicos» coreado por todos. Pero lo que más predomina es la alegría y la fiesta callejera. Paralelamente a todo esto, la policía está reprimiendo, intentando dispersar. Cuando la represión se intensifica, la gente se repliega y luego vuelve y sigue  la fiesta. Se queda, no se mueve. 

En las noches lo que ocurre en los barrios es que la gente sale a cacerolear afuera de sus casas y en puntos de reunión. Hay un desacatado generalizado al toque de queda. Es la primera vez que teníamos toque de queda desde la dictadura, las generaciones mayores que vivieron la dictadura, con miedo, pensando que la gente se iba a guardar. Pero al contrario, cuando llegaba la hora del toque de queda la gente seguía en masa a las calles cacerolando. Pero también vemos escenas de terror. Los militares en la calle no son un juego, sino un peligro para la vida. Ha habido tortura, asesinatos, violencia sexual contra mujeres detenidas. La represión tiene también un carácter de clase. En los barrios populares es muy cruda. Pero la gente sigue saliendo y sigue desobedeciendo el toque de queda, sobre todo los más jóvenes. Es una generación que no tiene miedo, que desafía el autoritarismo. Que no se va a su casa a pesar de esa brutalidad y de las imágenes de horror que circulan. La gente no se ha ido a su casa y sigue manifestándose, sigue en las calles.

Chile es uno de los países con el movimiento feminista más potente en los últimos años. ¿Vos crees que haya influenciado al estallido de ahora? ¿Cuál es la lectura feminista de las movilizaciones?  

Por un lado está la sensibilidad que el feminismo ha ido creado en la sociedad y que tiene que ver con el cuestionamiento de formas y condiciones de vida que hasta hace poco estaban naturalizadas y se vivían en silencio. Una de las cosas que vemos muy claramente es que el agobio, el hastío, el hartazgo, se sufrían privadamente, de la puerta de la casa hacía adentro, en soledad, solamente apoyándose en las redes familiares y personales. Este estallido ha sacado ese sufrimiento que se vivía adentro de las casas para afuera a las calles, a las plazas. Muchas veces la gente se ha echado la culpa a si misma de no ser capaz, como si sus problemas fueran provocados por insuficiencias individuales o incapacidades personales, y eso produce mucho sufrimiento social y personal. Esa angustia sale al espacio público. Va haciéndose conciente el que son condiciones estructurales, causas sociales del sistema las que han producido esto. Es un elemento central que va en la línea con la lectura feminista que se ha ido construyendo sobre la violencia y el endeudamiento: salir del confinamiento privado a ponerlo en colectivo, abrirlo colectivamente y por lo tanto buscar colectivamente soluciones a las situaciones que producen inseguridad. El estallido tiene esa misma dirección que va de lo privado hacia lo público. 

Acá hay gente que se pregunta qué tiene esta movilización de feminista, porque las principales consignas no son las “típicas” del feminismo, como el aborto, por ejemplo. Y ahí nosotras decimos, que de feminista tiene todo, en el sentido de que lo que se pone en el centro es la reproducción de la vida, y este movimiento a lo que apunta es a sacar la reproducción de la vida del circuito de capital. Que no lucren y hagan negocios con nuestras vidas. El feminismo hace ya muchos años viene poniendo el foco en el lugar de la reproducción social como pieza clave del sostenimiento del capitalismo. Este movimiento es una lucha por arrebatarle nuestras vidas del mercado y por recuperar soberanía sobre nuestras vidas, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestro tiempo, sobre nuestros territorios. La dimensión feminista de todo esto radica allí.  

Muchas gracias por la entrevista.

Lo plebeyo como reverso de lo político // Entrevista a Diego Sztulwark

Lo plebeyo como reverso de lo político

Con el filósofo argentino Diego Sztulwark.

 

En Argentina se vive un momento político intenso. Después de cuatro años de macrismo, asoma una nueva etapa, fruto de las luchas sociales y una nueva expresión del peronismo. En este contexto, el filósofo Diego Sztulwark, en su libro “Ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político”, analiza las últimas dos décadas del país vecino a través de una lectura micropolítica de las transformaciones en los modos y las formas de vida entre la crisis, el populismo y el neoliberalismo.

Por Gabriel Delacoste en La Brecha Uruguay

Diego Sztulwark nació en Buenos Aires en 1971. Es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía y política. Fue miembro del Colectivo Situaciones y escribe asiduamente en el blog www.lobosuelto.com. Es autor de varios libros. 

 

—Una de las primeras cosas que aparecen en el libro –y se mantienen en toda la narración– es la crisis no sólo como una catástrofe, sino también como un momento posible para la aparición de nuevas subjetividades. Allí te preguntás si se puede querer una crisis. Pero ¿qué implica esta idea de crisis?

 

—No se puede querer la crisis, en el sentido de que la crisis es la pérdida de consistencia de la existencia. No creo que nadie pueda querer eso. Todos tenemos un gran compromiso para lograr consistencia para nuestras vidas individuales y colectivas. Lo que pienso es que la crisis se ha convertido en un argumento propio del orden, que se ha invertido el sentido de la noción de crisis. Porque lo que ha ocurrido es que la crisis ha sido invocada cada vez menos como una pérdida de consistencia general y cada vez más como la amenaza o el castigo que vamos a tener que enfrentar si no obedecemos a lo que el orden quiere. Entonces, crisis y orden dejaron de ser dos categorías diferentes. El orden se apoderó de la crisis, y para eso hubo que negativizar la crisis. Hubo que ligarla absolutamente con la muerte, con la destrucción de nuestras condiciones de vida. Sin embargo, lo cierto es que hay una concepción positiva de la crisis. Hay experiencias en las que la crisis no es meramente algo con lo que se nos amenaza o, directamente, la muerte. También es el efecto de que en ciertas circunstancias las personas o los movimientos sociales podemos decir que no queremos que permanezcan ciertas formas de vínculo social. Entonces, cuando decimos “crisis”, también podemos estar nombrando un deseo de otra cosa, la potencialidad de que, bajo el deseo de otra cosa, aparezca un saber de otros tipos de vínculo o relaciones deseables, posibles, interesantes. En Argentina, la crisis de 2001 tiene cierto valor cognitivo, epistemológico. Por lo menos en el ejercicio que yo hago en el libro, 2001 tiene algo así como el grado cero de la escritura y la política. Fue el año en el que se dejó de escribir, en el que la intelectualidad quedó un poco desubicada, desorientada, frente a un tipo de activismo social que empezó a aparecer muy lejos de la universidad y de las condiciones materiales de la intelectualidad. Y esa irrupción, esa crisis que llevó al grado cero de la escritura, también lo fue para la política. El “que se vayan todos”, la actividad colectiva por fuera de la representación parlamentaria y la impugnación de las formas de representación llevó a algo así como un grado cero de la política. Lo que me interesa pensar es cómo después de la crisis hubo una reescritura del campo social, del cuerpo social. Intento visualizar la crisis de 2001 como grado cero para repensar las distintas escrituras y reescrituras que hubo desde entonces.

 

—Una parte importante del libro es una discusión con el kirchnerismo. ¿Cuáles son, específicamente, las potencialidades que se despliegan con la crisis de 2001? ¿Qué hace el kirchnerismo con ellas?

 

—En aquel momento yo estaba en el Colectivo Situaciones. Una red grande de compañeros y compañeras trabajamos con todo el entramado de experiencias que empezó a surgir ahí. En ese momento escribimos un libro, 19 y 20: apuntes para un nuevo protagonismo social, y la noción de nuevo protagonismo social fue la imagen que nos permitió dar cuenta de la miríada, de la pluralidad de experiencias de responsabilidad social, de colectivos sociales, de formas de hacerse cargo de una situación tan tremenda de manera directa. Trabajamos con movimientos piqueteros –básicamente, lo que fue el Mtd (Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano); estaba Aníbal Verón en la zona sur del Conurbano–, con la comunidad educativa Creciendo Juntos en Moreno, en la zona oeste del Conurbano, con el movimiento campesino de Santiago del Estero, con Hijos –que en ese momento estaba organizando los escraches–, con una cantidad realmente grande de experiencias. Había un tipo de potencial que estaba surgiendo: cómo saber hacer como potencia concreta, vinculada a la autoorganización, a la alimentación, al gobierno del territorio, a preguntas fundamentales, como qué es la dignidad y qué es el trabajo, un tipo de crítica genérica de cómo el neoliberalismo había organizado todos los aspectos de la vida. No es tan fácil saber cuándo comienza el kirchnerismo. Si el ciclo de luchas contra el neoliberalismo del que estamos hablando va de mediados de los noventa a 2002, 2003 (una fecha posible de finalización es la de los asesinatos de Kosteki y Santillán), el kirchnerismo empieza de a poco entre 2003, cuando Néstor Kirchner asume, y 2008, cuando el conflicto con el campo, que protagoniza Cristina Fernández. Kirchner asume en 2003, pero el kirchnerismo como proceso político va madurando, va desplegando de a poco esto que en el libro llamo “voluntad de inclusión”.

 

—¿Qué es la voluntad de inclusión?

 

—Es, por un lado, la tentativa de una parte muy grande de la sociedad de tener una militancia, una participación pública para reparar daños sociales. Esto se ve muy claramente en la conversación muy fuerte que tiene el Estado con el movimiento de los derechos humanos; en todo caso, muy diferente del que hubo con Alfonsín. Pero también con los movimientos sociales. Hay un Estado reparador, que viene a pedir disculpas y a establecer un tipo de mediación específica con el movimiento social callejero que protagonizó en 2001. Eso es muy ambiguo, por lo siguiente: por un lado, hay una nueva sensibilidad, un nuevo protagonismo de la militancia y una nueva incorporación de los movimientos sociales al gobierno; pero, por otro, el concepto de inclusión está subordinado –en particular, por cómo fue usado por el kirchnerismo– a una mediación precaria (expresión utilizada por los amigos del colectivo Juguetes Perdidos). El concepto de inclusión tiene un aspecto muy complicado: el de traducir la presencia de un colectivo social en la crisis, desde un saber de la crisis, desde una potencia de las subjetividades de la crisis –las de los movimientos sociales–, a personas desposeídas, excluidas, a las cuales solamente se las puede conocer a través de la falta. El ejercicio de reconocimiento viene acompañado de una desposesión de saberes. Y lo que se logra eludir es la centralidad política del movimiento: su capacidad de tomar decisiones e intervenir en la escena pública a través de la lucha organizada, y no meramente a partir de una situación victimal.

 

Otro aspecto muy ambiguo del kirchnerismo es que su principal herramienta de inclusión es el consumo, inclusión en el mercado. Toda la energía social y popular pasa de la movilización callejera al consumo callejero, que explica una presencia muy fuerte de los sectores populares, que antes habían estado excluidos del consumo, de la fiesta del consumo (lo trabaja muy bien Diego Valeriano). Y esto también es muy ambiguo, porque, por un lado, se conquista un lugar simbólico y económico largamente vedado de consumo y, por otro, es un tipo de subordinación a la subjetividad de mercado que no da lugar a la politización de lo que ocurre en el mercado. No surge de ahí un cuestionamiento de las formas de producción, de felicidad, de la estructura del consumo; para nada. Se da la inclusión dentro de las categorías habituales de la economía y el consumo. Y, cuando hay crisis de consumo por la crisis internacional, por la caída de los precios de los commodities que se exportan, etcétera, simplemente ese consumo se enfría. Si no se piensan un poco estas ambigüedades y las de su filosofía, la populista, terminan, como fenómeno político, derrotadas por el macrismo neoliberal.

 

—¿Por qué el discurso neoliberal siempre se presenta a sí mismo asociado a la creatividad, el emprendimiento y la transgresión, e incluso como contracultura? En el libro se habla de Alejandro Rozitchner como una figura que encarna todo eso. Sin embargo, tiene también una dimensión –la que se ahonda en el libro– de estandarización y represión. ¿Cómo funciona esta dualidad en el interior del neoliberalismo?

 

—La obra de Félix Guattari ha sido, por lo menos para mí, muy orientadora. A partir de cierto momento, hay una reestructuración general de las relaciones capitalistas y las relaciones sociales. Es un fenómeno que ya no se reduce a la producción económica, sino que la producción económica de mercancías –que, por supuesto, persiste y es fundamental para la dinámica del capital– requiere que muchísimas personas las identifiquemos en nuestro deseo, como signos de nuestro horizonte, de la efectivización de nuestro deseo. El capitalismo existe sólo en la medida en que sus mercancías sean el signo fundamental que realiza nuestro deseo. Si nuestro deseo se autonomiza de las mercancías que el capital produce, el capitalismo deja de funcionar, no importa cuántas mercancías haya producido. Guattari piensa de manera pionera, clara, completa que el capitalismo (bajo la forma de la empresa), como tal, se convierte, sobre todo, en una mecánica productora de subjetividad. Con subjetividad quiero decir, exactamente, modos de vida. Es la empresa neoliberal la que se hace cargo de la producción de modos de vida. Y para eso hay dos cosas que se ponen en juego. Primero, una nueva plasticidad, que consiste en detectar, una y otra vez, las líneas de fuga, las novedades de los modos de vida, en simpatizar con las rebeliones haciendo una producción amigable y transgresora de todo lo que emerge como vida juvenil, como posibilidad de nuevos deseos. Es un intento, digámoslo así, de anticipar los nuevos deseos y dar respuesta a cada una de las inquietudes que van surgiendo en la vida. El creativo empresarial es la figura que está mirando la vida en sus desarrollos posibles e intentado ofrecer una mercancía. Lo que se hace es intentar gobernar la subjetividad, en el sentido de que se la estabiliza, se la anticipa, se la preformatea. El único límite para la creación de formas de vida es que la tasa de ganancia sea respetada, que la realización de las formas de vida sea a través del consumo de mercancías. Podríamos decir que el neoliberalismo es el reino de la libertad, con una única condición: que el capital se siga reproduciendo, que la tasa de ganancia siga siendo considerable, que la ley del valor siga vigente. Es una única condición, sin embargo, es una condición total, que vuelve al capitalismo un totalitarismo. Vos podés conducir tu vida individual y colectiva como quieras, pero lo tenés que hacer siempre en dispositivos de mercado. Deleuze y Guattari lo llaman “la condición totalitaria”, y guarda un punto de intolerancia absoluta con la vida. O sea, la vida puede hacer cualquier cosa menos autonomizarse, menos desprenderse de esa condición fundamental de la valorización capitalista. Lo que intento hacer en el libro es establecer la diferencia entre forma de vida y modo de vida. El modo de vida es el modo de existencia de la vida que se da bajo lo que propone el capital; la forma de vida es todo aquello que se desarrolla a partir de los síntomas de lo que no cuaja con el capital, de no lograr ser felices cuando la vida se da simplemente al interior del mercado. Todo lo que intentamos lograr a partir de ahí, lo llamo forma de vida. Y la forma de vida exaspera al capital en un punto: anula el polo estandarizante en el cual el modo de vida se conecta con la producción de mercancías.

 

Me encuentro tratando de pensar estas cosas en un texto de Toni Negri que me parece fenomenal –se publicó en Argentina como Marx y Foucault–, en el que dice que el capital hace todo lo posible para cerrar la brecha entre el deseo y mercancía. Ese intento de cerrar la brecha es lo que permite entender el aspecto fascista autoritario intolerante que adquiere el neoliberalismo cuando pierde sus equilibrios. Estoy hablando de Brasil. Me parece muy importante captar el pasaje del neoliberalismo coaching –que en el libro lo ligo a Rozitchner–, de esa dimensión utópica, voluntarista, que enseña a vivir en condiciones neoliberales, al fascismo. Que no es el fascismo de los años veinte –esto Franco “Bifo” Berardi lo explica bien–, juvenilista, de gente que imagina un futuro diferente, no es el futurismo. Es una exasperación general del neoliberalismo con el síntoma. Es un intento de postular un vitalismo sin vulnerabilidad, sin improductividad, sin dolor, sin vejez. Es una especie de virilidad de la vida, de ultrapostulación de todo lo que en la vida es productividad. Y se opone totalmente al tipo de vitalismo que nosotros podemos defender cuando hablamos de la forma de vida. La forma de vida siempre tiene fragilidad, es una potencia que no es mera fiesta de la productividad, del consumo, del poder viril. El neoliberalismo y el fascismo siguen la línea del hacer: hacer que el otro haga. Y la forma de vida es un contrapoder, se ha metido de lleno en la lucha de clases, y hoy es bastante imposible crear una forma de vida sin chocar más acá o más allá con la intolerancia de los mercados y de todo el andamiaje machista, racista y clasista que lo anima.

 

—En el libro aparecen dos grandes vectores de la forma de vida: uno tiene que ver con lo plebeyo, el nomadismo, la desobediencia de los pibes en los barrios y las formas de vida no pautadas por el mercado; y, por otro lado, la filosofía como producción de forma de vida. ¿Como es la relación entre estas dos? ¿Qué tienen en común?

 

—Lo plebeyo son las imágenes que surgen como reverso de lo político. Lo plebeyo como una serie de gestos irreverentes, igualitarios, que no se convierten en una política autónoma, pero están presentes y son inseparables de lo que fueron estos años, del 2001 para acá o de la dictadura para acá. Son un conjunto de fenómenos individuales y colectivos que aparecen todo el tiempo en las fisuras, en las grietas de las políticas neoliberales y populistas. Tu pregunta la intento responder de la siguiente manera: por un lado, en el capítulo 1 del libro sobre el neoliberalismo, introduzco el problema de la distinción entre modo y forma de vida. Como decíamos, el modo de vida es el tipo de existencia que el neoliberalismo nos enseña, una suerte de adaptación automática al mando del mercado, con un conjunto de instructivos sobre cómo vivir, que se apoyan en saberes económicos, en psicologías positivas, en el coaching y en un conjunto de técnicas sobre los estados de ánimo, la creatividad, la productividad. Distingo eso de una forma de vida. La forma de vida surge de una transformación, del hecho de no poder adaptarse a los automatismos de la existencia. Implica que uno necesita encontrar una verdad para sí mismo. Tratando de encontrar algo sobre cómo es que la vida se forma, cómo le podemos dar forma más allá de los automatismos del modo de vida, me encontré con Pierre Hadot, un filósofo francés de mucho interés. No vale la pena que cuente toda la historia que incluyo sobre él y su vida en el libro, pero, para decirlo muy rápidamente, era un católico que se vio perturbado cuando los sacerdotes entran en casos de pedofilia. Se suele producir una situación en la que la Iglesia no se preocupa tanto por el daño comunitario, sino por la crisis de fe de los sacerdotes. Cuando Hadot ve eso se ve muy perturbado, al punto que el lazo de salvación que la Iglesia propone depende mucho del vínculo con la trascendencia, con lo que él llama la realidad extra-natural. La Iglesia propone un tipo de salvación, una salvación de la vida biológica, animal, natural, del cuerpo, que es una salvación extra-natural, es decir, pasa por algo que no es la naturaleza, no es la vida biológica, que está más allá. A él le preocupa esto y pone en juego toda su erudición para volver a leer la filosofía griega antigua, con la pregunta de si antes del cristianismo no hubo algún tipo de sabiduría sobre cómo producir forma de vida, sobre cómo aprender a vivir, que no sea extra-naturalista, sino naturalista. Una forma que pudiera lograr, en la propia inmanencia del cuerpo, un conjunto de saberes que permitiera vivir sin tener que despreciar este nivel de la existencia. Lo que encuentra en las escuelas griegas antiguas es que estaban mucho menos orientadas a producir un discurso sistemático, una retórica precisa o a construir una gran racionalidad que todo lo explica, y mucho más a enseñar a vivir. Eran escuelas que pretendían guiar unos ejercicios de tipo práctico: cómo lidiar con la muerte, cómo distinguir las cosas que podemos modificar de las que no, qué relación tener con los placeres, un conjunto de ejercicios prácticos que Hadot llama “ejercicios espirituales”. Hay que pensar que es una espiritualidad no religiosa, previa al cristianismo, que se basa en formas de escritura, de conversación, de meditación, de escucha. Me resultó fascinante porque me pareció que, de alguna manera, cuando vemos al neoliberalismo como una estrategia sobre la existencia, sobre la vida, lo que Hadot no está mostrando es que ha habido siempre un conjunto de procedimientos micropolíticos, de ejercicios prácticos que nos explican que no saber vivir no es una novedad. Lo cierto es que no saber vivir, no saber qué hacer con uno mismo, individual y colectivamente, puede dar lugar a investigaciones, a preguntas, a ejercicios, a terapéuticas, a analíticas, a enseñanzas, a nuevas formas de escucha y conversación, de amistad. Eso está en la base de la producción de formas de vida. Esto se vincula completamente con lo plebeyo, porque lo plebeyo es una sustracción del modo de vida. No es exactamente una política autónoma, no es la multitud de Negri, no es la clase social de Marx, el plebeyismo es un gesto o una división del campo popular que se sustrae de la regulación burguesa de la vida. Es un movimiento centrífugo de todas las clases sociales, es el momento en el cual la vida se vuelve no decible, donde las estrategias vitales están recorridas por signos de pregunta. Es el momento en el que las personas se resisten a poner su potencia meramente para producir, en el que uno puede preguntarse si ponerse a producir es el horizonte de la vida o si es otra cosa. El plebeyo puede ocurrir tanto en el pibe que se queda parado en la esquina con una gorrita, sin ir a trabajar, mientras el barrio lo mira con miedo, como en una piba que desafía el mandato social de lo que significa ser mujer. ¿Porque qué es un chico con una gorrita que no va a estudiar ni a trabajar? ¿Qué es una marcha piquetera que dice “queremos dignidad”? ¿Un conjunto de pibas que dicen “ustedes no nos van a decir lo que es ser mujer, abajo el patriarcado”? ¿Qué es un grupo de personas que lee libros, da clases, charla con la gente, pero no está haciendo un doctorado en la universidad y tiene una idea muy radical de la igualdad de las inteligencias? ¿Qué es, en general, toda esta dinámica, vista muchas veces del mundo de los derechos humanos, de las luchas antifascistas, en distintas expresiones de las contraculturas, que una y otra vez están intentando romper con las jerarquías, proponer nuevas formas de igualdad? Si nosotros podemos plantear la idea de que la vida requiere forma, y hay una experiencia, una investigación, una experimentación de la forma, con estas formas fluidas de gestualidad plebeya (e insisto que plebeyo no es una clase social), lo que nos encontramos es un magma que opera como reverso democrático de la política, como apropiación de la crisis, como potencial cognitivo que permitiría (y esta es una especie de apuesta subjetiva propia) releer lo político, actualizar el concepto de lo político, comprender que no es aceptable una política totalmente servil al mandato del capital. Lo digo así: lo plebeyo es la vida que no se deduce de la axiomática capitalista. 

 

—¿Cómo ves lo que está pasando en Argentina ahora, a la luz de todo esto que venimos conversando?

 

—En Argentina todos hemos logrado algo muy importante: derrotar al gobierno neoliberal de Macri. Esto es muy importante, porque entre 2015 y 2017, en la fase voluntarista utópica del neoliberalismo, se hizo evidente que el proyecto del macrismo era una entera y nueva pedagogía sobre el conjunto de la sociedad, un proyecto de reestructurar las relaciones sociales en el mismo sentido que la última dictadura militar, que el proyecto oligárquico empresarial, que en Argentina, desde siempre, subordina la posibilidad de la existencia misma del país al mercado mundial. Entonces a partir de 2017, la resistencia popular argentina empezó a poner límites crecientes al modelo macrista, y la propia clase social en la que el macrismo se basaba le perdió la confianza, le soltó la mano y lo involucró en una crisis monetaria, económica muy grande. Macri debió recurrir a una deuda extraordinaria con el Fmi que, gobernado por Trump, de manera directa decidió (por razones geopolíticas) poner miles de millones de dólares para sostener a Macri e intentar que gane las próximas elecciones para llevar adelante una agenda de reformas que el pueblo argentino prohibió. El bloqueo del programa macrista no lo encabezó el kirchnerismo, lo hizo el movimiento social argentino. Lo hizo gente de todas las posiciones políticas, la Ctep (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular), los movimientos feministas en la calle, los movimientos sindicales, la lucha mapuche, la lucha indígena. El 2017 es de represiones al movimiento social en todo el país. Toda esta historia hay que contarla. Es la historia de cómo se logró frenar un proyecto absolutamente perverso. Estamos en un momento relativamente positivo en la Argentina, en el sentido de que se logró hacer fracasar un proyecto de las clases dominantes. Dicho esto, no está muy claro lo que viene, cómo los movimientos populares van a vivir un nuevo momento en el que la unificación del peronismo va a parir un programa que, muy probablemente, requiera una larga y compleja negociación con el Fmi. El bloqueo político que sostiene la candidatura de Aníbal Fernández tiene el mérito de haber logrado una mayoría electoral contundente contra el macrismo, pero todavía no tiene claridad respecto a cómo se va a sortear esta situación tan delicada. Lo que hoy es vital es que todos aquellos sectores que han protagonizado el antimacrismo profundicen sus demandas y su imaginación política, y no se subordinen a un próximo gobierno, que va a extraer toda posibilidad de autonomía nacional, colectiva, económica de lo que las luchas populares puedan aportar. 

Enfrentamientos, aguante, deserción, fiesta // Diego Valeriano

Saltan los molinetes en Santiago, el andén en Merlo, las balas en Tablada. Saltan las pibas y van un poco más allá. Saltan, arrancan, se plantan. Salta un guacho cuando no le dan el asiento a su novia embarazada en el sarmiento. Fuego, estallido, saqueo, fiesta.

Se plantan las pibas, escrachan, se apañan, se quieren, se segundean. Los guachines se plantan y tocan a la estación para hacer mundo. Se plantan en Santiago, Merlo Gomez, Mendoza, Quito. Y todo es fuego, enfrentamientos, aguante, deserción, fiesta.  Se plantan contra este neoliberalismo cruel, tan lleno de requisas, precariedad monótona y tristezas. Contra este chamuyo de la inclusión, que agobia con talleres, cultura, cuotas, explicaciones y política. Contra esta vida tal cual es. 

Estalla todo, una ciudad, un país, el furgón, una esquina. Porque esto no puede seguir así, porque no quieren creer que la vida sea tan solo esto. Un trabajo, un viaje de dos horas, una app, una salida laboral, un clona, unas flores, una lata de birra en el chino camino a casa. 

Arrancan contra la gorra aunque después sea todo dolor, verdugueada y soledad. Porque el dolor de los golpes es mejor que ser empanada gigante, gato del plan, maestra en cualquier escuela, operario calificado, madre. Es mejor que aceptar, que creer, que esperar. Porque el gusto a sangre en la boca es el único modo de decir revelarse. Porque arrancar es casi lo único real que puede pasar en esta vida.

«Nadie sabe lo que el feminismo puede» // Cintia Córdoba

La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo de Verónica Gago. Buenos Aires, Tinta Limón, 2019, 256 páginas.

Verónica Gago nos ofrece una investigación militante y nos aclara desde el comienzo que el principal rasgo de su escritura es que no será objetiva. La vocación por tomar una distancia prudente del objeto que se analiza, constituye en sí mismo un modo de pensar y de producir conocimiento sumamente conveniente para dejar todo como está. Se trata entonces de producir un saber cuerpo con la suficiente potencia para conducir movimientos teóricos y para esto el feminismo no se aleja, se sitúa y en tanto que situado se inter(trans)nacionaliza. El feminismo, que es también un modo novedoso del pensar, en la medida en que se encuentra emplazado y emerge de un colectivo concreto, desarrolla la capacidad de identificarse con todas y cada una de las luchas que se desarrollan más allá de esa configuración territorial, así deviene movimiento ubicuo.

La autora propone la huelga como “lente” que nos permite analizar, caracterizar y problematizar el movimiento feminista. El paro de mujeres en la Argentina significó en sus múltiples ediciones tanto un proceso histórico como la posibilidad de interrogación política que no termina de desplegar todos sus efectos. A lo largo del texto la huelga feminista internacional se transforma en el catalejo que permite advertir los recónditos modos, espacios y tiempos que adopta la explotación capitalista, invisibilizados bajo el esquema tradicional de la huelga obrera. En los primeros capítulos los viejos conceptos políticos vinculados con la huelga como herramienta política (sindicalismo, trabajo asalariado, clase social, etc.) son puestos en jaque en tanto que nociones insuficientes para mapear los modos no reconocidos ni remunerados que producen valor. El paro entendido en clave feminista tiene la capacidad de reconfigurar aquello que se entiende por trabajo y clase trabajadora y lo hace en su anomalía, desbordando el significado de la “cuestión laboral”. Incluye en el análisis las realidades no salariales enclavadas en el trabajo doméstico y reproductivo (gratuito y obligatorio) como también las formas de trabajo vinculadas con las economías populares y las formas autogestivas de la reproducción de la vida. El paro de mujeres, lesbianas, trans y travestis opera como categoría que desarma y resignifica no sólo el diccionario del pensamiento político, sino sus modos de organizar la acción puertas adentro. Al verticalismo sindical le contrapone el poder asambleario capaz de producir inteligencia colectiva como efecto del potencial cognitivo del deseo.

El feminismo, siempre acusado de “mezclarlo todo”, responde: “ya se encuentra todo mezclado”. Es por esta razón que el texto no se aboca a cristalizar ni a diseccionar, la estrategia es precisamente la contraria, porque lo que hay que hacer es recorrer teóricamente el entramado de relaciones múltiples y diversas mediante las cuales el poder económico despliega sobre la vida su necropolítica. La escritura rizomática pone en evidencia las interconexiones orgánicas entre la explotación y la violencia capitalista y la recursividad de ciertas nociones en espiral da cuenta de la dimensión de estas conexiones. La apelación tanto a los feminismos indígenas y comunitarios en Latinoamérica como a aquel urbano de los países desarrollados, nos permite ver cómo la violencia capitalista en su expresión planetaria adquiere los mismos modos, formas y mecanismos que se despliegan en sus dimensiones domésticas.  La violencia es sexual y financiera, la explotación se expresa tanto en la producción de subjetividades compelidas a la precariedad como en la vocación por confinarlas a vivir materialmente del despojo, el colonialismo se desarrolla tanto en los territorios como en los cuerpos feminizados. En la medida en que los males se entrelazan y son puestos en evidencia, el pensamiento feminista adquiere su tonalidad menos rosa, se transforma en un pensamiento anticapitalista, antipatriarcal y anticolonial.

El texto produce nuevos conceptos revisitando la teoría política y la economía política a la luz de clásicas y nuevas críticas de la teoría feminista. En este sentido resignifica y enlaza, produce desplazamientos que generan un efecto de visibilización, construye ideas que permiten releer viejas situaciones: no hay trabajadores, sino vidas obreras; si es posible el contrato social lo es porque las mujeres son desplazadas por el contrato sexual; no hay víctimas de inseguridad sino una guerra que se desarrolla en el cuerpo de las mujeres y contra todo deseo de autonomía; el extractivismo ampliado no sólo opera sobre cuerpos y territorios sino también contra la cooperación social y el éxito del capitalismo depende, en buena medida, tanto de la prolongación de la ficción de “individuos” con derecho a la propiedad, como de la destrucción de los cuerpos-territorios, superficies extensas capaces de contener “afectos, trayectorias, recursos y memorias”. Si todas estas redefiniciones conceptuales son posibles es porque el feminismo encarnado en este texto se reconoce revolucionario. Incluso a sabiendas de que los nuevos contornos conceptuales que se fraguan al calor de los cuerpos en las calles son permanentemente desbordados.

Pero junto con la revisión sistemática de gran parte del corpus teórico político, emergen en el escrito una serie de consignas y conclusiones que deben acompañar la acción política. Las ocho tesis sobre la revolución feminista, que encontramos al final, señalan algunas de las características generales que se pueden adjudicar al movimiento. Pero no es allí donde el registro analítico da lugar al programático. Filtradas a lo largo del texto encontramos algunas ideas-fuerza tejidas en asambleas y recompuestas en este escrito que responden a las preguntas ¿en qué consiste la revolución feminista? ¿cómo es posible cambiarlo todo? Se trata de sustraer al capital la energía que devuelve como violencia cotidiana sobre los cuerpos, de inventar formas comunes de resistencia a la expropiación del deseo, de tejer la insubordinación desde las recónditas rutinas cotidianas y de alterar las coordenadas de tiempo y espacio de la teoría política para pensar nuevamente en un cambio radical. Si como sostiene la autora un paro feminista no sólo es laboral sino también existencial, la desobediencia se desarrolla en un sentido amplio e impredecible.

Probablemente la más interesante de todas las afirmaciones de este texto sea la que se formula desde el inicio. En consonancia con la potente expresión spinoziana “nadie sabe lo que un cuerpo puede”, Gago nos propone situarnos en una especie de insurgencia indeterminada y permanente como horizonte político: nadie sabe lo que un cuerpo-territorio amalgamado, perseverante y aferrado a la vida puede.

Fuente: Reseñas Boca de Sapo

El hilo tenue de la voz plebeya // Sebastián “ruso” Scolnik*

A propósito de La Ofensiva Sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político de Diego Sztulwark.

 

De la experimentación al bloqueo 

Cierta vez nos topamos con una conferencia de Gilles Deleuze, ofrecida para cineastas, en la que se preguntaba sobre qué es un acto de creación; qué es una idea en cine. Allí, si no recuerdo mal, entre muchas otras cuestiones relevantes, mencionaba la película Los Siete Samuráis de Kurosawa. Aludía a ella para describir el proceso en el que surge una idea; en medio de una aparente urgencia en la que están atrapados los personajes (la lucha de unos samuráis en defensa de su pueblo), emerge una pregunta más urgente y más profunda: ¿qué es un samurái? ¿Quiénes somos? ¿Quién es ese pueblo al que defendemos?

Mucho tiempo antes de descubrir esta hermosa conferencia tuvimos sensaciones parecidas trabajando con distintas experiencias de un renovado protagonismo social. Lo que en su momento llamamos investigación militante, lejos de toda pretensión antropológica o periodística que busca sujetos hechos de antemano para describirlos, corroborar hipótesis previas o construir una analítica de especialistas, se propuso, sin saberlo demasiado, situarse en el lugar de esa otra pregunta que aflora cuando se produce una hendidura entre lo que hacemos y lo que sentimos. Cuando ya no soportamos el lugar atribuido por las distintas máquinas de clasificación y sostenemos, aunque sea entre las penumbras de una clandestinidad, una práctica que nos aproxima al deseo y la libertad.

Los piqueteros, al inventar una forma de lucha, abrieron su mundo a una problematización capaz de salirse tanto del lugar asignado por la estructura social como del sistema de expectativas con el que las distintas militancias diagraman sus estrategias abstractas. Formularon una pregunta sobre el trabajo, la vida y el territorio que interpeló a todo el conjunto social que no salió indemne de esas proposiciones. También vimos cómo ciertas prácticas educativas no se conformaron con suscribir modelos pedagógicos enlatados, por más seductores que estos fueran, ni con obedecer una lógica sindical que piensa siempre que el problema está afuera e imagina condiciones laborales idílicas como reaseguro frente a cualquier dilema concreto. Estos ensayos educativos interrogaron su ser atravesando los roles establecidos y fabularon unas contrapedagogías concebidas en el horizonte de la igualdad de las inteligencias. El desafío era poner a la escuela como laboratorio mismo de la crisis y espacio institucional para la recreación de una imaginación educativa que se rehaga en la experiencia comunitaria. Los Hijos de desaparecidos, partiendo de su  condición de víctimas directas del terrorismo de estado, pusieron su cuerpo como territorio abierto a conjuntos más amplios para transitar el agujero negro de nuestra generación, la impunidad genocida, inventando los escraches como procedimientos concretos de justicia popular. Esta voluntad de repensarlo todo también abarcó a los colectivos de arte que se preguntaron por cómo simbolizar las luchas y denunciar las injusticias expresándolas por fuera de las coordenadas de todo marco representativo- institucional y a los campesinos que, en medio de su supuesta extinción por obra de la expansión de la frontera agropecuaria, alzaron su voz defendiendo la vida campesina como lo Otro de un capitalismo global extractivo. Las fábricas recuperadas se reapropiaron de los espacios de producción abandonados por el capital y problematizaron el criterio de explotación, el tiempo colectivo y la cooperación mientras los clubes de trueque intentaron ir más allá de la distinción entre producción y consumo a través de la figura del prosumidor. Todas estas interrogaciones dialogaron en una extensa conversación asamblearia con la pregunta acerca de qué es pensar y qué es la política cuando los modelos entraron en crisis. Qué es un territorio y cómo se autogobierna, cómo nos alimentamos y nos organizamos, qué es la igualdad y con qué categorías somos capaces de pensarnos autónomamente y producir conocimiento colectivo. 

Cuando los movimientos sociales y las distintas  experiencias de ese contrapoder entraron en una fase de impasse –que fue a la vez nuestro propio impasse– como producto de un agotamiento de la imaginación y la iniciativa, y de una dinámica en la relación con las instituciones (que durante el período kirchnerista osciló entre el reconocimiento y la subordinación) que había agotado sus rasgos más innovadores, quienes integramos el Colectivo Situaciones nos dispersamos en múltiples sentidos: entre los feminismos y la investigación, entre colectivos editoriales y prácticas territoriales, entre la escritura y la abstención. Supimos de perplejidades y tristezas pero cada quien ha afirmado nuevos caminos y encuentros en los que se rehízo. Siguiendo los derroteros de aquellas preguntas, intentando prolongar sus efectos frente a los mecanismos de incorporación, juicio y desposesión contemporáneos, hay una perseverancia que se manifestó de distintas formas. Intervenciones que muchas veces sentí más próximas y otras recibí con un sentimiento de mayor extrañeza o sorpresa. Pero en cada texto reconocí gestos propios y diferenciados que se relacionaban con aquella historia común. Ese magma compartido se ve otra vez puesto en juego, como si se tratara de una nueva tirada de dados en la que se vuelve a desplegar de otro modo esa historia, por la salida del libro –La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de la política– escrito por Diego Sztulwark, que retoma ciertos hilos y los enriquece con nuevas elaboraciones.  

Los argumentos

El libro presenta un conjunto de problemas que se proponen reconstruir la historicidad de la crisis de 2001 como punto de partida, grado cero de la política y epistemología, cuyo potencial cognitivo es capaz de remontarse al diagrama mismo en el que se ligan las “palabras y las cosas” produciendo un orden (fundado en el terror de la post-dictadura) que liga lo visible, lo decible y lo pensable. Mirar debajo del agua, sustrayéndose no solo de los discursos dominantes sino también de los procedimientos de visibilización pública, fue condición de la crítica radical cuya fuerza disolvente socavó la norma a partir de la generalización de la excepción. Por esta vía, la crisis adopta una dimensión positiva, constituyente, que dista mucho del modo en que los partidarios del ordenamiento democrático vigente –protagonistas de la “democracia castrada”, al decir de León Rozitchner–  la conciben y utilizan para descargarla sobre las espaldas populares como amenaza y estigma. 

El capitalismo aprendió de la crisis y se reconfiguró partiendo de sus supuestos, aunque su operación consistió en negativizar su fuerza productiva y libertaria: todo lo existente, a partir de entonces,  adoptaría la forma empresa o a sería codificado en términos de emprendedurismo. El éxito del neoliberalismo, que no se reduce a un partido o programa político determinado sino a un régimen de gobierno de los afectos y las pasiones, se erige sobre la derrota de una “política de los cuerpos” –tramada al calor de la crisis– y sobre un combate decisivo contra todo síntoma que exprese un malestar, una existencia incompatible con el régimen financiero de las vidas y el consumo como su horizonte último. Entre el estímulo a una creatividad controlada y la represión del síntoma; entre la amenaza de muerte y la promesa de felicidad; entre las terapias compensatorias y las fórmulas del éxito insufladas por el coaching; entre la estabilización existencial y el gobierno de las emociones se cifra la verdad del capitalismo contemporáneo. Su propósito: moldear las expectativas y deseos colectivos para incluirlos dentro del régimen de la economía política.  

La “voluntad de inclusión”, expresada durante el ciclo kirchnerista, es un punto fuerte que el libro propone discutir y que cobra especial relevancia de cara a la coyuntura política que se abre a partir del recambio gubernamental. Su tendencia a negativizar la crisis para conjurar sus efectos en favor de una “normalidad inclusiva”, sin extraer de ella su potencial transformador; su gusto por lo convencional; su lógica reparatoria, tan justa como victimizante y la reposición de escenas simbólicas y afectivas del pasado, como si las mutaciones del capitalismo fueran tan sólo un paréntesis (el regreso del setentismo), no ha sido el modo más eficaz de enfrentar al neoliberalismo. Porque a partir del reconocimiento y la inclusión por medio de la ampliación de los márgenes de distribución monetaria, no se propuso un campo de problematización acerca del mundo al que se nos ofrecía incluirnos. Porque el horizonte de la igualdad no pudo desarrollarse más allá del consumo de los modos de vida disponibles en el mercado y más allá de la normalidad laboral (siempre precarizada) e institucional (siempre frágil y con vocación representativa). Porque la reapropiación de los bienes comunes y colectivos dejó de estar en la agenda de las transformaciones como también la democratización de los modos de decisión, y porque los movimientos populares, bajo la tutela del populismo como teoría política, dejaron de estar en el centro de la escena y quedaron subsumidos al mando del capital y guionados por el estado.

Neoliberalismo y populismo polarizaron la escena y se disputaron el mando. Pero el deseo de orden y un odio larvado fue extendiéndose en el reverso de la política institucional y mediática. Una oscura pasión por las jerarquías, un racismo virulento y un ademán buchón compusieron la partitura del miedo y el conservadurismo gestado durante los últimos

años.         

El método

Dice Diego que Ignacio Lewkowicz le decía que su método era piojoso. La “piojosidad sztulwarkiana” consistía en ceder la palabra al otro para decir las propias intuiciones. Deleuze describía un procedimiento parecido del siguiente modo: tomar un autor por la espalda y hacerle un hijo, una criatura conceptual híbrida en la que el autor es un medio para que una verdad se afirme sin ser enteramente suya. Sin embargo, pienso que no se trata de una simple astucia táctica. Hay algo de pudor en esta forma del pensar y un reconocimiento de una verdad mayor: ningún pensamiento es auténticamente propio. Si nuestras vidas están hechas de encuentros, nuestros pensamientos también lo están. La urdimbre de las ideas está tejida por lecturas, conversaciones, reuniones, asambleas, discusiones y gestos que rodean la escena en la que algo puede vislumbrarse. Nada de pretensión cartesiana: el pensamiento remite a situaciones muy concretas, a una experiencia tejida de sensaciones corporales en la que conquistamos esa extraña, acaso irrepetible, felicidad de haber podido pensar algo que necesitábamos para adoptar otro punto de vista, para poder expandir nuestras vidas en otros sentidos o para destrabar aquello que tanto daño nos está haciendo. Ese decir pudoroso está rodeado por las dudas acerca de quiénes somos, quién habla y qué legitimidad tenemos para afirmar algo (finalmente son las preguntas de Kurosawa), aquellos que no confiamos en los dispositivos universitarios de conocimiento y validación, en las tradiciones intelectuales heredadas o en cualquier soporte de estabilización de un yo que habla y piensa, seguro de sí mismo, a la caza de públicos como si fueran nichos de mercado. El pudor es lo propio de aquel que se pone en juego en lo que escribe y piensa, el que busca su propio ser plebeyo y se desarma en ese devenir.     

El pensamiento nace de una fragilidad, de una vacilación y de un trabajo perseverante. Los nombres de los otros son los registros de ciertos momentos de la la conversación y la toma de la palabra. Si nos escondemos detrás suyo, o hablamos junto a ellos, es por una mezcla de vergüenza, gratitud, amistad, y sobre todo, por la necesidad de dotarnos de una fuerza colectiva mayor para enfrentar nuestra soledad, nuestros miedos y los desafíos que aún no sabemos cómo asumir.

 

Partículas elementales

La investigación militante nunca fue oficio sino propensión, nunca pulcritud conceptual sino suciedad del movimiento. Como una vez nos dijo Silvia Rivera: “hay que arrojar el bebé y quedarse con el agua sucia”. Allí están los microbios, las pequeñas existencias microscópicas que componen la fuerza de la vida.  

Pensar es un acto contra el poder y sus categorías. Cuando los mecanismos de incorporación y captura del capitalismo se han perfeccionado tanto, cuando el sistema parece reservar para cada sujeto un sitio en el ordenamiento social y para cada discurso un lugar en los engranajes del régimen de enunciación, se vuelve urgente e imprescindible hacer un movimiento capaz de forzar la realidad. Siguiendo la pista de Santiago López Petit, Diego hace hincapié en el malestar, en las vidas que no encajan y que no pueden adaptarse a la imagen exitosa y productiva del presente. Partir de los síntomas y escuchar las partículas anómalas que una y otra vez son compelidas a una vida sofocante, al imperativo de ser activos y felices. Vitalismo turbio contra vitalismo neoliberal. Producción de otras formas de vida contra los modos de ser envasados que oferta la publicística. 

Siguiendo la tradición del materialismo crítico, el síntoma es pensado como el tejido vivo que es reabsorbido y explotado cuando sus potencias vitales son subsumidas a la Ley del valor. La lucha de clases se da en torno a la sensibilidad: obediencia, estabilidad y éxito o insubordinación, fragilidad, patologización y culpabilidad. El síntoma es la nervadura del presente. Su radicalidad está dada por el hecho de ser portadora de la verdad epocal, el reverso de lo visible, y por una potencia desobediente y abstencionista que desarma el juego de la interpelación y el reconocimiento. En esas existencias menores, que no tienen cobijo en los grandes movimientos sociales, en sus consignas y demandas, ni en los sujetos visibles y verbalizables, se gesta la fuerza de la insurrección. Ni víctimas a incluir ni emprendedores a integrar. Entre la “vida mula” y la “vida runfla” se cocina a fuego lento una política plebeya. Flotante, desacatada y profanadora, salvaje e incorrecta, sutil, frágil e inaudible. Surgen allí otras formas de la potencia: el gorgogeo de una voz que no alcanza a ser fonema, que no es consigna ni demanda; una intensidad que no alcanza a expresarse en los grandes conjuntos sociológicos; el enfrentamiento con el poder en el propio cuerpo y en el campo de la propia sensibilidad. En ese territorio es donde se libra una lucha por el sentido. El libro de Diego trae sinfín de imágenes en las que se esboza una política posible, resistente y capaz de resensibilzar el campo social. Para ello, es imprescindible el trabajo de escucha y las alianzas entre docentes, terapeutas, investigadores, artistas, militantes y todos los que trabajan en el magma de la formación de estas subjetividades dislocadas. Son los habitantes de una tierra que cruje, y que en este libro se ven envueltos por el tenue aliento de un soplido, la escritura de Diego, que reaviva los rescoldos de las rebeliones pasadas y llama con obstinada urgencia a las que vendrán. 

* Sebastián Scolnik (1971) ha formado parte del Colectivo Situaciones, de la editorial Tinta Limón y de otras experiencias autónomas. Trabaja en la editorial de Biblioteca Nacional. 



FINAL DE PARTIDA // SANTIAGO LÓPEZ PETIT

Una bandera no es más que una bandera, y el odio contra esta sociedad injusta y miserable no necesita ninguna para expresarse. Pero hay que ir hasta el final

El Estado español nunca concederá la independencia a Catalunya. Y si no hay negociación, si no se produce una separación negociada, la historia nos enseña que la única opción posible es la guerra. Por razones económicas evidentes, pero sobre todo porque supondría su propio suicidio político, el Estado español jamás podrá acordar un auténtico referéndum de independencia. A la idea de España, y a su materialización en el Estado español, corresponde un concepto de unidad que subsume completamente las diferencias. Todas. Las que habitan en la periferia, tanto como las que habitan en el centro. Durante el franquismo en la escuela nos explicaban que España era “una unidad de destino en lo universal”.

¿Final de partida, pues? La guerra como hora de la verdad. La determinación del enemigo nos determina a nosotros mismos en lo que somos y podemos llegar a ser. Nos devuelve, sin engaño alguno, aquello que realmente nos constituye. Por esa razón, la guerra es un combate a vida o muerte. Uno de los políticos exiliados en Bélgica, en un arranque de sinceridad y posiblemente a causa de su situación personal, habló claro: “Si consideramos que la república catalana es la condición de una ciudadanía plena, que no eres libre si no eres plenamente ciudadano, la pregunta —injusta y desagradable, pero inevitable— es qué precio estamos dispuestos a pagar por nuestra libertad. No habrá independencia sin sacrificios”. Su declaración cayó como una bomba y la reacción unánime fue de absoluto rechazo. Una consellera respondió enseguida: “Perjudicar a la economía española nos perjudica a nosotros también. Estamos en un mundo global”. Artur Mas, el mesías resucitado, declaraba que la respuesta a la sentencia del “procés” no debía alterar el orden público: “Una cosa es defender la resistencia pacífica y otra defender una alteración del orden público que llevaría a consecuencias que no serían buenas para todos”. Una pregunta me machaca la cabeza. Si no estamos dispuestos a hacer daño y a hacernos daño: ¿entonces a qué estamos jugando? Quizás todo no ha sido más que un cuento que ha terminado mal. Muy mal. Con detenidos, exiliados y heridos. Los políticos independentistas: ¿fueron unos ineptos o bien fueron unos ingenuos? Creo que esos adjetivos ya no son insuficientes para calificarlos. El Presidente de la Generalitat, impertérrito, anima a seguir adelante y, a la vez, manda que su lugarteniente reprima. Sin duda, cumplen con diligencia. Lejos se oyen los gritos de: “La policía española y la policía catalana unidas jamás serán vencidas”. ¡Pelotas de goma y pelotas de foam juntas siempre aciertan!

Solo es un cubo de basura

Beckett en estado puro. El Estado español vive protegido en el interior de un cubo de basura. No tiene piernas y saca la mano para cazar todo aquel que se le acerca. Yo añadiría que tampoco tiene cerebro. El movimiento independentista, por su parte, esperando a Godot, y mientras para entretenernos, organiza coreografías algunas de las cuales son brutalmente atacadas. Eso sí, la violencia no nos representa. Somos gente de paz. Los políticos independentistas afirman que, si perseveramos como la gota de agua que cae insistente, algún día venceremos. El cambio climático seguro que cooperará en esta ímproba tarea. “Ho tornarem a fer” (Lo volveremos a hacer). Más allá de la admirable dignidad personal del que pronunció esta frase, se trata de una frase infantil dirigida al Padre que está enfadado. ¿Y si matáramos al Padre? Tranquilos, no os preocupéis. Construiremos un Estado-nación nuevo mucho más amplio y soleado. Tranquilos, seremos capaces de pasar de “la Ley a la Ley”. Incluso ya tenemos estructuras de Estado. Además toda Europa nos apoyará. El mundo nos mira lo bonitos que somos. Todo mentira. En la cárcel se pudren los presos políticos. Libertad ya para ellos y ellas. Pero cuando vuelvan a sus casas, por favor, que lean a Marx. También a C. Schmitt. Era un nazi redomado pero inteligente. Estudiar un poco la historia de España no estaría tampoco mal. Por cierto, se agradece la dedicación de estos juristas que, si bien nunca han defendido ningún movimiento social, participan en tertulias para desvelarnos los secretos de la sentencia. Basta de marear la perdiz. Precisamente este alemán reaccionario ya lo dejó bien claro: “No se necesita derecho para hacer el derecho”.

La escena teatral se cierra momentáneamente. El cubo de basura en el que reside el Estado español tiene una grieta por la que vigila una calle cada vez más exaltada. Parece que una piedra ha abollado su orgullo. El nacionalismo catalán, por su parte, empieza a temer un cierto descontrol social. En realidad no sabemos cuál de los dos gobiernos —el que se escribe con “b” o el que se escribe con “v”— teme más lo que sucede. Son personas de orden. El diputado con nombre de ladrón, y que aúna ignorancia y cinismo como nadie nunca antes ha sido capaz, fue expulsado de la manifestación convocada el día de la huelga general.

La vida da mucha vueltas

Cuando la policía golpea y saca ojos, muchos sabemos inmediatamente al lado de quien hay que ponerse. No dudamos ni por un instante. De la misma manera que el 1 de octubre, el día que tuvo lugar el referéndum, acudimos a votar cuando no vamos nunca a votar. En aquella ocasión, sin embargo, había que ir aunque fuera sencillamente para introducir en la urna un papel en el que estaba escrito “No le deseo un Estado a nadie”. Porque ciertamente son dos nacionalismos enfrentados —el independentismo es una forma más de nacionalismo ya que no existe una diferencia pura y libre— pero no son iguales. Creer que son intercambiables es demasiado fácil y cómodo. Lo que, por supuesto, no significa engañarse. Mediante el Estado, el nacionalismo español aplica un único programa: “transformar la fuerza en derecho y la obediencia en deber”. Es su modo concreto de defender el capitalismo. No hay más. De hecho esta deriva fascista del capitalismo siempre le ha sido inherente, la novedad son las distintas formas que en la actualidad adopta. En nuestro caso, esta involución que ocurre a nivel mundial, no se plasma como populismo sino como política democrática. En este sentido hay que interpretar la sentencia contra los políticos independentistas. Evidentemente, se trata de una venganza del Estado español, pero la represión apunta a todo tipo de disidencia. A partir de ahora, cualquier alteración del orden público, cualquier protesta o crítica podrá ser juzgada como sedición y castigada con muchos años de cárcel. También una pelea de bar con las personas equivocadas en un lugar en el que son poco queridas.

El nacionalismo catalán, aunque a pequeña escala, participa también de esta política democrática que ha permitido la aplicación de las conocidas medidas neoliberales: recortes, privatizaciones, políticas de concertación público-privadas en los servicios etc. Bussiness friendly, lo llamaban. Es más, su fuga hacia adelante subiéndose en el carro del independentismo le ha servido maravillosamente para ocultar la corrupción y arrinconar la expresión política del malestar social. La Generalitat llevó a juicio a veinte manifestantes del 15M por haber rodeado el Parlament y la condena de ocho de ellos a tres años de cárcel satisfizo especialmente a uno de los abogados defensores de los presos políticos. Este abogado y político aseguró que “la sentencia concuerda muy bien con el sentimiento mayoritario del pueblo de Cataluña”. El futuro y ansiado Estado catalán ya se entrenaba también en la venganza aunque fuera hipócritamente diferida a la Audiencia Nacional.

La inmanencia desmonta la ficción

Las razones de la eclosión del independentismo son muchas e indudablemente van más allá de lo dicho. El Estado español es un Estado-guerra. El sistema de partidos catalán, por su parte, es un escarabajo pelotero incapaz de autocrítica. La pelota que con sus patas delanteras empuja es una gran mentira hecha de múltiples pequeñas mentiras. La gran mentira que, paradójicamente, supone el punto débil del independentismo, consiste en pretender construir el pueblo catalán como una unidad política. La ficción de un pueblo homogéneo, es decir, de una masa moldeable mediante ritos y referencias a montañas sagradas constituye el fundamento sobre el que se sustenta la legitimidad del futuro Estado. Hay que reconocer que el Govern ha sido un maestro en el manejo de la trascendencia. Nosotros, vuestros representantes. Arriba. Vosotros, nuestro pueblo. Abajo. Ahora cantemos juntos. Por eso es fundamental analizar cómo en cada ocasión en la que ese pueblo – en el fondo menospreciado por las élites del poder – quería tomar la palabra, era acallado. Acallar significa algo muy concreto: la desactivación de cualquier acto o manifestación que se escape del redil y pueda desbordar la negociación que nunca llega. Empezando por el 1 de Octubre a punto de ser anulado ya de buena mañana, pasando por la manifestación histórica del 3 de Octubre desconvocada porque se acercaban unos temibles grupos fascistas (o eso decían). Por no hablar del simulacro de Declaración Unilateral de Independencia. O de la participación entusiasta en las elecciones convocadas por el propio Estado español que acababa de reprimir a la gente. Al instante. Cuando el pueblo resquebraja el corsé impuesto de la unidad política, cuando se transforma en un cuerpo opaco en el que se recoge tanto el catalanismo histórico insobornable como el malestar de los que no tienen futuro, entonces la ficción maleable desaparece y la inmanencia da miedo. Ahora toca limpiar el pueblo de violentos infiltrados.

 

Se afirma que el independentismo catalán está dividido entre los pragmáticos y los que siguen defendiendo la unilateralidad. A estas alturas – basta ver la desafección política y el enfado de la gente – ya nadie se cree que esta división sea realmente una cuestión importante. Se trata de una simple pugna por ver quien acapara más escaños en las próximas elecciones. En el fondo, lo que se plantea realmente es la famosa pregunta nietzscheana: ¿cuánta verdad es capaz de soportar el movimiento independentista? O lo que es lo mismo traducido en términos monetarios: ¿quién gestionará la decepción? Es decir, ¿quién pagará el precio por haber empujado la bola de mierda a ningún lugar?

Se acaba la función

Final de partida. Después de la huelga general del día 18 de octubre la situación ha cambiado mucho. La función teatral sigue en marcha, pero el cubo de basura donde el Estado español se cobija ha sido fuertemente sacudido. Algunos de sus ministros han tenido que salir a dar la cara. Hay separación de poderes y os aseguramos que el cubo de basura está limpio. España es una democracia consolidada. El escarabajo pelotero corre por el escenario sin saber mucho qué hacer. Está perdido. El sistema de partidos catalán no tiene hoja de ruta. Hay gente muy encolerizada que desea aplastarlo. Creen que les han tomado el pelo. Otros hartos, simplemente han decidido bajar del mundo de la representación. Ya no esperan ni lo inesperado. Ahora la fuerza de la gente se ha transformado en fuerza de dolor. “Padre y madre: nos habéis vuelto a defraudar”. Y algún hijo o hija con un poco más de mala leche añadirá seguramente: “Ya solo os falta poneros en el cordón de seguridad entre la policía y nosotros cantando La Estaca”. Los nacionalismos o se abrazan o se matan entre sí. Creer que el nacionalismo y el anticapitalismo pueden conjugarse es una quimera. Basta con ver la desorientación de la izquierda independentista y oír su retórica vacía. Ninguneados en los momentos clave, utilizados cuando convenía. En este campo de juego no hay otra salida. Se buscan “traidores” capaces de firmar un pacto de rendición. La buena gente que ama el orden venga de donde venga, esa mayoría silenciosa tan apreciada por el poder, los considerará “unos valientes” y los llamará “hombres de Estado”.

La independencia no va (solo) de independencia

Desde una lógica de Estado (y de deseo de Estado) no se puede esperar otra salida. El nacionalismo hegemónico — empezando por el actual Presidente de la Generalitat— ha querido siempre encerrar el movimiento independentista en el interior de una reivindicación identitaria. Sin obviar, claro, la cuestión de Catalunya y todo lo que su historia conlleva, esta estrategia interesada ha provocado silencio e incomprensión en España. Sin embargo, las manifestaciones de estos días han resignificado completamente la palabra “independencia”. El grito de independencia, cada vez más, es escuchado aquí, pero también en Madrid, Granada… como un grito de rabia colectiva. ¿Quién nos impide pensar y defender entonces una salida distinta? Imaginemos que los que están hartos de mentiras y de precariedad, los que ven cada día como su vida no vale nada, deciden ocupar el Parlament y declarar una República de repúblicas. Imaginemos que la fuerza de dolor se organiza estratégicamente para gritar “Que se vayan todos” y continua el “procés”, aunque ahora como un proceso destituyente. La lucha de clases puesta de nuevo en un primer plano y quien desee seguir ondeando la bandera estelada, que lo haga pero sin engañarse. Una bandera no es más que una bandera, y el odio contra esta sociedad injusta y miserable no necesita ninguna para expresarse. Pero hay que ir hasta el final.

 

Chile arde: mujeres reprimidas y golpeadas // Carolina Rojas

Varios casos de abuso policial se reportaron desde los primeros días de movilizaciones, en particular desde que se decretó estado de excepción. Agrupaciones feministas encendieron alertas por la vulnerabilidad en que se encuentran estudiantes, pobladoras e inmigrantes. El Desconcierto recogió el testimonio de algunas de estas víctimas.

En El desconcierto

A las 16:30 del día sábado, Pamela Maldonado (31) estaba junto a su padre y algunos vecinos en medio del caceroleo, a pocos metros de su departamento en la comuna de Santiago. El ambiente se veía tranquilo en el sector de San Isidro. Inspeccionó la calle con una mirada rápida. Nada. Todos se veía muy normal. Subió al baño y regresó un par de minutos después.

Abajo se encontró con una imagen que la dejó paralizada: una turba de fuerzas especiales rodeó a su padre. Eran más de diez, lo acorralaron en un círculo y empezaron a patearlo.

-Les pedí que por favor pararan, porque mi papá es diabético; tiene sesenta años y lo podían matar, pero me empujaron con los escudos y no pude alcanzarlo -recuerda.

A Pamela, entre codazos, la azotaron contra una pared, mientras no podía ver qué pasaba adentro del carro policial. Ella les gritó que dónde se llevaban a su padre y le contestaron que a la Tercera Comisaría de Santiago. Recuerda que un carabinero de apellido Gallardo -que se logra ver en unos de los videos que grabó- le enterró el puño en la espalda y también la metió al furgón.

Adentro vio como su padre estaba con la nariz ensangrentada. Apenas podía respirar. Pamela quedó en shock. También pudo ver a otros detenidos, golpeados, en muy malas condiciones. Un segundo policía le puso esposas a su padre y las apretó de manera intencional.

Lo que sigue son momentos de pavor. Rumbo a la comisaría un carabinero comenzó a provocar a los detenidos, gritando contra los mapuches, “que odiaba a los comunistas” e incluso amenazó a Pamela con agredirla sexualmente.

– ¡A ver si te gusta por el culo! –le dijo para asustarla.

A esas alturas ella no podía creer los que estaba pasando, solo abrazó a su padre para que no volvieran a golpearlo.

-Después subieron a un tipo ensangrentado que gritaba por el dolor de riñones, en la constatación de lesiones supimos que era VIH positivo. En un momento pedí que me dejaran limpiarle la cara a mi papá con una botella de agua, ellos lo hicieron, pero lo ahogaban con la mezcla de agua y sangre. Era una tortura -recuerda nerviosa.

Después de pasar por el consultorio para la constatación de lesiones, los llevaron hasta la Tercera Comisaría de Santiago.

Una vez en la celda vio cómo carabineros traía a un fotógrafo, ya lo habían herido, pero lo volvieron a golpear y solo se detuvieron por la intervención de un abogado del INDH.

Los encerraron en celdas improvisadas, les negaron las frazadas, pasaron frío, y debieron soportar burlas de los mismos carabineros al reclamar por los baños inundados y llenos de heces.

A las 12:30 de la noche los soltaron. Con la poca ropa que les quedaba caminaron desde la calle San Martín hasta su hogar.

-Es de no creer, y lo que sigue será una demanda. No podemos permitir que esto siga pasando, lo que nos hicieron es completamente ilegal -dice Pamela antes de terminar la entrevista.

* * *

Constanza Acuña (29) trabaja en servicio al cliente de un supermercado del sector oriente y vive en la calle San Martín.

El sábado, cerca de las ocho de la tarde, bajó del cuarto piso de su edificio para participar de los cacerolazos. Hasta la nueve, era una manifestación ciudadana tranquila. Ella y su pololo estaban contentos.

Repentinamente un piquete de fuerzas especiales llegó al lugar. A la distancia vio cómo un grupo de carabineros empezó a correr hacia ellos. Recuerda que en ningún momento sus vecinos los atacaron. No hubo provocación.

Las personas increparon a Carabineros por el uso desmedido de la fuerza, pero no se detuvieron en su actitud violenta. Constanza, su pareja y cinco vecinos corrieron en dirección a su edificio. Alcanzaron a entrar, pero un grupo de fuerzas especiales pateó la reja, entraron y persiguieron a todos en las escaleras. Los rodearon en el cuarto piso. A su pareja y a su vecino se los llevaron detenidos y quedaron las mujeres solas.

-Golpearon a mi vecina con una luma en las piernas, a mí me tiraron por las escaleras, me quitaron el teléfono de las manos y cuando los enfrenté uno de los uniformados me apretó el cuello-, recuerda.

Constanza debió atenderse a la Posta Central por los golpes en su cuerpo, aún les cuesta tragar . Sigue asustada por la violencia que le tocó experimentar y tiene claras muestras de shock post traumático.

-No entiendo qué paso, no he podido dormir, tengo miedo de que puedan venir a buscarme, tampoco entiendo cómo pudieron llegar al punto de entrar a nuestra casa-, dice nerviosa.

* * *

Entre las cifras que entregó el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) tras las jornadas de protestas del día domingo, contabilizó 283 personas detenidas (de ese grupo 61 son mujeres), 44 heridos, 9 personas desnudadas en procedimientos policiales. Todo esto entre las comunas de Santiago, Maipú, Iquique, Antofagasta, Coquimbo, Valparaíso, Talca, Concepción, Valdivia, Temuco, Puerto Montt y Punta Arenas.

La mayoría acusó uso desmedido de la fuerza al momento de la detención, además de detenciones a niños/as, malos tratos, golpes en rostros y muslos, torturas y vejaciones sexuales, entre otras vulneraciones.

Silvana del Valle, abogada de Red Chilena Contra la Violencia hacia las mujeres, explica que la violencia político-sexual ha sido un continuo en nuestro país y en toda la región durante las últimas décadas, dado que los aparatos policiales siempre han sido educados para ser dispositivos patriarcales. Dice que eso es algo que resuena durante la dictadura en Chile y luego en el periodo post dictatorial como una característica muy marcada de las policías.

-Veían y ven con especial molestia la participación de las mujeres en movimientos sociales, la violencia que se dirige hacia ellas es específica, porque existe una molestia mayor y un intento de quitarla de los espacios públicos, por ende se traduce en violencia concretamente de orden sexual -aclara.

Dice que las mujeres detenidas estos días se encuentran en especial vulnerabilidad. Recuerda cómo en la época de las movilizaciones estudiantiles hubo ordenes especificas a fuerzas especiales de Carabineros de levantarles faldas a las escolares, y también se vio que cuando las adolescentes eran detenidas se les tomaba de sus senos o genitales y luego, cuando llegaban a los cuarteles, se denunciaron desnudamientos, malos tratos e insultos relacionados con su libertad sexual, al igual que los casos que se están conociendo estos días.

Para la abogada también hay que tener especial consideración con las mujeres migrantes, que vienen saliendo de situaciones violentas en sus países de origen, sumado a la barrera idiomática (en el caso de las haitianas), lo que genera una mayor dificultad para poder resguardar sus derechos.

-Otra arista que no estamos considerando es que en este momento las policías están preocupadas de resguardar la propiedad privada. Hoy las mujeres que son y serán víctimas de violencia no están teniendo los servicios que el estado debe proporcionar para prevenir y sancionar la violencia contra las mujeres. Me refiero a que si tú llamas a una comisaría el día de hoy para denunciar cualquier tipo de agresión de género, no se tendrá una respuesta positiva -concluye.

Felipe (29 años, pidió no mencionar su apellido) cuenta que el sábado, cerca de las siete de la tarde, iba llegando a Avenida Uno norte, cruzando por el puente que está a la altura de Libertad, en Viña del Mar, cuando vio grupo de personas manifestándose. Intentaban defenderse de Carabineros.

Sacó su celular para registrar el momento y logró fotografiar cómo fuerzas especiales de Carabineros arrastró a una joven para luego encerrarla en la maletera del vehículo policial (las fotos y videos se dieron a conocer a través de redes sociales).

-No era solo ella, había una persona más que se habían llevado en la maletera. Fue otra testigo quien pudo grabar el video donde se ve la placa del vehículo y cómo entre cuatro carabineros las empujan hasta el auto; al ver eso quedé muy preocupado por la vulnerabilidad que tenemos en este momento las personas, pese a nuestro derecho a manifestarnos y con el marco de impunidad que está operando Carabineros de Chile -comenta.

La imagen fue viralizada además por Red contra la Violencia hacia las Mujeres en su cuenta de Twitter, mientras que desde la organización comentan que están buscando más antecedentes de la víctima.

 

Estado de excepción // Nicolás Román*

Desde Santiago de Chile

Cuando llega la noche urge la vida. El toque de queda y los militares en la calle son el espanto de un Chile asfixiado por el neoliberalismo ejemplificador. Cronología de una semana que lleva 70 años.

A los nueve años mi abuelo se subió a un bus para ir a ver a su madre en un hospital. El bus tenía un militar en el techo con un fusil de asalto. Era la huelga de la chaucha, año cuarenta y nueve. 

Esas siete décadas estallan hoy. Las huelgas comenzaron con el hashtag de evasión masiva. Las convocatorias eran abundantes en redes sociales, principalmente autoconvocadas cerca de estaciones de metro por estudiantes dispuestos a traspasar torniquetes: evadir, no pagar, otra forma de luchar. Lunes, martes, miércoles, el tono de las evasiones seguía, el gobierno responde con el cierre parcial de la red de metro y con la securitización de las estaciones: perros, antimotines y bastones; al día viernes había imágenes de la policía con fúsiles premunidos de balines de goma para repelar a los evasores, principalmente estudiantes secundarios. 

Foto: EFE

La respuesta general de la protesta colapsó el tren subterráneo, las redes sociales se inundaron de videos, hashtag y enfrentamientos con la versión más ruda e indolente del Estado. La policía disparó con balines de gomas en estaciones de trenes con una estudiante que, convaleciente, apoyo la causa: no dejen de luchar. El viernes treinta minutos pasados las siete de la tarde el problema era generalizado: atochamientos, el servicio de metro suspendido, traslados que normalmente duraban cuarenta minutos duraban tres horas. 

Asimismo, las redes sociales filtraban imágenes de Sebastián Piñera, el presidente, en una cena familiar en el suburbio rico de la capital, Vitacura. Esa capital que ardió. Barricadas, cortes de calle; cacerolas desde las seis hasta altas horas de la madrugada. No había respuesta del gobierno, la incertidumbre era general. Las declaraciones de partidos de izquierda, militantes y algunos dirigentes describen el estallido social como la gota que rebalso el vaso. No hay una convocatoria centralizada, la respuesta de la oposición política parlamentaria a Piñera es fragmentada y se adentra la noche en el silencio de la Moneda, la casa de gobierno. 

La declaración presidencial fue tardía, arde la ciudad, el presidente enfatiza y condena la protesta. Un silencio incómodo persistía en medio de la declaración porque había un rumor generalizado sobre una declaración de estado de sitio, toque de queda, estado de excepción. Sin saber la especificidad de la medida posible había un ambiente crispado. La decisión final es convocar un estado de emergencia y nombrar a Javier Iturriaga del Campo como jefe de la Defensa Nacional. El siguiente en tomar el micrófono es el militar en ropa de campaña. El militar describe su tarea y en tono socarrón, al final, dice que ojalá haya eventos masivos como partidos de fútbol para tener un nuevo campeón de la liga. Después no hay silencio, hay incomodidad, rareza y nervios.

Huelga de la Chaucha – Chile 1949

El punto de prensa en el palacio de gobierno se mantiene y desfilan en el palacio de la Moneda oficiales en ropa de campaña. Los militares serán los encargados de la seguridad. Los militares son la única otra institución de la administración del Estado convocada al palacio del gobierno para manejar el estallido. La señal es clara. La única organización citada es aquella de la defensa nacional que tantas veces en el siglo XX selló con plomo protestas y revueltas con una larga lista de ejecutados, detenidos y desaparecidos en la última dictadura militar.  

Se reedita fuertemente una contestación, ya no parecida a 2011, sino similar a los años ochenta y la respuesta vuelve a ese amargo recuerdo: los militares y su larga noche dictatorial .

El estado de emergencia y el posterior toque de queda crispan los debates sobre la política y la insistente discusión sobre democracia y dictadura que marca la transición chilena. Esta discusión se basa en los pactos constitucionales del neoliberalismo: sistema de ahorro forzoso como fracaso de la previsión social, educación y salud como sistemas privados y una larga lista de amarres hechos en la dictadura y prolongados en la constitución que, desde el ciclo de luchas estudiantiles entre 2006 y 2011, se cuestionan por distintas vías.  

Esta protesta social, los caceroleos masivos, el colapso del transporte público en una jornada extendida de descontento y hastío reedita fuertemente una contestación, ya no parecida a 2011, sino que similar a los años ochenta y la respuesta vuelve a ese amargo recuerdo: los militares y su larga noche dictatorial. Ante la ausencia de política, ante la ausencia de una convocatoria de la sociedad civil para responder el problema del transporte, el gobierno acude a la fuerza militar. Esa es su política con la voluntad de cierre del escenario, pero el telón se rasga con la insubordinación general. Esta apertura es indeterminada ante la confusión de las fuerzas de izquierda, frente a la indolencia de una clase política en su peor versión en la administración de la jaula de hierro.

El tablero político tiene un repertorio escueto ante la crisis y la disputa social apunta a sacudirlo, pero frente a quince días de caras pintadas en la calle y a la restricción de la circulación nocturna, más la invocación del andamiaje legal de la dictadura –ley de seguridad del Estado mediante– las rasgaduras parecen incinerar el tablero.

Pasa una hora del toque de queda. El ruido sigue. La protesta enciende la calle. El traqueteo de los helicópteros se mezcla con cacerolas, gritos, saltos y la pólvora suspendida en las barriadas santiaguinas. La noche va a ser larga, la penumbra en Chile ha sido larga, su democracia está rota, es un estado de excepción. 

*Nicolás Román, editor de www.revistarosa.cl

A los nueve años mi abuelo se subió a un bus para ir a ver a su madre en un hospital. El bus tenía un militar en el techo con un fusil de asalto. Era la huelga de la chaucha, año cuarenta y nueve. 

Esas siete décadas estallan hoy. Las huelgas comenzaron con el hashtag de evasión masiva. Las convocatorias eran abundantes en redes sociales, principalmente autoconvocadas cerca de estaciones de metro por estudiantes dispuestos a traspasar torniquetes: evadir, no pagar, otra forma de luchar. Lunes, martes, miércoles, el tono de las evasiones seguía, el gobierno responde con el cierre parcial de la red de metro y con la securitización de las estaciones: perros, antimotines y bastones; al día viernes había imágenes de la policía con fúsiles premunidos de balines de goma para repelar a los evasores, principalmente estudiantes secundarios. 

Foto: EFE

La respuesta general de la protesta colapsó el tren subterráneo, las redes sociales se inundaron de videos, hashtag y enfrentamientos con la versión más ruda e indolente del Estado. La policía disparó con balines de gomas en estaciones de trenes con una estudiante que, convaleciente, apoyo la causa: no dejen de luchar. El viernes treinta minutos pasados las siete de la tarde el problema era generalizado: atochamientos, el servicio de metro suspendido, traslados que normalmente duraban cuarenta minutos duraban tres horas. 

Asimismo, las redes sociales filtraban imágenes de Sebastián Piñera, el presidente, en una cena familiar en el suburbio rico de la capital, Vitacura. Esa capital que ardió. Barricadas, cortes de calle; cacerolas desde las seis hasta altas horas de la madrugada. No había respuesta del gobierno, la incertidumbre era general. Las declaraciones de partidos de izquierda, militantes y algunos dirigentes describen el estallido social como la gota que rebalso el vaso. No hay una convocatoria centralizada, la respuesta de la oposición política parlamentaria a Piñera es fragmentada y se adentra la noche en el silencio de la Moneda, la casa de gobierno. 

La declaración presidencial fue tardía, arde la ciudad, el presidente enfatiza y condena la protesta. Un silencio incómodo persistía en medio de la declaración porque había un rumor generalizado sobre una declaración de estado de sitio, toque de queda, estado de excepción. Sin saber la especificidad de la medida posible había un ambiente crispado. La decisión final es convocar un estado de emergencia y nombrar a Javier Iturriaga del Campo como jefe de la Defensa Nacional. El siguiente en tomar el micrófono es el militar en ropa de campaña. El militar describe su tarea y en tono socarrón, al final, dice que ojalá haya eventos masivos como partidos de fútbol para tener un nuevo campeón de la liga. Después no hay silencio, hay incomodidad, rareza y nervios.

Huelga de la Chaucha – Chile 1949

El punto de prensa en el palacio de gobierno se mantiene y desfilan en el palacio de la Moneda oficiales en ropa de campaña. Los militares serán los encargados de la seguridad. Los militares son la única otra institución de la administración del Estado convocada al palacio del gobierno para manejar el estallido. La señal es clara. La única organización citada es aquella de la defensa nacional que tantas veces en el siglo XX selló con plomo protestas y revueltas con una larga lista de ejecutados, detenidos y desaparecidos en la última dictadura militar.  

Se reedita fuertemente una contestación, ya no parecida a 2011, sino similar a los años ochenta y la respuesta vuelve a ese amargo recuerdo: los militares y su larga noche dictatorial .

El estado de emergencia y el posterior toque de queda crispan los debates sobre la política y la insistente discusión sobre democracia y dictadura que marca la transición chilena. Esta discusión se basa en los pactos constitucionales del neoliberalismo: sistema de ahorro forzoso como fracaso de la previsión social, educación y salud como sistemas privados y una larga lista de amarres hechos en la dictadura y prolongados en la constitución que, desde el ciclo de luchas estudiantiles entre 2006 y 2011, se cuestionan por distintas vías.  

Esta protesta social, los caceroleos masivos, el colapso del transporte público en una jornada extendida de descontento y hastío reedita fuertemente una contestación, ya no parecida a 2011, sino que similar a los años ochenta y la respuesta vuelve a ese amargo recuerdo: los militares y su larga noche dictatorial. Ante la ausencia de política, ante la ausencia de una convocatoria de la sociedad civil para responder el problema del transporte, el gobierno acude a la fuerza militar. Esa es su política con la voluntad de cierre del escenario, pero el telón se rasga con la insubordinación general. Esta apertura es indeterminada ante la confusión de las fuerzas de izquierda, frente a la indolencia de una clase política en su peor versión en la administración de la jaula de hierro.

El tablero político tiene un repertorio escueto ante la crisis y la disputa social apunta a sacudirlo, pero frente a quince días de caras pintadas en la calle y a la restricción de la circulación nocturna, más la invocación del andamiaje legal de la dictadura –ley de seguridad del Estado mediante– las rasgaduras parecen incinerar el tablero.

Pasa una hora del toque de queda. El ruido sigue. La protesta enciende la calle. El traqueteo de los helicópteros se mezcla con cacerolas, gritos, saltos y la pólvora suspendida en las barriadas santiaguinas. La noche va a ser larga, la penumbra en Chile ha sido larga, su democracia está rota, es un estado de excepción. 

*Nicolás Román, editor de www.revistarosa.cl

Revista Humo Fuente

Chile arde: la justa desobediencia civil contra la guerra neoliberal de Sebastián Piñera // Oscar Ariel Cabezas

“No son 30 pesos, son más de 30 años de abuso”

 

Como no pensar hoy en Chile a tan solo uno días del reventón social del 18 de octubre en aquella frase que en la película argentina La historia oficial (1985) uno de los estudiantes de la clase de historia, intempestivamente, le dice a la maestra: “La historia la escriben los vencedores”. La genealogía de esta frase está replegada en el centro de las formas con las que las revueltas populares han sido sofocadas o subordinadas al orden social dominante. La historia oficial en Chile no ha dejado de ser desde 1989, año en que se inicia la transición democrática, la historia escrita por quienes diseñaron el modelo neoliberal más exitoso de la región.

 

La evasión del boleto del metro iniciada por los estudiantes, mayoritariamente secundarios, ha sido apoyada de manera espontánea por una sociedad civil que había permanecido en silencio. La ruptura del silencio de las clases sociales más desposeídas rápidamente detonó la dinamita contra los abusos del gobierno de Sebastián Piñera. La sociedad chilena vuelve a despertar después de que los eventos del 2006 por la gratuidad de la educación (revolución pingüina) y la rebelión de los estudiantes universitarios (2011) pusieran en peligro la estabilidad del orden neoliberal. Un orden sostenido fundamentalmente por el pacto de las izquierdas tradicionales que se agrupan en la Concertación y la Nueva Mayoría y por una clase media con enorme capacidad de consumo y endeudamiento. 

 

En el marco de la revuelta estudiantil contra la privatización desmesurada de la educación y el robo sistemático a los estudiantes aparecieron dirigentxs estudiantiles tales como Camila Vallejo, Giorgio Jackson, Daniel Boric, Francisco Figueroa, entre otrxs. Lxs dirigentxs estudiantiles eran reconocidos por carisma político, formas asamblearias de organización, toma de decisiones y una voluntad de cambio sin precedentes. El movimiento estudiantil generó una especie de mística y renovó las prácticas de la protesta incorporando performance, batucadas y usos políticos del cuerpo que innovaron la lógica de la protesta y resistencia a “la educación heredada del pinochetismo”. La innovación de las formas de protesta  y el contenido ético de la consigna del fin al lucro en la educación permitió que el movimiento estudiantil captara el alma de una sociedad civil atolondrada y ensimismada en el consumo. El movimiento social estudiantil devolvió la ciudadanía política a una población domesticada en lo más íntimo de su subjetividad por el sistema crediticio.

 

Como efecto de los trucos universitarios que un Piñera joven titulado en Ingeniería Comercial aprendió en la Universidad de Harvard, el ciudadano crediticio o creditcard —como lo llamó Tomás Moulian en su seminal ensayo El consumo me consume (1999)pasó del empoderamiento que lo negaba como ciudadano político (pero lo realizaba en el paraíso de los malls) a ser un apremiado e insignificante sujeto endeudado. El endeudamiento, la falta de una cultura que detenga las pulsiones auto-agresivas y los instintos autófagos, la culpa del moroso, la competencia liberal y desafectada hasta la crueldad han dominado la sociedad neoliberal desde la intimidad. Las deudas y el fantasma de una vejez sin posibilidades de ser vivida de manera digna son recurrentes en el “oasis neoliberal” de América Latina. El endeudamiento con casas comerciales y bancos a propósito de las famosas tarjetas de crédito en las que está implicado el actual mandatario de Chile no deja de atormentar a más de cinco millones de chilenos. Lo que el movimiento estudiantil del 2011 hizo fue convertir el fenómeno de la deuda en educación sobre la denuncia al robo y el descaro con que el lucro en la educación constituye hasta el día de hoy un fenómeno no resuelto.

 

El reventón de los estudiantes, sin duda, fue en parte facilitado por el primer gobierno de Piñera que derrotó al candidato de la concertación (Eduardo Frei-Ruiz-Tagle) y se hizo con un gobierno que en materia de programas políticos y sociales no se distinguía mucho del de su antecesora Michel Bachelet, quien tuvo que lidiar con el reventón de más de ochocientos mil estudiantes secundarios el 2006. Pero quizá se pueda decir que para los estudiantes del 2011 fue más fácil reconocer en la derecha de Piñera un enemigo cuyos vínculos con las evasiones millonarias y el descaro en el negocio de la educación privada habían sido mayores que la complicidad del gobierno de Bachelet con el modelo heredado de la dictadura de Pinochet. Se sabe, por ejemplo, que Piñera está, entre varios delitos más, involucrado en la evasión de 2.862 millones de pesos chilenos. Esto no solo lo convierte en uno de los mayores evasores de impuestos de la nación, sino también en uno de los más grandes gánsteres de la política chilena.

 

La rebelión social del 2011 se hizo contra la política gansteril de Piñera y bajo su gobierno la ciudadanía recuperó la dignidad de la política. La sociedad civil de chilenos y chilenas junto al movimiento social de estudiantes del 2011 desencadenaron uno de los acontecimientos políticos más importantes del siglo veintiuno. El 2011 la crisis escaló rápidamente y la consigna del fin al lucro en la educación no solo parecía irrenunciable, sino que además, logró acoplarse a movimientos sociales preocupados por el negocio de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones). La rebelión de los estudiantes logró sensibilizar a los sectores ultrajados por el robo legalizado de uno de los negocios más rentables en toda la historia de los ultrajes del modelo neoliberal. Una AFP es un negoción aún más rentable que la posesión de un banco.  Si Bertolt Brecht hubiese vivido el tiempo de las AFP en Chile hubiese tenido que modificar su frase y decir: “Robar una AFP es un delito, pero más delito es fundarla”.

 

Las “AFPs” encargadas de inmunizar y velar por las pensiones de hombres y mujeres que durante toda su vida trabajaron y que con suerte han llegado sanos a su vejez viven vampirizadas por una institución cuyo único fin es el lucro a través del robo de la vida ajena. Este fenómeno tiene exactamente las características de lo que en el lenguaje del marxismo se conoce como capitalismo por desposesión. El vampirismo de las AFP surgió justo en el momento en que el mundo de vida de la sociedad chilena comenzaba a ser completamente tomado por la “razón neoliberal”. En los años ochenta la fundación de las AFP coincide con la precarización laboral y el intento de la dictadura por resolver el desempleo a través de lo que se conoció como el Programa de Ocupación para Jefes de Hogar (POJH). Vampirismo y desposesión de la vida de millones de chilenas y chilenos han sido prácticas institucionalizadas desde los primeros años de la dictadura.

 

Sin embargo,  tal como lo muestra el libro de Tomás Moulian, Chile actual: Anatomía de un mito (1997), es solo en los años ochenta que el dispositivo de terror (golpe militar, torturas y desapariciones) logra entrelazarse al dispositivo de saber (Constitución de 1980), esto es, una sofisticada máquina conceptual cuya potencia ha permanecido en el tiempo asegurando un poder ilimitado a las Fuerzas Armadas y a las instituciones neoliberales que vampirizan y desposeen de las posibilidades de una vida democrática a la mayoría de los chilenos. Las AFP son una de las peores cloacas destinadas a denigrar la vida. Se trata de un tipo de institución que degrada la vida mediante el robo de la energía de vida humana para convertirla en capital que se usa para el enriquecimiento de gánsteres de cuello y corbata. El movimiento social contra las AFP es un movimiento contra una de las peores herencias de la dictadura. Este movimiento no siempre aparece vinculado a otros movimientos de protestas. Su lucha básicamente consiste en que el sistema de pensiones debe pasar a manos del Estado. Para que esto llegue a ocurrir habría que cambiar  prácticamente todo el sistema institucional heredado de la dictadura y consolidado durante la llamada transición a la democracia.

 

Una de las instituciones que habría que cambiar de raíz y que es parte de los más sentidos malestares de la ciudadanía es el sistema de Isapres. Las Isapres constituyen verdaderas máquinas de extracción de dinero ganado con el sudor de las chilenas y chilenos, y funcionan generando todo tipo de corruptelas entre el negocio de los médicos —que producidos por un sistema orientado a la ganancia del dinero la mayoría ya no trabaja por vocación— y el del incremento de la tasa de ganancia de farmacias orientadas al lucro. La salud no es un bien social  garantizado, sino el privilegio de las clases medias y acomodadas. Pero en un país donde la salud es también uno de los negocios rentables del sistema neoliberal nadie puede sentirse seguro. Los médicos no son confiables, nunca se está seguro de si el examen que le han pedido es parte de las estrategias de extracción de dinero o si es realmente una necesidad del conocimiento médico.

 

Las Isapres han convertido los hospitales en casinos en los que el paciente va a probar su suerte. Nadie está seguro en un hospital donde la mayoría de los médicos que trabajan en el sistema privado han dejado de profesar su saber médico por vocación y lo han convertido en el medio para ensanchar ganancias a costa de la vida de la ciudadanía. En un país que funciona sin equidad en salud, si no se tiene un médico amigo todo médico te parecerá un mata-sanos. Este sistema de salud privatizado hasta el tuétano y orientado sin piedad al lucro deja fuera de este bien social a las clases subalternas, a los más desposeídos, a los inmigrantes que deben morir en la indignificación del mundo de vida.  El sistema de salud estatal es uno de los más débiles de América Latina y bajo las condiciones del neoliberalismo extremo no tiene ninguna posibilidad de prosperar. Las Isapres son uno de los núcleos neurálgicos del sistema neoliberal y junto a las AFP y el endeudamiento bancario componen el malestar de la sociedad chilena o lo que algunos seguidores de Pierre Bourdieu suelen llamar violencia estructural y estructurante. 

 

Esta violencia ha venido estructurando la sociedad chilena desde antes de que se produjera el pacto democrático con los militares el año en que parecía que la democracia —después de 17 años de una dictadura genocida— se consolidaba trayendo la “alegría” según la famosa consigna del NO. La alegría nunca llegó y lo que se impuso, siguiendo la lectura, por ejemplo, de analistas como Nelly Richard y, recientemente, Miguel Valderrama fue la postdictadura. Este concepto, en su complejidad, designa la imposibilidad de dejar de hablar de la continuidad de la dictadura.  Si el concepto tiene algún sentido, más allá de toda su problemática con la memoria de una izquierda en duelo o derrotada, lo tiene como concepto que tensa el dispositivo de la democracia. En otras palabras, el Chile actual que logró configurarse a través del dispositivo del terror y el dispositivo del saber (constitución del 80) requería un tercer dispositivo; el dispositivo de la democracia. Es este dispositivo el que aseguró el Frankenstein de lo que conocemos como sistema neoliberal y del que hoy el dispositivo de la democracia parlamentaria es su más fiel sostenedor.

 

La democracia aseguró la imperceptibilidad del primer dispositivo y la elasticidad del segundo en el simulacro del dispositivo de la democracia. Ha sido la democracia pactada con la dictadura cívico-militar la que le ha dado respiración a la idea de la postdictadura, es decir, a la dictadura que no deja de pasar porque ninguno de sus dos dispositivos ilegítimos y antidemocráticos fueron destruidos. La historia oficial ha sido la historia escrita por los vencedores. Lo siniestro de la historia del neoliberalismo en Chile es que el espacio de la democracia ha sido siempre el espacio reterritorializado por la dictadura cívico militar. La izquierda tradicional  (Concertación y Nueva mayoría) no produjo el orden neoliberal y, sin embargo, lo legitimó poniéndolo en marcha desde 1989 hasta el día de hoy en el que a un gánster de la política se le ocurre sacar a los militares como en los mejores tiempos de la dictadura de Pinochet.  Piñera y su ministro del interior pueden decretar un estado de excepción constitucional, precisamente porque el estado de excepcionalidad es lo que la democracia nunca logró abolir, es decir, el dispositivo del terror con el que se inició en 1973 “la operación masacre” siempre ha estado en la esencia de la democracia en Chile.

 

El terror ha mutado, sin duda, y ha obtenido sus movilidad en la desafección y la crueldad de las instituciones neoliberales. La desafección y la crueldad neoliberal no solo amenaza las posibilidades de la vida laboral, la salud, la vivienda, la educación,… también están amenazados y en vías de extinción los espacios públicos y los servicios vitales para la existencia del mundo de vida. El exceso de vehículos, la contaminación, el encarecimiento de servicios básicos como el agua y la luz, la desposesión y captura de los espacios de recreación común como lagos, parques y playas, la desposesión y captura de los medios de comunicación masiva. El dispositivo de la democracia neoliberal subsumido en la lógica de la desafección y la crueldad ha puesto en peligro sistemáticamente patrones mínimos de civilización.

 

El malestar contra Piñera es también un malestar con este dispositivo de cultivo de la vida hedonista mediante el acceso de rapiña de dinero por parte de una clase media frustrada y sin, muchas veces, la comprensión política de que el cultivo de la vida hedonista es el comienzo del fin de cualquier proyecto de modernidad, de cualquier posibilidad de imaginar una civilización. La clase media, compuesta, en el  Chile de hoy por un sector importante de jóvenes que no vivió el terror de la dictadura y que, por lo mismo, no tiene miedo a desafiar a Fuerzas Especiales de Carabineros ni a los militares que el gobierno cobarde de Piñera ha sacado a la calle, activando el recuerdo del dispositivo del terror, junto a los sectores más desposeídos de los usuarios del metro de Santiago es la que ha provocado el rechazo a un gobierno de ineptos. La desobediencia civil ha recompuesto el rechazo a la violencia neoliberal.

 

Así la guerra que desde el dispositivo de la democracia evoca Sebastián Piñera “estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable” no es muy distinta de la que su mentor en los peores años de la dictadura sentenciaba “si estamos en guerra señores, si la guerra no ha terminado”. Se equivocaban algunos jóvenes sociólogos chilenos, ansiosos por réditos en el sistema electoral,  cuando decían que en Chile Pinochet es algo que está en el pasado. La guerra de Piñera tiene su origen en el terrorismo de Estado que en Chile se ha prolongado. La defensa legítima de una sociedad civil que padece descontento generalizado y el simulacro de democracia y equidad no se detendrá. Las clases subalternas y la clase media frustrada que conforma la mayoría de los chilenos y chilenas, al igual que lo hicieron el 2006 con la revolución Pingüina y el 2011 con la rebelión contra el lucro en la educación, han despertado de la ilusión de que el neoliberalismo es un proyecto deseable y, más aún, vivible. Este despertar que emerge como desobediencia no solo es legítimo, sino deseable para un país que dominado por la herencia del pinochetismo carece de porvenir.

 

La evasión del boleto de metro, la asonada diaria de cacerolas de los sectores populares y la clase media descontenta, han desatado la rabia contenida, acumulada desde el mundo de vida cotidiano, desde el uso diario de los servicios de transporte público, desde el estrés y la violencia que significa conducir en una ciudad altamente contaminada y desbordada por el parque automotriz. La sensación de estos conductores es muy próxima a la de Michael Douglas en el film Un día de furia [Falling Down] (1993); es precisamente esa mosca en el auto que irrita la furia del protagonista con la que día a día deben lidiar todos los chilenos y chilenas. La mosca representa las complejidades de una sociedad que ha ido cambiando y que se privilegia de la migración de los hermanos y hermanas de ese dolido y desgarrado Haití al que le debemos el haber iniciado los primeros connatos emancipadores de la región en el siglo XIX y del que la sociedad chilena deberá aprender. Deberá aprender a abrirse a modos de hospitalidad que no tienen ninguna cabida en el espacio de la democracia neoliberal que hoy lidera la derecha extremista de Sebastián Piñera. Entre los miles de inmigrantes latinoamericanos están también los venezolanos que creen “en el mito del milagro de la economía chilena” y que  avalados por el odio que promueve la derecha chilena gritaban a fines de febrero del 2019 “comunistas maricones, les mataron sus parientes por huevones”; tampoco ellos podrán tener una vida digna en un sistema neoliberal como el chileno. El “oasis de América Latina” se ha derrumbado y el odio contra los desposeídos que claman por un mundo de vida que permita a todxs gozar de los bienes comunes está amenazado. Es lo que deben entender los amigxs que vienen de Venezuela a integrar las filas de la uberización de la ciudad de Santiago, pero sobre todo, es lo que debe también entender la casta de derecha e izquierda que se han acomodado en un sistema político que ya no da a basto, que se desborda por todos lados produciendo la posibilidad de que el neofascismo sea, en el Chile actual, un fenómeno mucho peor que el que recientemente pudimos ver ficcionalizado en el film Araña (2019) de Andrés Wood.  

 

El neoliberalismo y su forma democrática, sostenida por el dispositivo de una  guerra “contra un enemigo implacable” no es otra que la guerra fratricida contra las poblaciones desposeídas de un mundo de vida posible y deseable en medio de una catástrofe global.  Las asonadas de protesta social que han dicho basta a los abusos, basta al despojo de la vida, basta a la persecución de vendedores ambulantes, basta al abuso y la violencia que la policía de carabineros ejerce como prolongación de la violencia clasista y racial en los inmigrantes, en las mujeres, en los estudiantes. La guerra de la que habla Piñera es una guerra que él y su gobierno hacen en nombre del “Orden constitucional” ilegítimo de 1980, de los negocios millonarios con las transnacionales, de los privilegios del empresario-gánster que denigra el Estado y lo pone a disposición de los interesas de las oligarquías financieras del capitalismo nacional. Esa guerra es la guerra contra la sociedad civil entera. Lo demás es el montaje justificatorio que con ayuda de los medios de comunicación, aliados a la empresa neoliberal, producen las imágenes de los incendios, promueven la infiltración de los supuestos grupos anárquicos que provocan el desorden y los ataques de vandalismo… Piñera tiene a su servicio los canales de televisión mediocre que masifican imágenes del caos mientras él saca con la entereza del legado de la democracia de Pinochet los militares a las calles para sitiar avenidas principales, parques de recreación para infantes, las grandes alamedas y los centros comerciales, asustados por el “desmadre” de los saqueos. 

 

La guerra de Piñera es la misma que el alcalde Felipe Alessandri (Municipio de Santiago) en complicidad con el Ministerio de Educación llevaron a cabo contra los estudiantes secundarios del Instituto Nacional. La guerra que tortura y reprime a estudiantes no solo es una guerra injusta, sino inmoral, descarada, una guerra desalmada contra la civilidad, contra patrones mínimos de convivencia social. La guerra de Piñera y antes la del gobierno de la Concertación Democrática es la guerra racista contra las comunidades mapuches en el sur de Chile, una guerra que sigue derramando sangre en complicidad con el capital de empresas forestales y el Estado  de Chile.  Es una guerra a la que con toda razón el sociólogo Tito Tricot en su ensayo Aukan. Violencia histórica chilena y resistencia mapuche (2017) ha llamado “guerra de baja intensidad” por parte de un “estado terrorista” que asesina y siembra el terror en la región de la Araucanía.  La guerra que promueven Piñera y su gobierno es una guerra fratricida, es una guerra en que el enemigo implacable son y somos todxs lxs chilenxs.      

 

El toque de queda decretado por la derecha extremista de Piñera desoculta la verdad de la democracia militarizada del neoliberalismo chileno. Pero también desoculta el compromiso de la televisión amarilla a la que, sin duda, se le opone el trabajo espontaneo de resistencia en las redes sociales. Militares contra cacerolas, bocinas contra los fusiles son las armas de la desobediencia civil. La manera que la sociedad civil ha respondido a la guerra de Piñera ha sido mayoritariamente con cacerolas. En la memoria de las protestas de comienzos de los ochenta la historia de la cacerola es la historia del conato de resistencia popular que logró unir a la izquierda y poner fin a la dictadura de Pinochet. Ha sido la cacerola y no la hipostasis mediática de los incendios —probablemente muchos de ellos producidos por el montaje del propio gobierno— el arma que la población chilena ha encontrado para articular el clamor de la protestas contra un sistema inviable.  

 

El toque de queda que decretó Piñera ha activado la memoria del viejo terror, los monstruos que hicieron doler la carne viva de millones de chilenos y chilenas que creyeron en el gobierno popular de Salvador Allende.  Pero esta memoria no es solo la memoria de los que vivieron el golpe y que a costa de arriesgar su vida lucharon por el retorno de la democracia. La memoria de la resistencia es heredada a los jóvenes y esto tiene una potencia insospechada porque los jóvenes, los estudiantes no tienen miedo al toque de queda. El estado de excepción de la constitución ilegítima les es extraño. Si los estudiantes han liderado los acontecimientos más importantes del 2006, el 2011 y el de la evasión al boleto del metro es porque el miedo les es ajeno. El gobierno de Piñera tendrá que lidiar con ellos. ¿Qué hará? ¿Los va a asesinar como lo hizo la dictadura de Pinochet? ¿Va a degollar a sus profesionales honestos y en resistencia? ¿Encerrará en la cárcel a millones? ¿Reproducirá los campos de concentración? ¿Encerrará a nuestrxs músicos en el estadio que hoy lleva el nombre de Víctor Jara? Los estudiantes no pueden quedarse solos, su consigna “Basta de neoliberalismo en Chile” debe calar de manera profunda en los sectores de esa izquierda que, si bien ha colaborado en mantener el dispositivo de la democracia neoliberal, debe sumarse a una demanda que deberá ser de largo aliento.

 

La izquierda acomodada y tradicional debe desacomodarse, debe volver a pensarse como una alternativa a la democracia neoliberal. Los militantes que aún creen en los bienes comunes que se necesitan para que el mundo de vida prolifere requiere del entrelazamiento fuerte entre las organizaciones estudiantiles y los movimientos sociales. La izquierda acomodada debe pasar a constituir su desacomodo pensando la posibilidad de una nueva institucionalidad, de un nuevo gobierno que recupere el sentido de la democracia y la igualdad social. La izquierda no puede seguir tolerando dentro de sus filas a senadores que supuestamente son socialistas y que, antes de que el Ministro del Interior de la derecha se pronunciara, llamaba a reprimir a los estudiantes que evadían el pago del boleto del Metro. Esa izquierda es la que hay que abandonar.  Los movimientos sociales deben buscar sus aliados en los sectores que han entendido la desobediencia civil de la evasión y el reventón social de la sociedad chilena como una crítica al sistema neoliberal en su conjunto. Esos sectores de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores), del Movimiento Feminista, del PC (Partido Comunista) y del FA (Frente Amplio), entre otros,  han dado muestra de que no se inscriben en la mediocridad de una izquierda (neoliberal y electoralista) incapaz de estar a la altura de los movimientos sociales y de los estudiantes y su justa desobediencia en el 2006, el 2011 y hoy, en el 2019, en el Instituto Nacional y en los que detonaron la revuelta popular por las evasiones en el Metro. 

 

La estrategia de los gobiernos que han ayudado a sostener la democracia neoliberal  ha sido siempre la de parcializar, fragmentar, reducir las luchas a reivindicaciones y normalizar la sociedad neoliberal hasta un próximo reventón. Sin embargo, quizá, sea hora de que este reventón escale hasta la huelga general y se convierta de una vez en la posibilidad de un mundo de vida en el que ni la represión a los estudiantes, a los vendedores ambulantes, a los inmigrantes haitianos,  a las mujeres que luchan, a las disidencias sexuales, a los obreros de la minería y de la pesca, a los mapuches, a las minorías étnicas, ni los estados de excepción tengan lugar. Para que eso ocurra la izquierda (no tradicional y anti-neoliberal) y los movimientos sociales deben ocupar las instituciones capturadas por un sistema que se sostiene sobre el simulacro del dispositivo de la democracia. Piñera no solo debe renunciar y convocar a elecciones, la izquierda debe iniciar un nuevo comienzo por fuera de todo el acomodo que ha caracterizado los largos años de militarización en Chile y que hoy encuentran su verdad en la artimañas del gobierno militar de Piñera.  Esto significa que para ser hoy de izquierda no es suficiente recitar el ABC del neoliberalismo hay que pasar a la consolidación de un gran movimiento ciudadano que haga desde la estructuras parlamentarias heredadas del régimen de Pinochet una asamblea constituyente que derogue la genealogía ilícita de una constitución que protege a los oligarcas de siempre y militariza la vida de la sociedad chilena.

 

La asonada de cacerolas y la revuelta popular es el derecho legítimo de la inmensa mayoría  de chilenas y chilenos a la autodefensa de una violencia estructural y estructurante. Pero habrá que pasar de la rabia y la desobediencia a las estrategias que permitan una articulación política capaz de fundar un mundo de vida con instituciones orientadas a la vida en común.  Es la hora de declarar el comienzo del fin de una sociedad oprobiosa, injusta y basada en las enormes desigualdades sociales. Que las cacerolas suenen hoy toda la noche en los odios insensibles de los continuadores del legado de la dictadura y que comience el clamor de una nueva constitución para Chile.    

 

La clínica psicoanalítica: un modo de leer y de escribir (Parte II) // Lila María Feldman

Por azar,  o por asociación libre en realidad, trajo un escrito, que terminó de escribir mientras subíamos en el ascensor. Y me lo leyó. Y fue fundacional. Dijo que analizarse era como escribir («venir acá es como escribir. No sé bien porque empecé a venir, ni porqué vengo cada día, y menos lo que voy a decir. Y entonces hablo, y descubro algo que me toca el cuerpo. Venir acá es como escribir»). Lo dijo porque lo descubrió, lo sintió en el cuerpo. Ese fue el día en el que probablemente el consultorio mutó en espacio de análisis.
En ese escrito, ya lo conté, ya lo escribí, habló de la imposibilidad de creer, de encontrar sentido, del derrumbe de viejas y originarias creencias, pero también de las que no se perdieron porque fueron hallazgo y descubrimiento. La más importante: lo que se descubre en el propio cuerpo, algo así como una sensibilidad particular a algo que a partir de allí nos concierne. Para siempre.
Y hoy Joaquín empieza hablando de una persona sobre la que escribió hace un tiempo, y sus creencias religiosas, creencias que le permiten vivir. Luego, sigue diciendo, y habla de sus propias viejas dudas, que se han ido desvaneciendo, y habla también del empuje de las cosas que vive, que hace, y que escribe. Sobrevuela emoción hoy, mientras lo cuenta.  Y dice: «yo antes creía que lo opuesto a duda era certeza, y que yo certezas no iba a tener, nunca. Ahora pienso que es como vos dijiste una vez, que tal vez lo opuesto a duda no es certeza sino convicción, o deseo. Yo ahora lo siento así, porque me nace del pecho, esto que estoy haciendo. Quiero creer que está convicción no se me va a ir nunca…»
Le dije que me está contando acerca de lo que cree, de sus propias creencias. A diferencia de las creencias religiosas, estas son más bien convicciones, creer aquí no es un acto de fe, sino que es apostar. Tener un deseo también es apostar, sostenerlo, defenderlo, abrazarlo.
Si en algo creemos les psicoanalistas, es en las apuestas.
No es religión, no es magia. Es el trabajo del psicoanálisis.

COMUNICADO PÚBLICO DE LA COORDINADORA ARAUCO MALLECO

A nuestro pueblo nación mapuche, en solidaridad con el pueblo chileno en lucha, como Coordinadora Arauco Malleco, declaramos lo siguiente:

– Kiñe: Que, frente al estallido del pueblo chileno contra el orden establecido, la institucionalidad burguesa opresora y sus prácticas neoliberales, en primer lugar, solidarizamos con las justas demandas sociales que, si bien entendemos, no tienen conducción política de la izquierda revolucionaria, sí representan el justo y digno clamor de un pueblo oprimido por las políticas neoliberales que ya hizo crisis por la avaricia y la ambición de los poderosos, quienes no dudan en imponer a sangre y fuego sus políticas neoliberales, extractivistas y depredadoras, arrasando así los territorios y los derechos de la gente en general.

– Epu: Que, en el marco de estas luchas impregnadas de rebeldía, rabia y dignidad, reivindicamos el legítimo derecho a la rebelión por parte del pueblo chileno oprimido, toda vez que la gobernanza neoliberal impone políticas económicas sólo en beneficio de los grandes grupos económicos y que, a la hora de las movilizaciones, no tardan en responder con feroz represión en contra de las resistencias, sacando inclusive a los militares a la calle, quienes en su historial sólo cargan genocidio al pueblo mapuche y masacres a la clase trabajadora y los sectores populares organizados, y quienes sin pudor, aún muestran sus manos llenas de sangre de la dictadura de Pinochet, siempre con el objetivo de proteger la oligarquía opresora tanto de chilenos como mapuche.

– Küla: En este mismo contexto, y tomando en consideración la lucha de nuestro pueblo mapuche, hacemos un llamamiento a dar continuidad con mayor fuerza a la disputa territorial y la resistencia en contra del poder burgués, como lo venimos haciendo hace más de dos décadas. Trabajar y luchar sin tregua y sin temor hasta el desalojo total de las forestales, centrales hidroeléctricas y todas las demás inversiones capitalistas amparadas en este régimen colonial, cuyo objetivo sólo se logra a través de las expresiones de resistencia y organizaciones consecuentes de nuestro pueblo nación mapuche unidas en una propuesta política y revolucionaria para la liberación nacional mapuche, sustentada en nuestras líneas estratégicas para la reconstrucción nacional a través de la resistencia y control territorial.

– Meli: Sin duda que este proceso de liberación nacional mapuche se vislumbrará mejor cuando las y los oprimidos del pueblo chileno comiencen a levantar un verdadero proyecto de izquierda de raigambre y representación popular, de los trabajadores y revolucionarios, que no caiga en las formas ya desgastadas de hacer política, con pseudos líderes pequeño burgueses, traidores y lacayos representados por el Frente Amplio y la Nueva Mayoría.

– Kechu: Por último, llamamos a nuestro pueblo nación mapuche a continuar con la reconstrucción, a dar continuidad con el proceso, a fortalecer y aumentar la resistencia creando nuevos ORT y grupos de combate. A seguir con el control territorial y las legítimas reivindicaciones y defensa de nuestro Wallmapu.

Nuestro mejor saludo frente al descontento de las y los oprimidos serán nuestros chem, las acciones de resistencia contra los verdaderos enemigos, los capitalistas, los poderosos!!

La lucha mapuche es por territorio y autonomía para la reconstrucción nacional, sentando las bases para la verdadera liberación nacional mapuche!!!

La liberación nacional mapuche sólo se logrará con la liberación del pueblo chileno!!!

WEUWAIÑ – MARRICHIWEU!!!
COORDINADORA ARAUCO MALLECO.

 

Sobre el nuevo pueblo chileno // Víctor Orellana

El enjambre de aparato que fue manoseado durante tantos años, el empleado público que militó en esos partidos pero que no le alcanzó para nada más que comprarse un buen grupón de tanto en tanto; ese sujeto está tan confundido como todos lo estamos. Se debate entre viejos mitos: entre pedir la renuncia a Piñera, como si esto no fuera también contra los demás, y en reponer la imagen de la protesta social de los 80′, como si estuviéramos en la lucha contra Pinochet. Hay muy poca capacidad para encarar la realidad, para ver de frente el descontento, y es lógico en cierta medida, porque la política durante todos estos años se construyó a espaldas de esa sociedad mercantilizada. Pero los mitos son malos consejeros, sean de izquierda o de derecha. No volverán los 80′, no volverá el Sí y el No.

 


Estos últimos días han sido muy esperanzadores, pero nos plantean también enormes desafíos. Trataré de sintetizar algunas ideas.

El descontento es muy grande, es muy significativo para cada persona, pero sobre todo es muy amplio socialmente. Es increíble, pero de Providencia a la Pintana, de Plaza Ñuñoa a Puente alto, la gente sale a protestar. Lo que diferencia esta expresión de otras anteriores y que fueron muy transversales -2006, 2011- es que ahora, por primera vez, hay una identificación general, hay un “ellos” y un “nosotros”. Los chilenos, los hijos del neoliberalismo, ya no sólo apoyan protestas de otros -movimiento estudiantil, por ej.- por servicios que no funcionan ni se limitan a causas puntuales, sino que se sienten globalmente parte de algo y manifiestan un hastío general. Esto ya no es sólo por el metro, es por mucho más. Están, de una parte, los que trabajan, los que se sienten abusados por servicios caros y malos; y están ellos, de otro lado, los que se benefician del trabajo de la gente. Ese “ellos” es difuso, está la clase política, los militares -que no sólo mataron en dictadura, sino que se roban la plata hoy!-, los empresarios que estafan, que cobran el triple de lo que las cosas realmente valen. Hay mucho de la dicotomía pueblo-élite en esto, una polarización social.

Se caen entonces muchos mitos. La legitimidad del mercado se derrumba, la gente se da cuenta que la estafan, que le roban. Sí, es la misma gente que compra en el Cyberday, ¿quién no lo hace? La gente compra en el cyberday porque es lo que puede hacer, si da utilidad se usa, si no, no. No hay legitimidad ni encanto en eso, no hay valores de mercado que se respeten, porque todo se ve como corrupto. Sí, se puede protestar y comprar en el Cyberday, si no entendemos eso, no entenderemos nada el país en que vivimos. Caen la legitimidad del mercado y de la política, que ya venía cayendo. Cae la Iglesia, caen los militares, los carabineros. No queda casi autoridad legítima parada. Se desconfía de los medios de comunicación. Las portadas de El Mercurio ya no logran configurar el miedo que antes instalaban. Los chilenos son cada vez más conscientes que hay un empresariado que se hizo rico robando su vejez, no “emprendiendo”. Que la estructura de la sociedad no es legítima, ni justa. La televesión intenta pautear pero no puede, por cada video que muestran en el whatsapp te llega otro con un poco de realidad. Creo que lo que está surgiendo, lo que nace, es la consciencia de un nuevo pueblo. Uso la palabra pueblo porque es eso: la gente por fin se está sintiendo parte de algo. Por eso en los cacerolazos, en la protesta, no vemos gente enojada, a pesar que están enojados por los abusos; vemos gente contenta, saltando, cantando, con la felicidad de sentirse por primera vez parte de una unidad mayor, de una unidad que te da poder. Ahí surge la posibilidad de una nueva política. Al revés, en el miedo, está la fuerza de la regresión.

Es cierto, es una movilización “inorgánica”. No hay una organización social legítima que la represente, es producto de una sociedad de atomización e individualización extrema. Pero no por eso menos movilizada, he ahí la paradoja. Es que es la expresión de un país nuevo. Todos los modelos anteriores dejan de valer como valían. Para la generación de los 80′, militares en las calles significan una cosa. Para las generaciones actuales, significan otra: no tienen miedo. Tal como las tomas de las escuelas se reinventaron en 2006, y singificaron algo distinto, hoy las acciones significan de otro modo. No podemos limitarnos a reponer las distintas significaciones que cada generación hizo de las acciones; al revés, de su base, hay que ver directamente lo que ocurre, sin nostalgias. No volverán los 80′, pero tampoco volverá el 2011. Una tremenda cuota de creatividad nos mostraron los secundarios: la acción directa para desobecer. Los derechos no se piden por favor, se ejercen; la sociedad entendió que si los secundarios evadían el pago, dada las condiciones existentes, estaban haciendo algo legítimo.

Como era de esperarse, y profundizando su hunidmiento, la política no supo ni sabe responder. El gobierno está sometido a una pugna en la derecha: un sector retardatario y conservador, ligado al empresariado rentista -que ya hace meses viene protestando contra Piñera porque quiere mejores condiciones aún para rentar- está pugnando por una salida autoritaria. Aquí hay un peligro real. Es este sector el que ha convocado la violencia. No nos equivoquemos, no nos confundamos: el estado de emergencia no fue convocado para evitar la violencia, fue convocado para producirla. Ellos quieren transformar la protesta en delincuencia, en saqueo. Han creado las condiciones para ello, desde que han excluido a millones de la sociedad, cuando les han recetado SENAME y cárcel a los más pobres, un sueldo mínimo que no alcanza para vivir, cuando han creado una cultura del winner y del “vivo”, cuando ellos mismos saquean con corbata… ahora prácticamente convocan a que esas condiciones sociales deriven en lumpen. Tienen el apoyo de una prensa servil, que no pone nada de las miles de imágenes que circulan por redes sociales donde se ve, claramente, quién está provocando la violencia. Lo que ellos quieren es hacer que la gente odie a la gente, que la energía se vaya en el pueblo contra sectores del pueblo. Sobre tal base, presionar una derechización del cuadro político, aún más que la que existe.

El otro sector de la derecha no es que esté contra la militarización -o si está en contra no se atreve a decirlo-, pero tiene la lucidez de darse cuenta que esto no puede resolverse sólo con violencia y manipulación mediática. Se dan cuenta que esas salidas son inefectivas, y quieren, como han planteado Ossandón y otros, sumarse a esto y conducirlo a algún tipo de populismo de derecha. Piñera ha estado tratando de lograr síntesis entre ambas presiones, y es difícil saber cuál se impondrá. El riesgo de una salida autoritaria es real.

Del lado de las fuerzas de la vieja Concertación, la descomposición es total. El segmento que ya antes había empezado a meterse al gobierno, ese de la tecnocracia que se acomodó y capitalizó en el mercado de los servicios públicos, de los servicios caros y malos contra los que hoy cacerolea la gente; ellos ya están llamando al orden. Avalan la presencia militar. Son casi una prolongación de la derecha, lo vienen siendo hace tiempo. No es que sea “la DC”, es un grupo transversal que si está identificado con algo, es con posiciones convenientes en tecnocracia y mercados de esos que ellos mismos construyeron. Son los tecnócratas de los “paneles de expertos”, que cuidan su lugar en la cota-mil.

El enjambre de aparato que fue manoseado durante tantos años, el empleado público que militó en esos partidos pero que no le alcanzó para nada más que comprarse un buen grupón de tanto en tanto; ese sujeto está tan confundido como todos lo estamos. Se debate entre viejos mitos: entre pedir la renuncia a Piñera, como si esto no fuera también contra los demás, y en reponer la imagen de la protesta social de los 80′, como si estuviéramos en la lucha contra Pinochet. Hay muy poca capacidad para encarar la realidad, para ver de frente el descontento, y es lógico en cierta medida, porque la política durante todos estos años se construyó a espaldas de esa sociedad mercantilizada. Pero los mitos son malos consejeros, sean de izquierda o de derecha. No volverán los 80′, no volverá el Sí y el No.

El desafío tremendo es para las nuevas fuerzas. La realidad en su porfía ha demostrado que, si se quieren constituir definitivamente nuevas fuerzas políticas de cambio, no pueden reducirse a reemplazar a la agónica Concertación en el también agónico padrón electoral. Que no se trata de administrar, con un conjunto de políticas públicas parciales, la inercia que venía del ciclo anterior, ni simplemente copar el Estado para copar el Estado. La sociedad no se iba a quedar callada tras 2011. Hoy sigue manifestándose: el feminismo, las AFP, la lucha contra el agua, y ahora este estallido.

Esto parece claro, pero no lo es. Como un puro coro, a pesar de su descomposición, la vieja política marca un camino: que el movimiento popular legítimo termine. Con militares o golpes de efecto, contentos o tristes, como sea; quieren que acabe rápido como posiblidad de cambio porque están asustados. Si las nuevas fuerzas, por el argumento que sea, se ponen en disposición de acabar con el movimiento como si hubiera sido un exabrupto que interrumpía su calendario electoral, si las nuevas fuerzas se ponen ansiosas tratando de procesarlo rápidamente por el miedo a ser apuntadas en el “que se vayan todos”; si eso es así, serán parte del pacto de la transición que se hunde, y que supuestamente debían superar.

Al revés, desde una perspectiva de cambio el problema es lo contrario: cómo hacer que el movimiento siga y se proyecte, que escale en sus demandas. Sólo articulación política junto al movimiento y no para terminar con él, es lo que permitirá enfrentar la posibilidad de salida autoritaria. Para tal fin el movimiento debe protegerse, estar alerta para no ser manipulado por la trampa de la violencia. Pero eso para seguir avanzando, para escalar y crecer en su profundidad y alcances, no para acabarse! El fin del alza, por pequeña que sea, ha demostrado a la gente que es poderosa. Esto no se va a detener aquí.

Es difícil saber hacia dónde va todo. Pero al menos una cosa es cierta: la sociedad chilena debe ser reinventada. Hay que de verdad pensar cómo cambiarla. Cómo sacar a las AFP, cómo desmercantilizar la educación. Es un proceso muy complejo, que no tiene atajos. La descomposición de la política lleva a centrar esfuerzos en proyecciones electorales de corto alcance; en el campo intelectual, lleva a cuidar carreras muy especializadas y tecnocratizadas; y en el plano social, lleva al corporativismo. Muchas inercias que impiden centrar cabeza en lo esencial. Ese proyecto de superación del neoliberalismo, que no existe, se vuelve hoy urgente. Sin proyecto, no podemos dar respuesta a la situación actual. Y el tiempo corre. Pueden surgir nuevos liderazgos autoritarios que aprovechen la situación. Kast guarda silencio, tal vez esperando una situación de mayor angustia; ya no se responde a eso con las inercias de ayer. Es un momento de mucha esperanza, pero también de mucha incertidumbre. Ese proyecto debe saber dialogar con el individuo real, con la sociedad chilena que realmente existe. Imaginar más libertad y autonomía personal, no menos. Emerge un país desobediente, y qué bueno que sea así, un país que ya no se asusta con los apellidos vinosos. ¿Estaremos a tono con ese nuevo Chile? ¿Se podrá construir en el seno de ese Chile una alternativa de cambio democrático y liberadora? Sólo la historia lo dirá. El resultado, como la vida, no está garantizado.

 

ROSA. Una revista de izquierda

“Nos sumamos al paro del 21 de octubre” // Feministas en estado de rebeldía

Feministas de diversos espacios sociales y políticos saludamos con entusiasmo la lúcida rebeldía estudiantil y del pueblo de Chile que se ha levantado contra una medida que afecta a la inmensa mayoría de trabajadorxs y habitantes de la ciudad de Santiago. Si bien es el alza de los pasajes es la situación que enciende esta rebelión, son muchas las circunstancias que explican el malestar de nuestro pueblo: las AFP, el alza del agua, de la luz, la ley de migración, la aprobación del TTPP11, la predación sostenida del extractivismo, las objeciones de conciencia en aborto, la agudización de la violencia contra las mujeres, el pueblo mapuche, lxs inmigrantes y contra lxs estudiantes.

Como trabajadoras, activistas, intelectuales y militantes, nos sumamos a esta justa y legítima revuelta, a todas las jornadas de movilizaciones y al llamado al paro el próximo lunes 21 de octubre desde el interés común en poner un freno a la profundización del modelo neoliberal que ha desmantelado los derechos sociales convirtiendo en mercancía todos los aspectos de nuestra vida. Las manifestaciones de estos días han hecho visible el hastío de toda la clase trabajadora que está cansada de tolerar la precarización sobre la cual se soportan los groseros subsidios que el Estado de Chile otorga al sector privado y al empresariado en transporte, educación, salud y pensiones. El Estado Neoliberal no da más y el pueblo de Chile ha dicho basta.

Nosotras, feministas, somos parte de las luchas anticapitalistas y de las cuales tenemos hoy un episodio ejemplar llevado adelante por una inmensa mayoría de trabajadoras y trabajadores. Conocemos la historia de Latinoamérica y sabemos que esta puede ser una oportunidad para transformar las condiciones actuales. Una chispa que incendie la pradera y que abra caminos para salir del atolladero neoliberal y construir una sociedad justa y solidaria, donde podamos vivir dignamente.

Rechazamos enérgicamente el abandono de las responsabilidades que ha hecho el gobierno, el nombramiento de Javier Iturriaga del Campo y la salida de los militares a la calle. Repudiamos enérgicamente la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado, que representa un evidente atentado contra los derechos democráticos más básicos y nos recuerda a los peores momentos de la Dictadura. Las abajo firmantes exigimos la salida inmediata de lxs militares de las calles y el fin del estado de excepción en Chile. La respuesta de Sebastián Piñera ante las legítimas protestas llevadas a cabo en Santiago durante los últimos días deja en evidencia la incapacidad y el desinterés del gobierno en buscar una salida democrática a la crisis.

Llamamos a la rebeldía, al cuidado mutuo, a la solidaridad y a participar activamente de las movilizaciones convocadas para estos días y, como feministas, estaremos allí luchando y encarando los desafíos que imponen estos tiempos.

¡¡Arriba lxs que luchan!!

¡¡Ningún diálogo social ni político con los militares en las calles!!

ORGANIZACIONES ADHERENTES

Coordinadora Feminista 8M

La Morada

Ni Una Menos Chile

Ni Una Menos Argentina

Observatorio Contra el Acoso Chile (OCAC)

Colectiva Hartas Mujeres

Corporación Amatistas Chile

Marcha mundial de las mujeres

Asamblea de Mujeres de Posgrado, Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de

Chile.

Comisión de Género Colegio de Periodistas de Chile

Agrupación lesbica rompiendo el silencio

Corporación Humanas

Activa tu Presente con Memoria

Mujeres, territorios y Resistencias

Observatorio contra el Acoso Chile (OCAC)

Fundación Nodo XXI

Coordinadora Feminista 8M

Revista Amazonas

Frente feminista Convergencia Social

 

FIRMANTES

Diamela Eltit, Premio Nacional de Literatura

Faride Zeran, Premio Nacional del Periodismo

Gloria Maira, Mesa Acción por el Aborto

Nelly Richard, ensayista y crítica cultural

Mia Dragnic, Socióloga Feminista

Camila Miranda, Fundación Nodo XXI

Alejandra Castillo, Filósofa Feminista

Pierina Ferretti, Fundación Nodo XXI

Daniela López, Fundación Nodo XXI

Javiera Toro Cáceres, Comunes

Paula Quintana, Convergencia Social

Constanza Valdés, Comunes

Catalina Perez Revolución Democrática

Luna Follegati, Convergencia Social

Francisca Fernández Droguett, Movimiento por el Agua y los Territorios

Roxana Pey, Universidad de Chile

Ximena Póo, Universidad de Chile

Gilda Luongo, Escritora Feminista

Alejandra Araya, Directora del Archivo Central Andrés Bello, Universidad de Chile

Hillary Hiner, Historiadora Feminista

Claudia Zapata, Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad de Chile

Verónica Ávila, Feminista, activista por el aborto, Convergencia Social, Universidad de Chile

Natascha Olivera Palma, Aukin

Kemy Oyarzún, Universidad de Chile

Olga Grau, Universidad de Chile

Maura Gálvez-Bernabe Movimiento Anticapitalista- Liga Internacional Socialista

Lila Calderón, Escritora

Elixabete Ansa, Instituto de Estética UC

Alia Trabucco Zerán, Escritora

Ximena Riffo,

Natalia Corrales, Presidenta Sindicato Trabajadorxs Honorarios Municipalidad de Valparaiso

Elena Oliva, Socióloga

Eva Débia Oyarzún, Escritora

Anahí Troncoso, Asamblea de Mujeres Postgrado en Filosofía y Humanidades Universidad de Chile

Elisa Rojas, Feminista Radical

Antonia Atria Fuentes, Frente Feminista RM RD

Camila Rojas Valderrama, Diputada Partido Comunes

María Emilia Tijoux, Universidad de Chile

Silvana del Valle, Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres

Soledad Rojas Bravo, Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres

Lorena Astudillo, Red Chilena contra la violencia hacia las Mujeres

Yoselin Fernández Arce, Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres

Yanis, Red Chilena Contra La violencia Hacia Las Mujeres

Beatriz Rios, La Morada

Francisca Perez, La Morada

Pamela Paredes Yáñez, La Morada

Vero Matus, La Morada

Sofía Brito, Nodo XXI

Pamela Soto, Nodo XXI

Carolina Figueroa, Nodo XXI

Francisca Millán Zapata, AML Defensa de Mujeres

Camila Sánchez Soto, Abofem

Bianca Bribbo, Abofem

Eva Gabriela, Radicalmente mujeres

Laura Dragnic Tohá, Convergencia 2 de Abril

Camila daza la rosa, Secretaria de género y sexualidad unap

Gina Inostroza Retamal, Red de Historiadoras Feministas

Karen Alfaro, Red de Historiadoras Feministas

Yocelyn Valdebenito, Red de Historiadoras feministas

Jocelyn Maldonado, Red de historiadores feministas

Javiera Ramírez Belmar, Observatorio Contra el Acoso Chile (OCAC)

Valentina Saavedra, Vicepresidenta de Comunes

Ignacia Gutiérrez Aguilar, militante Partido Comunes

Cari Álvarez Torres, Partido Comunes Los Ríos, Feminista.

Javiera Ortiz Tapia, Encargada Frente Feminista Comunes

Valeria Verdejo, Encargada de F. Estudiantil Comunes

Nataly Espinoza, Partido Comunes

Marcela Sandoval, Revolución Democrática

Giovanna Roa, Revolución Democrática

María José Oyarzún, Revolución Democrática Valparaíso

Valeria Cárcamo Vidal, Revolución Democrática

Marta CAÑETE, Frente Feminista Revolución Democrática

Camila Castro Gutiérrez, Secretaria general RD Valparaíso

Paula Mena Tagle, Revolución Democrática Viña del Mar

Maria morales, Frente Feminista Revolución Democrática

Antonia Orellana Guarello, Convergencia Social

Paula Quintana Meléndez, Socióloga, Convergencia Social

Nicole Darat, Frente feminista Convergencia Social

Gisela, Frente Feminista Convergencia Social

Nicole Campbell Alvarez, Convergencia social

Valentina Vegas Vasquez, Convergencia social

Catalina Amanda Soto Rodríguez, Asamblea de posgrado facultad de filosofía y humanidades U. Chile

María Fernanda Terry, Asamblea de mujeres postgrado filosofía y humanidades Universidad de Chile

Cecilia Heyder Contador, Activistas en Derechos Humanos

Naira MS, Asamblea de mujeres

Soledad Fariña, poeta feminista

Camila valenzuela, escritora feminista

Laura Albornoz, Miles Chile

Romina Green, Solidaridad

Macarena Castañeda, Activista por los Derechos Sexuales y Reproductivos

Vicky Quevedo, Foro Ciudanano

Julia, Colectiva feminista las sueltas

Amparo Saavedra, Amatistas Chile

Fanny Campos, Territorio Feminista /RFL

Victoria Herreros, Red feminista del libro

Paula Gaete, Ediciones Oxímoron

Caterina S.M, Marcianitas Verdes

Teresa Valdés, Observatorio de Género y Equidad

Claudia Kennedy, Organización de Escritoras de Chile OECH.CL

Ema Ugarte Vega, Red de Bibliotecas populares de Valparaíso

Paula Jeria, Olla Revuelta

Yusant Figueroa Romero, Secretaría de Género y Sexualidad UNAP

Pía Ahumada, Taller Editorial Me pego un tiro.

Valeria Alejandra Olivares Olivares, Universidad de Guanajuato

Maria Fernanda, Red feminista del libro

Pabla Pérez san martin, Ginecosofia editorial

Eva Débia Oyarzún, Docente Universidad Las Américas

Rosa Trigo Acuña,  FemChile

Nadia Poblete, Nosotras Decidimos Valparaíso

Daniela Paz, Red chilena contra la violencia hacia las mujeres

Camila Jiménez, Universidad de Valparaíso

Fernanda Castillo, Fundación Iguales

Mary Luz Estupiñán Serrano, Red feminista del libro, zonal Valparaíso

Dawn Marie Paley, Periodista, Canadá

Verónica Avila, Coordinadora Feministas en Lucha

Ximena Soto Castro, Civitas Austral

Perla Sepúlveda Aguilar, Civitas Austral

Arlette Cifuentes, REDOFEM

Rosario Olivares, REDOFEM

Arimsay Fuentes, REDOFEM

Luz Ugarte, REDOFEM

Ximena Oyarzo Rojas, Colectiva Acuerpar- REDOFEM

Aschly Elgueda, REDOFEM

Paloma Villamandos, REDOFEM

Elizabeth Llanquinao, REDOFEM

Paulina Torres Cardenas, Coordinadora Feminista Punta Arenas – Patagonia Chilena

Mina Lorena Navarro Trujillo, BUAP

Taroa zúñiga silva, Secretaria de mujeres inmigrantes

Jimena Garate, Profesora

Tamara Vidaurrazaga Aranguiz, Investigadora Feminista

Marcela Vargas Cárdenas, Universidad Austral de Chile

Johana, Mujeres unidas en la igualdad

Natalia, Movimiento feminista Uruguay

Claudia Bacci, Universidad de Buenos Aires

Maria Alicia Gutierrez, Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito _ Argentina

Marcela,  Red Chilena feminista del libro.

Claudia, Feministas Calama

Irma Pflucker V., Movimiento Nuevo Perú. Lima, Perú.

Mónica Sepúlveda Moya, TRACC (trabajadoras del arte y la cultura Chile)

Anahí Durand, Movimiento Nuevo Peru

Xochtil,  Universidad de Chile

Ana Gonzalez Caro,  Lideraccion. Puerto Montt

Elsa Ruiz Rozas, Lideraccion. Puerto Montt

Indhira Libertad Rodríguez, La araña feminista Venezuela

Elsa Schvartzman, Foro por los Derechos Reproductivos y Universidad de Buenos Aires

Macarena Palavecinos, UC

Pamela Soto Vergara

Ramona Karina, Bisexuales Feminista

María José Fuentes Díaz, Parirnos Chile

Carmen, Las violetas

Catalina Díaz Espinoza, Lesbofeminista y educadora popular

Mariela Méndez, University of Richmond

Juanita Chacón, Movimiento Nueva Fuerza Valparaíso

Amaranta rovira, Cofeu

María Elena Planas, Universidad Peruana Cayetano Heredia

maria paz guzman cordero, colectiva kallpa akunkawa

Francesca Alejandra Alfaro Olavarría , Profesora de Historia y Geografía – Estudiante de Magister en Patrimonio Cultural de la Pontificia Universidad Católica de Chile

Analia Cola, Red Feminista Maldonado

Paula Micol, Red Feminista Maldonado

Tamara Liberman, Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos

Arantxa Martínez, Red feminista del libro

Pamela Fernández Navas, Centro Cultural por la Memoria La Monche, RHF

Angeline Giusto Ampuero, Colectiva Katari, Feministas Latinoamericas Autoconvocadas (Barcelona)

Constanza Tamblay Ahumada, Frente feminista CS

Minervas, Colectivo Feminista  Uruguay

Alejandra Santillana Ortiz, Ruda Colectiva Feminista

Ana Vera, Surkuna

Alejandra Ramírez Bravo, Aborto libre Ec. Coalición universitaria en contra del Acoso

Claudia, Agencia de desarrollo local la Chinantla A.C

Cecilia Jaramillo Jaramillo, Mujeres por el Cambio- Ecuador

Sofía Rivera, Ni una menos El Salvador

Cristina Cachaguay, PRESIDENTA Nacional  Mujeres por el Cambio- Ecuador

Clara Merino Serrano, Luna Creciente Ecuador

Kati Alvarez, Colectivo Antropólogas del Ecuador

Movimiento de los Pueblos   Frente popular Dario Santillán -Corriente nacional; Movimiento por la unidad latinoamericana y el cambio social; Izquierda Latinoamericana Socialista; Movimiento 8 de abril

Espacio de Economía Feminista (EEF-SEC)

Elisa García, Ni Una Menos El Salvador

María de los Angeles Lobos Palacios, Psicólogas feminista Universidad de Chile

Karla Calapaqui, Defensora de Derechos humanos

Chloé Constant, FLACSO

Luz Coronel, Fm la tribu

Gioconda, Colectivo feminista más de ocho

Judith Flores Chamba, Frente de la Mujer Trabajadora – Ecuador

Sandra Ivette, Malandra

Montserrat Martorell Colón

María Elena Retamal

Andrea Mendez Valenzuela

Ximena Carrera Venegas

Catalina Infante

Valentina Salinas Carvacho

Javiera Ramírez Belmar

Maivo Suárez

Malú González Cortés

Carolina Brown

Valentina Vlanco

Mary Rogers G.

Cristina Bravo Montecinos

Andrea Álvarez Carimoney

Ana Ledezma Salse

Ariadna Biotti Silva

Pamela Eguiguren Bravo

Danae Sinclaire Tijero

Valeria Alejandra Olivares Olivares

AUCH (Autoras Chilenas)

Fanny Berlagoscky Mora

Lorena Valderrama Zenteno

Paula Quiroz Rojas

Verónica Oxman Vega

Ana Rubio Poblete

Francisca Rodríguez Aguilera

Colectivo Señoritas Imposibles

Nataschia Navarro

Lorena Díaz Meza

Alejandra Costamagna

Lola Larra

Constanza Ternicier

Carla Guelfenbein

Cherie Zalaquett

Scarlett Bravo Andrade

Pía González Suau

Viviana Ávila

Simona Marina Peredo Valdés

Patricia Mellado Acevedo, UTEM

Constanza Díaz

Fernanda Toro, Estudiante de arte

Natalia Niedmann Álvarez

Valentina Salinas Carvacho

Valentina Jorquera Peñailillo

Alejandra Brito

Yanira Caqueo

Paulina muller

Paulina silva

Paula Correa

Andrea Álvarez Carimoney

Denisse Dintrans- Bauer

Brandi townsrnd

Lieta Vivaldi

Javiera Cabello Robertson

María José Rivera Oyarce

Tatiana Hernández C

Romina Álvarez

Javiera Astudillo

Rosario Fernández Ossandón

Alejandra Rousseau

Carolina pincheira

Andrea S. Carilao Mella

Fernanda León Aguirre

Claudia Deichler

Karina León

Andrea Pavez Castillo

Violeta Zamorano Rivera

Marcela Huenten

Natalia Moller González

Carolina Pezoa Cifuentes

Ma. Pía Romero

Iván Köhler Avilés

Yesenia Alegre Valencia

Camila Sastre Diaz

Alejandra Romero

Natalia Ninguna

Livia Vargas González

Jocelyn Sepúlveda

Ana Oberlin

Nelida Pohl

Hector Soto

Karime kandalaft

Carmen G Burdiles

Natalia Urra Jaque

Mabel Alicia Campagnoli

Anaís Luâ

Sandra perez

Daniela Provoste

Anyeli Arias

Maryori Cabrita Garcia

Sumargui Vergara

Ana María Ugarte, Universidad de Chile

Adela García

Carolina Gálvez Gallo

Pamela Caruncho Franco, UTEM

Silvia Elizalde, Investigadora de CONICET

Patricia Perez, ECCyGE-FACSO-UNICEN

Carla Ulloa Inostroza, UNAM México

Celeste Carvajal

Nicole Ballesteros Albornoz

Liz Mason-Deese

Patricia Gónzalez, Estudiante de Maestría en Sociología ICSyH

Lucía   Minervas, feminista

Diana mulinari, feminista

Patricia Celi Medina, Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya

María Fernanda Orellana, Political Sociology & Gender Consultant Ecuador

Paula Cainzos, Comunicadora Femimista, Argentina

Brian Smith, Unam

Antonia Zamora Garza

María José Yaksic

Claudia Rodríguez Manríquez, Profesora de Historia.

Daniela Schroder Babarovic

Valentina Bruna, La Morada – Brigada de Arte y Propaganda

Patricia Varela Pinoo

Cinthya Jara Riquelme

 
 

Día de la madre. Un pacto eterno // Diego Valeriano

Ella nunca entiende por qué la mamá le da tanto lugar en la casa a esos novios nuevos. No tiene claro en lo más mínimo por qué cada gil que conoce se hace dueño de las cosas, del aire, de la tarjeta, del Netflix. Cada pancho que conoce en el Face, en las jodas o en las marchas de los piqueteros, al toque termina viviendo con ellas y el mundo de la mamá se arma en torno a él. Todo cambia de un día para el otro. Los ruidos, los tiempos, el orden de las cosas. La cara de Sandra se ilumina de manera rara. Se sienten ocupadas, desplazadas, despojadas de lo nada que tienen. Ella siempre está detrás de cada chabón nuevo. Detrás para conjurar cualquier molestia, cualquier peligro de fuga, para que no se fijen tanto en Milli que está creciendo. Miente, es cariñosa, generosa, puta, alegre, abnegada a tal punto que parece que se olvida de sus dos hijas. Ellos, mientras Sandra lo permite, se adueñan de la casa, de las cosas, de los olores. Se adueñan de casi todo con esa mirada de chabón que es lo que más odian, más temen, más esquivan. Milli desearía que su vieja se comportase con ellas como lo hace con los chabones. Lo desea como una señal, una prueba, como algo que sirva de recordatorio. Desearía también que no caiga siempre en la misma, que sea más pilla, que no se olvide como termina haciéndolo siempre. Milli no espera nada bueno de cada novio nuevo. Nada bueno puede pasar, porque nunca nada bueno pasó. Milli sabe que cuando están las tres solas son otra cosa. Cuando se crean esos espacios entre chabón y chabón, ellas son una unidad de subsistencia, un manojo de alegría, un puño, un segundeo amoroso, un grupo de wasap en el que nadie entra, un cuarto de Grido tiradas en la cama, un montón de selfies, un estado de ánimo en el que ellas creen que son poderosas. Le gustaría hacer un pacto eterno con Sandra para que todo siga así para siempre, que así es la mejor manera, la más cuidadosa, la más segura. Que sea para siempre o por lo menos hasta que ellas sigan su camino, hasta que María crezca y no las necesite, o hasta que Sandra aprenda a ser más ella y menos los chabones. Que así, las tres juntas, las tres unidas, es mejor que ir a la escuela, mejor que aprender lo que dicen que se debe aprender, mejor que ir a la parroquia, mejor que marchar para estar en la lista de altas, mejor que querer a quienes no quieren. Un pacto eterno de ellas tres donde no exista el abandono, ni los tipos, ni el olvido. Ese olvido que le agarra a veces a Sandra cuando mete a un tipo en el rancho. 

 

¿Qué fue el dispositivo revolucionario? Notas sobre El huracán rojo, de Alejandro Horowicz // Diego Sztulwark

Las revoluciones se hacen con malas lecturas

Horacio González, citado en El huracán rojo 

 

Hay historias que piden a gritos ser comprendidas. No solo los acontecimientos que permanecen mudos hasta que se les aporta un sentido, sino también fenómenos demasiado perturbadores, o conmociones excesivas, que despiertan entusiasmos que asustan.  Es el caso de las revoluciones europeas de los siglos XIX y XX. Lo mínimo que se puede decir de ellas es que produjeron más sentido del que es posible consumir. Sería pueril, por lo tanto, resumir la cuestión en la sentencia obvia, según la cual, como todo lo que dura, lo propio de toda revolución es envejecer y transformarse en fantasma. Quizás suceda lo contrario: se necesita mucho tiempo para recorrer su exceso de sentido. En los años sesenta se anticiparon algunas conclusiones como las de Carl Schmitt, quien vio con pesimismo la pérdida estatal del monopolio de la decisión política –esa joya racional del derecho público europeo destinada a la regulación de la hostilidad y la violencia–, y algunas preguntas como las de León Rozitchner: si las revoluciones vencedoras parecen ratificar unas leyes invariables del decurso humano, ¿qué verdad llevan consigo las derrotadas? 

 

Lo (no-tan) nuevo, en todo caso, es el estado de ánimo –si no la tesis– que hace de las revoluciones un puñado de episodios pertenecientes a un pasado inactual, irrelevante aún cuando muchos de sus efectos continúan actuando en el presente. Más allá de los intentos de romantización o diabolización, la pretendida liquidación de la revolución plantea el problema de la perdurabilidad misma del concepto de lo político. El huracán rojo, reciente libro de Alejandro Horowicz, afronta estas cuestiones de un modo sorprendente. Si sus libros dedicados a la Argentina –al peronismo, a la guerra de la independencia y a los golpes de Estado– cautivan por la destreza de la escritura y la firmeza del método, lo que sorprende en esta última investigación es la solvencia con la que se atreve a cuestiones medulares de la historia universal, hasta ahora reservadas mayormente por la academia de los países llamados centrales. 

 

  1. La revolución y sus problemas

 

La clase, en su lucha por el poder, no necesita un instrumento de mediación general, sino muchas funciones puntuales y continuas para gestionar adecuadamente la guerra civil. 

Toni Negri, La fábrica de la estrategia

 

El título dice mucho. Se trata de pensar la revolución como un movimiento violento que arrastra y conecta espacios heterogéneos, un campo de fuerzas cuyas tensiones remiten a la construcción de mercados nacionales como parte de la dinámica de la evolución del mercado mundial; un soplido cíclico y furioso que plantea históricamente (como escribe Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, modelo de escritura de Horowicz) la tarea de ruptura, primero del bloque popular dirigido por la burguesía y luego del movimiento proletario. Ciclo o conjunto de problemas que tienden a concretarse en el triunfo de la Revolución Francesa y, sobre todo, de la Soviética. De modo que 1917 permite explicar 1789, pero solo en la medida en que 1789 plantea las cuestiones que 1917 intenta resolver a su modo, mediante el soviet. Como si les correspondiera a Lenin, a Trotsky y a sus camaradas resolver qué hacer con la cabeza decapitada de Luis XVI. La grandeza y las miserias  de la revolución bolchevique radican, en última instancia, en un mismo drama: el carácter europeo de coyunturas que debieron ser afrontadas a escala nacional. 


Me parece que las principales tesis de Horowicz sobre el fenómeno revolucionario pueden plantearse así: 

 

  • La revolución es un dispositivo que agencia ideas igualitarias en torno a cuerpos organizados, dispuestos a sostenerlas –nivel militar– y a inscribirlas en las estructuras económicas, jurídicas y políticas.  

 

  • El carácter permanente de la revolución, es decir, la tendencia de las luchas por la igualdad, dentro del marco estrechamente burgués –igualdad ante la mercancía, igual pena a igual delito y un hombre un voto–, a profundizarse en la lucha de clases por la igualdad de tipo socialista. De esto se desprende que un socialista no es más que un demócrata consecuente. Esta tensión se encuentra tan presente en la tradición republicana francesa (liberales y plebeyos), como en el bloque socialista soviético (bolcheviques, mencheviques, populistas).

 

  • La revolución es un fenómeno de doble poder –de clase– que comienza por la constitución de una legitimidad –autorictas– y tiende a afirmarse, si encuentra el modo, como poder armado –potestas–. Esta tesis se completa con la idea según la cual, al menos hasta cierto punto, es posible afirmar que, para la Europa de la época de las revoluciones, la cuestión agraria es la llave de la cuestión militar, problema central de la revolución.

 

  • La política es el campo específico de planteamiento de problemas, que no hay cómo resolver sino al interior de determinada coyuntura, y que lo propio del pensamiento revolucionario es plantear los problemas del doble poder (¿Cómo extender el principio de la igualdad hasta desbordar las categorías monárquicas o aristocráticas? ¿Cómo lograr que las mayorías populares autoricen la conversión del soviet en órgano de insurrección y gobierno?). Se trata de crear formas políticas, y para hacerlo es necesario aprender a desdoblar la clase-agente del proceso revolucionario de la tarea histórica que organiza una coyuntura (Lenin: la clase obrera debe realizar la tarea histórica de la revolución democrática, teóricamente asignada a la burguesía). 

 

  1. El “partido de dos”

Sería conveniente negarse a caer en la alternativa simplista entre el centralismo democrático y el anarquismo, el espontaneísmo.

 Félix Guattari, “Psicoanálisis y política”

 

Horowicz se ocupa de seguir las discusiones y tácticas de los socialistas entre revoluciones: de la revuelta europea de 1848 a la Comuna de París, pasando por los debates en el seno de la poderosa social democracia alemana, y de las discusiones que involucraron a Marx y a Engels, el -no tan- hermético “partido de dos”. La lectura política de El manifiesto comunista y las discusiones producidas por las posiciones del viejo Engels (luego de su importante prólogo de 1895 al libro de Marx, La lucha de clases en Francia) contienen ya los elementos que animarán el pasaje que desemboca en la polémica entre socialistas reformistas (Kautsky, Bebel, Bernstein; Plejánov y Martov) y comunistas revolucionarios (Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky) de comienzos del siglo XX. 

 

En síntesis, El manifiesto comunista expresa el momento jacobino-plebeyo, profundamente ligado a la tentativa revolucionaria de 1848, cuya derrota impone un balance y, por lo tanto, una nueva que el viejo Engels propone en los siguientes términos: el partido obrero de masas, en defensa de la legalidad como agente de constitución de hegemonía obrera dentro del bloque popular, junto al partido armado clandestino (amparado en el derecho de armarse en la defensa de la constitución). 

 

La posición de Engels se traduce en los siguientes términos político-coyunturales: el partido obrero debe tomar posición sobre la cuestión agraria dado que el factor campesino es el que decide las relaciones militares de fuerzas. Tanto en Alemania como en Rusia, el soldado es el campesino y, en general, en toda Europa, se lo instruye en el antisemitismo –“socialismo de los tontos”–.

 

Engels entrevé que el problema político esencial de la revolución en Europa se juega en torno a la transición entre democracia y socialismo. La tarea principal es romper el cerco montado alrrededor de la “democracia pura” o blindada, cuyo objetivo principal es impedir al proletariado revolucionario formar una mayoría. De allí la nueva combinación que propone entre democracia revolucionaria y cuestión militar. 

 

El “partido de dos” no fue unánime. Horowicz presenta a un Marx políticamente más inclinado a la línea jacobina-plebeya, al menos en dos ocasiones. La primera: su valoración de la Comuna de Paris: “Marx reelabora su propia lectura anterior del Estado ‘Boa constructor’ y pasa a defender la flamante experiencia del Estado-Comuna como novedoso instrumento histórico”. Ve en la Comuna la forma política específica popular, la primera experiencia exitosa de la combinación de doble poder y constitución de mayoría: ella es a la vez la forma eficaz de combate –estrategia militar proletaria– y de gobierno –moderna dictadura del proletariado–. 

 

La segunda es su relación con los llamados populistas rusos, que defendían la propiedad comunal de la tierra en Rusia como originalidad que determinaba un tránsito no convencional al socialismo, esquivando el modelo lineal que en ciertos países de la Europa occidental suponía el apoyo a la burguesía como paso previo al socialismo. A Marx no se le escapaba que la intelligentzia populista rusa –tan influyente sobre el joven Lenin– tenía el terrorismo como táctica política inmediata.

 

 

Paréntesis Latinoamericano

Un holocausto de jóvenes latinoamericanos, fascinados por el Che, que terminaron perdiendo contacto con la realidad. 

Alberto Methol Ferré, El Papa y el filósofo

 

Este problema de la táctica revolucionaria consistente en infundir el terror conecta, en general, con el problema de la lucha armada y del partido militar clandestino que, según Horowicz, será siempre una obsesión de Lenin. En el libro, estas cuestiones solo se plantean en relación con la coyuntura europea. De allí que llame la atención que, en medio de la descripción de la correspondencia entre Marx y los populistas rusos, aparezca una referencia al líder revolucionario latinoamericano Ernesto Che Guevara. El argumento de Horowicz es el siguiente: mientras Plejánov se alínea con la perspectiva trazada por Engels, Marx disiente en privado, simpatizando con los populistas. En otras palabras, mientras Plejánov sea el jefe de la incipiente Social Democracia Rusa en formación, la cuestión agraria rusa no será estudiada a fondo (esto ocurrirá recién cuando la jefatura caiga en manos de Lenin), ni por lo tanto se planteará el problema de la lucha armada. De allí que Marx entienda el planteo de Plejánov: “Jugarse la vida en esas condiciones no puede ser otra cosa que perderla y como no es el Che Guevara no lo invita a morir”. El sujeto de enunciación de la frase de Horowicz es Marx. Y, por lo tanto, hay que entender aquí que la diferencia entre Marx y Guevara es que el segundo invita a morir.

 

Una nota al pie de El huracán rojo aclara cualquier malentendido posible. Se trata de la conocida cita de Ciro Bustos en su libro El Che quiere verte, según la cual Guevara instruyó a un grupo de combatientes entre los que se encontraba el propio Bustos: “Hagan de cuenta desde ahora que ya están muertos. Lo que vivan de acá en adelante será de prestado”. La conclusión de Horowicz es la siguiente: “La disposición a morir integra el menú de todo terrorista revolucionario en actividad”. En las conversaciones que mantuve con León Rozitchner, escuché un argumento similar, pero diferente. Rozitchner decía que el problema con Guevara era que imponía su autoridad sobre la base de su disposición a morir, pero no calificaba su política de terrorista (archivo del proyecto León Rozitchner, es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa). Esa frase solitaria da ganas de entrevistar largamente a Horowicz sobre su comprensión de la Revolución Cubana y su tentativa de continentalización.    

 

  1. El partido es un “acuerdo fechado”

El conocimiento se realiza como separación del fenómeno de la esencia, de lo secundario respecto de lo esencial, ya que sólo mediante tal separación se puede mostrar la coherencia interna, y con ello, el carácter específico de la cosa.

Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto

 

Lenin es presentado por Horowicz como una suerte de síntesis biográfica entre los dos grandes afluentes del socialismo revolucionario ruso: la sensibilidad por la comuna y el valor por el voluntarismo, el estudio de la cuestión agraria y la preocupación por el aspecto armado de la insurrección; y el marxismo soviético: el estudio de El capital, la postulación de la dirección proletaria de la revolución, y la identificación de los soviets como órgano de la insurrección y de gobierno. 

 

Las 250 páginas finales –la segunda mitad del libro– es una formidable novela política y, a la vez, un ensayo informado al detalle sobre las revoluciones rusas –la de 1905, y las de febrero y octubre de 1917–, en la que se narra el papel de la policía secreta del zar; la marcha de las mujeres por la paz; el papel de los sindicatos y del Padre Gapón; las discusiones internas entre las corrientes del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso entre Bund, Eseristas, Mencheviques, Bolcheviques, Iskra, etc; el papel fundamental de la tradición de los militares decembristas en la oposición de parte del ejército al zar (afluente clave en la constitución del Ejército Rojo) y de los soviets en la flota naval (el acorazado Potemkim); el polémico pero épico viaje en tren de Lenin por Alemania; una historización detallada del papel de Trotsky y del desarrollo del Soviet de Petrogrado; y sobre todo una formidable elucidación sobre la cantidad de veces que debió reconstituirse el partido bolchevique en función de los cambios de coyuntura y los cambios de orientación que Lenin propone una y otra vez, siempre en flagrante minoría.

 

Estas y otras líneas de la coyuntura rusa y europea convergen en el cerebro de Lenin. Su interpretación de la guerra; el papel de las consignas; sus discusiones con sus compañerxs, primero con el viejo Plejánov y Martov (líder menchevique), con Rosa Luxemburgo o con Trotsky, con Kamenev y Sinoviev (históricos camaradas bolcheviques que se oponen a la insurrección de octubre); la rearticulación constante de la estrategia del bloque popular en torno al eje organización (Lenin) contra espontaneidad (Luxemburgo), que implica considerar en concreto el papel de las tendencias a la autonomía proletaria y la relación más que problemática con el anarquismo; el papel de los soviets en cada coyuntura (Lenin insiste con la conducción bolchevique; Trotsky, presidente del Soviet de Petrogrado, con la conducción del Soviet); la relación entre partido-sindicato-comando fabril y soviet (“los bolcheviques usaron los soviets contra los consejos de fábricas”); la relación entre Soviet y Duma, etcétera. 

 

Siguiendo al Trotsky escritor, el genial autor de Mi vida, Horowicz nos devuelve un Lenin que tuvo la desgracia de ser convertido en texto sagrado e ícono de los diversos stalinismos de la izquierda. Con la reconstrucción de sus decisiones singulares (empleando el método spinoziano de lectura, que consiste en conectar el texto con el conocimiento del autor y de los contextos), El huracán rojo logra demoler la hagiografía partidaria, contra la que siguen peleando por buenas y malas razones liberales y libertarios de toda clase, y reconstruye el Lenin político que sigue ofreciendo un interés notable.   

 

  1. El libro de las preguntas

El libro de las preguntas es el libro de la memoria.

  Edmond Jabès, El libro de las preguntas

 

Leer a Lenin. Hacerlo de un modo “menos superficial, menos religioso”, escribe Horowicz. Leerlo como se lee a un escritor socialista que tuvo la “pésima suerte de integrar el paquete de lecturas obligatorias”. Leer a Lenin “no es fácil”. Doble dificultad. A la señalada se agrega otra: los célebres zigzagueos del líder bolchevique, los cambios de posición que hay que seguir al detalle y de modo minucioso, si lo que se ambiciona es “mostrar la coherencia interna, y con ello, el carácter específico de la cosa”, como sugiere Kosik en su Dialéctica de lo concreto. Los cambios de Lenin interesan más allá de Lenin. Interesan los cambios. Interesa la mente que se dedica a captar la evolución de las líneas de ruptura que determinan una coyuntura viva. Interesa, también, la escritura que trata de comprender lo que ocurre en esa mente. No es solo Lenin. Son los bolcheviques. Son las corrientes socialistas. Son las clases en movimiento. Y luego, claro está, son las fuerzas del orden. Pensar lo que piensan los seres tomados por la revolución. En la expresión “leninismo del movimiento”, que emplea Horowicz, se entrevé la tensión entre orientar política y organizativamente las fuerzas de ruptura hacia la insurrección (primero rusa, luego alemana y europea), junto a la tendencia a compensar las inconsistencias del despliegue revolucionario mediante una dictadura de partido. Leninismo del movimiento quiere decir determinación de quiénes son los “amigos del pueblo” (relación amigo/enemigo), estimación del sentido de la paz y la guerra, evaluación dinámica de la relación entre corrientes políticas y clases sociales, así como elucidar en cada ocasión la relación conveniente entre partido, sindicato, soviet, duma y comité de fábrica.  

 

Después de septiembre de 1917, se acelera la formación del doble poder, se activa la escuela realista de la política revolucionaria. Décadas de saberes conspirativos y luchas de masas maduran el kairós de la insurrección. Los bolcheviques encabezan la preparación militar de la ofensiva. La guerra europea deviene guerra civil. La autorictas armada del soviet (autodefensa) es el punto de partida para una insurrección armada cuyo mando militar será el partido. Es la famosa “toma del poder”. 

 

El huracán rojo es un libro de las preguntas. Busca en el “pasado revolucionario” la discusión sobre “este presente reaccionario”, en el que las decisiones de las mayorías son bloqueadas por la defensa del interés bancario. La idea de revolución desaparece luego de que el capitalismo se hubo servido de ella. Solo que si desaparece la posibilidad de transformar el presente, es la misma democracia la que pierde todo sentido. El tiempo pasado y el tiempo presente se pliegan. Sobre el final del libro las preguntas se agolpan: ¿Concreta el poder revolucionario, en medio de una despiadada guerra civil, el derecho de la mayoría revolucionaria a gobernar? ¿Qué sucede cuando la mayoría revolucionaria no es mayoría? ¿Cómo se resuelve en esas condiciones la tarea de desplegar un poder soviético sin caer en la dictadura de partido? 

 

Horowicz lee la tragedia del bolchevismo como la imposibilidad de extender la revolución al resto de Europa. La guerra de clases no podía resolverse a escala nacional ni el poder soviético podía imponer a Europa una relación de fuerzas que se correspondiera con el desarrollo político de las clases sociales del continente. Citando a Rosa Luxemburgo, Horowicz permanece fiel a la tesis según la cual la resolución de las tendencias en el nivel del mercado mundial depende de la maquinaria militar. Durante la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas capitalistas establecieron su triunfo sobre una Europa que desoyó el llamado de Lenin: “La guerra se desarrolló en Rusia como batalla por la tierra, y el fortalecimiento de la burguesía agraria terminó siendo una de las consecuencias calculadas de la revolución. Ahora bien, el proletariado había quedado reducido al partido del proletariado, y la reconstrucción de la sociedad de ningún modo garantizaba la reposición de una vanguardia devorada por la guerra civil y la crisis. El precio de la victoria –si la sociedad rusa debía pagarla sola– resultaba excesivo. Ese termina siendo el trágico balance del Octubre bolchevique”. Sencillamente era imposible para los bolcheviques resolver la guerra de clases a nivel continental a partir de un triunfo nacional. 

 

Ahora

La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no lo configura el tiempo homogéneo y vacío, sino el cargado por el tiempo-ahora.

Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia

 

La tentativa de liquidar la revolución posee connotaciones bíblicas. La contrarrevolución, según puede leerse en las primeras páginas de El huracán rojo, pretende extraer sus argumentos de cierta interpretación de la estructura íntima del monoteísmo según la cual “la dualidad de poderes teológicos no admite resolución pacífica”. En otras palabras, liquidar la revolución es acabar con la amenaza al principio absolutista. Es el sentido del título del primer capítulo del libro: “De la batalla por el derecho, al derecho a dar batalla”. En otras palabras, la revolución surge como irrupción de un principio alternativo basado en la responsabilidad democrática, o sea, en la extensión de formas de igualdad que solo se expanden batallando contra los dispositivos de restricción patriarcales de raíces teológico-políticas.

 

La derrota de la revolución europea trajo consigo la consolidación del principio autocrático, fundado ahora en la evolución del mercado mundial, que desembocó en la identidad entre espacio global y lógica del capital. Identidad que supone, además, una concentración inédita del poder militar. El huracán rojo puede ser leído, así, como un relato contra-teológico, un llamado a rastrear en la historia de la revolución las claves para comprender las causas profundas del actual impasse de lo político. La cita de los fenómenos libertarios del pasado carece de inocencia: pretende extraer aprendizajes para un presente que parece ser incapaz de superar la neutralización de la democracia como la de toma de decisones de las mayorías. Cualquiera que conozca a Horowicz puede entender lo que esto significa: un llamado perentorio, en tono alzado de voz, a comprender que el problema de la democracia efectiva solo ha sido planteado históricamente de modo revolucionario. 

 

En una reciente charla con militantes preocupadxs por la coyuntura, realizada semanas después de las primarias presidenciales argentinas que pulverizaron a Macri y durante las movilizaciones indígeno-populares que cuestionan las políticas de Lenin Moreno en Ecuador, el autor de El huracán rojo decía que el pensamiento revolucionario nunca fue otra cosa que el saqueo de las ideas circundantes en función de la obsesión por la transformación y, en consecuencia, un saber que se enhebra al ritmo de la lucha política. Por lo tanto, un programa –dijo allí Horowicz– no es sino un mapa de problemas nodales a resolver y, a partir de allí, un mecanismo útil para reajustar discursos políticos a la dinámica política tal y como surge de una toma de partido en favor de la cuestión democrática (que hoy se plantea como lucha de lxs trabajadores precarizados, los feminismos, lxs jóvenes, las comunidades indígenas). Lo que equivale a afirmar que el principal y más urgente desafío político consiste en retomar la iniciativa frente a los consensos discursivos que contienen, inhiben y liquidan toda expresión autónoma de la dinámica política.  

 

 

Táctica sin estrategia, estrategia sin teoría (apuntes sobre la izquierda popular en la argentina/2019) // Federico Manzone

El sentido común de la militancia popular, al menos el de aquella que no abandonó toda voluntad de transformación radical, busca oscilante el punto medio entre dos presiones: no alejarse tanto de las masas, no alejarse tanto del objetivo final. Si someterse a la primera lleva al reformismo, someterse a la segunda lleva a la marginalidad. Para quienes la vía de entrada a la política implica someterse al rigor de la primera presión, militar supone subsumir la teoría al movimiento, transigir ideas por eficacia práctica; para quienes hacer política implica someterse a la segunda presión, militar implica subsumir el movimiento a la teoría, resignar eficacia práctica a cambio de defender las ideas.

Así, pragmatismo y doctrinarismo aparecen como los dos síntomas más visibles de la crisis que aqueja a  todo el arco de la izquierda militante: la ausencia de cualquier tipo de anclaje estratégico de la militancia diaria. La falta de estrategia nos deja en una mano las ideas correctas, pero abstractas, y en la otra la militancia concreta, pero sin filo crítico ni revolucionario. Sin un anclaje estratégico la política diaria va a la rastra de los hechos, se vuelve imposible relacionar las tareas del momento con las tareas del período histórico, como también se vuelve imposible plantear el problema del poder y de la organización de un sujeto antagonista, la constitución “del proletariado en clase”, según la expresión del Manifiesto comunista. A su vez, la ausencia de anclaje estratégico es causa y consecuencia de la crisis del marxismo como teoría de la revolución, de su reducción a una ideología más, a un método de análisis del que no se deriva ninguna consecuencia práctica.

Sabemos que la recomposición del marxismo como teoría de la revolución implica, en última instancia, la emergencia de un sujeto antagonista al conjunto de la sociedad capitalista. Es decir, no hablamos de un problema simplemente teórico. Pero la emergencia de este sujeto probablemente sea imposible sin mediar una audaz reconstrucción estratégica que nos devuelva la posibilidad de pasar a la ofensiva, conscientemente, anticipadamente, organizadamente. Y la reconstrucción de una estrategia revolucionaria es a su vez imposible sin develar las necesidades teóricas de la lucha, sin la desideologización del punto de vista militante, sin el conocimiento científico de la sociedad que pretendemos revolucionar. El momento teórico de la estrategia es también una necesidad práctica, y ésta necesidad se revela como más urgente mientras más la militancia se resigna al abandono de todo ideal transformador, mientras más la militancia se asocia a la gestión de lo existente.

A razón de ello, se nos impuso la siguiente conclusión: si la realidad nos impone el materialismo vulgar, es momento de volver al idealismo serio. Si en la realidad se nos contrapone la teoría a la política en un juego de suma cero, en el que el avance de una categoría supone el retroceso de la otra, el desafío que se nos presenta es llegar a replantear, frente a las necesidades actuales de una militancia con pretensiones revolucionarias, la teoría como política.

Para esto, identificar los momentos en los que la ideología capitalista se cuela en el pensamiento de quienes militan para destruirla, es el punto de partida desde el que tiene que iniciarse nuestra investigación. Y desde ahí se vuelve necesario empezar a trazar un camino: de la crítica de la ideología al conocimiento de las contradicciones que anidan en el presente, y de las contradicciones del presente a las tendencias objetivas que atravesarán el próximo período. Sólo entonces estaremos en condiciones de plantear teóricamente el desafío de empezar reconstruir una perspectiva revolucionaria, capaz de darnos la autonomía ideológica suficiente como para empezar a dotar a nuestra propia práctica militante de un anclaje estratégico, capaz de proyectar objetivos de largo plazo que cuestionen al sistema desde su raíz.

Pero tengamos claro algo: ésta perspectiva puede servir, únicamente, como la puesta en circulación de un discurso que nos permita hablar en nuestra propia lengua, que nos permita empezar a nombrar a las cosas con palabras que no sean las de nuestros enemigos. Y si tenemos éxito en esta empresa, deberíamos, aún así, rechazar enérgicamente la comodidad de que otorga todo teoricismo. Tenemos que saber que la única forma de que éste discurso encuentre las vías de su progreso, dependen de echarlo a andar para ver si crece y se desarrolla,  si puede defenderse y golpear. Por ende, la única prueba de veracidad que una teoría revolucionaria, o mejor, que se pretende revolucionaria, es ser condición de nuevos pasos colectivos en la realidad, de nuevas experiencias de organización, de nuevas conquistas que en la práctica empiecen a acumular la forma de un recorrido común, de una experiencia de subversión colectiva.

Ante la total ausencia de perspectiva estratégica manifiesta en las ilusiones reformistas del presente, que inundan el cerebro de cientos, de miles de militantes, tenemos que repetirnos incansablemente, como mantra, una advertencia originalmente escrita en italiano: nunca más arrojarnos a la lucha sin armas teóricas, nunca más ponernos a desarrollar perspectivas teóricas lejos de los problemas de la militancia.

De la teoría como política habrá que llegar hasta una política teórica, a militar en el presente conscientes de las necesidades del porvenir, a darle a nuestras iniciativas tácticas el encadenamiento necesario para hacer de cada coyuntura, y de cada lucha, el eslabón de un recorrido estratégico, recorrido en cuyo fin no se encuentre la promesa de un ordenamiento distinto de la sociedad actual, al que rechazamos íntegramente, sino de una alternativa a la sociedad. Porque no hay verdadera vida social en una comunidad humana azotada por las compulsiones ciegas del capital, erigida sobre vínculos basados en la mercantilización de todo objeto material, natural e intelectual, dominada por formas políticas basadas en el poder del dinero y del estado.

Ya no nos alcanza con echarle la culpa al gobierno, al estado y a la clase capitalista, de las penurias que atraviesa la mayoría de la sociedad, para después seguir viviendo inconscientes como sujetos determinados por el valor, el dinero y el capital. Como el capital y su irreconciliable antagonismo estructura contradictoriamente cada una de nuestras vidas, nos declaramos enemigos hasta de nosotros mismos en tanto sujetos del capital. Y este es el punto de partida teórico que no estamos dispuestos a transigir con tal de dar un paso en la realidad.

 

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En las distintas expresiones de la izquierda local ante las próximas elecciones encontramos una ocasión especial para poner a prueba nuestro discurso. Queremos evitar la interpretación personalista de nuestra crítica. No son problemas de “moral revolucionaria” los que queremos señalar, no son “traiciones”, ni “engaños”, ni “claudicaciones”. Discutimos contra las manifestaciones de la ideología capitalista que se expresan a través del discurso y la práctica militantes, manifestaciones que emanan directamente de las relaciones sociales que nos constituyen y nos determinan. Es contra éstas que batallamos y a las que nos vemos empujados con urgencia a poner en evidencia, para tomar consciencia crítica de ellas.

Partimos de ésta[1] nota de Martín Ogando, dirigente de Vamos y referente de la izquierda popular, hoy casi mayoritariamente alineada tras la candidatura de Alberto Fernández. Su argumento podría resumirse en las dos siguientes relaciones entre categorías:

1) Contraponer capitalismo a democracia. Tras el resultado de las PASO de agosto y la devaluación sucedida al día siguiente a las elecciones, lo que se observó fue la extorsión de “un poder corporativo, elegido por nadie y fundado en el poder del dinero”, que intentó “marcarle la cancha a Alberto Fernández y decirle qué cosas están permitidas y cuáles no”. El problema sería, si seguimos el argumento de Ogando, que “el capital tolera cada vez menos a la democracia”, ya que ésta se vería socavada porque “el poder real de las corporaciones asfixia cada vez más cualquier atisbo de democracia real en la conducción de los asuntos cotidianos del Estado”, y por la imposibilidad de la democracia “para dar respuesta a las necesidades populares”.

2) Yuxtaponer instituciones y calles. La conclusión política de éste diagnóstico sería que, “ante la extorsión del capital financiero” y “frente al vaciamiento democrático” que “imponen las corporaciones sobre el sistema político”, la defensa de la democracia se volvería una tarea imprescindible. Pero para ello, piensa Ogando, “consolidar el triunfo del Frente de Todes tal vez no alcance”, por lo que al “terrorismo financiero” habría que “oponer el músculo social, una sociedad en alerta”, que muestre “que el clamor popular expresado en las urnas pisa sobre terreno firme”. Así, la orientación política sería “volver a construir un triunfo popular el 27 de octubre” para “defender hoy el salario y el pan de nuestro pueblo”, de cara a “construir mañana un nuevo ciclo de conquistas populares”, cuyo verdadero desafío se juega en “construir una fuerza social y política que exprese las aspiraciones de un nuevo bloque popular”. Esto se lograría, por un lado, en las “instituciones de la democracia que tenemos”, y por otro lado, “en las calles para prefigurar la democracia que quisiéramos tener”.

Por lo que hace a la contraposición capitalismo/democracia tenemos que señalar tres cuestiones, una política, otra económica y otra conceptual.

Respecto a la cuestión política. Es un error considerar, como hace Ogando, que la devaluación post-paso significó un intento de “los mercados” de marcarle la cancha al próximo gobierno. Para refutar esto bastaría citar las declaraciones del propio Alberto Fernández al otro día de las elecciones, quién no tardó en salir a convalidar la corrida diciendo que “el dólar a $60 está en un valor razonable”[2]. Es decir que el eventual próximo presidente no sintió que le marcasen políticamente la cancha “los mercados”.

Ésta idea de que los especuladores, o en términos de Ogando, el poder de las corporaciones, asfixian a la democracia, termina desplazando el eje de la discusión política del antagonismo de clase entre el capital y el trabajo a una contradicción entre “pueblo” y “corporaciones”. Y este desplazamiento, consciente o inconscientemente, termina socavando la posibilidad de reconstruir una estrategia revolucionaria e induciendo a la adopción de una estrategia de tipo eurocomunista, basada al menos implícitamente en un conflicto distinto al de la oposición directa entre capital y trabajo, y en una fuerza movilizadora distinta de la lucha de clases, en la que el objetivo termina siendo aglutinar a las fuerzas ‘populares’ contra el poder de las corporaciones, buscando crear una alianza de masas lo más amplia posible, para luego establecer una “democracia avanzada” sobre la base de esta alianza popular[3].

Respecto a la cuestión económica. Esta noción que expresa Ogando, según la cual el capital tolera cada vez menos a la democracia, desde la que se caracteriza a la devaluación post-paso como un acto de “terrorismo financiero”, hace abstracción de las condiciones necesarias que motorizan el endeudamiento, la fuga del excedente y la tendencia la profundización de la crisis, para terminar explicando la corrida, un proceso que es resultado de un cúmulo de acciones individuales y descoordinadas, como el resultado de la acción premeditada de un sujeto social específico: las corporaciones o el capital financiero. Es sobre estas condiciones necesarias que el resultado electoral de agosto operó como condición suficiente para terminar gatillando la fuga al dólar y la corrida cambiaria.

Y referirnos a estas condiciones necesarias nos lleva a responder la pregunta acerca de por qué hoy el capitalismo argentino atraviesa una crisis.

En las explicaciones del progresismo y de la mayoría de la izquierda, dos factores suelen aparecer como causa de la crisis, a veces por separado, a veces en una combinación de ambos: uno, la política económica del gobierno de Macri que sobre-endeudó al país, llevó a una redistribución regresiva del ingreso que planchó el consumo e impuso una recesión; otro, el saqueo de “los especuladores”, el capital financiero y el FMI, que lleva a financiar con deuda la fuga de capitales, dilapidando el ahorro nacional que podría invertirse en salud y educación para enriquecer a una clase de banqueros ladrones. El problema de este tipo de caracterizaciones es que lleva a entender que la crisis es, o un problema de política económica, o un problema de carácter externo al propio país, lo que lleva a inferir como salidas políticas posibles de la crisis, o un cambio de esquema de política económica, o no pagar la deuda, caracterizaciones y soluciones, ambas, que también llevan a hacer abstracción del antagonismo de clase y de las posibilidades de crisis que anidan en la propia forma de la relación de producción capitalista.

En una caracterización para nada exhaustiva, podríamos decir que la crisis en nuestro país responde a problemas estructurales, que no se solucionarán ni cambiando el esquema macroeconómico ni dejando de pagar la deuda. Estos problemas estructurales se encuentran determinados, en primer lugar por los límites que la acumulación de capital en nuestro país le ponen al crecimiento económico, y por otro lado, por los límites que la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo le imponen al relanzamiento de la acumulación[4]. A diferencia de las potencias capitalistas, en nuestro país las crisis en general, y en particular la crisis actual, no se manifiesta como una crisis de sobreacumulación de capital, sino que al contrario, la crisis tiene como base la debilidad de la acumulación. La causa de éste fenómeno se deriva de la falta de condiciones para la valorización del capital, que impiden la reinversión productiva del plusvalor. Ésta situación es la causa del estancamiento de la economía, lo que combinado con el proceso inflacionario que se arrastra y se agrava desde hace mínimo una década, genera las condiciones necesarias para que la clase dominante adopte la dolarización de las ganancias que no puede invertir como el único mecanismo posible para defender la forma valor de sus beneficios.

La asunción del gobierno de Macri responde en última instancia a esta situación de base, en la que la falta de condiciones de valorización y la profundización de la crisis impone la necesidad de apertura de la cuenta capital y el recurso al endeudamiento para defender la determinación fundamental de la relación capitalista: la forma valor. El fracaso del plan original del macrismo, el gradualismo, y el fracaso del intento de aplicar un ajuste con el apoyo del FMI, capaz de transformar la relación de fuerzas entre clases, lo suficiente como para relanzar el ciclo de acumulación, se manifestaron en el resultado electoral de las paso.

Lejos de significar éste una clara “victoria popular”, lo que se manifestó en éste es la reactualización de la relación de fuerzas “paradojal”[5] que abrió el 2001: lo suficientemente fuerte como para romper la tendencia al ajuste deflacionario que imponía la convertibilidad, pero insuficiente como para impedir la vía devaluatoria e inflacionaria de salida de la crisis, y más aún, para revertir la derrota estructural impuesta durante la primera mitad de los 90’s. Si tácticamente el resultado de las paso puede ser leído como un freno al proyecto macrista, estratégicamente representa la orientación de la mayoría de la clase trabajadora hacia la continuidad de un estado garante de la reproducción social, ilusión que más pronto que tarde chocará con los límites que las leyes del valor y la acumulación impondrán  a la voluntad política del próximo elenco gobernante. Y lo que no termine haciendo el gobierno en favor del capital, lo terminará de hacer el mecanismo de ajuste impersonal que regula la economía.

Si el recurso al endeudamiento al que apeló compulsivamente el gobierno de Macri tenía como objetivo económico financiar la dolarización de las ganancias de la clase dominante local ante la falta de condiciones de valorización, al mismo tiempo, tenía como objetivo político darle al gobierno la espalda necesaria para imponer un ajuste y una subordinación del trabajo al capital lo suficientemente fuerte como para transformar la relación de fuerzas heredada de 2001, que atravesó a los tres gobiernos kirchneristas y condicionó toda su política.

Desde esta perspectiva, la deuda representaba el apoyo político de los gestores del capital-dinero al plan del macrismo para recomponer las condiciones de valorización del capital. El resultado electoral de agosto evidenció el fracaso del macrismo en su intento por imponer aquel cambio en la relación de fuerzas entre clases, y ante la evidencia de que el gobierno de macrista era incapaz de ocultar su impotente final, la continuidad del espaldarazo financiero perdió toda función. Por ello, la derrota electoral terminó operando como condición suficiente para gatillar la fuga de los capitales que, esperanzados por la remota posibilidad de una re-elección del oficialismo, seguían apostando al diferencial de tasas de interés y tipo de cambio que ofrecía la inversión de activos financieros en el mercado local.

En resumen, la derrota política del gobierno transparentó la inviabilidad política de su estrategia de ofensiva contra el trabajo, lo que a su vez llevó a que el capital financiero retire el apoyo político a dicha estrategia, motorizando la fuga e imponiendo la devaluación del peso. El “terrorismo financiero” del que habla Ogando fue en realidad la respuesta espontánea de los gestores del capital-dinero ante esta situación.

Respecto a la cuestión conceptual. Si en realidad no puede atribuirse la devaluación del peso post-paso a la respuesta coordinada de una fracción de la clase capitalista para condicionar políticamente al gobierno próximo, ¿es sostenible la contraposición capitalismo/democracia? Pensamos que no, o que en todo caso, sólo es posible sostener aquella contraposición si se vacía de su contenido de clase al régimen democrático para inducir a una concepción de la democracia como un mecanismo neutro, que habilita a pensar la posibilidad de una transición sin “salto” ni ruptura revolucionaria entre la democracia capitalista y lo que podrían ser nuevas formas de democracia basadas en la generalización de experiencias de autodeterminación política de la clase trabajadora. 

Es necesario partir de la idea de que la democracia capitalista es el régimen político que expresa por excelencia la separación entre economía y política, que es la forma en la que el capital como relación social existe en tanto relación de dominación política. Ésta separación, es necesario aclarar, no viene dada al nivel de la estructura del modo de producción, como podría postular un marxismo de corte estructuralista, sino que existe como posibilidad, como un proceso-de-separación[6] que el gobierno del estado capitalista debe lograr imponer en la lucha de clases. Desorganización por debajo de las demandas sindicales y sociales, vaciamiento de su potencial de unificación inmanente, integración fragmentada de las reivindicaciones de las distintas fracciones de la clase, derrota por la fuerza de las luchas resistentes a toda integración, imposición de la esfera estatal como único campo de universalización de intereses; de todo esto depende que el estado capitalista logre separar economía y política.

Desde esta perspectiva, la democracia no está contrapuesta al capitalismo, sino que en general, y en la coyuntura nacional actual en particular, la democracia opera como uno de los principales resortes para la canalización institucional del antagonismo de clase. La tendencia a la gestión de la movilización social por parte de la dirigencia de los movimientos sociales[7], y la pasividad de las dirigencias sindicales y políticas, que a lo largo de los últimos dos años del gobierno macrista “desensillaron” con el argumento de “esperar a octubre”, son la evidencia más clara de que en la actualidad democracia no se contrapone al capitalismo, sino que al contrario, opera como una de los resortes más importantes en favor de la canalización institucional de los antagonismos sociales, reproduciendo así la separación entre economía y política, y la dominación política de la clase capitalista.

Por otro lado, es necesario tener presente que a nivel conceptual tampoco existe una contraposición entre capitalismo y democracia, ya que, como explica Hirsch[8], el momento de libertad e igualdad contenido en la forma de socialización propia de las relaciones sociales capitalistas, es decir, la producción y el intercambio mercantiles, sirve de  fundamento del carácter potencialmente democrático-burgués del estado capitalista, y se encuentran en la base de la relación histórica entre capitalismo y democracia. De ahí que el principal desafío de una estrategia revolucionaria se halle en la superación de la forma política propia del capitalismo.

Por lo que hace a la yuxtaposición instituciones/calles, nos limitamos a hacer un comentario breve para luego desarrollar algunos argumentos más en polémica con otro artículo. Como para Ogando la democracia está amenazada por las corporaciones, la tarea del momento es defender la democracia. Más arriba discutimos contra la noción de “terrorismo financiero” y el error político y conceptual de contraponer democracia a capitalismo. Pero el problema no termina ahí, porque para Ogando no habría sólo que defender ahora la democracia, sino que además habría que pelear por profundizar la democracia. Es decir que Ogando no sólo coloca equivocadamente a la democracia contra el capitalismo, sino que más allá del capitalismo lo que encuentra, o pretende encontrar, es más democracia.

Esto se lograría, según su planteo, construyendo “una fuerza social y política que exprese las aspiraciones de un nuevo bloque popular”. No sabemos qué intereses, grupos o clases integrarían aquel bloque. Lo que podemos inferir es que la pata social del supuesto bloque, presionará por abajo en las calles, mientras que la pata política accionará desde las instituciones para transformarlas en “la democracia que queremos”. La relación o la dinámica según la cual la presión de la movilización callejera podría llegar a transformar el carácter de clase del estado y de la democracia capitalistas tampoco se explicitan, por eso hablamos de yuxtaposición.

El punto problemático se encuentra en que asociar la democracia capitalista a amplios derechos económicos y sociales, equivale a abstraer de sus condiciones históricas ciertos momentos de la lucha de clases y de la relación entre ésta y la forma de estado, para fetichizarlos y volverlos el objetivo por el cual pelear. Ésta operación, además, desconoce la crítica real que la historia de nuestro país ya hizo sobre aquella asociación: el “con la democracia se come”, de Alfonsín, fue asesinado críticamente por la década del ’90, que mostró la absoluta compatibilidad de democracia y hambre, y fue enterrado por la insurrección popular de 2001. Permanecer encerrados en las ilusiones democráticas lleva al retroceso de la izquierda hacia el progresismo, incapaz de superar la autocrítica post-dictatorial que llevó a toda una generación militante a pensar que la democracia es un valor incuestionable. Hacia el futuro que se avecina, creemos que ésta es una mochila que tenemos que dejar de cargar: que los muertos entierren a sus propios muertos.

 

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Para continuar la polémica contra la yuxtaposición instituciones/calles como forma de pensar la relación entre luchas sociales y luchas políticas, nos parece interesante detenernos en un artículo de Martín Mosquera[9], militante de la agrupación Democracia Socialista, que dentro de una caracterización mucho más fina y consciente de las contradicciones que la de Ogando, no deja de expresar, de modo ambiguo y contradictorio, nociones equivocadas como la de “terrorismo financiero”, y el límite político, al igual que Ogando, de una orientación sin anclaje estratégico.

La ambigüedad del planteo de Mosquera se expresa en dos de sus argumentos. En primer lugar, al referirse a la devaluación post-paso dice que “es adecuada la definición generalizada de ‘terrorismo financiero’ para describir esta reacción”, que para él evidencia “el autoritarismo impersonal del capital, que siempre puso límites muy estrechos a la democracia política”. Pero inmediatamente luego de hablar del “autoritarismo impersonal del capital” dice que “a los grandes grupos capitalistas les disgustó el resultado electoral y se dispusieron a condicionar la transición en curso y al próximo gobierno”. ¿Es impersonal una decisión efectuada por “los grandes grupos capitalistas”? Si bien vuelca la explicación más hacia lo primero, ya que dice que “no significa que se trate de una acción concertada por el gobierno y el capital financiero”, su formulación no deja de ser ambigua, lo que permite habilitar la posibilidad de contraponer democracia/capitalismo, para desde acá justificar el apoyo táctico a la candidatura de Fernández.

En segundo lugar, el planteo de Mosquera se vuelve ambiguo al desarrollar, a nuestro entender, una caracterización correcta de la contradicción que se abre en la próxima coyuntura, pero sin sacar las conclusiones estratégicas necesarias de esta caracterización. Esto lo lleva a terminar proponiendo como orientación la estrategia de presión social y sindical que ya actualmente sostiene la mayoría de la clase trabajadora en nuestro país, y que en nuestra opinión es insuficiente para dar respuesta a la situación que el propio Mosquera reconoce que puede venirse.

Por un lado, Mosquera es consciente de la posibilidad de descontrol hiperinflacionario que anida en la coyuntura actual y de las consecuencias disciplinantes en términos sociales y políticos que un proceso de este tipo puede llegar a tener al nivel de la lucha de clases y de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo. En contrapunto, podríamos decir que más que en las pasadas elecciones, como apunta Mosquera, en un proceso de este tipo (o al contrario, en el despliegue espontáneo de un proceso de movilización de masas) se jugaría la posibilidad de una “redefinición de las relaciones de fuerza a nivel social”. También señala, aunque ahora en la dirección correcta, que en la coyuntura que se abre en nuestro país queda planteada “la contradicción entre las expectativas sociales que desata la derrota del macrismo y la política de contención social del peronismo”.

El problema es que, por otro lado, si bien es consciente del peligro hiperinflacionario[10], al momento de arriesgar una orientación se limita a señalar que es en “doblegar las tendencias a la pasivización social” donde “se libra la batalla central del momento político”, lo cual implica que la pelea estratégica, para Mosquera, se juega en pelear por no dejar de movilizar. Esto, en nuestra visión, implica replicar como salida lo que ya es la orientación actual de la mayoría de la clase trabajadora: una estrategia de presión sindical y social, apuntando a que ésta no disminuya cuantitativamente. 

Si el nivel de movilización social ha bajado durante los últimos dos años del gobierno de Macri, esto se debe no sólo a la contención aplicada por las dirigencias sindicales y sociales, y al efecto del zarpazo devaluatorio “sin sujeto” que se vivió a partir del estallido de la crisis en 2018, como señala Mosquera, sino también al efecto disciplinante y quietista que impuso el calendario electoral y el apoyo, reproducido por gran parte de la militancia popular a la candidatura de Fernández, con todas las ilusiones de normalidad que esto despierta.

Es curioso que Mosquera cite el trabajo de Adrián Piva para referirse a los efectos de paralizantes y de disolución social que acarrean los procesos hiperinflacionarios, pero lo haga sin señalar que Piva también reconoce, haciendo referencia a la hiperinflación de 1989, que “la crisis de la estrategia sindical dominante centrada en la lucha salarial” fue impotente para hacer frente a la ofensiva aperturista y flexibilizadora que luego de la hiper terminó por imponer el menemismo. Para Piva “la clase obrera, ligada a través de sus sindicatos a un bloque sociopolítico que mostraba signos de disolución desde mediados de los 70, no pudo romper con la inercia de una estrategia de lucha centrada en el salario y orientada a la defensa del viejo patrón de acumulación”[11]. 

Ésta es una referencia importante para pensar los límites de la actual estrategia que se expresa en el apoyo de la mayoría de la clase trabajadora al eventual futuro gobierno del Frente de Todos, ya que señala el límite del que deben partir los intentos colectivos de construcción de una estrategia alternativa. Por más de que la clase trabajadora rompa con “las tendencias a la pasivización social” que señala Mosquera, el desarrollo de una estrategia revolucionaria necesita superar el fetichismo del dinero para tomar consciencia de los límites que una estrategia centrada en la forma salario pone a la defensa del valor de la fuerza de trabajo en contextos recesivos y de espiralización inflacionaria. 

Limitarse a pelear contra las tendencias a la desmovilización implica dar una respuesta sólo táctica. La respuesta estratégica frente a la actual crisis no puede ser un aumento cuantitativo de la capacidad de movilización social sin apuntar a modificar las ideas que estructuran la actual organización espontánea de la acción de clase. La construcción de una perspectiva estratégica debería aprovechar la situación de crisis para marcar los límites insuperables que impone la propia relación capitalista, intentando abrir desde ahí la posibilidad de cuestionamiento no sólo del deterioro de las condiciones de vida, sino del carácter de mercancía de nuestra propia fuerza de trabajo, carácter que revestimos socialmente de forma inconsciente, que nos determina y se nos impone “independientemente de nuestra voluntad”. 

Y con esto no queremos caer en un teoricismo abstracto, sino apuntalar la idea de que es frente a estos límites que nos impone la forma social capitalista que la teoría se vuelve una necesidad práctica, capaz de darnos la autonomía ideológica necesaria para dar nuevos pasos en la elaboración de una estrategia política. Sin generar conciencia respecto a la determinación que nos impone la forma social es imposible empezar a construir una estrategia revolucionaria. Y si no es en las coyunturas del ciclo capitalista en las que éste amenaza con una expropiación extraordinaria de ingresos por vía hiperinflacionaria, frente a la cual no hay ministerio, ni sindicato, ni convenio, ni aumento salarial que pueda revertir, ¿cuándo es el momento en el que agitamos y propagandizamos aquel cuestionamiento?

Es en el límite que las relaciones de producción le imponen a la reproducción de la vida que se abre la brecha para la introducción de un discurso subversivo de aquellas mismas relaciones. Trabajar en esta perspectiva, desde la ciencia, desde el arte, desde la cultura, desde los medios, desde la academia, desde el trabajo, implica asumir el imperativo de que sólo el pesimismo de la razón, la desconfianza absoluta en las salidas que el sistema tiene para ofrecernos, la conciencia de su impotencia, es la vía para abrir el camino hacia optimismo de la voluntad, hacia una acción subjetiva libre de las determinaciones del capital. Y para esto es necesario que las salidas estratégicas que proyectamos estén fundadas en una teoría revolucionaria, en una concepción teórica que sea un vértice inaccesible para nuestro adversario.

De otro modo, la orientación política de la izquierda popular para el período que se abre termina quedando reducida a votar y luchar. Es en este punto que movilización y sindicatos, lucha reivindicativa y forma salario, o en suma: calles e instituciones, quedan yuxtapuestas. Y al no mediar un planteo claro de la relación entre táctica y estrategia, caracterizaciones más correctas como las de Mosquera terminan ofreciendo salidas para nada diferenciables a las propugnadas por Ogando, para quien también se trata de “volver a construir un triunfo popular el 27 de octubre” para “defender hoy el salario y el pan de nuestro pueblo”. El objetivo final queda reducido a la nada, mientras el movimiento real pasa a ser todo.

Ambos dos, Mosquera y Ogando, insisten en la noción de “victoria popular”, la cual no está exenta de ambigüedades. Mosquera reconoce esto último, al advertir que la supuesta victoria que se expresó en las elecciones “puede desdibujarse si no irrumpe pronto una intervención social de amplitud”; no así Ogando. Desde acá pensamos, en cambio, que interpretar como victoria popular el triunfo del Frente de Todos lleva a la pérdida de la autonomía política de cualquier posición de izquierda, porque más allá de las ilusiones que despierte en la clase trabajadora, la victoria de Alberto Fernández es también un paso adelante en el intento de contención de la crisis, y en cuanto tal, un paso adelante en el proyecto de compatibilizar ajuste con estabilidad política. Hacer “un triunfo popular” de este resultado, es colaborar también con que triunfe aquel proyecto.

Si bien mantener el nivel de movilización y lucha por la defensa del salario y las condiciones de vida es necesario para que el próximo gobierno no compatibilice ajuste con estabilidad, el primer paso para la reconstrucción de una perspectiva estratégica, de clase, que apunte a la constitución de un sujeto antagonista en un mediano-largo plazo, supone la lucha por autonomizar las luchas por la defensa de las condiciones de vida de su intento de canalización institucional por parte del gobierno futuro. Y esto implica una lucha por separar instituciones de calles, implica buscar las condiciones de unificación política que anidan en el conjunto de las luchas mismas, para pasar a organizarlas, para hacer de este punto de unión el soporte de una irreductibilidad del sistema, la constitución de un sujeto que el estado sea incapaz de integrar. 

El “pacto social” que busca imponer Alberto Fernández apuesta a reconstituir a la política como una instancia autónoma, para reforzar la ilusión de que el estado capitalista puede ser un estado garante de la reproducción social –ilusión que late en el voto al Frente de Todos–, logrando así reproducir la separación entre economía y política característica de la forma de dominación capitalista. Para esto, el próximo gobierno se verá obligado a imponer no sólo la desmovilización social, sino también la moderación de las demandas salariales y sociales, y el reforzamiento del poder y la legitimidad de las “instituciones” políticas de mediación de los intereses entre capital y trabajo capaces de canalizar su antagonismo (centralmente el ministerio de trabajo y el ministerio de desarrollo social). Y desde esta perspectiva, sostener la lógica de “instituciones y calles” lleva a hacer abstracción del carácter de clase del estado capitalista y del papel histórico concreto que las distintas estructuras de su aparato jugarán en el período que se abre.

Esto anticipa la politización inmediata de las demandas salariales y sociales que apunten a cuestionar los límites entre economía y política que buscará instaurar el pacto social. Por ello, para el futuro gobierno, todas las luchas de hecho económicas que apunten recuperar lo perdido durante el macrismo se transformarán en luchas políticas, es decir, en impugnaciones de facto al programa del pacto social que las mayorías populares votaron en agosto y convalidarán en octubre, con la anuencia de las fuerzas de la izquierda con las que venimos polemizando.

Empezar a trabajar en la perspectiva estratégica de constitución de un sujeto antagonista, capaz de moverse con autonomía de los mandatos del capital, implica como primer paso la construcción de un discurso esclarecedor de las determinaciones que el capital impondrá a la política de conciliación que el próximo gobierno buscará ensayar para garantizar la dominación y autonomizar la esfera política, como medio para poder sobrellevar la crisis sin que tambalee la “gobernabilidad”. 

Las necesidades financieras que Fernández se comprometió a cumplir y la tendencia a la agudización de la crisis, por distintas vías, llevarán al próximo gobierno a profundizar el ajuste fiscal, a aplicar reformas tendientes a recomponer las condiciones de valorización, para incentivar la inversión y presionar hacia un aumento de productividad global de la economía, intensificando los ritmos de trabajo y presionando al aumento de la desocupación. Sin esto el país no saldrá de la recesión.

Si en el mediano plazo el gobierno falla políticamente en imponer el ajuste fiscal, se lo cobrará la inflación por vía económica; si por otro lado, falla en lograr imponer un aumento de productividad, se lo cobrará una mayor devaluación. La tendencia a la agudización de la crisis impone este rumbo como necesario. Por lo tanto, en la intersección que las leyes del valor y la acumulación imponen a las ilusiones politicistas, tanto del gobierno como de las masas, se abre el espacio para la disputa por una política antagonista al conjunto del sistema en el próximo período.

Intervenir, al decir de Gramsci, con “espíritu de escisión”, desde cada lucha particular buscando englobar los intereses de la clase en general, resaltando los denominadores comunes que unifican inmanentemente las reivindicaciones de los diferentes sujetos sociales, es el camino para bloquear la ofensiva capitalista a la que induce silenciosamente el pacto social al que se pretende sumar a todo un sector de la militancia popular como rueda de auxilio. 

Únicamente la constitución de un sujeto antagonista al conjunto del sistema puede evitar la imposición de una derrota de clase que nos quite la capacidad de acción ofensiva durante el próximo período. Esta posibilidad anida, latente, por un tiempo, en la crisis en desarrollo y en el gran estallido que se avecina. La conciencia con la que se llegue a ese momento marcará el punto del cual partirá el próximo ciclo de la lucha de clases. Necesitamos poner potentes cerebros a trabajar en la perspectiva de un rearme estratégico, para que la próxima crisis no nos encuentre, como ahora, disueltos entre nuestros enemigos de clase. Las ilusiones reformistas que habilitan esa disolución no sobrevivirán a la crisis. Que su destrucción dependa de nuestra actividad crítica, consciente, y no de la violenta imposición de una ley ciega, sería una primera prueba, el botón de muestra, de que una perspectiva revolucionaria puede empezar a desarrollarse.

[1] https://notasperiodismopopular.com.ar/2019/08/16/capitalismo-contra-democracia/

[2] https://www.lanacion.com.ar/politica/alberto-fernandez-el-dolar-60-esta-valor-nid2277730

[3] Estamos tomando el argumento desarrollado por Ellen Meiksins Wood en su discusión con el post-marxismo. Ver ¿Una política sin clases? El post-marxismo y su legado. Ed. RyR, Bs. As. 2013 p. 73

[4] Nuestra explicación se basa centralmente, aunque no sólo, en los desarrollos de Rolando Astarita. Ver en particular: https://rolandoastarita.blog/2018/10/06/crisis-fuga-del-excedente-y-deuda-externa/; y https://rolandoastarita.blog/2018/12/07/la-crisis-argentina-una-vision-de-largo-plazo-1/, https://rolandoastarita.blog/2018/12/13/la-crisis-argentina-una-vision-de-largo-plazo-2/, https://rolandoastarita.blog/2018/12/17/la-crisis-argentina-una-vision-de-largo-plazo-3/

[5] Tomamos la definición de Adián Piva, ver: https://www.youtube.com/watch?v=WGA755oE1rE&t=345s

[6] Ver el desarrollo de este concepto en el 2do capítulo del libro de Alberto Bonnet La hegemonía menemista, ed. Prometeo, Bs. As., 2008

[7] Ver las declaraciones “autocríticas” de Juan Grabois respecto a su negativa a movilizar contra el macrismo por miedo a desestabilizar, en: http://www.resumenlatinoamericano.org/2019/07/30/argentina-en-cuestion-juan-grabois-si-nos-roban-los-mitos-que-tenemos-nos-dejan-vulnerables/

[8] Ver el artículo de J. Hirsch, ¿Qué significa Estaado?, disponible en: http://www.redalyc.org/pdf/238/23802411.pdf  

[9] https://www.intersecciones.com.ar/2019/08/19/argentina-ante-un-instante-de-peligro-derrota-de-macri-terrorismo-financiero-y-lucha-de-clases/  

[10] Recientemente, Domingo Cavallo advirtió sobre el mismo peligro. Ver: https://www.clarin.com/economia/domingo-cavallo-posible-hiperinflacion-produce-noviembre-diciembre-seguira-riesgo-2021-_0_98vueYEA.html

[11] Ver el trabajo de Adrián Piva Acumulación y hegemonía en la argentina menemista, ed. Biblos 2012, p. 82 y p. 85

Fatiga de mundo, o la potencia política del agotamiento // Andrés Abril

Cosa entre las cosas, el Bloom se mantiene, sin embargo, fuera de todo, en un abandono idéntico al de su universo. Está solo con cualquier compañía, y desnudo en cualquier circunstancia. Y es aquí que descansa, en la ignorancia cansada de sí, de sus deseos y del mundo, donde su vida desgrana día a día el rosario de su ausencia. El Bloom ha desaprendido la alegría al igual que ha desaprendido el sufrimiento. En él, todo está gastado, incluso la desgracia. No cree que la vida sea digna de ser vivida, pero considera que suicidarse no vale la pena.

Tiqqun

Teoría del Bloom

 

Hay una especie de fatiga en el mundo contemporáneo, una tonalidad afectiva que atraviesa las diversas esferas de la vida humana. En las oficinas y fábricas, el estrés y la atmósfera vertiginosa del trabajo agotan nuestra buena disposición; en las grandes ciudades, el tráfico extenúa hasta al más paciente de los conductores o usuarios del transporte público; la ineficiente burocracia, realización concreta de las peores pesadillas kafkianas, nos deja sin energías al final del día; en las escuelas y universidades, donde los profesores ya no solamente desempeñan labores de educación sino también administrativas y de gestión interpersonal, la carga laboral se vuelve inmanejable; los freelancers, verdaderos “lanzas libres”, mercenarios del neoliberalismo, deben agotar todas las posibilidades que tienen a mano y, por esa vía, agotarse a sí mismos para estar al día con la renta; en el registro de lo político hay desilusión, desesperanza, acaso desesperación, y nos sentimos cansados ya, anhelando un cambio que no llega, pues todas las alternativas parecen haberse agotado; incluso en el amor hay cansancio y aburrimiento: ante la amenaza de la monotonía y la necesidad del cambio constante, ante el vertiginoso imperativo de “hacer lo que queramos” (lema esencial de la propaganda capitalista), basta con que un swipe left nos salve de la pesada carga del otro. Estamos cansados, agotados, exhaustos. No tenemos tiempo, el tiempo se nos agota. A su vez, el tiempo, ese tiempo delirante del capital, nos agota.

            No es de extrañar, entonces, que en el contexto del capitalismo contemporáneo se encuentren exacerbados tanto los discursos de la hiperproductividad como aquellos de la hipervaloración del descanso. Es sintomático que encontremos, por ejemplo, enérgicos lemas propagandísticos que nos exhortan a esforzarnos, a ir más allá, a dar todo de nosotros y ser empresarios proactivos de nuestras vidas, de nuestras propias almas: ¡ve más allá de ti, de tu cuerpo, de tu cansancio! Al mismo tiempo, las industrias del ocio y del placer hacen de la posibilidad de descansar, de alejarnos del estrés diario, un producto espectacular. Ya sea en un lugar paradisiaco o en nuestros hogares, el descanso se convierte en algo valioso, una mercancía fundamental que es preciso adquirir para disfrutar plenamente de la vida. ¡Da todo de ti y luego descansa!… Para volver a dar todo de ti. Hiperproductividad y ocio, en ese sentido, forman parte de la misma lógica, del mismo espacio liso del capital en que el ciclo constante cansancio-descanso no es más que una eterna fatiga, un eterno cansancio. Fatígate que yo te ayudaré.

             Si el cansancio se revela como una tonalidad afectiva característica de nuestra época, y si el sujeto extenuado parece ser tan consustancial a las formas de vida contemporáneas, resulta relevante pensar la cuestión del cansancio y el agotamiento a la luz de la articulación entre afectos y política. En cuanto resultado o producto de ciertas cargas afectivas y encuentros, el cansancio no solo refleja la condición actual de las sociedades posfordistas, sino que nos permite valorar las potencias que él mismo puede desatar. En otras palabras, el cansancio, más allá de ser un mero fenómeno sociológico o psicofisiológico, se convierte en un campo de posibilidades para pensar lo político. Los afectos, bien lo sabemos, tienen un carácter ambiguo o paradójico. Por lo tanto, tomarse el cansancio (o agotamiento) en serio no solo implica dar cuenta de lo que bloquea o interrumpe; es necesario, también, fijar la mirada en aquello que podría impulsar u originar: un cansancio que produce cosas, un cansancio productivo.

Con esto en mente, en la primera parte del presente ensayo haremos una breve presentación de las condiciones en que se origina el cansancio. Allí, la lectura de Fisher sobre la depresión (2016) y la caracterización que Deleuze (1996) hace de las sociedades de control nos ayudarán a delinear este escenario. En un segundo momento, y con el fin de dislocar los conceptos de la discusión, exploraremos la distinción deleuzeana entre cansancio y agotamiento. Esto nos dará pie para pensar tales cuestiones en clave política, pero, sobre todo, productiva, es decir, como aspectos que abren horizontes y posibilidades de pensamiento y acción. Finalmente, en el último apartado exploraremos la relación entre agotamiento y creación, o, si se quiere, la potencia creativa y política del agotamiento.

 

I

En “Post-scriptum sobre las sociedades de control”, un conocido escrito publicado en francés en 1990, Deleuze da cuenta de los cambios en las dinámicas de poder y organización social que ya se venían gestando hacía unos años con el auge del neoliberalismo (dinámicas que el propio Foucault analizó en algunos de sus textos y clases). Para Deleuze (1996), las viejas sociedades disciplinarias de los siglos XVIII y XIX, que habían reemplazado a las sociedades de soberanía, estaban siendo sustituidas, a su vez, por un nuevo tipo de formación social: la sociedad de control. A diferencia de las disciplinarias, nos dice Deleuze, las sociedades de control ya no disponen de centros de encierro independientes. Es decir, el individuo ya no se mueve a lo largo de su vida entre una institución y otra: de la familia al colegio, del colegio al cuartel, del cuartel a la fábrica, etc. “En las sociedades de control nunca se termina nada: la empresa, la formación o el servicio son los estados metaestables y coexistentes de una misma modulación, una especie de deformador universal” (Deleuze, 1996, p. 280). Así pues, incluso en el transcurso de un día, un individuo no deja de estar en la empresa aunque esté con su familia, o sigue siendo su propio “médico en casa” (que regula su bienestar) aun cuando no esté en un centro de salud.

            Este espacio liso de las sociedades de control, en contraposición al espacio rugoso y segmentado de las sociedades disciplinarias, da paso a la difuminación de las fronteras entre un régimen social y otro, y, en esa medida, aplana el terreno donde circulan flujos de códigos y afectos: el hombre se vuelve gerente de su hogar, el jefe anima a sus empleados a constituir una gran familia, la mujer cuida y gestiona su cuerpo y su alma como si se tratara de una empresa, etc. No obstante, al constituirse como economías de mercado, y a pesar de los múltiples solapamientos entre una dimensión y otra, en las sociedades de control la lógica empresarial y de las finanzas termina por permear el lenguaje, las relaciones y las formas de vida de los sujetos. Resulta de particular importancia, entonces, la eliminación de la frontera entre la empresa y el hogar, entre la esfera de la producción y la reproducción, entre trabajo y ocio. El sujeto es una empresa, es empresario de sí, y a la vez lleva la empresa (el trabajo) consigo: no importa dónde se esté, siempre se está trabajando. 

Si no existe un afuera del trabajo, de la empresa, no hay algo así como trabajo y ocio, fatiga y descanso, solo un espacio plano de actividad productiva. El trabajo se ha vuelto “personal”, y lo “personal” es ya un trabajo. En ese sentido, la supresión de un espacio laboral más o menos delimitado, aunado al desarrollo de las nuevas tecnologías, ha alterado de manera decisiva el modo en que nos relacionamos con nuestro propio cuerpo y con el de los demás. Lo que quiere decir, en últimas, que la inserción del trabajo en el ámbito de lo “personal” no constituye simplemente una modificación en la lógica económica, o incluso una transformación en el orden de lo simbólico; se trata de “algo más”. Se trata, para decirlo con todas las letras, de una transformación afectiva, si entendemos, junto con Spinoza, que los afectos son “las afecciones del cuerpo con las que se aumenta o disminuye, ayuda o estorba la potencia de actuar del mismo cuerpo, y al mismo tiempo, las ideas de estas afecciones” (É, III, d3).

Desde la perspectiva de los afectos, la nueva dinámica del trabajo permea el tipo de relaciones que tiene nuestro cuerpo con todo lo que lo rodea. El exceso de aparatos y herramientas tecnológicas, así como la excesiva carga de trabajo o la falta de estabilidad laboral, alteran nuestra manera de desear, la forma en que afectamos y somos afectados. Somos impelidos por fuerzas externas, experimentamos las cosas de formas diferentes, y los afectos que circulan aumentan o disminuyen nuestra potencia de actuar. Así, no estamos sujetos a un horario específico, pero a cambio debemos nuestra alma al trabajo constante; pretendemos no tener jefes, pero nos vemos obligados a regular nuestras actividades y dar resultados; no nos cansamos después de trabajar ocho horas, sino que quedamos absorbidos por un cansancio continuo, por un ciclo interminable de pequeños y casi imperceptibles cansancios y descansos. Y si antes el cansancio se sentía después de una larga jornada laboral, ahora es constante, está siempre ahí, pues ya no hay jornada ni espacio laboral. Fisher (2016) es contundente en su lúcida descripción de esta situación:

Una de las consecuencias de las modernas tecnologías de la comunicación es que no cuentan con un espacio externo en el que uno pueda descansar de ellas y recuperarse. El ciberespacio vuelve obsoleto el concepto clásico del “espacio de trabajo”. En un mundo en el que se espera de nosotros que podamos responder a un e-mail de trabajo casi a cualquier hora del día, el trabajo no se limita ya a un lugar o un horario. No hay escape, y no solo porque el trabajo se expande sin límites. Estos procesos comenzaron a colarse en la libido de manera que el estrangulamiento que provoca el exceso de las telecomunicaciones no se experimenta necesariamente como algo displacentero. (pp. 133-134)

En esta cita, Fisher señala un punto fundamental. Las dinámicas del trabajo en el capitalismo contemporáneo han logrado que el cansancio se exacerbe hasta unos límites insospechados, haciendo incluso que lo extenuante o displacentero no sea concebido como tal. En esa medida, como parte de un nuevo sensorium, en el capitalismo contemporáneo surge el cansancio en cuanto tonalidad afectiva preeminente. Se configuran, a partir de esto, disposiciones e interacciones particulares, así como relaciones y formaciones sociales mutables y mutantes. Por ejemplo, “con las familias agotadas por la presión del capitalismo que les exige a ambos padres trabajar todo lo que puedan, los profesores [deben] actuar ahora como padres sustitutos capaces de instalar los protocolos de conducta más básicos, y proveer apoyo pastoral y emocional a los adolescentes que, en algunos casos, están mínimamente socializados” (Fisher, 2016, p. 55). Enfrentamos, pues, el cansancio, la fatiga, como una tonalidad afectiva, incluso como un afecto del mundo contemporáneo.

Pareciera, por todo lo anterior, que el cansancio es producto de un peso, de una fuerza negativa y aplastante. Y esto no es del todo falso, ya que se trata de una extenuación, de un costo orgánico —o mejor, psicofisiológico— que define ciertos límites del cuerpo y que puede disminuir considerablemente su potencia de actuar. No obstante, el cansancio en sí mismo no es negativo ni positivo, sino productivo, hace cosas. De tal modo, si concebimos el cansancio como lo que registra el cuerpo en forma de afecto a causa del costo psicofisiológico al que se ve sometido (Wasser, 2012), y si aceptamos que los afectos tienen un carácter intrínsecamente ambiguo y paradójico, entonces resulta fundamental considerar no solamente lo que el cansancio bloquea o interrumpe, sino aquello que permite, impulsa o produce. En su diagnóstico de lo que denomina realismo capitalista, Fisher (2016) afirma que ahora enfrentamos “un sentido más generalizado y más profundo del agotamiento y de la esterilidad política” (p. 29). Por lo tanto, tomar con seriedad esta aseveración implica llevar hasta las últimas consecuencias una reflexión sobre el cansancio y el agotamiento. Esto, sin duda alguna, constituye una tarea de primer orden para pensar nuevas maneras de constituir lo común y de redefinir lo político en el mundo contemporáneo.

 

II

“L’épuisé” (1992), uno de los últimos textos publicados en vida por Gilles Deleuze, es un pilar fundamental para la mayoría de exploraciones en torno a las figuras del cansancio y el agotamiento. Allí, Deleuze establece de entrada una distinción entre el agotado (épuisé) y el cansado (fatigué): “el cansado tan solo ha agotado la realización, mientras que el agotado agota todo lo posible. El cansado ya no puede realizar, pero el agotado ya no puede posibilitar” (Deleuze, 1992, p. 57)[1]. Si bien es cierto que el texto aparece a manera de posfacio en la edición francesa de Quad (pieza televisiva escrita por Samuel Beckett en 1980), y como tal no constituye explícitamente una reflexión sobre lo político, sino una exploración de lo sensible, hay ciertos pasajes y momentos que nos permiten extraer de él una potencia política. De hecho, Zourabichvili (1998) confirma esta idea al afirmar que “L’épuisé” “no es un ensayo político, puesto que está dedicado a Beckett. Pero aparece menos de tres años después de la caída del muro de Berlín, cuando proliferan los discursos satisfechos por la muerte de las utopías, por la ilusión de toda alternativa a la economía de mercado; y su tema es el agotamiento de lo posible” (p. 336). En ese registro, seguir la distinción que hace Deleuze entre el cansado (o fatigado) y el agotado, nos permitirá, creemos, lanzar algunas luces sobre la relación entre lo afectivo y lo político.

            El cansado, tal como lo caracteriza Deleuze, no agota todo lo posible, simplemente lo realiza. Es decir, combina un conjunto de variables para realizar lo posible, pues funciona por exclusión de posibilidades. “La realización de lo posible siempre procede por exclusión, porque supone preferencias y objetivos que varían, reemplazando siempre a los anteriores. Estas variaciones, estas sustituciones, todas estas disyunciones exclusivas (noche-día, salir-volver…) cansan con el tiempo” (Deleuze, 1992, p. 58-59). En otras palabras, “el cansancio llega cuando realizamos los posibles que nos habitaban, escogiendo, obedeciendo a ciertos objetivos y no a otros, realizando ciertos proyectos, siguiendo preferencias claras” (Pelbart, 2013, p. 38). Nos cansamos, por lo tanto, en la medida en que seguimos un camino predeterminado, en que lo posible se presenta como un campo predefinido que vamos a realizar, y no como algo que se engendra a medida que es realizado. Podríamos decir, desde esta perspectiva, que el cansancio no es otra cosa que el producto de intensidades que llevan a cabo una repetición desnuda, una repetición sin diferencia (en el lenguaje de Diferencia y repetición).

El sujeto contemporáneo se cansa de realizar todas las posibilidades, pero estas ya están prefiguradas: voy al colegio, entro a clases, salgo a descanso, me canso, entro a clases nuevamente, salgo del colegio, llego a mi casa, hago tareas, me canso, duermo, y así al otro día sigo realizando las posibilidades sin agotarlas; o estudio, trabajo, me caso, me divorcio, me caso, trabajo, me pensiono, me canso… El agotado, por su parte, agota todos los posibles. “Se agota agotando lo posible, y viceversa. Agota aquello que no se realiza en lo posible. Acaba con lo posible, más allá de todo cansancio” (Deleuze, 1992, p. 57). Busca realizar lo imposible. El agotado, en ese sentido, no excluye, sino que incluye disyuntivamente: “combina el conjunto de variables de una situación, con la condición de renunciar a todo orden de preferencia y a toda organización de objetivos, a todo significado” (Deleuze, 1992, p. 59). Es de tal forma que, en el agotamiento, cuando se contrae demasiado, cuando se llevan a cabo distintas combinaciones, brota una “saciedad”: “no una tendencia a cero, sino simultáneamente un momento de estasis y un pasaje a una acción recursivamente transformativa” (Wasser, 2012, p. 132).

Es posible vislumbrar, entonces, el potencial político que surge a la hora de pensar el agotamiento. A diferencia del cansado, que realiza lo que puede llegar a ser, el agotado, al haber agotado lo posible, no tiene otra alternativa que crear. “El agotamiento se corresponde con un vaciamiento de todos los posibles catalogados e incorporados en el repertorio. Con un vaciamiento así, uno ya no tiene de donde agarrarse: ni una utopía, ni una ideología, ni un ancla. Y ante esta imposibilidad no le queda opción. Tiene que inventarse un posible” (Pelbart, 2009, p. 17). Pero ¿quién es ese personaje agotado que se ve forzado a crear, a inventar? Para Deleuze, por ejemplo, el agotado por antonomasia sería el escritor, ese escritor de la salud frágil que, aplastado por la gran fuerza de la vida, agota los posibles y crea. “Es muy posible que un escritor tenga una salud frágil, una constitución débil, pero no por ello deja de ser menos lo contrario de un neurótico: una especie de gran Vividor (a la manera de Spinoza, de Nietzsche o de Lawrence), aunque sea demasiado débil para la vida que lo atraviesa o los afectos que lo habitan” (Deleuze y Parnet, 2013, p. 59).

Encontramos, sin embargo, otra figura formidable para pensar la potencia del agotamiento en el mundo contemporáneo. Se trata de un personaje conceptual que atraviesa algunos de los escritos del colectivo Tiqqun y que aparece descrito con detalle en un magnífico texto titulado Teoría del Bloom. Para comenzar, “el Bloom es primeramente solo una hipótesis, pero es una hipótesis que se ha vuelto verdadera: la ‘modernidad’ la ha realizado” (Tiqqun, s.f., s.p.). Es, en esa primera instancia, y en los términos de nuestra discusión, el individuo cansado, la realización de una especie de ética burguesa, la máxima manifestación del capital. Y si es así, ¿por qué resulta importante el Bloom? Si se trata de una figura que encarna, o al menos expone la condición moderna del hombre, ¿qué potencial nos puede ofrecer? Resulta relevante porque esta faceta del Bloom, nos dirá Tiqqun, fue solamente la fase final de su constitución:

Hacía falta nada menos que el derrumbamiento, de acuerdo con el concepto, de la totalidad de las instituciones burguesas y una primera guerra mundial para parirlo. Es, pues, solamente con el advenimiento del Espectáculo, y la entrada en la efectividad de la metafísica mercantil que le corresponde, que la inversión de la relación genérica toma una significación concreta, extendiéndose al conjunto de la existencia. El Bloom designa a continuación el movimiento igualmente doble mediante el cual, a medida que se perfecciona la alienación de la Publicidad y que la apariencia se autonomiza de todo mundo vivido, cada hombre ve el conjunto de sus determinaciones sociales, es decir, su identidad, volvérsele extrañas y ajenas, incluso cuando aquello que en él excede toda objetivación social —su pura singularidad desnuda e irreductible— se despega como el centro vacío de donde procede en adelante todo su ser entero. […] La figura del Bloom revela esta condición de exilio de los hombres y de su mundo común en lo irrepresentable como la situación de marginalidad existencial que les corresponde en el Espectáculo. Pero por encima de todo, manifiesta la absoluta singularidad de cada átomo social como lo absolutamente cualquiera, y su pura diferencia como una pura nada. (s.p.)

A la manera del hombre sin atributos de Musil, el Bloom es el ser cualquiera, la singularidad absoluta que “agota lo posible porque está a su vez agotado”, y “está agotado porque ha agotado lo posible” (Deleuze, 1992, p. 57). Justamente por su agotamiento, por su extenuación, y, en esa medida, por su “cualquieridad”, el Bloom constituye una potencia de transformación, de creación incluso. “Sujeto sin subjetividad, persona sin personalidad, individuo sin individualidad, el Bloom hace explotar a su simple contacto todas las viejas quimeras de la metafísica tradicional, toda la quincallería paralizada del yo trascendental y de la unidad sintética de la apercepción. Todo aquello que se diga de este huésped extraño que nos habita y que somos fatalmente, se alcanza en el Ser. Ahí, todo se desvanece” (Tiqqun, s.f., s.p.). Así pues, desposeído de todo contenido propio, el Bloom puede ser cualquier otra cosa, inventar nuevas posibilidades de componerse con el mundo, de configurarlo.

 

III

Llegamos, por fin, a una cuestión fundamental. Si, a diferencia del cansancio, el agotamiento agota todo lo posible, ¿cuál es su relevancia contemporánea, y más específicamente, su potencia política? Desposeído, exhausto, extenuado, despojado de toda identidad, ¿qué límites u horizontes, o umbrales tal vez, nos permite explorar el Bloom/agotado? El agotamiento, entendido como un afecto o una tonalidad afectiva, señala la finitud del presente viviente, del cuerpo y el organismo. Sometidos a la contracción de instantes o al agotamiento de posibles, lo que agota y el cuerpo del agotado señalan el umbral de fuerzas que un ser es capaz de soportar antes de que cambie de estado (Wasser, 2012). El agotamiento en la coyuntura actual se convierte, en esa medida, en un aspecto extremadamente relevante para pensar y crear nuevos posibles, para “cambiar de estado”.

Ahora bien, entre el “estamos cansados” (cansancio) que el capitalismo nos obliga a esgrimir y el “¡estamos cansados!” (agotamiento) en cuanto grito de actualización de lo virtual, en cuanto experimentación, hay una gran diferencia. Como señala Pelbart (2013), “el cansancio forma parte de la dialéctica del trabajo y la producción: se descansa para retomar la actividad. […] Ahora bien, el agotamiento es completamente diferente […]. El agotado es aquel que, habiendo agotado su objeto, se agota a sí mismo, de modo que esa disolución del sujeto corresponde a la abolición del mundo” (p. 39). Es necesario, pues, que el agotamiento como tonalidad afectiva nos permita desprendernos de aquello que nos ata, que nos inmoviliza, y que a partir de la asfixia y extenuación que nos imponen el mercado y el capital surja la potencia para crear nuevos posibles. El cansancio nos ha llevado a abandonar cualquier posibilidad de transformación, pues al parecer ya no queda nada por imaginar. Como reza la famosa frase que se volvió viral en boca de Žižek, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pero no es cuestión de cansancio, de resignarnos a la imposibilidad de realizar un posible prefigurado, sino de agotamiento, de realizar lo imposible. “Ya no se trata del posible que da lugar al acontecimiento, sino del acontecimiento que crea un posible —así como la crisis no era el resultado de un proceso, sino el acontecimiento a partir del cual un proceso podía desencadenarse” (Pelbart, 2013, p. 45).

Con el agotamiento como momento crítico, lo que conocemos se va al fondo, se va a pique. Y cuando esto sucede, el fondo hace irrupción. Por ello, cuando nos agotamos, cabe la posibilidad de desligarnos del mundo, de liberarnos de aquello que nos sujeta a él y a los otros, de desprendernos de aquello “que nos ‘conforta’ al interior de la ilusión de entereza (del yo, del nosotros, del sentido, de la libertad, del futuro)” (Pelbart, 2013, p. 46). El Bloom, el sujeto sin subjetividad del mundo contemporáneo, el cualquiera que ha agotado las posibilidades, abre las puertas, o más bien, produce un umbral desde el que se podrían crear nuevas formas de vida. El peligro, sin embargo, subyace al propio carácter afectivo del agotamiento. En cuanto tal, el agotamiento puede ser productivo y proveer el impulso para crear o, por el contrario, bloquear las energías creadoras e inventivas. Allí, precisamente, está el quid; allí, en el cuidado de los posibles y en la ambigüedad intrínseca de los afectos, se deben hacer las apuestas. Aun así, “la conclusión es clara: es agotando lo posible que lo creamos. Es preciso llegar a ‘respirar sin oxígeno’, en provecho de una ‘energía más elemental y de un aire enrarecido’” (Pelbart, 2013, p. 46).

Referencias

Deleuze, Gilles. (1992). “L’épuisé”. En Samuel Beckett, Quad et Trio du Fantôme, … que nuages …, Nacht und Traume (pp. 56-106). París: Éditions de Minuit.

Deleuze, Gilles. (1996). “Post-scriptum sobre las sociedades de control”. En Conversaciones (1972-1990) (pp. 277-286). (José Luis Pardo, Trad.). Valencia: Pre-textos.

Deleuze, Gilles y Parnet, Claire. (2013). Diálogos. (José Vázquez Pérez, Trad.). Valencia: Pre-Textos.

Fisher, Mark. (2016). Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (Claudio Iglesias, Trad.). Buenos Aires: Caja Negra.

Pelbart, Peter Pál. (2009). Filosofía de la deserción. Nihilismo, locura y comunidad. (Santiago García Navarro y Andrés Bracony, Trads.). Buenos Aires: Tinta Limón.

Pelbart, Peter Pál. (2013). O avesso do niilismo. Cartografías do esgotamento. São Paulo: n-1.

Spinoza, Baruj. (2000). Ética demostrada según el orden geométrico. (Atilano Domínguez, Trad.). Madrid: Trotta.

Tiqqun. (s.f.). Teoría del Bloom. Tomado de http://tiqqunim.blogspot.com.co/2013/01/teoria-del-bloom.html

Wasser, Audrey. (2012). A relentless spinozism: Deleuze’s encounter with Beckett. SubStance, 41(1), 124-136.

Zourabichvili, François. (1998). Deleuze et le possible (de l’involontarisme en politique). En Éric Alliez (Dir.), Gilles Deleuze. Une vie philosophique (pp. 335-357). París: Institut Synthélabo.

 

[1] Las páginas de “L’épuisé” que aparecen citadas en el presente escrito remiten al texto original en francés. No obstante, aquí hacemos uso de la traducción de Raúl Sánchez Cedillo (con eventuales modificaciones), que se encuentra online en http://imperceptibledeleuze.blogspot.com/2016/05/el-agotado.html

Salir de la deuda externa decreciendo // Juan Gerez

Entre la dependencia, empresas recuperadas y movimientos campesinos. Un modelo de desarrollo orientado al bienestar interno. Entender la actual crisis a partir de la dependencia, el aporte de Claudio Katz.

Por Juan Gerez para ANRed y La Tinta

En los años 60 Abya Yala se encontraba convulsionada, como siempre. Los debates en torno a la dependencia emergían para entender por qué no alcanzábamos los grados de desarrollo de los países centrales industrializados, a decir, porque siempre perdíamos en el mercado internacional. Los aportes teóricos de la dependencia se orientaban a cuestionar el rol de los países periféricos en la división internacional del trabajo y las supuestas ventajas comparativas que ofrecía el mercado internacional dividido entre productores de mercancías con valor agregado y proveedores de materias primas. Este enfoque, mostraba que dichas relaciones lejos de ser armónicas resultaban de la competencia entre las potencias imperiales por el control que buscan ejercer sobre los mercados periféricos. Es decir, no solo lo económico sino también lo político jugaba un rol fundamental para el desarrollo en un contexto de guerra fría. Sin embargo, para ellos, la situación de dependencia no obedecía únicamente a factores externos. En el plano interno existían condicionamientos estructurales expresados en las relaciones asimétricas entre las clases sociales. Estas mismas se encontraban caracterizadas por conflictos inherentes expresados en la relación capital-trabajo, los cuales adoptaban en cada formación nacional característica diferentes que variaban con el tiempo en su forma como consecuencia de la estructuración local de las relaciones de fuerzas entre las clases y de la alianza hegemónica que de ellas surgían, pero también como mencionamos en base a condicionamientos externos.

Sin embargo, uno de los puntos centrales de las propuestas dependentistas giraban en torno al rol que juegan los capitales externos en el plano interno. Esta crítica plantea que la presencia de capital externo genera desajustes en las economías internas, ya que los mismos en vez de reinvertir capital productivamente deciden girar gran parte de éste hacia el exterior agudizando así los desequilibrios estructurales de las economías de Abya Yala, interrumpiendo de este modo el ciclo de acumulación capitalista. Peor aún para saldar las deficiencias tecnológicas productivas locales y la desfavorable inserción de la región en el mercado mundial, las burguesías locales y los capitales externos ejercían una mayor explotación de la mano de obra local, mencionada por algunos autores como sobre explotación, estableciendo niveles salariales por debajo de su valor.

Sin embargo, como menciona Claudio Katz actualmente esta situación también se da en el centro, por eso, para él, lo que implica que un país esté sujeto a relaciones de dependencia se da específicamente cuando la renta generada localmente, en vez de ser apropiada internamente es drenada al exterior por las burguesías locales y los capitales externos en lo que es denominado como transferencia de valor hacia el centro. Así, el economista argentino manifiesta que en el último tiempo se ha producido una profundización de la periferización de los países de Abya Yala a causa de la adopción de un modelo extractivo, especialmente traccionado por el crecimiento de China ocasionando un alza de la demanda en el mercado mundial de materias primas.

Este proceso se tradujo en el plano comercial en un nuevo interés por actividades económicas vinculadas a la explotación primaria. El autor menciona que este proceso de reprimarización de la matriz productiva se da acompañado paralelamente de una desindustrialización e importación de productos manufacturados provenientes especialmente de China. Manifiesta por último que en la experiencia del socialismo de mercado impulsada por China y la experiencia capitalista autoritaria del caso sur coreano, se realizó en ambos casos un proceso de control y acumulación desde el Estado de una parte de los excedentes que antes drenaban al exterior en forma de transferencia de valor. Esto permitió generar un proceso de acumulación local y reinversión direccionado en alianza con ciertos sectores dominantes locales bajo formas de gobiernos autoritarias que modificó en gran medida la subordinación de estos países en el mercado mundial y su rol en la división internacional del trabajo, claro está, bajo un contexto geopolítico especifico que habilitó tales proyectos.

Sin embargo, el actual contexto global es otro. El resurgimiento del interés estadounidense por recuperar el espacio perdido a nivel global,especialmente comercial, a manos de China presenta un nuevo escenario geopolítico para la región de Abya Yala distinto al de los últimos tiempos.

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¿Decrecer como modelo de desarrollo?

Como se sabe el modelo extractivista intenta lograr un desarrollo imitando los modelos occidentales de crecimiento asentados sobre una sociedad consumista. Así, la crítica proveniente de la corriente del decrecimiento busca pensar la problemática del bienestar y crecimiento desde otro enfoque. De este modo, focaliza sus críticas y propuestas en plantear la salida del ciclo productivista occidental formulando un crecimiento orientado a la disminución contralada de la producción.

Para ello, la intelectual activista Azam aclara, “cuando hablamos de decrecimiento, no hablamos de un crecimiento negativo o de un crecimiento cero o estacionario: el decrecimiento no es una adaptación a las fluctuaciones económicas en disminución, no es una recesión. Es una elección política que conduce a una reducción voluntaria y anticipada de la utilización de la energía y de los materiales. El “decrecimiento sostenible” es una anticipación de la recesión forzada que, en una sociedad fundada sobre el crecimiento, conduce a desastres sociales, ecológicos y políticos”.


La autora también explica cómo a través las políticas neoliberales implementadas en la región con la globalización económica y financiera arrastraron a los países periféricos a un proceso de endeudamiento compulsivo. Así, las soluciones han sido, por un lado, forzar un crecimiento asentado en una matriz extractivista destructora del medio ambiente con el objetivo, entre otros, de pagar las deudas internacionalmente contraídas, y por el otro, fomentar un cierto tipo inclusión ciudadana a través del consumo. Por eso, decrecer no implica redistribuir la riqueza bajo la cual la justicia social se encuentra vinculada a una cuestión administrativa y en cierto modo de acceso al consumo. Por el contrario, lo que se busca con el decrecimiento es “la relocalización de las actividades, la desglobalización, la redistribución de las riquezas, la recuperación del sentido del trabajo, las tecnologías amigables, el des-aceleramiento y el poder de las comunidades de base”.


Ejemplos de estos serían los movimientos campesinos que rechazan la producción agrotóxica e impulsan la agroecología y la recuperación de la tierra; trabajadores autogestionados; asambleas ciudadanas por el medio ambiente, movimientos de los comunes, por el acceso al agua; descentralización energética, entre muchos otros. En pocas palabras, congeniar lo cuantitativo con lo cualitativo, un “buen” crecimiento que ponga como ordenamientos principales la cuestión del cuidado del planeta, el respeto por los ciclos de reproducción y regeneración de la vida, la autonomía de los cuerpos, y la armonía con todos los seres vivientes sobre la Pachamama en una perspectiva alternativa anticapitalista de integración local, nacional, regional y global.

El contexto

Retomando tanto las criticas propuestas por el decrecimiento como las de la dependencia, es importante recordar que, en Argentina, luego de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre del 2001 reside un pequeño potencial y/o germen para la construcción de una sociedad alternativa no orientada bajo la lógica tradicional del capitalismo occidental. Aquí se combinan distintas experiencias contestatarias, de resistencia, rebeliones, propuestas alternativas de consumo y comercio, redes de producción solidaria, producción agroecológica campesino indígena pero también de colonos de gran y pequeña escala, socialización de la producción y del capital bajo formas cooperativas como es el caso de las fábricas recuperadas; apropiación y organización autónoma por parte de los movimientos sociales de distintos ámbitos y funciones para la organización de las funciones básicas de socialización y reproducción de la vida, ya sea bachilleratos populares, salas de salud, cooperativas de servicios, asambleas barriales para controlar el territorio como formas democráticas de base para organizar el espacio político; movimientos feministas que luchan para la autonomía del cuerpo individual y colectivo; asambleas ambientales contra los megaproyectos extractivos; movimientos indígenas que aportan sus saberes y prácticas comunales en equilibrio con la Pachamama y muchas otras experiencias más.

Todas estas prácticas entre muchas otras permiten pensar la posibilidad de plantear la existencia de sujetos sociales varios con capacidad de gestionar la sociedad en un proyecto alternativo.

Retornando al debate sobre la dependencia, uno de los problemas básicos aquí planteados gira en torno a los condicionamientos estructurales que presentan los países de Abya Yala en las dificultades de reproducir el proceso de acumulación capitalista dada la presencia de capitales externos y la continua transferencia de valor hacia el centro, agravado en el último tiempo por el modelo extractivista.

Este proceso se ve profundizado por el consumo ostentoso de los sectores dominantes locales (transnacionalizados) que utilizan parte de sus ganancias con ese fin en lugar de la reinversión productiva del capital. Estas dos situaciones generan una sangría aún mayor en las economías domésticas siendo hasta el momento tensiones estructurales aún no resultas sino solo apaciguada en el último tiempo a través del endeudamiento externo, condicionamientos que incluso los gobiernos progresistas no pudieron transformar.

En el caso argentino, es notable como el último gobierno conservador se ha volcado a un fuerte proceso de endeudamiento externo como forma de resolver los desequilibrios de la balanza comercial, el cual ha incrementado la financiarización de la económica local (también entre los sectores populares), la especulación financiera y la fuga decapitales. Es decir, los dólares provenientes a través de este endeudamiento son girados directamente para cubrir estos procesos financieros arriba mencionados que en última instancia van a ser pagados a costa del trabajo interno generado por el pueblo trabajador.

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Salir de la crisis hacia adelante

Entonces ¿por qué no pensar otro camino, es decir, otro modelo de desarrollo? ¿por qué no buscarotro/s sujeto/s que puedan reinvertir productivamente el capital acumulado en el proceso de producción dada su condición estructural de trabajador cooperativo y esta vez sí orientarlo a satisfacer las demandas populares?


Dicho de otro modo, que lecciones pueden sacar estos gobiernos progresistas del traspiés del último tiempo, de la imposibilidad de avanzar y profundizar las reformas estructurales anheladas. Hasta el momento, toda estrategia estatal que buscó conformar una burguesía local que lidere los ciclos de acumulación capitalistas no ha sido exitoso y una y otra vez estos sectores se han volcado a la especulación financiera (entre otras actividades improductivas) en lugar de reinvertir productivamente el capital acumulado para continuar el ciclo de reproducción del capital. Por qué no entonces plantear que aquella variedad de sujetos subalternos cobre un rol protagónico en el proceso de apropiación y reproducción del capital como forma de de construir paulatinamente las estructuras capitalistas de producción ya no más orientado principalmente a la exportación sino al bienestar interno, es decir, a cubrir las necesidades y demandas populares para la reproducción de la vida en sociedad.


En este sentido, las experiencias de las empresas recuperadas son sumamente exitosas desde un enfoque no solo productivo sino también estratégico. Andrés Ruggeri, del Programa Facultad Abierta, manifiesta al respecto “se debe considerar a las cooperativas de trabajo como una parte de la economía. Un sector que genera empleo. El paquete que pedimos es reconocer a los cooperativistas como trabajadores con derechos laborales y derecho a la seguridad social, solucionar los problemas legales que tienen las cooperativas de trabajo para funcionar, habilitar a las nuevas fábricas que cierran a que sean recuperadas, tener mecanismos de financiamiento. Debemos ser considerados como actores que aportan y mucho a la economía nacional”.

Según un informe elaborado por Ruggeri y su grupo, “en marzo de 2016, existían en la Argentina 367 empresas recuperadas, que ocupaban a 15.948 trabajadores y trabajadoras” todo esto sin recibir apoyo estratégico por parte del Estado, un patrocinio de este tipo implicaría, como es manifestado en el documento del Primer Foro de la Economía Cooperativa, Autogestiva y Popular, redireccionar recursos estatales para fomentar el crecimiento y fortalecimiento de la producción local en un proyecto orientado al crecimiento interno, cuantitativo y cualitativo juntamente con actores locales, lo contrario al extractivismo, basado en la contaminación, exclusión y escasa demanda de trabajo local. Paralelamente a las experiencias en el sector industrial existen también las mencionadas producciones agropecuarias orientadas a la agroecología agrupadas actualmente detrás del Primer Foro por un Programa Agrario Soberano y Popular. Este mismo lanzó también un documento que busca sumar al debate para las próximas contiendas electorales con el objetivo de plantear una alternativa concreta al modelo de los agronegocios-agrotóxicos y a favor de una reforma agraria.

En ambos casos las propuestas esperanzadoras serian también sacar paulatinamente a los intermediarios, es decir, a los formadores de precios fortaleciendo las organizaciones ya existentes que producen valor sustentable y solidariamente para el bienestar popular. Son estos sectores los que, a diferencia de la burguesía, se encuentran en cierta manera estructuralmente condicionados a reproducir los ciclos de acumulación de capital, dado aquí reside su condición de ser. De este modo, este condicionante restringe en cierta manera que estos sectores subalternos se vuelquen hacia actividades especulativas financieras como lo hacen los empresarios orientados únicamente por la lógica de la ganancia.

Todo esto se uniría en una estrategia política con la intención de debilitar el poder de aquellos sectores que se aliaron contra el gobierno kirchnerista, a decir, CGT, sectores empresariales, Mesa de enlace, entre otros,tratando de contrarrestar un escenario político similar futuro. Lo complejo de esta propuesta seria desde donde y como redireccionar los fondos necesarios para implementar dicho proyecto.

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El primer peronismo, a través Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) fue de algún modo una experiencia exitosa para la concreción de objetivos estratégicos para el desarrollo local transfiriendo recursos de un sector a otro por medio del control del comercio exterior. Todo esto debería ser acompañado con la nacionalización de la banca (modificación de ley de entidades financiera de 1977) y de los sectores estratégicos, tanto energéticos como de servicios, orientándolos bajo los principios de la autogestión, en caso de ser posible. Esto debería ser acompañado de una reforma impositiva que alivie a los sectores populares de los impuestos regresivos e inversamente cargue sobre aquellos sectores que más riqueza tienen, a decir, los grupos concentrados que controlan la económica nacional con la intención de obtener los recursos necesarios para llevar un proceso de cambio de estas características.

Sin embargo, el gigantesco endeudamiento llevado adelante por el gobierno conservador de Cambiemos, sumado a la retracción de los precios de las materias primas y el deterioro de la capacidad de movilización de los movimientos progresistas hace pensar que la presión externa será un factor sumamente condicionante para el próximo gobierno si quiere salirse del espacio político conservador. Como manifiesta Claudio Katz sobre el futuro próximo, “la economía argentina afronta dos posibilidades: una gran crisis antes o después de octubre. El único interrogante es el momento de esa convulsión”. Agrega, además que “esta dramática perspectiva induce a distintos analistas a delinear cuatro escenarios posteriores a octubre: continuidad acentuada del ajuste, retorno al desahogo de la década pasada, padecimiento griego o alivio portugués. Todas las alternativas deberían confrontan con el descalabro de la economía, escenarios que se vislumbran para nada esperanzadores”. Lo que si puede abrir un espacio optimista seria fortalecer los grupos sociales existentes generadoras de valor. Incluso reorientar aquellos movimientos sociales que aún no encuentran su lugar dentro de la cadena productora de valor local. En un contexto de estrangulamiento económico a causa de la deuda externa, la necesidad de obtener dólares tensiona la orientación económica nacional hacia tres caminos sin salida; un recrudecimiento del extractivismo para obtener dólares (si se mantiene la demanda de materias primas); o un mayor endeudamiento para saldar la deuda contraída, o aún peor, la combinación de ambas.

Lo que plantan tanto las fábricas recuperadas como las organizaciones campesinas es contrariamente a lo exigido por los acreedores, leyes y equipamientos que promocionen su trabajo. Ambas pueden ser satisfechas, en cierto modo, internamente, ya sea dentro del mercado interno, es decir, en pesos e institucionalmente, fomentando legislación favorable. En un contexto donde se avecina una crisis, donde el default vislumbra como algo posible, incluso factible, fortalecer desde el Estado las organizaciones alternativas y autogestionadas productoras de valor basadas en el equilibrio de la vida parecería en última instancia una opción más que realista, hasta diríamos necesaria para salir de los ciclos de crisis característicos de los países dependientes.

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Elogio del tumulto // Amador Fernández-Savater

«De los tumultos surgieron en Roma todas las buenas leyes» (Maquiavelo)

¿Cuál es la principal aportación de Maquiavelo al pensamiento político? Según el filósofo francés Claude Lefort, es la idea de división social. No hay armonía en ningún sitio, toda sociedad se encuentra dividida entre los Grandes que quieren dominar y el pueblo que rechaza ser dominado. Entre ambos hay desunión, tumulto y conflicto. La vitalidad y la justicia de cualquier sociedad se juega siempre en la disposición que da a esa división insuperable.

¿Será el conflicto absorbido, sofocado o tendrá alguna vía abierta para desplegarse? De la respuesta a esta pregunta se deducen según Maquiavelo-Lefort los tipos de organización social: el principado, en el cual las instituciones están por encima de la sociedad y se protegen de sus agitaciones; la república, en la cual la ley se deja afectar por el conflicto y se transforma para darle una respuesta; la anarquía, donde el conflicto no tiene ninguna respuesta y corre el riesgo de pudrirse o convertirse en guerra civil.

En la primera opción, la ley es propiedad de los Grandes y su avidez de poder y riqueza no encuentra ningún freno, la sociedad queda sometida. En la segunda, la rapacidad de los Grandes encuentra un límite, el conflicto del pueblo logra modificar las leyes establecidas, su deseo de no ser gobernados se inscribe en derecho (la creación del tribuno de la plebe en Roma, por ejemplo). En la tercera, la situación se detiene, se estanca o se pudre al no encontrar ninguna forma de elaboración.

Pueblo es lo que no quiere ser dominado. La república es la imposición de la cosa pública al partido de los ricos. Sólo el tumulto, el conflicto que viene de abajo, da lugar a la generación de nuevas leyes y a la libertad política; es el mayor factor de cambio histórico.

Nuestra organización social no se parece en nada a una república, sino que encaja perfectamente con la definición del principado. Pretende ignorar que hay división entre dominantes y dominados, entre gobernantes y gobernados, es ciega al hecho de que siempre hay división, que la división es insuperable. Piensa la arquitectura institucional como una «solución» y un «sistema armónico» donde cada cosa tiene su lugar y su función establecida por siempre jamás: la gente vota, los partidos legislan, la Constitución marca las reglas de juego de la vida en común, los gobernantes disponen y los gobernados acatan.

¿Y si desacatan? Ningún conflicto tiene razón de ser: es un disfuncionamiento, una anomalía, una locura irracional, algo que no debería ser y que no pasaría «si el pueblo entendiese» (la complejidad de la situación, las exigencias de Bruselas, la necesidad de expresarse en los cauces de la ley, etc.). Un poco de pedagogía, vía antidisturbios o tribunal supremo, servirán para explicarle bien las cosas.

Tres ejemplos

Lo llaman democracia pero no lo es. Lo nuestro es más bien un sistema cerrado y al servicio de las exigencias de explotación y poder de los Grandes, una oligarquía con algunos mecanismos internos (pocos) de control recíproco entre los oligarcas, una cultura consensual que tiene verdadera fobia y pavor al conflicto, esto es, al motor de la vitalidad social y de la justicia, un poder elevado sobre la gente común que no se deja afectar o transformar por las reivindicaciones populares.

Algunos ejemplos recientes:

-cuando el rechazo de cómo somos gobernados se expresó en el 15M, el conflicto abierto no afectó para nada a las estructuras de poder ni se tradujo en ninguna ley (ni siquiera la razonabilísima propuesta de ley sobre la vivienda de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca apoyada en miles de firmas y consenso social). El 15M fue reprimido por una parte a través de cargas policiales, heridos y detenidos, sistemas de penalización administrativa vía multas, procesos penales, hasta la ley mordaza finalmente que considera delito gestos activistas básicos como testimoniar sobre la brutalidad policial o circular convocatorias.

Por otra parte, el conflicto fue absorbido por vías de cooptación más sutiles: una cierta incorporación por parte de los políticos de algunas palabras, algunos gestos, algunas demandas, pero sin afectación alguna, sin que esa «integración» supusiese cambio real alguno. Puro maquillaje, cosmética, gestos simbólicos disociados de cambios materiales. Ninguna modificación sustancial en el ámbito institucional. Sólo nuevos condimentos para el «relato» político: símbolos, guiños comunicativos, retóricas y algunos detalles menores (transparencia, primarias).

Sofocando (vía represión o cooptación) el conflicto propuesto por el 15M, se perdió una oportunidad de reinventar nuestra democracia (que no lo es). Los problemas señalados por el 15M no se elaboraron creativamente, simplemente se han congelado y ahora se pudren. Hasta el próximo tumulto.

-el 1 de octubre de 2017, dos millones de personas acuden a votar en un referéndum simbólico por la independencia. Es un gesto de desobediencia que llama la atención sobre la extensión de malestar con respecto a un tipo de encaje territorial, a un tipo de democracia de muy baja intensidad. No se trata simplemente de una cuestión nacional, nacionalista o identitaria, es algo evidente para quien tenga oídos y los use para escuchar. Se expresa ahí un rechazo del sistema político español, hay un deseo de otra situación, de otras reglas de juego, de una república, etc. La respuesta es… ninguna. La represión del 1 de octubre primero, la judicialización de la política después.

Según Maquiavelo, si la vida de Roma fue larga y justas muchas de sus leyes se debió a que la sociedad y la institución era permeable al conflicto. En nuestra sociedad la ley -un instrumento para la vida en común- se convierte en un fetiche sagrado, es decir que no se puede profanar, es decir que no se puede tocar. Al revés, en su nombre se pone fin a todo lo que interrumpe el orden.

Sofocando el conflicto abierto el 1 de octubre, se cierra una oportunidad de reinventar el encaje territorial, las reglas de juego de la convivencia, las hechuras mismas del Estado y el significado mismo de España, algo que no sólo se desea en Catalunya. El conflicto que no encuentra ninguna respuesta o forma de elaboración se pudre, amenaza convertirse en conflicto horizontal entre la propia gente de abajo.

-un tercer ejemplo que no me resisto a poner aunque sea de otra índole: el caso de Podemos. Los líderes de Podemos nos han abrasado los oídos desde su aparición con sus lecturas tan sabias sobre Maquiavelo. Pero, ¿qué encontraban en Maquiavelo? Lo más banal: que lo político es una técnica, que el poder lo es todo, la separación entre moral y política, el juego de tronos (ganar o morir). Ni rastro de la idea más fecunda del florentino: dar espacio a lo que disiente, la fecundidad del conflicto. Todo lo contrario, en un proceso alucinante y un tiempo récord, se ha laminado y expulsado a todos los que pensaban distinto ¡y todo ello sin quitarse el 15M de la boca!

Resultado: se pierde la oportunidad de reinventar la forma-partido y lo que queda de Podemos es una cosa homogénea, por tanto rígida, por tanto débil, por tanto en vías de extinción. A falta de un verdadero balance autocrítico, encarnado, con efectos y no sólo retórico, Íñigo Errejón va por el mismo camino.

Sin conflicto, ni vitalidad ni justicia

Tanto a izquierda como a derecha, «el gobierno es permanentemente enemigo del cambio». La derecha odia con todas sus fuerzas (casi físicamente) cualquier anomalía: desde los manteros hasta las casas okupadas pasando por toda expresión popular ingobernable. La izquierda por su parte tiende a la hipocresía: su sueño -el sueño más que evidente de Pedro Sánchez por ejemplo- es gobernar como la derecha pero con los votos (y la legitimidad) de la izquierda. Y la Nueva Política, por su parte, fetichiza las nociones de «orden» y «estabilidad» como si se pudiese imponer la cosa pública al partido de los ricos (que es trasversal a todos los partidos) sin ningún conflicto o inestabilidad de por medio.

Unos y otros hablan del Estado del bienestar, pero olvidan que este fue justamente un efecto de la división social y la capacidad de conflicto de la gente de abajo. En medio de condiciones muy duras, las luchas obreras consiguieron la reducción de la jornada de trabajo, el aumento de salario, derechos sociales, etc. Nada de armonía, uno se divide en dos: hay patrones y hay obreros, el tumulto se expresa como lucha de clases y el «reformismo» es justamente la plasticidad de la ley en su regulación. Todo eso -con los infinitos claroscuros de la dialéctica entre lucha e integracion de los que no nos vamos a ocupar aquí- ya no existe. El sistema no reconoce la división social, ahora somos todos «empresarios de nosotros mismos». El neoliberalismo desmantela todas las mediaciones que respondían creativamente al conflicto y ya no hay espacio alguno para el resto popular ingobernable. El capitalismo hoy se ha desbocado por ausencia de conflicto.

Si nuestra democracia es tan raquítica y suscita tan poco entusiasmo se debe precisamente a esto: no se deja afectar por los tumultos de abajo, no quiere saber nada de la energía del demos, es incapaz de ninguna fluidez o plasticidad instituyente a no ser que lo pida el Banco Central, convierte lo que es producto y herramienta (la ley) en el factor determinante y primero. El Estado de Derecho, que nació para poner límites a la arbitrariedad del poder, se convierte hoy en un sistema cerrado y sacralizado, enemigo de toda energía instituyente. No nos hemos librado aún de la teología en política.

Desafectada, a esa democracia se la puede llevar el viento, el viento de cualquier «posfascismo» actual. Pero la responsabilidad cae toda del lado de quienes han sostenido una concepción puramente consensual de la democracia.

¿Hay esperanza? Ninguna, mientras seamos pueblo iluso, creyendo que las cosas cambian solas, por la gracia de políticos buenos o de las astucias de la razón en la historia. Alguna, si somos pueblo negativo y desconfiado, pueblo-plebe. «Es una opinión plebeya y un punto de vista negativo suponerle al gobierno una mala voluntad» (Hegel). Es justo el punto de vista que necesitamos, todo el rato. La plebe es justamente el pueblo cuando se hace valer, el que grita «no nos representan», el que sabe que las leyes justas son siempre fruto del tumulto y las ganas de libertad de abajo.

La democracia no es una sociedad armónica o armonizada (tampoco bajo los modelos utópicos de la autogestión o la democracia digital), sino la sociedad que abre paso al conflicto, una sociedad efervescente y abierta al cambio que subordina lo instituido a lo instituyente, esa sociedad que experimentando la inestabilidad consigue obtener la mayor estabilidad, en la que cualquiera (y no sólo los que monopolizan la cosa pública) puede hablar, actuar y ser tenido en cuenta, la sociedad donde la pregunta por la vida buena y la justicia se mantiene abierta, donde la ley es puesta en juego por el conflicto sin ser exactamente su producto. Democracia es sostener la división social, la posibilidad infinita de la división.

En «Mientras dure la guerra», la última película de Amenábar, el personaje de Franco explica su decisión de alargar la guerra en la necesidad de exterminar al otro. «Si no en dos días estaremos en las mismas, los españoles siempre están a la gresca». Es el espíritu de cruzada que aún pervive: hay que suprimir el mal. Pero no se trata de cambiar el franquismo por el imperio de la ley sacralizada e intocable, sino justamente de aprender a convivir con la gresca y elaborarla. Así y sólo así enterraríamos de una vez por todas los restos del dictador. Hay que romper la representación dominante que ve en la división y el conflicto el principio de la decadencia y el declive. El mal es el acicate del bien, de los tumultos surgieron en Roma todas las buenas leyes.

«La república es superior a todos los demás regímenes: se presta al movimiento» (Lefort-Maquiavelo).

Gracias por las conversaciones a Diego, a Hugo, a las amigas del taller de los lunes.

Referencias:

Maquiavelo: lecturas de lo político, Claude Lefort, Trotta.

Claude Lefort, la inquietud de la política, Edgar Straehle, Gedisa.

La democracia contra el Estado, Miguel Abensour, Colihué.

 

Dónde meter el dedito // Agustín J. Valle

Demoniza al dedito; condena que haya alguien. Intolera la gestualidad…

Se condena y apela al temor de que haya alguien, gesticuloso, enojado, alguien que proyecte, que su dedo indique un sentido. Sería autoritario…

Pero el Pro comenzó señalando: su logo inicial fue el triangulito hacia adelante. El Pro se presentó como un señalamiento. Pero no con un dedo, no alguien señalando. No una voluntad. Un aparato. La neutralidad inocente de la máquina, la respiración objetiva del software… Se presentaron desde el vamos como un partido exento de voluntad, de deseo subjetivo: solo gestión de lo obvio, de lo que obviamente es el orden y el bien. No es que alguien lo desea: es así, “la verdad sobre la mesa”.

Esto tuvo etapas; al comienzo era festivo, colorido, sujetos que solo ejecutaban lo que una razón abstracta manda como obviedad (gestión, Hacer, post-ideología…). El triángulo señalaba, únicamente, hacia adelante. Sin pasado, ni tradiciones, puro futuro, sin herencias históricas -y allí el Pro realizó su rutilante doble movimiento, donde a la vez que presentaba su política como saber neutral universal, borraba la centralidad mandante de las herencias capitalistas privadas en su conformación partidaria-.

Los radicales se diluyeron ­en la estética de Cambiemos, multicolor digital y el señalamiento automático de la máquina hacia adelante. Brillante y sin ninguna grasa, un señalamiento sin banderas, sin culto a rostro alguno; incluso, después, sin próceres en los billetes. Pura objetividad de la seudo naturaleza imperativa del capital, contra todo vestigio de presencia subjetiva que niegue la obviedad de “cómo es el mundo”. El mundo es así; el mundo va para allá.

Por eso Macri se presenta como representante -más que del pueblo argentino- de “el Mundo”: él, Maurizio, no señala nada, solo acata el señalamiento de “el Mundo”. Como si en esa entelequia no hubiera sujetos, actores.

El estandarte de la política ausentista de Cambiemos, despúes del triangulito de Play (la gente clickeó Pro, más que elegirlo), fueron los famosos globos, ahora en desgracia. Con los globos como paradigma de lo vacío en ingrávido, el partido riquista se opuso a la masa (huelga aclarar: riquista aunque lejos esté de conformarse solo de ricos, sino en tanto afirma que las decisiones y los criterios -negados como criterios- deben ser los de los ricos, pasando su punto de vista a ser el oficial). Se opusieron a la masa, diferenciándose obvio del peronismo (la masa, los gordos…), pero también de sus abuelos militres. Nada de plaza llena de cuerpos para festejar la asunción…

Y también la guerra comunicacional contra la corrupción fue un canal clave de este ausentismo riquista. Verdadera ropa interior del riquismo cambiemita, esa bandera fue su chiche más fanático porque lo corruptible es la materia, la masa, lo terreno, como los bolsos de López; y ellos no, que tienen fortuna intangible, off-shore; ellos no son corrompibles, bajaron del ultramundo de los CEO’s -los que saben- al barro de lo público por filantropía, solo por nosotros se ensucian sus manos…

Pero después el problema se puso más dañino, o en realidad de arranque pero ascendiendo en protagonismo imaginal, en las imágenes con que el gobierno cambiemita se representó a sí mismo, ya que esa negación de la presencia, esa negación de la subjetividad viva, deseante, corpórea, se expresó, también, como feroz represión, a la protesta social, a las vidas desobedientes (o a los momentos desobedientes de las vidas). Es brutal el odio de lo obvio abstracto a los cuerpos -másicos- que estorban el límpido camino de su señalamiento informático.

Y ahora… para evitar el retorno del peronismo al poder (peronismo digo y siempre los nombres simplifican la multiplicidad en lo nombrado…), el hijo de Franco elije jugar, como carta más fuerte, la condena y el miedo a que haya alguien que señale.

Apela a vidas -a momentos y partes de las vidas- que tienen la obediencia tan pero tan profundamente introyectada que no toleran que haya alguien, un semejante, un par, un igual, que ejerza potencia, que señale, que proyecte sentido, que afirme; es la defensa desesperada de la obediencia genérica a lo Supremo, a lo Mediato, a los sacerdotes gerenciales (o antes a los Comandantes…), como forma de evitar el quilombo de vérnoslas entre iguales.

(Y hablando de cartas, ese odio a que haya alguien, a la alguienitud, a la presencie, tiene un enorme ejemplo en el Guasón de estos días, en su baile, ¡cómo baila!, un baile sui generis, en nada parecido a un aparato -en nada parecido al baile de Macri-; porque la alguienitud o la presencia llevada a fondo es lo monstruoso, lo único, que no reproduce ninguna forma modélica prefabricada, detractor letal de lo obvio).

Mucho se dijo de cuánto Cambiemos supo ganar en redes sociales, en internet, es decir, interpelando a los internautas más que a los ciudadanos. Interpeló al dedito de la gente, el dedito de scrolear y de clickear; el dedito como forma de organizarse en el mundo informacional. Ese dedito lo tenemos en llamas todis…

Al modo de vida que se organiza en torno a ese gesto, gesto de relacionarnos con el mundo mediante la punta del dedo señalando una pantalla, a ese modo de vida apela ahora el presidente electo más dañino de la historia. Al miedo y reacción contra un dedo que se levanta de la pantalla (siguiendo signo a signo) y pasa a ser el dedo mismo signo de que hay alguien, alguien que apunta al mundo; y acá no solo al mundo, a los mega ricos, que, escondidos detrás de la obviedad informático-financiera, si algo detestan es ser señalados.

Fuente: Revista 27 de Octubre/Red Editorial

Sandra es abuela y tiene Tinder // Diego Valeriano

Sandra es abuela y tiene teléfono. Usa Tinder, tiene un Facebook que casi ni abre y también Instagram. Sandra tiene un chongo, es un chabón, un pancho más joven que ella, pero lo quiere. Lo quiere todo, así, brilloso, escrachado, gil, divino, picante. Sandra tiene tres nietos que adora, que banca, que a veces educa, que a veces muere de amor, que a veces quiere que se vayan de su rancho. Quisiera que todo fuera un poco mejor, a veces, que la guita alcance para que alquilen una pieza y la dejen en paz, para estar sola, para que si Lucas quiere pasar, que pase. Sandra machea fuerte, a cualquier hora, se zarpa, se toma una lata, se duerme y sueña. Y cuando sueña, todo es un poco mejor que ahora. Sandra arranca temprano, se toma el Sarmiento en Paso del Rey y viaja a full con su teléfono. Hay veces que casi se pasa en Flores de metida que está, de divina que se siente, de pilla que se pone, de lo que se ríe con las chicas por las fotos que se mandan. Sandra tiene varios escrachos, muchos recitales y un par de enfrentamientos. Por sus nietas, hechó giles propios y ajenos, tomó trabajos que no quería y segundeó lo insegundiable. Por sus nietos, banca la ausencia que es su hija. Fue mamá a los 16, abuela a los 39 y ahora cree que tiene la edad de Juliana. Sabe, porque lo sabe bien, que la vida es corta, efímera, garrón. Sabe que ya no espera más nada de nadie. Sabe que ir a Pinar con las chicas es un buen plan una vez por mes. Sabe lo que puede y lo hace. Sabe que cuando los candidatos dicen abuelas nunca hablan de ella, ni de sus amigas ni de sus vecinas. Hablan de esas viejas ortibas que ya no quieren vivir, de esas viejas tristes, solas, secas. Esas abuelas que ella nunca va a ser.

Coreografías sociales. Sobre Coreografías de sal, de Osías Yanov // Silvio Lang

Coreografías de sal, la nueva creación performática y de instalación de Osías Yanov, esboza una estrategia de emergencia social. Un posible método de intercambio por afinidades intensivas y no por contrato social. Un acercamiento entre modos de vida quemados por adaptación y formas de vida en fermentación. Presentada en el Faena Art Center, el museo de un empresario, no deja de asumir ese antagonismo de la vida social en clases, razas, especies, géneros. La instalación reúne en un mismo suelo —el piso de mármol cubierto de sal marina y las paredes transparentes del lujo— coreografías sociales heterogéneas, grados de intensidades en contraste —espacialidades, corporalidades, sonoridades y temporalidades—, que se conectan justo en sus puntos de diferenciación. Por un lado, la coreografía de lxs peformers-sirenas-perritxs; al lado, la coreografía de lxs participantes del taller que coordina Yanov; y más acá, nuestra coreografía de espectadorxs —clientes millonarios del Faena y artistas contemporáneos—, que recorremos el espacio trazado. Un territorio de transformabilidad que se performea con los relevos y deformaciones de las corporalidades de performers, talleristas y espectadorxs. Durante las dos horas de acción, podemos variar los puntos de vista, mover sensaciones en el ambiente, mezclarnos con los cambios de la luz natural, atravesar los surcos de sal, acompañar las vacilaciones de los cuerpos no siempre autorizados para performear, expandir la percepción del tiempo, ver los pasajes de información de un grupo coreográfico a otro, tocarnos con lxs performers en devenir perritx. Un multiperspectivismo y un multinaturalismo en escala escénica.

Las coreografías de sal que ejecutan lxs performers son simples, se arman antes de empezar, aparentan ser rituales a los muertos. Las coreografías de lxs talleristas son más ambivalentes y se aprenden en la presencia activa. Y por último, nuestra coreografía social de turistas recién llegados que desandamos durante la acción. Tres tipos psicosociales: lxs performers-sirenas-perritxs, con catsuit rosa viejo, desplegando rituales, lecturas, cánticos, insurrecciones corporales, diálogos con los muertos; lxs talleristas vestidos de colores dispares como interfaz cromática en la vulnerabilidad de todo aprendizaje; y nosotrxs espectadorxs metropolitanxs con ropa negra, tan neutrales, tan verticales, tan sujetos-objetos aún. Esas pequeñas tonalidades de gestos y vestimentas hacen que los componentes de un grupo social y otro se (auto)perciban y produzcan intercambios por afinidad. Los signos de la instalación no funcionan por descodificación. Se espacializan como afinidades virtuales, materia posible de relaciones e intercambios humanos y no tan humanos. La sal no es un signo, es un ser. Materia sensible que hace de suelo para que los intercambios entre grupos —gestos, sensaciones, visiones, repercusiones, toques— se efectúen.

Pero ¿qué es acá una coreografía? ¿Una coreografía de danza? No, sin dudas. Es una coreografía terapéutica que no se deduce del sistema de salud. Una práctica sensible que se asume en común. Empieza por un aprendizaje deseante: un desear aprender un cuerpo con otros seres. Porque lo que se suponía que era “mi cuerpo propio” está conquistado, aparateado, en simpaticotonía por el régimen del rédito. Pero también, porque ontológicamente no existe ningún “cuerpo propio”: todos los cuerpos son compuestos. El punto es la autonomía de nuestras composiciones, cuáles son deseadas y asumidas en situación y cuáles no. “Lo pedagógico, lo terapéutico, lo escénico” de lo que refiere Yanov cuando le preguntan no es el pharmacón del arte aristotélico de la antigua Grecia. No purga culpas. Más bien, regenera tejidos sociales y activa las formas vitales que han sido dañadas, intoxicadas, explotadas, insensibilizadas por la vida de mulas y  de ortivas que nos hace vivir el régimen de la Conquista del rédito.

Varixs artistas estamos elaborando estrategias de defensa y nos estamos haciendo cargo de las formas de recreación del lazo social y las formas de ocupar la tierra. No ideológica ni temáticamente, sino inventando prácticas de experimentación y sensibilización social en forma de dispositivos pedagógicos, terapéuticos y escénicos. Cuando el Estado y el Mercado redistribuyen algo de los recursos que garronean, siempre burlamos cualquier instrumentalización y usufructuamos esos recursos para la “ofensiva sensible” que necesitamos. El conflicto no está saldado.  Necesitamos pagar nuestras cuentas con el cosmos. Vérnoslas con el problema de la Conquista de una especie sobre otra, de una forma de vida sobre otra. La humanidad no es un crisol de razas. La humanidad es un cromatismo de intercambios afines de todos los seres de la tierra. Las especies y los seres no mueren, no murieron: son exterminados desde la Conquista y sus criterios de beneficio, acumulación, dios y poder. Sin embargo, la tierra que nos reúne puede ser experimentada desde la plasticidad de una coreografía de sal: con trazados grupales, afinidades de diferencias, intercambios intensivos.

AMADOR FERNÁNDEZ-SAVATER EN ARGENTINA

Nuestro amigo, el filósofo español Amador Fernández-Savater, visitará Argentina en noviembre y coordinará un taller en el ciclo de pensamiento #LaFronteraEsUnColador2019, en la ciudad de Córdoba. Organizan y convocan: La frontera es un colador / Alianza sensible / Emosido Engañado / El ultimo proletario / Espacio Furia Mariposa / Raros somos todos.

SILENCIO, PASIVIDAD Y DISIMULO
Formas de escapar cuando no hay salida

Es el juego del gato y el ratón: el gato no mata inmediatamente a su presa, sino que juega con ella en un margen bajo control. Se entretiene a la espera de dar el zarpazo final cuando se canse… o el ratón intente escapar.

Vamos a partir de aquí: una situación sin salida, donde todos los caminos llevan una y otra vez hacia dentro aunque prometan una salida (y estos son los peores, los que más frustran). ¿Cómo escapar cuando no hay salida, cuando no hay afuera?

Encontramos inspiración tanto en situaciones como en autores y pensaremos tres vías posibles: el silencio que no es carencia o falta, sino una forma de interrumpir la repetición y echarse a un lado cuando la luz pública quema; la pasividad que atraviesa la impotencia y la derrota para encontrar nuevas potencias y nuevos derroteros; y el arte del disimulo que nos convierte en seres anfibios, dobles, capaces de huir sin moverse del sitio.

Tres modos de auto-transformación, tres estrategias de supervivencia, tres maneras de pasar algo en la situación donde no pasa nada: la situación sin salida. Fuerza de los débiles, astucias de ratón, cuentos de las mil y una noches que postergan indefinidamente la muerte.

ALGUNAS REFERENCIAS

Libros:
Catherine Malabou, La plasticidad en espera
François Jullien, Conferencia sobre la eficacia
Rita Segato, Contrapedagogías de la crueldad
James C. Scott, Los dominados y el arte de la resistencia

Artículos:
Jean-François Lyotard, “Varios silencios” y “Cuerpos, textos conductores”
Simone Weil, “Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares como medio de cultivar el amor a Dios”

Películas:
El último de los injustos, Claude Lanzmann

 

Viernes 29  de 19 a 21:30 hs. y sábado 30 de 11 a 14 hs. de noviembre
Inscripciones del 23/10 al 10/11 en Rubén Libros ( Dean Funes 163 loc. 1, Córdoba).
Colaboración: $1200.

 

 

La fábrica de la estrategia. 33 lecciones sobre Lenin // Antonio Negri (PDF)

A principios del siglo XX, Lenin intervino en una coyuntura similar a la actual, cuando el capitalismo global conocía su primera gran crisis mundial pivotada en torno a la primera guerra imperialista, la composición de clase de la fuerza de trabajo rusa estaba experimentando una mutación radical y la política de la clase obrera comenzaba a hacerse realidad arduamente a escala mundial. En este libro, Antonio Negri efectúa un análisis magistral de la potencia intelectual y política de la parábola leninista, desmenuzando la misteriosa curva de la recta de Lenin y su capacidad para renovar la lectura del marxismo y hacer saltar su praxis a un nuevo horizonte de realidad. Estas lecciones ofrecen un útil instrumento para abordar el análisis riguroso de la composición de clase actual y para comenzar a pensar posibles modos de innovación de la práctica política del movimiento de resistencia global.
 
Negri, Antonio. La fábrica de la estrategia. 33 lecciones sobre Lenin

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Fuentes: Apuntes del pasado

Héroe // María Moreno

La evocación, aún en un periódico, no debería estar regulada por el calendario con su retintín de recordatorios de nacimientos y muertes ilustres, atención a novedades que suelen oscilar bárbaramente entre el crimen masivo y el estreno de un monólogo teatral a la gorra. Debería mantener, en cambio, su fuente de azar y de destiempo: hace poco me topé con un reportaje que le hizo Pablo Gianera a Ricardo Piglia cuando aún contaba su enfermedad, esclerosis lateral amiotrófica, en términos pudorosos y bien criollos : “ahora ando embromado de salud” pero la frase que me hizo detener fue otra: “a mí me interesa mucho más la vergüenza que la culpa, que está muy de moda. Culpa no siento, te digo francamente. Pero la vergüenza es un sentimiento más puro”. Ahora que debería estar de moda la vergüenza como un sentimiento a analizar y no una palabra tan olvidada que parece no pertenecer al diccionario, me acordé de Piglia, de cuando le propuse que aprobara bautizar con su nombre al bar de la Biblioteca del Congreso, en el maro de un programa llamado Palabra viva, bajo la intervención de la diputada Teresa García. No le gustó la idea aunque no la desaprobó. Y yo, con esa euforia casi ofensiva con que a menudo solemos dirigirnos, por torpeza, a quienes están pasando por una experiencia límite, no debí ser explícita en el mail: sobre la fachada del bar estaban impresos los nombres de escritores cuyas obras cobija la biblioteca y todos estaban vivos. ¿Por qué no hacer un homenaje en vida o mejor cómo no llamar “Piglia” a un bar si en sus diarios va nombrando uno tras otro como los lugares donde sus libros fueron escritos hasta casi merecer que sus títulos fueran los nombres de esos bares? No se convenció. Entre bromas amables y frases corteses sobre diferentes temas, deslizaba “En cuanto al proyecto de la biblioteca a veces siento que me tratan como si ya estuviera muerto. Ojito con eso”. Desolada, acudí a mediación de Beba, su esposa, más para que me ayudara a explicarme que para insistir. Pero no dejé de pensar en ese “ojito”, una interjección de alerta, casi una amenaza cordial, pero también el nombre de aquello que conservaba vivo y con el que mediante un programa de software continuaba escribiendo.

Luego envió un mail –evidentemente la mediación fue eficaz– donde decía entender la intención del proyecto, y prometía mandar un texto. De paso se disculpaba con cierto humor negro: “La enfermedad me ha vuelto susceptible (nunca lo fui, no teníamos tiempo para ser sensibles)”.

 

En la inauguración él había muerto y yo seguía explicándome. Para Ricardo Piglia los bares de las ciudades en que vivió fueron también escritorio abierto –allí escribió los borradores de sus novelas, tomó apuntes para las colecciones de libros que dirigió, bosquejó ensayos destinados a las revistas literarias de las que participó–, sala de encuentro con otros conspiradores de la trama cultural y política –David Viñas, José Sazbón, Roberto Jacoby, Héctor Schmucler… –, biblioteca personal –para leer desde Dostoievsky a García Márquez o estudiar el fetichismo en El capital de Marx (confitería La Modelo de La Plata ) y refugio de activista como cuando, durante una manifestación de protesta contra la invasión de EEUU a Santo Domingo, ante el ataque de los cosacos, corrió desde Congreso hasta La Opera de Corrientes y Callao. Otro día de 1965, quedó en medio de un tiroteo entre miembros del grupo Tacuara y del Partido Comunista y las piernas lo llevaron a las puertas del Molino. La primera entrada de Los diarios de Emilio RenziNuestros años felices se titula En el bar y comienza con el protagonista acodado en la barra de El cervatillo.

Toda su obra parece el fruto de un deambular entre lugares como El rayo, La modelo, el Teutonia, Don Julio, La Paz, el Ramos, La Opera, el Florida y otros bares que no nombra pero que se cruzan en sus desplazamientos entre La Plata y Buenos Aires. Y él lo sabía. En el primer tomo de los diarios declara:

“Tengo una gran experiencia en la disposición de los cafés en los que he trabajado. Son para mí un anexo del lugar donde vivo, una mezcla de escritorio y de sala de recibo. Sé a qué hora los bares están vacíos y se pueden ocupar sin problemas, gozando de la tranquilidad de un lugar limpio y bien iluminado. Como siempre, en casos así, vengo con el libro que estoy leyendo y con un cuaderno de notas y eso me alcanza para pasar la tarde”.

La cita de Hemingwy de “un lugar limpio y bien iluminado” no es azarosa, evoca al bar como sociabilidad en el exilio de los escritores y artistas del París de principio de siglo, un lugar alternativo a las piezas de hotel y atelieres ni limpio no bien iluminados.

Escribir en el bar es también una tradición existencialistas. Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre escribían en bares como el Café de Flore y el Deux Magots y su actividad “marcaba” a estos bares y también mandaba un mensaje anti burgués: que la escritura se realizara en un espacio no doméstico, también común y democrático.

A los bares de la calle Corrientes llegaban por la noche Miguel Briante, Germán García y Dipi Di Paola pero no para escribir. Me pregunto chacotonamente si la vastedad y calidad de la obra de Ricardo Piglia no se debe en parte a ese ganarle de mano en el territorio de los bares a todos los demás.

Piglia alcanzó a mandar un texto para la inauguración del Piglia. Ahí rendía homenaje a la Biblioteca del Congreso como espacio de investigación y lectura –en sus salas estudió la vida de Enrique Lafuente, miembro del Salón Literario, personaje en quien se basaría para crear el Enrique Ossorio de Respiración Artificial– pero también como guarida nocturna para disidentes políticos, autodidactas apasionados pero sin tiempo, pobres en busca de los mates cocidos servidos a la madrugada por empleados amables y eficaces, cuando la dictadura militar parecía detenerse ante ese espacio que contenía para ellos la seguramente intimidante palabra ”congreso”. “No sé por qué pensaba que los militares no iban a irrumpir en el recinto. Quizás, creía yo ilusionado y sin ningún fundamento, que los iba a intimidar el nombre del lugar”, escribió. También contaba sobre la época en que desde la ventana de su departamento solía ver la entrada del Congreso: “Cada tanto los militares tiraban una alfombra en las escalinatas para recibir a los canallas que formaban la comisión consultiva integrada por sus aliados civiles. Pero nadie daba el menor signo de reconocimiento a esa ralea. La plaza seguía desierta y hasta los jubilados se retiraban del lugar. Esa ceremonia siniestra se realizaba en total soledad”.

Ahora, cuando las palabra suelen proliferar de manera que una termine por matar a la otra y ninguna se oiga o se lea, en ese vértigo de las pantallas encendidas día y noche, bajo la presión de millones de dedos frenéticos, pienso en ese “ojito” hacendoso que más allá del límite impuesto por el inevitable final, de la economía impuesta por la enfermedad, calibraba las palabras ética y meticulosamente, trabajando sin parar hasta inventar una falsamente inmóvil forma del heroísmo. 

Fuente: Página/12
Imagen: Guadalupe Lombardo
 

Ser transa // Diego Valeriano

Ser transa es caminar piola, ser respetado, vestir bonito, es que el barbero vaya a tu rancho los viernes a la tarde. Es tener billete, pagar sin hacer cuentas, darle todo a la vieja, mimarla bien cheto. Es ser alguien, tener un nombre, saber que la vida es una, que es un garrón y que al morir mejor hacerlo a todo ritmo, mejor de joven. Ser transa para no trabajar, para no tomarse el Sarmiento a las seis, para que no se te pinche la bici con la mochila urgente de pedidos, para no vestirse de empanada y repartir volantes. Para que las horas no se escurran haciendo caso. Mejor no ser gato de nadie, no atender toda la noche un kiosko en Liniers, no marchar por el bolsón. Mejor no ir a la escuela, ni cuidar a los hijos de Sandra que son insoportables, atrevidos y feos.

Nadie vende falopa porque no hay laburo, porque no salen changas, porque la señora le dijo que solamente la necesita dos días a la semana, porque ya no se corta ni el pasto. Se vende para ser alguien, para que pase algo, para que la vida no sea eso cruel, triste, monótono y largo que vive su vieja. Se es transa como forma de insumisión superior, para devenir fiesta, amanecido, gedencia. Porque el trabajo no dignifica nada, porque las promesas son mentiras que precarizan, porque el esfuerzo es inútil siempre. Se es transa porque no hay salario posible que de la guita suficiente para pagar toda esa intensidad con que viven los guachos. 

Deleuze, Marx y la política: un libro para sujetos acorralados // Diego Sztulwark

 “Félix como yo nos hemos mantenido fieles al marxismo. No creemos en una filosofía política no centrada en torno al análisis del capitalismo y sus desarrollos.”

(Gilles Deleuze en diálogo con Toni Negri, 1990)

Ni bien registré el título me apresuré a conseguir mi ejemplar de Deleuze, Marx y la política. Imposible no sentir ansiedad por conocer semejante sistematización de lecturas. De inmediato recordé que sabía de la existencia de este libro Nicholas Thoburn, publicado originalmente en 2003. Mi amiga Alejandra Lidman, estudiosa de Deleuze, lo había leído en ingles y comentado en el blog Lobo Suelto. La sola existencia de este libro, traducido por Juan Salzano para editorial Marat, resulta motivo alegría. 

Una política menor

Las tesis principales de la presentación de Deleuze junto a Marx me parecieron bellas por lo simples y verdaderas. Habría en la política de Deleuze (en sus textos, pero también en sus colaboraciones con Guattari) una política menor, substraída a la experiencia convencional de unos sujetos autónomos y plenamente constituidos, portadores de demandas legítimas y de un lenguaje suficiente para hacerse oír. La política menor se define, en cambio, por la imposibilidad de adquirir una identidad. Ni clases ni grupos: “menor” precisamente, una estrategia de constitución, y unos medios técnicos y lingüísticos de composición. La política menor está hecha de devenires que experimentan sujetos inadecuados a sus contextos. Grupos oprimidos, subalternizados, sometidos a explotación. La política menor ­–o política del síntoma, que apunta a crear forma de vida, agrego yo– concierne a sujetos acorralados, inmersos en un campo de fuerzas que los subyuga. Son estos sujetos acorralados quienes necesitan, como el aire, crear nuevas estrategias y lenguajes. 

Thoburn localiza el encuentro de Deleuze con Marx en esta concepción de una política menor. El proletariado, a diferencia de la más sociológica clase obrera, es el sujeto acorralado por las relaciones sociales capitalistas, y su política es menor consiste en deshacerse de la identidad obrera (mayoritaria) impuesta por el capital. Deshacer la subjetividad obrera implica deshacer su realidad como parte del capital. La política menor proletaria consiste en inventar nuevas composiciones más allá de la política de las clases. Proletario, por tanto, no equivale a trabajador. La clase trabajadora es un momento interno del propio capital, mientras que proletarios –o plebeyos– designan estrategias de composición que, partiendo de la adversidad, devienen capaces de crear subjetividad en contra y más allá del capital mismo.   

Una vez establecida la fidelidad de Deleuze con Marx en torno a la no identidad del proletariado, Thoburn formaliza de la triple condición de toda política menor: 1. Sujetos que viven acorralados en la inmanencia a las relaciones de explotación y control (son parte del capital);  2. y por lo incapaces, en sus inicios de convertirse en otra cosa sin un difícil desplazamiento (hacer algo desde su condición acorralada); 3. Sólo enfrentando este difícil desplazamiento -intentando nuevas composiciones- alcanzan una nueva potencia subjetiva. En esta conceptualización, alejada de la definición de la clase trabajadora y de todo horizonte gremial restringido, el proletariado supera su condición de clase para el capital y se abre a los movimientos sociales que rechazan en las formas del trabajo la subsunción de la vida al capital. 

Alcanzando su propósito inicial, dar la clave de lectura política de un Deleuze con Marx, aparece algo así como un segundo libro, tan necesario quizás como el primero. Se trata de un libro en el corazón de otro libro. Para filiar a Deleuze con Marx Thoburn prioriza dos referencias. La primera parte del libro está escrito en torno a las -a esta altura mitológicas- páginas de un libro que Deleuze habría comenzado a escribir al final de su vida llamado La grandeza de Marx. Un “Marx virtual”. La segunda referencia de Thoburn, en cambio, detona una discusión teórica y política que lo lleva a extenderse a lo que se intuye como el objetivo implícito del libro: polemizar con Toni Negri, quien por esos años acababa de publicar junto a Michel Hardt ese gran libro que es Imperio. Las razones de la polémica son de lo más interesantes. Thoburn observa que el antecedente más importante de la articulación Deleuze con Marx, en términos de una política de rechazo al trabajo, fue realizada por la corriente –plural– del marxismo italiano obrerista y postobrerista, al tiempo que le reprocha a Negri, uno de los referentes más destacados de esa corriente, el hecho de que tanto en su lectura de Deleuze como en la elaboración de una política de la “multitud”, haya entrado en ruptura con la elaboración de una política menor. 

¿Anti Negri?

Las críticas de Thoburn pueden resumirse del siguiente modo:

  1. La política de la multitud, en tanto exaltación de singularidades autónomas, desconoce las condiciones de una deleuziana política menor (comunes a la definición del proletariado en Marx, y de la lucha obrerista italiana). Según Thoburn, Negri reivindica un potencial emancipador en la afirmación directa de la pluralidad de singularidades cooperantes productivas de unbios, subestimando la persistente inmanencia de esos sujetos con respecto a las relaciones de poder: el capital tal como organiza las relaciones de producción (Marx); en la racionalidad que prima en el sistema de las máquinas (Panzieri), o en los “milagros” del “socius” capitalista (Deleuze y Guattari).
  2. El supuesto de la política de la multitud es una nítida tendencia a la autonomía de la producción con respecto al mando del capital. Thoburn celebra el gesto de Negri de situar el pensamiento político en la producción (junto con Deleuze, Marx y la autonomía obrera), en polémica con las tesis neogramscianas de la autonomía de lo político que derivan en las de la hegemonía en el populismo de Laclau. Pero encuentra problemática la tendencia a la autonomía de la producción. Le parece que es una simple inversión de las tesis neogramscianas. En lugar de autonomía de lo político, autonomía de la producción. Y con ello una misma disolución de las condiciones de la política menor basada en la condición de adversidad de los sujetos que la crean. La autonomía en la producción nos propone unos sujetos que ya no están acorralados, sino que han logrado la emancipación como por arte de magia.
  3. Esta tendencia a percibir la cooperación como un movimiento de autonomización de la fuerza de trabajo respecto del mando del capital, le permite a Negri teorizar sobre los dispositivos de apropiación de plusvalor desde fuera de la producción. Situación que Thoburn impugna porque impide comprender las formas propiamente capitalistas que subsistirían en la cooperación social. La autonomía de la producción tiende a anular el principal recurso subjetivo del obrerismo italiano (la consigna principal que Thoburn vincula con la política menor): el rechazo al trabajo. Por más que Negri lo reivindique una y otra vez, lo real en la política de la multitud no sería el rechazo, sino la apología del trabajo (vuelve la sociológica clase obrera) en tanto que trabajo biopolítico.
  4. En definitiva, y a pesar de sus esfuerzos por leer a Deleuze, Thoburn ve en Negri una ceguera voluntaria a toda condición de adversidad; una desestimación continua del peso de los dispositivos capitalistas sobre la fuerza de trabajo. Y encuentra la prueba más consistente de esta imposibilidad deleuziana de Negri nada menos que en el diálogo que ambos filósofos sostuvieron en 1990, publicado originalmente en la revistaFuturo anteriorbajo el título “Control y devenir”. Las preguntas que por entonces Negri le dirige a Deleuze se anticipan a lo que una década más tarde serían las líneas principales de Imperio: intentan conjugar su propia lectura de Marx –Negri es autor de un libro impresionante, Marx mas allá de Marx– con la lógica de las multiplicidades, de Mil mesetas. La diferencia entre ambos, que Thoburn capta con precisión, se hace presente cuando Negri le pregunta a Deleuze por Foucault. Esta es muy relevante. Quiere saber qué piensa Deleuze sobre el potencial de recuperar la capacidad del lenguaje cuando el diagrama de poder basado en el control llega a su hegemonía. Pegunta si los devenires minoritarios pueden socavar el dominio en el ámbito de la comunicación. ¿Cree Deleuze que es posible el comunismo? La respuesta de Deleuze consiste en afirmar que hoy el poder actúa mediante el control y la comunicación, tanto en el nivel de las relaciones sociales como en el de las máquinas que las concretan, y que no es en la capacidad minoritaria de recuperar la palabra en el espacio de la comunicación que se juega el comunismo, puesto que las palabras, en la comunicación-control, están “podridas”, completamente atravesadas por el dinero. Se hace necesario, por lo tanto, “apartarse de la palabra. Crear siempre ha sido distinto que comunicar”.

 

Determinación y subjetividad

Una década y media después de su aparición en inglés, la edición argentina de Deleuze, Marx y la política coincide con la publicación en castellano de dos textos importantes de Negri:  Historia de un comunista (Traficantes de Sueños, 2018), el primer tomo de su monumental autobiografía; y Marx y Foucault (Cactus, 2018). El primero es una pormenorizada historia de esa pluralidad de grupos que fue la autonomía obrera italiana. El segundo es un ensayo teórico-político sobre la relación que hay entre determinación y subjetividad. Es decir, entre el método de estudio de la inmanencia del trabajo al capital y la capacidad de reapropiación y autonomía del trabajo vivo. 

Negri argumenta del siguiente modo: 

  1. En la época de la “subsunción real” de la sociedad en el capital –predominio de la plusvalía relativa sobre la absoluta–, cuando el conocimiento deviene fuerza productiva con tendencia dominante, el antagonismo se da sobre el inmediato plano de lo social (la vida, los modos de vida), de tal manera que ya no es posible distinguir antagonismo social, lucha de clases y ciencia política.

 

  1. Cuando la productividad del trabajo es la actividad colectiva (virtuosismo del lenguaje, de los afectos, del conocimiento, de los cuidados, de la comunicación), capaz de reapropiarse de segmentos de los medios productivos y de profundizar en concreto su deseo de autonomía dentro de la fábrica social (por medio de las luchas del trabajo metropolitano en todos los planos de la existencia), la exigencia de renovación del método se agudiza y necesita corroborarse en el plano de la organización de lo que Negri llama lo “común” (y que hace corresponder con la “biopolítica” foucaultiana).

 

  1. La importancia de la dimensión metodológica se corrobora en la práctica de la coinvestigación y en la elaboración de políticas concretas. Se trata de elaborar dispositivos concretos de politización que permitan superar la influencia de la dialéctica hegeliana, en cuanto racionalización idealista de procesos reales y solución vía mediación reaccionaria a oposiciones reales sobre la política. Esto incluye el rechazo abierto del diagnóstico de los pensadores de la Escuela de Frankfurt de una sociedad alienada, completamente reorganizada por el mando del capital.
  2. Para ello es necesario recrear de modo crítico el problema de la subsunción real mediante cateogrías que, como la distinción entre biopoder y biopolítica en Foucault, permitan reabrir la asunción de un espacio de antagonismos y crisis. En el mismo sentido, se entiende su rechazo terminante del pesimismo ontológico heideggeriano, asociado a una ética impotente y a una desactivación de la praxis, que se vuelve contra las tecnologías bloqueando toda comprensión de los procesos de reapropiación de la máquina por el trabajo. Su lectura izquierdista de Foucault, acentuando el peso de las micropolíticas (el juego cualitativo que se da en el plano de las relaciones sociales), permite investigar los mecanismos para una analítica por fuera de la representación capitalista de la praxis.

Autovalorización

La argumentación de la política en Deleuze y en Marx converge en las prácticas que la autonomía obrera llamó de “autovalorización”. La capacidad obrera de crear valor contra o más allá de los dispositivos de valorización del capital. Thoburn necesita distinguir si la autovalorización es concebida como un momento menor dentro de uno mayor (Deleuze y Marx) o como uno definitivamente autónomo (Negri/Hardt). ¿Es realmente necesaria esta delimitación? ¿No surge la noción misma de “multitud” del fracaso de la política fundada en la delimitación precisa dentro/fuera propia de la soberanía estatal que el mismo Schmitt, su defensor más enfático, declaró caducas hace décadas? ¿Es tan incompatible una política en la que los sujetos viven el antagonismo a partir de su recursos de valorización autónoma fuera del trabajo capitalista, con una en la que la autonomía se conquista mediante la exigencia de aumento salarial fundado en necesidades y deseos, hasta convertirse en aumento del salario social o renta ciudadana? ¿No es esta hipotética incompatibilidad, en todo caso, la mayor derrota de una política anticapitalista que quiera ser efectivamente una política?

No me resulta convincente la oposición que realiza Thoburn entre un polo que estaría poblado por Deleuze, Marx y la autonomía italiana ante el polo Negri. Y no porque no sean claros y sutiles sus argumentos. Quizás mi propio modo de ser fiel a Negri sea inventarme uno útil a mis propios fines. Pero lo cierto es que no veo que el problema con Negri pase por una supuesta disolución en su pensamiento del momento del poder del capital sobre la subjetividad. Veo claramente expresado en Negri el momento de la determinación. Y la veo precisamente en su esfuerzo por liberar a toda política menor de su supuesta deuda con un insoportable pesimimo ontológico. Su desmesura y “optimismo” me parecen menos una alucinación fácilmente refutable (sus compañeros Paolo Virno y Franco Berardi lo han advertido con toda claridad), y más una lección filosófica contra el derrotismo. Es cierto que no estamos para optimismos bobos. Prefiero leer a Negri con (y no contra) Deleuze y Marx. Quizás porque el efecto de tres pensamientos imposibles de adecuar entre sí necesitan un cuarto participante –el lector–, que tiene que introducir su propia estimación de lo que aquí esta en juego. Y, a mi juicio, lo que está en juego es la capacidad de acentuar el gesto propiamente político que permite leer en simultáneo la determinación (el duro peso de las relaciones sociales dominantes, su carácter subjetivador) junto a la subjetivación minoritaria/antagonista, la articulación entre síntoma (saberse acorraladxs), forma de vida (política menor/autovalorización) y lucha de clases (antagonismo). Cuando Deleuze y Guattari se refieren a una nueva tierra, pretenden un nuevo involucramiento entre luchas y pensamiento, partiendo de la adversidad y el acorralamiento, pero también atreviéndose a pensar el milagro de una existencia no deducida de la axiomática del capital: dentro, contra y mas allá. Las resistencias, las filosofías y sus atrevimientos.

 

* Gilles Deleuze: Conversaciones 1972-1990, Capítulo V, “Control y devenir”, edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.

 

La clínica psicoanalítica: un modo de leer y escribir (Por qué es importante la narración de la clínica psicoanalítica?) // Lila María Feldman

«Me sucede también que no me encuentro donde me busco, y me encuentro más por casualidad que por la indagación de mi juicio…»

Michel de Montaigne. 1595.

«El número de vidas que entran en la vida de uno es incalculable».

John Berger.

1.

Una paciente, Alejandra, con importantes problemas de fertilidad, trae un comentario que recibe respecto de un aborto que se practicó en la adolescencia. «Vos no tuviste a ese bebé porque no quisiste».

De esos comentarios-reproches se defiende, cada vez más. Sin embargo, agazapado, está su propio fantasma, ese aborto del pasado retorna como castigo en su impedimento actual. Ese trabajo prosigue, y llevará tiempo, pero le digo que, efectivamente, ella pudo decidir no tenerlo, y pudo elegir. Así como hoy elije intentar tener un hijo, como parte de un proyecto de pareja, en tan diferentes condiciones a las de aquel entonces. ¿Quién establece, por cuales motivos, tener un deseo, y querer realizarlo, implicaría necesariamente aceptar cualquier condición y circunstancia, someterse a cualquier sacrificio, aún en nombre del deseo? ¿Desear conlleva el precio de renunciar a la libertad?

En el comienzo de la sesión había hablado de su trabajo. Tuvo que aclarar repetidas veces que es su vocación, y que es lo que ama hacer, acallando culpablemente, también repetidas veces, la queja respecto del agotamiento de trabajar un total de 11 horas corridas. Pero es lo que ama hacer, y tiene trabajo…

¿En nombre de qué sumisiones e ideales, se establece que el deseo justifica cualquier sufrimiento? Ella suele recordar frases de su madre y su abuela: puta por coger y embarazarse. Y culpable por abortar. Por desear.

El psicoanálisis descubre esos fantasmas y violencias agazapadas, internalizadas, que se reproducen aún cuando se puede reaccionar ante violencias externas.

El deseo, ningún deseo, justifica, no debería justificar, ningún sacrificio o sumisión, ningún impedimento a querer elegir condiciones placenteras y felices (lo más posible), para poder sostenerlo.

Tener un trabajo que se ama, desear ser madre como y cuando se quiere. Elegir cómo vivir la sexualidad.

2.

En una familia llega el momento de poder hablar de una verdad largamente silenciada y desmentida. En un comienzo, se presentaba como la fantasía de una revelación, y algo de eso hubo, sin embargo me interesa más destacar un aspecto muy interesante: esa revelación es relevada por otra situación, la de un encuentro de múltiples revelaciones, retazos de vivencias. Entonces la verdad es más bien una composición o conjunción de verdades, y da lugar a un conmovedor encuentro. En parte algo se desenmascara. En parte algo se construye. La verdad más importante tal vez es que del dolor, finalmente, se puede hablar. La verdad de y en las palabras.

Había alguien que temía decir. Alguien que se negaba a escuchar, y alguien que no paraba de actuar aquello que carecía de palabras. Uno dijo: «siempre lo supe, de algún modo, pero ahora que vos me lo contás es diferente». Hubo un abrazo desgarrador, fueron juntando piezas, descubriendo juntos lo que ya sabían, lo que no sabían que sabían, y lo que no. Conocieron más de sus dolores y silencios. Aquella que debía revelar el secreto, supo mucho más de lo que ya sabía. «Yo también tengo algo que quiero contarte», escuchó.

Lo más interesante -en mi opinión- es que la construcción de la verdad, sobretodo de una verdad que pueda ser asumida, es colectiva. Lo más íntimo también es colectivo.

Construir una verdad no es «informar», ni «ser informado».

Hacer de la verdad un espacio habitable y aliviante es algo de lo que es capaz de posibilitar el análisis.

3.

Joaquín llega a sesión. Hace muy poco tiempo viene, aún está descubriendo de qué se trata esto.

Mientras subimos en el ascensor escribe en su celular. (¿Chatea? Pienso…).

Empieza a hablar de su padre, una vez más. Todo lo que no puede decirle, el enojo, la decepción, el desamparo. La imposibilidad de creer en que hablar tenga sentido, el temor a que solo le deje culpa y dolor. El clima de tensión que sobrevuela en su casa, cosas no dichas que se cuelan por otros lugares. La pregunta, suya propia, de lo que tiene o no sentido en su vida, las cosas que hace, que elige, lo que posterga. Todo aquello en lo que creyó alguna vez, y hoy está roto.

Pero insiste en señalar que no cree que sirva hablar, no con su padre. ¿Qué podría decirle? Le pregunto por las postergaciones en su vida, si no es algo que en general le ocurre. Dice alguna cosa y luego parece cambiar de tema. Me cuenta que siempre deja todo para último momento. Por ejemplo, la escritura. Ahí entiendo que lo que venía escribiendo en el celular era esa escritura pendiente para la facultad, la entrega es hoy. Escribió sobre su infancia. Me lo lee. Yo escucho y tiemblo, una emoción me recorre, de principio a fin. Allí, en ese texto, Joaquín despliega -en tercera persona y ficcionalizado- todo aquello que no sabe qué es, si tendría sentido decir. Lo escribe. Le señalo con emoción a cuestas cuan directo es el lazo entre lo que calla y lo que escribe. Se sorprende. «Está inconcluso», agrega. Y finaliza, en primera persona: «venir acá es como escribir. No sé bien porque empecé a venir, ni porqué vengo cada día, y menos lo que voy a decir. Y entonces hablo, y descubro algo que me toca el cuerpo. Venir acá es como escribir».

Esta vez yo me quedé sin palabras.

Mi trabajo me emociona, tantas veces, maravillosas veces.

Analizarse es como escribir. Enorme definición. Y podríamos agregar, que también es la experiencia que permite pasar -para Joaquín y tantos otros- de la tercera persona, a la primera.

Analizar, psicoanalizar, también lo es, pienso mientras escribo. Es como escribir. (Siempre en primera persona).

4.

Venía pensando en la presencia de los celulares en el trabajo clínico con pacientes, en los modos que adopta esa nueva presencia en el diván o en el escritorio (de acuerdo a dónde el paciente se ubique), y en su discurso, también aún en la distancia-proximidad respecto del cuerpo. Interlocutor, testigo, calmante, lugar de garante de la verdad de aquello que enuncia.

Cada vez más, el celular es el primer objeto que se acomoda, muchas hasta se lo enchufa. Y también me encuentro con la frase del paciente, mientras relata algo: «esperá que te lo leo textual».

Hoy, afortunadamente, me encuentro escuchando a Sol, quién me dice: «esperá que te leo textual»…y saca de su bolso un libro. Lo abre, y me lee un párrafo.

Hasta ahí, puedo decir que ello en sí mismo me conmovió. Me tocó.

No fue todo, por supuesto. Desde allí desplegó sus preguntas, los enigmas que la convocan, y el relato de un sueño (últimamente el trabajo analítico con Sol se pobló de sueños).

El trabajo analítico es también un trabajo de lecturas, pienso, lecturas que nos hacen soñar, o que nos quitan el sueño, lecturas del propio sueño, pero siempre, como toda lectura, en ausencia de textualidad.

Luego, llega Mariana.

Estuvo al borde de la muerte, recién sale del precipicio. Es ahora el momento de mayor tristeza y miedo. Hablamos largo rato de diversas cosas. Me pide que la ayude a vencer el miedo a la muerte. Le digo que eso es imposible. Que recién ahora, más lejos del precipicio, puede hablar de eso (la acompañé todo un largo tiempo de lucha, presencié su fortaleza y la decisión con la que peleó).

Le digo que el único antídoto para el miedo a la muerte, si es que algo así existe, es el deseo de vivir (que ella conserva y no ha perdido, más bien todo lo contrario) y la búsqueda de ampliar, sostener, disfrutar, el placer de vivir. No sin tristeza. No sin miedo. No sola.

Y yo me quedo pensando-sintiendo, es como un latido que no me abandona, que el trabajo analítico para mí es un modo de leer. Y también de escribir. En ausencia de textualidad.

5.

Hace algún tiempo un paciente, Lucas, juega, y escribe esto, con unos bloques de madera (parte de un juego, en verdad, pero que él suele utilizar para construir, y hoy para escribir), sobre el escritorio: S O S. Dice que no quiso decir eso. Pero allí está. El mensaje, sin botella, llega a buen puerto: algunas semanas después, puede narrar su historia. O aquello que de su historia, y en ella el trauma, era imposible contar.

6.

En un comienzo lejano venía traído por un síntoma extraño, pero decía que el no sufría por nada.

Hoy llega a sesión diciendo que se preocupa por mí, se pregunta por el trabajo del psicólogx. ¿Cómo hacemos para salir y entrar de las historias, para pasar de una a otra? Para recordar todo aunque lxs pacientes falten (el interrumpió y luego retomó el análisis, sabe cómo opera la memoria de lxs analistas). ¿Cómo hacemos para reponernos? Todo eso me dice, me pregunta. Luego vuelve a su historia de descuidos y pérdidas sufridas, y aún así la culpa, la necesidad de cuidar y sostener a otrxs. De pensar primero en lxs otrxs. Le digo que aquí, conmigo, no tiene que cuidar a nadie, tampoco a mí. Que yo lo escucho, que comparto con él ese trabajo, tan difícil e importante, de recordar, de hacer memoria, que veremos de qué maneras seguir desanudando esa culpa que lo lleva a cuidar, a sostener, a ceder, a regalar, a ofrecer de más. ¿De qué está hecha esa culpa y ese deber sacrificial? ¿Cómo pasar de esa historia, tan densa y costosa, a otras que sean nuevas? En eso estamos, con Martín. En que se apropie de sus enojos, dolores, y preguntas.

7.

Clara viene hace pocas semanas, pero el trabajo analítico avanza rápidamente. Hoy me regala una idea que me llevo, así como ella cuenta que se lleva cosas que pensamos en sesión o que se lleva de los libros que lee. Me descubro trabajando, yo también intervenida, con algo que le propuse pensar y que retorna, vía asociación libre, en un fragmento de un libro que Clara evoca. ¿Lo dije yo? ¿Lo dijo ella? La sesión arma un texto que no tiene «un» autor.

 

8.

Una paciente, Paula, me trae un libro sobre viajes, mapas y rutas que está elaborando. Se fascinó con el tema de las «antípodas» a partir de un viaje que hizo por amor, y de otros viajes que planea hacer. Es docente y artista.

Luego cuenta unos sueños que tuvo estos días, todos ligados a la muerte de su madre, se está por cumplir un año de eso. Retomó su análisis hace unos meses, traída por una angustia que no le permitía «arrancar», en diversos sentidos. Hoy recupera todo lo que le sucedió y vivió en este tiempo -todas cosas que su madre nunca sabrá- y que son parte de ella hoy.  Hablamos largamente de la historia de esa muerte, y del tiempo del duelo. Me doy cuenta mientras la escucho que ésta sesión es como un mapa o trazado personal, u hoja de ruta, de los trabajos del duelo, de este duelo, pero tal vez valga para el duelo, en general.  Todas las cosas que ya no disfrutará su madre. Todas las fechas que tocó vivir este primer año, sin ella. Todas las decisiones que tuvo que tomar en los tiempos de la enfermedad  y agonía. La decisión de que hacer con los restos. Y finalmente, o no, donde esparcir las cenizas. En una ciudad, donde empezó la vida de su madre (en el medio todos los recorridos que componen una vida) y en esa misma ciudad, en el río, su final.

Un duelo se narra, se historiza, se sueña, se llora, se comparte, se escribe, se pinta. Implica tantos trabajos y son tantas sus metamorfosis y destinos. Y vivirlo, permite arrancar.

En un momento se me llenaron los ojos de lágrimas. Nos miramos. Seguimos conversando. No lo disimulé.

         -La narración como acto político.

¿El psicoanálisis, entonces, cura? ¿crea?

El psicoanálisis es un lenguaje y una escritura. Es un modo de conversar, un modo de estar presente, el tono y el clima de esa conversación. Esa conversación suele tener lugar en un consultorio (otras veces en el pasillo de un hospital, o en algún otro lugar, pero también continúa fuera del consultorio. Nos volveremos a enterar en la sesión siguiente, todo lo que esa escritura siguió escribiendo a lo largo de los días, a veces sobretodo es el paciente quien lo hace, y muchas otras el analista. Me ocurre muchas veces que el pensamiento garabatea, y entro en un estado de ebullición que me obliga a llegar a la hoja. Necesito escribir.

El psicoanálisis también es una forma de la memoria. Una memoria particular, que permite que conserve vivo en mí, aunque no piense en ello durante un tiempo largo o pequeño, la historia de cada paciente y la historia del tratamiento. Nunca deja de asombrarme acordarme tanto: detalles, pequeñeces, gestos, relatos, que puedo olvidar incluso pero frente al paciente inmediatamente recupero.

Entonces sí. El psicoanálisis cura y crea.

No cura todo, ni cura siempre, pero cura cuando crea.

Crea. Por supuesto, hablo de crear. Pero también hablo de creer. ¿En qué cree un psicoanalista?

Lxs analistas necesitamos creer, en la medida en que recibir a un paciente y embarcarse en ese viaje, implica, lo sepamos o no, realizar una enorme apuesta. Lxs analistas nos desanimamos muchas veces, pero creemos. Creemos en lo que escuchamos. Y en lo que hacemos. El psicoanálisis no es una técnica, ni un procedimiento. No hay dos pacientes iguales. Ni dos analistas iguales. Con cada paciente nos reinventamos. Sí es un método. Sabemos desde dónde hacemos, mientras que no sabemos lo que hacemos, mientras toleramos no saberlo.

 

La posición del analista consiste, para mí, en recuperar lo que hicimos para pensarlo, lo que hicimos porque estuvimos disponibles. Asociación libre y atención flotante son brújulas invariables, también lo es la teoría. El resto se construye. Lxs analistas creemos porque sabemos que en algún momento arribaremos a tierra firme. Y es ese arribo lo que resignifica y sostiene todo lo anterior.

Lxs analistas creemos entonces en la escucha analítica. Y le creemos al paciente. Le creemos a sus dolores, a sus sueños, a sus errores, a sus inventos, y a sus delirios. Muchas, tantas veces, tenemos la impresión de no haber sido del todo escuchadxs por el paciente, o no saber con certeza cuánto unx (analista) escuchó. Hasta que ocurre alguna intervención que en el discurrir de asociaciones de alguna sesión, detiene las dudas e interrogantes, las vacilaciones, y confirma, sin lugar a dudas, y a veces de forma conmovedora, que allí hubo escucha.

Escuchar no es oír, es oir y leer. Es leer con la oreja y el cuerpo. Y ese leer hace escribir.

Si no escribimos, si no narramos lo que hicimos en el tiempo y en el espacio de ese encuentro, entonces el psicoanálisis sólo será una abstracción.

Escribimos para preservar la abstinencia. Para poder dar lugar a aquello que nos marcó fuertemente. O porque nos angustió, o porque nos emocionó, o porque nos modificó. Para que eso sea inolvidable. Para no poner a jugar esa afectación en la transferencia. Porque no somos neutrales, pero nos abstenernos. Por eso escribimos. En última instancia, lo necesitamos.

Lo ensayístico (el ensayo como método, no sólo como género literario) tiene mucho que ver con el psicoanálisis. Freud escribió la Interpretación de los sueños a partir del autoanálisis de los suyos propios. El psicoanálisis empezó siendo autobiográfico. Freud se situó como sujeto soñante y como psicoanalista. Contar la propia vida-experiencia fue entonces la manera de legitimar un camino de conocimiento. Así lo fue para Montaigne, también lo fue y lo sigue siendo para el psicoanálisis. No hay camino de conocimiento que no implique la necesidad de narrar algo propio. El coraje de narrar. Cada pensador, cada auténtico pensador, tiene que emprender «la invención de lo propio». Dar lugar a lo más propio requiere un acto de invención-ficción.

La escucha analítica es tributaria de ese particular juego: sostener-practicar-afirmar un juicio, suspendiendo el juicio, a la vez.

El par asociación libre-atencion flotante sigue la pista de ese camino filosófico.

¿Qué es ese relato que -a través de la invención-ficción va en busca del mayor apego posible a la verdad y autenticidad de una experiencia? Sabemos que la verdad es singular y cambiante, no absoluta ni definitiva. Tampoco es algo abstracto.

La narración de lo singular es la mejor manera de dar cuenta de una práctica.

Lo que posibilita afirmar juicios es la propia experiencia, no simplemente un razonamiento descarnado. Camino de conocimiento que se sostiene en la autoridad de la experiencia: decisivo para la filosofía moderna. Y para el psicoanálisis. El acceso al saber arraiga en la construcción de un método. No una técnica (acerca de esto hay mucho trabajado y escrito por Ana Berezin y Eduardo Müller, quienes sostienen que la técnica incluso puede volverse una resistencia al método). Puede ocuparse sobre cualquier asunto, no únicamente sobre lo solemne. No hay temas, ni tampoco caminos, privilegiados.

Sostenemos, y nos sostenemos, en la confianza en la palabra como operación subjetivante. En su capacidad de afectar y ser afectada, y de inaugurar o ampliar el campo de lo que puede el cuerpo en el lenguaje y lo que puede el lenguaje en el cuerpo (tomando a Meschonnic).

En Montaigne libro, o escritura, es metáfora de sujeto. Y vaya si lo es para nosotrxs. La clínica psicoanalítica no es la descripción semiológica de síntomas ni de un paciente en particular, ni la aplicación de una técnica o un protocolo, sino el relato de lo que un encuentro psicoanalítico puede. Y cómo ambos -paciente y analista- salimos de él modificadxs, afectadxs.

¿De qué se ocupa el ensayo?: de la posiblidad de narrar una transformación, un devenir, o un pasaje. «No pinto el ser, pinto el devenir» escribió Montaigne. Nosotrxs también hacemos eso: narramos un devenir. Narrando el trabajo clínico con pacientes también narramos el nuestro. Ese «devenir» es también «autobiográfico».

Retomo, para finalizar, un párrafo de «Sueño, medida de todas las cosas»:

«¿Por qué escribimos los psicoanalistas nuestra práctica? ¿Por qué elegimos narrarla, con todas las dificultades que ello presenta? Primero diré que para no quedarnos solos. Y luego, elijo responder con estas palabras de Pontalis: para el psicoanalista,

“[…] hacerse de un nombre debe entenderse también en un sentido literal, el de darse un nombre propio, porque, más que nadie, él se ve confiriendo, por el efecto de la transferencia, tantos nombres que no son el suyo; escribir, para él, sería un medio privilegiado para dejar de ser un ‘prestanombres’ […] Convertirse en autor también podría entenderse literalmente como aquel que quedó disponible, a lo largo del tiempo, para tantos personajes en busca de autor… En cuanto al propósito de comunicar su experiencia y sus hipótesis […] ¿Cómo podría el análisis arreglárselas sin esa prueba del tercero que viene como a asegurarle que él no es solamente la víctima de su propia fantasmática, que debe a la vez ‘divagar’ –sin lo cual no hay invención- y dar a sus pensamientos más extraños una forma bastante consistente para que el otro pueda percibir sus contornos y apreciar su validez?”.

Narrar la clínica psicoanalítica es un acto político. Narración implicada: contar qué de esa experiencia nos ha interpelado, contar cómo, de qué maneras, pusimos el cuerpo y la palabra, y como ello devino escritura-lectura nueva. Para lxs pacientes, y para nosotrxs, lxs analistas.

 

 

 

 

 

 

 

Ecuador en llamas: ¿Hacia donde va la región? // Videos desde Ecuador

La ola de gobiernos neoliberales sudamericana comienza a ser cuestionada por medios electorales sindicales y callejeros. Octubre es un mes clave: el tiempo dirá si lo que madura es un un nuevo protagonismo popular capaz de relanzar lo político sobre nuevas premisas.

Lobo Suelto

Estallido en Ecuador: el presidente declaró el estado de sitio y hay protestas en todo el país // Anred

Con una economía en crisis, el gobierno de Lenín Moreno anunció un paquete de medidas de ajuste en acuerdo con el FMI que incluye la quita de subsidio y aumentos en los combustibles. Ante las masivas protestas, cortes de calles y huelga indefinida de algunos sectores, el gobierno decidió declarar el estadio de sitio. Por ANRed


La dolarizada economía ecuatoriana se encuentra en crisis. Desde hace años padece un estancamiento que se ha expresado en un deficit y endeudamiento cada vez mas serio.

Con un manotazo desesperado el gobierno se ha endeudado, otra vez, el pasado 24 de septiembre, emitiendo bonos  por unos 2 mil millones de dolares incrementado así los bonos deuda en 10 mil millones. El pasivo del país se ha profundizado a un 47% del PBI. Mientras que para mantener el financiamiento externo y lograr el próximo desembolso de 4.209 millones de dolares del FMI, Lenín Moreno ha dispuesto un conjunto de medidas anti-populares; el martes por la noche en cadena nacional ha anunciado la quita del subsidio a los combustibles para recaudar unos 1.400 millones de dolares anuales.

CANADA WONDERFUL COUNTRY@OElenaFerreira1
 

Estado de sitio en Ecuador la prensa no informa

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La noticia provoco malestar ante el inminente aumento del costo de vida, la gasolina extra se incremento del 1,85 a 2,40 el galón mientras que el diesel trepó de 1,03 a 2,30. También se baraja llevar adelante una reforma laboral que precarice los contratos laborales y incrementar impuestos a la población.

Anibal Garzón@AnibalGarzon

El pueblo ecuatoriano dice BASTA al paquetazo neoliberal dictado por el FMI y que aplica el Presidente Lenin Moreno, el mismo que traicionó la Revolución Ciudadana.

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Las protestas se iniciaron con un paro por tiempo indefinido del sector de transportista a la cual se sumaron otros sectores, sindicatos y estudiantes, que en estos momentos se encuentran movilizados y en constantes choques con la policía en distintas ciudades. Quito ha sido el epicentro del conflicto y se registran, al menos, 9 detenidos y la llegada de contingentes militares a la ciudad capital. Los cortes de carretera están en diversos puntos del país, unos 149 sitios se registran protestas: 30 en Pichincha, 13 en Manabí, 10 en Loja, 10 en Azuay, 9 en Guayas, 18 en Tungurahua, 4 en Imbabura, 3 en Carchi, etc. En el sur de Guayaquil se han observado los primeros saqueos.

La diputada correísta, Gabriela Rivadeneira, declaró que la Asamblea tiene la facultad de revisar el estado de excepción decretado por el presidente Moreno, y establecer el incumplimiento de funciones del mandatario. Y que el bloque propondrá una sesión extraordinaria del Parlamento para destituir a Lenín Moreno y adelantar elecciones presidenciales.

“El movimiento feminista puede ser una fuerza hegemónica porque pone el foco en la reproducción de la vida” // Silvia Federici

Nació en Italia en medio de la ocupación nazi-fascista, pero vive en los Estados Unidos desde 1967. Es una de las feministas más leídas en todo el mundo y sus charlas públicas reúnen a miles de mujeres de los más diversos territorios, tradiciones y edades. Su libro Calibán y la bruja, traducido a numerosas lenguas, es venerado entre las jóvenes de la nueva marea verde en la región. En esta entrevista sin pelos en la lengua, nos comparte las claves para comprender por qué la lucha y el protagonismo de las mujeres en América Latina llegó para quedarse, y revela el secreto que le garantiza ser una bruja de casi 80 que nunca se cansa.

por Hernán Ouviña, en Gramsci en América Latina

¿En qué medida el movimiento feminista y las luchas de las mujeres han logrado erosionar la hegemonía patriarcal a nivel latinoamericano y a mundial?

El movimiento feminista tiene muchos años. A partir del proceso que se inicia en los años setenta, se dice que se abre una nueva fase. Pienso a este movimiento como un movimiento amplio, que ha puesto sobre la mesa toda una nueva problemática, que no fue la problemática del feminismo que se desarrolló en el siglo XVIII y XIX. Mirando a esta fase que empieza más o menos en los años 70 y llega hasta hoy, con este nuevo movimiento que involucra a muchísimas jóvenes, podemos ver que algo muy importante se ha cambiado, a pesar de que yo hablo siempre de una revolución feminista todavía inacabada. Algo se ha cambiado, en primer lugar, con respecto a la problemática del proceso revolucionario. Durante la mayoría del siglo XX, el enfoque de los movimientos revolucionarios estuvo sobre todo centrado en los trabajadores de fábrica y el proletariado industrial. En el imaginario colectivo y en la política de los movimientos sociales, el proletario industrial era el sujeto revolucionario, quien podía construir con su lucha y preparar las condiciones materiales para la nueva sociedad sin explotación, la nueva sociedad comunista. El movimiento feminista junto al movimiento anti-colonial y ecologista, ha cambiado este panorama. Hoy en realidad los movimientos sociales más importantes no se enfocan en la fábrica. No solamente a causa de la reestructuración de la economía global, con el desmantelamiento de las grandes concentraciones obreras, como la FIAT en Italia, o la Ford y las otras compañías de coches en los Estados Unidos, por ejemplo, en Detroit. También porque desde la segunda mitad del siglo XX y hasta hoy, nuevos sujetos políticos han asumido protagonismo. En primer lugar, el movimiento anti-colonial ha sido fundamental para cambiar el panorama político y portar a la lucha política la voz de los sin salario, de quienes han vivido y trabajado fuera del “contrato social” que el salario ha representado, en la relación trabajadores y capital, así como también más tarde el movimiento ecologista. Y el movimiento feminista es central en este proceso, ya que al igual que el movimiento anti-colonial, ha echado luz sobre todo un mundo de trabajo y explotación que nunca se había “visto”. Las mujeres por supuesto lo conocían, pero nunca se había politizado y jamás había sido parte de los movimientos revolucionarios. Toda el área de la reproducción y muchísimas de sus articulaciones, como el trabajo del hogar, la sexualidad, las relaciones familiares, el parir, la procreación, la denuncia de cómo ésta vida privada no es en realidad privada, el haber contestado a la separación entre lo público y lo privado afirmando que lo personal es político, porque ha sido completamente estructurado por el Estado y capturado para el capital, en la medida en que ambas son orientadas al funcionamiento del mercado laboral, a la acumulación capitalista y a la reproducción de la fuerza de trabajo. Creo que este ha sido un aporte fundamental, porque ha echado luz sobre la condición real de las mujeres, es decir, cómo gran parte de las mujeres, las mujeres proletarias, son en realidad productoras de capital, también cuando no trabajan fuera de la casa; ha echado luz sobre la explotación de la mujer, del significado de que este trabajo no sea pagado ni reconocido. En el funcionamiento del salario y en el ocultamiento, que no solamente es una cantidad de dinero, sino que el salario es una herramienta política para estructurar las divisiones sociales y jerarquías. Pero ha echado luz también sobre algo más importante: qué es el capitalismo y cómo ha sido capaz de perpetuarse. El capitalismo no se ha basado solo sobre el despojo y la privatización de los medios de producción, sino a la vez en el ocultamiento del trabajo no pagado y la recreación continua de divisiones sociales y jerarquías, de poblaciones que no tienen derechos y que son explotadas al límite de sus capacidades naturales. El feminismo, poniendo el foco y brindando luz sobre la explotación de las mujeres como reproductoras de la fuerza del trabajo, poniendo luz sobre esta área de vida del proletariado y de las relaciones entre proletariado y capital, ha cambiado también nuestra comprensión de lo que es el capitalismo como totalidad. Contrariamente a lo que se dice muchas veces, que “el feminismo se ocupa sólo de las mujeres y del género”, más bien el feminismo, en su extensión más importante, ha sido una redefinición de qué es la explotación del trabajo humano en la sociedad capitalista y de cuál es la esencia de la explotación capitalista. Esto me parece un aporte muy muy grande. Lo que el movimiento feminista no ha conseguido generar es una estrategia para cambiar concretamente la relación de poder entre mujeres, y entre hombres y capital, y desafortunadamente una parte del movimiento feminista ha sido capturada por las instituciones, que se han dado cuenta muy pronto de la posibilidad de capturar la búsqueda de las mujeres de mayor autonomía y ha sido capaz de manipularla y capturarla para integrar a las mujeres en la nueva fase de desarrollo que se ha inaugurado con la reestructuración la economía global. Que es una fase en la cual el trabajo asalariado se ha completamente desvalorizado, ya que ha perdido todos los beneficios que una vez podía dar a los trabajadores. Entonces las mujeres han sido la solución a la crisis del capitalismo, la solución al rechazo del capitalismo que ya el proletariado industrial estaba exprimiendo, porque los años setenta fueron años de grandes luchas de todo el proletariado: desde Torino hasta Detroit, se hablaba de un “hilo rojo” que pasaba también por Inglaterra, donde los trabajadores por la noche traían sus mochilas para dormir en las fábricas. Era el periodo en el cual, en Torino, en la FIAT se hacían asambleas y, en 1974, los trabajadores fueron capaces de conseguir las 150 horas, que eran horas de estudio en la fábrica pagadas, una cosa que hoy parece una utopía increíble. Esto como ejemplo, para subrayar la gran fuerza y el rechazo que los trabajadores habían sido capaces de organizar ya a partir de la mitad de los años ’70, cuando el capitalismo se vio obligado a declarar la crisis y adoptar el “no crecimiento” como estrategia. Desafortunadamente, el movimiento feminista, en gran parte, ha aceptado la idea de la emancipación a través del trabajo asalariado, lo cual ha sido una enorme solución para las instituciones. Es por eso que muy pronto, a partir de 1975, las Naciones Unidas intervienen en la política feminista con la primera Conferencia Global sobre las Mujeres, que hubo luego en la Ciudad de México. Es interesante que la primera conferencia global se haya hecho en el sur del continente americano, como lugar precursor. Aquí empieza la domesticación de la agenda feminista, que ha sido capturada, sometida, domesticada, subvertida y limitada.

Mencionaste dos ciclos. El más reciente implica un recambio generacional donde hay mujeres muy jóvenes, que irrumpen con un alto nivel de radicalidad, poniendo en cuestión las prácticas de la vieja izquierda, e incluso de ciertas organizaciones feministas tradicionales ¿Cómo ves esta dinámica donde nuevamente el Estado parece intentar domesticar estas luchas a través lógicas institucionalistas o electorales, de construir “caudillismos individuales”, en un movimiento que, si tuvo algo de potente -sobre todo en Argentina- es que no se ha destacado por figuras personalistas ni tampoco por haber puesto la centralidad en las elecciones?

Me parece muy importante que este nuevo movimiento, que surge de jóvenes mujeres, emerge en respuesta a un período en el cual muchísimas jóvenes no querían definirse como feministas. Yo recuerdo muy bien que, en los años ‘90 y también en el 2000, el feminismo parecía una corriente o un movimiento neoliberal, capturado, que no tenía capacidad subversiva. Lo que ha pasado es que las nuevas generaciones se han dado cuenta que, en realidad, la problemática de la sexualidad, de la identidad social, del trabajo, es una problemática todavía abierta, que hoy las jóvenes encuentran los mismos problemas que hemos enfrentado. También se enfrentan a algo nuevo que es el feminicidio, el incremento de la violencia contra las mujeres, que va directamente a penalizar el protagonismo de las mujeres en tantos lugares en su búsqueda de autonomía; penaliza el hecho que las mujeres son cada vez más protagonistas en el campo y en las ciudades. Este movimiento tiene una fuerza muy grande, ha sido un gran inspirador a nivel internacional, sobre todo saliendo de América Latina, donde las mujeres se han enfrentado con formas más fuertes de represión en todo el espacio rural y urbano, y conocen bien la experiencia de la dictadura. Hay en ellas una sabiduría, una conciencia política de qué son las relaciones sociales en la sociedad capitalista, hay una visión y mirada anticapitalista más profunda y más clara que en Europa y los Estados Unidos. Hoy en América Latina, sobre todo en Argentina, y también en Chile y parte en México, hay feminismos que se dicen “populares”, que salen del campo, de la lucha contra el extractivismo, de las luchas de las mujeres indígenas contra la minería y la extracción petrolera. Muchas veces las mujeres no se definen feministas, pero sus luchas   tienen contenidos muy feministas, centradas en la defensa del territorio, en la defensa de la reproducción, en la búsqueda de formas de reproducción completamente diferentes, y en rechazo de la mercantilización de la vida. Por eso el feminismo aquí es una guía y una inspiración para otras partes del mundo. Es claro que hay una orquestación ideológica y no ideológica para capturarlo. Espero que el movimiento sea bastante fuerte para poder rechazar todas estas diferentes medidas de captura. La primera empieza ya con los gobiernos que se dicen progresistas, con la captura a través de las bolsas familiares y los pequeños subsidios, como los que han otorgado el PT en Brasil y el gobierno mexicano en varios períodos, para la reproducción, pero que no resuelven de ninguna manera la situación de las mujeres, y al contrario extienden el control del Estado sobre una población de mujeres que estaba fuera de las relaciones monetarias. Me refiero también a estos programas feos del microcrédito, que es el caballo de batalla del Banco Mundial. También hoy está la tentación electoral. Mujeres que han militado en tantos movimientos sociales y frentes muy amplios, piensan que insertarse en el proceso electoral y trabajar en las instituciones puede dar un respaldo a sus luchas, pero lo que hemos visto es que en realidad se va poco a poco destruyendo la capacidad subversiva de los movimientos, que toda la energía del movimiento se enfoca en las elecciones y que al final se producen formas de caciquismo individual. El terreno electoral e institucional es un terreno lleno de minas; cuando tu empiezas a trabajar en este terreno, hay fuerzas de las que no puedes escapar, hay una lógica que te absorbe independientemente de cuáles sean tus intenciones originales. Esto lo hemos visto en Europa, sobre todo en España, pero también en Italia. Al principio del movimiento 5 Estrellas en Italia, se decía que era un movimiento completamente no institucional, gobernado desde abajo. Hoy 5 Estrellas es aliado de los fascistas y está traicionando lo que había prometido en un primer período. Vemos también que el municipalismo en España, después de varios años no ha producido un cambio real, al contrario, muchas energías se han consumido en promover esto. Por eso digo que ponerse en las instituciones es como despojarse. Hemos visto varias veces en los Estados Unidos que buscar la vía electoral como medida para empoderar al movimiento, no funciona. Lo que ocurre es que periódicamente el movimiento elige un “salvador”. Puede ser Obama, Bernie Sanders o actualmente Alexandria Ocasio-Cortez, que es una mujer valiosa, pero se encuentra con un partido que va a bloquear sus iniciativas. En realidad, lo que pasa es que a medida que estas personas se involucran en partidos que son definitivamente pro-capitalistas, no pueden escapar a esa lógica. Otro peligro es el de crear fuertes movimientos, pero que se enfocan solamente sobre una única reivindicación. Yo apoyo el movimiento por el aborto en Argentina, pero espero que tenga presente que no se puede armar un movimiento por el aborto, sin al mismo tiempo luchar para garantizar la posibilidad de las mujeres de ser madres, en condiciones de poder decidir cuándo y cómo van a hacerlo, y sin sacrificar sus vidas. El gran error del movimiento feminista en los Estados Unidos fue decir que “el aborto es control sobre nuestros cuerpos”. Es parte del control, pero control sobre nuestro cuerpo significa poder decidir si vamos a reproducirnos o no, qué vamos a hacer con nuestra capacidad reproductiva, si queremos tener o no niños. En los Estados Unidos, el enfoque exclusivo de muchas feministas en la lucha por el aborto, fue la causa de una disociación de muchísimas mujeres afrodescendientes, que se enfrentaban en este periodo también a la esterilización, y a condiciones de vida que no les permitía de ser madres. El discurso vale también por los movimientos trans y queer, que quieren cambiar la identidad de genero, o rechazar el género como distinción social. En este caso, es importante entender que no podemos cambiar la identidad si no ponemos sobre la mesa el cambio de las condiciones materiales de nuestra vida. Hoy se olvida que el movimiento feminista fue el primer movimiento que ha criticado la femineidad, ha criticado lo que significa ser mujer. Desde su principio ha reivindicado una forma múltiple y creativa de qué es ser mujer. No es que hoy se inventa la fluidez de la identidad. Ya el movimiento feminista ha criticado la femineidad. Pero, en la medida en que no hemos sido capaces de cambiar las condiciones materiales de la vida de las mujeres, no hemos conseguido un cambio real de identidades sociales. Tu puedes criticar la heteronormatividad, pero si tu continúas dependiendo de un hombre, tú vas a ser heteronormativa en la realidad. Lo importante es no perder de vista que, si bien la lucha puede ser contra el binarismo, no se la puede disociar de la lucha contra el capitalismo. No se puede desconectar el discurso contra lo binario del discurso contra la sociedad capitalista, que ha usado la diferencia de género para crear formas más intensivas de explotación. Entonces yo espero que las lecciones del pasado nos permitan no repetir los mismos errores, porque los capitalistas tienen una gran capacidad de manipulación y cooptación.

Federici (imagen de Alan Dufau)

Si el desafío es cómo garantizar el reconocimiento de las diferencias y diversidades, pero sin dejar de luchar por la supresión de todo tipo de desigualdad, y una de las posibles limitaciones, como señalas, ha sido el corporativismo y la tendencia al encapsulamiento, otra pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿puede el movimiento feminista ser una fuerza hegemónica, no “hegemonista” de pretender avasallar e imponer, pero sí hegemónica en la clave de un proyecto transversal y de articulación en común?

Para mi sin duda el movimiento feminista puede ser una fuerza hegemónica porque pone sobre la mesa la cuestión de la reproducción de la vida, la importancia de la reproducción. Pero he aprendido mucho de otros movimientos también. Reproducción significa cuidado del ambiente, cultivo de subsistencia, agricultura, comida, semillas. Poco a poco he visto que el discurso de la reproducción es muy amplio, es un discurso que finalmente puede enlazar todas las actividades más importantes por la vida. Entonces el movimiento feminista tiene esta capacidad de identificar cuáles son los terrenos estratégicos en la lucha contra el capitalismo. A partir del discurso de la reproducción, se puede pensar también cómo cambiar la producción. Se puede pensar de no pedir solo incrementos salariales, o más dinero y menos trabajo. Es importante poder decidir qué vamos a producir, que no vamos a envenenar el mundo, ni vamos a producir coches que nos van a matar. La temática de la reproducción lleva a responsabilizarnos en nuestras actividades también en el proceso de producción por el mercado. Nos compromete con la creación de una sociedad donde lo que vamos a hacer es algo que beneficia a todos, algo que hacemos cooperativamente, que permite a todos reproducirse, y que no construye nuestro bienestar sobre el sufrimiento de los otros. El fin de la sociedad, como dice Marx, debe ser el bienestar colectivo. Esta debe ser nuestra óptica. Como las mujeres han estado involucradas por generaciones en la reproducción de la vida, y conocen más que cualquier otro sujeto todas sus necesidades y vulnerabilidades, hoy son más capaces de construir formas de organización que sustentan nuestra vida. Por ejemplo, pueden armar grandes marchas de semanas, que necesitan toda una sabiduría sobre la reproducción: por el cuidado de los niños, por procurarse el agua, la comida, por desechar la basura. El discurso de la reproducción es importante para crear una infraestructura para garantizar la continuidad de la lucha. Y a partir de la reproducción podemos ver nuestros vínculos con otros movimientos: los de los maestros y maestras en la escuela, en la producción de conocimiento, los movimientos campesinos, ecológicos. Podemos repensar nuestra relación con los animales, la espiritualidad. Se habla del consumismo, yo creo que el consumismo es una respuesta al gran empobrecimiento espiritual, afectivo e intelectual, que estamos viviendo, porque nos han quitado la creatividad, entonces compramos la camiseta para sentirnos más creativos y mas poderosos.

Aludiste a la espiritualidad, un motor muy potente para la lucha. Hay sectores que la confunden con la religiosidad de la iglesia e incluso con el Vaticano. ¿Cómo interpretas esta tensión que a veces aparece entre reivindicar la espiritualidad y el recostarse en la iglesia como institución, ya sea católica o evangelista?

 Soy sospechosa de las personas que piensan que la gente se junta en la iglesia por la espiritualidad. Las iglesias, sea las iglesias católicas, el Vaticano, o los fundamentalistas pentecostales, en todos los casos son empresas. El Vaticano es una maquina económica. Tiene inversiones y muchísimas empresas comerciales, incluso empresas farmacéuticas en Suiza que producen anticonceptivos. Por eso la hipocresía no tiene fin. El Vaticano desde su principio hasta hoy siempre ha sido así. Es un estado con sus milicias. Papas tenían esclavos, y la iglesia ha justificado la servidumbre de los sarracenos y los “paganos”.  Nunca los papas han hecho una batalla contra la esclavitud. En el siglo XX el Vaticano ha apoyado al fascismo, ha firmado los famosos Pactos Lateranenses con el fascismo. Y la historia se puede continuar hasta ahora. Es claro que la Iglesia no ha sido simplemente cómplice del poder, como si estuviese por fuera: ha sido parte del poder, tanto la iglesia protestante, actualmente con el pentecostalismo, como la iglesia católica. Hoy la iglesia surge con una nueva fuerza, para contrastar la lucha contra el neoliberalismo, en un contexto social, político y económico, en el que el desarrollo capitalista debe empobrecer siempre más, desestabilizar y desplazar. En este contexto llegan los nuevos misioneros, los evangelistas, los pentecostales a decirte que “tú eres pobre, pero Jesucristo va a resolver todos tus problemas”. Y capturan a una parte de la gente que se siente desestabilizada, porque sus comunidades se están fragmentando. Entonces llegan estas sectas con sus camionetas, sus recursos, su promesa de apoyo, y tú te apoyas en ellos. Claro que está funcionando, porque la gente se siente tan insegura y precarizada en su vida, que acude a ella. Por eso es tan perverso. Las sectas están promoviendo una ideología que al final divide a la gente. Los pentecostales por ejemplo hablan de Satanás, y te incitan a ser sospechoso con los otros y otras de tu comunidad. En África, hoy, están impulsando una nueva caza de brujas. Por eso creo que hay que comprender que la gente se junta no en búsqueda de espiritualidad, sino en búsqueda de una respuesta a la fragmentación, a la inseguridad económica y social. El reto es ver si somos capaces de crear organizaciones e iniciativas que puedan tener la misma capacidad de atracción. Es importante ser claros y entender que esta nueva ola de expansión misionera, pentecostal, evangelista y católica, es parte integrante de la expansión de las relaciones capitalistas hoy, es parte integrante de la política de despojo, de la precarización de la vida, y sirve para “darte humo en el ojo” y dividir a las comunidades, porque a algunos le dan un pequeño apoyo si se conforman con lo que ellas proponen, y a los otros los van a demonizar, literalmente, si se oponen.

Gago-Gutierrez (foto Eloisa)

Por último, siempre afirmas que ese mundo que soñamos ya se está creando en el presente, una idea que a algunos/as nos gusta llamar prefiguración. ¿Qué puedes decirnos en términos esperanzadores al respecto?

A nivel pequeño y personal, yo llevo un mes atravesando México, Argentina y Chile, y puedo decir que he viajado a través de un mundo de compañeras y compañeros maravillosos, con tanta solidaridad, tanta creatividad y placer. Así que no me siento cansada a pesar de que tengo casi 80 años. ¡Lo puedo hacer porque me da tanta alegría! Y a nivel más general, creo que, en cualquier lugar hoy, si pudiéramos ver un mapa de todas las luchas, que se están dando en todos los lugares, podríamos comprender por qué hay un Bolsonaro y un Trump. Ellos son la respuesta de un sistema que se siente amenazado. Es claro que quieren imponer su hegemonía sobre toda la riqueza natural: los mares, los ríos, las aves y los territorios. Pero no pueden hacerlo, porque hay miles y miles de luchas, las luchas por conservar las aguas, la floresta, los mares. Para mí estas luchas son las más importantes que hay actualmente en el planeta. Quienes están luchando por el bosque y el agua, están luchando verdaderamente por todas nosotras y nosotros, porque la humanidad no sea reducida a esclavos, todos concentrados en las ciudades. Pensar que los Monsanto y los Cargill van a dominar el campo y los mares, y nosotros vamos a estar amontonados en la ciudad, es una pesadilla. Si no tenemos ningún control sobre la naturaleza no podemos controlar nada de nuestra vida. Entonces los que están luchando por tener acceso a la riqueza natural, para mí son el fundamento de todas luchas. Pero esto ya se está haciendo, y creo que las mujeres están dando un impulso muy grande, porque estas luchas las están librando con una gran creatividad, con la creación de nuevos entramados afectivos, que promueven la solidaridad. Y ésta es ya la nueva sociedad.

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NUEVO PERÚ SOBRE LA ACTUAL CRISIS POLÍTICA // Movimiento Nuevo Perú

Documento de contexto y posicionamiento internacional

Los hechos vinculados al caso Lava Jato revelaron el nivel de corrupción en el Perú, involucrando a todos los ex presidentes, ex candidatos residenciales, los tres poderes del Estado y grupos empresariales, desatando una profunda crisis, que puso en tensión la gobernabilidad neoliberal impuesta tras el auto golpe de Fujimori en 1992, legitimada por la Constitución de 1993 y continuada por los gobiernos de la fallida transición
democrática del 2001.
Las denuncias de corrupción contra el ex presidente Pedro Pablo Kucinzky llevaron a su renuncia en enero del 2018, a poco más de un año de haber asumido el gobierno, juramentando como presidente, el entonces vicepresidente Martín Vizcarra con el mandato de PPK en julio del 2021. No obstante, esta medida estuvo lejos de solucionar la crisis, pues de por sí era un presidente sin partido ni bancada, obligado a gobernar con una abrumadora mayoría parlamentaria fujimorista. Se fue configurando así un
escenario de entrampamiento entre un poder ejecutivo débil encabezado por Vizcarra y el aprofujimorismo atrincherado en el Congreso, golpeado por las investigaciones de Lavajato pero decidido a dar batalla. El bloqueo de algunas medidas de reforma política orientadas a combatir la corrupción en los partidos, así como la necesidad del fujimorismo por controlar el congreso para desde ahí defender a sus líderes como Keiko
Fujimori investigados por corrupción, fueron empantanando más el escenario. Todo ello ante el creciente malestar ciudadano y el rechazo generalizado a la clase política.

Frente a lo insostenible de la crisis política y el entrampamiento de poderes, el 28 de julio, Martín Vizcarra planteó la propuesta de adelantar las elecciones generales para abril del 2020. Dos meses después, la propuesta fue archivada por la mayoría parlamentaria apro fujimorista en una ofensiva que incluyó la decisión de nombrar un nuevo Tribunal Constitucional (TC), compuesto por magistrados subordinados a sus intereses que pudieran garantizar su impunidad. Ante la decisión de la mayoría fujimorista de capturar el TC, el lunes 30 de setiembre el ejecutivo apeló a la Cuestión de Confianza; fórmula constitucional que lo faculta a disolver el Parlamento si se le niega dos veces consecutivas la confianza por lo que el primer ministro Salvador del Solar presentó la cuestión de Confianza solicitando al Congreso detener la fraudulenta elección de magistrados. La mayoría parlamentaria no sólo desconoció la Confianza solicitada, sino que avanzó en nombrar los miembros del TC en un claro desacato.
Denegada la Confianza y apelando al artículo 134 de la Constitución que regula la disolución constitucional del Congreso, el mismo lunes 30 de setiembre Martín Vizcarra anunció la disolución constitucional del Parlamento, convocando elecciones congresales complementarias para enero del 2020. En reacción a la decisión de Vizcarra, la mayoría Fujimorista y sus aliados, con el respaldo del mayor gremio empresarial (CONFIEP) se auto convocaron y -pese a no tener los votos reglamentarios
y estar ya formalmente disueltos- suspendieron a Martín Vizcarra como presidente. En su reemplazo, nombraron como presidenta encargada a la Mercedes Araoz, ex ministra de economía de Alan García, amiga de PPK y mujer orgánica de la CONFIEP, como presidenta encargada. Asimismo, convocaron a la Organización de Estados Americanos (OEA) para que intervenga prontamente a mediar en la crisis. Sin duda, se trata de un acto de usurpación, que desconoce la Constitución y la voluntad de las mayorías hartas de su manejo político corrupto.
Si bien a la fecha, el orden constitucional, la ciudadanía y el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas están con el presidente Martín Vizcarra, es claro que la usurpación del fujimorismo y sus aliados enturbia el panorama y agrava la crisis. Estamos ante una acción desesperada de la coalición reaccionaria político empresarial encabezada por el fujimorismo y sus aliados como Meche Araoz y el APRA. Saben que está en juego la
continuidad del modelo económico y que su “república empresarial” puede colapsar acabando con su impunidad y privilegios. Vale aclarar que el gobierno de Martín Vizcarra, también optó por mantener la política neoliberal, confrontando directamente con los sectores populares, lo cual le impidió encabezar un amplio bloque social democrático, alineándose generalmente con los poderes económicos.
Desde el inicio de la crisis, el Nuevo Perú liderado por su presidenta Verónika Mendoza, alertamos sobre la magnitud de la crisis pues lo que estaba en juego era el destino histórico del país y no sólo un cambio de gobierno. Junto a fuerzas políticas de izquierda, progresistas y organizaciones sociales y populares nos movilizamos exigiendo nuevas elecciones con nuevas reglas y avanzar hacia una Nueva Constitución pues la constitución impuesta el 93 por el Fujimorismo está caduca. Hoy, la disolución del Congreso corrupto y la convocatoria a nuevas elecciones abre un curso democrático a la crisis, pero sólo con movilización y organización podremos derrotar definitivamente a la coalición reaccionaria. Para ello urge fortalecer espacios de articulación social que se plantee la necesidad de un nuevo pacto constituyente, avanzando en una unidad amplia, pues la lucha es una sola y los enemigos de los derechos de los trabajadores son los mismos que se oponen al enfoque de género y legalizan la sobre explotación de los jóvenes, los mismos que quieren privatizar bienes públicos como el agua; los mismos que criminalizan la lucha social y se granjean beneficios tributarios.
Desde el Movimiento Nuevo Perú, llamamos a la comunidad internacional a estar vigilantes respecto a lo que pasa en nuestro país y respaldar la movilización mayoritaria de la ciudanía por una salida democrática a la crisis, contra la prepotencia y usurpación del fujimorismo y sus aliados de turno. Es importante que las distintas fuerzas políticas de Latinoamérica y el mundo no reconozcan el gobierno de Mercedes Araoz y acompañen los esfuerzos por avanzar en la salida democrática con nuevas elecciones,
en el marco del irrestricto respeto a los derechos humanos. Seguiremos firmes y movilizados por la construcción de un Perú nuevo en un mundo nuevo tal y como nos lo demandara el Amauta José Carlos Mariategui.
Movimiento Nuevo Perú
Comisión de Relaciones Internacionales
Lima, 01 de octubre 2019

La visión en el oído (Jack Kerouac, Visiones de Cody) // Hugo Savino

Fuente: Cuarta Prosa

La visión en el oído

[Jack Kerouac, Visiones de Cody]

Primera Parte

Jack Kerouac : «Hay que estar loco para querer ser escritor en este país.»

Jack Kerouac: «Porque lo que hago es tomar a toda esa gente que realmente conocí, y darles diferentes nombres, y  cuando luego reaparecen en mi vida reaparecen en el próximo capítulo.»

 

Hay un viejo restaurante denver. Y Cody y su padre lo frecuentaban. Fecha: otoño de 1951, la estación en la que Jack Duluoz se pone a pensar en Cody. Es «el culo del mundo» del tiempo, donde se sueñan los poemas en prosa. Kerouac busca los sueños remotísimos del pequeño Cody. Viejos temas dados, que Kerouac destruirá.  Y sobre los que improvisará.

 

La visión escucha en la mismísima «garganta del Tiempo.» Un «diminuto SKULL de algo» que murmura, lo «asmático sin nombre». Los intervalos del viento que traen las voces de tipos con las gorras de viseras encajadas hasta las orejas.

Y está el evocar. Que atraviesa la cronología: dama del metro con manos enguantadas y anteojos franco-canadienses, como la tía de Jack Duluoz, Cody con traje de «imitación» literaria, ¿mejor que mi traje color café con leche heredado de mi primo Lalo? De Denver a Banfield. Ni el traje marrón y simple de Cody era para las cafeterías de New York ni el mío para lo florida y paraguay. Dos promesas incumplidas en el hilo del tiempo. Cody es mi resentimiento. Mi hostilidad.

Jack Duluoz: «Imposible evitar los enigmas.»

Y Jack Kerouac en 1952 a John Clelon Holmes: «Lo que ahora empiezo a descubrir está más allá de la novela y más allá de los límites arbitrarios del relato… para entrar en los reinos de la Imagen revelada, la FORMA SALVAJE viejo, la forma salvaje. La forma salvaje es la única forma que contiene lo que tengo que decir – mi mente explota para decir algo sobre cada imagen y cada recuerdo…»

Antes del errar: «un gran sentimiento inmortal y metropolitano de pertenencia a la ciudad que descubrí (como cada uno de nosotros) cuando era un chico… directamente en el corazón de los brillantes resplandores.»

 

En el comienzo están los colores, y el olor de los colores, y un «hace mucho tiempo». El marrón-naranja chillón o el marrón, a secas: «El lugar es tan marrón que cualquier luz allí parece marrón – Es adecuado para las tristezas  nocturnas del invierno y me recuerda sin palabras a las viejas ventiscas cuando mi padre tenía diez años, del «88» y a los viejos obreros escupiendo y al padre de Cody.» Los colores. Algún verde y un amarillo en un techo, diluidos hasta el olvido. Y «esos tipos dolorosamente pobres en sus vestimentas inconcebibles.»

«Veleta de un vago verde moco pálido.»

¿Sé leer lo inconcebible? Contra el lector inventado por la pastoral filosófica que reescribe la historia.

Hay una «letanía de la impostura» (Louis Chevalier) que expulsa al meteco Jack Kerouac.

Lo que va a molestar de manera permanente en Jack Duluoz y en Cody es la decisión de ponerse en huelga ante la sociedad. No se conoce una fecha precisa del inicio de esa huelga. La envidia social cree que así vinieron al mundo. En huelga. Un malentendido que no tiene arreglo, «ya que ambos le rendimos un culto al abandono». O a la perla rara.

Jack Kerouac: «En alguna parte en el camino sabía que habría chicas, visiones, todo, digamos ; en alguna parte en el camino me darían la perla rara.»

Siempre habrá un académico que querrá denigrar a Kerouac. Eso tampoco tiene arreglo. Para bien de Kerouac.

Siempre habrá un escritor idólatra de la ficción que intentará darle una identidad, positiva, a Jack Kerouac, para que se estrelle contra un espejo, pero no hay definir que pueda detener su ritmo. Los lectores incumplidos seguirán robando sus libros en las  librerías.

«Miklos Zsedely: ¿La molestia es que haya una trama en el relato?

Jack Kerouac: Para verificar todo esto, y yo sé que en general es verdad, bueno, uno debería escribir no-ficción, es decir, con notas al pie, con notas al pie.»

Un  escritor que se volvió libre se hace muchos enemigos, y va perdiendo poco a poco a sus amigos. Sobre todo a los que entran en el terreno de la prosa oficial. No tiene arreglo. Ni «matando a los hijos de Brutus.»

Jack Kerouac a Fernand Seguin, en la entrevista de Radio Canadá: «Con mi amigo irlandés, sí… ah… como sabe, la historia de On the road no es la historia de dos beatniks, es la historia de un ex jugador de futbol…»

Por las calles de Nueva York. Vagabundear. Un Proust bajo el brazo. Por las dudas. En defensa propia. Ese Proust es cita en el bolsillo. Hay también un subterráneo. Y está el alba de las ciudades. Infinitamente alba. Y los ruidos que se suman  hasta la cacofonía. Pero siempre algún chirrido, «el asma sin nombre de la garganta del Tiempo.»

Y una primera visión: para Cody fue esa fastuosa cafetería llamada Hector, en 1946. Techo color tabaco oscuro.

Visiones de Cody es una evocación de las promesas cumplidas e incumplidas. Y un viaje a lo incumplido.

Y Cody mirando por la vidriera de Hector, mutado a restaurante, «(con su zapatones gastados de Denver, su traje de “imitación” literaria que había querido usar para que lo aceptasen en las cafeterías de Nueva York que él pensó que serían marrones y simples como las cafeterías de Denver, con comidas ordinarias) –»

Y está la muerte y todos corren hacia ella. Cody evocado salido de Jack Duluoz evocado los dos bajándose de un tren que lleva a Evelyn.

Y están los viernes de curda. Señales de la recurrencia de la puntuación alcohólica.

La ciudad está dividida. Marmotísima a veces. Los que dominan y la plebe. Visiones de Cody es una novela que se hace en la plebe. Con la plebe. No la representa. No moraliza. Lejísimos de eso. Son dos en huelga ante la sociedad. Ante la plebe misma en caso de que esa plebe quiera algo más que vagabundear.

Allen Ginsberg: «Por eso Jack siempre me pareció extremadamente riguroso, como un maestro zen, y completamente solo en su originalidad, y a causa de eso siempre dudé en cuestionar sus juicios a posteriori.»

Kerouac plantó a sus dos personajes en «una escena humana».

Jack Duluoz : «hoy sé que la paranoia es la visión de la realidad, y que la psicosis es la visión alucinada de la realidad, que la paranoia es la realidad, el contenido de las cosas, que la paranoia es insaciable.»

Acá todos caminan en alguna dirección: viejas solitarias, irlandeses escatólicos (traducción de Brice Matthieussent), el mismo Duluoz, un tipo que terminó su trabajo y va en metro rumbo a su casa, o un cretino que pasa y se hace el importante. Distintas direcciones.

Kerouac escribe Visiones de Cody en forma de poemas en prosa. La invención Baudelaire sigue trabajando.

Pasa «un taxi amarillo que engendra un rasgo amarillo», en el oído.

Jack Kerouac era un católico que leía Finnegans Wake. Y sabía escribir una lámpara inglesa a la manera de Charles Dickens. No se encandiló con ningún realismo mágico.

Pasan «dos pobres viejas solitarias de Lowell criaturas del tiempo en los bosques de la noche de Nueva York que no encuentran el restaurante justo», perdidas, y pies cansados entran en un local griego pocilga que encuentran al paso, y «capitularán en Nueva York», y la tristeza infinita e incurable de esta humillación nunca podrá ser contada de regreso a Winchester o Fergus Fall. Hay un encallar de viejas de provincia que «surgen de los bosques de la noche para descubrir Nueva York resplandeciente» y encallan donde pueden, «son las criaturas en bruto del tiempo y de la tierra» destinadas a la aventura trunca del restaurante soñado. Perdidas en una cuadrícula.

Y pasa Lee Konitz. Jack Duluoz lo sigue. Lo escucha en su caminar. Toma notas. Duluoz siempre anota. Escribe con notas. Lee se encuentra con su amigo Arnold Fishkin el baterista de Tristano, «el bajista tristano» traduce Brice Matthieussent, y se van los dos juntos. Seguir a Lee Konitz es buscar una fuerza de soplo, no es una idolatría. Es un alimentar de notas en cuaderno. Son los sonidos de Lee Konitz transformados en líneas, los sonidos de Lee Konitz reunidos por Jack Duluoz. Leyenda repentina. O como el poema, Legendario cada día.

Dos «incurables pasajeros sentados como Cody y como yo.», que leen a Proust.

Thoreau : «La cabeza llena del pasado y de sus vestigios.»

La sombra del Dr. Sax trepa por el «edificio rojo antiguo – ladrillos rojos 1880 –  tres pisos» una vez que los empleados se fueron a cenar a «la mazmorra del Tiempo.»

Kerouac es un Rembrandt con cuaderno de notas. Camina y retrata. Retrata patios traseros silenciosos, edificios de ladrillos rojos,  a un hombre que lee el diario, a una vieja en el metro, a otras dos viejitas con cara de perdidas en Nueva York, los baños del metro aéreo, el caminar de los transeúntes, un edificio que le evoca la eternidad, a W.C. Fields, se hace un autorretrato pensando en Cody, pinta a una mujer que tiende la ropa, en un rincón del cuaderno anota la «irritación soñadora» de ella mientras cuelga las sábanas y a su marido que llega de esa injusticia llamada trabajo.

Kerouac no hace alegatos realistas, escribe no-ficción, en Visiones de Cody hace poema en prosa. Sabe que es «imposible evitar los enigmas». Y que están «las promesas incumplidas».

Está el jardín desierto, el de un otoño, fin de la tarde de un sábado, es casi una figura bíblica, y la pregunta es si alguien los rondará, un alguien preciso. Yo al menos sé que habrá una ausente para siempre, ausente del frío que empieza y ausente del desierto que nunca atravesará, ausente del cielo azul o del gris encapotado de Jack Kerouac.

También se ausentará del perro de Néstor Sánchez.

Y está lo que «desaparece del paisaje americano» y anotarlo para que no desparezca, para no olvidarlo, una casa de granjero o un tipo que se sube a un Essex para ir al pueblo.  La nota es acumulación de línea.

Jack Kerouac también escribe los fantasmas vacíos de las visiones que conserva de cada uno. Ese cada uno que desespera a sus celosos enemigos:  «Yo no invento nada.»

Gato escaldado, no tenía cátedra para vivir. Necesitaba vender. Algunos escritores norteamericanos post-modernos, intoxicados de realismo mágico latinoamericano e imágenes reconocibles, escritores que escriben para la humanidad en general, y cumplen muy bien con su deber, consideraron que Jack Kerouac no se «renovó» a post, lo tenían como un refractario a la modernización. Solo que lo que ellos entienden por moderno, que siempre es el mismo gesto del progreso en arte, no es lo que entiende Kerouac. Para Kerouac lo moderno es lo que está activo en el presente. Pero había que borrar a este católico conservador que lee el Finnegans Wake, a Balzac, y a Shakepeare y dice que Céline es su maestro.

Louis-Ferdinand Céline : «sé lo que digo… estoy en vísperas… les hablaba de la edición, ¡de la estafa que es!… ¡y del abominable gusto del público!… yo que sin embargo estoy acostumbrado a las disecciones y a temas muy avanzados, el corazón me flaquea cuando pienso en los libros y en las críticas… no hay peor ciempiés peludo, en el fondo de las Sargazos, que los lectores muy advertidos… devoradores de excrementos dialécticos.» (Norte)

A veces da la impresión de que no es Bird el que vive, sino Max Nordau.

Un recuerdo insiste y se filtra y la visión lo oye y empuja a la obsesión por la memoria.

«la soledad… la sensación (como dice Proust que Dios lo bendiga.)»

Inspiración absoluta es oído absoluto, cadena de cordones franciscanos del recuerdo.

En su guerra interior teológica prefiere “al pobre san José, terrón de arcilla en las manos de Dios […] viejo santo vagabundo de los pajares y las rutas del camello.»

Hay un escritorio marrón oscuro en el primer cuarto de estudio de Jack Duluoz, ventana a la izquierda, evocación de barrio canuco y de un domingo de los canadienses. Esta la catedral. Y «el vitral [que] se obscurece a fin de acompañar las conmociones exteriores, refractándolas en el interior de la catedral y para los fieles arrodillados que no soportan el resplandor ordinario de la vida, absorbidos en sus meditaciones rancias  y sus angustias culposas –» Los fieles de Kerouac  rezan en sordina la letanía de sus miedos, «mujeres discretas y casi invisibles de Lowell.»

Luz de la noche y luz del día, y una escena, una más, de las infinitas, que hay que anotar: «Estos vitrales también refractan la NOCHE, ya que ahora no distingo nada salvo los recuerdos oscuros de aquello que, pintado por Rembrandt en el crepúsculo, era un tonel de cerveza rubia en el fondo de un pub dublinés, en la juventud de Joyce, todos los contornos tan vagos que uno pensaría que es gente encerrada en una habitación oscura, que lleva armazones de anteojos fosforescentes, y que participa en un drama tan trágico que la luz del día no puede alcanzar – solo aquella, interior, de la noche –» Y están esos curas, como están esos filósofos, que le hablan al foro, a nadie, divulgadores de la fe marmota: “El cura habla: ahora cita la mierda de Viejo Soldado de McArtur – mezclando las verdades teológicas con los titulares de hoy, bla bla bla,  ahora me voy, cansado, a mis propios pensamientos y no tengo dónde ir salvo buscar mi camino.»

˝Todo me pertenece porque soy pobre.»

Kerouac puede anotar, «condenado como está a ese papel de vigía universal» desde la imagen de la soledad extrema de un tipo que come una hamburguesa o lee un diario hasta la cacofonía de los que dominan y sus pajes. No hace política, atraviesa lo político.

Allen Ginsberg: «De una forma divertida no tenía una posición, siempre era él mismo, era su propio carácter, reaccionando. De hecho, estaba contra la guerra, a la manera de un pueblerino. En una programa de televisión con el periodista conservador pro-guerra Willian F. Buckley, Jr., en 1968, dijo de los políticos del sur de Vietnam, “Todos esos tipos, lo único que intentan hacer es robarnos nuestros jeeps.” Es una declaración muy arquetípica pero realmente verdadera. Puso toda la cuestión de una manera muy inteligente como para que pudiera ser entendida por todos, muy diferente a la de una dialéctica newyorkina ambigua.»

 

En Visiones de Cody Kerouac radicaliza su politeísmo. Va sembrando el camino con sus dioses. Literarios.

 

En estas escenas de poemas en prosa una mujer come sola, «me rompe el corazón […] por eso no puedo frecuentar a las mujeres», es una mujer hooper que de repente le coquetea a un oficial de marina y se transforma en mujer dekoonning, ahí mismo, mientras come sentada en su mesa. La escena entra en el sugerir y está el peligro de que caigamos en el comentario. No hay más nada que decir.

 

La visión, el cruce de calles y sus semáforos, los peatones perdidos, perplejos y medio provincianos, los rincones perdidos del espacio norteamericano, todo eso exige una anotación rigurosa. Libreta en el bolsillo. No-ficción. «Tomo notas acerca de ellos, conozco esos secretos.»

 

La nota kerouac es una suerte de versículo bíblico, es una expansión de detalles en su manera de escribir, y no en estilo. Es una unidad rítmica. Sus enemigos no quieren  entender que Kerouac huele «el colectivismo sin colectividad» de Osip Mandelstam, sin haberlo leído. Es que los dos trabajan en el problema que plantea un poema. Que se escribe o se lee. Y se lee y se escribe. Les da urticaria porque dicen con toda claridad que la filosofía estética nunca escribió un poema. Max Nordau, el santo patrono de los estetas, vigila los desvíos.

 

Yves Buin: «El “Mississippi verbal” de Kerouac (la expresión es de Brice Matthieussent).»

 

Hugo Savino

Lengua bustriaza (Cuatro telegramas para J. C. Bustriazo Ortiz) [1] // Andrés Ajens

I

Es lo difícil no decir nada. Sobre la poesía, por demás incomparable, de Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Sobre su lengua, lengua bustriaza. Y estaríamos tentados, y/o tentadas —porque no cabría soslayar las voces femeninas que (nos) hablan también aquí, comenzando tal vez por las de Violeta Parra y de Emma Villazón—, tentados y/o tentadas, decimos, de no decir nada de nada y solo demorarnos, solo solazarnos leyendo y releyendo, voceando, bocando y desbocando hasta el trance o encantamiento acaso, los poemas del poeta nochernícola de la Pampa (Libro del Ghenpín, 2004, p. 62, con nota y prólogo de Dora Battistón): rozándolos, saboreándolos aun allende y aquende sus efectos de significación, más allá del silabario, al decir de Emma Villazón[2] o, llanamente, desnudos en lo fonético, al decir de la “Cuadragésimo Tercera Palabra” del Libro del Ghenpín (p. 62).

 

Es lo difícil no decir nada, empero, sobre todo si hemos sido tan generosamente invitados a exponer y exponernos, a tomar fugazmente la palabra en esta conversación en el medio de la Pampa. Es lo difícil no decir nada fuera por demás verso o fraseo de Recorrer esta distancia, del paceño Jaime Saenz, poeta de La noche (La Paz, 1984) – y que solo en cuanto incomparable, sin simetría alguna, pudiera encontrarse, constelarse acaso, en cierto incierto punto suspensivo con la escritura de Bustriazo.[3] De Juan Carlos Bustriazo Ortiz, de cierta meridiana constelación meridional, a su modo incomparable, habrá tiempo de subrayar al paso, aquí, dos o tres destellos.

 

II 

¿Lengua bustriaza? Desde ya, la oímos, desnuda en lo fonético; con sones, sonerías y sonajuras, acentos, canciones y escansiones —“luz de labio” “nómade”— en la punta de la lengua a ratos:

Ay semoviente, austral humano mágico,

nómade Juan, desnudo en lo fonético? [sbs.]

concluye la “Cuadragésimo Tercera Palabra” del Libro del Ghenpín (p. 62).

“Luz de labio”, de su parte, viene en “Bordona / Pasa la Niebla con el pelo recogido” (Las yescas. Canciones del enterrado, in Herejía bermeja, Buenos Aires, 2008, edición de Cristian Aliaga, p. 35):

[…] la boca, luz de labio, juan, la mano ceniza cuando ras-

ga su rasguido de niebla, cuando

tona la tonada del hueso, enhechi-

zada, juan, qué yema, qué sonrisa, sonri-

sura […] [sbs.].

(Luz de labio habrá venido entretanto a nombrar el violáceo libro de “ensayos de habla poética” de la puntana Gabriela Milone, que en sus palabras preliminares atesta lozanamente que el título del libro es “un robo luminoso a Juan Carlos Bustriazo Ortiz, estela bajo la cual se ubican estas indagaciones sobre la voz y el lenguaje, la boca y su apertura hacia la palabra, los labios y el murmullo, el sonido y el grito, el habla poética y las múltiples formas de amar la lengua” [sbs.]; Luz de labio, Córdoba, 2015, p. 7).

“Habla lozana”, poema de Canción rupestre (1972), lleva esta desnudez —que tona su tonada y ras-/ ga su rasguido— a un punto de la alta propensión gloto-sísmica, de indecidibilidad extrema – desnudez entre lenguas, entre glosolalias (vocalizaciones de fonemas sin significación alguna) en una lengua y en otra, para el caso: entre la castellana pampa-migrante, lengua bustriaza, y la semoviente, nómade, aónikenk —alias tehuelche o patagona (chon). Pues “Habla lozana” reitera  (y acaso cita à la lettre) una vez en cada una de sus once líneas, esa desnudez: tal oióiém iém. Acaso cita, decimos, refrendando un paso de tayil tehuelche. El poema convoca de entrada a una figura de apelativo tehuelche o aónikenk, “la vieja Kamserr”, “bardodosa abualaira”, suerte de ñaña, machi y cantora tehuelche, o mapuche-tehuelche, acaso del País de las Manzanas. Parte “Habla lozana”:

 

y la vieja Kamserr de mata negra de varilla canela oióiém iém

la de mata nevada la bardosa abualaira del mapu oióiém iém

de sus ojos me vienen las tormentas las ovejas paridas oióiém iém

                                                               (in Herejía bermeja, p. 66; sbs.).

El croata-esloveno Juan Benigar (1883-1950), matrimoniado con la machi tehuelche-huilliche Sheypuquiñ, celebrada cantora de tayiles al oeste de Neuquén, apunta: “los conocedores dicen que los tayiles de nuestros araucanos pampas [esto es, descendientes de mapuches y/o de tehuelches ‘argentinos’] son de origen tehuelche”. Y agrega: “Compónese cada uno [cada tayil] de pocos grupos de sonidos articulados, repetidos a voluntad, sin fin, si se quiere”. Y, remarcando el carácter asémico de tales “sonidos”, añade: “Esos grupos de sonidos no son palabra de ninguna lengua humana” [sbs.]. Algo parecido dice el cacique Pascual Coña en las memorias de su paso por Argentina a fines del siglo XIX (Cf. A. Ajens, La flor del extérmino, Buenos Aires, 2011, p. 74-75). Oióiém iém, repetido a voluntad, oióiém iém, juego rítmico desnudo en lo fonético fuera tanto para la tehuelche sino mapudungun hablante, para el caso la abuela “Kamserr”, como para el habla lozana (bermeja, barda y semoviente) bustriaza, que, reiterándolo, lo relanza: oióiém iém.

 

Bustriazo Ortiz comparte tal acento (bardo nochernícola) no sólo con la bardosa abuelaira Kamserr sino también, expresamente, con Dylan Thomas, el poeta de Swansea, es decir, con ese Dylan Thomas bermejo que Bustriazo Ortiz creyó ver tal vez entre un grupo de gaiteros escoceses (o galeses) de paso por Santa Rosa, según consta en hoja que le hiciera llegar al editor de Herejía bermeja, Cristian Aliaga (cf. nota en p. 133).

La noche, lo nochernícola ondeante ondulante y aun lampagueante, se da a oír y a figurar de entrada en la “Cuadragésimo Sexta Palabra” del Libro del Ghenpín (p. 65), poema que evoca tanto “la pupila celta en llamas” como la “loca lengua” (y no poco quemante) del Dylan Thomas bermejo:

renacido pasaba con su gaita era él era él la noche ondeaba

ondulaba el gentío y él pasaba con su rostro rosillo lampagueaba […] [sbs.].

 

Y luego:

                                      […] regresaba dylan thomas bermejo con su gaita

dylan rojo gemido dylan odre de alcohol balido panza

loca lengua caliente bofe entraña de los clanes remotos se asomaba

me rozó su quemor porque él se alzaba del hervor de vivir soplo soplaba […] [id.].

 

El quemor de la loca lengua de Dylan Thomas, lengua (también) de la noche —era él la noche, acentúa la “Cuadragésimo Sexta Palabra”—, roza, pues, la lengua bustriaza. Roce que no deja de marcarla, co-marcarla, como la de la bardosa abualaira. “Loca lengua” que, como la “materia alucinada” de Gabriela Mistral fuera, meridianamente a ratos, otro nombre de la poesía (Mistral, en nota a Tala, Buenos Aires, Sur, 1938, mienta esa “materia alucinada que es la poesía”[4]). El quemor de la loca lengua del bardo bermejo en Santa Rosa no calcina sin más ni enloquece del todo la lengua del otro, la bustriaza ni —si tal hubiera— su gramática. Exagera entonces una pizca sino nonada María Negroni cuando, en un texto por demás airoso, afirma que en el caso de Bustriazo Ortiz la gramática enloquece del todo y norma gramatical alguna queda en pie a su paso:

 

No exagero —afirma (y a la vez desafirma, exagera diciendo que no exagera) María Negroni— si afirmo que, en Bustriazo, […] [e]n su caso, la gramática enloquece del todo. Ninguna normativa queda en pie”

               (La Nación, supl. ADN Cultura, Buenos Aires, 6 de abril de 2012, p. 14; sbs.).   

¿Ninguna norma queda en pie? Fuera lo que la retórica clásica denomina amplificatio, tomar la parte por el todo, generalizar, exagerar (de puro negrónico cariño acaso, como para acentuar una singularidad despampanante, la de Bustriazo). Indudablemente la lengua bustriaza, y su gramática si se quiere, con su sintaxis semoviente y a ratos inzanjable, conmociona y desestabiliza toda norma recibida, toda tradición normativa; pero ello ni es sistemático (hay zonas y/o acontecimientos de indecidibilidad y de suspensión normativa) ni ello conlleva la destrucción de la gramática de la lengua (aun plural) recibida.[5]

En Bustriazo Ortiz la lengua viene como tal, como “lengua” (es decir, indecidiblemente a ratos, entre lenguaje o habla y lengua junto al paladar, en la boca) “desbordada”, “ansiosa”, “enmohecida”, “de la tribu” (y de canto ahí entonces también contra-mallarmeana[6]) e incluso como destinataria, interlocutora: “Adiós, adiós. Hasta mañana, lengua” (Libro del Ghenpín, p. 33).[7]

 

En cualquier caso, la lengua en la boca, en Bustriazo, jamás habrá estado o venido completamente en seco. No sólo por la saliva y “la musa l’agua riente” (Libro del Ghenpín, p. 58); desde ya regada con vino, tinto mayormente, o ginebra o grapa. ¿Qué tiene que ver la lengua con el vino y el alcohol en general, qué entrevero se enlaza desde ya entre la lengua bustriaza y la parra, tal “otra parra”? (La última “Palabra” del Libro del Ghenpín, la “Quincuagésima Primera”, comienza:

 

MUJER MUJER TE DIGO HAST’ OTRA PARRA

HAST’ OTRO AMOR DE PARRA HAST’ OTROVINO).

III

Hablando en primera persona, en “Bustriazo Ortiz en primera persona”, conversación con Andrés Cursaro (in Herejía Bermeja, pp. 167-175), el bardo nochernícola precisa:

“Tomé vino desde muy joven […] Siempre el tinto tomé. Y ginebra […]. Pero, bueno, también he tomado grapa y otras bebidas blancas […]. Mirá, hubo una época que tomaba tanto, pero tanto, unos siete litros de alcohol al día; pero no me hacía mal nada, nada”.

Y, un poco más adelante, en un gesto aparentemente contradictorio, señala:

 

“La inspiración bajaba del cielo. Y el vino no tenía nada que ver con eso” (p. 174).

Para desentrañar esta aparente contradicción —tomar tantísimo alcohol y, a la vez, que sus poemas no fueran el producto de una simple borrachera— vale la pena dar un breve rodeo por una parrafada de Martín Heidegger, el pensador de la poesía de Hölderlin. Luego retomaremos, de un solo trago acaso, lo que el “alcol” templa en los poemas de Bustriazo.

Heidegger comenta el siguiente pasaje del poema Andenken (‘Recuerdo’), de Hölderlin:

 

Pero, ahora, que alguien

me alcance, rebosante de luz oscura

la copa fragante [den duftenden Becher][8]

 

El pensador de la Selva Negra recordará entonces, como es habitual en otros contextos, el valor o la instancia de reunión o congregación que suscita el vino [Sammlung; ‘reunión’ y a la vez ‘cosecha’, y aun, en Heidegger, ‘recolección’ como ‘lectura’], ya en la vendimia, ya en las fiestas en que el pueblo se reúne, pero también el don [Geschenk] a que da lugar el vino en el brindis y sobre todo en la escansión [Guss] a los celestes. Todos estos valores unificantes vienen a interrumpirse, sin embargo, cuando habla de borrachera [Rausch], diferenciándola en parte de la embriaguez [Trunkenheit]; hay más de una borrachera, subraya Heidegger: la borrachera no se deja sin más reunir en una (cosa, experiencia) única. Pero aun así, insistirá en no confundir curda o borrachera con embriaguez. En un estado de temperancia difícil de precisar, escribe el filósofo alemán:

 

“¿Es la embriaguez meramente borrachera [ist denn Trunkenheit nur Rausch]? En primer lugar, hay ”borracheras” y “borracheras”. La borrachera como mera curda o curadera [Betrunkenheit] es distinta de la «borrachera» del entusiasmo [Begeisterung]. Pero la embriaguez [Trunkenheit] sigue siendo diferente de cualquiera de estos [tipos de borrachera]. Significa un ser [o un estar] pleno [Erfülltsein], que no es un frenesí ciego ni un éxtasis sin sentido [Hingerissenheit]. La embriaguez significa un ser [estar] pleno, que incluye una adecuada recolección [Sammlung; reunión, cosecha, concentración] y preparación” [GA 52: 147, sbs.].

 

Ahora bien, la embriaguez del poeta de “Memoria” (Andenken), el de la “fragante copa”, no solo remite en Heidegger al estado de plenitud sino también a un elevado temple o estado de ánimo: resuelto, decidido a templarse, a con-templarse o consonar con (y a favor de) lo que él llama la alteridad más extrema [äußersten Anderen]:

 

“La embriaguez es esa sublimidad del estado de ánimo que ha decidido [se ha resuelto] a favor del otro más extremo; decidido no como resultado de un cálculo, pero, sino resuelto a dejarse portar por el temple de ánimo que determina [o templa] enteramente la embriaguez. [GA 52: 147, sbs.].

 

¿Qué es esto? ¿Qué es consonar (y no simplemente resonar) con el más extremo, el más lejano, el más otro otro, esto es, indecidiblemente también, la otra más otra [äußersten Anderen]? Dejemos estas cuestiones por ahora en vilo. Retomemos por ahora la copa, el “otrovino” del poeta de la Pampa.

 

Tal como la copa rebosante de luz oscura de Hölderlin, el otrovino de Bustriazo Ortiz no fuera simple curda o curadera, y el poeta le puede confidenciar entonces a Andrés Cursaro tanto que solía beber alcohol en abundancia como que la “inspiración”, la escritura de sus poemas, “bajaba del cielo. Y el vino no tenía nada que ver con eso”. (Borrachera y memoria: así se llama por demás un hermoso libro editado por el historiador Thierry Saignes en Bolivia en 1993, que atestigua cómo en las llamadas “borracheras andinas” la gente bebe en común para recordar, y no para olvidar. Lo expresa Bustriazo, a su modo, en una entrevista tardía: “Cuando tomo vino tinto, aunque esté solo, digo: ¡yapai peñi! que significa ¡salud hermano!, en mapuche”).[9]

 

Ya como “gema de [un] Dios”, “monstruo de la uva”, ya como “la-cepa-o-ya-la-borra-de-tu gente”, ya como “taller de horrípilas-ginebras”, o como “yo” como “racimo” —“Aquí estoy yo, racimo alabancioso” parte el Libro del Ghenpín (p. 17)—, la lengua bustriaza no deja de entreverarse, pues, con otro “don” como “otrovino”:

 

Quién me dirá qué-buscas-en-lo-huyente?-,

La-cepa-o-ya-la-borra-de-tu gente?

Aquí estoy yo, racimo alabancioso. (LG I: 17)

 

Y luego:

 

[…] Milenaria

gema de Dios, tu vino, don, me lava

el corazón, lo cunde, lo arrebata

de toda sed, de toda boca flaca. (LG, XXXII: 50)

 

Y también, un poco antes:

 

Renqueante voy bajo esta luz, confuso,

a tu fulgor, ay vino. Yo me acuso

de ir a robarte donde un dios te puso

en el mesón sabido. (LG XVII: 34)

 

Ya sea el fulgor del vino o la ginebra, ya el silbido del aire, ya el viento y el paisaje de la Pampa, ya el canto de la diuca en la mañana, ya la fibrura del caldén, ya la calandria, el trarilonco, la yesca, los zorzales o un poema, esto es, la experiencia misma de la apertura de un mundo cada vez singular y templante, da lugar a efectos embriagantes, conmocionantes, con los cuales el poeta, el bardo bermejo de la Pampa, consuena y restalla.

IV

Para ir ya interrumpiendo este saludo: otro tono, otro ritmo, levemente telegráfico. Otro tono bustriazo, pudiéramos decir también, recordando sus andanzas como radiotelegrafista en Santa Rosa, Santa Isabel, Guatraché, Colonia Santa Teresa, Rolón, Rancul y Bernasconi, como lo recuerda Sergio de Matteo en los datos biográficos incluidos en Herejía bermeja (pp. 177-186). Otro tono, entonces: en cuatro telegramas.

[Primer telegrama]

No es enteramente improbable, en ningún caso imposible, que Bustriazo Ortiz y Violeta Parra se hayan entreverado en una calle o en una peña de Santa Rosa en marzo o abril de 1962, cuando Violeta vivía temporalmente en General Pico (donde colaboró con la peña “El alero”) y se apersonó fugazmente por Santa Rosa (hay quien afirma que dio recitales en una peña de esta ciudad[10]). Por demás, dicho también telegráficamente: no es posible no escuchar (también) a Violeta Parra si leemos, si escuchamos la poesía de Bustriazo Ortiz. La lengua bustriaza no sólo está regada de parras, mostos y lagares de diversa índole, sino que la violeta, lo violeta, la palabra como el color (pero no sólo el color) violeta sobreviene como tal casi a cada vuelta de verso en sus poemas: “este vino violeta” (HB: 142), “ando en dolor violeta” (LG XVII: 34); “en la esquina violeta” (Canción rupestre; HB: 65); “ángel violeta” (Caja amarilla, HB: 98); “un ejército violeta” (HB: 151) e incluso el miembro del poeta, su sexo nochernícola, es dicho violeta: “sobre mi miembro de piel violeta” (Caja amarilla,  HB: 105). Violeta fuera por demás también el nombre de una hermana de Bustriazo Ortiz, la mayor, Yolanda Violeta.

 

[Segundo telegrama]

¿Un entrevero en Santa Rosa? ¿Entre Bustriazo Ortiz y Violeta Parra? Un entrevero, sí, pero, a la bustriaza.

A diferencia del sentido estabilizado de (la palabra) entrevero en la institución léxica por antonomasia de la lengua castellana, para el caso, el Diccionario de la Real Academia Española, que (luego de remarcar su carácter “coloquial” y sólo de uso en el “Cono sur”) enfatiza unilateralmente casi nomás su acepción de mero desorden, confusión o mezcla desordenada (“Entrevero. / 1. Mezcla desordenada de personas, animales o cosas”[11]), pero a diferencia también del sentido abierto, repartido en la tradición literaria (Borges, Mistral, Guimarães Rosa, Girondo, Hernández, entre tantxs[12]), que oscila entre ‘encuentro hostil’, a menudo armado (el Gaucho Martín Fierro desde ya, es decir: Hernández, Borges, Guimarães Rosa, etc.) y ‘encuentro amoroso’, mayormente sexual o sexualizado  (Borges, Mistral, Girondo, etc.), Bustriazo Ortiz, con su entre-/vero remarcado en Las Yescas. Canciones del enterrado (1970-1972), abre juego allende la monotonía (de la RAE) como de la polar duplicidad (encuentro / desencuentro), sin por ello simplemente contrariar y menos aniquilar tales acepciones. El “entre-vero” bustriazo, es decir, la cesura o escansión en el entrevero “mismo” (en la “materialidad” o cristalización del término), viene, pues, a con-mover y aun a embriagar la bipartición (por demás oscilante) literaria.[13] Es de noche en el poema: “la noche, juan, la copa”, dice “Pasa Niebla con el pelo suelto”, una de las Canciones del enterrado, justo antes de dar paso al entre-/ vero, entrevero fisurado:

 

[…] de palacio quemado son sus pájaros, de alma suelta se viene […] / va volando, suelta suelta, cortada

de la niebla, con su pelo de niebla bor-

doneando, juan, la noche, la copa, el entre-

vero recóndito […] (HB: 35).

 

¿Qué se habrán dicho en entre-vero tal — recóndito? ¿Violeta y Bustriazo? ¿Qué no se habrán dicho? De “improviso”, por caso o caída, Violeta Parra abre los fuegos:

 

[Tercer telegrama]

(Violeta Parra a Bustriazo Ortiz)

 

Toco vihuela, improviso,

compongo mis melodías,

las noches las hago días

pensando si lo preciso;

buscando el oro macizo

salgo volando al camino

y el versear “a lo divino”

es oro de gran quilate.

Si pa’ vos es disparate,

pa’ mi no, santarrosino.

 

Está, casi textual, en Décimas. Autobiografía en verso, Sudamericana, Santiago, 1998.[14]

 

 

[Cuarto telegrama]

(Bustriazo Ortiz a Violeta Parra)

 

en la esquina violeta te sabía te pensaba llegando consumido yo

venía del temple de la muerte de mi muerte más fresca bien parido

                                                                             […] en la esquina violeta y

desasido te encontré por pensarte y por pensada te di talvez

en un rasguido en un soplo […]

                                                                          (Canción rupestre, HB: 65).

(Y también):

 

MUJER MUJER TE DIGO HAST’ OTRA PARRA

HAST’ OTRO AMOR DE PARRA HAST’ OTROVINO

HAST’OTRA PIEDRA QUE CAMINA MÁGICA […] !

 

Está firmado un “22 de abril” — en Pampa.[15]

[1] Textil leído en una mesa redonda, junto a Edgar Morisoli y Cacho Arenas, en Santa Rosa de la Pampa, el 18 de septiembre de 2019, en el marco y desmarco del XX Congreso nacional de Literaturas de la Argentina.

[2] E. Villazón, en “El río y lo audible”, in Temporarias y otros poemas, Santiago / La Paz, pp. 39-40 y 40-41.

[3] Tal vez, en una suerte de diálogo no historicista, el verso de Saenz fuera respuesta al primer verso de la “Cuadragésimo Cuarta Palabra” del Libro del Ghenpín, donde leemos de entrada:  no digas nada.

[4] Se trata de una suerte de nota (de excusa) a las notas de Tala, suerte de nota a las notas: “Alfonso Reyes creó entre nosotros el precedente de las notas de autor sobre su propio libro. Cargue él, sabio y bueno, con la responsabilidad de las que siguen. / Es justa y útil la novedad. Entre el derecho del crítico capaz —llamémosle Monsieur Sage— y el que usa el eterno Don Palurdo, para tratar de la pieza que cae a sus manos, cabe una lonja de derecho para que el autor diga alguna cosa. En especial el autor que es poeta y no puede dar sus razones entre la materia alucinada que es la poesía. Monsieur Sage dirá que sí a la pretensión; Don Palurdo dirá, naturalmente que no” (G. M., “Excusa a unas notas”, in Tala, sbs.).

[5] En este sentido al menos, la poesía de Bustriazo Ortiz ya no se inscribiría sin más en la “tradición moderna” (Paz) ni menos en el filón dominante (cartesiano) de las vanguardias.

[6] El verso de S. Mallarmé en “Tombeau d’Edgar Poe”: Donner un sens plus pur aux mots de la tribu (in. S. M., Œuvres complètes, Pléiade, Gallimard, Paris, 1945,  p. 189). En otro poema, con todo, Bustriazo consuena explícitamente con el golpe de dados mallarmeano (cf. “Oh viñas del pasado!”, in HB: 166).

[7] Por caso: “Quid de la sien, la lengua” (Libro del Ghenpín, XXVII, p. 45); “lengua de la tribu” (Unca bermeja, HB: 88); “lengua ansiosa” (Unca bermeja, HB, p. 82); “lengua enmohecida” (Caja amarilla, HB: 97); “de-hojura-desbordada / la-lengua (Libro del Ghenpín,  XLII, p. 61) . Y de la lengua en tanto sólo idioma, el bermejo esta vez se alía con el oscuro: “este idioma rojo y negro” (Las yescas, HB: 47).

[8] Es reiche aber, / Des dunkeln Lichtes voll, /Mir einer den duftenden Becher. La traducción está tomada de M. Heidegger, Aclaración a la poesía de Hölderlin [1944], H. Cortés y A. Leyte, Alianza, Madrid, 2005, p. 131, ligeramente modificada. Para los párrafos que vienen enseguida, traducción (nuestra) de la traducción al inglés del seminario  dao por Heidegger en Friburgo en el semestre de invierno 1941-1942; M. Heidegger, Hölderlin’s Hymn / “Remembrance”, trad. W. McNeill y J. Ireland, Indiana U. P., 2018, §49, p. 125., el que remite a GA 52. Para un análisis de conjunto de la embraiguez en Heidegger: Andrew J. Mitchell, «What Is Called Drinking? Heidegger, Wine, and Loss», Emory University,  Washington, 2017.

[9] Entrevista con Viviana Abnur (enero 2010), en: http://www.revistalamasmedula.com.ar/nro2/nota5.htm

[10] Sobre Violeta Parra en General Pico y Santa Rosa, a comienzos de 1962, cf. La Arena, 31.12.2011, “Hace 50 años Violeta Parra se radicaba en General Pico” (http://archivo.laarena.com.ar/culturales-hace_50_anos_violeta_parra_se_radicaba_en_general_pico-69151-118.html); Radio Universidad de Chile, «Los días argentinos de Violeta Parra» (https://radio.uchile.cl/violeta/losdias.html) P.s. Edgar Morisoli, poeta y compañero de vueltas de Bustriazo Ortiz, confirmó, en la mesa redonda en que fue leído este textil, que Violeta efectivamente cantó en Santa Rosa, en el Club universitario pampeano.

[11] La RAE incluye también, en calidad de “coloquial Argentina” (lo que, teniendo a la vista los ejemplos de Gabriela Mistral como de João Guimarães Rosa es rigurosamente “falso”): “Relación sentimental o amorío”.

[12] J. L. Borges: Trinchera (1920), Hombres pelearon (1928), El muerto (El Aleph, 1949), La otra muerte (1949), El fin (Ficciones, 1956), Milonga de Jacinto Chiclana (1965); O. Girondo, En la másmédula (1954); G. Mistral: Hallazgo (Poema de Chile, 1967), Valle del Elqui (1967). J. Guimarães Rosa: Discurso de posse (1967).

[13] Cf. A. A., El entrevero, Cuarto Propio / Plural, Santiago / La Paz, 2009 (contratapa).

[14] El último verso ahí: “pa’ mi no, pues, Secundino” (op. cit., p. 38).

[15] “Quincuagésima Primera [y última] Palabra” del Libro del Ghenpín (p. 70).

Entrevista a Diego Sztulwark sobre La ofensiva sensible // Mariano Pacheco, Profanas palabras

 
 
Conversación de Mariano Pacheco con el autor de LA OFENSIVA SENSIBLE. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, libro publicado esta semana en Argentina por Caja Negra Editora.
 
 
Los grupos de estudio y la producción situada; del proceso que va de las desobediencias de 2001, la investigación militante y su participación en el Colectivo situaciones a la proliferación de intervenciones actuales en el campo de lo social; filosofía, plebeyismo y ¿política? “Estamos en una época de una profunda ambigüedad”, dice Diego Sztulwark, investigador, ensayista y coordinador de grupos de estudio de pensamiento político y filosófico. En la actualidad forma parte de la editorial Tinta limón y escribe en los portales El cohete a la luna y Lobo suelto!
 
Emisión del martes 1° de octubre de 2019.
MARIANO PACHECO (Conducción)
PABLO CERVIGNI (asistente de sonido)
 
PROFANAS PALABRAS. Pasado y Presente de la Argentina y El Mundo.
El programa se emite en vivo, todos los martes de 16 a 17 horas por Radio Eterogenia.
BLOG: www.profanaspalabras.blogspot.
 
 

Reírse de los datos del INDEC // Diego Valeriano

Reírse de la palabra ojete, de los datos del INDEC sin siquiera conocerlos, de los borrachos de la estación. Correr el camión de las gaseosas hasta bloquearle todos los caminos, plantarse, caretear unas Cocas, aprender a ser temidos. Salir a pedir, vagar, armar las fábulas necesarias, poner esa cara, esa mirada, sentir el pulso de la ciudad, saber hacer una moneda, cuidarse de los giles. 

Saber que son el motivo por el que existe el Estado, sacar astilla de eso. Desquiciar el tiempo, el orden, las distancias, las estadísticas caretas. Aprender a bailar, a perrear, a tirar rimas, a como se abre un candado, aprender solo lo que se necesita. Reírse del amor sincero de alguna maestra, desconfiar de los educadores que siempre son efímeros, que siempre van por temporadas, que después consiguen un trabajo mejor. Intuir que los centros comunitarios cada día se parecen más a una comisaría, a un negocio, a un posteo sensible en el Face. 

Negar mil veces la palabra padre, novio, hermano, tío, padrastro. Dormir con miedo pero amasando la venganza, soñar mil maneras distinta de matarlo. Saber que a ese gil le va a re caber; hoy o mañana, en algún momento le va a re caber. Clavarle dos tramontinas en la espalda. Saber de pura intuición que cualquiera que venga del juzgado es el enemigo y que charlar con la trabajadora social solo vale para obtener beneficios. Jugar con el psicólogo poniendo las reglas, los tiempos, las distancias. Evitar ser psicologiada, adormecido, educada, legajo.

Ni víctima, ni victimario, ni numero frío de las estadísticas, menos todavía foto de campaña, discusión de panelista, posteo indignado y conmovido. Mejor guachin, enemigo, desertor, piba para deshacer las ideas que batatean los especialistas, sus negocios, sus contratos, sus prestigios, sus congresos aburridos llenos de tipos y minas. Mejor flashearla desde el carro y descubrir que el mundo es inmenso, nuevo y  posible. Saber que para lo que le depara el futuro, mejor no tener ninguno. 

 

Imagen: «Guachines» (Corto, año 2014)

La ofensiva sensible: el síntoma entre el neoliberalismo, el populismo y lo plebeyo // Entrevista a Diego Sztulwark

La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, de Diego Sztulwark, es el nuevo libro que nos excusa para esta conversación con el autor. El libro, publicado por Caja Negra editora, consiste en una reflexión sobre los últimos 20 años argentinos y latinoamericanos a través del síntoma, los pasajes y paisajes oscuros -no predecibles- de la vida social. Su audacia radica en tomarse en serio la coyuntura argentina, haciendo uso libre (piojoso, dice el autor) del pensamiento europeo. Muchas de las ideas del libro han sido vertidas aquí en Lobo Suelto, de alguna u otra manera. En resumidas cuentas, es una entrevista sobre el fondo de una amistad, es decir, en el espacio donde es posible correr un riesgo.

Entrevista realizada por: Silvio Lang, Lila Feldman,

León Lewkowicz, Erica Krebs y Facundo Abramovich

En tu libro caracterizás al neoliberalismo como un dispositivo de “maneras de hacer vivir” y como “contrasintomático”, ¿qué siginfica eso?

Sobre neoliberalismo hay mucho dicho. No es un tema original: hay mucha bibliografía. Sobre todo la que surge de los textos de Foucault sobre biopolítica, que renovaron bastante los términos de la discusión, partiendo de la premisa de que el neoliberalismo es una forma de dominación que se basa en la libertad.  Por útil que sea, el concepto de neoliberalismo es confuso. Mezcla varios significados. Rápidamente, del neoliberalismo podemos señalar tres características, simultáneamente: a) es un partido político que, en ciertas coyunturas, quiere aplicar un programa de privatización y ajuste, b) es una forma de capitalismo que surge de la reestructuración de las relaciones sociales en los años ’70, y c) es una micropolítica. Son las tres cosas a la vez. Eso se puede seguir explicando, porque no es obvio, no es fácil. En ese sentido, el libro puede tener una cierta función pedagógica. Pero me da la impresión de que no hacía falta este libro para que eso se sepa o circule. 

Lo que sí me parece una relativa novedad -no mía o del libro, sino que es algo que yo no encontré tan dicho- es qué pasa cuando el neoliberalismo muestra su cara de odio al síntoma. De odio a la vida, a lo que no cuaja en la vida. Ese elemento no lo veo tan claro en Foucault. Y sí lo veo muy claro en la coyuntura sudamericana, y me parece que hay que dar un paso ahí. No es sólo el hecho de que se te obligue a que tu vida transcurra en el mercado: en este sentido, el neoliberalismo es absolutamente totalitario; si querés existir, tenés que ensamblarte de algún modo al mercado. ¿Cómo? Como vos quieras. En este sentido, esa es la libertad. Ahora, esta obligación a pasar por el mercado implica que o te adecuás a ese mandato de mercado (creando en ese mundo algo) o tu vida empieza a mostrar algunos problemas. Cuando el neoliberalismo muestra su buena cara, son problemas a coachear, a maquillar, a entrenar: existe una pedagogía de la felicidad, te podemos ayudar. Ahora, cuando el deseo se autonomiza y no nos adecuamos a los modos de vida que el mercado ofrece, ahí empieza un problema. Cuando la cosa no cuaja y además podemos empezar a desear autónomamente, a organizar un criterio vital autónomo.

Es un problema que no es sólo psíquico, individual: es directamente político. Cuando el neoliberalismo pierde sus equilibrios -cuando pierde su optimismo, su utopismo (lo vimos en Argentina en 2017)- pierde su cara amable y viene la cara fascista: lo vemos clarísimo en Brasil. Eso es el odio al síntoma: la culpabilización a la vida por no adecuarse exactamente a los requerimientos de la realización de las mercancías. Ahí hay un punto muy importante para pensar, que es que si el neoliberalismo es creación de “modo” de vida y su gobierno, es también un odio a las “formas” de vida autonomizadas y una forma muy intolerante de convivir con el síntoma. Y es algo que estamos viendo ocurrir ahora.  

 

También, en otra de las tesis del libro, decís que «la filosofía deviene política cuando se aboca a su tarea más propia: diagnosticar devenires». ¿Cuál es la relación entre ‘escuchar’ al síntoma y diagnosticar devenires? ¿Cuál es la disposición filosófica que permite esta transformación a la política?

Me gusta mucho la definición que da Santiago López Petit de síntoma. Para él es un tipo de signo que aparece en el cuerpo, que nos enseña que algo no está cuajando al nivel de los modos de vivir. Cuando aparece un sufrimiento, un padecimiento, un impedimento, una señal de anomalía, se abre una lectura posible sobre eso. Pero hay más de una forma de leerlo. En primer lugar, el neoliberalismo lee el síntoma bajo estas formas que recién nombraba: coaching, ayudar a vivir, un llamado amigable a la adaptabilidad o, si eso no funciona, un tipo de intolerancia que recuerda mucho a la época previa a la Ilustración. Una forma de odio que viene de la historia de las clases dominantes de siempre. Y la genealogía ahí es oscurísima: son todas las asquerosidades del patriarcado, más todas las asquerosidades del clasismo, más todas las oscuridades del racismo; concentradas y puestas a funcionar de una manera que no se veía cuando el neoliberalismo aparecía como pura libertad de mercancía, pura diferencia, pura pluralidad en el mercado. Tiene ese fondo realmente fascista. 

Después está la lectura populista del síntoma, que en el libro aparece como la Voluntad de Inclusión. Como dice Slavoj Žižek en “Contra la tentación populista”, el populismo lee el síntoma como particularidad que designa lo que no funciona en una estructura. Por ejemplo, el populista de derecha dirá que el migrante es lo que arruina la situación; pero si es un populista de izquierda el problema es el capital financiero. Sin embargo siempre se trata de un elemento particular. Mientras que Žižek, desde Marx y Freud, piensa que el síntoma habla de la estructura como tal, no de una particularidad. Entonces, además de las dos formas más frecuentes de leer síntoma como adecuación) –neoliberal y populista (sea de derecha o de izquierda)-, tendríamos una tercera forma de lectura, la que nos lleva más  allá de la estructura.  

Asalto de la columna argentina a la columna argentina 2001/2018, de Silvia Lucero -óleo s/lienzo – 80 cm x 200 cm-.

¿Cuál es tu forma de leer el sintoma?

Leer el síntoma forjando una especie de alianza con él, que nos permita escucharlo, diagnosticar devenires. Sería un tipo de escucha de la razón que el síntoma tiene y aún no desplegó, y que permite, justamente, hacer la distinción entre modo de vida (lo que el capital nos ofrece constantemente como obvio) y la forma de vida, que no es nada obvia, sino a crear.  Me parece que la novedad que tenemos que asumir es que crear forma de vida hoy es adentrarse -de lleno- en la lucha de clases. Separar forma de vida y lucha de clases es un acto de despolitización o de desubjetivación muy violento. Porque no es una creación privada, no es una creación esteticista, no es un hacete-vos-mismo. Es decir, tratar de entender qué son los modos de vida que nos ofrecen, qué significa entrar en crisis con eso, qué significa atravesar el síntoma. Y lo que viene después: qué significa el hecho de que la vida sea parte de una transformación, subjetivación; un hacerse cargo de que las cosas no son exactamente como nos las piden. Vamos a decirlo con Spinoza: la vida no es un sistema de obediencias. Y ahí creo que lo que llamaríamos ‘diagnosticar devenires’ -que es una frase muy del tono en que Deleuze lee a Nietzsche, el filósofo como médico de la sociedad- lo pondría así: el modo de vida dentro del neoliberalismo es una gestión de posibles; mientras que crear forma de vida te pone a crear posibles, crear mundo, crear existencia.

Me parece que después del ciclo de las revoluciones socialistas eso es una zona ciega. Se sabe cómo crear posibles en el sentido empresarial; de cómo las empresas nos ofrecen posibles de mercado, posibles plurales para votar en las elecciones. Pero no tenemos tan claro, hoy por hoy, qué significa crear mundo de manera autónoma. Creo que si la filosofía tiene algún tipo de chance, una filosofía política, es abriendo las zonas en el reverso mismo de lo político, donde se puede volver a inventar forma de vida. Si eso se clausura, la filosofía queda tan sierva de la situación como las terapias new age.

¿Cómo describirías esa metodología de escucha de síntomas y producción de problematizaciones que no es la del psicoanálisis ni la del coaching ontológico?

En otra época no hubiera dudado y hubiera dicho que es la investigación militante. Es decir, la función de introducir una dimensión analítica-deseante dentro de toda lucha. Y, para eso, hace falta un tipo de disposición -que, en su momento, teorizamos mucho en el Colectivo Situaciones- que tiene que ver con una presencia en la que queda abolida la relación sujeto-investigador/objeto-investigado. Se trata no tanto de hacer el diagrama de poder, sino mostrar los puntos en que ese diagrama de poder es inconsistente, desde los puntos de creación, de construcción.

Para mí es una incógnita qué pasa hoy con la investigación militante. Por un lado, porque  en el período 2001 -momento en el que hice esa experiencia- el antagonismo era bastante más claro: movimientos sociales contra neoliberalismo, y una serie de mediaciones universitarias bastante caídas. Hoy veo que las luchas proliferan muchísimo. La capacidad de antagonismo, en un cierto sentido, es menor, pero la de proliferación es mucho mayor.  Entonces me parece que lo que habría que hacer es pensar que esa función cognitiva está viva y existente, difundida en el campo social. Lo pienso de la siguiente manera: si, como dice Guattari, a partir de un cierto momento, el capital no es producción de mercancías sin producir, al mismo tiempo, la subjetividad en que esas mercancías son necesarias (deseadas y realizables), eso quiere decir que la lucha de clases se vuelca enteramente sobre el momento en que se construye el lazo social o la subjetividad. Por tanto, todo pensamiento práctico, interno a la discusión sobre el lazo social, es ya investigación militante y de la lucha de clases. Y ahí veo una enorme gama que va del militante al terapeuta, al artista, al diseñador, al docente, al dirigente sindical, al activista de género… en la medida en que adopta un punto de vista antagonista.  Es decir, que acepte que al síntoma hay que verlo, simultáneamente, como un problema deseante y político. Y que asuma que sin desarrollar esa anomalía es imposible trastocar el campo político.

 

¿Qué pasa con nuestra potencia en el neoliberalismo? ¿Qué implica y cómo se puede construir un dispositivo o mediación a partir de un no-saber, un no-puedo, una incapacidad resolutiva?

Son los temas del Colectivo Situaciones. Si vamos a los textos del 2001-2005, nuestra idea de la potencia era quizás aún  un poco inocente, en el sentido de ser muy plena: la potencia contra la impotencia. Y creo que hoy ese tipo de comprensión de la potencia circula del lado de lo neoliberal. El neoliberalismo se refleja sobre ella con mucha más eficacia: la imagen del ‘podemos’, ‘vos podés’. Es la invocación más perfecta a producir-consumir en los términos que el capital lo dispone.  Cuando uno se pone a revisar, entonces, ya más tranquilo, la noción de potencia en la filosofía que a uno lo conmueve -en mi caso es Spinoza, Marx-, lo que encuentra es que la potencia siempre está acompañada de un tipo particular de impotencia. Supone que siempre, para poder algo, hay que hacer algo con lo que no podés.

La potencia es, entonces, procesual. Es con síntomas, con vulnerabilidades, con fragilidades. Es con todo lo que la idea de la potencia capitalista excluye. Entonces, ahí me parece fundamental distinguir dos vitalismos.  Por un lado, hay un vitalismo del capital que es muy luminoso, muy puro -en el sentido  de Nietzsche: todo lo puro es teológico, sacerdotal. Y, por el otro, un vitalismo aberrante, que es completamente impuro, que se va haciendo en zonas de inconsistencia, indecibilidad y de mezclas. Es no saber qué es la vida. Entrar en una zona de indecibilidad donde la existencia no sea deductiva del capital, y entonces ver qué hacemos. En ese sentido, es fundamental no saber de la constitución de la potencia. No podremos evitar que en el mundo hayan fuerzas exteriores que puedan más que nosotrxs. La impotencia es inerradicable. Sin embargo, hay potencia, hay creación, hay amores posibles, hay rebeliones. Ese milagro es lo que hace pensar, lo que nos hace seguir. Ese es el milagro de Spinoza. El hecho de que, entre nosotrxs, ocurran experiencias de potencia efectivas, verdaderas, que conmueven, hacen que sintamos, como dice Benjamin, que hay una señal de que somos esperados en esta tierra.

Si el antagonismo deja de ser una exclusividad del militante y pasa a terapeutas, docentes, artistas, activistas… ¿cómo empieza a pensarse lo político en nuestras vidas, en la gestión estatal, en las militancias?

En mi caso, hay una variante en cómo pensaba en la época del 2001 y cómo pienso hoy. Quizás en el 2001 la noción de autonomía ligaba a prácticas ejemplares: escraches, movimientos piqueteros… Gente que realmente estaba sugiriendo una manera nueva de hacer sociedad, de hacer justicia, de organizar los territorios; que permitía problematizar la estructura social de una forma contundente. Me parece que después de todo lo que hemos vivido estos años -el libro contiene un repaso de estos años, digamos, una reconstrucción de la reescritura del campo social después del 2001, la reescritura populista y la neoliberal- me parece más interesante pensar en términos de plebeyismo. El antagonismo subsiste y se desarrolla en el reverso de lo político. No se trata sólo de prácticas autónomas, que en sí mismas postulan modelos de acción y ofrecen un programa nítido de problematización, de la cual desprender hipótesis de cómo la sociedad podría ser. Sino, más bien, de una serie de gestos irreverentes que se elaboran en el reverso de toda política, que aparecen acá y allá, y que nos ofrecen imágenes revulsivas respecto a los fundamentos del orden. 

¿Cómo entendés lo plebeyo?

Mientras que el orden se deduce de la axiomática capitalista, con su polaridad neoliberal y populista, lo plebeyo es lo que no se puede deducir de ésta axiomática. Entonces, pertenece a una zona indecidible.

Eso nos pone en una  disociación. Por un lado está el orden político, y una gran mayoría votamos a Alberto Fernández, porque nos parece muy importante acabar con Macri y lo que significa. Y, por otro lado, está el problema de cómo nos conectamos con ese plebeyismo; cómo nos conectamos con ese saber –que ya tenemos- de que en la política siempre hay una especie de retraso, algo anacrónico y conservador; que la política no problematiza lo que necesitamos problematizar. No es capaz de hacerse cargo de lo que se piensa en los momentos en donde realmente hay un indecidible. Hay una vida en el reverso, que no se traduce fluidamente en lo político. En la época de la revolucion socialista quizás sí hubieramos supuesto esa traducción directa, pero  hoy es imposible. Ahí hay una zona de conflictos, que se resuelve con fugas, sustracciones, desbordes respecto a las formas de la regulación política. Ahí es donde hace falta mirar. O mejor: desde ahí hay que mirar. Yo no sé si ese plebeyismo puede volverse una política. La coyuntura es muy compleja. Creo que hoy no contamos con una política de ese tipo. Pero creo también que  el ritmo de las luchas, de los síntomas, del deseo autonomizado es el ritmo desde donde podemos pensar estas cosas.

«Loading» – óleo s/lienzo – 30 cm x 30 cm -, Silvia Lucero 2019.

En la introducción de tu libro hablás de Pensar sin Estado, de Ignacio Lewkowicz. Decís que en ese libro se anuncia el fin de la precedencia, es decir, que ya no hay saberes predeterminados que alcancen para resolver las situaciones. Y que ahí se detuvo un pensamiento generacional. Es decir, hay mucha dificultad para construir nuevos dispositivos o relacionarse de nuevo con los existentes.

Pensar sin Estado es una lectura del 2001 y dice que desde ese momento ya no estamos en la situación de Mayo del ’68 francés, en la que se puede hacer una política anti-estatal, porque la política anti-estatal todavía presupone que el Estado está en el centro. En cambio, a partir del 2001 argentino lo que tenemos que asumir es que el Estado no es una centralidad, no es (ya) una precedencia que organiza a las demás situaciones.

Creo que ese libro es muy importante, e inaugura una perspectiva original de los estudios neoliberales en la Argentina. Creo que hay dos textos muy importantes en esta línea: éste, de Ignacio Lewkowicz, y Gramática de la multitud, de Paolo Virno. Fueron muy importantes durante todos esos años; y creo que lo siguen siendo hoy, para todos los que no quieran comprar el discurso desarrollista como alternativa al neoliberalismo, para pensar de otra manera las relaciones entre mercado, Estado y neoliberalismo. La idea de Virno es que, como el Estado no es más -como decía Carl Schmitt- «esa joya racionalista del derecho europeo» que garantizaba orden hacia adentro y paz hacia afuera, lo que existe ahora es el estado de excepción permanente. No existe un dispositivo perfecto que distinga ‘adentro’ y ‘afuera’, ‘guerra’ y ‘paz’, ‘civil’ y ‘militar’. Es esa delimitación conceptual clara que durante 400 años organizó el derecho lo que ya no existe. Por lo tanto, estamos en zonas de ambigüedades y de reversiones: las cosas que parecen ser de una manera pueden ser, también, de otra. Es esa ambivalencia -que Virno asocia a la multitud- que genera que con las mismas tonalidades afectivas y las mismas categorías podemos hacer unas cosas u otras. Todo se revierte muy fácilmente. Es un poco el escenario nuevo.

Pienso que, si tenemos clara esa ambivalencia, tenemos menos probabilidad de vivir en un mundo esquemáticamente polarizado entre una especie de Estado que todo lo captura y una suerte de autonomía emancipada. Eso no funciona así. Hay una carga de ambivalencia muy fuerte y, en lo que llamamos Estado, hay una subsunción de la dinámica estatal en la dinámica de la economía neoliberal (que además penetra mucho en la sociedad). Eso hace que tengamos  un registro mucho más ambiguo y lleno de reversibilidades.

 

¿Qué función empiezan a tener los conceptos en la creación de dispositivos, prácticas o resoluciones? ¿Qué implica y cómo se puede construir un dispositivo o mediación a partir de un no-saber, un no-puedo, una incapacidad resolutiva?

¡Ahí los conceptos se vuelven fundamentales! Porque sin ellos no podemos dar curso a las ideas. Ideas que surgen de los cambios del capitalismo pero también -y sobre todo- de las luchas, de las crisis. Son realidades abstractas que concretamos elaborando afectos, percepciones y conceptos. Cuando nosotros decimos que el campo social, hoy, tiene una delimitación menos clara entre ‘adentro’ y ‘afuera’,  lo que estamos diciendo es que los conceptos de la filosofía política clásica no nos sirven. Las formas en que delimitamos el espacio, en que pensamos las luchas, en que pensamos las subjetividades, en que identificamos amigo/enemigo, cambian. Necesitamos conceptos nuevos: esto significa que necesitamos maneras de entender y maneras de pensar, desde nosotros y desde nuestros deseos, que sean capaces de darnos una comprensión de las relaciones de fuerza, de las posibilidades, de por dónde llevar adelante las cosas que queremos.

Desde ese punto de vista, me parece que hay que pensar que la política es todo lo contrario a la gestión de este orden, y que por tanto depende de conceptos que apuntan a cuestionar el sistema que regula el orden de los discursos. Pero no son sólo de conceptos: porque para quienes no somos cartesianos y cristianos -como decía León Rozitchner- concepto y afecto son lo mismo: si necesitamos nuevos conceptos es porque hay nuevos afectos que nos están carcomiendo; si no fuera así no los necesitaríamos. O sea, es acabar con la división afecto/percepción/concepto: necesitamos darle despliegue a nuestros afectos (no podemos seguir comiéndonos nuestros afectos como si no fueran justos, legítimos –es decir, necesitamos tener una nueva percepción de ellos), necesitamos hacerlos mundo; y eso, inevitablemente viene con conceptos nuevos. 

Me parece, también, que la traba que supone la autorización para que quien está metido en una práctica pueda conceptualizar es el núcleo último de lo que llamamos colonialidad. Viñas fue clarisimo al respecto. No conceptualizamos porque estamos sometidos a un imaginario colonial, donde los conceptos vienen de libros e industrias discursivas europeas, y admiramos la destreza de los universitarios que saben explicar qué dijo Derrida, qué dijo Deleuze, qué dijo Lacan; comparar y mostrar las relaciones. Pero a la hora de dar cuenta de nuestra experiencia -es decir: afectos, percepciones, conceptos- no tenemos tanta autorización nosotrxs para ponerle nombres, decir dónde empieza y dónde termina, dónde algo se abre y dónde se bloquea. Pienso que esa autorización, primero, tiene que surgir de una revalidación del derecho generacional. Animarnos a conceptualizar, a percibir, a poner nuestros afectos sobre la mesa. Autorizar eso, volverlo colectivo, volverlo inteligente, me parece fundamental.

 

¿Es el tipo de autorización que se da el feminismo actual?

Me parece que los feminismos están poniendo en juego unas prácticas de re-sensibilización de un campo social que fue sometido al terror por el terrorismo de Estado, por el neoliberalismo y por el patriarcado. Esa práctica de re-abrir afectos viene con una práctica conceptual, con investigación militante, con mapeo, con lenguaje, con discusión… Y eso ya había ocurrido antes: con el movimiento piquetero (de otra manera) y, antes, con el Movimiento de Derechos Humanos. Es decir, desde el ’77 para acá no creo que exista lucha social importante que no tenga como gesto fundamental la reapertura a la sensibilización del campo social. 

Ahí está nuestra escuela: los dos movimientos, piquetero y derechos humanos, son el gran legado plebeyo en el movimiento feminista. No era obvio que el movimiento feminista se diga popular. Que aparezca un feminismo que es capaz de hablar con el movimiento plebeyo de manera abierta y no patriarcal me parece un dato no siempre relevado de la reconstitución de lo plebeyo.

Todo lo demás varía, pero lo que persiste es lo que Benjamin llama «la tradición de los oprimidos»: cómo va apareciendo, todo el tiempo, una voluntad de no rendirse, que una y otra vez revitaliza el cuerpo social. Por eso el título del libro, La ofensiva sensible: saber que la sensibilidad es un campo de batalla, que lo irrupción neoliberal sobre la sensibilidad es algo muy violento -esto lo explicaron muy bien Rita Segato y Bifo-, y, sobre todo, la posibilidad de pensar desde el punto de vista de esta presencia plebeya. Eso es lo más importante, saber que nosotrxs siempre tuvimos un laboratorio vivo, del ’77 para acá, de continuo. Y me parece que es fundamental tomar conciencia de que ese es el zócalo epistemológico para pensar, esa historicidad. Y no es casualidad que eso sea lo que la derecha odia. El devenir-fascismo de lo neoliberal tiene todo que ver con esa presencia. En cada momento se puede ver cuál es la figura que concentra el odio: derechos humanos, piquetero, boliviano, puta, negro: es un lenguaje vaporoso e imaginario de lo real de la lucha de clases. Y donde se constituye la lucha por la forma de vida, al mismo tiempo.  

El problema de la percepción aparece una y otra vez en el libro: cómo percibimos la distribución del tiempo y el espacio. Desde la crítica de la economía política de  Marx hasta las variaciones entre los modos de pensar en relación a nuestros afectos. El plebeyismo sería, entonces, no sólo un poder disolvente, sino una crítica práctica a los modos en los que el neoliberalismo organiza el tiempo y el espacio. Aparecen varias imágenes en el libro: ir a fondo, acelerar, sacarse de encima, ironía.

Marx hizo la crítica de la economía política y descubrió que detrás de todas las categorías de la economía política, aparentemente consistentes, subyacía un antagonismo: ¿Cuál es ese antagonismo? La subsunción del trabajo al capital. Ese descubrimiento en el órden de las categorías hace juego con las luchas empíricas, vivas. Estas dos dimensiones despliegan las condiciones para pensar la autonomización del trabajo vivo. De ahí en más, se trata de dar con una política que tenga como premisa la experiencia o la subjetividad del trabajo vivo, que es el problema del tiempo que el capital substrae al trabajo vivo. El tiempo que se trata de autonmizar. Ya no como a mediados del siglo XX, sino en nuevas condiciones. La lucha de clases se da sobre el terreno de la vida y del tiempo.

Entonces eso abre al problema del tiempo y se abre al problema del espacio, porque las formas de existencia tienen que ver con crear territorio existencial y reinventar el tiempo. Lo cierto es que, como explica Foucault, a partir de los 60s, el capital pasa a ser un proyecto de “seguridad”. La explotación depende del control, no al revés. El control lo es todo, el control es la manera de subordinar cada gesto. Es el modo de disciplinar cada espacio, es el modo de preformar el tiempo. Por lo tanto, el llamado plebeyismo es sobre todo una disputa por eludir el control, de retomar el tiempo, de ocupar de otro modo el espacio. El libro es un intento de poner en juego a Spinoza sin recurrir a sus categorías. Básicamente, la idea de que el pensamiento y cuerpo es lo mismo.

Cuando empecé a escribir sobre plebeyismo me gustó mucho releer las cosas del colectivo  Juguetes Perdidos: ellos distinguen la vida mula y la vida silvestre en el mundo popular. No estetizan, piensan. Ahí ya hay un llamado de atención. Lo plebeyo no es una clase, es una actitud dentro de una clase. Las estrategias del realismo popular suponen distintas disposiciones con relación al tiempo y al espacio.

En tu libro puede leerse un ansia de nuevas formas de lucha, nuevas formas de militancia, nuevas formas de poblar la tierra ¿Te parece, entonces, que tus lectores evocados son lxs luchadores, lxs militantes, lxs pobladores?


Me gustaría que pudiera ser leído en términos de caída de los estereotipos de las militancias en todas sus variantes. Abrir la posibilidad de encontrar figuras activas con relación al sintoma y a forma de vida donde menos las buscaríamos. Todxs lxs que no sabemos vivir, o todxs lxs que sabemos que no sabemos vivir y queremos tener prácticas de cuestionamientos para tratar de crear una manera de vivir.  Porque hay una contradicción entre crear formas de vida y la obediencia a la somática capitalista. Hay una ética y un potencial cognitivo ligado las zonas de fragilidad de las que habla Suely Rolnik. Esa zona de fragilidad es totalmente cuestionadora de los modos políticos habituales, y creo que llamaremos militantes, genéricamente, a todxs lxs que sean capaces de dar pasos en esa fragilidad.

Este libro está escrito sobre la experiencia personal de leer y conversar con amigxs. No nace como parte de un dispositivo militante. Ignoro si puede conectar -y cómo- con esa diversidad de conversación a la que aspiro. En mi caso, ya no parto del grupo, sino de una diversificación imprecisa de lenguajes, imágenes, lecturas, compañías caminos, aspiraciones.

Asalto de la columna argentina a la columna argentina 2001/2018, de Silvia Lucero. Óleo completo


¿Las luchas actuales del pueblo mapuche de recuperación de territorios e identidades por una forma de vida no capitalista pueden considerarse un plebeyismo?

Elias Sanbar, intelectual palestino, planteaba que la situación de Israel y la situación de Estados Unidos no se explican como análogas meramente por un juego de intereses consciente de los Estados, sino por un inconsciente común: los dos creen estar constituyéndose sobre un desierto. Quizás suceda lo mismo aquí, en la Argentina. Pieles rojas, mapuches y palestinos son síntomas. Síntoma en Argentina de lo que es el estado roquista. Entiendo que ellos la planteen desde la ancestralidad legítima de su historia. Pero desde otras procedencias es posible ver también en su lucha algo que nos habla a todos: un cuestionamiento muy fuerte a la naturalización de una forma de Estado (con sustrato roquista) que puso una clase social y un color de piel como vencedor, a otro como derrotado y congeló la situación, -en el sentido de “los morochos son mucamos de los blancos”. Me parece que hay un potencial espectacular ahí para escuchar y politizar. Este tipo de conflicto muestra hasta qué punto los dispositivos de normalización no pueden con el tiempo de la rebelión. O sea, de repente podemos estar discutiendo en 1880, mapuches y blancos. No desaparecen estas guerras. Vuelven, nos chocan y en se choque somos habilitados y urgidos a crear nuevos conceptos. Para mí, lo más importante de lo que pasó estos últimos años con la lucha mapuche es cómo nos permite a todos tomar conciencia de qué cosa es este dispositivo roquista y hasta qué punto lo queremos hacer dinamitar; no por ser mapuches, sino por vivir en este dispositivo de mierda. Entonces la alianza con los mapuches la veo así: nos vienen a despertar, en cierta forma.

Me parece que la idea de devenir de Deleuze y Guattari funciona acá perfecto . Un movimiento indígena -en la medida que no es un término dócil y  empieza a cuestionar- hace entender que en ese cuestionamiento hay un cuestionamiento propio, hay un movimiento más general.  En síntesis, que moviéndose ellos nos podemos mover nosotrxs también. Los devenires no son fenómenos de comunicación, son movimientos de afectos: uno empieza a darse cuenta, a sentirse incómodo con la cuestión de piel, por ejemplo.

 

¿Por qué lo que llamamos “grieta” en este país no es un antagonismo y por qué lo plebeyo ayuda a salir de esa idea de la grieta que tiene al pensamiento político detenido hace diez años? ¿Cómo pervierte el plebeyismo esta concepción de la coyuntura?

La grieta no me parece que sea un concepto. Es una  imagen de la comunicación que sirve para congelar. Y el antagonismo es lo no congelado, es interior a una relación social que nos atraviesa a todos. No es sólo el enfrentamiento directo capital – trabajo. Para que la dinámica de la empresa capitalista pueda seguir siendo dominante es preciso constituir y gobernar un mercado del deseo (organizar el deseo como mercado). Todo eso depende de mercanismos de control generalizados, dispositivos de mediatización, de seguridad, de endeudamiento, de representación política y de represión. El antagonismo surge de repasar esos dispositivos. ¡Es mucho más facil terminar con la grieta que con el antagonismo! Porque la tensión antagónica que nos constituye a todxs.

El plebeyismo hace de reverso no a una parte de la grieta, sino a la grieta como tal. Es decir, no hubo menos reverso plebeyo ante el macrismo que ante el kirchnerismo. Solo que ubicado de maneras muy diferentes. El plebeyismo es un  trasfondo igualitario que está en condiciones de desbaratar por sustracción o por sobrepasamiento la manera de regular la existencia, la sexualidad, el consumo, la toma de decisiones, la manera de habitar los territorios. El populismo tiene una idea paternalista de reubicarlo. Es una Voluntad de incusión. El neoliberalismo, en cambio, intenta ver eso como fuerza productiva de mercado, lo quiere empresarizar, lo quiere volver emprendedor, y acaba agrediendolo. El plebeyismo es interesante cuando tiene una vida propia que no se deja subsumir plenamente en ninguna de los dos.

En el caso del populismo es muy complejo, porque la historia de la relación entre el plebeyismo y el populismo vía peronismo es muy íntima en la Argentina. Cooke supo plantear que dentro del peronismo hay una lucha de clases. Veía la necesidad de deslindar un proletariado plebeyo de lo populista. Mientras que el neoliberalismo se encargó de masacrar lo plebeyo, vía organización oligárquica de lo social. En el caso del neoliberalismo, textos como los de Valeriano son muy importantes porque muestran un plebeyismo como reverso del mercado neoliberal. Es el plebeyismo apropiándose del territorio de la fiesta y del goce en el mercado mismo.

Lo cierto es que hay imágenes literarias del plebeyismo, y gestos muy significativos, pero no hay hoy una forma política de eso. Es el límite del 2001. La potencia del 2001 fue destituyente. Puso a jugar una virtualidad de cosas nuevas, pero no aparece luego una forma política ni en Argentina ni prácticamente en ningún lado. Lo más avanzado fue el Zapatismo, y seguramente experiencias comunitarias en Venezuela, o en Bolivia. Los elementos del plebeyismo están, pero no tenemos aún un pensamiento político capaz de hacer de esos elementos una nueva tierra.

¿Cómo puede funcionar o leerse el libro en la nueva gestión gubernamental post macrismo?

El amplio espacio político antimacrista está en plena reconstitución. La ofensiva sensible sale justo con la consumación de la consigna “todos contra Macri”. Ahora viene una etapa muy diferente. ¿En qué consiste el nuevo realismo político? ¿En pagarle al fondo monetario internacional y postergar la cantidad de problemas fundamentales de la sociedad argentina? ¿O bien se abrirá una verdadera discusión sobre las bases sobre las que manejar esta crisis? Si en agosto votar a Alberto Fernández era echar a Macri, votarlo en octure es adentrarse en estas preguntas aún inciertas. Si algo quiere decir La ofensiva sensible es que lo interesante sucede en el reverso de lo político. Porque lo político convencional está en perpetuo retraso. Echar a Macri, que Alberto Fernandez haga lo menos malo posible. De acuerdo. Pero en el reverso suceden otras cosas, la búsqueda es otra. Otras imágenes, otros lenguajes. Nuevamente, pienso que ese reverso está vivo en América del Sur. Estamos obligados a tejer una y otra vez fenómenos de la macro y de la micropolítica. No son dos universos cerrados. La posibilidad de invocar una nueva tierra depende tanto del no aislamiento de las experiencias micropolíticas como de no depositar la fe en la exclusiva dimensión macropolítica convencional. En el último capítulo retomo la figura de El príncipe de Maquiavelo como lector de lo plebeyo. El maquiavelismo de izquierda es una tentativa de leer en la división social y en la contigencia política la presencia de quienes desean no ser dominados. Es recién allí, a partir de esa premisa, que lo político puede dejar de ser control. Para imaginar nuevas formas, una nueva tierra, nuevas instituciones, un pueblo por venir.

Por último: el último capítulo del libro, centrado en lo plebeyo, hace el recorrido tierra, cerebro e ideas. ¿Cómo hacen mella estos conceptos con la idea de lo plebeyo? ¿Son parte de estos ‘nuevos conceptos’ que necesitamos?

Es lo que más me costó, y aún no sé explicar con claridad por qué tuve que meterme por ahí. Cerebro y Tierra me parecen materialidades principales, sin las cuales se evapora la densidad de lo plebeyo mismo.

Sobre lo primero, el cerebro, trabajé sobre dos textos que refutan la imagen tradicional del cerebro tal y como surge de un análisis científico-biológico-clásico, órgano hecho que comanda y determina el cuerpo. Uno de ellos, “Del caos al cerebro”, uno de los úlitmos textos que escribieron juntos Deleuze y Guattari, publicado en el libro ¿Qué es la filosofía?. Allí plantean que, en realidad, llamamos cerebro a una vitalidad específica, una capacidad de atravesar el caos del pensamiento para extraer de él nuevas ideas. Atravesar el caos es una actividad riesgosa. Pero pensar es una actividad que parte de la necesidad. El cerebro es  la base de verdaderas cao-ideas. Y no un órgano estereotipado sobre el cual se estratifica el saber, las opiniones dominantes.  En ese sentido, el cerebro conecta con el pulmon, la creación deviene una actividad pulmonar. La frase de Deleuze “un posible, o me ahogo” lo dice todo.

El otro texto es de Catherine Malabou, ¿Qué hacer con nuestro cererbro? Ella muestra, sobre la base de numerosos estudios sobre el cerebro, la importancia del concepto de plasticidad. Su punto de partida es que el cerebro es un órgano nunca-ya-hecho, sino que se hace a sí mismo en su actividad, es igual a su propia historia. Esta plasticidad cerebral refuta la imagen del cerebro-comando. Pero para Malabou se trata ahora de refutar la idea del cerebro como un sistema de tipo management-neuronal, propio de la ideología con que se difunden los estudios sobre el cerebro. Para ello distingue plasticidad de flexibilidad. Mientras la plasticidad recibe y da forma, la flexibilidad es su falsa amiga neoliberal, que sólo recibe forma. Todo el lenguaje de la docilidad y la adapatibilidad neoliberal depende de este sofisma de la flexibilidad.

Al liberar el cerebro de sus capturas políticas se renuevan las direcciones del pensmaiento, se reencuentra la posibilidad de inventar formas. Se pueden encontrar nuevos vinculos entre fenómenos de desterritorialización y formas de pensar. Marx también buscó, a su modo, conectar una cierta idea del cerebro colectivo con el desprejuicio para encontrar formas políticas adecuadas al proletariado plebeyo: es el caso de su cambio de postura acerca de la Comuna de París.

¿Y la Tierra?

Me parece que el hecho que esta región del platena en que vivimos haya sido conmovida por la emergencia en los úlitmos años de los movimientos indígenas, feministas, piqueteros, de jóvenes que enfrentan a la represión (y un gran etcétera), es un buen motivo para volver a pensar desde la tierra. Más recientemente, León Rozitchner tuvo una gran intervención sobre la importancia de la tierra en función del conflicto con las patronales agropecuarias, el conflicto por la 125, hace una década. El rechazo del neoliberalismo y la creación de una tierra nueva vienen de la mano. El texto clave para mí es del Carl Schmitt, El nomos de la tierra. Allí señala que el modo en que un pueblo ocupa la tierra ya contiene todas las categorías ulteriores que van a regular su existencia. ¡Tomar la tierra y deducir de allí el estado! Es un gran pensador de la soberanía y el orden.  Siguiendo la misma línea, ¿qué sucede con el modo de habitar la tierra si ese mismo pueblo se ve de pronto atravesado por formas nómades de existencia, si irrumpen movimientos centrífugos? ¿Qué pasa si la tierra ya no tolera ser ocupada en términos de propiedad privada concetrada? Surgirían otras categorías, otros modos de concebir la existencia colectiva.

Plebeyismo, Cerebro, Tierra, son palabras que asupician nuevas posibilidades para eso que Spinoza concebía como los modos finitos, el cuerpo y el pensamiento. Son superficies de invitación a actuar y pensar de un modo diferente. Finalmente, quizás lo que quiere proponer  La ofensiva sensible sea simplemente un ejercicio: contemplar nuestra propia potencia, nuestros modos de hacer y pensar, descubrir que esa potencia puede ser desprogramada (lo que los autonomistas italianos llamaban “rechazo al trabajo”) y reprogramda en función de una imaginación nueva. Sólo eso. Me parece que ese ejercicio entre nosotros puede ser llamado plebeyismo. El plebeyismo como posibilidad de desprogramar y reprogramar la potencia. Es el pasaje inconcluso que va del síntoma a la forma de vida que si o si pasa por el cerebro y la tierra. Deleuze y Guattari al final de su vida pensaban que esta era la terea de la filosofia: invocar una nueva tierra o de un pueblo por venir.

¿Ves entonces una relación entre tierra y forma de vida?

¿Qué querrá decir formación de una “nueva tierra”? El capitalismo desde siempre introdujo movimientos en la tierra. Siempre fue innovador. No ha cesado de realizar sus revoluciones (tecnológicas, de modos de vida, etcétera). La única condición que impuso a tanta novedad fue la subordinación total de toda creación al aumento de la tasa de ganancia, a la ley del valor. Mientras que lo que estamos presenciando las últimas décadas, como luchas que tienen en su centro la forma de vida, es el deseo de ir más allá de eso. Por eso lo de una “nueva” tierra. Ese ‘más allá’ es lo nuevo. Contamos con un conjunto de elementos (luchas concretas) que podrían proponer un nuevo suelo, nuevo piso, nuevo espacio, nuevo sostén, nuevo cuerpo colectivo. Nueva naturaleza. Me parece que esa exigencia para la filosofía que dejaron planteada Deleuze y Guattari es muy fecunda. Hay que seguir pensándola, es muy profunda: quizás quiera decir que los elementos que se combinan para hacer de sostén (de base, de fundamento) pueden, si el pensamiento sigue las luchas y permite proyectarlas hacia una nueva tierra, sacarnos de este atolladero que es lo neoliberal. Ahí encuentro esa exigencia de los conceptos como vectores de transformación política, en la medida en que puedan fertilizar la tierra. Hacer de cada síntoma, de cada lucha, la fermentación de un posible.

Contra el consensualismo democrático. Sobre polémicas y disciplinas // el Ruso

Quienes hemos hecho nuestra experiencia política en los años 90 y 2000, supimos tempranamente que nuestro enemigo principal no era un objetivo determinado y específico –la burguesía, las corporaciones, los militares, etc.–, aunque siempre estuvieran en el horizonte del conflicto, sino uno mucho más sutil y poderoso: el terror como una existencia difusa pero muy concreta en nuestras vidas. Toda militancia y pensamiento político debía medirse con él, con la parálisis para la imaginación política y la insubordinación que imponía una forma política, la democracia resultante del terrorismo de estado, que luego de haber prometido el retorno a la libertad mostró su verdadero rostro: la consolidación de un sistema político de poder que inmovilizaba a la población mientras se operaba la transferencia de los recursos colectivos y el inmovilismo de las organizaciones populares. A la democracia como un conjunto de reglas y procedimientos formales le correspondía, en su reverso oculto y simultaneo, el miedo como soporte del control social y la subordinación. Nadie como León Rozitchner ha pensado tan radicalmente acerca de la “democracia castrada” como aquello que pervive de la derrota en nosotros y no puede ser elaborado. La idea de un “Nunca más” esconde aquello que no sabemos cómo enfrentar: la persistencia de esas formas de terror que no pueden situarse trazando un línea en el campo histórico, demarcando un antes y un después, que determine el cese de aquella fuerza monstruosa que nos convirtió en lo que somos. Fueron las Madres y Abuelas y luego los Hijos los que enfrentaron con determinación y dramatismo este dilema. Y los luchadores de distinta índole –estudiantes, piqueteros, campesinos, trabajadores, etc.– que no solo tomaron el coraje de resistir sino que, al hacerlo, tuvieron que enfrentar la condena no solo de una derecha cruel sino también  de un progresismo bien pensante que, también aterrorizado por azonadas militares, crisis económicas y los traumas del terror y el exilio, asumió la “paz armada” como única vía para la sobrevivencia. No decir nada ni hacer nada que violente el consenso democrático que ya había dejado de ser promesa y se transformó en calvario. Y quienes lo cuestionaban soportaban el peso de la condena y la estigmatización, cuando no de la gélida indiferencia y su reclusión en la insignificancia.

2001 desnudó los límites de la democracia, sus cerrojos políticos, ideológicos y económicos. Sus mecanismos de producción de una subjetividad adocenada y dispuesta a la obediencia. Pero, en esas desmesuras insurreccionales también se exhibió una fuerza colectiva que venció al miedo. Del kirchnerismo sabemos bastante, sus huellas son recientes. Su invención más radical fue la de leer y lidiar con aquello que, siendo ajeno a sí mismo, era la fuerza necesaria e indispensable para reconstruir un sistema institucional destrozado por la crisis. Y, en esa ambivalencia, la de reconocer lo que le es ajeno, abrir las instituciones y a la vez incluir esa presencia en los dispositivos de gobierno moldeando sus expectativas y sus posibilidades, logró articular una época en la que se combinaron neodesarrollismo con reconocimiento de las luchas sociales y políticas, derechos humanos con distribución de económica y una perspectiva geopolítica global y regional que situaba al país en una posición más digna que las anteriores. Sin embargo, su apelación permanente a la construcción de un país normal, a canalizar institucionalmente toda posición y tramitarla como demanda, a victimizar a los sujetos protagonistas de las historias recientes y restablecer el sistema representativo como único horizonte posible, desarmaron la imaginación radical que alimentó el bloque heterogéneo de elementos que componían su gobierno. Todos fuimos convidados a ser ciudadanos, nuevamente, y a deponer nuestros excesos en función de una nueva razón de estado o en el simple pero efectivo argumento de “no hacerle el juego a la derecha”. Pero, lo supimos más tarde, era precisamente ese el juego de la derecha que se alimentaba en los pliegues de esa disciplina y ese deseo de orden: el kirchnerismo nos dio, sin que nadie por entonces lo creyera, una vida y luego, en tanto tal, “elegimos” qué oferta política sería la mejor para administrarla y conservarla. EL eventual retorno del kirchnerismo, en su versión centrista, vuelve a disputar el sentido de la normalidad. Ni derecha ni progresismo discuten la normalidad. Solo se disputan cuál es la mejor hipótesis para gestionarla y prolongarla, excluyendo todo exceso o desvío. Hace un tiempo, el Ministro Dujovne decía que nadie hubiera imaginado que un ajuste de esta magnitud podría haberse llevado a cabo sin que explote el país (y el gobierno). Pero el macrismo debe su estabilidad a aquello que detesta: el kirchnerismo, los sindicatos y las organizaciones sociales que gestionaron el malestar y la protesta bajo la hipótesis de que cualquier desborde favorecía las chances del macrismo. Y de lo que se trataba era de esperar, pacientemente, que el calendario electoral determine el nuevo destino político para torcer el rumbo de las políticas neoliberales. Solo cuando el pueblo desobedeció, cuando desbordó los moldes de la protesta social y sus organizaciones, en la batalla de diciembre de 2017, el macrismo empezó a ver cómo, luego de su gozoso triunfo electoral, el poder se les escurría de las manos. Los inversores tomaron nota de que el ajuste prometido era irrealizable (fuga de capitales) y las dirigencias cómplices (pejotistas y colaboradores de distinto pelaje) de que había que tomar distancia del gobierno que entraba en su declive.   

Toda esta larga introducción viene a cuento de lo ocurrido a partir de las declaraciones de Horacio González en una entrevista reciente en la Agencia Paco Urondo. Como siempre me ha pasado, cada vez que me encontré con ella, lo más conmovedor de la palabra gonzaliana es su sentido de la ocasión: es una palabra a destiempo. Su resistencia a someterse a las reglas de la corrección política, a los parámetros del lenguaje tal y como dictan las distintas policías de turno rompe los moldes de lo aceptado en la esfera pública. Es una palabra que apunta directo al corazón del consensualismo democrático. Ni los sacerdotes de este tiempo, ni los dictaminadores de lo permitido. Ni los académicos, ni los mandamases del realismo político que, con escuadra y tiralíneas, esperan el triunfo electoral sin sobresaltos admiten los efectos de aquello que, al decirlo, amenaza las existencias de cada uno.

Cuando se opuso a que alguien basado en el desprecio al pueblo, como el respetado y talentoso Vargas Llosa, abriera la Feria del Libro; cuando se puso del lado de Mariano Ferreira y Félix Díaz, contradiciendo al propio gobierno que integraba; o cuando criticó al Papa Francisco o  César Milani, Horacio abría los márgenes de lo posible. Y en lugar de dejar que canallescamente sea la derecha la que se haga cargo a su modo de los temas, él proponía hacerlo con la libertad más radical y apelando a lenguajes que se escurrían de lo pensable y decible en la esfera pública y mediática.

¿Qué pensará Ricardo Roa, editor de Clarín que representa cabalmente la figura del converso, cuando Horacio propone hacer una valoración positiva de la guerrilla que salga del pantano del consensualismo y el arrepentimiento? ¿Qué sentirá ese viejo colaborador de la revista guevarista Nuevo Hombre cuando alguien le recuerda ese pasado, su propio pasado, diciendo que no hay que juzgarlo ni archivarlo con los parámetros de esta época? ¿Y los arrepentidos que se han ganado el cielo de los justos por abjurar de lo que hicieron? ¿Y los planificadores electorales que se encuentran con la idea de Horacio que dice que la política se hace en las calles y no en los gabinetes de especialistas? ¿Qué dirán los feligreses del peronismo frente al rescate de la figura de Cooke que González trae una y otra vez para impedir que ese nombre se cierre sobre la gestión de las penurias del presente? ¿Cómo callar a este hombre que pone en riesgo el triunfo electoral? ¿Cómo hacer para aguantar un pensamiento que denuncia la correlación entre éxito y terror?.

La palabra a destiempo incomoda. Y es digna de la historia más noble del pensamiento. Pensar es siempre hacerlo contra la época. Y para hacerlo, hace falta asumir el riesgo de la soledad, verdadero termómetro que mide la radicalidad de lo dicho. En lugar de gestionar cada palabra y cada gesto en el mercado de variedades y opiniones, para construir y proteger el propio nombre como si fuera una marca comercial, es necesario atravesar la frontera de la corrección para que el pensamiento pueda hacerse carne y empuje nuestras vidas a ser de otro modo, por fuera del cerrojo democrático y más allá del terror que todavía soportamos. Y allí, en medio de esa incomprensión, es necesario rodear estos gestos valientes de afecto y acompañamiento, construyendo amistades que nos den la fuerza para que cada vez que hablemos podamos enfrentar el miedo y decir lo que nos merecemos y es necesario que sea dicho, señalar las complicidades, nuestras propias complicidades, y proponer otra forma de la conversación y el pensamiento.     

29/09/2019

Política partisana contra política de partido // Entrevista al historiador Valerio Romitelli

Por Amador Fernández Savater

¿Podemos ir más allá del modelo de los partidos políticos? ¿Salir de las pretensiones de hegemonismo de las que toda organización con forma de partido está inevitablemente poseída? El historiador Valerio Romitelli encuentra en la lucha de las bandas partisanas italianas la historia inspiradora de una experimentación política alternativa. Es la tesis fundamental de su último libro, La felicidad de los partisanos y la nuestra. Organizarse en bandas(publicado en Italia por la editorial napolitana Cronopio).

Es un libro precioso, que se acerca a la historia partisana como si fuera un depósito de energía que se tratase de liberar para agitar con ella el presente. Por un lado, mediante un trabajo minucioso de desmontaje de todos los estereotipos que codifican la memoria y sepultan su energía. Por otro, enlazando la experiencia partisana con las búsquedas actuales de una política de emancipación que escape de las lógicas de centralización y representación de los partidos, que ya han mostrado suficientemente sus límites para transformar la realidad.

 
 
 

La felicidad de los partisanos es la felicidad de los pioneros, de los inventores, de quienes crean modos propios de reapropiarse de su destino, incluso en medio de las peores condiciones. Si queremos salir hoy de la tristeza política, es decir de la impotencia para cambiar la realidad y a nosotros mismos con herramientas obsoletas, necesitamos encontrar empuje, aliento e inspiración en otro imaginario de referencia. En una historia hecha de intensidades y no de puros signos. Aquí se inscribe la historia de los partisanos de Romitelli.

Valerio Romitelli (Bolonia, 1948) es profesor de historia de los movimientos sociales y los partidos políticos en la Universidad de Bolonia. Ha fundado el Grupo de Investigación de Etnografía del Pensamiento (GREP) que desarrolla trabajos de investigación en lugares cruciales de la sociedad como fábricas, escuelas o servicios sociales, recogiendo y dando valor a las propias palabras y pensamientos de quienes los habitan. Entre sus últimas publicaciones, señalamos Storie di politica e di potere (2004) y L’amore della politica. Pensieri, passioni e corpi nel disordine mondiale (2014). Sobre la experiencia de los partisanos italianos, ha publicado también L’odio per i partigiani. Come e perché contrastarlo, en 2008.

Memoria viva y memoria muerta

1- Lo que te pediría en primer lugar son algunas coordenadas generales de la experiencia partisana, para situar al lector español menos informado.

Valerio Romitelli. Cuando se habla de los partisanos italianos, estamos hablando de cerca de 200.000 jóvenes, en su momento de máxima expansión, que por iniciativa propia, durante unos 20 meses, entre septiembre de 1943 y abril de 1945, se constituyeron en bandas armadas (más o menos coordinadas pero también con fracturas entre ellas, o bien aisladas) con el objetivo de combatir al ocupante nazi y a los colaboracionistas de la República de Salò.

Fue un fenómeno que afectó sobre todo al norte y al centro-norte de Italia, en la medida en que a partir del verano del 43 los aliados angloamericanos, después de desembarcar en Sicilia, comenzaron a ascender por la península, si bien de una forma tan discontinua y dificultosa que Roma, por ejemplo, sólo fue liberada en la primavera del año siguiente. Todo terminará alrededor del 25 de abril de 1945, con la victoria política de los partisanos, que lograron salvar la imagen de Italia, antes fascista, ante los ojos del mundo.

Sin embargo, los partisanos serán derrotados en el proceso de reconstrucción del nuevo Estado republicano, que los excluirá de la vida pública. La construcción de la República, que sucedió a una monarquía que se había comprometido con el fascismo, será de hecho gestionada por los pactos entre los nuevos partidos y las superpotencias vencedoras, todos de acuerdo en asignar al Vaticano una importancia que nunca había tenido en la historia de nuestro país.

2- Lo primero que sorprende al leer tu libro es descubrir la cantidad de estereotipos que conforman nuestra imagen de la experiencia partisana: ni se autodenominaba “resistencia”, ni era un fenómeno puramente militar y ¡ni siquiera tenía como himno la famosa Bella Ciao! Te quería preguntar qué tipo de percepción fabrican estos estereotipos de la experiencia partisana, a qué relatos obedecen, de dónde vienen.

Valerio Romitelli.  Los partisanos italianos nacen en el vacío de poder abierto tras el 8 de septiembre de 1943, cuando se disuelve el gobierno Badoglio, que trataba de firmar un armisticio con los aliados, y se constituye el régimen colaboracionista de la República de Salò, con Mussolini al frente pero bajo el control absoluto de los nazis. Los partisanos no tenían, pues, nada que defender y lo tenían todo por reinventar.

Si se estudian las “fuentes de abajo” (periódicos, manifiestos, diarios, cartas, etc.), vemos muy claramente que no emplearon nunca la palabra “resistencia”, a no ser que fuera para aludir a una simple táctica bélica. Los partisanos se definían más bien como “rebeldes”, “revolucionarios” y, sí, también como “patriotas”, pero en un sentido totalmente nuevo, radicalmente antifascista, contra el resurgir de cualquier residuo del fascismo. Y el reclamo a la patria implicaba también no esperar a que fuera la invasión aliada la que decidiera los destinos de nuestro país. Razón por la cual se produjeron importantes desencuentros entre partisanos y aliados (cuyos bombardeos provocaron, en la Italia de entonces, ¡más muertos que los de la propia Wehrmacht!).

Para entender situaciones políticas tan singulares como la de los partisanos italianos, considero este aspecto metodológico de crucial importancia: hay que partir siempre de las palabras empleadas por los propios protagonistas. En caso contrario, se termina por anular la singularidad de estas situaciones de ruptura, decisivamente innovadoras, reduciéndolas a acontecimientos equivalentes e intercambiables. Y esto es lo que se ha querido hacer al homologar el fenómeno de los partisanos italianos a simples variantes de la resistencia europea al nazi-fascismo.

Es justo lo mismo que, con la guerra ya terminada, querían los aliados y los partidos renacientes bajo su vencedora ala protectora. Para ello se ocultó la gran diferencia que existía entre la Italia completamente renovada por la que habían luchado los partisanos y la Italia que efectivamente surgió del final de la guerra: una Italia que, si bien ya no era monárquica, reciclaba a muchos ex-fascistas en todas las instituciones del Estado, asumía un Vaticano más fuerte que nunca, mostraba una sumisión extrema a la influencia norteamericana, crecía económicamente pero al precio de una subordinación política completa, etc. La guerra partisana no fue simplemente militar, sino que también fue una guerra política para la renovación del país.

Hoy en día, todo esto queda cancelado cada vez que se entona la famosa “Bella ciao!”, que ningún partisano cantó ni siquiera en sueños, pues el tema se compuso después de que su experiencia hubiera terminado.

3- Otro de los clichés o “ideas recibidas” que tenemos sobre la experiencia partisana es que se trataba de un movimiento organizado y dirigido por los partidos políticos, en particular por el Partido Comunista Italiano.

Valerio Romitelli.  Allá por 1943 en Italia los partidos antifascistas, que habían sobrevivido a veinte años de fascismo, se demuestran políticamente incapaces tanto de destruir el régimen (que se deshace solo) como de emprender cualquier cosa en el vacío político que el 8 de septiembre trae consigo. Lo único que consiguen hacer es participar en parte en el gran movimiento de formación de bandas de partisanos, un movimiento que, cierto, es en un primer momento espontáneo, pero que inmediatamente se estructura y se organiza de un modo completamente singular y diverso. De hecho, muchas bandas son muy pronto del todo o en parte apartidistas -o lo serán después-, o bien incluyen a partisanos de distinta orientación política.

Este aspecto se borra en los homenajes a los partisanos que en realidad sólo pretenden celebrar a los partidos en tanto que verdaderos protagonistas del renacimiento republicano y post-fascista del país. Y de ese modo nace la fábula según la cual los partisanos no habrían sido otra cosa que el brazo armado de los partidos, mientras que estos últimos habrían sido siempre los mismos, antes, durante y después del fascismo, y también hoy: siempre los únicos custodios de los italianos buenos, celosos de la democracia. ¡Se comprende qué beneficio consensual sacan de esta fábula también los politicastros actuales!

Nada de esto es cierto: los partidos antes del fascismo eran algo completamente distinto a los partidos después del fascismo. Los primeros eran autóctonos, mientras que los segundos estaban condicionados del todo por los juegos diplomáticos de las superpotencias vencedoras, y se convirtieron luego, a partir de 1992 más o menos, en meras marionetas movidas por los medios de comunicación y los sondeos de opinión, completamente al servicio del “mercado”.

En cambio, si partimos de que los que cambiaron el destino de nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial fueron las bandas partisanas, podremos repensar de manera distinta toda nuestra historia más reciente.

4- Rescatar la singularidad de la experiencia partisana es uno de los objetivos más valiosos y preciosos de tu trabajo. Tal y como explicas, esta singularidad corre el riesgo de verse anulada por dos tipos de miradas. En primer lugar, está la mirada que minusvalora la experiencia partisana calificándola de explosión espontánea, puramente emocional, necesariamente pasajera, pre-política o políticamente inmadura, etc. En segundo lugar, está la mirada “evolutivo-lineal” que encaja a los partisanos en una historia política (la del Partido Comunista Italiano) que nos impide captar la discontinuidad que introducen, la novedad que aportan. En los dos casos, la experiencia partisana resulta devaluada: sólo tiene valor en función de -o subordinada a- la experiencia de los partidos. Perdemos así el contacto con su potencial singular: lo que nos puede decir, lo que podemos aprender de ella, lo que puede aún inspirarnos.

Valerio Romitelli.  En un libro anterior (El amor de la política. Pensamiento, pasiones y cuerpos en el desorden mundial, 2014) propuse tratar de entender cuándo y cómo la política funciona de forma experimental, es decir, de manera completamente distinta al modo conservador y al modo reaccionario. Para ello, resulta esencial entender cuáles son los “cuerpos organizados” que se ponen a prueba haciendo política. Los partidos modernos (nacidos a partir del modelo socialdemócrata entre los siglos XIX y XX, primero, y del bolchevique vencedor del Octubre de 1917 en Rusia, después) aparecen entonces como grandes figuras de la época, alternativas a la Iglesia, a los ejércitos, a los Estados, a la empresas, a los bancos, etc. Para bien o para mal, los partidos son las figuras protagonistas del siglo pasado: los laboratorios políticos de masas.

Pero al igual que sucede con toda experimentación científica o artística, tampoco la política es constante, sino cíclica: funciona por secuencias. Las figuras que protagonizarán la secuencia política 1943-45 en Italia son las bandas partisanas y no los partidos. La experiencia que hicieron los partisanos no era pre-política con respecto a la de los partidos, sino la experiencia de otra política. Profundamente innovadora. Lo que yo propongo entonces es pensar la experiencia partisana en interioridad. ¿Qué significa esto? Trabajar por rescatar la materialidad de la experiencia (lo que dijeron e hicieron los partisanos, cómo se organizaron y combatieron), en lugar de considerarla simplemente como un espíritu a homenajear. Es decir, construir un recuerdo materialista, no retórico ni mitológico, de la lucha partisana. Sólo de ese modo podemos tener una memoria vivo en el presente.

La célebre partisana Rosy Romelly, entre compañeros, verano del 44

La célebre partisana Rosy Romelly, entre compañeros, verano del 44

La felicidad de los partisanos

5- Para ti, la experiencia partisana no es una “reacción automática” a la situación de guerra, ni los partisanos eran simplemente mártires de una causa que se sacrificaron por un deber moral. Por el contrario, describes la experiencia partisana como una experiencia de felicidad colectiva. Ni obligación ni necesidad, sino deseo y felicidad. Se trata de algo muy sorprendente, dadas las circunstancias en las que actuaron. ¿En qué consiste esa felicidad del partisano, de dónde viene?

Valerio Romitelli. Para celebrar a los partisanos como figuras sin un legado singular siempre se los ha presentado como muertos heroicos, como víctimas, como personajes tristes de una historia trágica y cerrada para siempre. Y es cierto que los partisanos, como guerrilleros que fueron, sufrieron de un modo hoy impensable. Actualmente, gozamos todavía (aunque cada vez menos) del bienestar que nos trajeron los “treinta años gloriosos” de la larga posguerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, un bienestar semejante no era ni tan siquiera imaginable. Sin embargo, hoy en día somos políticamente infelices: no logramos, en tanto que gente común, decidir nada de cuanto condiciona nuestros destinos. En cambio, los partisanos, aun sufriendo todas las penalidades, aun inmolándose a menudo en acciones al límite del suicidio, eran políticamente del todo felices. Su dicha consistía en decidir el propio destino, y con él el de todo el país. No es ninguna fantasía mía. Lo dicen sus memorias. Lo dicen los grandes escritores que fueron partisanos, tales como Meneghello o Fenoglio. Lo decían sus escritos en los muros, sus pasquines, sus documentos.

Eran felices y llevaron a cabo una experimentación política feliz, es decir, lograda. Sus modos de organizarse y de combatir fueron un éxito completo, si tenemos en cuenta lo que por encima de todo se proponían: echar a los nazis, vencer a los colaboracionistas de Salò, dejar un ejemplo difícilmente igualable sobre cómo se puede renovar políticamente un país entero, aun siendo una minoría, aun siendo sólo un puñado de jóvenes.

El que lo que siguiera a su experiencia no haya sido una historia tan feliz no quita nada al hecho de que al releer hoy su gesta como se debe, en interioridad, podamos vernos empujados a intentar análogas experiencias.

6- Le das mucha importancia en el libro a una frase muy bella de Ada Gobetti, periodista y partisana ella misma: “la amistad era la clave de la batalla partisana”. ¿Puedes explicarnos la razón?

Valerio Romitelli. Existe toda una tradición de pensamiento, a la que los mismos marxistas le hacen a veces demasiadas concesiones, que sitúa el odio y el conflicto como prioridad de la política. Yo cuestiono ese primado. Lo que sostengo al contrario es, por decirlo brevemente, que para hacer cualquier guerra, primero se necesita dotarse de un ejército: es decir, que antes de entrar en cualquier tipo de conflicto, si no se quiere sucumbir inmediatamente, hay que prepararse y, por tanto, hacer amigos, unirse y organizarse en un cuerpo colectivo, capaz también de hacer frente a las derrotas. El caso de los partisanos italianos es particularmente instructivo. El que pretendía combatir a los nazis aisladamente o mal organizado estaba abocado a desaparecer rápidamente y sin dejar rastro. De donde se deduce que la amistad, el amor estrechamente compartido por la misma causa, es la condición prioritaria de cualquier experiencia política (que implica también, por supuesto, el odio y el conflicto).

La bicicleta, el vehículo en el cual las "staffette" partisanas transportaban armas de la montaña a la ciudad.

La bicicleta, el vehículo en el cual las «staffette» partisanas transportaban armas de la montaña a la ciudad.

Política partisana y política de partido

7- Afirmas que los microcuerpos de las bandas partisanas hicieron una experimentación alternativa a la del partido. ¿En qué consiste esta distinción entre la “política de partido” y la “política partisana”?

Valerio Romitelli. La “política partisana” fue una política experimental: excluía la discusión en términos ideológicos (regímenes, sistemas o modelos buenos o malos) para pensar exclusivamente en cómo organizarse en el presente, en las condiciones existentes en la situación presente.

Se trataba pues de una política completamente interna a la situación, al territorio y a la población. Es decir, no derivaba su acción de los cálculos politiqueros o de los juegos diplomáticos, ni tampoco estaba subordinada a las potencias extranjeras (como era el caso del PCI con respecto a la URSS), sino que desarrollaba una estrategia autodeterminada, que se fundaba solamente sobre las propias fuerzas, y se pensaba y decidía sobre el terreno.

Diversidad, adecuación a circunstancias cambiantes, movilidad espacial y cultural, flexibilidad y adecuación a objetivos, apoyo de la población local, coraje para inventar un modo propio de estar… son otras claves fundamentales de la política partisana, heterogéneas a la política de partido.

Al acabar la guerra, se construyeron partidos a partir de las bandas partisanas. El PCI no sólo instrumentalizó la experiencia partisana, sino que lo hizo sin acoger casi ninguna de las expectativas de renovación radical de Italia que habían motivado a los propios partisanos. En la posguerra, el PCI será el mayor partido comunista dentro de un país capitalista, pero su acción, casi siempre burocrática, equívoca y a fin de cuentas dimisionaria, no se recuperará ya de este pecado original de haberse apropiado indebidamente de la herencia partisana.

8- Según explicas en el libro, los partidos han cambiado radicalmente, pero la experiencia partisana podría tener hoy una actualidad para vivificar nuestra idea y práctica de la política. Es decir, para salir de la infelicidad presente. ¿En qué sentido, cómo lo piensas?

Valerio Romitelli.  Dada la complejidad de la pregunta, responderé en estilo telegráfico. Tanto los gobiernos como los partidos mayoritarios o de oposición, a día de hoy, no experimentan ya nada que no sea aquello que les impone el “mercado”, es decir, los bancos y los lobbys que los sostienen. Derecha e izquierda convergen cada vez más hacia aquel centro cuyo corazón late al ritmo de las reformas prescritas por el neoliberalismo. Más a la derecha y más a la izquierda queda muy poco, aparte de los sentimientos anacrónicos, el oscuro y ancestral odio racial o el mucho más respetable, pero en todo caso ineficaz, llanto por los viejos temas de los partidos de los tiempos del Estado del bienestar. Por lo tanto, vivimos en una situación en la que la política ya no tiene organizaciones propias.

El problema de cómo reorganizarse políticamente para dar cuerpo a políticas universalistas —las únicas dignas de ser calificadas, precisamente, como políticas— está, por lo tanto, abierto. ¿Cómo afrontarlo? Cada solución posible hay que buscarla, pienso yo, a distancia del Estado. El Estado de bienestar ha sido suplantado hoy casi en todas partes por el “Estado securitario” (que es el único que les gusta a los “mercados”, siempre al acecho de lugares donde hacer inversiones “seguras”): implicarse con los poderes de semejantes Estados con la idea de que así mejoramos sus políticas sólo puede llevar al perfeccionamiento de las medidas de seguridad. Medidas que son siempre exactamente lo contrario de aquello que habían sido las medidas universalistas del Estado del bienestar.

Tratar de hacer política a distancia del Estado significa intentar hacer política sin partido, prescindir de los ritos electorales, pero también de la idea de corregir las injusticias a través del derecho y sus tribunales, etc. Una vez que el horizonte político ha sido despejado de Estado y de los partidos no queda ya nada más que lo social, siempre ambivalente, impuro, sucio, incierto, bastardo. Pero es aquí donde debemos sumergirnos para tratar de construir alternativas a las actuales políticas neoliberales. Y, sobre todo, debemos sumergirnos en el nuevo entorno social que se está formando en Europa pero también en otros lugares: allí donde los ciudadanos son sólo un componente al lado de aquellas poblaciones de extranjeros que, aunque siempre minoritarias, están destinadas a cambiar radicalmente el rostro de muchos países.

Por esta razón, una experiencia como la de los partisanos italianos puede tener todavía algo que enseñarnos. Porque sus bandas se constituyeron, duraron e hicieron una política capaz de transformar los destinos de nuestro país, una política distinta de la de los partidos y experimentada en completa ausencia de cualquier Estado al que hacer referencia.

"La felicidad de los partisanos y la nuestra", editorial Cronopio

«La felicidad de los partisanos y la nuestra», editorial Cronopio

La experiencia partisana y el presente

9- ¿Persiste como recuerdo vivo, inspirador, la experiencia partisana en Italia? ¿Podrías darnos ejemplos de “reactualizaciones” de su memoria y ejemplo que te parezcan interesantes?

Valerio Romitelli.  A partir de la posguerra y en adelante, los grupos que en Italia más se han inspirado de forma declarada en la experiencia partisana han sido las Brigadas Rojas, cuyo terrorismo entre los años 70 y 80 fue políticamente desastroso. Aquello que más les gustaba a los brigadistas de los partisanos era el hecho de que la suya era una lucha armada. El gran error de los brigadistas fue no entender la profunda diferencia que hay entre hacer política en tiempo de guerra, como era el caso entre el 43 y el 45, y hacer política en tiempo de paz, como entre los años 70 y los 80, o como hoy en Europa, por lo menos. Todavía hoy, muchos militantes “antagonistas”, lectores de Michel Foucault, en particular de su seminario de 1976, insisten en considerar esta distinción paz/guerra como ficticia, pero para mí sigue siendo fundamental.

Aquello que a mí me interesa de la experiencia de los partisanos es que estos, sin tener ningún apoyo institucional o mediático, no siendo más que una minoría ínfima, padeciendo condiciones tremendas, lograban ganarse la simpatía y el apoyo activo de las poblaciones allí donde operaban. Por mucho que este sea un dato siempre disputado por la literatura de derechas, me parece evidente que sin estos apoyos la experiencia de los partisanos no habría nunca podido crecer, durar ni extenderse de la forma en que lo hizo.

10- En este sentido de entrar en contacto con las poblaciones, y no de representarlas como pretende cualquier vanguardia, dices que la experiencia partisana podría inspirar “nuevos cuerpos colectivos” capaces de “pensar un pensamiento”. ¿Podrías desarrollar esto?

Valerio Romitelli.  Hoy en día, para tratar de organizar nuevas políticas alternativas, sostengo que es imprescindible hacer investigaciones entre las poblaciones que más sufren las políticas capitalistas. Sólo así se puede saber cuáles podrían ser los objetivos, las reivindicaciones más adecuadas para unir a estas poblaciones, que actualmente se encuentran muy divididas y dispersas, también por culpa del colapso de la credibilidad sufrida por las organizaciones tradicionales comunistas o, más en general, “de clase”.

Es decir, se trata de “pensar el pensamiento” de las poblaciones explotadas y oprimidas. Sin presuponer ningún “sujeto político” ni “antagonismo esencial” alguno (como ocurre en las teoría de las “multitudes” de Toni Negri y los post-obreristas), sino sólo el hecho de que tales poblaciones piensan una realidad, la suya, que le resulta extraña también a quien hace la investigación, al menos hasta el momento de hacerla. Por lo tanto, se trata de entender, con los métodos adecuados, sus palabras y de usar las fuentes indispensables para la elaboración de cualquier política alternativa. Hoy en día, entre los movimientos alternativos y antagonistas en Italia no faltan tentativas de este tipo investigación: existen grupos de jóvenes antropólogos comprometidos que hacen investigaciones muy interesantes, por ejemplo.

Por mucho que los partisanos no hubieran estudiado para adquirir esta capacidad etnográfica, por así decirlo, está claro que fueron las singulares circunstancias de aquel momento las que los instruyeron rápidamente. Por este motivo he sostenido que los partisanos fueron capaces de “pensar un pensamiento” -que es una fórmula que surge del trabajo que llevo a cabo con el Grupo de Investigaciones Etnografía del Pensamiento, GREP.

11- Fuerzas oscuras del presente (narco, mafia, redes terroristas como Al-Qaeda) se organizan de alguna manera hoy también “en bandas” (de forma autónoma, descentralizada, flexible, móvil, sin referencia a partidos o Estados). ¿Cuál sería ahí el valor específico que podría tener la inspiración de la experiencia partisana?

Valerio Romitelli. Ciertamente, hablar bien hoy en día del concepto de bandas puede resultar escandaloso. Pero incluso dejando a un lado los casos del Daesh o de Al-Quaeda, a cuya existencia parece que ya no hay duda de que han contribuido más o menos directamente los servicios secretos occidentales, se puede decir que muchas de las bandas criminales que hay dispersas por el mundo se ven favorecidas, más que obstaculizadas, por la conversión del Estado de bienestar en “Estado securitario”. De hecho, tal conversión ha creado en el interior de lo social “tierras de nadie” donde la lucha por la supervivencia es siempre dura y violenta. No creo, sin embargo, que para hacer frente a este fenómeno tenga sentido reivindicar intervenciones por parte de Estados que funcionan más como parte del problema que como solución.

Por lo demás, cada política tiene sus propios riesgos. Algunas bandas criminales, como por ejemplo en Centroamérica, pero también en África y en otros lugares, no son sino la degeneración de bandas que en su día fueron políticas, como lo fueron en su día los partisanos italianos. El peligro de que estas últimas, una vez alcanzada la paz, degenerasen en simple bandidismo (cosa que sucedió en algunos casos muy esporádicos) fue una de las razones por las cuales los partidos, con el comunista a la cabeza, consideraron imprescindible su disolución después de la primavera del 45.

Por lo tanto, organizarse en bandas puede tener las consecuencias más diversas. Lo que más me interesa a mí de esta categoría es que nos permite pensar en una multiplicidad de micro-cuerpos políticos, alejados de las pretensiones de hegemonismo de las que toda organización con forma de partido está inevitablemente poseída. Y dado el nivel de corrupción que afecta hoy a casi cualquier partido y Estado en el mundo entero, se puede decir que el peligro de degenerar en la criminalidad debería obsesionar también al que considera posible hacer políticas alternativas dentro de marcos totalmente legales.

Traducción del italiano: Álvaro García-Ormaechea. Y la ayuda de Steven Forti. ¡Gracias a los dos!

 
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