«Nadie sabe lo que el feminismo puede» // Cintia Córdoba
La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo de Verónica Gago. Buenos Aires, Tinta Limón, 2019, 256 páginas.
Verónica Gago nos ofrece una investigación militante y nos aclara desde el comienzo que el principal rasgo de su escritura es que no será objetiva. La vocación por tomar una distancia prudente del objeto que se analiza, constituye en sí mismo un modo de pensar y de producir conocimiento sumamente conveniente para dejar todo como está. Se trata entonces de producir un saber cuerpo con la suficiente potencia para conducir movimientos teóricos y para esto el feminismo no se aleja, se sitúa y en tanto que situado se inter(trans)nacionaliza. El feminismo, que es también un modo novedoso del pensar, en la medida en que se encuentra emplazado y emerge de un colectivo concreto, desarrolla la capacidad de identificarse con todas y cada una de las luchas que se desarrollan más allá de esa configuración territorial, así deviene movimiento ubicuo.
La autora propone la huelga como “lente” que nos permite analizar, caracterizar y problematizar el movimiento feminista. El paro de mujeres en la Argentina significó en sus múltiples ediciones tanto un proceso histórico como la posibilidad de interrogación política que no termina de desplegar todos sus efectos. A lo largo del texto la huelga feminista internacional se transforma en el catalejo que permite advertir los recónditos modos, espacios y tiempos que adopta la explotación capitalista, invisibilizados bajo el esquema tradicional de la huelga obrera. En los primeros capítulos los viejos conceptos políticos vinculados con la huelga como herramienta política (sindicalismo, trabajo asalariado, clase social, etc.) son puestos en jaque en tanto que nociones insuficientes para mapear los modos no reconocidos ni remunerados que producen valor. El paro entendido en clave feminista tiene la capacidad de reconfigurar aquello que se entiende por trabajo y clase trabajadora y lo hace en su anomalía, desbordando el significado de la “cuestión laboral”. Incluye en el análisis las realidades no salariales enclavadas en el trabajo doméstico y reproductivo (gratuito y obligatorio) como también las formas de trabajo vinculadas con las economías populares y las formas autogestivas de la reproducción de la vida. El paro de mujeres, lesbianas, trans y travestis opera como categoría que desarma y resignifica no sólo el diccionario del pensamiento político, sino sus modos de organizar la acción puertas adentro. Al verticalismo sindical le contrapone el poder asambleario capaz de producir inteligencia colectiva como efecto del potencial cognitivo del deseo.
El feminismo, siempre acusado de “mezclarlo todo”, responde: “ya se encuentra todo mezclado”. Es por esta razón que el texto no se aboca a cristalizar ni a diseccionar, la estrategia es precisamente la contraria, porque lo que hay que hacer es recorrer teóricamente el entramado de relaciones múltiples y diversas mediante las cuales el poder económico despliega sobre la vida su necropolítica. La escritura rizomática pone en evidencia las interconexiones orgánicas entre la explotación y la violencia capitalista y la recursividad de ciertas nociones en espiral da cuenta de la dimensión de estas conexiones. La apelación tanto a los feminismos indígenas y comunitarios en Latinoamérica como a aquel urbano de los países desarrollados, nos permite ver cómo la violencia capitalista en su expresión planetaria adquiere los mismos modos, formas y mecanismos que se despliegan en sus dimensiones domésticas. La violencia es sexual y financiera, la explotación se expresa tanto en la producción de subjetividades compelidas a la precariedad como en la vocación por confinarlas a vivir materialmente del despojo, el colonialismo se desarrolla tanto en los territorios como en los cuerpos feminizados. En la medida en que los males se entrelazan y son puestos en evidencia, el pensamiento feminista adquiere su tonalidad menos rosa, se transforma en un pensamiento anticapitalista, antipatriarcal y anticolonial.
El texto produce nuevos conceptos revisitando la teoría política y la economía política a la luz de clásicas y nuevas críticas de la teoría feminista. En este sentido resignifica y enlaza, produce desplazamientos que generan un efecto de visibilización, construye ideas que permiten releer viejas situaciones: no hay trabajadores, sino vidas obreras; si es posible el contrato social lo es porque las mujeres son desplazadas por el contrato sexual; no hay víctimas de inseguridad sino una guerra que se desarrolla en el cuerpo de las mujeres y contra todo deseo de autonomía; el extractivismo ampliado no sólo opera sobre cuerpos y territorios sino también contra la cooperación social y el éxito del capitalismo depende, en buena medida, tanto de la prolongación de la ficción de “individuos” con derecho a la propiedad, como de la destrucción de los cuerpos-territorios, superficies extensas capaces de contener “afectos, trayectorias, recursos y memorias”. Si todas estas redefiniciones conceptuales son posibles es porque el feminismo encarnado en este texto se reconoce revolucionario. Incluso a sabiendas de que los nuevos contornos conceptuales que se fraguan al calor de los cuerpos en las calles son permanentemente desbordados.
Pero junto con la revisión sistemática de gran parte del corpus teórico político, emergen en el escrito una serie de consignas y conclusiones que deben acompañar la acción política. Las ocho tesis sobre la revolución feminista, que encontramos al final, señalan algunas de las características generales que se pueden adjudicar al movimiento. Pero no es allí donde el registro analítico da lugar al programático. Filtradas a lo largo del texto encontramos algunas ideas-fuerza tejidas en asambleas y recompuestas en este escrito que responden a las preguntas ¿en qué consiste la revolución feminista? ¿cómo es posible cambiarlo todo? Se trata de sustraer al capital la energía que devuelve como violencia cotidiana sobre los cuerpos, de inventar formas comunes de resistencia a la expropiación del deseo, de tejer la insubordinación desde las recónditas rutinas cotidianas y de alterar las coordenadas de tiempo y espacio de la teoría política para pensar nuevamente en un cambio radical. Si como sostiene la autora un paro feminista no sólo es laboral sino también existencial, la desobediencia se desarrolla en un sentido amplio e impredecible.
Probablemente la más interesante de todas las afirmaciones de este texto sea la que se formula desde el inicio. En consonancia con la potente expresión spinoziana “nadie sabe lo que un cuerpo puede”, Gago nos propone situarnos en una especie de insurgencia indeterminada y permanente como horizonte político: nadie sabe lo que un cuerpo-territorio amalgamado, perseverante y aferrado a la vida puede.
Fuente: Reseñas Boca de Sapo