Anarquía Coronada

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Capitalismo, reproducción y cuarentena // Silvia Federici

Entrevista en video: Traficantes de Sueños

Transcripción: Tinta Limón Ediciones.

Nosotras como feministas, los movimientos de mujeres en todo el mundo, hace muchísimos años venimos repitiendo que este sistema no garantiza nuestro futuro, no garantiza nuestra vida. Este sistema nos está matando de tantas formas diferentes pero conectadas: nos está matando con la agricultura industrializada, con la comida que nos da diabetes. En el 2019 más de 4 millones de personas murieron de diabetes en el mundo por esta comida fast food tan venenosa. Y también la contaminación de las aguas, los pesticidas. Entonces las mujeres del mundo, campesinas, indígenas, urbanas, son la primera línea en la lucha por una sociedad diferente. Por una reproducción que nos da vida, nos da futuro, que nos nutre, que no nos va a matar.

Es muy importante decir que esta pandemia hace muy visible, muy evidente, lo que pasa cada día con la guerra, con los desahucios, con las deslocalizaciones, las expropiaciones, la gente que es expulsada de su campo, con la contaminación del medio ambiente, la destrucción de la naturaleza. Otro ejemplo es el aumento de la desesperación. Hoy se habla en Estados Unidos de que 20 mil personas murieron por el coronavirus. Es terrible, es terrorífico. Solamente el año pasado 48 mil personas se suicidaron. Se suicidaron porque esta vida siempre es más triste, siempre es más difícil.

Como siempre, las que más sufren son las mujeres. Hoy podemos ver que son la primera línea como trabajadoras de cuidado (enfermeras, cajeras en las tiendas). Y también el incremento de trabajo en la casa, tener a los hijos, no transmitirles miedo, protegerlos de esta amenaza.

Todo esto pone en el centro, hace muy visible, la importancia de la reproducción. Reproducción es una palabra que todavía hace referencia a muchísimas realidades diferentes pero conectadas. Reproducción es el cuidado, las crianzas, cocinar, acompañar a los enfermos. Y también el cuidado de la naturaleza. Es la agricultura sustentable, donde las mujeres son las primeras trabajadoras. Una agricultura que no termina en el lucro, sino en el sustento de su familia. Es así que pueden controlar que lo que entra al cuerpo no te va a matar, te va a nutrir. Esta agricultura industrializada nos ha dado el cáncer, muchísimas enfermedades que son completamente derivadas de un modelo basado en el lucro. No es como la pequeña agricultura, donde la gente trabajaba con una relación muy directa con la naturaleza. Esta globalización, esta división internacional de la producción basada en el lucro no tiene ningún sentido: buscar la manzana que llega de China o de miles de kilómetros.

Entonces podemos ver que la reproducción es el terreno estratégico fundamental para la construcción de un futuro, de una sociedad. Reproducción significa vida, significa futuro. Vivimos en un sistema capitalista que su problema fundamental, lo que lo hace insustentable, es que sistemáticamente se basa sobre la subordinación de la reproducción de la vida. La subordinación de nuestra vida, de nuestro futuro. Se basa en el lucro individual, en el lucro de las grandes compañías y corporaciones. Esto es el capitalismo. Se funda sobre la explotación del trabajo humano y la subordinación de nuestra reproducción. Se puede ver que todas las medidas políticas y económicas que ponen en acción están conformadas por esta finalidad.

Las mujeres ya están dando esta lucha. Los movimientos de mujeres son hoy estratégicamente importantes. Podemos ver que la lucha es para recuperar la medida más básica de nuestra reproducción. Que sea la riqueza social que hemos producido, que sea la tierra, que sea el control sobre el agua, sobre las selvas. Crear una forma de organización. Hay redes de mujeres que ya se están formando para fortalecer los lazos. Fortalecer no solo nuestra capacidad de resistencia al Estado, sino de imponer otro tipo de sociedad. Como se dice en España y en América Latina: una sociedad donde la vida esté en el centro. Y también crear formas de reproducción más solidarias.

Durante muchos años, con compañeras de todo el mundo hablamos de la política de los comunes. Nunca se verificó con tanta claridad este concepto. Pensar colectivamente, no individualmente. Pensar nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo, el futuro. Pensarlo colectivamente, no como seres aislados. Ahora están intentando aislarnos en el nombre de esta epidemia. Debemos tener mucho cuidado. El miedo es que usarán la epidemia. El miedo de morir, que es muy fuerte, muy legítimo, lo usarán para continuar aislándonos, desmantelando nuestras protestas.

Es importante que desde abajo empezamos a recuperar el control de nuestra vida y a tomar decisiones colectivas. Esto signfica también que parte de nuestra lucha debe ser la de imponer al Estado como parte de la recuperación de la riqueza social. El Estado debe relocalizar los lugares donde podemos cuidar nuestra salud. Ahora solo podemos estar en la casa o en el hospital. Mucha gente tiene miedo de ir al hospital porque saben que se pueden infectar. El hospital no es solamente un espacio de cuidado de la salud. Es un lugar donde no hay insumos, donde quienes trabajan están en peligro. Entonces: la importancia de relocalizar, de tener estructuras de la comunidad, como alguna vez tuvieron muchísimos países. Antes del neoliberalismo exisitieron pequeñas clínicas, lugares, donde una persona podía ir si tenía problemas, sin necesidad de ir al hospital. En esta estructura se podía ejercitar también un mayor control sobre el tipo de cuidado que nos dan, que necesitamos. Se podría establecer un intercambio entre la gente del barrio, de la comunidad, con quienes trabajan en las instituciones. Necesitamos revitalizar esta estructura.

Hoy no es Estado sí o no. Es claro que tenemos la necesidad de usar estructuras que llegan de las instituciones, porque no tenemos alternativa. Una alternativa es comenzar a reflexionar colectivamente sobre lo que necesitamos, sobre nuestra salud, sobre la comida, sobre el territorio, sobre todas las situaciones que afectan nuestra vida. Mientras tanto, relocalizar la agricultura, la salud. Crear formas de control colectivo, de tomar decisiones de comprender.

Yo creo que es importante reflexionar sobre la realidad cotidiana antes del coronavirus. Y hablo sobre todo de Estados Unidos: en el período 2017-2018 más de 60 personas han muerto por Influenza. Y cerca de medio millón de personas murieron de cáncer. Miles y miles mueren de diabetes. Es una estadística increíble. Volviendo al comienzo: es un sistema que crea una condición de muerte permanente. Y sin hablar de la guerra: por años y años Estados Unidos y la Comunidad Europea en complicidad están creando una situación de guerra permanente que ha destruido Medio Oriente y ahora el norte de África.

Entonces: como mujeres, como feministas, ver que tenemos una mirada particularmente clara de la importancia de la reproducción de la vida. De cuáles son nuestras vulnerabilidades y cuáles son las necesidades que tenemos. Podemos ver que necesitamos una lucha muy amplia. Una lucha que conecta a las mujeres de áreas urbanas con áreas rurales para crear nuevas estructuras, nuevos lazos de solidaridad, nuevas formas de reproducción. Siempre inspiradas por el concepto de que la reproducción de la vida, la finalidad de la sociedad, debe ser el bienestar, el buen vivir y no el lucro privado.

 

Telegrama // Franco «Bifo» Berardi

Nuestro editor, Enzo Fonttz se puso en contacto con Franco Bifo Berardi y tradujo desde el inglés el testimonio de Bifo cuando conoció al escritor WIlliam Burroughs.

Los últimos cuatro días he dejado de leer novelas escritas por mujeres.

He vuelto a las obras de hombres blancos duros, particularmente dos de ellos: William Burroughs y Philip K. Dick.

Leer sus libros, para mí, fue enormemente emocionante y casi alucinante hace cuarenta años, pero, francamente, no me gustaría gastar mi tiempo con esos nerviosos monstruos y esas agresivas depresiones masculinas.

Conocí a Burroughs una tarde del año 1982, en realidad puedo decirte exactamente el día, fue el 4 de marzo. Recuerdo la fecha porque su hijo había muerto el día anterior.

Llamé a William por teléfono y le dije: ehm ehm … podemos posponer la reunión para la entrevista, y él respondió: “¿por qué ?, no importa. Podemos encontrarnos hoy”.

Fui al búnker en Bowery (vivía a la vuelta de la esquina) y hablamos durante treinta minutos más o menos. No entendí casi nada de lo que dijo, su acento texano fue abracadabra para mí. Finalmente, la entrevista (fue publicada en la revista italiana Firigidaire) no fue tan interesante.

De todos modos, los últimos cuatro días he vuelto a leer (cuarenta años después) las páginas de Ah Pook están aquí, y de The Job, y … wow.

Este tipo ya sabía todo sobre lo que está sucediendo ahora.

“Sigo avanzando la teoría de que en la revolución electrónica un virus es una unidad muy pequeña de palabra e imagen … Liberar este virus de la palabra podría ser más mortal que perder el poder del átomo”. dice.

En su visión, el ser humano está habitado por un virus que se llama “lenguaje”. Algo sucedió hace unos cientos de miles de años, y un virus invadió el ambiente humano y provocó la mutación que trajo a nuestros ancestros peludos de la naturaleza a la cultura. Ese virus fue una especie de cosa alucinógena que convenció a los humanos de que hay un mundo, y que el mundo significa algo, y que el pasado del diente es útil para tener una sonrisa brillante, y que Dios está castigando a quienes traicionan a sus esposas.

En exterminador! escribe:

“Los descendientes de los albinos que habitan en las cuevas son los habitantes actuales de América y Europa occidental. En estas cuevas, los colonos blancos contrajeron un virus transmitido a lo largo de sus malditas generaciones que los convertiría en lo que son hoy en día, una amenaza horrible para la vida en el planeta. Este virus, este antiguo parásito es lo que Freud llama el inconsciente engendrado en las cuevas de Europa en la carne ya enferma de radiación. Cualquiera que descienda de esta línea es básicamente diferente de aquellos que no han tenido la experiencia de la cueva y contrajeron esta enfermedad mortal que vive en su sangre, huesos y nervios que viven donde solían vivir antes de que sus antepasados ​​se metieran en sus cuevas sucias. Cuando salieron de las cuevas, no podían ocuparse de sus propios asuntos. No tenían asuntos propios porque ya no se pertenecían a ellos mismos. Pertenecían al virus. Tuvieron que matar, torturar, conquistar, esclavizar, degradar como un perro loco tiene que morder. En Hiroshima todo estaba perdido “.

Burroughs considera que el virus es la metáfora de la dualidad que implica el acto de hablar. Una especie de duplicación esquizoide de la experiencia perceptiva, que permite el surgimiento de un mundo de proyección e imaginación: la arquitectura esquizofrénica del mundo del lenguaje.

El lenguaje, según Burroughs, es un defecto genético, y no se puede imaginar inmunología para ello.

Bolonia, abril de 2020

Fuente: Metro. Arte y literatura.

Eduqué a mi hija para un apocalipsis zombie // Diego Valeriano

Ni entrenar, ni educar, ni transmitir: entregarse a este apocalipsis, hacer mundo. Vagar con los signos que se van recolectando. Pispiar, errar, ranchar, reírse, andar en bici. Entrenarse en la improvisación, en cómo se camina, en cómo equivocarse. Amasar una predisposición callejera bien pilla. Confiar sin confiarse, intentar contrarrestar el miedo que nos da todo. Salir a la calle porque la asfixia de adentro la mata. 

Segundearnos siempre fue la mejor manera de vivir este apocalipsis zombie, tirarnos una soga, compartir nuevas posibilidades, pavear. Desertar, huir, mutar, correr el último tren en Liniers. Plagar el viaje de chistes, reírnos de quienes ya mutaron. Obligarla a que pase por debajo de lo molinetes, a que coma el yogur directamente en la góndola de los lácteos, a construir enemigos, a no querer a las maestras, a no saludar con un beso si no quiere. A tomar el 238 y que se curta. Que sepa que nada es para tanto. Llevarla a la escuelita municipal de arte, a teatro, a telas en Haedo hasta que llore de hartazgo, a cada marcha hasta aburrirla, a cada recital hasta que entienda. Volver de una muestra del club y que nos roben, así aprendemos. Bancar a los ladrones de todas maneras, no denunciar. No aceptar que la policía nos lleve en patrullero a casa por ética, por dignidad, por miedo a que nos vean, para sostener cierto prestigio mutuo. Ir a clínicas psiquiátricas a visitar a las amigas que no pudieron con toda la maravillosa locura que dan las pepas y luego, de un toque de estar ahí, dudar de nuestra cordura.

Sufrir los paros docentes y aburrirnos en una plaza, frente a la tele, por los cibers, jugando con unas Barbies chinas que se les aplasta la cabeza. Colgarnos del cable, defender guachines, plantarse a los gendarmes de la estación, festejar la quema de los trenes. Confiar en sus intuiciones, en sus palabras, en su gedencia. Traspasar los límites, desconocerlos, que su vitalidad sea nuestra única verdad. Confiar en lo que hicimos, en lo que pudimos. Ir a buscarla a la 1ra de Morón y enojarme porque le recabió. Aceptar las mentiras como parte del acuerdo. Sentirnos chistosamente orgullosos de lo que hacemos.

Caminatas eternas discutiendo cuál es la mejor arma contra los zombies: ¿katana de Michonne, ballesta de Daryl, creer en las amigas? Que haga su propia faca, que se plante, que disfrute de la adrenalina que da defenderse, que ataque. Conquistar los espacios no ya por gusto, sino por necesidad. Reírnos de que colgaríamos como Shaun. Evaluar seriamente si la casa de la mamá o la mía es mejor como trinchera de resistencia zombie. ¿Planta baja, casa grande, depto al fondo, pasillo eterno, un cuarto piso desde donde se domina la avenida? 

Ser zombie, ranchada, que no se note. Fake, rocha, desertora, socorrista, manija. Salir a la ruta como en Zombieland. Huir de la resignación, del futuro, de la culpa, de la educación. Irse al campo, refugiarse en san Marcos, estar al acecho. Saber que nuestros caminos se separan, que tal vez ya no se crucen. Entrenarse en el desapego. Conquistar el apocalipsis como refugio vital, como mundo propio, como lo genuino, como regocijo de haber llegado acá a donde se está. 

 

 

Red Editorial

Eduqué a mi hija para una invasión zombie / Diego Valeriano. – 3a ed . 1. Aporte Educacional. 2. Ciencia Política. 3. Adolescencia. I. Título.
CDD 370.11

Premonición, casi sueño* // León Rozitchner

Después de escuchar tu premonición.

Te anuncio: se está preparando en algún lugar del universo un pequeño sol radiante, que saldrá desde lo oscuro de un agujero negro del espacio celeste. Y al pasar por la Tierra descargará como un inmenso imán una tormenta magnética que arrasará con todos los centros cibernéticos, incluido tu blog. Y borrará toda la información que los hombres, exprimiendo sus cuerpos, habrán acumulado electrónicamente en sus páginas de luz, y desaparecerá para siempre el etéreo trabajo de siglos y milenios. Porque no existe otra materia, en el extremo límite de la materia sensible, que pueda contener tanta información. Y los hombres se lamentarán de esa confianza loca puesta en algo tan pronto a disolverse en el aire, como si hubieran escrito durante siglos en el agua el testimonio de una gran pasión. Y no quedará nada, nada más que los libros a los que querremos volver, pero estos serán tan pocos porque los hombres de la luz habrán talado todos los árboles de la tierra, y sólo les quedarán disponibles los cuerpos de las algas que disuelven toda escritura porque se alimentan de la tinta que usamos para escribir. Y volveremos a contarnos cuentos y a tener memoria y a mirar de nuevo en los ojos a la gente y hasta pincharás con furia el frío ojo de vidrio de la computadora que te engañó. Pero ya no estaré para consolarte como todavía estoy.

* Correo dirigido a Alejandro Horowicz, 21 de agosto de 2008.

 Publicado en Ensoñaciones, como parte de la edición que la Biblioteca Nacional realizó de las Obras León Rozitchner, a cargo de Diego Sztulwark y Cristian Sucksdorf.

Coronavirus: Todos somos mortales. Del significante vacío a la naturaleza abierta de la historia[1] // Rita Laura Segato

Han circulado en estos días un número significativo de textos, muchos de ellos escritos por autores influyentes. Ellos intentan dar cuenta de dos aspectos distintos de la pandemia que nos aflige. Un grupo hace apuestas a lo que puede haber sido el origen del virus, dividiéndose entre aquéllas que adhieren a la teoría del complot y las otras que, sin necesariamente saberlo, dan continuidad a lo que ya Marx llamaba “ruptura metabólica” o desequilibrio de la relación entre los seres humanos con la naturaleza.

Me ocuparé aquí del otro conjuntos de interpretaciones, que dicen respecto al significado y uso a futuro de la pandemia. Cada uno de ellos  se deriva y tiene como presupuesto un proyecto político y un sistema de valores que defiende.

Por mi parte, veo el covid-19 como Ernesto Laclau vio a la figura de Perón en la política argentina: un “significante vacío”, al que diversos proyectos políticos le tendieron su red discursiva. También lo veo como un evento que da origen a un “efecto Rashomon”, evocando aquí la forma en que en las Ciencias Sociales se ha usado el tema del clásico film de Kurosawa: un mismo crimen relatado desde cuatro perspectivas de interés diferentes. Pero sobre todo lo veo como una situación de lo que Lacan llamó “irrupción de lo real” -el imaginario que atrapa nuestra visión del mundo o grilla a través de la cual filtramos las entidades que formarán parte de nuestra percepción es una fina tela que nos envuelve. Más allá de  ella se encuentra lo “real”, para usar el término de Lacan: la naturaleza tal cual sea, incluyendo nuestra propia naturaleza.

El virus no es otra cosa que justamente un evento del desdoblamiento de este otro plano, la Historia Natural, la marcha azarosa de la naturaleza, sus desdoblamientos contingentes, su deriva. Organismos se consolidan, duran y desaparecen. Nuestra especie seguirá ese destino incierto también o, con suerte improbable, tendrá la longevidad de la cucaracha –aunque será difícil, porque la cucaracha se caracteriza por necesitar de poco. Es importante acatar la idea de que, aun si este virus fuese un resultado de la manipulación humana en laboratorio o, como ciertamente es, una consecuencia de la forma abusiva en que la especie ha tratado su medio ambiente, igualmente y de todas formas se trataría de un evento de la naturaleza. ¿Por qué? Porque nosotros somos parte de esa misma naturaleza y, aun cuando capaces, como especie, de manipular microorganismos y provocar el advenimiento de una nueva era como es el Antropoceno, tenemos allí nuestro lugar, somos parte de esas escena que llamamos “naturaleza”. Nuestra interacción bioquímica pertenece y juega un rol en una escena toda ella interior al gran nido que habitamos, aun cuando el pensamiento occidental haya presionado para retirarnos de esa posición contenida, interdependiente y dependiente. Pensarlo así no nos resulta fácil, porque estamos dentro de la lógica cartesiana de sujeto-objeto, de cabeza-cuerpo, de mente-res extensa. La cosificación y externalización de la vida es nuestro mal.

Al hacer esa maniobra,  el pensamiento occidental cancelaba dos molestias. Una de ellas es la temporalidad de la vida, con su inherente descontrol y el límite que interpone al intento de administrarlo. El tiempo, que no es otra cosa que el tiempo de los organismos, de la propia Tierra como gran organismo, y de la propia especie como parte de ese gran útero terrestre, desafía la omnipotencia de Occidente, su obsesión por administrar los eventos, lo que he llamado en otra parte su neurosis de control. La otra obsesión del pensamiento colonial-moderno, occidental, es la de  colocarnos, como especie, en la posición de omnipotencia de quien sabe y puede manipular la vida, la maniobra cartesiana de formular la res-extensa, la vida cosa,  y catapultarnos hacia fuera de la misma. Por eso, frente a esta pandemia, tenemos la oportunidad de salvarnos cognitivamente de esta trampa y conseguir entender que, mismo aunque sea el efecto de nuestra interferencia, el virus que nos está enfermando es, de todas maneras, un evento natural, de ese acontecer sinuoso e imprevisible que es el tiempo. Y lo es porque resulta de una interacción dentro del reino de la naturaleza, de cuya escena somos parte. El salto de un virus del animal al humano debe leerse de esta forma, que nos recoloca en esta posición de ser parte del mundo natural con sus azares, que muchas veces creemos dominados. Toda una disponibilidad distinta para la vida y para lo inevitable de la muerte surge de una consciencia que acepta  ser parte subordinada al orden natural. La exterioridad cartesiana, lejos de ser universal, lleva a un vicio de lectura propio de Occidente y tiene consecuencias.

El otro gran tema es el del futuro, vinculado también a la dimensión anárquica del tiempo. Las tres imágenes de que hablo me permiten aventurar que un gran desconcierto ha sobrevenido en el mundo frente a esta rara plaga de conducta arcaica.  Frente a este desconcierto, las tres imágenes que le atribuyo: la ausencia de un significado e intencionalidad propia, su provocación Rashomon y  su realidad radical e independiente de nuestras apuestas me permiten hablar de una batalla a futuro  por la imposición de un orden a ese desconcierto. Y toda apuesta teleológica esconde un discurso de supremacía moral y todo discurso de supremacía moral tiene una vocación autoritaria. Quién tendrá entonces la permisión de narrarlo a futuro, para usar la expresión de Edward Said, o quién detentará el derecho a narrar, usando aquí las palabras de Homi Bhabha? Entonces esas tres figuras teóricas nos permiten prever que se dará una batalla para decidir qué red de significaciones, qué discursos y qué relatos serán capaces de atrapar el evento que nos desafía, para instalar así las políticas que darán forma al mundo en el después. Sin embargo, como ya he argumentado, la única utopía que ha sobrevivido a los sucesivos fracasos “revolucionarios” en su intento de reorientar el camino de los pueblos es la absoluta imprevisibilidad del futuro: nunca sabemos hacia dónde ni cómo soplará el viento de la historia. Lo único que nos resta es hacer nuestro papel, en acuerdo con nuestras convicciones y responsabilidades.

El preanuncio de la contienda en puertas ya lo hemos visto suceder por estos días, y este texto también, inevitablemente, se incluye. Muchas mallas de sentido se han tendido para atrapar el tiempo de la naturaleza.  Ya de inicio testimoniamos la divergencia entre dos grandes analistas, como son Slavoj Zizek e Byung-Chul Han: utopía y distopía en confrontación, a la par como presagios. A partir de allí, centenas de atribuciones de significado circularon en muchos textos, pero el virus las excede en su incerteza y el desconcierto en que ha sumido a la humanidad. Esto es muy importante considerarlo pues nos lleva hacia la apertura de la historia, a su imprevisibilidad y a la aceptación de los límites implacables impuestos a nuestra capacidad de controlarla, ordenarla. El virus da fe de la vitalidad y constante transformación de la vida, su carácter irrefrenable. Demuestra la vitalidad de la naturaleza, con nosotros adentro de ella. Se ha mostrado una realidad que nos excede y supera todo voluntarismo. Occidente se enfrenta así con lo que constituye la dificultad suprema del mundo colonial-moderno, porque la meta por excelencia del proyecto histórico eurocéntrico es la dominación, cosificación y control de la vida. Acorralar y bloquear todo imprevisto, toda improvisación ha sido su intento y relativo triunfo progresivo.

Este virus y todos los que le antecedieron y vendrán más tarde presentan una libertad que hace temblar inclusive más que la misma muerte a esta propuesta civilizatoria. Una libertad desconocida. Siendo así, la orden del día solo ha podido ser replegarse para “sacarle el agua al pez”, dejar al nuevo ser sin hospedero, hasta que su peligrosidad quiera “dar la curva” y, o surja una vacuna de las manos del papel que representamos en esta gran escena: la escena ambiental.   Lo que sabemos sirve, pero más que un control indica una “adaptación”,  una flexibilidad y maleabilidad de los comportamientos, y una capacidad de respuesta que forma parte de un mismo drama, del que somos parte. Gran lección le da este minúsculo ser al Occidente.

Difícil y escamoteado en el discurso de los medios fue el impacto inicial incontestable del virus, porque su aparición en escena fue francamente democrática. Atacó en primer lugar y con gran fuerza a las dos más grandes potencias del mundo, y a la rica confortable Europa. En este mismo momento está avergonzando a la Big Apple y a todo el mundo así llamado “desarrollado” al demostrar que carece de lo que parecía tener: seguridad para su gente y capacidad de cuidado masivo y general para sus habitantes. Atacó a  nobles, políticos de alto rango y empresarios de poderosas corporaciones. Hizo sorprendentes bajas entre las élites cosmopolitas. Ante el mismísimo lente mediático, le mostró al mundo que, sin lugar a dudas, todos somos mortales. Se comportó como un migrante al que nadie le coloca vallas. Llevó al propio Henry Kissinger a hablar del fin de la hegemonía norteamericana.

Es posible afirmar que, al menos por un tiempo, el virus, evento de la naturaleza, ha dado una lección democrática. En América Latina, mientras tanto, es posible adivinar un terror expectante y apenas entredicho, una verdad pronunciada a medias sobre lo que sabemos puede suceder cuando el virus finalmente derribe la frontera que blinda la inclusión de la exclusión. ¿Qué sucederá cuando macizamente  “cruce las vías” y haga su entrada, con toda contundencia, incontenible, entre los pobres?  Hasta hoy, en nuestro continente, debido a la cuarentena, la exclusión penaliza a los que viven rigurosamente al día por su necesidad del ingreso diario, pero no es en su cuadrícula que la peste se ha dejado sentir con más fuerza por ahora. ¿Qué pasará cuando arroye de lleno el espacio de los hacinados? Eso no lo hemos visto todavía. Aunque quizás quepa aquí una digresión sobre el caso particular de Guayaquil. He visitado en una ocasión esa ciudad y sus alrededores, y creo que por su extensa faja portuaria en la que atracan pesqueros pero también contrabandistas y traficantes es posible decir que allí hay una extensa población que, siendo pobre, es también cosmopolita. Esa rara conjunción entre pobreza y cosmopolitismo es lo que creo haber anticipado la llamativa vulnerabilidad de esa ciudad.

 

Volviendo a la futurología practicada hasta el momento por autores notables,  los intentos de captura han sido, hasta el momento, al menos los siguientes:

 

  • El virus hará posible derrumbar la ilusión neoliberal y abandonar la acumulación egoísta, porque sin solidaridad y sin estados proveedores no nos vamos a salvar. Sin un estado que garantice protección y entrega de recursos a los que menos tienen, no será posible continuar la vida. La postura, en este caso es que entenderemos que es necesario colocar la acumulación a disposición de la gente que la necesita para sobrevivir, y los gobernantes serán a futuro llevados a desobedecer el precepto fundamental en que el capitalismo se apoya.

 

  • El segundo pronóstico circulando podría describirse como “agambeniano” y es preanunciado por la ciencia ficción distópica. Estaríamos ingresando en un laboratorio de experimentación a gran escala que permitirá espiar a la población mundial con medios de control digital e inteligencia artificial con nuevas tecnologías infalibles. Todo será informado sobre cada uno de los vivientes y la amenaza de un estado de excepción  de magnitud desconocida  asolará a la humanidad.

 

  • Gobernantes como Trump y Bolsonaro parecen adherir, sin enunciarlo reflexivamente, a un tercer vaticinio relacionado con lo no dicho sobre la masacre esperada cuando el virus atraviese la gran frontera con los cantegriles y favelas. Un subtexto de su discurso y accionar parece asentir al exterminio de los sobrantes del sistema económico, curvarse a la ley de la sobrevivencia del más fuerte, del más apto. Una perspectiva neo-malthusiana y neo-social-darwinista se hace presente aquí, una ideología totalitaria – en la definición de ideología de Hannah Arendt – cuyos valor afirma que quien no esté adaptado a la sobrevida en determinadas circunstancias o quien  pueda perjudicar el proyecto nacional como definido por la perspectiva en poder, deberá perecer. El virus, visto desde esa ideología, se encabalga con la “solución final” característica del totalitarismo: lo que no sirve, en el sentido de que no presta servicio a un ideario, no debe vivir.  Esta posición, que es ideológica y responde al proyecto político de un sector de intereses, no debe ser confundida con un abordaje como el de Alemania, por ejemplo, que diverge de la estrategia de la cuarentena rigurosa y la extinción del virus mediante la absoluta restricción de hospederos humanos, y permite la circulación de personas apostando a la declinación natural de la potencia infecciosa del virus mediante el aumento de la inmunidad humana. Este último abordaje no es igual al de la propuesta del neo darwinismo social porque los estados que la proponen, como  Alemania y Suecia, tienen una mayor oferta de atendimiento y equipamiento médico para reducir la letalidad del virus. Aún así, ya han surgido dudas sobre la apuesta en el desarrollo natural de la inmunidad humana, que sin duda pondrá en riesgo la vida de mucha gente, y los países que han adoptado esta estrategia la están abandonando.

 

  • La cuarta interpretación adhiere a la importancia de un abordaje bélico y una derivación hacia una actitud fascista. Se entrena así para actuar sobre la base de la existencia de un enemigo. El frenesí del enemigo asoma su cabeza. Toda política montada sobre la presunción de la existencia de un enemigo común tiende necesariamente al fascismo. La enemistad, el belicismo se convierten en la razón de ser de la política. El virus sirve a las fuerzas de seguridad para actuar dentro de esa perspectiva y lógicas punitivas y de exterminio se desatan. Una parte de la población cuyo perfil en la política y en la ciudadanía tiene esas características se ha encuadrado hoy en esa lectura de la pandemia. Hay una cantidad de ejemplos de expresión de animadversión y agresividad extrema contra vecinos que trabajan en hospitales, sean médicos o enfermeros, contra personas que han llegado del exterior y contra personas que se encuentran enfermas. El furor y odio hacia toda y cualquier persona asociada a la plaga cunde entre sectores reaccionarios de la sociedad, que pretenderán, a futuro, imponer ese orden social frente a lo que puedan definir como “amenaza pública”: enfermos, migrantes, no-blancos, delincuentes, inmorales, etc.

 

  • La quinta predicción es que, al final, habrá de persuadir e imponerse a todos la idea de que la Tierra, en cualquiera de los nombres que recibe, nos habrá demostrado su límite y dejará probado que la explotación industrial de la naturaleza nos lleva en una dirección suicida. Ricos y pobres, según los que así piensan, habremos aprendido lo que los pueblos indígenas nos han repetido tantas veces: “No tenemos la tierra, es Ella quien nos tiene”.

 

  • Una sexta postura es la de que el virus vino a imponer una perspectiva femenina sobre el mundo: reatar los nudos de la vida comunal con su ley de reciprocidad y ayuda mutua, adentrarse en el “proyecto histórico de los vínculos” con su meta idiosincrática de felicidad y realización, recuperar la politicidad de lo doméstico, domesticar la gestión, hacer que administrar sea equivalente a cuidar y que el cuidado sea su tarea principal. Es a eso que le he llamado en estos días de un “estado materno”, como distinto a aquel estado patriarcal, burocrático, distante y colonial del que nuestra historia nos ha acostumbrado a desconfiar.

 

 

Seamos honestos: todas estas apuestas pueden ser perfectamente convincentes, dependiendo de cuál sea el proyecto histórico al que se adhiere y cuáles son los intereses que nos representan. Todas son igualmente interesantes e inteligentes, pero todas son omnipotentes, en el sentido de que pretenden, de antemano, vencer en la ruleta del tiempo. Todas adolecen de la neurosis de control del Occidente en su empeño por encuadrar la historia en un rumbo previsible. Muestran la inculcada incapacidad de estar, evocando aquí inevitablemente el rescate de la potencia del tiempo en su fluencia emprendido por nuestro filósofo, Rodolfo Kush, cuando substituyó el ser heideggeriano por el estar andino.

Problemas que ya existían se muestran exacerbados y se han vuelto más visibles, han aflorado y rasgado una superficie que antes no les daba acceso. El proyecto histórico del capital, y su estructura manifiesta en lo que he llamado “proyecto histórico de las cosas”, como opuesto al “proyecto histórico de los vínculos”, había vedado con eficiencia la consciencia de la finitud. Necesitaba colocar la muerte en un planeta distante. Pero hoy tenemos un gran funeral mediático, son centenas de ataúdes impúdicamente expuestos. Es posible que esto desvíe nuestro deseo en otra dirección que no la acostumbrada: ¿qué importancia podrían tener las marcas, frente a la presencia de La Muerte en el vecindario? Mejor pongámonos cómodos. Total….!

Resulta, además, que las plagas siempre son bíblicas, pedagógicas, aleccionadoras. De repente, es posible preguntarse si el orden institucional y la usina económica a que respondía no era ficcional, si el universo que habitábamos no adolecía ya de una precariedad insostenible. Más que por las muertes que ocasiona, pues decesos, mortandades ya hemos visto muchos, pero no han parado el mundo, es el desconcierto, descontrol e imprevisibilidad que la microscópica criatura ha introducido lo que viene a molestar la credibilidad del sistema. Por ejemplo, ha venido a demostrar que se puede cambiar la realidad prácticamente “de un plumazo” presidencial.  He aquí una pedagogía ciudadana: nada es inamovible, todo puede ser alterado bastando la voluntad política. En materia de gestión de la vida, constatamos que es posible transformar el mundo en un gran laboratorio en el que se  realiza un portentoso experimento.  Y eso es lo que les mueve el piso a los dueños del planeta

Que nadie venga a decirnos ahora que “no es posible ensayar otras formas de estar en sociedad” u otras formas de administrar la riqueza: se puede parar la producción y se puede parar el comercio. Estamos presenciando un acto de desobediencia fenomenal sin poder adivinar cuál será la ruta de salida. El mundo se ha transformado en el vasto laboratorio donde un experimento parece ser capaz de reinventar la realidad. Se revela, de repente, que el capital no es una maquinaria que independe de la voluntad política. Todo lo contrario. Estamos ahora frente a la evidencia que siempre los dueños de la riqueza y sus administradores buscaron esconder: la llave de la economía es política, y las leyes del capital no son las leyes de la naturaleza. Estamos frente a un Estado de Excepción inusitado y a la inversa, que ha apretado la palanca que suspende el funcionamiento de la gran usina que confundíamos con el orden divino. Un pseudo orden divino, una impostura cuya perfecta metáfora es el famoso becerro de oro bíblico, el falso dios que desorientó al pueblo de Israel en su travesía a Canaán: una gran plaga sobrevino por colocar un falso dios en el lugar del verdadero. El capital es el falso dios, la Madre Tierra es el verdadero. Y eso son los mitos en la gran episteme de la especie: siempre nos pautan la lectura del presente.

Proteger la vida, cuidar de ella en un aquí y ahora  y a como de lugar, en un presente absoluto, es todo lo que importa. No así los pronósticos y las declaraciones de principio e intención moral, pues, como he argumentado en otra parte, en esta fase apocalíptica del capital, el discurso de persuasión moral se ha vuelto inocuo frente a la pedagogía de la crueldad que ha inoculado nuestros corazones y consciencias con el antídoto eficacísimo que cancela la percepción empática del sufrimiento ajeno. Además, las pautas a futuro basadas en una supuesta idea general del bien son arriesgadas: cualquier falla en la cláusula que hayamos establecido y la construcción entera se agrietará; cualquier decepción, y nos parecerá derruirse la estructura que cuidadosamente hayamos edificado. Trabajar en la predicción es peligroso, pues no tenemos datos claros ni sobre el presente ni sobre el futuro. No conocemos con precisión lo que nos amenaza. Lo que importa es aprender a estar, cuidar como se pueda y soportar el suelo en movimiento debajo de los pies. He sugerido en otra parte que una politicidad en clave femenina se adapta mejor a este tipo de contingencia en la que salvar la vida es todo lo que importa.

En más de un texto he presentado al estado como la última etapa de la historia del patriarcado. He dicho que cuando la tarea política masculina deja de ser una entre dos tareas políticas, y el espacio donde se ejecuta deja de ser uno entre dos espacios -el público y el doméstico, cada uno con su estilo propio de gestión- para convertirse en una esfera pública englobante y el ágora única de todo discurso que se pretenda dotado de politicidad, es decir, capaz de impactar en el destino colectivo, en ese momento, la posición de las mujeres, ahora secuestradas en la cápsula de la familia nuclear, se desploma a la calidad de margen y resto, expropiada de toda politicidad. Sin embargo, se me ocurre que el enfoque albertiano, su manera de hablarnos, es, al menos en esta circunstancia,  una gestión doméstica de la nación. “Materna”, he dicho públicamente, porque lo materno y lo paterno independen del cuerpo en que se depositan, como nos ha enseñado desde hace tiempo la útil y vilipendiada categoría “género”, gran formulación del feminismo que nos ha permitido desencializar, desbiologizar roles y sexualidades. Alberto nos pide aunarnos, genera una experiencia infrecuente en nuestro país. Genera comunidad, nos pide que depongamos la discordia e intentemos reinicializar para enfrentar lo desconocido, dice que nos va a proteger y que va considerar las necesidades materiales en su desigualdad. Es por eso que he dicho que parece encarnar un estado maternal, una gestión doméstica, como una innovación. No puedo dejar de recordar aquí las dos nociones de patria a que el maravilloso ensayo de Jean Améry “Cuánta Patria Necesita un Hombre” hace referencia:  La patria patriarcal, bélica, defensiva, amurallada, y la patria maternal, hospitalaria, anfitriona. Las lenguas nórdicas tienen dos palabras diferentes para ellas: vaterland o fatherland la una, y heimat, homeland, la patria hogar, la otra. Es imprescindible destacar este acontecimiento, la diferencia albertiana, porque al teorizar, no solo describimos los eventos, sino que también los prescribimos, los hacemos ser, les otorgamos realidad, les alentamos un camino. Tenemos que identificar y nombrar las novedades que aparecen en la desconocida escena del presente.

Más que una fantasía de futuro, debemos prestar atención a lo que de hecho hay, las propuestas y prácticas que emergen, lo que la gente está concretamente haciendo e inventando. Lo que ocurre aquí y ahora a nuestro alrededor, entre nosotros. De nuevo: la politicidad en clave femenina, como he dicho otras veces, es tópica y no utópica, práctica y no burocrática. En esa vigilia, maneras de sustentar la vida que estaban al rescoldo se van reencendiendo lentamente. Nos vamos dando cuenta de que al menos una parte de la capacidad de subsistencia tiene que quedar necesariamente en manos de la propia gente. Resurge en nuestro país la memoria del 2001. Nuestra propia Odisea del Espacio, infelizmente archivada. Un sentimiento de pérdida muy grande se experimenta cuando nos percatamos de que, en el momento en que el Estado retoma eficientemente las riendas de la economía nacional y se supera el período de la gran carencia, toda aquella economía popular se desintegra. En la hambruna e intemperie del 2001, surgieron estructuras colectivas, el individualismo recedió y el país pasó por una mutación que se deja sentir hasta hoy. Pero cuando el problema de las necesidades materiales inmediatas se resolvió, nada promovió la permanencia de esas estructuras operativas que se habían creado.

He defendido que el buen estado es un estado restituidor de fuero comunitario, protector de la producción y el mercadeo local y regional, capaz de fogonear un camino anfibio: no podrá abdicar del mercado global porque de sus dividendos provienen los recursos para sus políticas públicas, pero tampoco deberá abandonar la auto-sustentabilidad de las comunidades, la soberanía alimentar y el mercadeo local, arraigado, que, como en el caso presente, vuelve a hacerse crucial para la sobrevivencia. Un buen estado transita entre los dos caminos y blinda al más frágil, para que sus saberes, sus circuitos propios de mercadeo, sus tecnologías de sociabilidad y sus productos no se pierdan, ni tampoco su autonomía. Vemos nuevamente hoy como resurgen a nuestro alrededor las pequeñísimas huertas en balcones, corredores, galerías y patiecitos, las trocas de sus productos entre vecinas; propone el gobierno las cuarentenas comunitarias, en barrios que se cierran como comunas; retoman su papel los colectivos, hacen colectas, se organizan para que la gente coma, y mis vecinas santelmeñas en red me preguntan todos los días qué necesito. No olvidemos a los millones de hindúes “walking home”,  un lugar que nadie jamás debería ser obligado a dejar. Vemos la ansiedad por la vuelta al terruño en todas partes, y tenemos la obligación de entender este movimiento visceral, atávico, de volver a casa.

El problema que resta es ¿cómo garantizar que esa experiencia quede registrada en los discursos del tiempo pos-pandemia y permanezca audible para, de esa forma, evitar que sea rehecha la fantasía de normalidad y de inalterabilidad que nos capturaba? ¿Cómo retener la experiencia de un deseo que, al menos durante este intervalo, se encaminó libremente hacia otras formas de satisfacción y realización? Habrán fuerzas habilidosas, muy bien instruidas, estudiando el tema para clausurar esa memoria, desterrarla, dejarla bien vedada, para de esa forma garantizar la continuidad de una “normalidad” que la pandemia había interrumpido. ¿Cómo estar preparadas para que el olvido no suceda? Como evitar, también, que la pérdida de experiencia acumulada en el 2001, vuelva a ocurrir?

 

[1] Agradezco a mi hija Jocelina Laura de Carvalho Segato las incontables horas de conversación sobre los errores cognitivos y epistemológicos del especismo.

La crisis que desvela: hacia un nuevo Welfare // Christian Marazzi

Original en: https://www.globalproject.info/it/in_movimento/la-crisi-che-disvela-verso-un-nuovo-welfare-europeo/22694
[Traducción: Emilio Sadier para sangrre.com.ar]

Christian Marazzi nació en Lugano, Suiza, en 1951. Doctor en Economía, enseña en la Scuola universitaria professionale della Svizzera italiana y ha escrito, entre otros libros, Il posto dei calzini (1994) [El sitio de los calcetines (Akal, 1999)], E il denaro va (1998), Capitale & linguaggio (2002) [Capital y lenguaje. Hacia el gobierno de las finanzas (Tinta Limón, 2014)], Finanza bruciata (2009), Il comunismo del capitale. Finanziarizzazione, biopolitiche del lavoro e crisi globale (2010), Diario della crisi infinita (2015).

Cristian Marazzi

En esta entrevista, analiza las relaciones entre la anterior crisis global de 2008 y la actual, solapada con la pandemia; plantea la necesidad política de un nuevo Estado Social que promueva un modelo antropogenético; y señala para el caso europeo –en línea con discusiones y acciones que están cobrando fuerza en otras latitudes– la necesidad de herramientas de financiamiento de la deuda pública y de redistribución de la renta, entre las que se cuenta el ingreso ciudadano.

Estamos ante la mayor crisis sistémica después de la de 2008. ¿Cuáles son, en su opinión, los principales elementos de continuidad a nivel económico y social?

El punto de continuidad es el de encontrarse ante un colapso, tanto en el frente de la oferta como en el de la producción de valor. Esto último simplemente debido al hecho de que una parte de la producción a escala nacional y mundial está bloqueada por obvias razones sanitarias. Por supuesto, el colapso de la demanda también es un elemento que tiene semejanzas con la crisis de 2008.

Aquí, sin embargo, las similitudes se acaban y surgen las diferencias. Mientras que a la crisis de 2008 se llega con una evidente burbuja especulativa sobre los bonos públicos y las acciones bursátiles vinculadas al sector inmobiliario, aquí llegamos a la misma situación de crisis a través de un elemento que tiene ciertamente que ver con la globalización –en particular, con el estrés impuesto por la financierización a todos los niveles y sobre todo a nivel ambiental–; sin embargo, sigue siendo un elemento relativamente exógeno, aunque se mantiene dentro de lo que ha sido un maltrato evidente del planeta y del medio ambiente por parte de la lógica y las prácticas capitalistas.

En tus escritos, a menudo has utilizado el concepto de “estancamiento permanente”, al menos para definir lo que estaba sucediendo económicamente después de la crisis de 2008-2011. ¿Cómo creés que este evento pandémico puede incidir en un proceso a largo plazo vinculado al estancamiento, y cuáles en cambio pueden ser elementos de ruptura?

Este estancamiento secular se instauró a partir de 2008 debido a las políticas de austeridad, por un lado, que redujeron los ingresos desde el punto de vista de su origen redistributivo, y debido a la precarización del trabajo.

Ante la falta de demanda frente a una oferta de producción de mercancías, que sin embargo ha crecido, los diversos Bancos Centrales implementaron políticas monetarias que llevaron al aumento de las deudas públicas y sobre todo privadas y que, por lo tanto, caracterizaron esta docena de años de estancamiento secular. Esto ha causado un aumento vertiginoso de las desigualdades en casi todas partes, en Occidente y más allá.

Ese factor actúa de modo que la crisis actual nos encuentra frente a frente en apariencia con el mismo enemigo, pero en realidad se trata de un “virus de clase”, en el sentido de que produce efectos diferenciados sobre las clases sociales. Desde el punto de vista de los datos afecta más fuerte a la población de edad avanzada, pero desde un punto de vista económico-financiero afecta mucho más a quienes son los vectores más estratégicos de la economía, es decir, a quienes trabajan en el sector de la salud o en el sector logístico y que, sin embargo, se encuentran teniendo condiciones remunerativas decididamente precarias. Esto es lo que esta crisis nos permite decir, observando cómo llegamos a ella.

En este tiempo se está reabriendo un debate que, quizás por primera vez, está poniendo en cuestión los modelos de gestión de la deuda y del gasto público de la gobernanza europea. En tu opinión, ¿es posible abrir un ciclo expansivo y redistributivo sin intervenir de manera estructural sobre el pacto de estabilidad y, en general, sobre los parámetros de Maastricht?

Quiero dejar bien claro que es posible salir de esta crisis con el relanzamiento de un nuevo Estado Social respecto de aquel que ha sido maltratado durante los últimos treinta años. Un Estado Social que se apoye en sectores como la salud, lo comunitario, la cultura, la investigación, la formación y el medio ambiente. Es decir, un Estado Social que sostenga y promueva un modelo antropogenético, basado por lo tanto en las actividades humanas para el hombre, antes que en aquellas realizadas exclusivamente para la producción de mercancías.

Sin embargo, todo esto pertenece al orden de lo posible y dependerá mucho de cómo saldremos de él, por ejemplo, en términos de modalidades de financiamiento y de distribución de la deuda pública, que obviamente está destinada a crecer vertiginosamente en los próximos meses debido a las medidas de intervención que apuntan a sostener tanto la demanda como la oferta.

Las modalidades de financiación de la deuda pública deciden en parte cuál será la duración de este Estado Social, o las posibilidades mismas de declararlo.

Si en Europa no nos emancipamos de las que han sido las condiciones estrictas que llevaron a la crisis de 2010-2012 (por ejemplo en Grecia, pero no solo), de los parámetros de Maastricht y de las condiciones de austeridad impuestas para el otorgamiento de las ayudas del Fondo Salva Estados[1], no veo posible que exista un Estado Social que tenga la capacidad de durar más allá de la crisis que estamos viviendo. Más bien, veo el riesgo de una lucha entre los Estados miembros para apropiarse de los capitales en circulación en los mercados financieros, cada uno con miras al financiamiento de sus propias deudas públicas.

Por lo tanto, creo que es deseable buscar políticas de mutualización de los riesgos, pero también de financiamiento de las deudas públicas de los Estados miembros, porque, si no lo hacemos, creo que lamentablemente avanzaremos hacia un soberanismo de las respectivas deudas públicas a escala europea.

La crisis actual también está reabriendo el espacio para una batalla históricamente estratégica por los movimientos, la del ingreso y del Quantitative easing for the people[2]. ¿Es posible, en este contexto, impulsar una nueva fiscalidad a nivel europeo que tenga una perspectiva redistributiva, y que se relacione con las cosas que acabás de decir sobre un nuevo modelo de Bienestar?

Estoy convencido de que una quantitative easing for the people, esto es, una redistribución diferente, por ejemplo, a la de estos 750 mil millones de euros que el BCE ha asignado para intervenir sobre los títulos públicos en poder de los bancos de los distintos países, está a la orden del día. Por consiguiente, necesitamos un ingreso ciudadano que sea una alternativa a las medidas de quantitative easing que hemos visto en los últimos años, porque hemos visto que muchas de estas inyecciones de liquidez por parte del BCE no han terminado en la economía real, y mucho menos en los bolsillos de ciudadanos europeos, sino en los mercados financieros. Las políticas de quantitative easing no han contribuido realmente a salir del estancamiento secular que mencionaba antes.

Creo que es realmente muy importante reivindicar una renta de ciudadanía, un ingreso ciudadano que, tengámoslo muy en cuenta, se agregue a los beneficios sociales, a las redes de seguridad social vigentes en los Estados miembros, y no en sustitución de ellas. Esto además porque, cuando sea que salgamos de esta situación de emergencia, muchas de las empresas que consigan sobrevivir a largo plazo estarán endeudadas y, por lo tanto, la existencia de una demanda solvente, en virtud de esta quantitative easing for the people, será fundamental para permitirles volver a producción y crear riqueza, precisamente porque existiría una demanda lista para absorberla. De lo contrario, realmente corremos el riesgo de una depresión duradera.

Hay también, por lo tanto, una valencia positiva desde el punto de vista macroeconómico en la idea de la renta de ciudadanía. Pero, sobre todo, hay una pregunta relacionada con los nuevos modos de producir, en particular con la digitalización, porque con un ingreso de ciudadanía finalmente se puede reconocer toda la producción de riqueza que hacemos de forma gratuita como resultado de estos nuevos modos de trabajar. Esto con mayor razón en una fase en la que aumentará el trabajo a distancia (onlinesmart working, etc.), dentro del cual la cantidad de trabajo gratuito que se está acumulando es decididamente importante.

En mi opinión, es necesario movilizarse alrededor de este tema y creo que es necesario hacerlo no solo a nivel nacional, sino a escala europea. Es algo que ya hemos dicho y repetido en el pasado, pero la característica de esta crisis es la de revelar cosas que habíamos predicho desde hace tiempo y que, debido a cuestiones de relaciones de fuerza y de modalidades particulares de crecimiento del capital, permanecían soterradas. Esta crisis, por un lado, revela todas las contradicciones del capitalismo financiero y global que hemos visto y experimentado en las últimas décadas; por otra parte, también trae formas de subjetivación, pensamiento crítico y experimentación que han permanecido en cierto modo ocultas o no han tenido la posibilidad de explotar a mayor escala, en particular a nivel continental. Es necesario moverse en esta dirección.

[1] Fondo salva-Stati, nombre que se le ha dado al Mecanismo Europeo de Estabilidad, organismo mutigubernamental regional fundado en 2011 para asistir económicamente a los Estados de la Eurozona con dificultades financieras. [N. del T.]

[2] “Expansión cuantitativa para las personas”, en referencia a medidas de estímulo económico y redistribución de la renta orientadas a los sectores populares, trabajadores, etc. [N. del T.]

La esencia del Estado contemporáneo (1) // Jacques Rancière

Fuente del texto en francés: Le Grand Continent, 10 de Marzo de 2020.

Traducción al español: Ignacio Gordillo y Martín Macías Sorondo. Corrección y edición: Gisele Amaya Dal Bó.

El filósofo francés Jacques Rancière firma un texto crucial sobre las transformaciones del Estado contemporáneo, los usos de la inseguridad y la lógica global de la profunda contradicción que estructura la secuencia actual.

El 29 de febrero, en Francia, el gobierno decidió implementar el decreto 49.32 para hacer pasar su reforma de las jubilaciones en la Asamblea Nacional, reforma que desde su fase de proyecto había desencadenado uno de los mayores movimientos sociales de los últimos cincuenta años. Ese mismo día, se anunciaron las primeras medidas de orden público para limitar la propagación del coronavirus, prohibiendo las grandes reuniones y restringiendo la circulación en los primeros focos de contagio identificados. Esta coincidencia no debe entenderse como más que eso, una coincidencia. La llegada del virus sigue siendo, por supuesto, un elemento exógeno. Pero tampoco hay que desaprovechar esta oportunidad conceptual, porque implica simultáneamente dos formas del vínculo entre los ciudadanos y el Estado, que pueden parecer contradictorias.

Nos pareció pertinente entonces ofrecer la lectura de una crónica pronunciada por el filósofo Jacques Rancière en el verano de 2003 en una situación que presenta elementos análogos a los que estamos viviendo en estos días: por una parte, la canícula que conlleva la muerte de miles de ancianos, por la otra, la reforma del sistema jubilatorio. El autor nos ha autorizado generosamente a publicarla bajo la condición de que “no le adjudiquemos el rol de profeta”.

 

El Estado y la canícula por Jacques Rancière

Al defenderse por no haber sabido prever los efectos de la canícula3, nuestro gobierno ha reconocido implícitamente que le correspondía, si no controlar el calor y el frío, por lo menos, prever todos sus efectos posibles sobre las vidas de nuestros conciudadanos.

Si el asunto se presta a la reflexión, es porque el gobierno está al mismo tiempo empeñado en una labor aparentemente opuesta. Su gran tarea es la de reducir los gastos que la colectividad asume para garantizar, tanto como sea posible, para cada uno un empleo, un salario y acceso a la salud. Este cometido se acompaña de un discurso que exalta las virtudes reencontradas del riesgo y de la iniciativa individual contra la tiranía del Estado de bienestar y el arcaísmo timorato de los privilegios sociales.

Es así como las circunstancias actuales nos presentan, en apariencia, un singular contra-efecto: en el momento en el que el Estado decide hacer menos por nuestra salud, se reconoce responsable en su conjunto en lo que respecta a nuestra vida, su duración y su protección contra todos los flagelos que la pueden amenazar. No se trata aquí de una contradicción accidental, sino más bien de una lógica global. Lo que está en juego en las reformas actuales no es, sin importar lo que se diga, la restauración gloriosa de las virtudes del individuo contra el lastre del Estado. Es más bien el reemplazo de sistemas horizontales y asociativos de solidaridad por una relación vertical entre cada individuo con el Estado protector.

¿De qué nos protege el Estado precisamente? Se resume en una palabra: inseguridad. Se ha querido asignar este término a los fenómenos de violencia y de delincuencia que existen en buena parte de los suburbios y colegios. Pero la inseguridad no se identifica con ningún fenómeno en particular; es la sensación móvil de que estamos amenazados por flagelos innumerables y eventualmente sin rostro. Nuestro presidente fue hace poco elegido por algunos para luchar contra el flagelo de la inseguridad en los suburbios y por otros para protegernos de la extrema derecha securitarista. En qué medida ha vencido a esas dos enfermedades, hoy en día nadie se lo pregunta expresamente. En su lugar, se le plantea si su gobierno ha hecho todo lo que es necesario para prolongar nuestra vida tanto como ella pueda serlo.

Detrás de las alabanzas oficiales a la virtudes del emprendimiento y del riesgo, lo que aparece de hecho es un vínculo cada vez más fuerte de cada individuo con un Estado encargado de protegernos de todos los peligros, tanto aquellos del islamismo y del terrorismo, como aquellos del calor y del frío. Esto quiere decir que la sensación de miedo es aquello que hoy más que nunca cimienta la relación de los individuos con el Estado.

 

Sería necesario entonces revisar algunos de los análisis entre los que hemos estado viviendo desde hace algún tiempo. Estos nos describen al Estado contemporáneo como aquel cuyo poder está cada vez más diluido, invisible, en sincronía con los flujos de mercancías e información. Estaríamos en la era del consenso automático, del ajuste indoloro entre la negociación colectiva del poder y la negociación individual de los placeres en la sociedad de masas democrática.

Sin embargo, el estruendo de las armas estadounidenses, los himnos a Dios y a la bandera o las renovadas mentiras de la propaganda estatal han sacado a la luz una verdad inquietante: el Estado consensual en su forma consumada no es el Estado gerencial o el Estado modesto. Es el Estado reducido a la pureza de su esencia: el Estado policial. La comunidad de sentimiento que apoya a este Estado y que este gestiona en su beneficio, es la comunidad del miedo.

Los errores que los gobiernos reconocen o de los que se les acusa en lo que respecta a la protección de su población actúan, entonces, como una especie de contra-efecto. Al no protegernos bien, están demostrando que están ahí más que nunca para hacerlo. El fracaso del gobierno de los Estados Unidos en proteger a su pueblo de un ataque preparado desde hacía mucho tiempo se revela como una prueba de su misión de protección preventiva contra una amenaza invisible y omnipresente. Lo mismo ocurre con los fracasos de nuestros gobiernos para hacer frente a la pequeña delincuencia o para prevenir los riesgos para la salud. Prevenir el peligro es una cosa, manejar la sensación de inseguridad es otra.

La opinión reinante desearía ver en el desarrollo de la lógica securitaria una reacción defensiva provisoria, debida a los peligros que plantean hoy en día a nuestras sociedades avanzadas las actitudes reactivas de las poblaciones desfavorecidas, impulsadas por la pobreza al desvío de conducta, el fanatismo o el terrorismo. Pero no hay indicios, en verdad, de que las actuales campañas de fuerzas militares y policiales o que los reglamentos securitarios estén conduciendo a una reducción de la brecha entre ricos y pobres, lugar privilegiado en el cual se quiere ver la amenaza permanente que pesa sobre nosotros.

La inseguridad no es un conjunto de hechos, es un modo de gestionar la vida colectiva. La avalancha mediática cotidiana sobre todas las formas de peligros, riesgos y desastres, así como la moda intelectual del discurso catastrofista y la moral del mal menor, muestran suficientemente que los recursos del tópico securitario son ilimitados. La sensación de inseguridad no es una preocupación arcaica, hoy reactivada debido a circunstancias transitorias. Es una forma de gestión de los Estados y del planeta que es capaz de reproducir en bucle las mismas circunstancias que lo sustentan.

 

 

(1) El artículo original se encuentra en: Rancière, Jacques, Moments politiques, interventions 1977-2009, París, La Fabrique, 2009, pp. 142-145.

(2) El tercer párrafo del artículo 49 de la Constitución Nacional francesa le permite al primer ministro, luego de consulta con el gabinete de ministros, decidir la promulgación de un proyecto de ley referido a las finanzas o al financiamiento de la seguridad social sin que sea necesario el debate parlamentario. Funciona, en suma, como una medida de excepción en la promulgación de leyes. El Parlamento puede contestar la decisión presentando una moción de censura en el lapso de las 24 horas posteriores a la aplicación del artículo 49.3, que debe ser apoyada por la mayoría de los miembros de la Asamblea para cobrar efecto y desaprobar el programa o la decisión del gobierno. En tal caso, el primer ministro debe, por ley (art. 50) presentar su renuncia al presidente. En el caso en cuestión, dada la mayoría parlamentaria del partido promotor de la reforma de las jubilaciones, la aplicación del artículo 49.3 supuso una aceleración en la aprobación de la ley que impidió su debate, método ampliamente repudiado por la ciudadanía y los partidos de oposición. (N.T.)

 

(3) En 2003, una ola de calor en Europa occidental y el creciente número de muertes que ella provocó habían suscitado en Francia cierta crisis político-mediática.

 

Argumentos de la fiebre. Segunda entrega de Esquirlas del miedo // Marcelo Percia

Se llama esquirlas a las astillas desprendidas de un cristal, de una piedra, de un metal, de la vida común detonada.

Estos tiempos necesitan argumentaciones que ayuden a entender e interpretar lo que está pasando, recomendaciones que ayuden a actuar, cercanías y confianzas que ayuden a estar, decisiones de gobiernos que cuiden.

También necesitan pensamientos espasmódicos, contracciones de ideas que duelen,  argumentos inacabados de conversaciones por venir.

Los fragmentos que siguen intentan esto último.

 

Un virus que mata logra, por el momento, parar un mundo que marcha hacia el desastre.

Logra lo que hasta ahora nada pudo: frenar la desidia de un modelo económico cruel y violento, que extrema las desigualdades y que está destruyendo el planeta.

 

De repente, se amanece con deseos de semilla. Semilla no como plan concentrado, sino como impulso hacia lo no sabido ni imaginado.

 

Una sola letra distingue estar cercanos de estar cercados.

Una sola letra distingue sueños de dueños.

Entre el sentido común y el sentido de lo común flotan galaxias.

 

No se sabe, no se puede imaginar, cómo sigue la vida después del virus. Pero, sí se sabe que no se quiere morir así: sin un beso, sin una caricia, sin el último abrazo. Sin el común dolor de cercanías que se despiden para siempre.

 

Escrutando, en el abismo de estos días, no se hayan reflejos de una figura propia, personal, identificable; se entrevén tramas de sensibilidades que tiemblan, se atraen, se despedazan, en las aguas borrosas de la historia.

 

Si no se puede otra cosa, la sesión clínica por teléfono sin imagen ayuda a sumergirse en la voz. A entregarse a una llamada, a una palabra, a tonos que se apagan y a cadencias que sorprenden.

Un momento de análisis puede acontecer en cualquier parte si se encuentra con una disponibilidad que escucha en estado de demora. Que asiste al vértigo de un silencio que solicita una señal de presencia, para no caer.

 

El problema no reside en la sociedad de control y vigilancia ni en las clases virtuales. El problema, aquí y ahora, consiste en el hambre, en la brutalidad policial, en los muchachos a los que “les tocó la hora de ganar menos”.

 

Hablas del capital tambalean desquiciadas.

Naciones poderosas luchan entre sí para acaparar barbijos y respiradores.

Francia acusa a Estados Unidos de comprar en aeropuertos chinos (al contado y a un precio cuatro veces superior) tapabocas destinadas a Europa.

 

Estadounidenses se protegen de las consecuencias del virus. Autorizan a funcionar tiendas de alimentos, de medicinas, de armas.

Aumenta la venta de rifles, pistolas, municiones y cuchillos.

 

Normalidades niegan, disfrazan, desestiman, cualquier cosa que las desestabilice.

Postulan que sigamos con la vida normal desde nuestras casas: que trabajemos, estudiemos, cumplamos años, hagamos el amor, nos analicemos, asistamos a un recital, estando en línea.

Nos encontramos ante la inesperada oportunidad de no seguir una vida normal, de no actuar como si no estuviera pasando nada.

Nos encontramos ante la oportunidad de no normalizar el sinsentido de correr hacia ninguna parte.

De no encubrir la visión de la desigualdad, de la concentración de riquezas, de la destrucción del planeta, de las violencias y crueldades, de las guerras coloniales y financieras.

Estamos ante la oportunidad de una común demora, de una común detención, de una común angustia. De una común convicción de que “Esta normalidad no va más”.

Aunque no propongamos ninguna otra.

 

Cerrar el día, entrar en la noche, amanecer otra vez, andar en un círculo cerrado: sucedía así antes, pero colosales distracciones ayudaban a olvidarlo.

 

En tiempos de tormentas, catástrofes, epidemias, urgen conducciones.

Pero, no como el descollante papel que asume un liderazgo fuerte, sino como diferentes posiciones por las que pasan sensibilidades que, en momentáneos entramados, pueden conducir fuerzas del común cuidado.

 

La cuarentena reduce lo aleatorio. La ciudad como reserva de imprevistos deseados.

 

No crecen los infectados. No se trata de infectados, sino de vidas que padecen una infección.

No expresa lo mismo si se dice invadidos, corrompidos, emponzoñados, que si se dice receptividades afectadas.

No expresa lo mismo si se dice contaminados, que si se dice inocencias afiebradas que temen contagiar, que se ahogan, que pueden morir.

Resistir lenguajes de la crueldad, tecnicismos que anestesian dramatizando, la vida y la muerte traducida en gráficos estadísticos.

 

Si se percibe lo que está pasando, cuesta no enfermar de miedo.

El miedo enferma cuando calla, niega, rebasa. Cuando se complace de sí. Cuando desespera y no se cuida. Cuando adhiere a todos los desastres. Cuando solo piensa con miedo. Cuando no ríe entre cercanías que se gustan.

 

Se extrañan barullos de voces superpuestas. Algarabías que se aproximan con ganas. Encuentros súbitos. Seducciones de una sola mirada. Roces accidentales. Sudores que se mezclan. Alientos que no dañan. Temores habituales. Sin contar otras cosas que ya se están sabiendo.

 

Las etiquetas yo me quedo en casa y nos cuidamos entre todos comienzan a servir como argumentos de venta y autopistas de consumo para muchas empresas. El mercado de los cuidados aprovecha al yo y al entre todos.

El común cuidado necesita inventar una lengua que las hablas del capital no puedan absorber.

 

Cuidar a quienes cuidan con barbijos, guantes, trajes, alcoholes, salarios. También con demoras en las que cada cual pueda contar qué le está pasando. Sin negaciones ni temeridades. Sin pánicos ni alarmismos. En confianzas que socializan astucias que ayudan a seguir viviendo.

 

El sentido común quiere que esto termine pronto y se adapta para seguir sin detenerse a pensar el mundo.

Negaciones engendran fanatismos.

La común curiosidad decide demorarse en lo que está pasando, aun sin saber cómo alojar lo que se siente.

Ese común no saber abraza soledades.

 

Hoy la medicina está pasando por un momento transitorio de poco saber.

Como estamos siempre quienes asistimos aflicciones de la vida en común.

Poco saber no equivale a saber poco, alude a lo ilimitado, inalcanzable, inconcebible del saber clínico.

Estar en posición de poco saber previene omnipotencias, soberbias, individualismos profesionales.

 

En algún momento estas preguntas pasan por la cabeza: ¿Estoy viviendo los últimos días? ¿Los astronautas me van a sacar de mi casa? ¿Saldremos de esto?

A veces, la cabeza no dice nada, duele callada.

 

Cuando la memoria de los besos se borre, el deseo de lo común carecerá de sentido.

 

Alejandro Kaufman piensa que para el capitalismo las vidas que hablan cuentan lo mismo que para el póker las voluntades que juegan. Al póker no le interesa quienes participan de la partida, le da igual quién gana o quién pierde.

De la mesa del capitalismo nadie se puede retirar.

 

La cuestión más difícil no reside en las incertidumbres por venir, sino en soltar las certezas del hasta ahora.

 

El gobierno de México emite una Guía Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica. Da este ejemplo. Hay dos pacientes: A tiene 80 años y B tiene 20 años. Se dispone de un solo respirador. A puede vivir 7 años más, mientras B 65 años más. El respirador corresponde a B.

Se presenta la condena como cálculo racional, la indolencia como asignación de recursos, el consentimiento con la crueldad como razón de fuerza mayor.

No se concibe ni se imagina la posibilidad de una común decisión amorosa y solidaria entre sensibilidades que padecen.

 

Desamparos tutelados por el pánico, en la desesperación, se envalentonan levantando banderas fanáticas.

Fanatismos de la prevención señalan, desprecian, estigmatizan.

 

Se vive un presente pleno que cierra sus fronteras amenazas.

Los días pasan sin que pase nada.

Se asiste a la inminencia de que está por venir lo peor.

¿Cómo preparar el común cuidado para ese momento?

 

Cuidar a quienes cuidan. A quienes se disponen a acompañar duelos sin despedidas.

 

Sensibilidades que tienen casa, agua y jabón, alimentos, algún dinero, amorosas distancias conectadas, tiempo para ver películas, leer un libro, remover la tierra de una maceta, rescatar una foto vieja, se declaran privilegiadas.

El privilegio de transcurrir las horas sin premuras.

 

Tras años de atener consultas de las aflicciones del vivir, sensibilidades que se entregan a cuidadosas demoras, aprenden a visitar casi todas las afecciones, incluso las de la felicidad.

 

La negación protege inmovilizando lo negado.

 

Hablar todo el tiempo del virus cansa, aburre, fastidia. La tácita presencia del miedo, el modo callado de saberlo, las formas amables de distraerlo, se presentan como tretas de una común evasión que reconforta.

 

La disyuntiva no se presenta entre salud y economía, sino entre la mera vida y el común vivir.

 

Cuesta contar con el tapabocas puesto cómo nos estamos sintiendo, si dormimos o no, si tenemos miedo, o si nos pasa algo que no sabemos explicar.

 

No está de más decirlo otra vez: uno de los mayores riesgos después del virus y del desamparo, reside en ahogarse en el auto padecimiento.

 

Vivimos tiempos en los que urge estar aunque no se sepa cómo.

 

 

Onda inmunitaria: voces cómplices para pensar la crisis del coronavirus // Onda inmunitaria

Un punto de emisión para pensar en compañía, para escuchar qué se está pensando desde distintos lugares, desde los haceres, desde las experiencias que vamos teniendo.Un esfuerzo, artesanal y precario, para pensar-con y escuchar, partiendo desde lo que hay, más acá o más allá del monólogo experto, mediático, del discurso autorizado.

Le hemos llamado Onda Inmunitaria, porque la única inmunidad individual y colectiva posible está en pensar y actuar por cuenta propia, sin esperar, sin delegar, sin dejarnos desposeer del sentido y la materialidad de nuestras vidas.

En esta primera entrega nos ponemos en contacto con amigxs en el extranjero para que nos transmitan un clima de sensaciones, reflexiones, preguntas. Voces cómplices:

Amarela Varela desde México nos habla de la división social en el país y de cómo se nota en el confinamiento, en el acceso a las tecnologías, en la educación cuando no hay escuela.

Pablo Lapuente desde Suecia nos habla de las (no) medidas puestas en marcha por el gobierno, de la respuesta social, de la degradación del Estado del Bienestar, del individualismo y la cultura cooperativa en Suecia.

Cristina Vega desde Ecuador comparte sus esfuerzos por entender el origen de la pandemia y el conflicto entre los modos de explotación del planeta, sociales, políticos. Reflexiona sobre la articulación social y las posibilidades de lucha, transformación y supervivencia en el contexto ecuatoriano.

Pantxo Ramas desde Roma nos habla de las distintas fases por las que han pasado los confinados en Italia, de los mecanismos de privatización/mercantilización de la salud, de la potencia que podría tener en estos casos una salud comunitaria o situada en el territorio.

Sera comparte su vivencia de la pandemia desde Sao Paulo donde parece que el equipo de Bolsonaro, a pesar del propio Bolsonaro, está tomando medidas adecuadas. Nos sensibiliza con las graves desigualdades de la ciudad, ¿cómo se lavarán las manos quienes ni siquiera tienen agua corriente?

Jun Fujita habla de la situación del coronavirus en Japón, donde el gobierno ha minimizado el contagio para proteger los Juegos Olímpicos y la población ha establecido una relación ambivalente con el virus: sólo una alianza clandestina con el corona podía desbaratar el cálculo económico del gobierno.

Ana Bigotte desde Lisboa nos cuenta sobre la instauración del Estado de emergencia, sobre las solidaridad institucionales y autónomas, sobre su personal caso, avisada de la gravedad de la situación por su hermano médico en medio del escepticismo general.

Cuando termine la pandemia ¿vuelve el desborde? // Alejo di Risio Olivera

Disonancia cognitiva, cortocircuito mental. Querer abrazarlo todo y que nos ahuyenten los demás: sexting a la distancia. El nuevo challenge será conectar con lo corpóreo sin flashear pandemias futuras. Ahora que nos aprendimos el protocolo, ¿se nos queda pegada la alergia a la otredad?¿Cómo resucitan los cariños después de haber sido mala palabra? ¿Cómo hacemos para que cuerpo a cuerpo no signifique pelea? Las crisis eran más o menos normales, pero ahora la normalidad está en crisis. La sensación de estar a la merced de fuerzas incontrolables tarde o temprano se va a ir. ¿Pero después qué?¿Podremos rehacer una mejor? Retomar el control sobre nuestros devenires personales, difuminarlos, volverlos sociales. Reconstruir una nueva (a)normalidad, recuperar los afectos y volver a las calles.

 

Cuando no haya videollamadas para aguantar la manija ¿hacia dónde desborda la necesidad de contención? Sin recetas para probar, ni ocio para rumiar; el desborde emocional encontrará otros flujos. La experiencia traumática colectiva en la que ahora surfeamos va a dejarnos unas heridas que nadie puede predecir. Marcas con las que habrá que aprender a lidiar, a cicatrizar, que necesitarán un tiempo para dejen de doler.

 

Chapar a diestra y siniestra, pero panicar con el vuelto en el almacén. Celebrar la nueva licencia para no volver al cachete-con-cachete o zambullirse en cariño familiar. Recuperar el tiempo perdido en los lazos comunitarios. El grito al vecino, los chats espontáneos ¿Vecina necesitás algo del super? El distanciamiento es físico, no es social. Amucharse en las mini comunidades que se afianzaron, que no se desdibujen. Aguantar la parada, no dejar el grupo de whatsapp. Llamar a la familia. Reirte de los memes. Dejar morfi y regalitos en la puerta del vecino, pero volver a pelearte por la mancha de humedad.

 

Acariciar a la vieja sin flashear infección, abrazar al abuelo sin flashear homicidio. Cuando vuelva la manija a retomar centralidad ¿Lloramos porque los gliptodontes no llegaron a resucitar?¿O que el riachuelo no se llegó a limpiar sólo por omisión? Aparecieron ojeadas a otros mundos posibles, a la capacidad de recuperarse rápido de algunos ecosistemas, que tal vez hasta nos cambian un toque el horizonte. Nos muestran que no es imposible que estamos a tiempo de pegar volantazos sin derrapar. Pero sólo por inercia no se salva nada.. A lo mejor las próximas masas madre pueden levar otras experiencias, parar un toque la pelota y ver que si hay alternativas ¿Cambiará como vemos la salud personal?¿Y al personal de salud? Poner al cuidado en primera plana. Como algo constante, preventivo, interdependiente y comunitario, que no pueda esperar pandemias para recién ahí salir a curar. 

 

Y al borda de la sociedad, nuestra salud mental. La probadita de encierro que nos estamos comiendo nos enfrenta con fantasmas personales, nos generan empatía con lo endeble de la cordura. Confesar la fragilidad en las juntadas, sin pantallas que filtren la vergüenza, sin la virilidad que demanda racionalidad. Te quiero ver forzando esa fantasía de autocontrol, el orgullo de fortachón solitario después de fumarte la presencia de fuerzas incontrolables. En el encierro de la cuarentena covidera, no hay analfabetismo emocional que valga. Entre cuatro paredes y un trauma social, la insensibilidad aísla, mata, enloquece. La impunidad de pasear por la vida sin sensibilidad sólo por ser criado varón se desarma. Se olvidan los rasgos de masculinidad y se buscan otras maneras de demostrar afecto. Unas que estén fuera del maltrato consensuado entre pibes, del te pego porque te quiero y sé que no te vas a ofender porque me querés, pero nunca nos lo decimos, porque somos varones, no nos confesamos que las palmadas también pueden doler.

 

Pero el desborde va a encontrar su cauce, siempre lo encuentra. Empezarán les inconscientes, los arriesgados, las carpediemeras y les conspiranoides. Volverán los chapes furiosos en los rincones de barliches que aullan cumbia vieja en la trasnoche. Lenguas anónimas volverán a acariciarse en fiestas, en recitales; en esos templos de placer y manija donde se extermina la distancia preventiva. Donde se busca la catarsis necesaria después de cada semana de laburo funcional. Enjuagues de careta rutinaria que suceden como un ritual. La pandemia no es sólo covidera, es la precarización de los deseos. El desborde aparece porque la normalidad no nos da espacio para nuestro deseo, lo aniquila. Y sin distracciones, vuelven a surgir. Imaginate una cuarentena sin internet.

 

Menos vivos de instagram y más ranchadas, timbrazos inesperados, fisurear en cada juntada para celebrarnos. Que pinten los mates sin razón, las birras de corazón. La comidita improvisada, excusas para disfrutarnos entre varios. La presencia ajena, la conexión, el dicharacheo sin sentido y hablar sin saber. Dejar de googlear datos para zanjar debates. Refugiarse en la improvisación, pasarse de la hora de vuelta, quedarte todo lo que quieras, con todos los que quieras. 

 

Ser buen ciudadane tiene ahora fecha de vencimiento. El manual de la normalidad preventiva no va a durar más de lo que dure el miedo al vigilante de balcón, al contagio y al gorra de corazón. Algunas formas de organización morirán, víctimas del virus invisible. Con las nuevas que usemos, construimos futuros posibles. Que se indigne la formalidad europea, que se mueran de ganas de saludar con besos, que flasheen con caer sin cita previa por las casas de lxs demás, que nos agarre con poca comida, pero repartiendola por igual. Derrotar a la vieja estructura con un asalto de afecto, con las armas del placer. Una milicia comunitaria que deje la tierra minada con ayuda mutua, que dinamite las violencias de la vieja normalidad y que borre las violencias de la individualidad salvaje. 

 

Juntarse sin sentido, sin intermediarios. Prescindir de las aplicaciones para todas las ganas que vienen a diario. Canalizar el deseo por fuera del gasto, del consumo. Desbordar las identidades para fugarse de lo establecido. Abrazar de nuevo para festejar el fín de lo sufrido. Ranchear de nuevo, ocupar la calle, festejar. Cuando se termine el involuntario ramadán de contacto corporal, y hayamos cumplido con nuestro sacrificio a la racionalidad, hay que darse el tiempo de recuperar el desborde, de canalizarlo hacia lo vincular. De recordar con orgullo de todo lo vivido, para que si llega a volver el encierro, poder celebrar no arrepentirse de nada.



El extraño silencio antes de la tormenta. Crónica de la psicodeflación #4 // Franco «Bifo» Berardi

El extraño silencio antes de la tormenta

4 de abril

Lucia encontró una foto en blanco y negro y me la mando por teléfono.

En la foto, veo una mujer joven y hermosa, vestida como lo hacían en los años treinta durante un día festivo. Hay una niña con ella. En el fondo un edificio que reconozco fácilmente. La mujer y la niña entran por Vía Ugo Bassi y en la parte inferior se encuentra el frontón triangular del edificio que separa el Pratello de San Felice. La joven mira hacia adelante, con una mirada ligeramente ausente, y la niña, que se aferra a su mano, parece exigir atención, pero la mujer no la mira, no se vuelve hacia ella, mira hacia adelante, hacia otro lado.

Esa mujer es mi madre, y la niña es su prima María.

Inmediatamente me pregunté quién tomó esa foto, quién sostiene la cámara. Es Marcello, estoy seguro, su novio Marcello. Mi abuelo Ernesto permitió que Dora se fuera de con él, pero solo si estaba acompañada por alguien, un hermano o una niña. Dora parece molesta, un poco arrogante, quizás fastidiada por la presencia no deseada de su prima. No se da vuelta para mirarla, mira hacia él, hacia el fotógrafo que capturó ese instante. Mira hacia el futuro, hacia ese futuro que imagina, en ese día festivo de primavera a fines de los años treinta, cuando mi madre tenía poco más de veinte años, y la tragedia parecía estar muy lejos. Luego vino la tragedia de la guerra que devastó la vida y trastornó el futuro que esperaba.



6 de abril

A Grim Calculus

El título de The Economist de esta semana lo dice todo. Grim significa sombrío, desalentador, oscuro e incluso feroz. Un triste cálculo que nos vemos obligados a hacer.

Es fácil de entender de qué cálculo está hablando la revista que durante un siglo y medio ha estado representando al pensamiento económico liberal. Cuánto nos costará la pandemia del coronavirus en términos económicos y qué tipo de razonamiento nos vemos obligados a hacer, teniendo que elegir entre dos decisiones alternativas: cerrar todo y bloquear casi por completo la producción, la distribución, es decir toda la máquina de la economía, o aceptar la posibilidad de una hecatombe. 

Leí en la revista: “El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, ha declarado que «no debemos ponerle precio a la vida humana». Es una declaración, un llamado a la acción y a la unión por parte un hombre valiente cuyo estado está abrumado. Sin embargo, dejando de lado las compensaciones, Cuomo está abogando por una opción que no considera las consecuencias que traerá a toda la comunidad. Suena despiadado, pero ponerle precio a la vida, o al menos buscar alguna forma de pensar sistemáticamente, es precisamente lo que los líderes necesitarán si quieren encontrar una salida durante los terribles meses que van venir. Al igual que en las unidades de terapia intensiva, algunas renuncias y algunos compromisos son inevitables (…) Por el momento, el esfuerzo para combatir el virus parece estar destinado a consumir todos nuestros recursos (…) Pero en una guerra o durante una pandemia, los líderes no pueden escapar al hecho de que cada curso de acción impondrá enormes costos sociales y económicos. 

Para el verano, las economías habrán sufrido caídas de dos dígitos en el PBI trimestral. Las personas habrán soportado meses de aislamiento, perjudicando tanto la cohesión social como su salud mental. El cierre y el confinamiento de un año costarían a Estados Unidos y a la Zona Euro un tercio, más o menos, del PBI. Los mercados caerían y las inversiones se retrasarían. La capacidad de la economía se marchitaría a medida que la innovación se estancara y las habilidades decayeran. Finalmente, incluso si muchas personas mueren, el costo del distanciamiento podría superar los beneficios. Ese es un lado de las compensaciones que nadie está dispuesto a admitir todavía”

 

Todo muy claro: The Economist nos pone frente a un razonamiento que puede parecer brutal, pero que es simplemente realista. Un titular de la revista dice «Hard-headed is not hard-hearted». Tener una cabeza brillante no significa tener un corazón de piedra.

¿Cómo negarlo? Gracias a la decisión de detener el flujo de la actividad social y el ciclo de la economía, los líderes políticos ciertamente han salvado millones de vidas en los próximos tres, seis, doce meses. Pero, observa The Economist, con una consistencia intransigente, que esto nos costará un número mucho mayor de vidas en el tiempo que viene. Estamos evitando el desastre que el virus podría significar, pero ¿qué escenarios preparamos para los próximos años, a escala mundial, en términos de desempleo, ruptura de las cadenas de producción y distribución, en términos de deuda y quiebras, de empobrecimiento y desesperación?

Frenemos un momento.

El editorial de The Economist es razonable, coherente, irrefutable. Pero lo es solo dentro de un contexto de criterios y prioridades que corresponde a la forma económica que hemos llamado capitalismo. Una forma económica que hace que la asignación de recursos, la distribución de bienes dependa de la participación en la acumulación de capital. En otras palabras, hace que la posibilidad concreta de acceder a bienes útiles dependa de la posesión de valores monetarios abstractos.

Este modelo que hizo posible movilizar enormes recursos para la construcción de la sociedad moderna ahora se ha convertido en una trampa lógica y práctica de la que no pudimos encontrar una salida. Pero ahora la salida se ha impuesto, automáticamente, con violencia, desafortunadamente. No es la violencia de las revoluciones políticas, sino la violencia de un virus. No es la decisión consciente de las fuerzas dotadas de voluntad humana, sino la inserción de un corpúsculo heterogéneo, como la avispa en relación a la orquídea, un corpúsculo que comenzó a proliferar hasta que el organismo colectivo fue incapaz de comprender y desear, incapaz de producir, incapaz de continuar.

Esto detuvo la reproducción, absorbió enormes sumas de dinero que no han servido para mucho. Hemos dejado de consumir y producir, y ahora estamos aquí, mirando el cielo azul desde la ventana y nos preguntamos cómo terminará todo esto. Mal, pésimo, dice The Economist, para quien la interrupción del ciclo de crecimiento y acumulación parece ser un evento catastrófico que pagaremos con hambre, miseria y violencia.

Me permito estar en desacuerdo con el catastrofismo que propone The Economist, porque me refiero a la palabra «catástrofe» de una manera diferente, aquella que en su etimología significa «un giro más allá del cual se puede ver otro panorama». Kata se puede traducir como más allá, y estroofeina significa moverse, desplazarse.

Entonces fuimos más allá. Finalmente hemos hecho ese movimiento que las luchas conscientes, decididas y locuaces de cincuenta años no han logrado. Todo se ha detenido o casi todo y ahora se trata de reiniciar el proceso, pero según otro principio, el principio de lo útil y no del de la acumulación de lo abstracto. El principio de igualdad frugal de todos, no el de competencia y desigualdad.

¿Seremos capaces de desarrollar este principio para reiniciar la máquina, pero no esa máquina que funcionaba antes de manera implacable, sino una máquina elástica, una máquina quizás un poco más inestable y ciertamente más frugal, aunque más amigable?

¿Seremos capaces? No lo sé y, sobre todo, no sé a quién me refiero con el «nosotros» de mi pregunta. ¿Quienes seremos capaces?

Ya no es política, ni es el arte del gobierno. La política es incapaz de cualquier gobierno y, sobre todo, es incapaz de comprender. Los pobres políticos parecen estar perseguidos, tambaleantes, ansiosos. 

El nuevo juego, el de la proliferación rizomática de corpúsculos ingobernables, pone en el centro al conocimiento, no a la voluntad. Por lo tanto, ya no es política, sino conocimiento.

¿Y cuál saber?  

No el de los economistas, incapaces de salir de la casa de espejos de la valorización, que traduce el producto en términos abstractos de cálculo monetario y aumenta el volumen de destrucción con el objetivo de aumentar el volumen del valor abstracto. Se trata de un saber concreto, que no traduce lo útil en valor, sino en placer, en riqueza.

¿Necesitamos aviones de combate F35? No, no los necesitamos, no sirven para nada, excepto para ganarse la vida mediante una alianza militar inservible y hacer que los trabajadores produzcan latas de atún de manera más rentable. 

¿Y también porque sabes todas las unidades de cuidados intensivos que se pueden construir con un sólo avión F35? Doscientas. 

Lo sé, este es el discurso de los vagos que no saben cuán complejas son las cosas, con sus interdependencias, etc, etc. Bien, me voy a quedar callado y escuchemos el discurso de los realistas que repiten la misma canción de siempre: si queremos mantener la ocupación en los niveles actuales tenemos que producir armas, ¿es así no? Eso es lo que dicen los realistas de The Economist y los de la derecha y la izquierda.

Así que seguiremos fabricando armas para que todas esas personas trabajen ocho, nueve horas al día. Y en un mes o un año a partir de la epidemia, seguirá la miseria masiva y después la guerra. Y la extinción, de la que esta vez solo probamos un bocado, nos encontrará en su hermoso caballo blanco como en el triunfo de la muerte que se puede ver en el Palazzo Abatellis, en Palermo.

¿Y, si en cambio, decidimos hacer que las personas trabajen solo el tiempo necesario para producir lo que es útil? ¿Y si acaso les damos a todos un ingreso independientemente del tiempo de trabajo (inútil)?

¿Qué pasa si interrumpimos los pagos por los aviones inútiles que ya hemos comprado? ¿Qué pasa si acabamos con las obligaciones internacionales y aquellas relaciones que nos obligan a pagar grandes sumas por la guerra?

Estos discursos no son delirios ni desvaríos de un extremista, sino el único realismo posible. There is no alternative 😉

Mi amiga Penny me escribe desde Londres: “I just sit and write – this strange life has become familiar and calming but there is always calm before the storm” (Nota: «Me siento y escribo, esta vida extraña se ha vuelto familiar y relajante, pero siempre viene la calma antes de la tormenta»).

Siempre hay un extraño silencio antes de que estalle la tormenta. Como si me dijera: la mejor parte vendrá cuando el virus cansado se retire. En ese punto, los tontos pensarán que es hora de volver a la normalidad. 

Los sabios se preparan para una gran tempestad. 

 

7 de abril

Después de dos meses de inexplicable ausencia, el asma volvió y me estuvo persiguiendo todo el día. Me la pase acostado en la cama, jadeando por la falta de oxígeno y sin fuerzas para hacer nada.  

Por la noche salgo a tirar la basura: orgánica, vidrios, no diferenciada. Camino lentamente por la pequeña plaza debajo de mi casa. El Hotel San Donato Best Western está cerrado, con postigos atornillados en sus puertas. Camino un poco por Via Zamboni para ver las torres. No hay nadie en esta calle, donde, desde el siglo XII y durante la primavera, los estudiantes acuden en masa y cortejan.

 

8 de abril

Tomo mi café y miro hacia la plaza soleada. Incluso hoy está esa chica que pasa siempre por debajo del arco. Tal vez vive sola en un estudio en via del Carro. Tiene un traje negro con ribetes amarillos, sostiene su teléfono celular en la mano y hace movimientos de gimnasta. Movimientos un poco incómodos: levanta la pierna derecha y permanece así durante unos segundos, hasta que el teléfono celular llama su atención. Luego levanta la pierna izquierda mirando el teléfono celular, gira hacia la pared, inclina los brazos y hace algunos movimientos de ida y vuelta con la cabeza. Mi teléfono suena, me alejo.

Me llaman desde Milán para preguntar si todavía puedo mandar una grabación para Radio Virus. 

Vuelvo a la ventana, la chica ya no está.

Si no fuera que su representante terrenal prohibió considerar la enfermedad como un castigo de Dios, asumiría que el Señor es un viejo ingenioso. Primero mandó a Johnson a terapia intensiva y, después también, al homofóbico ministro Litzman del Estado de Israel 

Desafortunadamente, esta es la única noticia reconfortante que proviene de ese país de racistas. Por lo demás, la crónica política israelí habla de la lucha sin fin entre el torturador Ganz, el corrupto Netanyahu y ese nazi de Lieberman. Tal vez lleguen a la cuarta elección en un año. Mientras el mundo se disuelve a su alrededor, ellos están demasiado ocupados peleando por eso.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de Ginebra, la pandemia provocará un aumento del desempleo de alrededor de 25 millones de personas. En los Estados Unidos ha habido más de diez millones de despidos en dos semanas, y se espera que el número aumente en los próximos días. Son números sin precedentes, para usar una de las expresiones más populares de estos días. 

Las políticas económicas tradicionales no bastarán para hacer frente a este fenómeno. O recurrimos a la marginación violenta de una gran cantidad de personas que viven en la miseria y rugen en las afueras de la ciudad, o abandonamos, por completo, el discurso de la economía moderna, la vieja utopía del pleno empleo, el prejuicio del trabajo asalariado y, literalmente, empezamos de nuevo. Solo nos queda una certeza: el conocimiento científico acumulado, y, sobre todo, el poder viviente del trabajo cognitivo, de la invención técnica y de la palabra poética. 

Pero el criterio económico que ha regulado, hasta ahora, las relaciones y las prioridades se ha vuelto definitivamente loco. Está desencajado/fuera de sí. Y esto es para siempre.

Porque si tratamos de restablecer la antigua relación entre quienes tienen riqueza y quienes tienen que trabajar para ganarse la vida, entonces la miseria estará destinada a generar ríos de violencia y desempleo para alimentar ejércitos desesperados listos para cualquier cosa.

Será cuestión de requisar espacios y estructuras de producción. Será cuestión de regular, en igualdad de condiciones, el acceso a los recursos disponibles. 

No podemos perder el tiempo con la ilusión de volver a la normalidad pasada, porque correríamos el riesgo de arrastrar lo que queda en un espiral de devastación sin retorno. Lo que los consumidores esperaban en los últimos cincuenta años se ha ido y no debe regresar. Es el sistema de expectativas que debe cambiar radicalmente.

Si me pidieran que indicara un evento, una fecha y un lugar que está en el origen de este apocalipsis, diría que ese evento es la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en junio de 1992. Por primera vez, las grandes naciones se encontraron para evaluar la necesidad de abordar los peligros que el crecimiento económico comenzaba a revelar. En esa ocasión, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, declaró que «el nivel de vida de los estadounidenses no se puede negociar».

Todos estamos pagando por su orgullo, que tal vez es inherente a la existencia misma de esa nación nacida del genocidio, y cuya riqueza depende de la deportación, la esclavitud, la guerra y el robo de los recursos y el trabajo de otras personas. Esa nación pronto enfrentará una devastadora guerra interna y, merecidamente, no sobrevivirá. 

 

9 de abril

Después de un mes de aislamiento y de incertidumbre sobre los resultados futuros de la situación, se percibe cierto nerviosismo en la voz de los amigos que llaman, y también en los testimonios escritos, o en los análisis que me llegan todos los días. No leo todo lo que se me llega, pero si bastante.

En una lista de correo llamada Neurogreen recibí un artículo de Laurie Penny, publicado en Italia por Internazionale y, originalmente, en la revista californiana WIRED, que durante muchos años ha sido líder de la imaginación digital futurista y visionaria, y, en última instancia, ultraliberal. 

Es extraño leer un artículo así en esa revista generalmente ultraoptimista. Ante todo es el relato de una experiencia bastante dramática. Laurie Penny se encuentra quién sabe dónde, lejos de casa, y está sorprendida por la tormenta viral. “El capitalismo no puede imaginar un futuro más allá de sí mismo que no sea una carnicería (…). La socialdemocracia se reintroduce rápidamente porque, parafraseando a Margaret Thatcher, realmente no hay alternativa”

150 miembros de la familia real saudita afectados por el virus.

Bernie Sanders se retira, Biden perderá las elecciones (¿o quizás las gane?), si es que se llevan adelante las elecciones estadounidenses.

Ocho médicos murieron en Gran Bretaña tratando a personas con el virus. Todos eran extranjeros: de Egipto, India, Nigeria, Pakistán, Sri Lanka y Sudán.  

El cielo de Delhi es claro, algo que no se ha visto en años. Por la noche se ven las estrellas.

Pero Confindustria (Confederación General de la Industria Italiana) tiene prisa por reanudar las actividades, incluso si las noticias procedentes de China no son tranquilizadoras: Wuhan reabre, pero Heilongjiang cierra. La batalla contra el coronavirus es como tratar de vaciar el mar con un balde. 

Tal vez no deberíamos luchar en absoluto, porque la guerra se perdió al principio: deberíamos minimizar nuestros movimientos, reconocer que el poder del que nos emborrachamos en la era moderna se agotó. Los que más caro pagan son los que más han creído y siguen creyendo en el poder ilimitado de la voluntad humana. Es comprensible que los hombres se pisoteen, quieran volver a tomar el mando, quieran gobernar su futuro ya que, engañándose a sí mismos, creían que lo estaban haciendo, en su pasado glorioso. Pero el virus nos enseña que el poder ilimitado era un cuento de hadas y que el cuento de hadas se terminó.

 

10 de abril

La ANPI (Asociación Nacional de Partisanos de Italia) lanzó una propuesta para hacer del 25 de abril una cita por la democracia. Acepto su convocatoria y estoy disponible para lo poco que pueda. ¿Cantaré también el himno de Mameli al comienzo de las celebraciones?

Espero el 25 de abril con el mismo espíritu con el que espero la Misa de Pascua del Papa Francisco. 

A pesar de mi ateísmo, me hizo bien escuchar a Francisco la otra noche en la plaza desierta. Con ese mismo espíritu, voy a participar en el evento virtual el 25 de abril. La divinidad que adoran los demócratas es tan ilusoria como el dios de Francisco, pero me hará bien sentir la cercanía de un millón de personas.

 

 

11 de abril

En via Castiglione, en las colinas de Bolonia, a dos kilómetros del centro de la ciudad, alguien filmó a un jabalí con otros seis pequeños siguiéndolo. 

En Bruselas, los holandeses reiteran que quienes necesiten dinero deben firmar un pagaré que diga que pagarán sus obligaciones. Italia estuvo de acuerdo con los holandeses cuando en 2015 se trataba de imponerle a Grecia el respeto por la ley de acreedores. Hoy es comprensible que Italia quiera evitar el trato que se le infligió a Grecia. Pero las nociones de deuda y crédito parecen bastante destartaladas hoy. La insolvencia tiene la intención de destruir el sistema de comercio. Acá también: There is no alternative.

Hablando de Grecia, Stella y Dimitri nos esperan allá en julio. Durante más de diez años hemos estado alquilando una pequeña casa entre los olivos. ¿Qué será del verano, los viajes, el mar? Billi y yo cambiamos de tema con cuidado. Tal vez no habrá viajes este verano.

 

12 de abril 

Después de la grosería abierta de Rutte y Hoekstra (Primer Ministro y ministro de Finanzas holandés), la Sra. Ursula (NOTA:  La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen) intenta endulzar la píldora para los italianos que están muy molestos por la avaricia un tanto ofensiva de los holandeses. ¿Otorgarán un MES sin condiciones? ¿De los coronabonos no se habla? 

En una cosa, sin embargo, están todos de acuerdo: no debe haber un borrón y cuenta nueva. He escuchado esto varias veces de los negociadores europeos. 

¿Por qué el borrón y cuenta nueva parece algo malo para todos? Quizás sería mejor resignarse a esto. “Chi ha avuto ha avuto ha avuto chi ha dato ha dato ha dato scurdammoce ‘o passato simm’e Napule paisà” (NOTA: se refiere a la canción Simmo ‘e Napule paisà: ¡Quien ha tenido, ha tenido, ha tenido, quién ha dado, ha dado, ha dado, olvidémonos el pasado, somos de Nápoles paisano!).  Aquí, para los economistas, la profunda sabiduría de estos versos napolitanos es incomprensible. 

 

14 de abril

El viejo socialista Rino Formica, en una entrevista publicada en el Manifiesto, señala que no debemos creer que sobrevivir, en este momento, es más importante que pensar, como sugiere el lema latino primum vivere deinde philosophari. Si no filosofamos, observa Formica, corremos el riesgo de no saber qué decisiones tomar para vivir.

Marco Bascetta, por su parte, siempre para el Manifiesto, publica una reflexión (confusa pero intrigante) sobre el mismo lema latino ligeramente modificado: “primum vivere deinde laborare”. Y con razón observa que no hay mercado sin vida.

Agamben ha escrito varias veces que, en nombre de la nuda vida, estamos dispuestos a renunciar a la vida, y me acuerdo de otra máxima latina, que siempre he preferido a la mencionada por Formica: navigare necesse est, vivere non est necesse. ¿Para qué vivimos si no somos capaces de navegar? 

Por segunda vez, el Presidente de los Estados Unidos ladra amenazando con suspender o cancelar la financiación de la Organización Mundial de la Salud porque dice que reaccionó lenta y erróneamente ante el enfoque de la pandemia, o tal vez porque tomó una posición pro-china. También amenaza subrepticiamente con despedir al experto más autorizado en el sistema de salud estadounidense, el virólogo Anthony Fauci.

En los últimos días, han llegado fotos de su país, cerca de la metrópoli cosmopolita de Nueva York, que muestran bolsas donde guardan cadáveres, que son arrojados a fosas comunes excavadas para aquellos que ni siquiera tienen los medios para pagar un funeral y un entierro. Muchos se sorprendieron al pensar que esto es una consecuencia del virus maldito, que obliga a los estadounidenses a renunciar al funeral y al respeto por el fallecido.

Error.

Esas fotos no son noticia, no tienen mucho que ver con la epidemia.

En ese país, de hecho, aquellos que no tienen nada y mueren como perros generalmente son enterrados de esa manera, por sepultureros que están detenidos en alguna prisión, en una fosa común en la periferia fétida de una ciudad muy rica. Es la normalidad a la que muchos desean regresar rápidamente.

15 de abril

En California, los grupos de personas que viven en la calle están ocupando apartamentos y villas en venta que nadie comprará en este momento. Noticias reconfortantes. En Lagos, los ciudadanos de algunos barrios se arman para defenderse de las hordas de ladrones que acechan por las noches, aprovechando el toque de queda. Noticias inquietantes.

Pero quizás no sea la misma pregunta, quizás no sea el hecho de que en momentos como estos, en tiempos como los que se están preparando, la propiedad privada se convierte en algo inestable, débil, frágil. Algo oblicuo.

Leo en Facebook:

«Qué feo clima se ha creado.

Salís con máscara y guantes para ir a comprar o a buscar el diario, prestas atención, todos se miran con recelo y si alguien se acerca demasiado, hay una actitud de terror, de pánico.

Si salimos de este virus, ¿también saldremos de este comportamiento?

No lo sé.

¿Nos miraremos de reojo para siempre?»

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Traducción: Lobo Suelto!

Los sueños son la reserva humana por excelencia // Entrevista a Lila Feldman por Malen Otaño.

Esta entrevista a Lila sucede sin habernos conocido, vivimos a mil kilómetros de distancia, pero en este diálogo estamos ambas sentadas en el mismo escritorio, ella desde el quincho de su casa en Capital y yo en una cabaña en el sur. Nunca nos vimos a los ojos, ni nos reímos juntas, ni nos saludamos al despedirnos, ni escuchamos nuestras voces en vivo, el encierro nos acercó, pero también nos acerca la práctica del psicoanálisis y el afecto por la escritura. Tomar la palabra para compartir nuestras preguntas son formas de movilizarnos, tomar otros atajados para no estar tan encerradas en nuestras cabezas.

Lila Feldman es psicoanalista y escritora, hace un tiempo editó con Topia un libro que se llama “Sueño, medida de todas las cosas”, una de las frases más lindas del libro y que hoy resuena distinto es que el sueño produce un fondo en el que se hace pie. En este contexto de aislamiento y encierro, soñar aparece como un nuevo lugar, tengo sueños sobre el futuro, siento que tienen algo de premonitorio, y lejos de entristecerme siento esperanza por un futuro que por ahora puede ser soñado. 

-Decís en un momento que los sueños son también una medida para ver o una medida para escribir. ¿Cómo podrían ser una medida para inventar un futuro más sensible ? 

Los sueños, pero más aún el soñar, lo vengo pensando en relación a la idea de fábrica. Usina de futuro, y de libertad, motor de la la vida psíquica y de la vida colectiva. Guardián del dormir, decía Freud, yo agrego que además guardián del vivir. 

Sin embargo, hay que decir que no siempre los sueños sensibilizan, pueden hacerlo, ello es parte de su potencia. Hay veces en que los sueños se han ligado (lo vemos en la historia de la humanidad tanto como en las pequeñas biografías e historias singulares, las de cada uno) a ideales de sumisión, destrucción, violencia, muerte. 

En ese sentido tal vez tenemos que estar advertidos, no siempre sensibilizan.

También es igualmente cierto que el sueño es el territorio de la vida psíquica en el que nadie ha logrado penetrar, al menos aún, y en ese sentido es un sitio, o el sitio por excelencia, para resistir y sostenernos. El lugar de más absoluta intimidad, fuente de creación, de descubrimiento, de asombro, orilla en la que hacer pie como vos decías retomando aquella frase de mi libro, pero también un ir más lejos, un soltar amarras y despegar de la tierra firme.

Si estos tiempos de pandemia y «aislamiento» nos obligan a ello, hoy más que nunca redoblamos la apuesta. 

Sucede que las personas, lo veo en pacientes, amigos, personas cercanas, yo misma, estamos viviendo un momento de extraño despertar, de vivencia de pesadilla, de tiempo alterado, a veces de desorden en la posibilidad de dormir, de conciliar el sueño. Por cierto también, afortunadamente, de proliferación de sueños y deseo de narrarlos, no únicamente en el espacio analítico, de ponerlos en común. Y a veces escuchamos el «volví a soñar» como lo que nos rescata de cierto estupor, parálisis, perplejidad frente a los que sucede y nos sucede, luego de un inicial efecto de «conmoción».

Los sueños otorgan al abismo medida humana, transforman los abismos en medida humana, ese es el planteo inicial del libro.

-Leí una frase de Bifo, plantea que “la normalidad no volverá” o no como la conocíamos, siento que es un riesgo y un fracaso volver a esa aparente normalidad. Esa idea era sofocante y nos estrangulaba todos los días. ¿Cómo pensas esa frase?  

Vuelvo a algo que dije recientemente en otro lugar, la «normalidad» siempre fue un riesgo, una ilusión, una ficción, una vara responsable de tantos desastres en múltiples teorías, prácticas y políticas. Ahora en todo caso, quedó puesto más de manifiesto. Más desnudo, más visible, más expuesto. Encarnado ya no solo en intuiciones o ideas sino también en  nuestras actuales vivencias y experiencias. Sensibilidad, fragilidad, provisoriedad, finitud, precariedad, desigualdad. La magnitud de las desigualdades. Están adquiriendo otra materialidad, otro espesor en estos días. Forman parte de un proceso de descubrir y reflexionar sobre cantidad de cosas que forman parte de los arrasamientos que la pandemia causó y causará, así como de la posibilidad de poner todo en cuestión, abrir preguntas, que ojalá podamos profundizar y asumir. Trabajar, y desmenuzar. Porque la pandemia es resultado de nuestra anterior «normalidad». ¿Queremos, una vez más, volver a la normalidad? Por otro lado: ¿eso sería posible, aunque lo querramos? 

Nos faltan todas las respuestas, pero ¿por qué no animarnos al coraje de hacernos buenas preguntas? Aún con toda la angustia y el miedo que ello genera.

 

-En esto de hacerse preguntas, pienso que a veces tenemos temor a abrir esos interrogantes porque no hay certezas, no hay garantías de lo que va pasar, de quienes vamos a ser. En todo caso si hay algo que pone en evidencia esta pandemia es que no estamos encerrados por un virus, estamos aislados porque no tenemos la vacuna. De todas maneras será con preguntas que podamos dar pasos más firmes, aunque sea en la oscuridad…..Me encantó esa pregunta de Preciado en un texto publicado hace unos días ¿Bajo qué condiciones y de qué forma podría la vida valer la pena ser vivida? Es la pregunta de muchxs en un análisis. De hecho estoy leyendo en las redes esta idea que se repite de que nos pusimos “existenciales”….

Sí, nos pusimos existenciales. En esa línea, pregunto ¿qué es una vida propia? ¿qué es una vida libre? o en todo caso, ¿no estamos siempre batallando, buscando ampliar nuestros márgenes de libertad? Tenemos que redefinir tantas cuestiones…Si esta crisis es posibilidad de situarnos en esas preguntas… sin que se vuelvan catastróficas. 

Contar con políticas de cuidado nos permite hacernos esas preguntas, nos rescata un poco de la brutal inermidad que han sufrido y padecen en otros países. O la que nos hubiera condenado a nosotros a un destino muchísimo más incierto y horroroso, si el virus hubiera llegado unos meses antes, en el marco del gobierno anterior.

Podemos seguir pensando, por supuesto, en esa línea tan difícil entre cuidado y control, lo delicada que es esa línea. Sin embargo, yo al menos, entiendo que podemos ponernos existenciales siempre y cuando la urgencia no sea únicamente la de sobrevivir, y siempre y cuando los desamparos no sean demasiado brutales. 

-Nosotras podríamos preguntarnos, ¿bajo qué condiciones y de qué forma los sueños valen la pena ser soñados ? Pensando en que los sueños son también una forma de política, la política del deseo, de lo singular, de lo propio. 

Los sueños, aún los más angustiosos, esos que nos despiertan, valen la pena ser soñados. Porque pienso que más que poner atención al contenido de los sueños, o independientemente de su contenido, el sueño indica que la capacidad de soñar sigue motorizado la actividad psíquica, formando parte de lo que nos constituye y humaniza, formando parte de nuestras narraciones más íntimas pero también de las narraciones colectivas, las escrituras que proliferan hoy. 

Política de los deseos, sabemos además que el deseo (nunca es uno solo, son muchos, concientes e inconcientes) es lo no domesticable, por excelencia. Los sueños, ese universo de trabajo, elaboración y creación a partir de nuestros conflictos, nuestros conflictos infantiles, y también los actuales. Que ese trabajo que el soñar posibilita y expresa nos siga enlazando a otros, tanto en el terreno analítico, transferencia mediante, como en los encuentros virtuales amorosos, íntimos, novedosos y creativos, es parte de nuestra esperanza de hoy. En esos enlaces los aislamientos pierden o disminuyen dureza y sufrimiento, o incluso se profundizan o generan acercamientos nuevos. 

Entonces, los sueños crean futuro psíquico y futuro político, pero nos anclan a la temporalidad, nos sitúan respecto de un tiempo «propio». Suelo citar a Rodrigo Fresan, que dice que los sueños no pertenecen ni al pasado ni al presente ni al futuro, sino que son algo así como un «cuarto tiempo». Creo más bien que los sueños humanizan el tiempo, lo sacan de la cronología y la linealidad, y arman historia. Allí un poco está la pregunta por quiénes somos y por nuestros deseos, generalmente enigmáticos y misteriosos, a veces irreconocibles. Allí está también la necesidad de narrarlo. Los sueños son una escritura particular, y requieren una narración y una escucha particular. Una hipótesis en la que vengo pensando y planeo desarrollar es que los sueños están fuertemente ligados al origen de la literatura. No olvidemos que también los sueños tienen todo que ver con el mismo origen del psicoanálisis, el autoanálisis de Freud y la creación del método psicoanalítico le deben muchísimo a ellos. Y en la historia de la filosofía ocupan enorme lugar. Incluso son piezas clave de conocimiento para las culturas antiguas y el mundo no occidental.

Los sueños, en suma, son la reserva humana por excelencia, contra todos los sistemas y maquinarias de dominación y control, los sueños se imponen. Resisten. Por eso escribí en otro texto: el sueño es al futuro lo que el azogue al espejo. Es la sustancia de la que estamos hechos… parafraseando a un célebre autor. Es la materia libidinal con la que sostenemos y llevamos adelante nuestras vidas, proyectos, y batallas. 

Si lo neoliberal quiso imponernos el «fin de la historia», y lo sigue haciendo, junto a tantos otros espejismos (esa idea de normalidad que discutíamos antes está muy emparentada, también es un espejismo), tampoco este virus, ni los aislamientos que hoy requiere, decretará el fin de los sueños.

Los sueños son bastión. Trinchera. Porque allí nadie ingresa a la fuerza. En tiempos en los que el desarrollo científico-técnico-mercantil busca penetrarlos, controlarlos, dirigirlos, programarlos, ya sea con propaganda, pastillas, mediciones de las ondas cerebrales, etc; los sueños, nacidos de ese tejido inmaterial, inaprensible e indestructible, aunque a veces se evapore y juegue con nuestra memoria, son sitio de resistencia. La resistencia de la palabra como forma de combatir los anhelos de desubjetivar y controlar lo humano, o de volverlo únicamente soporte o condición de producción y adaptación (cuando se duerme, no se consume ni se produce. Los sueños, entonces, son actividad psíquica no consumidora ni productiva, ni tampoco predictiva). Son el punto por excelencia de enlace de las pequeñas biografías, en la trama de cada subjetividad, y los movimientos colectivos, con su enormísima potencia transformadora.

-Y en los movimientos colectivos aparecen los “sueños colectivos”….

Los Feminismos populares son buena prueba de ello, muestran en qué medida los sueños amplían el campo de lo posible, a veces de modos inimaginables. Son acontecimiento (lo que permite a un inexistente ponerse de pié, decía Badiou). Las militancias ligadas a la ola verde pusieron en la agenda política el derecho al aborto legal seguro y gratuito, por ejemplo. 

Mientras tanto los femicidios avanzan, las violencias contra las mujeres siguen ocurriendo, los aislamientos a veces pueden resultar de lo más monstruosos. El #niunamenos y la lucha contra el patriarcado es efecto de la posibilidad de soñar y hacer de eso política. Esos sueños cambiaron y lo seguirán haciendo, el modo de subjetivarnos. Son poderosos los sueños, no omnipotentes pero sí potentes. Cómo seguir soñando colectivamente ahora que no tenemos las calles? Ahora que hay otras urgencias? Son algunas de las preguntas que me hago. 

-Pero todavía tenemos los cuerpos! Se me viene un texto de Comité Invisible, dice que “todas las razones para hacer una revolución están ahí. No falta ninguna. El naufragio de la política, la arrogancia de los poderosos, el reinado de lo falso, la vulgaridad de los ricos, los cataclismos de la industria, la miseria galopante, la explotación desnuda, el apocalipsis ecológico… no se nos priva de nada, ni siquiera de estar informados de ello. Todas las razones están reunidas, pero no son las razones las que hacen las revoluciones; son los cuerpos. Y los cuerpos están delante de las pantallas”. 

Te escucho, y agrego: soñamos con todo el cuerpo. El que crea que soñamos sólo con la cabeza, sepa que está equivocado…

Imagen: Suyai Otaño

 

Ocho preguntas y respuestas sobre el Ingreso Mínimo Ciudadano o Renta Básica // Pablo Bergel

La crisis deflacionaria del capitalismo mundial, potenciada catastróficamente por la pandemia del coronavirus, ha propulsado a la agenda nacional y global, casi con la misma ansiedad y urgencia con que se procuran vacunas y respiradores, la propuesta de implantar un ingreso ciudadano o renta básica universal. Se invoca para ello el estado de emergencia no solo sanitaria, sino de la economía, paralizada y sin perspectivas de sostenimiento por las vías tradicionales. “Por la cuarentena…”, “para ponerle un piso a la crisis…” y argumentos similares, se enarbolan para justificar la necesidad y urgencia de proceder cuanto antes a la implantación del ingreso ciudadano.

 

Si bien la presente y abismal crisis (sin piso ni techo visibles) constituye sin duda una enorme oportunidad para el debate y cambio de paradigma, me permito alertar sin embargo, sobre la contradicción en los términos, y el peligro cierto de que se tergiverse el concepto fuerte de Ingreso Mínimo o Renta Básica, Vital, Móvil, Universal, Incondicional, Permanente de Ciudadanía, hacia una nueva vuelta de tuerca de alguna de las formas conocidas de subsidios focalizados, parciales, condicionales, temporales, de emergencia, en definitiva, paliativos de crisis al sistema y modelo capitalista al uso, prontos para desflecarse, clientelizarse, inactivarse, despotenciarse y licuarse tan pronto se logre reestablecer “la normalidad” del sistema preexistente, aún con reformulaciones y adecuaciones parciales y aún costosas para sectores del capital.

 

Pensando en intervenir en este debate, encontré un texto que preparamos para la realización de un taller, en el primer Foro Social Mundial, realizado en Enero del 2001 en Porto Alegre. En esa ocasión, conocí al senador del PT brasilero Eduardo Suplicy, quien realizó un taller casi idéntico al nuestro, y juntos improvisamos a continuación un tercer taller conjunto. Poco más de un año después, Lula ganó las elecciones y asumió su primera presidencia; el proyecto de Suplicy de Ingreso Ciudadano universal e incondicional fue ley, pero nunca se reglamentó. En cambio sí se aprobó e impulsó el programa “Bolsa Familia”, que no es un ingreso ciudadano sino una política asistencial focalizada, pero que tuvo un alto impacto en impulsar el ascenso de millones de brasileros a una nueva clase media, y a mejorar las condiciones del conjunto de los sectores populares.

 

Lo que sigue, es el texto base de aquellos talleres realizados en aquel primer FSM, con pequeñas modificaciones; nos pareció que mantenía plena vigencia para el debate presente, y el valor agregado de aquellos encuentros y debates precursores.

 

 

1.     ¿De qué hablamos al hablar de Ingreso Mínimo o Renta Básica Ciudadana?

 

Estamos hablando de la creación de un  INGRESO  MÍNIMO CIUDADANO (I.M.C.), o RENTA BASICA DE CIUDADANÍA, de carácter Universal, Igual, Incondicional y Permanente, de la cuna a la tumba, para todas y todos los habitantes. El I.M.C. sería la herramienta y expresión MONETARIA concreta de una redistribución del ingreso, de recreación del tejido social solidario, y de formación de un mercado de demanda interna de productos y servicios. 

 

Es mínimo, o básico, expresión monetaria de una «Canasta Básica Mensual Per Cápita», porque debe ser capaz de cubrir mensualmente las necesidades personales básicas de alimentación, vivienda, vestido, movilidad, salud y educación de cada un@ y de tod@s l@s habitantes. Es ciudadano, o mejor aún, de ciudadanía, porque es la expresión monetaria del derecho a la ciudadanía, y del derecho humano a la vida; y constituye la garantía de reproducción de la vida individual y social.  No se trata de un subsidio, compensatorio, de emergencia, transitorio o permanente.  Se trata de un derecho adquirido (a la vida) de todos los habitantes, y una obligación de la sociedad y del estado para con todos sus integrantes. Solo el cumplimiento efectivo de la garantía de vida para todos los individuos, funda y sostiene el pacto social de convivencia pacífica; solo con el cumplimiento de esta obligación contractual, la organización social y el estado adquieren legitimidad. Es la regla que sostiene todas las reglas: la que establece la diferencia entre civilización (pacífica, solidaria y cooperativa) o barbarie (competitiva, violenta, antropofágica; “homo homini lupus”).

 

Es Universal, Igual, Incondicional, y Permanente, porque no depende, no está mediada ni se subordina a ninguna condición o circunstancia individual, social o ambiental. Niña, adulta o anciana; mujer o varón, ocupada o desocupada; pobres o ricas; tengan o no otros ingresos; todas las personas vivas del territorio (municipio, estado, país, región, mundo) tienen derecho a percibir su I.M.C.  Justamente por no tratarse de un subsidio de emergencia o compensación, sino de un derecho de ciudadanía, el I.M.C. alcanza a todas y todos, en igual forma y medida. También es incondicional el destino, aplicación o forma de gastar el I.M.C. por parte de cada ciudadano adulto (en el caso de menores, ancianos o incapacitados, que están bajo tutela de otro ciudadano apoderado, éste sí estará sometido a controles sobre el gasto del I.M.C. de la persona a su cargo).

La asignación es individual y monetaria, y por razones prácticas y de economía administrativa, y fundamentalmente para eliminar toda posibilidad de paternalismo o clientelismo, estará bancarizada la distribución y cobro mensual del I.M.C., cuyo importe se depositará en cuentas individuales; de tal modo que cada ciudadano pueda retirar su asignación mensual de cualquier cajero electrónico. 

 

2.     ¿Cómo se define el concepto de Básico, de Ingreso, Renta o Canasta Básica? ¿Y sobre todo, quién define ese concepto, y el monto que lo representa, es decir, la cantidad de la asignación mensual individual?

 

La idea de qué es básico para la vida, para la reproducción cotidiana y de la especie, es una construcción social en la que intervienen por un lado las necesidades materiales, alimentarias, de vestimenta y alojamiento, las necesidades sanitarias y educativas; la valoración o ponderación que cada sociedad y cultura determinadas realizan acerca de lo que es o no necesidad básica; las posibilidades «objetivas», materiales, de satisfacer un monto de necesidades; y las circunstancias «subjetivas», propiamente las relaciones sociales y políticas, que establecen aquí un campo de fuerzas en tensión. Sin dudas que este es un espacio de lucha social y política. Y por eso, pasando a responder quién define el concepto y el monto mensual del ingreso básico, resulta imprescindible garantizar la más amplia participación democrática en esta definición. Podríamos imaginar, por ejemplo, una especie de Consejo Multisectorial del I.M.C., en cuyo seno se discute  y se negocia un consenso,  que luego es definido por el poder legislativo. O quizás mucho mejor aún: que el I.M.C. sea discutido y asignado como parte del presupuesto anual, por toda la sociedad, como parte de un sistema de Presupuesto Participativo. Eso permitirá, año a año, rediscutir y establecer los ajustes en el concepto y monto del I.M.C., que reflejen los cambios de valoraciones de la sociedad, los cambios en sus posibilidades materiales, y los cambios en las correlaciones de fuerzas sociales. Como las necesidades de las personas de hecho son variables y diferentes (según edad, sexo, territorio, etcétera, y según circunstancias particulares que plantean necesidades especiales, no universales), deberá implantarse, adicionalmente a la renta básica universal, rentas focalizadas según necesidades sectoriales o hasta personales, que igualmente constituyen derechos.

 

3.       Ese carácter “universal” e “incondicional”, ¿significa que alguien que está trabajando y tiene ingresos; o personas de ingresos medios o altos, o incluso los riquísimos; todos cobrarían por igual? 

 

Por un lado, el I.M.C. se agrega a cualquier otro ingreso que tenga la persona; de este modo, aumenta la base imponible de esa persona, ya que todas las ciudadanas y ciudadanos, a la vez que recipientes incondicionales del I.M.C., son contribuyentes impositivos al sistema de redistribución social de ingresos públicos, en forma proporcional al conjunto de sus ingresos. En este sentido, parece importante que se perciba que hablamos de un sistema redistributivo que tiene dos caras que son inseparablesla percepción del I.M.C., que es universal e incondicional, y la contribución impositiva al fondo de redistribución social ciudadano, única manera de financiar el sistema de manera genuina. Como ciudadana cobra su IMC, y como ciudadano paga su impuesto, en forma proporcional a sus ingresos totales. En este sentido, el sistema es una suerte de continuum solidario de percepciones y contribuciones impositivas, con un piso básico que es el I.M.C.; lo cual implica también establecer límites a los ingresos máximos, o mejor dicho, establece una suerte de relación de implicación solidaria entre el nivel del I.M.C. y el nivel de ingresos individuales máximos compatibles con la necesidad de financiamiento genuino del primero. Es decir, este vínculo implica un modo de acordar un rango de desigualdad social, dado por una escala de ingresos desiguales; por ejemplo, una relación máxima de 4 a 1, como se dice que existe en Cuba; o podría ser una relación mayor, de 6, 8 o 10 a 1. Todo esto debe ser materia de discusión, debate y decisión social democrática, en función, por una parte, de las necesidades y posibilidades de financiamiento del sistema, que debe ser prioritario, pero por otra parte, de la necesidad de sostener un sistema de premios y estímulos que premien diferencialmente la contribución también diferencial de cada quien, la dedicación, la creatividad, la toma de riesgos, la iniciativa, etcétera. 

Inclusive en el arreglo institucional concreto sería bueno que un mismo organismo, sea un banco central, un banco o agencia de redistribución social, sea el encargado de recaudar los impuestos, y de mantener abastecidos los cajeros automáticos con las sumas mensuales disponibles para cada ciudadano. Quizás sea una sorpresa para muchos enterarse (lo fue para nosotros), que el pope neoliberal Milton Friedman propuso hace ya más de treinta años, la idea de un «impuesto negativo«, es decir, que debajo de cierto ingreso personal, en lugar de pagar impuesto, el individuo percibía una suma que elevaba su ingreso a un piso mínimo. Más allá de otras implicancias polémicas de las propuestas de Friedman, lo que resulta atractiva de la misma es el vínculo sistémico que establece entre contribuciones y percepciones.

 

4.     ¿Qué diferencias hay entre el I.M.C. y los subsidios a la pobreza, planes sociales, etc.?

 

Un subsidio, por definición tiene un carácter específico, no universal, se refiere siempre a una situación o categoría particular, a la que se quiere proteger o promover. Un subsidio puede ser compensatorio de una situación desfavorable (por catástrofe natural; por situaciones personales; por maternidad, etcétera); puede ser complementario del I.M.C. u otros ingresos que no alcanzan a cubrir todas las necesidades (por ejemplo medicación especial, atenciones diferenciales, situación geográfica desfavorable, etcétera). También puede ser un subsidio promocional  (becas, estímulos productivos, etcétera), siempre que la sociedad y el estado quieren reconocer o impulsar conductas o actividades que considera valiosas para la comunidad.

Pero el I.M.C. es la expresión de una condición universal y permanente, como es la ciudadanía; por eso, el I.M.C. no entra en el rango de los subsidios (aunque no los excluye de modo alguno). Los subsidios son decisiones de política; forman parte de políticas públicas específica.

El Ingreso Ciudadano NO es una política; es un derecho humano inalienable, basal, constitucional, preexistente y anterior a toda política.  

 

5.     Si el I.M.C. es permanente y no conlleva ninguna condicionalidad, obligación de trabajar, de prepararse y formarse para la inserción laboral; si no implica ninguna contraprestación; ¿Cuál es el estímulo para trabajar; para qué emplearse si de todos modos se cobra el I.M.C.? ¿No se estaría subsidiando el parasitismo social, desestimulando el trabajo? ¿Y cómo se sienten las personas «cobrando porque sí», a cambio de nada? Justamente, la gente, en las protestas sociales, las manifestaciones y cortes de ruta, dicen claramente que lo que quieren es trabajar, que el gobierno les de empleos o cree la posibilidad de empleos; por lo menos en el discurso público, el hecho de cobrar sin trabajar aparece como una posición devaluada, de minusvalía social, aceptada o reclamada apenas como situación transitoria, como una emergencia.

 

Ese es el meollo de la cuestión, el aspecto más subversivo de esta propuesta, que consiste en des-vincular, producir un des-enganche y una ruptura radical, en la relación de mediación entre «trabajo» y «vida», el «derecho al trabajo», y el «derecho a la vida»En la ideología o cultura dominante, este vínculo está naturalizado; más aún, se establece una relación de causalidad y subordinación entre ellos: la «vida» (la producción y reproducción de la vida individual y social) se hace depender del «trabajo», en realidad, “empleo”, que no es lo mismo.  «Tener o no tener empleo, esa es la cuestión»; la gente se muere de hambre y enfermedad porque «falta empleo (trabajo)»…. entonces….»hay que crear y distribuir empleos”. Y eso es lo que demanda «la gente», inclusive los algunos políticos y partidos «progresistas», “nacional populares” o de «izquierdas». «Pleno empleo» esa es la demanda común, y la promesa principal y repetida de todas las ofertas políticas; estado de pleno empleo, horizonte utópico del sentido común impuesto por la ideología dominante; o mejor dicho, de la «melancolía» dominante, porque se trata de una «utopía conservadora», un estado ideal que se visualiza y ubica en el pasado.

Pero además, por otro lado, ¿cuál es ese trabajo que tanto se demanda y anhela, del que depende no solo la subsistencia y continuidad de la vida, sino la misma dignidad de la persona? Se trata de «empleo», esto es, del trabajo-mercancía, de la fuerza/tiempo de trabajo que su titular consigue vender en el mercado, y de cuya retribución depende para, a su vez, comprar (los insumos necesarios para) la continuidad y reproducción de su vida. Empleo-trabajo-mercancía que, como sabemos, solo logrará vender, solo encontrará comprador, si es capaz de producirle a éste un excedente, una ganancia. El lenguaje no es inocente, y permanentemente se confunde “trabajo” con “empleo”.

 

El empleo es trabajo enajenado, deshumanizado, cosificado; ha perdido su cualidad verbal y subjetiva, para convertirse en una cosa, un sustantivo, «El empleo», «El trabajo», algo que «se tiene o no se tiene «, peor aún, algo que «alguien da» o «no se da» (fulanito de tal, el empresario tal, el gobernante cual,  “Crean”, «dan», mucho trabajo); y de cuya posesión o desposesión depende el vivir o el morirse de hambre, enfermedad y violencia [una observación similar hemos venido realizando en relación a «poder» (verbo) y «EL poder» (sustantivo); la cosificación del poder como lugar, cosa que se conquista, se retiene y administra mediante «la política»; hemos planteado la re-verbalización y re-subjetivación de «poder» y «política» como acto, capacidad humana en ejercicio de transformación de la realidad]«El trabajo»-empleo-cosa-mercancía,  nada tiene que ver con el trabajo como acto-verbo-capacidad (y derecho) humana subjetiva, como acción propia (y exclusiva) del sujeto humano, de objetivarse en la realidad transformándola, creando y re-creando su mundo y a sí  mismo, produciendo y re-produciendo su vida individual y comunitaria. Este trabajo, liberación soberana de la capacidad y fuerza productiva y reproductiva de cada persona, así definido, puede o no tener «precio de mercado»; puede o no «encontrar comprador» (empleador); pero es soberano, no requiere de nada exterior a sí mismo para realizarse, en tanto se lo libere de su doble condición de mercancía, y de mediador necesario para «ganarse» la vida. Los llamados «trabajos invisibles», los que no tienen reconocimiento ni retribución salarial (como los trabajos domésticos, de cuidados; muchos trabajos comunitarios; trabajos voluntarios; mucho trabajo artístico, etcétera); serán invisibles para el mercado, pero ¿son o no son acaso trabajos de primera clase? Pues bien, el I.M.C. viene a producir esta liberación del trabajo, este desenganche entre trabajo y «ganarse la vida», sencillamente, porque la vida ya no habrá que «ganársela» individualmente, a nada ni a nadie, sino que estará sostenida y garantizada por el conjunto de la sociedad y su instrumento institucional, administrador de la recaudación y la redistribución.

No hay ninguna minusvalía social en el I.M.C., y por esto es tan importante que sea asignado universalmente, como derecho ciudadano expresado monetariamente, independiente y anterior a cualquier otro ingreso o circunstancia.

La crítica que descalifica el I.M.C. como un «desestimulo al trabajo», como una invitación a la vagancia y el parasitismo social («se van a gastar el I.M.C. en droga y tetrabrik»), esconde, en primer lugar, el temor de los dueños del capital de perder el arma del chantaje y extorsión del hambre, exclusión y violencia que hoy provoca el desempleo; el «terrorismo de mercado» perdería de este modo su instrumento principal de disciplinamiento social y devaluación permanente del trabajo y el medio ambienteEvidentemente, con un I.M.C. asegurado, las personas aumentarían sus opciones de decidir si emplearse o no, y en qué condiciones. El poder de negociación de los trabajadores aumentaría sustancialmente, al romperse la encerrona de explotación o exclusión; salarios, honorarios, horarios y condiciones laborales podrían ser negociados desde una posición enormemente más firme, al tener un piso (el I.M.C.) donde pararse, en vez del actual vacío sin fondo. En segundo lugar, la crítica del «desestimulo al trabajo» conlleva la idea de trabajo como explotación, y por lo tanto, como maldición de la que todos querrán huir si pueden hacerlo; por lo tanto, esta gente piensa que si tienen un ingreso incondicional, las personas preferirán no trabajar, quedarse en casa, dormir todo el día, desarrollar conductas y vicios antisociales. Este es un pensamiento típicamente «realista», y como tal, reaccionario, de quienes no pueden concebir el trabajo liberado como actividad humana creadora, amorosa, deseable, integradora, comunicativa. ¿Por qué alguien no querría trabajar en estas condiciones? Es claro, no se pasa de una a otra cultura del trabajo de manera lineal y automática; un proceso de profundo cambio, liberación y resocialización cultural habrá de irse procesando; y no es imposible que en este profundo proceso de cambio se produzcan desvíos más o menos transitorios, burbujas antisociales (¿más aún de las que ya existen actualmente?); que deberán ser tratadas como tales, con diagnósticos y terapéuticas de recuperación apropiadas. Es parte de la magna tarea a ser encarada por los sujetos sociales y políticos que construyan participativamente esta transición.

 

6.     ¿Qué pasa entonces con los diagnósticos que señalan la desocupación, el desempleo, como principal problema y causa de la pobreza, el hambre, la marginación de miles de millones? ¿Qué pasa con las demandas de pleno empleo para todos; las propuestas de reducción de jornada laboral para redistribuir el trabajo «escaso»? ¿Qué se le dice a la gente que clama por un empleo; que está dispuesta a aceptar uno en cualquier condición de explotación; que idealiza el empleo «en blanco», legal, estable, si fuera posible, como un matrimonio, «para toda la vida»?

 

Creo que se debe decir algo así: «No pidan empleo; exijan recursos»«no pidan trabajo asalariado: de eso hay y habrá probablemente cada vez menos; es un recurso escaso, deteriorado, en manos de pocos; no pidan ser explotados; no pidan la esclavitud; cada vez que salen a pedir eso, están aumentando el poder de quienes pueden darlo o negarlo, están construyendo el poder de sus enemigos, de quienes los van a chantajear, a humillar, a expoliar«. No pidan empleo; exijan recursos; recursos reproductivos, aquellos que, en dinero o especies, sirvan para alimentarse, cobijarse, vestirse, educarse, sanarse, tener y criar hijos; recursos productivos (tierra, energía, medios de producción, capacitación), aquellos que les sirvan para trabajar, para producir. Exijan recursos; exíjanlos porque los recursos están, de eso hay; y si no se los entregan, tómenlos: tomen la comida; tomen la tierra; tomen lo que necesiten para la vida, podrá no ser legal (las leyes las hacen ellos), pero sin dudas será legítimo (los dueños del orden quedan deslegitimados porque no garantizan la vida de todas).  El I.M.C. es la respuesta legal y legítima a la provisión universal e incondicional de los recursos reproductivos. Es un programa deseable y posible. Lo otro, lo actual, es inviable, conduce al desastre social y ambiental. 

Mientras el desarrollo del capitalismo, aún con sus crisis cíclicas (muchas veces terribles), requirió de la mercancía trabajo como insumo insustituible de su propia lógica, la asociación trabajo-salario-vida, pleno empleo-bienestar social, resultaba viable en términos funcionales (aun cuando fuera cuestionable en términos de una filosofía de la praxis, o de una ética humanista del trabajo) y el pleno empleo constituía un programa de acción posible. Pero a partir de la creciente disociación de la lógica de acumulación capitalista respecto de la mercancía trabajo, y la consiguiente desvalorización extendida y abrupta de la misma, la «recuperación de la vida» (la reintegración de la persona y la sociedad) ya no puede ser planteada en términos de recuperación del empleo, y menos aún, a través de la recuperación del crecimiento económico, toda vez que se ha demostrado que esto último puede producirse sin mayores repercusiones positivas sobre el primero

En otros términos, tanto el discurso del establishment sobre recuperación del empleo, condicionado al crecimiento, el cual a su vez está subordinado a la inversión y sus prerrequisitos (flexibilización laboral, ajuste fiscal, etcétera);  como por otro lado la demanda de fuerte tono reivindicativo que exige «Trabajo/Empleo YA!», aun perteneciendo a campos sociales, políticos y culturales diferentes o antagónicos, comparten la  misma concepción del trabajo como mercancía, o peor aún, como una maldición consustancial al ser humano, inscripta en la cultura occidental desde los mandamientos bíblicos («ganarás el pan con el sudor de tu frente»). Solo que esta concepción (además de indeseable), ya no puede ser viabilizada ni garantizada dentro del orden económico vigente. Estamos ante una tremenda crisis, verdadera amenaza de muerte para la humanidad o buena parte de ella; pero también, verdadera oportunidad de vida, y de construcción de un orden capaz de sustentarla. Pero en el principio de esta oportunidad, está la liberación y desenganche conceptual entre trabajo y vida, entre derecho al trabajo y derecho a la vida, la ruptura de la relación de necesidad que las une en la lógica mercantil («el que no trabaja no come-no vive»)

¿Por qué no plantear directamente el derecho a la vida? Vida YA! Vida para todas y todos YA! ¿Por qué no demandar (y comprometer) que la sociedad y el estado deben garantizar ese derecho a todos sus miembros, como primerísimo derecho, antes aún que el derecho al trabajo (Hablamos ahora del derecho al trabajo, ya no como mercancía, sino como derecho a objetivarse como sujeto y transformar la realidad, más allá de que ese trabajo encuentre o no una retribución en el mercado, sea o no mercantilmente necesario)? 

 

7.     ¿Qué pasa con los trabajadores, con la clase trabajadora; es ella el sujeto de esta transformación?

 

Sí, claro, la clase trabajadora también. Pero no de una manera hegemónica, sobredeterminada, vanguardista. Aun haciendo una redefinición extensiva, como hacen algunos compañeros sindicalistas, del concepto de clase trabajadora, incluyendo en ella a los desocupados o a los jubilados (lo cual es correcto, porque estos toman su identidad, se estructuran y forman parte del «mundo del trabajo», pasado, presente o potencial); existen varios otros sectores o actores sociales que confrontan con el capitalismo, que padecen exclusión, explotación, marginación, expropiación o negación de sus derechos: las mujeres; los niños; los campesinos, los pueblos originarios; las futuras generaciones (a quienes se expropia hoy de sus recursos y derechos de mañana), los migrantes, etcétera. La opresión no pasa solo, ni principalmente, por el mundo del trabajo, por la relación laboral activa ni pasiva (desocupados, jubilados). La relación laboral, la explotación por contrato del trabajo humano comprado en el mercado de trabajo, está desbordada y estallada como núcleo productor y articulador hegemónico de la conflictividad social. Por fuera de la relación laboral, arriba, abajo y a sus costados, otros actores, otros conflictos se despliegan en otros ejes de significación y articulación. Es la condición de ciudadanía la que hoy incluye, reúne y define el conflicto central con la lógica del capitalismo transnacionalizado; porque es por dentro, pero principalmente  y cada vez más, por fuera de la relación laboral, que el capital realiza su lógica explotando y oprimiendo al conjunto de la humanidad y de la naturaleza, es decir, el capital crece a costa de la ciudadanía, de los derechos de los ciudadanos actuales y futuros, de los ecosistemas y los bienes comunes. Y es el amplio espectro del arcoíris ciudadano el que se rebela, cada cual con su propio color y longitud de onda, contra el caos global capitalista.

 

8.     ¿Y cuáles serían las condiciones de posibilidad para establecer un I.M.C.?

 

La condición de posibilidad «objetiva» o «material» (perdón por la grosera simplificación) para la aplicación del I.M.C. en una sociedad determinada, está dada, en principio,  por una ecuación bastante simple: que el ingreso promedio per cápita de dicha sociedad sea mayor o igual que el costo de una canasta de bienes y servicios que garanticen la vida individual y social en el contexto histórico y cultural  concreto de dicha sociedad. La condición de posibilidad «subjetiva» -social, cultural y política,- (otra vez perdón por el esquematismo), tiene que ver con la construcción de una potente trama de consensos culturales, redes sociales y articulaciones políticas, por fuera y por dentro de las instituciones y del estado, en condiciones de implementar las profundas transformaciones requeridas en la estructura de ingresos, y su sostenimiento en el tiempo. Lo que significa plantear una sociedad y una fuerza política en condiciones y voluntad de afrontar (minimizando en lo posible, pero no paralizando la decisión) la casi inevitable conflictividad que una transformación de esta magnitud habrá de implicar

La superación, de la crisis capitalista de empleo y marginación social, se plantea entonces en el campo de la equidad social, en el terreno de la radical redistribución de la riqueza personal a través del instrumento impositivo; de la existencia de condiciones materiales objetivas suficientes, y la construcción de una voluntad social y política consistente con tal desafío. Afirmamos que la Argentina reúne esas condiciones materiales objetivas, y que («apenas», «solamente») hace falta construir la fuerza y la voluntad capaz de implementar la transformación.

Es desde la condición de ciudadanos (ni desocupados, ni trabajadores, ni mujeres, ni niños, ni jubilados, ni ninguna otra condición singular, muy respetables pero adjetivas) que puede y debe sostenerse esta demanda, que es una demanda de derecho humano a la vida y la ciudadanía. 

* Pablo Bergel, vecino de Colegiales, sociólogo, activista ecopolítico, ex diputado de la legislatura porteña

 

Escribir es una vanidad // Claudia Huergo

Escribir es una vanidad, si no es para el amigo.

Hace años ya que uso los grupos fb como soporte virtual de las clases en la Facu. Han sido años de batalla. No servía la aclaración de “lo virtual no reemplaza lo presencial” ni “hablen entre ustedes no pretendan hablar sólo conmigo” ni “pero si nos vemos todas semanas”.

 Obviamente que esas preguntas-reclamos nunca aparecían así cuando nos encontrábamos. Y es que el cuerpo hace de sede, de soporte, apacigua el demonio de la demanda.  A veces de las 2hs de encuentro 30 minutos estaban destinados a eso: sí, somos estos, estamos acá, sí, no te voy a yutear, sí, podés hablar, sí, me están hartando pero aún así, sí, no entiendo lo que decís pero se me ocurre esto. Se trataba, antes que nada, de poder confirmar nuestras existencias. No fantasmearnos. Ahí entre esa muchedumbre de 150 o de 30, que hablan, que murmuran, que se ríen, que se ausentan, que se aburren, que no ven las horas de. Algo de una confirmación, de un afirmativo, incluso cuando es No, sólo puede ser formulado en ese entre.

¿Que ya estábamos aislados y encerrados desde antes, que la cuarentena nos encuentra muy preparados?, sí. Pero. Bancarle la parada a alguien que llora porque no aprobó. Y que se odia por estar llorando frente a vos, que no tenés mucho más que explicarle y que ya seguir redundando en lo mismo no da, pero te quedás un rato más ahí, sin pretender consolar, en silencio. Y que cuando volvés a tu casa intuís que fue lo único importante que hiciste en todo el día.

Un par de horas de reunión en zoom con amigues ultra especializados en no ser especialistas me puso a delirar de extrañanza. Ahí todos  del otro lado del vidrio. Del mismo lado de la mesa. Unos bebiendo, otros fumando, o comiendo algo y sin poder sentir olores ni sabores ni los roces ni las electrificaciones ni los estados que nos vamos pasando cuando estamos juntes. O pasándonos algo, sí, pero que no podía ser alojado en ese entre. Me empezaron a subir y bajar como unas ganas de llorar y recordé a los del Comité invisible: “No sabemos si la insurrección tendrá la forma del asalto heroico, o si será un ataque de llanto planetario; un brutal acceso de sensibilidad después de décadas de anestesia, de miseria, de necedad.”

Mientras tanto Juancito le pregunta a su papá cómo se escribe una palabra. Dice que no puede aprender, porque quiere aprender a leer y a escribir con sus amigos.

Y bueno, pienso, no aprenderemos. Y ese no aprender será nuestra resistencia. Lo que volveremos a viralizar algún día cuando la curva se aplane, y nosotros no. 

 

Movimiento social // Lucía Naser

El problema del movimiento es central para la situación que vivimos. Quizá hay que pensar menos en lo que parece detenerse y más en lo que se sigue moviendo y nos coreografía.

Estamos en una situación de bloqueo, de parálisis. Al menos de nuestras coreografías habituales. Sin embargo, y por debajo de la detención, cosas y relaciones se siguen moviendo, como un cuerpo que en apariencia está quieto, pero sigue con el corazón latiendo, la sangre corriendo, los pulmones llenando y vaciando.

El movimiento es una pieza fundante de la identidad globalizada, y por eso el famoso “sujeto transnacional” no sabe qué hacer o de qué vivir si se le prohíbe moverse. Su subjetividad ha sido formateada en torno a la imposibilidad de detenerse. Si en la posmodernidad global la gran conquista ha sido el aumento de la capacidad de movilidad, ¿podría ser este el virus de la parálisis? ¿Qué movimientos no pueden y no deben ser detenidos?

El movimiento siempre ha estado en la base de las luchas sociales. Son su medio, pero también su fin. Los movimientos (sociales) vienen luchando por adueñarse de su propio movimiento, el de los sujetos colectivos y también el de los individuos que los integran.

Las luchas son por movernos cuando queremos y parar cuando así decidimos, pero ¿qué pasa cuando la situación no es elegida? ¿Priorizamos la autonomía del movimiento, la del sujeto moviente, la de los efectos de los movimientos? ¿La autonomía del movimiento presupone la del sujeto que se mueve o necesita de su sumisión? ¿El libre mercado es una forma de libertad del movimiento?

La cuestión de qué y quién controla nuestro movimiento obsesiona no sólo a la política, sino también a la danza. Y diferentes danzas tendrán diferentes respuestas. Algunas están organizadas por un ideal del movimiento; para otras existe un especialista capaz de hacernos mover mejor; otras entienden que debemos responder únicamente a lo que emerge de nuestro movimiento interno; otras reivindican el no moverse. Hay danzas que proponen renunciar a predefinir todo movimiento y aceptar que siempre estamos improvisando. Hay debates sobre si improvisación es igual a espontaneidad. Se sabe que no es lo mismo lo que componemos solas que lo que creamos colectivamente. Al intentar la repetición, lo que sucede es un enigma. Estos problemas coreográficos son, en sí mismos, problemas políticos del presente.

Decía Pina Bausch: no me interesa cómo se mueve la gente, sino qué los mueve. Porque elegir movernos o detenernos tiene que ver con la autonomía, los deseos y las necesidades del sujeto (y no sólo del movimiento). Pero el sujeto deviene tal en movimiento. Entonces, observar atentamente lo que nos mueve –o nos paraliza– hoy nos puede acercar a entender cómo está pegando esto en nuestras subjetividades.

EL CUERPO COMO EXTENSIÓN DE LOS MEDIOS. Pero ahí donde decíamos parálisis, ahí donde íbamos (ah, ¡por fin!) a enfrentarnos con la detención del incesante, agotador, inclemente movimiento que coreografía el neoliberalismo para nuestros cuerpos, nos encontramos con otra cosa. Zoom, Whatsapp, Jitsi Meet, Tik Tok, Hangouts, de Google, Instagram, Skype, Telegram, Messenger, Facebook, Twitter, Youtube: nos dicen cómo seguir produciendo. El mundo está en tu teléfono y, sorpresivamente (o no tanto), estábamos preparados. En menos tiempo de lo que le llevó a mi primer surtido agotarse ya estaba manejando todas estas aplicaciones e interactuando afectiva y laboralmente a través de ellas. Hasta parecería que alguien lo estaba esperando.

Mi nuevo cyborg es precario e inestable. Un día no tengo voz, otro día pierdo la escucha, aparezco y desaparezco haciendo de mi presencia un acto fantasmagórico. Si estaba moderando la reunión, es posible que mi conexión caiga y regrese media hora después, que se entrecorte y mi discurso se vuelva absurdo, lelo. Es posible que tenga que escuchar por el celular, hablar por la computadora y tomar notas en la tablet. Pero el movimiento sigue mientras los problemas técnicos me hacen imposible atender a lo que está sucediendo en mi cuerpo. Además, cuando termino la reunión en Zoom, tengo decenas de sitios web que, preocupados de que no me aburra, me ofrecen entretenimiento ilimitado en línea: ópera, teatro, museos virtuales y películas de reciente estreno.

La movilidad sigue estando. La aceleración también. El cambio está en la calidad de los vínculos, en las conversaciones que no estamos teniendo mientras movemos cables y bajamos apps. La conectividad agrava la sensación de aislamiento, como cuando al fin salimos, vemos el vacío en la ciudad y decimos: mi casa es menos inhóspita que esto, me vuelvo para adentro.

EL PROBLEMA DEL COREÓGRAFO. Y de repente somos youtubers, manejamos el humor de las nuevas tecnologías, nos enganchamos al modo cómico-irónico del Tik Tok, al formato síntesis de Twitter, a la lógica visual de Instagram. Ajustamos la performatividad al hiperestímulo de la web, nos adueñamos de sus discursos y somos, más que nunca, actores. Hacemos para que otros vean, publicamos para existir. Existimos cuando otros constatan nuestra presencia en sus dispositivos. La expansión tecnológica está de fiesta. No es casual el nombre de Youtube. Me? Las aplicaciones entienden lo que queremos o, mejor dicho, al contrario: nuestra subjetividad entiende y se adecua a lo que ellas necesitan.

Como en todo formateo de las relaciones sociales, siempre hay algo que nos estructura y algo que, con nuestros hábitos, estructuramos. Podríamos llamarlo “el problema del coreógrafo”: ¿me muevo en una danza que yo misma he creado?, ¿cuánta libertad hay en bailar lo que otro coreografía?, ¿toda coreografía captura mi libertad de moverme?, ¿es posible moverse sin coreografía?, ¿es posible gobernar todos y cada uno de mis movimientos?, ¿es el movimiento un problema individual o colectivo?

LA PEOR POSICIÓN ES LA FIJA. Si este es un problema coreográfico, ¿qué tienen para decir del cuerpo los capos de la danza? La ontología lenta de la performance; teorías sobre la potencia de la inmovilidad; los medios como extensiones, la virtualidad y lo espectral; la performatividad de las identidades; cuerpos y contagio: repaso títulos y autores y por momentos siento que ya lo pensaron todo, que se trata, finalmente, de poner en juego sus ideas. Otras veces pienso que todo eso ya no sirve, que la situación cambió radicalmente y hay que pensar todo de nuevo.

Desde el campo escénico veníamos diciendo: reivindicamos el derecho de parar, de ir más lento. Frente al biopoder decíamos: no nos pueden detener, somos libres de movernos donde y cuando queremos. Desde el autocuidado decíamos: el sistema nos impulsa hacia la explotación y la violencia, debemos autoprotegernos. Desde el análisis del poder veíamos: las instituciones que dicen cuidarnos nos vigilan, castigan y reprimen. Desde el liberalismo decíamos: tengo derecho a hacer lo que quiera sin condiciones. Desde el posmodernismo decíamos: comunidad, pero con diferencia. Desde el anarquismo decíamos: desconfiá del Estado, no lo necesitamos. Desde el feminismo decíamos: mi cuerpo, mi territorio.

Pero ahora el virus (y sus efectos) se comporta en contra de muchas de las premisas que estábamos manejando. A otras las pone, por lo menos, en conflicto. Y del resto me pregunto si estoy pronta para llevarlas adelante, ahora que ya no son metáforas atractivas intelectualmente, sino urgencias que bailan al ritmo de la vida o la muerte.

CONFIAR EN LO QUE RESPIRA. Entonces, ¿quién controla nuestro movimiento? Lo que nos coreografía hoy en términos situacionales y subjetivos responde a una lógica radicalmente diferente de la que veníamos pensando. Veníamos deseando una coreografía que rajara el suelo. Ahí la tenemos. No somos sus autores exclusivos, pero sí sus intérpretes. Y sabemos que, en ese rol, hay mucho espacio de creación. En este contexto repensarlo todo y crear las coreografías que nos potencien sigue estando en nuestras manos, pies y orejas. Quizá no se trata de parar –porque, en definitiva, nada ha parado–, sino de seguir de otras maneras. Quizá se trata de superar la frustración de no estar completamente al mando de nuestras coreografías y, aun así, sin caer en la resignación, seguir bailando.

Que sacar “algo bueno” de la situación no nos haga olvidar que hay coreografías de la detención que están cambiando vidas. Que cuestionar el poder no nos haga perder de vista las coreografías que sí estamos eligiendo para preguntarnos si no podríamos estar bailando otra cosa. Por ejemplo, si no podemos parar de trabajar, quizá podemos redireccionar aquello que producimos para que llegue a quienes más necesitan ser cuidados, que jamás pagarán porque no tienen con qué. La reivindicación de parar no tiene por qué significar ocuparnos únicamente de nuestras necesidades e intereses personales, e incluso podemos hacerlo por fuera de quien paga nuestro salario; salir y hacer por y con otres, de tapaboca y guantes o como se pueda.

Podemos (y esto también es luchar contra la enfermedad) resistir la apropiación y detención de nuestra fuerza vital por parte de empleadores y gobiernos. Podemos activar las técnicas del hackeo para infiltrar los canales que ya existen. Podemos palpar, escuchar y lamer esos movimientos que sí están sucediendo, y los que se vienen. Podemos empezar a entrenar, confiando en todo lo que respira.

“La Tierra puede deshacerse de nosotros con la más pequeña de sus criaturas” // Entrevista a Emanuele Coccia

Entrevista de Nicolas Truong

El filósofo explica por qué, en su opinión, la actual pandemia devuelve al ser humano a la naturaleza. Y cómo la ecología necesita ser repensada, para alejarla de la ideología patriarcal basada en el “hogar”

 

El filósofo Emanuele Coccia es profesor en la École des hautes études en sciences sociales y uno de los intelectuales más iconoclastas de su tiempo. Autor, en la editorial Payot et Rivages, de las obras La Vie sensible (2010), Le Bien dans les choses (2013), La Vie des plantes. Une métaphysique du mélange (2016), acaba de publicar Métamorphoses (Payot et Rivages, 236 páginas, 18 euros), un libro que recuerda cómo se relacionan entre sí las especies vivas, incluyendo los virus y los humanos, porque, según escribe “somos la mariposa de esta enorme oruga que es nuestra Tierra”. En la entrevista que sigue a continuación analiza los impulsores de esta crisis sanitaria mundial, y explica por qué, por mucho que sea necesaria, “la orden de quedarse en casa es paradójica y peligrosa”.

 

 

Se están tomando medidas importantes para asegurar que la economía no se derrumbe. ¿Debería hacerse lo mismo para la vida social?

Frente a la pandemia, la mayoría de los gobiernos han tomado medidas firmes y valientes: no solo la vida económica se ha detenido en gran medida o se ha visto fuertemente ralentizada, sino que también la vida social pública ha quedado ampliamente interrumpida. Se ha instado a la población a quedarse en casa: se han prohibido las reuniones, las comidas compartidas, los ritos de amistad y de debate público y el sexo entre desconocidos, pero también los ritos religiosos, políticos y deportivos. De repente, la ciudad ha desaparecido o, mejor dicho, se la han llevado, ha sido sustraída del uso: se presenta ante nosotros como tras un escaparate. Ya no hay espacio público ni lugares para la libre circulación, abiertos a todos y a las actividades más populares y dispares, dedicadas a la producción de la felicidad tanto individual como compartida. La población se ha quedado sola frente a este enorme vacío, y llora la ciudad desaparecida, la comunidad suspendida, la sociedad cerrada junto con las tiendas, las universidades o los estadios: los directos de Instagram, los aplausos o los cánticos colectivos en el balcón, la multiplicación de la las arbitrarias y alegres carreras semanales son en su mayoría rituales de elaboración de duelo, intentos desesperados de reproducir la ciudad en miniatura.

Esta reacción es normal y fisiológica. La interrupción de la vida económica –que ya venimos experimentando cada domingo– ha sido objeto de un número infinito de reflexiones y medidas de anticipación y reconstrucción. En cambio, el gesto de suspender la vida en común, mucho más inédito y violento, ha sido abrupto y radical: sin preparación, sin seguimiento.

La necesidad de estas medidas está fuera de toda discusión: solo de esta manera seremos capaces de defender a la comunidad. Pero se trata de medidas muy serias: relegan a toda la población al hogar. Y, sin embargo, no ha habido ningún debate, ningún intercambio ni ningún otro discurso más allá del de la muerte y el miedo, por uno mismo y por los demás.

 

 

¿Cuál es la responsabilidad de los gobiernos en este olvido social del confinamiento? 

Es bastante infantil imaginar que se puede mantener a millones de vidas bajo arresto domiciliario únicamente a través de amenazas o difundiendo el miedo a la muerte. Es muy irresponsable por parte de estos mismos gobiernos el pretender obtener la renuncia de una comunidad a sí misma haciéndola sentir culpable o infantilizándola. El coste psíquico de esta forma de proceder será enorme. No se han tenido en cuenta, por ejemplo, las diferencias en cuanto al tamaño de los apartamentos, su ubicación, el número de individuos de diferentes edades que conviven en ellos: es casi como si, al tomar medidas en relación con la vida económica, hubiéramos optado por ignorar las diferencias en cuanto al volumen de negocio o al número de empleados de cada empresa.

No se ha tenido en cuenta la soledad, las angustias y especialmente la violencia que todo espacio doméstico a menudo oculta y amplifica. Invitar a cada uno a coincidir con el propio hogar significa producir las condiciones para una futura guerra civil. Podría estallar de aquí a unas pocas semanas.

Además, si para la vida económica hemos tratado de buscar un compromiso entre la necesidad de mantener a la sociedad viva y la de protegerla, para la vida social, cultural o psíquica hemos afinado mucho menos. Por ejemplo, hemos dejado abiertos los estancos, pero no las librerías: la elección de lo que se consideran «necesidades básicas» traslada una imagen bastante caricaturesca de la humanidad. Hay un tema iconográfico que ha atravesado la pintura europea: el de «San Jerónimo en el desierto», representado con una calavera y un libro –la Biblia que estaba traduciendo–. Las medidas hacen de cada uno de nosotros y nosotras «jerónimos» que contemplan la muerte y sus miedos, pero que ni siquiera tienen derecho a llevar consigo un libro o un vinilo.

 

 

 

“¡Quédense en casa!”, dice el presidente. Ahora bien, en Métamorphoses, haces una crítica de este “todos para casa”, y de esta obsesión con asignar la vida a la residencia. ¿Por qué razones?

Esta experiencia inaudita de arresto domiciliario indeterminado y colectivo que se extiende de golpe a miles de millones de personas nos enseña muchas cosas. En primer lugar, experimentamos el hecho de que el hogar no nos protege, no es necesariamente un refugio: también puede matarnos.

Podemos morir por exceso de hogar. Y la ciudad, la distancia que implica cualquier sociedad, nos protege normalmente contra los excesos de intimidad y de proximidad que cualquier casa nos impone. Así que no hay nada extraño en el malestar que vive la gente estos días. La idea de que el hogar, la casa, es el lugar de la proximidad a la “naturaleza” es un mito de origen patriarcal. La casa es el espacio dentro del cual conviven una serie de objetos e individuos sin libertad, en el seno de un orden orientado a la producción de una utilidad. La única diferencia que existe entre las casas y las empresas es el vínculo genealógico que une a los miembros de las unas pero no de las otras. También por esto, cualquier casa es exactamente lo opuesto a lo político: de ahí que la orden de quedarse en casa sea paradójica y peligrosa.

 

 

 

¿En qué sentido el análisis ecológico de la crisis sanitaria te parece inapropiado, romántico en el mejor de los casos y reaccionario en el peor? 

La experiencia de estos días debería por lo tanto enseñarnos que la ecología, la ciencia que debería ayudarnos a reparar el planeta, debe ser completamente reformada, empezando por su nombre, que todavía alberga la imagen de hogar (oikos en griego significa hogar, casa). La ecología no solo es romántica, sino que sigue siendo esa ciencia profundamente patriarcal que, a pesar de todos los esfuerzos del ecofeminismo, no ha logrado liberarse de su pasado.

De hecho, al seguir pensando que la Tierra es el hogar de lo vivo, y que todas las especies tiene la misma relación privilegiada con un territorio que un individuo humano tiene con su apartamento, no solo nos empeñamos en someter a arresto domiciliario a la totalidad de las especies vivas, sino que además estamos proyectando un modelo económico en la naturaleza. La ecología y la economía de mercado nacieron al mismo tiempo, son dos gemelos siameses que comparten los mismos conceptos y un mismo marco epistemológico, y es ingenuo pensar que, desde la ecología, tal y como está estructurada hoy en día, se pueda llegar a luchar contra el capitalismo.

No, no hay casas u hogares ontológicos, ni para nosotros, los humanos, ni para los no humanos; en la Tierra solo hay migrantes, porque la Tierra es un planeta, es decir, un cuerpo que está constantemente a la deriva en el cosmos. En tanto que ser planetario, cada ser vivo está a la deriva, cambia de lugar, de cuerpo y de vida, constantemente. Es imposible protegerse de los otros, y esta pandemia lo demuestra. Solo podemos evitar algunas de las consecuencias del contagio, pero el contagio como tal, nosotros, como seres vivos, nunca podremos evitarlo.

Contrariamente a lo que nos gustaría imaginar, esta pandemia no es la consecuencia de nuestros pecados ecológicos: no es un azote divino que nos envía la Tierra. Es solo la consecuencia del hecho de que toda vida está expuesta a la vida de los otros, que todo cuerpo alberga la vida de otras especies, y es susceptible de ser privado de la vida que lo anima. Nadie, entre los vivos, está en su casa: la vida que habita en el fondo de nosotros y que nos anima es mucho más antigua que nuestros cuerpos, y también es más joven, porque seguirá viviendo cuando nuestro cuerpo se descomponga.

 

 

 

El virus se percibe como algo preocupante, por supuesto, pero también radicalmente diferente a nosotros. Y, sin embargo, en tu libro muestras que él es parte de nosotros. ¿En qué sentido es una de las caras de la metamorfosis de lo vivo?

Todos los seres vivos, cualquiera que sea su especie, su reino, su estadio evolutivo, comparten una sola y misma vida: es la misma vida que cada ser vivo transmite a su descendencia, la misma vida que una especie transmite a otra especie a través de la evolución. La relación entre los seres vivos, no importa si pertenecen a especies diferentes, es la que existe entre la oruga y la mariposa. Toda vida es tanto repetición como metamorfosis de la vida que la precedió. Cada uno de nosotros (y cada especie) es al mismo tiempo la mariposa de una oruga que se ha formado en un capullo y la oruga de mil futuras mariposas. Si somos mortales es únicamente por el hecho de que compartimos la misma vida. Porque la muerte no es el final de la vida, sino solo el paso de esa misma vida de un cuerpo a otros. Aunque no lo parezca, este virus también es una vida futura en ciernes –no necesariamente idéntica a la que conocemos, ni desde un punto de vista biológico, ni cultural–.

El virus y su propagación pandémica también tienen una importancia crucial desde otro punto de vista. Llevamos siglos contándonos a nosotros mismos que estamos en la cima de la creación –o de la destrucción–. Muy a menudo, el debate en torno al antropoceno ha derivado en el empeño por parte de unos moralistas perversos en pensar la magnificencia del hombre en la ruina: somos los únicos capaces de destruir el planeta, somos excepcionales en nuestro poder nocivo, porque ningún otro ser posee un poder semejante.

 

 

 

Con el brote del nuevo coronavirus, ¿estamos experimentando nuestra extrema vulnerabilidad?

Por primera vez en mucho tiempo –y a una escala planetaria, global– nos hemos topado con algo que es mucho más poderoso que nosotros, y que nos va a dejar paralizados durante meses. Tanto más porque se trata de un virus, que es el más ambiguo de los seres que pueblan la Tierra, un ser que es incluso difícil calificar de “vivo”: habita en el umbral entre la vida “química” que caracteriza a la materia y la vida biológica, y no alcanzamos a definir si pertenece a la una o a la otra. Es demasiado animado para la química, pero demasiado indeterminado para la biología.

Resulta perturbador constatar, en el propio cuerpo del virus, la clara oposición entre la vida y la muerte. Y, sin embargo, este agregado de material genético se ha liberado y ha puesto a la civilización humana –la más desarrollada, desde el punto de vista técnico, de la historia del planeta– de rodillas. Soñábamos que éramos los únicos responsable de la destrucción…. y estamos cayendo en la cuenta de que la Tierra puede deshacerse de nosotros con la más pequeña de sus criaturas. Es muy liberador: por fin nos hemos liberado de esa ilusión de omnipotencia que nos obliga a imaginarnos como el principio y el fin de cualquier acontecimiento planetario, tanto para bien como para mal, y a negar que la realidad que tenemos delante sea independiente de nosotros.

Incluso una minúscula porción de materia organizada es capaz de amenazarnos. La Tierra y su vida no nos necesitan a la hora de imponer órdenes, inventar formas o cambiar de dirección.

Una pregunta // Giorgio Agamben

La plaga marcó para la ciudad el comienzo de la corrupción… Nadie estaba dispuesto a perseverar en lo que antes consideraba bueno, porque creía que tal vez podría morir antes de llegar a él.
Tucídides, La Guerra del Peloponeso, II, 53.

Me gustaría compartir con los que quieran una pregunta en la que no he dejado de pensar desde hace más de un mes. ¿Cómo puede ser que un país entero se haya derrumbado ética y políticamente ante una enfermedad sin darse cuenta? Las palabras que utilicé para formular esta pregunta fueron consideradas cuidadosamente una por una. La medida de la abdicación a los propios principios éticos y políticos es, de hecho, muy simple: se trata de cuál es el límite más allá del cual uno no está dispuesto a renunciar a ellos. Creo que el lector que se tome la molestia de considerar los siguientes puntos tendrá que estar de acuerdo en que -sin darse cuenta o pretender no darse cuenta- el umbral que separa a la humanidad de la barbarie ha sido cruzado.

1) El primer punto, quizás el más serio, se refiere a los cuerpos de las personas muertas. ¿Cómo podíamos aceptar, sólo en nombre de un riesgo que no se podía especificar, que nuestros seres queridos y los seres humanos en general no sólo murieran solos, sino -algo que nunca había sucedido antes en la historia, desde Antígona hasta hoy- que sus cuerpos fueran quemados sin un funeral?

2) Entonces aceptamos sin demasiados problemas, sólo en nombre de un riesgo que no se podía especificar, limitar nuestra libertad de movimiento a un grado que nunca antes había ocurrido en la historia del país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales (el toque de queda durante la guerra estaba limitado a ciertas horas). Por lo tanto, aceptamos, sólo en nombre de un riesgo que no podía ser especificado, suspender nuestra amistad y amor, porque nuestro prójimo se había convertido en una posible fuente de contagio.

3) Esto podría suceder -y aquí tocamos la raíz del fenómeno- porque hemos dividido la unidad de nuestra experiencia vital, que es siempre inseparablemente corpórea y espiritual a la vez, en una entidad puramente biológica por un lado y una vida afectiva y cultural por el otro. Ivan Illich mostró, y David Cayley lo recordó recientemente, las responsabilidades de la medicina moderna en esta escisión, que se da por sentada y que es en cambio la mayor de las abstracciones. Soy muy consciente de que esta abstracción ha sido lograda por la ciencia moderna a través de dispositivos de reanimación, que pueden mantener un cuerpo en un estado de vida vegetativa pura.

Pero si esta condición se extiende más allá de los límites espaciales y temporales que le son propios, como se intenta hacer hoy, y se convierte en una especie de principio de comportamiento social, caemos en contradicciones de las que no hay salida.

Sé que alguien se apresurará a responder que se trata de una condición limitada de tiempo, después de la cual todo volverá como antes. Es verdaderamente singular que esto sólo pueda repetirse de mala fe, ya que las mismas autoridades que proclamaron la emergencia no dejan de recordarnos que cuando la emergencia termine, las mismas directivas deben seguir siendo observadas y que el “distanciamiento social”, como se ha llamado con un eufemismo significativo, será el nuevo principio de organización de la sociedad. Y, en cualquier caso, lo que, de buena o mala fe, uno ha aceptado sufrir no podrá ser cancelado.

No puedo en este punto, ya que he acusado a las responsabilidades de cada uno de nosotros, dejar de mencionar las responsabilidades aún más graves de aquellos que habrían tenido la tarea de velar por la dignidad humana. En primer lugar, la Iglesia, que al convertirse en la sierva de la ciencia, que se ha convertido en la verdadera religión de nuestro tiempo, ha renunciado radicalmente a sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un Papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazó a los leprosos. Ha olvidado que una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. Ha olvidado que los mártires enseñan que uno debe estar dispuesto a sacrificar su vida antes que la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe. Otra categoría que ha fallado en sus deberes es la de los juristas. Hace tiempo que estamos acostumbrados al uso imprudente de los decretos de emergencia mediante los cuales el poder ejecutivo sustituye al legislativo, aboliendo ese principio de separación de poderes que define la democracia. Pero en este caso se han superado todos los límites y se tiene la impresión de que las palabras del Primer Ministro y del Jefe de Protección Civil se han convertido inmediatamente en ley, como se decía para las del Führer. Y no vemos cómo, habiendo agotado el plazo de validez de los decretos de emergencia, las limitaciones de la libertad pueden ser, como se anuncia, mantenidas. ¿Por qué medios legales? ¿Con un estado de excepción permanente? Es tarea de los juristas verificar que se respeten las reglas de la constitución, pero los juristas permanecen en silencio. Quare silete iuristae in munere vestro?

Sé que invariablemente habrá alguien que responda que el grave sacrificio se hizo en nombre de los principios morales. Me gustaría recordarles que Eichmann, aparentemente de buena fe, nunca se cansó de repetir que había hecho lo que había hecho según su conciencia, para obedecer lo que creía que eran los preceptos de la moralidad kantiana. Una norma que establece que hay que renunciar al bien para salvar el bien es tan falsa y contradictoria como una que, para proteger la libertad, requiere que se renuncie a ella.

13 de abril de 2020

Manera de escribir con gemelas // Norman Briski

Dónde está Florida para el cambio…  Para la noche la pizza de Corrientes están donde.

El parque japonés, el de diversiones, clausurado en Retiro por la plaga amarilla.

Elcano falleció amarillo en la montaña rusa.

San Martin marinero de la Logia.

Indonesia capital del Tsunami.

Una sola torre de Eiffel. Una perra la orina.

Cuando quieras pensar, evacua con frecuencia.

La puerta de Alcalá… Nadie, el único turista con auriculares.

La plaza Roja, Paseo Colon, se cruzan en el GPS.

Sífilis en el tren del ómnibus.

Pigalle and Londres. Londres y Pigalle. ¡Juana lo mató a Ricardo!

Camiones blindados verdes oliva y Maduro lleno de Bolivar..

Llueve aviones pardos en Vieja York.

Del Prado con Guernica a la cabeza ¿Se despereza el Tauro?

Guerra y no llegan espías cariocas. Doctores bubónicos con filtros en la nariz.

Estudiantes aplazados en  Mayo. Curitiba debajo Villa Madero color sepia.

Labruna y Lostou. Las piernas del arco

El avión carretea, estimado atrasado. Reprogramado.

En el Este están los Andes porque Hoy por hoy soy chileno, peruano, colombiano y mexicano de la Baja California.

Las gaseosas están en el porvenir, como la Social Democracia.

El buzo se quedó con el chafalote.

El piano tiene fiebre de rock and roll. El Fa no puede salir. El Si… si.

Los perros de la ley con pase libre.

Te contagian con su alegría.

Malvina no lo escucha pero atiende de onda.

¿Hola?

No llores por mí. No llores… llora piedras.

Comer saltando… agota.

Los arboles muy altos no tienen hongos e intiman a la huelga.

Estoy en Praga por eso voy a Cuba.

Caminar con raqueta, obligación.

Nubes blancas, no hay más aviones.

Hay urbanidad. Todo delivery en San Pablo.

Todo con éste dedo.

¡Uno solo! El de la avaricia.

No se ve nada, el sapucay para saber dónde está la orilla.

Y allí cuantas millas de rodillas, para saber flotar.

 

Los maestros de yoga // Ariel Sicorsky

 

Los primeros en caer fueron los maestros de yoga. Eso nos sorprendió, porque al principio fueron ellos quienes levantaron las banderas de la calma espiritual. Cuando comenzó la cuarentena y todavía no nos habíamos transformado en lo que somos, fueron ellos, los maestros de yoga, como si se hubieran puesto de acuerdo, como si  en un gesto unísono hubieran dado un paso hacia adelante en el devenir, quienes contuvieron a la población que estaba perdida y desconsolada; fueron ellos los que llenaron las redes de recetas orientales para mantener la salud mental, emocional, y sobre todo, espiritual. En medio de los memes, de los chistes malos y las noticias falsas, ellos aparecían con sus caras serenas, sus media sonrisas, sus ojos brillantes, y con voz calma y melodiosa nos decían cosas como: “en tiempos de crisis es muy importante la respiración diafragmática” o “crisis es posibilidad, aprovechá para conocerte interiormente”  y aún “¿quién te dice que esta enfermedad mortal que asola las calles no es una bendición?”.

Y todos nos encontrábamos tan perdidos que tomábamos esos retazos de conocimientos antiguos como verdaderos bálsamos, y el breve lapso de tiempo que duraban sus videítos, lográbamos olvidarnos de la pandemia, la incertidumbre y el miedo. Respirábamos durante treinta segundos sintiendo como se movía nuestra barriga con el aire que entraba y salía y sentíamos un alivio en nuestras almas y aún cuando tres minutos después estábamos otra vez viendo las noticias falsas y los chistes malos, los maestros de yoga comenzaron a tomar una importancia inesperada en nuestas vidas. Nos ayudaron a ir más allá de nuestra angustia; nos enseñaron a sobrevolar por encima de nuestra propia conciencia, a elevarnos y tomar una nueva perspectiva frente a las cosas más simples. Muchos nos anotamos en cursos virtuales y encendimos inciensos, y sentados sobre los almohadones del sillón, cantamos largos y profundos OM.

Repentinamente los maestros de yoga pasaron de ocupar un lugar secundario en la sociedad, un lugar al borde del desprecio y cercano a lo bufonesco, a ser los únicos que podían guiarnos en tiempos de oscuridad. Y debo decir que fueron dignos al tomar las banderas de la redención; si bien por breves momentos uno podía adivinar en sus gestos paternales una queja, un cierto cinismo del tipo “viste que importantes que éramos”, un lejano desdén hacia nosotros -simios ignorantes que recién ahora nos dignamos a enfilarnos en el largo camino de la iluminación- en general fueron generosos al brindar su conocimiento acuñado en la sombra a través de largos y despojados años.

Lentamente pasaron a ocupar un lugar predominante en nuestras vidas. Todos teníamos nuestro gurú y lo recomendábamos a los amigos y conocidos, y nos peleábamos para ver quién estaba bajo la éjida del mejor maestro. Palabras hasta entonces desconocidas como asana, ashtanga o adomuka pasaron a mezclarse en el habla cotidiana y a volverse metáforas de otras cosas, ejmplos en temas disímiles, herramientas de uso común.

La cuarentena impuesta por el gobierno, sin embargo tuvo una prórroga, y luego otra y finalmente el confinamiento se volvió la regla. Hasta nuevo aviso, hasta que algo pase, hasta Dios sabe cuándo, debimos permanecer en nuestras casas, viendo cómo todo lo que conocíamos se iba transformando en otra cosa, por lo general en nada, o en algo amorfo y tullido y doliente. Estábamos demasiado embadurnados de sensaciones incómodas para advertir que ya nada iba a ser igual, que ya nada era igual.

Lo único que quedaba en pie, como si fuera una bandera ondulando al viento, desafiando la catástrofe y sostenindo en nuestras almas lo que quedaba de humano fueron los maestros de yoga. No importaba cuán abatidos nos sintiéramos, cuán derrotados ni cuán olvidados: a la hora señalado encendíamos nuestros celulares, unos inciensos, y nos entregábamos a las antiguas artes de volver a casa, de recordar, de volver al corazon.

Sin embargo eran tiempos de hecatombe y los dioses tenían otros planes.

Las señales fueron apareciendo lentamente, pero llegado un momento se precipitaron sin dejar otra posibilidad que el desengaño. Primero comenzamos a ver rasgos un poco bizarros, casi imperceptibles. La maestra Soledad Guanietti, por ejemplo, una mujer concentrada y ascética, empezó a aparecer un poco más pintada y cada tanto se reía como si estuviera pensando en otra cosa. Después empezó a perderse en medio de sus clases, o se quedaba un rato largo en silencio, mirando la cámara, como si el flujo de sus pensamientos se hubiera cortado de pronto; finalmente aparecía balbuceando cosas sin sentido y deambulando por su casa que parecía una pradera después de una batalla.

Uno a uno nuestros maestros fueron entrando en la locura, en una sombra que terminó por ocupar todo su ser.

El primero en suicididarse online fue el maestro Siro. No miraba a cámara sino hacia una puerta lateral donde su supuesto interlocutar parecía amenazarlo o amonestarlo. Soltando un discurso descontrolado en el cual mezclaba palabras en sánscrito, portugués y francés, haciendo alusiones a una supuesta revolución verdadera, rompió una estatuita de una divinidad oriental que adornaba su consultorio y se cortó las venas. Tardó bastante en morir y los que lo seguíamos, fuimos viendo desde nuestros celulares como la vida se la escurría por las muñecas y cómo se fue volviendo una cosa más entre las cosas. Sus últimas palabras fueron “mamá”.

Ese suceso marcó la hecatombe. Los maestros de yoga desaparecieron rápidamente dejándonos otra vez en las tinieblas.

Después pasó lo que todos  conocemos; en octubre del 2020 la llegada de quienes ya sabemos, la torpeza de los máximos dirigentes mundiales, la fallida contraofensiva, el cogobierno mundial; la muerte del tantos, las rápidas y explosivas tansformaciones genéticas. Las alas que nos salieron, al principio nos causaron mucho dolor y una picazon insoportables; luego las cargamos torpemente como si fueran entes ajenos adozados a nuestros homóplatos y finalmente las fuimos aceptando, comprendiendo y agradeciendo.

Hoy todo parece lajano.

Todavía dejamos flores en la gran estatua dal maestro de yoga, erigida junto al obelisco en señal de respeto y agradecimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Once tesis sobre Virus Mundi // Comité Disperso

«Si se pregunta ingenuamente cómo ha llegado la ciencia a adquirir su configuración actual se obtiene una respuesta distinta. Tal curiosidad es de suyo importante, ya que estamos dominados por la ciencia, y ni siquiera un analfabeto se salva de su influjo, porque también él aprende a convivir con innumerables cosas de ciencia innata. Según una tradición fidedigna, ya en el siglo XVI —una edad de agitadísimo movimiento espiritual— comenzó a disminuir el entusiasmo por la investigación de los etos de la naturaleza, en el cual se había perseverado hasta entonces o largo de dos milenios de especulación religioso-filosófica; los hombres de entonces empezaron a darse por satisfechos con estudiar la superficie sirviéndose de un método al que no se puede dar otro apelativo que el de superficial. El gran Galileo Galilei, por ejemplo, el primer nombre que se cita siempre a este propósito, prescindió de la pregunta de por qué causas intrínsecas tiene que sentir la naturaleza cierta timidez ante espacios vacíos, de modo que obligue a un cuerpo suelto a atravesar, en carrera vertical, espacio tras espacio hasta chocar contra el duro suelo; y se contentó con hacer una comprobación mucho más vulgar: estableció simplemente la velocidad del cuerpo que cae, el recorrido que describe, tiempo que emplea y la aceleración de la caída. La Iglesia católica cometió un grave error al amenazar a tal hombre con la muerte, y al obligarle a retractarse, en vez de liquidarlo sin tanta consideración; porque de su sistema de ver las cosas y del de sus congéneres científicos han surgido—en brevísimo tiempo, si se atiende al ritmo de la historia— las guías ferroviarias, las máquinas, la psicología fisiológica y la corrupción moral de los tiempos actuales, contra la cual la Iglesia no puede ya poner remedio. Probablemente se debió tal error a la excesiva prudencia eclesiástica, pues Galileo no sólo fue el descubridor del movimiento de la Tierra y de la ley de la caída de los cuerpos, sino que fue también un inventor por el que se interesó el gran capital, según se diría en el lenguaje de hoy. No fue él, por lo demás, el único influido por aquel espíritu nuevo; al contrario, los relatos históricos revelan cómo el frío positivismo que le animaba se difundía rápido y brutal como una epidemia; y, por muy mal que suene actualmente llamarle a uno poseso del positivismo, y pensando que ya estamos hartos de él, el despertar de la metafísica de aquel tiempo y su paso a la contemplación severa de las cosas tuvo que haber sido, según toda clase de testimonios, un fuego, una borrachera de positividad.»
R. Musil, El hombre sin atributos» 

 

  1. Nada será como antes. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado repetido en los últimos treinta años? Desde que aquellos allí proclamaron el fin de la historia, ha habido una loca necesidad de apocalipsis. Y luego, de los puntos de inflexión de época, ¿cuántos había? Sin embargo, para tener un cambio, tomaría una era primero. En cambio, por ahora, las noticias triunfan. En resumen, la era no nos la da la historia: debemos conquistarla. Y que todo es como antes, esta sería nuestra verdadera catástrofe.
  2. Entre las víctimas que no son de sino con el coronavirus, hay muchos de nuestros patrones de lectura, identidad, compulsiones para repetir. Después de la izquierda, el llamado «movimiento» murió: no nos importa, porque las patologías anteriores eran incurables y nunca hemos estado a favor de la obstinación terapéutica. Entre otras cosas, nadie se dio cuenta, porque nadie sabía que todavía estaba vivo. Por lo tanto, la rápida elaboración del luto nos da la oportunidad de poner fin a la excusa de la supervivencia y nacer de nuevo. La única vida que vale la pena vivir: la de aquellos que quieren marchar sobre las cabezas de los reyes, con o sin corona.
  3. Otras víctimas de coronavirus: Europa y la globalización. Aclaremos mejor. Es la ilusoria esperanza de una Europa política la que se ha apoderado de quienes confundieron el internacionalismo proletario con el europeísmo financiero. Un espacio debilitado y más fragmentado surgirá en el interior, mantenido por ahora solo por la oligarquía financiera y las diferentes comodidades de los Estados. La idea de una irreversibilidad de la globalización, de su destino magnífico y progresivo, ha desaparecido. No volveremos a lo que sabíamos antes, pero no avanzaremos a lo que imaginábamos después.
  4. En el ocaso de la modernidad, que podría adquirir características permanentes, los problemas antiguos y contemporáneos parecen repetirse y mezclarse. El aparente regreso a los orígenes, con el surgimiento del Leviatán chino, se mezcla a la perfección con lo que se ha llamado «posmoderno», simbolizado por el papel que desempeña la industria de la comunicación. Y se plantean nuevas cuestiones, en primer lugar, el intercambio y la relación entre libertad y seguridad. Los que habían profetizado la muerte del estado se equivocaron. El monstruo marino no se extinguirá por sí solo. Y otras hipótesis geopolíticas imaginativas, de imperios y guerra de las galaxias, han pasado sin dejar recuerdos, como una influencia estacional. Del desorden mundial, ¿está surgiendo un siglo asiático? Respondemos como lo hizo Zhou Enlai cuando se le preguntó cuáles eran, en su opinión, los resultados de la revolución francesa: es demasiado pronto para decirlo. Sin embargo, una cosa parece segura: cuando las cosas se ponen difíciles, el longue durée elimina la inmediatez efímera.
  5. La industria mediática no inventó la pandemia en absoluto, no bromeemos; sin embargo, la pandemia, al menos en estas formas, no habría existido sin la industria de los medios. El nombre en sí, covid-19, parece haber sido destinado a una serie de televisión. Y mientras el virus mataba en Wuhan, no hay duda de que la guerra viral fue la continuación de la guerra comercial por otros medios. El punto es que el sistema capitalista general, lejos de ser o haber sido siempre un bloque compacto y homogéneo, es la composición dinámica de intereses contrastantes, diferentes articulaciones y subsistemas, cada uno con su propia autonomía relativa mientras está dentro de una sola dirección, la acumulación de dominación y capital. A partir de enero, la industria de los medios dicta la agenda política y pública, seleccionando la información y las interpretaciones a enfatizar, silenciando a los demás. Prescribió los comportamientos y estilos de vida correctos, culpó y ridiculizó a los irresponsables. En pocas palabras, formó subjetividad: el hombre y la mujer del virus. La pregunta es: ¿pueden los subsistemas de partes tomar de manera autónoma direcciones impredecibles, salirse de control y abrir nuevas contradicciones inéditas? Sin embargo, nunca como en este período, podemos experimentar cómo divergen la información y el conocimiento, hasta el punto de contrastar: cuanto más nos sumergimos en el bombardeo de la infoesfera, menos entendemos lo que sucede.
  6. La modernidad capitalista ha elevado la fe en el progreso y la religión científica en su seno. Hoy, en una forma intensificada y acelerada en la crisis viral, esta fe y esta religión están sometidas a una tensión contradictoria. Por un lado, un papel político inmediato de la ciencia, de sus instituciones y gerentes, desde la Organización Mundial de la Salud hasta cualquier Burioni (un medico italiano muy presente en los medios y en las redes sociales; N. del T.); por otro lado, sin embargo, la religión científica ha sido arrestada al menos momentáneamente en su supuesta omnipotencia. Frente al parásito microscópico, la ciencia de repente se encuentra impotente. En las últimas semanas, es suficiente echar un vistazo a la gran cantidad de opiniones científicas en periódicos y televisión para darse cuenta de que la distancia social entre noticias falsas y opiniones de expertos tiende a confundirse. Millones de partículas están dispersas en el aire que contienen pronósticos, opiniones, probabilidades, consejos, cada uno expresado por la imperiosa cátedra del título, todos unidos por una verdad desconcertante: no sabemos nada. Después de todo, ciertamente no a partir de ahora, registramos una separación histórica entre la realidad del capitalismo y la promesa de progreso. Aquí, potencialmente, se abre un extraordinario campo de conflicto.
  7. Confesémonos: simplemente no logramos apasionarnos por el choque existencial entre quienes solo en esta situación ven a la policía y quienes solo ven la salud, al debate académico entre quienes ven un estado de excepción y quienes tienen una excepción apátrida, entre los fanáticos del poder leviatán y los del poder multitudinario. Hay otra cosa en la que debemos pensar, decididamente más importante: el capitalismo no está en cuarentena. Como en cualquier crisis, inicialmente comienza una fase de confusión, en la que chocan intereses diferentes y competitivos: hay destrucción y hay creación, hay sectores que mueren y otros que huyen. Sería un grave error confundir la confusión con la desestabilización (o, peor que nunca, el colapso espontáneo): el primero se convierte en el segundo solo si hay fuerzas antagonistas organizadas que actúan en esa dirección. En ausencia de tales fuerzas, la confusión se convierte en innovación. Si queremos ponerlo en el lenguaje sanitario que es más popular hoy en día, el cuerpo del capital tiene una necesidad vital de crisis de enfermedades. Del mismo modo, es bastante grotesco confundir nuestra cuarentena con una alternativa al estilo de vida capitalista, es decir, un refugio del consumo. Significa no entender nada acerca de cómo es la vida bajo el capital y qué es el consumo, y ni siquiera de la forma-mercancía. Incluso en los espacios domésticos estrechos, consumimos y cómo: por ejemplo la mercancía-cuidado, la mercancía-seguridad, la mercancía-información, la mercancía-virtual, la mercancía-entretenimiento, sin mencionar la mercancía-comida o la mercancía-bienestar. Y la mercancía-subjetividad, en primer lugar: todos los días nos reproducimos, nuestra capacidad y nuestra fuerza laboral. Cosas que, por ahora y por un período indefinidamente largo, el capital no puede renunciar en absoluto.
  8. La crisis también pone en evidencia la retórica capitalista, que con demasiada frecuencia hemos dado para ser absolutamente cierta y ya realizada. Solo se piense en la avalancha de palabras, conferencias y libros deslumbrados por el capitalismo de las plataformas y el poder del sistema logístico, y ahora comparémoslos con algunas observaciones empíricas diarias: el sitio web del INPS (la Seguridad Social italiana; N. del T.) colapsa miserablemente, la escuela en línea es una farsa tragicómica, las cadenas de distribución se vuelven locas, te obligan a quedarte en casa pero las compras en línea, si todo va bien, te la entregan después de dos meses. Y no hay duda de que, en los agujeros y el no funcionamiento de estas semanas, afecta la acción de rechazo y los comportamientos de resistencia expresados ​​por los trabajadores que no quieren cambiar su salud por salarios más o menos miserables. A veces reducimos al enemigo a una simple envoltura parasitaria de la que podemos deshacernos gracias al supuesto poder de la cooperación social; a veces lo pintamos como un Moloch invencible y totalizador, sin desperdicio, contradicciones y posibilidad de escape. Algunos ven la subjetividad sin un sistema, otros un sistema sin subjetividad. En cambio, el capital es una máquina compleja, que se alimenta de crisis y necesidades: es una civilización que se reproduce no solo con coerción, sino sobre todo a través de la realización de los deseos que induce y captura. El capital produce principalmente subjetividad. Por otro lado, esta máquina está lejos de ser perfecta o sin fallos: cuanto más se desarrolla, más muestra sus puntos de fragilidad estructural. Las crisis se multiplican, se vuelven contagiosas, hacen tambalear su la salud. Pero sin una fuerza colectiva nos enfermaremos, mientras que el sistema inmunológico de nuestro enemigo se fortalecerá. Entonces, la pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo nos convertimos en un virus letal?
  9. La euforia y la depresión, la confianza y el pánico, son los sentimientos que operan en el mercado financiero. Tenemos que alejarnos de eso. En tiempos de crisis, la confianza injustificada en la explosión automática de un ciclo revolucionario se ve compensada por el orden pernicioso del discurso catastrófico. Ya lo hemos visto ampliamente en obra con el ecologismo, como si volver profetas de desgracias más o menos cercanas condujera a un cambio milagroso en el mundo y sus conciencias. En el altar de un futuro intangible, debemos sacrificar un presente muy material. «Pero antes que nada, ¿quién te dice que la civilización del hombre es importante para nosotros?», preguntaba uno de nuestros malos maestros. Eso mismo. El orden del discurso catastrófico conduce inevitablemente al interés general: todos estamos en el mismo barco, ellos repiten y nos hacen repetir. Y donde hay interés general, no hay lugar para la parcialidad revolucionaria. Hoy, en el terror del virus invisible, muchos piensan que el deber de los anticapitalistas es soplar el miedo: ¡todos moriremos! Pero el miedo paraliza, se convierte en pánico: es lo que sentimos frente a algo que no somos capaces de manejar, como una enfermedad para la que no hay cura, o números que escapan a nuestra posibilidad de comprensión y control, abstractos y absolutos, nunca concretos y relativos. Aquellos, de hecho, de boletines de guerra y mercados financieros. En resumen, es obvio luchar contra la negación criminal de Confindustria, Boris Johnson y Bolsonaro, necesaria como pan en el plazo inmediato para apoyar las huelgas espontáneas de trabajadores que no quieren arriesgar su piel por unos pocos euros. Pero tememos que no sea suficiente tan pronto como saquemos la nariz fuera de nuestra cuarentena: Hobbes explicó de una vez por todas que el miedo arroja a hombres y mujeres a los brazos de la autoridad constituida, sin cuestionarlo. Nunca es el pánico lo que da origen a las luchas, sino la posibilidad concreta de devolver el miedo a nuestro enemigo.
  10. Decir que a los amos no les importa nuestra salud es una banalidad que podemos dar por sentado. La pregunta es, sin embargo, que con un proletariado de muertos y enfermos, su sistema maldito no reproduce a nadie. El juego no es entre necropolítica y biopolítica, ni el derbi entre libertad y seguridad. Estos son términos que forman parte de una dialéctica única, la del desarrollo capitalista. O la dialéctica está rota y, por lo tanto, ambos términos, o seguimos siendo prisioneros de ese campo de desarrollo. Lo que las autoridades médicas y científicas llaman «fase dos», es la necesidad para los amos de la estrategia de salida: ¿qué capitalismo surgirá de la emergencia? Tome la industria de la salud, por ejemplo. A la izquierda imaginan que los gobiernos finalmente han entendido la importancia de lo público: una vez más, es la izquierda la que no ha entendido nada. Ciertamente habrá inversiones masivas con un papel decisivo del Estado, es fácil suponer que la industria de la salud y el cuidado, como una esfera de la industria de la reproducción macro, se convertirá en un sector central, pero en una forma que tiene muy poco que ver con la dialéctica tradicional entre lo público y lo privado. Es probable que la industria de la salud se convierta cada vez más en una organización integrada de ciencia, tecnociencia, modelos actuariales computacionales, datos de big data y elaboración de perfiles de la población. Lo vimos en el manejo coreano del virus, mientras el «Economist» habla de coronopticón. El intercambio entre libertad y seguridad, tal vez, se redefinirá en un mecanismo de recompensa y culpa por los estilos de vida y el consumo individuales. La guerra viral puede ser, con las debidas proporciones, uno de los equivalentes de las guerras del siglo XX, una nueva crisis de forma con la que se alimenta el capital. Lo que ahora vemos de manera confusa, con respuestas diversificadas a nivel geopolítico y con el atraso italiano (al revés de una exit strategy, Conte con el disco roto de «quedate en casa» parece haber salido de un cuento de Manzoni), con toda probabilidad se convertirá en un modelo experimental a medio y largo plazo. Será así, si no podemos responder la pregunta: ¿cómo transformar la guerra viral en una guerra civil revolucionaria?
  11. Los lemas no son universales ni atemporales. Se sabe que un día antes es demasiado temprano, un día después es demasiado tarde. Lo que un día puede conducir a la avería de la máquina, otro pone aceite para la compatibilidad de los engranajes. Renta de cuarantena, redistribución de la riqueza, «Quantitative easing for the people»: ¿qué sucede cuando los gobiernos capitalistas proponen de inmediato recetas que han sido patrimonio del pensamiento radical? Por supuesto, hoy es más una retórica que una realidad, responden a emergencias y no a una perspectiva estructural, y luego debemos actuar sobre la inflación de estas propuestas, tratar de llevarlas al punto de no sostenibilidad para el sistema. Sin embargo, no olvidemos que, después de la Primera Guerra Mundial, el socialismo se convirtió en la balsa salvavidas del capitalismo en crisis. Ahora, en la transición fluida de la crisis de salud a una crisis económica de proporciones aún no descifrables, el número de muertes y lesiones por coronavirus probablemente comenzarán a compararse y redimensionarse con el tiempo con el número de muertes y lesiones por empobrecimiento, desempleo, colapso de los presupuestos familiares. Las luchas contra quienes nos obligaron a no quedarnos en casa para ir a trabajar serán seguidas por las luchas contra quienes nos obligaron a quedarnos en casa para quedarnos sin dinero. Prepararse para este paso, anticiparlo, significa asumir apuestas: temas, lugares, tiempos. Estar preparados, la advertencia de Lenin. Cómo intervenimos en los procesos de desestructuración adicional y muy rápida de la clase media, con los millones de trabajadores precarios que permanecerán en el terreno, con los trabajadores que, al regresar del frente, se limpiarán el culo con los himnos desde los balcones (en el estado español con los aplausos; N. del T.) y agradecimientos a los mártires, dentro del trabajo desde casa, lo cual no es más que una extensión de los lugares y tiempos de explotación: estas son las preguntas, no para esperar sino para organizar. Moviéndose en extrema ambigüedad con un punto de vista extremadamente unilateral. Desde este ángulo, otra cosa debería ser cierta para nosotros: es suicida dar un paso atrás en la defensa de una democracia cada vez más vacilante. Musil escribió: «Democracia significa: «haz lo que pase»». La democracia es la administración sin nomos, todo se calcula pero solo en el orden de la administración. Junto con varias otras cosas, podemos argumentar que en la crisis, la democracia, como técnica de neutralización de conflictos, despersonalización automatizada, simplemente deja de funcionar. Por el amor de Dios, los discursos sobre el fascismo en las puertas no nos interesaron primero con Salvini y Trump, y mucho menos ahora ​​con Giuseppi y Speranza (respectivamente el apodo del del Presidente del Consejo de Ministros y el Ministro de la Salud italianos; N. del T.). Antes que nada porque estamos horrorizados por la consecuencia política que muchos históricamente extraen de ella: el frente antifascista. Que es otra forma de decir: todos nos subimos al mismo barco democrático. La crisis de la democracia, por el contrario, es otra posibilidad para nosotros. Una contradicción por exasperar, no por resolver.
  12. No somos la Cruz Roja o Caritas, no somos misioneros ni boy-scouts. Cuanto más soplan los vientos de la guerra civil, más camaradas piden asustados refugio en la que fue la sociedad civil. En la crisis, más que nunca, la única posibilidad de resistencia es el ataque. No hay que hacer compras para los proletarios sin ser remunerados, hay que hacer las compras con los proletarios sin pagar. Sin giros de palabras ni gusto por la provocación: el virus hizo lo que deberíamos haber hecho nosotros. Ataca con eficacia mortal donde y cuando no se espera, bloquea el sistema respiratorio, masifica y se multiplica donde es más fuerte y más débil que el cuerpo atacado. Aquí, en el brote del virus mundi, tenemos la oportunidad de reinventarnos, volvernos autónomos. El juego no ha terminado, la historia se reabre continuamente. Todavía es nuestro Musil quien nos guía a través de la misteriosa curva: «La trayectoria de la historia no es la de una bola de billar. Más bien, se parece a la trayectoria de las nubes que sufre la influencia de tantas circunstancias que una nube puede cambiarla en cualquier momento».

 

Fuente: DeriveApprodi

¿Qué es el “estado de emergencia” japonés? // Jun Fujita Hirose

El 7 de abril, Shinzo Abe, el primer ministro japonés, declaró un “estado de emergencia”, que da a las autoridades locales de Tokio y de otras seis prefecturas centrales del país los poderes legales para tomar medidas restrictivas para detener la propagación del coronavirus. Sin embargo este “estado de emergencia” japonés es formalmente muy distinto de las medidas aplicadas en otros países con semejantes denominaciones. La medida japonesa permite a las autoridades locales hacer sólo “peticiones” a la población (ciudadanos, empresas, instituciones) sin dotarse de poder coactivo que sancione o penalice a quienes no las respeten. Se trata del ejercicio más simple del “poder” tal como fue definido por Michel Foucault: “acción sobre otras acciones”, “conducta de las conductas”.

   ¿Por qué el gobierno japonés se contenta con esta forma de conducta pura? ¿Porque se trata de una de las poblaciones más disciplinadas del mundo? ¿Porque los japoneses son “buenos sujetos”? No. Después del 7 de abril, en las regiones puestas bajo el estado de emergencia, si bien es cierto que todas las instituciones educativas y culturales fueron cerradas y que muchas empresas implementaron el teletrabajo con sus empleados, la gran mayoría de tiendas y restaurantes permanecen, al contrario, siempre abiertas, y mucha gente sigue saliendo a la calle en familia o con amigos, sin “distanciamiento social”. Los japoneses no son sujetos tan obedientes, y ciertamente lo sabe perfectamente el gobierno japonés.

   Si así es, ¿por qué el gobierno de Shinzo Abe eligió una medida en que se transparenta la máxima foucaultiana: “el poder se ejerce únicamente sobre los sujetos libres y sólo en la medida en que son libres”? ¿Por qué no tomó una medida más fuerte? Porque le costaría mucho. En un contexto democrático como el del Japón actual, un gobierno no podría tomar una medida coactiva sin indemnizar a quienes sufren daños económicos causados por ella. Tal contrapartida es la que el gobierno japonés no quiere pagar en absoluto. Es cierto que el estado de emergencia japonés se acompaña de un paquete de medidas económicas (valorado en 911.000 millones de euros, equivalente al 20 % del PIB japonés), sin embargo estas medidas no tienen carácter indemnizatorio sino de “agradecimiento” a quienes acceden a las “peticiones”: “Te pido que te quedes en tu casa.” –“De acuerdo.” –“Muy amable. Te doy esto en señal de agradecimiento.” El estado de emergencia japonés no es contractual sino puramente incitativo, y un cálculo elemental le da cuenta al gobierno de Abe de que un contrato social sería mucho más costoso que una simple sugerencia.

   El gobierno japonés sabe que su medida no podrá frenar la propagación del virus. Quizá sea uno de los raros gobiernos que siguen contando con la “inmunidad de rebaño” en este momento actual (a mediados de abril). Pero sabe también que el número de muertos necesarios para llegar a la inmunidad colectiva bajo un sistema hospitalario neoliberal como el japonés actual podría suscitar en la población una indignación bastante grande. Esta indignación popular, ¿no constituiría un coste político indeseable para el Partido liberal democrático en el poder en coalición con el Komeito? No. Le aportaría al contrario un beneficio enorme si se la pudiere dirigir hacia la actual Constitución japonesa. En la declaración del 7 de abril, Abe insitió en el hecho de que el “estado de emergencia” japonés no es un “lockdown” (toque de queda) y que no lo puede ser bajo la Constitución actual del país. Es decir que es la Constitución la que haría caer a muchas personas bajo la epidemia del Covid-19, impidiendo al gobierno tomar las medidas necesarias para proteger a la población. La promulgación de una nueva Constitución “propiamente japonesa” es el anhelo supremo de Shinzo Abe y de su banda fascista del PLD, quienes tienen odio a la Constitución de 1946 “impuesta por los izquierdistas norteamericanos de la época [i.e. los new-dealers]”.

   De hecho, desde la llegada al poder en 2013, el gobierno de Abe tenía en su agenda una reforma constitucional (del artículo 9, que prohibe al Estado japonés dotarse de fuezas armadas) como el primer paso hacia su norte. Según su cálculo inicial, la celebración de las olimpiadas en Tokio en julio y agosto de 2020 debería anunciar a la sociedad internacional la aurora de una “nueva era” de la nación japonesa, que habría retomado su Constitución en su propia mano y habría vencido a la bestia nuclear de Fukushima al mismo tiempo: ¡Gloria a Shinzo Abe, el mayor líder del Japón de la postguerra! Y es por eso por lo que Tokyo 2020 es tan querido por el primer ministro y su gobierno, y que su batalla contra el coronavirus durante los primeros dos meses (de enero a marzo) consistió en subestimar adrede su efecto en el territorio japonés para representar éste como zona milagrosamente corona free, sanitariamente siempre lista para acoger el evento mundial.

   El 24 de marzo, bajo la presión externa, el gobierno japonés se decidió a aplazar las olimpiadas por un año, aceptando la situación real de la pandemia en el país. Esto lo obligó a cambiar su cálculo: el pospuesto Tokyo 2020 se celebrará ahora como evento “testimonial de la victoria de la humanidad sobre el nuevo coronavirus”, además de la doble victoria de la nación japonesa sobre su Constitución “izquierdizada” y la radioactividad, y el propio Abe ya no será sólo el mayor líder de la nación japonesa sino el de toda la humanidad. Y es según este nuevo cálculo según el que el gobierno japonés declaró el estado de emergencia el 7 de abril.

   La fecha del 24 de marzo es particularmente importante en la medida en que marca un giro epistemológico y estratégico radical en el cálculo del gobierno japonés con respecto al coronavirus. Como todas las máquinas de guerra, esta máquina de guerra viral “es exterior al aparato de Estado” (Deleuze y Guattari), y se mueve identificándose con los movimientos de desterritorialización absoluta de la Tierra. Y esta exterioridad apareció primero como una pura amenaza para el gobierno de Abe, que desarrollaría durante los primeros dos meses una política óptica, ilusionista, consistente en encubrir al máximo su efecto físico en el interior del Japón. De ahí se formó en el lado opuesto una alianza clandestina de la población con el virus contra el gobierno y su operación denegatoria. Pero, a partir del 24 de marzo, es el propio gobierno el que se puso a apropiarse de esta máquina de guerra viral para llevar a cabo una guerra física y metafísica contra la población. La que fue declarada el 7 de abril, de hecho, no es sino esta guerra civil para imponer a la población japonesa una Constitución fascista, una exposición permanente a la radioactividad y una megafiesta destructiva del capital.

   ¿Cómo se puede combatir contra este gobierno nocivo? La oportunidad coyuntural reside en la “exterioridad” fundamental de la máquina de guerra viral actualmente presente. Tenemos que aliarnos siempre más estrechamente con los movimientos virales que no dejan de desbordar todas las instrumentalizaciones por parte del aparato de Estado. Es en nuestro devenir-virus en el que el corona deviene en virus político, revolucionario. Si tal doble devenir fue capaz de hacer aplazar Tokyo 2020, ciertamente será capaz también de empujarlo a su anulación definitiva y de derribar el gobierno fascista neoliberal de Shinzo Abe.

Tokio, 13 de abril de 2020

 

Somos plaga // Colectivo YoNoFui

Somos el tipo de personas que no entran en el plan de emergencia. Cuerpos extraños. El descarte de una sociedad que nos trata en cualquier circunstancia como ciudadanxs de segunda. Para ellxs, nosotrxs somos el virus. Lo sabemos. Nos hacemos cargo. Mutamos, sobrevivimos y por eso, no hay anticuerpo que nos detenga. Estamos inmunizadxs a cualquier mierda, porque hemos pasado la mayor parte de nuestras vidas expuestas a la pobreza, al hambre, al consumo, a la vida en la calle, a la cárcel, a los síntomas y a las secuelas del capitalismo; sobre su efecto en nuestras vidas podemos escribir largo y tendido. Por eso no hay cuarentena ni obediencia que nos aseguren una vida vivible bajo los parámetros de una sociedad de la que pareciéramos no ser parte.

La cárcel nos enseñó mucho del encierro. De todo esto hemos aprendido y aprendemos aún, y sabemos cómo subsistir a toda esta lista de crueldades e injusticias. Sabemos de qué se trata la supervivencia, la violencia, el desprecio, el dolor, la angustia, la indiferencia. Lo sabemos porque nuestros cuerpos lo saben, sobre él recibimos cada azote. Nuestra potencia nace de ahí y es la contra efectuación de lo que tratan de imponernos.

 

No queremos volver a la normalidad una vez que esto pase, porque la normalidad nos aterra, nos criminaliza, nos encierra. En cambio decimos “hagamos imposible la normalidad”, esa normalidad algorítmica que nos obliga a vivir la vida del capital, que si no obedecemos terminamos recluidxs de todos los espacios, esa normalidad que te vuelve terrorista o sospechoso si no te subís al mambo yuta.

Si desde que nacemos respiramos el aire que el capital nos impone, entonces que nos paguen por nacer, que nos den un salario por existir, que nos den cobertura médica gratuita y universal. Es momento de exigirlo todo, de volver a pensar nuestra justicia, de sacarnos al ortiva que tenemos dentro y de rajar de la obediencia. ¿Cuánto de este repliegue es una estrategia que pone a circular una intensificación de los modos de vivir previos al COVID-19? De cerrar fronteras, de tener una inter-depedencia con el ciber espacio, alejadxs materialmente de nuestrxs amigxs, de nuestros ranchos, de nuestrxs ñeris con la intención de romper todo lo que venimos armando o desarmando. ¿Cuánto de eso nos deja más solxs en medio de un montón de gente, donde cada unx está conectado con la ilusión virtual de estar cerca?

El modo carroñero de vivir que nos proponen, un Estado policial que espera que denuncies a tu vecinx, en lugar de preguntarle, cómo está, qué le pasa… Ese es el virus que más nos preocupa. La pandemia de la que muy pocos pueden huir. La que destruye redes, tejidos afectivos y el interés genuino hacia un otre. Porque no, no estamos todxs juntxs en esta falsa unidad de enfrentar al virus, no lo hacemos del mismo modo. No pensamos ni practicamos los cuidados del mismo modo, si el llamamiento es a cuidar la vida, no son las mismas formas de vida las que estamos queriendo cuidar.

Ahí adentro, en las cárceles, hay distintos virus, uno es el de la yuta, te podés volver re yuta, pero también el virus es la yuta posta, la que te caga a palos en la requisa, es la misma que te hace recordar todos los días que a tu casa o a donde sea, no te vas a poder ir. La misma yuta que hoy está golpeando pibxs en los penales por reclamar, porque no tienen comida, porque no tienen atención médica, y eso a nadie le preocupa.

Estamos asfixiadas, no tenemos ganas de que el Estado siga siendo el que monopoliza las violencias, estamos preparadas y llamamos a no detener el flujo que veníamos provocando, a no frenar la fuerza que nos empuja a detener al tecnopatriarcado, a encontrar el gesto colectivo para enfrentar el encierro, la delación y la vigilancia.

Ahora quizás alguien bordee los contornos del encierro, esos contornos que se vuelven pegajosos, que se adhieren a nosotrxs como chicles que no podemos sacarlos si no es arrancándolos desde la base. Se piensa que la cuarentena empezó ayer, para nosotrxs la cuarentena empezó el día que se inventaron las cárceles.

Por un movimiento de trabajadorxs psicoanalistas // MAPPA (Máquina de Agitación Política del Psicoanálisis Anticapitalista)

POR UN MOVIMIENTO DE TRABAJADORXS PSICOANALISTAS
*
MAPPA
(Máquina de Agitación Política del Psicoanálisis Anticapitalista)
Y
Departamento de Salud Mental y Análisis Militante
Cátedra Abierta Félix Guattari
Universidad de lxs Trabajadorxs-IMPA/MNER

I.
Obertura
¿Por qué lxs psicoanalistas no podemos reconocernos como trabajadorxs? ¿Qué obstaculiza tal autopercepción? ¿Qué identificaciones nos habilita el “campo psi” en su actual configuración institucional? ¿Cómo ofician en esa dinámica quienes ocupan un lugar de poder? ¿Nos ilusionamos con ser algún día quienes ocupemos ese lugar? ¿Es posible componer colectivamente una red alternativa de trabajadorxs psicoanalistas?

II.
La pandemia de COVID-19 que sufre el mundo en general y nuestro país en particular, en el marco de la situación del aislamiento social, preventivo y obligatorio decretado por el gobierno argentino, ha puesto de relieve gran parte de las disociaciones y denegaciones que hacen a los límites históricos y políticos de nuestro trabajo como practicantes psicoanalistas dentro del más vasto campo de la Salud Mental. Sinceramente, no sabemos cómo será la situación en otros países. En nuestro país, los límites que se han puesto de manifiesto en la actual coyuntura no son nuevos, ni singulares. Tampoco responden a un supuesto estado de excepcionalidad producto del aislamiento y/o la pandemia. No obstante el hecho de manifestarse en estos momentos de manera evidente e incluso sumamente dramática, por ejemplo, en relación a nuestra realidad compleja y precarizada en tanto trabajadorxs psicoanalistas. Son límites que tienen larga data y responden más bien a la configuración que ha asumido nuestro campo, es decir el denominado “campo psi” de las grandes urbanizaciones del país hegemonizado político e institucionalmente por el freudolacanismo milleriano, a partir de los efectos históricos del terror genocida de la última dictadura cívico-militar.
Ante el retorno de tales límites históricos, habitualmente política e institucionalmente reprimidos por el millerianismo (¿Dónde quedó el importante debate sobre la política argentina entre Miller y Aleman?), es indispensable entonces contribuir a producir instancias colectivas desde las cuales lxs trabajadorxs psicoanalistas podamos escrutar críticamente la forma concreta de ese psicoanálisis hegemónico. Entendemos que, de no ser así, sin ese trabajo cooperativo desde diferentes frentes de la práctica, lejos estaremos de poder elaborar y superar los obstáculos que el contexto actual puso en evidencia respecto del trabajo que realizamos a diario. No se trata de salir en la defensa de intereses corporativos; tampoco la cuestión radica en aggiornar un poquito, y nunca mucho, nuestros recursos (técnicos, de método y teóricos) para que todo siga más o menos “igual que antes”. Por el contrario, lo que pretendemos es destacar que nos vemos ante la necesidad histórica (y ante la oportunidad política) de poner en cuestión la totalidad de los agentes y relaciones sociales de producción, reproducción, intercambio, consumo y circulación que hacen a la realidad institucional del psicoanálisis hegemónico de nuestro país en particular y de la Asociación Mundial del Psicoanálisis en general, al cual el primero rinde mayoritariamente tributo. Es momento, pues, para decir basta a los poderes instituidos sobre los que se funda, los mecanismos ideológicos con los que nos persuade, las desigualdades y opresiones que nos induce a reproducir, el sesgo burgués, patriarcal, heterocisnormativo, racista, colonialista, etc., en el que se dispone subjetivarnos, y la connivencia con la dominación capitalista a la que conlleva.
En la coyuntura actual es indispensable contribuir a producir colectivamente una red alternativa de composición entre trabajadorxs. Un movimiento que supere los obstáculos que el psicoanálisis dominante introduce. Una política alternativa que haga frente a todo lo que el psicoanálisis hegemónico aporta para obstaculizar las posibilidades de movilizar una implicación política decidida y radical, de nuestra parte, trabajadorxs psicoanalistas, con las necesidades de los sectores populares y trabajadorxs en su conjunto. Un movimiento auto-organizado capaz de hacer frente a los esfuerzos que el millerianismo dispensa tras las bambalinas de una supuesta sofisticación teórica (que lejos está de ser tal), para obturar el ejercicio deliberado de la solidaridad de clase por parte de lxs psicoanalistas practicantes (por solidaridad de clase nos referimos, entre otras cosas, a una implicación deliberada en “lo social” que logre superar las formas capitalistas de la beneficencia, la caridad y/o la filantropía). Pero, como decíamos en el apartado anterior, existen obstáculos efectivos entre el estado actual del campo y la posibilidad de la mayoría de autopercibirse trabajadorxs, aunque lo seamos de hecho. Hay, sin embargo, antecedentes que nos ayudan a continuar un camino que no se inicia hoy.

III.
De nuestros antecedentes
No quisiéramos dejar de mencionar las tradiciones que nos preexisten y los antecedes de la iniciativa que ahora mismo estamos dinamizando. Lxs trabajadorxs psicoanalistas y militantes nucleados en el grupo Plataforma. Particularmente en la Argentina de la “democracia castrada” por la dictadura cívico-militar, al decir del filósofo León Rozitchner, destacamos a lxs psicoanalistas, intelectuales y militantes de izquierda reunidos en torno a la publicación Lo grupal que se dispusieron a renovar los términos desde los cuales relanzar el vínculo entre la práctica del psicoanálisis y la transformación radical de la sociedad. La Editorial y Revista Topia que ha logrado mantener vivo el legado histórico del psicoanálisis comprometido con la revolución social. La militancia de Ático. Cooperativa de Trabajo en Salud Mental, que ha sostenido la referencia en la institución de formas de asociación de prefiguración comunista (no liberales) entre trabajadorxs psicoanalistas. Y por último, expresamos nuestras afinidades con aquellos trabajadorxs psicoanalistas que se auto-perciben como “lacanianxs” que pese a la correlación de fuerzas desfavorables y los embates del movimiento político-institucional milleriano, no han claudicado en los intentos por señalar críticamente el carácter problemático involucrado en el establecimiento de su propia orientación como psicoanálisis hegemónico.

IV.
OSDE y sus “juegos del hambre”
Queremos solidarizarnos con el reclamo que realizaron algunxs trabajadorxs del “campo psi” días atrás respecto del pago de las sesiones virtuales por parte de las empresas de salud (puntualmente OSDE), ante la negativa de las mismas de continuar garantizando los tratamientos psicoterapéuticos a distancia. Lo importante del reclamo es sin dudas destacable y atendible, no obstante el hecho de haber sido planteado en términos altruistas (“por los pacientes”), escotomizándose con esto a lxs trabajadorxs psicoanalistas del drama social histórico que esta crisis conlleva. Decíamos que nos solidarizábamos con su reclamo, incluso cuando consideramos necesario recordar que en nuestro país lxs trabajadorxs psicoanalistas, en términos generales, hemos optado desde “el retorno de la democracia” por formas de auto-organización liberales carentes de la más mínima consideración clasista , de resistencia y de orgánica sindical; o en su defecto, hemos optado por delegar/degradar las luchas por nuestras condiciones laborales a diferentes entidades que nos “representan” en tanto que psicólogos, sin saber (al menos la mayoría de lxs psicoanalistas) en qué medida nos representan, cómo lo hacen y cuáles serían las reivindicaciones gremiales específicas de nuestro sector.
A pesar de tener los límites de un campo profesionalizado en términos liberales, el reclamo pone en evidencia la condición de trabajadorxs de lxs psicoanalistas. Es decir, pone de relieve que «el análisis», «la terapia» o la denominación que se adopte, designa una actividad productiva, una relación social: el trabajo del analista. El reclamo en torno a OSDE, puso en evidencia que lxs psicoanalistas, en muchísimos “casos singulares”, somos trabajadorxs del precariado. Trabajadorxs precarizados. Proletarias y proletarios que vivimos de nuestro trabajo, con desigualdades y privilegios según relaciones de género, etnia, “origen social”, nacionalidad, etc. Pero pertenecientes a la clase explotada. Estas cuestiones que podrían resultar verdades de Perogrullo en otros lados, encuentran en nuestro gremio persistentes obstáculos y resistencias -que aquí intentaremos ubicar-, resultando, como mencionamos, poco habitual que nos auto-percibamos trabajadorxs.
Entre estxs trabajadorxs precarizadxs, quienes se han inscripto como prestadorxs de OSDE ocupan un lugar en la cima de la pirámide: AT, integraciones, Obras Sociales, Pre-pagas, tercerizadoras de salud, Centros de Día, Clínicas Privadas, y otras instituciones precarizadoras que nos tocan a la mayoría. De más está decir que estamos de acuerdo con el reclamo gremial, con la imprescindible exigencia de mejores condiciones labores. Apoyamos cualquier reivindicación que tenga por objetivo redistribuir la ganancia burguesa. Pero la pregunta que nos hacemos es: ¿ahí se agota nuestra iniciativa política? Nosotros, en cambio, consideramos necesario también generar las condiciones colectivas, políticas, sociales, ideológicas y subjetivas para dinamizar luchas por el reconocimiento del valor de nuestra fuerza de trabajo. Luchas por la redistribución de la plusvalía parasitaria de los organismos de salud privatizantes arriba señalados. Luchas, incluso, por la representación política democrática y la organización sectorial propia, afianzadas estas en una autopercepción consciente de nuestra condición de clase.
Mucho tiempo nos adoctrinaron para auto-organizarnos de manera liberal. Mucha ideología burguesa pasada por “abstinencia a-política” y “neutralidad” del/x analista”. Muchos años, en el mejor de los casos, bajo la égida jurisprudencial del ejercicio de la psicología (cuando incluso esa disciplina no nos representa). Mucho tiempo involucrados en un necesario y bienvenido combate contra las “pastillas de la felicidad” y sus terapias afines, pero redundando por lo general en un autocomplaciente corporativismo sin ningún tipo de proyección política. Ante esto, y tomando en consideración los reclamos que realizaron algunos compañerxs psicoanalistas respecto a OSDE, ¿seguiremos jugando “los juegos del hambre” que nos proponen las prepagas y obras sociales, e incluso por momentos el Estado? ¿Hasta cuándo con el “sálvese quien pueda”, el “fíjate qué contacto movés” para aterrizar en una prepaga “copada” o en el Estado”? ¿Hasta cuándo? De una buena vez por todas, ¿dejaremos la inercia liberal de la profesión, para auto-organizarnos en tanto trabajadores y trabajadoras y reconocernos precarizados en nuestra gran mayoría? ¿Podremos representarnos de forma clasista, feminista, combativa y autogestiva? ¿No será acaso el momento para componer colectivamente una Red Alternativa de Psicoanalistas? ¿Un movimiento democrático y contra-hegemónico de trabajadorxs del psicoanálisis? ¿Es la tarea del actual periodo histórico avanzar en un “sindicalismo de base” que articule al conjunto de lxs laburantes y reivindicaciones? ¿Sindicalizar redes de “derivación” desde abajo para sortear la mediación comercial de las prepagas y otras empresas que lucran alevosamente con nuestro trabajo de psicoanalistas y con las necesidades populares en general? Reclamos sin organización política y composición colectiva son incitativas tendencialmente ineficaces en sus posibilidades de materialización transformadora.

V.
“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad [y la objetividad] de su época”

Tal como se encuentra configurado nuestro campo en la actualidad, nos preguntamos: ¿qué tiene para aportar, ya no “El Psicoanálisis”, sino el trabajo que realizamos como psicoanalistas practicantes (lo que se suele decir: “nuestra práctica”), para superar conjuntamente en un sentido emancipador la crisis y el drama social pandémico que nos toca atravesar, como siempre, de manera desigual por razones de clase, género, raciales, heterocisnormativas, capacitistas, etc.? ¿Cuáles son los desafíos prácticos y debates teórico-políticos a los que «nos convoca» la actual coyuntura?

VI.
“No busco, encuentro”.
El jueves 26 de Marzo del corriente año, nos encontramos que Página 12 publicó un artículo titulado “El análisis en tiempos de cuarentena. Debate sobre las terapias vía internet”, en donde se entrevista a lxs psicoanalistas Silvia Ons, Osvaldo Delgado y Gabriel Lombardi. El artículo es una pieza de referencia ineludible para estos tiempos; antológica. Nada parecería indicar que se pueda encontrar por estos días algo mejor en materia de un posible analizador del conjunto de disociaciones, denegaciones y límites (objetivos y subjetivos) que configuran nuestro campo. En efecto, el artículo expone de manera condesada varios de los presupuestos implícitos que hacen a la orientación hegemónica de la práctica psicoanalítica que llevan adelante y enseñan los sectores dominantes de nuestro campo. Nos referimos a esos sectores que la lucidez crítica que un Oscar Masotta supo llamar “gigantes del sillón”. Y en cuyo persistente trabajo de «transmisión» y divulgación de la doctrina, y su reverso inconfesado: el de gestores locales de las empresas Multinacionales de Psicoanálisis (AMP u otras, lo mismo da), estriba en gran medida nuestras posibilidades y condiciones de incorporación en el “campo psi” y concomitantemente la imposibilidad que por momentos encontramos lxs trabajadorxs practicantes del psicoanálisis, una vez dentro, para hacer converger nuestro trabajo con las necesidades que atraviesan al conjunto de la clase trabajadora y sectores populares. Es necesario decirlo, una clase y sectores sociales a los que, al menos en nuestro país, pertenecemos objetivamente las más de las vecen lxs practicantes del psicoanálisis, en tanto que estamos instados como todo proletario y proletaria a vender nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir y reproducirnos. Ya sea como cuentapropistas precarizadxs y/o precariado de lxs prepagas, obras sociales y el Estado; o como trabajadorxs asalariadxs en diferentes instituciones de asistencia estatal, movimientos populares, etc.
Es importante destacar que en el señalamiento que realizamos no se trata de poner de manifiesto una “cuestión personal” relativa, valga la redundancia, a las personas entrevistadas. Para que quede claro el punto, nos vamos a valer de una reformulación para la ocasión del título de una película argentina: “No sos vos, gigante del sillón. Son los compromisos teóricos, ideológicos, institucionales, comerciales y políticos, clasistas, patriarcales, heterocisnormativos, racistas, colonialistas, etc., del psicoanálisis hegemónico en el que nos adoctrinan en nuestro país”. En ese sentido, si es que decidimos atender a las declaraciones públicas antológicas que nos ofrecieron algunxs de lxs «gigantes del sillón» que ocupan lugares de poder en la gestión local de las empresas Multinacionales del psicoanálisis, es porque justamente el Saber se legitima en el Poder. Es por este motivo que las palabras de la conducción nacional y cuadros medios de «El Psicoanálisis» resultan un índice de “verdad” ineludible para escrutar la realidad ideológica del bloque hegemónico de nuestro campo y las determinaciones confesadas e inconfesadas que lo rigen. Precisamente, en tanto que estos “encumbradxs psicoanalistas”, ofician como referencia del micro-mundo de lxs practicantes psi en el que nos formamos y trabajamos; referencia tanto a nivel asistencial y formativo, teniendo a su vez, debido a su cargo como funcionarixs de alguna Multinacional psi, la propiedad privada (y pública, en muchos casos) de los medios de producción, distribución y circulación de la literatura de divulgación de la orientación dominante de la “doctrina lacaniana” (función de reclutamiento, adoctrinamiento y captura de potenciales consumidores; formadores “de opinión psi” y agentes de subjetivación).

VII.
¿Potencias y límites de “lo virtual”?
Es sabido que, en la coyuntura actual, las diversas prácticas de atención y cuidado de la salud mental que tienen lugar en nuestro país se han visto fuertemente alteradas en sus modalidades convencionales de realización. Sobre el fondo de las complicaciones e insuficiencias de un Sistema Público de Salud que ha suspendido sus tratamientos ambulatorios en Salud Mental, se agrega el cierre de diferentes instituciones privadas asistenciales con fines de lucro y la imposibilidad de concertar sesiones presenciales en el consultorio privado. En este marco, una de las respuestas corporativas que se elaboraron ha sido producir de manera masiva diferentes iniciativas tendientes a aggiornar las prácticas de “atención psi” a través de la utilización de medios digitales online (principalmente, las video llamadas). Nos interesa entonces demorarnos en esa respuesta, de la que también al parecer participan lxs “gigantes” entrevistados por Página 12. Y respecto de la cual, tal como el título del artículo sugiere, son convocados para hablar. Pues de hecho parecería más bien que esa convocatoria se justificaría no en mucho más que en el ejercicio de la función de policía o de guardianes de las directrices de la casa matriz, esto es: son convocadxs para legitimar/deslegitimar una tal respuesta de lxs trabajadorxs practicantes del psicoanálisis.
Antes de proseguir, unas preguntas a modo de pequeña digresión. Lxs tres “gigantes del sillón” son entrevistados en virtud de explayarse respecto al vínculo “psicoanális, cuarentena y terapia virtual”. ¿Para eso somos convocados a hablar lxs psicoanalistas en el contexto actual? ¿Ese sería nuestro “métier”? ¿Sobre eso aceptan o consienten hablar lxs “gigantes del sillón”? En el contexto actual, ¿ese es el desafío práctico y el debate teórico-político que se le presenta al psicoanálisis?
En este punto entramos en una especie de contradicción. Y la compartimos. Por momentos pensamos que sería conveniente que lxs “gigantes del sillón” dejen de hablar en nombre de “El Psicoanálisis” y nos subleva que lo sigan haciendo; las cosas que dicen en nombre del trabajo que hacemos lxs psicoanalistas (“El Psicoanálisis esto…”; “El Psicoanálisis aquello otro…”). Pero a veces, también, a decir verdad, disfrutamos bastante de que lo sigan haciendo “libremente”, para escucharlos atentamente, sacar las consecuencias de lo políticamente dicho en su decir y agudizar nuestros métodos de confrontación contra el psicoanálisis dominante; e incluso, por momentos nos da placer escucharlos porque nos causan risa las cosas “capusottescas” que llegan a decir, en su apelar continuo a esa mezcla inconfundible entre Poder, arrogancia, ignorancia y semblantes de Saber (¿feroz ignorancia del Amo?).
Compartido ese detalle, ahora sí, a continuación pasemos revista sucintamente a algunas de las disociaciones, denegaciones y límites que se patentizan en la entrevista. Prestaremos especial atención a dos pasajes de la misma, cuyos efectos de significancia, o si se prefiere de sentido ideológico y privilegios de clase, género y etnia, van realmente a contrapelo de la auto-complaciente percepción “crítica”, “subversiva” e incluso “anticapitalista” que suelen darle lxs “gigantes” a sus quehaceres. Y a partir de lo cual, podría comenzar a tornarse evidente el por qué del “desencuentro” entre la realidad y las necesidades del conjunto de lxs sectores populares y trabajadorxs, y los desafíos y problemas del psicoanálisis en los que buscan adoctrinarnos de manera dominante a lxs trabajadorxs psicoanalistas. ¿Qué se puede escuchar en la entrevista?
1.
a) Disociación: entre la posición en el socius de “lxs gigantes del sillón” y la de lxs trabajadorxs psicoanalistas practicantes.
b) Denegación: que los primeros forman parte de la burguesía psicoanalítica local, de la dirigencia y/o gestión dominante de las Multinacionales del Psicoanálisis (patronal), siendo que los segundos somos trabajadorxs psicoanalistas, con otros intereses antagónicos en función de la clase a la cual pertenecemos. Cuando los primeros hablan en nombre de “El Psicoanálisis” no hacen sino reproducir una determinada correlación de fuerzas, a partir de lo cual presentan sus intereses y realidades particulares como los de todxs lxs psicoanalistas. ¿Cuál es esa realidad desde la que hablan como si fuera la nuestra sin serlo? Por caso, una realidad que objetivamente es para nada representativa de la del conjunto de lxs trabajadorxs psicoanalistas de la Argentina. Es decir, la realidad de los dirigentes y cuadros medios locales del freudolacanismo internacional. Una realidad que no es la nuestra. Definitivamente: su realidad no es la nuestra. Las bases trabajadorxs del psicoanálisis no gozamos de una condición social, económica y cultural de privilegio por el hecho de integrar la casta dirigencial de la filial local de alguna de la Empresas Multinacionales del Movimiento Internacional del Psicoanálisis (sea de la AMP o de las otras “que no es lo mismo pero es igual”); no gozamos de los privilegios que dispensa en nuestro campo el hacerse como botín de tales empresas, de alguna instancia de poder en el Sistema Público de Educación y/o de Salud (aunque tampoco quisiéramos ese modo de “goce”). Por si caben dudas del “real” de nuestra afirmación, se podría sin entrar en detalles remitir la imaginación a “la cuestión de los honorarios”. No nos referimos particularmente a los honorarios que cobran lxs gigantes entrevistados, sino más bien a una especie de media conjeturalmente calculable por información que circula de otrxs dirigentes y cuadros medios locales de las Multinacionales de lo inconsciente. A partir de las cuales se torna evidente que su tarifa diferencia: tan solo podría ser pagada por algún CEO de otra empresa Multinacional o Nacional (o pariente de); o por algún otrx “gigante del Sillón” en una jerarquía inmediatamente inferior, pero jamás podría ser asumida por los sectores populares y trabajadorxs entre los que cabe apuntar a la gran parte de lxs trabajadorxs psicoanalistas.
c) Corolario: Es paradigmático de la denegación y disociación que mencionamos recientemente, cuando en la entrevista a Página 12 unx de lxs “gigantes” se refiere, ¡en este contexto!, al “psicoanálisis for export”. Aludiendo, a la postre, ya trabajar mucho de manera virtual desde antes de la pandemia, en virtud de satisfacer la demanda del turismo psi. En este caso se refiere, palabras más o menos, a aquellxs que buscan de la Argentina “un buen psicoanálisis”, así como otrxs turistas buscan en estas tierras el buen vino, el buen fútbol (Hay que hacer la equivalencia: buen vino=buen futbol=buen psicoanálisis, en este contexto, ¿no? Lxs “gigantes” están en otra, evidentemente.)
d) Límite: la incorporación/“introyección” por parte de lxs trabajadorxs psicoanalistas de una realidad con intereses antagónicos a los nuestros objetivamente, por el lugar que ocupamos en el socius. Lxs intereses de los “gigantes del sillón” (la patronal) son antagónicos a los del conjunto de los trabajadorxs psicoanalistas, aunque los incorporemos como propios. La reproducción de este límite estriba en el hecho según el cual contribuimos, día a día, a orientar y organizar nuestro trabajo como psicoanalistas en un sentido que no nos conviene en términos personales, siendo antagónico con la clase y sector social al que pertenecemos.
e) Resistencias: En los 60 y 70 percibir esa diferencia ideológica y ese antagonismo irreconciliable entre clases sociales terminó, entre otras cosas, en la famosa ruptura con la APA de un número de psicoanalistas comprometidos con la transformación radical de la sociedad. Hoy en día, esas diferencias están dando lugar a heterogéneas experiencias y prácticas instituyentes por abajo que, al calor de las luchas feministas y de la diversidad sexual, comienzan a desestabilizar la inestable correlación de fuerzas del campo psicoanalítico post-dictatorial como resultado de la derrota de los proyectos revolucionarios de los setenta y la ofensiva neoliberal militarmente instaurada.

2.
a) Disociación: entre el quehacer de lxs trabajadorxs psicoanalistas practicantes y su condición objetiva como pertenecientes al conjunto de la clase trabajadora.
b) Denegación: en el contexto actual, la necesidad de continuar tratamientos privados a distancia también responde a que lxs practicantes somos, en primer lugar, trabajadorxs. Es decir, necesitamos continuar vendiendo nuestra fuerza de trabajo para vivir.
c) Corolario: En lugar de referir las mediaciones tecnológicas de la práctica a nuestra necesidad objetiva de clase, es decir al hecho de que es necesario que continuemos vendiendo nuestra fuerza de trabajo para vivir, los dirigentes de El Psicoanálisis deniegan esa determinación objetiva y la suplantan por “razones” que gozan de todas las inconsistencias y fetichismos que porta la orientación dominante del psicoanálisis. En lugar de poner “en escena” la necesidad de reproducir la vida, se aducen razones teóricas, metodológicas y técnicas sumamente inverosímiles: 1) las razones estrictamente teóricas que suelen esgrimir lxs gigantes, sobre todo referidas a problemas de la metafísica de la presencia muy torpemente considerados; 2) razones técnicas referidas al problema de la “presencia del analista” que, en la versión que promueven lxs gigantes, es tributaria de un empirismo de lo más ingenuo en materia epistémica; 3) las razones teórico-políticas que dan en relación a un supuesto “real” inconmensurable, en la línea de “lo real del virus, o el virus real” que pone en un “estado de excepción” a las consideraciones del psicoanálisis. En esta última “razón” es que pretenden sortear la incoherencia de los planteos teóricos hegemónicos que sostienen la dominancia del freudolacanismo desde hace tiempo (el cuerpo 3D, la carne de lo real, la sustancia real del cuerpo y otros postulados absurdos “importados” desde los planteos de Jacques Allen Miller, el propietario de hecho de la obra de J. Lacan).
c) Límite: nuestra dificultad, la de lxs trabajadorxs psicoanalistas, de auto-percibirnos en función de la posición objetiva que ocupamos en el socius, al incorporar como verosímiles y metabolizar como propias las razones supuestamente teóricas, metodológicas y técnicas de lxs “gigantes del sillón”, introyectando con esto la realidad y lxs intereses de la clase dominante en el campo psi. Esto conlleva asimismo los siguientes obstáculos: 1) dificultad en lxs trabajadorxs psicoanalistas para participar de cualquiera forma deliberada de solidaridad de clase, la cual en última instancia iría en beneficio de nuestros propios intereses según la posición ocupada en el socius; 2) dificultad para identificarse con formas de asociación que no sean la de la clase dominante (asociación de profesionales liberales y su “sálvese quien y como pueda”)

VIII.
Ante todo lo suscitado en el campo psicoanalítico durante estos días de aislamiento, ¿cómo no imaginar un encuentro de trabajadorxs psicoanalistas lo más amplio posible para el día después de “la cuarentena”? ¿Cómo no sentir la tentación de convocar a una Asamblea de trabajadorxs del psicoanálisis, para los primeros momentos de cuando podamos volver a encontrarnos y reunirnos presencialmente, sin que ello implique renunciar a una política del cuidado? Una Asamblea que permita cartografiar los malestares que nos suscita el estado actual de nuestro campo. Una Asamblea en la cual socializar las violencias institucionales, desigualdades y relaciones de poder en las cuales estamos involucradxs a diario pero también nuestras prácticas creativas de resistencia. Una Asamblea que elabore como respuesta la necesaria producción colectiva de herramientas democráticas de organización de nuestro trabajo como psicoanalistas.
Si la gran mayoría de lxs psicoanalistas en nuestro país (en parte, debido a la “transmisión” que imparten lxs “gigantes del sillón”) insisten, salvo al momento de acceder a algún cargo y/o trabajo en particular y denegando desde el vamos los posibles efectos inconscientes de esa concesión a nivel de la práctica, en que no son psicólogxs y que tampoco hacen psicología: ¿por qué no, coherencia mediante, elaborar colectivamente una herramienta representativa de organización que atienda a la auto-percepción que tenemos del trabajo que hacemos (trabajo de análisis)? ¿No será momento de elaborar colectivamente una red alternativa de composición de trabajadorxs psicoanalistas tendiente a producir solidaridad, cooperación y auto-organización de clase, dinamizando las luchas por las reivindicaciones, renovaciones teórico-prácticas y reconocimientos que entendemos necesarias? No podemos seguir orientándonos en función de los intereses de la pequeña burguesía psicoanalítica. En la experiencia histórica de los 60 y 70 en nuestro país, tenemos un antecedente, una posible referencia para asumir la tarea de volver a filiar el trabajo de lxs practicantes del psicoanálisis con los intereses de lxs sectores populares y la clase trabajadora. Es decir, con nuestros propios intereses, los cuales no pueden ser reconocidos y percibidos sin que medie el logro de reconocernos como laburantes. Necesitamos componer experiencias de resistencia en nuestro campo dinamizadas por la auto-organización.

XIX.

Todo psicoanálisis es político.
¡”Gigantes del sillón”: su realidad no es la nuestra!
Ya lo hemos dicho, en otra oportunidad, junto a otrxs compañerxs psicoanalistas: ¡SU CAUSA NO ES LA NUESTRA!
Por un Frente Único contra El psicoanálisis hegemónico y dominante.
Por una red alternativa de prácticas contra-hegemónicas en psicoanálisis.
Por un movimiento organizado de trabajadorxs practicantes del psicoanálisis, que reconozca a los practicantes precarizadxs pertenecientes a la clase proletaria.
Y para cuando no haya aislamiento social… ¡¡¡Asamblea presencial de trabajadorxs del campo psicoanalítico!!!
¡Trabajadorxs psicoanalistas del mundo, uníos!

**Si te interesa sumarte al armado de una red alternativa por un movimiento de trabajadorxs psicoanalistas, o recibir más información de la iniciativa, podés contactarse a trabajadorxspsicoanalistas@gmail.com

«El estado de emergencia sanitaria corre el riesgo de ejercer un control total sobre nuestras vidas» // Entrevista a Enzo Traverso

¿Cual es la situación en Nueva York donde habitas?

El gobernador del Estado de Nueva York ha reaccionado de forma bastante fuerte y ahora mismo estamos confinados en casa. Otros Estados tomaron la misma decisión pero hay una gran heterogeneidad de puntos de vista. Un Estado federal puede ser un instrumento extraordinario pero también se puede convertir en una fuente de parálisis. Trump se contradice todos los días y los responsable de la sanidad pública le contradicen punto por punto. Comenzó por definir al coronavirus como virus chino, con una gran connotación xenófoba. Después dijo que Estados Unidos dispone del mejor sistema hospitalario del mundo y que todo iría bien. Ahora dice que las dos próximas semanas serán muy dolorosas. Ahora bien, si hay un país frágil frente a la pandemia, ese es Estados Unidos debido a la ausencia de una estructura sanitaria pública. Es un país muy vulnerable donde existe el riesgo real de una propagación rápida y fuerte del virus. Decenas de millones de personas carecen de seguridad social o disponen de una seguridad social débil e ineficaz. Nueva York, una de las ciudades más ricas del mundo, con los centros de investigación más avanzados en ciencia médica, carece desesperadamente de máscaras y de ventiladores, con hospitales militares improvisados en Central Park.

Tienes vínculos con Italia. ¿Como valoras lo que está ocurriendo en la Península?

Estoy muy preocupado, porque una parte de mi familia vive en el norte de Italia, en un perímetro en el que la propagación es muy fuerte. También tengo muchos amigos en Milán. Espero que el resto de Europa extraerá las lecciones pertinentes de lo que ha pasado en Italia. Evidentemente, el país paga un precio elevado, como Francia, por decenios de recortes en el gasto sanitario y con un número de camas disponible muy por debajo del que había hace veinte años. Pero globalmente, el país ha respondido bien, con un impulso solidario impresionante. Y en medio de la catástrofe, una buena noticia: desde hace tres semanas, Salvini ha desparecido de las pantallas! (risas).

¿Así pues el discurso xenófobo no saca provecho de esta crisis?

El discurso xenófobo que comenzó a despuntar al inicio de la crisis –tanto en Italia como en Estados Unidos- y que pretendía que el virus lo introducía la gente migrante, ha sido barrido. La opinión pública comprendió rápido que estamos frente a una pandemia global y que la respuesta tiene que ser global. También vemos a través de los media que los médicos chinos y cubanos son recibos como héroes. El discurso xenófobo ha sido bloqueado por el momento, aún cuando la tentación de instrumentalizar políticamente esta epidemia es fuere. Pero, sin embargo, no estoy convencido que a la larga eso se mantenga.

¿Políticamente, cuáles pueden ser los efectos de esta crisis?

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Pensando el post-coronavirus

Mi impresión es que esta pandemia global no ha revelado nada nuevo. Sólo ha llevado a su paroxismo una serie de tendencias que estaban ante nosotros y que ya habían sido descritas a lo largo de estos últimos años. Por ejemplo, el hecho de que las fronteras entre lo biológico y lo político cada vez están más difusas. Es el triunfo del biopoder teorizado por Foucault: es decir, un Estado que asume la gestión de nuestras vidas en el sentido biológico, físico del término. Un Estado pastoral en este momento de emergencia sanitaria en el que todos sentimos su necesidad, pero que después corre el riesgo de ejercer un control total sobre nuestras vidas. Igualmente, todos los trabajos sobre la ecología política nos explican desde hace años que los ecosistemas en cuyo seno se han sucedido nuestras civilizaciones no están ya en condiciones de autorregularse y que se va hacia una multiplicación de crisis y pandemias. Por último, el virus no hace sino amplificar las desigualdades propias de la economía neoliberal. No nos enfrentamos al virus en condiciones de igualdad: hay un segmento de la sociedad que es mucho más vulnerable, tanto debido al débil sistema público de salud como, sobre todo, a causa del paro masivo y de la precariedad que la crisis están en vías de engendrar. Todo ello genera inquietud, aún cuando en paralelo se manifieste la necesidad de comunes, de la solidaridad, de vivir en sociedad, de comunicar con los demás. Sin duda, esta contratendencia es una fuente de esperanza.

En la crisis actual y ante los testimonios del personal sanitario que denuncia el desmantelamiento del hospital público desde hace años, parece que emerge una oposición a las reformas neoliberales. ¿Puede aprovecharse eso para generar un cambio político?

Espero que tras esta crisis global todo el mundo habrá comprendido que un hospital no puede funcionar como una empresa rentable y que para la humanidad es vital disponer de un sistema de salud público. Esta consciencia difusa será una palanca, un punto de apoyo para organizar la actividad política inmediata bajo formas que aún están por ser inventadas, porque no se puede salir a la calle. Ahora bien, hace veinte años, tras el 11 de septiembre de 2011, la reacción de Nueva York fue similar. Murieron numerosos bomberos tratando de salvar la vida de la gente; una categoría de trabajadores pobres, de entre los peor pagados del país. Esta reacción espontánea duró menos de dos semanas; más tarde, una ola chovinista desembocó en la guerra [contra Irak] y se abrió un nuevo ciclo de xenofobia y de racismo. Por ello, creo que no debemos dejarnos arrastrar ni por el pesimismo cósmico ni por un optimismo ingenuo.

Por otra parte, y por lo que leo en la prensa francesa, las medidas de urgencia adoptadas por Macron van en el sentido de acrecentar las desigualdades. Para él, el estado de emergencia no está para que quienes tienen dinero paguen impuestos excepcionales para hacer frente a la crisis, sino para suprimir las vacaciones pagadas en nombre de la unión sagrada y del esfuerzo nacional… Hasta el presente, la dimensión social del plan de emergencia decretado por Trump es bastante más consistente que el adoptado por Macron.

¿Qué opina de la gestión de la crisis por el poder político en Francia?

Creo que la reacción francesa se encuentra trabada por el sistema político centralista y autoritario de la V República. Tenemos necesidad de un New Deal, pero las instituciones políticas francesas son las menos permeables a los cambios sociales y Emmanuel Macron es genéticamente neoliberal. De él no se puede esperar una inflexión hacia una economía solidaria, ni un plan de nacionalización de los servicios públicos antes privatizados, ni un impulso del sistema público de salud, etc. Por tanto, durante los dos próximos año la situación va a permanecer tal como está, aunque resulte muy impopular. Sería necesaria una rebelión social, pero está por reinventar la forma en como se dé. Existen códigos sociales y una antropología política que hacen que una acción colectiva implica un contacto físico entre la gente, un espacio público no totalmente cosificado. Las redes sociales y los media, incluso lo que realiza un buen trabajo informativo y de reflexión en este momento, fueron concebidos como un instrumento para la democracia, no como sustitutos de la sociedad civil. ¿Cómo organizar una rebelión de este tipo sin tener la posibilidad de encontrarse? Todo debe de hacerse a distancia y eso implica transformaciones que no son simples a poner en pie. Puede ser que estemos en vías de cruzar el umbral y que surgirá una nueva forma de practicar la política y la vida pública.

¿En esta «sociedad sin contacto» que está en vías de desarrollarse, será más difícil desarrollar la acción colectiva?

Sí; si nos distanciamos un poco de la contingencia actual para pensar esa crisis desde una perspectiva más amplia, tratando de detectar las tendencias históricas, esta pandemia corre el riesgo de llegar a los límites extremos del liberalismo: la sociedad modelada y transformada por la pandemia hace de nosotros mónadas aislados. El modelo de sociedad que emerge de la misma no se basa en una vida en común, sino en la interacción entre individuos aislados con la idea de que el bien común no será sino el resultado final de esas interacciones; es decir, la culminación final de los egoísmos individuales. Es la idea de libertad que defiende alguien como Hayek. En la post-crisis, se puede anticipar que se desarrollará la enseñanza a distancia, al igual que el trabajo a distancia y esto tendrá considerables implicaciones, tanto sobre nuestra sociabilidad como sobre nuestra percepción del tiempo. La articulación del biopoder y el liberalismo autoritario abre un escenario aterrador.

¿En este nuevo marco que se va configurando, temes el control de los gigantes digitales sobre nuestros comportamientos?

En realidad, no se trata de ningún descubrimiento. Esto me trae a la memoria el libro de Razmig Keucheyan La naturaleza es un campo de batalla. En él mostraba cómo el poder militar, industrial y financiero reflexionan a largo plazo y planifican estrategias para hacer frente a una catástrofe ecológica. ¡El capitalismo sobrevivirá a no importa que crisis y no morirá de muerte natural! No creo en las tesis sobre su hundimiento a causa de sus contradicciones internas. Se puede adaptar, está a la vista, aún cuando ello comporte realizar ajustes.

¿Eso forma parte de lo que denominas el «triunfo de la biopolítica»?

Sí. Lo que entiendo por ello es que la función biopolítica del Estado va a desarrollarse. Tras superar esta crisis, de cara al futuro, se tratará de poner en pie medidas orientadas a prevenir nuevas crisis. De ese modo, se corre el riesgo de que medidas adoptas como excepcionales se hagan permanentes. El Estado, que a partir de una justificada preocupación por la salud pública, se ha convertido en un estado que regula nuestras vidas, es lo que se puede llamar la confirmación del paradigma biopolítico. El poder se convierte en un biopoder, y si la política se transforma en una política inmunitaria, concebida para que cada persona se proteja de las demás, entonces, sería mucho más difícil producir lo común, nuestras vidas se verán afectadas de arriba abajo.

Hay quienes vuelven a poner de moda el eslogan de Rosa Luxemburg: «Socialismo o barbarie». ¿Tienes la esperanza de que se pueden extraer experiencias positivas de la pandemia actual?

Desde una perspectiva histórica, creo que ese diagnóstico tiene toda la actualidad del mundo. Pero ese eslogan es de 1914 y no podemos contentarnos con repetirlo indefinidamente. Tras Rosa Luxemburg, hemos acumulado la experiencia de un siglo en el que el propio socialismo ¡se transformó en una de las caras de la barbarie! Sin embargo, desde un punto de vista histórico, es la alternativa que tenemos frente a nosotros. ¿En qué se traducirá políticamente? Es difícil de prever. En cuanto a la salida de la pandemia, pienso que a nivel global existen todas las premisas para lo mejor como para lo peor. Podrá darse una inflexión a izquierda capaz de poner radicalmente en cuestión el modelo de sociedad que se ha impuesto a lo largo de los últimos cuarenta años; pero también podría darse, como decía antes, una nueva ola xenófoba y autoritaria: un estado de excepción permanente que se articule con las crecientes desigualdades sociales en la que la desesperación empuje a buscar cabezas de turco.

En tanto que observador de la vida política americana, ¿encarna Bernie Sanders una esperanza para la izquierda?

Sin duda, pero desgraciadamente el coronavirus coindice exactamente con el debilitamiento de la esperanza que nació en torno suyo. Continúa siendo muy popular y ha sido capaz de crear un movimiento tras su candidatura y ese movimiento continuará. Pero ha fracasado frente a una mediocridad absoluta como Joe Biden, ante el que incluso Hilary Clinton emerge como una gigante política. Ha fracaso por diferentes razones sobre las que está abierto el debate; en particular, su incapacidad para atraer el voto afroamericano a pesar del movimiento Black lives matter o del hecho que le hayan apoyado importantes personalidades afroamericanas. ¡Ha movilizado a una juventud que no vota! (risas). Ahora, el debate está en saber si se pueden cambiar las cosas a través de la vía electoral y las primarias del Partido Demócrata. Lo que es verdad es que en Estados Unidos ha nacido una nueva izquierda que puede conocer reveses, pero que va más allá de la campaña de Bernie Sanders. ¡Me imagino el impacto que podrá tener dentro de cuatro años la candidatura de Alexandra Ocasio-Cortés! Desde hace diez años se vive una efervescencia extraordinaria en Estados Unidos. Pero esta izquierda no puede tener éxito si no se articula con los movimientos sociales, políticos y culturales más allá de las instituciones.

¿Cómo imaginas el mundo de después? ¿Qué esperas?

Todo el mundo ha comprendido que los problemas que tenemos enfrente no tienen soluciones nacionales. Es preciso ir hacia una acción global. Por desgracia, la Unión Europea ha demostrado una vez más que no sirve para nada: ni siquiera ha sido capaz de producir y distribuir máscaras a los países que carecían de ellas. Italia y España las compran en China; Macron anuncia que Francia será autosuficiente hacia finales de año. Por otra parte, los ministros de finanzas alemán, holandés y austriaco excluyen cualquier regalo fiscal a los países mediterráneos; nos encaminamos hacia una nueva crisis griega a una escala mucha mayor. El New Deal fue fruto de un shock comparable al que vivimos actualmente, pero por el momento, todo indica que nuestros gobernantes caminan en una dirección totalmente contraria.

3/4/2020

Entrevista a Les Inrocks remitida por Enzo Traverso

Fuente: https://vientosur.info/spip.php?article15817

La nariz del Dr. Nock // Norman Briski

Nº de matrícula 31416

PROCLAMA EN DIAS INMUNES

Nosotros estamos ansiosos por saber que hacer (o que no hicimos), pues entre necesidades y deseos, sabemos que siempre gana: “durar”… aunque hay una bella terquedad de los curiosos, de creer que la invención no está solo en una vacuna. Esta preocupación está en la inercia. El después, un después que radicaría en despojarnos de hábitos y costumbres. Pero nuestra adicción a las ocurrencias nos pone en una neo-heroica fuerza de creer que hay que “mirar para otro lado” y que la función debe continuar en el ¡mismo lugar! Porque todavía el reconocimiento al juego tiene maternalismo asegurado. Los Williams escribieron en los destiempos de las pestes, Samuel es hijo siniestro de la guerra atómica. Y nosotros ciudades coloniales pudimos con los torturadores más que con los torturados, de sentir sus cuerpos y sus ideas. Trelew es. Pero como la actuación, la dramaturgia, los espacios (Tantos , pero no todos, son inocuos ecos de la obligación del entretenimiento) nos parece que cantamos con entusiasmo un erógeno nihilismo revolucionario. La espada de madera para no hacer daño, nos pregunta: donde combatir, con que texto memorial con que Requiem o será una servilleta llena de ternura. La vaca aurora tuvo también su corona. Vacas locas Vacas. Hoy ¿quien es Godot? ¿que esperamos que diga? ¿que los teatros pasen a las manos de quienes los trabajen? Godot es el Estado, es el capital, es la mafia vacuna, es madres de la beneficencia. ¿Tato donde estás? ¿Estas con nosotros? ¿Estamos cenando? ¡Hay un traidor! No, no lo maten, lo necesitamos” Nosotros vivimos de los enemigos, dice.

 Si no está el virus, no hay beligerancia. Nosotros somos los que le damos vida al virus. (Perón Cap. II)

Cuantas veces desaparecimos por siglos y no dijimos nada. Eso es bastante. Decir nada.

Sabríamos que hacer si supiéramos que los públicos con barbijos de aluminio, vendrían a darnos existencia.

 

“El rey Lear, “Macbet”

fueron escritos en cuarentena.

(Monarquía en derrumbe fué)

La guerra de la microbiología

 termina con el armamento metálico

(Capitalismo China Way, se viene).

 

NB Abril 2020

 

Filminas // Diego Valeriano

El problema de Alberto son les albertistas. Tan alumnas, tan twiteros, tan obedientes, tan estatales. Tan de libros en la casa, powerpoint, explicaciones mesuradas, sonrisa de lado, terapia por skype, hijos en la UBA. Festejantes miedosos, luchadoras silvestres, pussy raperos de Wos. Hiperinformados, comprometidas, keynesianos de grupo de wasap, defensores compulsivos de cualquier normalidad estatal. Porteños que creen que no son chetos porque no votaron a Macri. 

Más papistas que Alberto, transgresores módicos anti bancos a veces, anti empresas otras, antiimperialismo siempre que entre en una publicación. Orgullosa mamá que marcha con su hijo el 24, cuarentón con el pañuelo verde colgando en la mochila, defensor de la despenalización que se hacen caca frente a un guacho lleno de Xanax que es lo único que sana. Sana que sana, tomate otra Xanax. 

Ricoteros de este Solari. Tan poco engendros, gedes, nada rochas. Tan angustiados con las represiones de la fuerza propia, con esos corchazos de la bonaerense que hay que tragar como sapos, tan anti troskos que casi son anti obreros. Tan moralistas que parecen ortibas, tan cientificistas que parecen modernos, tan de gritar “no entren en provocaciones” cuando las marchas se ponen buenas. Defensores de millonarios contra otros millonarios, miau miau que twitea por wiska, tienen mil me gusta porque todo es político, estones trash lo tuyo es basura. Aman la  cuarentena porque odian vagar, perderse, volver. Albertistas zarpados que si les hablan, si les explican, si les muestran gráficos, si hay filminas, todes, científicos, si hablan su mismo idioma,  hacen caso sin ningún problema.

Coronavirus y militancias: recuperar la audacia táctica y la proyección estratégica // Mariano Pacheco*

El precariado, el feminismo popular, la organización (de base) y la problemática social; el Estado y sus limitaciones; las militancias: archivo, elaboración teórico-política, proyección estrategia y audacia para intervenir en la coyuntura. Filosofía y política; pandemia y cuarentena. PreguntaS sobre el día después.

  — A lo mejor es una fiebre que no cura.

A lo mejor es rebelión, y está viniendo

(Humberto Constantini, “Che”)

Hay una frase, bella, que en algunos ámbitos se ha repetido hasta el cansancio en estos días: “la crisis como oportunidad”; que traducida a la “coyuntura-COVID19” sería algo así parecido a “la cuarentena como posibilidad”. ¿Posibilidad de qué? ¿Oportunidad para qué? Entre otras cuestiones, ocasión para comenzar a reponernos de un modo más agudo de la derrota (nacional, Latinoamericana y mundial) de los proyectos populares de transformación; derrota con la que ingresamos al siglo XXI.

Esta sería la primera vez, en estos 20/30 años, que se podría oponer a nivel global un proyecto societal diferente al del capitalismo (una situación mucho más excepcional que la crisis de 2008). Claro: enunciado así, puede sonar despampanante. Y sabemos, en medio de estos vientos posmodernos, todo lo global, general, grande, tiende a ser condenado por total (itario); total, mientras, nos resignamos al totalitarismo capitalista, pero de eso mejor no decimos nada. Total, como esgrime el dicho popular: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero sus efectos, qué duda cabe, pueden verse cada día. Por otra parte, no basta decir “no siento” para no sentir. Los efectos del capitalismo, en su fase salvaje-planetaria, se hacen sentir sobre nuestros cuerpos. ¿Dónde se expresa esa derrota, con mayor crudeza, sino en esa renuncia a ser partes de un proyecto general de cambio global del modo en que hoy vive la humanidad? (sociedades en las que el 10% de la población mundial es propietaria del 86% de la riqueza, y el 1% concentra casi la mitad).

“Quien dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribe Nietzsche en su Zaratustra.

Para no marchar al manicomio, pero para no dejar de marchar, es decir, de estar en movimiento en medio de la quietud que impone el confinamiento por razones sanitarias, van algunas hipótesis, restringidas al plano nacional, y destinadas a establecer un diálogo con las militancias, y con quienes –interpelados por la situación– sienten la incomodidad de aun no formar parte de un proyecto colectivo.

Sabemos: han circulado ya infinidad de textos en estos días, todos elaborados por grandes personalidades del elenco filosófico mundial, pero tal como ha señalado Damián Celsi en un texto reciente (“Introducción a la pandemia”), ninguno de estos escritos “se preocupa por encarar la simple pregunta leninista de ´qué hacer´”. Así que nada de pretensiones académicas ni cosmopolitas respecto del mundillo filosófico contemporáneo. Nos basta con una intención mucho más modesta: poder interpelar a (en el mismo movimiento en el que nos dejarnos interpelar por) las militancias actuales de la Argentina. A ellas, no sin un claro reconocimiento a su vocación y su compromiso (que vaya que es el nuestro), van destinadas estas líneas, desde quien entiende que la escritura  misma puede ser también un cierto tipo de intervención militante –restringida y acotada por cierto, pero un cierto tipo de intervención militante al fin y al cabo–, si por militancia entendemos intervención crítica sobre la realidad en búsquedas de modificarla.

  1. Organización (de base)/ Problemática social

La cuarentena puso sobre el tapete, de manera recargada, muchas cuestiones que se venían amasando en la vida cotidiana, durante la “normalidad”. Es decir, antes de que comenzara a transcurrir esta situación excepcional que implicó que durante semanas permaneciéramos confinados en nuestros hogares, nuestros barrios (o donde nos encontráramos al momento de comenzar la cuarentena general y obligatoria). Con el COVID-19, entonces, no apareció una dimensión desconocida de nosotros mismos y nuestros semejantes: lo que pasó fue que asistimos a ver, exasperadas, actitudes que ya estaban presentes en el cuerpo social.

La cuarentena obligó a radicalizar ciertos componentes cotidianos del aspecto micropolítico:  ¿cómo hacer, cada día, para vincularnos de un modo no canalla con nuestros semejantes? (No es fácil, teniendo en cuenta que el encierro puede hacer brotar lo peor de cada quien).

Así, en estos días, se hizo evidente –o aun más evidente– la contraposición entre un modo de vida sostenido en el individualismo más ramplón, y una forma de vida desarrollada sobre valores como la solidaridad, la cooperación, la empatía con los demás. En un libro reciente –La ofensiva sensible– el ensayista argentino Diego Sztulwark nos recuerda que el neoliberalismo es “un ataque a la dimensión sensible de la existencia de la vida misma” (como el terrorismo de estado), que nos transforma en personas sólo aptas para competir, aptas para un individualismo e incapaces de crear colectividades por fuera de eso. De allí que, siguiendo a  Sztulwark, la pregunta por cómo hacernos una forma de vida impliquen directamente una intervención en el plano de la lucha de clases.

 ¿Qué pasa con los gestos igualitarios? Dentro de esta segunda franja de la población mencionada, de todos modos, existe a su vez una diferencia entre quienes llevan adelante esos valores desde una mera (y noble) actitud personal, y quienes entienden que esa actitud debe estar puesta en relación con otras actitudes (sentimientos, pensamientos, acciones), es decir, que se debe organizar junto con otras personas los modos de intervenir en la sociedad en la búsqueda de transformarla. Eso que usualmente, y en un lenguaje clásico bastante vilipendiado por las corrientes posmodernas, suele llamarse MILITANCIAS.

Fueron estas militancias, sobre todo las de los movimientos sociales, quienes sostuvieron espacios fundamentales para la reproducción de la vida, fundamentalmente entre los sectores del precariado, para quienes no salir a circular por las calles implicó, todos estos días, imposibilidad de contar con los recursos mínimos necesarios para la subsistencia. Tal como dimos cuenta en una nota publicada en la revista Zoom durante los primeros días de expansión masiva del virus (“Unidad, solidaridad, organización. La economía popular frente a la  pandemia”), fueron esas militancias quienes garantizaron la elaboración y reparto de comida, las que advirtieron al gobierno sobre la necesidad urgente de otorgar un bono a las y los beneficiarios de los Salarios Sociales Complementarios e incluso –sobre todo– llamaron la atención sobre la gran cantidad de personas que ni siquiera accedían a esa u otra asistencia social por parte del Estado y no contaban con un salario para afrontar los gastos mínimos para vivir durante esos días. También las militancias feministas sostuvieron las redes de agitación, de reclamo y de propuestas para enfrentar la violencia machista, incrementada en el contexto de aislamiento social, y no faltaron quienes sostuvieron con creatividad espacios de agitación para que la filantropía no nos ganara la partida: escritos, videos, flyers, gráficas, audios que circularon tematizando la pandemia y denunciando situaciones como las del abuso policial.

En general, de todos modos, las militancias parecimos quedarnos con poca nafta a la hora de garantizar espacios de reunión que permitieran tomar definiciones para intervenir con más iniciativa en la nueva coyuntura.

Por supuesto, desde el Estado se sostiene una actitud que pretende relegar a las militancias al mero rol de asistentes estatales para viabilizar la ayuda social. Y con la crisis, arcaicas instituciones como las iglesias y el Ejército volvieron a retomar cierto protagonismo, una determinada visibilidad que antes de la crisis no tenían; sobre todo el Ejército, puesto que las iglesias son un fenómeno más complejo, con una vasta red social extendida por el territorio.

 

  1. Reunión/ Movilización

Obviamente, ante problemas urgentes y con los medios digitales disponibles, no se anularon los canales de reunión y expresión. Muestras de ello fueron las formas en que las organizaciones de base lograron ir resolviendo las cuestiones cotidianas en los barrios y las agitaciones en redes sociales que se llevaron adelante para el 24 de marzo –en repudio a la dictadura instaurada en 1976 y en homenaje a quienes en ese ciclo represivo fueron secuestrados/asesinados, pero también, en reivindicación por todas estas décadas de lucha para sostener el lema de “Memoria, Verdad y Justicia”– y para el 30 de marzo, cuando se llevó adelante el “Ruidazo” denunciando los casos de femicidio durante la cuarentena. Eso, por un lado.

Por otro lado, también cabe quizás hacerse la siguiente pregunta: ¿fuimos lo suficientemente audaces para inventar formas de expresión, deliberación y resolución colectiva que la hora viene reclamando, teniendo en cuenta los medios tecnológicos hoy a nuestro alcance?

El inédito contexto de imposibilidad de reunirse y manifestarse (de cuerpo presente), como parte de una política de autocuidado que implicó no circular si no era por una imperiosa necesidad de hacerlo fue diferente a la de otros momentos históricos, más vinculados a la prohibición estatal de reunirse y manifestarse, que se sorteó tomando las necesarias medidas de seguridad, en la búsqueda por no dejar de reunirse y manifestarse (políticas de la clandestinidad que se les dice).

Cabe destacar aquí que, en general, hemos contado con más tiempo que el disponible en la “normal cotidianeidad”, cuando gran parte de nuestras horas de vida “se nos van”, sea expropiadas por el trabajo asalariado, sea por el tiempo que, como no poseedores de medios de producción y sin ser empleados por una patronal, destinamos a las tareas necesarias para garantizar medios de subsistencia, además de las horas semanales  que dejamos  transladándonos en micros y colectivos, trenes y subtes, combis o autos (una excepción: quienes realizan sus tareas laborales por medios digitales, y según los relatos que proliferan, vienen con una carga grande de sobre-trabajo).

Así y todo, sea por falta de costumbre, sea por la cultura dominante contemporánea, ha costado sostener espacios de deliberación y resolución colectiva. Aquí puede indagarse sobre cuánto los dispositivos tecnológicos nos formatean para la individualización (más acostumbrados a tareas en soledad frente a nuestras computadoras e incluso teléfonos personales que a reunirnos de manera virtual) así como a cierta cultura política hegemónica, que por un lado delega las grandes resoluciones en las dirigencias y, por otro lado, hace del asambleísmo un culto liberal de la opinión de cada quien, con grandes dificultades para sostener una disciplina militante y una efectividad práctica.

La cuestión de la autodisciplina, seguramente, sea uno de los grandes temas a investigar en los próximos tiempos, después de esta cuarentena que ha mostrado, a niveles masivos y alarmantes, cuánto del liberalismo llevamos dentro quienes lo cuestionamos (¿cómo poner mi cuerpo en relación con otros cuerpos sin pretender todo el tiempo situar el mío por sobre la experiencia común?). Evidentemente, una situación de crisis y de cuarentena impone dinámicas a las que tal vez estemos poco o nada acostumbrados (y acostumbradas). Hay que tener rigurosidad con los horarios de inicio de las reuniones, mantener la escucha atenta frente a la pantalla, ser ordenados (y ordenadas) para tomar la palabra, apelar a la capacidad de síntesis y la claridad para expresar las ideas, ser capaces de intercambiar pareceres por un rato pero luego resolver, es decir, acoplar nuestra mirada a una decisión colectiva que no puede seguir en debate mucho tiempo más, sea porque la red de internet “se cuelga” o porque comienzan a “colgarse” sus participantes, sea porque tenemos menos hábitos de reunión por vía un dispositivo tecnológico y nos fastidia (podrá argumentarse que es una cuestión de edad, pero sospecho que aún la gente más joven tiene poca gimnasia en esto de reuniones virtuales entre muchas personas, y sobre todo, para discutir ideas y tomar resoluciones que implican las vidas de otras tantas decenas o cientos o miles de personas).

La pandemia, entonces, parece ofrecer condiciones para derribar dos grandes mitos del liberalismo: el que coloca al individuo (“ciudadano libre”) por sobre todas las cosas, y el asume que todos los individuos, en tanto ciudadanos, somos iguales frente a la ley, pero también, frente una adversidad natural o una enfermedad.

Lógica, e históricamente, el individuo no está primero que la comunidad, y al menos en el capitalismo, pobres y ricos no somos iguales frente a una pandemia (tampoco en “épocas normales”, es el mismo el tipo de vinculo que los sectores populares tienen con la libertad y con muerte: los lugares en donde viven son bien diferentes a los que habita la burguesía y la pequeña burguesía: el status que sostienen, los lugares en donde se atienden si se enferman y los recursos con los que cuentan para afrontar esa situación llegado el caso, etcétera).

 

 

  1. Elaboración del archivo

En un texto reciente (“Encerrar y vigilar”), publicado en el contexto de la pandemia, Paul B. Preciado incita a utilizar el tiempo y la fuerza del encierro “para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí”.

También León Trotski, hace un siglo atrás, planteó en su discusión con las vanguardias artísticas del momento que el marxismo se caracterizaba por inscribir sus postulados “dentro de una tradición”; una tradición que a estas alturas –sabemos– siempre es una invención y poco tiene que ver con el tradicionalismo conservador, puesto que, de lo que se trata, es de construir un legado, apelar a imágenes del pasado para que funcionen como inspiración en el presente.

La historia no da respuestas por sí mismas, pero sabemos, puede ser productiva la operación intelectual de reelaborar el pasado, de ver qué cuestiones que en un momento parecían imposibles al tiempo dejaron de parecerlo. A propósito de los cambios de percepción, y sus temporalidades, Raúl Cerdeiras hace hincapié, también en un artículo reciente (“Capitalismo o existencia humana”), sobre el hecho de que, en su momento (de la mano de Copérnico y muchos otros más), la humanidad tuviera “que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino”. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” –recuerda Raúl– que tardó más de un siglo en ser aceptada y a regañadientes. “El cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos”, remata Cerdeiras.

No se trata aquí de caer en la reaccionaria concepción que idealiza “pasados mejores” para recostarse en un lúcido escepticismo del presente, sino de invocar futuros perdidos que nos permitan reanudar temporalidades, sin “progresismos” ni linealidades. Tampoco se trata de pensar que elaboraciones teóricas de otros contextos podrán destrabar la gestación de conceptos que hoy necesitamos para explicar de otro modo nuestros problemas contemporáneos, pero resulta ya no sólo soberbio sino hasta estúpido creer que podemos prescindir de décadas, e incluso siglos, de producción de teoría crítica. Al fin y al cabo, en diferentes contextos y latitudes, hay preguntas que suelen ser muy similares, y puede ser fecundo estudiar cómo se resolvieron esos interrogantes en otros momentos históricos.

Por supuesto: no señalamos una tarea completamente ausente en nuestra contemporaneidad, mucho menos en un país como Argentina, donde somos unas cuantas las voluntades de quienes – contra el olvido y a distancia del “memorialismo”– venimos intentando contribuir a enhebrar los hilos de las insurgencias a través de la elaboración de determinadas genealogías.

No se trata aquí, finalmente, de bajar línea, de “encuadrar una tropa” para que se inscriba en un linaje determinado, por más que en más de una ocasión hayamos insistido en la necesidad de gestar un linaje mutante, desprolijo, contaminado, que implique a tradiciones diversas, que van desde las izquierdas en toda su amplitud (ismos marxistas y libertarios), el nacionalismo popular-revolucionario, el ecologismo anticapitalista, el cristianismo de liberación, el latinoamericanismo y los procesos de decolonización, los feminismos populares y las diversidades o bien llamadas minorías (bien llamadas en el sentido de “sustracción de la norma mayoritaria” que rige nuestras sociedades, que son no sólo clasistas sino también patriarcales, heterocisnormativistas, racistas). Cada corriente política sabrá qué figuras, imágenes de experiencias y teorías del pasado hará suyas, no es objeto de este texto situar un aspecto de polémica en este punto. Lo importante es avanzar en construir los propios linajes, con fundamentos, para ser capaces de establecer una discusión que despeje fantasmas (los del macartismo y el gorilismo, pongamos por caso) e invoque los espectros de las generaciones pasadas, para que el debate no sea sólo entre vivos, contemporáneos, sino también con los muertos, con las generaciones que lucharon antaño.

 

 

  1. Reflexión/ Sistematización/ Elaboración

Hay tres lemas que me parecen emblemáticos para rescatar hoy.

En primer lugar uno del dirigente bolchevique Vladimir Lenin, que dice así: “sin teoría revolucionaria no hay revolución”.

El otro es del filósofo francés Louis Althusser, quien sostiene: “el marxismo introduce la lucha de clases en la teoría”.

Por último, una bella frase de los pensadores Gilles Deleuze y Félix Guattari: “filosofía es crear conceptos; conceptos que tienen que ver siempre con nuestra historia, y sobre todo, con nuestros devenires”.

Por su función interrogadora, la filosofía –o más bien: ciertas filosofías– puede contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. Al menos desde la Revolución Francesa de 1789 en adelante, durante todo el siglo XIX y todo el siglo XX la relación entre bibliotecas y procesos de cambio ha sido muy estrecha.

El ciclo comunista moderno colapsó hacia fines del siglo pasado, pero no por eso deberíamos apresurarnos a tirar por la borda el concepto mismo de comunismo, vinculado asimismo a otras ideas como lo común, la comunidad, la comunión (la común/unión). Recuperar/recrear/reelaborar el concepto de comunismo, entonces, puede ser una tarea fundamental del momento histórico que atravesamos, si tenemos en cuenta que es un concepto maldito (en el buen sentido), para la filosofía; aunque también maldito (en el mal sentido), para la tradición política argentina. De allí la necesidad de diferenciar los planos de intervención: el de la lucha teórica y el de la lucha política, donde la orientación deberá ser comunista, obviamente, pero para que efectivamente sea popular –sospechamos– quizás el significante comunismo reste más de lo que aporte (a diferencia del más genérico de “emancipación”).

“La crisis del socialismo nos ha quitado durante demasiado tiempo la posibilidad de pensar cualquier solución a la cuestión del desarrollo más allá de los límites del capitalismo. Con cada crisis en lugar de abrirse una oportunidad para pensar proyectos emancipatorios parece abrirse una trampa que nos obliga a elegir entre la aceptación de la disciplina del capital o la pobreza y el hambre”, escribe Adrián Piva en un texto titulado “Desarrollo, dependencia y estado en Argentina    desde 1976”. Son los efectos del terror posdictatorial en el cuerpo social argentino, podríamos pensar, junto a los “chichones” en las cabezas de personas de todo el mundo, que aún duelen, luego de que los ladrillos el Muro de Berlín se cayeran en 1989.

La actual “coyuntura-COVID19” nos puso cara a cara con una situación que muchas veces pretende ser dejada de lado, porque indagar sobre ella puede ser angustiante. A saber: la fragilidad de la existencia humana. A diferencia del siglo XX, y gran parte del XIX, momentos históricos regidos por cierta voluntad de certeza, el siglo XXI se caracteriza por una profunda incertidumbre: política, teórica, existencial. De este modo, cuando en momentos como el actual  ciertas certezas de la vida cotidiana aparecen corroídas, la situación puede tornarse profundamente angustiante, pero también, enormemente productiva. De nuevo: las crisis (pongamos por caso la desatada por una pandemia mundial), pueden ser muy productivas, en tanto que durante ellas nos repreguntamos quienes somos, qué queremos, hacia donde vamos, tanto en el plano singular como colectivo. Agudizar una mirada crítica respecto del mundo que habitamos, asumir que las cosas no están dadas de una vez y para siempre, puede abrirnos caminos insospechados. La cuestión es dejarse interpelar, atravesar la senda de la interrogación (por más angustiante que pueda ser) y, obviamente, entretejar algunas respuestas, al menos a modo de hipótesis que nos permitan seguir con el andar.

Tenemos que ser capaces, entonces, de desandar esa dicotomía incruenta que se viene produciendo en las últimas décadas entre elaboración teórica y práctica política, que suele coincidir tristemente, muchas veces, con el par “pragmatismo peronista/teoricismo izquierdista”. Tenemos que ser capaces de recuperar una intervención estratégica integral, tanto en las izquierdas como en los peronismos, que incluya prácticas políticas de masas, con arraigo social, y elaboración conceptual rigurosa, que sea producción de teoría como arma para la transformación, y no papeles para avanzar en una investigación que financie nuevas becas individuales.

“El ser tiende a perseverar en el ser”, supo destacar el filósofo Spinoza, para quien ser –precisamente– es siempre en una relación con los demás. La voluntad colectiva de atenerse a la cuarentena puede ser leída como un gesto individualista (salvar mi propia vida), pero también como “preocupación por otras personas de la comunidad”, tal como subrayó la filósofa Anastasia Berg, en un claro reproche al filósofo-que-lo-sabe-todo Georgio Agamben. “No es entonces la vida desnuda que se entrega al poder soberano omnipotente y garante de la supervivencia”, escribe Omar Acha en su artículo “La filosofía en tiempos de pandemia”.

Como hemos dichos, estas semanas han proliferado numerosos textos de filósofos del elenco internacional. Quizás demasiados; seguramente pocos con una vocación de intervención militante. Así y todo, filósofas como la argentina Esther Días han subrayado la voluntad de ejercer el oficio filosófico ligado a la coyuntura, cultivando una suerte de “pensamiento rápido” que permita meter preguntas allí donde el poder da por supuesto que no debe haber ninguna. El filósofo esloveno Slavoj Žižek fue uno de los primeros en proponer que la pandemia podría inaugurar la posibilidad de replantear horizontes hasta hace poco impensables. Y en un rapto de optimismo, metió la discusión sobre el comunismo. El  surcoreano Byung-Chul Han, por el contrario, subrayó de manera pesimista la situación a partir de la cual podía imponerse en muchos rincones del mundo el “modelo asiático”, sostenido sobre el control poblacional y el empleo de los llamados Big Data para contener la pandemia.

Aquí, en la Argentina, el ensayista Christian Ferrer sostuvo por su parte que, apenas pasada la amenaza y el peligro, la gente va a volver a lo mismo de siempre. Y subraya: “porque no conoce otra cultura alternativa”; porque “no hay otro horizonte de un mejor ideal de vida, por lo menos a nivel colectivo”.

¿Qué rol entendemos entonces deberíamos jugar las militancias en este contexto para revertir esa situación? ¿Es suficiente el papel desempeñado hasta el momento? Sería importante asumir que los cambios históricos se han producido siempre en coyunturas dramáticas (guerras, dictaduras… ¿pandemias acaso?) y pasar a la ofensiva, al menos en el plano de las ideas, de las propuestas en torno a cómo salir de este atolladero en el que nos encontramos.

Necesitamos llenar de preguntas nuestro presente. Dijimos que la filosofía –ciertas filosofías al menos– podían contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. ¿Necesariamente hay que entender la rebelión como insubordinación a las políticas de Estado? Por ejemplo, en la Argentina actual, ¿pasa la desobediencia por romper la cuarentena? ¿O la cuarentena puede ser un modo de autocuidado colectivo que nos brinde a su vez un cierto respiro, una cierta modulación para operar un transitorio movimiento de repliegue para reflexionar, sistematizar experiencias, reelaborar planteos, proyectarnos estratégicamente y tomar fuerzas para intervenir de manera más audaz y efectiva en las próximas coyunturas?

Quizás haya que pensar en momentos en donde pueda considerarse, no al Estado en sí mismo (que por más que “exprese” las correlaciones de fuerzas de la lucha de clases no deja de ser un aparato gestado para la dominación) pero sí  a zonas estatales y personal de la gestión estatal como aliados, compañeres de ruta en funciones dentro de una institucionalidad que sabemos enemiga, pero también –por experiencias– conocemos en sus tendencias menos represivas y más intervencionistas en el plano del financiamiento de aquello que los neoliberales denominan “gasto social”. Quizás hoy no se trate tanto de entender la rebelión como insubordinación ante las medidas del gobierno, sino –como sostienen las compañeras y compañeros del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas– de desobedecer las lógicas que impone el capital.

¿Qué Argentina queremos para los próximos meses? ¿Qué medidas fundamentales entendemos que tiene que tomar el gobierno en los próximos meses, semanas, días?

No podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando a ver y escuchar las palabras presidenciales por Cadena Nacional, para luego aplaudir o criticar.

Tenemos que construir una Agenda Programática Popular con algunos pocos puntos fundamentales que nos permitan avanzar, aquí y ahora, en algunos cambios urgentes y necesarios. La política aborrece del vacío, ya lo dijo Perón, que algo de todo esto sabía. Aquello que no discutamos y podamos proponer hoy, desde abajo, ya estará resuelto mañana por arriba.

Por supuesto, una Agenda Programática Popular no lo podrá construir ningún intelectual en soledad, ni tampoco, ningún sector en particular. Se trata de establecer una discusión entre las principales corrientes del movimiento popular, para que sean las organizaciones sociales y sindicales (del precariado y del movimiento obrero organizado), los feminismos y los ecologismos populares, la intelectualidad crítica y los derechos humanos; para que sean quienes están cada día en la primera línea de batalla contra las diversas injusticias que padecemos, fundamentalmente, quienes tengan la voz respecto del rumbo a seguir.

 

 

POSDATA: “Por un internacionalismo del siglo XXI”

Alguna vez, el pensador argentino Juan José Hernández Arregui planteó que, la revolución, debía concebirse en el plano “nacional, Latinoamericano, y mundial”. Y remataba: “y en ese orden”.

Quizás podamos discutir si es una cuestión de orden o de etapas, o si vale la pena o no seguir sosteniendo un concepto como el de revolución (este cronista sospecha que sí), pero lo que es seguro –y todos los proyectos de cambio lo demostraron en el Siglo XX, cuando la globalización capitalista estaba menos desarrollada que en el presente– es que en el actual momento de mundialización capitalista es imposible pensar procesos de transformación que no tengan en su horizonte una confrontación mundial con el capital. En ese camino, la conformación de bloques regionales se torna fundamental. Por necesidad, pero también por historia cultural y política, en Nuestra América al menos, se suele reactualizar una vocación de integración continental de nuestros pueblos cada vez que hay momentos de avance de las luchas.

Elaborar entonces formas de articulación, tanto estatal (por arriba), como popular (por abajo), será fundamental. Tenemos los ensayos esbozados en el último cuarto de siglo, desde los Encuentros Zapatistas hasta el ALBA o la CELAC, pasando por los Foros Sociales Mundiales, o la Articulación de los Movimientos Populares hacia el ALBA. Son las imágenes más recientes sobre las que deberemos proyectar nuevas formas y otros contenidos para la emancipación en los tiempos que vendrán. Ciertos feminismos ya han dado un paso en ese sentido. Como sostuvo Verónica Gago en su último libro (La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo), necesitamos efectuar un pensar situado que sea inevitablemente internacionalista. Y en América Latina hay “capas múltiples de insurgencias y rebeliones” que son el suelo desde el cual pensar una resonancia mundial desde el Sur capaz de gestar un “transnacionalismo”, o un nuevo internacionalismo del siglo XXI.

Parafraseando al poeta argentino Humberto Constantini con el que comenzamos este texto, en medio de la pandemia mundial parece que estamos ante “una fiebre que no cura”. Pero quizás, también, como escribió en su poema en homenaje a Guevara, “a lo mejor es rebelión… y está viniendo”.

 

*Integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs Trabajadorxs y del Colectivo Cultural La luna con gatillo

PEQUEÑO MANIFIESTO EN TIEMPOS DE PANDEMIA // Colectivo Malgré Tout («A pesar de todo»)

En nombre del Colectivo Malgré Tout (“A pesar de todo”) proponemos este breve Manifiesto, con cinco puntos de reflexión e hipótesis prácticas, para compartir con todos aquellos y aquellas interesados. Esperamos que sea una contribución útil al pensamiento y a la acción en medio de la oscuridad de la complejidad.

  1. El retorno del cuerpo

 En los últimos cuarenta años,  hemos asistido al triunfo y al dominio absoluto del sistema neoliberal en cada rincón del planeta. Entre las diversas tendencias que atraviesan este tipo de sistema, hay una en particular que pareciera constituir la forma mentis de la época: la que considera a los cuerpos como un ruido de fondo del sistema. Los cuerpos reales son ‘pesados’, y demasiado opacos, deseantes y vitales, y por eso mismo, escapan a las lógicas lineales previsibles. Desde siempre, el objetivo perseguido por las políticas y las proprias prácticas neoliberales consisten en volver a desterritorializar esos cuerpos. Volverlos indeterminados, una materia prima manipulable, un ‘capital humano’ utilizable según lo precisen los circuitos del mercado. Se les exige que sean disciplinados, movidos sin criterio, flexibles, deben estar siempre listos para poder adaptarse (esa frase, adaptarse, es el letimotiv de nuestra época) a las necesidades determinadas por la estructura macro-económica. En su abstracción extrema, los cuerpos de los indocumentados, de los desempleados, de los que no son “como se debe”, de los ahogados en el Mediterráneo o los de los centros de detención, sólo son números: indiferenciados, sin valor, sin coroporeidad y por ello, sin humanidad.

 

En el ámbito científico-técnico esta tendencia aparece bajo el paraguas de “todo es posible” y niegan que haya límites biológicos o culturales al deseo patológico de desregulación orgánica. Se trata de avanzar en mecanismos que aumenten lo vivo, la posibilidad de vivir mil años ¡devenir inmortales! No es otra cosa que la voluntad de producir una vida post-orgánica en la que puedan dejarse atrás las molestias de los cuerpos, por naturaleza demasiado imperfectos y frágiles. La aceleración catastrófica del Antropoceno en estos últimos treinta años dan testimonio de los efectos funestos de este “todo es posible” tecnicista, que no solo ignora sino que arrasa con las  singularidades profundas de los procesos orgánicos.

 

Es en este mundo, convencido de poder arrasar con los límites propios de lo viviente, que ha surgido la pandemia. De una forma catastrófica y bajo los efectos de la amenaza, súbitamente tomamos conciencia de que los cuerpos, están de regreso.Y de un día para otro son el primerísimo sujeto de la situación, y de las políticas que se llevan a cabo. Los cuerpos hacen que los recordemos, y en ese regreso pareciera abrirse una nueva ventana a través de la cual podemos entrever múltiples posibilidades de acción.

En primer lugar, nos permiten constatar que el poder puede, cuando quiere, desplegar las políticas necesarias para la protección y la salvaguarda de la vida. ¡El Rey está desnudo! En medio de su estupor, los líderes de las finanzas mundiales han comprendido que la economía, su monstruo sagrado, finalmente no podía prescindir de esclavos vivos para funcionar.

Tras haber intentado persuadirnos de que la única “realidad” seria en el mundo era la determinada por las exigencias económicas, los gobernantes de (casi) todo el planeta demostraron que es posible actuar de otro modo, incluso si fuera necesario un quiebre de la economía mundial.

Es como una confesión de parte de quienes categóricamente venían sosteniendo que todas las políticas (sociales, ambientales, sanitarias…) debían forzosamente acompasarse con el “realismo económico”, erigido en un dios totalitario al cual era imposible desobedecer.

Sin embargo, una ficción no debe suceder a otra. En este sentido, a la ficción neoliberal que afirma que una sociedad está compuesta de individuos serializados y autónomos, se la sustituyó en estos días por otra ficción, que se resume en la noble frase de que “todos estamos en el mismo barco”.

Lejos de criticar esta invitación a la solidaridad, sería un error creer que el carácter colectivo de la amenaza (el virus) puede por arte de magia eliminar las disparidades entre los cuerpos. La clase social, el género, la dominación económica, la violencia militar o la opresión patriarcal son varias de las realidades que sitúan nuestros cuerpos de manera diferente. Por lo tanto, no nos dejemos llevar por este romanticismo de confinamiento que pretende, al son del clarín, hacernos olvidar estas diferencias.

 

 

  1. La emergencia de una imagen compartida

 

Todos vivimos bajo la sombra de una amenaza mayúscula y generalizada: la de una desregulación ecológica global con efectos masivos, esto es: calentamiento climático, destrucción de la biodiversidad, contaminación del aire y de los océanos, agotamiento de los recursos naturales, que abarcan al conjunto de lo viviente y de las sociedades humanas. Sin duda hoy hay una mayoría de personas que están afectadas por ello y perciben (en el sentido neurofisiológico) esta realidad.

Ocurre que para la mayor parte del planeta, esto transcurre como si la catástrofe, anunciada no para mañana sino para hoy, no hubiera estado identificada como algo concreto e inmediato, sino que estuviera en un plano difuso y no vivido directamente. Estaríamos, digamos, inmersos en la amenaza. Esa es nuestra atmósfera, y, en consecuencia, no llegamos a producir un conocimiento de las causas que nos permita formarnos una imagen concreta del peligro que desencadenan nuestras acciones. A diario recibimos noticias del desastre, pero la información esa, en vez de provocarnos una acción, nos lleva a la impotencia y a sufrir. ¿Quién, entonces, está actuando realmente en este contexto? A nuestro entender, los que participan en la investigación de las causas: las víctimas, los científicos, los que lanzan la voz de alerta…Dicho de otro modo, quienes están involucrados en poner a la vista una representación clara del objeto. Ante las amenazas concientes pero vistas como abstracciones, quedamos paralizados por la angustia. Y a la inversa, ante una causa identificada, sentimos miedo. Ese miedo, al contrario de la  angustia sin causa, nos empuja a la acción.

 

Para comprender mejor este punto, es útil referirse a la distinción propuesta por el filósofo alemán Leibniz, y retomada por la neurofisiología, entre percepción y apercepción. El ser humano al igual que el conjunto de los organismos vivos, está en constante interacción material con el ambiente. La percepción es la que registra este primer nivel, constituido por el conjunto de acoplamientos perceptivos que el organismo establece con su entorno físico-químico, y energético.

Para ilustrar este mecanismo, Leibniz da el ejemplo de cómo apercibimos el ruido de una ola. Explica que tenemos una percepción infinitesimal de millones de gotitas de agua que afectan el nervio auditivo sin que podamos apercibir el ruido de cada una de las gotas de agua. Solo en un segundo nivel, en la dimensión de los cuerpos organizados, podemos construir la imagen sonora de una ola. Esto significa que solo una pequeña parte de lo que percibimos del sustrato material deviene una apercepción, para luego participar en los fenómenos de la conciencia.

El punto central es, entonces, comprender cuándo y por qué emerge una apercepción. Esta, en un principio, está determinada por el organismo que la apercibe: un mamífero y un insecto evidentemente no producirán la misma imagen aperceptiva que una ola. En el caso de los animales sociales y en particular los humanos, la apercepción está también condicionada por la cultura y por los instrumentos técnicos con los que éstos interactúan. Al contrario de lo que sucede con ciertos mamíferos, los humanos no aperciben las frecuencias sonoras sin articular su sistema aperceptivo con máquinas que les permiten hacer emerger una nueva dimensión aperceptiva. Por otro lado, si el nivel aperceptivo participa en la singularidad que refiere a la unidad orgánica, no hay razón para considerarla como propia de un individuo o el resultado de una subjetividad individual. Una singularidad puede estar compuesta por un grupo de individuos, e incluso de naturaleza muy diversa (animal, vegetal y hasta un ecosistema) que participa en la producción de una superficie aperceptiva común. Lejos de ser un ‘super-organismo’ que existiría en sí, esta dimensión existe de forma distributiva entre los cuerpos que son capturados por ella, y es así que cada cuerpo individual resulta afectado. Los cuerpos participan en la creación de esta dimensión aperceptiva común, la que a su vez influencia y estructura los cuerpos. Cotidianamente, esta dimensión se manifiesta bajo la forma de lo que por costumbre llamamos ‘sentido común’, que actúa socialmente como una instancia concreta de sentido compartido.

Estamos asistiendo a un acontecimiento histórico e inédito: por primera vez toda la humanidad produce una imagen de la amenaza. Esta imagen no se reduce a un conocimiento científico de los hechos que condujeron a la aparición del virus. Lo que está profundamente en juego es la emergencia de una experiencia compartida de la fragilidad de los sistemas ecológicos, que hasta ahora habían negado y que fueron arrasados por los intereses macro-económicos del neoliberalismo.

La particularidad de esta apercepción común se debe al marco en el que emerge. Paradójicamente, no es el peligro intrínseco de la pandemia el que la impulsa, sino más bien el dispositivo disciplinario que la acompaña. Y es este dispositivo el que nos instala en una nueva dimensión.

No podemos comprender lo que ocurre si evaluamos el tema desde su dimensión sanitaria. Este es el escollo que lleva a que algunos se lancen a hacer peligrosos cálculos macabros para responder al carácter inédito de la crisis, y compararla con otros flagelos. Ante esta nueva situación, nosotros vemos emerger dos interpretaciones opuestas.

Por un lado quienes sostienen que se trata de un hecho muy grave para el que hay que encontrar una solución, entendiendo por solución una vacuna o un medicamento. Al entender la crisis desde esta perspectiva, obviamente no se cuestiona el paradigma de pensamiento y de actuar  dominante.

Del otro lado, hay otra interpretación a la que adherimos e intentamos contribuir, que consiste en ver en esta ruptura un hecho concreto que pone en cuestión de forma irreversible la ideología productivista y hasta la hegemonía. El coronavirus, para nosotros, es el nombre de este punto crítico que marca al mismo tiempo -al menos eso esperamos -, un punto de no retorno a partir del cual nuestra relación con el mundo, y el lugar del ser humano dentro de los ecosistemas, debe ser profundamente puesto en debate.

 

 

  1. Una experiencia del común

 

En el horror que estamos viviendo, si hacemos el esfuerzo de no renunciar a pensar, comprobaremos que hay una sola cosa que podemos experimentar positivamente en esta crisis: la realidad de los lazos que nos constituyen. Pero esto también hay que preservarlo de una mirada inocente. No somos todos iguales frente a nuestra interioridad. Y dado que el frenesí de la vida cotidiana no permite auto-evitarnos, algunos de nosotros nos damos cuenta del hecho de tener una pésima relación consigo mismo, y con el entorno inmediato. En un circuito cerrado, el verdadero infierno, a menudo, es uno mismo. Un odio de sí que termina por transformarse en un infierno para los demás.

En nuestra vida de confinamiento, tomamos conciencia de que somos seres territorializados, incapaces de vivir exclusivamente de manera virtual, dejando a un costado cualquier elemento de la corporeidad. Millones de individuos experimentan en sus cuerpos que la vida no es una cosa estrictamente personal. Las tan mentadas virtudes del mundo de la comunicación y de sus instrumentos muestran en plenitud su impotencia para hacernos salir de nuestro aislamiento. En el mejor de los casos, nos entretienen con la ilusión de reunir a los separados, como separados.

En medio de la crisis, de algo tenemos certeza: nadie se salva solo. Lo que están experimentando nuestros contemporáneos, para bien o para mal, es la fragilidad de los lazos que nos constituyen y que nos obligan a ir más allá de las ilusiones del individuo autónomo y serializado. O sea, que estamos entendiendo que no se trata de ser fuertes o débiles, loosers o winners, sino que existimos, todas y todos, en la forma de esta fragilidad que nos permite sentir y probar nuestra pertenencia al común. Nuestra vida individual y la vida social son dos lados de una misma moneda. Obligados al aislamiento, nos damos cuenta de estar atravesados por múltiples lazos y de no corresponder de modo alguno al diseño thatcheriano según el cual “la sociedad no existe. Todo lo que existe son individuos”.

En realidad, lo que nos permite actuar en esta situación es el propio deseo del cómún, el deseo de la vida, no la amenaza. En este movimiento de la balanza, nuestros puntos de vista habituales se invierten: no se trata todo de mí y de mi vida individual. Lo que cuenta en este momento, es en qué está inserta la vida, ese tejido a través del cual adquiere su sentido. En este momento en que los lazos se reducen a la pura virtualidad comunicacional, nos parece crucial pensar los límites de esta abstracción. Pensar en lo que no es posible experimentar vía Skype ni por ninguna red social. En síntesis, cuál es, en el fondo, la singularidad propia de nuestros cuerpos, y de sus experiencias.

 

  1. Contra el biopoder

 

La ventana que se ha abierto, sin embargo, no apunta solo hacia nuevas posibilidades de actuar de manera positiva. La experiencia que estamos viviendo ofrece al biopoder en acción un ejemplo sin precedentes: asistimos a la posibilidad de disciplinar países enteros, continentes enteros, y a la vez mostrando, con mucha frecuencia, el propio deseo de las personas de hacerse disciplinar cuando le agitan la bandera de la superviviencia.

Reconocemos que tiene algo de tragicómico constatar que la geolocalización de los individuos supone que éstos no registran la idea espantosa y perversa que es dejar su smartphone en la mesa de luz. La servidumbre voluntaria es mayúscula cuando la pulsera electrónica que se coloca a un preso deviene en un teléfono móvil comprado con total cariño. Esta experiencia inédita de control social podría servir, entonces, para ser repetida. Imaginamos que a futuro, no será difícil encontrar nuevas amenazas o nuevas emergencias para justificar semejantes  prácticas de control.

 

En este contexto, la cuestión de si estamos o no en guerra contra el virus no es un asunto meramente retórico. En primer lugar porque tiene implicancias jurídicas concretas, y luego porque nos señala el modo en que esta crisis puede dar lugar a prácticas autoritarias perdurables. No estamos en guerra. Esa visión viril y conquistadora es parte del problema. Sufrimos las consecuencias de un régimen económico y social aberrante y mortífero. Seamos cautelosos con estos discursos marciales y donde baten los tambores que siempre preceden a convocar a sacrificios al pueblo. Nuestro objetivo no es ganar una batalla sino asumir la fragilidad del mundo y un cambio radical en la manera de habitarlo.

De otro modo, una vez que la pandemia termine, el poder no dudará -con todos sus énfasis de mariscal victorioso -, en enrolar a la población detrás de la causa patrótica económica. Y nos dirá que ahora no es el momento de pensar o de protestar a favor de los grandes cambios socio-estructurales (sin ir más lejos, una mejora de los sistemas públicos de salud). Cualquier demanda de justicia social pasará por una traición a la patria porque estaremos en el momento de abocarnos a la tarea sagrada: reencaminar la economía y el crecimiento.

 

La historia oficial nos dirá, primero, que hemos vencido, enfrentado y vencido un accidente desgraciado e imprevisible. Nos explicará, a continuación, que hay que redoblar los esfuerzos para vencer la resistencia de la naturaleza a todo el poderío humano. O sea que, de forma irresponsable llamarán ‘accidente’ imprevisible a lo que en realidad los biólogos y epidemiólogos vienen anticipando hace 25 años. Entre los múltiples vectores que están en el origen de enfermedades emergentes y re-emergentes, sabemos que la destrucción de los mecanismos de regulación metabólica de los ecosistemas, notablemente ligada a la deforestación, juega un rol fundamental. Además, la urbanización salvaje y la presión constante de las actividades humanas sobre los entornos naturales favorcen situaciaciones de promiscuidad inédita entre las especies.

 

Sea cual fuere la reacción de los gobernantes, una cosa es segura: hay una nueva dimensión aperceptiva, o sea, una nueva imagen del desastre ecológico que está a la vista y se ha incorporado al sentido común. El dispositivo según el cual el humano era el sujeto que debía erigirse en el dominador y propietario de la naturaleza se muestra en su rostro más pesadillezco.

  1. Pensar y actuar en la situación actual

Como escribió Proust, “los hechos nunca penetran el mundo donde viven nuestras creencias”. No existen los hechos ‘neutros’ que expresan un significado en sí. Todo hecho existe solo en un conjunto interpretativo que le da un sentido y una validez.

La ciencia se ocupa de los hechos, pero al mismo tiempo construye su propria narrativa, su interpretación. Al contrario de lo que pretende el cientificismo, la actividad científica no consiste en producir simples agregaciones de hechos desnudos. La narración que afirma que la ciencia ordena los hechos surge de una interacción con las otras dimensiones que son, entre otras, el arte, las luchas sociales, el imaginario afectivo, y más globalmente la experiencia vivida. Diversas dimensiones que participan de la producción del sentido común.

Frente a la complejidad del mundo, la tentación reaccionaria nos invita a delegar nuestra potencia de acción en los tecnócratas, cuando no directamente en las máquinas algorítmicas. En esta visión oligárquica, los que saben son los científicos y los políticos, y el pueblo obedece. Pero hay una relación conflictiva mucho más profunda entre el pensamiento crítico y el sentido común a la que no podemos oponernos. El rol del pensamiento estructurado no es el de ordenar y disciplinar el sentido común, sino más bien agregar dimensiones de significación que puedan luego convertirse en mayoritarias y hegemónicas. Por eso mismo es que cualquier proyecto emancipador, lejos de representar la revelación de una escena oculta de la verdad es siempre la creación libre de una nueva subjetividad.

 

Esa fantasía de proyectar la gran celebración que sobrevendrá al día de la liberación implica, en su entendible inocencia, olvidar los procesos que nos han conducido a la actual situación; y por tanto esos procesos no se van a retirar como un ejército derrotado. Los elementos continuarán sirviéndonos de diversas maneras. Es necesario que esta crisis no se termine con los aliviadores aplausos de una guerra ganada. Este acontecimiento histórico abre la puerta a la apercepción común de los lazos de fragilidad que constituyen nuestro mundo.

 

No sabemos lo que nos espera y no tenemos la mínima pretensión de predecirlo. Sí sabemos que las fuerzas reaccionarias de todo el planeta estarán listas para aprovecharse del aturdimiento en el que todavía estaremos inmersos. Por eso, estando en el corazón mismo de esta situación oscura y amenazante, debemos asumir esta realidad no esperando ‘que pase’, sino preparando desde ahora las condiciones y los lazos que nos permitan resistir la avanzada del biopoder y del control.

Esta situación de crisis no debe conducir a un aumento de la delegación de nuestra responsabilidad. Seguramente hemos visto que ‘los grandes del mundo’ (esos enanos morales) nos hablan de guerra, pretenden otra vez hacer de nosotros recursos humanos, carne de cañón.

Solo una clara oposición al mundo neoliberal de las finanzas y de la pura ganancia, solo una reivindicación de los cuerpos reales no sometidos a la pura virtualidad del mundo algorítmico, pueden ser hoy nuestros objetivos.

Como en toda situación compleja, debemos cohabitar con un no-saber estructural, que no es ignorancia, sino una exigencia para el desarrollo de todo conocimiento.

No se trata de pensar el día después viviendo el presente como un simple paréntesis. Nuestra vida se despliega hoy. Y por eso este pequeño Manifiesto es un llamado a aquellas y aquellos que buscan imaginar, pensar y actuar en y por nuestro presente.

Contacto: collectifmalgretout.net

Por el «Collectif Malgré Tout» Francia: Miguel Benasayag, Bastien Cany, Angélique del Rey, Teodoro Cohen, Maeva Musso, Maud Rivière.

Por el «Collettivo Malgrado Tutto» Italia: Roberta Padovano y Mary Nicotra

 

“Esta es una gran oportunidad para pensar si queremos volver a la normalidad” // Entrevista a Lila Feldman

Entrevista con la psicoanalista Lila Feldman. Egresada de la Facultad de Psicología (UBA). Realizó la Residencia y la Jefatura de Residencia en el Hospital Infanto- juvenil Dra. Carolina Tobar García (1998-2004). También supervisó al equipo de Salud Mental de niños y adolescentes del Cesac 41 del área programática del Hospital Argerich. (2013-2015).
Publicó varios artículos y capítulos de libros en la Revista Clepios y en los libros 13 Variaciones sobre clínica psicoanalítica y Nuevas variaciones sobre clínica psicoanalítica.

ESO QUE FALTA / FM La Tribu www.fmlatribu.com

 

DEVENIR COVID-19: Segunda parte. Sobre la sensibilización, y la crisis de la normalidad // Sofía Guggiari

¿Qué es lo que está ocurriendo en el mundo? ¿que nos está ocurriendo a nosotrxs? ¿Qué imágenes, discursos, relatos producimos en medio de una catástrofe? ¿Qué nos pasa con nuestros cuerpos, afectos, estados, sentimientos? ¿Cómo amamos, queremos, deseamos, nos vinculamos, nos erotizamos, que pensamos, tememos, odiamos en el confinamiento? ¿Como se configura la otredad?  ¿Cómo será la vida post pandemia? ¿existe tal cosa? ¿tenemos ganas de pensarla? ¿Cambiará nuestra forma de producir vida, amor, sexo, política, ética, moral?

No todxs estamos viviendo de la misma manera la llegada del COVID-19. No todxs estamos en cuarentena, hay quienes siguen trabajando o quienes no tienen hogar para hacerla. No es lo mismo estar confinadxs en una casa con parque, que asinadxs en una habitación. Solxs o conviviendo con quien te maltrata. No todxs estamos haciendo lo mismo, algunxs escribimos, otrxs cuidan a sus hijxs, otrxs cocinan, y muchxs ni siquiera tienen que comer.

De lo que ya no se puede dudar es que estamos frente a un acontecimiento histórico. Y oportunidad o no; creo que de esto no vamos a salir siendo iguales que antes. Es de lo imposible que no nos deje una marca. ¿Qué lecturas sensoriales y colectivas hacemos sobre lo que está pasando? ¿Será sobre esas lecturas la base con la que vamos a construir mundos posibles para imaginar y vivir luego? Porque aunque sea un «parpadeo cósmico» – como me dijo un amigo- somos parte del cosmos, y un parpadeo así, lo veo como una invitación política a pensar la vida.

¿Estamos frente una verdadera  CRISIS de sentido de lo normal? Y si es así, ¿que haremos en los bordes e intersticio que dejó esta quebradura? ¿Sabremos consistir vitalmente lo que emerge como germen, como rareza, como insurgencia, como distinto a lo normado?

Y acá insisto con la idea de que lo que más se puso en jaque en este momento es la pregunta por cómo producimos y reproducimos existencia.

 ¿Qué es la normalidad? ¿Qué es una vida normal en el neoliberalismo? ¿Por qué nada detenía esa vida, solo el COVID-19? ¿El COVID-19 mata más vidas que las que el neoliberalismo deja morir? ¿El COVID-19 mata más que las vidas que se lleva puesta el patriarcado?

El coronavirus ante todo está siendo como reflejo de un espejo: nos devuelve nuestra propia imagen. Se expande a velocidades inauditas en un mundo en donde la salúd es mayoritariamente vista como una mercancía, y donde la vida es vida si es una vida rentable, mostrable y vendible. Allí es que la peste hace estragos. Sorprende a las naciones. Deja desconcertados hasta los más poderosos.

No creo que el virus  sea más peligroso que la vida que estábamos viviendo antes de la propagación masiva mundial. Antes del confinamiento. En todo caso el detenimiento nos confronta (necesariamente) con todo esto.

 ¿Qué es lo que percibimos/escuchamos en la detención? Nuestra propia fragilidad.

 El discurso del mercado, es el discurso de la proscripción de la angustia, los malestares y de las fragilidades. Poner en crisis el discurso de la normalidad neoliberal, implica percibirnos como cuerpos afectados, que afectan otros cuerpos, al mundo, lo producen y al mismo tiempo este a nosotrxs. Proceso de sensibilización y fragilización, que es también un proceso contra las formas crueles de existencia; porque la opresión ante todo es algo que se siente.

¿Será este un momento crucial para pensar a la ternura como una apuesta posible frente a esta crueldad? ¿podremos inventar/pensar/producir otras formas de cuidados colectivos?

En este punto, pensar tanto la ternura y crueldad no como conceptos morales y religiosos, sino como maneras concretas en las que se vive.

Hay una disputa de sentidos. Lo que se disputa es el relato con el que vamos a contar esta historia. Y lo que está en juego es la producción de nuestro futuro más próximo. Desde lo más personal, íntimo, vincular, singular, hasta lo más masivo y social. El territorio de disputa es en donde acontece aquello que irrumpe como nuevo y que hace estallarlo todo: en el nivel de las vibraciones del cuerpo.  El cuerpo que vivencia  la pandemia como suceso histórico, el cuerpo del aislamiento social, el cuerpo del encierro, el cuerpo que padece el impacto de la precarización económica. 

Los afectos pueden ser brújula para producir -no capital sino mundos posibles- y la posibilidad de afectación está dada por nuestra potencia -no viril sino vital-  de fragilización frente a lo que -nos-  pasa.

Escuchar el malestar. Incomodarnos. Angustiarnos. Extrañarnos. Enojarnos. Ponernos eufóricxs. Deprimirnos. Pensarnos. No saber. Habitar la incertidumbre no como un monstruo que nos detiene -que se vuelve monstruo en tanto se sustrae a la producción del capital y pone en jaque la normalidad neoliberal- sino  como territorio de creación. Producir desde el desierto. ¿ Producir qué? Discursos, imágenes, acciones, sonidos, intensidades, frecuencias, cuerpos, afectos y afecciones que devengan de él: producir vidas, vidas éticas.

Escribo desde una fuerte convicción, desde una necesidad vital de pensar con otrxs, y desde un estado de incertidumbre que me atraviesa entera. Creo que el tiempo de las respuestas es un tiempo otro y que este es el tiempo de las preguntas. En todo caso, las preguntas y las respuestas dependerán de nuestra capacidad de sensibilización.

Sofía Guggiari. Psicoanalista, actriz, escritora.

 

 

 

 

Eduqué a mi hija para una invasión zombie // Red Editorial

El apocalipsis ya comenzó. Ser piba es estar en guerra. La ciudad está invadida por zombies, los que aceptan, los que entregan, los que obedecen, los que saben que está bien. ¿Cómo educar en medio de la batalla? No hay género pre escrito, ni manual, ni respuesta previa. Si hay algo que decir es tentativo: detonar el ensayo con frases que vuelven como estribillos, fragmentos arbitrarios escritos con dientes apretados y palabras arma, que apuntan entre el monologo interior y balbuceo frenético. Si hay algo que transferir no es una enseñanza moral sino los alcances de un riesgo: habitar una zona inédita a donde el no saber se comparte y se vuelve certeza ineludible de lo nuevo. Más que la historia de una educación impartida, Diego Valeriano despliega la potencia de un aprendizaje para condiciones de urgencia total. De padre y de piba, chabón y de hija. Táctica de lo dicho y lo no dicho, lo que se observa, lo que sucede, lo que solo se puede experimentar El apocalipsis es una evidencia, pero también una oportunidad única. Si se trata de activar una educación para el fin del mundo, habrá que encontrar cómo hacer mundo.

 

Eduqué a mi hija para una invasión zombie / Diego Valeriano. – 1a ed . –

Red Editorial  

 

La comunidad intocable // Carolina Meloni González

Filósofa, autora de Las fronteras del feminismo (Fundamentos, 2012)


Le toucher signifie l’«être au monde» […]
Il n’y a pas de monde sans toucher
Jacques Derrida

A María Galindo,
inspiradora de alianzas, caricias
y contagios revolucionarios

Una noche de 1720, en medio de una de las tantas epidemias de peste que asolaron Europa, Saint-Rémys, por entonces virrey de Cerdeña, tuvo un inquietante sueño. Su cuerpo era invadido por el flagelo. Pudo sentir, adormecido, el entumecimiento de sus músculos, la debilidad de su carne y como cada una de sus extremidades se veía sacudida por el temblor de las fiebres. En medio del delirio y los sudores de la pesadilla, fue capaz, incluso, de oír el siniestro gorgojeo que producían sus órganos al descomponerse, mientras su sangre y fluidos corporales internos se iban tiñendo del oscuro color de la muerte. Al despertarse, agitado y horrorizado por sus visiones nocturnas, tomó la firme decisión de declarar la guerra a la peste. Bajo sus órdenes, ningún navío podría atracar en los puertos sardos y medidas de confinamiento e higiene se implantaron en la isla. De poco le sirvieron al virrey sus medidas contenedoras de la pandemia, pues las crónicas conservadas de ese año 20, de hace cuatro siglos, han dejado el registro de uno de los mayores desastres víricos que asoló varias ciudades mediterráneas.

Como Saint-Rémys, poseemos todo un imaginario ficcional sobre virus y epidemias que podrían acabar con nuestra existencia y el mundo. Como él, hemos soñado con todo tipo de patologías capaces de descomponer nuestros humores y organismos. Al igual que el virrey sardo, un día cualquiera, nos despertamos intranquilos e inquietos, aquejados por temores que parecían lejanos. Pero cuando quisimos darnos cuenta, la peste ya estaba llamando a nuestra puerta.

ESE DELIRIO CONTAGIOSO

Afirma María Galindo que es el miedo al contagio lo que define la esencia del virus que nos asedia. En estos últimos meses, hemos asistido, desde nuestras pantallas, al espectáculo de la propagación, al relato de una contaminación presentada como inevitable. Lo que parecía una ficción post-apocalíptica, cuyo guion se fue gestando en Wuhan, se ha ido extendiendo cual red viscosa e inmanejable. La pandemia comenzó a materializarse, a territorializarse, a cobrar forma a través de cifras, guantes, mascarillas y confinamiento. La espectralidad e irrealidad primera de un virus que solo parecía tener lugar en el espacio de las redes, en la inmaterialidad de la información mediática, se hizo carne en nuestros cuerpos mismos, en el espacio vital amenazado por la contaminación de los flujos del otro. “Cuando la peste se establece en la ciudad -afirmaba Artaud- las formas regulares se derrumban”, las rutinas y lo cotidiano se trastocan, el orden hasta entonces conocido desaparece con tal rapidez que somos incapaces siquiera de asimilarlo desde la racionalidad. Así, el miedo se apodera de nosotros, se instala en cada una de nuestras células, haciendo que cometamos actos absolutamente incomprensibles. Y es que, como afirma U. Oslender, el miedo genera espacio, toma lugar literalmente, produce una cartografía concreta, reorganiza la vida de las poblaciones, generando confusión y desconcierto. En esa incertidumbre, el miedo atraviesa la piel y los tejidos, se instala en nuestros órganos, nos impide reaccionar y asfixia toda posible rebeldía. De este modo, la micropolítica del miedo, en forma de cepas invisibles, se puso a funcionar de manera radicalmente disociativa y desestructuradora de toda comunidad.

En apenas unos días, el espacio ya de por sí biopolítico de las democracias liberales fue deviniendo somatopolítico en el sentido más puro del término: el cuerpo y la carne, el sudor y los fluidos, se han transformado en el blanco más claro de esta “guerra” contra la propagación. Aislamiento, compartimentalización, confinamiento. Las barreras higiénicas se han implantando hasta en lo más íntimo de nuestros organismos y hogares. Y todo aquello, tan material como somático, tan impuro como erótico, que nos acerca y comunica con el otro, ha sido investido por el miedo paralizante ante la posible contaminación. Si algo define al COVID-19 ha sido su potencialidad de transformarnos en abyectos. Y la única consigna que se nos transmite, como imperativo moral que debemos acatar sin cuestionamiento alguno, es la supuesta responsabilidad de asumir nuestra propia abyección: si algo comunitario surge de esta crisis sólo puede gestarse en lo anticomunitario mismo, en aquello que por definición fragmenta y dinamita toda posible espacio en común. Se nos impone como êthos, como acción más sublime en el campo de lo moral, aquello que precisamente contradice toda ética, esto es, rechazar, alejar y expulsar al otro de nuestro espacio más íntimo. Interiorizar tu propia potentia de contagio. Retirarnos del mundo. Confinarnos entre las paredes de nuestra propia individualidad. El tacto, el roce anónimo, incluso las caricias se han convertido en un acto de sedición y de egoísmo más puro.

NOLI ME TANGERE

“Corpus del tacto: tocar ligeramente, rozar, apretar, hundir, estrechar, alisar, rascar, frotar, acariciar, palpar, tentar, amasar, masajear, enlazar, oprimir, golpear, pellizcar, morder, chupar, mojar, sujetar, aflojar, lamer, menear, acunar, balancear, llevar, pesar” (Nancy, 2003). Si bien es cierto que el lenguaje crea mundo, es en el tacto, en el mismo hecho de tocar, donde acontece la comunidad. Por ello, para el filósofo francés Jean-Luc Nancy, encontramos en el tacto el origen mismo de lo que denomina una “singularidad plural”: tocamos, nos tocan, rozamos al otro, somos conmovidos por un cuerpo ajeno. Nuestra singular individualidad, con apenas un roce, un simple acercamiento del otro, deviene plural, se abre al encuentro con los demás, se fragmenta en pedazos y comprende la imposibilidad de sobrevivir en la crisálida del yo. Somos en ese breve encuentro de tu piel con la mía. Si algo así como una comunidad puede tener lugar es precisamente ahí donde se produce el hiato, donde la separación de mi cuerpo con el tuyo se quiebra, interrumpiéndose la ilusión de un sí mismo autónomo y ajeno al mundo. El tacto no es sino la apertura y el recibimiento del otro, de cierta hospitalidad (te acojo, te acaricio, te abrazo y dejo que tu cuerpo se acerque al mío). También, desde luego, de la hostilidad, cuando ese tacto, ese gesto no es requerido. “No puedo tener relación conmigo mismo -afirma Derrida-, con mi ‘estar en casa’, más que en la medida en que la irrupción del otro ha precedido a mi propia ipseidad”. Porque el otro siempre irrumpe, de manera inesperada e imprevista, como el deseo o el amor, que invaden y nos atraviesan, aún cuando no lo queramos.

En esa hospitalidad-hostilidad originaria de la piel, del roce con el otro, cifra Derrida la posibilidad de la ética y, por ende, la condición de lo político. También Butler, apela a la ontología política de la vulnerabilidad en estos dos niveles: por un lado, dicha vulnerabilidad que nos constituye da pie a la emergencia del sujeto y, como consecuencia de dicha emergencia, se produce la inserción de dicho sujeto en una comunidad política. Somos ontológicamente vulnerables, precarios física, emocional y afectivamente. Estamos condenados al otro. Y solo como seres entregados a los otros es posible crear comunidad. ¿Qué mundo surge, entonces, ahí donde el encuentro con el otro es negado y rompemos el vínculo físico que nos liga a los demás? ¿Qué vida política puede emerger encerrada en las paredes de un hogar, confinada a la soledad más absoluta? ¿Acaso hay vida en la desafección, en el desapego y distancia de nuestros seres queridos? ¿Cómo seguir construyendo un posible “nosotros” cuando ni siquiera podemos rozar, levemente y con la punta de los dedos, a amigos, amantes, familiares o desconocidos? ¿Qué surgirá de este mundo silenciado, encriptado cual larva, en el que el único contacto que se nos permite es el virtual, a través de pantallas, móviles y dispositivos? Cuando cualquier superficie material, desde la piel hasta un carrito de supermercado, pueden considerarse verdaderas armas de propagación de la enfermedad. Radicalmente vulnerables y expuestos al virus, hemos optado por aceptar y asumir que la única posibilidad de supervivencia es la vulneración de nuestros afectos, cuerpos y deseos. Alejarme de ti. Separarte de mi. Pues cada uno de nosotros porta el germen letal, que nos ha hecho devenir enemigos, amenazantes y sospechosos.

Tocar procede del latín “tangere”, curiosamente, la misma raíz aparece en el verbo “contaminar”: con-tangere, en el que se advierte cierta continuidad espacial de un tacto impuro, turbio y corrompido, que todo lo altera. Ese tacto viciado y patológico amenaza con extender la contaminación total a cada uno de nuestros espacios. Y lo peor de todo es que lo portamos nosotros mismos, puede estar latente en nuestro interior, aún sin poseer los síntomas delatores. La consigna del aislamiento social ha sido interiorizada de manera global sin ningún tipo de cuestionamiento hacia la misma. Hemos acatado de manera sumisa y obediente el imperativo de permanecer recluidos, encerrados entre las paredes de nuestros hogares. Hemos abandonado trabajos, lugares de ocio, amigos y seres queridos. El espacio público ha quedado, literalmente, vacío, vaciado de nosotros, que lo contemplamos asustados desde balcones, ventanas y redes sociales. Incluso, empezamos a aceptar, a normalizar, que perderemos a personas de las cuales no vamos a poder despedirnos. También la muerte y el duelo deberán llevarse a cabo sin posibilidad alguna de tacto, de un último contacto o mano que acaricie la nuestra en ese momento tan crucial (las imágenes de camiones militares en la ciudad italiana de Bérgamo, cargados de féretros anónimos, de vidas imposibilitadas de duelo, suponen que la vulnerabilidad amenaza con extenderse hasta en la muerte misma).

Sin crítica alguna, sin posibilidad de duda, cualquier acción de rebeldía o resistencia al aislamiento será condenada no solo legal sino éticamente. El aislamiento se ha instalado en los discursos políticos, cotidianos y sociales de manera radicalmente homogénea, sin fisura alguna y sin atisbo de antagonismo alguno. El miedo al contagio se ha convertido en la mejor herramienta de control y la única acción política comunitaria que nos permitimos es el derecho al aplauso, con la distancia prudente y desconfiada que nos separa de nuestros vecinos. ¿Cómo, entonces, generar una comunidad desde lo intocable? ¿Cómo resignificar esa separación? ¿Qué nuevas formas de habitar, de convivir habrá que proponer y repensar cuando nos hemos autocondenado a la soledad más extrema? ¿Qué entramados comunitarios surgirán cuando lo común ha sido literalmente apropiado por la pandemia y la vulnerabilidad?

CUANDO EL MUNDO ENMUDECE

La expansión global del coronavirus ha tenido lugar con una rapidez de vértigo. En apenas unos días, sus efectos en el orden social y cotidiano de nuestras vidas han sido devastadores. Como si despertáramos de un perturbador sueño, nos hemos dado de bruces con dispositivos disciplinarios tan rígidos y estrictos, dignos de un estado de excepción de corte agambeniano. Toda barrera profiláctica se vuelve imprescindible y necesaria para frenar el contagio: cierre de fronteras, cuarentenas, encerramiento de la ciudadanía, estado de alarma, militarización y control policial de nuestros espacios públicos. Los supermercados han sido literalmente arrasados, en una suerte de comportamiento mimético que ha despertado en nosotros cierta acumulación por compulsión, a la espera de un estado de guerra inminente. No deja de ser sintomático que uno de los productos más reclamados fuera el papel higiénico, como si de una irónica metáfora se tratara, en la que la idea de “salvar nuestro propio culo” ante lo que se nos venía encima se hizo patente. Las cifras de enfermos y de fallecidos crecen día a día, con nuestros servicios públicos saturados, vaciados tras la última crisis económica, cuyas consecuencias nefastas vemos con claridad en esta situación de emergencia. Pocos días han bastado para que el mundo, nuestro mundo enmudezca y nos repleguemos al interior de nuestras crisálidas burguesas, aquellos que poseen la suerte de tener un cobijo, un hogar en el que guarecerse. Resuena en esta crisis vírica, la sentencia que marcó una de las tantas crisis del capitalismo: “No hay sociedad —anunciaba la dama de Hierro allá por los años 70— sólo están los individuos y sus familias”, inoculando en este caso el virus del individualismo más férreo como única posibilidad de afrontar los contratiempos. Si alguna enseñanza nos dejan las prácticas “caníbales y depredadoras”, como las define Harvey, del capitalismo, las recurrentes crisis económicas a las que nos ha conducido de manera más recurrente el neoliberalismo, es la constante pulsión autodestructiva de un sistema eminentemente depredador y necropolítico, cuya tendencia nos conduce a la desaparición de toda de comunidad: ante los envites de la peste, solo nos restan las soluciones individuales. Solo individualmente podrás sortear el flagelo. Y cualquier “morada en común” ha pasado a ser un emplazamiento tan inhóspito como peligroso.

HABITABILIDAD: ALIANZAS, HORIZONTES COMUNITARIOS Y RESISTENCIAS

Habitar, construir mundo, es habitar-con: somos en tanto que nos exponemos al otro; somos en tanto que acogemos, cuidamos, cobijamos al otro; pero también cuando lo rechazamos, excluimos y marginamos, para así dar consistencia a nuestra inteligibilidad social; somos-con el otro, suerte de expeausition, de contacto con el otro. No hay cuidado de sí posible, no hay hogar imaginario ni imaginable, sin el cuidado de los demás. No hay más êthos que aquel que surge de nuestra materialidad, de nuestra radical vulnerabilidad. Afirmaba Paco Vidarte que la única ética defendible “es aquella que nace de las calles, de las pateras, de las barricadas, de las plazas, de la opresión, de unas nalgas desnudas”. Es ahí, en las aceras y en las esquinas, en los callejones y barriadas, en los espacios públicos que ocupamos y construimos en común donde cabe la posibilidad de articular y construir una morada habitable, donde es posible que surja un tejido comunitario tan crítico y demoledor, como acogedor y amoroso. Afirmar la vida y su cuidado no es posible desde la solución individualista, gestada en el interior de nuestra vida privada. La apelación a una solidaridad individualista y autónoma, surgida en los salones de hogares cerrados al mundo, no solo supone una quimera propia de un imaginario liberal que ha creído sustentar en el individuo autónomo el desarrollo de la sociedad, sino una legitimación de sus prácticas excluyentes y expropiadoras.

Como en el sueño de Saint-Rémys, no nos hemos despertado con el anuncio de la peste, sino que esta ya estaba allí hace tiempo cuando hemos sido capaces de abrir los ojos. Hace demasiado que convivimos con el virus y sus dispositivos de fragmentación, de disolución de lo social. Anestesiados y atomizados, absorbidos por esa comunidad de lo intangible, en la que la piel, el cuerpo y los olores del otro nos resultaban cada día más ajenos. El virus nos ha servido como un mero amplificador de lo que ya sabíamos: habitamos una casa atravesada por necropolíticas de desposesión de la vida, por fragmentaciones de clase, de raza y género producidas por un sistema basado en medidas extractivistas de los cuerpos, de la tierra y de todo lo comunitario. Hace demasiado tiempo que Europa, esta Europa hoy confinada, decidió cerrarse al mundo, dar la espalda a la miseria y precarización, convertirse en un interior climatizado, cual búnker apto solo para unos pocos. Fuera de sus fronteras, la vida y la muerte se juegan en cada frontera, en cada valla y en cada muro divisorio.

Afirmaba Artaud, en su bello texto sobre el teatro y la peste, que todo flagelo “es una crisis que se resuelve en la muerte o la curación”. Hay en todas las epidemias algo así como una “fisonomía espiritual” que hace tambalear el mundo, reconfigurarlo, repensarlo desde otras alternativas de vida. Por ello, según Artaud, la peste “impone a la comunidad una actitud heroica y difícil”, ante la cual, no siempre estamos a la altura de lo que nos acontece. La situación actual nos enfrenta a la urgencia de pensar y reconfigurar otros mundos posibles, otro hogar menos inhóspito y más habitable, menos precario y hostil para tantas vidas deglutidas por el sistema. ¿Seremos acaso capaces de replantear nuevas salidas? ¿Podremos reconfigurar otros espacios y hogares comunes después del temblor? ¿Tendremos el valor de salir de nuestras crisálidas individualistas, de nuestros acogedores y climatizados salones y habitaciones apropiadas para el confinamiento? No podemos anunciar ni anticipar el porvenir, decía Derrida, el cual puede presentarse en la forma del peligro más absoluto, incluso, bajo la forma de la monstruosidad. Sí podemos, sin embargo, apelar a repensar nuestro presente, asumiendo la urgencia de resignificar y construir una morada común desde proyectos colectivos verdaderamente democráticos, igualitarios y revolucionarios.

Fuente: La Vorágine

Lucha feminista en tiempos de pandemia // Javiera Manzi A y Alondra Carrillo V.*

 

 La continuidad de nuestra revuelta a un mes del 8M

*voceras Coordinadora Feminista 8M Santiago de Chile

 

Un mes ha pasado desde que nos levantamos en huelga general feminista. Fuimos dos millones desbordando la Alameda, las calles colindantes y el designio de una autoridad de gobierno a la que no volveríamos a pedirle permiso. Sabíamos que aquella jornada sería histórica, que seríamos muchas, en todas partes y al mismo tiempo alzando la voz contra el terrorismo de Estado, la precarización de nuestras vidas y las distintas violencias que atraviesan nuestros cuerpos. Lo fuimos. Esa mañana de domingo, fuimos tantas que no supieron contarnos, tantas que buscaron minimizarnos y ante esa respuesta opaca sostuvimos la certeza de que fuimos más y que la revuelta seguía su curso en la lucha feminista.

Tres semanas después, Piñera se fotografía en Plaza de la Dignidad y con ello, aparece no solo la irrupción del goce casi perverso del sujeto más odiado de Chile en el lugar icónico de la revuelta, sino también la ratificación de una transformación del escenario político: en medio de la pandemia, el gobierno busca volver a gobernar. Que para hacerlo hayan requerido de una crisis sanitaria mundial que coartó radicalmente nuestra reciente cotidianidad de protesta, no modifica esta circunstancia; pero sí da cuenta de la fragilidad constitutiva de su restaurada “autoridad”.

Cuesta, ante este cambio de tablero, evocar la intensidad de la cercanía que vivimos el 8 de marzo. ¿Qué pasó con ese aliento colectivo? ¿Dónde persiste ese impulso, esa confianza y ese deseo de transformación radical de nuestras vidas en medio de una pandemia global?

De la potencia y el roce continuo de nuestros cuerpos en las calles hemos pasado a vivir este momento de manera fragmentada, en apariencia, divididas. La negativa del gobierno a una política general de cuarentena con condiciones mínimas de dignidad que la hicieran posible, ha llevado a considerar esta medida como el privilegio de unos pocos. Pero no olvidamos que lo que hoy está en juego es la impugnación que la administración neoliberal, que encarna este gobierno, hace de la crisis sanitaria y los 30 años en que se ha naturalizado la ausencia de derechos. 

Lo cierto es que aunque a ratos nos parezca de ese modo, este no es un paréntesis. Las paredes de nuestro hogar o los tránsitos temerosos en el transporte público en una ciudad reducida al mínimo de su actividad no son la señal de una pausa en el tiempo. No todo se ha detenido. Mientras quienes nos gobiernan salen airosos a gozar lo que pareciera ser este (breve) momento de poder sin contrapeso, el proceso en el que nos encontrábamos subsiste subterráneamente en nuestras rabias, anhelos y preguntas; en nuestras redes y conspiraciones silenciosas.

Vivimos hoy la excepcionalidad de la pandemia del COVID19 en el contexto de la excepcionalidad que habitamos desde el 18 de octubre. Esta es la pandemia en medio de la revuelta y es también la pandemia en un contexto de terrorismo de Estado. La potencia del estallido resuena a lo lejos como un pasado que no quiere serlo, o quizás como un presente que es una tarea contra el olvido, contra la impunidad y contra el arrebato de imaginar otra vida y hacerla posible. Aparece entonces un deseo que es también una necesidad: la distancia física no puede ser condición de aislamiento y parálisis. Al contrario, nos hemos llamado a no soltarnos precisamente porque sabemos que vivimos esta crisis sanitaria con compañerxs que son presxs políticxs de la revuelta, en un contexto de total impunidad de las autoridades responsables de la violación sistemática de los Derechos Humanos cuyas primeras medidas ante la emergencia pandémica fue la restauración de la militarización mediante el toque de queda en las ciudades.

Puesto que esto no es un paréntesis sino que el tiempo sigue, la vida y la política también, la pregunta hoy no es qué haremos luego de que esto pase. La pregunta quizás sea más bien, ¿Cómo configurar escenarios de salida que no refuercen los giros autoritarios, la pelea del penúltimo contra el último, la violencia patriarcal en escalada, la violencia racista que se intensifica? Sin duda, lo que hagamos hoy será determinante para los escenarios de alternativa a la crisis, pero lo que ya veníamos haciendo es igualmente clave. No partimos desde cero en la revuelta y mucho menos partimos desde cero ahora. Hemos levantado un programa para transformar radicalmente el modo en que se organiza la vida, la vida toda.

Con esa orientación es que hemos intentado actuar en este tiempo. Propusimos un Plan de Emergencia Feminista como respuesta y llamado a la acción colectiva tras la primera semana de declarada la emergencia sanitaria en el país. En el marco de esto, hemos levantado junto a otros movimientos huelgas por la vida para exigir una cuarentena total con condiciones de dignidad para todxs y junto a otras hemos constituido una Red de Apoyo Feminista[1], para hacer frente a la agudización de la violencia patriarcal en el contexto de encierro. Desde las asambleas territoriales buscamos sostener redes de cuidado y apoyo mutuo. Estar organizadxs nos ha permitido constituir un cuerpo propio que pone de primera línea los cuidados y su lugar fundamental entre los trabajos que sostienen la vida.

Asimismo, vivir esta pandemia en medio de una revuelta abre preguntas y posibilidades que sin esa acción propia no tendrían lugar. ¿Cómo enfrentar de manera efectiva estas políticas de la masacre? ¿Cómo podemos instalar nuestras vidas y nuestro cuidado por sobre las ganancias de unos pocos? ¿Cómo organizar una respuesta a la vez situada y globalmente imbricada a partir de la potencia internacional de la huelga feminista? ¿Cómo, en fin, podemos poner en acción nuestra fuerza propia en estas circunstancias?

Es evidente que no existe una respuesta fija a estas interrogantes. Para nosotras se trata de reconocer, en este escenario de incertidumbre, que las certezas que hoy tenemos pueden desprenderse de la memoria y la confianza en lo que hemos venido haciendo juntas.

Estamos, como pocas veces en la historia reciente, ante una crisis mundial que nos hermana en una experiencia compartida. Así como lo vino haciendo el movimiento feminista con el estremecimiento global de los últimos 8 de marzo, así se abre también hoy la posibilidad, y la necesidad, de dar una respuesta común ante este vértice histórico. Y en esta clave, el movimiento feminista como potencia internacionalista ha de ser trinchera contra el radical avance de la precarización, la depredación extractivista, los fundamentalismos y las violencias en un contexto de debacle económica que hoy se presenta como un acontecimiento ineludible. Constituir alternativa.

El día en que Sebastián Piñera se fue a tomar un retrato en primer plano junto al monumento a Baquedano, la Plaza de la Dignidad se encontraba desierta. Ese viernes no había banderas negras, ni wenufoyes, ni pañuelos verdes, ni corpóreos, ni Primera Línea. Lo que nosotras vimos más allá de su gesto macabro, no fueron solo los rayados exigiendo su salida a su espalda, que él buscaba ostentar como un trofeo, sino las letras pintadas a unos metros en las que aún se lee el recordatorio de eso que fuimos entonces y eso que somos cuando no nos soltamos. Históricas.

[1]
                [1] De la que participan la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres y Niñas, Miles, la Secretaría de Mujeres Migrantes, la Corporación La Morada, PSIFEM, feministas de asambleas territoriales, entre otras asociaciones y agrupaciones feministas.

Economías de guerra y conflictos post-pandémicos // Alberto De Nicola y Biagio Quattrocchi

La alusión martillante a la guerra utilizada para describir los efectos de la emergencia sanitaria, parace señalar una mutación al interior del debate económico maisntream. Dentro de este interregno, las luchas en curso y las por venir podrían jugar un rol decisivo.

4 abril 2020                            

 

En la plenitud de la emergencia Covid, nada parece ser más pervasivo que la alusión a la guerra. La retórica bélica junta economistas y líderes políticos de diferentes orientaciones: es difícil encontrar a alguno que no la haya evocado al menos implícitamente, primero para presentar las medidas de distanciamiento social y sucesivamente para preparar a las poblaciones para las amargas consecuencias de la recesión económica que éstas ya están implicando. Para medir la vastedad y la profundidad de la situación de emergencia presente y futura, es indudable que las dos Guerras Mundiales constituyen los dos únicos “hechos totales” a los que es posible echar mano en el reservorio de la memoria colectiva. Se necesitará considerar con atención las implicaciones de esta alusión continua y martillante a la guerra de parte de quienes mueven las levas del poder económico y político: a primera vista, la impresión es que se orienta a modelar las expectativas sociales hacia un horizonte signado por la enorme compresión de los niveles de vida, por la disipación de los recursos y la militarización de los espacios sociales. Además, la metáfora bélica –ante todo referida a un “enemigo invisible”- lleva a representar el cuerpo social como algo homogéneo e indiferente a sus divisiones internas.

 

Pero hay algo más. La movilización del imaginario de la guerra parece querer romper con aquel sentido de familiaridad al que nos había acostumbrado, por más de diez años, la palabra “crisis”, y esto porque la que vivimos ahora no continúa simplemente  aquella precedente, si no que se inserta sobre ella, radicalizándola y haciéndola mutar de naturaleza. La crisis como forma de regulación permanente de la sociedad que difiere al infinito el momento de su resolución, deja ahora el campo al imaginario de la catástrofe: el revelarse de una percepción colectiva ligada a la amenaza de la supervivencia de la comunidad, no la temporal interrupción en la continuidad de un sistema, sino su misma reproducibilidad y sostenibilidad global. No debemos olvidar que éste deslizamiento estaba en acto antes de esta emergencia pandémica.

 

De ello eran testimonio los movimientos feministas, aquellos por la justicia climática y las recientes sublevaciones globales que, de Francia a Chile, habían mostrado cuanto la cronificación de la crisis del capitalismo neoliberal terminaba por amenazar las condiciones mismas de la reproducción de la vida. También lo testimoniaba el debate entre aquellos economistas que se interrogaban sobre la necesidad de recurrir a medidas no convencionales para salir del “estancamiento secular”. Ahora, con la pandemia, se agota aquel arsenal de retóricas y respuestas institucionales que habíamos conocido con la crisis precedente: en este caso, la típica descarga de los desequilibrios sistémicos hacia el endeudamiento y la responsabilidad individual, así como la culpabilización de la sociedad por las fallas del mercado parece –al menos temporalmente- imposible de proponer. La dificultad con la que tropiezan estos días los neoliberales para reponer condicionalidades workfarísticas al apoyo de los ingresos de los pobres, y contrapartidas austeritarias para las ayudas económicas a los Estados puestos en dificultad por la emergencia sanitaria, son una demostración del impasse actual. El recurso a la retórica bélica y a la economía de guerra es luego y también el indicador de una mutación ocurrida en el paradigma de la crisis como arte de gobierno.

 

El interregno de la “ciencia triste”: ¿hacia un nuevo consensus?

 

Si se restringe el campo a los economistas mainstream es fácil individualizar una doble utilización de la alusión al evento bélico. Mientras de un lado la guerra constituye un válido ejemplo de lógica económica para un shock no cíclico o simétrico, que se distiende completamente sobre los componentes de la demanda y de la oferta agregada, del otro, el evento imprevisto, en la admisión misma de Mario Draghi, justificaría “un cambio de mentalidad” al interior del pensamiento económico dominante, aludiendo a la necesidad de una política económica a la altura de los “problemas de la reconstrucción”.

 

El fuerte retorno de la política fiscal a la caja de herramientas de los economistas ortodoxos es ya un dato de hecho, después que en el período de la Gran Moderación (desde la segunda mitad de los años Ochenta hasta la debacle de 2007), el gasto público y la tasación habían sido consideradas inútiles y dañinas. Solo para dar pocos pero significativos ejemplos: Edmund Phelps, economista norteamericano premio Nobel 2006, referente de los new keynesianst, apunó recientemente la oportunidad no sólo de un aumento del gasto público, si no de las intervenciones estatales a gran escala “en cómo nuestras economías producen y distribuyen bienes y servicios”, evidenciando la necesidad de una desplazamiento en las funciones del Estado. Kenneth Rogoff, uno de los principales economistas del FMI entre el 2001 y el 2003, afirma que los países implicados deberían comprometerse en ingentes gastos públicos en déficit fiscal para sostener sus economías. Mario Draghi, ex banquero central del BCE, en un denso artículo en el Financial Times, escribió que en tal coyuntura el rol del Estado es “distribuir su propio presupuesto para proteger a los ciudadanos y la economía de los shocks de los cuales el sector privado no es responsable y que no puede absorver”. Agregando que la política monetaria expansiva de los bancos centrales debe coordinarse con el gasto público de los gobiernos, con el objetivo de salvar a las empresas de las caídas y contener los niveles de ocupación, desempeñar un rol de garantía de los préstamos bancarios a las empresas, además de promover inversiones específicas. Actividades que inevitablemente implicarán un aumento de los niveles de endeudamiento público, compensados por la reducción de los privados. Advirtiendo además que, en ausencia de tales políticas, se asistiría a “una destrucción permanente de la capacidad productiva y por tanto de la base fiscal”, comprendida la transmisión de nuevas inestabilidades en la economía financiera.

 

 

Se trata del discurso de economistas neoliberales pertenecientes a diversas tradiciones de la teoría económica, que parecen señalarnos que estamos en medio de un corrimiento al interior de la economics. Una suerte de “interregno” del pensamiento económico burgués, una redefinición todavía inestable, que parece aludir sin embargo a una inédita hegemonía. Un deslizamiento que adviene, obviamente, no abstractamente en el cielo de las ideas, si no sobre el fondo del enfrentamiento geopolítico y geoeconómico entre los EEUU, China y Europa; e internamente  a Europa misma, entre los ordoliberales alemanes (y sus países satélites) y los países del Sur europeo, sobre el terreno de los coronabonds y de la mutualización de los riesgos entre los Estados.

 

En un conocido artículo de 1972 –intitulado The Second Crisis of Economic Theory- Joan Robinson traza un esquema de los ciclos hegemónicos de la teoría económica en relación a las crisis cíclicas del capitalismo. Al lado de las importantes cuestiones teóricas observadas por la economista inglesa en el ensayo, la primera crisis emergería en los años 30 con la debacle del laissez-faire, favoreciendo el consensus keynesiano. La segunda crisis, por su parte, se manifiesta plenamente en los años 70, con la afirmación del laboratorio neoliberal. La alusión a Robinson nos resulta útil para decir, junto a otros economistas heterodoxos que han avanzado tales tesis, que estamos probablemente al medio de la tercera crisis de la teoría económica.

 

Se podría objetar, no sin razón, que ya antes del Covid-19, a seguido de la crisis financiera global, hubiera algunas señales. Desde las reflexiones de Larry Summers sobre el estancamiento secular a las reconsideraciones de Olivier Blanchard, economista jefe del FMI, que empujaban hace tiempo por la recuperación del rol del gasto público. Sin descuidar tampoco el consenso generado en torno a un genérico Green New Deal, sostenido por diversos neo-keynesianos, también como resultado de las presiones de los movimientos ecologistas globales. El punto, sin embargo, es que sólo ahora, en el post-Covid, el énfasis no está puesto exclusivamente sobre el rol del gasto fiscal expansivo, si no todavía más a fondo sobre las nuevas funciones que el Estado debería asumir para apurar un inédito “motor del crecimiento”,  después de la crisis del “keynesianismo privatizado” de los años 90 y 2000.

 

Si estamos o no fuera de la racionalidad reclamada al pragmático “intervencionismo” del Estado neoliberal, llamado continuamente a reconstruir el funcionamiento real del mercado, todavía es temprano para decirlo. Lo que es cierto es que cada potencial pasaje hegemónico en la ciencia económica no llega en el vacío. Ya Mario Tronti, en Obreros y Capital, aclaraba que detrás del keynesianismo de la Progressive Era estuvieron primero las grandes luchas sindicales en los EEUU de los años 30, solo después las conceptualizaciones en la Cambridge inglesa. Así como la segunda crisis de la teoría económica fue el reflejo de la inversión de las relaciones de fuerza social sobre el final de los años 70 del siglo pasado. Cuando hablamos luego de la eventual tercera crisis hegemónica, pensamos en aquel campo de tensiones abierto por los ciclos de luchas globales de los últimos años, y en aquello que en potencia podría abrirse nuevamente en una fase en la cual el pensamiento mainstream y los gobiernos empiezan a discutir sobre cual “reconstrucción” posible.

 

Economia de guerra, reconstrucción y reconversión.

 

En estos días, el empleo del imaginario de la guerra lleva consigo la reiterada alusión a la reconstrucción, cuando las sociedades pongan las bases de una nueva economía sobre los escombros producidos por el conflicto. En el libro “El gran nivelador”, aparecido recientemente y citado con frecuencia en estas jornadas, el historiador Walter Scheidel muestra cómo el período de las dos guerras mundiales en el siglo pasado representó uno de los más potentes fenómenos de nivelación de las desigualdades de la historia humana. A este extraordinario resultado las dos guerras mundiales contribuyeron en todo caso de modo diferente. Todos los estados beligerantes debieron realizar un enorme esfuerzo para financiar los gastos de la guerra: en buena parte, este proceso fue sostenido por la requisición por parte del Estado de importantes cuotas del PIB y “tomando prestado dinero, imprimiendo billetes y cobrando impuestos”.

 

En la Primera Guerra Mundial, sin embargo, los países en conflicto respondieron a esta común exigencia balanceando de modo diverso estos instrumentos: mientras los EEUU y el Reino Unido apuntaron mayormente a la fiscalidad, acentuando la progresividad de los impuestos – dando entonces vida con la capacidad de tasación sobre los ingresos más altos, a una forma de “conscripción de la riqueza” útil para contrapesar, en el terreno del consenso social, la masacre de las masas populares en las trincheras-, Alemania y Rusia prefirieron en mayor medida tomar en préstamo el dinero o imprimirlo ex novo. En particular en Alemania, el escaso recurso a la leva fiscal, para defender la renta de las élites industriales, no produjo efectos relevantes de nivelación de las desigualdades, antes bien, aumentó el ingreso de los perceptores de rentas más elevadas. Como es notorio, a esta política de expansión monetaria y de protección de los ingresos del capital le siguió la hiperinflación de los años sucesivos, los motines revolucionarios y la sucesiva reacción nazi.

 

 

En todo caso, la Primera Guerra no modificó radicalmente la estructura de las desigualdades sociales. Será con el fin de la Segunda Guerra que se alcance este efecto: la ingente destrucción de capital producida por la guerra unida a la permanencia en el período de los impuestos fuertemente progresivos utilizados para financiar el esfuerzo militar, fueron las condiciones que permitieron una extraordinaria nivelación de los ingresos. Sin embargo, el pasaje de una mera política de “requisición” a una efectiva política de “redistribución” llega solo en virtud de transformaciones mucho más radicales. A partir de los años 30, de hecho, en  muchos países occidentales se pusieron las bases para la “sociedad salarial”, esto es, aquel sistema de estatutos sociales y canales de transmisión de la riqueza centrados en la figura del salariado, que los estados adoptaron para contrastar el creciente poder del movimiento obrero organizado y para conjurar la extensión de la revolución comunista. Luego, cuando concluye el conflicto mundial, el enorme potenciamiento fiscal del Estado y la adopción de nuevos dispositivos de tasación sobre la riqueza, originariamente creados para la economía de guerra, fueron reconvertidos en la creación del Welfare State post-bélico.

 

La historia de las economías de guerra y de la reconstrucción post-bélica nos señala que el nuevo protagonismo del Estado en la dinámica económica no define de por sí ninguna transformación, ni necesariamente da vida a salidas democráticas o redistributivas. Para que esto sea posible, es necesaria una red de contrapoderes capaces de guiar algo más que una reconstrucción: una reconversión.

 

Un ejemplo patente es proporcionado por el problema del refinanciamiento de las instituciones del Welfare a las cuales se les reclama tanto. Los últimos cuarenta años han estado signados por fuertes recortes al gasto, incluida la sanidad. Más en profundidad, hubo una readecuación funcional del gasto público a favor de nuevas normas sociales de productividad en las instituciones de la “reproducción social”: el intervencionismo del Estado neoliberal ha vuelto al Welfare funcional a la lógica de la competencia económica, precarizando a los trabajadores y trabajadoras, recurriendo a procesos de externalización y privatización, recortando los costos para maximizar la ganancia de las divisiones operativas singulares, adoptando las lógicas administrativas y sistemas de control de la fuerza de trabajo típicas del sector privado, atendiendo plenamente las indicaciones de la ideología del New Public Management.  

 

Como siempre ha sido, los presupuestos de los Estados son un terreno de enfrentamiento de las clases sociales y entre las subjetividades colocadas diferenciadamente en el proceso productivo social. La insistencia en el rol del gasto en déficit propuesto por los economistas ortodoxos, no es otra cosa que el preanuncio de una nueva Progressive Era que está develándose. La disputa que se inicia en torno al tema de la reposición del gasto público, abre inmediatamente lo relativo a su dirección y función, definiendo ya una línea de separación entre quienes, como los economistas mainstream, piden en primer lugar salvataje de las empresas y welfare residual, y las luchas, que empiezan instalar muy otras necesidades.

 

 

Horizontes post-pandémicos

 

Los conflictos futuros están siendo ya preparados por aquellos en curso. Mientras los líderes políticos, uno tras otro, lanzaban sus apelaciones a la “unidad” en la guerra contra el enemigo invisible, nuevas líneas de fractura si iban formando. La presión de la opinión pública organizada en redes ha compelido a los gobiernos – incluso a aquellos inicialmente más recalcitrantes al lockdown-, a adoptar drásticas medidas de protección de la sociedad, confirmando de alguna manera la posición de aquella parte de los trabajadores que estaban luchando por la extensión del bloqueo completo de la actividad productiva, en defensa de la salud común. Por su parte, la difusión en más países de las campañas por la extensión universalista de las medidas de sostén a los ingresos está evidenciando la iniquidad de los sistemas de protección social. La protesta creciente del personal sanitario muestra como detrás de la retórica de “nuestros soldados al frente”, están las desastrosas condiciones de una fuerza de trabajo precarizada y de un sistema sanitario debilitado por las políticas de racionalización.

 

Pero sobre todo, la emergencia Covid muestra finalmente a plena luz cuanto el funcionamiento de la economía y la operatividad de la valorización capitalista depende estrechamente del trabajo reproductivo y de las instituciones colectivas que lo garantizan. Este “arcano”, develado ya por los movimientos feministas y ecologistas de los últimos años, muestra cómo el declamado “retorno al Estado” es en realidad una mistificación del nuevo protagonismo político de la reproducción social. Es en esta encrucijada que las actuales presiones en defensa de lo público muestran su inconciliable tensión con las políticas del Estado, aquel mismo Estado que ha reducido lo público a una función residual y a un territorio a ser colonizado por el mercado.

 

El campo abierto por las políticas de reconstrucción pone luego, a un tiempo, un doble desafío. El primero es el de una resocialización igualitaria de la riqueza: las medidas puestas en juego por los gobiernos nacionales muestran con evidencia cierta la existencia de agujeros estructurales en los sistemas de protección social. La creciente convergencia hacia reivindicaciones universalistas del ingreso es la más clara demostración de la inadecuación de los instrumentos a disposición de los Estados para proteger los niveles de vida de toda la población, y la medida del progresivo desmantelamiento de los canales de distribución de la riqueza típicos de las sociedades salariales.

 

En segundo lugar, el momentáneo aumento del gasto público no dice todavía nada de su dirección y función. La movilización en defensa de las instituciones colectivas del Welfare y por su refinanciamiento, plantea inmediatamente la cuestión de repensar la articulación jerárquica entre lo público/ lo común, el mercado y el Estado, como marca de la nueva centralidad asumida por la reproducción social. Si el aumento del gasto público no es garantía de la redistribución del ingreso, mucho menos lo es de una redistribución del poder hacia el abajo. Por esta razón, las movilizaciones que estamos observando parecen indicarnos, una vez más, la necesidad de retomar la reflexión sobre contrapoderes capaces, por un lado, de orientar las decisiones en el campo de la “reproducción social” de parte de los Estados y de la rutilante Comisión Europea (en el caso de Europa), y del otro de experimentar abajo fórmulas nuevas de mutualismo, de instituciones autónomas en el campo de los “cuidados” recíprocos, así como ya está sucediendo espontáneamente en diversas realidades italianas, en Europa o en América.

 

Ya hemos visto cuanto una situación de estancamiento secular,  en ausencia de políticas de resocialización de la riqueza, y el mantenimiento en el frente interno de las normas neoliberales, estuvieron en la base de aquella reciente torsión autoritaria que ha signado los sistemas políticos de muchas partes del mundo. Hoy, frente a un escenario que anuncia un deslizamiento del estancamiento a una más probable espiral  depresiva, y ante la ocasión proporcionada, por las actuales políticas de emergencia, de una centralización del poder por parte de los gobiernos, el horizonte de una nueva onda neo-autoritaria que resuelva los radicales desequilibrios mediante una militarización de la vida social y económica, arriesga presentarse como una amenaza mucho peor que aquella que hemos experimentado ya durante el ciclo reaccionario de esta última década.

 

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/economie-guerra-conflitti-post-pandemici/

El virus y el terremoto bajo el pavimento de las finanzas // Biagio Quattrocchi y Paolo Scanga

 En un artículo previo a la irrupción del Covid-19, Quatrocchi reflexionaba sobre las tensiones ya al límite en Europa, y en general en Occidente, luego de más de 10 años de austeridad neoliberal incrementada desde la crisis subprime, y sobre la inminencia de un giro en la gestión de la political economy, reclamando un ciclo de luchas transnacionales que lo pudiera cualificar. Este artículo da cuenta del profundo impacto de la emergencia pandémica en ese escenario previo.

 El virus y el terremoto bajo el pavimento de las finanzas

 La difusión del virus y la activación de las medidas de enfrentamiento adoptadas por cada estado separadamente, producirán una crisis económica y financiera de vastas proporciones y de rasgos inéditos. Solo un programa de luchas transnacionales para el apoyo a los ingresos y un amplio plan de “socialización de las inversiones” a nivel europeo puede hacer la diferencia para una Europa post liberal.

18 marzo 2020

El 12 de marzo el índice Ftse de la bolsa de Milán cayó 16,92%: el peor resultado diario de su historia. Contemporáneamente, el Dow Jones concluyó las transacciones igualando el récord negativo de 1987, superándolo en términos de puntos absolutos. Desde el inicio de la difusión del virus, todos los otros índices bursátiles internacionales están consignando pérdidas enormes, sobre todo de los títulos bancarios y de transporte. A estos se añade otro dato sobre el cuál los analistas están focalizando la atención, este es el Chigago Board Options Exchange y sus transacciones, mejor conocido como índice Vix o “índice del temor”. El Vix mide la volatilidad implícita en las acciones del S&P 500, y ha registrado incrementos de vértigo, cercanos a los niveles registrados en tiempos de la quiebra de Lehman Brothers. Incluso si está focalizado sobre los EEUU y sobre las firmas más grandes, el índice está bajo vigilancia de todos los traders del mundo. Un aumento repentino del Vix es, por si solo, la indicación de la reapertura del baile en las bolsas.

¿Estamos de frente a una nueva crisis financiera? No se puede descontar aún. Pero aquello que nos interesa subrayar no son tanto los puntos de convergencia respecto a la crisis subprime u otras crisis financieras hasta aquí vividas, cuanto la radical diferencia. Es fácil también notar que no se trata de las primeras señales de inestabilidad post 2008, basta pensar en el ataque especulativo a los títulos de Estado entre 2010 y 2012, o el impacto negativo del referéndum del Brexit del 2016.

La novedad de frente a la cual nos encontramos es que, todo sumado, cuanto acontece en las bolsas no es el centro de la crisis. Después de cinco años de políticas monetarias fuertemente expansivas de parte de las principales bancas centrales, tasas de inflación de cerca de un punto porcentual a nivel mundial (exceptuando los países emergentes), un régimen de tasas de interés en muchos casos todavía caracterizado por valores negativos, podemos decir que nos encontrábamos ya –incluso antes de esta fase- en una situación particularmente inestable. Bajo las cenizas del Quantitative Easing se ocultaba la inquietud de los operadores financieros, que en posesión de ingentes cantidades de liquidez estaban incesantemente a la búsqueda de rendimientos mayores, operando en los países emergentes y adquiriendo títulos a más alto riesgo. No obstante ello la política monetaria había logrado, hasta este momento, suavizar o meter bajo el mantel estas tensiones.

Lo que es claro ahora, en cambio, es que las medidas monetarias expansivas adoptadas por las bancas centrales se revelan insuficientes para contener los actuales quebrantos bursátiles: son 38, de los cuales 29 desde febrero, los recortes del costo del dinero de parte de varios bancos centrales solamente en el 2020. Después de un período breve de alza de tasas,  el BCE no excluye que seguirá a los otros banqueros centrales. Pero a diferencia de antes, la “bazooka” monetaria se revela un arma ineficaz: los márgenes de maniobra para los recortes son extremadamente limitados. Basta pensar que el domingo 15 de marzo la Reserva Federal, temiendo una nueva semana de shocks ha anunciado un nuevo recorte de las tasas y el recomienzo del QE por 700 mil millones. El día después Dow Jones, Nasdaq y S&P 500 colapsaban por 12 puntos porcentuales.

Las especulaciones a la baja a las cuales asistimos en las diversas bolsas mundiales, no están desligadas obviamente de las tensiones de la economía real. Más bien aparecen como operaciones que intentan compensar las pérdidas esperadas sobre las ganancias, con la acumulación anticipada de plusvalías financieras.

De lo real a la finanza y retorno

Luego, a diferencia de la crisis global del 2008, la inestabilidad a la cual asistimos tiene origen en la economía real. Para no ser malentendidos es útil añadir que la inversión de las cadenas de transmisión, de la economía real a la finanza, no anuncia ningún nuevo predominio de lo “real”, y ni siquiera la señal que devuelve al capitalismo financiero a su antigua función de “capital ficticio”. En todo caso tales evidencias confirman que, en la actual configuración de la “economía monetaria de producción”, los shocks –de cualquier origen- están destinados a distenderse sobre el capital total.

La novedad relevante no reside siquiera en la magnitud del impacto que la pandemia tendrá sobre la economía, si no en su transversalidad y pervasividad. Al interior del debate mainstream, desde Richard Baldwin a Kenneth Rogoff, solo por citar algunos ejemplos, se ha difundido la convicción que la expansión del Covid-19 y la política de su contención de China y de los otros países, generarán costos tanto sobre la demanda agregada cuanto (sobretodo) sobre la oferta de bienes y servicios. Una realidad que nos vuelve a traer un problema incluso del terreno de la historia económica contemporánea, del cual podemos obtener eventuales enseñanzas.

Ni el crack del 1929 ni menos la crisis petrolera de 1973, ni siquiera las crisis más recientes constituyen ejemplos válidos. Se necesita quizás, con la necesaria prudencia, recurrir a la evocación de las guerras, a la 1ra y 2da Guerra Mundial, para encontrar situaciones en las cuales tensiones sobre la demanda son acompañadas de la destrucción de capacidad productiva del lado de la oferta.

Tiene razón Sandro Mezzadra en decir que una metáfora adecuada para describir la situación actual del capitalismo global es la de “obstrucción”, una instantánea que fotografía los problemas que se registran por el lado de la oferta de bienes y servicios. El bloqueo de la producción china entre enero y febrero, en la fase aguda de los primeros focos, ha abierto el baile atascando las cadenas logísticas de aprovisionamiento global de las empresas, con graves consecuencias sobre el comercio internacional y difusos bloqueos de la acumulación al interior de las cadenas globales de valor. Sólo la provincia de Hubei explica un cuarto de la producción mundial de los cables de fibra óptica, y está especializada en la fabricación de microchips avanzados, utilizados en diversos continentes en el ensamblaje de la telefonía y de otros ingenios.

El freno de la producción ha generado efectos en cascada en otras áreas del planeta como consecuencia de la extensión de las cadenas productivas, en la misma Asia oriental (Corea del Sur, Taiwán, Vietnam, Malasia, Singapur), hasta arribar a Europa (Alemania sobre todo) y los EEUU. Los datos UNCTAD añaden que las exportaciones de bienes intermedios utilizados por otros países como input han subido de ser el 24 % del total de las exportaciones chinas en 2003 al 32 %  en 2018. La propagación del virus a los otros continentes (Europa, EEUU, Rusia, etc.) obviamente ha empeorado enormemente la situación, extendiendo el fenómeno a otras cadenas del valor global más allá de las TIC, con el involucramiento de las automotoras, las textiles, hasta algunos compartimentos de los servicios (turismo, transporte aéreo, etc.), que en algunas economías tienen un peso a no desestimar.

La “constricción”, el “racionamiento”, la ruptura del “flujo tenso” en los intercambios –condición fundamental en la logística global y en el modo de producción actual-, arriesgan ser solo una parte del fenómeno. La cancelaciones de órdenes, el alargamiento indefinido de los tiempos de entrega, los problemas de liquidez que experimentarán progresivamente las empresas por la falta de realización en el mercado, no se puede descartar que se transformen en una verdadera y propia destrucción de capacidad productiva en algunos sectores, que es siempre también destrucción de fuerzas productivas.

El discurso relevante para nosotros es que cuando se asume la perspectiva de las cadenas de suministro, es porque en realidad se quiere hacer las cuentas con la “multiplicación del trabajo”, estos es con la explosión de formas diferenciadas de explotación a lo largo de las cadenas. Y es inevitable que las tensiones apenas descritas, comprendidas las iniciativas que algunos grupos industriales asumirán para reconstruir los nexos “trizados” de esta infraestructura capitalista, serán cargadas primero que todo sobre las componentes de fuerza de trabajo menos resguardadas y más débiles sindicalmente, con inevitables diferenciaciones también sobre el plano geográfico.

Si pasamos al lado de la demanda no se puede descuidar que la pandemia global se inserta en un cuadro altamente inestable, signado por el débil crecimiento norteamericano, por un sustancial estancamiento europeo con fuertes diferencias internas (por ejemplo entre Alemania e Italia), por la ralentización del crecimiento chino. A lo que se agrega las tensiones comerciales entre China y EEUU y la guerra de los aranceles, las tensiones entre los productores de petróleo (Irán-EEUU), así como el horizonte comprometedor de la catástrofe ecológica. Partiendo de los relevantes cambios imprimidos al capitalismo global por la última crisis, debemos recordar que hemos salido de esta larga fase sin que las élites económico-políticas hayan logrado sustituir eficazmente el precedente “motor del crecimiento”, representado sintéticamente por la expresión “keynesianismo privatizado”, con un sistema igual de estable (relativamente).

En estas horas signadas por el riesgo del contagio, los economistas mainstream se obstinan en ver solo una parte del problema, ciertamente de no descuidar. Los más honestos apuntan que las medidas de contención epidemiológica producirán un probable aumento de la desocupación y un ulterior crecimiento de las desigualdades. Fenómenos que terminarán por impactar sobre la demanda agregada a través de la contracción de los consumos, y se presentarán de manera “diferida” en tiempos más largos, bastante más allá de la cuarentena.

Lo que no ven estos señores, porque sus teorías no le permiten verlo, es que las tensiones sobre la demanda tienen una raíz todavía más profunda, que va más allá del problema del consumo de las familias. Olvidan que los problemas de la naturaleza, de la ecología a las pandemias, no son accidentes casuales. Antes bien son siempre manifestaciones de dramas preparados históricamente, en todo caso de modo inconsciente, pero siempre fruto de actividad humana y de las elecciones que conciernen directamente al contenido de las inversiones: qué, cómo y cuándo producir.

Son eventos que se presentan como la materialización de un imprevisto que descompagina los planes, y sin embargo, son realidades que descienden de elecciones políticas y económicas acumuladas en el pasado. Y es entonces sorprendente escuchar afirmar a insospechables economistas norteamericanos “la recesión es una necesidad de salud pública”. Para defender a la salud pública, la reproducción de la sociedad, para contener las muertes y la morbilidad, deviene para estas personas “objetivamente” inevitable asumir el riesgo de la caída de la demanda agregada norteamericana.

Se trata de una expresión que por sí sola describe bien la contradicción en la que están actualmente las economías capitalistas. Después de cuarenta años de políticas neoliberales, de contracciones de las inversiones para el welfare state, de recortes a los gastos para la sanidad pública, de recurso continuo a las privatizaciones, un evento incalculable como la pandemia vuelve dramáticamente evidente aquello que nos han enseñado las feministas, esto es que la “reproducción social” viene siempre primero que la “reproducción de la economía”.

El coronavirus, en ausencia de sólidas instituciones sanitarias públicas y gratuitas, deviene una amenaza para la continuidad de las relaciones sociales y para todo aquello que tenemos en común en nuestra vida. Muestra cuanto los sectores así llamados “antropogenéticos”, aquellos fundados sobre la “producción del ser humano por medio de seres humanos”, los campos del “cuidado” recíproco como la sanidad, son fundamentales también para el funcionamiento de la economía. Haber privado a las sociedades de las instituciones del welfare state universales, significa ahora poner a dura prueba la cooperación social difusa, el intercambio relacional, como motores y sustancia ontológica sobre la cual se fundan los modos contemporáneos de producción capitalista.

 El virus y Europa

En su último discurso a la nación Macron ha puesto mucho énfasis en parangonar la pandemia a una guerra. La alusión al evento bélico es funcional también para iluminar el enfrentamiento entre diferentes modalidades de gobierno regional y global, lo que está abriendo escenarios mundiales del todo inéditos. Por un lado Xi Jinping, en un desafío de notable dimensión a las democracias liberales, ha experimentado una forma de contención de la epidemia que no tiene parangón en la historia humana. Del otro los neoliberales angloamericanos Trump, Johnson y Bolsonaro, guiados por la convicción cínica e infame que el mercado y la sociedad se autorregulan, están dispuestos a no intervenir frente a la pandemia: “no te preocupes y continúa”. Se trata de dos modelos alternativos, dos “formas” del gobierno del mundo radicalmente opuestas y en lucha por la hegemonía global que comparten un rasgo común: han recurrido y recurrirán planificada y estructurado a las plataformas digitales, a las app de escaneo biomédico y al big data. Enormes empresas financieras como Alibaba o Walmart se presentan como pernos del desafío geopolítico y geoeconómico antipandémico.

En esta polarización, Europa asume una frágil e inestable tercera posición, sea en las prácticas médico-sanitarias en respuesta al virus, sea respecto a las consecuencias econonómico-sociales correlativas. Una vez más la Unión Europea no logra definir una respuesta homogénea a la expansión de la epidemia: países como Italia, España, Francia pero también Alemania han conocido diferentes tipos de “excepción”, que evidencian los niveles de poderes y contrapoderes, constitucionales y sociales, diferentes entre los Estados miembro. Por otro lado, sin embargo, si bien de modo no armónico, se está intentando (mirando sobre todo al eje franco-alemán) diseñar una línea alternativa al desafío global supuesto por la opción tecno-autoritaria china y angloamericana. Una respuesta que tiene sus raíces en la constitución ordo-liberal, sin dudas, pero que podría abrir, ciertamente no por la voluntad directa de las tecnocracias europeas, escenarios distintos para el futuro de Europa.

De frente a la crisis pandémica, la gobernanza europea se ha visto constreñida a modificar algunos de los parámetros europeos, como la suspensión del Pacto de Estabilidad, confirmando como se ha dicho la línea de la política monetaria expansiva. Ambas medidas que muestran un doble rostro. No seremos nosotros, ciertamente, quienes nos enojemos por la suspensión de uno de los pilares más rígidos de la constitución material europea, pero por otra parte, en ausencia de un inmediato acto de coraje de parte de las instituciones europeas se arriesgará solo ver cristalizadas las relaciones de poder entre los países europeos, ya muy presentes en el Tratado de Maastricht. 

La exaltación del ministro del Tesoro italiano Gualtieri al anunciar que “hemos decidido utilizar todo el endeudamiento neto autorizado por el Parlamento de 25 mil millones de euros”, revela toda la impotencia en la que se encuentra el sistema Italia, en ausencia de una solidaridad europea. No obstante alguno, mintiendo mientras sabe que miente a un país inmovilizado por la difusión del virus, diga que tal inversión inicial estimulará un flujo financiero total de 350 mil millones, aludiendo a un multiplicador del gasto público simplemente irreal. Además, tras los límites de la respuesta italiana, se trata de sumas calibradas sobre poco más de nueve semanas y del todo insuficientes para ser consideradas estímulo suficiente para un PIB que, en las mejores hipótesis, proyecta una caída de 2,5 %, con una crisis cuya pervasividad esbozamos antes. En suma, el “dique” promovido por Conte no es mucho más que un parche frente a un huracán.  

Con mayor razón si estas cifras se contrastan con la propuesta alemana de inyectar 550 mil millones de euros, como estímulo económico para empresas y welfare. Esta asimetría nos autoriza a decir que, incluso si se suspende temporalmente el Pacto de Estabilidad, estando así las cosas, no hay manera de modificar las relaciones de fuerza internas a la estructura europea. No hay ni siquiera ningún nexo causal que prevea una salida “progresista” en esta solución: la historia, al contrario, nos ha enseñado que incluso las sociedades más reaccionarias han hecho amplio recurso al gasto público en déficit. La evocación continua al momento bélico nos constriñe a recordar que tampoco todos los tratados de paz son indoloros. Solo una robusta y rápida redefinición de la political economy a nivel continental nos podría salvar de una profunda y dolorosa recesión.

 El contagio de las luchas

Las medidas adoptadas en estas horas por los principales países europeos, incluso en sus relevantes diferencias internas, las cuales ya esbozamos, parten de una común lógica política en la cual control social, moral de la responsabilidad individual, vigilancia común sobre las desviaciones y atenuación de la clausura de la actividad productiva, representan algunos rasgos fundamentales. Sobre este inestable balanceo, entre contención de la circulación de las personas, defensa de la salud pública y continuidad de la acumulación, intrínsecamente contradictorio, potencialmente explosivo,  se juega la perspectiva del modelo de sociedad post-coronavirus, a diferencia de cuanto proponen Johnson en UK, Trump en USA, o incluso en China.

Mirando a Italia, la afirmación de este modelo no se ha desarrollado ciertamente de manera espontánea, ni es el resultado de alguna superior civilidad europea; antes bien ha sido el fruto de los agobiantes y cínicos reclamos de Confindustria por no interrumpir la producción, de un lado, y del débil rol de los sindicatos confederales del otro, que con una lógica de rasgos esencialmente corporativos, han terminado por sellar un protocolo sobre la seguridad ante la epidemia débil, por decirlo suave. Pero mientras las centrales sindicales han tentado de contener por todas las vías las reacciones, desde abajo los trabajadores y trabajadoras de la manufactura y la logística han promovido iniciativas espontáneas de huelga, que las mismas centrales confederales en algunos casos se han visto constreñidas a validar, solo para no perder el control de los sitios productivos.

La alusión de la Comisión Europea al “cuanto tenga que ser” del gasto público y la inestabilidad constitutiva del modelo social que emerge del gobierno de la emergencia, puede abrir inéditos espacios de lucha. Es lo que está sucediendo y puede profundizarse en Francia, donde las intensas luchas de los Chalecos Amarillos han construido una trama de contrapoderes, en la cual no faltan inéditos procesos de politización entre los médicos y doctoras, enfermeras y enfermeros, o entre los operadores de otros espacios del welfare (como escuela y universidad). O incluso lo que en Italia está representando la concentración de primeras reflexiones y energías en torno a la campaña por la Renta de Cuarentena, que ofrece la posibilidad de abrir brechas en los sistemas workfarísticos, completamente inadecuados para la gestión de esta fase.

En el drama del coronavirus se ha impuesto una coyuntura que no se presentará más del mismo modo, y la política de las y los subalternos es siempre y sólo política de la coyuntura; ahora son las élites europeas quienes reconocen que se necesitan inversiones públicas en algunos campos del welfare. Necesitamos orientar estas opciones a través de las luchas, hacer emerger necesidades, campos de aplicación, soluciones concretas en la esfera de “los cuidados”, del mutualismo, de la solidaridad y de las instituciones de la reproducción social. Porque una cosa debe ser clara: sin luchas, sin presiones sociales desde abajo, no hay motivo alguno para pensar que el gasto público sea necesariamente suficiente y bien orientado.

La reivindicación de un Ingreso de Cuarentena constituye un primer campo de tensión; precisamos reafirmar la necesidad de una medida de apoyo a los ingresos no workfarística, incondicional, orientada a la autodeterminación de las y los sujetos, adecuada a la intensidad de la crisis y destinada a continuar mucho más allá del período de contención de la circulación de personas.

Al mismo tiempo es decisivo relanzar la imaginación de una Europa post-liberal. Y entonces no alcanza como ya recordamos el uso limitado de la flexibilidad presupuestaria, diferente para cada país. En cuanto a lo fundamental y deseable, ni siquiera bastaría la introducción de sistemas de tasación sobre los patrimonios para financiar inversiones públicas. Precisamos al contrario superar los límites del gasto público nacional, reclamar un presupuesto europeo para hacer saltar a través de las luchas el desequilibrio competitivo entre las áreas internas a Europa.

Servirán verdaderas y justas medidas de “socialización de las inversiones” a nivel continental en el campo del welfare y del ambiente, financiadas mediante  la emisión de títulos europeos con la coordinación de un banco central con funciones plenas de prestador de primera instancia. En el campo de la política monetaria se asiste incluso a un retorno de propuestas en torno a la idea neoliberal de helicopter money. Es una idea que iría forzada, llevada contra sus propios límites. Si sirve distribuir moneda para llegar en profundidad a la sociedad de la crisis, que se redistribuya a los ciudadanos y no a las empresas, como se hizo en Hong Kong en esta fase. Para hacer esto son útiles los cuerpos, las iniciativas, el pensamiento y el deseo de cambiar. Entonces no toca otra cosa que probar organizar lo imprevisto de la lucha, ojalá más allá de los angostos espacios nacionales.

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/virus-terremoto-pave-della-finanza/

El Covid-19 a la luz de los Chalecos Amarillos. Perspectivas de lucha en la crisis reproductiva // Francesco Brancaccio y Matteo Polleri

15 marzo 2020                               

A mediados de marzo, la Francia de Macron expedía las primeras medidas de combate al Covid-19. A la vez, allí las reacciones institucionales se insertan en un terreno caracterizado por contradicciones y conflictos de excepcional intensidad.

Cuando arribó el Covid-19 poco antes de mediado de marzo a Francia, la habitual solemnidad jupiteriana caracterizó el largo discurso televisivo a la nación del “presidente de los ricos”. Fueron anunciadas algunas medidas restrictivas de la circulación de personas (llegándose más adelante al lockdown general), junto a algunas primeras y parciales garantías socioeconómicas (prolongamiento de la “tregua invernal” sobre los desalojos inmobiliarios, nuevos subsidios estatales) y algunas indicaciones médico-sanitarias (máximo apoyo, también desde el punto de vista presupuestario, a la sanidad pública, recomendación de normas higiénicas severas y limitación de los traslados). Más adelante, el Ejecutivo de Edouard Philippe también decretó la clausura de los comercios no esenciales, subrayando la estrecha coordinación entre París y Berlín. Las elecciones municipales cuyo primer turno estaba previsto el domingo 15 de marzo, fueron sin embargo confirmadas (y sufrieron una gran abstención no habitual en Francia).

Prudencia y serenidad institucional, confianza en el sistema sanitario universal de la Republique, responsabilidad civil, unidad nacional y apelación a la cooperación europea para hacer frente a un desafío que interroga las raíces del modelo de desarrollo occidental. Ahí estaban las palabras de orden del discurso de Macron. La estrategia del Gobierno francés, en sintonía con Alemania, parece por ahora volcada a la construcción de un plan alternativo al modelo autoritario chino de contención de la epidemia –elogiado por la OMS y que se ha revelado eficaz en la tutela de las vidas humanas-. Es preciso subrayar que aquel modelo ha hecho un recurso planificado a las plataformas digitales, al big data y a las apps de escaneo biométrico gracias a la movilización de Alibaba, Baidu y Tencent.

Francia, frente a un fenómeno imprevisible y con un impacto cotidianamente más duro, entró día a día en fases sucesivas de la epidemia, las cuáles supusieron contención progresiva y garantía de algunas libertades fundamentales. En este cuadro, más que un inédito estado de excepción mundial –esto, un espacio homogeneizado por la anomia- se puede constatar que, por ahora, en los diferentes países se han estado experimentando medidas administrativas diferenciadas, al centro de los cuáles las medidas de policía y de restricción de la libertad no pueden ser aisladas incautamente de la gravedad de la crisis de las estructuras sanitarias. Tales disposiciones, basadas sobre las previsiones de las curvas de contagio, y sobre taxonomías que definen cotidianamente los niveles de morbilidad y de letalidad del virus, no han sido homogéneas entre los países. No faltaban aquellos que negaban la gravedad de la situación. Se vio la estrategia adoptada por Trump o el “modelo” Johnson, que apuntaba cínicamente al logro de la inmunidad de manada, asumiendo, esto es, que el 60-70 % de la población sería contagiada, sin explicar en todo caso como su sistema sanitario pudiera hacer frente a tal situación

Las perspectivas de mantenimiento de esta gobernanza de la crisis pandémica eran por decir poco inciertas, en particular a la luz del difundirse del miedo en el debate público, favorecida por un mercado de la información pronto, también en Francia, a capitalizar el pánico. Pero lo que resaltaba en primer plano esos días era el contraste entre el miedo provocado por los medios y la activación colectiva que se manifestó en las redes sociales y en las calles. La sociedad que responde a esta crisis no es un espacio vacío sino un tejido viviente de contrapoderes que se ha consolidado en el curso de estos largos e intensísimos años de lucha. En los centenares de grupos de Facebook de los Chalecos Amarillos, verdaderas ágoras del movimiento, ya desde antes de los anuncios gubernamentales se había evidenciado lo contradictorio de sus primeras iniciativas: ¿se tenía seguridad que las medidas fundadas sobre “el principio de proporcionalidad” entre la tutela de la salud colectiva y el funcionamiento de la máquina económica pudieran ser eficaces? Las nuevas clausuras anunciadas sucesivamente mostraban toda la provisoriedad de este “principio”, que hubo de adaptarse a una situación en rápida evolución.

 Pero sobre todo, en el cuadro francés, la difusión del virus y las consiguientes reacciones gubernamentales se insertan en un contexto que, ya antes de la caza convulsa al “paciente cero”, no tenía nada que ver con el normal repetirse de la cotidianidad. La “excepcionalidad” de las intervenciones gubernamentales no se da en una superficie lisa, sino sobre un plano encrespado de contradicciones y conflictos particularmente intensos, que se condensan en torno al nodo de la reproducción social en sus varias declinaciones (fiscalidad, poder adquisitivo, pensiones, asistencia social, servicios sanitarios, escuelas y universidades). Ello se entrelaza además con la reivindicación difusa de “justicia ecológica”, devenida una de las instancias fundamentales en los movimientos franceses.

A este propósito, no se trata simplemente de repetir, una vez más, que el contrapoder permanente, fluido y a baja intensidad de los Chalecos Amarillos –reunidos para la V Asamblea de las Asambleas en Toulouse la semana previa al arribo del virus-, sigue amenazando el poder constituido, como demuestran las “manifestaciones salvajes” que atravesaron París en esos días para el  Acto 70. Lo que cuenta, más en general, es que el complejo de luchas del último período –de la huelga contra la reforma de las pensiones a la más reciente batalla de los precarios contra la neoliberalización de la universidad, de los movimientos ecologistas a las huelgas de los trabajadores de la sanidad en los hospitales, que se prolongaron por 9 meses-, representa el fondo sobre el cual se jugará una parte relevante de la partida política de la gestión de la pandemia.

Macròn probará sin dudas a transformar este desafío en ocasión de relanzamiento de su proyecto político, fuertemente debilitado, y hasta hace pocos días, en caída libre en los sondeos en algunas de las ciudades más importantes. Pero este relanzamiento, como sabemos, no podrá más que darse sobre el plano europeo, es decir en la puesta en rediscusión de las férreas reglas del neoliberalismo sobre las cuales Macron ha fundado hasta ahora su proyecto. En el plano interno, hay que notar que tal estrategia tiene como protagonistas dos de las instituciones más “estresadas” en los últimos años: el servicio de asistencia socio-sanitaria, y en el caso de las prohibiciones de circulación, la policía y la gendarmería. Unas, ya fuertemente tensionadas por un proceso de restructuración neoliberal particularmente rápido y violento; las otras, objeto de desconfianza de sectores siempre más amplios de la población, golpeadas por la progresiva securitización del espacio público que siguió a los atentados de 2015, e indignadas por la inaudita represión de la insurrección popular a partir de noviembre de 2018.

La apelación de Macron a la cohesión europea para construir una respuesta a la crisis, alternativa a los repliegues soberanistas de ultraderecha y  sus clausuras ultranacionalistas se acompaña, por otra parte, de la confirmación de la aprobación de su proyecto previo de reforma neoliberal de las pensiones con el procedimiento del  49.3, que se salta el debate parlamentario, y por el rechazo de retirar la reforma al seguro de desempleo, como ha sido reclamado por los sindicatos y por las y los desocupados en lucha. Elecciones particularmente discutibles y resistidas, tanto más en un cuadro de emergencia sanitaria con repercusiones sociales radicalmente desiguales. En las universidades y en las escuelas, en tanto, los y las precarias, los y las docentes, desde hace meses en movilización contra la reforma de las pensiones y contra la Ley de Programación Anual de la Investigación, y ahora constreñidos a quedarse en casa por el lockdown, reivindican el pago de las prestaciones laborales interrumpidas, oponiéndose a las disposiciones relativas al teletrabajo.

El movimiento de huelga de las universidades podría ahora prolongarse en forma de oposición a la uberización de la investigación y de la enseñanza. Dos niveles, en este escenario, se dibujarían en el horizonte. En uno, la organización del rechazo al teletrabajo en un contexto en el cual, hasta el día del cierre de las universidades, una gran parte del personal estaba en huelga. Así, una forma innovadora de interrupción del trabajo podría ser experimentada, en la lucha contra la epidemia y sus efectos políticos y psico-sociales. En otro, el reclamo del retiro del proyecto de reforma de Fredérique Vidal pero, más en general, de un plan extraordinario de inversión en la investigación, en ruptura con la lógica de privatización de los bienes comunes del conocimiento, abriendo a repensar integralmente la “función social” de las universidades. Elementos que justo la crisis epocal del Covid-19 tornan inevitables de considerar.

Entretanto, en los hospitales la tensión ya estaba en las nubes, y el personal sanitario nos muestra con su coraje la función indispensable de la sanidad pública en el cuidado y la reproducción de la sociedad. Antes que acreditarse como autoridad moral, despolitizada y tecnicista, en Francia las figuras de las y los médicos y trabajadores sanitarios han sido investidas por significativos procesos de conflicto, como testimonian las movilizaciones permanentes de los y las trabajadoras del sector sanitario, las reivindicaciones de los Chalecos Amarillos a propósito de la salud, y la fuerte adhesión de las y los médicos, enfermeras y enfermeros a las huelgas contra las reformas de las jubilaciones. Las condiciones de trabajo de estos sectores son terreno de enfrentamiento con el Ejecutivo desde hace meses.

La tensión interna en los hospitales no hace más que sumarse a las dificultades producidas por el contagio, como recientemente declaró el director del sistema de salud de la capital. Si ciertamente la homogeneidad territorial de la salud pública francesa no es parangonable con las asimetrías regionales italianas, las previsiones de los y las trabajadoras del sector sobre las efectivas capacidades de acogida de las infraestructuras eran lejanas a las del Gobierno (cuestión que el avance de la pandemia confirma). La visita oficial de Macron al hospital de la Pitié Salpêtrière de París, volcada justo a la emergencia viral, fue ocasión de protesta de parte de las y los médicos y enfermeros: el personal sanitario estaba ya en medio del duro trabajo para hacer frente a la epidemia, pero no tiene ninguna confianza en el Ejecutivo ni en el Eliseo.

¿Prefiguraciones de posibles redefiniciones de las luchas del ámbito reproductivo dentro de la emergencia sanitaria? A hoy, resultan difíciles. De lo que se puede estar seguro es  que el equilibrio sobre el cual se juega la estrategia macroniana de gestión de la epidemia es frágil. Eventuales medidas de ulteriores suspensiones diferenciadas de la socialidad, económicamente desiguales y orientadas a garantizar la extracción de valor, podrían ser objeto de contestación en los lugares de trabajo, donde desde hace meses la cotidianidad es signada por paros y huelgas.

Paralelamente, la reivindicación de la independencia de la sanidad de la lógica del mercado, sostenida por Macron en su discurso a la nación, podría constituir un terreno fundamental sobre el cual presionar, haciendo explotar las contradicciones internas de su programa político. En fin, el mismo espacio de la “cuarentena”, podría permitir la experimentación de formas de solidaridad y de conflicto, como algunas experiencias italianas comenzaron a indicar, a partir de la reivindicación de un “ingreso de cuarentena”. Estos terrenos repondrían entonces al centro de la lucha aquella potencia de la fraternidad vivida por más de un año en las rotondas y en las asambleas de los Chalecos Amarillos.

En suma, la tentativa de recompactamiento nacional y relanzamiento político intentada por Macron augura de todo menos que esté descontada, y no se puede excluir que las medidas para responder a una eventual crisis reproductiva produzcan una profundización del surco que ya separa poder político y sociedad. En tal escenario, el tejido afectivo sedimentado por las luchas de los últimos años –que se ha revelado hasta ahora capaz de invertir las pasiones tristes en indignación y gozo-, se tendrá que medir con  una renovada regurgitación hobbesiana de angustia y miedo y, al mismo tiempo, con la urgencia de profundizar las redes de mutualismo y de cuidado colectivo hasta hora desarrolladas. Entre las tantas lecciones de los Chalecos Amarillos, no es la última aquella de dar vida a discursos sobre la “vulnerabilidad” en la organización del conflicto, gracias al protagonismo de mujeres, ancianos y personas con discapacidades en el movimiento, y a través de la puesta en práctica de politizaciones de la experiencia cotidiana y puesta en común de los sufrimientos.

Desde la célebre carta enviada por Russeau a Voltaire luego del terremoto de Lisboa de 1755, sabemos que las catástrofes son histórica y socialmente determinadas. Que sus causas y efectos no son jamás del todo independientes de las acciones humanas, y se distribuyen, de hecho, sobre las líneas jerárquicas y de explotación que estructuran la sociedad, agravando sus puntos de incandescencia. Pero, como para cada evento epocal, sería ingenuo proponer apresuradamente interpretaciones comprensivas y horizontes estratégicos estructurados. En el caso de Francia y de toda Europa, baste por el momento decir que el arribo de aquello que Luca Platrinieri ha definido, no sin ironía, como la “prueba general de apocalipsis diferenciado” lleva consigo nuevos desafíos para las luchas sociales, quizás los más duros que el presente nos depara. ¡Hic Rodhus, hic salta!

 La imagen de cubierta fue tomada de la página de Facebook de “Cerveaux non disponibles”.

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/covid-19-alla-luce-dei-gilets-jaunes-prospettive-lotta-nella-crisi-riproduttiva/

«Bolsonaro se cree capaz de esconder los cuerpos» // Entrevista a Vladimir Safatle

Entrevista a Vladimir Safatle realizada por Marina Amaral y publicada el 06/04/2020 en Pública.

                     

 

 

En el caos en el que nos encontramos, con la pandemia del coronavirus acelerándose, usted ha defendido el impeachment al presidente Jair Bolsonaro. ¿Usted cree que estamos en condiciones de vivir un proceso como ese en un momento en el que estamos encerrados en casa y el Congreso trabaja a distancia, ocupado con las medidas de la pandemia?

–Creo que la única cosa sensata por hacer en esta condición de pandemia es luchar por el impeachment porque quedó claro que Brasil no está condiciones para administrar las dos crisis al mismo tiempo y Bolsonaro es una crisis ambulante. Él traba todas las medidas, desarticula todas las medidas, incentiva sectores de la población a que burlen las medidas necesarias para las restricciones mínimas y aprovecha esa situación para generar un sistema de destrucción de cualquier posibilidad de garantías de la clase trabajadora, de la clase más desfavorecida. Con este Ministerio Público, la flexibilización de los despidos en una situación como esta, los trabajadores tienen hasta el 70% de su salario reducido, eso muestra como él potencia la crisis, él multiplica la crisis. Brasil no está en condiciones de soportar eso por más tiempo.

»Sobre la movilización: solo una acción hecha por tres diputados del PSOL, completamente minoritarios, fue capaz de juntar 1 millón de firmas que fueron entregadas por la diputada Fernanda Melchionna (PSOL-RS) al presidente de la Cámara, el diputado Rodrigo Maia. Las últimas encuestas que tenemos, las de Atlas Político, muestran que el 47% de los encuestados está a favor de que se lleve adelante el impeachment y eso sin ningún tipo de movilización. ¿Podés imaginar lo que sucedería si toda la oposición, o por lo menos todos los sectores de izquierda, tuviera una movilización constante? Ese grupo (a favor del impeachment) aumentaría sustancialmente, haciendo que vos tengas una fuerza muy clara, por un lado. Y por el otro, puede que no consigas poner mucha gente en la calle, pero hay otros dispositivos para presionar al gobierno, para mostrarle al gobierno que no tiene ninguna legitimidad de recaudar más. Huelga general, rechazo a colaborar en distintos niveles, desobediencia civil. El problema es que la izquierda no tiene ninguna gramática de combate más.

En su artículo para El País, usted también dice: “a los que dicen que es temprano para un pedido de impeachment, que es necesario componer calmadamente con todas las fuerzas, les diría que esto nunca ocurrirá. La izquierda brasileña ya demostró, más de una vez, estar en posición de parálisis y esquizofrenia.” Vimos la disputa dentro del propio PSOL por esta cuestión y no hay progresos en la idea de un frente amplio de izquierda. ¿Entonces quién lideraría este movimiento por el impeachment?

–De hecho, ese es un punto central. En realidad, yo ya no diría que la izquierda brasileña está paralizada, diría que murió. En este proceso de combate contra los descalabros del gobierno federal, quien estuvo al frente no fue la izquierda, quienes estuvieron al frente fueron los gobiernos de San Pablo y Río de Janeiro. Dória y Witzel.  La política brasileña se resume a una lucha entre la derecha y la extrema derecha. Simplemente no hay más izquierda. Creo que esta cuestión del coronavirus demostró esto de una manera pedagógica. La izquierda es completamente irrelevante. Creo que lo que sucedió dentro del PSOL también es un ejemplo clarísimo de eso. Un partido que va a la prensa a desautorizar a sus propios diputados que tomaron la iniciativa por el impeachment, que es popular; es un certificado de defunción de la izquierda en el sentido más fuerte del término. Entonces, ese es el problema más serio: no es solo una cuestión de quién va a liderar el impeachment, sino qué vas a ser con la oposición de acá en adelante.

»La izquierda fue el remolque de todas las decisiones, no tuvo capacidad de tensionar ni un proceso, de imponer una agenda o algo parecido, y creo que hay cosas mucho más profundas ahí, ¿no? Porque una cosa que podría nacer de esa experiencia de lucha colectiva contra la pandemia es un sentimiento político fundamental de solidaridad genérica. Una solidaridad que demuestra muy claramente: “mi vida depende de personas que no sé quiénes son”. Que no se parecen a mí, que no son parte de mi grupo, que no tienen mi misma identidad, y esas personas son fundamentales; tenemos un destino colectivo.    

»Solo la izquierda, de tan presa que está de otro tipo de agenda, no logra vocalizar una agenda de solidaridad genérica universal. Tiene miedo hasta de decir algo así. Entonces, por lo menos en Brasil, la capacidad de la izquierda de reorientar las discusiones a partir de la experiencia colectiva de algo como esta epidemia es pequeña.

Dentro del propio gobierno, vemos divergencias en relación con la gravedad de la epidemia y la manera correcta de conducirla. Hoy salió en los diarios, una vez más, el conflicto entre Bolsonaro y el ministro Mandetta y muchos analistas les atribuyen a los militares la “domesticación” parcial en el discurso del martes del presidente. ¿Usted cree que esas rupturas internas pueden favorecer el impeachment?

–Es difícil saberlo, algunas rupturas son más evidentes; entre un sector un poco más técnico y el núcleo ideológico del gobierno. Ahora, entre el gobierno y las Fuerzas Armadas es difícil saber si tienen algún tipo de tensión. Tiendo a creer que Bolsonaro hizo dos apuestas, ¿no? La primera es que él es capaz de esconder los cuerpos. Su ADN de torturador, de sótano de la dictadura militar, de amante de Ustra, hace que crea que puede hacer lo que normalmente se hace en Brasil que es desaparecer cuerpos, esconder muertes, hacer que esta pandemia pase más o menos incólume, quiero decir, el cree que es capaz de hacer eso. Vamos a ver si eso será posible o no. Y cuando venga la crisis económica él va a poner todo en las espaldas de los gobiernos estaduales, diciendo que él insistió para que no se haga eso, o intentará socavarlos de inmediato y escuchará al sector empresarial que lo apoya, un sector genocida, no hay otra palabra para describirlo. En todo el mundo ese sector es aborrecido. Yo diría, que son suicidas en el sentido de los imperativos económicos que ellos dicen defender. Basta con hacer un razonamiento simple: si suspendemos el confinamiento, vea cómo será de aquí a cinco meses. Vamos a tener montañas de muertos por todos lados, el gobierno va a intentar esconderlas, vamos a tener censura de la divulgación de las muertes, pero la opinión pública internacional no es tonta, se dará cuenta. ¿Y qué va a hacer? Con todos los países saliendo del confinamiento después de una experiencia dramática, lo primero que van a hacer es poner un cordón sanitario alrededor de Brasil. ¿Quién va a querer comprar carne brasileña en un país totalmente contaminado?

»Es algo completamente primario, eso demuestra que el empresariado nacional es de una estupidez indescriptible. Solo se justifica a partir de su matriz esclavista, que nunca fue superada. Piensan que están gerenciando un ingenio de esclavos. ¿Mueren dos o tres esclavos? El ingenio no va a parar por eso.

»Normalmente ellos usaban esta lógica para someter a una parte de la población; la clase trabajadora vulnerable, ligada a la raza negra. Ahora, la diferencia es que ellos están sometiendo a la población entera a esa lógica esclavista.

¿incluso a los otros miembros de la elite?

–El contagio es democrático, no ve clases, no ve nada, por eso digo que es una lógica completamente suicida la del Estado brasileño. Si yo estoy entendiendo bien, el sector que detenta los medios de producción todavía apoya al Estado a causa de ese ADN que nunca va a salírseles, que viene de generación en generación. Ahora, parece que incluso en la clase altas tuviste rupturas, ¿verdad? Estuve viendo una encuesta donde el 55% de los entrevistados que gana más de diez salarios mínimos, que eran la base de apoyo de la elite, está en contra de las medidas que Bolsonaro está tomando. Eso produce hechos.

»Insisto: tenés una situación perfecta para deponer al gobierno y salvar a la población brasileña. Para crear una política eficaz en el combate contra esta pandemia que le permita a la clase trabajadora quedarse en casa sin trabajar en esos tres meses porque los empleos están garantizados, los salarios están garantizados. Los habitantes que viven en lugares de alta densidad poblacional podrían ser acomodados en hoteles, todo eso sería posible. El Estado brasileño tiene posibilidades de hacer eso solo si va en busca de los que tienen posibilidades de pagar más impuestos. En principio, solo el cálculo de impuestos sobre grandes fortunas es de 80 billones de reales. Pero eso ni siquiera es pensado. Tuvimos 13 años de un gobierno de izquierda y una cuestión como esta no fue hecha, entonces nadie se acuerda de que es posible.

Volviendo a aquella cuestión de la desaparición de cuerpos que usted dijo, me acordé de que Bolsonaro se irritó mucho con aquella foto del Washington Post del cementerio de Vila Formosa, con aquellas filas y filas de tumbas recién abiertas. ¿Usted cree que ese papel de la prensa, de mostrar lo que está pasando, está siendo importante en este momento?

–Sí, la prensa subió dos tonos contra el gobierno porque se dieron cuenta del carácter suicida del gobierno. Es un tipo totalmente autoritario que se vuelca incluso contra la prensa propia. Esto es un clásico en la prensa brasileña, ellos apoyan a la peor alternativa y después descubren que hicieron una pésima elección. Como cuando ellos apoyaron la dictadura militar, y a cierta altura, se les volvió en contra. Pienso que, poco a poco, la prensa brasileña intenta dramatizar un poco, en el buen sentido del término, dar una narrativa en forma de drama para que las personas puedan sentir y prestar atención a la realidad del proceso. La prensa está aprendiendo a hacer eso porque nunca lo ha hecho.

Trump cambió de actitud en esta semana después de confrontarse con la gravedad y el alcance de la epidemia en los EUA. ¿Por qué Bolsonaro continúa comportándose de manera ciega y destructiva? ¿Por qué es tan difícil para él dejar de lado la lucha ideológica y asumir la responsabilidad de combatir la enfermedad y amparar a la población con políticas sociales de emergencia?

–Son personas que vienen de horizontes completamente distintos, ¿no? Trump es un empresario, una persona del marketing, y sabe que no puede esconder los cuerpos. No es esa la historia en la gestión de las guerras de los Estados Unidos. Y él tiene una elección en noviembre entonces sabe que tiene que hacer algo.

»Bolsonaro viene de los sótanos de la dictadura militar. Está ligado a los sectores torturadores, está ligado a las milicias, está ligado al poder paralelo. Es un dictador fascista, no hay otro nombre, venido de los sectores más bajos del Ejército. Viene de esa formación, trae esta lógica de que es posible usar una estructura para desacreditar y descalificar la información. No tiene interés en gobernar nada, él nunca quiso gobernar Brasil, ya está diciendo que Brasil es ingobernable… La cuestión de él es realizar un proceso de movilización continua entonces hace el siguiente cálculo: ¿qué hago para movilizar? Aunque cree pilas de cuerpos. Para él eso no hace la menor diferencia. Para una persona que dice que deberían haber matado a 30 mil personas más durante la dictadura, que mataron poco, no importa si son 40 mil o 50 mil. ¿Te acordás cómo fue su reacción cuando se rompió la presa de Brumadihno? cualquier estudiante de semiótica lo percibe claramente. Su reacción inicial fue: “no es responsabilidad del gobierno”. Listo. Ni siquiera reaccionó con la hipocresía clásica de la clase política, de mostrarse sensibilizado por las muertes, de llorar con los parientes de los muertos, ni eso.

»Imaginar que una persona como esa va a entender lo que significa una pandemia como esta es un completo absurdo.

Leí un artículo suyo en el diario GGN en el que usted dice: “el fascismo brasileño y su nombre propio, Bolsonaro, encontraron por fin una catástrofe para llamarla suya.” ¿Cómo una pandemia, una situación de crisis, puede favorecer a un gobernante? ¿Qué hay de positivo para él en eso?

»Primero, la posibilidad de movilización continúa de sus partidarios; segundo, esta es una tesis que viene de algunos teóricos del fascismo, como Hanna Arendt o Adorno, de que existe un deseo de catástrofe en el fascismo. Porque no es un gobierno, es un movimiento continuo. Por ejemplo, una guerra fascista no es una guerra de conquista, es una guerra hecha por la guerra misma, que no puede parar en hipótesis alguna; desde el punto de vista de la conquista, es una guerra irracional es una movilización de población por la guerra, no una guerra como forma de alcanzar algo. Entonces, enganchás a una parte de la población en una lógica donde ese movimiento puede darse vuelta contra las personas, ir en el sentido de la autodestrucción. Hanna Arendt tiene una postura interesante, cuando ella dice que ni siquiera cuando el movimiento nazi fue contra sus partidarios estos dejaron de apoyarlos.

Como pasa ahora cuando las personas saben que están corriendo riesgo…

–Exacto. Tienen una lógica de certeza delirante. Normalmente cualquier persona pensaría: “ok, esta pandemia es una cosa que nadie ha visto nunca”, entonces hay una incerteza respecto de ella. ¿Qué significa gobernar a partir de la incerteza? Desde los griegos sabemos que, en una situación de incerteza, la virtud esperada es la prudencia. ¿Qué es la prudencia? “Bien, no se si se va a dar el peor escenario, pero si este sucede, no hay vuelta”. Las personas muertas no van a resucitar. Si se da el mejor escenario puedo llegar a trabar la economía por un tiempo, pero se recupera. Entonces, por prudencia, trabajás con el peor escenario. Esa es una virtud de gobierno, cuando querés gobernar, reconocés la incerteza que de estar delante de un acontecimiento difícil de prever y desenvolvés toda tu estructura para evitar el peor escenario. Bolsonaro hace exactamente lo contrario. Usa un tipo de certeza arrogantemente delirante y dice: “yo sé”, pero nadie sabe lo que se viene. Tenemos proyecciones, que son proyecciones, se pueden dar o no. La ciencia tiene esa característica, la ciencia es el dominio de la incerteza, no de la seguridad. Entonces esta es la única cosa racional por hacerse, como gobernante, es trabajar con el peor escenario. Y cuando un sujeto hace lo que él hace, ¿qué demuestra? Demuestra que consiguió colocar a una parte de la población dentro de una lógica de autoinmolación, de autosacrificio. En una lógica sacrificial: “voy a tener coraje y voy a ir a trabajar sometido a las peores condiciones del mundo”, como si eso fuese una expresión de valentía cuando es pura idiotez. Volviendo a los griegos, ellos sabían diferenciar entre coraje y temeridad. El coraje es una virtud, pero el exceso de coraje es simple estupidez. Es ponerte en una condición donde seguramente sufrirás las peores consecuencias.

»Por eso es que digo: es una lógica suicida, y eso es un dato nuevo. No sirve de nada decir “eso ya está escrito, es la situación del Estado burgués” o algo parecido. No es verdad. Es un dato nuevo que raramente aparece. Tenemos una estructura necropolítica que viene de una sociedad esclavista, donde una parte de los sujetos son considerados cosas, entonces, si mueren, no hay luto, no hay dolor, no hay nada. Eso siempre estuvo presente en la sociedad brasilera, dependiendo de quién muere es un número, no es una persona, no es una historia. Solo que ahora tenés un dato diferente: el Estado, él generaliza ese proceso. Y él genera una nueva situación en la que él también se dirige hacia una catástrofe. El Estado Brasilero está yendo en dirección a una catástrofe. ¿Qué va a pasar si esto realmente sucede? Las personas van a ir a trabajar sin saber si van a volver vivas.

¿Y usted cree que, incluso así, sin que haya un movimiento fuerte por el impeachment, el gobierno de Bolsonaro puede sobrevivir a la pandemia? ¿Incluso fortalecerse?

–Una parte de la población que entró en esa lógica no sale. No tiene cómo salir. El sector que llegó con él hasta este punto, no lo va a abandonar. Va a morir con él, pero no lo va a abandonar. No es por nada que varios estudiosos, cuando hablaron de fascismo, tendieron a caracterizarlo como una lógica paranoica. Eso no era una metáfora, la analogía era útil porque tenías la movilización de un delirio de grandeza, persecución, y tenías esta certeza delirante que era imposible que sea modificada por la experiencia. No hay nada en la experiencia que pueda abalarla. Hay que entender esto de una vez. No hay ninguna posibilidad de diálogo con ese sector. Cualquier intento de crear un diálogo con ese sector es un suicidio para los demás. Y no hay una estructura de movilización para los demás, y es eso lo que hace falta: Que la mayoría no es verdadera mayoría. No logramos asumir eso.

¿Y usted cree que esa mayoría es capaz de movilizarse sin un liderazgo partidario?

–Y, la mayoría va a tener que aprender a hacer eso porque ahora es una cuestión de vida o muerte. Y dígase de paso, eso sería saludable porque las estructuras partidarias brasileñas no se mostraron a la altura de los desafíos del país. Y no solo hoy. Entonces, es fundamental que aparezca un tipo de estructura horizontal. Todo lo que está pasando ahora, por ejemplo, vivo en una zona donde hay cacerolazo hace diez, once días, todo absolutamente espontáneo sin una organización detrás. Esto demuestra muy claramente que hay una sociedad en resistencia contra el gobierno, sin que nadie consiga vocalizar eso. Tal vez no se tenga conciencia del nivel de drama en el que el país se puso. Hoy los únicos países que tienen este tipo de situación son Brasil, Bielorrusia y Turkmenistán. ¡Mirá dónde fuimos a parar!

Haciendo una pregunta más general, más allá de Brasil, estamos viendo que familias de todo el mundo no están pudiéndose despedir de sus muertos, ni siquiera hacer las ceremonias fúnebres. Como filósofo, ¿qué peso simbólico cree usted que esto tiene para la sociedad?

–Una sociedad se define a partir de la manera en la que lidia con sus muertos. Ese es un verdadero fundamento de la vida social. Los griegos lo saben desde Antígona. La sociedad que expulsa el ritual de memoria, de sus muertos, no logra sobrevivir. Independientemente de quiénes sean sus muertos. Lo que funda la universalidad es el derecho de memoria; todos tienen derecho de memoria. Si generás esa situación, de enterrar sin ritual, sin presencia, sin nada, eso va a traer un trauma social enorme. Vamos a sentir lo que eso significa. Lo que aminora esa situación es saber que esa supresión no es en vano, que hacés eso por solidaridad social. No te querés infectar, pero tampoco querés infectar a otros. Ahora en los países que no tenés ni eso, los afectados son casi losers. ¿Pero cómo te moriste por eso? ¡Es una pequeña gripe!

Hice un reportaje sobre el linchamiento virtual de los que tienen el Covid-19 e incluso uno de una casa de una persona que fue apedreada.

–Son comportamientos medievales potenciados por la construcción del gobierno. Claro, toda sociedad tiene su dinámica regresiva. Si tuvieras el mismo discurso que tenés acá en Noruega, tendríamos comportamientos parecidos. Porque liberás la dimensión regresiva de la sociedad. Legitimás esa dimensión. Por eso es por lo que yo digo: es imposible administrar este proceso con este gobierno.

¿Usted cree que va a emerger un mundo diferente luego de la pandemia?

–Sí, la única cuestión es qué mundo. Existen varios escenarios y es difícil saber para dónde va la cosa. Por ejemplo, tenés un escenario posible, que es el fortalecimiento de la extrema derecha y del fascismo. Pero desde el punto de vista europeo, donde la extrema derecha es antiliberal del punto de vista de la economía; no es una extrema derecha ultraliberal como en Brasil. Entonces allá puede haber un fortalecimiento del Estado de protección social, que debería circular cada vez más, y la extrema derecha puede agregar a eso el fortalecimiento de las fronteras y de las nacionalidades. Entonces, esto puede dar fuerza a la extrema derecha.

»Otro escenario: el modelo neoliberal anglosajón, el de Thatcher, de Reagan y de la Escuela de Chicago, ese que es implementado en Brasil, va a entrar en colapso. Eso es claro porque ya está colapsando; eso demuestra cómo una pandemia como esta reconstruyó la noción de gobierno. Porque no va a ser la última, tendremos otras, esta es solo la primera. Entonces vas a necesitar estructuras que puedan dar cuenta de esos procesos. Y estas estructuras exigen un tipo de cohesión social y de intervención estatal que el modelo de la Escuela de Chicago es incapaz de lograr. Solo que ahí viene otra cosa, porque el neoliberalismo tiene tres espacios de aplicación inicial: uno, Estados Unidos e Inglaterra, en el modelo Thatcher/Reagan; otro, el Chile de Pinochet, pero también el modelo alemán de los liberales del fin de la Segunda Guerra Mundial, que generaron una economía social de mercado. Uno que quedó y funcionó. Tanto que Alemania, de todos los países europeos, fue quien mejor lidió con la situación; su índice de muertes es extremadamente bajo. Entonces es posible que el modelo alemán –que viene de los años 30 y conjuga neoliberalismo y dinámicas de intervención y protección– gane fuerza. Y esto puede ocurrir en Brasil, una parte de la derecha se va desplazando hacia este modelo alemán, Armínio Fraga, esa gente, quiere hacer un poco eso. Ese es el segundo escenario

»Y tenés un tercer escenario que es, de hecho, que Brasil entre en una transformación efectiva, teniendo en cuenta la incapacidad completa del gobierno. Y ahí vos sensibilizás más a las personas que están a favor del proceso de desigualdad, de injusticia social, y ahí un proceso de izquierda puede ganar fuerza. Pero, en ese escenario brasileño, es posible que tengamos un golpe, que se decrete el estado de sitio. Es difícil saber, si sucede, cuánto va a durar, cómo va a ser, pero es un escenario que también está sobre la mesa.    

            

Traducción: Franco Calew

      

    

 

¡Es el capitalismo, estúpido! // Maurizio Lazzarato

“Una intervención exitosa que evite que uno de los patógenos que hacen cola en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas debe dar el salto a un enfrentamiento mundial con el capital y sus representantes locales, sea cual sea el número de soldados de la burguesía que intenten mitigar los daños. La agroindustria está en guerra con la salud pública.”

“Covid-19 y los circuitos del capital”
Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace, 4 abril de 2020 [1]

 

 

 

El capitalismo nunca salió de la crisis de 2007 / 2008. El virus se injerta en la ilusión de los capitalistas, banqueros y políticos de lograr que todo vuelva a ser como antes, declarando una huelga general, social y planetaria que los movimientos de protesta no pudieron producir. El bloqueo total de su funcionamiento muestra que en ausencia de movimientos revolucionarios, el capitalismo puede implosionar y su putrefacción comienza a infectar a todo el mundo (pero de acuerdo con estrictas diferencias de clase). Esto no significa el fin del capitalismo, sino sólo su larga y agotadora agonía que puede ser dolorosa y feroz. En cualquier caso, estaba claro que este capitalismo triunfante no podía continuar, ya Marx, en el Manifiesto, nos lo había advertido. No sólo contempló la posibilidad de la victoria de una clase sobre la otra, sino también su implosión mutua y su larga decadencia.

La crisis del capitalismo comenzó mucho antes de 2008, con la convertibilidad del dólar en oro, y se intensifica de manera decisiva desde finales de los setenta. Una crisis que se ha convertido en su forma de reproducirse y de gobernar, pero que inevitablemente conduce a “guerras”, catástrofes, crisis de todo tipo, y, si se da el caso y hay fuerzas subjetivas organizadas, eventualmente, en rupturas revolucionarias.

Samir Amin, un marxista que mira al capitalismo desde el sur del mundo, lo llama “larga crisis”. (1978 – 1991) que ocurre exactamente un siglo después de otra “larga crisis” (1873 – 1890). Siguiendo los rastros dejados por este viejo comunista, podremos captar las similitudes y diferencias entre estas dos crisis y las alternativas políticas radicales que abre la circulación del virus, al hacer vana la circulación del dinero.

 

 

 

La primera larga crisis

El capital ha respondido a la primera larga crisis, que no es sólo económica porque viene después de un siglo de luchas socialistas que culminaron en la Comuna de París “capital del siglo XIX” (1871), con una triple estrategia: concentración/centralización de la producción y del poder (monopolios), ampliación de la globalización, y una financiarización que impone su hegemonía a la producción industrial.

El capital se convirtió en monopolio, haciendo del mercado un apéndice propio. Mientras los economistas burgueses celebran el “equilibrio general” que determinaría el juego de la oferta y la demanda, los monopolios avanzan gracias a los espantosos desequilibrios, las guerras de conquista, las guerras entre imperialismos, la devastación de los humanos y no humanos, la explotación, el robo. La globalización significa una colonización que ahora subyuga al planeta entero, generalizando la esclavitud y el trabajo esclavo, para cuya apropiación se enfrentan los imperialismos nacionales armados hasta los dientes.

La financiarización produce un enorme ingreso del que se aprovechan los dos mayores imperios coloniales de la época, Inglaterra y Francia. Este capitalismo, que marca una profunda ruptura con el de la revolución industrial, será objeto de los análisis de Hilferding, Rosa Luxemburgo, Hobson. Lenin es ciertamente el político que captó mejor y en tiempo real el cambio en la naturaleza del capitalismo, y con un timing todavía insuperable elaboró, con los bolcheviques, una estrategia adaptada a la profundización de la lucha de clases que implicaba la centralización, la globalización, la financiarización.

La socialización del capital, a una escala y a una velocidad hasta ahora desconocidas, haría que los beneficios y las rentas florecieran de nuevo, provocando una polarización de los ingresos y los patrimonios, una superexplotación de los pueblos colonizados y una exacerbación de la competencia entre los imperialismos nacionales. Este corto y eufórico período, entre 1890 y 1914, la “Belle époque”, desembocó en su contrario: la Primera Guerra Mundial, la revolución soviética, las guerras civiles europeas, el fascismo, el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, el inicio de los procesos revolucionarios y anticoloniales en Asia (China, Indochina), Hiroshima y Nagasaki.

La “belle époque” inauguró la era de las guerras y las revoluciones.  Estas últimas se sucederían a lo largo de todo el siglo XX, pero sólo en el sur del mundo, en países con un gran “retraso” en el desarrollo y la tecnología, sin clases trabajadoras, pero con muchos campesinos. Nunca en la historia de la humanidad se ha conocido tal frecuencia de rupturas políticas, todas ellas, como dijo Gramsci sobre la soviética, “contra el Capital” (de Marx).

 

 

 

La segunda larga crisis

Comenzó ya a principios de los años 70, cuando la potencia imperialista dominante, liberando al dólar de las garras de la economía real, reconoció la necesidad de cambiar de estrategia rompiendo el compromiso fordista.

Durante la segunda larga crisis (1978 – 1991) las tasas de crecimiento de los beneficios y las inversiones se redujeron a la mitad en comparación con el período de posguerra y nunca volverían a esos niveles. También en este caso, la crisis no es sólo económica, sino que interviene después de un poderoso ciclo de luchas en Occidente y una serie de revoluciones socialistas y de liberaciones nacionales en las periferias. El capital responde a la caída del beneficio y a una primera posibilidad de la “revolución mundial”, retomando la estrategia de un siglo antes, pero con una mayor concentración del mando en la producción, una globalización aún más fuerte y una financiarización capaz de garantizar una enorme renta a los monopolios y oligopolios.  La reanudación de esta triple estrategia es un salto cualitativo en comparación con la de hace un siglo. Lenin creía que los monopolios de su época constituían la “última etapa” del capital. Por el contrario, entre 1978 y 1991, se desarrolló una nueva y más agresiva tipología de lo que Samir llamó “oligopolios generalizados”[2] porque ahora controlan todo el sistema productivo, los mercados financieros y la cadena de valor. La celebración del mercado en el mismo momento en que se afirman los monopolios también caracterizará la recuperación de la iniciativa capitalista contemporánea (Foucault participará en estos esplendores, infectando a generaciones de izquierdistas académicos).

Después de la segunda “belle époque” marcada por el lema de Clinton “Es la economía, estúpido”, el fin de la historia, el triunfo del capitalismo y la democracia sobre el totalitarismo comunista, y otras amenidades similares, como hace un siglo (y de una manera diferente) se abre la era de las guerras y las revoluciones. Guerras seguras, revoluciones sólo (remotamente) posibles.

El tríptico de la concentración, la globalización  y la financiarización está en el origen de todas las guerras y catástrofes económicas, financieras, sanitarias, ecológicas que hemos conocido y que conoceremos. ¡Pero procedamos con orden! ¿Cómo funciona la fábrica del anunciado desastre?

La agricultura industrial, una de las principales causas de la explosión del virus, ofrece un modelo del funcionamiento de la nueva centralización del capital por los “oligopolios generalizados”. A través de las semillas, los productos químicos y el crédito, los oligopolios controlan la producción en las fases iniciales, mientras que en las fases posteriores, la eliminación de la productos podridos y la fijación de los precios no está determinada por el mercado sino por la gran distribución que los fija de forma arbitraria, privando de alimentos a los pequeños agricultores independientes.

El control capitalista sobre la reproducción de la “naturaleza”, la deforestación y la agricultura industrial e intensiva altera profundamente la relación entre lo humano y lo no humano de la que han surgido durante años nuevos tipos de virus. La alteración de los ecosistemas por las industrias que se supone que nos alimentan está ciertamente en la raíz de los ciclos ya establecidos de los nuevos virus.

El monopolio de la agricultura es estratégico para el capital y mortal para la humanidad y el planeta. Dejo la palabra a Rob Wallace, autor de “Big Farms Make Big Flu”, para quien el aumento de la incidencia de los virus está estrechamente vinculado al modelo industrial de la agricultura (y en particular de la producción ganadera) y a los beneficios de las multinacionales.

“El planeta Tierra se ha convertido ahora en la Granja del Planeta, tanto por la biomasa como por la porción de tierra utilizada (…) La casi totalidad del proyecto neoliberal se basa en el apoyo a los intentos de las empresas de los países más industrializados de expropiar la tierra y los recursos de los países más débiles. Como resultado, se están liberando muchos de estos nuevos patógenos que antes y durante largo tiempo se mantenían bajo control por los ecosistemas de los bosques, amenazando al mundo entero (…) La cría de monocultivos genéticos de animales domésticos elimina cualquier tipo de barrera inmunológica capaz de frenar la transmisión. Las grandes densidades de población facilitan una mayor tasa de transmisión. Las condiciones de tal hacinamiento debilitan la respuesta inmunológica [colectiva]. Los altos volúmenes de producción, un aspecto recurrente de cualquier producción industrial, proporcionan un suministro continuo y renovado de los susceptibles de ser contagiados, la gasolina para la evolución de la virulencia. En otras palabras, la agroindustria está tan centrada en los beneficios que considera que vale la pena correr el riesgo de ser afectada por un virus que podría matar a mil millones de personas”.

 

 

 

Financiarización

La Financiarización funciona como una “bomba de dinero” operando un extracción (renta) sobre las actividades productivas y sobre todas las formas de ingreso y riqueza en cantidades inimaginables también para la financiarización a fines de los siglos XIX y XX. El Estado desempeña un papel central en este proceso, transformando los flujos de salarios e ingresos en flujos de renta. Los gastos del Estado de bienestar (especialmente los gastos sanitarios), los salarios y las pensiones están ahora indexados al equilibrio financiero, es decir, al nivel de ingresos deseado por los oligopolios. Para garantizarlo, los salarios, las pensiones, el Estado de bienestar se ven obligados a adaptarse, siempre a la baja, a las necesidades de los “mercados” (el mercado nunca ha estado desregulado, nunca ha sido capaz de autorregularse, en la posguerra fue regulado por el Estado, en los últimos 50 años por los monopolios). Los miles de millones ahorrados en gastos sociales se ponen a disposición de las empresas que no desarrollan el empleo, el crecimiento o la productividad, sino las rentas.

La extracción se ejerce de manera privilegiada sobre la deuda pública y privada que son fuentes de una apropiación codiciosa, pero también caldo de cultivo de la crisis cuando se acumulan de manera delirante como después de 2008, favorecidas por las políticas de los bancos centrales (¡está explotando la burbuja de la deuda de las empresas que han utilizado la quantitative easing para endeudarse a coste cero para especular en la bolsa!) Los seguros y los fondos de pensiones son buitres que empujan continuamente a toda el estado del bienestar hacia la privatización por las mismas razones.

 

 

 

La crisis sanitaria

Este mecanismo de captación de rentas ha puesto de rodillas al sistema de salud y ha debilitado su capacidad para hacer frente a las emergencias sanitarias.

No sólo se trata de los recortes en los gastos de atención sanitaria cifrados en miles de millones de dólares (37 en los últimos diez años en Italia), la no contratación de médicos y personal sanitario, el cierre continuo de hospitales y la concentración de las actividades restantes para aumentar la productividad, sino sobre todo el criminal “cero camas, cero stock” del New Public Management. La idea es organizar el hospital según la lógica de los flujos “just in time” de la industria: ninguna cama debe quedar desocupada porque constituye una pérdida económica. Aplicar esta gestión a los bienes (¡sin mencionar a los trabajadores!) fue problemático, pero extenderla a los enfermos es una locura. El stock cero también se refiere a los equipos médicos (las industrias están en la misma situación, por lo que no tienen respiradores disponibles en stock y tienen que producirlos), medicinas, mascarillas, etc. Todo tiene que estar “just in time”.

El plan antipandémico (dispositivo biopolítico por excelencia) construido por el Estado francés que preveía reservas de máscaras, respiradores, medicamentos, protocolos de intervención, etc., gestionados por una institución específica (Eprus), tras la circulación de los virus H5N1 en 1997 y 2005, SARS en 2003, H1N1 en 2009, ha sido, desde 2012, desmantelado por la lógica contable que se ha establecido en la Administración Pública obsesionada con una tarea típicamente capitalista:  para optimizar siempre y en todo caso el dinero (público) para el que cada stock es una inmovilización inútil, adoptando otro reflejo típicamente capitalista: actuar a corto plazo. Por lo tanto, el Estado francés, perfectamente alineado con la empresa, carente de todo principio de “protección de la población”, se encuentra totalmente desprevenido ante la actual emergencia sanitaria “imprevisible”.

Basta con cualquier contratiempo para que el sistema de salud salte por los aires, produciendo costos en vidas humanas, pero también costos económicos mucho más altos que los miles de millones que han logrado acaparar sobre el sufrimiento  de la población (para tranquilidad de Weber, el capitalismo no es un proceso de racionalización, sino exactamente lo contrario).

 

Sin embargo, es el monopolio de los medicamentos el que quizás representa la injusticia más insoportable.

Con la financiarización, muchos oligopolios farmacéuticos han cerrado sus unidades de investigación y se limitan a comprar patentes a start-up para tener el monopolio de la innovación. Gracias al control monopolístico, ofrecen a continuación medicamentos a precios exorbitantes, reduciendo el acceso a los enfermos. El tratamiento de la hepatitis C hizo que la empresa que había comprado la patente (que costó 11.000 millones) recuperara 35.000 millones en muy poco tiempo, obteniendo enormes beneficios sobre la salud de los enfermos (sin la habitual justificación de los costes de la investigación, es pura y simple especulación financiera). Gilead, el propietario de la patente, es también el que tiene la droga más prometedora contra el Covid-19. Si no se expropia a estos chacales, si no se destruyen los oligopolios de las grandes farmacéuticas, cualquier política de salud pública es imposible.

Los sectores de la “salud” no se rigen por la lógica biopolítica de “cuidar a la población” ni por la igualmente genérica “necropolítica”. Son comandados por precisos, meticulosos, omnipresentes, racionales en su locura, violentos en su ejecución, dispositivos de producción de beneficios y rentas.[3]

La gobernanza no tiene ningún principio interno que determine su orientación, porque lo que debe gobernar es el tríptico de la concentración, la globalización, la financiarización y sus consecuencias no sobre la población, sino sobre las clases. Los capitalistas razonan en términos de clases y no de población e incluso el Estado que gestionó los llamados dispositivos biopolíticos, ahora decide abiertamente sobre estas bases porque ha estado literalmente en manos de los “agentes del poder” del capital durante al menos cincuenta años.

Es la lucha de clases del capital, la única, por el momento, que la dirige de manera consistente y sin vacilación, la que guía todas las elecciones como lo demuestran descaradamente las medidas antivirus.

 Todas las decisiones y la financiación adoptadas por Macron son para empresas en perfecta continuidad con las políticas del Estado francés desde 1983. Después de haber vencido en las luchas del personal hospitalario (incluidos los médicos) que denunciaron el deterioro del sistema de salud a lo largo del año que acaba de terminar, concedió, una vez que estalló la pandemia, 2.000 miserables millones para los hospitales.  En cambio, por “presión” de la patronal, suspendió los derechos de los trabajadores que regulan su horario de trabajo (ahora pueden trabajar hasta 60 horas semanales) y sus vacaciones (la patronal puede decidir transformar los días perdidos por el virus en días de descanso), sin indicar cuándo terminará esta legislación especial del trabajo.

 

El problema no es la población, sino cómo salvar la economía, la vida del capital.

¡No hay ningún reembolso al Estado del bienestar en el horizonte! Macron ha encargado al “Banco de Depósitos y Préstamos” un estudio para la reorganización del sector de la salud que fomenta aún más el uso del sector privado.

El parón productivo en Italia ha sido durante mucho tiempo una farsa (como lo es en Francia en la actualidad), porque la Confederación General de la Industria italiana se ha opuesto al cierre de las unidades de producción. Millones de trabajadores se desplazaban diariamente, concentrados en los transportes públicos, fábricas y oficinas, mientras que los corredores eran acusados de ser irresponsables y se prohibía la reunión de más de dos personas.  Fueron las huelgas salvajes las que impulsaron el cierre “total”, a la cual los empresarios siguen oponiéndose.

 

La declaración del estado de emergencia por parte de Trump convirtió la pandemia en una oportunidad colosal para transferir fondos públicos a empresas privadas. De acuerdo con lo que se sabe, el estado de emergencia sanitaria permitirá:

 

– A Walmart llevar a cabo pruebas de contagio a través del drive-thru en los 4.769 estacionamientos de sus tiendas.

– A Google que ponga a trabajar a 1700 ingenieros para crear una web para determinar si la gente necesita pruebas −en primer lugar en el área de la bahía de San Francisco y no en todo el país.

– A Becton Dickinson vender dispositivos médicos.

– A Quest Diagnostics procesar las pruebas de laboratorio.

– Al gigante farmacéutico suizo Roche, autorizado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos, a utilizar sus sistemas de diagnóstico

– A Significa Salud, Lab Corp, CVS, Grupo LHC, a proporcionar pruebas y servicios de salud en el hogar

– A Thermo Fisher, una empresa privada, a colaborar con el gobierno para proporcionar las pruebas

Las acciones de estas compañías ya están por las nubes.

 

Después de que Trump desmantelara el Consejo de Seguridad Nacional para las Pandemias en 2018 (¡gasto inútil!) con una sincronización perfecta, la “respuesta innovadora” del gobierno, como dijo Deborah Birx, supervisora de la respuesta al coronavirus de la Casa Blanca, está ahora “completamente enfocada en desencadenar el poder del sector privado”.

El absurdo asesino de este sistema se revela no sólo cuando los ingresos se acumulan como “asignación óptima de recursos” en manos de unos pocos, sino también cuando los recursos, al no encontrar oportunidades de inversión, o permanecen en el circuito financiero o seguros en los paraísos fiscales, mientras que los médicos y enfermeras carecen de máscaras, hisopos, camas, material, personal. 

Han bombeado todo el dinero que podían y este dinero, en las condiciones del capitalismo actual, sólo es estéril e impotente, papel de desecho porque no logra ser transformado en dinero-capital. Incluso los llamados “mercados” se están dando cuenta de esto y cuestionándose sobre ello cada vez más aunque no saben qué hacer. La financiación e intervención de los bancos centrales corre el riesgo de fracasar, porque ya no se trata de salvar a los bancos, sino de salvar a las empresas. Los miles de millones inyectados con la quantitative easing han terminado por financiar la especulación de los bancos, pero también de las empresas, los oligopolios y a inflar la deuda privada que ha superado a la deuda pública durante años. Las finanzas están más devastadas que después de 2008. Pero esta vez, a diferencia de 2008, la economía real se está deteniendo (tanto del lado de la oferta como del de la demanda) y no las transacciones entre bancos. Nos arriesgamos a ser testigos de una nueva versión de la crisis del 29 que podría arrastrar tras de sí una nueva versión de lo que ocurrió después.

 

 

 

¿Un nuevo plan Marshall?

El dinero funciona, es poderoso si hay una máquina política que lo utiliza y esta máquina está hecha de relaciones de poder entre clases. Estas relaciones son los que tienen que cambiar porque son los que están en el origen del desastre. Seguir inyectando dinero, queriendo mantenerlas inalteradas, sólo reproduce las causas de la crisis, agravándolas con la constitución de burbujas especulativas cada vez más amenazantes. Es por esta razón que la máquina política capitalista está funcionando en círculos viciosos, causando un daño que corre el riesgo de ser irreparable. 

Las políticas keynesianas no sólo eran una suma de dinero para ser insertada en la economía de manera anti-cíclica, sino que implicaban, para funcionar, un cambio político radical comparado con el capitalismo de hegemonía financiera del siglo pasado: el control férreo de las finanzas (y de los movimientos de capital que, ahora, se están retirando rápidamente, a causa del virus, de los países en desarrollo) porque si se deja libre para ampliar y extender el poder de los accionistas e inversores financieros que comparten los rendimientos, sólo se repetirán los desastres de las guerras, las guerras civiles y las crisis económicas de principios del siglo XX. El compromiso fordista preveía un papel central para las instituciones del “trabajo” integradas con la lógica de la productividad, un control del Estado sobre las políticas fiscales que gravaban el capital y el patrimonio para reducir las diferencias de ingresos y riqueza impuestas por la rentabilidad financiera, etc. Nada que se parezca ni remotamente a estas políticas está detrás de los miles de millones que los bancos centrales destinan a la economía y que sólo sirven para evitar el colapso del sistema y retrasar el conflicto. No hay ninguna diferencia si en lugar de en la “quantitative easing” se invierten miles de millones en la economía verde y ni siquiera si se establece un sustituto de la renta universal (que, mientras tanto, si nos la otorgan, la tomamos para financiar las luchas contra esta máquina de la muerte).

Keynes, que conocía bien a estos pícaros, dijo que para “garantizar el beneficio están dispuestos a apagar el sol y las estrellas”. Esta lógica no se ve afectada de ninguna manera por las intervenciones de los bancos centrales, sino confirmada. ¡Sólo podemos esperar lo peor!

Basta con llevar esta lógica un poco más lejos (pero muy poco, se lo aseguro) y conoceremos nuevas formas de genocidio que los diferentes “intelectuales” del poder no sabrán cómo explicarse (“el mal oscuro”, el “sueño de la razón”, la “banalidad del mal”, etc.).

 

 

 

Las guerras contra los “vivientes”

El confinamiento que estamos experimentando se parece mucho a una ensayo general de la próxima, futura crisis “ecológica” (o atómica, como usted prefiera). Encerrados en el interior para defendernos de un “enemigo invisible” bajo la capucha de plomo organizada por los responsables de la situación creada.

El capitalismo contemporáneo generaliza la guerra contra los vivientes, pero lo hace desde el principio de su historia porque son objeto de su explotación y para explotarlos debe someterlos. La vida de los humanos, como todo el mundo puede ver, debe someterse a la lógica contable que organiza la salud pública y decide quién vive y quién muere. La vida de los no humanos está en las mismas condiciones porque la acumulación de capital es infinita y si lo viviente, con su finitud, constituye un límite a su expansión, el capital se enfrenta a él como todos los demás límites que encuentra, superándolos. Esta superación implica necesariamente la extinción de todas las especies.

Tanto las especies humanas como las no humanas son atractivas sólo como oportunidades de inversión y sólo como fuente de beneficios.

A los oligopolios les importa un bledo (¡tenemos que decirlo como ellos lo sienten!) todas las conferencias sobre el cambio climático, la ecología, Gaia, el clima, el planeta. El mundo sólo existe a corto plazo, el tiempo para hacer que el capital invertido dé frutos. Cualquier otra concepción del tiempo es completamente ajena a ellos.

Lo que les preocupa es la relativa “escasez” de los recursos naturales que aún estaban ampliamente disponibles hace cincuenta años. Les preocupa el acceso exclusivo a estos recursos que necesitan para asegurar la continuidad de su producción y consumo, que constituyen un desperdicio absoluto de estos mismos recursos. Son perfectamente conscientes de que no hay recursos para todos y de que el desequilibrio demográfico aumentará (ya hoy en día el 15% de la población mundial vive en el Norte y el 85% en el Sur).

Lejos de cualquier preocupación ecológica, dispuestos a cortar hasta el último árbol del Amazonas, conscientes de que sólo una militarización del planeta puede garantizarles el acceso exclusivo a los recursos naturales. No solamente están gestándose otros enormes desastres naturales, sino también guerras “ecológicas” (por el agua, la tierra, etc.).

Dispuestos, como siempre, a regular sus conflictos con el Sur a través de las armas, las usan y las usarán sin dudar para tomar todo lo que necesiten, al igual que ocurrió con las colonias. África con sus recursos es fundamental, los africanos que viven allí mucho menos.

 

Pero continuemos con el análisis del próximo desastre, seguramente ya en marcha, siempre tras la pista de Samir Amin.

 

Al parecer, la globalización ya no opone los países industrializados a los países “subdesarrollados”. Por el contrario, se produce una deslocalización de la producción industrial en estos últimos, que funcionan como subcontratación de los monopolios sin ninguna autonomía posible porque su existencia depende de los movimientos de capital extranjero (excepto en China). Pero la polarización centro / periferia que da a la expansión capitalista su carácter imperialista, continúa y se profundiza. Se reproduce dentro de los países emergentes: una parte de la población trabaja en empresas y en la economía deslocalizada, mientras que la parte más importante cae no en la pobreza, sino en la miseria.

La financiarización impone una “acumulación originaria” acelerada en estos países. Tienen que industrializarse, “modernizarse”, llevando a cabo en unos pocos años a lo que los países del norte han logrado a lo largo de los siglos.  La acumulación originaria trastorna la vida de los humanos y no humanos de una manera absurdamente acelerada y altera sus relaciones, creando las condiciones para la aparición de monstruos de todo tipo.

La novedad de la globalización contemporánea es que este centro de distribución / periferia, se instala también en el interior de los países del Norte: islas de trabajo estable, asalariado, reconocido, garantizado por derechos y códigos legales (en proceso, sin embargo, de disminución continua) rodeado de océanos de trabajo no remunerado o barato, sin derechos y sin protección social (precarios, mujeres, migrantes). La máquina “centro/perferia” no ha desaparecido. No sólo ha adoptado una forma neocolonial, sino que también ha pasado a formar parte de las economías digitales occidentales. Analizar la organización del trabajo a partir del General Intellect, del trabajo cognitivo, neuronal y así sucesivamente, es asumir un punto de vista eurocéntrico, uno de los peores defectos del marxismo occidental que continúa, impertérrito, reproduciéndose.

Los países de los suburbios no sólo están controlados y comandados por las finanzas, sino también por el monopolio de la tecnología y la ciencia estrictamente en manos de los oligopolios (la ley también ha puesto a su disposición el arma de la “propiedad intelectual”). Cualquiera que sea el poder de la tecnología y la ciencia, estos son dispositivos que funcionan dentro de una máquina política. El capitalismo que estamos sufriendo es, para ponerlo en una fórmula, un capitalismo  del siglo XIX de alta tecnología, con un fondo de darwinismo social, ¡sin las heroicas luchas de clases de la época! Más que un “capitalismo digital, capitalismo del conocimiento, etc.”.  No son la ciencia y la tecnología las que determinan la naturaleza de la máquina de beneficios, ¡sólo facilitan la producción y reproducción de las diferencias de clase!

 

 

 

¡Guerras seguras! ¿y las revoluciones?

La segunda larga crisis, como la primera, abre una nueva era de guerras y revoluciones.

La guerra ha cambiado su naturaleza. Ya no se desata entre los imperialismos nacionales como en la primera parte del siglo XX. Lo que surge de la larga crisis no es el Imperio de Negri y Hardt, una hipótesis ampliamente desmentida por los hechos, sino una nueva forma de imperialismo que Samir Amin llama “imperialismo colectivo”. Constituido por la tríada de Estados Unidos, Europa y Japón y dirigido por el primero, el nuevo imperialismo gestiona conflictos internos para la división de las rentas y lleva a cabo implacables guerras sociales contra las clases subalternas del Norte para despojarlas de todo lo que se vio obligado a ceder durante el siglo XX, mientras que en cambio organiza verdaderas guerras contra el sur del mundo por el control exclusivo de los recursos naturales, las materias primas, la mano de obra libre o barata, o simplemente para imponer su control y un apartheid generalizado.

Los Estados que no hagan los ajustes estructurales necesarios para ser saqueados serán estrangulados por los mercados y la deuda o declarados “cañallas” por caballeros como los presidentes estadounidenses que tienen un número espantoso de muertes sobre su conciencia.

Los neoliberales estadounidenses y británicos, al principio de la epidemia, trataron de llevar la guerra social contra las clases subalternas aún más lejos, transformándola, gracias al virus, en la eliminación maltusiana de los más débiles.  La respuesta liberal a la pandemia, incluso antes de Boris Johnson, había sido lúcidamente articulada por Rick Santelli, analista de la emisora económica CNBC: “inocular a toda la población con el patógeno. Sólo aceleraría un curso inevitable, pero los mercados se estabilizarían”.

Esto es lo que realmente piensan. Con condiciones más favorables no dudarían ni un momento en poner en marcha la “inmunidad de rebaño”.

Estos caballeros, impulsados por los intereses de las finanzas, están obsesionados con China. Pero no por las razones que ellos mismos alimentan en la opinión pública. Lo que no les hace dormir no es la competencia industrial o comercial, sino el hecho de que China, la única gran potencia económica, ha integrado la organización mundial de la producción y el comercio, pero se niega a ser incluida en los circuitos de los tiburones de las finanzas. Los bancos, las bolsas, los mercados de valores, los movimientos de capital están bajo el estricto control del Partido Comunista Chino. El arma más temible del capital, que absorbe el valor y la riqueza en todos los rincones de la sociedad y del mundo, no funciona con China. Los grandes oligopolios no pueden ni siquiera controlar la producción, el sistema político y son incapaces de destruir la economía, como hicieron con otros países asiáticos a principios de siglo, cuando no respetaron las órdenes dictadas por las instituciones internacionales de capital. En este caso podrían estar tentados de abrir un conflicto. Pero dada el acercamiento e incompetencia de los gobiernos y estados imperialistas en la gestión de la crisis sanitaria, deberían pensárselo dos veces. Vistos desde el Este, siguen siendo “tigres de papel”.

Para que quede claro: China no es un país socialista, pero tampoco es un país capitalista en el sentido clásico, ni neoliberal como dicen muchos tontos.

 

 

 

El estado de excepción
Lo que Agamben y Esposito, en la estela de Foucault, no parecen querer integrar es que la biopolítica, si es que alguna vez existió, está ahora radicalmente subordinada al Capital y seguir utilizando el concepto no parece tener mucho sentido. Es difícil decir algo sobre los acontecimientos actuales sin un análisis del capitalismo que se ha engullido completamente al Estado. La alianza Capital y Estado, que funciona desde la conquista de América, sufrió un cambio radical en el siglo XX, del que el propio Carl Schimtt es perfecta y melancólicamente consciente: el fin del Estado tal como lo conocía Europa desde el siglo XVII, porque su autonomía se ha ido reduciendo progresivamente y sus estructuras, incluida la llamada biopolítica, se han convertido en articulaciones de la máquina capital.

Los pensadores de la Italia Thought cometieron el mismo error garrafal que Foucault, quien en 1979 (¡pero cuarenta años más tarde, es imperdonable!), año estratégico para la iniciativa del capital (la Reserva Federal americana inaugura la política de la deuda a lo grande) afirma que la producción de “riqueza y pobreza” es un problema del siglo XIX. La verdadera pregunta sería el “demasiado poder”. ¿De quién? No está claro. ¿Del Estado, del biopoder, de los dispositivos de gobernabilidad? Fue en ese mismo año cuando se esbozó una estrategia que se basaba enteramente en la producción de diferenciales demenciales de riqueza y pobreza, de enormes desigualdades de riqueza e ingresos y el “demasiado poder” es del capital que, si queremos utilizar sus viejas y desgastadas categorías, es el “soberano” que decide sobre la vida y la muerte de miles de millones de personas, las guerras, las emergencias sanitarias.

También el estado de excepción ha sido amaestrado por la máquina del beneficio, tanto que coexiste con el estado de derecho y ambos están a su servicio. Capturado por los intereses de una vulgar producción de bienes, se ha aburguesado, ¡ya no tiene el significado que Schmitt le atribuía!

 

 

 

Conclusión sibilina

Los comunistas llegaron al final de la primera “Belle Époque” armados con un bagaje conceptual de vanguardia, un nivel de organización que resistió incluso a la traición de la socialdemocracia que votó créditos de guerra, con un debate sobre la relación entre el capitalismo, la clase obrera y la revolución cuyos resultados hicieron temblar por primera vez a los capitalistas y al Estado. Tras el fracaso de las revoluciones europeas, desplazaron el centro de gravedad de la acción política hacia el Este, hacia los países y los “pueblos oprimidos”, abriendo el ciclo de las luchas y revoluciones más importantes del siglo XX: la ruptura de la máquina capitalista organizada desde 1942 sobre la división entre centro y colonias, el trabajo abstracto y el trabajo no remunerado, entre la producción de Manchester y el robo colonial. El proceso revolucionario en China y Vietnam fue una fuerza motriz para toda África, América Latina y todos los “pueblos oprimidos”.

 

Muy rápidamente, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, este modelo entró en crisis. Lo criticamos con dureza y con razón, pero sin poder proponer nada que se elevara a ese nivel. Muy lúcidamente tenemos que decir que hemos llegado al final de la segunda “Belle Époque” y por lo tanto a la “era de las guerras y las revoluciones” completamente desarmados, sin conceptos adaptados al desarrollo del poder del capital y con niveles de organización política inexistentes.

No debemos preocuparnos, la historia no procede linealmente. Como dijo Lenin: “hay décadas en las que no pasa nada, y hay semanas en las que pasan décadas”.

Pero debemos empezar de nuevo, porque el fin de la pandemia será el comienzo de duros enfrentamientos de clases. Partiendo de lo expresado en los ciclos de lucha de 2011 y 2019 / 20, que siguen manteniendo diferencias significativas entre el Norte y el Sur. No hay posibilidad de recuperación política si permanecemos cerrados en Europa. Para entender por qué el eclipse de la revolución nos ha dejado sin ninguna perspectiva estratégica y para repensar lo que significa hoy en día una ruptura política con el capitalismo. Criticar los más que obvios límites de las categorías que no tienen en cuenta en absoluto las luchas de clases a nivel mundial. No abandonar esta categoría y en su lugar organizar el paso teórico y práctico de la lucha de clases, a las luchas de clases en plural. Y, sobre esta afirmación sibilina, me detendré.

 

29/03/2020

 

[1] https://monthlyreview.org/2020/04/01/covid-19-and-circuits-of-capital/ (Traducida al español: https://lobosuelto.com/el-covid-19-y-los-circuitos-del-capital-rob-wallace-alex-liebman-luis-fernando-chavez-y-rodrick-wallace/)

[2] Los oligopolios están “financiarizados”, lo que no significa que un grupo oligopólico esté simplemente compuesto por compañías financieras, compañías de seguros o fondos de pensiones que operan en los mercados especulativos. Los oligopolios son grupos que controlan tanto las grandes instituciones financieras, los bancos, los fondos de seguros y de pensiones, como las grandes entidades productivas. Controlan los mercados monetarios y financieros, que tienen una posición dominante en todos los demás mercados.

 

 

[3] El confinamiento es ciertamente una de las técnicas biopolíticas (gestión de la población a través de la estadística, exclusión e individualización del control que se adentra en los más pequeños detalles de la existencia, etc.), pero estas técnicas no tienen una lógica propia, sino que han sido, al menos desde mediados del siglo XIX, cuando el movimiento obrero consiguió organizarse, objeto de luchas de clase. El Estado de bienestar en el siglo XX ha sido objeto de luchas y negociaciones entre el capital y el trabajo, un instrumento fundamental para contrarrestar las revoluciones del siglo pasado e integrar las instituciones del movimiento obrero, y luego de las luchas de las mujeres, etc. El Estado del bienestar contemporáneo, una vez que las relaciones de poder son todas, como hoy en día, en favor del capital, se ha convertido en su propio sector de inversión y gestión como cualquier otra industria y ha impuesto su lógica del beneficio a la salud, la escuela, las pensiones, etc. Incluso cuando el Estado contemporáneo interviene, como lo hace en esta crisis, lo hace desde un punto de vista de clase para salvar la máquina de poder de la que es sólo una parte.

Los intelectuales y los lugares comunes ante el coronavirus // Pablo «Manolo» Rodríguez

El sentido común suele ser blanco de ataque de la filosofía y de las ciencias. También de los intelectuales, en su supuesta tarea de “esclarecer” lo que aparece oscuro o inentendible. Ese sentido común nos indica que estamos atravesando una de esas pestes históricas que mata a la gente como moscas. Los Estados entraron en pánico y dictaron medidas de aislamiento tales que el planeta entero, con pequeñas diferencias, entró en una cuarentena general de la cual no se sabe bien cómo salir por miedo a la debacle. Acompaña a la pandemia una epidemia de opiniones de intelectuales. Hay varias notas que reseñan sus posiciones, también un libro digital que generó polémica. Para no repetir, nos referiremos sólo a algunas de esas intervenciones.

A fines de febrero, Giorgio Agamben y Slavoj Zizek salieron a tirar la primera piedra. Agamben, como se sabe, empezó acusando al gobierno italiano de “inventar una epidemia” para instalar un estado de excepción, figura clave que analiza en su obra, y durante marzo, ante las críticas, se despachó con otros textos que desafían al sentido común: en uno ataca la disposición de mantener distancia entre individuos para evitar el contagio porque así “nuestro prójimo ha sido abolido” y en el otro se queja de que “los muertos —nuestros muertos— no tienen derecho a un funeral y no está claro qué pasa con los cadáveres de las personas que nos son queridas”.

Zizek, por su parte, sentenció que “la epidemia del coronavirus es un ataque contra el sistema capitalista global”, de manera que habrá que “pensar en una sociedad alternativa, más allá del Estado nación, que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”. Tal fue su entusiasmo que escribió en menos de un mes un libro cuyos primeros ejemplares podían descargarse libremente (ahora hay que pagar, así es el capitalismo, pero Zizek aclara que las ganancias irán a Médicos sin Fronteras). Hicieron fila para desacreditarlo desde filósofos de gran trayectoria como Alain Badiou hasta best sellers de la última década como Byung Chul-Han. Si se aplana la famosa curva de infectados, con suerte podremos ver la segunda parte de Pan(dem)ic, un título ciertamente logrado.

Según el español Antonio Diéguez Lucena, ambos sintieron la necesidad de redactar “a toda prisa para que se vea que la ocasión no les ha pasado desapercibida”, aunque la tarea de la filosofía sea para él, de acuerdo a la tan citada imagen de Hegel, como el búho de Minerva, que vuela al anochecer, cuando todo ya ha pasado. Quizás convenga decir, con Michel Foucault, que la filosofía debería ser más parecida a una “ontología del presente”, y que el apuro es preferible a la espera. El problema es si se logra decir algo que esté a la altura del acontecimiento que estamos viviendo.

Así fue que llegó una segunda etapa de reacciones a cargo de best sellers mundiales, como Han, Markus Gabriel y Yuval Harari, con otros tantos discursos urbi et orbi. Gabriel habla de crear una “nueva Ilustración”, algo tan quimérico como la revolución de Zizek. Y para combatir el sentido común, nada mejor que un lugar común bajo la forma de pregunta retórica: “¿Es el coronavirus una respuesta inmune del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres vivos por codicia?”.

Byung Chul-Han plantea que los orientales, basados en el uso intensivo del big data y en el colectivismo que predomina como forma social central de esa región del mundo, atacaron de manera quirúrgica a los focos de contagio gracias a un control social férreo e indiscutido. Los europeos, en cambio, individualistas como son, jamás podrían aceptar esa vigilancia total del Estado a través de los datos, los algoritmos y las plataformas, y por lo tanto están condenados a emplear una tecnología tan antigua y generalista como la cuarentena. Gabriel y Harari también se escandalizan ante el encierro masivo.

Si Agamben y Zizek se alejan demasiado del sentido común, Han, como Gabriel, se acerca demasiado al lugar común, en este caso el del “orientalismo”, analizado hace muchos años por el gran intelectual palestino Edward Said. Se trata de forjar una imagen típica de Oriente para consumo de los occidentales; el propio Han es un coreano viviendo en Alemania. Olvida que existió un caso Snowden, otro caso llamado Cambridge Analytica, que hubo escándalos políticos y judiciales de todo tipo, que Mark Zuckerberg compareció ante el Senado norteamericano y fue multado, o que Trump y Bolsonaro deben sus triunfos electorales, en parte, a las campañas de fake news basadas en big data. O sea: nosotros, “los occidentales”, los individualistas, somos tan vigilados como “los orientales”, y pataleamos pero en el fondo lo sabemos, y no nos importa, o incluso lo deseamos, entre otras cosas, porque gracias a todos esos sistemas que nos vigilan podemos soportar la cuarentena quienes tenemos una casa y medios económicos para ello. Y ni hablar si nos ofrecen la panacea de la corono-cura a cambio de que nos dejemos perseguir hasta en el baño. La vigilancia a través de los datos no tiene que ver con rasgos culturales, sino con una tendencia mundial que no esperó a la pandemia para existir.

Harari explotó el lugar común del progreso científico y tecnológico. La cuarentena como método, argumenta, es una rémora de otros tiempos. “No servirá volver a la Edad Media para protegerse de los virus a través del aislamiento. Para que esa medida sea efectiva habría que volver a la Edad de Piedra”. Pero lo cierto es que ante esta pandemia estamos un poco como en la Edad Media, la conquista de América o el siglo de Pericles. El coronavirus es extremadamente contagioso, no hay tratamiento efectivo ni vacuna, no hay sistema de salud que logre atender a los infectados y la única manera de limitar la circulación del virus, hoy como ayer, cuando no sabían qué era un virus, es limitar la circulación de los humanos que lo portan. En todo caso, el progreso consistiría en asumir que controlar el espacio es generar tiempo, el que hace falta para que se produzca el otro progreso materializado en tratamientos o vacunas.

De hecho, quizás esta pandemia sea peor que las anteriores, porque hoy se trata de miles de millones de personas con muchos medios para circular, y otros tantos medios para enterarse del avance de la pandemia minuto a minuto y para propagar todo tipo de mensajes al respecto. Esta “colosal infraestructura digital”, según plantea Darío Sandrone en una columna del diario cordobés Hoy Día, contrasta con la “raquítica infraestructura tecnológica” de los sistemas sanitarios. En esa asimetría estamos, también, mucho más “atrasados” de lo que imaginamos.

Inmunología política

Así, en lugar de tratar de que cualquier reflexión al vuelo le calce justo al acontecimiento de esta pandemia, convendría enfocarse en esas zonas del pensamiento contemporáneo que problematizan la relación entre biología, medicina y política, que en definitiva es uno de los asuntos que está en juego en esta pandemia. Así lo interpretó Paul Preciado, que procedió a explicar el funcionamiento de la biopolítica, concepto que acuñó (otra vez) Foucault hace casi medio siglo; y dentro de la biopolítica, lo que Esposito llama el “paradigma inmunitario”. La idea de inmunidad de los cuerpos biológicos, políticos y legislativos está presente a lo largo de toda la historia, pero en el siglo XX logró especial relevancia por el surgimiento de la inmunología y por sus derivaciones políticas.

La inmunología estudia el sistema que permite a los cuerpos establecer una identidad biológica que permitirá su relación, a veces en la forma de combate y otras en la de reconocimiento y eventual cooperación, con su medio ambiente y en especial con lo que entra en los cuerpos, los microbios, y entre ellos los virus y las bacterias. El paradigma inmunitario señala lo propio y lo ajeno, establece límites, determina umbrales de acción y separa lo que debe rescatarse de lo que debe eliminarse. Esto vale para los esfuerzos por conocer cómo funciona el Covid-19 para combatirlo y también para entender por qué Donald Trump lo llama “virus chino”. El mundo entero está hoy dominado por medidas inmunitarias en todos los niveles: el aislamiento material de los cuerpos, los cierres de fronteras, los brotes racistas y nacionalistas, las atribuciones de los Estados para tomar medidas que en otro momento hubieran sido rechazadas de plano o las apelaciones a un “enemigo” a derrotar.

Sin embargo, es justamente aquí donde conviene una vez más apelar al sentido común. El famoso “enemigo silencioso e invisible a combatir” es una figura metafórica que justifica matanzas y genocidios gracias a la equivalencia entre un grupo de seres humanos y una colonia de bacterias o una concentración viral, logrando una cohesión alrededor de un Estado que pasaba a ser así un sistema inmunitario “político”. Por lo tanto, que hoy se apele a esta imagen eriza la piel, pero convendría recordar que el deslizamiento metafórico está ausente.

El Covid-19 es sindicado como enemigo justamente porque infecta, corroe el interior de los cuerpos, obliga a marcar límites entre ellos y, fundamentalmente, porque mata, aunque no lo sepa. No es “como” un virus; es un virus. La retórica belicista de los gobiernos en la actual pandemia no busca justificar el asesinato de seres humanos en nombre de la raza, la nación, la ideología, el combate al terrorismo o al narcotráfico, sino tan sólo legitimar la prohibición de circulación de los cuerpos para apagar la circulación del virus. Puede ser exagerado, puede ser preocupante ver en la calle a las fuerzas de seguridad con un poder que asusta, puede ser ominoso vivir con la sensación de una guerra que no podemos identificar, pero no hay targets humanos.

Sin embargo, como dice María Galindo, del colectivo feminista boliviano “Mujeres creando”, si estas armas, materiales y simbólicas, están en manos de quienes gobiernan su país, resulta muy poco creíble la apelación al bien común. En Chile el gobierno de Piñera encuentra un goce especial en decretar un estado de excepción “bajo control militar” cuando sus fuerzas de seguridad reprimen brutalmente una rebelión que desde octubre no quiere apagarse. Lo mismo ocurre en Colombia. No quisiéramos que a alguien como Bolsonaro se le dé por decretar toques de queda y estados de sitio, y pedimos que López Obrador en México deje de confiar en las estampitas.

Tampoco hace falta abundar demasiado en qué pasa en nuestro país con la acción represiva, ni tampoco lo que significan las calles vacías para la población empobrecida de América Latina, ni el modo en que aumentan los femicidios por efecto del encierro. Esto quiere decir que para nuestra región, y para otras, la pandemia biológica puede ser una buena oportunidad para diseminar partículas asesinas de tipo humano, así como el hambre. Pero los gobiernos relativamente sensatos que quedan al menos pueden modular sus acciones en función de lo que va pasando. Acerca del Covid-19, sin medidas de prevención del contagio, nada puede hacer por el momento.

Bajando del pedestal

 

En definitiva, el desafío pasa por mantener la función crítica del pensamiento, sostener la capacidad de la filosofía para volar un poco antes de que caiga el sol, sin caer en la insensatez de encontrar “la” explicación en una serie de lugares comunes, ya sea los que existen hace tiempo o los que cada intelectual se ha forjado al construir una obra, ni tampoco pegarse al sentido común. Caen de maduro entonces las preguntas: ¿desde qué lugar se puede hablar cuando se producen eventos de este tipo? ¿Qué se puede decir cuando la magnitud de lo que pasa requiere que, por un momento, tratemos de dejar de explicarlo todo? ¿Cuál es la posición de saber que garantiza un discurso “esclarecedor”? ¿Hay algo que “esclarecer”?

En una entrevista de hace 40 años, Foucault (¿otra vez?) diferenció al “intelectual general” del “intelectual específico”. El primero actúa como un legislador, se cree la voz de la humanidad y se arroga “el derecho de hablar en tanto que maestro de la verdad y de la justicia”. En cambio, la autoridad del intelectual específico emana de su posición de trabajo “en sectores específicos”, encontrando “problemas que eran determinados, ‘no universales’”. Se refiere a quienes intervienen en las luchas en lugares concretos (hospitales, universidades, fábricas), en lugar de hablar desde la posición del escritor o del jurista. Sin embargo, el ejemplo que da es el de Robert Oppenheimer, el físico que lideró el Proyecto Manhattan, el máximo responsable científico de Hiroshima y Nagasaki. Luego de la guerra, Oppenheimer trató de erigirse en la voz central para detener la carrera nuclear entre su país y la Unión Soviética. Terminó acusado de comunista y la carrera, como sabemos, continuó sin obstáculos. Einstein se había arriesgado más porque planteó lo mismo mientras construían la bomba, a pesar de que una carta suya al presidente había detonado el proyecto que terminó dirigiendo su colega.

La analogía podría ser válida porque el Covid-19 se parece cada vez más a la radiación nuclear y con el tiempo Wuhan podría ser considerado nuestro Chernobyl. Pero también podría ser válida porque, efectivamente, nos la pasamos escuchando a las expertas y los expertos en virología, epidemiología, infectología e “intensivistas”. Tratamos de entender qué es una cobertura de proteínas, qué son los receptores celulares, cuáles son los tiempos de permanencia en distintas superficies de este misterioso abrojo diminuto y cuál es el mejor modelo estadístico de contagios.

Foucault decía en aquel entonces que los intelectuales generales estaban dejando su lugar a los específicos. Se podría advertir que eso ocurre sólo en tiempos de urgencia, como éste. O quizás se podría afirmar, siguiendo al sociólogo y antropólogo francés Bruno Latour, que esas expertas y expertos no serán en sentido estricto “intelectuales específicos”, sino tan sólo los voceros y representantes de esos bichos que están viviendo con nosotros, con los animales y con el planeta y que por alguna razón comenzaron una guerra imperialista (metáfora belicista rigurosamente controlada). Curiosamente, Latour, al igual que otras figuras que han trabajado extensamente sobre inmunología como Donna Haraway y Peter Sloterdijk, no han hecho grandes pronunciamientos en lo que va de esta pandemia; apenas una mención de Latour a la catástrofe ecológica, más significativa que la pandemia a su entender.

Así, no haría falta esperar a que termine esta pesadilla para que el búho comience a volar. Podemos mientras tanto ser pequeños colibríes que van picoteando explicaciones y aprendiendo un poco más de aquello que no sabemos, en lugar de asumir que lo sabemos todo desde mucho antes. Parafraseando al viejo best-seller Menos Prozac y más Platón, podríamos abogar por menos Agamben y más Latour.

* Pablo “Manolo” Rodríguez es investigador adjunto del Conicet (Instituto Gino Germani, UBA); autor de Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas (Cactus).

Fuente: Página/12

“La pandemia democratiza el poder de matar” // Entrevista a Achille Mbembe

 

Diogo Bercito

Artículo original publicado en Gauchazh el 31 de marzo de 2020


El coronavirus está cambiando la forma en que pensamos sobre el cuerpo humano. Se convirtió en un arma, dice el filósofo camerunés Achille Mbembe. Después de salir de casa, después de todo, podremos contraer el virus o transmitirlo a otros. Ya hay más de 783.000 casos confirmados y 37.000 muertes en todo el mundo. “Ahora todos tenemos el poder de matar”, dice Mbembe. “El aislamiento es solo una forma de regular ese poder”.

Mbembe, de 62 años, acuñó el término «necropolítica» en 2003. Investiga, en su trabajo, la forma en que los gobiernos deciden quién vivirá y quién morirá, y cómo vivirán y morirán.

Enseña en la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo. El pasado viernes (27 de marzo), Sudáfrica registró las primeras muertes por el coronavirus.

La necropolítica también aparece en el hecho de que el virus no afecta a todos por igual. Existe un debate acerca de priorizar el tratamiento de los jóvenes y dejar morir a las personas mayores. Todavía hay quienes, como el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, insisten en que la economía no puede detenerse incluso si parte de la población necesita morir para garantizar esta productividad. “¿Van a morir algunos? Van a morir. Lo siento, así es la vida”, dijo recientemente el mandatario brasileño.

“El sistema capitalista se basa en la distribución desigual de la oportunidad de vivir y morir”, explica Mbembe. “Esta lógica de sacrificio siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo, que deberíamos llamar necroliberalismo. Este sistema siempre ha funcionado con la idea de que alguien vale más que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados «.

 

PREGUNTA: ¿Cuáles son sus primeras impresiones de esta pandemia?

ACHILLE MBEMBE – Por ahora, estoy abrumado por la magnitud de esta calamidad. El coronavirus es realmente una calamidad y nos trae una serie de preguntas incómodas. Este es un virus que afecta nuestra capacidad de respirar.

— Y obliga a los gobiernos y hospitales a decidir quién continuará respirando.

Sí. La pregunta es cómo encontrar una manera de asegurar que cada individuo pueda respirar. Esa debería ser nuestra prioridad política. También me parece que nuestro miedo al aislamiento, a la cuarentena, está relacionado con nuestro miedo a enfrentar nuestro propio fin. Este miedo tiene que ver con no poder delegar nuestra propia muerte a otros.

— ¿El aislamiento social nos da algún poder sobre la muerte?

Sí, un poder relativo. Podemos escapar de la muerte o posponerla. Contener la muerte está en el corazón de estas políticas de contención. Este es un poder. Pero no es un poder absoluto porque depende de otras personas.

— ¿Depende de otras personas aislarse también?

Sí. Otra cosa es que muchas de las personas que han muerto hasta ahora no han tenido tiempo de decir adiós. Varios de ellos fueron incinerados o enterrados inmediatamente, sin demora.

Como si fueran basura de las que debemos deshacernos lo antes posible. Esta lógica de eliminación ocurre precisamente en un momento en que necesitamos, al menos en teoría, a nuestra comunidad. Y no hay comunidad sin poder despedirse de los que se fueron, organizar funerales. La pregunta es: ¿cómo crear comunidades en tiempos de calamidad?

— ¿Qué consecuencias dejará la pandemia en la sociedad?

La pandemia cambiará la forma en que nos relacionamos con nuestros cuerpos. Nuestro cuerpo se ha convertido en una amenaza para nosotros mismos. La segunda consecuencia es la transformación de la forma en que pensamos sobre el futuro, nuestra conciencia del tiempo. De repente, no sabemos cómo será el mañana.

— Nuestro cuerpo también es una amenaza para los demás si no nos quedamos en casa…

Sí. Ahora todos tenemos el poder de matar. El poder de matar ha sido completamente democratizado. El aislamiento es precisamente una forma de regular ese poder.

— Otro debate que evoca la necropolítica es la pregunta sobre cuál debería ser la prioridad política en este punto, salvar la economía o salvar a la población. El gobierno brasileño ha estado haciendo señas para que se priorice el ahorro de la economía.

Esta es la lógica del sacrificio que siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo, que deberíamos llamar necroliberalismo. Este sistema siempre ha funcionado con un aparato de cálculo. La idea de que alguien vale más que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados. La pregunta es qué hacer con aquellos que hemos decidido que no valen nada. Esta pregunta, por supuesto, siempre afecta a las mismas razas, las mismas clases sociales y los mismos géneros.

— Como en la epidemia del VIH, en la que los gobiernos se demoraron en actuar porque las víctimas estaban al margen: ¿negros, homosexuales, consumidores de drogas?

En teoría, el coronavirus puede matar a todos. Todos están amenazados. Pero una cosa es estar confinado en un suburbio, en una segunda residencia en una zona rural. Otra cosa es estar en primera línea. Trabajar en un centro de salud sin máscara. Hay una escala en cómo se distribuyen los riesgos hoy.

— Varios presidentes se han referido a la lucha contra el coronavirus como una guerra. ¿Importa la elección de palabras en este momento? Usted escribió en su trabajo que la guerra es un ejercicio claro en necropolítica.

Es difícil dar un nombre a lo que está sucediendo en el mundo. No es solo un virus. No saber lo que está por venir es lo que hace que los estados de todo el mundo reanuden las viejas terminologías utilizadas en las guerras. Además, las personas se están retirando dentro de las fronteras de sus estados nacionales.

— ¿Hay un mayor nacionalismo durante esta pandemia?

Sí. La gente está volviendo a «chez-soi», como dicen en francés. A su hogar. Como si morir fuera de casa fuera lo peor que podía pasar en la vida de una persona. Las fronteras se están cerrando. No estoy diciendo que deberían estar abiertas. Pero los gobiernos responden a esta pandemia con gestos nacionalistas, con esta imagen de la frontera, del muro.

— Después de esta crisis, ¿volveremos a ser como antes?

La próxima vez, seremos golpeados aún más fuerte que durante esta pandemia. La humanidad está en juego. Lo que revela esta pandemia, si lo tomamos en serio, es que nuestra historia aquí en la tierra no está garantizada.

No hay garantía de que estaremos aquí para siempre. El hecho de que sea plausible que la vida continúe sin nosotros es el tema clave de este siglo.

Fuente: Lavorágine

Parar todo, frenar la marcha // Alejo di Risio Olivera

Cuando pase la pandemia ¿A qué normalidad volvemos?

 

Un freno de mano a todo. No porque querramos. No porque podamos, Sólo porque por ahora no queda otra. Porque ahí fuera llega una pandemia, invisible y letal. Pero letal para qué, para quiénes. Crónica de miles de muertes anunciadas, sobre las cuales nada se podrá hacer. No más letal que el hambre, o que algunas pandemias ya conocidas, pero si implacable en su velocidad, inigualable en su publicidad y inigualable en su magnitud. Una pandemia que implica niveles nunca antes vistos de responsabilidades. Individuales, comunitarias y sociales. Hacia dentro, hacia fuera y hacia todes. 

 

Y todo se frena. El palo en la rueda de la máquina nos castiga y nos manda a pensar en el rincón, para los que tienen un rincón donde pensar. A reflexionar, casi en soledad, con nuestros miedos y angustias como única compañía. Bueno casi, porque al acecho siguen estando el alquiler, los servicios, la muy visible mano del mercado. Nos acompaña la factura de la comida, el ticket de la yerba que mata el tiempo, las chirolas para los tragos que te pide la garganta cuando parece que no hay final. Y las curvas de la montaña rusa emocional llevan como motor el precio de sobrevivir. La máquina no resigna a que le llevemos nuestros sacrificios: lo que nos queda de disponibilidad, nuestro tiempo y nuestra fuerza. Eternas ofrendas que nos exige a cambio de habitar con dignidad este suelo. Lo que cuesta mantenernos con vida, para llevar con entereza esta nueva adversidad. Y como nunca antes se nota la profundidad del fracaso de la máquina, la fragilidad de los hilos que atan nuestra vieja normalidad. 

 

Y duelen esas heridas. Tajos de decepción que afloran cuando aparece el tiempo para mirarlos, cuando nuestra sensibilidad se queda sin distracciones. Arde la dependencia en cada uno de nuestros corazones precarizados. Los economistas-panelistas te culpan, dice que es tu falta de capacidad. Tal vez no sos tan bueno en lo que hacés, tal vez no aprendiste a venderte bien, a ser buen “emprendedor”. Hubieras ahorrado más, previsto una emergencia, dicen mientras compañías enormes piden salvatajes al Estado. Pero son incapaces de confesar sus propias violencias. La falta de oportunidades para quienes se confiesan incapaces de sacrificar su felicidad por un full time. Mejor vivir precarizado, que apenas sobrevivir un full time. 

 

Ciudadanos en rebeldía violan la cuarentena. Pasean por las calles hasta que los enchufan, y al rato ya están desfilando por tus pantallas. La pandemia no tiene responsables claros en su origen y expansión, pero estos giles son el chivo expiatorio perfecto. Desde las garitas balconeras se pide venganza contra los que pasean. Flagelados en cada hogar y en cada conversación,, se roban un poco del veneno que el balcón aplausero no llega a depurar. Ícaros que vuelan demasiado cerca de la luz azul del patrullero que hoy manejamos desde cada celular. El linchamiento algorítmico atraviesa una autopista digital para canalizar la indignación popular. Las cárceles desbordadas piden piedad, mientras afuera claman más privación de libertad. En la lluvia de selfie-videos se entremezclan quienes piden años de encierro y quienes cuentan la tortura de dos semanas de hogar. Se manijea más hacinamiento en tiempos de distancia social. 



En el país donde el bidet es orgullo, dos doñas batallan cuerpa a cuerpa en un súper barrial. Que a naides le falte el papel higiénico, nuevo oro blanco de la conciencia social. Quién hubiera dicho cuanto miedo daba no poder limpiarse el culo antes de que todo esto acabe. El miedo a que se nos note la mierda, lo mierda, que puede asomar cuando las estructuras nos dejan la responsabilidad. Será que no hay culo sucio que se salve cuando no hay hacia donde escapar. 

 

Los guardianes del desborde social están precarizados. El superávit de aplausos sigue sin pagarle el alquiler a la tan elogiada primera línea, el personal de salud. Jardineros de la vida y su calidad, de la muerte y su (cuando se puede) dignidad. Les tiran el muerto de la sobreexplotación para que lo lleven como si fuera un honor (se les pide tanto heroísmo como a las maestras maternidad), y se les aplauda que sea su vocación, “m’hijo el dotor”, el que tiene naturalizado el trabajo desvelado. Ay, pero qué ardor, las personas más necesarias para funcionar, justo tan despojadas de un buen sueldito mensual.

 

Adentro videollamadas. Series. Libros, juegos, siestas, limpiar la casa, yoga, limpieza mental, estudiar, aprender, formarse, acabar, escribir, proyectos postergados, tele, teletrabajo, telefonía ¿Productividad? Distracciones. Que hagan pasar el tiempo sin pensar, que lo vuelvan más liviano, más rápido. Estamos lejos, pero nos acercamos bastante. Los tejidos socio-afectivos se recomponen en la virtualidad, sostienen el peso del encierro ¿Y si mantenemos esa conexión cuando ya no haya hiperconectividad? Cuando nos cansemos de distraernos y nos enfrentemos con lo que nos quede después. ¿Saldrán más fuertes los espacios de solidaridad fuera de lo individual? ¿Nos podremos sacar la gorra cuando salgamos del balcón?

 

¿Y si en la pausa encontramos otra cosa? ¿Si reconocer este dolor nos permite sanarlo? ¿Y entendemos que hay que pagarle un sueldo digno, no al cura, sino a quien nos cura? Si los gestos comunitarios se reformulan y reconfiguran tal vez sanamos, cicatrizamos, nos rescatamos y seguimos adelante. No volvemos a la normalidad. Tal vez la recomposición de los tejidos socio-afectivos fuera de la virtualidad nos lleva a otra humanidad. A una que sí queremos ser; una que reconfigura la máquina y la reconstruye al servicio de la vida, no de la productividad. Quien sabe, ojalá. Mientras tanto buscaremos en lo comunitario lo que supimos olvidar. Parar la pelota y poder recalcular. Después de la pausa, hay que tener en claro los horizontes, para saber hacia donde caminar.

La narración como acto político // Lila M. Feldman*

El psicoanálisis es un lenguaje y una escritura. Es un modo de conversar, un modo de estar presente, el tono y el clima de esa conversación. Esa conversación suele tener lugar en un consultorio (otras veces en el pasillo de un hospital, hoy en la materialidad que han tomado las videollamadas, conversaciones telefónicas, cartas), o en algún otro lugar, pero también continúa entre una sesión y otra. Nos volveremos a enterar en la sesión siguiente, todo lo que esa escritura siguió escribiendo a lo largo de los días, a veces sobretodo es el paciente quien lo hace, y muchas otras el analista. 

El psicoanálisis también es una forma de la memoria. Una memoria particular, que permite que conserve vivo en mí, aunque no piense en ello durante un tiempo largo o pequeño, la historia de cada paciente y la historia del tratamiento. Nunca deja de asombrarme acordarme tanto: detalles, pequeñeces, gestos, relatos, que puedo olvidar incluso pero frente al paciente inmediatamente recupero, en “atención flotante”.

El psicoanálisis cura y crea. No cura todo, ni cura siempre, pero cura cuando crea.

Crea. Por supuesto, hablo de crear. Pero también hablo de creer. ¿En qué cree un psicoanalista?

Lxs analistas necesitamos creer, en la medida en que recibir a un paciente y embarcarse en ese viaje, implica, lo sepamos o no, realizar una enorme apuesta. Lxs analistas nos desanimamos muchas veces, pero creemos. Creemos en lo que escuchamos. Y en lo que hacemos. El psicoanálisis no es una técnica, ni un procedimiento. No hay dos pacientes iguales. Ni dos analistas iguales. Sí es un método. Sabemos desde dónde hacemos, mientras que no sabemos lo que hacemos, mientras toleramos no saberlo, o ponerlo en suspenso.

La posición del analista consiste, para mí, en recuperar lo que hicimos para pensarlo, lo que hicimos porque estuvimos disponibles. Asociación libre y atención flotante son brújulas invariables, también lo es la teoría. El resto se construye. Lxs analistas creemos porque sabemos que en algún momento arribaremos a tierra firme. Y es ese arribo lo que resignifica y sostiene todo lo anterior.

Lxs analistas creemos entonces en la escucha analítica. Y le creemos al paciente. Le creemos a sus dolores, a sus sueños, a sus errores, a sus inventos, y a sus delirios. Muchas, tantas veces, tenemos la impresión de no haber sido del todo escuchadxs por el paciente, o no saber con certeza cuánto unx (analista) escuchó. Hasta que ocurre alguna intervención que en el discurrir de asociaciones de alguna sesión, detiene las dudas e interrogantes, las vacilaciones, y confirma, sin lugar a dudas, y a veces de forma conmovedora, que allí hubo escucha.

Escuchar no es oír, es oir y leer. Es leer con la oreja y el cuerpo. Y ese leer hace escribir.

Si no escribimos, si no narramos lo que hicimos en el tiempo y en el espacio de ese encuentro, entonces el psicoanálisis sólo será una abstracción. Una declamación.

Escribimos para preservar la abstinencia. Para poder dar lugar a aquello que nos marcó fuertemente. O porque nos angustió, o porque nos emocionó, o porque nos modificó. Para que eso sea inolvidable. Para no poner a jugar esa afectación en la transferencia. Porque no somos neutrales, pero nos abstenernos. Por eso escribimos. En última instancia, lo necesitamos.

Lo ensayístico (el ensayo como método, no sólo como género literario) tiene mucho que ver con el psicoanálisis. Freud escribió la Interpretación de los sueños a partir del autoanálisis de los suyos propios. El psicoanálisis empezó siendo autobiográfico. Freud se situó como sujeto soñante y como psicoanalista. Contar la propia vida-experiencia fue entonces la manera de legitimar un camino de conocimiento. Así lo fue para Montaigne, también lo fue y lo sigue siendo para el psicoanálisis. No hay camino de conocimiento que no implique la necesidad de narrar algo propio. El coraje de narrar. Cada pensador, cada auténtico pensador, tiene que emprender “la invención de lo propio”. Dar lugar a lo más propio requiere un acto de invención-ficción.

La escucha analítica es tributaria de ese particular juego: sostener-practicar-afirmar un juicio, suspendiendo el juicio, a la vez. El par asociación libre-atencion flotante sigue la pista de ese camino filosófico.

¿Qué es ese relato que -a través de la invención-ficción va en busca del mayor apego posible a la verdad y autenticidad de una experiencia? Sabemos que la verdad es singular y cambiante, no absoluta ni definitiva. Tampoco es algo abstracto. La narración de lo singular es la mejor manera de dar cuenta de una práctica.

Lo que posibilita afirmar juicios es la propia experiencia, no simplemente un razonamiento desencarnado. Camino de conocimiento que se sostiene en la autoridad de la experiencia: decisivo para la filosofía moderna. Y para el psicoanálisis. El acceso al saber arraiga en la construcción de un método. No una técnica (acerca de esto hay mucho trabajado y escrito por Ana Berezin y Eduardo Müller, quienes sostienen que la técnica incluso puede volverse una resistencia al método). Puede ocuparse sobre cualquier asunto, no únicamente sobre lo solemne. No hay temas, ni tampoco caminos, privilegiados.

Sostenemos, y nos sostenemos, en la confianza en la palabra como operación subjetivante. En su capacidad de afectar y ser afectada, y de inaugurar o ampliar el campo de lo que puede el cuerpo en el lenguaje y lo que puede el lenguaje en el cuerpo (tomando a Meschonnic).

En Montaigne libro, o escritura, es metáfora de sujeto. Y vaya si lo es para nosotrxs. La clínica psicoanalítica no es la descripción semiológica de síntomas ni de un paciente en particular, ni la aplicación de una técnica o un protocolo, sino el relato de lo que un encuentro psicoanalítico puede. Y cómo ambos -paciente y analista- salimos de él modificadxs, afectadxs.

¿De qué se ocupa el ensayo?: de la posiblidad de narrar una transformación, un devenir, o un pasaje. “No pinto el ser, pinto el devenir” escribió Montaigne. Nosotrxs también hacemos eso: narramos un devenir. Narrando el trabajo clínico con pacientes también narramos el nuestro. Ese “devenir” es también “autobiográfico”.

“¿Por qué escribimos los psicoanalistas nuestra práctica? ¿Por qué elegimos narrarla, con todas las dificultades que ello presenta? Primero diré que para no quedarnos solos. Y luego, elijo responder con estas palabras de Pontalis: para el psicoanalista,

“[…] hacerse de un nombre debe entenderse también en un sentido literal, el de darse un nombre propio, porque, más que nadie, él se ve confiriendo, por el efecto de la transferencia, tantos nombres que no son el suyo; escribir, para él, sería un medio privilegiado para dejar de ser un ‘prestanombres’ […] Convertirse en autor también podría entenderse literalmente como aquel que quedó disponible, a lo largo del tiempo, para tantos personajes en busca de autor… En cuanto al propósito de comunicar su experiencia y sus hipótesis […] ¿Cómo podría el análisis arreglárselas sin esa prueba del tercero que viene como a asegurarle que él no es solamente la víctima de su propia fantasmática, que debe a la vez ‘divagar’ –sin lo cual no hay invención- y dar a sus pensamientos más extraños una forma bastante consistente para que el otro pueda percibir sus contornos y apreciar su validez?”.

Narrar la clínica psicoanalítica es un acto político. Narración implicada: contar qué de esa experiencia nos ha interpelado, contar cómo, de qué maneras, pusimos el cuerpo y la palabra, y como ello devino escritura-lectura nueva. Para lxs pacientes, y para nosotrxs, lxs analistas.

Hace unos pocos días me encontré con un posteo en Facebook, que me resultó primero violento, luego provocación, luego oportunidad para volver a pensar, para verme interpelada, para también interpelar. Se cuestionaba las publicaciones que divulgan fragmentos de nuestra práctica clínica. Al respecto, quiero compartir algunas apreciaciones y distinciones que considero fundamentales.

Una cosa es el acto obsceno de mostrar por demás, de exhibir, un fuera de lugar, un ataque a la privacidad que todo encuentro clínico exige, el derecho a la intimidad. Las “presentaciones de enfermos”, son un ejemplo de exhibición indigna (lúcidamente cuestionadas en un artículo escrito por Julián Ferreyra y Tomás Pal, “¿Presentación de enfermos? Psicoanálisis, enfoque de derechos y salud mental. Primera parte: la exclusión de Freud”) Otra, bien distínta, narrar. La narración, por todo el recorrido que antecede estas reflexiones, es una mezcla de ensayo-ficción-relato. Y no consiste en exhibir sino en sostener la legitimidad y eficacia de una práctica. Publicar: hacer público. ¿Qué hacemos público? Eso lo contesta cada unx desde una posición ética, con todo el respeto, cuidado y pudor que merece aquello que nos dispusimos a narrar. Pedimos autorización, desfiguramos, modificamos,  ficcionalizamos.

Narrar no es territorio del chisme o la exhibición, ni busca el aplauso, pero sí nos compromete. Es un modo de ejercer el derecho, y la responsabilidad, de autor.

Rita Segato decía, pocos días atrás, que las narrativas son territorios en disputa. Vaya si lo son. 

En lo personal, me hartan lxs psicoanalistas que exclaman acerca de lo que hay que hacer, de los que sí es psicoanálisis (legítimo, puro, verdadero) y lo que no es psicoanálisis, pero que jamás se comprometen a narrar lo que hacen, cómo trabajan, cómo se arremangan.

Al mito del analista “mudo” no lo combatimos únicamente dentro de cada sesión, en nuestras horas de trabajo con lxs pacientes. También lo combatimos porque narramos.

Está lleno de libros y escritos, en los más diversos soportes, acerca de la teoría. ¿Cuántos hay acerca de nuestra práctica clínica? El contraste habla por sí solo. Otra pregunta es si queremos ser leidxs únicamente por psicoanalistas. ¿O queremos que el psicoanálisis sea una práctica en continua difusión? Yo me inscribo en lo segundo.

Freud construyó la teoría y el método psicoanalítico también divulgando su experiencia y quehacer en la clínica. Sus avances, errores, aciertos y desaciertos, los ponía en juego. De ello aún hoy seguimos aprendiendo. También cuando escribimos.

                   *Psicoanalista y escritora.

La actualidad de Pasolini // Ivana Peric M.

El exceso de información con el que convivimos vuelve inevitable vincular el término “actualidad” con cierta impunidad del presente. Cada vez que nos enfrentamos a un evento inesperado le dedicamos inmediatamente un puñado de palabras, como si con ello se pudiera controlar cualquier desvío de aquello a lo que estamos habituados. Nos sentimos compelidos a decir algo, cualquier cosa, con tal de mantener el presente inmutable. La impunidad, entonces, opera de modo inverso a lo que el sentido común dicta. No es que la reacción ante un evento novedoso esté liberada del juicio de responsabilidad al que está sometido cualquier lectura, precisamente por su condición de experimental. Sino que es el propio presente el que parece liberado de la necesidad de ser vinculado con algo distinto del estado actual de las cosas como condición para su legibilidad.

 

La impunidad del presente parece haberse radicalizado con la emergencia de la así llamada crisis sanitaria. A propósito de la propagación a escala mundial del coronavirus se logró, en cuestión de semanas, disciplinar todas las formas de vida existentes. Y es que no sólo va actuando sobre la realidad de los cuerpos relegándolos a un espacio cerrado, sino que va operando sobre las redes virtuales también infectadas de información acerca de su despliegue. Ante el convencimiento de que el encierro generalizado es la única manera de frenar el contagio, es casi imposible desmarcarse de este aislamiento saturado de explicaciones. Cuestión que envuelve una paradoja sobre todo en países cuya institucionalidad, antes del inicio de la pandemia, estaba siendo cuestionada por revueltas nacidas desde los márgenes del capitalismo. Particularmente en Chile, nos ha situado frente a una aguda contrariedad: en nombre de proteger la salud de todos y todas nos hemos impuesto el mismo aislamiento que, a partir del 18 de octubre, comenzamos a resistir por ser una consecuencia descarnada del neoliberalismo.

 

En el contexto de dicha paradoja, los círculos de pensadores parecen haber estado esperando la aparición de este ser vivo microscópicamente extraño para remover las lógicas individualistas que permeaban sus propias prácticas, no menos expresivas de lo que se estaba denunciando en las calles. A partir de la emergencia sanitaria se reinstaló el ejercicio de citar polémicamente a otro u otra al momento de compartir reflexiones en medios de visitación masiva. Abandonaron su cómoda posición de académicos y académicas encerradas en la universidad para transformarse en verdaderos intelectuales públicos. Sin embargo, su falta de imaginación ha quedado al descubierto. Sus intervenciones tienen en común una vocación de ser fieles a los marcos de legibilidad instalados antes de tener noticias de la existencia del virus. Apelan a términos que son fácilmente atribuibles a sus respectivas autorías. “Máquina biopolítica”, “estado de excepción que deviene en regla”, “paradigma inmunitario”, “precariedad”, “comunismo renovado”, todas ellas exhiben cierto privilegio que niega la apertura hacia una eventual potencia novedosa subyacente a la propagación del virus.

 

No se ha podido imaginar un modo diverso de leer la situación actual que aquel que tradicionalmente ha ordenado la ciencia. Cada uno se ha presentado como si quisiera mostrar su capacidad predictiva, y entonces apuesta todo su valor a si la realidad puede ser subsumida con un mayor grado de verosimilitud bajo el marco propuesto. El virus pasa a ser un evento como cualquier otro, una excusa para sostener obstinadamente una matriz de análisis recitado de memoria, una nueva oportunidad para repetir la música de la cual ellos son a la vez compositores e intérpretes. De esto modo, se insiste en la percepción del coronavirus y las medidas gubernamentales que su amenaza suscita, como un objeto al que hay que tratar con la debida distancia explicativa.

 

Se podría aventurar la hipótesis de que dicha actitud metodológica nace de una falta de amor por la realidad que empaña cualquier esfuerzo creativo. Ese amor que el intelectual italiano Pier Paolo Pasolini decía, citando al cineasta Roberto Rosellini, que era más fuerte que la realidad misma. Tan fuerte que, a fines de los años cincuenta, confesaba que su alejamiento del otrora admirado Gramsci se debía a que objetivamente ya no tenía frente a sí el mismo mundo que éste había habitado, que ya no existía un pueblo al que dirigirse, y que por ende no se podía seguir sosteniendo el arte de contar historias. A partir de la identificación de este giro dramático de la realidad, se sabrá siempre afectado por los acontecimientos que su propia vida atestigua, arrancando desde ellos mismos, y no al revés, cualquier intento de darle forma. Lo que trae consigo una radicalización de la polemicidad reconocible ya en su primer libro publicado, Poesía en Casarsa, con el que a los veinte años se resistió al intento fascista de imponer el italiano como lengua oficial, rescatando en vez el friulano, dialecto del pueblo natal de su madre.

 

Es ese amor por la realidad lo que marcó su experimentación en formatos heterogéneos: la elección de si expresarse en poesía, en novelas, en artículos periodísticos, en textos académicos, en guiones, o en filmes respondía exactamente a su necesidad de hacer hablar a las cosas. Es así como durante el régimen fascista opuso a través de la poesía la espontaneidad del dialecto a la lengua nacional italiana; en el periodo de la Resistencia tensionó la racionalidad de la ideología con la irracionalidad de la pasión sintetizada en sus novelas; en la administración de la Democracia Cristiana interrumpió por medio de sus filmes la unilateralidad del relato del pasado con la posibilidad de su presentificación; en el devenir neoliberal se resistió a la economía del poder con el sudor de los cuerpos que mostraba en pantalla. Todo ello, sin que pudiera ser capturado por una promesa de superación de estos extremos en colisión permanente: su obra estuvo empeñada en mostrar no sólo la irreductibilidad de un extremo en el otro, sino que la imposibilidad de pensar la historia sin reconocer su eterno entrecruzamiento como si de un baile en parejas se tratara.

 

Esta vocación experimental lo llevó a preferir la exploración en el cine porque según afirmaba le permitía, como ninguna otra forma estética, “estar dentro de la realidad sin salir nunca de ella, sin tomar distancia para hablar de ella: (…) expresar la realidad por medio de la realidad”.[1] Lo que quiere decir que la cosa que se ve en pantalla es la misma que se ve fuera de ella solo que en un filme se muestra su duración: en él las cosas permanecen. Y entonces lo que haría el realizador cinematográfico sería inventariar los elementos que hay, por ejemplo, en el mismo paisaje que el novelista recorta, pero sin poder dejar de tomar consciencia de cada una de las cosas allí habidas.[2] De este modo, el cine es concebido por Pasolini como una actividad que se ocupa de la presentación misma de la realidad.

 

Pero ¿cuál es la realidad que infecta el virus? ¿Es una que se va modificando a medida que se resiste a su propagación? ¿Cómo actúan nuestros cuerpos ante la posibilidad de ser infectados y cómo se vinculan con los que no lo están? ¿Qué relaciones se configuran en la batalla por la evitación del contagio? ¿Cuál es la escritura que, infectada de realidad, puede anticipar el mundo en el que viviremos posterior a la pandemia? ¿El tiempo de la propagación afecta la duración de las cosas? Pasolini insistía en la operación de traer textos o personajes del pasado, con su propia forma de decir, al tiempo en el que vivía. La mayoría de sus filmes hacen uso de obras literarias que se ubican a una distancia temporal considerable de su época: utiliza tragedias griegas (Edipo Rey, Medea, La Orestíada), textos bíblicos (fundamentalmente del Nuevo Testamento), algunos textos profanos de la Edad Media y algo, las menos, de la modernidad (El Decamerón, Los Cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, Otelo, Los 120 días de Sodoma). Con ello, no buscaba actualizar sus contenidos, sino que proponer un vínculo indestructible entre cualquier forma material de vida y cierta vivencia del tiempo.

 

De este modo, la pregunta por la actualidad de Pasolini cobra un nuevo sentido, toda vez que al revisitar su obra la impunidad del presente se levanta a favor de una interpretación de los hechos que asume la responsabilidad de inducirnos a mirar, pensar, y vivir distinto. En otras palabras, con él se lee el presente mirando hacia un pasado que no se termina de reescribir. Lo que nos obliga a hacer nuestro el epíteto con el que empapelaban las ciudades italianas los fascistas en los años 60’ para manifestarse en su contra: “basta de apóstoles de fango”, decían. Actuar como si se fuera un apóstol significa anunciar la palabra que dice aquello que aún no conocemos pero que podemos imaginar. Sin embargo, actuar como si se fuera un apóstol de fango es ensuciarse con la realidad en la que se vive y, por ende, manosear esas palabras al punto tal de hacerlas indistinguibles de la propia realidad que se persigue presentar.

 

La invitación es, entonces, doble. En primer lugar, a asumir el desafío de actuar como si el coronavirus abriera un escenario propicio para no sólo ofrecer una renovada lectura de nuestras prácticas actuales, sino que anticipar un modo de relacionarse que todavía no ha sido imaginado. Y, en segundo lugar, a traer al presente la obra de Pasolini no sólo porque parece abordar sustantivamente ciertas problemáticas hoy agudizadas a propósito de la pandemia que todo homogeniza. Quizás, más fundamentalmente, porque muestra en la propia forma de experimentación que su actualidad depende de la capacidad de conectar dos cuestiones que parecían antes distanciadas, opuestas, o contradictorias lo que puede constituir el primer paso para revertir la anemia creativa que, durante demasiado tiempo, hemos padecido.

 

 

 

Santiago, abril de 2020.

 

[1] Silvestra Mariniello, Pasolini (Madrid, España: Ediciones Cátedra, 1999), 44.

[2] Pier Paolo Pasolini, Cartas Luteranas, 2017.a ed. (Madrid, España: Trotta, 1975), 41.

Parir en pandemia // Sebastian Kohan Esquenazi

1.

El 15 de marzo pasado la Negra, mi pareja, cumplía 9 meses de embarazo. Adentro de su panza se encontraba, milagrosamente, un ser humano llamado Pipi de manera provisoria. Pipi era una personita habitando el misterioso interior del útero de una mujer que había decidido que no quería saber el sexo de la criatura. Un día, bajo la obligación socio comunicativa de nombrarle, alguien dijo Pipi y así se quedó. Pipi era funcional porque no tenía genero, por lo que le otorgaba prematuramente sus derechos adquiridos de ser lo que quisiera. El problema surgía con el diminutivo, forma empleada muy frecuentemente dada la ínfima magnitud del ser en cuestión. Que Pinina para acá, que Pipino para allá, o que Pipine no sé qué.

 

Sin embargo, llegó el día 15 de marzo, Pipi cumplía 40 semanas ahí adentro y no mostraba señal alguna de querer salir. La decisión de cuándo salir era únicamente suya, ya que con la Negra habíamos decidido que sería un parto natural, o humanizado, como le dicen en México a un parto que se realiza fuera del quirófano. Habíamos decidido disfrutar el nacimiento del nueve integrante y no pedirle a un doctor que mirara su agenda y nos dijera que día tenía libre para desenfundar su bisturí y sacarle de ahí. Cuestión que el críe, dando vueltas en su liquido amniótico, como si estuviese en el espacio, era quien decidiría cuándo tocaba la puerta de la nave para que le abrieran. En ese momento nosotros tendríamos que salir disparados de la casa camino al hospital. Además de los nervios y los dolores, hay que considerar el hecho de que en la Ciudad de México las distancias no se miden en distancia sino en tráfico. Es decir, que el espacio se mide en tiempo aunque Stephen Hawking se retuerza en su tumba.

 

Así que, nos dice el ginecólogo, cuando las contracciones se repitan equis tiempo, y duren no sé cuántos minutos, significa que la dilatación es de no sé cuántos centímetros. Pipi va a salir cuando la dilatación sea de diez, por lo cual, ustedes tienen que llegar al hospital con ocho centímetros. El hospital cobra una fortuna por día, así que si llegas antes y esperas ahí, es problema tuyo. Ooooooquei. No problemo. Es decir que, a las 2 de la mañana el hospital queda a 20 minutos de la casa, pero a las 6 de la tarde, queda a una hora. Por lo que, de solo pensar en la posibilidad de qué las contracciones indiquen 8 centímetros de dilatación a las 6 de la tarde, un viernes digamos, pa ponernos un poco dramáticos… lo mejor es decirle al ginecólogo que sí todo, como a los tontos, cambiar de tema y a otra cosa mariposa. La imagen de parir en el auto es, simplemente, escalofriante. Julito Cortázar y su autopista al sur son un poroto en la Ciudad de México. O sea, un frijol. Como Pipi hace 38 semanas.

 

Todo iba a ser en el Hospital Durango, de la colonia Roma, donde hay una sala llamada LPR: Labor, Parto y Recuperación, que tiene la cualidad de funcionar de manera opuesta a todo el resto de los hospitales de país. Es decir, que no considera el embarazo como una enfermedad y el parto como una operación. En todo México, que no es justamente una aldea, sino una inmensa bestia feroz, solo hay tres Hospitales con dichas salas. El resto, naca la pirinaca. El 98% de los partos son por cesárea. Doctor, agenda, fecha, camilla, piernas pa´riba, epidural, bisturí, y apúrese un poquito por favor que la siguiente cesárea es en media hora, sale el bebé y antes de que la madre pueda disfrutar un poco, la enfermera malvada se lo lleva a la sala de cunas, como castigade, le dan leche de formula (la Maruchan de las leches, digamos) y punto pelota. Después, al día siguiente, si la madre se portó bien, le pasan un rato a su hije. O sea, un sistema médico sumamente violento, autoritario y anti natura. Y el padre… bien gracias. El boludo de turno.

 

En cambio, Pipi iba a nacer en LPR, una sala que le lleva de todo lo que usté guste. Una pelota de plástico gigante, un fular colgado del techo pa nacer como Tarzán tlaxcalteca, un banquito para nacer en cuclillas como las indias en la selva Lacandona y un jacuzzi. ¡Olé! ¡Jacuzzi! Ese nos gusta a nosotros. Pipi va a nacer en agua, y no somos más cancheros porque no tenemos tiempo.

 

Cuestión, que los nacimientos de los nuevos integrantes de este mundo, no son en el mes nueve, como dicen los cuentitos, sino cuando al ser en cuestión le de gana, dentro de un margen comprendido entra la semana 38 y la 42. El día 15 de marzo, en el que estaba presupuestado que naciera Pipi, era el día promedio. Y llego el día, y no había ni contracciones, ni dilatación, ni nada, solo tráfico y un pequeño detalle añadido: un virus global tremendamente hijo de puta llamado Corona Virus.

 

 

2.

 

Nos habíamos enterado primero de lo que estaba pasando en China, pero claro, a quién carajo le importa China. Digo, más allá de que son casi la mitad del mundo y el único contrapeso de los gringos, y que todos los objetos del mundo están hechos ahí, y que comemos su comida y nos fabrican los teléfonos, y etcétera, a quién carajo le importa de verdad lo que le pasa a los chinos.

 

Había un virus, decían las noticias, que había nacido en el mercado de Wuhan, un mercado que nadie conocía y que ahora, lamentablemente, es el mercado más famoso del mundo, y que se había contagiado a los humanos a través de un murciélago que un chino no se había alcanzado a comer porque se le había escapado volando del plato.

 

Los casos de contagios comenzaban a aumentar y nadie le daba la suficiente importancia por varias razones. La primera es que los seres humanos hemos aprendido a ser indolentes porque este mundo es una verdadera calamidad, repleta de catástrofes de todo tipo, y si uno le presta real atención a cada guerra, cada hambruna, cada éxodo, cada maremoto, cada desaparición de especies por calentamiento global, cada deformación por pesticida, la única opción posible sería la de ir a inmolarse a la casa Blanca o a alguna otra casa de los mandatarios del G20. Mejor y más sano seguir preocupados por la infinidad de problemas locales, como las desapariciones en México, las torturas en Chile o la crisis económica en Argentina. Así que, cuando nos hablaban de los chinos, preferíamos pensar que no era tan grave y que pasaría al olvido como otras tantas influenzas. Además, el desconcierto era incrementado por una cuestión de proporciones dada la gran cantidad de chines que hay en la China. Todos suponemos, por instinto matemático, que cien mil uruguayos son muchos para Uruguay, que cien mil mexicanos no son tantos para México y que, obviamente, cien mil chinos no son nada para China. Así que claro, no le dábamos la importancia suficiente. Y así nomás sucedió: el estúpido sentido común de la gente común, fue adoptado no solo por los comunes, sino por todos los mandatarios, administraciones y sistemas políticos del mundo mundial.

 

Resulta entonces que en diciembre ya había algunos chinos infectados por haber ido al mercado ese horrible a comerse su wantan de murciélago termino medio. Pero resulta que las autoridades chinas, que no se caracterizan precisamente por permitir el ejercicio de la libertad de expresión, no permitieron que se difundiera la noticia de los primeros infectados. Así que algunos chinos volvieron al mercado a buscar su promo de vampiro y así se empezó a ir al carajo todo. Ahí perdimos un par de meses para afrontar el asunto que se nos venía encima. Después, cuando se dignaron a blanquear la situación, los italianos y los españoles no les hicieron mucho caso y dilataron la puesta en marcha de medidas aproximadamente un mes más. Por lo que parece, si algo no tienen los epidemiólogos italianos, es visión a futuro. Quizás deberían agregarle un catalejo a sus microscopios y dejarse un poco de joder su parsimonia.

 

Corría la primera semana de marzo y los tanos y los gaitas ya estaban viviendo esta espantosa historia que hasta a José Saramago le parecería exagerada. Y nosotros en México, dubitativos entre pensar seriamente como escandinavos que no somos, o como buenos latinos y no hacer absolutamente nada.

 

 

3.

 

Era obvio que Pipi no quería salir. No hace falta hablar en amniótico para entender que estaba haciendo su propia cuarentena uterina. Y qué pasa, nos preguntábamos nosotros, si decidía salir una o dos semanas más adelante, cuando el virus estuviese más expandido, y nos obligara a ir al hospital en esos días. En México parecía que no pasaba nada. Daba la sensación de que, aunque los italianos se estuviesen muriendo a millares, aquí teníamos una fuerza que nos protegía. Quizás el calor, decían algunos, quizás los anticuerpos que les han dado las bacterias radiactivas de los tacos callejeros, decían otros. Cuestión, que le preguntamos al doctor que qué ondita con la situación. Qué si no era mejor dejarse de joder con el parto en agua, natural y con playlist de Cerati, y pensar mejor en inducir el nacimiento de el críe antes de que aumentaran los riesgos. El doctor dijo que sí. Parece que había visto mucho las noticias la noche anterior, o quizás, se estaba enterando de primera mano de casos de contagio que los datos oficiales no estaban dando. En el país, decía el gobierno, hay nueve casos, y el doctor ya estaba al tanto de 12. La cosa se ponía fea y empeoró cuando nos enteramos que el hospital donde Pipi iba a nacer, era el hospital de los trabajadores del Metro y que ya había algunos casos de contagio rondando por ahí. ¡Santa cachucha!, dijimos nosotros. Todo se desarrollaba en una tensa calma hasta que el doctor nos dijo que iba a mudar su consultorio a otro hospital, uno ultra fresa (cheto, cuico, pijo) donde había menos riesgo de contagio. Y ahí todo cambió, radical e intempestivamente. Corría el miércoles 18 y el doctor fijó la inducción con oxitocina para el viernes 20.

 

El cambio de hospital no era exactamente fácil. No era, como decía Aristóteles, soplar y hacer botellas. Al cambiar de hospital se mantiene al ginecólogo pero se cambia a la pediatra y a la doula, que se pronuncia dula.

 

Paso a explicar brevemente que es una dula y seguimos con el cuento. Una dula es una mujer (desconozco si hay dulos, calculo que sí, pero seguro que en algún país desarrollado, no en este) que acompaña a la pareja en el parto natural y le da consejos de postura, respiración y demás cuestiones que faciliten la salida del pequeñe y la tranquilidad de los padres ante tan, pero tan, extraña situación. Con la Negra habíamos decidido que no necesitábamos dula, que estaríamos los dos adentro del jacuzzi, y que simplemente tendríamos que mantener la calma, respirar profundo, y Pipi saldría de cabeza al agua. ¡Al agua pato!, creo que se dice en contextos infantiles. Así que calma, amor, paciencia, comprensión, respiración, y listo. Una semana antes del nacimiento, la Negra se despertó a las 4 de la mañana con un calambre de la puta madre, gritaba como si estuviera a punto de parir, yo intenté ayudarla y solo la hice sufrir un poco más. “Agárrame aquí” -decía ella-, “¿Aquí? -preguntaba yo-. “Nooooo, ahí no, aquí” – repetía ella”. “Ah” -decía yo-, “Nooooo, así noooo, asiiii”, “¿Así?” Al final terminó puteándome de lo lindo y el calambre se fue solo cuando se tenía que ir. La mañana siguiente acordamos que si no éramos capaces de superar juntos un calambre, menos un parto natural, así que llamamos a una dula para que nos acompañara.

 

Así que, teníamos 48 horas para encontrar dos personas que tuviesen permiso para trabajar en ese hospital y no fuesen chantas, fresas, místicas y nos dejaran, de paso, con la billetera vacía. Todo el miércoles y el jueves entrevistando pediatras por teléfono. La mitad eran colombianas, holísticas, integrales, hipi-chics y excesivamente cariñosas. Ah, y mientras más cariñosas de cariño, más cariñosas de caras. Y la negra con un niñe de casi 4 kilos atroden. Vaya infierno. Al final, la ultima pediatra con la que hablamos, una que parecía una persona normal, nos pareció lo máximo y aceptó parir con nosotros.

 

Hablamos con varias dulas ese día. Todas eran excesivamente cariñosas. Ninguna nos convenció, y decidimos recibir solos y juntitos al tan esperade Pipi. 

 

 

4.

Y claro, ahí los chinos se pusieron las pilas e hicieron un hospital gigante en media hora. Un hospital donde podrían vivir plácidamente la mitad de la población uruguaya, sin compartir el mate, obviamente. Mientras las autoridades españolas se tomaban la ultima caña, algunos países nórdicos decidieron dejarse de joder y cerrar las fronteras sin titubear. Los latinos, fieles a su tradición, decidieron dejar para mañana lo que podían hacer hoy. Así, Europa comenzó a encuarentenarse de manera oficial pero tardía. Sánchez llenó la ciudad de policía para vigilar que la gente no saliera y no se le ocurrió ni por casualidad la posibilidad de generar planes sociales para los despedidos que las empresas empezaban a dejar en la calle, cosa que sí hizo Macron, que de buenas a primeras dijo que los encuarentenados no iban a pagar la renta ni los servicios. Fue el primero de los pseudo latinos en tomar medidas coherentes. Y los coreanos ni hablar. Eran junto con China e Irán, uno de los tres países más afectados, hasta que prendieron la compu, hicieron una formula rara, apretaron enter y listo, toda la población curada.  

 

Mientras tanto en América…  En América ya habíamos iniciado el concurso del presidente más fascista de la región. Porque claro, a los sudacas progres nos gusta criticar a los europeos por conquistadores y esas cosas, pero, ¿cómo andamos por casa? El primer país en tomar medidas fue Argentina. Alberto Fernández, un hombre de poca retorica, de mensajes no incendiarios, con bajas dosis de hipocresía, alejado del discurso de las falsas izquierdas latinoamericanas, un hombre de centro, medio buena onda y aparentemente sensato, que más que peronista parece radical, se dio cuenta primero que nadie que la cosa venía fea y antes de la primera muerte declaró la cuarentena, y el que salía de casa sería sancionado. Punto pelota. Las cosas como son y nos quedamos en casa por si acaso nomas. Las economías se recuperan, las muertes no.

 

No vaya ser que el virus no sea un cuento chino y nos venga a matar a la mitad de la población de este continente sin salud pública. Y ojo que Argentina, permanentemente en crisis, es el país con la mejor salud pública del continente. Menos mal que Macri ya no estaba porque la debacle habría sido total y hubiera obligado a la gente a ir a trabajar para no afectar la economía que por cierto, destruyó. Mientras Fernández daba el anuncio de las medidas al país, Piñera, su vecino trasandino, no tenía la más puta idea qué hacer, y Bolsonaro, el vecino fascista, parecía haberse contagiado y decía que a él no le hacen nada esas gripitas, aunque claro, él dijo gripiñas, que suena mucho mejor. Los fascistas brasileros hablan tan bonitiño que parecen menos fascistas, pero ojo, no lo son. Porque como decía Roque Dalton, “hasta el menos fascista de los fascistas, es un fascista”. Y atrévanse a negarlo.

 

Mientras, por aquí por el norte, el presidente mexicano se convertía en predicador y daba discursos en actos públicos por todo el país, diciendo que con unión y honestidad, los mexicanos superaríamos la pandemia. Para después bajar de la tarima y besuquear a todo el mundo, incluida una niña de 6 años que se negaba sin éxito a ser besuqueada. 

 

 

5.

 

El viernes veinte a las 6 de la mañana salíamos con la Negra y Pipi bien guardada al hospital en la loma del orto. Un poco más lejos y nacía en Estados Unidos. El GPS nos indicó un camino equivocado así que tardamos un poco más de la cuenta. A las 7 habíamos llegado y a las 7:30 la Negra ya estaba enchufada a la oxitocina que le ayudaría a generar las contracciones necesarias para que Pipi se sintiera aludida y aceptara salir de ahí. En ese momento tuve que ir a la Administración del Hospital a pagar. Parir en México es tremendamente caro y el sistema público no es la opción que más nos gusta para parir en pandemia. La señora de la Administración me explicó todo lo que ya sabía, me pidió la tarjeta de crédito y antes de devolvérmela, me hizo firmar un boucher como garantía por todos los gastos extras que se pudiesen generar. Si Pipi no salía por parto natural, tendría que salir por cesárea, y claro, el quirófano es más feo, más peligroso, más jodido, y también más caro. Una ecuación tan rara como cierta, y tan cierta como triste. La señora me hizo firmar alrededor de una tonelada de papeles. Por mi, por la Negra, por Pipi, por el boucher, por si quería recibir publicidad, por si quería hacer una donación a una institución de muy dudosa procedencia, por si quería recibir en la habitación la visita de unas señoras religiosas del sagrado corazón de no sé qué, y varios etcéteras más. En cada una de las hojas tenía que escribir nombre completo mío y de la Negra, y yo, que hace unos cinco años que no escribía a mano, tuve que encender la memoria holográfica, recrear mi nacimiento y volver a las primeras clases de caligrafía. Todo en 15 segundos, para tardar alrededor de una hora en escribir quince veces Sebastian Kohan Esquenazi y Lorena Ahuactzin Guevara, con una letra absolutamente incomprensible. Cuando la señora vio que Pipi tendría como apellidos la nada despreciable sumatoria de Kohan Ahuactzin, apellidos de indescifrable procedencia, con ese equilibrado compendio de haches intermedias, quizá mudas, quizá no, y esa desproporcionada cantidad de consonantes desordenadas, agrandó los ojos, me miro fijamente con la mente en corto circuito, como sin poder arrancar, hasta que logró proseguir y me dijo muchas gracias, que todo salga bien. Yo, que me había puesto alcohol en gel cada vez que la señora me cambiaba de hoja y me daba el lápiz nuevamente, lo cual retrasó la sesión de firmas y caligrafía una media hora más, le di las gracias, sin darle la mano y me levantaba de la silla para irme al nacimiento de mi hije, cuando de repente escuché que la señora me decía de manera abrupta y decidida: “Primero Dios”. Yo quedé desconcertado, como atontado, sin entender qué me estaba queriendo decir. Igual de atontado que ella cuando leyó Kohan Ahuactzin. Finalmente, cuando me destrabé y logré arrancar el motor, solo atiné a decirle “bueno”, y me fui. Alguna vez había escuchado la frase “Dios mediante” y hasta me gusta un poco, pero “Primero Dios” no, y no lograba descifrarla. Camino a la habitación pensaba que quizás Dios había llegado primero esa mañana porque se sabía el camino y no había puesto el GPS y entonces nosotros entraríamos a parir después que él. Cuando entré en la habitación la Negra estaba ahí, tranquila, sola, acostada en la camilla con la bolsa de oxitocina enchufada al brazo y el goteo comenzaba a hacer su trabajo de comunicarse con Pipi de manera artificial. Dios no estaba por ninguna parte.

 

 

6.

 

Al principio, más allá del alto riesgo sanitario, todo parecía una cuestión de buena voluntad, de solidaridad, de no salir a la calle por el bien del otro, de lavarse las manos sin parar, con jabón y abundante agua por más de veinte segundos, cantando el estribillo de nuestra canción favorita. La cuarentena ya había comenzado en Italia y en España y el riesgo latente se hacía manifiesto. Ya no era problema de los muchos chinos lejanos, sino de nuestros conocidos españolitos que tan creyente habían hecho a la señora de la caja del hospital. La primera impresión era que había que quedarse en casa y punto, como decían los hashtags y esas cosas de milenials. Y entonces Messi, el insufrible de Sergio Ramos, Piqué, Marcelo y demás figuritas millonarias, comenzaban a viralizar videos en unas fachas horribles, haciendo jueguitos con papel higiénico para, supuestamente, crear conciencia. Anda a lavarte el orto, pensaba yo, en buen porteño.

 

Así, las occidentales conciencias televisivas se iban nutriendo de mensajes solidarios. No hay mal que por bien no venga, decían los optimistas comentaristas. El virus nos había convertido en una hermosa ONG donde todos velaban por el bien común y salían a los balcones a cantar o a aplaudirle a les doctores de un sistema de salud universalmente devastado. La humanidad por fin había encontrado el camino de la bondad y solidaridad universal. Más allá, claro, de los pelotudos que salen igual y que claramente son más tontos que malos. Sin embargo la gravedad de la situación no estaba ahí, en la capacidad de no salir a la calle y aprender a aburrirse (cosa que los freelance hemos hecho toda la vida), o en tener que soportar a la pareja y a los hijos durante días y días de encierro, sino en otro lugar mucho más grave que las lágrimas por la emoción de la solidaridad de Sergio Ramos no nos permitía ver.

 

El problema es que en el medio del pánico, los Estados y las empresas, están tramando la manera de ganar nuevamente la partida, de jugar a la bolsa, de llevarse sus dolarucos a las Islas Caimán, y dejar a la deriva a la población universal. El problema es que la crisis sanitaria activa de manera inmediata todos los mecanismos de poder que cotidianamente nos convierten a todos, en los más desafortunados.

 

En España, al primer día de crisis sanitaria nos dimos cuenta que el problema mayor no era la enfermedad provocada por el virus, sino que la casta de los Socialistas y los Populares, se había encargado durante los últimos veinte años de desmantelar el Estado de Bienestar y se había llevado puesto el sistema de salud. El problema no era el virus, sino que estaban faltando las doscientas mil camas que antes sí existían. Cuando parecía que el problema era un virus generado por el murciélago ese que no se dejó comer, y creíamos que los cuidándonos podíamos mejorar la situación, las empresas empezaron a despedir gente y a dejarnos confinados en cuarentena, desocupados y sin dinero para pagar la renta. Porque claro, el insufrible Sergio Ramos puede crear conciencia con su papel de baño porque su mansión es suya y el Real Madrid no lo va a despedir. Y hablando de los fachas del Madrid, que lindo va a ser si algún día vuelve el fútbol.

 

Triste darse cuenta, de sopetón, que el problema no era el virus sino, como siempre, este sistema donde los pocos que detentan poder, tienen la venia de los Estados para destruir las vidas de todo el resto de los mortales con total impunidad. Toda catástrofe natural se vuelve humana y sistémica automáticamente. En los huracanes, terremotos, maremotos, epidemias siempre, pero siempre, se mueren los pobres. Apenas la epidemia se hizo pandemia, se activaron los mecanismos de desigualdad a su máxima potencia. La gente desde los balcones hace su acción del día insultando al idiota que sale a la calle, pero nadie cuestiona al sistema que nos tiene abandonados a la suerte del señor. “Crisis económica” le llaman ahora a lo que no es otra cosa que la demostración de que el sistema económico no considera los riesgos que conlleva el simple hecho de vivir. El sistema neoliberal, ese al que juegan todos los países, no considera la pobreza, ni la enfermedad, ni la muerte, como crisis económica, sino como una variable necesaria de la estabilidad económica. Mientras haya pobreza, mano de obra barata y ejercito de reserva, todo va a andar bien. Y ahora que tienen que tomar medidas, se preocupan de la gente de a pie. Pues, diría yo, déjense de joder y saquen al Ejercito a repartir comida, y ya. Pan, tortillas, frijoles, porotos, alubias, judías, cada uno en su idioma que el sabor es el mismo (menos los beans ingleses que son asquerosos), y nadie se les va a morir de hambre. Que unos frijolitos no le van a hacer mella a sus cuentas. “Crisis económica” no es más que un eufemismo de la debacle planificada de la población, y el salvataje de los bancos, los ejércitos, del negocio armamentista, de las drogas, del fútbol, y obviamente, de las farmacéuticas. Los Estados solo están ganando tiempo para mantener a flote a sus amigos los privados.  

 

Todas las crisis económicas las pagan los ciudadanos. Todas. Las de ahora y las de antes. La del Tequila en México, la de Argentina en el 2001, la de España en los dosmiles, la de Estados Unidos en 2008, cuando parecía que quebraba Wall Street, pero al final perdió la población clasemediera y el Estado aprobó un salvataje a los bancos de 700 mil millones de dólares para que no quebrara ni uno, y ahí andan, vivitos y culeando. Así nomas funcionan las cosas, siempre, pero nos olvidamos rápidamente y ahora, tanto la derecha como la izquierda, que unidas jamás serán vencidas, discuten hasta cuándo estirar la puesta en marcha de medidas sanitarias, con tal de dilatar el inicio de la “crisis económica”. En México quieren planificar un equilibrio entre medidas sanitarias y crisis económica, lo cual tendría mucha lógica sino fuese porque mientras dilatan el estado de emergencia, la gente se contagia, y al final, un poco después quizás, la mentada crisis va a llegar igual, pero un poco peor y con zombis por la calle.

 

Así, mientras las cuentas offshore inundan los paraísos fiscales, nosotros, clasemedieros cagados de susto, nos quedamos en casa aprendiendo a hacer pizza con la harina que compramos el día que nos agarró el pánico, y aplaudimos a Sergio Ramos porque un día amaneció solidario.

 

 

7.

 

A la Negra la enchufaron a la oxitocina a las ocho de la mañana. Ella en su camilla y yo en mi sillón, esperábamos la llegada de Pipi mientras veíamos CNN. El panorama era desolador en todos lados menos en México. ¿Será que el país ya está tan hecho mierda que no tiene lugar para nuevas calamidades?, pensaba yo. Mi teoría de la densidad de catástrofes por metro cuadrado fue desarticulada inmediatamente con la noticia de que Croacia había sufrido un terremoto en medio de la pandemia. El gobierno le había permitido a la gente salir a las calles, pero manteniendo su sana distancia. El doctor que revisaba el goteo de oxitocina, las contracciones y los latidos del integrante uterino, nos contaba que el gobierno les había pedido que no hicieran más pruebas del Covid19 hasta nuevo aviso y que no podían entregar los resultados de las pruebas ya realizadas. Para ganar tiempo y que la “crisis económica” inicie lo más tarde posible, hay que descubrir los casos muy de a poquito. En cualquier momento, cuando el presidente diga que está todo en orden, se nos viene el punto de inflexión, agarramos la curva a toda velocidad, llegamos al pico y nos vamos al carajo. Y hasta ahí nomás llegó el discursito de la “crisis económica”. 

 

Al cabo de cinco horas de goteo, habían aumentado en el mundo alrededor de tres mil casos positivos, o cien infectados por gota, para ser más exactos, y Pipi, obviamente, no mostraba una sola intención de salir de su cuarentena individual. La Negra tenía pocas contracciones y el gobierno mexicano, muchas contradicciones.

 

 

8.

 

En Chile la gente había a comenzado a guardarse sola, antes de que Piñera decidiera una sola medida. Chile es un país que hace varios meses comenzó una revolución y la gente se está gobernando sola. El domingo 8 de marzo se habían manifestado en las calles más de un millón y medio de mujeres. El país no podía estar más encendido cuando llegó este maldito virus a intentar desactivar la movilización. Claro está que no lo va a lograr y cuando el virus se vaya, con lo que quede de nosotros, se volverá a reactivar la revolución en las calles. Quizás seremos zombis, pero furiosos. Por lo pronto, a la derecha chilena la pandemia le venía como anillo al dedo para desmovilizar a la población y prohibir cualquier tipo de manifestación. Tan hija de puta es la derecha chilena, que en vez de establecer una cuarentena o pedir confinamiento y distancia social, decretó muy tardíamente la situación bajo el pomposo y dictatorial asunto de: Estado de Excepción Constitucional por Catástrofe, con toque de queda incluido, y desplegó más de veinte mil efectivos de las Fuerzas Armadas por las calles. Así de claro. Piñera y sus secuaces aprovecharon la pandemia para fortalecer el control social y la represión. Veinte mil soldados armados en las calles y ni uno solo desinfectando la ciudad para evitar contagios. Mucha lacrimógena y poco jabón. Podrían meterle jabón al guanaco (tanque con chorro de agua) y ayudar a la población, en vez de meterla presa y torturarla, digo yo, no sé. Eso sí, antes incluso de las medidas sanitarias, habían tomado una primera decisión política: se posponía el plebiscito para redactar la nueva constitución porque la gente no se podía juntar, pero no suspendieron ni las actividades laborales y ni las clases en las escuelas. La primera noche de confinamiento en los hogares, los carabineros aprovecharon para limpiar la Plaza de la Dignidad y sacar todas los monumentos y obras de arte que había instalado la revolución. Miserables es poco. Pero no se preocupen. Apenas se curen los chilenos les van a volver a romper la ciudad entera para construir otra encima.     

 

 

9.

 

La Negra llevaba conectada 13 horas a la oxitocina esa, las contracciones eran muchas, duraderas y dolorosas. CNN nos tenía la cabeza destrozada y la dilatación no aumentaba. Pipi no quería salir. Quizás si en la habitación del hospital no hubiese habido televisión, otro gallo cantaría. A las once de la noche el doctor nos dijo que no había señales esperanzadoras y que la única alternativa para terminar con la cuarentena de Pipi era la cesárea. Así que, a las doce de la noche estábamos en el quirófano, con la Negra abierta al medio, yo a su lado con mi telefonito grabando como un pelotudo de vacaciones, intentando no levantarme mucho y ver integro el interior de mi mujer y así mantener ciertos niveles de respeto por la intimidad de la pareja. El doctor, tras cortar varios largos tajos con su bisturí, metió una especie de cilindro de plástico con salida por ambos extremos, dejando uno afuera por el cual, yo me daba cuenta, el doc veía a Pipi agazapade, aferrade a algún órgano, o colgade cual Trazán a su cordón umbilical para no salir de ahí. El doctor metió las dos manos y le agarró pero se le resbaló. Después presionó fuertemente las costillas de la Negra con su antebrazo y metió la otra mano, pero Pipi se escabulló con una finta mágica. Por un momento pensé que se venía el nuevo Messi, pero el pensamiento no duró. Finalmente la asistente le pasó un instrumento largo, curvo y metálico, parecido a un calzador de zapatos pero gigante, que el doctor introdujo en la Negra y con el cual hizo palanca, sí señores, palanca, logrando que asomara la cabeza de Pipi. Todo ahí era asombro, sangre y amor. Cuando Pipi ya no podía volver atrás, el doctor la agarró con las dos manos y la fue levantando de a poco, como el rey león a su hijo, o como Maradona a la copa del Mundo, hasta sostenerla en aire para que la Negra la pudiera ver. Tras unos segundos de observación y silencio, la Negra dijo emocionada “Martina hermosa, ven aquí”. En ese momento el doctor me pasó una tijera para que yo cortara el cordón umbilical, ese que Martina usaba de liana para quedarse en cuarentena. Me acerqué, lo corté y en ese momento el doctor la acostó en el pecho de su madre, al que se pegó inmediatamente y del cual, una semana después, no se piensa despegar.

 

 

10.

 

Sin embargo Piñera no era el único que aprovechaba el virus para llevar agua a su molino. El presiente mexicano, convertido en una especie de predicador evangelista, mezcla de mesías que viene del futuro y fuerza moral que viene del pasado, aprovechaba cada pregunta que le hacían los periodistas para cambiar el tema. Como al niño que el profe le pregunta, “Pepito, ¿qué sabe usted de las hormigas?” Y Pepito, que no sabía de hormigas pero si de elefantes, responde: “Pues yo se que la hormiga es un animal muy chiquito y que el más grande es el elefante. El elefante tiene cuatro patas, una trompa y hace brgrruuuu…”. Y así hacía Obrador con las preguntas del virus, mientras besaba escapularios. La mejor fue cuando le preguntaron que qué opinaba sobre la pandemia y dijo que él confiaba en la fuerza y la honestidad del pueblo mexicano, porque la corrupción se había terminado, y que por eso ya no se iba a construir el aeropuerto de Texcoco sino el de Santa Lucía. Una joya nuestro presi. El presidente mexicano era el único mandatario no fascista del continente que no le daba ninguna importancia al tema. Había pasado de ser un hombre aparentemente empático, a un obtuso militante que creía que el virus era una invención de los conservadores para destruir a su gobierno. Debe haber leído mucho al pelotudo de Giorgio Agamben, reconocido filosofo italiano que los primeros días de marzo expresaba su izquierdismo y su rebeldía, diciendo que el virus no era tan grave, que el Consejo Italiano de Salud había dicho que era una gripe común y corriente, así que, obvio, la cuarentena era una exageración inútil impuesta por el status quo universal, para implantar un nuevo estado de excepción, restringir las libertades y dominar a la población. Cómo la escusa del terrorismo ya no era suficiente para seguir reprimiendo, se inventaron esta, dice tan pancho el señor filosofo mientras en su país se agotaron los ataúdes. Todo parece indicar que los epidemiólogos italianos leen al filosofito ese. Porque claro, es verdad que el status quo universal se va a aprovechar de la situación para generar control sobre la población, pero eso no hace al Coronavirus un virus común y corriente. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. ¡Agamben el favor!

 

Menos mal que la gente en México comenzó a tomar medidas antes de que las planteara el presidente besucón, y que Sheinbaum, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, actuó con seriedad ante las condiciones imperantes y comenzó a suspender actividades. El día 22 de marzo, con más de 200 contagios en México y casi medio millón en el mundo, Obrador decía lo siguiente desde un restaurant en Oaxaca, “Yo les voy a decir cuando no salgan, pero si pueden y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas porque eso es fortalecer la economía. Los mexicanos por nuestra cultura somos resistentes a todas las calamidades y en esta ocasión vamos a salir adelante. Nuestro pueblo es poseedor, heredero de culturas milenarias”. Digamos, para empezar, que lo de las culturas milenarias no tiene nada que ver con nada, porque los italianos tambien las tienen y no les ha servido de nada, y de los chinos ni hablar. El presidente mexicano prometió tres puntos de crecimiento economico cuando asumió el mandato y prefiere arriesgarse al virus y rezarle en público a las virgencitas, a vivir una crisis economica que por cierto, es imposible de evitar. Dilatar la puesta en macha de las medidas de la mentada Fase 2, para que la recesión economica dure menos es, a mi juicio, una bajeza de proporciones. La economía se va ir al carajo en todos lados y habrá que sostenerse de otra manera. Pero quién soy yo para hablar de economía, si los economistas han demostrado que hacen muy bien su laburo.

 

Es cierto que dos días después de esas declaraciones chamánico-mercantiles, el Secretario de Salud anunció la Fase 2 y el gobierno tomó medidas, lo que hace pensar dos alternativas: una, la del policía bueno y el policía malo, donde Obrador hace del bueno y tranquiliza a la población, para evitar el pánico y una crisis gratuita y prematura, y el policía malo, donde el resto del gobierno toma las medidas más radicales. O la otra, la más factible, es que Obrador padece una grave deformación profesional y cree que todo se mide en oficialismo/oposición (cualquier similitud con el resto de los líderes de izquierda latinoamericanos es pura coincidencia). Y así, dominado por sus sueños transformadores, y presa de su impermeable cerrazón, mantuvo un extraño y eterno soliloquio, un tanto autista, que el resto de los integrantes de gobierno fue interviniendo de a poco, rectificando el camino.

 

Si por alguna razón México supera sin demasiadas muertes esta pandemia, Obrador quedará como un estratega un poco sabio y un poco cauto, un poco loco, con un toque de realismo mágico y escapularios mediante, pero si por el contrario, México llega a la Fase 3, vive el punto de inflexión y da la curva pronunciada que han dado Estados Unidos, España, Italia, Francia, Irán, China y otros tantos, la actitud campechana y la dilación en la toma de medidas, se convertirán en errores criminales…

 

 

11.

 

Pipina, de nombre Martina, nació a las 00:23 del 21 de marzo. Yo tenía todas mis energías puestas en que naciera el día 20, o sea, 23 minutos antes para que fuera Piscis y no Aries, como la madre, y en una de esas tener la esperanza de que tenga un carácter un poquito mejor, pero no se pudo. Es Aries y ahora habrá que amarlas y soportarlas a las dos tal cual son. Estuvimos los tres en el hospital dos días mientras la Negra se recuperaba del tajo ese enorme que le hicieron. Ya estamos en nuestra casa. Martina está increíble, hermosa, sana, fuerte y toma teta todo el día. Salió monotemática la nena. Y aquí estamos encerrados, en cuarennena, esperando que pase esta historia. Ahora mi pasión es cambiar pañales y sacarle los chanchitos a la 1 AM, 3 AM, 5 AM, 7 AM y así sucesivamente. Ella aun no sabe que yo existo porque no soy una teta, pero supongo que algún día diversificará sus amores y espero ser uno de ellos.

 

 

12.

 

La cosa está que arde. Ahora nos despertamos todas las mañanas rogando que bajen los contagios en España y en Italia, que sea real que en algún momento no muy lejano la curva de la muerte comienza a descender. Esperamos que cambie allá, para que cuando nos toque aquí, tengamos algún miserable dato del que agarrarnos, como Pipina a su cordón. La cosa está fea fea. Estados Unidos es el foco de contagio más importante del mundo, el presidente naranja dice que no puede ser peor el remedio que la enfermedad, así que mejor todos a trabajar y nada de estar enfermitos en sus casas. Y Obrador no piensa cerrar la frontera del Norte. Ahora somos nosotros los que queremos que pongan el muro. Quién lo iba a decir. 

 

13.

Pipina linda, hermosa, ya te lo he dicho más de mil veces en estos 10 días desde que te conozco, pero te lo escribo aquí otra vez. Eres la cosa más linda que vi nunca en la vida. Te trajimos a este mundo jodido porque, aún sabiendo que estamos rodeados de personas peligrosas, creemos que la vida puede ser hermosa y digna de ser vivida. Haremos todo para que así sea. Tu hermano Ale ya sabe arrullarte y hacer que dejes de llorar. Yo no. La Negra es fuerte y te ama. Estamos felices y agradecidos de estos nueve meses que te llevó a cuestas a todos lados, y de esas tetas que te hacen tan feliz. Te tocó llegar en plena pandemia, confinamiento y distancia entre la gente. Estamos en cuarentena en la casa, carentes de contacto pero repletos de amor. Esperemos que pase esta crisis de mierda y podamos abrir las puertas de la casa para que entre la gente querida y te llene de besos, abrazos y amor.  

 

Chile: revuelta social y Epidemia // Entrevista a Oscar Ariel Cabezas

 

Esta entrevista fue realizada por la plataforma chilena de periodismo alternativo urbesalvaje.com

 

Incertidumbre y amenaza. Sin duda que existe una desconfianza hacia el Estado. Y no es solo en materias económicas y de salud pública. Muchísimos culpan a la clase política de la amplitud de males que aquejan a la sociedad chilena. El empresariado a la cabeza. ¿Chile despertó y está pandemia le va a poner el pie encima al modelo? ¿Otro Estado es posible? ¿Es el Plebiscito lo más importante hoy?

En medio de la pandemia y de lo que posiblemente será la peor de las crisis del sistema sanitario lo más importante hoy es lo que podemos llamar el cuidado del vecino, es decir, del que habita (ella o él) y coexiste en relación a esa otredad de la que también soy parte. La preocupación por el otro, sobre todo por aquel que no conozco y que debido a la eventualidad global del Covid19 podría estar en peligro de muerte es lo más importante en esta contingencia. Todo indica que la forma más efectiva para controlar el contagio es el distanciamiento físico de los otros porque no hay todavía una cura que pueda evitar la muerte. El plebiscito puede esperar los ventiladores y la recuperación de la sanidad pública me parece que es de primer orden. El confinamiento o cuarentena obligatoria dictaminada por el gobierno a primera vista parece ser una medida de sanidad pública y, sin duda, creo que lo es tal como lo ha confirmado la presidenta del colegio médicos de Chile. Pero no estoy seguro de si el gobierno y la precariedad absoluta del sistema de salud pública tenían otras medidas para contener la propagación del virus. Lo cierto es que la medida de declarar un estado de emergencia me parece que es una medida política que cumple, de momento, una función cínica. Por un lado, el estado de emergencia le ha permitido al gobierno generar un estado mental de pánico mediático. Así, el miedo a la muerte y al contagio funciona como una política de control de los espacios politizados por la revuelta social. No es casual que en vez de poner en marcha un plan para habilitar hospitales, intervenir la salud privada, comprar ventiladores, mascarillas, reforzar el cuerpo médico y de especialistas, etc., el gobierno comience a pintar plaza de la dignidad como un desesperado intento por recuperar los espacios y los símbolos que ya no le pertenecen. Te menciono esto por no expandirme en lo ridículo que ha resultado sacar—y qué ganas tenían de hacerlo—a los militares a la calle en las horas en que la gente duerme y el contagio social es ínfimo o casi imposible. Todo esto hace sospechar que el estado de emergencia es una medida de control de la desobediencia civil más que ser una medida de sanidad pública a la altura de la amenaza real que tienen todes los que vivimos en esta parte del planeta de ser contagiados por el Covid19. En otras palabras,  la medida del gobierno está entrelazada al control de la desobediencia civil, desatada por la emergencia de una ciudadanía que había desaparecido desde la época del plebiscito de 1989.  Sin duda, también las mediadas del gobierno de Piñera han tenido que seguir las directrices de lo que globalmente han hecho otros gobiernos para controlar la pandemia. En medio del oportunismo del gobierno neoliberal por detener el malestar social que desató la revuelta del 18 de octubre el cinismo revela ser un arma al servicio del miedo. Se trata del miedo que tiene la clase política, la oligarquía nacional y las empresas vinculadas al modelo neoliberal de que este país cambie de manera radical y se convierta en un modelo experimental de sociedad participativa orientada al cuidado por el otro y a formas de coexistencia basadas en otro modo de ser que el del hedonismo de la sociedad de consumo. Por lo mismo, creo que el plebiscito se puede posponer mientras el cuidado del otro tome la forma subjetiva de la revuelta social del 18 de octubre, es decir, mientras pasemos la cuarentena pensando en el nacimiento de otro modo de vida. Un modo de vida y de coexistencia completamente distinto del modo “sin coexistencia social” al que nos confinó el virus del neoliberalismo. Por supuesto, yo apruebo el cambio constitucional y mis deseos por el plebiscito están basados en que el cambio constitucional es la posibilidad de que el país gire en 180 grados hacia otro modo de existencia.  

Una pandemia como castigo. La catástrofe como sanción global hacia la humanidad. Te parece interesante esa reflexión.

Sí, me parece interesante, pero creo que el castigo introduce en el concepto de  catástrofe una dimensión teológica que tiende a desplazar el hecho de que la pandemia de Covid19 está, por un lado, internamente ligada a las formas de modernización capitalista de la gran industria del mercado agrícola y de la epidemiología. En el caso  de que no sea un virus que se haya escapado de algún laboratorio militar para deliberadamente provocar una catástrofe, el virus proviene, tal como lo muestra el texto del Colectivo Chuang que publicó la plataforma de Lobo suelto, de la industria mundial agrícola. El texto del Colectivo es muy interesante porque retira la posibilidad de leer teológicamente la catástrofe producida por la expansión de la producción industrial agrícola  y el modo en que se vincula con elementos, digamos, no humanos o naturales como sería el caso del Coronavirus. Las clases subalternas que están expuestas al contagio con microbios y catástrofes industriales no son nada nuevos, no constituyen una novedad en la historia del capitalismo y, por cierto, las epidemias tampoco constituyen una novedad. Con la idea de humanidad ocurre algo similar. La humanidad como concepto universal deja sin pensar los efectos que las catástrofes generadas por el capitalismo, en su fase global e hiperdepredatoria, dejan en la carne viva del cuerpo social. En otras palabras, no creo en las teorías que ven en el virus una exterioridad que nos ataca desde fuera y que según la posición en la que se mire, podría salvarnos de los males que le hemos hecho al planeta. Las catástrofes son siempre sociales, afectan el cuerpo material de individuos, colectividades, de poblaciones agrumadas nacional o posnacionalmente. La pandemia de Covid19 lleva casi 60.000 muertos y más de un millón de contagios. Se trata de la primera catástrofe social con resonancias comunicacionales globales y, quizá, de la primera catástrofe que desenmascara la precariedad de los sistemas de salud pública a nivel global. La urgencia de pensar un sistema de salud internacionalizado o globalizado parece que agrega un dato más a la urgencia de salir del fatídico ciclo de gobernabilidad neoliberal. Pero la salud como un derecho universal de cada individuo, de cada colectividad, del vecino, del amigo o de los que aún no han nacido se ve amenazado por la idea de que la pandemia es un castigo que todes debemos pagar. La idea de que deben pagar justos por pecadores es una idea que le hace mal a la izquierda y aún más mal a la urgencia de imaginar formas de cuidado que estén completamente escindidas de la religión del dinero y de la barbarie con la que se consuma el lucro en nuestro sistema de salud.

 

¿Qué rol ha jugado la filosofía en la vida, pasión y posible muerte del modelo? ¿Va a resucitar con una fuerza mayor o va a haber un cambio?

No soy filósofo, por lo que mis opiniones no deben confundirse con las que daría un filósofo de profesión. Pienso que en Chile la filosofía ha sido muy importante en la vida de sus poblaciones. Por poblaciones habría que entender la multiplicidad de cuerpos que han decidido resistir el modelo y por filosofía lo que ha emanado de la interioridad de sus prácticas y del deseo de “cambiarlo todo, sino pa’ qué”. Ha habido, sin duda, un despertar en las universidades, pero creo que la revuelta social ha pasado transversalmente por lo que llamo la emergencia de la sociedad civil. Me interesa mucho remarcar que se trata de una emergencia y no de un a priori de la filosofía política. Ha sido la sociedad civil y el pluralismo de su composición la que ha dado las coordenadas de una filosofía descentrada de los vínculos que las universidades en Chile han mantenido con el modelo de producción neoliberal de saberes. No creo que la filosofía de papers  y carrera universitaria de imitación norteamericana haya contribuido a la revuelta social. Por el contario, el individualismo en los espacios universitarios, la lucha a muerte por el reconocimiento académico, la falta de desarrollo de espacios de colectivización y producción de saberes es lo opuesto a la respiración de las pasiones que han emanado de la desobediencia de la sociedad civil. Por supuesto, esto no significa que la universidad y el conjunto de sus académicos y, sobre todo, de sus  estudiantes esté también recorrida por el espíritu de la revuelta. No estoy seguro de si la universidad como institución desea la muerte del modelo. Pero, si estoy seguro de que la universidad, aquella que se recoge en la comunidad de sus estudiantes y profesores, está contagiada por el deseo de democratizar todos los espacios que permitan que el espíritu de una vieja y necesaria institución esté a la altura de los cambios y orientada a la relación y el compromiso político con la metamorfosis de lo humano, es decir, de lo singular-plural. El  espíritu de una filosofía en que lo común, aquello que nos compete a todes, es algo que ha puesto de manifiesto la revuelta de los movimientos sociales, la coordinadora 8M, el movimiento feminista, el Movimiento contra las AFP y las Isapres, el Movimiento Estudiantil contra el lucro en la educación, las disidencias sexuales, el movimiento Mapuche, y, por cierto, toda esa población que todavía está media invisibilizada de inmigrantes haitianos y latinoamericanos componen la pasión de una filosofía por venir. Una filosofía que no está en el futuro, sino en las luchas cotidianas por la redefinición y construcción de instituciones orientadas a la coexistencia en común. La  pasión y los deseos colectivos por una sociedad distinta están encarnadas en una pragmática materialista—no abstracta— por la definición y redefinición de nuevas instituciones. Yo veo que esto es una filosofía que ha acontecido en las calles y que hoy la filosofía disciplinar deberá heredar como si Sócrates estuviese encarnado en la figura social y política del kiltro Matapacos o en el chico que ondeaba la flamante bandera del pueblo mapuche en Plaza Dignidad. Es probable que el futuro de la filosofía disciplinar y de la propia universidad se juegue en ello. En cambio, el por venir del fin del neoliberalismo sigue estando en las luchas cotidianas de la sociedad civil y en la emanación de una filosofía alojada en la potencia de la imaginación colectiva. La filosofía  suspendida en el aire que cultiva figuras aristocráticas del saber como atributo de una disciplina universitaria ha dejado hace mucho de ser algo interesante.            

Todo Chile en el mismo bote frente a la enfermedad. Barbarie o solidaridad: No hay un valor por la vida; por el respeto a las personas. ¿Campo fértil para qué? ¿Para la solidaridad de toda la ciudadanía o para la barbarie del poder?

La barbarie y la solidaridad son dos conceptos interesantes para abordar el problema de la pandemia de Covid 19 y el problema que está causando en nuestra sociedad. La solidaridad tiene una larga data en la tradición del pensamiento humanista y se le podría conceder que ha estado del lado de una política de la coexistencia pacífica. Cuando el imaginario de la tradición liberal propagaba la consigna de civilización o barbarie la solidaridad se trasformaba en política secular del cuidado por el prójimo y específicamente por los pobres. Esta política de solidaridad ha funcionado durante mucho tiempo como  dispositivo de compensación de las clases acomodadas. Se trata de la conciencia pequeño burguesa del “me preocupo por los pobres” y, así, disfruto de mis privilegios de clase acomodada sin conciencia de culpa. La solidaridad de la conciencia burguesa es un dispositivo importante del proyecto civilizatorio de la sociedad capitalista.  Los siglos XIX y XX están marcados por la consigna civilizatoria de la solidaridad de las clases acomodadas hacia los pobres. No cabe duda que estas formas de conciencia se prolongan en nuestro presente neoliberal e incluso la solidaridad puede aparecer como un dispositivo del poder del Estado para salvar empresas del sector privado. La solidaridad humanista moviliza el cinismo que contribuye a los sistemas de acumulación del capital.  Estar  fuera o dentro del patrón solidario de la civilización es estar inscrito en el privilegio de una solidaridad abstracta. Habría una solidaridad distinta, aquella que está vinculada a los afectos y a las posibilidades de ser afectado o modificado por la afectividad del amor genuino a los otros, a las diferencias, es decir,  a  la mundanidad de los mundos plurales. Esta solidaridad hoy no puede estar disociada de la revuelta social porque la revuelta es un movimiento de solidaridad profundo y transversal. Se trata quizá del primer movimiento de desobediencia civil en que la solidaridad de los mundos plurales coincide con el cuidado del cuerpo social. En otras palabras, la solidaridad como materia afectiva y no como objeto de expiación de la culpa  coincide con la preocupación por los otros, con el cuidado de los otros. La solidaridad que pone en marcha la desobediencia civil en Chile es posthumanista porque ha dejado de ser una abstracción de las clases acomodadas. Lo hemos visto en La Primera Línea, en los grupos juveniles de raperos, en Mon La Ferte… Lo hemos visto en el conjunto de paramédicos, enfermeras y enfermeros que han dado atención y cuidado a los y las manifestantes, en los artistas, en los estudiantes, en los ancianos que sin miedo han ido a Plaza Dignidad. Tu tienes razón en identificar el poder con la barbarie porque este (el poder) no ha dejado de producir formas catastróficas de civilización en nombre de la expulsión de la barbarie, del desarrollo y del progreso. En esta compulsión el poder ha consumado una política de la barbarie neoliberal en la que podríamos desaparecer como civilización. Hoy el cambio climático, el agotamiento de recursos vitales como el agua potable y la pandemia de Covid 19, así como todas las reivindicaciones de la revuelta social del 18 de octubre, despejan el cielo borroso de los años de la Concertación y la Nueva Mayoría. El neoliberalismo es el mal radical de nuestro presente y como tal su Estado y sus instituciones nos ponen en riesgo de muerte. Este peligro es esta vez transversal. En un registro siniestro, el Covid 19 democratiza la muerte porque esta vez no son solo las clases sociales más desposeídas las que padecen la posibilidad del contagio y el riesgo de muerte —aunque debido al sistema de salud y al modelo constitucional lo que en Chile no es democrático es la “cuidadocracia”. Los que se pueden cuidar del contagio o ser atendidos en caso de problemas respiratorios  con ventiladores de alta tecnología no son las clases trabajadoras ni los más vulnerables, sino los grupos sociales acomodados. Quizá, el único principio civilizatorio y de solidaridad afectiva fértil que tenemos es la siguiente consigna: revuelta social o barbarie desde el cuidado del otro y en resistencia civil a las políticas cínicas del control securitario.  

Valor de la vida: Nunca se preocuparon por los niños, los adultos mayores, los reos, incluso los condenados por delitos de lesa humanidad ante el congreso o a Iris le temen a la muerte. ¿El asesino siempre trata de aparentar bondad? ¿Qué rol le da el gobierno de Chile a la vida? ¿La violencia es una enfermedad social frente a los abusos? ¿Vigilar y castigar?

En La ciudad de Dios, libro que compré junto con las Confesiones hace años cuando comencé a trabajar con los textos del filósofo argentino León Rozitchner, me impresionó la referencia a la justicia que hace San Agustín. Los reinados sin justicia, dice Agustín, son como pandilla de criminales. Hay también una teoría del liderazgo porque él cree que una pandilla es un grupo de hombres bajo el comando de un líder. Después de informarnos de estas definiciones nos relata una anécdota. Un pirata ha sido capturado por Alejandro Magno. El emperador le dice al pirata si le parecía bien tener el mar infestado con sus piraterías. El pirata sin tartamudear le responde: lo mismo que te parece a ti tener infestado todo el orbe: solo que a mí por piratear con un pequeño barco me llaman ladrón y a ti por piratear con una imponente armada te llaman emperador. Aunque nos guste más el pirata, en ambas posiciones hay ausencia de justicia. En ambas hay composición  de  una pandilla. El Estado neoliberal es el lugar en que la justicia y la posibilidad de que ella ocurra dentro del marco jurídico se ha retirado completamente. La retirada de la justicia abre paso a la desvalorización de la vida. El neoliberalismo es precisamente eso; la desvalorización brutal de la vida porque el conjunto de sus máquinas que van desde la subjetividad molecular del emprendedor individual hasta la subjetividad cínica del médico de clínica privada que devalúa la vida cuando decide subordinar el cuidado médico al valor del dinero. Por muy engorrosa que sea la discusión filosófica sobre la cuestión de la biopolítica, me atrevo a decir que el neoliberalismo no es en ningún caso un Estado biopolítico. Por lo contrario, el neoliberalismo es el estado avanzado de la necropolítica y, en efecto, Chile es en América Latina el paradigma más exitoso de Estado neoliberal. Las  formas en el Estado chileno han articulado una política de la muerte con un régimen de acumulación de capitales que no tiene precedentes en ningún otro país de la región. La consumación necropolítica del neoliberalismo se ha expresado de manera muy fuerte en la producción y dominio de los lugares de encierro como técnica de aniquilamiento, tortura, vigilancia y control de la población. El campo de concentración de Tejas Verdes y el Estadio Nacional, por dar solo un ejemplo entre muchos más, fueron las primeras y más visibles formas del control necropolítico del neoliberalismo chileno en su fase de terror y violencia. En su fase de simulacro democrático tienes desde La Oficina, órgano creado por la Concertación para el aniquilamiento y el encierro de grupos de ultra izquierda hasta el infanticidio que en los recientes años hemos conocido como el infierno del SENAME. A esta lógica necropolítica del castigo y la vigilancia de la población se acopla, lo que quizá sean los dos pilares más importantes del modelo neoliberal: la vampirización y transformación de la vida de trabajadores y trabajadores a partir del sistema de AFPs y el robo de las potencialidades intelectivas y de imaginación de los estudiantes a través del lucro en la educación.  El Estado en Chile ha sido desde sus orígenes una institución sin justicia. Pero desde 1973 hasta el segundo gobierno de Sebastián Piñera, es decir, el actual gobierno, su aparato de poder se ha consumado como un instrumento criminal al servicio de la desvalorización de la vida y la valorización de la acumulación de capital-dinero. Sin embargo, no diría que el gobierno de Piñera es el único responsable de la ausencia o retirada de la justicia en la sociedad chilena. Es muy probable que más temprano que tarde el Sr. Piñera y su gabinete deba comparecer ante tribunales por violación de derechos humanos y por su responsabilidad directa en las más de 30 muertes que ha dejado el excesivo y criminal actuar de la institución policial de Carabineros. No hay duda de que los que han sido mutilados en sus ojos, violentados y torturados por la policía de carabineros, a vista de todo el mundo, deberán en algún momento componer hoy la demanda infinita de justicia. En Chile, la demanda de justicia es lo que está entrelazado a eso que la revuelta social ha llamado la dignidad. Esta se ha expresado en varias consignas y, quizá, la que mejor capta el hecho de que la dignidad es una política de valorización de la vida y, al mismo tiempo, un movimiento interno del clamor de la justicia social, es la que llama a luchar “hasta que la dignidad se haga costumbre”. Esta consigna conmueve porque revela que el movimiento de protesta está arraigado en la valorización de la vida frente a un Estado criminal. Por eso, si queremos ser verdaderamente fieles al espíritu de la revuelta del 18 de octubre y al movimiento de desobediencia civil hay que rechazar la cuarentena como estado de inmovilidad política, es decir, como imposición de una política de control de la población. No digo que no haya que hacer cuarentena, digo que la cuarentena debe hacerse al interior del espíritu que la revuelta social ha abierto como posibilidad de otro mundo, de otro Estado, de otras instituciones a imaginar.                 

Si se respetara la libertad de expresión no habría crisis de legitimidad.  ¿Debe haber más de una voz oficial? ¿Qué papel juegan las redes sociales?

La pandemia del Covid19 y la revuelta social en Chile han tensado tanto a la oficialidad de los medios de comunicación como a las redes sociales. La comunicación es por decirlo así un campo de batalla, una lucha permanente por la circulación de significantes, es decir, por el derecho a la información. Que Chile esté atravesando por dos hitos excepcionales hace proliferar las estrategias por el control de la comunicación. Las redes sociales han permitido una cierta democratización de lo que se comunica y es comunicado. Pero no creo que puedan competir con el control y poder de la televisión y, sobre todo, con los modos en que este medio de comunicación produce efectos de verdad y, por lo tanto, efectos de opinión. La televisión es sensacionalista y publicitaria y sabe desde hace mucho del poder que tiene el uso y la circulación de la información. La pregunta por la libertad de expresión y la legitimidad es la pregunta por quienes controlan los medios de comunicación. Este control se da de manera desigual. No es lo mismo el muro del Facebook de un amigx inteligente que según la lógica algorítmica opina al interior de una comunidad virtual más o menos homogénea en sus modos de percibir el mundo, la política, la cultura, el tema de las diferencias, al poder que tiene Televisión Nacional de Chile y su periodismo de pacto oligárquico. La desinformación en este país es indisociable de la estructura publicitaria y neoliberal, es decir, es indisociable de la subjetividad cínica y publicitaria del comercio comunicacional. No lo digo solo por el acierto de la consigna “el mercurio miente”, sino también por el hecho de que toda la prensa alternativa que intenta resistir la lógica neoliberal de las comunicaciones no cuenta con los recursos y la cobertura como para hacer posible tanto la libertad de expresión y el derecho a informarse de manera confiable. En otras palabras, la liberad de expresión es una moneda cambiaria que oscila generalmente en beneficio de la información pactado con el orden del capital. Para que la libertad de expresión no sea solo un refugio lisonjero de los valores del liberalismo burgués y pueda componer  los criterios de razonabilidad, verdad y transparencia que se merece la sociedad civil habría que democratizar y nacionalizar como mínimo la televisión pública y, sobre todo, velar porque su estructura comunicacional no se subordine a los intereses del capital privado. Las redes sociales no están ajenas ni son una isla en el mar de las bondades de la comunicación. De hecho, siempre están intervenidas bajo el imperio del algoritmo, la selectividad de las comunidades virtualizadas o la corrupción de los gobiernos que pueden falsear cuentas y agitar verdades a medias. También tienen el peligro de producir lo que Daniel H. Cabrera llama vidas apantalladas. El apantallamiento en las redes sociales o en plataformas digitales no informa ni crea estados de proximidad con el pensamiento ni con la afectividad del que se duele. Si pensamos en la frase del idiota que ha sido capturado por el sensacionalismo de una noticia y dice “¡Prende la televisión!” nos deberíamos dar cuenta de que el imperativo del idiota es el llamado a apantallarse. El imperativo de la frase que urge a la disposición de apantallarse no solo es reaccionaria e irreflexiva es también la frase del idiota que, en su desafección, no desea resistir, pensar o imaginar más allá del morbo de la pantalla. Esto que ocurre con la televisión también ocurre con las redes sociales porque éstas no siempre están a distancia del sensacionalismo, de la propagación del miedo con el que mediáticamente se desatan toda clase de virus que hacen imposible una comunidad informada en la comunicación, la cual es sin duda imposible en contextos donde solo prima la oficialidad de la voz publicitaria de la vigilancia, el control y la publicidad.

De una herida lo que importa es la cicatriz. ¿La izquierda está sacando conclusiones de estos dos fenómenos: la pandemia y la revuelta?

La metáfora de la herida y la cicatriz es tan acertada que inmediatamente me asaltan imágenes de la historia del horror: la del Palacio de la Moneda en llamas, la de los militantes de partidos de izquierdas que fueron lanzados al mar, la inmolación de Sebastián Acebedo, la crueldad del asesinato de Natino, Parada y Guerrero, el asesinato de los hermanos Vergara, entre muchas otras. La crueldad de los años de la dictadura no cesó con la llamada transición a la democracia. El estado neoliberal prolongó las formas del horror en la articulación de lo que Clement Rosset llama “el principio de crueldad”. El principio de configuración de la sociedad chilena desde el plebiscito de 1989 hasta nuestros días ha sido el de un permanente despliegue del principio de crueldad.  Si hubiese que pensar en la genealogía democrática de este principio habría que decir que comenzó con la creación del “Consejo coordinador de seguridad pública”, es decir, con la creación de La Oficina a principios de los años noventa. Como institución que debía asegurar la seguridad pública contra el “terrorismo” de una exaltada izquierda para tiempos democráticos. La Oficina condensa la historia del comienzo del terrorismo de Estado articulada, esta vez, por la inteligencia de la izquierda. Esta instancia fue dirigida por militantes de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista y desmanteló prácticamente a todos los sectores de la izquierda más radical que habían sido centrales en la conquista de los derechos democráticos. ¿Cómo los desarticuló? Empleando ex agentes de la DINA y CNI e implementando los mismos métodos de la dictadura para aniquilar a los “terroristas”. El principio de crueldad es puesto en marcha para velar por el espacio de la democracia. Pero una democracia que siguió prolongando las instituciones del horror de la dictadura, cambiando las formas y blanqueando, por ocultamiento o estrategia publicitaria, el terrorismo de estado. Sin ese principio no podría haber detenido la barbarie neoliberal. El dispositivo de la democracia ha suplementado la prolongación y radicalización del principio de crueldad en el que se sostienen las instituciones de la democracia neoliberal. La crueldad de los infanticidios en el SENAME se prologa en el ancianicidio del sistema de pensiones. A través de las instituciones neoliberales, el principio de crueldad de la sociedad chilena aparece como la articulación completa de la degradación de la vida infantil hasta la vejez. Entre medio de esos dos pilares que deben sostener la diferencia entre crueldad y civilización, están todas las otras instituciones (educación, derechos laborales, vivienda, salud). Estas instituciones, reproducidas y resguardadas por la clase política en estas últimas tres décadas, constituyen el lugar de usufructo del trabajo de chilenas, chilenos, inmigrantes, mujeres, niños, diferencias sexuales y étnicas. ¿Por qué puede ser legítimo usufructuar, explotar, extraer plusvalía del trabajo de los otros? La revuelta social del 18 de octubre sabe que la respuesta se halla en el simulacro de la legitimidad de la constitución de 1980. Por lo mismo, no estoy seguro si esas heridas que dejó el golpe de 1973 han cicatrizado. Si lo hubieran hecho no habría en nuestro país historia de la insubordinación de las clases media y popular. Tengo la impresión de que las heridas no van a cicatrizar en las manos de la tradición de la izquierda que puso en marcha la crueldad de las instituciones democráticas heredadas de una constitución ilegítima y antidemocrática. La izquierda tradicional del viejo sistema de representación de partidos políticos mantiene las heridas abiertas porque no estuvo a la altura de las demandas por restitución de la justicia social que emanaron de las jornadas de protestas durante la dictadura y mucho menos está hoy a la altura de la demanda de justicia de la revuelta social. La izquierda que ha sido gobierno durante los 30 años que señala la consigna “no son 30 pesos, son 30 años” no puede conducir el descontento, el malestar social y subjetivo que expresa la desobediencia civil de la revuelta. Por eso, no sé qué consecuencias puede estar sacando de la pandemia y de la revuelta que no sean las de contener la trasformación de raíz de un modelo económico y de una vida cívica y social que, inscrita en el principio de crueldad, favorece a la oligarquía nacional e internacional. Al mismo tiempo, favorece a la clase política que teme perder los privilegios que le da una vida parlamentaria basada en el lucro de la política. Si la revuelta social sospecha de la clase política es porque esta no tiene ni el carisma ni la legitimidad para trasformar el modelo neoliberal. Una izquierda que participa de la reproducción neoliberal podría estar sacando conclusiones erradas de la pandemia. Por ejemplo, podría estar pensando en volver a atar el pacto que ha tenido con las instituciones que lucran con la educación, la salud y el sistema de pensiones y que la revuelta social ha hecho difícil de sostener. Cuando empiecen a morir cientos y, quizá, miles de ancianos y ancianas, jóvenes y no tan jóvenes vulnerables al coronavirus; cuando los hospitales no puedan cubrir las necesidades de los que ingresan con problemas respiratorios y empecemos a padecer la impotencia de una sociedad en el que la “cuidadocracia” está privatizada y el derecho a los ventiladores es solo para los más acomodados; entones volverá una y otra vez el mar de cuerpos desobedientes a interrumpir el principio de crueldad del estado neoliberal. La única conclusión, a la altura del clamor por la dignidad y el derecho de vivir en paz, que debería tener la izquierda en el gobierno es que la pandemia vaya a radicalizar el conflicto.  La sociedad civil sabe que las medidas de control social y policial usadas por el gobierno no tienen un propósito de sanidad pública, no están basadas en el cuidado de la población. La provocación del presidente Piñera de ir a sentarse a Plaza Dignidad es la constatación más clara de que el gobierno vive la pandemia de Covid19 como un arma para sofocar la revuelta. Sin ir más lejos, no ha tenido ninguna sensibilidad con los más de dos mil presos políticos (casi todos niñas y niños adolecentes) que han sido encarcelados por resistir el principio de crueldad del modelo económico en Chile.

Impresiones comunes sobre lo indistinto // Alfredo Aracil  

 “Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre o que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio”. 
Karl Marx: El Manifiesto Comunista.

Son varios los textos donde el filósofo francés Georges Batallile define lo sagrado como lo que se niega a ser abstraído del mundo como totalidad: una sabiduría y un estado de resonancia que, aceptando la muerte como experiencia y condición común, en su grado más intenso, puede desembocar en la locura. Dice Bataille: “…si lo sagrado, lejos de ser asible, como lo son los demás objetos de la ciencia, se definiera como lo que se opone a los objetos abstractos -a las cosas, a las herramientas, a los elementos captados distintamente-, al igual que se les opone la totalidad concreta… El mundo de lo sagrado es un mundo de comunicación o de contagio, donde nada está separado.”.

Palabras oraculares para un tiempo suprasecular, con el Papa en aislamiento preventivo y obligatorio, oficiando misa en una plaza del Vaticano desierta. Hoy que nada debería ser urgente, en un mundo que sin embargo no cesa, donde las invitaciones a plataformas de teletrabajo proliferan más rápido que los contagiados por el virus y el tiempo avanza impasible, al ritmo que se actualizan los datos de muertes e ingresados.

La separación y el miedo al contagio, en todo caso, vienen de lejos. Desde los albores de la modernidad, el arte de gobernar no es otra cosa que el arte de reunir y separar: un tratamiento extensivo y espacial que busca inmunizarse de un persistente miedo a lo común y la comunidad por medio de   prohibiciones, muros y fronteras que distribuyen las relaciones entre poblaciones y mercancías. Para la forma de soberanía que se impone en el siglo XV, tras un proceso paralelo de concentración de poder y acumulación de capital, en los deseos igualitarios, en las zonas de indiferencia y en los bosques comunales se esconde la amenaza del colapso civilizatorio. De modo que el terror a lo indistinto, a la parte idéntica, habría servido a la vez de causa y efecto a la profecía auto-cumplida del hombre que es un lobo para el hombre, la razón de una competitividad biológica y del miedo a ser asesinado por una multitud violenta que ambiciona la totalidad de lo que uno tiene.

En Violencia y comunidad, Roberto Esposito lleva a cabo un análisis histórico de las sombras que la filosofía política ha proyectado sobre la comunidad originaria, donde se esconde el enemigo interior y acecha nuestro igual: “la violencia no sacude a la comunidad desde el exterior, sino desde el corazón mismo de eso que es común, quién mata no es un extranjero sino un miembro de la comunidad”. Es decir, para los que hacen leyes de su voluntad y dibujan a golpe de interés los mapas políticos, lo verdaderamente aterrador no es nunca lo diferentes que somos entre humanos, sino el paquete de percepciones y modos de sentir que compartimos, la igualdad entre nuestros instintos y lo que, en definitiva, se parecen nuestros deseos. De modo que lo indistinto y la relación de dependencia ambiental que estructura cualquier forma comunitaria de vida, en la cual los sujetos logran su individuación tomando de un medio común los medios para su propia evolución, son los enemigos naturales que el poder enfrenta en su lucha por la distinción y la supremacía de sus privilegios. 

Ahora que las fronteras están cerradas y que cruzar varias calles en busca de medialunas se parece a una travesía por un no man’s land, los terrores y esperanzas que convoca lo común vuelven a tomar un lugar central en las discusiones políticas. Para empezar, que el virus no tenga ni ojos ni piel oscura, como apuntaba Santiago Alba Rico, unido al hecho de que los potenciales portadores sean nuestros vecinos y de que detrás de la trasmisión no se oculten intereses de clase, hace realmente difícil que la pandemia pueda ser catalogada o bien como un agente revolucionario venido para acabar con el capitalismo o bien como un argumento en el discurso racista de la nueva derecha. Su carácter acelular y no-humano invalida, por lo tanto, que pueda recibir el calificativo de “extranjero”. Así, independientemente de su origen y de su naturaleza viajera, sin otro devenir que la propagación, el virus desnuda un plano de sentir todavía más común que la ideología, la condición vulnerabilidad que resulta de vivir expuestos a fuerzas y contingencias que, en cualquier momento, te pueden matar.

Continua Roberto Esposito: “lo que empuja a la comunidad al remolino de violencia es precisamente la indiferencia, la ausencia de una barra diferencial que, distanciando a los hombres, los mantenga a salvo de la posibilidad de la masacre”. Que es, en definitiva, el objetivo de las distintas medidas de aislamiento que se han adoptado: frenar el contagio haciéndonos guardar las distancias, separándonos por la vía de la inmunización general. Evitar el contagio, al parecer, es mantener a las personas a más de un metro de distancia. No tocar. “Nos tenemos que acostumbrar a estar más anchos”, según un miembro de la OMS. Una vez más, como sucedió con la peste, la orden es compartimentar y encerrar a los cuerpos para neutralizar su naturaleza y su potencia indistinta. Monitorizar los consumos y ser capaces de predecir mejor las posiciones relativas, librándonos de paso de peligros que en un futuro no muy lejano parecerán reliquias de un tiempo barroco por lo táctil y sensual. Reducir el espacio público y los flujos humanos indeseables. En definitiva, acabar con las zonas de ambigüedad semiótica, prolongando la crisis de presencia que ya vivíamos. En este nuevo régimen sensible-profiláctico, la incertidumbre y la soledad se reproducen a pesar de la banda ancha y de las fiestas online, haciendo tambalearse la base de solidaridad y empatía que, a lo largo de la historia, animó proyectos utópicos de vida comunitaria y otros movimientos sociales de carácter internacionalistas.

Vuelve, en un inesperado giro biopolítico, la razón primera del contrato que legitimó el poder soberano, en la génesis de los estados-nación: garantizar la vida de algunos súbditos y desatender a otros, dejarlos morir. Para ello, se adecuan los modos de producción a las costumbres sociales, al nuevo régimen moral, minimizando los intercambios afectivos y las relaciones sensibles entre la población sana, controlando hasta los gestos más instintivos, como llevarse las manos a la cara. Mientras, del lado de los que van a morir, están los ancianos y los vulnerables, la gente con problemas de salud. Aparecen en las portadas de los diarios: abuelos, abuelas y muchas personas dependientes a los que antes la medicina procuraba una vida más larga, pero igualmente miserables, concentrados en desatendidas residencias de mayor y otros establecimientos públicos menguados de servicios a consecuencia del cierre del estado de bienestar. Sí, exactamente, la parte enferma, frágil e improductiva que, para la cultura neoliberal de optimización y austeridad, era poco más que una carga. A su lado, están las personas que trabajan sin contrato, y no hablo de la clase media precarizada que está encerrada en su casa, delante del ordenador. Pienso, por ejemplo, en los repartidores de Glovo y otras empresas esclavistas que sin descanso y sin seguro médico, como hormigas, cruzan a diario La Zona en sus bicicletas, aquellos y aquellas que a riesgo de caer enfermos “voluntariamente” han decidido continuar su actividad económica. Y al final de todo, olvidados e invisibles, las personas que tiene su casa en la calle. Con la policía y los militares pidiendo documentos en todas las esquinas, por fin comprendemos lo que para ellos y ellas es la experiencia más común y cotidiana, la indefensión y la arbitrariedad que sienten cuando son hostigados en el ejercicio de su trabajo o cuando simplemente están buscando un lugar para dormir.    

Esto y mucho más es lo que podría decirse del estado de excepción que nos envuelve, y de lo rápido que las personas nos habituamos a cualquier modo de normalidad, no importa lo distópica o grotesca  que sea. Si queremos entender las escenas de violencia machista que se reproducen estos días, las denuncias por romper la cuarentena o los insultos a discapacitados que se lanzan desde los balcones en algunas ciudades españolas, es recomendable no menospreciar al fascista que vive en nuestro interior, a esa parte de nosotros que en la playa echa de menos la oficina, la parte de uno mismo que prefiere la servidumbre a la rebelión.

Ahora bien, no me gustaría insistir más en los argumentos macro-políticos que muchos están manejando mejor que yo. No quiero volver sobre la militarización de la vida cotidiana, sobre la aplicación en nuestras comunidades de restricciones de circulación que antes, alegremente, eran aplicadas a las personas migrantes, ni tampoco sobre lo extendido y sofisticado de los métodos protésicos de vigilancia y control cibernético. Más interesante me parece pensar la crisis en relación a los procesos del sentir que consume y alimenta. Esto es, detenerse en la angustia sin objeto que suscita el encierro, pero también en el vitalismo que puede despertar. Actualizar y profundizar en dudas. Cuando baja el telón y la extraña lucidez del cautiverio permite percibir con claridad los mandatos exteriores y las exigencias autoimpuestas, la esclavitud disfrazada de diferencia y novedad que se camufla en la naturaleza indistinta de la existencia que llevamos antes del secuestro, como dice un amigo.

Pienso en la separación y en la cuarentena como algo para lo que inconscientemente nos venían preparando. Lo mismo que sucede en las cárceles, el encierro sigue siendo una práctica habitual en muchas instituciones. Sin ir más lejos, en el sur de la Ciudad de Buenos Aires, son varios los alojamientos para personas con padecimiento mental que albergan en torno a unas 1.000 personas. ¿Cómo lo estarán viviendo allá? Sería fácil decir que, antes del aislamiento, esta forma hospitalaria de privación de libertad amparada por leyes preludiaba las ansiedades que ahora sufrimos, confinados en nuestras casas y alejados de nuestros amigos y familiares por no sabemos cuánto tiempo, sujetos-sujetos  a reglamentos y normas de higiene que no alcanzamos a comprender y que, como ocurre en los manicomios, se legitiman en objetivas razones médicas.

Para los autónomos subproletarios y cosmopolitas que trabajamos en casa, no hace demasiado, salir a una reunión, ir a dar una clase, boxear en el club o ir al supermercado eran actividades que venían a romper la monotonía general de largas jornadas de más de diez horas delante del portátil, donde trabajar no era muy distinto de vivir (mal). Para no pensar que uno estaba perdiendo el tiempo, todo tenía, de algún modo, que responder a una utilidad. Estar vivo era lo mismo que participar de un proyecto de atribución personal y profesional. Incluso el cuidado de uno mismo respondía a esa lógica miserable. También salir a bailar, tomar cerveza con las amigas o tener sexo sucedía en espacios y dispositivos de socialización fuertemente tecnologizados, claramente atravesados por el cálculo y el interés empresarial.

Pero no quisiera moralizar. No seré yo quien critique a los que piensan que trabajo y placer pueden ser compatibles. Lo que estoy tratando de expresar es otra cosa. Desde hace días no dejo de pensar cómo las determinaciones soberanas y la voluntad propia, bajo la bandera de la libertad y el pretexto del desarrollo individual, respondían a métodos disyuntivos que producían la ilusión de vivir una forma de totalidad. Quererlo todo. Poder siempre más, de forma literal. Eso sí, una totalidad por completo profana, donde todo es intercambiable y todo parece lo mismo, donde la vida en comunidad está orientada a valorizar y valorizarse en términos económicos. Como escribe Guy Debord en La sociedad del espectáculo, vivimos en una forma de sociedad espectacular que reúne lo separado como separado, en una comunidad de individuos sin comunidad.  

En la Avenida Córdoba, Buenos Aires, de camino a sacar dinero, me topo con un cartel publicitario de Movistar. En azul corporativo, una tipografía cosmopolita enumera ofertas y beneficios para PYMES. Pantalones y chaqueta, look juvenil, ejecutivo: la mujer de la imagen ni va envejecer ni va a enfermar nunca. Inmunizada por el progreso técnico, es parte de esa comunidad sin comunidad. Trabaja sola aunque conectada, en su propia jefa en una empresa que no necesita trabajadores. Unos metros más adelante, un anuncio del Gobierno de la Nación, también en azul, recuerda que no estamos de vacaciones. Lo confirman los helicópteros a la mañana, así como los parques infantiles vacíos a la tarde, cuando bajo a pasear con el perro. Aunque de fondo se escucha un rumor: de repente, es imposible abstraerse de la sensación de que todos los días tienen algo idéntico. Un día festivo muy largo que empieza temprano, cuando tras leer las noticias en el celular y recordar que no es posible salir a tomar el aire, se precipitan las ganas de esconderse bajo las sábanas y cerrar los ojos. No salir de la habitación. Encerrarse ¿voluntariamente?, como la segunda semana de unas vacaciones con toda la familia, ya indistintas de una pesadilla.

El virus, por lo demás, a pesar de las nuevas tecnologías somático-políticas que nos protegen, propaga terrores viejos. Porque las fiestas, cuando son celebras con la seriedad de los antiguos, en el sentido sagrado que Bataille les otorgaba, siempre tienen como horizonte posible “esa parálisis que deriva del miedo”. Ocurría, por ejemplo, en los fines de semana totales que la generación de los años noventa disfrutó bailando en éxtasis. En cualquier momento, algo podía torcerse, algo podía salir mal. Por eso, para un instante mayor de placer absoluto, había que estar pendiente de los amigos y las amigas, había que cuidarse entre todos. Esa era una de las pocas reglas de las familias transitorias del universo rave. Ahora, superada y detenida, nuestra realidad parece haber tomado otro tipo de cariz terrorífico, igual aunque distinto del que presidía juegos y fiestas rituales. Porque a pensar de lo disminuido e higiénico de las fiestas-simulacro que se organizan en sitios web como ZOOM, lo está en juego es cómo queremos vivir la vida y no sólo por el hecho de que, en efecto, te puedes enfermar.

Una última cita de Bataille: “A fin de permanecer con vida, perder lo que constituye el sentido de la vida es lo que anuncia la soberanía del trabajo, que subordina todas las cosas al miedo a morir”. Sus palabras no pueden ser más actuales. Lo pienso mientras veo fotografías en Instragram de una amiga posando en su cuarto, muy cool, frente a su ordenador Apple, como estoy yo ahora mismo, indiferente al silencio de la calle, produciendo contenidos para tratar de rentabilizar el encierro, deseando volver cuando antes a la normalidad, como si nada hubiese pasado.

Y sin embargo, recuperar el sentido de la vida debería ser algo más que recuperar la normalidad. Podríamos, tal vez, en esta suspensión de la realidad, dedicar tiempo a escuchar nuestros malestares persistentes y reflexionar sobre la vida que deseamos llevar. Y así caer en la cuenta, en primer lugar, de cómo nos está costando saber, por ejemplo, si estamos más asustados por el miedo a la muerte o por la culpa que nos da esta distraídos y no poder rendir. Puede, incluso, que exista una tercera opción. Y sea posible, frente al vacío, experimentar la crisis como una lupa que profundiza el miedo que produce darse cuenta que de no nos vale con la existencia modelada que, bajo la forma de cuarentena blanda y falsa totalidad, llevábamos semanas atrás.

Son más de tres semanas paralizados por un asombro muy poco filosófico, cuando en realidad lo sorprenderte es, parafraseando a Wilhelm Reich, que ante la extrema desigualdad y la pobreza que vive el mundo, los estados de excepción, las crisis de gobernanza y la muerte a gran escala no constituyan la norma. Más de tres semanas, decía, y seguimos sin ser capaces de imaginar ejercicios y programas de vida para inventar un futuro mejor. Es gracioso cuando nos pregunta qué es lo que queremos hacer cuando esto termine, como si un día, sin más, se fuera a terminar la dominación que soberanamente nos hemos impuesto. Mientras la historia tiene lugar, nos limitamos a organizar la rutina. Participamos de clases de yoga y ejercicios espirituales online, hacemos cursos de Deleuze, tutoriales de gimnasia guiados por cuerpos blancos y musculosos y aprendemos a cocinar platos exóticos. “En casa encerrada, las horas pasan más rápidas y, aun teniendo todo el día por delante, no tengo tiempo para nada”, me confiesa una amiga. “Me está constando concentrarme”, me dice otra. El cuerpo se rebela y el deber de mantenerse ocupado y productivo, que pensábamos dependía de la voluntad, se ve anulado. Queremos no ser aguafiestas. Ni hablar de regalarse un momento para frenar, bloquearlo todo y pensar qué es lo que en verdad deseamos hacer.

Frente a un escenario que hace ridículo el lema-movilización de la generación J.A.S.P, vivo “entre casa y la oficina”, me vuelve como un fantasma una imagen de hace años. En un piso del madrileño barrio de Las letras, en una habitación de no más de 10 m2, veo la cama individual de un amigo pegada contra el escritorio. Presidiendo la escena, un ordenador de mesa y una pantalla plana sobre varios libros gordos. El borde de la silla ergonómica que usa para trabajar, literalmente, se mete por las sábanas. Por si necesita echar una cabezada a lo largo de su jornada laboral, por si sobreviene la fatiga… Ahora lo entiendo. No se trataba de una imagen costumbrista post-universitaria, ni tampoco de una estampa propia del mundo de las instituciones totales, antes de las sociedades de control. Era una visión: era el futuro mismo, la apoteosis del programa pastoral extendido, la célula-celular, el se-alquila-monoambiente-tipo-loft.

Si es que por un momento somos capaces de frenar la máquina neurótica y su incesante producción de necesidades, este cotidiano que se ha impuesto de manera externa, tan nuevo pero tan indistinto, visibiliza un suelo de sumisión: el terror al sinsentido de una existencia atravesada por la falta y la aspiración, a una vida sin más mundo y sin más totalidad que los audios y los e-mails por recibir y contestar.

Como el obrero que no puede más y se niega a producir más en el círculo de valor que le separa de lo que produce y le produce, me pregunto si es posible romper el código, romper con cierto modo de ser uno mismo. Sentir la crisis y experimentar la cercanía de la muerte no como algo excepcional que nos distrae, sino como un instante sagrado e intempestivo que agudiza nuestra sensibilidad común, como lo que permite la recuperación de cierta esfera de soberanía a la vez personal y colectiva. Y no solo para articular una cadena de causas y efectos que expliquen lo que está pasando. Necesitamos más prácticas, menos sistemas y menos teoría general. Son momentos para escurriese en las inquietudes, para llevar a cabo un movimiento hacia adentro que permite sentir las intensidades de esta curiosa forma de angustia final de mundo, como la llama otro amigo. Y por qué no, para enloquecer un poco y alucinar otras experiencias de existencia. Cambiar obligación por deseo. O mejor, introducir el deseo en la  producción, entregándose a esa extraña fuerza que prevalece y es capaz de transformar la realidad. Pareciera que tenemos tiempo, incluso, para darnos el lujo de confundirnos, que nunca será lo mismo que vivir confundidos.

Como si fuera ayer. Crónica de la psicodeflación #3 // Franco «Bifo» Berardi

Parte #1 // Parte #2 // Más allá del colapso

26 de marzo

Nieve. Me levanto a las diez de la mañana, miro hacia afuera, el techo es blanco y la nieve es espesa. Las sorpresas no terminan. Nunca se agotan. 

Un artículo de Farhad Manjoo habla de un tema perturbador, inquietante, casi incomprensible: la falta de material sanitario, como máscaras y respiradores. Es un asunto que obsesiona a los trabajadores de la salud estadounidenses e italianos.

¿Cómo es posible? Manjoo, que generalmente habla sobre temas tecnológicos, ahora se pregunta cómo es posible que en un país ultramoderno, el país más poderoso del mundo, donde se producen aviones invisibles que pueden correr a velocidades supersónicas y atacar sin ser vistos por los sistemas antiaéreos del enemigo, no sean capaces de proveer máscaras para todo el personal médico, paramédico y para los físicos que están comprometidos en acciones de salud masivas para salvar a la mayor cantidad posible de personas de la muerte.

La respuesta de Manjoo es tan simple como escalofriante:

«Los motivos por los que no contamos con el material de protección implican un conjunto de patologías propias del capitalismo, específicamente, estadounidense: la atracción irresistible por el bajo costo de la mano de obra en países extranjeros, y el fracaso estratégico causado por la incapacidad de considerar las vulnerabilidades que esto conlleva».

La cuestión es que el 80% de las máscaras se producen en China. Ninguno de los países que profesan la teología del mercado y la competencia las producen. ¿Por qué hacerlo si pueden invertir en productos que generan grandes ganancias? Los objetos de bajo costo los fabrican en países donde los costos laborales son muy bajos.

Manjoo escribe que en Estados Unidos solo tienen disponibles 40 millones de máscaras, mientras que se espera que los médicos necesitan 3 mil quinientos millones para enfrentar la epidemia en los próximos meses. Esto significa que la mayor potencia militar del mundo tiene el 1% de las máscaras que necesita. Las empresas que pueden ser capaces de producir este objeto simple y raro dicen que llevará unos meses activar la producción en masa. Suficiente para que el virus convierte a las grandes ciudades estadounidenses en hospitales.

Una teoría que circula en internet dice que el virus fue producido por el ejército estadounidense para atacar a China. Si ese fuera el caso, tendríamos que admitir que los militares estadounidenses son tipos bastante improvisados. Actualmente, existe la creciente sensación de que Estados Unidos será el país donde la epidemia causará mayor daño. 

 

27 de marzo 

A eso de las once de la mañana salí a la farmacia. Pasaron dos semanas desde la última vez que me fui de casa. 

Lloviznaba un poco perro tenía puesta una capucha negra que protegía mi cabeza. Caminé por Via del Carro, crucé la plaza San Martino, había una larga fila esperando frente al supermercado en Via Oberdan. Bajé por Via Goito, crucé por la increíblemente desierta Vía Indipendenza. Me metí por Manzoni, finalmente subí por Parigi y llegué a la Farmacia Regina donde había pedido los medicamentos para el asma y la hipertensión, que ya se me estaban acabando. Poca gente en las calles. En la puerta de la farmacia, había cinco personas esperando en la fila. Todos tenían máscaras, algunas verdes, algunas negras, otras blancas. Distancia de dos metros en una especie de baile silencioso.

La Unión Europea huele a podrido. Es el olor de la avaricia, propia de gente mezquina, inhumana. En el verano de 2015, todos fuimos testigos de la muestra de arrogancia y cinismo con la que desde el Eurogrupo se humilló a Alexis Tsipras, al pueblo griego y su voluntad expresada democráticamente, imponiendo medidas devastadoras para la vida de ese país. Desde ese momento, creo que la Unión Europea está muerta, también que sus los líderes del norte de Europa son unos ignorantes, incapaces de pensar y sentir.

La violencia que estalló contra los migrantes a partir de aquel año, acompañada por el cierre de fronteras, la creación de campos de concentración, la entrega de refugiados al sultán turco y a los torturadores libios me han convencido de que no solo la Unión Europa es un proyecto fallido, completamente fracasado, sino que la población europea, en su abrumadora mayoría, es incapaz de asumir la responsabilidad del colonialismo y, en consecuencia, está lista para aceptar las políticas de los campos de concentración, con el fin único de proteger su miserable prosperidad.

Pero hoy, en la reunión en que los representantes de los países europeos discutieron la propuesta italiana que proponía compartir el peso económico de la crisis sanitaria, han superado cualquier señal previa, cualquier mínimo de decencia.

Frente la propuesta de emisión de los llamados coronabonos o de recurrir a medidas de intervención ilimitadas que no resulten en deudas para los países más débiles, los representantes de Holanda, Finlandia, Austria y Alemania respondieron de manera escalofriante. Más o menos dijeron: posponemos todo por catorce días. Veamos si la epidemia afecta a los países nórdicos con la misma violencia con la que ha afectado a Italia y España. En ese caso hablaremos nuevamente. De lo contrario, no se habla en absoluto.

Estas no son exactamente las palabras pronunciadas por el holándes Rutte y sus compinches. Pero si son las razones de su aplazamiento. 

Boris Johnson dio positivo en su examen. Se contagió. También su ministro de salud. Sería de mal gusto reírse de las desgracias ajenas, por lo que voy a quedarme callado. Es suficiente con recordarles que hace unos diez días Johnson dijo: «desafortunadamente, muchos de nuestros seres queridos morirán», adelantando la teoría de que era de esperar que murieran medio millón de personas, para así poder desarrollar las defensas inmunes necesarias para resistir. Es la selección natural, la filosofía que el neoliberalismo thatcheriano heredó del nazismo hitleriano, la filosofía que ha gobernado el mundo durante los últimos cuarenta años.

A veces no funciona de esa forma.

28 de marzo

En la oscuridad azulada de una Plaza San Pedro inmensa y vacía, la figura blanca de Francisco se muestra debajo de una gran carpa iluminada. Habla con un pueblo que no están ahí, pero lo escucha desde lejos. Abre los brazos y extiende su mano sobre la columnata que abraza a Roma y al mundo. Dice cosas impresionantes, desde el punto de vista teológico, filosófico y político.

Dice que este flagelo no es un castigo de Dios. Dios no castiga a sus hijos. Francisco hizo de la misericordia el signo de su papado, desde las primeras palabras que dijo, después del ascenso al trono de Pedro, en una entrevista publicada en La Civiltà Cattolica .

Si no es un castigo divino, entonces, ¿qué es? Francisco responde: es un pecado social que hemos cometido. Hemos pecado contra nuestros semejantes, hemos pecado contra nosotros mismos, contra nuestros seres queridos, contra nuestras familias, contra los migrantes, los refugiados, los trabajadores pobres y precarios.

Después agrega que fuimos tontos al creer que podíamos estar sanos en una sociedad enferma. 

A las once de la mañana, mi primo Tonino, también médico, me llamó (¿ahora son todos médicos y yo nunca di cuenta?). Me preguntó cómo andaba, con esa voz siempre perturbada y jadeante, y me contó una de las bromas por las que siempre ha sido famoso en la familia: «qui gatta ci covid» [N.E.: Qui gatta ci cova significa “aquí hay gato escondido”]

29 de marzo

Peo es un amigo, un compañero, también es médico y ha sido mi médico durante muchos años. Varias veces se ocupó de mi mala salud. Siempre que fui a su clínica me encontré con una larga fila de pacientes de todos los tamaños y colores y esperé horas antes de ser recibido para luego revisarme y pronunciar diagnósticos profundos como poemas y precisos como su bisturí. Luego, vendrían propuestas de múltiples tratamientos libertarios. 

Cuando se jubiló, hace ya seis meses, se fue a Brasil, donde había ejercido su profesión a principios de siglo, con su pareja y sus dos hijos mayores. Hace unas semanas, de repente, regresó a Italia donde vive Jonas, su hijo menor que estaba a punto de recibirse en la universidad (finalmente se graduó, pero a través de Skype).

Peo había planeado irse un tiempo después, pero quedó atrapado. Está viviendo solo en un pequeño departamento en via del Broglio, y esta mañana se acercó mi ventana y me llamó desde abajo. Miré por el balcón y conversamos durante unos minutos. Después, se alejó trotando. 

Antonio Costa, el primer ministro de Portugal, realizó una conferencia de prensa para responderle al ministro de finanzas holandés, Wopke Hoekstra, quien durante el fallido Consejo de la Unión Europea del jueves pidió que una comisión iniciara una investigación sobre las razones por las cuales algunos países dicen que no tienen margen presupuestario para hacer frente a la emergencia del coronavirus, a pesar de que la Zona Euro ha estado creciendo durante siete años. Hoekstra no mencionó ningún nombre, pero la referencia a Italia y España era evidente, hasta ahora los países de la UE más afectados, como era clara hacia los líderes del «grupo de los nueve» que apoya la necesidad de los eurobonos. Lo que queda claro es que Hoekstra quiere un juicio contra los países donde la pandemia ha sido más dura. 

«Este discurso es repugnante en el actual contexto de la Unión Europea», dijo el líder socialista portugués en conferencia de prensa. «Y digo repulsivo porque nadie estaba preparado para enfrentar un desafío económico como vimos en 2008, 2009, 2010 y en los años siguientes. Desafortunadamente, el virus nos afecta a todos por igual. Y si no nos respetamos y no entendemos que, ante un desafío común, debemos ser capaces de una respuesta común, nada se ha entendido de la Unión Europea … Este tipo de respuesta es absolutamente irresponsable, es de una mezquindad repulsiva y perjudicial, que socava el espiritu de la Unión Europea. Es una amenaza para el futuro de la UE, si es que la UE quiere sobrevivir «. Costa finalizó diciendo que «es inaceptable que un líder político, de cualquier país, pueda dar esa respuesta».

Hoy recibí una carta por correo. Dentro había una postal sin firmar donde había una pequeña cantidad de hachís. Tal vez alguien lo mando después de leer mi diario de la psico-deflación donde dije que ya no tenía nada. De todo corazón, muchas gracias.

En los diarios aparece la foto de Edi Rama, presidente de Albania.

En un gesto de gran nobleza, envió treinta médicos de su pequeño país a Italia. Los acompañó al aeropuerto donde, rodeado de estos grandes muchachos vestidos con sus batas blancas, dio un discurso en italiano. Dijo que sus médicos, en lugar de quedarse en Albania como reservas, vienen aquí, donde más ayuda se necesita. Y también encontró una manera de agregar que los albaneses están agradecidos con los italianos (está siendo demasiado amable) por haberlos protegido y recibido en los años más difíciles y que, por lo tanto, están felices de venir y ayudarnos a diferencia de otros que, a pesar de ser mucho más ricos que nosotros, les dieron la espalda.

Bravo Edi, viejo amigo.

Lo conocí en París en 1994, cuando él vivía en la casa de un amigo mío.

Me dijo que había estudiado en la Academia de Bellas Artes de Tirana, y me contó una anécdota muy divertida. Como estudiante, en los días de la autarquía absoluta de Enver Hoxha, quería ver las obras de Picasso, de las que había oído hablar. El director de la academia lo llevó a su oficina, cerró la puerta con llave, sacó un libro de un estante, lo abrió en las páginas dedicadas a Picasso y, sosteniendo el libro en sus manos, le mostró los trabajos secretos que quería ver.

En París, Edi era pintor, y por las noches iba al metro para romper carteles publicitarios y pintar en ellos. Tengo uno de sus trabajos en casa que muestra un pie verdoso aplastando un micrófono multicolor. Post Surrealismo-tecno.

Luego, en 1995, vino a Italia, cuando yo trabajaba en el consorcio de University City. Lo invité a dar una conferencia en el gran salón de Santa Lucía. Vinieron muchos albaneses y fue un gran quilombo, todos hablaban al mismo tiempo. Pero cuando Edi tomó la palabra todos se quedaron callados. 

Edi regresó a Albania, inmediatamente después, en el momento en que se produjo la insurrección de 1996 tras el colapso financiero y, desde el exilio, regresó para transformarse en ministro de cultura.

Me invitó a visitarlo. Fui a Tirana con un avión ruso, el aeropuerto parecía un mercado. Ancianas vestidas de negro que daban la bienvenida a sus hijos y maridos con grandes gestos, animales, gritos, estruendos extraños. Afuera había un auto negro con vidrio azulado esperándome.

Cruzamos la ciudad que entonces era toda gris, casi fantasmal. En los años siguientes, cuando Edi se convirtió en alcalde, volvieron a pintar todas las paredes de diferentes colores. 

El auto negro con vidrio azul me llevó al ministerio de cultura donde Edi me estaba esperando. 

El ministerio estaba totalmente vacío. Nada, ni siquiera sillas para sentarse, solo polvo y pasillos pintados en amarillo. Edi me estaba esperando en una habitación vacía vestido como un explorador inglés en África, con pantalones blancos hasta la rodilla y una campera con grandes bolsillos verdes.

Nos abrazamos, después me pidió perdón por el ambiente un tanto desnudo. “¿Sabes cuánto presupuesto tengo? Cero coma cero cero”. Los albaneses eran condenadamente pobres, pero estaban llenos de gente creativa, educada y cosmopolita. Me dijo Edi que Veltroni le había prometido que le enviaría dinero. Espero que se lo haya enviado, aquella vez. 

Me alojé en una casa proletaria de un amigo suyo, donde fumaban porro todo el día. Pasé una semana maravillosa en Tirana, donde también conocí a un grupo de muchachos de la Toscana que trabajaban una organización de voluntarios. Después me subí a un micro y salí de Tirana para visitar Berat, la ciudad de las mil ventanas. Durante el viaje, un chico me invitó a visitar su casa y me mostró dos o tres Kalashnikovs, que tenía abajo de la cama. . 

Me gustaría volver a Berat, pero a veces me pregunto si voy a poder volver a viajar en el futuro que nos espera. Confieso que es la pregunta que más me atormenta en estos días tranquilos.

Imágenes preocupantes provienen de India después del confinamiento decidido por el gobierno. Largas filas frente a los bancos, columnas de personas que salen de las ciudades para regresar a sus aldeas. Aquellos que tenían trabajos ocasionales ahora se encuentran en condiciones de miseria absoluta. La dictadura neoliberal de treinta años ha creado condiciones de precariedad social y fragilidad física y mental en todas partes. 

Tarde o temprano va a ser necesario un juicio de Nuremberg para aquellos como Tony Blair, Matteo Renzi y  Narendra Modi. El neoliberalismo que han inoculado en nuestras células ha casuado destrucciones de un nivel muy profundo, ha atacado la raíz misma de la sociedad: el genoma lingüístico y psíquico de la vida colectiva. 

30 de marzo

Micah Zenko escribe en The Guardian que la propagación del virus es la mayor falla de inteligencia en la historia de Estados Unidos. Cada día que pasa, las noticias de Nueva York son más dramáticas. El gobernador Cuomo toma decisiones que contradicen explícitamente las afirmaciones de Trump.

La brecha entre la Presidencia y los centros metropolitanos de poder se profundiza cada día.

Un editorial del New York Times, escrita por Roger Cohen, ha capturado mi atención. El artículo es una pieza de literatura civil con cierto tono lírico. Pero, sobre todo, es un llamado de atención al futuro político (y de salud) próximo de los Estados Unidos. 

Traduzco algunos pasajes:

“Esta es la primavera silenciosa. El planeta se ha vuelto silencioso, tan silencioso que casi podes escucharlo girando alrededor del sol, sentir su pequeñez y, por una vez, imaginar la soledad y la fugacidad de estar vivo.

Esta es la primavera de los miedos. Una leve irritación en la garganta, un estornudo, y la mente se acelera. Veo una rata solitaria deambulando por Front Street de Brooklyn, una bolsa de basura abierta por un perro, y me recorre un vértigo apocalíptico de miseria y suciedad. Peatones enmascarados dispersos en calles vacías parecen sobrevivientes de una bomba de neutrones. Un patógeno del tamaño de una milésima parte de un pelo humano ha suspendido la civilización y ha desatado la imaginación…

Es tiempo de un reset total. En Francia hay un sitio web que le dice a las personas, en el radio de un kilómetro de sus casas, donde pueden hacer ejercicio. Es la medida de mundo la que quedó reducida para todos”

Luego de una revelación lírica exitosa, Cohen llega al punto. Y su punto, es bastante interesante, si pensamos que Cohen no es un bolchevique, sino un pensador liberal ilustrado, bien lejano del socialismo sandersiano:

“La tecnología perfeccionada para que los ricos globalicen sus ventajas también ha creado el mecanismo perfecto para globalizar el pánico que está generando que los portfolios/carteras entren en caída libre.

Algunas voces místicas susurran: hagamos las cosas de manera diferente al final de este flagelo, de manera más equitativa, más respetuosa con el medio ambiente, o seremos nuevamente golpeados. …  No es fácil resistirse a estos pensamientos y quizás no debemos resistirnos, de lo contrario no seremos capaces de aprender nada».

 

 

En este punto, Cohen hunde su espada:

«En un año electoral es intolerable presenciar la mezcla de incompetencia total, el egoísmo devorador y la inquietante inhumanidad con la que el presidente Trump respondió a la pandemia, y es difícil no temer alguna forma de golpe-corona. El pánico y la desorientación son precisamente los elementos sobre los que prosperan los aspirantes a dictadores. El peligro de una sacudida autocrática estadounidense en 2020 es tan grande como el del virus.

Este es el mundo de Trump hoy: inconsistente, incoherente, poco científico, nacionalista. Ni una palabra de compasión por el aliado italiano afectado. Ni una palabra de simple decencia, solo mezquindad, pequeñez, fanfarronería…  el fóbico a los gérmenes propagó el germen de la mentira».

En el mismo diario, sin embargo, leí que el apoyo a Trump nunca había sido tan alto: la mayoría de los estadounidenses, y especialmente la gente que defiende la segunda enmienda, aquellos que tienen armas en sus casas, están de su lado, se sienten tranquilizados por su arrogancia. 

Premoniciones oscuras sobre el futuro estadounidense.

1 de abril

En el sitio web del Network Culture Institute, el centro de investigación de Amsterdam fundado por Geert Lovink, leí un artículo firmado por Tsukino T. Usagi , «The Cloud Sailor Diary: Shanghai Life in the Time of Coronavirus», sobre el último mes en Shanghai contado por un joven precario con un estilo introspectivo y deslumbrante. Traduzco un pasaje:

«El día después de las noticias oficiales que confirmaban el comienzo de la epidemia, salí a caminar por el paseo marítimo de Shanghai. La visión del río Huangpu estaba cubierta por un pesado smog. Hermoso. Tóxico. Una visión apocalíptica, por cierto. 

Por la noche empecé a sentirme mal. debe ser un resfrío o una gripe, pensé. Al día siguiente fui a trabajar, como todos los días. Mi enfermedad se puso peor. Mis síntomas incluían fiebre, sequedad de garganta, dificultad para respirar. Exactamente lo que se describe en las noticias en relación a la infección.

Pensé: «Así me voy a morir?”. Tenía miedo, pero no entré en pánico. Comencé a reconstruir los escenarios que podrían haber causado estos síntomas: había estado en un vagón del subte lleno de pasajeros desconocidos. Algunos de ellos podrían haber tenido el virus. Uno de mis compañeros de trabajo había tosido durante mucho tiempo. El aire estaba tan contaminado, un día horrible. Mis pulmones estaban a punto de explotar mientras cruzaba con el ferry.  Incluso antes del coronavirus, el smog transportado por el viento podría haberme matado. Pero ahora, cuando miro al aire, solo veo la amenaza del coronavirus. ¿Será que desaparecieron todo el resto de las amenazas?

La civilización humana se ejecuta en una máquina en continuo movimiento impulsada por líneas de reproducción aleatorias. La fábrica de reproducción global no tiene casa central. Es la infraestructura más descentralizada, más inútil e insensata y, al mismo tiempo, más controlada. India es el caldo de cultivo para el trabajo cognitivo de bajo costo cuya contribución a Silicon Valley y a otras regiones tecnológicas no puede subestimarse. En estos días, los científicos están buscando nuevas formas de lidiar con la ansiedad por la muerte. El mundo preferirá, pronto, tener hijos mecánicos en lugar de hijos humanos. Pero esto no evitará la extinción del humano».

2 de abril

San Francisco de Paola. Mi onomástico.

«La voz es la cuña que rompe el silencio que hay allá afuera y también dentro del desierto digital», me escribe mi amigo Alex, al final de una enigmática meditación, muy densa.

En otro mensaje, Alex me habla sobre Radio Virus, que transmite desde los laboratorios desterritorializados de Macao, Milán. «Lástima que transmitan tan poco», dice Alex. Hagámosla llegar más lejos. Pueden escucharla acá.

La controversia se está extendiendo entre la Región de Lombardía y el gobierno central. Buscan alguien para culpar. No es sorprendente que maestros del cinismo como Renzi y Salvini lo intenten. Su trabajo es especular con las desgracias de otros para hacerse notar. Pero creo que es una discusión innecesaria en este momento. No solo porque, en medio del pico de la epidemia, es mejor centrarse en lo que hay que hacer que en desquitarse con aquellos que no han hecho nada por cambiar. Pero sobre todo porque los verdaderos responsables no son solo  aquellos que en los últimos meses han estado tratando de operar en una situación objetivamente difícil. 

Los responsables son aquellos que, en los últimos diez años o, mejor, en los últimos treinta años, desde Maastricht en adelante, han impuesto las privatizaciones y los recortes en los costos laborales.

Gracias a estas políticas, el sistema de salud público se ha debilitado, las unidades de cuidados intensivos se han vuelto insuficientes, los establecimientos de salud territoriales han sido desfinanciados y reducidos, y los pequeños hospitales fueron forzados a cerrar.

Al final de esta historia se tratará de culpar a algún funcionario o dirigente. La izquierda culpará a la derecha y la derecha culpará a la izquierda. No caigamos en la trampa. Sería necesario ser radicales. La derecha y la izquierda son igualmente responsables de la devastación producida por el dogma neoliberal compartido. 

Por sobre todas las cosas, se tratará de mover recursos hacia la salud pública, hacia la investigación. Se tratará de saber para qué están destinados hoy los recursos. 

Reducir drásticamente el gasto militar, desviar ese dinero a la sociedad. Expropiar sin compensación a quienes se han apropiado de bienes públicos como carreteras, transporte ferroviario, agua. Redistribuir los ingresos a través de un impuesto a la propiedad.

Este programa debe consolidar, ampliar, involucrar asociaciones, personas, instituciones. 

3 de abril

Comencé a leer A History of the American people, de Paul Johnson, un historiador de derecha, muy nacionalista, un apologista de la misión estadounidense. 

Trato de reconstruir los hilos que han tejido la civilización estadounidense porque me parece que ese lienzo se está desmoronando rápidamente. 

Comenzó después del 11 de septiembre de 2001 cuando el genio estratégico de Bin Laden y la idiotez táctica de Dick Cheney y George Bush empujaron al mayor gigante militar de todos los tiempos a una guerra contra sí mismo, la única que podía perder. Y la ha perdido, y continúa perdiéndola, hasta el punto de que esta guerra interna (social, cultural, política, económica) eventualmente desgarrará al monstruo desde adentro. Desde 2016, Estados Unidos ha estado al borde de una guerra civil.

Parece que Trump se está preparando para ganar las elecciones. La mitad de los estadounidenses lo apoyan, más o menos. Como esa gran parte que en los últimos días se ha apresurado a comprar armas como si todavía no tuvieran suficientes.

La otra mitad (es decir, el FBI, una parte del ejército, el estado de California, el estado de Nueva York y varios otros estados, especialmente las grandes metrópolis) están aterrorizados, ofendidos por las agresiones del presidente, y hoy se sienten abandonados a la furia del virus, que golpea más fuerte en las grandes concentraciones cosmopolitas y tal vez menos en las ciudades del Centro-Oeste. 

Trump dijo que no será amable con los gobernadores que no lo hayan sido con él. De hecho, California no recibe ayuda médica del estado central. Me pregunto por qué California no debería negarse pronto a contribuir al presupuesto del Estado Federal.

En ese país donde el mercado laboral es una jungla despiadada y no regulada, diez millones de trabajadores quedaron desempleados en tres semanas. Diez millones, y este es solo el principio.

Por supuesto, no sé cómo evolucionarán las cosas, pero creo que después de la epidemia, se verán efectos más devastadores en Estados Unidos que en otros lugares porque la cultura privatizadora e individualista es una invitación de lujo para el virus. Algo muy grande está por pasar. 

La gente de la segunda enmienda contra las grandes ciudades, y viceversa. ¿Una guerra de secesión no homogénea?

Estaba leyendo La Repubblica en el baño esta mañana, y vi una foto en la tercera página, donde hay una lista de los 68 médicos que murieron mientras hacían su trabajo en la furia de la epidemia. 

Valter Tarantini era el más guapo de mi curso en la escuela secundaria Minghetti. Ciertamente, el más hermoso, no había competencia: ojos rubios, altos y claros, una sonrisa irónica, alegre, descuidada. Yo le caía muy bien, a pesar de mi aspecto malhumorado y del hecho de que estaba leyendo El Capital de Marx. Tal vez esa era la razón por la que le le gustaba andar conmigo. 

Éramos compañeros de clase en la escuela secundaria. Yo y él, Pesavento y Terlizzesi, en los bancos de la parte de atrás de la clase. Un cuarteto anarcoide, muy diferentes pero todos éramos amigos.

Valter vivía en una casa de la alta burguesía en el quinto piso de via Rizzoli 1, justo en frente de la torre Garisenda. Una tarde fui a su casa para explicarle un poco de filosofía porque no quería leer el libro de Ludovico Geymonat. Tenía mejores preocupaciones que leer a Hegel y a Kant. Le gustaban mucho las chicas, quería ser ginecólogo, y realmente lo cumplió. Era médico en Forlì, y es uno de los sesenta y ocho médicos que murieron haciendo su trabajo. 

Se me hizo un nudo en la garganta, mierda cuando vi su pequeña foto. El Dr. Tarantini tenía setenta y un años, pero en la foto se puede ver que siempre fue hermoso, con una sonrisa amable y despectiva al mismo tiempo. Nunca lo volví a ver después del examen en el verano de 1967, y ahora me duele, tengo ganas de llorar porque no fui a la cena de los viejos compañeros del secundario hace unos diez años, y sé que preguntó por mí. Nunca lo volví a ver, pero realmente lo recuerdo como si fuera ayer…  qué frase tan tonta salió de mí. Como si fuera ayer… Pienso un poco. Lo vi, por última vez, hace cincuenta y dos años. Después, nunca lo volví a ver hasta esta mañana, en el baño, en la República, en una pequeña foto en la tercera página.

Traducción y edición colectiva: Martín Rajnerman, Facu A., León L., Celia Tabó

Para seguir leyendo a Franco «Bifo» Berardi!

Distanciamiento Social // Giorgio Agamben

 

Giorgio Agamben, 6 de Abril. Quodlibet Blog

 

«No sabemos donde nos espera la muerte, la esperamos en todos lados. La meditación de la muerte es la meditación de la libertad. El que aprendió a morir, a desaprendido a servir. Saber morir nos libera de toda sumisión y coerción.»
Michel de Montaigne

 

Es así como la historia nos enseña que cada fenomeno social tiene, o puede tener, implicaciones políticas, es oportuno prestarle particular atención al nuevo concepto que desde hace poco ingresó al léxico politico de occidente: el «distanciamiento social». Si bien el termino fue acuñado como un eufemismo respecto a la crudeza que adquiere el termino «confinamiento» usado precedentemente, es necesario preguntarse què cosa podría ser un ordenamiento politico fundado sobre èso. Esto es tanto mas urgente, en cuanto no se trata solamente de una hipótesis puramente teorica, aunque sea verdad, como se comienza a decir: que la emergencia sanitaria actual puede ser considerada como el laboratorio en el que se prepara el nuevo orden sociopolitico para la humanidad.

 

Pese a que existen, como sucede cada vez, los imprudentes que sugieren que tal situación se podría considerar, sin mas, positiva y que las nuevas tecnologías digitales desde hace un tiempo nos permiten felizmente comunicarnos a distancia, yo no creo que una comunidad fundada sobre el «distanciamiento social» sea humana y politicamente vivible. En cada caso, y desde cualquier perspectiva, me parece que es sobre èste tema que tenemos que ponernos a reflexionar.

 

Una primer consideración atiende a la naturaleza verdaderamente singular del fenomeno que produjeron las medidas de «distanciamiento social». Canetti, en su obra maestra <Masa y poder>, define la masa sobre la que el poder se funda a través de la implementación del miedo a ser tocados. Mientras el hombre tiene un miedo habitual a ser tocado por extraños, y todas las distancias que les hombres establecen en torno a si mismes nacen de este miedo, la masa es la unica situación en que ese miedo se convierte en su opuesto. «Solo en la masa el hombre puede ser redimido del temor de ser tocado. Desde el momento en que nos abandonamos en la masa, ese temor desaparece. Quiensea que se nos venga encima es igual a nosotros, lo sentimos como nos sentimos a nosotres mismes. De golpe es como si todo lo que sucede, estaría sucediendo en un unico cuerpo. èste reverso al temor de ser tocado es una peculiaridad de la masa. El alivio que se logra en ella adquiere una medida de belleza mientras mas densa es, y eso es justamente la masa«

 

No se que habría pensado Canetti acerca de esta nueva fenomenologia de la masa que tenemos enfrente: lo que las medidas de distanciamiento social y el pánico que se ha creado es ciertamente una masa -pero una masa, por así decirlo, dada vuelta, invertida, formada por individuos que se tienen a toda costa distanciados entre si. Una masa, pero no densa, enrarecida pero que es todavía una masa, si èsta, como Canetti precisa unas lineas mas abajo, està definida por su caracter compacto y pasivo, en el sentido en que «un movimiento verdaderamente libre no seria posible de ninguna manera… èsta espera, espera un líder, que deberà presentarsele«.

 

Un par de paginas mas adelante, Canetti descrive la masa que se forma mediante una prohibicion, «en la cual muchas personas reunidas quieren todas juntas dejar de hacer eso que hasta el momento habían hecho por si solos. La prohibición es brusca: elles se la imponen por si mismes, y en todos los casos repercute con la máxima fuerza. Es categòrico, como un orden; y eso es finalmente su carácter negativo«.

 

Es importante no dejar de lado que una comunidad fundada sobre el distanciamiento social no tendría nada que ver, como ingenuamente se podría creer, con un individualismo tirado al exceso: esa seria, propio lo contrario, como esta que vemos hoy en torno a nosotres, una masa enrarecida y basada en la prohibición, la proscripcion, y tal vez propiamente por esto, particularmente compacta y pasiva.

 

Trad: Cosmopardo

6abril2020

 

Guayaquil, ‘colonial’ virus // Mafe Moscoso Rosero

Cadáveres desperdigados por la vía pública, cuerpos agonizantes abandonados a su suerte en las calles… Esas son algunas de las consecuencias de la llegada del COVID-19 a Guayaquil. Analizamos el trasfondo colonialista que esconde la catástrofe humanitaria que se está viviendo en la ciudad ecuatoriana.

Alerta 14. Soy quiteña, pero mis abuelos Raúl y Eugenia vivían en Guayaquil. De niña, pasé varios veranos con ellos, caminando de su mano por una ciudad rumbera, caótica, húmeda y calurosa donde aprendí a comer arroz con lentejas, huevo frito y patacones y a ver, junto a Raúl, a Tres Patines y el tremendo juez en la tremenda corte en la televisión. Desde la dolorosa distancia, hoy imagino esas calles que caminamos tantas veces. Esas calles sobre las que ahora reposan personas que, por la emergencia ocasionada por el COVID19, agonizan en ellas sin recibir atención médica. Esas calles sobre las que yacen decenas de cadáveres que están expuestos, abandonados, pero no olvidados. Nunca olvidaremos.

Ecuador es el tercer país más pequeño de Sudamérica. Sin embargo, ocupa el segundo lugar en contagios y muertes después de Brasil.

En enero, un vuelo procedente de Madrid aterrizó en Guayaquil. En ese vuelo viajaba la paciente 0, una mujer de 71 años que vivía en Torrejón de Ardoz, Madrid.  Ella residía en España, con sus dos hijos. El 13 de marzo, la mujer moría y días más tarde, su hermana también fallecía. Desde entonces, sabemos que en las últimas horas la ciudad ha entrado en estado de emergencia pues acumula más casos y muertos por COVID-19 que países de Sudamérica como Perú, Argentina, Colombia, Uruguay, Venezuela, Bolivia y Paraguay. Ecuador es el tercer país más pequeño de Sudamérica. Sin embargo, ocupa el segundo lugar en contagios y muertes después de Brasil. Esto, por supuesto, no es una casualidad. Hay varios factores (entre los principales, la pésima gestión estatal, tanto nacional como local, de la pandemia) entre los cuales me gustaría compartir uno vinculado a los focos de contagio.

A finales de los 90´s, cuando España experimentaba su burbuja económica, el mercado de trabajo precisaba de mujeres provenientes del sur global dispuestas a vender su mano de obra a cambio de salarios bajos. Para que las mujeres españolas pudieran trabajar fuera de casa fue fundamental que miles de mujeres, especialmente provenientes de América Latina, se hicieran cargo de la limpieza y los cuidados de sus hogares. Las políticas coloniales implementadas por los países del norte global (EEUU y Europa) en nuestros territorios (extractivismo, presencia de multinacionales, tratados de libre comercio, programas de cooperación al desarrollo, cátedras universitarias, etc.) cuyas lógicas de explotación son reproducidas por las élites criollas a nivel local, llevan expulsando hace décadas a las personas de sus países, sus paisajes, sus familias. A finales de los 90’s, las cadenas globales de cuidados operaron de tal modo que miles de ecuatorianas viajaron a España, convirtiéndonos en la comunidad de migrantes más numerosa del país.  En aquellos días en los que hubo trabajo en España, el mercado se caracterizó por estar poderosamente etnificado y sexogenerizado: las mujeres llegaban y ocupaban ciertos puestos de los cuales pocos eran valorados y no correspondían con sus titulaciones, estudios o experiencias previas. Su trabajo, que es invisible y poco apreciado, ha sostenido durante años la economía española y en su momento sostuvo la economía ecuatoriana. Con la crisis del nuevo milenio, muchas migrantes retornaron, pero muchas se quedaron.

La conexión entre la expansión del virus [y] el número de expulsados que regresan a sus casas […] que debieron dejar, entre otros motivos, debido a la expansión de las políticas coloniales del norte al sur global y su perpetuación […] es evidente.

No conozco a la paciente 0, no sé su nombre, pero sé que era miembro de nuestra comunidad diaspórica, que muy posiblemente formaba parte del colectivo cuyo trabajo ha sostenido el sistema económico español en las últimas décadas y que en medio de la catástrofe desoladora que está teniendo lugar en España, es ―una vez más― excluido de las políticas de ayuda por parte del gobierno de España.

La paciente 0 viajó a Ecuador en enero de 2020, como lo hice yo también, porque es un buen momento: se puede aprovechar de las fiestas y se huye del frío invierno europeo. Ella “se iba para volver” (expresión que usamos en la zona andina de Ecuador), pero por desgracia nunca regresó. Junto a ella, viajamos cientos de ecuatorianos que vivimos en España y que, posiblemente y sin saberlo, también fuimos portadores del virus.

Días después, una vez que saltaron las alarmas, en Guayaquil se celebró una gran boda. Se omitió por completo la cuarentena porque formar parte de la oligarquía te permite saltarte las reglas, incluso las del cuidado de la vida de “las otras”, y que parezca gracioso. La oligarquía siempre se ha permitido la indiferencia ante el sufrimiento ajeno el cual termina siendo cruelmente naturalizado. El país es su feudo y ellos son los dueños de la hacienda o la plantación cacaotera desde hace siglos. El mencionado matrimonio fue celebrado por todo lo alto y ha sido mucho menos cubierto por los medios que la trayectoria de la paciente 0. Aparentemente, asistieron la alcaldesa de Guayaquil, la miss Ecuador (¿de verdad todavía existen misses?) y otras personalidades de la ciudad. Al festejo también llegaron invitados de Italia, sabiendo que allí el COVID-19 había infectado ya a miles de personas. Pero eso daba igual… Lo importante era el pomposo ritual heterocentrado de formalizar la familia, los anillos, la propiedad privada, la cena, el vestido blanco, el novio y la novia, los lujos, el whisky, la comida. Todo lindo, blanco, romántico, caro, cool e impecable. Y para que todo sea lindo, blanco, romántico, caro, cool e impecable, se necesitó de personas que se hicieran cargo del trabajo invisible que, una vez más, sostendría la fiesta. Al parecer, el número de contagios en esa boda fue altísimo e incluyó al personal que estaba prestando sus servicios. Muy probablemente, esa fiesta es el segundo foco del contagio en Guayaquil.

La conexión entre la expansión del virus, el número de expulsados que regresan a sus casas a descansar y visitar a las familias que debieron dejar, entre otros motivos, debido a la expansión de las políticas coloniales del norte al sur global y su perpetuación a través de las lógicas gamonales que se reproducen en nuestros territorios, es evidente. El resultado es una ciudad convertida en un campo de cadáveres que van a convertirse en miles y que, sin embargo, no pueden ser enterrados.

Quizás los tiempos de devastación colonial que atravesamos requieren con urgencia […] aprender a atravesar la muerte y a exigir el derecho al buen morir, esto es, la posibilidad de convivir con la pérdida, es decir, a convivir con nuestros muertos y con nuestros vivos.

El duelo es un ritual colectivo cuya función es permitir una sabia elaboración de la muerte entre las personas allegadas. El duelo permite la transición, el viaje. Sin embargo, si el cadáver no puede ser objeto de ritual ―como lleva ocurriendo hace años con los/las refugiados/as que son asesinados/as en el Meditarráneo debido a las políticas migratorias europeas― no existe la posibilidad del duelo y sin duelo, ni los muertos ni la comunidad pueden llevar a cabo la transición, es decir, el cambio. Todas las entidades, humanas y no humanas, al estar vivas, dotadas de un espíritu, somos merecedoras de una vida digna, una muerte digna y un duelo digno. En Guayaquil hay y habrá cientos de pérdidas que llorar y, sin embargo, se ha borrado la posibilidad del ritual colectivo porque los cadáveres se han convertido en cuerpos inertes sin espacio para ser depositados, debido a la ineficiencia del Estado y la estructura colonial que pone en jerarquía a los cuerpos, incluso cuando han dejado de respirar.

Ante esta situación, varias organizaciones, en medio del toque de queda, reclaman el derecho a un entierro digno, es decir, piden que el Estado ecuatoriano preserve mínimos parámetros de necroética en la actual pandemia de COVID-19. Se exigen unas medidas que ya que no están siendo capaces de proteger la vida, al menos sean capaces de cuidar la muerte.

Quizás los tiempos de devastación colonial que atravesamos requieren con urgencia que no sólo nos coloquemos en la disposición espiritual, política y epistémica de elaborar preguntas sobre qué vida queremos imaginar, sino que exigen de nosotros, de modo individual y colectivo, aprender a atravesar la muerte y a exigir el derecho al buen morir, esto es, la posibilidad de convivir con la pérdida, es decir, a convivir con nuestros muertos y con nuestros vivos. El derecho al principio y al final de la vida. El derecho a despedirlos y a despedirnos, es decir, el derecho al recuerdo.

Si los rituales de duelo son dispositivos activadores de rememoración, podemos pensar que allí donde hay memorias, siempre permanecerá la pequeña posibilidad de la renovación de la vida y del florecimiento. Memorias de la migración, memorias del cuidado, memorias de la vida y la muerte. Flores que un día, quizás, serán jardines salvajes. Jardines en los que habitarán los vivos y que serán habitados por los muertos, también.

INFORMACIÓN ADICIONAL

– Pronunciamiento de organizaciones de Derechos Humanos.

– Caja de resistencia trabajadora del hogar/cuidados en España

– Red de cuidados antirracistas en España

CONTACTOS Y APOYO

– Unión Nacional de Trabajadoras del Hogar de Guayaquil

Ana María Morales: anamoralest@gmail.com

Kruskaya Hidalgo: sonokrus@gmail.com

– Coordinadora de Organizaciones Sociales del Guayas (COSG)

– Asociación Mujer&Mujer

email: mujerymujerec@gmail.com

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