Anarquía Coronada

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Coronavirus y militancias: recuperar la audacia táctica y la proyección estratégica // Mariano Pacheco*

El precariado, el feminismo popular, la organización (de base) y la problemática social; el Estado y sus limitaciones; las militancias: archivo, elaboración teórico-política, proyección estrategia y audacia para intervenir en la coyuntura. Filosofía y política; pandemia y cuarentena. PreguntaS sobre el día después.

  — A lo mejor es una fiebre que no cura.

A lo mejor es rebelión, y está viniendo

(Humberto Constantini, “Che”)

Hay una frase, bella, que en algunos ámbitos se ha repetido hasta el cansancio en estos días: “la crisis como oportunidad”; que traducida a la “coyuntura-COVID19” sería algo así parecido a “la cuarentena como posibilidad”. ¿Posibilidad de qué? ¿Oportunidad para qué? Entre otras cuestiones, ocasión para comenzar a reponernos de un modo más agudo de la derrota (nacional, Latinoamericana y mundial) de los proyectos populares de transformación; derrota con la que ingresamos al siglo XXI.

Esta sería la primera vez, en estos 20/30 años, que se podría oponer a nivel global un proyecto societal diferente al del capitalismo (una situación mucho más excepcional que la crisis de 2008). Claro: enunciado así, puede sonar despampanante. Y sabemos, en medio de estos vientos posmodernos, todo lo global, general, grande, tiende a ser condenado por total (itario); total, mientras, nos resignamos al totalitarismo capitalista, pero de eso mejor no decimos nada. Total, como esgrime el dicho popular: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero sus efectos, qué duda cabe, pueden verse cada día. Por otra parte, no basta decir “no siento” para no sentir. Los efectos del capitalismo, en su fase salvaje-planetaria, se hacen sentir sobre nuestros cuerpos. ¿Dónde se expresa esa derrota, con mayor crudeza, sino en esa renuncia a ser partes de un proyecto general de cambio global del modo en que hoy vive la humanidad? (sociedades en las que el 10% de la población mundial es propietaria del 86% de la riqueza, y el 1% concentra casi la mitad).

“Quien dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribe Nietzsche en su Zaratustra.

Para no marchar al manicomio, pero para no dejar de marchar, es decir, de estar en movimiento en medio de la quietud que impone el confinamiento por razones sanitarias, van algunas hipótesis, restringidas al plano nacional, y destinadas a establecer un diálogo con las militancias, y con quienes –interpelados por la situación– sienten la incomodidad de aun no formar parte de un proyecto colectivo.

Sabemos: han circulado ya infinidad de textos en estos días, todos elaborados por grandes personalidades del elenco filosófico mundial, pero tal como ha señalado Damián Celsi en un texto reciente (“Introducción a la pandemia”), ninguno de estos escritos “se preocupa por encarar la simple pregunta leninista de ´qué hacer´”. Así que nada de pretensiones académicas ni cosmopolitas respecto del mundillo filosófico contemporáneo. Nos basta con una intención mucho más modesta: poder interpelar a (en el mismo movimiento en el que nos dejarnos interpelar por) las militancias actuales de la Argentina. A ellas, no sin un claro reconocimiento a su vocación y su compromiso (que vaya que es el nuestro), van destinadas estas líneas, desde quien entiende que la escritura  misma puede ser también un cierto tipo de intervención militante –restringida y acotada por cierto, pero un cierto tipo de intervención militante al fin y al cabo–, si por militancia entendemos intervención crítica sobre la realidad en búsquedas de modificarla.

  1. Organización (de base)/ Problemática social

La cuarentena puso sobre el tapete, de manera recargada, muchas cuestiones que se venían amasando en la vida cotidiana, durante la “normalidad”. Es decir, antes de que comenzara a transcurrir esta situación excepcional que implicó que durante semanas permaneciéramos confinados en nuestros hogares, nuestros barrios (o donde nos encontráramos al momento de comenzar la cuarentena general y obligatoria). Con el COVID-19, entonces, no apareció una dimensión desconocida de nosotros mismos y nuestros semejantes: lo que pasó fue que asistimos a ver, exasperadas, actitudes que ya estaban presentes en el cuerpo social.

La cuarentena obligó a radicalizar ciertos componentes cotidianos del aspecto micropolítico:  ¿cómo hacer, cada día, para vincularnos de un modo no canalla con nuestros semejantes? (No es fácil, teniendo en cuenta que el encierro puede hacer brotar lo peor de cada quien).

Así, en estos días, se hizo evidente –o aun más evidente– la contraposición entre un modo de vida sostenido en el individualismo más ramplón, y una forma de vida desarrollada sobre valores como la solidaridad, la cooperación, la empatía con los demás. En un libro reciente –La ofensiva sensible– el ensayista argentino Diego Sztulwark nos recuerda que el neoliberalismo es “un ataque a la dimensión sensible de la existencia de la vida misma” (como el terrorismo de estado), que nos transforma en personas sólo aptas para competir, aptas para un individualismo e incapaces de crear colectividades por fuera de eso. De allí que, siguiendo a  Sztulwark, la pregunta por cómo hacernos una forma de vida impliquen directamente una intervención en el plano de la lucha de clases.

 ¿Qué pasa con los gestos igualitarios? Dentro de esta segunda franja de la población mencionada, de todos modos, existe a su vez una diferencia entre quienes llevan adelante esos valores desde una mera (y noble) actitud personal, y quienes entienden que esa actitud debe estar puesta en relación con otras actitudes (sentimientos, pensamientos, acciones), es decir, que se debe organizar junto con otras personas los modos de intervenir en la sociedad en la búsqueda de transformarla. Eso que usualmente, y en un lenguaje clásico bastante vilipendiado por las corrientes posmodernas, suele llamarse MILITANCIAS.

Fueron estas militancias, sobre todo las de los movimientos sociales, quienes sostuvieron espacios fundamentales para la reproducción de la vida, fundamentalmente entre los sectores del precariado, para quienes no salir a circular por las calles implicó, todos estos días, imposibilidad de contar con los recursos mínimos necesarios para la subsistencia. Tal como dimos cuenta en una nota publicada en la revista Zoom durante los primeros días de expansión masiva del virus (“Unidad, solidaridad, organización. La economía popular frente a la  pandemia”), fueron esas militancias quienes garantizaron la elaboración y reparto de comida, las que advirtieron al gobierno sobre la necesidad urgente de otorgar un bono a las y los beneficiarios de los Salarios Sociales Complementarios e incluso –sobre todo– llamaron la atención sobre la gran cantidad de personas que ni siquiera accedían a esa u otra asistencia social por parte del Estado y no contaban con un salario para afrontar los gastos mínimos para vivir durante esos días. También las militancias feministas sostuvieron las redes de agitación, de reclamo y de propuestas para enfrentar la violencia machista, incrementada en el contexto de aislamiento social, y no faltaron quienes sostuvieron con creatividad espacios de agitación para que la filantropía no nos ganara la partida: escritos, videos, flyers, gráficas, audios que circularon tematizando la pandemia y denunciando situaciones como las del abuso policial.

En general, de todos modos, las militancias parecimos quedarnos con poca nafta a la hora de garantizar espacios de reunión que permitieran tomar definiciones para intervenir con más iniciativa en la nueva coyuntura.

Por supuesto, desde el Estado se sostiene una actitud que pretende relegar a las militancias al mero rol de asistentes estatales para viabilizar la ayuda social. Y con la crisis, arcaicas instituciones como las iglesias y el Ejército volvieron a retomar cierto protagonismo, una determinada visibilidad que antes de la crisis no tenían; sobre todo el Ejército, puesto que las iglesias son un fenómeno más complejo, con una vasta red social extendida por el territorio.

 

  1. Reunión/ Movilización

Obviamente, ante problemas urgentes y con los medios digitales disponibles, no se anularon los canales de reunión y expresión. Muestras de ello fueron las formas en que las organizaciones de base lograron ir resolviendo las cuestiones cotidianas en los barrios y las agitaciones en redes sociales que se llevaron adelante para el 24 de marzo –en repudio a la dictadura instaurada en 1976 y en homenaje a quienes en ese ciclo represivo fueron secuestrados/asesinados, pero también, en reivindicación por todas estas décadas de lucha para sostener el lema de “Memoria, Verdad y Justicia”– y para el 30 de marzo, cuando se llevó adelante el “Ruidazo” denunciando los casos de femicidio durante la cuarentena. Eso, por un lado.

Por otro lado, también cabe quizás hacerse la siguiente pregunta: ¿fuimos lo suficientemente audaces para inventar formas de expresión, deliberación y resolución colectiva que la hora viene reclamando, teniendo en cuenta los medios tecnológicos hoy a nuestro alcance?

El inédito contexto de imposibilidad de reunirse y manifestarse (de cuerpo presente), como parte de una política de autocuidado que implicó no circular si no era por una imperiosa necesidad de hacerlo fue diferente a la de otros momentos históricos, más vinculados a la prohibición estatal de reunirse y manifestarse, que se sorteó tomando las necesarias medidas de seguridad, en la búsqueda por no dejar de reunirse y manifestarse (políticas de la clandestinidad que se les dice).

Cabe destacar aquí que, en general, hemos contado con más tiempo que el disponible en la “normal cotidianeidad”, cuando gran parte de nuestras horas de vida “se nos van”, sea expropiadas por el trabajo asalariado, sea por el tiempo que, como no poseedores de medios de producción y sin ser empleados por una patronal, destinamos a las tareas necesarias para garantizar medios de subsistencia, además de las horas semanales  que dejamos  transladándonos en micros y colectivos, trenes y subtes, combis o autos (una excepción: quienes realizan sus tareas laborales por medios digitales, y según los relatos que proliferan, vienen con una carga grande de sobre-trabajo).

Así y todo, sea por falta de costumbre, sea por la cultura dominante contemporánea, ha costado sostener espacios de deliberación y resolución colectiva. Aquí puede indagarse sobre cuánto los dispositivos tecnológicos nos formatean para la individualización (más acostumbrados a tareas en soledad frente a nuestras computadoras e incluso teléfonos personales que a reunirnos de manera virtual) así como a cierta cultura política hegemónica, que por un lado delega las grandes resoluciones en las dirigencias y, por otro lado, hace del asambleísmo un culto liberal de la opinión de cada quien, con grandes dificultades para sostener una disciplina militante y una efectividad práctica.

La cuestión de la autodisciplina, seguramente, sea uno de los grandes temas a investigar en los próximos tiempos, después de esta cuarentena que ha mostrado, a niveles masivos y alarmantes, cuánto del liberalismo llevamos dentro quienes lo cuestionamos (¿cómo poner mi cuerpo en relación con otros cuerpos sin pretender todo el tiempo situar el mío por sobre la experiencia común?). Evidentemente, una situación de crisis y de cuarentena impone dinámicas a las que tal vez estemos poco o nada acostumbrados (y acostumbradas). Hay que tener rigurosidad con los horarios de inicio de las reuniones, mantener la escucha atenta frente a la pantalla, ser ordenados (y ordenadas) para tomar la palabra, apelar a la capacidad de síntesis y la claridad para expresar las ideas, ser capaces de intercambiar pareceres por un rato pero luego resolver, es decir, acoplar nuestra mirada a una decisión colectiva que no puede seguir en debate mucho tiempo más, sea porque la red de internet “se cuelga” o porque comienzan a “colgarse” sus participantes, sea porque tenemos menos hábitos de reunión por vía un dispositivo tecnológico y nos fastidia (podrá argumentarse que es una cuestión de edad, pero sospecho que aún la gente más joven tiene poca gimnasia en esto de reuniones virtuales entre muchas personas, y sobre todo, para discutir ideas y tomar resoluciones que implican las vidas de otras tantas decenas o cientos o miles de personas).

La pandemia, entonces, parece ofrecer condiciones para derribar dos grandes mitos del liberalismo: el que coloca al individuo (“ciudadano libre”) por sobre todas las cosas, y el asume que todos los individuos, en tanto ciudadanos, somos iguales frente a la ley, pero también, frente una adversidad natural o una enfermedad.

Lógica, e históricamente, el individuo no está primero que la comunidad, y al menos en el capitalismo, pobres y ricos no somos iguales frente a una pandemia (tampoco en “épocas normales”, es el mismo el tipo de vinculo que los sectores populares tienen con la libertad y con muerte: los lugares en donde viven son bien diferentes a los que habita la burguesía y la pequeña burguesía: el status que sostienen, los lugares en donde se atienden si se enferman y los recursos con los que cuentan para afrontar esa situación llegado el caso, etcétera).

 

 

  1. Elaboración del archivo

En un texto reciente (“Encerrar y vigilar”), publicado en el contexto de la pandemia, Paul B. Preciado incita a utilizar el tiempo y la fuerza del encierro “para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí”.

También León Trotski, hace un siglo atrás, planteó en su discusión con las vanguardias artísticas del momento que el marxismo se caracterizaba por inscribir sus postulados “dentro de una tradición”; una tradición que a estas alturas –sabemos– siempre es una invención y poco tiene que ver con el tradicionalismo conservador, puesto que, de lo que se trata, es de construir un legado, apelar a imágenes del pasado para que funcionen como inspiración en el presente.

La historia no da respuestas por sí mismas, pero sabemos, puede ser productiva la operación intelectual de reelaborar el pasado, de ver qué cuestiones que en un momento parecían imposibles al tiempo dejaron de parecerlo. A propósito de los cambios de percepción, y sus temporalidades, Raúl Cerdeiras hace hincapié, también en un artículo reciente (“Capitalismo o existencia humana”), sobre el hecho de que, en su momento (de la mano de Copérnico y muchos otros más), la humanidad tuviera “que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino”. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” –recuerda Raúl– que tardó más de un siglo en ser aceptada y a regañadientes. “El cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos”, remata Cerdeiras.

No se trata aquí de caer en la reaccionaria concepción que idealiza “pasados mejores” para recostarse en un lúcido escepticismo del presente, sino de invocar futuros perdidos que nos permitan reanudar temporalidades, sin “progresismos” ni linealidades. Tampoco se trata de pensar que elaboraciones teóricas de otros contextos podrán destrabar la gestación de conceptos que hoy necesitamos para explicar de otro modo nuestros problemas contemporáneos, pero resulta ya no sólo soberbio sino hasta estúpido creer que podemos prescindir de décadas, e incluso siglos, de producción de teoría crítica. Al fin y al cabo, en diferentes contextos y latitudes, hay preguntas que suelen ser muy similares, y puede ser fecundo estudiar cómo se resolvieron esos interrogantes en otros momentos históricos.

Por supuesto: no señalamos una tarea completamente ausente en nuestra contemporaneidad, mucho menos en un país como Argentina, donde somos unas cuantas las voluntades de quienes – contra el olvido y a distancia del “memorialismo”– venimos intentando contribuir a enhebrar los hilos de las insurgencias a través de la elaboración de determinadas genealogías.

No se trata aquí, finalmente, de bajar línea, de “encuadrar una tropa” para que se inscriba en un linaje determinado, por más que en más de una ocasión hayamos insistido en la necesidad de gestar un linaje mutante, desprolijo, contaminado, que implique a tradiciones diversas, que van desde las izquierdas en toda su amplitud (ismos marxistas y libertarios), el nacionalismo popular-revolucionario, el ecologismo anticapitalista, el cristianismo de liberación, el latinoamericanismo y los procesos de decolonización, los feminismos populares y las diversidades o bien llamadas minorías (bien llamadas en el sentido de “sustracción de la norma mayoritaria” que rige nuestras sociedades, que son no sólo clasistas sino también patriarcales, heterocisnormativistas, racistas). Cada corriente política sabrá qué figuras, imágenes de experiencias y teorías del pasado hará suyas, no es objeto de este texto situar un aspecto de polémica en este punto. Lo importante es avanzar en construir los propios linajes, con fundamentos, para ser capaces de establecer una discusión que despeje fantasmas (los del macartismo y el gorilismo, pongamos por caso) e invoque los espectros de las generaciones pasadas, para que el debate no sea sólo entre vivos, contemporáneos, sino también con los muertos, con las generaciones que lucharon antaño.

 

 

  1. Reflexión/ Sistematización/ Elaboración

Hay tres lemas que me parecen emblemáticos para rescatar hoy.

En primer lugar uno del dirigente bolchevique Vladimir Lenin, que dice así: “sin teoría revolucionaria no hay revolución”.

El otro es del filósofo francés Louis Althusser, quien sostiene: “el marxismo introduce la lucha de clases en la teoría”.

Por último, una bella frase de los pensadores Gilles Deleuze y Félix Guattari: “filosofía es crear conceptos; conceptos que tienen que ver siempre con nuestra historia, y sobre todo, con nuestros devenires”.

Por su función interrogadora, la filosofía –o más bien: ciertas filosofías– puede contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. Al menos desde la Revolución Francesa de 1789 en adelante, durante todo el siglo XIX y todo el siglo XX la relación entre bibliotecas y procesos de cambio ha sido muy estrecha.

El ciclo comunista moderno colapsó hacia fines del siglo pasado, pero no por eso deberíamos apresurarnos a tirar por la borda el concepto mismo de comunismo, vinculado asimismo a otras ideas como lo común, la comunidad, la comunión (la común/unión). Recuperar/recrear/reelaborar el concepto de comunismo, entonces, puede ser una tarea fundamental del momento histórico que atravesamos, si tenemos en cuenta que es un concepto maldito (en el buen sentido), para la filosofía; aunque también maldito (en el mal sentido), para la tradición política argentina. De allí la necesidad de diferenciar los planos de intervención: el de la lucha teórica y el de la lucha política, donde la orientación deberá ser comunista, obviamente, pero para que efectivamente sea popular –sospechamos– quizás el significante comunismo reste más de lo que aporte (a diferencia del más genérico de “emancipación”).

“La crisis del socialismo nos ha quitado durante demasiado tiempo la posibilidad de pensar cualquier solución a la cuestión del desarrollo más allá de los límites del capitalismo. Con cada crisis en lugar de abrirse una oportunidad para pensar proyectos emancipatorios parece abrirse una trampa que nos obliga a elegir entre la aceptación de la disciplina del capital o la pobreza y el hambre”, escribe Adrián Piva en un texto titulado “Desarrollo, dependencia y estado en Argentina    desde 1976”. Son los efectos del terror posdictatorial en el cuerpo social argentino, podríamos pensar, junto a los “chichones” en las cabezas de personas de todo el mundo, que aún duelen, luego de que los ladrillos el Muro de Berlín se cayeran en 1989.

La actual “coyuntura-COVID19” nos puso cara a cara con una situación que muchas veces pretende ser dejada de lado, porque indagar sobre ella puede ser angustiante. A saber: la fragilidad de la existencia humana. A diferencia del siglo XX, y gran parte del XIX, momentos históricos regidos por cierta voluntad de certeza, el siglo XXI se caracteriza por una profunda incertidumbre: política, teórica, existencial. De este modo, cuando en momentos como el actual  ciertas certezas de la vida cotidiana aparecen corroídas, la situación puede tornarse profundamente angustiante, pero también, enormemente productiva. De nuevo: las crisis (pongamos por caso la desatada por una pandemia mundial), pueden ser muy productivas, en tanto que durante ellas nos repreguntamos quienes somos, qué queremos, hacia donde vamos, tanto en el plano singular como colectivo. Agudizar una mirada crítica respecto del mundo que habitamos, asumir que las cosas no están dadas de una vez y para siempre, puede abrirnos caminos insospechados. La cuestión es dejarse interpelar, atravesar la senda de la interrogación (por más angustiante que pueda ser) y, obviamente, entretejar algunas respuestas, al menos a modo de hipótesis que nos permitan seguir con el andar.

Tenemos que ser capaces, entonces, de desandar esa dicotomía incruenta que se viene produciendo en las últimas décadas entre elaboración teórica y práctica política, que suele coincidir tristemente, muchas veces, con el par “pragmatismo peronista/teoricismo izquierdista”. Tenemos que ser capaces de recuperar una intervención estratégica integral, tanto en las izquierdas como en los peronismos, que incluya prácticas políticas de masas, con arraigo social, y elaboración conceptual rigurosa, que sea producción de teoría como arma para la transformación, y no papeles para avanzar en una investigación que financie nuevas becas individuales.

“El ser tiende a perseverar en el ser”, supo destacar el filósofo Spinoza, para quien ser –precisamente– es siempre en una relación con los demás. La voluntad colectiva de atenerse a la cuarentena puede ser leída como un gesto individualista (salvar mi propia vida), pero también como “preocupación por otras personas de la comunidad”, tal como subrayó la filósofa Anastasia Berg, en un claro reproche al filósofo-que-lo-sabe-todo Georgio Agamben. “No es entonces la vida desnuda que se entrega al poder soberano omnipotente y garante de la supervivencia”, escribe Omar Acha en su artículo “La filosofía en tiempos de pandemia”.

Como hemos dichos, estas semanas han proliferado numerosos textos de filósofos del elenco internacional. Quizás demasiados; seguramente pocos con una vocación de intervención militante. Así y todo, filósofas como la argentina Esther Días han subrayado la voluntad de ejercer el oficio filosófico ligado a la coyuntura, cultivando una suerte de “pensamiento rápido” que permita meter preguntas allí donde el poder da por supuesto que no debe haber ninguna. El filósofo esloveno Slavoj Žižek fue uno de los primeros en proponer que la pandemia podría inaugurar la posibilidad de replantear horizontes hasta hace poco impensables. Y en un rapto de optimismo, metió la discusión sobre el comunismo. El  surcoreano Byung-Chul Han, por el contrario, subrayó de manera pesimista la situación a partir de la cual podía imponerse en muchos rincones del mundo el “modelo asiático”, sostenido sobre el control poblacional y el empleo de los llamados Big Data para contener la pandemia.

Aquí, en la Argentina, el ensayista Christian Ferrer sostuvo por su parte que, apenas pasada la amenaza y el peligro, la gente va a volver a lo mismo de siempre. Y subraya: “porque no conoce otra cultura alternativa”; porque “no hay otro horizonte de un mejor ideal de vida, por lo menos a nivel colectivo”.

¿Qué rol entendemos entonces deberíamos jugar las militancias en este contexto para revertir esa situación? ¿Es suficiente el papel desempeñado hasta el momento? Sería importante asumir que los cambios históricos se han producido siempre en coyunturas dramáticas (guerras, dictaduras… ¿pandemias acaso?) y pasar a la ofensiva, al menos en el plano de las ideas, de las propuestas en torno a cómo salir de este atolladero en el que nos encontramos.

Necesitamos llenar de preguntas nuestro presente. Dijimos que la filosofía –ciertas filosofías al menos– podían contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. ¿Necesariamente hay que entender la rebelión como insubordinación a las políticas de Estado? Por ejemplo, en la Argentina actual, ¿pasa la desobediencia por romper la cuarentena? ¿O la cuarentena puede ser un modo de autocuidado colectivo que nos brinde a su vez un cierto respiro, una cierta modulación para operar un transitorio movimiento de repliegue para reflexionar, sistematizar experiencias, reelaborar planteos, proyectarnos estratégicamente y tomar fuerzas para intervenir de manera más audaz y efectiva en las próximas coyunturas?

Quizás haya que pensar en momentos en donde pueda considerarse, no al Estado en sí mismo (que por más que “exprese” las correlaciones de fuerzas de la lucha de clases no deja de ser un aparato gestado para la dominación) pero sí  a zonas estatales y personal de la gestión estatal como aliados, compañeres de ruta en funciones dentro de una institucionalidad que sabemos enemiga, pero también –por experiencias– conocemos en sus tendencias menos represivas y más intervencionistas en el plano del financiamiento de aquello que los neoliberales denominan “gasto social”. Quizás hoy no se trate tanto de entender la rebelión como insubordinación ante las medidas del gobierno, sino –como sostienen las compañeras y compañeros del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas– de desobedecer las lógicas que impone el capital.

¿Qué Argentina queremos para los próximos meses? ¿Qué medidas fundamentales entendemos que tiene que tomar el gobierno en los próximos meses, semanas, días?

No podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando a ver y escuchar las palabras presidenciales por Cadena Nacional, para luego aplaudir o criticar.

Tenemos que construir una Agenda Programática Popular con algunos pocos puntos fundamentales que nos permitan avanzar, aquí y ahora, en algunos cambios urgentes y necesarios. La política aborrece del vacío, ya lo dijo Perón, que algo de todo esto sabía. Aquello que no discutamos y podamos proponer hoy, desde abajo, ya estará resuelto mañana por arriba.

Por supuesto, una Agenda Programática Popular no lo podrá construir ningún intelectual en soledad, ni tampoco, ningún sector en particular. Se trata de establecer una discusión entre las principales corrientes del movimiento popular, para que sean las organizaciones sociales y sindicales (del precariado y del movimiento obrero organizado), los feminismos y los ecologismos populares, la intelectualidad crítica y los derechos humanos; para que sean quienes están cada día en la primera línea de batalla contra las diversas injusticias que padecemos, fundamentalmente, quienes tengan la voz respecto del rumbo a seguir.

 

 

POSDATA: “Por un internacionalismo del siglo XXI”

Alguna vez, el pensador argentino Juan José Hernández Arregui planteó que, la revolución, debía concebirse en el plano “nacional, Latinoamericano, y mundial”. Y remataba: “y en ese orden”.

Quizás podamos discutir si es una cuestión de orden o de etapas, o si vale la pena o no seguir sosteniendo un concepto como el de revolución (este cronista sospecha que sí), pero lo que es seguro –y todos los proyectos de cambio lo demostraron en el Siglo XX, cuando la globalización capitalista estaba menos desarrollada que en el presente– es que en el actual momento de mundialización capitalista es imposible pensar procesos de transformación que no tengan en su horizonte una confrontación mundial con el capital. En ese camino, la conformación de bloques regionales se torna fundamental. Por necesidad, pero también por historia cultural y política, en Nuestra América al menos, se suele reactualizar una vocación de integración continental de nuestros pueblos cada vez que hay momentos de avance de las luchas.

Elaborar entonces formas de articulación, tanto estatal (por arriba), como popular (por abajo), será fundamental. Tenemos los ensayos esbozados en el último cuarto de siglo, desde los Encuentros Zapatistas hasta el ALBA o la CELAC, pasando por los Foros Sociales Mundiales, o la Articulación de los Movimientos Populares hacia el ALBA. Son las imágenes más recientes sobre las que deberemos proyectar nuevas formas y otros contenidos para la emancipación en los tiempos que vendrán. Ciertos feminismos ya han dado un paso en ese sentido. Como sostuvo Verónica Gago en su último libro (La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo), necesitamos efectuar un pensar situado que sea inevitablemente internacionalista. Y en América Latina hay “capas múltiples de insurgencias y rebeliones” que son el suelo desde el cual pensar una resonancia mundial desde el Sur capaz de gestar un “transnacionalismo”, o un nuevo internacionalismo del siglo XXI.

Parafraseando al poeta argentino Humberto Constantini con el que comenzamos este texto, en medio de la pandemia mundial parece que estamos ante “una fiebre que no cura”. Pero quizás, también, como escribió en su poema en homenaje a Guevara, “a lo mejor es rebelión… y está viniendo”.

 

*Integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de lxs Trabajadorxs y del Colectivo Cultural La luna con gatillo

PEQUEÑO MANIFIESTO EN TIEMPOS DE PANDEMIA // Colectivo Malgré Tout (“A pesar de todo”)

En nombre del Colectivo Malgré Tout (“A pesar de todo”) proponemos este breve Manifiesto, con cinco puntos de reflexión e hipótesis prácticas, para compartir con todos aquellos y aquellas interesados. Esperamos que sea una contribución útil al pensamiento y a la acción en medio de la oscuridad de la complejidad.

  1. El retorno del cuerpo

 En los últimos cuarenta años,  hemos asistido al triunfo y al dominio absoluto del sistema neoliberal en cada rincón del planeta. Entre las diversas tendencias que atraviesan este tipo de sistema, hay una en particular que pareciera constituir la forma mentis de la época: la que considera a los cuerpos como un ruido de fondo del sistema. Los cuerpos reales son ‘pesados’, y demasiado opacos, deseantes y vitales, y por eso mismo, escapan a las lógicas lineales previsibles. Desde siempre, el objetivo perseguido por las políticas y las proprias prácticas neoliberales consisten en volver a desterritorializar esos cuerpos. Volverlos indeterminados, una materia prima manipulable, un ‘capital humano’ utilizable según lo precisen los circuitos del mercado. Se les exige que sean disciplinados, movidos sin criterio, flexibles, deben estar siempre listos para poder adaptarse (esa frase, adaptarse, es el letimotiv de nuestra época) a las necesidades determinadas por la estructura macro-económica. En su abstracción extrema, los cuerpos de los indocumentados, de los desempleados, de los que no son “como se debe”, de los ahogados en el Mediterráneo o los de los centros de detención, sólo son números: indiferenciados, sin valor, sin coroporeidad y por ello, sin humanidad.

 

En el ámbito científico-técnico esta tendencia aparece bajo el paraguas de “todo es posible” y niegan que haya límites biológicos o culturales al deseo patológico de desregulación orgánica. Se trata de avanzar en mecanismos que aumenten lo vivo, la posibilidad de vivir mil años ¡devenir inmortales! No es otra cosa que la voluntad de producir una vida post-orgánica en la que puedan dejarse atrás las molestias de los cuerpos, por naturaleza demasiado imperfectos y frágiles. La aceleración catastrófica del Antropoceno en estos últimos treinta años dan testimonio de los efectos funestos de este “todo es posible” tecnicista, que no solo ignora sino que arrasa con las  singularidades profundas de los procesos orgánicos.

 

Es en este mundo, convencido de poder arrasar con los límites propios de lo viviente, que ha surgido la pandemia. De una forma catastrófica y bajo los efectos de la amenaza, súbitamente tomamos conciencia de que los cuerpos, están de regreso.Y de un día para otro son el primerísimo sujeto de la situación, y de las políticas que se llevan a cabo. Los cuerpos hacen que los recordemos, y en ese regreso pareciera abrirse una nueva ventana a través de la cual podemos entrever múltiples posibilidades de acción.

En primer lugar, nos permiten constatar que el poder puede, cuando quiere, desplegar las políticas necesarias para la protección y la salvaguarda de la vida. ¡El Rey está desnudo! En medio de su estupor, los líderes de las finanzas mundiales han comprendido que la economía, su monstruo sagrado, finalmente no podía prescindir de esclavos vivos para funcionar.

Tras haber intentado persuadirnos de que la única “realidad” seria en el mundo era la determinada por las exigencias económicas, los gobernantes de (casi) todo el planeta demostraron que es posible actuar de otro modo, incluso si fuera necesario un quiebre de la economía mundial.

Es como una confesión de parte de quienes categóricamente venían sosteniendo que todas las políticas (sociales, ambientales, sanitarias…) debían forzosamente acompasarse con el “realismo económico”, erigido en un dios totalitario al cual era imposible desobedecer.

Sin embargo, una ficción no debe suceder a otra. En este sentido, a la ficción neoliberal que afirma que una sociedad está compuesta de individuos serializados y autónomos, se la sustituyó en estos días por otra ficción, que se resume en la noble frase de que “todos estamos en el mismo barco”.

Lejos de criticar esta invitación a la solidaridad, sería un error creer que el carácter colectivo de la amenaza (el virus) puede por arte de magia eliminar las disparidades entre los cuerpos. La clase social, el género, la dominación económica, la violencia militar o la opresión patriarcal son varias de las realidades que sitúan nuestros cuerpos de manera diferente. Por lo tanto, no nos dejemos llevar por este romanticismo de confinamiento que pretende, al son del clarín, hacernos olvidar estas diferencias.

 

 

  1. La emergencia de una imagen compartida

 

Todos vivimos bajo la sombra de una amenaza mayúscula y generalizada: la de una desregulación ecológica global con efectos masivos, esto es: calentamiento climático, destrucción de la biodiversidad, contaminación del aire y de los océanos, agotamiento de los recursos naturales, que abarcan al conjunto de lo viviente y de las sociedades humanas. Sin duda hoy hay una mayoría de personas que están afectadas por ello y perciben (en el sentido neurofisiológico) esta realidad.

Ocurre que para la mayor parte del planeta, esto transcurre como si la catástrofe, anunciada no para mañana sino para hoy, no hubiera estado identificada como algo concreto e inmediato, sino que estuviera en un plano difuso y no vivido directamente. Estaríamos, digamos, inmersos en la amenaza. Esa es nuestra atmósfera, y, en consecuencia, no llegamos a producir un conocimiento de las causas que nos permita formarnos una imagen concreta del peligro que desencadenan nuestras acciones. A diario recibimos noticias del desastre, pero la información esa, en vez de provocarnos una acción, nos lleva a la impotencia y a sufrir. ¿Quién, entonces, está actuando realmente en este contexto? A nuestro entender, los que participan en la investigación de las causas: las víctimas, los científicos, los que lanzan la voz de alerta…Dicho de otro modo, quienes están involucrados en poner a la vista una representación clara del objeto. Ante las amenazas concientes pero vistas como abstracciones, quedamos paralizados por la angustia. Y a la inversa, ante una causa identificada, sentimos miedo. Ese miedo, al contrario de la  angustia sin causa, nos empuja a la acción.

 

Para comprender mejor este punto, es útil referirse a la distinción propuesta por el filósofo alemán Leibniz, y retomada por la neurofisiología, entre percepción y apercepción. El ser humano al igual que el conjunto de los organismos vivos, está en constante interacción material con el ambiente. La percepción es la que registra este primer nivel, constituido por el conjunto de acoplamientos perceptivos que el organismo establece con su entorno físico-químico, y energético.

Para ilustrar este mecanismo, Leibniz da el ejemplo de cómo apercibimos el ruido de una ola. Explica que tenemos una percepción infinitesimal de millones de gotitas de agua que afectan el nervio auditivo sin que podamos apercibir el ruido de cada una de las gotas de agua. Solo en un segundo nivel, en la dimensión de los cuerpos organizados, podemos construir la imagen sonora de una ola. Esto significa que solo una pequeña parte de lo que percibimos del sustrato material deviene una apercepción, para luego participar en los fenómenos de la conciencia.

El punto central es, entonces, comprender cuándo y por qué emerge una apercepción. Esta, en un principio, está determinada por el organismo que la apercibe: un mamífero y un insecto evidentemente no producirán la misma imagen aperceptiva que una ola. En el caso de los animales sociales y en particular los humanos, la apercepción está también condicionada por la cultura y por los instrumentos técnicos con los que éstos interactúan. Al contrario de lo que sucede con ciertos mamíferos, los humanos no aperciben las frecuencias sonoras sin articular su sistema aperceptivo con máquinas que les permiten hacer emerger una nueva dimensión aperceptiva. Por otro lado, si el nivel aperceptivo participa en la singularidad que refiere a la unidad orgánica, no hay razón para considerarla como propia de un individuo o el resultado de una subjetividad individual. Una singularidad puede estar compuesta por un grupo de individuos, e incluso de naturaleza muy diversa (animal, vegetal y hasta un ecosistema) que participa en la producción de una superficie aperceptiva común. Lejos de ser un ‘super-organismo’ que existiría en sí, esta dimensión existe de forma distributiva entre los cuerpos que son capturados por ella, y es así que cada cuerpo individual resulta afectado. Los cuerpos participan en la creación de esta dimensión aperceptiva común, la que a su vez influencia y estructura los cuerpos. Cotidianamente, esta dimensión se manifiesta bajo la forma de lo que por costumbre llamamos ‘sentido común’, que actúa socialmente como una instancia concreta de sentido compartido.

Estamos asistiendo a un acontecimiento histórico e inédito: por primera vez toda la humanidad produce una imagen de la amenaza. Esta imagen no se reduce a un conocimiento científico de los hechos que condujeron a la aparición del virus. Lo que está profundamente en juego es la emergencia de una experiencia compartida de la fragilidad de los sistemas ecológicos, que hasta ahora habían negado y que fueron arrasados por los intereses macro-económicos del neoliberalismo.

La particularidad de esta apercepción común se debe al marco en el que emerge. Paradójicamente, no es el peligro intrínseco de la pandemia el que la impulsa, sino más bien el dispositivo disciplinario que la acompaña. Y es este dispositivo el que nos instala en una nueva dimensión.

No podemos comprender lo que ocurre si evaluamos el tema desde su dimensión sanitaria. Este es el escollo que lleva a que algunos se lancen a hacer peligrosos cálculos macabros para responder al carácter inédito de la crisis, y compararla con otros flagelos. Ante esta nueva situación, nosotros vemos emerger dos interpretaciones opuestas.

Por un lado quienes sostienen que se trata de un hecho muy grave para el que hay que encontrar una solución, entendiendo por solución una vacuna o un medicamento. Al entender la crisis desde esta perspectiva, obviamente no se cuestiona el paradigma de pensamiento y de actuar  dominante.

Del otro lado, hay otra interpretación a la que adherimos e intentamos contribuir, que consiste en ver en esta ruptura un hecho concreto que pone en cuestión de forma irreversible la ideología productivista y hasta la hegemonía. El coronavirus, para nosotros, es el nombre de este punto crítico que marca al mismo tiempo -al menos eso esperamos -, un punto de no retorno a partir del cual nuestra relación con el mundo, y el lugar del ser humano dentro de los ecosistemas, debe ser profundamente puesto en debate.

 

 

  1. Una experiencia del común

 

En el horror que estamos viviendo, si hacemos el esfuerzo de no renunciar a pensar, comprobaremos que hay una sola cosa que podemos experimentar positivamente en esta crisis: la realidad de los lazos que nos constituyen. Pero esto también hay que preservarlo de una mirada inocente. No somos todos iguales frente a nuestra interioridad. Y dado que el frenesí de la vida cotidiana no permite auto-evitarnos, algunos de nosotros nos damos cuenta del hecho de tener una pésima relación consigo mismo, y con el entorno inmediato. En un circuito cerrado, el verdadero infierno, a menudo, es uno mismo. Un odio de sí que termina por transformarse en un infierno para los demás.

En nuestra vida de confinamiento, tomamos conciencia de que somos seres territorializados, incapaces de vivir exclusivamente de manera virtual, dejando a un costado cualquier elemento de la corporeidad. Millones de individuos experimentan en sus cuerpos que la vida no es una cosa estrictamente personal. Las tan mentadas virtudes del mundo de la comunicación y de sus instrumentos muestran en plenitud su impotencia para hacernos salir de nuestro aislamiento. En el mejor de los casos, nos entretienen con la ilusión de reunir a los separados, como separados.

En medio de la crisis, de algo tenemos certeza: nadie se salva solo. Lo que están experimentando nuestros contemporáneos, para bien o para mal, es la fragilidad de los lazos que nos constituyen y que nos obligan a ir más allá de las ilusiones del individuo autónomo y serializado. O sea, que estamos entendiendo que no se trata de ser fuertes o débiles, loosers o winners, sino que existimos, todas y todos, en la forma de esta fragilidad que nos permite sentir y probar nuestra pertenencia al común. Nuestra vida individual y la vida social son dos lados de una misma moneda. Obligados al aislamiento, nos damos cuenta de estar atravesados por múltiples lazos y de no corresponder de modo alguno al diseño thatcheriano según el cual “la sociedad no existe. Todo lo que existe son individuos”.

En realidad, lo que nos permite actuar en esta situación es el propio deseo del cómún, el deseo de la vida, no la amenaza. En este movimiento de la balanza, nuestros puntos de vista habituales se invierten: no se trata todo de mí y de mi vida individual. Lo que cuenta en este momento, es en qué está inserta la vida, ese tejido a través del cual adquiere su sentido. En este momento en que los lazos se reducen a la pura virtualidad comunicacional, nos parece crucial pensar los límites de esta abstracción. Pensar en lo que no es posible experimentar vía Skype ni por ninguna red social. En síntesis, cuál es, en el fondo, la singularidad propia de nuestros cuerpos, y de sus experiencias.

 

  1. Contra el biopoder

 

La ventana que se ha abierto, sin embargo, no apunta solo hacia nuevas posibilidades de actuar de manera positiva. La experiencia que estamos viviendo ofrece al biopoder en acción un ejemplo sin precedentes: asistimos a la posibilidad de disciplinar países enteros, continentes enteros, y a la vez mostrando, con mucha frecuencia, el propio deseo de las personas de hacerse disciplinar cuando le agitan la bandera de la superviviencia.

Reconocemos que tiene algo de tragicómico constatar que la geolocalización de los individuos supone que éstos no registran la idea espantosa y perversa que es dejar su smartphone en la mesa de luz. La servidumbre voluntaria es mayúscula cuando la pulsera electrónica que se coloca a un preso deviene en un teléfono móvil comprado con total cariño. Esta experiencia inédita de control social podría servir, entonces, para ser repetida. Imaginamos que a futuro, no será difícil encontrar nuevas amenazas o nuevas emergencias para justificar semejantes  prácticas de control.

 

En este contexto, la cuestión de si estamos o no en guerra contra el virus no es un asunto meramente retórico. En primer lugar porque tiene implicancias jurídicas concretas, y luego porque nos señala el modo en que esta crisis puede dar lugar a prácticas autoritarias perdurables. No estamos en guerra. Esa visión viril y conquistadora es parte del problema. Sufrimos las consecuencias de un régimen económico y social aberrante y mortífero. Seamos cautelosos con estos discursos marciales y donde baten los tambores que siempre preceden a convocar a sacrificios al pueblo. Nuestro objetivo no es ganar una batalla sino asumir la fragilidad del mundo y un cambio radical en la manera de habitarlo.

De otro modo, una vez que la pandemia termine, el poder no dudará -con todos sus énfasis de mariscal victorioso -, en enrolar a la población detrás de la causa patrótica económica. Y nos dirá que ahora no es el momento de pensar o de protestar a favor de los grandes cambios socio-estructurales (sin ir más lejos, una mejora de los sistemas públicos de salud). Cualquier demanda de justicia social pasará por una traición a la patria porque estaremos en el momento de abocarnos a la tarea sagrada: reencaminar la economía y el crecimiento.

 

La historia oficial nos dirá, primero, que hemos vencido, enfrentado y vencido un accidente desgraciado e imprevisible. Nos explicará, a continuación, que hay que redoblar los esfuerzos para vencer la resistencia de la naturaleza a todo el poderío humano. O sea que, de forma irresponsable llamarán ‘accidente’ imprevisible a lo que en realidad los biólogos y epidemiólogos vienen anticipando hace 25 años. Entre los múltiples vectores que están en el origen de enfermedades emergentes y re-emergentes, sabemos que la destrucción de los mecanismos de regulación metabólica de los ecosistemas, notablemente ligada a la deforestación, juega un rol fundamental. Además, la urbanización salvaje y la presión constante de las actividades humanas sobre los entornos naturales favorcen situaciaciones de promiscuidad inédita entre las especies.

 

Sea cual fuere la reacción de los gobernantes, una cosa es segura: hay una nueva dimensión aperceptiva, o sea, una nueva imagen del desastre ecológico que está a la vista y se ha incorporado al sentido común. El dispositivo según el cual el humano era el sujeto que debía erigirse en el dominador y propietario de la naturaleza se muestra en su rostro más pesadillezco.

  1. Pensar y actuar en la situación actual

Como escribió Proust, “los hechos nunca penetran el mundo donde viven nuestras creencias”. No existen los hechos ‘neutros’ que expresan un significado en sí. Todo hecho existe solo en un conjunto interpretativo que le da un sentido y una validez.

La ciencia se ocupa de los hechos, pero al mismo tiempo construye su propria narrativa, su interpretación. Al contrario de lo que pretende el cientificismo, la actividad científica no consiste en producir simples agregaciones de hechos desnudos. La narración que afirma que la ciencia ordena los hechos surge de una interacción con las otras dimensiones que son, entre otras, el arte, las luchas sociales, el imaginario afectivo, y más globalmente la experiencia vivida. Diversas dimensiones que participan de la producción del sentido común.

Frente a la complejidad del mundo, la tentación reaccionaria nos invita a delegar nuestra potencia de acción en los tecnócratas, cuando no directamente en las máquinas algorítmicas. En esta visión oligárquica, los que saben son los científicos y los políticos, y el pueblo obedece. Pero hay una relación conflictiva mucho más profunda entre el pensamiento crítico y el sentido común a la que no podemos oponernos. El rol del pensamiento estructurado no es el de ordenar y disciplinar el sentido común, sino más bien agregar dimensiones de significación que puedan luego convertirse en mayoritarias y hegemónicas. Por eso mismo es que cualquier proyecto emancipador, lejos de representar la revelación de una escena oculta de la verdad es siempre la creación libre de una nueva subjetividad.

 

Esa fantasía de proyectar la gran celebración que sobrevendrá al día de la liberación implica, en su entendible inocencia, olvidar los procesos que nos han conducido a la actual situación; y por tanto esos procesos no se van a retirar como un ejército derrotado. Los elementos continuarán sirviéndonos de diversas maneras. Es necesario que esta crisis no se termine con los aliviadores aplausos de una guerra ganada. Este acontecimiento histórico abre la puerta a la apercepción común de los lazos de fragilidad que constituyen nuestro mundo.

 

No sabemos lo que nos espera y no tenemos la mínima pretensión de predecirlo. Sí sabemos que las fuerzas reaccionarias de todo el planeta estarán listas para aprovecharse del aturdimiento en el que todavía estaremos inmersos. Por eso, estando en el corazón mismo de esta situación oscura y amenazante, debemos asumir esta realidad no esperando ‘que pase’, sino preparando desde ahora las condiciones y los lazos que nos permitan resistir la avanzada del biopoder y del control.

Esta situación de crisis no debe conducir a un aumento de la delegación de nuestra responsabilidad. Seguramente hemos visto que ‘los grandes del mundo’ (esos enanos morales) nos hablan de guerra, pretenden otra vez hacer de nosotros recursos humanos, carne de cañón.

Solo una clara oposición al mundo neoliberal de las finanzas y de la pura ganancia, solo una reivindicación de los cuerpos reales no sometidos a la pura virtualidad del mundo algorítmico, pueden ser hoy nuestros objetivos.

Como en toda situación compleja, debemos cohabitar con un no-saber estructural, que no es ignorancia, sino una exigencia para el desarrollo de todo conocimiento.

No se trata de pensar el día después viviendo el presente como un simple paréntesis. Nuestra vida se despliega hoy. Y por eso este pequeño Manifiesto es un llamado a aquellas y aquellos que buscan imaginar, pensar y actuar en y por nuestro presente.

Contacto: collectifmalgretout.net

Por el «Collectif Malgré Tout» Francia: Miguel Benasayag, Bastien Cany, Angélique del Rey, Teodoro Cohen, Maeva Musso, Maud Rivière.

Por el «Collettivo Malgrado Tutto» Italia: Roberta Padovano y Mary Nicotra

 

“Esta es una gran oportunidad para pensar si queremos volver a la normalidad” // Entrevista a Lila Feldman

Entrevista con la psicoanalista Lila Feldman. Egresada de la Facultad de Psicología (UBA). Realizó la Residencia y la Jefatura de Residencia en el Hospital Infanto- juvenil Dra. Carolina Tobar García (1998-2004). También supervisó al equipo de Salud Mental de niños y adolescentes del Cesac 41 del área programática del Hospital Argerich. (2013-2015).
Publicó varios artículos y capítulos de libros en la Revista Clepios y en los libros 13 Variaciones sobre clínica psicoanalítica y Nuevas variaciones sobre clínica psicoanalítica.

ESO QUE FALTA / FM La Tribu www.fmlatribu.com

 

DEVENIR COVID-19: Segunda parte. Sobre la sensibilización, y la crisis de la normalidad // Sofía Guggiari

¿Qué es lo que está ocurriendo en el mundo? ¿que nos está ocurriendo a nosotrxs? ¿Qué imágenes, discursos, relatos producimos en medio de una catástrofe? ¿Qué nos pasa con nuestros cuerpos, afectos, estados, sentimientos? ¿Cómo amamos, queremos, deseamos, nos vinculamos, nos erotizamos, que pensamos, tememos, odiamos en el confinamiento? ¿Como se configura la otredad?  ¿Cómo será la vida post pandemia? ¿existe tal cosa? ¿tenemos ganas de pensarla? ¿Cambiará nuestra forma de producir vida, amor, sexo, política, ética, moral?

No todxs estamos viviendo de la misma manera la llegada del COVID-19. No todxs estamos en cuarentena, hay quienes siguen trabajando o quienes no tienen hogar para hacerla. No es lo mismo estar confinadxs en una casa con parque, que asinadxs en una habitación. Solxs o conviviendo con quien te maltrata. No todxs estamos haciendo lo mismo, algunxs escribimos, otrxs cuidan a sus hijxs, otrxs cocinan, y muchxs ni siquiera tienen que comer.

De lo que ya no se puede dudar es que estamos frente a un acontecimiento histórico. Y oportunidad o no; creo que de esto no vamos a salir siendo iguales que antes. Es de lo imposible que no nos deje una marca. ¿Qué lecturas sensoriales y colectivas hacemos sobre lo que está pasando? ¿Será sobre esas lecturas la base con la que vamos a construir mundos posibles para imaginar y vivir luego? Porque aunque sea un “parpadeo cósmico” – como me dijo un amigo- somos parte del cosmos, y un parpadeo así, lo veo como una invitación política a pensar la vida.

¿Estamos frente una verdadera  CRISIS de sentido de lo normal? Y si es así, ¿que haremos en los bordes e intersticio que dejó esta quebradura? ¿Sabremos consistir vitalmente lo que emerge como germen, como rareza, como insurgencia, como distinto a lo normado?

Y acá insisto con la idea de que lo que más se puso en jaque en este momento es la pregunta por cómo producimos y reproducimos existencia.

 ¿Qué es la normalidad? ¿Qué es una vida normal en el neoliberalismo? ¿Por qué nada detenía esa vida, solo el COVID-19? ¿El COVID-19 mata más vidas que las que el neoliberalismo deja morir? ¿El COVID-19 mata más que las vidas que se lleva puesta el patriarcado?

El coronavirus ante todo está siendo como reflejo de un espejo: nos devuelve nuestra propia imagen. Se expande a velocidades inauditas en un mundo en donde la salúd es mayoritariamente vista como una mercancía, y donde la vida es vida si es una vida rentable, mostrable y vendible. Allí es que la peste hace estragos. Sorprende a las naciones. Deja desconcertados hasta los más poderosos.

No creo que el virus  sea más peligroso que la vida que estábamos viviendo antes de la propagación masiva mundial. Antes del confinamiento. En todo caso el detenimiento nos confronta (necesariamente) con todo esto.

 ¿Qué es lo que percibimos/escuchamos en la detención? Nuestra propia fragilidad.

 El discurso del mercado, es el discurso de la proscripción de la angustia, los malestares y de las fragilidades. Poner en crisis el discurso de la normalidad neoliberal, implica percibirnos como cuerpos afectados, que afectan otros cuerpos, al mundo, lo producen y al mismo tiempo este a nosotrxs. Proceso de sensibilización y fragilización, que es también un proceso contra las formas crueles de existencia; porque la opresión ante todo es algo que se siente.

¿Será este un momento crucial para pensar a la ternura como una apuesta posible frente a esta crueldad? ¿podremos inventar/pensar/producir otras formas de cuidados colectivos?

En este punto, pensar tanto la ternura y crueldad no como conceptos morales y religiosos, sino como maneras concretas en las que se vive.

Hay una disputa de sentidos. Lo que se disputa es el relato con el que vamos a contar esta historia. Y lo que está en juego es la producción de nuestro futuro más próximo. Desde lo más personal, íntimo, vincular, singular, hasta lo más masivo y social. El territorio de disputa es en donde acontece aquello que irrumpe como nuevo y que hace estallarlo todo: en el nivel de las vibraciones del cuerpo.  El cuerpo que vivencia  la pandemia como suceso histórico, el cuerpo del aislamiento social, el cuerpo del encierro, el cuerpo que padece el impacto de la precarización económica. 

Los afectos pueden ser brújula para producir -no capital sino mundos posibles- y la posibilidad de afectación está dada por nuestra potencia -no viril sino vital-  de fragilización frente a lo que -nos-  pasa.

Escuchar el malestar. Incomodarnos. Angustiarnos. Extrañarnos. Enojarnos. Ponernos eufóricxs. Deprimirnos. Pensarnos. No saber. Habitar la incertidumbre no como un monstruo que nos detiene -que se vuelve monstruo en tanto se sustrae a la producción del capital y pone en jaque la normalidad neoliberal- sino  como territorio de creación. Producir desde el desierto. ¿ Producir qué? Discursos, imágenes, acciones, sonidos, intensidades, frecuencias, cuerpos, afectos y afecciones que devengan de él: producir vidas, vidas éticas.

Escribo desde una fuerte convicción, desde una necesidad vital de pensar con otrxs, y desde un estado de incertidumbre que me atraviesa entera. Creo que el tiempo de las respuestas es un tiempo otro y que este es el tiempo de las preguntas. En todo caso, las preguntas y las respuestas dependerán de nuestra capacidad de sensibilización.

Sofía Guggiari. Psicoanalista, actriz, escritora.

 

 

 

 

Eduqué a mi hija para una invasión zombie // Red Editorial

El apocalipsis ya comenzó. Ser piba es estar en guerra. La ciudad está invadida por zombies, los que aceptan, los que entregan, los que obedecen, los que saben que está bien. ¿Cómo educar en medio de la batalla? No hay género pre escrito, ni manual, ni respuesta previa. Si hay algo que decir es tentativo: detonar el ensayo con frases que vuelven como estribillos, fragmentos arbitrarios escritos con dientes apretados y palabras arma, que apuntan entre el monologo interior y balbuceo frenético. Si hay algo que transferir no es una enseñanza moral sino los alcances de un riesgo: habitar una zona inédita a donde el no saber se comparte y se vuelve certeza ineludible de lo nuevo. Más que la historia de una educación impartida, Diego Valeriano despliega la potencia de un aprendizaje para condiciones de urgencia total. De padre y de piba, chabón y de hija. Táctica de lo dicho y lo no dicho, lo que se observa, lo que sucede, lo que solo se puede experimentar El apocalipsis es una evidencia, pero también una oportunidad única. Si se trata de activar una educación para el fin del mundo, habrá que encontrar cómo hacer mundo.

 

Eduqué a mi hija para una invasión zombie / Diego Valeriano. – 1a ed . –

Red Editorial  

 

La comunidad intocable // Carolina Meloni González

Filósofa, autora de Las fronteras del feminismo (Fundamentos, 2012)


Le toucher signifie l’«être au monde» […]
Il n’y a pas de monde sans toucher
Jacques Derrida

A María Galindo,
inspiradora de alianzas, caricias
y contagios revolucionarios

Una noche de 1720, en medio de una de las tantas epidemias de peste que asolaron Europa, Saint-Rémys, por entonces virrey de Cerdeña, tuvo un inquietante sueño. Su cuerpo era invadido por el flagelo. Pudo sentir, adormecido, el entumecimiento de sus músculos, la debilidad de su carne y como cada una de sus extremidades se veía sacudida por el temblor de las fiebres. En medio del delirio y los sudores de la pesadilla, fue capaz, incluso, de oír el siniestro gorgojeo que producían sus órganos al descomponerse, mientras su sangre y fluidos corporales internos se iban tiñendo del oscuro color de la muerte. Al despertarse, agitado y horrorizado por sus visiones nocturnas, tomó la firme decisión de declarar la guerra a la peste. Bajo sus órdenes, ningún navío podría atracar en los puertos sardos y medidas de confinamiento e higiene se implantaron en la isla. De poco le sirvieron al virrey sus medidas contenedoras de la pandemia, pues las crónicas conservadas de ese año 20, de hace cuatro siglos, han dejado el registro de uno de los mayores desastres víricos que asoló varias ciudades mediterráneas.

Como Saint-Rémys, poseemos todo un imaginario ficcional sobre virus y epidemias que podrían acabar con nuestra existencia y el mundo. Como él, hemos soñado con todo tipo de patologías capaces de descomponer nuestros humores y organismos. Al igual que el virrey sardo, un día cualquiera, nos despertamos intranquilos e inquietos, aquejados por temores que parecían lejanos. Pero cuando quisimos darnos cuenta, la peste ya estaba llamando a nuestra puerta.

ESE DELIRIO CONTAGIOSO

Afirma María Galindo que es el miedo al contagio lo que define la esencia del virus que nos asedia. En estos últimos meses, hemos asistido, desde nuestras pantallas, al espectáculo de la propagación, al relato de una contaminación presentada como inevitable. Lo que parecía una ficción post-apocalíptica, cuyo guion se fue gestando en Wuhan, se ha ido extendiendo cual red viscosa e inmanejable. La pandemia comenzó a materializarse, a territorializarse, a cobrar forma a través de cifras, guantes, mascarillas y confinamiento. La espectralidad e irrealidad primera de un virus que solo parecía tener lugar en el espacio de las redes, en la inmaterialidad de la información mediática, se hizo carne en nuestros cuerpos mismos, en el espacio vital amenazado por la contaminación de los flujos del otro. “Cuando la peste se establece en la ciudad -afirmaba Artaud- las formas regulares se derrumban”, las rutinas y lo cotidiano se trastocan, el orden hasta entonces conocido desaparece con tal rapidez que somos incapaces siquiera de asimilarlo desde la racionalidad. Así, el miedo se apodera de nosotros, se instala en cada una de nuestras células, haciendo que cometamos actos absolutamente incomprensibles. Y es que, como afirma U. Oslender, el miedo genera espacio, toma lugar literalmente, produce una cartografía concreta, reorganiza la vida de las poblaciones, generando confusión y desconcierto. En esa incertidumbre, el miedo atraviesa la piel y los tejidos, se instala en nuestros órganos, nos impide reaccionar y asfixia toda posible rebeldía. De este modo, la micropolítica del miedo, en forma de cepas invisibles, se puso a funcionar de manera radicalmente disociativa y desestructuradora de toda comunidad.

En apenas unos días, el espacio ya de por sí biopolítico de las democracias liberales fue deviniendo somatopolítico en el sentido más puro del término: el cuerpo y la carne, el sudor y los fluidos, se han transformado en el blanco más claro de esta “guerra” contra la propagación. Aislamiento, compartimentalización, confinamiento. Las barreras higiénicas se han implantando hasta en lo más íntimo de nuestros organismos y hogares. Y todo aquello, tan material como somático, tan impuro como erótico, que nos acerca y comunica con el otro, ha sido investido por el miedo paralizante ante la posible contaminación. Si algo define al COVID-19 ha sido su potencialidad de transformarnos en abyectos. Y la única consigna que se nos transmite, como imperativo moral que debemos acatar sin cuestionamiento alguno, es la supuesta responsabilidad de asumir nuestra propia abyección: si algo comunitario surge de esta crisis sólo puede gestarse en lo anticomunitario mismo, en aquello que por definición fragmenta y dinamita toda posible espacio en común. Se nos impone como êthos, como acción más sublime en el campo de lo moral, aquello que precisamente contradice toda ética, esto es, rechazar, alejar y expulsar al otro de nuestro espacio más íntimo. Interiorizar tu propia potentia de contagio. Retirarnos del mundo. Confinarnos entre las paredes de nuestra propia individualidad. El tacto, el roce anónimo, incluso las caricias se han convertido en un acto de sedición y de egoísmo más puro.

NOLI ME TANGERE

“Corpus del tacto: tocar ligeramente, rozar, apretar, hundir, estrechar, alisar, rascar, frotar, acariciar, palpar, tentar, amasar, masajear, enlazar, oprimir, golpear, pellizcar, morder, chupar, mojar, sujetar, aflojar, lamer, menear, acunar, balancear, llevar, pesar” (Nancy, 2003). Si bien es cierto que el lenguaje crea mundo, es en el tacto, en el mismo hecho de tocar, donde acontece la comunidad. Por ello, para el filósofo francés Jean-Luc Nancy, encontramos en el tacto el origen mismo de lo que denomina una “singularidad plural”: tocamos, nos tocan, rozamos al otro, somos conmovidos por un cuerpo ajeno. Nuestra singular individualidad, con apenas un roce, un simple acercamiento del otro, deviene plural, se abre al encuentro con los demás, se fragmenta en pedazos y comprende la imposibilidad de sobrevivir en la crisálida del yo. Somos en ese breve encuentro de tu piel con la mía. Si algo así como una comunidad puede tener lugar es precisamente ahí donde se produce el hiato, donde la separación de mi cuerpo con el tuyo se quiebra, interrumpiéndose la ilusión de un sí mismo autónomo y ajeno al mundo. El tacto no es sino la apertura y el recibimiento del otro, de cierta hospitalidad (te acojo, te acaricio, te abrazo y dejo que tu cuerpo se acerque al mío). También, desde luego, de la hostilidad, cuando ese tacto, ese gesto no es requerido. “No puedo tener relación conmigo mismo -afirma Derrida-, con mi ‘estar en casa’, más que en la medida en que la irrupción del otro ha precedido a mi propia ipseidad”. Porque el otro siempre irrumpe, de manera inesperada e imprevista, como el deseo o el amor, que invaden y nos atraviesan, aún cuando no lo queramos.

En esa hospitalidad-hostilidad originaria de la piel, del roce con el otro, cifra Derrida la posibilidad de la ética y, por ende, la condición de lo político. También Butler, apela a la ontología política de la vulnerabilidad en estos dos niveles: por un lado, dicha vulnerabilidad que nos constituye da pie a la emergencia del sujeto y, como consecuencia de dicha emergencia, se produce la inserción de dicho sujeto en una comunidad política. Somos ontológicamente vulnerables, precarios física, emocional y afectivamente. Estamos condenados al otro. Y solo como seres entregados a los otros es posible crear comunidad. ¿Qué mundo surge, entonces, ahí donde el encuentro con el otro es negado y rompemos el vínculo físico que nos liga a los demás? ¿Qué vida política puede emerger encerrada en las paredes de un hogar, confinada a la soledad más absoluta? ¿Acaso hay vida en la desafección, en el desapego y distancia de nuestros seres queridos? ¿Cómo seguir construyendo un posible “nosotros” cuando ni siquiera podemos rozar, levemente y con la punta de los dedos, a amigos, amantes, familiares o desconocidos? ¿Qué surgirá de este mundo silenciado, encriptado cual larva, en el que el único contacto que se nos permite es el virtual, a través de pantallas, móviles y dispositivos? Cuando cualquier superficie material, desde la piel hasta un carrito de supermercado, pueden considerarse verdaderas armas de propagación de la enfermedad. Radicalmente vulnerables y expuestos al virus, hemos optado por aceptar y asumir que la única posibilidad de supervivencia es la vulneración de nuestros afectos, cuerpos y deseos. Alejarme de ti. Separarte de mi. Pues cada uno de nosotros porta el germen letal, que nos ha hecho devenir enemigos, amenazantes y sospechosos.

Tocar procede del latín “tangere”, curiosamente, la misma raíz aparece en el verbo “contaminar”: con-tangere, en el que se advierte cierta continuidad espacial de un tacto impuro, turbio y corrompido, que todo lo altera. Ese tacto viciado y patológico amenaza con extender la contaminación total a cada uno de nuestros espacios. Y lo peor de todo es que lo portamos nosotros mismos, puede estar latente en nuestro interior, aún sin poseer los síntomas delatores. La consigna del aislamiento social ha sido interiorizada de manera global sin ningún tipo de cuestionamiento hacia la misma. Hemos acatado de manera sumisa y obediente el imperativo de permanecer recluidos, encerrados entre las paredes de nuestros hogares. Hemos abandonado trabajos, lugares de ocio, amigos y seres queridos. El espacio público ha quedado, literalmente, vacío, vaciado de nosotros, que lo contemplamos asustados desde balcones, ventanas y redes sociales. Incluso, empezamos a aceptar, a normalizar, que perderemos a personas de las cuales no vamos a poder despedirnos. También la muerte y el duelo deberán llevarse a cabo sin posibilidad alguna de tacto, de un último contacto o mano que acaricie la nuestra en ese momento tan crucial (las imágenes de camiones militares en la ciudad italiana de Bérgamo, cargados de féretros anónimos, de vidas imposibilitadas de duelo, suponen que la vulnerabilidad amenaza con extenderse hasta en la muerte misma).

Sin crítica alguna, sin posibilidad de duda, cualquier acción de rebeldía o resistencia al aislamiento será condenada no solo legal sino éticamente. El aislamiento se ha instalado en los discursos políticos, cotidianos y sociales de manera radicalmente homogénea, sin fisura alguna y sin atisbo de antagonismo alguno. El miedo al contagio se ha convertido en la mejor herramienta de control y la única acción política comunitaria que nos permitimos es el derecho al aplauso, con la distancia prudente y desconfiada que nos separa de nuestros vecinos. ¿Cómo, entonces, generar una comunidad desde lo intocable? ¿Cómo resignificar esa separación? ¿Qué nuevas formas de habitar, de convivir habrá que proponer y repensar cuando nos hemos autocondenado a la soledad más extrema? ¿Qué entramados comunitarios surgirán cuando lo común ha sido literalmente apropiado por la pandemia y la vulnerabilidad?

CUANDO EL MUNDO ENMUDECE

La expansión global del coronavirus ha tenido lugar con una rapidez de vértigo. En apenas unos días, sus efectos en el orden social y cotidiano de nuestras vidas han sido devastadores. Como si despertáramos de un perturbador sueño, nos hemos dado de bruces con dispositivos disciplinarios tan rígidos y estrictos, dignos de un estado de excepción de corte agambeniano. Toda barrera profiláctica se vuelve imprescindible y necesaria para frenar el contagio: cierre de fronteras, cuarentenas, encerramiento de la ciudadanía, estado de alarma, militarización y control policial de nuestros espacios públicos. Los supermercados han sido literalmente arrasados, en una suerte de comportamiento mimético que ha despertado en nosotros cierta acumulación por compulsión, a la espera de un estado de guerra inminente. No deja de ser sintomático que uno de los productos más reclamados fuera el papel higiénico, como si de una irónica metáfora se tratara, en la que la idea de “salvar nuestro propio culo” ante lo que se nos venía encima se hizo patente. Las cifras de enfermos y de fallecidos crecen día a día, con nuestros servicios públicos saturados, vaciados tras la última crisis económica, cuyas consecuencias nefastas vemos con claridad en esta situación de emergencia. Pocos días han bastado para que el mundo, nuestro mundo enmudezca y nos repleguemos al interior de nuestras crisálidas burguesas, aquellos que poseen la suerte de tener un cobijo, un hogar en el que guarecerse. Resuena en esta crisis vírica, la sentencia que marcó una de las tantas crisis del capitalismo: “No hay sociedad —anunciaba la dama de Hierro allá por los años 70— sólo están los individuos y sus familias”, inoculando en este caso el virus del individualismo más férreo como única posibilidad de afrontar los contratiempos. Si alguna enseñanza nos dejan las prácticas “caníbales y depredadoras”, como las define Harvey, del capitalismo, las recurrentes crisis económicas a las que nos ha conducido de manera más recurrente el neoliberalismo, es la constante pulsión autodestructiva de un sistema eminentemente depredador y necropolítico, cuya tendencia nos conduce a la desaparición de toda de comunidad: ante los envites de la peste, solo nos restan las soluciones individuales. Solo individualmente podrás sortear el flagelo. Y cualquier “morada en común” ha pasado a ser un emplazamiento tan inhóspito como peligroso.

HABITABILIDAD: ALIANZAS, HORIZONTES COMUNITARIOS Y RESISTENCIAS

Habitar, construir mundo, es habitar-con: somos en tanto que nos exponemos al otro; somos en tanto que acogemos, cuidamos, cobijamos al otro; pero también cuando lo rechazamos, excluimos y marginamos, para así dar consistencia a nuestra inteligibilidad social; somos-con el otro, suerte de expeausition, de contacto con el otro. No hay cuidado de sí posible, no hay hogar imaginario ni imaginable, sin el cuidado de los demás. No hay más êthos que aquel que surge de nuestra materialidad, de nuestra radical vulnerabilidad. Afirmaba Paco Vidarte que la única ética defendible “es aquella que nace de las calles, de las pateras, de las barricadas, de las plazas, de la opresión, de unas nalgas desnudas”. Es ahí, en las aceras y en las esquinas, en los callejones y barriadas, en los espacios públicos que ocupamos y construimos en común donde cabe la posibilidad de articular y construir una morada habitable, donde es posible que surja un tejido comunitario tan crítico y demoledor, como acogedor y amoroso. Afirmar la vida y su cuidado no es posible desde la solución individualista, gestada en el interior de nuestra vida privada. La apelación a una solidaridad individualista y autónoma, surgida en los salones de hogares cerrados al mundo, no solo supone una quimera propia de un imaginario liberal que ha creído sustentar en el individuo autónomo el desarrollo de la sociedad, sino una legitimación de sus prácticas excluyentes y expropiadoras.

Como en el sueño de Saint-Rémys, no nos hemos despertado con el anuncio de la peste, sino que esta ya estaba allí hace tiempo cuando hemos sido capaces de abrir los ojos. Hace demasiado que convivimos con el virus y sus dispositivos de fragmentación, de disolución de lo social. Anestesiados y atomizados, absorbidos por esa comunidad de lo intangible, en la que la piel, el cuerpo y los olores del otro nos resultaban cada día más ajenos. El virus nos ha servido como un mero amplificador de lo que ya sabíamos: habitamos una casa atravesada por necropolíticas de desposesión de la vida, por fragmentaciones de clase, de raza y género producidas por un sistema basado en medidas extractivistas de los cuerpos, de la tierra y de todo lo comunitario. Hace demasiado tiempo que Europa, esta Europa hoy confinada, decidió cerrarse al mundo, dar la espalda a la miseria y precarización, convertirse en un interior climatizado, cual búnker apto solo para unos pocos. Fuera de sus fronteras, la vida y la muerte se juegan en cada frontera, en cada valla y en cada muro divisorio.

Afirmaba Artaud, en su bello texto sobre el teatro y la peste, que todo flagelo “es una crisis que se resuelve en la muerte o la curación”. Hay en todas las epidemias algo así como una “fisonomía espiritual” que hace tambalear el mundo, reconfigurarlo, repensarlo desde otras alternativas de vida. Por ello, según Artaud, la peste “impone a la comunidad una actitud heroica y difícil”, ante la cual, no siempre estamos a la altura de lo que nos acontece. La situación actual nos enfrenta a la urgencia de pensar y reconfigurar otros mundos posibles, otro hogar menos inhóspito y más habitable, menos precario y hostil para tantas vidas deglutidas por el sistema. ¿Seremos acaso capaces de replantear nuevas salidas? ¿Podremos reconfigurar otros espacios y hogares comunes después del temblor? ¿Tendremos el valor de salir de nuestras crisálidas individualistas, de nuestros acogedores y climatizados salones y habitaciones apropiadas para el confinamiento? No podemos anunciar ni anticipar el porvenir, decía Derrida, el cual puede presentarse en la forma del peligro más absoluto, incluso, bajo la forma de la monstruosidad. Sí podemos, sin embargo, apelar a repensar nuestro presente, asumiendo la urgencia de resignificar y construir una morada común desde proyectos colectivos verdaderamente democráticos, igualitarios y revolucionarios.

Fuente: La Vorágine

Lucha feminista en tiempos de pandemia // Javiera Manzi A y Alondra Carrillo V.*

 

 La continuidad de nuestra revuelta a un mes del 8M

*voceras Coordinadora Feminista 8M Santiago de Chile

 

Un mes ha pasado desde que nos levantamos en huelga general feminista. Fuimos dos millones desbordando la Alameda, las calles colindantes y el designio de una autoridad de gobierno a la que no volveríamos a pedirle permiso. Sabíamos que aquella jornada sería histórica, que seríamos muchas, en todas partes y al mismo tiempo alzando la voz contra el terrorismo de Estado, la precarización de nuestras vidas y las distintas violencias que atraviesan nuestros cuerpos. Lo fuimos. Esa mañana de domingo, fuimos tantas que no supieron contarnos, tantas que buscaron minimizarnos y ante esa respuesta opaca sostuvimos la certeza de que fuimos más y que la revuelta seguía su curso en la lucha feminista.

Tres semanas después, Piñera se fotografía en Plaza de la Dignidad y con ello, aparece no solo la irrupción del goce casi perverso del sujeto más odiado de Chile en el lugar icónico de la revuelta, sino también la ratificación de una transformación del escenario político: en medio de la pandemia, el gobierno busca volver a gobernar. Que para hacerlo hayan requerido de una crisis sanitaria mundial que coartó radicalmente nuestra reciente cotidianidad de protesta, no modifica esta circunstancia; pero sí da cuenta de la fragilidad constitutiva de su restaurada “autoridad”.

Cuesta, ante este cambio de tablero, evocar la intensidad de la cercanía que vivimos el 8 de marzo. ¿Qué pasó con ese aliento colectivo? ¿Dónde persiste ese impulso, esa confianza y ese deseo de transformación radical de nuestras vidas en medio de una pandemia global?

De la potencia y el roce continuo de nuestros cuerpos en las calles hemos pasado a vivir este momento de manera fragmentada, en apariencia, divididas. La negativa del gobierno a una política general de cuarentena con condiciones mínimas de dignidad que la hicieran posible, ha llevado a considerar esta medida como el privilegio de unos pocos. Pero no olvidamos que lo que hoy está en juego es la impugnación que la administración neoliberal, que encarna este gobierno, hace de la crisis sanitaria y los 30 años en que se ha naturalizado la ausencia de derechos. 

Lo cierto es que aunque a ratos nos parezca de ese modo, este no es un paréntesis. Las paredes de nuestro hogar o los tránsitos temerosos en el transporte público en una ciudad reducida al mínimo de su actividad no son la señal de una pausa en el tiempo. No todo se ha detenido. Mientras quienes nos gobiernan salen airosos a gozar lo que pareciera ser este (breve) momento de poder sin contrapeso, el proceso en el que nos encontrábamos subsiste subterráneamente en nuestras rabias, anhelos y preguntas; en nuestras redes y conspiraciones silenciosas.

Vivimos hoy la excepcionalidad de la pandemia del COVID19 en el contexto de la excepcionalidad que habitamos desde el 18 de octubre. Esta es la pandemia en medio de la revuelta y es también la pandemia en un contexto de terrorismo de Estado. La potencia del estallido resuena a lo lejos como un pasado que no quiere serlo, o quizás como un presente que es una tarea contra el olvido, contra la impunidad y contra el arrebato de imaginar otra vida y hacerla posible. Aparece entonces un deseo que es también una necesidad: la distancia física no puede ser condición de aislamiento y parálisis. Al contrario, nos hemos llamado a no soltarnos precisamente porque sabemos que vivimos esta crisis sanitaria con compañerxs que son presxs políticxs de la revuelta, en un contexto de total impunidad de las autoridades responsables de la violación sistemática de los Derechos Humanos cuyas primeras medidas ante la emergencia pandémica fue la restauración de la militarización mediante el toque de queda en las ciudades.

Puesto que esto no es un paréntesis sino que el tiempo sigue, la vida y la política también, la pregunta hoy no es qué haremos luego de que esto pase. La pregunta quizás sea más bien, ¿Cómo configurar escenarios de salida que no refuercen los giros autoritarios, la pelea del penúltimo contra el último, la violencia patriarcal en escalada, la violencia racista que se intensifica? Sin duda, lo que hagamos hoy será determinante para los escenarios de alternativa a la crisis, pero lo que ya veníamos haciendo es igualmente clave. No partimos desde cero en la revuelta y mucho menos partimos desde cero ahora. Hemos levantado un programa para transformar radicalmente el modo en que se organiza la vida, la vida toda.

Con esa orientación es que hemos intentado actuar en este tiempo. Propusimos un Plan de Emergencia Feminista como respuesta y llamado a la acción colectiva tras la primera semana de declarada la emergencia sanitaria en el país. En el marco de esto, hemos levantado junto a otros movimientos huelgas por la vida para exigir una cuarentena total con condiciones de dignidad para todxs y junto a otras hemos constituido una Red de Apoyo Feminista[1], para hacer frente a la agudización de la violencia patriarcal en el contexto de encierro. Desde las asambleas territoriales buscamos sostener redes de cuidado y apoyo mutuo. Estar organizadxs nos ha permitido constituir un cuerpo propio que pone de primera línea los cuidados y su lugar fundamental entre los trabajos que sostienen la vida.

Asimismo, vivir esta pandemia en medio de una revuelta abre preguntas y posibilidades que sin esa acción propia no tendrían lugar. ¿Cómo enfrentar de manera efectiva estas políticas de la masacre? ¿Cómo podemos instalar nuestras vidas y nuestro cuidado por sobre las ganancias de unos pocos? ¿Cómo organizar una respuesta a la vez situada y globalmente imbricada a partir de la potencia internacional de la huelga feminista? ¿Cómo, en fin, podemos poner en acción nuestra fuerza propia en estas circunstancias?

Es evidente que no existe una respuesta fija a estas interrogantes. Para nosotras se trata de reconocer, en este escenario de incertidumbre, que las certezas que hoy tenemos pueden desprenderse de la memoria y la confianza en lo que hemos venido haciendo juntas.

Estamos, como pocas veces en la historia reciente, ante una crisis mundial que nos hermana en una experiencia compartida. Así como lo vino haciendo el movimiento feminista con el estremecimiento global de los últimos 8 de marzo, así se abre también hoy la posibilidad, y la necesidad, de dar una respuesta común ante este vértice histórico. Y en esta clave, el movimiento feminista como potencia internacionalista ha de ser trinchera contra el radical avance de la precarización, la depredación extractivista, los fundamentalismos y las violencias en un contexto de debacle económica que hoy se presenta como un acontecimiento ineludible. Constituir alternativa.

El día en que Sebastián Piñera se fue a tomar un retrato en primer plano junto al monumento a Baquedano, la Plaza de la Dignidad se encontraba desierta. Ese viernes no había banderas negras, ni wenufoyes, ni pañuelos verdes, ni corpóreos, ni Primera Línea. Lo que nosotras vimos más allá de su gesto macabro, no fueron solo los rayados exigiendo su salida a su espalda, que él buscaba ostentar como un trofeo, sino las letras pintadas a unos metros en las que aún se lee el recordatorio de eso que fuimos entonces y eso que somos cuando no nos soltamos. Históricas.

[1]
                [1] De la que participan la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres y Niñas, Miles, la Secretaría de Mujeres Migrantes, la Corporación La Morada, PSIFEM, feministas de asambleas territoriales, entre otras asociaciones y agrupaciones feministas.

Economías de guerra y conflictos post-pandémicos // Alberto De Nicola y Biagio Quattrocchi

La alusión martillante a la guerra utilizada para describir los efectos de la emergencia sanitaria, parace señalar una mutación al interior del debate económico maisntream. Dentro de este interregno, las luchas en curso y las por venir podrían jugar un rol decisivo.

4 abril 2020                            

 

En la plenitud de la emergencia Covid, nada parece ser más pervasivo que la alusión a la guerra. La retórica bélica junta economistas y líderes políticos de diferentes orientaciones: es difícil encontrar a alguno que no la haya evocado al menos implícitamente, primero para presentar las medidas de distanciamiento social y sucesivamente para preparar a las poblaciones para las amargas consecuencias de la recesión económica que éstas ya están implicando. Para medir la vastedad y la profundidad de la situación de emergencia presente y futura, es indudable que las dos Guerras Mundiales constituyen los dos únicos “hechos totales” a los que es posible echar mano en el reservorio de la memoria colectiva. Se necesitará considerar con atención las implicaciones de esta alusión continua y martillante a la guerra de parte de quienes mueven las levas del poder económico y político: a primera vista, la impresión es que se orienta a modelar las expectativas sociales hacia un horizonte signado por la enorme compresión de los niveles de vida, por la disipación de los recursos y la militarización de los espacios sociales. Además, la metáfora bélica –ante todo referida a un “enemigo invisible”- lleva a representar el cuerpo social como algo homogéneo e indiferente a sus divisiones internas.

 

Pero hay algo más. La movilización del imaginario de la guerra parece querer romper con aquel sentido de familiaridad al que nos había acostumbrado, por más de diez años, la palabra “crisis”, y esto porque la que vivimos ahora no continúa simplemente  aquella precedente, si no que se inserta sobre ella, radicalizándola y haciéndola mutar de naturaleza. La crisis como forma de regulación permanente de la sociedad que difiere al infinito el momento de su resolución, deja ahora el campo al imaginario de la catástrofe: el revelarse de una percepción colectiva ligada a la amenaza de la supervivencia de la comunidad, no la temporal interrupción en la continuidad de un sistema, sino su misma reproducibilidad y sostenibilidad global. No debemos olvidar que éste deslizamiento estaba en acto antes de esta emergencia pandémica.

 

De ello eran testimonio los movimientos feministas, aquellos por la justicia climática y las recientes sublevaciones globales que, de Francia a Chile, habían mostrado cuanto la cronificación de la crisis del capitalismo neoliberal terminaba por amenazar las condiciones mismas de la reproducción de la vida. También lo testimoniaba el debate entre aquellos economistas que se interrogaban sobre la necesidad de recurrir a medidas no convencionales para salir del “estancamiento secular”. Ahora, con la pandemia, se agota aquel arsenal de retóricas y respuestas institucionales que habíamos conocido con la crisis precedente: en este caso, la típica descarga de los desequilibrios sistémicos hacia el endeudamiento y la responsabilidad individual, así como la culpabilización de la sociedad por las fallas del mercado parece –al menos temporalmente- imposible de proponer. La dificultad con la que tropiezan estos días los neoliberales para reponer condicionalidades workfarísticas al apoyo de los ingresos de los pobres, y contrapartidas austeritarias para las ayudas económicas a los Estados puestos en dificultad por la emergencia sanitaria, son una demostración del impasse actual. El recurso a la retórica bélica y a la economía de guerra es luego y también el indicador de una mutación ocurrida en el paradigma de la crisis como arte de gobierno.

 

El interregno de la “ciencia triste”: ¿hacia un nuevo consensus?

 

Si se restringe el campo a los economistas mainstream es fácil individualizar una doble utilización de la alusión al evento bélico. Mientras de un lado la guerra constituye un válido ejemplo de lógica económica para un shock no cíclico o simétrico, que se distiende completamente sobre los componentes de la demanda y de la oferta agregada, del otro, el evento imprevisto, en la admisión misma de Mario Draghi, justificaría “un cambio de mentalidad” al interior del pensamiento económico dominante, aludiendo a la necesidad de una política económica a la altura de los “problemas de la reconstrucción”.

 

El fuerte retorno de la política fiscal a la caja de herramientas de los economistas ortodoxos es ya un dato de hecho, después que en el período de la Gran Moderación (desde la segunda mitad de los años Ochenta hasta la debacle de 2007), el gasto público y la tasación habían sido consideradas inútiles y dañinas. Solo para dar pocos pero significativos ejemplos: Edmund Phelps, economista norteamericano premio Nobel 2006, referente de los new keynesianst, apunó recientemente la oportunidad no sólo de un aumento del gasto público, si no de las intervenciones estatales a gran escala “en cómo nuestras economías producen y distribuyen bienes y servicios”, evidenciando la necesidad de una desplazamiento en las funciones del Estado. Kenneth Rogoff, uno de los principales economistas del FMI entre el 2001 y el 2003, afirma que los países implicados deberían comprometerse en ingentes gastos públicos en déficit fiscal para sostener sus economías. Mario Draghi, ex banquero central del BCE, en un denso artículo en el Financial Times, escribió que en tal coyuntura el rol del Estado es “distribuir su propio presupuesto para proteger a los ciudadanos y la economía de los shocks de los cuales el sector privado no es responsable y que no puede absorver”. Agregando que la política monetaria expansiva de los bancos centrales debe coordinarse con el gasto público de los gobiernos, con el objetivo de salvar a las empresas de las caídas y contener los niveles de ocupación, desempeñar un rol de garantía de los préstamos bancarios a las empresas, además de promover inversiones específicas. Actividades que inevitablemente implicarán un aumento de los niveles de endeudamiento público, compensados por la reducción de los privados. Advirtiendo además que, en ausencia de tales políticas, se asistiría a “una destrucción permanente de la capacidad productiva y por tanto de la base fiscal”, comprendida la transmisión de nuevas inestabilidades en la economía financiera.

 

 

Se trata del discurso de economistas neoliberales pertenecientes a diversas tradiciones de la teoría económica, que parecen señalarnos que estamos en medio de un corrimiento al interior de la economics. Una suerte de “interregno” del pensamiento económico burgués, una redefinición todavía inestable, que parece aludir sin embargo a una inédita hegemonía. Un deslizamiento que adviene, obviamente, no abstractamente en el cielo de las ideas, si no sobre el fondo del enfrentamiento geopolítico y geoeconómico entre los EEUU, China y Europa; e internamente  a Europa misma, entre los ordoliberales alemanes (y sus países satélites) y los países del Sur europeo, sobre el terreno de los coronabonds y de la mutualización de los riesgos entre los Estados.

 

En un conocido artículo de 1972 –intitulado The Second Crisis of Economic Theory- Joan Robinson traza un esquema de los ciclos hegemónicos de la teoría económica en relación a las crisis cíclicas del capitalismo. Al lado de las importantes cuestiones teóricas observadas por la economista inglesa en el ensayo, la primera crisis emergería en los años 30 con la debacle del laissez-faire, favoreciendo el consensus keynesiano. La segunda crisis, por su parte, se manifiesta plenamente en los años 70, con la afirmación del laboratorio neoliberal. La alusión a Robinson nos resulta útil para decir, junto a otros economistas heterodoxos que han avanzado tales tesis, que estamos probablemente al medio de la tercera crisis de la teoría económica.

 

Se podría objetar, no sin razón, que ya antes del Covid-19, a seguido de la crisis financiera global, hubiera algunas señales. Desde las reflexiones de Larry Summers sobre el estancamiento secular a las reconsideraciones de Olivier Blanchard, economista jefe del FMI, que empujaban hace tiempo por la recuperación del rol del gasto público. Sin descuidar tampoco el consenso generado en torno a un genérico Green New Deal, sostenido por diversos neo-keynesianos, también como resultado de las presiones de los movimientos ecologistas globales. El punto, sin embargo, es que sólo ahora, en el post-Covid, el énfasis no está puesto exclusivamente sobre el rol del gasto fiscal expansivo, si no todavía más a fondo sobre las nuevas funciones que el Estado debería asumir para apurar un inédito “motor del crecimiento”,  después de la crisis del “keynesianismo privatizado” de los años 90 y 2000.

 

Si estamos o no fuera de la racionalidad reclamada al pragmático “intervencionismo” del Estado neoliberal, llamado continuamente a reconstruir el funcionamiento real del mercado, todavía es temprano para decirlo. Lo que es cierto es que cada potencial pasaje hegemónico en la ciencia económica no llega en el vacío. Ya Mario Tronti, en Obreros y Capital, aclaraba que detrás del keynesianismo de la Progressive Era estuvieron primero las grandes luchas sindicales en los EEUU de los años 30, solo después las conceptualizaciones en la Cambridge inglesa. Así como la segunda crisis de la teoría económica fue el reflejo de la inversión de las relaciones de fuerza social sobre el final de los años 70 del siglo pasado. Cuando hablamos luego de la eventual tercera crisis hegemónica, pensamos en aquel campo de tensiones abierto por los ciclos de luchas globales de los últimos años, y en aquello que en potencia podría abrirse nuevamente en una fase en la cual el pensamiento mainstream y los gobiernos empiezan a discutir sobre cual “reconstrucción” posible.

 

Economia de guerra, reconstrucción y reconversión.

 

En estos días, el empleo del imaginario de la guerra lleva consigo la reiterada alusión a la reconstrucción, cuando las sociedades pongan las bases de una nueva economía sobre los escombros producidos por el conflicto. En el libro “El gran nivelador”, aparecido recientemente y citado con frecuencia en estas jornadas, el historiador Walter Scheidel muestra cómo el período de las dos guerras mundiales en el siglo pasado representó uno de los más potentes fenómenos de nivelación de las desigualdades de la historia humana. A este extraordinario resultado las dos guerras mundiales contribuyeron en todo caso de modo diferente. Todos los estados beligerantes debieron realizar un enorme esfuerzo para financiar los gastos de la guerra: en buena parte, este proceso fue sostenido por la requisición por parte del Estado de importantes cuotas del PIB y “tomando prestado dinero, imprimiendo billetes y cobrando impuestos”.

 

En la Primera Guerra Mundial, sin embargo, los países en conflicto respondieron a esta común exigencia balanceando de modo diverso estos instrumentos: mientras los EEUU y el Reino Unido apuntaron mayormente a la fiscalidad, acentuando la progresividad de los impuestos – dando entonces vida con la capacidad de tasación sobre los ingresos más altos, a una forma de “conscripción de la riqueza” útil para contrapesar, en el terreno del consenso social, la masacre de las masas populares en las trincheras-, Alemania y Rusia prefirieron en mayor medida tomar en préstamo el dinero o imprimirlo ex novo. En particular en Alemania, el escaso recurso a la leva fiscal, para defender la renta de las élites industriales, no produjo efectos relevantes de nivelación de las desigualdades, antes bien, aumentó el ingreso de los perceptores de rentas más elevadas. Como es notorio, a esta política de expansión monetaria y de protección de los ingresos del capital le siguió la hiperinflación de los años sucesivos, los motines revolucionarios y la sucesiva reacción nazi.

 

 

En todo caso, la Primera Guerra no modificó radicalmente la estructura de las desigualdades sociales. Será con el fin de la Segunda Guerra que se alcance este efecto: la ingente destrucción de capital producida por la guerra unida a la permanencia en el período de los impuestos fuertemente progresivos utilizados para financiar el esfuerzo militar, fueron las condiciones que permitieron una extraordinaria nivelación de los ingresos. Sin embargo, el pasaje de una mera política de “requisición” a una efectiva política de “redistribución” llega solo en virtud de transformaciones mucho más radicales. A partir de los años 30, de hecho, en  muchos países occidentales se pusieron las bases para la “sociedad salarial”, esto es, aquel sistema de estatutos sociales y canales de transmisión de la riqueza centrados en la figura del salariado, que los estados adoptaron para contrastar el creciente poder del movimiento obrero organizado y para conjurar la extensión de la revolución comunista. Luego, cuando concluye el conflicto mundial, el enorme potenciamiento fiscal del Estado y la adopción de nuevos dispositivos de tasación sobre la riqueza, originariamente creados para la economía de guerra, fueron reconvertidos en la creación del Welfare State post-bélico.

 

La historia de las economías de guerra y de la reconstrucción post-bélica nos señala que el nuevo protagonismo del Estado en la dinámica económica no define de por sí ninguna transformación, ni necesariamente da vida a salidas democráticas o redistributivas. Para que esto sea posible, es necesaria una red de contrapoderes capaces de guiar algo más que una reconstrucción: una reconversión.

 

Un ejemplo patente es proporcionado por el problema del refinanciamiento de las instituciones del Welfare a las cuales se les reclama tanto. Los últimos cuarenta años han estado signados por fuertes recortes al gasto, incluida la sanidad. Más en profundidad, hubo una readecuación funcional del gasto público a favor de nuevas normas sociales de productividad en las instituciones de la “reproducción social”: el intervencionismo del Estado neoliberal ha vuelto al Welfare funcional a la lógica de la competencia económica, precarizando a los trabajadores y trabajadoras, recurriendo a procesos de externalización y privatización, recortando los costos para maximizar la ganancia de las divisiones operativas singulares, adoptando las lógicas administrativas y sistemas de control de la fuerza de trabajo típicas del sector privado, atendiendo plenamente las indicaciones de la ideología del New Public Management.  

 

Como siempre ha sido, los presupuestos de los Estados son un terreno de enfrentamiento de las clases sociales y entre las subjetividades colocadas diferenciadamente en el proceso productivo social. La insistencia en el rol del gasto en déficit propuesto por los economistas ortodoxos, no es otra cosa que el preanuncio de una nueva Progressive Era que está develándose. La disputa que se inicia en torno al tema de la reposición del gasto público, abre inmediatamente lo relativo a su dirección y función, definiendo ya una línea de separación entre quienes, como los economistas mainstream, piden en primer lugar salvataje de las empresas y welfare residual, y las luchas, que empiezan instalar muy otras necesidades.

 

 

Horizontes post-pandémicos

 

Los conflictos futuros están siendo ya preparados por aquellos en curso. Mientras los líderes políticos, uno tras otro, lanzaban sus apelaciones a la “unidad” en la guerra contra el enemigo invisible, nuevas líneas de fractura si iban formando. La presión de la opinión pública organizada en redes ha compelido a los gobiernos – incluso a aquellos inicialmente más recalcitrantes al lockdown-, a adoptar drásticas medidas de protección de la sociedad, confirmando de alguna manera la posición de aquella parte de los trabajadores que estaban luchando por la extensión del bloqueo completo de la actividad productiva, en defensa de la salud común. Por su parte, la difusión en más países de las campañas por la extensión universalista de las medidas de sostén a los ingresos está evidenciando la iniquidad de los sistemas de protección social. La protesta creciente del personal sanitario muestra como detrás de la retórica de “nuestros soldados al frente”, están las desastrosas condiciones de una fuerza de trabajo precarizada y de un sistema sanitario debilitado por las políticas de racionalización.

 

Pero sobre todo, la emergencia Covid muestra finalmente a plena luz cuanto el funcionamiento de la economía y la operatividad de la valorización capitalista depende estrechamente del trabajo reproductivo y de las instituciones colectivas que lo garantizan. Este “arcano”, develado ya por los movimientos feministas y ecologistas de los últimos años, muestra cómo el declamado “retorno al Estado” es en realidad una mistificación del nuevo protagonismo político de la reproducción social. Es en esta encrucijada que las actuales presiones en defensa de lo público muestran su inconciliable tensión con las políticas del Estado, aquel mismo Estado que ha reducido lo público a una función residual y a un territorio a ser colonizado por el mercado.

 

El campo abierto por las políticas de reconstrucción pone luego, a un tiempo, un doble desafío. El primero es el de una resocialización igualitaria de la riqueza: las medidas puestas en juego por los gobiernos nacionales muestran con evidencia cierta la existencia de agujeros estructurales en los sistemas de protección social. La creciente convergencia hacia reivindicaciones universalistas del ingreso es la más clara demostración de la inadecuación de los instrumentos a disposición de los Estados para proteger los niveles de vida de toda la población, y la medida del progresivo desmantelamiento de los canales de distribución de la riqueza típicos de las sociedades salariales.

 

En segundo lugar, el momentáneo aumento del gasto público no dice todavía nada de su dirección y función. La movilización en defensa de las instituciones colectivas del Welfare y por su refinanciamiento, plantea inmediatamente la cuestión de repensar la articulación jerárquica entre lo público/ lo común, el mercado y el Estado, como marca de la nueva centralidad asumida por la reproducción social. Si el aumento del gasto público no es garantía de la redistribución del ingreso, mucho menos lo es de una redistribución del poder hacia el abajo. Por esta razón, las movilizaciones que estamos observando parecen indicarnos, una vez más, la necesidad de retomar la reflexión sobre contrapoderes capaces, por un lado, de orientar las decisiones en el campo de la “reproducción social” de parte de los Estados y de la rutilante Comisión Europea (en el caso de Europa), y del otro de experimentar abajo fórmulas nuevas de mutualismo, de instituciones autónomas en el campo de los “cuidados” recíprocos, así como ya está sucediendo espontáneamente en diversas realidades italianas, en Europa o en América.

 

Ya hemos visto cuanto una situación de estancamiento secular,  en ausencia de políticas de resocialización de la riqueza, y el mantenimiento en el frente interno de las normas neoliberales, estuvieron en la base de aquella reciente torsión autoritaria que ha signado los sistemas políticos de muchas partes del mundo. Hoy, frente a un escenario que anuncia un deslizamiento del estancamiento a una más probable espiral  depresiva, y ante la ocasión proporcionada, por las actuales políticas de emergencia, de una centralización del poder por parte de los gobiernos, el horizonte de una nueva onda neo-autoritaria que resuelva los radicales desequilibrios mediante una militarización de la vida social y económica, arriesga presentarse como una amenaza mucho peor que aquella que hemos experimentado ya durante el ciclo reaccionario de esta última década.

 

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/economie-guerra-conflitti-post-pandemici/

El virus y el terremoto bajo el pavimento de las finanzas // Biagio Quattrocchi y Paolo Scanga

 En un artículo previo a la irrupción del Covid-19, Quatrocchi reflexionaba sobre las tensiones ya al límite en Europa, y en general en Occidente, luego de más de 10 años de austeridad neoliberal incrementada desde la crisis subprime, y sobre la inminencia de un giro en la gestión de la political economy, reclamando un ciclo de luchas transnacionales que lo pudiera cualificar. Este artículo da cuenta del profundo impacto de la emergencia pandémica en ese escenario previo.

 El virus y el terremoto bajo el pavimento de las finanzas

 La difusión del virus y la activación de las medidas de enfrentamiento adoptadas por cada estado separadamente, producirán una crisis económica y financiera de vastas proporciones y de rasgos inéditos. Solo un programa de luchas transnacionales para el apoyo a los ingresos y un amplio plan de “socialización de las inversiones” a nivel europeo puede hacer la diferencia para una Europa post liberal.

18 marzo 2020

El 12 de marzo el índice Ftse de la bolsa de Milán cayó 16,92%: el peor resultado diario de su historia. Contemporáneamente, el Dow Jones concluyó las transacciones igualando el récord negativo de 1987, superándolo en términos de puntos absolutos. Desde el inicio de la difusión del virus, todos los otros índices bursátiles internacionales están consignando pérdidas enormes, sobre todo de los títulos bancarios y de transporte. A estos se añade otro dato sobre el cuál los analistas están focalizando la atención, este es el Chigago Board Options Exchange y sus transacciones, mejor conocido como índice Vix o “índice del temor”. El Vix mide la volatilidad implícita en las acciones del S&P 500, y ha registrado incrementos de vértigo, cercanos a los niveles registrados en tiempos de la quiebra de Lehman Brothers. Incluso si está focalizado sobre los EEUU y sobre las firmas más grandes, el índice está bajo vigilancia de todos los traders del mundo. Un aumento repentino del Vix es, por si solo, la indicación de la reapertura del baile en las bolsas.

¿Estamos de frente a una nueva crisis financiera? No se puede descontar aún. Pero aquello que nos interesa subrayar no son tanto los puntos de convergencia respecto a la crisis subprime u otras crisis financieras hasta aquí vividas, cuanto la radical diferencia. Es fácil también notar que no se trata de las primeras señales de inestabilidad post 2008, basta pensar en el ataque especulativo a los títulos de Estado entre 2010 y 2012, o el impacto negativo del referéndum del Brexit del 2016.

La novedad de frente a la cual nos encontramos es que, todo sumado, cuanto acontece en las bolsas no es el centro de la crisis. Después de cinco años de políticas monetarias fuertemente expansivas de parte de las principales bancas centrales, tasas de inflación de cerca de un punto porcentual a nivel mundial (exceptuando los países emergentes), un régimen de tasas de interés en muchos casos todavía caracterizado por valores negativos, podemos decir que nos encontrábamos ya –incluso antes de esta fase- en una situación particularmente inestable. Bajo las cenizas del Quantitative Easing se ocultaba la inquietud de los operadores financieros, que en posesión de ingentes cantidades de liquidez estaban incesantemente a la búsqueda de rendimientos mayores, operando en los países emergentes y adquiriendo títulos a más alto riesgo. No obstante ello la política monetaria había logrado, hasta este momento, suavizar o meter bajo el mantel estas tensiones.

Lo que es claro ahora, en cambio, es que las medidas monetarias expansivas adoptadas por las bancas centrales se revelan insuficientes para contener los actuales quebrantos bursátiles: son 38, de los cuales 29 desde febrero, los recortes del costo del dinero de parte de varios bancos centrales solamente en el 2020. Después de un período breve de alza de tasas,  el BCE no excluye que seguirá a los otros banqueros centrales. Pero a diferencia de antes, la “bazooka” monetaria se revela un arma ineficaz: los márgenes de maniobra para los recortes son extremadamente limitados. Basta pensar que el domingo 15 de marzo la Reserva Federal, temiendo una nueva semana de shocks ha anunciado un nuevo recorte de las tasas y el recomienzo del QE por 700 mil millones. El día después Dow Jones, Nasdaq y S&P 500 colapsaban por 12 puntos porcentuales.

Las especulaciones a la baja a las cuales asistimos en las diversas bolsas mundiales, no están desligadas obviamente de las tensiones de la economía real. Más bien aparecen como operaciones que intentan compensar las pérdidas esperadas sobre las ganancias, con la acumulación anticipada de plusvalías financieras.

De lo real a la finanza y retorno

Luego, a diferencia de la crisis global del 2008, la inestabilidad a la cual asistimos tiene origen en la economía real. Para no ser malentendidos es útil añadir que la inversión de las cadenas de transmisión, de la economía real a la finanza, no anuncia ningún nuevo predominio de lo “real”, y ni siquiera la señal que devuelve al capitalismo financiero a su antigua función de “capital ficticio”. En todo caso tales evidencias confirman que, en la actual configuración de la “economía monetaria de producción”, los shocks –de cualquier origen- están destinados a distenderse sobre el capital total.

La novedad relevante no reside siquiera en la magnitud del impacto que la pandemia tendrá sobre la economía, si no en su transversalidad y pervasividad. Al interior del debate mainstream, desde Richard Baldwin a Kenneth Rogoff, solo por citar algunos ejemplos, se ha difundido la convicción que la expansión del Covid-19 y la política de su contención de China y de los otros países, generarán costos tanto sobre la demanda agregada cuanto (sobretodo) sobre la oferta de bienes y servicios. Una realidad que nos vuelve a traer un problema incluso del terreno de la historia económica contemporánea, del cual podemos obtener eventuales enseñanzas.

Ni el crack del 1929 ni menos la crisis petrolera de 1973, ni siquiera las crisis más recientes constituyen ejemplos válidos. Se necesita quizás, con la necesaria prudencia, recurrir a la evocación de las guerras, a la 1ra y 2da Guerra Mundial, para encontrar situaciones en las cuales tensiones sobre la demanda son acompañadas de la destrucción de capacidad productiva del lado de la oferta.

Tiene razón Sandro Mezzadra en decir que una metáfora adecuada para describir la situación actual del capitalismo global es la de “obstrucción”, una instantánea que fotografía los problemas que se registran por el lado de la oferta de bienes y servicios. El bloqueo de la producción china entre enero y febrero, en la fase aguda de los primeros focos, ha abierto el baile atascando las cadenas logísticas de aprovisionamiento global de las empresas, con graves consecuencias sobre el comercio internacional y difusos bloqueos de la acumulación al interior de las cadenas globales de valor. Sólo la provincia de Hubei explica un cuarto de la producción mundial de los cables de fibra óptica, y está especializada en la fabricación de microchips avanzados, utilizados en diversos continentes en el ensamblaje de la telefonía y de otros ingenios.

El freno de la producción ha generado efectos en cascada en otras áreas del planeta como consecuencia de la extensión de las cadenas productivas, en la misma Asia oriental (Corea del Sur, Taiwán, Vietnam, Malasia, Singapur), hasta arribar a Europa (Alemania sobre todo) y los EEUU. Los datos UNCTAD añaden que las exportaciones de bienes intermedios utilizados por otros países como input han subido de ser el 24 % del total de las exportaciones chinas en 2003 al 32 %  en 2018. La propagación del virus a los otros continentes (Europa, EEUU, Rusia, etc.) obviamente ha empeorado enormemente la situación, extendiendo el fenómeno a otras cadenas del valor global más allá de las TIC, con el involucramiento de las automotoras, las textiles, hasta algunos compartimentos de los servicios (turismo, transporte aéreo, etc.), que en algunas economías tienen un peso a no desestimar.

La “constricción”, el “racionamiento”, la ruptura del “flujo tenso” en los intercambios –condición fundamental en la logística global y en el modo de producción actual-, arriesgan ser solo una parte del fenómeno. La cancelaciones de órdenes, el alargamiento indefinido de los tiempos de entrega, los problemas de liquidez que experimentarán progresivamente las empresas por la falta de realización en el mercado, no se puede descartar que se transformen en una verdadera y propia destrucción de capacidad productiva en algunos sectores, que es siempre también destrucción de fuerzas productivas.

El discurso relevante para nosotros es que cuando se asume la perspectiva de las cadenas de suministro, es porque en realidad se quiere hacer las cuentas con la “multiplicación del trabajo”, estos es con la explosión de formas diferenciadas de explotación a lo largo de las cadenas. Y es inevitable que las tensiones apenas descritas, comprendidas las iniciativas que algunos grupos industriales asumirán para reconstruir los nexos “trizados” de esta infraestructura capitalista, serán cargadas primero que todo sobre las componentes de fuerza de trabajo menos resguardadas y más débiles sindicalmente, con inevitables diferenciaciones también sobre el plano geográfico.

Si pasamos al lado de la demanda no se puede descuidar que la pandemia global se inserta en un cuadro altamente inestable, signado por el débil crecimiento norteamericano, por un sustancial estancamiento europeo con fuertes diferencias internas (por ejemplo entre Alemania e Italia), por la ralentización del crecimiento chino. A lo que se agrega las tensiones comerciales entre China y EEUU y la guerra de los aranceles, las tensiones entre los productores de petróleo (Irán-EEUU), así como el horizonte comprometedor de la catástrofe ecológica. Partiendo de los relevantes cambios imprimidos al capitalismo global por la última crisis, debemos recordar que hemos salido de esta larga fase sin que las élites económico-políticas hayan logrado sustituir eficazmente el precedente “motor del crecimiento”, representado sintéticamente por la expresión “keynesianismo privatizado”, con un sistema igual de estable (relativamente).

En estas horas signadas por el riesgo del contagio, los economistas mainstream se obstinan en ver solo una parte del problema, ciertamente de no descuidar. Los más honestos apuntan que las medidas de contención epidemiológica producirán un probable aumento de la desocupación y un ulterior crecimiento de las desigualdades. Fenómenos que terminarán por impactar sobre la demanda agregada a través de la contracción de los consumos, y se presentarán de manera “diferida” en tiempos más largos, bastante más allá de la cuarentena.

Lo que no ven estos señores, porque sus teorías no le permiten verlo, es que las tensiones sobre la demanda tienen una raíz todavía más profunda, que va más allá del problema del consumo de las familias. Olvidan que los problemas de la naturaleza, de la ecología a las pandemias, no son accidentes casuales. Antes bien son siempre manifestaciones de dramas preparados históricamente, en todo caso de modo inconsciente, pero siempre fruto de actividad humana y de las elecciones que conciernen directamente al contenido de las inversiones: qué, cómo y cuándo producir.

Son eventos que se presentan como la materialización de un imprevisto que descompagina los planes, y sin embargo, son realidades que descienden de elecciones políticas y económicas acumuladas en el pasado. Y es entonces sorprendente escuchar afirmar a insospechables economistas norteamericanos “la recesión es una necesidad de salud pública”. Para defender a la salud pública, la reproducción de la sociedad, para contener las muertes y la morbilidad, deviene para estas personas “objetivamente” inevitable asumir el riesgo de la caída de la demanda agregada norteamericana.

Se trata de una expresión que por sí sola describe bien la contradicción en la que están actualmente las economías capitalistas. Después de cuarenta años de políticas neoliberales, de contracciones de las inversiones para el welfare state, de recortes a los gastos para la sanidad pública, de recurso continuo a las privatizaciones, un evento incalculable como la pandemia vuelve dramáticamente evidente aquello que nos han enseñado las feministas, esto es que la “reproducción social” viene siempre primero que la “reproducción de la economía”.

El coronavirus, en ausencia de sólidas instituciones sanitarias públicas y gratuitas, deviene una amenaza para la continuidad de las relaciones sociales y para todo aquello que tenemos en común en nuestra vida. Muestra cuanto los sectores así llamados “antropogenéticos”, aquellos fundados sobre la “producción del ser humano por medio de seres humanos”, los campos del “cuidado” recíproco como la sanidad, son fundamentales también para el funcionamiento de la economía. Haber privado a las sociedades de las instituciones del welfare state universales, significa ahora poner a dura prueba la cooperación social difusa, el intercambio relacional, como motores y sustancia ontológica sobre la cual se fundan los modos contemporáneos de producción capitalista.

 El virus y Europa

En su último discurso a la nación Macron ha puesto mucho énfasis en parangonar la pandemia a una guerra. La alusión al evento bélico es funcional también para iluminar el enfrentamiento entre diferentes modalidades de gobierno regional y global, lo que está abriendo escenarios mundiales del todo inéditos. Por un lado Xi Jinping, en un desafío de notable dimensión a las democracias liberales, ha experimentado una forma de contención de la epidemia que no tiene parangón en la historia humana. Del otro los neoliberales angloamericanos Trump, Johnson y Bolsonaro, guiados por la convicción cínica e infame que el mercado y la sociedad se autorregulan, están dispuestos a no intervenir frente a la pandemia: “no te preocupes y continúa”. Se trata de dos modelos alternativos, dos “formas” del gobierno del mundo radicalmente opuestas y en lucha por la hegemonía global que comparten un rasgo común: han recurrido y recurrirán planificada y estructurado a las plataformas digitales, a las app de escaneo biomédico y al big data. Enormes empresas financieras como Alibaba o Walmart se presentan como pernos del desafío geopolítico y geoeconómico antipandémico.

En esta polarización, Europa asume una frágil e inestable tercera posición, sea en las prácticas médico-sanitarias en respuesta al virus, sea respecto a las consecuencias econonómico-sociales correlativas. Una vez más la Unión Europea no logra definir una respuesta homogénea a la expansión de la epidemia: países como Italia, España, Francia pero también Alemania han conocido diferentes tipos de “excepción”, que evidencian los niveles de poderes y contrapoderes, constitucionales y sociales, diferentes entre los Estados miembro. Por otro lado, sin embargo, si bien de modo no armónico, se está intentando (mirando sobre todo al eje franco-alemán) diseñar una línea alternativa al desafío global supuesto por la opción tecno-autoritaria china y angloamericana. Una respuesta que tiene sus raíces en la constitución ordo-liberal, sin dudas, pero que podría abrir, ciertamente no por la voluntad directa de las tecnocracias europeas, escenarios distintos para el futuro de Europa.

De frente a la crisis pandémica, la gobernanza europea se ha visto constreñida a modificar algunos de los parámetros europeos, como la suspensión del Pacto de Estabilidad, confirmando como se ha dicho la línea de la política monetaria expansiva. Ambas medidas que muestran un doble rostro. No seremos nosotros, ciertamente, quienes nos enojemos por la suspensión de uno de los pilares más rígidos de la constitución material europea, pero por otra parte, en ausencia de un inmediato acto de coraje de parte de las instituciones europeas se arriesgará solo ver cristalizadas las relaciones de poder entre los países europeos, ya muy presentes en el Tratado de Maastricht. 

La exaltación del ministro del Tesoro italiano Gualtieri al anunciar que “hemos decidido utilizar todo el endeudamiento neto autorizado por el Parlamento de 25 mil millones de euros”, revela toda la impotencia en la que se encuentra el sistema Italia, en ausencia de una solidaridad europea. No obstante alguno, mintiendo mientras sabe que miente a un país inmovilizado por la difusión del virus, diga que tal inversión inicial estimulará un flujo financiero total de 350 mil millones, aludiendo a un multiplicador del gasto público simplemente irreal. Además, tras los límites de la respuesta italiana, se trata de sumas calibradas sobre poco más de nueve semanas y del todo insuficientes para ser consideradas estímulo suficiente para un PIB que, en las mejores hipótesis, proyecta una caída de 2,5 %, con una crisis cuya pervasividad esbozamos antes. En suma, el “dique” promovido por Conte no es mucho más que un parche frente a un huracán.  

Con mayor razón si estas cifras se contrastan con la propuesta alemana de inyectar 550 mil millones de euros, como estímulo económico para empresas y welfare. Esta asimetría nos autoriza a decir que, incluso si se suspende temporalmente el Pacto de Estabilidad, estando así las cosas, no hay manera de modificar las relaciones de fuerza internas a la estructura europea. No hay ni siquiera ningún nexo causal que prevea una salida “progresista” en esta solución: la historia, al contrario, nos ha enseñado que incluso las sociedades más reaccionarias han hecho amplio recurso al gasto público en déficit. La evocación continua al momento bélico nos constriñe a recordar que tampoco todos los tratados de paz son indoloros. Solo una robusta y rápida redefinición de la political economy a nivel continental nos podría salvar de una profunda y dolorosa recesión.

 El contagio de las luchas

Las medidas adoptadas en estas horas por los principales países europeos, incluso en sus relevantes diferencias internas, las cuales ya esbozamos, parten de una común lógica política en la cual control social, moral de la responsabilidad individual, vigilancia común sobre las desviaciones y atenuación de la clausura de la actividad productiva, representan algunos rasgos fundamentales. Sobre este inestable balanceo, entre contención de la circulación de las personas, defensa de la salud pública y continuidad de la acumulación, intrínsecamente contradictorio, potencialmente explosivo,  se juega la perspectiva del modelo de sociedad post-coronavirus, a diferencia de cuanto proponen Johnson en UK, Trump en USA, o incluso en China.

Mirando a Italia, la afirmación de este modelo no se ha desarrollado ciertamente de manera espontánea, ni es el resultado de alguna superior civilidad europea; antes bien ha sido el fruto de los agobiantes y cínicos reclamos de Confindustria por no interrumpir la producción, de un lado, y del débil rol de los sindicatos confederales del otro, que con una lógica de rasgos esencialmente corporativos, han terminado por sellar un protocolo sobre la seguridad ante la epidemia débil, por decirlo suave. Pero mientras las centrales sindicales han tentado de contener por todas las vías las reacciones, desde abajo los trabajadores y trabajadoras de la manufactura y la logística han promovido iniciativas espontáneas de huelga, que las mismas centrales confederales en algunos casos se han visto constreñidas a validar, solo para no perder el control de los sitios productivos.

La alusión de la Comisión Europea al “cuanto tenga que ser” del gasto público y la inestabilidad constitutiva del modelo social que emerge del gobierno de la emergencia, puede abrir inéditos espacios de lucha. Es lo que está sucediendo y puede profundizarse en Francia, donde las intensas luchas de los Chalecos Amarillos han construido una trama de contrapoderes, en la cual no faltan inéditos procesos de politización entre los médicos y doctoras, enfermeras y enfermeros, o entre los operadores de otros espacios del welfare (como escuela y universidad). O incluso lo que en Italia está representando la concentración de primeras reflexiones y energías en torno a la campaña por la Renta de Cuarentena, que ofrece la posibilidad de abrir brechas en los sistemas workfarísticos, completamente inadecuados para la gestión de esta fase.

En el drama del coronavirus se ha impuesto una coyuntura que no se presentará más del mismo modo, y la política de las y los subalternos es siempre y sólo política de la coyuntura; ahora son las élites europeas quienes reconocen que se necesitan inversiones públicas en algunos campos del welfare. Necesitamos orientar estas opciones a través de las luchas, hacer emerger necesidades, campos de aplicación, soluciones concretas en la esfera de “los cuidados”, del mutualismo, de la solidaridad y de las instituciones de la reproducción social. Porque una cosa debe ser clara: sin luchas, sin presiones sociales desde abajo, no hay motivo alguno para pensar que el gasto público sea necesariamente suficiente y bien orientado.

La reivindicación de un Ingreso de Cuarentena constituye un primer campo de tensión; precisamos reafirmar la necesidad de una medida de apoyo a los ingresos no workfarística, incondicional, orientada a la autodeterminación de las y los sujetos, adecuada a la intensidad de la crisis y destinada a continuar mucho más allá del período de contención de la circulación de personas.

Al mismo tiempo es decisivo relanzar la imaginación de una Europa post-liberal. Y entonces no alcanza como ya recordamos el uso limitado de la flexibilidad presupuestaria, diferente para cada país. En cuanto a lo fundamental y deseable, ni siquiera bastaría la introducción de sistemas de tasación sobre los patrimonios para financiar inversiones públicas. Precisamos al contrario superar los límites del gasto público nacional, reclamar un presupuesto europeo para hacer saltar a través de las luchas el desequilibrio competitivo entre las áreas internas a Europa.

Servirán verdaderas y justas medidas de “socialización de las inversiones” a nivel continental en el campo del welfare y del ambiente, financiadas mediante  la emisión de títulos europeos con la coordinación de un banco central con funciones plenas de prestador de primera instancia. En el campo de la política monetaria se asiste incluso a un retorno de propuestas en torno a la idea neoliberal de helicopter money. Es una idea que iría forzada, llevada contra sus propios límites. Si sirve distribuir moneda para llegar en profundidad a la sociedad de la crisis, que se redistribuya a los ciudadanos y no a las empresas, como se hizo en Hong Kong en esta fase. Para hacer esto son útiles los cuerpos, las iniciativas, el pensamiento y el deseo de cambiar. Entonces no toca otra cosa que probar organizar lo imprevisto de la lucha, ojalá más allá de los angostos espacios nacionales.

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/virus-terremoto-pave-della-finanza/

El Covid-19 a la luz de los Chalecos Amarillos. Perspectivas de lucha en la crisis reproductiva // Francesco Brancaccio y Matteo Polleri

15 marzo 2020                               

A mediados de marzo, la Francia de Macron expedía las primeras medidas de combate al Covid-19. A la vez, allí las reacciones institucionales se insertan en un terreno caracterizado por contradicciones y conflictos de excepcional intensidad.

Cuando arribó el Covid-19 poco antes de mediado de marzo a Francia, la habitual solemnidad jupiteriana caracterizó el largo discurso televisivo a la nación del “presidente de los ricos”. Fueron anunciadas algunas medidas restrictivas de la circulación de personas (llegándose más adelante al lockdown general), junto a algunas primeras y parciales garantías socioeconómicas (prolongamiento de la “tregua invernal” sobre los desalojos inmobiliarios, nuevos subsidios estatales) y algunas indicaciones médico-sanitarias (máximo apoyo, también desde el punto de vista presupuestario, a la sanidad pública, recomendación de normas higiénicas severas y limitación de los traslados). Más adelante, el Ejecutivo de Edouard Philippe también decretó la clausura de los comercios no esenciales, subrayando la estrecha coordinación entre París y Berlín. Las elecciones municipales cuyo primer turno estaba previsto el domingo 15 de marzo, fueron sin embargo confirmadas (y sufrieron una gran abstención no habitual en Francia).

Prudencia y serenidad institucional, confianza en el sistema sanitario universal de la Republique, responsabilidad civil, unidad nacional y apelación a la cooperación europea para hacer frente a un desafío que interroga las raíces del modelo de desarrollo occidental. Ahí estaban las palabras de orden del discurso de Macron. La estrategia del Gobierno francés, en sintonía con Alemania, parece por ahora volcada a la construcción de un plan alternativo al modelo autoritario chino de contención de la epidemia –elogiado por la OMS y que se ha revelado eficaz en la tutela de las vidas humanas-. Es preciso subrayar que aquel modelo ha hecho un recurso planificado a las plataformas digitales, al big data y a las apps de escaneo biométrico gracias a la movilización de Alibaba, Baidu y Tencent.

Francia, frente a un fenómeno imprevisible y con un impacto cotidianamente más duro, entró día a día en fases sucesivas de la epidemia, las cuáles supusieron contención progresiva y garantía de algunas libertades fundamentales. En este cuadro, más que un inédito estado de excepción mundial –esto, un espacio homogeneizado por la anomia- se puede constatar que, por ahora, en los diferentes países se han estado experimentando medidas administrativas diferenciadas, al centro de los cuáles las medidas de policía y de restricción de la libertad no pueden ser aisladas incautamente de la gravedad de la crisis de las estructuras sanitarias. Tales disposiciones, basadas sobre las previsiones de las curvas de contagio, y sobre taxonomías que definen cotidianamente los niveles de morbilidad y de letalidad del virus, no han sido homogéneas entre los países. No faltaban aquellos que negaban la gravedad de la situación. Se vio la estrategia adoptada por Trump o el “modelo” Johnson, que apuntaba cínicamente al logro de la inmunidad de manada, asumiendo, esto es, que el 60-70 % de la población sería contagiada, sin explicar en todo caso como su sistema sanitario pudiera hacer frente a tal situación

Las perspectivas de mantenimiento de esta gobernanza de la crisis pandémica eran por decir poco inciertas, en particular a la luz del difundirse del miedo en el debate público, favorecida por un mercado de la información pronto, también en Francia, a capitalizar el pánico. Pero lo que resaltaba en primer plano esos días era el contraste entre el miedo provocado por los medios y la activación colectiva que se manifestó en las redes sociales y en las calles. La sociedad que responde a esta crisis no es un espacio vacío sino un tejido viviente de contrapoderes que se ha consolidado en el curso de estos largos e intensísimos años de lucha. En los centenares de grupos de Facebook de los Chalecos Amarillos, verdaderas ágoras del movimiento, ya desde antes de los anuncios gubernamentales se había evidenciado lo contradictorio de sus primeras iniciativas: ¿se tenía seguridad que las medidas fundadas sobre “el principio de proporcionalidad” entre la tutela de la salud colectiva y el funcionamiento de la máquina económica pudieran ser eficaces? Las nuevas clausuras anunciadas sucesivamente mostraban toda la provisoriedad de este “principio”, que hubo de adaptarse a una situación en rápida evolución.

 Pero sobre todo, en el cuadro francés, la difusión del virus y las consiguientes reacciones gubernamentales se insertan en un contexto que, ya antes de la caza convulsa al “paciente cero”, no tenía nada que ver con el normal repetirse de la cotidianidad. La “excepcionalidad” de las intervenciones gubernamentales no se da en una superficie lisa, sino sobre un plano encrespado de contradicciones y conflictos particularmente intensos, que se condensan en torno al nodo de la reproducción social en sus varias declinaciones (fiscalidad, poder adquisitivo, pensiones, asistencia social, servicios sanitarios, escuelas y universidades). Ello se entrelaza además con la reivindicación difusa de “justicia ecológica”, devenida una de las instancias fundamentales en los movimientos franceses.

A este propósito, no se trata simplemente de repetir, una vez más, que el contrapoder permanente, fluido y a baja intensidad de los Chalecos Amarillos –reunidos para la V Asamblea de las Asambleas en Toulouse la semana previa al arribo del virus-, sigue amenazando el poder constituido, como demuestran las “manifestaciones salvajes” que atravesaron París en esos días para el  Acto 70. Lo que cuenta, más en general, es que el complejo de luchas del último período –de la huelga contra la reforma de las pensiones a la más reciente batalla de los precarios contra la neoliberalización de la universidad, de los movimientos ecologistas a las huelgas de los trabajadores de la sanidad en los hospitales, que se prolongaron por 9 meses-, representa el fondo sobre el cual se jugará una parte relevante de la partida política de la gestión de la pandemia.

Macròn probará sin dudas a transformar este desafío en ocasión de relanzamiento de su proyecto político, fuertemente debilitado, y hasta hace pocos días, en caída libre en los sondeos en algunas de las ciudades más importantes. Pero este relanzamiento, como sabemos, no podrá más que darse sobre el plano europeo, es decir en la puesta en rediscusión de las férreas reglas del neoliberalismo sobre las cuales Macron ha fundado hasta ahora su proyecto. En el plano interno, hay que notar que tal estrategia tiene como protagonistas dos de las instituciones más “estresadas” en los últimos años: el servicio de asistencia socio-sanitaria, y en el caso de las prohibiciones de circulación, la policía y la gendarmería. Unas, ya fuertemente tensionadas por un proceso de restructuración neoliberal particularmente rápido y violento; las otras, objeto de desconfianza de sectores siempre más amplios de la población, golpeadas por la progresiva securitización del espacio público que siguió a los atentados de 2015, e indignadas por la inaudita represión de la insurrección popular a partir de noviembre de 2018.

La apelación de Macron a la cohesión europea para construir una respuesta a la crisis, alternativa a los repliegues soberanistas de ultraderecha y  sus clausuras ultranacionalistas se acompaña, por otra parte, de la confirmación de la aprobación de su proyecto previo de reforma neoliberal de las pensiones con el procedimiento del  49.3, que se salta el debate parlamentario, y por el rechazo de retirar la reforma al seguro de desempleo, como ha sido reclamado por los sindicatos y por las y los desocupados en lucha. Elecciones particularmente discutibles y resistidas, tanto más en un cuadro de emergencia sanitaria con repercusiones sociales radicalmente desiguales. En las universidades y en las escuelas, en tanto, los y las precarias, los y las docentes, desde hace meses en movilización contra la reforma de las pensiones y contra la Ley de Programación Anual de la Investigación, y ahora constreñidos a quedarse en casa por el lockdown, reivindican el pago de las prestaciones laborales interrumpidas, oponiéndose a las disposiciones relativas al teletrabajo.

El movimiento de huelga de las universidades podría ahora prolongarse en forma de oposición a la uberización de la investigación y de la enseñanza. Dos niveles, en este escenario, se dibujarían en el horizonte. En uno, la organización del rechazo al teletrabajo en un contexto en el cual, hasta el día del cierre de las universidades, una gran parte del personal estaba en huelga. Así, una forma innovadora de interrupción del trabajo podría ser experimentada, en la lucha contra la epidemia y sus efectos políticos y psico-sociales. En otro, el reclamo del retiro del proyecto de reforma de Fredérique Vidal pero, más en general, de un plan extraordinario de inversión en la investigación, en ruptura con la lógica de privatización de los bienes comunes del conocimiento, abriendo a repensar integralmente la “función social” de las universidades. Elementos que justo la crisis epocal del Covid-19 tornan inevitables de considerar.

Entretanto, en los hospitales la tensión ya estaba en las nubes, y el personal sanitario nos muestra con su coraje la función indispensable de la sanidad pública en el cuidado y la reproducción de la sociedad. Antes que acreditarse como autoridad moral, despolitizada y tecnicista, en Francia las figuras de las y los médicos y trabajadores sanitarios han sido investidas por significativos procesos de conflicto, como testimonian las movilizaciones permanentes de los y las trabajadoras del sector sanitario, las reivindicaciones de los Chalecos Amarillos a propósito de la salud, y la fuerte adhesión de las y los médicos, enfermeras y enfermeros a las huelgas contra las reformas de las jubilaciones. Las condiciones de trabajo de estos sectores son terreno de enfrentamiento con el Ejecutivo desde hace meses.

La tensión interna en los hospitales no hace más que sumarse a las dificultades producidas por el contagio, como recientemente declaró el director del sistema de salud de la capital. Si ciertamente la homogeneidad territorial de la salud pública francesa no es parangonable con las asimetrías regionales italianas, las previsiones de los y las trabajadoras del sector sobre las efectivas capacidades de acogida de las infraestructuras eran lejanas a las del Gobierno (cuestión que el avance de la pandemia confirma). La visita oficial de Macron al hospital de la Pitié Salpêtrière de París, volcada justo a la emergencia viral, fue ocasión de protesta de parte de las y los médicos y enfermeros: el personal sanitario estaba ya en medio del duro trabajo para hacer frente a la epidemia, pero no tiene ninguna confianza en el Ejecutivo ni en el Eliseo.

¿Prefiguraciones de posibles redefiniciones de las luchas del ámbito reproductivo dentro de la emergencia sanitaria? A hoy, resultan difíciles. De lo que se puede estar seguro es  que el equilibrio sobre el cual se juega la estrategia macroniana de gestión de la epidemia es frágil. Eventuales medidas de ulteriores suspensiones diferenciadas de la socialidad, económicamente desiguales y orientadas a garantizar la extracción de valor, podrían ser objeto de contestación en los lugares de trabajo, donde desde hace meses la cotidianidad es signada por paros y huelgas.

Paralelamente, la reivindicación de la independencia de la sanidad de la lógica del mercado, sostenida por Macron en su discurso a la nación, podría constituir un terreno fundamental sobre el cual presionar, haciendo explotar las contradicciones internas de su programa político. En fin, el mismo espacio de la “cuarentena”, podría permitir la experimentación de formas de solidaridad y de conflicto, como algunas experiencias italianas comenzaron a indicar, a partir de la reivindicación de un “ingreso de cuarentena”. Estos terrenos repondrían entonces al centro de la lucha aquella potencia de la fraternidad vivida por más de un año en las rotondas y en las asambleas de los Chalecos Amarillos.

En suma, la tentativa de recompactamiento nacional y relanzamiento político intentada por Macron augura de todo menos que esté descontada, y no se puede excluir que las medidas para responder a una eventual crisis reproductiva produzcan una profundización del surco que ya separa poder político y sociedad. En tal escenario, el tejido afectivo sedimentado por las luchas de los últimos años –que se ha revelado hasta ahora capaz de invertir las pasiones tristes en indignación y gozo-, se tendrá que medir con  una renovada regurgitación hobbesiana de angustia y miedo y, al mismo tiempo, con la urgencia de profundizar las redes de mutualismo y de cuidado colectivo hasta hora desarrolladas. Entre las tantas lecciones de los Chalecos Amarillos, no es la última aquella de dar vida a discursos sobre la “vulnerabilidad” en la organización del conflicto, gracias al protagonismo de mujeres, ancianos y personas con discapacidades en el movimiento, y a través de la puesta en práctica de politizaciones de la experiencia cotidiana y puesta en común de los sufrimientos.

Desde la célebre carta enviada por Russeau a Voltaire luego del terremoto de Lisboa de 1755, sabemos que las catástrofes son histórica y socialmente determinadas. Que sus causas y efectos no son jamás del todo independientes de las acciones humanas, y se distribuyen, de hecho, sobre las líneas jerárquicas y de explotación que estructuran la sociedad, agravando sus puntos de incandescencia. Pero, como para cada evento epocal, sería ingenuo proponer apresuradamente interpretaciones comprensivas y horizontes estratégicos estructurados. En el caso de Francia y de toda Europa, baste por el momento decir que el arribo de aquello que Luca Platrinieri ha definido, no sin ironía, como la “prueba general de apocalipsis diferenciado” lleva consigo nuevos desafíos para las luchas sociales, quizás los más duros que el presente nos depara. ¡Hic Rodhus, hic salta!

 La imagen de cubierta fue tomada de la página de Facebook de “Cerveaux non disponibles”.

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/covid-19-alla-luce-dei-gilets-jaunes-prospettive-lotta-nella-crisi-riproduttiva/

“Bolsonaro se cree capaz de esconder los cuerpos” // Entrevista a Vladimir Safatle

Entrevista a Vladimir Safatle realizada por Marina Amaral y publicada el 06/04/2020 en Pública.

                     

 

 

En el caos en el que nos encontramos, con la pandemia del coronavirus acelerándose, usted ha defendido el impeachment al presidente Jair Bolsonaro. ¿Usted cree que estamos en condiciones de vivir un proceso como ese en un momento en el que estamos encerrados en casa y el Congreso trabaja a distancia, ocupado con las medidas de la pandemia?

–Creo que la única cosa sensata por hacer en esta condición de pandemia es luchar por el impeachment porque quedó claro que Brasil no está condiciones para administrar las dos crisis al mismo tiempo y Bolsonaro es una crisis ambulante. Él traba todas las medidas, desarticula todas las medidas, incentiva sectores de la población a que burlen las medidas necesarias para las restricciones mínimas y aprovecha esa situación para generar un sistema de destrucción de cualquier posibilidad de garantías de la clase trabajadora, de la clase más desfavorecida. Con este Ministerio Público, la flexibilización de los despidos en una situación como esta, los trabajadores tienen hasta el 70% de su salario reducido, eso muestra como él potencia la crisis, él multiplica la crisis. Brasil no está en condiciones de soportar eso por más tiempo.

»Sobre la movilización: solo una acción hecha por tres diputados del PSOL, completamente minoritarios, fue capaz de juntar 1 millón de firmas que fueron entregadas por la diputada Fernanda Melchionna (PSOL-RS) al presidente de la Cámara, el diputado Rodrigo Maia. Las últimas encuestas que tenemos, las de Atlas Político, muestran que el 47% de los encuestados está a favor de que se lleve adelante el impeachment y eso sin ningún tipo de movilización. ¿Podés imaginar lo que sucedería si toda la oposición, o por lo menos todos los sectores de izquierda, tuviera una movilización constante? Ese grupo (a favor del impeachment) aumentaría sustancialmente, haciendo que vos tengas una fuerza muy clara, por un lado. Y por el otro, puede que no consigas poner mucha gente en la calle, pero hay otros dispositivos para presionar al gobierno, para mostrarle al gobierno que no tiene ninguna legitimidad de recaudar más. Huelga general, rechazo a colaborar en distintos niveles, desobediencia civil. El problema es que la izquierda no tiene ninguna gramática de combate más.

En su artículo para El País, usted también dice: “a los que dicen que es temprano para un pedido de impeachment, que es necesario componer calmadamente con todas las fuerzas, les diría que esto nunca ocurrirá. La izquierda brasileña ya demostró, más de una vez, estar en posición de parálisis y esquizofrenia.” Vimos la disputa dentro del propio PSOL por esta cuestión y no hay progresos en la idea de un frente amplio de izquierda. ¿Entonces quién lideraría este movimiento por el impeachment?

–De hecho, ese es un punto central. En realidad, yo ya no diría que la izquierda brasileña está paralizada, diría que murió. En este proceso de combate contra los descalabros del gobierno federal, quien estuvo al frente no fue la izquierda, quienes estuvieron al frente fueron los gobiernos de San Pablo y Río de Janeiro. Dória y Witzel.  La política brasileña se resume a una lucha entre la derecha y la extrema derecha. Simplemente no hay más izquierda. Creo que esta cuestión del coronavirus demostró esto de una manera pedagógica. La izquierda es completamente irrelevante. Creo que lo que sucedió dentro del PSOL también es un ejemplo clarísimo de eso. Un partido que va a la prensa a desautorizar a sus propios diputados que tomaron la iniciativa por el impeachment, que es popular; es un certificado de defunción de la izquierda en el sentido más fuerte del término. Entonces, ese es el problema más serio: no es solo una cuestión de quién va a liderar el impeachment, sino qué vas a ser con la oposición de acá en adelante.

»La izquierda fue el remolque de todas las decisiones, no tuvo capacidad de tensionar ni un proceso, de imponer una agenda o algo parecido, y creo que hay cosas mucho más profundas ahí, ¿no? Porque una cosa que podría nacer de esa experiencia de lucha colectiva contra la pandemia es un sentimiento político fundamental de solidaridad genérica. Una solidaridad que demuestra muy claramente: “mi vida depende de personas que no sé quiénes son”. Que no se parecen a mí, que no son parte de mi grupo, que no tienen mi misma identidad, y esas personas son fundamentales; tenemos un destino colectivo.    

»Solo la izquierda, de tan presa que está de otro tipo de agenda, no logra vocalizar una agenda de solidaridad genérica universal. Tiene miedo hasta de decir algo así. Entonces, por lo menos en Brasil, la capacidad de la izquierda de reorientar las discusiones a partir de la experiencia colectiva de algo como esta epidemia es pequeña.

Dentro del propio gobierno, vemos divergencias en relación con la gravedad de la epidemia y la manera correcta de conducirla. Hoy salió en los diarios, una vez más, el conflicto entre Bolsonaro y el ministro Mandetta y muchos analistas les atribuyen a los militares la “domesticación” parcial en el discurso del martes del presidente. ¿Usted cree que esas rupturas internas pueden favorecer el impeachment?

–Es difícil saberlo, algunas rupturas son más evidentes; entre un sector un poco más técnico y el núcleo ideológico del gobierno. Ahora, entre el gobierno y las Fuerzas Armadas es difícil saber si tienen algún tipo de tensión. Tiendo a creer que Bolsonaro hizo dos apuestas, ¿no? La primera es que él es capaz de esconder los cuerpos. Su ADN de torturador, de sótano de la dictadura militar, de amante de Ustra, hace que crea que puede hacer lo que normalmente se hace en Brasil que es desaparecer cuerpos, esconder muertes, hacer que esta pandemia pase más o menos incólume, quiero decir, el cree que es capaz de hacer eso. Vamos a ver si eso será posible o no. Y cuando venga la crisis económica él va a poner todo en las espaldas de los gobiernos estaduales, diciendo que él insistió para que no se haga eso, o intentará socavarlos de inmediato y escuchará al sector empresarial que lo apoya, un sector genocida, no hay otra palabra para describirlo. En todo el mundo ese sector es aborrecido. Yo diría, que son suicidas en el sentido de los imperativos económicos que ellos dicen defender. Basta con hacer un razonamiento simple: si suspendemos el confinamiento, vea cómo será de aquí a cinco meses. Vamos a tener montañas de muertos por todos lados, el gobierno va a intentar esconderlas, vamos a tener censura de la divulgación de las muertes, pero la opinión pública internacional no es tonta, se dará cuenta. ¿Y qué va a hacer? Con todos los países saliendo del confinamiento después de una experiencia dramática, lo primero que van a hacer es poner un cordón sanitario alrededor de Brasil. ¿Quién va a querer comprar carne brasileña en un país totalmente contaminado?

»Es algo completamente primario, eso demuestra que el empresariado nacional es de una estupidez indescriptible. Solo se justifica a partir de su matriz esclavista, que nunca fue superada. Piensan que están gerenciando un ingenio de esclavos. ¿Mueren dos o tres esclavos? El ingenio no va a parar por eso.

»Normalmente ellos usaban esta lógica para someter a una parte de la población; la clase trabajadora vulnerable, ligada a la raza negra. Ahora, la diferencia es que ellos están sometiendo a la población entera a esa lógica esclavista.

¿incluso a los otros miembros de la elite?

–El contagio es democrático, no ve clases, no ve nada, por eso digo que es una lógica completamente suicida la del Estado brasileño. Si yo estoy entendiendo bien, el sector que detenta los medios de producción todavía apoya al Estado a causa de ese ADN que nunca va a salírseles, que viene de generación en generación. Ahora, parece que incluso en la clase altas tuviste rupturas, ¿verdad? Estuve viendo una encuesta donde el 55% de los entrevistados que gana más de diez salarios mínimos, que eran la base de apoyo de la elite, está en contra de las medidas que Bolsonaro está tomando. Eso produce hechos.

»Insisto: tenés una situación perfecta para deponer al gobierno y salvar a la población brasileña. Para crear una política eficaz en el combate contra esta pandemia que le permita a la clase trabajadora quedarse en casa sin trabajar en esos tres meses porque los empleos están garantizados, los salarios están garantizados. Los habitantes que viven en lugares de alta densidad poblacional podrían ser acomodados en hoteles, todo eso sería posible. El Estado brasileño tiene posibilidades de hacer eso solo si va en busca de los que tienen posibilidades de pagar más impuestos. En principio, solo el cálculo de impuestos sobre grandes fortunas es de 80 billones de reales. Pero eso ni siquiera es pensado. Tuvimos 13 años de un gobierno de izquierda y una cuestión como esta no fue hecha, entonces nadie se acuerda de que es posible.

Volviendo a aquella cuestión de la desaparición de cuerpos que usted dijo, me acordé de que Bolsonaro se irritó mucho con aquella foto del Washington Post del cementerio de Vila Formosa, con aquellas filas y filas de tumbas recién abiertas. ¿Usted cree que ese papel de la prensa, de mostrar lo que está pasando, está siendo importante en este momento?

–Sí, la prensa subió dos tonos contra el gobierno porque se dieron cuenta del carácter suicida del gobierno. Es un tipo totalmente autoritario que se vuelca incluso contra la prensa propia. Esto es un clásico en la prensa brasileña, ellos apoyan a la peor alternativa y después descubren que hicieron una pésima elección. Como cuando ellos apoyaron la dictadura militar, y a cierta altura, se les volvió en contra. Pienso que, poco a poco, la prensa brasileña intenta dramatizar un poco, en el buen sentido del término, dar una narrativa en forma de drama para que las personas puedan sentir y prestar atención a la realidad del proceso. La prensa está aprendiendo a hacer eso porque nunca lo ha hecho.

Trump cambió de actitud en esta semana después de confrontarse con la gravedad y el alcance de la epidemia en los EUA. ¿Por qué Bolsonaro continúa comportándose de manera ciega y destructiva? ¿Por qué es tan difícil para él dejar de lado la lucha ideológica y asumir la responsabilidad de combatir la enfermedad y amparar a la población con políticas sociales de emergencia?

–Son personas que vienen de horizontes completamente distintos, ¿no? Trump es un empresario, una persona del marketing, y sabe que no puede esconder los cuerpos. No es esa la historia en la gestión de las guerras de los Estados Unidos. Y él tiene una elección en noviembre entonces sabe que tiene que hacer algo.

»Bolsonaro viene de los sótanos de la dictadura militar. Está ligado a los sectores torturadores, está ligado a las milicias, está ligado al poder paralelo. Es un dictador fascista, no hay otro nombre, venido de los sectores más bajos del Ejército. Viene de esa formación, trae esta lógica de que es posible usar una estructura para desacreditar y descalificar la información. No tiene interés en gobernar nada, él nunca quiso gobernar Brasil, ya está diciendo que Brasil es ingobernable… La cuestión de él es realizar un proceso de movilización continua entonces hace el siguiente cálculo: ¿qué hago para movilizar? Aunque cree pilas de cuerpos. Para él eso no hace la menor diferencia. Para una persona que dice que deberían haber matado a 30 mil personas más durante la dictadura, que mataron poco, no importa si son 40 mil o 50 mil. ¿Te acordás cómo fue su reacción cuando se rompió la presa de Brumadihno? cualquier estudiante de semiótica lo percibe claramente. Su reacción inicial fue: “no es responsabilidad del gobierno”. Listo. Ni siquiera reaccionó con la hipocresía clásica de la clase política, de mostrarse sensibilizado por las muertes, de llorar con los parientes de los muertos, ni eso.

»Imaginar que una persona como esa va a entender lo que significa una pandemia como esta es un completo absurdo.

Leí un artículo suyo en el diario GGN en el que usted dice: “el fascismo brasileño y su nombre propio, Bolsonaro, encontraron por fin una catástrofe para llamarla suya.” ¿Cómo una pandemia, una situación de crisis, puede favorecer a un gobernante? ¿Qué hay de positivo para él en eso?

»Primero, la posibilidad de movilización continúa de sus partidarios; segundo, esta es una tesis que viene de algunos teóricos del fascismo, como Hanna Arendt o Adorno, de que existe un deseo de catástrofe en el fascismo. Porque no es un gobierno, es un movimiento continuo. Por ejemplo, una guerra fascista no es una guerra de conquista, es una guerra hecha por la guerra misma, que no puede parar en hipótesis alguna; desde el punto de vista de la conquista, es una guerra irracional es una movilización de población por la guerra, no una guerra como forma de alcanzar algo. Entonces, enganchás a una parte de la población en una lógica donde ese movimiento puede darse vuelta contra las personas, ir en el sentido de la autodestrucción. Hanna Arendt tiene una postura interesante, cuando ella dice que ni siquiera cuando el movimiento nazi fue contra sus partidarios estos dejaron de apoyarlos.

Como pasa ahora cuando las personas saben que están corriendo riesgo…

–Exacto. Tienen una lógica de certeza delirante. Normalmente cualquier persona pensaría: “ok, esta pandemia es una cosa que nadie ha visto nunca”, entonces hay una incerteza respecto de ella. ¿Qué significa gobernar a partir de la incerteza? Desde los griegos sabemos que, en una situación de incerteza, la virtud esperada es la prudencia. ¿Qué es la prudencia? “Bien, no se si se va a dar el peor escenario, pero si este sucede, no hay vuelta”. Las personas muertas no van a resucitar. Si se da el mejor escenario puedo llegar a trabar la economía por un tiempo, pero se recupera. Entonces, por prudencia, trabajás con el peor escenario. Esa es una virtud de gobierno, cuando querés gobernar, reconocés la incerteza que de estar delante de un acontecimiento difícil de prever y desenvolvés toda tu estructura para evitar el peor escenario. Bolsonaro hace exactamente lo contrario. Usa un tipo de certeza arrogantemente delirante y dice: “yo sé”, pero nadie sabe lo que se viene. Tenemos proyecciones, que son proyecciones, se pueden dar o no. La ciencia tiene esa característica, la ciencia es el dominio de la incerteza, no de la seguridad. Entonces esta es la única cosa racional por hacerse, como gobernante, es trabajar con el peor escenario. Y cuando un sujeto hace lo que él hace, ¿qué demuestra? Demuestra que consiguió colocar a una parte de la población dentro de una lógica de autoinmolación, de autosacrificio. En una lógica sacrificial: “voy a tener coraje y voy a ir a trabajar sometido a las peores condiciones del mundo”, como si eso fuese una expresión de valentía cuando es pura idiotez. Volviendo a los griegos, ellos sabían diferenciar entre coraje y temeridad. El coraje es una virtud, pero el exceso de coraje es simple estupidez. Es ponerte en una condición donde seguramente sufrirás las peores consecuencias.

»Por eso es que digo: es una lógica suicida, y eso es un dato nuevo. No sirve de nada decir “eso ya está escrito, es la situación del Estado burgués” o algo parecido. No es verdad. Es un dato nuevo que raramente aparece. Tenemos una estructura necropolítica que viene de una sociedad esclavista, donde una parte de los sujetos son considerados cosas, entonces, si mueren, no hay luto, no hay dolor, no hay nada. Eso siempre estuvo presente en la sociedad brasilera, dependiendo de quién muere es un número, no es una persona, no es una historia. Solo que ahora tenés un dato diferente: el Estado, él generaliza ese proceso. Y él genera una nueva situación en la que él también se dirige hacia una catástrofe. El Estado Brasilero está yendo en dirección a una catástrofe. ¿Qué va a pasar si esto realmente sucede? Las personas van a ir a trabajar sin saber si van a volver vivas.

¿Y usted cree que, incluso así, sin que haya un movimiento fuerte por el impeachment, el gobierno de Bolsonaro puede sobrevivir a la pandemia? ¿Incluso fortalecerse?

–Una parte de la población que entró en esa lógica no sale. No tiene cómo salir. El sector que llegó con él hasta este punto, no lo va a abandonar. Va a morir con él, pero no lo va a abandonar. No es por nada que varios estudiosos, cuando hablaron de fascismo, tendieron a caracterizarlo como una lógica paranoica. Eso no era una metáfora, la analogía era útil porque tenías la movilización de un delirio de grandeza, persecución, y tenías esta certeza delirante que era imposible que sea modificada por la experiencia. No hay nada en la experiencia que pueda abalarla. Hay que entender esto de una vez. No hay ninguna posibilidad de diálogo con ese sector. Cualquier intento de crear un diálogo con ese sector es un suicidio para los demás. Y no hay una estructura de movilización para los demás, y es eso lo que hace falta: Que la mayoría no es verdadera mayoría. No logramos asumir eso.

¿Y usted cree que esa mayoría es capaz de movilizarse sin un liderazgo partidario?

–Y, la mayoría va a tener que aprender a hacer eso porque ahora es una cuestión de vida o muerte. Y dígase de paso, eso sería saludable porque las estructuras partidarias brasileñas no se mostraron a la altura de los desafíos del país. Y no solo hoy. Entonces, es fundamental que aparezca un tipo de estructura horizontal. Todo lo que está pasando ahora, por ejemplo, vivo en una zona donde hay cacerolazo hace diez, once días, todo absolutamente espontáneo sin una organización detrás. Esto demuestra muy claramente que hay una sociedad en resistencia contra el gobierno, sin que nadie consiga vocalizar eso. Tal vez no se tenga conciencia del nivel de drama en el que el país se puso. Hoy los únicos países que tienen este tipo de situación son Brasil, Bielorrusia y Turkmenistán. ¡Mirá dónde fuimos a parar!

Haciendo una pregunta más general, más allá de Brasil, estamos viendo que familias de todo el mundo no están pudiéndose despedir de sus muertos, ni siquiera hacer las ceremonias fúnebres. Como filósofo, ¿qué peso simbólico cree usted que esto tiene para la sociedad?

–Una sociedad se define a partir de la manera en la que lidia con sus muertos. Ese es un verdadero fundamento de la vida social. Los griegos lo saben desde Antígona. La sociedad que expulsa el ritual de memoria, de sus muertos, no logra sobrevivir. Independientemente de quiénes sean sus muertos. Lo que funda la universalidad es el derecho de memoria; todos tienen derecho de memoria. Si generás esa situación, de enterrar sin ritual, sin presencia, sin nada, eso va a traer un trauma social enorme. Vamos a sentir lo que eso significa. Lo que aminora esa situación es saber que esa supresión no es en vano, que hacés eso por solidaridad social. No te querés infectar, pero tampoco querés infectar a otros. Ahora en los países que no tenés ni eso, los afectados son casi losers. ¿Pero cómo te moriste por eso? ¡Es una pequeña gripe!

Hice un reportaje sobre el linchamiento virtual de los que tienen el Covid-19 e incluso uno de una casa de una persona que fue apedreada.

–Son comportamientos medievales potenciados por la construcción del gobierno. Claro, toda sociedad tiene su dinámica regresiva. Si tuvieras el mismo discurso que tenés acá en Noruega, tendríamos comportamientos parecidos. Porque liberás la dimensión regresiva de la sociedad. Legitimás esa dimensión. Por eso es por lo que yo digo: es imposible administrar este proceso con este gobierno.

¿Usted cree que va a emerger un mundo diferente luego de la pandemia?

–Sí, la única cuestión es qué mundo. Existen varios escenarios y es difícil saber para dónde va la cosa. Por ejemplo, tenés un escenario posible, que es el fortalecimiento de la extrema derecha y del fascismo. Pero desde el punto de vista europeo, donde la extrema derecha es antiliberal del punto de vista de la economía; no es una extrema derecha ultraliberal como en Brasil. Entonces allá puede haber un fortalecimiento del Estado de protección social, que debería circular cada vez más, y la extrema derecha puede agregar a eso el fortalecimiento de las fronteras y de las nacionalidades. Entonces, esto puede dar fuerza a la extrema derecha.

»Otro escenario: el modelo neoliberal anglosajón, el de Thatcher, de Reagan y de la Escuela de Chicago, ese que es implementado en Brasil, va a entrar en colapso. Eso es claro porque ya está colapsando; eso demuestra cómo una pandemia como esta reconstruyó la noción de gobierno. Porque no va a ser la última, tendremos otras, esta es solo la primera. Entonces vas a necesitar estructuras que puedan dar cuenta de esos procesos. Y estas estructuras exigen un tipo de cohesión social y de intervención estatal que el modelo de la Escuela de Chicago es incapaz de lograr. Solo que ahí viene otra cosa, porque el neoliberalismo tiene tres espacios de aplicación inicial: uno, Estados Unidos e Inglaterra, en el modelo Thatcher/Reagan; otro, el Chile de Pinochet, pero también el modelo alemán de los liberales del fin de la Segunda Guerra Mundial, que generaron una economía social de mercado. Uno que quedó y funcionó. Tanto que Alemania, de todos los países europeos, fue quien mejor lidió con la situación; su índice de muertes es extremadamente bajo. Entonces es posible que el modelo alemán –que viene de los años 30 y conjuga neoliberalismo y dinámicas de intervención y protección– gane fuerza. Y esto puede ocurrir en Brasil, una parte de la derecha se va desplazando hacia este modelo alemán, Armínio Fraga, esa gente, quiere hacer un poco eso. Ese es el segundo escenario

»Y tenés un tercer escenario que es, de hecho, que Brasil entre en una transformación efectiva, teniendo en cuenta la incapacidad completa del gobierno. Y ahí vos sensibilizás más a las personas que están a favor del proceso de desigualdad, de injusticia social, y ahí un proceso de izquierda puede ganar fuerza. Pero, en ese escenario brasileño, es posible que tengamos un golpe, que se decrete el estado de sitio. Es difícil saber, si sucede, cuánto va a durar, cómo va a ser, pero es un escenario que también está sobre la mesa.    

            

Traducción: Franco Calew

      

    

 

¡Es el capitalismo, estúpido! // Maurizio Lazzarato

“Una intervención exitosa que evite que uno de los patógenos que hacen cola en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas debe dar el salto a un enfrentamiento mundial con el capital y sus representantes locales, sea cual sea el número de soldados de la burguesía que intenten mitigar los daños. La agroindustria está en guerra con la salud pública.”

“Covid-19 y los circuitos del capital”
Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace, 4 abril de 2020 [1]

 

 

 

El capitalismo nunca salió de la crisis de 2007 / 2008. El virus se injerta en la ilusión de los capitalistas, banqueros y políticos de lograr que todo vuelva a ser como antes, declarando una huelga general, social y planetaria que los movimientos de protesta no pudieron producir. El bloqueo total de su funcionamiento muestra que en ausencia de movimientos revolucionarios, el capitalismo puede implosionar y su putrefacción comienza a infectar a todo el mundo (pero de acuerdo con estrictas diferencias de clase). Esto no significa el fin del capitalismo, sino sólo su larga y agotadora agonía que puede ser dolorosa y feroz. En cualquier caso, estaba claro que este capitalismo triunfante no podía continuar, ya Marx, en el Manifiesto, nos lo había advertido. No sólo contempló la posibilidad de la victoria de una clase sobre la otra, sino también su implosión mutua y su larga decadencia.

La crisis del capitalismo comenzó mucho antes de 2008, con la convertibilidad del dólar en oro, y se intensifica de manera decisiva desde finales de los setenta. Una crisis que se ha convertido en su forma de reproducirse y de gobernar, pero que inevitablemente conduce a “guerras”, catástrofes, crisis de todo tipo, y, si se da el caso y hay fuerzas subjetivas organizadas, eventualmente, en rupturas revolucionarias.

Samir Amin, un marxista que mira al capitalismo desde el sur del mundo, lo llama “larga crisis”. (1978 – 1991) que ocurre exactamente un siglo después de otra “larga crisis” (1873 – 1890). Siguiendo los rastros dejados por este viejo comunista, podremos captar las similitudes y diferencias entre estas dos crisis y las alternativas políticas radicales que abre la circulación del virus, al hacer vana la circulación del dinero.

 

 

 

La primera larga crisis

El capital ha respondido a la primera larga crisis, que no es sólo económica porque viene después de un siglo de luchas socialistas que culminaron en la Comuna de París “capital del siglo XIX” (1871), con una triple estrategia: concentración/centralización de la producción y del poder (monopolios), ampliación de la globalización, y una financiarización que impone su hegemonía a la producción industrial.

El capital se convirtió en monopolio, haciendo del mercado un apéndice propio. Mientras los economistas burgueses celebran el “equilibrio general” que determinaría el juego de la oferta y la demanda, los monopolios avanzan gracias a los espantosos desequilibrios, las guerras de conquista, las guerras entre imperialismos, la devastación de los humanos y no humanos, la explotación, el robo. La globalización significa una colonización que ahora subyuga al planeta entero, generalizando la esclavitud y el trabajo esclavo, para cuya apropiación se enfrentan los imperialismos nacionales armados hasta los dientes.

La financiarización produce un enorme ingreso del que se aprovechan los dos mayores imperios coloniales de la época, Inglaterra y Francia. Este capitalismo, que marca una profunda ruptura con el de la revolución industrial, será objeto de los análisis de Hilferding, Rosa Luxemburgo, Hobson. Lenin es ciertamente el político que captó mejor y en tiempo real el cambio en la naturaleza del capitalismo, y con un timing todavía insuperable elaboró, con los bolcheviques, una estrategia adaptada a la profundización de la lucha de clases que implicaba la centralización, la globalización, la financiarización.

La socialización del capital, a una escala y a una velocidad hasta ahora desconocidas, haría que los beneficios y las rentas florecieran de nuevo, provocando una polarización de los ingresos y los patrimonios, una superexplotación de los pueblos colonizados y una exacerbación de la competencia entre los imperialismos nacionales. Este corto y eufórico período, entre 1890 y 1914, la “Belle époque”, desembocó en su contrario: la Primera Guerra Mundial, la revolución soviética, las guerras civiles europeas, el fascismo, el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, el inicio de los procesos revolucionarios y anticoloniales en Asia (China, Indochina), Hiroshima y Nagasaki.

La “belle époque” inauguró la era de las guerras y las revoluciones.  Estas últimas se sucederían a lo largo de todo el siglo XX, pero sólo en el sur del mundo, en países con un gran “retraso” en el desarrollo y la tecnología, sin clases trabajadoras, pero con muchos campesinos. Nunca en la historia de la humanidad se ha conocido tal frecuencia de rupturas políticas, todas ellas, como dijo Gramsci sobre la soviética, “contra el Capital” (de Marx).

 

 

 

La segunda larga crisis

Comenzó ya a principios de los años 70, cuando la potencia imperialista dominante, liberando al dólar de las garras de la economía real, reconoció la necesidad de cambiar de estrategia rompiendo el compromiso fordista.

Durante la segunda larga crisis (1978 – 1991) las tasas de crecimiento de los beneficios y las inversiones se redujeron a la mitad en comparación con el período de posguerra y nunca volverían a esos niveles. También en este caso, la crisis no es sólo económica, sino que interviene después de un poderoso ciclo de luchas en Occidente y una serie de revoluciones socialistas y de liberaciones nacionales en las periferias. El capital responde a la caída del beneficio y a una primera posibilidad de la “revolución mundial”, retomando la estrategia de un siglo antes, pero con una mayor concentración del mando en la producción, una globalización aún más fuerte y una financiarización capaz de garantizar una enorme renta a los monopolios y oligopolios.  La reanudación de esta triple estrategia es un salto cualitativo en comparación con la de hace un siglo. Lenin creía que los monopolios de su época constituían la “última etapa” del capital. Por el contrario, entre 1978 y 1991, se desarrolló una nueva y más agresiva tipología de lo que Samir llamó “oligopolios generalizados”[2] porque ahora controlan todo el sistema productivo, los mercados financieros y la cadena de valor. La celebración del mercado en el mismo momento en que se afirman los monopolios también caracterizará la recuperación de la iniciativa capitalista contemporánea (Foucault participará en estos esplendores, infectando a generaciones de izquierdistas académicos).

Después de la segunda “belle époque” marcada por el lema de Clinton “Es la economía, estúpido”, el fin de la historia, el triunfo del capitalismo y la democracia sobre el totalitarismo comunista, y otras amenidades similares, como hace un siglo (y de una manera diferente) se abre la era de las guerras y las revoluciones. Guerras seguras, revoluciones sólo (remotamente) posibles.

El tríptico de la concentración, la globalización  y la financiarización está en el origen de todas las guerras y catástrofes económicas, financieras, sanitarias, ecológicas que hemos conocido y que conoceremos. ¡Pero procedamos con orden! ¿Cómo funciona la fábrica del anunciado desastre?

La agricultura industrial, una de las principales causas de la explosión del virus, ofrece un modelo del funcionamiento de la nueva centralización del capital por los “oligopolios generalizados”. A través de las semillas, los productos químicos y el crédito, los oligopolios controlan la producción en las fases iniciales, mientras que en las fases posteriores, la eliminación de la productos podridos y la fijación de los precios no está determinada por el mercado sino por la gran distribución que los fija de forma arbitraria, privando de alimentos a los pequeños agricultores independientes.

El control capitalista sobre la reproducción de la “naturaleza”, la deforestación y la agricultura industrial e intensiva altera profundamente la relación entre lo humano y lo no humano de la que han surgido durante años nuevos tipos de virus. La alteración de los ecosistemas por las industrias que se supone que nos alimentan está ciertamente en la raíz de los ciclos ya establecidos de los nuevos virus.

El monopolio de la agricultura es estratégico para el capital y mortal para la humanidad y el planeta. Dejo la palabra a Rob Wallace, autor de “Big Farms Make Big Flu”, para quien el aumento de la incidencia de los virus está estrechamente vinculado al modelo industrial de la agricultura (y en particular de la producción ganadera) y a los beneficios de las multinacionales.

“El planeta Tierra se ha convertido ahora en la Granja del Planeta, tanto por la biomasa como por la porción de tierra utilizada (…) La casi totalidad del proyecto neoliberal se basa en el apoyo a los intentos de las empresas de los países más industrializados de expropiar la tierra y los recursos de los países más débiles. Como resultado, se están liberando muchos de estos nuevos patógenos que antes y durante largo tiempo se mantenían bajo control por los ecosistemas de los bosques, amenazando al mundo entero (…) La cría de monocultivos genéticos de animales domésticos elimina cualquier tipo de barrera inmunológica capaz de frenar la transmisión. Las grandes densidades de población facilitan una mayor tasa de transmisión. Las condiciones de tal hacinamiento debilitan la respuesta inmunológica [colectiva]. Los altos volúmenes de producción, un aspecto recurrente de cualquier producción industrial, proporcionan un suministro continuo y renovado de los susceptibles de ser contagiados, la gasolina para la evolución de la virulencia. En otras palabras, la agroindustria está tan centrada en los beneficios que considera que vale la pena correr el riesgo de ser afectada por un virus que podría matar a mil millones de personas”.

 

 

 

Financiarización

La Financiarización funciona como una “bomba de dinero” operando un extracción (renta) sobre las actividades productivas y sobre todas las formas de ingreso y riqueza en cantidades inimaginables también para la financiarización a fines de los siglos XIX y XX. El Estado desempeña un papel central en este proceso, transformando los flujos de salarios e ingresos en flujos de renta. Los gastos del Estado de bienestar (especialmente los gastos sanitarios), los salarios y las pensiones están ahora indexados al equilibrio financiero, es decir, al nivel de ingresos deseado por los oligopolios. Para garantizarlo, los salarios, las pensiones, el Estado de bienestar se ven obligados a adaptarse, siempre a la baja, a las necesidades de los “mercados” (el mercado nunca ha estado desregulado, nunca ha sido capaz de autorregularse, en la posguerra fue regulado por el Estado, en los últimos 50 años por los monopolios). Los miles de millones ahorrados en gastos sociales se ponen a disposición de las empresas que no desarrollan el empleo, el crecimiento o la productividad, sino las rentas.

La extracción se ejerce de manera privilegiada sobre la deuda pública y privada que son fuentes de una apropiación codiciosa, pero también caldo de cultivo de la crisis cuando se acumulan de manera delirante como después de 2008, favorecidas por las políticas de los bancos centrales (¡está explotando la burbuja de la deuda de las empresas que han utilizado la quantitative easing para endeudarse a coste cero para especular en la bolsa!) Los seguros y los fondos de pensiones son buitres que empujan continuamente a toda el estado del bienestar hacia la privatización por las mismas razones.

 

 

 

La crisis sanitaria

Este mecanismo de captación de rentas ha puesto de rodillas al sistema de salud y ha debilitado su capacidad para hacer frente a las emergencias sanitarias.

No sólo se trata de los recortes en los gastos de atención sanitaria cifrados en miles de millones de dólares (37 en los últimos diez años en Italia), la no contratación de médicos y personal sanitario, el cierre continuo de hospitales y la concentración de las actividades restantes para aumentar la productividad, sino sobre todo el criminal “cero camas, cero stock” del New Public Management. La idea es organizar el hospital según la lógica de los flujos “just in time” de la industria: ninguna cama debe quedar desocupada porque constituye una pérdida económica. Aplicar esta gestión a los bienes (¡sin mencionar a los trabajadores!) fue problemático, pero extenderla a los enfermos es una locura. El stock cero también se refiere a los equipos médicos (las industrias están en la misma situación, por lo que no tienen respiradores disponibles en stock y tienen que producirlos), medicinas, mascarillas, etc. Todo tiene que estar “just in time”.

El plan antipandémico (dispositivo biopolítico por excelencia) construido por el Estado francés que preveía reservas de máscaras, respiradores, medicamentos, protocolos de intervención, etc., gestionados por una institución específica (Eprus), tras la circulación de los virus H5N1 en 1997 y 2005, SARS en 2003, H1N1 en 2009, ha sido, desde 2012, desmantelado por la lógica contable que se ha establecido en la Administración Pública obsesionada con una tarea típicamente capitalista:  para optimizar siempre y en todo caso el dinero (público) para el que cada stock es una inmovilización inútil, adoptando otro reflejo típicamente capitalista: actuar a corto plazo. Por lo tanto, el Estado francés, perfectamente alineado con la empresa, carente de todo principio de “protección de la población”, se encuentra totalmente desprevenido ante la actual emergencia sanitaria “imprevisible”.

Basta con cualquier contratiempo para que el sistema de salud salte por los aires, produciendo costos en vidas humanas, pero también costos económicos mucho más altos que los miles de millones que han logrado acaparar sobre el sufrimiento  de la población (para tranquilidad de Weber, el capitalismo no es un proceso de racionalización, sino exactamente lo contrario).

 

Sin embargo, es el monopolio de los medicamentos el que quizás representa la injusticia más insoportable.

Con la financiarización, muchos oligopolios farmacéuticos han cerrado sus unidades de investigación y se limitan a comprar patentes a start-up para tener el monopolio de la innovación. Gracias al control monopolístico, ofrecen a continuación medicamentos a precios exorbitantes, reduciendo el acceso a los enfermos. El tratamiento de la hepatitis C hizo que la empresa que había comprado la patente (que costó 11.000 millones) recuperara 35.000 millones en muy poco tiempo, obteniendo enormes beneficios sobre la salud de los enfermos (sin la habitual justificación de los costes de la investigación, es pura y simple especulación financiera). Gilead, el propietario de la patente, es también el que tiene la droga más prometedora contra el Covid-19. Si no se expropia a estos chacales, si no se destruyen los oligopolios de las grandes farmacéuticas, cualquier política de salud pública es imposible.

Los sectores de la “salud” no se rigen por la lógica biopolítica de “cuidar a la población” ni por la igualmente genérica “necropolítica”. Son comandados por precisos, meticulosos, omnipresentes, racionales en su locura, violentos en su ejecución, dispositivos de producción de beneficios y rentas.[3]

La gobernanza no tiene ningún principio interno que determine su orientación, porque lo que debe gobernar es el tríptico de la concentración, la globalización, la financiarización y sus consecuencias no sobre la población, sino sobre las clases. Los capitalistas razonan en términos de clases y no de población e incluso el Estado que gestionó los llamados dispositivos biopolíticos, ahora decide abiertamente sobre estas bases porque ha estado literalmente en manos de los “agentes del poder” del capital durante al menos cincuenta años.

Es la lucha de clases del capital, la única, por el momento, que la dirige de manera consistente y sin vacilación, la que guía todas las elecciones como lo demuestran descaradamente las medidas antivirus.

 Todas las decisiones y la financiación adoptadas por Macron son para empresas en perfecta continuidad con las políticas del Estado francés desde 1983. Después de haber vencido en las luchas del personal hospitalario (incluidos los médicos) que denunciaron el deterioro del sistema de salud a lo largo del año que acaba de terminar, concedió, una vez que estalló la pandemia, 2.000 miserables millones para los hospitales.  En cambio, por “presión” de la patronal, suspendió los derechos de los trabajadores que regulan su horario de trabajo (ahora pueden trabajar hasta 60 horas semanales) y sus vacaciones (la patronal puede decidir transformar los días perdidos por el virus en días de descanso), sin indicar cuándo terminará esta legislación especial del trabajo.

 

El problema no es la población, sino cómo salvar la economía, la vida del capital.

¡No hay ningún reembolso al Estado del bienestar en el horizonte! Macron ha encargado al “Banco de Depósitos y Préstamos” un estudio para la reorganización del sector de la salud que fomenta aún más el uso del sector privado.

El parón productivo en Italia ha sido durante mucho tiempo una farsa (como lo es en Francia en la actualidad), porque la Confederación General de la Industria italiana se ha opuesto al cierre de las unidades de producción. Millones de trabajadores se desplazaban diariamente, concentrados en los transportes públicos, fábricas y oficinas, mientras que los corredores eran acusados de ser irresponsables y se prohibía la reunión de más de dos personas.  Fueron las huelgas salvajes las que impulsaron el cierre “total”, a la cual los empresarios siguen oponiéndose.

 

La declaración del estado de emergencia por parte de Trump convirtió la pandemia en una oportunidad colosal para transferir fondos públicos a empresas privadas. De acuerdo con lo que se sabe, el estado de emergencia sanitaria permitirá:

 

– A Walmart llevar a cabo pruebas de contagio a través del drive-thru en los 4.769 estacionamientos de sus tiendas.

– A Google que ponga a trabajar a 1700 ingenieros para crear una web para determinar si la gente necesita pruebas −en primer lugar en el área de la bahía de San Francisco y no en todo el país.

– A Becton Dickinson vender dispositivos médicos.

– A Quest Diagnostics procesar las pruebas de laboratorio.

– Al gigante farmacéutico suizo Roche, autorizado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos, a utilizar sus sistemas de diagnóstico

– A Significa Salud, Lab Corp, CVS, Grupo LHC, a proporcionar pruebas y servicios de salud en el hogar

– A Thermo Fisher, una empresa privada, a colaborar con el gobierno para proporcionar las pruebas

Las acciones de estas compañías ya están por las nubes.

 

Después de que Trump desmantelara el Consejo de Seguridad Nacional para las Pandemias en 2018 (¡gasto inútil!) con una sincronización perfecta, la “respuesta innovadora” del gobierno, como dijo Deborah Birx, supervisora de la respuesta al coronavirus de la Casa Blanca, está ahora “completamente enfocada en desencadenar el poder del sector privado”.

El absurdo asesino de este sistema se revela no sólo cuando los ingresos se acumulan como “asignación óptima de recursos” en manos de unos pocos, sino también cuando los recursos, al no encontrar oportunidades de inversión, o permanecen en el circuito financiero o seguros en los paraísos fiscales, mientras que los médicos y enfermeras carecen de máscaras, hisopos, camas, material, personal. 

Han bombeado todo el dinero que podían y este dinero, en las condiciones del capitalismo actual, sólo es estéril e impotente, papel de desecho porque no logra ser transformado en dinero-capital. Incluso los llamados “mercados” se están dando cuenta de esto y cuestionándose sobre ello cada vez más aunque no saben qué hacer. La financiación e intervención de los bancos centrales corre el riesgo de fracasar, porque ya no se trata de salvar a los bancos, sino de salvar a las empresas. Los miles de millones inyectados con la quantitative easing han terminado por financiar la especulación de los bancos, pero también de las empresas, los oligopolios y a inflar la deuda privada que ha superado a la deuda pública durante años. Las finanzas están más devastadas que después de 2008. Pero esta vez, a diferencia de 2008, la economía real se está deteniendo (tanto del lado de la oferta como del de la demanda) y no las transacciones entre bancos. Nos arriesgamos a ser testigos de una nueva versión de la crisis del 29 que podría arrastrar tras de sí una nueva versión de lo que ocurrió después.

 

 

 

¿Un nuevo plan Marshall?

El dinero funciona, es poderoso si hay una máquina política que lo utiliza y esta máquina está hecha de relaciones de poder entre clases. Estas relaciones son los que tienen que cambiar porque son los que están en el origen del desastre. Seguir inyectando dinero, queriendo mantenerlas inalteradas, sólo reproduce las causas de la crisis, agravándolas con la constitución de burbujas especulativas cada vez más amenazantes. Es por esta razón que la máquina política capitalista está funcionando en círculos viciosos, causando un daño que corre el riesgo de ser irreparable. 

Las políticas keynesianas no sólo eran una suma de dinero para ser insertada en la economía de manera anti-cíclica, sino que implicaban, para funcionar, un cambio político radical comparado con el capitalismo de hegemonía financiera del siglo pasado: el control férreo de las finanzas (y de los movimientos de capital que, ahora, se están retirando rápidamente, a causa del virus, de los países en desarrollo) porque si se deja libre para ampliar y extender el poder de los accionistas e inversores financieros que comparten los rendimientos, sólo se repetirán los desastres de las guerras, las guerras civiles y las crisis económicas de principios del siglo XX. El compromiso fordista preveía un papel central para las instituciones del “trabajo” integradas con la lógica de la productividad, un control del Estado sobre las políticas fiscales que gravaban el capital y el patrimonio para reducir las diferencias de ingresos y riqueza impuestas por la rentabilidad financiera, etc. Nada que se parezca ni remotamente a estas políticas está detrás de los miles de millones que los bancos centrales destinan a la economía y que sólo sirven para evitar el colapso del sistema y retrasar el conflicto. No hay ninguna diferencia si en lugar de en la “quantitative easing” se invierten miles de millones en la economía verde y ni siquiera si se establece un sustituto de la renta universal (que, mientras tanto, si nos la otorgan, la tomamos para financiar las luchas contra esta máquina de la muerte).

Keynes, que conocía bien a estos pícaros, dijo que para “garantizar el beneficio están dispuestos a apagar el sol y las estrellas”. Esta lógica no se ve afectada de ninguna manera por las intervenciones de los bancos centrales, sino confirmada. ¡Sólo podemos esperar lo peor!

Basta con llevar esta lógica un poco más lejos (pero muy poco, se lo aseguro) y conoceremos nuevas formas de genocidio que los diferentes “intelectuales” del poder no sabrán cómo explicarse (“el mal oscuro”, el “sueño de la razón”, la “banalidad del mal”, etc.).

 

 

 

Las guerras contra los “vivientes”

El confinamiento que estamos experimentando se parece mucho a una ensayo general de la próxima, futura crisis “ecológica” (o atómica, como usted prefiera). Encerrados en el interior para defendernos de un “enemigo invisible” bajo la capucha de plomo organizada por los responsables de la situación creada.

El capitalismo contemporáneo generaliza la guerra contra los vivientes, pero lo hace desde el principio de su historia porque son objeto de su explotación y para explotarlos debe someterlos. La vida de los humanos, como todo el mundo puede ver, debe someterse a la lógica contable que organiza la salud pública y decide quién vive y quién muere. La vida de los no humanos está en las mismas condiciones porque la acumulación de capital es infinita y si lo viviente, con su finitud, constituye un límite a su expansión, el capital se enfrenta a él como todos los demás límites que encuentra, superándolos. Esta superación implica necesariamente la extinción de todas las especies.

Tanto las especies humanas como las no humanas son atractivas sólo como oportunidades de inversión y sólo como fuente de beneficios.

A los oligopolios les importa un bledo (¡tenemos que decirlo como ellos lo sienten!) todas las conferencias sobre el cambio climático, la ecología, Gaia, el clima, el planeta. El mundo sólo existe a corto plazo, el tiempo para hacer que el capital invertido dé frutos. Cualquier otra concepción del tiempo es completamente ajena a ellos.

Lo que les preocupa es la relativa “escasez” de los recursos naturales que aún estaban ampliamente disponibles hace cincuenta años. Les preocupa el acceso exclusivo a estos recursos que necesitan para asegurar la continuidad de su producción y consumo, que constituyen un desperdicio absoluto de estos mismos recursos. Son perfectamente conscientes de que no hay recursos para todos y de que el desequilibrio demográfico aumentará (ya hoy en día el 15% de la población mundial vive en el Norte y el 85% en el Sur).

Lejos de cualquier preocupación ecológica, dispuestos a cortar hasta el último árbol del Amazonas, conscientes de que sólo una militarización del planeta puede garantizarles el acceso exclusivo a los recursos naturales. No solamente están gestándose otros enormes desastres naturales, sino también guerras “ecológicas” (por el agua, la tierra, etc.).

Dispuestos, como siempre, a regular sus conflictos con el Sur a través de las armas, las usan y las usarán sin dudar para tomar todo lo que necesiten, al igual que ocurrió con las colonias. África con sus recursos es fundamental, los africanos que viven allí mucho menos.

 

Pero continuemos con el análisis del próximo desastre, seguramente ya en marcha, siempre tras la pista de Samir Amin.

 

Al parecer, la globalización ya no opone los países industrializados a los países “subdesarrollados”. Por el contrario, se produce una deslocalización de la producción industrial en estos últimos, que funcionan como subcontratación de los monopolios sin ninguna autonomía posible porque su existencia depende de los movimientos de capital extranjero (excepto en China). Pero la polarización centro / periferia que da a la expansión capitalista su carácter imperialista, continúa y se profundiza. Se reproduce dentro de los países emergentes: una parte de la población trabaja en empresas y en la economía deslocalizada, mientras que la parte más importante cae no en la pobreza, sino en la miseria.

La financiarización impone una “acumulación originaria” acelerada en estos países. Tienen que industrializarse, “modernizarse”, llevando a cabo en unos pocos años a lo que los países del norte han logrado a lo largo de los siglos.  La acumulación originaria trastorna la vida de los humanos y no humanos de una manera absurdamente acelerada y altera sus relaciones, creando las condiciones para la aparición de monstruos de todo tipo.

La novedad de la globalización contemporánea es que este centro de distribución / periferia, se instala también en el interior de los países del Norte: islas de trabajo estable, asalariado, reconocido, garantizado por derechos y códigos legales (en proceso, sin embargo, de disminución continua) rodeado de océanos de trabajo no remunerado o barato, sin derechos y sin protección social (precarios, mujeres, migrantes). La máquina “centro/perferia” no ha desaparecido. No sólo ha adoptado una forma neocolonial, sino que también ha pasado a formar parte de las economías digitales occidentales. Analizar la organización del trabajo a partir del General Intellect, del trabajo cognitivo, neuronal y así sucesivamente, es asumir un punto de vista eurocéntrico, uno de los peores defectos del marxismo occidental que continúa, impertérrito, reproduciéndose.

Los países de los suburbios no sólo están controlados y comandados por las finanzas, sino también por el monopolio de la tecnología y la ciencia estrictamente en manos de los oligopolios (la ley también ha puesto a su disposición el arma de la “propiedad intelectual”). Cualquiera que sea el poder de la tecnología y la ciencia, estos son dispositivos que funcionan dentro de una máquina política. El capitalismo que estamos sufriendo es, para ponerlo en una fórmula, un capitalismo  del siglo XIX de alta tecnología, con un fondo de darwinismo social, ¡sin las heroicas luchas de clases de la época! Más que un “capitalismo digital, capitalismo del conocimiento, etc.”.  No son la ciencia y la tecnología las que determinan la naturaleza de la máquina de beneficios, ¡sólo facilitan la producción y reproducción de las diferencias de clase!

 

 

 

¡Guerras seguras! ¿y las revoluciones?

La segunda larga crisis, como la primera, abre una nueva era de guerras y revoluciones.

La guerra ha cambiado su naturaleza. Ya no se desata entre los imperialismos nacionales como en la primera parte del siglo XX. Lo que surge de la larga crisis no es el Imperio de Negri y Hardt, una hipótesis ampliamente desmentida por los hechos, sino una nueva forma de imperialismo que Samir Amin llama “imperialismo colectivo”. Constituido por la tríada de Estados Unidos, Europa y Japón y dirigido por el primero, el nuevo imperialismo gestiona conflictos internos para la división de las rentas y lleva a cabo implacables guerras sociales contra las clases subalternas del Norte para despojarlas de todo lo que se vio obligado a ceder durante el siglo XX, mientras que en cambio organiza verdaderas guerras contra el sur del mundo por el control exclusivo de los recursos naturales, las materias primas, la mano de obra libre o barata, o simplemente para imponer su control y un apartheid generalizado.

Los Estados que no hagan los ajustes estructurales necesarios para ser saqueados serán estrangulados por los mercados y la deuda o declarados “cañallas” por caballeros como los presidentes estadounidenses que tienen un número espantoso de muertes sobre su conciencia.

Los neoliberales estadounidenses y británicos, al principio de la epidemia, trataron de llevar la guerra social contra las clases subalternas aún más lejos, transformándola, gracias al virus, en la eliminación maltusiana de los más débiles.  La respuesta liberal a la pandemia, incluso antes de Boris Johnson, había sido lúcidamente articulada por Rick Santelli, analista de la emisora económica CNBC: “inocular a toda la población con el patógeno. Sólo aceleraría un curso inevitable, pero los mercados se estabilizarían”.

Esto es lo que realmente piensan. Con condiciones más favorables no dudarían ni un momento en poner en marcha la “inmunidad de rebaño”.

Estos caballeros, impulsados por los intereses de las finanzas, están obsesionados con China. Pero no por las razones que ellos mismos alimentan en la opinión pública. Lo que no les hace dormir no es la competencia industrial o comercial, sino el hecho de que China, la única gran potencia económica, ha integrado la organización mundial de la producción y el comercio, pero se niega a ser incluida en los circuitos de los tiburones de las finanzas. Los bancos, las bolsas, los mercados de valores, los movimientos de capital están bajo el estricto control del Partido Comunista Chino. El arma más temible del capital, que absorbe el valor y la riqueza en todos los rincones de la sociedad y del mundo, no funciona con China. Los grandes oligopolios no pueden ni siquiera controlar la producción, el sistema político y son incapaces de destruir la economía, como hicieron con otros países asiáticos a principios de siglo, cuando no respetaron las órdenes dictadas por las instituciones internacionales de capital. En este caso podrían estar tentados de abrir un conflicto. Pero dada el acercamiento e incompetencia de los gobiernos y estados imperialistas en la gestión de la crisis sanitaria, deberían pensárselo dos veces. Vistos desde el Este, siguen siendo “tigres de papel”.

Para que quede claro: China no es un país socialista, pero tampoco es un país capitalista en el sentido clásico, ni neoliberal como dicen muchos tontos.

 

 

 

El estado de excepción
Lo que Agamben y Esposito, en la estela de Foucault, no parecen querer integrar es que la biopolítica, si es que alguna vez existió, está ahora radicalmente subordinada al Capital y seguir utilizando el concepto no parece tener mucho sentido. Es difícil decir algo sobre los acontecimientos actuales sin un análisis del capitalismo que se ha engullido completamente al Estado. La alianza Capital y Estado, que funciona desde la conquista de América, sufrió un cambio radical en el siglo XX, del que el propio Carl Schimtt es perfecta y melancólicamente consciente: el fin del Estado tal como lo conocía Europa desde el siglo XVII, porque su autonomía se ha ido reduciendo progresivamente y sus estructuras, incluida la llamada biopolítica, se han convertido en articulaciones de la máquina capital.

Los pensadores de la Italia Thought cometieron el mismo error garrafal que Foucault, quien en 1979 (¡pero cuarenta años más tarde, es imperdonable!), año estratégico para la iniciativa del capital (la Reserva Federal americana inaugura la política de la deuda a lo grande) afirma que la producción de “riqueza y pobreza” es un problema del siglo XIX. La verdadera pregunta sería el “demasiado poder”. ¿De quién? No está claro. ¿Del Estado, del biopoder, de los dispositivos de gobernabilidad? Fue en ese mismo año cuando se esbozó una estrategia que se basaba enteramente en la producción de diferenciales demenciales de riqueza y pobreza, de enormes desigualdades de riqueza e ingresos y el “demasiado poder” es del capital que, si queremos utilizar sus viejas y desgastadas categorías, es el “soberano” que decide sobre la vida y la muerte de miles de millones de personas, las guerras, las emergencias sanitarias.

También el estado de excepción ha sido amaestrado por la máquina del beneficio, tanto que coexiste con el estado de derecho y ambos están a su servicio. Capturado por los intereses de una vulgar producción de bienes, se ha aburguesado, ¡ya no tiene el significado que Schmitt le atribuía!

 

 

 

Conclusión sibilina

Los comunistas llegaron al final de la primera “Belle Époque” armados con un bagaje conceptual de vanguardia, un nivel de organización que resistió incluso a la traición de la socialdemocracia que votó créditos de guerra, con un debate sobre la relación entre el capitalismo, la clase obrera y la revolución cuyos resultados hicieron temblar por primera vez a los capitalistas y al Estado. Tras el fracaso de las revoluciones europeas, desplazaron el centro de gravedad de la acción política hacia el Este, hacia los países y los “pueblos oprimidos”, abriendo el ciclo de las luchas y revoluciones más importantes del siglo XX: la ruptura de la máquina capitalista organizada desde 1942 sobre la división entre centro y colonias, el trabajo abstracto y el trabajo no remunerado, entre la producción de Manchester y el robo colonial. El proceso revolucionario en China y Vietnam fue una fuerza motriz para toda África, América Latina y todos los “pueblos oprimidos”.

 

Muy rápidamente, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, este modelo entró en crisis. Lo criticamos con dureza y con razón, pero sin poder proponer nada que se elevara a ese nivel. Muy lúcidamente tenemos que decir que hemos llegado al final de la segunda “Belle Époque” y por lo tanto a la “era de las guerras y las revoluciones” completamente desarmados, sin conceptos adaptados al desarrollo del poder del capital y con niveles de organización política inexistentes.

No debemos preocuparnos, la historia no procede linealmente. Como dijo Lenin: “hay décadas en las que no pasa nada, y hay semanas en las que pasan décadas”.

Pero debemos empezar de nuevo, porque el fin de la pandemia será el comienzo de duros enfrentamientos de clases. Partiendo de lo expresado en los ciclos de lucha de 2011 y 2019 / 20, que siguen manteniendo diferencias significativas entre el Norte y el Sur. No hay posibilidad de recuperación política si permanecemos cerrados en Europa. Para entender por qué el eclipse de la revolución nos ha dejado sin ninguna perspectiva estratégica y para repensar lo que significa hoy en día una ruptura política con el capitalismo. Criticar los más que obvios límites de las categorías que no tienen en cuenta en absoluto las luchas de clases a nivel mundial. No abandonar esta categoría y en su lugar organizar el paso teórico y práctico de la lucha de clases, a las luchas de clases en plural. Y, sobre esta afirmación sibilina, me detendré.

 

29/03/2020

 

[1] https://monthlyreview.org/2020/04/01/covid-19-and-circuits-of-capital/ (Traducida al español: https://lobosuelto.com/el-covid-19-y-los-circuitos-del-capital-rob-wallace-alex-liebman-luis-fernando-chavez-y-rodrick-wallace/)

[2] Los oligopolios están “financiarizados”, lo que no significa que un grupo oligopólico esté simplemente compuesto por compañías financieras, compañías de seguros o fondos de pensiones que operan en los mercados especulativos. Los oligopolios son grupos que controlan tanto las grandes instituciones financieras, los bancos, los fondos de seguros y de pensiones, como las grandes entidades productivas. Controlan los mercados monetarios y financieros, que tienen una posición dominante en todos los demás mercados.

 

 

[3] El confinamiento es ciertamente una de las técnicas biopolíticas (gestión de la población a través de la estadística, exclusión e individualización del control que se adentra en los más pequeños detalles de la existencia, etc.), pero estas técnicas no tienen una lógica propia, sino que han sido, al menos desde mediados del siglo XIX, cuando el movimiento obrero consiguió organizarse, objeto de luchas de clase. El Estado de bienestar en el siglo XX ha sido objeto de luchas y negociaciones entre el capital y el trabajo, un instrumento fundamental para contrarrestar las revoluciones del siglo pasado e integrar las instituciones del movimiento obrero, y luego de las luchas de las mujeres, etc. El Estado del bienestar contemporáneo, una vez que las relaciones de poder son todas, como hoy en día, en favor del capital, se ha convertido en su propio sector de inversión y gestión como cualquier otra industria y ha impuesto su lógica del beneficio a la salud, la escuela, las pensiones, etc. Incluso cuando el Estado contemporáneo interviene, como lo hace en esta crisis, lo hace desde un punto de vista de clase para salvar la máquina de poder de la que es sólo una parte.

Los intelectuales y los lugares comunes ante el coronavirus // Pablo “Manolo” Rodríguez

El sentido común suele ser blanco de ataque de la filosofía y de las ciencias. También de los intelectuales, en su supuesta tarea de “esclarecer” lo que aparece oscuro o inentendible. Ese sentido común nos indica que estamos atravesando una de esas pestes históricas que mata a la gente como moscas. Los Estados entraron en pánico y dictaron medidas de aislamiento tales que el planeta entero, con pequeñas diferencias, entró en una cuarentena general de la cual no se sabe bien cómo salir por miedo a la debacle. Acompaña a la pandemia una epidemia de opiniones de intelectuales. Hay varias notas que reseñan sus posiciones, también un libro digital que generó polémica. Para no repetir, nos referiremos sólo a algunas de esas intervenciones.

A fines de febrero, Giorgio Agamben y Slavoj Zizek salieron a tirar la primera piedra. Agamben, como se sabe, empezó acusando al gobierno italiano de “inventar una epidemia” para instalar un estado de excepción, figura clave que analiza en su obra, y durante marzo, ante las críticas, se despachó con otros textos que desafían al sentido común: en uno ataca la disposición de mantener distancia entre individuos para evitar el contagio porque así “nuestro prójimo ha sido abolido” y en el otro se queja de que “los muertos —nuestros muertos— no tienen derecho a un funeral y no está claro qué pasa con los cadáveres de las personas que nos son queridas”.

Zizek, por su parte, sentenció que “la epidemia del coronavirus es un ataque contra el sistema capitalista global”, de manera que habrá que “pensar en una sociedad alternativa, más allá del Estado nación, que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”. Tal fue su entusiasmo que escribió en menos de un mes un libro cuyos primeros ejemplares podían descargarse libremente (ahora hay que pagar, así es el capitalismo, pero Zizek aclara que las ganancias irán a Médicos sin Fronteras). Hicieron fila para desacreditarlo desde filósofos de gran trayectoria como Alain Badiou hasta best sellers de la última década como Byung Chul-Han. Si se aplana la famosa curva de infectados, con suerte podremos ver la segunda parte de Pan(dem)ic, un título ciertamente logrado.

Según el español Antonio Diéguez Lucena, ambos sintieron la necesidad de redactar “a toda prisa para que se vea que la ocasión no les ha pasado desapercibida”, aunque la tarea de la filosofía sea para él, de acuerdo a la tan citada imagen de Hegel, como el búho de Minerva, que vuela al anochecer, cuando todo ya ha pasado. Quizás convenga decir, con Michel Foucault, que la filosofía debería ser más parecida a una “ontología del presente”, y que el apuro es preferible a la espera. El problema es si se logra decir algo que esté a la altura del acontecimiento que estamos viviendo.

Así fue que llegó una segunda etapa de reacciones a cargo de best sellers mundiales, como Han, Markus Gabriel y Yuval Harari, con otros tantos discursos urbi et orbi. Gabriel habla de crear una “nueva Ilustración”, algo tan quimérico como la revolución de Zizek. Y para combatir el sentido común, nada mejor que un lugar común bajo la forma de pregunta retórica: “¿Es el coronavirus una respuesta inmune del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres vivos por codicia?”.

Byung Chul-Han plantea que los orientales, basados en el uso intensivo del big data y en el colectivismo que predomina como forma social central de esa región del mundo, atacaron de manera quirúrgica a los focos de contagio gracias a un control social férreo e indiscutido. Los europeos, en cambio, individualistas como son, jamás podrían aceptar esa vigilancia total del Estado a través de los datos, los algoritmos y las plataformas, y por lo tanto están condenados a emplear una tecnología tan antigua y generalista como la cuarentena. Gabriel y Harari también se escandalizan ante el encierro masivo.

Si Agamben y Zizek se alejan demasiado del sentido común, Han, como Gabriel, se acerca demasiado al lugar común, en este caso el del “orientalismo”, analizado hace muchos años por el gran intelectual palestino Edward Said. Se trata de forjar una imagen típica de Oriente para consumo de los occidentales; el propio Han es un coreano viviendo en Alemania. Olvida que existió un caso Snowden, otro caso llamado Cambridge Analytica, que hubo escándalos políticos y judiciales de todo tipo, que Mark Zuckerberg compareció ante el Senado norteamericano y fue multado, o que Trump y Bolsonaro deben sus triunfos electorales, en parte, a las campañas de fake news basadas en big data. O sea: nosotros, “los occidentales”, los individualistas, somos tan vigilados como “los orientales”, y pataleamos pero en el fondo lo sabemos, y no nos importa, o incluso lo deseamos, entre otras cosas, porque gracias a todos esos sistemas que nos vigilan podemos soportar la cuarentena quienes tenemos una casa y medios económicos para ello. Y ni hablar si nos ofrecen la panacea de la corono-cura a cambio de que nos dejemos perseguir hasta en el baño. La vigilancia a través de los datos no tiene que ver con rasgos culturales, sino con una tendencia mundial que no esperó a la pandemia para existir.

Harari explotó el lugar común del progreso científico y tecnológico. La cuarentena como método, argumenta, es una rémora de otros tiempos. “No servirá volver a la Edad Media para protegerse de los virus a través del aislamiento. Para que esa medida sea efectiva habría que volver a la Edad de Piedra”. Pero lo cierto es que ante esta pandemia estamos un poco como en la Edad Media, la conquista de América o el siglo de Pericles. El coronavirus es extremadamente contagioso, no hay tratamiento efectivo ni vacuna, no hay sistema de salud que logre atender a los infectados y la única manera de limitar la circulación del virus, hoy como ayer, cuando no sabían qué era un virus, es limitar la circulación de los humanos que lo portan. En todo caso, el progreso consistiría en asumir que controlar el espacio es generar tiempo, el que hace falta para que se produzca el otro progreso materializado en tratamientos o vacunas.

De hecho, quizás esta pandemia sea peor que las anteriores, porque hoy se trata de miles de millones de personas con muchos medios para circular, y otros tantos medios para enterarse del avance de la pandemia minuto a minuto y para propagar todo tipo de mensajes al respecto. Esta “colosal infraestructura digital”, según plantea Darío Sandrone en una columna del diario cordobés Hoy Día, contrasta con la “raquítica infraestructura tecnológica” de los sistemas sanitarios. En esa asimetría estamos, también, mucho más “atrasados” de lo que imaginamos.

Inmunología política

Así, en lugar de tratar de que cualquier reflexión al vuelo le calce justo al acontecimiento de esta pandemia, convendría enfocarse en esas zonas del pensamiento contemporáneo que problematizan la relación entre biología, medicina y política, que en definitiva es uno de los asuntos que está en juego en esta pandemia. Así lo interpretó Paul Preciado, que procedió a explicar el funcionamiento de la biopolítica, concepto que acuñó (otra vez) Foucault hace casi medio siglo; y dentro de la biopolítica, lo que Esposito llama el “paradigma inmunitario”. La idea de inmunidad de los cuerpos biológicos, políticos y legislativos está presente a lo largo de toda la historia, pero en el siglo XX logró especial relevancia por el surgimiento de la inmunología y por sus derivaciones políticas.

La inmunología estudia el sistema que permite a los cuerpos establecer una identidad biológica que permitirá su relación, a veces en la forma de combate y otras en la de reconocimiento y eventual cooperación, con su medio ambiente y en especial con lo que entra en los cuerpos, los microbios, y entre ellos los virus y las bacterias. El paradigma inmunitario señala lo propio y lo ajeno, establece límites, determina umbrales de acción y separa lo que debe rescatarse de lo que debe eliminarse. Esto vale para los esfuerzos por conocer cómo funciona el Covid-19 para combatirlo y también para entender por qué Donald Trump lo llama “virus chino”. El mundo entero está hoy dominado por medidas inmunitarias en todos los niveles: el aislamiento material de los cuerpos, los cierres de fronteras, los brotes racistas y nacionalistas, las atribuciones de los Estados para tomar medidas que en otro momento hubieran sido rechazadas de plano o las apelaciones a un “enemigo” a derrotar.

Sin embargo, es justamente aquí donde conviene una vez más apelar al sentido común. El famoso “enemigo silencioso e invisible a combatir” es una figura metafórica que justifica matanzas y genocidios gracias a la equivalencia entre un grupo de seres humanos y una colonia de bacterias o una concentración viral, logrando una cohesión alrededor de un Estado que pasaba a ser así un sistema inmunitario “político”. Por lo tanto, que hoy se apele a esta imagen eriza la piel, pero convendría recordar que el deslizamiento metafórico está ausente.

El Covid-19 es sindicado como enemigo justamente porque infecta, corroe el interior de los cuerpos, obliga a marcar límites entre ellos y, fundamentalmente, porque mata, aunque no lo sepa. No es “como” un virus; es un virus. La retórica belicista de los gobiernos en la actual pandemia no busca justificar el asesinato de seres humanos en nombre de la raza, la nación, la ideología, el combate al terrorismo o al narcotráfico, sino tan sólo legitimar la prohibición de circulación de los cuerpos para apagar la circulación del virus. Puede ser exagerado, puede ser preocupante ver en la calle a las fuerzas de seguridad con un poder que asusta, puede ser ominoso vivir con la sensación de una guerra que no podemos identificar, pero no hay targets humanos.

Sin embargo, como dice María Galindo, del colectivo feminista boliviano “Mujeres creando”, si estas armas, materiales y simbólicas, están en manos de quienes gobiernan su país, resulta muy poco creíble la apelación al bien común. En Chile el gobierno de Piñera encuentra un goce especial en decretar un estado de excepción “bajo control militar” cuando sus fuerzas de seguridad reprimen brutalmente una rebelión que desde octubre no quiere apagarse. Lo mismo ocurre en Colombia. No quisiéramos que a alguien como Bolsonaro se le dé por decretar toques de queda y estados de sitio, y pedimos que López Obrador en México deje de confiar en las estampitas.

Tampoco hace falta abundar demasiado en qué pasa en nuestro país con la acción represiva, ni tampoco lo que significan las calles vacías para la población empobrecida de América Latina, ni el modo en que aumentan los femicidios por efecto del encierro. Esto quiere decir que para nuestra región, y para otras, la pandemia biológica puede ser una buena oportunidad para diseminar partículas asesinas de tipo humano, así como el hambre. Pero los gobiernos relativamente sensatos que quedan al menos pueden modular sus acciones en función de lo que va pasando. Acerca del Covid-19, sin medidas de prevención del contagio, nada puede hacer por el momento.

Bajando del pedestal

 

En definitiva, el desafío pasa por mantener la función crítica del pensamiento, sostener la capacidad de la filosofía para volar un poco antes de que caiga el sol, sin caer en la insensatez de encontrar “la” explicación en una serie de lugares comunes, ya sea los que existen hace tiempo o los que cada intelectual se ha forjado al construir una obra, ni tampoco pegarse al sentido común. Caen de maduro entonces las preguntas: ¿desde qué lugar se puede hablar cuando se producen eventos de este tipo? ¿Qué se puede decir cuando la magnitud de lo que pasa requiere que, por un momento, tratemos de dejar de explicarlo todo? ¿Cuál es la posición de saber que garantiza un discurso “esclarecedor”? ¿Hay algo que “esclarecer”?

En una entrevista de hace 40 años, Foucault (¿otra vez?) diferenció al “intelectual general” del “intelectual específico”. El primero actúa como un legislador, se cree la voz de la humanidad y se arroga “el derecho de hablar en tanto que maestro de la verdad y de la justicia”. En cambio, la autoridad del intelectual específico emana de su posición de trabajo “en sectores específicos”, encontrando “problemas que eran determinados, ‘no universales’”. Se refiere a quienes intervienen en las luchas en lugares concretos (hospitales, universidades, fábricas), en lugar de hablar desde la posición del escritor o del jurista. Sin embargo, el ejemplo que da es el de Robert Oppenheimer, el físico que lideró el Proyecto Manhattan, el máximo responsable científico de Hiroshima y Nagasaki. Luego de la guerra, Oppenheimer trató de erigirse en la voz central para detener la carrera nuclear entre su país y la Unión Soviética. Terminó acusado de comunista y la carrera, como sabemos, continuó sin obstáculos. Einstein se había arriesgado más porque planteó lo mismo mientras construían la bomba, a pesar de que una carta suya al presidente había detonado el proyecto que terminó dirigiendo su colega.

La analogía podría ser válida porque el Covid-19 se parece cada vez más a la radiación nuclear y con el tiempo Wuhan podría ser considerado nuestro Chernobyl. Pero también podría ser válida porque, efectivamente, nos la pasamos escuchando a las expertas y los expertos en virología, epidemiología, infectología e “intensivistas”. Tratamos de entender qué es una cobertura de proteínas, qué son los receptores celulares, cuáles son los tiempos de permanencia en distintas superficies de este misterioso abrojo diminuto y cuál es el mejor modelo estadístico de contagios.

Foucault decía en aquel entonces que los intelectuales generales estaban dejando su lugar a los específicos. Se podría advertir que eso ocurre sólo en tiempos de urgencia, como éste. O quizás se podría afirmar, siguiendo al sociólogo y antropólogo francés Bruno Latour, que esas expertas y expertos no serán en sentido estricto “intelectuales específicos”, sino tan sólo los voceros y representantes de esos bichos que están viviendo con nosotros, con los animales y con el planeta y que por alguna razón comenzaron una guerra imperialista (metáfora belicista rigurosamente controlada). Curiosamente, Latour, al igual que otras figuras que han trabajado extensamente sobre inmunología como Donna Haraway y Peter Sloterdijk, no han hecho grandes pronunciamientos en lo que va de esta pandemia; apenas una mención de Latour a la catástrofe ecológica, más significativa que la pandemia a su entender.

Así, no haría falta esperar a que termine esta pesadilla para que el búho comience a volar. Podemos mientras tanto ser pequeños colibríes que van picoteando explicaciones y aprendiendo un poco más de aquello que no sabemos, en lugar de asumir que lo sabemos todo desde mucho antes. Parafraseando al viejo best-seller Menos Prozac y más Platón, podríamos abogar por menos Agamben y más Latour.

* Pablo “Manolo” Rodríguez es investigador adjunto del Conicet (Instituto Gino Germani, UBA); autor de Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas (Cactus).

Fuente: Página/12

“La pandemia democratiza el poder de matar” // Entrevista a Achille Mbembe

 

Diogo Bercito

Artículo original publicado en Gauchazh el 31 de marzo de 2020


El coronavirus está cambiando la forma en que pensamos sobre el cuerpo humano. Se convirtió en un arma, dice el filósofo camerunés Achille Mbembe. Después de salir de casa, después de todo, podremos contraer el virus o transmitirlo a otros. Ya hay más de 783.000 casos confirmados y 37.000 muertes en todo el mundo. “Ahora todos tenemos el poder de matar”, dice Mbembe. “El aislamiento es solo una forma de regular ese poder”.

Mbembe, de 62 años, acuñó el término «necropolítica» en 2003. Investiga, en su trabajo, la forma en que los gobiernos deciden quién vivirá y quién morirá, y cómo vivirán y morirán.

Enseña en la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo. El pasado viernes (27 de marzo), Sudáfrica registró las primeras muertes por el coronavirus.

La necropolítica también aparece en el hecho de que el virus no afecta a todos por igual. Existe un debate acerca de priorizar el tratamiento de los jóvenes y dejar morir a las personas mayores. Todavía hay quienes, como el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, insisten en que la economía no puede detenerse incluso si parte de la población necesita morir para garantizar esta productividad. “¿Van a morir algunos? Van a morir. Lo siento, así es la vida”, dijo recientemente el mandatario brasileño.

“El sistema capitalista se basa en la distribución desigual de la oportunidad de vivir y morir”, explica Mbembe. “Esta lógica de sacrificio siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo, que deberíamos llamar necroliberalismo. Este sistema siempre ha funcionado con la idea de que alguien vale más que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados «.

 

PREGUNTA: ¿Cuáles son sus primeras impresiones de esta pandemia?

ACHILLE MBEMBE – Por ahora, estoy abrumado por la magnitud de esta calamidad. El coronavirus es realmente una calamidad y nos trae una serie de preguntas incómodas. Este es un virus que afecta nuestra capacidad de respirar.

— Y obliga a los gobiernos y hospitales a decidir quién continuará respirando.

Sí. La pregunta es cómo encontrar una manera de asegurar que cada individuo pueda respirar. Esa debería ser nuestra prioridad política. También me parece que nuestro miedo al aislamiento, a la cuarentena, está relacionado con nuestro miedo a enfrentar nuestro propio fin. Este miedo tiene que ver con no poder delegar nuestra propia muerte a otros.

— ¿El aislamiento social nos da algún poder sobre la muerte?

Sí, un poder relativo. Podemos escapar de la muerte o posponerla. Contener la muerte está en el corazón de estas políticas de contención. Este es un poder. Pero no es un poder absoluto porque depende de otras personas.

— ¿Depende de otras personas aislarse también?

Sí. Otra cosa es que muchas de las personas que han muerto hasta ahora no han tenido tiempo de decir adiós. Varios de ellos fueron incinerados o enterrados inmediatamente, sin demora.

Como si fueran basura de las que debemos deshacernos lo antes posible. Esta lógica de eliminación ocurre precisamente en un momento en que necesitamos, al menos en teoría, a nuestra comunidad. Y no hay comunidad sin poder despedirse de los que se fueron, organizar funerales. La pregunta es: ¿cómo crear comunidades en tiempos de calamidad?

— ¿Qué consecuencias dejará la pandemia en la sociedad?

La pandemia cambiará la forma en que nos relacionamos con nuestros cuerpos. Nuestro cuerpo se ha convertido en una amenaza para nosotros mismos. La segunda consecuencia es la transformación de la forma en que pensamos sobre el futuro, nuestra conciencia del tiempo. De repente, no sabemos cómo será el mañana.

— Nuestro cuerpo también es una amenaza para los demás si no nos quedamos en casa…

Sí. Ahora todos tenemos el poder de matar. El poder de matar ha sido completamente democratizado. El aislamiento es precisamente una forma de regular ese poder.

— Otro debate que evoca la necropolítica es la pregunta sobre cuál debería ser la prioridad política en este punto, salvar la economía o salvar a la población. El gobierno brasileño ha estado haciendo señas para que se priorice el ahorro de la economía.

Esta es la lógica del sacrificio que siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo, que deberíamos llamar necroliberalismo. Este sistema siempre ha funcionado con un aparato de cálculo. La idea de que alguien vale más que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados. La pregunta es qué hacer con aquellos que hemos decidido que no valen nada. Esta pregunta, por supuesto, siempre afecta a las mismas razas, las mismas clases sociales y los mismos géneros.

— Como en la epidemia del VIH, en la que los gobiernos se demoraron en actuar porque las víctimas estaban al margen: ¿negros, homosexuales, consumidores de drogas?

En teoría, el coronavirus puede matar a todos. Todos están amenazados. Pero una cosa es estar confinado en un suburbio, en una segunda residencia en una zona rural. Otra cosa es estar en primera línea. Trabajar en un centro de salud sin máscara. Hay una escala en cómo se distribuyen los riesgos hoy.

— Varios presidentes se han referido a la lucha contra el coronavirus como una guerra. ¿Importa la elección de palabras en este momento? Usted escribió en su trabajo que la guerra es un ejercicio claro en necropolítica.

Es difícil dar un nombre a lo que está sucediendo en el mundo. No es solo un virus. No saber lo que está por venir es lo que hace que los estados de todo el mundo reanuden las viejas terminologías utilizadas en las guerras. Además, las personas se están retirando dentro de las fronteras de sus estados nacionales.

— ¿Hay un mayor nacionalismo durante esta pandemia?

Sí. La gente está volviendo a «chez-soi», como dicen en francés. A su hogar. Como si morir fuera de casa fuera lo peor que podía pasar en la vida de una persona. Las fronteras se están cerrando. No estoy diciendo que deberían estar abiertas. Pero los gobiernos responden a esta pandemia con gestos nacionalistas, con esta imagen de la frontera, del muro.

— Después de esta crisis, ¿volveremos a ser como antes?

La próxima vez, seremos golpeados aún más fuerte que durante esta pandemia. La humanidad está en juego. Lo que revela esta pandemia, si lo tomamos en serio, es que nuestra historia aquí en la tierra no está garantizada.

No hay garantía de que estaremos aquí para siempre. El hecho de que sea plausible que la vida continúe sin nosotros es el tema clave de este siglo.

Fuente: Lavorágine

Parar todo, frenar la marcha // Alejo di Risio Olivera

Cuando pase la pandemia ¿A qué normalidad volvemos?

 

Un freno de mano a todo. No porque querramos. No porque podamos, Sólo porque por ahora no queda otra. Porque ahí fuera llega una pandemia, invisible y letal. Pero letal para qué, para quiénes. Crónica de miles de muertes anunciadas, sobre las cuales nada se podrá hacer. No más letal que el hambre, o que algunas pandemias ya conocidas, pero si implacable en su velocidad, inigualable en su publicidad y inigualable en su magnitud. Una pandemia que implica niveles nunca antes vistos de responsabilidades. Individuales, comunitarias y sociales. Hacia dentro, hacia fuera y hacia todes. 

 

Y todo se frena. El palo en la rueda de la máquina nos castiga y nos manda a pensar en el rincón, para los que tienen un rincón donde pensar. A reflexionar, casi en soledad, con nuestros miedos y angustias como única compañía. Bueno casi, porque al acecho siguen estando el alquiler, los servicios, la muy visible mano del mercado. Nos acompaña la factura de la comida, el ticket de la yerba que mata el tiempo, las chirolas para los tragos que te pide la garganta cuando parece que no hay final. Y las curvas de la montaña rusa emocional llevan como motor el precio de sobrevivir. La máquina no resigna a que le llevemos nuestros sacrificios: lo que nos queda de disponibilidad, nuestro tiempo y nuestra fuerza. Eternas ofrendas que nos exige a cambio de habitar con dignidad este suelo. Lo que cuesta mantenernos con vida, para llevar con entereza esta nueva adversidad. Y como nunca antes se nota la profundidad del fracaso de la máquina, la fragilidad de los hilos que atan nuestra vieja normalidad. 

 

Y duelen esas heridas. Tajos de decepción que afloran cuando aparece el tiempo para mirarlos, cuando nuestra sensibilidad se queda sin distracciones. Arde la dependencia en cada uno de nuestros corazones precarizados. Los economistas-panelistas te culpan, dice que es tu falta de capacidad. Tal vez no sos tan bueno en lo que hacés, tal vez no aprendiste a venderte bien, a ser buen “emprendedor”. Hubieras ahorrado más, previsto una emergencia, dicen mientras compañías enormes piden salvatajes al Estado. Pero son incapaces de confesar sus propias violencias. La falta de oportunidades para quienes se confiesan incapaces de sacrificar su felicidad por un full time. Mejor vivir precarizado, que apenas sobrevivir un full time. 

 

Ciudadanos en rebeldía violan la cuarentena. Pasean por las calles hasta que los enchufan, y al rato ya están desfilando por tus pantallas. La pandemia no tiene responsables claros en su origen y expansión, pero estos giles son el chivo expiatorio perfecto. Desde las garitas balconeras se pide venganza contra los que pasean. Flagelados en cada hogar y en cada conversación,, se roban un poco del veneno que el balcón aplausero no llega a depurar. Ícaros que vuelan demasiado cerca de la luz azul del patrullero que hoy manejamos desde cada celular. El linchamiento algorítmico atraviesa una autopista digital para canalizar la indignación popular. Las cárceles desbordadas piden piedad, mientras afuera claman más privación de libertad. En la lluvia de selfie-videos se entremezclan quienes piden años de encierro y quienes cuentan la tortura de dos semanas de hogar. Se manijea más hacinamiento en tiempos de distancia social. 



En el país donde el bidet es orgullo, dos doñas batallan cuerpa a cuerpa en un súper barrial. Que a naides le falte el papel higiénico, nuevo oro blanco de la conciencia social. Quién hubiera dicho cuanto miedo daba no poder limpiarse el culo antes de que todo esto acabe. El miedo a que se nos note la mierda, lo mierda, que puede asomar cuando las estructuras nos dejan la responsabilidad. Será que no hay culo sucio que se salve cuando no hay hacia donde escapar. 

 

Los guardianes del desborde social están precarizados. El superávit de aplausos sigue sin pagarle el alquiler a la tan elogiada primera línea, el personal de salud. Jardineros de la vida y su calidad, de la muerte y su (cuando se puede) dignidad. Les tiran el muerto de la sobreexplotación para que lo lleven como si fuera un honor (se les pide tanto heroísmo como a las maestras maternidad), y se les aplauda que sea su vocación, “m’hijo el dotor”, el que tiene naturalizado el trabajo desvelado. Ay, pero qué ardor, las personas más necesarias para funcionar, justo tan despojadas de un buen sueldito mensual.

 

Adentro videollamadas. Series. Libros, juegos, siestas, limpiar la casa, yoga, limpieza mental, estudiar, aprender, formarse, acabar, escribir, proyectos postergados, tele, teletrabajo, telefonía ¿Productividad? Distracciones. Que hagan pasar el tiempo sin pensar, que lo vuelvan más liviano, más rápido. Estamos lejos, pero nos acercamos bastante. Los tejidos socio-afectivos se recomponen en la virtualidad, sostienen el peso del encierro ¿Y si mantenemos esa conexión cuando ya no haya hiperconectividad? Cuando nos cansemos de distraernos y nos enfrentemos con lo que nos quede después. ¿Saldrán más fuertes los espacios de solidaridad fuera de lo individual? ¿Nos podremos sacar la gorra cuando salgamos del balcón?

 

¿Y si en la pausa encontramos otra cosa? ¿Si reconocer este dolor nos permite sanarlo? ¿Y entendemos que hay que pagarle un sueldo digno, no al cura, sino a quien nos cura? Si los gestos comunitarios se reformulan y reconfiguran tal vez sanamos, cicatrizamos, nos rescatamos y seguimos adelante. No volvemos a la normalidad. Tal vez la recomposición de los tejidos socio-afectivos fuera de la virtualidad nos lleva a otra humanidad. A una que sí queremos ser; una que reconfigura la máquina y la reconstruye al servicio de la vida, no de la productividad. Quien sabe, ojalá. Mientras tanto buscaremos en lo comunitario lo que supimos olvidar. Parar la pelota y poder recalcular. Después de la pausa, hay que tener en claro los horizontes, para saber hacia donde caminar.

La narración como acto político // Lila M. Feldman*

El psicoanálisis es un lenguaje y una escritura. Es un modo de conversar, un modo de estar presente, el tono y el clima de esa conversación. Esa conversación suele tener lugar en un consultorio (otras veces en el pasillo de un hospital, hoy en la materialidad que han tomado las videollamadas, conversaciones telefónicas, cartas), o en algún otro lugar, pero también continúa entre una sesión y otra. Nos volveremos a enterar en la sesión siguiente, todo lo que esa escritura siguió escribiendo a lo largo de los días, a veces sobretodo es el paciente quien lo hace, y muchas otras el analista. 

El psicoanálisis también es una forma de la memoria. Una memoria particular, que permite que conserve vivo en mí, aunque no piense en ello durante un tiempo largo o pequeño, la historia de cada paciente y la historia del tratamiento. Nunca deja de asombrarme acordarme tanto: detalles, pequeñeces, gestos, relatos, que puedo olvidar incluso pero frente al paciente inmediatamente recupero, en “atención flotante”.

El psicoanálisis cura y crea. No cura todo, ni cura siempre, pero cura cuando crea.

Crea. Por supuesto, hablo de crear. Pero también hablo de creer. ¿En qué cree un psicoanalista?

Lxs analistas necesitamos creer, en la medida en que recibir a un paciente y embarcarse en ese viaje, implica, lo sepamos o no, realizar una enorme apuesta. Lxs analistas nos desanimamos muchas veces, pero creemos. Creemos en lo que escuchamos. Y en lo que hacemos. El psicoanálisis no es una técnica, ni un procedimiento. No hay dos pacientes iguales. Ni dos analistas iguales. Sí es un método. Sabemos desde dónde hacemos, mientras que no sabemos lo que hacemos, mientras toleramos no saberlo, o ponerlo en suspenso.

La posición del analista consiste, para mí, en recuperar lo que hicimos para pensarlo, lo que hicimos porque estuvimos disponibles. Asociación libre y atención flotante son brújulas invariables, también lo es la teoría. El resto se construye. Lxs analistas creemos porque sabemos que en algún momento arribaremos a tierra firme. Y es ese arribo lo que resignifica y sostiene todo lo anterior.

Lxs analistas creemos entonces en la escucha analítica. Y le creemos al paciente. Le creemos a sus dolores, a sus sueños, a sus errores, a sus inventos, y a sus delirios. Muchas, tantas veces, tenemos la impresión de no haber sido del todo escuchadxs por el paciente, o no saber con certeza cuánto unx (analista) escuchó. Hasta que ocurre alguna intervención que en el discurrir de asociaciones de alguna sesión, detiene las dudas e interrogantes, las vacilaciones, y confirma, sin lugar a dudas, y a veces de forma conmovedora, que allí hubo escucha.

Escuchar no es oír, es oir y leer. Es leer con la oreja y el cuerpo. Y ese leer hace escribir.

Si no escribimos, si no narramos lo que hicimos en el tiempo y en el espacio de ese encuentro, entonces el psicoanálisis sólo será una abstracción. Una declamación.

Escribimos para preservar la abstinencia. Para poder dar lugar a aquello que nos marcó fuertemente. O porque nos angustió, o porque nos emocionó, o porque nos modificó. Para que eso sea inolvidable. Para no poner a jugar esa afectación en la transferencia. Porque no somos neutrales, pero nos abstenernos. Por eso escribimos. En última instancia, lo necesitamos.

Lo ensayístico (el ensayo como método, no sólo como género literario) tiene mucho que ver con el psicoanálisis. Freud escribió la Interpretación de los sueños a partir del autoanálisis de los suyos propios. El psicoanálisis empezó siendo autobiográfico. Freud se situó como sujeto soñante y como psicoanalista. Contar la propia vida-experiencia fue entonces la manera de legitimar un camino de conocimiento. Así lo fue para Montaigne, también lo fue y lo sigue siendo para el psicoanálisis. No hay camino de conocimiento que no implique la necesidad de narrar algo propio. El coraje de narrar. Cada pensador, cada auténtico pensador, tiene que emprender “la invención de lo propio”. Dar lugar a lo más propio requiere un acto de invención-ficción.

La escucha analítica es tributaria de ese particular juego: sostener-practicar-afirmar un juicio, suspendiendo el juicio, a la vez. El par asociación libre-atencion flotante sigue la pista de ese camino filosófico.

¿Qué es ese relato que -a través de la invención-ficción va en busca del mayor apego posible a la verdad y autenticidad de una experiencia? Sabemos que la verdad es singular y cambiante, no absoluta ni definitiva. Tampoco es algo abstracto. La narración de lo singular es la mejor manera de dar cuenta de una práctica.

Lo que posibilita afirmar juicios es la propia experiencia, no simplemente un razonamiento desencarnado. Camino de conocimiento que se sostiene en la autoridad de la experiencia: decisivo para la filosofía moderna. Y para el psicoanálisis. El acceso al saber arraiga en la construcción de un método. No una técnica (acerca de esto hay mucho trabajado y escrito por Ana Berezin y Eduardo Müller, quienes sostienen que la técnica incluso puede volverse una resistencia al método). Puede ocuparse sobre cualquier asunto, no únicamente sobre lo solemne. No hay temas, ni tampoco caminos, privilegiados.

Sostenemos, y nos sostenemos, en la confianza en la palabra como operación subjetivante. En su capacidad de afectar y ser afectada, y de inaugurar o ampliar el campo de lo que puede el cuerpo en el lenguaje y lo que puede el lenguaje en el cuerpo (tomando a Meschonnic).

En Montaigne libro, o escritura, es metáfora de sujeto. Y vaya si lo es para nosotrxs. La clínica psicoanalítica no es la descripción semiológica de síntomas ni de un paciente en particular, ni la aplicación de una técnica o un protocolo, sino el relato de lo que un encuentro psicoanalítico puede. Y cómo ambos -paciente y analista- salimos de él modificadxs, afectadxs.

¿De qué se ocupa el ensayo?: de la posiblidad de narrar una transformación, un devenir, o un pasaje. “No pinto el ser, pinto el devenir” escribió Montaigne. Nosotrxs también hacemos eso: narramos un devenir. Narrando el trabajo clínico con pacientes también narramos el nuestro. Ese “devenir” es también “autobiográfico”.

“¿Por qué escribimos los psicoanalistas nuestra práctica? ¿Por qué elegimos narrarla, con todas las dificultades que ello presenta? Primero diré que para no quedarnos solos. Y luego, elijo responder con estas palabras de Pontalis: para el psicoanalista,

“[…] hacerse de un nombre debe entenderse también en un sentido literal, el de darse un nombre propio, porque, más que nadie, él se ve confiriendo, por el efecto de la transferencia, tantos nombres que no son el suyo; escribir, para él, sería un medio privilegiado para dejar de ser un ‘prestanombres’ […] Convertirse en autor también podría entenderse literalmente como aquel que quedó disponible, a lo largo del tiempo, para tantos personajes en busca de autor… En cuanto al propósito de comunicar su experiencia y sus hipótesis […] ¿Cómo podría el análisis arreglárselas sin esa prueba del tercero que viene como a asegurarle que él no es solamente la víctima de su propia fantasmática, que debe a la vez ‘divagar’ –sin lo cual no hay invención- y dar a sus pensamientos más extraños una forma bastante consistente para que el otro pueda percibir sus contornos y apreciar su validez?”.

Narrar la clínica psicoanalítica es un acto político. Narración implicada: contar qué de esa experiencia nos ha interpelado, contar cómo, de qué maneras, pusimos el cuerpo y la palabra, y como ello devino escritura-lectura nueva. Para lxs pacientes, y para nosotrxs, lxs analistas.

Hace unos pocos días me encontré con un posteo en Facebook, que me resultó primero violento, luego provocación, luego oportunidad para volver a pensar, para verme interpelada, para también interpelar. Se cuestionaba las publicaciones que divulgan fragmentos de nuestra práctica clínica. Al respecto, quiero compartir algunas apreciaciones y distinciones que considero fundamentales.

Una cosa es el acto obsceno de mostrar por demás, de exhibir, un fuera de lugar, un ataque a la privacidad que todo encuentro clínico exige, el derecho a la intimidad. Las “presentaciones de enfermos”, son un ejemplo de exhibición indigna (lúcidamente cuestionadas en un artículo escrito por Julián Ferreyra y Tomás Pal, “¿Presentación de enfermos? Psicoanálisis, enfoque de derechos y salud mental. Primera parte: la exclusión de Freud”) Otra, bien distínta, narrar. La narración, por todo el recorrido que antecede estas reflexiones, es una mezcla de ensayo-ficción-relato. Y no consiste en exhibir sino en sostener la legitimidad y eficacia de una práctica. Publicar: hacer público. ¿Qué hacemos público? Eso lo contesta cada unx desde una posición ética, con todo el respeto, cuidado y pudor que merece aquello que nos dispusimos a narrar. Pedimos autorización, desfiguramos, modificamos,  ficcionalizamos.

Narrar no es territorio del chisme o la exhibición, ni busca el aplauso, pero sí nos compromete. Es un modo de ejercer el derecho, y la responsabilidad, de autor.

Rita Segato decía, pocos días atrás, que las narrativas son territorios en disputa. Vaya si lo son. 

En lo personal, me hartan lxs psicoanalistas que exclaman acerca de lo que hay que hacer, de los que sí es psicoanálisis (legítimo, puro, verdadero) y lo que no es psicoanálisis, pero que jamás se comprometen a narrar lo que hacen, cómo trabajan, cómo se arremangan.

Al mito del analista “mudo” no lo combatimos únicamente dentro de cada sesión, en nuestras horas de trabajo con lxs pacientes. También lo combatimos porque narramos.

Está lleno de libros y escritos, en los más diversos soportes, acerca de la teoría. ¿Cuántos hay acerca de nuestra práctica clínica? El contraste habla por sí solo. Otra pregunta es si queremos ser leidxs únicamente por psicoanalistas. ¿O queremos que el psicoanálisis sea una práctica en continua difusión? Yo me inscribo en lo segundo.

Freud construyó la teoría y el método psicoanalítico también divulgando su experiencia y quehacer en la clínica. Sus avances, errores, aciertos y desaciertos, los ponía en juego. De ello aún hoy seguimos aprendiendo. También cuando escribimos.

                   *Psicoanalista y escritora.

La actualidad de Pasolini // Ivana Peric M.

El exceso de información con el que convivimos vuelve inevitable vincular el término “actualidad” con cierta impunidad del presente. Cada vez que nos enfrentamos a un evento inesperado le dedicamos inmediatamente un puñado de palabras, como si con ello se pudiera controlar cualquier desvío de aquello a lo que estamos habituados. Nos sentimos compelidos a decir algo, cualquier cosa, con tal de mantener el presente inmutable. La impunidad, entonces, opera de modo inverso a lo que el sentido común dicta. No es que la reacción ante un evento novedoso esté liberada del juicio de responsabilidad al que está sometido cualquier lectura, precisamente por su condición de experimental. Sino que es el propio presente el que parece liberado de la necesidad de ser vinculado con algo distinto del estado actual de las cosas como condición para su legibilidad.

 

La impunidad del presente parece haberse radicalizado con la emergencia de la así llamada crisis sanitaria. A propósito de la propagación a escala mundial del coronavirus se logró, en cuestión de semanas, disciplinar todas las formas de vida existentes. Y es que no sólo va actuando sobre la realidad de los cuerpos relegándolos a un espacio cerrado, sino que va operando sobre las redes virtuales también infectadas de información acerca de su despliegue. Ante el convencimiento de que el encierro generalizado es la única manera de frenar el contagio, es casi imposible desmarcarse de este aislamiento saturado de explicaciones. Cuestión que envuelve una paradoja sobre todo en países cuya institucionalidad, antes del inicio de la pandemia, estaba siendo cuestionada por revueltas nacidas desde los márgenes del capitalismo. Particularmente en Chile, nos ha situado frente a una aguda contrariedad: en nombre de proteger la salud de todos y todas nos hemos impuesto el mismo aislamiento que, a partir del 18 de octubre, comenzamos a resistir por ser una consecuencia descarnada del neoliberalismo.

 

En el contexto de dicha paradoja, los círculos de pensadores parecen haber estado esperando la aparición de este ser vivo microscópicamente extraño para remover las lógicas individualistas que permeaban sus propias prácticas, no menos expresivas de lo que se estaba denunciando en las calles. A partir de la emergencia sanitaria se reinstaló el ejercicio de citar polémicamente a otro u otra al momento de compartir reflexiones en medios de visitación masiva. Abandonaron su cómoda posición de académicos y académicas encerradas en la universidad para transformarse en verdaderos intelectuales públicos. Sin embargo, su falta de imaginación ha quedado al descubierto. Sus intervenciones tienen en común una vocación de ser fieles a los marcos de legibilidad instalados antes de tener noticias de la existencia del virus. Apelan a términos que son fácilmente atribuibles a sus respectivas autorías. “Máquina biopolítica”, “estado de excepción que deviene en regla”, “paradigma inmunitario”, “precariedad”, “comunismo renovado”, todas ellas exhiben cierto privilegio que niega la apertura hacia una eventual potencia novedosa subyacente a la propagación del virus.

 

No se ha podido imaginar un modo diverso de leer la situación actual que aquel que tradicionalmente ha ordenado la ciencia. Cada uno se ha presentado como si quisiera mostrar su capacidad predictiva, y entonces apuesta todo su valor a si la realidad puede ser subsumida con un mayor grado de verosimilitud bajo el marco propuesto. El virus pasa a ser un evento como cualquier otro, una excusa para sostener obstinadamente una matriz de análisis recitado de memoria, una nueva oportunidad para repetir la música de la cual ellos son a la vez compositores e intérpretes. De esto modo, se insiste en la percepción del coronavirus y las medidas gubernamentales que su amenaza suscita, como un objeto al que hay que tratar con la debida distancia explicativa.

 

Se podría aventurar la hipótesis de que dicha actitud metodológica nace de una falta de amor por la realidad que empaña cualquier esfuerzo creativo. Ese amor que el intelectual italiano Pier Paolo Pasolini decía, citando al cineasta Roberto Rosellini, que era más fuerte que la realidad misma. Tan fuerte que, a fines de los años cincuenta, confesaba que su alejamiento del otrora admirado Gramsci se debía a que objetivamente ya no tenía frente a sí el mismo mundo que éste había habitado, que ya no existía un pueblo al que dirigirse, y que por ende no se podía seguir sosteniendo el arte de contar historias. A partir de la identificación de este giro dramático de la realidad, se sabrá siempre afectado por los acontecimientos que su propia vida atestigua, arrancando desde ellos mismos, y no al revés, cualquier intento de darle forma. Lo que trae consigo una radicalización de la polemicidad reconocible ya en su primer libro publicado, Poesía en Casarsa, con el que a los veinte años se resistió al intento fascista de imponer el italiano como lengua oficial, rescatando en vez el friulano, dialecto del pueblo natal de su madre.

 

Es ese amor por la realidad lo que marcó su experimentación en formatos heterogéneos: la elección de si expresarse en poesía, en novelas, en artículos periodísticos, en textos académicos, en guiones, o en filmes respondía exactamente a su necesidad de hacer hablar a las cosas. Es así como durante el régimen fascista opuso a través de la poesía la espontaneidad del dialecto a la lengua nacional italiana; en el periodo de la Resistencia tensionó la racionalidad de la ideología con la irracionalidad de la pasión sintetizada en sus novelas; en la administración de la Democracia Cristiana interrumpió por medio de sus filmes la unilateralidad del relato del pasado con la posibilidad de su presentificación; en el devenir neoliberal se resistió a la economía del poder con el sudor de los cuerpos que mostraba en pantalla. Todo ello, sin que pudiera ser capturado por una promesa de superación de estos extremos en colisión permanente: su obra estuvo empeñada en mostrar no sólo la irreductibilidad de un extremo en el otro, sino que la imposibilidad de pensar la historia sin reconocer su eterno entrecruzamiento como si de un baile en parejas se tratara.

 

Esta vocación experimental lo llevó a preferir la exploración en el cine porque según afirmaba le permitía, como ninguna otra forma estética, “estar dentro de la realidad sin salir nunca de ella, sin tomar distancia para hablar de ella: (…) expresar la realidad por medio de la realidad”.[1] Lo que quiere decir que la cosa que se ve en pantalla es la misma que se ve fuera de ella solo que en un filme se muestra su duración: en él las cosas permanecen. Y entonces lo que haría el realizador cinematográfico sería inventariar los elementos que hay, por ejemplo, en el mismo paisaje que el novelista recorta, pero sin poder dejar de tomar consciencia de cada una de las cosas allí habidas.[2] De este modo, el cine es concebido por Pasolini como una actividad que se ocupa de la presentación misma de la realidad.

 

Pero ¿cuál es la realidad que infecta el virus? ¿Es una que se va modificando a medida que se resiste a su propagación? ¿Cómo actúan nuestros cuerpos ante la posibilidad de ser infectados y cómo se vinculan con los que no lo están? ¿Qué relaciones se configuran en la batalla por la evitación del contagio? ¿Cuál es la escritura que, infectada de realidad, puede anticipar el mundo en el que viviremos posterior a la pandemia? ¿El tiempo de la propagación afecta la duración de las cosas? Pasolini insistía en la operación de traer textos o personajes del pasado, con su propia forma de decir, al tiempo en el que vivía. La mayoría de sus filmes hacen uso de obras literarias que se ubican a una distancia temporal considerable de su época: utiliza tragedias griegas (Edipo Rey, Medea, La Orestíada), textos bíblicos (fundamentalmente del Nuevo Testamento), algunos textos profanos de la Edad Media y algo, las menos, de la modernidad (El Decamerón, Los Cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, Otelo, Los 120 días de Sodoma). Con ello, no buscaba actualizar sus contenidos, sino que proponer un vínculo indestructible entre cualquier forma material de vida y cierta vivencia del tiempo.

 

De este modo, la pregunta por la actualidad de Pasolini cobra un nuevo sentido, toda vez que al revisitar su obra la impunidad del presente se levanta a favor de una interpretación de los hechos que asume la responsabilidad de inducirnos a mirar, pensar, y vivir distinto. En otras palabras, con él se lee el presente mirando hacia un pasado que no se termina de reescribir. Lo que nos obliga a hacer nuestro el epíteto con el que empapelaban las ciudades italianas los fascistas en los años 60’ para manifestarse en su contra: “basta de apóstoles de fango”, decían. Actuar como si se fuera un apóstol significa anunciar la palabra que dice aquello que aún no conocemos pero que podemos imaginar. Sin embargo, actuar como si se fuera un apóstol de fango es ensuciarse con la realidad en la que se vive y, por ende, manosear esas palabras al punto tal de hacerlas indistinguibles de la propia realidad que se persigue presentar.

 

La invitación es, entonces, doble. En primer lugar, a asumir el desafío de actuar como si el coronavirus abriera un escenario propicio para no sólo ofrecer una renovada lectura de nuestras prácticas actuales, sino que anticipar un modo de relacionarse que todavía no ha sido imaginado. Y, en segundo lugar, a traer al presente la obra de Pasolini no sólo porque parece abordar sustantivamente ciertas problemáticas hoy agudizadas a propósito de la pandemia que todo homogeniza. Quizás, más fundamentalmente, porque muestra en la propia forma de experimentación que su actualidad depende de la capacidad de conectar dos cuestiones que parecían antes distanciadas, opuestas, o contradictorias lo que puede constituir el primer paso para revertir la anemia creativa que, durante demasiado tiempo, hemos padecido.

 

 

 

Santiago, abril de 2020.

 

[1] Silvestra Mariniello, Pasolini (Madrid, España: Ediciones Cátedra, 1999), 44.

[2] Pier Paolo Pasolini, Cartas Luteranas, 2017.a ed. (Madrid, España: Trotta, 1975), 41.

Parir en pandemia // Sebastian Kohan Esquenazi

1.

El 15 de marzo pasado la Negra, mi pareja, cumplía 9 meses de embarazo. Adentro de su panza se encontraba, milagrosamente, un ser humano llamado Pipi de manera provisoria. Pipi era una personita habitando el misterioso interior del útero de una mujer que había decidido que no quería saber el sexo de la criatura. Un día, bajo la obligación socio comunicativa de nombrarle, alguien dijo Pipi y así se quedó. Pipi era funcional porque no tenía genero, por lo que le otorgaba prematuramente sus derechos adquiridos de ser lo que quisiera. El problema surgía con el diminutivo, forma empleada muy frecuentemente dada la ínfima magnitud del ser en cuestión. Que Pinina para acá, que Pipino para allá, o que Pipine no sé qué.

 

Sin embargo, llegó el día 15 de marzo, Pipi cumplía 40 semanas ahí adentro y no mostraba señal alguna de querer salir. La decisión de cuándo salir era únicamente suya, ya que con la Negra habíamos decidido que sería un parto natural, o humanizado, como le dicen en México a un parto que se realiza fuera del quirófano. Habíamos decidido disfrutar el nacimiento del nueve integrante y no pedirle a un doctor que mirara su agenda y nos dijera que día tenía libre para desenfundar su bisturí y sacarle de ahí. Cuestión que el críe, dando vueltas en su liquido amniótico, como si estuviese en el espacio, era quien decidiría cuándo tocaba la puerta de la nave para que le abrieran. En ese momento nosotros tendríamos que salir disparados de la casa camino al hospital. Además de los nervios y los dolores, hay que considerar el hecho de que en la Ciudad de México las distancias no se miden en distancia sino en tráfico. Es decir, que el espacio se mide en tiempo aunque Stephen Hawking se retuerza en su tumba.

 

Así que, nos dice el ginecólogo, cuando las contracciones se repitan equis tiempo, y duren no sé cuántos minutos, significa que la dilatación es de no sé cuántos centímetros. Pipi va a salir cuando la dilatación sea de diez, por lo cual, ustedes tienen que llegar al hospital con ocho centímetros. El hospital cobra una fortuna por día, así que si llegas antes y esperas ahí, es problema tuyo. Ooooooquei. No problemo. Es decir que, a las 2 de la mañana el hospital queda a 20 minutos de la casa, pero a las 6 de la tarde, queda a una hora. Por lo que, de solo pensar en la posibilidad de qué las contracciones indiquen 8 centímetros de dilatación a las 6 de la tarde, un viernes digamos, pa ponernos un poco dramáticos… lo mejor es decirle al ginecólogo que sí todo, como a los tontos, cambiar de tema y a otra cosa mariposa. La imagen de parir en el auto es, simplemente, escalofriante. Julito Cortázar y su autopista al sur son un poroto en la Ciudad de México. O sea, un frijol. Como Pipi hace 38 semanas.

 

Todo iba a ser en el Hospital Durango, de la colonia Roma, donde hay una sala llamada LPR: Labor, Parto y Recuperación, que tiene la cualidad de funcionar de manera opuesta a todo el resto de los hospitales de país. Es decir, que no considera el embarazo como una enfermedad y el parto como una operación. En todo México, que no es justamente una aldea, sino una inmensa bestia feroz, solo hay tres Hospitales con dichas salas. El resto, naca la pirinaca. El 98% de los partos son por cesárea. Doctor, agenda, fecha, camilla, piernas pa´riba, epidural, bisturí, y apúrese un poquito por favor que la siguiente cesárea es en media hora, sale el bebé y antes de que la madre pueda disfrutar un poco, la enfermera malvada se lo lleva a la sala de cunas, como castigade, le dan leche de formula (la Maruchan de las leches, digamos) y punto pelota. Después, al día siguiente, si la madre se portó bien, le pasan un rato a su hije. O sea, un sistema médico sumamente violento, autoritario y anti natura. Y el padre… bien gracias. El boludo de turno.

 

En cambio, Pipi iba a nacer en LPR, una sala que le lleva de todo lo que usté guste. Una pelota de plástico gigante, un fular colgado del techo pa nacer como Tarzán tlaxcalteca, un banquito para nacer en cuclillas como las indias en la selva Lacandona y un jacuzzi. ¡Olé! ¡Jacuzzi! Ese nos gusta a nosotros. Pipi va a nacer en agua, y no somos más cancheros porque no tenemos tiempo.

 

Cuestión, que los nacimientos de los nuevos integrantes de este mundo, no son en el mes nueve, como dicen los cuentitos, sino cuando al ser en cuestión le de gana, dentro de un margen comprendido entra la semana 38 y la 42. El día 15 de marzo, en el que estaba presupuestado que naciera Pipi, era el día promedio. Y llego el día, y no había ni contracciones, ni dilatación, ni nada, solo tráfico y un pequeño detalle añadido: un virus global tremendamente hijo de puta llamado Corona Virus.

 

 

2.

 

Nos habíamos enterado primero de lo que estaba pasando en China, pero claro, a quién carajo le importa China. Digo, más allá de que son casi la mitad del mundo y el único contrapeso de los gringos, y que todos los objetos del mundo están hechos ahí, y que comemos su comida y nos fabrican los teléfonos, y etcétera, a quién carajo le importa de verdad lo que le pasa a los chinos.

 

Había un virus, decían las noticias, que había nacido en el mercado de Wuhan, un mercado que nadie conocía y que ahora, lamentablemente, es el mercado más famoso del mundo, y que se había contagiado a los humanos a través de un murciélago que un chino no se había alcanzado a comer porque se le había escapado volando del plato.

 

Los casos de contagios comenzaban a aumentar y nadie le daba la suficiente importancia por varias razones. La primera es que los seres humanos hemos aprendido a ser indolentes porque este mundo es una verdadera calamidad, repleta de catástrofes de todo tipo, y si uno le presta real atención a cada guerra, cada hambruna, cada éxodo, cada maremoto, cada desaparición de especies por calentamiento global, cada deformación por pesticida, la única opción posible sería la de ir a inmolarse a la casa Blanca o a alguna otra casa de los mandatarios del G20. Mejor y más sano seguir preocupados por la infinidad de problemas locales, como las desapariciones en México, las torturas en Chile o la crisis económica en Argentina. Así que, cuando nos hablaban de los chinos, preferíamos pensar que no era tan grave y que pasaría al olvido como otras tantas influenzas. Además, el desconcierto era incrementado por una cuestión de proporciones dada la gran cantidad de chines que hay en la China. Todos suponemos, por instinto matemático, que cien mil uruguayos son muchos para Uruguay, que cien mil mexicanos no son tantos para México y que, obviamente, cien mil chinos no son nada para China. Así que claro, no le dábamos la importancia suficiente. Y así nomás sucedió: el estúpido sentido común de la gente común, fue adoptado no solo por los comunes, sino por todos los mandatarios, administraciones y sistemas políticos del mundo mundial.

 

Resulta entonces que en diciembre ya había algunos chinos infectados por haber ido al mercado ese horrible a comerse su wantan de murciélago termino medio. Pero resulta que las autoridades chinas, que no se caracterizan precisamente por permitir el ejercicio de la libertad de expresión, no permitieron que se difundiera la noticia de los primeros infectados. Así que algunos chinos volvieron al mercado a buscar su promo de vampiro y así se empezó a ir al carajo todo. Ahí perdimos un par de meses para afrontar el asunto que se nos venía encima. Después, cuando se dignaron a blanquear la situación, los italianos y los españoles no les hicieron mucho caso y dilataron la puesta en marcha de medidas aproximadamente un mes más. Por lo que parece, si algo no tienen los epidemiólogos italianos, es visión a futuro. Quizás deberían agregarle un catalejo a sus microscopios y dejarse un poco de joder su parsimonia.

 

Corría la primera semana de marzo y los tanos y los gaitas ya estaban viviendo esta espantosa historia que hasta a José Saramago le parecería exagerada. Y nosotros en México, dubitativos entre pensar seriamente como escandinavos que no somos, o como buenos latinos y no hacer absolutamente nada.

 

 

3.

 

Era obvio que Pipi no quería salir. No hace falta hablar en amniótico para entender que estaba haciendo su propia cuarentena uterina. Y qué pasa, nos preguntábamos nosotros, si decidía salir una o dos semanas más adelante, cuando el virus estuviese más expandido, y nos obligara a ir al hospital en esos días. En México parecía que no pasaba nada. Daba la sensación de que, aunque los italianos se estuviesen muriendo a millares, aquí teníamos una fuerza que nos protegía. Quizás el calor, decían algunos, quizás los anticuerpos que les han dado las bacterias radiactivas de los tacos callejeros, decían otros. Cuestión, que le preguntamos al doctor que qué ondita con la situación. Qué si no era mejor dejarse de joder con el parto en agua, natural y con playlist de Cerati, y pensar mejor en inducir el nacimiento de el críe antes de que aumentaran los riesgos. El doctor dijo que sí. Parece que había visto mucho las noticias la noche anterior, o quizás, se estaba enterando de primera mano de casos de contagio que los datos oficiales no estaban dando. En el país, decía el gobierno, hay nueve casos, y el doctor ya estaba al tanto de 12. La cosa se ponía fea y empeoró cuando nos enteramos que el hospital donde Pipi iba a nacer, era el hospital de los trabajadores del Metro y que ya había algunos casos de contagio rondando por ahí. ¡Santa cachucha!, dijimos nosotros. Todo se desarrollaba en una tensa calma hasta que el doctor nos dijo que iba a mudar su consultorio a otro hospital, uno ultra fresa (cheto, cuico, pijo) donde había menos riesgo de contagio. Y ahí todo cambió, radical e intempestivamente. Corría el miércoles 18 y el doctor fijó la inducción con oxitocina para el viernes 20.

 

El cambio de hospital no era exactamente fácil. No era, como decía Aristóteles, soplar y hacer botellas. Al cambiar de hospital se mantiene al ginecólogo pero se cambia a la pediatra y a la doula, que se pronuncia dula.

 

Paso a explicar brevemente que es una dula y seguimos con el cuento. Una dula es una mujer (desconozco si hay dulos, calculo que sí, pero seguro que en algún país desarrollado, no en este) que acompaña a la pareja en el parto natural y le da consejos de postura, respiración y demás cuestiones que faciliten la salida del pequeñe y la tranquilidad de los padres ante tan, pero tan, extraña situación. Con la Negra habíamos decidido que no necesitábamos dula, que estaríamos los dos adentro del jacuzzi, y que simplemente tendríamos que mantener la calma, respirar profundo, y Pipi saldría de cabeza al agua. ¡Al agua pato!, creo que se dice en contextos infantiles. Así que calma, amor, paciencia, comprensión, respiración, y listo. Una semana antes del nacimiento, la Negra se despertó a las 4 de la mañana con un calambre de la puta madre, gritaba como si estuviera a punto de parir, yo intenté ayudarla y solo la hice sufrir un poco más. “Agárrame aquí” -decía ella-, “¿Aquí? -preguntaba yo-. “Nooooo, ahí no, aquí” – repetía ella”. “Ah” -decía yo-, “Nooooo, así noooo, asiiii”, “¿Así?” Al final terminó puteándome de lo lindo y el calambre se fue solo cuando se tenía que ir. La mañana siguiente acordamos que si no éramos capaces de superar juntos un calambre, menos un parto natural, así que llamamos a una dula para que nos acompañara.

 

Así que, teníamos 48 horas para encontrar dos personas que tuviesen permiso para trabajar en ese hospital y no fuesen chantas, fresas, místicas y nos dejaran, de paso, con la billetera vacía. Todo el miércoles y el jueves entrevistando pediatras por teléfono. La mitad eran colombianas, holísticas, integrales, hipi-chics y excesivamente cariñosas. Ah, y mientras más cariñosas de cariño, más cariñosas de caras. Y la negra con un niñe de casi 4 kilos atroden. Vaya infierno. Al final, la ultima pediatra con la que hablamos, una que parecía una persona normal, nos pareció lo máximo y aceptó parir con nosotros.

 

Hablamos con varias dulas ese día. Todas eran excesivamente cariñosas. Ninguna nos convenció, y decidimos recibir solos y juntitos al tan esperade Pipi. 

 

 

4.

Y claro, ahí los chinos se pusieron las pilas e hicieron un hospital gigante en media hora. Un hospital donde podrían vivir plácidamente la mitad de la población uruguaya, sin compartir el mate, obviamente. Mientras las autoridades españolas se tomaban la ultima caña, algunos países nórdicos decidieron dejarse de joder y cerrar las fronteras sin titubear. Los latinos, fieles a su tradición, decidieron dejar para mañana lo que podían hacer hoy. Así, Europa comenzó a encuarentenarse de manera oficial pero tardía. Sánchez llenó la ciudad de policía para vigilar que la gente no saliera y no se le ocurrió ni por casualidad la posibilidad de generar planes sociales para los despedidos que las empresas empezaban a dejar en la calle, cosa que sí hizo Macron, que de buenas a primeras dijo que los encuarentenados no iban a pagar la renta ni los servicios. Fue el primero de los pseudo latinos en tomar medidas coherentes. Y los coreanos ni hablar. Eran junto con China e Irán, uno de los tres países más afectados, hasta que prendieron la compu, hicieron una formula rara, apretaron enter y listo, toda la población curada.  

 

Mientras tanto en América…  En América ya habíamos iniciado el concurso del presidente más fascista de la región. Porque claro, a los sudacas progres nos gusta criticar a los europeos por conquistadores y esas cosas, pero, ¿cómo andamos por casa? El primer país en tomar medidas fue Argentina. Alberto Fernández, un hombre de poca retorica, de mensajes no incendiarios, con bajas dosis de hipocresía, alejado del discurso de las falsas izquierdas latinoamericanas, un hombre de centro, medio buena onda y aparentemente sensato, que más que peronista parece radical, se dio cuenta primero que nadie que la cosa venía fea y antes de la primera muerte declaró la cuarentena, y el que salía de casa sería sancionado. Punto pelota. Las cosas como son y nos quedamos en casa por si acaso nomas. Las economías se recuperan, las muertes no.

 

No vaya ser que el virus no sea un cuento chino y nos venga a matar a la mitad de la población de este continente sin salud pública. Y ojo que Argentina, permanentemente en crisis, es el país con la mejor salud pública del continente. Menos mal que Macri ya no estaba porque la debacle habría sido total y hubiera obligado a la gente a ir a trabajar para no afectar la economía que por cierto, destruyó. Mientras Fernández daba el anuncio de las medidas al país, Piñera, su vecino trasandino, no tenía la más puta idea qué hacer, y Bolsonaro, el vecino fascista, parecía haberse contagiado y decía que a él no le hacen nada esas gripitas, aunque claro, él dijo gripiñas, que suena mucho mejor. Los fascistas brasileros hablan tan bonitiño que parecen menos fascistas, pero ojo, no lo son. Porque como decía Roque Dalton, “hasta el menos fascista de los fascistas, es un fascista”. Y atrévanse a negarlo.

 

Mientras, por aquí por el norte, el presidente mexicano se convertía en predicador y daba discursos en actos públicos por todo el país, diciendo que con unión y honestidad, los mexicanos superaríamos la pandemia. Para después bajar de la tarima y besuquear a todo el mundo, incluida una niña de 6 años que se negaba sin éxito a ser besuqueada. 

 

 

5.

 

El viernes veinte a las 6 de la mañana salíamos con la Negra y Pipi bien guardada al hospital en la loma del orto. Un poco más lejos y nacía en Estados Unidos. El GPS nos indicó un camino equivocado así que tardamos un poco más de la cuenta. A las 7 habíamos llegado y a las 7:30 la Negra ya estaba enchufada a la oxitocina que le ayudaría a generar las contracciones necesarias para que Pipi se sintiera aludida y aceptara salir de ahí. En ese momento tuve que ir a la Administración del Hospital a pagar. Parir en México es tremendamente caro y el sistema público no es la opción que más nos gusta para parir en pandemia. La señora de la Administración me explicó todo lo que ya sabía, me pidió la tarjeta de crédito y antes de devolvérmela, me hizo firmar un boucher como garantía por todos los gastos extras que se pudiesen generar. Si Pipi no salía por parto natural, tendría que salir por cesárea, y claro, el quirófano es más feo, más peligroso, más jodido, y también más caro. Una ecuación tan rara como cierta, y tan cierta como triste. La señora me hizo firmar alrededor de una tonelada de papeles. Por mi, por la Negra, por Pipi, por el boucher, por si quería recibir publicidad, por si quería hacer una donación a una institución de muy dudosa procedencia, por si quería recibir en la habitación la visita de unas señoras religiosas del sagrado corazón de no sé qué, y varios etcéteras más. En cada una de las hojas tenía que escribir nombre completo mío y de la Negra, y yo, que hace unos cinco años que no escribía a mano, tuve que encender la memoria holográfica, recrear mi nacimiento y volver a las primeras clases de caligrafía. Todo en 15 segundos, para tardar alrededor de una hora en escribir quince veces Sebastian Kohan Esquenazi y Lorena Ahuactzin Guevara, con una letra absolutamente incomprensible. Cuando la señora vio que Pipi tendría como apellidos la nada despreciable sumatoria de Kohan Ahuactzin, apellidos de indescifrable procedencia, con ese equilibrado compendio de haches intermedias, quizá mudas, quizá no, y esa desproporcionada cantidad de consonantes desordenadas, agrandó los ojos, me miro fijamente con la mente en corto circuito, como sin poder arrancar, hasta que logró proseguir y me dijo muchas gracias, que todo salga bien. Yo, que me había puesto alcohol en gel cada vez que la señora me cambiaba de hoja y me daba el lápiz nuevamente, lo cual retrasó la sesión de firmas y caligrafía una media hora más, le di las gracias, sin darle la mano y me levantaba de la silla para irme al nacimiento de mi hije, cuando de repente escuché que la señora me decía de manera abrupta y decidida: “Primero Dios”. Yo quedé desconcertado, como atontado, sin entender qué me estaba queriendo decir. Igual de atontado que ella cuando leyó Kohan Ahuactzin. Finalmente, cuando me destrabé y logré arrancar el motor, solo atiné a decirle “bueno”, y me fui. Alguna vez había escuchado la frase “Dios mediante” y hasta me gusta un poco, pero “Primero Dios” no, y no lograba descifrarla. Camino a la habitación pensaba que quizás Dios había llegado primero esa mañana porque se sabía el camino y no había puesto el GPS y entonces nosotros entraríamos a parir después que él. Cuando entré en la habitación la Negra estaba ahí, tranquila, sola, acostada en la camilla con la bolsa de oxitocina enchufada al brazo y el goteo comenzaba a hacer su trabajo de comunicarse con Pipi de manera artificial. Dios no estaba por ninguna parte.

 

 

6.

 

Al principio, más allá del alto riesgo sanitario, todo parecía una cuestión de buena voluntad, de solidaridad, de no salir a la calle por el bien del otro, de lavarse las manos sin parar, con jabón y abundante agua por más de veinte segundos, cantando el estribillo de nuestra canción favorita. La cuarentena ya había comenzado en Italia y en España y el riesgo latente se hacía manifiesto. Ya no era problema de los muchos chinos lejanos, sino de nuestros conocidos españolitos que tan creyente habían hecho a la señora de la caja del hospital. La primera impresión era que había que quedarse en casa y punto, como decían los hashtags y esas cosas de milenials. Y entonces Messi, el insufrible de Sergio Ramos, Piqué, Marcelo y demás figuritas millonarias, comenzaban a viralizar videos en unas fachas horribles, haciendo jueguitos con papel higiénico para, supuestamente, crear conciencia. Anda a lavarte el orto, pensaba yo, en buen porteño.

 

Así, las occidentales conciencias televisivas se iban nutriendo de mensajes solidarios. No hay mal que por bien no venga, decían los optimistas comentaristas. El virus nos había convertido en una hermosa ONG donde todos velaban por el bien común y salían a los balcones a cantar o a aplaudirle a les doctores de un sistema de salud universalmente devastado. La humanidad por fin había encontrado el camino de la bondad y solidaridad universal. Más allá, claro, de los pelotudos que salen igual y que claramente son más tontos que malos. Sin embargo la gravedad de la situación no estaba ahí, en la capacidad de no salir a la calle y aprender a aburrirse (cosa que los freelance hemos hecho toda la vida), o en tener que soportar a la pareja y a los hijos durante días y días de encierro, sino en otro lugar mucho más grave que las lágrimas por la emoción de la solidaridad de Sergio Ramos no nos permitía ver.

 

El problema es que en el medio del pánico, los Estados y las empresas, están tramando la manera de ganar nuevamente la partida, de jugar a la bolsa, de llevarse sus dolarucos a las Islas Caimán, y dejar a la deriva a la población universal. El problema es que la crisis sanitaria activa de manera inmediata todos los mecanismos de poder que cotidianamente nos convierten a todos, en los más desafortunados.

 

En España, al primer día de crisis sanitaria nos dimos cuenta que el problema mayor no era la enfermedad provocada por el virus, sino que la casta de los Socialistas y los Populares, se había encargado durante los últimos veinte años de desmantelar el Estado de Bienestar y se había llevado puesto el sistema de salud. El problema no era el virus, sino que estaban faltando las doscientas mil camas que antes sí existían. Cuando parecía que el problema era un virus generado por el murciélago ese que no se dejó comer, y creíamos que los cuidándonos podíamos mejorar la situación, las empresas empezaron a despedir gente y a dejarnos confinados en cuarentena, desocupados y sin dinero para pagar la renta. Porque claro, el insufrible Sergio Ramos puede crear conciencia con su papel de baño porque su mansión es suya y el Real Madrid no lo va a despedir. Y hablando de los fachas del Madrid, que lindo va a ser si algún día vuelve el fútbol.

 

Triste darse cuenta, de sopetón, que el problema no era el virus sino, como siempre, este sistema donde los pocos que detentan poder, tienen la venia de los Estados para destruir las vidas de todo el resto de los mortales con total impunidad. Toda catástrofe natural se vuelve humana y sistémica automáticamente. En los huracanes, terremotos, maremotos, epidemias siempre, pero siempre, se mueren los pobres. Apenas la epidemia se hizo pandemia, se activaron los mecanismos de desigualdad a su máxima potencia. La gente desde los balcones hace su acción del día insultando al idiota que sale a la calle, pero nadie cuestiona al sistema que nos tiene abandonados a la suerte del señor. “Crisis económica” le llaman ahora a lo que no es otra cosa que la demostración de que el sistema económico no considera los riesgos que conlleva el simple hecho de vivir. El sistema neoliberal, ese al que juegan todos los países, no considera la pobreza, ni la enfermedad, ni la muerte, como crisis económica, sino como una variable necesaria de la estabilidad económica. Mientras haya pobreza, mano de obra barata y ejercito de reserva, todo va a andar bien. Y ahora que tienen que tomar medidas, se preocupan de la gente de a pie. Pues, diría yo, déjense de joder y saquen al Ejercito a repartir comida, y ya. Pan, tortillas, frijoles, porotos, alubias, judías, cada uno en su idioma que el sabor es el mismo (menos los beans ingleses que son asquerosos), y nadie se les va a morir de hambre. Que unos frijolitos no le van a hacer mella a sus cuentas. “Crisis económica” no es más que un eufemismo de la debacle planificada de la población, y el salvataje de los bancos, los ejércitos, del negocio armamentista, de las drogas, del fútbol, y obviamente, de las farmacéuticas. Los Estados solo están ganando tiempo para mantener a flote a sus amigos los privados.  

 

Todas las crisis económicas las pagan los ciudadanos. Todas. Las de ahora y las de antes. La del Tequila en México, la de Argentina en el 2001, la de España en los dosmiles, la de Estados Unidos en 2008, cuando parecía que quebraba Wall Street, pero al final perdió la población clasemediera y el Estado aprobó un salvataje a los bancos de 700 mil millones de dólares para que no quebrara ni uno, y ahí andan, vivitos y culeando. Así nomas funcionan las cosas, siempre, pero nos olvidamos rápidamente y ahora, tanto la derecha como la izquierda, que unidas jamás serán vencidas, discuten hasta cuándo estirar la puesta en marcha de medidas sanitarias, con tal de dilatar el inicio de la “crisis económica”. En México quieren planificar un equilibrio entre medidas sanitarias y crisis económica, lo cual tendría mucha lógica sino fuese porque mientras dilatan el estado de emergencia, la gente se contagia, y al final, un poco después quizás, la mentada crisis va a llegar igual, pero un poco peor y con zombis por la calle.

 

Así, mientras las cuentas offshore inundan los paraísos fiscales, nosotros, clasemedieros cagados de susto, nos quedamos en casa aprendiendo a hacer pizza con la harina que compramos el día que nos agarró el pánico, y aplaudimos a Sergio Ramos porque un día amaneció solidario.

 

 

7.

 

A la Negra la enchufaron a la oxitocina a las ocho de la mañana. Ella en su camilla y yo en mi sillón, esperábamos la llegada de Pipi mientras veíamos CNN. El panorama era desolador en todos lados menos en México. ¿Será que el país ya está tan hecho mierda que no tiene lugar para nuevas calamidades?, pensaba yo. Mi teoría de la densidad de catástrofes por metro cuadrado fue desarticulada inmediatamente con la noticia de que Croacia había sufrido un terremoto en medio de la pandemia. El gobierno le había permitido a la gente salir a las calles, pero manteniendo su sana distancia. El doctor que revisaba el goteo de oxitocina, las contracciones y los latidos del integrante uterino, nos contaba que el gobierno les había pedido que no hicieran más pruebas del Covid19 hasta nuevo aviso y que no podían entregar los resultados de las pruebas ya realizadas. Para ganar tiempo y que la “crisis económica” inicie lo más tarde posible, hay que descubrir los casos muy de a poquito. En cualquier momento, cuando el presidente diga que está todo en orden, se nos viene el punto de inflexión, agarramos la curva a toda velocidad, llegamos al pico y nos vamos al carajo. Y hasta ahí nomás llegó el discursito de la “crisis económica”. 

 

Al cabo de cinco horas de goteo, habían aumentado en el mundo alrededor de tres mil casos positivos, o cien infectados por gota, para ser más exactos, y Pipi, obviamente, no mostraba una sola intención de salir de su cuarentena individual. La Negra tenía pocas contracciones y el gobierno mexicano, muchas contradicciones.

 

 

8.

 

En Chile la gente había a comenzado a guardarse sola, antes de que Piñera decidiera una sola medida. Chile es un país que hace varios meses comenzó una revolución y la gente se está gobernando sola. El domingo 8 de marzo se habían manifestado en las calles más de un millón y medio de mujeres. El país no podía estar más encendido cuando llegó este maldito virus a intentar desactivar la movilización. Claro está que no lo va a lograr y cuando el virus se vaya, con lo que quede de nosotros, se volverá a reactivar la revolución en las calles. Quizás seremos zombis, pero furiosos. Por lo pronto, a la derecha chilena la pandemia le venía como anillo al dedo para desmovilizar a la población y prohibir cualquier tipo de manifestación. Tan hija de puta es la derecha chilena, que en vez de establecer una cuarentena o pedir confinamiento y distancia social, decretó muy tardíamente la situación bajo el pomposo y dictatorial asunto de: Estado de Excepción Constitucional por Catástrofe, con toque de queda incluido, y desplegó más de veinte mil efectivos de las Fuerzas Armadas por las calles. Así de claro. Piñera y sus secuaces aprovecharon la pandemia para fortalecer el control social y la represión. Veinte mil soldados armados en las calles y ni uno solo desinfectando la ciudad para evitar contagios. Mucha lacrimógena y poco jabón. Podrían meterle jabón al guanaco (tanque con chorro de agua) y ayudar a la población, en vez de meterla presa y torturarla, digo yo, no sé. Eso sí, antes incluso de las medidas sanitarias, habían tomado una primera decisión política: se posponía el plebiscito para redactar la nueva constitución porque la gente no se podía juntar, pero no suspendieron ni las actividades laborales y ni las clases en las escuelas. La primera noche de confinamiento en los hogares, los carabineros aprovecharon para limpiar la Plaza de la Dignidad y sacar todas los monumentos y obras de arte que había instalado la revolución. Miserables es poco. Pero no se preocupen. Apenas se curen los chilenos les van a volver a romper la ciudad entera para construir otra encima.     

 

 

9.

 

La Negra llevaba conectada 13 horas a la oxitocina esa, las contracciones eran muchas, duraderas y dolorosas. CNN nos tenía la cabeza destrozada y la dilatación no aumentaba. Pipi no quería salir. Quizás si en la habitación del hospital no hubiese habido televisión, otro gallo cantaría. A las once de la noche el doctor nos dijo que no había señales esperanzadoras y que la única alternativa para terminar con la cuarentena de Pipi era la cesárea. Así que, a las doce de la noche estábamos en el quirófano, con la Negra abierta al medio, yo a su lado con mi telefonito grabando como un pelotudo de vacaciones, intentando no levantarme mucho y ver integro el interior de mi mujer y así mantener ciertos niveles de respeto por la intimidad de la pareja. El doctor, tras cortar varios largos tajos con su bisturí, metió una especie de cilindro de plástico con salida por ambos extremos, dejando uno afuera por el cual, yo me daba cuenta, el doc veía a Pipi agazapade, aferrade a algún órgano, o colgade cual Trazán a su cordón umbilical para no salir de ahí. El doctor metió las dos manos y le agarró pero se le resbaló. Después presionó fuertemente las costillas de la Negra con su antebrazo y metió la otra mano, pero Pipi se escabulló con una finta mágica. Por un momento pensé que se venía el nuevo Messi, pero el pensamiento no duró. Finalmente la asistente le pasó un instrumento largo, curvo y metálico, parecido a un calzador de zapatos pero gigante, que el doctor introdujo en la Negra y con el cual hizo palanca, sí señores, palanca, logrando que asomara la cabeza de Pipi. Todo ahí era asombro, sangre y amor. Cuando Pipi ya no podía volver atrás, el doctor la agarró con las dos manos y la fue levantando de a poco, como el rey león a su hijo, o como Maradona a la copa del Mundo, hasta sostenerla en aire para que la Negra la pudiera ver. Tras unos segundos de observación y silencio, la Negra dijo emocionada “Martina hermosa, ven aquí”. En ese momento el doctor me pasó una tijera para que yo cortara el cordón umbilical, ese que Martina usaba de liana para quedarse en cuarentena. Me acerqué, lo corté y en ese momento el doctor la acostó en el pecho de su madre, al que se pegó inmediatamente y del cual, una semana después, no se piensa despegar.

 

 

10.

 

Sin embargo Piñera no era el único que aprovechaba el virus para llevar agua a su molino. El presiente mexicano, convertido en una especie de predicador evangelista, mezcla de mesías que viene del futuro y fuerza moral que viene del pasado, aprovechaba cada pregunta que le hacían los periodistas para cambiar el tema. Como al niño que el profe le pregunta, “Pepito, ¿qué sabe usted de las hormigas?” Y Pepito, que no sabía de hormigas pero si de elefantes, responde: “Pues yo se que la hormiga es un animal muy chiquito y que el más grande es el elefante. El elefante tiene cuatro patas, una trompa y hace brgrruuuu…”. Y así hacía Obrador con las preguntas del virus, mientras besaba escapularios. La mejor fue cuando le preguntaron que qué opinaba sobre la pandemia y dijo que él confiaba en la fuerza y la honestidad del pueblo mexicano, porque la corrupción se había terminado, y que por eso ya no se iba a construir el aeropuerto de Texcoco sino el de Santa Lucía. Una joya nuestro presi. El presidente mexicano era el único mandatario no fascista del continente que no le daba ninguna importancia al tema. Había pasado de ser un hombre aparentemente empático, a un obtuso militante que creía que el virus era una invención de los conservadores para destruir a su gobierno. Debe haber leído mucho al pelotudo de Giorgio Agamben, reconocido filosofo italiano que los primeros días de marzo expresaba su izquierdismo y su rebeldía, diciendo que el virus no era tan grave, que el Consejo Italiano de Salud había dicho que era una gripe común y corriente, así que, obvio, la cuarentena era una exageración inútil impuesta por el status quo universal, para implantar un nuevo estado de excepción, restringir las libertades y dominar a la población. Cómo la escusa del terrorismo ya no era suficiente para seguir reprimiendo, se inventaron esta, dice tan pancho el señor filosofo mientras en su país se agotaron los ataúdes. Todo parece indicar que los epidemiólogos italianos leen al filosofito ese. Porque claro, es verdad que el status quo universal se va a aprovechar de la situación para generar control sobre la población, pero eso no hace al Coronavirus un virus común y corriente. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. ¡Agamben el favor!

 

Menos mal que la gente en México comenzó a tomar medidas antes de que las planteara el presidente besucón, y que Sheinbaum, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, actuó con seriedad ante las condiciones imperantes y comenzó a suspender actividades. El día 22 de marzo, con más de 200 contagios en México y casi medio millón en el mundo, Obrador decía lo siguiente desde un restaurant en Oaxaca, “Yo les voy a decir cuando no salgan, pero si pueden y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas porque eso es fortalecer la economía. Los mexicanos por nuestra cultura somos resistentes a todas las calamidades y en esta ocasión vamos a salir adelante. Nuestro pueblo es poseedor, heredero de culturas milenarias”. Digamos, para empezar, que lo de las culturas milenarias no tiene nada que ver con nada, porque los italianos tambien las tienen y no les ha servido de nada, y de los chinos ni hablar. El presidente mexicano prometió tres puntos de crecimiento economico cuando asumió el mandato y prefiere arriesgarse al virus y rezarle en público a las virgencitas, a vivir una crisis economica que por cierto, es imposible de evitar. Dilatar la puesta en macha de las medidas de la mentada Fase 2, para que la recesión economica dure menos es, a mi juicio, una bajeza de proporciones. La economía se va ir al carajo en todos lados y habrá que sostenerse de otra manera. Pero quién soy yo para hablar de economía, si los economistas han demostrado que hacen muy bien su laburo.

 

Es cierto que dos días después de esas declaraciones chamánico-mercantiles, el Secretario de Salud anunció la Fase 2 y el gobierno tomó medidas, lo que hace pensar dos alternativas: una, la del policía bueno y el policía malo, donde Obrador hace del bueno y tranquiliza a la población, para evitar el pánico y una crisis gratuita y prematura, y el policía malo, donde el resto del gobierno toma las medidas más radicales. O la otra, la más factible, es que Obrador padece una grave deformación profesional y cree que todo se mide en oficialismo/oposición (cualquier similitud con el resto de los líderes de izquierda latinoamericanos es pura coincidencia). Y así, dominado por sus sueños transformadores, y presa de su impermeable cerrazón, mantuvo un extraño y eterno soliloquio, un tanto autista, que el resto de los integrantes de gobierno fue interviniendo de a poco, rectificando el camino.

 

Si por alguna razón México supera sin demasiadas muertes esta pandemia, Obrador quedará como un estratega un poco sabio y un poco cauto, un poco loco, con un toque de realismo mágico y escapularios mediante, pero si por el contrario, México llega a la Fase 3, vive el punto de inflexión y da la curva pronunciada que han dado Estados Unidos, España, Italia, Francia, Irán, China y otros tantos, la actitud campechana y la dilación en la toma de medidas, se convertirán en errores criminales…

 

 

11.

 

Pipina, de nombre Martina, nació a las 00:23 del 21 de marzo. Yo tenía todas mis energías puestas en que naciera el día 20, o sea, 23 minutos antes para que fuera Piscis y no Aries, como la madre, y en una de esas tener la esperanza de que tenga un carácter un poquito mejor, pero no se pudo. Es Aries y ahora habrá que amarlas y soportarlas a las dos tal cual son. Estuvimos los tres en el hospital dos días mientras la Negra se recuperaba del tajo ese enorme que le hicieron. Ya estamos en nuestra casa. Martina está increíble, hermosa, sana, fuerte y toma teta todo el día. Salió monotemática la nena. Y aquí estamos encerrados, en cuarennena, esperando que pase esta historia. Ahora mi pasión es cambiar pañales y sacarle los chanchitos a la 1 AM, 3 AM, 5 AM, 7 AM y así sucesivamente. Ella aun no sabe que yo existo porque no soy una teta, pero supongo que algún día diversificará sus amores y espero ser uno de ellos.

 

 

12.

 

La cosa está que arde. Ahora nos despertamos todas las mañanas rogando que bajen los contagios en España y en Italia, que sea real que en algún momento no muy lejano la curva de la muerte comienza a descender. Esperamos que cambie allá, para que cuando nos toque aquí, tengamos algún miserable dato del que agarrarnos, como Pipina a su cordón. La cosa está fea fea. Estados Unidos es el foco de contagio más importante del mundo, el presidente naranja dice que no puede ser peor el remedio que la enfermedad, así que mejor todos a trabajar y nada de estar enfermitos en sus casas. Y Obrador no piensa cerrar la frontera del Norte. Ahora somos nosotros los que queremos que pongan el muro. Quién lo iba a decir. 

 

13.

Pipina linda, hermosa, ya te lo he dicho más de mil veces en estos 10 días desde que te conozco, pero te lo escribo aquí otra vez. Eres la cosa más linda que vi nunca en la vida. Te trajimos a este mundo jodido porque, aún sabiendo que estamos rodeados de personas peligrosas, creemos que la vida puede ser hermosa y digna de ser vivida. Haremos todo para que así sea. Tu hermano Ale ya sabe arrullarte y hacer que dejes de llorar. Yo no. La Negra es fuerte y te ama. Estamos felices y agradecidos de estos nueve meses que te llevó a cuestas a todos lados, y de esas tetas que te hacen tan feliz. Te tocó llegar en plena pandemia, confinamiento y distancia entre la gente. Estamos en cuarentena en la casa, carentes de contacto pero repletos de amor. Esperemos que pase esta crisis de mierda y podamos abrir las puertas de la casa para que entre la gente querida y te llene de besos, abrazos y amor.  

 

Chile: revuelta social y Epidemia // Entrevista a Oscar Ariel Cabezas

 

Esta entrevista fue realizada por la plataforma chilena de periodismo alternativo urbesalvaje.com

 

Incertidumbre y amenaza. Sin duda que existe una desconfianza hacia el Estado. Y no es solo en materias económicas y de salud pública. Muchísimos culpan a la clase política de la amplitud de males que aquejan a la sociedad chilena. El empresariado a la cabeza. ¿Chile despertó y está pandemia le va a poner el pie encima al modelo? ¿Otro Estado es posible? ¿Es el Plebiscito lo más importante hoy?

En medio de la pandemia y de lo que posiblemente será la peor de las crisis del sistema sanitario lo más importante hoy es lo que podemos llamar el cuidado del vecino, es decir, del que habita (ella o él) y coexiste en relación a esa otredad de la que también soy parte. La preocupación por el otro, sobre todo por aquel que no conozco y que debido a la eventualidad global del Covid19 podría estar en peligro de muerte es lo más importante en esta contingencia. Todo indica que la forma más efectiva para controlar el contagio es el distanciamiento físico de los otros porque no hay todavía una cura que pueda evitar la muerte. El plebiscito puede esperar los ventiladores y la recuperación de la sanidad pública me parece que es de primer orden. El confinamiento o cuarentena obligatoria dictaminada por el gobierno a primera vista parece ser una medida de sanidad pública y, sin duda, creo que lo es tal como lo ha confirmado la presidenta del colegio médicos de Chile. Pero no estoy seguro de si el gobierno y la precariedad absoluta del sistema de salud pública tenían otras medidas para contener la propagación del virus. Lo cierto es que la medida de declarar un estado de emergencia me parece que es una medida política que cumple, de momento, una función cínica. Por un lado, el estado de emergencia le ha permitido al gobierno generar un estado mental de pánico mediático. Así, el miedo a la muerte y al contagio funciona como una política de control de los espacios politizados por la revuelta social. No es casual que en vez de poner en marcha un plan para habilitar hospitales, intervenir la salud privada, comprar ventiladores, mascarillas, reforzar el cuerpo médico y de especialistas, etc., el gobierno comience a pintar plaza de la dignidad como un desesperado intento por recuperar los espacios y los símbolos que ya no le pertenecen. Te menciono esto por no expandirme en lo ridículo que ha resultado sacar—y qué ganas tenían de hacerlo—a los militares a la calle en las horas en que la gente duerme y el contagio social es ínfimo o casi imposible. Todo esto hace sospechar que el estado de emergencia es una medida de control de la desobediencia civil más que ser una medida de sanidad pública a la altura de la amenaza real que tienen todes los que vivimos en esta parte del planeta de ser contagiados por el Covid19. En otras palabras,  la medida del gobierno está entrelazada al control de la desobediencia civil, desatada por la emergencia de una ciudadanía que había desaparecido desde la época del plebiscito de 1989.  Sin duda, también las mediadas del gobierno de Piñera han tenido que seguir las directrices de lo que globalmente han hecho otros gobiernos para controlar la pandemia. En medio del oportunismo del gobierno neoliberal por detener el malestar social que desató la revuelta del 18 de octubre el cinismo revela ser un arma al servicio del miedo. Se trata del miedo que tiene la clase política, la oligarquía nacional y las empresas vinculadas al modelo neoliberal de que este país cambie de manera radical y se convierta en un modelo experimental de sociedad participativa orientada al cuidado por el otro y a formas de coexistencia basadas en otro modo de ser que el del hedonismo de la sociedad de consumo. Por lo mismo, creo que el plebiscito se puede posponer mientras el cuidado del otro tome la forma subjetiva de la revuelta social del 18 de octubre, es decir, mientras pasemos la cuarentena pensando en el nacimiento de otro modo de vida. Un modo de vida y de coexistencia completamente distinto del modo “sin coexistencia social” al que nos confinó el virus del neoliberalismo. Por supuesto, yo apruebo el cambio constitucional y mis deseos por el plebiscito están basados en que el cambio constitucional es la posibilidad de que el país gire en 180 grados hacia otro modo de existencia.  

Una pandemia como castigo. La catástrofe como sanción global hacia la humanidad. Te parece interesante esa reflexión.

Sí, me parece interesante, pero creo que el castigo introduce en el concepto de  catástrofe una dimensión teológica que tiende a desplazar el hecho de que la pandemia de Covid19 está, por un lado, internamente ligada a las formas de modernización capitalista de la gran industria del mercado agrícola y de la epidemiología. En el caso  de que no sea un virus que se haya escapado de algún laboratorio militar para deliberadamente provocar una catástrofe, el virus proviene, tal como lo muestra el texto del Colectivo Chuang que publicó la plataforma de Lobo suelto, de la industria mundial agrícola. El texto del Colectivo es muy interesante porque retira la posibilidad de leer teológicamente la catástrofe producida por la expansión de la producción industrial agrícola  y el modo en que se vincula con elementos, digamos, no humanos o naturales como sería el caso del Coronavirus. Las clases subalternas que están expuestas al contagio con microbios y catástrofes industriales no son nada nuevos, no constituyen una novedad en la historia del capitalismo y, por cierto, las epidemias tampoco constituyen una novedad. Con la idea de humanidad ocurre algo similar. La humanidad como concepto universal deja sin pensar los efectos que las catástrofes generadas por el capitalismo, en su fase global e hiperdepredatoria, dejan en la carne viva del cuerpo social. En otras palabras, no creo en las teorías que ven en el virus una exterioridad que nos ataca desde fuera y que según la posición en la que se mire, podría salvarnos de los males que le hemos hecho al planeta. Las catástrofes son siempre sociales, afectan el cuerpo material de individuos, colectividades, de poblaciones agrumadas nacional o posnacionalmente. La pandemia de Covid19 lleva casi 60.000 muertos y más de un millón de contagios. Se trata de la primera catástrofe social con resonancias comunicacionales globales y, quizá, de la primera catástrofe que desenmascara la precariedad de los sistemas de salud pública a nivel global. La urgencia de pensar un sistema de salud internacionalizado o globalizado parece que agrega un dato más a la urgencia de salir del fatídico ciclo de gobernabilidad neoliberal. Pero la salud como un derecho universal de cada individuo, de cada colectividad, del vecino, del amigo o de los que aún no han nacido se ve amenazado por la idea de que la pandemia es un castigo que todes debemos pagar. La idea de que deben pagar justos por pecadores es una idea que le hace mal a la izquierda y aún más mal a la urgencia de imaginar formas de cuidado que estén completamente escindidas de la religión del dinero y de la barbarie con la que se consuma el lucro en nuestro sistema de salud.

 

¿Qué rol ha jugado la filosofía en la vida, pasión y posible muerte del modelo? ¿Va a resucitar con una fuerza mayor o va a haber un cambio?

No soy filósofo, por lo que mis opiniones no deben confundirse con las que daría un filósofo de profesión. Pienso que en Chile la filosofía ha sido muy importante en la vida de sus poblaciones. Por poblaciones habría que entender la multiplicidad de cuerpos que han decidido resistir el modelo y por filosofía lo que ha emanado de la interioridad de sus prácticas y del deseo de “cambiarlo todo, sino pa’ qué”. Ha habido, sin duda, un despertar en las universidades, pero creo que la revuelta social ha pasado transversalmente por lo que llamo la emergencia de la sociedad civil. Me interesa mucho remarcar que se trata de una emergencia y no de un a priori de la filosofía política. Ha sido la sociedad civil y el pluralismo de su composición la que ha dado las coordenadas de una filosofía descentrada de los vínculos que las universidades en Chile han mantenido con el modelo de producción neoliberal de saberes. No creo que la filosofía de papers  y carrera universitaria de imitación norteamericana haya contribuido a la revuelta social. Por el contario, el individualismo en los espacios universitarios, la lucha a muerte por el reconocimiento académico, la falta de desarrollo de espacios de colectivización y producción de saberes es lo opuesto a la respiración de las pasiones que han emanado de la desobediencia de la sociedad civil. Por supuesto, esto no significa que la universidad y el conjunto de sus académicos y, sobre todo, de sus  estudiantes esté también recorrida por el espíritu de la revuelta. No estoy seguro de si la universidad como institución desea la muerte del modelo. Pero, si estoy seguro de que la universidad, aquella que se recoge en la comunidad de sus estudiantes y profesores, está contagiada por el deseo de democratizar todos los espacios que permitan que el espíritu de una vieja y necesaria institución esté a la altura de los cambios y orientada a la relación y el compromiso político con la metamorfosis de lo humano, es decir, de lo singular-plural. El  espíritu de una filosofía en que lo común, aquello que nos compete a todes, es algo que ha puesto de manifiesto la revuelta de los movimientos sociales, la coordinadora 8M, el movimiento feminista, el Movimiento contra las AFP y las Isapres, el Movimiento Estudiantil contra el lucro en la educación, las disidencias sexuales, el movimiento Mapuche, y, por cierto, toda esa población que todavía está media invisibilizada de inmigrantes haitianos y latinoamericanos componen la pasión de una filosofía por venir. Una filosofía que no está en el futuro, sino en las luchas cotidianas por la redefinición y construcción de instituciones orientadas a la coexistencia en común. La  pasión y los deseos colectivos por una sociedad distinta están encarnadas en una pragmática materialista—no abstracta— por la definición y redefinición de nuevas instituciones. Yo veo que esto es una filosofía que ha acontecido en las calles y que hoy la filosofía disciplinar deberá heredar como si Sócrates estuviese encarnado en la figura social y política del kiltro Matapacos o en el chico que ondeaba la flamante bandera del pueblo mapuche en Plaza Dignidad. Es probable que el futuro de la filosofía disciplinar y de la propia universidad se juegue en ello. En cambio, el por venir del fin del neoliberalismo sigue estando en las luchas cotidianas de la sociedad civil y en la emanación de una filosofía alojada en la potencia de la imaginación colectiva. La filosofía  suspendida en el aire que cultiva figuras aristocráticas del saber como atributo de una disciplina universitaria ha dejado hace mucho de ser algo interesante.            

Todo Chile en el mismo bote frente a la enfermedad. Barbarie o solidaridad: No hay un valor por la vida; por el respeto a las personas. ¿Campo fértil para qué? ¿Para la solidaridad de toda la ciudadanía o para la barbarie del poder?

La barbarie y la solidaridad son dos conceptos interesantes para abordar el problema de la pandemia de Covid 19 y el problema que está causando en nuestra sociedad. La solidaridad tiene una larga data en la tradición del pensamiento humanista y se le podría conceder que ha estado del lado de una política de la coexistencia pacífica. Cuando el imaginario de la tradición liberal propagaba la consigna de civilización o barbarie la solidaridad se trasformaba en política secular del cuidado por el prójimo y específicamente por los pobres. Esta política de solidaridad ha funcionado durante mucho tiempo como  dispositivo de compensación de las clases acomodadas. Se trata de la conciencia pequeño burguesa del “me preocupo por los pobres” y, así, disfruto de mis privilegios de clase acomodada sin conciencia de culpa. La solidaridad de la conciencia burguesa es un dispositivo importante del proyecto civilizatorio de la sociedad capitalista.  Los siglos XIX y XX están marcados por la consigna civilizatoria de la solidaridad de las clases acomodadas hacia los pobres. No cabe duda que estas formas de conciencia se prolongan en nuestro presente neoliberal e incluso la solidaridad puede aparecer como un dispositivo del poder del Estado para salvar empresas del sector privado. La solidaridad humanista moviliza el cinismo que contribuye a los sistemas de acumulación del capital.  Estar  fuera o dentro del patrón solidario de la civilización es estar inscrito en el privilegio de una solidaridad abstracta. Habría una solidaridad distinta, aquella que está vinculada a los afectos y a las posibilidades de ser afectado o modificado por la afectividad del amor genuino a los otros, a las diferencias, es decir,  a  la mundanidad de los mundos plurales. Esta solidaridad hoy no puede estar disociada de la revuelta social porque la revuelta es un movimiento de solidaridad profundo y transversal. Se trata quizá del primer movimiento de desobediencia civil en que la solidaridad de los mundos plurales coincide con el cuidado del cuerpo social. En otras palabras, la solidaridad como materia afectiva y no como objeto de expiación de la culpa  coincide con la preocupación por los otros, con el cuidado de los otros. La solidaridad que pone en marcha la desobediencia civil en Chile es posthumanista porque ha dejado de ser una abstracción de las clases acomodadas. Lo hemos visto en La Primera Línea, en los grupos juveniles de raperos, en Mon La Ferte… Lo hemos visto en el conjunto de paramédicos, enfermeras y enfermeros que han dado atención y cuidado a los y las manifestantes, en los artistas, en los estudiantes, en los ancianos que sin miedo han ido a Plaza Dignidad. Tu tienes razón en identificar el poder con la barbarie porque este (el poder) no ha dejado de producir formas catastróficas de civilización en nombre de la expulsión de la barbarie, del desarrollo y del progreso. En esta compulsión el poder ha consumado una política de la barbarie neoliberal en la que podríamos desaparecer como civilización. Hoy el cambio climático, el agotamiento de recursos vitales como el agua potable y la pandemia de Covid 19, así como todas las reivindicaciones de la revuelta social del 18 de octubre, despejan el cielo borroso de los años de la Concertación y la Nueva Mayoría. El neoliberalismo es el mal radical de nuestro presente y como tal su Estado y sus instituciones nos ponen en riesgo de muerte. Este peligro es esta vez transversal. En un registro siniestro, el Covid 19 democratiza la muerte porque esta vez no son solo las clases sociales más desposeídas las que padecen la posibilidad del contagio y el riesgo de muerte —aunque debido al sistema de salud y al modelo constitucional lo que en Chile no es democrático es la “cuidadocracia”. Los que se pueden cuidar del contagio o ser atendidos en caso de problemas respiratorios  con ventiladores de alta tecnología no son las clases trabajadoras ni los más vulnerables, sino los grupos sociales acomodados. Quizá, el único principio civilizatorio y de solidaridad afectiva fértil que tenemos es la siguiente consigna: revuelta social o barbarie desde el cuidado del otro y en resistencia civil a las políticas cínicas del control securitario.  

Valor de la vida: Nunca se preocuparon por los niños, los adultos mayores, los reos, incluso los condenados por delitos de lesa humanidad ante el congreso o a Iris le temen a la muerte. ¿El asesino siempre trata de aparentar bondad? ¿Qué rol le da el gobierno de Chile a la vida? ¿La violencia es una enfermedad social frente a los abusos? ¿Vigilar y castigar?

En La ciudad de Dios, libro que compré junto con las Confesiones hace años cuando comencé a trabajar con los textos del filósofo argentino León Rozitchner, me impresionó la referencia a la justicia que hace San Agustín. Los reinados sin justicia, dice Agustín, son como pandilla de criminales. Hay también una teoría del liderazgo porque él cree que una pandilla es un grupo de hombres bajo el comando de un líder. Después de informarnos de estas definiciones nos relata una anécdota. Un pirata ha sido capturado por Alejandro Magno. El emperador le dice al pirata si le parecía bien tener el mar infestado con sus piraterías. El pirata sin tartamudear le responde: lo mismo que te parece a ti tener infestado todo el orbe: solo que a mí por piratear con un pequeño barco me llaman ladrón y a ti por piratear con una imponente armada te llaman emperador. Aunque nos guste más el pirata, en ambas posiciones hay ausencia de justicia. En ambas hay composición  de  una pandilla. El Estado neoliberal es el lugar en que la justicia y la posibilidad de que ella ocurra dentro del marco jurídico se ha retirado completamente. La retirada de la justicia abre paso a la desvalorización de la vida. El neoliberalismo es precisamente eso; la desvalorización brutal de la vida porque el conjunto de sus máquinas que van desde la subjetividad molecular del emprendedor individual hasta la subjetividad cínica del médico de clínica privada que devalúa la vida cuando decide subordinar el cuidado médico al valor del dinero. Por muy engorrosa que sea la discusión filosófica sobre la cuestión de la biopolítica, me atrevo a decir que el neoliberalismo no es en ningún caso un Estado biopolítico. Por lo contrario, el neoliberalismo es el estado avanzado de la necropolítica y, en efecto, Chile es en América Latina el paradigma más exitoso de Estado neoliberal. Las  formas en el Estado chileno han articulado una política de la muerte con un régimen de acumulación de capitales que no tiene precedentes en ningún otro país de la región. La consumación necropolítica del neoliberalismo se ha expresado de manera muy fuerte en la producción y dominio de los lugares de encierro como técnica de aniquilamiento, tortura, vigilancia y control de la población. El campo de concentración de Tejas Verdes y el Estadio Nacional, por dar solo un ejemplo entre muchos más, fueron las primeras y más visibles formas del control necropolítico del neoliberalismo chileno en su fase de terror y violencia. En su fase de simulacro democrático tienes desde La Oficina, órgano creado por la Concertación para el aniquilamiento y el encierro de grupos de ultra izquierda hasta el infanticidio que en los recientes años hemos conocido como el infierno del SENAME. A esta lógica necropolítica del castigo y la vigilancia de la población se acopla, lo que quizá sean los dos pilares más importantes del modelo neoliberal: la vampirización y transformación de la vida de trabajadores y trabajadores a partir del sistema de AFPs y el robo de las potencialidades intelectivas y de imaginación de los estudiantes a través del lucro en la educación.  El Estado en Chile ha sido desde sus orígenes una institución sin justicia. Pero desde 1973 hasta el segundo gobierno de Sebastián Piñera, es decir, el actual gobierno, su aparato de poder se ha consumado como un instrumento criminal al servicio de la desvalorización de la vida y la valorización de la acumulación de capital-dinero. Sin embargo, no diría que el gobierno de Piñera es el único responsable de la ausencia o retirada de la justicia en la sociedad chilena. Es muy probable que más temprano que tarde el Sr. Piñera y su gabinete deba comparecer ante tribunales por violación de derechos humanos y por su responsabilidad directa en las más de 30 muertes que ha dejado el excesivo y criminal actuar de la institución policial de Carabineros. No hay duda de que los que han sido mutilados en sus ojos, violentados y torturados por la policía de carabineros, a vista de todo el mundo, deberán en algún momento componer hoy la demanda infinita de justicia. En Chile, la demanda de justicia es lo que está entrelazado a eso que la revuelta social ha llamado la dignidad. Esta se ha expresado en varias consignas y, quizá, la que mejor capta el hecho de que la dignidad es una política de valorización de la vida y, al mismo tiempo, un movimiento interno del clamor de la justicia social, es la que llama a luchar “hasta que la dignidad se haga costumbre”. Esta consigna conmueve porque revela que el movimiento de protesta está arraigado en la valorización de la vida frente a un Estado criminal. Por eso, si queremos ser verdaderamente fieles al espíritu de la revuelta del 18 de octubre y al movimiento de desobediencia civil hay que rechazar la cuarentena como estado de inmovilidad política, es decir, como imposición de una política de control de la población. No digo que no haya que hacer cuarentena, digo que la cuarentena debe hacerse al interior del espíritu que la revuelta social ha abierto como posibilidad de otro mundo, de otro Estado, de otras instituciones a imaginar.                 

Si se respetara la libertad de expresión no habría crisis de legitimidad.  ¿Debe haber más de una voz oficial? ¿Qué papel juegan las redes sociales?

La pandemia del Covid19 y la revuelta social en Chile han tensado tanto a la oficialidad de los medios de comunicación como a las redes sociales. La comunicación es por decirlo así un campo de batalla, una lucha permanente por la circulación de significantes, es decir, por el derecho a la información. Que Chile esté atravesando por dos hitos excepcionales hace proliferar las estrategias por el control de la comunicación. Las redes sociales han permitido una cierta democratización de lo que se comunica y es comunicado. Pero no creo que puedan competir con el control y poder de la televisión y, sobre todo, con los modos en que este medio de comunicación produce efectos de verdad y, por lo tanto, efectos de opinión. La televisión es sensacionalista y publicitaria y sabe desde hace mucho del poder que tiene el uso y la circulación de la información. La pregunta por la libertad de expresión y la legitimidad es la pregunta por quienes controlan los medios de comunicación. Este control se da de manera desigual. No es lo mismo el muro del Facebook de un amigx inteligente que según la lógica algorítmica opina al interior de una comunidad virtual más o menos homogénea en sus modos de percibir el mundo, la política, la cultura, el tema de las diferencias, al poder que tiene Televisión Nacional de Chile y su periodismo de pacto oligárquico. La desinformación en este país es indisociable de la estructura publicitaria y neoliberal, es decir, es indisociable de la subjetividad cínica y publicitaria del comercio comunicacional. No lo digo solo por el acierto de la consigna “el mercurio miente”, sino también por el hecho de que toda la prensa alternativa que intenta resistir la lógica neoliberal de las comunicaciones no cuenta con los recursos y la cobertura como para hacer posible tanto la libertad de expresión y el derecho a informarse de manera confiable. En otras palabras, la liberad de expresión es una moneda cambiaria que oscila generalmente en beneficio de la información pactado con el orden del capital. Para que la libertad de expresión no sea solo un refugio lisonjero de los valores del liberalismo burgués y pueda componer  los criterios de razonabilidad, verdad y transparencia que se merece la sociedad civil habría que democratizar y nacionalizar como mínimo la televisión pública y, sobre todo, velar porque su estructura comunicacional no se subordine a los intereses del capital privado. Las redes sociales no están ajenas ni son una isla en el mar de las bondades de la comunicación. De hecho, siempre están intervenidas bajo el imperio del algoritmo, la selectividad de las comunidades virtualizadas o la corrupción de los gobiernos que pueden falsear cuentas y agitar verdades a medias. También tienen el peligro de producir lo que Daniel H. Cabrera llama vidas apantalladas. El apantallamiento en las redes sociales o en plataformas digitales no informa ni crea estados de proximidad con el pensamiento ni con la afectividad del que se duele. Si pensamos en la frase del idiota que ha sido capturado por el sensacionalismo de una noticia y dice “¡Prende la televisión!” nos deberíamos dar cuenta de que el imperativo del idiota es el llamado a apantallarse. El imperativo de la frase que urge a la disposición de apantallarse no solo es reaccionaria e irreflexiva es también la frase del idiota que, en su desafección, no desea resistir, pensar o imaginar más allá del morbo de la pantalla. Esto que ocurre con la televisión también ocurre con las redes sociales porque éstas no siempre están a distancia del sensacionalismo, de la propagación del miedo con el que mediáticamente se desatan toda clase de virus que hacen imposible una comunidad informada en la comunicación, la cual es sin duda imposible en contextos donde solo prima la oficialidad de la voz publicitaria de la vigilancia, el control y la publicidad.

De una herida lo que importa es la cicatriz. ¿La izquierda está sacando conclusiones de estos dos fenómenos: la pandemia y la revuelta?

La metáfora de la herida y la cicatriz es tan acertada que inmediatamente me asaltan imágenes de la historia del horror: la del Palacio de la Moneda en llamas, la de los militantes de partidos de izquierdas que fueron lanzados al mar, la inmolación de Sebastián Acebedo, la crueldad del asesinato de Natino, Parada y Guerrero, el asesinato de los hermanos Vergara, entre muchas otras. La crueldad de los años de la dictadura no cesó con la llamada transición a la democracia. El estado neoliberal prolongó las formas del horror en la articulación de lo que Clement Rosset llama “el principio de crueldad”. El principio de configuración de la sociedad chilena desde el plebiscito de 1989 hasta nuestros días ha sido el de un permanente despliegue del principio de crueldad.  Si hubiese que pensar en la genealogía democrática de este principio habría que decir que comenzó con la creación del “Consejo coordinador de seguridad pública”, es decir, con la creación de La Oficina a principios de los años noventa. Como institución que debía asegurar la seguridad pública contra el “terrorismo” de una exaltada izquierda para tiempos democráticos. La Oficina condensa la historia del comienzo del terrorismo de Estado articulada, esta vez, por la inteligencia de la izquierda. Esta instancia fue dirigida por militantes de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista y desmanteló prácticamente a todos los sectores de la izquierda más radical que habían sido centrales en la conquista de los derechos democráticos. ¿Cómo los desarticuló? Empleando ex agentes de la DINA y CNI e implementando los mismos métodos de la dictadura para aniquilar a los “terroristas”. El principio de crueldad es puesto en marcha para velar por el espacio de la democracia. Pero una democracia que siguió prolongando las instituciones del horror de la dictadura, cambiando las formas y blanqueando, por ocultamiento o estrategia publicitaria, el terrorismo de estado. Sin ese principio no podría haber detenido la barbarie neoliberal. El dispositivo de la democracia ha suplementado la prolongación y radicalización del principio de crueldad en el que se sostienen las instituciones de la democracia neoliberal. La crueldad de los infanticidios en el SENAME se prologa en el ancianicidio del sistema de pensiones. A través de las instituciones neoliberales, el principio de crueldad de la sociedad chilena aparece como la articulación completa de la degradación de la vida infantil hasta la vejez. Entre medio de esos dos pilares que deben sostener la diferencia entre crueldad y civilización, están todas las otras instituciones (educación, derechos laborales, vivienda, salud). Estas instituciones, reproducidas y resguardadas por la clase política en estas últimas tres décadas, constituyen el lugar de usufructo del trabajo de chilenas, chilenos, inmigrantes, mujeres, niños, diferencias sexuales y étnicas. ¿Por qué puede ser legítimo usufructuar, explotar, extraer plusvalía del trabajo de los otros? La revuelta social del 18 de octubre sabe que la respuesta se halla en el simulacro de la legitimidad de la constitución de 1980. Por lo mismo, no estoy seguro si esas heridas que dejó el golpe de 1973 han cicatrizado. Si lo hubieran hecho no habría en nuestro país historia de la insubordinación de las clases media y popular. Tengo la impresión de que las heridas no van a cicatrizar en las manos de la tradición de la izquierda que puso en marcha la crueldad de las instituciones democráticas heredadas de una constitución ilegítima y antidemocrática. La izquierda tradicional del viejo sistema de representación de partidos políticos mantiene las heridas abiertas porque no estuvo a la altura de las demandas por restitución de la justicia social que emanaron de las jornadas de protestas durante la dictadura y mucho menos está hoy a la altura de la demanda de justicia de la revuelta social. La izquierda que ha sido gobierno durante los 30 años que señala la consigna “no son 30 pesos, son 30 años” no puede conducir el descontento, el malestar social y subjetivo que expresa la desobediencia civil de la revuelta. Por eso, no sé qué consecuencias puede estar sacando de la pandemia y de la revuelta que no sean las de contener la trasformación de raíz de un modelo económico y de una vida cívica y social que, inscrita en el principio de crueldad, favorece a la oligarquía nacional e internacional. Al mismo tiempo, favorece a la clase política que teme perder los privilegios que le da una vida parlamentaria basada en el lucro de la política. Si la revuelta social sospecha de la clase política es porque esta no tiene ni el carisma ni la legitimidad para trasformar el modelo neoliberal. Una izquierda que participa de la reproducción neoliberal podría estar sacando conclusiones erradas de la pandemia. Por ejemplo, podría estar pensando en volver a atar el pacto que ha tenido con las instituciones que lucran con la educación, la salud y el sistema de pensiones y que la revuelta social ha hecho difícil de sostener. Cuando empiecen a morir cientos y, quizá, miles de ancianos y ancianas, jóvenes y no tan jóvenes vulnerables al coronavirus; cuando los hospitales no puedan cubrir las necesidades de los que ingresan con problemas respiratorios y empecemos a padecer la impotencia de una sociedad en el que la “cuidadocracia” está privatizada y el derecho a los ventiladores es solo para los más acomodados; entones volverá una y otra vez el mar de cuerpos desobedientes a interrumpir el principio de crueldad del estado neoliberal. La única conclusión, a la altura del clamor por la dignidad y el derecho de vivir en paz, que debería tener la izquierda en el gobierno es que la pandemia vaya a radicalizar el conflicto.  La sociedad civil sabe que las medidas de control social y policial usadas por el gobierno no tienen un propósito de sanidad pública, no están basadas en el cuidado de la población. La provocación del presidente Piñera de ir a sentarse a Plaza Dignidad es la constatación más clara de que el gobierno vive la pandemia de Covid19 como un arma para sofocar la revuelta. Sin ir más lejos, no ha tenido ninguna sensibilidad con los más de dos mil presos políticos (casi todos niñas y niños adolecentes) que han sido encarcelados por resistir el principio de crueldad del modelo económico en Chile.

Impresiones comunes sobre lo indistinto // Alfredo Aracil  

 “Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre o que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio”. 
Karl Marx: El Manifiesto Comunista.

Son varios los textos donde el filósofo francés Georges Batallile define lo sagrado como lo que se niega a ser abstraído del mundo como totalidad: una sabiduría y un estado de resonancia que, aceptando la muerte como experiencia y condición común, en su grado más intenso, puede desembocar en la locura. Dice Bataille: “…si lo sagrado, lejos de ser asible, como lo son los demás objetos de la ciencia, se definiera como lo que se opone a los objetos abstractos -a las cosas, a las herramientas, a los elementos captados distintamente-, al igual que se les opone la totalidad concreta… El mundo de lo sagrado es un mundo de comunicación o de contagio, donde nada está separado.”.

Palabras oraculares para un tiempo suprasecular, con el Papa en aislamiento preventivo y obligatorio, oficiando misa en una plaza del Vaticano desierta. Hoy que nada debería ser urgente, en un mundo que sin embargo no cesa, donde las invitaciones a plataformas de teletrabajo proliferan más rápido que los contagiados por el virus y el tiempo avanza impasible, al ritmo que se actualizan los datos de muertes e ingresados.

La separación y el miedo al contagio, en todo caso, vienen de lejos. Desde los albores de la modernidad, el arte de gobernar no es otra cosa que el arte de reunir y separar: un tratamiento extensivo y espacial que busca inmunizarse de un persistente miedo a lo común y la comunidad por medio de   prohibiciones, muros y fronteras que distribuyen las relaciones entre poblaciones y mercancías. Para la forma de soberanía que se impone en el siglo XV, tras un proceso paralelo de concentración de poder y acumulación de capital, en los deseos igualitarios, en las zonas de indiferencia y en los bosques comunales se esconde la amenaza del colapso civilizatorio. De modo que el terror a lo indistinto, a la parte idéntica, habría servido a la vez de causa y efecto a la profecía auto-cumplida del hombre que es un lobo para el hombre, la razón de una competitividad biológica y del miedo a ser asesinado por una multitud violenta que ambiciona la totalidad de lo que uno tiene.

En Violencia y comunidad, Roberto Esposito lleva a cabo un análisis histórico de las sombras que la filosofía política ha proyectado sobre la comunidad originaria, donde se esconde el enemigo interior y acecha nuestro igual: “la violencia no sacude a la comunidad desde el exterior, sino desde el corazón mismo de eso que es común, quién mata no es un extranjero sino un miembro de la comunidad”. Es decir, para los que hacen leyes de su voluntad y dibujan a golpe de interés los mapas políticos, lo verdaderamente aterrador no es nunca lo diferentes que somos entre humanos, sino el paquete de percepciones y modos de sentir que compartimos, la igualdad entre nuestros instintos y lo que, en definitiva, se parecen nuestros deseos. De modo que lo indistinto y la relación de dependencia ambiental que estructura cualquier forma comunitaria de vida, en la cual los sujetos logran su individuación tomando de un medio común los medios para su propia evolución, son los enemigos naturales que el poder enfrenta en su lucha por la distinción y la supremacía de sus privilegios. 

Ahora que las fronteras están cerradas y que cruzar varias calles en busca de medialunas se parece a una travesía por un no man’s land, los terrores y esperanzas que convoca lo común vuelven a tomar un lugar central en las discusiones políticas. Para empezar, que el virus no tenga ni ojos ni piel oscura, como apuntaba Santiago Alba Rico, unido al hecho de que los potenciales portadores sean nuestros vecinos y de que detrás de la trasmisión no se oculten intereses de clase, hace realmente difícil que la pandemia pueda ser catalogada o bien como un agente revolucionario venido para acabar con el capitalismo o bien como un argumento en el discurso racista de la nueva derecha. Su carácter acelular y no-humano invalida, por lo tanto, que pueda recibir el calificativo de “extranjero”. Así, independientemente de su origen y de su naturaleza viajera, sin otro devenir que la propagación, el virus desnuda un plano de sentir todavía más común que la ideología, la condición vulnerabilidad que resulta de vivir expuestos a fuerzas y contingencias que, en cualquier momento, te pueden matar.

Continua Roberto Esposito: “lo que empuja a la comunidad al remolino de violencia es precisamente la indiferencia, la ausencia de una barra diferencial que, distanciando a los hombres, los mantenga a salvo de la posibilidad de la masacre”. Que es, en definitiva, el objetivo de las distintas medidas de aislamiento que se han adoptado: frenar el contagio haciéndonos guardar las distancias, separándonos por la vía de la inmunización general. Evitar el contagio, al parecer, es mantener a las personas a más de un metro de distancia. No tocar. “Nos tenemos que acostumbrar a estar más anchos”, según un miembro de la OMS. Una vez más, como sucedió con la peste, la orden es compartimentar y encerrar a los cuerpos para neutralizar su naturaleza y su potencia indistinta. Monitorizar los consumos y ser capaces de predecir mejor las posiciones relativas, librándonos de paso de peligros que en un futuro no muy lejano parecerán reliquias de un tiempo barroco por lo táctil y sensual. Reducir el espacio público y los flujos humanos indeseables. En definitiva, acabar con las zonas de ambigüedad semiótica, prolongando la crisis de presencia que ya vivíamos. En este nuevo régimen sensible-profiláctico, la incertidumbre y la soledad se reproducen a pesar de la banda ancha y de las fiestas online, haciendo tambalearse la base de solidaridad y empatía que, a lo largo de la historia, animó proyectos utópicos de vida comunitaria y otros movimientos sociales de carácter internacionalistas.

Vuelve, en un inesperado giro biopolítico, la razón primera del contrato que legitimó el poder soberano, en la génesis de los estados-nación: garantizar la vida de algunos súbditos y desatender a otros, dejarlos morir. Para ello, se adecuan los modos de producción a las costumbres sociales, al nuevo régimen moral, minimizando los intercambios afectivos y las relaciones sensibles entre la población sana, controlando hasta los gestos más instintivos, como llevarse las manos a la cara. Mientras, del lado de los que van a morir, están los ancianos y los vulnerables, la gente con problemas de salud. Aparecen en las portadas de los diarios: abuelos, abuelas y muchas personas dependientes a los que antes la medicina procuraba una vida más larga, pero igualmente miserables, concentrados en desatendidas residencias de mayor y otros establecimientos públicos menguados de servicios a consecuencia del cierre del estado de bienestar. Sí, exactamente, la parte enferma, frágil e improductiva que, para la cultura neoliberal de optimización y austeridad, era poco más que una carga. A su lado, están las personas que trabajan sin contrato, y no hablo de la clase media precarizada que está encerrada en su casa, delante del ordenador. Pienso, por ejemplo, en los repartidores de Glovo y otras empresas esclavistas que sin descanso y sin seguro médico, como hormigas, cruzan a diario La Zona en sus bicicletas, aquellos y aquellas que a riesgo de caer enfermos “voluntariamente” han decidido continuar su actividad económica. Y al final de todo, olvidados e invisibles, las personas que tiene su casa en la calle. Con la policía y los militares pidiendo documentos en todas las esquinas, por fin comprendemos lo que para ellos y ellas es la experiencia más común y cotidiana, la indefensión y la arbitrariedad que sienten cuando son hostigados en el ejercicio de su trabajo o cuando simplemente están buscando un lugar para dormir.    

Esto y mucho más es lo que podría decirse del estado de excepción que nos envuelve, y de lo rápido que las personas nos habituamos a cualquier modo de normalidad, no importa lo distópica o grotesca  que sea. Si queremos entender las escenas de violencia machista que se reproducen estos días, las denuncias por romper la cuarentena o los insultos a discapacitados que se lanzan desde los balcones en algunas ciudades españolas, es recomendable no menospreciar al fascista que vive en nuestro interior, a esa parte de nosotros que en la playa echa de menos la oficina, la parte de uno mismo que prefiere la servidumbre a la rebelión.

Ahora bien, no me gustaría insistir más en los argumentos macro-políticos que muchos están manejando mejor que yo. No quiero volver sobre la militarización de la vida cotidiana, sobre la aplicación en nuestras comunidades de restricciones de circulación que antes, alegremente, eran aplicadas a las personas migrantes, ni tampoco sobre lo extendido y sofisticado de los métodos protésicos de vigilancia y control cibernético. Más interesante me parece pensar la crisis en relación a los procesos del sentir que consume y alimenta. Esto es, detenerse en la angustia sin objeto que suscita el encierro, pero también en el vitalismo que puede despertar. Actualizar y profundizar en dudas. Cuando baja el telón y la extraña lucidez del cautiverio permite percibir con claridad los mandatos exteriores y las exigencias autoimpuestas, la esclavitud disfrazada de diferencia y novedad que se camufla en la naturaleza indistinta de la existencia que llevamos antes del secuestro, como dice un amigo.

Pienso en la separación y en la cuarentena como algo para lo que inconscientemente nos venían preparando. Lo mismo que sucede en las cárceles, el encierro sigue siendo una práctica habitual en muchas instituciones. Sin ir más lejos, en el sur de la Ciudad de Buenos Aires, son varios los alojamientos para personas con padecimiento mental que albergan en torno a unas 1.000 personas. ¿Cómo lo estarán viviendo allá? Sería fácil decir que, antes del aislamiento, esta forma hospitalaria de privación de libertad amparada por leyes preludiaba las ansiedades que ahora sufrimos, confinados en nuestras casas y alejados de nuestros amigos y familiares por no sabemos cuánto tiempo, sujetos-sujetos  a reglamentos y normas de higiene que no alcanzamos a comprender y que, como ocurre en los manicomios, se legitiman en objetivas razones médicas.

Para los autónomos subproletarios y cosmopolitas que trabajamos en casa, no hace demasiado, salir a una reunión, ir a dar una clase, boxear en el club o ir al supermercado eran actividades que venían a romper la monotonía general de largas jornadas de más de diez horas delante del portátil, donde trabajar no era muy distinto de vivir (mal). Para no pensar que uno estaba perdiendo el tiempo, todo tenía, de algún modo, que responder a una utilidad. Estar vivo era lo mismo que participar de un proyecto de atribución personal y profesional. Incluso el cuidado de uno mismo respondía a esa lógica miserable. También salir a bailar, tomar cerveza con las amigas o tener sexo sucedía en espacios y dispositivos de socialización fuertemente tecnologizados, claramente atravesados por el cálculo y el interés empresarial.

Pero no quisiera moralizar. No seré yo quien critique a los que piensan que trabajo y placer pueden ser compatibles. Lo que estoy tratando de expresar es otra cosa. Desde hace días no dejo de pensar cómo las determinaciones soberanas y la voluntad propia, bajo la bandera de la libertad y el pretexto del desarrollo individual, respondían a métodos disyuntivos que producían la ilusión de vivir una forma de totalidad. Quererlo todo. Poder siempre más, de forma literal. Eso sí, una totalidad por completo profana, donde todo es intercambiable y todo parece lo mismo, donde la vida en comunidad está orientada a valorizar y valorizarse en términos económicos. Como escribe Guy Debord en La sociedad del espectáculo, vivimos en una forma de sociedad espectacular que reúne lo separado como separado, en una comunidad de individuos sin comunidad.  

En la Avenida Córdoba, Buenos Aires, de camino a sacar dinero, me topo con un cartel publicitario de Movistar. En azul corporativo, una tipografía cosmopolita enumera ofertas y beneficios para PYMES. Pantalones y chaqueta, look juvenil, ejecutivo: la mujer de la imagen ni va envejecer ni va a enfermar nunca. Inmunizada por el progreso técnico, es parte de esa comunidad sin comunidad. Trabaja sola aunque conectada, en su propia jefa en una empresa que no necesita trabajadores. Unos metros más adelante, un anuncio del Gobierno de la Nación, también en azul, recuerda que no estamos de vacaciones. Lo confirman los helicópteros a la mañana, así como los parques infantiles vacíos a la tarde, cuando bajo a pasear con el perro. Aunque de fondo se escucha un rumor: de repente, es imposible abstraerse de la sensación de que todos los días tienen algo idéntico. Un día festivo muy largo que empieza temprano, cuando tras leer las noticias en el celular y recordar que no es posible salir a tomar el aire, se precipitan las ganas de esconderse bajo las sábanas y cerrar los ojos. No salir de la habitación. Encerrarse ¿voluntariamente?, como la segunda semana de unas vacaciones con toda la familia, ya indistintas de una pesadilla.

El virus, por lo demás, a pesar de las nuevas tecnologías somático-políticas que nos protegen, propaga terrores viejos. Porque las fiestas, cuando son celebras con la seriedad de los antiguos, en el sentido sagrado que Bataille les otorgaba, siempre tienen como horizonte posible “esa parálisis que deriva del miedo”. Ocurría, por ejemplo, en los fines de semana totales que la generación de los años noventa disfrutó bailando en éxtasis. En cualquier momento, algo podía torcerse, algo podía salir mal. Por eso, para un instante mayor de placer absoluto, había que estar pendiente de los amigos y las amigas, había que cuidarse entre todos. Esa era una de las pocas reglas de las familias transitorias del universo rave. Ahora, superada y detenida, nuestra realidad parece haber tomado otro tipo de cariz terrorífico, igual aunque distinto del que presidía juegos y fiestas rituales. Porque a pensar de lo disminuido e higiénico de las fiestas-simulacro que se organizan en sitios web como ZOOM, lo está en juego es cómo queremos vivir la vida y no sólo por el hecho de que, en efecto, te puedes enfermar.

Una última cita de Bataille: “A fin de permanecer con vida, perder lo que constituye el sentido de la vida es lo que anuncia la soberanía del trabajo, que subordina todas las cosas al miedo a morir”. Sus palabras no pueden ser más actuales. Lo pienso mientras veo fotografías en Instragram de una amiga posando en su cuarto, muy cool, frente a su ordenador Apple, como estoy yo ahora mismo, indiferente al silencio de la calle, produciendo contenidos para tratar de rentabilizar el encierro, deseando volver cuando antes a la normalidad, como si nada hubiese pasado.

Y sin embargo, recuperar el sentido de la vida debería ser algo más que recuperar la normalidad. Podríamos, tal vez, en esta suspensión de la realidad, dedicar tiempo a escuchar nuestros malestares persistentes y reflexionar sobre la vida que deseamos llevar. Y así caer en la cuenta, en primer lugar, de cómo nos está costando saber, por ejemplo, si estamos más asustados por el miedo a la muerte o por la culpa que nos da esta distraídos y no poder rendir. Puede, incluso, que exista una tercera opción. Y sea posible, frente al vacío, experimentar la crisis como una lupa que profundiza el miedo que produce darse cuenta que de no nos vale con la existencia modelada que, bajo la forma de cuarentena blanda y falsa totalidad, llevábamos semanas atrás.

Son más de tres semanas paralizados por un asombro muy poco filosófico, cuando en realidad lo sorprenderte es, parafraseando a Wilhelm Reich, que ante la extrema desigualdad y la pobreza que vive el mundo, los estados de excepción, las crisis de gobernanza y la muerte a gran escala no constituyan la norma. Más de tres semanas, decía, y seguimos sin ser capaces de imaginar ejercicios y programas de vida para inventar un futuro mejor. Es gracioso cuando nos pregunta qué es lo que queremos hacer cuando esto termine, como si un día, sin más, se fuera a terminar la dominación que soberanamente nos hemos impuesto. Mientras la historia tiene lugar, nos limitamos a organizar la rutina. Participamos de clases de yoga y ejercicios espirituales online, hacemos cursos de Deleuze, tutoriales de gimnasia guiados por cuerpos blancos y musculosos y aprendemos a cocinar platos exóticos. “En casa encerrada, las horas pasan más rápidas y, aun teniendo todo el día por delante, no tengo tiempo para nada”, me confiesa una amiga. “Me está constando concentrarme”, me dice otra. El cuerpo se rebela y el deber de mantenerse ocupado y productivo, que pensábamos dependía de la voluntad, se ve anulado. Queremos no ser aguafiestas. Ni hablar de regalarse un momento para frenar, bloquearlo todo y pensar qué es lo que en verdad deseamos hacer.

Frente a un escenario que hace ridículo el lema-movilización de la generación J.A.S.P, vivo “entre casa y la oficina”, me vuelve como un fantasma una imagen de hace años. En un piso del madrileño barrio de Las letras, en una habitación de no más de 10 m2, veo la cama individual de un amigo pegada contra el escritorio. Presidiendo la escena, un ordenador de mesa y una pantalla plana sobre varios libros gordos. El borde de la silla ergonómica que usa para trabajar, literalmente, se mete por las sábanas. Por si necesita echar una cabezada a lo largo de su jornada laboral, por si sobreviene la fatiga… Ahora lo entiendo. No se trataba de una imagen costumbrista post-universitaria, ni tampoco de una estampa propia del mundo de las instituciones totales, antes de las sociedades de control. Era una visión: era el futuro mismo, la apoteosis del programa pastoral extendido, la célula-celular, el se-alquila-monoambiente-tipo-loft.

Si es que por un momento somos capaces de frenar la máquina neurótica y su incesante producción de necesidades, este cotidiano que se ha impuesto de manera externa, tan nuevo pero tan indistinto, visibiliza un suelo de sumisión: el terror al sinsentido de una existencia atravesada por la falta y la aspiración, a una vida sin más mundo y sin más totalidad que los audios y los e-mails por recibir y contestar.

Como el obrero que no puede más y se niega a producir más en el círculo de valor que le separa de lo que produce y le produce, me pregunto si es posible romper el código, romper con cierto modo de ser uno mismo. Sentir la crisis y experimentar la cercanía de la muerte no como algo excepcional que nos distrae, sino como un instante sagrado e intempestivo que agudiza nuestra sensibilidad común, como lo que permite la recuperación de cierta esfera de soberanía a la vez personal y colectiva. Y no solo para articular una cadena de causas y efectos que expliquen lo que está pasando. Necesitamos más prácticas, menos sistemas y menos teoría general. Son momentos para escurriese en las inquietudes, para llevar a cabo un movimiento hacia adentro que permite sentir las intensidades de esta curiosa forma de angustia final de mundo, como la llama otro amigo. Y por qué no, para enloquecer un poco y alucinar otras experiencias de existencia. Cambiar obligación por deseo. O mejor, introducir el deseo en la  producción, entregándose a esa extraña fuerza que prevalece y es capaz de transformar la realidad. Pareciera que tenemos tiempo, incluso, para darnos el lujo de confundirnos, que nunca será lo mismo que vivir confundidos.

Como si fuera ayer. Crónica de la psicodeflación #3 // Franco “Bifo” Berardi

Parte #1 // Parte #2 // Más allá del colapso

26 de marzo

Nieve. Me levanto a las diez de la mañana, miro hacia afuera, el techo es blanco y la nieve es espesa. Las sorpresas no terminan. Nunca se agotan. 

Un artículo de Farhad Manjoo habla de un tema perturbador, inquietante, casi incomprensible: la falta de material sanitario, como máscaras y respiradores. Es un asunto que obsesiona a los trabajadores de la salud estadounidenses e italianos.

¿Cómo es posible? Manjoo, que generalmente habla sobre temas tecnológicos, ahora se pregunta cómo es posible que en un país ultramoderno, el país más poderoso del mundo, donde se producen aviones invisibles que pueden correr a velocidades supersónicas y atacar sin ser vistos por los sistemas antiaéreos del enemigo, no sean capaces de proveer máscaras para todo el personal médico, paramédico y para los físicos que están comprometidos en acciones de salud masivas para salvar a la mayor cantidad posible de personas de la muerte.

La respuesta de Manjoo es tan simple como escalofriante:

“Los motivos por los que no contamos con el material de protección implican un conjunto de patologías propias del capitalismo, específicamente, estadounidense: la atracción irresistible por el bajo costo de la mano de obra en países extranjeros, y el fracaso estratégico causado por la incapacidad de considerar las vulnerabilidades que esto conlleva”.

La cuestión es que el 80% de las máscaras se producen en China. Ninguno de los países que profesan la teología del mercado y la competencia las producen. ¿Por qué hacerlo si pueden invertir en productos que generan grandes ganancias? Los objetos de bajo costo los fabrican en países donde los costos laborales son muy bajos.

Manjoo escribe que en Estados Unidos solo tienen disponibles 40 millones de máscaras, mientras que se espera que los médicos necesitan 3 mil quinientos millones para enfrentar la epidemia en los próximos meses. Esto significa que la mayor potencia militar del mundo tiene el 1% de las máscaras que necesita. Las empresas que pueden ser capaces de producir este objeto simple y raro dicen que llevará unos meses activar la producción en masa. Suficiente para que el virus convierte a las grandes ciudades estadounidenses en hospitales.

Una teoría que circula en internet dice que el virus fue producido por el ejército estadounidense para atacar a China. Si ese fuera el caso, tendríamos que admitir que los militares estadounidenses son tipos bastante improvisados. Actualmente, existe la creciente sensación de que Estados Unidos será el país donde la epidemia causará mayor daño. 

 

27 de marzo 

A eso de las once de la mañana salí a la farmacia. Pasaron dos semanas desde la última vez que me fui de casa. 

Lloviznaba un poco perro tenía puesta una capucha negra que protegía mi cabeza. Caminé por Via del Carro, crucé la plaza San Martino, había una larga fila esperando frente al supermercado en Via Oberdan. Bajé por Via Goito, crucé por la increíblemente desierta Vía Indipendenza. Me metí por Manzoni, finalmente subí por Parigi y llegué a la Farmacia Regina donde había pedido los medicamentos para el asma y la hipertensión, que ya se me estaban acabando. Poca gente en las calles. En la puerta de la farmacia, había cinco personas esperando en la fila. Todos tenían máscaras, algunas verdes, algunas negras, otras blancas. Distancia de dos metros en una especie de baile silencioso.

La Unión Europea huele a podrido. Es el olor de la avaricia, propia de gente mezquina, inhumana. En el verano de 2015, todos fuimos testigos de la muestra de arrogancia y cinismo con la que desde el Eurogrupo se humilló a Alexis Tsipras, al pueblo griego y su voluntad expresada democráticamente, imponiendo medidas devastadoras para la vida de ese país. Desde ese momento, creo que la Unión Europea está muerta, también que sus los líderes del norte de Europa son unos ignorantes, incapaces de pensar y sentir.

La violencia que estalló contra los migrantes a partir de aquel año, acompañada por el cierre de fronteras, la creación de campos de concentración, la entrega de refugiados al sultán turco y a los torturadores libios me han convencido de que no solo la Unión Europa es un proyecto fallido, completamente fracasado, sino que la población europea, en su abrumadora mayoría, es incapaz de asumir la responsabilidad del colonialismo y, en consecuencia, está lista para aceptar las políticas de los campos de concentración, con el fin único de proteger su miserable prosperidad.

Pero hoy, en la reunión en que los representantes de los países europeos discutieron la propuesta italiana que proponía compartir el peso económico de la crisis sanitaria, han superado cualquier señal previa, cualquier mínimo de decencia.

Frente la propuesta de emisión de los llamados coronabonos o de recurrir a medidas de intervención ilimitadas que no resulten en deudas para los países más débiles, los representantes de Holanda, Finlandia, Austria y Alemania respondieron de manera escalofriante. Más o menos dijeron: posponemos todo por catorce días. Veamos si la epidemia afecta a los países nórdicos con la misma violencia con la que ha afectado a Italia y España. En ese caso hablaremos nuevamente. De lo contrario, no se habla en absoluto.

Estas no son exactamente las palabras pronunciadas por el holándes Rutte y sus compinches. Pero si son las razones de su aplazamiento. 

Boris Johnson dio positivo en su examen. Se contagió. También su ministro de salud. Sería de mal gusto reírse de las desgracias ajenas, por lo que voy a quedarme callado. Es suficiente con recordarles que hace unos diez días Johnson dijo: “desafortunadamente, muchos de nuestros seres queridos morirán”, adelantando la teoría de que era de esperar que murieran medio millón de personas, para así poder desarrollar las defensas inmunes necesarias para resistir. Es la selección natural, la filosofía que el neoliberalismo thatcheriano heredó del nazismo hitleriano, la filosofía que ha gobernado el mundo durante los últimos cuarenta años.

A veces no funciona de esa forma.

28 de marzo

En la oscuridad azulada de una Plaza San Pedro inmensa y vacía, la figura blanca de Francisco se muestra debajo de una gran carpa iluminada. Habla con un pueblo que no están ahí, pero lo escucha desde lejos. Abre los brazos y extiende su mano sobre la columnata que abraza a Roma y al mundo. Dice cosas impresionantes, desde el punto de vista teológico, filosófico y político.

Dice que este flagelo no es un castigo de Dios. Dios no castiga a sus hijos. Francisco hizo de la misericordia el signo de su papado, desde las primeras palabras que dijo, después del ascenso al trono de Pedro, en una entrevista publicada en La Civiltà Cattolica .

Si no es un castigo divino, entonces, ¿qué es? Francisco responde: es un pecado social que hemos cometido. Hemos pecado contra nuestros semejantes, hemos pecado contra nosotros mismos, contra nuestros seres queridos, contra nuestras familias, contra los migrantes, los refugiados, los trabajadores pobres y precarios.

Después agrega que fuimos tontos al creer que podíamos estar sanos en una sociedad enferma. 

A las once de la mañana, mi primo Tonino, también médico, me llamó (¿ahora son todos médicos y yo nunca di cuenta?). Me preguntó cómo andaba, con esa voz siempre perturbada y jadeante, y me contó una de las bromas por las que siempre ha sido famoso en la familia: “qui gatta ci covid” [N.E.: Qui gatta ci cova significa “aquí hay gato escondido”]

29 de marzo

Peo es un amigo, un compañero, también es médico y ha sido mi médico durante muchos años. Varias veces se ocupó de mi mala salud. Siempre que fui a su clínica me encontré con una larga fila de pacientes de todos los tamaños y colores y esperé horas antes de ser recibido para luego revisarme y pronunciar diagnósticos profundos como poemas y precisos como su bisturí. Luego, vendrían propuestas de múltiples tratamientos libertarios. 

Cuando se jubiló, hace ya seis meses, se fue a Brasil, donde había ejercido su profesión a principios de siglo, con su pareja y sus dos hijos mayores. Hace unas semanas, de repente, regresó a Italia donde vive Jonas, su hijo menor que estaba a punto de recibirse en la universidad (finalmente se graduó, pero a través de Skype).

Peo había planeado irse un tiempo después, pero quedó atrapado. Está viviendo solo en un pequeño departamento en via del Broglio, y esta mañana se acercó mi ventana y me llamó desde abajo. Miré por el balcón y conversamos durante unos minutos. Después, se alejó trotando. 

Antonio Costa, el primer ministro de Portugal, realizó una conferencia de prensa para responderle al ministro de finanzas holandés, Wopke Hoekstra, quien durante el fallido Consejo de la Unión Europea del jueves pidió que una comisión iniciara una investigación sobre las razones por las cuales algunos países dicen que no tienen margen presupuestario para hacer frente a la emergencia del coronavirus, a pesar de que la Zona Euro ha estado creciendo durante siete años. Hoekstra no mencionó ningún nombre, pero la referencia a Italia y España era evidente, hasta ahora los países de la UE más afectados, como era clara hacia los líderes del “grupo de los nueve” que apoya la necesidad de los eurobonos. Lo que queda claro es que Hoekstra quiere un juicio contra los países donde la pandemia ha sido más dura. 

“Este discurso es repugnante en el actual contexto de la Unión Europea”, dijo el líder socialista portugués en conferencia de prensa. «Y digo repulsivo porque nadie estaba preparado para enfrentar un desafío económico como vimos en 2008, 2009, 2010 y en los años siguientes. Desafortunadamente, el virus nos afecta a todos por igual. Y si no nos respetamos y no entendemos que, ante un desafío común, debemos ser capaces de una respuesta común, nada se ha entendido de la Unión Europea … Este tipo de respuesta es absolutamente irresponsable, es de una mezquindad repulsiva y perjudicial, que socava el espiritu de la Unión Europea. Es una amenaza para el futuro de la UE, si es que la UE quiere sobrevivir “. Costa finalizó diciendo que “es inaceptable que un líder político, de cualquier país, pueda dar esa respuesta”.

Hoy recibí una carta por correo. Dentro había una postal sin firmar donde había una pequeña cantidad de hachís. Tal vez alguien lo mando después de leer mi diario de la psico-deflación donde dije que ya no tenía nada. De todo corazón, muchas gracias.

En los diarios aparece la foto de Edi Rama, presidente de Albania.

En un gesto de gran nobleza, envió treinta médicos de su pequeño país a Italia. Los acompañó al aeropuerto donde, rodeado de estos grandes muchachos vestidos con sus batas blancas, dio un discurso en italiano. Dijo que sus médicos, en lugar de quedarse en Albania como reservas, vienen aquí, donde más ayuda se necesita. Y también encontró una manera de agregar que los albaneses están agradecidos con los italianos (está siendo demasiado amable) por haberlos protegido y recibido en los años más difíciles y que, por lo tanto, están felices de venir y ayudarnos a diferencia de otros que, a pesar de ser mucho más ricos que nosotros, les dieron la espalda.

Bravo Edi, viejo amigo.

Lo conocí en París en 1994, cuando él vivía en la casa de un amigo mío.

Me dijo que había estudiado en la Academia de Bellas Artes de Tirana, y me contó una anécdota muy divertida. Como estudiante, en los días de la autarquía absoluta de Enver Hoxha, quería ver las obras de Picasso, de las que había oído hablar. El director de la academia lo llevó a su oficina, cerró la puerta con llave, sacó un libro de un estante, lo abrió en las páginas dedicadas a Picasso y, sosteniendo el libro en sus manos, le mostró los trabajos secretos que quería ver.

En París, Edi era pintor, y por las noches iba al metro para romper carteles publicitarios y pintar en ellos. Tengo uno de sus trabajos en casa que muestra un pie verdoso aplastando un micrófono multicolor. Post Surrealismo-tecno.

Luego, en 1995, vino a Italia, cuando yo trabajaba en el consorcio de University City. Lo invité a dar una conferencia en el gran salón de Santa Lucía. Vinieron muchos albaneses y fue un gran quilombo, todos hablaban al mismo tiempo. Pero cuando Edi tomó la palabra todos se quedaron callados. 

Edi regresó a Albania, inmediatamente después, en el momento en que se produjo la insurrección de 1996 tras el colapso financiero y, desde el exilio, regresó para transformarse en ministro de cultura.

Me invitó a visitarlo. Fui a Tirana con un avión ruso, el aeropuerto parecía un mercado. Ancianas vestidas de negro que daban la bienvenida a sus hijos y maridos con grandes gestos, animales, gritos, estruendos extraños. Afuera había un auto negro con vidrio azulado esperándome.

Cruzamos la ciudad que entonces era toda gris, casi fantasmal. En los años siguientes, cuando Edi se convirtió en alcalde, volvieron a pintar todas las paredes de diferentes colores. 

El auto negro con vidrio azul me llevó al ministerio de cultura donde Edi me estaba esperando. 

El ministerio estaba totalmente vacío. Nada, ni siquiera sillas para sentarse, solo polvo y pasillos pintados en amarillo. Edi me estaba esperando en una habitación vacía vestido como un explorador inglés en África, con pantalones blancos hasta la rodilla y una campera con grandes bolsillos verdes.

Nos abrazamos, después me pidió perdón por el ambiente un tanto desnudo. “¿Sabes cuánto presupuesto tengo? Cero coma cero cero”. Los albaneses eran condenadamente pobres, pero estaban llenos de gente creativa, educada y cosmopolita. Me dijo Edi que Veltroni le había prometido que le enviaría dinero. Espero que se lo haya enviado, aquella vez. 

Me alojé en una casa proletaria de un amigo suyo, donde fumaban porro todo el día. Pasé una semana maravillosa en Tirana, donde también conocí a un grupo de muchachos de la Toscana que trabajaban una organización de voluntarios. Después me subí a un micro y salí de Tirana para visitar Berat, la ciudad de las mil ventanas. Durante el viaje, un chico me invitó a visitar su casa y me mostró dos o tres Kalashnikovs, que tenía abajo de la cama. . 

Me gustaría volver a Berat, pero a veces me pregunto si voy a poder volver a viajar en el futuro que nos espera. Confieso que es la pregunta que más me atormenta en estos días tranquilos.

Imágenes preocupantes provienen de India después del confinamiento decidido por el gobierno. Largas filas frente a los bancos, columnas de personas que salen de las ciudades para regresar a sus aldeas. Aquellos que tenían trabajos ocasionales ahora se encuentran en condiciones de miseria absoluta. La dictadura neoliberal de treinta años ha creado condiciones de precariedad social y fragilidad física y mental en todas partes. 

Tarde o temprano va a ser necesario un juicio de Nuremberg para aquellos como Tony Blair, Matteo Renzi y  Narendra Modi. El neoliberalismo que han inoculado en nuestras células ha casuado destrucciones de un nivel muy profundo, ha atacado la raíz misma de la sociedad: el genoma lingüístico y psíquico de la vida colectiva. 

30 de marzo

Micah Zenko escribe en The Guardian que la propagación del virus es la mayor falla de inteligencia en la historia de Estados Unidos. Cada día que pasa, las noticias de Nueva York son más dramáticas. El gobernador Cuomo toma decisiones que contradicen explícitamente las afirmaciones de Trump.

La brecha entre la Presidencia y los centros metropolitanos de poder se profundiza cada día.

Un editorial del New York Times, escrita por Roger Cohen, ha capturado mi atención. El artículo es una pieza de literatura civil con cierto tono lírico. Pero, sobre todo, es un llamado de atención al futuro político (y de salud) próximo de los Estados Unidos. 

Traduzco algunos pasajes:

“Esta es la primavera silenciosa. El planeta se ha vuelto silencioso, tan silencioso que casi podes escucharlo girando alrededor del sol, sentir su pequeñez y, por una vez, imaginar la soledad y la fugacidad de estar vivo.

Esta es la primavera de los miedos. Una leve irritación en la garganta, un estornudo, y la mente se acelera. Veo una rata solitaria deambulando por Front Street de Brooklyn, una bolsa de basura abierta por un perro, y me recorre un vértigo apocalíptico de miseria y suciedad. Peatones enmascarados dispersos en calles vacías parecen sobrevivientes de una bomba de neutrones. Un patógeno del tamaño de una milésima parte de un pelo humano ha suspendido la civilización y ha desatado la imaginación…

Es tiempo de un reset total. En Francia hay un sitio web que le dice a las personas, en el radio de un kilómetro de sus casas, donde pueden hacer ejercicio. Es la medida de mundo la que quedó reducida para todos”

Luego de una revelación lírica exitosa, Cohen llega al punto. Y su punto, es bastante interesante, si pensamos que Cohen no es un bolchevique, sino un pensador liberal ilustrado, bien lejano del socialismo sandersiano:

“La tecnología perfeccionada para que los ricos globalicen sus ventajas también ha creado el mecanismo perfecto para globalizar el pánico que está generando que los portfolios/carteras entren en caída libre.

Algunas voces místicas susurran: hagamos las cosas de manera diferente al final de este flagelo, de manera más equitativa, más respetuosa con el medio ambiente, o seremos nuevamente golpeados. …  No es fácil resistirse a estos pensamientos y quizás no debemos resistirnos, de lo contrario no seremos capaces de aprender nada”.

 

 

En este punto, Cohen hunde su espada:

“En un año electoral es intolerable presenciar la mezcla de incompetencia total, el egoísmo devorador y la inquietante inhumanidad con la que el presidente Trump respondió a la pandemia, y es difícil no temer alguna forma de golpe-corona. El pánico y la desorientación son precisamente los elementos sobre los que prosperan los aspirantes a dictadores. El peligro de una sacudida autocrática estadounidense en 2020 es tan grande como el del virus.

Este es el mundo de Trump hoy: inconsistente, incoherente, poco científico, nacionalista. Ni una palabra de compasión por el aliado italiano afectado. Ni una palabra de simple decencia, solo mezquindad, pequeñez, fanfarronería…  el fóbico a los gérmenes propagó el germen de la mentira”.

En el mismo diario, sin embargo, leí que el apoyo a Trump nunca había sido tan alto: la mayoría de los estadounidenses, y especialmente la gente que defiende la segunda enmienda, aquellos que tienen armas en sus casas, están de su lado, se sienten tranquilizados por su arrogancia. 

Premoniciones oscuras sobre el futuro estadounidense.

1 de abril

En el sitio web del Network Culture Institute, el centro de investigación de Amsterdam fundado por Geert Lovink, leí un artículo firmado por Tsukino T. Usagi , “The Cloud Sailor Diary: Shanghai Life in the Time of Coronavirus”, sobre el último mes en Shanghai contado por un joven precario con un estilo introspectivo y deslumbrante. Traduzco un pasaje:

«El día después de las noticias oficiales que confirmaban el comienzo de la epidemia, salí a caminar por el paseo marítimo de Shanghai. La visión del río Huangpu estaba cubierta por un pesado smog. Hermoso. Tóxico. Una visión apocalíptica, por cierto. 

Por la noche empecé a sentirme mal. debe ser un resfrío o una gripe, pensé. Al día siguiente fui a trabajar, como todos los días. Mi enfermedad se puso peor. Mis síntomas incluían fiebre, sequedad de garganta, dificultad para respirar. Exactamente lo que se describe en las noticias en relación a la infección.

Pensé: “Así me voy a morir?”. Tenía miedo, pero no entré en pánico. Comencé a reconstruir los escenarios que podrían haber causado estos síntomas: había estado en un vagón del subte lleno de pasajeros desconocidos. Algunos de ellos podrían haber tenido el virus. Uno de mis compañeros de trabajo había tosido durante mucho tiempo. El aire estaba tan contaminado, un día horrible. Mis pulmones estaban a punto de explotar mientras cruzaba con el ferry.  Incluso antes del coronavirus, el smog transportado por el viento podría haberme matado. Pero ahora, cuando miro al aire, solo veo la amenaza del coronavirus. ¿Será que desaparecieron todo el resto de las amenazas?

La civilización humana se ejecuta en una máquina en continuo movimiento impulsada por líneas de reproducción aleatorias. La fábrica de reproducción global no tiene casa central. Es la infraestructura más descentralizada, más inútil e insensata y, al mismo tiempo, más controlada. India es el caldo de cultivo para el trabajo cognitivo de bajo costo cuya contribución a Silicon Valley y a otras regiones tecnológicas no puede subestimarse. En estos días, los científicos están buscando nuevas formas de lidiar con la ansiedad por la muerte. El mundo preferirá, pronto, tener hijos mecánicos en lugar de hijos humanos. Pero esto no evitará la extinción del humano”.

2 de abril

San Francisco de Paola. Mi onomástico.

«La voz es la cuña que rompe el silencio que hay allá afuera y también dentro del desierto digital», me escribe mi amigo Alex, al final de una enigmática meditación, muy densa.

En otro mensaje, Alex me habla sobre Radio Virus, que transmite desde los laboratorios desterritorializados de Macao, Milán. “Lástima que transmitan tan poco”, dice Alex. Hagámosla llegar más lejos. Pueden escucharla acá.

La controversia se está extendiendo entre la Región de Lombardía y el gobierno central. Buscan alguien para culpar. No es sorprendente que maestros del cinismo como Renzi y Salvini lo intenten. Su trabajo es especular con las desgracias de otros para hacerse notar. Pero creo que es una discusión innecesaria en este momento. No solo porque, en medio del pico de la epidemia, es mejor centrarse en lo que hay que hacer que en desquitarse con aquellos que no han hecho nada por cambiar. Pero sobre todo porque los verdaderos responsables no son solo  aquellos que en los últimos meses han estado tratando de operar en una situación objetivamente difícil. 

Los responsables son aquellos que, en los últimos diez años o, mejor, en los últimos treinta años, desde Maastricht en adelante, han impuesto las privatizaciones y los recortes en los costos laborales.

Gracias a estas políticas, el sistema de salud público se ha debilitado, las unidades de cuidados intensivos se han vuelto insuficientes, los establecimientos de salud territoriales han sido desfinanciados y reducidos, y los pequeños hospitales fueron forzados a cerrar.

Al final de esta historia se tratará de culpar a algún funcionario o dirigente. La izquierda culpará a la derecha y la derecha culpará a la izquierda. No caigamos en la trampa. Sería necesario ser radicales. La derecha y la izquierda son igualmente responsables de la devastación producida por el dogma neoliberal compartido. 

Por sobre todas las cosas, se tratará de mover recursos hacia la salud pública, hacia la investigación. Se tratará de saber para qué están destinados hoy los recursos. 

Reducir drásticamente el gasto militar, desviar ese dinero a la sociedad. Expropiar sin compensación a quienes se han apropiado de bienes públicos como carreteras, transporte ferroviario, agua. Redistribuir los ingresos a través de un impuesto a la propiedad.

Este programa debe consolidar, ampliar, involucrar asociaciones, personas, instituciones. 

3 de abril

Comencé a leer A History of the American people, de Paul Johnson, un historiador de derecha, muy nacionalista, un apologista de la misión estadounidense. 

Trato de reconstruir los hilos que han tejido la civilización estadounidense porque me parece que ese lienzo se está desmoronando rápidamente. 

Comenzó después del 11 de septiembre de 2001 cuando el genio estratégico de Bin Laden y la idiotez táctica de Dick Cheney y George Bush empujaron al mayor gigante militar de todos los tiempos a una guerra contra sí mismo, la única que podía perder. Y la ha perdido, y continúa perdiéndola, hasta el punto de que esta guerra interna (social, cultural, política, económica) eventualmente desgarrará al monstruo desde adentro. Desde 2016, Estados Unidos ha estado al borde de una guerra civil.

Parece que Trump se está preparando para ganar las elecciones. La mitad de los estadounidenses lo apoyan, más o menos. Como esa gran parte que en los últimos días se ha apresurado a comprar armas como si todavía no tuvieran suficientes.

La otra mitad (es decir, el FBI, una parte del ejército, el estado de California, el estado de Nueva York y varios otros estados, especialmente las grandes metrópolis) están aterrorizados, ofendidos por las agresiones del presidente, y hoy se sienten abandonados a la furia del virus, que golpea más fuerte en las grandes concentraciones cosmopolitas y tal vez menos en las ciudades del Centro-Oeste. 

Trump dijo que no será amable con los gobernadores que no lo hayan sido con él. De hecho, California no recibe ayuda médica del estado central. Me pregunto por qué California no debería negarse pronto a contribuir al presupuesto del Estado Federal.

En ese país donde el mercado laboral es una jungla despiadada y no regulada, diez millones de trabajadores quedaron desempleados en tres semanas. Diez millones, y este es solo el principio.

Por supuesto, no sé cómo evolucionarán las cosas, pero creo que después de la epidemia, se verán efectos más devastadores en Estados Unidos que en otros lugares porque la cultura privatizadora e individualista es una invitación de lujo para el virus. Algo muy grande está por pasar. 

La gente de la segunda enmienda contra las grandes ciudades, y viceversa. ¿Una guerra de secesión no homogénea?

Estaba leyendo La Repubblica en el baño esta mañana, y vi una foto en la tercera página, donde hay una lista de los 68 médicos que murieron mientras hacían su trabajo en la furia de la epidemia. 

Valter Tarantini era el más guapo de mi curso en la escuela secundaria Minghetti. Ciertamente, el más hermoso, no había competencia: ojos rubios, altos y claros, una sonrisa irónica, alegre, descuidada. Yo le caía muy bien, a pesar de mi aspecto malhumorado y del hecho de que estaba leyendo El Capital de Marx. Tal vez esa era la razón por la que le le gustaba andar conmigo. 

Éramos compañeros de clase en la escuela secundaria. Yo y él, Pesavento y Terlizzesi, en los bancos de la parte de atrás de la clase. Un cuarteto anarcoide, muy diferentes pero todos éramos amigos.

Valter vivía en una casa de la alta burguesía en el quinto piso de via Rizzoli 1, justo en frente de la torre Garisenda. Una tarde fui a su casa para explicarle un poco de filosofía porque no quería leer el libro de Ludovico Geymonat. Tenía mejores preocupaciones que leer a Hegel y a Kant. Le gustaban mucho las chicas, quería ser ginecólogo, y realmente lo cumplió. Era médico en Forlì, y es uno de los sesenta y ocho médicos que murieron haciendo su trabajo. 

Se me hizo un nudo en la garganta, mierda cuando vi su pequeña foto. El Dr. Tarantini tenía setenta y un años, pero en la foto se puede ver que siempre fue hermoso, con una sonrisa amable y despectiva al mismo tiempo. Nunca lo volví a ver después del examen en el verano de 1967, y ahora me duele, tengo ganas de llorar porque no fui a la cena de los viejos compañeros del secundario hace unos diez años, y sé que preguntó por mí. Nunca lo volví a ver, pero realmente lo recuerdo como si fuera ayer…  qué frase tan tonta salió de mí. Como si fuera ayer… Pienso un poco. Lo vi, por última vez, hace cincuenta y dos años. Después, nunca lo volví a ver hasta esta mañana, en el baño, en la República, en una pequeña foto en la tercera página.

Traducción y edición colectiva: Martín Rajnerman, Facu A., León L., Celia Tabó

Para seguir leyendo a Franco “Bifo” Berardi!

Distanciamiento Social // Giorgio Agamben

 

Giorgio Agamben, 6 de Abril. Quodlibet Blog

 

No sabemos donde nos espera la muerte, la esperamos en todos lados. La meditación de la muerte es la meditación de la libertad. El que aprendió a morir, a desaprendido a servir. Saber morir nos libera de toda sumisión y coerción.
Michel de Montaigne

 

Es así como la historia nos enseña que cada fenomeno social tiene, o puede tener, implicaciones políticas, es oportuno prestarle particular atención al nuevo concepto que desde hace poco ingresó al léxico politico de occidente: el “distanciamiento social”. Si bien el termino fue acuñado como un eufemismo respecto a la crudeza que adquiere el termino “confinamiento” usado precedentemente, es necesario preguntarse què cosa podría ser un ordenamiento politico fundado sobre èso. Esto es tanto mas urgente, en cuanto no se trata solamente de una hipótesis puramente teorica, aunque sea verdad, como se comienza a decir: que la emergencia sanitaria actual puede ser considerada como el laboratorio en el que se prepara el nuevo orden sociopolitico para la humanidad.

 

Pese a que existen, como sucede cada vez, los imprudentes que sugieren que tal situación se podría considerar, sin mas, positiva y que las nuevas tecnologías digitales desde hace un tiempo nos permiten felizmente comunicarnos a distancia, yo no creo que una comunidad fundada sobre el “distanciamiento social” sea humana y politicamente vivible. En cada caso, y desde cualquier perspectiva, me parece que es sobre èste tema que tenemos que ponernos a reflexionar.

 

Una primer consideración atiende a la naturaleza verdaderamente singular del fenomeno que produjeron las medidas de “distanciamiento social”. Canetti, en su obra maestra <Masa y poder>, define la masa sobre la que el poder se funda a través de la implementación del miedo a ser tocados. Mientras el hombre tiene un miedo habitual a ser tocado por extraños, y todas las distancias que les hombres establecen en torno a si mismes nacen de este miedo, la masa es la unica situación en que ese miedo se convierte en su opuesto. “Solo en la masa el hombre puede ser redimido del temor de ser tocado. Desde el momento en que nos abandonamos en la masa, ese temor desaparece. Quiensea que se nos venga encima es igual a nosotros, lo sentimos como nos sentimos a nosotres mismes. De golpe es como si todo lo que sucede, estaría sucediendo en un unico cuerpo. èste reverso al temor de ser tocado es una peculiaridad de la masa. El alivio que se logra en ella adquiere una medida de belleza mientras mas densa es, y eso es justamente la masa

 

No se que habría pensado Canetti acerca de esta nueva fenomenologia de la masa que tenemos enfrente: lo que las medidas de distanciamiento social y el pánico que se ha creado es ciertamente una masa -pero una masa, por así decirlo, dada vuelta, invertida, formada por individuos que se tienen a toda costa distanciados entre si. Una masa, pero no densa, enrarecida pero que es todavía una masa, si èsta, como Canetti precisa unas lineas mas abajo, està definida por su caracter compacto y pasivo, en el sentido en que “un movimiento verdaderamente libre no seria posible de ninguna manera… èsta espera, espera un líder, que deberà presentarsele“.

 

Un par de paginas mas adelante, Canetti descrive la masa que se forma mediante una prohibicion, “en la cual muchas personas reunidas quieren todas juntas dejar de hacer eso que hasta el momento habían hecho por si solos. La prohibición es brusca: elles se la imponen por si mismes, y en todos los casos repercute con la máxima fuerza. Es categòrico, como un orden; y eso es finalmente su carácter negativo“.

 

Es importante no dejar de lado que una comunidad fundada sobre el distanciamiento social no tendría nada que ver, como ingenuamente se podría creer, con un individualismo tirado al exceso: esa seria, propio lo contrario, como esta que vemos hoy en torno a nosotres, una masa enrarecida y basada en la prohibición, la proscripcion, y tal vez propiamente por esto, particularmente compacta y pasiva.

 

Trad: Cosmopardo

6abril2020

 

Guayaquil, ‘colonial’ virus // Mafe Moscoso Rosero

Cadáveres desperdigados por la vía pública, cuerpos agonizantes abandonados a su suerte en las calles… Esas son algunas de las consecuencias de la llegada del COVID-19 a Guayaquil. Analizamos el trasfondo colonialista que esconde la catástrofe humanitaria que se está viviendo en la ciudad ecuatoriana.

Alerta 14. Soy quiteña, pero mis abuelos Raúl y Eugenia vivían en Guayaquil. De niña, pasé varios veranos con ellos, caminando de su mano por una ciudad rumbera, caótica, húmeda y calurosa donde aprendí a comer arroz con lentejas, huevo frito y patacones y a ver, junto a Raúl, a Tres Patines y el tremendo juez en la tremenda corte en la televisión. Desde la dolorosa distancia, hoy imagino esas calles que caminamos tantas veces. Esas calles sobre las que ahora reposan personas que, por la emergencia ocasionada por el COVID19, agonizan en ellas sin recibir atención médica. Esas calles sobre las que yacen decenas de cadáveres que están expuestos, abandonados, pero no olvidados. Nunca olvidaremos.

Ecuador es el tercer país más pequeño de Sudamérica. Sin embargo, ocupa el segundo lugar en contagios y muertes después de Brasil.

En enero, un vuelo procedente de Madrid aterrizó en Guayaquil. En ese vuelo viajaba la paciente 0, una mujer de 71 años que vivía en Torrejón de Ardoz, Madrid.  Ella residía en España, con sus dos hijos. El 13 de marzo, la mujer moría y días más tarde, su hermana también fallecía. Desde entonces, sabemos que en las últimas horas la ciudad ha entrado en estado de emergencia pues acumula más casos y muertos por COVID-19 que países de Sudamérica como Perú, Argentina, Colombia, Uruguay, Venezuela, Bolivia y Paraguay. Ecuador es el tercer país más pequeño de Sudamérica. Sin embargo, ocupa el segundo lugar en contagios y muertes después de Brasil. Esto, por supuesto, no es una casualidad. Hay varios factores (entre los principales, la pésima gestión estatal, tanto nacional como local, de la pandemia) entre los cuales me gustaría compartir uno vinculado a los focos de contagio.

A finales de los 90´s, cuando España experimentaba su burbuja económica, el mercado de trabajo precisaba de mujeres provenientes del sur global dispuestas a vender su mano de obra a cambio de salarios bajos. Para que las mujeres españolas pudieran trabajar fuera de casa fue fundamental que miles de mujeres, especialmente provenientes de América Latina, se hicieran cargo de la limpieza y los cuidados de sus hogares. Las políticas coloniales implementadas por los países del norte global (EEUU y Europa) en nuestros territorios (extractivismo, presencia de multinacionales, tratados de libre comercio, programas de cooperación al desarrollo, cátedras universitarias, etc.) cuyas lógicas de explotación son reproducidas por las élites criollas a nivel local, llevan expulsando hace décadas a las personas de sus países, sus paisajes, sus familias. A finales de los 90’s, las cadenas globales de cuidados operaron de tal modo que miles de ecuatorianas viajaron a España, convirtiéndonos en la comunidad de migrantes más numerosa del país.  En aquellos días en los que hubo trabajo en España, el mercado se caracterizó por estar poderosamente etnificado y sexogenerizado: las mujeres llegaban y ocupaban ciertos puestos de los cuales pocos eran valorados y no correspondían con sus titulaciones, estudios o experiencias previas. Su trabajo, que es invisible y poco apreciado, ha sostenido durante años la economía española y en su momento sostuvo la economía ecuatoriana. Con la crisis del nuevo milenio, muchas migrantes retornaron, pero muchas se quedaron.

La conexión entre la expansión del virus [y] el número de expulsados que regresan a sus casas […] que debieron dejar, entre otros motivos, debido a la expansión de las políticas coloniales del norte al sur global y su perpetuación […] es evidente.

No conozco a la paciente 0, no sé su nombre, pero sé que era miembro de nuestra comunidad diaspórica, que muy posiblemente formaba parte del colectivo cuyo trabajo ha sostenido el sistema económico español en las últimas décadas y que en medio de la catástrofe desoladora que está teniendo lugar en España, es ―una vez más― excluido de las políticas de ayuda por parte del gobierno de España.

La paciente 0 viajó a Ecuador en enero de 2020, como lo hice yo también, porque es un buen momento: se puede aprovechar de las fiestas y se huye del frío invierno europeo. Ella “se iba para volver” (expresión que usamos en la zona andina de Ecuador), pero por desgracia nunca regresó. Junto a ella, viajamos cientos de ecuatorianos que vivimos en España y que, posiblemente y sin saberlo, también fuimos portadores del virus.

Días después, una vez que saltaron las alarmas, en Guayaquil se celebró una gran boda. Se omitió por completo la cuarentena porque formar parte de la oligarquía te permite saltarte las reglas, incluso las del cuidado de la vida de “las otras”, y que parezca gracioso. La oligarquía siempre se ha permitido la indiferencia ante el sufrimiento ajeno el cual termina siendo cruelmente naturalizado. El país es su feudo y ellos son los dueños de la hacienda o la plantación cacaotera desde hace siglos. El mencionado matrimonio fue celebrado por todo lo alto y ha sido mucho menos cubierto por los medios que la trayectoria de la paciente 0. Aparentemente, asistieron la alcaldesa de Guayaquil, la miss Ecuador (¿de verdad todavía existen misses?) y otras personalidades de la ciudad. Al festejo también llegaron invitados de Italia, sabiendo que allí el COVID-19 había infectado ya a miles de personas. Pero eso daba igual… Lo importante era el pomposo ritual heterocentrado de formalizar la familia, los anillos, la propiedad privada, la cena, el vestido blanco, el novio y la novia, los lujos, el whisky, la comida. Todo lindo, blanco, romántico, caro, cool e impecable. Y para que todo sea lindo, blanco, romántico, caro, cool e impecable, se necesitó de personas que se hicieran cargo del trabajo invisible que, una vez más, sostendría la fiesta. Al parecer, el número de contagios en esa boda fue altísimo e incluyó al personal que estaba prestando sus servicios. Muy probablemente, esa fiesta es el segundo foco del contagio en Guayaquil.

La conexión entre la expansión del virus, el número de expulsados que regresan a sus casas a descansar y visitar a las familias que debieron dejar, entre otros motivos, debido a la expansión de las políticas coloniales del norte al sur global y su perpetuación a través de las lógicas gamonales que se reproducen en nuestros territorios, es evidente. El resultado es una ciudad convertida en un campo de cadáveres que van a convertirse en miles y que, sin embargo, no pueden ser enterrados.

Quizás los tiempos de devastación colonial que atravesamos requieren con urgencia […] aprender a atravesar la muerte y a exigir el derecho al buen morir, esto es, la posibilidad de convivir con la pérdida, es decir, a convivir con nuestros muertos y con nuestros vivos.

El duelo es un ritual colectivo cuya función es permitir una sabia elaboración de la muerte entre las personas allegadas. El duelo permite la transición, el viaje. Sin embargo, si el cadáver no puede ser objeto de ritual ―como lleva ocurriendo hace años con los/las refugiados/as que son asesinados/as en el Meditarráneo debido a las políticas migratorias europeas― no existe la posibilidad del duelo y sin duelo, ni los muertos ni la comunidad pueden llevar a cabo la transición, es decir, el cambio. Todas las entidades, humanas y no humanas, al estar vivas, dotadas de un espíritu, somos merecedoras de una vida digna, una muerte digna y un duelo digno. En Guayaquil hay y habrá cientos de pérdidas que llorar y, sin embargo, se ha borrado la posibilidad del ritual colectivo porque los cadáveres se han convertido en cuerpos inertes sin espacio para ser depositados, debido a la ineficiencia del Estado y la estructura colonial que pone en jerarquía a los cuerpos, incluso cuando han dejado de respirar.

Ante esta situación, varias organizaciones, en medio del toque de queda, reclaman el derecho a un entierro digno, es decir, piden que el Estado ecuatoriano preserve mínimos parámetros de necroética en la actual pandemia de COVID-19. Se exigen unas medidas que ya que no están siendo capaces de proteger la vida, al menos sean capaces de cuidar la muerte.

Quizás los tiempos de devastación colonial que atravesamos requieren con urgencia que no sólo nos coloquemos en la disposición espiritual, política y epistémica de elaborar preguntas sobre qué vida queremos imaginar, sino que exigen de nosotros, de modo individual y colectivo, aprender a atravesar la muerte y a exigir el derecho al buen morir, esto es, la posibilidad de convivir con la pérdida, es decir, a convivir con nuestros muertos y con nuestros vivos. El derecho al principio y al final de la vida. El derecho a despedirlos y a despedirnos, es decir, el derecho al recuerdo.

Si los rituales de duelo son dispositivos activadores de rememoración, podemos pensar que allí donde hay memorias, siempre permanecerá la pequeña posibilidad de la renovación de la vida y del florecimiento. Memorias de la migración, memorias del cuidado, memorias de la vida y la muerte. Flores que un día, quizás, serán jardines salvajes. Jardines en los que habitarán los vivos y que serán habitados por los muertos, también.

INFORMACIÓN ADICIONAL

– Pronunciamiento de organizaciones de Derechos Humanos.

– Caja de resistencia trabajadora del hogar/cuidados en España

– Red de cuidados antirracistas en España

CONTACTOS Y APOYO

– Unión Nacional de Trabajadoras del Hogar de Guayaquil

Ana María Morales: anamoralest@gmail.com

Kruskaya Hidalgo: sonokrus@gmail.com

– Coordinadora de Organizaciones Sociales del Guayas (COSG)

– Asociación Mujer&Mujer

email: mujerymujerec@gmail.com

«El virus es una fuerza anárquica de metamorfosis» // Emanuele Coccia

 

Filósofo, es profesor en la Escuela de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales.

(Artículo original publicado en Philosphie Magazine y la vorágine el 26 de marzo de 2020)


Desde el comienzo de la epidemia de Covid-19, los virus han invadido los cuerpos y las mentes. ¿Pero qué son realmente? Para el filósofo Emanuele Coccia, los virus son sobre todo un poder de transformación. Al pasar de una criatura a otra, dan fe de que todos procedemos del mismo aliento de vida. ¿Un paso a un lado para atenuar la ansiedad del contagio?

En su último ensayo ‘Metamorfosis’ sostiene que todos los seres vivos proceden de la misma vida que se transmuta sin cesar. ¿No es esto lo que todos experimentamos infelizmente con la epidemia?

Emanuele Coccia: Las dos últimas páginas de Metamorfosis, escritas mucho antes de la pandemia actual, están dedicadas a los virus. Bosquejo la idea de que el virus es la forma en que el futuro existe en el presente. El virus, de hecho, es una fuerza pura de metamorfosis que circula de vida en vida sin limitarse a las fronteras de un cuerpo. Libre, anárquico, casi inmaterial, no perteneciente a ningún individuo, tiene la capacidad de transformar todos los seres vivos y les permite alcanzar su forma singular. ¡Piensa que parte de nuestro ADN, probablemente alrededor del 8%, es de origen viral! Los virus son una fuerza de novedad, modificación, transformación, tienen un potencial de invención que ha jugado un papel esencial en la evolución. Son una prueba de que no somos más que identidades genéticas de bricolaje multiespecífico. Gilles Deleuze escribió que “hacemos rizoma con nuestros virus, o más bien nuestros virus nos hacen rizoma con otros animales”. Desde este punto de vista, el futuro es como la enfermedad de la identidad, el cáncer del presente: obliga a todos los seres vivos a metamorfosearse. Debe enfermarse, contaminarse y posiblemente morir, para que la vida siga su curso y dé a luz al futuro.

Esta forma de ver las cosas puede parecer más inquietante que tranquilizar…

El poder transformador de los virus obviamente da algo de miedo, ya que Covid-19 está cambiando nuestro mundo profundamente. La crisis epidemiológica finalmente se superará, pero la aparición de este virus ya ha cambiado irreparablemente nuestros estilos de vida, realidades sociales, equilibrios geopolíticos. Gran parte de la angustia que experimentamos hoy resulta de nuestra comprensión de que el ser vivo más pequeño es capaz de paralizar a la civilización humana mejor equipada desde un punto de vista técnico. Este poder transformador de un ser invisible produce, creo, un cuestionamiento sobre el narcisismo de nuestras sociedades.

¿Es decir…?

Estoy pensando no solo en el narcisismo que convierte al ser humano en el maestro de la naturaleza, sino también en lo que nos lleva a atribuirle al ser humano un poder destructivo increíble y exclusivo sobre los equilibrios naturales. Continuamos viéndonos como especiales, diferentes, excepcionales, incluso en la contemplación del daño que infligimos a otros seres vivos. Y, sin embargo, este poder de destrucción, al igual que la fuerza de la generación, se distribuye equitativamente entre todos los seres vivos. El ser humano no es el ser por excelencia que altera la naturaleza. Cualquier bacteria, cualquier virus, cualquier insecto puede tener un gran impacto en el mundo.

¿Debería la pandemia actual también inducirnos a cambiar de opinión?

La ecología contemporánea continúa nutriéndose de un imaginario en el que la Tierra aparece como la casa de la vida. Esta idea está implícita en las mismas palabras de ecología y ecosistema: oikos, en griego, designa la vivienda, la esfera doméstica bien organizada. En realidad, la naturaleza no es el reino del equilibrio perpetuo, en el que todos estarían en su lugar. Es un espacio para la invención permanente de nuevos seres vivos que alteran todo el equilibrio. Todos los seres migran, todos los seres ocupan la casa de otros. La vida, básicamente, es solo eso.

Más que un miedo al virus, ¿el clima actual revela un miedo a la muerte?

Definitivamente sí. Es natural tener miedo a la muerte y luchar contra ella tanto como sea posible. Y es normal tomar medidas para proteger a la comunidad y especialmente a sus miembros más frágiles. Pero más allá de la crisis que estamos atravesando, nuestras sociedades tienden a reprimir la muerte y a pensar en la vida individual en términos absolutos. Sin embargo, la vida que vivimos no comienza con nuestro nacimiento: es la vida de nuestra madre la que se ha extendido a nosotros y continuará viviendo en nuestros hijos. Somos la misma carne, el mismo aliento, los mismos átomos que nuestra madre que nos acogió durante nueve meses. La vida va de un cuerpo a otro, de una especie a otra, de un reino a otro a través del nacimiento, la nutrición, pero también y, sobre todo, la muerte. También es en virtud de lo que compartimos (humanos, pangolines, plantas, hongos, virus, etcétera), es por el mismo aliento de vida que estamos expuestos a la muerte: es solo porque la vida es en mí que puede convertirse en la vida de otra persona y que puedo perderla.

¿No es la muerte el fin de la vida?

No, es la metamorfosis de la misma vida que circula y se prepara constantemente para tomar otras formas. Al morir, pasaremos esta vida a otros seres. La creencia de que la vida que nos anima termina con la muerte de nuestro cuerpo es una consecuencia de la fetichización de nuestro ser: la idea de que cada uno de nosotros tiene una vida que nos pertenece, que es nativa. Debemos liberarnos de esta concepción.

Es un enfoque liberador, pero al principio es preocupante, ¿verdad?

¡Es la vida misma la que es inquietante y ambigua! Toda vida es un potencial para la creación, para la invención; Toda vida es capaz de imponer un nuevo orden, una nueva perspectiva, una nueva forma de existir. Pero esta apertura a lo nuevo siempre implica una parte oscura y destructiva. Solo piense en el hecho elemental de comer: nuestra vida está literalmente construida sobre los cadáveres de los vivos. Nuestro cuerpo es el cementerio de un número infinito de otros seres. Y nosotros mismos seremos consumidos por otros vivos. Con el virus, nos damos cuenta de que este increíble poder de novedad no está vinculado a una dotación anatómica específica, por ejemplo, en tamaño o en capacidad cerebral. Tan pronto como haya vida, sin importar dónde se encuentre en el árbol de la evolución, estamos en presencia de un poder colosal capaz de cambiar la faz del planeta.

Entonces, ¿deberíamos abandonar la idea tradicional de una jerarquía de especies?

Entendido. Asumimos espontáneamente que el animal es superior a la planta, la planta a la bacteria, etcétera. Sin embargo, las formas de vida más pequeñas no son las más básicas ni las más primitivas. Ningún ser vivo ha conservado la forma que tenía hace millones de años. Cada ser vivo tiene detrás de ellos una historia milenaria que involucra a otros seres. La evolución de los virus, por ejemplo, está vinculada a la de otros seres vivos, ya que «se alimentan» de porciones de ADN.

¿Qué hace la especificidad de la existencia de virus?

En primer lugar, hay una discusión sobre ellos que creo que nunca se resolverá: ¿los virus son seres vivos? Esta discusión teórica es, creo, una pregunta mal planteada. De hecho, siempre existe lo no vivo en lo vivo. Estamos hechos del mismo material que la Tierra; Tenemos una estructura molecular que contiene algo mineral. Por lo tanto, un libro muy hermoso de Thomas Heams propone hablar de «infravidas» en lugar de no vidas. Los virus se reducen casi a ADN o ARN, en resumen, material genético. No tienen estructura celular: núcleo, mitocondrias, etcétera. Esto es sorprendente, porque la célula a menudo pasa por la unidad básica común a todos los seres vivos. Incluso las bacterias tienen una estructura celular, aunque muy específica. En cualquier caso, los virus necesitan apoyarse en otras estructuras biológicas más grandes para reproducirse: «piratean» las células de otros organismos y les transmiten nuevas instrucciones genéticas para multiplicarse.

¿Qué pensar de la metáfora del virus informático?

Creo que deberíamos revertirlo: toda la información es un virus. Toda la información proviene de otra parte. En el mismo sentido, podemos decir que el lenguaje y el pensamiento están estructurados como genes: todo pensamiento puede descomponerse en elementos más o menos complejos que, como los genes, pueden transmitirse. Esto permite que las mentes de quienes las reciben piensen lo mismo o hagan el mismo gesto, en un nuevo contexto.

¿Debemos admitir que los virus son parte de la multitud de seres que nos habitan?

Todos somos cuerpos que transportan una increíble cantidad de bacterias, virus, hongos y no humanos. 100 mil millones de bacterias de 500 a 1.000 especies se instalan en nosotros. Esto es diez veces más que la cantidad de células que componen nuestro cuerpo. En resumen, no somos un solo ser vivo sino una población, una especie de zoológico itinerante, una casa de fieras. Aún más profundamente, múltiples no humanos, comenzando con virus, han ayudado a dar forma al organismo humano, su forma, su estructura. Las mitocondrias de nuestras células, que producen energía, son el resultado de la incorporación de bacterias. Esta evidencia científica debería llevarnos a cuestionar la sustancialización del individuo, la idea de que es una entidad en sí misma y cerrada al mundo y a la otredad. Pero también deberíamos eliminar la sustancialización de las especies …

¿Qué quieres decir?

A pesar de la ciencia, hemos cavado un abismo entre las diferentes especies. Nunca integramos completamente la intuición de Darwin, que no era tanto decir “el hombre desciende de los primates”, sino más bien: “Ninguna especie es pura, ninguna especie es una mezcla extraña, una quimera , un bricolaje, un mosaico de identidades genéticas de otras especies que lo precedieron”. Todos estamos hechos el uno del otro, llevamos la marca de una multitud de formas por las que la vida ha pasado antes de producir la forma humana. Mire el cuerpo humano: la mayoría de sus características morfológicas, como la nariz o los ojos, no son específicamente humanos. Nuestras vidas son apenas humanas. Nosotros, los vivos, somos la misma vida de otros lugares y solo un poco modificada. Una vida que comienza mucho antes que nosotros. Cualquier especie es como la mariposa de otra y la oruga lista para transformarse en una infinidad de otras. La prueba final, desde un punto de vista químico, es que todos compartimos la misma maquinaria genética: ADN y ARN.

Para concluir, ¿tendría un tablero de lectura para estos tiempos de encierro?

Hay un texto muy hermoso de Aldo Leopold, «Odyssey» [1942, enlace en inglés], en el que cuenta la vida desde el punto de vista de un átomo que cruza varias formas de vida. Esta lectura nos permite darnos cuenta de que todo lo que nos rodea participa en la misma respiración y la misma vida.

Herejes bitácoras para el re-lector desprevenido (II) // Carlos G. Picco (compilador)

Biopolítica

por Ana Paula Tumas

 

La peste, el éxodo. De la muerte de 83.

No aprender guitarra, sino la vida. El cuerpo: Atahualpa, Lacan.

Me vi de dieciocho en la madrugada de Venecia, en mi walkman escuché la voz del terror.

En medio de la muerte, es donde volvió la vida. Iba a la desaparición, al caos y

volvió la belleza.

Ese joven acompaña a la mujer del poeta en el viaje final del maestro, su casa fue

la callejuela sin salida: la cárcel, donde reinventa.

El tiempo del silencio.

Quiebra su sistema político pero no el económico. Exilio interno. Está la belleza, el

texto final: murió sereno, de vejez. Relean la historia: es todo lo que en ella se

lee de verdadero. Los que creen hacer causa

en su trajín son, sin dudas también, los

desplazados por un destierro que han

preparado; pero se han hecho ceguera bella los ciegos.

 

 

Pequeño rejunte de intercambios

por Carlos G. Picco

 

Cuando era chico, quizás seis o siete años, pasábamos mucho tiempo junto a mi hermano menor -el tercero no había nacido- en la pequeña casa de mis nonos, un departamento con terraza propia al fondo de un pasillito de baldosas amarillas. Ambos estaban vivos pero mi abuelo todavía laburaba, por lo que las estadías eran principalmente bajo la tutela de aquella vieja de costumbres plenamente piamontesas.

Con mi hermano pasábamos las tardes jugando y peleando, en la terraza a las espadas, en el pasillito con juguetes o a los disparos, en el living sobre los sillones o incluso en la escalera blanca del patiecito ínfimo que daba paso al todavía más pequeño lavadero.

Colgábamos entre las barandas una o dos colchas sostenidas con broches de madera, ambas de color marrón y con un olor a naftalina que volteaba. La idea era con esos velos de lana clausurar la entrada de luz y aislarnos del mundo. Cuando lo conseguíamos, incluso perturbados por la imposible comodidad de una escalera de hierro sumamente angosta, éramos felices. Dentro, algunos juguetes, charlar -es decir pelear- o ver fotos viejas de mis abuelos con el resplandor mínimo que de a momentos dejábamos entrar… perdíamos la memoria, suspendíamos el tiempo y se nos iba así la tarde entera. El juego podía ser interrumpido solo si mi nona tenía que utilizar la escalera para subir a la terraza, llovía o para ir a merendar. Si se trataba de lo primero o lo último, volvíamos seguro luego hasta que nos buscaban mis viejos al salir de laburar, a veces entrada la noche.

Un pequeño cuento infantil. Vaya a saber usted si no le miento. No importa. ¿Le gustó? Realmente dice muy poco y no enseña nada. Para mi es apenas una historia cálida sin más valor que el personal. Eso, si es que no la estoy inventando. Aunque así y todo, el invento digo, puede llegar a tomar el valor de verdad y gratificarme un rato. Como lo hace también un fuerte construido entre las barandas de la escalera más incómoda de barrio Alberdi, una tarde cualquiera de verano a finales de los ‘80.

¿Quién puede entonces venir a decirme, o a decirle a usted, que entre usted y su mundo, o entre el mío y yo, las condiciones son plenamente autoritarias, impuestas? Vamos, no se engañe ni me mienta. Yo no lo hice. Apenas si le estoy contando un cuento.

 

 

Predicciones

por Melina Di Francisco

 

Sala de parto. Reminiscencias de sala de parto. Chorrear agua, romper bolsa.

 

Se inicia un proceso que no se va a detener hasta el nacimiento. No se detiene y se siente cada vez menos humano. A pesar de la música, de los gurúes asignados, de los colores pasteles, todo va saliendo bien, de la anestesia oportuna, contracciones, los afectos que esperan, las indicaciones amorosas. Cada vez menos humano.

 

¿Qué es la naturaleza? La naturaleza es parir. Invade, con la certeza de lo inevitable. Imparable. Inasimilable. Inigualable. Irrepresentable. Sale un cuerpo de tu cuerpo. Impensable. Imposible.

 

Tengo reminiscencias de una naturaleza que se escapa a cualquier intento de dominio. La ciencia puede con ella. Mentira. La ciencia puede hacer creer que hace nacer y salvarte la vida si se complica.

 

Soñé que estaba en casa y en cuclillas me nacía a mí misma y me nombraba. Mito. Tengo reminiscencias de dominio absoluto del cuerpo animal por sobre todo intento humano.

 

Tengo reminiscencias de antepasados sacrificando vidas a los dioses en la peste. Tengo un virus metido en el mundo y temo los sacrificios que haremos para sacarlo.

 

 

Si tan sólo tuviera…

por don José B. Romanutti

 

Un avión de papel sobre el que lanzarme,

algunas cucharadas de harina para espolvorear la mesada,

preciosos libros de tapas duras y letras doradas en su lomo,

pequeñas esquelas recibidas por mis abuelos.

 

La voz de Calamaro para desearte suerte sin importarme,

la habilidad y el movimiento de la penúltima esperanza, en el último minuto…

 

Si tan sólo tuviera un cuento que contar,

o si en el camino olvidase que soy escrito al ser leído,

todo esto del tener se apaciguaría y entendería, finalmente,

que casi nada tengo y muy poco soy,

…no más que esta amena tranquilidad que se parece a la muerte,

este instante precioso en el que la vida más vivible hace al fin su entrada.

La comunidad infectada // Esteban Levin

Estamos todos afectados, infectados por el corona virus, algunos han muerto, otros lo padecen, contagian y enferman. Los demás se cuidan, limpian e higienizan el cuerpo, las casas, la vestimenta, las calles, la ciudad, el país cierra las fronteras, en fin, todo lo que tocan está impregnado de lo intocable que transgrede el umbral de lo posible e introduce la cara inaudita más atroz, horrorosa y siniestra de lo imposible como mortalidad, siempre prematura de una comunidad infectada.

            Trazar los confines del efecto virus sería una utopía,  como dicen los chicos, una distopía al aludir al horizonte propio de la ciencia ficción. Anonadamiento, reclusión, miedo, determinan el movimiento del cuerpo, redistribuye las sensibilidades, desafía lo grupal y transforma hábitos, rutinas, lenguajes. Los interrogantes pululan en las redes: ¿Cómo, cuándo, de qué modo, vamos a salir de todo esto?… ¿y después…qué va a pasar, a suceder?

El exceso de sentido paraliza, agobia, pero no por el lado de un momento o estado de excepción o un criterio inmunológico, sino, como experiencia que succiona, drena, desborda cualquier significancia determinada de antemano o susceptible de anticipar algo diferente que no sea la potencia actual del virus mismo.

            Se trataría de generar un hacer, un pensamiento en acto, una experiencia que al realizarla permita salir fuera de sí, romper el aislamiento y volver del “exterior” para recrearlo. Al retornar el tiempo y el espacio podrán ser otros, en el “entre” se juega el don relacional y afectivo del deseo que confirma la comunidad del “nos – otros”.

            Para todos (incluidos los más pequeños) la pandemia resiste a la significación, satura los sentidos, asusta, es una transformación pero no al modo de una poética, de la lucha de clases, o de una reivindicación social o política, sino a la manera de un acto que pragmáticamente impone redistribuir las alianzas y las relaciones e implica necesariamente un límite imposible, limita las condiciones y determina otras sensibilidades totalizantes.

            El virus invisible expone el cuerpo, lo expropia, exaspera la continuidad, la coloca en jaque, pone en juego el encierro de la imagen corporal. Lo virulento del contagio no tiene virtualidad, disocia y escinde lo actual de lo virtual, es decir, actualiza una temporalidad que presentifica la epidemia hasta tomar un dramático efecto paradojal de depender de ella. No da un lugar, lo ocupa hasta ser el centro existente del mundo. Al pasar el límite de la sensibilidad y el lenguaje, coacciona la economía, diluyen las fronteras y las instancias políticas globales hasta agotarlas con la capacidad agobiante de infectar y ser infectado.

            El virus infecta el tiempo, genera la inmovilidad de la duración, tiene el poder de aspirar el afuera, anula la diferencia. Sin embargo, los artistas, los niños, los creadores, nos enseñan magistralmente que tanto el tiempo como el espacio son relaciones. Al jugar, ellos las realizan, las cruzan, al hacer tiempo del espacio y espacio del tiempo. Este cruce, choque temporal espacial no es una síntesis o una reducción, provocan la combustión del sentido, dan lugar uno al otro. El entredós, el intervalo, es el vaivén, la pulsación, para que algo del don del deseo y lo diferente pase, suceda.

            La abertura es el vaivén, el ritmo, el acto de la separación del presente en tanto ruptura de la inmóvil duración. Planteamos abrir el tiempo, espaciarlo, crear el “entre” que airea el presente y recrea la natalidad del instante. Plegar el virus es hacer de él una apuesta para que advenga la potencia del “entretiempo” que quiebra la fuerza mortal de la impotencia y la inmovilidad. No corresponde al tiempo cronológico, ni al de la re significación, sino al entre, que en la demora, produce la pulsación de afectar y ser afectado, cuerpo receptáculo de la relación con otro, efecto heterogéneo de la comunidad.

            La comunidad está infectada, frente a ello nuestra tarea es crear una praxis, un acontecimiento del pensamiento, un trabajo en la construcción de un sentido aún todavía sin cerrar, sin que quede establecido tal o como es. Aprendemos de los niños, cuando ellos se lanzan a jugar, a investigar, a inventar, en escena juegan la curiosidad o el asombro, crean el movimiento en potencia de un sentido nuevo, singular, sin saber a ciencia cierta que va a pasar, cuál será la trama o con que se encontrarán, inventan aquello que no saben que van a inventar. En el mismo sentido, los aplausos espontáneos a los trabajadores de la salud plasman la invención comunitaria en un gesto solidario.

            Lo que compartimos en comunidad no es un virus, él no es intercambiable, contagia, abruma, enferma y mata. Justamente es lo que desune, des inviste, clausura e interrumpe el devenir. Destruye lo que es común, erosiona hasta la implosión. Tiende a desenlazar los lazos comunitarios, lleva a lo individual, a cuidar el cuerpo, limpiarlo, encerrarlo, limitarlo para no contagiar, no quebrar la ley de alianzas: “No matarás a tu prójimo”.

            La comunidad es una relación, no un ente autónomo, cobra existencia en tanto sustenta los espejos que nos identifican, conforma la sensibilidad de sentir que uno es parte de otra escena, que sin embargo, es propia. Lo propio de la comunidad no esta en relación a la ganancia, sino a la pérdida, a la fuerza de lo que se deja como don de amor para otros, no tiene sustancia, materialidad real, sino simbólica, ella nos representa dentro de una genealogía. Será tal vez por esa causa que en la primera infancia los más chicos siempre juegan a ser otros que no son pero de algún modo, sensibles a él, lo representan, al hacerlo, les permite salir de sí y ponerse en otro lugar.

            El virus no solo es invisible, sino que toca lo intocable del toque, no se puede entrar en contacto con otro, si pasa un umbral penetra en la piel, hiere, disemina su potencia negativa, destructora. La plasticidad infectada estalla, detiene, desconecta, articulada al movimiento pulsional más mortal. El efecto de desligadura separa lo actual disociándolo, lo aísla y abarca la instancia social, comunitaria y psíquica. El peligro latente palpita y actualiza la corona global del virus.

            El gesto revolucionario frente a la infección generalizada y globalizada del virus no es la pasividad estática, ni la posición melancólica de la detención, sino, por el contrario, la resistencia: el ferviente descubrimiento del deseo del don de una nueva significación que articula el lazo social. En esta situación, por ejemplo, el desafío de las instituciones escolares no es solo como alcanzar el nivel de conocimiento adecuado o cual es la mejor plataforma virtual para transmitirlo, sino como generar la continuidad de lo grupal, de las relaciones afectivas con los otros y entre ellos. Justamente allí, se entrelaza la herencia como trasmisión e implica metamorfosis, rebelión y recreación del pensamiento.

            El riesgo es alto, persistente y destructivo, frente a él podemos sostener la disponibilidad para sustentar la pasión por el nacimiento de una nueva experiencia que soporte la variación y actúe plásticamente la diferencia. Desde allí planteamos el pequeño gesto de lanzarse a encontrar otra invención impensable antes de dicho acontecimiento. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, escribe Spinoza, entre ser, tenerlo, parecer o apropiarse de él transcurren las relaciones subjetivas. ¿El corona virus, podrá detenerlas?

            Unos padres juegan con su hijo a garabatear una hoja, “pierden” el tiempo, hayan el sinsentido al relacionarse con la experiencia inédita que hacen, juegan el oculto secreto de lo inesperado, sienten el placer del deseo compartido, en grupo, imprimen un trazo y crean espejos sensibles, en acto piensan…el pequeño, sin dejar de reflejarse en ellos grita alegremente: “Dibujamos un súper virus” y corre con él a asustar a todo el mundo…

 

ESTEBAN LEVIN

 

El COVID-19 y los circuitos del capital // Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chavez y Rodrick Wallace

Cálculo

COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus SARS-CoV-2, el segundo virus de síndrome respiratorio agudo severo (SARS) desde 2002, ahora es oficialmente una pandemia. Ya a fines de marzo, ciudades enteras están refugiadas en su sitio y, uno por uno, los hospitales se están iluminando en un embotellamiento médico provocado por las oleadas de pacientes.

China, su brote [outbreak] inicial de contracción, actualmente respira con más facilidad [1]. Corea del Sur y Singapur también. Europa, especialmente Italia y España, pero cada vez más otros países, ya se dobla bajo el peso de las muertes aún al comienzo del brote. América Latina y África recién ahora comienzan a acumular casos, algunos países preparándose mejor que otros. En los Estados Unidos, un referente, al menos por ser el país más rico de la historia del mundo, el futuro cercano parece sombrío. El brote no está programado para alcanzar su punto máximo en Estados Unidos sino hasta mayo y los trabajadores de la salud y los visitantes del hospital ya están peleando a puñetazos por el acceso al suministro, decreciente, de equipos de protección personal [2]. Las enfermeras, a quienes los Centros para el Control y Protección de Enfermedades (CDC, sus siglas en inglés) han recomendado terriblemente usar pañuelos y bufandas como máscaras, ya han declarado que “el sistema está condenado” [3].

Mientras tanto, la administración de EE.UU. continúa sobrepujando a los estados individuales en licitaciones por equipos médicos básicos que se negó a comprarles en primer lugar. También ha anunciado una ofensiva en las fronteras como intervención de salud pública, mientras el virus se desata en el interior del país [4].

Un equipo de epidemiología en el Imperial College proyectó que la mejor campaña de mitigación, achatando la curva de acumulación de casos trazada poniendo en cuarentena los casos detectados y distanciando socialmente a los ancianos, dejaría aún a los Estados Unidos con un 1.100.000 muertos y una carga de casos de ocho veces el total de camas de terapia intensiva del país [5]. La supresión de la enfermedad, buscando terminar con el brote, llevaría la salud pública más lejos, hacia una cuarentena de casos (y sus familiares) y un distanciamiento social de toda la comunidad, incluido el cierre de instituciones, al estilo de China. Eso bajaría a los Estados Unidos a un rango proyectado de alrededor de 200.000 muertes.

El grupo del Colegio Imperial estima que una campaña exitosa de supresión tendría que llevarse a cabo durante al menos dieciocho meses, acarreando una sobrecarga en contracción económica y el desmoronamiento de los servicios comunitarios. El equipo propuso balancear las demandas de control de la enfermedad y de la economía alternando la activación y desactivación de la cuarentena comunitaria, gatilladas según se supere o no un nivel establecido de camas de terapia intensiva ocupadas.

Otros modeladores lo han rechazado. Un grupo liderado por Nassim Taleb, autor del famoso Cisne Negro, declara que el modelo del Imperial College no incluye el rastreo de contactos y el monitoreo puerta a puerta [6]. Su contrapunto omite que el brote ha superado la voluntad de muchos gobiernos de levantar ese tipo de cordón sanitario. No será hasta que el brote comience a disminuir cuando muchos países verán tales medidas, con suerte con una prueba funcional y precisa, como apropiadas. Como dijo un ingenioso: “El coronavirus es demasiado radical. Estados Unidos necesita un virus más moderado al que podamos responder de forma gradual” [7].

El grupo de Taleb señala la negativa del equipo del Imperial College a investigar bajo qué condiciones el virus puede ser llevado a la extinción. Tal erradicación no significa cero casos, sino el suficiente aislamiento para que los casos individuales no produzcan nuevas cadenas de infección. En China, solo el 5 por ciento de los susceptibles en contacto con un caso se infectaron posteriormente. En efecto, el equipo de Taleb aboga por el programa de supresión de China, yendo todo lo suficientemente rápido como para llevar el brote a la extinción sin entrar en un baile maratónico alternando entre controlar la enfermedad y asegurar que no haya escasez de mano de obra en la economía. En otras palabras, el enfoque estricto (e intensivo en recursos) de China libera a su población del secuestro de meses, o incluso años, en el que el equipo del Imperial recomienda que participen otros países.

El epidemiólogo matemático Rodrick Wallace, uno de nosotros, patea completamente el tablero de modelado. Las emergencias del modelado, por necesarias que sean, eluden cuándo y dónde comenzar. Las causas estructurales son parte de la emergencia. Incluirlas nos ayuda a descubrir la mejor manera de responder más allá de simplemente reiniciar la economía que produjo el daño. “Si los bomberos reciben suficientes recursos”, escribe Wallace,

en condiciones normales, la mayoría de los incendios pueden ser contenidos, con mayor frecuencia, con bajas y destrucción de la propiedad mínimas. Sin embargo, esa contención depende críticamente de una empresa mucho menos romántica, pero no menos heroica: los esfuerzos regulatorios persistentes y continuos que limitan el peligro de las construcciones mediante el desarrollo y la aplicación del código, y que también aseguran que se suministren los recursos de lucha contra el fuego, saneamiento y preservación de construcciones a todos en los niveles necesarios…

El contexto cuenta para la infección pandémica, y las estructuras políticas actuales que permiten a las empresas agrícolas multinacionales privatizar las ganancias al tiempo que externalizan y socializan los costos, deben estar sujetas a la “aplicación del código” que reinternaliza esos costos si se quiere evitar una pandemia verdaderamente mortal en el futuro cercano [8].

El fracaso en prepararse y reaccionar ante el brote no comenzó en recién en diciembre, cuando los países de todo el mundo respondieron mal una vez que COVID-19 se derramó desde Wuhan. En los Estados Unidos, por ejemplo, no comenzó cuando Donald Trump desmanteló el equipo de preparación para pandemias de su equipo de seguridad nacional o dejó sin cubrir setecientos puestos de los CDC [9]. Tampoco comenzó cuando los federales no actuaron sobre los resultados de una simulación de pandemia de 2017 que mostraba que el país no estaba preparado [10]. Ni cuando, como se indicó en un titular de Reuters, Estados Unidos “eliminó el trabajo de expertos del CDC en China meses antes del brote del virus”, aunque perder el contacto directo temprano de un experto estadounidense en el terreno en China ciertamente debilitó la respuesta de EE.UU. Tampoco comenzó con la desafortunada decisión de no usar los kits de prueba ya disponibles proporcionados por la Organización Mundial de la Salud. De conjunto, los retrasos en la información temprana y la falta total de pruebas serán sin duda responsables de muchas, probablemente miles, de vidas perdidas [11].

En realidad, las fallas se programaron hace décadas, ya que los bienes comunes compartidos de la salud pública fueron descuidados y monetizados simultáneamente [12]. Un país capturado por un régimen de epidemiología individualizada, just-in-time, una contradicción absoluta, con camas de hospital y equipos apenas suficientes para las operaciones normales, es, por definición, incapaz de reunir los recursos necesarios para buscar un nivel de supresión como el de China.

Siguiendo el punto del equipo de Taleb sobre modelos de estrategias en términos más explícitamente políticos, el ecologista de enfermedades Luis Fernando Chaves, otro coautor de este artículo, hace referencia a los biólogos dialécticos Richard Levins y Richard Lewontin coincidiendo en que “dejar que los números hablen” solo enmascara todos los supuestos incorporados de antemano [13]. Modelos como el estudio del Imperial College limitan explícitamente el alcance del análisis a preguntas estrechamente enmarcadas a medida dentro del orden social dominante. Por diseño, no logran capturar las fuerzas más amplias del mercado que impulsan los brotes y las decisiones políticas subyacentes a las intervenciones.

Conscientemente o no, las proyecciones resultantes ubican el asegurar la salud para todos en un segundo lugar, incluidos los miles de personas más vulnerables que serían asesinadas si un país alternara entre el control de enfermedades y la economía. La visión foucaultiana de un Estado que actúa sobre una población en sus propios intereses representa solo una actualización, aunque más benigna, del impulso malthusiano por la inmunidad colectiva que propuso el gobierno británico Tory y ahora los Países Bajos: dejar que el virus arda a través de la población sin impedimentos [14]. Hay poca evidencia más allá de una esperanza ideológica de que la inmunidad colectiva garantizaría detener el brote . El virus puede evolucionar fácilmente desde abajo de la capa inmunitaria de la población.

Intervención

¿Qué se debe hacer en su lugar? En primer lugar, debemos entender que, al responder a la emergencia de la manera correcta, seguiremos participando tanto de la necesidad como del peligro.

Necesitamos nacionalizar los hospitales como lo hizo España en respuesta al brote [15]. Necesitamos sobrecargar el testeo en volumen y tiempo de respuesta como lo ha hecho Senegal [16]. Necesitamos socializar los productos farmacéuticos [17]. Debemos garantizar el derecho a reparar ventiladores y otras maquinarias médicas [18]. Necesitamos comenzar a producir en masa cócteles de antivirales como remdesivir y cloroquina antimalárica de la vieja escuela (y cualquier otro medicamento que parezca prometedor) mientras realizamos ensayos clínicos para comprobar si funcionan más allá del laboratorio [19]. Se debe implementar un sistema de planificación para (1) obligar a las empresas a producir los ventiladores y equipos de protección personal necesarios que requieren los trabajadores de la salud y (2) priorizar su asignación a los lugares con mayores necesidades.

Debemos establecer un cuerpo pandémico masivo para proporcionar la fuerza de trabajo, desde la investigación hasta la atención, que se acerque al orden de demanda que nos impone el virus (y cualquier otro patógeno por venir). Hacer coincidir el número de casos con el número de camas de terapia intensiva, el personal y el equipo necesarios para que la supresión pueda cerrar la brecha numérica actual. En otras palabras, no podemos aceptar la idea de simplemente sobrevivir al ataque aéreo en curso de COVID-19 solo para regresar más tarde al rastreo de contactos y al aislamiento de casos para llevar el brote por debajo de su umbral. Debemos contratar a suficientes personas para identificar el COVID-19 casa por casa en este momento y equiparlas con el equipo de protección necesario, como máscaras adecuadas. En el camino, necesitamos suspender una sociedad organizada en torno a la expropiación, desde los propietarios hasta las sanciones sobre otros países, para que las personas puedan sobrevivir tanto a la enfermedad como a su cura.

Sin embargo, hasta que se pueda implementar un programa de este tipo, la gran población queda en gran parte abandonada. Aun cuando debe ejercerse una presión continua sobre los gobiernos recalcitrantes, en el espíritu de una tradición, en gran parte perdida, de organización proletaria que se remonta 150 años atrás, las personas comunes que puedan deberían unirse a grupos de ayuda mutua emergentes y brigadas de vecinos [20]. El personal profesional de salud pública que los sindicatos puedan liberar deberían entrenar a estos grupos para evitar que los actos de bondad propaguen el virus.

La insistencia en que incorporemos los orígenes estructurales del virus en la planificación de emergencia nos ofrece una clave para avanzar en cada paso hacia la protección de las personas antes de las ganancias.

Uno de los muchos peligros radica en la normalización de la “locura de remate” [batshit crazy] actualmente en curso, una caracterización fortuita dado el síndrome que sufren los pacientes: la proverbial [en idioma inglés] mierda de murciélago en los pulmones. Necesitamos retener el shock que recibimos cuando descubrimos que otro virus del SARS emergió de sus refugios de vida silvestre y en cuestión de ocho semanas se extendió por toda la humanidad [21]. El virus surgió en un extremo regional de una línea de suministro de alimentos exóticos, desatando con éxito una cadena de infecciones de humano a humano en el otro extremo en Wuhan, China [22]. Desde allí, el brote se difundió localmente y saltó hacia aviones y trenes, extendiéndose por todo el mundo a través de una red estructurada por conexiones de viaje y descendió jerárquicamente desde ciudades más grandes a más pequeñas [23].

Además de describir el mercado de alimentos silvestres en el orientalismo típico, se ha dedicado poco esfuerzo a las preguntas más obvias. ¿Cómo llegó el sector de alimentos exóticos a una posición en la que podría vender sus productos junto con el ganado más tradicional en el mercado más grande de Wuhan? Los animales no se vendían en la parte trasera de un camión o en un callejón. Pensemos en los permisos y pagos (y la desregulación de los mismos) involucrados [24]. Mucho más allá de la pesca, la comida silvestre es un sector cada vez más formalizado en todo el mundo, cada vez más capitalizado por las mismas fuentes que sostienen la producción industrial [25]. Aunque de ninguna manera es similar en la magnitud de la producción, la distinción ahora es más opaca.

La geografía económica superpuesta se extiende desde el mercado de Wuhan hasta el interior, donde se cultivan alimentos exóticos y tradicionales mediante operaciones que bordean el filo de una jungla en contracción [26]. A medida que la producción industrial invade lo último del bosque, las operaciones de alimentos silvestres deben ir más profundo para elevar sus manjares o asaltar los últimos estantes. Como resultado, el más exótico de los patógenos, en este caso el SARS-2 alojado en murciélagos, encuentra su camino en un camión, ya sea en animales de alimentación o en la mano de obra que los atiende, disparado de un extremo de un circuito periurbano en extensión a otro al otro, antes de impactar en la escena mundial [27].

Infiltración

La conexión conlleva elaboración, tanto para ayudarnos a planificar hacia adelante durante este brote como para comprender cómo la humanidad se metió en una trampa de este tipo.

Algunos patógenos emergen directamente de los centros de producción. Vienen a la mente bacterias transmitidas por los alimentos, como Salmonella y Campylobacter. Pero muchos como COVID-19 se originan en las fronteras de la producción de capital. De hecho, al menos el 60 por ciento de los nuevos patógenos humanos emergen al extenderse desde los animales salvajes a las comunidades humanas locales (antes de que los más exitosos se extiendan al resto del mundo) [28].

Una serie de luminarias en el campo de la ecosalud, algunas financiadas en parte por Colgate-Palmolive y Johnson & Johnson, compañías que impulsan la el filo sangrante de la deforestación liderada por los agronegocios, produjeron un mapa global basado en brotes anteriores a 1940, que indicaba dónde era probable que que surgieran en adelante los nuevos patógenos [29]. Cuanto más cálido sea el color en el mapa, más probable debería ser que surja ahí un nuevo patógeno. Pero al confundir estas geografías absolutas, el mapa del equipo, al rojo vivo en China, India, Indonesia y partes de América Latina y África, omitió un punto crítico. Centrarse en las zonas de brotes ignora las relaciones compartidas por los actores económicos mundiales que moldean las epidemiologías [30]. Los intereses del capital que respaldan los cambios inducidos por el desarrollo y la producción en el uso de la tierra y la aparición de enfermedades en las partes subdesarrolladas del mundo recompensan los esfuerzos que atribuyen la responsabilidad de los brotes a las poblaciones indígenas y sus supuestamente “sucias” prácticas culturales [31]. La preparación de la carne de animales silvestres y los entierros domésticos son dos prácticas culpabilizadas por la aparición de nuevos agentes patógenos. Trazar geografías relacionales, en cambio, convierte de repente a Nueva York, Londres y Hong Kong, fuentes clave del capital global, en tres de los peores puntos críticos mundiales.

Mientras tanto, las zonas de epidemias ya no están organizadas ni siquiera bajo las políticas tradicionales. El intercambio ecológico desigual, que redirige los peores daños de la agricultura industrial al Sur Global, se ha movido de las áreas de despojo imperialista de recursos guiado por el Estado hacia nuevos complejos a través de las escalas y commodities [32]. El agronegocio está reconfigurando sus operaciones extractivistas en redes espacialmente discontinuas lo largo de diferentes escalas territoriales [33]. Una serie de “repúblicas de soja” basadas en multinacionales, por ejemplo, se extienden ahora a través de Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. La nueva geografía se materializa en los cambios en la estructura de gestión de la empresa, capitalización, subcontratación, sustituciones en la cadena de suministro, arrendamiento y agrupación [pooling] de tierras transnacionales [34]. Al cruzar las fronteras nacionales, estos “países de commodities”, integrados de manera flexible a través de ecologías y fronteras políticas, están produciendo nuevas epidemiologías en el camino [35].

Por ejemplo, a pesar de un desplazamiento general en la población de las áreas rurales mercantilizadas a los barrios marginales urbanos que continúa hoy en todo el mundo, la división rural-urbana que conduce gran parte del debate sobre la emergencia de enfermedades omite la mano de obra destinada a las zonas rurales y el rápido crecimiento de las ciudades rurales en desakotas periurbanas (pueblos de la ciudad) o zwischenstadt (ciudades intermedias). Mike Davis y otros han identificado cómo estos paisajes de nueva urbanización actúan como mercados locales y centros regionales para los productos agrícolas globales que los atraviesan [36]. Algunas de esas regiones incluso se han vuelto “post-agrícolas” [37]. Como resultado, la dinámica de las enfermedades forestales, las fuentes primarias de los patógenos, ya no se limitan solo a las zonas del interior. Sus epidemiologías asociadas se han vuelto ellas mismas relacionales, sentidas a través [FELT ACROSS] del tiempo y el espacio. Un SARS puede encontrarse repentinamente desparramado sobre los humanos en la gran ciudad a solo unos días de haber salido de su cueva de murciélagos.

Los ecosistemas en los que estos virus “salvajes” estaban en parte controlados por las complejidades del bosque tropical se están rediseñando drásticamente por la deforestación liderada por el capital y, en el otro extremo del desarrollo periurbano, por los déficits en la salud pública y el saneamiento ambiental [38]. Mientras que muchos patógenos selváticos, como resultado, se están extinguiendo con sus especies hospedadoras, un subconjunto de infecciones que alguna vez desaparecían relativamente rápido en el bosque, aunque más no sea sea por una tasa irregular de encuentro con sus especies hospederas típicas, ahora se propagan a través de poblaciones humanas cuya a la vulnerabilidad a las infecciones a menudo se ve exacerbada en las ciudades por los programas de austeridad y regulaciones corruptas. Incluso frente a las vacunas eficaces, los brotes resultantes se caracterizan por una mayor extensión, duración e impulso. Lo que antes eran desbordamientos locales ahora son epidemias que se abren camino a través de las redes mundiales de viajes y comercio [39].

Por este efecto de paralaje, solo por un cambio en el entorno ambiental, los viejos estandartes como el Ébola, el Zika, la malaria y la fiebre amarilla, que evolucionaron relativamente poco, se convirtieron en amenazas regionales [40]. De repente han pasado de extenderse a aldeanos remotos de vez en cuando para infectar a miles en las ciudades capitales. En algo de la otra dirección ecológica, incluso los animales salvajes, habitualmente reservorios de enfermedades de larga data, están sufriendo un retroceso. Con sus poblaciones fragmentadas por la deforestación, los monos nativos del Nuevo Mundo susceptibles a la fiebre amarilla de tipo salvaje, a la que habían estado expuestos durante al menos cien años, están perdiendo su inmunidad colectiva y muriendo de a cientos de miles [41].

Expansión

Si, solo por su expansión global la agricultura mercantil sirve como propulsión y nexo a través del cual los patógenos de diversos orígenes migran desde los depósitos más remotos hasta los más internacionales centros poblacionales [42]. Es aquí, y en el camino, donde nuevos patógenos se infiltran en la agricultura de las comunidades cerradas. Cuanto más largas son las cadenas asociadas de suministro y mayor es el grado de deforestación adjunta, más diversos (y exóticos) son los patógenos zoonóticos que ingresan a la cadena alimentaria. Entre los recientes patógenos emergentes y reemergentes de origen agrícola y alimentario, que se originan a través del dominio antropogénico, se encuentran la peste porcina africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Reston Ebolavirus, E. coli O157: H7, fiebre aftosa, hepatitis E, Listeria, Virus Nipah, fiebre Q, Salmonella, Vibrio, Yersinia y una variedad de variantes nuevas de la gripe, incluyendo H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9 y H9N.4 y H9N [43].

Aunque sin intención, la totalidad de la línea de producción está organizada en torno a prácticas que aceleran la evolución de la virulencia de los patógenos y su posterior transmisión [44]. El cultivo de monocultivos genéticos (animales y plantas para alimentación con genomas casi idénticos) elimina los cortafuegos inmunes que en poblaciones más diversas ralentizan la transmisión [45]. Ahora los patógenos pueden evolucionar rápidamente en torno a huéspedes comunes con genotipos inmunes. Mientras tanto, las condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta inmune [46]. Las granjas con poblaciones animales más grandes y las densidades de las granjas industriales facilitan una mayor transmisión e infección recurrente [47]. El alto rendimiento, algo presente en cualquier producción industrial, proporciona un suministro continuamente renovado de susceptibles a nivel de establo, granja y regional, eliminando el límite en la evolución de la mortalidad por patógenos [48]. El hecho de alojar muchos animales juntos recompensa esas cepas que mejor pueden atravesarlos. La disminución de la edad de sacrificio, a seis semanas en los pollos, es probable que seleccione patógenos capaces de sobrevivir en sistemas inmunes más robustos [49]. El alargamiento de la extensión geográfica del comercio y exportación de animales vivos ha aumentado la diversidad de segmentos genómicos que intercambian sus patógenos asociados, aumentando la velocidad a la que los agentes patógenos exploran sus posibilidades evolutivas [50]. La tendencia tiende hacia menos inspecciones gubernamentales de granjas y plantas procesadoras, legislación contra la vigilancia gubernamental y exposición de activistas, e incluso legislación contra informar sobre los detalles de brotes mortales en los medios de comunicación. A pesar de las victorias judiciales recientes contra la contaminación por pesticidas y cerdos, el comando privado de producción sigue centrado exclusivamente en las ganancias. Como una cuestión de prioridad nacional, los daños causados por los brotes resultantes se externalizan al ganado, los cultivos, la vida silvestre, los trabajadores, los gobiernos locales y nacionales, los sistemas de salud pública y los agrosistemas alternativos en el extranjero. En los Estados Unidos, la CDC informa que los brotes transmitidos por alimentos se están expandiendo en la cantidad de estados afectados y cantidad de gente infectada [51].

Es decir, la alienación del capital se está trasladando a favor de los patógenos. Mientras el interés público se filtra en la puerta de la granja y la fábrica de alimentos, los agentes patógenos pasan por alto la bioseguridad que la industria está dispuesta a pagar y devolver al público. La producción diaria representa un riesgo moral lucrativo que se alimenta del bien común de nuestra salud.

Liberación

En un hemisferio alejado de los orígenes del virus, Nueva York, una de las ciudades más grandes del mundo, da cuenta de una ironía reveladora refugiándose en su lugar contra el COVID-19. Millones de neoyorquinos se están escondiendo en los edificios existentes bajo supervisión hasta hace poco de Alicia Glen, la vicealcaldesa de vivienda y desarrollo económico hasta 2018 [52]. Glen es una ex ejecutiva de Goldman Sachs que supervisó la compañía de inversiones Urban Investment Group, que financia proyectos en los tipos de comunidades que otras unidades de la compañía ayudan a marcar [53].

Por supuesto, el brote no es responsabilidad personal de Glen, sino más bien un símbolo de una conexión que golpea más cerca de casa. Tres años antes de que la ciudad la contratara, debido a una crisis de vivienda y una Gran Recesión, en parte su propia creación, su antiguo empleador, junto con JPMorgan, Bank of America, Citigroup, Wells Fargo & Co. y Morgan Stanley, tomaron el 63 por ciento del financiamiento de préstamos federales de emergencia resultante [54]. Goldman Sachs, libre de gastos generales, se movió para diversificar sus bienes fuera de la crisis. Goldman Sachs adquirió el 60 por ciento de las acciones de Shuanghui Investment and Development, parte del gigante negocio agrícola chino que compró Smithfield Foods, con sede en Estados Unidos, el mayor productor de cerdos del mundo [55]. Por USD 300 millones, también obtuvo una propiedad de diez granjas avícolas en total en Fujian y Hunan, una provincia de Wuhan y dentro de la cuenca de alimentos silvestres de la ciudad [56]. Hasta invirtió otros USD 300 millones junto con el Deutsche Bank en cría de cerdos en las mismas provincias [57].

Las geografías relacionales exploradas más arriba han completado el círculo de regreso. La pandemia esta actualmente enfermando a los distritos electorales de Glen de apartamento en apartamento en Nueva York, el epicentro más grande de EE. UU. de COVID-19. Pero también debemos reconocer que, para empezar, el círculo de causas del brote se extendió en parte desde Nueva York, por menor que sea la inversión de Goldman Sachs para un sistema del tamaño de la agricultura de China.

Señalar con el dedo nacionalista, desde el racista “virus de China” de Trump y a través de todo el continuo liberal, oscurece las direcciones globales entrelazadas entre el estado y el capital [58]. Karl Marx los describió como “los hermanos enemigos” [59]. Los trabajadores cargan con la muerte y el daño en el campo de batalla, en la economía, y ahora en sus sofás luchando por recuperar el aliento, poniendo de manifiesto la competencia entre las élites que maniobran por la disminución de los recursos naturales y los medios compartidos para dividir y conquistar la masa de la humanidad atrapada en los engranajes de estas maquinaciones.

De hecho, una pandemia que surge del modo de producción capitalista y que se espera que el Estado administre en un extremo, puede ofrecer una oportunidad desde la cual los administradores y beneficiarios del sistema pueden prosperar en el otro. A mediados de febrero, cinco senadores estadounidenses y veinte miembros de la Cámara arrojaron millones de dólares en acciones de propiedad personal en industrias que podrían verse dañadas en la próxima pandemia [60]. Incluso cuando algunos de los representantes continuaron repitiendo públicamente las misivas del régimen de que la pandemia no representaba tal amenaza, los políticos basaron su información privilegiada en inteligencia no pública.

Más allá de tales ataques bruscos, la corrupción en los Estados Unidos es sistémica, un marcador del final del ciclo de acumulación de los EE. UU. cuando el capital cobra.

Hay algo comparativamente anacrónico en los esfuerzos por mantener la boca abierta incluso si se organiza en torno a la reificación de las finanzas sobre la realidad de las ecologías primarias (y las epidemiologías relacionadas) en las que se basa. Para Goldman Sachs, la pandemia, como crisis antes, ofrece “espacio para crecer”:

Compartimos el optimismo de los diversos expertos e investigadores de vacunas en las compañías de biotecnología en base al buen progreso que se ha logrado en varias terapias y vacunas hasta el momento. Creemos que el miedo disminuirá con la primera evidencia significativa de tal progreso…
Intentar comerciar con un posible objetivo a la baja cuando el objetivo de fin de año es sustancialmente más alto es apropiado para los operadores diarios, los seguidores del momento y algunos administradores de fondos de cobertura, pero no para los inversores a largo plazo. De igual importancia, no hay garantía de que el mercado alcance los niveles más bajos que puedan usarse como justificación para vender hoy. Por otro lado, estamos más seguros de que el mercado finalmente alcanzará el objetivo más alto dada la capacidad de recuperación y la preeminencia de la economía estadounidense.
Y finalmente, realmente pensamos que los niveles actuales brindan la oportunidad de aumentar lentamente los niveles de riesgo de una cartera. Para aquellos que pueden estar sentados sobre exceso de efectivo y tener poder de permanencia con la asignación estratégica de activos adecuada, este es el momento de comenzar a aumentar gradualmente las acciones de S&P [61].

Atemorizados por la carnicería en curso, las personas en todo el mundo sacan conclusiones diferentes [62]. Los circuitos de capital y producción que los patógenos marcan como etiquetas radiactivas, uno tras otro se consideran desmesurados.

¿Cómo hicimos anteriormente, cómo caracterizar tales sistemas más allá de lo episódico y circunstancial? Nuestro grupo está a punto de derivar un modelo que supera los esfuerzos de la medicina colonial moderna fundada en la ecosalud y One Health y que continúa culpando a los pequeños agricultores indígenas y locales por la deforestación que conduce a la aparición de enfermedades mortales [63].

Nuestra teoría general de la aparición de enfermedades neoliberales, que incluye, sí, en China, combina:

∙ circuitos globales de capital;
∙ despliegue de dicho capital destruyendo la complejidad ambiental regional que mantiene bajo control el crecimiento virulento de la población de patógenos;
∙ los aumentos resultantes en las tasas y la amplitud taxonómica de los eventos de contagio;
∙ los circuitos periurbanos de productos básicos en expansión que envían estos nuevos agentes patógenos en ganado y mano de obra desde el interior más profundo a las ciudades regionales;
∙ las crecientes redes mundiales de viajes (y comercio de ganado) que llevan los patógenos de dichas ciudades al resto del mundo en un tiempo récord;
∙ las formas en que estas redes reducen la fricción de transmisión, seleccionando la evolución de una mayor mortalidad de patógenos tanto en ganado como en personas;
∙ y, entre otras imposiciones, la escasez de reproducción en el sitio en ganado industrial, eliminando la selección natural como un servicio de ecosistemas que proporciona protección contra enfermedades en tiempo real (y casi gratis).

La premisa operativa subyacente es que la causa de COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra solo en el objeto de algún agente infeccioso o su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han ocultado en su propio beneficio [64].

La amplia variedad de agentes patógenos, representando diferentes taxones, anfitriones de origen, modos de transmisión, cursos clínicos y resultados epidemiológicos, todas las características que nos hacen llegar a nuestros motores de búsqueda con los ojos desorbitados en cada brote, marcan diferentes partes y caminos a lo largo de los mismos tipos de circuitos de uso del suelo y acumulación de valor.

Un programa general de intervención se ejecuta en paralelo mucho más allá de un virus en particular.

Para evitar los peores resultados de aquí en adelante, la desalienación ofrece la próxima gran transición humana: abandonar las ideologías de colonos, reintroducir a la humanidad en los ciclos de regeneración de la Tierra y redescubrir nuestro sentido de individualización en multitudes más allá del estado capitalista [65].

Sin embargo, el economismo, la creencia de que todas las causas son solo económicas, no será una liberación suficiente. El capitalismo global es una hidra de muchas cabezas, que se apropia, internaliza y ordena múltiples capas de relación social [66]. El capitalismo opera a través de terrenos complejos e interconectados de raza, clase y género en el curso de la actualización de los regímenes de valores regionales de un lugar a otro.

A riesgo de aceptar los preceptos de lo que la historiadora Donna Haraway desestimó como historia de salvación: “¿podemos desactivar la bomba a tiempo?”, La desalienación debe desmantelar estas múltiples jerarquías de opresión y las formas específicas del lugar donde interactúan con la acumulación [67]. En el camino, debemos navegar fuera de las reapropiaciones expansivas del capital a través de materialismos productivos, sociales y simbólicos [68]. Es decir, de lo que se resume en un totalitarismo. El capitalismo lo comercializa todo: exploración de Marte aquí, dormir allá, lagunas de litio, reparación de ventiladores, incluso la sostenibilidad misma, y así sucesivamente, estas muchas permutaciones se encuentran mucho más allá de la fábrica y la granja. Todas las formas en que casi todo el mundo está sujeto al mercado, que durante un tiempo como este es cada vez más antropomorfizado por los políticos, no podrían estar más claras [69].
En resumen, una intervención exitosa que evite que cualquiera de los muchos patógenos en fila en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas debe atravesar por la puerta de un choque global con el capital y sus representantes locales, por más que Glen entre otros, sea un soldado de infantería individual de la burguesía que intenta mitigar el daño. Como nuestro grupo describe en algunos de nuestros últimos trabajos, los agronegocios están en guerra con la salud pública [70]. Y la salud pública está perdiendo.

Sin embargo, si la humanidad ganara un conflicto generacional de este tipo, podemos volver a conectarnos a un metabolismo planetario que, aunque expresado de manera diferente de un lugar a otro, reconecte nuestras ecologías y nuestras economías [71]. Tales ideales son mucho más que una cuestión de lo utópico. Al hacerlo, convergemos en soluciones inmediatas. Protegemos la complejidad del bosque que evita que los patógenos mortales se alineen a los anfitriones para una oportunidad directa en la red de viajes por mundo [72]. Reintroducimos la diversidad de ganado y cultivos, y reintegramos la cría de animales y cultivos a escalas que evitan que los patógenos aumenten en virulencia y extensión geográfica [73]. Permitimos que nuestros animales alimenticios se reproduzcan en el sitio, reiniciando la selección natural que permite que la evolución inmune rastree los patógenos en tiempo real. En resumen, dejamos simplemente de tratar a la naturaleza y la comunidad, tan llenas de todo lo que necesitamos para sobrevivir, como otro competidor a ser arrastrado por el mercado.

La salida es ni más ni menos que el nacimiento de un mundo (o tal vez más en el sentido de regresar a la Tierra). También ayudará a resolver, con las mangas arremangadas, muchos de nuestros problemas más acuciantes. Ninguno de nosotros queremos volver a pasar por un brote de ese tipo atrapados en nuestras salas de estar desde Nueva York a Beijing, o, peor aún, llorando a nuestros muertos. Sí, durante la mayor parte de la historia humana, las enfermedades infecciosas, nuestra mayor fuente de mortalidad prematura, seguirán siendo una amenaza. Pero dado el bestiario de patógenos ahora en circulación, el peor extendiéndose casi anualmente, es probable que enfrentemos otra pandemia mortal en un tiempo mucho más corto que la calma de cien años desde 1918. Fundamentalmente, ¿Podemos ajustar los modos por los cuales nos apropiamos de la naturaleza y llegar a una tregua más con estas infecciones?

Traducción: Alejandra Ayduh y Juan Duarte

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NOTAS AL PIE

[1Max Roser, Hannah Ritchie, y Esteban Ortiz-Ospina, “Coronavirus Disease (COVID-19)—Statistics and Research”, Our World in Data, consultado el 22/3/20.

[2Brian M. Rosenthal, Joseph Goldstein, y Michael Rothfeld, “Coronavirus in N.Y.: ‘Deluge’ of Cases Begins Hitting Hospitals”, New York Times, 20/3/2020.

[4Neil M. Ferguson et al. on behalf of the Imperial College COVID-19 Response Team, “Impact of Non-Pharmaceutical Interventions (NPIs) to Reduce COVID-19 Mortality and Healthcare Demand”, 16/3/2020.

[5Neil M. Ferguson et al. on behalf of the Imperial College COVID-19 Response Team, “Impact of Non-Pharmaceutical Interventions (NPIs) to Reduce COVID-19 Mortality and Healthcare Demand”, March 16, 2020.

[6Nassim Nicholas Taleb, El cisne negro, Buenos Aires, Paidos, 2007; Chen Shen, Nassim Nicholas Taleb, and Yaneer Bar-Yam, “Review of Ferguson et al. ‘Impact of Non-Pharmaceutical Interventions,’” New England Complex Systems Institute, 17/3/2020.

[7NewTmrw, Twitter post, 21/3/2020.

[8Rodrick Wallace, “Pandemic Firefighting vs. Pandemic Fire Prevention” (unpublished manuscript, 20/3/2020). Disponible por pedido al autor.

[9Jonathan Allen, “Trump’s Not Worried About Coronavirus: But His Scientists Are”, NBC News, 26/2/2020; Deb Riechmann, “Trump Disbanded NSC Pandemic Unit That Experts Had Praised”, AP News, 14/3/2020.

[10David E. Sanger, Eric Lipton, Eileen Sullivan y Michael Crowley, “Before Virus Outbreak, a Cascade of Warnings Went Unheeded”, New York Times, 19/3/2020.

[12Howard Waitzkin, ed., Health Care Under the Knife: Moving Beyond Capitalism for Our Health, Nueva York, Monthly Review Press, 2018.

[13Richard Lewontin y Richard Levins, “Dejemos que hablen los números” en La biología en cuestión. Ensayos dialécticos sobre ecología, agricultura y salud, Buenos Aires, Ediciones IPS (en preparación).

[14Owen Matthews, “Britain Drops Its Go-It-Alone Approach to Coronavirus”, Foreign Policy, 17/3/2020; Rob Wallace, “Pandemic Strike”, Uneven Earth, 16/3/2020; Isabel Frey, “‘Herd Immunity’ Is Epidemiological Neoliberalism”, Quarantimes, 19/3/2020.

[21Kristian G. Andersen, Andrew Rambaut, W. Ian Lipkin, Edward C. Holmes, y Robert F. Garry, “The Proximal Origin of SARS-CoV-2”, Nature Medicine (2020).

[22Rob Wallace, “Notes on a Novel Coronavirus”, MR Online, January 29, 2020.

[23Marius Gilbert et al., “Preparedness and Vulnerability of African Countries Against Importations of COVID-19: A Modelling Study”, Lancet 395, no. 10227 (2020): 871–77.

[24Juanjuan Sun, “The Regulation of ‘Novel Food’ in China: The Tendency of Deregulation”, European Food and Feed Law Review 10, no. 6 (2015): 442–48.

[25Emma G. E. Brooks, Scott I. Robertson, and Diana J. Bell, “The Conservation Impact of Commercial Wildlife Farming of Porcupines in Vietnam”, Biological Conservation 143, no. 11 (2010): 2808–14.

[27Robert G. Wallace, Luke Bergmann, Lenny Hogerwerf, Marius Gilbert, “Are Influenzas in Southern China Byproducts of the Region’s Globalising Historical Present?”, in Influenza and Public Health: Learning from Past Pandemics, ed. Jennifer Gunn, Tamara Giles-Vernick, y Susan Craddock, Londres, Routledge, 2010; Alessandro Broglia and Christian Kapel, “Changing Dietary Habits in a Changing World: Emerging Drivers for the Transmission of Foodborne Parasitic Zoonoses”, Veterinary Parasitology 182, no. 1 (2011): 2–13.

[28David Molyneux et al., “Zoonoses and Marginalised Infectious Diseases of Poverty: Where Do We Stand?”, Parasites & Vectors 4, no. 106 (2011).

[29Stephen S. Morse et al., “Prediction and Prevention of the Next Pandemic Zoonosis”, Lancet 380, no. 9857 (2012): 1956–65; Rob Wallace, Big Farms Make Big Flu: Dispatches on Infectious Disease, Agribusiness, and the Nature of Science, Nueva York, Monthly Review Press, 2016.

[30Robert G. Wallace et al., “The Dawn of Structural One Health: A New Science Tracking Disease Emergence Along Circuits of Capital”, Social Science & Medicine 129 (2015): 68–77; Wallace, Big Farms Make Big Flu.

[31Steven Cummins, Sarah Curtis, Ana V. Diez-Roux, y Sally Macintyre, “Understanding and Representing ‘Place’ in Health Research: A Relational Approach”, Social Science & Medicine 65, no. 9 (2007): 1825–38; Luke Bergmann and Mollie Holmberg, “Land in Motion”, Annals of the American Association of Geographer, 106, no. 4 (2016): 932–56; Luke Bergmann, “Towards Economic Geographies Beyond the Nature-Society Divide”, Geoforum 85, 2017: 324–35.

[32Andrew K. Jorgenson, “Unequal Ecological Exchange and Environmental Degradation: A Theoretical Proposition and Cross-National Study of Deforestation, 1990–2000”, Rural Sociology 71, no. 4 (2006): 685–712; Becky Mansfield, Darla K. Munroe, and Kendra McSweeney, “Does Economic Growth Cause Environmental Recovery? Geographical Explanations of Forest Regrowth”, Geography Compass 4, no. 5 (2010): 416–27; Susanna B. Hecht, “Forests Lost and Found in Tropical Latin America: The Woodland ‘Green Revolution’”, Journal of Peasant Studies 41, no. 5 (2014): 877–909; Gustavo de L. T. Oliveira, “The Geopolitics of Brazilian Soybeans”, Journal of Peasant Studies 43, no. 2 (2016): 348–72.

[33Mariano Turzi, “The Soybean Republic”, Yale Journal of International Affairs 6, no. 2 (2011); Rogério Haesbaert, El Mito de la Desterritorialización: Del ‘Fin de Los Territorios’ a la Multiterritorialidad, Mexico City, Siglo Veintiuno, 2011; Clara Craviotti, “Which Territorial Embeddedness? Territorial Relationships of Recently Internationalized Firms of the Soybean Chain”, Journal of Peasant Studies 43, no. 2 (2016): 331–47.

[34Wendy Jepson, Christian Brannstrom, y Anthony Filippi, “Access Regimes and Regional Land Change in the Brazilian Cerrado, 1972–2002”, Annals of the Association of American Geographers 100, no. 1 (2010): 87–111; Patrick Meyfroidt et al., “Multiple Pathways of Commodity Crop Expansion in Tropical Forest Landscapes”, Environmental Research Letters 9, no 7 (2014); Oliveira, “The Geopolitics of Brazilian Soybeans”; Javier Godar, “Balancing Detail and Scale in Assessing Transparency to Improve the Governance of Agricultural Commodity Supply Chains”, Environmental Research Letters 11, no. 3 (2016).

[35Rodrick Wallace et al., Clear-Cutting Disease Control: Capital-Led Deforestation, Public Health Austerity, and Vector-Borne Infection, Basel, Springer, 2018.

[36Mike Davis, Planet of Slums, New York, Verso, 2016; Marcus Moench & Dipak Gyawali, Desakota: Reinterpreting the Urban-Rural Continuum, Kathmandu, Institute for Social and Environmental Transition, 2008); Hecht, “Forests Lost and Found in Tropical Latin America.”

[37Ariel E. Lugo, “The Emerging Era of Novel Tropical Forests”, Biotropica 41, no. 5 (2009): 589–91.

[38Robert G. Wallace y Rodrick Wallace, eds., Neoliberal Ebola: Modeling Disease Emergence from Finance to Forest and Farm, Basel, Springer, 2016; Wallace et al., Clear-Cutting Disease Control; Giorgos Kallis y Erik Swyngedouw, “Do Bees Produce Value? A Conversation Between an Ecological Economist and a Marxist Geographer”, Capitalism Nature Socialism 29, no. 3 (2018): 36–50.

[39Robert G. Wallace et al., “Did Neoliberalizing West African Forests Produce a New Niche for Ebola?”, International Journal of Health Services 46, no. 1 (2016): 149–65.

[40Wallace and Wallace, Neoliberal Ebola.

[41Júlio César Bicca-Marques y David Santos de Freitas, “The Role of Monkeys, Mosquitoes, and Humans in the Occurrence of a Yellow Fever Outbreak in a Fragmented Landscape in South Brazil: Protecting Howler Monkeys Is a Matter of Public Health”, Tropical Conservation Science 3, no. 1 (2010): 78–89; Júlio César Bicca-Marques et al., “Yellow Fever Threatens Atlantic Forest Primates”, Science Advances e-letter, May 25, 2017; Luciana Inés Oklander et al., “Genetic Structure in the Southernmost Populations of Black-and-Gold Howler Monkeys (Alouatta caraya) and Its Conservation Implications”, PLoS ONE 12, no. 10 (2017); Natália Coelho Couto de Azevedo Fernandes et al., “Outbreak of Yellow Fever Among Nonhuman Primates, Espirito Santo, Brazil, 2017”, Emerging Infectious Diseases 23, no. 12 (2017): 2038–41; Daiana Mir, “Phylodynamics of Yellow Fever Virus in the Americas: New Insights into the Origin of the 2017 Brazilian Outbreak”, Scientific Reports 7, no. 1 (2017).

[42Mike Davis, El monstruo llama a nuestra puerta: La amenaza global de la gripe Aviar (New York: New Press, 2005); Jay P. Graham et al., “The Animal-Human Interface and Infectious Disease in Industrial Food Animal Production: Rethinking Biosecurity and Biocontainment”, Public Health Reports 123, no. 3 (2008): 282–99; Bryony A. Jones et al., “Zoonosis Emergence Linked to Agricultural Intensification and Environmental Change”, PNAS110, no. 21 (2013): 8399–404; Marco Liverani et al., “Understanding and Managing Zoonotic Risk in the New Livestock Industries”, Environmental Health Perspectives 121, no, 8 (2013); Anneke Engering, Lenny Hogerwerf, and Jan Slingenbergh, “Pathogen-Host-Environment Interplay and Disease Emergence”, Emerging Microbes and Infections 2, no. 1 (2013); World Livestock 2013: Changing Disease Landscapes (Rome: Food and Agriculture Organization of the United Nations, 2013).

[43Robert V. Tauxe, “Emerging Foodborne Diseases: An Evolving Public Health Challenge”, Emerging Infectious Diseases 3, no. 4 (1997): 425–34; Wallace and Wallace, Neoliberal Ebola; Ellyn P. Marder et al., “Preliminary Incidence and Trends of Infections with Pathogens Transmitted Commonly Through Food—Foodborne Diseases Active Surveillance Network, 10 U.S. Sites, 2006–2017”, Morbidity and Mortality Weekly Report 67, no. 11 (2018): 324–28.

[44Robert G. Wallace, “Breeding Influenza: The Political Virology of Offshore Farming”, Antipode41, no. 5 (2009): 916–51; Robert G. Wallace et al., “Industrial Agricultural Environments”, in The Routledge Handbook of Biosecurity and Invasive Species, ed. Juliet Fall, Robert Francis, Martin A. Schlaepfer, and Kezia Barker (New York: Routledge, forthcoming).

[45John H. Vandermeer, The Ecology of Agroecosystems (Sudbury, MA: Jones and Bartlett, 2011); Peter H. Thrall et al., “Evolution in Agriculture: The Application of Evolutionary Approaches to the Management of Biotic Interactions in Agro-Ecosystems”, Evolutionary Applications 4, no. 2 (2011): 200–15; R. Ford Denison, Darwinian Agriculture: How Understanding Evolution Can Improve Agriculture (Princeton: Princeton University Press, 2012); Marius Gilbert, Xiangming Xiao, and Timothy Paul Robinson, “Intensifying Poultry Production Systems and the Emergence of Avian Influenza in China: A ‘One Health/Ecohealth’ Epitome”,Archives of Public Health 75 (2017).

[46Mohammad Houshmar et al., “Effects of Prebiotic, Protein Level, and Stocking Density on Performance, Immunity, and Stress Indicators of Broilers”, Poultry Science 91, no. 2 (2012): 393–401; A. V. S. Gomes et al., “Overcrowding Stress Decreases Macrophage Activity and Increases Salmonella Enteritidis Invasion in Broiler Chickens”, Avian Pathology 43, no. 1 (2014): 82–90; Peyman Yarahmadi , Hamed Kolangi Miandare, Sahel Fayaz, and Christopher Marlowe A. Caipang, “Increased Stocking Density Causes Changes in Expression of Selected Stress- and Immune-Related Genes, Humoral Innate Immune Parameters and Stress Responses of Rainbow Trout (Oncorhynchus mykiss)”, Fish & Shellfish Immunology 48 (2016): 43–53; Wenjia Li et al., “Effect of Stocking Density and Alpha-Lipoic Acid on the Growth Performance, Physiological and Oxidative Stress and Immune Response of Broilers”,Asian-Australasian Journal of Animal Studies 32, no, 12 (2019).

[48Katherine E. Atkins et al., “Modelling Marek’s Disease Virus (MDV) Infection: Parameter Estimates for Mortality Rate and Infectiousness”, BMC Veterinary Research 7, no. 70 (2011); John Allen and Stephanie Lavau, “‘Just-in-Time’ Disease: Biosecurity, Poultry and Power”Journal of Cultural Economy 8, no. 3 (2015): 342–60; Pitzer et al., “High Turnover Drives Prolonged Persistence of Influenza in Managed Pig Herds”; Mary A. Rogalski, “Human Drivers of Ecological and Evolutionary Dynamics in Emerging and Disappearing Infectious Disease Systems”, Philosophical Transactions of the Royal Society B 372, no. 1712 (2017).

[49Wallace, “Breeding Influenza”; Katherine E. Atkins et al., “Vaccination and Reduced Cohort Duration Can Drive Virulence Evolution: Marek’s Disease Virus and Industrialized Agriculture”, Evolution 67, no. 3 (2013): 851–60; Adèle Mennerat, Mathias Stølen Ugelvik, Camilla Håkonsrud Jensen, and Arne Skorping, “Invest More and Die Faster: The Life History of a Parasite on Intensive Farms”, Evolutionary Applications10, no. 9 (2017): 890–96.

[50Martha I. Nelson et al, “Spatial Dynamics of Human-Origin H1 Influenza A Virus in North American Swine”, PLoS Pathogens 7, no. 6 (2011); Trevon L. Fuller et al., “Predicting Hotspots for Influenza Virus Reassortment”, Emerging Infectious Diseases 19, no. 4 (2013): 581–88; Rodrick Wallace and Robert G. Wallace, “Blowback: New Formal Perspectives on Agriculturally-Driven Pathogen Evolution and Spread”, Epidemiology and Infection143, no. 10 (2014): 2068–80; Ignacio Mena et al., “Origins of the 2009 H1N1 Influenza Pandemic in Swine in Mexico”, eLife 5 (2016); Martha I. Nelson et al, “Human-Origin Influenza A(H3N2) Reassortant Viruses in Swine, Southeast Mexico].
Mientras la evolución de los patógenos se dispara en todas estas formas, hay sin embargo poca o ninguna intervención, incluso a demanda de la industria, salvo lo que se requiere para rescatar los márgenes fiscales de cualquier trimestre de la emergencia repentina de un brote[[Wallace, Las grandes granjas producen grandes gripes, 192–201.

[51Safer Food Saves Lives”, Centers for Disease Control and Prevention, November 3, 2015; Lena H. Sun, “Big and Deadly: Major Foodborne Outbreaks Spike Sharply”, Washington Post, November 3, 2015; Mike Stobbe, “CDC: More Food Poisoning Outbreaks Cross State Lines”, KSL, November 3, 2015.

[53Gary A. Dymski, “Racial Exclusion and the Political Economy of the Subprime Crisis”, Historical Materialism 17 (2009): 149–79; Harold C. Barnett, “The Securitization of Mortgage Fraud”, Sociology of Crime, Law and Deviance 16 (2011): 65–84.

[54Bob Ivry, Bradley Keoun, and Phil Kuntz, “Secret Fed Loans Gave Banks $13 Billion Undisclosed to Congress”, Bloomberg, November 21, 2011.

[55Michael J. de la Merced and David Barboza, “Needing Pork, China Is to Buy a U.S. Supplier”, New York Times, May 29, 2013.

[56Goldman Sachs Pays US$300m for Poultry Farms”, South China Morning Post, August 4, 2008.

[57Goldman Sachs Invests in Chinese Pig Farming”, Pig Site, August 5, 2008.

[58Katie Rogers, Lara Jakes, Ana Swanson, “Trump Defends Using ‘Chinese Virus’ Label, Ignoring Growing Criticism”, New York Times, March 18, 2020.

[59Karl Marx, El Capital:Crítica de la Economía Política, vol. 3 (New York: Penguin, 1993), 362.

[60Eric Lipton, Nicholas Fandos, Sharon LaFraniere, and Julian E. Barnes, “Stock Sales by Senator Richard Burr Ignite Political Uproar”New York Times, March 20, 2020.

[61Sharmin Mossavar-Rahmani et al., “ISG Insight: From Room to Grow to Room to Fall”, Goldman Sachs’ Investment Strategy Group.

[62Corona Crisis: Resistance in a Time of Pandemic”, Marx21, March 21, 2020; International Assembly of the Peoples and Tricontinental Institute for Social Research, “In Light of the Global Pandemic, Focus Attention on the People”, Tricontinental, March 21, 2020.

[63Wallace et al., “The Dawn of Structural One Health.”

[64Wallace et al., “Did Neoliberalizing West African Forests Produce a New Niche for Ebola?”; Wallace et al., Clear-Cutting Disease Control.

[65Ernest Mandel, “Progressive Disalienation Through the Building of Socialist Society, or the Inevitable Alienation in Industrial Society?”, in The Marxist Theory of Alienation (New York: Pathfinder, 1970); Paolo Virno, A Grammar of the Multitude (Los Angeles: Semiotext(e), 2004); Del Weston,The Political Economy of Global Warming: The Terminal Crisis (London: Routledge, 2014); McKenzie Wark, General Intellects: Twenty-One Thinkers for the Twenty-First Century (New York: Verso, 2017); John Bellamy Foster, “Marx, Value, and Nature”, Monthly Review 70, no. 3 (July–August 2018): 122–36); Silvia Federici, Re-enchanting the World: Feminism and the Politics of the Commons (Oakland: PM, 2018).

[66Butch Lee and Red Rover, Night-Vision: Illuminating War and Class on the Neo-Colonial Terrain (New York: Vagabond, 1993); Silvia Federici, Caliban y la Bruja : Mujeres, Cuerpo y Acumulación Primitiva (New York: Autonomedia, 2004); Anna Tsing, “Supply Chains and the Human Condition”, Rethinking Marxism 21, no 2 (2009): 148–76; Glen Sean Coulthard, Red Skin, White Masks: Rejecting the Colonial Politics of Recognition (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2014); Leandro Vergara-Camus, Land and Freedom: The MST, the Zapatistas and Peasant Alternatives to Neoliberalism (London: Zed, 2014); Jackie Wang, Carceral Capitalism (Los Angeles: Semiotext(e), 2018).

[67Donna Haraway, “A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late Twentieth Century”, in Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature (New York: Routledge, 1991); Keeanga-Yamahtta Taylor, ed.,How We Get Free: Black Feminism and the Combahee River Collective (Chicago: Haymarket, 2017).

[68Joseph Fracchia, “Organisms and Objectifications: A Historical-Materialist Inquiry into the ‘Human and the Animal,’” Monthly Review 68, no. 10 (March 2017): 1–17; Omar Felipe Giraldo, Political Ecology of Agriculture: Agroecology and Post-Development (Basel: Springer, 2019).

[69Franco Berardi, The Soul at Work: From Alienation to Autonomy (Los Angeles: Semiotext(e), 2009); Maurizio Lazzarato, Signs and Machines: Capitalism and the Production of Subjectivity (Los Angeles: Semiotext(e), 2014); Wark, General Intellects.

[70Rodrick Wallace, Alex Liebman, Luke Bergmann, and Robert G. Wallace, “Agribusiness vs. Public Health: Disease Control in Resource-Asymmetric Conflict”, submitted for publication, 2020, available at https://hal.archives-ouvertes.fr.

[71Robert G. Wallace, Kenichi Okamoto, and Alex Liebman, “Earth, the Alien Planet”, in Between Catastrophe and Revolution: Essays in Honor of Mike Davis, ed. Daniel Bertrand Monk and Michael Sorkin (New York: UR, forthcoming).

[72Wallace et al., Clear-Cutting Disease Control.

[73Wallace et al., “Industrial Agricultural Environments.”

¿Acaso hay política en la muerte? // Miguel Vega Manrique

mi tío muere solo en una cama de hospital

con la práctica concesión de un teléfono móvil

quién sabe si suero en vena

y la promesa de una aséptica sedación

pues hemos evolucionado / / había que decirlo

el progreso es un hecho innegable que los muertos certifican

mi tío que vivió la guerra y está muerto

lo certifica

 

no es momento para quejarse

por el desborde colectivo

no es momento de importunar a nadie

con diatribas ideológicas

¿acaso hay política en la muerte?

 

el yo se gesta en un estadio reflectante del otro / / ¿Lacan lo dijo?

y con el virus es lo mismo

cada cual está dando lo mejor de sí

exceptuando un reducido grupo de irresponsables que   colapsan los albergues caninos para alquilar un paseo

a precio de ganga a riesgo de contagiar a todo el mundo

 

nadie tiene la culpa del virus             malpensado

nadie la tuvo de la peste

nadie pudo prever la sífilis                 ¿no te das cuenta?

la modernidad entraña sus riesgos

que gestiona(mos) valientemente      si-no mira la Historia

¿acaso hay política en la muerte?

 

 [con el sida fue distinto

pobres yonquis

pobres putas

pobres negros

pobres maricones]

esto no es más que un pequeño envite

al tecnoavance globalizado del siglo XXI

            ADEMÁS

ya nos venía haciendo falta una guerra / / había que decirlo

para hacernos más fuertes como nación

para plegar las fronteras como abrigo

fuera de la ley

de nuestra prótesis

biológica

llamada

piel

peau

skin

FÍJENSE

tenemos

un Estado diligente

batucadas en las balconeras

grandes profesionales de la salud

la economía en buenas manos

el ejército está en las calles

«no nos faltará comida» dice mi abuela

«ellos la repartirán como en la guerra

cuando se ponga la cosa fea»

y les abriremos la puerta agradecidos

¿acaso hay política en la muerte?

 

el “estado de excepción”

que Benjamin concebía en su ejercicio límite de inmanencia filosófica

razón de ser de los oprimidos

ya no es más privativo de una clase

desmembrada en lo social

voy a aprovechar la cuarentena

para abrirme una cuenta en Spotify

¿acaso hay política en la muerte?

 

siempre unidos venceremos

al enemigo del orden, nuestro orden,

la vida en punto muerto que conjugamos

ya les dije que era una guerra

siempre ha sido así / / la Historia

lo demuestra ininterrumpidamente

sobre la superficie de “las pantallas cálidas”

mis alumnes me preguntan

«¿qué tal las vacaciones?»

doy fe / / nada grave

importuna la audacia juvenil

¿acaso hay política en la muerte?

 

yo mantengo firme mi cuarentena

privilegiado del dolor ajeno

como si me importara este absurdo de día

que termina escribiéndose en un mal-poema

al margen de las manos últimas de las que

nadie sostendrá un último aliento

 

mi tío muere solo en una cama de hospital

¿acaso hay política en la muerte?

 

[aquí abandono esta pregunta que

nos será negada nuevamente]

 

Lejanía compartida // Daniel Alvaro

 

                         

Una buena parte de los diagnósticos modernos sobre el estado y desenvolvimiento de las sociedades occidentales se encargaron de alertar sobre la debilidad creciente del vínculo social. Desde la época de Rousseau circula la idea de que las grandes transformaciones económicas, políticas, culturales y técnicas que marcaron el pasaje de la forma de vida tradicional o comunitaria a la forma de vida moderna, incidieron de forma negativa en la fuerza y solidez del lazo social. De acuerdo con esta tesis, desde el momento en que el interés común es desplazado por los intereses particulares y egoístas de unos pocos individuos, se cierne una amenaza latente sobre la integridad de aquello que mantiene juntos a los miembros de una sociedad.

No es este el lugar ni el momento de analizar el vasto derrotero de esta idea. Basta con tener en cuenta lo siguiente: se trata de una interpretación que tuvo un impacto decisivo en el modo en que las ciencias sociales y humanas de los últimos siglos explicaron el nacimiento, el desarrollo y, en ciertos casos, el fin de la sociedad capitalista. Lo cierto es que este esquema de pensamiento, promovido por teorías heterogéneas y un sinfín de prácticas a lo largo de la historia, ha tenido entre otras consecuencias problemáticas una cierta idealización del vínculo social. Dicho muy rápidamente, esto significa que a fuerza de repetición nos hemos acostumbrado a considerar el lazo social, casi de manera exclusiva, bajo la forma de relaciones “positivas” entre los individuos. De modo tal que nuestra visión general de la vinculación humana ha quedado reducida a la perspectiva que privilegia la unión y la convivencia armónica, que por cierto no es más que una de sus múltiples posibilidades, en detrimento de la separación y los intercambios conflictivos o incluso violentos. Así se explica, al menos en parte, que lo que en la actualidad entendemos por relación social se asocie normalmente a la proximidad en todos los sentidos que evoca la palabra, incluidos los de presencia y cercanía, contemporaneidad, afinidad, identidad, etc.    

De ahí la enorme dificultad a la que nos enfrentamos cuando intentamos pensar el vínculo social en medio de una situación, a la vez inédita y extrema, por la cual nos vemos en la obligación de vivenciar el distanciamiento social. En una coyuntura signada por la propagación mundial del coronavirus COVID-19, es legítimo preguntarse si las medidas de aislamiento preventivo –que en algunos países deciden los gobiernos y en otros la misma población– no constituyen acaso la ruptura definitiva y largamente anunciada del lazo social. La pregunta es legítima, entendible si se quiere, pero no deja de estar arraigada en el más llano sentido común que hoy más que nunca es necesario rechazar. Sin dejar de tomar en consideración los efectos desiguales de la pandemia sobre los distintos estratos socioeconómicos de la población, y sin subestimar las consecuencias materiales de proporciones todavía impredecibles que el virus arrastra consigo, es preciso resistir las lecturas sociales apocalípticas. No solo porque contribuyen a generar el pánico colectivo, sumando angustia y confusión al escenario crítico ya existente, sino también porque si nos atenemos a la sucesión de los hechos en varios países del mundo, comprendida la Argentina, lo que vemos es una mutación drástica del vínculo social, pero en ningún caso su ruptura o anulación. Estamos en presencia de un fenómeno excepcional donde sale a la luz el lado oscuro y menospreciado de la relación social –su “parte maldita”, como diría Georges Bataille–. Pues es la separación, antes que la unión, la unidad o cualquier otra forma de relación afectada de connotaciones afirmativas, lo que en este momento constituye nuestro vínculo más preciado. Concretamente, la ralentización del contagio de la enfermedad, objetivo buscado por el gobierno nacional para evitar la implosión del sistema de salud, depende en última instancia de nuestra disposición y sobre todo de nuestras posibilidades reales para minimizar la interacción física con los demás, hecho que en el contexto actual no significa ser indiferentes ni insensibles, sino más bien todo lo contrario.

“Nuestro prójimo ha sido abolido”, escribió por estos días el renombrado filósofo italiano Giorgio Agamben en referencia a las medidas de emergencia adoptadas por las autoridades de su país. Esta afirmación reproduce a su manera el sentido tradicional, idealizado y unívoco de la relación, en la medida en que niega o deniega el carácter eminentemente social de la responsabilidad que implica rehuir el contacto con los demás por su propio cuidado, por el nuestro, y por el de la sociedad en su conjunto. A raíz de reflexiones como esta, cabe preguntarse si es acertado continuar apelando a la figura del “prójimo”. Esta vieja palabra, hoy caído en desuso, deriva del latín proxĭmus, que significa literalmente “el más cercano”. Su acepción corriente refiere a cualquier persona “considerada como ser con el que se está unido por lazos de solidaridad humana”. Ahora bien, la responsabilidad social a la que actualmente nos debemos supone la vinculación, por lejana que esta sea, con lo radicalmente otro, es decir, con cualquier otro, otra u otre, y no solamente con el prójimo, figura que en el fondo siempre termina por remitir a lo que nos es más próximo, semejante, si no idéntico. 

Quizás la lejanía que paradójicamente compartimos y que hoy vivimos como confinamiento sea un recurso inesperado para poder dar lugar a otro sentido y otros sentidos de la proximidad. Quizás la distancia y la aislación proporcionen lo que, hasta ayer nomás, casi nadie esperaba de ellas: herramientas para pensar y poner en práctica formas alternativas de vida en común.

… // Norman Briski

Lo imprevisible sería previsible si contáramos con el cuento chino de la inmunidad. Invenciones del miedo, en vez de asumir la bella ignorancia del inusitado camino del deseo que el rizoma se encarga de bifurcar. Las guerras siempre existieron y las plagas como las palabras por ahora son “inevitables”. Guerras todas ellas hechas por ellos. Se deben a la competencia envidiosa de quien será el próximo poder, el dominio, el imperio sobre el cuerpo sensual de la merca del mercado de la góndola adicta. (Ubre de la leche entera) Ahí están los ojos, los hígados, nombres propios, lenguajes, la tabla de la ley, pero nuevos mandamientos de la moral de los estantes triunfantes, finanzas cuya velocidad derrota a otras que fenece. Sin consolador de los armamentos, hoy por hoy hay por hoy filósofos, ciencias, obispos, actores, Da Vinci, Dante, Boch, Charles Huston, Miguel Angel, fundaron la estética del poder divino. El arte ese que se inventó para las paredes de palacios y dentistas, tan ligados a las mininas y a los sueldos de porteros. Su genealogía esta en el Olimpo arrojando cuerpo de outlet. (morfología del habilidoso). Un full time para la aburrida corona. (Juan Sebastián Bach y sus doce hijos en una sola clave.)

 ¿Entonces? La guerra de esta plaga como las otras radica hoy en el dominio sobre Dos. Celulitis y animales. Estamos en la encima de la intimidad de las células y los perros, gatos, ratas, monos, con estos sujetos experimentales que ahullan y huelen. Finalmente llegamos al imbatible virus, que los conocemos por sus caprichos sin horarios para estar fuera de su célula.  Acróbatas neomortales. La guerra establece un microscópico campo de batalla que terminaría con las pantallas. El que la pesque al virus con una canita de bambú, no le será necesario tanto metal, tendrá veneno para su cáncer de empleado municipal.  Entonces otro reloj para esa vacuna (Vacuna con ese pedacito de enemigo en nuestra propia sangre) tantos relojes que el consumo les pone las agujas.

La intensidad no tiene ni luz ni oscuridad ni veinticuatro horas, tiene la cuerda floja de la vida, los suspensivos puntos de los justos. Locos, homicidas, atrevidos los únicos en el universo finito de la igualdad. La puntuación entonces será inercia colonial…

¿Cuánto falta? Es igual a As you like,  Asi como voce le parezca, Il mai nalla. Comme vous le voyez.

Y faltan suspiros, taquicardias y un leve temblor del rodillar… rescatando residuos para adivinar el mensaje… y aquel entusiasmo por lo imposible.

NB

Detrás del vidrio: diario de la pandemia // Silvia Duschatzky

Hay vidas que necesitan existir para expandirse, otras sólo “respiran” al ritmo del flujo del capital. No pueden mutar, solo modularse en su propia materia. Para estas “vidas” la muerte no existe. Crecen en el sí mismo de la maquinaria mercantil, travestida, pero igual.

Reclusión obligada, conectividad obligada 24/7. El agobio es distinto pero agobio al fin. Impregnado de novedad radical, de no saber mañana, no sabe después, no saber cuándo termina, no saber cómo seguir…

El “acontecimiento” nos lanza a nuevos automatismos. En eso somos torpes, como el bebé que camina a tientas en su inaugural aventura bípida. Alcohol en gel, lavandina diluida, zapatos abandonados a la entrada de la casa, lavado hoja por hoja, billete por billete, alimento por alimento. Esta hiperexigencia sigue secuestrando nuestro tiempo vital y paradójicamente nos aferramos a prótesis finitas. ¿Es la vida que quiere perseverar en su ser?.

El ser de lo vital bucea en huecos de aire.

Avizorar otras formas de vida, necesita ahuyentar la cercanía de la amenaza, ahora mortal más que mortífera.

No hablemos del capitalismo en su misma lengua, la de la abstracción….las urgencias piden pragmáticas que frenen la suya, siempre atenta a la especulación canalla. No me envíen sesudas reflexiones…, no me ofrezcan soluciones…no hablemos igual que antes. La fragilidad humana se impone en su pequeñez y en su grandeza. El alma llora y ríe cuando lo que se aproxima huele a abrazo y a poema. “No quiero tener la terrible limitación de quien vive sólo de lo que puede tener sentido. Yo no: lo que quiero es una verdad inventada”, Clarice Lispector.

“La luna brilla en un charco de rabia”…canturrean niñxs que confinados adentro imaginan su afuera.

Del laberinto se sale por arriba: “ …llueven pedacitos de muerte por todos lados. Desde lo alto de mi piedra un gato negro clavó su mirada rubia sobre el pozo….en donde alguna vez vivieron mis grises y dilatados ojos. Con filosofía y altivez parece inspeccionar cada recoveco de mi alma, atrapada allí abajo, donde nada vive sin morir primero. El hueco en mi boca espera aquel grito sordo que espante a la bestia. Como el rayo aguarda el trueno con paciencia de hormiga…Acurruco coraje…tan solo un parpadeo para despegarme de los huesos que me aprisionan bajo tierra y volver al agua, allá Arriba…tan solo un parpadeo para volver a ser pez”, Leopoldo Marechal.

Y en la desesperación que huye del desconcierto se levantan maquinarias que no admiten que “continuar” es no escuchar el intervalo que nos “propone” el cimbronazo. Tareas escolares a distancia, conectividad a full. Profesores en soledad, enfrascados en sus disciplinas no pueden más que intentar aventajar inútilmente el tiempo involuntariamente interrumpido.

Encontrar juntos la pregunta, la tarea, la ficción, el juego…podría ser una manera de salir “del laberinto por arriba”. No es posible continuar…no es aconsejable intentarlo. Más bien navegar las aguas turbias hasta que algo renazca. Grupos de maestrxs suspendiendo cronogramas, arrimando alguna invitación. Ahí encontraremos los mejores aliados, los pibes.

 

28 de marzo
Coletazos de realismo. El virus no sólo carga con su fuerza genética infectable. El virus desparrama otras infecciones, tan mortales como su inoculación. La reclusión “protege” también de las proximidades. Del acceso a los recursos básicos de subsistencia. De la circulación urbana. De otros cuerpos. El común necesita “contagios”. No sea cosa que la inmunización anule al eros. El repliegue abre su reverso…y entonces sumamos una firma para frenar los femicidios y entonces le gritamos al chabón que cuarentena en la calle que ahí va una bolsa con víveres y un guiño de compañía. Y entonces buscamos maneras de seguir vivos, en la soledad y en la compañía mediada…

 


31 de marzo
Sospecho que no es lo mismo el virus que la experiencia virus. El virus nos mata pero no sólo si nos atrapa, nos mata cuando nos recuerda que allí, agazapada asoma la muerte. El virus derriba velos. No, el virus no, nosotrxs ofreciendo (le) la tierra del deseo. Cada vez que salgo a comprar una rutina antecede al momento de abrir la puerta. Guantes, ropa que luego me sacaré apenas vuelva, alcohol en gel en la mochila…no es inocuo este instante, ni los similares que le siguen adentro, montos de enorme energía se van sin recarga…

Atisbos de experiencia “virus” . Llego a la verdulería, unxs y otrxs guardamos la distancia prudencial, giro la cabeza intentando encontrar alguna mirada cómplice. Las calles casi desérticas. Miro el cielo mientras voy andando, instantes fugaces de “alegría” o algo así. Nacer es nacer al mundo. Es contra natura el encierro. Y a su vez nacemos otra vez cuando la pequeñez de los pasos, la mirada al horizonte, el deseo que esas dos cuadras sean eternas, el aire rozándonos, los rostros desconocidos que abrazamos con la mirada nos vuelven a la vida.

Me despiertan los pájaros. Algo vive aún…la escucha de un canto.

Me despiertan los pájaros, existo fuera de mí.

 

3 de abril
Olvidar el virus y hacer la experiencia virus. La experiencia de atender urgencias sustrayéndonos del miedo urgente. Un grupo de profesores se junta con la distancia que no obstruye cercanías y a la velocidad de la emergencia confeccionan protectores de acetato para los médicos y enfermeros de un hospital. La escuela se aleja del “valor de cambio” y se arroja al valor de uso. Desoye la continuidad pedagógica y se lanza a la continuidad vital y fraterna.

Escuchar las urgencias no es un andar desesperado. Ecos de pensamiento dejarán huellas en la invención de otras formas de escuela. De la mutación viral a la mutación de existencias. Escuela molecular se impone al modelo de escuela, a la molarización cansada y empequeñecida.

 


4 de abril
Hoy es sábado. Lo dice el calendario. No hay más señales. Sólo las sutilezas del ánimo me cuentan de alguna diferencia entre ayer y hoy, entre hace un rato y ahora.

Cuando iba a la escuela, tomábamos distancia. Un brazo alzado hacia adelante marcaba la separación que los ojos vigilantes chequeaban.

Camino hacia la farmacia, el cielo de un celeste inusual, el sol abarcando las calles. Algunos pocos caminan ensimismados enfundados de barbijos y guantes. Me ubico en la cola, a distancia del de adelante. No es necesario medir los pasos que nos distancian a unos de otrxs. El virus ya hizo lo suyo. La única señal es advertir al “semejante” en una peligrosa proximidad.

Mi cuerpo está cansado….el señor de adelante me cuenta como preservar al barbijo para que dure. Me distraigo viendo los bares alrededor. Las sillas en su interior apiladas. Gente tomando un café, leyendo, charlando…banalidades de “antaño”. Piden reiniciarse.

“Mi agenda” dice: a las 18 skype con una amiga. Skype, zoom, whatsapp, teléfono, Facebook. Variedades igualadas en la ausencia de piel.

Hace días que intento pintar… aún no pude. Hay tiempo.

Una amiga me cuenta que casi se incendia su edificio. Sus moradoras son mujeres mayores, no tanto y más jóvenes. Un ruido sordo, monocorde se infiltraba en su casa. Luego el humo, su olor, su pesadez. El parate aguza los sentidos. Se juntan algunas. Los peligros sorprenden donde no imaginamos. Algunos necesitan tribu para conjurarse.

Caminaban a tientas por el sótano hasta dar con las llaves de luz. La humareda nublaba la atmósfera. Las viejitas se protegían en los balcones. “Tranquilas ya pasa, gritaba alguna desde el sótano”. Cercanías olvidaron el metro 20 de distancia. En ocasiones ampara la vecindad de los cuerpos. Mujeres que olvidan “la inmunización “ cuando la vida acecha con lo incalculable.

 

Fuerza mayor, fuerza de ley, fuerza de trabajo // Raúl Sánchez Cedillo

No estoy seguro que el mejor enfoque para analizar el estado actual de las libertades y los derechos en España, Europa y cada vez más el resto del mundo sea el del Estado de derecho y su vigencia durante esta pandemia y después de ella.

En primer lugar, porque enseguida desembocamos en un callejón sin salida: el estado de alarma (y cada vez más de excepción) ha sido declarado conforme al procedimiento constitucional recogido en la Ley orgánica correspondiente. Lo mismo podría suceder con la declaración legal de los estados de sitio o de excepción si hay una mayoría absoluta parlamentaria que la apruebe.

 

LA LÓGICA DE LA FUERZA MAYOR
Estamos ante un caso de fuerza mayor, que presenta además una extensión planetaria. No hay en los archivos ningún ejemplo de una respuesta de este tipo a una pandemia global. La fuerza mayor llama a la fuerza de la ley. Sí, las medidas excepcionales demuestran que el esfuerzo de construir el consentimiento no es suficiente para producir obediencia en la población. No hay tiempo ni espacio para las diferencias de opinión o comportamiento. Ante esa situación de coacción desnuda por parte de los gobiernos, se despierta la preocupación ante el abuso de poder por parte de las fuerzas de seguridad y los comportamientos de acoso y delación por parte de policías espontáneos de balcón o de barrio. En el caso del Estado español, algunos juristas se plantean la ilegalidad constitucional de las medidas de confinamiento y emprenden una denuncia contra el gobierno Sánchez.

 

LA FUERZA DE LEY Y EL REGRESO DEL ESTADO QUE NUNCA SE FUE
Ahora bien, si miramos las cosas con detenimiento, nos damos cuenta más bien de la profunda impotencia de los Estados y de la incertidumbre profunda en la que viven. Por ejemplo, los Estados de la UE pugnan entre sí en las subastas de productos sanitarios de primera necesidad, arrodillados por especuladores de ocasión. Pero esto también está sucediendo dentro de Estados Unidos entre unos Estados y otros de la Unión. Si la gobernanza neoliberal de las consecuencias sociales de las crisis no estaba preparada ni programada para una crisis del sistema financiero en 2008, ante la pandemia del Covid-19 sólo puede declarar la catástrofe y reaccionar como un robot enloquecido: “sálvese quien pueda, es decir, nosotros”.

Este derrumbe de la falsa seguridad neoliberal devuelve al Estado fuerte, intervencionista, nacionalizador, al primer plano. Se afirma que esta pandemia señala el punto de inflexión histórico del cambio de hegemonía mundial, desde el sistema atlántico dominado por Estados Unidos al subsistema chino, a la Tianxia. Pero se trata tan sólo de una predicción, que no tiene en cuenta el modo en que se lleva a cabo ese desplazamiento e incluso los sucesos posibles que pueden impedirlo. Que el neoliberalismo esté acabado como fórmula de gobierno de la economía y la sociedad no significa que haya perdido su poder efectivo sobre las instituciones financieras y las administraciones estatales ni, sobre todo, su capacidad destructiva. Sencillamente busca reconstruir en la catástrofe las condiciones de la permanencia de su dominio. No sólo se trata de las terapias de choque, de difícil aplicación ante una catástrofe sanitaria y económica que impone una reducción al mínimo de la actividad económica y una fuerte atención a los negocios de las grandes corporaciones. Se trata más bien de lo que estamos comprobando en el Eurogrupo con el bloqueo de Merkel, Rutte, Kurz y Marin a la adopción de los llamados coronabonos, es decir, de la primera forma de mutualización de las deudas públicas de los Estados de la UE.

Antes que las consecuencias de un fanatismo ideológico ordoliberal, estamos de nuevo ante un juego de la gallina en el corazón de la UE, un juego en el que los Estados con las cuentas públicas saneadas quieren imponer programas de austeridad a los países con déficit, ampliando la situación griega a todo el sur de la UE. De esta manera, la parálisis del confinamiento dará paso a la movilización general de los endeudados para no sucumbir al hambre y la destitución completa, mientras los Estados endeudados aplican con sangre y fuego los programas de recorte de gasto social para cumplir para poder seguir financiándose en los mercados secundarios. De esta manera, vemos que la obstinación en su supervivencia del modo de dominación neoliberal crea contradicciones insolubles que abren paso, inevitablemente, a la centralidad del Estado (o de sistemas confederados de Estados) como potencia económica y financiera. Así, pues, lo esencial consiste en determinar qué tipos de alternativas abre esa transición en acto.

Mientras tanto, en todas partes estos Estados mermados en sus capacidades operativas frente a la pandemia se legitiman en nombre de la vida. Los puntos de vista malthusianos han asomado y siguen asomando la cabeza, como recordatorios de la tradición sempiterna de los holocaustos victorianos estudiada por Mike Davis, pero por el momento el estado de alarma o excepción se instaura en nombre de la protección de la vida y en la lucha contra la muerte.

 

UNA (DES)MOVILIZACIÓN POR LA VIDA
Estamos ante una movilización total global sin precedentes en tiempos de paz. Pero que se presenta como una (des)movilización por la vida. En ello reside su principal poder de generar consentimiento, sin menoscabo de la amenaza de la fuerza de la ley. Quienes no colaboran o disienten sobre las medidas son objeto de represión y de oprobio público, además de presa predilecta de macarras con o sin uniforme. Son los gajes de la (des)movilización por la vida. “Estamos en esto unidos”. “Juntos saldremos de esta”.

Hace tiempo que Santiago López Petit ha descrito ese tipo de “movilización total por lo obvio”, pero en el contexto de la gobernanza urbana de ciudades como la Barcelona post-olímpica. Para López Petit este tipo de movilización total por la vida, a la que “nadie que no sea un canalla” puede sustraerse, es una forma de lo que denomina fascismo posmoderno. En este, la Vida se convierte en la prisión del querer vivir, que sólo se puede romper con el odio a la (propia) Vida. Sin embargo, esta (des)movilización es algo diferente. En primer lugar, no consiste en una explotación integral de la cooperación de las fuerzas vitales, sino en una inmensa suspensión de las actividades productoras de ganancia capitalista y de distribución de rentas salariales, que se traduce en una catástrofe económica global sin precedentes y que todavía resulta incalculable.

Las tensiones que esto está produciendo entre gobernantes y dirigentes del Estado, por un lado, y directivos y propietarios de capital, por el otro, no harán más que crecer a medida que las exigencias de la ganancia entren en contradicción con el principio de la preservación de las fuerzas vitales de las poblaciones o, hablando en marxiano, de las fuerzas de trabajo. Sin brazos y cerebros, sin corazones y músculos, no hay ni consumo ni producción, no hay futuro para el vampiro del capital rentista, ni lo hay para las variantes de capitalismo de Estado que empiezan a postularse como recambio. Estamos, de hecho, en una huelga general por fuerza mayor.

En el confinamiento total, nuestra fuerza de trabajo se ha vuelto abstracta, potencial, latente, pero sólo para el sistema de la economía basada en el valor de cambio. La realidad es que seguimos trabajando, cooperando, comunicando, luchando para conservar nuestra vida y la de nuestros allegados, produciendo valor de común. Ante esta situación abstracta que nos viene impuesta por la fuerza de ley, nuestro principal objetivo es dotarnos de un instrumento igualmente abstracto de sostenimiento de nuestra fuerza de trabajo, productora de común. Y aquí el uno de la movilización por la vida se divide necesariamente en dos. No todos los cuerpos, no todas las fuerzas de trabajo pueden conservarse igualmente en el confinamiento. Las estructuras de clase, género y raza y de grupos de edad continúan operando en la concreción de los domicilios y en la abstracción de las medidas de confinamiento. En los consejos de administración virtuales se rifan nuestra carne y se proponen cuotas de sacrificios humanos pensando en la “recuperación económica”. Aquí nace la escisión y aquí nos damos cuenta de que no saldremos juntos de esta.

 

CONTRA LA ABSTRACCIÓN DE LA GANANCIA, RENTA DE EMANCIPACIÓN
Nunca en la historia y, por añadidura, nunca en la larga crisis terminal del capitalismo neoliberal, las relaciones de fuerzas, las guerras de movimiento y de posiciones, lo posible y lo real se han confundido hasta tal punto. La incompatibilidad entre la exigencia abstracta de la ganancia y la renta y la universalidad de las fuerzas de trabajo comunes impide toda unidad no impuesta por la violencia, a la par que abre a un antagonismo de las mayorías subalternas contra el régimen de la renta y la ganancia parasitarias. ¿Vamos a ser capaces de encarnar el común de las fuerzas de trabajo confinadas? ¿Vamos a ser capaces de señalar la dualidad irreconciliable entre las exigencias de su cuidado y su reproducción y las exigencias de la ganancia y la renta parasitarias?

Seguimos confinados, no sabemos aún hasta cuando. Mientras, sobre nuestras cabezas se mueven las cantidades abstractas de las maniobras financieras de salvación de la ganancia, la renta y la propiedad. Billones, trillones, dígitos que se mueven de un balance a otro como dados que deciden la suerte de los perdidos y los salvados del planeta. En esta situación, no podemos dejar de advertir que el tiempo de confinamiento es también el tiempo posible de la constitución del común en la huelga, la lucha, la resistencia, la desobediencia, la dualidad del trabajo vivo planetario contra los Estados de movilización para restaurar la ganancia y la extracción de renta de nuestras fuerzas vitales. En esta universalidad abstracta del estar todos confinados, en esta situación inaudita del planeta, el primer acto de constitución del común de las fuerzas mundiales del trabajo es la exigencia previa de la garantía de la reproducción digna de nuestras vidas en todas partes. Una exigencia cuyo cumplimiento sólo depende de un redireccionamiento de los dígitos de los balances financieros, de una serie de decisiones políticas. A la garantía de esa exigencia la llamamos renta de emancipación, antes que renta básica. Porque se trata de que su incondicionalidad, individualidad y universalidad son las únicas condiciones que puedan satisfacer la exigencia universal de conservación digna y libre de las fuerzas comunes del trabajo.

La abstracción monetaria tiene que ponerse al servicio de la concreción universal de nuestras vidas en juego. ¿Dónde, cuándo, cómo, con quién? Todo ello se está decidiendo en estos momentos. Así es. Tras 12 años de devastación austeritaria, de autoritarismo y fascismo crecientes y de calentamiento global desencadenado, sumados a una pandemia cuyas consecuencias ponen en vilo la continuidad de nuestras vidas, la emancipación (esto es, poder tener una vida que no está obligada a pasar por el mercado de trabajo del capital para vivir con dignidad) no puede ser ya el punto final diferido, sino que ha de ser el punto de partida para que, durante y tras la pandemia, estemos en condiciones de construir en las luchas los términos más favorables de la convivencia con el sistema de la ganancia y la destrucción de la biosfera, mientras preparamos las batallas decisivas de su extinción, en nombre de la vida emancipada del chantaje de la muerte y el hambre. La vida común es potente y puede demostrarlo.

Fuente: El Salto

“Todo lo sólido se desvanece en el aire” // Lila M. Feldman

Clarice Lispector escribió un libro maravilloso, llamado “La pasión según G.H”.

Volvió a mí en estos días, junto a la evocación de “La metamorfosis”, de Franz Kafka.

Una mujer, o un hombre, ante un “extraño despertar”, suceso o acontecimiento de plena desposesión y rotunda transformación, y el esfuerzo y el querer  hallar en el lenguaje, ese “esfuerzo humano” por excelencia, caminos de interrogación, de asombro y de puesta en suspenso, y caminos (aun provisorios) de verdad y sentido. Todo lo que se era dejó de ser, está mutando, o ha mutado, y desesperadamente buscamos reencontrar un cuerpo-mundo-vida habitable. Nos despertamos y ya no somos quienes éramos, el mundo no es el que era, ¿cuántas veces escuchamos hablar a lo largo de estos días, de cierta vivencia de “pesadilla”? Clarice habla de “idioma sonámbulo”, porque tenemos que fabricar palabras como si lo que nos aconteciera fuera crear…

“Coronavirus”  es el nombre que hizo de nuestro mundo –hecho de certezas y algunas tranquilidades- reino de lo provisorio y lo frágil. O testimonio, re-descubrimiento, verificación, de que la vida es “antinatural”, y que los mundos que construimos también pueden matarnos. Que el progreso es ficción. Que la ciencia sin política no ilumina ni protege a nadie. Que lo extraño, ajeno, enfermo, mortal, destructivo, también proviene de nosotros.

“La metamorfosis” podría ser un título para esta experiencia. Ya no únicamente de los misterios del ser, de lo misterioso que es ser, o querer ser, uno mismo. También hoy, al mismo tiempo, asombro, descubrimiento de un mundo que se derrumba, de lo que tambalea, de lo que combina extrañeza, perplejidad, y también trabajo de pensamiento. Recuperar un mundo que necesariamente deberá ser vuelto a inventar.

Vuelvo a Clarice, y su pluma, esa historia de un atrevimiento, el atrevimiento de convertirse una misma en pregunta, vaciarse de sentidos, como si nos  quitaramos sucesivos trajes o capas hasta desnudar el vértigo de vivir, y de vivir algo propio, en un nuevo mundo. G.H. son iniciales, y el nombre de una intuición, de un coraje, de una des-significación  y re-significación: ¿seremos capaces de mirar cara a cara lo más repugnante, absorverlo, incorporarlo? ¿ o huiremos en la derrota o en la contemplación? ¿renunciaremos al acercamiento penoso y alegre a la vez, de poder preguntarnos por las condiciones del ser y del mundo, una vez más? 

Queda en nosotros asumir la posibilidad y la tarea de vivir la vida en estado de metamorfosis. ¿Quiénes somos? ¿entre quienes somos? ¿Y en qué mundo?

“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, escribía Marshall Berman, citando a Marx y.a.Engels. Es una frase que flota en el aire, muy palpable, hoy. 

Cartas a Giorgio Agamben // Guy Debord

16 de febrero de 1990
Querido Giorgio,
Le envío un ejemplar de mi prefacio italiano de 1979. Le he marcado algunos de los pasajes en que se expresa mejor, así lo considero, el sentido del libro. Y así pues mi constancia; que con mucho, en efecto, podrían bien llamar cinismo. Esto depende de los valores que admitan, y del vocabulario del que dispongan.
Si usted evoca de paso este prefacio en el suyo, esto compensará suficientemente su ausencia, que de otro modo arriesgaría de ser señalada, y quizá malinterpretada, en esta clase de agrupación de mis escritos sobre el espectáculo.
Hemos estado encantados de encontrarle, y le propondré una noche para cenar juntos cuando usted comunique el momento de su regreso.
Amistosamente,
Guy
 
 
 
 
6 de agosto de 1990
Querido Giorgio,
He estado un poco inquieto cuando me ha preguntado recientemente si no me gustó el texto que ha agregado a mis Comentarios; y sobre todo muy enojado de permanecer incapaz de responderle. ¿Usted podría apenas creer que SugarCo todavía no me había enviado este libro, que fue publicado en marzo, y que por cierto no me lo han enviado todavía desde entonces, a pesar de haber llamado a mi editor parisino? Se trata, en efecto, de una insolencia bien sorprendente.
Vengo precisamente de encontrarme al instante un ejemplar; y todavía ha sido esto posible porque un amigo italiano ha juzgado él mismo útil que me comunicara con la otra edición (Agalev) de Boloña.
He estado, por supuesto, absolutamente encantado de leer sus Glosas. Usted ha hablado muy bien, en todos sus escritos, de tantos autores escogidos con el más grande gusto (así lo he asegurado, con excepción de algunos exóticos que desconozco muy lamentablemente y de cuatro o cinco franceses contemporáneos que no quiero del todo leer) que uno se encuentra forzosamente halagado de figurar en tal Panteón.
Estoy contento de haber, en 1967, y muy al contrario de ese sombrío demente de Althusser, intentado una suerte de “rescate por transferencia” del método marxista volviendo a poner una gran dosis de Hegel, al mismo tiempo que una reanudación de la crítica de la economía política que intenta también tener en cuenta sus desarrollos constatables en nuestro pobre siglo, como han sido previsibles desde el precedente. Y admiro mucho cómo, esta vez, usted ha recuperado muy legítimamente a Heráclito, a propósito de la expropiación efectivamente total del lenguaje, ¡que precedentemente había sido lo “común”! Se trata seguramente de la buena dirección para retomar la verdadera tarea; que antes había podido ser llamada “volver a colocar sobre sus pies” al mundo, o “filosofar a martillazos”.
Muy amigablemente,
Guy Debord
 
 

Huelga universal // Marina Chena

Estudiantes, alumnxs, llamen a una huelga universal . Deserten de nosotrxs, sus docentes, sus maestrxs, sus profesores de cualquier rubro y especialidad . Deserten masivamente, vacíen las aulas virtuales. Deserten y -por favor- perdonen nuestra impericia, nuestra incapacidad de inventar un mundo. Evadan nuestras propuestas, eludan nuestras estrategias pedagógicas y nuestros sofisticados ensayos tecnológicos. Renuncien a nosotrxs, por favor. Por favor. Huyan definitivamente y para siempre de nuestras clases, no nos lean, no nos oigan, no esperen nada de nosotrxs. Encuentren la palabra en  bocas más amables. Burlen el día y entren de lleno al corazón de la noche. Nosotrxs no supimos ofrecerles más que tierra yerma. Acá seguimos como si el mundo tal como lo conocimos, no se hubiera derrumbado, no estuviese vacío y solo. A nosotrxs también nos encerraron. Afuera llueve para decirnos que la maldad existe, que no todo es bueno y dulce, que lxs muertxs que hoy lloramos son los que han muerto siempre, lxs que vienen muriendo desde que el mundo es mundo. 

Pero uds, siguen ahí creyendo todavía que merecemos su amor y su confianza. No es verdad, no merecemos eso. Pero uds ahí, son la única promesa que vale sostener. Encenderé velas y tal vez hasta aprenda a rezar. No va a alcanzar, lo sé. Pero uds son el centro vivo de las plantas que se mantiene silencioso hasta que pasa el invierno. Son el amor que conservamos, hasta que podamos decir, que seguimos vivxs. 

Me convertiré en un gran demonio // Malen Otaño

En el futuro las personas no se tocan. En el futuro luego de una reseteada mental producida por el encierro olvidamos a todxs lxs que nos rodean. Ya no respiramos. No tenemos ninguna sensibilidad especial. Los chimangos corren por las avenidas. En el cielo no hay aviones. Nuestra ropa está construida con fragmentos de electrodomésticos. Todo eso por suerte fue un sueño. Estoy en la montaña, lxs sureñxs sabemos de aislamientos, de tormentas de nieve, de días enteros sin luz ni gas. Sabemos de los imponderables de la naturaleza, de virus no tenemos ni idea.

Hace unas semanas atrás terminaba un trabajo como juradx en un premio de artes visuales, la tarea era seleccionar entre miles de participantes a algunxs pocxs. Lo asumí como una estrategia política. Existen dos grandes grupos de participantes, los formados en escuelas privadas de arte y las personas que pintan en la soledad de sus casas y talleres. Eso es maravilloso. Un tercer grupo es el de lxs artistas ya consagradxs. Lo que no abundan son mujeres, ni disidencias y de lo que llamamos “del interior”. 

Sabemos que el mundo del arte es un complejo sistema con multitud de capas, estructuras, redes formales y lenguajes. Una moneda de cambio de prestigio y capital cultural. Al mundo del arte lo mueve el dinero, ninguna novedad pero el dinero en estos días no significa nada. Ahora bien ¿Cómo será el arte en el nuevo mundo

En el “interior”, ya suena más lindo, como una fuerza que empuja desde adentro, de hacer juntxs, lxs artistas hemos logrado generar y alimentar un circuito por fuera de la capital, ya sean de producción, autogestión, exhibición o docencia las prácticas artísticas se sostienen en una red; y aquí la piedra de todo: la amistad. Una red de amistades, que propone, abre y sensibiliza las prácticas junto a pares, cada proyecto tiene un rasgo singular, más humano, es el rasgo de quien le da vida. 

Esta fisura, esta emergencia en nuestras vidas cotidianas nos ha reafirmado que el trabajo de los artistas es un trabajo totalmente precarizado. Si dale, salgamos a mostrar nuestras obras en los balcones, Ay! cambiemos los mecanismos ¿Será que el arte pueda reconstruirse, rearmarse, reorganizarse con algo “del interior”? En una entrevista con Diego Sztulwark, Tamara Tenembaum plantea que tenemos miedo a la fragilidad, a la precariedad de la vida, entonces abrazamos la normalidad. ¿No es acaso lo que hacemos lxs artistas?

Pienso que la mejor muestra del nuevo mundo se construye con las pinturas de lxs que no fueron seleccionados en el premio, las obras que no ingresan a los circuitos, me las imagino expuestas en una gran baldío vía streaming ¿Podemos buscar en lxs artistas cómo dar forma al futuro?

Y aun así, el arte es un acto revolucionario. El mercado (o los mercados) van a callar y a paralizar cualquier intento de revolución. Ningún proceso revolucionario puede cambiar la realidad si no se producen a su vez transformaciones singulares. Refundemos las prácticas, démosle la vuelta como un guante. Pongamos en jaque la política de las distancias, de las jerarquías y de las instituciones. Inventemos una atmósfera diferente e indomable. Inventemos fundamentos éticos. Recuperemos la fuerza vital y creadora. Seamos amigxs y contagiémonos. 

Se que todo lo que vivimos en unos días me parecerá algo bello Existe una leyenda mapuche sobre el origen de un lago, sobre mujeres asesinadas, decía algo como: no se preocupen ahora que somos agua, si deseamos nos convertimos en demonios. Prendamos velas a la obra de la artista Gisella Scotta, que reflexiona en una residencia para artistas en el sur y sentencia: “Me convertiré en un gran demonio”

Parir en pandemia // Sebastián Kohan Esquenazi

1.

El 15 de marzo pasado la Negra, mi pareja, cumplía 9 meses de embarazo. Adentro de su panza se encontraba, milagrosamente, un ser humano llamado Pipi de manera provisoria. Pipi era una personita habitando el misterioso interior del útero de una mujer que había decidido que no quería saber el sexo de la criatura. Un día, bajo la obligación socio comunicativa de nombrarle, alguien dijo Pipi y así se quedó. Pipi era funcional porque no tenía genero, por lo que le otorgaba prematuramente sus derechos adquiridos de ser lo que quisiera. El problema surgía con el diminutivo, forma empleada muy frecuentemente dada la ínfima magnitud del ser en cuestión. Que Pinina para acá, que Pipino para allá, o que Pipine no sé qué.

 

Sin embargo, llegó el día 15 de marzo, Pipi cumplía 40 semanas ahí adentro y no mostraba señal alguna de querer salir. La decisión de cuándo salir era únicamente suya, ya que con la Negra habíamos decidido que sería un parto natural, o humanizado, como le dicen en México a un parto que se realiza fuera del quirófano. Habíamos decidido disfrutar el nacimiento del nueve integrante y no pedirle a un doctor que mirara su agenda y nos dijera qué día tenía libre para desenfundar su bisturí y sacarle de ahí. Cuestión que el críe, dando vueltas en su liquido amniótico, como si estuviese en el espacio, era quien decidiría cuándo tocaba la puerta de la nave para que le abrieran. En ese momento nosotros tendríamos que salir disparados de la casa camino al hospital. Además de los nervios y los dolores, hay que considerar el hecho de que en la Ciudad de México las distancias no se miden en distancia sino en tráfico. Es decir, que el espacio se mide en tiempo, aunque Hawking se retuerza en su tumba.

 

Así que, nos dice el ginecólogo, cuando las contracciones se repitan cada equis tiempo, y duren no sé cuántos minutos, significa que la dilatación es de no sé cuántos centímetros. Pipi va a salir cuando la dilatación sea de diez, por lo cual, ustedes tienen que llegar al hospital con ocho centímetros. El hospital cobra una fortuna por día, así que si llegas antes y esperas ahí, es problema tuyo. Ooooooquei. No problemo. Es decir que, a las 2 de la mañana el hospital queda a 20 minutos de la casa, pero a las 6 de la tarde, queda a una hora. Por lo que, de solo pensar en la posibilidad de qué las contracciones indiquen 8 centímetros de dilatación a las 6 de la tarde, un viernes digamos, pa ponernos un poco dramáticos… lo mejor es decirle al ginecólogo que sí todo, como a los tontos, cambiar de tema y a otra cosa mariposa. La imagen de parir en el auto es, simplemente, escalofriante. Julito Cortázar y su autopista al sur son un poroto en la Ciudad de México. O sea, un frijol. Como Pipi hace 38 semanas.

 

Todo iba a suceder en el Hospital Durango de la colonia Roma, donde hay una sala llamada LPR: Labor, Parto y Recuperación, que tiene la cualidad de funcionar de manera opuesta a todo el resto de los hospitales de país. Es decir, que no considera el embarazo como una enfermedad y el parto como una operación. En todo México, que no es justamente una aldea, sino una inmensa bestia feroz, solo hay tres Hospitales con dichas salas. El resto, naca la pirinaca. El 98% de los partos son por cesárea. Doctor, agenda, fecha, camilla, piernas pa´riba, epidural, bisturí, puje señora puje, y apúrese un poquito por favor que la siguiente cesárea es en media hora, sale el bebé y antes de que la madre pueda tocarlo, la enfermera malvada se lo lleva a la sala de cunas, como castigade, le dan leche de formula (la Maruchan de las leches, digamos) y punto pelota. Después, al día siguiente, si la madre se portó bien, le pasan un rato a su hije. O sea, un sistema médico sumamente violento, autoritario y anti natura. Y el padre… bien gracias. El boludo de turno.

 

En cambio, Pipi iba a nacer en LPR, una sala que le lleva de todo lo que usté guste. Una pelota de plástico gigante, un fular colgado del techo pa nacer como Tarzán tlaxcalteca, un banquito para nacer en cuclillas como las indias en la selva Lacandona y un jacuzzi. ¡Olé! ¡Jacuzzi! Ese nos gusta a nosotros. Pipi va a nacer en agua, y no somos más cancheros porque no tenemos tiempo.

 

Cuestión, que los nacimientos de los nuevos integrantes de este mundo, no son en el mes nueve, como dicen los cuentitos, sino cuando al ser en cuestión le de gana, dentro de un margen comprendido entra la semana 38 y la 42. El día 15 de marzo, en el que estaba presupuestado que naciera Pipi, era el día promedio. Y llego el día, y no había ni contracciones, ni dilatación, ni nada, solo tráfico y un pequeño detalle añadido: un virus global tremendamente hijo de puta llamado Corona Virus.

 

 

2.

 

Nos habíamos enterado primero de lo que estaba pasando en China, pero claro, a quién carajo le importa China. Digo, más allá de que son casi la mitad del mundo y el único contrapeso de los gringos, y que todos los objetos del mundo están hechos ahí, y que comemos su comida y nos fabrican los teléfonos, y etcétera, a quién carajo le importa de verdad lo que le pasa a los chinos.

 

Había un virus, decían las noticias, que había nacido en el mercado de Wuhan, un mercado que nadie conocía y que ahora, lamentablemente, es el mercado más famoso del mundo, y que se había contagiado a los humanos a través de un murciélago que un chino no se había alcanzado a comer porque se le había escapado volando del plato.

 

Los casos de contagios comenzaban a aumentar y nadie le daba la suficiente importancia por varias razones. La primera es que los seres humanos hemos aprendido a ser indolentes porque este mundo es una verdadera calamidad, repleta de catástrofes de todo tipo, y si uno le presta real atención a cada guerra, cada hambruna, cada éxodo, cada maremoto, cada desaparición de especies por calentamiento global, cada deformación por pesticida, la única opción posible sería la de ir a inmolarse a la casa Blanca o a alguna otra casa de los mandatarios del G20. Mejor y más sano seguir preocupados por la infinidad de problemas locales, como las desapariciones en México, las torturas en Chile o la crisis económica en Argentina. Así que, cuando nos hablaban de los chinos, preferíamos pensar que no era tan grave y que pasaría al olvido como otras tantas influenzas. Además, el desconcierto era incrementado por una cuestión de proporciones dada la gran cantidad de chines que hay en la China. Todos suponemos, por instinto matemático, que cien mil uruguayos son muchos para Uruguay, que cien mil mexicanos no son tantos para México y que, obviamente, cien mil chinos no son nada para China. Así que claro, no le dábamos la importancia suficiente. Y así nomás sucedió: el estúpido sentido común de la gente común, fue adoptado no solo por los comunes, sino por todos los mandatarios, administraciones y sistemas políticos del mundo mundial.

 

Resulta entonces que en diciembre ya había algunos chinos infectados por haber ido al mercado ese horrible a comerse su wantan de murciélago termino medio. Pero resulta que las autoridades chinas, que no se caracterizan precisamente por permitir el ejercicio de la libertad de expresión, no permitieron que se difundiera la noticia de los primeros infectados. Así que algunos chinos volvieron al mercado a buscar su promo de vampiro y así se empezó a ir al carajo todo. Ahí perdimos un par de meses para afrontar el asunto que se nos venía encima. Después, cuando se dignaron a blanquear la situación, los italianos y los españoles no les hicieron mucho caso y dilataron la puesta en marcha de medidas aproximadamente un mes más. Por lo que parece, si algo no tienen los epidemiólogos italianos, es visión a futuro. Quizás deberían agregarle un catalejo a sus microscopios y dejarse un poco de joder su parsimonia.

 

Corría la primera semana de marzo y los tanos y los gaitas ya estaban viviendo esta espantosa historia que hasta a José Saramago le parecería exagerada. Y nosotros en México, dubitativos entre pensar seriamente como escandinavos que no somos, o como buenos latinos y no hacer absolutamente nada.

 

 

3.

 

Era obvio que Pipi no quería salir. No hace falta hablar en amniótico para entender que estaba haciendo su propia cuarentena uterina. Y qué pasa, nos preguntábamos nosotros, si decidía salir una o dos semanas más adelante, cuando el virus estuviese más expandido, y nos obligara a ir al hospital en esos días. En México parecía que no pasaba nada. Daba la sensación de que, aunque los italianos se estuviesen muriendo a millares, aquí teníamos una fuerza que nos protegía. Quizás el calor, decían algunos, quizás los anticuerpos que les han dado las bacterias radiactivas de los tacos callejeros, decían otros. Cuestión, que le preguntamos al doctor que qué ondita con la situación. Qué si no era mejor dejarse de joder con el parto en agua, natural y con playlist de Cerati, y pensar mejor en inducir el nacimiento de el críe antes de que aumentaran los riesgos. El doctor dijo que sí. Parece que había visto mucho las noticias la noche anterior, o quizás, se estaba enterando de primera mano de casos de contagio que los datos oficiales no estaban dando. En el país, decía el gobierno, hay nueve casos, y el doctor ya estaba al tanto de 12. La cosa se ponía fea y empeoró cuando nos enteramos que el hospital donde Pipi iba a nacer, era el hospital de los trabajadores del Metro y que ya había algunos casos de contagio rondando por ahí. ¡Santa cachucha!, dijimos nosotros. Todo se desarrollaba en una tensa calma hasta que el doctor nos dijo que iba a mudar su consultorio a otro hospital, uno ultra fresa (cheto, cuico, pijo) donde había menos riesgo de contagio. Y ahí todo cambió, radical e intempestivamente. Corría el miércoles 18 y el doctor fijó la inducción con oxitocina para el viernes 20.

 

El cambio de hospital no era exactamente fácil. No era, como decía Aristóteles, soplar y hacer botellas. Al cambiar de hospital se mantiene al ginecólogo pero se cambia a la pediatra y a la doula, que se pronuncia dula.

 

Paso a explicar brevemente que es una dula y seguimos con el cuento. Una dula es una mujer (desconozco si hay dulos, calculo que sí, pero seguro que en algún país desarrollado, no en este) que acompaña a la pareja en el parto natural y le da consejos de postura, respiración y demás cuestiones que faciliten la salida del pequeñe y la tranquilidad de los padres ante tan, pero tan extraña situación. Con la Negra habíamos decidido que no necesitábamos dula, que estaríamos los dos adentro del jacuzzi y que simplemente tendríamos que mantener la calma, respirar profundo, y Pipi saldría de cabeza al agua. ¡Al agua pato!, creo que se dice en contextos infantiles. Así que calma, amor, paciencia, comprensión, respiración y listo. Una semana antes del nacimiento, la Negra se despertó a las 4 de la mañana con un calambre voraz y gritaba como si estuviera a punto de parir. Yo intenté ayudarla y solo la hice sufrir un poco más. “Agárrame aquí” -decía ella, señalando su pie o su rodilla, no sé-, “¿Aquí? -preguntaba yo-. “Nooooo, ahí no, aquí” –repetía ella-. “Ah, aquí” -decía yo-, “Nooooo, así noooo, asiiii”, “¿Así?”. Al final terminó puteándome de lo lindo y el calambre se fue solo, sin ayuda, cuando se tenía que ir. La mañana siguiente acordamos que si no éramos capaces de superar juntos un calambre, menos un parto natural, así que llamamos a una dula para que nos acompañara.

 

Así que, teníamos menos de 48 horas para encontrar dos personas que tuviesen permiso para trabajar en ese hospital y no fuesen chantas, fresas, místicas y nos dejaran, de paso, con la billetera vacía. Todo el miércoles y el jueves entrevistando pediatras por teléfono. La mitad eran colombianas, holísticas, integrales, hipi-chics y excesivamente cariñosas. Ah, y mientras más cariñosas de cariño, más cariñosas de caras. Y la negra con un niñe de casi 4 kilos atroden. Vaya infierno. Al final, la ultima pediatra con la que hablamos, una que parecía una persona normal, nos pareció lo máximo y aceptó parir con nosotros.

 

Hablamos con varias dulas ese día. Todas eran excesivamente cariñosas. Ninguna nos convenció, y decidimos recibir solos y juntitos al tan esperade Pipi. 

 

 

4.

 

Y claro, ahí los chinos se pusieron las pilas e hicieron un hospital gigante en media hora. Un hospital donde podrían vivir plácidamente la mitad de la población uruguaya, sin compartir el mate, obviamente. Mientras las autoridades españolas se tomaban la ultima caña, algunos países nórdicos decidieron dejarse de joder y cerrar las fronteras sin titubear. Los latinos, fieles a su tradición, decidieron dejar para mañana lo que podían hacer hoy. Así, Europa comenzó a encuarentenarse de manera oficial pero tardía. Sánchez llenó la ciudad de policía para vigilar que la gente no saliera y no se le ocurrió ni por casualidad la posibilidad de generar planes sociales para los despedidos que las empresas empezaban a dejar en la calle, cosa que sí hizo Macron, que de buenas a primeras dijo que los encuarentenados no iban a pagar la renta ni los servicios. Fue el primero de los pseudo latinos en tomar medidas coherentes. Y los coreanos ni hablar. Eran junto con China e Irán, uno de los tres países más afectados, hasta que prendieron la compu, hicieron una formula rara, apretaron enter y listo, toda la población curada.  

 

Mientras tanto en América…  En América ya habíamos iniciado el concurso del presidente más fascista de la región. Porque claro, a los sudacas progres nos gusta criticar a los europeos por conquistadores y esas cosas, pero, ¿cómo andamos por casa? El primer país en tomar medidas fue Argentina. Alberto Fernández, un hombre de poca retorica, de mensajes no incendiarios, con bajas dosis de hipocresía, alejado del discurso de las falsas izquierdas latinoamericanas, un hombre de centro, medio buena onda y aparentemente sensato, que más que peronista parece radical, se dio cuenta primero que nadie que la cosa venía fea y antes de la primera muerte declaró la cuarentena, y el que salía de casa sería sancionado. Punto pelota. Las cosas como son y nos quedamos en casa por si acaso nomas. Las economías se recuperan, las muertes no.

 

No vaya ser que el virus no sea un cuento chino y nos venga a matar a la mitad de la población de este continente sin salud pública. Y ojo que Argentina, permanentemente en crisis, es el país con la mejor salud pública del continente. Menos mal que Macri ya no estaba porque la debacle habría sido total y hubiera obligado a la gente a ir a trabajar para no afectar la economía que por cierto, destruyó. Mientras Fernández daba el anuncio de las medidas al país, Piñera, su vecino trasandino, no tenía la más puta idea qué hacer, y Bolsonaro, el vecino fascista, decía que a él no le hacen nada esas gripitas, aunque claro, él dijo gripiñas, que suena mucho mejor. Los fascistas brasileros hablan tan bonitiño que parecen menos fascistas, pero ojo, no lo son. Porque como decía Roque Dalton, “hasta el menos fascista de los fascistas, es un fascista”. Y atrévanse a negarlo.

 

Mientras, por aquí por el norte, el presidente mexicano se convertía en predicador y daba discursos en actos públicos por todo el país, diciendo que con unión y honestidad, los mexicanos superaríamos la pandemia. Para después bajar de la tarima y besuquear a todo el mundo, incluida una niña de 6 años que se negaba sin éxito a ser besuqueada. 

 

 

5.

 

El viernes veinte a las 6 de la mañana salíamos con la Negra y Pipi bien guardada al hospital en la loma del orto. Un poco más lejos y nacía en Estados Unidos. El GPS nos indicó un camino equivocado así que tardamos un poco más de la cuenta. A las 7 habíamos llegado y a las 7:30 la Negra ya estaba enchufada a la oxitocina que le ayudaría a generar las contracciones necesarias para que Pipi se sintiera aludida y aceptara salir de ahí. En ese momento tuve que ir a la Administración del Hospital a pagar. Parir en México es tremendamente caro y el sistema público no es la opción que más nos gusta para parir en pandemia. La señora de la Administración me explicó todo lo que ya sabía, me pidió la tarjeta de crédito y antes de devolvérmela, me hizo firmar un boucher como garantía por todos los gastos extras que se pudiesen generar. Si Pipi no salía por parto natural, tendría que salir por cesárea, y claro, el quirófano es más feo, más peligroso, más jodido, y también más caro. Una ecuación tan rara como cierta, y tan cierta como triste. La señora me hizo firmar alrededor de una tonelada de papeles. Por mi, por la Negra, por Pipi, por el boucher, por si quería recibir publicidad, por si quería hacer una donación a una institución de muy dudosa procedencia, por si quería recibir en la habitación la visita de unas señoras religiosas del sagrado corazón de no sé qué, y varios etcéteras más. En cada una de las hojas tenía que escribir nombre completo mío y de la Negra, y yo, que hace unos cinco años que no escribía a mano, tuve que encender la memoria holográfica, recrear mi nacimiento y volver a las primeras clases de caligrafía. Todo en 15 segundos, para tardar alrededor de una hora en escribir quince veces Sebastian Kohan Esquenazi y Lorena Ahuactzin Guevara, con una letra absolutamente incomprensible. Cuando la señora vio que Pipi tendría como apellidos la nada despreciable sumatoria de Kohan Ahuactzin, apellidos de indescifrable procedencia, con ese equilibrado compendio de haches intermedias, quizá mudas, quizá no, y esa desproporcionada cantidad de consonantes desordenadas, agrandó los ojos, me miro fijamente con la mente en corto circuito, como sin poder arrancar, hasta que logró proseguir y me dijo muchas gracias, que todo salga bien. Yo, que me había puesto alcohol en gel cada vez que la señora me cambiaba de hoja y me daba el lápiz nuevamente, lo cual retrasó la sesión de firmas y caligrafía una media hora más, le di las gracias, sin darle la mano y me levantaba de la silla para irme al nacimiento de mi hije, cuando de repente escuché que la señora me decía de manera abrupta y decidida: “Primero Dios”. Yo quedé desconcertado, como atontado, sin entender qué me estaba queriendo decir. Igual de atontado que ella cuando leyó Kohan Ahuactzin. Finalmente, cuando me destrabé y logré arrancar el motor, solo atiné a decirle “bueno”, y me fui. Alguna vez había escuchado la frase “Dios mediante” y hasta me gusta un poco, pero “Primero Dios” no, y no lograba descifrarla. Camino a la habitación pensaba que quizás Dios había llegado primero esa mañana porque se sabía el camino y no había puesto el GPS y entonces nosotros entraríamos a parir después que él. Cuando entré en la habitación la Negra estaba ahí, tranquila, sola, acostada en la camilla con la bolsa de oxitocina enchufada al brazo y el goteo comenzaba a hacer su trabajo de comunicarse con Pipi de manera artificial. Dios no estaba por ninguna parte.

 

 

6.

 

Al principio, más allá del alto riesgo sanitario, todo parecía una cuestión de buena voluntad, de solidaridad, de no salir a la calle por el bien del otro, de lavarse las manos sin parar, con jabón y abundante agua por más de veinte segundos, cantando el estribillo de nuestra canción favorita. La cuarentena ya había comenzado en Italia y en España y el riesgo latente se hacía manifiesto. Ya no era problema de los muchos chinos lejanos, sino de nuestros conocidos españolitos que tan creyente habían hecho a la señora de la caja del hospital. La primera impresión era que había que quedarse en casa y punto, como decían los hashtags y esas cosas de milenials. Y entonces Messi, el insufrible de Sergio Ramos, Piqué, Marcelo y demás figuritas millonarias, comenzaban a viralizar videos en unas fachas horribles, haciendo jueguitos con papel higiénico para, supuestamente, crear conciencia. Anda a lavarte el orto, pensaba yo, en buen porteño.

 

Así, las occidentales conciencias televisivas se iban nutriendo de mensajes solidarios. No hay mal que por bien no venga, decían los optimistas comentaristas. El virus nos había convertido en una hermosa ONG donde todos velaban por el bien común y salían a los balcones a cantar o a aplaudirle a les doctores de un sistema de salud universalmente devastado. La humanidad por fin había encontrado el camino de la bondad y solidaridad universal. Más allá, claro, de los pelotudos que salen igual y que claramente son más tontos que malos. Sin embargo la gravedad de la situación no estaba ahí, en la capacidad de no salir a la calle y aprender a aburrirse (cosa que los freelance, autónomos, montributistas, ultimoorejóndeltarro, hemos hecho toda la vida), o en tener que soportar a la pareja y a los hijos durante días y días de encierro, sino en otro lugar mucho más grave, que las lágrimas por la emoción de la solidaridad de Sergio Ramos no nos permitía ver.

 

El problema es que en el medio del pánico, los Estados y las empresas, están tramando la manera de ganar nuevamente la partida, de jugar a la bolsa, de llevarse sus dolarucos a las Islas Caimán, y dejar a la deriva a la población universal. El problema es que la crisis sanitaria activa de manera inmediata todos los mecanismos de poder que cotidianamente nos convierten a todos, en los más desafortunados.

 

En España, al primer día de crisis sanitaria nos dimos cuenta que el problema mayor no era la enfermedad provocada por el virus, sino que la casta de los Socialistas y los Populares, se había encargado durante los últimos veinte años de desmantelar el Estado de Bienestar y se había llevado puesto el sistema de salud. El problema no era el virus, sino que estaban faltando las doscientas mil camas que antes sí existían. Cuando parecía que el problema era un virus generado por el murciélago ese que no se dejó comer, y creíamos que cuidándonos podíamos mejorar la situación, las empresas empezaron a despedir gente y a dejarnos confinados en cuarentena, desocupados y sin dinero para pagar la renta. Porque claro, el insufrible Sergio Ramos puede crear conciencia con su papel de baño porque su mansión es suya y el Real Madrid no lo va a despedir. Y hablando de los fachas del Madrid, que lindo va a ser si algún día vuelve el fútbol.

 

Triste darse cuenta, de sopetón, que el problema no era el virus sino, como siempre, este sistema donde los pocos que detentan el poder, tienen la venia de los Estados para destruir las vidas de todo el resto de los mortales con total impunidad. Toda catástrofe natural se vuelve humana y sistémica automáticamente. En los huracanes, terremotos, maremotos, epidemias siempre, pero siempre, se mueren los pobres. Apenas la epidemia se hizo pandemia, se activaron los mecanismos de desigualdad a su máxima potencia. La gente desde los balcones hace su acción del día insultando al idiota que sale a la calle, pero nadie cuestiona al sistema que nos tiene abandonados a la suerte del señor. “Crisis económica” le llaman ahora a lo que no es otra cosa que la demostración de que el sistema económico no considera los riesgos que conlleva el simple hecho de vivir. El sistema neoliberal, ese al que juegan todos los países, no considera la pobreza, ni la enfermedad, ni la muerte, como crisis económica, sino como una variable necesaria de la estabilidad económica. Mientras haya pobreza, mano de obra barata y ejercito de reserva, todo va a andar bien. Y ahora que tienen que tomar medidas, se preocupan de la gente de a pie. Pues, diría yo, déjense de joder y saquen al Ejercito a repartir comida, y ya. Pan, tortillas, frijoles, porotos, alubias, judías, cada uno en su idioma que el sabor es el mismo (menos los beans ingleses que son asquerosos), y nadie se les va a morir de hambre. Que unos frijolitos no le van a hacer mella a sus cuentas. “Crisis económica” no es más que un eufemismo de la debacle planificada de la población, y el salvataje de bancos, ejércitos, negocio armamentista, drogas, fútbol, y obviamente, farmacéuticas. Los Estados solo están ganando tiempo para mantener a flote a sus amigos los privados.  

 

Todas las crisis económicas las pagan los ciudadanos. Todas. Las de ahora y las de antes. La del Tequila en México, la de Argentina en el 2001, la de España en los dosmiles, la de Estados Unidos en 2008, cuando parecía que quebraba Wall Street, pero al final perdió la población clasemediera y el Estado aprobó un salvataje a los bancos de 700 mil millones de dólares para que no quebrara ni uno, y ahí andan, vivitos y culeando. Así nomas funcionan las cosas, siempre, pero nos olvidamos rápidamente y ahora, tanto la derecha como la izquierda, que unidas jamás serán vencidas, discuten hasta cuándo estirar la puesta en marcha de medidas sanitarias, con tal de dilatar el inicio de la “crisis económica”. En México quieren planificar un equilibrio entre medidas sanitarias y crisis económica, lo cual tendría mucha lógica sino fuese porque mientras dilatan el estado de emergencia, la gente se contagia, y al final, un poco después quizás, la mentada crisis va a llegar igual, pero un poco peor y con zombis por la calle.

 

Así, mientras las cuentas offshore inundan los paraísos fiscales, nosotros, clasemedieros cagados de susto, nos quedamos en casa aprendiendo a hacer pizza con la harina que compramos el día que nos agarró el pánico, y aplaudimos a Sergio Ramos porque un día amaneció solidario.

 

 

7.

 

A la Negra la enchufaron a la oxitocina a las ocho de la mañana. Ella en su camilla y yo en mi sillón, esperábamos la llegada de Pipi mientras veíamos CNN. El panorama era desolador en todos lados menos en México. ¿Será que el país ya está tan hecho mierda que no tiene lugar para nuevas calamidades?, pensaba yo. Mi teoría de la densidad de catástrofes por metro cuadrado fue desarticulada inmediatamente con la noticia de que Croacia había sufrido un terremoto en medio de la pandemia. El gobierno le había permitido a la gente salir a las calles, pero manteniendo su sana distancia. El doctor que revisaba el goteo de oxitocina, las contracciones y los latidos del integrante uterino, nos contaba que el gobierno les había pedido que no hicieran más pruebas del Covid19 hasta nuevo aviso y que no podían entregar los resultados de las pruebas ya realizadas. Para ganar tiempo y que la “crisis económica” inicie lo más tarde posible, hay que descubrir los casos muy de a poquito. En cualquier momento, cuando el presidente diga que está todo en orden, se nos viene el punto de inflexión, agarramos la curva a toda velocidad, llegamos al pico y nos vamos al carajo. Y hasta ahí nomás llegó el discursito de la “crisis económica”. 

 

Al cabo de cinco horas de goteo, habían aumentado en el mundo alrededor de tres mil casos positivos, o cien infectados por gota, para ser más exactos, y Pipi, obviamente, no mostraba una sola intención de salir de su cuarentena. La Negra tenía pocas contracciones y el gobierno mexicano, muchas contradicciones.

 

 

8.

 

En Chile la gente había a comenzado a guardarse sola, antes de que Piñera decidiera una sola medida. Chile es un país que hace varios meses comenzó una revolución y la gente se está gobernando sola. El domingo 8 de marzo se habían manifestado en las calles más de un millón y medio de mujeres. El país no podía estar más encendido cuando llegó este maldito virus a intentar desactivar la movilización. Claro está que no lo va a lograr y cuando el virus se vaya, con lo que quede de nosotros, se volverá a reactivar la revolución en las calles. Quizás seremos zombis, pero furiosos. Por lo pronto, a la derecha chilena la pandemia le venía como anillo al dedo para desmovilizar a la población y prohibir cualquier tipo de manifestación. Tan pero tan facha es la derecha chilena, que en vez de establecer una cuarentena o pedir confinamiento y distancia social, decretó muy tardíamente la situación bajo el pomposo y dictatorial asunto de: Estado de Excepción Constitucional por Catástrofe, con toque de queda incluido, y desplegó más de veinte mil efectivos de las Fuerzas Armadas por las calles. Así de claro. Piñera y sus secuaces aprovecharon la pandemia para fortalecer el control social y la represión. Veinte mil soldados armados en las calles y ni uno solo desinfectando la ciudad para evitar contagios. Mucha lacrimógena y poco jabón. Podrían meterle jabón al guanaco (tanque con chorro de agua) y ayudar a la población, en vez de meterla presa y torturarla, digo yo, no sé.

 

Eso sí, antes incluso de las medidas sanitarias, habían tomado una primera decisión política: se posponía el plebiscito para redactar la nueva constitución porque la gente no se podía juntar, pero no suspendieron ni las actividades laborales y ni las clases en las escuelas. La primera noche de confinamiento en los hogares, los carabineros aprovecharon para limpiar la Plaza de la Dignidad y sacar todas los monumentos y obras de arte que había instalado la revolución. Miserables es poco. Pero no se preocupen. Apenas se curen los chilenos les van a volver a romper la ciudad entera para construir otra encima, y no habrá murciélago que los salve.     

 

 

9.

 

La Negra llevaba conectada 13 horas a la oxitocina esa, las contracciones eran muchas, duraderas y dolorosas. CNN nos tenía la cabeza destrozada y la dilatación no aumentaba. Pipi no quería salir. Quizás si en la habitación del hospital no hubiese habido televisión, otro gallo cantaría. A las once de la noche el doctor nos dijo que no había señales esperanzadoras y que la única alternativa para terminar con la cuarentena de Pipi era la cesárea. Así que, a las doce de la noche estábamos en el quirófano, con la Negra abierta al medio, yo a su lado con mi telefonito grabando como un pelotudo de vacaciones, intentando no levantarme mucho y ver integro el interior de mi mujer y así mantener ciertos niveles de respeto por la intimidad de la pareja. El doctor, tras cortar varios largos tajos con su bisturí, metió una especie de cilindro de plástico con salida por ambos extremos, dejando uno afuera por el cual, yo me daba cuenta, el doc veía a Pipi agazapade, aferrade a algún órgano, o colgade cual Trazán a su cordón umbilical para no salir de ahí. El doctor metió las dos manos y le agarró pero se le resbaló. Después presionó fuertemente las costillas de la Negra con su antebrazo y metió la otra mano, pero Pipi se escabulló con una finta mágica. Por un momento pensé que se venía el nuevo Messi, pero el pensamiento no duró. Finalmente la asistente le pasó un instrumento largo, curvo y metálico, parecido a un calzador de zapatos pero gigante, que el doctor introdujo en la Negra y con el cual hizo palanca, sí señores, palanca, logrando que asomara la cabeza de Pipi. Todo ahí era asombro, sangre y amor. Cuando Pipi ya no podía volver atrás, el doctor la agarró con las dos manos y la fue levantando de a poco, como el rey león a su hijo, o como Maradona a la copa del Mundo, hasta sostenerla en aire para que la Negra la pudiera ver. Tras unos segundos se observación y silencio, la Negra dijo emocionada “Martina hermosa, ven aquí”. En ese momento el doctor me pasó una tijera para que yo cortara el cordón umbilical, ese que Martina usaba de liana para quedarse en cuarentena. Me acerqué, lo corté y en ese momento el doctor la acostó en el pecho de su madre, al que pegó inmediatamente y del cual, una semana después, no es piensa despegar.

 

 

10.

 

Sin embargo Piñera no era el único que aprovechaba el virus para llevar agua a su molino. El presiente mexicano, convertido en una especie de predicador evangelista, mezcla de mesías que viene del futuro y fuerza moral que viene del pasado, aprovechaba cada pregunta que le hacían los periodistas para cambiar el tema. Como al niño que el profe le pregunta, “Pepito, ¿qué sabe usted de las hormigas?” Y Pepito, que no sabía de hormigas pero si de elefantes, responde: “Pues yo se que la hormiga es un animal muy chiquito y que el más grande es el elefante. El elefante tiene cuatro patas, una trompa y hace brgrruuuu…”. Y así hacía Obrador con las preguntas del virus, mientras besaba escapularios, claro. La mejor fue cuando le preguntaron qué opinaba sobre la pandemia y dijo que él confiaba en la fuerza y la honestidad del pueblo mexicano, porque la corrupción se había terminado, y que por eso ya no se iba a construir el aeropuerto de Texcoco sino el de Santa Lucía. Una joya nuestro presi. El presidente mexicano era el único mandatario no fascista del continente que no le daba ninguna importancia al tema. Había pasado de ser un hombre aparentemente empático, a un obtuso militante que creía que el virus era una invención de los conservadores para destruir a su gobierno. Debe haber leído mucho al inescrupuloso de Giorgio Agamben, reconocido filosofo italiano que los primeros días de marzo expresaba su izquierdismo y su rebeldía, diciendo que el virus no era tan grave, que el Consejo Italiano de Salud había dicho que provocaba una gripe común y corriente, así que la cuarentena era una exageración inútil impuesta por el status quo universal, para implantar un nuevo estado de excepción, restringir las libertades y dominar a la población. Cómo la excusa del terrorismo ya no era suficiente para seguir reprimiendo, se inventaron esta, dice tan pancho el señor filosofo mientras en su país se agotaban los ataúdes. Todo parece indicar que los epidemiólogos italianos leen al filosofito ese. Porque claro, es verdad que el status quo universal se va a aprovechar de la situación para generar control sobre la población, pero eso no hace al Coronavirus un virus común y corriente. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. ¡Agamben el favor!

 

Menos mal que la gente en México comenzó a tomar medidas antes de que las planteara el presidente besucón, y que Sheinbaum, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, actuó con seriedad ante las condiciones imperantes y comenzó a suspender actividades. El día 22 de marzo, con más de 200 contagios en México y casi medio millón en el mundo, Obrador decía lo siguiente desde un restaurant en Oaxaca, “Yo les voy a decir cuando no salgan, pero si pueden y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas porque eso es fortalecer la economía. Los mexicanos por nuestra cultura somos resistentes a todas las calamidades y en esta ocasión vamos a salir adelante. Nuestro pueblo es poseedor, heredero de culturas milenarias”. Digamos, para empezar, que lo de las culturas milenarias no tiene nada que ver con nada, porque los italianos tambien las tienen y no les ha servido de nada, y de los chinos ni hablar. El presidente mexicano prometió tres puntos de crecimiento economico cuando asumió el mandato y prefiere arriesgarse al virus y rezarle en público a las virgencitas, a vivir una crisis economica que por cierto, es imposible de evitar. Dilatar la puesta en macha de las medidas de la mentada Fase 2, para que la recesión economica dure menos es, a mi juicio, una bajeza de proporciones. La economía se va ir al carajo en todos lados y habrá que sostenerse de otra manera. Pero quién soy yo para hablar de economía, si los economistas han demostrado que hacen muy bien su laburo.

 

Es cierto que dos días después de esas declaraciones chamánico-mercantiles, el Secretario de Salud anunció la Fase 2 y el gobierno tomó medidas, lo que hace pensar dos alternativas: una, la del policía bueno y el policía malo, donde Obrador hace del bueno y tranquiliza a la población, para evitar el pánico y una crisis gratuita y prematura, y el policía malo, donde el resto del gobierno toma las medidas más radicales. O la otra, la más factible, es que Obrador padece una grave deformación profesional y cree que todo se mide en oficialismo/oposición (cualquier similitud con el resto de los líderes de izquierda latinoamericanos es pura coincidencia). Y así, dominado por sus sueños transformadores, y presa de su impermeable cerrazón, mantuvo un extraño y eterno soliloquio, un tanto autista, que el resto de los integrantes de gobierno fueron interviniendo de a poco, rectificando el camino.

 

Si por alguna razón México supera sin demasiadas muertes esta pandemia, Obrador quedará como un estratega un poco sabio y un poco cauto, un poco loco, con un toque de realismo mágico y escapularios mediante, pero si por el contrario, México llega a la Fase 3, vive el punto de inflexión y da la curva pronunciada que han dado Estados Unidos, España, Italia, Francia, Irán, China y otros tantos, la actitud campechana y la dilación en la toma de medidas, se convertirán en errores criminales…

 

 

11.

 

Pipina, de nombre Martina, nació a las 00:23 del 21 de marzo. Yo tenía todas mis energías puestas en que naciera el día 20, o sea, 23 minutos antes para que fuera Piscis y no Aries, como la madre, y en una de esas tener la esperanza de que tenga un carácter un poquito mejor, pero no se pudo. Es Aries y ahora habrá que amarlas y soportarlas a las dos tal cual son. Estuvimos los tres en el hospital dos días mientras la Negra se recuperaba del tajo ese enorme que le hicieron. El domingo 22 cambiamos la sede de la cuarentena y volvimos a casa. Martina está increíble, hermosa, sana, fuerte y toma teta todo el día. Salió monotemática la nena. Y aquí estamos encerrados, en cuarennena, esperando que pase esta historia. Ahora mi pasión es cambiar pañales y sacarle los chanchitos a la 1 AM, 3 AM, 5 AM, 7 AM y así sucesivamente. Ella aun no sabe que yo existo porque no soy una teta, pero supongo que algún día diversificará sus amores y espero ser uno de ellos.

 

 

12.

 

La cosa está que arde. Ahora nos despertamos todas las mañanas rogando que bajen los contagios en España y en Italia, que sea real que en algún momento no muy lejano la curva de la muerte comienza a descender. Esperamos que cambie allá, para que cuando nos toque aquí, tengamos algún miserable dato del que agarrarnos, como Pipina a su cordón. La cosa está fea fea. Estados Unidos es el foco de contagio más importante del mundo, el presidente naranja dice que no puede ser peor el remedio que la enfermedad, así que mejor todos a trabajar y nada de estar enfermitos en sus casas. Y Obrador no piensa cerrar la frontera del Norte. Ahora somos nosotros los que queremos que pongan el muro. Quién lo iba a decir. 

 

 

13.

 

Pipina linda, hermosa, ya te lo he dicho más de mil veces en estos 10 días desde que te conozco, pero te lo escribo aquí otra vez. Eres la cosa más linda que vi nunca en la vida. Te trajimos a este mundo jodido porque, aun sabiendo que estamos rodeados de personas peligrosas, creemos que la vida puede ser hermosa y digna de ser vivida. Haremos todo para que así sea. Tu hermano Ale ya sabe arrullarte y hacer que dejes de llorar. Yo no. La Negra es fuerte y te ama. Estamos felices y agradecidos de estos nueve meses que te llevó a cuestas a todos lados, y de esas tetas que te hacen tan feliz. Te tocó llegar en plena pandemia, confinamiento y distancia entre la gente. Estamos en cuarentena en la casa, carentes de contacto pero repletos de amor. Esperemos que pase esta crisis mi mierda y podamos abrir las puertas de la casa para que entre la gente querida y te llene de besos, abrazos y amor.  

 

 

 

 

Esquirlas del miedo // Marcelo Percia

Prudencias contienen miedos.

Cuidados salvan vidas.

Cuando urge lo común, afectuosas distancias entre cercanías conjuran hostilidades que estallan en la confusión.

Fragilidades que confían en otras fragilidades se dan a la palabra.

 

En momentos de pánicos y desamparos, hospitalidades (que se necesitan) apelan al pronombre de la primera persona del plural.

Hostilidades (que acaparan) se amurallan en el yo.

 

Entre hospitalidades y hostilidades, se sabe, hay un pequeño paso.

 

Voluntades que sentían derechos, protecciones, seguridades, en la comunidad del Capital; se dan cuenta que, en un segundo, pierden todo.

No se trata de histerias ni de psicosis colectivas, sino de difusas percepciones de que la vida en común salva vidas o las destruye.

 

Pestes actúan como lentes de aumento.

 

Si de golpe, se desvanecieran los hábitos que hacen creer que el bienestar pasa por el reconocimiento, por la acumulación, por el consumo, por el rendimiento; no se sabría cómo ni para qué vivir.

Tal vez, en ese desconcierto, sin cómo ni para qué, hallaría su morada el porvenir.

 

La misma voz latina cogitare dice, a la vez, las acciones de pensar y cuidar.

A veces, de una sola palabra pende la vida.

 

En las cumbres del miedo, se comienza a imaginar lo peor como último alivio.

Rituales que sostienen la vida, no alcanzan en tiempos de pestes.

La paradoja de una cuarentena consiste en que hay que tratar de salir del encierro: el del ensimismamiento. Tal vez el más difícil.

 

El capitalismo está destruyendo la vida; entonces, la vida se defiende del capitalismo autodestruyéndose. Hace mucho que la literatura y el cine cuentan esta historia.

 

La vida en común no está amenazada por el miedo, sino por la desigualdad.

Desigualdades abonan miedos para ocultar privilegios que lastiman.

El Capital desprecia la vida que, sin embargo, necesita.

A veces, el miedo deviene pánico; otras, visión herida de lo inadmisible.

 

De pronto, nos damos cuenta de que la salud consiste en el olvido transitorio de un continuo estado de vulnerabilidad.

 

Distancias decididas en común no merecen llamarse aislamientos.

Aislamientos compartimentan soledades privándolas del don de la proximidad.

Distancias que cuidan suspenden contactos, pero no cercanías.

 

La acción constante de lavarse las manos, recuerda que la expresión lavarse las manos significa desentenderse de una responsabilidad.

 

Cuidar la vida, supone todavía algo más difícil: la común decisión de cambiar lo que la está dañando.

 

La inminencia devora el presente. Lo devora incluso alargándolo.

A veces, solo alivia el olvido.

 

Abundan retóricas ensañadas y belicosas.

Figuras que sostienen que el virus actúa por venganza o que estamos en guerra o que se trata de un enemigo invisible.

Se sospechan malicias peligrosas en cada corporeidad portadora.

Miedos al contagio detonan violencias.

 

La mujer tose en un colectivo. Hacen la denuncia. Se activa el protocolo. Detienen el vehículo. Suben médicos con trajes de protección. La mujer está asustada. Se resiste. Forcejean. Una voz pide que la esposen, que se la lleven.

 

Lazos sociales tienden sogas que salvan, que ahogan, que atan.

Redes virtuales conectan, sostienen, atrapan.

Lazos y redes demandan fidelidad.

El común cuidado no enlaza, no enreda, no demanda: solo está ahí, como disponibilidad que se hace presente cada vez que se la necesita.

 

Cuidados no infunden miedo. No agitan amenazas. No ejecutan castigos. No se molestan con la dificultad.

Cuidados alojan terrores e indiferencias desvalidas.

Mientras controles alertan y diseminan amenazas, cuidados prodigan descansos.

 

No dice lo mismo encierro que refugio, reclusión que repliegue, estado protector que estado represor.

No se trata de sinonimias ni de eufemismos, está en juego decidir cómo se quiere habitar la vida.

 

El riesgo consiste en que la desesperada necesidad de protección inmunológica derive en ataques contra otras existencias consideradas peligrosas

 

Diversas aplicaciones en un celular pueden advertir que estamos cerca de una corporeidad infectada, de una persistente tristeza, de un rencor macerado, del deseo de cambiar la vida.

 

Dicen que solo el control social detiene contagios, que solo la vigilancia evita contaminaciones masivas.

El común cuidado de cercanías que deciden protegerse con amorosas distancias, ¿puede gravitar más que vigilancias y controles?

 

Hablas del capital no se cansan de repetir que el virus iguala. Pero ni bien se distraen muestran una lista con glamur de infectados célebres: un actor y su esposa, un primer ministro, un ex juez, un jugador de fútbol, un tenor, un escritor, un príncipe, un productor hollywoodense preso.

 

El trágico infortunio de contagiar por proximidad, amplifica una vicisitud -siempre inminente- en cualquier circunstancia de la vida en común: cercanías, incluso las que se aman, pueden dañarse sin querer y sin saber.

 

Al daño que sí sabe que está dañando se lo llama crueldad, odio, insensibilidad, blindaje de la cercanía. Tal vez, capitalismo.

 

En la ciudad en cuarentena, se escuchan voces que dicen: “Sin casas, sin agua, sin dineros. Inhalando miserias. Ahora, pueden ver cómo estamos viviendo”.

 

El gobierno peruano declara a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional exentas de responsabilidad penal cuando “causen lesiones o muerte” reprimiendo en las calles el no cumplimiento del “confinamiento”.

 

La expresión latina amor fati se traduce como aprender a amar lo que acontece. Pero amar lo que acontece no equivale a resignarse al destino.

Resignaciones actúan como omnipotencias fatalistas.

No se trata de acatar lo que ocurre, ni de desearlo, ni de encantar la desgracia. Tampoco entregarse al refrán que sugiere: “No hay mal que por bien no venga”. A veces, las cosas solo vienen, pero otras hay que salir a buscarlas.

Se trata de valerse del impulso de lo que está sucediendo, precipitar la decisión de hacer algo con lo que acontece. Intensificar, en lo que pasa, aquello que abre porvenires.

Pero, las fórmulas no importan.

La fuerza del intento reside en que no siempre sabe hacia dónde ni qué.

 

El secreto no reside en saberse diferente, sino en saber lo diferente, el sentido inagotable de lo que difiere.

 

Intimidades precipitan, también, lo peor.

A veces, donde se esperan cariños advienen violencias, donde se esperan caricias advienen golpes, donde se esperan contenciones advienen ahogos.

Impotencias propietarias pueden matar.

 

Diferentes pestes arrasan la vida en común.

Una, la enfermedad del miedo. Otra, la enfermedad de la indiferencia.

Pero, también, la de la propiedad, la del resentimiento, la de la culpa, la de la ambición, la del sí mismo.

Además de otras que la enfermedad del olvido, a su manera, remedia.

 

Cuidados se entienden más con respetos que con miedos.

Miedos demandan seguridad, control, previsibilidad.

Actúan como propietarios que se creen dueños de la salud.

Respetos saben que no tienen potestad sobre nada.

Agradecen residencias pasajeras en la vida.

 

Ocurrencias que dan risa se balancean como boyas que flotan en superficies angustiadas.

El común reír -no la burla ni la ironía que lastima- ayuda a respirar.

 

Billete mata pacto // Diego Valeriano

Billete mata pacto, relato, valores. Mata quietud, paz social, obediencias militantes, acuerdos sindicales, experimento social. El billete mata todo, significa todo.  La manija de jubilados y mamás luchonas desarma de una patada la compleja ingeniería de medios, redes y estado. Billete mata miedo. Mata posteos, twits, publicaciones, audios reenviados al grupo de wasap de la escuela, balcones. 

Billete sustancia, papeo, productor de normalidad zarpada. Billete fiesta, anti cheto, deseo. Billete como otra forma de decir no, basta, libertad, hartazgo. Como denuncia al fracaso de la mediación progresista. El billete en la calle decide: las doñas deciden, los guachos deciden, las rochas deciden. Apropiación callejera de la  vida. 

El billete mata solidaridad social forzada, sistema métrico, recomendaciones del ministerio. Es la cabal muestra de lo que somos, de lo que queremos, de lo que podemos. Billete que marca  el pulso de lo que es esencial. Ni periodistas, ni cobanis, ni verduleras, ni milicos haciendo guiso: bancarios. 

Despertarse más temprano de lo habitual, caminar de más, que la SUBE tenga carga, tomar el bondi, charlar en el Face, cruzar la plaza, quedar a tres cuadras del Banco aunque sean las 6, desertar de los cuidados, entrar al banco, sacar billete, seguir haciendo mundo.

 

Lo sensible como campo de batalla // Franco Casanga

Reseña de La ofensiva sensible (2019), de Diego Sztulwark

 

Un análisis filosófico de las subjetividades de la crisis y las potencias plebeyas a la luz del fin de ciclo de los gobiernos progresistas de América Latina.

¿Cómo se explica que gobiernos aupados por los sectores populares (clase trabajadora, movimientos indígenas, intelectuales) hoy esten siendo blancos de las protestas de estos mismos sectores populares o, al menos, parte de ellos? ¿Qué mecanismos o dinámicas han hecho que estos gobiernos progresistas que llegaron al poder en base a programas políticos antineoliberales hoy sean considerados más parte del problema que de la solución? ¿A qué se debe el nuevo ascenso de gobiernos reaccionarios y neoliberales en América Latina?.

En su último libro, La ofensiva sensible (Editorial Caja Negra), el investigador y escritor en el blog Lobo Suelto, Diego Sztulwark, señala que no podemos seguir pensando las derrotas de los gobiernos progresistas de América Latina en términos de más o menos apoyo electoral. ¿Por qué? Porque «el neoliberalismo no pierde elecciones». El neoliberalismo no ha necesitado de los votos para seguir expandiendo sus novedosos modos de consumo (modos de vida, según Sztulwark) o para seguir subjetivizando nuestros cuerpos. Pero atención: no es que no se hayan realizado políticas de redistribución en los países donde gobernaron alianzas progresistas (Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay) así como importantes políticas reconocimiento de derechos fundamentales de poblaciones invisibilizadas por el racismo colonial, sino que estas políticas se han mostrado insuficientes para producir nuevas formas de vida capaces de crear subjetividades populares más allá de la razón neoliberal.

 

Subjetividades de la crisis y políticas del síntoma
En La ofensiva sensible, Sztulwark analiza el ciclo político argentino que comenzó simbólicamente en el corralito argentino de 2001 hasta el triunfo de Mauricio Macri en 2015 dentro de otro ciclo mayor que afectó de similar manera a otros países como Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay o Venezuela. Para Sztulwark, la crisis es un momento epistemológico que nos sirve para ensayar una reflexión micropolítica de la potencia plebeya. Se trata de indagar a partir del acontecimiento una producción teórica que potencie lo que se despliega en ella sin dejarse replegar a restauraciones ideológicas predeterminadas. Las subjetividades de la crisis, esas sensibilidades que estallan en una crisis,son las formas que habitan la excepcionalidad, la ruptura con la normalidad, expresiones que adoptan un sinfín de repertorios de acción popular a través de las ocupaciones, asambleas populares, recuperación de fábricas, escraches, piquetes, etc. “Si -dice Sztulwark- el modo de vida resuena con los modelos de consumo y de valorización, y la forma de vida supone procesos de autonomía, entre ambos la vida se presenta como malestar o síntoma”. Si el neoliberalismo sigue ganando terreno en nuestras relaciones es porque sigue gestionando, canalizando y controlando nuestros afectos y malestares. A la gestión coaching de nuestras emociones que propone el neoliberalismo, Sztulwark opone una política del síntoma que supone una escucha de los cuerpos afectados, de la lucha colectiva y la rabia detrás de cada condición de vulnerabilidad, pero también de las vidas anómalas, subversivas, incómodas tanto a izquierda y derecha, que surgen en los procesos de ruptura con el sentido común. Quizás, justamente, en esos síntomas (malestares, impotencias) de nuestra cotidianidad están contenidas las nuevas formas de vida capaces de cuestionar los mandatos del capital. Según Sztulwark, una política del síntoma nos ayudaría a mapear y pensar nuevas resistencias, aperturas, potencias, sin deshabilitar nuestra dimensión afectiva, esto es, aceptar “la imposibilidad de relanzar lo político por fuera de una nueva centralidad de lo erótico, lo sensual y lo sensible”.

 

Voluntad de inclusión o el populismo de izquierdas (realmente existente)
En la segunda parte de La ofensiva sensible, Sztulwark analiza las limitaciones de las políticas progresistas de gobiernos como el kirchnerista, pero no desde el punto de vista económico-político, sino desde el punto de vista desde la subjetividad política. La voluntad de inclusión conceptualiza perfectamente esa idea del populismo de izquierdas de articular el malestar social a un contrato vertical de las voluntades. Puede ser que esta conceptualización se base más en los populismos “realmente existentes” que en la teoría de Ernesto Laclau, pero ello no desfavorece la crítica. Las consecuencias de esta estrategia estadocéntrica ha sido la desmovilización de los sectores más rupturistas, junto con una miopía sorprendente en el ámbito de “las micropolíticas neoliberales sobre el ámbito de las sensibilidades”. Una vez agotado el ciclo económico favorable, Macri vino a culminar el proceso de mercantilización de las masas sin el ropaje de la inclusión, sin complejos, como Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos. Ciertamente el kirchnerismo fue una salida redistributiva a la crisis, pero también representó una vuelta al orden, una normalización a través del consumo a los cauces del mandato del mercado. En esta lectura, parece inevitable ver una semejanza con lo ocurrido en la fase Podemos de nuestro último ciclo de movilizaciones en el estado español. Si bien Podemos hoy se encuentra siendo parte (en minoría) de un gobierno de coalición con el PSOE, su fuerza de base popular parece ya demasiado debilitada a causa de la estrategia centralizadora de participación desde arriba. Para el autor, esa “autonomía de lo político acaba por ser una autonomía respecto de la división social: reduce lo político a una teoría técnica y separada de la conducción”.

La caracterización de la voluntad de inclusión ofrecida por Sztulwark es rica en contenido porque tiene la virtud de desplazar el centro de gravedad de la estéril crítica ideológica hacia las potencias en conflicto que se dirimen en los mecanismos de sujeción que operan en el neoliberalismo.

 

Hacia horizontes plebeyos en tiempos de crisis
El tercer y último capítulo titulado “El reverso de lo político”, Diego Sztulwark nos invita a salir de nuestra zona de confort, a suspender los automatismos intelectuales y a descubrir la potencia de existir en la desobediencia. Ante la derrota del progresismo socialdemócrata o populista, el descubrimiento de lo plebeyo aparece como alternativa al cinismo. “El momento plebeyo es el reverso flotante de lo popular: una falla o interrupción en los mecanismo de adaptación y de reacción con los cuales se transita de una situación a otra”. Lo plebeyo como el deseo a no ser gobernado, pero que no necesariamente quiere hacer la revolución. Su efecto descodificador no puede reducirse a una determinación sociológica, “es movimiento centrífugo”.

De la precariedad se alimenta la empresa capitalista, pero también del odio, del racismo y el machismo. Esta separación de un síntoma y su plasmación contra un Otro (lxs pobres, el/la migrante, la mujer) es parte de una persecución a toda experiencia que se salga del mando del capital, un odio contrarrevolucionario. Como señala Frédéric Lordon en su libro Capitalismo, Deseo y servidumbre (2015), si bien el capitalismo no agota la pluralidad de deseos en nuestras sociedades sí que capta y produce “las maneras de desear bajo las relaciones sociales capitalistas”. La investigación militante indaga estas formas de vida no para representarlas ni liderarlas sino para potenciarlas, abriendo el campo de lo decible y sensible. La praxis, la escucha, las contrapedagogías populares, son las fuentes de un conocimiento emancipador.

La ofensiva sensible no intenta ser un manual de cómo hacer la revolución, sino un compendio de reflexiones que quieren dar el combate del pensamiento. En estos días de estados de alerta y pandemias este libro puede darnos cierto respiro, ciertas pistas, de cómo abordar la dimensión sensible que nos recorre como sociedad, no dejarse atomizar por el miedo, socializar la seguridad, colectivizar la impotencia para volverla esperanza común. Porque como indica Sztulwark las crisis, en su inmanencia, tiene algo de fermento y catalizador donde también se generan estrategias capaces de extraer vitalidad.

 

Franco Casanga, Graduado en Filosofía y activista vecinal de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).

Fuente: rebelion.org 

Los furiosos japoneses en alianza con el corona // Jun Fujita Hirose

Tokio, 1 de abril 2020

 

Muchos japoneses están viviendo desde hace dos meses una relación ambivalente con el coronavirus. Cierto que les da miedo, pero al mismo tiempo se alían secretamente con él. Aquella alianza subterránea se produce ante el gobierno japonés actual, considerado quasi unánimemente como el gobierno más corrupto y nocivo de la historia japonesa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

En septiembre de 2013, en Buenos Aires, en su discurso dirigido a los miembros del comité olímpico internacional que iban a votar la ciudad anfitriona de los juegos olímpicos de 2020, Shinzo Abe, actual primer ministro japonés, reelecto a fines del año precedente, declaró: “La situación está bajo control. No hay ningún tipo de problema de salud ni en el presente ni para el futuro. Hoy en día, bajo el cielo azul de Fukushima los niños juegan al fútbol.” Lo dijo cuando todos los habitantes en Japón sabían perfectamente que la realidad era muy distinta y que la central nuclear de Fukushima de la Tepco (Tokyo Electric Power Company) no pararía de emitir por muchos años una enorme cantidad de radioactividad en la tierra, en el aire y en la agua. Para ellos, la organización de las Olimpiadas en Tokyo en 2020 no era sino una denegación ofensiva de la situación real en que se vivían, denegación orquestrada a la fuerza por el gobierno de Abe, en complicidad con el poder económico mundial. Así se estableció y se difundió inmediatamente en la población japonesa un potente sentimiento de rechazo al llamado “Tokyo 2020”.

La realidad que el gobierno japonés quiere denegar y hacer caer en el olvido, bajo el efecto de alucinación del espectáculo deportivo no es sólo la de la permanente contaminación radioactiva sino también la de la decadencia irreversible del Japón en cuanto superpotencia económica. Muchos japoneses, y los jóvenes en particular, se ponen a inventar nuevas formas de vida, diversas de las de hace treinta años. El propio accidente de Fukushima en curso no hace sino acelerar este proceso. En Japón nadie o casi nadie se entusiasma hoy ni con un megaevento como las Olimpiadas, alimentadas por la electricidad producida por los reactores nucleares reabiertos, ni con una megaconstrucción como la de la red del TAV de levitación magnética entre Tokyo y Nagoya. Todos esos megaproyectos son feos simulacros anacrónicos de la gloriosa postguerra japonesa.

Durante sus dos primeros años (2013-2015), la acción del gobierno de Abe suscitó la reacción de dos movimientos populares contestatarios particularmente masivos: el primero, contra el proyecto de ley sobre los secretos de Estado, y luego, el segundo, contra la decisión gubernamental del cambio de interpretación constitucional y la consecuente nueva legislación sobre las Fuerzas Armadas de Autodefensa. En ambos casos, los japoneses acabaron por enfrentarse con su propia impotencia política ante un gobierno de tendencia casi abiertamente fascista. Esto explica el hecho de que después de la derrota de las protestas contra la militarización en 2015, no tuvo lugar ninguna movilización masiva en Japón a pesar de una serie de escándalos de corrupción que implicaban al propio Shinzo Abe. En estos últimos cinco años, el odio popular al primer ministro y a su gobierno de coalición -entre el Partido Liberal Democrático y el Komeito- se expresaba sólo en forma discursiva, en Twitter en particular.

En este contexto político desesperante apareció el coronavirus. El gobierno de Abe parece haber comprendido desde las fases iniciales que el virus podría constituir una amenaza seria para su queridísimo Tokyo 2020. Así empezó su batalla contra el virus, batalla que consistía principalmente en subestimar adrede el efecto de la epidemia en el territorio japonés, reduciendo a lo más mínimo el número de pruebas de PCR, y evitando adoptar qualquier medida drástica de protección. El gobierno de Abe, así como el comité olímpico internacional y el japonés, quería mantener absolutamente la imagen de un Japón corona free cuando el Covid-19 se estaba volviendo pandemia mundial. Y esta nueva denegación gubernamental de la situación real es la que condujo a muchos japoneses a entrar en alianza clandestina con el coronavirus.

El 24 de marzo, el gobierno japonés, junto con el comité olímpico internacional, anunció públicamente el aplazamiento por un año de Tokyo 2020. Y con esto, el gobierno de Abe de repente se permitió hablar de la declaración posible de un estado de emergencia y de la toma posible de una medida de confinamiento para la ciudad de Tokyo. ¿El corona venció? Sólo a medias, desde el punto de vista de los japoneses furiosos. Cierto que festejamos la aparición, tan deseada desde hace muchos años, de una verdadera amenaza para el poder neoliberal fascista, pero lo que queríamos y queremos es una anulación inmediata y no en absoluto un aplazamiento, el cual significa sólo una época de purgatorio prolongada, en que el gobierno de Abe reorganizará sus pospuestas Olimpiadas como evento “testimonial de la victoria de la humanidad sobre el nuevo coronavirus” (dixit el propio Abe).

Muchos japoneses están ya listos a infectarse e incluso a morir por derribar el gobierno de Shinzo Abe y por enterrar definitivamente este abominable Tokyo 2020. Es una nueva forma de lucha armada la que está naciendo acá en un rincón del Extremo Oriente. Los japoneses rebeldes se identifican con el movimento del coronavirus, el cual se mueve a su turno identificándose con los grandes movimientos de desterritorialización absoluta de la Tierra. En una lucha armada, ¿no es siempre la Tierra la que nos proporciona las armas?

La performatividad del Coronavirus // Eduardo Medina

1.
Un extraño virus aparece en una ciudad de China y empiezan a morir personas. Es una nota de color. El virus al parecer se produjo por la ingesta de murciélagos. Wuhan se llama la ciudad. Un mercado de ahí parece ser el epicentro de todo. La noticia no es el virus, sino que en China comen murciélagos. Pero el virus escapa al factor murciélago y empieza a propagarse en diversas regiones de China y de otros países al rededor. Con el transcurrir de las semanas la noticia cobra más espacios en canales de televisión, medios online e impresos, pues organismos internacionales han hecho declaraciones al respecto afirmando la seriedad y mortalidad del virus. El virus tiene nombre, se llama “Coronavirus”. ¿Por qué ese nombre? Ahora está en un crucero, el Coronavirus parece que está allí. Hay infectados, un barco amarrado a un muelle por la fuerza. Y hay argentinos. En el crucero hay argentinos que también podrían tener el Coronavirus. La noticia nos es lejana aun. Pero China se ha blindado. El Estado de ese país toma medidas, restringe la circulación, amuralla Wuhan y los médicos e investigadores entran en acción en los distintos laboratorios. Finalmente el Coronavirus llega a Europa a través de la globalización, viajes comerciales y demás. Hay muertos en Europa, infectados, declaraciones al respecto de distintos mandatarios. ¿Puede llegar ese Coronavirus a Latinoamérica, a la Argentina por ejemplo? ¿Cuándo? ¿Nos debemos preocupar? En las redes sociales empiezan a circular chistes del Coronavirus, memes, videos, gif y stickers en Whatsapp. Una noticia grave sale por todos los medios: hay un infectado en el país y otros posibles contagiados. Son personas que vinieron de Europa. Es marzo de 2020. El Coronavirus ha llegado hasta nosotros. Está entre nosotros. Van a empezar a cerrar lugares, cortar el tránsito, tomar medidas drásticas. Van a anunciar una cuarentena, aparentemente obligatoria. Habla Alberto Fernández. La cuarentena está decretada. Todos en sus casas. ¿Qué es el Corona-virus?

 

2.
Como registro (libre) de una noticia, el Coronavirus es una más de tantas. Pero para los argentinos, luego de la última dictadura cívico-militar, solo la cruenta Guerra de Malvinas tuvo un efecto parecido. Allí hay un clásico y muy comentado estudio de Lucrecia Escudero Chauvel, Rumores y estrategias de guerra. La historia del submarino Superb, sobre la supuesta llegada a las costas del país de un temible y poderoso submarino ingles llamado “Superb”, construido a través de las noticias pero que nunca siquiera salió del puerto británico en donde se encontraba. Lo que finalmente sí llegó fue la guerra, que dejó muertos, heridos y un saldo traumático que aun no se pudo suturar para todos los que participaron en ella y para la sociedad en su conjunto. En ese trabajo Escudero Chauvel se pregunta, además de cómo se construye un rumor y de su forma práctica, cuáles son las distinciones mediáticas y socioculturales que permiten que un rumor, luego de una semiósis social, llegue a tener un valor o estatus ontológico, de “verdad”, es decir, de “verdad” para el que lo lee. Para la autora, en los medios de comunicación, ante la dicotomía Verdad/Falsedad, los mismos intervienen con una lógica propia que se da a través de la generación de “mundos posibles”, de un “irrealismo eficaz”, creando de este modo una “verdad mediática”. En el consumo y tráfico de información, ante la imposibilidad física y técnica de la comprobación o verificación, se hace imprescindible una eficacia simbólica capaz de dar confianza y credibilidad en los medios que la difunden, pero también un orden al mundo de los signos que nos circundan, que nos envuelven y de los que nosotros somos dinámicos reproductores y ahora, en los últimos tiempos, también ávidos productores. 

Es claro que el estudio de Escudero Chauvel tiene como condición temporal de producción las décadas del `80 y del `90, a donde la Internet era casi inexistente y la explosión de las redes sociales aun ni se vislumbraba. Hablamos de una circulación  de la comunicación descendente, es decir, de los medios de comunicación hacia la sociedad. En la actualidad esa circulación ha cambiado, se ha trastocado. Ahora existe, además de la circulación comunicacional descendente, la horizontal y la ascendente.  En donde la horizontal no tiene casi mediación temporal, es instantánea, a través de grupos en redes sociales, páginas web y blogs. Y la ascendente es la que producen los sujetos desde sus hogares o distintos espacios, no ya en papel o ni siquiera a través de una computadora, sino en los teléfonos celulares, usando las redes sociales como plataformas, pero también los comentarios en diarios online o hashtag. No un tweet, sino el comentario de un tweet puede ser la noticia que “levanta” un medio online o el noticiero de un canal de aire, estableciendo así un pasaje entre dos formas de discursividad distintas.

Lo que el Coronavirus pone en cuestión como noticia y como discurso es la circulación, el valor que tiene la circulación del discurso en una sociedad, frente a los miles y miles de estudios y papers que han puesto por apatía (y tal vez por facilidad) el foco tanto en la producción como en la recepción de dichos discursos. Es claro que la circulación no es un ente conceptual sencillo de apresar, pues juega con la instantaneidad como su condición más fiel de permanencia y persistencia. Si los medios masivos y las redes sociales habían puesto en jaque a los analistas e investigadores sociales, la semántica de una pandemia y la performatividad del significante llamado Coronavirus, directamente han desbaratado las herramientas teóricas con las que contamos. 

 

3.
¿Qué es el Corona-virus? ¿Es algo que podemos testear, verificar, comprobar por nosotros mismos? ¿Cuántos de nosotros tenemos amigos contagiados o muertos por este virus? Lo que nosotros tenemos es una construcción sociocultural del virus, llamado “Coronavirus”, pero que lentamente va produciendo el desplazamiento a su originario pero más sofisticado nombre “COVID 19” (todo en mayúsculas).

Nada de esto implica desconocer bajo ningún aspecto las declaraciones y mandatos de las autoridades nacionales y mundiales sobre esta problemática, ni mucho menos ignorar las innumerables muertes producidas en los distintos países a raíz de un mismo diagnóstico: Coronavirus. Es bueno hacer esa aclaración. Lo que intentamos es posicionarnos críticamente frente al significante Coronavirus y tal vez empezar a socavar a tiempo los elementos que componen esa significación.

¿Qué hay adentro del Coronavirus? Muerte, miedo, aislamiento, Estado, política, información, humor, enfermedad, Presidente, respiradores, China, Italia, España, Bolsonaro, Trump, barbijos, abuelos, estornudos, tos, calle, calle-vacía, encierro, soledad, angustia, etc. etc. ¿Quién puso todo eso ahí adentro? Como titularía Borges, todos y ninguno. Incluso a diferencia de otros significantes que no tienen correlato en el mundo fáctico, el Coronavirus guarda para sí la instancia de que puede vérselo o al menos hay personas que pueden verlo, como los médicos que seguramente podrán observarlo a través de microscopios en los laboratorios. Entonces tiene una existencia positiva, real, pero para nosotros, ciudadanos de a pie, el virus es una consecuencia, un efecto de algo que no vemos ni podemos ver, que no podemos comprobar. Y hacerlo, comprobarlo, posiblemente sea nuestra muerte o la muerte de un familiar o ser querido. Por lo tanto es posible discursivamente llamarlo “enemigo” como lo han hecho entre muchos otros Emmanuel Macron, presidente de Francia, o Alberto Fernández, el presidente argentino. Y la palabra “enemigo” en la política tiene un peso muy particular. Que todos y ninguno sean los responsables de lo que significa el Coronavirus y que el mismo goce de algún estatus real, permite deslindar culpas o atribuirlas, desentenderse o hacerse cargo, visibilizar el problema o no hacerlo, infundir el miedo o la calma, pero fundamentalmente esta construcción permite darle el carácter de verdad necesario para la acción, en principio contra el propio virus. Es como decir, “No importa que no lo hayas visto o no sepas, el Coronavirus existe porque hay una comunidad científica que sí lo vio. Y la OMS y el Estado le creen a esa comunidad”.

 

4.
En este punto del problema, queda la certeza de que las diversas instituciones y el Estado siguen teniendo una clara influencia sobre distintos procesos sociosemióticos, no ya como antaño en donde discursos alternativos al oficial, clandestinos o “ilegales”, muy de vez en cuando le ganaban la batalla. El Estado ya no pelea solo contra medios de comunicación. Hoy la sociedad (¿civil?) juega sus fichas en la circulación de la información. Y hasta podría decirse que los medios monopólicos han empezado a trazar ciertas alianzas con esa sociedad en desmedro del Estado y sus políticas públicas a través de esos pasajes entre distintas discursividades que más arriba mencionábamos. Tal vez la salud pública sea el último reducto o esfera de la praxis en donde el Estado cuenta con legitimidad para actuar y provocar acciones como las que estamos viendo hoy en día.

La salud pública o su reverso, la pandemia que ahora nos invade, parecen tener un efecto político que pocas veces se había podido observar. Un presidente ordenando a los ciudadanos retirarse a sus casas para aislarse, perdiendo la “libertad” garantizada por las constitución y afianzada por la costumbre, sin dudas que es un hecho sin precedentes, mucho más por el acatamiento generado. ¿Qué es lo que produce ese acontecimiento? Hay un trasfondo institucional que parecía perdido (felizmente) desde la última dictadura cívico-militar, que es el uso legítimo de la violencia. Las fuerzas de seguridad desplegadas en las calles resguardando que las medidas se cumplan. Como bien habíamos visto en las últimas décadas, el Estado había perdido parte importante de este atributo a partir de la prerrogativa de que usar la fuerza pública garantizaba un orden coyuntural, pero a la vez restaba legitimidad al gobierno que lo usase. Por otro lado, la pandemia tiene el trasfondo, no de la muerte, sino del miedo a la muerte. Por lo que el ciudadano, al desplazarse, se encuentra ante dos temores que lo acechan complementándose en la efectividad del fin deseado por el Estado.

El Coronavirus opera la irrupción de lo Real en nuestras vidas. Porque el temor está en el cuerpo y es una de las tantas pasiones o sensaciones de las que no podemos escapar mediante un juego simbólico cotidiano. Es lo que finalmente no se puede nombrar. A donde no hay universo simbólico que nos salve, que ponga palabras en su reemplazo. Y es ahí a donde el Estado parece hacerse cargo de nuestra angustia a través de su institucionalidad, de su edificio, de su facticidad. El Estado asume un saber que no tenemos, y ahora es él el que sabe y nosotros no, cuando por años hablamos de que el Estado era el atraso, la inoperancia y la ignorancia. ¿Será que cambió y ahora sabe, o lo hemos re-significado? Esa re-significación, en todo caso ¿será transitoria o permanente? ¿Para la salud pública solamente o para las demás prácticas sociales? Tenemos en ese punto un hecho positivo, pero también una posibilidad.

 

5.
En efecto, la salud pública, o más precisamente el Coronavirus, es el aleph desde donde el Estado está pudiendo encontrar una forma de observar y posicionarse frente a problemáticas sociales de múltiple índole. Ese lugar desde donde el Estado ve a través del Coronavirus es su acción más potente en años. Nunca había tenido todos los temas más acuciantes simultáneamente en agenda como ahora. Porque lo que revela la pandemia es un sistema de salud deficiente, un sistema de educación atrasado tecnológicamente, una economía endeble que se derrumba ante el primer traspié, la pobreza, la exclusión, la marginación, la falta de una comunicación confiable entre el Estado y los ciudadanos, la violencia de género que se agudiza en la cuarentena, el drama de la vejez, del trabajo en negro, etc., etc. En definitiva, la desigualdad que el aparato estatal por su propia historia y naturaleza ha querido y debido reproducir desde que se formó. Algo que en menor escala pasó en Estado Unidos con el Huracán “Katrina” en el año 2005. Todas problemáticas estructurales que no pueden ser atribuidas a un solo gobierno, pero que sí se le deben marcar al conjunto social y a la clase política en particular.

 

6.
Entonces tenemos por un lado un Coronavirus para la ciudadanía y, por otro, uno para el Estado y los distintos estamentos gubernamentales (Nación, provincia y municipios). El significante no opera de la misma manera, más allá de que, en la práctica, el discurso de un presidente, Alberto Fernández en este caso, o de cualquier gobernador o intendente, parezca igualar el problema en el valor que tenga el término “Coronavirus” y las problemáticas que arrastra. El saber, el conocimiento, la información que se registran alrededor del Coronavirus son operadores fundamentales. Lo que en el Análisis del Discurso se llama “extratextualidad”, “saberes extratextuales”, trabajan en el universo cognoscitivo de una manera desmedida, formando mayas o redes de información a donde atrapar el significante “Coronavirus”, para así convertirlo o re-convertirlo diariamente en un significante cada vez más monstruoso. Los saberes que despliega el significante temporal y espacialmente parecen agolparse ante nuestros ojos y sentidos de una forma caótica, casi imposibles de procesar y categorizar. Hasta la vida intima parece mediada por el significante Coronavirus, trazando distancias reales y convirtiendo a la virtualidad en la incompletud de la incompletud.

El discurso del Gobierno opera esa extratextualidad todo el tiempo. La escenificación del pote de alcohol en gel en los estrados o escritorios desde donde los distintos representantes difunden información y pautas, es el cruce y a la vez la distancia que marca la significación del Coronavirus. De un lado estamos Nosotros, del otro Ustedes, pero nos une este objeto que aquí está y que pasa a representar el problema y el grado de cercanía que tenemos. No es ya un Estado paternalista, tampoco un amigo, pero sin dudas que el virus ha impuesto una relación Estado-Sociedad mediada por un discurso volcado a la salud, al cuidado, al respeto, a la seguridad y a la prevención, que deberá encontrar su nombre en los próximos  tiempos.

Todo esto también implica que no se está discutiendo el poder del Gobierno, ni las medidas que toma. De a ratos ni siquiera se debaten las formas o los modos, como se acostumbra hacer en la llamada “patria panelista” de los canales de televisión. Ni siquiera se está discutiendo el valor que el Gobierno le asigna al Coronavirus como problemática social. ¿Cómo puede ser posible eso? Es como si nadie quisiera estar ahí, asumiendo todo ese universo de problemas que la pandemia dispara, ni siquiera del lado crítico. Si hasta incluso Patricia Bullrich, virtual líder de la oposición, escribió un tweet luego de la conferencia del Alberto Fernández  el domingo 29 de marzo diciendo: “Presidente, apoyaremos la cuarentena y trabajaremos, como oposición responsable, junto al Gobierno y a todos los argentinos para lograr el mejor resultado como país”. Sin un ápice de ironía, sarcasmo o distancia, el breve posteo de Bullrich puede ser el de cualquier gobernador del PJ o de un líder sindical aliado al Gobierno. ¿Cómo se produce un desplazamiento semejante en una sociedad marcadamente antagonista?

 

7.
El Coronavirus marca lo que en semiótica puede llamarse como “esfera de guerra”. Una instancia social, histórica, temporal, en la que el significante obliga a su aceptación plena o a la exclusión de quien lo rechaza. En los meses que duró la Guerra de Malvinas, el actor o individuo que no apoyaba a las Fuerzas Armadas (Gobierno de facto en ese momento) era poco menos que un enemigo, un apátrida, un traidor. Si en un autobús de línea se identificaba a un negador de la “gesta”, rápidamente se procedía a bajar al mismo de ahí a los insultos, cuando no a los golpes. Lo mismo sucedía en canchas de futbol, escuelas, universidades. El que repudiaba o criticaba la iniciativa de “recuperar las Malvinas” se convertía en un paria.

Pero una “esfera de guerra” no se consigue solo con la llegada de un  “enemigo” y su obvia identificación. Se necesita de todo un sistema de operaciones simbólicas para lograrlo. Y esas operaciones a veces llevan semanas o meses de preparación, dependiendo más del azar y de sucesos acontecimentales que de la manipulación o planificación de acciones, como a los fanáticos de las teorías conspirativas les gustaría pensar.

Las palabras “enemigo”, “excepción”, “guerra”, “lucha”, “preparación”, acondicionan el campo semántico necesario para una guerra. Pero hace falta que el sujeto, la población, el ciudadano, se sienta en esa guerra, asuma una posición, identifique a sus aliados, pero principalmente a ese “enemigo”, a esa otredad, y también a la línea que lo separa de unos y de otros. ¿A dónde está esa línea que nos confronta con el Coronavirus? ¿A dónde están mis aliados? ¿Puedo confiar en el de al lado? ¿O mi vecino puede estar infiltrado el enemigo?

Solamente en una guerra una sociedad puede ser tan operada por un significante. ¿Cuál es la diferencia sociosemiótica entre un contexto bélico y uno como el que actualmente vivimos? La condición del enemigo al que nos enfrentamos, su identificación, su nombre, su materialidad. El enemigo Coronavirus, como ente, puede circular entre nosotros, pues ha cobrado una existencia óntica merced a la circulación sincrónica y diacrónica del saber de su existencia. Ya existe fuera de nosotros. La relación con otros elementos del discurso le han dado un valor, una identidad. En cuanto a su ontología, es un saber al que nos da miedo  llegar, pero del que queremos apropiarnos. En tiempos de lo pos y de la interminable y solapada condena a las ideologías y los grandes relatos, podemos afirmar que la verdad, la vieja y bella Verdad, sigue ejerciendo su seducción como siempre lo ha hecho. El Coronavirus nos muestra su semblante, nos asusta descubrirlo, pero conjuramos ese incordio con el humor, con la reflexión veloz basada en el dato cotidiano, con el consumo de la información que le sigue dando forma continua, con la conversación virtual custodiada por su presencia. 

 

8.
La pandemia impone orden y control, pero no lo hace con la cohesión de la fuerza ni con un relato abierto, tampoco con la amenaza de un enemigo real. No es por solidaridad que el ciudadano se “guarda”, ni por cuidado de sí y de los otros (más allá de que luego esa sea la justificación pública de su acción). Es la soberanía del significante, como decía Foucault, lo que nos compele a aislarnos. No sabemos qué hacer ante el poder de los signos. La aparición de un elemento constitutivo del discurso del Coronavirus puede llegar a infundirnos el más profundo de los temores. El signo de la pandemia puede estar en un taper, en la ropa, en la vereda. Soñamos dormidos y despiertos con el contacto que no llega, con la posibilidad de su ingreso en nuestro cuerpo. ¿Tiene todo esto algo que ver con las filosofías de lo bio, de lo tecno, de lo pos? Nada. En absoluto. El Estado no se ha movido de su lugar. Las instituciones públicas y privadas, si no están cerradas, han reducido al máximo su influencia. El presidente no decidirá la muerte de nadie, más no sea por la omisión infructuosa de alguna medida de salud. No, nada de todo eso. El poder de sujeción de los cuerpos ha cambiado de lugar, pero lo ha hecho a un sitio que no estaba previsto en las filosofías contemporáneas

El Coronavirus parece ser más soberano que cualquier atributo estatal. Su infinita semiósis lo impregna todo. Compite con la política en ese acaparamiento, y también compite con el poder financiero en la velocidad de su desplazamiento.

Las amplias secciones de noticias dedicadas a la pandemia se basan en historias de vida, fotos, amplia dependencia de lo ocurrido en Europa y, por supuesto, la contabilidad diaria, minuto a minuto, de los muertos, tanto en Italia como en España, Estados Unidos y ahora en Francia. El número de muertos es clave para entender la construcción. El virus es muerte, hoy la muerte es el Coronavirus. Las muertes por accidentes de tránsito, violencia de género o asaltos a mano armada han perdido el estatus que tenían. Nadie parece morir sino no es por el virus que anda, que está entre nosotros, que circula. Por ese enemigo invisible que nos obliga a aislarnos, guardarnos, mantener las distancias, reservar el saludo, ser solidarios, consecuentes con lo que disponen las autoridades, etc.

Como antes dijimos, orden y control que no está viniendo de poderes instituidos o emergentes, sino de la tiranía de un poderoso significante. Desatado y tan letal como los efectos que produce en los cuerpos que toca. Ese des-encadenamiento se da en el marco de una sociedad que parece no poder ya controlar, seleccionar y redistribuir con los viejos procedimientos los discursos producidos, tal como había hipotetizado Foucault. Y por lo pronto y ante el latiguillo repetitivo “no se sabe mucho de él”, tampoco las filosofías actúales pueden dar con el concepto capaz de conjurar sus poderes y peligros, dominar los acontecimientos aleatorios que nos invaden y esquivar la temible materialidad en las que nos vemos envueltos.

 

Mientras tanto, nosotros acá, no hemos hecho más que seguir alimentando al monstruo.     

 

 

Paraná, 3 de abril de 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

Las que arden // Luciano Debanne

¿Cómo hacen las iglesias, las pequeñas iglesias, familiares, artesanales, barriales, para atender a su feligresía?

¿Cómo hacen las esquinas? ¿Cómo hacen las peluqueras? ¿Cómo hacen las señoras que hacen tortas lejos de los anaqueles presuntuosos de los malls? ¿Cómo hacen los pequeños salones de centros vecinales y clubes donde se festejan los cumples de quince con alcohol abundante a precios moderados? ¿Cómo hacen los pasillos y las puertas sin marcas, tenes, tengo, ahí voy? ¿Cómo hacen los que toman mate y explican una materia y prestan la oreja a cambio de unas migajas de atención que los acerque al amor? ¿Cómo hacen las putas y los cantantes de fiestas privadas, los payasos de cumpleaños infantiles? ¿Cómo hacen las feriantes agroecológicas transfeministas buenvivir karma vive el hoy? ¿Cómo hacen los artistas de gorra y tarima? ¿Cómo hacen las maestras particulares, los personals trainners, los guías de museos? ¿Cómo hacen los kiosqueros de escuela, la portera que saluda en la entrada, el que vende pururú y puflitos en la puerta del parque, el artista de la venta en colectivo, buenos días señora, buenos días señor?

¿Cómo hacen las pequeñas iglesias sin púlpitos ni altares para atender a su feligresía, de qué estará hecha en estos días su devoción?

 

El día después de mañana // Mateo Barros y Mair Williams

Por Mateo Barros y Mair Williams 

“Se omite lo que la crisis misma elabora como perspectiva propia y crítica respecto de la estructuración del presente. En su inmanencia, en cambio, la crisis tiene algo de genético, de germen o fermento, es decir, de engendramiento de estrategias capaces de extraer vitalidad de un medio árido, mortífero.” Diego Sztulwark, La ofensiva sensible.

El Presidente argentino lo puso en términos dicotómicos: o se preserva la economía o se preserva la vida. Lo hizo en términos dicotómicos para ofrecer una respuesta frontal y una justificación de las medidas tomadas a quienes perciben correctamente que las políticas de contención de la pandemia tienen un efecto pernicioso sobre la economía del mundo tal como venía siendo. Y es tangible: la relación de oposición -en los marcos modernos de la producción y explotación de recursos- entre economía y ecología revela lo profundamente emparentados que están los dos conceptos. Todo el mundo sabe, y admite, en sus quejas, que la economía actual del mundo funciona deteriorando y poniendo en riesgo la vida. Todo el mundo sabe que la ecología, pensada como la serie de reglas y políticas a tomar para preservar la vida en el planeta, destruiría el funcionamiento de la economía tal como lo conocemos. Nadie admite, políticamente, que piensa la economía y la ecología por separado y en oposición, pero las tragedias ambientales que provocamos y los discursos políticos demuestran que así se da en los hechos. El discurso del presidente lleva impreso el signo de los tiempos: ecología y economía pasan a formar parte de un mismo lenguaje, de un mismo debate y de un mismo plan, y la contradicción -casi hegelianamente- solo se resuelve si pasan a ser una misma cosa, transformada y distinta de los dos objetos bien diferenciados que fueron hasta hoy en el pensamiento occidental. 

A excepción de algunos grises, como el modelo alemán de prohibición del contacto sin confinamiento, la gran mayoría de los líderes de Estado parecen elegir entre una u otra de las opciones posibles. Los que ya saben dónde enterrar a los muertos pero no quieren ataúdes económicos elegirán la primera, y los que intentan “aplanar la curva” para neutralizar al enemigo invisible la segunda. Decidir en medio de las penumbras no es tarea sencilla, y menos cuando nos enfrentamos a un fenómeno desconocido sobre el cual -aún- no hay ciencia cierta. Claro está que “elegir la vida” no implica -como efecto colateral- que el daño económico no complique también las condiciones de vida y la reproducción de los medios de vida. Tan entramadas se muestran, por fin, economía y ecología, que un cambio radical e inmediato en la dinámica económica significaría, también, un suicidio.

Este artículo propone pensar en el día después de mañana. De ese mañana después del hoy perpetuo de la pandemia global que encuentra a los estados nacionales dejando de lado sus agendas para resolver el momento. Este artículo se propone pensar los vericuetos que aparecen en una serie de hipotéticos “después” de la pandemia y que plantean el imaginario de una configuración distinta de lo ya conocido. El día en que finalmente la curva tome una tendencia descendente y los estados-nación dominen esta problemática. El acontecimiento pandemia genera un corrimiento de las categorías con las que juzgamos al mundo y a nosotros mismos. Un desplazamiento necesario en nuestra manera de administrarlo, lo verdadero y lo falso, lo natural y lo social, todo inclinado, re-configurado. 

Parece que la crisis golpea a todos sin distinciones: el virus no distingue entre ricos y pobres, pero el punto de partida de ese universo que compone a “todos” nunca es el mismo y es imperioso detenerse en los matices. A partir de la crisis, podemos entrever más claramente los puntos de apoyo clave de la sociedad que se invisibilizan en su funcionamiento cotidiano. La pandemia, la emergencia, sirven a modo de test de identificación de los pilares que hacen a la contención social y a su vital importancia. Hay que pensar y repensar el caminito que nos llevó hasta aquí, pensar los últimos 10 años de lo que José Natanson llama “desglobalización”, la crisis financiera del 2008, las nuevas olas; pensar desde la crisis un potencial transformador del cuerpo social y el escenario global; pensar los ciclos del capital y el descuido de los sistemas sanitarios; pensar las instituciones globales.

El cuidado de los segmentos más vulnerables de la población está siempre tercerizado, informalizado, pauperizado y feminizado. Estamos frente a una oportunidad para modificar la norma anterior. El costo de tantas vidas debe servir como enseñanza para que tanto padecimiento no haya sido en vano y el fin de la pandemia arroje otra forma de habitar lo público y también esa enorme parte del sistema de cuidados que sostiene la vida y que hoy es considerado, por su informalidad, privado. No basta con preámbulos tecnócratas, es momento de rescatar –ahora que sí lo vemos– el valor del sistema de cuidados y la sanidad pública; así como también de reconocer la fragilidad del sistema. La experiencia de la crisis muestra que las respuestas generalizadas no alcanzan a la totalidad del conjunto: la excepción permanece como regla en ciertos territorios y ciertas categorías sociales.

¿Menos globalización?

Este nuevo brote de Estado de Bienestar y valorización de lo público -en boca de todos- no implica, necesariamente, menos globalización. Que quede claro, la decisión de frenar el mundo fue tomada a nivel global, los paliativos económicos los sustentará el Banco Mundial y el G20 sesionó para acordar un Fondo Mundial de Emergencia Comunitaria como reparo de las consecuencias del virus. Todos los países -con sus propias recetas locales- se encolumnan, en mayor o menor medida, tras la “estrategia china”. Las fronteras se cerraron y los países se aislaron, pero las respuestas nacionales fueron todas consonantes a una misma respuesta global: la que predica la OMS, el ente válido del mundo desconfiado.

Bolsonaro y Boris Johnson intentaron elaborar sus propias respuestas nacionales con épica churchilliana para cuidar sus economías y no ir al parate, pero no lograron consolidar su posición. Navegaron tan solos en la tormenta que la propia marea los acomodó en eje con el resto de los barcos. Johnson apostó al “herd inmmunity“, privilegiando al mercado, y se terminó contagiando y admitiendo, contra la hegemonía heredada de Thatcher, que “existe tal cosa como la sociedad”. Y, alguno comentó chistosamente, el neoliberalismo corrió de local. Algo similar, aunque no tan ridículo, sucedió en EEUU, pero el elevadísimo número de casos de COVID-19 los obligó a alinearse también. “Nadie se salva solo” dijo Alberto Fernández en la teleconferencia del G20, quienes minimizaron la pandemia la están padeciendo y no están preparados, no pueden afrontarla sin cooperación.

Las crisis ponen en tela de juicio los consensos vigentes y arrojan otros nuevos. Esta crisis parece arrojar uno que el siglo XX promulgó pero no supo materializar: el derecho colectivo a vivir. A transitar la excepción preservando la vida por sobre la riqueza. Este derecho quiebra un mandato neoliberal, que habrá que sostener cuando esto acabe y logremos parir otra normalidad. Algo sangra en el corazón del hedonismo individualista, y esa sangre no se lava con agua.

Quizá debamos preguntarnos ¿quién cuida nuestra vida? Una primera respuesta, por la negativa, podría afirmar que los mercados no. Las farmacias aumentaron los precios, “los vivos especularon”, el capital financiero mostró los dientes, Techint despidió y el Estado tuvo que salir a regularlos, a decirle a los que ganan siempre que esta vez no les toca la sortija y que los sagrados privilegios del capital concentrado pasan a un segundo plano. Primero está la salud de todxs, muchachos, “ganen menos”.

¿Entonces el Estado nos cuida? ¿O nos pide que nos cuidemos? “Cuidarse” parece ser un acto individual reducido al orden del confinamiento, la única alternativa al día de hoy; y también colectiva, porque “cuidarte es cuidar al otro” y evita los contagios. Pero el cuidado es insuficiente si el reducto de confinamiento implica hacinamiento, falta de acceso a los servicios básicos, trabajo informal e inseguridad, condiciones de vida en las que se encuentra el 30% de nuestros país. 

De todos modos, el Estado argentino está ocupándose de los más afectados y otorgará subsidios de emergencia y planes para que los que vieron afectada su fuente de trabajo o se exponen al virus por trabajar en la vía pública. Al día de hoy, más de 9 millones y medio de personas se inscribieron para cobrar el bono de 10 mil pesos que implementó el gobierno como Ingreso Familiar de Emergencia para los trabajadores informales. ¿Se trata de un reconocimiento de la importancia de esta dimensión que está por fuera de los márgenes de la economía formal capitalista? 

Además, se decretó el congelamiento de alquileres y la suspensión de desalojos por 180 días. Se regularon los abusos del mercado inmobiliario y se obligó a los propietarios a bancarizar sus ingresos, sin duda un hecho extraordinario en la lucha por el derecho a la vivienda en Argentina. El desafío es no volver atrás.

Lo que vendrá 

Está claro que cualquier cambio en la dimensión pública y el reordenamiento del escenario económico, aquí y allá, dependerá del éxito o fracaso de decisiones políticas. Si el nuevo mundo se parece más a un Estado de bienestar humanista y solidario o a un autoritarismo reaccionario con supresión de derechos civiles donde estemos “absorbidos por la gestión digital de lo humano y el control bio-social” como sostiene Horacio González en su más reciente artículo en el blog Lobosuelto!, tendrá que decidirlo la política.

¿Es una guerra sin tiros? ¿Una guerra por nuevos estandartes? ¿Por el dominio del orden global? Como primer esbozo es posible vislumbrar que el mundo ha tomado formas violentas, existe un estado de belicosidad manifiesto: libertades restringidas por la excepción, ejércitos de médicos, retórica agresiva, ciudadanos sobreideologizados, tensión, desconfianza generalizada, economías golpeadas y tropas con armas. Dar respuestas a estos interrogantes sería asumir prematuramente conclusiones que hoy por hoy muy difícilmente podamos obtener, y consideramos que la delicada coyuntura requiere de rigurosidad cirujana. Cautela.

Fuente: Revista Random

Una complicidad de muerte que se mantiene en silencio // León Rozitchner

“Los argentinos aceptaron mandar a sus hijos a morir por una patria en el momento mismo en que la entregaban”, señala el filósofo León Rozitchner.

En plena Guerra de Malvinas el ministro de Obras y Servicios públicos, ingeniero Sergio Martín, elevó a la Presidencia de la Nación (abril de 1982) los proyectos de privatización de todas las empresas dependientes de esa cartera: YPF, Gas del Estado, Yacimientos Carboníferos Fiscales, Química Río Tercero, Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), Ferrocarriles Argentinos, Aerolíneas Argentinas, Empresa Nacional de Correos y Telégrafos, Obras Sanitarias de la Nación, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (Segba), Agua y Energía Eléctrica, ATC Argentina Televisora Color Canal 7, Hidroeléctrica Nordpatagónica (Hidronor S.A.).

La “gesta” de las Malvinas se había convertido en un hecho “objetivo”, que mirábamos desde afuera como algo triste acontecido allá lejos. Un día aciago, es cierto, como el de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, los argentinos perdieron otra batalla: las Malvinas. Pero nos negamos a comprenderla como la Gran Batalla, la última con la cual culmina la perdición de la Argentina en la que colaboraron casi todos sus habitantes. Todavía seguimos pagando el botín de esa guerra. Esa mayoría, sin cuyo apoyo unánime no hubiera habido guerra, esa muchedumbre ahora más silenciosa que nunca, ¿puede pensar siquiera que por su adhesión activa vivimos este presente en el que estamos ahora?

Han pasado más de treinta años y sus consecuencias siguen vivas. ¿Cuál es el derrotero marcado por estos hitos –las Malvinas es el más importante–- que llevó a sus ciudadanos a entregar y empujar al país hacia la destrucción y la muerte? Isabelita-”Proceso” militar-Genocidio militar- Malvinas-Menemismo patricida-genocidio civil: tal es la serie de la última parte de la tragedia argentina. En ese breve período se consumó la entrega de miles de argentinos a la muerte al mismo tiempo que se nos despojaba de la geografía que constituye la verdad material de aquello que se llama el suelo de la Patria.

Pensemos. La soberanía de un país es la de sus cuerpos ciudadanos vivos. Pero no hay patria “espiritual” si no tiene su asiento en la tierra: nuestra geografía es el suelo materno de nuestra vida colectiva sin el cual nuestra existencia no sería posible. Somos argentinos porque nuestro cuerpo colectivo abarca la materia viva de lo que llamamos patria. La común pertenencia a su geografía define nuestro ser argentinos. Pero la tierra es nuestra y al mismo tiempo no es nuestra: esta contradicción define a la Nación y a la Patria. Simbólicamente todos somos argentinos mientras nos reconocemos en la bandera, el escudo, en el himno, en sus héroes o en sus leyes. Pero ¿qué pasa con la geografía, cuya materialidad viva fue convertida en propiedad privada de ellos, pero sólo en nuestra cuando sus dueños nos mandan a morir por la patria? A la tierra patria sólo se la recupera muriendo, no compartiéndola. Y así en las Malvinas. Los argentinos aceptaron mandar a sus hijos a morir por una patria en el momento mismo en que la entregaban: cuando recordando las islas idealizadas de la escuela primaria alcanzaron la posesión terrenal alucinada más tonta, fetichista y abstracta.

LA UNIDAD NACIONAL AL FIN LOGRADA

Malvinas es un acontecimiento crucial en nuestra historia, donde se sella un pacto siniestro que todavía dura: la complicidad de la mayoría de sus habitantes con el terrorismo de Estado. Esa unidad que el terror había anudado aún no ha sido rota. Porque alrededor de la “Reconquista de las Malvinas” convergió la totalidad de sus fuerzas sociales, de derecha y de izquierda. El gobierno genocida y sus cómplices de múltiples poderes, que lo habían instalado para realizar esa faena, genocidas todos, de pronto logra la Unidad Nacional alrededor de la defensa de la soberanía de la patria. ¡Oh maravilla! Lo más temido por la derecha y el imperio, de arriba hasta abajo, arrastrando ahora tras del triunfo ilusorio a todos los habitantes y a miles de jóvenes a perder la vida. Los genocidas ya no fueron sólo los militares, ni los hombres de la Iglesia, ni los financistas, ni los empresarios, ni los directores de los clubes de fútbol, ni los medios: ahora la población mayoritaria los acompañaba. ¿Algún día los argentinos asumirán la responsabilidad que la inocencia hipócrita y dolorosa encubre? Esta Argentina despojada, que relojea el mundo mientras cree que está viva, poblada de almas muertas y de cuerpos difuntos, es el resultado de aquella unidad siniestra, pacto mortal que todavía no pudo ser desanudado entre nosotros.

La guerra de las Malvinas logró el milagro: la unidad más completa que nunca pudo siquiera ser pensada por toda la izquierda –peronista y las otras– se realiza de pronto por arte de magia y con ella se esfuman las contradicciones tan declamadas por la dialéctica abstracta. El clarín de guerra soplado por un general borracho llenaba el hueco imaginario del antiguo dios Marte. ¡Argentina, Argentina! En el balcón, coronado de gloria de la Casa Rosada, un Perón fantaseado seguía agitando sus brazos detrás de Galtieri. Pero esa unidad nos hizo cómplices de sus masacres y borró las líneas de separación de las cuales el temblor y el terror nos habían mantenido alejados. La unidad nacional marcó el extremo límite que alcanzó la ciudadanía argentina en su sometimiento imaginario, allí donde todos los índices de realidad fueron borrados en la gran alucinación colectiva. ¿Hasta qué punto el terror es una explicación suficiente para comprender esta adhesión multitudinaria? Nos volvimos activos cuando podíamos estar quietos y en silencio, como estamos ahora. ¿Sobre qué pasión se apoyaba este desborde inesperado que barría con todos los índices de realidad? El apoyo debía brotar, pensamos entonces, como un condensado de todas las experiencias sociales en las que sus habitantes se habían formado. Las experiencias políticas vividas en el pasado fueron otras tantas formas ilusorias que desde mucho antes habían borrado la comprensión de lo que nos pasaba. Tampoco la izquierda había alcanzado a crear con sus acciones valerosas y sus propuestas revolucionarias la apertura de un espacio crítico sin fantasías mortíferas: un campo de lucha desalucinado. Un lugar de sensatez mínima que llevara a comprender las amenazas y las trampas que el sistema nos tiende para hacer de tantos argentinos sus figuras serviles.

Por eso es necesario (deseable diríamos) que la Guerra de Malvinas comience a ser rememorada como lo que realmente fue: una experiencia traumática y trágica de una población cuya historia mediocre sirvió a los designios de quienes nos destruyeron. Que se convierta por fin en una experiencia colectiva que se anime a deshacer, muy a posteriori, la trágica unidad pasada que la desunión actual tiene todavía como fondo: esa unidad alucinada donde todas las diferencias reales, perceptibles, se habían borrado. Para poder enfrentar nuestro propio pasado desde este presente desolado sería preciso que las Malvinas se conviertan en una nueva experiencia social: que a las Malvinas perdidas las transformemos en una recuperación de nosotros mismos, dolorosa sí pero menos mortal, de quienes la perdieron por la decisión colectiva de mandarlos al muere. Pero si sólo sirve la rememoración para hablar de eso que se sigue llamando “gesta”, eso significa volver a marcar de rojo al calendario para ocultar la sangre al rojo vivo de quienes allí murieron. En las Malvinas se anudó una complicidad de muerte, pacto siniestro y oscuro que todavía se mantiene en silencio.

Fuente: Página/12, Especial 25 años de Malvinas

Capitalismo o existencia humana // Raúl Cerdeiras

Si la crisis que provoca la pandemia del “coronavirus” porta algo alentador en términos de modificación de la realidad en que vivimos, es que puede acelerar la caída de una palabra tan universal como universal es su función de ocultar. Esa palabra es “economía”. Varias veces de manera provocativa escribí sobre el tema afirmado que “la economía no existe”. La palabra economía se usa en el lugar de “capitalismo”.

¿Qué pasaría si en todos los discursos (no importa quién lo pronuncie) con los que hace años nos aturden todos los días se dijera la verdad? Aquí la “verdad” significa: en vez de decir “la economía” se dijera “el capitalismo” Por ejemplo, escuchamos diariamente decir que “las medidas de prevención sanitarias deben afectar lo menos posible  a la economía”. Ahora bien, corramos el velo y en lugar de economía digamos capitalismo, es decir: una estructura que organiza mundialmente la vida social de los pueblos dominada por una oligarquía que reúne el 10% de la población mundial  y es propietaria del 86% de la riqueza producida [y el 1% de ese 10% posee el 46% de ese 86%]una clase media que cubre el 40% de la población y lucha por el reparto del 14% sobrante; finalmente, el 50% restante de los seres humanos que habitan este mundo son pobres y no poseen nada. El capitalismo funciona atado a su única ley, la ganancia y su acumulación que la obtiene mediante la explotación (directa y/o indirecta) de la fuerza de trabajo de los que nada tienen. Para realizar esa riqueza somete a la humanidad a la maquinaria infernal del consumo sin fin de cualquier cosa que sea. Dentro de su lógica destroza todo lazo social humano, promueve el individualismo hasta niveles insospechados a tal punto de crear la figura  del “emprendedor” que es una subjetividad que se obliga a sí mismo como si fuera su propio patrón. Desparrama por todo el mundo guerras no convencionales de rapiña para apoderarse de las riquezas allí donde estas florezcan y, como todo lo hace prever, dentro de un tiempo quizás no tan lejano hará inhabitable este planeta. De golpe, aparece que estamos promoviendo medidas sanitarias para preservar la vida tratando de “afectar lo menos posible” a esta máquina infernal de matar a más de media humanidad por hambre, despojo y persecución.

Todo el mundo “sabe” eso, sin embargo se lo acepta resignadamente porque nos han hecho creer que es lo único posible, que es algo natural, incrustado en la esencia misma del ser humano y que llegó para quedarse. Los dueños del mundo, sus políticos y sus Estados no hacen más que decirnos que no hay otra alternativa. A lo sumo algún grupo de gente quizás bien intencionada piense que desde el Estado se puede domesticar un poco a la bestia, hacerla más “humana” y “solidaria”, racional, etc. pero jamás abolirla. Son los populistas-progresistas “democráticos” que aún no se enteraron que cumplen de vez en cuando el papel de médicos de cabecera del capitalismo. Cuando este sistema corre el riesgo de empezar a resquebrajarse estos médicos llegan en la ambulancia de los votos que recogen en el camino prometiéndoles alivio a las pobres e indefensas víctimas hambrientas, porque “ellos saben” cómo reactivar la economía (o sea: el capitalismo) para sacar al país adelante. Así nos va. Algunos otros, los “tacticistas”, (que yo llamo los “realistas de vanguardia”) nos harán un guiño y una mueca de complicidad diciendo: “si, ya lo sabemos, pero no conviene decirlo porque espanta a la gente”. Así nos va.   

¡Es el capitalismo, estúpido! Hay que decirle al bueno de nuestro presidente cuando molesto porque el dueño de Techint despidió a 1450 obreros se reconfortaba diciendo que “afortunadamente la mayoría de nuestros empresarios”  no se conducían con ese espíritu egoísta. ¿Qué esperar cuando después de 163 años de publicado El Capital de Marx, un presidente dice tamaño disparate? Y cuando Cristina (junto con el Papa, la mejor propagandista del capitalismo humanitario) en un acto electoral del año  pasado en la Matanza decía “que había que meterles en la cabeza a los capitalistas algo que  no terminan por comprender y es que si la gente no consume ellos no existirían”. Pero no puedo dejar de recordar una frase emblemática que se repite constantemente, y para el mundo político de los médicos de cabecera del capitalismo es de una contundencia tal que no dejan de regocijarse con ella: “los muertos no pagan”. ¡Genial!. Veamos que encierra esta afirmación. En primer lugar el reconocimiento que el acreedor (es decir, el sistema capitalista representado por el FMI), es mortífero, te mata sin miramientos. En segundo lugar que se está dispuesto a vivir a cualquier precio. En tercer lugar,  ese “cualquier precio” significa que si me deja con vida voy a poder pagarle lo que le debo, y de esa forma mi acreedor podrá seguir reproduciéndose como lo que es: una maquina mortal. Ese es el mecanismo perverso de este slogan que se repite como un “arma efectiva en la mesa de negociación”: dejar que la vida de la humanidad se convierta en el medio para que siga reinando sobre ella el mortífero capitalismo.

Tampoco lo hace la izquierda tradicional que debería, aunque sea por tradición, denunciar públicamente y de manera constante y sistemática lo siniestro del capitalismo. No lo hace porque su política para poner en marcha ese proyecto reproduce, sin ninguna crítica de fondo, el modelo marxista-leninista que sucumbió, y encima han aceptado todos los requerimientos legales que les exige el Estado burgués para funcionar dentro del sistema político “democrático”.

Esta paralización de la realidad y su vida cotidiana  con todos los clichés del sentido común, pueden desocupar un espacio para la circulación de  cuestiones que hablen del peligro que corre la subsistencia de los humanos en tanto su vida en común se sostenga en el lazo social capitalista. La palabra “comunismo”, que hace más de medio siglo fue desterrada de la política: comunismo=terrorismo, fue la sentencia de la derecha que cubrió a todo el planeta. El “apagón” de esa palabra ayudó mucho para que deje de estar iluminada su opuesta. Ahora puede ser que la palabra “capitalismo” empiece a tomar cuerpo de nuevo por el solo hecho que se deban tomar medidas que buscan defender la vida (cuarentena, etc.) pero que complican a la economía y que esta reaccione de tal manera que podamos empezar a sospechar ¿qué es esa “economía” que no retrocede ni aun cuando corre peligro la vida de los humanos?

En medio de un posible despertar de algo nuevo en el campo de las políticas de emancipación, creo que sería aconsejable alentar esta tendencia de que la gente empiece a interrogarse acerca de qué tipo de sociedad está parada, qué hay detrás de la palabra economía que no sea cuánto dinero gana, le falta o puede gastar. En su momento, de la mano de Copérnico y muchos otros más, la humanidad tuvo que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” que tardó más de un siglo para ser aceptada y a regañadientes. El  cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos.

Esta puede ser una circunstancia parecida en cuanto amenaza resquebrajar el escenario de nuestras certezas y anunciar que las cosas no están dadas de una vez y para siempre. Aunque sea incipiente hay algo que se puede ir instalando en la experiencia más vital del día a día de la existencia. Sentimos el miedo cierto de perder la vida en manos de un virus poco conocido e imprevisible en su destino final, y cuando la voz de orden más razonable nos indica que la mejor forma de defendernos es recurrir a un voluntario y solidario aislamiento, resulta que hay algo que perturba, que impide ese gesto solidario: la economía. Tengo la esperanza que en el interior de la fuerza política que hoy gobierna el país, en el militante que compromete su vida a favor de una causa que él cree justa, este resquebrajamiento abra canales por los que ingresen otras aguas, comenzando por un “hilo” pero que puede terminar en un torrente. Pienso en las Madres de Plaza de Mayo.

No hay verdadera liberación si no nos liberamos de un sistema. Quizás ese pequeño chorrito de agua signifique que va tomando cuerpo la decisión de que en momentos como los que estamos viviendo, no podemos dar en política un solo paso si no es denunciando a cada momento a este sistema mundial capitalista. Pero no como ese vago telón de fondo que uno deja intocado porque cree que abordar su destrucción es una tarea reservada al largo plazo. ¡A la mierda con el largo plazo! Es hoy, aquí y ahora que hay que empezar a demoler a esta máquina salvaje. Aprovechemos esta crisis de sentido en las certezas de nuestras vidas que ponen al descubierto las lacras sociales que brotan del lazo social capitalista.

Pero también debemos advertir que hay que fundar la solidaridad por fuera de la amenaza de muerte. La verdadera solidaridad política y emancipadora es la que se construye alrededor de un proyecto creativo y no por la pura amenaza de la muerte. La lucha política (toda creatividad humana) debe esquivar el horizonte -en el que se empeña en ubicarla el pensamiento reaccionario- de ser una contienda entre la vida y la muerte. Ese es el escenario de las luchas naturales, en donde aún no existe esa excepción inmanente al orden natural llamado “ser humano”. El viviente humano es precisamente humano porque puede escapar a ese dilema. Quizás  la mejor situación en la que hoy se pueda singularizar la humanidad del hombre es cuando se encuentra ente el momento en que debe tomar una decisión sin garantías. No una elección, que es siempre entre cuestiones posibles, sino una apuesta sobre lo imposible. 

 Muchos sinceros luchadores contra el capitalismo se extravían, según creo, al elegir el camino de salir del capitalismo pero no “caminando para adelante” montados en la fuerza creadora de los desafíos de lo nuevo, sino “marchando hacia atrás” para refugiarse en una visión casi celestial de la naturaleza.

Hay que estar atentos porque es muy posible que esto gire hacia horizontes que refuercen el statu quo político o se encaminen buscando seguridades represivas. Hasta el Coronavirus la situación “política” (entre comillas porque entiendo que lo que hoy circula bajo ese nombre es la negación de la política, es pura gestión) ofrecía una disputa acerca de quien gestiona y gobierna al neoliberalismo: o es el Estado, con sus dos variantes, la democrática o la dictatorial (China), o es el capital financiero y las reglas del mercado. Es indudable que en nuestro país está ganando la “política” del Estado presente. Dentro de esta línea hay que estar alertados de la consigna de “nos salvamos entre todos” y ese todos incluye…a todos: FF.AA. empresarios, villeros, intelectuales, etc., lo que lógicamente nunca queda claro es cuál es el plan de salvataje, quien lo diseña y comanda. También es posible, como se dice insistentemente, que después de la pandemia el mundo ya no va a ser el mismo, va a ser distinto…habría que ver que se entiende por distinto.

Es tan grande nuestra orfandad en materia de políticas emancipativas que empezar a decir hoy lo que fue dicho hace más de 170 años atrás, de la  mano del Manifiesto Comunista, a saber, que el capitalismo destruye a la humanidad del hombre, puede resultar un paso que retumbe. Que produzca una “ganancia subjetiva”, que bajo nuevas formas políticas, aún incipientes, pero desligadas claramente de la matriz política que comandó las luchas revolucionarias del siglo pasado, ponga en marcha una nueva etapa en la manera de pensar y hacer las políticas liberadoras e igualitarias.

2 de abril del 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Más allá del colapso: tres meditaciones sobre las condiciones resultantes posibles // Franco “Bifo” Berardi

De repente, lo que hemos estado pensando durante los últimos cincuenta años tiene que ser repensado desde cero. Gracias a Dios (¿es Dios un virus?) que tenemos una gran cantidad de tiempo extra ahora porque las viejas empresas están hoy fuera de juego.

Voy a decir algo sobre tres temas distintos. Uno: el fin de la historia humana, que se desarrolla claramente ante nuestros ojos. Dos: la emancipación en curso del capitalismo, y/ o el peligro inminente del tecno-totalitarismo. Tres: el regreso de la muerte (por fin) a la escena del discurso filosófico, después de su larga negación moderna, y la revitalización del cuerpo como disipación.

1.-Bichos

La filósofa que mejor anticipó el apocalipsis viral en curso es Donna Haraway. En Seguir con el problema, ella sugiere que el agente de la evolución ya no es el Hombre, sujeto de la historia.

El humano está perdiendo su centralidad en este proceso caótico, y no debemos desesperarnos por esto, como hacen los nostálgicos del humanismo moderno. Al mismo tiempo, no deberíamos buscar consuelo en los delirios de un tecno-arreglo, como lo hacen los tecno-maníacos transhumanistas contemporáneos.

La historia humana ha terminado, y los nuevos agentes de la historia son los ‘bichos’ [critters], en la jerga de Haraway. La palabra ‘bicho’ refiere a pequeñas criaturas, criaturas pequeñas y juguetonas que hacen cosas extrañas, como provocar mutaciones.

Bien: los virus. Burroughs habla de los virus como agentes de mutación: mutación biológica, cultural, lingüística.

Los bichos s no existen como individuos. Se propagan colectivamente, como un proceso de proliferación.

El año 2020 debería ser visto como el año en que la historia humana se disolvió, no porque los seres humanos desaparezcan del planeta Tierra, sino porque el planeta Tierra, cansado de su arrogancia, lanzó una microcampaña para destruir su Will zur Macht.

La Tierra se está rebelando contra el mundo, y los agentes del planeta Tierra son inundaciones, incendios y, sobre todo, bichos.

Por lo tanto, el agente de la evolución ya no es el ser humano consciente, agresivo y de voluntad fuerte, sino la materia molecular, los microflujos de criaturas incontrolables que invaden el espacio de producción y el espacio del discurso, reemplazando la historia por la herstoria, la época en que la Razón teleológica es reemplazada por la Sensibilidad y el devenir sensual y caótico.

El humanismo se basó en la libertad ontológica que los filósofos italianos del Renacimiento temprano identificaron con la ausencia de determinismo teológico. El determinismo teológico ha terminado y el virus ha tomado el lugar de un dios teleológico.

El fin de la subjetividad como motor del proceso histórico implica el fin de lo que hemos llamado “Historia” con h mayúscula, e implica el comienzo de un proceso en el que la teleología consciente es reemplazada por múltiples estrategias de proliferación.

La proliferación, la diseminación de los procesos moleculares, reemplaza la historia como macroproyecto.

El pensamiento, el arte y la política ya no deben verse como proyectos de totalización (Totalizierung, en el sentido de Hegel), sino como procesos de proliferación sin totalidad.

2.-El uso, lo útil

Después de cuarenta años de aceleración neoliberal, la carrera del capitalismo financiero se detuvo de repente. Uno, dos, tres meses de bloqueo global, una larga interrupción del proceso de producción y de la circulación global de personas y bienes, un largo período de aislamiento, la tragedia de la pandemia … todo esto va a quebrar la dinámica capitalista en un manera que puede ser irremediable, irreversible. Los poderes que administran el capital global a nivel político y financiero están tratando desesperadamente de salvar la economía, inyectando enormes cantidades de dinero en ella. Miles de millones, miles de millones … cifras, números que ahora tienden a significar: cero.

De repente, el dinero no significa nada, o muy poco.

¿Por qué le están dando dinero a un cadáver? ¿Puedes revivir el cuerpo de la economía global inyectando dinero en él? No puedes. El punto es que tanto el lado de la oferta como el de la demanda son inmunes al estímulo monetario, porque la caída no ocurre por razones financieras (como en 2008), sino por el colapso de los cuerpos, y los cuerpos no tienen nada que ver con el estímulo financiero.

Estamos pasando el umbral que lleva más allá del ciclo de labor-dinero-consumo.

Cuando, un día, el cuerpo salga del confinamiento de la cuarentena, el problema no será reequilibrar la relación entre tiempo, labor y dinero, reequilibrar la deuda y el reembolso. La Unión Europea se ha fracturado y debilitado por su obsesión con la deuda y el equilibrio, pero la gente está muriendo, los hospitales se están quedando sin ventiladores y los médicos están abrumados por la fatiga, la ansiedad y el miedo a las infecciones. En este momento esto no se puede cambiar con dinero, porque el dinero no es el problema. El problema es: ¿cuáles son nuestras necesidades concretas? ¿Qué es útil para la vida humana, para la colectividad, para la terapia?

El valor de uso, expulsado por mucho tiempo del campo de la economía, ha vuelto, y lo útil ahora es el rey.

El dinero no puede comprar la vacuna que no tenemos, no puede comprar las máscaras protectoras que no se han producido, no puede comprar los departamentos de cuidados intensivos que han sido destruidos por la reforma neoliberal del sistema de salud de Europa. No, el dinero no puede comprar lo que no existe. Solo el conocimiento, solo el trabajo inteligente puede comprar lo que no existe.

Así el dinero es impotente ahora. Solo la solidaridad social y la inteligencia científica están vivas, y pueden volverse políticamente poderosas. Por eso creo que al final de la cuarentena global, no volveremos a la normalidad. Lo normal nunca volverá. Lo que sucederá después aún no se ha determinado, y no es predecible.

Nos enfrentamos a dos alternativas políticas: un sistema tecno-totalitario que relanzará la economía capitalista mediante la violencia, o la liberación de la actividad humana de la abstracción capitalista y la creación de una sociedad molecular basada en el uso.

El gobierno chino ya está experimentando a gran escala con el capitalismo tecno-totalitario. Esta solución tecno-totalitaria, anticipada por la abolición provisional de la libertad individual, puede convertirse en el sistema dominante del tiempo venidero, como Agamben ha señalado correctamente en sus recientes y controvertidos textos.

Pero lo que dice Agamben es solo una descripción obvia de la emergencia actual y del futuro probable. Quiero ir más allá de lo probable, porque lo posible es más interesante para mí. Y lo posible está contenido en la ruptura de la abstracción y en el dramático retorno del cuerpo concreto como portador de necesidades concretas.

Aquello con alto valor de uso está de vuelta en el campo social. El uso, olvidado y negado por el proceso capitalista de valorización abstracta, es ahora el rey de la escena.

El cielo está despejado en estos días de cuarentena, la atmósfera está libre de partículas contaminantes, ya que las fábricas están cerradas y los automóviles no pueden circular. ¿Volveremos a la economía extractiva contaminante? ¿Volveremos al frenesí normal de destrucción por acumulación y de aceleración inútil por el valor de cambio? No, debemos avanzar hacia la creación de una sociedad basada en la producción de lo útil.

¿Qué necesitamos ahora? Ahora, en el momento inmediato, necesitamos una vacuna contra la enfermedad, necesitamos máscaras protectoras y necesitamos equipos de cuidados intensivos. Y a la larga necesitamos comida, necesitamos afecto y placer. Y una nueva cultura de ternura, solidaridad y frugalidad.

Lo que queda del poder capitalista intentará imponer un sistema de control tecno-totalitario en la sociedad, esto es obvio. Pero la alternativa está aquí ahora: una sociedad libre de las compulsiones de acumulación y crecimiento económico.

3.-Placer

El tercer punto sobre el que me gustaría reflexionar es el retorno de la mortalidad como la característica definitoria de la vida humana. El capitalismo ha sido un intento fantástico de superar la muerte. La acumulación es el Ersatz que reemplaza la muerte con la abstracción del valor, la continuidad artificial de la vida en el mercado.

El cambio de la producción industrial al trabajo de información, el cambio de la conjunción a la conexión en la esfera de la comunicación, es el punto final de la carrera hacia la abstracción, que es el hilo principal de la evolución capitalista.

En una pandemia, la conjunción está prohibida: quédese en casa, no visite a amigos, mantenga su distancia, no toque a nadie. Es inevitable una enorme expansión del tiempo que se pasa en línea, y todas las relaciones sociales (trabajo, producción, educación) se han desplazado a esta esfera que prohíbe la conjunción. El intercambio social offline ya no es posible. ¿Qué pasará después de semanas y meses de esto?

Tal vez, como predice Agamben, ingresaremos al infierno totalitario de un estilo de vida plenamente conectado. Pero un escenario diferente es posible.

¿Y qué si la sobrecarga de la conexión rompe el hechizo? Cuando la pandemia finalmente se disipe (suponiendo que lo haga), es posible que se haya impuesto una nueva identificación psicológica: online equivale a enfermedad. Tenemos también que imaginar y crear un movimiento de caricias que obligue a los jóvenes a apagar sus pantallas conectivas como recordatorios de un momento solitario y temeroso. Esto no significa que debamos volver a la fatiga física del capitalismo industrial; más bien significa que debemos aprovechar la riqueza del tiempo que la automatización emancipa del trabajo físico, y dedicar nuestro tiempo al placer físico y mental.

La propagación masiva de la muerte que estamos presenciando en esta pandemia puede reactivar nuestro sentido del tiempo como disfrute, en lugar de como un aplazamiento de la alegría.

Al final de la pandemia, al final del largo período de aislamiento, la gente simplemente puede continuar hundiéndose en la nada eterna de la conexión virtual, del distanciamiento y la integración tecno-totalitaria. Esto es posible, incluso probable. Pero no deberíamos estar limitados por lo probable. Deberíamos descubrir la posibilidad oculta en el presente.

Puede ser que después de meses de constante conectividad en línea, las personas salgan de sus casas y apartamentos en busca de conjunción. Puede surgir un movimiento de solidaridad y ternura que lleve a las personas hacia una emancipación de la dictadura conectiva.

La muerte está de vuelta en el centro del paisaje: la mortalidad negada desde hace mucho tiempo, la misma que hace que los humanos estén vivos.


Publicado originalmente como “Beyond the Breakdown: Three Meditations on a Possible Aftermath” en E-flux.

Fuente: Calderon094

Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad tampoco debe conocerlas // Entrevista a Antonio Infranca

Antonino Infranca es un Filósofo italiano. Se doctoró en filosofía en la Academia Húngara de Ciencias con una tesis sobre el concepto de trabajo en Lukács. Entre sus libros se destacan Trabajo, individuo, historia. El concepto de trabajo en Lukács y Los filósofos y sus mujeresrecientemente publicado como ebook de descarga libre por Topía.

– ¿Cómo vive usted en Europa este hecho inédito en el mundo desde hace más de un siglo?

Creo que la respuesta debe estar en dos niveles: uno personal y otro comunitario. En cuanto al nivel personal, en verdad no vivo mal este estado de excepción, porque tengo el privilegio de vivir en el campo y con una biblioteca de casi diez mil volúmenes y con una discreta conexión con el mundo exterior. Incluso, antes de la epidemia de coronavirus, viví mucho en casa para dedicarme a estudiar, leer y escribir. El único obstáculo para mi vida privada es calcular y racionalizar mis movimientos; después de todo, no es un gran problema. Desde el punto de vista de la comunidad, las dificultades son grandes y muy visibles. Además de las calles vacías, observamos el nivel de aceptación de las restricciones por parte de los italianos: la gran mayoría no sale de la casa, a excepción de la minoría habitual de “inteligentes” que intentan evadir ridículamente las reglas. Además, la abrumadora mayoría de los involucrados en la primera línea (médicos, enfermeras, agentes de la ley, trabajadores y trabajadores de bienes necesarios) realizan regularmente su trabajo y su servicio a la comunidad, de una forma verdaderamente admirable. Como siempre, los italianos muestran su valor real en un estado de excepción. Confundida es la reacción de la clase política, que, como es la tradición de la clase política italiana, es digna de la comedia italiana.

Hasta ahora, la globalización era en beneficio de la economía, ahora debe ser en beneficio de la humanidad

-Desde su perspectiva teórica y profesional, ¿cuáles son sus efectos en la subjetividad de la población en los diferentes sectores sociales y en el tejido social y ecológico?

La subjetividad de la población italiana está muy afectada por la epidemia. La población está mostrando conciencia y responsabilidad por su papel dentro de la comunidad, respetando las reglas de aislamiento y exigiendo respeto por estas reglas. También crea conciencia de que menos tráfico de personas y bienes está mejorando las condiciones ambientales. Esta conciencia podría ser un buen punto de partida para futuras acciones políticas en el mantenimiento de esta mejora del medio ambiente.

 

– ¿Cuáles considera las problemáticas de salud mental por efecto de la pandemia y la necesaria cuarentena? ¿Qué formas de trabajo considera necesarias de implementar para esta situación?

Sin lugar a dudas, las tareas del hogar, donde sea posible, es la mejor medida para lidiar con el aislamiento necesario; lo que implica una completa capacidad de autogestión del trabajador, que en casa no tiene límites externos para su trabajo, pero debe poder encontrar dentro de sí mismo la disciplina correcta para un trabajo y una vida fuera del trabajo que valga la pena vivir. El otro aspecto a tratar estrictamente es la mayor atención a la salud de los trabajadores. Muchas infecciones en Italia han ocurrido en hospitales, incluido el personal de salud; por lo tanto, el trabajador debe tener mayor y completa seguridad en el lugar de trabajo Esta seguridad se logra no solo con los medios adecuados, sino también con un mayor empoderamiento de los trabajadores y un mayor respeto por los derechos laborales.

 

-A partir de esta pandemia, ¿es posible pensar un antes y después en la cultura del capitalismo tardío sobre la relaciones sociales, laborales y políticas?

Los sindicatos y las organizaciones políticas de izquierda pueden beneficiarse de la gran demostración de respeto por las reglas de la sociedad civil, la participación apasionada de los trabajadores para hacer su trabajo para lidiar con el contagio y la dedicación absoluta mostrada por los trabajadores de la salud

Sí, creo que los sindicatos y las organizaciones políticas de izquierda pueden beneficiarse de la gran demostración de respeto por las reglas de la sociedad civil, la participación apasionada de los trabajadores para hacer su trabajo para lidiar con el contagio y la dedicación absoluta mostrada por los trabajadores de la salud en su trabajo de la tarea al servicio de la comunidad. Será una tarea difícil, pero es posible explotarla política, económica y socialmente. Hay algunos signos, por ejemplo, en la actitud actual de los sindicatos para cerrar las fábricas, cuya producción no es necesaria para enfrentar la epidemia. Sin embargo, esta es una actitud respaldada por el trabajo continuo y reforzado de los trabajadores directamente involucrados en la lucha contra la epidemia. Las organizaciones de empresarios italianos están en contra, porque temen el perjuicio económico, aunque no les importa la salud de los trabajadores, por lo que muestran la cara inhumana del capitalismo a toda la sociedad civil.

 

-Desde todo lo anterior ¿cómo piensa sus consecuencias a largo plazo en la mundialización capitalista?

Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad no debe conocer fronteras

La globalización debe ser repensada y reestructurada. Hasta ahora, la globalización era en beneficio de la economía, ahora debe ser en beneficio de la humanidad. La solidaridad tendrá que ser el próximo virus en propagarse por todo el mundo. Hasta ahora, Italia solo ha recibido ayuda de países no europeos, como China, Cuba y Rusia. La globalización continental no ha dado ninguna respuesta efectiva a la epidemia. Este es el ejemplo de la globalización capitalista. Las epidemias no conocen fronteras, la solidaridad no debe conocer fronteras.

 

Foto: Together we are Bremen

Fuente: Revista Topia

Una ruptura antropológica importante // David Le Breton

David Le Breton es Profesor de Sociología en la Universidad de Estrasburgo. Miembro del Instituto Universitario de Francia y del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Estrasburgo (USIAS). Autor entre otros títulos en español de: Desaparecer de Sí. Una tentación contemporánea (Siruela), El cuerpo herido. Identidades estalladas contemporáneas (Topía), Conductas de riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir (Topía), El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos (Nueva Visión), Antropología del cuerpo y modernidad (Nueva Visión), Caminar (Waldhuter), La piel y la marca. Acerca de las autolesiones (Topía).

La editorial Topía publicará en los próximos meses su nuevo libro Experiencias del dolor. Entre la destrucción y el renacimiento.

El suceso catastrófico puede ser el fin de la civilización política, o incluso de la especie ‘hombre’. Puede ser también la Gran Crisis, es decir la oportunidad de una elección sin precedentes. Previsible e inesperada, la catástrofe sólo será una crisis, en el sentido literal de la palabra, si cuando golpea, los prisioneros del progreso exigen escapar del paraíso industrial y que una puerta se abra en el cerco de la prisión dorada

Ivan Illich, La Convivialidad

 

La crisis sanitaria recuerda la estrecha interdependencia de nuestras sociedades, la imposibilidad de cerrar las fronteras. La polución, el calentamiento climático con sus desequilibrios nos lo recuerda a diario. El surgimiento del coronavirus es una nueva vuelta de tuerca. Por otra parte, la paradoja es que al reducirse la circulación automotriz y aérea, y detenerse innumerables actividades que producen polución, el virus provee una especie de respiración ecológica para el planeta. Es necesario que los mundos contemporáneos entren en una era postmoderna radicalizando principios que todavía eran potenciales las semanas precedentes. No creo de ningún modo que se trate de cuestionar las medidas de protección, por supuesto legítimas, sino solamente de resaltar la ironía trágica de su subtexto.

Todos los días los medios de comunicación desgranan la cantidad de personas afectadas y el número de muertes aquí y en el extranjero. Nuestras sociedades, más que nunca, están bajo la tutela de la ordalía,[1] un juicio de Dios o más bien del azar que alcanza a unos y a otros, pero más electivamente a aquellos que participan aún de la trama social con su trabajo, en especial el personal sanitario. Dentro de este contexto, la letanía de la muerte por accidentes automovilísticos ha sido suplantada por la del coronavirus. La ordalía de las rutas está suspendida por el momento, pocos vehículos están en circulación y la cantidad de accidentes es casi inexistente. Es cierto, cada automovilista al volante de su vehículo está convencido que únicamente los demás son malos conductores, fantasea con ser un experto. Frente al contagio, es más difícil para cada uno de nosotros afirmar su omnipotencia.

 

El confinamiento en nuestras casas manteniendo las relaciones con los demás por medio de las herramientas de comunicación a distancia transforma a las poblaciones en un archipiélago innumerable de individuos. Cada uno está frente a sus pantallas aunque no quiera, transformado en un hikikomori ordinario, como esos jóvenes japoneses que viven en reclusión voluntaria mientras continúan un intercambio sin fin con los otros a través de las redes sociales. Se mantienen encerrados a veces durante años rechazando al mundo exterior. Con esta imposibilidad de salir se borra la presencia física con el otro, aún la conversación desaparece de antemano en beneficio de la única comunicación sin cuerpo, sin contacto, e incluso sin voz (salvo la amplificada por el smartphone o la computadora). Ya no hay más comunicación cara a cara, es decir del rostro al rostro en la proximidad de la respiración del otro. Y más allá de la pantalla, en la calle o en otra parte, la mascarilla lo disimula. El confinamiento acentúa la adicción al smartphone y en principio destruye también la conversación, o sea el reconocimiento plenario del otro a través de la atención hacia él.

Ahora el cuerpo es el lugar de la vulnerabilidad, donde yacen la enfermedad y la muerte para precipitarse por la brecha más pequeña. Más que nunca el cuerpo es el lugar de la amenaza, es importante sellarlo, clausurarlo, por medio de los “protocolos de barrera”, tan adecuadamente nominados. La “fobia del contacto”, señalada anteriormente por Elias Canetti también se radicaliza en nuestras sociedades. El cuerpo debe ser lavado, fregado, examinado, purificado constantemente, mantenido fuera de todo contacto con el otro desconocido, y por ende sospechoso. No más besos, no más apretones de manos o abrazos en las pocas relaciones todavía físicas que sólo se sostienen a distancia. El deseo es un peligro porque escapa a todo control y expone a lo peor a quienes ceden a él. Una forma inédita de puritanismo acompaña las medidas de confinamiento y las precauciones a tomar para no ser alcanzado por la enfermedad y no contaminar a los otros. Asistimos a un endurecimiento sociológico del individualismo con esta reclusión necesaria. La privatización de la existencia elimina el espacio público. El individuo hace un mundo sólo para él “comunicándose” permanentemente pero sin la incomodidad de la presencia física del otro.

El confinamiento con la pareja o la familia no siempre se asume con comodidad. Vivir el día completo unos con otros a veces es fuente de tensión. Más bien se trata de alegrarse por el reencuentro luego del trabajo o durante las vacaciones. En ese contexto, la vida en común es una imposición, no es algo elegido. Además es difícil salir para recuperar el aliento en vista de las restricciones para desplazarse. Lejos del viento pleno del mundo, el aburrimiento nos acecha, nos hace andar en círculos, rumiar nuestras preocupaciones, inquietarnos por nuestra gente querida y preguntarnos con ansiedad por las próximas semanas, y por el mundo del después. Podemos temer también brotes de violencia por parte de los hombres contra sus parejas o sus hijos. Los matrimonios que no se llevan bien pueden pasar momentos difíciles, y también los niños de las familias donde son maltratados.

La llegada de la primavera en el hemisferio norte suma todavía más dificultades. Los pájaros cantan por doquier, los brotes explotan, el llamado del afuera es irresistible, pero debemos mantenernos más o menos enclaustrados o en la proximidad de nuestras casas y resistir a la tentación del sol y de la naturaleza en plena metamorfosis. Una experiencia terrible para los niños que penan por comprender el motivo de tal encierro.

Redescubrimos con asombro el precio de las cosas que no tienen precio: el simple hecho de desplazarse a otro barrio, de recorrer los bosques, de encontrarse con amigos, de tomar un café en la terraza, ir a un cine o a un teatro, a una librería… Una cierta banalidad envuelve estos comportamientos cotidianos, y encuentran hoy su dimensión de sacralidad, su valor infinito. La crisis sanitaria en ese sentido es un memento mori, el recuerdo de nuestra incompletud y de una fragilidad que no dejamos de olvidar. Restablece una escala de valores banalizada por nuestras rutinas. La privación vuelve deseable lo que estaba dado sin siquiera pensarlo. Sólo tiene precio lo que nos puede ser arrebatado. El hecho de desplazarse era tan obvio que no se percibía como un privilegio.

Esta crisis sanitaria es una travesía por la noche, por el duelo, por la angustia, más allá nos espera una forma de renacimiento. Al término de la crisis sanitaria, el retorno a la normalidad será un momento de júbilo formidable, de reencuentro con los otros y con el mundo, de recuperación de la alegría de vivir y de la sensación de estar vivo. Los primeros días serán muy fuertes. Nunca deberíamos olvidar esta enseñanza propicia del sabor del mundo, pero esa es otra historia. Estamos en un cruce de caminos, las posturas políticas serán determinantes: la crisis sanitaria puede engendrar un impulso humanista, una mayor preocupación ecológica por el planeta, una inquietud social por luchar contra las desigualdades y las injusticias.

Traducción: Carlos Trosman

Notas:

 

[1] He escrito mucho sobre esta noción de ordalía, en especial en En Souffrance. Adolescence et entrée dans la vie (Metailié), en Conductas de Riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir (Topía), o en La sociología del rischio (Mimesis).

Fuente: Revista Topía

Segundos Afuera (Notas Sobre El Virus) // Rubén Mira

Miro por la ventana. Del otro lado del pasaje, junto a su ventana, mi vecina está repasando Instagram en su celu. Se ve que llego en el momento del descanso. Ella, como yo, trabajamos estos días desde casa. Somos criaturas Zoom. Sobrevivientes de un naufragio repentino. Nos chocamos contra el iceberg del virus y de pronto nos dimos cuenta que el agua no estaba tan fría y que teníamos chaleco salvavidas. Para mí y seguramente para ella, Zoom no existía hace una semana. Ahora entramos en un acercamiento vertiginoso. Zoom primero sirvió para el trabajo, ahora avanzó sobre los encuentros de amigos, los cumpleaños, las escapadas. En menos de dos semanas Zoom se desprende de su funcionalidad inicial, se apropia de cualquier contenido para retirarse a una transparencia que está por debajo del uso y del funcionamiento. Se vuelve primero una forma de estar y enseguida se volverá –sospecho– una forma de ser. Zoom no reemplaza, sustituye el modo de conversación presencial por otro análogo, pero que tiene sus propias reglas. El tema fundamental es que las voces no se superpongan, se trata de esperar el turno para hablar porque de lo contrario nada se entiende. La conversación presente, horizontal, se da un complejo juego de superposiciones y desvíos que se ordenan en los cuerpos, en su entramado abundante de cruces y desvíos de todos los sentidos, la forma resultante es una composición. En la comunicación zoom el orden lo es casi todo. Deviene entonces una forma vertical de la conversación, a donde el uso de la palabra se monopoliza para reestablecer el modelo de la conversación ordenada, por eso la forma resultante de la conversación zoom es instituyente. Aun genera algún dolor de cabeza,  cansadora que una presencial –los comentarios– pero eso es solo por ahora, la semana que viene todos vamos a estar acostumbrados. Temo que eso sea cierto. Pero es un temor falso. Sostengo lo que me da el cansancio, me aferro a ese dolor de cabeza, pero yo también necesito que esto se vuelva normal, incorporarlo metabólicamente hasta que se vuelva reflejo, gesto aprendido a fuerza de repetir. Zoom no reemplaza, sustituye el modo de conversación habitual por otro análogo, pero que tiene sus propias reglas.

Voy a IG. Fita, mi compañera, acaba de invitarme a una fiesta electrónica por Zoom para el sábado. Es curioso, pienso, se está en Instagram, se va a Facebook, las redes ya eran lugar a donde ir antes de todo esto, presuponían esta manera de salir. Estoy en IG y veo videos de gente entrenando en espacios mínimos, piezas, terrazas, intentando mover el cuerpo. Me resulta cómico, pero no debido al efecto buscado. Para qué entrenar –pienso–, si ya estamos corriendo la maratón para la cual nos veníamos preparando durante todos estos años. El virus hizo sonar el disparo de largada. Dejó atrás el gimnasio de las manos, de los ojos, una sintaxis de movimientos rápidos y repentinos que fuimos aprendiendo en celulares, teclados y pantallas, más allá de cualquier contenido, funciones corporales sencillas y pequeñas que casi no necesitan descanso, open 24 horas, para ponerlo a prueba en la carrera donde, por fin, se vuelven una necesidad. Y la maratón no podía ocurrir en otro lugar que en la ciudad del aislamiento. Perfecto espacio para el presente continuo virtual, tiempo que reclama ser y solo puede ser actualizado. Eso ya lo sabíamos –me contengo–, el virus pone en evidencia que las redes construyen para sí una virtualización totalizadora del afuera. Pero hasta ahora no habían  avanzado tanto, ahora su alcance se extiende hacia el trabajo y los afectos. Gracias al virus el sueño de trabajar desde casa y tener a los afectos cerca es posible. Como sucede con los sueños humanos cuando se vuelven reales la forma es pesadillesca. Cansancio, dolor de cabeza –pienso- transito congestionado, agendas sobrecargadas, inseguridad, nada de eso existe en el afuera en este momento. La paradoja surge en forma de imágenes contrastadas en fotos que se abisman en efectos oníricos de las ciudades vacía. Superpoblación de imágenes de la intimidad de las casas en las redes y en internet. Ciudad vacía-casas llenas. Quien lo hubiese pensado? –me digo- Este era el resultado, no la condición posibilidad de la virtualización radical. Resultado y condición de posibilidad se superponen. El virus es la transparencia necesaria sin necesidad de molestias. Aceleración pura, de tan rápido elimina todo trayecto.

El ícono de mi feed en IG es una casita. Quedarme en mi casa es impensable sin internet, sin redes. ¿Puedo ser tan obvio? –me indigno. Sí que puedo. El virus cierra la relación de identidad, propiedad, perfil como si fuese la santísima trinidad. Ya, ya. –me atajo- eso también venía ocurriendo. El Gobierno incluye a internet en los servicios básicos y en la red circulan instrucciones de cómo cuidar la capacidad de circulación de datos entre todos. Nunca como ahora la circulación de fotos de la vida cotidiana estuvo tan justificada; antes era algo que le dábamos a la red, ahora, post virus, son una posibilidad que la red nos da. Y en ese servicio, su función se redondea. Si la casa es la prolongación objetual y espacial de mi identidad, es en las redes donde esa expansión se recompone como decorado interior. Todo ese exterior disponible vuelve a mí y en el colage del perfil se restituye una imagen unificada de mi yo. El funcionamiento deviene sustitución: forma virtualizada de la conciencia de existencia y certeza de experiencia. Las redes no solo construyen un afuera virtual para sí, sino que transforman todo el afuera virtual en una interioridad segura pero ansiosa o, mejor dicho, en una interioridad que, para asegurarse, solo necesita que llegue la próxima actualización. Ciclo sin fin de la carencia mínima y la satisfacción mediatizada. Uno de los efectos más evidentes del encierro, dicen los psicólogos mediáticos, y de eso hay que cuidarse, es la confusión temporal, no saber muy bien que día es y en qué momento estamos. Insomnio, desordenes del sueño. Siempre, el otro tiempo está disponible. Se acomoda bien a los desequilibrios. Vamos momento por momento, en la luz sin noche ni día de los ordenadores. El virus pone en evidencia y nos obliga a vivir en el tiempo de las virtudes virtuales, eso –me digo–, el ícono de IG, pasó de ser lo que necesitamos para hacer habitable el lugar a ser el lugar mismo. Como todo lugar –me corrijo- es una temporalidad. Eso, el ícono, ahí nos quedamos. El afuera como tiempo alterno, tal vez, también dejó de existir hace mucho.

Subo ahora a la terraza. Todas las noches salgo a tomar otro aire. Vivo en una casa grande, tengo dinero para sobrevivir, estoy rodeado de privilegios. Hasta puedo permitirme el lujo –me digo– de imaginar el desastre que puede hacer el virus en las barriadas populares. No me animo a los camiones volcadores cargados de cadáveres porque me abstrae la ciudad de noche. El virus, que refuerza la idea de propiedad privada,  re administra la división del trabajo, terminará mutando en una enfermedad de clases –abandono. Mi mirada se empecina en las luces más pequeñas que muestran hasta qué distancia supuestamente hay un afuera. En la ciudad en cuarentena lo que desaparece es el primer plano. Ocurreal asomarse a la noche, lo mismo que durante una salida a comprar pan. Terraza o calle son puntos panorámicos, miradores. La cercanía de los cuerpos corrige las miradas que esquivan ver a los otros de cerca, como si los cruces de mirada pudiesen contagiar lo mismo que un saludo interrumpido por la tos. La situación reminiscencia, en el sonido, coincide con la situación paisaje en lo visual. Con la desaparición del primer plano el afuera deviene en exterior. El afuera, situación inestable, orilla, roce, posibilidad, se contornea con rigidez, pierde sus bordes, se hace frontera, auotridad fronteriza, seguridad interior. ¿Hay algo de nuevo en esto? ¿O hace tiempo que vivimos alojados en una cuarentena actualizable? De alguna manera –pienso–, el virus se vuelve la forma complementaria exacta de la vida virtualizada. Institucionaliza el lugar en el que estábamos, el lazo social se legaliza como lazo virtual, hace de lo que venía ocurriendo, lo que debe ocurrir. Por eso es que el encierro resulta menos un trauma que un ajuste de cuentas.

Esta tarde hubo una conferencia en Olivos. Estaban juntos el ministro de Defensa y los mandos militares. El portavoz dijo que el presidente les había señalado un “enemigo invisible” y que el trabajo de las fuerzas armadas era “hacerlo visible”. Aun no puedo digerir el alcance de esta semántica y su campo metafórico. Pienso en Videla diciendo que los desaparecidos no están, no existen. ¿Qué es esta nueva forma de la reparación? ¿Por qué no me suena a un intento más de los tantos de estos años? Dicen también que las fuerzas armadas poseen redes para llegar a todo el país con ayuda humanitaria. ¿Se vuelven también ellos los representantes de lo humano? Dicen que están contentos con la tarea que les toca. Más que contentos se los ve voluptuosos, entusiasmados, dispuestos a darle cuerpo a la semántica de la guerra. El virus trajo para ellos algo impensado: la posibilidad, un portal de posibilidad. De pronto, su presencia es necesaria, y como es necesaria, se vuelve deseable. Igual que las redes, gracias al virus, los militares pierden su sospechosa historicidad para restaurarse moralmente como parte del bien, incluso, como solución incuestionable. Redes y milicos forman parte de un mismo totalitarismo. Son las fuerzas de despliegue que van a hacerse cargo del cuidado. Se mueven en tándem, la red se hace institución, la institución se ofrece como red, mientras una, la red, preserva las funciones del afuera en el adentro, la otra, los milicos, se despliega en el afuera para cuidar el adentro. Son dos componentes del menú de reconstrucción de nuestra seguridad, pero también de nuestros afectos. Ya no provocan sospecha o temor, forman parte de lo que queremos, en cierta forma, se vuelven parte de nuestra intimidad.

Se habla de un efecto Malvinas. Algo de eso hay –pienso–, pero las cosas en Argentina suceden siempre primero como farsa y recién después como tragedia. Malvinas fue un andamiaje, una instancia teatral con escenografía realista, pura materialidad de decorado. Este portal parece tener, como las estrategias virtuales, una sutileza etérea y lógicamente causal, no es invisible, pero es aérea. Con Malvinas los milicos buscaron el efecto todos juntos, ahora, en cambio, todos juntos deseamos el efecto ejército. Un despliegue racional, aséptico, de fuerzas morales y logísticas. Pienso en el ejército ocupando la ciudad vacía. Es su ciudad soñada. La ciudad que soñaron el 24 de marzo y que ni siquiera en los años más negros para nosotros y dorados para ellos pudieron conseguir. Viralización del virus. Las redes y las apps suministran el modelo por el cual los milicos pueden dejar de ser malditos. Se trata de su capacidad de despliegue, de ese don casi invisible de poder llegar a todos lados. Al igual que la santa iglesia, fuerzas armadas y redes se muestran como una ubicuidad lógica, dada de antemano, que nos sorprende por haber estado siempre ahí, y lo disponible se vuelve necesario. Es lo necesario, pero es también la monopolización de lo posible. Del mismo modo que el posibilismo de las redes, el posibilismo milico implica la aceptación de una única posibilidad dada, deja de lado la creación de nuevas dinámicas que en lugar de recomponer lo que existía exploren los potenciales de lo que hoy es. ¿No son acaso más ubicuas las potencias de la sociedad civil frente a una catástrofe? ¿Qué nuevos modelos de institución pensar en su despliegue? ¿No es la oportunidad para apropiarse y hacer uso de una iglesia sin iglesia y de un ejército sin ejército? Híbridos, agenciamientos, ocupaciones, reciclajes de lo existente rompiendo el monopolio de lo posible. Rozo la ciencia ficción, la uotopía moral, milito la fantasía –me repliego. La respuesta al virus no es autoritaria porque nos impide salir, sino por cómo se ocupa eso que, en nuestro repliegue, hace ya mucho que dejamos más allá.

La acción del virus facilita un avance totalizador. Los diarios publican la cantidad de gente que incumple la cuarentena, los vecinos denuncian a otros vecinos, algunos amigos se alegran porque amaina la rebelión, triunfa la analogía disfrazada de callejera: desobediente-pelotudo. ¿No debería llamarnos la atención esta nueva equivalencia? La coincidencia se vuelve ideológica: ellos, los desobedientes, son en su mayoría ricos que reclaman su derecho natural a hacer lo que quieren: surf, running, ir a la costa, pasear en yate. Son muchos, es escandaloso. No es mi escándalo –pienso– los ricos, parece, tienen una vida que defender allá. Lo que me escandaliza es la naturaleza cuantitativa y cualitativa de ese querer estar afuera. ¿Por qué son ellos y no nosotros los desobedientes? ¿Por qué en lugar de miles no somos millones? ¿Por qué el encierro no nos resulta suficientemente insoportable? ¿Qué encuentros no virtuales había allá afuera, cuando el afuera aun parecía existir, que justificasen poner el cuerpo, jugarse por esa vida? Queremos que alguien se haga cargo de ese afuera que deseamos despoblado, mientras seguro se vuelve sinónimo de vacío. En ese movimiento se nos van años de historia de construir nuestra propia idea de cuidado y la delegamos. ¿Es el miedo a la pandémica muerte propia, o de la gente que queremos, suficiente para explicar semejante renunciamiento? No es suficiente ninguna explicación posible, estamos ante una revelación que no termina de ocurrir. La acción del virus adquiere un hermetismo artístico, formal, y desborda la crítica del afuera como espacio de encuentros, sugiere la indagación de la posibilidad de su inexistencia. 

Al antivirus por encontrar se impone contra fáctico, imposible formularlo bajo otra forma que no sea la incertidumbre. Preguntar, dejar preguntas abiertas, como palear la tierra, generar fertilidad para plantar posibles. ¿Qué podríamos encontrar al desprendernos de nuestro mundo tal cual era para aceptar la posibilidad de reinventar lo que propone este? ¿Por qué en lugar de delegar el cuidado no dejar atrás la composición de nuestro mundo afectivo para asumir los afectos que ahora nos rodean como posibilidad única, hermosa, por dada, por momentánea, por riesgosa? ¿Cómo sería una corporalidad de cuidados cuarenteneros, irreverente y pilla? Todas estas posibilidades parecen quedar atrapadas en el embudo del monopolio. Podría darse un virus –imagino– que nos obligase a todes a abandonar nuestras casas, a vivir en una situación puramente exterior. Las casas vacías, las calles llenas. Si este confinamiento nos resulta soportable, tal vez esa forma de autoritarismo nos resultaría infernal.

Desde la terraza la presencia de alguien en algún balcón es reversible. Ambos, esa persona o yo, nos asomamos a ver si vemos a otra persona, alcanza con comprobar que hay otro ahí. Intento una forma de saludo, si bien es tímida, debería ser eficaz. La persona asomada al balcón se mete adentro de su departamento. De eso hablo cuando hablo de orilla, de esa constatación que, paralelamente a la vida virtualizada, existía una zona imprecisa, como el alta y la baja mar, donde aún se movía nuestra relación entre cuerpos. De alguna manera, antes del virus todos pensábamos que éramos orilleros. Ahora sabemos que somos fronterizos. Yo también me meto adentro. Son las nueve de la noche. Ahí se escucha lo que debería ser un gran aplauso pero es una suma de aplausos individuales, emoticones. La hipocresía del miedo se vuelve acción patética, aplauden por las dudas, no vaya a ser cosa que les toque.  Cada uno con su cuotita de desesperación, más que homenajear, reclama. Pide héroes. Completa el paternalismo del momento. Que otros pongan el cuerpo, porque les toca, abnegado ejército de médicos y enfermeras, ascetismo quirúrgico de la operación militar, si no quieren ser héroes sean profesionales, hagan su trabajo, nuestro trabajo es quedarnos en casa. Es curioso –pienso– siempre los médicos son médicos y las enfermeras, enfermeras. Y siempre, casi junto con el aplauso, a las nueve de la noche, se publican los números de casos nuevos, el informe del día. Aumentan los casos, aumentan los muertos. Como siempre –escucho decir a mi hijo mientras juega Mario Bross en la tablet. Ese “como siempre” adquiere una forma absoluta. Pesa. Mañana –me digo– voy a salir a hacer las compras y, como el gato, voy a estar un rato ahí, voy a sorprenderme y a atemorizarme. Y después, yo solito, volveré a entrar.

*Ensayista, humorista, comunicador, editor, coautor junto a Sergio Lánger de la tira La Nelly (diario Clarín), autor de la novela Guerrilleros (una salida al mar para Bolivia)

Fuente: Revista Ignorantes

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