Anarquía Coronada

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Derrota y esperanza: un folletín argentino por entregas // Horacio González

 

El sociólogo y ensayista Horacio González inicia con la entrega del presente capítulo, “la Batalla”, su balance de los doce años de gobiernos kirchneristas. El balance de época de Horacio González estará conformado por diez capítulos que se publicarán en La Tecl@ Eñe (y en Lobo Suelto!).
Capítulo 1. La batalla
Por un sentimiento difícil  de explicar, nunca me gustó la palabra derrota, no porque para definir los resultados de una batalla no haya que usarla, necesariamente, como lo hace en forma célebre Julio César en la Guerra de las Galias, sino que en estos casos –tan lejanos a aquellos notables episodios-, no se trata de fuerzas militares con justificaciones intrínsecas a su propia manifestación en tanto figuraciones de un orden bélico, sino que se enfrentan núcleos políticos y culturales, provistos de distintas amalgamas de ideas –no digo ideologías- que se expresan en el interior de otras fuerzas. ¿Cuáles son ellas? Fuerzas de índole «cultural”, pero en verdad expresadas en términos de grandes aparatos comunicacionales y empresariales, y en una suerte de «bañado” no superficial pero al menos complementario, de instituciones provenientes de tradiciones históricas democráticas, entre las cuales, ahora, son específicas el ejercicio reiterado de contiendas electorales y la repercusión en el andamiaje de la justicia de intereses cruzados en manos de fueros económicos basados en decisiones propias de las lógicas del puro poder empresarial, o mejor, corporativo.
Para tratar estas cuestiones, lo que parecía adecuado era la también clásica noción de «hegemonía”, que triunfó en las lenguas militantes de toda coloración y espesura, significando habitualmente el reino de lo político sumergido en la multiplicidad de los signos culturales que organizan y subordinan las creencias colectivas y son capaces de darles una dirección común que finalmente fusiona cultura y poder, con implicaciones en el consumo de los llamados “bienes simbólicos”, los perfiles de sociabilidad, las formas de expresión, los modos lingüísticos generales, las diversas formas de inserción en el gran giro folletinesco de la llamada, bien o mal, “sociedad del espectáculo”, etc.
La metáfora de los “generales mediáticos”, dicha por la ex presidente Cristina Kirchner en una de las grandes manifestaciones de Plaza de Mayo, durante el conflicto con los poderes empresariales agroexportadores, es precisa en su factura y contenido, y desde luego, siempre fue riesgosa en su uso. De hecho, pasaba toda la naturaleza del conflicto social a una nueva esfera de confrontación “por la vía de otros medios”, cuáles eran los también así llamados «fierros mediáticos”, con lo que estábamos en una interesante situación –una confrontación eminentemente cultural y simbólica- pero heredera de la noción clásica de batalla. Julio César, en “De Bello Gallico”, lógicamente, no hace, en este gran relato sobre hechos de hace más de veinte siglos, ninguna alusión a esta idea con la que convivimos: “fierros  mediáticos” son cámaras de reproducción de imágenes, aparatos y columnas de sonidos, fibras ópticas, canales de transmisión, satélites informáticos, empresas dedicadas a modelar la actuación humana en torno a  tales recursos, cableados diversos, “conectividad”, etc. La idea de fierros, coloquialmente, suele equipararse con la de arma, o más precisamente, arma de fuego. Para Julio César, obvio es decirlo, los fierros son solo lo que la industria o la manufactura del hierro y el bronce había permitido fabricar hasta entonces –algunos siglos antes de la “era cristina”- en torno a lanzas, escudos, hachas, arcos lanzadores de flechas, predominantemente de madera, y demás artefactos bélicos, con su específica dualidad entre infantería y caballería, que se extendieron plenamente hasta el siglo XIX.
Por la razón anteriormente dicha, lo que se definió como “batalla cultural” tenía varias piezas centrales – en medio de otras prácticas tradicionales de la vida política-, una de las cuales era una formidable pieza legislativa, finalmente aprobada pero a la vez neutralizada luego por distintos medios (esencialmente jurídicos), que se llamó ley de servicios de comunicación audiovisual, nombre técnico de un conjunto de disposiciones tendientes a desmonopolizar el control de audiencias, y la expansión “corporativa” de tales medios audiovisuales hacia la telefonía celular y a internet. (Esto último, por intervención de un sector de la bancada de la oposición, que para aprobarse mayoritariamente la ley exigió a cambio de su apoyo, el retiro de los artículos que permitía lo que entonces se llamó “triple play”). Esta ley apuntaba especialmente al grupo Clarín –que ya libre ahora de esta amenaza, en su papel de “corporación victoriosa”, acaba de adquirir Nextel, y seguramente, quedará más interrelacionada con lo producido por Arsat-, y se complementaba con una crítica intervención de la mirada estatal en Papel Prensa y una hipótesis, no comprobada pero tampoco inverosímil, sobre los hijos adoptivos de la propietaria del Grupo. Esta batalla cultural, implicaba necesariamente la posesión de “fierros propios”, en un modelo de lucha que no era de cuño tradicional, extraña a los “manuales clausewitzianos”.
El gobierno anterior –en su papel  de detentor de los conductos operativos del Estado-, organizó apresuradamente grupos empresariales cercanos, para la emisión de periódicos propios, canales de televisión por lo menos neutrales, sino amigos, y especialmente un programa político en la televisión pública masiva, desde el cual respondió –para seguir usando símiles bélicos- a un poder de fuego mayor, pero no sin ingenio y coraje, aunque, sin duda, con las mismas tecnologías del adversario corporativo privado. Ni más ni menos que Clarín, fundado por Roberto Noble en los años 40, periódico con compleja trayectoria, que acompaña de un modo específico (con sus propios intereses, algunos permanentes, otros muy cambiantes) el conjunto tan opaco de la política nacional, como una de sus inesquivables vetas o franjas internas. (Ver el importante libro de Martín Sivak sobre el tema). En mi opinión, dentro de lo necesario del tratamiento de la monopolización mediática, se pasó por alto, lo que de alguna manera era inevitable, la configuración de Clarín como un ente histórico o poseedor de una evidente historicidad. No se tuvieron en cuenta, con la repentina fustigación del “Clarín miente”, las diferentes fases que atravesó la ideología y la metodología del grupo, antes y después del golpe del 55, antes y después de la dictadura militar, antes y después de la adquisición de Papel Prensa durante la dictadura, antes  y después de su “fase desarrollista”, antes y después de las  llamadas “revoluciones tecnológicas”, de los años 90 en adelante. ¿Qué deseo afirmar con esto, que expresé en muchas oportunidades anteriores, tanto por escrito como en círculos políticos en que participaba,  de apoyo al frente político que encarnaba el gobierno? Algo así como que Clarín es el testigo privilegiado de numerosos fracasos políticos de la Argentina, no solo el del desarrollismo frondizista, sino el de las diversas izquierdas y peronismos de izquierda, incluso armados, que ocurrieron en los siempre recordados episodios de los años 70. Esos fracasos son ahora su argamasa.
La redacción de Clarín fue integrada sucesivamente por los coletazos de esos fracasos (hasta hoy: y esto se puede seguir en la trayectoria de sus más importantes periodistas, los que se mantuvieron en la línea del frente de la «batalla cultural”, excepto Lanata, cuyas características, como veremos luego, son otras). Imaginemos el periódico y su modo expansión en las telecomunicaciones, como una playa donde recalaban diversas estirpes frustradas de periodistas militantes (aunque entonces no se llamaran así, hace dos o tres siglos que el periodista es un oficio indefinible, como no sea en términos de un operador sofisticado de símbolos visibles e invisibles de la argamasa social), periodistas, decimos, con una ambigua cargazón de  conciencia, producida en gran medida por las experiencias políticas infructíferamente atravesadas en su propia biografía personal, eran por ese hecho dotados de una mirada cínica sobre todo el acontecer político, al que acudían como estratos de un depósito de reservas despreciativas del pasado, para decir de las nuevas experiencias en curso: “esto ya lo vimos, no puede ser, no va, todo nos recuerda la forma rediviva de los crasos errores de los cuales nosotros mismos ya estamos de vuelta, como maduros profesionales del ‘establecimiento’”.
Los gobiernos Kirchner tuvieron un cuño genéricamente desarrollista, con inscripciones heterogéneas de piezas diversas de alta sensibilidad (derechos humanos, políticas de género, estado empleador, parciales nacionalizaciones, fondos de pensión trasladados al Estado, regímenes de subsidios sociales diversos, etc.), con lo cual definimos parcialmente a estos gobiernos de los últimos doce años, cosa no fácil de hacer, pero imprescindible en estos momentos. Frente a él, lo más fácil era aplicar el cinismo de los que se sentían amenazados, pero ahora por una parte sensitiva en acción, obtenida de la nunca cosificada memoria nacional en la que ellos habían participado de manera inversa en un no tan remoto pasado.
No es fácil imaginar ahora en qué momento se produjo la bifurcación entre el grupo corporativo Clarín y el gobierno de Kirchner, dado que había sido La Nación, que por la vía de su clásico editorialista Claudio Escribano, había intentado poner condiciones de cerco al nuevo gobierno que esbozaba posiciones de “centro izquierda”, mientras Clarín ensayaba su cinismo de mercaderes que saben manejar la rara y delicada mercancía de la moneda simbólica de los “contratos del sentido común” que rigen la compra-venta de enunciados lingüísticos en toda sociedad. Esperaban, como siempre, reinar en las sombras con su poder extorsivo nunca a la luz del día, que eran en algún tiempos más cómodos, y otros momentos debían actuar en los rigurosos “tiempos de desprecio” que entonces, recientemente, se vivían. El semiólogo Eliseo Verón, en sus últimos años colaborador de la maestría de periodismo de Clarín, decía que la ley de medios, que afectaba a éste complejo empresarial, en verdad era anacrónica pues no trataba las nuevas  condiciones  tecnológicas en las que se ejercía el periodismo, y que los “contratos de lectura” –gustaba de esa noción artificiosa- habían variado desde el lector de la época de Noble, esa vieja conciencia individualista del ciudadano con supuestas creencias y gustos “autogobernados”, hasta el lector contemporáneo, acribillado por pulsiones de dispendios culturales vinculados a estratificaciones simbólicas totalmente dispersivas respecto al núcleo de ciudadanía social a la que se dirigió el periodismo arcaico y aquel modelo audiovisual que llamó “paleo-televisión”.
Clarín, por su parte, intentó ser cínicamente sincero. Ante el panorama de desmembramiento que le auguraba la ley y que estuvo a punto de verificarse (pero siempre concebido por el grupo en términos simulados o relativos ya que encubiertamente se seguía manteniendo la centralidad del mando, dado que pensaron siempre en su unicidad, mientras al público lo veían, por oposición, en su “heterogeneidad”), Clarín decía que la economía de escala exigida hoy por el tipo de negocio de comunicación que ellos representaban, era ese perfil monopólico, el que necesariamente se sustentaba en la forma final que exigía esta modalidad del capitalismo empresarial informatizado, tanto digital como productor de imágenes de la «industria cultural”.
En verdad, como se sabe y ya se ha dicho demasiado, el gobierno pensaba una ley de medios sin restricciones para la entrada de las compañías telefónicas, lo que en su fondo, era la concepción más afín al pensamiento siempre esbozado, de una u otra manera, de un «capitalismo serio” que sin embargo, no lograba convencer a los verdaderos capitalistas, que comenzaron a responder al proyecto de “democratización de los medios” –como lo llamó, con esas y otras definiciones el propio gobierno- con el más grande trazado que se tenga memoria de una campaña de degradación y vejamen dirigida hacia las figuras principales del gobierno. Campaña de una dimensión (y aquel concepto, entre sus varias raigambres, posee una de carácter militar) de la que no se tenía acabada noción en el país. Sin duda, superaba a lo que se había visto en la época de Perón –aunque en especial luego de caído este gobierno en el 55- y a la larga persistencia del diario Crítica para deteriorar durante los finales de los años 20 al gobierno de Yrigoyen, campaña cuya coronación fue el primer golpe militar exitoso dado en el siglo veinte.
En algún tiempo específico de las relaciones complejas y tensas que tenía Néstor Kirchner con Clarín, grupo al que poco antes de su conclusión de mandato le permite una formidable licencia para las actividades de su principal anexo empresarial, Cablevisión, se produce una ruptura definitiva que tiñó toda las lógicas confrontativas que de ahí en adelante tuvieran como partes en conflicto al gobierno y a este grupo monopólico. El entonces Jefe de Gabinete de Kirchner, una figura que en su pasado no tan remoto tenía en su haber una alianza con el economista Domingo Cavallo, lo que luego no le había impedido ser jefe de campaña de un ascendente Kirchner, tenía vínculos estrechos con el multimedio y no concordaba con una conflagración –como la que de inmediato se daría- en la que el gobierno naturalmente debería recurrir a la pauta oficial de publicidad como agencia de moldeamiento del conjunto de la emisión de significantes periodísticos, y al canal televisivo y los entes radiofónicos de la red pública de comunicación, para constituirse en un fuerte querellante de las «corporaciones” a partir de esquemas de interpretación propios, que en los últimos tiempos cobraron la forma de un fuerte slogan: «la crítica al poder real”. Sobre todo, el gobierno de Cristina Kirchner solía admitir que el verdadero poder, la verdadera forma del Estado, la verdadera fórmula de la coacción social, residía en los «Medios”.
Durante el conflicto con el campo (ésta también, una mención muy difusa para la nueva figura que adquirían los métodos de siembra transgénicos y los nuevos estratos sociales que creaba), los medios de Clarín estrenaron sus nuevas adquisiciones retóricas, estampando en sus noticiarios televisivos, con el uso descontextuado de las imágenes, las subtitulaciones, las modalidades de pantalla, angulaciones de cámara, recortes de diálogos, y otros recursos del gran implícito discursivo de las tecnologías más avanzadas de montaje, una línea política de neto apoyo a la insurgencia de lo que muy pronto se denominó “nueva derecha agromediática”. Así, surgía también una militancia favorable al gobierno en los medios públicos, cuya  línea de apoyo se proclamaba “militante”, contra otra, la más fuerte y dominante, que en cambio era totalmente tendenciada y partidista, pero decía ejercerse en nombre del periodismo objetivo. Paradójicamente, aquel buen periodismo que inmediatamente surgió de las trincheras gubernativas –permítaseme esta rápida expresión acuñada como metáfora aparentemente bélica-, decidió denominarse “periodismo militante”, con la tarea que pronto se hizo evidente, de responderle al poder comunicacional central, analizado en sus recursos expresivos, sus fórmulas de montaje, sus tics enunciativos, etc. Estos programas eran sostenidos en general por figuras ya conocidas del periodismo del progresismo genérico que habitó en la prensa del período anterior, pero también por un nuevo elenco de jóvenes que surgían de las carreras de ciencias de la comunicación, entonces con las más altas matrículas de las universidades, que aplicaban con entusiasmo una tesis central de esos cursos: las noticias se construyen, forjan un tipo idealizado de realidad, poseen una ontología propia, por así decirlo, y en general pueden ser analizadas como parte de una “gran construcción” donde poder, ideología y comunicación se fusionan, se aúnan.
Personalmente, con nada de esto estoy en desacuerdo, aunque siempre me pareció – y aún es menester pensarlo hoy, en muy otras condiciones – que habría un nuevo tipo de objetividad. Objetividad, sí, que no abandonara el poderoso enclave que tiene este concepto siempre ligado al sentido común, y lo depositara en manos de las derechas tecnológicas que segregan un tipo de falsía novedosa, la falsía de la neutralidad, que sin embargo ejerce un tradicional influjo en muy variados públicos. Son los que ponen en juego su parte más sedimentada en el “contrato” con los medios: su poderoso y humano afán de credulidad, constitutiva de anclajes profundos del ser colectivo nutrido por distintas leyendas, relatos, figuraciones. Para tales estratos del poderoso implícito de la imaginación pública, era muy exigente extraer políticas sistemáticamente efectivas de ese rotundo «Clarín miente” súbitamente desplegado, porque en verdad, lo que se quería decir es que todo medio de expresión tiene retóricas que son poderes y poderes que son retóricos, que generalmente no se hacen visibles, y que había que «visibilizar” – esta expresión se fortaleció por esa época en todos los contendientes – aquello mismo que parecía improcedentemente invisible. Muy pronto, los que se hacían fuertes en la noción de relato, para decir todo lo real estaba forjado por ellos, se veían profusamente atacados por el uso de esta noción –»relato”- que los presuntos objetivistas no tenían ninguna dificultad en hacer sinónimo de “impostura”.
(Fin de esta primera parte de mi balance de época, que contendrá breves pantallazos de mi propia participación. Escrito el día 1º de febrero de 2016. Hoy leo en los diarios que el nuevo Ministro de Cultura dice que «echar gente es espantoso, pero necesario”. Continuará en este mismo medio)
Buenos Aires, 1° de febrero de 2016
Fuente: La Tecl@ Eñe.

Carta a Michel Polac // Samuel Beckett


Samuel Beckett no se esclavizó a la imagen de escritor, se la regaló a los otros. Lo escuchó a Néstor Sánchez: “la literatura como `destino´, [ …] la pobre imagen del escritor que vive y (padece) en función de su prestigio.”
Esta carta es la respuesta de alguien que solo pudo escribir, porque era un inútil social.

Traducción y nota: Hugo Savino

***

[después del 23 de enero de 1952]
Usted me pregunta qué ideas tengo acerca de Esperando a Godot, y me hace el honor de difundir algunos extractos en el Club de l´Essai, y al mismo tiempo me pregunta acerca de mis ideas sobre el teatro.
No tengo ideas acerca del teatro. No sé nada de teatro. No voy nunca. Es admisible.
Lo que sin duda es menos admisible, en primer lugar, en estas condicio-nes, es que escriba una obra, y luego, una vez escrita, que tampoco tenga ideas acerca de ella.
Desgraciadamente es mi caso.
No a todo el mundo le es dado poder pasar del mundo que se abre de-bajo de la página al mundo de las ganancias y las pérdidas, y luego regresar, imperturbable, como quien sale del trabajo y va la a tertulia del café.
No sé más sobre esta obra que aquel que llega a leerla con atención.
No sé con qué ánimo la escribí.
Sobre los personajes no sé más que lo que ellos dicen, lo que hacen y lo que les ocurre. De su aspecto tuve que indicar lo poco que pude entrever. El sombrero hongo por ejemplo.
No sé quién es Godot. Ni siquiera sé si existe. Y no sé si ellos, los dos que lo esperan, creen o no en él.
Los otros dos que pasan hacia el final de cada uno de los actos, tal vez estén ahí para romper la monotonía.
Todo lo que pude saber, lo mostré. No es mucho. Pero me basta, y es suficiente. Y diré que incluso me hubiera contentado con menos.
En cuanto a querer encontrarle a todo esto un sentido más profundo y más elevado, y que uno pueda llevárselo después del espectáculo, con el pro-grama y el palito helado de chocolate, soy incapaz de ver cuál es su interés. Pero tal vez lo tenga.
Ya no estoy allí, y no estaré nunca más. Estragón, Vladimir, Pozzo, Lu-cky, el tiempo y el espacio de ellos, solo pude conocerlos un poco y muy lejos de la necesidad de entender. Tal vez nos deban una rendición de cuentas. Que se las arreglen. Sin mí. Ellos y yo ya no estamos juntos.

¹ Este documento era una introducción a la lectura de algunos fragmentos de Esperando a Godot que iban a ser leídos en el programa “Entrada de autores” del 17 de febrero de 1952, emisión que se difundía por la Radio Televisión Francesa, y de la que Michel Polac era su productor.
(Fuente: https://entrelazosblog.wordpress.com)

Salvarse: algunas hipótesis sobre la guita, el laburo y las utopías // Andrés Fuentes

Salvarse. Una palabra típica en nuestro léxico urbano. ¿Qué quiere decir salvarse? Salvarse es dar un golpe; algo que cae del cielo y no esperábamos. Salvarse es hacerla bien: abrazarse fuerte al acontecimiento y aprovechar el momento para dar con una buena moneda y pasarla bien. El estar bien es huir de obligaciones, responsabilidades-garrón, y permitir un gasto de bacán: autos, pilcha, casas, tecnología, viajes zarpados y giras suculentas… Salvarse, hacerla bien, estar bien: conceptos de una nueva teología contemporánea. Salvarse como una redención terrenal: aquí y ahora damos con el premio.
El que se salva es para toda la vida –y capaz que hasta a sus hijos y a sus nietos también les llega el derrame. O por un rato nomás; por eso hay que disfrutar del banquete ahora, a full, porque nadie sabe que depara lo que vendrá (la gira sea corta o larga, no deja de ser gira).
El que se salva la hace bien. Hacerla bien es aprovechar la pura suerte; estar en el lugar adecuado en el momento propicio. Pero también sabemos que para salvarse hay planificación. Sí, hay una carrera para salvarse. Andrea Rincón abandonada de pibita por la madre, se va de su casa por barullos jodidos con el viejo. Tirada por ahí, sueña con salvarse:
En cuanto a sus comienzos mostrando el cuerpo, Rincón reconoció que se inspiró en Wanda Nara: «En una de las tantas peleas que tuve con mi viejo me fui a vivir a una pensión. La pasaba como el culo. No tenía guita: para comer, revolvía los tachos de McDonald’s. Un día la veo a Wanda Nara en la tele, que llega a una fábrica a hacer un strip tease para los empleados. Los negros gritaban… Estaban como locos. Y yo pensaba: ‘¡Qué patética es esta mina!’. Pero cuando sale de la fábrica sube a un Mini Cooper y dice: ‘¡Ahora les voy a mostrar mi casa!’. Y muestra un tremendo piso. Ahí me di cuenta de que tan tonta no era. Me fui a la pensión, me puse en pelotas y me miré al espejo: ‘Yo soy más linda y más inteligente que esa mina’. Pero yo tenía una bicicleta playera y vivía en una pensión, mientras que ella andaba en un Mini Cooper». «Algunos se ponen un negocio, en cambio yo me pongo un cu… Ese va a ser mi kiosquito. ¡Y me voy a llenar de plata!»
Atender estos kioscos es cada vez más común. En una escuela donde laburo en la sala de profesores hay un recorte de la revista Pronto con la foto de una ex alumna con poca ropa y en pose. “De acá no van a salir médicos, pero lo menos tenemos esto”, tira la profe.
Ni hablar que hablamos de carreras-embudos: muchos arrancan y poquitos llegan. ¿Qué hacer si se cae en el camino? Interrumpida la utopía de salvarse ¿cómo zafarla? Hay una figura que es prima del salvarse. El estar tranqui.  No se salvo pero está conforme. Se desplazó del casillero de mulo donde estaba; ahora está mejor… tranqui. Una forma de escalar en la pirámide del ascenso social: no golpea las puertas del cielo pero ganó en umbrales de tranquilidad. No es poco.
Pibes y pibas se meten a carreras donde la van a zafar. Al voleo, se me ocurren dos: docentes y policías. Permanencia, un sueldo más o menos digno, pocas horas… No se van a salvar pero tampoco van a estar tirados, ni muleando peor que otros, y menos todavía plegándose a otros laburos que darán buen billete pero son percibidos como peligrosos… Pregunta: ¿Qué pasa pos-ingreso a estos laburos con el correr del tiempo? ¿Cómo repercute la constatación de que no son tan copados como pintaban? ¿Cómo se elabora esa nausea?
El trabajo que implica aprovechar el evento que nos permite salvarnos muchas veces es medio garrón. Ausente de vocación, como sea, hay que salvarse (“vos engánchalo, el amor viene solo”, reza el consejo preferido de las botineras). Otros trabajos son vocación y al mismo tiempo nos salvan: futbolista, getona mediática.
Se nos hace necesario diferenciar entre el mulo y el soldado. Mulo es el que el carga con el peso del displacer de un deber sentido como obligado. Otra no queda, relincha por lo bajo. El soldado le pone huevo a una causa que le infla el pecho de sentido. Se banca todo por un sueño: salvarse. Y cuando se llega se pone más que nunca para aferrarse. El cálculo es muy simple: es ahora o nunca. No se sabe cuándo termina. Hay que meterle. ¿Quien dijo que no hay más cultura del esfuerzo?
Sumemos algo: durante un tiempo yirando perdidos, desorientados, sin saber para donde arrancar, el miedo de retornar a ese contexto empuja a soportar lo que sea con tal de aprovechar el viento de cola… Incluso la ética del salvarse es indiferente a transgredir o no la ley. No importa pasar de largo la barrera de la ley con tal de salvarse. Lo cual no implica ser un gil y que se diluya cualquier cálculo. No ser cabezón, hacerla bien, es una invitación a no ser desprolijo y caer bien parado.
Salvarse es consumismo al palo, hedonismo salvaje. Salvarse es una proyección del ego hasta las multitudes más extensas vía múltiples pantallas.  Salvarse también es robar tiempo a las tareas que nos permiten amasar un billete en la ciudad. Y en este modo bancamos el salvarse. Salvarse –al menos por un rato- nos permite ganar en tiempo libre. Le soplamos una dosis de temporalidad al laburo y lo reconducimos en términos de nuestra propia duración como seres. ¿Cómo aprovechar ese momento? ¿Qué se despliega en ese hueco que abrimos? ¿Con qué preguntas sobre nuestras condiciones de existencia poblamos ese rato conquistado? Sin la quemazón de cabeza, cargados de chirolas en el bolsillo, salvarse para nosotros no es una meta como idea de felicidad, sino un escenario que nos potencia dándonos una bocanada de tiempo para recrearnos. 

(Fuente: www.losutil.blogspot.com.ar)

CAMPO GRUPAL Nº 185 // Febrero 2016


Sumario

Entre relatos y teorías
-¿Cómo leer una producción grupal?
Por Eduardo Chiacchio

¿Qué hacer con nuestra potencialidad destructiva?
-Reflexiones sobre la crueldad
Por Silvia Radosh Corkidi

Conversaciones ante la máquina
-El aire que precisamos respirar
Por Diego Picotto

Ecos
-Breve relato clínico de un amor mitológico
Por Juan Trepiana

La experiencia poética como apertura de nuevas potencialidades
-El arte núbico, retroprogresión al origen
Por Flavia Canellas Grinberg y Adrian Quinteros

Tato Pavlovsky
-El Minotauro en Del Viso
Por Carlos Liendro

-¿Que es el otro?
Por Martín Kesselman

-Collage. Orfeo en el mercado
Por Susana Martin
Secciones:

-Taller de escritura
Por Luis Gruss

-Desde el patio
Por Teresa Cristina Punta

-Tránsitos
Por Patricia Mercado

-Corpografías
Por Carlos Trosman

-Héroes, ídolos y otras yerbas
Por Diego Punta

-Gotitas de cinedrama
Por Yuyo Bello

-Días y flores
Por Carolina Wajnerman
………………………………….


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Entrevista con el embajador palestino en Buenos Aires // Mariano Pacheco

“Como todo pueblo digno, el pueblo palestino resiste”


Martes 2 de febrero. En horas de la siesta, Husni Abdel Wahed recibe en la Embajada del Estado Palestino en Argentina a una delegación de periodistas integrada por el director del periódico Resumen Latinoamericano, Carlos Aznárez, el corresponsal de Hispan TV en el país, Sebastián Salgado, y el Pro Secretario de Cultura del Círculo Sindical de la Prensay la Comunicaciónde Córdoba (Cispren), Mariano Pacheco, quienes entregaron una carpeta con cientos de firmas de personalidades de todo el mundo, en solidaridad con Muhammad Al-Qiq, el periodista palestino que se encuentra detenido y realizando huelga de hambre desde hace 70 días.
El embajador palestino en Buenos Aires, tras la reunión, conversa con este  cronista. Destaca la importancia de la solidaridad internacional, y más específicamente, por la iniciativa desarrollada por Carlos Aznárez, con quien el propio embajador se solidarizó hace semanas, a través de una carta pública, en donde enfatizaba que la demanda judicial presentada por la Delegaciónde Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) contra el periodista argentino, atentaba contra la libertad de expresión y contra todos aquellos que “hacen de la solidaridad una forma de vida de existencia y de resistencia”.
–¿Qué valoración tiene de esta iniciativa embajador?

–América Latina en general, y el pueblo argentino en particular, han sido un continente y un país solidario, siempre, no solo con la lucha del pueblo palestino, sino con la de todos los pueblos. Así que no esperamos menos. En cuento a la lucha de nuestro pueblo, una parte importante es la lucha por la libertad de los prisioneros políticos. Hoy, lamentablemente, Al-Qiq es la noticia. Ha sido encarcelado de una forma antojadiza por parte de las fuerzas de ocupación israelí, sin cargo alguno.
Periodista de 33 años que venía trabajando para el canal  “Al Majd”, Al-Qiq fue arrancado de su casa de Ramallah hace tres meses y, como otros 4.500 palestinos (hombres y mujeres), confinado en una de esas cárceles que se parecen más a una tumba que a una prisión. La “detención administrativa” que se encuentra cumpliendo no es más que un secuestro realizado por el Estado Israelí, bajo la figura que les permite, con el silencio de gran parte de la comunidad internacional, tener prisioneros ya no solo a los activistas y militantes de la causa palestina, sino a todos aquellos que considere “sospechosos”, así sea porque tan solo informan sobre lo que ven y escuchan en los territorios ocupados. Todo sin presentar cargos. Sin siquiera iniciar un proceso judicial.
Continúa Husni Abdel Wahed:

–Muhammad Al-Qiq se encuentra al borde de la muerte, de allí la importancia de estos actos de solidaridad, porque no solo lo alientan a él, sino también a nuestro pueblo, para seguir con la lucha por la libertad, la justicia y la paz.
–Por último quería preguntarle cómo está caracterizando este momento de la histórica lucha del pueblo palestino.

–Bueno, éste es un conflicto que se ha extendido por décadas y no se vislumbra, lamentablemente, una solución pronta. En los últimos años ha llegado al poder en Israel el fundamentalismo más extremista y está gobernando una coalición de extrema derecha. Podría decir “fascista”, que ha incrementado las políticas represivas contra el pueblo palestino. Lo mismo que la confiscación de tierras y la construcción de asentamientos en pleno territorio ocupado palestino y el traslado de la población del Estado ocupante al territorio ocupado, en clara violación al derecho internacional humanitario, además de las convenciones de Ginebra. El pueblo palestino, como todo pueblo digno, resiste, y va a seguir resistiendo a la ocupación, defiende su dignidad y, me atrevo a decir, defiende la dignidad de la humanidad entera. Lamentablemente, las expectativas de paz son cada día menores, producto de las políticas israelíes, con el consentimiento de Estado Unidos y sus aliados occidentales. Pero nuestro pueblo, como todo pueblo digno, está dispuesto a seguir con la lucha, sin resentimiento y sin resignación, está dispuesto a una solución pacífica, siempre que respete sus derechos, y el establecimiento de un Estado independiente y soberano, que conviva pacíficamente con los otros estados de la región, incluido el Estado de Israel. Si Israel se rehúsa a poner fin a la ocupación, esto prolonga el sufrimiento de nuestro pueblo, pero no pone fin a la lucha del pueblo palestino por su libertad.

Balance de época (II) // Horacio González

Relato y Crítica del Relato
La segunda entrega de «Derrota y esperanza: un folletín argentino por entregas», balance de época que Horacio González escribe sobre los gobiernos kirchneristas, aborda la compleja noción de “relato”. El capítulo II, “Relato y crítica del relato”,  nos alerta sobre  como El Otro en su vida cotidiana, fue renuente a alojarse en el Otro del pluralismo patriótico al que llamaba la Presidente Cristina Fernández de Kirchner.
Vinculado a lo que ya intentamos desarrollar en el capítulo uno, en el interior de nuestro balance de este último período histórico en el país, vamos a tratar la noción de relato y el modo en que fue usada en el debate político contemporáneo. Es evidente que este concepto posee cierta trivialidad u obviedad de origen, y generalmente se refiere a una mínima capacidad narrativa con la que cuentan todos los seres humanos, y que se compone de diversos estilos, que generalmente reposan en signos  reveladores de la memoria para la creación de vínculos comunes a través de recuerdos, eventos o leyendas compartidas.
En una media en que ahora no sabríamos apreciar tan ajustadamente, el kirchnerismo fue derrumbado (empleo esta ruda expresión que luego explicaré; tengo bien en claro que la resolución del problema del poder en la Argentina, en su napa más superficial pero trascendente, fue a través del legítimo juego electoral), derrumbado, digo, por el empleo del concepto de “relato” muy en contraposición a la acepción “ingenua” que antes le dimos. Cuando digo muy en contraposición, en realidad debo decir con una acepción inversa a la tradicional: relato era aquí sinónimo de impostura, de falsedad, de fingimiento, de “invención de tradiciones”, en suma, una superchería de Estado para contarle a los crédulos una historia apócrifa sobre los gobernantes, sus orígenes y propósitos. Ciertamente, todo gobierno – sobre todo el que mantiene raíces populares complejas, como es el caso del que aquí consideramos – está expuesto a este tipo de ataques, pero el kirchnerismo lo estuvo más que ninguno. Los dardos maledicentes que en el ya casi remoto pasado argentino se dirigían contra la “bastardía” de Eva Perón y su propio marido, eran prejuicios clasistas que muy rápidamente se confundían con el temor de la por entonces bastante consolidada “clase media” argentina ante el ascenso social de sectores obreros, o de lo que con desdén podría considerarse el “bajo pueblo”. Pero esos prejuicios sociales contra los “advenedizos” dieron resultado mucho después, cuando se fusionaron con los ataques a las “costumbres íntimas” de Perón, que horadaban su vasto apoyo social pero no eran comparables a la maciza cruzada de desprestigio que se abalanzó en toda clase de exuberancias mediáticas contra el matrimonio Kirchner, muchas décadas después. En la primer y segunda época peronista, y luego del 55, incluso el concepto estigmatizante de “bastardía” fue respondido por los entonces  jóvenes literatos “existencialistas”, que no pertenecían al mundo político del peronismo, pero a los que les atraía esa figura de la conciencia con la que Sartre había retratado al aventurero o al comediante que hacía “avanzar la historia por su lado negativo”. Convertían entonces al bastardo en una figura respetable, rara y necesaria. El peronismo de los orígenes, que era “anti-existencialista”, no se  animaba a tanto en la apología de sus propios materiales originarios.
Con el matrimonio Kirchner no ocurrió esa capacidad de inversión de la injuria, y crecieron hasta proporciones gigantescas los ataques donde el pasado de la pareja presidencial era examinado por peritos en detectar supuestas falsedades y mascaradas. En especial, en la honda cuestión de los derechos humanos, donde se remarcaba que en su  pasado de políticos provincianos, ni Néstor Kirchner ni Cristina Fernández de Kirchner, se habían ocupado de los mencionados derechos, que luego, en su gobierno, fueran rápidamente declarados piedra basal de donde prácticamente se deducían todas las demás decisiones. Es claro, no fue así, pero es cierto también que las tomas de posición del gobernante, que suelen suceder bajo el cuño de la rapidez, la readecuación urgente o la súbita compresión de una zona de franjas soterradas de la conciencia que de pronto se ilumina, no podían ser festejadas y mucho menos comprendidas por los Cruzados que ya habían aprendido a machacar sobre lo que en cualquier caso es fácil. Porque casi siempre hay un halo propagandístico en todo gobierno, un ritual de auto-festejo y una confianza en cómo se habla desde el poder (que por esa sola circunstancia, ya enunciaría tópicos verdaderos), que de inmediato hacía fácil la tarea del agente demolicionista, sobre todo en casos donde notoriamente, con verdad o no, puede esgrimirse el rótulo de “populismo” (del que ya diremos algo más).
        
¿Qué decía este “agent demolitioniste”, experto en trabajar con los intersticios de la comúnmente inconstante credibilidad pública? Que bastaba ver las predilecciones cosméticas de la Presidenta, la engañosa austeridad de Néstor Kirchner (mocasines rústicos, firma de decretos con lapiceras de plástico barato) para combinar el pseudo-ascetismo de uno con el gusto por “carteras Vuitton” de la otra, junto a veleidades indumentarias (paralelas a las frivolidades discursivas), para que los agentes del descrédito concluyeran que el amor por los derechos humanos y sociales, o por la vocación soberanista del Estado, eran construcciones de último momento que salieron de la cabeza repleta de astucia de dos codiciosos. Pobre argumento que muchos desdeñamos, pero que tenía lentas consecuencias, como un aceite mortífero que va penetrando poco a poco en inocentes porosidades colectivas.
Precisamente, lo que a muchos nos había interesado de la nueva situación –la emergencia de Néstor Kirchner, político tradicional de carrera, de repente tomando los grandes temas  reparatorios de la nación- era el modo en que un mundo político que nos parecía previsible, extraía nuevas fuerzas de los vacíos, intersticios y fracturas del “sistema real”, el que registraba la profunda crisis de representatividad del 2001. Ricardo Forster recurrió al concepto de “anomalía” para adjudicarlo a la situación en que se verificó la emergencia de Néstor Kirchner.
Debe decirse que la construcción simbólica que se inició enseguida –que comenzó con el retiro del retrato de Videla en el Colegio Militar y de algún modo concluyó con la construcción de la escultura de Juana Azurduy en las cercanías de la Casa de Gobierno-, ocupó los doce años de gobierno kirchnerista. El tejido simbológico del gobierno KIrchner es sólo equiparable al que practicó Perón en sus dos primeros gobiernos, y remontándonos mucho más allá, al conjunto de emblemas nacionales que desde 1880 perduraron como hilo interno del Estado y de la pedagogía nacional, en la numismática, las monumentalística y en la discursividad historiográfica, generalmente ligada al largo predominio de las distintas variantes del liberalismo republicano (“el orden conservador”), desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Con diferentes interregnos, que en lo fundamental, no alteraron esta “paidea de la patria”. Respecto de ella, un impoluto San Martín nunca cedió su lugar de privilegio como cálido, severo y apacible numen estructurante de la nacionalidad, justo papel que tiene desde que se publicaron los densos volúmenes de la historia de Mitre, lo que luego fuera realzado por libros y películas – Ricardo Rojas, Torre Nilsson, recientemente Galasso -, pero la Presidente Cristina Kirchner intervino en esta dinastía nacional numerosas veces, ya sea resaltando el legado de aquellos aires levemente jacobinos que nimbaron a Moreno y a Monteagudo (con reservas), ya sea declarando preferencias por Manuel Belgrano, ya sea aceptando la inverificable leyenda del Gaucho Rivero – que logró billete de circulación oficial como emblema de la moneda nacional – y más verosímilmente, exaltando la Batalla de Obligado (1845).
Todos estos hechos, a los que se puede agregar el tono museístico que adquirió la casa de Gobierno, el Museo del Bicentenario (que también tributa homenaje a Siqueiros, el muralista mexicano), el Centro Cultural Kirchner, y hasta Tecnópolis, revelan la fuerte intervención histórico-metafórica del gobierno, lo que junto a sus auto-descripciones –el “modelo”, el “proyecto”, “el desarrollo con inclusión”-  fueron carne rápida o papilla de fácil identificación para la gran prensa que elaboraría muy de inmediato, una larga cadena de objeciones – que iban de la ironía a la burla, de la acusación de bonapartismo hasta la denuncia de asfixiar el paisaje con sus nombres propios-, con la que el gobierno fue insistentemente acosado. Junto al magno trípode santificado de la Cruzada – con su manual básico de estereotipos – cuales eran la “inflación”, la “seguridad” y la “corrupción”, el “relato” era una expresión que bastaba mencionar para difamar al gobierno con el rápido símil que esta palabra evoca: la mentira, el disfraz.
Es evidente que cuando Néstor Kirchner dijo “Clarín miente”, revelaba un fuerte indicio de su carácter, más literal, fundado en frases directas y plenas para designar a sus contrincantes de momento, de modo que no se ocupó de buscar sinónimos o atajos más matizados para sus denuestos. Ya vimos en el primer capítulo las fuertes implicancia que todo esto tenía. La oposición Gran Mediática fue más metafórica en torno al concepto de mentira (básico en cualquier facciosa discusión post-argumental) y no tuvo dificultades para expandir el tema del “relato” como sinónimo de ocultamiento de una realidad cotidiana cruzada por la corrosión de la vida diaria. Tal acto de ocultar se haría, entonces, en nombre de una “épica emancipatoria” que recorría estaciones obligadas del conocido historicismo de liberación nacional, pero, decía el Crítico Demoledor, con esas palabras egregias pasaban por alto la dificultad real de presente, donde no había indicio alguno de que las necesidades reales se pudieran resolver con apelaciones al gauchaje lírico del siglo XIX, y más aún, cuando eso se hacía por gobernantes que a la vez eran empresarios. (Esta última expresión se basaba en los hoteles de propiedad familiar – tema del cual luego hablaremos – que Néstor y Cristina Kirchner poseían desde antes de convertirse en figuras públicas, y que fueron objeto de largas discusiones).
El gobierno Kirchner confió en que sus bases de apoyo no fueran horadadas por este doble manejo criticista: primero, la épica del “relato”, como inconducente frente a problemas reales del existir cotidiano. Ciertamente, inflación, inseguridad y corrupción, no es que no existieran en la “empirie de los días”, pero ya eran conceptos del Arquetipo básico del demoledor, anti-figuras fabricadas por la Conciencia Bella que se dirigían a embestir a los Impostores. Segundo, la situación en las clases populares, que ya por ese entonces revelaban la profunda heterogeneidad cultural que regía sus deterioradas condiciones de vida, y que no sólo registraban el enigmático fenómeno de la crítica del trabajador pobre al “subsidiado pobre”, sino que en sus sensibilidad espontánea, se hacían presentes los espantajos del folletín impugnatorio, donde la idea del “relato” ya adquiría contornos folletinescos donde en la intimidad del matrimonio Kirchner, uno o una podía ser el “asesino” del otro o de la otra. Estas atrocidades del “contra-relato”, increíblemente, prosperaron en el país. Una senecta y arcaica figura de la televisión argentina, que como contrafigura de Evita, era actriz del cine argentino en los años 40, llegó a decir que en el féretro de Kirchner no estaba realmente su cuerpo. Historias góticas que siempre sacudieron el oscuro inconsciente de la humanidad, daban su campanazo tétrico en la estremecida realidad argentina. Hay que reconocerlo, admitirlo y examinar con una atención mucho mayor que hasta el momento le prestamos, a estos hechos.
Los Kirchner eran así objetados por partida doble, cuando se decían militantes, recordándoles que bajo esa declaración de heroicidad política se escondía una veta empresarial, y eran objetados como empresarios cada vez que anunciaban grandes medidas públicas que surgían de sus convicciones militantes, a las que se les atribuía un encubrimiento de “intereses particulares”. Retornaremos sobre esta ardua cuestión en el capítulo próximo. (Morales Solá, tutor de presidentes de la gran derecha áulica, exclama en su editorial de hoy en La Nación que Macri se queja de los empresarios por serlo él mismo: “solo piensan en la facturación de la semana próxima”. He aquí el empresario adulado como tal, que por poseer esa identidad ni puede ser criticado, ni se lo exime del elogio del que sabe incluso desprenderse de su ser empresarial. Créase o no. (No).

Siempre hubo un problema en torno a estos gobiernos de  raíz popular – que recurrentemente apoyamos -, calificados de “populistas” y que cuando esgrimen tópicos emancipatorios y de derechos ciudadanos, son vistos como el gran teatro de los arribistas que buscaban “enriquecerse personalmente”. El contra-relato no es que fuera tan hábil, sino que sus banderines de triunfo lanzados al viento encontraban una extrema facilidad en la recepción de un público masivo poli-clasista, que incluyendo a los que eran beneficiados por medidas masivas del gobierno, eran la clientela fija de las hipótesis conspirativas de las que viven los grandes Medios de Comunicación. Había un espontaneísmo en la conciencia empírica nacional que permitía hacer “creíbles” a los engendros del folletín conspirativo – de los cuales es un maestro Jorge Lanata, tema que ya consideraremos -, ante un gobierno que se esmeraba en imponerse sobre sus diversas contradicciones internas. Su empeño anti-corporativo, que desde luego se dirigía privilegiadamente contra el grupo Clarín, aunque ciertamente mucho menos contra otras corporaciones “no mediáticas” (pero a las que de una manera u otra Clarín articulaba: Monsanto, Barrick Gold, Chevron, etc.) no lograba interesar a las izquierdas ni a una parte sustancial de la vida popular, que en el “gran monopolio mediático”, no veía sino la posibilidad de saber cómo se resolvían los misterios de amor y los prodigios de la ilusión en una telenovela que recreaba “las mil y una noches” con un actor egipcio, cuya obvia biografía peregrina era a su vez la actualización de un “relato del corazón”. Los grandes autores de la crítica al “relato”, vaya si eran los taumaturgos de los grandes relatos y especulaban con los pobres misterios orientalistas con los que disciplinaban sentimentalmente a las masas populares,  destinada a ser una parte, quizás no en parte mayoritaria  pero sustancial, de la gesta electoral anti-kirchnerista, estrecha pero derrocadora al fin. Ya volveremos sobre este concepto de “derrocamiento en democracia”.
No es indiferente este tipo de productos folletinescos de la gran industria cultural, al destino de los gobiernos populares atípicos. Mientras la Presidente proclamaba “la Patria es el Otro” – motivo de grandes alcances que precisaba ser esclarecido con mayores aproximaciones  conceptuales y prácticas, dada su importancia -, había otro Otro, real, sin alteridad evidente, que fluctuaba entre su real unicidad y su imaginado pluralismo, para proclamarse el ángel de la tolerancia, acusando de ignorar el pluralismo social y cultural a un gobierno que intentaba construir con la idea de Otro, esa unidad en la multiplicidad que es la esencia última del arte de gobierno. El Otro en su vida cotidiana, era renuente a alojarse en el Otro del pluralismo patriótico al que llamaba la Presidente Cristina. Será otro de los temas del próximo capítulo.
(Escrito el 3 de febrero de 2016, día en que los empleados públicos ocupan el Ministerio de Cultura dirigido por un “despedidor serial”, que tiene como algunos de sus apoyos insólitos, a este episodio que me contaron: ante el stand de una repartición pública donde se obtienen libritos clásicos argentinos a cambio de un módico precio, poniendo un cospel en una máquina expendedora, una abuelita argentina le dijo a su nietito, frente al empleado que la atendía: “nene, pedile un cospel al ñoqui”. Hasta aquí las cosas. En tanto, Alain Badiou, Chico Buarque y Serrat, firman la decisiva solicitada contra Lopérfido). Continuará en este medio.
  
Buenos Aires, 3 de febrero de 2016
(Fuente y agradecimiento a La Tecl@ Eñe)

Balance de época (III) // Horacio González

La corrupción y el Estado


Tercera entrega del Folletín argentino que Horacio González viene realizando como balance de una época que pasó. González desmenuza en este capítulo las relaciones entre la idea de corrupción asociada al Estado como concepto maestro de una línea de ataque al conjunto de la estructura gubernamental. El cúmulo de “relatos” e  implícitos demonizantes – la corrupción mata – fueron hallazgos de las plumas de trinchera de buena parte del periodismo Gran Mediático.
No hay concepto más escurridizo e inaprensible que el de corrupción, siempre vigente en el lenguaje político, con las más diversas acepciones. La inevitable carga moral que subyace en él, su poder agraviante y desestabilizador, tanto como su capacidad de eximirse de toda probanza –o de pruebas en el sentido jurídico estricto-, tienen una fuerza capaz de  resquebrajar cualquier andamiaje gubernativo. Con esta apreciación no queremos decir que “no haya corrupción”. Pero hagamos la inspección de este uso sistemático de un concepto tan abarcador y difuso, que tiene una capacidad de golpear más allá de su capacidad real de definir fenómenos específicos de la realidad estatal. Si hoy leemos El Príncipe de Maquiavelo bajo el crisol del concepto de corrupción enlazado a una proposición moral, podríamos decir que la totalidad de este famoso escrito resulta en una apología del “ser corrupto” de la política. Pero no recordamos que en este grandioso texto se emplee, por lo menos con frecuencia, este concepto, siendo que no vacila en justificar asesinatos o afanes de dominio enteramente viciosos. El Príncipe es obra de la intimidad de Maquiavelo, es su propia conciencia irónica analizada por medio de un escrito que es un regalo o tiene la forma de un regalo a su protector, Lorenzo  de Médici. No se ha notado mucho  esta circunstancia del regalo, que figura en el mismo prólogo del estremecedor escrito. El “regalo” es otro concepto confuso, supone generosidad y astucia, amor y obligaciones, compromiso en los vínculos o disimulo. Todos recordamos la historia del Caballo de Troya; los dichos populares… “caballo regalado…etc.”; o las catastróficas escenas del Padrino, donde la torta de cumpleaños viene con un killer adentro. Es la perseverante idea del “regalo envenenado” o “peludo  de regalo”. 
Pues bien, el lector de Maquiavelo puede leer en el capítulo 7 del Príncipe que hubo una matanza en Sinigaglia. Maquiavelo la narra con la asombrosa objetividad que tiene su tersa prosa cuando se dedica a describir masacres. Allí, para atraerlos a la celada, César Borgia les ofrece a quienes serán víctimas de su cebada capacidad de fiereza, un conjunto de regalos –aparecen los “regalos”-, tales como monedas, ajuares o caballos. Pero los que reciban esos presentes tendrán como destino un vil asesinato. ¿Qué podemos leer en el propio prólogo de El príncipe? Que Maquiavelo lamentaba que como regalo, él solo podía ofrecerle libros al Médici: su propio libro, El príncipe.  ¿Iba él a matar al Médici por eso? Otros entregaban buenos equinos, relucientes armas, vestimentas lujosas. Esta mención al “regalo” como anzuelo para atraer a los sacrificados, inquieta en el famoso relato de la matanza en Sinigaglia, pero más inquieta cuando Maquiavelo define a su mismo libro como el único regalo –no caballos, no lujosas prendas- que le puede hacer a su Príncipe. Nunca sabremos bien qué quiso decir.
El kirchnerismo fue acusado de “corrupto”, y la generalización de esa imputación excavó con el sistemático y meticuloso detallismo  de un boletín diario, todo su andamiaje intelectual y moral. El acceso a la corrupción como concepto maestro de una línea de ataque al conjunto de la estructura gubernamental, precisaba un conjunto de “relatos” que a su vez no  se expusieran a las críticas al “relato”, que era otro de los hallazgos de las plumas de trinchera de buena parte del periodismo Gran Mediático. La facilidad que da lo anchuroso, ambiguo y pregnante de la palabra “corrupción” –vecina a la idea del Mal- no eximía de cierta verosimilitud en las pruebas, que circulaban cotidianamente por el “periodismo de investigación” (luego haremos también unas consideraciones sobre cómo fue deformándose esta práctica). Pero esas “pruebas” –desde el tema ostensible de los Hoteles de Calafate hasta la muerte de Nisman-, poseían distinto grado de validez y capacidad de convicción, porque también eran parte de estrategias comunicacionales que se dedicaban a impartir sospechas mientras ellas se situaban, por definición “por encima de toda sospecha”. Por eso, la investigación que durante varias semanas el diario La Nación dedicó a examinar cuestiones referidas a los hoteles propiedad de la Presidente (el alquiler de cuartos a un empresario conocido de su llamado “entorno”, que finalmente no eran ocupados, lo que sugería “lavado de dinero”), podía ser una “investigación seria” sobre un tema sin duda cuestionable, como también la explotación pseudo científica del “periodismo judicial” de un tema inmerso en el océano de prejuicios que como un inconmensurable halo rodea a la palabra “corrupción”. Ya dijimos: definida con precisión, es una categoría real para el examen público de la acción de los gobiernos, pero como implícito demonizante, es un dato que alude también a su propio poder corrosivo, tan expansivo como indeterminado.
Se forjó la noción “la corrupción mata”. Esta generalización tiene un enorme poder de convicción, a partir de horrendos casos de muertes masivas en hechos que ahora consideraremos, y que son los que inmediatamente despiertan nuestra solidaridad con las víctimas y el deseo de que se “castigue a los culpables”, que ofrezcan, no el rostro abstracto del “Estado ineficiente”, sino el concreto de tal o cual funcionario “que desvió los subsidios” o el “empresario enriquecido que sobornó a los inspectores”.  No obstante, nos parece que la asociación de corrupción y muerte no es adecuada, pero decirlo es difícil –desde luego, difícil e inadecuado- cuando estamos ante tragedias como las de Once, Cromangnon o Iron Mountain. Allí murieron personas que estaban trabajando, viajando o cumpliendo con lo que imponían sus oficios diarios. Son hechos, entonces, que motivan nuestra capacidad de escándalo y condolencia, tanto como la necesidad de encontrarle explicación, reparo moral y punición a la tragedia. Pero como es evidente que no todo hecho de corrupción –cualquiera sea los alcances que le demos- no termina en masacres, ni que toda muerte ocasionada por desperfectos en equipamientos públicos nunca deja de tener un ingrediente de “tragedia” (es decir, podría no haberse producido), la extrema asociación entre “corrupción” y “muerte” pertenece solo a casos en que en forma determinista, una omisión o un acto ilegal de la administración lleva inexorablemente a un desenlace de muerte. Por supuesto, nunca puede ser objetable el modo en que los familiares de las víctimas exponen su dolida voz, que no puede ser impugnada desde ningún otro punto  de vista que se crea superior a ella, pues no lo hay. Otra, en cambio, es la cuestión política. En este caso, hay sin duda una responsabilidad de la institución pública.
En Cromangnon, la carencia de peritajes efectivos sobre el local (probablemente debido a “coimas”, que es modo el diseminado con que se insertan las prácticas de inspección oficial en un mundo de “omisiones recompensadas”), podía no llevar a que una bengala se situara en el corazón de los hechos, pero una vez producida la tragedia, nada evita que ésta se interprete como un hecho, no trágico, sino parte de la “estructura corrupta de la política”. Decir tragedia entonces parece de mal gusto, ante tal desidia estatal o empresarial. Sin duda, las condiciones en que se realizan estas reuniones en todo el mundo (son frecuentes los incendios en locales danzantes, seguido de muertes múltiples) revelan la inseguridad de la existencia en un sentido general, y abandonar el concepto de tragedia no parece conveniente –la arcaica forma educativa de los pueblos antiguos- pues entonces se comprende mal los mismos hechos por los que luego hay que designar responsables. El perito que no hizo su tarea adecuadamente, lo es, el propietario del lugar, que no percibió el riesgo potencial que anidaba en las instalaciones y escenografía, lo es, también lo es el sistema médico que quizás no pudo concurrir a tiempo o el político que no se hizo presente en forma inmediatamente solidaria.
Los hechos pueden desmenuzarse al infinito, y no hay que perderlos de vista en su engarce inesperado y fatal, aun cuando optemos por la generalización política de “la corrupción mata”, que afecta a todo el Estado sin distinción alguna, con un dramatismo político al que ya no importaría darle una base en la natural contingencia que tiene eventos que, súbitamente, en un momento de locura de la realidad, pueden anudarse. Y en este círculo que va de la generalización repentina al análisis del pormenor, siempre ganamos la contundencia del universal condenatorio y podemos perder la noción que nos lleve a darle mayor dimensión humana y real a la culpa, y con ello elaborar prevenciones efectivas sin dejar de ver la dimensión política ni la objetividad de la cadena de contingencias y tragedias. Visto todo esto, el concepto de corrupción no queda como un universal abstracto sino como un modo de investigación sobre responsabilidades ciertas, donde desde luego, deben figurar las del Estado.
En los tiempos de Menem, Horacio Verbitzky acuñó la noción de “modelo de producción corrupto”, aludiendo a otra forma alternativa de los típicos excedentes de la forma capitalista de producción. Es que ésta necesariamente precisa esa aureola de ilegalidad para sustentar su “ambiente de negocios”, que no obstante siempre invocan “estar a derecho”. En efecto, el alimento clandestino del gran capitalismo globalizado-informático, es hoy su constante ilegalidad entrelazada a formas visibles de legalidad. La ilegalidad es productiva. En las cúspides sistémicas de los organismos visibles de la globalización, hay un “plusvalor” jurídico, comunicacional y financiero, que trabaja con “imponderables a futuro, “información reservada”, “clandestinidad de las decisiones” o “bio-políticas del staff ejecutivo”, que casi siempre se traducen en altas formas de circulación paralela del dinero. También, la financiación de la política, en todos nuestros países, expone a los partidos populares –en la otra punta del tablero- a situarse en zonas riesgosas de la acción pública, en la cornisa misma de la ilegalidad y en la búsqueda de provisiones de subsistencia partidaria donde hay un excedente monetario que sale como sebo sigiloso de las arcas públicas. Sin avergonzarse demasiado, todos los políticos, del color que sean, hablan del “control de la caja”, frase que se mueve dentro de muy diferentes y sombrías alternativas semánticas. Allá tenemos el caso de Petrobrás, talón de Aquiles del PT, una de las más elevadas experiencias del movimiento popular de masas de Latino-américa, caso que puede horadarlo en su propia quilla. En este caso la corrupción mata, metafóricamente, a las experiencias de masas.
Pero tenemos ya diversas acepciones del vocablo corrupción: la “estructural”, por así decirlo, que tiene el mismo valor fantasmagórico que el que Marx le confirió en el capitalismo a la plusvalía, y la “coyuntural”, referida en general a casos específicos y lo que ingresaría dentro de la moral general del funcionariado público. Una teórica y otra práctica, si queremos expresarnos así. El kirchnerismo fue golpeado en su quilla (ya que empleamos esta noción para el PT) por casos como el de  Ciccone Calcográfica, “empresarios amigos”, subsidios a los transportes, hoteles de Calafate, etc., y en lo que hace a la esfera de la dignidad pública, administrativa y política, por el caso Nisman, el Indec y el tráfico de efedrina, por tomar algunos. Son todas situaciones diferentes, que en su conjunto fueron el ariete de punta de acero manejando por la infantería más rudamente experimentada en desmontajes de gobiernos populares y reformistas. Todo este “paquete semántico” fue maniobrado por expertos, que en todos los casos se basaban en grados de verosimilitud que parecían soberanos e indeclinables. En principio, lo que hay que hacer no es situarse en una hipótesis de rechazo indignado de estas incómodas situaciones. Algunas poseen distinto grado de veracidad, y tanto como las que lo tienen menos o no la tienen, deben ser explicados como parte de un acceso a la verdad social por parte del gobierno anterior, que apoyamos, lo que hace que todos los que estuvimos en esa situación, debamos explicarnos y su vez reclamar explicaciones. Navegar es preciso. Por lo tanto, es necesario hablar de estos temas para que tengan un esclarecimiento que no provenga tan solo de los que los usaron como artefactos bien aceitados y ornamentados para su tarea demolicionista –bien exitosa que fue.
Mientras nuestros ejes de discursividad eran diacrónicos –emancipación, derechos humanos, articulación de nuevos derechos, subsidios al consumo popular, negociación de deuda sin canje de soberanía, inclusión social, entre tantos otros temas-, el mencionado ariete de demolición solo trabajaba temas sincrónicos –narcotráfico, corrupción, inseguridad, inflación y ñoquis como sinécdoque del Estado. En la elección Macri contra Scioli, triunfó el eje sincrónico, el de la no historicidad, el de la historia como una planicie indiferente, solo habitada por inmediatismos del sentido común de las derechas mundiales. El tema de la muerte de Nisman fue muy oportuno, pues dejaba a la Presidente expuesta a un razonamiento pobremente folletinesco, de raíz gótica, de una rayana inverosimilitud, lo que nada le importaba a los operadores del escarnio. Hay dos formas del sentido común (vieja entidad de la filosofía). El sentido común democrático y el sentido común delirante. Este último es el que muchas veces se impone porque goza con su paradoja interna, su relleno de hojarasca pérfida y brutal. Para la primera forma del sentido común, el democrático, el de Nisman fue evidentemente el suicidio de un hombre solo, acosado y abandonado, con conciencia de sus equivocaciones garrafales, encerrado entre sus goces particulares y un enfoque totalmente errado de las posiciones de la Cancillería y de la propia Presidente ante el dilema de Irán. La inminencia de una declaración en el Congreso, a la que fue llevado por sus propios pasos en falso, y la desmesura de una denuncia política sin pruebas  y totalmente descabellada, puso un arma en su mano, y un espejo en un domingo vacío ante el cual derramar su propia sangre. Para decir esto, empleamos, pues, el sentido común democrático.
En cuanto a los otros temas, lo digo rápido: lo del Indec fue notoriamente un error del Gobierno Kirchner. Las explicaciones que se escuchan, deben  dejar paso a la admisión del descuido. Lo de la efedrina, el narcotráfico, y temas colindantes, todo ello existe pero fuera de la dimensión de gigantomaquia que le dieron los relatores gran-mediáticos. Ellos invocaron con ganas el discurso folletinesco, y las  sensibles agujas del sentido común nos indican que “el relato” que aquí se ponía a circular tenía las  conocidas inflexiones de todo lo que produce efectos inmediatistas y contaminantes. La cripta, la bolsa llena de dólares, el mausoleo misterioso, el presidente Kirchner recibiendo dinero en el despacho presidencial, el Jefe de Gabinete instruyendo asesinos profesionales, todos ellos son elementos narrativos que pertenecen a la Saga del Mal, cuyo recurso mayor es mostrar un Grand-Guignol de marionetas cuyas acciones no tienen intermediarios, tal como lo exige el gusto guiado por la truculencia, que cultivan en general los grandes Medios, herederos de Ponson du Terrail, creador de Rocambole, de Batman y de James Bond. En estas creaciones, todos los crímenes tienen culpables inmediatos y necesarios en figuras del poder. James Bond, por otra parte, desde los años 60, ilustró a vastos públicos mundiales sobre el uso de la Ilegalidad Asesina, pero al servicio “del Reino”. Su “licencia para matar”, inspiró durante largos meses el relato del principal relator del “agrietamiento” del gobierno, nos referimos al periodista Jorge Lanata (so pretexto de combatir la “grieta” del que éste era “culpable”), que transfirió este saberrocambolesco (“matar por poder”) a los Estados populares, atravesados por múltiples problemas y deficiencias, pero no por eso carcomidos por el “Mal”. Jorge Lanata, al  espectacularizar la escena política como en una escena del Maipo –teatro en donde actuó-, daba un paso más en el arte de arrojar sospechas sistemáticas sobre la vida pública con el arte de representar lo complejo a través de lo titiritesco, y el laberinto de lo real a través de su sumaria inmediatez. De alguna manera, ha triunfado. Fue él quien usó la licencia 007 para triturar figuras públicas, convirtiendo las mínimas o máximas dudas que toda figura pública puede generar, en una invitación para construirle prontuario de asesino, ladrón o coimero. Pasamos buena parte de la historia argentina contemporánea sin una teoría del Estado, pero el Estado, bamboleándose y contrito, sacaba de sus entrañas momentos de lucidez. Hablaremos próximamente también de esto.
(Fin del capítulo 3. Hoy, 5 de febrero de 2016, siguen las alternativas de la división del bloque del Frente para la Victoria, que habla más de la fragilidad espiritual del justicialismo que de la astucia del macrismo, aunque no es que ésta no exista. Falta desarrollar algunos temas aquí anunciados, como Ciccone, etc. Será la próxima vez, en el capítulo 4 ó 5. Respondo al lector Juan Ponce, evitando cancherismos e innecesarias sobradas. Sobre el Banco de Santa Cruz nada puedo decir. Si lo sabe él, que lo diga. Sobre el relato, coincido con su definición, todos vivimos sumergidos de una manera u otra en un relato, pero yo me refería al uso hiperbólico que se hizo de este concepto, asimilándolo a “mentira”. Estaba, desde luego el “Clarín miente”. No sabía que en Chile, Allende había esgrimido un “el Mercurio miente”. Por fin, no veo que tenga nada de malo que una figura política principal use conceptos notorios que circulan en los pasillos de las facultades. La cuestión es que efecto social tienen luego. La seguimos.)
Buenos Aires, 5 de febrero de 2016
(Fuente: La Tecl@ Eñe)

Teoría del grito // Diego Sztulwark



Grita, pero grita justamente detrás de la cortina, no solamente como alguien que no puede ya ser visto, sino como alguien que no ve, que no tiene otra función que la de hacer visibles esas fuerzas de lo invisible que lo hacen gritar aquellas potencias del porvenir. 
Hay una diferencia sutil pero decisiva entre ver (ver lo que hay que ver) y hacer visible las fuerzas invisibles que nos modifican. En la Cultura de lo Banal, fundada en un deseo de orden que sólo se legitima a través de la postulación del orden mismo y que sólo se interesa por lo evidente mismo –infectándolo todo de imágenes inexpresivas y por tanto tóxicas–, no hay acceso a esas fuerzas. Su lógica es la compatibilización de todo lo que ocurre, sin censuras, dentro de las coordenadas de la normalización.
Lo tóxico, esa inexpresividad, es la esencia misma de la Cultura de lo Normal. Pura sensibilidad insensibilizada. Separación, desconexión, ignorancia del mundo de las fuerzas. Todo intento por preguntar o argumentar, por actuar o resistir dentro de la Cultura, se sumerge de inmediato en una redundante impotencia. El dato no es nuevo, pero ahora se ofrece desnudo. Sin forzar la crisis –ruptura o fuga– no nos es posible siquiera comprender lo que pasa. De tanta apelación al orden: ¿dónde encontraremos, sino en la crisis, una verdad?
Si lo político admite ser leído en términos de fuerzas, como ocurre por ejemplo en el paradigma de la guerra, la Cultura del orden –el triunfo postideológico de los dispositivos de gobierno de un capitalismo re-estructurado–puede ser entendida como la victoria de las fuerzas políticas que con menos distorsión expresan el orden material neoliberal dentro y fuera del país. Una breve historia del ciclo político que culmina en la instalación de la Cultura de la Normalidad puede construirse en tres secuencias: primero, el estallido de las subjetividades de la crisis (en torno al 2001); luego, el kirchnerismo como normalización vía “inclusión social”; 2013-2015: finalmente, la Voluntad de orden hecha Cultura inapelable. Leído desde hoy, la clave de inteligibilidad de ese proceso es la proliferación de una reacción contra todo lo que recuerde a la crisis y el incubamiento de un deseo de orden y normalidad progresivamente desparramado en casi todo el conjunto del sistema político, económico y social.
El macrismo parece entender cómo canalizar y darle forma cultural (y un diseño institucional) a estas fuerzas presentes y dominantes desde hace años  -¿desde siempre?- en nuestra sociedad. Lo extremo de esta normopatía se revela en el actual clima de revanchismo antikirchnerista que parece ignorar por completo la eficacia con la cual las políticas de inclusión social sobre fondo de precariedad lograron  una primera fase de normalización del país negativizando las subjetividades de la crisis. Esas subjetividades que hoy son inútilmente evocadas y convocadas a la resistencia (y cuya fuerza hoy se añora de manera abstracta) permanecieron ligadas al kirchnerismo de modo subordinado y a la larga de un modo casi fantasmal. Pero para la paranoia de la Cultura Oficial alcanza esa marca, ese remanente casi exclusivamente  emotivo de la crisis, para encender las alarmas de peligro y declarar la guerra santa restauradora.
Todo este proceso termina en la más alta frustración: no sólo se refuta a quienes creían que la política es de por sí el camino de la transformación –la política separada de la subjetividades de la crisis no puede ser otra cosa que un operador de la Cultura de la Normalización– sino que además, esto es lo más pesado, se nos convierte a todos en espectadores estáticos, sujetos obligados a “ver” lo que pasa, y a expresar nuestras perplejidades (patologías de la hiperexpresión). 
Ojos ciegos bien abiertos, ver sin ver o sólo ver en “lo que pasa” la punta que podría permitirnos dar con eso que vuelve pensable las fuerzas que sobre nosotros actúan sin que podamos aún afrontarlas. Remontarnos de la sensación a las fuerzas que la producen. Operar la torsión de lo sensible a lo que lo causa: eso es el grito. No el grito como estado de ánimo, o expresión de nuestro desencanto: eso no interesa a nadie. El grito –no gritar “por”, sino “contra”–es la detección de esas fuerzas invisibles, aquello que nos pasa cuando advertimos que estamos presos, capturados por ellas. El grito conjuga el horror y la vitalidad de lo que fluye sustituyendo la violencia-espectáculo por la violencia-sensación. Sólo de ese contacto con las fuerzas vale la pena esperar potencialidad. En el grito, nos enseña Gilles Deleuze en un asombroso libro sobre pintura, surge “el acoplamiento de fuerzas, la fuerza sensible del grito y la fuerza sensible del hacer gritar”. El grito es una declaración de “fe” en la vida, dice el pintor Francis Bacon.
El grito como medio para recuperar la distancia que necesitamos de aquellas premisas afectivas que fijan nuestros pensamientos en la ineficacia. Toda idea, toda acción que pueda insertarse en la Cultura sin producir sus propios modos de gestión-gestación, sin apuntar –aunque sea en la intención–, a herir su régimen sensible está ya derrotada.  Es lo propio de todo proceso de normalización. Pero esa constatación realista y necesaria aún debe afrontar algo más radical: la necesidad de partir del grito.
¿Es posible suponer que la crisis haría emerger subjetividades como las que se expresaron en el 2001, como si la mutación territorial de los últimos años no hubiera acontecido, dando lugar a nuevas formas de soberanía que de hecho que pueblan los nuevos barrios? No es seguro que ante la inminencia de la crisis vuelva a dominar la organización comunitaria fundada en la lucha por la dignidad, de fuertes rasgos horizontales y autónomos, que conocimos a través de experiencias como los movimientos piqueteros, los clubes del trueque, los escraches, las fábricas recuperadas. 
¿No es suficientemente preocupante que el kirchnerismo (“normalizador” por lo que de ordenancista hubo siempre en la sustitución de la lucha por la dignidad de las subjetividades de la crisis por una promesa de inclusión en términos de mediación financiera y ampliación de modos tradicionales de consumo), que no parece capaz de mantener por sí mismo la capacidad movilizadora demostrada durante sus últimos años en el gobierno, no pueda limitar la ofensiva conservadora, si quiera a nivel de defensa de puestos de trabajo? El propio peronismo, aún estallado y todo, toma parte activa en esta primera fase de la gubernamentalidad macrista. No se verifica, en lo visto en estos meses, que los años de construcción política desde arriba hayan dejado en pié un movimiento sólido y dinámico para responder los golpes recibidos.
¿Es posible, acaso, apostar a que la izquierda militante tal y como hoy existe –me refiero a la no peronista–esté en condiciones efectivas de heredar lo popular del peronismo, de suscitar una nueva rebeldía afectivo política de masa?
Así como la matanza de Maxi Kosteky y Darío Santillán en junio de 2002 señala un momento de repliegue político de las subjetividades de la crisis,los años 2008-9 y 2012 iluminan los límites del proyecto llamado de “inclusión social”: la derrota por la resolución 125 mostró la fuerza de alineación social con la renta agraria y tecnológica. Hasta cierto punto la pelea por reformas de la justicia y la estructura de medios siguió un derrotero similar. La segunda muestra hasta qué punto la disputa por el control de la divisa -el control de cambio- vivido como un ataque a la libre disponibilidad de esa misma renta actualizaba la implantación de la cultura neoliberal.
Lo demás quedó en manos de Jorge Lanata y de la estrategia mediática de encubrir esta disputa en términos de moral anti-corrupción. O de Duran Barba, y sus mediciones cuantitativas, que le permitieron  entrever la posibilidad de una gobernabilidad sin protagonismo estelar peronista. O de Alejandro Rozitchner como gurú que coherentiza equipos y conceptos en base a paradigmas procedentes directamente de las estructuras de sensibilidad del tecnocapitalismo. Y Massa quebrando el peronismo.
No se trata de denunciar, en definitiva, lo visible del régimen de la normalidad –porque lo visible es lo de por sí evidente- sino de enfrentar a fondo el deseo que lo mueve; de gritar al advertirla presencia de esas fuerzas   de orden en nosotros mismos, de gritar en su contra. Puede resultar frustrante admitir la soledad a la que ese grito puede conducirnos en lo inmediato. Esa conciencia de fragilidad, sin embargo, en la medida que acompaña un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con estas fuerzas esboza posibles diferentes –grieta, fuga, crisis–de aquellos que surgen dentro de la Cultura, donde toda violencia sensible es desviada y traducida de inmediato como fuerza-Espectáculo: “la lucha con la sombra es la única lucha real”.

¡Qué parezca un accidente! // Luciano Arruga Presente


A 7 años de la desaparición de Luciano y de cara a un nuevo 30 de Enero donde nos encontramos en la Plaza Luciano Arruga del barrio 12 de Octubre, seguimos exigiendo justicia para Luciano y todxs lxs pibxs víctimas de las malditas policías.
¡Qué parezca un accidente!
Porque ahora nos quieren hacer creer que murió en un “accidente de transito”
Porque ahora nos quieren hacer creer que la bonaerense no tiene responsabilidades en la desaparicición y asesinato de Luciano Arruga.
Porque no responsabilizan a Scioli ni al gobierno Nacional.
Porque nadie cruza la General Paz por donde dicen que cruzó Luciano
Porque estuvo en un patrullero que lo levantó de la plaza de su barrio tres horas antes del supuesto accidente.
Porque sabemos que a Luciano lo secuestraron y torturaron por negarse a robar para la policía.
Porque pasaron casi seis años en los que familiares y amigos golpearon todas las puertas, fueron a todas las comisarías y a todos los hospitales públicos, sin respuesta alguna.
Porque la causa estuvo caratulada durante mucho tiempo como “averiguación de paradero”
Porque en estos casi seis años los jueces que tuvieron la causa le dieron a investigar el caso a la misma policía que lo secuestró y torturó.
Porque en estos casi seis años los fiscales le pincharon el teléfono a la familia de Luciano intentando convertir a las víctimas en victimarias.
Porque recién hoy los medios hegemónicos se acordaron que Luciano estaba desaparecido.
Porque así como hoy cubren la aparición de su cuerpo, durante estos casi seis años se dedicaron a encubrir su desaparición.
Porque en sus medios Luciano no era noticia
Porque para Luciano no hubo “gatillo fácil” y sí asesinato policial deliberado.
Porque hoy duplican la cantidad de policías en la Provincia de Buenos Aires.
Porque “la saturación” combate a la “inseguridad”
Porque la “inseguridad” la genera la maldita policía.
Porque lxs muertos, pibes y pobres, los contamos de a montones.
Porque nos faltan muchos y muchas.
Porque sin la inclaudicable lucha de los familiares y amigos de Luciano Arruga hoy su cuerpo no hubiese aparecido.
Hoy más que nunca sentimos en lo más profundo del pecho una angustia con necesidad de explicaciones, de justicia y condena a los responsables.
Hoy más que nunca todas y todos somos Luciano Arruga, Jonathan Blanco, Kiki Lezcano, Daniel Solano, Marita Verón…
Hoy más que nunca abrazamos a la familia de Luciano y gritamos que los pibes y pibas no son peligrosos sino que siguen en peligro.

Ni tan mamertos, ni tan caretas. // Diego Valeriano

La apelación al runflerio siempre es peligrosa. Tiene algo de amenazante, de traición, de que te re cabió. Las vidas runflas son excesivamente desprolijas, desordenadas, violentas y conflictivas; diría subversivas pero siempre es un exceso.  Son  enemigos de todos, transan con todos, no son nobles.
Todo lo runfla sugiere. Todas las runflas construyen miedos. La capacidad transformadora está en la necesidad permanente de consumo, fiesta y conflicto. Para esta triada runfla es necesaria siempre una acción desmedida. Una ocupación corporal y violenta de la ciudad.
Es informe, incomodo, bardero, transa, promiscuo. Es una imagen permanente de que las cosas, en cualquier momento, se van a la mierda.
La capacidad transformadora  que tienen se centra en lo inabarcable, en lo intempestivo, en lo inmanejable, en lo irregular, en lo hambriento, en lo desprolijo, en lo festivo. No hay formas de abordarlos.  ¿Cómo se aborda una fiesta?
Su potencia radica en la certeza de que se están adueñando de la ciudad y que en ese adueñarse nos pasan por arriba.  Nos devoran. Son la desobediencia de toda regla, pero sin transgresión. No hay forma de detenerlos, se van a librar miles de batallas, vamos a mirarlas atónitos sin saber de qué lado ponernos, pero no hay forma de detenerlos. Son la certeza o peor aun, la expectativa, de que todo va a cambiar.

La compresión acabada de un término, que tal vez ya haya entrado en desuso, sea un poco la llave para entender  lo que va a pasar. El “te re cabio”, en su dimensión filosófica,  psicológica y jurídica a lo mejor nos ayude a soportar un poco el peso de tanta  ambigüedad y así no ser ni tan mamertos, ni tan caretas. 

El socialismo norteamericano de Bernie Sanders // Ethan Earle

Original en inglés aquí


Nací en Carolina del Norte, aunque mis padres son de Vermont. Crecí haciendo largos viajes de verano por la costa este para visitar a nuestra familia en Burlington, la ciudad más grande del estado con tan solo 40.000 habitantes. Fue en uno de esos viajes, en algún momento de los noventas, cuando escuché por primera vez acerca de Bernie Sanders y su versión tan particularmente norteamericana del socialismo democrático.
Vermont es un pequeño y extraño lugar. Es el número 49 de cincuenta estados, tiene solo 626.000 habitantes y la mayoría de ellos vive en pueblitos agrícolas que salpican las Green Mountains en toda su longitud. Los vermonteses se jactan de su autosuficiencia marcada por un perfil tozudamente independiente y ocasionalmente revolucionario. El estado fue fundado por una milicia separatista durante la Guerra Revolucionaria. Sería luego el primer estado en abolir la esclavitud y jugaría un papel crucial en el llamado Underground Railroad (ferrocarril subterráneo), que ayudó a ocultarse a esclavos fugitivos en su terreno sinuoso y los escoltó a través de la frontera norte con Canadá. Durante mi infancia, escuchaba estas historias como pruebas de que los vermonteses son ciudadanos comprometidos que no se toman a bien las injusticias o el doble discurso político. 
En 1980, Bernie Sanders (nacido en Brooklyn) entró al escenario político por la izquierda como candidato independiente a alcalde de Burlington, describiéndose a sí mismo como un socialdemócrata. Derrotó por 10 votos al candidato oficialista que se presentaba a una quinta reelección, y luego fue reelegido 3 veces. Durante su período como alcalde, Bernie fue ampliamente reconocido como un izquierdista sin pelos en la lengua, pero también como un administrador eficiente. Fue él quien abrió la primera comisión de la mujer en la ciudad, apoyó el desarrollo de cooperativas de trabajadores e inició uno de los primeros y más exitosos experimentos de viviendas comunales financiadas por el estado. Esta última medida aseguró la preservación de viviendas accesibles para sectores de bajos y medios ingresos, y frenó el proceso degentrificación en medio de un proyecto para revitalizar la costanera, que de lo contrario habría transformado el centro de la ciudad. Bernie el izquierdista, invitó a Noam Chomsky a hablar en la casa de gobierno, y viajó a Nicaragua para conocer a Daniel Ortega y establecer una ciudad hermana sandinista. Bernie el administrador, mantuvo el presupuesto de la ciudad balanceado y fue parte de la transformación de Burlington en una de las ciudades más lindas y habitables de los Estados Unidos.
En 1990, Bernie se presentó como candidato para la cámara de representantes de Estados Unidos y se convirtió en su primer miembro independiente en cuarenta años. Rápidamente fundó el Congressional Progressive Caucus, que hasta el presente es uno de los pocos baluartes de izquierda en el Capitolio. Criticó a políticos de ambos partidos por subordinarse a la lógica corrupta de Washington. Se reveló como un político serio, de mensaje directo y franco, y alarmado por las crisis que enfrenta nuestro país. Si bien sus modales a veces pueden parecer hoscos y sus aptitudes sociales escasas, nunca hubo dudas acerca de su devoción por el trabajo. Bernie pudo emerger como una voz calificada a nivel nacional en temas que van desde la desigualdad en los ingresos a la cobertura médica universal, la reforma de la campaña financiera y los derechos LGBT. También fue un prominente crítico temprano de la guerra de Irak y los programas de vigilancia interna como la Ley Patriota.
Básicamente, Bernie mantuvo el curso que él mismo se había propuesto desde el principio, el del un progresista imperturbable que basa su trabajo en una independencia fundamentada y la obstinación porque se hagan las cosas. De nuevo en Vermont, donde desde 2006 ha sido senador, Bernie continuó incrementando su popularidad y ganó con el 71% de los votos en su elección más reciente, consiguiendo la mayor tasa de aprobación de todos los políticos de Estados Unidos. Su reconocido rechazo a las campañas de desprestigio, así como su compromiso en encontrar terrenos comunes con figuras políticas de otros bandos, solo han fortalecido su reputación. Precisamente, su mayor logro y el secreto de su éxito, ha sido construir un nuevo consenso político en el estado de Vermont. Por supuesto, él interpela a los liberales más acérrimos pero saca su fortaleza real de familias trabajadoras blancas de las pequeñas ciudades, no tan conocidas (al menos en las décadas recientes) por sus inclinaciones socialdemócratas. 
Mi familia es una familia de peluqueros, a los que se suman un par de enfermeras y electricistas. Somos una familia de cazadores y fanáticos de Katy Perry. Somos una familia a la que la cultura política contemporánea le ha hecho creer que su voz no cuenta. Y puedo decir, con total honestidad, que Bernie Sanders ha hecho pensar distinto a mi familia. De cara a las próximas elecciones primarias, casi todos ellos – propensos a votar a los republicanos en cualquier otra elección – darán su voto a Bernie Sanders. Cuando estoy en Vermont no solemos hablar de política pero cuando lo hacemos hablamos de Bernie. Puedo escuchar a mi tía decir “Quizás no estoy de acuerdo con todo lo que él dice o hace, pero se que él sabe lo que dice y cree en lo que hace. Se que él nunca nos entregaría y que siempre nos dirá las cosas de frente”.
***
El crecimiento del senador Bernie Sanders, en una campaña engañosamente quijotesca para convertirse en el 45to presidente de los Estados Unidos, ha despertado extrañas animosidades en la opinión pública. Bernie atrajo multitudes mucho más grandes y generó más entusiasmo que cualquier otro candidato de los dos partidos. Durante 2015 su campaña recibió 73 millones de dólares de más de un millón de individuos y un récord de 2.5 millones de contribuciones en total. Está recibiendo una gran cobertura mediática con primera plana en los medios más importantes de Estados Unidos y es el tópico central en numerosos tweets, memes y conversaciones de internet en general. Su principal contendiente, la todavía favorita Hillary Clinton -ex secretaria de Estado, senadora, primera dama y niña mimada del establishment demócrata- estaba posicionada como la candidata más imparable en toda una generación, tan solo 6 meses atrás. Al escribir estas líneas, a mediados de enero, ella se aferra a una ventaja de 7 puntos a nivel nacional y está cabeza a cabeza en las elecciones de dos estados en las primarias, estados que históricamente han sido la referencia del resto del país (Iowa y New Hampshire). Lo que es más increíble aún es que Bernie Sanders está haciendo todo esto sin dinero de corporaciones y sin recibir el apoyo del establishment, proclamando las virtudes del socialismo democrático y diciéndole a quien quiera escucharlo que este país necesita una revolución política.
Después de décadas trabajando en política, no debería ser ninguna sorpresa que la plataforma de campaña de Bernie sea amplia y detallada, meticulosa se podría decir. Quizás meticulosa pero no confusa: no ha dejado lugar a dudas de que su mayor preocupación es la desigualdad que define cada vez más a la economía estadounidense. Propone subir el salario mínimo de 7.25 dólares a 15 hacia 2020. Promete crear millones de puestos de trabajo a través de programas federales de infraestructura y programas para la juventud. Dice que va a expandir la seguridad social, proporcionando educación gratis en todas las universidades públicas y extendiendo la cobertura de salud a todos a través de un sistema de pago único. Su plan para financiar estos programas es simple: subir impuestos a los ricos y a las grandes corporaciones, y cobrar impuestos a la especulación financiera. 
En sus historias, Bernie cuenta cómo Estados Unidos se convirtió en uno de los países con mayor desigualdad en el mundo, y pone especial énfasis en la responsabilidad de las instituciones financieras en la crisis del 2007-08. Lamenta que ni un solo ejecutivo haya sido encarcelado por su rol en estos episodios, y muestra el contraste existente con un sistema de justicia que ha encarcelado a millones de personas de bajos recursos por delitos menores. Propone la implementación de una versión siglo 21 de la Ley Glass-Steagall, la que impidió que los bancos comerciales participaran con bancos de inversión a partir de 1933 y que luego fue derogada bajo la mirada aprobatoria del presidente Bill Clinton en 1999. Recientemente anunció que, de ser elegido, en su primer año disolvería todas las instituciones financieras alguna vez consideradas “demasiado grandes para caer”.
Sin embargo, su ardiente y popular versión económica no explica por qué millones de personas han llegado al “Feel the Bern”, el hashtag viral que se ha convertido en un eslogan para la campaña. En realidad, podría decirse que le está hablando a un momento más amplio en la historia de nuestro país. Las deudas personales y la desigualdad económica están en niveles récord, y la generación que hoy es mayor de edad ha sido criada en medio de la guerra de Irak y la Gran Recesión. Esta generación creció entre resabios del sueño americano aunque su realidad fue la de la movilidad descendente para la mayoría, mientras solo ascendían una pequeña élite y unos pocos afortunados. En este contexto, Bernie denuncia que el sistema no está sencillamente roto sino que está diseñado para perpetuar el control por parte de una pequeña élite políticamente arraigada con intereses capitalistas, y es eso lo que ha prendido fuego a su campaña de manera tan llamativa.
Además de sus propuestas económicas, la otra pieza fundamental de la campaña de Bernie es su llamado a expulsar las grandes corporaciones y su dinero de la política. Bernie defiende a viva voz una reforma integral del financiamiento de las campañas, incluyendo la derogación de la decisión de la Corte Suprema sobre el caso Citizens United y la abolición de los super PACs, que en conjunto han permitido que el dinero corporativo ejerza cada vez mayor control sobre el proceso electoral. Bernie nos recuerda que él es el único candidato sin un super PAC y que su campaña está alejada de las corporaciones, financiada en gran parte por pequeñas donaciones y contribuciones un poco más grandes de sindicatos. La campaña de Hillary, en cambio, está sustentada en su mayor parte por ricos y corporaciones; seis de sus diez principales aportantes son bancos.
Bernie cree que las corporaciones han tomado el control sobre la democracia norteamericana, y es aquí en donde retoma su idea de la revolución política. En cada discurso llama la atención sobre esto y siempre es inequívoco: ni él ni ningún otro político puede hacer los cambios necesarios solo. La idea de revolución política de Bernie comienza con el pueblo estadounidense saliendo a votar masivamente, recuperando nuestra democracia, y exige reformas que aumenten nuestro control sobre la economía nacional y el proceso político. 
No sorprende que los poderosos no estén contentos con Bernie y la mayor ofensiva ha sido tomada por el establishment demócrata (lo que también, por desgracia, es lógico). Su candidata, Hillary Clinton, ha recibido hasta ahora 455 avales de los gobernadores y representantes en el Congreso, mientras solo 3 han sido para Bernie Sanders; ella ha sido respaldada por 18 sindicatos que representan a 12 millones de trabajadores frente a 3 sindicatos que acompañan a Bernie, que a su vez representan a 1 millón de trabajadores. Entre los llamados superdelegados -una desagradable particularidad del sistema electoral de Estados Unidos, quienes en conjunto constituyen cerca de un tercio de los votos del partido, y no tienen la obligación democrática de honrar las decisiones de sus votantes- las preferencias por Hillary tienen una ventaja de 45 a 1. El Comité Nacional Demócrata, por su parte, ha tratado de limitar las oportunidades de debate (y audiencia) en un esfuerzo para proteger la ventaja de Clinton, llegando incluso a eliminar la campaña de Bernie Sanders de su base de datos en un desmesurado castigo por una ofensa menor (y disputada). Mientras tanto, los charlatanes del establishment han disparado contra Bernie diciendo que es incapaz de ganar una elección general, a pesar de las numerosas pruebas en contra de esa idea. 
Los mejor intensionados partidarios de Hillary dirían “Ella tienen más chances de ganarle a cualquier loco peligroso que surja de esta especie de lucha libre que son las primarias republicanas”. Dirían también que ella tendrá más posibilidades de hacer las cosas que propone una vez en el gobierno. La política es desagradable y el Partido Republicano se ha redefinido tanto por su obstruccionismo tanto como su fanatismo. Hillary podrá no ser pura, pero es la persona del partido demócrata capaz de forzar al menos un par de reformas positivas en nuestro gobierno disfuncional. Los partidarios de Hillary también dirían que ya es hora de que elijamos una presidenta mujer, después de más de dos siglos ininterrumpidos de gobierno de varones. 
Yo respondería que Clinton representa hasta tal punto lo que es disfuncional en nuestro sistema político actual, que es difícil que pueda hacer algo al respecto. Ella está tan estrechamente ligada a Wall Street como cualquier político de ambos partidos. Votó a favor de la guerra de Irak y se mantiene fiel al ala bélica del Partido Demócrata, una sección ampliamente desacreditada del intervencionismo liberal. Clinton está muy volcada a su objetivo de ganar poder, mientras que Sanders ha mantenido valores consistentes durante más de treinta años en cargos de elección popular. El simbolismo de la elección de una presidente mujer es importante, sin duda, un evento potencialmente histórico que rivalizaría con la elección de Barack Obama como el primer presidente afroamericano de nuestro país hace ocho años. Sin embargo, también hemos visto las limitaciones del simbolismo en la política durante la administración del presidente Obama, con el ingreso medio y la riqueza de afroamericanos en declive, mientras que la disminución de las tasas de encarcelamiento continúan a un ritmo aparentemente inexorable, a su vez, la deportación de los inmigrantes latinos ha alcanzado niveles récord. Por otra parte, el valor de este simbolismo se puede ver compensado por la alternativa de elegir un presidente con un plan y un mandato que cambie la forma en que funcionan Washington y nuestro país en general.
***
Como era esperable de lo que llamaré laxamente “la izquierda“, los debates sobre estas elecciones se han vuelto bastante desagradables en los últimos meses. La insistencia de Bernie en no utilizar técnicas negativas de campaña – y Hillary en un lugar confortable como ganadora- mantuvieron las cosas en buenos términos. Pero a medida que la campaña se fue calentando y la ventaja se redujo, legiones de seguidores de Hillary han salido a los medios de comunicación a descalificar a los partidarios de Bernie como sexistas. Los seguidores de Bernie, por su parte, fueron sarcásticos y en ocasiones políticamente incorrectos – aunque generalmente correctos al juzgar sus posiciones y logros – y respondieron que Bernie ha apoyado políticas y diversas medidas que son mucho más progresista para la igualdad de las mujeres que las que Hillary propone (al menos, más allá de los escalafones más altos de las profesionales). Estas discusiones, si bien tienen el potencial para dar lugar a un debate necesario sobre las diferencias entre el feminismo liberador y el feminismo corporativo, en general han sido lideradas por fanáticos y no han progresado (al menos por ahora) mucho más allá de insultos superficiales al estilo Twitter. 
Más a la izquierda, los sospechosos de siempre, han salido de la nada para acusar a Bernie de no ser el portador de la verdadera revolución. Ellos lo acusan de un sinnúmero de desviaciones estilo “pecado original” relacionadas con su falta de alineamiento pleno con alguna estructura particular (y esotérica) de pensamiento político. Algunos dicen que él está actuando como un “perro pastor“ para el Partido Demócrata, atrayendo jóvenes descontentos a su seno -no les importa que él haya sido independiente la mayor parte de su carrera y que ahora se convirtió en el enemigo público Nº 1 del establishment demócrata-. Otros, nunca le perdonarán ser un socialdemócrata cuando él se ha etiquetado tan claramente a sí mismo como un socialista democrático. Y finalmente, están aquellos que piensan que Bernie ha caído en desgracia por su voto en tal o cual política exterior demostrando ser como todos los demás –sin que les importe que critica abiertamente la historia de imposiciones de regímenes en exterior de nuestro país o que sostenga que el cambio climático representa una amenaza a nuestra existencia mayor a la del terrorismo a pesar de la exaltación al miedo por parte de los medios-. Aunque irrelevantes para la conciencia política mainstream, estas patologías son dignas de mención en la medida en que se han agudizado y clarificado distinciones dentro de la vasta izquierda socialista –entre quienes van a donde está la gente y construyen políticas sobre la base de realidad existentes y quienes prefieren sentarse en los márgenes de la historia y reclamarles a quienes no los acompañan.
Pero más interesante y relevante para el momento actual de la política de Estados Unidos es el debate que se inició durante Netroots Nation, una destacada convención política progresista. Activistas del movimiento Black Lives Matter (BLM) interrumpieron un discurso de Bernie para llamar la atención sobre la violencia policial en contra de la comunidad negra y exigir la adopción de una agenda política más directa para desmantelar el racismo estructural en los Estados Unidos. La respuesta de Sanders fue ridiculizada por algunos, como fuera de lugar y con desdén. Sus intentos iniciales por remarcar su propio historial en justicia racial y vincular la cuestión del racismo con las políticas económicas diseñadas para aliviar la desigualdad, no ayudaron. Unas semanas más tarde, un grupo de activistas de BLM con sede en Seattle interrumpió otro discurso Bernie Sanders, esta vez en un acto para celebrar los 80 años de la Seguridad Social. Los manifestantes tomaron el micrófono antes que Bernie pudiera hablar, no le permitieron responder a sus críticas y acusaron a la ciudad de Seattle de “liberalismo con supremacía blanca” en respuesta a los abucheos de la audiencia. El evento fue cancelado.
Después de este segundo evento, la campaña de Sanders dio a conocer un programa de justicia racial (presumiblemente elaborado después de la primera intervención) que abrió con un gesto explícito a las solicitudes de BLM y otros activistas, diciendo los nombres de las mujeres y hombres de color recientemente asesinados por la policía. Continuó abordando directamente la cuestión de la violencia física perpetuada por el estado y los extremistas de derecha contra hombres y mujeres afroamericanos, y luego enumeró una lista de propuestas y demandas que abordan también cuestiones de la violencia desde lo político, jurídico, económico y ambiental. Este nuevo programa ha sido aplaudido los líderes del movimiento BLM. 
La primera intervención de BLM proporcionó un ejemplo de dos movimientos progresivos distintos pero superpuestos, en conversación crítica y productiva. El último, en cambio, mostró que ambos pueden entablar por momentos un diálogo de sordos. Bernie, un hombre judío blanco de 74 años de edad, del segundo estado más blanco de los Estados Unidos (96,7%), fue lento al principio en reconocer la urgencia de este momento en la justicia racial, al igual que reconoció la falta de perspectiva al incluir los reclamos de BLM en una plataforma de justicia económica preexistente. Los activistas de BLM fueron oportunistas al explotar esta óptica a expensas de alguien que fue -como mínimo- un buen aliado blanco de los movimientos de justicia racial, desde que marchara en 1963 con Martin Luther King Jr. Su táctica, mientras fue útilmente provocativa en Netroots, fue desmedida en Seattle. En este segundo caso, el grupo liderado por activistas relativamente nuevos en la justicia social y muy alejados de encarnar el liderazgo de lo que es un movimiento esencialmente abierto, fue percibido como cínico y no particularmente interesado en la construcción de políticas progresistas más allá de divisiones esencialistas. 
En síntesis, la saga Bernie-BLM ha sido una buena experiencia de aprendizaje para Sanders y sus seguidores, y esto debería reconfortarnos como progresistas. Además de su agenda de justicia racial, Bernie ha contratado más personas de color en puestos importantes. Él se ha vuelto también crecientemente activo en destacar la aterrorizante tendencia de violencia policial contra los afroamericanos. Por ejemplo, fue a visitar a la familia de Sandra Bland, una mujer de 28 años de edad que fue encontrada muerta en la cárcel tras ser detenida por una violación de tráfico menor. Después de esto hizo una poderosa y trágicamente simple declaración: “ella hoy estaría viva si hubiese sido una mujer blanca”. También hizo giras con prominentes figuras de la cultura negra como Killer Mike del grupo de rap Run the Jewels y mejoró su exposición acerca del racismo subyacente a gran parte de la economía de Estados Unidos desde la esclavitud. Aunque su nombre aún no es tan conocido entre estas comunidades como el de Hillary, su tendencia al voto ha aumentado significativamente.
En términos más generales, podemos ver estos debates como parte del crecimiento -y tal vez incluso de una generación- del activismo de una izquierda renovada en los Estados Unidos. Varias décadas en retirada, al menos en el nivel de conciencia de las masas, se invirtieron repentinamente con Occupy Wall Street (OWS) en septiembre de 2011, como he escrito anteriormente. Este movimiento incipiente tenía toda la gracia y la belleza de un recién nacido, lo que era –efectivamente- al menos para la gente vinculada en ello. Funcionó como un despertar generacional a la posibilidad de un activismo político transformador en los Estados Unidos. Black Lives Matter, aunque no estuvo directamente relacionado con (o inspirado por) OWS, entró en los medios de comunicación mainstream sobre su estela e incorporó (intencionalmente o no) muchas de las críticas contra su predecesor.
Bernie Sanders ha llegado a millones de personas para las que era más fácil relacionarse con la política a través del prisma de una campaña presidencial. Considerados en conjunto (aún cuando no son necesariamente una unidad), este triple movimiento marca el ascenso de una nueva era de la política progresista en los Estados Unidos. Y mientras los debates entre estos y otros movimientos políticos son necesarios, al igual que lo es la lucha crítica por la forma y dirección de la política progresista, es igualmente necesario que no dejemos que las luchas internas destructivas nos distraigan de la cuestión más profunda de nuestro tiempo, que es cómo refundar el sistema político y económico de Estados Unidos sobre uno que funcione para todo el mundo en nuestro país y que haga más por ayudar al resto del mundo que por dañarlo. 
Bernie Sanders está haciendo todo lo posible para mantenernos enfocados en esta cuestión, siempre dejando en claro que no puede resolverlo él solo. Esta, más que cualquier otra razón, es por la que apoyo a Bernie Sanders y creo que tú también deberías hacerlo. Bernie es la persona mejor posicionada para impulsar un movimiento amplio con la oportunidad de ganar poder, y también para reorganizar alianzas políticas en torno a la solidaridad de clase y racial, a diferencia de las divisiones que nos imponen los intereses corporativos. Lo hizo en Vermont, tal vez no en el nivel de nuestras fantasías socialistas más elevadas, pero sin duda de una manera transformadora y duradera. Y cuando observamos el estado de la política estadounidense, donde un populista de derecha como Donald Trump ha capturado la atención de una gran parte del electorado republicano con mensaje no convencional, vemos la necesidad urgente de que nosotros demos batalla por una nueva nueva mayoría en este país, basada en la unión y no en el odio.

En su tierra, Bernie Sanders continúa manteniendo unida la coalición que ha construido con políticas que se mueven más allá de la guerra de trincheras partisanas. Es reconocido por su apoyo a los veteranos de guerra de Estados Unidos así como sus esfuerzos para auditar la Reserva Federal (ambas cuestiones normalmente consideradas conservadoras). Es sorprendentemente muy querido por muchos de sus colegas republicanos en el Congreso, no como alguien que habla de béisbol con ellos, sino como una persona que no habla de una manera y actúa de la otra. En un discurso reciente en la conservadora Christian Liberty University, Bernie utilizó una herramienta retórica que ha sido común a lo largo de su carrera, dijo a la audiencia, “no podemos estar de acuerdo en todo pero podemos estar de acuerdo en la injusticia que supone la desigualdad y en la corrupción y la disfunción que define nuestro sistema”.

Así como las primarias revelan profundas divisiones en cada uno de los partidos, también manifiestan una división aún más profunda entre las culturas conservadoras y progresistas en el país. Nadie parece ser capaz de imaginar un escenario peor que la victoria de un candidato del partido contrario. Más allá del mensaje de Bernie de transformación económica y política, él también nos muestra cómo se puede re imaginar nuestra política fracturada en el siglo 21. La posibilidad de una presidencia de Bernie Sanders nos proporciona una importante, aunque sólo sea parcial, hoja de ruta para superar la traba de la cultura política que nos ha dominado.
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La última vez que visité Vermont, con mi esposa fuimos a ver a mi abuela de 90 años, una vermontesa y ávida seguidora de golf y programas de entrevistas políticas. No fue sorpresivo terminar hablando de las elecciones, y nos contó que uno de sus hijos, mi tío, estaba tratando de convencerla de votar por Bernie. Ella seguía indecisa. Conoció a Bernie durante décadas, le gusta y confía en su juicio, pero quiere ver una mujer presidenta antes de morir. Fue un argumento fuerte y simple, que consideré muy seriamente.
Mi esposa le respondió que su país ha tenido una mujer presidente progresista, Cristina Kirchner, durante la mayor parte de la década pasada y que, si bien ella entiende lo histórico que sería para nosotros, ¿acaso sería comparable con tener un presidente socialista en el país más capitalista y poderoso del mundo? Un momento, dijo mi abuela, no con desconfianza pero si como desempolvando una idea que ella no había considerado en un largo tiempo –¿Son ustedes socialistas? Nos miramos el uno al otro y tras una breve pausa, dubitativos, mi esposa contestó “si, supongo que si eso es lo que hace falta, lo somos”. Los ojos de mi abuela se abrieron un poco de sorpresa o de picardía, o quizás en un intento de absorber a su nieto y nieta política y la ola de ideas nuevas y viejas a la vez. Bueno, contestó -sus palabras fueron lentas y cuidadosas-, “mira nomás“.
La próxima vez que visite mi familia, espero estar celebrando la última intervención de Vermont en el curso de la historia de Estados Unidos. En el mejor de los casos vamos a celebrar la elección del primer presidente socialista democrático del país. Pero incluso si Bernie pierde, creo que su campaña ha creado un espacio para imaginar una nueva era en la política progresista. De cualquier modo, el mensaje de la revolución política de Bernie va a haber sido transmitido a una nueva generación de jóvenes, un terreno para que construyamos un futuro mejor.
(Fuente: https://economixpodcast.wordpress.com)

Por una crianza social // evalazcanocaballer

Un escrito contra la ideología de la familia nuclear y los partos mortales. Un llamamiento a SOStener la vida

Escribo en primera persona para compartir una parte de la crianza de Laia. Prefiero no llamarle maternidad. Aunque reconozco la inmensidad de la vida en emergencia que acontece en el cuerpo de las mujeres y que ellas protagonizan. Esa potencia de “lo madre” que se degrada pintándola de colores pastel. Sin embargo, yo no deseaba ser madre, deseaba criar. Lo deseaba hasta la necesidad. Quería hacerme cargo del crecer de alguien o, más precisamente, conjugar su crecimiento con el mío. Nadie quiso ser padre. Yo tampoco lo vi imprescindible.
Así que con un Libro de Familia impostado, confié en instalarme en las afueras de la familia nuclear al amparo de un “cuidado extenso”. Nombro así al modo en que una amiga decide acogerte en su casa al dar a luz porque puede y quiere vivir contigo eso. Llamo así a felicitarte por ese cuidado y a dejarte de lamentar de que justo a tu madre le “diera” un ictus justo a dos meses del parto. Extensamente los cuidados se suscitan fuera del “hoy por ti y mañana por mí”, fuera de la “incondicionalidad” familiar. Nosotras no nos pudimos segregar en una familia, no nos atrincheramos. Todo lo contrario, hemos tenido que confiar en la gente y dejarnos cuidar por quien puede compartirnos y disfrutarnos. Así que ahora, con cinco años, Laia se ha convertido en una niña que analiza al adulto que tiene enfrente y si le parece, se queda a su lado buen tiempo.
No quiero dejar de constatar, sin embargo, que me costó sobreponerme a que me había quedado “temporalmente” sin familia, justo cuando iba a ser madre. No quiero mentir, al saber de mi embarazo (tan deseadísimo) caí en un insomnio largo, que me acabó sentando delante de una psiquiatra que me reconoció fortaleza para soportar lo que ella consideraba una aberración, querer a quien no cuidará de su hija incondicionalmente. La psiquiatra, una mujer joven, al terminar me dijo: “Me anima saber que se soporta”. Tendría muchísimo que contar de ese tiempo en que la mujer embarazada es atendida por la clase médica. Muchísimo que gritar más bien. Me concentro en la rabia de recordar todo el miedo que me hubiera ahorrado, si hubiera podido leer sobre mi embarazo sin tantas amenazas, tanta represión y tantísimo cuento. Sin tantas preparaciones al parto “mortal”. No en vano es la ausencia de ese imaginario sobre la potencia de la vida en emergencia lo que anima mi escritura. Yo creo que no somos mucho más de lo que hemos llegado a imaginar. Apenas El pequeño Tate de Jodie Foster me servía para poder soportar una crianza “rara”, vencía pues la proyección hegemónica de la maternidad y pacté una cesárea, seguramente innecesaria.
Laia me ha enseñado que crecer significa no conseguir, sino escoger. Y que sólo haciéndome cargo de lo elegido, podría además salvar otras cosas. Según mi lógica, si yo legitimaba mi necesidad de criar, debía por justicia reconocer la necesidad de no hacerlo que tenía mi pareja de entonces. Ahora bien, eso era aberrante. Un padre que no ejercerá. El amor que se cuantifica no es amor. Dicen. Y yo justo considero lo contrario. Si crías durante varios años no haces muchas otras cosas. Criar, como ser ama de casa, no es inmaterial. Ocupa tiempo de trabajo, y muchísimo, y eso en medio de tanto individuo instado al narcisismo, en medio del desahucio biográfico, habitacional y cultural que vivimos, implica mucha construcción y recursos para que no sea ciertamente traumático. La familia, debemos desvelarlo, no es un conjuro para hacer feliz a todo el mundo que la compone. Yo creo que necesitamos vivir a la altura de lo que podemos darnos y eso supone también reconocer lo que no. Lo que no nos podemos dar. Y saber lo que no podemos, para mí, es amar.
LA VIDA, ESE SISMO QUE SE EMITE MUDO
Lo bueno de ser madre sola fue el silencio del principio, que me permitió escuchar el temblor de la vida en emergencia. Nos ocupan con innecesarias bañeras de bebés y nadie te advierte que nada quedará igual. El sismo puede ser maravilloso, pero hay que dejarse caer. Así se vuela también. Para mí sobrevivir fue romper todos los manuales (de embarazo), porque yo necesité conducir en el noveno mes de embarazo, necesité cambiar de ciudad. Recuerdo bien a una bailarina que, fuera de cuentas ya, venía a las clases de preparación al parto de la Seguridad Social en Madrid, y cómo al verla decidí que podría mudarme a Valencia, a acompañar a mi madre recién enferma. Que la nieta al nacer cuide de la abuela, pensé, y me mudé. Y lo dicho, si te dejas caer en pleno vuelo puedes encontrar un hombre con el valor de enamorarse de una mujer que ya era dos, y puedes desoyendo todos los tópicos del puerperio y las cuarentenas conocer (tú y tu hija) el placer en la recta final de la bomba hormonal que es el embarazo. Sólo hay que desoír todos los cuentos y salirse de casi todos los relatos. Sin amparo.
Sin refugio tampoco legal, además. Porque lo que nos representa son los Libros de Familia nuclear: papá, mamá, ascendientes y descendientes. Ahí queda todo. Nuestra ley aún es ésa. La que encamina la herencia y predetermina el patrimonio ¡Que horror: poner la propiedad privada en el centro de la estructuración de una sociedad, cuando está tan mal repartida! El miserable patrimonio mueble o inmueble, además. Porque sólo esa riqueza es capaz de valorizar la propiedad privada. Y qué quieren que les diga: toda la gente que me rodea en Madrid no tiene casa; la alquila, la comparte o la ocupa ilegalmente. Yo, además, familia a la antigua usanza, no disfruto. Demasiado viejo todo el mundo (incluida yo). Demasiado desarraigo y precariedad, demasiadas formas de vida intransitivas entre generaciones, clases y culturas.
Díganme honestamente, en medio del cataclismo de esta España estafada, ¿qué familia feliz no es un fetiche o un insulto? Fetiche, porque la literatura mainstream de la crianza nos la sigue marcando como modelo. No me hagan tirar de estadísticas, ya sabemos que la familia feliz es como poco una “república independiente de su casa”. Hasta Ikea lo sabe. Que el niño que sobre una alfombra impoluta es besado por su madre “modelo de alta costura” no existe. Los manuales de crianza, y no sólo por eso, son un insulto a la inteligencia, situando como “prototipo” algo que es básicamente no escalable a un 99% de las mujeres trabajadoras o paradas, inmigradas o no, que viven en el Estado español. Y para peor, tanto los de la crianza con apego como los más adultocéntricos sitúan la responsabilidad de la madurez futura de las crías en las madres. ¡Así sin más! Sin más, Rosa Jové —por ejemplo enLa crianza feliz— cuando aborda el asunto del “Desarrollo armónico del niño” puede saltarse la mitad de la historia de la humanidad para señalar que los bebés, las crías mamíferas más dependientes, lo son porque está la madre ahí: para hacerse cargo. “Nuestro bebé —escribe— necesita recrear lo mejor posible las condiciones que tenía en el útero de su madre, puesto que es expulsado de ahí antes de lo que le correspondería”. Ahí queda eso, la madre carga con el peso del bipedismo. Nada se explica sobre desde qué contextos civilizatorios, socio-económico-políticos, “las monas” se irguieron, estrechando esa cavidad entre sus caderas por la que discurre el feto al nacer.
Familias felices, haberlas haylas, pero las que lo son se consideran así excepcionales y entregan sus vidas para crear ese prodigio contingente que resguardan cada segundo. Lo hacen sin orgullo (porque he dicho felices, no idiotas), con infinito tesón, y desde luego no lo manifiestan como un mérito, ni como un destino normalizable. Niéguenme si no que no es absolutamente excepcional contar hoy con recursos para un cuidado consecutivo de “buena hija y buena madre” que sea al tiempo mínimamente liberador.
A mí, ni para seguir siendo madre trabajadora me dio. Me despidieron. Sin poder dedicar la jornada completa, teniendo que dejar a Laia en una carísima guardería pública de 9 a 4 y sin querer tirar del “comodín” de la trabajadora doméstica, empecé a no estar a la altura de las exigencias laborales. Hubiera podido hacerlo, hubiera podido pagarlo, pero no hubiera podido criar. Así que salí despedida del mercado laboral. De hecho, en la condición en la que me quedé finalmente, sin pareja ni trabajo, el Estado no me hubiera permitido adoptar, ni me hubiera cubierto la seguridad social una reproducción asistida. Y aun más, los recursos que luego hemos puesto en juego sus “padres” y yo para criar a Laia como a una niña feliz son irreconocibles y/o ilegítimos. Ya ven.
Laia, luego entraré, es cuidada por varias personas. Nos estamos atreviendo a intergeneracionarnos. Cuidar de niños y niñas que no son tuyas. Eso nos procuramos. Aprender a vivir no sólo entre iguales. Posibilitarnos experiencias de cuidado mutuo inesperadas, fuera de las familias o las pandillas. Sin duda, como señala David, uno de los “doulos” de Laia, deberíamos escribir en qué consiste operativamente la parte colectivizada de la crianza: “Con todas las dificultades y sin idealizaciones y sin pensar que ya queda todo resuelto de por vida, porque para mí —insiste él— algo así hay que peleárselo sin descanso”. Volveré a esto.
“ANTE LA DUDA: TÚ, LA VIUDA”
Primero quiero comenzar revisando la pareja (fundamentalmente) heterosexual y su gran relato, el amor romántico, y sus Libros de Familia como marco legal aplanador. Sospechoso un amor que está necesitando de una “hipertrofia disuasiva” tan espectacular. Está claro que lo que falla en lo socioeconómico, el capitalismo lo quiere redimir en “casa”. De puertas para dentro. Y de este modo se dispara la cómodamente circunscrita “violencia de género”, y no es de extrañar que el último lema del movimiento feminista esté siendo “ante la duda, tú, la viuda”. Sí. Escribo de matarse. Cuando lo que quise escribir es de darse vida. Así de mal veo el modelo que hace de la familia el gozoso chivo expiatorio de una economía genocida. Perfecta la familia, en su contención de “residuo nuclear”, para aguantar la imposible carga de responsabilizarse de la reproducción de la vida.
Ahí, pues, se las apañen los padres y las madres en la intimidad de los hogares. Así privatizamos la radioactividad social, la metemos en casa y en las ficciones que nos cuentan, y así nuestro destino está escrito: de los piojos al botellón pasando por la anorexia, hasta que, si sobrevives a la adolescencia, te produzcas y vendas como fuerza de trabajo barata o cara. Y claro, para soportar esa guerra, la familia se atrinchera cada vez más —en sus mercancías, en sus supernannies y en sus túneles del terror— para sostener el fetiche capitalista de la familia feliz.
Todo, menos confiar en la vida. Ni siquiera en la de la recién nacida, que sólo quien ha criado sabe con qué vigor se produce afuera de los cuentos que neurotizan nuestras maternidades. La máxima aliada de una madre es su hija. Ella puede lograr que se socialice, como tarea y goce, su cuidado afuera del contexto familiar. Conste que no es crónica rosa. No. Nacer es violento. Impresiona tanto que una vida llegue como que se vaya. Tanto. Y más a quienes tan lejos vivimos de los ciclos de la naturaleza. Muerte y nacimiento, entre tanto higienismo civilizatorio y tanta moñez, se ocultan, se tapan. Para así asustarnos, para que no nos dé por celebrar cotidianamente el pedazo de milagro que significa vivir. Ahora bien, un bebé, y luego una niña o niño, no son fragilidad ni peligro. Son pura osadía y pura potencia. Es casi imposible estar con gente pequeña y no congratularse de su plenitud, su intensidad, su camaradería, su diversidad tan salvaje, su curiosidad… Casi imposible también es no impresionarse por la cantidad de belleza, destreza y sabiduría que implica crecer; y, por eso mismo, al compartir ese crecimiento, resulta imposible no quererse. Por eso me jode en el alma que maternidad vaya tan asociado a carencia, penitencia, juicio negativo, lamento.
CONTARNOS CÓMO SOMOS, QUE EL “MÉRITO ES VIVIR”
Eso lo sabríamos si “asambleáramos nuestras crianzas”. Si nos contásemos cómo lo hacemos, concretamente. Como primer paso para poder producir “socialmente” un relato de la crianza. Sin miedo, sin la presión de tener que adaptarnos a ningún modelo ni juicio ajeno, que es la norma de cualquier maternidad ser juzgada sin piedad y descuidada por la sociedad. Porque se trata de sostener la vida y no podemos dejar a la sociedad afuera o al margen. Ahora bien, eso implica que lo de “maternar” deje de ser tan íntimo. Significa socializar la crianza. Para que pongamos en el centro de lo social lo que ha sido confinado en la familia. Ésta será una batalla que aventuro gorda. Porque sexualidad y maternidad se siguen realizando, hasta por ley, en lo privado y/o familiar, o en “territorio comanche”. Y así nos va. En su lugar, yo imagino abrir nuestras crianzas, habitarlas de cuidadores, amistades y amantes, cuya legitimidad la dé el cuidado y no el cargo de esposa o padre o abuelo, y cuyo pacto se consensúe para favorecer formas de vida plenas e interdependientes. Debemos evitarnos criar niñas tiranas, abuelos solos, madres a punto de un ataque de nervios y padres custodiados, y todas solas y solos. Vivimos una crisis de época, por eso necesitamos hacer inmensos ejercicios de imaginación. Y los tendremos además que hacer a tientas, explorando lo incorrecto u oculto, porque las recetas hegemónicas lo son de quienes necesitan, para seguir mandando, perpetuar nuestra condición subalterna. Pero también, y por eso son hegemónicas, son las primeras que no nos salen.
En mi caso, me fuerzo a concretar y descubro que llevo años desafiando, cobardemente, “el nombre del padre”. Los dos pasados años nuestras semanas escolares se estructuraron en recogidas sucesivas del colegio de cuatro hombres distintos. Dos de ellos, Dani y David, son cuidadores de Laia, tantos años como un proyecto para el que nuestra “comunidad” ha sido una garantía de latido, Cine sin Autor. Cada uno resolvió como pudo la respuesta que en el parque les hacían de ¿quién era el padre? Una pregunta impertinente en nuestra crianza. Que sin embargo es ineludible.
La “cabeza de familia” soy yo, aunque eso no sea lo que la legalidad reconoce porque di paternidad legal a su padre biológico sin darle importancia alguna. Ahora bien, fruto del pacto de preconcepción que mencioné, Gerardo no ejerce de “padre”. Con la distancia necesaria, nuestra relación se sostiene potentísima desde una autonomía implacable. Es tanto lo que nos hemos soportado que cuando me advierten de que tenga cuidado, por las repercusiones legales, me da la risa. En mi caso sé que mi enemigo nunca podrá ser mi expareja. Desactivé la potencia de esa trama para mi vida a pesar de todos los estrenos de TV del mundo.
Con todo, enfrentamos un gran tótem, que desde su verticalidad perturba nuestra horizontalidad en la crianza. El padre, como las caras de la Isla de Pascua, sigue ahí, impertérrito, con cara de bronca civilizatoria, como el jerárquico patriarca que es. Como bien señala Alfonso, quién es el padre lo determina, en último extremo, la Guardia Civil. Y claro, a la Guardia Civil se la suda que Laia y yo hayamos adoptado a un “padre” que tuvo el valor de dejarse querer desde que Laia fue un feto viable en mi vientre. Alfonso es el padre que escogimos, nuestra familia. Sus hombros para nosotras se hicieron sanamente constitutivos porque nos permitieron ver crecer la hierba y dársela a los caballos. Laia, además, se lava los dientes porque con “su padre adoptado” ha mirado muchas veces un episodio de Érase una vez… el hombre que yo desconocía. Sin embargo tenemos que jugar con que, a la que nos descuidamos, a Alfonso le discuten la entrada al hospital donde Laia está internada porque no es “nadie”. Del mismo modo, Gerardo no puede vivir libremente lo que desea con Laia porque yo necesité colocarle en un lugar concreto para que no me moviera el suelo y ahí le fuerzo a seguir.
Porque es cierto que al ver El pequeño Tate de Jodie Foster a los veinte años me comencé a proyectar como madre sola; ahora bien, cuando se trató de realizarlo, me costó terriblemente estar a la altura. Lo repito, casi me muero de miedo, y recién embarazada dejé semanas de dormir. Pero bueno, he aprendido. Ahora sé que tengo derecho a tomarme mi tiempo para hacerme cargo de esa herencia emocional patriarcal que yo también “atesoro”. Saco, como dice una amiga, “el pico y la pala” y me pongo a trabajar sobre cómo sobrellevar que Laia y Gerardo estén pasando de la falta de interés mutuo a crear una relación interesante, y desato amor romántico de paternidad y sé que a Alfonso no le quiero porque sea mi suelo sino porque me gusta.
¿Qué nos seguirá pasando? No lo sé. Hemos generado una red de interdependencias, unos y otras tenemos que confiar en nuestra verdad, en nuestros pactos, en lo que estamos construyendo. Armar nuestra pequeña comunidad de crianza ha sido y es violento. Recuerdo el primer día en que pedí a David ayuda para cuidar de Laia, cómo se me revolvió el cuerpo. David, de entrada, me recomendó a una cuidadora que tuvo de pequeño, luego se contrarió y aceptó el desafío. Ahora sin embargo procura, con mucho en contra, resolver cómo sostener su cuidado de Laia al tiempo que cuida de su hija Maia y cumple con un trabajo que le llegó como el “pan bajo el brazo” que traen las crías al nacer. David sabe lo que le sanó haber practicado la paternidad antes de haber sido padre. Ahora bien, ¿seremos capaces de ampliar el cuidado a Maia? ¿Cómo quedará nuestra corresponsabilidad ante la emergencia de una nueva vida que a Elia y él les ha cambiado la vida…? Dani y Llanos y David y Elia además hacen vida en parejas aparentemente más clásicas… Lo desean así. E insisto: el mérito es vivir. SOStener la vida. Yo sólo ruego que sea celebrándolo.
Disfrutar, ésa es la clave. Porque además nuestras crías no son nuestros “lienzos en blanco”. Lo intuía, y Judith Rich Harris me ha convencido. En El mito de la educación, un libro que está completamente agotado en España, asegura que “nuestros” hijos e hijas se determinarán entre sus iguales y con adultos que escojan. Abre el libro Harris con un poema de Jalil Gibran: “Tus hijos no son tus hijos. / Son los hijos y las hijas del deseo de sí misma de la Vida / Vienen a través de ti, pero no desde ti, y aunque están contigo, no te pertenecen. / Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen los suyos propios. / Puedes albergar sus cuerpos, pero no sus almas, pues sus almas moran en la casa del mañana, la cual no puedes visitar ni siquiera en tus sueños. / Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no pretendas hacerlos iguales a ti. / Porque la vida no retrocede ni se demora en el ayer”.
Harris considera que “se ha hecho una propaganda excesiva sobre la paternidad”. Padres y madres —señala— somos una parte más, no definitiva, en la configuración de su existencia. Harris sabe que se opone a una creencia cultural tan arraigada que parece una verdad, y para eso escribe un libro de quinientas páginas. La autora necesita dar lugar a su archivo verdadero —pero inconveniente— de cosas inexplicadas desde nuestro paradigma cultural, como por ejemplo “que los niños —hijos de padres migrantes— siempre acaban adquiriendo el lenguaje y el acento de sus compañeros del colegio o el barrio, no el de sus padres”.
Harris por supuesto no dice que “no importa cómo tratas a tus hijos”; señala que “no podemos tener su futuro en nuestras manos, pero sin duda tenemos su presente y tenemos el poder de convertir ese presente en un infortunio”. Ahora bien, escribe Harris, y estoy de acuerdo: “La concepción tradicional de la crianza de los hijos ha convertido a los niños en objetos de ansiedad. Los padres se sienten nerviosos por si no hacen lo adecuado, y tienen miedo de que una palabra perdida o una mirada puedan echar a perder para siempre las oportunidades de la criatura”.
Frente a eso, Harris sostiene según su teoría de la socialización a través del grupo “que al margen de lo deteriorado que esté el entorno del hogar, los niños se convertirán en adultos normales si se dan las siguientes condiciones: que no hayan heredado características patológicas de sus padres (por lo que sería necesario usar niños adoptados o hermanastros para verificar esta predicción); que sus cerebros no estén dañados por el abandono o por los malos tratos; y que tengan relaciones normales con sus compañeros. Podemos llamar a este experimento el experimento Cenicienta. […] Cenicienta, por cierto, acabó bastante bien”.
No puedo resumir el libro, llamo a leerlo y trabajarlo. Yo estoy en ello, intentando también reeditarlo. Tras leerlo, se me han juntado dos términos en la cabeza que no puedo parar de conjugar: “crianza social”. Casi parece un contrasentido. Otra aberración. Pero a mí me permite dar lugar a dos de mis convicciones neurálgicas: una, saber que no dejamos de crecer nunca, jamás; y dos, que lo hacemos en sociedad. Y a mí lo que me interesa no es que mi hija tenga un padre, sino que nos dañe alguien en la calle y reconocerlo justo. Estoy convencida de que “hay que defender la sociedad” y eso significa poner en su centro a los y las niñas, significa redimensionar lo reproductivo, hacer vanguardia de la retaguardia. Ya hace tiempo en EEM-RADIO hablamos de eso con Marta Malo y Carolina León.
Llamo, pues, a rebelarse contra que los manuales de crianza mainstream al estilo niñocéntrico o adultocéntrico no conjuguen crianza y sociedad. ¿Por qué el libro de Harris es inencontrable? ¿Por qué su autora fue segregada de la universidad? Harris, en el prólogo, cuenta cómo escupió este libro tras años de tener que trabajar de divulgadora de textos de psicología familiar. Ella pensó que iba a morirse y quiso antes dar lugar a sus evidencias, por muy contrahegemónicas que parecieran. Harris no está obsesionada por tener razón. En su libro ella misma señala: “Mi colega David Lykken —que fue psicólogo clínico y ahora es miembro del equipo de la Universidad de Minnesota que estudia a los gemelos criados separados*— discrepa de mí en cuanto a la eficacia de los padres. Él cree que los padres pueden marcar la diferencia, al menos por lo que toca a los tipos extremos de padres”. Lykken por su parte reconoce que “Harris presenta argumentos muy poderosos, argumentos que no pueden ser refutados sobre las bases de las pruebas reunidas para los paradigmas existentes”.
Pues sí, mientras “la teoría del desarrollo —de Harris— no puede ser refutada”, vivimos uno de los momentos de la historia en que más literatura profamilia nuclear está financiándose. Justo cuando mi experiencia me señala que necesitamos ocuparnos del cuidado extenso, de la socialización entre iguales, invertimos miles de millones para naturalizar ese grandísimo engendro de la familia nuclear relativamente reciente (en su forma de “ama de casa”, apartamento y ciudad no acumula más de un siglo en la parte urbanizada y dineraria del planeta) que deja a la mujer —trabajadora o no— en un lugar feroz. A la mujer y colateralmente a los hombres “co-amos” y a los y las viejas y a las pequeñas personas. Angela Davis, en Mujeres, raza y clase, ya llamó maravillosamente a abolir el “trabajo doméstico” cuyo efecto psicológico es detonar “una personalidad trágicamente inmadura y abrumada por sentimientos de inferioridad”. Yo desde niña sueño que vivo en una casa gigante que, como en El castillo invisible, va conformándose en nuevas habitaciones que descubro fascinada. Los apartamentos siempre los odié, los adosados me sobrecogen. Para mí lo aberrante es pretender salvarse porque te atrincheras. Es mi modo de ver el mundo. Yo creo que el mundo que montó este industrialismo “capitalista” extractivo se agota como el petróleo y los combustibles fósiles. Y muere matando. Y debemos evitarlo. Y creo que la vida, ahora, exige un afuera de ese gran relato arrasador de la familia nuclearizada con responsabilidades penales. Y lo podemos construir. Necesitamos, para empezar, reinventar el vínculo: “contar-nos” tranquila y socialmente y no “debernos” a ningún patriarca, ni comprarnos la pesadilla de la segregación familiar. Así, un padre, un apartamento y un novio podrán ser, también, escenarios de libertad. ¿Podremos hacerlo? Laia, los caballos, la yerba y yo confiamos en que sea que sí.
(Fuente: http://www.elestadomental.com/)

Balance de época (IV) // Horacio González

Artificios para la demolición

Horacio González expone con lucidez en el cuarto capítulo del «Folletín Argentino», los “artificios para la demolición” del mundo militante de los setenta. Las declaraciones negacionistas del genocidio argentino tienen apenas su punta de iceberg en Lopérfido. Pablo Avelluto – productor del film que corresponde al libro de Héctor Leis sobre la militancia montonera -, Hernán Lombardi y Jorge Lanata representan la fusta con la que el macrismo llegó para amputarle la lengua social y crítica al país.
La batería de escarnios está hambrienta, porque precisa cobrar la presa mayor, a la oradora insaciable que ofuscaba casi a diario con su verba, que solía irritar a “extraños y propios” desde el atril mayor de Balcarce 50 a medida que atravesaba ondulaciones diversas y ramificaciones abismales en su discurso. Ya hablaremos y pensaremos algo más en relación a aquel estilo presidencial. Ahora se nos cruza un tema más urgente: el juicio y consideración sobre las militancias de los años 70. Está en discusión la figura, la contextura y el alcance moral del militante, la idea misma de la militancia. Es conocida la frase “una época sueña el modo de ser de la época siguiente”. No se trata de una secuencia histórica que une períodos diferentes, sino de una visión retrospectiva que el presente –con sus específicos hechos- siempre tiene sobre el pasado. Por eso, un tiempo anterior “sueña” el que le sigue, es decir, no puede imaginar que hechos ocurrirán, pero sospecha finalmente que será refutado o desmentido. Pero de todas maneras,  esa impugnación nunca es un mecanismo de anulación, olvido y parsimonia tan absoluta, al límite del negacionismo.
           
Es evidente que el llamado “setentismo” del gobierno tenía múltiples dimensiones y ángulos para ser interpretado. Había, y hay, una militancia que trabajaba en su conciencia pública con una idea explícita de legado histórico. Un legado siempre es problemático. Lo que se lega no es nunca un cuadro completo de memorias, lo que se lega son precisamente interrogantes, preguntas. Por eso, los actos en el Patio de las Palmeras tenían tanta emotividad, y también un ritualismo ya consolidado como el que suele acompañar las formas más agudizadas de conmemoración. ¿En qué consistía ese ritualismo, es apelación a la magna leyenda? Bastaba escuchar a los militantes, que apelaban a una herencia que tenía eslabones muy precisos, y concluía en un lema que atraviesa toda la historia de la civilización: “no nos han vencido”. Ese relato –ya me referí en el capítulo uno sobre este concepto-, en primer lugar, debo decir que a mí me conmovía, y luego me sumergía en un mar de dudas. ¿Eran legítimas esas dudas? La pregunta es pertinente, porque el mismo concepto de duda siempre está sometido a averiguaciones e inquisiciones de muy diverso tono, no hace falta apelar a Descartes para saberlo. El mundo militante más estricto, no deja tener fuertes “dudas sobre las dudas”, y todos recordamos remordidos el cruel hallazgo de una composición -un préstamo de Maurras o de Barrés-, que hizo cierto coronel del rostro coloreado, por el cual se ligaba la duda al engreimiento de los hombres cultivados. Lo cierto es que el mundo militante de los setenta se ha extinguido entre la sangre y el tiempo, por mecanismos misteriosos que ni puede explicar la “episteme” foucaultiana –una forma encubierta del tiempo fijo, parmenídico-. Ese pasado ni se ha clausurado en sí mismo como un bloque cerrado, asfixiado en su propio error, ni puede permanecer intocado. Hay que repensar con respeto sus destellos quebradizos sobre el presente. No sólo porque carga en su ser un elegíaco fracaso (su sonoridad es la estridente cadencia de una época que se desploma), sino porque el toque de atención de ese “sueño futuro”, implora siempre que la historia no se repita. O sea, el legado existe y hay que mantenerlo, pero sus hebras complejas se abren a múltiples interpretaciones, incluso a la reserva de las conciencias y al rebato de moderación y circunspección en el recuerdo.
           
En los últimos dos o tres años cobró fuerza un proyecto efectivo de revisar en su núcleo original, en su más duro fermento, los años de la militancia armada, y eso se hacía tanto más verosímil cuanto provenía de escritos y memorias de algunos de los participantes de las experiencias de aquellos grupos armados. Mencionaré en especial el libro escrito por Héctor Leis, retomando algunos tópicos que en su momento expuse en un artículo en Página/12. En Un testamento de los años 70, Héctor Leis, fallecido recientemente luego de una larga enfermedad, y a quien siempre le reservo un cálido recuerdo personal, escribe una  interesante memoria biográfica. Pero en ella veo un extravío que si no le resta sinceridad, por lo menos la oscurece para la reflexión profunda, al punto de anunciar los actuales actos negacionistas. No es este el propósito de Leis, pero sus pensamientos dolidos fueron el cáñamo del que se sirvieron los póstumos revisores y auditores macristas de la memoria. Leis cuenta un incidente casi olvidado en un acto de conmemoración de los fusilamiento de 1956 en León Suárez. Ese acto fue en 1973. Leis era militante montonero y portaba un arma. Al acudir en defensa de una  compañera, él también debe disparar. Este hecho tiene carácter testimonial pero se halla en su camino de revelaciones personales. Estas revelaciones, sin duda, nos deben acompañar siempre. La situación tiene cierta envergadura borgeana; se asemeja al tiroteo en Tilsit (en Deutsches Requiem) que decide la vida posterior de un militante nacionalsocialista, el oficial Otto Dietrich Zur Linde. Con Héctor Leis es lo contrario, no sólo por la diversidad radical del campo ideológico involucrado. Este evento adquiere estatura mítica para Leis y se inscribe en una tradición autoreflexiva, el inicio de una piedad necesaria en relación a lo que hacemos, a lo que nos hacen con lo que hacemos, y los daños que inadvertidamente podemos provocar. Una vida entera puede o no puede luego explicarlos.
La opción por las armas de toda una generación política puede poseer relatos como éste o muy parecidos. El momento iniciático de la política, si es un hecho de armas, puede desplegarse en el interior de una conciencia de múltiples maneras. Podemos optar por decir que lo explica la época, y la culpabilidad se escabulle hacia la epistemología social general en la que un historiador podrá hurgar luego. O podemos decir que nadie puede vivir la muerte ni los hechos vitales de otros, y que soy solo yo responsable de esos actos, por más que mediaran órdenes y recomendaciones organizativas. Lo que narra Leis es efectivamente interesante, tal como lo ocurrido con Hugo, en Las manos sucias de Sartre, al exclamar “estoy solo en la historia con un cadáver”. Aunque Leis no resuelve en su relato el resultado final del disparo que saliera de su arma. 
           
Veo allí un sentido totalmente ajustado al debate actual, el sorprendente error de vaciar la historia argentina de sus clásicos enfrentamientos, no por haber sido violentos, sino por haber contado con un tipo de decisión armada por parte de los grupos insurreccionales de la época que no habrían poseído habilitación ética de ninguna especie. Esto no es así. Hace años que un revisionismo chato viene acompañado trivialmente estos hechos que Leis narró después en su propia carne. Una cosa es condenar la violencia, sobre todo la que emana de órganos políticos que de alguna manera se burocratizan en torno a un lenguaje militar que anula la autorreflexión, y otra cosa es trocar en el alma del hablante el signo que lo hacía ser un joven militante armado (con críticas incluso muy drásticas a esas organizaciones) y asumir hoy la equívoca santidad de hablar desde el punto de vista de los otros, los profesionales del desprecio a todo intento de conmover a las sociedades. Así lo hizo Lopérfido, aunque esta dura opinión no alcanza a Leis.
           
Escuchemos La marcha de la Revolución Libertadora. Está tomada musicalmente de la marcha de la Falange española: es claro, es el nacionalismo católico el que la escribe y musicaliza: un hijo del músico santiagueño Gómez Carillo y un abogado de la derecha nacional hace la letra que aún impresiona. Llama a la lucha armada con énfasis místicos, emplea la falangista expresión “camaradas” –compartida por la otra gran revolución del siglo XX-, y su tema principal  es la apología de la muerte heroica: “Y si la muerte quiebra tu vida al frío de una madrugada / perdurará tu nombre entre los héroes de la patria amada”.
Su énfasis cristiano es literal, pero regado en sangre: “Y cuando el paso firme de la Argentina altiva de mañana / traiga / el eco sereno / de la paz con tu sangre conquistada /cantarás con nosotros camarada / de guardia allá en la Gloria Peregrina / porque esta tierra de Dios tuviera / Mil veces una muerte Argentina”. De allí salen épicas militantes que se bifurcaron varias veces en la historia nacional, entreveradas en el misterio de las metáforas últimas. También con el peronismo combatiente. ¿Lo habría entendido Perón así? ¿Se llegó al núcleo último de esta dificultad conceptual de la historia argentina? Algunos filamentos de estos sonidos y letanías del militante armado fueron a parar a Montoneros. Otros, los portó silenciosamente la Marina en su plataforma de placas hundidas en su inconsciente colectivo, y afloraron con creces en los horrendos episodios de la ESMA. Hubo “miles de muertes argentinas”. Esas alusiones y la mención de la sangre como signo de identidad frente al pífano trágico del compromiso militante, no dejan que pasemos por alto el eco de esa violencia del 55 –recordemos lo que pensaba Walsh en ese momento- repartida luego a través de transfiguraciones y metamorfosis diversas  de los espíritus militantes que salían de una fragua que los había reelaborado dando vueltas y vueltas (“mil vueltas argentinas”) a una trágica materia prima incesantemente combinada. No son los “dos demonios”. Va más allá de eso y resiste la comprensión, la de todos, pero más de aquellos que se burlan de los militantes.
Sería absurdo que no intentáramos comprender estos dramas y no extrajéramos de allí todos los desmanes del espíritu que no estuvieron a nuestro alcance apreciar en aquel momento. Pero no hay  razón para que, al percibirlos ahora, cultivemos un esteticismo de la traición en vez de rodearnos de la conmiseración autocrítica que corresponda. Pero no la de hacer “una lista común de víctimas” o dejar “los muertos en paz”, porque nunca eso es posible, salvo poniéndose del punto de vista de los victimarios. Reclamar como había pedido Leis “un memorial conjunto de las víctimas que incluya desde los soldados muertos en Formosa hasta los estudiantes desaparecidos en La Plata”, no puede formar parte ninguna decisión intelectual y moral de nuestro presente. Leis podía decirlo, actuaba en nombre de una gran aflicción personal, pero ya es otra cosa cuando sabemos que el actual Ministro de Cultura, Pablo Avelluto, participó de la producción del film que corresponde al libro de Leis y es autor de un twitter que dice “la revolución que prefiero es la Libertadora”. Luego se desdijo: “no hay que tomar en serio los twitts”, exclamó. Acá hay en evento interesante y nos permite decir algo concluyente. ¡Quizás los twitts sea lo único que hay que tomar en serio!
Sin embargo, no hay que asustarse ni acobardarse por lo dicho, señor Avellutto. La Revolución Libertadora cargaba desde su origen la marca siniestra del bombardeo a una plaza civil, y luego los fusilamientos de junio del año posterior (donde cae otro militar que formaba en las filas del nacionalismo católico, aunque volcado hacia simpatías con el peronismo: Valle). No obstante, se es medroso y pusilánime cuando se desmiente lo que se cree; porque debe corregirse esa creencia. Esto es así, debido a que lo que se cree no es cómo el sr. ministro lo dice: no entiende realmente qué fue la Revolución Libertadora en su condición especular, de reversibilidad irónica respecto al peronismo (Marcha contra Marcha, Hugo del Carril contra el coro de militares y civiles en el subsuelo eclesiástico), por lo que no comprende entonces la dimensión enzarzada del peronismo y el modo cambiante en que la historia interpreta la figura del militante. Aunque no es el único timorato para entender este complejo prisma histórico, pues su oficio cubre solo con valentía únicamente aspectos propios de un gerente de personal encabritado, agitando listas de despedidos en sus puños. Por supuesto no caben comparaciones: pero otra cosa es Borges, el último partisano de la Revolución Libertadora –en su despacho de la Biblioteca escribía los postreros comunicados del cenáculo restante-, que la imaginó liberal y la sospechó en su nacionalismo fracasado, y que en toda su obra magnífica, anterior y posterior, está atento a esta tensión que nunca, nadie y nada pudo resolver.
             
Claro que el pasado, en su propio nombre, augura siempre una clausura, y claro que extrapolar el juicio sobre criterios vigentes en otra época que no “soñaba” dejar paso a la que la juzga, puede ser un trabajo perversamente fácil o directamente guiado por sensibilidades vengativas. Y aún más, sabiéndose que, con los cambios de cada época, la figura del que transmuta sus conocimientos y creencias es más vieja que la ruda. La historia de las conversiones es la historia misma de la civilización. También se sabe que la conversión es un arte sigiloso, callado, inconfeso. El pliegue último del pensar es ese acto secretamente converso. Pero decirlo ahora –e invocar el modo en que Leis hizo público lo cauteloso que abriga en sí al modo de negación que cada conciencia esgrime para ella misma- es jugar sucio en medio de una idea de la historia paralizada. De este modo, aunque no se diga, se quiere cerrar el ciclo de los juicios encarados desde los derechos humanos, ignorando que el dolor por lo pasado es transpolítico, pero no debe equivocarse respecto a la madeja intrincada de sentimientos que juzga. Se juzgan muertes ocurridas en gabinetes ocultos del Estado, operados por torturadores que tenían graduaciones entregadas por las ceremonias públicas que implican juramentos y deberes, y seguidos por esbirros habilitados para asesinar en nombre de altos mandos que cuando daban la cara decían no ver sino “entelequias”. ¿Cómo se pretende interrumpir ese río interior de la sociedad argentina, donde también se lucha por ganar el derecho de hacerse cargo de una explicación más duradera de lo ocurrido, y sostenida en antiguos saberes humanistas? ¿Cómo se lo pretende interrumpir con una tesis que es más tacaña que del documento que escribió Sábato para el “Nunca más”, que a pesar de que equilibra las “dos violencias”, leído con atención, señala con más decisión condenatoria a aquella proveniente del “infierno” señoreado por las Fuerzas Armadas?
El libro de Leis me suena como si esa responsabilidad por el signo de una interpretación, de la que Sábato estuvo más cerca de lo que muchos creímos, quedase por fin en manos de las viejas fuerzas reaccionarias del país –habilitadas por una conversión sacrificial y personal que ellos publicarían muy contentos en sus matutinos-, impidiendo algo muy interesante, en lo que hubiéramos debido esperar que alguna vez Leis participara. La rara, póstuma e irrisoria ecuanimidad sobre la vida de los muertos, pero no antes de hacer el doloroso tránsito por la convicción de que solo desnutridas religiones mustias, pueden igualar todas las situaciones hundidas en la espesura onírica de una época que se nos escurre. No, es preciso seguir sosteniendo que un modo de ser víctima, la de aquellos jóvenes de cuando el propio Leis era otro, que sin embargo pudieron haber matado pero estando a su vez casi todos muertos y desaparecidos, ese modo, decimos, sigue sosteniendo el hilo de humanidad crítica de la nación argentina. No es lo mismo que el tipo de víctima que Leis dice que –fusionando todo con todo- llevaría a un “memorial conjunto”. Al desmitologizador de la historia, le esperaban más saludos conservadores  que aplausos del historiador humanista. Es lo que ocurrió. Vino el macrismo a amputar la lengua social y crítica al país.
En una inauguración de la Feria del Libro –la última o antepenúltima, no recuerdo bien- se escuchó al secretario de Cultura de la Ciudad de Macri, hoy Ministro de Medios, Hernán Lombardi, recomendar la lectura de Héctor Leis. Entre tantos números de libros que se mencionaron, este único libro me movió a señalar en el contexto de qué injusticia se mueve. Hay números implícitos en el libro de Leis que comienzan a manifestarse: pero hoy, hágase el cómputo de las balas de goma lanzadas por la Gendarmería ante una murga villera. ¿En nuestras pequeñas conmemoraciones reconciliantes, incluiríamos a esos disparos del nuevo Estado en el equilibrio justo que se verifique por la contrapuesta acción del “demonio del narcotráfico”? Hay muertos de ambos lados, es claro, pero llamamos ética a la capacidad de condenar toda ejecución de un daño, desde un lugar explícito, humano, visible, que es único, puesto que en su excepcionalidad nos toca: es el lugar que no desmantele la noción misma de justicia y de historia, que casi vendrían a ser lo mismo.
Estas tesis cobraron fuerza en los últimos años, sobre todo promulgadas por sectores académicos, al que por eso sólo no les correspondería el título de liberal-progresistas con el que gustan llamarse, pero fueron llevadas a su extremo de persuasión masiva por Jorge Lanata. Este periodista tuvo y tiene un papel principal en la formación de esa espesura indefinible que atravesando el espíritu colectivo busca asociar el “investigador solitario” con los grandes juegos empresariales a los que finalmente acata. Fin de su soledad.  Parece libre, pero es la libertad que interpreta Etienne de La Boétie como el cese de la voluntad propia en nombre de una apariencia nietzscheana de dominio. Compleja situación, que se revela en todas las intervenciones de Lanata, que como nadie, sabe deslizarse del saqueo de citas académicas al “burlesque”. He aquí en su último artículo en Clarín (7 de febrero, día en que escribo este capítulo) una cita de Todorov, invitado hace un tiempo a visitar el Parque de la Memoria en la Argentina. Le viene como anillo al dedo, pues dice Todorov citado por Lanata:
Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto anhelaba. Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población”.
Es lo que llamo un modo que tiene una época posterior de chocar su “sueño” ya estabilizado, desnatado y “desgrasado” con lo que el “setentismo” no fue capaz de “soñar” de la época que lo juzgaría. ¡Qué gracia tiene este modo de sacarle la “grasa” a la historia! ¡Claro que no sabríamos que hubiera pasado si triunfaba aquel insurreccionalismo! ¿Quién puede proclamar su saber respecto a lo que la historia no escribió nunca en su cuerpo escurridizo? ¿De qué vale comparar Montoneros con Camboya? Por lo menos, este baile ominoso de las cifras, para el señor Todorov, arroja un resultado poco alarmante: el terrorismo de Estado apenas afectó aquí al 0,01 por ciento de la población. ¿No se siente a gusto el lector dominguero de Clarín con tan escuetos y misérrimos resultados? Lopérfido se quedó corto, mientras Todorov esgrimió la cifra conspicua desde su cientificismo porcentual.
(En el próximo capítulo trataremos de ver con más atención las consecuencias de la crítica a la militancia, sus efectos lúcidos y situaciones que pueden afectarla si resulta mal planteada su situación existencial)
Buenos Aires, 7 de febrero de 2016
(Fuente: La Tecl@ Eñe)

La revolución de las balas de goma

Globos amarillos, música fiestera, el perro Balcarce en el sillón presidencial: con la llegada de Mauricio Macri al gobierno, los grandes medios nacionales e internacionales vaticinaron “la revolución de alegría“ en la Argentina, el fin de la crispación populista y la “vuelta al mundo“ bajo el mando de una centro-derecha posideológica, liberal, democrática. Su gran ídolo, dijo Macri en el reportaje que le hicieron en conjunto Le Monde, The Guardian, La Stampa y El País, es Nelson Mandela. El sarcasmo de esa afirmación parecía ignorar a los periodistas presentes.
Somos académicos especializados desde hace décadas en la historia y cultura de la Argentina. Estamos dolidos. Indignados. Preocupados. Mientras escribimos estas líneas la policía está reprimiendo con balas de goma a chicos pobres. Entraron a una villa miseria en Buenos Aires donde los más desvalidos estaban preparando una de las pocas alegrías que les depara la vida: el ensayo de una murga para carnaval. Les dispararon a mansalva. Sin una razón. Sin un por qué. Para diseminar el terror.
Desde la asunción de Mauricio Macri la Argentina está viviendo un clima que no se conocía desde los años sangrientos de la última dictadura militar. Aprovechando el descanso parlamentario de verano, con la excusa del combate al narcotráfico el presidente ha declarado el estado de emergencia en todo el país, medida que permite la intervención de las Fuerzas Armadas en asuntos de seguridad interior e incluso el derribo de aviones sin advertencia previa. Nadie puede salir sin documentos a la calle. Ni siquiera México ha ido tan lejos en responder a una supuesta amenaza por parte del crimen organizado; Buenos Aires, en cambio, junto con Montevideo, es la capital más segura de América Latina. También por decreto y en abierta contravención de sus facultades constitucionales, Macri nombró a dos amigos como jueces de la Corte Suprema y anuló la ley que restringía la monopolización de medios. El número permitido de canales concentrados en una sola mano hoy día excede incluso las regulaciones establecidas por la dictadura militar.
Paralelamente, un sinfin de periodistas críticos o simplemente no alineados con la política gubernamental han sido despedidos no solo de los canales estatales sino también de medios privados bajo amenaza de retirarles publicidad oficial. Simultáneamente a la eliminación de impuestos a los agroexportadores y una devaluación feroz que redistribuye masivamente el ingreso hacia los sectores más ricos, el Estado ha sufrido un oleaje de despidos que ya suman casi 25 mil trabajadores (otro tanto en el sector privado); la gran mayoría de ellos víctimas de una purga ideológica centrada en personas con convicciones diferentes al oficialismo.
Las estructuras estatales de soporte a los derechos humanos han sido especialmente golpeadas, desmantelando secretarías enteras en varios ministerios y agencias, al mismo tiempo que ex-funcionarios sospechados de colaboración en crímenes de lesa humanidad fueron nombrados en cargos gubernamentales. El presidente se ha negado a recibir a las organizaciones de derechos humanos, y a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. El Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, alineado con el gobierno nacional, ha afirmado que el número de desaparecidos de la última dictadura „fue una mentira que se construyó en una mesa para construir subsidios que te daban“.
No sorprende en ese clima de amedrentamiento generalizado la represión policial a protestas gremiales y de desocupados, de mujeres e indígenas, ni la ofensiva de criminalización de cualquier oposición política. La culminación (por ahora) es el encarcelamiento de Milagro Sala, activista indígena y diputada del Parlasur, por haber participado de un acampe pacífico exigiendo una audiencia con el gobernador Gerardo Morales, aliado de Macri, quien ha declarado ilegales las cooperativas indígenas de viviendas y amenaza con retirarles toda financiación pública. Amnesty International, el Parlamento Europeo y Parlasur han levantado protestas a las que la justicia provincial (intervenida por decreto a imagen y semejanza de la justicia nacional) ha respondido con el endurecimiento de las condiciones de detención de Sala y el encarcelamiento de otros militantes.
El gobierno de Mauricio Macri no es de centro ni posideológico; es liberal solo en cuanto a su subordinación al establishment financiero transnacional. La “nueva derecha” argentina se parece a las de Polonia y Hungría: aniquilación de la libertad de prensa, cooptación del sistema jurídico, persecución de todo aquel que piensa diferente, represión con armas si alguien se anima a reaccionar. Expresidente de un club de fútbol, con aceitadas conexiones al mundo mafioso de las barrabravas, dueño de un imperio de servicios financieros y de medios, amigo de jueces que han conseguido “enfriar” las múltiples causas judiciales contra su persona por casos de corrupción y espionaje ilegal de, entre otros, familiares de víctimas del atentado a la mutual judía en 1994, Macri no es ningún Mandela. Es una especie de Berlusconi sudamericano: un empresario que ama el rating y desprecia a la democracia.
En menos de dos meses, el gobierno de Macri ha impulsado uno de los mayores retrocesos en materia de derechos humanos en Argentina desde el fin del régimen militar en 1983. No es la revolución de la alegría: es, lisa y llanamente, la revolución de las balas de goma. Balas que apuntan nada menos que al proceso democrático en Argentina y en toda la región.
Frente a los totalitarismos la presión internacional es una de las pocas armas que nos quedan. En nombre de la democracia y los derechos humanos, en nombre de la libertad de prensa y el derecho a la información, en nombre del honesto ejercicio de su profesión, exhortamos a los colegas periodistas, científicos sociales y trabajadores culturales a informar sus audiencias acerca del rumbo antidemocrático y represivo que está tomando la Argentina macrista.
La revolución de las balas de goma no es una revolución. Son balas. Por ahora, de goma. Por ahora.
Brigitte Adriaensen (Universiteit Nijmegen)
Jens Andermann (Universität Zürich)
Ben Bollig (University of Oxford)
Geneviève Fabry (Université Catholique de Louvain)
Liliana Ruth Feierstein (Humboldt Universität zu Berlin)
Anna Forné (Göteborgs Universitet)
John Kraniauskas (Birkbeck College, University of London)
Emilia Perassi (Università degli Studi di Milano)
Kathrin Sartingen (Universität Wien)
Dardo Scavino (Université de Pau et des Pays de l’Adour)


Versión castellana del texto publicado en alemán en ‘Geschichte der Gegenwart’, Zurich, Suiza, el 7 de febrero de 2016;http://geschichtedergegenwart.ch/die-revolution-der-gummig…/

Democracia, la dictadura perfecta: Ensayo sobre la forma autoritaria democrática // Alberto Sladogna


Hemos compartido un pre juicio que causa perjuicios ¿Cuál? Pensar que la democracia  es democrática, salvo la intención algunos malvados que la desvían. ¿Y si no fue solo eso? Recordemos la democracia nació en Atenas luego de un tiranicidio llevado a cabo por una pareja de erastés-erómenos: Aristogitón y Harmodio, solo que las mujeres, los artesanos, los esclavos, los libertos, los infantes estaban excluidos de ella. La democracia griega fue un gobierno de amos ¿Dejo de serlo?
El filme de Luis Estrada “La dictadura perfecta (verdades sospechosas)” es una ficción respecto del cuarto poder, el cuarto nudo: los medios de comunicación, en particular, la televisión de América Latina (monopolio transnacional: Televisa SA,  grupo Clarín, CNN y otros) participan en política, no solo eso: construyen, promocionan, ubican y colaboran en el triunfo de su candidato salido del  set televisivo. Hecho que no es ajeno a la actual situación que se vive en Argentina, con la instalación del gobierno del Ing. Macri, el cuarto poder y su “gurú”, asesor de medios Duran Barban participaron y lograron en una gran medida que Macri sea electo presidente de la Argentina, contra todo pronóstico, ahora él despliega su programa de la barbarie civilizada [1], llamada neoliberalismo de avanzada. Subrayamos, el “gurú” Duran Barba no fue ajeno a las contiendas electorales efectuadas en México. Además tenemos un dato mínimo compartido por los medios de comunicación, radio y televisión, sean o no privados, incluidos los estatales, a esos medios nadie los elige, cada uno de ellos tiene acceso abierto a nuestras casas, seamos runflos, de abajo, del medio o de arriba. La radio y la televisión han pasado a integrar la familia –tenga la conformación que ella tenga-, moldean en varias dimensiones la vida familiar, en efecto, como señalaron Lacan y Guattari, el complejo de Edipo es una institución que requiere el capitalismo, y la fomenta.
En el psicoanálisis es común escuchar el diálogo que Logos mantiene con su pareja Sogol. Relato uno: Sogol- Mi tesis es que con la democracia nos estamos convirtiendo justamente en absolutos delirantes…; Logos-¿Llegaría usted a sostener que la democracia se relaciona con la psicosis? Sogol– Es necesario sacar todas las consecuencias de la implosión del modo referencial. Deambule usted por las calles verá como las aceras tiene el aspecto de un hospital diurno…se hizo perceptible un gran agujero en el ciudadano que  se tapaba con las figuras de Dios, del Pueblo, de la Patria, de la República  Hoy no hay parapetos contra la locura totalitaria democrática (D Dufour: Locura y democracia)
Freud localizó que cada hecho “psíquico” era “social”, Lacan más radical demostró que “el colectivo no es nada, sino el sujeto de lo individual” (1966). Lo singular de cada subjetividad se realiza con otros, no hay sujeto aislado. Eso se vive en estos momentos en Argentina cuando por vía electoral sufrimos un momento “revolucionario” o incluso “subversivo” a cargo del capitalismo financiero neoliberal. En 1990 en un Coloquio Vargas Llosa hizo un análisis: “México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la URSS, no es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México” (26/08/1990 – ver video). En México durante más de 70 años se realizaron elecciones democráticas, se eligieron a los gobernants, funciona el poder legislativo y el poder judicial. En setenta años no vivieron ningún golpe de estado, entonces ¿Cómo es eso de que es la dictadura perfecta? Un dato comparativo la UNAM, la más antigua universidad creada desde la conquista en América Latina, tiene  hoy un presupuesto que es mayor al conjunto del presupuesto íntegro de la República Oriental del Uruguay. México fue un país conquistado, la Argentina fue un país colonizado, la cuestión está en el detalle.
Vargas Llosa  reveló, a su pesar, que la democracia tiene una grieta totalitaria que gira hacia una dictadura democrática. El Ing. Macri fue elegido en forma democrática cuando nadie creía que podía salir de la Capital del país. En entrevista telefónica el ex. Gral. Luciano B Menéndez dice que el triunfo de Mauricio Macri fue histórico “…es la primera vez que no se necesitó recurrir a las Fuerzas Armadas (FFAA) para derrocar una tiranía”. ¿Cómo fue posible que eso haya ocurrido al finalizar uno, o quizás, el único periodo de ejercicio democrático nunca vivido en Argentina? Los doce años de kirchnerismo fueron un exceso: llevaron la democracia a su punto más elevado. Ese punto donde la cantidad  se trastoca en cualitativo y donde lo cualitativo cambia los efectos producidos por la cantidad. El Ing. Macri obtuvo un poco menos del 52% de los votos. Conviene precisar que muchos sectores obreros, incluso runflas de las villas, que tienen o no ingresos garantizados y sectores de alto nivel votaron por…el Ing. Macri.
¿Cómo ocurrió eso? Lo imposible se realizó (Lacan, Guattari, Horacio González)  Para muchos, cambiar de “mentalidad” es tan difícil como alzarse por los aires tirándose de los cabellos. La “mentalidad” es una forma que cambia, recordemos el multicitado caso de Dios: ha cambiado de forma, no murió, al contrario hizo algo más complicado, cambio su forma, así cambiaron los humanos. El cambio de los humanos se precipito debido a esa nueva forma que destruyó o solo dejo vestigios de lo anterior. La descripción de nuevas mecánicas, o situaciones, y los cambios de mentalidad enrarecen las descripciones. No sabemos describir todavía las transformaciones que vienen con los cambios tecnológicos. Al ternario del Dios-Espíritu Santo-Hijo, al ternario político: Poder ejecutivo- Legislativo- Judicial  le surgió su síntoma, el cuarto poder: los medios de comunicación masivos, monopólicos o no, peor si son únicos. La pirámide tripartita dejo al descubierto las parcelas que mostraba como si estuviesen unidas. Era el reino de las apariencias: la Sociedad, el Estado unidos en la Nación. Aparecieron las grietas que parcelan el todo (Al respecto de la muerte de una forma, sugiero este video de Foucault)
      
La democracia en tanto dictadura perfecta  juega: Sogol–  Juguemos, cuando digo “Si” es “No” cuando digo “No” es “Si”; Logos– ¡Interesante! Sí; Sogol–  No; Logos– ¡Ah! No jugamos; Sogol–  Si.
Diderot sostenía que “cada…elemento, tiene su fuerza particular, innata, inmutable, eterna, indestructible; dichas fuerzas íntimas del cuerpo tienen sus acciones fuera del cuerpo; de ahí nace el movimiento o más bien la fermentación general en el universo”. Sea Dios, sea el Rey, sea el Pueblo, sea Proletariado, sea el Pueblo…ese centro exterior unificaba la vida cotidiana, incluidas las elecciones, ese centro “garantizaba” que si se decía “si” era Si” y si se decía “No” era “No”. Ahora el “no” es “si”, el “si” es “no”.
En 1938 aparecieron Los complejos familiares, artículo de Jacques Lacan, publicado en una enciclopedia, era de basto alcance, puso en tela de juicio la novela familiar del capitalismo: su complejo de Edipo, esa forma construyó un tipo de ciudadanía; su segundo golpe fue mostrar el papel  de la madre en dar vida al régimen nazi, como se presenta en “Mi lucha”, texto de un pintor que vivía en la misma manzana que Freud ¿Se habrán cruzado en esas calles? Regresemos. Cómo fue posible que sectores acomodados, sectores medios y sectores humildes, incluso desamparados votaron por el Ing. Macri y su propuesta de cambio. Cada uno de estos sectores recibieron con el kirchnerismo buen trato, demasiado buen trato al otorgarles lo que no habían solicitado y que, un poco demasiado, se les solicitaba en cadena nacional reconocer.
En los cálculos políticos no se hizo lugar a un tema ¿Es posible que sus habitantes voten a favor de sus propios verdugos? El primer efecto del quiebre de los complejos paternales es semejante a la ruptura de un espejo: el cristal se quiebra  siguiendo sus líneas pre existentes que la unidad externa impedía aparecer.
Hoy el paquidermo estatal no es ya el organizador de la sociedad y sus evoluciones. Una cosa es la presencia del gobierno, otra sería la presencia de un Estado fuerte. La transformación ya no es con el Estado, tampoco necesariamente contra el Estado. Es decir: no depende de las instituciones públicas, por más que jueguen un papel nodal. El Estado quedó en la posición de impedir, o no, la organización autónoma de las diversas parcelas de las sociedades.
¿Cómo votar por la supuesta “servidumbre voluntaria”? En la actualidad no se trata de someterse, sino de algo más delicado. La máquina de subjetividad produce el deseo; el campo social está recorrido por el deseo históricamente determinado. Sólo hay deseo social y nada más. Las formas más represivas y más mortíferas de la reproducción social son acompañadas por un deseo. Spinoza supo plantear (Reich lo redescubrió) « ¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación?» Cómo es posible que se llegue a gritar: ¡Queremos más impuestos! ¡Menos pan!  ¿Por qué soportan los hombres desde siglos la explotación, la humillación, la esclavitud, hasta el punto de quererlas no sólo para los demás, sino también para sí mismos?  W. Reich rehúso invocar un “desconocimiento” o “una ilusión de las masas” para explicar el fascismo, al contrario lo explica  en términos de deseo: no, las “masas no fueron engañadas”,  desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta nueva forma del deseo gregario. En Argentina con el voto a Cambiemos, al Pro y al Ing. Macri fue posible pues operó un deseo de cambio¡¡…!!  Conviene recordar que Margaret Thatcher preciso que en el neoliberalismo “La economía es solo el método, el objetivo es cambiar el corazón y el alma” (1/05/19981). Sin la estructura subjetiva –alma, subjetividad- no hay ni capitalismo, ni neoliberalismo.
En estos últimos doce años con mucho gusto vivimos bajo un débil reinado trinitario: Dios, El espíritu Santo y el hijo; el poder Ejecutivo, el poder Judicial y el poder Legislativo, nunca se había respetado tanto esa separación. Así se convivió dentro del Estado de bienestar  que define una propuesta política según la cual el Estado provee servicios en cumplimiento de derechos sociales a la totalidad de los habitantes de un país. Ocurrieron errores, incluso hasta horrores graves, solo que se convivía. Al peronismo no se lo puede comparar con ninguno de los regímenes atroces conocidos en Occidente, nunca llevo a cabo ninguna forma de genocidio. Las novedades subjetivas de esta forma o intento de sostener esa forma del Estado de bienestar fueron estudiadas por Freud (1919-1920) Era necesaria una subjetividad para que ese Estado y el capitalismo funcione más o menos bien: su modelo subjetivo fue el complejo de Edipo, subjetividad  a partir del sistema patriarcal trinitario: padre, madre e hijo. Freud sin saberlo tomo  para su famoso “amor de transferencia” –transferencia era un término bancario del alemán de Viena- el modelo vanguardista, trinitario de Lenin para dirigir una sociedad: el partido, luego los sindicatos y más atrás las masas.(Lenin ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? 1902)
Con la crisis del modelo trinitario se instaló su síntoma: los medios masivos de comunicación, en particular la radio y la televisión: esos instrumentos operan en el cuerpo de cada habitante, lo penetran, construyen sus sueños mediante el acceso que le brindan dos agujeros corporales, como mínimo: los oídos y los ojos. Conviene notar que los oídos nunca se cierran, mientras que los ojos parpadean, cortan la percepción y , muchas veces, se cierran para dejar dormir, solo que los sueños revelan que la mirada continua operando sin cerrarse. En 1968 el mayo francés instaló una novedad extraña: la sociedad del espectáculo, poco a poco incorporó a la política como parte del espectáculo (el Ing. Macri lanzando globos y bailando, para citar solo la actual situación). La radio y la televisión toman a su cargo que “La voz es un fenómeno político por excelencia”, basta con sentir los efectos que a veces provoca escuchar o entonar el himno nacional o la marcha de los muchachos peronistas o una canción de Charly García. La voz y los oídos son una parte de la máquina  de construir subjetividad…política, entre otras cuestiones. Un detalle: con la sociedad del espectáculo los partidos de izquierda, de centro y de derecha reciben subvenciones del Estado, eso implica cambiar el modelo subjetivo de lo que se sigue llamando ciudadanía. En la campaña electoral de Raúl Alfonsín se inició la publicidad mediática: un candidato podía hablarle a los ciudadanos, sean o no sus partidarios, como Dios, podía estar en “todos” los hogares del país al mismo tiempo, se trató de un cambio de régimen escópico: de la plaza a la televisión en el seno de la familia. Esa publicidad partió del primer modelo de publicidad comercial, una marca de relojes en los EEUU “Bulova: Estados Unidos corre en el tiempo de Bulova”, inició el tiempo del consumo, se anunció el paso del ciudadano de la plaza al consumidor que mira TV.
Cuarto poder: instalado sin elección ni consulta. A la trinidad social le apareció su síntoma ¿Por cuáles razones? La caída del anterior régimen simbólico provoca un aumento geométrico de la falta de credibilidad ante  eso surge la radio, la TV, que ejercen diversas funciones: el régimen de alimentación, el régimen de educación, el régimen deportivo, el régimen religioso…Este poder opera de manera silenciosa: siguen existiendo madres, padres e hij@s, partidos políticos, dirigentes, hasta un Estado y al mismo tiempo ya no son ni iguales ni semejantes a su forma anterior
La radio y la TV comparten zonas corporales: la voz, el oído y la mirada; ellas hacen en las ciudades lazo social –reúnen, enlazan a sus espectadores, los convierten en su rebaño y ellos son los pastores. Esas zonas corporales son  primarias, nunca se las abandona: gracias ellas el cachorro biológico cambia de forma: pasa a ser un infante e incluso  construye su forma de vivir la vida: mujer, hombre, homosexual, lesbiana, cyborg, etcétera. Subrayo que  las actividades políticas y las actividades analíticas han privilegiado el contenido de la voz y de las voces dejando de lado su componente de signo: afectos, sentimientos, olores, colores, tonos…El análisis y los políticos se decían a interpretar. En los años cincuenta Emile Benveniste y Roman Jakobson descubrieron un hecho trivial:  “Es Yo quien dice YO” . Aparece una instancia de nuestra vidaauto-referencial: “Todo lo que conseguí en esos doce años fui por mi trabajo, me deslome, el gobierno no me dio nada”, era y es muy común todavía encontrarlo en el taxi, en la peluquería, en el café, en los anteriores empleados del Ministerio de Cultura, en algunos empleados – no pocos- de Aerolíneas Argentinas, en la villas del sur de CABA, entre los científicos del Conicet, entre los trabajadores sindicalizados metalúrgicos,…. Surgió un sujeto autorreferencial, no depende de ningún punto exterior, eso es una novedad respecto del sujeto que dependía de Dios, del Rey, del Pueblo, del Proletariado, del Referente. El sujeto auto referenciado “Yo te lo digo: No le debo nada a nadie, todo lo hice yo porque yo trabajo todo el día”; ese sujeto pertenece a un sector que no está incluido entre los sectores politizados, sean de la orientación que  sean.
Los nazis fueron precursores, en 1933 la radio pasó de 4 millones  (1933) en 1939 contaba con 11 millones de abonados.  Le sumaron un hecho: instalaron en plazas, fábricas y establecimientos públicos altoparlantes. Los espectáculos nazis eran transmitidos de forma singular: detrás del palco oficial un sistema de micrófonos amplificaban las manifestaciones del público que les era regresado aumentado las pasiones de los asistentes (Michel Poizat). Los nazis regalaban las radios, en México el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto,  tema central del filme –La dictadura perfecta…- electo, entre otras cuestiones, gracias a la televisión, decidió llevar a cabo un “apagón analógico” para lo cual distribuyo de forma ¡¡¡ gratuita 10 millones de televisores LD entre la población mexicana de menos recursos!!! Incluso también lo entrego a quienes no cuentan con electricidad. En Argentina impulsado por el gobierno de Néstor y de Cristina Fernández de Kirchner  para aumentar el consumo de producción nacional se impulsó la compra en 12, 18 y 24 cuotas sin intereses.  El gobierno sin saberlo, guiado solo por la lógica económica  propiciaba el consumo capitalista de la televisión, esa televisión le consumió muchos votos en las recientes elecciones.  El discurso capitalista es locamente astuto, marcha sobre ruedas, no puede ir mejor. Pero, precisamente, va demasiado rápido; se consuma. Se consuma tan bien que se consume  (Lacan, 1972) ¿Qué se consume? Se consume el sistema capitalista mismo,  fabrica así una subjetividad que tiene ya en su interior el chip “capitalismo”. Si, en efecto, eso lo estudió bien el genio del mal, Duran Barba –converso de izquierda-: Al penetrar el cuerpo por el oído,  los ojos tocan el conjunto del cuerpo, sin dejar zona sin cubrir, allí se consume, es consumido y produce una subjetividad auto referenciada: la humanidad que se hace así misma, Self made man
En la actual sociedad argentina ese nuevo sujeto electoral ya no está sujeto a Dios, ni al Rey ni a la República, ni al Líder, ni al partido sólo es súbdito de sí mismo. Lo que le confería su ser de sujeto era un Ser exterior a él. Con la democracia, esta hetero referencia se transformó en auto referencia: El sujeto se ha convertido en su propio origen.
Freud hizo famoso un juego de su nieto: arrojaba un carretel y lo recogía acompañada esa actividad  con una expresión: Fort- Da. En esa expresión está la esencia de la representación, es el poder del referente: cuando se dice Fort no se dice Da, cuando se dice Da no se dice Fort, una palabra, un significante, está en el lugar de otra palabra: la madre del niño, el carretel que se ausenta. La democracia actual  cambio la forma del juego: Cuando alguien dice “no” puede ser “si”, cuando dice “si” puede ser “no”, un juego auto referencial y autoritario, se trata del sistema unario. Se instala un sujeto auto referencial que acompaña la generalización de la democracia de masas: el voto generalizado. Un detalle “cómico” los días domingo la humanidad concurría a la  iglesia, ahora, con los horarios desregulados: la humanidad concurre a la misa del supermercado o del Centro Comercial o concurre a votar o las plazas de ventas runflas de la ciudad. Es necesario tomar  nota de un hecho, en Argentina, a partir de instalarse a pleno la política del espectáculo y el espectáculo de la política aparece el término “referente” para designar a tal o cual representación política. Insisto cada sociedad funciona a partir de espectáculos, las normas de los reyes y sus códigos de las buenas costumbres lo demuestran, solo que, la sociedad del espectáculo instauró algo nuevo: la radio y la televisión enlazando los cuerpos.
La democracia es el primer régimen social que permite ejercer la libertad de subyugar a otros; es auto referencial, se alimenta de su propia crítica, lo hace tan bien que al estar en contra de ella, solo se consigue aprobarla. La democracia es un régimen siniestro  solo se la puede combatir empleando sus propios principios y además usted tiene la libertad de cambiarla solo que de…forma democrática.
Flaubert escribía «no habiendo ya más dioses, ni estando ya Cristo hubo de Cicerón a Marco Aurelio […] un momento único en’ el que’ el hombre estuvo solo»  Paul Valery alertó sobre la “aparición de un pueblo de únicos” ¿Cómo sucedió que el Ing. .Macri cruzó la Av. Gral. Paz? ¿A qué se debe que cosecho muchos votos de los sectores que fueron los más favorecidos por el anterior gobierno? Aquí sugiero dar lugar como objeto de estudio a los métodos empleados por Duran Barba a quien siempre se le hicieron críticas en exceso “ideológicas” en exceso cargas de pre y de per juicios y de juicios acordes con un anterior sistema social, y una forma de ciudadanía que hoy en Argentina no existe o está en franco retroceso, ni hablar de los llamados militantes y de los partidos políticos.
Duran Barba con su equipo de trabajo con una hipótesis “Qué se vayan todos” consigna vigente que cambio de forma “Ya no le creemos a ninguno… no nos interesa la política” Cristina F. de Kirchner inauguró uno de los mejores hospitales ginecológicos en Moreno, Provincia de Buenos Aires,  vive allí ciudadanía carenciada, muchos fueron a la inauguración, luego en las urnas ganó el Lic. Massa. Duran Barba siguió, seguía y sigue esos acontecimientos extraños derivados del cambio de forma de la consigna del 2001: no les creemos, descubrió algo más, no les interesa la política. Duran Barba se dirigió y se dedicó a estudiar a un sector mayoritario de la ciudadanía, no estudiaba a los políticos, ni a los militantes, estudio a los descreídos del sistema. Su candidato  y su equipo de trabajo leyeron a ese fragmento de la sociedad. Desde allí plantearon sus esquemas y estrategias para obtener las plazas gubernamentales en sus diferentes niveles. Duran Barba como gurú terminó e hizo, a mi entender mejor sociología para la peor causa, la hizo mejor que otros estudiosos de la ciencia política. Con innumerables técnicas materializadas en focus group, encuestas representativas y entrevistas en profundidad interpretó los matices de los grupos sociales que conforman la sociedad y a partir de allí estableció un programa que se ajustó a las necesidades del pos-modernismo argentino. Asumió el desinterés hacia la política y la ideología de una gran mayoría. Para el caso propuso entonces un candidato sin formación política (La Nación, 11 /04/ 2015). De ahí surgió la sorpresa del casi 52%, más allá de los errores, horrores y peleas dentro de las filas oficiales, baste detenerse en ese engendro oficialista de “El candidato es el proyecto”, entonces, para qué teníamos un candidato, eso lo aprovecho el gurú y eso es lo que nos está pasando, con una salvedad, lo de hoy no es el regreso a los 90 ni al 2001, al contrario es un salto hacia el futuro más avanzado, en las condiciones de Argentina, del neoliberalismo financiero. Por qué razón Duran Barba realizó la ironía de festejar una foto de un perro sentado en el sillón de Rivadavia ¿De qué se ríe esa foto? ¿Sera semejante a la extraña e inquietante sonrisa de la Mona Lisa que pinto Leonardo Da Vinci? O quizás guarda más relación con la extraña sonrisa descubierta por Carlos Marx, la sonrisa del capitalistaal observar la enorme masa de plusvalor, de plusvalía con la cual él se queda.

[1] Sarmiento instalo el famoso “civilización y Barbarie”, luego Trotsky forjo “Socialismo y barbarie”, ahora vivimos la “Barbarie civilizada” cuya matriz fue la sociedad del campo de concentración y las cámaras de gas, esta barbarie opera en una sociedad concentrada sin campos demasiado visibles. Lacan llamó la atención de este movimiento su tiempo lógico de los tres prisioneros encarcelados.

La república de la eficiencia // Lucas Paulinovich

El shock necesita fisonomías, imágenes que mostrar, fotogramas para lucir. Crisis y expectativa fusionado en una doctrina más ortodoxa en los aspectos técnicos específicos que en las modalidades de aplicación: campañas de imagen de las consultoras, la numerología de las encuestas sembrando hipótesis, la manija mediática fortaleciendo un entramado de aceptación del nuevo gobierno. Legitimidad y acuerdo generalizado para las detenciones arbitrarias, el estigma de la identidad, la averiguación de antecedentes, el hostigamiento, la emergencia ampliada. Guiones con rasgos homogéneos que siempre dan por sentado la necesidad de aplicar un régimen de cuarteles a cielo abierto, pedido por sus propias víctimas.

Ese deseo normalizador tiene como fundamento la necesidad de tranquilidad. Si la inseguridad es la principal problemática percibida por la población, la tranquilidad es su base programática necesaria. El 2001 vuelve a aparecer como síndrome de urgencia por la paz, la estabilización, que algo se detenga, se haga más lento. El otro lado del “que se vayan todos”. Pero la restauración liberal no es una simple imitación de las recetas noventistas. No aparenta tanto ser un intento de desmembrar el estado, reducirlo a su mínima potencia, sino que da por hecha la “recuperación del Estado” para reconfigurar por completo su sentido. Lo que antes fue la privatización de lo público, ahora asume su marcha contraria, “publicitación” de lo privado, gobierno secundado por publicistas y apologistas, dadores de recetas.  

El Estado se libera de su ocupación, es el momento de la eficiencia, de ponerlo en forma, modernizarlo, adelgazarlo, sacarle la grasa, sanitarismo político. Esa limpieza de la administración pública no persigue un fin unilateral de achicamiento. Cambiemos también contrata y monta sus fábricas de pastas, ya no ñoquis de domingo al mediodía, sino algún spaghetti bien combinado de noche de restó gourmet. 

El Estado para el que lo merece

La formación de una mayoría silenciosa como sujeto político depende de ese privilegio de la calidad, siempre condicionada por el acceso a los recursos y, por lo tanto, elitista. El derecho a lo político también se adquiere, es una transacción más del mercado financiero. El encumbramiento de los expertos, los que saben, conlleva una apuesta ejemplificadora.

El afán encarnado en la creación del Ministerio de Modernización, encabezado por Andrés Ibarra, con pasado en la gestión de la Ciudad de Buenos Aires, tiene un principio indudable: la tecnología siempre puede hacer las cosas de forma más sencilla y eficaz. El objetivo consiste en armonizar calidad, eficiencia y profesionalismo, reducir gastos. La mano de obra tiende a eliminarse, ser reemplazada, automatizada. Robot electrónico o que respira, lo mismo da, mientras cumpla con su trabajo. Hay que sacarle el máximo de potencia al recurso con un costo mínimo.

Ese minimalismo tecnicista elimina todo lo que genere un exceso, los bultos inhábiles, los funcionarios que vienen de la política para hacer política. Cerrar las instituciones, hacer lo imposible para que nadie entre, ingreso limitado, exclusividad para los invitados. El Estado, la cosa pública, es para los que saben, adultos y racionales, zona VIP. Los círculos de influencia se estrechan, se suman las condiciones, se restringen los medios de acceso, las mayorías quedan marginadas de los ámbitos donde se discuten y producen los saberes autorizados y se definen las políticas, confirmación de cenáculos. Aislados y callados, clientes de la industria del entretenimiento. Hay que estar alegre, al fin y al cabo.

El Estado se retrae de los espacios surgidos para promover la construcción colectiva de conocimientos, democratizar saberes. Hay que borrar las otras posibilidades, unicato del desarrollo tecnológico centrado en la productividad, cuadros de multinacionales. La representación en manos del que sabe, el país como un jugador más de la partida internacional, ministros de PokerStar. Hay que ingresar al mundo, es necesario hacer buen papel, reconquistar capitales, obedecer los organismos internacionales, recibir la autorización, felicitación del jefe, aumento de sueldo. El saber privatizado, la vida cotidiana tecnificada. Se reduce la capacidad de maniobra, se evitan las resistencias: el shock paraliza, desconcierta. Para lo que excede esos controles están los palos, las balas y los carros hidrantes, las fuerzas de seguridad bien distribuidas. El Estado se reúne con los especialistas y decide, para eso están, para eso se les paga. Estamos ante la emergencia del papel de contribuyente como actor político de la escena nacional.  

El mito sin origen

¿Cuánto tardará el factor económico en romper el consenso manodurista -represión a pibes chorros, pobres, ñoquis, militantes, mantenidos? La política de shock inyectada estos primeros meses permite compensar el desgaste con el impulso de novedad. Ya hubo aumentos de precios, tarifazos, despidos masivos, baja intensidad institucional, desprecio por las minorías, emergencias y estados de excepción, represión a la organización social –no reducido a la protesta, para toda forma de reunión/comunión amenazante-, criminalización de la protesta social –el encarcelamiento de Milagro Sala ejecuta algo que venía germinando y que ahora estalla con el aval directo del poder Ejecutivo-, llamado a paritarias “enmarcadas”, nuevo endeudamiento y subordinación transnacional, reemplazo de la militancia por el hombre neoliberal, ejecutivo, con buen rendimiento y competitividad. En el ánimo social la agitación de la militancia se contrapone con la concesión resignada del “darles tiempo”.   

Ese mito del Estado eficiente no tiene origen, es pura novedad. Recoge las líneas de la herencia histórica, va al siglo XIX, vuelve al ’55, se embebe del Proceso, se nutre del ’83, se reconoce en los ’90 y explota en el 2001. Hasta ahí la historia antigua, esto es historia moderna. En eso anida su fe en la eficacia de los planes aplicados, el efecto de teoría. Como el dinero, su centro de irradiación, tiene un nacimiento absoluto, todo nuevo, por eso las manchas del pasado no lo afectan.  

Esa esperanza en que funcione la perfecta planificación se posa sobre un acuerdo común por el sacrificio: todos juntos contra lo que subvierte la tranquilidad. Llegado el caso, es imperioso resignar algunos beneficios económicos a cambio de las garantías para la vida en paz, sin riesgos, sin presencias merodeadoras.

Mantener el crédito del buen empresario, el hombre exitoso, es una necesidad para que el poder económico no se vea contagiado por la política, que se pierda la confianza, substrato elemental de cualquier jugada financiera. ¿Cuándo la exposición escandalosa del vínculo con el dinero deriva ya no en la expectación exaltadora, sino en un gesto de insumisión? ¿De qué modo se abrirán los tajos inevitables de ese consentimiento colectivo y brotará esa otra sensibilidad contenida, reprimida, perseguida?

La banalización del mal, exhibido como una consecuencia lógica del modelo de sociedad libre –alguien tiene que perder-, no funcionaría sin la prepotencia de los mejores, la épica de la imposición y el dominio. Hay que humillar al otro, hacer sentir la inferioridad. En eso consisten las relaciones financieras, de absoluto extractivismo. No hay ayuda, la caridad es esperar que el otro alcance el máximo de necesidad, se reduzca al mínimo grado de humanidad, sea rescatado, intercambio de dependencias. 

El factor radical

Hay una clave generacional para leer la transición entre el kirchnerismo y el gobierno de Cambiemos. Llegaron al poder los hijos de la dictadura, criados con esa concepción aterrada, conservadora, de moderación y lejanía respecto a la política. Están los vástagos que aprendieron de los que promovieron, sostuvieron y, llegado el caso, sustituyeron dictadores; niños prodigios o herederos hábiles de los cómplices civiles que montaron un Estado al servicio de sus negocios. Pero su ascenso en el poder político no puede desligarse de los otros rasgos generacionales, la timidez, el silencio, el rechazo del conflicto, el terror.  

El pragmatismo liberal del equipo de gobierno se constituye en ese plano sensible, articulado en torno a un elemento central: el dinero y su reproducción infinita. Lo que no da plata no sirve, hay que salvarse, hacer la vida propia, buscar dinero. Siempre proyección, destello tras destello. El pesimismo político es común a ese entusiasmo del dinero: todo está podrido, nada es realizable por esa vía. Como la política fracasó, es la oportunidad para los empresarios, teóricos del mercado, intelectuales de las finanzas. 

De ahí se deriva el régimen fuertemente autoritario organizado con la predilección por el mercado de acciones. Genera dependencia y sometimiento, y se desdobla en desprecio por lo propio, consecuencia de la situación asimétrica, el subdesarrollo. Algo falta, hay que comprárselo a los que lo tienen. Pero nada más antidemocrático que el mercado, que tiende a concentrarse y monopolizarse. Tienen que buscar los fundamentos de su republicanismo en otros terrenos, recuperar las tradiciones que lo solidifican como frente político.

El factor radical es imprescindible para el buen funcionamiento de ese artefacto. Además de la extensión del armado territorial –legados feudales, tradicionalismo conservadores, retazos del vaciamiento del interior-, con sus caudillismos regionales que le facilitaron la victoria en distintos distritos del país y la gobernación en algunas provincias, aporta una narrativa de sus fuentes de republicanismo y pasión democrática, un afán que se remonta al principio memorable de la organización nacional y se reinaugura en la recuperación democrática, la gesta del ’83, hecho triunfal de ciudadanos comprometidos, negadores de la violencia.

Haciendo eje en las libertades civiles, individuales, ese institucionalismo gira alrededor de una pregunta siempre postergada, en un estado de permanente debate –en eso puede interrogarse su amor declamativo a la libre opinión-, las comisiones discurren siempre dentro de los límites y condicionamientos demarcados para ejercer esa libertad, siempre de expresión, nunca de actos, siempre formal, nunca material. No se nombra la cosa, se da vueltas y vueltas alrededor de la fogata, el fuego quema. Ese componente de hipocresía embrionario de la democracia es un complemento cardinal del cinismo Pro, el gobierno de Cambiemos son los Ceo’s montados sobre el radicalismo de derecha, el pejotismo menemista y algunas partes de las derivaciones lopereguistas que fueron subsistiendo. Esa composición lleva a indagar sobre sus implicancias, más allá de las políticas.    

Con esas capas de gobierno contactan los lenguajes viejos, a destiempo, la lengua que no puede nombrar lo que sucede, que ante cada golpe, pregunta qué pasa, esa piel sensible aterrada con la marginalidad de esas vidas que se despliegan alrededor, fantasmas que salen de los barrios e irrumpen en el centro, que arrancan de un manotazo toda pátina y cobertura y muestran la realidad superadora, pinchan la incertidumbre. 

Esa insurgencia básica, la mera contrariedad, es imperdonable, están siempre del otro lado, sobre ellos hay que actuar, de ellos dependen los problemas, ellos portan el conflicto. Cinismo e hipocresía se unen para sostener ese acuerdo represivo. Por eso la respuesta no puede evitar el autoritarismo. Son las soluciones concretas ante el desorden, una reacción defensiva, alarmando por el riesgo de la normalidad; y una ofensiva, buscando los enemigos y atacándolos, apagar lo vivo.

La política gerencial

La gerencia política, la adultez juvenil de jefe canchero, establece su relación con la novedad como principio de toda práctica, pragmatismo de lo mejor (funcional-eficiencia). El rechazo a los antiquismos del pasado es parte del proceso de deshistorización. La fe tecnológica es posible quitando toda historicidad al trabajo. La automatización, paraíso de la logística. El poder recae sobre los dueños de las patentes, la propiedad del elemento. La inteligencia artificial es el sueño del capital, universo financiero, sin fuerza humana. Desmaterialización, todo fluido sin rozamientos, logística administrativa.

Su ideario tiene su centro en la pasión –refuerzo del autoestima-. Es un paso del apotegma del “tiempo es dinero” a “mi vida es mi vida”. La suplantación de la ética del trabajo por la del dinero subyace la tiranía de las patentes, el intento de fijar cánones de uso, la apropiación absoluta, que alcanza a los elementos vivos, patrimonio común. La avanzada sobre las semillas, germen del agronegocio extractivo, es el registro que copó el Estado y se derrama sobre todas las instancias vitales. Cadenas productivas fuertes, con mando centralizado, experto, dueño de la tecnología.

Ese regreso de lo privado por intermedio de lo público puede ser entendido como uno de los efectos del consumo ya no como forma de inclusión, sino como mezcla material para construir derechos: la nueva derecha se reconstruye sobre esa ampliación. El anverso trágico del estallido social, el asco por la corrupción –desviación humana- para ofrecer un modelo de gestión computarizada.

No hay derechos de antemano, lo humano es un recurso que se valúa. Por lo tanto, los derechos se consiguen. Deben ser ganados y para eso se implementa una regla de la sumisión. Disciplina y humillación, par que sirve para preguntarse sobre cuarteles a cielo abierto, el servicio militarizado en las calles, los pedidos seguritistas. Las reglas del mercado rigen en la vida diaria, es una puja financiera, de extracción de beneficios y merecimientos. 

El goce permitido

Esa función de la ganancia permite pensar en un nuevo estatuto de ciudadano: la irrupción del contribuyente, una forma de clientelismo invertido. Un estado meritocrático ligado a la disposición anímica. Ese vacío teórico es ocupado por la autoayuda, espiritualismo de shopping-disco-zen, lo new age, la búsqueda entregada del equilibrio emocional, formulaciones aforísticas que terminaron por dar lugar a una especie de nietzcheanismo del orden, un conjunto de frases y repertorios prácticos para evitar los huecos de la angustia. La gran clase media extendida, una clase que se desconoce, no reconoce su propio origen, no se pregunta por sí misma. Un mantra colectivo sugestionado por la alegría cínica –policial- de los ganadores, adaptarse y crecer. 

El impuesto, el acto de contribución, es visto como un sacrificio: en eso recala la disparidad entre el ciudadano y el bastardo. El Estado que exige responsabilidad, que pone en común, es reemplazado por una agencia que atiende a sus socios. El subsidio es una consignación al bastardismo, dilapidación, antifinanciero. Esa acentuación de las desigualdades generadas por la estructura económica se reproduce en la asistencia al humillado que acepta su condición.

Hay en eso un reparto del derecho al goce. El privilegio es del propietario, el que tiene las cartas de acceso a los objetos de goce, lo concreto desmaterializado. La compra como concretización esporádica y fugaz del dinero. No hay hechos en sí, sino destellos. No importa tanto la cosa como la capacidad del sujeto financiero para participar de su circulación, también su fluidez.

En ese escenario aparecen los ganadores llamando al sacrificio colectivo: se muestran como gente común entre comunes, adoptan gestos, maneras, jergas, evidencian lo posible. Es la ley de atracción, desear para tener, que se expresa en un aplanamiento de las diferencias, la homogeneización de las clientelas. Hay que deslomarse para gozar. Genera tirria el goce de los que no lo merecen, los que acceden sin permiso, los colados. Otra de las reacciones al consumo para todos. La ampliación de derechos, su reconocimiento, justifica la respuesta represiva al goce no autorizado, descontrolado, fuera de los límites fijados. La competitividad se institucionaliza: hay que ratificar la pertenencia al mercado dador de autoridad. El goce silvestre, riesgoso, amenazante, genera inestabilidad, rompe el campo de permisividad. La alegría espiritualista resulta contenedora de los excesos –las fugas-. La crítica es resentimiento, hay que agachar la cabeza y buscar el objetivo.

Sin lugar para los pequeños: Buryaile desmantelo la Secretaria de agricultura familiar // Sebastián Premici

La Secretaría de Agricultura Familiar quedó diezmada. El ministro Ricardo Buryaile ordenó, por pedido del área de Modernización que conduce Andrés Ibarra, la eliminación de la Subsecretaría de Fortalecimiento Institucional que garantizaba la participación de todas las organizaciones campesinas y agricultores familiares en la implementación de las distintas políticas del área. En Jujuy ya echaron a 23 personas, sumado a una campaña a través de grandes medios de comunicación para desprestigiar el trabajo territorial de dicha área. Así lo denunció a Página/12 Diego Montón, representante del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI). Los campesinos denuncian que las primeras medidas del gobierno de Mauricio Macri fueron para los sectores concentrados tanto de la Pampa Húmeda como de las economías regionales: eliminación de retenciones y devaluación. Los pequeños productores siguen esperando.
“Tenemos la necesidad de desenmascarar la farsa de las economías regionales. Hasta ahora todas las medidas fueron para los empresarios concentrados de algunos sectores como la vitivinicultura, las frutas o la yerba. Los pequeños productores no aparecen en esa ecuación. Al macrismo no le interesa el mercado interno”, aseveró Montón.
–¿Por qué sostienen que el actual gobierno no privilegia la agricultura familiar?
–Buryaile tardó casi un mes en designar al secretario del área. Si bien dicen que mantendrán el diálogo con todas las organizaciones, lo primero que hicieron fue eliminar la subsecretaría que garantizaba la participación de todas las organizaciones del sector. Empezaron con despidos en Jujuy, sumado a la operación mediática para desprestigiar el área. A Buryaile no lo vas a escuchar hablar de la agricultura familiar. Cuando habla de cuestiones productivas, siempre tiene un discurso enfocado en los agronegocios –respondió el representante del MNCI y Vía Campesina. Agroindustria informó ayer que luego de dos meses de gestión, el secretario del área, Oscar Alloati, estuvo reunido junto a Buryaile con todos los delegados provinciales de Agricultura Familiar.
–¿Cuál es la respuesta que les dio Alloati por la eliminación de la subsecretaría?
–Que era una decisión del Ministerio de Modernización. Ellos tienen el concepto de que las organizaciones sociales despilfarran los recursos. Nosotros le decimos que estamos dispuestos a cualquier auditoría. Si lo hacen van a encontrar que teníamos más controles que otros organismos. La mirada que tienen es bien liberal, ayudar a las familias de manera individual. Por eso les molestan las organizaciones sociales –sostuvo Montón.
El año pasado el Congreso sancionó una ley de reparación histórica para la agricultura familiar, que entre sus capítulos incluía la suspensión de los desalojos por conflictos de tierra, la creación de un banco de tierras para distribuir entre campesinos y agricultores y financiamiento para los productores.
“Los dueños de la tierra se han vuelto más agresivos frente a los campesinos. Incluso en aquellos casos donde teníamos sentencias a favor están avasallando nuestros derechos, porque nadie se los impide. En Mendoza, en Santiago del Estero, en Misiones, se viene dando una sucesión de hechos complejos. Con la llegada de Macri, los empresarios dijeron ‘ahora nosotros estamos en el poder y la tierra nos pertenece’. A esto hay que sumarle la virulencia de las fuerzas de seguridad”, indicó el representante del MNCI.
La ley de agricultura familiar todavía no fue reglamentada en su totalidad. Sin embargo, varios de sus principios ya funcionaban. En el ministerio existía un área que se encargaba de monitorear los conflictos por desalojo. Ahora nadie se ocupa del tema. Según Montón, esa virulencia que empieza a rebrotar por parte de los empresarios está en sintonía con el desmantelamiento del Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (Renatea) tal como proponen Macri y Gerónimo Venegas. “Eso nos golpea mucho porque hay muchas familias campesinas que en época de zafra hacen esos trabajos. El desmantelamiento del Renatea es otra señal de cómo se va a vivir en las zonas rurales”, aclaró el representante de MNCI.

Represión de economías populares y especulación financiera // Biscay, Arduino, Berguier y Carpineti


En su editorial del pasado 6 de febrero, titulado “Venta callejera y mafias” el diario La Nación establece un vínculo directo entre manteros, comerciantes callejeros y delito. La operación es tan burda como eficaz, se coloca al emergente de esas economías informales en las que conviven prácticas legales e ilegales, como el ícono de lo criminal, ilegalizando a los trabajadores que a diario se despliegan en las calles y plazas de los grandes centros urbanos.
Todo ello, aunque es música vieja, mientras atravesamos un contexto social, político y cultural redefinido a diario mediante políticas de shock y show, apoyadas en la retórica del par emergencia/amenaza que privilegia como estrategia de intervención el sobrecontrol de los sectores populares y sus territorios, con la misma intensidad con que retrocede el control público sobre las finanzas y el capital global.
Otra vez, quien se pasee por ciertas zonas de la ciudad verá escuadrones policiales de uniforme variopinto, dirigiendo el peso de la violencia estatal hacia la superficie más visible de esa enorme marea que son las economías informales, nos referimos a feriantes, manteros y artesanos, en su gran mayoría tironeados entre la explotación patronal y la coima policial. .
En casi las últimas dos décadas la industria textil local se expandió, de la mano de una economía muy informalizada en la que se transitan extremos que van desde personas que llevan adelante estrategias de subsistencia, explotadores que someten a la clandestinidad, intermediarios crediticios que obtienen suculentas ganancias y se benefician de la condena al pago ad infinitum de montos excesivos mientras se restringe el acceso a créditos propios de los sectores formalizados, pasando por las grandes marcas que hacen de la esclavitud laboral el ingrediente clave de sus recetas del éxito.
Sin embargo en ese complejo entramado de relaciones y roles la intervención estatal privilegia una vez más el show policial, que agrava la dependencia de los más débiles; así se renuncia a la integración y reconocimiento a través de derechos mientras ni siquiera se conmueven las estructuras criminales, más bien las robustecen. Cada operativo de limpieza – dirigido a los feos, sucios y malos de siempre- también fortalece la pantalla que asegura opacidad y discreción para que las dimensiones realmente sofisticadas y beneficiadas de esa informalidad mantengan los negocios de siempre.
No nos es posible dejar de señalar, que esta rutina de la ilegalización a través de diversas formas de humillación comparte la escena pública con la decisión de ofrecer a lo más granado del capital financiero el manejo de los mecanismos soberanos de control.
¿Por qué es importante tener clara esa coexistencia? Porque mientras los sectores más dependientes de esa economía popular son asfixiados, el establishment financiero mantiene sus cuantiosos negocios sometiendo a los pobres en un espiral de endeudamiento a través de préstamos con tasas salvajes, colocados a través de empresas financieras especialmente armadas para dar crédito a los sectores populares. El pibe de barrio saca en estas financieras un préstamo pagando tasas que oscilan entre el 100% y el 200% del capital prestado, de modo que se endeuda entre una y dos veces más que un “chico bien” por las zapatillas que se compró. Ni bien dieron crédito, estas financieras venden su cartera de préstamos a los bancos de primer nivel, que pagan por aquellos un descuento considerable que les permite recibir dinero fresco para seguir prestando. Esta rueda empieza a girar y a medida que toma velocidad genera mayor ganancia.
Por eso del otro lado, siempre está el banquero que sabe que la economía de las finanzas populares es un negocio que él puede financiar con un costo del 25 al 30% (que es el costo por tomar un depósito a plazo fijo).  En resumidas cuentas, con el dinero captado del público a un 25% 30%, se financia toda una estructura de préstamos usurarios que llegan a tocar tasas del 200% que aparecen en auxilio de los sectores populares, firmando con su concesión una de las prácticas financieras más brutales y perversas.
La deuda financiera, que es el instrumento de presión política que los mercados financieros internacionales ejercen sobre la soberanía de los países, también recae como una mochila con todo su peso sobre la espalda de los sectores populares. Las finanzas son así, subjetivas y corporales atacan en lo macro y en lo micro,  cuentan siempre con el poder de fuego de la represión policial  y el ensañamiento judicial con la vulnerabilidad, pero también con garantías de impunidad para el statu quo.

Veamos el espectro aún más amplio. Mientras de un lado el poder ejecutivo designa a los abogados del HSBC para llevar adelante la política pública de control de lavado de activos, otros hacen de sheriffs sobre los eslabones más débiles de la cadena económica. Entonces, así como no se mira el delito en el mundo de las finanzas del establishment, las sacralizadas, el mundo de las finanzas populares, las profanas, lidia día a día con las operaciones distractivas o menores que caen sobre ellas so pretexto de la amenaza de turno, del enemigo azuzado por los medios y por un Estado que se vale de prejuicios para negar derechos en lugar de desmontarlos para construir ciudadanía inclusiva.
¿En qué contexto se nos presenta esta voracidad represiva que privilegia la mira sobre las economías populares? Aun cuando quedan incógnitas, es posible avizorar una reedición de privilegios que inclinen la escena hacia hacia una economía de especulación, En la Argentina de hoy una tercera parte de la clase obrera se encuentra precarizada, no tiene trabajo formal y el rumbo de los acontecimientos indica que, hacia el futuro, difícilmente vaya a conseguirlo. Nos encontramos entonces con la necesidad de la organización de los trabajadores de la economía Popular, trabajadores que buscan y recrean nuevas formas de subsistencia y reproducción de la vida, con más razón aun cuando desde las usinas de poder se los señala como la expresión de lo ilegal y se los consolida como enemigos, mientras quienes usufructúan de los beneficios y al renta son sacralizados a diario mediante ritos de impunidad.

Querer vivir // Silvio Lang


Pienso en al menos tres emplazamientos de la ontología del presente macrista como proceso de derechización de la cultura y su reproducción de formas de vida:
1) Por un lado, la producción obscena –a la vista- de un anti-relato reactivo de la “década ganada” o la ficción de hegemonía kirchnerista, es decir, todo lo que durante un período de tiempo el Estado y la sociedad civil “empoderada” de capacidad de consumo y nuevos derechos identificamos como la felicidad consensuada –nuestros 12 años felices. Todo lo que remueven hay que erosionárselos, discutirles todos los planteos.
2) A la par, una re-estructuración de las fuerzas del capitalismo y su producción de la forma de vida sensible-insensible neoliberal a escala planetaria, que en Argentina estalló en el 2001, al que siguió una tregua democrática de la guerra del Capital, que permitió algunos procesos ambivalentes de alternativas llamadas progresistas y neodesarrollistas en gran parte de Latinoamérica. Extraer tanto las continuidades como las rupturas del kirchnerismo-macrismo en la línea de vida neoliberal. Poner en cuestión la verdad realista-costumbrista neoliberal desde las fotos domesticas de Juliana Awada hasta la teleserie k “La leona” o la dramaturgia bienpensante de Mauricio Kartun.
3) Inherente a estos dos procesos, y es esto lo que más me da que pensar como singularización porque lo conozco desde mi temprana experiencia en mi lugar de origen, La Pampa, la constitución de un deseo de ordenamiento cultural basado en el orden patriarcal, machista y criminal de tu vida, con base en el cristianismo, ya sea con revestimientos new age o de la cultura de lo banal, lo que Diego Sztulwark va a llamar “Cultura de lo Normal”, o desde el movimiento LGTBI, podríamos llamar “heteronormatividad”, noción que, quizás, nos quedó trasnochada.
La Pampa fue para mí y para muchxs un campo concentracionario, es decir la experiencia del fascismo que te mata: ya a mis 5 años masacraron y asesinaron, en la bañadera de una escuela hogar, a mi tío adolescente por puto, mi primer amor… Lo que no se podía hacer en La Pampa era repartir las palabras; hablar o actuar las pasiones sensuales, amatorias y políticas de los cuerpos en las calles y en las prácticas artísticas; tejer redes de solidaridad por fuera del orden familiar; intelectualizar los actos; querer a los negritos de los barrios y a todos los cuerpos y subjetividad raras de la ciudad… Todo lo que una banda de desacatados hacíamos y por lo cual recibimos unos cuantos golpes. Sin embargo, todo lo que hay que reactualizar más aún cuando la cultura se normativiza en una “década ganada” y pierde en las urnas con el fascismo. La experiencia del terror fascista la tengo inscripta como estigma en el cuerpo, hasta en la superficie de la piel. Pero todo estigma es una cicatriz y una cicatriz es la marca corporal de la memoria de una fuerza anterior de sobrevivencia y de contrapoder. Entonces, creo que de lo que se trata hoy, en todos nuestros bandos y esquinas es de reactualizar esas fuerzas de “violencia defensiva” inscripta en nuestros cuerpos, articular las experiencias e inteligencias comunes de sobrevivencia colectiva, no por una ideología, si no por el deseo afectivo-corporal de querer vivir.

El concepto de lo político // Diego Sztulwark


¿Cómo entender el paso de una relación con el estado que pretendía aportar un máximo de politización de lo social a una coyuntura como la actual, tan orgullosa de su repliegue tecnocrático?  La idea misma de un máximo de politicidad conduce a Carl Schmitt, para quien el concepto y la especificidad de lo político pasaba por su capacidad de decidir la enemistad. Su “todo es político” remitía en última instancia al hecho que la elección de las relaciones amigo/enemigo terminaba por teñir toda otra realidad del campo social: de la economía a la religión. La política, por tanto, no era para él una esfera determinada de la realidad sino un campo vivo de intensidades. Luego de haber escrito que el estado se definía como el monopolio de la decisión política, hechos como la Revolución Rusa y la emergencia de un combativo proletariado industrial en varios países de Europa lo llevaron a invertir la definición: la estatalidad se organiza al interior  de este campo de intensidades definido por una pluralidad de actores que disputan la decisión de enemistad.
La política es la actividad dedicada a producir soberanía, es decir, la aptitud para fundar un orden adecuado a una unidad colectiva irremediablemente atravesada por la división y conflicto (que tiende a la crisis), y por la lucha (que tiende a la guerra). Este componente agonal le da a lo político, dice Schmitt, una realidad existencial, ligada, en definitiva, con la muerte. Esa existencialidad se pone en juego en la toma de la decisión, esencia misma de lo político. La persona que decide (una o muchos) adopta de hecho un carácter heroico (fuente de legitimidad carismático-legal) al asumir lo que ya nadie quiere asumir: las consecuencias que surgen de la acción. Una acción que es soberana porque decide la crisis y actúa normalizando la situación, salvando el orden público. Conservador o revolucionario, el político decisionista es aquel que pone en práctica esta determinación de ocupar el estado, declarar la excepción e imponer de hecho una salida: un orden válido y estabilidad.
El concepto de lo político fascina por la agudeza de su crítica al humanismo liberal y a toda forma de repliegue de la decisión sobre lo privado, sea en nombre de una moral de tipo liberal social –eso a lo que hoy llamamos “progresismo”– o de un neoliberalismo tecnocrático en manos de corporaciones. La actualidad del pensamiento de Schmitt consiste, precisamente, en este virulento rechazo de toda formas de despolitización, es decir, de extirpación el antagonismo de lo social, en tanto confinan lo político al “diálogo” y el problema de la unidad del orden a lógicas económico-técnicas. Al determinar lo político como campo de intensidades, Schmitt colocaba la decisión política como fuente de sentido último para las más variadas prácticas sociales.
Más que un pensamiento de la crisis, el de Schmitt es un pensamiento del orden, auténticamente devoto de la tradición católica y del pensamiento de Hobbes (a quien considera inspirador del proceso de secularización de lo teológico cristiano en lo jurídico moderno). Sólo que el orden político que piensa Schmitt  no le escapa a la crisis sino que la asume frontalmente, la atraviesa y recoge de ella los elementos válidos para su normalización. El orden se funda en la capacidad de declarar el estado de excepción. Si algo irrenunciable hay en este pensamiento de Schmitt es su atracción por lo extremo, el descubrimiento del valor cognitivo y ético de la excepción por sobre el de la norma que la encubre.  Descalificar la obra de Schmitt por el hecho de haber sido nazi implica desaprovechar un pensamiento aún desafiante.
Elementos de esta revalidación de lo político –a partir de un Schmitt convenientemente parcializado, depurado y matizado (Chantal Mouffe)– se hicieron presentes en los intentos de los últimos años por reponer la legitimidad de lo político estatal frente a lo arrasador neoliberal. Remozadas a un contexto postdictatorial, las tesis de Schmitt resonaron productivamente en la defensa de la autonomía de lo político-estatal frente al dominio de la economía concentrada y la influencia de los grandes medios de comunicación. Aunque fueron también esgrimidas, todo hay que decirlo, contra las subjetividades de la crisis (lo hemos visto durante la crisis del 2001 y sobre todo en los años posteriores). Este agrupamiento de situaciones diametralmente opuestas –de un grupo empresarial-mediático a unas organizaciones piqueteras autónomas- en un mismo paquete de la “antipolítica” constituyó desde el vamos un elemento despolitizador interno A la pretendida máxima politización de la sociedad. 
Esta paradoja de una voluntad de politización habitada por una despolitización  tuvo al menos dos dimensiones. Al declarar la enemistad a las corporaciones, el estado que promovía la politización social lograba denunciar efectivamente operaciones empresarias y dinámicas ominosas del mercado mundial abriendo espacios de participación y de movilización, sin cuestionar (primer elemento despolitizante), si quiera a nivel de un pensamiento con vistas a reformas futuras, su propia y profunda inserción en esta misma trama corporativa y global. A la larga, esta limitación –esta dependencia estructural del estado politizador de la trama a la que decía combatir– inhibió a lo político de una relación abierta con la crisis y lo enfrentó a quienes cuestionaron el modo vigente de acumulación.
Igualmente despolitizante (segunda dimensión) fue la inconsistente declaración según la cual todas aquellas organizaciones sociales y comunitarias que cuestionaron el modo de acumulación sin compartir las expectativas de una politización desde arriba forman parte de la antipolítica (en tanto movimiento destituyente) . Lo claudicante de esta declaración es el modo en que debilita el núcleo mismo de lo político como decisión y hostilidad. El movimiento social y comunitario vinculado a la crisis es muy político precisamente por el modo de asumir de modo inmediato la intensidad de la enemistad, y de otorgarle a la decisión política una densidad material y una ampliación a la actividad reproductiva a un punto al cual el estado vigente de diseño liberal no tiene cómo llegar. Este mismo estado, que en virtud de su razón sólo sabe pensar en términos de público y privado, no ha sabido leer la capacidad de decisión política de estas organizaciones sino como privatización de la decisión. Y en lo que respecta a la enemistad, las organizaciones comunitarias en lucha la han dirigido plenamente contra el modo de acumulación (combinación de elementos neoextractivistas, neodesarrollistas y de explotación financiera) respecto del cual el estado se mostraba extremadamente dependiente. 
En esta última confrontación el estado se condena a rechazar a todos aquellos movimientos y organizaciones que no consideraran que el problema de la enemistad que divide al campo social comience y acabe en el estado, y a desconocer, por falta de categorías, todo elemento de radicalidad social que no se adapte a la percepción de lo político cuya imaginación vaya mas allá de lo público como adaptado a lo estatal. Las dos dimensiones de esta paradojal de esta politización-despolitizante son: el esfuerzo por compatibilizar el elemento de confrontación con el del respeto por ciertas directrices duras del modo de acumulación y consumo; la inclusión abusiva en el paquete de la “antipolítica” de todo protagonismo no obediente a la reducción del par público-privado con las que piensa el estado de diseño liberal.  La dificultad para identificar y radicalizar los límites que esta paradoja planteaba resulta hoy día capitalizada por el tipo de consenso que actualmente intenta consolidar el macrismo.
Y no es que al pensar esta paradoja haya que ignorar la debilidad política de las organizaciones y movimientos sociales que plantean vías diferentes. Ya desde el 2001 se hacían presente dificultades como tales como la estereotipización de las organizaciones, la inmadurez para afianzar de modo expansivo una articulación más próxima entre decisión política colectiva y modos de reproducción social sin explotación, la fragilidad por momentos extrema frente a la neoliberalización de los vínculos. Sin embargo, y a pesar de todo eso, el problema de una comprensión más radical de lo político se actualiza cada vez que se defiende un territorio frente a la desposesión y al despojo, sea frente a Monsanto, ante la violencia patriarcal o en plena avenida Avellaneda.
Al personificar la decisión política en un héroe–heroína decisor que salva el bien público –sea este héroe de izquierda o de derecha– se asumen ya, con total realismo, las premisas de lo político despolitizante. Sobre todo porque en el político decisionista tiende a prevalecer el componente espiritual de la decisión. La voluntad soberana a la Schmitt no se desprende de tanto de la naturaleza del antagonismo que determinan la crisis como de la actividad histórica de un logos teológico. En este punto no hay como seguirlo. Sobre todo cuando disponemos de una igualmente fascinante comprensión de lo político, de signo opuesto a Schmitt, como la de Antonio Gramsci, que sí se preocupaba por pensar el continuo material que se teje entre crisis, antagonismo y decisión (siendo de hecho esta preocupación lo comunista en Gramsci). Sólo que para el italiano, este problema de la decisión se hace presente como tarea de creación de un “príncipe colectivo” capaz de trastocar el orden jerárquico entre gobernantes y gobernados, superando la experiencia actual del estado. Con Gramsci podemos replantear la cuestión en otros términos. Lo que está en juego en nuestras sociedades no es sólo el problema schmittiano del valor de una subjetividad que asume la decisión y el antagonismo contra las corporaciones (y esto dicho en momentos en los cuales, sobra decirlo, las corporaciones poseen prácticamente todo el poder de decisión sobre las vidas), sino la necesidad de transformar el modo mismo de establecer la enemistad política y de pensar la decisión más allá del estado en su diseño actual: la necesidad de concebir, si de construir otra fuerza se trata, un decisionismo más denso y material. Mas pegado a la defensa de los territorios y atento a la proliferación de la ultra explotación laboral. Más colectivo y abarcador. Cierto que las condiciones para plantear el problema son cada vez más hostiles. Pero ¿qué interés puede guardar la política si no afronta de lleno este tipo de problemas? 

Formatos estandarizados de comprensión de los otros // Diego Valeriano


Hace unos años Prat Gay propuso formalizar a los feriantes de La Salada ¿Sabes por qué? Porque les tiene miedo, porque sabe que las vidas runflas son su principal enemigo, lo eran en ese momento, lo son ahora.
Frente al banquismo de la restauración careta,  las vidas runflas y su capitalismo de abajo, emergen como los  verdaderos contrincantes. Prepotentes y desordenadas; pero con una convicción: se juegan verdaderamente la propia día a día.
¿Y las plazas? Sin duda alguna los artistas, empoderados y militantes están más cerca de Prat Gay; aunque contrincantes en la política; comparten el temor por el runflerio.
Y está bien, son de temer, vienen por todo. Son una expectativa de la viralización de mundos posibles. Horribles por una lado; festivos, revolucionarios y conflictivos por otro. Vitalización de formas de vida que asusta.
Y como asusta hay que minimizarlos, explicarlos, victimizarlos. Las vidas runflas no son trabajadores de la economía popular; son muy otra cosa. Son una fuerza indómita, son una fiesta, son construcciones improbables y artificiosas. No son organizables con los nobles parámetros de la política.

El término popular los minimiza, no los describe. Son la expresión de lo ilegal, sin duda alguna son el enemigo. Uno que acecha formas de vida cristalizadas, carreras, morales, consumos y  formatos estandarizados de comprensión de los otros desde la política.

Manifiesto por las libertades civiles en España y Europa

Por la libertad sin cargos de los titiriteros

Europa marcha hacia su decadencia. El continente que pretendió emerger de la posguerra como garante de las libertades y derechos civiles, se está hundiendo en la naturalización de la barbarie y en el vacío de una forma de gobierno crecientemente autoritaria. Enfrentada a la crisis más severa de su historia reciente, ha elegido el peor de los caminos, emprendiendo políticas que creíamos erradicadas.
En términos económicos, la austeridad no ha conducido a la prometida recuperación del crecimiento. Antes bien, parece que nos veremos obligados a atravesar un largo periodo de estancamiento, de crecimiento de las desigualdades y de concentración de la riqueza. A su vez y ante el creciente descontento interno, muchos países de la Unión han apostado por una política desinhibidamente represiva. Así se observa en la reducción de la tolerancia institucional hacia la protesta, en la construcción recurrente de la figura del “enemigo interno” y en la centralidad de la “guerra contra el terror” como sustituto del principio legítimo del derecho a la seguridad. Prueba de esta tendencia es la cruel indiferencia, cuando no la obvia criminalización, con la que los Estados europeos tratan a las poblaciones africanas y de Medio Oriente, que huyen de conflictos en los que la Unión parece tener no poca responsabilidad.
Hasta la propia Francia, en otro tiempo formidable espacio de conquista de libertades y derechos, ha devenido laboratorio de un nuevo modelo dirigido a limitar las libertades civiles. Ante el avance de la extrema derecha interna y los atentados del islamismo radical, un gobierno socialdemócrata se ha arrimado al carro del gobierno securitario y el Estado de emergencia. Otro tanto ha sucedido en Bélgica. Y ejemplos de gobiernos aún más radicalizados (para lo peor) los encontramos en países de Europa del este como Polonia.
España no ha quedado al margen de esta siniestra tendencia a la restricción de derechos y libertades. Aunque las libertades civiles fueron quizás la parte más reconocida y desarrollada en el capítulo segundo de nuestra Constitución, los sucesivos cambios del Código Penal y el uso político de la judicatura han ido haciendo una interpretación cada vez más restrictiva de las libertades fundamentales. Así lo hemos visto estos días, con la declaración en la Audiencia Nacional y la prisión preventiva de dos titiriteros por el simple hecho de interpretar una obra de ficción en la calle. También, en fechas recientes, hemos asistido a la celebración del juicio a los “8 de Airbus”, todo un sumario político contra el derecho de huelga y que afecta a los cerca de trescientos encausados por este motivo.
Son simplemente dos casos que se suman a sucesivos cambios de la legislación, como la reciente ley de seguridad ciudadana, también llamada “Ley Mordaza”, que permite los “registros preventivos”, blinda la autoridad policial frente a la palabra de los encausados y generaliza las multas para hechos no tipificados con contenidos claros, permitiendo el arbitrio y la discrecionalidad. Esta ley constituye la última de las modificaciones punitivas y restrictivas de derechos realizadas, y se añade a sucesivas modificaciones del Código Penal.
Conscientes de que sin derechos civiles no existe siquiera el basamento mínimo de una democracia, y ante la preocupación por la rápida involución hacia el autoritarismo en muchos países de la Unión, los abajo firmantes exigimos a nuestros representantes políticos en Europa que trabajen por el reconocimiento y ampliación del derecho europeo al asilo y que se establezca algún tipo de carta que, a nivel continental, blinde los derechos civiles.
En la misma línea, pero en relación con la legislación y la arquitectura institucional española, exigimos:
  • La inviolabilidad efectiva de los derechos de libertad de expresión, manifestación, asociación y reunión. Esto implica la derogación de la Ley Mordaza, así como de todas las formas de represión burocrática para hechos que no constituyen claros comportamientos sancionables.
  • La garantía plena del derecho de huelga, lo que supone la derogación del artículo 315.3 del Código Penal reconocido como “delito de coacción a la huelga”, que ha sido utilizado contra la movilización de los trabajadores.
  • La independencia efectiva de la judicatura de intereses políticos y económicos, y la plena garantía del derecho a la Justicia. Dentro de este capítulo cabe considerar la reforma o liquidación de la Audiencia Nacional, que actúa a los efectos como un tribunal de excepción.

http://www.porlaslibertadesciviles.org/

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Firmantes Iniciales

  • Noam Chomsky -Professor Emeritus, Massachusetts Institute of Technology (MIT) 
  • Antonio Negri -Filósofo y ensayista
  • Tariq Ali – Escritor, cineasta e historiador
  • Carlos E. Bayo – Director de Público 
  • Sivia Federici – Emerita Professor – Hofstra University – Hempstead, New York
  • Javier Gallego CRUDO – Periodista
  • Ana Barba – Edafóloga, Miembro de CB Radio y activista social 
  • Wu Ming – Colectivo de escritores, Italia
  • Alejandro Gómez Selma – Presidente de ALA (Asociación Libre de Abogadas y Abogados)
  • Sonia Martínez Aguilar – Activista social 
  • Raúl Maíllo – Abogado
  • Emmanuel Rodríguez – Editor y ensayista 
  • Teun van Dijk – Senior Researcher de Análisis del Discurso en la Universidad Pompeu Fabra
  • Pablo Lópiz Cantó – Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza 
  • Sandro Mezzadra – Escritor, activista social y profesor de la Universidad de Bolonia
  • Pilar García de Gracia – Psicóloga y activista de AACCSM
  • Gilbert Achcar – Professor, SOAS, University of London
  • Raúl Sánchez – Colectivo democracia
  • David Gámez – Editor en Traficantes de Sueños
  • Juan Torres López – Catedrático en la Universidad de Sevilla en el Departamento de Teoría Económica y Economía Política
  • Alberto E. Azcárate Aramburu – Activista social
  • Lorenzo Pascasio – Estudiante de comunicación y fotógrafo
  • Daniel Gutiérrez – Democracia real YA! y Ganemos Madrid
  • Carlos Aguirre de Cárcer Moreno – Abogado
  • Kiko de la Rosa – Activista Social
  • Ramón Grosfoguel – Professor of Chicano/Latino Studies. Department of Ethnic Studies, Berkeley University of California
  • Yolanda Sutil – Activista social
  • Txeka – Ganemos Madrid
  • Pablo Elorduy – Editor del Periódico Diagonal
  • Antonio Ramos – Ganemos Madrid
  • Pedro Santisteve – Abogado y Alcalde de Zaragoza 
  • Miguel Urbán – Diputado por Podemos en el Parlamento Europeo
  • Pablo Carmona – Historiador y Concejal en el Ayuntamiento de Madrid por Ahora Madrid
  • Isidro López – Diputado de la Asamblea de Madrid e investigador en ciencias sociales
  • Carlos Sánchez Mato – Economista y Concejal de Economía y Hacienda de Madrid
  • Jaime Pastor – Profesor en ciencia política por la UNED
  • Raúl Burillo – Inspector de Hacienda
  • Angel Cappa – Entrenador de fútbol
  • Vincent Mosco – Professor Emeritus of Communication and Society, Queen’s University
  • Víctor Francisco Biau – Titiritero y director de teatro
  • Joan Pedro – Professor in Media and Communications Saint Louis University of Madrid 
  • Miguel Alonso Ortega – Doctorando y traductor (Palermo, Italia)
  • María Fernanda Rodríguez López – Ganemos Madrid
  • Martín Mujica – Área Audiovisual – Archivo Nacional de la Memoria (ex ESMA) – Secretaría de Derechos Humanos (República Argentina)
  • Patricia Horrillo – Periodista Independiente 
  • Stéphane M. Grueso – Cineasta 
  • Olga Rodríguez – Periodista
  • Jesus Maraña – Director Editorial de Infolibre
  • Antonio de Frutos de Mingo – Concejal de Somos Velilla
  • Mirta Núñez Díaz-Balart – Profesora de Historia de la Comunicación Social e Investigadora
  • Miguel Mora – Periodista
  • John Nerone -Professor Emeritus of Communications Research and Media and Cinema Studies at the University of Illinois at Urbana Champaign
  • Enrique Villalobos – Presidente de la FRAVM 
  • Pascual Serrano – Periodista
  • Natalie Fenton – Professor of Media and Communications Goldsmiths, University of London
  • Isabel Serra – Diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos
  • Nuria Alabao – Periodista 
  • Juan Carlos Barba – Director de Economía Directa en CB Radio 
  • David Bollero Real – Periodista
  • Jorge Luis Bail – Diputado en el Congreso por la candidatura de  Podemos-Alto Aragón en Común 
  • Carlos Berzosa Alonso-Martínez – Catedrático de Economía Apliada. Ex-rector de la UCM
  • Henry Giroux – McMaster University Professor for Scholarship in the Public Interest 
  • Lorena Ruíz-Huerta – Diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos  
  • Des Freedman – Professor of Media and Communications Goldsmiths, University of London 
  • Alberto García-Teresa – Poeta y crítico literario
  • Toby Miller – Professor of Media & Cultural Studies, Cardiff University 
  • Rommy Arce – Concejal en el Ayuntamiento de Madrid por Ahora Madrid
  • Simona Rentea – Professor in International Relations Saint Louis University of Madrid 
  • Dario Azzellini – Universidad Johannes Kepler Linz, Austria
  • Raúl Camargo – Diputado de la Asamblea de Madrid por Podemos
  • Gal Kirn – Researcher, Berlin, Germany
  • Neskutz Rodríguez – Portavoz de Podemos en las Juntas Generales de Bizkaia
  • Jerome Roos – Editor of ROAR Magazine
  • Carmen San José – Diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos
  • David Berry – Senior lecturer in media communication at Southampton Solent University
  • Fernando Fernández-Llébrez González – Profesor de Ciencia Política. Universidad de Granada. 
  • Jacinto Morano – Diputado de la Asamblea de Madrid por Podemos
  • José Luis Moreno Pestaña – Profesor de Filosofía Universidad de Cádiz 
  • Violeta Barba Borderias – Diputada de las Cortes de Aragón por Podemos.
  • José Manuel Corrales Calderón – Obrero periodista desempleado 
  • Pablo Sánchez León – Investigador en la Universidad del País Vasco 
  • Christian Fuchs – Professor of Social Media, University of Westminster
  • José Luis Carretero Miramar – Escritor, profesor y jurista 
  • Félix Izquierdo Bachiller – Abogado
  • José Luis Villacañas Berlanga – Catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid
  • Antonio Montes López – Concejal de IU Velilla de San Antonio
  • Dori Fernández Ramos – Activista en Asociaciones de Defensa de Enfermedades de Sensibilidad Central
  • Andrea Benites Dumont – Periodista 
  • Ramón Zallo – Catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea
  • Francisco Bernete García – Profesor de la UCM
  • Itxaso Cabrera – Diputada en las Cortes y parte del CCA de Podemos Aragón
  • Francisco Sierra Caballero – Catedrático de Teoría de Comunicación (Universidad de Sevilla) y Director de CIESPAL (Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina)
  • Pablo Rochela – Consejo Ciudadano de Podemos Aragón
  • Alberto Jiménez López – Trabajador y activista social
  • Gonzalo López Calvo – Politólogo, miembro de Ahora Madrid
  • Alfonso Fernández Tello – Maestro 
  • Mike Wayne – Professor in Screen Media, Brunel University
  • Hazael Fernández Díaz – Estudiante
  • María Fernanda Cera Márquez – Profesora de Ciencias Sociales
  • Elena Giner Monge – Socióloga y concejala delegada de Participación, Transparencia y Gobierno Abierto y la de Policía Local en el Ayuntamiento de Zaragoza
  • Aitor Jiménez González – Abogado
  • Israel Covarrubias, Profesor en la Uacm, México
  • Ana Marco – Cooperativista energética
  • Katarina Peovic Vukovic – Assistant professor at the Department for Cultural Studies, Faculty of Philosophy, Rijeka, Croatia
  • Juan Ignacio Martínez Cañizares – Productor en CB Radio
  • Luisa Broto Bernúes – Trabajadora Social, Vicealcaldesa y Consejera de Acción Social  del Ayuntamiento de Zaragoza
  • Asier Blas Mendoza, – Profesor de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. Bilbao, País Vasco
  • Francisco José Silvosa Pin – Ingeniero
  • José Luis Rodríguez García – Catedrático de Filosofía, Universidad de Zaragoza 
  • José Luis Garrot Garrot – Historiador y arabista
  • Ricardo Curtis – Periodista
  • Koldo Sandoval – Miembro de Onda Diáspora 
  • Enrique Bustamante Ramírez – Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad en la Universidad Complutense de Madrid
  • Miguel Álvarez – Profesor de Periodismo en la Universidad Pública
  • María Luisa Navarro Pascual – Musicóloga y docente
  • Alfonso Ortega Lozano – Compositor sinfónico y docente.
  • Juan Agustín Marcano – Profesor – Director de Ampliando el Debate en CB Radio
  • Teresa Artigas – Concejala delegada de Medio Ambiente y Movilidad en el Ayuntamiento de Zaragoza
  • Francisco Javier García Martínez – Activista de AACCSM
  • José Antonio Cid Fernández – Economista y jubilado
  • José Antonio Bellón Pérez – Productor audiovisual
  • Leopoldo A. Moscoso – Sociólogo y Politólogo, Investigador, consultor libre y docente universitario
  • Lourdes Orellana Cubiles – Activista feminista, cooperativista y psicóloga
  • David Salar Beltrá – Profesor de conservatorio
  • Gaspar García Gallego – Diseñador gráfico.
  • Francisco Silvosa Costa – Profesor Universidade de Santiago de Compostela (USC)
  • Sagrario Salazar Benítez – Química
  • Benjamin Arditi – Profesor UNAM
  • Lila Insúa Lintridis – Artista.
  • Daniel Broudy – Dean of the Graduate School of Intercultural Communication, Okinawa Christian University
  • Antonio Palazuelos – Profesor UCM
  • Talía Sainz, MD, PhD – Pediatra. Servicio de Pediatría Hospitalaria, Enfermedades Infecciosas y Tropicales. Hospital Universitario Infantil La Paz
  • Rosa de la Fuente Fernández – Profesora UCM
  • Asunción Almela Boix – Arqueóloga
  • Edgardo Mocca – Profesor UBA
  • Víctor Ríos Vidal – Historiador. Revista el Viejo Topo
  • Javier Franzé – Profesor UCM
  • Raúl Domingo Toledano – Profesor de Historia
  • Fernando García Burillo – Editor
  • Carmen Dalmau Bejarano – Historiadora
  • Ignacio Plaza Sánchez – Profesor Enseñanza Pública
  • Fátima Santos Pelegrín – Enfermera
  • Margarita Almela Boix – Profesora universitaria
  • Beatriz Hidalgo Sánchez, – Supervisora en establecimiento hotelero
  • Alicia Durán Carrera – Profesora de Investigación del CSIC
  • Lara Blas. Desempleada – Activista y miembro de AACCSM
  • Aurora Labio Bernal – Profesora Titular de Periodismo de la Universidad de Sevilla
  • Inmaculada Jiménez Morell – Directora Editorial
  • Fernando Rivas  de la Cruz – Profesor de Historia
  • Isabel Rubio Cruz – Documentalista
  • Daniel Mayrit – Artista visual
  • Mercedes Duque Renilla – Maestra jubilada
  • Eustaquio Martín Rodríguez – Catedrático de Universidad
  • Juan Antonio Aguilar – Periodista, Analista internacional
  • Silvia Augé Tarrés – Precaria empoderada
  • Mar Martínez – Profesora
  • Marina Berzosa Cañadas – Documentalista
  • Soledad Raya Cabrera – Maestra jubilada
  • Daniel Puerto – Investigador científico del CSIC
  • Oriol de la Dehesa Demaría – Administrador de sistemas
  • Almudena Cabezas – Profesora y activista social
  • Omar de León – Profesor universitario
  • Mónica Hidalgo Sánchez – Farmacéutica y activista social
  • María Velasco – Profesora
  • Carmen Sanz Pardo – Economista
  • Maria Antonia Muñoz – Profesora
  • Mirta Clara – Psicóloga – Org. Masacre de Margarita Belen – Buenos Aires (República Argentina)
  • Cristina Pérez Sánchez – Profesora
  • Fernando Harto de Vera – Profesor
  • Bob Franklin – Professor of Journalism Studies, Cardiff University
  • Pedro Antonio Honrubia Hurtado – Editor ‘Kaos en la red’, Podemos Granada
  • Laura Tedesco – Profesora de Relaciones Internacionales, Universidad de Saint Louis -Madrid
  • Boštjan Nedoh – Researcher, Institute of Philosophy, Ljubljana, Slovenia
  • Jorge Rodríguez Benaiges – Arquitecto
  • Karmele Montejano de Terán – Arquitecta
  • Carlos Prieto del Campo – Editor y director del Centro de Estudios MNCARS
  • George Caffentzis – Emeritus Professor of Philosophy at the University of Southern Maine.
  • Veronica Gago – Instituto de Investigación y Experimentación Política, Buenos Aires, Argentina.
  • Diego Sztulwark – Instituto de Investigación y Experimentación Política. Buenos Aires. Argentina.
  • George Ciccariello-Maher – Associate Professor of Politics, Drexel University
  • Susana Draper – Associate Professor – Comparative Literature – Princeton University
  • Gabriel Giorgi – Associate Professor, New York University.
  • Kathleen Vernon – Professor – Stony Brook University
  • Steven Marsh – Professor – University of Illinois – Chicago
  • Palmar Alvarez-Blanco- Chair and Associate Professor-Spanish Department -Carleton College, Minnesotta.
  • Ian J. Seda-Irizarry – Profesor Economía – John Jay College, City University of New York
  • Luis Moreno-Caballud, Professor, University of Pennsylvania
  • Alejandro Alonso – Assistant Professor of Hispanic Literature -Brooklyn College and the Graduate Center- City University of New York. CUNY
  • Germán Labrador- Associate Professor – Spanish and Portuguese – Princeton University
  • Federico Pous, Assistant professor, Elon University.
  • Javier de Entrambasaguas Monsell – Spanish Lecturer (profesor de español) – Universidad de Michigan (Spanish Department)
  • Despina Lalaki, Adj. Assistant Professor, The New York City College of Technology – CUNY
  • Alex Callinicos – Professor of European Studies, King’s College London
  • Marcus Grätsch – Blockupy, Interventionist Left, Germany; Left Forum Program Coordinator, NYC, USA
  • Luis González Barrios, Spanish Faculty, Bennington College, VT, USA
  • Maria Saeed Khan, Immigrant Advocate, Center for Women and Families, Louisville, KY, USA
  • Modesto Uceda Pérez, Accountant, Valencia, Spain.
  • Vicente Rubio-Pueyo – Adjunct Professor – Modern Languages – Fordham University

Amor amarillo // Agustín Valle


El kirchnerismo como problema de la resistencia; el imperio de la actualidad; breve genealogía del eficientismo y la desmovilización de la revuelta.
“Vosotros me decís: ‘la vida es difícil de llevar’. Mas ¿para qué tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra resignación por las tardes? Nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar.”
“’En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios’ -así rige el monstruo-. ¡También os adivina a vosotros los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis fatigado en la lucha, y ahora vuestra fatiga continúa prestando servicio al nuevo ídolo!”
Así habló Zarathustra
Sería una revolución basada no tanto en una crítica del sufrimiento en la sociedad dominante sino en una crítica total de su idea de felicidad. (…) ‘A decir verdad, la única razón por lo que uno lucha es por aquello que ama -dijo Saint Just-. Luchar por todos los demás es sólo una consecuencia.”
Rastros de carmín
1.
Está rebotina Buenos Aires, cada uno vuelve del descanso y cranea fugarse de nuevo; pero Monstruópolis es pegajosa y  su gravedad puede más que las opiniones de quienes la padecemos y gozamos. Aún convertida en este encierro en el presente que es el verano macrista (“no se puede pensar en otra cosa”). Pero este “sinceramiento” de la vida capitalista que triunfó en Argentina, produce mejor dicho un encierro en la actualidad, y es un atentado masivo contra el presente entendido como el espacio potente de la presencia, abierto por naturaleza. Actualidad lisa, obvia, inmune a nuestros chillidos.
También el kirchnerismo modulaba el tiempo histórico; con una política discursiva sobre las periodizaciones históricas, hizo pasar continuidades por rupturas y rupturas por continuidades, como decía Ezequiel Gatto y demuestra Bruno Nápoli en su En nombre de mayo. Hablar ahora del kirchnerismo parece vetusto y reaccionario ante la inundación de la cínica violencia amarilla, pero el kirchnerismo es un problema para resistir al macrismo -aunque haya que reivindicarlo situacionalmente, como en el último acto electoral, si es herramienta del ánimo multitudinal que lo precede-.
A solo un par de meses, ya parece poco firme su protagonismo en la resistencia (entre lo limitado del “placismo” clasemediero y la fragmentación pejotista), pero además, aún en su versión más romántica el kirchnerismo puede contener la movilización opositora como contención ejerce un féretro, si, como dijo Diego Genoud, se obstina en la misma lectura de sí que nos llevó a la derrota. El motivo triunfante en las elecciones fue el anti kirchnerismo, sustento básico de legitimidad del gobierno que, así, puede alimentarse de una resistencia que tenga identidad kirchnerista (por eso, una de las primeras “plazas”, convocada en principio por un cualquiera desde internet, fue titulada por La Nazión como “concentración del kirchnerismo”: les conviene más eso que una multitud informe). 
Borrar la fecundidad de 2001, tratándolo como llana crisis terminal, fue la más clara violencia del kirchnerismo sobre la genealogía que lo parió. Ver en la revuelta pura crisis es propio de una óptica plantada en el sistema representacional, y -como me apunta Damián Huergo- en el economicismo. Negaron la revuelta como eclosión de intolerancias positivas y arrebatos contra imágenes de lo humano sesgadas y excluyentes; intolerancia alegre y viril contra los condicionamientos políticos de la posdictadura sobre la vida. Negaron que 2001 fue fuente de la agenda y agrimensor de la legitimidad gubernamental ulterior. No se fueron todos pero pudieron quedarse los que entendieron la obsolescencia popularmente determinada del ajuste y la represión (y la corte adicta y en realidad miríada de cosas), del gobierno pleno del embriagado capital concentrado.
Sabido: aquel agite que tumbó al consenso neoliberal noventero fue gestado y efectuado por modos múltiples y complejos, protagonizado por bandas de pibas y pibes, HIJOS, los redondos, motoqueros, desocupados organizados… y, con la idea de que “la juventud volvió a la política” básicamente con La Cámpora, se negó -para aquellos sujetos pero también por tanto de modo genérico- la politicidad que surge de modo inmanente y orgánico de las vidas, sacralizando, en cambio, un modelo de politicidad conciencial, programático, adhesionista, ideológico-moral, en fin, militante: encuadrado, obediente, sacrificial (y, sí, también, soberbio, aunque a quién le importa… salvo por su condición sintomática: solo un triste de fondo, un finalista, es soberbio). La proliferación de agrupaciones diversas se homogeneizó en la morfología de la tropa (desparejamente, por supuesto, en algunas zonas más y en otras menos, pero hasta la propia CFK salió, alertada, a decir “ustedes no son tropa”).
Hubo dos grandes vectores gubernamentales de desmovilización del acontecimiento 2001 como agite abierto, solidarios entre sí: el vil asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (en el que el odio de clase, en los hombres-agentes, como decíamos en A quién le importa, no fue exceso, sino que encarnó, hecha instinto, la razón de Estado), y el otro vector de desmovilización de 2001 fue el kirchnerismo, detrás de varias de cuyas facetas se pergeñó, conflictiva pero firmemente, el umbral de restauración del orden conservador.
La masacre y el gobierno kirchnerista fueron dispositivos ante todo distintos, pero, aún así, vimos cómo la inyección de tristeza y espanto de aquella intervención policial produjo una mutación anímica de trasfondo en los movimientos sociales desde la cual se entiende su posterior aceptación del llamado gubernamental, al abrazo del Estado y su provisión de guita y nuevos derechos -bueno, en realidad la guita resultó ser un derecho: esa fue una política del capitalismo argentino provocada por el sacudón de 2001, iniciada pragmáticamente por Duhalde, convertida en divisa por Kirchner.
El encargado de operar la conversión de agitadores en micro empresarios sociales o en funcionarios o en “receptores” de dádiva estatal fue el mismo que, cumplida la desmovilización de los sujetos más organizados de la revuelta, se ocupó de reinstalar la represión, y por cuya boca el gobierno de los derechos llamó energúmenos a trabajadores que defendían luchando el civilizado botín de sus puestos de trabajo, doctor Garca Berni: repartió primero plata -que resultó disolvente de la organicidad de muchos movimientos-, luego palos y tiros.
¿Realmente debemos recordar que los derechos solo son subjetivantes -es decir hacen a una mutación efectiva del cuerpo- cuando se conquistan y elaboran, nunca cuando simplemente se reciben de parte de alguien, que pasa a ser condición necesaria de mi -refutada- libertad? Y parece que debemos recordar, también, que si el grueso esencial de los derechos recibidos consiste en un aumento cuantitativo de los productos y servicios que se reciben por dejar la vida en el mercado (incluso el trabajo mismo como premio, “tengo trabajo”, “conseguí trabajo”, etc), lo que más se reconfirma, en la médula misma de la inteligencia corporal y social, es el juego del cual esos son los premios, y no la potencia inventiva y soberana de la subjetivdad.
(Ya la idea misma de redistribución de la riqueza -con todo lo bancable que obviamente tiene- puede ser una vía de refirmación de fondo del juego capitalista, sobre todo si en realidad se trata de un aumento del mercado interno pero sin alteración de los poderes adquisitivos relativos entre los estamentos sociales; alteración política hay si se redistribuyen también los poderes decisorios y valorativos -como ejemplito, recuerdo un video que circuló, sobre asambleas ciudadano-escolares donde se decidía colectivamente cómo sería el uniforme de los alumnos, en Cuba: pura belleza e intensificación cualitativa de la vida. No se trata nunca de la cosa, sino del tipo de movimiento vital que la involucra-).
Esa desmovilización de la revuelta alcanzó su cénit en los festejos del bicentenario: una fiesta programada gubernamentalmente, con lo político como espectáculo. Yo ahí lo vi a Julio Blanck con su familia: ni él podía no estar, porque la afectividad de la fiesta era más fuerte que discursos argumentos o ideas. Se estaba ahí y punto, en esa movilización total del traspaso del protagonismo desde los cualquiera, comunes, los nosotros, etc, hacia el mediador representante. De la jauría al rebaño, pero todos contentos: hay Luz y hay Bien.
Pero esa desmovilización del acontecimiento 2001 también tuvo “accidentes”, trastocamientos, desbordes, al menos en 2008 (contra el lock-out), 2010 (muerte de Néstor), y “la Plaza del 9” que despidió amorosamente a Cristina, así como las semanas previas al 22 de noviembre, de burbujeante movilización anti macrista. Quizá también algunos momentos de saqueos en los que traccionaba más la alegría del agite que el influjo mercantil. Bicentenario y plaza de Néstor coinciden en año, pero diversan en naturaleza; una es zumum de la coincidencia entre la programática de las “productoras” como maestras de ceremonia y rectoras de lo común, la otra es un desborde inesperado que muestra que el aparato tiene un grueso de su potencia en su condición de pieza elegida por la multitud.
Hay por supuesto una cercanía, por momentos promiscua, entre el agite y la aparatización; hay una interfaz, que permite tanto reconversión como pivotes, ambivalencias y complejidades. En esa zona de disputa interviene CFK, cuando confronta a la propia multitud que la fue a bancar el 9, diciendo “ustedes no son autoconvocados, son empoderados”. Ustedes son efecto, el Gobierno es causa, dijo. Bien podría haber dicho que toda resistencia, toda victoria democratizante, tiene como fundamento la movilización decidida de los comunes (aún si luego su garante se organiza gubernamentalmente). Y que al fin y al cabo ella era la empoderada. Pero no: desde su posición de mandataria (saliente) y jefa del peronismo (¿saliente?), consideró necesaria una reacción para negar la figura de los autoconvocados (y eso que tampoco “autoconvocados” es figura incendiaria…). Dijo: vos no estás haciendo historia sino en cuanto te hicimos nosotros, desde determinados “resortes”.
2.
No busco reponer acá a 2001 (nadie quiere volver a ser como antes), cual animado tomuer busca cerebros, no: sobre todo porque algo de 2001 está bastante presente. De la notablementemente lúcida, corajuda y oportunista lectura de Néstor, quedó fuera lo que puede verse como un “resto formal”, un tercero excluido del noviazgo del kirchnerismo con dosmiluno…, que fue creciendo mientras el kirchnerismo llevó adelante una agenda progesista haciendo las cosas mayormente de modos precarios, gestuales, con realidades locales muy ambivalentes (por hacer veloz la crítica), mientras crispaba y crispaba a la derecha -esta crítica la hacemos desde 2007, y, sin embargo, ahora, viendo la facilidad con que entra la estocada amarilla y se evapora el aire pingüino, hasta los más incrédulos encontramos que fuimos ingenuos.
Si el macrismo borra de un plumazo muchos de los espacios institucionales valiosos y bancables creados en la década k, es porque los ideologemas puestos a rodar no fueron una afirmación consistente jurídica, política, estatutariamente, como leí en un breve post de Diego Sztulwark hace poco. Muchos de los espacios y políticas “ganadas” se sostenían en la precariedad de las condiciones de sus trabajadores. Por poner un ejemplo, las universidades en barrios periféricos son loables espacios donde campean los contratos basura, las exigencias a los trabajadores precarizados de realizar “sacrificios para sostener el espacio”, además de los amiguismos berretas, los giles “empoderados” con un escritorio de dirección departamental, etc. Más allá del ejemplo (podría ser seguramente cualquiera de los programas inclusivistas), no es por criticar, es por ser realista y entender: la flexibilidad laboral -el neoliberalismo en ese plano- fue condición material de la inclusión neodesarrollista.
Pero además de que el neoliberalismo regente en la cotidianeidad de las vidas fue condición de base de la pragmática concreta de los programas de inclusión y derechos, hay otro aspecto que también rompe con la polarización k-pro. En esos espacios de inclusión, la imagen era esencial siempre; la realidad local, a veces. Y si los mirábamos de cerca, la presión por “los números” de cada espacio y programa, la codificación estadística de las realidades vitales, una y otra vez se divorcia de -sino aplasta- la calidad de las presencias concretas. Y eso preparó el terreno para la razón gestionista, para la cual la gestión es más importante que lo gestionado.
Pero el actual fascismo contemporáneo gobernante borra de un plumazo espacios que eran al menos ambivalentes, espacios cuya efectuación cargaba con -o era regida por- el gestionismo, para el que vale más la representación -básica pero no solamente numérica- de la cosa que la cosa, sí, pero espacios que ponían a rodar ideologemas democráticos (educación universal, educación sexual integral, naddie quedándose afuera de la circulación de recursos elementales, etcétera), cuya implantación respondía a lecturas más ricas y éticas de lo social; espacios con zonas útiles para el igualitarismo democrático.
Las políticas kirchneristas fueron menos consistentes que la crispación -y la subsiguiente cohesión- que produjeron en la derecha. Crispación que, además, como me apunta nuevamente Damián Huergo, no se erigió solo contra “los kirchneristas”, sino contra los sujetos que el kirchnerismo al menos hizo visibles y en algunos casos legítimos, los putos, los deshauciados, los rotos, etc. El fascismo actual tiene fuerte cuño moral, ordenancista. Y por cierto allí hay, como dice Rubén Mira, una diferencia con el noventismo y su fiesta. Acaso entre las cosas que los agentes del propietariado aprendieron de estas décadas está la idea de que la fiesta de los noventa terminó siendo escollo para la eficiencia de gestión  de negocios y gobierno. Visto así, el bailecito horrendo de Maurizio es bien sintomático: hay un momento y lugar bien determinadito para festejar. Y se lo hace mecánica, patéticamente.
3.
Una defensa de zonas de igualitarismo conquistadas encabezada por el kirchnerismo bien puede ser, decía, menos efectiva que una más caótica, lenta y desreglada resistencia por modos cualesquiera, comunes, no lineales, químicos… Prácticas vitales -rancheadas esquineras, autodefensa campesina, intolerancia hacia “empoderamientos” policiales, trabajadores ministeriales que logren “disimular” algunas líneas de trabajo popular, tiempos dedicados a un potlach amistoso de fabulación, infinito etcétera- que banquen lo que haya que bancar y atenten contra lo que haya que atentar y creen lo que haya que crear por agregación de instintos, por aliento mutuo, por convencimiento replicante de la verdad que se impone como tal por su gracia: que todo lo que sea más vivo, fresco, autónomo y por eso gracioso, se fortalezca ante la esencia de la explotación de lo vivo por lo muerto. Resistencia del ánimo buscón sobre la pragmática autoevidente del rendimentismo.
El macrismo es una rotunda afirmación de que la vida debe someterse al orden, como si primero viniera el orden y después -a perturbar- la vida. (Justo en esta tierra, donde escupís y pintan formas de vida, tirás semillas, tirás bichos, tirás gente y, con los pies en esta tierra -que comunica también nuestras vibraciones, de manera menos obvia que la pantalla-, inventan formas de vida). En ese punto y aunque la superficie engañe, el amarillismo es una expresión renovada de la Ley, “celosa y resentida de los cuerpos porque ellos existen primero”. El gestionismo afirma que la gestión sabe más sobre la vida que la misma vida. La ley, la ley no de los papeles que nos hacía iguales, sino la ley que emana la materia misma, de las cosas mismas en el orden capitalista, es el conjunto de deberes y limitaciones coherentes con el mercado. (Este es el verdadero motivo por el que del Pro surge el término “sinceramiento”).
Y los movimientos multitudinales, que como decía pueden proveer de agenda para políticas de gobierno, cuando son creadores, sin embargo, no es tanto por la agenda que imponen:  es por el tajo que trazan en la temporalidad normal. Convertir una revuelta en agenda programática borra su potencia más específica, el trastocamiento del espacio común que inducen gracias a ese agite sobre la temporalidad, como dice Furio Jesi, y abre la transición hacia el orden del eficientismo. Los agites son precipitaciones -también se da en muy pequeña escala- donde el tipo de presencia que se inaugura vale por sí misma como experiencia. Valen como una intensificación de la presencia tal que logran la liberación del sometimiento del futuro: no se sabe a dónde se irá, pero mientras estemos así, vamos. Vamos y vamos viendo: la verdadera percepción se abre cuando la experiencia se emancipa del orden programático. La revuelta conquista un no saber. Y ya no importa el desarrollo, importa quién habla. Quién enuncia, quién pone los nombres de las cosas. Etcétera: y cosas.
Pero la revuelta también se da en pequeñas escalas,  en espacios personales, laborales, amorosos, etc. Un amigo miembro de una versátil banda decía que cuando se juntaban se activaba tan claramente una frecuencia distinta, que incluso entrenó y aprendió a “juntarse solo”. Lejos de la imagen de “la revuelta” como sacralidad histórica, se trata de pescar las puntas anímicas que pueden difundir dichas frecuencias presenciales, donde algunos sujetos se despegan -más o menos- de su función, suspendiendo el orden normal… 
4.
Es muy tentador olvidarlo, pero el macrismo se incubó en el kirchnerismo. Como oposición, pero, también, con coherencia con el tipo subjetivo dominante en la dékada. Recuerdo una propaganda, para Cristina 2011, que circuló por internet y pegó bastante: la de “no seas rata Roberto, si te va bien”. Mostraba un tipo comprando un cero kilómetro al que le preguntaban y decía que no sabía a quién iba a votar. No seas rata Roberto, si te va bien, le decía el que había preguntado, que nunca se veía en cámara, era un ñato escondido en la concesionaria. La propaganda la firmaba la “comunicación kirchnerista clandestina”. Era clandestina respecto de la imagen kirchnerista del kirchnerismo. Porque sinceraba lo que años después también Cristina hizo explícito muchas veces al decir “No les pido que miren al país siquiera, les pido que miren su bolsillo y comparen cómo estaban antes”. Récord de venta de autos y motos, cuotas en frargarino y turismo por doquier. Trabajo para dejar la vida ahí, para exprimirse (de los oprimidos a los exprimidos, decía Pablo Húpert). Y laburar cada vez más para no quedarse afuera de ningún tren que sea posible. Es cierto y valioso, se repartieron más premios, todos -obviamente- deseables; pero lo que más se refirmó es el trunfo del juego. El consumo moviliza. Vida capitalista. Y para vida capitalista, ¿por qué no probar unos que ofrecen capitalismo sin más, sin verba, sin discurso ni gritos? Sin política…
Y es ahí donde encontramos a 2001 (a un componente suyo, luego “resto formal”) bastante presente, en la anti política del Pro. Es una reconversión del “que se vayan todos”, hecha divisa del reino del capital, trabajo muerto acumulado que se invierte para proyectar vida “ya vivida”, programática, obvia. Reino que no concibe que nada exista porque sí, donde la gestión es más importante que lo “gestionado”, y donde la dominación de los más poderosos es naturalizada. Reino que opera una desubjetivación parcial general: olvídense de ser protagonistas de la vida, esclavos. De imaginarlo, siquiera.
El Pro fue la mayor lectura no kirchnerista de 2001, como le oigo decir hace rato a Ariel Pennisi. Ofrece como servicio aquel componente antipolítico; ofrece una pospolítica de gerentes de empresa duchadosen after office, que hacen política pero no son políticos, son otra cosa: gente subjetivada -y convertida en valor productivo- en otro ámbito, básicamente, claro, el citado de la empresa. Pero ya cuando Daniel Scioli triunfó en la interna del Frente para la Victoria, la dupla competidora del balotaje entera consistía en “hombres no políticos pasados a la política”. Ganó -ambos recibiendo enorme cantidad de votos de rebote, que los eligieron por descarte- el que más plenamente ofrecía la versión de la política que negaba la política como práctica específica, ofreciendo hacer “gestión” en el Estado. (Es muy indicador, como me señaló Marcela Martínez, que el gobierno haya formado una “mesa política” para tramitar los conflictos: implica que no conciben al ejercicio de gobierno como inherentemente político). 
En Pro leyó también al 2001; de ahí entendemos que el gorilaje careta usara, de 2008 para acá, métodos caceroleros y piqueteros para combatir al gobierno kirchnerista, bajo el signo clave de las elites pero que triunfaron apoyados por muchos trabajadores y otras clases de no-gorilaje careta, muchos de los cuales -ya dicho- quisieron sacarse de encima “las formas” kirchneristas. Y en efecto, hay una dimensión estética fundamental en la política, donde lo que se impuso es un modelo espantoso de belleza lisa, pastel, rubia, sintética y tersa, con sonrisas de guasón y baile de casamiento enlatado, donde, está claro, los morochos tienen lugar como mascotas y amigos de su propia servidumbre. (Y donde todo estaba perdido desde unos años atrás, cuando el término “cheto” -en los pibes de las denominadas clases populares- se liberó de su peyorativismo y pasó a ser ponderación.)
Pero es también por su condición de no-políticos, de eficaces ejecutores, que es entendible su componente despótico: les resulta natural que el jefe sea una voluntad que manda y ya.
También es por su anti política que tienen afinidad con el poder judicial, los jueces también hacen política como si no fueran hombres políticos. Tenemos ministros de la Suprema Corte que prácticamente ni hablan en público, como si fuera una actividad meramente formal, casi científico-administrativa, simple “aplicación de justicia”. La Justicia pasa como no política porque se acerca al trasfondo del Estado, ellos son agentes de la ejecución de la racionalidad estatal; el orden jurídico, cuyo sustento se auto considera iluminista pero bien mirado es oscurantista, un poder sin argumentos: la Ley manda porque manda y ya. No hay nada anterior.
Porque lo “anterior” es el conflicto, la vida, los cuerpos, etcétera: y cosas, las cosas.
Y el Pro niega el conflicto. Esto no se refuta sino que se confirma con sus medidas violentas económica, política y policialmente. Porque niega al conflicto como constitutivo e inherente, natural a lo social. Por eso mismo puede afirmar que hay sujetos que causan problemas. Al postular que los problemas son causados por sujetos particulares, niega que lo que hay es conflicto y sujetos entramados por el conflicto. Odiaban la conflictividad retórica de los kirchner, porque incluía al conflicto dentro de lo explícito del juego republicano. Para el gerente que “decide pasar a la política”, la actividad política se rige por la eficiencia y todo depende de ella -y de la buena onda, claro-. En el debilísimo acto electoral (ahora los progres recriminan a los votantes de Macri, pero ¿pensaban que la elección era una libre decisión?), y aunque engarzando, sí, con una poderosa voluntad popular (ligada a ideas y percepciones sobre la vida y lo común), ganó la política de que vengan al gobierno algunos que no son políticos, son eficientes y modernos hombres de oficina -y after office-; gente que viene de las soluciones, no del conflicto. Para ellos -para este entendimiento político-, aquellos sujetos cuyas vidas, si se afirman, ejercen conflicto, deben ser mantenidos a raya, siendo docilidad o desaparición sus pretendidos destinos naturales.
Es pifiado creer que el Pro está “provocando” con sus violencias. No. Las marchas y repudios kirchneristas las espera, y sabe que alimentan al consenso que lo hizo ganar, el anti kirchnerismo, que fue apenitas mayoritario. Al contrario, así es la normalidad que buscan. Pero hay algo más profundo. Los negociados infaustos, las políticas económicas enriquecedoras de la elite más rica y propietaria, la escalada represiva y demás, no se impugnan por visibilizarse. La denuncia tiene patas cortas. Esas violencias son aceptadas. La crítica es un género viejo. Las críticas cabían a la ideología, pero son estériles ante esta sensología triunfante (Ariel Pennisi me contó que Mario Perniola acuñó ese término de post ideología). Gobiernan los afectos, como hace rato dice Diego Sztulwark y también Hans Landa, en Bastardos sin gloria, cuando sseñala que dan asco las ratas y ternura las ardillas:“lo interesante del argumento no cambia lo que usted siente”.
Las violencias gubernamentales son concebidas como violencia necesaria para que las cosas puedan seguir siendo como son, que es como deben ser. Justas y necesarias para el deseo de “romperme el orto tranquilo sin que me rompan las pelotas”. También para los ricos, el deseo de gozar del privilegio (es decir, de la violencia histórica) sin que nadie te rompa las pelotas.
Pero mayoritariamente, esa violencia económica, política, policial, es justa para una vida que tiene como premisa callada -envuelta en capas y capas de rin tin tín y de alegría- al temor. Porque el régimen existencial del mercado capitalista está fundado en la derrota. Todos -casi todos- entramos a un juego donde ganan otros, donde ya ganaron. Entramos ya con el estigma de la inferioridad, la enajenación. El juego tiene premios, eso sí: resultan ser premios que valen más que la vida que los produce. Sobre un plano silenciado de una derrota gigantesca, la derrota de la aspiración de libertad, las carreras por estar conforme dan premios que son la consolación de esa vida. De esta vida. Un temor de fondo, un temor en este país del desierto: que no haya máquina alguna que enganche tu vida en un movimiento. (El cagazo, por cierto, es el que puede refutar la esperanza de que “no se le saca a la gente umbrales de consumo así nomás”).
Temor, y premios adorados que valen más que la vida que los produce, porque son su consuelo. Cualquier molestia o amenaza, ahí, merece violencia. Molestias como que haya gestos que sí comportan un ansia de libertad -arrebato de no coincidir con la funcionalidad de nuestra vida-. Esa molestia, que amenaza los premios y cuestiona su sentido, que deja cara a cara con la vida, conecta con la consentida violación a sí.
Y es por eso también que cualquier guiño que la festeje sin más, a esa esa vida, que le sonría, que le prometa animarla sin recordar su sometimiento basal, engancha, engancha como cabeceo rozagante que saca a bailar a quien, solo, se moría de angustia.
Ahora cambió el dj y todos esos odiadores están henchidos graznando en el centro de la pista.
Todos comen el sintagma más esencial -y callado- de la nueva gubernamentalidad: la riqueza y los ricos son algo natural y nunca postulables como causa de padecimientos sociales.
5.
¿Entonces? Ahí otra trampa. La pretensión de “saber” en materia política. Nadie sabe, no se puede saber. No tiene sentido denunciar ni se puede saber. El saber es parte del orden. Si hay movimientos revoltosos, grandes o chicos, que tajean la temporalidad normal, conquistan justamente un no saber, e impera el divino mientras tanto ensanchado. Ahí es posible olfatear y estar a la altura de las prácticas que no son gobernadas por esta mierda, como dice Juguetes Perdidos. Instinto de vínculos y modos de hacer fuerza que ejerzan otra calidad de presencia.
Lejos de dedicarse llanamente a “hacer política”, casi en lógica de “respuesta” a lo que impone la actualidad, repetida y renovadamente hay que  preguntarse “¿cómo me imagino el socialismo?”, o lo que cada uno pueda preguntarse para conducirse a las prácticas que expanden lo mejor que puede concebir en la vida, sea cuidar viejitos o bailar y beber ron o ayudar a aprender las matemáticas a los niños o construir barcos o cocinar o… No es la política la que puede sostener una resistencia históricamente relevante; es la vida. La actualidad del mundo acecha, y la Política es partícipe y beneficiaria de esta dominación mediática de la fabulación. El facebook ofrece tres íconos de sucesos en la pantalla personal: amigos, mensajes, y el tercero es el mundo: hoy el mundo tiene treinta y dos notificaciones para ti… Catarata que evanesce la presencia, que invade su tiempo con, siempre, otro lugar. Y es la presencia la que puede subrepticiamente hacer manar el flujo que rompa la actualidad. Presencias -comunicacionales, callejeras, etílicas, musicales, naturalistas, escolares…- que logren desmarcarse de lo debido para lograr movimientos desde la óptica de lo que pueden por sí, sus accidentes, sus encuentros, sus instintos, en combate involuntario hacia la ridiculización y el disecamiento del eficientismo (como idea, deseo, policía, etcétera).

Balance de época (V) // Horacio González

Reflexiones sobre la figura de Cristina


 Si tenemos en cuenta la historia de la injuria y del humor degradante que acompañó casi toda la historia nacional, se puede decir que los agravios hacia Cristina Fernández trajeron como novedad un exceso destructivo en los discursos periodísticos que recurrieron a banales palabras pseudo-médicas, como los vocablos “bipolar” o “crispación”, cuyo fin fue moldear un dictamen de “locura” al modo de una neurología de escasa monta pero efectiva a la hora de carcomer los pilares del gobierno.
Se escucha decir, ahora, que el gobierno de Cristina actuó “contra los pobres”, habiendo dilapidado los dineros públicos contratando miles de “inútiles” en el Estado, habiendo subsidiado a los “ricos”, habiendo hecho “negociados” con medicamentos que les robaban a los jubilados. El tribunal de enjuiciamiento –con tiradas insultantes contra las clases trabajadoras difícilmente escuchadas antes-,  reposa más que nunca en las Tablas de la Ley que escriben la prensa y la televisión diaria, ecos perseverantes de los grandes nucleamientos empresariales-financieros-comunicacionales que se erigieron ya mismo en actores centrales del nuevo gobierno. Todo ello, sin ninguna intercesión de otras interpretaciones alternativas, en el goce más ilimitado de una pérdida de la “facultad de juzgar” que afecta a una parte importante, quizás mayoritaria, de la esfera pública. Se la sustituye con una rápida y hasta grosera demagogia (seccional clásica de la demonología), sin siquiera con los hipócritas cuidados a través de los cuales supo presentarse la demagogia en otros tiempos. 
No es ahora el caso, pues se ausentan incluso los ropajes “populistas” que permitieron la victoria electoral de Macri, y abunda el argumento rústico, la decisión gerencial implacable, el juego sumario de imágenes, el laconismo eficientista que corta los rostros previamente ultrajados de los empleados “despedidos”. ¡Este gobierno “ajusta”… pero en favor de los “pobres”! ¡El anterior expandía una distribución de beneficios evidentes, aunque desprolijas, y siempre “para formar  su propia oligarquía de beneficiados”! Nunca es fácil desandar las falsas instalaciones que promueven acertijos como estos, tan tortuosos, y cognoscitivamente escabrosos al producir una inversión de los signos de la interpretación colectiva. Pero no dejemos que esto impida las verdaderas preguntas. ¿Es que no hubo problemas en y con el gobierno de Cristina, y el conjunto del ciclo kirchnerista? Claro que sí, y muchos. Ejemplos: Ciccone Calcográfica debió ser inmediatamente nacionalizada, era una empresa  impresora de valores monetarios, no podía quebrar o pasar a otras manos privadas más o menos irregulares. Pero irregulares fueron también las acciones del gobierno hasta que al final fue tomada a cargo del Estado, no sin antes una sucesión de eventos no justificables (la intervención de Boudou, el levantamiento sumario de la quiebra, etc.)
Como se ve, no le quito gravedad a estos hechos, quiero apenas ponerlos en un cuadro completo de hechos colindantes, que den cuenta de la verdadera espesura que tienen, lo que los hace analizables o enjuiciables reflexivamente. Pero no –como se los ha tratado-, en la inclemencia de las peores adjetivaciones, totalmente contaminadas con el afán de enviar cabezas propiciatorias al cadalso. Una de ellas: la rubia testa de uno de los ex-ministros de economía de Cristina, guitarrista ocasional del grupo la Mancha de Rolando, acusado ahora de todas las manchas posibles que puedan tener el tal  Rolando o cualquier otro hombre, llámese como se quiera, pero al que fundamentalmente no se le perdona la estatización de los fondos de pensión, entre los que se hallaban papeles accionarios de empresas cruciales, entre ellas, Clarín
Cuando se anunció quién sería el Vicepresidente del nuevo mandato de Cristina, en uno de los salones de Olivos, en la transmisión televisiva que vimos, se notaba el nerviosismo reinante en el lugar. Es posible que Boudou no supiera que iba a ser Vicepresidente, y algunos pensaban también en Abal Medina (el mismo que hoy hace los calculados equilibrios de un “viejo manual” entre Bossio y Cristina). Aquella vez, cuando un viento más fuerte se coló por la rendija de la puerta, Cristina aprovechó para asociar la decisión –que como se sabe recayó en Boudou- con la presencia espiritual o espectral de Néstor Kirchner. La Presidente no era espiritista, sino más bien creyente normal de las formas habituales del culto católico. Su mención a ese soplo inspirador se debía, sin ninguna duda, a su fuerte propensión de captar todos los signos flotantes de una escena y vincularlos a momentos específicos de su discurso. Sin negar la dimensión graciosa que podían tener muchas de estas asociaciones libres, es necesario admitir que el molde irónico en que en general se situaban –exceptuando la alusión de connotaciones místicas con la que aludía a su marido fallecido-, ofrecía permanente un flanco excesivamente frágil y atacable desde las fortificaciones de la implacable oposición.
¿Eran novedosos estos ataques? Si tenemos en cuenta una breve historia de la injuria y del humor degradante que acompañó casi toda la historia nacional, se puede decir que tenían como novedad ese exceso destructivo que acostumbraba a munirse de banales palabras pseudo-médicas, a modo de un dictamen de “locura”. Si los comparamos con las famosas campañas de la revista El Mosquito, o su casi similar Don Quijote, se puede decir que no fueron tan devastadoras y que a un tiempo recogían lo mejor del arte de la caricatura. La  Revolución del 90 contra Juárez Celman mucho le debe a la pluma audaz, incisiva e inclemente de Henri Stein. Del tema absorbente de estas geniales caricaturas y sátiras de gran nivel, se desprendía que era la corrupción una lógica interna del Estado, cualquiera que sea. En verdad, para la gran tradición satírica en la caricatura, la literatura o la poesía, la sistemática corrosión siempre emana de un Poder actual, que se convierte en la viga maestra de los espíritus intranquilos y perspicaces.
Ni Sarmiento, ni Mitre, ni Roca la pasaban bien en esas páginas llenas de acidez  y sarcasmo. ¿Es comparable este gesto corrosivo de grandes dibujantes –en su mayoría exilados españoles-, con las recientes tapas de la revista Noticias, que realizan montajes de carácter ultrajante con el cuerpo o el rostro de Cristina Kirchner? El tiempo transcurrido ayuda a buscar semejanzas y desemejanzas.  Pero la extrema calidad de la pluma de esos caricaturistas de 1890 no fue jamás repetida, y los ataques que el complejo mediático dirigía últimamente al “gobierno de la pauta publicitaria”, solía basarse –por lo menos en la revista que mencionamos y la editorial que la sostiene- en descalificaciones que rondaban el enunciado psiquiátrico, ya sea implícito (la palabra “crispación”) o vocablos desprovistos de toda rigurosidad, (como “bipolar” y otros) sacados de una neurología improvisada, de faltriquera y portamonedas. Papilla de escasa monta. Pero efectiva a la hora de carcomer los pilares del gobierno –decisiones y personas- alcanzados por el demiúrgico veredicto de corrupto.
De todas maneras, la observación condenatoria de una caricatura de Sábat en Plaza Pública, en medio de un encendido discurso por la Presidenta (recordemos que se trataba del grave encontronazo con las nuevas clases agro-técnicas-mediáticas, no era adecuada) Y no porque no fuera ofensiva, o parte de una campaña mayor, sino porque también heredaba dos condiciones relevantes: una, evidente, la gran tradición satírica del caricaturismo rioplatense, autónomo en sí mismo de toda maniobra mayor de la política (aunque sus efectos sí fueran políticos), y luego, porque en lo específico, heredaba la tradición de El Mosquito, uno de cuyos dibujantes, como se sabe, era un ascendiente  -creo que indirecto- del propio Sábat. Era mejor –allí- que la Presidenta no quedara expuesta con una pieza fácil de ser vista como acción de censura. La lucha que entonces se inició tuvo tal dureza que, quizás, exigió cuidados y sutilezas mayores que las muchas que de todas maneras se tuvieron, sobre el trasfondo de las grandes movilizaciones ocurridas.
No era un espectáculo nuevo ni una situación nueva. El juicio incisivo (despectivo o calumnioso) sobre las figuras más encumbradas del país, sobre todo las que ocuparan en algún momento la presidencia, es un campo específico de la historia nacional. Un género dramático habitual. Alberdi atacó a Sarmiento y Mitre cuando eran presidentes, bajo la clásica argumentación de que prometían lo que luego no cumplían,  en especial, prologando arbitrariamente la guerra contra el Paraguay. Pero su desprecio era filoso y amargo, así como el de Sarmiento era fáustico. Ambos tiraban a matar. Incluso Sarmiento sugirió los “intereses comerciales” de Alberdi en el diario chileno desde donde lo atacaba. Rosas fue un motivo de grandes conflictos de interpretación, en vida, y después de muerto. Esos conflictos interpretativos aún perduran. Sus culpas, para sus detractores y por supuesto, para sus partidarios, se alivian con un exilio austero, de farmer pobre pero ultra-reaccionario. Yrigoyen recibió en vida la fuerte campaña del diario Crítica, cuyas razones son complejas, pues lo somete a tecnologías de escarnio de estremecedor calibre, pero luego este diario fue clausurado, paradójicamente, por Uriburu, el golpista.
Es posible conjeturar que el diario de Botana creyó que era factible adherirse –y luego fomentar- un sentimiento de hastío que los sectores medios argentinos, que también lo habían votado al “Peludo”, sentían frente a un presidente que era un blanco absorbente de críticas en relación a lo que ya eran las grandes percepciones sobre el miedo urbano, las noticias sobre grandes crímenes, y el ancestral tema de las corrupción de las elites gobernantes. Casi diríamos que fue Botana el que inició a los grandes públicos en estos tópicos. Si lo comparamos con la campaña de Rivera Indarte contra Rosas, ésta se basaba en elementos más primarios, como el del gobernante degollador, y otras temáticas truculentas que concluían en la conocida consigna “es acción santa matar a Rosas”. Éste, como se sabe, acusaba de “salvajes” y otras yerbas a los unitarios. Alberdi, en su juvenil y moderado rosismo, había excluido la injuria de sus publicaciones de época, sobre todo el impulso sacro que tenían, y a su periódico La Moda (1837), solo lo hacía encabezar con la austera consigna “Viva la Federación”.
Con Perón no fue muy diferente, pero se agregaba ahora, por expresarse bajo su nombre, una fuerte irrupción de un lenguaje desacostumbrado, extraído de una raíz militar, que obligó a los medios más importantes de la época a realizar un pasaje semántico que antes no había hecho Crítica: declarar que  ese lenguaje era ficticio y que encubría fórmulas espurias de conducirse en los repliegues del Estado. Se trataba de la idea de “conducción”, que impuso Perón en la sociedad política argentina –hasta hoy- y que era analizada académicamente, con severidad resignada, por un José Luis Romero, y al mismo tiempo tomada en solfa por un humor cotidiano sigiloso y corrosivo, que veía en esa lengua (que también era  académica, pero de academia militar), un rasgo de encubrimiento respecto, primero, al lenguaje político clásico, y segundo, respecto a cuestionables hábitos personales de Perón –en sordina, esa fue una crítica que lo acompañó siempre, desde sus comienzos a su caída- pero principalmente a su desligamiento súbito de los “sagrados manteles de la misa”.
Era un gobierno, el de Perón, de origen electoral, que “lavaba” con un gran plebiscito democrático su origen golpista –un golpe que poseía complejas ideologías en su interior, reflejos amortiguados de la guerra europea-, y que luego instituía evidentes combinatorias entre apoyo popular masivo y liderazgos fuertes. El resultado era una democracia áspera sostenida en movilizaciones y afiliaciones sindicales intensivas y enérgicos indicios de redistribución de la renta con escalas de justicia avanzada. El desplazamiento de los “refutadores de leyendas” consistía en verlo como totalitario o tiránico, y desde el punto de vista de la convicción más sensibilizada de los sectores intelectuales, como “monstruoso” (el famoso cuento escrito por Bioy y Borges).
Pero ya Natalio Botana, nombre del publicista angustioso que efectivamente nos interesa, el director de Crítica, había llamado loco a Yrigoyen. Quizás la historia de estos malentendidos, voluntarios o no, fundados en estrategias fijas y de ritos circulares de la vida nacional, introducen elementos de no tan remoto origen psiquiatrizante al debate. La “historia de la locura”, querría ser, para muchos de los poderes efectivos del mundo –en contra de los que, a su vez, se dirigieron con sorna Erasmo y Artaud-, la verdadera historia de los políticos y luchadores populares. Desde una visión más profunda, el “instante de decisión” puede ser equiparado al “momento de la locura”. Pero sería entrar a terrenos propicios a las filosofías de un C. Schmitt o un J. Derrida, lo que poco les importaría a los editorialistas de La Nación o Clarín.
Si leyeran estas breves observaciones, solo conseguirían exacerbarse y convencerse que la esfera de lo político, con sus intereses específicos, es un mundo desorbitado y en estado de permanente delirio cuando aparecen escenas, todo lo imperfectas que se quieran, de un gobierno popular. Mucho de este linaje de disensiones entre el periodismo enjuiciador clásico y los procesos llamados populistas –con menor o mayor precisión en el uso de este vocablo- se repiten ahora, con asombrosos parecidos a las prosapias y genealogías injuriantes del pasado. Se dedicaban ahora a la presidenta Cristina Fernández, y enfocaban su estilo, su discursividad y sus a veces inesperadas decisiones, como arena privilegiada de una analítica del hundimiento de una forma de gobierno, haciéndola motivo de un naufragio político, ético y moral a su principal exponente.
La Presidenta, es evidente, tenía en tanto tal, un estilo sumamente particular. Su oratoria estaba compuesta de innumerables planos y escorzos, y con incesantes referencias “personalizadas” a los focos inmediatos y mediatos de sus alocuciones, a fin de buscar retóricas confirmaciones de lo que se decía, o diseminar una suerte de imaginarias preferencias sobre tal o cual circunstante. Cuando interpelaba a los asistentes de sus actos oficiales, no lo hacía – no podría hacerlo-, en términos de crear una relación igualitaria. Evidentemente, era la Presidente generando simbolismos y alegorías de acción, que hacían de cada acto un cierto arquetipo donde se esfumaba necesariamente las figuras singulares  con las que aparentemente hablaba. ¿Cómo juzgar ese hecho? Ellos han merecido críticas demoledoras y escandalizadas, como si en estas espesuras de la dicción de toda figura pública, no estuviera siempre la composición de requisitos alegóricos de ésta índole. No obstante, podría decirse que la Presidenta los empleaba en demasía.
Sobre esto, se podrían también poner en discusión –en esta democratización de los estilos ceremoniales que parecen estar en juego- los demás modos de expresión conocidos en este momento. La Presidente, como dijimos, era “regaladamente” alegórica a través de desplazamientos que solían costarle al día siguiente  entusiastas y facilitadas críticas de los periodistas encargados de triturarla con sus estiletes semiológicos.
En el talante presidencial de ese momento –podemos dar ejemplos-, las “cadenas” del Combate de Obligado pasaban a ser los pensamiento encerrados en “cadenas” que había que cuestionar; la transmisión abierta del fútbol llevaba a la tan criticada idea del “secuestro de goles”; y en algunos momentos, alusiones del argot popular de carácter picaresco, no se privaban también de ser incluidos por la Presidente, en atrevidos pasajes discursivos para que los analistas de signos de turno, desafiados, pusieran en su cosechadora de desprecios y acusaciones la crítica a la “frivolidad”. La indetenible cadena metonímica que ponía en juego la Presidente era muy interesante –contrastante con el parvo laconismo de los demás magistrados, ni qué decir de Macri- pero como lo demostraron los hechos posteriores, era tan atractivo como riesgoso.
 Otras veces, anuncios fundamentales eran hechos por la Presidente en estilo coloquial, que no parecerían pertinentes a la voz del Estado en su manera circunspecta. El ex presidente uruguayo Mujica, llevando al máximo estas expresiones de familiaridad en el lenguaje y a un toque un tanto rebuscado la exposición frugal de su figura pública, era casi siempre festejado, así como por mucho menos fue estigmatizado Chávez, inventor de un discurso que mezclaba drama, comedia, vida intelectual y expresiones populares del vivir común, no chulas sino basadas muchas veces en finuras de la lengua. Claro que acompañadas de énfasis sin duda hiperbólicos. Un rasgo específico de la Presidenta es algo que no suele tomarse en cuenta por la necesidad de hacer pasar a primer plano la llamada “crispación”, usada, dijimos, como sinónimo de “locura” e incomprensión de los otros –grave acusación pues significaría ni más ni menos una ausencia de escucha de las máximas autoridades-, y se trata de un rasgo que alude a su capacidad de reflexionar sobre la cualidad del tiempo, la fugacidad de las cosas y la excepcionalidad del luto. Se pasan por alto estos momentos de autorreflexión muy interesantes, no emanados de un cálculo sino de una conciencia desgarrada, pero que suelen interpretarse por los críticos profesionales, como parte de un amplio empaquetamiento de imposturas. Creemos que no es así y que hay mucho más para decir sobre esto
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 Para todos, sería interesante que se hubieran desandado varios planos de este excesivo estilismo –analizar los procesos históricos como si fueran solo rastros estetizados de estilos oratorios, o bien indumentarios, o bien muletillas de expresión-, para analizar los complejos problemas en curso, donde sin abandonar las cuestiones expresivas y estéticas, se tuviera más en cuenta las bien conocidas dificultades universales, no solo argentinas, para recrear los vasos democráticos comunicantes entre Estado y sociedad. Eso no ocurrió. Y el debate sobre los dichos presidenciales se nutría en la misma proporción de la amplia reiteración con que la Presidente hacía públicas sus palabras,  sea en la plaza pública, en patios internos de la Casa de Gobierno, por twitter o video-conferencia. ¿Y?
Una pieza discursiva que se le escuchó a menudo a Cristina fue la noción de “presidenta militante”. Esto tiene sus problemas, acechanzas y novedades. El riesgo de declarar “militancia” cuando se asume la primera magistratura, es el de desaprovechar esa instancia universalista que abre la institución presidencial para entrarle novedosamente a la entraña última de los problemas, lo que no obstante estaba presente cuando la Presidente mencionaba a los “cuarenta millones de argentinos”. Sin embargo, esa frase inevitablemente adquiría una forma dispersiva cuando invocaba bajo la insignia de la militancia, la condición transformadora específica del gobierno, con medidas desequilibrantes de alcances sectoriales pero no facciosos.
No obstante, poner decisiones urgentes y traumáticas bajo la acepción “militante”, implicaba más y mayores debates que los que –según mis recuerdos- se atinaron a hacer. En su reemplazo apareció “el mal debate”. Las fórmulas acusatorias fáciles se extendieron a todas las áreas de actividad, y por lo tanto se acrecentaron también las rápidas respuestas defensivas. El “periodismo militante” fue acusado de “despreciar los hechos”, y entonces se respondía con la idea de que todo hecho es igual a la singularidad soberana que tienen sus más diversas “interpretaciones”. Pero éstas rápidamente eran devueltas, por los contradictores de la voz militante, como un signo de sectarismo que ignoraba la necesaria “objetividad” de la vida y el mundo
El llamado a la militancia en el ejercicio de la función pública, sin embargo, posee un evidente atractivo, que corre parejo a sus inconvenientes. El atractivo es el de poner los ruinosos y oxidados estamentos del Estado en una situación desentumecida, aireada respecto a los innumerables pasadizos de la lúgubre burocracia tamizada por invisibles “peajes” obligatorios, o como se los llame. Hay un aroma libertario en la consideración por la cual no se da el tajo final que escinde el funcionario del militante. Visto del ángulo opuesto, el militante en el interior del pliegue estatal, se presta como fácil blanco de la acusación de “politización” de lo que, de “antemano”, posee una apacible “neutralidad”. Los críticos del “Estado militante”, desde luego podían ver allí la excusa de una ingeniosa fenomenología del latrocinio.
Bastante consiguieron inducir a la visión del político estatal como un comediante de su propio interés personal. No hubo tal; hubo, sí, una falta de calidad en la concepción del Estado. Eso fue algo que habitualmente suele llamarse “oportunidad perdida”. Lo otro, lo que ahora vemos, parecería que viniera a restaurar una racionalidad mecánica en el Estado, que “antes” parecía “orgánico”. Se trata de “desgrasarlo”. Esto es, algo no explicado nunca, como no sea con la guillotina de una lúgubre Razón lineal y expulsiva.
Un Estado como el que pretenden será un anexo de las agencias de “management”, la suma de las desmesuras que, por su reverso, componen los pretendidos momentos cristalinos de toda una sociedad supuestamente transparentada hacia sí. Una aséptica vitrina decisionista donde máquinas humanoides tomarían providencias exactas. Y que como ente no sólo de la racionalidad tosca, sino del juicio disecado, vendría a reparar, convirtiendo automáticamente en réprobos y cabecillas del robo nocturno de documentos, a los miles de funcionarios que bajo cualquier título ocupamos cargos de dirección en instituciones notorias. Y entonces, bajo la imagen de un desplome de los vampiros del Estado, succionadores de arcas públicas y retenedores de los llamados “vueltos”, se construirían imágenes casi parecidas a la caída de Hussein o a los momentos finales de Kadaffi. El sistema metonímico, el de más fácil transferencia imaginaria de una parte interesada y dramática de un acontecimiento, desplazado a una difusa totalidad que se ha congelado previamente con toda clase de objetivaciones en torno a la corrupción, tiene un papel formidable en esta filosofía a martillazos de las comunicaciones Gran Mediáticas.
Creo, por fin, que no se planteó bien la idea de una militancia en articulación con el ejercicio de políticas públicas. Lo que se hizo, sin embargo, tiene más consistencias –aun ofreciéndose a legítimas críticas- que el pseudo-universalismo o la pseudo neutralidad del macrismo. Ahí sí que el Estado es un botín de empresas globalizadas o de “capitales nacionales” –siempre entrelazados con las anteriores- que no solo incurren en los viejos vicios nepotistas que nunca dejaron de existir, sino que simulan que el Estado es una máquina “robótica” (el “equipo”) que no está atravesado por intereses particularistas y la espesa confusión entre lo público y lo privado. Solo que aquí hay que buscar al HSBC o a las Telefónicas, y no a un ministro “cabeza fresca”.
Para terminar estas desordenadas líneas, me refiero a ese ministro. No sé bien lo que hizo, solo conjeturo. Lo que sea, debe contar con más explicaciones. Como mínimo, las irregularidades en Ciccone (tanto ésas como otras también notorias, ya las mencioné antes), pero al mismo tiempo deben considerarse, muy especialmente, las decisiones públicas de ese ex Ministro en torno a los fondos de jubilaciones (que lo convirtieron en un objetivo inmediato de los grandes grupos económico financieros) y por otro lado, sus estilos personales, fáciles de subsumir en una serie de frivolidades rampantes… Todo ello debe ponerse en la imaginara “balanza” del juicio que se le debe a los hechos acontecidos. Por mis funciones, hablé varias veces con Boudou. Amable, simpático, muy “Mancha de Rolando”, sin abandonar un aire de “rockero maduro”, conversaba de temas económicos con pertinencia, aunque hubiera aspectos en que no se concordara enteramente. Estampa viva del kirchnerismo, incluso en el abandono al que ahora es sometido, según creo y percibo. Inclusive escuché que su grupo de rock ya toca en el stand de Clarín en Mar del Plata.
Dada  la envergadura que adquirió la inmediata demonización que ocurre cada vez que es pronunciado su nombre, se exige que un juez probo intervenga en las causas que tiene abiertas. Muy lejos estoy de pensar que Oyarbide sea esa figura. Muy lejos estoy de pensar que nada y algo de esto sea fácil. Y muy lejos estoy de pensar que éstos, mis pensamientos, alcancen. Quizás haya una segadera preparada para el cuello de cada uno de nosotros. Sin embargo, se trata de llegar verdaderamente a la “facultad de juzgar” –ente de la razón crítica que para Hannah Arendt era la subvención máxima que se le debía otorgar a la tan proclamada república-, que sin embargo, parece constantemente retirarse de escena. Es que toda vida, en esencia, es trágica.
(En el capítulo 6 trataré la cuestión de Malvinas, en el clima de “negocios” que incluso sobre esas islas ha diseminado el macrismo).
Buenos Aires, 12 de febrero de 2016
Fuente: La Tel@ Eñe

Miguel Ángel Beltrán, preso


A TODA LA COMUNIDAD

Compartimos con ustedes el video que hizo el profesor Miguel Ángel Beltrán como defensa en su audiencia de casación el pasado 25 de enero ante la Corte Suprema de Justicia:
Cordialmente, 


Unidad de Comunicaciones y Relaciones Interinstitucionales
Facultad de Ciencias Humanas
Sede Bogotá

Tel.: (57-1) 316 50 28 Conmutador: (57-1) 3165000 Ext. :16142 Fax: 16224
Universidad Nacional de Colombia

Balance de época (VI) // Horacio González

Las Malvinas, Argentina y el mundo


El gobierno de Macri encarna una gestión despojada de cualquier nervio cultural, como no sea un pensamiento gerencial, que se aplica también sobre Malvinas. Un sentimiento público latinoamericano y emancipador, no los viejos y nuevos intereses generales referidos al petróleo y la pesca, debe ser en primer lugar el alimento de la juridicidad político-histórica que enmarque el caso. ¿Es posible con Macri este encuadre diplomático? No.
Cualquier lectura de la historia de las Islas Malvinas –la más recomendable es sin duda la de Paul Groussac, escrita en 1898, que a su ponderada visión histórica le agrega el condimento sutil de la ironía-, arroja un resultado palmario. Son una pieza fundamental de la historia marítima, comercial, militar y científica de esta región del planeta. Antes  y ahora. No puede haber dudas sobre los títulos de la potestad argentina sobre el archipiélago, y ellos surgen de ningún otro lugar que de la irreversible geología que las ata al continente y del combate por su pertenencia, que ocupó varios siglos, multitud de informes y escaramuzas, cambios de mano y escritos diplomáticos de las más diversas especies. Entre estos se destaca el del Dr. Johnson, uno de los mayores críticos shakespeareanos, que implícitamente valida en 1771 los derechos de España. Estos se proyectan sobre la jurisdicción española en América que corresponderá a la creación o emergencia del orbe nacional  argentino.
Un océano de papeles y hasta de debates filológicos permiten realizar una pregunta casi impertinente por su obviedad. ¿Por qué las Malvinas se tornaron tan esenciales, una pieza clave de la historia moderna, que es la historia de las guerras económicas expansionistas desde el siglo XVII, a pesar de tener ellas una posición marginal y aparecer tardíamente en los mapamundis? ¿Por qué su nombre permanece enigmático, y el que adoptamos como inescindible con nuestro idioma, proviene, más allá de inagotables discusiones, de los navegantes bretones de Saint-Malo?
Hay un elemento utópico en todo proyecto de ocupación territorial, un sesgo inevitablemente literario que a los efectos de una historia severa de la poesía, no dejan de componer una estética colonial. El expansionismo mercantil, el filibusterismo, los corsarios, las históricas usanzas de las empresas de piratería, que supieron encumbrar imperios, asimismo buscaron su validación por las grandes escrituras. Se acompañaron de distintas consideraciones utópicas, que siquiera precisaron llegar a las cumbres poéticas como las de Kipling – “Llevad la carga del Hombre Blanco”-, quien pensó el imperialismo como un sufrimiento y una necesidad. Hasta mediados del siglo XIX la fabulosa Isla de Pepys, que tuvo un supuesto avistamiento en el siglo anterior, figuró en muchos de los codiciosos cálculos científicos o políticos de las potencias de la época, y también en la publicística de Pedro de Ángelis, el gran polígrafo napolitano al servicio de Rosas, que se interesó por ella. Pepys Island no existía, pero era indudable que hacía las veces de contrafigura espectral de las Malvinas, dado que su ubicación imaginaria tenía homólogas coordenadas oceánicas.
No es posible, por muchas razones, ignorar el papel que jugó Bouganville en el proyecto de poblamiento de las Islas, que es el más importante antecedente del reconocimiento de la pertenencia de Malvinas a España –por consecuencia de las negociaciones posteriores para el abandono de esa colonización francesa en la segunda mitad del siglo XVIII. Bouganville era también un gran naturalista; no solo queda en la historia como un antecedente de la atribución argentina en la posesión de Malvinas, sino como estudioso de una flor que lleva su nombre, la buganvilla –o santa Rita-, que figura entre las preferidas por el trágico cónsul inglés Geoffrey Firmin (personaje ficcional de la gran novela Bajo el Volcán, de Malcom Lowry), que citamos no para dispersar el tema, sino para introducirle un elemento cultural que sin dejar de ser un detalle, tiene su importancia antropológica.
Es que Gran Bretaña es una cuerda interna de las historia de nuestros países, desde las célebres y lamentables negociaciones del pacto Roca-Runciman, y si se quiere abundar en la genealogía de las grandes y complejas escenas imperiales, desde el empréstito de la Baring Brothers, que atraviesa muchas décadas como modelos de préstamos canónicos de las finanzas coloniales. Manuel Moreno–el hermano de Mariano, embajador de Rosas en Inglaterra-, es autor de documentos importantes presentados ante Lord Palmerston, por más que Groussac prefiere señalar que eran un tanto ingenuos. Como sea, estamos hoy mucho más cerca de esos escritos de la diplomacia argentina del siglo XIX –en el momento en que se produce la ocupación británica- que del desempeño moral y militarmente desastroso de la Junta Militar que actuó en 1982. El detalle de la flor preferida por Firmin, el cónsul inglés debajo del volcán, significa que hay una “veta inglesa” a explorar.
No es ningún secreto: brota de todo aquello que compone el lenguaje y su historia real, que es la fibra interior, resistente, de la democracia efectiva argentina. Se trata de la existencia no solo de una opinión interna de un sector no desdeñable de la tradición inglesa anticolonialista. A veces se halla oculta bajo los pliegues de un interés por lo extraño, por lo “bárbaro” como equivalente de una seductora inversión del refinamiento –de ahí el coronel Lawrence “de Arabia”-, o por una civilización hindú que lejos de mostrar la dudosa eficacia del Commonwealth, dejaría ver su tozuda incomprensión cultural, tal como aparece en recordables novelas, como la muy célebre de E. M. Forster, Pasaje para la India. Antes del advenimiento del Gobierno Macri, la política de la diplomacia argentina, en especial llevada a cabo por la entonces embajadora en Londres, basaba su estilo de persuasión no en una seducción superficial y mucho menos en ofrecimientos de último momento, sino en una comprensión profunda de las complejas relaciones anglo-argentinas. Diría que éstas siempre fueron así desde el complejísimo Francisco Miranda hasta las diversas relaciones de los sindicatos argentinos con las Trade Unions –reservorio de la historia obrera universal, cualquiera sea hoy la interpretación que hagamos de ellas- y en esa gran porción hoy activa de la memoria inglesa, con remotos aires de democracia social decimonónica, se basó la posición argentina de formular el cuadro significativo del diálogo. Implicaba esto, la condición de pares y un signo de reconocimiento. Una potestad de la palabra ligada a una soberanía que surge de locuacidad nacional, con todas sus dimensiones, que son todas las etapas de su vida independiente.
Durante más de dos siglos, las cancillerías de España, Francia e Inglaterra se disputaron los mares, guerrearon entre sí, hicieron y deshicieron tratados, y se hicieron cargo también de otro convidado, el naciente poder norteamericano, que trazó también su plan de ocupación en Malvinas en 1831 –el incidente bien conocido de la fragata Lexington-, donde Estados Unidos esboza pretensiones sobre las Islas con argumentos que demuestran su falta de sustento cuando tiempos después los declina a favor de Inglaterra: era el colonialismo nuevo rindiendo homenaje al colonialismo viejo.
En eso se parecen al actual primer ministro Cameron. Pero la conciencia colonialista ha dado ahora un paso tortuoso, sumida en la incapacidad de pensarse a sí misma. Este calificativo que señala la vasta saga colonial, se les escapa de las manos. Culpabiliza pero no saben bien a qué emplearlo, ni que inédito espejo se forja para que la Nación Inglesa no pueda mirarse a sí misma. ¡Qué diferencia con la oscura pero profunda conciencia que los estudios de Carl Schmitt le atribuyen a Inglaterra, a partir de una frase shakespeareana de Ricardo II: “esta joya en un mar de plata engarzada”! Por cierto, estos estudios sobre el poder infinito del mar y el destino marítimo inglés que se desprende de muchas obras de Shakespeare –de ahí la importancia que uno de sus mayores estudiosos, el ya mencionado Dr. Samuel Johnson, a la vez lectura favorita de Borges, tomara una posición “pre-argentinista” en el siglo XVIII- no pueden ser ahora interpretadas a través de los fascinantes pero tremendos –en verdad: riesgosos- estudios de Schmitt. Pero dan cuenta del paso que ha dado este viejo país en una parte de su clase política, desde la época de la tragedia isabelina hasta sus actuales dirigentes desprovistos de una visión más profunda sobre el mundo que heredamos, en gran medida por la acción que durante siglos ellos mismos desplegaron en torno a invasiones, conquistas y brutalidades sobre la condición humana.
Debemos tener en cuenta pues a la “otra” Gran Bretaña, la de  Cunninghame Graham, la de Raymond Williams, de Eric Hobsbawn, de Daniel James, de John Lennon y de John Ward. Sí, claro, este último es el personaje de la poesía de Borges sobre Malvinas, que traza un rumbo para el pensamiento crítico, y que hay que hacer el esfuerzo de entender. Lejos de ser Borges un “escritor inglés” es portador de un criollismo universal que es necesario considerar e incorporar como pieza urgente de nuestra materia. Borges es un intersticio argentino en las rotundas fisuras de la literatura inglesa, que es una dimensión de su ética inquisitiva universal (Berckley, Coledridge). Las consecuencias políticas de esto, las veremos luego. Conocía como nadie, como argentino universal que era, la singularidad histórica inglesa. Su John Ward, lector del Quijote, y su Juan López, lector de Joseph Conrad (polaco que escribe en inglés), quedan ambos muertos en la nieve uniendo sus grandes mitos literarios, sin comprender por qué, como en una lejana escena bíblica. Son juguete de los “cartógrafos” al servicio de las fronteras creadas por los poderes bélicos y mercantiles. Ahora indican otro destino para la estrategia y significado de las Malvinas Argentinas, cuyo remoto nombre holandés –acaso sus verdaderos descubridores- era Islas Sebaldinas.
La Embajadora Alicia Castro realizó en Londres una magnífica tarea de convocatoria el diálogo, que al mismo tiempo que recibía un duro rechazo de Cameron,   había agitado al mundo cultural británico, que tiene como nota de específico orgullo de haber sido la sede de la escritura de El Capital, y la actividad de su “ala izquierda cultural”, en la que según las épocas  y las largas discusiones sobre la justicia social, incluye desde el gran artista William Morris (no la localidad del Gran Buenos Aires, que conmemora a otra persona de igual nombre, un pastor protestante) hasta incluso a Bertrand Russel, que tomara tan cambiantes posiciones sobre los conflictos mundiales, pero al que igual que Keynes, pueden considerarse ambos esenciales para  una vida inglesa abierta a la sensibilidad social no colonialista. Incluso el liberal Harold Laski (al que Carl Schmitt fulmina a propósito del tema del “pluralismo”). Incluimos el sutil historiador E. P. Thompson, o a Perry Anderson y su hermano Benedict (que acaba de fallecer). Son los rastros de la izquierda inglesa, con los mismos dilemas de rupturas y discusiones que pudieron haberse verificado entre nosotros, sobre el juicio sobre la Unión Soviética o el empleo de la violencia. ¿Quién de nosotros no leyó alguna vez un artículo en la New Left Review?
Recobrar las Islas presupone reinterpretar la historia moderna a la luz de una crítica al colonialismo, que debe ser nueva y original, hecha desde la vida cultural argentina y en el establecimiento del diálogo con lo que aún conserva la memoria del empirismo progresista inglés o su teoría del valor-trabajo (sus grandes economistas del siglo XVIII y XIX, incluyendo al alemán Carlos Marx) y eso implica muchas connotaciones culturales que aún deben ser descubiertas. Solo que con el enfoque empresarial de Macri ahora no es posible. Porque no es posible que este gran acto recuperatorio que cambiaría la historia misma de Latinoamérica se produzca meramente en el marco de la globalización, con acuerdos que apenas le provea la estructura abstracta de las grandes empresas tentaculares, con sus nuevas “Ligas Hanseáticas” (hoy petrolíferas, de pesca masiva y depredadoras). ¡Casualidad! Las que fascinan Macri con el nombre de British Petroleum o HSBC, y lo llevan a aceptar un probable sistema de  “Leasing” para alquilar las Malvinas. Una rivadaviana enfiteusis al revés.
Un sentimiento público latinoamericano y emancipador, no los viejos y nuevos intereses generales referidos al petróleo y la pesca, debe ser en primer lugar el alimento de la juridicidad político-histórica que enmarque el caso. La Argentina que recibe a Malvinas debe ser a la vez una Argentina más lúcidamente internada en su proyecto de democracia colectiva, con inspirada justicia social, con originales visiones sobre su propia historia, con sus propias políticas extractivas y agropecuarias de cuño no contaminante, no depredatorias de nuestras propias montañas ni distante de la creación de una nueva lengua social para hablar profundamente con los antiguos habitantes de nuestro territorio, con una nueva empresa petrolífera estatal reconstruida, con instituciones públicas de financiamiento a través de nuevas doctrinas sobre incorporación de rentas petrolíferas y financieras, con originales construcciones políticas que revitalicen socialmente las instituciones de la representación cívica y con nuevas concepciones históricas y antropológicas no simplemente emanadas de un desarrollismo lineal. Este programa es permanente. Hoy está entre paréntesis debido a la insensibilidad supina de la lógica compulsiva de la globalización que ha introducido Macri, como quien abre de repente las puertas de su casa para que entre un aire gélido, paralizante.
Sabemos que la población hoy viviente en las Malvinas –descartando la Base del  Otan que no es novedad respecto a lo que proyectaron los gabinetes europeos desde hace cuatro siglos-, no puede ser un tercero necesario en la negociación que más temprano que tarde deberá establecerse por imperio de una opinión mundial cada vez más consciente del cambio que hay que operar en las condiciones universales de vida. No obstante, allí hay  derechos de ciudadanía y culturales que son decisivos para constituir el diálogo. El nombre de Malvinas admite que el pensamiento de un mundo más justo adopte una sensibilidad capaz de  un autonomismo nuevo, es decir, volverlas a sí mismas, darles su verdadero significado que tampoco le puede ser indiferente al asentamiento humano angloparlante de las Islas, que hoy es casi multicultural, y que comparte por igual un destino de factoría y una fuerza vinculada a la “ética protestante”, en un puñado muy reducido de descendientes originarios, que manejan la prensa –el Penguin News- los negocios crecientes y hegemonía cultural, con toques facciosos que los perjudican también a ellos.
Para interpretarlo adecuadamente Argentina debe extraer de su memoria nacional sus mejores linajes y su vocación de alteridad, con redescubiertos componentes universalistas, antropológicos y democráticos. Recibir así, en nombre de un renovada justicia territorial, a los actuales habitantes de Malvinas será propio de un país que a su vez cambie al recibirlos, al meditar sobre los ámbitos receptivos de su propio idioma, sus renovaciones culturales y sus revisitadas tradiciones culturales. La Argentina, con su no desmentido corazón de país de compromisos humanísticos –a pesar de los oscuros períodos vividos, que muestran las antípodas de este linaje que sin embargo hemos mantenido y que hoy se debilitan por la rústica presencia, diariamente agresiva, del gobierno de Macri – los debe recibir también en medio de un gran reflexión colectiva, por el simple y extraordinario hecho de lo que implica recibirlos. Trazar una línea de reflexión activa, de una diplomacia nacional que beba hasta el último sorbo de sus propias posibilidades expresivas significa que las Islas pueden ser recobradas, recobrándose a la vez una nueva energía democrática nacional, siendo ambas cosas causa y complemento de la mutua posibilidad de la otra y un ejemplo universal de diálogo que tampoco puede serle indiferente a las tradiciones británicas que despojadas de un anacrónico sentimiento colonial, puedan  hacer revivir su implícito universalismo. Este universalismo no desconoció, muchas veces, aunque sea excepcionalmente, que su verdadera raíz se halla que la democracia interna de los países  En la filosofía y la literatura contemporánea (o quizás, de todas las épocas) hay una idea persistente, que es la de encontrar en un punto complejo de la realidad, la condensación de todos los diversificados temas que nos interesan resolver. En la tradición marxista, este punto es la “síntesis de múltiples determinaciones”, pero se lo encuentra en todos los pensamientos que nos interesan del mismo modo aunque con otras palabras. Por ejemplo, en Spinoza, el Deus sive naturaleza, o en la recurrente idea de “aleph”, como punto de aglomeración de todas las cosas.
Malvinas tiene esa especial consistencia en nuestro lenguaje, pues las dimensiones que abarca son innumerables, complejas y dinámicas. En primer lugar, el concepto Malvinas –sí, claro que no es solo un concepto, pero ese territorio, la historia de ese territorio y las acciones políticas asociadas a su actual realidad de no estar bajo la jurisdicción que corresponde- lo hace un principal talismán de la historia contemporánea argentina. Una dimensión es entonces la de los vínculos de la historia argentina con Inglaterra, o dicho más precisamente, con el desarrollo de los episodios característicos del imperialismo mercantil desde el siglo XVII en adelante. Ya sugerimos las complejidades de este punto. A esto se le agrega la difusa y desafiante cuestión de la Antártida, donde las lógicas territoriales ya no del viejo colonialismo, sino de la nueva globalización, incidirán de una manera “espectacular” (como dice Durán Barba) en el gobierno de Macri, no solo receptivo de esas lógicas, sino que existe porque es su criatura misma.
En el silgo  XVII aún no existía “la Argentina” y su nombre es pronunciado recién un siglo después (la poesía toma el delicado tema del metal “plata”, argentinorum, y lo devuelve como gentilicio, ver  Angel Rosemblat, El nombre de la Argentina), pero lo que hoy llamamos Argentina emanada precisamente de esa trama de fuerzas previas o de lo que podríamos llamar proto-argentina, contiene problemas dinásticos, de las cancillerías globales de la época, cuestiones políticos y sociales que se expresan en acciones militares de la época, así como en el presente. Esas acciones significan una afirmación de soberanía en plena era de la universalización compulsiva del dominio global, con lo cual el concepto de soberanía tiene otro dinamismo, cubre expectativas generales que no son solo territoriales y extienden su interés a los modelos de economía pública y social que debe asumir la Argentina. En aquel tiempo Malvinas era una pieza territorial del juego de las de las naciones latinoamericanas. ¿Y ahora? ¿Cuánto más que se espera, para reanudar este ciclo; el macrismo, sin duda, lo interrumpe con su grosería y tosquedad políticas.
Hace un par de años, algunos intelectuales que cuestionaban lo que les parecía una hybris nacionalista en el tratamiento de la cuestión Malvinas, decían algo así como que Malvinas sería una idea contemporánea que no podría proyectarse más que irrealmente sorbe el pasado. Un ente sin raíces. No. Hay un derecho del presente para interpretar sólida y serenamente el pasado. Es cierto que no se puede extender la idea de la argentina al pleistoceno o al cenozoico (Lugones mismo se lo dijo a Ameghino), pero sí a los umbrales de la modernidad. Y allí, a diferencia de las posiciones que pasan por alto la cuestión nacional –cuestión no tratada con criterios esquemáticos, sino precisamente plenos de historicidad-, es fundamental, a la luz de un plexo de argumentos jurídicos de la era de las naciones y de las expansiones imperiales, pensar Malvinas. Y hacerlo en el seno de este momento histórico de la nación argentina, con sus conflictos, sus desgarramientos sociales, sus intereses contradictorios. Así se lo hizo en el período kirchnerista y durante la embajada de Alicia Castro en Londres, cuyo principal  resultado es la declaración de J. Corbin, el secretario general de Labour Party, en relación al diálogo.
Porque también a diferencia de los que decían que hablar de “unidad nacional” es una imposición a los hombres libres (y ahora ellos convocan a un “pluralismo obligatorio”), también se puede decir lo contrario pero aceptando la pertinencia del debate. La unidad nacional nunca la postuló nadie como la “comunión de todos los santos”, slavo el abstraccionismo gerencial que ahora nos gobierna. Salvo en la imaginación de los “gerentes de producción y ventas” nunca hubo términos de una nación monolítica, sin poros, cerrada a la novedad y a sus luchas internas. ¡Pero ellos también ven consumidores  y no ciudadanos, pero en gradaciones de “poder adquisitivo”! Un país es un potencial adquisitvo y consumidor. Malvinas es un territorio visto desde el “clima de negocios”.
Pero Malvinas, para nosotros, solo pude el lugar conceptual cuya  importancia proviene de que solo puede ser obra de hombres libres y solo se puede pensar desde la autonomía de las conciencias grupales y particulares. Siempre esa apelación surgida de movimientos populares significó la realización de frentes políticos y sociales que corrieron distinta suerte en la historia argentina, como bien lo demuestra la historia del peronismo (de alguna manera, como Kerensky, inspirado en el Laborismo inglés… ¿digo alguna herejía?). Por eso, en este crucial momento de la vida del país, la cuestión Malvinas, dicha su condición de ente histórico y ético, también encierra la cuestión de la infraestructura de transporte, de la infraestructura de las industrias extractivas, de la distribución de la renta y de los distintos modos de tratar los excedentes rentísticos de la actividad económica. Son diferentes pero complementarias instancias de la autodeterminación social, frente a la cual estamos en franco retroceso, en “franco-macrismo”, por así decirlo. Si la minería eran antes extremadamente descuidada y deformante de la política, hoy adquiere una responsabilidad más que aciaga con las medidas que quitan el casi mínimo control que había, en una de las más riesgosas –junto al fracking- acciones de degradación económica del medio ambiente.
No nos equivoquemos: estas cuestiones de la auto-determinación ambiental también se proyectan sobre “Malvinas”, tema sobre el cual el nuevo gobierno nada entiende, pues en su fondo anímico indeclarado, piensa que “son inglesas”, lo que ni los ingleses, en su mismo fondo, piensan. No puede haber autodeterminación forzada para los habitantes malvineros, pues su autodeterminación debe ser otra, vinculada a su autoindagación: la tradición anglicana de habla inglesa, no economicista, preguntándose a sí misma ante la costa cercana, donde estamos los hispanoparlantes, que nos llamamos argentinos y estamos dispuestos a vernos también en el espejo de una historia compleja. Por eso es fundamental postular que su estatus actual de Malvinas es fruto de un despojo territorial certificado por la documentación histórica de la “era de las naciones”. Pero a partir de allí hay sujetos de derecho, porque todo ser viviente, con su cultura, devociones y biografías individuales, los posee. En tal sentido, posiciones abstractas y mitológicas no sirven para pensar el tema de las Islas unidas al Continente, pues componen un hecho histórico singular que ilumina para todos –también para los habitantes isleños- un futuro social argentino o neo-argentino de otra calidad política, apelando a otros núcleos conceptuales para interpretar una cuestión nacional revisitada con criterio de avanzada social, humana, tecnológica y jurídica. ¿Es esto posible con el Gobierno Macri? No. Pero es posible reabrir la discusión al margen de la actual Cancillería Globalizada.
Sobre todo, porque en el futuro va a dar lugar también a un latino-americanismo renovado, es decir, a un fortalecimiento y replanteo de la relación entre los países que son herederos de una historia común, pero aun atravesados por heterogeneidades políticas muy fuertes y dilemas cruciales, como el de Venezuela, Cuba o Brasil. ¡Por no mentar el nuestro! Malvinas es el nombre y el horizonte de un racimo de problemas que por sí solos permiten inspirar de su buena resolución un hecho novedoso para nuestro país, en una dimensión política, humana y cultural. Integrada Malvinas al derrotero común de Latinoamérica, allí comienza el debate perentorio y sutil sobre las autodeterminaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Me refería antes a una intervención de intelectuales sobre el tema. Vuelvo a decir lo que en su momento opiné, no me acuerdo en dónde. Al leer los artículos perseverantes de Vicente Palermo y Luis Alberto Romero me vinieron a la memoria algunas páginas de los Escritos póstumos de Alberdi. Observando ácidamente el papel que Sarmiento y Mitre juegan en la guerra del Paraguay, Alberdi, que como sabemos, la condena, se pregunta porque esos gobernantes hicieron una cuestión de honor de esa terrible conflagración. Para provocarla, habían mandado ex profeso dos buques, y los usaron como pretexto cuando fueron quemados por tropas paraguayas. Declararon que era un atropello al “honor argentino”. Siempre según Alberdi, los gobernantes de Buenos Aires no habían sentido el mismo bofetazo al honor cuando Sucre ocupa Tarija en 1825 o en oportunidad de la anexión de la Banda Oriental por Brasil. Y prosigue otro ejemplo incómodo: en 1838 la bandera argentina fue extirpada por Francia de la Isla Martín García y muchos de los que entonces no vieron problema alguno en ese abuso y que incluso lo aplaudieron, ahora se indignaban por hechos de poca monta protagonizados por Paraguay. Y el caso mayor: “los americanos del Norte arrancaron la bandera argentina de las islas Malvinas y entregaron ese territorio argentino a Inglaterra, que lo tiene hasta hoy, sin que se viese arruinado el honor argentino y se llevase la guerra a los Estados Unidos”.
Alberdi es verdaderamente el liberal argentino. Si se busca por otras ambientaciones culturales, nunca hay nadie como él que cumpla tan exactamente con los preceptos del humanismo radical y del universalismo económico. Podrán discutirse hoy todos estos aspectos del pensamiento de Alberdi, pero no es fácil tratar al núcleo último de un razonamiento que lo acompaña por lo menos desde que escribe las Bases, y que consiste en atacar los argumentos de “gloria y loor” que fundan a las naciones. Advirtiendo Alberdi que habían llegado a su fin los empeños de las espadas libertadoras, la cuestión simbólica de la nación se desplazaba a otras materias concretas: el arado, los cables submarinos, la integración con la economía europea, los “heroísmos industriales” como los que protagonizaban los constructores de ferrocarriles, no como herederos de los conductores de míticas campañas militares –como hubiera dicho un Sorel, no mucho tiempo después- sino otra cosa, lo contrario. Acabada una época, había que replantear para la nación el sistema complejo de sus honras y ceremonias. Sustituir, en fin, un lenguaje fundado en la gloria militar por un horizonte de palabras ligadas a otras retóricas. Alberdi propone una, perdurable, a la que no define (a nuestro juicio) adecuadamente, pero tiene sonoridades de las buenas. El pueblo-mundo.
Vicente Palermo dijo alguna vez en Clarín, aludiendo a que harían los isleños que no son contemplados verdaderamente como sujetos de derecho por las definiciones de la Cancillería argentina, que: “una cosa es segura: seguir odiándonos y hasta más, si es posible (y con toda la razón, a mi entender). Me parece indiscutible que a lo largo del proceso el activismo de los malvinenses se incrementará, y tendrá a la opinión británica (que muchos llaman, de modo simplón, «el lobby de las Falklands») de magnífica caja de resonancia”. Luis Alberto Romero a su vez dice en La Nación sobre el estatuto mismo de las Islas: “En cuanto a la historia, los derechos sobre Malvinas se afirman en su pertenencia al imperio español. Pero hasta el siglo XIX los territorios no tenían nacionalidad; pertenecían a los reyes y las dinastías y en cada tratado de paz se intercambiaban como figuritas. Antes de 1810, Malvinas cambió varias veces de manos, como Colonia del Sacramento -finalmente uruguaya- o las Misiones, que en buena parte quedaron en Brasil. Sobre esta base colonial se puede construir un buen argumento, pero no un derecho absoluto e inalienable”.
Quiero decir que considero inadecuados –en verdad, parciales o insuficientes- ambos razonamientos. En los dos casos, creo que existe en ellos una impropia y descuidada definición de la cuestión nacional. No me refiero con esto a alguna trivialidad ya transitada, sino a la omisión de nuevas perspectivas para la propia cuestión nacional, bajo cuyo punto de vista hay que disponerse. Hoy más que ayer: gobierna un gobierno despojado de cualquier nervio cultural, como no sea un pensamiento gerencial, también aplicado sobre Malvinas. Pero simultáneamente excluyo también las alusiones al gaucho Rivero o a cualquier otro saber de gesta, que si no es redefinido, empantanaría nuestras definiciones en una leyenda resecada. Una consideración novedosa de la cuestión nacional supone ahora un culturalismo universalista e inherente a él, una historia nacional revisitada en términos de lenguajes emancipatorios alternativos. Deben ser los lenguajes de una oposición resistente.
En años pasados se empleó un concepto de “patriotismo constitucional” que se le atribuía a Habermas (no es así, aunque él lo popularizó), y que curiosamente, Alberdi también menta en los mismos escritos que mencioné anteriormente: lo llama patriotismo cívico y constitucional. Como ven, como polemista, parecería que les sigo favoreciendo las cosas a Palermo y Romero (visitantes del despacho de Macri, donde entra con un cepillo de dientes en la boca, pues concluye allí la tarea empezada en el toilette; en la foto de aquella visita,  es cierto, no vi tal adminículo dental). Pero no se las favorezco. Les discuto como “pluralista”. Como ambos tienen irresolubles problemas con el planteo nacionalista de la cuestión Malvinas, me parece bien remitirnos a esta cuestión a través de lo que aquí hemos llamado el “honor”, que Alberdi tiende a considerar un aglutinante imperfecto de la idea moderna de nación. No lo es para nosotros, si le cambiamos la perspectiva. Hay un honor intelectual fundado en una nueva democracia activa que si es válida para una nación renovada, nos permitirá acceder de nuevos modos a la cuestión Malvinas.
Siendo así, lo considero un concepto interesante para redefinirlo en otros términos, pues por un lado, no creo que se pueda decir simplemente que las Islas “cambiaron varias veces de manos” debido al juego entre dinastías, relativizando inopinadamente que pertenecen al ciclo complejo de la nación –la nación argentina- y así se lo considera en la citada frase de Alberdi. De seguirse aquel criterio, tendríamos apenas “un buen argumento” –se supone que entre tantos otros sujetos a refutación-, y no un hecho de naturaleza histórico-social pertinente para hacer de las Malvinas un hecho inmanente de nuestro lenguaje político. No los siempre mencionados por Romero y Palermo como alarmantes tamboriles del “esencialismo nacional”, sino los lenguajes del pueblo-mundo. La nación argentina, pues, con su historia abierta a todas las contemporaneidades. Y además, siempre entrelazada con alguna de las formas disponibles de la presencia inglesa desde el siglo XVIII, lo que dio lugar al juego de aceptaciones y rechazos, en los que, en el segundo caso, se destacaron las plumas de los Irazusta o de Scalabrini, con sus grandes interpretaciones antibritánicas de nuestra historia. En el primero, ya sabemos –y nada de desdeñarlo- las sucesivas readecuaciones del cuerpo literario nacional ante los impulsos que provenían del núcleo de Bloomsbury (son familiares los nombres de Virginia Woolf, Roger Fry, Keynes, E. M. Forster, el Mismo B. Russel y quizás hasta Wittgenstein y Katherine Mansfield)
Pues bien, ahora estamos en condiciones de crear otro campo de honra democrática, releyendo los anteriores de manera nueva, campo que incluye el patriotismo constitucional más una idea democrática de nación, por la cual la futura integración con Malvinas debe ser portadora de reformulados sujetos históricos: el pueblo argentino redefinido por sí mismo y en nombre de una nueva conversación con otros. Allí hay un pluralismo sustantivo, no meramente propagandístico y capturador de  conciencias. Esa nueva conversación abarcará a los pobladores actuales de Malvinas cuyo destino empobrecedor no debería ser “seguir odiándonos”. Para ello, es necesario advertir que son poseedores de una historia de mayor interés para nuestro país, más que para la historia de la expansión mercantil inglesa durante más de tres siglos. Ellos (la minoría originaria “comprensiblemente obcecada”) son coetáneos absolutos del ciclo de nación argentina de un siglo y medio a esta parte –coetáneos, testigos y adversarios- y eso tan intrincadamente complejo los puede licenciar de los efectos que hasta hoy asumen de una mera historia colonial y con “mentalidad de colonos enriquecidos”. Es un hecho no simple ni despojado de cierto utopismo, considerar que encierran en su propia presencia en el archipiélago –entre bases militares y cálculos del capitalismo globalizado- una potencialidad de mudanza para las propias relaciones sociales y políticas internas del país que no desean integrar.
Este comprensible no-deseo es la gema trascendente de la conversación ahora inhibida. Ellos no saben hasta qué punto son portadores de un drama de identidad que no puede resolverse en Londres y sí en el seno de las conflictivas relaciones entre Inglaterra y Argentina, tratadas como paradojas crudas –y muy crudas- de la historia, desde Mariano Moreno en adelante. Pero resolubles por otros senderos de la vida intelectual y moral de los pueblos. Aunque en los acuerdos que se exigen se diga que esos pobladores no cuentan, cuentan sí en su tragedia, en lo que creen saber de ellos mismos y en lo que nosotros creemos saber de ellos.
Pero esos deseos antagónicos, que como todo deseo puede ser interpelado, ovillan una historia de amplios conflictos. Del pueblo-mundo que es el pueblo argentino, y de la pequeña comunidad malvinense, que es una pequeña metáfora de un camino frustrado de la modernidad. Historia de comunidades en conflicto, pero de un conflicto de piezas que encajan, históricamente, mucho menos en una historia colonial que en una nueva territorialidad cultural cualitativamente renovada en su aspecto federativo, multicultural y transformador. Inevitablemente, un reencuentro político-territorial deberá ser correlativo a una perspectiva que considere a la nueva geomorfología cultural así rehecha como novedosísimo sujeto de derechos: el acto de recibir Malvinas reclama también el acto de mudanza tanto del recibido como del recipiente. Por lo tanto, este acto sería capaz de anunciar otras locuciones para la economía territorial: otra minería, otra relación con la formas vivas de la tierra, otros estilos ambientalistas auténticos, otra interpretación de la historia bajo el signo de un lenguaje libertario que supere las pretéritas discursividades “liberales” cuanto “nacionalistas”, en todas sus variantes. Con este gobierno de Sturzzenegger, Macri, Carrió y Morales, no es posible.
Es sabido el problema –el temblor doliente- que provoca mencionar a los soldados argentinos que yacen en el cementerio de Darwin. Hacia allí se disloca el tema del honor, ya no considerado como conducta del ceremonial de Estado, sino penuria del memorial social y rememoración obligada de una tragedia. No es fácil desvincular a esos soldados de aquel Ejército al que pertenecieron, pero esa operación del conocimiento –la desvinculación- es simultánea a la de pensar de otro modo también la democracia en la fuerza armada argentina, tema de vastísma actualidad y que tiene su raíz en una reinterpretación cabal de la remembranza nacional. Tampoco lo veo posible en el gobierno de Patricia Bullrich.
Tampoco es fácil tratar ese nombre –Malvinas- al margen de la forma nacionalista del honor. Pero no por tal dificultad, que se vino conjurando en el gobierno anterior a pesar del escepticismo de Palermo y Romero, hay que desistir del intento de recrear la honra colectiva con nuevos elementos culturales. Esto es, con una nueva observación sobre la lengua nacional, los medios de comunicación de masas, las éticas colectivas en general, a lo que nos obliga la enorme pretensión de atraer hacia el “odiado continente” a el núcleo insular de una cultura que puede aspirar a algo mejor que a una conducta de lobbyo a un economicismo que haría de la era de las petroleras, un símil de aquellas dinastías que se disputaban islotes en todos los océanos. La anterior Cancillería, aunque no vimos a Timmerman comprando galletitas en un supermercado, trató con contundencia temas difíciles y controvertidos. (Sobre los que también ya hablaremos). En cuanto a Malvinas, acertó al mencionar el argumento de las comunidades galesas que viven desde hace ciento cincuenta años en territorio argentino sin perder su ethos cultural, o las mismas comunidades  inglesas repartidas por todo el país –con sus herencias culturales plenamente activas-, que son la demostración de cómo la matriz sentimental argentina es porosa y albergadora, excepto cuando la expropia el mal pluralismo de los actuales gobernantes (en verdad un pluralismo con aguijones inyectantes de “macridad”, desechable pócima).
Es un modelo de fusión posible, recibir así, en nombre de un renovada justicia territorial, a los actuales habitantes de Malvinas (ingleses y chilenos) y será propio de un país que a su vez cambie al recibirlos, al meditar sobre los ámbitos receptivos de su propio idioma, sus renovaciones culturales y sus revisitadas tradiciones culturales. Ya lo dije: ni con Macri ni con el nacionalismo ciego, ni con el liberalismo insípido, o el impostado pluralismo, esto sería posible. Macri silenció cuando Cameron, un hombre rústico como él, no tan remotamente vinculado con la etnografía del hooligan, menospreció como siempre la mera insinuación tradicional avalada por resoluciones de las Naciones Unidas. El hombre ni chistó, no dijo nada porque en el fondo “el otro era él”. Macri es Cameron, pero apáticamente tamizado por el Cardenal Newman, y recién haciendo sus primeros pininos. (Este Cardenal no dejaba de ser  interesante, en su momento trastornó la vida religiosa inglesa con su conversión al cristianismo).
La Argentina, con su no desmentido corazón de país de compromisos humanísticos –a pesar de los oscuros períodos vividos, el guerrerismo galtierista o el economicismo de quienes ahora ven las islas como una cuestión inmobiliaria, que muestran las antípodas de este linaje que sin embargo hemos mantenido- debe recibir a la ciudadanos ingleses de Malvinas también en medio de un gran reflexión colectiva, por el simple y extraordinario hecho de recibirlos. Trazar una línea de reflexión activa, de una diplomacia nacional que beba hasta el último sorbo de sus propias posibilidades expresivas significa que las Islas pueden ser recobradas recobrándose a la vez una nueva energía democrática nacional, libertaria y democrático-socialista (la utopía del “vamos a volver”)  siendo ambas cosas causa y complemento de la mutua posibilidad de la otra y un ejemplo universal de diálogo que tampoco puede serle indiferente a las tradiciones británicas que despojadas de un anacrónico sentimiento colonial, pueden  hacer revivir su universalismo que no desconoció que su verdadera raíz se halla que la democracia interna de los países. ¿Ahora? El interregno macrista lo impide. Pero tenemos que seguir pensándolo. 
El esfuerzo diplomático argentino cuando ocupó la embajada Alicia Castro tuvo mucho de historiográfico y de culturalista, y no poco de filosófico. Ese antecedente corre riesgos ahora, pero permanece en nuestra memoria política. La guerra de Malvinas fue el fin de una etapa dictatorial de la que el estado mismo se debe hacer cargo. En otro momento, y con otro un presidente civil, se escuchó el asombroso gesto de “pedir perdón” en nombre del estado actual, por aquel otro estado infame. Es un único y mismo problema. Desvincular un momento de otro es una apetencia democrática y filosófica para el país. ¿Ante quién pidió “perdón” Kirchner? Ante el pueblo-mundo. (Aunque  allí hubiera debido estar también Alfonsín, Kirchner lo llamó al otro día disculpándose). Concepto de una honra democrática nacional capaz de revisar –si seguimos su hilo severo- el conjunto del lenguaje que usamos para referirnos a Malvinas. No referimos a la idea alberdiana de pueblo-mundo. Será válido el lenguaje que usemos una vez descontado el de la alarma del escéptico liberal, pero también el de los sones de la epopeya inconclusa. Malvinas está ahora en la honra de la lengua democrática, y ésta no es ni más ni menos que una cuestión popular y universal de emancipación. Postergada con Macri. Nos gobiernan Farmacity, Chevron,  Generals Motor, y Barrick. ¿Qué podemos esperar? Para mí, no hay “cien días de gracia”. Pienso sobre la cuestión Malvinas lo que pensaba antes, y si antes me parecía que había que hacerle retoques reconstitutivos al planteo de Museo Malvinas, mucho más me parecen necesarios ahora, que entra en un ambiguo e irresoluto cono de sombra, convertido en agencia de alquileres, un rent-a-car de la memoria colectiva.
(Escrito el domino 14 de febrero. Se anuncia que Cristina retorna a Buenos Aires  con un Instituto o Fundación. Muchos esperamos que lo haga con ideas  y estilos renovados, a la altura de esta nueva gravedad de los hechos, que así como están, nadie los había previsto. Por otra parte, abundan los “pluralistas”. Pero no. Ese pluralismo, si es para aceptar este antiguo concepto de la historia política, no se refiere seguramente al “pluralista inventado”, a la “ficha ganada”, a la “carta robada”. Otra cosa es y lo tendremos que decir nosotros).  
Buenos Aires, 14 de febrero de 2016
Fuente: La Tecl@ Eñe

Cels: Límites al derecho a la protesta


El gobierno nacional dio a conocer un protocolo para la actuación policial en las manifestaciones públicas que otorga a las fuerzas de seguridad amplias facultades para reprimir y criminalizar las protestas sociales.
Esta decisión limita derechos de manera inconstitucional al poner a la libre circulación por encima de la integridad de las personas y de los derechos a la protesta y a la libertad de expresión. Además, la ministra de seguridad, Patricia Bullrich, anunció el protocolo con declaraciones amenazantes que completan el espíritu antidemocrático de la medida.
Uno de los aspectos más graves de la resolución es que no prohíbe de manera explícita que los policías que intervienen en las manifestaciones utilicen armas de fuego, ni tampoco que usen balas de goma para dispersar. Estas omisiones deshacen una medida fundamental que se había tomado luego de los peores episodios de represión en democracia, en los que las fuerzas de seguridad causaron decenas de muertos. La resolución también habilita detenciones con criterios amplios e imprecisos.
Es decir que el gobierno nacional, en lugar de regular la actuación de las fuerzas de seguridad y el uso de la fuerza, amplía sus facultades para reprimir y criminalizar. El texto de la resolución también limita el trabajo periodístico ya que la policía indicará a los trabajadores de prensa dónde pueden ubicarse. Esto afecta de manera negativa la libertad de prensa e impide el control que el registro fotográfico y audiovisual ejerce en el trabajo policial, como se ha demostrado en el esclarecimiento de homicidios cometidos por la policía en protestas sociales.
La resolución delega en las fuerzas de seguridad federales y provinciales la elaboración de los protocolos operativos que regulan la intervención en las protestas sociales  y que incluyen aspectos críticos como el uso de la fuerza. Sin embargo, las autoridades no pueden renunciar a sus funciones de gobierno y control político de las fuerzas en aspectos esenciales para la vigencia del ejercicio de los derechos fundamentales.
En 2011, las provincias adhirieron a los “Criterios Mínimos para el Desarrollo de Protocolos de Actuación de los Cuerpos Policiales y Fuerzas de Seguridad Federales en Manifestaciones Públicas”, orientados a proteger y garantizar los derechos involucrados en las protestas sociales. Por un lado, las autoridades provinciales y nacionales deben ratificar la vigencia de estos principios. Al mismo tiempo, los Criterios deberían ser convertidos en una ley destinada a proteger a largo plazo y en todo el país los derechos humanos en las protestas sociales.
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La lengua madre // Ignacio Gago – Leandro Barttolotta

Los Rolling Stones volvieron a la Argentina y en el Estadio Único de La Plata se armó un festival dionisíaco de la nostalgia. La apropiación nacional de sus majestades satánicas y geriátricas contradijo, otra vez, las miradas horrorizadas del legitimismo. Una mirada posible sobre cómo fabricar felicidad.

Faltan minutos para que se apaguen las luces y salgan al escenario, la manija es insoportable: motorizada por la espera de una década (“¡Diez años es mucho tiempo!”, dirá Mick saludando en el segundo recital) o de toda una vida. Desde diferentes puntos del Estadio Único arrancan las oleadas del vamo’ los stoooooon y la garganta se encoge esperando el llanto. En el campo se alternan tatuajes descoloridos, viejas remeras de la gira Voodoo Lounge del 95’ (que lucen orgullosos cuarentones y cuarentonas) y del Olé tour 2016 (nombre que homenajea la palabra-insignia para el aliento que tanto se usa en Argentina y que conmocionó a Jagger en su primera visita. Se sabe, Argentina is the best crowd of the world, como se titulan los videos en Youtube, y tan apreciado es el “commoditie espiritual” que para estos recitales viajaron Stones de diferentes lugares del mundo). A pesar de que el promedio del público oscila entre los 25 y los 35 años (a medida que se avanza en la franja etaria se ve cómo las canas y las entradas reemplazan a los flequillos) hay varios viejos roquers de anteojos mostrando sus astillas del palo Stone (algunos con hijas que parecen importadas de un recital deJustin Biebers, pero todo sea por el bautismo o la redención), algunos chetos que claramente no dejarían salir a su hija con un Rolling Stone, grupos de amigos que engañan la ansiedad abusando de las selfies, otros que hablan de una stratocaster inalcansable, alguién que identifica a un clon de Heisenberg (el héroe de Breaking Bad) y arranca una carcajada generalizada, “Che, cocinate algo para los pibes, pelado”; hay varias banderas de palo con lenguas y piojitos que se agitan y la presencia de una estética barrial (de negros y de white negros,como diría Mailer) inédita para un recital en precio dolar y de una banda de “afuera” (la vagancia que puebla el campo desmiente sin embargo esa extranjería), más inglés de fonética que de First aprobado. En estas fechas, sin duda, se rememoró el congreso de esquinas; una invocación potente, porque es más una puesta en acto de esas intensidades que una puesta en escena de la nostalgia de lo ya-vivido. Rememoración que es también un homenaje al nosotros, a la gran mayoría de la patria-Stone que escuchó a Sus Majestades por contagio y no por filiación.
A los Stones –como a todas las bandas “fundadoras” de la movida barrial del rock– los escuchamos por primera vez en una esquina, en un Kiosko, en la calle, en un bar, por algún amigo o amiga, por hermanos o primos mayores, en menor medida en MTV o en la Rock and Pop. Música proveniente del inconciente huérfanode las generaciones curtidas a cielo abierto. Pero todas esas discusiones volverán luego de la conmoción, cuando nos llevemos los bises a nuestra vida ordinaria. Ahora se apagan las luces, el Vamo los estooooon es ensordecedor, en minutos se escucharán los acordes de Star me up y el estallido libidinal de la inmensa olla humana.
el tiempo está de su lado
Los Rolling Stones se le escaparon al siglo XX. Se terminan los golden sixties (y el mandato de morir antes de cumplir los 30 años) y ellos siguen (no sin pérdidas, claro, pero siguen, insisten); pasan los setenta, las grandes bandas se disuelven y ellos siguen (intoxicados, pero siguen); los aplanadores, conservadores y vacíos ochentas casi se los comen en su epílogo (con las peleas internas), pero siguen insistiendo, encaran los noventa con grandes giras y pasan más de quince años del siglo XXI para que los podamos ver tocar Paint it blackJumpin’ Jack Flash Brown Sugar. Los Stones no sobrevivieron al siglo XX; lo excedieron. Por eso cuando todos sus protagonistas más célebres murieron (personas y discursos), estos la siguen agitando. Quizás sean los testigos –y custodios– más longevos del misterio que escapa por conductos impercetibles de una época a otra. Sus Majestades Satánicas se armaron hace más de cinco décadas unas buenas líneas de fuga, y se las tomaron muy en serio. El tiempo entendido como duración, las intesidades que se desatan y conquistan mundos ignoran por completo al calendario. Solo perdura lo que está vivo.
patria Stone
En la primera visita que realizan al país en 1995, Mick y Keith estaban sorprendidos porque decían que no habían visto una euforía y un fanatismo similar desde la década del sesenta. En Argentina estaban viviendo la remake aggionarda de sus años de mayor efervecencia social. En los comentarios a una nota de La Naciónsobre la llegada de los Stones, se lee “Banda inglesa, multimillonarios, entradas a 300 usd, se hospedan en los hoteles mas caros y se voltean a las modelos mas lindas… Sin embargo el ‘rolinga argento’ está convencido que ‘los rolin’ son populares y nacieron en La Matanza. En ningún lado del mundo Los Rolling Stones generaron semejante creencia popular totalmente distorsionada y basada en la nada misma”En la catarsis racista anida una verdad: en el mejor malentendido histórico que celebró por estas tierras el agonizante siglo XX, secuestramos a unos vejetes ingleses y los hicimos parte del nosotros; se borraron las diferencias geográficas, culturales, etarias, se desplegó capilarmente una simpatía por Sus Majestades de carácter inédita; una traducción que no necesitó de diccionarios bilingues ni de intérpretes ilustrados; un gesto arbitrario, azaroso, extraño (aquí no tiene nada para decir el verso sociológico que siempre intenta explicar los “errores” de masas; y tampoco sirve la historiografía roquera).
No hubo re-interpreación argenta del fenómeno Stone. Acá, como Stones, fuimos –y somos– “primeros escuchas”. No hay original a resignificar, no hay experiencia menor, no hay plagio o imitación: hay solo la significación primera que se re-produce en cada escucha. Quizá la simpatía por Sus Majestades fue expresión –y causa– del encuentro con las fuerzas desconocidas, paganas, inéditas que habitaban en nosotros: las fuerzas necesarias para rechazar familiarismos, morales oxidadas y caretas, modos oficiales de valorizar la vida. Como sea, el encuentro es del orden de lo misterioso, tan indescrifrable como lo que sentimos durante estas tres noches cuando sonó Midnight Rambler o Can’t you hear me knoking y la historía del rocanrol nos atravesó el cuerpo. Mick juega con estas fuerzas de abajo y pregunta risueño, “¿son acaso el país más Stone del mundo?”. No quedan dudas.
escuela de rock y educación sensible
Por eso no se trata de sacudir a los Rolling Stones para buscar (im)posturas políticas, manifiestos militantes, críticas a los mandatarios por el calentamiento global, o línea ideológica para los movimientos globalifóbicos. “Visitaron a Menem en la quinta de Olivos”, “Son multimillonarios”, “son ingleses”, bla, bla, bla… No hay que buscar gestos políticos en la superficie (para eso los argentinos tenemos al Papa Francisco o a la Princesa Máxima), con Los Stones supimos del lado afectivo, deseante, sensible que funda lo político de la vida de los cualquiera. Con Sus Majestades aprendimos que “primero hay que saber vivir”; primero hay que inocular la vida de preguntas hasta lastimarla, y es desde ahí, desde ese umbral corporal, íntimo pero no personal, desde donde se incia todo lenguaje político. Con Sus Majestades aprendimos que las intensidades se conquistan siempre contra la rígidez de los cuerpos que crea el Poder, y que en la expresión pública de esas rapacidades ganadas se juega una lucha por los modos en que queremos vivir. Los Stones nos sirvieron para la verdadera y primordial batalla cultural (en el lenguaje/cuerpo) que necesita toda política que quiera transformar el mundo. Con los Stones aprendimos que en el pliegue más profundo, las vidas no se determinan por coyunturas políticas, económicas o sociales: una vida “feliz” (felicidad: llegar a ser lo que uno es) no es la expresión del mundo que la rodea, sino la capacidad de hacer mundo. Con los Stones aprendimos a fundir Vida y Política. De los Stones no se sale necesariamente crítico o militante; pero sí se sale con ganas de vivir (como salimos después de cada escucha solitaria o en banda, en un fiesta con amigos, en un bar nocturno y embriagado o en un cuarto adolescente o en un living adulto o en un celular que nos aísla de la ciudad, como salimos después de los trances de cada uno de los shows). Claro, despúes cada uno verá qué hace con esas ganas: negativizarlas como insatisfacción e inquietud para estallar una forma de vida que apriosiona, volverla nafta anímica para emprender planes colectivos y agites comunes, o usarla como recurso para –únicamente– retornar de buen semblante a gestionar exitosamente la vida laboral y social.
Mientras escribimos estas líneas circulan por las redes sociales las imágenes de los Stones con la familia Macri acompañadas de algunas críticas “progres” de muchos comentaristas que probablemente sigan creyendo que los escenarios sociales se erosionan a pura pedagogía política, ignorando el plano de los afectos y las sensibilidades. La lengua de los Stones es un logo, pero un logo encarnado; un logo que sigue teniendo adherido en sus bordes vitalidad y energía. Una lengua íntima pero también social, una lengua aliada, disponible para el agite. Sacar esa lengua a la sociedad es también expresar públicamente (políticamente) un nivel afectivo-íntimo desde el que se piensa y se vive. Con esa lengua roquera aprendimos que todo lenguaje calienta o no, y punto. No hay mucho más que hacer.
viendo a los niños jugar
Una langosta verde se posa en la guitarra, recorre el mastil, se detiene en el clavijero. Keith la mira encantado y sonríe, le hace un gesto a Ronnie que se acerca y contempla la escena. Luego se suma Mick que parece no comprender, con una mueca Keith le señala al bichito y los tres se ríen sin dejar de tocar. Parecen niños, en ese gesto hay inocencia, asombro y juego. La escena proyectada en las pantallas recuerda al homenaje que Werner Herzog le hace a Kinski en Mi enemigo íntimo, cuando lo retrata jugando encantando con una mariposa que revolotea a su alrededor. En la escena también se puede percibir la misma sustancia vital que derrama Richards en su documental (Keith Richards: Under the Influence, 2015), cuando sostiene que “la adultez llega cuando te entierran”. Ni forever young ni adultez agilada de final de juego. Se subraya el verdadero límite, el viejo y conocido final, pero para empujarlo al fondo del pasillo, hay fade out, pero aún quedan intensidades por desatar y noches enteras por bailar.
La mayoría de las coberturas periodístas acentuaron el atletismo, la buena salud de los vejetes, y lo mágico de las performances (magia entendida como detención del tiempo, por la vigencia de lo que debería haberse degenerado, para usar un término con el que se los impugnó en sus inicios desde la sociedad pacata). Sí, hay magia y salud, pero por otros motivos. La vigorosa salud es la que alimenta la intensidad (no la capacidad de los pulmones y los músculos) y la magia es hacer con lo que hay otra cosa: magia es tocar un millón de veces los acordes de Satisfaction y gozarlo con la alegría de la primera vez. Magia es hechizar a más de 50 mil personas de un modo inolvidable. Sus Majestades Satánicas hicieron de la juventud una estética vital y no un mandato estético –como logró trampear el mercado y las publicidades. Una estética que sabe sensiblemente que es mentira el cuento de la maduración: nadie madura, simplemente se cansan. Lo azaroso de la langosta en la guitarra de Keith y las risas complices con Mick actualizan –como infinidad de veces a lo largo de estos 54 años, más allá de las peleas y los quilombos– aquel viejo choque fundante en la estación de trenes, cuando ambos llevaban un disco bajo el brazo y el rostro lleno de acné. Lo mejor y más perdurable del rocanrol nació en ese tren en marcha, en ese momento infinito y eterno (por ausencia de fines) que aún hoy seguimos recreando: un tren en movimiento, un auténtico rocanrol que sigue sonando, cuerpos que siguen girando, la vida entendida como duración e intensidad, tan simple y encantador; Like a Rolling Stone.
Fotografia: Julián Rulli
(Fuente: http://revistacrisis.com.ar/)

Obama y Macri, un 24 de marzo // Lobo Suelto!

Imaginemos el acto que Macri con Obama planean realizar el próximo 24 de marzo. En Casa Rosada, en la Embajada o donde sea. El presidente de EEUU viene de paso hacia Cuba en “histórica” visita. Y, de paso, toma la palabra en Buenos Aires, en el momento en que se conmemoran los cuarenta años del golpe militar corporativo que dio lugar a la última dictadura. Macri, Obama: ¿hablarán contra el terrorismo global y el narcotráfico? Gran acto de conversión, de adecuación global de la Argentina: los derechos humanos despojados de toda significación ligada a luchas populares. Enorme capitalización de los derechos humanos como marca global, en favor del orden. ¿Puede concebirse mayor servilismo?

Morales Solá anuncia el acto hoy en su columna del diario La Nación: «La visita de Obama a Buenos Aires coincidirá con el 40° aniversario del golpe militar del 24 de marzo de 1976. Ambos gobiernos están trabajando en un acto conjunto de los dos presidentes, que se realizará ese día para rendir homenaje a los derechos humanos violados durante la dictadura. El kirchnerismo ya adelantó su protesta. Nadie podía imaginar una cosa diferente de esa fracción política ni un aporte más valioso».
¿Morales Solá se sumará a la fiesta? Sería fácil citar aquella amarga premonición –tantas veces cumplida- de Benjamin según la cual si el enemigo vence –y no para de vencer- ni los muertos estarán a salvo.  No está de más tenerlo en cuenta, aunque habría que evitar, ahora mas que nunca, hacer del 24 de marzo un acto congelado de la memoria, un acto meramente defensivo, de competencia de fracciones o despojado de tramas populares. Sobre todo ahora que queda ratificada la fecha del 24 de marzo como momento clave respecto de la capacidad de desafío al consenso que el macrismo quiere instaurar; un consenso adecuado al orden que el occidente entero sueña con imponer por cualquier medio.   
Ni mera memoria, ni lucha parcial de los organismos, ni polarización entre fracciones. No es posible no percibir que de esta disputa fundamental dependen también los temas de los que se conversa a diario: de las paritarias a la educación, de la política exterior del país a los planes sociales, de los despidos a los protocolos represivos,  de los femicidios a la criminalización de los pibes en los barrios, de la inflación a la inseguridad.
No es cierto que el 24 de marzo recordemos “violaciones de los derechos humanos”. Lo es, en cambio, que en esa fecha rechazamos con toda nuestra fuerza el uso del terror como fundamento político de la concentración/económica pasada, presente y futura. Los 24 de marzo pensamos a fondo sobre las continuidades entre explotación y represión; entre desposesión y violencia estructural del régimen de acumulación.
Nada más actual,  más urgente, que afirmar el próximo 24 de marzo, en la calle y en donde sea, el contenido democrático y rebelde de los movimientos populares. No como modo de posponer las discusiones sobre nuestros los límites políticos (no hay porqué acallar ninguna diferencia, ¡al contrario!), sino como delimitación elemental a partir de la cual habrá que volver a la pregunta de fondo: ¿cómo ligar política y transformación sino a partir, justamente, del rechazo a toda imposición de adecuación al orden?

El 24 de marzo, ahora queda más claro que nunca, tenemos una gran cita. 

Disciplinar la investigación, devaluar la docencia: cuando la Universidad se vuelve empresa // Amador Fernández-Savater

Entrevista al colectivo de profesores y estudiantes Indocentia sobre la transformación neoliberal de la Universidad


«¿En qué nos estamos convirtiendo?” Esa pregunta dispara uno de los textos del colectivo Indocentia dedicados a analizar críticamente la transformación de la Universidad española en estos últimos años.
Efectivamente, ¿en qué se convierte la Universidad cuando la reducción del gasto público incrementa la presión competitiva por fondos y estudiantes? ¿En qué se convierte el ejercicio de la docencia cuando se considera una actividad de segunda, al tiempo que se estandariza e instrumentaliza la relación pedagógica? ¿En qué se convierte la investigación sometida a criterios y rankings que valoran principalmente lo cuantificable, exhibible y comercializable?
Convertir, mucho más que convencer. Transformar los comportamientos, mucho más allá de las opiniones. Lo que está en juego en la transformación neoliberal de la Universidad es la relación con el saber y con uno mismo. Hemos aprendido a enfrentarnos a poderes que se nos oponen como algo exterior, coactivo y represivo, pero ¿qué pasa cuando se trata de poderes que se presentan comoevidentes y deseables?
El colectivo Indocentia agrupa a profesores, profesoras y estudiantes de la Universitat de València. Su reflexión sobre la universidad española arraiga en los problemas particulares del modo de producir conocimiento en las ciencias sociales (psicología, educación, sociología, etc.), problemas que, aún compartiendo muchos elementos en común, se manifiestan seguramente de forma diferente en las humanidad o en las ciencias experimentales.
Los miembros de Indocentia que han contestado colectivamente a las preguntas de esta entrevista son: Lucía Gómez, Francisco Jódar, Almudena Navas, Carmen Montalba, Joan Carles Bernad, Antonio Santos, Manolo Rodríguez, Clara Arbiol, María Jesús Bravo y Daniel Sánchez. Contacto: indocentia@gmail.com
La revolución cultural neoliberal
1. Afirmáis en  uno de vuestros textos que el problema actual en la Universidad, contra lo que me parece que aún es el sentido común crítico, ya no es exactamente la endogamia, la pasividad, la burocracia, la rigidez, lo memorístico, la apatía… ¿Por qué se mantienen esos clichés entonces? ¿Qué es lo que nos impiden ver y pensar?
Indocentia: Estos viejos problemas forman parte de una crítica mediática y supuestamente progresista que no atiende a los problemas de la universidad actual. Por ello, es importante mostrar el uso político que se ha hecho de ellos, su valor pragmático, la función que han tenido y tienen como justificación de reformas de carácter neoliberal en el ámbito universitario.
Reformas que apelan a la endogamia para avanzar en la desregulación laboral de quienes empiezan y enfrentar a colectivos precarios; a la pasividad para implementar mecanismos de (pseudo)participación neoempresarial en la gestión y procedimientos pedagógicos estandarizados e infantilizadores en la docencia; a lacalidad para disciplinar la producción de conocimiento de acuerdo a lógicas competitivas; al academicismo para supeditar el sistema educativo al productivo…
De ahí la necesidad de desvelar la contradicción entre la retórica con la que se presentan las reformas y los efectos que generan. Por ejemplo, en el caso de la crítica a la endogamia, no deja de sorprender que las medidas nunca hayan pretendido otorgar seguridad a las posiciones más precarias para evitar su dependencia de los poderes locales y de toda una lógica relacional insoportable (redes clientelares que no solo perviven, sino que se han acomodado perfectamente a las nuevas exigencias productivistas y “meritocráticas”).
Por tanto, entendemos que es importante llevar a cabo una “crítica en tiempo real”, que cuestione los efectos de las transformaciones recientes de la universidad: la exigencia de hiperactividad vacía e inocua, la progresiva mercantilización del conocimiento, la devaluación de la docencia, la fragilidad y dependencia de las posiciones más precarias…
2. En esa transformación neoliberal de la Universidad, decís que es esencial el “cambio de cultura del profesorado”. Las directrices europeas que citáis en vuestros textos insisten mucho en esto. Me interesa especialmente este aspecto de “revolución cultural” que implica el neoliberalismo. ¿En qué consiste? ¿Por qué es tan importante que el profesorado se vuelque en la investigación? ¿En qué tipo de investigación?
Indocentia: Sí, los distintos documentos que desde la Comisión Europea vertebran la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior no ocultan que el éxito del proceso de reforma depende de la transformación del profesorado de forma que se establezca una alianza entre sus ambiciones personales y los objetivos valorados por la institución. Algo que no deja de ser inquietante.
Las nuevas reglas del juego privilegian la investigación al tiempo que devalúan la docencia; una investigación sometida a las reglas que le permitan competir, una investigación que se pueda cuantificar y exhibir, una investigación obediente.
En primer lugar, se lleva a cabo una redefinición del profesor como investigador en términos de prestigio y estatus. Frente a la docencia, la práctica investigadora es transformada en una inversión en el propio currículum que sí reporta beneficios subjetivos (valoración) y materiales (compensaciones retributivas). La docencia se define como carga, actividad que hay que soportar para poder llevar a cabo las actividades de investigación que son las que generan distinción y reconocimiento.
Es ilustrativo en este sentido el Real Decreto-Ley 14/2012, de “medidas urgentes de racionalización del gasto público en el ámbito educativo”, que establece que la actividad docente ha de graduarse en atención a la “intensidad y excelencia” de la actividad investigadora reconocida. La docencia queda directamente definida como “castigo”. La exigencia de rentabilizar los resultados de la investigación hace que el profesorado deserte de la docencia, que se convierte en obstáculo para la promoción académica. Dedicar esfuerzo a la docencia es “perder el tiempo”.
En segundo lugar, se encauza la producción de conocimiento en función de criterios globales de productividad/calidad que permitan competir. En este espacio de capitalismo académico, el conocimiento se somete progresivamente a indicadores de producción que tienen valor en circuitos cerrados. Como recoge claramente la Estrategia de Universidad 2015: “el conocimiento es un capital pero es necesario identificar en él lo que realmente tiene de valor para el mercado”.
Esta revolución neoliberal en curso está siendo un éxito. Sin apenas resistencia, ha sido capaz de construir investigadores emprendedores dispuestos a comprometerse en el proceso ciego y permanente de competencia por contratos, publicaciones, proyectos. Sin embargo, la misma función de la universidad pública se pervierte: la producción de conocimiento va perdiendo su dimensión social y se convierte en un valor de cambio ligado a las exigencias del mercado impidiendo suvalor de uso, su conexión con determinadas posiciones y problemas. Es decir, en un producto inocuo que ha de contar en el circuito virtual y autorreferente de los rankings.
3. Vuestros textos analizan pormenorizadamente esta cuestión de la “transformación de las subjetividades” en el proceso de mutación en marcha de la Universidad. ¿En qué se diferencia la transformación de las subjetividades de un cambio ideológico?
Indocentia: Los procesos de reconfiguración identitaria no afectan únicamente a nuestros ideas, valores o creencias, sino que modifican también nuestros deseos, aspiraciones, motivaciones, placeres, los modos de relación con uno mismo, transforman nuestra interioridad. Por eso no se trata solo un cambio ideológico.
Las nuevas formas de gobierno neoliberal modifican nuestras subjetividades: nos convertimos en investigadores competitivos, activos, polivalentes y flexibles, en “empresarios de nosotros mismos”. El “profesorado excelente” trabaja solo por y para sí. Incorporamos el cálculo coste-beneficio no solo a la hora de planificar una investigación, sino también a la hora de gestionar nuestras relaciones.
Dos aspectos favorecen la penetración en los cuerpos de esta lógica instrumental. Por un lado, la actividad investigadora es concebida como un proceso donde nos estamos jugando, no solo la posibilidad de progreso en nuestra carrera académica, sino también nuestra propia imagen, la posibilidad de reconocimiento, un proyecto de identidad que desborda lo profesional. Rankings, estadísticas, memorias de investigación, tablas comparativas, informes, plataformas o registros virtuales de citas, publicaciones, seguidores… nos proporcionan esa valoración, la posibilidad de ocupar un espacio-marca. Todo ello obliga a un proceso continuo de competición interna que fragmenta y enfrenta al profesorado.
Y por otro, estas formas de regular nuestra conducta dependen de nuestra iniciativa “voluntaria”. Es decir, aunque no se puede negar su carácter coercitivo (sobre todo para los que empiezan), operan también a través de la fascinación, de la identificación con estas reglas del juego. De ahí la enorme dificultad de ejercer la crítica a los dispositivos de dominación que nos configuran.
Discursos y prácticas: excelencia y evaluación
4. Vuestro análisis se centra en dos dimensiones materiales de esa “revolución cultural”: los discursos (excelencia, emprendimiento, etc.) y las prácticas (sobre todo la evaluación y la rendición de cuentas). Empecemos por los discursos. Afirmáis que importa menos lo que significa la palabra “excelencia” que lo que “hace hacer” en este contexto. ¿Qué “hacen hacer” esos discursos, qué efectos producen?
Indocentia: Discursos como excelencia, espíritu emprendedor, innovación, autorrealización… pretenden instaurar un sentido común compartido o regla de juego que naturalice la necesidad de competir. Desde los rectorados, se lleva a cabo un trabajo pedagógico-propagandístico dirigido a que nos identifiquemos individualmente con exigencias que no dependen de uno mismo y que no se cuestionan.
La excelencia es un concepto vacío pero que tiene poder performativo, nos incita a intensificar continuamente el rendimiento al tiempo que impide cualquier crítica: ¿hay alguien que quiera ser lo contrario de excelente? La excelencia pasa de ser una cualidad inaprensible a significar: ranking, competitividad, resultados. Permitiendo también lanzar el mensaje de que la universidad se está convirtiendo en una estructura administrativa semejante a una empresa, capaz de planificar estratégicamente, evaluar y ejecutar.
El emprendimiento asociado a la retórica de la iniciativa, la apertura, la asunción de riesgos y retos, la creatividad, la reinvención, la transformación de ideas en actos, el liderazgo de proyectos…. muestra su lado más desvergonzado y cínico cuando se nos demanda que en el aula incentivemos el espíritu emprendedor de los y las estudiantes. Aquí podemos ver en qué se ha convertido la universidad-empresa: ¿por qué se les pide a los y las estudiantes que asuman riesgos individuales mientras se invisibilizan las condiciones sociales que generan desigualdades en esa apuesta? ¿Por qué se publicita el emprendimiento y no se denuncia la precariedad que les espera?
5. En cuanto a los mecanismos de evaluación y rendición de cuentas, ¿de qué tipo son, cómo funcionan, qué generan?
Indocentia: Agencias de calidad como la ANECA (dirigida a acreditar la calidad del profesorado) y la CNEAI (que reconoce, a través de los sexenios, la actividad investigadora realizada en períodos de cinco años), priorizan como criterios de valor la publicación de artículos en revistas científicas incluidas en bases de datos elaboradas por dos empresas privadas, Thomsom Reuters y Elsevier (propietarias respectivamente de las bases de datos WoS y Scopus), en detrimento de otros formatos y modos de canalizar la actividad investigadora. Estos criterios de valor reproducen una lógica colonial, son un efecto de lógicas de poder geopolíticas (que marginan y desprecian las revistas científicas no anglosajonas, que imponen sin discusión el inglés como lengua neutra…) y, a pesar de las críticas de todo tipo que han generado, conservan intacta su capacidad de definir quién vale y quién no.
La bibliometría no ha traído resultados de investigación excelentes, pero sí sabemos que ha despertado la astucia y las triquiñuelas de una parte profesorado que adapta su trabajo hacia lo que se considera clave en la evaluación: se abandonan las monografías o libros porque puntúan menos y dan más trabajo frente a los artículos con índices medibles de impacto; se trocean las investigaciones de forma que salgan varios artículos, lo que está generando una inflación de papers inabarcable y vacía; se publica aunque la investigación no esté concluida y los resultados sean escasos o poco sólidos; se provocan («fiddling with the data…») resultados positivos porque los negativos son menos publicables; se apuesta por investigaciones breves, que puedan permitir publicar con rapidez; se recurre al autoplagio, al plagio, a las autocitas, a las redes de citas, a las guerras de citas, a no citar a posibles competidores.
En este escenario, son frecuentes las relaciones clientelares, las “familias” basadas en alianzas estratégicas, en intercambios interesados orientados a la maximización de resultados (autorías rotativas, contactos en revistas…) y no en la necesidad de producir formas colaborativas de pensamiento e investigación.
El conocimiento se somete, se pliega a estos criterios de valoración “internacionales”, supuestamente “neutrales”, pero que disciplinan, estandarizan y empobrecen el trabajo investigador (promueven metodologías legítimas, modos de enunciación autorizados, parámetros temporales, contenidos prioritarios). Esta dependencia se manifiesta de forma diferente en cada disciplina. En las ciencias sociales no es difícil percibir la estrecha relación entre las áreas temáticas que permiten financiación de proyectos de investigación y las actuales formas de producción y pensamiento hegemónico: empleabilidad, emprendimiento, inteligencia emocional, resiliencia, estrés positivo, prácticas de éxito escolar…
La producción de conocimiento, al margen de las posiciones teóricas y políticas de los investigadores, se encierra en un circuito privatizado, ajeno a cualquier compromiso con lo común, incapaz de intervenir en lo social. Ello afecta a la función de la universidad pública pero también a nuestra tarea cotidiana: pérdida de sentido, desilusión, impotencia política o cinismo.
6. Estas exigencias de disponibilidad continua, hiperactividad, optimización, movilización permanente… ¿qué efectos tienen sobre el pensamiento, sobre la enseñanza (una actividad “generosa, viva, inconmensurable” como decís), sobre los mismos cuerpos?
Indocentia: Es precisamente la hiperactividad aquello que está paralizando el pensamiento, la reflexión. La carrera investigadora no tolera ni tiempos vacíos ni logros acabados y duraderos. La valía se ha de actualizar continuamente en un proceso sin fin. De ahí la emergencia del llamado “sexenio vivo” y el uso que se está haciendo del mismo (se penalizan los períodos donde el ritmo de producción no ha sido constante). Se instala una relación con el conocimiento desencarnada, instrumental, acelerada, regida por el corto plazo. El ritmo de trabajo se ajusta a los requisitos temporales y estandarizados que exigen los dispositivos evaluadores.
Estas exigencias ponen en peligro el carácter artesanal y creativo de los procesos de producción de conocimiento. Lo que vale, lo que cuenta, lo que tiene valor (de mercado) es la acumulación, la superficialidad, la continua novedad sin raíz. Se trata de un nuevo modo de expandir la sumisión en el trabajo intelectual. Una pérdida de la dimensión crítica de la investigación que, paradójicamente, se asocia al aumento de la excelencia de nuestras universidades.
Dar una buena clase requiere mucho tiempo y esfuerzo en su preparación. Precisa entrega y generosidad. Continuamente experimentamos que la pasión que el profesorado transmite en el aula es lo que logra movilizar las ganas de saber de los estudiantes. ¿Es posible una medición de todo esto? La relación pedagógica no se deja apresar en términos instrumentales y rentabilistas. De ahí nuestra crítica a los dispositivos de control y gestión de la actividad docente como el infame programa Docentia. Un programa troyano, un software aparentemente inofensivo que al ejecutarlo ocasiona daños irreparables. Su principal efecto no va ser aumentar la calidad de la enseñanza, sino introducir la lógica del coste-beneficio en la docencia, de forma que también ahí orientemos nuestra conducta hacia los aspectos premiados. Y ello además, en un momento en que la docencia se devalúa y pasa a ser, como decíamos, el castigo para los profesores y las profesoras no excelentes (penalizados con muchas más horas de docencia) .
En la vida del profesorado se instala, no solo la angustia ante las exigencias evaluadoras, sino también la culpa por no estar a la altura de ese ideal deexcelencia. Y el padecimiento de estas afecciones de un modo individual y privado. Vidas fragmentadas y en deuda permanente. Cuerpos que no se pueden permitir una bajada de energía, de intensidad productiva. Cuerpos que han aprendido a no distinguir entre tiempo de trabajo y tiempo de no-trabajo. Cuerpos fuertes e independientes, sin debilidades ni vulnerabilidades. Cuerpos que no tienen que ser cuidados y que no cuidan a otros cuerpos. Cuerpos hiperproductivos y ajenos a los compromisos con la vida reproductiva. La excelencia mata, la competitividad enferma, decimos desde Indocentia.
Formas de resistencia creadoras, no nostálgicas
7. ¿Cuál es la actividad de Indocentia, su alcance, su eco?
Indocentia: Indocentia es un espacio, formado primero por docentes y que ahora se está abriendo también a estudiantes, que pretende abrir preguntas, mantener abierta la capacidad de extrañarnos, ensayar formas de desobediencia activa. Es un intento de problematizar en qué nos estamos convirtiendo en la universidad. En un momento en el que estamos más individualizados que nunca queremos politizar en común nuestro malestar. Construir una posición que nos ayude a sostenernos compartiendo lo que, en nosotras, resiste a encajar en el juego de la universidad neoliberal.
Buscamos enfrentar formas de sometimiento y vaciamiento del sentido público de la universidad. Creemos en una docencia que permita relaciones pedagógicas vivas. Queremos detenernos, pensar y abrir otros sentidos de lo posible.
Nos cansa ser empresarios de nosotros mismos, jugar al juego de instrumentalizar oportunidades, contactos, relaciones. Sabemos que nuestra autorrealización no depende de nuestra puntuación en cualquier ranking y sospechamos de la obligación misma de autorrealización y de implicación continua. Nos indigna que se ofrezca emprendimiento a nuestros estudiantes explotados.
8 ¿Cómo leer las resistencias a la transformación neoliberal de la Universidad? Se me ocurre que si el nuevo paradigma de poder y control pasa por los cuerpos (es “biopolítico”, como se dice), tal vez las resistencias se expresen también “físicamente” aunque en formas ambiguas: depresiones, bajas laborales, etc. ¿Veis esto en vuestro entorno?
Indocentia: Las condiciones que definen hoy la producción de conocimiento en la universidad (exigencias de flexibilidad temporal, funcional y horaria, inestabilidad laboral en las figuras precarias…) tienen consecuencias en la salud:ansiedad, desgaste psíquico, incertidumbre, culpa. Junto a esto, la deriva productivista, la gestión rentable vacía de sentido nuestro trabajo.
Pero esa realidad no cuenta, no se politiza. La lógica meritrocrática esconde que la posición de género, clase y la inserción en (determinadas) redes sociales en la institución definen desigualmente la posibilidad de alcanzar determinados resultados. Y provoca una peligrosa atribución individual del fracaso. Por ello, es importante releer, interpretar en clave colectiva, estas manifestaciones de malestar descalificadas o silenciadas como “privadas”. Aquí, también, lo personal es político.
9. Si hoy el poder es «interior» y “voluntario”, si pasa por nuestra propia adhesión subjetiva a las formas de autorrealización que nos propone seductoramente el sistema (reconocimiento, valoración, visibilidad), ¿qué se puede hacer, cómo se puede luchar o disentir? ¿Cómo se pueden construir otros espacios de pensamiento sin quedar relegados a la invisibilidad, a la auto-marginación? ¿Dónde veis esas resistencias y/o creaciones?
Indocentia: Para las posiciones más precarias, la posibilidad de disenso es difícil, están obligadas a cumplir las reglas del juego si quieren aspirar, en un horizonte incierto y competitivo, a mantener su puesto de trabajo. Pero sorprendentemente, quienes no ponen en juego su estabilidad laboral tampoco consiguen romper las identificaciones (motivaciones, aspiraciones, deseos) asignadas por la racionalidad neoliberal. Están capturados.
La producción de otros espacios de pensamiento y resistencia pasa por generar otras formas de reconocimiento colectivo a nuestro trabajo, distintas a las que nos ofrece la empresa Thomsom Reuters; por dar valor a vínculos en los que no solo haya instrumentalización del otro; por no someter la investigación a los circuitos rentables; por intentar construir espacios comunes a pesar de nuestra fragmentación y jerarquización; por no desertar de la docencia y proteger ese espacio de relación.
En todo caso la resistencia tiene que ser desobediencia y creación; una mirada nostálgica no tiene sentido. Una universidad pública y democrática está aún por construir.
10. “Iniciativa, apertura, asunción de riesgos, retos, creatividad, reinvención permanente, proyectos”… El lenguaje neoliberal es emocional, entusiasta y movilizador. ¿Cómo luchar contra él, cómo dar la pelea en el lenguaje? ¿Desenmascarando lo que esconden las palabras, tratando de reapropiárselas y darles otro sentido, inventando otras nuevas…?
Indocentia: A pesar del atractivo con el que se presentan, creemos que es importante mostrar los efectos de estos discursos en la universidad (efectos que dependen siempre de la relación que mantienen con dispositivos prácticos, como la tecnología evaluadora).
La excelencia se convierte en un incentivo para que aumentemos de manera constante e ilimitada la productividad; la calidad esconde sometimiento a estándares y formatos cuantitativos y arbitrarios; el emprendimiento actúa como ilusión de agencia y logro personal en el trabajo investigador; la audacia y el riesgocomo prescripciones que, cuestionando los derechos y protecciones laborales, convierten en deseables situaciones corrosivas y precarias.
La lucha tendría que conseguir, no solo evidenciar los efectos producidos por estos discursos, sino también por generar otra sensibilidad hacia ellosGenerar desafectos. Convertirlos en lo que son: estribillos estridentes e insoportables . Al mismo tiempo, tendríamos que ser capaces de incorporar otros elementos de valor al trabajo investigador y docente: trabajo compartido, trabajo artesanal, honestidad, compromiso. En esta línea encontramos la «Carta de la Des-excelencia»(Charte de la desexcelence) impulsada por un grupo de universidades francesas y belgas.
11. Si el poder es micro y pasa por la transformación de las subjetividades, ¿qué podría aportar positivamente un cambio macro, en el poder político, sobre la gestión y el gobierno de las Universidades? ¿Cómo veis el panorama al respecto, qué posición tienen sobre las transformaciones en curso de la Universidad las formaciones de la “nueva política”?
Indocentia: La transformación neoliberal de las subjetividades depende de un conjunto heterogéneo de discursos y prácticas donde los cambios organizativos y legislativos tienen un peso importante.
Esto se aprecia bien si atendemos, por ejemplo, a la regulación actual del sexenio a partir del Real Decreto-Ley 14/2012 que premia por la posesión de determinados tramos de investigación con una reducción de la carga docente y penaliza con un aumento significativo de la docencia. De forma que consigue dividir al colectivo, paralizar la crítica y la acción colectiva y consolidar un imaginario en el que la docencia no tiene valor. O si atendemos a los efectos subjetivadores que están produciendo en el profesorado universitario las normativas y disposiciones de las distintas agencias evaluadoras. Por tanto, no se puede renunciar a la posibilidad de producir colectivamente nuevas reglas, nuevas praxis instituyentes.
Es importante que aquellas formaciones políticas que han sido capaces de denunciar el efecto de las políticas neoliberales en algunos ámbitos, sean también capaces de hacerse cargo de lo que supone esta deriva en la universidad. Sin embargo, constatamos que la potencia del discurso mediático al que hacíamos referencia al inicio y la respuesta neoliberal que se ofrece como garantía de modernización y solvencia (calidad, competitividad, meritocracia, excelencia…) sigue impregnando algunas propuestas y diagnósticos de las nuevas formaciones políticas. Es necesario dar un paso más. Es necesario avanzar en la crítica. Es urgente comprometerse y disputar el sentido también en el espacio universitario. Hay demasiado en juego.
(Fuente: http://www.eldiario.es/)

‪#‎JUSTICIAPORIKI // Presentación de la Comisión de investigación sobre la violencia en el territorio


PARTICIPAN:

Alejandro Bercovich, Leonardo Grosso, Rafael Klejzer, Jose Schulman, Horacio González, Mario Santucho, Juan Grabois, Miguel Funes,Marcelo Parrilli, Victoria Donda, Pastor Pentecostal Diego Mendieta, Padre Paco “Francisco Olveira Fuster” cura de Opción por los Pobres, Lito Borello, Jorge Rivas, La Garganta Poderosa, Confluencia La dignidad-Katari-OPSA, Madres de Plaza de Mayo – Linea Fundadora, Liga Argentina por los Derechos del Hombre, Patria Grande, Movimiento de Trabajadores Excluidos, Izquierda Latinoamericana, Organización Política y Social Los Pibes, Movimiento Evita, La Cámpora Matanza, Frente Popular Dario Santillán – CN, Comisión Política de la Iglesia Dimensión de Fe, Parroquia Ntra Sra de Fátima Isla Maciel
Contacto de Prensa: 1131476180 (Franco)

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Documento de convocatoria

(la convocatoria y participación de la Comisión Investigadora de la Violencia en los Territorios continua abierta)
El arribo al gobierno de la derecha empresarial en Argentina supone un severo desafío para las organizaciones populares, y para el todas las experiencias comprometidas con la democratización social. Rápidamente ha comenzado la desarticulación del sistema de mediaciones y garantías institucionales heredados de las gestiones anteriores, que proveían un cobijo precario (pero cobijo al fin) a la multiplicidad de agrupamientos que constituyen el campo popular. En paralelo, las dinámicas de acumulación rentística que penetran los territorios e imponen nuevas cotas de violencia social, desarticulando los lazos comunitarios y la vida pública, van a profundizar su despliegue. En este contexto la represión y la coacción ya están incrementándose, pero opera según nuevas modalidades, tanto estatales como paraestatales.
La Comisión Investigadora de la Violencia en los Territorios se propone desentrañar las tramas y los actores que se articulan en función de estos negocios, incluyendo la participación y la complicidad policial, judicial y del poder ejecutivo, para contribuir con información valiosa a las causas judiciales que se libren. Al mismo tiempo, nos interesa promover la denuncia y el debate público. En este sentido, la Comisión Investigadora se constituye como un órgano colectivo, amplio y heterogéneo, con la clara intención de afirmar una perspectiva radicalmente democrática de la justicia social y los derechos humanos. El caso concreto que motiva su creación es el intento de asesinato de Darío Julián, militante del Movimiento Popular la Dignidad. Pero su aspiración es involucrarse en todos aquellos casos que podamos asumir, de acuerdo a la potencia que alcancemos. Para tal fin, la Comisión Investigadora invita a organismos de DDHH, organizaciones populares, colectivos de investigación, medios de comunicación, instituciones y personas interesadas en general, a brindar su aporte.
EL CASO

Sucedió el viernes 12 de febrero, a las nueve de la noche, mientras se desarrollaba una asamblea vecinal en la plaza del barrio. Un aspirante a sicario irrumpió a los gritos y dirigiéndose a Iki y a su compañera Ivana, les espetó: «dejense de joder con la Sociedad de Fomento y el tema de las tierras». Acto seguido disparó en el pecho de Iki a una distancia de treinta metros. Tiró a matar.

Iki es Darío Julián, nacido y criado en Villa Celina, Municipio La Matanza. El playón donde tuvo lugar el intento de asesinato es uno de los sitios más concurridos del barrio Vicente López y Planes. Queda sobre la calle Avelino Díaz, a pocas cuadras de la General Paz y Avenida Roca, muy cerca del Autódromo Oscar Alfredo Gálvez.

La crónica no se agota en el hecho policial. No fue un hecho de inseguridad. Se trata de una muestra (una más) de los grados de violencia que está adoptando la ocupación territorial del conurbano por parte de un entramado de negocios con articulaciones políticas y complicidad institucional.

MOTIVACIONES

La víctima del embate es miembro del Movimiento Popular La Dignidad. La asamblea donde recibió el balazo fue convocada para compartir asuntos relacionados con el Jardín de Infantes que el Movimiento va a inaugurar en el mes de Marzo. El motivo del ataque es un conflicto que se remonta por lo menos al 2010, en torno a un predio de 18 hectáreas que linda con el barrio y aún no ha sido urbanizado.

Allí tiene su sede la Sociedad de Fomento “Barrio Parque Modelo Presidente Vicente López y Planes”, histórica institución vecinal que desde 2012 está en manos de una banda punteril y mafiosa. Ellos son los responsables del intento de homicidio. Desde el MP La Dignidad señalan a Marcelo Rostán (vicepresidente), Pedro Carlos Alberto Villarreal (Secretario General) y Georgina Laurenziello. También al Secretario de Actas Eduardo Daniel Ysnardes, quien habría traído a “Jony” para ocuparse de la seguridad. Jony, autor material del disparo, se radicó hace dos meses en Villa Celina, procedente de La Tablada.

El primer desafío de la investigación que nos proponemos consiste en desarticular este siniestro entramado de poder local y dejar a la luz la connivencia estatal y las responsabilidades políticas que garantizan estos negociados. Para ello es preciso comprender las articulaciones con que cuenta.

GEOPOLÍTICA

En el origen está la pretención urbanizadora de las dictaduras que supimos conseguir durante el siglo XX. En 1956, con la Revolución Libertadora en el poder, se creó la Comisión Nacional de Vivienda (CNV), responsable del primer censo de villas miseria en la Capital y el Gran Buenos Aires. En conjunto con el Banco Hipotecario se construyeron varios repartos de casitas de bajo costo, para relocalizar a los habitantes de las villas. “Plan de Acción Inmediata” fue el nombre bélico de aquel primer proyecto para la “erradicación” de villas. Como parte de esta impronta se inaugura a fines de los sesenta, durante el mandaro de Lanusse, el barrio Vicento López y Planes. El Pte. Sarmiento, barrio contiguo, tiene idéntica génesis. Luego se construyeron otros asentamientos en Villa Celina: Las Achiras, 17 de Noviembre, San Vicente, etc. Diferentes Cooperativas de Vivienda tomaron a su cargo estos más recientes impulsos habilitacionales.

El predio de 18 hectáreas ubicado entre las calles Ramón Carrillo, Alfonsina Storni, Avelino Díaz y General Paz es el último terreno disponible en la zona. Sobre Carrillo, linda con FEMSA (empresa embotelladora trasnacional, a cargo de los productos de Coca-Cola y accionista importante de Heineken), que a su vez limita con el Riachuelo, a la altura de La Salada. Un lugar estratégico para el negocio inmobiliario. En algún momento, la posesión del predio pasó de manos del Banco Hipotecario al Organismo Nacional de Administración de Bienes del Estado (ONABE). Y luego fue cedido al Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC).

EL OVILLO

En el IVC macrista hay que ubicar el origen de este ovillo. Desde allí sale en el año 2010 el impulso urbanizador, durante la gestión como presidente de Omar Abud, y de Daniel Garbelini como gerente general. Luego, sus sucesores Emilio Basavilbaso (Licenciado en Economía Empresarial por la Di Tella) e Ivan Kerr (Master en Derecho Empresarial por la Universidad Austral) ajustaron la iniciativa. El instrumento utilizado por estos gerentes-militantes es la Cooperativa de Vivienda Lozana LTDA, cuyo presidente Rubén Francisco Arias y su socio Francisco Bogado, se aliaron a los actuales directivos de la Sociedad de Fomento antes mencionada, para concretar el emprendimiento. Ellos fueron también los encargados, según versiones que han comenzado a manifestarse, de pre-lotear y vender con anticipación, las viviendas que se construirían en la futura edificación. Muchos de los compradores son propietarios de talleres textiles, principal actividad económica de la zona.

Un dato a tener en cuenta es la pertenencia justicialista de los integrantes de la Comisión Directiva de la Sociedad de Fomento. Lo cual no impide vínculos estrechos con un personaje como Miguel Saredi, surgido de las filas del magmático justicialismo matancero, quien hizo escala en el Frente Renovador, para luego recalar en el PRO como candidato a Intendente perdedor en las últimas elecciones. Recientemente fue nombrado como Director de la Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo (Acumar), y podría ser uno de los actores protagónicos del emprendimiento comercial en danza.

Los consensos transversales que tanto anhelan pero nunca concretan los partidos y candidatos cuando de políticas públicas se trata, sí se verifican cuando lo que está en juego son los negocios. Allí se cuece el neoliberalismo por abajo, responsable del aumento tangencial de la violencia en los territorios.

EL CONFLICTO

Durante los últimos cinco años Lozana LTDA avanzó furtivamente en el desmonte y preparación del terreno. La estrategia para no alertar a los vecinos de Vicente López fue dejar la vegetación exterior del predio. La estrategia del caracol invertida.

Al principio, sin embargo, el entonces presidente de la Sociedad de Fomento, de apellido Greco, se opuso. No era la primera vez que se intentaba lucrar con el preciado territorio. Muchos pobladores siguen exigiendo la construcción de un Polideportivo, con áreas verdes y espacios públicos, antiguo proyecto que nunca se ejecutó. Por eso, en el año 2012 los actuales directivos de la Sociedad Fomento desplazaron a Greco, garantizando así la complicidad con el negocio. Desde entonces, la SF vivió un proceso de privatización ostensible, con enrrejado perimetral y realización de eventos privados los fines de semana. Y es vox populi el lugar que ocupa la otrora insitucional vecinal en el flujo de drogas de la zona.

El conflicto sin embargo escaló cuando hace un año el barrio comenzó a inundarse de manera inédita. Darío Julián y sus compañeros de las distintas organizaciones territoriales, detectaron que el problema radicaba en las obras de manipulación del suelo que se llevaban adelante en el predio en disputa. Los canales que históricamente servían de desagote estaban completamente tapados por escombros y pedrucones. La explicitación del diferendo motivó incluso la intervención de la policía en varias oportunidades, siempre tendiente a garantizar el desarrollo de los negocios. Hace apenas unos meses, el propio Comisario amenazó al Darío: “cuando cambie el gobierno te la ponemos, gordo”. Y así fue.
LA VICTIMA
La bala, sin pedir permiso, entró por el pecho. Y fue diciéndolo todo sin hablar. Perforó el hígado y el pulmón de Iki, que no palmó de pedo. Ahora el herido se recupera en el Hospital Santojanni, donde fue intervenido en varias oportunidades.

Iki también recibió un tiro el 20 de diciembre de 2001, en los alrededores del Congreso Nacional. En esa oportunidad la bala entró por la espalda. Su testimonio forma parte de la causa judicial que espera ahora los alegatos de la defensa, y tras las réplicas y dúplicas de rigor, habrá sentencia.

Iki también fue baleado el 26 de junio de 2002, durante la misma escalada represiva en la que murieron Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Ese día la bala de plomo le dió en la pierna.

Dicen sus compañeros que si un cana dispara hacia arriba, es muy probable que la bala le caiga a Iki. Humor (para un porvenir) negro. En el medio pasaron 13 años, en los que Iki no recibió ningún balazo. Fin de ciclo.


A diferencia de los tiros recibidos a comienzos de siglo, el de la semana pasada no fue un disparo policial. Fue un soldadito. La violencia que brota de este nuevo tipo de conflicto social, que se gestó durante el paréntesis kirchnerista, impone otra clase de coordenadas. Más impredecible en su lógica, menos vertical en su ejecución, y mucho más letal.

Spinoza es lo que falta // Diego Sztulwark

La miseria actual de lo político es índice de una profunda normalización en curso ya desde hace años. El deseo de orden contrasta con las subjetividades de la crisis y resulta directamente proporcional a la fobia al conflicto y a la división que toda política efectiva conlleva. Despojada de antagonismo, la política pierde toda relación con la actividad crítica, todo fundamento en la dinámica material de la vida colectiva para buscar apoyo en la entronización de los valores del orden como máxima justificación. Este movimiento que va de la crisis al orden, de la crítica a la adecuación, del antagonismo a la norma es irremediablemente binario: distingue el espacio de la gestión del sistema de las necesidades; lo político de lo económico; lo subjetivo de lo objetivo. Lo político-subjetivo debe prevalecer y armonizar todo aquello que a nivel de lo económico-objetivo conduce al caos.
Lo político, para Carl Schmitt, hereda de la “forma” católica esta prevalencia normativa de lo espiritual por sobre lo objetivo-material reducido a económico técnico. Lo político teme a la vida espontánea de las cosas, también en el campo de lo social secularizado. Tanto lo neoliberal que privatiza la decisión política, como lo progresista que la equipara a lo público-estatal comparten la convicción naturalista según la cual la vida de las cosas libre de restricciones encuentra un orden racional propio: el del mercado. Para el reformismo laico, lo político viene pensado como un ámbito exterior que pretende “regular” los procesos materiales sin penetrar en ellos.  Y su polémica con los neoliberales gira en torno a las regulaciones necesarias para evitar que la economía desembozada acabe en polarización social, crisis y guerra.
En todos estos casos, lo social fue escindido de lo político y degradado frente a él. Lo político ha sido enaltecido en detrimento de la dimensión económica y material. Incluso en el caso de los neoliberales, para quienes lo político privatizado en el sistema de las corporaciones supone un pensamiento de la gestión de la complejidad. En todos los casos, lo político fue despojado de las subjetividades productivas. La vida concreta ha sido desprovista de toda dignidad política propia y convenientemente cauterizada. Lo político no es autogobierno de lo social sino forma-estado acaparada por la exigencia de gobernar sobre lo social.
Con sus importantes diferencias, todas estas variantes de la teoría política –de la tiranía decisionista a la gubernamentalidad neoliberal, pasando por los gobiernos llamados populistas- comparten el hecho de ser respuestas normalizantes a la crisis. Su carácter reactivo no se evidencia tanto en justificar su legitimidad en su potencia de conjurar el caos, como en el hecho de que para conjurarlo se introduzca una separación fundamental entre vida activa y sistema de lo político, un fundamento espiritual para establecer la validez del orden jurídico.
Spinoza ha escrito páginas imprescindibles contra este modo –tan dominante ayer como hoy– de lo político. En un tratado especialmente dedicado a este asunto escribió que la libertad de pensamiento era el fundamento de la auténtica paz y de la seguridad para el estado entendida como libre asociación humana. Aunque la tradición moderada de la ilustración leyó su Tratado Teológico Político como un manifiesto en pos de la tolerancia religiosa, hay en sus páginas una teoría alternativa del gobierno (el estado y la economía).  
La “libertad de pensamiento” de la que habla Spinoza no es simplemente el derecho a tener ideas propias, creencias religiosas privadas y a expresar opiniones disidentes. Más radical, lo que Spinoza defiende es una potencia de pensamiento que se descubre al poner en práctica premisas diferentes: un poder colectivo que surge de la composición entre los cuerpos. Esta puesta en continuo de afecto y concepto, entre derecho y potencia, supone un enfrentamiento con el fundamento de las teorías políticas del orden. A las que Spinoza llama teológico-políticas, en la medida en que sustituye el orden de la concatenación de los cuerpos por el de la superstición (lo que Marx llamará “fetichismo”). Lo teológico político es el sistema de las trascendencias capturando lo político, inoculando el temor y la superstición en la vida de las masas populares como técnica de gobierno por medio del sometimiento.
Por “superstición” Spinoza entiende el funcionamiento de unas imágenes separadas de toda potencia expresiva fundada  en su inserción en el juego de las relaciones entre los cuerpos; la transmisión de unas ideas escindidas de sus causas, la completa degradación del pensamiento sostenido en premisas afectivas y determinaciones específicas; la postulación de verdades trascendentes que actúan como signos arbitrarios que exigen credulidad y obediencia. La naturaleza primera de la superstición es la abstracción que separa a cada quien de lo que puede, la tristeza que aleja a cada quien de su involucramiento en el poder colectivo. La superstición es el mecanismo que secuestra el entendimiento de su propio fundamento material; el conjunto de clichés que circulan como supercherías propias de cada época. Es el conjunto de diques que impide la fuga de eso que define a un tiempo histórico como epocal.
La afinidad entre superstición y religión no es obvia ni necesaria. Spinoza antes que Nietzsche la atribuye a los teólogos. Son ellos quienes elaboran, en base a esta conjunción, los instrumentos para la dominación política a través del gobierno de los afectos. Tomada como técnica de dominación, la religión entra a formar parte de lo político, a título de una pedagogía de la degradación de lo material sensible que condena a mujeres y hombres a una vida sin enraizamiento en la potencia, sometida a la oscilación y la inconstancia anímica. Sin acceso alguno a un poder colectivo, de naturaleza (y racionalidad) diferente. La superstición, para Spinoza, sólo engarza en la vida humana mediante el miedo. El temor es su causa y su esencia. El terror es el fundamento del poder político separado, de lo político separado (de lo teológico político).
La libertad de pensar en Spinoza es ante todo la libertad que resiste a la superstición (en este sentido hay un Spinoza militante, muy bien retratado por Joanthan Israel en su libro La ilustración radical). Es la libertad de limitar el poder teológico. Es la capacidad de hacer del pensamiento un desafío respecto de todo aquello que difunde el terror y el sistema de la obediencia. El pensamiento libre es pensamiento libre de temor. Es decir, pensamiento que encuentra apoyo en el poder de los cuerpos, de los que dice que nunca sabremos del todo qué es lo que pueden, hasta dónde puede llegar su potencia colectiva. El pensamiento libre es investigación colectiva sobre la potencia de los cuerpos no sometidos al terror. 
La banalidad de la cultura en que se apoya la miseria de lo político actual mete miedo. En nombre del orden se extiende un ideal de vida como adecuación a los poderes. La misma abstracción, la misma separación. No es cierto que ya no estemos en el siglo XVII. La economía política, el mundo de las finanzas gobernando a través del mercado mundial los flujos de riquezas y, por tanto, de posibles vitales; el Estado como mera polea de transmisión entre ese orden de las finanzas y la temible normalización de las vidas reúnen todos los requisitos de lo teológico: la denigración de lo corporal como fundamento, la postulación de una instancia mediadora abstracta (el valor), la reivindicación de un mando trascendente. Particularmente el mundo de las finanzas, con sus cálculos de riesgo, sus sistemas estocásticos, sus redes digitales y su pretensión de subsumir el futuro a variables de mando del presente. Todo muy laico. Lo teológico político se ha secularizado, es decir, se ha realizado por completo. Su rasgo dominante, el terror, no ha dejado de propagarse a través de los caminos habituales (patriarcalismo, colonialismo, racismo, el fetichismo de las mercancías extendido al entero campo social a partir del sistema de la renta). Su pedagogía está más vigente que nunca. Tanto que se la festeja. Se la asocia con la inclusión, y con el cambio.
Falta Spinoza, quiere decir: falta romper la teoría política de la normalización.

Hacia una revolución de la crueldad: Antonin Artaud // Emiliano Exposto


Se trata de pensar una crítica de la economía colectiva y una crítica de la revolución pura a partir de operar una interpretación procesual y relacional del teatro de la crueldad. La cuestión es concebir una trasformación inmanente y permanente alrededor de las relaciones de producción capitalista, en el horizonte de cierto análisis que articula ontología, crítica de la economía política y teoría social. La tarea es pensar la organización de la producción y la producción de la organización, en sentido individual y colectivo, más allá del sistema de la representación y de la división social del trabajo.

La cuestión es evaluar la posibilidad de interpretar el teatro de la crueldad en cuanto que despliegue relacional y constructivo de una potencia creativa de las multiplicidades vitales, mediante la cual se componen procesos emancipatorios comunes en contra del desarrollo de producción capitalista. Por eso aquí se piensa el posicionamiento artaudiano en tanto que elaboración de una economía afectiva de los cuerpos según la cual se busca estallar el sistema de la representación y desclasar el esquema de la división social del trabajo, con motivo de desquiciar, en el mismo devenir, el Juicio de Dios, la “conciencia capitalista” y la lógica del Capital. De manera concomitante, se trata de pensar nuevos modos de producir organización y de organizar la producción en un sentido subjetivo y colectivo que permita habilitar otras formas de lo común. En el teatro de la crueldad quizás encontremos una modalidad inédita e intempestiva para pensar, sentir y movilizar eso que llamamos contra-poder, contra-violencia, o sencillamente cooperación entre nuestras carnalidades sufrientes.
¿Pero entonces se preguntar qué tiene que ver Artaud con todos estos problemas? Bueno, obsérvese que argumenta Henric en Artaud: Hacia una revolución cultural, el seminario dictado en la década de los setenta en Francia: “Hay que acabar con el fantasma de un lugar neutro, fuera del tiempo y del espacio, y sobre todo, fuera de la política. No hay fuera-del-libro, fuera-del-espacio, fuera-de-la-clase. Cualquier lugar esta recorrido por la lucha de clases. Dos líneas, dos vías, dos clases. Se está de un lado o del otro” (1977:186). De este modo, y partiendo de la lectura de Henric, nuestro objetivo es leer en la crueldad del teatro una manera histórico-política para disputar y modificar colectivamente la crueldad histórica de la lucha de las vidas y de la batalla económico-afectiva.
Primera parte
En esta primera entrega de “Hacia una revolución de la crueldad: Antonin Artaud”, nuestro objeto es esbozar algunas de las hipótesis y puntos de partida que creemos escencial para la comprensión de la escritura artaudiana en un sentido eminentemente materialista, vital y político.

Entendemos que es preciso señalar algunas precauciones metodológicas. Por eso, en primer término, es pertinente no reproducir un abismamiento radical entre la vida y las obras artaudianas, ya que es esa la técnica para desmembrar el efecto de resistencia en la escritura inmanente de sus textos. Y en ese sentido Artaud manifiesta: “si soy poeta o actor no es para escribir o declamar poesías, sino para vivirlas” (2011: 26). Ante ello es necesario suspender toda operación de demarcación dicotómica, y en consecuencia comprender que, tal como argumenta Oscar Del Barco, “la obra (de) Artaud” es un acontecimiento vital más allá de las oposiciones y jerarquizaciones (2010: 157-60). Se trata de un materialismo extremo y radical, allende los dualismos; empero, no exentó de nervios y tensiones que se hilvanan en la inmanencia misma de la sensualidad artaudiana. Y en consonancia Del Barco afirma: “Es  en  el texto  donde  se abre un  espacio revolucionario,  no-representativo. Artaud llega  a situarse en un espacio sin antinomias: el teatro de la crueldad. Cuando sale de Rodez se ha re- hecho, es otro: no está en el espacio de la afirmación/negación (cuerpo-espíritu, dios-materia, etc.) sino allí donde la afirmación y la negación ya no tienen sentido, fuera del platonismo, en una materialidad que no es la materialidad metafísica de la dicotomía idealismo/materialismo, sino la materialidad estricta del significante (2010: 156)”.

En Artaud no hay Dobles. No existe “ezpílitu” versus cuerpo, no hay una mera oposición cerrada entre idealismos contra materialismos, sino, teatro de la crueldad: espaciamiento y temporalización de la carne, escenario sin mutilaciones ni estratificaciones. El teatro de la crueldad es el campo de batalla de los cuerpos. Es un territorio en donde los afectos, los sentires y los desgarros de las carnes sufrientes se debaten entre la valorización de lo común o la sustracción capitalistas de esas vidas. El sentido político de una escritura artaudiana no radica en un programa pre-establecido o en un horizonte estratégico a priori, sino que el gesto estriba en una forma de potenciar, restituir y viabilizar los entramados de existencia en su patentización inmanente común. La anarquía coronada no es ni el desorden pleno, ni la expresión de un orden totalizante. Al contrario, Artaud afirma una paradoja: la anarquía coronada del teatro de la crueldad se explicita en una manera de la política que supone vehiculizar al mismo tiempo un “azar sistemático”, una “insurrección controlada”, una “necesidad programática” y una “destrucción aplicada”. Y así, el teatro de la crueldad es la “fiesta del azar y la necesidad” o la “anarquía que se organiza”.

El teatro es, ciertamente, el emplazamiento creativo de las carnes sufrientes. Por tanto no funciona en tanto representación de un afuera, ni como puesta en exterioridad de una interioridad segura de sí, ni como posesión del sentido perteneciente a un autor propietario. Derrida comenta: “El teatro de la crueldad no es una representación. Es la vida misma en lo que ésta tiene de irrepresentable. La vida es el origen no representable de la representación” (2003: 380). De esa forma, en Artaud, se suprime toda instancia de composicionalidad trascendente y binaria, y con ello, la convergencia entre jerarquización, dualismo, bi-univocidad y exterioridad racionalizada en torno al sistema de la representación; es decir, en Artaud la separación del agente de producción de sus productos y de las condiciones de su reproducción es conjurada.

La tarea es operar el resquebrajamiento de la mediación fetichizante, la descomposición de aquella condición espectral en que las potencialidades productivas entre los cuerpos aparecen enajenadas, descuartizadas y enfrentadas entre sí mismas por distancias exteriores e interiores, como “si fuese una relación social establecida entre las cosas, al margen de sus productores” (Marx, 2012: 52).

En segundo lugar, la cuestión será evitar ciertas operaciones de desplazamientos. Primero, hay que desgajar las interpretaciones místicas que revitalizan algún orden de trascendencia. Por ejemplo, es el caso de Aldo Pellegrini: “él confía en los poderes de la imaginación, afirma implícitamente lo sobrenatural” (2007: 15), y de Susang Sontag: “la poética de Artaud es una especie de hegelianismo último, maníaco, en que el arte es el compendio de la conciencia, la reflexión de la conciencia sobre sí misma, y el vacío en que la conciencia da el peligroso salto hacia la autotrascendencia” (1998: 24). Pues bien sabía Artaud que “El hombre está solo […] sin padre, sin madre, familia, amor dios o sociedad”. Y en efecto, sí Dios, léase aquí lo “sobrenatural” o la “autotrascendencia”, existe no es sino “la mierda”, o bien la “ladilla”. Por demás, en caso de ser existir, no es más que cierto “grupo incontrolable de ladillas”, a saber: “dios-ladilla” y “dios-la-caca”; multiplicidad de “microbios” que parasitan los cuerpos, temblores y asedios de lo Uno en tanto absoluta Otredad que alter-a la sangre.

Por eso el problema estriba en la “búsqueda de la fecalidad”. La cuestión radica en la plena obertura o en la cerrazón total del “bolsillo anal”. Se trata de decidir entre dos caminos: entre lo “infinito exterior”, o lo “ínfimo interior”, es decir, entre el “manoseo desmesurable” y el estrujamiento de la “CACA”, por un lado, y “el gran pedo/de vicio/y rebeldía”, por el otro. En el desamparo, es preciso desasirse, sobrar en las zozobras del significante material. Y en tal dilema se presenta la condición de posibilidad para la “ABOLICIÓN DE LA CRUZ” (Artaud, 2011: 18-29).

Es menester asimismo re-politizar y des-individualizar el desenvolvimiento textual del poeta negro, quién afirma que su teatro “es una organización materialista, transitoria y punitiva, de la que Lenin había comenzado ya la aplicación con justa crueldad” (1977: 187). Y por medio de tal motivo es posible restituirle a la categoría de crueldad artaudiana todo el movimiento de radicalización y de hipótesis estratégica que le es propio, en tanto y en cuanto manifiesta una técnica para la producción histórica de nuevas constelaciones existenciales. Caracterización que le permite al autor señalar: “Este teatro que es, a la vez, su propia escena, su propio texto, sus propios actores, este teatro en el cual los espectadores no pueden ser espectadores, porque son los actores forzados, agarrados por las construcciones de un texto y por los papeles de los cuales no pueden ser los autores puesto que es, por escencia, un teatro sin autor (2010: 12)”.

A continuación, y a la manera de tercera operación metodológica de lectura, hay que desmitificar su tratamiento, pues, como ya señalaban Derrida y en alguna medida Blanchot, Artaud no es ejemplo de nada. Se trata de una crueldad ética y política, para todos y para nadie. Y allí en efecto, funciona como imperativo para la “revolución fisiológico total”; como Marx, como Trotsky, como Nietzsche. Se trata de una modificación en la economía de las vidas, a nivel de la sensibilidad y de los afectos.

Y así es que Artaud escribe: “He venido a México en busca de hombres políticos, no de artistas”, y acto seguido dice: “esperamos de México, en suma, un nuevo concepto de revolución” (1977: 187). Entonces es cierto aquello que argumenta Derrida cuando escribe que “la afirmación revolucionaria de Artaud es revolucionaria en un sentido pleno y, en particular, en el sentido político. Todo El teatro y su doble puede leerse como un manifiesto político” (2003:391). Pues fue el mismo Artaud quién a partir de 1927 en Mensajes revolucionarios comenzó a realizar cuestionamientos sobre aquello que consideraba era la “orientación stalinista” de las perspectivas emancipatorias, mediante la cual el marxismo aparecía en cuanto que “ideología engañosa que caricaturiza el pensamiento de Marx”.

La politica, en el teatro de la crueldad, reside en tornar materia de política la formación de las subjetividades. La violencia artaudiana, la crueldad, no es equivalente, ni se espejea, con la violencia del terror social del capitalismo, puesto que en Artaud se trata de la crueldad en tanto materialidad física y afectiva que anida y alienta los cuerpos en su mismo ser. En sentido estricto, la crueldad es lo irrepetible, lo inabarcable, aquello que no se deje atrapar por los corsé de lo Mismo. La crueldad, por eso, no es más que la singularidad de una vida y la diferencia radical de cada lazo labrado en común.

Asimismo hay que abortar los procedimientos que atomizan la experiencia de Artaud por medio de un código de abstracción que tan sólo tensiona la efectualidad de la lectura en un gesto de recepción de cierto mensaje “claro y distinto” (recuérdese el violento cinismo y la jovialidad del Manifiesto en lenguaje claro de 1929). A su vez no hay que abrir brechas de distanciamiento interpretativo entre las obras o trayectorias vitales artaudianas. El mismo motivo nos dice que son erróneos esos ejercicios que establecen discontinuidades del tipo: antes o después del surrealismo, o más allá del internamiento, o más acá del viaje con los Tarahumaras. En cambio, los deslizamientos del Momo no son sino plurales insurrecciones contra la ejemplificación, intensidades que vulcanizan todo el “movimiento aparente” de la crítica neutral. En efecto, Artaud, a pesar de hacerse a sí mismo en cuanto suicidado de la sociedad, esto es: como aquel que encarna el asesinato continuo al que someten las carnes las lógicas afectivas dominantes de una era, sin embargo, comprendía que la tragedia que interrumpe y estropea las dinámicas sociales, afectivas, artísticas, políticas es la acción de vaciamiento que se realiza en torno a sus fibras intimas en común.

En consecuencia, no hay que coagular el múltiple devenir artaudiano tras las figuras de lo Mismo, sean bien del orden de lo estético, o bien del régimen del ejemplo. Porque la tarea es, al contrario, pensar a Artaud en los horizontes vitales inmanente a un proceso resistente plural y tenso. De modo que es preciso afirmar que del mismo modo que resulta apresurada la vitrificación de la “obra (de) Artaud” en los síntomas patológicos de la sin-razón institucionalizada, también es pertinente señalar que no existe una estética artaudiana en el sentido clásico de la palabra, puesto que sus textos no se presentan como un mero hecho artístico cerrado sobre sí mismo: “yo soy el enemigo del teatro”, escribió el Momo en los Manifiestos.

Al contrario de una estética tradicional, encontramos una sensibilidad, un modo de sentir artaudiano. Una estética en sentido amplio, político y radical que procura amplificar y prolongar las potencias de vida que surgen de los tejidos existenciales más mínimos, heterogéneos y conflictivos. Y así, el procedimiento escritural de Artaud surge desde, por y hacia la carne, y se pone en función de dar cuenta de la espectralidad que recorre a toda existencia y cambiar los índices materiales de sentido y las cualidades sedimentadas y entumecidas en los cuerpos, a fuerza de crueldad. La tarea, siempre, radica en crear otras configuraciones vitales, pero a partir de actuar sobre los excesos y potencias que emanan de esos mismos cuerpos. La crueldad artaudiana en torno a la subjetividad se da desde la materialidad misma de esa subjetividad social y personal: el escenario es el teatro de la crueldad.

No existe el canon- Artaud, dado que la “literatura es una marranada”, un bastión de la ideología de la clase dominante, se diría en términos marxista clásicos. En consecuencia, los “gritos-palabras del esquizofrénico”, como solía decir Deleuze, son escritos desde las profundidades y, principalmente, son concebidos en función de los “analfabetos” y como expresión de los expropiados del lenguaje. Los temples anímicos que viabilizan los textos artaudianos operan como “aviones y bayonetas” para los proletarios de las letras; o según la fórmula de Marx a propósito de El Capital, Artaud no es sino un “misil para la burguesía”.

“No más obras maestras”, señala Artaud, desvalorizando y desbordando la razón del orden y de la normalización espectral con las que se devalúan las obras y las vidas canonizadas, fantasmeadas, aterradas. Y contra eso Artaud agrega: “me doy cuenta de que ya no es hora de reunir a la gente en un anfiteatro, incluso para decirle verdades, y que con la sociedad y su público ya no hay otro lenguaje que el de las bombas y las metrallas y todo lo que sigue” (2010: 166).

Para finalizar, es preciso leer ese todo lo que sigue artaudiano. Allí no se observa otra cuestión que la búsqueda por disputar el terreno de los cuerpos contra todas las encrucijadas que maniatan al ser social. Por lo tanto, “no podemos separar al teatro de la crueldad de la lucha contra nuestra cultura”, dicen Deleuze y Guattari (2010: 91). Ahora bien, una vez revisado el carácter político de la “obra-Antonin Artaud”, en próximas entregas profundizaremos en la fibra última de la potencia política que hallamos en el teatro de la crueldad.
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Bolivia, los riesgos de manipular los movimientos // Raúl Zibechi

Los seis muertos en una manifestación en El Alto, Bolivia en la que militantes del MAS atacaron la alcaldía escudados en una manifestación de padres de alumnos, merece una reflexión sobre la cooptación y la manipulación de movimientos sociales por el Estado.

En la mañana del miércoles 17 de febrero, días antes de la celebración de un referendo para decidir si Evo Morales se puede presentar a una segunda reelección, una manifestación de padres de alumnos llegó hasta la alcaldía de El Alto, desbordó un escaso cordón policial y un grupo de cien manifestantes ingresaron por la fuerza al recinto provocando un incendio en el que murieron seis personas.

El relato periodístico de los hechos muestra la relación entre los manifestantes y el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS). “El edificio fue asediado desde las 8 de la mañana por los violentos manifestantes, en su mayoría padres de familia, liderados por ex autoridades municipales y militantes del partido oficialista MAS. Los atacantes cercaron la alcaldía alteña e ingresaron violentamente a las oficinas para quemar documentos, computadoras y mobiliario” (Bolpress, 17 de febrero de 2016).

El viceministro de Régimen Interior y Policía, Marcelo Elío, acusó a la alcaldía de El Alto de haber perpetrado un “autoatentado”. De forma inmediata en las redes sociales circularon fotografías de los cabecillas que incendiaron la alcaldía y provocaron las muertes, en las que destacan “ex candidatos del MAS y dirigentes de ´movimientos sociales´ afines al gobierno como Braulio Rocha, entre otros”.

La alcaldesa Soledad Chapetón identificó a funcionarios de la gestión del ex alcalde Édgar Patana (del MAS) en la violenta movilización. Explicó que el ataque, saqueo y quema de documentos tiene relación con la proximidad del fallo judicial sobre 120 funcionarios “fantasmas” que cobraban su sueldo pero no iban a trabajar, bajo la gestión de Patana (La Razón, 17 de junio de 2015).

Poco después, el ministro de Gobierno, Carlos Romero, lamentó lo ocurrido y anunció una inmediata investigación para encontrar a los culpables intelectuales y materiales. Al día siguiente el Ministerio de Gobierno informaba que Rocha había sido detenido, al igual que Wilmer Sarzuri Apaza, excandidato del MAS a concejal de El Alto, por su presunta participación en los hechos que se saldaron con la muerte de seis personas.

Rocha fue acusado en varias oportunidades de ejercer violencia  contra sus adversarios sindicales en la organización de comerciantes de El Alto. Los medios aseguran que “en las pasadas elecciones municipales, Rocha apoyó a Édgar Patana del MAS y cuando ganó Chapetón la amenazó con ser ´su peor pesadilla´”. Según testimonios de los vecinos, padres de familia y funcionarios municipales, “los responsables de los desmanes fueron personas infiltradas cercanas a Braulio Rocha, al exalcalde Édgar Patana y a otras personas afines al MAS” (Página Siete, 19 de febrero de 2016).

En paralelo, fue destituido el comandante de Policía de El Alto, ya que la alcaldía cercada desde la 8 de la mañana pidió auxilio policial que llegó varias horas después cuando el recinto ya estaba en llamas. Este retraso parece estar mostrando la connivencia del aparato estatal con los manifestantes ligados al gobierno.

En las elecciones municipales de 2015 la alcaldía de El Alto fue ganada por Soledad Chapetón con el 55% de los votos. Es la primera ocasión en que una mujer ejerce la alcaldía y además lo hace en nombre de la oposición (pertenece al partido Unidad Nacional, de derecha). Para el MAS fue una derrota impensable en uno de sus principales bastiones, la ciudad aymara de un millón de habitantes protagonista de las principales luchas populares contra el neoliberalismo. Desde que Evo Morales es presidente es la principal derrota electoral de su gobierno.

Una vieja práctica perfeccionada

Los hechos de El Alto muestran algunas particularidades del gobierno de Morales: de la cooptación y subordinación de los movimientos sociales se pasó a la utilizarlos contra sus adversarios políticos, pero también contra otros movimientos de base.

Las relaciones entre Estado y organizaciones sociales siempre han sido problemáticas a lo largo de la historia. Tanto los gobiernos socialdemócratas como los nacidos de revoluciones, intentaron subordinarlas ofreciendo cargos a sus dirigentes para garantizar la fidelidad de los movimientos a sus proyectos políticos. Sobre esta cuestión –que se ha dado en llamar “cooptación”- existe una larga tradición en las izquierdas del mundo.

Más recientemente, desde la implantación del modelo neoliberal, los gobiernos de derecha comenzaron a utilizar a los movimientos sociales como una suerte de brazo de sus políticas. En el Cauca de Colombia, el gobierno de Álvaro Uribe utilizó “movimientos indígenas” creados desde su gobierno para enfrentar al movimiento nasa que había adquirido una fuerza considerable y estaba colocando a los terratenientes a la defensiva[1].

Dos organizaciones surgieron desde arriba, Asonasa y OPIC. Según Manuel Rozental, “Asonasa es una organización cristiana fundamentalista, penetra el territorio, aprovecha la pobreza y la angustia de la gente, promete y trae recursos a cambio de que comuneras y comuneros indígenas abandonen la organización”.

Ambas reciben apoyo del gobierno. “La OPIC (Organización Pluricultural de los Pueblos Indígenas de Colombia), recibe todo el respaldo del gobierno, que organiza su lanzamiento en el Coliseo de Popayán con presencia del Ministro del Interior. La OPIC pretende dividir al proceso indígena en el Cauca, quitarle legitimidad y recoge una estrategia económico-religiosa”[2].

En Chiapas la contrainsurgencia militar ha conseguido subordinar a varias organizaciones campesinas para utilizarlas contra las bases de apoyo del EZLN, como quedó palpablemente demostrado a raíz del asesinato del maestro Galeano (José Luis Solís López) en La Realidad, por integrantes de la Central Independiente de Obreros y Campesinos-Histórica (CIOAC-H) el 2 de mayo de 2014.

No es el único caso, pero es probablemente el más grave y reciente. Buena parte de la lucha contrainsurgente en Chiapas reposa en este tipo de organizaciones más que en los militares, ya que de ese modo se busca instaurar la confusión y pretender que se trata de enfrentamientos entre campesinos.

Lo que sucede en Bolivia tiene algunas particularidades, ya que se trata de un gobierno que se reclama de “los movimientos sociales”. El gobierno ha creado un Viceministerio de Coordinación con los Movimientos Sociales ocupado por Alfredo Rada. La página web del Ministerio de la Presidencia dice que el organismo se propone “empoderar a las organizaciones sociales y sociedad civil en su participación político y social, en el proceso de cambio” y además “consolidar la participación efectiva y corresponsable de los movimientos sociales y la sociedad civil en la construcción del Estado Plurinacional”[3].

No es común que un gobierno tenga una repartición dedicada a los movimientos. El gobierno boliviano ha podido influir en los movimientos, no sólo a través de la cooptación de sus núcleos de dirigentes sino de modo más directo, incorporándolos a su proyecto político. Pero el verdadero rasgo distintivo se hizo visible en 2011, durante la marcha en defensa del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure)[4].

El gobierno pretendía construir una carretera que atravesaba el parque poniendo en riesgo la economía de sus habitantes más antiguos, pero los ocupantes recientes (dedicados al cultivo de coca, o sea cocaleros), apoyaron la iniciativa por conveniencia económica. Las organizaciones indígenas CONAMAQ y CIDOB[5]apoyaron la octava Marcha por la Defensa del TIPNIS que comenzó el 15 de agosto de 2011 en Trinidad, hacia La Paz.

El gobierno movilizó a los cocaleros, que integran la CSUTCB[6], pare frenar a los marchistas. El politólogo Luis Tapia destacó que “se han movilizado algunas organizaciones campesinas contra una marcha indígena, y han operado como un brazo represivo del Estado”[7]. Sostiene que quienes se movilizaron son quechuas y aymaras que bloquearon y asediaron la marcha, “política y discursivamente”, y encarnan la expansión del capital comercial en la zona.

De hecho, el enfrentamiento entre cocaleros y defensores del TIPNIS fue entre organizaciones que antes estaban en el Pacto de Unidad que sostuvo durante los primeros años al gobierno del MAS. De este modo el gobierno tomó partido por una parte de los movimientos más afines y los utilizó para atacar a los que enfrentaban su política. La socióloga Silvia Rivera asegura que, de la mano del MAS, se produjo “la reedición de los estilos políticos del viejo MNR”, que consistieron en “la división de las organizaciones sociales y el prebendismo”[8].

A través de organizaciones afines, como el CONISUR (Consejo Indígena del Sur), el gobierno promovió una “contramarcha” para defender la carretera, que tuvo muy poca repercusión y escaso apoyo popular (mientras la octava marcha fue recibida por cientos de miles de personas), pero los marchistas recibieron el apoyo material de los sindicatos y del gobierno que puso autobuses a su disposición.

Efecto boomerang

Los hechos de El Alto sucedieron en un contexto de elevada crispación social y política, a cuatro días de un referendo decisivo para el futuro de Evo Morales y el MAS, en el que se decide la posibilidad de una nueva reelección, que llevaría la presidencia del cocalero hasta 2025, casi 20 años ininterrumpidos en el poder.

El riesgo de manipular a unas organizaciones contra otras, está a la vista. Antes de eso, es necesario recordar los “golpes de Estado” dados por el gobierno contra CONAMAQ y CIDOB para expulsar a los líderes contrarios a su política y colocar en su dirección a los afines[9]. La manipulación de las organizaciones forma parte de una cultura política que los dirigentes medios y hasta las bases del MAS practican habitualmente, a veces con “excesos” como los del El Alto.

Raúl Prada es sociólogo, integró el grupo Comuna junto al actual vicepresidente Álvaro García Linera, fue miembro de la Asamblea Constituyente en 2006 y viceministro de Planeación Estratégica en 2010. En un artículo titulado “El acabose de un gobierno tramposo”, escribe: “Lo que ha ocurrido en la ciudad de El Alto, a apenas a tres días del referéndum, es un suceso más de lo que ha venido ocurriendo, por lo menos, en el último quinquenio” (Bolpress, 17 de febrero de 2016).

Argumenta que “un partido que se pretende partido-Estado, ha monopolizado el control de las instituciones del Estado y de los órganos de poder, además de la subordinación ilegal de las instituciones de emergencia del Estado, los aparatos armados, de la policía y las fuerzas armadas”. Por esa razón, dice Prada, durante horas transcurrió “una marcha de militantes del MAS, que atacan a una alcaldía donde se instaló el gobierno municipal por medio de elecciones”, sin reacción de las autoridades.

La conclusión de Prada es muy fuerte, pero la formula alguien que conoce desde dentro el aparato estatal bajo el actual gobierno: “Este panorama no es otra cosa que el teatro cruel de la decadencia política, ética y moral de una forma de gubernamentalidad clientelar”.

Un reporte de agencias sostiene que en las calles de El Alto la gente está muy indignada y comenta: “Es una advertencia de la gente del Evo, nos están amenazando, nos están insinuando lo que pueden hacer si los sacan del gobierno” (Bolpress, 17 de febrero de 2016).

[1] Introducción a “Contrainsurgencia y pobreza”, Desdeabajo, Bogotá, 2010.
[2] Idem.
[4] Raúl Zibechi, “Bolivia: Un nuevo triunfo de la gente común”, 23 de octubre de 2011 en http://www.cipamericas.org/es/archives/5629
[5] Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu y Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente de Bolivia.
[6] Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia.
[7] Luis Tapia, “Los pueblos de tierras bajas como minoría plural consistente”, en La victoria indígena del TIPNIS, La Paz, 2012, p. 288.
[8] Silvia Rivera Cusicanqui, Mito y desarrollo en Bolivia. El giro colonial del gobierno del MAS, Plural, La Paz, 2015, p. 24. El Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) fue el partido hegemónico surgido de la revolución de 1952 que desde el poder cooptó a las organizaciones sociales.
[9] Raúl Zibechi, “Desarrollismo y movimientos sociales en Bolivia”, 20 de noviembre de 2014 en http://www.cipamericas.org/es/archives/13517

La democracia de los libres y de los pobres en Europa // Marco Bascetta y Sandro Mezzadra

Entrevista con Yanis Varoufakis
Nos encontramos con Yanis Varoufakis al día siguiente del  lanzamiento del Movimiento para la Democracia en Europa (DiEM 25) en el teatro berlinés  Volksbühne am Rosa-Luxemburg-Platz. Es una oportunidad de hacer  balance de los temas que se han discutido en los últimos días y para examinar con él los aspectos  que parecen más delicados y controvertidos. Vamos a empezar la conversación pidiéndole una breve descripción del proyecto.
En 2015 hemos tenido en Europa una especie de tormenta perfecta, por la conjunción de múltiples factores de crisis: el choque entre el gobierno griego y la troika, los refugiados, la ausencia de política exterior europea sobre lo que ocurre en el norte de África y Siria, pero también en Ucrania. Estas crisis tienen dos consecuencias principales: una tendencia a acelerar la desintegración de la Unión Europea, pero al mismo tiempo, y esta es la buena noticia, alarman incluso a quienes en los últimos años no han tenido posiciones críticas sobre Europa. Muchos demócratas liberales, moderados, afectos a la democracia, difícilmente pueden sentirse a gusto en esta Unión Europea tras lo sucedido en 2015. Esta incomodidad deja espacio para  nuevas coaliciones, entre demócratas liberales, socialdemócratas, radicales de izquierda, verdes, activistas como los de Blockupy. Es una oportunidad que no va a durar mucho tiempo. Si no la aprovechamos, si no construimos un movimiento «paneuropeo» capaz de detener la tendencia a la desintegración de Europa y al resurgimiento del nacionalismo, creo que dejaremos sin cumplir una tarea crucial. DiEM trata de hacer precisamente esto.
El proyecto y el manifiesto de DiEM se centra en la cuestión de la democracia. ¿Pero cómo pretendéis superar la crisis de la democracia representativa, evidente no sólo a escala europea sino también en los Estados miembros? Nos parece que hay razones estructurales que empujan hacia la emergencia de gobiernos «post-democráticos». Y que, por tanto,  la referencia a la democracia debe hacerse de una manera radicalmente innovadora.
Creo que hay que distinguir dos aspectos. Hay una crisis general de la democracia, en la época del capitalismo financiarizado. El capital financiero es enemigo de la democracia, en cualquier parte del mundo, en Estados Unidos y en Europa. El problema es universal, por así decirlo. Pero Europa cuenta con una especificidad tóxica: no tenemos una federación con instituciones democráticas propias, el mismo Banco Central Europeo tiene un estatus singular, no comparable, por ejemplo, al de la Reserva Federal de EEUU. Por supuesto, también hay una crisis de la democracia en EEUU. El ascenso de Bernie Sanders, que representa la desafección hacia el  establishment, es en el fondo un síntoma positivo de ello, con el crecimiento de Donald Trump es un síntoma de signo contrario. Pero en Europa no tenemos ni siquiera los mecanismos de control y equilibro básicos que caracterizan a la democracia. De hecho, hay dos asuntos que deben distinguirse. En primer lugar, está la pregunta sobre si la democracia podrá seguir existiendo y desarrollándose en las condiciones del capitalismo contemporáneo. Estoy convencido de que la respuesta es no. En segundo lugar, hay un problema específicamente europeo: aquí la democracia está simplemente ausente.
La propia crisis de la democracia en los estados nacionales está vinculada a la forma en que funciona la Unión: ésta  toma todas las decisiones que son importantes para un país como Italia, por ejemplo, y el demos no tiene ninguna posibilidad de intervenir. Sus representantes nacionales no tienen poder para cumplir sus promesas, como hemos visto en Grecia.
Nos parece, sin embargo, que así no se logra eludir la dificultad de proponer a escala europea soluciones institucionales centradas en la representación, cuando ésta hace frente a factores de crisis que han sido definidos como «universales». Estos factores, y en particular la relación antagónica entre el capital financiero y la democracia, ¿no comprometen quizá la eficacia de un proceso democrático tradicional sea cual sea el nivel al que se propongan?
No soy federalista en el sentido conservador del término, no creo que la solución radique simplemente en que los gobiernos se reúnan y decidan algún tipo de federación. Pienso por ejemplo en las propuestas de Schäuble: no conducirían a la democracia sino a la autocracia, darían lugar a una especie de despotismo fiscal. Insisto en que la unión política no es necesariamente democrática, tenemos muchos ejemplos, empezando por la Unión Soviética… La clave reside precisamente en que no creemos que la democratización pueda venir desde arriba. Sólo puede venir desde abajo, y esta convicción es lo que hace de DiEM un movimiento, no algún tipo de grupo de reflexión o de partido federalista europeo. Entendemos que el primer paso es la transparencia en la toma de decisiones: estamos convencidos de que este asunto no es marginal, ya que puede cambiar las reglas del juego. La segunda prioridad, para discutir con sensatez sobre la democratización de la Unión Europea, es eliminar los factores que han estado conduciendo hacia la desintegración. Pienso en medidas radicales sobre la deuda, sobre el sistema bancario, sobre la baja tasa de inversión, sobre  la pobreza y sobre las migraciones. Esto se puede hacer mediante una reinterpretación de las normas vigentes, no simplemente invocando la «flexibilidad», es decir, la amable concesión de que no se sigan las reglas. Debemos reorganizar las instituciones existentes, cambiar la política del BCE y del Banco Europeo de Inversiones. Se puede trabajar dentro de las reglas, pero reinterpretándolas de manera radical, lo que por cierto hace constantemente Schäuble, a su manera. Y de ahí debe pasarse a plantear la urgencia de una asamblea constituyente.
La desintegración de Europa, de la que has hablado, tiene algunos aspectos que se pueden definir en términos geográficos. A la división Norte-Sur se ha añadido, de manera muy abrupta, la división Este-Oeste, no sólo en lo que se refiere a los refugiados, sino a la idea misma de la relación entre gobernantes y gobernados. En estas condiciones, ¿cómo se puede desarrollar una iniciativa «paneuropea»?
En efecto, la brecha entre Este y Oeste cruza todos los ámbitos, desde el tema de los migrantes al de la organización de la zona del euro, así como la política exterior. Muchos países de Europa del Este  piden una política agresiva y militarista contra Rusia, piden nuestra solidaridad en ese campo sin ofrecer recíprocamente la suya en asuntos como la  reestructuración de la deuda pública. ¿Cómo podemos construir puentes entre Este y Oeste? La única forma es a través de movimientos capaces de implicar a los demócratas, progresistas, desde Hungría hasta los países del Báltico, ofreciéndoles una oportunidad. Imaginad que sois jóvenes disidentes húngaros, que carecen de una iniciativa, de un sujeto al que adherirse. La Izquierda Unitaria Europea no acepta afiliaciones directas, es una confederación de partidos políticos nacionales, y sus representantes en países como Hungría o la República Checa están muy desacreditados. Si DiEM, a través de su manifiesto y de sus campañas, logra afirmarse como un punto de referencia creíble y atractivo para los demócratas en Europa del Este, se podrían construir puentes.
La relación con Rusia nos parece crucial y plagada de peligros. Tras esa cuestión se encuentra otra, la relación entre la Unión Europea y los Estados Unidos, y en particular el papel de la OTAN. ¿Qué opinas?
He trabajado mucho tiempo en EEUU y tuve colegas que habían colaborado previamente con la OTAN. Muchos de ellos están convencidos de que la OTAN ha dejado de ser útil. Si ellos piensan eso, ¿qué debemos decir nosotros? El problema es que la OTAN está buscando constantemente razones que legitimen su existencia, una vez finalizada su razón de ser. Tiene que inventar constantemente nuevos enemigos. ¿Eso es lo que queremos en Europa? No creo. Pensemos, por ejemplo, en Putin. Lo considero un criminal de guerra, no por lo ocurrido en Ucrania, sino por lo que hizo en Chechenia. El mayor regalo hecho a la carrera política de Putin ha sido la expansión de la OTAN hacia el Este. Puede decir a su pueblo que el autoritarismo en Rusia se justifica por la amenaza de un enemigo. Hoy en día la OTAN proporciona una sensación ficticia de seguridad a Estonia, Georgia, Ucrania. En realidad su expansión hacia el Este implica militarización y comporta continuas ocasiones de conflicto con Rusia. Una Unión Europea consciente de sus intereses, simplemente no debería participar en este juego.
El objetivo a largo plazo de DiEM es la convocatoria de una asamblea constituyente en Europa. ¿Cuáles son las condiciones para que se dé ese paso, que, en la historia, siempre ha seguido a  grandes rupturas y tumultos sociales? ¿Cuáles son las energías sociales ya  en movimiento que pueden determinar la ruptura necesaria para abrir el espacio constituyente?
Mi compañera, que es artista, me dijo una vez: ¿por qué hay en lo aviones una caja negra que después de una catástrofe nos podrá decir por qué hemos muerto? ¿No sería mejor tener una caja negra que se pueda abrir antes del accidente para que éste no suceda? Me parece una excelente pregunta: ¿por qué deberíamos esperar al desastre para organizar una asamblea constituyente y no hacerlo antes para que no suceda? Las condiciones objetivas para una asamblea constituyente se dan en Europa, dada la fragmentación ante la que nos encontramos.  Necesitamos un conjunto de movimientos que impongan a las instituciones europeas un programa de estabilización en el sentido que he intentado explicar antes. Sólo sobre esa base se puede crear un sistema electoral inclusivo y verdaderamente europeo para la elección de la Asamblea Constituyente. Los alemanes, por ejemplo, deben tener la oportunidad de votar candidatos italianos o franceses (y viceversa, por supuesto). Una buena fuente de inspiración puede ser los proyectos de investigación financiados por la Comisión en las universidades europeas: para pedir financiación hay que crear un consorcio de universidades de al menos siete países. ¿Por qué no imaginar que las listas a la  Asamblea Constituyente debiesen tener candidatos de al menos diez o quince países diferentes?
En estos días has hablado de la austeridad como una forma de «guerra de clases» desde arriba. ¿Pero, hoy en día, de qué fuerzas puede disponer el campo de «abajo», no sólo para defenderse de los ataques, sino para ejercitar un poder constituyente real? Nos parece una pregunta ineludible, que obliga a tomar en consideración los profundos cambios en la composición del trabajo y de las formas de vida. Estas transformaciones obligan a la búsqueda de instrumentos políticos y organizativos diferentes a los del pasado.
Muchos compañeros y amigos me han recriminado por hacer referencias demasiado generales a la democracia. Pero hay que pensar en la definición que dio de ella Aristóteles, que no era un demócrata: el gobierno de los libres y los pobres. Es una buena definición: los pobres, los subalternos, los explotados, son de hecho la mayoría. Por lo que una verdadera democracia sólo puede ser dominada por los movimientos de los pobres. Las democracias liberales, que tienen sus raíces en la tradición de la Carta Magna, han sido otra cosa. La Carta Magna es una carta de los barones, de los terratenientes ante el Rey, que les garantizaba tener sus propios siervos y que no se los quitaría el soberano. La democracia liberal tiene este árbol genealógico. Por ejemplo, si leéis Federalist veréis claramente que el problema se reduce a cómo evitar que la multitud gobierne. Esta democracia ha llegado a su límite con el capitalismo financiarizado. Un movimiento democrático hoy  es, por definición, un movimiento que tiene como objetivo poner fin a la lucha de clases desde arriba mediante la organización de un contraataque desde abajo.
Esto plantea el problema, fundamental a nuestro entender, de pensar  una nueva articulación entre el movimiento democrático y la lucha de clases. ¿Cómo ves  concretamente esa articulación? ¿Cómo pueden cruzarse positivamente las insurgencias sociales y diversas formas de acción institucional?
Si, como he dicho, el problema fundamental en Europa es la estabilización, eso no es posible sin el crecimiento tumultuoso de un movimiento democrático. Los poderes existentes no son capaces de hacerlo. Pondré un ejemplo sencillo y absolutamente concreto: imaginaros un movimiento que imponga al Banco Central que comience a comprar la deuda del Banco Europeo de Inversiones en lugar de comprar la de los bancos alemanes o italianos, para financiar un ambicioso Nuevo Acuerdo Verde para Europa. Así que, en lugar de generar moneda para los circuitos de capital financiero, se generaría para financiar la cooperación productiva, para crear puestos de trabajo en sectores innovadores, creando al mismo tiempo condiciones favorables para la organización y la lucha de los trabajadores y chocando con la mercantilización y la precarización del trabajo.
DiEM tiene la ambición de establecer una fuerza transnacional de nuevo tipo, que agrupe a activistas, políticos, intelectuales, artistas, sindicalistas, en un ámbito directamente «paneuropeo». No es una apuesta fácil y hay pocos modelos en los que inspirarse. ¿Cuál es el proceso innovador que tienes en mente?
La desintegración de la Unión Europea es algo nuevo, contradice una historia basada en el avance progresivo de la  integración. Para  hacer frente a este problema es necesario un instrumento totalmente nuevo. Los partidos de izquierda europeos tienen su base en los estados nacionales y la IUE es una especie de confederación que no cuestiona este fundamento nacional. Esta es una de las razones de su impotencia. No es cuestión de mala voluntad: el hecho es que por su acción a escala nacional se ven obligados a articular programas de gobierno que nunca va a poder ser aplicados. Si este diagnóstico es correcto, una plataforma común para los demócratas en Europa debe construirse de manera diferente, a través de una acción política no basada en los estados nacionales. Y no puede ser un partido, porque un partido es  por definición jerárquico. Los militantes de los partidos de izquierda pueden unirse a DiEM y seguir siendo miembros de su partido a nivel nacional. Pero en DiEM abordaremos nuestros problemas comunes independientemente de la afiliación partidista o las  convicciones filosóficas que cada cual tiene. La respuesta a vuestra pregunta sólo podrá encontrarse de forma gradual. Es un work in progress, un camino que se hace al andar. Como dijo Brian Eno el martes en el teatro Volksbühne, si no tenemos una receta, empecemos a cocinar, ya llegará la receta.
Por último, ¿cuáles son los próximos pasos de DiEM?
Ya hemos anunciado una petición, dirigida a los presidentes del Eurogrupo, del Consejo Europeo y del Banco Central Europeo, pidiendo que retransmitan por streaming sus reuniones, salvo en el caso del BCE, al que hemos pedido que haga como la Reserva Federal, publicando las actas de sus reuniones dos semanas después de su realización. También será una oportunidad para comenzar a organizar el movimiento en torno a una campaña específica. Nos estamos preparando para crear grupos de trabajo para desarrollar una plataforma digital eficiente y segura, que nos permita intervenir en el debate público y articular nuestro trabajo. Hemos identificado cinco áreas temáticas cruciales para el futuro de Europa: el Nuevo Acuerdo Verde que he mencionado antes, la cuestión de la deuda y el sistema bancario, las migraciones y las fronteras, la transparencia y el tipo de Constitución que Europa necesita. Queremos disponer de cinco documentos sobre estos temas en el plazo de un año. Vamos a empezar  haciendo una lista de problemas y preguntas para cada una de estas áreas temáticas, con el fin de poner en marcha una gran campaña de consultas en diferentes lugares y países. De estas reuniones surgirán propuestas que serán «filtradas» y «recombinadas» por grupos de trabajo que presentarán el resultado en grandes asambleas temáticas. Estas asambleas votarán un documento final, que luego será sometido a la aprobación de todos los miembros de DiEM. Es un proceso que puede ser definido como  democracia en acción, del cual surgirá un verdadero manifiesto de DiEM, no una mera declaración de principios.
(Versión original en italiano: acá http://www.euronomade.info/?p=6701)

Qhananchiri // Silvia Rivera Cusicanqui

Qhananchiri (“el que ilumina”) fue la chapa del hoy Vicepresidente García Linera, cuando jugaba a las guerrillas, y junto a su hermano Raúl, mandaba a riesgosas operaciones a militantes aymaras del EGTK, que costaron la vida a más de uno. No podía haber ironía más cruel para calificar a este tenebroso personaje. Su persona, palabra y mente son laberínticas y llenas de penumbras y dobleces. Extrae los papeles que actúa de su vasto archivo de estudios del poder, para aprender las estrategias que, según cree, le permitirán seducir audiencias y arrear rebaños de votantes. Un discurso paternalista ridículo y patético, le llena la boca al mirar con condescendencia y asco a sus conmilitantes indios de las comunidades; otro, de fascinación birlocha, al mirar las piernas de las modelos en las pasarelas. Y cuando ofrece a los terratenientes de Santa Cruz cambiar cualquier ley o decreto para favorecerlos, le sale el q’ara aspirante a oligarca, encaramado en el estado y dispensando favores de perdonavidas. A este oscuro personaje le debemos los cambios en la Constitución que se hicieron a puerta cerrada el 2008, y él es el principal estratega de esta nueva re-elección, que cuenta con la complicidad engolosinada del propio Evo Morales. No soy quién para decir si éste es un “falso” o “verdadero” indio, pero conociendo la sociedad dominante, tanto como a sus aspirantes – pues fui criada allí y deserté justo a tiempo – reconozco en él a uno más de los arribistas que han llenado nuestro trayecto de oprobios, indignidades y derrotas. El tenebroso ex qhananchiri no se saldrá con la suya en este referéndum, si somos capaces de invocar la energía de nuestra conciencia rebelde y la luz de las enseñanzas indias y plebeyas de nuestra historia.

Bolivia, el impronunciable ocaso del patriarca // Raúl Zibechi



“Aquí la gente no tiene miedo”, sonríe el taxista mientras se abre paso, demasiado con lentitud exasperante, por las imposibles calles de El Alto, rumbo al centro de La Paz. “No tienen miedo”, repite encogiendo los hombros. Casi un mantra con el que parece explicarlo todo, desde el caos del tránsito hasta la increíble fuerza interior de las mujeres –omnipresentes en la ciudad aymara- trabajando como hormigas, cargando bultos, haciéndose cargo de la vida.

La ciudad luce cambiada, sobre todo por el asfalto impecable de sus calles y los edificios de cuatro y cinco piso, los cholets, estilo arquitectónico mestizo nacido en El Alto de la mano de una pujante burguesía comercial aymara. Nadie parece alarmarse por el confuso episodio de la ocupación y quema del municipio alteño por padres de familia que se saldó con seis muertos, en el mismo momento en que el taxista repetía su mantra.

La alcaldesa Soledad Chapetón, que venció en las elecciones municipales con el 55 por ciento de los votos en un bastión oficialista, acusa a ex ediles del MAS por el asalto e incendio de la alcaldía. El gobierno, por su parte, asegura que se trató de un “autoatentado” de la alcaldía alineada con la oposición. Los hechos de El Alto cobran especial relevancia en la recta final de la campaña electoral para el referendo del domingo 21, en el que los bolivianos deben decidir si se reforma la Constitución para permitir una segunda reelección de Evo Morales.

La avenida principal de La Paz, en el centro de la hoyada, medio kilómetro debajo de El Alto, lleva varios días cortada por manifestantes. Hileras de cholas con sus polleras y sombreros, sentadas serenamente cortan las calles, mientras los varones disparan cohetes. La mayoría pertenecen a asociaciones de jubilados, pero detrás de ellos llegan los mineros, los petroleros y diversos sectores que aprovechan la coyuntura electoral para arrancar una demanda adicional al gobierno.

“Reclamamos por el segundo aguinaldo”, explica una mujer cuando se le pregunta el motivo de la protesta. La semana previa al referendo es testigo de la multiplicación de manifestaciones populares, una confluencia espontánea de los más diversos sectores que creen que es el momento oportuno para exigir.

RESULTADOS INCIERTOS. “¿Usted está de acuerdo con la reforma del artículo 168 de la Constitución Política del Estado para que la presidenta o presidente y la vicepresidenta o vicepresidente del Estado puedan ser reelectas o reelectos por dos veces de manera continua?”. Esta es la pregunta que deberán responder seis millones de bolivianos este domingo.

La iniciativa partió de la presidencia y muchos creen ver la mano del vicepresidente Álvaro García Linera, cerebro gris detrás del primer mandatario. Morales llegó a la presidencia en 2006 con el 54 por ciento de los votos. Fue reelegido en 2010 con un abrumador 64 por ciento y en 2015 con 61 por ciento obtuvo un tercer mandato que concluirá en 2020. Ahora pugna por presentarse nuevamente, lo que podría llevarlo a ejercer el poder hasta 2025, o sea 20 años consecutivos.

La pregunta que se hacen muchos bolivianos, es porqué se promueve un referendo con tanta anticipación ya que las elecciones nacionales se realizarán dentro de cuatro años. Lo cierto es que el referendo partió al país en dos mitades. Con el Si están alineados el MAS y los movimientos sociales que apoyan al gobierno, entre ellos la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), la más importante organización social del país. Pero también algunas figuras locales de relieve, como los ex futbolistas Marco Etcheverry y Erwin Sánchez.

El No a la reelección es mucho más heterogéneo. Entre sus filas destacan el expresidente Carlos Mesa, el gobernador de Santa Cruz, Rubén Costas, ambos de la derecha, pero también el gobernador de La Paz, Félix Patzi y la exministra de Defensa Cecilia Chacón, que pueden ser considerados de izquierda.

Las encuestas son una lotería. Las difundidas en febrero, apuntan a un empate en torno al 40 por ciento para cada opción, correspondiendo la definición a los indecisos. En el cierre de la campaña oficialista, el miércoles 17, miles de personas aclamaron a Morales en la avenida Costanera de la zona Sur de la capital.

“Nos hemos liberado e impulsamos desde los movimientos sociales un instrumento político de liberación y en diez años hemos cambiado la imagen de Bolivia”, aseguró Morales quien destacó que su proclamación para una nueva elección general fue producto del “pedido de los movimientos sociales y del pueblo organizado”.

A la misma hora estudiantes de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) protestaron cerca de la plaza Murillo, aludiendo al último escándalo que vincula a Morales con la empresaria Gabriela Zapata Montaño, quien se habría beneficiado de su relación privilegiada con el presidente. “Evo, Zapata, devuelvan la plata”, coreaban los estudiantes que junto a organizaciones de jubilados colapsaron el centro de la ciudad.

Según la prensa opositora, las personas que participan en los actos oficialistas son funcionarios que asisten de modo obligatorio. Apenas finalizó el discurso del presidente, “funcionarios públicos y miembros de organizaciones sociales se afanaban en estampar su nombre y firma en las listas de asistencia del cierre de campaña del Sí que organizó el MAS en la ciudad de La Paz” (Página Siete, 18 de febrero de 2016).

Una de las movilizaciones más concurridas fue la realizada en la noche del miércoles 17 en la céntrica plaza San Francisco por los partidarios del No, en la que participaron organizaciones sociales importantes (como CONAMAQ) que antes estaban a favor del gobierno y que le dieron la espalda en 2011 cuando la marcha en defensa de un territorio indígena y parque natural que iba a ser atravesada por una carretera, fue reprimida por las autoridades. “Fue la manifestación más numerosa y ruidosa realizada por la oposición boliviana en una década en La Paz” (Agencia Fides, 18 de febrero de 2016).

UN GOLPE DEMOLEDOR. Una semana antes del referendo estallaron dos bombas que afectan la credibilidad del gobierno. La de menor potencia se relaciona con el vicepresidente, en cuya libreta militar figura como “licenciado en Matemáticas” cuando nunca finalizó sus estudios. En sus numerosos libros también aparece como titulado. En la solapa de “Sociología de los movimientos sociales en Bolivia”, dice que es matemático y sociólogo, lo mismo que otras de sus publicaciones.

El sábado 13 se presentó ante los medios y declaró, con la soberbia que le ha granjeado numerosas antipatías: “Álvaro García Linera estudió matemáticas en México, no concluyó su licenciatura porque se vino a Bolivia a organizar una guerrilla para luchar contra los neoliberales, lo dije hace dos años, hace tiempo atrás”, dijo el vicepresidente.

La agencia Fides informó que una biografía que estaba publicada en la página web de la Vicepresidencia, había sido retirada. En ella se señalaba que García Linera “obtuvo su pregrado y postgrado” en la UNAM de México. Ahora existe otro texto, que señala solamente que “estudió matemáticas” (Pagina Siete, 15 de febrero de 2015).

Pero el petardo mayor estalló en las narices de Morales. El periodista Carlos Valverde denunció que Morales realizó tráfico de influencias para beneficiar a la empresaria Gabriela Zapata Montaño, quien representaba a una empresa china en Bolivia. El presidente reconoció que mantuvo una relación con la joven empresaria y que en 2007 tuvieron un hijo que falleció, aunque no dio detalles, pero negó que su empresa se hubiera visto beneficiada por la relación sentimental.

Según la denuncia, Morales conoció a Zapata en 2005 cuando ésta tenía 19 años y el presidente 45. Ella es una asidua en las páginas sociales de la ciudad de Santa Cruz, trabaja para la empresa China CAMC Engineering, que mantiene millonarios contratos con el Estado. La acusación sostiene que el gobierno la favoreció en contratos que superan los 500 millones de dólares. Fue el primer golpe directo al mentón de Evo, que puede haber afectado tanto su credibilidad como los resultados del referendo del domingo

El gobierno contraatacó con fuerza, señalando que el periodista fue jefe de la inteligencia boliviana entre 1989 y 1993, en pleno período neoliberal, y que actualmente tiene relaciones estrechas con la embajada de los Estados Unidos. Según el argumento oficialista, Washington está intentando frenar el avance chino en la región sudamericana lo que explicaría el hecho de que los contratos con la empresa que representa Zapata estén en el ojo del escándalo.

Ambas cosas pueden ser ciertas. Que el periodista trabaje en función de los intereses estadounidenses y que la empresa china se haya visto favorecida por la especial relación entre el presidente y la empresaria.

EL EXTRACTIVISMO EN EL CENTRO. Lejos del ruido mediático, el debate más de fondo coloca en el centro la cuestión de modelo productivo impulsado por el MAS, centrado en la explotación y exportación de hidrocarburos, minería y monocultivos de soja. En suma, el mismo modelo que caracterizó al país a lo largo de toda su historia, desde la colonización española.

Los cuestionamientos se deben al continuismo del modelo bajo los gobiernos del MAS, que habían prometido ir más allá promoviendo un “salto industrial”, que no sólo no se produjo sino que se asiste a la profundización del extractivismo. Ahora el vicepresidente habla de un “extractivismo temporal”, que permitiría la acumulación de recursos para invertir en la industrialización. Sin embargo, fuera de una reactivación de la industria textil en manos de pequeños y medianos productores, los cambios no llegan.

El investigador Pablo Villegas del Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB), sostiene que la caída de los precios de las commodities en el mundo está provocando una aguda crisis en el país. “Esta crisis tiene dos aspectos”, dijo a BRECHA. “Por un lado tenemos un endeudamiento externo creciente y un importante aumento de impuestos, y por otro una incapacidad institucional para afrontar la crisis. De ese modo vamos a tener un gobierno con recursos en un país sin recursos y con una población estrangulada por altos impuestos”.

Meses atrás el Cedib, cuya sede está en Cochabamba, fue una de las ONGs amenazadas por el gobierno de expulsión, por sus permanentes críticas al oficialismo. Los gobiernos de Venezuela, Ecaudor y Bolivia se han caracterizado por su no aceptación de críticas cuando provienen de las izquierdas. Villegas no es optimista respecto al futuro inmediato, y sospecha que de agravarse la crisis el gobierno puede optar por una salida represiva contra los movimientos sociales y las inevitables movilizaciones callejeras que forman parte de la cultura política del pueblo boliviano.

“Todo su plan es mantenerse en el poder”, sostiene Villegas respecto al MAS y a Evo Morales. “La alternativa es recuperar la democracia”, ya que considera que una característica común de los progresismos es “la corrupción, como lo muestran los gobiernos de Brasil, Chile y Bolivia”.

El sociólogo Luis Tapia, por su parte, asegura que “el excedente de las exportaciones de commodities no se ha utilizado en la transformación productiva sino en lubricar redes clientelares para aumentar el control político de las sociedades y facilitar el ascenso de una nueva burguesía”.

Tapia fue miembro del grupo de intelectuales que se denominaron Comuna, y trabajó años junto al actual vicepresidente García Linera, del que mantiene una distancia tanto personal como intelectual. Reflexiona sobre lo que denomina como “presidencialismo colonial”, que consiste en “procesos electorales permanentes para legitimar decisiones tomadas fuera de los ámbitos institucionales e incluso fuera del país, usando los procesos plebisicitarios como fachada para evitar cambios de gobierno”.

Pero la crítica más demoledora la realiza la socióloga aymara Silvia Rivera Cusicanqui, un mito boliviano, tanto para los intelectuales como para los movimientos. Es autora del más importante libro sobre la historia social boliviana, “Oprimidos pero no vencidos”, que relata y analiza la historia del campesina aymara y quechua desde 1900. Rivera es tanto intelectual como activista, y es la pensadora boliviana más reconocida dentro y fuera del país.

En una carta difundida el martes 16, en que defiende el voto contra la reelección, acusa a García Linera de haber pergeñado una alianza con los terratenientes de Santa Cruz a quienes habría ofrecido “cambiar cualquier ley o decreto para favorecerlos”. Va más lejos al destacar que “reconozco en él a uno más de los arribistas que han llenado nuestra trayecto de oprobios, indignidades y derrotas”. Convoca las “energías de nuestra conciencia rebelde y la luz de las enseñanzas indias y plebeyas de nuestra historia”, para evitar que gane la reelección.

Llama la atención la mutua desconfianza, y hasta el odio, que se prodigan mutuamente los miembros del gobierno y quienes fueron parte del mismo proyecto hasta que comenzaron a transitar caminos opuestos. En efecto, hasta 2005 unos y otros se batieron juntos en las guerras del agua (2000) y del gas (2003 y 2005), en decenas de marchas y acciones colectivas a lo largo y ancho del país. Para los oficialistas, los críticos “hacen el juego al imperialismo”. Para los opositores de izquierda, los nuevos gobernantes “han traicionado la agenda de octubre”, una lista de demandas que se rubricó con sangre en las jornadas de octubre de 20034, donde murieron 67 manifestantes y 500 fueron gravemente heridos.

Un diálogo imposible que muestra los límites de los procesos de cambio y de las propias alternativas por izquierda.

Neoliberalismo ¿Será como dicen que es? Preguntas, incógnitas,…, situadas // Alberto Sladogna


Escribo estas líneas con sumo pesar, en las actuales circunstancias que  vivo en Argentina y que se viven, según testimonios, en América Latina; una experiencia que vivo en una práctica local, de orden micro, el análisis.  Trato de abordar un tema sensible: el neoliberalismo que desata un poco demasiado respuestas prefabricadas, mismas que he cargado y lanzado en más de una ocasión. Esas respuestas no tienen preguntas sobre el tema, por eso, cuando las hicimos, sin saberlo avalamos sin miramientos la defensa de un régimen previo, por ejemplo- : el Estado benefactor, Estado de Bienestar. Paul B. Preciado subrayó:
Parece que los gurúes de la vieja Europa colonial se obstinan últimamente en querer explicar a lxs activistas de los movimientos Occupy, Indignados, dicapacitadxs-trans-gays-lésbicos-intersex y post porno que no podemos hacer la revolución porque no tenemos una ideología. Dicen “una ideología” como mi madre decía “un marido”… Pero nosotrxs no vamos a llorar por el fin del Estado de Bienestar, porque el Estado de Bienestar era también el hospital psiquiátrico, el centro de inserción de los discapacitadxs, la prisión, la escuela patriarcal-colonial-heterocentrada
Esas situaciones descriptas en el tema nunca se dieron en América Latina, donde hoy lo que queda o quedaba del Estado benefactor se encuentra sin desplegarse y para colmo, en una situación terminal, corresponde señalar que la única excepción está constituida por el Estado en Bolivia, lugar dónde ese Estado está recién comenzando a funcionar a partir de un rizoma con la comunidad de las etnias, comunidades de la “pobreza”, hecho social inédito en otros países de la región. Álvaro García Linera actual vicepresidente de Bolivia, fue un discípulo activo de Bolívar Echevarría en México, lector de Lacan, de Foucault, de…, este intelectual no es ajeno a esas novedades bolivianas. ¡Extraño! algo semejante ocurre con el subcomandante Galeano, en Chiapas!

¿Cómo abordar el neoliberalismo?

La cuestión del neoliberalismo ocupa un lugar cada vez más central en el “pensamiento” contemporáneo. En efecto, el neoliberalismo transformaría el funcionamiento de “nuestro” mundo. Eso ya es una constatación. Redefiniría las reglas de la economía: pasaje de la economía política a la economía sin relato. Más grave, estremece la organización tradicional de la sociedad. Su movimiento, su mar de fondo quebrantaría el orden social,  se verían afectadas cada una de las instituciones sobre las que se apoya (el Estado, la escuela, la familia, el derecho, etc.). Estaría cristalizando una manera insólita de concebir la articulación entre la política, lo jurídico y lo económico. El neoliberalismo considera de otra forma las articulaciones individual/colectivo ¿Cómo elaborar una práctica radical del análisis, una filosofía crítica y una práctica insumisa en la era neoliberal? ¿Cómo hacerlo cuando las políticas “neoliberales” en Argentina y México para tomar dos extremos no dejan de nutrirse de personajes y prácticas del Estado Benefactor?

Una transgresión

Los cursos dictados por Michel Foucault reciben comentarios, en particular Nacimiento de la biopolítica. Es sobre todo, en muchos aspectos, el más polémico:  al dictar un curso consagrado a la tradición neoliberal, Foucault comete la transgresión de pasar una frontera inscrita en el campo intelectual. Su curso no es una conversión al neoliberalismo: Foucault no da  a ese sistema el carácter de “mundo”, cuyas recomendaciones y programas haya que aceptar y seguir. Su propuesta es sutil: consiste en valerse del neoliberalismo común  utilizado como instrumento de crítica de la “realidad y el pensamiento”. Él trata de leer, de escuchar de lo que esa tradición dice para cada uno de nosotros mismos efectué un análisis.  Enfrentar una doctrina concebida como el «negativo» de “nuestro espacio habitual” de reflexión equivale enfrentarnos, en cierta forma, a “nuestro inconsciente”, a los límites de nuestra propia reflexión. Eso obliga a interrogarnos sobre lo que tenemos por evidente, aquello que sin saberlo, hacemos a un lado cuando formulamos “nuestros problemas” ante el neoliberalismo. Foucault resume en estos términos el discurso del sociólogo alemán Werner Sombart pronunciado entre 1906 y 1934:

¿Que produjeron la economía y el Estado burgués y capitalista? Una sociedad en la que los individuos son arrancados de su comunidad natural y se juntan en una forma, de alguna manera, chata y anónima que es la de la masa. El capitalismo produce las masas. Y por consiguiente, produce lo que Sombart no llama exactamente unidimensionalidad, pero da su definición precisa. El capitalismo en la sociedad burguesa privaron los individuos de una comunidad directa e inmediata de unos con otros y lo forzaron a comunicarse sólo por intermedio de un aparato administrativo y centralizado. Por lo tanto, los [han] reducido a la condición de átomos, sometidos a la autoridad, no autoridad trata en la que no se reconocen. La sociedad capitalista impuso asimismo los individuos un tipo de consumo masivo que tiene funciones según información y normalización. Por último, esta economía burguesa y capitalista condenó los individuos, en el fondo, anoten entre sí otra comunicación que la que se da a través del juego de los signos y los espectáculos. (Michel Foucault, Nacimiento de la vía política, página 156)

Es urgente deshacernos de esas matrices «con las cuales suele abordarse el problema del neoliberalismo», sólo son críticas en apariencia, subrayó Foucault. «Reducen el presente a una forma reconocida en el pasado» y consideran el primero como una simple «repetición» del segundo. Algo semejante ocurre en el análisis, a nivel de su teoría cuando se traslapa al Lacan que abandonó la dictadura de la cadena significante, se traslapan sus primeros seminarios, donde esa dictadura se instalaba ante ciertas  y precisas condiciones. ¡Extraño!, La cadena significante es una formulación normativa, normativizante que acompaña a la forma Estado Benefactor: si es normal todo es interpretable.

«Me gustaría mostrarles que el neoliberalismo es, justamente, otra cosa. Será cosa o no, no sé, pero sin duda es algo. Y lo que querría tratar de aprender es ese algo en su singularidad» (página 156 y 157)

¿Cómo desactivar la potencialidad del pasado vivido o  de reacción inscrita en el corazón de “todo” proyecto crítico? ¿Cómo poner en entredicho un orden presente sin desembocar, casi automáticamente, en una adhesión al orden antiguo o en la percepción de ese momento que no puede sino añorarse? ¿Cómo concebir una lectura del neoliberalismo que no presente una nostalgia por lo que éste deshace y nos aferre, consciente o “inconscientemente”, a los “valores” pre liberales? ¿Cómo construir una práctica crítica, analítica en lo nuevo de la forma neoliberal?

Esa ausencia en la perspectiva crítica, al focalizarse en los peligros que entraña el advenimiento de esta nueva situación, termina por no ofrecer más que como horizonte concebible el retorno al pasado.

El neoliberalismo, una utopía

Se suele decir, en otras palabras, que el neoliberalismo se sitúa resueltamente del lado del Status quo. Encarnaría una de las principales fuerzas de resistencia al cambio. Representaría la ideología de “la clase dominante”,  la clase de unos individuos que tienen interés en perpetuar la situación tal y como es. Lo extraño es que a nivel de sus teóricos, citados por Foucault, el neoliberalismo rechaza, al igual que el análisis rechazaría cualquier intento de ejercer un dominio.

El mercado por todas partes

Una de las propuestas del neoliberalismo es difundir el mercado por todas partes:
«[el gobierno neoliberal] debe intervenir sobre sociedad misma en su trama y su espesor. En el fondo, tiene que intervenir sobre esa sociedad para que los mecanismos competitivos, a cada distante y en cada punto del espesor social, puedan cumplir el papel de reguladores.” (Página 179)

Para el neoliberalismo, el interrogante no era para nada saber cómo podía recortarse, disponerse dentro de una sociopolítica atada, un espacio libre para el mercado. El  neoliberalismo, al contrario, pasa por saber cómo se puede ajustar el ejercicio global del poder político a los principios de una economía de mercado. En consecuencia, no se trata de liberar un lugar vacío sino de remitir, referir, proyectar un artede gobernar ciertos principios formales de una economía de mercado. (Página 157) El mercado se presenta como un nudo desanudado, semejante o igual al diagrama borromeo que está guiado por  pocos principios formales: lo  que pasa por arriba de lo que está debajo; no está anudado, no es una metáfora… No hay más honorarios fijos más que los dictados por el mercado; no hay forma práctica canónica…

La justificación «científica» del mercado

Cuando se describe al neoliberalismo con los rasgos de una “pequeña” o “gran” doctrina económica “de clase”, desaparece su dimensión conceptual. En especial, presentar el mercado como “la ideología de la clase dominante” atribuida a los teóricos neoliberales en función de un sistema teórico contra el cual ellos se definen, es mirarlo, es hacer crítica desde un punto de vista exterior. Es aplicar una categoría que sus exponentes rechazan. Está claro que, a priori, una actitud como esa no es ilegítima, no obstante, ha impedido estudiar las irregularidades de su paradigma, los nuevos tipos de interrogantes planteado por el, su nueva manera de plantear cuestiones, la ambición de Foucault sería antes bien esforzarse para situarse en el lugar de esos autores neoliberales para captar su visión del mundo.

De la pluralidad

Foucault sostiene un concepto  la pluralidad sin Uno, es nodal, al neoliberalismo no le interesa “la libertad”. En otras palabras, el neoliberalismo puede leerse como una meditación sobre la multiplicidad, un ejercicio respecto de un socius que sitúa en su “centro” a la pluralidad. La especificidad de ese paradigma estriba en que fuerza a preguntarnos qué implica y qué quiere decir vivir en una sociedad -o lazos culturales- compuestos de “individuos” que experimentan modos de existencia diversos. La forma mercado implica para estos teóricos un modo cercano a las características esenciales de las sociedades contemporáneas: la diversidad de los sectores de actividad y la pluralidad de las formas de su existencia. Esta forma mercado se enfrenta así a  la forma Estado.

Para los neoliberales el  socius moderno es heterogéneo, la industrialización generó un movimiento masivo de división del trabajo, la especialización amplió una proliferación de los sectores de actividad; el mundo contemporáneo está más diferenciado que el mundo antiguo:

El control y el dirigismo no presentan dificultades en una situación lo bastante simple para permitir a un solo hombre como a un solo Consejo abarcar todos los usos. Pero cuando los factores que deben considerarse se tornan tan numerosos… es imposible tener una visión sinóptica de ellos, entonces -pero sólo entonces -se impone la descentralización.

Foucault describe sin saberlo una operación que, en ocasiones, sucede, a lo largo de un análisis.

El Estado pretende sustituir al mercado a nombre del interés general, el bien común, el bienestar social…la salud mental ¿Qué sentido tienen esos valores en un mundo diverso? ¿Cómo concebir un plan «colectivo» en el cual se reconozcan todos los “individuos”? ¿Cómo pretender poseer un código moral completo y universalmente válido para imponer una dirección en la cual “todo” el mundo quiera ir?:

Ninguna mente podría abarcar la infinita variedad de necesidades, diversos individuos  que se disputan los recursos disponibles y atribuyen importancia determinada a cada uno de ellos.

Un neurótico obsesivo, si es que eso existe, no tiene nada que ver, decía Lacan, con otro neurótico obsesivo, no hay LA MUJER, hay –por suerte- mujeres en plural y múltiples. El futbol de los equipos de mujeres muestra la emergencia de colectivos que no aplastan la singularidad al momento de alejarse del modelo estatal del fútbol de hombres. Es una singularidad real gracias a que es compartida; no hay singularidad en soledad.

Sociedad, comunidad, unidad

Foucault señala que los teóricos neoliberales formulan una reinterpretación de la filosofía del contrato social y de la Ilustración. A menudo se asocia la tradición neoliberal a la lucha contra la particularidad étnica, racial o cultural. Se afirmaría la superioridad de un supuesto universalismo contra el influjo de las pertenencias locales en nombre de los valores de la autonomía personal, la libertad individual y la igualdad formal. Sin embargo, para los neoliberales, la Ilustración es una manera de instituir, de imponer una forma de comunidad, es otra manera  por la que ese “pensamiento” liberal somete a los individuos de las comunidades naturales para encadenarlos a un nuevo tipo de colectivo: la “comunidad política” ¿Qué significa para la Ilustración un ser “autónomo”? No es ser independiente o estar libre de trabas. “Ser autónomo” es no querer obedecer a las propias pulsiones, pasiones, inclinaciones naturales, la autonomía es el «apartamiento exitoso respecto… de las fuerzas de las que yo mismo no seré responsable». En ese marco, la «libertad» se concibe como el acto consistente en  «armar en mí mismo órdenes a las que obedezco porque soy libre de actuar«. En otras palabras al sujeto de la Ilustración no le gusta elegir por elegir, no le gusta la elección como tal: siempre está a la búsqueda de la “buena elección”, la supuesta “buena oportunidad” que nunca viene. Es libre si y sólo si se da por ley su ley «verdadera», su «verdadera voluntad». La “comunidad política” es la que va concebirse como la instancia de elaboración de esa ley superior que, según se supone todo ser racional debe querer y reconocer como suya.

Los análisis de Rousseau en El contrato social suponen un estado en el cual los hombres deben enfrentar obstáculos perjudiciales para su conservación: el estado primitivo, pone en peligro la especie y la supervivencia de cada cual, por esa razón, los hombres están obligados a unirse, es preciso instituir un pueblo, lo cual supone, según Rousseau, salir del estado individuos tomados en forma aislada para dar nacimiento a una «comunidad». Aquí aparece la distancia entre una sociedad de “masas” que requiere el Estado Benefactor y una sociedad neoliberal que aparece como si su impronta fuerte sería el “individualismo” o “el culto a la singularidad”. En el neoliberalismo de forma abrupta aparece una forma artesanal (Carlo Ginzburg fue claro al respecto) de producción mientras el Estado benefactor impone una producción estándar para hacer frente al “bienestar general”.

La apuesta del contrato social implica que la constitución de la comunidad política es un acto de represión de las «divergencias». El contrato social no es un contrato, es el nombre dado para un momento en que los individuos renuncian a lo que los define como particulares y parciales -es decir, aquello que los separa y distingue a los unos de los otros – para constituirse como individuos «morales», que se asignan como voluntad la voluntad «general»: Se trata del pasaje o sustitución de la individualidad por la comunidad. Un “pueblo” requiere o supone un acto de fundación por medio del cual el interés y la voluntad «general» destruyan el juego de los intereses particulares [L. Althusser, Política e historia: De Maquiavelo a Marx. Cursos de la Escuela Normal Superior, 1955–1972] El contrato analítico es anárquico, en cada ocasión es diferente de si mismo.

Esta nueva forma de encontrar un pacto social implica que

«cada uno pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; [así] cada miembro [es tomado] como parte indivisible del todo…los asociados toman el nombre de pueblo…y de súbditos por estar sometidos a las leyes del Estado«

Un Estado es la unificación de una multitud de hombres bajo leyes jurídicas, conjunto que es necesario promulgar universalmente para producir un Estado jurídico con sus derechos públicos. Se trata pues de un sistema para uso de un pueblo, es decir, una multitud de hombres o de una multitud de pueblos que, al mantener relaciones de influencia recíproca, requieren, para ser partícipes de lo que es el derecho, un estado jurídico obediente a una voluntad que los unifica: una copia… así se podría concluir que la política de la acción consistente en «ordenar» una «muchedumbre de seres racionales». Eso que se conoce, desde Freud y otros,  como “las masas”.

Deshacer la sociedad

Los teóricos neoliberales enfrentan a la Ilustración, a sus herederos indicando que ese pensamiento está obsesionado con una fantasía de «totalidad armoniosa», ambición de establecer una sociedad de seres racionales que persiguen fines colectivos que comunican una especie de unanimidad. La premisa fundamental de esta corriente sería que: los hombres están hechos para buscar la paz y no la guerra. Los disensos, los conflictos, la competencia entre seres humanos serían el sello de un supuesto proceso patológico: puede ser que estas tendencias sean inevitables en determinada etapa de su desarrollo, pero no dejan de ser anormales porque no realizan los fines que todos los hombres como hombres, tienen forzosamente en común: las metas permanentes y compartidas que los hacen humanos.

Los  teóricos neoliberales se van a sublevar contra esa obsesión por la unidad, contra esa voluntad de dar siempre “coherencia a la sociedad”. El «mundo común», lo «colectivo», la «voluntad general», la búsqueda perpetua de algo que sea del orden de lo «universal» son mitos, mitos peligrosos. En este sentido, la idea de una «solución de conjunto» a todos los problemas humanos, que, si tropieza con resistencia, puede exigir el recurso a la fuerza para protegerla, esta misma idea, lleva al derramamiento de sangre y a la intensificación del sufrimiento humano. Los seminarios “internacionales” de intelectuales o de analistas son formas de obsesión, la teoría “única” es válida para todos en cualquier lugar del mundo.

En contra de las apariencias, el comunismo no es un pensamiento del conflicto y la pluralidad; es una de las últimas encarnaciones del monismo en política: las observaciones de Marx sobre «las contradicciones y los conflictos inherentes al progreso social son simples variaciones sobre el tema el progreso ininterrumpido de los seres humanos y el de su síntesis en virtud de la comprensión y el control de su entorno y de ellos mismos«

Ética liberal y ética conservadora

Los teóricos neoliberales indican un hecho comprobable en la historia, al menos en la historia de las ideas y de las actuales prácticas de la política del espectáculo, suele ser frecuente ver a los socialistas, con el transcurso los años, terminar siendo conservadores y convertirse al conservadurismo, mucho más escasos son los que se convierten en liberales. El hecho de que el socialista arrepentido encuentre la mayoría de las veces un nuevo remanso de paz mental intelectual en el regazo conservador, y no en el regazo liberal no se deben nada al azar es la demostración de que existe una articulación entre el conservadurismo y el socialismo, mientras que el liberalismo es un sistema completamente distinto. En lo esencial el conservador y el socialista compartirán funciones de orden, tendencias al paternalismo y la adoración del poder. Los filósofos de la Ilustración convocan a la subordinación de las cifras particulares a la voluntad general, los socialistas pretenden volver a dar sentido a lo «colectivo» o al mundo común contra el individualismo: el conservador no se tranquiliza ni se dará por satisfecho hasta que una sabiduría superior vigile y supervise los cambios y él sepa que  hay una autoridad encargada de garantizar que dichos cambios se produzcan en orden. Frente a esto el neoliberalismo se pone del lado del desorden, de la inmanencia, y por lo tanto del pluralismo. Un mundo neoliberal jamás podrá estar unificado, totalizado. No se construye en el horizonte de «lo común» por venir; se concibe esencialmente plural y por consiguiente animado por lógicas contradictorias entre sí e irreconciliables. Son las fuerzas de aquello que es necesario, de aquello que  es contingente, de aquello que es imposible, así suelen aparecer micro luchas, como también un análisis, también se inventa un analista.

La teoría social del neoliberalismo apunta a desmentir la presunta necesidad de que un «plan» superior establecerá un «consenso» entre los individuos, o un «contrato» fundado en la represión de los intereses particulares a nombre de las exigencias más generales. «El orden del mercado, en particular, no se apoya en metas comunes», sino en intereses particulares que con suerte quizás coincidan en el bienestar general, si no ni modo otra vez será… Es la sorpresa del Ing. Macri (Argentina) que bajó las retenciones al agro y ahora, esos sectores, no le venden ni un gramo especulando con la suba del dólar…  En este aspecto la teoría neoliberal formuló un desafío ¿Será posible producir sin que haya una intervención deliberada para controlar esa producción?

Inmanencia, heterogeneidad y multiplicidad

Los neoliberales proponen una especie de deconstrucción en que la forma mercado brinda la posibilidad de quitar sobre el mundo cualquier invocación a una instancia trascendente (Ya tome forma política, jurídica, sociológica o cualquier otra) instancia que supuestamente unifica y organiza la diversidad social. El neoliberalismo acepta la imagen de un mundo desorganizado por esencia, un mundo sin centro, sin unidad, sin coherencia, sin sentido. ¿Un mundo en red, una matrix sin gobierno aparente? Con ello desbarata lo que Didier Eribon llamó «concepciones hegelianas y sintéticas» de la realidad, grilla de lectura que no logra pensar la pluralidad y la heterogeneidad porque siempre busca alcanzar la «convergencia» o la «alianza». Foucault refiriéndose al tema del hombre económico formula lo siguiente:

«El mundo económico es opaco por naturaleza, es imposible totalizar por naturaleza. Está originaria y definitivamente constituido por punto de vista cuya multiplicidad es tanto más irreductible cuanto que ella misma asegura al fin y al cabo de manera espontánea su convergencia. La economía es una disciplina atea; es una disciplina sin Dios; es una disciplina sin totalidad (página 332).

Éste tema fue importante para Foucault porque fue uno de los ejes de su crítica al marxismo (y asimismo al psicoanálisis), que llevo adelante desde mediados de la década de 1970 ¿Qué teoría sería más capaz de producir efectos de emancipación? ¿Qué analítica brinda la posibilidad de comprender de la manera más adecuada la mecánica del poder, permitiendo desestabilizarla, frenarla, trastocarla, cambiarla?

Una intuición de Foucault es que el marxismo y el psicoanálisis son doctrinas insuficientes, por ser insuficientemente críticas. El inconveniente esencial del marxismo es no haber indagado  la forma totalización: hizo suya en su integridad la ambición de construir una visión unificadora de la realidad, es decir, de reducir lo que pasa en la sociedad a unos cuantos principios elementales y predeterminados. Al comportarse de esa forma, en el momento mismo en que esa doctrina pretende suministrar armas contra la dominación, ejerce a su vez efectos de autoridad. Someter la reflexión sobre la sociedad a nuevos «trascendentales», oculta necesariamente luchas parciales y realidades minoritarias presentes o venideras que escaparon a su odisea. Foucault en Defender la sociedad realizó una crítica de las teorías «innovadoras», en particular a partir de 1978 fue notoria la aparición de una multitud ofensivas “parciales», «discontinuas», «particulares», «locales» que apuntaban al funcionamiento de la institución psiquiátrica, la moral, contra la jerarquía sexual tradicional, el aparato judicial y penal. A Foucault lo impresiona  la extensa y extrema productividad de esos discursos regionales. Menciona entonces la «sorprendente eficacia de las críticas particulares». Para el autor de Vigilar y castigar esas críticas sólo pudieron salir a la luz en el marco de un cuestionamiento de las lluvias totalizadoras: esas luchas sectoriales surgieron a través de un combate contra los paradigmas centralizados, así reaparecieron «saberes sometidos» «marginados», «descalificados», «sepultado”, “enmascarados” . Las luchas de las mujeres, las luchas de los estudiantes, de las madres, de  los padres de los 43 de Ayotzinapa, luchas combaticas por la sociedad pues son una expresión runfla intolerable. Carlo Ginzburg se apoya y menciona eso respecto del paradigma indiciario. Se trata de recuperar el saber de las gentes de a pie, olvidado por el marxismo y que no es en absoluto  un saber «común, un buen sentido sino, al contrario, un saber particular, un saber local, regional, un saber diferencial, incapaz de unanimidad”. Un saber artesanal

Al decir de Foucault hay que liberarse de la «tiranía de los discursos englobados«: las teorías «totalitarias«, como el marxismo y el psicoanálisis, tienen un efecto fundamentalmente «inhibidor«. Llevan «de hecho, a un efecto de frenado«. No rechaza plenamente esos saberes, los acepta a condición de que la unidad teórica de esos discursos quede suspendida o en todo caso recortada, que lo añada hechos añicos, invertidos, desplazados, caricaturizados, representados, teatralizados etc. En esa situación podrán ser empleadas. Esas teorías condenan a la condición de menores de edad a los sujetos de la experiencia, se trata de sacar a la luz el reverso de los procesos de totalización, definiendo una empresa “romper el sometimiento de los saberes históricos y liberarlos, es decir, hacerlos capaces de oposición y lucha contra la coerción de un discurso teórico unitario, formal y científico» (página 23/24) Se trata de colocar en el núcleo de su teoría del poder: «inmanencia», «realidad», «multiplicidad». Esto despliega su propuesta respecto del poder: «parece que por poder hay que entender en primer lugar la multiplicidad de las relaciones de fuerza que son inmanentes al dominio donde se ejercen, y que son constitutivas de su organización» (página 121 y 122). El poder está en todas partes; no es que lo englobe todo, es que viene de todos lados (página 121/122).   En el absolutismo se intentó centralizar el poder, el movimiento ilustrado  acabó con el poder feudal (que era diverso, caótico), permitió el orden de la mano invisible del mercado que estalla y produce los totalitarismos del siglo XX,  luego el Estado de Bienestar frente a las masas,  para llegar al “individuo singular” y el neoliberalismo con su horizonte de: Estado mínimo máximo Mercado (toda intervención estatal es un error). Se trata del método de la lectura parcial, metonímica que abjura del disco duro pleno de todos los seminarios y textos.

Escepticismo y política de las singularidades

«La sociedad no existe» fórmula típica de la doctrina neoliberal, constatación  teórica  coincidente con lo que Foucault se planteó desde 1970: el poder se ejerce de manera difusa; está en todas partes, actúa de manera diseminada, y las luchas parciales, locales, diferenciales que surgen a intervalos irregulares no se inscriben en un conjunto más antiguo y global dentro del cual haya que resituarlas para comprenderlas y discernir su sentido. Esta lucha contiene en sí misma su propio valor, su propia significación.

La formulación «la sociedad no existe» puede ser leída en otro sentido, el acceso local no niega la existencia social,  no lo abandona, más bien abandona la totalización llevada a cabo a nombre de algo que se llamaría la sociedad. Lo que no existe,  no es el mundo social, no existe en LA propuesta unificadora. Foucault se enfrenta a Sartre, al marxismo, al psicoanálisis que pretenden la instalación de un intelectual universal, es decir, el intelectual que se hace «escuchar como representante del universal«, como la «conciencia de todos» (Verdad y poder en Microfísica del poder). Herederos de la ilustración…los analistas hacen seminarios en China, en Francia, en Argentina, en México, en Kuala Lampur, en…

Los filósofos iluministas habrían fabricado un mito filosófico de consecuencias políticas peligrosas: el de la omnipotencia. La Ilustración cree que la razón posee un poder ilimitado, el racionalismo de la Ilustración se negaría reconocer los límites de la razón, sostienen una supuesta única forma de razón, la suya. Una Ilustración: Hitler hablaba de que había que saltar sobre la propia sombra, eso era lo imposible…  Por ello iban a ser recordados los SS, porque hicieron lo que tenían que hacer, lo que debían de hacer en nombre de las leyes de la raza, para ello utilizaron el trabajo, como medio de liberarse de los “subhumanos”; es otra forma de ver el anuncio de la puerta de Auschwitz…  Los campos de concentración y los hornos de gas fueron iluminados por esa razón. Se legitimaría una forma de narcisismo intelectual que lleva a los científicos y los filósofos (¿a los psicoanalistas?) a pensarse como centro el mundo, únicos capaces de acceder a una revisión total de la sociedad y escapar a la parcialidad. Este intelectualismo erróneo  derivaría a menudo en la creencia de los méritos científicos o en lo extenso de sus saberes de sus actos.

La crítica de las ideas «generales», de las teorías «totalizadoras» con los pensamientos del  «fundamento» constituye el punto de partida para la invención de una nueva forma, de una forma política que se definirá por qué trabaja a partir de la singularidades, una política que acompaña y respalda las luchas múltiples, los combates sectoriales, no pretende unificarlos, se trataría del punto de partida, en pocas palabras, de la reinvención de una política  de la insubordinación que no sería política. El analizante solo busca desplegar la invención que ya tiene su deseo, requiere liberarlo de las inhibiciones del pasado y de los temores que su novedad podría desatar.

No ser gobernado

El Nacimiento de la biopolítica realiza una demostración: a través del neoliberalismo se elabora y se introduce algo liberador, emancipador, crítico: se trata de cuestiones que  no se formulan en nuestra actualidad inmediata y concreta, Foucault precisa «¿De qué se trata cuando se habla de liberalismo, cuando nosotros mismos nos aplican la actualidad una política liberal? ¿Y qué relación puede tener con esas cuestiones de derecho que llamamos libertades?» La potencialidad crítica que se inscribe en la racionalidad neoliberal radica en el hecho de que esa tradición se afirmó en el marco una oposición al Estado o, mejor, era enemiga de la razón de Estado.

Un neoliberal afirma «Dios sabe que temo la destrucción del mundo por la bomba atómica, pero al menos hay otra cosa que temo tanto: la invasión de la humanidad por el Estado» Foucault demostrará que el neoliberalismo está atravesado por la idea de que «siempre se gobierna demasiado» o, al menos, de que «siempre es necesario suponer que se gobierna demasiado» (Freud indicando a Ferenczi quien ha de ser su novia; Lacan al proponer el Edipo como normalizador; otros dando indicaciones sobre el fin del análisis…) El neoliberal cuestiona la posibilidad misma del Estado, impone dar una respuesta a esta pregunta «¿Por qué, entonces habrá que gobernar?» No se trata de denunciar que psicoanalizar, educar y gobernar son imposibles (Freud, Lacan) Foucault percibió al neoliberalismo como una encarnación contemporánea de una tradición crítica. En 1978 en su conferencia titulada «¿Qué es la crítica?» asocia la crítica a una actitud, a un gesto consistente en situarse al lado de los gobernados y levantarse contra formas de gobierno, esta reivindicación de libertad no se basa en un rechazo encantado contra todo gobierno, se apoya en una voluntad más modesta, más difusa. Da testimonio de la intención, del deseo de no ser gobernado por “ este modo, por esto, en nombre de estos principios, con vistas a tales o cuales objetivos y por medio de tales o cuales procedimientos, no de aquel modo, no para eso, no por ellos» define a esa crítica como «el arte de no ser tan gobernado«, coincide con el arte neoliberal y con las expectativas de Lacan respecto de aquello que el análisis requiere recibir del arte, allí donde lo precedieron  intensamente Deleuze y Guattari.

Política, derecho, soberanía

Foucault demostró que el poder funciona en forma difusa, desperdigada, diseminada, y que las sociedades contemporáneas deberían describirse en términos de sociedad disciplinaria cuyos numerosos dispositivos normalizadores visten los cuerpos y modelan la subjetividad.

El discurso de la Ilustración no introdujo en la historia del pensamiento la ruptura que se le atribuye, su característica esencial fue regresar contra la monarquía el discurso jurídico que esta misma había inventado: «El mecanismo teórico por medio del cual se efectuó la crítica de su monarca,…, con instrumentos del derecho, que había sido establecido por la propia monarquía» (Estética, ética y hermenéutica, en obras esenciales, página 238). Se trata de demostrar que «el sujeto del derecho» es un sujeto sometido desde siempre al soberano cuya superioridad, cuya trascendencia debe reconocer. Ese dispositivo jurídico que puede haber tenido un papel revolucionario y que, a veces,  puede encarnar un instrumento de limitación del poder del Estado en nombre de los  «derechos humanos», no deja de ser, por cierto, algo que se mantiene encerrado en el marco de la razón de Estado y es, por lo tanto, solidario del ejercicio de la razón jurídica.  Paradojas de ese tema: el Ing. Macri y el presidente Obama, el 24 de marzo del 2016, aniversario de la instalación de la dictadura cívico-militar de Argentina, ambos visitarán la Ex ESMA, instalaciones de lo que un un campo de exterminio. Se dijo, se dice, “detrás de cada necesidad un derecho”, solo que también  esto es bien “individual” y ¿neoliberal? pues convoca a una responsabilidad impuesta por un derecho ofrecido, se cumpla o no con ella.

La obsesión del pensamiento jurídico siempre fue determinar, constituir una «unidad política» definida por «la existencia de un soberano individual o no, poco importa, pero poseedor por un lado de la totalidad de sus derechos individuales y al mismo tiempo principio de la limitación de estos derechos» (Nacimiento de la biopolítica p. 236).  Foucault pretende demostrar que la concepción de esa legitimidad fundamental supone necesariamente la fabricación de cierta imagen real del sujeto:
¿Qué caracterizan sujeto de derecho? Que al principio tiene derechos naturales, claro está. Pero en un sistema positivo se convierte en sujeto de derecho cuando acepta al menos el principio de ceder esos derechos naturales, de renunciar a ello, hizo ninguna limitación de sus derechos, acepta el principio de la transferencia. Es decir que el sujeto del derecho es por definición un sujeto que afecta la negatividad, acepta la renuncia asimismo, acepta, de alguna manera, escindirse y ser en cierto nivel poseedor de una serie de derechos naturales inmediatos, y en otro nivel acepta el principio de renunciar a ellos y se constituye por eso como sujeto de derecho superpuesto al primero. La división del sujeto, la existencia de una trascendencia del segundo sujeto en relación con el primero, una relación de negatividad, de renuncia, delimitación entre uno y otro, caracterizan la dialéctica o la mecánica del sujeto de derecho, en ese momento surgen la ley y el interdicto» (Nacimiento de la biopolítica página 315-316).

La filosofía política se sitúa por el mantenimiento de cierta forma del orden, venerando al Estado, proporciona a los gobernantes un discurso que les da derecho a gobernar.  Es interesante: es un derecho para los gobernantes, no para las asambleas…legislativas o las ciudadanas.

Foucault estudió una batalla ocurrida en el año 1066, la invasión de Inglaterra por las tropas de Guillermo el conquistador¿Para qué revive ese pasado? Lo hace para destacar que la guerra fue la que presidió el nacimiento del Estado libre. Ese Estado no representa al pueblo sino a un grupo particular de conquistadores que se fuerza por mantener su dominación sobre otros, entonces la política no representa a los ciudadanos más allá de sus intereses particulares. No es el dominio de lo común, sino de la conquista, es la «continuación de la guerra por otros medios«. Una vez que los vencidos, los derrotados, los «débiles» prefirieron la vida a la muerte, una vez que cedieron, detuvieron la batalla, suscribieron un contrato y por eso mismo «constituyeron una soberanía, hicieron de sus vencedores sus representantes, volvieron a instalar un soberano» en otras palabras, no es la guerra, fue la derrota la que funda de manera brutal la ley y el nacimiento del Estado, es la voluntad de los vencidos al detener la guerra. Se instaló un poder supuesto impersonal ¿Qué consecuencias implican colocar com impersonal la “función” dela anlista?. Dice Foucault:

«el miedo, la renuncia, el miedo… Esto es lo que abre las puertas del orden de la soberanía y un régimen jurídico que es el poder absoluto la voluntad de preferir la vida la muerte: esto va a fundar la soberanía, una soberanía…tan ilegítima como la constituida según el modelo de institución y el acuerdo mutuo» (p. 92)

Aquí encontramos la subversión del sujeto de Lacan acompañando de cerca el acontecimiento propuesto por Guattari. El sujeto es objeto de una subversión, la acción  lo trastoca a él, se trata de un sujeto subvertido, nuevo sin articulación con el pasado.

El soberano tiene derecho sobre la vida y “dejaría” (¿…?) de tenerlo sobre la muerte.  El derecho de hacer vivir y dejar morir:   «la vieja potencia de la muerte, en la cual se simboliza el poder soberano, se halla ahora cuidadosamente recubierta por la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida» (Historia de la sexualidad,  pág. 174).

Foucault no desconoce que el poder soberano de dar muerte sigue en pie en la modernidad capitalista. Pero es la vida ahora la que el poder busca gestionar. Por ello insiste en que «el dominio que pueda ejercer sobre (los seres vivos) deberá colocarse (ahora) en el nivel de la vida misma …Más aún, haber tomado a su cargo a la vida, más que la amenaza de asesinato, dio al poder su acceso al cuerpo» [pág. 172-173-218, Michel Foucault, Defender la sociedad. Ese volumen recoge su curso de 1975-1976]

El ciudadano que quiere ser gobernado está en el extremo opuesto de un proceder crítico, que tomaría por objeto las relaciones de sujeción para estudiar cómo fabrica subjetividad. En otras palabras, debemos situarnos necesariamente fuera del marco de la filosofía del derecho, de los mitos de la política para buscar cómo fundar una práctica teórica de la resistencia, la lucha y la insumisión.

No dejar hacer al gobierno

¿Cómo salir del discurso del Estado? ¿Cómo combatir al Estado sin recurrir a las armas, los vocabularios, los conceptos que se exhiben, de hecho, en un dispositivo estatal y que rápidamente los configuran, por lo tanto, como sujetos obedientes, sometidos a un soberano?

Se trata de organizar una nueva tradición inventando una forma de analizar al Estado y oponerse a la razón de Estado (los treinta mil muertos en Argentina, los estudiantes de Ayotzinapa, son consecuencia de la razón de Estado). Su característica principal será no participar en el juego del soberano, no utilizar las categorías del derecho. No plantea la cuestión de la legitimidad de la acción del Estado, se interesa por algo completamente diferente, es decir, se interesa por aquello que fuese de «utilidad». Deleuze y Guattari, en particular Guattari insistió en visitar al utilitarismo (William James, Un universo pluralista. Filosofía de la experiencia)

Según Foucault la propiedad esencial de esta nueva política es que lograría emanciparse, liberarse del pensamiento del Estado, debido a la aguda desconfianza con respecto a los dirigentes y los gobernantes, se puede decir que esta forma fabricó algo inédito: una forma de analizar, de hacer política de manera no política. Se valora la ley desde el punto de vista de su utilidad o su inutilidad, es decir, de sus consecuencias perjudiciales o no. Se trata de frenar la transferencia de los propios derechos a otros, no se trata de una sustracción, en una dialéctica de la renuncia sino que por el contrario de una dialéctica de la multiplicación. En las sociedades contemporáneas el poder político funciona a fuerza de obediencia, de resignación, de negatividad.

El homo económico, la psicología y la sociedad disciplinaria

Gary Becker que obtuvo el premio Nobel escribió un célebre artículo en 1968 titulado «Crimen y castigo: un enfoque económico«: el criminal ya no se reduce sólo a un mero acto de transgresión de la ley. Es un comportamiento arraigado en una psicología. El criminal deja de ser concebido como un hombre normal; se lo construye como una «personalidad falsa». Así Foucault sostiene en Los anormales:

«En la pericia psiquiátrica permite doblar el delito, tal como lo califica la ley, contó una serie de otras cosas que no son lento mismo, sin una serie de comportamientos, manera de ser que, claro está, se presenta en el discurso perito psiquiatra como la causa, el origen, la motivación, el punto de partida del delito. En efecto en la realidad de la práctica judicial, para constituir la sustancia, la materia misma susceptible de castigo.» (Página 28)

El poder psiquiátrico, psicológico, e incluso el psicoanalítico fabrican un nuevo tipo de hombre, el hombre criminal, caracterizado por el hecho de que para definirlo, es menos pertinente su acto que su vida, en cierta forma el criminal existe con anterioridad a su crimen. Como si el psicoanalizante ya estuviese construido antes de efectuar un análisis.

El hecho de llevar a cabo actividades criminales o, a la inversa, actividades ilegales o eróticas no es expresión de tendencias inscritas en un psiquismo. Esa elección depende sencillamente de las incitaciones objetivas que reciben los individuos, de los beneficios (con los costos) que son capaces de extraer al realizar tal acto. Un criminal sobresaliente corre el riesgo de ser castigado por la ley porque, en la situación concreta en la que se encuentra, la anticipación de la ganancia del crimen es superior a la anticipación de la pérdida que surgirá si lo detienen o castigan.(Ver filme : La chica danesa, 2015)

La economía neoliberal produce hacer lo que  Foucault llama “la borradura antropológica del criminal”. Si, con el neoliberalismo queda potencialmente desestabilizada o se derrumba la totalidad del sistema penal. Algo que  se apoya en la patología son el criminal y el poder psiquiátrico:

«En ese sentido, se dará cuenta de que el sistema penal ya no tendrá que ocuparse del crimen y el criminal. Se ocupará de una conducta, en una serie de conductas que producen elecciones, y estas acciones, de las que los actores eran una ganancia, son afectadas con un riesgo especial que no es el de la mera pérdida económica sino el viejo penal e incluso en esa misma tarde económica infligida por un sistema penal. El propio sistema penal, por lo tanto, no tendrá que enfrentarse con criminales, sino con gente que produce ese tipo de acciones» (Nacimiento de la  biopolítica, página 293 301,302)

Epílogo: Ubicar las cuestiones en sus diversas situaciones

Sitúo este texto ¿Cuál situación? Practico el análisis, tengo un lugar al que los interesados  se dirigen, no trabajo en una institución privada ni estatal. Tengo reparos frente al Estado y a las políticas de los gobiernos respecto de ese tema.  No dudo que mis posiciones sean o ¿no sean? libres de pre y perjuicios, solo que desde ahí escribo. El Estado no esperó mi contratación para intervenir, asistir, modificar la actividad de mi vida, mi práctica,   incluso perseguir esa actividad. Una reciente devaluación ataco a cada una de las sesiones, sesión por sesión, afectando a los hermanos: el analizante y el analista. Los márgenes de la sociedad son parte del Estado que rige ese socius.

Tengo ilusiones, solo que no comparto que el lugar del analista sea neutro o que se situé al margen de la sociedad en la que ocurre  cada análisis. El socius inunda el diván, está en los sueños, en los chistes, en los lapsus, en la vida subjetiva de cada quien: “El hombre de los lobos” tenía sus sueños, entre otras cuestiones por los avatares de la revolución rusa; “Dora”, la amada de Freud desconfía de la energía libidinal de su padre afectado por la crisis industrial de Viena; la “Joven homosexual” no fue ajena a los avatares del nazismo en Viena;  a Freud los nazis le colocaron sendos guardias de la SS , dentro de su casa, en la puerta de su consultorio; Lacan guardo silencio y cerro su puño durante la ocupación nazi de Francia, así como no dejo de recibir en análisis a un guerrillero, Serge Leclerc, quien conservó ese nombre de guerra como suyo a partir de su…análisis.

Como analista opero a partir de estar o ser afectado por hechos subjetivos, cada hecho subjetivo es social, está dotado de una forma de singularidad que solo se realiza con otros, ni más ni menos. No hay síntomas ni santhóma sin los otros, de ahí que los santos vienen marchando como dice una letra musical.
Estás líneas son una cita con un texto, como decía Borges cada frase es una colección de citas. Borges rendía homenaje a su amigo Alfonso Reyes, “regiomontano universal”, quien en su obra completa, veintidós tomos,  no hace referencias. ¿Por qué?  “Si leo un texto lo tengo incorporado, si lo cito confieso que no lo he leído”. Jacques Lacan, en sus seminarios orales practicaba algo semejante.

Análisis, neoliberalismo, política sin política del espectáculo ¿Qué nudo? El neoliberalismo  afecta mi práctica, el análisis es una práctica neoliberal. Se trata de salir junto con el analizante de la sujeción, de estar sujetado a una autoridad  que trata de imponer cómo vivir, cómo tener sexo, cómo vivir el cuerpo. Nuestra actividad no es independiente, es neoliberal, está desregulada respecto de los horarios, días de “atención”, frecuencia, “honorarios”, no tiene aguinaldo, ni prima ni consuegra vacacional. Ninguna analista está asegurado de seguir siéndolo en la próxima sesión de tal o cual analizante. La autoridad  del Estado pretende por vía del saber, de la teoría, controlar al analista para indicarle cómo debe analizar, cómo debe intervenir,  esas autoridades proponen indicaciones sobre el ejercicio analítico y sobre su final. El análisis en tanto practica neoliberal se acerca, se confunde, comparte el horizonte de las vidas runflas quienes viven en la insumisión de no dejarse gobernar. El análisis junto con l@s runfl@s hace una política que no es política, es local, es micro, es circunscripta, se trata de la micropolítica del deseo que descubrió Felix Guattari y luego amplió Michel Foucault… ¿Debido a qué razones Guattari en su vista a México y a Brasil quedo sorprendido por las vidas runflas de Tepito (barrio malevo de México, DF)  así como de las favelas o luego de las gans de la ciudad de New York, EEUU? Entonces ¿Cómo ejercer una práctica activa de no gobernar? ¿Cuál practica singular, cuál saber singular elaborado en sociedades como las que existen, en las vivimos y practicamos en América Latina? Los horizontes abiertos por Bolívar Echevarría, entre otros, con La modernidad de lo barroco, 1998; Modernidad y blanquitud,  2010, están disponibles.

Subrayado situacionista: he mencionado a Lacan, Deleuze,  Foucault, Guattari y otros:  efectuaron sus hallazgos, desplegaron sus propuestas viviendo el Estado Benefactor (1945/1946) que  funcionaba, mal o bien, pero funcionó: analizantes de Lacan pagaban sus sesiones pues recibían buenos sueldos de empleos en el Estado; Lacan recibió durante  varios años su sueldo de psiquiatra en Saint-Anne; su vivienda tenía un régimen de renta casi congeladas;  Félix Guattari obtenía un sueldo del Estado en la clínica Laborde; Gilles Deleuze tenía ingresos fijos por la Universidad ; Michel Foucault no dejaba de percibir un  salario en el College. Esos ingreso decentes  permitían una vida vivible y algo más… Hoy esa situación está en franca retirada en Francia, en Europa, a lo cual añadimos América Latina, el mismo Foucault –ver sus exposiciones en Brasil- donde reiteró una y otra vez que no conocía el régimen del seguro social de salud y de empleo  o el régimen de distribución de la renta nacional en ese país, indicaba que percibía diferencias extensas con lo que vivía en Francia. Mi ubicación  está dentro de un continente en que ese Estado de Bienestar no hizo ni raíces ni rizomas, no muchos, cuando lo hizo fueron desmontadas y su intento de re-instalarse vive serias dificultades que lo llevan a un Estado calamitoso.

Citas con textos:

Michel Foucault:
Nacimiento de la biopolítica, FCE. ; Defender la sociedad, FCE;
Karl Marx, Crítica del programa de Gotta, Aguilera
Friederick Haye, Los fundamentos de la libertad, Unión. Y “Los intelectuales y el socialismo”, Unión; Camino de servidumbre, Alianza.
Filme, La ley del mercado, Francia, 2014
Milton Friedman, Capitalismo y libertad, Rialp.
Isaiah Berlín, Cuatro ensayos en diálogo con Ramin Jahambe-gloo, Anaya.
Emmanuel Kant,  Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Tecnos.
John Rawls, Liberalismo político, FCE.
Didier Eribon, Escapar del psicoanálisis, Bellaterra.
Alberto Sladogna, Lacan: ¡Adiós a la cadena significante! ¡¿Y nosotros que la queremos tanto?! , en http://www.escucharte.info/2012/12/lacan-adios-la-cadena-significante-y.html
Geoffroy de Lagasnerie, La última lección de Michel Foucault…,FCE.

Caspar Friedrich pintó un óleo // Juan Ritvo

“La acronía no consiste en la yuxtaposición indiferente, sino más bien en el entrelazamiento de las épocas, siguiendo el modelo de un trípode, en una serie de estructuras que se rejuvenecen. Se puede desplegar como un acordeón, y entonces hay mucha distancia entre los extremos, pero también se pueden encajar unas en otras como muñecas rusas y entonces las paredes que separan las épocas quedan muy próximas.”
Elisabeth Lenk 
Tomado del epígrafe de la Medea de Christa Wolf.
La acronía es el recurso para evitar la obstinada necrofilia de las evocaciones, sea Viena, sea Venecia, sea la ciudad que fuera: amar al muerto y tratar de revivirlo a condición de que no reviva.
Por ejemplo, pasar de von Kleist y de su extrema soledad, a la soledad terrible de Turner según otro solitario, Ruskin.
De pronto, se me impuso la figura de von Kleist, aunque él no estaba ligado ni al agua ni a la piedra veneciana – a lo sumo al Sena, que visitó en la época más desdichada, más sonámbula, de su corta vida–, sino a la llanura dilatada, a los bosques y, por sobre todas las cosas, al fuego: de los cuatro elementos, suyos eran el fuego y la tierra.
(Así como me quedo fuera de Venecia, fuera de ese portal dirigido a los extranjeros y que los lugareños  desdeñan, como si su vida actual, lejos de los fastos de antaño, sólo encontrara refugio en las pequeñas plazas secas donde hay bancos para sentarse frente a pequeñas iglesias, recoletas, donde sólo se habla veneciano, fuera del objeto acrónico de memoria monstruosa y deshilachada…)
Entre 1808 y 1810, Caspar Friedrich pintó un óleo, titulado Monje junto al mar. En este último año, mientras el poder de Napoleón, inmenso todavía, comenzaba a agrietarse y Prusia se preparaba para tomar revancha, el lienzo fue expuesto en la galería nacional del museo estatal de Berlín, donde lo contempló y adquirió el rey de Prusia, Federico Guillermo III.
El llamado “monje” ( quizá por su extrema soledad y desvalimiento), una endeble línea vertical en el cuadro, sirve como medida de la inmensidad en la que se superponen varios y densos barnizados.
El  horizonte cubierto, formado por tres capas horizontales, desde el negro intenso del mar,  donde se aplican manchas blancas que semejan el oleaje – lo único que denuncia algún  movimiento en el cuadro–, hasta una masa que se va aclarando hasta permear un gris casi claro, blanquea más arriba, sin perder su aire amenazador: en el margen superior, a la derecha del espectador, el gris retoma su inquieto vínculo con el negro.
¿Dónde ubicar aquí la mirada si la ausencia de perspectiva aplasta al espectador?
Heinrich von Kleist escribió en el mismo año de la exhibición, un año antes de su suicidio, una nota sorprendente. Dice que es hermoso avizorar, bajo un cielo turbio, al desierto marino, pero que ante el cuadro, esto es imposible. “Lo que yo debía encontrar en el cuadro – escribe – lo encontraba entre mí y el cuadro.” Lo que debía mirar, el mar, no estaba allí. “Nada puede ser más triste y más precario que esta posición en el mundo: una única chispa de vida en el imperio de la muerte, el solitario punto medio del círculo solo.” Y agrega algo que quiero subrayar, más allá de las asociaciones sibilinas y desasosegantes con los pensamientos nocturnos de Young y el Apocalipsis, “… este cuadro carece  de otro primer término distinto al del marco: cuando se mira es como si a uno le arrancasen los párpados.”
Si el primer término no se diferencia del marco, es por una única y poderosa razón: la mirada no tiene lugar donde descansar. La mirada, cuando sostiene la visión del espectador, evita la pesadilla del ojo sin párpado. En cualquier caso, el parpadeo, involuntario, sostiene la voluntad de imaginar, de percibir, de entrever. von Kleist, confundido con el supuesto monje, se identifica con la chispa de vida alojada en el imperio de la muerte.
En las palabras finales reconoce la dolorosa escisión entre un sentimiento desolado y una inteligencia cuyo poder analítico, lejos de proteger al individuo, lo devuelve a una soledad sin redención.
“Mis propios sentimientos acerca de esta maravillosa pintura – asevera – son, de todos modos, demasiado confusos, por eso, antes de formularlos por completo, me he propuesto dejarme instruir por las expresiones de aquellos que, en pareja, pasan ante ella de la mañana a la tarde.”
¿Se dejó instruir o el paso de las parejas lo dejó en ese estado de oscuro ensimismamiento de quien se toma una taza de café negro, bien cargado, antes de irse a dormir, solo?
No lo sabemos; pero sí sabemos que el infinito romántico que supo imaginar Friedrich,  no es sólo ni fundamentalmente una alianza del anhelo con la angustia – es también inmovilidad, suspensión, inminencia de la catástrofe que acontece cuando la chispa de vida se extingue en el imperio de la muerte.
(fuente: https://entrelazosblog.wordpress.com)

El paro de ATE y una breve historia de la Pato Bullrich Luro Pueyrredón // Mariano Pacheco

Se estipula que el segundo semestre del año comenzará con un 18% de aumento en los índices inflacionarios. Lo reconoce el propio diario Clarín. Por otra parte, según un estudio realizado de manera conjunta entre el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra), perteneciente a la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), y el área de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso, sede Argentina), los aumentos de precios implican un retroceso del salario real a partir de septiembre de 2015 de entre el 9,7 y el 12,2 por ciento, con el consiguiente incremento de pobreza e indigencia. De allí que en una columna dominical, publicada en el diario Página/12, el periodista Horacio Verbitsky –citando dicho informe- haya sostenido que el piso del incremento salarial para recuperar ese poder adquisitivo perdido tendría que estar “en torno del 35 por ciento y no del 20-25 por ciento que pretende Macri”.


Lo cierto es que las cúpulas sindicales (las de la CGT, al menos) se reunieron con el presidente y no solo no plantearon la principal demanda del movimiento obrero argentino (frenar los despidos que se vienen sucediendo) sino que hasta concedieron que podía ser una “buena idea” cerrar las paritarias ahora, con un porcentaje no mayor del 23% y volver a discutir en el segundo semestre, donde –se supone, según la versión oficial del PRO- la situación inflacionaria sería controlada. Lo cierto es que con las últimas paritarias (2015), llegar a fin de año sin perder poder adquisitivo fue prácticamente imposible. Queda para ejercicio imaginativo del lector elucubrar cómo sería este año, si las cosas siguen el curso tal como lo delinearon Don Mauricio junto a “los muchachos de la CGT”.
La Digna Resistencia
Desde el momento mismo en que Mauricio Macri asumió la presidencia, un dilema se abrió al interior del campo popular argentino: ¿resistencia u oposición? Tema que abordaremos en una próxima columna, pero que –de todos modos– no quisiéramos dejar mencionar, al menos en una línea: ante la ofensiva conservadora en marcha (la “Revolución Libertadora con votos”, según la denominó Jorge Falcone), las organizaciones populares comenzaron a esbozar dos líneas de acción, claramente diferenciadas: prepararse para resistir, y volcarse a desarrollar una oposición que pudiera combinar lucha social con disputa parlamentaria, pero “sin sacar los pies del plato”. Es decir, que diera pelea siempre en los límites del sistema, y jerarquizando lo “político-institucional” por sobre otras dinámicas, siempre abiertas al desborde.
De allí que, en jornadas como las del día de mañana, se ponga de manifiesto un doble desafío: priorizar la unidad en la lucha, la coordinación de acciones o al menos golpear de conjunto, a la vez que dejar en claro las diferencias respecto de los modos de posicionarse frente a la actual coyuntura. Parece un ejercicio esquizo, pero no lo es, ya que la unidad en las calles no tiene por qué evitar la disputa ideológica y política.
Por eso mañana es un día importante para mostrar unidad en las calles (del sindicalismo de base, la izquierda en sus distintas variantes, los movimientos sociales, el movimiento estudiantil, los sectores kirchneristas consecuentes con el ideario “nacional-popular”, los intelectuales críticos) y enfrentar uno de los objetivos centrales de la actual gestión nacional del Estado: instalar el ajuste como algo inevitable, naturalizarlo a nivel de sentido común entre las masas. Esto, por supuesto (como las paritarias), no solo afecta a quienes trabajan en blanco, sino al conjunto de la clase, porque el avance sobre el empleo registrado disciplina a los ocupados y se monta sobre la desocupación para tirar atrás los salarios, dejarlos por detrás de la inflación, flexibilizar las condiciones laborales (aún más) y golear el ingreso de todos quienes de un modo u otro vivimos de nuestros trabajos. Por eso esta lucha por sostener el empleo y subir el piso de las paritarias, es una pelea estratégica del conjunto de la clase laburante.
Ahora, ¿es nuestra la ciudad?
En el medio, entre que la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) convocó a este primer paro nacional contra el macrismo, y mañana, el ministerio de Seguridad de la Nación aprobó el nuevo “Protocolo de Actuación en Manifestaciones Públicas”. Y no solo eso, sino que la ministra Patricia Bullrich largó por Radio La Red las “declaraciones de la semana”: les daremos 5 o 10 minutos, se les pedirá por favor que se retiren por las buenas y que hagan la manifestación en otro lado, dijo. “Si no se van, los sacamos”, sentenció “La Pato Luro Pueyrredón”.
La misma que siendo ministra de Trabajo de la Nación de la Alianza UCR–FREPASO se había puesto al frente de la ofensiva contra los movimientos sociales, de fuerte base territorial, que entonces protagonizaban las luchas populares más intensas. Por aquel ahora lejano 2001, la ex-militante de la tendencia revolucionaria del peronismo, devenida ferviente servidora del modelo neoliberal, denunció a dirigentes piqueteros, argumentando que “se le estaba sacando plata a la gente a cambio de un Plan Trabajar”, aludiendo a los $4 que cada integrante aportaba voluntariamente para sostener los movimientos. Para la ministra, eso era ilegal. Comenzaba, de esta forma, una campaña para limitar el derecho a la organización
La misma que calificó una de las puebladas en la localidad de General Mosconi, Salta, como un “problema de seguridad” y no una “cuestión social”.
La misma que arremetía con sus bravuconadas desde las páginas del diario La Nación, donde recomendaba “desgastar a los manifestantes”. Esto es, dejarlos con el corte de ruta hasta que la falta de respuestas, ya que tras el paso de los días bajaría la tensión social. “Frente a eso la experiencia indica que los verdaderos afectados por la crisis económica se retiran del piquete y quedan expuestos los activistas. Si éstos no se repliegan, por lo general lo hacen en esas condiciones, entonces sí se actuaría con la fuerza pública” (La Nación, 11 de mayo de 2001).
La misma que responsabilizaba a los movimientos por cualquier “violación a la intimación, bajo advertencia de las sanciones previstas por la ley”, sin desmedro “de las acciones penales por daños y perjuicios que pudieran corresponder por afectar la vida, la seguridad, la salud y la propiedad de la población” (Clarín, 27 de agosto de 2001).
Macri no es De la Rúa, y el PRO no es la Alianza, aunque ya hay quienes denominan la coalición gobernante (donde, vaya sorpresa: ¡otra vez están los radicales!) como La Segunda Alianza. Moyano ya no es el dirigente del Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA), esa fracción “rebelde” –aunque burocrática- de la CGT, dispuesta a coordinar acciones de lucha junto a la Corriente Clasista y Combativa (CCC) y la Central de los Trabajadores de la Argentina (CTA), ahora ya no es la central sino las centrales (La “Autónoma” y la “De los trabajadores”), más allá de los rumores de unificación que circulan como un secreto a voces. Por supuesto, los movimientos sociales ya no tienen la radicalidad de entonces, tras una década larga de recomposición institucional. Pero, como el propio rock nacional canta, “la paciencia de la araña no es eterna”, así que no habría que apresurarse en sacar conclusiones pesimistas.
Como siempre, los clásicos pueden ser inspiración. Así que, a no olvidar el viejo lema marxista: “la historia suele tener más imaginación que nosotros”.
Para cerrar, solo afirmar que mañana no solo se juega una pelea sectorial, importante, de los estatales. Ni siquiera un primer paso respecto de la lucha sindical en torno a las paritarias y las posibilidades de poner freno a los despidos: mañana se juega una primera batalla contra el Nuevo Modelo Neoliberal, donde se medirán fuerzas y se sacarán conclusiones para las peleas que se avecinan.

Otras marchas // Diego Valeriano

Hay que tener el corazón muy ortiba para no sentir que estos casi tres meses de la restauración careta fueron furiosamente anti populares. Ni una cosita, aunque sea una, que no sea en benéfico de ellos mismos. Algunas les cuestan un poco más, algunas muy fáciles. La verdad sea dicha, están haciendo lo que se les canta el orto y no se los impedimos.

 

Ahora, en un mes se cumplen 40 años del golpe, es como que todos lo estamos esperando. Algo tiene que pasar. Ciertamente lo de Obama es mucho. Mucho lo que nos indigna, mucho que venga. Tal vez haya una exageración compartida  en la visita de Obama, tal vez. De todas maneras la marcha es nuestra cita obligada, aunque seguramente ahí ya no pase nada.

Pienso en las otras marchas,  más vitales, más transformadoras, que se dan a diario, veo fugas y esperas. Hay marchas de Catan a Liniers, de Olmos a La Plata, de Perú a San Telmo. Marchas donde no sabes qué hacer con lo que te pasa, sentís más cosas de las que tu cuerpo puede resistir y sin embargo se resiste.
Estas marchas no son una certeza, no se trata de encontrar algo perdido, de llenar un vacío o completar la pieza que falta.  No hay modo de reflejar lo que no se comprende. Una fuga que no se sostiene en la creencia de algo original, clave o esencial. Consumo, fiesta y conflicto. Una marcha que es poco percibida, que balbucea apenas una consigna. Una transformación que no cesa, una huida que no responde tanto a una persecución como a una espera. Hacer mundo como porvenir de una fuga que siempre comienza, que nunca se alcanza, que no se completa, que desespera.
Marchas sin opinión, sin reflexión. Pura carga vital, pura conservación de la interioridad como manifestación de resistencia. Y al llegar, quedarse: resistir, fiesta y conflicto; como los cartoneros en Paternal, como los puesteros en Once, como mujer de preso alrededor del penal, como la puntera Rosa totalmente zarpada en impoder.
La de los 40 años es cita obligada, como no serlo! Pero también estan estas marchas de los otros en que la identidad (nunca definida del todo, siempre runfla) se sustenta como fuga y no se sostiene en una creencia clave o esencial.
Hay una marcha que siempre me gusto y lamento que haya terminado, es la que se da en el video de Intoxicados, el Pity va esquivando balas con su bicicleta y se le empiezan a sumar rolingas, pibas, parejitas jovenes, murgueras, vecinas, nenitos en cuero, turros por venir y cuanto runfla ande por ahí. Siempre quedo manija al verlos avanzar ocupando toda la calle, contentos de tan prepotentes. Tal vez si esa marcha continuaba las cosas eran bien distintas, tal vez ante la insensible crueldad del tiempo, no hay mejor verdad que el absurdo.

 

La alegría humillante // Lucas Paulinovich


La desactivación de los programas nacionales inclusivos y la limpieza de empleado públicos, muchos de los que ejercían funciones claves en políticas de intervención social directa, va dando forma al estado moderno del gobierno de Cambiemos. Una sustitución del papelerío: las obligaciones administrativas surgidas con las políticas que amplían derechos, son vistas como cargas burocráticas. El estado tiene que hacerse liviano, ágil, eficiente, lo sabemos, un hábil articulador con oenegés para que realicen el trabajo asistencial.

La cercanía es para cuidar, normativa. Nada del estado en el territorio produciendo nuevas relaciones. Contención benefactora de organizaciones no gubernamentales, sin politicidad reconocida, privadas. Meros agentes en la circulación del dinero, no solo por su vínculo estrecho con el lavado de activos, la desviación de fondos y las maniobras de reducción/evasión de impuestos, sino en tanto aportan fluidez al circuito, permiten el capital siga girando. Versión careta del filantropocapitalismo, simpáticos y compasivos, haciendo saber lo bien que hace ayudar. La circulación alternativa de las oenegés es reinversión del sistema financiero, una gran olla que cocina el humanismo globalista/securitista.     

Son otros efectos del 2001, vueltos a leer. La politicidad conciente, ideológica, conflictiva, con su lenguaje y pedagogía militante, lo vimos, tuvo poco que hacer ante la apelación a esa otra politicidad, orgánica, surgida del mero hecho de existir en una comunidad, que se anuncia como superadora de toda crisis. El Pro asimiló esas politicidades, quita la carga de conciencia, el agotamiento de la exigencia militante, y recupera el componente afectivo, ese simple formar parte, aprogramático, de puro voluntarismo. Las políticas inclusivas ahora viran en políticas de adecuación, acomodarse a las circunstancias, no problematizar.  

La inconsistencia discursiva de su militancia, aún durante la campaña, sin saber bien cuáles eran los ejes específicos de su propuesta, las medidas concretas que tomarían, solo un estar mejor, vivir en paz, salir adelante, es una seña de ese acuerdo ciudadano: para formular los planes de gobierno, hay especialistas, el esfuerzo común es de optimismo para que salga bien. No hay encuadramiento, solo adhesión simpatizante: compatibilidad de formas de existencia. Todos queremos vivir bien, no hay que dejarlos solos. Macri, a diferencia de Cristina, no deslumbra como cuadro ni legitima su autoridad en su formación, su argumentación, su retórica o capacidad de conducción, es evidente, sino que se iguala como persona, se pone en pie de simetría y produce empatía.   

El propio presidente se asume desconocedor. No sabe qué hacer, por eso pide ayuda. Tiene un equipo de especialistas. Puro antiintelectualismo Pro, no solo de sabotaje y desfinanciamiento de la cultura e imposición de lo mercantil en toda relación creativa/creadora: puede rastrearse una humillación gnoseológica básica, no saber y no querer saber, el temor al conocimiento. El saber es tecnológico –know how-. Tiene fines precisos, objetivos inmediatos, la búsqueda de soluciones efectivas, un saber para ejecutivos. Se aprende rápido para poder trabajar, entrar al sistema. Las empresas generan cursos, compactan conocimientos y los ofrecen. Cómo hacer, cómo ganar, dónde ir. La educación sigue al corporativismo más allá de los aportes que hacen las multinacionales a las escuelas y universidades. Se trata de una nueva dimensión utilitaria, menos ligada a un funcionamiento práctico-material, que al flujo de valor en la esfera virtual de los intercambios. 

La política es un saber-hacer. Ahí están los que actúan. Es una telenovela que reduce la elección democrática a una dicotomía de simpatía/antipatía con los personajes, simple emotividad, canje de praxis política por práctica de consumo, elección en un presente absoluto entre los productos que ofrece el mercado. El acto democrático anclado en una elección privada, cada uno compra lo que quiere. En ese sentido, Cambiemos supo identificar las demandas, nombrarlas, elaborar productos y venderlos con método de autoayuda: generalizaciones abstractas, donde todos quedan incluidos, y centralidad de las vivencias actuales, presente sin historia, lanzado hacia adelante, a cambio de la experiencia subjetiva, arraigada al devenir histórico, demasiado sucia de política. Pócima contra el terror, de prime time, garantía de rating.    

La lucha por la vida

Los que quedan afuera de los cargos gerenciales, la toma de decisiones, pueden prescindir del saber. No lo necesitan, no hace falta. Son coletazos del “no te metás”, esto no lo preguntes, de aquello despreocúpate, la pisada de horror y pasividad hundida en la tierra misma de la democracia argentina. Que hagan los preparados, de buen curriculum. La inseguridad no puede entenderse solo como temor al delito, el miedo a la lesión de la integridad física o la vulneración callejera, de cara a todos. El humillado no quiere que lo humille otro humillado. La inseguridad se compensa con el fanatismo de la tranquilidad, las sensaciones leves, no conmocionantes. De ese pesimismo resignado, el miedo a saber, mejor no hablar de ciertas cosas y el andar con cuidado, se sirve el antiintelectualismo del equipo de gobierno. La ineficacia del argumento político, racional, ante el aliento emotivo a la alegría es un síntoma de eso que carburó en silencio y que está en la base del consenso amplio a favor de la desñoquización y la represión.  

No importan tanto las instituciones republicanas y la salubridad del poder adquisitivo cuando lo que se pone en juego es la vida misma, cuando entra en valor esa inseguridad vital. La distancia, el desconocimiento, la nebulosa de fuerzas que opera sobre cada uno, engendra terror. La ilegitimidad de lo político se reconvierte en confianza en la racionalidad empresarial, lo privado es la salvación de lo público, su evolución última. Los que están ahí hicieron funcionar lo suyo, demostraron, cumplieron. Y se conoce para saber funcionar en el juego, ganar la partida. Las ilegalidades están aceptadas, con sus propias reglas y condiciones de uso.

Del otro lado quedan los subalternos, humillados. La ilegalidad prohibida, objeto de represión. No pudieron entrar, no llegaron. Un humillado tiene dos opciones: o acepta su condición y se entrega a cambio de ayuda; o intenta sortear todos los obstáculos que se le interpone, se hace buen alumno, aprende, se desarrolla y alcanza uno de los puestos donde se decide algo. Sentarse y decidir, aunque sea el pase a disponibilidad de otros humillados, es un acto de resucitación. En eso también se aprecia el odio a los que se rebelan, los inconstantes, pura potencia caótica, imprevisibles, que revuelven, que la agitan. El protocolo de intervención en las protestas institucionaliza esa pauta de autoridad, quién manda y quién obedece, cuál es el “espacio de negociación”. El fundamento de autoridad no entra en discusión, no hay conflicto político, intereses concretos en contradicción, el estado se reconoce en la legitimidad de los ganadores. Por eso y desde ahí se propone negociar, contener los excesos: asigna un margen para la discusión, planta soberanía, establece los límites para el ejercicio de un derecho. Limitar la manifestación, contener y controlar, “todos saben a qué atenerse”. 

El orden nuevo

Ese nuevo paradigma de orden desconoce la participación popular como asiento de lo político. Hay que ordenar el caos, capturarlo y manejarlo. Lo político es la gestión de esa complejidad, conseguir el mínimo de adversidad para la fluidez. Ese fondo extractivo explica el autoritarismo del gobierno, el manoseo a los docentes, las extorsiones a los sindicatos y las amenazas no tan veladas: no se trata solo de provocar a la militancia, buscar una reacción que justifique el endurecimiento de las acciones, sino de una simple demostración de poder. La afirmación del nuevo paradigma de gobierno, toda una reorganización en el contenido de las instituciones democráticas.

Ante la entronización del saber humillante, que calla, relega, selecciona, la búsqueda del no-saber, como negatividad, adquiere un papel insurgente –por eso criminalizado-: abre nuevos espacios, frentes de incertidumbre, prácticas revoltosas no gobernadas por la lógica tecnocrática. Instintos de vínculos y formas de hacer que inventan otra calidad de las presencias, están de otra manera. No tienen identidad, no pueden ser contenidos con los lenguajes establecidos, se escapan, no se dejan modelar, definir, conceptualizar. Hay que “aislar e identificar”. Están en permanente dinámica, ritmo de lo vital. Son parte central de “lo indeterminado” que llevó a la victoria de Macri en las urnas. Los actores que concentran novedad, intuición, creación, fuerza en expansión. Figuras que operan en el trasfondo de la escena política, reflejos por detrás de las grandes discusiones y definiciones. Son ese caos que inquieta a todos.  

El intento de normalización busca uniformizar, previsibilidad. Hay técnicas de manejo para lograr la estabilidad, se estandariza la relación de estímulo-efecto, se normalizan las intensidades vitales, elabora una moral de variables limitadas de lo ambiguo, lo ambivalente, un gran supermercado de comportamientos, de ondas. Es el privilegio del heredero/niño prodigio. La mayoría entra al juego ya derrotado, tiene que conseguir los avales, ganar los premios o hallarse en una moda exitosa. Se ingresa con el estigma de la inferioridad, hay que dejarse humillar para ser reconocido por los que ya ganaron algo. El premio vale más que la vida que lo produce.

Cambiemos supo captar esas sensibilidades que componen la mayoría silenciosa en busca de consuelo y revancha. Hartos, cansados, impedidos. Odiando todo lo convulsivo, lo que mete miedo y pone en peligro los premios. Hay una historia salvaje que intimida a los humillados. En el pedido de tranquilidad no entran las consideraciones ideológicas, la formación política, la doctrina ni las retóricas alineadas, es una necesidad agresiva y violenta como la fuerza aterradora ante la que se enfrenta. La historia moderna de los gerentes identifica ese salvajismo de los bastardos, los que no se ganan su derecho y actúa en consecuencia. 

De ahí surge otra vez la armonía cómplice entre el poder ejecutivo, sus representantes parlamentarios, los miembros de la familia judicial y las fuerzas de seguridad. Tienen un mismo objetivo, pueden acordar procesos. Si bien la base legal que dejó el kirchnerismo y los antecedentes de Sergio Berni en la secretaría de Seguridad son un territorio fértil para la sanción de leyes y la adopción de medidas que endurezcan el perfil represivo, ahora es el poder ejecutivo el que se pone al frente de la avanzada antiterrorista, es una decisión política desmontar todo el armazón institucional de protección de los derechos humanos construido la última década y acelerar la cacería de todo lo que excede.

Es el anverso/reverso de los valores centrales de la gran clase media expandida, esa mayoría silenciosa que sostuvo la implantación asesina de los militares, que calló los desfalcos y el despilfarro hasta que se quedó afuera y se sumó a los sectores que venían movilizándose, piquete y cacerola, la lucha era una sola. No es casual que la revolución de la alegría llegara justo cuando comenzaban a avanzar las investigaciones sobre la complicidad civil en la última dictadura militar, merodea esa pregunta, espiral de influencias que se ensancha y alcanza la cotidianidad misma de la indiferencia y el servilismo anónimo, la angustia y el aburrimiento.

Esos humillados vuelcan su fe aterrada en los herederos o prodigios de esas mismas firmas que empezaron a poblar los expedientes judiciales. El diálogo, el optimismo, la alegría y la unidad de todos los argentinos están plagados de gestos, guiños y alusiones que componen su reverso odioso. Esas apelaciones eran una contraseña, una conjura del marketing contra todo ese terror proyectado, esas figuras espantosas que dejan visible toda la miseria engendrada, toda la zozobra que los sumerge en su condición de humillados, todos compartiendo una vivencia redentora, la calle no es caos y la televisión está entretenida, salir a comprar, nueva era de la boludez.    

Y la policía a libre discreción, la orden es actuar, cualquiera de los recursos de la protesta puede ser flagrancia, todo es motivo para abrir una causa, averiguar antecedentes, intervenir sin resolución judicial. El pañuelo, las ramas, la pirotecnia, las gorras, el torso desnudo, las banderas, el aliento, es simbología ligada al terror. Pura intuición represiva. Todo se hace para prevenir la comisión de un delito, y el delito es protestar, no estar alegre con tanta oferta.  

La arbitrariedad de lo precario

La precariedad es una arbitrariedad, se impone en todos los registros vitales, todos los ámbitos, prácticas, hábitos, deseos y relaciones, es el modo mismo en que se construyen los vínculos que se establecen en el ejercicio cotidiano. Moral unidireccional, de dimensión circular, financiera. Y cada uno es inexcusable ante esa precariedad. La arbitrariedad es una condición, no se puede renunciar. Pero no todos aceptan vivir según una única forma de relacionarse con la materia. Cambiemos fue promesa de tranquilidad publicada en lo más cercano de las experiencias cotidianas, una seguro de neutralización para fuerzas distorsivas, problemáticas. Un registro del futuro en acumulación, la mejora, la felicidad como el ansia definitiva, de eso se trata la revolución de la alegría.

Es alto el objetivo, ambicioso, y es demandante el trayecto. Prima el resultadismo: no importan los términos de la relación, importa su efectividad, conseguir el objetivo, transacción terminada. De eso se desprende una épica corporativa que es ritualizada desde los medios concentrados, la industria del espectáculo, una oda al esfuerzo dirigencial en la negociación, la prepotencia del patrón. El hábil ministro domesticando buitres, convirtiéndolos en acreedores y pagándole todo lo que desean. Lo político se privatiza, es la administración de la complejidad, controlar y extraer beneficios, gestionar recursos. Se despoja de los cuerpos que producen, se desmaterializa, determinada en la esfera virtual del valor, sin experiencia de fuerzas materiales, sin vidas que se gestan.

Tiende a la computarización, reducción al mínimo virtual, binarismo, negación de la materia: todas las empresas corporativas se sumaron al fervor modernizador e iniciaron reestructuraciones, reemplazaron mano de obra, automatizan, excluyen, generan residuos para los tratamientos de reciclaje o eliminación. Todas las relaciones interpersonales se reconfiguran bajo esa modernización autoritaria: todos son mandados a trabajar, a padecer los mismos males, sufrir las mismas humillaciones, resignarse de la misma manera. La rebeldía es un asunto que se tramita en la esfera del consumo, ese es el paraíso de libertades.    

Si el asunto es no problematizar, rechazar el conflicto, lo vital se reseca, se vuelve rígido. El cuerpo no es lugar de lo político. La intimidad es toda privada, un refugio amenazado. Hay un mandato estético, de la imagen personal, el caretaje, que es soldadura de los deseos represivos o directamente asesinos de esa mayoría silenciosa. El consenso manodurista se afirma en esa moral estética que habilita la selectividad. Es una clave para acceder al eje del acuerdo generalizado por el sacrificio que alcanza a los sectores medios asalariados, los barrios populares, la clase media expandida, el amplio registro de los humillados. Hay derecho adquirido en el desprecio. El resultado se produce en un presente por fuera de la historia, no hay procesos, derivaciones, complejidades, un momento donde los ganadores, ganan. En toda competencia, siempre alguien pierde.

Ese financierismo elemental es el que mide al estado por la tasa de ganancia inmediata, los flujos de circulación del capital, y no por el desarrollo del conjunto de fuerzas sociales que lo integran, que viven en el territorio. Esa temporalidad extractiva/financiera, el intercambio de dependencias, es la del estado y el bloque agroexportador, las desregulaciones y el retaceo de liquidación como forma de presión. Y está en los hábitos primarios de las relaciones interpersonales, esa superficie de inestabilidades sobre las que se despliegan las vidas. Aterradas de sí mismas, odiando por fuera todo lo que odian en ellas. O asumiendo esa potencia, sumándose y escalando posiciones. Los mundos nuevos no son posibles, la utopía es unidireccional. 

Bernie Sanders y la razón neoliberal // Ángel Luis Lara

Reflexiones a partir de tres preguntas de Toni Trobat

¿Cómo ves a los movimientos sociales y a lo que pueda quedar del movimiento Occupy Wall Street con respecto a la candidatura de Sanders? ¿Puedes hacer una breve radiografía de cómo es ese espacio en USA y cómo se posiciona políticamente? (eso que en el Estado Español llamaríamos «espacio alternativo» a la izquierda de las izquierdas institucionales)
En Estados Unidos no existe realmente la izquierda institucional, ni siquiera en el ámbito de las identidades políticas, la mera retórica o los significantes. Únicamente se dan dos opciones que apuestan decididamente por el ejercicio de una gubernamentalidad neoliberal. Cada una de ellas, la Republicana y la Demócrata, representa en cierto sentido un modelo de acumulación diferente. Ambas escenifican una ruptura por arriba que expresa dos tipos de élites diferenciadas, con intereses e inclinaciones éticas y estéticas diversas. En los tiempos del último gobierno de Bill Clinton comenzó a hablarse de la batalla de la familia del petróleo y la industria armamentística contra la familia de la financiarización, Internet, las nuevas tecnologías y las energías renovables. Es, en cualquier caso, un conflicto interno al orden de lo existente y cuyo sentido únicamente se juega por arriba. Demócratas y Republicanos constituyen opciones que viven atrapadas en la fidelidad a la razón neoliberal como único horizonte de sentido y principio de realidad. Por ello se ven incapaces de proponer una salida, ni real ni ficticia, a la irreversible crisis sistémica por la que transitamos y que en pocos años va a dislocar por completo el pírrico equilibrio que sostiene el crítico estado de cosas presente.

Occupy Wall Street supuso, precisamente, la posibilidad de la enunciación colectiva de una ruptura con ese orden de cosas y con ese universo de sentido. Lo interesante es que no partió de un discurso ideológico, sino de la materialidad de un diagnóstico del presente que marcaba como necesidad ineludible para la superviviencia una ruptura con los parámetros tradicionales de constitución del hecho político en Estados Unidos. Por primera vez en décadas surgía un agente político que, al margen no sólo del sistema de partidos, sino sobre todo de las formas tradicionales de codificación e institucionalización del disenso en Estados Unidos, ponía sobre la mesa del debate público la necesidad de un cambio general de sentido. Occupy movió una energía que conectó con el estado de ánimo de millones de personas en el país. Con un sesgo étnico muy notable y con una composición social muy limitada, el movimiento funcionó como un ejercicio de enunciación cuyo efecto, que usualmente se nombra como la capacidad de “cambiar la conversación”, aparentemente sólo fue capaz de producir una intervención real en el orden de lo semático. Sin embargo, Occupy, aún plagado de límites y problemas, modificó radicalmente el orden de lo simbólico e hizo posible enunciar y pensar cosas que antes resultaban indecibles e impensables. Su valor en ese sentido resulta vital.

No obstante, fruto de sus límites, el movimiento Occupy fue incapaz de darse continuidad. La apuesta de Bernie Sanders y la energía que está movilizando por todo el país representan, precisamente, un vehículo hipotéticamente capaz de darle continuidad a la energía activada por el movimiento. Tanto Bernie como Occupy comparten su capacidad para movilizar la inmensa decepción generada por el profundo carácter perverso de Obama. Es precisamente de la fidelidad a la energía y a la ética activada por Occupy de la que depende la suerte de Bernie Sanders, no para ganar la nominación a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Demócrata (algo altamente difícil), sino para posibilitar la continuidad y la organización política de una razón antitética a la neoliberal, más allá de lo que pueda ocurrir en torno a las elecciones y a los modos tradicionales de práctica y representación de lo político.

En este sentido, Bernie no opera tanto como un político tradicional a la caza del voto, sino que más bien está funcionando como una herramienta que, tal vez, sabe que, aún siendo importantes, las elecciones de noviembre no son ni el objetivo final ni el punto de llegada, sino que esta campaña puede servir de excusa para poner la primera piedra de un cambio general de sentido capaz de articular en los próximos años el principio de un movimiento ciudadano masivo de cambio realmente democrático en Estados Unidos. Solamente si se disloca decididamente la lógica electoral y de la representación para activar hasta el final de sus consecuencias una acción política otra, Bernie podrá funcionar como esa herramienta necesaria y oportuna. En cierta medida, su discurso a lo largo de la campaña apela en algunos momentos a eso. Su insistencia en señalar la necesidad de un movimiento democrático masivo y en centrar el sentido de su campaña en “Bring People Together” (“Juntar a la gente”)[1], la construcción de una suerte de multitudinaria comunidad del sentido común en rebeldía capaz de desbordar los límites de lo establecido, de algún modo está señalando que desafiar realmente a la razón neoliberal no pasa tanto por intervenir en la esfera de la política formal, como por activar procesos capaces de movilizar una suerte de potencia antropológica que rompa con la cultura de soledad, impotencia, competitividad e invividualización que asola toda forma de vida en Estados Unidos.

La racionalidad instrumental, la lógica del capital humano y la cualidad de la forma mercancía no son ya instancias exteriores que disciplinan la vida de los individuos, sino que operan como razón interior que ha penetrado la vida misma hasta hacerse cuerpo y conformar el ethos básico y generalizado de toda existencia en Estados Unidos. No es en el campo de la política formal y de las elecciones donde se juega la partida decisiva por agujerear la tupida telaraña con la que la razón neoliberal ha intervenido y modificado la vida. No digo que no pueda resultar importante, lo que planteo es que no es el campo de batalla decisivo. Lo que está en juego hoy en día en Estados Unidos son cosas vitales como la derrota del azar, la extinción de la sociabilidad o la imposibilidad definitiva del amor. Me temo que eso no se combate en un parlamento o a partir de la conquista de un poder ejecutivo al que, por cierto, se le ha sustraído toda capacidad real de gobernar.
  
Comunicativamente, ¿cómo ves la campaña de Sanders? ¿Por qué arraiga tanto? 
El impacto profundo de décadas de régimen neoliberal ha generado niveles de desigualdad social extremos, ha segregado todavía más la sociedad estadounidense abriendo una brecha insoportable entre negros y blancos, ricos y pobres, al mismo tiempo que ha convertido el endeudamiento masivo de las personas y las familias en una prisión que hoy resulta ya irrespirable para millones de estadounidenses. La crisis iniciada en 2008 no ha hecho más que acelerar e intensificar un malestar que ha erosionado enormemente algunos de los mitos básicos del universo simbólico y las narrativas que han sostenido el proyecto de país en torno al que las élites en Estados Unidos habían logrado una legitimidad y un consenso incuestionables. Además de ser susceptible de funcionar como herramienta, Bernie Sanders es, sobre todo, un síntoma del carácter profundo y extendido de ese malestar. De igual modo, la potencia movilizadora expresada por el Tea Party años atrás entre una parte significativa de la población blanca de clase trabajadora había sido ya el primer síntoma de la profundidad de dicho malestar, como lo es hoy la popularidad del propio Donald Trump entre muchos jodidos. Bernie Sanders, en las antípodas de Trump, coincide con éste en su cualidad de síntoma de la crisis profunda de sentido por la que transita Estados Unidos, así como del enorme desafecto de millones de personas con Washington y con el sistema de partidos. Ambos se presentan como outsiders, del mismo modo que Obama colocó esa misma condición en la estrategia electoral que le llevó a la casa Blanca en 2008. El valor de la campaña de Bernie ha sido, precisamente, tener la capacidad de activar la ilusión de mucha gente sacándola de la desafección y la decepción provocada por el carácter profundamente sistémico de Obama, al mismo tiempo que ha logrado disputarle la hegemonía a Trump y al Tea Party en la movilización del descontento y el malestar social en el país.

Esa capacidad expresada de manera eficaz por Bernie Sanders, sin embargo, no servirá de nada si no logra tener continuidad y constituirse en movimiento ciudadano más allá de la suerte que corra la apuesta electoral. Ese es, tal vez, el mayor límite al que se enfrenta el deseo de cambio radical de Bernie: su marcado carácter electoral corre el riesgo de quedarse atrapado en la cualidad de toda racionalidad electoral como mera movilización temporal de las emociones colectivas sin capacidad de darse continuidad más allá de la representación política y del ciclo electoral. El otro límite del proyecto de Bernie es, tal vez, el carácter imposible de su apuesta de gobierno. Con un sistema político completamente roto que sujeta el poder ejecutivo a los designios de un poder legislativo en manos de los republicanos, las corporaciones y los sectores más recalcitrantemente conservadores del país, el ejercicio de gobierno resulta, sencillamente, imposible. De ahí que Bernie apele una y otra vez a la construcción de un movimiento ciudadano capaz no sólo de ganar las elecciones de otoño, sino de activar una revolución democrática que desaloje a los republicanos y a las corporaciones del Congreso y del Senado. Sin ese movimiento, el proyecto institucional de Bernie es del todo irrealizable. Una pura entelequia.
Por otro lado, el éxito de la campaña de Bernie Sanders descansa en una comunicación protagonizada por la gente común. Se trata, sobre todo, de una campaña hecha y financiada por la gente. Sólo después de las campañas virales, del boca a boca digital, del carácter masivo de las micro-donaciones que han batido todos los records en la historia electoral estadounidense y del impacto de esa energía en los primeros caucuses, los medios de comunicación masivos han comenzado verdaderamente a tomarse en serio a Bernie Sanders. La forma movimiento y la lógica rizomática están siendo claves en el fenómeno Sanders, como ya lo fueron en la primera campaña de Obama en 2008. Sin embargo, Bernie no es Obama. No sólo lleva décadas defendiendo y tratando de hacer lo que ahora le está proponiendo al país, sino que a lo largo de la campaña está demostrando que escucha, incorpora propuestas, sensibilidades y que, cuando hace falta, asume la autocrítica. Hay poco marketing en Bernie y, aunque cueste creerlo en un político, hasta el momento transmite una cierta dosis de verdad. Subrayo el  “hasta el momento”. Como dicen por aquí, “esto es América y nada es lo que parece, babe”. Ya sabemos lo que suele ocurrirnos cuando confiamos en los políticos.
¿El mundo hispano/latino va a apoyarle?
El mundo hispano/latino no existe. Existen muchos mundos culturales, sociales y políticos entre la población hispana o latina. No es lo mismo el americano-cubano acomodado de Miami, que el migrante indocumentado que trabaja como bracero en la industria agrícola de California o la mujer chicana que malvive con tres trabajos en Nuevo México, por citar tan sólo algunos ejemplos que habitan mundos enormemente diferentes. Hay una diversidad de formas de vida, de condiciones existenciales y de posiciones dentro de la estructura social del país entre las personas y colectivos hispanos o latinos. Esta circunstancia nos obliga a no admitir como válido ningún razonamiento que nos imponga un universo de sentido homogeneizado y único.

No obstante, hay tal vez un estado de ánimo que está muy generalizado en la población hispana o latina: la decepción enorme con la administración Obama por inclumplir su palabra de regularización de las personas indocumentadas en Estados Unidos y por replicar y endurecer aún más las políticas de criminalización de las personas migrantes implementadas por las anteriores administraciones (Obama es el presidente que ha deportado a más personas en la historia de Estados Unidos). La desafección con la política y con los políticos entre muchos latinos es enorme por este motivo, al mismo tiempo que entre las élites hispanas la inclinación por el apoyo a Hillary Clinton es probablemente notable. Creo que Bernie lo tiene difícil con las personas latinas. La radicalidad de su discurso y de su propuesta seguramente pudiera conectar con aquellos que ni siquiera pueden ejercer el derecho al voto: las personas migrantes indocumentadas, aunque la mayoría de ellas no sigue la campaña y seguramente vea a Bernie como un “blanquito” ajeno por completo a sus vidas. De la movilización de los hijos e hijas de las personas migrantes indocumentadas, nacidos en Estados Unidos y por ello ciudadanos con derecho a votar, dependerá en gran medida la suerte de una necesaria conexión con los universos latinos capaz de alterar el estado de cosas presente y de movilizar el voto. Es, en cualquier caso, una suerte incierta. La movilización del voto entre las personas latinas e hispanas resulta una tarea altamente complicada y en la que los Clinton cuentan con mucha ventaja por su conexión con el establishment hispano y con algunos de los dirigentes de referencia en los universos latinos.


[1] https://www.youtube.com/watch?v=ptJf3ju3X1g

El peso del machismo // María Galindo

El peso del machismo fue uno de los factores más importantes de la derrota del MAS. No importa cuál sea el resultado final, si un apretado Sí o un apretado No, cualquiera de los dos resultados representa en sí mismo una derrota.

En esa llamada guerra sucia, el papel de las mujeres en la vida privada del Presidente puso en examen público el machismo del Presidente. Su respuesta frente a las acusaciones de tráfico de influencias, de decirnos que Gabriela Zapata era cara conocida, nos colocó frente a un hombre para el cual las relaciones sexuales y afectivas con las mujeres no tienen ningún valor. Que las mujeres son sustituibles y descartables. Es ésa su respuesta machista, la que generó un rechazo social, que no es responsabilidad de esa «derecha” malvada con la que el MAS se justifica hasta el cansancio.

Tampoco es una simple trampa, sino un machismo acumulativo que desde las coplas, pasando por decenas y decenas de humillaciones públicas del Presidente para con las mujeres, humillaciones, todas justificadas y aplaudidas por las Gabrielas Montaños que lo rodean y por las bartolinas llevaron a esta relación humillante a un punto final, donde todo lo dicho se revirtió contra la figura del Presidente como hombre.
No estoy segura que ése haya sido un factor decisivo para el voto de las mujeres, porque las mujeres en Bolivia aún estamos lejos de hacer un cuerpo social colectivo, pero puedo asegurar que esa respuesta del Presidente ha impactado en las mujeres de una manera muy diferente que entre los hombres, y que la empatía no ha sido con el Presidente sino con la mujer humillada y negada. No por simpatía con ella, sino por ese lugar común de humillación cotidiana, que tan bien conocemos todas.
Llevarnos a un referendo explicable sólo desde el capricho personal, con el cuento ridículo de que este referendo era voluntad de las organizaciones sociales, tiene que ver también con ese núcleo machista que alimenta una visión caudillista del poder. Donde ya no es el proyecto político ideológico el que importa, sino la persona mostrada como redentora única.

Ese perfil machista también generó rechazo y desconfianza. Este referendo es un error histórico que puede tener muchas explicaciones circunstanciales en la superficie, pero que en el fondo representa la idea caudillista del poder. Evo Morales no había sido único e insustituible, sino que había sido sustituible, como cualquiera de nosotros y nosotras.

Él no había sido el centro del universo, ni el único horizonte posible para la sociedad. Estamos en una sociedad destituyente y rebelde. No es que los jóvenes no saben historia, no es que chatean y facebuquean mucho, sino que la sociedad de los caudillos redentores se está resquebrajando, porque también en la cotidianidad de la gente la figura de ese padre salvador está rota, dando paso a la construcción de realidades sociales más complejas, menos fáciles de controlar desde la idea machista de la redención masculina.

Por último, está toda la envoltura estética y ética de la campaña del Sí. Una envoltura que tiene indiscutiblemente que ver con el machismo. Acá sus componentes: el monólogo, que se traduce en sólo yo tengo derecho de hablar sin que nadie me replique; la posesión absoluta de la verdad, sólo yo sé lo que es bueno para el país sin que nadie, sino a través mío, tenga derecho de proponer nada; el paternalismo de todo el discurso en torno a los bonos, a la nacionalización e, inclusive, de la historia que se traduce en yo soy el padre bueno; el amedrentamiento de los y las periodistas; la humillación de las mujeres periodistas, que han conquistado hace décadas un lugar social propio y que, tanto el Presidente como el Vicepresidente, pisotean cada que pueden; y el miedo que han provocado en la generalidad de periodistas que los han entrevistado, es el diálogo condicionado a su voluntad. Ellos, Presidente y Vicepresidente, son quienes han ahogado el debate, igual que lo hace el cura sermonero, igual que lo hace el padre autoritario en la mesa del almuerzo.

Eso también tiene que ver con un machismo que no tiene directamente que ver con la relación con las mujeres, sino con el manejo de la autoridad. La cuestión del machismo no es pues tan simple como tener mujeres en el Parlamento y el gabinete para restregarnos todos los días que ahí están, sino con la construcción misma de la autoridad.

Una autoridad que hoy, desde todo el país, se pone en cuestión. El machismo es la debilidad de los hombres y no su fortaleza: ¿queda claro?

Las complejidades del proceso de Cambio // Tomás Astelarra

(cómo transformar el “no” en una esperanza)
Preferiría no hablar de las razones de la “derrota” del MAS, Evo Morales, y el llamado “proceso de cambio” en Bolivia. Mas bien hablemos de la esperanza de esta “derrota”. Porque si la derrota no sirve para buscar en nuestros propios errores y corregir el rumbo, estamos fritos. Como dijo el gran capitán Obdulio Varela en esa histórica gesta revolucionaria llamada Maracanazo: “los de afuera son de palo”.
Pensar que un presidente que llegó al poder desde su humilde lugar de campesino y dirigente sindical tras años de vivir perseguido por la DEA, la CIA y ser calificado de “narcotraficante” en la televisión mundial, tras diez años de ejercicio del poder institucional, con un enorme aparato no solo estatal sino de movimientos sociales y un enorme apoyo a nivel internacional, puede perder un referendum debido al “imperio” y “los medios”, me parece un argumento falaz. Al menos menor.
Patear la pelota afuera.
Las “razones” de la “derrota”, que si se entienden con humildad y pensamiento critico pueden generar una “esperanza”, deben rastrearse, físicamente, al interior del movimiento, y temporalmente, bastante más atrás que la campaña por el referendum. Ponele 2008, año en que gracias a un inédito apoyo de los movimientos sociales y populares en alianza con sectores intelectuales de clase media (el llamado Pacto de Unidad), el gobierno del MAS y el Evo Morales logran consolidar su “poder” dentro del estado boliviano, derrotando las fuerzas imperiales de la Media Luna (gesta digna de la Guerra de las Galaxias).

Paradójicamente la victoria tuvo enormes concesiones. Dicen que fue el propio vicepresidente Álvaro García Linera el encargado de negociar con el sector más moderado del empresariado cruceño (hoy representado por Rubén Costas) algunas desviaciones en el rumbo del llamado “proceso de cambio” con el fin de garantizar “la paz” para el país. Una de esas concesiones fue la reforma a última hora y puertas cerrada de la nueva constitución, donde se descartó la posibilidad de una democracia directa fundada en las organizaciones sociales por un esquema continuista de la partidocracia neoliberal y capitalista. La otra, como denunció el propio viceministro de Tierras, Alejandro Almaraz, fue el freno de la reforma agraria y la apuesta en el oriente (soja, maíz y otros cereales), centro (coca) y occidente (quinua) por una agricultura extensiva y de exportación. En este punto se generó una nueva alianza entre los antiguos terratenientes cruceños (leales socios del imperio, que no solo financiaron la casi guerra civil del 2008 sino también todo los golpes militares que hubo en Bolivia) y los nuevos terratenientes campesinos quechua-aymara nucleados en las seis federaciones cocaleras del Chapare (cuyo presidente sigue siendo Evo Morales) y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), cuya historia fusiona la mítica lucha katarista de los años setentas con un prontuario de sangrientas internas, corrupción y abusos de poder en los noventas y la actualidad. A estos conclaves se le suma la poderosa Federación Nacional de Cooperativas Mineras de Bolivia (Fencomin), de importante factura en el esquema de poder del gobierno de Evo Morales. Y también importantes facturas pendientes con la Pachamama. Por abuso indiscriminado de recursos, explotación laboral y asesinato sistemático de dirigentes sociales. Eso sin contar la evasión tributaria. No son multinacionales, pero mantienen la misma lógica. “Queremos socios, no patrones”, aclara una y otra vez Evo Morales. ¿Socios para que?
El año 2012 marca otro quiebre para el “proceso cambio”. La represión por parte del gobierno de la VIII Marcha Indígena por la Defensa de los Territorios, la Vida y la Dignidad y los Derechos de los Pueblos Indígenas, fue la gota que rebalsó el vaso. La caminata desde Trinidad a La Paz había sido convocada para evitar la construcción de una carretera que atravesaba el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Secure (TIPNIS) y que misteriosamente, además de tumbar selva y desplazar poblaciones originarias, coincidía con la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura  Regional Suramericana (IIRSA), una viejo anhelo del “Imperio” (que ahora además de Estados Unidos, se llama Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, BRICS). El anhelo “imperial” de exportar soja y minerales brasileños a China coincidía con el de los “lacayos” imperiales en Bolivia de exportar granos y aceites industrializados a China y coca a Brasil (segundo consumidor de cocaína en el mundo). Claro que el término “lacayos imperiales” en esta parte de la historia se empieza a poner difuso. Ya que incluye a los campesinos “cocaleros” del Chapare transformados en terratenientes sojeros en Santa Cruz escuchando al vice García Linera decir que el “buen vivir” es también tener un televisor y mandar a sus hijos a la universidad y que para eso la única opción es multiplicar por diez la superficie agrícola aceptando el uso de agroquímicos y en alianza con la agroindustria cruceña. ¿Y la Pachamama? Bien gracias, cómodamente instalada en los discursos del Evo en la ONU y las pocos cultivadores de coca orgánica que quedan en Bolivia frente al avance de los agrotóxicos con el fin de aumentar la rentabilidad para “vivir bien”.
El TIPNIS marca la ruptura definitiva del “Pacto de Unidad”, la coalición de movimientos sociales e intelectuales de clase media que llevaron y defendieron al Evo en el “poder”, de organizaciones y personalidades fundamentales para este proceso. Por dar una somera lista: el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Kollasuyu (Conamaq), la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), el vocero de la Coordinadora del Agua, Oscar Olivera, los intelectuales de Comuna (grupo de reflexión que integraba García Linera) y varios ex ministros y funcionarios, incluyendo al intelectua aymara Felix Patxi, ex ministro de Educación y hoy gobernador de La Paz. La “derrota” del domingo pudo anticiparse en las elecciones departamentales y de alcaldes del años pasado, donde además de perder la gobernación en manos de Patxi (algo asi como la izquierda aymara), el MAS debio dejar la alcaldia de El Alto en manos de Soledad Chapetón (algo así como la nueva derecha aymara), aymara, hija de un policía y una comerciante, estudiante de Ciencias de la Educación, del partido Unidad Nacional (UN), del empresario, ex-ministro del Goñi Sánchez de Losada, y principal oponente del Evo Morales en las elecciones presidenciales, Samuel Doria Medina (alias el “Macri” boliviano). Chapetón representa una poderosa nueva burguesía aymara que contrabandea informática, vestimenta y automotores chinos, compra chalets en el exclusivo barrio de Cala Coto o construye palacios neotiwanakotas en El Alto, viaja en cuatro por cuatro, inunda los shopings y restaurantes de lujo y manda sus hijos a la universidad privada. Esta poderosa clase comercial aymara ha tenido más de un enfrentamiento con el gobierno del MAS en su afán de lucha contra el contrabando y la evasión de impuestos. Una vez empoderados simbólicamente por el presidente “índigena”, quizás prefieren negociar con la antigua derecha, que ahora además toca sus puertas y les ofrece los cargos que Evo les retacea.
El “no” no pone en peligro el gobierno del MAS. En primer lugar porque aún le quedan más de dos años y medio de gestión. En segundo lugar porque muestra una oposición fragmentada y dispersa, con intereses a veces antagónicos más allá de posibles alianzas. A saber: a) antiguos empresarios, terratenientes y políticos de las derecha neoliberal, b) nuevas burguesías comerciales aymaras (¿de derecha?) no alineadas con el gobierno, amen de consumidores globales que como en el resto de países del mundo confían mucho más en la derecha a la hora de mantener sus privilegios individuales (la tan mentada “seguridad”), c) movimientos sociales, intelectuales y personas desencantadas del nuevo rumbo extractivista, antipachamamesco, imperialista, consumista y criminalizador de los movimientos sociales por parte del gobierno (no es un dato menor la vía libre a la represión de los pueblos que contiene la nueva ley de Minería aprobada por el MAS y el acuerdo de Seguridad Interior con el históricamente genocida gobierno colombiano), d) ciudadanos o campesinos normales hartos del avance en los casos de corrupción, verticalismo, soberbia y abuso de poder en el MAS. Estos casos tocan cada vez más cerca al presidente y los líderes de los movimientos sociales que siguen apoyándolo. Son no sólo numerosos, sino reales, más allá del uso que de ellos haga el “imperio” y “los medios”.
¿Y si Evo no puede ser reelegido? Al revés que en el caso de Cristina Kirchner o Hugo Chávez, son varios los posibles delfines. Por dar un ejemplo: David Choquehuanca, sindicalista, intelectual y político aymara ligado a la teoría del Buen Vivir y ministro de Relaciones Exteriores. Uno de los pocos que ha quedado en su cargo desde el principio del “proceso de cambio”. En su gabinete resisten los defensores de la Pachamama en el gobierno del MAS, los casos de corrupción no lo han tocado, tiene buena proyección internacional y apoyo de los movimientos sociales. La única piedra en el zapato es haber liderado el proceso electoral del año pasado en que el MAS perdió en el distrito de La Paz. Pero: ¿a que votante u hombre común le interesan las internas de un partido? Desafortunadamente en estos días que corren, tampoco son muchos los votantes u hombres comunes a los que les interesa un proyecto de gobierno. La sociedad individualista y capitalista que también se ha infiltrado en esta nueva Bolivia “rica” e “insertada en el mundo” no pone sus ojos en la Pachamama. Compra Evo como compra Coca Cola. Es permeable a ser convencida, coptada, por el “imperio” y los “medios”. Pero hay una esperanza, la de esos pueblos originarios que hoy en Bolivia, como en todo el mundo, están siendo criminalizados por el gobierno. Una verdadera base social y electoral contra la cual el “imperio” y los “medios”, nada tiene que hacer. Ni las balas le importan. Así, con esa gente, fue que llegaron Evo y el MAS al poder. Bueno lo recuerden para reconducir el “proceso de cambio” y transformar la derrota en esperanza.

Valor de uso de la crisis // Diego Sztulwark

Claudia Chávez

in memoriam


La crisis como fuerza del Orden

Macri es la Cultura. De otro modo, no habría razones para ocuparse de él. Es la Cultura en el sentido que el Orden da al término: instauración de un código funcional adaptativo, un modo de procesamiento colectivo de adecuación activa a la Normalidad. Este juego no se organiza a partir de una referencia a cualquier otro orden alternativo, sino que se da como una dialéctica cerrada en torno a la Crisis
El empleo productivo que el Orden hace de la Crisis viene señalado en A nuestros amigos, el libro del Comité Invisible que la editorial Hekht está por lanzar: la presencia de la crisis funciona como un momento constituyente del Orden. De la inminencia de la crisis extrae el Orden su legitimidad. Una legitimidad que no se restringe a la de los poderes ejecutivos de los estados, sino que se extiende sobre un espacio postnacional determinado por redes y dispositivos de “gobierno”. El Orden es el gobierno de la logística. De la comunicación. De las estructuras que capturan y organizan la movilización de la vida.
La crisis como palabra de Orden es el reverso perfecto de la Cultura como adecuación. Lo político-cultural trabaja en él como elaboración de un código capaz de volver todos los segmentos del campo social compatibles entre sí y con el comando que crea el código. El éxito del sistema es la redundancia. Junto a una  férrea violencia excluyente. Hay una relación directamente proporcional entre el esfuerzo invertido en ofrecer un código de compatibilización -que permita a cualquiera adaptarse al Orden- y la expectativa de desbrozar el espacio de la conectividad de todo obstáculo, de cualquier trayecto vital que introduzca opacidad al sistema.
En la Cultura del Orden las instancias de producción de ese código provienen, lo sabemos bien, del mundo del marketing, de las finanzas y las empresas.  Su lenguaje es el de los “equipos” dedicados día y noche a la “gestión”, a la “modernización” y a la continua promesa de “normalidad”. Sus tecnologías resultan cada vez más penetrantes: no es sólo la sofisticación encuestológica y los Focus Group, sino también toda una avanzada de especialistas portadores de un conocimiento digital, comunicacional, de cientistas de la imagen y de las redes sociales. Uno de los indicadores más nítidos de normalización política en curso es el hecho mismo de que los estudios de mercado sean los principales proveedores de saberes y esquemas de comprensión de lo social.
Y es que la racionalidad del paradigma de gobierno propio del Orden no recae, en última instancia, en los políticos sino en una amplia trama de operadores culturales capaces de ofrecer una interface viva entre el mundo de los mercados financieros (de su heroica tentativa por ofrecer marcos de inteligibilidad y de estabilidad a unas operatorias a futuro dominadas por la incertidumbre) y los modos de vida. Lo Cultural busca, en la traducción entre vida y finanzas, modos de sostener la promesa de previsibilidad y hasta de seguridad: propone un estado de ánimo y un modo amigable de asumir el estado de “en riesgo”.  Gobierno de la crisis y coaching ontológico.
Desde el punto de vista de la política local, el macrismo se muestra hoy como vencedor en este juego. Y alardea de haber sustituido al kirchnerismo en la tarea de ofrecer mediaciones para gobernar la crisis. El macrismo se revela así como un análisis del kirchnerismo, del mismo modo que el kirchnerismo era ya un análisis de la crisis del 2001. Retomó, de modo ultra reaccionario, la idea según la cual no hay orden posible sin negativizar las subjetividades de la crisis. Pero donde el kirchnerismo combinaba su tributo al orden con militancia, participación e inclusión, el macrismo dio un paso al asumir la crisis de acuerdo a la tipificación proveniente de la agenda del orden global: “seguridad” y “narcotráfico”.
Con estilo gerencial, el nuevo gobierno se da el lujo de licenciar –sin reconocimiento y no sin violencia– a aquella parte del andamiaje kirchnerista identificada con la “politización” del estado. Esa parte ya no corresponde a este nuevo período. Su liquidación pública simboliza la transición a una nueva disposición subjetiva en la que domina la confianza plena en los dispositivos del mundo de los mercados, en su eficacia integradora, en su mecánica a la vez fluida y jerarquizante de la organizar lo social.  
En el pasaje del kirchnerismo al macrismo lo político termina así de hundirse en esta redundancia ultra-codificada del orden por el orden. En el kirchnerismo, a diferencia de la actual utopía del orden macrista, había una politización paradojal: un concepto de lo político capaz de denunciar la neutralización empresarial-corporativa de la soberanía, una denuncia abierta de lo antipolítico capaz de abrir procesos de movilización. Lo que nunca llegó a constituir el kirchnerismo, sin embargo, fue una convicción en la socialización de la decisión política, ni una aprehensión de la crisis como un momento de horizontalidad productiva, de la cual extraer un paradigma antagonista respecto al del gobierno del Orden, que es el único que manda.  
Eterno retorno
Convocado como su reverso dramático por el Orden, 2001 no deja de volver. Y no dejará de hacerlo mientras la crisis siga siendo invocada como fundamento, imagen a conjurar, base sobre la cual suscitar el miedo y, con él, la fuga hacia el Orden. En el momento en que el orden tambalee, vacile, la crisis estará irremediablemente allí, como grado cero del orden. Sólo que vendrá ya negativizada: ¿conservará la crisis así tratada algún poder insurreccional?  Es el riesgo que corre el Orden al manipular la Crisis como su fundamento.
De allí la difícil relación entre crisis y resistencia. Del lado de la llamada resistencia, el problema consiste en cómo evitar el abrazo al orden, presente en el temor a la crisis. Y desde el punto de vista de la crisis misma, ¿no es evidente que la imagen que podemos hacernos hoy de la insurrección ya no se ajusta en nada al 2001, con el fuerte contenido comunitario de muchos de sus protagonistas?
Parece que el problema, la encerrona que enfrentamos, al fin y al cabo, es la falta de toda imagen positiva de la Crisis. Tal el éxito, la penetración alcanzada por el Orden. Parece que no pudiéramos ya imaginar la afirmación de la crisis, sino como triunfo mortífero del Caos. Como si no alcanzáramos a adoptar un punto de vista que no fuera ya el del Control. Tal es la fuerza de adherencia del Orden: su capacidad para privatizar y neutralizar todo desafío.
Al margen, la peor herencia de 2001 es la estereotipización de las organizaciones sociales y las militancias autónomas. También estas imágenes trabajan para el Orden.
Precursores oscuros
A Nietzsche le gustaba la idea del precursor. En un célebre y emocionado pasaje de su obra narra lo que sintió cuando descubrió en Spinoza un “precursor”. Ya no la soledad, o en todo caso ahora, ¡una soledad de dos! No es Borges enseñándonos a inventar desde el presente nuestra propia tradición, a elegir nuestros legítimos predecesores. Lo que Nietzsche siente es el impacto que en el presente autoriza a seguir su curso, hasta entonces algo confuso o inhibido. Un curso aún no autorizado.
Contra el actual operador cultural, coaching ontológico -maestro en la serena adecuación-, el precursor de Nietzsche reúne en el presente las fuerzas para lanzar el desafío. Descubre en el pasado hasta entonces inexplorado el apoyo que precisaba, un antecedente que viene a confirmar lo que León Rozitchner decía haber aprendido de joven de Paul Valéry: que hay que ser arbitrario para crear cualquier cosa.
Los precursores avanzan en la pura opacidad, donde aún no hay senderos delimitados. Son oscuros aún si anticipan una nueva luz, sin la cual no llegaríamos nunca a visibilizar la materia de los posibles que en ella convergen.  Anuncian una luz que aún no les es propia. Su tiempo es intempestivo, como la declinación (clinamen) de un átomo, un desvío que aparece justo antes del relámpago que ilumina al cielo seguido por el trueno. Los precursores operan en diferentes series sin pertenecer del todo a ninguna de ellas.
Conocemos, en nuestra historia política, precursores reaccionarios (desvíos que funcionan desde el comienzo en favor del orden, no son propiamente oscuros). Por muchos años recordaremos el apellido Menem. Un términos que perteneciendo a la serie Peronismo, que supo formar parte también de la serie Liberalismo, sin que los liberales puedan apropiárselo del todo, sin que los peronistas suelan, en su mayoría, reconocerlo como propio. Menem mostró cómo se podían insertar partes de liberalismo entre las capas del propio peronismo. Esa inserción, luego rechazada durante años como “traición” por el peronismo, no ha sido del todo revertida. Lo vemos claramente hoy día.
Tampoco deberíamos olvidar con facilidad los precursores insurrectos que a lo largo de las últimas décadas han creado vasos comunicantes entre las subjetividades de la crisis. ¿O no hay un clinamen inesperado en el momento en que aquellxos de los que se espera que actúen como víctimas reclamando derechos (familiares de desaparecidos; los “sin” trabajo o “sin” techo, los “sin” patrón) actúan creando contrapoderes efectivos?
Un punto de vista que busca en la crisis no el mero negativo despotenciado a partir del cual se crea orden sino la emergencia, en roce con el caos, de una nueva razón (¿política?). Desplegar este punto de vista podría ser, aún hoy, la mejor parte de la herencia de 2001.
Mientras tanto el precursor oscuro que no apaga su fuego en la adecuación al código de Orden aparece como una suerte de ética (una ética a su modo más política que la política misma): vivir sabiendo que no somos seguidores de ningún curso nuevo, admitir que ningún camino novedoso se ha desencadenado con la potencia esperada y, al mismo tiempo, rechazar la adecuación al orden que se nos propone, como si cada uno de nosotrxs fuese por su cuenta –aunque no necesariamente de modo aislado- el oscuro precursor de un saber posible que alguien necesita, para quien nuestra resistencia pueda ser, en efecto, anticipación salvadora. La fuerza que hoy no tenemos sería entonces, también, la fuerza que a pesar de todo se forja oscuramente en una reunión que aún no sabemos entender bien. Un modo de no renunciar a esa cita.  Quedaría entonces flotando en el aire que cada quien respira la pregunta que en su hermoso libro, Hijos de la noche, formula Santiago López Petit: ¿cómo hacer para recrear a nivel colectivo lo que en la vida asumimos como desafío?

El desprecio escondido (Apuntes coyunturales) // César Gónzalez

  
Fenómenos como Le pen son más bien desfavorables para la derecha (…) De nada sirve asustarse. Quedaron lejos los tiempos donde la democracia liberal era la menopausia de las sociedades occidentales y el fascismo su demonio de mediodía. Las democracias han entrado en una especie de senil de la tercera edad, ya no tienen suficiente energía para suscitar un enemigo interior poderoso como lo era el fascismo mítico (…) Le Pen no es más que un eczema o un ave de corral desollada, que, mucho más que su propia fuerza demuestra la debilidad intrínseca de todos los sistemas públicos actuales”
Solo quedan unas masas fluidas y silenciosas, ecuaciones variables de los sondeos, objetos de test perpetuos (…) Todos los representantes (partidos, sindicatos) se sirven de una supuesta exigencia de las masas para escapar a la política”
(Jean Baudrillard “La izquierda divina”)
“Cuanto más poder se le da al monarca tanto más fácilmente puede pasar a otro ese derecho”
(Spinoza, “Tratado Político”)
La tragedia se repite cuando el guion es el mismo, los personajes y lugares también. Como hace 100 y 200 años somos un país que se reivindica colonia de la peor Europa, ni siquiera de la Ilustrada. Un país, o una gran porción de él, que celebra ser visitado por el presidente de la nación más imperialista y cruel que conoció la humanidad. Donde nuestras emociones dependen de lo que haga la casta política, lloramos y reímos según las decisiones que toma esa familia cosmopolita, que juega a los celos y que todo lo hace por despecho o endorfinas. Donde pocos de esa casta viven acordes a sus manifiestos, que se refugian atrás de la palabra pueblo, y dicen ser su necesarios representantes porque según ellos el pueblo no sabe hablar por sí mismo y es un sujeto sin rostro, torpe y esquizofrénico. Por eso un día es tratado como redentor y al otro como psicópata. Donde el pobre jamás ocupará un cargo político relevante, y a lo sumo como si fuera un milagro será asistente o puntero de algún diputado, concejal o ministro. Una sociedad de 40 millones y 3 millones cuadrados de superficie y atormentada por un escaso puñado de pibes chorros, una sociedad que acostumbrada a resolver todo mediante la fuerza hoy renueva su sed de sangre. Que mantiene y cuida como a un dios la nostalgia del genocidio de la última dictadura militar.
Y quienes enfrentan a los reales inquisidores son falsos profetas. Que en público lloran por las injusticias pero en privado pretenden de los pobres obediencia debida y masajes en la espalda. Ahora ellos dicen que por culpa de los pobres se perdió la última elección presidencial. Hasta ayer esos pobres eran las masas iluminadas, el territorio donde se forja un verdadero militante, ahí donde nacen las bases de la movilización, ese otro por el que la patria es, pero que hoy es el otro culpable por el que la patria no será. Ahora dicen que se jodan esos negros de mierda desagradecidos con todo lo que hicimos. Ayer eran el objeto de la lírica revolucionaria, hoy son el sujeto responsable del oscuro cambio. Que histérica es esa sensibilidad que dice amar a los pobres y ante la mínima adversidad los pasa a odiar, o algo peor, a despreciarlos desde una postura arrogante y con gestos de superioridad, que se atribuye todo el poder de dar órdenes desde un trono supuestamente obtenido por los kilómetros de barro pateado en la militancia orgánica. Esa perfecta síntesis moderna llamada Facebook es la evidencia material de dicho fenómeno. Los días posteriores a las últimas elecciones presidenciales uno se cansaba de leer comentarios de estrictos militantes o ciudadanos “comunes” con afinidad apartidaria al último gobierno, que arrancándose las vestiduras en feroces movimientos, exponían rabiosos su bronca hacia los sectores populares que votaron a Mauricio Macri, dando por hecho que las elecciones se perdieron por la ignorancia de dichos sectores, que no saben votar, que eligieron consientes al diablo como presidente, que ya van a ver lo que les espera, ¿Qué porque nos hicieron esto a nosotros que hicimos tanto por ustedes? etc… Sin tener la certeza de que el voto de los pobres haya sido la causa determinante para la victoria de la derecha más conservadora, muchos de los revolucionarios del siglo 21 salieron inmediatamente a culpar a estos por la derrota. 
Ahora bien, como habitante de una villa miseria puedo decir que es verdad que hubo muchos vecinos de aquí que se inclinaron hacia la fórmula del PRO, y obviamente es llamativo como un pobre puede votar a alguien que no proviene de su clase, o como un trabajador puede votar a un empresario, pero fueron solo algunos casos, que suceden en cada elección pero que esta vez no fueron la mayoría. En los días previos al balotaje presidencial presencié en el barrio una actividad política como nunca antes. Los vecinos mismos repartiendo boletas, preocupados en convencer al prójimo que Scioli era mejor que Macri. Los más inquietos y eufóricos eran aquellos que poseen un almacén, un pequeño negocio de ropa, una verdulería, etc. Esos que en estos últimos años experimentaron un evidente crecimiento económico a partir de las medidas que potenciaron el consumo interno y el trabajo. Sacando conclusiones desde el puro sentido común del bolsillo, sabiendo que hoy por la villa se ven un montón de autos nuevos o usados, como otro gran síntoma de ese crecimiento inédito que experimentaron muchas familias villeras gracias al ingreso estable que obtuvieron y mantuvieron durante el kirchnerismo. Muchos, no todos (como en cualquier asignatura de la vida) que en los noventa pasaron hambre real y no metafórica, aquellos que cartoneaban y veían como la policía mataba y luego preguntaba, aceptaron ver una diferencia entre ambas fórmulas y se inclinaron por Daniel Scioli. Quizás no convencidos ni contentos, mucho menos orgullosos de votar a un político que como gobernador ni siquiera jugo a hacerse el popular, y que iba a los barrios solo a dar conferencias de prensa en medio de los siempre violentos operativos policiales y que pocas veces se lo vio demostrando empatía hacia los pobres. Recién en campaña y seguramente por recomendación de sus asesores de marketing, montó un personaje al que no le molesta el olor de las masas, un método que repiten y repetirán hasta el infinito de los tiempos todos los políticos en la previa de una elección, cualquiera sea su procedencia de partido. 
La historia no es lineal y miren si esta época no será políticamente novedosa que hasta la derecha debe simularse y mostrarse populosa. Pero entonces si en los barrios pobres la fórmula del PRO en su mayoría fue rechazada y los pobres optaron por el peronismo representado por Scioli, ¿Por qué muchos eligieron ante todo y como primera reacción enojarse con los pobres que según ellos votaron mal? Y si así hubiese sido verdad que Macri haya sacado el 100% de los votos en cada villa miseria ¿Cómo es que tan rápidamente esas multitudes que hasta ayer eran hermanas hoy son consideradas enemigas? ¿Quiere decir que esa aparente sensibilidad y empatía hacía la clase baja dependía solo de una elección? ¿Qué detrás del envase de popular había una sospecha antropológica de la capacidad intelectual de los pobres? ¿Como si tuvieran la certeza de que estos están limitados neurológicamente a comprender los problemas sociales de la realidad? 
Es tan ridículo nuestro catálogo racional, que los pobres siguen siendo tratados y se siguen dejando tratar como bestias encontradas en la selva y traídas a la ciudad, que poseen diversos rasgos humanos pero que necesitan por el bien común ser controlados e higienizados moralmente, moldeados como hace un alfarero con su jarro. Un barato material descartable que me sirven para reciclar como objeto de discurso o como tesis para finalizar una carrera universitaria. La derrota electoral fue la gran excusa para que muchos que usan el disfraz de rebelde a donde van, puedan desahogar todo su racismo que venían tragándose por conveniencia.
Resulta intolerable la hipocresía de esos que ahora lloran por idénticos hechos que antes veían pero callaban, son igual a los verdugos que denuncian esos que actúan de abejas holgazanas que recién hace un rato lograron darse cuenta de que la policía, la gendarmería o la prefectura reprimen e inundan de balazos a los morochos villeros, incluido niños y ancianos. Cuando eso sucede en la villas desde que tengo uso de razón y nací en el 89, ya viví acá bajo 4 gobiernos de expresiones políticas distintas; el neoliberalismo erótico, carismático  y polígamo o mal peronismo de Menem, el neoliberalismo alianzistico hipnótico y aburrido de De La Rua, el neoliberalismo light, magnánimo y romántico o “buen peronismo” de los Kirchner, y el neoliberalismo fashion, resentido y eficaz actual de MM. Todos conciben y concibieron a los barrios pobres como la prueba piloto de los experimentos de la represión y el control social.Lo que da vergüenza ajena es que muchos ahora se hagan los que lloran por como son reprimidos los villeros y antes elegían callar y muchos hasta lo negaban.
El kirchnerismo fue y es completamente o en sus máximas figuras representativas blanco-clase media y a diferencia del primer peronismo no cuenta con un bárbaro mito fundacional. Néstor no fue proyectado como líder de masas por la barbarie de los cabecitas negras descalzos en las fuentes de plaza de Mayo, ese grasoso hecho simbólico que inaugura nada menos que una nueva era en la historia argentina. Cuando fueron las elecciones del 2003 ya había pasado mucho tiempo del argentinazo cacerolo-piquetero del 2001 y Néstor Kirchner no era ni siquiera conocido por arriba en el imaginario popular, a diferencia de Perón que en su cargo como Secretario de Trabajo fue tomando varias medidas a favor de los trabajadores que le hicieron ir ganando la simpatía plebeya, sindical y hasta de algunos anarquistas, numerosos en esos tiempos. Ya que tales políticas eran toda una novedad para la historia del país, por primera vez el trabajador empezaba a ser reivindicado y considerado sujeto con derechos. No se puede negar los progresos materiales que conocieron la mayoría de los argentinos durante esta última etapa, y todo aquel que se considera de izquierda debe valorar la apertura de la memoria colectiva y la tolerancia institucional a que se hable de los 70, fue gracias al kirchnerismo que se pudo sacar del sótano de la tortura a lo que aconteció en esos años, sino aun la versión oficial seguiría siendo la del manual kapeluz, que no mencionaba ni siquiera a los desaparecidos, mucho menos al secuestro de bebes, o las violaciones y mutilaciones sufridas hasta por muchos pre-adolecentes. Ningún pueblo que se proclame civilizado puede esconder una barbarie y carnaval de muerte de tanta magnitud como la sucedida entre 1976 y 1983, aunque sean muchos los que aun justifican y hasta celebran las torturas y violaciones a jóvenes, que a veces solo habían cometido el pecado no de leer a Marx sino El principito. Nadie esconde el agradecimiento por todo lo bien hecho, pero si es en cuestión de ideales los de estos años son muy diferentes a los sueños y a la ética de esa generación dorada, que no conocía la fatiga y soñaba jamás burocratizarse. Al kirchnerismo le faltó épica y mística, pero tampoco tenía con que construirlas, pocos de los que hoy se nos ofrecen como líderes tienen una vida lejos de la vulgaridad del lujo, al revés de esos votos de pobreza y humildad obligatorios que tenían los setentistas. Hoy no hay líderes que despierten pasión, de la juventud se ha hablado mucho, pero no hay figuras ni en el sindicalismo ni en los grandes partidos que generen un estruendo emocional y conmuevan a las masas, no se ven jóvenes cuadros políticos que hagan arder la fibra del campo popular. Y no hay que confundir el aplauso obligado o anteponer en cada oración “Porque Nestor y Cristina”, con los dispositivos orgánicos que reinaban en las organizaciones de los 70, porque no todo verticalismo es igual ni tiene los mismos objetivos.
Aquel al que algo le duele lo injusto sabe apreciar que la famosa movilidad ascendente es mejor que todo tipo de ajuste, que gente comiendo lo que quiera es mejor que personas comiendo lo que haya o no comiendo. Que es mejor gente con trabajo a la desocupación masiva. Pero hasta el mejor peronismo sigue siendo capitalismo. Y si hay capitalismo se reproduce una forma precisa de vida que siempre hace querer más posesión de bienes, donde los pobres consiguen empleo pero siempre dentro de un acotado repertorio de labores y donde se nos obliga a convivir con una tabla de valores donde la competencia y la opulencia no se cuestionan. Donde sea cual sea el estilo de gobierno se hace un uso idéntico de la policía frente a los barrios pobres. El peronismo es el eterno retorno del mismo orden económico y financiero pero camuflado, un capitalismo camaleón, donde los dueños de la propiedad privada, los bancos y corporaciones son los mismos de toda la vida, pero obligados a dar una limosna en la misa de las masas. Y vale aclarar que el peronismo nunca mintió en eso, a muchos nos gustaría creer que el peronismo es un movimiento popular pero cada vez queda más en claro que es solo un conglomerado político funcional a la democracia liberal, quizás en una época de la historia el solo nombrarlo atraía espíritus libertarios, pero hoy lo que hay como grandes figuras que representan al peronismo es una banda de monigotes feudales, amantes desbordados del dinero, y bastante propensos a ejercer la mano dura en sus cargos como intendentes o gobernadores. Tal queda evidenciado con la adhesión de la mayoría de los gobernadores peronistas al famoso protocolo represivo anti piquetes de Patricia Bulrich. O cuando escasos días posteriores a las elecciones se pudo escuchar a uno de los grandes referentes del PRO, Federico Pinedo, decir “que el peronismo iba ser muy importante para que ellos sostengan su gobernabilidad” es decir una dialéctica hegeliana pura; la derecha no es “sin” el peronismo, el peronismo no es “sin” la derecha. 
Obviamente pasaron muchas cosas en el medio entre el arresto de Perón, el 17 de Octubre de 1945, la formación del partido justicialista, etc y el hoy. Hubo miles de muertos y desaparecidos. Y cuesta aceptar que esos ríos de sangre solo hayan desembocado en el mar conservador que es lo que el peronismo terminó siendo actualmente. Pero esa actualidad no es el simple resultado de hechos aislados acontecidos solamente desde la recuperación de la democracia en adelante. El que revisa la historia encuentra que desde sus principios el peronismo tiene como emblema alcanzar el objetivo de generar una burguesía nacional a través del fortalecimiento de la industria nacional, un país con “buenos patrones”, “capitalistas de acá”, “Una patria de jefes civilizados”, que acompañen la distribución de la riqueza, que aceptan el control de las importaciones, que potencian el crecimiento del mercado interno, etc. Al peronismo y a los peronistas les aterra la sola fotografía de una sociedad sin clases, y ese no es el problema, cada partido con su doctrina, el problema es que nos quieran imponer hoy al peronismo como el único canal posible de organización y resistencia, porque entonces ¿quiénes serían la vanguardia iluminada, esa que vive aunque sea un poco como grita en sus discursos? ¿Qué tiene que ver la sensibilidad de un militante con el cristianismo policiaco de Scioli, Espinoza, Urtubey, Gioja, Insfran, (por nombrar a los peronistas más famosos y televisados) o ¿qué tiene que ver la disciplina de un militante que un sábado a la mañana va a las villas conmovido a alfabetizar, con la cómoda silla de la burocracia a la que se aferraron miles en estos últimos años? 
Es que el número de militantes reales, sensibles y coherentes, es insignificante frente a la cantidad de seudos militantes que se meten en la política como si lo hicieran a un partido de fútbol y como una carrera personal. Hoy lloran porque el mercado cambió de gerente y sus pautas de convivencia, pero el dueño del mercado siempre fue el mismo. El peronismo nunca se propuso alterar ningún orden financiero, ya en sus raíces filosóficas no hay ni siquiera la sugerencia de que en algún momento de la historia se debe abolir la comodidad en la que vive tanto el pequeño-mediano y gran burgués, siempre a costa de la incomodidad de los cabecitas negras. Maldecir al capitalismo ni siquiera es parte de su simbología, salvo la frase de su marcha donde dice “combatiendo al capital”, pero que en los hechos quedó claro que nunca lo combatió sino que con mucho esfuerzo lo pasteurizó. Porque un mundo sin clases sociales implicaría mucha demanda de subjetividad, mucho aporte real de cada sujeto con sus actos más que con sus dichos, más trabajo artesanal que mental, mucha mano de obra física y no tan cognitiva, y el pequeño o gran burgués, multiplicado a miles por el peronismo (sabido es que es parte de su tragedia, incrementar la clase media que luego lo sepulta para posteriormente exhumarlo y revivir el cadáver) sabe trabajar a lo sumo con su cerebro, los trabajos que requieren esfuerzo físico tienen dueños claros y si el burgués es bueno, como cuando es peronista, le pagará a su siervo en blanco, y si no es peronista le pagará poco o nada, con latigazo incluido y el esclavo hasta deberá agradecer.
Las grandes opciones del menú político argentino producen acidez conservadora antes de elegir el plato. Solo hay dos opciones en la carta; derecha moderada y democrática, (Peronismo, Kirchnerismo) o derecha corajuda y atrevida (PRO-Frente Renovador Gobiernos militares) y una vez que terminamos de comer hay que decir que fue la comida más rica jamás saboreada. No hay bebida, no hay postre, y la receta del comunismo que ni se mencione porque nadie sabe cocinarla ni sabe cuáles son los ingredientes, porque es algo lógicamente imposible y uno es abstracto, ridículo o resentido solo con invocar su leyenda, porque según dicen es una idea muy linda desde la utopía aunque irrealizable en la vida real. Yo prefiero vivir bajo el hechizo de una utopía irrealizable como la del comunismo que conformarme con la utopía de las clases sociales conciliadas y en armonía que propone el peronismo, que el rico siga feliz en su lugar, que el pequeño burgués siga alquilando pero teniendo la herencia de la casita que le dejan sus padres cuando se mueran, mientras los grasitas sean los que transpiren y edifiquen las casitas que nunca habitaran, pero con vacaciones y ART. 
Cada uno elige su sueño, yo con el mío duermo feliz y sin ayuda de la ciencia. Y capitalistas somos todos, consumimos y estamos dentro de este sistema, pero somos pocos los que estaríamos de acuerdo y preparados en despojarnos de la comodidad para vivir en un mundo sin shoppings, donde no exista un palacio a dos centímetros del hambre, donde haya que comer lo justo y necesario si es en beneficio de erradicar tanta obscenidad en la desigualdad. Esas cosas que implicarían la vida en comunismo, que un pobre por antonomasia ya sabe hacer y ni que hablar alguien que estuvo preso, como quien escribe. Si uno mantiene el capitalismo debe abstenerse a las consecuencias, que a veces son evidentes y en otras ocasiones como durante el peronismo se ponen un velo. Porque está en la naturaleza política misma del capitalismo y es necesario para su conservación tener etapas de cierto progreso para las multitudes, con estable cantidad de asalariados y salarios en alza, consumo para todos y todas, etc y otras etapas donde la lógica es sálvese quien pueda y miles se sumergen en la miseria, para luego otra vez retomar el sendero del progreso, a continuación regresar a la quiebras de la industria nacional, y así sucesivamente hasta el abismo.
El futuro será cada vez más conservador, si el cuasi reformismo del kirchnerismo es el límite de todo el deseo y goce. Si tenemos que estar contentos con aquellos que regocijándose en Keynes marcan la frontera para la ansiedad de querer una sociedad organizada de otra manera. Muchos dicen que lloran por la injusticia eterna que vive un obrero, un campesino, un minero, un vendedor ambulante, etc. Pero solo por estrategia y agenda política y no por un amor real, que trascienda al discurso o sea inmanente a él. Si realmente sintiéramos lo que sienten esos cuerpos directamente otro sería el mundo.
El kirchnerismo no quiso y no quiere dialogar con el sentido común, nunca le dio importancia, en plena era del marketing y las redes sociales decidió aislarse y negar interactuar con el ciudadano de a pie, cuando todos aconsejaban que revise su estrategia comunicacional más recrudecía la soberbia, como si el mismo kirchnerismo estuviera haciendo campaña para Macri. Aún hoy persisten en ese criterio, en vez de salir a seducir gente, cuando nuestra sociedad es un rebaño muy fácil de domar y domesticar, salen a insultar y humillar al votante de Macri. Y acusando de ingratos a los ciudadanos que presentan algún tipo de queja o crítica. 
¿No es llamativo como se le entregó con moño el manantial de la opinión pública al que dice su eterno enemigo? Cuando (sería un gran chiste pero no lo es) el grupo Clarín fue el que más millones de pesos recibió por parte del estado en concepto de pauta oficial durante los gobiernos kirchneristas. No fueron la negación ni lo contrario de la derecha como ahora se presentan, sino su rama moderada, una derecha con buenos modales. Fue la trampa perfecta para cazar la ferocidad ciudadana luego del argentinazo del 2001. Es una trampa, porque son miles los jóvenes en toda la Argentina que hoy sienten una gran pasión militante, que desborda emocionalmente y supera en esplendor a cualquier político, pero toda esa energía es contenida y casi desperdiciada por las grandes organizaciones dentro del kirchnerismo.
Hay siglos de distancia entre el amor de un militante y la falsedad de todos esos que se atrincheran en sus espacios de poder, así estos sean mínimos. Pero tampoco hubo en estos últimos años unas bases militantes lo necesariamente críticas con sus guías. En argentina hubo una movilización en la conciencia popular casi irracional luego del 2001, la gente necesitaba canalizar broncas, ideales, sueños, proyectarlos en algún espacio político y la aparición de Nestor Kirchner y su comportamiento gubernamental absorbió esa energía rápidamente. Hoy la situación es similar, hay más movilización y rechazo al gobierno del PRO entre los ciudadanos comunes que entre los líderes partidarios, o en todo caso es otra capa muscular la que se ve afectada y demanda atención, porque el ciudadano común sufre las consecuencias de cualquier política en su cotidianeidad material inmediata. Y ahora quienes subestiman a las masas son el partido gobernante, creyendo que todos esos que presentan quejas son militantes orgánicos y afiliados en su totalidad al kirchnerismo.
En los grandes medios se ha instalado que la sociedad emprendió un camino irreversible hacia la derechización universal, que todo discurso progresista, igualitario y humanista es cosa del pasado. No se equivocan, pero tampoco es una verdad absoluta. Pueden tener argumentos de sobra al ver que la tendencia en el mundo es el avance del control total de la población y que la doctrina ultra reaccionaria se expande como en una nueva globalización y es aceptada rápidamente por cada gobierno pero creer que la historia ya está escrita es no haber leído lo escrito hasta ahora. El acontecimiento y la contingencia son dos elementos claves de la historia, no toda la sociedad argentina se ha resignado a ser de derecha, nadie creía 4 años atrás en el panorama actual, cuando Cristina sacó el 54% de los votos y la segunda fórmula más votada fue la encabezada en aquel momento por Hermes Binner, que al menos se identifica con el socialismo, es decir que fueron elecciones donde la mayoría de los votantes se inclinaron hacia fórmulas macro-progresistas, ¿por qué creer entonces que está garantizado que el futuro será cada vez más fascista y la sociedad en cada elección solo deberá elegir entre matices de la derecha? Porque no creer que solo se tratan de “relevos” en palabras de Jean Baudrillard, que hacen las masas en cada elección.
No se puede decir que volvimos al 76, no se puede hablar de dictadura, eso es insultar la memoria de los desaparecidos, es cagarse en su dolor, banalizar y ridiculizar la lucha de esos años. ¿O acaso duele lo mismo que te echen de un puesto muchas veces esencialmente burocrático en el estado a que te torturen horas y horas para luego arrojarte vivo al mar? Pero hay una diferencia fundamental y es que en ese periodo tan oscuro no existían las redes sociales, un elemento que ha cambiado el transcurso de la historia humana, hoy la información ya no es monopólica, cada medida tomada por un gobierno es juzgada por un gigante tribunal civil, llamado Facebook o twitter. Todas las medidas tomadas por Martínez de Hoz o Cavallo, todas las muertes durante la dictadura o el gobierno de Menem pasaban desapercibidas, y muchos años después recién nos pudimos enterar cuales eran los planes económicos ejecutados, a diferencia de hoy, donde cada medida toma conocimiento público y es súper difundida en cuestión de segundos.
Desde los grandes medios y desde los grandes partidos buscan persuadirnos de que la realidad política está predeterminada, que el bienestar se alcanza obedeciendo al programa patronal y que no queda otra. Y si bien el kirchnerismo ni siquiera tiene un discurso anticapitalista y cree en los modos de producción del capitalismo, para la mayoría de los argentinos algunas de sus medidas de tono igualitario fueron más que motivo suficiente como para no votarlos nuevamente y permitir la revancha vigente.
Las discusiones principales en cuestiones de política coyuntural siempre deberían resolverse con soluciones del centro hacia la izquierda, porque allí siempre habrá más dinámica, compasión y solidaridad, la derecha es conocida por su canibalismo e inmovilidad, por eso nadie le cree cuando baila, pero pareciera que lo máximo que está dispuesta a soportar la sociedad argentina es un derechoso centro. No solo los grandes medios, históricamente y mundialmente símbolos de la derecha conspiran y trabajan por una sociedad horrible, sino también todos aquellos que se autodenominan de izquierda y que piensan que los pobres no pueden intervenir en política sino es a través de voceros, que creen que los pobres son incapaces de pensar y representarse solos. Aquellos que bajo una remera de Evita o del Che tienen un enano fascista muy bien escondido, y que supuestamente son los que liberaran la patria y nos llevaran a la victoria.
Tampoco esta crítica se sostiene en la ingenuidad de afirmar que en las villas o en las poblaciones conurbanas hoy pasa algo grande en lo político, por lo cual resulta doblemente cruel la postura de subestimar y burlarse del pueblo villero. El villero tampoco pelea mucho por representarse, la cumbre de la felicidad es tener un tutor que le deje poner su nombre en una revista progre. A los villeros vienen unas personas de afuera, le pintan las paredes con los rostros de ciertos próceres revolucionarios que en la villa casi nadie conoce, se sube la foto a Facebook de la jornada muralista y ya pareciera que en las villas hay una “re movida”. Cuando lo verdadero, lo original, lo novedoso, lo justo y lo coherente sería pintar también rostros de villeros muertos, sean trabajadores o pibes chorros, rostros de personas que pertenecieron a ese hábitat. Lo distinto sería leer y que nos dejen escuchar el real dialecto que hay en las villas y no que se anule a ese lunfardo desde una moral infantil que no deja al villero hablar como quiere porque “hay que hablar bien” y el villero “habla mal”. Aunque ciertos valores de convivencia comunitaria aún se conservan en las villas, aunque todavía sobreviven ciertas dosis de compañerismo, en los últimos años hubo un cambio de paradigma y aquellos vecinos que en el pasado trataban de ayudar a los pibes perdidos en la droga o en la violencia, hoy abrazan con llamativa furia los discursos más insensibles y monstruosos sobre los pibes, repitiendo el pedido de la clase media; “que los maten no sin antes torturarlos”. Incluso hasta festejando cuando muere un pibe, que podría ser su propio hijo. Y en eso tuvo mucho que ver la filosofía peronista de sacralizar la fábrica y ofrecerla junto a la obra en construcción como máximo paraíso posible para el villero, de ahí resulta que el albañil y el obrero, con el cuerpo explotado y doblado odie y deteste más a los pibes chorros que a quien lo explota por migajas. 
“¿Por qué siguen robando si creamos 5 millones de puesto de trabajo y les dimos un montón de cosas? “Entiendo que roben en los 90 cuando había hambre pero no hoy que hay trabajo”, han sido frases que he escuchado decir a grandes cuadros del kirchnerismo. Y una de las grandes parodias de esta época fue escuchar en los medios que el kirchnerismo era condescendiente con los pibes chorros, que inundó todos los tribunales de garantismo, que casi negaba ser a la policía, cuando hasta las estadísticas oficiales exhiben un incremento exponencial y descomunal de los casos de gatillos fáciles o “muertes en enfrentamientos”, de los “suicidios en comisarías” y ni hablar del hacinamiento en las cárceles. Y si es verdad que aumentó la delincuencia durante la década ganada, como decía Foucalt, justamente sobre cuando se habla si aumenta año tras años la cantidad de delincuentes; “Es un hecho que nunca se ha podido comprobar con rigurosidad estadística”. Pero sin embargo según los grandes medios pareciera que el kirchnerismo era casi anárquico y fomentador de los pibes chorros, pero la realidad es que acribilló a miles y cuasi-militarizó muchas villas. Se podía escribir uno o varios libros enteros sobre el accionar horroroso que tuvieron las fuerzas de seguridad en las villas durante el kirchnerismo, llegando a abusos extremos, torturas y violencia de género explícita hacia niñas y pre adolescentes inclusive. Hasta reemplazaron el término represión por uno más suave «Violencia institucional», para que no quede en la conciencia popular que el kirchnerismo reprimía.
“No existen los gobiernos de izquierda” decía Deleuze, entonces ¿De dónde nace esa extraña necesidad de obligarnos a creer que el kirchnerismo o los peronismos fueron gobiernos de izquierdas? Mi versión es porque la sociedad argentina a pesar de tanta carnicería a lo largo de su historia mantiene una chispa de insubordinación, que a veces se hace llama y otras veces ceniza. Hay personas que se han esforzado por mantener vivo a los mártires emancipadores, y aunque la cantidad de argentinos que reivindica ciertas luchas sea escasa, es garantía de futuro, es semilla arrojada en tierra fértil. Si el kirchnerismo no sabe interpretar esa rabia lo harán otros movimientos, y si trabaja para ser solo un mero partido más de la rancia y putrefacta democracia capitalista, serán sus mismos militantes los que romperán los cercos y portones y se fugaran hacia otras expresiones más valientes. Porque hay durmiendo en la sociedad desde hace tiempo otra fuerza y propuesta diferente a todo lo visto, una potencia que no va a conformarse, que se vio seducida por el kirchnerismo, ya que venía de décadas de desilusiones, fracasos, derrotas y resignaciones y ¿quién no necesita aferrarse a algo cuando en apariencia comparte nuestras utopías? Pero estamos ante la primer gran prueba que tiene ese espacio político que contuvo y sembró la esperanza en tantos para ver si realmente es un proyecto popular, para ver hasta donde se anima a resistir, hasta donde cede en el congreso, con cuanta pasión defiende a los desocupados, cuanto repite o contradice lo que imponga la agenda mediática, si trabajará para fortalecer y dejar radiante a la democracia capitalista o si se atreve aunque sea a cuestionarla. Si deja que sus militantes por lo menos obtengan el permiso para usar la imaginación y crear novedades y no recrear o simplemente hacer remakes de películas antiguas. 
Porque el kirchnerismo fue uno de los perfeccionistas en esa derechización de la sociedad, no salió a interpelar nunca firmemente a los discursos reaccionarios sino que los incorporó a su gobierno, muchos reaccionarios fueron ministros y parte del gobierno saliente. Cuando prometió profundizar fue cuando más se volvió conservador, cuando más apoyo tuvo de la gente para tomar medidas arriesgadas en favor de las masas, fue cuando devaluó y estancó la economía. Fueron años donde nos obligaron a aceptar al kirchnerismo como la cúspide de las ideas de izquierda, cuando en todos sus grandes referentes el modo de vida es igual al de la “gente de derecha”, se visten, hablan y comen en los mismos lugares. Tampoco pido esa puesta en escena de pobreza a lo Pepe Mujica, no me interesa que el presidente sea hippie sino le toca el culo a las multinacionales, sino saca leyes que generen igualdades. La década ganada fueron tiempos de una compleja ambigüedad, donde convivieron en la misma casa algunos ideales socialistas con oligarcas clásicos y eclesiásticos, durmiendo en la misma cama el que piensa en asistir y el que piensa en reprimir, tanta pluralidad que nadie sabe bien que piensa el kirchnerismo. Una ensalada de farsas y posturas que algunos llamaron transversalidad o frente, y ahí tienen los resultados, ni 3 meses de la derrota y cada vez son menos los que se reivindican kirchneristas.

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