Anarquía Coronada

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Clásicos, populistas y postmodernos: breve comentario a Jorge Alemán

Pedro Yagüe y Diego Sztulwark


Jorge Alemán discute en su reciente artículo (“Neoliberalismo, experiencias populares e izquierdas”) con dos caricaturas que él mismo construye: la izquierda clásica y la izquierda posmoderna. Ambas, afirma el Consejero cultural de la embajada Argentina en España, critican las experiencias populares latinoamericanas sin advertir las transformaciones estructurales que estos procesos llevaron a cabo. El tipo de discusión que Alemán plantea en su artículo nos habla menos de las izquierdas con las que pretende discutir que de su propia necesidad de caricaturizarlas para así refutar fácilmente objeciones simplistas que nadie realizó.


Alemán señala que la izquierda argentina se regocija en la comodidad de dos críticas falaces a los procesos latinoamericanos: 1) la incapacidad de salir del modelo extractivista, 2) la producción indeseada de una “clase media consumista”. La falacia de estas críticas radica, según el propio autor, en no advertir la imposibilidad de los gobiernos latinoamericanos de jugar en un terreno diferente al que la agenda neoliberal les impuso. Esta agenda neoliberal aparecería entonces como el punto de partida de cualquier política transformadora. Es desde los pliegues de su poder que las experiencias populistas logran, según él, intervenir políticamente con eficacia. El problema es que el neoliberalismo pareciera tener la agenda bastante cargada y hará falta contar con algo más que con fe y esperanza para desarticular su renovado ímpetu gerencial-securitista.
Dos oraciones después de relativizar los efectos subjetivos del consumo Alemán sostiene que la subjetividad neoliberal “provoca en la propia vida íntima una relación bloqueada casi en su totalidad con todo intento de transformación, que no coincida con una mera “gestión”. ¿Puede esperarse que una sociedad en la que la inclusión fue planteada desde el consumo no desee ahora una buena gestión? ¿No era ése el atributo principal de Randazzo, quien, según el ala progresista del FPV, era el representante más adecuado al “modelo”? Consumo y gestión aparecen hoy como dos caras de una misma moneda.
El modelo neoextractivista permaneció intacto durante estos años. Las permanentes luchas que lo enfrentaron no pudieron entrar nunca en la agenda oficial. Más bien lo contrario. Por lo que suena a mala fe invocar aquí razones de imposibilidad estructural para modificar este rasgo salvaje del modo de acumulación mientras que en otros ámbitos se acude con razón a la voluntad política como fuerza capaz de problematizar todo aquello que el neoliberalismo naturaliza. Y no nos referimos sólo al problema asociado a la fuga de dinero por parte de las grandes empresas (fuga que la legislación financiera vigente posibilita), sino también el impacto ambiental y su fuerte influencia en la salud y los modos de vida de la población.
Desde lo que llama la “Izquierda clásica” podría recordársele a Alemán que los trabajadores de Cresta Roja pelean en este mismo momento para que cinco mil familias no queden en las calles. Ellos participan, a pesar de Alemán, de eso que no vemos cómo denominar sino “clase obrera”. Y dado que la “Izquierda postmoderna” es la que ha identificado el campo político con el de la producción de subjetividad, no sería ocioso preguntarle desde allí a Alemán cuál es el aporte especifico de la izquierda “lacaniana” o “populista” a esta noción productiva de la política más allá de insistir con la ecuación prototípica de: Estado = Orden Simbólico = Clase Media intelectual. Ecuación que se ha mostrado insuficiente a la hora de desplazar la batalla cultural del terreno de las ideas a la de los afectos, como puede leerse en la coyuntura actual. ¿No se equivoca Alemán en buscar culpas afuera en lugar de ayudar a pensar los límites de los razonamientos de estos últimos años, sin los cuales será difícil asumir el desafío político actual representado por el macrismo?
Alemán tiene razón al sostener que si las experiencias populares fueran inoperantes entonces no se entendería por qué “tanto empeño en las oligarquías financieras nacionales e internacionales en pagar cualquier precio por arruinar a esos proyectos y contratar a todo tipo de mercenarios mediáticos para destruirlos”. Pero este modo de preguntar se vuelve retórico porque no permite formular el interrogante del momento: ¿qué es lo que no funcionó durante estos años en el modo de concebir el protagonismo popular? La izquierda llamada clásica podría recordarle a nuestro autor que durante este “largo” proceso el sector financiero nacional e internacional fue uno de los principales beneficiarios económicos y jurídicos. Y lo que él llama izquierda postmoderna tal vez podría ayudarlo a señalar los límites de una concepción de la inclusión incapaz de trastocar jerarquías (las rémoras de colonialismo interno en el propio proceso de inclusión), de alterar el fondo de la precariedad social, de denunciar el accionar de las fuerzas represivas en los barrios pobres y de repensar un modelo de consumo por fuera de la propia subjetividad neoliberal. 
Más que inventar izquierdas caricaturales funcionales al proceso de culpabilización por la derrota electoral del FpV, mejor haríamos todos en comprender qué es lo que pasó para que del proceso latinoamericano de los gobiernos llamados progresistas surgiera una coyuntura tan oscura como la actual (que no podemos adjudicar sólo a los enemigos del proceso sin pensar a fondo el modo de concentración de la decisión política de los propios gobiernos). Más que inventar caricaturas a las que rebatir, mejor haríamos en imaginar juntos cómo superar los límites teóricos y prácticos que todos quienes participamos de estos procesos evidenciamos.

Elecciones, crisis y decepción

Pablo Stefanoni

La Revolución Bolivariana se encamina hacia las parlamentarias del 6 de diciembre en un contexto de crisis originado en la ausencia de un liderazgo carismático y la caída de la renta petrolera. Los diversos sectores de la oposición llaman a canalizar mediante el voto un descontento que alcanza incluso a los “chavistas no maduristas”.
La nación venezolana depende ahora de los jóvenes profesionales que migran; como en el caso de la diáspora armenia, ellos serán los encargados de preservar nuestra cultura.” La frase, dicha por una “señora bien” refleja dos síntomas de la Venezuela actual: las tendencias escapistas de una parte de los críticos del régimen de Nicolás Maduro y, al mismo tiempo, una situación que parece tocar fondo y –por razones reales o imaginadas– dejaría a la emigración como única opción de futuro para muchos jóvenes profesionales pertenecientes a las clases medias o altas. Un video de 2012, disponible en Youtube, habla de Caracas como una “ciudad de despedidas”. “Mis fines de semana son para despedir amigos”, dice uno de los participantes; “Estoy enamorado de Caracas pero no podemos vivir juntos”, acota otro, y la canción de fondo reza: “Parece que mi vida dejó de ser interesante” (1). Al mismo tiempo, los rostros y fenotipos (blancos) así como las marcas sociales (de las clases medias altas) dejan ver una de las grietas de la sociedad venezolana, que no empezó con Chávez pero que sí se politizó desde fines de los años 90 (2). Hoy la crisis fomenta estos discursos, pero la decepción también parece incluir a muchos “chavistas pero no maduristas”.

Si la fuente de legitimidad del chavismo fue la poderosa combinación de carisma del líder y elevada renta petrolera, con proyecciones hacia toda América Latina, el fallecimiento del Comandante Supremo, oficialmente el 5 de marzo de 2013, y la caída de los precios del petróleo erosionaron en sus cimientos a la Revolución Bolivariana. Por su parte, en la oposición predomina la expectativa respecto a los comicios parlamentarios del 6 de diciembre, aunque sin la certeza de que la crisis juegue automáticamente a su favor en las dimensiones que sus líderes y adherentes desean. Ahora la apuesta es al “factor López”, quien, tras su reciente condena, se ha transformado en un virtual mártir de la democracia y las libertades desde la cárcel de Ramo Verde.

Economista, 44 años, descendiente de Simón Bolívar de parte de su madre, buen orador y ex alcalde de Chacao, Leopoldo López fue encarcelado hace un año y medio acusado de incitar a las protestas en las que el dirigente antichavista buscó desplegar en las calles la estrategia conocida como “La salida” (para forzar la renuncia de Nicolás Maduro, cuyo mandato termina recién en 2019), condimentada por las llamadas “guarimbas”. Y el pasado 10 de septiembre fue condenado a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de prisión por la jueza Susana Barreiros, quien ocupa su magistratura de forma “provisional”. “Si me condena, le va a dar más miedo a usted leer la sentencia que a mí recibirla”, interpeló el dirigente opositor a la magistrada en la última audiencia, cuando en Caracas se esperaba con ansiedad la decisión del tribunal.

Esa ocupación de las calles –que culminó con 43 muertos, unos 600 heridos y centenares de detenidos– chocó entonces con la apuesta electoral de líderes como Henrique Capriles, del partido Primero Justicia, que en 2013 había estado cerca de derrotar a Maduro en las urnas. Ahora la oposición llama a “canalizar el descontento” en el voto del 6 de diciembre. En el nuevo escenario, salir a la calle significa acudir en masa a votar contra el gobierno. “La Justicia en ntra Venezuela está podrida (sic), hoy +q nunca entendamos q el camino a la libertad de Leopoldo y todos empieza el #6D”, tuiteó rápidamente Capriles.


“Matar un tigrito” 

Los llamados bachaqueros son un grupo social emergente de la crisis venezolana. Se trata de los revendedores de productos básicos que no se pueden conseguir en supermercados o tiendas y cuya escasez provocó que las largas colas se volvieran parte del paisaje venezolano. Muchos de esos productos están regulados por la Ley de Precios Justos que, además, penaliza con cinco años de cárcel esa actividad, sin conseguir contener la “plaga”, como llamó a los bachaqueros el poderoso presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. El alcalde oficialista de La Victoria, Juan Carlos Sánchez, fue más allá: en la lógica de la “reeducación”, obligó a varios bachaqueros capturados a realizar trabajo comunitario vestidos con mamelucos de colores chillones con la leyenda “Soy bachaquero, quiero cambiar”. Y lo mismo ocurrió en Puerto Cabello pese a las críticas de organizaciones de derechos humanos que señalan que los alcaldes no pueden imponer penas.

Pero esta “plaga” tiene como caldo de cultivo una situación de escasez que el presidente Nicolás Maduro atribuye a la “guerra económica” contra su gobierno. Muchos venezolanos pasan siete u ocho horas a la semana haciendo colas (de acuerdo a su disponibilidad de tiempo). En teoría, cada uno puede comprar el día que le toca según el último número de su documento, pero muchos van a hacer trueque a las filas, a “resolver”, a “matar un tigrito”. Para comprar productos regulados hay que poner el dedo en un captahuellas electrónico. En Caracas dicen que antes el término “bucear” se usaba cuando alguien miraba a una chica o un chico por la calle, y que ahora se utiliza también para observar, con más o menos disimulo, lo que otros llevan en sus bolsas: harina PAN (utilizada para hacer arepas) , champú, desodorante, máquinas de afeitar e incluso papel higiénico, así como numerosos medicamentos son algunos de los productos “escasos” –y/o excesivamente caros en el mercado negro– que les quitan el sueño a los venezolanos.

El cierre de la frontera con Colombia en el estado de Táchira se vincula con el mismo problema: la corrupción y el contrabando, sobre todo de combustible, que en Venezuela es casi gratis (3). Llenar un tanque de un automóvil promedio cuesta unos 4 bolívares, mientras que una cajita de chicles llega a 60. Pero a esto se suman los cuatro tipos de cambio, que van desde 6,30 (el que se usa para importar medicinas y alimentos) hasta 700 bolívares (el dólar paralelo), pasando por uno de 13,50 (que se utiliza para bolivarizar los gastos de los viajeros que consiguen permisos (4)) y otro de unos 200 bolívares. Una práctica expandida es viajar al exterior a “raspar tarjetas”: se consiguen dólares en efectivo mediante falsas compras, luego esas compras se bolivarizan al valor oficial y los billetes conseguidos son cambiados, al regreso, en el mercado negro. En varias ciudades de Latinoamérica hay puntos para “raspar” y las ganancias justifican el viaje y la estadía fuera de Venezuela. 

En una reunión de la ONG Unión Vecinal en el barrio popular de Catia, en el oeste de Caracas, priman los críticos y también el escepticismo. “Tenemos que hacer colas kilométricas para comprar dos pollos, acá tenemos que guapear todos los días. ¿Qué esperamos? A veces ya no esperamos nada”, dice Mercedes Pérez, que lidera el colectivo de mujeres emprendedoras ATRAEM. Otro dice, para explicar su mala situación: “Yo no tengo ni pistola, ni estoy enchufado, ni tengo contactos con el gobierno” y un tercero explica por qué a la oposición le cuesta tanto crecer, incluso en el actual escenario de crisis: “Algunos opositores creen que estamos en la IV República [antes de la V de Chávez], que porque la gente esté arrecha [enojada] con el chavismo va a votar por la oposición. Antes era así, entre adecos y copeyanos (5), pero ya no funciona de esa manera”.
La oposición está articulada en torno a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), a la que se sumó una treintena de partidos, y es controlada por el denominado G4, compuesto por los partidos Voluntad Popular, de Leopoldo López; Primero Justicia, del ex candidato presidencial Henrique Capriles; la tradicional y hoy debilitada Acción Democrática (AD), y Un Nuevo Tiempo, liderado por el también ex presidenciable y ex gobernador de Zulia Manuel Rosales, actualmente autoexiliado en Panamá. Un problema de la oposición para llegar a los sectores populares es el origen de “niños ricos” de sus tres principales líderes (Capriles, López y María Corina Machado), en un contexto de clasismo y racismo estructurador de jerarquías sociales que Chávez fue capaz de visibilizar y politizar presentándose él mismo como un mulato. Por eso muchos antichavistas lo llamaban mono, haciendo un juego de palabras con “mico-mandante”. Mientras que el partido que lidera López –Voluntad Popular– se considera a sí mismo como socialdemócrata, y fue aceptado como observador en la Internacional Socialista, para el oficialismo se trata de una oposición de extrema derecha que quiere desestabilizar al gobierno con apoyo externo.

Hoy, en el contexto de deterioro económico y falta de un liderazgo carismático, el chavismo vive una crisis emocional y partidos más pequeños como Marea Socialista buscan capitalizar el descontento en clave “chavista pero no madurista”. El eje de su campaña, por estos días, es la Plataforma para una auditoría pública y ciudadana para “detener el desfalco, la fuga de divisas y la corrupción”. “Marea busca contener a los decepcionados, evitando que se vayan a la oposición”, resume su líder Nicmer Evans, quien considera que su partido sufre una suerte de proscripción en virtud de la cantidad de candidatos invalidados de su fuerza, incluido él mismo.

Socialismo militar 

Una arista del chavismo fue, desde el comienzo, la fuerte presencia de los militares en el gobierno, y esa presencia no ha hecho más que aumentar tras la muerte del presidente. “Nunca los militares tuvieron tanto peso económico y político, ni siquiera con la dictadura de [Marcos] Pérez Jiménez (1953-1958)”, dice el historiador Tomás Straka. Doce de los veintitrés gobernadores provienen de las fuerzas armadas. Y una gran proporción de los altos funcionarios lucen o lucieron uniformes verde oliva. El propio Chávez dijo, en 2013, que Pérez Jiménez había sido uno de los mejores presidentes de Venezuela (6).

Hoy, algunos chavistas críticos se ven entre la espada, los militares, y la pared: Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez, ex chofer de metrobús y hombre muy cercano a Cuba. Maduro revalidó su poder frente a Capriles triunfando por escaso margen (50,6 a 49,1%) el 14 de abril de 2013. Hoy, los militares son acusados, con evidencias, de formar parte de vastas redes de contrabando en la frontera con Colombia y de estar involucrados en numerosas corruptelas con las importaciones de alimentos y equipos médicos, sobre todo desde China.

El problema es que si el chavismo tiene filones autoritarios –y violatorios de la división de poderes (7)– está lejos de generar un orden, y ese autoritarismo, a menudo, es desorganizador en varias dimensiones. En ese marco, Venezuela vive una profunda crisis de seguridad: la vida nocturna de Caracas se fue apagando al ritmo de los datos que la posicionan como una de las ciudades con más crímenes del mundo; los secuestros son parte de los argumentos para migrar, y las cárceles funcionan como fortalezas en las que el Estado solo controla las murallas, dejando que en su interior operen todo tipo de redes criminales lideradas por los llamados Pranes (PRAN: preso reincidente asesino nato). El asesinato de la ex reina de belleza Mónica Spear en enero de 2014 conmovió a los venezolanos y puso el tema en los medios internacionales. En cada restaurante de Caracas hay colgado un cartel que prohíbe la portación de armas y municiones. Y ese clima de violencia está en la base de la puesta en marcha de la controvertida Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP), que para la organización de derechos humanos Provea impulsa acciones de las fuerzas militares que carecen de cualquier garantía; incluso chavistas críticos consideran que termina por criminalizar los barrios y la pobreza.

A esto se suman diversos grupos políticos armados, como algunos de los llamados colectivos, organizados para “defender a la Revolución” y que responden a diferentes liderazgos. Entre ellos se encuentran La Piedrita, Tupamaros, Alexis Vive o 5 de Mayo. Pero también otras organizaciones militarizadas son los Comandos Populares Antigolpe, las Milicias Estudiantiles y Campesinas, la Brigada Especial contra las Actuaciones de los Grupos Generadores de Violencia, la Fuerza de Choque de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana o las Milicias Obreras (8).

Maduro vuelve a apelar a un libreto conocido: denuncia intentos de asesinato de la derecha uribista, una guerra económica y otras amenazas –reales, exageradas e imaginadas–, sin prestar suficiente atención a las propias dinámicas económicas que genera el desorden monetario. El salario mínimo es de 10 dólares a la cotización del paralelo, que está fuera de control, lo cual termina alentando la creatividad popular para conseguir los productos básicos. Venezuela sigue importando casi todo lo que consume, lo que agrava la crisis, y la “siembra de petróleo” fue otra vez, como en el anterior auge petrolero de los 70 con la Gran Venezuela de Carlos Andrés Pérez y su Estado de Bienestar, una quimera.

La muerte de Chávez y la desorganización económica acabaron con la perspectiva de algún tipo de “socialismo del siglo XXI” (el creador del término, Heinz Dieterich, es hoy un opositor radical a Maduro). El propio Cabello advirtió desde su programa “Con El Mazo Dando” sobre los riesgos de división dentro del chavismo y del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). En ese programa, el líder del ala militar del chavismo suele utilizar información de los “patriotas cooperantes”, informantes destinados a combatir a los “escuálidos”, como se denomina a los opositores en el militarizado lenguaje chavista.

Escenario incierto 

Desde la oposición piensan en ganar la Asamblea y desde allí abrir espacios de negociación con el gobierno. Pero, pese a la crisis, el escenario electoral no es sencillo y además, el armado de las circunscripciones electorales beneficia al oficialismo. Por lo pronto, muchos en ese espacio tratan de despegarse del mote de derechistas con que los trata el chavismo. Por ejemplo, Freddy Guevara, 29 años, parte de la generación de estudiantes que se movilizaron en 2007 y uno de los líderes del partido de Leopoldo López, ubicó entre sus influencias “la socialdemocracia, el socialismo liberal, el anarquismo de Kropotkin y la democracia liberal”.

En un clima de expectación, hay quienes imaginan barcos llenos de alimentos para descargar justo antes de las elecciones y otras maniobras oficiales de último momento, siempre vinculadas al consumo de primera necesidad. Algo estilo “Dakazo”, en referencia a la ocupación gubernamental de la tienda Daka y la puesta a la venta de sus productos a “precios justos”, en el marco del relato de la guerra económica, en las pasadas elecciones para cargos locales.

En algunas santerías caraqueñas hoy se vende la imagen de Chávez, y la gran incógnita es qué harán los chavistas desencantados el 6 D. Lo que es claro es que cada vez menos opositores parecen imaginar un reemplazo tout court del chavismo y anticipan un intrincado y sinuoso escenario de pactos entre sectores del oficialismo y de la oposición para diseñar la Venezuela postchavista. Tras el frustrado intento de golpe de 1992, Hugo Chávez fue encarcelado y luego liberado por el presidente Rafael Caldera… “Por ahora no pudimos”, profetizó… Habrá que ver entonces cómo afecta la dura condena judicial al líder de Voluntad Popular y a la oposición en su conjunto.
2. Para poner este tema en perspectiva histórica, véase: Tomás Straka, “La larga tristeza”, La República fragmentada. Claves para entender a Venezuela, Alfa, Caracas, 2015.
3. Sobre los abusos y expresiones de xenofobia involucrados en esta operación, véase Daniel Pardo: “‘D’, la marca que condena al derrumbe las casas de los colombianos deportados de Venezuela”, BBC en español, 26-8-15.
4. Para conseguir cupos de dólares para viajar al exterior es necesario tener una cuenta en un banco estatal, pero el sistema público se encuentra desbordado de solicitudes.
5. Por los partidos AD (Acción Democrática, socialdemócrata) y Copei (Comité de Organización Política Electoral Independiente, socialcristiano).
6. “Yo creo que el general Pérez Jiménez fue el mejor presidente que tuvo Venezuela en mucho tiempo. ¡Ufff! Fue mejor que Rómulo Betancourt, fue mejor que toditos ellos. No los voy a nombrar. Fue mejor, ¡Aahh! Lo odiaban porque era militar”, El Universal, Caracas, 23-1-13.
7. La propia presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estela Morales, dijo en una ocasión que la división de poderes debilita al Estado (El Universal, Caracas, 5-12-09).
8. Situación de los derechos humanos en Venezuela. Informe anual enero/diciembre 2014, Provea, Caracas, 2014. 

El Califato es letrado

Jean-Claude Milner

(Traducción: Hugo Savino)


París, capital del siglo XIX, Marx y Baudelaire creyeron en eso. Lejos del trabajo obligado, lejos de las obligaciones de la regla, la multitud parisina les parecía representar, como un reflejo fugitivo, la felicidad de los pueblos. Ahora bien, no se creía más en eso. Muchas buenas intenciones habían transformado la Ciudad Luz en aldea. Pero el califato es letrado. Discernió que en París, una noche de lo más común, por la fuerza del recuerdo, es un testimonio de las revoluciones y de las fiestas. Teatros, terrazas, mujeres sin velo, música, fútbol, en la medida en que existan ciudades donde eso es moneda corriente, ninguna de las conquistas del califato es definitivamente firme. Nueva York era uno de esos lugares privilegiados; New York fue castigada. Después de más de una decena de años, París, nombre exaltado por la cultura, es castigada a su vez. Entre dos capitales de la modernidad, dos capitales de la antigüedad pagana, Sumeria y Palmira.
Retroactivamente, el Califato se apropió del 11 de septiembre, para hacer de él el instante cero de una serie indefinida. Se arroga la misión de llevar a cabo operaciones de policía moral y religiosa a la escala mundial. El Califato es letrado, pero también hace política, en el presente. Más que nadie, tiene conciencia de que Europa, al acoger a un número creciente de musulmanes, de ahora en más hizo que surja un islam europeo, que se agrega a los islamismos árabes, turco e iraní. Este nuevo islam es un desafío. El Califato se ufana de confiscarlo, pero sabe que la partida no está ganada de antemano. Si por casualidad se llegara a perder, el Islam europeo, de aliado potencial pasa a ser un rival.
Ahora bien, a los que saben ver se les impone una evidencia: la capital de los musulmanes de Europa, es París. Por el número en primer lugar, pero también por la inteligencia de algunas elecciones: más perspicaz que muchos otros, el Califato reconoció una mano tendida en la interdicción de llevar el velo: ¿y si la tomara, qué sucedería?
En el rechazo a los comunitarismos, supo reconocer una ocasión sin precedente que se le ofrecía a la igualdad: teme que algunos musulmanes la aprovechen. Por encima de todo, temen el laicismo espontáneo del transeúnte ordinario: ¿qué sucedería si los musulmanes de Europa se diesen cuenta de que la indiferencia en materia de religión les está permitida como a todo el mundo? Semejantes abominaciones y perversiones no se encuentran en ninguna parte tan abiertamente como en París. Cada esquina, cada monumento incita a eso.
Se anuncian algunas perturbaciones, ¿quién tiene que tener más temor? No creo que sean París, Francia o Europa: corren el riesgo de ser heridos, pero no hay peligro de que sean aniquilados. Aquellos a los que el Califato quiere conducir a la muerte, son sus propios sujetos. Los ataques del 13 de noviembre mataron indiscriminadamente, sin la menor precaución para ahorrar la vida de musulmanes. Era preciso que algunos musulmanes mueran. La advertencia mayor les estaba destinada.
En el transcurso de la proclamación del Califato, el 29 de junio del 2014, un estado había nacido; se atribuyó una extensión universal; se dotó de tres leyes fundamentales:
1.  Todo musulmán es, cuerpo y alma, sujeto del Califato.
2.  Todo no musulmán es enemigo del Califato.
3.  Todo ser humano, musulmán o no, que no acepte las dos primeras leyes comete un crimen, punible con la muerte.
Ahora bien, los sujetos europeos del Califato viven en sociedades donde la sharía no ha triunfado. Son frágiles, hay que arrinconarlos. A los musulmanes de Europa, el Califato solo les deja tres posibilidades. O bien se unen a la jihad, o bien la sostienen sin unírsele y hacen concesiones en ese medio donde los jihadistas estarán “como pez en el agua”, o bien ayudan a la policía.
Integración cantan las almas bellas: a eso, los comanditarios de los ataques responden: a través de nuestros asesinatos, hemos puesto a la policía en el centro del juego. De ahora en adelante, los musulmanes de Europa deben entender que la integración pasa, para cada uno de ellos, por la denuncia de un vecino. Deben entender que, para ellos, la integración pasa por la vergüenza. A la muerte del cuerpo, debe responder la muerte del alma; al suicidio físico del jihadista, debe responder el suicidio moral del antijihadista. La experiencia mostró que ese tipo de elecciones es casi imposible. Pronto, las sociedades europeas vivirán algunos dramas, pero los musulmanes de Europa se hundirán en una tragedia. El Califato puso en marcha el mecanismo de su destrucción.
(fuente: http://blog.elp.org.es/)

Presentación de la revista La Biblioteca

La revista que el lector tiene en sus manos es portadora de una doble condición: ser parte de un linaje, evidente por su nombre e implícito por sus resonancias, que va desde su creación, imaginada por Paul Groussac hasta su recuperación en la segunda época por Jorge Luis Borges. Ese recorrido abarca su estación actual que pretende participar de la experiencia contemporánea sin dejar de abonar el filo polémico que siempre la animó. Su doble condición, ser histórica y actual, da cuenta de un tiempo de “larga duración”, como la historiografía moderna ha considerado aquello que, irreductible a las coyunturas, no dejaba de actuar en ellas traficando estilos, dilemas, proyectos y sensibilidades entre las distintas épocas en las que actúa. Pero a la vez, establece sus diferencias. No solo por el hecho de intervenir en los temas y discusiones del presente, sino porque las anteriores revistas tenían el sesgo fuerte y personal de sus directores. Aquí, en este caso, es la pluralidad la que define su impronta sin por ello desmerecer ni su propuesta ni su perspectiva. La Biblioteca, entonces, se propone abrevar en todas las tradiciones y con todos los lenguajes reales que componen el sustrato cultural del presente.
Heredera pudorosa de la invectiva groussaquiana y de las delicadas conjeturas borgeanas, La Biblioteca pretendió desde su primer número de los 15 que lleva esta tercera época, no hacer conce- siones a las lenguas oficiales ni a los memoriales escolarizados; rituales burocráticos de un fatigado ejercicio recordatorio de estados e instituciones. Memoria viva, problemática y ensayística. Bajo ese cruce singular, un conjunto de escritores, noveles y consagrados, académicos y autodidactas de las más variadas procedencias, han poblado sus páginas con la única exigencia de aportar sus puntos de vista con la máxima libertad creativa y con la impronta de una generosa y comprometida gratuidad. De ese modo, implicados con la construcción de una esfera pública y democrática, el vasto y heterogéneo colectivo de personas que acudió a esta cita (algunos escritores que han participado ya no viven, y son nombres que hoy recordamos especialmente con cariño, respeto y nostalgia) no lo hizo en carácter de “representante” de alguna tradición fija e inconmovible, pese a que todas ellas han sido –como lo dijimos– expresadas. Sino que, al participar de este encuentro, cada uno puso algo de sí, de índole del “exceso y la donación”, que ofrendó como reflexión, acertijo y enigma. No siempre se escribe sobre lo que se sabe, o para reafirmar lo que se conoce. Muchas veces se lo hace como una fibra interna del conocimiento, como un afán investigativo o una propensión a la reorganización de lo ya pensado. Cuando todas estas formas de la escritura participan de un proyecto, este sin duda se ve enriquecido, no por aquello de consensual que pueda tener este tiempo, sino por lo desafiante de ir más allá de nosotros mismos y ponernos en juego en la escritura.
Vivimos circunstancias en las que el exhibicionismo se afirma como mediatización de marcas y nombres. Lejos de esas evidencias, La Biblioteca ha buscado siempre ser parte de un desafío cada vez más imperioso: reencontrar las palabras y las cosas, aun en su necesaria e inevitable discrepancia, para que las lenguas no circulen como simples valores de cambio de un mercado global sino como parte de un pensamiento encarnado en las prácticas y los dramas de nuestra época.
Esta es una revista hecha por trabajadores de la Biblioteca Nacional. Y este hecho demuestra que puede haber una porosidad virtuosa entre el campo cultural y una institución que, lejos de ence- rrarse en sus clichés o sus inventarios celebratorios tipo “house organ”, está abierta a los problemas y sensibilidades del presente. A riesgo de arbitraria, La Biblioteca se sabe partícipe de una genea- logía: la tradición revisteril argentina que ha dado memorables expedientes. La Moda, Proa, Claridad, Sur, Contorno, Pasado y presente, La Rosa Blindada, Martín Fierro, Literal, Cristianismo y revolución, Nuevo Hombre, Poesía Buenos Aires, El Escarabajo de Oro, Tecné, Arturo, Madí y un largo conjunto de títulos forman, a menudo rivalizando entre sí, el temperamento crítico argentino. Muchas de esas revistas han sido publicadas en forma facsimilar por la editorial de la BN, lo que permitió poner en circulación estas iniciativas editoriales inhallables, y, en muchos casos, completar las colecciones ausentes en los anaqueles de la Biblioteca Nacional.
La construcción de una editora pública fue una marca de estos años. Al comienzo, muchos se preguntaron si era correcto que se invirtieran los fondos públicos en emprendimientos de estas carac- terísticas. Una discusión que se ha dado con intensidad. Luego de casi cuatrocientos títulos, pocos dudan de la conveniencia de esta labor. Hay también antecedentes de peso. La historia editorial del país, rica en sellos independientes, obras de traducción y edición popular abona estas perspectivas. Los nombres de Jorge Álvarez –una de las colecciones de Ediciones Biblioteca Nacional lleva su denominación– Alberto Díaz, Arnaldo Orfila Reynal, Boris Spivakow y José Aricó entre otros, nos resuenan como ecos lejanos y a la vez presentes. La posibilidad de editar títulos de buena calidad, al precio de costo, que combinen la tradición ilustrada con la difusión popular, sin establecer fronteras nítidas entre públicos lectores, obra como horizonte y fundamento de nuestro quehacer. Son libros financiados por el estado pero en modo alguno esto los hace rehenes de lenguajes estandarizados o estéticas predeterminadas. La selección de los textos que componen el catálogo, desde los literarios o sociológicos hasta las colecciones de libros infantiles, no está orientada ni por el afán de lucro ni por criterios exteriores al universo de la cultura libresca y sus innovaciones creativas. Pues esta editorial amalgama mundos y sensibilidades. La presencia del estado se combina con la sensibilidad de la crítica ensayística, la curiosidad historiográfica y científica, y fundamentalmente el empuje que viene del mundo de las editoriales independientes –cuando estas no habían sido aún consagradas como objeto de prestigio–, sin el cual esta experiencia de participación en las librerías y ferias, espacio natural de circulación del libro, y la capacidad de interactuar en estos mundos, difícilmente recombinables, podría haber existido. Libros raros y clásicos, ediciones facsimilares, cuentos infantiles, investiga- ciones, narrativa, ensayo y filosofía fueron poblando un catálogo abarcativo y de azarosa clasificación.
El trabajo realizado quisiera perseverar más allá de las incertezas del tiempo por venir. Decía Borges en el editorial del número 1 de La Biblioteca que dirigió en su segunda época:
…aspira a no ser indigna de quien la fundó, Paul Groussac, y de los tiempos arduos y valerosos en que ahora le toca vivir. Toda revista, como todo libro, es un diálogo; la suerte del que ahora iniciamos, también depende del lector, ese interlocutor silencioso.
Algo de esa intranquilidad nos recorre. Respecto a los legados, al presente, al mundo lector forjado por estos impulsos y a una experiencia histórica que debemos no dar por cancelada, pero a su vez, debemos recrear.
Este número de La Biblioteca ha sido consagrado a Ricardo Piglia. Porque en su figura se conjugan el escritor, el crítico y el intelectual humanista receptivo a los ecos de la historia. En él, como en otros tantos nombres de su generación, se resume un ciclo histórico al que convocamos para relanzar una nueva intuición cultural. Rescoldos de un tiempo hecho de lectores y escritores, sujetos enigmáticos e imaginarios de nuestro trabajo obstinado y de una búsqueda incesante.
Los editores
(*) Texto colectivo leído por Sebastián Scolnik como presentación de la revista La Biblioteca, el viernes 4 de diciembre en la Biblioteca Nacional, CABA.

HUMO #2 «Historias del fin»: presentación



Final del juego

Cuando comenzamos a pensar el número 2 de HUMO¸ al término de 2014, un sintagma dominaba la escena política y mediática: fin de ciclo. La finalización de una segunda presidencia reelecta, la pronunciada devaluación del peso de fines de ese año y comienzos de 2015, la ausencia de un heredero claro y distinto para proseguir los doce años anteriores, hacían del “fin de ciclo” una evidencia tan dura como incuestionada. Veníamos, como revista, de la ciudad y la movilidad e íbamos hacia el fin. A nivel nacional parecía estar sucediendo lo inverso.

Sin embargo, en cuanto levantamos la vista de la política y los medios, nos dimos cuenta de que la idea de fin nos había acompañado al menos los últimos veinticinco años. Criticamos a Fukuyama y su vaticinio del fin de las ideologías; citamos el modo en que una de estas ideologías auguraba el fin de la historia una vez que una clase triunfara sobre otra; recordamos a nuestras abuelas y cómo, de infantes, nos adoctrinaban sobre el apocalipsis, los cuatro jinetes y otros relatos escatológicos. El fin era nuestra carta robada de Poe: su extrema cercanía y visibilidad era lo que lo había vuelto invisible para nosotros.

Por último, en un momento de distensión, corrimos la vista de las discusiones y la colocamos sobre un televisor prendido que hacía de fondo de los intercambios: unos zombis mordían a humanos, o éstos mataban y apilaban a quienes habían muerto pero, como Cristo, resucitaban. El fin no era el santo y seña de una coyuntura, sino una condición de época. El fin era el comienzo, entre otras cosas, de nuestro próximo dossier.

Este número recorre distintos ámbitos y experiencias donde aquella dimensión se encuentra presente, o presente por ausencia: los ciclos, la violencia, la infancia, los afectos, el carnaval, la música, el barrio, la escritura, la amistad. Nos interesaba leer qué pensaban algunos amigos sobre esto y así fue que comenzamos a invitarlos.

Diego Sztulwark abre el número con una aproximación al fin de ciclo 2015 pensando en otra fecha que puede ser considerada fin pero también apertura: 19 y 20 de diciembre de 2001. ¿Qué quedó y qué murió de esos acontecimientos? Alejandro Boverio, dando vueltas a la idea de ciclo, glosa su cargada historia filosófica. Sergio Tonkonoff, por su parte, reflexiona sobre ciertos pensamientos en torno a la violencia, sus fines y medios.

Sin embargo no todo es política, también están los afectos. Leonardo Novak, a través de diapositivas, viaja a su infancia y reconstruye sutilmente las finalizaciones que atravesaron esa etapa de su vida. Es también la vida lo que está en juego en el precioso ensayo-crónica de Soledad Sánchez sobre su vecino singular; alguien sustraído de la socialidad mundana que desprecia aquello por lo que otros dan la vida: el dinero. Ensayando una aproximación poco romántica a la amistad, Mauro Greco se pregunta: ¿los amigos son para siempre?

El fin de los afectos —la infancia, un vecino, la amistad— puede ser sublimado mediante algún consumo cultural. Luciano Beccaría nos saca a pasear por carnavales argentinos del norte, murgas uruguayas y comparsas brasileras, y la pregunta baila entrelíneas: ¿dónde quedó lo popular o, mejor dicho, el exceso ingobernable, en estas fiestas organizadas para la expectación y pago de turistas? De vuelta del paseo, Carolina Nicora y Sebastián Stavisky nos dicen: nada puede ser tan malo, o sí lo es, pero hagamos de esto algo productivo y destructivo a la vez. El fin del punk comparte saliva con las auto-finalizaciones de vidas de un filósofo, una poetisa y un músico. ¿Dónde acaba, si es que lo hace, el límite entre un pensamiento y una vida, una obra musical y la propia biografía? Daniel Mundo, cerrando el bloque cultural, vuelve sobre el concepto y la práctica de acabar, no sólo en relación a una vida, sino también al sexo, el porno y los afectos.

Y, sin embargo, una vida —como un pensamiento, una canción, un cúmulo de cenizas— se dispersa. Jorge Pinedo se interna en la obra reciente de Gabriela Liffschitz, quien escribe, fotografía y piensa sobre su cáncer pero no desde él: el dolor como vitalidad, el fin de vida como disparador de escrituras alegres. Facundo Ruiz, cerrando la sección Escrituras, llena de agujeros la pregunta sobre lo que un escritor, a punto de morir, puede pensar desde su cama de hospital, sus colegas y las efemérides que puede recordar.

Este número cuenta también con una entrevista, un ensayo fotográfico y una —nueva— sección de archivos. Gilda Bevilacqua entrevistó a Hayden White, uno de los filósofos de la historia más renombrados de los últimos quince años: el fin de la historia, de determinada forma de entenderla y escribirla, e incluso de la humanidad en caso de que el capitalismo haga de su voluntad de poder —que si no crece desfallece— un suicidio anunciado, recorren la nota. El fin también está vivo en el excelente ensayo fotográfico con el que Eduardo Grossman, quien ilustra la tapa con una imagen de su autoría, divide el número: el punto de fuga como línea en el horizonte hacia la que vamos, o de la que regresamos. Por último, la sección Archivos se inaugura con una crónica de Joaquín Dicenta, escritor naturalista español del período de entre-siglos de quien sólo transcribimos sus palabras dejando intactos los modismos epocales, sobre un amigo suicidado al que va a despedir a la morgue judicial toledana, no sin antes dar cuenta de los niños jugando y las vecinas cuchicheando de esos suburbios. 

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# Ir a Espíritu y Materia, de Diego Sztulwark

Fragmentos de la presentación en La Tribu de «Conversaciones Ante la Máquina»

Fragmentos de la presentación en La Tribu del libro «Conversaciones Ante la Máquina: para salir del consenso desarrollista». Una selección de 21 entrevistas realizadas con activistas y pensadores de todo el mundo en la columna Clinamen del programa La Mar en Coche. Voces en orden de aparición: Sebastián Scolnik, Bruno Nápoli, Alejandro Horowicz, Neka Jara, Alberto Spagnolo, Colectivo Juguetes Perdidos y Christian Ferrer. Las canciones en orden de aparición pertenecen a Fede Cabral y Luis Alberto Spinetta.

El aire que precisamos respirar

Diego Picotto


  Más recuerdos tengo yo solo que los que habrían tenido todos los hombres, desde que el mundo es mundo… Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras”.

JLB

I.

“En el libro está todo, se dijo borgeanamente en la presentación de Conversaciones ante la máquina. Para salir del consenso desarrollista. Frase virtuosa por lo inespecífica: ¿qué es todo? ¿TODO? Pero el que habla sabe o lo sospecha y todo remite aquí a la totalidad de un dispositivo de intervención social, de experimentación política que (dis)funciona de modo bastante aceitado y del que este libro es tan solo una pieza, aunque dotada de un brillo singular.

Es sabido: Conversaciones es una “muestra intensiva” de 21 diálogos –sobre un conjunto que, fácil, la quintuplica– desarrollados bajo la forma de columna semanal de un programa de radio, La Mar en Coche, con más de una década al aire por FM La Tribu (88.7 Mhz). Que a su vez son puestos en circulación en las redes vía Ciudad Clinämen y Lobo Suelto!. Y comentadas y alimentadas por una red de amigxs de formas diversas (“no solo de amigxs personales, sino sobre todo amigxs «políticos», es decir, aquellos a los uno llama amigxs porque con ellxs se incrementan los afectos y conceptos necesarios para vivir en la ciudad”). Y publicados por Tinta Limón, una experiencia editorial autogestionada de la que forman parte varios de estos amigxs. Y presentados, ahora ya en formato libro, en el bar de La Tribu. Todo un circuito que cobra forma de red cuando cada nodo conecta, a su vez, con muchos más. Un circuito artesanal y alternativo, precisamente cuando estos dos calificativos no dicen absolutamente nada (flaco favor le hacen los calificativos a los dispositivos al facilitar su captura). Limitémonos simplemente a señalar su existencia y su curiosa capacidad de autoafirmación en tiempos neoliberales, es decir, en aquellos en los que la metáfora tiempo es dinero –pero también trabajo, consumo, deuda, precariedad– organiza (subjetiva) las existencias.

Una máquina compleja de producción de discurso público que no se deja reducir ni al periodismo, ni a la academia, ni a la filosofía, ni a las ciencias sociales. Mucho menos a la política. No es un discurso tampoco de “iluminados” ni “expertos”; ni cae en el patetismo de hablar bien de sí mismos, del pequeño problema doméstico; ni muere en conceptos desangelados, en escritura pre-fabricada. Ni colectivismo que legitimen la construcción de sí. Ni héroes salvíficos ni víctimas. Mucho menos elenco o aplaudidores (¡toda época plagada de aplaudidores!). Ni la jerga, ni la pereza, ni la pavada, ni la ideología, ni el compendio de lugares comunes. Pensar desde las propias existencias, desde los propios modos de vida. Contra todas las normalizaciones. Poniendo el cuerpo en el lenguaje. Experimentación con la comunicación y la creación de sentidos, de conceptos, de razones, en vivo y en directo. Cocina de un pensamiento político-colectivo cuando lo político normalizado hace rato abandonó tanto el pensamiento como lo colectivo.

A contrapelo de cierta «facilidad de palabra» propia de la época, la totalidad aludida parece remitir, entonces, a un campo de fuerzas organizado en torno de una palabra púbica que abre, a veces de modo violento, los problemas que logra elaborar. Pero ¿cómo conquistar imágenes cuya expresividad esté a la altura de la complejidad del momento? He aquí el desafío.

II.

Pero totalidad apunta también al conjunto de problemas, imágenes y conceptos que Conversaciones ante la máquina ofrece al pensamiento crítico y político actual al mapear los núcleos duros del entramado subjetivo y social, los afectos y potencias, las líneas de sumisión y de explotación, las resistencias e invención, las fuerzas en pugna que lo trazan y recorren.

De allí que ineludiblemente estas conversacionesconversen, a su vez, con muchas otras. En especial con las reunidas hace unos años atrás en Conversaciones en el Impasse, aquel balance del ciclo de luchas de los movimientos de América Latina y parte de Europa entre 1994 y 2004, elaborado en su ocaso. La noción misma de Impassedaba cuenta de una situación política y de un estado de ánimo histórico en el que las invenciones y luchas aparecían desgastadas: “tiempo en suspenso, en que todo acto vacila, y donde sin embargo ocurre todo aquello que requiere ser pensado de nuevo”. Es a este pedido de pensar de nuevo que responde el actual Conversaciones. Por eso lo que allí era tristeza e impotencia ante la constatación del agotamiento de la imaginación política de los movimientos, acá es afirmación de una nueva cartografía política desplegada a los fines de agujerear el consenso desarrollista que no es sino correlato directo de aquel agotamiento.

¿No es la vida mula (continuum de trabajo – consumo – precarización – deuda) muestra cabal de la derrota de la puesta en discusión del trabajo y del consumo en aquel ciclo de luchas? El precio y la calidad de los productos que hoy nos alimentan, ¿no son evidencia de la derrota en la discusión –impulsada centralmente por organizaciones campesinas e indígenas– sobre la soberanía alimentaria (que no hay que confundir con “seguridad alimentaria”) y el buen vivir? ¿Y no es sobre la derrota los usos comunes de la tierra que avanzan el neoxtractivismo y los desmontes; la sojizacióny los agrotóxicos; el securitismo y la especulación inmobiliaria? ¿Sobre el quiebre de qué lazo social se funda la financiarización y la deuda? A esta serie de «triunfos» se los conoce como neoliberalismo desde abajo, con sus geografías (como los “nuevos barrios”), sus sujetos (el “vecino”, el “piberío silvestre”, el “emprendedor”), su régimen (el de la precariedad/crueldad), su motor (el consumo), su moral (la del linchador urbano o la del depredador rural) y sus ganadores, los de siempre. A esto llamamos la máquina. ¿Es esto lo que hoy cobra un nuevo impulso?

III.

Un ciclo político puede contarse de modos diversos: es un problema de luminosidad. Las narrativas dominantes se organizan alrededor de ciertas figuras, nombres propios (héroes y villanos, mártires y redimidos, nosotros y ellos); a partir de batallas y conquistas, incluso de derrotas. Toda una épica que enorgullece a propios y enfurece a ajenos, pero que simplifica al absurdo (hasta oscurecer) las condiciones promiscuas y complejas en el que se desarrollan los modos de vida; las fuerzas, los afectos, los hábitos y las pasiones que los componen. Una épica que estetiza los antagonismos eludiendo enfrentar, así, los grandes –y mayormente siniestros– consensos de la época.

La grieta que algunos teatralizan y otro niegan es, acá, desafío, elaboración crítica de las líneas antagónicas que caracterizan el presente. Algo que de ningún modo se puede reducir a actores sociales, ni a polaridades simples en disputa en una escena en la que sobraron adherentes –asalariados de la justificación y el lameculismo– tanto como faltan voces críticas y autónomas, aquellas que desplazan el sentido común enunciando verdades éticas. Esas que agujerean la máquina. El reverso perfecto del “seisieteochismo”, donde cada verdad se acomoda a la necesidad de la hora; elaboraciones tristes y (auto)justificatorias que acaban siendo combustible de la máquina.

Dicha elaboración crítica está lejos de ser un ensayo, o un manual, o un tratado. Constituye más bien una conspiración (por lo coral y cooperativo más que por lo secreto): un corpus vivo que va dibujando el plano que permite sabotear la máquina. Otra vez aquellos de los cómplices, de los amigxs políticos. Un libro lleno de nombres propios que quedan borroneados sobre el mapa conceptual y vital. La polifonía arma un pensamiento anónimo, una voz de radio que “le mete pregunta a las realidad”.

En ese marco, dos virtudes dotan a estas conversaciones: la primera es su afección, es decir, el reverso perfecto tanto de la compilación de artículos de cátedra (salvo excepciones, producto de simulacros de investigación) como de “investigaciones” periodísticas a (mal) pago. Afectadas significa que la vida se pone en juego en lo dice, el lenguaje es esa interioridad en la que el pensamiento-afecto encarna.

Y la segunda es la capacidad crítica y experimental que le permite a estos intercambios no quedar presos de la polaridad: no discutir desde o contra el kirchnerismo, sino atravesarlo uniendo sus puntos ciegos, sus indeterminaciones. Estas conversaciones rompen el corralito en el que la política queda contenida cuando no logra interrumpir la regresión al infinito del motor inmóvil que constituye el estado y las pasiones tristes que le son propias (del miedo a la esperanza) hasta quedar cara a cara con la máquina. De ahí también la sensación de totalidad.

IV.

Finalmente, todo un linaje crítico destilan estas voces, esta experimentación enunciativa, esta suerte de intelectual colectivo. Obviamente, la investigación militante –aquella que se ocupa de los modos de vidas, de los dispositivos de normalización y de fuga–, pero también la tradición crítico-política nacional –que puede incluir de John William Cooke a Contorno (Rozitchner, Viñas, lateralmente Martínez Estrada). También los filósofos de la sospecha (y su crítica a la subjetividad burguesa). Y Foucault, y Deleuze, y Meschonnic, y el pensamiento pos-obrerista italiano; y las millones de derivas que no tiene ningún sentido seguir enumerando. En ningún caso se trata de una antropología de los modos de vida sino la producción de máquinas de guerras. De Marx a Spinoza y de Spinoza a Marx: la crítica de la economía política como despliegue de la propia potencia, de la capacidad de problematizar e intensificar la vida, de afectar, de fugar, de sortear las trampas de la pereza y la estupidez.

La clave del título, finalmente, aquello que produce el mentado efecto de totalidad, no está en los conceptos revisados (el de la “conversación”, el de “máquina”, el de «consenso desarrollista»), sino en el verbo, en el «para salir”; es decir, en la fuga, en el sabotaje, en la acción política.

O de otro modo: la grieta más que grieta es antagonismo desde el que es posible volver a preguntarse por el territorio, por la comunidad, por el hacer colectivo, por el buen vivir. Y por los dispositivos y resistencias que, a tal fin, es vital inventar. El desafío es, ayer como hoy, no quedar encerrados en micromundos autocomplacientes, sino mantener los dispositivos abiertos como forma de conquistar mayor potencia de interpelación a las vidas cualquiera. Es decir, a las nuestras, a aquellas que necesitan de estas imágenes como del  aire para respirar.



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Novedad: Las partes vitales, de Juan Pablo Hudson



Este libro muestra la compleja vitalidad que encarnan los jóvenes de las periferias. Su escenario es la convulsionada Rosario de los últimos tiempos. Pero sumiendo que el avance de las economías violentas excede a una ciudad específica para convertirse en un funcionamiento social que tiende a ser dominante.
El enfoque elegido se aleja de ese segmento del mercado editorial denominado violencia o delito juvenil. Aquí los pibes no son objeto de estudio académico ni tema mediático. Algunos tenían vinculaciones frecuentes con el delito, otros ninguna. En cada Parte del libro se narran alianzas intermitentes, desencuentros provisorios, dilemas y preguntas surgidos en espacios compartidos junto a ellos.
Las partes vitales elude una tentación: afirmar que ahora son los jóvenes quienes detentan las llaves para lidiar con las fuerzas sociales en pugna. Más que exaltar la emergencia de un nuevo sujeto joven, se plantean desafiantes problemas contemporáneos que exigen elaboraciones sin idealización ni melancolía.

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# Ir a Un Caleidoscopio para pensar Rosario, de Esteban Rodríguez Alzueta 

Un caleidoscopio para pensar a Rosario

Esteban Rodríguez Alzueta


Las partes vitales[1] de Juan Pablo Hudson es un libro sobre Rosario, o mejor aún, sobre las experiencias de los jóvenes en la periferia rosarina. Una periferia cada vez más violenta, donde la frontera entre lo legal y lo ilegal se hace cada vez más difusa y compleja. En los últimos años Rosario ha estado en la tapa de todos los diarios y no es para menos. Rosario, se ha dicho, es la ciudad más violenta de la Argentina. En el 2009 se produjeron 124 asesinatos, en el 2011 ascendió a 164, en el 2013 alcanzó el record histórico con 264 casos y en el 2014, después del desembarco de la Gendarmería, se produjeron tan sólo 14 casos menos que el año anterior. Es decir, en Rosario hay 20 homicidios cada cien mil personas, lo que la convierte en la ciudad más violenta del país. No es una violencia al boleo: el 90% de los casos tiene lugar en la periferia y en el 2014 el 70% tenía menos de 35 años. Los muertos los ponen los jóvenes varones y morochos de la periferia. La fuerza letal no es una violencia instrumental para cometer un robo, sino una violencia interpersonal, expresiva, para acumular prestigio o señalar los contornos de un territorio en disputa.  

Una pregunta recorre el libro, una pregunta que se intuye página tras página, pero que recién al final se formula. Una pregunta, entonces, sin respuesta o con respuestas muy provisorias, que se fueron ensayando entre líneas a medida que se la iba formulando. Esta es la cuestión: “¿Cómo fue que al  mismo tiempo que avanzaban durante la última década las mejoras económicas, sociales y la ampliación de derechos, se consolidaron subjetividades capaces de desatar conflictos letales como los contemporáneos?” Juan Pablo está pensando en la violencia que protagoniza la policía, pero también los transas y los pibes entre sí. Una violencia enredada con una misma puntería: los jóvenes que viven en la periferia.

Juan Pablo hace suya la tesis de Rita Segato para pensar el lugar que tienen las mujeres en Ciudad Juárez. En ambos casos los cuerpos funcionan como bastidores, una superficie donde se inscriben las relaciones de poder. Los cuerpos de los pibes son cuerpos con cicatrices que siguen doliendo, cuerpos postrados o mutilados, con miembros amputados. Cuerpos con secuelas irreversibles, que guardan imágenes que seguramente no olvidarán jamás. Los cuerpos de los pibes hablan, son la expresión de las nuevas conflictividades sociales. No sólo porque suelen empilchar la moda de turno y las mejores marcas, o las remeras de su jugador favorito, sino porque son dueños de una potencia sin forma, una vitalidad que no siempre se plasma de acuerdo a sus intenciones. Lo digo con las palabras de Juan Pablo: “La multiplicación de heridos de armas de fuego deja al descubierto, aún más incluso que los asesinatos, un lenguaje propio de la violencia que va configurando las relaciones sociales. Cuando jóvenes como Aaron quedan vivos pero con graves secuelas físicas, se pone en escena un eficaz intento por transformar esa invalidez en un signo comunicacional para todos aquellos que se atreven a desafiar o tan sólo cuestionar los códigos imperantes. Se trata de un lenguaje comprensible para los diferentes actores que protagonizan esas economías, aunque cada vez más oscuro para el resto de una sociedad que únicamente puede traducirlo como espectacularizadas y fragmentadas noticias de la sección policiales.” (p. 147)

La realidad tiene muchos vericuetos y cada uno es depositario de una parte de la realidad. Una realidad fragmentada, con una trama cada vez más deshilachada. Ni siquiera el consumo tiene la capacidad de identificarlos. El consumo, hemos dicho en otro lugar, no genera conciencia social sino más ganas de seguir consumiendo. Y, por tanto, como ha sugerido el Colectivo Juguetes Perdidos, genera engorre, delación. A los objetos encantados hay que defenderlos, y cuando la policía no está presente o llega tarde, los vecinos tienen que ponerse la gorra. ¿Acaso los linchamientos sociales no son el complemento del consumo para todos? 

Una parte no es sólo una versión de las cosas sino la vivencia, la energía que demandan las cosas. Porque los pibes no son el mismo pibe. Los pibes no están solos pero quedaron expuestos cuando la vida tiene lugar a cielo abierto. El piberío es un inconjunto; no hay bandas sino grupos que van mutando, que se agrandan o achican a medida que van cayendo. Pibes que viven de joda y saben pararse de palabra. Pero otras veces pibes muy silenciosos, que casi no hablan con nadie. A veces su silencio es el resultado de una vida enclaustrada. Cuando las madres tienen miedo y lo trasmiten a sus hijos, se convierten en “sombras agobiantes”; la casa se transforma en una jaula y sus hijos se la pasan sentados frente al televisor o jugando a la play. Pibes “aniñados” cada vez más obesos y con ataques de ansiedad, que conocen la angustia muy temprano, que aprendieron de chico lo que es el “bajón”. La angustia pueden ser las zapatillas que no se pueden comprar o te acaban de arrebatar, otras veces, la policía que no te deja entrar a la ciudad, la ausencia o presencia de un padre violento, un hermano preso, un trabajo que no sólo no alcanza para nada sino que encima le agrega más estigma al piberío demonizado. Son demasiados derroteros y no siempre se puede lidiar con todos ellos. Otras veces son los pibes que paran a la vuelta de la esquina. Demasiadas broncas hay en los barrios. Cuando los barrios se comprimen, un simple mal entendido tiene el tamaño de un conflicto mayor, y cuando eso sucede las fronteras del barrio se van moviendo todo el tiempo de lugar. Demasiadas broncas para bajar la guardia. Si te relajás te regalás. Hay que estar siempre atentos y ganarse el respeto en cada acción.

Rosario es una ciudad donde el mundo de las finanzas y el universo transa no son mundos aparte. La especulación inmobiliaria, los agronegocios y el tráfico de drogas están profundamente enraizados. Donde las policías han perdido capacidad para regular el territorio y procuran recobrarlo ejerciendo más violencia. Si las pequeñas bandas se han autonomizado, no es por la corrupción policial o política, sino, como bien ha dicho Carlos Varela -abogado de la familia Cantero-, “porque la corrupción es muy barata”. Nuevas autoridades han surgido, aunque por el momento, como bien señala Juan Pablo, no hay nadie que se imponga definitivamente sobre la otra.

Rosario es una ciudad donde su trama social no puede contener las nuevas conflictividades sociales cuyo escenario principal es el cuerpo de los jóvenes. Donde el mundo de los mayores al no tener ya la capacidad para dar sentido al mundo de los jóvenes, marca rupturas generacionales. Tanto los padres como la escuela o los movimientos sociales, han perdido protagonismo para orientar la vida de los jóvenes. Y subrayo esto que señala Juan Pablo porque me parece de una gran agudeza: “Si ese saber ha perdido su carácter de experiencia válida es porque no garantiza recursos adecuados para habitar y lidiar con las fuerzas en pugna en la vida social. (…) Eso no significa desecharlos, puesto que ante determinadas situaciones tal vez funcione ponerlos en juego, sino aceptar que a priori no orientan ni iluminan.” (p. 203)

El libro es como un caleidoscopio: junta aquello que está separado, fragmentos luminosos, que tienen la capacidad de seguir brillando y producir nuevas imágenes. Porque debajo de cada derrotero, de cada biografía que transcribe, está la misma energía, más o menos los mismos afectos, las mismas ganas de vivir y el temor a la muerte, la misma adrenalina que corre cuando la muerte acecha, el mismo entusiasmo frente a cada paso que dan cuando se corren del lugar asignado. Un entusiasmo que les devuelve ingenuidad y las ganas de seguir. Por eso que nadie se confunda con lo dicho hasta aquí. El libro de Juan Pablo Hudson es un libro que quiere contagiarse de la energía desbordante que despliegan los pibes para lograr construir opciones disruptivas. 

Dice el autor que después de cada encuentro con ellos tenía la sensación que ya no era el mismo. No lo dice para congraciarse una vez más con el papel que la universidad o la militancia suele asignarnos. No se trata de victimizar a los pibes para destacar nuestra solidaridad, y obtener de paso chapa de comprometidos. Juan Pablo se pelea consigo mismo, trata de no moralizar y correrse del lugar cómodo de la denuncia. El precio de la indignación es perder de vista la vitalidad que promete cada uno de aquellos jóvenes.  


[1] “Las partes vitales. Experiencias con jóvenes de las periferias” de Juan Pablo Hudson es un libro editado recientemente por Tinta Limón, 2015.

El Estado y el Jardín

Horacio González


El reproche que le dirigía Marx a la Comuna de París era que a tantas pasiones, a tanta movilización, a tanto fervor en las calles, no se le ocurriera siquiera tocar los más mínimos intereses de la Banca Rothschild, que siguió funcionando normalmente. Tanta barricada y ningún acto expropiador. ¿Entonces, qué había que retener, obstruir, embargar? No, no era simplemente un banco, sino lo que podríamos llamar el secreto de una época. Es el dilema de todos los movimientos populares, a los que a la hora de calificar su producción suele acudirse a la palabra o la admonición de “vacilantes”. A la Comuna de París, con su estridente nombre, no se la podría nombrar como populista. Se componía de proudhonianos o de jacobinos: los primeros, hijos de la utopía de la organización federativa de la producción fabril; los segundos, del Estado activista haciendo de Damocles, el arte de la convivencia de una épica social con el peligro permanente de ser decapitado. El kirchnerismo fue muy lejos y también se quedaba muy cerca. Constriñó, amonestó, pero fue menos amenazador que amenazado. Fuerte en simbologías y punzante en el filo de su lengua, no podía pasar los umbrales de la “Banca Rothschild”. Se había declarado dentro de los márgenes del capitalismo pero extraía de su vocabulario principal acepciones antimonopolistas, anticorporativas y, por lo tanto, democrático republicanas. Hijo sesgado del peronismo, sabía desplegar cánticos promesantes y utópicos, y mantener la prudencia que requiere toda época (que es una madeja de poderes que, no por invisibles, son renuentes a la comprensión crítica). Todo aquel que dijo una y mil veces “combatiendo al capital” sabe bien de qué se trata ese descompás entre el cántico y la realidad, que quizá sea el arte y el oficio mismo de la política. Esa forma casi inevitable pero también imperceptible en que se expresa un deseo (una “simbolización”) y el refinado acto de conocer los límites y poderes que le opone el momento histórico por el cual atraviesa.
Conducido o guiado el nuevo momento inaugurado en 2003 por dos políticos cuyo cuño había que buscar en una de las grandes tradiciones políticas del país moderno –el peronismo– no había que dejar de notar el modo en que ellos se habían reinventado. Lo que fue acusado (acusación precaria, ciertamente) de relato era un acontecer necesario en esa delicado altercado de tradiciones y convocatorias frente al abismo. “Frente” y no “al”. Por eso, las cambiantes relaciones con el Grupo Clarín bien traducen por su reverso el carácter del saliente gobierno. Un gobierno que podía visualizar perfectamente cómo se ejercen los grandes dominios de época, encarnados en los magnos bancos de datos e “islas de montaje” (de los que se desprenden tanto periódicos como finanzas, formas del sujeto como nuevos modismos del habla, redes informáticas y “personas” intercanjeables), y no podía dejar de decidir diversos tonos y modulaciones para una confrontación que tuvo momentos que de buena gana llamaríamos balzacianos.
Eran escenas de grandioso folletín, que cruzaban de lado a lado el teatro de simulacros que nos incluía. Eran “imágenes del mundo”, no las que así definió un gran filósofo del siglo XX, sino apenas las que emergen de grandes aparatos de representación que, como etéreas gigantomaquias, nos proponen juicios valorativos que trastornaban toda mediación real, toda trama de acontecimientos que tienen rupturas y conflictos, propios del carácter complejo de toda historia. Parecíamos todos flotar en un líquido que nos colocaba siempre cuerpo a cuerpo, llamándonos por nuestro nombre de pila, omitiendo las obvias interposiciones de carácter cultural, científico o político que solo pueden detectarse con un pensamiento situacional. Pensamiento, éste, amigo de las incesantes intercalaciones de lo simbólico, lo real y lo imaginario, cualquiera sea las acepciones que les demos a estos tres conocidos términos. De las escenas que recuerde, una con matices picarescos pero de hondo dramatismo, ocurrió en la reunión de accionistas del Grupo Clarín, donde el gobierno participó a través de Guillermo Moreno, por poseer un conjunto de acciones que provenían de la incorporación al fisco de los fondos de pensión. Todo estaba visualizado, una trastienda salía a luz, permitiendo observar en forma directa una de las formas de la lucha por el poder.
Este develamiento escénico no fue “castigado” por la contraparte con una vuelta al secreto de los misteriosos aposentos del poder, sino con otros rasgos folletinescos, basados en una supuesta “percepción total” de todo lo que ocurría. Pero que ahora se ejercía con poderosos instrumentos de narratividad, los mismos que se le atribuían al gobierno, y que este practicaba, pero más ingenuamente. Se trataba de vastos programas televisivos, de gran truculencia, donde por ejemplo el poderosísimo concepto de “corrupción” no era visto en el sigilo de pasillos mal iluminados (como en el llamado policial negro) sino “representado” por actores con valijas repletas de dólares que salían directamente de las manos del presidente, e iban a cofres de utilería construidos en el “set”, valijas que de tan engordadas dejaban caer billetes a su paso, como si las acarreara el mismo Tío Patilludo. Así, todo lo que como respuesta se incluía luego en el “otro día de grandes notis” no alcanzaba para aminorar el efecto que producía este “evento recreado”, joya de supremo relato del “theatrum mundi” de la televisión abierta, de ningún modo una “paleo-televisión”, como deseó menospreciarla Eliseo Verón ante la cruda evidencia de esos usos vicarios. De allí salió el concepto de “grieta”, que bien mirado es de carácter teológico, y recaía infaliblemente en una imputación al Mal. ¿Por qué no tendría éxito? ¡Incluso académico!
Era el fin de las mediaciones, el Estado en el Jardín Botánico, con su arquitectura no recubierta por el texto de Hobbes, sino por el tibio follaje del paisajista Thays o del gran jardinero darwinista Hycken, pero actuando como si fuera una bellota inocente en medio de la transparencia apetecible de un fantasioso invernadero. Allí, la nueva canciller prometería una política “desideolgizada”. Entendimos: se trataba de intereses puros, que ahora sustituirían los “símbolos” que se habían desparramado democráticamente sacando un retrato dictatorial o haciendo girar juguetonamente el bastón de mando un día de asunción, el mismo bastón del tallador plateresco Pallarols, por el que el nuevo presidente no se muestra tan renuente, pues como siempre lo fue desde cuando saltaba sobre baches en el pavimento también sabe no solo lo que son los símbolos, sino que ha ganado gracias a ellos. Gracias a no “desideologizar” nada, sino a ideologizarlo todo, pero sin declarar. Ideologizados más que nunca (pues el kirchnerismo expuso su ideología, deseó satélites y se resignó a que convivieran con campos de soja) los miembros del nuevo gobierno han aprendido a mostrar pero, en el mismo acto, a encubrir.
Por eso, los balances visuales deben ser ahora más novedosos, pues no admiten el típico gesto de las izquierdas anteriores, el “desenmascaramiento”. Deberemos hacerlos con otros nombres, lo que es indispensable para reponer las fuerzas populares en juego, desde luego que después de cerrado el desenfadado “libro de pases” al que estamos asistiendo. Hay también que saber mirar la doble ilusión creada por las derechas que ya no se llaman de este modo a sí mismas: el jardinero en el Estado y el Estado podando rosas. Por lo demás, en un período donde se mezclan las facticidades puras con los símbolos más diáfanos, y en un momento donde la sigla AFA revela modos de las luchas entre poderes “reales” pero también “el secreto de época”, los tiempos no están siendo compañeros. Nicolás Casullo, creo saberlo, llamaba época a lo perceptible de lo imperceptible. Tenemos, así, que aguzar nuevas formas de percepción, nuevas ideas sobre este tiempo esquivo con el que tendremos tan pocas correspondencias.

El Estado y los tambores de guerra que resuenan en Occidente

Santiago López Petit
Catorce años después del atentado del 11S en Nueva York, el Estado-guerra, que parecía estar en un segundo plano, ha sido nuevamente activado. Marx afirmaba en su libro El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que la historia se repite, la primera vez como tragedia, pero la segunda como una lamentable farsa. F. Hollande ha reaccionado imitando en todo momento a G. Bush: ha definido los ataques terroristas como «un acto de guerra», ha cantado el himno nacional y a continuación ha emprendido una guerra lejana para castigar a los supuestos responsables, finalmente ha reforzado la seguridad interna mediante un estado de emergencia apoyado en una reforma de la constitución. Contemplar la estrategia del presidente francés produce ciertamente la extraña sensación de algo ya conocido. Por supuesto hay diferencias. Al Qaeda es ahora el Isis, Afganistán ha sido sustituido por Siria. Ocurre, sin embargo, que la ‘reaparición’ del Estado-guerra puede convertir la farsa en más trágica que la propia tragedia.
Desde Hobbes sabemos que el Estado es una convención por la cual renunciamos a la autodeterminación a cambio de seguridad. Aceptamos esta obligación a la sumisión por miedo a la muerte y por deseo de tranquilidad, ya que racionalmente consideramos la Vida como bien supremo. Por eso el miedo está en la base del pacto sobre el cual se construye la soberanía. Hay que aclarar, sin embargo, que no se trata del miedo ineficaz y arbitrario consecuencia de un conflicto permanente, sino de un miedo eficaz causado por la pena impuesta por el soberano. De aquí que la soberanía deba ser necesariamente absoluta, lo que significa que el poder siempre es Uno y que, en última instancia, consiste en poder matar. Evidentemente, esta concepción de la soberanía ha tenido que ser históricamente matizada puesto que conducía al poder a un callejón sin salida. El Derecho, la división de los poderes, la participación democrática, la articulación espacial, son diferentes maneras de asentarlo. La desabsolutización del Estado ha sido, a pesar de todo, muy relativa.
Los hombres, por miedo a la muerte, se refugian bajo la tutela del Estado ¿pero qué pasa cuando ese Estado se muestra incapaz de proteger a sus súbditos como sucedió el 11 de septiembre del 2001, o como ahora recientemente en París? Pues que el Estado aparece como un artificio incapaz y débil frente a lo imprevisible, como un rey desnudo aunque trate de vestirse con los armamentos más sofisticados.Los atentados son un fracaso del Estado, de todos los Estados.
La dimensión absoluta del acontecimiento 11S del 2001, el ataque al corazón del Imperio, nos dejaba ante una radical desfundamentación del orden. Desfundamentación del orden porque su fundamento, el poder, era simplemente nada. Los atentados de París, y los que por desgracia puedan seguirles, implican más bien una erosión continua del orden. Con todo la reacción ha sido, como decíamos al principio, la misma. Hollande-Bush, erigido en el gran gendarme de la patria, ha puesto en marcha el Estado-guerra para librarnos del miedo al miedo. Ha tenido lugar una inversión tanto de Hobbes como de Clausewitz. Contra Hobbes: el Estado-guerra no nace para poner fin a la guerra sino para desplegarla. Contra Clausewitz: la guerra no es la prolongación de la política mediante otros medios, sino que la política misma es guerra.
La «guerra contra el terrorismo» se presenta, pues, como una fuga hacia adelante en nuestro nombre y para salvarnos. Esta reacción antinihilista –contra el nihilismo fundamentalista– carga obligatoriamente con un cúmulo de contradicciones y efectos que conllevan aún más debilidad. No se trata sólo de que el Estado-guerra tenga que paralizar el metro o cerrar las escuelas como estos días en Bruselas, lo que contribuye a extender aún más el pánico y a reconocer un enemigo interior. Se trata de que en su propia esencia es incapaz de hallar una salida a la marcha hacia adelante que nos impone. El Estado-guerra declara la guerra en nombre de la paz, mata en nombre de la Vida, y desconoce que su origen es una derrota infligida, pero que sabe utilizar muy bien.
Sólo la teología puede permitirle justificar su autoconstitución. Por eso el Estado-guerra da un paso atrás en la historia, y se reteologiza. Es el Uno. Ahora ya puede construir su enemigo y escoger a su pueblo. El enemigo es el Mal. La guerra contra el terrorismo será la «lucha del Bien contra el Mal» como después del 11S afirmó Bush. La efectividad de este relato –»Occidente es atacado por la fuerzas del Mal»–, compartido actualmente por la mayoría de los jefes de Estado, es enorme. Consigue que la legalidad y la legitimidad se unifiquen; implica un proceso de indiferenciación que confunde el Otro, cada vez más, con el enemigo; culmina en un nuevo contrato social que establece la igualdad –paradójica– entre seguridad y libertad. Hacer frente al terrorismo, en definitiva, crea un pueblo unido por el miedo, un pueblo de ‘futuras’ víctimas que se acurruca bajo la protección del poder. Separarse de esta unidad política supone quedar estigmatizado. Mediante esta despolitización generalizada, gobernar se simplifica a corto plazo, aunque la sociedad del miedo no sea precisamente la que más conviene a una sociedad moderna basada en la interconexión de flujos. En el periódico español más importante, un conocido escritor nos advertía recientemente: «El hecho es que, como dijo la semana pasada el jefe del servicio interno de inteligencia de Alemania, nos enfrentamos a ‘una guerra terrorista mundial’. Hay que tomar partido. No es hora de seguir bañándose en las aguas tibias del buenismo».
De acuerdo, tomemos partido, y salgamos entonces de la dualidad engañosa guerra/paz, militarismo/pacifismo. Tomar partido es preguntarse aquí y ahora: ¿cuál es tu guerra?, la pregunta que estuvo en el arranque del movimiento contra la invasión de Irak desarrollado durante el año 2003 en Barcelona. Responder a ¿cuál es tu guerra? implica posicionarse contra el Estado-guerra, que no es simplemente un estado de excepción permanente, sino una verdadera máquina de simplificación y de muerte hacia adentro –sobre sus propios ciudadanos– y hacia afuera –sobre otros países–. En el año 2003 encabezaba el capítulo de un libro mío con esta cita que creía explicativa: “Unos cuantos hemos montado una fiesta fastuosa en una hermosa y lujosa casa. Fuera, una multitud harapienta nos observa a través de las ventanas. Algunos intentan entrar a la fuerza, otros se sienten tan agraviados que se matan lanzándose contra los cristales.” I. Rogovky –Presidente del Instituto para el Desarrollo Organizacional de Israel– La Vanguardia, 20 de Noviembre del 2001. Ahora me doy cuenta de su total insuficiencia. Durante estos años hemos visto al Estado-guerra, en tanto que alianza contra el terrorismo formada por los principales Estados occidentales, dedicarse a destruir directa o indirectamente a todos aquellos Estados –Irak, Afganistán, Libia, Siria… y si pudieran Irán y Rusia– que suponían un freno a su geopolítica de dominación, y de consiguiente expropiación de los recursos naturales. Hemos conocido los documentos de Wikileaks referentes a Irak y Siria. Hemos visto como se financian y utilizan los grupos armados procedentes de la desarticulación de los ejércitos pertenecientes a países previamente destruidos. Francia, desde el año 2012 es el segundo país, después de Arabia Saudí, que más armas les ha vendido. En el fondo, sabemos muy poco de lo realmente sucede.
Pero lo que vemos, y ya sabemos, no deja lugar a dudas. El futuro que nos espera son más guerras y más atentados. El precio de la protección es la muerte –incluso de aquellos a los que se se pretende proteger–. Este es el círculo infernal en el que estamos encerrados. Mero reflejo de un capitalismo desbocado y, a la vez, magnífica forma de control político de las poblaciones. El Estado-guerra no es más que un dispositivo capitalista de producción de orden mediante la gestión del caos que él mismo crea. La figura del terrorista es un simple constructo político útil. El mayor éxito del Estado-guerra consiste en haber convertido la muerte en inminente e inmanente a la propia realidad. Por eso aceptamos la sociedad del miedo. Sin embargo, este mismo éxito puede constituir también su gran fracaso. La muerte que causa el terrorismo siempre será vivida como gratuita y absurda. Al localizarse en un tiempo y en un espacio, aumenta si cabe su carácter inexplicable. Lo inexplicable hace enloquecer, y abre un vacío existencial. Surgen entonces las preguntas que la vida cotidiana escamotea: ¿por qué aguanto este trabajo de mierda si puedo morir cualquier día? ¿Qué es la vida para mí? ¿Cuánto tiempo hace que no pienso de verdad? Estas preguntas y muchas más cuestionan el Estado-guerra, si bien apuntan mucho más lejos ya que, en última instancia, remiten a una interioridad común. A una fuerza de dolor que el poder quiere conformar como opinión pública, es decir, como un conjunto manipulable de vidas amenazadas e hipotecadas.
La bifurcación ante la que estamos es clara: politización de la existencia o servidumbre voluntaria. No hay más. La subversión del Estado-guerra consiste en luchar porque la guerra no sea capturada –y puesta al servicio del Estado–. Somos nosotros quienes tenemos que decidir cuál es nuestra guerra –contra qué luchamos– y cómo nos oponemos.

Agitarla y pudrirla: o acerca de los modos de “des-agilar” la vida adulta

Sobre el libro ¿Quién lleva la gorra?
Mariano Pacheco
Se trata quizás de escuchar el murmullo cada vez más audible del agite de los silvestre
Colectivo Juguetes Perdidos
En un lenguaje más clásico diríamos que ¿Quién lleva la gorra? Violencia. Nuevos barrios. Pibes silvestres, de Leandro Barttolota, Ignacio Gago y Gonzalo Sarrais Alier, es un libro necesario. Nos limitaremos solamente a sostener que, si bien el texto funciona bien como un “instrumento de combate”, interpela sobre todo porque logra salirse del lugar común de intentar realizar un aporte desde la típica posición de explicar y satisfacer nuestras conciencias bien pensantes. En otras palabras, podríamos afirmar: “Nosotros, los progresistas… ¡Abstenerse!”.
Los momentos más potentes de este segundo libro del Colectivo Juguetes Perdidos, publicado por la editorial Tinta limón, son aquellos que instalan una serie de interrogantes en torno a cuestiones de las que no podemos permanecer ajenos. Por ejemplo, cuando se preguntan cómo es que puede haber saqueos “junto al aumento del trabajo y el consumo para todos”, o cómo pueden ser los “linchamientos” el “epílogo de la década de los derechos humanos”. Una posible respuesta: es que el consumo “te deja enganchado” y “la propiedad” pasa a ser el “lazo más sólido” de la “década ganada”, de la larga década kirchnerista.
De allí que busquen indagar e indagarse, junto a los “pibes silvestres”, aquellos que integran la franja etaria que va desde los doce a los veinte años, que habitan las barriadas populares de la ciudad y el conurbano bonaerense, esos que califican como los “protagonistas más inquietos” de esos territorios, en esta época que cargó las tintas sobre la “vuelta a la política” de una generación, pero que tal vez fue incapaz, o se volvió muda, ante la pregunta por el corte de clase de ese retorno. Los pibes y las pibas que aparecen en las páginas de este libro son más bien aquellos, aquellas que no fueron percibidos por la política, sus imágenes y sus repertorios, cómo si lo fueron por las bandas narcos, la cana y las empresas multinacionales que encontraron allí el nicho de un mercado.
Eso sí, los pibes –éstos pibes, los “sociólogos silvestres”– parten de una clara posición política: la mirada que intentan instituir sobre la época, la realizan –o intentan realizarla– en “alianza” con esos pibes, los que funcionan como el reverso de la década ganada. Por eso afirman que parten de una “desorientación voluntaria” para realizar esa “cartografía” –abierta e inconclusa– de los nuevos barrios.
Así, en ¿Quién lleva la gorra?… Barttolota, Gago y Alier se propusieron salirse de las imágenes ya instituidas de los barrios para tratar de hacer legible aquello que pasa con los estos pibes silvestres y con sus vecinos “engorrados”, pero también con ellos mismos (devenir existencial de una vida adulta “agilada”), y con la moral de los agentes del Estado, las Universidades y el periodismo que construyen muchas veces discursos estereotipados  la realidad. Por eso hablan de “extractivismo” (académico, literario o político), que busca conocer el lenguaje y las experiencias “nativas” para “colonizar”, para hacer “entrismo” o, simplemente, para “estetizar”.  Esa dinámica de la que extraen la “plusvalía-pibe” (“También esta es la década en que se consolida la estetización de las realidad barrial”).
Antes que esto, los “sociólogos silvestres” buscan conectar con el “raje” de los pibes silvestres, una suerte de devenir minoritario que se resiste a entrar en los moldes de la “moral del trabajo” (porque trabajar, en la larga década, es “mulear”: laburar precarizado, pero también, moverse sobre el suelo precario de los quilombos familiares, la violencia barrial, el viaje hacinado en bondis y trenes, y subtes y el modelo permanente del consumismo).
En fin: este libro aporta una innovadora perspectiva de reflexión, escritura e intervención en los convulsionados tiempos violentos que la época propone. Pero sobre todo, como el propio libro expone, es la mirada generacional de aquellos que se sienten (¿nos sentimos?) con ganas “de seguir agitándola”, de pudrirla, para sustituir la queja sobre la época por una catarata de preguntas hacia ella. En fin, y luego del ballotage del domingo 22 de noviembre, que mejor que terminar esta reseña con una pregunta que los lectores pueden toparse en el interior del libro: “¿Con qué/quienes nos aliamos para tomar por asalto la época (la que viene)?”.

¿Fin de tregua?

Mojados bajo la Lluvia[1]


I
Decidimos escribir sobre la coyuntura sin caer en las categorías y esquemas que nos propone el presente político. Decidimos expresar lo que hace tiempo venimos sintiendo, eso que nunca se dejó encasillar por los organizadores tópicos de la retórica, opositora y oficial. Decidimos pensar lo que nos pasó en estos años como quienes “escriben mojados después de la lluvia”: ya sin cobijo, a la pura intemperie.
Una vez más la coyuntura parece conectarnos con el 2001. Es allí donde muchos intentamos encontrar las determinaciones del presente, o bien las vías para huir de él. Nos referimos a aquella perturbadora escena de guerra que fue la síntesis de todas las fracturas y resistencias, pero que fue también la lección mejor aprendida por las técnicas de gobierno que supieron encontrar en ella las claves para suturar las heridas abiertas en el campo social. El 2001, como escena de guerra, a la que le sucedió la tregua organizada de arriba y de abajo, de derecha y de izquierda. Esta tregua de la que hablamos no es la paz, sino el despliegue de las tensiones y disputas sociales dentro de los marcos institucionales. Son estos marcos los que contienen la clave de la encerrona que en su despliegue y agotamiento ha llevado a lo que hoy se enuncia como «fin de ciclo”.
La tregua, al poner en suspenso la lucha abierta generalizada, se presenta como el único momento en el que se puede cambiar la relación de fuerzas. Lo que está en juego, en definitiva, es cómo recobrar activamente ese espacio-tiempo sin perder la conciencia política del enfrentamiento. De lo que se trata es de incrementar la capacidad de actuar, de generar las condiciones para ese incremento, de problematizar la percepción distorsionada sobre las propias fuerzas a los efectos de crear, en las luchas colectivas, nuevos posibles contra y más allá de relaciones de dominación. Para ello es fundamental no dejar que el presente se nos imponga en la sensibilidad y en el pensamiento como una experiencia de la derrota.
Los términos de la tregua kirchnerista se manifestaron bajo nombres que nos hablan de su singularidad política: reparación e inclusión social, entre otros. En el centro de estas políticas se sitúa la articulación entre fomento del consumo y promoción de derechos, con toda su ambivalencia de apertura y desborde; pero también de precariedad gobernada. La especificidad de la inclusión vía consumo no puede ser entendida sólo –como se nos ha pedido con insistencia– en su voluntad de ruptura política con el neoliberalismo de los años ‘90. Junto a la multiplicación de canales de participación, permanecieron intactas lógicas neocolonial (incluidos-excluidos); junto con políticas heterodoxas (estatización de las AFJP y la ampliación de las jubilaciones, por ejemplo) persistieron algunos rasgos duros (la arquitectura de las finanzas; las dinámicas neoextractivistas) de la acumulación. Es por eso que, pensamos, no podemos sumergirnos en la tregua que se anuncia sin pensar los términos de la tregua de la que venimos: sus rupturas y sus continuidades. Para poder entender lo que se juega en el pasaje entre ambas.
Estos problemas que planteamos no surgen de lo sucedido en las últimas semanas, sino de una larga gestación. Son los términos mismos de la tregua (impuesta por arriba y desplegada por abajo) los que prepararon largamente la situación actual sin que hayamos encontrado el modo de advertirlo a tiempo o, en todo caso, de revertirlo. La actualidad huele a podrido. Demasiado podrido. De allí que nos sea urgente la pregunta: ¿y ahora qué? ¿Fin de tregua?   
II
Es porque soñábamos despiertos en la paz sin guerra que la guerra aparece no como si fuera un sueño sino un despertar: el despertar de la vigilia viniendo del adormecimiento de la paz en que yacíamos arrobados por la satisfacción primaria ese suelo muelle y tibio y añorado, que valía para nosotros en medio de la violencia como si fuera real. Ahora ya sabemos: la paz era una ilusión y de ilusión de la paz nos despertó el terror. Y luego el asombro que tiende a desaparecer, como si ya nada nos volviera a  asombrar: ¿cómo había alrededor de nosotros tanto criminal, cómo es posible tanto asesino complaciente, tanto fervor homicida, tanto torturador impune y alocado? De pronto, no: estaban desde siempre allí, dispuestos a. “No todo es vigilia la de los ojos abiertos”, nos advertía hace ya tiempo Macedonio Fernández.
León Rozitchner: Perón, entre la sangre y el tiempo, Caracas 1979.
III
No nos conformamos con diagnósticos. Queremos agitar el pensamiento, escaparle a los refugios afectivos y a los consuelos imaginarios. ¿Y si la guerra hubiera estado siempre allí, por abajo, agazapada, desplegándose sigilosa, amparada en la ceguera sensible, como límite interno que sin ser dicho sigue actuando como criterio de realidad? ¿Y si lo que nos pasa ahora no fuese más que lo previsible y aceptado por todos al consentir, sin recrearlos a nuestros fines, los términos de esta tregua? De otro modo, seguramente hubiéramos podido preparar otro desenlace, o al menos contribuir a elaborar de distinta manera la situación actual. Para lo cual, sin dudas, habría que haber dedicado más tiempo e inteligencia a organizar nuestras propias fuerzas colectivas en un sentido diferente. No hablamos de estas fuerzas como lo suelen hacer los militantes políticos, sino de lo colectivo tal y como emerge de tramas de vida. Esto es lo que no nos animamos a pensar a fondo. Lo que ahora queremos pensar sin atenuantes.
El triunfo macrista no expresa, para nosotros, sólo una victoria electoral. Es el índice de un fracaso político cultivado en el juego real de las fuerzas en un proceso de mucho más tiempo. Una derrota en los afectos, en los símbolos, en la economía de las vidas.
En un texto del Colectivo Juguetes Perdidos (“Apuntes para la  vida mula”) se hace el esfuerzo, a gritos, por reconducir la fuerza de la crítica hacia los modos de vida –escenario de la guerra efectiva, de lo real de la tregua: “¿Y si lo que se viene (o que en realidad ya se viene viniendo hace rato) nace sensiblemente del resguardo en la propia vida, la comodidad organizada (esa amarga utopía), el conformismo, y la vida interior estallando… es decir, la clausura de esas preguntas abiertas?”. Sólo nos queda, si queremos recuperar eficacia histórica, descender bien abajo, animarnos a contactar con la materia colectiva mejor controlada, entrar al difícil recinto de los afectos (comenzando por los propios), para averiguar desde allí cómo construir ese lugar de resistencia. Indagar en nosotros mismos para sacudirnos del adormecimiento, del autocontrol en el que nos sumió la aceptación pasiva de los términos de la tregua. Descender para encontrar, al menos, las ganas para seguir pensando en serio, frente a tanta miserabilización (derechización de los afectos) existencial y vital antes que ideológica, frente a tanta vigilia obediente. Tanto sueño fofo y compensatorio, tanto adormecimiento: tanta producción de “vida mula”.
IV
Las imágenes estalladas de la escena de guerra del 2001 y los términos específicos que la tregua fue adoptando en adelante siguen presentes en nuestras retinas, en nuestros afectos. Tal vez estos recuerdos y estos sentires –que son nuestra memoria del enfrentamiento– perturben nuestra percepción. Mucha agua ha pasado desde entonces. No serán los viejos reflejos sino la astucia ante los peligros concretos lo que nos permitirá enfrentar la presencia terrorífica y alucinada que opaca la existencia barrio-adentro. Confiamos, sin embargo, en que estos años no transcurrieron en vano, y que en este panorama sombrío podemos hallar en nosotros algo que habilite nuevas resistencias.
Es ahora que deseamos descubrir hasta dónde llega la fuerza que podemos suscitar para enfrentar lo que viene, que es duro. Lo sabemos porque lo vemos presente: barrio-adentro, universidad-adentro, taller-adentro, hogar-adentro. Calle-adentro. Propiciamos un encuentro entre quienes ya no toleran las formas de pensar, de estar, de escribir y de decir con que hasta aquí nos las hemos arreglado. A revisar nuestros mundos imaginarios hasta donde podamos, para volverlos más versátiles. Para producir un nuevo común, y también para reforzar un resguardo respecto de los enemigos que nos esperan a la vuelta de la esquina. Esos a los que no podemos anticipar del todo, porque se disfrazan de nosotros mismos, hasta destruirnos. Nos sentimos en peligro. Pero también necesitamos volver a sentirnos parte de un tejido vivo. Estamos inmersos en una opacidad espesa, y es allí donde debemos aprender a orientarnos.
Bs-As, 10 de diciembre de 2015
mojadosbajolalluvia@gmail.com


[1] Mojados bajo la lluvia (ni un colectivo ni un grupo, sino una tentativa de convocarnos desde el pensamiento para no reaccionar automáticamente como si nada hubiese pasado: una convocatoria abierta para pensar a fondo desde las prácticas cómo seguir).

El kirchnerismo y su continuación radical, nutriente fundamental

Diego Valeriano

El kirchnerismo y su continuación radical fueron nutriente fundamental de las vidas runflas. Las hicieron virtuosas, prepotentes, autodestructivas; enemigas a veces, aliadas siempre. Por supuesto que los negros y las rochas siempre estuvieron ahí, pero en estos últimos años y en complicidad con el buen gobierno saltaron a la escena. Se volvieron visibles, se hicieron poderosas; el capitalismo runfla de tan vital echó raíz y se paró de manos con el otro capitalismo.

Post 2001 la sobrevivencia la encabezó la runfla y con el envión siguió nomás. El círculo de guita, informalidad, consumo se apropió de los territorios y mutó formas de vida, formas de relacionarse, pirámides sociales y construyó nuevas formas de resistencia.

Un saqueo, la toma de una comisaria, la quema de la casa del violador, el corte de la ruta 4 porque la policía mató a un asesino son protagonizados por negros y rochas casi a diario. La autoridad se mostró débil frente a esas resistencias y el buen gobierno lo entendió.

No cabe dudas que este nuevo gobierno ya rompió la alianza con las vidas runflas, es estético, es ético e ideológico. Las odian, les temen. No quieren negros indómitos con guita viva en los bolsillos comprando lo que quieren. No quieren nuevos dueños.

Mientras abundan análisis coyunturales y supra estructurales mi pregunta pasa por la resistencia de las vidas runflas ¿podrán resistir sin el buen gobierno de aliado? ¿Podrán mantener la pelea lo suficiente para que la fiesta no se termine?

Ni los locos, ni los pibes, ni las vidas runflas tienen voz política. A los dos primeros se los terciaria. Lo que viene no está nada bien, pero igual no hay que perder las ganas. Tal vez todo se vuelva más desordenado, incómodo y hostil (ojala). La fiesta y el consumo liberan ¿Resisten? Y hay que estar preparado. Necesitamos de todos, necesitamos estar atentos y si es necesario convocar a la Banda del Nafta súper; vidas runflas si las hay.

La dictadura del capital financiero: conversación con Bruno Napoli

Pablo E. Chacón
En Mar del Plata, en su Feria del Libro, dictaste una conferencia sobre la dictadura del capital financiero. ¿Podrás resumir, brevemente, sus hipótesis centrales?

En la Feria del Libro de Mar del Plata presenté el libro La dictadura del capital financiero, del cual soy co-autor. Se trata de una investigación realizada en el archivo de la Comisión Nacional de Valores (organismo estatal encargado de regular el mercado de capitales en Argentina). El libro demuestra con documentación rigurosamente seleccionada, como los sectores concentrados de la economía argentina, durante la dictadura de Jorge Videla, cambiaron el marco legal de nuestro país, imponiendo leyes económicas (algunas aún vigentes, como la Ley de Entidades Financieras) que dieron prioridad a la especulación financiera y a la preeminencia de los bancos por sobre las industrias. Además, encontramos la documentación que demuestra la colaboración de la Comisión Nacional de Valores con el ejército, en el secuestro y desapoderamiento de muchos empresarios y financistas. Estudiando el período y con otros fondos documentales (no solo de la CNV) pudimos detectar el secuestro de más de 150 empresarios, banqueros y financistas durante la dictadura, quienes luego de sus secuestros fueron desapoderados de sus empresas o bancos.
Este es uno de tus temas de estudio centrales, si no me equivoco. Pregunta: ¿existe alguna forma de que el capital financiero no opere de acuerdo a un esquema de dictadura?
Es difícil pensar en unas finanzas democráticas. El capital financiero es un espacio manejado por pocas personas, concentrado (pensemos que hay solo 185 agentes de bolsa registrados para actuar en la Bolsa, o que tenemos solo 65 bancos en Argentina, y ambos grupos operan con millones de pesos al año). Estos espacios son conservadores, no quieren abrir el juego a otros actores del sistema, así como tampoco soportan el control del Estado. La ley que regulaba el mercado de capitales (ley 17.811) fue sancionada por la dictadura de Onganía en 1968. Estuvo vigente más de 40 años, y fue una batalla enorme para derogarla y cambiarla por la nueva Ley de Mercado de Capitales, que se sancionó recién en 2012. Pero a pesar de la sanción de la nueva Ley (la N° 26.831), aún son resistidos varios de sus artículos, sobre todo dos: el 19, que le da poder de control amplio a la CNV para regular el mercado y asegurar su transparencia, y el 20, que le permitía a la CNV poner veedores en empresas que no tuvieran en orden sus balances. Este último ya fue frenado por la justicia ante el pedido de muchas empresas que lisa y llanamente no quieren que les controlen sus desaguisados. El capital financiero, con estas características tan cerradas  y conservadores, no puede actuar en forma democrática. De hecho, la mentada Ley de Entidades Financieras, sancionada en 1977 por Videla y Martínez de Hoz, es intocable, por la presión de estos espacios de poder económico.

En este contexto, ¿cómo se lee, en la Argentina, el triunfo electoral de Macri o el fracaso electoral de Scioli, en caso de que éste no representara algo parecido; y en Venezuela, el fracaso electoral del llamado chavismo?

El triunfo electoral de Macri es la coronación de un largo proceso en la Argentina de la concentración económica, que nunca fue desarmada. Desde la dictadura de Onganía para acá, los empresarios entendieron que para hacer negocios con el Estado debían ocuparlo. Onganía tuvo más de 30 empresarios (titulares de grandes corporaciones) en puestos clave del Estado. La dictadura de Videla tuvo 15 de estos representantes de corporaciones en lugares centrales de la economía estatal. Este triunfo es la intrusión absoluta del Estado por parte de empresarios que solo pueden mirar sus propios intereses. Creo que a esto le agregaría un contexto internacional adverso para las democracias, e ideal para el capital financiero: la crisis desatada desde 2008 en adelante, que ni los propios economistas liberales pueden direccionar, y que ha significado la ausencia de una renta financiera internacional que de oxígeno a los países que necesitan crédito o reservas. Esto ha bajado notablemente, ya no hay viento de cola (sobre todo en los últimos tres años) y se siente en las economías locales, como la nuestra o la de Venezuela, que se han retraído enormemente, y aquí aparecen los magos del mercado, que ganan prometiendo traer dólares del exterior como si eso fuero esencial en la vida cotidiana de un laburante.

La época parece dominada por la hegemonía del capital financiero articulado a las tecnociencias, ambos dispositivos sin regulaciones estatales. ¿Esto es así? ¿Cuál es tu opinión al respecto?

Hoy el capital financiero se mueve a una velocidad inaudita a partir de la virtualización de las operaciones, combinadas entre las distintas Bolsas del mundo. Estos dispositivos, se cruzan con otros, que son los de la técnica jurídica. Una muestra de este cruce de dispositivos es la acción de los fondos buitre, que pueden reclamar en tribunales impensados de cualquier lugar del mundo, pues los títulos y bonos en cuestión se regulan por diferentes legislaciones (que puede ser japonesa, norteamericana o argentina), y a la vez tienen sus propios organismos de regulación internacional (como el ISDA) que no aceptan injerencia de los Estados. La combinación de estos dispositivos hace que su regulación y control sea cada vez más compleja, por eso se emiten declaraciones como la de la ONU, más simbólicas que efectivas, pero al menos exponen un poco más un tema opaco, como lo es el de las finanzas.

El poder de la prensa, concentrada o menos concentrada, a mi juicio, está sobrevaluada a la hora de la dirección de las conciencias. ¿Cómo pensás esta cuestión?

En los debates políticos actuales, donde la política pasa por un set de televisión, siempre se exagera respecto del papel que juegan algunos actores. La prensa en este sentido está sobrevaluada respecto del rol que jugó en los últimos años, pues primero deberían verse los errores propios, que esa prensa corporativa explota hasta el hartazgo, la exageración y la mentira. De todos modos han cumplido un rol importante respecto de la generación de sensaciones que han toca un nervio sensible en mucha gente, reproduciendo frases o discursos facilistas y a la vez violentos, como fueron los de la inseguridad o la falta de libertad de expresión.

Finalmente, el 2001-2002, ¿no dejó una memoria histórica capaz de oponerse, en caso que hubiere en el país un desastre económico-financiero?

La memoria que dejó el 2001-2002 no es una memoria ligada al desastre financiero o económico. De hecho, en la memoria social, aún no se relaciona de manera clara, o precisa, esa crisis con el megacanje/blindaje, o con la estafa millonaria realizada por algunos bancos contra la Argentina; hay solo recuerdos difusos de esta situación junto a la idea de no me dejan sacar mis ahorros. Hay que decirlo con todas las letras: la memoria del 2001 dejó instalado que cuando los bancos se roban todo, hay que echar a los políticos. Es mayor el recuerdo del que se vayan todos que el de los banqueros llenando sus casas matrices del dinero de todos los argentinos, confiscado con el corralito. Es, lamentablemente, una memoria política, pero que no apunta al verdadero problema, que es la dictadura del capital financiero.

La política de la ontología:

Posiciones antropológicas
Martin Holbraad, Morten Axel Pedersen y Eduardo Viveiros de Castro[1]
(Traducción: Francisco Pazzarelli)

A primera vista, «ontología» y «política» hacen una extraña pareja. La ontología evoca la esencia, mientras que la política, tal y como los ciudadanos modernos, democráticos y multiculturalistas tienden a entenderla, se vincula con desacreditar esencias, afirmando en su lugar las capacidades de los colectivos humanos para hacer mundos. Sin embargo, esa noción de una construcción social de la realidad instancia [instantiates] una ontología particular, una muy poderosa -y nos referimos a una políticamente poderosa. Mientras, como antropólogos estamos sintonizamos con los «poderes de los débiles»: con las muchas y complejas conexiones, algunas de ellas crucialmente negativas, entre las diferencias de poder (política) y los poderes de la diferencia (ontología).
Con el objetivo de una discusión, entonces, comenzamos con una distinción amplia entre tres modos diferentes en los que ontología y política se encuentran correlacionadas en ciencias sociales y disciplinas afines, cada uno asociado a recetas metodológicas particulares, requerimientos analíticos y visiones morales: (1) el concepto filosófico tradicional de ontología, donde la «política» toma la forma implícita de un mandato para descubrir y diseminar una verdad única y absoluta acerca de cómo son las cosas; (2) la crítica sociológica de éste y otros «esencialismos» que, desacreditando escépticamente todos los proyectos ontológicos para revelar su insidiosa naturaleza política, termina afirmando a la política crítica de la desacreditación como su propia versión acerca de cómo deberían ser las cosas; y (3) el concepto antropológico de ontología como multiplicidad de formas de existencia, accionada[2]en prácticas concretas, donde la política se convierte en la provocación no-escéptica de esa variedad de potenciales acerca de cómo las cosas podrían ser; lo que Elizabeth Povinelli (2012b), como nosotros la entendemos, llama «el otro modo» [the otherwise].
¿Cómo podría ese “otro modo” [the otherwise] manifestarse etnográficamente? Tenemos que recordarnos a nosotros mismos que las descripciones etnográficas, como todas las traducciones culturales, implican necesariamente un elemento de transformación o incluso de desfiguración. Es decir, cualquier análisis antropológico corresponde a una «equivocación controlada» (Viveiros de Castro 2004) que, lejos de cartografiar de forma transparente un orden social discreto o un todo cultural en otro, depende de «malentendidos productivos» (Tsing 2005), más o menos deliberados y reflexivos, para realizar sus traducciones y comparaciones, no sólo entre diferentes contextos, realidades y escalas, sino también dentro de ellos. En todo caso, esto es lo que distingue al giro ontológico de otras orientaciones metodológicas y teóricas: no la dudosa suposición que le permite a uno llevar a personas y cosas “más a serio” de lo que otros son capaces o están dispuestos a hacer [1], sino la ambición, e idealmente la habilidad, de pasar a través de lo que estudiamos, así como cuando un artista provoca nuevos modos a partir de las potencialidades [affordances] que su material le permite desatar, liberando formas y fuerzas que dan acceso a lo que puede llamarse el lado oscuro de las cosas.
Por lo tanto, aunque el giro ontológico en antropología ha hecho del estudio de la diferencia etnográfica o «alteridad» una de sus marcas, está menos interesado en las diferencias entre cosas que dentro de ellas: la política de la ontología es la pregunta acerca de cómo las personas y las cosas podrían diferir de sí mismas (Holbraad y Pedersen 2009; Pedersen 2012b). La ontología, tal y como entendemos la antropología, es la deducción trascendental comparativa, etnográficamente fundada, del Ser (el oxímoron es deliberado) tal y como difiere de sí mismo; en otras palabras, el ser-como-otro como inmanente al ser-como-sí. La antropología de la ontología es antropología comoontología; no la comparación de ontologías, sino la comparación como ontología.
De esto se trata para nosotros el giro ontológico: es una tecnología de la descripción (Pedersen 2012a) diseñada con la esperanza optimista (no-escéptica) de hacer visible el otro modo [the otherwise], experimentando con las potencias conceptuales [conceptual affordances] (Holbraad, en prensa) presentes en un determinado cuerpo de materiales etnográficos. Enfatizamos que ese material puede ser trazado desde cualquier lugar, en cualquier momento y por cualquier persona; no hay límites acerca de cuáles prácticas, discursos y artefactos son susceptibles de análisis ontológico. De hecho, la articulación de «lo que podría ser» implica una peculiar postura no- o anti-normativa, que tiene profundas implicancias políticas en varios sentidos.
Para empezar, el hecho de presentar alternativas a declaraciones sobre qué «es» o a imperativos acerca de qué «debe ser» es en sí mismo un acto político; y uno radical en la medida en que rompe con el relativismo simplista del mero reporte de posibilidades alternativas («visiones del mundo», etc.) y procede con valentía a ceder a lo «otro» [the otherwise] un peso ontológico completo, con el fin de hacerlo viable como una alternativa real. Por ejemplo, el relativista reporta que en tal contexto etnográfico el tiempo es «cíclico», donde «el pasado siempre está volviendo para convertirse en presente». Es una idea sugerente, sin dudas. Pero en rigor, no tiene sentido. Ser«pasado» es precisamente no«volver al presente», por lo que el pasado que hace eso no es propiamente un pasado (en el mismo sentido en que un soltero casado no es un soltero). Por el contrario, como una especie de «turbo-relativista», el antropólogo ontológicamente-orientado toma esa forma de e(qui)vocación como punto de partida para un experimento etnográficamente controlado con el propio concepto de tiempo, reconceptualizando «pasado», «presente», «ser», etc., de forma de hacer del «tiempo cíclico» un modo real de existencia. En este hipotético experimento del “podría ser”, el énfasis está tanto en «ser» como en «podría»: «Imagine un tiempo cíclico!», se maravilla el relativista;  «Sí, y esto es lo que podría ser!», responde el antropólogo ontológico.
Por otra parte, cuando tales experimentaciones «ontográficas» (Holbraad 2012) se precipitan gracias a exposiciones etnográficas de personas cuyas vidas están, de una manera u otra, contra los órdenes hegemónicos reinantes (estado, imperio y mercado, en su mezclas siempre volátiles y violentas), entonces la política de la ontología resuena en sus fibras más íntimas junto a la política de los pueblos que la ocasionan. En tal caso, la política del análisis antropológico ontológicamente-orientado no es sólo lógicamente dependiente, sino internamente constituida y moralmente imbricada con la dinámica política en la que están involucradas las personas que el antropólogo estudia, incluyendo las posturas políticas que esas mismas personas podrían tomar sobre la, no menos importante, cuestión de lo que la propia política «podría ser».
De hecho, uno de los lemas más frecuentemente citados (y criticados) del giro ontológico en antropología es el famoso «la antropología es la ciencia de la auto-determinación ontológica de los pueblos del mundo» y su corolario, a saber, que la misión de la disciplina es la de promover la «descolonización permanente del pensamiento» (Viveiros de Castro 2009; para una versión anterior del argumento, ver Viveiros de Castro 2013 [2002]). En este sentido, el primer (e improductivo) malentendido que debe ser disipado es la idea de que esta afirmación equivale a luchar por los derechos de los pueblos indígenas, de cara a las potencias mundiales. Uno no necesita demasiada antropología para unirse a la lucha contra la dominación política y la explotación económica de los pueblos indígenas del mundo. Debería ser suficiente con ser una persona medianamente informada y razonablemente decente. Por el contrario, ninguna cantidad de relativismo antropológico ni ningún tipo de anticuado escepticismo profesional puede servir de excusa para no unirse a esa lucha.
En segundo lugar, la idea de una autodeterminación ontológica de los pueblos no debe ser confundida con apoyar la esencialización étnica, con algún primordialismo Blut und Boden o con otras formas de realismo sociocultural. Significa devolver lo ontológico a «la gente» y no la gente a «lo ontológico». La política de la ontología como la autodeterminación del otro es la ontología de la política como la descolonización de todo pensamiento de cara a otro pensamiento -pensar en el propio pensamiento como «siempre listo» en relación con el pensamiento de los otros.
En tercer lugar, la idea de la autodeterminación del otro significa que un principio fundamental de la ética epistemológica del antropólogo debe ser el de siempre dejar una salida para las personas que se está describiendo. No explicar demasiado, no intentar actualizar las posibilidades inmanentes del pensamiento de los otros, sino esforzarse por mantenerlos indefinidamente como posibles (esto es lo que significa «permanente» en la frase «la descolonización permanente del pensamiento»); tampoco descartarlos como fantasías de otros, ni fantasear que pueden ganar la misma realidad para uno. No lo harán. No «como tales», por lo menos; sólo como-otro. La autodeterminación del otro es la otra-determinación del self.
Esto nos lleva a un punto final con respecto a la promesa política sostenida por los enfoques ontológicamente-orientados en antropología y disciplinas afines; a saber, que esta promesa puede ser concebida, no sólo en relación con su grado de afinidad con determinados objetivos políticos (incluso promoviéndolos activamente), ni con la permanente necesidad de una crítica al Estado y a las vueltas de pensamiento que la sustentan, sino también en relación a su capacidad de accionar una forma de política que esté implicada en su propio funcionamiento. Concebido de este modo, el giro ontológico no es tanto un medio para fines políticos externamente definidos, sino un fin político por derecho propio. Retomando, de cierta forma, los debates sobre la eficacia política de la vida intelectual (por ejemplo, la postura ambivalente de la intelligentsia marxista frente al llamado a la militancia política de los Partidos Comunistas en el siglo XX -Adorno, Sartre, Magritte, etc.), la cuestión es si los análisis ontológicamente-orientados tornan política su propia forma de pensamiento, de manera que «ser político» deviene una propiedad inmanente del propio modo de pensamiento antropológico. Si es así, entonces la política de la ontografía reside no sólo en las maneras en que puede ayudar a promover ciertos futuros, sino también en la forma en que “figura” [“figurates”] el futuro (Krøijer, en prensa) al momento de accionarlo.
La premisa principal de tal argumento podría rayar en un apodicidad tipo cogito (sensu Husserl): pensar es diferir. Aquí, un pensamiento que no hace ninguna diferencia para sí mismo no es un pensamiento: los pensamientos toman la forma de movimientos desde una «posición» a otra, por lo que si tal movimiento no ha tenido lugar, ningún pensamiento ha tenido lugar tampoco. Notemos que esto no se trata de un credo ontológico (comparar con el reciente «principio óntico» [“ontic principle”] de Levi Bryant [2011], que es bastante similar, pero moldeado en la clave filosófica de la reivindicación metafísica). Más bien se ofrece como una declaración de la forma lógica de pensamiento (una fenomenología, en el sentido de Simon Critchley de (2012, 55), que es, por otra parte, apodíctica en la medida en que se instancia a sí misma en su propia expresión. La premisa menor sería, entonces, la (más discutible) idea de que diferir es en sí mismo un acto político. Esto nos exigiría aceptar que nociones “políticas” no-controversiales como poder, dominación o autoridad son posturas relativas hacia la posibilidad de la diferencia y de su control. Para decirlo de manera muy directa (crudamente, sin duda), la dominación es una cuestión de mantener la capacidad de diferir bajo control, de poner límites a la alteridad y por lo tanto, ipso facto (y por implicación interna a la premisa anterior de pensar-es-diferir) también al pensamiento.
Si se aceptan estas dos premisas, un cierto tipo de política deviene inmanente al giro ontológico. Pues si es correcto decir que el giro ontológico «gira», precisamente, sobre la transmutación recursiva de exposiciones etnográficas en formas de creatividad y experimentación conceptual, entonces una antropología de inflexión ontológica está permanentemente orientada hacia la producción de diferencia o «alteridad”. Independientemente (en este nivel de análisis) de los objetivos políticos a los que se pueda prestar, la antropología es ontológicamente política en la medida en que su funcionamiento presupone, en un intento experimental de «hacer», la diferencia como tal. Se trata de una antropología constitutivamente antiautoritaria, haciendo de eso su tarea para generar ventajas alternativas a partir de las cuales las formas establecidas de pensamiento sean puestas bajo la presión implacable de la propia alteridad, siendo tal vez alteradas. Incluso se podría llamar a este esfuerzo intelectual revolucionario, si por ello entendemos una revolución que es «permanente» en el sentido que propusimos anteriormente: la política de sostener indefinidamente lo posible, el «podría ser».
Notas
[1] Aunque uno podría argumentar, indiscutiblemente, que llevar a serio otras ontologías es precisamente trazar las implicaciones políticas de cómo las cosas podrían ser para «nosotros», dado cómo están las cosas para esos «otros» que toman estas otras ontologías seriamente, como una cuestión de hecho.
Referencias
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[1] Texto original: Holbraad, Martin, Pedersen, Morten Axel and Viveiros de Castro, Eduardo: «The Politics of Ontology: Anthropological Positions.» Fieldsights – Theorizing the Contemporary, Cultural Anthropology Online, January 13, 2014. http://culanth.org/fieldsights/462-the-politics-of-ontology-anthropological-positions
[2] NdT: hemos traducido el verbo “to enact” como “accionar”; para traducir “the otherwise” elegimos “el otro modo” o “el otro”, dejando siempre entre corchetes el concepto original.

Política partisana contra política de partido

Entrevista al historiador Valerio Romitelli
Amador Fernández-Savater

¿Podemos ir más allá del modelo de los partidos políticos? ¿Salir de las pretensiones de hegemonismo de las que toda organización con forma de partido está inevitablemente poseída? El historiador Valerio Romitelli encuentra en la lucha de las bandas partisanas italianas la historia inspiradora de una experimentación política alternativa. Es la tesis fundamental de su último libro, La felicidad de los partisanos y la nuestra. Organizarse en bandas (publicado en Italia por la editorial napolitana Cronopio).
Es un libro precioso, que se acerca a la historia partisana como si fuera un depósito de energía que se tratase de liberar para agitar con ella el presente. Por un lado, mediante un trabajo minucioso de desmontaje de todos los estereotipos que codifican la memoria y sepultan su energía. Por otro, enlazando la experiencia partisana con las búsquedas actuales de una política de emancipación que escape de las lógicas de centralización y representación de los partidos, que ya han mostrado suficientemente sus límites para transformar la realidad.
La felicidad de los partisanos es la felicidad de los pioneros, de los inventores, de quienes crean modos propios de reapropiarse de su destino, incluso en medio de las peores condiciones. Si queremos salir hoy de la tristeza política, es decir de la impotencia para cambiar la realidad y a nosotros mismos con herramientas obsoletas, necesitamos encontrar empuje, aliento e inspiración en otro imaginario de referencia. En una historia hecha de intensidades y no de puros signos. Aquí se inscribe la historia de los partisanos de Romitelli.
Valerio Romitelli (Bolonia, 1948) es profesor de historia de los movimientos sociales y los partidos políticos en la Universidad de Bolonia. Ha fundado el Grupo de Investigación de Etnografía del Pensamiento (GREP) que desarrolla trabajos de investigación en lugares cruciales de la sociedad como fábricas, escuelas o servicios sociales, recogiendo y dando valor a las propias palabras y pensamientos de quienes los habitan. Entre sus últimas publicaciones, señalamos Storie di politica e di potere (2004) y L’amore della politica. Pensieri, passioni e corpi nel disordine mondiale (2014). Sobre la experiencia de los partisanos italianos, ha publicado también L’odio per i partigiani. Come e perché contrastarlo, en 2008.
Memoria viva y memoria muerta
1- Lo que te pediría en primer lugar son algunas coordenadas generales de la experiencia partisana, para situar al lector español menos informado.
Valerio Romitelli. Cuando se habla de los partisanos italianos, estamos hablando de cerca de 200.000 jóvenes, en su momento de máxima expansión, que por iniciativa propia, durante unos 20 meses, entre septiembre de 1943 y abril de 1945, se constituyeron en bandas armadas (más o menos coordinadas pero también con fracturas entre ellas, o bien aisladas) con el objetivo de combatir al ocupante nazi y a los colaboracionistas de la República de Salò.
Fue un fenómeno que afectó sobre todo al norte y al centro-norte de Italia, en la medida en que a partir del verano del 43 los aliados angloamericanos, después de desembarcar en Sicilia, comenzaron a ascender por la península, si bien de una forma tan discontinua y dificultosa que Roma, por ejemplo, sólo fue liberada en la primavera del año siguiente. Todo terminará alrededor del 25 de abril de 1945, con la victoria política de los partisanos, que lograron salvar la imagen de Italia, antes fascista, ante los ojos del mundo.
Sin embargo, los partisanos serán derrotados en el proceso de reconstrucción del nuevo Estado republicano, que los excluirá de la vida pública. La construcción de la República, que sucedió a una monarquía que se había comprometido con el fascismo, será de hecho gestionada por los pactos entre los nuevos partidos y las superpotencias vencedoras, todos de acuerdo en asignar al Vaticano una importancia que nunca había tenido en la historia de nuestro país.
2- Lo primero que sorprende al leer tu libro es descubrir la cantidad de estereotipos que conforman nuestra imagen de la experiencia partisana: ni se autodenominaba “resistencia”, ni era un fenómeno puramente militar y ¡ni siquiera tenía como himno la famosa Bella Ciao! Te quería preguntar qué tipo de percepción fabrican estos estereotipos de la experiencia partisana, a qué relatos obedecen, de dónde vienen.
Valerio Romitelli.  Los partisanos italianos nacen en el vacío de poder abierto tras el 8 de septiembre de 1943, cuando se disuelve el gobierno Badoglio, que trataba de firmar un armisticio con los aliados, y se constituye el régimen colaboracionista de la República de Salò, con Mussolini al frente pero bajo el control absoluto de los nazis. Los partisanos no tenían, pues, nada que defender y lo tenían todo por reinventar.
Si se estudian las “fuentes de abajo” (periódicos, manifiestos, diarios, cartas, etc.), vemos muy claramente que no emplearon nunca la palabra “resistencia”, a no ser que fuera para aludir a una simple táctica bélica. Los partisanos se definían más bien como “rebeldes”, “revolucionarios” y, sí, también como “patriotas”, pero en un sentido totalmente nuevo, radicalmente antifascista, contra el resurgir de cualquier residuo del fascismo. Y el reclamo a la patria implicaba también no esperar a que fuera la invasión aliada la que decidiera los destinos de nuestro país. Razón por la cual se produjeron importantes desencuentros entre partisanos y aliados (cuyos bombardeos provocaron, en la Italia de entonces, ¡más muertos que los de la propia Wehrmacht!).
Para entender situaciones políticas tan singulares como la de los partisanos italianos, considero este aspecto metodológico de crucial importancia: hay que partir siempre de las palabras empleadas por los propios protagonistas. En caso contrario, se termina por anular la singularidad de estas situaciones de ruptura, decisivamente innovadoras, reduciéndolas a acontecimientos equivalentes e intercambiables. Y esto es lo que se ha querido hacer al homologar el fenómeno de los partisanos italianos a simples variantes de la resistencia europea al nazi-fascismo.
Es justo lo mismo que, con la guerra ya terminada, querían los aliados y los partidos renacientes bajo su vencedora ala protectora. Para ello se ocultó la gran diferencia que existía entre la Italia completamente renovada por la que habían luchado los partisanos y la Italia que efectivamente surgió del final de la guerra: una Italia que, si bien ya no era monárquica, reciclaba a muchos ex-fascistas en todas las instituciones del Estado, asumía un Vaticano más fuerte que nunca, mostraba una sumisión extrema a la influencia norteamericana, crecía económicamente pero al precio de una subordinación política completa, etc. La guerra partisana no fue simplemente militar, sino que también fue una guerrapolítica para la renovación del país.
Hoy en día, todo esto queda cancelado cada vez que se entona la famosa “Bella ciao!”, que ningún partisano cantó ni siquiera en sueños, pues el tema se compuso después de que su experiencia hubiera terminado.
3- Otro de los clichés o “ideas recibidas” que tenemos sobre la experiencia partisana es que se trataba de un movimiento organizado y dirigido por los partidos políticos, en particular por el Partido Comunista Italiano.
Valerio Romitelli.  Allá por 1943 en Italia los partidos antifascistas, que habían sobrevivido a veinte años de fascismo, se demuestran políticamente incapaces tanto de destruir el régimen (que se deshace solo) como de emprender cualquier cosa en el vacío político que el 8 de septiembre trae consigo. Lo único que consiguen hacer es participar en parte en el gran movimiento de formación de bandas de partisanos, un movimiento que, cierto, es en un primer momento espontáneo, pero que inmediatamente se estructura y se organiza de un modo completamente singular y diverso. De hecho, muchas bandas son muy pronto del todo o en parte apartidistas -o lo serán después-, o bien incluyen a partisanos de distinta orientación política.
Este aspecto se borra en los homenajes a los partisanos que en realidad sólo pretenden celebrar a los partidos en tanto que verdaderos protagonistas del renacimiento republicano y post-fascista del país. Y de ese modo nace la fábula según la cual los partisanos no habrían sido otra cosa que el brazo armado de los partidos, mientras que estos últimos habrían sido siempre los mismos, antes, durante y después del fascismo, y también hoy: siempre los únicos custodios de los italianos buenos, celosos de la democracia. ¡Se comprende qué beneficio consensual sacan de esta fábula también los politicastros actuales!
Nada de esto es cierto: los partidos antes del fascismo eran algo completamente distinto a los partidos después del fascismo. Los primeros eran autóctonos, mientras que los segundos estaban condicionados del todo por los juegos diplomáticos de las superpotencias vencedoras, y se convirtieron luego, a partir de 1992 más o menos, en meras marionetas movidas por los medios de comunicación y los sondeos de opinión, completamente al servicio del “mercado”.
En cambio, si partimos de que los que cambiaron el destino de nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial fueron las bandas partisanas, podremos repensar de manera distinta toda nuestra historia más reciente.
4- Rescatar la singularidad de la experiencia partisana es uno de los objetivos más valiosos y preciosos de tu trabajo. Tal y como explicas, esta singularidad corre el riesgo de verse anulada por dos tipos de miradas. En primer lugar, está la mirada que minusvalora la experiencia partisana calificándola de explosión espontánea, puramente emocional, necesariamente pasajera, pre-política o políticamente inmadura, etc. En segundo lugar, está la mirada “evolutivo-lineal” que encaja a los partisanos en una historia política (la del Partido Comunista Italiano) que nos impide captar la discontinuidad que introducen, la novedad que aportan. En los dos casos, la experiencia partisana resulta devaluada: sólo tiene valor en función de -o subordinada a- la experiencia de los partidos. Perdemos así el contacto con su potencial singular: lo que nos puede decir, lo que podemos aprender de ella, lo que puede aún inspirarnos.
Valerio Romitelli.  En un libro anterior (El amor de la política. Pensamiento, pasiones y cuerpos en el desorden mundial, 2014) propuse tratar de entender cuándo y cómo la política funciona de forma experimental, es decir, de manera completamente distinta al modo conservador y al modo reaccionario. Para ello, resulta esencial entender cuáles son los “cuerpos organizados” que se ponen a prueba haciendo política. Los partidos modernos (nacidos a partir del modelo socialdemócrata entre los siglos XIX y XX, primero, y del bolchevique vencedor del Octubre de 1917 en Rusia, después) aparecen entonces como grandes figuras de la época, alternativas a la Iglesia, a los ejércitos, a los Estados, a la empresas, a los bancos, etc. Para bien o para mal, los partidos son las figuras protagonistas del siglo pasado: los laboratorios políticos de masas.
Pero al igual que sucede con toda experimentación científica o artística, tampoco la política es constante, sino cíclica: funciona por secuencias. Las figuras que protagonizarán la secuencia política 1943-45 en Italia son las bandas partisanas y no los partidos. La experiencia que hicieron los partisanos no era pre-política con respecto a la de los partidos, sino la experiencia de otra política. Profundamente innovadora. Lo que yo propongo entonces es pensar la experiencia partisana en interioridad. ¿Qué significa esto? Trabajar por rescatar la materialidad de la experiencia (lo que dijeron e hicieron los partisanos, cómo se organizaron y combatieron), en lugar de considerarla simplemente como un espíritu a homenajear. Es decir, construir un recuerdo materialista, no retórico ni mitológico, de la lucha partisana. Sólo de ese modo podemos tener una memoria vivo en el presente.
La felicidad de los partisanos
5- Para ti, la experiencia partisana no es una “reacción automática” a la situación de guerra, ni los partisanos eran simplemente mártires de una causa que se sacrificaron por un deber moral. Por el contrario, describes la experiencia partisana como una experiencia de felicidad colectiva. Ni obligación ni necesidad, sino deseo y felicidad. Se trata de algo muy sorprendente, dadas las circunstancias en las que actuaron. ¿En qué consiste esa felicidad del partisano, de dónde viene?
Valerio Romitelli. Para celebrar a los partisanos como figuras sin un legado singular siempre se los ha presentado como muertos heroicos, como víctimas, como personajes tristes de una historia trágica y cerrada para siempre. Y es cierto que los partisanos, como guerrilleros que fueron, sufrieron de un modo hoy impensable. Actualmente, gozamos todavía (aunque cada vez menos) del bienestarque nos trajeron los “treinta años gloriosos” de la larga posguerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, un bienestar semejante no era ni tan siquiera imaginable. Sin embargo, hoy en día somos políticamente infelices: no logramos, en tanto que gente común, decidir nada de cuanto condiciona nuestros destinos. En cambio, los partisanos, aun sufriendo todas las penalidades, aun inmolándose a menudo en acciones al límite del suicidio, eran políticamente del todo felices. Su dicha consistía en decidir el propio destino, y con él el de todo el país. No es ninguna fantasía mía. Lo dicen sus memorias. Lo dicen los grandes escritores que fueron partisanos, tales como Meneghello o Fenoglio. Lo decían sus escritos en los muros, sus pasquines, sus documentos.
Eran felices y llevaron a cabo una experimentación política feliz, es decir, lograda. Sus modos de organizarse y de combatir fueron un éxito completo, si tenemos en cuenta lo que por encima de todo se proponían: echar a los nazis, vencer a los colaboracionistas de Salò, dejar un ejemplo difícilmente igualable sobre cómo se puede renovar políticamente un país entero, aun siendo una minoría, aun siendo sólo un puñado de jóvenes.
El que lo que siguiera a su experiencia no haya sido una historia tan feliz no quita nada al hecho de que al releer hoy su gesta como se debe, en interioridad,podamos vernos empujados a intentar análogas experiencias.
6- Le das mucha importancia en el libro a una frase muy bella de Ada Gobetti, periodista y partisana ella misma: “la amistad era la clave de la batalla partisana”. ¿Puedes explicarnos la razón?
Valerio Romitelli. Existe toda una tradición de pensamiento, a la que los mismos marxistas le hacen a veces demasiadas concesiones, que sitúa el odio y el conflicto como prioridad de la política. Yo cuestiono ese primado. Lo que sostengo al contrario es, por decirlo brevemente, que para hacer cualquier guerra, primero se necesita dotarse de un ejército: es decir, que antes de entrar en cualquier tipo de conflicto, si no se quiere sucumbir inmediatamente, hay que prepararse y, por tanto, hacer amigos, unirse y organizarse en un cuerpo colectivo, capaz también de hacer frente a las derrotas. El caso de los partisanos italianos es particularmente instructivo. El que pretendía combatir a los nazis aisladamente o mal organizado estaba abocado a desaparecer rápidamente y sin dejar rastro. De donde se deduce que la amistad, el amor estrechamente compartido por la misma causa, es la condición prioritaria de cualquier experiencia política (que implica también, por supuesto, el odio y el conflicto).
Política partisana y política de partido
7- Afirmas que los microcuerpos de las bandas partisanas hicieron una experimentación alternativa a la del partido. ¿En qué consiste esta distinción entre la “política de partido” y la “política partisana”?
Valerio Romitelli. La “política partisana” fue una política experimental: excluía la discusión en términos ideológicos (regímenes, sistemas o modelos buenos o malos) para pensar exclusivamente en cómo organizarse en el presente, en las condiciones existentes en la situación presente.
Se trataba pues de una política completamente interna a la situación, al territorio y a la población. Es decir, no derivaba su acción de los cálculos politiqueros o de los juegos diplomáticos, ni tampoco estaba subordinada a las potencias extranjeras (como era el caso del PCI con respecto a la URSS), sino que desarrollaba una estrategia autodeterminada, que se fundaba solamente sobre las propias fuerzas, y se pensaba y decidía sobre el terreno.
Diversidad, adecuación a circunstancias cambiantes, movilidad espacial y cultural, flexibilidad y adecuación a objetivos, apoyo de la población local, coraje para inventar un modo propio de estar… son otras claves fundamentales de la política partisana, heterogéneas a la política de partido.
Al acabar la guerra, se construyeron partidos a partir de las bandas partisanas. El PCI no sólo instrumentalizó la experiencia partisana, sino que lo hizo sin acoger casi ninguna de las expectativas de renovación radical de Italia que habían motivado a los propios partisanos. En la posguerra, el PCI será el mayor partido comunista dentro de un país capitalista, pero su acción, casi siempre burocrática, equívoca y a fin de cuentas dimisionaria, no se recuperará ya de este pecado original de haberse apropiado indebidamente de la herencia partisana.
8- Según explicas en el libro, los partidos han cambiado radicalmente, pero la experiencia partisana podría tener hoy una actualidad para vivificar nuestra idea y práctica de la política. Es decir, para salir de la infelicidad presente. ¿En qué sentido, cómo lo piensas?
Valerio Romitelli.  Dada la complejidad de la pregunta, responderé en estilo telegráfico. Tanto los gobiernos como los partidos mayoritarios o de oposición, a día de hoy, no experimentan ya nada que no sea aquello que les impone el “mercado”, es decir, los bancos y los lobbys que los sostienen. Derecha e izquierda convergen cada vez más hacia aquel centro cuyo corazón late al ritmo de las reformas prescritas por el neoliberalismo. Más a la derecha y más a la izquierda queda muy poco, aparte de los sentimientos anacrónicos, el oscuro y ancestral odio racial o el mucho más respetable, pero en todo caso ineficaz, llanto por los viejos temas de los partidos de los tiempos del Estado del bienestar. Por lo tanto, vivimos en una situación en la que la política ya no tiene organizaciones propias.
El problema de cómo reorganizarse políticamente para dar cuerpo a políticas universalistas —las únicas dignas de ser calificadas, precisamente, como políticas— está, por lo tanto, abierto. ¿Cómo afrontarlo? Cada solución posible hay que buscarla, pienso yo, a distancia del Estado. El Estado de bienestar ha sido suplantado hoy casi en todas partes por el “Estado securitario” (que es el único que les gusta a los “mercados”, siempre al acecho de lugares donde hacer inversiones “seguras”): implicarse con los poderes de semejantes Estados con la idea de que así mejoramos sus políticas sólo puede llevar al perfeccionamiento de las medidas de seguridad. Medidas que son siempre exactamente lo contrario de aquello que habían sido las medidas universalistas del Estado del bienestar.
Tratar de hacer política a distancia del Estado significa intentar hacer política sin partido, prescindir de los ritos electorales, pero también de la idea de corregir las injusticias a través del derecho y sus tribunales, etc. Una vez que el horizonte político ha sido despejado de Estado y de los partidos no queda ya nada más que lo social, siempre ambivalente, impuro, sucio, incierto, bastardo. Pero es aquí donde debemos sumergirnos para tratar de construir alternativas a las actuales políticas neoliberales. Y, sobre todo, debemos sumergirnos en el nuevo entorno social que se está formando en Europa pero también en otros lugares: allí donde los ciudadanos son sólo un componente al lado de aquellas poblaciones de extranjeros que, aunque siempre minoritarias, están destinadas a cambiar radicalmente el rostro de muchos países.
Por esta razón, una experiencia como la de los partisanos italianos puede tener todavía algo que enseñarnos. Porque sus bandas se constituyeron, duraron e hicieron una política capaz de transformar los destinos de nuestro país, una política distinta de la de los partidos y experimentada en completa ausencia de cualquier Estado al que hacer referencia.
La experiencia partisana y el presente
9- ¿Persiste como recuerdo vivo, inspirador, la experiencia partisana en Italia? ¿Podrías darnos ejemplos de “reactualizaciones” de su memoria y ejemplo que te parezcan interesantes?
Valerio Romitelli.  A partir de la posguerra y en adelante, los grupos que en Italia más se han inspirado de forma declarada en la experiencia partisana han sido las Brigadas Rojas, cuyo terrorismo entre los años 70 y 80 fue políticamente desastroso. Aquello que más les gustaba a los brigadistas de los partisanos era el hecho de que la suya era una lucha armada. El gran error de los brigadistas fue no entender la profunda diferencia que hay entre hacer política en tiempo de guerra, como era el caso entre el 43 y el 45, y hacer política en tiempo de paz, como entre los años 70 y los 80, o como hoy en Europa, por lo menos. Todavía hoy, muchos militantes “antagonistas”, lectores de Michel Foucault, en particular de su seminario de 1976, insisten en considerar esta distinción paz/guerra como ficticia, pero para mí sigue siendo fundamental.
Aquello que a mí me interesa de la experiencia de los partisanos es que estos, sin tener ningún apoyo institucional o mediático, no siendo más que una minoría ínfima, padeciendo condiciones tremendas, lograban ganarse la simpatía y el apoyo activo de las poblaciones allí donde operaban. Por mucho que este sea un dato siempre disputado por la literatura de derechas, me parece evidente que sin estos apoyos la experiencia de los partisanos no habría nunca podido crecer, durar ni extenderse de la forma en que lo hizo.
10- En este sentido de entrar en contacto con las poblaciones, y no de representarlas como pretende cualquier vanguardia, dices que la experiencia partisana podría inspirar “nuevos cuerpos colectivos” capaces de “pensar un pensamiento”. ¿Podrías desarrollar esto?
Valerio Romitelli.  Hoy en día, para tratar de organizar nuevas políticas alternativas, sostengo que es imprescindible hacer investigaciones entre las poblaciones que más sufren las políticas capitalistas. Sólo así se puede saber cuáles podrían ser los objetivos, las reivindicaciones más adecuadas para unir a estas poblaciones, que actualmente se encuentran muy divididas y dispersas, también por culpa del colapso de la credibilidad sufrida por las organizaciones tradicionales comunistas o, más en general, “de clase”.
Es decir, se trata de “pensar el pensamiento” de las poblaciones explotadas y oprimidas. Sin presuponer ningún “sujeto político” ni “antagonismo esencial” alguno (como ocurre en las teoría de las “multitudes” de Toni Negri y los post-obreristas), sino sólo el hecho de que tales poblaciones piensan una realidad, la suya, que le resulta extraña también a quien hace la investigación, al menos hasta el momento de hacerla. Por lo tanto, se trata de entender, con los métodos adecuados, sus palabras y de usar las fuentes indispensables para la elaboración de cualquier política alternativa. Hoy en día, entre los movimientos alternativos y antagonistas en Italia no faltan tentativas de este tipo investigación: existen grupos de jóvenes antropólogos comprometidos que hacen investigaciones muy interesantes, por ejemplo.
Por mucho que los partisanos no hubieran estudiado para adquirir esta capacidad etnográfica, por así decirlo, está claro que fueron las singulares circunstancias de aquel momento las que los instruyeron rápidamente. Por este motivo he sostenido que los partisanos fueron capaces de “pensar un pensamiento” -que es una fórmula que surge del trabajo que llevo a cabo con el Grupo de Investigaciones Etnografía del Pensamiento, GREP.
11- Fuerzas oscuras del presente (narco, mafia, redes terroristas como Al-Qaeda) se organizan de alguna manera hoy también “en bandas” (de forma autónoma, descentralizada, flexible, móvil, sin referencia a partidos o Estados). ¿Cuál sería ahí el valor específico que podría tener la inspiración de la experiencia partisana?
Valerio Romitelli. Ciertamente, hablar bien hoy en día del concepto de bandas puede resultar escandaloso. Pero incluso dejando a un lado los casos del Daesh o de Al-Quaeda, a cuya existencia parece que ya no hay duda de que han contribuido más o menos directamente los servicios secretos occidentales, se puede decir que muchas de las bandas criminales que hay dispersas por el mundo se ven favorecidas, más que obstaculizadas, por la conversión del Estado de bienestar en “Estado securitario”. De hecho, tal conversión ha creado en el interior de lo social “tierras de nadie” donde la lucha por la supervivencia es siempre dura y violenta. No creo, sin embargo, que para hacer frente a este fenómeno tenga sentido reivindicar intervenciones por parte de Estados que funcionan más como parte del problema que como solución.
Por lo demás, cada política tiene sus propios riesgos. Algunas bandas criminales, como por ejemplo en Centroamérica, pero también en África y en otros lugares, no son sino la degeneración de bandas que en su día fueron políticas, como lo fueron en su día los partisanos italianos. El peligro de que estas últimas, una vez alcanzada la paz, degenerasen en simple bandidismo (cosa que sucedió en algunos casos muy esporádicos) fue una de las razones por las cuales los partidos, con el comunista a la cabeza, consideraron imprescindible su disolución después de la primavera del 45.
Por lo tanto, organizarse en bandas puede tener las consecuencias más diversas. Lo que más me interesa a mí de esta categoría es que nos permite pensar en una multiplicidad de micro-cuerpos políticos, alejados de las pretensiones de hegemonismo de las que toda organización con forma de partido está inevitablemente poseída. Y dado el nivel de corrupción que afecta hoy a casi cualquier partido y Estado en el mundo entero, se puede decir que el peligro de degenerar en la criminalidad debería obsesionar también al que considera posible hacer políticas alternativas dentro de marcos totalmente legales.
(Fuente: www.eldiario.es)
Traducción del italiano: Álvaro García-Ormaechea. Y la ayuda de Steven Forti. ¡Gracias a los dos!

Lo común, lo popular y lo banal: sobre “politizar”

Manuel Ignacio Moyano

I. Este escrito es una resonancia de la siguiente premonición gonzaleana: “[…] los miembros del nuevo gobierno han aprendido a mostrar pero, en el mismo acto, a encubrir. […] Por eso, los balances visuales deben ser ahora más novedosos, pues no admiten el típico gesto de las izquierdas anteriores, el “desenmascaramiento”. Deberemos hacerlos con otros nombres, lo que es indispensable para reponer las fuerzas populares en juego […]” (Horacio González, El Estado y el Jardín)
II. Desde hace algunos años, vastos grupos intelectuales y militantes han adherido y se han creado a partir de cierta gramática desde la cual se han sentido a gusto con la década y con gran parte de lo hecho por el gobierno kirchnerista en ella: la gramática del “retorno de la política”. En esa gramática, un verbo específico pasó a ser el pilar fundamental de la democracia y de las justas intelectuales y militantes, “politizar”. El plexo de significados, como le gustaría decir a esa especie en extinción autoproclamada “lingüística”, abierto en el seno de esta palabra ha sido y es infinito. Sin embargo, ella, que signa toda la década y reescribe gran parte del pasado argentino, no es un significante más entre otros. Tampoco es el hegemónico que se vacía de cualquier contenido particular. Muchos caminaron con esta palabra para “construir hegemonía”, otros para “desentrañar las relaciones de poder de toda relación social”, algunos para “ampliar nuevos derechos” y en muchos simplemente para “cambiar las injusticias sociales”. Pero, “en última instancia” (para usar una bella anacronía de izquierda), politizar quiso decir algo tan sencillo como complejo a la vez: hablar de política. En el transcurso de todo el presente año, con la enorme cantidad de elecciones efectuadas dadas las circunstancias conocidas por todos, se habló de política como epítome de toda una década en que la misma, como se dijo tantas veces, “volvió”. Hablar de política fue el modo en que politizar se hizo, y se sigue haciendo, posible. Allí, el dicho y el hecho coinciden: hoy cuando se habla de política, se politiza. Es, por lo tanto, un significante cuyo primer y casi único significado es autoreferencial. Que de allí se hayan derivado antagonismos de todo tipo y que hayan funcionado como combustible para el continuo parlamentarismo ciudadano-político es una obviedad de Perogrullo.

Sin embargo, hablar de política no implicó necesariamente hablar “políticamente”. Es en este punto donde el gobierno triunfante se hizo fuerte: supo hablar de política sin hablar políticamente de ella. La tecnocracia empresarial que ahora se abre paso en el ministrado nacional encuentra aquí su ímpetu. Ellos saben hablar de política como impuso la década, pero lo saben hacer como profesionales cuyas raíces extra-políticas los nutre de un aura no sólo experticio sino fundamentalmente “exitoso”. Por lo tanto, el “giro kirchnerista” de Macri y su equipo, que muy probablemente les haya dado la presidencia de la nación, no es un falsete ideológico (no es una máscara que debe ser removida, como quiso el spot publicitario de Daniel Scioli). Ese giro es precisamente su propia “politización”. El PRO habla de política como exige la década K, esto es, politiza, y ahora lo hace desde todos los frentes estatales que podría desear cualquier político argentino. Pero al hacerlo, despolitiza a la misma política ya que no habla de ella políticamente. En su equipo, todos puede pensar distinto (y habrá que decir: todos pueden, e incluso deben, hablar distinto) y a pesar de ello, trabajar juntos. Es una torre de Babel sin conflictos. Estamos ante la paradoja de una politización despolitizadora que se hermana muy bien con lo que Horacio González señala en las imágenes del nuevo gobierno, en las que todo se muestra y encubre a la vez. Porque se trata de una gramática política cuyo modo no es político. Por ello mismo, acá tampoco se puede desenmascarar nada porque, como la carta robada de Poe, está allí al frente de todos y a su vez escondiéndose a todos. El PRO es un arco plural de miles y miles de voces harto diferentes que hablan de política, arco cuya única condición de membresía es no hablar políticamente de la política. Allí, quiérase o no, están todos “muy politizados” pero aprendiendo y enseñando una lengua que habla apolíticamente de política. Por ello, no son ni fanáticos ni meros aficionados. En la eterna dialéctica de la politización y la despolitización, que abre una generación política inédita en la Argentina, que sortea eficazmente las trampas del fanático y del aficionado, allí se calibra este nuevo gobierno. Por esta razón, no se trata de una vuelta a los noventa sino de una “vuelta” a la “década ganada”. De un modo de hacerse cargo de la herencia (de la exigencia) kirchnerista.
III. Pero, ¿qué supone “hablar de política”?  ¿Y qué supone hablar políticamente de política? A pesar de la inevitable dependencia del contexto en que se emplee esta frase, es del mismo modo inevitable avisar que “hablar de política” es lo más común, lo más popular y también lo más banal. Cualquiera, en su singularidad ineludible, puede hablar de política. No es un tema propio de politólogos, de intelectuales, de políticos, de militantes. Ni siquiera de votantes, ni de connacionales. No necesita de información ni de lecturas, con un “haber oído” alcanza. Es, repetimos, lo más común, lo más popular y lo más banal.
IV. Común, popular y banal no significan lo mismo. Y es aquí donde podremos pensar qué conlleva hablar políticamente de política. Se trata de tres tipos de fuerzas que se disputan el mismo terreno, el terreno profano de la construcción política. Si se nos permite un esquematismo rápido, diremos que lo común es la operación por la cual un lenguaje se hace posible: en este sentido, lo común es la decibilidad de las cosas, el hecho de que puedan ser dichas (incluso mal-ditas). Es una fuerza existenciaria en la que todo es llevado a su condición de posible, lo que importa allí es que se puede hablar. Lo común es, entonces, que haya una decibilidad que exige ser dicha, hablada, desde la cual precisamente es posible hablar de política. Incluso, lo común es que la decibilidad inscripta en la Cosa sea pública. Toda Cosa es Pública desde que no es más que su propia decibilidad común. Para hablar de política es necesario por lo tanto que exista lo común. Y allí, el modo de hablar está definido por su expansiónde la posibilidad de hablar. Mientras más posibilidad de hablar haya, más común será el mundo. Común es la expansión de la posibilidad de habla. En ella no hay lugar para la apropiación del lenguaje. Si ello sucede, no hay lo común y así no hay posibilidad de hablar de política.

Lo popular, por su parte, implica retomar ese hilo de lo común para trazar una frontera que le dará un sujeto a esa comunidad de habla: el Pueblo. Este concepto capital para la historia política de Occidente, señala precisamente el modo en que la posibilidad de hablar de política quedará enfundada en la construcción de un “nosotros” que, por definición, se diferenciará de un “otros” (que no es necesariamente reconducible a “enemigos”). Por ello mismo, la gramática popular es ante todo una gramática que inventa una y otra vez el pueblo al que se refiere. El pueblo refiere a los comunes, claro, pero los diferencia de “otros” comunes. Su paradoja será que deberá definirse una y otra vez a sí mismo, utilizando las más variadas propiedades de pertenencia, por lo que en un lenguaje popular lo que importa es el modo en que se habla de política para reinventar una y otra vez la propia identidad. Como vemos, tanto en lo común como en lo popular tenemos los dos modos eminentes del hablar políticamente de política: se trata de un modo que abre la posibilidad común de hablar de política o de un modo que retoma esa posibilidad para definirse (siempre precariamente) como el sujeto popular de política. Esto implica que lo común y lo popular son fuerzas gramaticales que se encuentran en permanente conflicto, ya que la primera tiende a la expansión y la segunda a la delimitación. Sin embargo, lo popular depende enteramente de lo común ya que allí encuentra su posibilidad de delimitación. Y lo común erosiona continuamente lo popular señalándole el artificio de toda delimitación. Es precisamente en esta tensión donde se han movido los mejores hilos de la década kirchnerista, en una politización que al tiempo en que ampliaba las posibilidades de hablar (lo común), hablaba en nombre de un sujeto (lo popular) que a su vez creaba y recreaba continuamente. Allí supo emerger una gramática que habla políticamente de política.
V. Ahora bien, es en esta misma década donde el tercer operador de fuerzas ha hilvanado sus hilos y ha permitido al PRO hacerse kirchnerista y politizar su condición al tiempo en que tejía su lengua apolítica. Porque es justamente en la banalización donde la política puede ser dicha apolíticamente. Por banal no nos referimos a ninguna condición subalterna de las “clases bajas”, opuesta a cierta élite pensante determinada políticamente por su condición social. Nos referimos a una imposibilidad de distinguir, a un reinado del “da todo lo mismo”, a una fuerza que achata la intención de demarcar los diversos contornos y de diferenciar las múltiples hebras que componen el tejido social. En una palabra, a una fuerza de indistinción que atraviesa, “indistintamente”, a todo el ejido social. Mientras lo común trabaja sobre la posibilidad de hablar de política, y allí se abre su politicidad, lo banal funciona convirtiendo esa posibilidad en una realidad indiferenciada, esto es, hablar de política es hablar de cualquier cosa y de cualquier modo, como si las formas no importaran, y si las formas no importan tampoco importa ampliar la posibilidad de hablar de política. Se trata de un realismo ramplón que trabaja sobre lo que existe fácticamente, de hecho, y no sobre lo que puede existir, lo potencial. Pero, fundamentalmente, esta banalización se opone punto por punto a cualquier delimitación del Pueblo e impide así su creación. Lo reconoce, pero lo define sin límites, vacuamente, y así lo diluye. De este modo, lo común y lo popular pasan a ser banalizados. Éste es el signo de la época que se abre.

Pero, ¿por qué es esta la condición de posibilidad de un hablar apolítico de política? ¿Y por qué es sobre este fondo “ontológico” en que se hace posible la gramática PRO? Está por lo demás claro que este fondo de banalidad ha vivido como en su casa en vastos sectores del kirchnerismo y ha sido cómplice de la pérdida de su fuerza política. Sin embargo, ella es la definición específica del lenguaje PRO ya que cuando se teje una “cadena de equivalencias” radical, un borramiento de todos los antagonismos, un “todos juntos y unidos”, una “desideologización”, donde pareciera dar todo lo mismo, el único criterio posible para distinguir es el mercantil, lo que más vende: el dinero. Y la distinción que así se hace es simple: quienes tienen dinero, ellos son los que ganan en un mundo de banalidades donde todo da lo mismo. Por esta simple razón, son los “exitosos” (definidos exclusivamente por su capacidad de hacer dinero) quienes politizan y hablan de política y, ahora, gobiernan. Esta figura banal y feliz del emprendedor exitoso, tejida por el neoliberalismo desde la década del ’70, es la que gobierna hoy en Argentina (en todos sus frentes). Y es la figura que se apodera de la fuerza de lo común y de lo popular, la figura que lo vacía todo, que diluye lo común y lo popular en un mundo donde todas las diferencias dan lo mismo. Es la figura de lo sin límites, donde politizar, esto es, hablar de política es una cuestión esencialmente apolítica. Frente a ello, sólo nos queda repensar lo común y lo popular, sus cruces, y redefinirlos otra vez contra la banalización emprendedora.

Clinâmen: ¿Dónde está la intensidad?: Militancia, subjetividad y progresismo

Conversamos con Silvio Lang, director escénico dedicado a la investigación teórica, la enseñanza y colaboraciones artísticas en danza contemporánea, performance y teatro. La escena del macrismo. La política espiritualista y la puesta en riesgo de los cuerpos. Las mujeres sumisas al poder. La conversión de la subjetividad. ¡Que no haya arte!

La derecha católica

De la contrarevolución a Francisco

Julián Maradeo
La llegada de Grasset 

Uno de los católicos nacionalistas más notorios, Juan Carlos Goyeneche, encabezó, en 1942, – según Uki Goñi, enviado por Juan Perón- una serie de negociaciones para que los regímenes de Adolf Hitler y Benito Mussolini apoyasen el golpe contra el presidente conservador Ramón Castillo, el cual se produjo un año después. Testimonio de esto quedó en la necrológica que compuso Eugenio Vegas Latapie, enfático defensor de la monarquía española: “Llegó a España al comienzo de la década de los años cuarenta, lleno de entusiasmo por España, por la Cruzada contra el comunismo ateo, por la proyección de estos valores en Hispanoamérica. Pero traía una inquietud: su país necesitaba una urgente transfusión de sangre. Los “ideales” del conservadurismo liberal no podían seguir rigiendo los destinos de la Argentina, ni de hecho, ni de derecho. Y el nacionalismo criollo era joven todavía en doctrina y mucho más en experiencia. Vino con esa preocupación. Con la esperanza de hallar aquí las enseñanzas maduradas en una larga lucha contra el “régimen” descreído y falaz y su secuela: el socialismo marxista; sin excluir las peligrosas desviaciones de la democracia cristiana todavía no conocida por ese nombre”.
En esa misma necrológica, publicada en 1982, Latapie aportó un dato trascendental: Goyeneche, quien fuera secretario de Informaciones del general Eduardo Lonardi cuando éste fue impuesto como presidente de facto, se convirtió en uno de los sostenes iniciales de Jorge Grasset, en momentos en que el cura francés arribaba al país para echar los cimientos de la Ciudad Católica. Tras haber participado en la guerra de Argelia como capellán del Ejército galo, Grasset llegó a Argentina en plan de expandir la Cité Catholique, buscando crear organizaciones hermanas.
Su primera morada, en 1957, fue la sede rosarina de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey, donde se realizaban-y siguen haciéndose actualmente- masivos Ejercicios Ignacianos, en los que él se destacó rápidamente por su prédica. Al año siguiente, en noviembre, los CPCR realizaron un congreso en Gualeguaychú, donde, en su homilía, Tortolo, por entonces obispo auxiliar de Paraná, apuntó contra el comunismo, como la expresión del Diablo en el siglo XX.  No faltaría mucho para que Grasset, durante los seis meses que permanecía en el país, situase a Paraná como uno de sus lugares predilectos.         
        
Grasset, conocido como “el soldado de Cristo” o “el monje soldado”, es quien permite describir, explicar y hasta echar luz sobre cómo los postulados políticos del catolicismo nacionalista llegan hasta el presente. Influido por Ousset, “Grasset llegó a los CPCR hacia fines de la década de 1940-graficó Elena Scirica- tras sumergirse en una tanda de Ejercicios Ignacianos realizados por ellos, los cuales tuvieron un efecto conversor e incluso lo llevaron a tomar los hábitos” .
Quienes lo conocieron resaltaron su capacidad de adoctrinamiento y su carácter itinerante. El cura español José María Fernández Cueto, también integrante de los CPCR, compartió, entre 1953 y 1955, el Seminario Mayor de Madrid con Grasset, quien “ya traía un bagaje importante de conocimientos filosóficos y una carga no menos importante de cultura tradicional, gracias a su pertenencia a la Cité Catholique. Como sacerdote, se destacó entre nosotros por su celo en la búsqueda de hombres de valor, que pudieran hacer los Ejercicios. Fue él quien lanzó en España las correrías apostólicas en las parroquias principalmente rurales. Por esas fechas, tuvo relaciones con altos cargos militares de la OAS, a algunos de los cuales dio los Ejercicios Ignacianos” .


La Ciudad Católica, al poder
El primer grupo que conformó la Ciudad Católica estaba compuesto por los abogados Cosme Beccar Varela y Pedro Vaca, el intelectual Juan Carlos Goyeneche, el criminal de guerra Robert Pincemin, el coronel Juan Francisco Guevara y el ingeniero Mateo Roberto Gorostiaga, primer director de Verbo, que salió a la calle en mayo de 1959. El sitio donde inicialmente se hizo la publicación fue facilitado por Pincemin. Algunos años después, la revista Confirmado, dirigida por Rodolfo Pandolfi, señaló que entre sus integrantes también debía contarse a monseñor Ángel Magliocco, secretario privado del cardenal Caggiano. 
El objetivo de la Ciudad Católica era “provocar un renacimiento de la fe en una época de intensa secularización de la vida cotidiana. Tuvieron un éxito importante entre fines de los cincuenta y mediados de los sesenta”.
Justamente, a principios de la década del ‘60, la Cité Catholique era el centro de una polémica en España. Mientras desde el periódico conservador ABC se aseguraba que era la organización de “mayor importancia de todo el sector contrarrevolucionario francés”, desde distintos sitios los acusaron de esconder fines políticos. Poco después, cuando la criticaban en Francia, quien salió en su defensa, por medio de una carta, fue Marcel Lefebvre, entonces arzobispo de Tulle: “(…) Uno se pregunta qué espíritu anima a los reverendos padres que atacan encarnizadamente vuestro apostolado. No puede ser el Espíritu de Verdad y de Caridad. Digo «apostolado», pues es un verdadero apostolado el forzarse por conocer bien y propagar la doctrina católica concerniente a la Ciudad Cristiana, sus principios, su estructura, su funcionamiento con vistas a restaurar la civilización cristiana. Es muy justo que los seglares católicos se preocupen del porvenir de su familia y vivan con el temor de ver a sus hijos crecer en un clima de materialismo, de laicismo, de ateísmo. ¡Cómo explicar que en una época en que se desea que el seglarado tome más responsabilidad en el campo que le es propio se esfuercen por desanimarle y aniquilar sus legítimas iniciativas! Mientras que este ambiente arruina el espíritu sobrenatural, el espíritu de oración, de renunciamiento, de generosidad sobrenatural y, por tanto, el nacimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas, se quiere impediros recristianizar la Sociedad” .
En Argentina, las condiciones propicias para intentar llevar adelante su plan, emergieron, ni más ni menos, que durante la Revolución Argentina, encabezada por el cursillista Juan Carlos Onganía. Este será el momento de oro de la Ciudad Católica, pues el nuevo presidente de facto ubicó a varias de sus principales figuras en lugares clave. El hito más importante fue, dentro del novel Ministerio de Bienestar Social, la creación de la Secretaría de Estado de Promoción y Asistencia de la Comunidad (SEPAC), que, al inicio, tuvo al frente a Mateo Roberto Gorostiaga, hasta entonces director de Verbo.
En el corto plazo, en provincias como Córdoba y diferentes distritos bonaerenses, por caso, buscaron implementar el comunitarismo, publicitado como la tercera posición entre el “desorden liberal” y el “colectivismo estatista”.
Con el principio de subsidiariedad del Estado como eje troncal, esta doctrina se plantea modificar de fondo el contrato social moderno, creando cuerpos intermedios en pos de una sociedad corporativista.
Con la Revolución Argentina, el corporativismo parecía haber ganado la batalla que perdió con la gradual ruptura con Perón, que no había seguido las indicaciones de Caggiano, por ejemplo en la constitución de sindicatos “libres de la tutela del Estado”  y no uno único.
Sin dudas, la experiencia más significativa y extendida se dio en Pergamino, la cual, a partir de 1967, fue desarrollada por el interventor Alberto De Nápoli.  Poco antes, el gobernador Imaz había dado forma a la Dirección General de Asuntos Municipales de la Provincia dependiente del Ministerio de Gobierno. Su finalidad era asesorar a los municipios, controlar su funcionamiento y proponer al Poder Ejecutivo la designación de intendentes y su remoción.
A poco de asumir, el nacionalista De Nápoli “creó el Consejo de Promoción de la Comunidad, con la función de órgano asesor para canalizar las iniciativas, planteos y aspiraciones de los distintos sectores de la población, tanto de la ciudad como de la campaña, representados por instituciones fomentistas y de bien público, consorcios vecinales, asociaciones empresariales, gremiales, culturales y deportivas, entre otras” .
En sus discursos, De Nápoli repetía los tópicos del nacionalismo católico, cuestionando los tiempos que corrían para rogar que se recuperen “los valores espirituales que nos permitan sentirnos orgullosos de nuestro origen hispano-criollo”.
A pesar de que la Revolución Argentina comenzó a flaquear y Onganía fue reemplazado por Levingston, De Nápoli logró mantenerse hasta 1973. El interventor de Pergamino no se privó de protagonizar charlas reseñando la experiencia comunitarista en la ciudad. Así lo hizo, como no podía ser de otra manera, en Paraná, cuyo contenido fue reproducido, en 1972, en la edición de Verbo. La tapa llevaba el título “El Municipio. Base de una Restauración Nacional”.
Un fragmento de la misma encerraba la cosmovisión de esta facción integrista: “Sabemos que la salida que proponemos es posible. Es más, ha tenido entre nosotros un venturoso principio de realización. Pero para que esto no quede en experiencias aisladas, nos hace falta una vigorosa empresa nacional que se proponga reparar el tejido social dañado por la politiquería y sus subproductos, contribuyendo a la vigorización de los municipios como presupuesto indispensable a la organización de nuestra convivencia. De tal modo, la acción comunal, contribuirá a un proceso de auténtica reconstrucción nacional” .
De Videla a Ezcurra Uriburu
Adolfo Servando Tortolo llegó a la capital entrerriana en 1956, cuando fue nominado obispo auxiliar. Antes, había pasado por Chacabuco y Junín, desembarcando, en 1941, en Mercedes, donde se desempeñó como secretario general del Obispado. Mientras daba misa en el Regimiento de Infantería, entabló relaciones con María Olga Redondo Ojea de Videla, madre de Jorge Rafael. También, conoció a sus amigos Orlando Agosti y Hugo Mario Miatello, con los que se volvería a encontrar más de tres décadas después.
En 1960, quedó al frente de la diócesis de Catamarca. Dos años después,  Juan XXIII lo promovió al Arzobispado de Paraná, del que tomó posesión, a raíz de la muerte de Lorenzo Zenobio Guilland, en enero de 1963.
En una de sus primeras medidas, Tortolo convenció a Alberto Ezcurra Uriburu, para que retomase la carrera de seminarista.  El hijo del nacionalista Alberto Medrano Ezcurra-quien se definía como carlista – se había iniciado, en 1954, en el Seminario de la Compañía de Jesús, abandonándolo cuando se convirtió en conscripto en 1956. En el momento que quiso retornar, años después, tras alejarse de Tacuara, lo rechazaron.
Oscar Denovi conoció a Ezcurra Uriburu en la Unión Nacional de Estudiantes Secundarios (UNES), paso previo a la conformación de Tacuara en 1957. Esta organización juvenil ultranacionalista, que se inició leyendo a José Antonio Primo de Rivera, “operaba en cada uno de nosotros sobre la afirmación de la argentinidad y el vínculo de esa argentinidad con lo católico” .
El propio Denovi definió el pensamiento de Ezcurra como “antijudío” , lo cual no era extraño teniendo en cuenta que uno de los principales adoctrinadores era el cura  Julio Meinvielle, a quien conocían desde la época de UNES. Ezcurra Uriburu, cuyo padre había fundado el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas -actualmente presidido por Denovi-, fue el máximo dirigente de una de las facciones de Tacuara hasta los primeros años de la década del ‘60. Cuando abandonó la organización, designó al santafesino Juan Mario Collins en su reemplazo.
Educación religiosa
Dos corrientes confluyeron en la última dictadura: la liberal conservadora y la del catolicismo nacionalista. La primera tuvo como principal representante a José Martínez de Hoz. La otra, por ejemplo, tuvo por un tiempo muy breve como ministro de Educación al santafesino Ricardo Pedro Bruera, ejecutor del Operativo Claridad, por medio del cual se propusieron identificar en las escuelas a los potenciales subversivos. A mediados de 1977, Bruera fue reemplazado por  Juan José Catalán. Un año después, éste dejó su lugar a otro defensor de la educación católica: Juan Rafael Llerena Amadeo. Integrante de la Corporación de Abogados Católicos y profesor de la UCA, fue quien más duró en esta cartera, pues su gestión finalizó en 1981. Durante su paso por Educación, anunció un viejo anhelo de la jerarquía eclesiástica: una nueva Ley de Educación, que contendría el eterno retorno de los católicos, aunque ahora con el suficiente poder para tomar decisiones sobre este campo. Según Llerena Amadeo, “nosotros siempre hemos hablado que no puede ignorarse la existencia de Dios en las escuelas, cuando la realidad es que nuestra misma Constitución nos habla de la existencia de Dios como fuente de toda razón y justicia” . Durante su gestión, fue el núcleo de una vieja polémica al introducir la materia Formación Moral y Cívica, considerada como el puntapié para el ingreso de la religión en las escuelas. 
Desde Mikael, Tortolo hizo su aporte a esta discusión: “Solamente quisiéramos subrayar la necesidad imprescindible de la educación religiosa, si realmente queremos crear una nueva conciencia nacional, formar un argentino que responda a esto que se ha dado en llamar proceso de reconstrucción nacional y que apunta precisamente a gestar una concepción del hombre argentino que no se debata en un  agnosticismo religioso, en un puro liberalismo económico y termine en un  inmanentismo materialista-marxista” .
En el país del Nunca Más
Corría julio de 2009. En Malargüe, la sala Maitén quitó abruptamente de la cartelera la película “Ángeles y Demonios”, basada en el libro homónimo del estadounidense Dan Brown, también autor de “El código Da Vinci”.  Las miradas apuntaron hacia el sacerdote Ramiro Sáenz. Ordenado en Paraná durante el período de Tortolo, este cura es uno de los fundadores del Instituto del Verbo Encarnado.
        
Ya en mayo 2004, Sáenz había enviado una misiva al entonces intendente de Malargüe, Raúl Rodríguez, en la que le sugería no contratar a la Bersuit Vergarabat ni a Charly García “porque se contraponen a los programas de prevención de adicciones y educación sexual que por otro lado hace la comuna”. Esa carta, como consecuencia de las críticas que recibió por interrumpir la presentación del libro de Víctor Heredia , “Taky Ongoy”, contenía párrafos impensados para el siglo XXI, pero que demostraban que en determinados sectores de la Iglesia se mantiene intacta la concepción del integrismo católico: “(…) Es público que V. Heredia adhiere a una postura ideológica de izquierda (o marxista o como se la quiera llamar) lo cual implica no sólo un ateísmo militante sino toda una visión de la religión, la historia, la patria, el hombre, el orden moral, etc. El conflictivo texto de Taky Ongoy es una falsificación histórica inspirada por esa ideología que tiene su infaltable cuota de anticristianismo. El libro que presentaba, que apenas pude “ojear” minutos antes de la conferencia, tiene páginas agresivas contra los sacerdotes. (…) El mensaje del Evangelio, que tratamos de cumplir y predicar sin recortes, no responde a una bandería política (de partidos). Simplemente se opone a todo lo malo y apoya todo lo bueno de cualquier gestión política. Nuestra misión es complementaria de la que se ocupa del orden político y social. Ambas son indispensables al hombre y ambas gestiones deben trabajar unidas por el bien del hombre. La gesta de Mayo de 1810 y de Julio de 1816 se hicieron con la participación protagónica de la Iglesia. Malargüe nos necesita unidos para su propio bien” . 
Ese mismo año, en la escuela local General Manuel N. Savio, la alumna Alejandra Barro presentó un proyecto para que los derechos humanos sean incorporados como tema en las materias Educación Cívica e Historia, tomando como ejemplo la lucha y el recorrido de las organizaciones Madres y Abuelas de Plaza de Mayo: “En el país de nunca más, se llamaba. Fue muy sorpresivo el gran rechazo que recibimos tanto de las autoridades de la escuela como de particulares. A la hora de presentar el stand, nos encontramos con que lo habían quemado y nos habían roto la computadora. Ese mismo día, llegaron monaguillos de la Iglesia católica a la cual yo también pensé que pertenecía, mandados por el padre Ramiro, con un par de libros para revertir nuestro trabajo. Tenían títulos como “La lucha contra la subversión”. Ahí apareció el profesor Carlos (Bennedetto), que leyó los libros e hizo una crítica de cada uno. Personalmente, llevé los libros con sus respectivas críticas a la parroquia y el padre Ramiro Sáenz me dijo: “Hasta que no cambies de pensamiento a mi Iglesia no la pisas más”. Estaba  muy enojado. Me fui con las críticas que todavía las tengo. No volví más” .
Civilidad
        
La Fundación Civilidad tomó el nombre de la revista promocionada en Verbo a principios de los ‘80. La publicación pertenecía al Instituto Alberto De Nápoli- a posteriori denominado Civilidad-, llamado así en honor al interventor de Pergamino y, quizá, uno de los que más lejos llegó en la implementación de la doctrina comunitarista en Argentina. Sin mayores distinciones con lo que antes se voceaba desde Verbo, la fundación insiste desde 1984 con conceptos que retoman, por ejemplo, en su propia presentación: “La Fundación Civilidad desarrolla sus actividades a partir del reconocimiento del municipio como la comunidad natural primaria del orden social y político, y del federalismo como la forma histórica y constitucional de la organización sociopolítica argentina. En el mismo sentido reconoce y promueve los principios de subsidiariedad y solidaridad y el respeto por los derechos y libertades concretas de las familias y las entidades intermedias en la vida social” .
Más a tono con la forma de hacer política en el siglo XXI, Civilidad limpió su discurso de cualquier rastro de religiosidad y buscó avanzar en la formación de cuadros técnicos. Para ello, labraron convenios con numerosos municipios, pero también con provincias bajo el velo del desarrollo municipal, poniendo un énfasis especial sobre la familia como unidad madre.
Por caso, rubricaron acuerdos de colaboración con Paraná (Entre Ríos), San Martín de los Andes y Cutral-Có (Neuquén), Río Grande (Ushuaia), Córdoba Capital, Marcos Juárez y Río Cuarto (Córdoba), Ciudad de San Juan (San Juan), Trelew y Comodoro Rivadavia (Chubut), San José de Metán (Salta) y Río Turbio (Santa Cruz). También, participaron de la preparación de las convenciones constituyentes de Chaco, Tierra del Fuego, Córdoba y San Juan.
El corpus bibliográfico de Civilidad está dotado por textos de quienes fracasaron en la década del ‘60. La adaptación al presente es llevada a cabo, fundamentalmente, por el abogado, integrante del Directorio del Banco Galicia y presidente de Civilidad, Pablo María Garat. Una de sus apariciones estelares fue en octubre de 2012, cuando, en compañía del gobernador de Salta, el peronista Juan Manuel Urtubey, inauguró en esa provincia del norte argentino el “Seminario Municipal y Desarrollo Local”, que se realizó en el auditorio de la Fundación Copaipa.
A Salta, Garat llegó acompañado por Ignacio Garda Ortiz, profesor de la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA) y la UCA y director del área de Desarrollo Local en Civilidad. Allí, el médico expuso sobre “el trabajo y el arraigo como objetivos del desarrollo local”. Algunos años antes, en Paraná, Garda Ortiz, que ha participado, por caso, en mesas de debate que organizaron Coninagro y la Sociedad Rural Argentina, había proclamado que “la familia es el único ámbito adecuado para la gestación de la vida humana. Ella es la primera educadora de la persona, es la natural depositaria del patrimonio cultural e histórico de la Nación. En la familia se forma el futuro ciudadano en las virtudes cívicas, cuyos contenidos siempre vigentes son básicos para el ordenamiento social y político” .
En 1980, cuando era el director de Verbo, Garda Ortiz compuso una alegoría titulada “Los seres salvajes”. En ese mismo momento, se debatía al interior de las Fuerzas Armadas sobre la perdurabilidad del régimen militar o el retorno gradual a un tipo de democracia restringida. Pero, también, ya había dado a conocer su informe la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos sobre la situación de las personas en cautiverio, en el cual concluía que “(…) por acción u omisión de las autoridades públicas y sus agentes, en la República Argentina se cometieron durante el período a que se contrae este informe (1975 a 1979) numerosas y graves violaciones  de fundamentales derechos humanos reconocidos en la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre”. 
En ese artículo, luego de divagar sobre cómo amansar a un tigre, Garda Ortiz jugó con una imagen que entabla un paralelo con lo que se vivía en los centros clandestinos de detención y el supuesto objetivo que perseguían con ellos los militares: “Pensar, por ejemplo, que a un hombre se lo puede amansar con sólo asegurarle la supervivencia, sería tan ridículo como suponer, que al tigre se lo puede convencer de que no haga daño, mediante una buena fundamentación filosófica. Lo que se observa es que tanto el tigre hambreado, como el hombre sin fundamentación filosófica coherente, tienden al estado salvaje” . No quedó al margen de su reflexión la familia, sujeto colectivo al que apuntan ahora desde Civilidad y lo hacían varias décadas atrás desde Verbo, puesto que es uno de los núcleos sobre los que se vertebra su propuesta. En referencia a ella, hizo dos descripciones. Una, en la que el individuo crece en una familia cuyo padre y madre “mantienen permanente contacto con los numerosos hijos” y aprende de los mayores para luego ser él quien enseñe. A la que contrapuso con la familia en la que los niños están en la guardería, los padres no se ven porque trabajan, ven televisión y “cuando se hace más grande descubre que la mamá suele salir con un señor que no es su papá”. Tomando esto como punto de partida, desde su perspectiva, se dirigió al quid de la cuestión: “Este segundo llega a la universidad lleno de incertidumbres y de malestar espiritual. Allí cambia su bochornosa realidad por un nuevo mundo imaginario. Un mundo de gente joven, culta, inteligente, que arreglará todo los que los “viejos” hicieron mal, que echará abajo todo lo que existe y lo hará de nuevo como corresponde. Porque la sociedad es opresora, dirá” . Algo desahuciado, Garda Ortiz diagnosticó: “La ciudad moderna debe ser replanteada, porque cada vez produce más hombres salvajes, ya que ofrece un medio ambiente inadecuado para el florecimiento de la mansedumbre, la fortaleza y demás virtudes cristianas. Así como se ha dado el prodigioso fenómeno de los tigres mansos, quizás se pueda inducir la generación de hombres mansos y fuertes, adecuando el medio ambiente” .         

Elecciones en España: los efectos de 15M, nuevas formas de pensar el poder

Entrevista a Amador Fernández-Savater

César Alan Ruiz Galicia

¿Qué está pasando en este momento en España y cuál es el clima en el instante previo a las elecciones?
Tengo una sensación ambivalente. Por un lado, hay un rechazo fortísimo y masivo al sistema político muy importante e interesante. Para entenderlo, tenemos que remontarnos unos años, al acontecimiento que me parece que permite que entandemos algo de lo que pasa ahora. Por usar una metáfora con sabor mexicano, en 2011 hubo un terremoto y ahora estamos viendo distintas réplicas -lo que pasa en Cataluña, en el ayuntamiento de ciudades muy importantes en España, con Podemos-. Este terremoto es el movimiento 15M, el movimiento de los indignados, la respuesta social a la gestión neoliberal de la crisis en términos de precarización, empobrecimiento, recortes, refuerzo del autoritarismo, etc.
Tres de las consignas más importantes del movimiento son: “no nos representan”, “lo llaman democracia y no lo es” y “vuestra crisis no lo pagamos”. Es decir, se cuestiona prácticamente, colectivamente, en la calle y con los cuerpos, el tabú más firme de la cultura política española: que vivimos finalmente en una democracia, después de la guerra civil y la dictadura franquista. De pronto la calle poblada de gente común dice: “lo llaman democracia y no lo es”, no manda el pueblo, sino el dinero, la vida está subordinada a la lógica de beneficio, los políticos son simples gestores de los mandatos de la economía global, etc. Creo que en este rechazo multitudinario, en esta deslegitimación profunda, en este desplazamiento del sentido común, en esta profanación alegre de lo que era sagrado e intocable hasta ahora, hay una potencia destituyente muy fuerte.  
Pero, por el otro lado, me temo que estamos buscando vías de salida estrechamente “políticas” a una crisis que me parece que es civilizatoria. ¿Qué quiero decir? Que lo que está en juego en esta crisis son nuestros modos de vida y nuestra relación con el mundo. ¿Cómo queremos vivir? ¿Se trata simplemente de volver atrás, a un capitalismo “tranquilo y domesticado”? ¿Cómo entendemos la riqueza y el trabajo? Etc. No hay respuesta satisfactoria limitada simplemente a una reforma del Estado, por muy importante que ésta pueda ser. Sería lo que Gramsci llamaba “revolución pasiva”: un cambio por lo alto, sin transformación de los modos de vida por abajo. Algo que no puede llegar muy lejos.
Y además los “mecanismos” a través de los cuales se está empujando este cambio del poder político me parece, la verdad sea dicha, que tienen niveles muy bajos de fidelidad a la política que practicó el 15M en calles y plazas: horizontal, abierta, inclusiva, igualitaria, participativa, a la altura de la gente común y cualquiera, etc. En el caso de Podemos, el partido se ha convertido en poco tiempo en una máquina electoralista que gira en torno a los “actores más capaces” (líderes, estrategas, expertos) y se enfoca principalmente a la conquista de la “opinión pública” a través de la televisión (pasando así la gente de “sujeto de la enunciación a objeto del enunciado”, como decía el sociólogo español Jesús Ibáñez). Su referencia constante al 15M me parece demasiado retórica, no incorpora casi nada de su sensibilidad y de sus prácticas. Y en el caso de Cataluña, el rechazo del sistema político español (que yo diría que es la fuerza principal del independentismo hoy) se expresa a través de una vía soberanista hegemonizada por la derecha neoliberal y que se desarrolla en el terreno minado de las identidades excluyentes.
Me parece que estamos en esta ambivalencia, en este impasse…
En la lógica de partidos, hay algo que es curioso. Después de 15M, arrasa electoralmente el Partido Popular; ahora, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el Partido Popular lleva la ventaja y “Podemos” se ha rezagado. Entendiendo que no es una fotografía final, ¿Consideras importante y cercano un cambio desde el “desbordamiento” de estructuras como el Estado? ¿Qué crees que está pasando?
Claro que importa, pero te confieso que soy un pésimo analista electoral. No sabría explicarte por qué alguien que votó a Podemos en las elecciones europeas de 2014, puede votar a Ciudadanos (el nuevo partido de derecha neoliberal en España). En la batalla electoral entran en liza distintas estrategias y contra-estrategias de seducción del votante-consumidor cuyo análisis se me escapa un poco y que además no logro que me interesen profundamente porque les encuentro escasísima politicidad, escasísimo potencial de transformación real. Votar son cinco minutos, pero lo que decide cómo es el mundo en que vivimos es lo que hacemos el resto del día.
En el municipalismo y los gobiernos del cambio la consigna es empezar por tu ciudad, desde lo que es inmediato y que te afecta directamente. Eso ha generado en ciudades como Barcelona una oposición institucional a políticas del Estado español, por ejemplo, con el tema de refugiados. Sin embargo, esto se logró atravesando un itinerario electoral. ¿Cómo resuelves esa paradoja? ¿Qué otros ejemplos hay en España donde se están trastocando las formas de vida?
Asocio más bien esa política desde lo inmediato y desde lo que te afecta directamente al 15M. Una vez que abandonamos las plazas, se despliegan por todos los territorios  de la vida mil iniciativas descentralizadas: las asambleas de barrio, las distintas mareas en defensa de lo público, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, un sinnúmero de iniciativas informales e invisibles de solidaridad y apoyo mutuo, etc. Es lo que yo llamo “política expandida”: que no se reduce o restringe a determinados espacios (mediáticos o institucionales), ni a determinados tiempos (como la coyuntura electoral), ni a determinados actores (los partidos, los expertos), sino que está al alcance de cualquiera, discurre en medio de la multiplicidad y la materialidad de las situaciones de vida y crea valores que son capaces de rivalizar con los valores neoliberales de la competencia y el éxito. En definitiva, una política que toca los modos de vida y no se delega.
Pero la batalla electoral tiene una especie de fuerza centrípeta que encoge esa expansión de la acción política y la vuelve a canalizar en los tiempos, las figuras y los espacios más tradicionales (líderes, expertos, televisión, aparato estatal). Claro que no es lo mismo Manuela Carmena que Esperanza Aguirre, pero siguen siendo dos figuras de la política de representación, mientras que el 15M proponía otro paradigma: la gente cualquiera haciéndose cargo en primera persona y colectivamente de los asuntos comunes. La política representativa pone en escena, mientras que la política del 15M pone en movimiento. No veo que haya continuidad entre el 15M y Podemos o los nuevos gobiernos municipales. Son dos “objetos políticos” distintos, dos racionalidades diferentes. Y conviene distinguirlas para que una de ella no satura u opaque a la otra.
Pero, ojo, distinguir no es oponer. Creo que tampoco se puede descalificar completamente la opción estatal, sino que se trata más bien de replantearla: sacarla del centro, des-centrarla, reubicándola en el interior de un proceso de transformación más amplio. “Cambio multicapas y multicanales” es la imagen que propone mi amiga hacker Margarita Padilla para pensar e imaginar un cambio social complejo (es decir: no estadocéntrico, no centrado o subordinado a la toma del poder político). Protagonizado por una pluralidad de sujetos, transcurre en una multiplicidad de tiempos y pasa por una diversidad de espacios. Las instituciones estatales son uno más, ni el único ni el más importante.
Voy a retomar algo que dices: “si uno busca el poder donde antes se encontraba,  ya no está”. Hay una especie de fuga o vaciamiento. ¿Cómo repensar el poder?
¿Qué lección podríamos aprender del “culebrón trágico” de Syriza? Yo diría lo siguiente: al interior de los marcos establecidos de acumulación capitalista y crecimiento económico, el margen de maniobra y decisión autónoma del poder político es limitado. ¿Se puede salir de esos marcos? Es lo que plantea por ejemplo la corriente del “decrecimiento”, pero no se trata de un cambio que se pueda “decretar” desde lo alto, claro, porque los cambios en las formas de vida, en la posición del deseo, en los valores que orientan cotidianamente nuestros comportamientos, no pueden serimpuestos desde los lugares centrales de la representación y el poder ¡A no ser que queramos reeditar los desastres del comunismo autoritario del siglo XX! De ahí la importancia de los movimientos autónomos con respecto la cosa estatal: son ellos los que pueden experimentar, crear y contagiar nuevas formas de vida, otro gusto por la vida, otra idea y otra práctica de lo que es vivir bien, de lo que es una buena vida que no pase por la propiedad, el consumo, la competencia, etc.  
El neoliberalismo no es un “régimen político”, como pensamos tantas veces, sino más bien un sistema social que organiza la vida entera. No es un “grifo” que derrama sus políticas hacia abajo, sobre sus pobres víctimas inocentes, sino una dinámica de producción de afectos, deseos y subjetividades ¡que nosotros mismos reproducimos en mil gestos cotidianos! Se lo explicó muy claramente Pepe Mújica a nuestro entrevistador estrella, Jordi Évole, en una entrevista que tuvo mucha repercusión en España. “La gente quiere Iphones y yo no puedo nada contra eso”, le dijo. Es decir, el neoliberalismo define nuestros deseos y eso produce realidad. Lo que se puede y lo que no se puede hacer desde el poder político depende, está entrelazado y condicionado por lo que pasa en el campo de batalla que es nuestra vida cotidiana: lo que consumimos, dónde tenemos nuestro dinero ingresado, a qué colegio llevamos a nuestros hijos, qué pasa en nuestros lugares de trabajo, etc. De ahí la importancia y el valor de esa “política expandida” (no restringida ni subordinada a los partidos, el Estado y lo electoral) de que hablábamos antes. Creo que el poder político no puede cambiar la sociedad y la vida colectiva, pero puede, eso sí, acompañar, amparar y respaldar a los movimientos que lo hacen (en lugar de verlos como amenaza o estorbo e intentar destruirlos o cooptarlos).
¿Cuál es el clima europeo desde los ataques en París? ¿Qué se está generando, qué se piensa?
Llegué justo a México el día de los atentados y se me hizo muy difícil estar aquí mientras en “mi casa” se traspasaba una especie de umbral funesto que tendrá con seguridad consecuencias terribles. A distancia, se me ha hecho difícil relacionarme con lo que pasaba, me faltaban las conversaciones con los amigos donde uno da sentido a las cosas que pasan. Es como si a ustedes les toca vivir fuera Ayotzinapa, supongo.
Lo que más fuerte me ha venido a la cabeza estos días, pensando en París, es el recuerdo de lo que ocurrió en España (y muy particularmente en Madrid) tras el atentado del 11 de marzo de 2004. ¿Cómo es posible que aquella masacre de casi doscientas personas no desembocase en algo tipo 11 de septiembre. Con refuerzo del miedo, del Estado-guerra, de la lógica securitaria, de la identificación entre libertad y seguridad, etc. Sin duda, la respuesta está en la reacción social a los atentados, la gente tomó el espacio público para expresar su duelo, su dolor y su protesta sin dejar que el miedo organizara la acción.   
Nuestro dolor nos conectó con el mundo, no al contrario. ¿Qué quiero decir? Hubo unas amigas que aquellos días inventaron esta hermosa consigna: “sentimos el mundo desde cercanías” -era en varios trenes de cercanías donde habían explotado las bombas-. Es decir, la sensibilidad funciona a través de lo concreto, pero desde ahí puede resonar con algo muy lejano. Una especie deimaginación sensible que funciona a través y a partir de materiales concretos. Por eso me parecen fatales las reacciones que censuran que uno pueda sentir algo aquí en nombre de algo otro más grave que ocurre allá. ¡Es justo desde aquí que podemos quizá sentir lo de allá! Esos días de 2004 en España se sacaron pancartas que decían “Madrid=Bagdad”, se conectaron las cosas que el gobierno quería mantener separadas -el atentado y la guerra de Irak-, se hizo trizas la distinción Bien/Mal, Occidente/Barbarie, Nosotros/Ellos que se pretende imponer siempre en estos casos. Y fue gracias a esa imaginación sensible de la que hablamos, que trasciende fronteras a partir de las cercanías y conecta lo que no estaba conectado.
El mundo que estamos construyendo, como explica mi amigo Juan Gutiérrez, es un mundo inseguro porque mi seguridad implica la inseguridad de otro, mi privilegio implica la humillación de otro, mi bienestar implica el malestar de otro. Mors tua, vita mea: ese es un mundo sin futuro. O bien estas convulsiones terribles, como la de París, activan esa imaginación sensible y nos ponen en movimiento hacia un mundo más común o compartido, o bien quedará sólo el recurso a la “guerra permanente” como forma de estabilización desestabilizadora, como modo de “producción de orden a través de la gestión del caos que el mismo sistema genera”, como dice Santiago López Petit. Estamos en un punto de bifurcación muy serio, muy importante.        
En un texto que escribiste en el Diario Público hablas de cómo tras los atentados en España se rompe el monopolio de la palabra, de la memoria y de la significación. Ahí explicas la sofisticación de prácticas políticas… ¿Hacia dónde te parece que están apuntando estas prácticas?
Creo que España es un laboratorio bien interesante de prácticas políticas nuevas, desde aquel momento en que quien se movilizaba más eran los mundos activistas, por ejemplo durante el movimiento antiglobalización, hasta ahora donde quien se activa es la gente común, la gente anónima, la gente cualquiera sin experiencia política previa. Es el rasgo más importante, más interesante, de todo lo que ha pasado desde el 11M de 2004 hasta el 15M de 2011. El desafío que tenemos por delante es que esas nuevas formas de acción política duren, se sostengan en el tiempo sin perder sus características. Creo que no tenemos aún ni los instrumentos, ni los lenguajes, ni los formatos organizativos, ni los imaginarios para responder a ese desafío. Los que tenemos pertenecen aún demasiado a una política especializada, de especialistas, de militantes o activistas. Todavía privilegiamos demasiado el momento épico y heroico, por ejemplo el momento de la plaza llena de gente, sin entender que la política son mareas altas y bajas, momentos excepcionales y cotidianos, visibles e invisibles. Todavía privilegiamos demasiado la asamblea como formato organizativo casi único, aunque a los pocos meses sólo queden asambleados “los de siempre”.
¿Podemos inventar otra manera de organizarnos, otro lenguaje para hablar de lo que hacemos, otro horizonte pero no ideológico? ¿Cómo hacer que esa política del cualquiera dure, sin separarse de la vida, sin recurrir a la delegación, sin jerarquizarse? Ahí diría que está ahora el desafío. 
(fuente: www.terceravia.mx)

Contextos de frontera

Diego Valeriano


Las mayores explosiones de inteligencia, innovación y resistencia se dan en contextos de frontera. La plaza de Cristina es interesante, pero insuficiente, vacía de alguna manera. Sin la violencia, necesidad, consumo y deseo de las vidas runflas, de los pibes, las rochas y las extranjeras voraces todo va a transcurrir en un anodino camino hasta el 2017.

Conquistar una espontaneidad, advierte Maccia, es buscar lo más difícil. Y un amigo de éste nos avisaba que es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa. Espontaneidad y arbitrariedad son valores de subsistencia en los contextos de frontera.

No sé cuál es antónimo de frontera, tendría que ser la palabra política y de fronterizo, militante. Todos creemos estar buscando generar transformaciones cuando en realidad no es así. Nuestra práctica nos lleva a un callejón sin salida de la comodidad intelectual.

Hay una consistencia y una temperatura propia de los contextos de frontera: barro y calor. También hay un ambiente de lo más promiscuo. La fiesta y el consumo de las vidas runflas se combinan y construyen una fuerza de resistencia concreta, en un espacio delimitado, en un lapso breve y con resultados siempre provisorios.

En la periferia las categorías políticas no dicen nada. Las tácticas oportunistas se aceleran, la fiesta es regla y el consumo organiza el día a día.

Hoy salí a correr temprano y en el pancho 69 que esta camino a Merlo Gómez, cuatro amanecidos rodeaban un patrullero cantando la marcha peronista. El más gordo, llevaba el ritmo golpeando el techo. Seguí corriendo con la certeza y alegría de que había comenzado la resistencia.

La formación de Podemos:

Sudamérica, Populismo Postcolonial y Hegemonía Flexible

Salvador Schavelzon


Sería ingenuo pensar en el proceso boliviano como una revolución social y política de corta duración. El proceso será largo, difícil y su suerte no será ajena a la del conjunto de luchas  emancipatorias en América Latina y en el mundo. Pero, el debate constitucional que se abrirá en agosto en Sucre representa una oportunidad para los movimientos sociales de la izquierda radical europea de trazar una mirada de largo alcance. Nos encontramos frente a la otra cara de la propuesta zapatista; la necesidad de una política de transformación cuando no se puede tomar el cielo por asalto. Los zapatistas enseñaron cómo hacer política cuando las aspiraciones al poder político-institucional son inviables o burocratizantes pero, una vez que los movimientos se revelan capaces de desalojar la institucionalidad, sería estúpido dejar que ésta siguiese en manos del enemigo. Es hora de tejer nuevas alianzas.
Pablo Iglesias “Asamblea Constituyente y Revolución”, Periódico Diagonal, 6/7/2006.
Introducción

En este texto nos introduciremos en el movimiento que lleva a la propuesta de creación del partido Podemos, a partir de la revisión de algunos debates políticos que sus fundadores mantienen en su paso previo por América Latina y con la izquierda. Busco así configurar un registro, de inspiración etnográfica, de la propuesta con que Podemos sale al ruedo, intentando enmarcarla en el contexto político por el cuál ellos circulan, y basándome especialmente en textos académicos y de análisis político, escritos antes de la presentación pública de Podemos el 16 de enero de 2014. Me centraré para eso en tres tópicos: lo colonial, lo popular y la hegemonía.

La cercanía política y biográfica de los futuros dirigentes con los gobiernos progresistas de América del Sur les mostraría un camino por el cual avanzar en España desde una propuesta de representación de mayorías populares que pueda perforar el techo electoral en el que se había estacionado Izquierda Unida, desde donde provenían varios de los fundadores de Podemos y aliados iniciales. La “Hipótesis Podemos” consistía en mostrar que había una ventana de posibilidades para crecer desde una política que denunciara las políticas de austeridad posibilitadas tanto por el Partido Popular (PP) como por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), pero eludiendo un posicionamiento en el eje político derecha-izquierda. Iglesias diría, en su paso por Bolivia ya como Secretario General de Podemos:

No queremos aspirar al 20%. Quien hace política pensando “nosotros somos la verdadera izquierda porque el PSOE es la falsa izquierda, y entonces nosotros vamos a ocupar el espacio que deja el PSOE a su izquierda, y si nos va muy bien tendremos un 13 o 14%…”. No me interesa eso, porque quizás hemos estado en América Latina y hemos visto que se puede aspirar a algo que va más allá, aunque es evidente que nosotros somos de izquierda. Pero plantear la pelea política en ese eje es entregarle la victoria al enemigo (Iglesias 2014a)

El horizonte era el de crear una herramienta que vehiculice el descontento popular y aspire a ser gobierno, perforando el bipartidismo que desde 2011 se encontraba en notable declive  electoral, interviniendo en la dirección de abrir un nuevo ciclo político que cierre el iniciado con la muerte de Franco y la aprobación de la Constitución de 1978. Con el documento “Mover Ficha” (Podemos, 2014) un grupo de profesores y el partido Izquierda Anticapitalista (disuelto después dentro de Podemos), entre otros, daba lugar al nuevo partido. Años antes, desde la Universidad Complutense se avanzaba simultáneamente en la conexión con América Latina y posicionamientos sobre el proceso político español. Quienes fundarían Podemos en 2014, se habían acercado como investigadores o asesores a los gobiernos progresistas sudamericanos y organizaban entre otras actividades un acto-homenaje a Evo Morales (cf. Errejón e Iglesias, 2009), mientras criticaban el “relato” de la Transición, afirmando que “Se están abriendo los caminos: inundémoslos con los viejos y nuevos relatos y abordemos de una vez el combate de las representaciones” (Bescansa, C.; Errejón, Í.; Iglesias, P.; Jerez, A.; Monedero, J.C.; Sánchez León, P. 2008).

“Si la mayor expresión social de la crisis orgánica fue el movimiento 15M, su mayor expresión política ha sido Podemos”, escribía Pablo Iglesias (2015:17). Podemos se presentaría como instrumento político de los ciudadanos que en 2011 habían mostrado su indignación, con una propuesta discursiva de cuño popular dicotomizante, cuyo vínculo con la noción de populismo tal como trabajada por el argentino de la Universidad de Essex Ernesto Laclau ya fue señalada varias veces por fundadores de Podemos y otros (Alcántara 2015, Miró Artigas, 2015, Rosso, F, Dal Maso  2014, Seguín 2015). La relación entre discurso populista y 15M, se daba en términos de institucionalización como fase necesaria que de curso a la movilización popular y la protesta espontanea. El 15M se asociaba así a levantamientos como el caracazo, la Guerra del Gas en Bolivia o el Que Se Vayan Todos de Argentina, considerando a estos como preludio para la formación de nuevos regimenes políticos (cf. Monedero 2014), en un camino de la irrupción plebeya a la institucionalización (Errejón 2013), entendido como camino inexorable de lo fluido a la estabilización.

Para situar las discusiones que ayudaron a configurar la Hipótesis Podemos desde los ejes de lo colonial, lo popular y la hegemonía, presentes aún en discusiones que desde afuera y en su interior hacen a la vida de Podemos, me centraré en textos e intervenciones de Pablo Iglesias Turrión, Íñigo Errejón Galván y Juan Carlos Monedero. El objetivo es reconstruir posiciones que, no obstante, sólo pueden ser entendidas como producto de la reflexión colectiva con muchas voces[1].
De lo colonial: Interfaces descolonizadoras entre la izquierda radical europea y los pueblos indígenas latinoamericanos.

Pablo Iglesias visitó Bolivia por primera vez como parte de un equipo de observadores internacionales de la OEA en la elección de diciembre de 2005 en que Evo Morales ganaría la presidencia por primera vez, con el 54% de los votos. La Bolivia a la que se acercó Iglesias, sería la de la política indígena en primer plano, con ceremonia de asunción presidencial ante los pueblos indígena en las ruinas de Tiwanaku, la mención continua del rebelde indígena Tupak Katari y la declaración del Estado, en la nueva Constitución, como Plurinacional y Comunitario (Schavelzon 2012). Justamente el discurso político dentro del primer gobierno del MAS sería el objeto de tesis de doctorado de Íñigo Errejón (2012). En un texto co-autoral, definirían que “América latina se ha convertido en el laboratorio más poderoso de elaboración y práctica de alternativas a la crisis capitalista” (Errejón e Iglesias 2010).

En la tesis de doctorado de Iglesias (2008), centrada en luchas “postnacionales” de los movimientos europeos de desobediencia, anti-guerra y anti cumbres económicas globales la referencia latinoamericana más fuerte es la del zapatismo, abordado en su influencia para la izquierda radical europea, como visible en el caso del grupo los Tute Bianchi (overoles blancos), que se conformaron en red de apoyo al zapatismo desde 1994. Mientras esta tesis se encontraba en elaboración, sin embargo, Pablo Iglesias organiza un libro (junto a Jesús Espasandín, 2007) sobre los movimientos sociales en Bolivia, a partir de investigación que no se incorporaría a su tesis. En un capítulo incluido en este libro, republicado junto a otros textos por la vicepresidencia de Bolivia (2014c), Pablo Iglesias escribe que:

“[por] las características de los movimientos sociales bolivianos entendemos que pueden permitir una relación muy intensa con los movimientos de la izquierda radical en Europa. Del mismo modo que los zapatistas fueron capaces de indianizar la acción colectiva y los discursos del movimiento global, el proceso boliviano puede contribuir a tejer relaciones que permitan formas de política internacional y diplomacia de base así como una alianza estratégica de la izquierda radical europea con los proyectos contrahegemónicos latinoamericanos” (2014c:27).

El trabajo académico ya se articulaba con el activismo y participación política en estas líneas, aunque lejos de la política electoral española, se presentaban como basadas en un documento-propuesta de estrategia para los movimientos sociales, escrito conjuntamente con Íñigo Errejón (cf. Iglesias ibidem). Iglesias publicaría también (en co-autoría con Espasandín y Errejón) el artículo “el regreso de Túpac Katari. Bolivia y los procesos de transformación global del capitalismo” (2007). Todavía con una marcada influencia del postobrerismo italiano este trabajo sitúa como ámbito de intervención política el de los movimientos, considerando que: “los estados están experimentando una progresiva decadencia en tanto que agencias políticas depositarias del poder soberano, toda vez que las decisiones económicas fundamentales se valen cada vez más de instituciones globales de gestión cuyo funcionamiento es casi autónomo respecto a las estructuras administrativas de origen estatal” (2007:116). “El regreso de Katari” al que los autores aludían, así, no era el de una rebelión explicable desde la política indígena en un ámbito político Estado-nación y se enmarca, más bien, en una política global. Para ellos, la posibilidad de cambio en Sudamérica obedecía a la decadencia y crisis actual de los Estados Unidos (2007:117-124, según el análisis de Boswell y Chase-Dunn). Errejón, Espasaldín e Iglesias escribían que los proyectos de la nueva izquierda latinoamericana se encontrarían frente a una “estructura sistémica de oportunidades” para los proyectos antagonistas; y con “posibilidades de éxito de las nuevas izquierdas –indianistas, etno-populistas, etc- en América Latina” (:122).

En continuidad con las ideas desarrolladas en la tesis de Iglesias, el proceso boliviano y la región latinoamericana en general serían abordadas desde la teoría de Sistema-Mundo desarrollada por Immanuel Wallerstein, lejos de un enfoque de perspectiva nacional, pero también distante del nivel de las comunidades, pueblos o sindicatos de base movilizados que en algunos casos, participaban de procesos de reconstitución de instituciones y territorialidad ancestral. En el artículo de Iglesias sobre Bolivia se refería a la fuerza de las “clases peligrosas”, no adaptadas a las categorías ortodoxas del clasismo y con “caracteres de una subalternidad periférica” (2014c). Se apoyaría para esto en Frantz Fanon y su descripción de “las condiciones de posibilidad revolucionaria en las áreas coloniales o postcoloniales”. Las “potencialidades antisistémicas de los condenados de la tierra” (ibid:12) serían las herramientas para llevar adelante “el análisis de la estructura de clase en la periferia del Sistema-mundo […] imprescindible para entender los procesos de subjetivación y la emergencia de identidades antagonistas en el imaginario revolucionario europeo (como las indígenas) en tanto que fuerzas sociales y políticas antagonistas” (ibid:12)[2].

Sin alejarse de una mirada clasista, aunque desde una definición “heterodoxa”, como describe su marco teórico para el estudio de movimientos sociales (Iglesias 2007b), Iglesias acompaña la visión de Wallerstein en que el racismo se define como “etnificación de la fuerza de trabajo”, incluyéndolo en la economía mundo capitalista (2007:290). De ese modo, para Iglesias, la capacidad antagonista de las clases peligrosas “no responde tanto a particularismos cultuales o étnico-nacionales (sin duda claves para la acción política, pero condicionados por su articulación en los modos de producción […]) como a la forma de incorporación de las áreas periféricas al capitalismo, proceso que en América Latina y el Caribe se produce desde el siglo XVI”(2014:12).

Analizando el caso de Bolivia, Iglesias escribiría que la política de clase “deberá asumir que los dispositivos de combate político y social se articulan generalmente en el plano de las identidades” (:17). Las identidades, sin embargo, también aparecen como “difíciles de manejar y siempre susceptibles de ser manipuladas en direcciones conservadoras – o simplemente neutras, como corre el riesgo de ocurrir con los intentos de explicación del fenómeno indígena en clave estrictamente civilizatoria o contraepistémica” (2007a:267). La manipulación conservadora de identidades sería la clave de lectura de la oposición “camba” a Evo Morales y también, tiempo después, a la “casta catalana” de Artur Mas, que Podemos enfrentaría electoralmente en las elecciones catalanas de septiembre de 2015 desde una propuesta con énfasis en lo social, intentando huir de la polarización alrededor de la cuestión soberanista que primó en esas elecciones. Los análisis “en clave civilizatoria o contraepistémica” aparecerían contrastados en un debate del que nos ocupamos a continuación.

En otro artículo de la misma fase investigativa, firmado por Iglesias, Errejón y Espasandín (2008), se daría cuenta de un diálogo ocurrido en un curso de verano de 2006, que los jóvenes investigadores de la Universidad Complutense mantuvieron con Walter Mignolo, referente de la teoría Descolonial y del Programa de Investigación conocido como modernidad/colonialidad/descolonialidad, que nucleó a varios intelectuales latinoamericanos con trabajos relacionados con el debate postcolonial. Un número especial de la revista Tábula Rasa registra el comentario citado con la intervención y respuesta de Mignolo. Si en la política española Podemos irrumpiría planteando una posición definida como “Ni de derecha, ni de izquierda”, en este debate de contexto académico sería Mignolo quien, criticando el análisis basado en una mirada marxista de sus interlocutores, plantea que “la opción descolonial no se encuadra en las opciones de derecha ni en las opciones de izquierda […] el desprendimiento (de-linking) implica que en lugar de atenernos a los contenidos o al espectáculo del juego, nos abocamos a mostrar la falacia de las reglas del juego y la necesidad de construir otras” (2008b:325). En su reconstrucción y respuesta frente al debate, Mignolo opondría la opción descolonial como una “objetividad entre paréntesis”, que atribuye a sus interlocutores, a la “objetividad sin paréntesis de la izquierda”[3].

Inspirados por el zapatismo, Iglesias, Espasaldín y Errejón asumían en este intercambio una posición “desde abajo y a la izquierda” y presentaban como objetivo: “formular una teoría que aprehenda los múltiples movimientos antisistémicos en el planeta” y, así, contribuya a “descolonizar a la izquierda radical europea”, en una reconstrucción de la agencia “global y conflictual” (2008:315). No cuesta entender el contraste con la perspectiva teórica de Mignolo, orientada a destacar el pensamiento “fronterizo”, del pensamiento en los márgenes. Aunque compartía el diálogo con Fanon y Wallerstein, no leería a estos autores desde el cierre clasista presente en sus obras. Según Mignolo, se trata de “regionalizar el imperialismo de la mente sobre el cuerpo […] restituir el cuerpo marcado por el racismo y el sexismo de una epistemología sin sexo y sin sangre y sin color, e instaurar mundos que, como Fanon lo dice en su plegaria, escuchen al cuerpo” (2008:303). En texto posterior en que da cuenta de la propuesta defendida por los investigadores de la Complutense, entre otras posiciones también mencionadas, Mignolo critica lo que serían pensamientos de emancipación que surgen del centro del sistema-mundo y pretenden presentarse como movimientos emancipatorios para todo el mundo (2009:266).

Más allá del alineamiento con la teoría marxista, la controversia puede establecerse entre un pensamiento que incorpora luchas indígenas bolivianas en un escenario universalizado donde la separación entre centro y periferia se mantiene relevante; y una propuesta en que el sujeto político que importa se concibe en términos de diferencia epistémica radical. En el último sentido, dice Mignolo: “el pensamiento surge de la exterioridad (la creación del afuera por el adentro), esto es, en la frontera. Pero en esta frontera los dos lados no están en igualdad de condiciones, y es desde ese lugar desde donde la diferencia epistémica y ontológica colonial reclaman sus derechos epistémicos” (2009:263). Frente a un universalismo popular y una descolonialidad inmanentista, podemos agregar una tercera posición al cuadro del pensamiento político contemporáneo. En esta última, asociada al autonomismo italiano y de la alterglobalización, el escenario de luchas es siempre global, pero el énfasis estará también en las singularidades de un plano de luchas biopolíticas inmanentes, sin que sea necesaria una unificación articulada con proyección estatal. Serían tres formas distintas desde donde también se saludaría la llegada de Evo Morales al gobierno, que en el caso de Mignolo se daría en términos un derecho a la diferencia, opuesto al esencialismo indígena producto del colonialismo (2008:246).

Para leer el proceso boliviano, a la propuesta de Mignolo de un “giro decolonial”, Errejón, Espasandín e Iglesias (2008:301) opondrían un “giro a la izquierda”. La problemática de lo colonial, sin embargo, no sale del horizonte, asumiendo en sus artículos la “‘memoria larga’ de las impugnaciones de masas de la ‘colonialidad’, y en la ‘memoria corta’ de las resistencias al neoliberalismo” (Errejón et al 2007), dupla de conceptos siempre mencionados por las organizaciones indígenas y la intelectualidad crítica de Bolivia de inspiración indianista. Pero los futuros dirigentes de Podemos tendrían reservas respecto de la política étnica, priorizando la lectura “social”. La etnicidad y reivindicaciones indígenas por autonomía, dieron el marco general a la propuesta del MAS en la disputada Asamblea Constituyente y contrastaba con la definición de lo étnico defendida por Iglesias, Errejón y Espansandín como “esencialmente una categoría social en la estructura de clases”. En contraposición a este análisis, los autores se alejaban del llamado katarista a articular clase y etnia sin que una se subordine a la otra. En la crítica a Mignolo, podemos inferir que los futuros dirigentes de Podemos se distanciaban de buena parte de la intelectualidad boliviana influenciada por el indianismo, por “adoptar acríticamente la retórica o las prácticas de los movimientos indígenas” (2008:315)[4].

El foco clasista revisado con Fanon de los futuros dirigentes de Podemos, incluiría así las identidades como elemento de disputas estratégicas, pero siempre subsumido a la mirada social. Cerrando su análisis del caso boliviano, Iglesias llama a “seguir investigando desde hipótesis marxistas con apertura para incluir aportes del indianismo y otras experiencias de acción política desde la periferia”, y enumera una serie de propuestas políticas para un proceso que llama de indianización/descolonización de la práctica de los movimientos europeos (2014:29-30). Criticando la arrogancia de la izquierda europea, destaca el “mandar obedeciendo” que Evo Morales retoma del zapatismo; pone en relevo la importancia de la comunicación política con discurso innovador y ambiguo, con el ejemplo de los encapuchados zapatistas; y ubica en un lugar privilegiado del “combate antagonista” el manejo de la identidad y mecanismos de agregación “que algunos llaman populistas” (:30), de los que los movimientos europeos deberían tomar nota, escribe Pablo Iglesias.

La influencia de la agenda indígena, la plurinacionalidad y la descolonización se transparenta en un informe escrito por Íñigo Errejón para la Fundación CEPS en agosto de 2008, el momento más álgido de la crisis constituyente en Bolivia, cuando aún no estaba claro el escenario de resolución del proceso de aprobación de la constitución, aunque Evo Morales acababa de ser ratificado en un referéndum revocatorio con el 67% de los votos en elección nacional. En este texto (2008:22-24), se refleja la tensión entre una visión de izquierda que se articula con la tradición del nacionalismo; y la visión de la descolonización de inspiración indianista, en esa época todavía con peso en el imaginario del gobierno de Evo Morales.

Para que el estado produzca más emancipación que dominación, hay que hacerlo sensible a la raza y al lugar, despojarlo de su ficción de la homogeneidad cultural y territorial, la neutralidad cultural y racial y la universalidad de las formas de producción de las decisiones políticas. Una reordenación territorial que es una inclusión de todos los habitantes de Bolivia, pero una inclusión que se fortalece en la multiplicidad y no en la unicidad. […] El proyecto de los grupos subalternos es […] frente al regionalismo de la oligarquía, democracia plurinacional y soberanía popular  (2008:24)

Errejón reproduce en su análisis el diálogo del propio proceso constituyente boliviano entre una vertiente nacional y popular, de orientación estatista que se tornaría dominante después de la aprobación de la Constitución en 2009; y otra indianista, descolonizadora, buscando apostar en la autonomía y las formas indígenas de organización política, además de alternativas al desarrollo (“Vivir Bien”).  En el mismo informe, al listar las tareas que el gobierno del MAS debería encarar con éxito para dar continuidad al proceso, es posible ver que reforma agraria, nacionalización de los hidrocarburos, pero también una propuesta plurinacional y descolonizadora en lo territorial, que también volvería al momento de plantear en Podemos una posición frente a las demandas soberanistas. En este sentido, Errejón escribía que:

“En una complejización del mapa de ‘los lugares’ de Bolivia, anidan muchas posibilidades de atravesar el país con los diversos proyectos de emancipación que existen, teniendo como eje de vertebración territorial y redistributiva al Estado […] no es el centralismo la solución a la crisis política y a los embates de la derecha. La solución pasa por la transformación del estado en un sentido plurinacional y descolonizador […] El Estado que bebe del mito moderno de la universalidad, el estado ciego a la diferencia étnica, es un reproductor de la colonialidad del poder, de la jerarquía global de conocimiento, y de la exclusión social resultante” (2008:23-24).

Antes de llegar a Podemos Errejón se trasladaría a Venezuela, trabajando en campañas políticas y en un centro de investigación ligado al chavismo. Desde ahí la cuestión indígena perdería fuerza, en un movimiento que también el gobierno de Bolivia y de Ecuador efectuarían dejarían de lado las reivindicaciones y agenda indígena que al momento de abrir el momento constituyente habían sido protagónicas (Schavelzon, 2015). Podemos ver este movimiento retratado en un cambio en dirección de lo social, el líder y el Estado como horizonte político. Si escribiendo sobre Bolivia Pablo Iglesias rescataba la consigna de activistas italianos recibiendo a los zapatistas en la ciudad de México: “Todos somos indios del mundo” (2014:30); poco después Errejõn, Espasandín e Iglesias reconocerían, en debate con Mignolo, “la equivalencia y unidad de los diferentes” presente en la frase “No somos africanos, ¡somos los pobres!”, de indios y negros de los suburbios de Durban en 2002 (2008:315). El movimiento quedaría más claro todavía en un texto de Errejón (2013) sobre el lugar hegemónico de Chávez, titulado “Somos (casi) todos los Chávez”, concretando todo un movimiento desde las singularidades irrepresentables hasta la unidad de lo popular, primero, y después con la identificación de un proceso con su líder, después[5].

Aunque Errejón e Iglesias escriben juntos y comparten discusiones en esta época, sería la lectura de Errejón (2008) del proceso boliviano la que se relacionaría más directamente con la propuesta presentada por Podemos en 2014: una “operación populista”, de articulación hegemónica de un pueblo, realizada en el nivel del discurso y a escala nacional, y que Errejón analiza desde una perspectiva inspirada en Ernesto Laclau. En Pablo Iglesias, el lugar de Bolivia, era una lectura influenciada por el zapatismo y el autonomismo italiano, destacando el carácter movimientista presente al momento de llegada al gobierno de Evo Morales, y luchas por autonomía que después se diluirían en el fortalecimiento de la agencia estatal. “Bolivia en Movimiento” es título del libro organizado por Iglesias, enfatizando esta mirada. En Errejón el foco de análisis era la lucha por la hegemonía, desde un estudio discursivo.
                              
Lo Popular: Entre el Partido del Pueblo, la clase obrera y la Multitud

En 2013, Pablo Iglesias protagonizó un debate con varias réplicas desde ambientes de izquierda cuando publicó un corto artículo donde, a partir de su experiencia en los debates de la televisión a los que había empezado a ser llamado invitado, postulaba un “adiós a la clase trabajadora” para identificar el sujeto político del cambio con “los de abajo”, ya en camino de pensar una herramienta política acorde a eso. En una nota de opinión del diario Público se leía:

Desde que salgo en las televisiones grandes percibo dos tipos de público bien diferenciados. Por una parte está la gente de izquierdas de toda la vida […] Pero hay otro público con el que no me había relacionado hasta hace una pocas semanas. Los que me paran por la calle y, sin concesiones a lo políticamente correcto o al lenguaje no sexista, me dicen “Ole tus cojones” y me dan un abrazo; los que me escriben larguísimos mails contándome las historias de sus hijos que se han quedado sin beca […] El técnico que me pone el micro en un plató y me susurra “cómete a esos cerdos”. El cámara que me guiña el ojo y me levanta el pulgar […] El anecdotario no terminaría nunca. ¿Son ellos la clase obrera llamada a asaltar los cielos? No lo sé pero tengo claro que son los de abajo y que a ellos hay que dirigirse. (Iglesias 2013)

En varias respuestas iniciadas con la del rapero Nega, se cuestionaba la forma fácil con que Iglesias se desentendía de las luchas sindicales tradicionales, como de las tareas para la reconstrucción de una clase trabajadora no fragmentada ni dispersa. En algunas de estas críticas, la posición de Iglesias, calificada de “populista”, “negrista” y “postmoderna”, se veía desde el clasismo como la aceptación teórica de las categorías burguesas de análisis a partir de renta[6]. La discusión que Iglesias mantenía con la vieja concepción de la clase obrera recurría a herramientas del postobrerismo italiano, pero tampoco era este el lugar político o teórico de donde saldría Podemos. John Brown (pseudónimo ya público de Sanchez Estop 2013), recordaba que Toni Negri y algunos “negristas” habían firmado una carta de apoyo a Alexis Tsipras, también en 2013, y que se trataba de constituir un instrumento que permita expulsar la cleptocracia del poder, no para situar en su lugar a un nuevo partido sino “al propio pueblo”. Sobre el debate de “los de abajo” Sánchez Estop, que participaría críticamente en Podemos, proponía a los participantes del debate abandonar una definición fenomenológica y sociológica de las clases y sujetos políticos, para concebirlas  como constituidas por la lucha de clases. Esta no era la posición a la que Iglesias apuntaba, con “los de abajo” como sujeto de un proyecto partidario que se articularía como propuesta populista en el sentido de Ernesto Laclau, quien se había ocupado en La Razón Populista (2005) de diferenciarse de la de autores como Negri y Ranciere, quienes mantenían una perspectiva atenta a la lucha de clases.

La “operación populista”, tal como definida en detalle por Laclau, permitía explicar la reorganización del “tablero político” en términos que no sean los de izquierda y derecha, ni tampoco entre lo nuevo contra lo viejo. En el análisis de los fundadores de Podemos la izquierda y la derecha no eran más que un juego de posiciones que el régimen en decadencia buscaba atribuir para neutralizar; mientras que la oposición entre viejo y nuevo se entendía como táctica adoptada por el mismo régimen con el partido Ciudadanos y el intento de renovación en la candidatura de Pedro Sánchez (PSOE). La construcción discursiva adoptada sería en términos de “los de abajo”, las “clases populares” y el “pueblo”, opuestos a “la casta”, primeramente, y a las “elites políticas” o llanamente “los de arriba”, siempre ilustrado con ejemplos accesibles para cualquiera que esté al tanto de las noticias cotidianas sobre los privilegiados del régimen. La articulación hegemónica que describía Laclau se realizaría desde significantes vacíos que el piso de demandas pendientes del 15M había permitido explicitar (cf. Iglesias 2015a, Errejón 2015).

En la discusión con la izquierda que acompañaba esta táctica política que se alejaba tanto de la política partidaria tradicional como de la dinámica de asambleas y movilizaciones del 15M, habían avanzado Laclau y Mouffe ya en Hegemonía y Estrategia Socialista, de 1985, anunciando que “El pensamiento de izquierda se encuentra hoy en una encrucijada” (1987:6), en el marco de nuevas luchas que habrían llevado para una “crisis teórica” (:10). La resolución que Laclau encuentra a esta crisis dialogaría con un escenario de luchas minoritarias y nuevos movimientos sociales emergentes en el mundo mientras el socialismo real se destruía; pero debe leerse también en diálogo con la experiencia del peronismo de Perón en el exilio, en el momento de aparición de una “izquierda nacional” de la que Laclau participó activamente. Es este diálogo el que antes de la formación de Podemos convirtió a Laclau en intelectual oficial del kirchnerismo y de referencia para los gobiernos progresistas latinoamericanos en general.

El diálogo entre política europea y latinoamericana; Gramsci leído en clave nacional y popular y toda una reflexión sobre el momento de la movilización que necesitaría de las instituciones haría de Laclau un buen interlocutor teórico para la búsqueda en la que andaban los futuros dirigentes de Podemos. La formación y cultura de izquierda a la que Iglesias siempre se referiría para explicar los términos de su ruptura con Izquierda Unida, por otra parte, acercaba sus posiciones a la de un importante componente de los gobiernos progresistas sudamericanos que no puede reducirse a una identidad política “nacional y popular”. Por sus concepciones de organización política; de pueblo representado; y por sus deseos de transformación política en un marco moderno y republicano, quizás podamos pensar en definir esta forma como “jacobinismo populista”, rasgo compartido con referentes que Podemos reconoce como inspiradores en distintos gobiernos sudamericanos.

En términos de recorrido intelectual, el espacio que Podemos encuentra para una propuesta populista se construye a partir de dos rupturas con distintas izquierdas. Por un lado, la más presente en las posiciones públicas de Iglesias, del distanciamiento con la izquierda más ortodoxa del economicismo y el clasismo, pero principalmente como crítica a un aparato político que no tendría fuerzas para reaccionar y hacer las tareas necesarias para crecer electoralmente[7]. Por otro lado, Podemos nacería de una segunda ruptura, quizás más difícil de presentar porque implicaba una discusión con algo del sentido común del 15M, movimiento que lejos de presentarse como el pasado, era recuperado como la manifestación social de una crisis que querían representar políticamente. En términos concretos, Podemos no se distancia del 15M –cada vez más convertido en mito de origen– sino con posiciones políticas que salen o recogen esa movilización desde lógicas de movimiento, asamblea y horizontalidad política multiplicada en diversos espacios políticos, por ejemplo el de la organización de un nuevo partido.

Con esta izquierda “quincemayista”, la discusión es menos teórica que estratégica, aunque en términos conceptuales se traduce en la noción de límite atribuido a la irrupciones populares cuando estas no se organizan para alcanzar espacios institucionales. El debate lleva a Iglesias y sus compañeros a alejarse de referencias políticas con las que dialogaban, que además habían sido puntos de apoyo en la ruptura con la izquierda partidaria más clásica con la que dialogaban y varios de los futuros dirigentes habían integrado. La importancia de esta segunda ruptura también debe medirse en términos de actualidad y generación. Si el debate con el clasismo remite a los ‘80, como balance de la generación del ’68 y las derrotas de la izquierda mundial, la discusión que Podemos plantea con el sentido común “movimientista” los involucraría más de cerca. Es en este punto donde la experiencia de Podemos tiene un valor especial, como aporte en progreso a las discusiones de una época.

La discusión que surge del 15M –y no contrael 15M– es explicada por Germán Cano, miembro del Consejo Estatal de Podemos y proveniente también de círculos intelectuales afines a Laclau y de una “izquierda lacaniana” que participa de los debates del partido. En su mirada, la Hipótesis Podemos debe superar un “bloqueo” causado por dos lecturas que circulan sobre el 15M. Por un lado la que limitaba la crisis a un fenómeno emocional de indignación; por otro, la “Hipótesis Movimientista”, que asocia al obrerismo italiano, según la cual la crisis estaba generando su propio sepulturero en la transformación de la inteligencia colectiva impulsada desde los movimientos, escribe Cano. Entre estas dos lecturas, surgía la Hipótesis Populista, que era la de Podemos y que consistía en decir “Vamos a aplicar la sensibilidad hegemónica, las lecciones que hemos extraído de Latinoamérica, y vamos a aplicarlas en las fisuras que encontramos en los medios de comunicación” (Cano, 2015:60).

El alejamiento de los movimientos, centrales en los trabajos citados en la sección anterior y que posteriormente se articuló con estudios en ambientes postoperaistas de Bolonia, se refleja en un artículo de 2012, reflexionando sobre la catástrofe electoral para los movilizados en el 15M, con el triunfo del PP en noviembre de 2011. Pablo Iglesias escribe: “En términos generales, reconozco que la mayoría de los análisis y diagnósticos de Antonio Negri y Michael Hardt me resultan sugerentes, mientras que sus propuestas y aterrizaje en lo concreto suelen dejarme escéptico” (2011). La llegada a la hipótesis de la necesidad de entrar en la disputa electoral sería un camino en el que Iglesias avanzaría progresivamente, y en este artículo todavía considera como “muy limitadas” las posibilidades de las instituciones como “dispositivos para la transformación”, pero también daría cuenta de diálogos que lo llevarían a relativizar esta posición. En referencia a un dirigente e interlocutor de IU, miembro también del consejo de la Fundación CEPS, Iglesias diría: “Como explicaba Manolo Monereo, la política revolucionaria en tiempos de crisis es un príncipe (partido, líder, multitud, significante vacío…) que dice señalando a los ricos: ‘Estos son los enemigos del pueblo’” [8]

Ya en 2014, invitado por el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, explicaría el punto de llegada en esta reflexión en términos de valorizar el ámbito estatal-nacional de soberanía:  

¿Qué significa decir soberanía? El Estado. El Estado siempre vuelve. En esto he cambiado mi forma de pensar de acuerdo de lo que decían Negri y Hardt hace unos cuantos años. Que se había constituido una suerte de soberanía imperial, que había hecho que el Estado, de alguna manera delegara, derivara todas sus atribuciones soberanas. Es indudable que hay instituciones globales que asumen un poder soberano enorme: el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio. Pero el Estado sigue siendo un escenario absolutamente ineludible para la política. Y cuando se producen situaciones de crisis, la reivindicación del Estado y de la soberanía, la reivindicación de ese Instrumento político crucial, que fue el instrumento político crucial incluso para los movimientos que se planteaban como elemento fundamental el horizonte de la destrucción del Estado. (Iglesias 2014, 47”).
El diálogo con el autonomismo, y la “hipótesis movimientista” no sería solamente un escalón dejado atrás en el avance hacia el Estado-nación. Se mantendría presente en el debate interno de Podemos, notablemente al momento de organizar el partido y elegir autoridades, después del éxito de plataformas municipalistas en varias ciudades, y en cuestionamientos y propuestas sobre cómo encarar el desafío electoral de las presidenciales (cf. Abriendo Podemos 2015 y Rodríguez 2015). El propio Negri entraría en el debate, apoyando Podemos, y conversando por Pablo Iglesias en su programa de entrevistas, divergiría sobre los términos del apoyo a los gobiernos latinoamericanos, con un énfasis de Negri en las nuevas instancias supranacionales y en la fuerza de los movimientos antes que por una política explicable en escala estatal y nacional, tal como defendido por Iglesias[9].
La discusión entre hipótesis cristalizaría en críticas al enfoque de Laclau, adoptado explícitamente por Errejón, y con menos entusiasmo por Iglesias, que manifestaría su identificación con Hegemonía y Estrategia Socialista antes que con la producción tardía del autor argentino, en que abandona el marco teorético marxista (Iglesias 2015b: 37)[10]. En distintos textos críticos surgidos después de la irrupción de Podemos,  Laclau aparece como referencia para entender el nuevo partido, sea a la luz de debates sudamericanos con el populismo (Gago, Picotto y Sztulwark 2014), en oposición con las posiciones de Negri (Cava 2015), en la crítica de la posthegemonía de Beasley-Murray (Fernández-Savater 2015), en sus implicancias comunicacionales (Palau Errando 2015) o incluso recuperando del autor postmarxista posiciones no hegemonistas que remitan a democracia antes que a representación (Sánchez Estop 2015) o que no se traduzcan mecánicamente al estado (Sztulwark 2014).
El propio Negri escribiría un texto relacionado con este debate sobre el populismo abierto por la aparición de Podemos, dando continuidad a una controversia que rindió varias páginas de Razón Populista (Laclau 2005:297-303), y Commonwealth, de Negri y Hardt (2009:166-7, 305), en la oposición de una mirada inmanentista de luchas de la multitud que espontáneamente se enfrentan al Imperio, y otra en que es necesaria una articulación que constituya un pueblo unificado a partir de las singularidades. Sin líder ni horizonte institucional, Laclau consideraría que en Negri y Hardt la ruptura del Imperio como éxodo de la multitud no estaría bien explicada. La traducción de estas discusiones a la política española se daría en el rechazo al marco nacional como referencia privilegiada; y al modo de vincularse a luchas concretas, más allá de la disputa mediática y electoral. En este último punto sectores activistas que exigirían abrir Podemos a una confluencia del tipo del de las plataformas municipalistas, se encontraría con Izquierda Anticapitalista, partido que es parte de la fundación de Podemos y fue obligado a disolverse prohibiendo la posibilidad de doble militancia, en las decisiones derivadas del congreso fundacional.
El foco de la crítica de Negri y de buena parte del movimientismo interno y externo a Podemos sería el de la “autonomía de lo político”, como estrategia enfocada en la construcción mediática de un discurso que apunta al gobierno sin tomar en cuenta las luchas concretas relacionadas con la composición de clase y las relaciones de producción biopolítica. Para Negri, también entrevistado por Laclau en un programa televisivo, “el pueblo” es invocado para llevar las personas al trabajo o a la guerra, y la hegemonía no debería ser entendida en un espacio preconstituido y fijo del nivel nacional, dependiente de un eje central (líder, estado) sino como fuerza material de cambio social[11]. Con Hardt, Negri escribiría que el pueblo” es capaz de conservar lo común existente, pero no de crear instancias nuevas de cooperación y comunicación de singularidades (2009:305). A Hegemonía y representación, se opondría el pluralismo y la producción del común. En texto escrito con Podemos ya en marcha, Negri (2015) haría un homenaje al pensamiento de Laclau, considerando su importancia como reflexión sobre “la transición” y de un Estado que “no era el viejo modelo de Estado, el Estado moderno, sino una cosa nueva” y, de ese modo, no se trataría de “un eje de construcción trascendental del Estado, sino como un investimento problemático de su crisis” (:s/p).
De la hegemonía e institucionalización: El Estado Experimental.

Las categorías gramscianas son comunes en los análisis de Errejón, Iglesias y Monedero. El autor sardo permite pensar lo popular desde la izquierda, como el comunismo italiano y la izquierda latinoamericana bien exploraron. Si bien es cierto que Gramsci es un autor habitual en la ciencia política y los estudios culturales de raíz marxista, su recorrido en la política de América Latina se explica por si propio. Gramsci circula por la izquierda latinoamericana y europea desde lecturas militantes, independientemente de la relevancia que obtendría – junto con Foucault– en la expansión de los Estudios Culturales y postcoloniales. Tanto Laclau como los autores ligados a los estudios de subalternidad de la India y los fundadores de los estudios culturales en Inglaterra llegarían a Gramsci desde un marxismo preocupado por lo popular, en reflexiones que abrirían caminos políticos y de estudio académico[12].
La hegemonía, sería un concepto clave alrededor del cual se construiría la Hipótesis Podemos, en un campo de discusiones ligadas al estudio de procesos políticos de cambio, pero también consideraciones sobre liderazgo, el papel de los medios de comunicación, y las campañas políticas a partir de asesoría política de las que futuros dirigentes de Podemos participaron. Entre los diálogos políticos e intelectuales que nos permiten entender de qué está hecho Podemos vemos que, sin llegar a asumir una distancia política y manteniendo el apoyo, se registra una lectura sobre el agotamiento, tensiones y momento de encrucijada que atraviesan Bolivia, Ecuador y Venezuela, los procesos de los cuales los fundadores de Podemos son más cercanos. Es aquí donde los escritos académicos previos a Podemos tienen un valor más allá de lo trabajado hasta ahora. No se trata ya de la distinción con una izquierda de luchas y movimientos, o con la perspectiva postcolonial con la que Errejón e Iglesias dialogaban. Se trata de pensar la construcción de la hegemonía con vistas a una nueva gestión estatal “del cambio”.   
Después de años asesorando a Chávez y al gobierno de Venezuela, Juan Carlos Monedero pasó a ser identificado con una posición de “apoyo crítico” al chavismo. Desde un foro organizado en 2009 por el Centro de Investigación Miranda, cuya dirección integraba, Monedero formula una crítica al “hiperliderazgo”, no muy bien recibida y criticada con dureza por Chávez en televisión, aunque después haya habido una reconciliación. Para Monedero, esta característica es propia de países con sistema de partidos débiles, con poco “cemento social” y amplia exclusión. Puede ayudar en momentos de confusión ideológica y vacío político, abriendo una alternativa política en un momento inicial. Debe observarse sus problemas, sin embargo, ya que “el hiperliderazgo desactiva, en última instancia, una participación popular que puede confiarse en exceso en las capacidades heroicas del liderazgo” (Monedero 2009).
En una entrevista de 2013, asociaría el “populismo” al sentido de Ernesto Laclau e interpretado como momento histórico de reconstrucción de Venezuela después de 25 años de ajustes (Monedero 2013). Al momento de dejar la conducción de Podemos, a fines de abril de 2015, criticaría no obstante el abandono de los círculos como forma participativa y democrática desde abajo, en un llamado a recuperar los orígenes. En diálogo con Iglesias, entrevistado en Otra Vuelta de Tuerka, Monedero opondría Boaventura de Sousa Santos a Ernesto Laclau, inclinándose por el primero. La perspectiva de este autor, que Monedero reconoce como maestro, puede ser citada como observador cercano de los procesos latinoamericanos que trabaja interfaces entre la izquierda y las luchas de descolonización. De Sousa Santos es defensor del constitucionalismo experimental latinoamericano, de una refundación del Estado desde la participación, el reconocimiento de la plurinacionalidad y un uso contra-hegemónico de instrumentos políticos hegemónicos como el derecho y la democracia representativa (2011:34 y passim) y plantea lo que llama de teorías de “retaguarda”, como crítica a la política de vanguardia de la izquierda del siglo XX. En lugar de un socialismo del siglo XXI, sin embargo, prefiere uno “del Buen Vivir”. Este permitiría combinar la transición de capitalismo al socialismo con la del colonialismo a la descolonización y autodeterminación (2010).
En 2004, y en sintonía con de Sousa Santos, Monedero sí reivindicaría el horizonte del socialismo del siglo XXI en Venezuela, destacando el papel de las misiones, definidas por él como “una suerte de Estado poscolonial (o posmoderno), experimental, que acompaña las iniciativas populares ejerciendo una tarea de supervisión” (Monedero 2008:83). En su conceptualización del socialismo de siglo XXI, reivindica una definición no estatista, ecologista, feminista, no eurocéntrica y crítica del “epistemicidio occidentalista”. Todavía sin el abandono de la tradición socialista como identificación política que caracterizaría el discurso populista de Podemos, pero alineado con las propuestas constituyentes que comenzaba a elaborar cuando dejó sus cargos, el socialismo del Siglo XXI debe reforzar los ámbitos del mundo de la vida, como los afectos, empatía, solidaridad y alegría (2008:88), en una mirada que podemos ver simpática con la post-hegemonía de Beasley Murray (2010).

Una “exposición de urgencia” de Monedero presentaría un cuadro donde se define la diferencia entre el socialismo del Siglo XX con el del Siglo XXI (también en contraste con el neoliberalismo y el capitalismo). Con aires de Epistemología del Sur, pero también con elementos nacional-populares, el cuadro opone cosmopolitisimo multicultural y plurinacional al eurocentrismo; internacionalismo a la patria identificada con el pueblo enfrentada a los imperios;  bandera nacional como identidad antimperialista contra la bandera roja del socialismo clásico. Entre  las características del socialismo del Siglo XXI se incluyen varias que para nada se identifican con el rumbo del chavismo y los gobiernos progresistas sudamericanos, ya que plantea un alejamiento frente al capitalismo de Estado (hablar más bien de socialismo sustentables y globalización contrahegemónica); y se reivindica la comunidad organizada en movimientos frente al Estado, el partido y los sindicatos; la multitud vs el colectivismo, la autonomía colectiva vs el socialismo como solidaridad y abolición de la propiedad privada. Se reconoce al ecologismo vs el productivismo; y el Estado aparece en varios niveles, local y supranacional, controlado por consejos comunales que van más allá del estado nacional, en una articulación pública no estatal y “neoestatal”. O bien de Estado experimental y “maternal” con un carácter libertario de izquierdas (2011:137-8).
Con menos visibilidad que Monedero, la investigación de Íñigo Errejón también planteaba discusiones con el proceso boliviano, aunque también sin significar una ruptura ni asociación a las críticas desde organizaciones indígenas e intelectuales anteriormente aliados al gobierno cada vez más numerosas después del conflicto del TIPNIS en Bolivia, o del Yasuní en Ecuador (cf. Schavelzon 2015). La discusión planteada era casi puramente académica, sin ser exteriorizada en términos políticos de forma pública. En una entrevista con Heriberto Cairo, director de tesis de Errejón, se da cuenta del alejamiento con lo que él llamaba de “Interpretación mecanicista de García Linera de la cuestión de la hegemonía”, que según Cairo era una crítica compartida con Errejón a lo que consistía en “ir atrapando y consiguiendo candidatos y movimientos en lugar de establecer alianzas”. Este debate presente en la tesis de Errejón, junto a la referencia de Laclau, estaría mucho más presente en Podemos, según Cairo, que el postobrerismo de Pablo Iglesias, cuya tesis también dirigió, o de la Epistemología del Sur de Boaventura de Sousa Santos, trabajada por su colega Monedero (Cairo 2014).
En el debate de Bolivia, de hecho, la idea de “guerra de posiciones” en la construcción de la hegemonía fue discutida en tiempo electoral cuando fueron incluidas en las listas del MAS figuras provenientes de los viejos partidos de oposición, o de perfil mediático y carentes de vínculo con el proceso político y las organizaciones sociales. En la fundamentación de García Linera (2014) se trataba de la incorporación del contrincante derrotado, dando cuenta de la universalización de las necesidades colectivas del bloque social que el MAS representaba, en una combinación de un momento leninista con uno gramsciano. Según el vicepresidente, era fuerza, victoria y derrota del enemigo (Lenin) con seducción y convencimiento (Gramsci). Esta mecánica de “irradiación territorial de la hegemonía y el liderazgo político”, sería asociada por García Linera a la criticada incorporación de candidatos polémicos para las bases del MAS, como la concreción de la incorporación del enemigo derrotado[13].

Errejón en su tesis (2012) se refiere al relato de fases del proceso de cambio de García Linera (2011), como “historia de la construcción de hegemonía”, que haría “‘de la necesidad virtud’, teorizando como decisiones políticas situaciones que más parecen haber sido momentos de incertidumbre, como en la crisis de agosto-septiembre de 2008, donde la indefinición hacia el último momento del ejército ha sido representada a posteriori como la ‘fidelidad al Estado de los militares patriotas’” (2012:76). También se refiere a la visión de García Linera en términos de “confusión entre categorías sociales –‘el bloque social ascendente’, las élites tradicionales- y actores políticos concretos –el MAS, las diferentes organizaciones sindicales, los Comités Cívicos, etc.-, [que] produce, en ocasiones, una imagen organicista, en la que conjuntos cerrados se enfrentan en una lucha por el control del Estado, para la cual deben atraer a segmentos de la población que se encuentran ‘flotantes’” (:77).

La crítica puede ser leída como una reivindicación de Ernesto Laclau, principal referencia teórica de Errejón, a partir de quien enfatiza la importancia de la construcción política discursiva, por sobre un análisis que “puede parecer en exceso rígido y asimilable al encuentro de dos ejércitos en el campo de batalla” (ibidem). En dirección al primado de la “autonomía de la política” con que como vimos los seguidores de Laclau se oponen a visiones que enfatizan la materialidad de las luchas y las relaciones del mundo del trabajo, Errejón analiza:

En efecto, el campo político boliviano se encuentra en buena medida dividido por una frontera binaria que separa al oficialismo de la oposición, pero los temas elegidos para el trazado de esa frontera, su naturaleza y el alineamiento de las fuerzas en pugna no estaba predefinido en la estructura social: es el resultado de un acto puramente político –aunque sobre condiciones dadas que Linera, por otra parte, analiza muy bien. Cuando el actual Vicepresidente alude a una conformación “nacional-popular” en acción, hace bien en especificar la procedencia social de los grupos que la integran, pero no explica que, en última instancia, la construcción del “Pueblo” boliviano al que el MAS dice encarnar es una operación discursiva de articulación y nominación. Las herramientas del análisis del discurso, entonces, pueden ser de gran ayuda para el desarrollo de las líneas principales de la teoría de la hegemonía de García Linera. (2012:77-78)

También el análisis que Errejón hace sobre el proceso venezolano remite a la mirada de Ernesto Laclau. En un texto de 2013 firmado junto a un ministro en funciones de Venezuela, Errejón escribe sobre la identidad política del chavismo como marca en el campo político Venezolano. La articulación hegemónica tal como descrita por Laclau, está presente en lo que Errejón ve como demarcación de un nuevo espacio político que debe ser asumido incluso por la oposición y, citando a Laclau, “una plebs que reclama ser el único pópulus legítimo”, entendido en “la preeminencia de lo popular como núcleo de la comunidad nacional” (Chacon y Errejón 2013), rasgo del chavismo, evidente para Errejón en las campañas electorales de las que participó poco antes de constituirse en coordinador de campaña de Podemos para las elecciones europeas. En el análisis de los procesos sudamericanos Errejón hablaría de la apertura de un campo de problemas de la transición relacionadas con la producción de una nueva institucionalidad; otro modelo de Estado y de economía; y “una hegemonía flexible y dinámica, capaz de integrar de forma duradera a los grupos aliados, a los escindidos y a los subordinados de la nueva conducción política” (2013:36).

Comentario final

La formación de Podemos no se explica a partir del recorrido intelectual de sus dirigentes. Los debates citados, más bien, buscan ayudar a situar relaciones y mundos políticos que interactuaron y continúan interactuando con imaginarios políticos que interpelan a toda una generación de luchas políticas y militancia. Los debates que el nacimiento de una agrupación política enfrenta retoman también viejos problemas políticos, que otras generaciones enfrentaron de distintas maneras. Así es con el diálogo de la izquierda con las mayorías populares; el de cómo caracterizar al sujeto político del cambio (¿pueblo, clase o multitud?); y el debate del Estado, donde una propuesta populista se encontraría con herencias y formas de funcionamento que podemos identificar con el jacobinismo y el centralismo democrático, o con lo que Juan Carlos Monedero llamó en diversas intervenciones de “leninismo amable”. Aunque la relación entre debates y formas que toma el proceso político no es lineal, algo de los primeros nos sirve para elaborar preguntas y claves de lectura sobre el segundo.

En un balance sobre qué produjo el contacto de los fundadores y dirigentes de Podemos con América Latina vemos, por un lado, la posibilidad de plantear una opción de gobierno de mayorías que entiende su posibilidad de existencia en el espejo de los gobiernos progresistas o de izquierda sudamericanos. Por otro lado, la crítica al socialismo del siglo XX de Monedero, y los trabajos de Errejón e Iglesias sobre la necesidad de descolonizar Europa desde los movimientos sociales, y la reflexión de Errejón sobre una construcción de hegemonía que revise la experiencia latinoamericana, permiten crear expectativas en sentido de que la contribución de Podemos esté a la altura de un tiempo político nuevo en que los consensos del 78 sean revisados y las políticas europeas de austeridad sean interrumpidas.

El objetivo de los debates presentados se relacionan con la pregunta de qué puede Podemos, dejando de lado un análisis a partir de movimientos de moderación y cierre centralizador que la cúpula de Podemos evaluó como necesarios para ganar, de cara a las elecciones programadas para diciembre de 2015. Si nos preguntamos por lo posible, que tampoco es lo que muestra el momento de agotamiento y deriva conservadora del progresismo latinoamericano, vemos que el recorrido latinoamericano de los fundadores de Podemos permite pensar en un populismo estatista diferente. En este sentido, la idea de “populismo postcolonial” puede tomarse en serio para significar, de los dos lados del océano Atlántico, una crítica política que se articula con la defensa de gobiernos populares de retórica anti-imperialista, antes que con una propuesta de descolonización étnica y autodeterminativa, o a partir de la diferencia y lo minoritario, como más corrientemente viene asociada la crítica postcolonial. De esta forma, lo postcolonial no se opondría al nacionalismo, y podría incluso ser un marco retórico de proyectos estatales centralizados y desarrollistas, que por no plantearse críticamente contra las formas de representación y organización política clásicas  puede definirse en marcos modernos, desde el entendimiento que sitúa las tareas descolonizadoras en la necesidad de crecimiento “con inclusión”, con foco en lo social como forma de defensa de la soberanía.

Por otra parte, y como los procesos constituyentes en su fase de experimentación, la expresión más creativa de las narrativas políticas que se encuentran entre Europa y América Latina, introducen elementos democratizadores y diseminadores del poder, como la plurinacionalidad y la autonomía, desde una mirada desconfiada sobre el Estado-Nación, que desde nuevos modelos de Vivir Bien también se opongan al capitalismo y el desarrollo modernizante. Este populismo postcolonial –más que jacobino– está presente en Podemos y lo vemos en el acercamiento de Errejón e Iglesias a la política campesina indígena de Bolivia, así como en lo que Juan Carlos Monedero llamó de “Neo-estado”, definido con caracteres de “experimental” y “maternal”, en lugar de paternalista. Esta sería la forma a repensar el Estado hoy, en un espacio político diferente del de la socialdemocracia y el Estado de Bienestar, como descolonización de Europa en crisis de inmigrantes, de austeridad y de amenazas fascistas, que encuentra cansadas sus herramientas y lenguajes políticos de cambio anteriores.

En un proceso en marcha con tensiones entre vectores centralizadores y otros pluralistas, entre estabilización y molecularidad, hombres y mujeres que se conectan con el movimiento subterráneo y otros que intentan bloquear y sujetarlo, veríamos que los debates dejados atrás continúan marcando los pasos hacia delante, junto con experiencias sudamericanas de llegada al gobierno, y europeas de movilización y organización. La crítica a la autonomía de la política, la perspectiva de los movimientos y las luchas, la lógica del 15M o el problema de la colonialidad pensado desde la diferencia, son hoy un afuera que el núcleo dirigente de Podemos dejó atrás en los debates que recorrimos, pero que permanece como posiciones por las que transitaron y con las que siguen dialogando, en una memoria que fortalece y diferencia a Podemos de los partidos del régimen.

Si confiamos en lo que “puede” Podemos, tenemos un campo abierto de posibilidades donde las singularidades se conecten en un escenario posthegemónico que reactive lo que recorrió las calles en el 15M, sin dejarse asimilar por las formas políticas de un adversario que, aún si se muestra vencido e incorporado al propio movimiento, contribuya a dejar atrás el ímpetu descolonizador, fortaleciendo un status quo de austeridad y neoliberalismo por nuevos caminos.
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[1] El aporte de Carolina Bescansa, de formación bourdiana y también con experiencia en Venezuela, habría sido el del conocimiento demoscópico. Cabe registrar aquí otro debate que bien podría agregar una nueva sección a este trabajo, en torno al Estado, que contó con la participación de Luis Alegre, quinto fundador y primer secretario general de Podemos Madrid. Ver Iraberri y Alegre Zahonero (2013) y Sánchez Estop (2007). Este debate, donde el Estado aparece no como contingencia sino como necesidad y superación de luchas anti-estatales, tiene puntos de contacto con la posición de Álvaro García Linera, después de la explicitación de su “giro hegeliano”.
[2] Hay un interesante registro de las preocupaciones de Errejón e Iglesias en una entrevista que en 2009 I. Wallerstein les concede, y es publicada en el periódico Diagonal. La pregunta decía: “Frantz Fanon, que fue uno de tus referentes teóricos, reivindicó el poder del nacionalismo como vía de liberación en los países del Tercer Mundo. ¿Puede ser el nacionalismo un mecanismo de emancipación en los países ricos?” En su respuesta, Wallerstein advertiría “Todos los nacionalismos son lo mismo. Cuando son reivindicaciones contra el poder, no importa qué poder, son progresistas. Sin embargo, en el momento en que conquistan el Estado, los nacionalistas se hacen de derechas” […] Eso es de lo que Fanon se dio cuenta y por eso defendió el panafricanismo como continuación de las luchas de liberación nacional (Errejón, Iglesias 2009).
[3] Esta oposición es desarrollada de forma más extensa por Mignolo en otro texto (2009) como “opción de coexistencia que asume la objetividad entre paréntesis” desde un  “diálogo pluriversal”, opuesto a los espacios “uni-versales” de pensamiento sin paréntesis, asociados al “temor del pensamiento hegemónico, moderno y postmoderno, que podría perder su privilegio a partir del momento en que los subalternos comienzan a pensar por si mismos” (:264).
[4] En la campaña de la elección catalana, en la que Podemos participó como parte de un frente con otros partidos, el recurso a lo étnico era criticado como estrategia de la “casta” catalana convertida de forma artificial al independentismo, como en Bolivia lo había hecho la elite de Santa Cruz. Podemos (Catalunya Si Que Es Pot) asumiría un discurso nacional y popular, con algo de clasismo, pero que no evitaría recursos de Pablo Iglesias, que hegemonizó la campaña, al lenguaje étnico refiriéndose a hijos de extremeños y andaluces que deberían “mostrar los dientes” contra el soberanismo (ver Manetto y Piñol 2015). Sobre el diálogo político de Podemos con América Latina y la plurinacionalidad, remito a Schavelzon (2015b)
[5] Sobre el debate entre el devenir indio de los pobres y el devenir pobre de los indios ver Cava (2012), y Viveiros de Castro (2015).
[6] Futuros críticos e integrantes de Podemos participarían del debate. Algunas intervenciones y sus enlaces se resumen aquí http://chavistas-estalinistas-bolivarianos.blogspot.com.br/2013/08/precariado-o-clase-obrera-como-la-clase.html
[7] En una entrevista donde sería particularmente explícito y duro (2015c) le diría a ciertos dirigentes de Izquierda Unida “Sigue viviendo en tu pesimismo existencial. Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas y de cosas, pero no te acerques, porque sois precisamente vosotros los responsables de que en este país no cambie nada. Sois unos cenizos”. Iglesias provenía del PCE, que compone IU, y antes de lanzar Podemos había propuesto sin éxito participar en internas abiertas de esa coalición. Viejo Viñas (2010), del Consejo Estatal de Podemos también protagonizaría un debate con Izquierda Unida en los años previos, desde una perspectiva movimientista. Ver referencias del debate aquí http://ceronegativo.net/2010/01/12/desmontando-a-raimundo-viejo-vinas/
[8] Luego de una presentación de Michael Hardt, Pablo Iglesias, que se encontraba entre el público de alumnos del centro de postgrados donde estudiaba, pregunta cuál sería la forma de organización política para la multitud en el capitalismo postindustrial, si para la clase trabajadora de la forma soberana Estado-Nación lo era el partido. Video disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=gfCNbR6vihw (3´10”) Simpático al autonomismo de Negri, la tesis de doctorado de Iglesias es presentada en su título como estudio sobre “Multitud y Acción Colectiva Postnacional” (2008).
[9] Ver las intervenciones de Negri en artículos co-autorales con Sánchez Cedillo ya publicadas en Brasil (Negri y Sánchez Cedillo 2015) El programa Otra Vuelta de Tuerka con Toni Negri fue exhibido el 31/5/2015 y está disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=BOpTvdOXF9U
[10] En un debate de 2010 en redes sociales de Internet, Íñigo Errejón reconoce al postobrerismo italiano y su desafío de traducir desde condiciones actuales la reconstrucción de la autonomía de las clases subalternas como la más radical experiencia revolucionaria en Europa desde el 36 español. En sus comentarios, Pablo Iglesias criticaba la dificultad de la izquierda española para aceptar los planteamientos del autonomismo italiano, considerando que “En cuanto a la capacidad de diagnóstico de los postobreristas respecto a las formas productivas del capitalismo actual y sus consecuencias para la organización en la clase (la subjetivación y las formas de organización) yo creo que son de lo mejor pero no siempre han sabido articular un lenguaje capaz de servir de herramienta teórica para la praxis a los movimientos fuera de Italia (y bien que lo hemos sufrido algunos)” (Fuente: Facebook).
[11] Entrevista de Laclau a Negri, Canal Encuentro, programa Diálogos con Laclau, diciembre 2011.
[12] Laclau sería una de las vías de lectura de Gramsci en Argentina. En los 50 y 60 circularía en Sudamérica, en las traducciones de Héctor P. Agosti o José Aricó, o de exiliados que las habían leído. Este hecho no es tomado en cuenta por Hobsbawn (2015), que sitúa el comienzo de su recepción internacional en la década del 70. Zavaleta, sería un camino de entrada de Gramsci en Bolivia contemporánea (Ortega 2012). Mignolo (2012) escribió sobre la relación de las ideas de Gramsci  con las de Mariátegui, que es otro referente en el diálogo de la izquierda con lo popular y de Europa con América Latina que aquí tratamos.
[13] Ver García Linera (2014b) sobre la introducción de candidatos opositores ver Puente (2014) y Argirakis (2015). Sobre una argumentación detallada de García Linera sobre la relación con sectores oponentes ver (Schavelzon 2012, cap. 2)

En librerías: Sociología de la Imagen.

Palabras Previas

por Tinta Limón
Hace años que para nosotrxs el intercambio con Silvia Rivera Cusicanqui se ha convertido en parte de una colaboración profunda, artefacto de una amistad y espacio de poderosa inspiración. Por un lado, porque a ella la inquieta, tanto como a nosotrxs, cómo entender la investigación: creemos sin dobleces en su “dimensión política y subversiva”, como le exige Silvia a esta práctica, y a que su despliegue de lugar a una “micropolítica situada e iconoclasta” a la vez que a un debate abierto sobre el “buen gobierno”.
La conversación, entonces, sedimenta, se amasa. Nos embarca juntxs. Arma estilos que se cruzan y se hablan entre sí. Composiciones promiscuas. Por momentos, llega a coserse en co-investigaciones, trafica imágenes en común entre colectivos y nos envuelve en ofensivas compartidas.
Silvia habla del aymara como un idioma “aglutinante”, porque es capaz de que un mismo término varíe según los sufijos, los contextos de enunciación y con cada operación de significación específica, así como alrededor de las estrategias retóricas. Esa variación es a la que se somete su propia teoría, al punto de decir: “Hace algún tiempo he adquirido la costumbre de expresar en público el repudio por mi obra anterior”. Que esa posibilidad esté ligada a una trayectoria femenina no es menor: pone en acto “la ventaja de la desventaja, el lado afirmativo de nuestra desvalorización«lado afirmativo de nuestra desvalorizacisexuales y raciales,”. Y también performativiza una “episteme propia”, capaz de incluir términos no lineales, opuestos, zonas de conflicto y encuentro, nuevos puntos de partida.
En este libro en particular celebramos entonces la genealogía de un método original: la sociología de la imagen que Silvia propone es a la vez desplazamiento vital, historia política y experimentación pedagógica, anudados en la pregunta por la insubordinación descolonizadora como práctica.
En este sentido, el libro es en sí mismo una serie de trajines, de recorridos, de rutas: las voces del sindicalismo libertario, la autonomía india, la lectura desprejuiciada y no localista, las imágenes y los textiles como secuencias iconográficas de fuerte dramatización política, los vericuetos de las universidades pobres del sur, las fronteras sexuales y raciales, los fracasos.
Tal vez podamos usar a uno de sus preferidos, el cronista y dibujante Waman Puma (siglo XVII) al que aquí le dedica numerosas páginas, para contrabandearla a ella en uno de sus dibujos. Ese montaje nos daría una poeta-astróloga: “caminar, conocer, crear” los verbos de un método en movimiento, con el horizonte de una “artesanía intelectual”, que no se deja expropiar el debate sobre la idea misma de qué es otra mirada sobre la totalidad (como lo proyecta el Principio Potosí, de las minas coloniales al neoextractivismo).
Los materiales con los que aquí se trabaja son parte de la apuesta: sea el cine de Jorge Sanjinés o las acuarelas de Melchor María Mercado –dos precursores de la sociología de la imagen, según Silvia– se leen desde un ojo intruso, al mismo tiempo con sospecha y develando sus ausencias, destacando sus alegorías, insistiendo sobre su singularidad. La sociología de la imagen, como hace casi tres décadas la historia oral, son estrategias de un intenso combate que Silvia sostiene contra los límites de la escritura alfabética para reconectar con los ríos profundos de la vitalidad anticolonial. Y allí amalgama la exigencia de la presencia indígena desde la originalidad de su filosofía y no desde un estereotipo de lo originario.
Hay dos problemas que nos interesan en particular resaltar para la discusión en marcha en nuestro continente. Por un lado, la cuestión del desarrollo: el trabajo que Silvia practica sobre esta palabra ilumina cómo se vincula históricamente al decreto de miserabilismo sobre los sectores populares o subalternos, en los años 50 pero también en la representación de la etapa oligárquica del siglo XIX y en la actualidad.
Por otro, la emblematización de indios y cholas (extensible, de nuevo, a los sectores populares en general) por medio de su “subsunción ornamental”, dejando de lado su espesor productivo, su hegemonía urbana, su conciencia ch´ixi, abigarrada. Son ambas cuestiones claves de la actualidad latinoamericana, que se obturan demasiado a menudo, y que tensionan la actualidad de la crítica colonial desde un lugar filoso y no puramente ideológico, académico o moral.

Silvia Rivera Cusicanqui, la artesana intelectual

–sobre Sociología de la Imagen
Diego Picotto


Nacida en medio de cerros paceños, bajo unas determinadas estrellas que no se ven al norte, Silvia Rivera Cusicanqui se presenta a sí misma como una mujer andina, joven vieja, madura con el corazón fresco. Una yatichiri callejera. Una “profe”, dice, condensando sus oficios de socióloga, historiadora, ensayista, activista aymara, creadora audiovisual. Vida intensa de una mujer andina tejedora, como no podía ser de otro modo. Solo que ella teje imaginarios, temporalidades, lenguajes, conceptos; teje un pensamiento singular y creativo. Y con una potencial ético-político enorme.

Ese pensamiento-tejido es su arte. Lo es desde la insurgencia katarista, a fines de los años ’70 cuando luego de larga clandestinidad, las comunidades aymaras asaltan la escena pública, con sus pensamientos e iniciativas, sus liderazgos e, incluso, su proyecto político propio. Un mundo y una autonomía andina que afectan a SRC para siempre, volviéndose nutriente fundamental de su pensamiento y de su vida. Un pensamiento-tejido que es ético y estético, esencialmente político: hacer artesanal y modo de encuentro más que elucubración teórica o chorreadera bibliográfica.[1]

Sus referencias, no obstante, no se reducen a las revueltas indígenas. Las luchas de las primeras décadas del siglo XX en Bolivia o las que se producen en la actualidad en torno de los recursos naturales alimentan un pensamiento prolífico, tan prolífico como el mismo hacer de una vida cualquiera llevada adelante con cierta intensidad. El pensamiento y la vida son, para SRC, un problema de intensidad. De asumir que la historia está abierta, que el futuro es albur, que el pasado recubre de sentidos al presente. Pero sobre todo que el presente es lucha, creación, auto-constitución. El pensamiento-tejido de SRC alimenta –y alimenta a su vez– las luchas actuales a partir de inscribirlas en la historia larga de la resistencia andina, en la tradición de revueltas indígenas y obreras: un pasado bien distinto al de la derrota y la sumisión. Esa tradición, en suma, impulsa y dota de sentidos a las luchas presentes.

De la sumisión a la rebelión: un desplazamiento que impide que lo indígena  mute en pueblo originario; es decir, a un “origen” fuera del tiempo y el espacio, relegado al mundo de lo arcaico e inmutable; a un sujeto puro perdido en los comienzos pre-coloniales de la historia que los antropólogos deberán redescubrir. Por el contrario, el pensamiento de SRC es ejercicio de descolonización: el mundo andino-indígena aparece vivo, en movimiento, en su radical actualidad.

Dos rasgos son constitutivos de este pensamiento: el primero, su elaboración colectiva, comunitaria. Es un hacer con otrxs, un volver común.[2]El segundo, es su  carácter ch’ixi. Es decir, un pensamiento que es práctica vital y concreta, más que mero discurso, constituido a partir de la coexistencia de elementos heterogéneos que antagonizan y se complementan sin fusionarse. Una intervención descolonizadora que piensa la historia y los procesos, o mejor, los encuentros, de modo no dialéctico: sin síntesis, ni superación, ni progreso. Un pensamiento/práctica, entonces, como producto no lineal ni previsible de la tensión entre fuerzas antagónicas creadoras. Es sobre este fluir colectivo y mutante que emerge Sociología de la imagen como “mirada ch’ixi sobre la historia andina”.

La sociología de la imagen como método

En muchos sentidos, la sociología de la imagen es la continuidad (desviada) de aquella experiencia pionera de investigación socio-histórica sobre las comunidades andinas que fue la el Taller de Historia Oral Andina.[3]Aquel esfuerzo colectivo que continúa consiste centralmente en pensar la historia desde la lógica propia; una lógica que ni por asomo puede ser reducida al mito progresista de la escuela y el desarrollo. Por el contrario, la recuperación de la historia era y es, desde esta perspectiva, una forma de autoafirmación ética.

En ese marco, ambos dispositivos –el THOA y la sociología de la imagen– se moldean bajo la sospecha de que la riqueza del mundo andino no puede ser capturada por la palabra escrita, por lo que hay que explorar otros registros. No solo por la evidencia de que los medios audiovisuales afectan la sensibilidad popular con mayor eficacia que la escritura –siempre tan próxima, por otro lado, al mundo de los colonizadores–, sino sobre todo porque las imágenes y las palabras habladas logran neutralizar mejor las censuras y auto-censuras que las palabras escritas. Aprender a escribir con la voz es el desafío.

Pero la sociología de la imagen va un paso más allá y pone en discusión el lenguaje verbal en su conjunto a partir de la siguiente hipótesis: “Hay en el colonialismo una función muy peculiar para las palabras: las palabras no designan sino que encubren”. De ahí que como práctica de investigación social y como territorio de experimentación pedagógica, la sociología de la imagen haga foco en el papel crucial de las imágenes, tanto en la (re)elaboración de una episteme indígena como en la comunicación intercultural.[4]“Las imágenes nos ofrecen interpretaciones y narrativas sociales que desde siglos precoloniales iluminan este trasfondo social y nos ofrecen perspectivas de comprensión crítica de la realidad”.[5]

La sociología de la imagen opera, así, una desfamiliarización, una toma de distancia “con los archiconocido, con la inmediatez de la rutina y el hábito” a partir de trabajar sobre una multiplicidad de representaciones propias del mundo visual. No se trata, claro, de hacer ver ni de despertar conciencias, con su consecuente trasfondo civilizatorio. Es más, ni siquiera es una práctica que se ejerce sobre otro, o sobre un afuera. Es un pensamiento-práctica en situación, un hacer en inmanencia.

En sus propios términos, la sociología de la imagen se presenta como una práctica de visualización crítica que al reinterpretar y poner en discusión la imágenes de una época permite construir una narrativa (“como sintaxis entre imagen y texto, y como modo de contar y comunicar lo vivido”) y una sensibilidad descolonizada.[6]Práctica teórica, estética y ética, pone en valor una memoria imposible de sofocar que se vuelve narración, una voz propia en proceso de constitución. Un arte del hacer que no reconoce fronteras entre la creación artística y la reflexión conceptual y política pero que neutraliza tanto el orden del discurso político-sindical (de las elites de derecha, nacional-movimientista o de izquierda) como el académico, puras retóricas vacías y autoindulgentes.

La sociología de la imagen se pone en juego, entonces, en un campo de tensiones montado en torno de una multifacética y plural memoria colectiva que se actualiza en los conflictos del presente. Y se actualiza bajo la forma de una acción política que es inmediatamente práctica subversiva.[7] “La descolonización solo puede realizarse en la práctica: una práctica reflexiva y comunicativa fundada en el deseo de recuperar una memoria (que es también ideación, imaginación y pensamiento) y una corporalidad propias”.[8]

Esta práctica político-comunitaria de recreación de una memoria histórica se dispone, no bajo una forma lineal del tiempo, sino bajo la forma cíclica que caracteriza el tiempo de luchas; una memoria en espiraltal como expresa el aforismo “qhipnayra uñtasis sarnaqapxañani”: el pasado y el futuro se encuentran contenidos en el presente. O, de otro modo: un pasado que podría ser futuro, dado que es el que se habita en los sueños y dilemas del presente.[9]Se vuelve, entonces, siempre se vuelve, pero nunca a lo mismo. “La memoria histórica se reactiva y a la vez se reelabora y se resignifica cada vez en la crisis y rebeliones posteriores”. Y a donde se vuelva depende de los actos de cada quien más que de sus palabras.

Indios y ácratas, los desaparecidos de esta historia

Situada sobre esa superficie porosa en la que la memoria, el lenguaje y las imágenes se indistinguen hasta conquistar una política, SRC presta atención –tal como se apuntó al comienzo del texto– sobre dos movimientos insurgentes “borrados de la historia”: el que encabezaron los caciques-apoderados[10]y el conformado por los gremios artesanales anarquistas, masculinos y femeninos, ambos de principios de siglo XX.

La hipótesis fundamental de SRC que sostiene estas indagaciones es que construcción del Estado y de la República de Bolivia implicó la invisibilización del mundo indio a partir de un proceso tanto de cholificación (una identidad de síntesis que vela las particularidades de los elementos que la componen) como de subsunción ornamental y culturalista de indios y cholas en el imaginario de la nación boliviana; un mestizaje colonial que más que homogeneizar la sociedad tendió a multiplicar sus estratos discriminados y excluidos.[11]Negando la vitalidad del  mundo indígena, el estado mestizo/criollo presenta a las comunidades bajo formas pre-políticas, mundos que dan la espalda al progreso y al desarrollo, vidas sumidas en el atraso, en el aislamiento y la pobreza. Operación que implica desconocer a lo indígena como alteridad espistémica, es decir, como un modo de vida que habita el mundo bajo otra codificación, en diálogo con el cosmos, entre muchas otras fuerzas. “En la revolución del ’52, cuando se volvió dominante el ideal de una sociedad homogénea a lo europeo o gringo, el lenguaje oficial fue purgado de la palabra “indio” sustituyéndola por “campesino”.

Las palabras, tal como se indicó, encubren la realidad más que designarla. La conquista inaugura, así, un “mundo al revés” que se mantiene, no sin resistencias, a lo largo de los siglos. Cada uno a su modo, Wuaman Puma, Melchor María Mercado, René Zabaleta y Jorge Sanjinés registrarán esta situación que la insurgencia katarista encauzará.[12]Una autovalorización indígena que tensa hasta desbaratar los estigmas y estereotipos sobre lo indio –producto de largos años de colonialismo– y los conceptos claves que los capturan y despojan (“civilización”, “desarrollo”, “progreso”), que alimentan los discursos de “erradicación de la pobreza” que acaba erradicando al pobre. De lo que se trata al fin de cunta es de borrar la memoria del indio y de “recluir sus restos en los museos, como raíces arcaicas de un remoto pasado”.

Lo indio se conjuga en presente

Ante cualquier tentación folclórica –como la que se esconde tras la noción de pueblos originarios[13]– SRC insiste: lo indio se conjuga en presente. Su corporeidad en las urbes actuales tanto como en zonas rurales aún no devastadas es tan significa como clave su cosmovisión en la actualidad. Porque lo indígena no es un color de piel sino una episteme, una atmósfera cognitiva que la lleva a buscar sujetos en el mundo no humano. Y desde allí retomar los problemas centrales de la humanidad: cómo fundar un sujeto plural y su comunidad; cómo vivir juntos y cuidados.

Lo indígena se conjuga en presente porque permite pensar la vida en común a partir del ayllu o buscar prosperidad con la ch’alla. ¿No nos es absolutamente necesario un taypi que ponga en suspenso el continuum consumo, velocidad, productividad, trabajo, así como la guerra de modos de vida que está dinámica produce? ¿Quién discute que una noción como la de lo ch’ixi no es fundamental para fundar una contemporaneidad que asuma las diferencias y tensiones en lugar de organizarse sobre la muerte y eliminación del otro?  

Se vuelven recurrentes, bajo estas condiciones, dice SRC, dos interrogantes: cómo poner a conversar esta memoria con las subjetividades emergentes –es decir, aquellas luchas con las presentes y por venir– y cómo articular problemáticas locales con “temas humanos de carácter plantario”.

No se trata, por supuesto, de mirar estos problemas desde arriba, de hacer un mapa (que no es, sino, una práctica de estado: delimitar, poner fronteras, organizar verticalmente, expresión de vinculada a la forma identitaria masculina). Se trata, en cambio, de intensificar el presente a partir de la exploración de las propias potencias y afinidades. Del desarrollo, entre el griterío, de una voz propia que enuncie una verdad ética que fluye por lo bajo. Allí donde domina lo ch’ixi, que es explosión de fuerza creativa concreta y vital, gesto libertario que no separa el trabajo del goce y la amistad. Pero que es al mismo tiempo es contención de los opuestos, equilibrio necesario que permite vivir en medio de tensiones radicales.

Es sobre entramado afectivo y singular que esta artesana intelectual teje su pensamiento ch’ixi con toda la materialidad imaginable, hibridando trabajo manual e intelectual, método y ritualidad, razón y conjuro, mito e historia. Seguir las líneas de lo femenino la conduce a  experiencias de construcción de nuevos territorios y haceres colectivos, formas comunitarias y organización autónoma. De ahí su enorme potencialidad ético-política.


[1]A SRC le gusta decir que a diferencia del comentador o reseñista académico, toma las “citas” como disparadores, como base para hacer pie y salir disparando, para decir algo. Resuena, sin duda, aquella máxima de León Rozitchner: “Hay que se arbitrario para hacer cualquier cosa”.
[2]De ahí que la creaciones intelectuales de SRC se desplieguen siempre bajo dinámicas colectivas, del Taller de Historia Oral Andina (THOA) al Colectivo 2, hasta llegar al Colectivo Ch’ixique actualmente integra.
[4]Un texto aparte merecería la reflexión sobre otra dimensión importante en el pensamiento y el hacer de SRC como es su labor docente, en especial sus talleres de escritura de tesis, donde lejos de priorizar las estructuras formales y enunciativas propias de la situación comunicativa académica, hace foco en la constitución de una voz propiaque exprese la singularidad de la experiencia de quien aborda un problema determinado. 
[5]“Las imágenes tienen la fuerza de construir una narrativa crítica, capaz de desenmascarar las distintas formas de colonialismo contemporáneo. Son las imágenes más que las palabras, en el contexto de un devenir histórico que jerarquizó lo textual en detrimento de las culturas visuales, las que permiten captar los sentidos bloqueados y olvidados por la lengua oficial”.
[6]“La descolonización de la mirada consistiría en liberar la visualización de las ataduras del lenguaje y en reactualizar la memoria de la experiencia como un todo indisoluble, en el que se funden los sentidos corporales y mentales. Sería, entonces, una suerte de memoria del hacer”
[7]“Esta conciencia o sensibilidad permitirá extraer de los microespacios de la vida diaria, de las historias acontecidas y que acontecen ahora mismo, aquellas metáforas y alegorías que conecten nuestra mirada sobre los hechos con las miradas de las otras personas y colectividades para construir esa alegoría colectiva que quizá sea la acción política”.
[8] Como en La nación clandestina, de Jorge Sanjinés, la memoria no es un acto de nostalgia sino una liberación y un despertar.
[9]Este aforismo aymara sobre el tiempo es uno de los epígrafes del libro. Todo vestigio de idealismo antropológico se desvanece con el otro, de Lenin, que casi traduce el anterior pero aplanado, sin espesor histórico.
[10]Cuyas luchas por la reapropiación de sus tierras combinaban sofisticadas alianzas, momentos de disputa legal y violentas rebeliones.
[11]Una muestra preciosa de la vitalidad, variedad y complejidad e este mundo andino, interconectado a través de sus rutas de comercio y de una serie de relaciones económicas y simbólicas, y de sus tipos humanos lo encuentra SRC revisando el Álbum de acuarelas de Melchor María Mercado quien registra etnográficamente los hábitos y oficios de la Bolivia profunda, “sus indefinidas e inhóspitas fronteras, pobladas por nativos de reputación salvaje”.
[12]“El levantamiento katarista-indianista de 1979 planteo a Bolivia la necesidad de una “radical y profunda descolonización” en sus estructuras políticas, económicas y sobre todo mentales, es decir, en sus modos de concebir el mundo.
[13] “La noción de origen nos remite a un pasado que se imagina quieto, estático y arcaico. He aquí la recuperación estratégica  de las demandas indígenas y la neutralización de sus pulsiones  descolonizadoras. Al hablar de pueblos situados en el “origen” se niega la coetaneidad de estas poblaciones y se las excluye de las lides de la modernidad. Se les otorga un status residual, y de hecho, se las convierte en minorías, encasilladas en estereotipos indigenistas del buen salvaje guardián de la naturaleza”.

Sobre cómo vivimos el 20 de diciembre de 2001

Crónica de la “Batalla de Plaza de Mayo” 
(en cuatro escenas)
Mariano Pacheco

Según las noticias de primera hora, el día había amanecido con siete nuevos muertos: tres en Rosario, dos en el Gran Buenos Aires, uno en Cipolletti y uno en Santa Fe. Los heridos contabilizados ascendían a 137 y los detenidos 551.

“El PJ, a través de Menem, Ruckauf y Duhalde, apoyaron el estado de sitio”. Así venía la mano, según informaban en los diarios. “Clima de barricada en Córdoba, hubo 15 heridos y 30 detenidos”. “Enfrentamiento a balazos en Rosario”; “Otro día violento en Entre Ríos. Autoridades atrincheradas en la policía”; “La Plata: protesta con incidentes”.
Los vecinos que participaban de los distintos Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) que integraban la Coordinadora Aníbal Verón, estuvieron yendo de acá para allá toda la mañana: cobrando los planes sociales ($160); comprando algunos regalos y comida para las fiestas; “saldando” deudas, especialmente con los almacenes; cruzándose a lo del vecino para comentar las últimas novedades; arrimándose al Galpón Popular a conversar con sus pares de la organización.
Ellos, como tantos otros, eran quienes formaban parte de lo que aquel día el diario Clarín llamó “el ejército de pobres” que en el último año se había incrementado en 3 millones de personas, es decir,  8.260 por día, aproximadamente.
A las 10.15 del 20 de diciembre de 2001, una muchedumbre se concentró en Plaza de Mayo. A los 15 minutos, la montada avanzó sobre las Madres de Plaza de Mayo. Luis Zamora fue el único “político” que pudo pasearse entre la multitud. El repudio a las lógicas de la representación, presente desde hacía meses en el ambiente político argentino, comenzaba a profundizarse en aquellos momentos.
A las 13 se cumplieron 12 horas desde la renuncia de Domingo Cavallo. El mismo que siendo ministro de Economía durante la presidencia de Carlos Menem había implantado el Plan de Convertibilidad. El mismo que promovió las privatizaciones para cancelar la deuda… y generar un nuevo endeudamiento del país. El mismo que defendió a capa y espada la desregulación de la economía, provocando un proceso abismal de desocupación y precarización laboral, ahora debía enfrentar el enfurecimiento popular. Él y el presidente radical Fernando De la Rúa, que ese año lo colocó como ministro de Economía nuevamente y le otorgó luego “poderes especiales”.
–“Ahí veíamos en la tele que estos milicos hijos de puta le tiraron los caballos encima a las viejas, loco, y nosotros hace un par de semanas tuvimos un compromiso con las Madres, que nos íbamos a bancar en la lucha. Así que si tocaron a las viejas es como si tocaran a nuestras viejas, loco, yo voy a ir a poner el pecho ahí. Él siempre dice loco, ¿viste?; recién ahora empezó a decir compañeros. Claro, Quito estaba con todas las pilas y con todo el compromiso desde la Marcha de la Resistencia, que desde el Movimiento de Desocupados compartimos con las Madres de Plaza de Mayo. Antes de eso, Quito ni siquiera sabía quiénes eran las Madres, pero desde que compartimos aquellos piquetes en la Plaza y se enteró que, cariñosamente, a las Madres podía decírseles Viejas, las adoptó como una bandera de dignidad y lucha”, escribió Pablo Solana por aquellos días, en un crónica ficcionalizada.
Ya desde el día anterior, diversos combates se habían desarrollado en todo el país: cortes de rutas en tres ciudades de Entre Ríos; en Chaco y corte del puente interprovincial General San Martín (Chaco-Corrientes). En Capital Federal,  un masivo “cacerolazo” nocturno, con  una gran marcha a Plaza de Mayo.
 –Che, cumpas, ¿está todo listo? –apuró Tony.
–Sí, vamos yendo, porque el gordo ya no llega –respondió Mariano. –Capaz hay bardo para viajar y lo vemos directamente en la estación.
 –¿Y cómo carajo llegamos hasta la plaza? –preguntó una de las chicas que integraba aquél puñado de jóvenes piqueteros que se dirigía, desde Claypole, a la Capital Federal.
 –Y… subimos al bondi  y le decimos que nos lleve o nos lleve –respondió uno de los chicos.
Al subir al colectivo Griselda intentó el método de la persuasión:
–¿Nos lleva a Burzaco, jefe? El chofer miró gruñón.
–Lo que pasa es que vamos a un velorio –remató.
II-
A las 14 horas se desarrollaron enfrentamientos en Mar del Plata, Córdoba, Río Negro, Mendoza, Neuquén y Chubut. La marcha piquetera, que estaba programada para realizarse a Plaza de Mayo, fue levantada a último momento por la dirección de la Federación de Tierra y Vivienda (FTV) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC).
“La abuela, que medio que no ve ni escucha y medio que no entiende, preguntó cuando nos vio salir: ´¿esta lucha es para defender los Planes de Empleo?´ . Y le contestó Marisa ¡Esta lucha es por el cambio social, compañera!´”.
En Lanús, la asamblea general del MTD había resuelto marchar a Plaza de Mayo. “Con los que estén dispuestos”, se escuchó decir al Pelado Pablo, ya que la cosa estaba bien jodida. No era como otras veces, que se podía ir en familia y llevar a los chicos.
“Don Sixto, parco en hablar con nosotros, los más pendejos, después en el colectivo se me arrimó, y me dijo: ´Yo tenía 15 años, y fui con mi padre el 17 de octubre´. Así, eso solo me dijo el viejo. Volvió a su asiento, y se quedó mirando por la ventana. ¡El viejo había estado el 17 de octubre, y ahora, cuando me hablaba, le brillaban los ojos!”.
–Los ojos bien abiertos, cumpas. ¡A ver si caemos en cana antes de llegar!
El grupo de jóvenes piqueteros de Almirante Brown ya estaba en las calles de la Capital, luego de haber logrado sortear diversos obstáculos: tomar un colectivo desde Claypole hasta la estación de Burzaco; subir al último tren que desde allí partió hacia Constitución, antes de que la empresa decidiera cortar los servicios. Por fin, al llegar, pasar por los controles de seguridad.
 –Bueno, formemos grupos de dos y empecemos a caminar. En la Plaza nos juntamos todos y vemos –dijo Mariano, mientras tomaba a Griselda de la mano y emprendía la marcha. Era un viejo método, que había aprendido en las primeras pintadas que realizaron cuando comenzaron la militancia en los colegios secundarios. “Siempre que se esté por pudrir –les había contado un compañero con mayor experiencia política– se distribuyen de a dos o tres. Si son dos, un hombre y una mujer, mejor, así se hacen la parejita inocente”. Y así hicieron ese 20 de diciembre.
La Plaza de Mayo era un verdadero hervidero. Más y más gente se dirigía allí, al histórico lugar de reclamos y festejos; de protestas y esperanzas.
“La policía persiste en la orden de desalojar la Plaza. Dos hermanos están encadenados al piso de la Plaza, cerca de la pirámide. Un muchacho joven, con el torso desnudo esgrime una cruz, de rodillas. Otro hombre, de mediana edad, grita, gesticula, monologa dirigiéndose a La Rosada. Los periodistas se abalanzan. Son las 15 horas. El hombre dice tener trabajo, pero preocuparse por aquellos que lo han perdido. Quiere saltar la valla que separa a los manifestantes de la Casa de Gobierno. Lo empujan. Sigue protestando y, en unos pocos segundos, se saca los pantalones y los calzoncillos. Está desnudo. Los policías quedan desconcertados. No saben qué hacer. Durante segundos no saben qué utilizar contra un hombre desnudo. Por fin lo suben a un celular”, apuntó en un cuaderno Mariano Rodolfo Martín, minutos después de ver las imágenes por la televisión.
La Federal, desbordada, se retira en un colectivo, rompiendo los vidrios traseros, para no dejar de disparar en el repliegue. A las 15.15 aparecen los hidrantes: la gente les tira cosas desde los balcones. A la media hora se incendia una boca del subte A, en Avenida de Mayo y Diagonal Norte.
–¡Llegamos tarde! –dijo ella. Él no respondió: estaba anonadado, observando aquello que creyó producto de su imaginación.
Entonces, cientos de personas, jóvenes en su mayoría, combatían sobre la Avenida de Mayo contra las “fuerzas del orden”. Los rostros cubiertos con remeras. Armaban barricadas con carteles publicitarios, los prendían fuego. Cuando la caballería avanzaba todos los muchachos y también las chicas les arrojaban piedras. Cuando los gases lacrimógenos caían, los manifestantes los devolvían.
–Acaban de matar a un pibe… recién… acá –dijo una voz entre la multitud.
–¡Sí, estos hijos de puta están tirando con plomo!
A pesar de esa advertencia, ni Mariano, ni Griselda, ni el resto de los cientos de presentes en aquella esquina, estimaron retirarse del lugar.
–Che, perdimos a todos, ahora sí que no los encontramos más –dijo Griselda. Al instante Mariano respondió:
–No importa, esto ya se transformó en revuelta; que cada uno haga lo que pueda. Se desvanecía así, todo el esquema organizativo y de seguridad que, previendo que se desatara una represión, habían acordado antes de salir.
Cuando abrió su mochila para sacar las remeras y chalinas palestinas que habían llevado para cubrirse el rostro, miró para la esquina y observó que, entre la multitud, se encontraba un grupo de militantes de la CTD Aníbal Verón de La Plata. Se acercaron a saludar, pero enseguida comenzaron las corridas y los perdieron.
En Avenida de Mayo y 9 de Julio se armó un foco importante de resistencia. Allí, Mariano y Griselda encontraron nuevamente a Tony, La Tota y el resto de sus cumpas del MTD de Almirante Brown… y también, a sus pares de Lanús y de San Francisco Solano. Estaban todos: los muchachos y las chicas del grupo de seguridad, los que participaban en el día a día de la organización barrial de los movimientos y también, todos los “referentes” de esos MTD. Entre los miles de resistentes se hallaba uno, que por entonces, era uno más de la muchedumbre: Darío Santillán.
III-
–Estamos todos –dijo Mariano.
En aquel instante un colectivo quedó atravesado en la intersección de las dos avenidas: la multitud corrió a refugiarse tras él. Como en una guerra de posiciones, se ganaba un tramo sobre el enemigo. Todos comenzaron los aplausos: un joven arrojaba una bomba molotov sobre el colectivo. Y luego otro aplauso… y otro… hasta que ya nadie aplaudió: ninguna de las “molos” se había encendido. Nuevas corridas, nuevos piedrazos y nuevos aplausos: esta vez para los motoqueros que, encolumnados, avanzaban sobre las fuerzas de seguridad y tras ellos, toda la multitud, enardecida y a los gritos, hostigando nuevamente a la policía que, otra vez, debía retroceder.
A las 16.10 De la Rúa convocó a la “unidad nacional” y le pidió apoyo al PJ. A las 17 (¡por fin tomando cartas en el asunto!) las dos CGT convocaron a un paro por tiempo indeterminado. A esa hora ya se sumaban a la lista cuatro jóvenes muertos en las cercanías a Plaza de Mayo. A las 17.30 el presidente del Senado Ramón Puerta, aclaró que el PJ no se sumaría al “Gobierno de unidad” convocado por la Alianza.
Durante horas se avanzó y se retrocedió enfrentando a las fuerzas de seguridad, que agotaron sus municiones. Ya caída la tarde la situación se había tornado complicada: la tanqueta que iba y venía sobre la 9 de Julio, sumada al despliegue policial que de una punta a la otra de la avenida comenzaba a avanzar, despejó por completo el foco de resistencia del que participaban los muchachos y las chicas de los MTD del Conurbano Bonaerense.
La multitud, dispersa, corría por las calles laterales. El sol se retiraba y comenzaban algunos saqueos; algunos saqueadores fueron silbados y abucheados por la multitud cuando intentaban vaciar algún pequeño comercio. Algunos militantes se llevaron “algo”, pero de las empresas y negocios “grandes”. Sergio, de un grupo de contrainformación se llevó una cámara filmadora: “No la robo, la expropio para las luchas del pueblo”, gritó exaltado. Uno de los referentes del MTD de San Francisco Solano corrió con unas zapatillas nuevas… sólo media cuadra, hasta que escuchó una voz que le gritaba: “Boludo, tenés una de cada color”. Entre nervios y risas Alberto volvió al lugar a llevarse las dos del mismo par.
Otros militantes se dedicaron a señalar lugares para romper y prender fuego: “a esa sí, que es una multinacional”, gritó Carlitos. “A ésa también, que es una privatizada”. “Sí, sí, dale a los móviles de Oca”, insistió Chile, como le decían cariñosamente sus compañeros del MTD. “No, boludo, ese coche no, ¿no ves la pinta que tiene? Debe ser de un laburante”.
A las 19.12 horas los gobernadores se reunieron en Merlo, provincia de San Luis. Hasta que renuncia Ramón Puerta, los ofrecimientos para el interinato como presidente rozaron a De la Sota y Reutemann. Ambos rechazaron la oferta por el mismo motivo: querían quedarse hasta 2003 y completar el mandato que De La Rúa dejaba vacante. La Asamblea Legislativa debió reunirse dentro de las 48 horas siguientes y elegir un nuevo presidente. Pero nadie quería asumir por dos o tres meses para luego convocar a elecciones. Sin embargo sólo el que aceptara eso sería elegido: es que Eduardo Duhalde lo necesitaba para poder presentarse como candidato. Cuando finalmente quedó Ruckauf, elCabezón se puso de punta y lo vetó. Rodríguez Saá, el Adolfo, parecía ser el candidato…
“Qué cagazo, qué cagazo, lo echamos a De la Rúa, los hijos de Cordobazo”. Eran las 19.45 y esa consigna era coreada en varias barricadas, que aún se mantenían en pie: tras 740 días de gobierno, De la Rúa había presentado su renuncia. A las 19.52, luego de la última foto en su despacho, se retiró en helicóptero, tal como Isabelita lo había hecho en 1976.

Era la primera vez que una rebelión popular culminaba con la expulsión de un gobierno constitucional. La primera vez en la historia argentina que se sucedían combates masivos con las fuerzas represivas en pleno microcentro porteño (antecedentes similares, pero no en el microcentro, los podemos encontrar en la Semana Roja de 1909 y la huelga general insurreccional de 1936.). La democracia de los cuerpos se había impuesto a la frugal república del voto, según palabras del periodista Modesto Emilio Guerrero.
De la Rúa había renunciado. Me enteré en un bar cuando miré por la vidriera, luego de encontrarme en una esquina con otros compañeros que salían de un edificio en el cual se habían escondido, al igual que yo en una remisería, luego de los últimos tiroteos y detenciones que la policía había realizado después de despejar los alrededores del Congreso. Ya era de noche y el último foco de resistencia ubicado por Belgrano y Entre Ríos había sido despejado. A mi compañera de entonces la había perdido en una esquina, cuando la tanqueta despejó la 9 de Julio y los compañeros se replegaron por otra calle. Al volver el cansancio me rendía. Abrí la ventana del colectivo y mientras el viento golpeaba en mi cara, lo único que pensé fue: estoy vivo.
IV-
Habían pasado exactamente 24 horas desde el comienzo del fin; cuando De la Rúa intentó asumir un gesto de autoridad y  anunció por cadena nacional  la implementación del Estado de Sitio por 30 días.
Tan solo 24 horas. Parecía una película pero era real. En dos horas el país entero se había puesto de pie: a los cinco minutos del anuncio presidencial comenzaron a sonar las cacerolas. Primero en Belgrano y Barrio Norte. Luego se sumaron Palermo, Flores, Chacarita, Liniers y Villa Crespo. A los diez minutos ya empezaban las juntadas en diversas esquinas y a la hora el Congreso y la Plaza de Mayo estaban repletos de gente.
Increíble, pero así fue. 122 supermercados y comercios del Gran Buenos Aires y 17 de la Capital Federal fueron saqueados durante el día 19. A las 0 horas del 20, 100 mil personas  entonaron el Himno Nacional en Plaza de Mayo y a los veinte minutos  caravanas de manifestantes se concentraban simultáneamente en la Quinta de Olivos y en Palermo, frente al domicilio del ministro de Economía que, media hora más tarde, ya no lo sería.  A las 0.50 comenzó la represión en Plaza de Mayo y ahí lo inesperado: cientos fueron los que  resistieron a cascotazos las balas de goma y gases lacrimógenos. Minutos más tarde empezaba el fuego. Al comenzar a arder las palmeras de la Plaza de Mayo ya estaba todo dicho… el país entero se encendía: había comenzado la insurrección.

Política y movimientos sociales:

acerca de diciembre de 2001 (*)
Mariano Pacheco
Si es cierto -como alguna vez afirmó Gabriel Sarando, leyendo a Martín Heidegger- que cada generación gesta su héroe, y si es cierto, asimismo, que las jornadas del 19/20 de diciembre de 2001 funcionan como símbolo insoslayable de lo que en otras oportunidades hemos denominado como Nueva Izquierda Autónoma, cabe preguntarnos, a casi una década de la rebelión, cuanto de aquellas apuestas ha quedado consolidado en experiencias organizativas; cuanto han avanzado estos procesos, cuánto han logrado disputar poder.
Hacernos estas preguntas implica, desde el vamos, reconocer que las huellas de diciembre de 2001 aún persisten en la actualidad. Y, por supuesto, implica concebir la crisis no como mal a conjurar, sino en su positividad (en términos políticos y no en sus aspectos económicos, en las carencias materiales que implica en las condiciones de vida de las clases populares, claro está). La crisis como momento propicio para rever que hacemos, quienes somos, hacia dónde vamos. No en vano se ha insistido (Sheldon Wolin ha sido uno de ellos) en que los grandes enunciados de la filosofía política surgen de los momentos de crisis (contra ellas, insiste Wolin). También Eduardo Rinesi, en su libro Las máscaras de Jano. Notas sobre el drama de la historia, ha destacado que las crisis “son momentos enormemente productivos, de desentumecimiento, de desperezo, de apertura de la historia”. Como la crisis es el corazón íntimo y el reto mayor del pensamiento político, no deberíamos apresurarnos a huir de ella, a querer dar cuenta de ella (desde un lugar externo), sino que el desafío es poder permanecer actuando y pensando en el interior mismo de la crisis.
En este sentido, las jornadas del 19/20 son de vital importancia, entre otras cosas, porque colocaron a la política misma en otro lugar. Es más, tal como señaló en su momento Raúl Cerdeiras en un artículo publicado en la revistaAcontecimiento (que fundó y dirige desde hace dos décadas), la insurrección permitió hacernos nuevamente la pregunta: “¿Qué es la política?”.
Si entendemos a la política como invención, como subversión de lo existente, o como señaló Alain Badiou en su artículo  “La hipótesis comunista”, como “acción colectiva organizada por determinados principios, que aspira a desplegar las consecuencias de una nueva posibilidad que en la actualidad se encuentra reprimida por el orden dominante”, entonces, la participación en el proceso electoral y la gestión del Estado –binomio por excelencia de la democracia formal- no pueden concebirse como momentos fundamentales de una política revolucionaria (que no es lo mismo que entender que nunca, allí, se ven plasmados momentos de las relaciones de fuerzas entre los proyectos –de clase- enfrentados en la sociedad). Siguiendo al Nico Poulantzas de Estado, poder y socialismo, podríamos decir que el Estado “condensa no sólo la relación de fuerzas entre fracciones del bloque de poder, sino igualmente la relación de fuerzas entre éste y las clases dominadas”.
Claro que los matices de la gestión estatal pueden ser demasiado amplios. Nadie está negando la abismal diferencia que pueda existir, por ejemplo, entre una dictadura sangrienta que reprime y clausura cualquier tipo de derecho, y un gobierno progresista que promueva reformas que amplíen los derechos sociales y laborales, los derechos humanos en general. Pero no deja de ser gestión de lo existente, regido por la lógica dominante de la representación. Cuando esa lógica se quiebra, entonces, es que estamos a las puertas o transitando ya hacia otra cosa, hacia la subversión del orden existente.
Por supuesto: pensar desde la crisis implica concebir que el motor de los cambios está en el conflicto y que, precisamente porque es el conflicto el motor del cambio, no podemos saber, de antemano, cuales pueden llegar a ser los resultados. Por eso una política revolucionaria se asienta sobre las bases conceptuales de la contingencia, del carácter abierto de los procesos históricos. Por eso, conceptualmente, es absurdo cuestionar los límites del movimiento de la clase.
En este sentido, diciembre de 2001 opera como símbolo generacional, porque fue allí el momento donde más claramente fue puesta en cuestión la legitimidad de las clases dominantes, luego del aplastamiento, a sangre y fuego, de las apuestas revolucionarias de los 60 y 70. Que no se haya logrado, como en Bolivia o en Venezuela, expresar esos cambios en las correlaciones de fuerzas en el Estado, no quiere decir que debamos quitarle mérito a lo sucedido, sino tan sólo resaltar los límites, no impugnando la experiencia sino proyectándola. Porque no caben dudas, si hablamos desde la inmanencia de las experiencias, que fueron aquellos días (semanas, meses) momentos de apertura a la impugnación del orden social, de sus clasificaciones y jerarquizaciones, de sus lenguajes. En fin, que hubo, durante ese período de aceleración temporal, política. Y queda claro, desde la perspectiva que se viene sosteniendo en estas líneas, que no hay propiamente política -para decirlo con las palabras del Rinesi de Política y tragediaHamlet, entre  Hobbes y Maquiavelo– sino “cuando ese carácter presuntamente inmutable y necesario del Orden es desnaturalizado, conmovido, puesto en cuestión”.
Momento de condensación, entonces, de una puesta en crisis, de un sacudón de la cosmovisión posdictatorial, que venía insistiendo, una y otra vez, en que no se podía cuestionar el pacto de los consensos de la representación. Porque si después de 1983 la política funcionó cada vez más como conservación de lo existente, como espectáculo (reforzado por una predominancia cada vez mayor de la virtualidad televisiva), las jornadas de diciembre de 2001 recuperaron, nuevamente, un lugar central para la corporalidad –según supo destacar María Pía López- en la  política, entendida como ejercicio de interpretación de la historia y transformación de la sociedad, quebrando así el “terror dictatorial” presente en los cuerpos y las subjetividades durante el período “democrático”. Y si insisto con el carácter simbólico de 2001, es porque en ese período se condensan y se proyectan experiencias previas, tanto a nivel nacional como internacional (en Argentina, la pueblada de Cutral Có en 1996; en Nuestra América, la insurrección zapatista en enero de 1994; en 1999, en el “primer mundo”, se produce la manifestación contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio, la OMC, en Seattle, que da inicio a una serie de protestas a nivel mundial). Son las resistencias del nuevo siglo, si tomamos la periodización “soviética” propuesta por algunos historiadores como Erik Hobsbawm, para quienes el siglo XX culmina con la caída de los socialismos reales en 1989.
Por último, quisiera afirmar que el predominio de las (actuales) prácticas preformativas, por sobre las (futuras) instituciones (por no decir Estado, que trae más confusiones que aclaraciones) que deberíamos gestar para auto-regir el comportamiento social, no implica negar la necesidad de que el movimiento se solidifique. Implica, simplemente (y no por simple menos fundamental), afirmar su primacía ontológica (así como ontológicamente, el mundo que ya desde ahora vamos gestando, tiene una preponderancia por sobre el mundo que nos obstaculiza el impulso y obstruye nuestro flujo creativo. En este sentido, es un mundo que es preciso aniquilar –más que superar–, pero no es el fundamento a partir del cual definimos nuestro ser-hacer).
Y la afirmación de esta primacía tiene consecuencias políticas fundamentales. En este sentido, haciéndonos eco de las palabras del Louis Althusser de El marxismo como teoría “finita”, podemos decir que nunca jamás, por principio, el partido –decía él, nosotros diremos el movimiento- debe considerarse “Partido de gobierno”, porque su función es ser el instrumento número uno de la “destrucción” del Estado burgués. Aun apoyando o participando de un gobierno, insiste, debe estar fuera del Estado. Porque sin esa autonomía, no saldremos jamás del Estado burgués, por más “reformado” que este sea.
Hay política desde abajo, por el cambio social –entonces–, cuando nuestra clase logra organizarse, librar batallas (¡y ganarlas!), conquistar mejores condiciones de vida, gestar otras formas de vínculos, otros valores y otra subjetividad; una institucionalidad propia, diferente a la hegemónica. Proyectar una política popular revolucionaria, que logre cambiar la correlación de fuerzas, entonces, es un desafío para la próxima década. Gestar un movimiento político de masas capaz de proyectar toda la experiencia acumulada en estos años a sectores cada vez más amplios del pueblo trabajador. Otro país, y ya no el eterno retorno de lo mismo…
(*) Extracto de un ensayo publicado en el libro Socialismo desde abajo, Herramienta editorial, Buenos Aires, 2013.

Asambleas, cacerolas y piquetes: sobre las nuevas formas de protagonismo social

Borradores de investigación #3

Colectivo Situaciones
(12 de Febrero del 2002)

Este tercer borrador de investigación sobre las nuevas formas de protagonismo pretende discutir, desde el interior mismo del proceso de movilización de asambleas, piquetes y demás formas de una nueva subjetividad radical, algunos elementos de la actual coyuntura.

El borrador 1 estuvo dirigido a pensar las formas de emergencia de una nueva radicalidad al interior del llamado «movimiento piquetero». Fue editado, luego, en el cuaderno número 4 de Situaciones, «Conversaciones con el Movimiento de Trabajadores Desocupados -MTD- de Solano». El segundo borrador se refirió por entero a debatir experiencias de conocimiento no-utilitario, sobre la base de las vivencias de la Comunidad Educativa Creciendo Juntos, del partido de Moreno de la Provincia de Buenos Aires. Este tercer «Borradores»continúa reflexiones que iniciamos en la Cuarta Declaración del colectivo, a propósito de la insurrección del 19 y 20 de diciembre de 2001. Pero va más allá: está dedicado al movimiento de asambleas (y su relación con los piquetes); a la vez, es un adelanto de nuestro próximo libro.
I
Los días 19 y 20 de diciembre vivimos una insurrección de nuevo tipo. Se mostró hasta qué punto es la potencia del pueblo en las calles lo que verdaderamente cuenta cuando esta energía se desata. La novedad se expresó de muchas formas: no hubo dirigentes, no hubieron promesas y no existieron organizaciones centralizadas convocando u orientando la movilización.
Se trató de un verdadero «NO». Pero no fue simplemente una ocasión para expresar el hartazgo. Se trató de un «no-positivo»: una afirmación ética sin precedentes que nos abre, como posibilidad al menos, nuevos caminos por recorrer.
Está planteada ahora, precisamente, la exigencia de realizar ese recorrido abierto ante nosotros buscando nuevas formas de participación, de reinvención de la existencia, de producción de nuevos vínculos y modalidades de pensamiento.
II
Miles de personas se reúnen en decenas de barrios para discutir y desplegar aquello que se puso en juego los días 19 y 20 de diciembre.
La asamblea ha sido adoptada como la forma de discusión, coordinación y pensamiento colectivo por todos los que han decidido organizarse mas allá de las formas clásicas de la política.
Las asambleas organizadas en la ciudad de Buenos Aires y en los alrededores, en la Provincia de Buenos Aires, no nacieron de la nada.
Porque lo cierto es que las luchas piqueteras fueron quienes primero tomaron las calles. Ellas, en condiciones muy diferentes, abrieron el camino que ahora comienzan a recorrer las asambleas. Esta es la verdadera hermandad entre piquetes y asambleas. Los piquetes mostraron lo que hoy verifican las asambleas: que están surgiendo nuevas formas de intervención en la lucha por la justicia, que ya no pasan mayoritariamente por renovar los partidos políticos ni las elites gobernantes.
En los piquetes y las asambleas comienzan a debatirse cuáles son esas formas de protagonismo, una vez que han sido descartadas las vías políticas tradicionales.
Esta es la riqueza del movimiento actual. No hay demandas capaces de agotar las potencialidades de este proceso abierto.
Los piquetes no piden «sólo» trabajo, comida, derechos. Piden algo más, que no puede ser enunciado por el lenguaje de la demanda. Más allá de las demandas, se lucha por la justicia y el «cambio social».
Y lo mismo sucede con las asambleas. Más allá del discurso sociológico -de políticos, «intelectuales» y periodistas- las asambleas están constituidas alrededor de un deseo de justicia y protagonismo que ningún logro, por importante que sea, puede agotar.
Esto no quiere decir que la movilización asamblearia sea irreversible. Sino que, aún cuando las energías decayesen o el movimiento fuese dispersado -o, aún peor, más o menos institucionalizado- pervivirá la marca ética de las jornadas de los días 19 y 20 y de las experiencias posteriores que buscaron desarrollarla. Porque la justicia no es algo que se vaya a alcanzar algún día: existe siempre como lucha «por la justicia». No se realiza, sino que existe siempre como exigencia que nos organiza, nos mueve, nos inspira.
III
Las asambleas son un lugar de investigación práctica. Allí se está elaborando. Por eso, porque este es el valor de la experiencia, no hay peligro mayor que caer en la ilusión de ser una «alternativa de poder».
Si no somos capaces de crear nuevas opciones, seremos testigos de una nueva frustración. Y nada nos garantiza que este no sea el destino del proceso.
¿Cómo evitar que el movimiento caiga en polarizaciones fáciles y sea absorbido completamente en el juego de la política «seria», que no ve nunca más allá de lo que pasa a nivel de dirigentes y gobiernos?
Las preguntas sobre las formas de sostener este movimiento abierto, activo y ligado a la multiplicidad de aspectos que constituyen nuestra existencia, se vuelven cuestiones fundamentales de esta experiencia.
IV
Si de lo que se trata es de recorrer este espacio de libertad que se nos ha abierto, la forma de este recorrido no puede perder su radicalidad de origen. De aquí, entonces, la permanencia de la consigna «que se vayan todos», y su insistente aclaración, «que no quede ni uno solo». Aún sin tener un sentido único, en las asambleas esta consigna va tomando una significación clara. No se trata, como podría interpretarse ligeramente, de una consigna «negativa», sino de un rechazo cuya potencia surge de lo que logra «abrir».
«Que se vayan todos» quiere liberar un terreno, un tiempo y la posibilidad de una forma radical de practicar la experiencia del lazo social.
Y esta experiencia práctica, de pretensiones fundadoras, es lo que interesa, porque implica una puesta en juego muy exigente de cada uno de nosotros. Pues para ser realmente fieles a lo que se juega en este proceso, hay que empezar por admitir hasta qué punto «no sabemos». Las asambleas son un proceso de reelaboración colectiva sobre las formas actuales de la emancipación.
Por esto, una condición fundamental para el desarrollo de esta experiencia asamblearia es la constatación de que «no hay línea correcta»: la única «línea» posible es la búsqueda, la elaboración puesta en práctica al interior de las asambleas y los piquetes.
Pero afirmar que «no hay línea» no quiere decir que no hay nada que hacer. Al contrario: sólo nos indica que este «hacer» actual tiene que ser capaz de asumir cuanto hay de inédito y de incierto en esta búsqueda.
Una vez que nos hemos decidido a abandonar las formas clásicas de la política, las luchas y las experiencias que producen nuevas formas de existencias sociales e individuales se ven despojadas de toda vieja garantía, de todo saber «abstracto» sobre «qué hacer» y de toda forma tradicional de pensar, para arribar a un suelo en donde las creaciones están a la orden del día.
Es este el tiempo que fue invocado durante las jornadas de los días 19 y 20 de diciembre.
V
¿Podrán las asambleas y los piquetes, efectivamente, deshacerse de todo el peso de los discursos políticos tradicionales («revolucionarios» y «reformistas», «nacionalistas» y «ciudadanos», etc.) para asumirse, sin rodeos, como un verdadero eje impulsor de nuevas experiencias, como un lugar de creación radical?
No hay quien lo sepa de antemano. Pero hay algo auspicioso. No son pocos hoy, en Argentina —y en América Latina-, quienes desarrollan prácticas de lo más atractivas y potentes bajo la idea que no hay más «línea» que ser capaces de pensar, en situación, «sin modelos».
VI
Por todo esto puede ser importante pensar qué significa esa sensación de estar viviendo un momento histórico. Si efectivamente este momento tiene una densidad histórica de proporciones para miles y miles de personas, es fundamental explorar lo que hay por detrás de las imágenes que la memoria histórica asocia a esta experiencia.
La emoción proviene, de hecho, de la impresión de estar re-viviendo jornadas históricas -verdaderos mitos- de revoluciones pasadas. Pero todos sabemos que el vértigo de estos tiempos no es un mero truco vacío de la imaginación, sino que estos recuerdos históricos se activan al fragor de una inmediata actualidad, que da sentido a cada marcha, asamblea, cacerolazo o movilización.
Esto puede ser visto en perspectiva.
De las revoluciones modernas surgieron los partidos políticos. Su función esencial fue la de intermediar entre los movimientos de la base y el estado. Claro que en esta relación entre tres -base social, partidos y Estado- el punto clave siempre fue el Estado, lugar imaginado como el centro donde radicaba el poder de la sociedad.
Con la ola de las revoluciones socialistas del siglo XX aparecieron los partidos contestatarios al capitalismo (comunistas, socialistas, nacionalistas revolucionarios, etc.) los cuales, a pesar de promover una revolución contra el sistema sostuvieron mayoritariamente la misma relación de «mediación» entre las bases y el Estado y la misma fe en el poder estatal para transformar las sociedades.
Todo un siglo de revoluciones anticapitalistas creyó, de una forma u otra, que las sociedades podían ser transformadas desde arriba. Esta experiencia no puede ser gratuita. Al contrario, es gracias a ella que hoy sabemos que son las luchas de la base las que empujan los cambios, y van creando las nuevas formas de sociabilidad.
Pero este «saber» no fue fácilmente adquirido. El fracaso del modelo de las «revoluciones desde arriba» implicó un duro peso para las diversas luchas desarrolladas durante la década pasada. Todos los que desarrollaban experiencias de resistencia en los últimos años eran vistos como «utópicos» e «inviables».
Afortunadamente las luchas actuales ya no precisan decir cómo será el mundo «mañana». Su legitimidad se vincula con su capacidad de producir, en la lucha misma, nuevos valores de justicia, a partir de iniciativas y proyectos concretos.
Los piquetes y las asambleas se desarrollan bajo estas circunstancias, y en su constitución misma se están procesando estos nuevos elementos de un contrapoder efectivo.
VII
En el barrio de Floresta, el día siguiente del asesinato de los tres pibes -cuando aún no expiraba el 2001- nacía la primer asamblea popular.
Los vecinos, reunidos, discutían propuestas de todo tipo: petitorios, festivales y juntadas de firmas. Los amigos de los pibes merodeaban la asamblea sin mucho interés, pensando silenciosamente qué hacer con las ganas de arrasar la comisaría que protegía al asesino. Cuando los vecinos percibieron la aparente indiferencia de los pibes respecto a lo que estaban discutiendo, les pidieron que dijeran qué es lo que se podía hacer. Uno de los pibes tomó el megáfono y explicó: «a mí lo que se discute en las asambleas mucho no me interesa; ¡aquí lo que hay que hacer es estar!, no sé cómo, pero hay que estar, todos los días».
Esta es, seguramente, una de las formulaciones que más claramente nos revela el significado de las jornadas del 19 y 20, y de la sucesión de hechos que se continuaron: la importancia del «estar», no sólo como «opinadores» sobre lo que debiera pasar -como tristes jefes a quienes ya no obedece la tropa-, sino de ESTAR, simplemente, formando parte de un devenir que ya nadie puede aspirar a controlar, de un proceso que se autoproduce más allá -y a través- de cada uno de nosotros.
Esto no implica una posición pasiva, de espera. Al contrario, implica asumir que la actividad se desarrolla sin centros, sin líderes y sin promesas sobre el futuro, a partir de una indagación colectiva sobre las vías de un nuevo protagonismo social.
VIII
Las asambleas no adoptan tampoco una forma al azar. Se organizan como verdaderas operaciones prácticas por medio de las cuales se están verificando -y nos estamos apropiando de- las condiciones en las que nos toca actuar.
Sabemos que las cosas han cambiado: esas transformaciones se expresan en alteraciones en la política, la economía, en las subjetividades, en fin, en todo los campos de la existencia. Pero estos cambios no pueden ser excusa para la inacción. El discurso de la «complejidad», que nos dice que este mundo posmoderno es «inentendible» salvo para los «técnicos», oculta que ni siquiera para ellos el mundo es «manipulable».
Así, bajo la ilusión que unos pocos manejan el mundo, el discurso de la «complejidad» es un llamado a la pasividad de cada uno de nosotros. Las cosas son «demasiado complejas» para esta ideología «tecnicista» que nos condena a la impotencia impidiendo una acción de reapropiación de nuestra situación, de nuestra capacidad de pensar y de actuar en ella.
El proceso asambleario abre la posibilidad de abandonar toda pasividad. Sobre todo, la pasividad que se deriva de la «posición de víctimas».
Con la activación de este movimiento, la cuestión de la apropiación de las condiciones personales y colectivas puede ser tratado de otra manera, estableciendo formas de soberanía sobre las capacidades y los recursos que el proceso mismo brinda.
Es en este sentido que tanto las asambleas como los piquetes tienden a desbordar lo que la militancia política clásica pretende de ellos.
Pero afirmar este desborde implica un trabajo: un rechazo contundente de los «bajadores profesionales de línea».
Estos grupos de excesiva «luz» no pueden más que empobrecer la asamblea en la misma medida en que no las respetan como lugar de procesamiento y reflexión. No hacen el proceso con el resto. Ellos «ya saben», desde «antes», lo que conviene y lo que no. Sus intervenciones -a diferencia de quienes aportan sus conocimientos al conjunto- comienzan por destruir toda posibilidad de socializar experiencia alguna.
Las asambleas trabajan, investigan, elaboran. Y al interior de este proceso se van desplegando posiciones diferentes. Lejos de preocuparse por esta situación, la asamblea sabe hasta qué punto estas diferencias son parte esencial del proceso de pensamiento. La discusión que divide para unir, y luego une para volver a dividir va produciendo sus propias estabilidades, sin congelar a nadie en posiciones definitivas, evitando así rupturas inútiles, movidas por diferencias narcisistas, puramente imaginarias.
No se trata de lograr consensos fáciles, ni menos aún, de disputar hegemonías.
Estas formas de discusión reproducen las formas del poder que se está rechazando tan radicalmente. Y nada sería más triste que construir pequeños espacios burocratizados llenos de minúsculos poderes a la medida de «tiranos de barrio».
Dominar una asamblea es anularla. En cambio, los verdaderos «dirigentes», son siempre situacionales: son quienes mejor trabajan al interior del piquete o de la asamblea, organizando el pensamiento colectivo, desde el interior, colaborando a que el conjunto se potencie a sí mismo, y nunca separándose de él, para subordinarlo.
IX
¿En qué consiste la unidad de los piquetes y las asambleas?
El problema de muchos de los que claman por esta unidad es que la imaginan como una «alianza política». Esto sería solo una ilusión, un atajo. Una alianza así, que pretendiese otorgar «coherencia» a la multiplicidad del movimiento «desde arriba», no sería fiel a la potencia del proceso.
Las asambleas y los piquetes se desarrollan cada cual en sus condiciones. Pero indudablemente tienen muchos puntos fundamentales de encuentro. Las demandas las separan, pero la experiencia común de fundar nuevos modos de participación puede implicar formas más profundas de intercambio.
¿Por qué el vínculo debiera quedar reducido a simples «adhesiones» a «encuentros nacionales»? ¿Por qué esa unión debiera ser sólo «política»? ¿Por qué seguir imaginando encuentros entre piqueteros y asambleístas sólo a partir de las formas de la representación política?
Se habla, así, de «alianza de clases»: «desocupados» y «clases medias». Cortes de ruta y cacerolas.
De pronto el poder analiza todo lo que está sucediendo con un lenguaje «pseudo marxista»: todo se lee en términos de clases sociales, de intereses materiales, de racionalidades fuertemente condicionadas por la inserción en la estructura económica.
El modelo de «alianza de clases» oscurece los procesos en juego. Y no sólo empobrece, sino que termina siendo utilizado para, por un lado, culpar a la «clase media» -«incluidos»- por no haberse movilizado sino «hasta que les tocaron sus bolsillos»; y por otro, para «confirmar» que los «excluidos» se movían desde antes porque «ya no tienen nada en sus bolsillos».
Hay incluso, en ciernes, una reedición de la división social del trabajo «político» entre asambleas y piquetes: las clases medias -«educadas»- serían la dirección «cultural o ideológica» de un movimiento en el que los «excluidos» serían «fuerza de choque» o «cuerpo obediente».
«Incluidos» y «excluidos», clases medias y desocupados -o «pobres»-, son categorías de un pensamiento que concibe a la política como una operación ideológica de la inclusión, olvidando -adrede- hasta qué la norma es siempre excluyente y que desearla es ya empobrecer nuestra existencia.
Incluidos y excluidos son, entonces, categorías tramposas. No hay lugar para los excluidos sino precisamente en donde están, en los márgenes. No hay inclusión posible -presente ni futura- para quienes ya no quieren asistir pasivamente al empobrecimiento -material, intelectual y espiritual- de la propia vida.
Por eso, el «clasismo» que todas «las clases» sacan a relucir («somos de la clase media argentina»; «los trabajadores y sus intereses», etc.) es una forma de empobrecer lo que ha surgido, reduciendo la multiplicidad emergente a las condiciones económicas de las que provienen. Piqueteros y asambleístas aspiran a ser figuras de una indagación sobre la forma de construir una autonomía real, irreductible a todo economicismo.
Esta reducción de la multiplicidad del proceso al «clasismo»-económico- es una condición que el poder exige para «representar» a cada una de estas clases en el juego de la política (de partidos, candidatos y gobernantes). Por esta vía, entonces, se corre el riesgo de la absorción de las energías desatadas.
X
A partir de las jornadas de los días 19 y 20 tomó forma algo que ya se venía gestando. Ahora es totalmente visible, para todos, que por abajo transcurren luchas muy intensas. Ellas están procurando, sobre todo, recuperar una dignidad gravemente afectada durante décadas.
Las experiencias de los últimos años -en América Latina y en el resto del mundo- nos ilustran claramente sobre el hecho de que ningún «gobierno», por sí mismo, puede obtener este resultado.
Incluso un eventual gobierno popular debería aprender a respetar la soberanía de las luchas que por abajo van creando y empujando el verdadero cambio social. Porque toda vez que desde la política «contestataria» se pretende dirigir las luchas de la base, se cierran los procesos verdaderamente democráticos y se frustran las experiencias más potentes.
Hay que evitar en ambas experiencias en desarrollo -piquetes y asambleas- las tendencias a la centralización, a la subordinación de esa multiplicidad. Su autonomía debiera ser defendida, incluso, de la emergencia de eventuales grupos de dirigentes/representantes surgidos de las asambleas y piquetes mismos, en la medida en que intenten sustituir la dinámica de base. La expropiación del protagonismo popular en manos de un grupo de dirigentes (no importa lo honesto que éstos sean) es un riesgo mayor.
Porque apenas se forma una representación del movimiento, se empieza también a ejercer el poder hacia adentro: se cree que se puede decir cómo debe actuar o pensar un «vecino» o un «piquetero». La centralización sacrifica de un plumazo la multiplicidad (que es la fuerza -la clave- de estos movimientos).
XI
El desafío es pensar al movimiento piquetero y al asambleario como experiencias que se pueden desarrollar mucho mejor sin «centros», sin lugares privilegiados de organización, ni de dirección.
Contestando a siglos de creencias en la superioridad de las estructuras centralizadas y en la separación entre la teoría y la práctica, sabemos hoy que la inteligencia atraviesa todo el cuerpo, y no vive encerrada en el cerebro. Las ideas no fluyen de un centro director, sino que dependen de toda una red sensible y perceptiva. Lo mismo es pensable con respecto al cuerpo asambleario o piquetero. Sería realmente nocivo que cristalizasen lugares de «dirección» o de «conciencia» de los movimientos, con respecto a los «dirigidos», «los de abajo», los «puramente prácticos».
La experiencia de la asamblea interbarrial de Parque Centenario, por ejemplo, es un momento esencial de la organización del movimiento. Pero hay que tener cuidado que no sea el lugar por donde se cuelen, nuevamente, las tendencias a la centralización que sustituyan el protagonismo de las asambleas.
Es importante, entonces, ir viendo cómo circulan saberes situacionales, de contrapoder, entre las diversas experiencias de resistencia. No se trata de simples «articulaciones» políticas, sino de verdaderos espacios de «composición», de intercambios de experiencias, de pensar juntos, de iniciativas concretas.
La unidad no puede ser una consigna abstracta sino unidad de lo múltiple.
Lo que implica toda una labor consistente en crear espacios, territorios y tiempos propios del piquete y de la asamblea, que permitan substraerse de las interpelaciones del periodismo, del gobierno y de los partidos, para pasar a asumir cada aspecto de la coyuntura desde -exclusivamente- la propia potencia de los movimientos y la propia percepción de los desafíos y problemas que se enfrentan.
Las asambleas y los piquetes son verdaderos experimentos de contrapoder, bajo la forma de desarrollos de foros populares de discusión, de intercambio, de investigación y de acción directa. Su fuerza es, precisamente, la multiplicidad. Se juegan aquí formas nuevas y radicales de practicar la libertad.

19/20 Ecos de una Rebelión (2002)



Documental sobre las repercusiones que generaron en todo el mundo los hechos que ocurrieron el 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina. En diciembre de 2002 fue estrenado en La Plaza de Mayo durante un acto convocado en memoria de aquellos acontecimientos.

Más de diez años después de su estreno, completo y en Internet.


El cielo tras la reja

Flor Monfort

En 1996 María Medrano trabajaba en un juzgado de instrucción penal. Llevaba causas, tomaba declaraciones, tenía el cargo formal de escribiente. Un día cayó detenida una chica bielorrusa, Elena, y fue la primera indagatoria que María tuvo a su cargo. Esa experiencia le cambió la cabeza. “No quería estar ahí, me replanteé todo” dice ahora, 20 años después y con casi 44 de vida.
Ese fin de semana volvieron a verse. Elena no la reconoció pero María le explicó con señas que ella era la chica del juzgado, adonde la habían llevado a la rastra tras bajarla de un avión a punto de salir del país. Transportaba droga en las zapatillas y había estado una semana prácticamente secuestrada en un hotel del centro. Una vez por día salía a comer algo en el kiosco de la esquina y volvía a la base a esperar a su contacto, sin pasaporte y desconociendo por completo la ciudad, el idioma, la gente. Pero esa historia se fue desplegando con las semanas, que María fue llenando con visitas a un anexo de la unidad 31 de Ezeiza, la cárcel donde Elena estuvo tres años y medio condenada por el delito federal de narcotráfico. María no faltó ni un solo fin de semana. “Conocer a Elena me hizo replantearme un montón de cosas, por qué estaba trabajando en ese lugar, por ejemplo, y decidí ir a verla al penal a llevarle ropa, porque ni siquiera tenía ropa de invierno, cosas de higiene, lo básico. Así generé una relación con ella y redes para que su familia sepa qué le había pasado. Al final terminé yendo con mi vieja, con mi hermana, fui a la biblioteca nacional y les pedí que me fotocopiaran un diccionario ruso-español y le llevé el bodoque… Y algo que es muy loco pero lo vi en muchas chicas que vienen del este, es que aprenden rapidísimo español. Elena y yo teníamos la misma edad”.
En 2001 María renunció al juzgado. Trabajaba en Hecho en Bs As y escribía poesía. Publicó un libro que se llama U3 (y que está a punto de reeditarse por editorial Bancame y punto, creada por Liliana Cabrera, una de las primeras integrantes de YoNoFui), que es el relato en verso de las visitas a la cárcel y de su experiencia en tribunales. Enseguida la convocaron de la Casa de la Poesía para dar un taller en una de las unidades, y pensó en la que ella conocía de memoria por sus visitas a Elena. “Cuando empecé a dar el taller Elena ya no estaba. Ella se quedó a vivir acá en Argentina, se casó, tuvo una nena, viajó a Gomel, cerca de Minsk, y se reencontró con su hija que había dejado allá. Ahora hace algo que aprendió en la cárcel, que es repostería, y cocina increíble. Pero nunca quiso saber nada con YoNoFui, siempre me pregunta pero le costó mucho contarle a su hija por lo que había pasado” cuenta María, que de vez en cuando la va a visitar, ahora a Beccar, donde vive Elena.
¿Cómo eran los primeros talleres?
–Yo siempre trataba de trabajar una parte más teórica, de leer textos, analizar un poema, o un texto duro y después una parte más de escritura y corrección, que es lo más difícil y lo que menos gusta pero es clave hacer. Al principio se hablaba solamente de la cárcel, del dolor, del drama de estar separadas de los hijos, que es lo que aparece todo el tiempo, y después empezaban a salir otras cosas, empezaban a jugar con las palabras, con los estilos y salía la voz propia. Ahí empezaba a pasar algo con la escritura.
También teníamos visitas, y el taller era una vinculación con el afuera. Me acuerdo cuando vino Diana Bellesi que les dejé todos los libros y a la semana siguiente tenían todo leído, se los pasaban, los sabían de memoria. Yo no lo podía creer, y por ahí la que participaba del taller llegaba a su rancho y le leía poemas al resto. Ahí el monotema son las causas, entonces es difícil salir de eso pero los encuentros las sacaban. Nuestro objetivo es acompañar el proceso de recuperación de la libertad de las mujeres generando espacios de creación y construcción colectiva. Estos 13 años de trabajo nos permitieron desarrollar una propuesta integral; no se trabaja solo en una dimensión– por ejemplo “el aprendizaje técnico de un oficio” o “un taller de fotografía”, que también damos, sino que se tiene en cuenta la realidad de cada una de las mujeres. Le damos mucha importancia a lo vincular, integrando a sus familias, la relación con el trabajo, con el dinero. Abordamos transversalmente temas de género (un alto porcentaje de mujeres sufre o sufrió violencia de género), la relación con el arte, y todo aquello que fortalezca sus subjetividades. Los espacios de los talleres son muy importantes porque ahí es donde todo sucede, los mates y las charlas previas que generan ese espacio necesario para que otros temas fluyan. Cada taller tiene sus tiempos, su dinámica y hay un fuerte sentido de pertenencia. Somos una gran familia, pero el taller funciona como el espacio personal. Hoy tenemos alrededor de 15 talleres de múltiples oficios y arte, algunos se dictan dentro de las unidades, otros en nuestras sedes culturales.
Con el taller de poesía empieza el germen de YoNoFui, un grupo que se fue armando con la intensidad que se respira cuando empieza algo importante, esas huellas en el alma que prometen grabarse a fuego. María iba una vez por semana, durante muchos años no dejó de ir nunca durante todo el año. Primero la Casa de la Poesía tenía un convenio con Justicia y después desapareció pero María siguió yendo porque nadie le prohibió la entrada. La mayoría de ese primer grupo fueron saliendo en libertad y se seguían viendo afuera. “Ahí es donde surgió la idea de hacer algo, éramos alrededor de 10,12 mujeres y la reunión excedía completamente la poesía, porque hablábamos, leíamos, escribíamos y llorábamos juntas, si era necesario. Como yo tenía toda la experiencia de tribunales para mi era muy fácil comprender las situaciones de las causas y empecé a ser intermediaria entre el afuera y las chicas”.
En 2002, Ezeiza contaba solamente con tres talleres, el de poesía que daba María, uno de guitarra, que daba Raúl Malosetti y que aún subsiste, y el de serigrafía, todo lo demás era servicio, no había más nada. Cuando presentaron su primera antología, YoNoFui (de allí quedó el nombre) salieron esposadas, las hicieron sentar de un lado de la mesa y no podían tocarse con todxs los que fueron a verlas, a escucharlas. No conseguían permisos, no podían armar salidas a leer y difundir el material entonces grabaron sus propios poemas y los hicieron circular en distintos eventos, como uno donde fueron lxs hijxs de las autoras y escucharon vibrar las voces de sus madres presas en una sala del Rojas. “Las chicas empezaron a salir en libertad y nos juntábamos en mi casa, yo en ese momento ya iba con Claudia Prado que fue mi primera compañera de taller y con quien me di cuenta que era fundamental laburar con alguien. Para mi fue un cambio impresionante”.
Afuera es peor
“Cuando llegás a la cárcel es como que se cierra algo y vos quedás ahí, medio suspendida, en otro tiempo, en una dimensión paralela, eso fue siempre muy importante para mi trabajar: el adentro y el afuera como un continuo entre la cárcel y el mundo, la cárcel y el barrio y así. Cuando nos empezamos a juntar afuera nos dimos cuenta que no era solo un taller de poesía, y yo venía hace rato pensando qué forma darle a eso para que nos permitiera crecer. Empezamos a pensarnos como colectivo, no teníamos muy claro qué queríamos hacer pero sí queríamos ser un nexo con el afuera y acompañar el proceso de recuperación de las que estaban adentro e iban saliendo, trabajar adentro en función de la salida, porque una de las cosas que mas se escucha es “salir es lo peor”, y termina siendo una trampa muy perversa la cárcel porque te aísla, perdés todos tus vínculos, hay muchas chicas que afuera no tienen nada y adentro se topan por primera vez con una política pública, van a la escuela, tienen un trabajo formal, todo muy malamente, pero lo hacen. Hay muchas que con la plata que ganan adentro mantienen a sus familias afuera, o que se niegan a un arresto domiciliario porque salir significa perder ese trabajo que les permite pasarle plata a su familia, entonces es una perversidad tremenda la de la cárcel que termina convirtiéndose en un horizonte de inclusión para las mujeres pobres. Más cruel y mas perverso que eso no hay”. María entendió que esa imagen del preso que cuenta los días para salir era eso, una imagen brumosa del imaginario del cine. Pero en la verdad de los muros, el afuera era otra cárcel, muchas no tenían familia o estaban en situación de calle, cumplían la condena entera porque cuando podían acceder a una domiciliaria no tenían domicilio donde cumplirla y cuando salían, salían a la nada. “Entonces lo primero que empezamos a pensar es cómo acompañar a las mujeres que salían. Empezamos con talleres de arte, adentro y afuera, y a pensar en oficios para generar laburo autogestivo a partir de las capacidades que había en el grupo. Todas habían pasado por un taller de costura entonces conseguimos una máquina. Ramona tenía una y empezamos a armar un taller textil, después se sumó una encuadernadora y hacíamos todas todo. Con la costura no avancé mucho pero íbamos aprendiendo y acompañando a las otras. Nos vinculamos con ferias del Estado, tejimos redes y empezamos a crecer”.
En 2006, la gente del Taller Popular de Serigrafía, que era un grupo de artistas conocidxs, amigxs, le cedieron a YoNoFui el espacio de Bonpland donde están actualmente y Magdalena Jitrik ayudó a montar allí el taller de serigrafía. A partir de entonces todos los talleres externos se hicieron en esa sede, y la entrada de dinero se fue haciendo con el tiempo, hasta hoy sigue siendo lo más difícil, la continuidad entre una entrada de dinero y otra. Recién este año se conformaron como cooperativa de trabajo. Si bien hace muchos que vienen trabajando como cooperativa recién les van a dar la matrícula ahora, crecieron mucho con los talleres productivos y hasta que no vieron que estaban consolidados con el producto no querían armarlo formalmente y eran una Asociación Civil, entonces no podían facturar demasiado. En YoNoFui circula mucha gente, y el debate fue durante mucho tiempo “¿capacitación o producción?” porque las mujeres salían y necesitaban trabajar entonces se capacitaban produciendo pero si el trabajo no estaba bien hecho era difícil venderlo. Llevó un tiempo aceitar ese proceso y llegar a una calidad final de los productos, y se logró con mucho acompañamiento del Estado.
¿Y con este nuevo gobierno?
–Seguramente van a necesitar mucho de las organizaciones y van tener que seguir apoyándolas, lo que pienso también es que en esa idea de estado raquítico que tiene este gobierno van a querer depositar responsabilidades en las organizaciones. Pero la verdad es que el panorama es incierto. Para mí a lo que hay que apostar es a trabajar con otras cooperativas, fortalecer los vínculos entre las organizaciones sociales, y si bien no estoy muy esperanzada, nosotras no dependemos enteramente del Estado. Estos años crecimos mucho gracias a muchos ministerios, eso nos permitió profesionalizar los talleres, en el complejo IV de Ezeiza tenemos un taller de carpintería con una maquinaria súper profesional gracias a un convenio con Trabajo y Seguridad. Siempre trabajamos con Nación pero este año nos presentamos a un subsidio de Ciudad y nos lo dieron y nos dieron un terreno en La Boca, son 600 metros cuadrados, ubicado en un lugar que tiene mas que ver con nosotros y la gente con la que laburamos que el de Bonpland o el de Vicente López. Pero necesitamos la plata para construir y unificar todos los talleres. De hecho estamos buscando padrinos que apoyen la organización colaborando por mes con un bono contribución.
La intemperie
En los últimos años hubo una apertura muy grande de la cárcel a las organizaciones sociales y el ingreso de otras partes del Estado pero nunca hubo un ejercicio de “pensar la cárcel”, sobre todo no se pensó nunca una reforma del Servicio Penitenciario (que se sigue rigiendo con una ley de la dictadura).
¿Qué ambicionan ustedes desde dentro de la organización?
–En primer lugar, cambiarle los nombres a todo. Cuando salís podés ir a una “oficina de readaptacion social”. Esa oficina funciona con un montón de empleados pero sin presupuesto entonces no hay qué ofrecer a las personas que salen. Y ellos los mandan acá. También nos gustaría que hubiera programas específicos, más allá del seguro de desempleo que hoy es de 200 pesos. Nadie vive con 200 pesos. Lo mas común es que los y las trabajadoras sociales le digan a alguien que sale en libertad “armate un proyecto”. Y alguien que viene de años de encierro está en la intemperie total. O dicen “armate una cooperativa”, como si fuera tan fácil (además de que si tenés antecedentes penales no podés hacerlo por eso están peleando por una Ley de Cooperativas que permita organizarse a quien tiene antecedentes penales, entre otras cosas). Por tener una máquina de coser no tenés una cooperativa. Una cooperativa si no genera plata no sirve, entonces es como pedirle a alguien que acaba de salir en libertad que haga un negocio redituable. Hay una gran cantidad de gente que no trabajó nunca en su vida y tal vez sale y consigue un trabajo pero le faltan tantas cosas antes que no lo pueden sostener.
Este año, YoNoFui generó una alianza con el Instituto de Investigación y experimentación Política para salir un poco de territorio y empezar a reflexionar. Ahí surgieron una serie de videos que circularon por las redes sociales y que pueden verse en youtube, que se hicieron a raíz de Ni Una Menos y que visibilizan historias de mujeres presas. “Empezamos a pensar desde el taller de periodismo qué hacer y salieron historias de violencia a borbotones. Los videos fueron una manera de darle cauce a eso. Veníamos leyendo a Rita Segato y su pedagogía de la crueldad, y armamos una charlas los viernes que sostuvimos durante todo el año, y fue súper interesante cómo surgieron micro relatos de Ni una menos en la cárcel. Eso circuló un montón, y estamos muy cebadas para seguir haciéndolo”. Son doce videos, y todas las historias dicen algo muy contundente, como que el 70 por ciento de la población penal está con preventiva, esto es en una especie de limbo en el que no son juzgadas y pueden estar años sin juicio siendo totalmente inocentes, o que en las cárceles argentinas una persona muere cada 38 horas, o que por el mismo delito a una mujer le dieron 25 años y a su pareja varón le dieron solamente 12. “La mayoría de las mujeres está por contrabando (el 70 por ciento) y por supuesto no hay ninguna narco, todo es chiquitaje”.
¿Por qué hacés esto?
–Lo hablo mucho en terapia (risas). Es loco, yo muchas veces me lo pregunto. Siempre digo que a mi me pasó algo con esa escena de Elena que fue muy fuerte y es esa sensación de ver algo y no poder dejar de verlo, algo que me conmovió mucho y que me hizo repensar todo, el lugar donde quería estar, por las cosas que quería pelear. Yo no salvo a nadie, ojalá pudiera, pero mi pelea es por las mujeres, y por quienes estuvieron privadas de la libertad. Y supongo que eso tiene que ver con los propios encierros, y quizá con algo de la voz, de poder hablar de las cosas que no se hablan y dejar hablar a quienes nadie escucha y de ir a un lugar que no quiere ir nadie. La cárcel es el descarte de la sociedad y nosotras como organización queremos empezar a pensar la cárcel de otra manera. No como un depósito de gente y no como un lugar donde no pasa nada sino todo lo contrario, como un lugar de mucha vitalidad. Y la circulación de cuerpos, objetos y dinero de adentro hacia afuera y viceversa es muy fuerte. Hay mucha vida ahí y pensar en eso y en la relación con las fuerza de seguridad me parece importantísimo. Nadie ve eso, pero el entramado es muy peculiar, la idea de Vigilar y castigar ya fue, tenemos que poder pensar la cárcel de otra manera porque se arma de otra manera: la crueldad siempre se piensa de arriba hacia abajo pero la violencia en la cárcel circula en todas las direcciones. Es mucho más complejo de lo que parece.

Entrevista a Mario Santucho

“El problema es qué tipo de organizaciones podemos construir ahora”
La mar en coche
(https://marencoche.wordpress.com/)


Conversamos con Mario Santucho, de la Revista Crisis y del Instituto de Investigaciones y Experimentación Política, para pensar la política hoy a 14 años de 19 y 20 de diciembre de 2001.
¿Para qué nos sirve pensar el 19 y 20 de diciembre hoy?  Más allá de las anécdotas y los análisis históricos, ¿qué herramientas nos dejó aquella experiencia para pensar el escenario político actual? La incomodidad de pensar al macrismo como emergente también de aquel contexto
Santucho analiza porqué el kirchnerismo perdió el lugar central de la calle y el espacio público construido a partir de la crisis y convoca a dejar las mezquindades de lado, a la vez que propone realizar una crítica política al liderazgo demostrado por Cristina en su despedida.

La Gorra coronada

(Apuntes sobre el devenir voto de la vida mula II)
Colectivo Juguetes Perdidos

Gobierno de la tranquilidad
Se votó para extender los interiores estallados a toda la ciudad, se gritó masivamente; mi Vida es mitrabajo y mi familia (y mi umbral de consumo y mi gorra): un mundo privado que deviene país. Ese fue el devenir-voto de la Vida Mula. Esa visión de la vida, esos modos tristes de valorizarla diagraman un asfixiante mundo único para habitar que pugna por tomar “el espacio público” y fagocitarlo; el afuera queda clausurado (las otras posibilidades vitales a indagar). Asistimos a un cambio de época que se venía fabricando sensiblemente hace rato –los signos abundaban, sólo había que intentar leerlos–; el auge de un clima de sanidad y moderación de la vida privada (que es hoy más pública y política que nunca…). Desde las mirillas de la Vida Mula –tomados por ese continuo y desde esa percepción de refugiados– la calle se reduce a policías, metrobuses y un fastidioso tiempo muerto que se experimenta como insoportable demora para ir al trabajo o regresar al hogar. Un voto entonces para mejorar la calidad de la vida (Mula). Un voto para terminar de silenciar algún que otro ruido que viene del exterior (de la calle, de la plaza, del Palacio). Y ahora sí: la autopista despejada y silenciosa para transitar sin molestias por el circuito aceitado de la Vida Mula: la amarga utopía: la silenciosa, doméstica, molecular revolución conservadora de la alegría triste; esa que de forma subterránea se podía percibir en su lenta pero constante expansión durante toda la década ganada (claro, si se la rastreaba a contrapelo…).

Pero la Vida Mula requiere –lo muestra el consumo, uno de sus principales eslabones- el engorrarse para funcionar. El engorrarse custodia las fronteras; engorrarse al interior de los hogares (para mantener la familia estallada o el umbral de consumo adquirido), para ordenar el barrio-rejunte, para limpiar y conjurar las amenazas externas (alguna que otra vez participar de las mesas de seguridad o de la alarma comunitaria, llamar a la policía, o hacer-banda con los vecinos gorrudos para linchar a algún que otro pibe), para sostener –y proteger- el umbral de propiedad conseguido en estos años. Poco más. Eso es lo público también. Eso es la política sobre todo. Lidiando con los asuntos privados y domésticos que ya no se circunscriben al interior de una casa, sino que derraman al barrio y a la ciudad toda (“vengo a traerles tranquilidad, alegría. Soy un líder sanador”).  Hoy gobernar es crear tranquilidad (producir efectos de tranquilidad). Se interviene en el nivel político en la gestión de las intimidades… por eso la disputa es a nivel sensible, a nivel de los hábitos y afectos, para modificar la percepción: la calle molesta hoy más que nunca (el tránsito obligado de un interior estallado a otro, el espacio de excepción en el que puede advenir la muerte trágica y violenta, el (no) lugar de las amenazas…).
Pero si gobernar es crear tranquilidad es porque antes hay un fondo donde la precariedad es totalitaria.Una precariedad que –en sus diferentes estratificaciones y segmentos- te expone al terror anímico y a la intranquilidad permanente. Desde ese terror no cuestionado se pide tranquilidad y no solo seguridad, desde allí se acepta el dispositivo de la vida mula y se votó una fuerza política que promete paz y moderación. Es aquí donde la imagen de Macri viene a conectar vía moderación, técnicas new age, y discursos alegres, subjetividades que atraviesan la ciudad toda armada bajo el calor de estos pedidos de tranquilidad.
El terror de los gorrudos
Los diques cedieron y la liturgia gorrera anda tocando los timbres de toda la ciudad. Este escenario que nos pone por arriba a la “derecha” habilitando un “revanchismo”, es el devenir “macro” de todo una energía por abajo que conecta (y quizás da luz verde) a las variadas liturgias gorreras (que ya tienen un saber curtido desde hace varios años, como ejemplo valgan los vecinos enfierrados, los linchamientos, diferenetes violencias en los interiores…). Las dinámicas gorreras de los nuevos barrios llegaron definitivamente al centro de la escena (y del sistema político), encuentran eco por arriba y toman el Palacio…

A lo largo de la década intentamos politizar, de diferentes modos y al calor de diferentes acontecimientos, la precariedad que nos atravesaba como generación (Cromañón, casos de gatillo fácil, linchamientos, tragedia de Once). Pero la precariedad como lógica, que se presentaba y atravesaba nuestros laburos, fiestas, viajes… en los nuevos barrios se nos mostró de otra manera, como subsuelo, o más aun, como precipicio. Precipicio porque a lo largo de la década, ni el trabajo, ni el consumo, ni la familia, ni el Estado, ni la militancia, fueron “constituyentes” o “reparadores”, en ese nivel. Hubo “más guita, más trabajos, más rejuntes, más educación, más salud, más cultura, más ciencia, más deporte, más seguridad” y así podemos seguir (en este punto el estado hizo alianza con la vida mula)… pero todas fueron o son redes que se bancan en el día a día; redes que te sostienen de la intemperie (creando efectos de distancia entre la vida mula y el vacío) pero que no barren la precariedad de fondo, no llegan nunca a conjurarla.

Es en este terreno en donde se juegan las luchas de clases actuales. Las redes previas ya instituidas con las que se cuenta; las precariedades insalvables, las disputas cotidianas para que no te coma ese abismo… La precariedad no es igual para todos (así como la devaluación no es igual para todos, la emergencia en seguridad no es igual para todos…), y lo que pone en juego es una disputa por esas redes.

Por todo esto el terror anímico y los pedidos de tranquilidad en los nuevos barrios no son iguales que en otros puntos de la ciudad. No es lo mismo los gobiernos de la tranquilidad en la clase media refugiada en sus hogares, con vidas armaditas y sostenidas (con terapias alternativas, medicalización y vidas psiconoalizadas) desde donde poder enunciar y politizar la época, que los gobiernos de la tranquilidad en los barrios, donde son muchos más importantes los gestos gorreros, las pausas religiosas y las fuerzas de seguridad como reguladores anímicos y del pulso barrial. Con esta geografía barrial es con la que dialoga la “emergencia en Seguridad”. Y es esta alianza entre el realismo vecinal y la gobernabilidad de derecha, que fabrica sensible y materialmente la “Gorra coronada”.
De la misma manera que no es igual el engorrarse en algunos puntos de la ciudad que en otros, no es lo mismo engorrarse cuando contás con apenas unos pares de redes cotidianas… que hacerlo desde los barrios de clase media. Parece un mismo gesto, pero no lo es… No hay que ser gorilas acá; ni tampoco en la relación entre consumo y engorramiento. No hay derechización ideológica del pueblo porque consume. Hay engorrarse porque es un elemento fundamental del continuo… y principalmente, el engorrarse se vuelve más importante cuando es poco lo que defendés (o cuando hay que defender lo que es poco). Lo que se tiene hay que defenderlo con uñas, dientes, gorras, palos… lo que sea. Enfriamiento e inflación intensificarán el engorramiento.

La Gorra coronada y el engorrarse escupen contra los mantenidos del plan; la vagancia expresa una supuesta imagen de “corte” al continuo, a la gestión cotidiana. Y es en ese gesto de rechazo a esos rajes (o posibles rajes) como se blanquean los barrios; desde ahí, desde esa sensibilidad y esa gestión material de las vidas es que se apunta contra los mantenidos, los negros, los vagos… Al gesto gorrero y su liturgia hay que apuntarle desde esos mismos rajes y puestas en tensión de la vida mula, desde esos cortes al continuo: no desde posicionamientos ideológicos o desde las comodidades propias de quienes están exentos de enfrentar día a día esas guerras anímicas (cuerpo a cuerpo).

Soportar el continuo, poner a funcionar la vida para que valgaemprender la gestión de cada red vital, y todo ese tiempo invertido, te deja cara a cara con la vagancia como contrapunto del muleo. Si algo viene a detonar los equilibrios de convivencia de los interiores estallados son esos alegres gestos de la vagancia, que en la década ganada se revistieron de consumo, pilcha, y joda. Apuntar contra el mantenido del plan no es ir contra el subsidio directamente, sino contra esos gestos de vagancia que rompen con la forma de valorizar la vida que conlleva una vida mula. Algo del voto a Macri  busca borrar de la época a la vagancia. Vos debés hacer algo, emprender lo que sea. De la imagen de los pibes como “disponibles” a la razzia moral del “emprendurismo”.

La disputa por la tranquilidad (el campo de juego de la Gorra coronada), tiene su reverso –e implica– una disputa por la intensidad; por las formas de vivir y valorizar la vida en los barrios, en la ciudad.

La vagancia labura. Los vagos no son los mantenidos; ni “los del plan”, ni muchos menos los de la renta y la propiedad familiar. Como tampoco los mulos son los que tienen que laburar para vivir, sino los que creen que el laburo es lo único que valoriza la vida. El rechazo a la vagancia desde la vida mula fue siempre sensible, corporal, político: cuando la vagancia juega en el desborde –con toda la ambigüedad que ese movimiento de raje implica: locura y bajón, cielo y muerte, consumo y rejunte–, se vuelve intolerable, le mete demasiado calor e intensidad al enfriamiento existencial.

Pura arbitrariedad vital:

nosotros la Gorra coronada no nos gobierna.

Arriba la vagancia!

Comediantes y creativos

Sebastián Stavisky


Desde el 22 de noviembre pasado, una pregunta nos viene acompañando de manera casi obligada en reuniones de espacios políticos, charlas de café y sobremesas familiares: ¿cómo es que el macrismo ganó las elecciones? Sus respuestas, tan variadas como indefinidas, fluctúan entre una referencia a los modos de vida empresaria, los errores del gobierno saliente, la subestimación al entrante, una suerte de deseo inconsciente a la pobreza voluntaria de los sectores populares, el hastío a las formas confrontativas de ejercicio del poder, la incuestionabilidad del régimen de consumo, etc. Mientras tanto, sin dar aún con una respuesta que nos conforme, el macrismo ya empezó a gobernar y, quizás, el modo en que comenzó a hacerlo sea capaz de decirnos mucho más sobre la situación actual que cientos de elucubraciones sobre el carácter más o menos volátil de la opinión pública. De lo que se trata, en tal caso, es de dejar a un lado los análisis causales y comenzar a preguntarnos por algunas de las modalidades y tecnologías de este nuevo gobierno que, hasta ahora, pareciera ser el único en saber cómo surfear el momento de crisis en que nos encontramos. Acá van algunas breves y rápidas impresiones al respecto luego de asistir a tres de las últimas convocatorias llamadas a enfrentar sus primeras políticas. 
Asumir la falta no sólo de certezas sino también de coordenadas para pensar los nuevos tiempos quizás sea el primer paso para comprender al menos una pizca de lo que sucede. Las normas que hasta hace poco organizaban nuestras formas de percepción política están dejando de ser efectivas, y no porque nos conduzcan a juicios erróneos sino porque los fundamentos sobre los que se apoyaba la discernibilidad de los análisis atinados y desatinados se encuentran en período de reconfiguración. La crisis no es, como algunos quisieran creer, excluyente del kirchnerismo, también de quienes postulan la existencia de un sustrato común inmutable al que sería posible recurrir a modo de conjura contra el macrismo: los trabajadores como clase en sí contra la burguesía o las formas de vida plebeya como resistencia al empresario y el policía que llevamos dentro. Al mismo tiempo, la capacidad para llenar una plaza en defensa de lo conseguido en los últimos años, lejos de expresar la perdurable vitalidad de un movimiento, estaría confirmando su imposibilidad de pensarse ante la crisis. Y es que ya no se trata de exigir un respeto a las normas y leyes preexistentes, sino de indagar en las condiciones de posibilidad para su implementación.
El macrismo, por el contrario, pareciera percibir muy bien el modo de afrontar la nueva coyuntura. Cuando las normas carecen de fundamento sobre el cual apoyarse y medir su legitimidad, la relación entre su aplicación y los vectores con los cuales se miden se vuelve indiscernible. Mientras muchos auguraban que el triunfo de Macri sobre Scioli por un escaso margen lo obligaría a avanzar en las reformas que se proponía de manera prudente, la enorme cantidad de decretos firmados en sus primeros días de mandato corroboran, una vez más, tanto la necesidad (y urgencia) de descartar cualquier tipo de subestimación como la inteligencia de la que es capaz un “equipo” de gobierno que reconoce muy bien la singularidad del momento excepcional que le toca comandar. Un momento en que la distancia entre los modos de vida y las normas que pretenden gobernarlos se ha vuelto abismal, y la diferencia entre estas últimas y su instancia de aplicación, imposible de precisar. Es entonces cuando las manifestaciones de las últimas semanas, sean el llamado encuentro de los pueblos, aquella que reclamó que la ley de medios no se toca o la que exigió un bono de navidad para los trabajadores, no hacen más que demostrar tanto su precipitación por reunir cuerpos en el espacio público sin saber muy bien para qué como su impotencia para poner en funcionamiento formas de resistencia acordes a los tiempos que corren.
Pero si existe una característica que, en sintonía con el carácter decisicional de los decretos firmados, denota la especial sensibilidad del gobierno entrante con la situación de crisis que le toca asumir, ésta es su condición de bromista. Como bien podría decir cualquiera de nuestras abuelas, el macrismo es un plato, un (mal) chiste. La imagen del nuevo presidente bailando torpemente en el balcón de la Casa Rosada en la que muchos quisiéramos ver, si no una burla carnavalesca a las formas representativas de gobierno, cuanto menos una confirmación de nuestros juicios apresurados acerca de su idiotez, es por el contrario un gesto sumamente eficiente de variación de las normas ante una situación en que aquellas con las que hasta entonces se contaba están dejando de ser efectivas. El macrismo, en este sentido, tiene tanto de empresario y oenegeísta como de comediante y creativo. Tanto de Juan José Aranguren y Margarita Barrientos como de Miguel Del Sel y David Ogilvy. Si, como alguna vez alguien dijo, una vez triunfado el comunismo el individuo podría cazar por la mañana, pescar por la tarde, apacentar el ganado por la noche y dedicarse a la crítica luego de cenar, ahora que triunfó el individuo macrista bien puede éste participar de una reunión de CEO´s por la mañana, hacer voluntariado por la tarde, un show de stand up por la noche y todavía le queda tiempo para crear slogans publicitarios antes de irse a dormir. Hasta hace poco, creíamos que la innovación era un elemento privilegiado de las vanguardias estéticas afines a las formas de resistencia contra el conservadurismo de los gobiernos. Hoy los términos parecieran haberse invertido: la creatividad se encuentra del lado de los que gobiernan y el conservadurismo del de quienes decimos resistirlo.

Audios de la presentación de HUMO #2 «Historias del fin»

El 9 de diciembre presentamos en el bar La Tribu el número 2 de HUMO. El tema de la revista y la coincidencia de su presentación con la multitudinaria convocatoria de despedida a la presidenta hicieron que entre los comentarios sobre el número se colaran algunos pensamientos acerca de qué termina y qué continúa con el cambio de gobierno. Compartimos los audios con las palabras de los presentadores invitados: Sergio Tonkonoff, Eduardo Grossman, Jorge Pinedo y Alejandro Kaufman. 

Del Estado de derecho al Estado de seguridad

Giorgio Agamben


No es posible comprender lo que realmente se juega en la prolongación del estado de emergencia en Francia si no se lo sitúa en el contexto de una transformación del modelo estatal que nos es familiar. Es crucial, primero que nada, desmentir el propósito de las mujeres y hombres políticos irresponsables, según los cuales el estado de emergencia sería un escudo para la democracia.
Los historiadores saben perfectamente que lo que es cierto es lo contrario. El estado de emergencia es justamente el dispositivo mediante el cual los poderes totalitarios se instalaron en Europea. Así, en los años que precedieron a la toma del poder por Hitler, los gobiernos socialdemócratas de Weimar habían recurrido tan a menudo al estado de emergencia (estado de excepción, como se lo nombra en alemán) que se pudo decir que Alemania había dejado de ser, antes de 1933, una democracia parlamentaria.
Ahora bien, la primera acción de Hitler, después de su nombramiento, fue proclamar un estado de emergencia, que jamás fue revocado. Cuando la gente se sorprende de los crímenes que pudieron cometerse impunemente en Alemania por los nazis, se olvida de que estos actos eran perfectamente legales, porque el país estaba sometido al estado de excepción y las libertades individuales estaban suspendidas.
No vemos por qué un escenario semejante no podría repetirse en Francia: imaginamos sin dificultad un gobierno de extrema derecha sirviéndose para sus fines de un estado de emergencia al que gobiernos socialistas han habituado a partir de ahora a los ciudadanos. En un país que vive en un estado de emergencia prologando, y en el que las operaciones de policía sustituyen progresivamente al poder judicial, cabe aguardar una degradación rápida e irreversible de las instituciones públicas.
Esto es tanto más cierto que el estado de emergencia se inscribe, hoy en día, en el proceso que está haciendo evolucionar las democracias occidentales hacia algo que hay que llamar, ya mismo, Estado de seguridad («Security State», como dicen los politólogos estadounidenses).
La palabra «seguridad» ha entrado tanto en el discurso político que se puede decir, sin temor a equivocarse, que las «razones de seguridad» han tomado el lugar de aquello que se llamaba, en otro tiempo, la «razón de Estado». Hace falta, sin embargo, un análisis de esta nueva forma de gobierno. Como el Estado de seguridad no atañe ni al Estado de derecho ni a aquello que Michel Foucault llamaba las «sociedades de disciplina», conviene arrojar aquí algunas referencias con miras a una posible definición.
En el modelo del británico Thomas Hobbes, quien ha influenciado tan profundamente nuestra filosofía política, el contrato que transfiere los poderes al soberano presupone el miedo recíproco y la guerra de todos contra todos: el Estado es aquello que viene precisamente a poner fin al miedo. En el Estado de seguridad, este esquema se invierte: el Estado se funda duraderamente en el miedo y debe, a toda costa, mantenerlo, pues extrae de él su función esencial y su legitimidad.
Ya Foucault había mostrado que, cuando la palabra «seguridad» aparece por primera vez en Francia en el discurso político con los gobiernos fisiócratas antes de la Revolución, no se trataba de prevenir las catástrofes y las hambrunas, sino de dejarlas advenir para poder a continuación gobernarlas y orientarlas a una dirección que se estimaba beneficiosa.
De igual modo, la seguridad que está en cuestión hoy no apunta a prevenir los actos de terrorismo (lo cual es, por lo demás, extremadamente difícil, si no imposible, porque las medidas de seguridad sólo son eficaces después del golpe, y el terrorismo es, por definición, una serie de primeros golpes), sino a establecer una nueva relación con los hombres, que es la de un control generalizado y sin límites — de ahí la insistencia particular en los dispositivos que permiten el control total de los datos informáticos y comunicacionales de los ciudadanos, incluyendo la retención integral del contenido de las computadoras.
El riesgo, el primero que nosotros levantamos, es la deriva hacia la creación de una relación sistémica entre terrorismo y Estado de seguridad: si el Estado necesita el miedo para legitimarse, es entonces necesario, en última instancia, producir el terror o, al menos, no impedir que se produzca. Se ve así a los países proseguir una política extranjera que alimenta el terrorismo que se debe combatir en el interior y mantener relaciones cordiales e incluso vender armas a Estados de los que se sabe que financian las organizaciones terroristas.
Un segundo punto, que es importante captar, es el cambio del estatuto político de los ciudadanos y del pueblo, que se suponía que es que el titular de la soberanía. En el Estado de seguridad, vemos producirse una tendencia irreprimible hacia aquello que bien hay que llamar una despolitización progresiva de los ciudadanos, cuya participación en la vida política se reduce a los sondeos electorales. Esta tendencia es tanto más inquietante que había sido teorizada por los juristas nazis, quienes definen al pueblo como un elemento esencialmente impolítico, cuya protección y crecimiento debe asegurar el Estado.
Ahora bien, según estos juristas, hay una sola manera de volver político este elemento impolítico: mediante la igualdad de ascendencia y raza, que va a distinguirlo del extranjero y del enemigo. No se trata aquí de confundir el Estado nazi y el Estado de seguridad contemporáneo: lo que hay que comprender es que, si se despolitiza a los ciudadanos, ellos no pueden salir de su pasividad más que si se los moviliza mediante el miedo contra un enemigo que no le sea solamente externo (eran los judíos en Alemania, son los musulmanes en Francia hoy en día).
Es en este marco donde hay que considerar el siniestro proyecto de deterioro de la nacionalidad para los ciudadanos binacionales, que recuerda a la ley fascista de 1929 sobre la desnacionalización de los «ciudadanos indignos de la ciudadanía italiana» y las leyes nazis sobre la desnacionalización de los judíos.
Un tercer punto, cuya importancia no hay que subestimar, es la transformación radical de los criterios que establecen la verdad y la certeza en la esfera pública. Lo que impresiona en primer lugar a un observador atento a los informes de los crímenes terroristas es la renuncia integral al establecimiento de la certeza judicial.
Mientras en un Estado de derecho es entendido que un crimen sólo puede ser certificado con una investigación judicial, bajo el paradigma seguritario uno debe contentarse con lo que dicen de él la policía y los medios de comunicación que dependen de ésta — es decir, dos instancias que siempre han sido consideradas como poco fiables.
De ahí la vaguedad increíble y las contradicciones patentes en las reconstrucciones apresuradas de los eventos, que eluden adrede toda posibilidad de verificación y de falsificación y que se parecen más a chismorreos que a investigaciones. Esto significa que al Estado de seguridad le interesa que los ciudadanos —cuya protección debe asegurar— permanezcan en la incertidumbre sobre aquello que los amenaza, porque la incertidumbre y el terror van de la mano.
Es la misma incertidumbre que se encuentra en el texto de la ley del 20 de noviembre sobre el estado de emergencia, que se refiere a «toda persona hacia la cual existan serias razones de pensar que su comportamiento constituye una amenaza para el orden público y la seguridad». Es completamente evidente que la fórmula «serias razones de pensar» no tiene ningún sentido jurídico y, en cuanto que remite a lo arbitrario de aquel que «piensa», puede aplicarse en todo momento a cualquiera. Ahora bien, en el Estado de seguridad, estas fórmulas indeterminadas, que siempre han sido consideradas por los juristas como contrarias al principio de la certeza del derecho, devienen la norma.
La misma imprecisión y los mismos equívocos resurgen en las declaraciones de las mujeres y hombres políticos, según los cuales Francia estaría en guerra contra el terrorismo. Una guerra contra el terrorismo es una contradicción en los términos, pues el estado de guerra se define precisamente por la posibilidad de identificar de manera certera al enemigo que se debe combatir. Desde la perspectiva seguritaria, el enemigo debe —por el contrario— permanecer en lo vago, para que cualquiera —en el interior, pero también en el exterior— pueda ser identificado como tal.
Mantenimiento de un estado de miedo generalizado, despolitización de los ciudadanos, renuncia a toda certeza del derecho: éstas son tres características del Estado de seguridad, que son suficientes para inquietar a las mentes. Pues esto significa, por un lado, que el Estado de seguridad en el que estamos deslizándonos hace lo contrario de lo que promete, puesto que —si seguridad quiere decir ausencia de cuidado (sine cura)— mantiene, en cambio, el miedo y el terror. El Estado de seguridad es, por otro lado, un Estado policiaco, ya que el eclipse del poder judicial generaliza el margen discrecional de la policía, la cual, en un estado de emergencia devenido normal, actúa cada vez más como soberano.
Mediante la despolitización progresiva del ciudadano, devenido en cierto sentido un terrorista en potencia, el Estado de seguridad sale al fin del dominio conocido de la política, para dirigirse hacia una zona incierta, donde lo público y lo privado se confunden, y cuyas fronteras provocan problemas para definirlas.
Fuente y traducción: Artillería Inmanente (de «De l’Etat de droit à l’Etat de sécurité», publicado en Le Monde el 23 de diciembre de 2015).

La tierra, la guerra, la insurrección

Peter Pál Perbart

(Traducción: Santiago Sburlatti)

En su más reciente libro sobre el fin del mundo, Eduardo Viveiros de Castro y Débora Danowski defienden una ecología política del ralentamiento, de la indecisión, de la atención. Contra el aceleracionismo, el ralentamiento cosmpolítico, una frenada, una suspensión. En la película Melancolía (Lars Von Trier, 2011), los pocos que se dan cuenta de lo que viene se refugian en una cabaña hecha de ramas, que no los protegerá del evento irreversible, de la colisión de un astro que viene del espacio, sino a través de un ritual que hará del choque un acontecimiento en el sentido fuerte de la palabra. Dicen ellos: “la cabaña es la única cosa, en ese momento, de transformar el efecto inescapable del choque en un acontecimiento, en el sentido que Delezue-Guattari imprimen a ese concepto: ‘la parte, en un todo que acontece, de lo que escapa a su propia actualización’”.  Allí, en aquella cabaña casi puramente virtual, lo que está pasando, o pase, es una operación de desaceleración, de ralentamiento… Sí, es la huella de un ritual, de un devenir-indio en esta reacción. Pero como ellos dicen: los pueblos autóctonos del continente americano –los colectivos de humanos y no humanos cuya historia remonta a milenios antes del choque con el planeta Mercancía- son solamente una pequeña parte de la Resistencia Terrana contemporánea, ese amplio movimiento clandestino que apenas comienza a tornarse visible en un planeta invadido por los Modernos: en África, en Oceanía, en Mongolia, en los callejones y sótanos de la Fortaleza Europa. Ellos no están realmente en la posición de liderar ningún combate final, ninguna Armagedón cosmopolítica: y hasta sería ridículo imaginarlos como la semilla de una nueva Mayoría. No esperamos, sobre todo, que ellos, si pudiesen, corrieran a salvarnos –a redimir o a justificar- a los Humanos que los persiguen implacablemente hace cinco siglos… Una cosa es clara: los colectivos amerindios, con sus poblaciones comparativamente modestas, sus tecnologías relativamente simples pero abiertas a agenciamientos sincréticos de alta intensidad, son una “figuración del futuro”, no una supervivencia del pasado. Maestros del bricolaje tecnoprimitivista y de la metamorfosis político metafísica, ellos son una de las chances posibles, en verdad, de subsistencia del futuro. Hablar del fin del mundo es hablar de la necesidad de imaginar, antes que de un nuevo mundo en lugar de este nuestro mundo presente, de un nuevo pueblo; el pueblo que falta: “un pueblo que crea en el mundo que deberá crear, con lo que de mundo dejamos a él” (Danowski, Viveiros de Castro, 2014, p. 159).
En un momento en que Gaia hace la irrupción en pleno Antropoceno, esto es, en una época en que la Tierra y sus intérpretes, humanos y no-humanos, redes, colectivos, pueblos, perspectivas, animismos, como que se sublevan contra la dominación universal del hombre, contra su progreso y racionalidad, narcisismo, capitalismo y destrucción, los autores retoman la idea de Bruno Latour sobre la guerra de dos mundos: por un lado, el pueblo de Gaia, esto es, los Terranos, por otro, los mencionados Modernos, aquellos que negaron la Tierra,  esto es, los Humanos, nosotros, occidentales, americanos, chinos, brasileros, indios. Y en la conclusión, los autores insisten que es momento de hacer que los humanos reconozcan que ellos no son responsables por los Terranos, pero sí son responsables frente a ellos. “No hay negociación posible sin esa admisión, no habrá composición indisociable con Gaia si no nos convencemos primero de que no hay composición posible con la lógica absolutamente no civilizable del capitalismo”.
Drones
Si hay un libro que expone de la manera más cruda y cáustica cuán lejos hemos ido en esa no-civilización, es Teoría del Drone, que sigue en detalle la modificación producida en nuestra concepción de guerra, y por consiguiente, en la relación entre la tecnología y la vida, el combate y la muerte, la existencia y la desaparición. Se trata de una guerra asimétrica, hecha a distancia de miles de kilómetros, donde un soldado sentado delante de un monitor en Alabama, en una confortable sala con aire acondicionado, está protegido de cualquier riesgo, contrariamente a sus blancos localizados en Afganistán, Yemen, Somalia, Paquistán. No son pilotos de avión, sino operadores de drone, de joystick. La doctrina del presidente Obama está enteramente imbuida en esta nueva tecnología: matar, no capturar. No es tortura, como en Guantánamo, sino asesinato selectivo. En esta guerra contra el terror, toda relación de reciprocidad fue eliminada, y con ella todo el riesgo que siempre caracterizó cualquier guerra (de morir, de ser capturado, de ser alcanzado por el enemigo). La nueva violencia es absolutamente unilateral –nace allí un nuevo ethos militar, una necro-ética, explica Grégorie Chamayau. Los territorios ocupados por el ejército israelí habían construido a lo largo de largas décadas de dominio militar un lugar de experimentación para asesinatos selectivos y, más ampliamente, como definió Eyal Weizman, “el mayor laboratorio del mundo para ‘tanatotácticas aeroportadas’”. Esa guerra, contrariamente a la doctrina de Clausewitz, no está ya más pensada en términos de duelo –dos adversarios en lucha- sino de caza: un depredador y una presa que huye o se esconde. Y la caza al hombre, que implica una lógica otra, de vigilancia incesante (el drone puede quedarse las 24 hs del día), de la totalización de las perspectivas (se puede ver todo), de archivamiento total tanto visual como sonoro (se pueden interceptar todas las comunicaciones), que en su conjunto permiten una cartografía completa de las formas de vida en juego. La nueva doctrina visa menos de seguir a individuos ya fichados, y más de asistir la emergencia de nuevos riesgos, anónimos, gestos que se desvían súbitamente de las formas de asociación habituales. Todo gracias a los eyeborgs, cámaras que se separan de las paredes y ganan alas y armas: el drone. Y su efecto, al sobrevolar una región, es literalmente terrorífico, constante, incesante, total, dejando una población entera a merced de lo imponderable que viene del cielo, y es accionado a una distancia de miles de kilómetros, por un observador que fácilmente confunde una danza y un entrenamiento militar, un bebé o un animal,  y al establecer una “zona autónoma temporaria” para ejecuciones extrajudiciales, el límite se extiende al globo como un todo. Es la caza al terrorista globalizado. Si otrora la contra-insurrección precisaba de la simpatía de la población, el contraterrorismo dispensa la dimensión política, y se reduce al plano policial-securitario. Guerra infinita, guerra sin bajas (del lado de los que poseen las tecnologías), pero también guerra sin victoria, guerra perpetua, guerra sin sacrificio, guerra de autopreservación absoluta. El efecto bumerang de una mutación tal es impredecible. Como lo afirmó el director de salud mental de Gaza, “¿cómo puede usted creer en su humanidad si no cree en la humanidad del enemigo?”.
La ética del guerrero formulada entonces por Clausewitz, y que otorgaba al acto de matar una dignidad, ya que con ella se arriesgaba la propia  vida, cede lugar a una ética otra, enteramente distinta, evacuada de todo y de cualquier heroísmo –es la guerra pos-heroica, la mentalidad Play Station, la inmunidad absoluta del combatiente, que dificulta cualquier reflexión sobre la violencia cometida. Solo matar si se tiene la certeza de que no se va a morir, en un acto que descriminaliza el asesinato.
Ahora, si la aversión por la muerte es tan grande, no se debe al alto valor atribuido a la vida, sino por el contrario, a un concepto muy empobrecido acerca de la vida, allí donde preservar la vida física supera  todo y cualquier criterio. Se trata, dice el autor, de una concepción zoopolítica de la soberanía, donde la relación de propiedad cruza a la de creación de animales.  Garantizar la supervivencia, evitar la exposición de las vidas. Si antes tal exposición al riesgo dejaba al soberano, parcialmente, en manos de la población expuesta, que podía cobrarle una contrapartida, de eficacia o de protección, ese margen fue abolido. La crítica eventual (si estoy expuesto en mi vida, tengo derecho a someter su política a mi juicio) es desactivada enteramente.
He ahí, pues, una nueva subjetividad. Es una guerra sin sujeto, donde la tecnología sustituye a la teleología, o donde todos los mecanismos en operación escamotean la presencia del sujeto. Es preciso organizar el desapego subjetivo, donde las órdenes se conviertan en programas, en una especie de servidumbre maquínica, como diría Guattari. Así, la localización del poder se esfuma todavía más. ¿Dónde está él? ¿A quién pertenece? ¿Quién lo organiza? Viejas preguntas, delante del pos-humanismo roboético (Chamayou, 2014, p. 291). Es, igualmente, la fábrica de irresponsabilidad. Si en el inicio del proceso había un radical antropocentrismo, en el final es la evacuación del sujeto y de toda intencionalidad, diagnostica el autor.
Insurrección
Un grupo político que hace tiempo se rompe la cabeza desentrañar la situación presente, y que lleva el nombre de Comité Invisible, publicó hace poco un libro llamado A nuestros amigos (A nos amis), donde trata de detallar las insurrecciones de los últimos años, así como algunas de las razones de su fracaso, las lecciones a ser extraídas y las consignas acerca de las luchas por venir. Continúan abajo algunas de esas “lecciones”, sucintamente formuladas. Su valor es irregular, y aunque no estemos de acuerdo con todas ellas, es innegable que ayudan a mapear algunas preguntas con las cuales nos debatimos hoy.
1. A pesar de la fuerza de las insurgencias, de sus efectos y su novedad, no hay un nuevo “sujeto revolucionario”. No es el pueblo quien hace la sublevación, sino la sublevación que constituye un pueblo, su pueblo (página 44). Ese sería uno de los sentidos posibles para la frase de Deleuze, “el pueblo falta”. Sí, falta el pueblo, al mismo tiempo en que se constituye en diversos embates.
2. Las luchas no se dan tanto en torno de la naturaleza de las instituciones, sino sobre la forma deseable de la vida. Tal vez la fuerza de los islamistas esté en el sistema de prescripciones éticas que ellos ofrecen, como si hubiesen comprendido que es en el terreno de la ética, y no de la política, donde se traba el combate. Por lo tanto, se trata de las formas de vida, de las ideas acerca de lo que es vivir, o vivir bien. El ejemplo de austeridad, por ejemplo, bregado por tantos gobiernos, no es solamente una cuestión económica: se trata de un cierto ethos, tal vez protestante, contrapuesto a un ethos indígena, por ejemplo, del buen vivir en tanto afirmación política (página 52).
3. La insurrección no se debería a criterios numéricos, sino cualitativos. No es una minoría que se rebela (mismo que una mayoría que puede indignarse), sino una combinatoria de coraje, determinación, confianza en sí, sentido estratégico, energía colectiva que una insurrección  puede comenzar. No se trata de esperar el consenso a través de asambleas infinitas, sino aprovechar algo del orden del hecho consumado, de la iniciativa, del gesto, de la decisión –en un cierto sentido una velocidad que disuelve los mecanismos democráticos que en general operan como frenos al movimiento y a su celeridad.
4. La insurrección es del orden de la cólera y de la alegría, no de angustia o del tedio, y debe dar lugar al “hablar francamente”, como lo enfatizó Foucault al analizar el estilo de los cínicos. Cierta irreverencia es necesaria para hacer descarrilar el código político.
5. No se trata de constituir, sino de destituir. Contra los negrianos, por lo tanto, y contra la idea del poder constituyente, que daría fundamento, legitimidad a la revolución, aquí el acento está en destituir el poder, privándolo de fundamento, privándolo de legitimidad, asumir la dimensión arbitraria y contingente, siempre en situación, de cualquier formación de poder. La destitución insurreccional. La disputa con Negri se remonta a la primera publicación del grupo, Tiqqun. Ella persiste, incluso aunque las posiciones parecen cercanas.
6. No se trata de reivindicar para sí el gobierno, o de asumirlo, sino más bien de negarlo: salir del paradigma de gobierno, no hay que gobernar personas o cosas, o dejarse gobernar, sino justamente deshacer enteramente la idea de gobierno –aunque esa sustracción sea afirmación de otra cosa.
7. En el pensamiento de Foucault, el poder no es visto como bajo el prisma de la ley, o del Rey, o del Estado, o de la Soberanía, sino de la gubernamentalidad, algo más anónimo y gaseoso, pero no por eso menos efectivo. Lo que opera hoy no es alguien que manda, ni tampoco una institución, sino mecanismos que conducen las conductas de una población, que configuran un ambiente, un medio, a partir del cual se modelan las posibilidades, deseos, modos de pensar, creencias, miedos, etc. Se trata hoy de actuar sobre el medio, pues, es en ese plano que vemos instaurarse una gobernanza a través de los equipamientos urbanos que organizan la vida tecnológica y mercantilmente, de manera inmanente: “la verdadera estructura del poder es la organización material, tecnológica, física de este mundo. El gobierno no está más en el gobierno” (página 85). Donde el ataque a equipamientos, muros, megaproyectos, y la reacción de allí advenida, pues el embate al nivel de esa materialidad suena como un sacrilegio, y de hecho lo es: la ofensa al equipamiento público es un ataque a los instrumentos de una gubernamentalidad. Como el poder se tornó “ambiental”, así también las protestas deben serlo.
8. Ya que el gobierno se da por el monitoreo de los flujos, se trata de bloquear, de interrumpir el propio flujo, con el fin de abrir la situación: “Es por los flujos que el mundo se mantiene. Bloquémoslo todo”.
9. La consigna de regresar a la tierra y a la lucha concreta, no es apenas institucional o dirigida a los representantes, significa reconectarse con las condiciones de existencia, de su materialidad, tecnológica, cibernética, ambiental.
10. Los autores hablan de revolución, pero la redefinen en la estera spinoziana, o deleuziana: la revolución no es la toma del poder, pero: “la verdadera cuestión para los revolucionarios es la de hacer crecer las potencias vivas de las que ellos participan, cuidar los devenires-revolucionarios a fin de llegar a una situación revolucionaria”. Al cuidado allí empeñado, lo llaman “tacto”, en contraposición a una mera radicalidad abstracta (pág. 148). Es decir, aun los que acostumbran planear una abstracción radical (desde mi punto de vista éste era el caso de ese mismo grupo unos años atrás) pueden ser reconectados a la tierra, al entrar en contacto con una situación real, y dejar atrás la imagen de la cual muchas veces son prisioneros, y en la cual el poder insiste en encerrrarlos. Es como formulan la nueva consigna: “La lógica del aumento de la potencia, he ahí todo lo que se puede oponer a la de la toma del poder”.
11. No hay nadie para organizar. En el fondo, no existe población. La población es producto del poder y su fabricación, afín de ser gobernable. Es preciso disolverla,  para disolver el deseo de gobernarla; esto es, el deseo de privarla de sus fuerzas, de “cortar a los gobernados de su poder de acción política”, que, de hecho, es lo que hace la policía cada vez que intenta “aislar a los violentos” para masacrar una insurrección, produciendo una escisión entre unos y otros, y al fin, “fabricar” supuestos terroristas, monstruo clandestino. De ahí ese extraño postulado: intentan producirnos como sujeto político (anarquistas, black bloc, etc.) y la respuesta necesaria. “Cuando la represión cae sobre nosotros, comenzamos por no tomarnos como nosotros mismos, disolvemos el sujeto terrorista fantasmático que los teóricos de la contra-insurrección se esfuerzan tanto en imitar”.
12. Habitar plenamente es lo que se puede contraponer al paradigma del gobierno. Eso significa confiar en la red de relaciones entre personas que son ellas mismas formas de organización, arremetiendo en los detalles cotidianos. La insurrección es indisociable de la vida cotidiana, ordinaria, y constituye, dentro de ella, una especie de salto ético. No hay distinción entre espontaneísmo y organización.
13. Así como no existe “la población”, tampoco existe “la sociedad”, esa totalización abstracta. Es más, obedece a un sistema de selección –son seleccionados unos pocos, zonas de fuerte extracción de plusvalía, y el resto es considerado desechable; las smart-cities y las periferias putrefactas. La propia clase media va sufriendo en su interior ese proceso de selección, entre los smarts y los idiotas, incompetentes, atrasados, en una progresiva segregación. Y, como diría Foucault, la lógica de la biopolítica, hacer vivir y dejar morir. Frente a eso, se trata de habitar un territorio, asumir la forma de vida, y desde ahí entrar en conflicto o en complicidad (pág. 187), diseñando una geografía otra, intensiva. En el fondo, la idea es que no se trata de defender un territorio, sino una manera de vivir que se inventa mientras tanto, a lo largo de la lucha. Sólo existe el “conjunto de vínculos, de las amistades, de las enemistades, de las proximidades y las distancias efectivas que hacemos en la experiencia. Sólo existen las potencias. Un hormigamiento de mundos, un mundo hecho de varios mundos”.
14. No se trata, entonces, de territorios, ni de categorías sociales, sino de mundos. “Cada mundo singular aparece de ahora en adelante en aquello que él es: un pliegue en el mundo y no su afuera sustancial”. Es decir, no suponer que se está en una exterioridad absoluta, extraterritorial, a partir de la cual se podría avalar o condenar todo (crítica, de hecho, que por cierto se podría dirigir anteriormente a ese grupo que ahora la formula). Un mundo debe ser cuidado cuando aparece      , pero no es su singularidad lo que le impide conectarse con todos los otros, como lo han mostrado los zapatistas. La intensificación de lo que se experimenta abre para varios otros mundos.
15. “El Estado es la mafia que vence a todas las otras, y que ganó a cambio el derecho de tratarlas como criminales” (pág. 92). Pero además no se trata de lanzar a la sociedad civil contra el Estado, ya que ella también es parte de ese juego, ella se incumbe en de una especie de “responsabilidad adulta”, una postura que supone una benevolencia, la contención de los afectos vitales, etc. Es muy poco, confiarse en la “sociedad civil” y su cortejo de compromisos.

16. Nuestra fuerza de choque está hecha de la intensidad de aquello que vivimos, de la alegría que emana de allí, de las formas de expresión que allí se inventan, de la capacidad colectiva de persistir. En la inconsistencia general de las relaciones sociales, los revolucionarios deben singularizarse a través de la densidad de pensamiento, de afección, de fineza, de organización, y no por su disposición al desacuerdo, a la intransigencia (pág. 197).
17. La res comunnes es lo que escapa y resiste a la reificación, a su transformación en res, en cosa, paradojalmente. Es la idea de Agamben sobre el uso libre de lo común, en contraposición a Negri que piensa lo común como la propia producción en el capitalismo, en la democracia de lo común, que sería un gobierno del común. En una antigua pelea de vecinos, ellos arremeten contra Negri de manera injusta, ya que también en su teorización el eje también es lo común, y su uso libre, simplemente él considera que eso se engendra en el interior del capitalismo y no precisa, para ser defendido, que se recurra a los franciscanos.
18. Las necesidades son fabricadas. No hay necesidades, sino modos de vida. “Se habitaba una cierta porción de este mundo y se sabía cómo nutrirse, vestir, divertirse, hacer un techo. Las necesidades fueron históricamente producidas y arrancaron a los hombres de su mundo. Que eso haya tomado la forma de razzia, de expropiación, de enclosures o de colonización, poco importa. La comuna responde a la necesidad de eliminar en nosotros el ser de la necesidad”.
19. La pregunta permanece: ¿cómo un conjunto de potencias situado puede constituir una fuerza mundial? ¿Cómo un conjunto de comunas compone un “partido” histórico? Es bizarra la pregunta, ya que preserva e invoca la figura gastada del partido histórico. En todo caso, fue preciso descartar el ritual de las contra-cúpulas con sus activistas profesionales y sus disturbios previsibles, slogans vaciados, para alcanzar los territorios vívidos –abandonar la abstracción de lo global por la atracción de lo local. Ahora, no se trata más de entrar en la trampa mediática de reunirse frente a un enemigo común, que lograría así la unidad de la lucha. En lugar del modelo dialéctico, el estratégico, dice Foucault que ellos retoman, las conexiones posibles entre términos dispares, siendo que la lógica de la conexión de la heterogeneidad no es la lógica de la homogenización de lo contradictorio. El enemigo es aquello que cada vez que se presenta, se impone. Una nueva geografía de la conflictualidad. “Lo que los conecta son los gestos de resistencia que de él recorren –bloqueo, ocupación, disturbio, sabotaje como ataques directos contra la producción de valor para la circulación de información y de mercancías, etc.”
20. Recién en la página 232 los autores mencionan explícitamente a Deleuze, que, no obstante, atraviesa tantas de esas “tesis” sin ser citado, y es curioso el fragmento que de él escogen: “Debemos ser desde el inicio, escribía el camarada Deleuze hace más de 40 años, mas centralistas que los centralistas. Es evidente que la máquina revolucionaria no se puede contentar con las luchas locales y puntuales: hiper deseante y hiper centralizada, ella debe ser todo al mismo tiempo. El problema versa respecto a la naturaleza de la unificación que debe operar transversalmente, a través de una multiplicidad y no verticalmente, de modo de masacrar esa multiplicidad propia al deseo”.
21. ¿Cómo construir una fuerza que no sea una organización? De nuevo, es el dilema espontaneismo/organización, que es un falso problema, según afirman, pues reposa sobre una ceguera, una incapacidad en percibir las formas de organización que todo lo que se llama de espontáneo trae de manera subyacente. “Toda la vida, a fortiori toda la vida en común, secreta de sí misma modos de ser, de hablar, de producir, de amarse, de luchar, regularidades, por lo tanto hábitos, un lenguaje, formas”. Dejamos de percibir tales formas en aquello que vive en nosotros y a nuestro alrededor.
Resistencia y subjetividad
Dejo aquí a mis “amigos”, sus observaciones muchas veces justas, otras injustas, algunas retomadas de otros pensadores que no citan o que saquean alegremente. Que construyan una cartografía con elementos venidos de otra parte, o que adopten posiciones que antes criticaban, o que critiquen hoy posiciones que ellos mimos encarnaban hace diez años, todo eso son polémicas insignificantes para lo que hoy nos importa –cambiar de idea, sobre todo cuando esto resulta de rasparse con la realidad, es una sabiduría. En medio de tantas cuestiones relevantes, retomo una pregunta que no nos deja de atenazar, y que atraviesa algunos de los puntos evocados. ¿Qué significa hoy resistir? Y provocativamente, no para defenderlos, sino porque tal evaluación continua siendo actual, retomamos la sugestiva respuesta de Negri. Si hace algunas décadas, señala, la resistencia obedecía a una matriz dialéctica, de oposición directa entre las fuerzas en juego, donde había un poder concebido como el centro de comando y que cabía a todos disputar, con la subjetividad identitaria de los protagonistas definida por su exterioridad recíproca y complementariedad dialéctica (dominante/dominado, colonizador/colonizado, explotador/explotado, patrón/empleado, trabajador intelectual/manual, profesor/alumno, padre/hijo, etc.), el contexto posmoderno, dada su complejidad, suscita posicionamientos más oblicuos, diagonales, híbridos, fluctuantes. Surgen otros trazados de conflictualidad. Tal vez con esto la función de la propia negatividad, en la política y en la cultura, deba ser revisada. Como dice Negri: “Para la modernidad, la resistencia (era) una acumulación de fuerzas contra la explotación, que se subjetiva a través de la ‘toma de conciencia’”. En la época posmoderna, nada de eso sucede. La resistencia se da como la difusión de comportamientos resistentes y singulares. Si ella se acumula, lo hace de manera extensiva, esto es, por la circulación, la movilidad, la fuga, el éxodo, la deserción: se trata de multitudes que resisten de manera difusa y escapan de las jaulas cada vez más estrechas de la miseria y el poder. No hay necesidad de toma de conciencia colectiva para tanto: el sentido de rebelión es endémico y atraviesa cada conciencia, haciéndola orgullosa. El efecto del común, que se amalgama a cada singularidad en tanto cualidad antropológica, consiste precisamente en esto. La rebelión no es, entonces, puntual ni uniforme: ella atraviesa al contrario los espacios del común y se difunde bajo la forma de una explosión de los comportamientos y de las singularidades que es imposible contener. Es lo que se vio también en las manifestaciones de junio de 2013 en Brasil. Muchos tuvieron dificultades para aprender lo que había de “nuevo” en un movimiento tan imprevisto, imponderable, por no decir intempestivo. En Turquía, en Egipto, en España tuvieron obviamente su parte de contagio y, a pesar de las notables diferencias de contexto, guardaron cierto aire de familiaridad. Pero en ellos el autoritarismo o la crisis económica parecían “explicar” los levantamientos. En nuestro caso, no paramos de preguntarnos: pero al final, ¿qué querían los que salían a las calles en el 2013? ¿Más salud, más educación, servicios, menos corrupción, más transparencia, una reforma del sistema político? ¿O todo eso, claro, pero además algo más radical: un modo otro de pensar la propia relación entre el tiempo de la vida y de la política?
Si las protestas expresaron un rechazo de la representación, tal vez también expresaron cierta distancia en relación con las formas de vida que se impusieron brutalmente en las últimas décadas, en nuestro contexto así como en el planeta como un todo: productivismo desenfrenado aliado a una precarización generalizada, movilización de la existencia de cara a objetivos cuyo sentido escapa a todos, un poder farmacopornográfico, como dice Preciado, capitalización de todas las esferas de existencia, en suma, un nihilismo político que no puede tener como réplica sino precisamente la vida multitudinaria puesta en escena.
 Es preciso reconocer, entonces, que más allá de los 20 o 50 centavos –que hablan precisamente de la movilidad urbana como una condición de la propia vida y de la producción en las ciudades contemporáneas- muchos otros deseos se expresaron de manera que la puerta de la calle fue derrumbada. Hablamos del deseo y no de reivindicaciones, justamente porque las reivindicaciones pueden ser satisfechas, pero el deseo obedece a otra lógica –tiende a la expansión, se extiende, contagia, prolifera, se multiplica y se reinventa a medida que se conecta con otros. Hablamos de un deseo colectivo, en el cual se tiene el inmenso placer de salir a la calle, de sentir la pulsación multitudinaria, de cruzar la diversidad de voces y cuerpos, sexos y tipos, hasta incluso de enfrentarse con una materialidad del poder en la forma de la policía, y aprehender un “común” que tiene que ver con los cuerpos, las redes, las redes sociales, la inteligencia colectiva, con una sensorialidad ampliada, con la certeza de que el transporte debería ser un bien común, así como el verde de la Plaza Taskim o del Parque Augusta, así como el agua, la tierra, internet, las informaciones (¿cuándo se quebrará el monopolio que algunas pocas familias detentan sobra la infosfera de este país continental?), los códigos, los saberes, la ciudad, y que toda especie de enclosure es un atentado contra las condiciones de producción y reproducción contemporáneas, que requiere cada vez más la libre conjunción de lo común.  Tornar cada vez más en común lo que es común –otrora algunos llamaran a esto comunismo. La expresión suena hoy como un atentado al pudor. Pero es la expropiación del común por los mecanismos del poder que ataca y empobrece capilarmente aquello que es la fuente y la materia misma de lo contemporáneo –la vida (en) común.
Tal vez una subjetividad política y colectiva otra esté (re)naciendo, aquí y en otros puntos del planeta, para la cual carecemos de categorías y parámetros. Es posible que los puntos mencionados por el Comité Invisible, o algunos de ellos, nos ayuden a pensarla. Más insurrecta, más anónima, más múltiple, de movimiento más que de partido, de flujo más que de disciplina, de impulso más que de finalidades, con un poder de convocatoria inusual, sin que eso garantice nada, mucho menos que ella se torne el nuevo sujeto de la Historia. Es difícil medir tales movimientos sin usar la regla de contabilidad de las mercaderías o del juego de fútbol. ¿“Cuánto lucramos”, “cuánto dio”, “cuáles fuerzas favoreció”, “al final, quién venció”?, preguntamos. No se trata de menospreciar el cálculo de las fuerzas en juego, sobre todo en un país como el nuestro, en que una vasta alianza conservadora reparte las cartas y maneja el juego hace siglos, independientemente de los regímenes que se suceden o de lo que dicen las urnas, y que a veces capitaliza incluso esa energía insurrecta que viene de las calles, y ese es siempre un riesgo. No se trata de confiar en lo que dios-dará, sino al contrario, aguzar la capacidad de discriminar las líneas de fuerza del presente, fortalecer aquellas direcciones que garantizan la preservación de esa apertura y distinguir, en el medio de la corriente, lo que es remolino y lo que es una gran ola, cuáles direcciones son destituyentes o constituyentes, cuales apenas recalcan en lo instituido, cuáles implican riesgos de retroceso.
***
Vamos a nuestras parcas conclusiones, nada conclusivas. En medio de esta gama de diagnósticos terroríficos sobre el destino de la tierra y de la guerra, y las pistas sobre la resistencia, ya mal sabemos en qué dirección vamos, cuáles devenires nos atraviesan hoy, y para dónde nos arrastran. Sólo percibimos, y sin embargo mal y mal, qué es lo que van dejando atrás como una escama de serpiente, que antes nos identificaba y que hoy miramos con cierto espanto, casi imaginando lo que éramos ayer. Hablo de las doctrinas, de los modos de organización, de la representación política, de los modos de vida, de las formas de pensar que van probando su caducidad. Molduras que antes nos daban identidad, dirección, expectativa, promesa, hicieron agua –aunque su luto no nos empuje forzosamente a una postura melancólica. Lo que se esboza o se diseña no tiene más una dirección unívoca: hacia adelante, por ejemplo, o hacia arriba, ni siquiera hacia abajo –antes hacia el costado, diría. A pesar de las totalizaciones capitalistas no largaron el hueso, se deshizo la totalidad del tiempo, o el tiempo como totalidad, en eso que algunos llaman el “hipertiempo”. Es el tiempo como desmesura. Hölderlin llamó a tal desequilibrio de cesura –la cesura es aquello que no permite que comienzo y fin “rimen”- un desequilibrio nos hace vivir en esa brecha y en las aberraciones de allí advenidas, como las nuevas inquietudes y emociones que le son propias.
Sí, hay microrrevoluciones por todas partes, en escalas de las más diversas, a veces diminutas, innominables, completamente invisibles a ojo pelado o por la intermediación que la media impone. Sería preciso disminuir la luz del mundo, apagar los reflectores que iluminan a las celebridades y los espectáculos planetarios para divisar estas luciérnagas y sus bioluminiscencias. Al mismo tiempo, no podemos escamotear las mutaciones subjetivas, a-subjetivas, que las nuevas tecnologías traen embutidas, o incluso, para decirlo de manera más directa, la servidumbre maquínica que la nueva tecnología de la guerra exhibe.
Por otro lado, cuando nos vienen a preguntar: bien, con toda esta retórica filosófica, ecológica, tecnológica, al final, ¿qué es lo que ustedes proponen?, como si todo este desasosiego nos obligase a un diseño ya listo sobre el futuro deseable, me dan ganas de responder como Lapoujade (2010): esta pregunta regresa porque todavía no se hizo el luto “de la filosofía como aparato del Estado”. Es decir, en ese cobro está imbuido el presupuesto de que pensar equivale a servir a un Estado ya existente o en gestación, y no, por ejemplo, poner en suspenso la gestión del mundo y darse la ocasión de empujar una línea en contramano de su lógica de administración de cosas y de hombres. No, la filosofía no es funcionaria del Estado o del Capital, ni de los partidos. Pero ella, juntamente con otras prácticas, saberes y luchas puede llamar por un pueblo y por poblamientos que serán engendrados precisamente en las alianzas varias que se vayan forjando en el medio de los combates más vivos y concretos.

Referencias Bibliográficas
– CHAMAYOU, Grégoire. Théorie du drone. París: La fabrique, 2014.

– COMITÉ INVISIBLE. A nos amis. París: La fabrique, 2014.

– DANOWSKI, Déborah; VIVEIROS DE CASTRO, Eduardo. Há mundo por vivir? Ensaio sobre os medos e os fins. Florianópolis: Desterro, 2014.

– LAPOUJADE, David. Deleuze: política e informaçao. Cadernos de Subjetividade: PUC-SP, 2010.

“El poder real de la Argentina va a jugar para dos mandatos de Macri”

Entrevista a Sergio Palazzo
 Diego Genoud
Sergio Palazzo se mueve en un rubro que aparece siempre en la lista de ganadores de cada ciclo económico. El secretario general de La Bancaria participó de la reunión de las distintas corrientes del sindicalismo en la CGT Azopardo con uno de los discursos más duros contra el gobierno de Mauricio Macri. Palazzo afirma que el presidente ya demostró que va a ejercer el poder y sostiene que los trabajadores van a reclamar un sindicalismo unificado que se plante frente al nuevo gobierno y piense además una política para los próximos 10 años. “El poder real en la Argentina va a jugar para dos mandatos de Macri”, dice este sindicalista de origen radical que en 10 días debería sentarse a negociar la primera paritaria de la era Macri con el banquero más poderoso de la Argentina, Jorge Brito.


¿Ya tienen pensado un porcentaje para plantear en la paritaria que vence el 31 de diciembre?

Vamos a cerrar una suma puente hasta marzo y después ver porque si vos te tenés que sentar a discutir una paritaria hoy, no tenés número de referencia. Porque junto con la devaluación tenés una suba de las tasas de interés. Seguramente esto se va a trasladar a precios, la quita parcial o total de subsidios…pero por otro lado vos sabés que tasa alta y dólar alto te reduce el mercado, te reduce la actividad económica y te reduce el empleo. Entonces lo que es inflación alta puede ser inflación baja a costa de recesión y a costa de empleo.

¿Imagina una situación similar a la de enero de 2014, con una devaluación que se trasladó a precios que ya aumentaron?

Si hablamos en contexto histórico, esto tiene muchas cosas muy parecidas a la asunción de Menem después de Alfonsín. Un dólar recontra alto, suba de tarifas y la discusión de salarios por productividad, que es el proyecto también ahora. En lo político, el escenario es distinto. La tremenda devaluación de 2002 fue exitosa según la ortodoxia económica porque además de la capacidad ociosa tenías una tasa de desempleo muy alta con gremios que discutían despidos y no discutían salarios, venías de la flexibilización laboral. Hoy los sindicatos están en otra situación y no están dadas las condiciones para que avance la ortodoxia.

¿En qué se tiene que diferenciar Macri si no quiere ser Menem?

En no caer en el manual de la ortodoxia de Menem sin importarle consecuencias. Hoy se habla de unificación del tipo de cambio y hay que decir que es devaluación, hoy se habla de sinceramiento de tarifas y hay que decir que es tarifazo. Déjense de joder, déjense de joder. No voy a caer en el falso debate de si la inflación es de Cristina o es de Macri: la inflación la produce el que forma precios y la paga el que cobra un salario o llega como puede a fin de mes.

Los operadores del mercado opinan que la salida del cepo con devaluación del 40 % salió bien.

Poner el tipo de cambio en 14 o 15 pesos no es garantía de que se vaya a reactivar la economía porque hay una crisis en el mercado mundial. Hay que ver que Brasil a pesar de sus devaluaciones no tuvo incremento de su capacidad productiva en el último tiempo. Es más que nada satisfacer la necesidad de los grandes cerealeros que han liquidado menos exportaciones desde octubre, el 39 por ciento menos que el año anterior.

¿Qué responde al llamado del gobierno para lograr un pacto social?

Tuvimos siempre una posición a favor del diálogo social. Pero no queremos un pacto para acordar solamente precios y salarios. Nosotros queremos discutir todo lo que tiene que ver con la vida del trabajador en sociedad, la justicia, la seguridad, con derechos laborales, con el crecimiento, con la reforma tributaria que el kirchnerismo no hizo.

Si tuviera que decir quién es Alfonso Prat Gay, ¿qué diría?

Es un economista que expresa el pensamiento económico conservador, tradicional de la ortodoxia económica y en ese sentido están yendo sus primeras medidas. Ojalá nos equivoquemos. Macri tenía distintas opciones y lo eligió a él antes que a un ministro de perfil más desarrollista como podría ser Frigerio.
También tenía a Sturzenegger y a Melconián.

Bueno, claro, pero además del saber económico tenés que tener cierto tacto político que ellos no tenían.

Sobre Prat Gay hay distintas opiniones porque tuvo un recorrido político que desorienta.

Repartía volantes con Donda en Mar del Plata y ahora es el ministro de la devaluación. Y bueno, sorpresas te da la vida. Prat Gay es hoy lo que siempre fue, quizás lo otro tuvo que ver con su intención de tener un escenario político en dónde desarrollarse. Su pensamiento está a la vista: sus medidas económicas apuntan al manual de la ortodoxia económica.

¿Van a salir a enfrentar el plan económico de Macri?

Yo no veo una propuesta consistente, no veo un plan de gobierno de Macri, veo medidas para satisfacer promesas electorales pero el riesgo es desfinanciar al Estado. Si vos levantás el cepo, querés cumplir con las retenciones cero para el campo, con que los trabajadores no paguen Ganancias, tenes dos opciones: o ajustás ahora o te financiás externamente que significa un doble condicionamiento, cuando te prestan y cuando no pagás. Por eso, es cada vez más necesaria la reforma tributaria.
El poder real

¿Cuál va a ser la alianza económica que va a sostener a Macri?

La alianza que va a sostener a Macri tiene que ver con el sistema financiero internacional primero. Segundo, no sé si la gente del agro va a aliarse con Macri. El campo ya obtuvo lo que quiso. Sin retenciones ¿qué necesidad política van a tener el año que viene las cerealeras de acordar con Macri?.

Sin embargo, el kirchnerismo con algunas corporaciones confrontó y con otras se alió.

Sí, es cierto. Pero el poder real en la Argentina va a jugar para dos mandatos de Macri. Quieren un gobierno de ocho años que no afecte los negocios de las corporaciones. Supongo que la derecha querrá sacar de la cancha a los partidos populares, el radicalismo subsumido en el PRO y el peronismo por primera vez afuera de los seis principales presupuestos de la Nación.

Habló del radicalismo, ¿fue el único radical que apoyó a Scioli?

No, estuvo Leopoldo Moreau también (risas). Yo no tengo cargo en el partido ni militancia partidaria pero tengo mi afiliación y mi historia en el radicalismo. Me remito a las palabras de Alfonsín cuando dijo que hay sectores de la derecha con los que no hay que aliarse. Le preguntaron quién es la derecha y respondió: Macri. Es la primera vez que la derecha gana una elección a cara descubierta en Argentina. Voy a devaluar, voy a meter un tarifazo, te hablaron de productividad en los salarios. Entre eso y seguir discutiendo Ganancias con el gobierno que se fue, claramente tomé una decisión.

Sin embargo, la Bancaria paró contra el Impuesto a las Ganancias y usted dijo que todas las modificaciones que hizo el kirchnerismo eran un parche.

Sí, todas las medidas que tomaron fueron siempre un desastre. Porque tenían una concepción equivocada: sostenían que el trabajador tenía que ser solidario con un aporte que surgía de su sueldo. El trabajador es el que más aporta a la seguridad social, el PROCREAR se hizo con plata de los trabajadores a través de la Anses, los sindicatos resuelven la atención médica de los jubilados a través de las obras sociales…Se distorsionó de tal forma los escalafones que hoy hay trabajadores que cobran menos que otros trabajadores a los que les tienen que dar órdenes.
Tampoco comparte la exención del aguinaldo que ordenó Macri.

Vamos a ver qué hace Macri con Ganancias, pero por ahora lo que hizo está mal. No sólo es insuficiente, nos hizo retroceder. El año pasado vos no pagaste Ganancias hasta 35 mil pesos y si lo actualizabas por la paritaria promedio te ibas a 44 mil que no pagabas. Ahora, no sólo te bajó 5 mil pesos sino que con el aumento salarial, hay trabajadores que antes no pagaban y ahora van a pagar con el aguinaldo. Es una mala señal y un retroceso. Hay que modificar las escalas, todo lo demás no sirve.

¿Cómo está el sindicalismo para discutir con el gobierno de Macri?

Sería una insensatez seguir divididos en tantas fracciones. Macri está dando claras señales de que va a ejercer el poder en serio, lo empezó a demostrar con el error de los dos jueces de la Corte por decreto. Eso marca que va a ejercer el poder y goza de la simpatía de mucha gente. Sería irracional, absurdo y egoísta seguir divididos porque a un poder unificado y legitimado hay que contraponerle un poder unificado y en lo posible legitimado por los trabajadores. Si no, también por decreto te puedo fijar cuánto es el aumento salarial.

Usted acompañó a Moyano a nivel sindical. ¿Hay un liderazgo para reemplazarlo?

Es un tiempo de gestar liderazgos. Hay compañeros que tienen una experiencia invalorable con muchos años a cargo de su organización, pero hay que pensar un sindicalismo para los próximos 10 años. Y creo que hay compañeros que están creciendo, que tienen una mentalidad de apertura, de incorporar pensamiento, capacitación y que tienen legitimación en su sindicato. Juan Carlos Schmid, Héctor Daer, el compañero de Luz y Fuerza, los de SADOP, los de Farmacia, los de Telefónicos. Nadie nació siendo secretario general ni de su sindicato ni de la CGT, la prueba más contundente fue Ubaldini, que venía de un sindicato muy chico y fue uno de los grandes protagonistas del mundo sindical de los últimos 50 años. Lo que si creo es que los liderazgos deben ser más colectivos.

Dice que Macri que va a ejercer el poder pero…

Me corrijo: si uno mira el gabinete, se da cuenta de que el gobierno de Macri es el poder. Es la primera vez que gobiernan los hombres de las empresas que conducen el poder real, este es el poder en serio. Menem era un peronista disfrazado de popular que llevó a Bunge y Born y al sistema financiero y los mezcló con los peronistas de su gobierno. Acá no, acá te pusieron el establishment a gobernar. Los comunicadores que hoy dicen que generosamente los ejecutivos de empresas van al Estado, ¿qué hubieran dicho si un presidente hubiera llenado su gabinete de dirigentes sindicales? La patria sindical tomó el gobierno. Pero hoy no, hoy son buena gente que viene ayudarnos a conducir el país. Este gabinete no tiene hombres políticos y a mí me preocupa porque primero está la política y después la economía.
Sin embargo, Macri ya dio marcha atrás dos veces en una semana. ¿Es un gobierno débil o con fortaleza?

Primero discrepo con la fortaleza de los votos. Macri sacó el 33 por ciento de los votos en la primera vuelta, después había dos opciones. De entrada la mayoría no lo votó. Macri es fuerte porque el poder real va a jugar un partido fundamental para sostenerlo. Es el poder económico de las cerealeras que van a aportar lo que antes no aportaron, es el poder mediático que ven hasta simpático que designe dos jueces por decreto. Ese poder real va a suplir el poder de los votos. El problema es cuánto está dispuesta la gente a tolerar. Puede haber un período de gracia, pero no hay cheque en blanco para nadie. Yo no estoy dispuesto a discutir salarios por productividad, yo quiero discutir participación en las ganancias.

Dice que Macri es el establishment, que es la primera vez que la derecha llega a cara descubierta y que viene un ajuste ortodoxo. Eso en Argentina suele terminar mal.

Bueno, claro que termina mal. Sus funcionarios plantean que no van a ajustar porque va a crecer la economía. Hasta el día de hoy no conozco ninguna experiencia similar que no termine en ajuste.

El peso de nuestra historia

Jean-Luc Nancy

Uno preferiría callarse. Ante el horror y la emoción. Ante los efectos de la proximidad — porque lo que pasó en París no ha dejado de pasar, desde hace tiempo, en Bombay, Beirut, Kabul, Bagdad, Nueva York, Madrid, Casablanca, Argel, Amán, Karachi, Túnez, Mosul, etc. etc. Ante la miseria de nuestras indignaciones (justificadas aunque agravadas) o nuestras protestas («deberíamos…», «no hay que…») — y el plomo de las perspectivas (control, respuesta…).
Uno también preferiría callarse a causa de la consciencia aguda que nos estrecha desde que uno se representa la inextricable complejidad de las génesis, causas, encadenamientos de procesos manifiestamente enmarañados y desarrollados en una coyuntura mundial de grandes enfrentamientos económicos y geopolíticos. En el plano del pensamiento tampoco es hora de los «no hay que… ».
Cabe sin embargo tratar de hablar, por las mismas razones. No sólo porque la emoción lo exija sino también y sobre todo porque la potencia de esta emoción se agarra de otra cosa que de la amplitud de los atentados. Esta última no es menos sobresaliente — toda esta coordinación, esta elección del tiempo y de los lugares, dicen mucho sobre el trabajo previo — pero hay más en ella: hay la amplitud de una larga secuencia empezada hace cerca de 25 años (para permanecer en los límites de la percepción inmediata) en la Argelia de los años 1990 con la fundación del G.I.A. Veinticinco años, una generación, no es sólo un cálculo simbólico. Esto significa que un proceso se despliega, que una maduración tiene lugar, que una experiencia se caracteriza. Contornos, tonalidades, disposiciones se han actualizado; nada fijo ni definitivo, por supuesto, nada sobre lo cual se cierre una cubierta de historia del género del «siglo» sino de igual modo una configuración o al menos la forma de un viraje, la energía de una inflexión, incluso de un impulso.
La fuerza de la que está cargada la tarde del 13 de noviembre de 2015 en París proviene de esta energía. También es por esto que parece comprometer inmediatamente la perspectiva ya sea de un viraje decisivo o bien del inicio de una nueva generación: 25 años ante nosotros para alcanzar otro escalón o atravesar otro umbral. Muchas de las metrallas de esa brutalidad apenas han superado los 25 años; entran muertos o heridos en esta oscuridad amenazadora.
La fuerza en cuestión es extraída, en cuanto a lo que la constituye esencialmente, de otra parte distinta a los recursos de aquello que se nombra «fundamentalismo» o «fanatismo». Ciertamente, el fundamentalismo activo, reivindicativo y agresivo —ya sea islámico (sunita o chiíta), católico, protestante, ortodoxo, judío, hinduista (incluso excepcionalmente budista)— caracteriza una parte no despreciable de los últimos 25 años. Pero ¿cómo no destacar que respondió a lo que puede designarse como el fundamentalismo económico inaugurado con el fin de la partición bipolar y la extensión de una «globalización» ya alistada y designada casi dos generaciones antes (la «aldea global» de McLuhan data de 1967)? ¿Cómo no responder también al afán de borrar las experiencias totalitarias como si la simple democracia representativa acompañada del progreso técnico y social respondiera perfectamente a las inquietudes levantadas desde hace mucho tiempo por el nihilismo moderno y al «malestar en la cultura» del que hablaba Freud en 1930?
El fundamentalismo liberal afirma el carácter fundamental de una ley supuestamente natural de producción competitiva ilimitada, de expansión técnica no menos ilimitada y sobre todo de reducción tendencialmente ilimitada de cualquier otra especie de derecho — del derecho político en primer lugar, sobre todo si este último trata de reglamentar la ley natural según las exigencias particulares de un país, de un pueblo y de una forma de existencia común. El Estado llamado «de derecho» representa de manera paradójica la forma a la vez necesaria y tendencialmente exánime de una política privada de horizonte y de consistencia. Nuestro humanismo productivista y naturalista se disuelve a sí mismo y abre la puerta a los demonios inhumanos, sobrehumanos, demasiado humanos…
El fundamentalismo religioso puede limitarse a acatar una doctrina y un rito inmutables, sin interferencias con el contexto sociopolítico. Cuando pretende ser activo en este contexto, presenta un doble postulado: por un lado se trata de encontrar la fuerza de un fundamento místico, por otro lado de permitir a esta fuerza cohabitar con los intereses técnicos y económicos a fin de entrar en sus relaciones de potencia. El síntoma más elocuente de esta empresa es la adaptación del funcionamiento bancario a la ley islámica — y viceversa. Otro síntoma es la guerra de las religiones: la revolución iraní de 1979, al mismo tiempo que marcó el despertar de un islam político, también proyectó en este terreno la mayor división interna en el islam. Como las de la antigua Europa, las guerras de religiones responden a enfrentamientos sociales y políticos. Se podría decir simplificando que los conflictos actuales en el Medio Oriente —además de aquel ligado a Israel— provienen del fracaso o del desvío de las tentativas supuestamente progresistas de revolución poscolonial (Egipo, Siria, Irak, Argelia).
A una poscolonización a veces estorbada, a veces desviada, tanto por los intereses de los excolonizadores como por las relaciones de fuerza entre excolonizados se ha agregado una situación económica trastornada por la demanda energética acrecentada y por la transformación del sistema monetario y financiero. Dicho de otro modo, desde hace dos o tres generaciones la configuración mundial ha comprometido una transformación mayor de la cual las turbaciones del espacio mediterráneo y europeo no son sino uno de sus aspectos — situándose los demás en las transformaciones de Oriente y América Latina. De igual modo el fanatismo hoy consigue reclutar fuera del mundo que se delimita demasiado simplemente como «arabo-musulmán».
En cuanto al mundo musulmán mediterráneo, y aquí también al precio de una simplificación, hay que reconocer que la oposición entre chiismo y sunismo (que recorta también la diferencia entre cultura persa y cultura árabe) se traduce por una diferencia importante en la manera de configurar el lazo entre religión y sociedad. El modelo de una impregnación religiosa integral de la existencia, de la cultura y del derecho que reivindica el fundamentalismo sunita permanece parcialmente ajeno al espíritu mesiánico del chiismo (esto sea dicho sin olvidar el comportamiento efectivo del Estado iraní). Esto no está exento de consecuencias sobre las relaciones con los países europeos y americanos.
Estas cuantas advertencias bastante esquemáticas para evocar únicamente el peso considerable de los datos que una reflexión lúcida debe considerar. Pues este peso es precisamente el que vuelve posible el detonante de fanatismos tan violentos y limitados como aquellos que vemos. Es cuando un mundo se deshace que demencias se exacerban. Es en las mutaciones que surgen posibilidades letales. La Inquisición española o los fanatismos de la época de la Reforma como tantas otros (comenzando por aquellos del o de los cristianismos primeros) están sin duda siempre correlacionados a situaciones críticas, ya sea en el plano social o en el plano existencial.
Esta pesadez y esta exasperación renovada no favorecen, ciertamente, las vías de una resolución. Al menos podemos y debemos saber que no estamos simplemente ante el desencadenamiento repentino de una barbarie caída de no se sabe qué cielo. Estamos ante un estado de la historia, de nuestra historia — la de este «Occidente» convertido en la máquina mundial alarmada de sí misma.
Sería demasiado fácil condenar esta historia, así como querer justificarla. Pero no podemos preguntarnos si es posible sacarla de su propio impasse — ya sea nihilista, capitalista, islamista o todo a la vez. Hablando de la toma de Roma por Alarico, Agustín, en Hipona donde confluían los refugiados romanos, declaraba: «de la carne oprimida debe brotar el espíritu». ¿Dónde encontrar hoy el espíritu?

Fuente y traducción: Artillería Inmanente. Traducción de «Le poids de notre histoire», publicado en L’Humanité el 20 de noviembre de 2015.

Entrevista a Silvia Rivera Cusicanqui en «Luchadoras»



Luchadoras es un programa conducido por Lulú Barrera y Perla Vázquez, dedicado a la vida de mujeres activistas, artistas, académicas y periodistas que dedican su vida a la promoción y defensa de los derechos humanos de las mujeres.
En esta emisión, Lulú y Perla entrevistan en el estudio de Rompeviento TV a Silvia Rivera Cusicanqui, reconocida socióloga, escritora y activista boliviana.

Programa transmitido el miércoles 28 de octubre de 2015, a las 8pm, en www.rompeviento.tv

El enemigo de Macri.

Diego Valeriano




Los militantes no saben estar al acecho, están demasiados ensimismados en la propia como para estarlo. Esto les impide ser el enemigo de esta restauración careta que se está llevando adelante.

Sabemos que quien no está al acecho, no está haciendo ninguna. El cristinismo placero y sus picnics temáticos no son el real enemigo del macrismo, seguramente  desde las filas del PRO  observan con buenos ojos como de manera ordenada se juntan, veneran a Barone, no dejan basura en el parque y después postean selfies con los ídolos de ocasión. Esperan que vuelva algo que paso.

El troskismo combativo tampoco puede serlo, anda medio desorientado. En los últimos años se viralizo al calor de los grandes medios. Un corte de medio carril en Carapacahay y el delegado de la comisión interna estaba media hora hablando con Nelson Castro. Ahora nada. Así de ingratos son los grandes medios. Esperan que vuelva algo que creyeron que tiene que pasar.

Estar al acecho no es lo mismo que buscar, es otra cosa. Es una cualidad sensible a que pase algo, las cualidades se aprenden con el cuerpo: roces, olores, texturas, propiedades sensoriales, viveza, cálculo y regateo. Estar al acecho no es esperar, no es esperanza o utopía. Es la predisposición corporal a la batalla. Por eso no hay dudas que los reales enemigos de Macri son las vidas runflas. Porque no esperan nada, porque no buscan, pero tienen el estado de ánimo predispuesto,  los poros alerta, el pico caliente, la esquina fácil. El rumor de un saqueo, un patrullero atrevido, las cuotas que se acortan, la guita que no alcanza para el asado son signos del mundo que hacen ponerse en guardia y enfocar al real enemigo.

Es una actitud, un modo batalla difícil de alcanzar. Cualidades difíciles de aprender en la vida cotidiana y real de la política. Ellos están dispuestos a que pase, tal vez ni lo sepan, pero lo están. Las vidas runflas son las únicas capaces de ganarle a la restauración en ciernes. Y son las únicas que tal vez nos hagan tener una idea un poquito más interesante para no vivir repitiendo clichés militantes. 

Hugo Cañon. Uno de los nuestros, tal vez el mejor

Hace un tiempo paso por Clinamen del programa La Mar en Coche y conversaron   sobre las luchas por los derechos humanos en el contexto de las nuevas formas de violencia que se dan en los territorios. Las fuerzas armadas y las policías. El estado y el rol de la justicia. 
Nuestro recuerdo. 

10. «Nada de Sagrado» Conversaciones con León Rozitchner

Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa.
Conversaciones de Diego Sztulwark con León Rozitchner 

El festival del endeudamiento

 Alejandro Horowicz

Los juicios morales no suelen ser muy adecuados para entender la práctica política. Ni en la Argentina, ni  en parte alguna; sustituyen el mapa de un problema complejo, por un simple adjetivo calificativo. El 22 de diciembre pasado Mauricio Macri hizo posible una operación de canje deuda, sin pasar por el Congreso, firmando un DNU. Es su modus operandi. De modo que una deuda interna de 16.099 millones de dólares, se transformará en una deuda externa de 13.697, y los títulos del flamante compromiso –una vez entregados a los bancos- serán la garantía que permitirá al Central ingresar dólares frescos. ¿La suma? No ha sido precisada aún, pero no serían menos de 5000 ni más de 10 mil millones de dólares. ¿La tasa de interés? Algo menos del 8% anual.
El anunciado ciclo de endeudamiento acaba de tomar envión, y si los dichos de Alfonso Prat-Gay terminan siendo ciertos avanzarán hasta completar los 65 mil millones de dólares. Para la sensibilizada piel de una fracción no pequeña de la sociedad argentina esta decisión constituye una suerte de provocación neoliberal. Sin desconocer que para el team gerencial de ministros suena a mana globalizado, la tentación simple de una respuesta descalificadora debiera evitarse. Estas formas de la indignación no aportan, más bien sustituyen la explicación ausente. Algo está claro, la necesidad de recomponer reservas líquidas resulta obvia. Ergo: ¿Hay otro camino? ¿Para qué hacen falta 65 mil millones de dólares?
Una especie de regla sociológica de entrecasa reza así: a mayor cantidad de juicios morales, menor la calidad conceptual que fundamenta la práctica política. Tanto la prensa como los medios electrónicos rebozan de chismes y denuncias moralizantes. Y a mi ver se trata despolitización bostiferante. Ahora bien, reconocer que esa no es una explicación no equivale a producirla.
Una de cowboys
No es el megacanje la única noticia de alto impacto. La fuga de tres presos de un penal de alta seguridad, que todavía no fueron recapturados, mantiene en vilo al gobierno de la provincia de Buenos Aires. No es para menos, uno de los prófugos goza de cierta “fama” previa. En el programa de televisión de Jorge Lanata pasaron una grabación donde sostuvo Cristian Lanatta: “Para mí quien da la orden [de ejecutar el Triple Crimen] es Aníbal Fernández, no Pérez Corradi que era un financista”; para afirmar a continuación que “el negocio del tráfico de efedrina se lo quedó Aníbal con la Secretaría Inteligencia”.
Que un preso de una cárcel de alta seguridad pudiera responder un reportaje televisivo, que un equipo del canal 13 pudiera ingresar al penal sin mayores inconvenientes, muestra hasta qué punto la dirección penitenciaria juega su propio juego. Por cierto, ninguno de estos comportamientos se atiene a las reglas institucionales. Un dato adicional: no fueron exactamente los “amigos” de Aníbal los que facilitaron el reportaje. Y aun así, la cadena del poder penitenciario bonaerense no sufrió mayores zozobras.
Los datos “inexplicables” no terminan ahí. Los tres presos antes de fugarse estaban en la enfermería. Martín y Cristian Lanatta, junto a Víctor Schillaci, condenados a reclusión perpetua por un triple homicidio, no debieran acceder sin motivo fundado a este privilegiado lugar. Marcela Ortemin, jueza de ejecución penal de Mercedes, autorizó que los Lanatta y Schillaci estuvieran en sanidad. Las autoridades penitenciarias de General Alvear así lo habían solicitado. Argumentaron que tras la entrevista de Martín con Jorge, el preso estaba en peligro. ¿Peligro de que? La magistrada no creyó que esta pregunta resultara relevante, y sin más autorizó el traslado. Una pregunta grave también queda sin respuesta: ¿por qué Cristian Lanatta y a Schillaci –que no estaban afectados por la entrevista- obtienen el mismo beneficio? Ignoramos la respuesta. Es cierto que Ortemin puso como condición el monitoreo constante de esos presos. Al parecer no sabía que en la sala donde están los monitores suele no haber nadie; que las buenas cámaras que apuntan hacia el exterior no funcionan, que la apertura y cierre eléctrico de celdas tampoco, y que los demás sistemas de alarma permanecen desconectados.
Ese es el estado del servicio penitenciario bonaerense que Aníbal Fernández calificara, entrevista de Página 12 del domingo pasado, de “desastre”. Y por cierto lo es. Sobre una dotación de 300 penitenciarios concurren a trabajar unos 40 o 50. Las ausencias se justifican con carpetas médicas o psiquiátricas. Existe un gigantesco negocio: médicos que firman carpetas y cobran un porcentaje del salario de penitenciarios que no concurren a trabajar. Es que la mayoría tiene dos empleos, y los que cubren el turno noche sencillamente duermen. Así funciona una cárcel de máxima seguridad; de modo que más que sorprenderse por la fuga hay que preguntarse por qué los demás reclusos permanecen en prisión.
Nada indica que la calidad del sistema de inteligencia bonaerense supere el penitenciario. En el mejor de los casos se trata de una combinación de mala voluntad e ineficiencia. Claro que el costo político lo paga la flamante gobernadora. Y si bien el trato de los medios no deja de ser “amable”, que centenares de policías no puedan atrapar tres homicidas vinculados a los narcos no mejora la imagen pública de nadie.

«Pertenencia Terrenal» Conversaciones con León Rozitchner

Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa.
Conversaciones de Diego Sztulwark con León Rozitchner

Los Diarios (1947-1954) de Jack Kerouac. Hugo savino

Casi de manera simultánea aparecieron dos traducciones de los Diarios de Jack Kerouac, una editada en Argentina por Editores Argentinos, con el título de Diarios (1947-1954) Mundo soplado por el viento, traducción de Martín Abadía, y otra en Francia, con traducción de Pierre Guglielmina, editada por Gallimard, en la colección L´Infini, con el título de Journaux de bord [Cuadernos de bitácora]. Proponemos el texto que Pierre Guglielmina escribió para la contraportada de la edición francesa.
HS.

Pierre Guglielmina
Cuadernos de bitácora
1947-1954
En el Evangelio que lleva su nombre, San Mateo plantea esta ecuación: “Porque muchos son llamados, pero pocos los elegidos.” Poco más de veinte siglos más tarde, un escritor francés muy poco francés la da vuelta: “Muy pocos son los llamados, mucho menos los elegidos.” Jack Kerouac, más criminal tal vez, da vuelta ese giro: “Porque muchos son los elegidos, pero pocos son los que vinieron.”
En estos Cuadernos de bitácora – escritos entre 1947 y 1954, publicados en Estados Unidos en el 2004 y recibidos con una indiferencia que trataba en vano de estar a la altura de este crimen discreto contra la humanidad – es donde Jack Kerouac elaboró, en el secreto más absoluto, su fórmula. Sus celosos amigos de la época, sus lectores distraídos más tarde, sus cinéfilos alelados creían que estaba en el camino. Esta propuesta barroca, irregular, requiere de ahora en más toda nuestra atención.

Leamos.
Traducción: Hugo Savino
De la colección: Otros ritmos.
https://entrelazosblog.wordpress.com

PUEDEN LOS GOBIERNOS PROGRESISTAS SOBREVIVIR AL PROPIO ÉXITO? Bruno Cava

      

South of the border[ii], de Oliver Stone, es la quintaesencia de la narrativa del ciclo progresista en América del Sur. El documental de 2009 narra la llegada al poder Chávez en Venezuela, el primero de una nueva cosecha de gobernantes rojos (o rosados), despegándose del neoliberalismo monocromático del mundo post-URSS. Envueltos por el apoyo de los pobres y de la izquierda nacionalista, Chávez, Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador), la pareja Kirchner (Argentina) y Lula (Brasil) enfrentan a las elites, la prensa tendenciosa, el golpismo de la derecha y rompen con los gobiernos neoliberales que habían intensificado la explotación de la pobreza en la década de los 90’s. La panorámica del filme es la inversa de una road movie: en vez de sumergir en los territorios y procesos multitudinarios, Stone pasea por los palacios y adhiere al discurso casi épico de los jefes de estado. South of the border llega a citar la caída del Muro de Berlín, señalando que el nuevo ciclo sudamericano irrumpió a contracorriente del triunfalismo post-histórico del Consenso de Washington. Esta narrativa made for export del ciclo progresista en el Sur no podría ser más adecuada para una izquierda global nostálgica de la Guerra Fría y ansiosa por identificar un “afuera” al capitalismo hegemónico.
2015 fue el annus horribilis para el ciclo progresista de América del Sur. Fue el año en que los gobiernos fueron derrotados en sus propios términos, esto es, en tanto apoyo electoral mayoritario, apoyo de los pobres. El kirchnerismo presentó un candidato a presidente oriundo del menemismo y fue derrotado[iii]. La oposición venezolana marco 16% de ventaja en las elecciones a la Asamblea Nacional[iv]. Una joven opositora a Evo, Soledad Chapetón le arrebató la prefectura de El Alto, segunda ciudad de Bolivia, ciudad plebeya habitada por amerindios que fue el corazón de la guerra del gas en 2003[v]. Después de las sublevaciones multifacéticas de junio de 2015 y de la intensificación de la crisis política[vi], Rafael Correa anunció que no será candidato a la reelección, en 2017. Y Dilma Rousseff, sucesora de Lula en la presidencia desde 2011, enfrentó protestas en casa de un millón de manifestantes y un rechazo masivo en todos los segmentos sociales, con un índice de popularidad inferior a la tasa anual de inflación, de 10,5%[vii]. Dilma había ganado la elección presidencial de octubre de 2014 por un pequeño margen (3%), en una campaña en la que aseguró dos cosas, las que semanas después, se mostrarían falsas: 1) que el país no estaba al borde una grave crisis, 2) que no adoptaría las políticas neoliberales de “ajuste fiscal” que, de hecho, adoptó integralmente en 2015[viii].
Es en este contexto que comienza a sedimentarse el discurso del agotamiento del ciclo[ix]. Un diagnóstico por sí mismo insuficiente y repleto de trampas, en la medida en que el fin del ciclo se entiende como una derrota, como una triste revulsión en relacion a la era dorada del ascenso progresista. Sus gobiernos habrían sido doblegados por los mercados financieros, la derecha golpista, las elites mancomunadas con el imperialismo yankee, – en todo caso, algún “afuera” mistificado, una razón exógena, un Gran Otro que eventualmente determinó la derrota ante la que ahora deberíamos gemir. La autocrítica ahora se resume en resentirse del hecho que los mayores beneficiados de las políticas sociales, alienados por la ideología del consumo a la que adherirán en el proceso de inclusión, pasaran a votar a la oposición (en la mejor tradición populista donde el pueblo está siempre en lo correcto hasta que contra nosotros); ahora a prescribir el atajo autoritario de que no habríamos sido lo suficientemente socialistas, cogitando en un “golpe de izquierda” en Venezuela; o en una venezuelización, en Brasil.
Pero ante el presagio del final del ciclo, cuyo resultado oscila entre un amargo final (Argentina) y una amargura sin fin (Brasil), es preciso de una vez por todas alejar la narrativa épica que cuenta nuestra historia reciente oponiendo imperialismo y anti-imperialismo, progresismo y neoliberalismo, izquierda y derecha, categorías que tal vez serian validas en este subcontinente en los años 70 o, con demasiada licencia analítica, en los 90. No más mistificar el debate con grandes narrativas en lugar de afrontarlo, en la problematicidad necesaria para la apertura a la acción y al pensamiento. Como escribí con Alexandre Mendes[x], los gobiernos progresistas vencieron. Y vencieron reprimiendo sistemáticamente las alternativas constituyentes que se presentaban, sofocando toda imaginación política, todos los movimientos que no se engranaban en los motores ideológicos de su proyecto de gobierno, desarrollo y ciudad. Que ahora no sean tan llorosos, al percibir que prepararon la cama a su propia destitución, después de la victoria.
En los últimos 10-15 años, el proyecto político-económico se inspiró en una persistente matriz teórica sobre la producción en las condiciones del subdesarrollo que remite a antiguos teoremas cepalinos[xi] (Raúl Prebisch, Celso Furtado), aunque aplicados con cierto sincretismo. Tratase, a grosso modo, de una aplicación de Keynes en el longue durée: por un lado, se supone que la inversión determina la demanda efectiva (no se produce para distribuir, sino que al revés); por otro, que en las condiciones periféricas es preciso también liderar el avance industrial y tecnológico. De esto se desprende un imperativo básico: acumular capitales para ser invertidos en la industrialización. Esos capitales invertidos en el sector industrial amplían la capacidad productiva, alteran la composición de las importaciones y diversifican la economía. Pero como la relacion entre centro y periferia del capitalismo es estructurante, no resta a los gobiernos del Sur sino hacer uso de los excedentes acumulados en función de su posicionamiento inicial. De ahí surge el tan mentado “Consenso de los Commodities”: sus exportaciones se tornan elemento estratégico de acumulación de capital, punto de partida para la modernización del parque productivo. En teoría, este proyecto desarrollista debería fortalecer el mercado nacional en relacion a las fluctuaciones de la demanda externa, promover una transformación profunda de la economía patria y, en consecuencia, romper el círculo vicioso de la dependencia estructural. En otras palabras, la industrialización es la vía de superación de la pobreza y el estado debe planificarla.
Ante el fin del ciclo, las críticas a la izquierda de ese proyecto efectivamente ejecutado se concentran en dos grandes bloques. El primero, señala que los gobiernos no fueron lo suficientemente desarrollistas, que no fueron capaces de romper con las trabas neoliberales, que fueron cómplices, además, con el capital improductivo, no se hicieron acompañar de reformas estructurales y/o un proyecto efectivo de emancipación. Esto lleva a criticar, por ejemplo, la indulgencia del gobierno venezolano en no forzar, aunque fuese mediante manu militare, la diversificación de su economía, rígidamente dependiente de la petro-industria. O, en el caso brasileño, la crítica que se orienta contra lo que sería una “reprimarización” de la economía, aunque el agrobusiness, por ejemplo, sea el mismo una industria de gran escala y mecanizada, totalmente entretejida a las cadenas terciarias de la bio ingeniería, arquitectura financiera, brand management y comercialización. El segundo bloque, a su vez, se limita a criticar los excesos extractivistas, como si el proyecto desarrollista estuviese, en esencia, bien orientado, faltando apenas rectificar las profundas violaciones a las poblaciones afectadas y el medio ambiente en general[xii], segun una ponderación racional de intereses. Las críticas industrialistas (1º bloque) y social-liberales (2º bloque) pierden de vista una limitación interna fundamental al progresismo desarrollista (esto lo desarrollare más adelante).
Los gobiernos progresistas emergieron de movilizaciones democráticas en todos los casos. La Revolución Bolivariana de Chávez de las sublevaciones populares a raíz del Caracazo (1989); la Revolución Ciudadana del Ecuador a partir de las revueltas urbanas de 1997, 2000 y 2001, hasta la rebelión de los forajidos en 2005; la Revolución Democrática y Cultural de Bolivia, resultado del ciclo insurgente de 2000-2005, con énfasis en las guerras del agua (2000) y del gas (2003)[xiii]. En los casos de Brasil y Argentina, la crisis asiática de 1997 precipito el desmoronamiento de la relativa estabilidad construida por los gobiernos neoliberales, culminando en la ingobernabilidad argentina de 2001-02, – cuando exploto el tumulto de los piqueteros y cacerolazos, a lo que siguió el kirchnerismo, – y en la ascensión electoral de Lula, que habia sido derrotado en las tres elecciones anteriores (1989, 94 y 98). Vale apuntar, sin embargo, la convergencia de esas revueltas con las luchas del ciclo alter globalización de Seattle y Génova, reunidas en el vector anti neoliberal y bajo la influencia de Chiapas como referente, lo que llevo a un mestizaje de la generación autonomista de los años 90’s con la izquierda sud-americana más tradicional de extracción setentera. Por ejemplo, en la realización de los Foros Sociales Mundiales (FSM) con sede en el estado brasileño de Rio Grande do Sul, con gobierno local del PT.
Las movilizaciones democráticas transmitirán el impulso multitudinario en la composición de los gobiernos, con  un inmediato reposicionamiento del estado que, con la lógica desarrollista, paso a invertir directamente en lo social. El redireccionamiento del presupuesto público determino un inédito desbloqueo de la productividad del trabajo vivo, en una de las regiones más socialmente escindidas del mundo, reinventando la economía “desde abajo” y promoviendo un período consistente de crecimiento económico y reducción de las desigualdades sociales y  regionales. Todos los indicadores socioeconómicos demostraran el éxito de las políticas sociales que, sin pesadas mediaciones del Estado y del mercado, transferirán renta, elevaran el salario real y ampliaran el crédito popular. El efecto de esta transformación se desplegó en múltiples escalas y dimensiones, determinando un cambio profundo y perdurable en las sociedades sud-americanas.
            Existe una interpretación generalizada del éxito del ciclo progresista que apunta hacia las exportaciones relacionadas con la aceleración de la economía china y el boom de los commodities, – que gozaban de altos precios, con el petróleo a más de 100 dólares el barril, – como el principal factor del blindaje de la región en la crisis de 2008-09, y de la capacidad de distribución de renta e inclusión social. Seria, no obstante, una onda efímera, coyuntural, que pasaría tan apenas el superciclo de los commodities finalizase. Parece escapar enteramente al campo de análisis la posibilidad de que el fortalecimiento del mercado interno se debió, sobretodo, al cambio cualitativo de la composición productiva social, a la formación de circuitos económicos virtuosos, independientes del éxito de la industrialización, y en la tendencia de autonomizarían en relacion a las exportaciones.
Las tesis desarrollistas adoptadas por los gobiernos progresistas fueron formuladas antes del desplazamiento del fordismo-keynesianismo en los años 70’s, luego, antes de la globalización financiarizada. Por tanto, vislumbraban en la  industrialización el camino para la emancipación, ya sea por la formación de un proletariado con conciencia de clase, sea por la vía de las “reformas de base” (Celso Furtado), segun un análisis diacrónico. De esta manera, también el éxito desarrollista de la dictadura brasileña (1964-85), con el 2º Plan Nacional de Desarrollo (PND), concluyó el ciclo del acero en el mismo instante en que el mundo productivo se abría a la revolución del silicio, iniciado en California. Hoy, tres décadas después, en pleno siglo 21, el sector productivo no coincide con el sector industrial, de modo que los proyectos desarrollistas siguen indexados en una métrica del valor que no funciona más del mismo modo, ya que esta sobredeterminada por el «capital del comunismo » operado por la financiarización[xiv]. El intento de inducir a una sociedad de pleno empleo por medio de las inversiones se volvió un espejismo, causando una acumulación paralela de capitales en manos de los mismos grupos oligopolistas y propietarios que, por lo  menos en discurso, deberían ser combatidos en primer lugar.
De cualquier modo, es preciso destacar la singularidad de los procesos constituyentes boliviano y ecuatoriano, que emplacaran tendencias de movilización productiva por fuera de los tópicos desarrollistas, por ejemplo, la construcción evista de la sociedad plurinacional basada en el Buen Vivir[xv], o el tecnopopulismo correísta volcado a la economía del conocimiento, – cuyo modelo tal vez no sea Cuba, sino que Corea del Sur[xvi]. A pesar de eso, en uno y otro caso, los episodios del TIPNIS y del Yasuní-ITT marcaran una resolución de tensiones y contradicciones en el interior de los ricos procesos andinos, determinando la primacía del proyecto desarrollista del país y dramatizando, de ahí en adelante, la brecha entre gobiernos y movimientos. Las complejas prácticas biopolíticas de autonomía y común sufren así una reducción al horizonte social-progresista, como ha sido subrayado por autores como Salvador Schavelzon o Alberto Acosta[xvii]. Ninguno expresa con más énfasis la necesidad de esa primacía que el propio Rafael Correa y el vice-presidente boliviano, Álvaro García Linera, que repiten incesantemente que ese proyecto es imprescindible para que el Estado luche contra la pobreza[xviii].
En el discurso del marxista Linera[xix], el más elocuente representante intelectual del ciclo como un todo, aparece claramente el límite interno del proyecto de la izquierda desarrollista (como también en Emir Sader[xx]). Se habla mucho de desigualdad, pero no de explotación[xxi]. El capital no es entendido como una relacion social que, desde su trama molecular, organiza a la propia sociedad y el estado. El Capital aparece, en vez de eso, como un principio organizador desde afuera y de lo alto, escrito con mayúscula y contra el que se levantaría el Estado, en una tension molar por la lucha por la división de la riqueza social.  No en vano, las recientes movilizaciones de gran escala son inmediatamente clasificadas como una tentativa de desestabilizar el Estado, al servicio de la restauración neoliberal y del imperialismo. Esto aconteció, por ejemplo, en el levantamiento del  Brasil de 2013 (un eco lejano del que se vayan todos! de 2001[xxii], y cercano al ciclo global desencadenado con las revoluciones árabes de 2010-11[xxiii]), en Venezuela del comienzo de 2014, en las sublevaciones de junio 2015 en Ecuador[xxiv], entre otras. Todos son casos de una movilización por afuera de los aparejos progresistas que no solamente fueron descalificadas por las izquierdas, sino que reprimidas como vandalismo (Brasil), golpismo (Venezuela) o terrorismo (Ecuador). El discurso del Estado, además, provoco la atrofia de las instituciones elaboradas apuntando a la democratización radical de Venezuela, en una anémica matriz “nacional-estatista”[xxv], comprometiendo su dinamismo y capacidad de renovación, – tendencia también ya prácticamente realizada con los movimientos sociales ligados a los gobiernismos de cada país.
Tratase de una izquierda que hace una ensalada rusa de marxismo y hegelianismo, donde el Estado aparece como momento sintético privilegiado de una dialéctica que tiende a justificar todo por la “correlación de fuerzas”, apenas otro nombre para la ecuación hegeliana por excelencia, real = racional. Esto también vale en el plano internacional, segun una nueva dialéctica de la economía-mundo en que los BRICs ejercerían el papel de contrapoder a la América imperialista. Una versión mitigada de esta dicotomía funciona al modo de Montesquieu, apenas a título de checks and balances[xxvi]. La simpatía por el modelo chino no consiste solo en una nostalgia de la Guerra Fría, como se viviésemos una macro polaridad recauchada entre la doctrina Truman y Deng Xiaoping, sino que en la elaboración de nuevas matrices económicas para el desarrollismo. La restauración del Consenso de Washington, tendría una alternativa, el Consenso de Beijing[xxvii]. La contradicción aparente esconde la complicidad de flujos y reflujos y un mismo principio unificador, como el propio Deng cierta vez afirmo en 1976: “planificación y fuerzas de mercado son dos formas de controlar la actividad económica.”[xxviii] Pero la dialéctica acepta todo, al punto de que el gobierno brasileño levanta banderas rojas y obtiene el apoyo de la oposición socialista, aunque gobierne con las oligarquías y el gran empresariado más conservador. Como dice Idelber Avelar, you can’t have your cake and eat it too. No se puede gobernar con Kátia Abreu, la reina del agrobusiness, y defenderte como si fueses Rosa Luxemburgo – a menos que seas un hegeliano.
La diferencia entre hablar de desigualdad y hablar de explotación está en que, en el último caso, se resalta la relacion que constituye la explotación, lo que significa también resaltar su carácter antagonista, la existencia intrínseca del polo opuesto[xxix]. Hablar de desigualdad en vez de explotación lleva a pensar, de otra manera, en términos de castas sociales, – un primarismo sociológico, – y no en el antagonismo implícito en la relacion del capital, i.e., en clase. Porque la mudanza de la composición social corresponde a una diseminación de esa polarización de la composición social, de aquí en adelante molecularizada. No hay nada que lamentar, por tanto, con la no formación de una quimérica clase obrera en los moldes europeos del fordismo de  la gran industria. La proletarización en las condiciones del Sur ya implica una proletarización en las condiciones post-fordistas. Como ha expresado Giuseppe Cocco, una proletarización sui generis en la que los pobres son incluidos en cuanto pobres[xxx]. Combatir la pobreza, por lo tanto, tiene una dimensión ambigua en el discurso oficialista, pasando a significar también pacificarla, bloquearle su capacidad de antagonizar y organizar el antagonismo. Si la inclusión social del ciclo progresista es la inclusión del pobre en una relacion de explotación (y no solo en términos cuantitativos como reducción de desigualdad), entonces existe una dimensión resistente de la pobreza, una dimensión creativa y productiva que no cabe en la narrativa “Estado x Capital”.
Los críticos de la proletarización en el Sur concentrados en el parámetro moral del “modelo de consumo”[xxxi], o bien en la formación de un subproletariado amorfo y desorganizado[xxxii], acaban sacando del esquema esa transformación de la composición de clase. Esto se ha expresado no solo en un nuevo ciclo de luchas que van más allá del progresismo, sino que también electoralmente contra sus gobiernos, incluso si eso significa votar más a la derecha. Fue en este sentido, para captar la repolarización “desde abajo” subyacente a la crisis del Sur y a la explosión de un nuevo ciclo de protestas, que yo y Giuseppe hablamos de un lulismo salvaje[xxxiii], un crisol potente de singularidades, como la fase de la movilización productiva de los pobres[xxxiv], – como se vio después, tan indeseada (y reprimida) por los gobiernos. Entretanto, en vez de producto de las movilizaciones, luchas e impulsos constituyentes, las conquistas del ciclo son sistemáticamente milagrosas, como efectos del Estado reposicionado y ocupado por la izquierda, que en la crisis se convierte en el paranoico detentador de un patrimonio simbólico que no puede dejar escapar.
Por lo tanto, no basta lamentar, ni siquiera constatar el fin del ciclo progresista. Y tampoco apuntar a la llegada de las “nuevas derechas”, paraguas ideológicamente sesgado para un momento complejo de reorientaciones, emergencias y positividades. Son insuficientes las críticas que reclaman que los gobiernos no fueron lo suficiente socialistas, desarrollistas o voluntaristas, que no hicieron las reformas de base ni organizaron a las masas, y que, por lo tanto, entrego el poder a las oposiciones liberales (Macri, Capriles, Rodas, Aécio…). Es preciso reconocer, antes de cualquier cosa, que los gobiernos progresistas vencieron y que, alrededor de ese grado significativo de éxito, se desprendieron consecuencias ambivalentes y antagonistas. Las dinámicas de movilización cambiaran y los proyectos desarrollistas y sus intelectuales de izquierda no explican más: ellos son los que ahora tiene que ser explicados. Liberarse de las narrativas dicotómicas, épicas y dialécticas es el primer paso para reabrir la imaginación a la nueva composición social, política y económica del subcontinente, como cierta vez el zapatismo hizo. Que la izquierda mundial haga su propio luto de la segunda caída del Muro de Berlín – aunque sea una pandereta. Que se libere de ese “pseudo-heroísmo retórico tramado de impotencia”[xxxv]. Que caigan todos los muros. Una visión prospectiva, una nueva experiencia de acción y pensamiento. No existe alternativa. Viva la alternativa!
Traducción: Santiago de Arcos


[i]Bruno Cava es bloguero e investigador asociado a la Universidade Nômade (uninomade.net), autor de La multitud se fue al desierto (2016 [2013], ed. Quadrata).
[v]“La nueva derecha andina”, Pablo Stefanoni, http://www.revistaanfibia.com/cronica/la-nueva-derecha-andina/
[vi]“Junho no Equador e o correísmo”, Bruno N. Dias, http://uninomade.net/tenda/junho-no-equador-e-o-correismo/
[ix] Por ejemplo, “Nada volverá a ser igual en América Latina “, Raúl Zibechi: http://www.aporrea.org/actualidad/a220180.html; “Notas sobre el agotamiento del ciclo progresista latinoamericano “, Gerardo Muñoz: https://infrapolitica.wordpress.com/2015/10/29/notas-sobre-el-agotamiento-del-ciclo-progresista-latinoamericano-gerardo-munoz/; “El fin del relato progresista en America Latina”, Salvador Schavelzon: https://www.diagonalperiodico.net/global/27148-fin-del-relato-progresista-america-latina.html
[x] “A esquerda venceu”, Bruno Cava e Alexandre F. Mendes, Revista Lugar Comum n.º 45, http://uninomade.net/lugarcomum/45/
[xi] Antonio Negri e Giuseppe Cocco, “Globa(AL), biopoder y luchas en una América Latina globalizada”, Paidós: 2006. http://www.academia.edu/3335377/Global_Biopoder_y_luchas_en_una_America_Latina_globalizada._Antonio_Negri_y_Giuseppe_Cocco
[xii]La crítica liberal basada en el modelo jurídico, sobre los límites de lo que se puede o no, a ser ponderados, es apenas la primera crítica “débil” al desarrollismo. Una segunda crítica “débil” seria substituir el limite jurídico por un límite cuantitativo extensivo, una especie de rescate del principio antrópico de la catástrofe malthusiana y sus modelos matemáticos de progresión geométrica y curvas exponenciales. Algunos teóricos del proceso capitalista (ej.: D. Harvey, “El enigma del capital”) suelen decir que el capital no tiene límites, se expande virtualmente hasta el infinito. Para Marx, sin embargo, el límite del capital es la clase, el poder de clase. La sección «Fragmento sobre las máquinas» incluido en el «Grundrisse»,  el texto más catastrofista de Marx, tiene el mérito de trasladar el concepto del límite de lo extensivo a lo intensivo, mediante el viraje maquínica de lo social. Esta sería una tercera crítica, «fuerte», vinculada a la producción de subjetividad. La catástrofe así se puede disputar como catástrofe del propio capitalismo en el momento de máximo antagonismo cualitativo. Diseñado desde el Sur, esta vertiente del análisis inmanente del desarrollismo se entrelaza con materiales de matriz alter desarrollista, como las que vienen siendo sistematizadas, por ejemplo, por Alberto Acosta o Salvador Schavelzon (ver notas 15 y 17 infra). Por lo tanto, en lugar de impuesto por el afuera, por una generalmente mistificada voluntad trascendente al proceso capitalista, en una especie de concepción negativa del Poder, la resistencia es transformación de la subjetividad, devenir. En este sentido, para darle la voltereta al desarrollismo, un desarrollismo devenir-indio del desarrollismo (conforme a mi “Devir-índio, devir-pobre”, http://www.quadradodosloucos.com.br/3138/devir-pobre-devir-indio/). A su manera, Deleuze y Guattari, en el “Anti-Édipo”, utilizaran el concepto de Cuerpo sin Órganos (CsO) como figura de la catástrofe.
[xiii] “O Podemos e os enigmas que vêm do sul”, Alexandre Mendes e Bruno Cava, http://www.diplomatique.org.br/artigo.php?id=1870
[xiv]  Andrea Fumagalli e Sandro Mezzadra, “La gran crisis de la economia global” (org.), Traficantes de Sueños: 2011. Ver também “KorpoBraz”, Giuseppe Cocco (2014) y su entrevista seminal con IHU online: “O capital que neutraliza e a necessidade de outra esquerda”, http://www.ihuonline.unisinos.br/index.php?option=com_content&view=article&id=6019&secao=468
[xv] Una aprehensión comprensiva del Buen Vivir en Bolivia y Ecuador, trazando su problemática, por Salvador Schavelzon, “Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen Vivir; dos conceptos leídos desde Bolivia y Ecuador post-constituyentes”, CLACSO, 2015.
[xvi] “La utopía coreana en los Andes”, Pablo Stefanoni, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171279 y “El tecnopopulismo de Rafael Correa: ¿Es compatible el carisma con la tecnocracia?”. Carlos de la Torre, https://muse.jhu.edu/login?auth=0&type=summary&url=/journals/latin_american_research_review/v048/48.1.de-la-torre.html
[xvii] “O Buen Vivir, uma oportunidade de imaginar outro Mundo”, Alberto Acosta, br.boell.org/sites/default/files/downloads/alberto_acosta.pdf 
[xviii] “Empate catastrófico y punto de bifurcación”, Álvaro García Linera, http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/secret/CyE/cye2S1a.pdf
[xix]“O socialismo é a radicalização da democracia”, entrevista com Álvaro García Linera, http://www.cartamaior.com.br/?/Editoria/Politica/alvaro-Garcia-Linera-O-socialismo-e-a-radicalizacao-da-democracia-/4/34666(2015)
[xxi] Sigo aquí el insight de Giuseppe Cocco en la entrevista supra citada, en el IHU.
[xxii]“Imagens e anacronismos; a questão do demos entre o 2001 argentino e o 2013 brasileiro”, Ariel Pennisi, Revista Lugar Comum n.º 45, http://uninomade.net/lugarcomum/45/.
[xxiii] Buena síntesis en “Ocupações estudantis: novas assembleias constituintes diante da crise?”, Alexandre Mendes, http://uninomade.net/tenda/ocupacoes-estudantis-novas-assembleias-constituintes-diante-da-crise-2/
[xxiv] “¿Por qué protestan en Ecuador? “, Pablo Ospinta Peralta, http://nuso.org/articulo/por-que-protestan-en-ecuador/
[xxv]“Chavismo, Guerra Fría y visiones ‘campistas’”, Pablo Stefanoni, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=165376
[xxvi]Podríamos citar como ejemplo en que las contradicciones son funcionales a la expansión del régimen de acumulación de capitales y la sobrevivencia del capitalismo, el estudio del caso de la concatenación entre la territorialización de la  República de Venecia y la desterritorialización de la burguesía genovesa, durante el renacimiento, conforme a Giovanni Arrighi, “Il lungo XX secolo; denaro, potere e le origini del nostro tempo”, 1996.
[xxvii]También sigo aquí la observación sobre China y los BRICs de Giuseppe Cocco, en la entrevista supra. La “nueva matriz económica” esbozada por el nuevo ministro brasileño de economia, Nelson Barbosa, es tributaria del modelo chino post-76. Un caso anecdótico, ma non troppo, de la simpatía fue el comentario en Facebook del editor gobiernista de Carta Maior (Brasil), Breno Altman, que los manifestantes anticorrupción que llenaron las calles de Brasil en 2015 deberían ser tratados como los opositores de la Plaza de la Paz Celestial, en 1989.
[xxviii]Deng Xiaoping apud “The Changing Face of China”, Oxford: 2005.
[xxix] Véase tambíen Antonio Negri, Marx más allá de Marxnueve lecciones sobre los Grundrisse[1979].
[xxx] Este es el núcleo de la aplicación de las herramientas operaistas de las composición de clase en el análisis que Cocco hace de la movilización productiva de los pobres en los últimos 15 años en Brasil, en sus libros “MundoBraz” (2009) y “KorpoBraz” (2014).
[xxxi] Por ejemplo, Emir Sader, para quien lo principal es la “batalla de las ideas” contra la ideología neoliberal: “Vencer a batalha das ideias”, http://cartamaior.com.br/?/Blog/Blog-do-Emir/Vencer-a-batalha-das-ideias/2/33405
[xxxii]Vocalizando a parte de la izquierda del PT, André Singer,  la principal tesis sobre el llamado “subproletariado”, formado durante los años Lula, en “Os sentidos do lulismo: reforma gradual e pacto conservador” (2012).
[xxxiii]“Vogliamo tutto! Le giornate di giugno in Brasile: la costituzione selvaggia della moltitudine del lavoro metropolitano”, Giuseppe Cocco e Bruno Cava, http://www.euronomade.info/?p=173
[xxxiv]Amarildo fue el rostro en el levantamiento de Brasil de 2013, la expresión de la posibilidad de los pobres a organizarse y luchar, a pesar del biopoder racista que modula la violencia de clase, lo que afecta principalmente a los negros y los indios, y el servicio de megaproyectos de «pacificación» de la ciudad y el desarrollo nacional. De acuerdo con “A luta pela paz”, Giuseppe Cocco, Eduardo Baker e Bruno Cava, http://www.diplomatique.org.br/artigo.php?id=1569
[xxxv]“El país banal”, Lobo Suelto! (editorial), http://anarquiacoronada.blogspot.com.br/2015/11/o-pais-banal.html

Sabes por qué se juntan en las plazas los empoderados? Diego Valeriano

¿Sabes por qué se juntan en las plazas los “empoderados”? Porque están angustiados. Por la simple y pura exposición al mundo, por la incertidumbre que sienten y la zozobra que les genera.  Esta angustia está atada al descubrimiento del fin de la voluntad y pasión política. A la pérdida de una comodidad. Al hallazgo que no son seres colectivos e individuales, es decir, no son núcleos de verdad histórica: sitios de elaboración y verificación de lo histórico y por lo tanto, campos de disputa de poder y política.
La ciudad de punta a punta siempre tiene algo de desprovisto, algo de indeterminado, de descontrolado y de sorpresivo, es un contexto vital y mutante que jamás se domina. Juntarse sirve para catalizar la angustia, pero casi, casi para nada más.
El miedo es otra cosa, el miedo es un estado de alerta, una vitalidad elemental que no tiene forma pero es el origen de los modos de resistencia. Las vidas runflas no están angustiadas, pero saben de miedos. Poseen un vitalismo al que se llega luego de la destrucción de las buenas formas de vida.
El miedo es la tecla que prende el modo batalla. Las tácticas oportunistas se aceleran, el cuerpo puede y el cálculo (después del tamiz lógico) enfoca al enemigo.
La angustia está relacionada con una desorientación respecto al mundo, obnubila el pensamiento, construye clichés. El miedo, en cambio, construye pensadores. Al igual que los pibes y los locos, las vidas runflas solo pueden confiarse a su vitalismo pensante. A la permanente creatividad de subsistencia. Estar al acecho es pensar mucho más allá de las ideas preconcebidas, perdón, de las ideas.
La permanente transformación de las periferias, el enfrentamiento con lo aleatorio sin más red que el propio cuerpo y la liberación que produce la fiesta y el consumo constituyo vidas runflas pensantes, vitales, promiscuas; la restauración careta con sus miedos los va a hacer enemigos. Mientras tanto los angustiados cada vez saldrán menos de sus casas, hasta llevar a la política al peor lugar de todos: la vida cotidiana. 

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