Cuando termine la pandemia ¿vuelve el desborde? // Alejo di Risio Olivera

Disonancia cognitiva, cortocircuito mental. Querer abrazarlo todo y que nos ahuyenten los demás: sexting a la distancia. El nuevo challenge será conectar con lo corpóreo sin flashear pandemias futuras. Ahora que nos aprendimos el protocolo, ¿se nos queda pegada la alergia a la otredad?¿Cómo resucitan los cariños después de haber sido mala palabra? ¿Cómo hacemos para que cuerpo a cuerpo no signifique pelea? Las crisis eran más o menos normales, pero ahora la normalidad está en crisis. La sensación de estar a la merced de fuerzas incontrolables tarde o temprano se va a ir. ¿Pero después qué?¿Podremos rehacer una mejor? Retomar el control sobre nuestros devenires personales, difuminarlos, volverlos sociales. Reconstruir una nueva (a)normalidad, recuperar los afectos y volver a las calles.

 

Cuando no haya videollamadas para aguantar la manija ¿hacia dónde desborda la necesidad de contención? Sin recetas para probar, ni ocio para rumiar; el desborde emocional encontrará otros flujos. La experiencia traumática colectiva en la que ahora surfeamos va a dejarnos unas heridas que nadie puede predecir. Marcas con las que habrá que aprender a lidiar, a cicatrizar, que necesitarán un tiempo para dejen de doler.

 

Chapar a diestra y siniestra, pero panicar con el vuelto en el almacén. Celebrar la nueva licencia para no volver al cachete-con-cachete o zambullirse en cariño familiar. Recuperar el tiempo perdido en los lazos comunitarios. El grito al vecino, los chats espontáneos ¿Vecina necesitás algo del super? El distanciamiento es físico, no es social. Amucharse en las mini comunidades que se afianzaron, que no se desdibujen. Aguantar la parada, no dejar el grupo de whatsapp. Llamar a la familia. Reirte de los memes. Dejar morfi y regalitos en la puerta del vecino, pero volver a pelearte por la mancha de humedad.

 

Acariciar a la vieja sin flashear infección, abrazar al abuelo sin flashear homicidio. Cuando vuelva la manija a retomar centralidad ¿Lloramos porque los gliptodontes no llegaron a resucitar?¿O que el riachuelo no se llegó a limpiar sólo por omisión? Aparecieron ojeadas a otros mundos posibles, a la capacidad de recuperarse rápido de algunos ecosistemas, que tal vez hasta nos cambian un toque el horizonte. Nos muestran que no es imposible que estamos a tiempo de pegar volantazos sin derrapar. Pero sólo por inercia no se salva nada.. A lo mejor las próximas masas madre pueden levar otras experiencias, parar un toque la pelota y ver que si hay alternativas ¿Cambiará como vemos la salud personal?¿Y al personal de salud? Poner al cuidado en primera plana. Como algo constante, preventivo, interdependiente y comunitario, que no pueda esperar pandemias para recién ahí salir a curar. 

 

Y al borda de la sociedad, nuestra salud mental. La probadita de encierro que nos estamos comiendo nos enfrenta con fantasmas personales, nos generan empatía con lo endeble de la cordura. Confesar la fragilidad en las juntadas, sin pantallas que filtren la vergüenza, sin la virilidad que demanda racionalidad. Te quiero ver forzando esa fantasía de autocontrol, el orgullo de fortachón solitario después de fumarte la presencia de fuerzas incontrolables. En el encierro de la cuarentena covidera, no hay analfabetismo emocional que valga. Entre cuatro paredes y un trauma social, la insensibilidad aísla, mata, enloquece. La impunidad de pasear por la vida sin sensibilidad sólo por ser criado varón se desarma. Se olvidan los rasgos de masculinidad y se buscan otras maneras de demostrar afecto. Unas que estén fuera del maltrato consensuado entre pibes, del te pego porque te quiero y sé que no te vas a ofender porque me querés, pero nunca nos lo decimos, porque somos varones, no nos confesamos que las palmadas también pueden doler.

 

Pero el desborde va a encontrar su cauce, siempre lo encuentra. Empezarán les inconscientes, los arriesgados, las carpediemeras y les conspiranoides. Volverán los chapes furiosos en los rincones de barliches que aullan cumbia vieja en la trasnoche. Lenguas anónimas volverán a acariciarse en fiestas, en recitales; en esos templos de placer y manija donde se extermina la distancia preventiva. Donde se busca la catarsis necesaria después de cada semana de laburo funcional. Enjuagues de careta rutinaria que suceden como un ritual. La pandemia no es sólo covidera, es la precarización de los deseos. El desborde aparece porque la normalidad no nos da espacio para nuestro deseo, lo aniquila. Y sin distracciones, vuelven a surgir. Imaginate una cuarentena sin internet.

 

Menos vivos de instagram y más ranchadas, timbrazos inesperados, fisurear en cada juntada para celebrarnos. Que pinten los mates sin razón, las birras de corazón. La comidita improvisada, excusas para disfrutarnos entre varios. La presencia ajena, la conexión, el dicharacheo sin sentido y hablar sin saber. Dejar de googlear datos para zanjar debates. Refugiarse en la improvisación, pasarse de la hora de vuelta, quedarte todo lo que quieras, con todos los que quieras. 

 

Ser buen ciudadane tiene ahora fecha de vencimiento. El manual de la normalidad preventiva no va a durar más de lo que dure el miedo al vigilante de balcón, al contagio y al gorra de corazón. Algunas formas de organización morirán, víctimas del virus invisible. Con las nuevas que usemos, construimos futuros posibles. Que se indigne la formalidad europea, que se mueran de ganas de saludar con besos, que flasheen con caer sin cita previa por las casas de lxs demás, que nos agarre con poca comida, pero repartiendola por igual. Derrotar a la vieja estructura con un asalto de afecto, con las armas del placer. Una milicia comunitaria que deje la tierra minada con ayuda mutua, que dinamite las violencias de la vieja normalidad y que borre las violencias de la individualidad salvaje. 

 

Juntarse sin sentido, sin intermediarios. Prescindir de las aplicaciones para todas las ganas que vienen a diario. Canalizar el deseo por fuera del gasto, del consumo. Desbordar las identidades para fugarse de lo establecido. Abrazar de nuevo para festejar el fín de lo sufrido. Ranchear de nuevo, ocupar la calle, festejar. Cuando se termine el involuntario ramadán de contacto corporal, y hayamos cumplido con nuestro sacrificio a la racionalidad, hay que darse el tiempo de recuperar el desborde, de canalizarlo hacia lo vincular. De recordar con orgullo de todo lo vivido, para que si llega a volver el encierro, poder celebrar no arrepentirse de nada.



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