Empezar a pensar en términos antirepresivos los episodios frente a los que reaccionamos va mucho más allá que ampliar la imaginación sobre acciones que no involucren las respuestas del estado a nuestros dolores y padecimientos, implica también identificar por qué cada determinado tiempo nos encontramos leyendo-escribiendo-debatiendo sobre el mismo tipo de hechos.
El martes las noticias se tiñeron de amarillo una vez más. Es que “a plena luz del día” una “manada” de seis “bestias” que “habían estado bebiendo y fumando” violaron a una joven en Palermo, Buenos Aires.
Dónde cartografiar el peligro
Comenzar por el principio obliga a preguntarnos por qué fue noticia y a cuántas personas están violando mientras se consume esa información, incluso mientras se escriben estas líneas. Obliga a hablar de las violaciones y en particular de las no televisadas. Si nos guiáramos por la agenda que marcan los medios, y si además tuviéramos que jerarquizar cuán mal estamos en términos de abuso sobre nuestrxs cuerpxs, podríamos decir, siendo muy optimistas, que “vamos bien”. Pero no. Teniendo en cuenta que la mayoría de las violaciones (y todas las violencias machistas) ocurren en lugares que quienes las padecen consideran seguros (viviendas, escuelas, iglesias, lugares de trabajo, organizaciones políticas, etcétera) y son perpetuadas por personas en las que confían (novios, maridos, padres, hermanos, tíos, amigos, profesores, pastores, patrones, compañeros, etcétera), el panorama cambia.
El abogado y activista trans Dean Spade lo explica así: “Gran parte de la violencia no sucede en la calle entre extrañ*s como en la TV, sino entre personas que se conocen, en nuestras casas, escuelas y espacios familiares. Las imágenes de asesin*s seriales y violadores fuera de control que atacan a extrañ*s alimenta la sed cultural de retribución y la idea de que es aceptable encerrar a gente de por vida en condiciones abusivas inimaginables. En la realidad, la gente que nos daña es usualmente gente que conocemos, y que también está luchando bajo condiciones desesperadas y/o son víctimas de violencia. La violencia, especialmente la violencia sexual, es tan común que no es realista encerrar a cada persona involucrada en ella. Mucha violencia nunca es reportada a la policía debido que la gente tiene relaciones complejas con aquell*s que l*s han lastimado, y el encuadre entero de criminalización en el que ‘los chicos malos’ son ‘apartados’ no funciona para la mayoría de l*s supervivientes de violencia. Si afrontamos la complejidad de lo común que resulta la violencia y nos desprendemos de un sistema sostenido sobre la fantasía de monstruos*s extrañ*s, quizás podamos verdaderamente empezar a enfocarnos en cómo prevenir la violencia y en cómo sanar de ella”. Y esto es sumamente beneficioso para sostener la vigencia de las instituciones que nos oprimen, porque todxs estamos muy ocupadxs hablando de los horrores que ocurren de sus fronteras hacia afuera y caemos en la ilusión de creernos segurxs hacia adentro, incluso cuando estamos siendo violentadxs en ese territorio.
“Las fronteras no nos protegen, crean el peligro”, postula Brigitte Vasallo y eso aplica a todos los cercos que nos atraviesan las vidas (en lo individual y sobre todo en lo colectivo). Sin embargo, la insistencia permanente sobre la “seguridad” siempre nos convence de lo contrario: necesitamos en qué creer y este relato se adapta bastante bien a lo que buscamos o, al menos, se mece con coherencia entre lo que nos dicen quienes ostentan el poder y quienes nos significan referencia (y ostentan poder). Así es más fácil tolerar que la historia de la frontera con mejor prensa que conocemos esté fundada sobre un genocidio, por ejemplo, o que los “secretos” de nuestro árbol genealógico sean las violaciones de las que nacimos. Spade lo define como la “fantasía” en la que “existen malvad*s perpetrador*s cometiendo daño”, en lugar de “encarar la realidad de que la gente que amamos nos está lastimando y nos estamos lastimando entre nosotr*s, y que necesitamos cambiar condiciones elementales para que eso se detenga”.
El énfasis puesto en el horario y el lugar en el que sucedió deja en evidencia que en el imaginario colectivo las violaciones siguen ocurriendo en callejones oscuros. Y mientras nos cuidamos con reloj y mapas en mano, el peligro está donde nos creemos a salvo: no es nuestra fantasía, es la cartografía del espanto que con años de entrenamiento cultural nos ha adiestrado el sistema que nos necesita con el miedo direccionado.
La manada, los salvajes, los enfermos
Con la irrupción de la noticia y su viralización, otra vez apareció la deshumanización del violador y, con ella, la ponderación de lo “normal” frente a lo “extraño”.
Pese a que varias referentes del feminismo progre lo difundieron ayer, nunca está de más insistir: la especie animal a la que pertenecen quienes protagonizaron la mediatizada violación grupal de este martes es humana, como quien lee estas líneas y como quien las escribe.
Sobre los consumos, nunca es excesivo aclarar que ninguna sustancia legal ni ilegal, como objetos inanimados que son, tienen capacidad de violar: para hacerlo hace falta voluntad, en este caso humana. Sin embargo, seguir estigmatizando ese tipo de conductas aporta también al debate sobre otras criminalizaciones que abultan el código penal, que no son motivo de esta nota.
Lx psicólogx y activistx Alejandrx Dev posteó “5 razones para dejar de decir que los violadores son enfermos mentales”. Explicó que “entre el 90 y 95% de los abusos sexuales son ejercidos por varones cis y, en su mayoría, no presentan un cuadro de padecimiento mental” y “aun así, un diagnóstico en salud mental no puede explicar causalmente la violencia sexual”. También argumentó que “asociar la enfermedad mental con peligrosidad responde a un paradigma de salud mental que termina legitimando el encierro y el punitivismo como abordaje” e indicó que “seguir insistiendo en ‘violador=enfermo’ no nos permite hacernos cargo de los roles de género con los que nos socializamos que, por ejemplo, refuerzan positivamente conductas de dominación y control de personas socializadas como varones y conductas de sumisión a personas socializadas como mujeres”.
Entonces, si son animales de nuestra misma especie y si no están “locos”, si son lo “normal”, es posible que se parezcan demasiado a nosotrxs. Y en particular a los varones cis y heterosexuales, con sus privilegios y pactos: al que está leyendo o a los novios, amigos, maridos, padres, hermanos, compañeros, profesores, etcéteras, de lx que está leyendo si no goza/elige esa identidad.
Por qué pensar las violaciones en clave antirepresiva
La abogada e investigadora sobre reformas procesales y de género Illeana Arduino explica: “Es habitual que, de izquierda a derecha, ante los estupores que generan los dolores que logran atraer visibilidad pública, las respuestas se limiten al show punitivista: más castigos a través de nuevos delitos, penas mayores, encierros indefinidos en cárceles infrahumanas, registros estigmatizantes, etc. Medidas ruidosas porque ‘algo hay que hacer’, hasta el siguiente cadáver embolsado o la próxima violación múltiple y, a su paso, una nueva edición de la demagogia de la venganza (…) Preguntémonos: el que reincide en un abuso sexual habiendo obtenido salidas transitorias de la cárcel ¿qué atención recibió, cuánto estuvo protegido de una cultura carcelaria que incluye en su ‘folklore’ sistemas de premios y castigos, entre los cuales se usa a ciertos presos como ‘esposas’ de otros, con violaciones incluidas?”
La filósofa y activista afro y abolicionista del sistema carcelario Ángela Davis dice: “Crear agendas de descarcelación y armar una red amplia de alternativas nos ayuda a realizar el trabajo ideológico de cortar el vínculo conceptual entre crimen y castigo (…) Reconoceríamos que ‘castigo’ no deriva de ‘crimen’ en la prolija y lógica secuencia que nos ofrecen los discursos que insisten en la justicia de la encarcelación; el castigo, más bien (y en forma primaria a través de la encarcelación, y a veces la muerte), está ligado a las agendas de lxs políticxs, al afán de lucro de las corporaciones, y a las representaciones del crimen en los medios. La encarcelación está asociada con la racialización de quienes más probablemente serán castigadxs. Está asociada con su clase y, como hemos visto, también el género estructura el sistema de castigo. Si insistimos en que alternativas abolicionistas perturben estas relaciones, que busquen desarticular crimen y castigo, raza y castigo, clase y castigo, y género y castigo, entonces no debemos centrarnos en el sistema carcelario como institución aislada, sino que debemos también dirigir nuestra mirada a todas las relaciones sociales que mantienen la permanencia de la prisión”.
Entonces, ¿por qué pensar las violaciones en clave antirepresiva? En principio, para que nadie nos diga qué violaciones “importan”, porque podamos identificar por qué de algunos episodios se habla y de otros –de la mayoría- no: toda violación tiene un fin disciplinante, solo que algunas cautivan la opinión pública, precisamente, por su conveniente publicidad. Exponer, denunciar y condenar de vez en cuando algo magnífico hace que desde muchos sectores se piense que el “problema” está siendo atendido, cuando en realidad el plan es que la sexualidad sea un mecanismo de opresión para sostener el sistema, que nos necesita produciendo pero, sobre todo, reproduciendo.
Porque aun creyendo en los mecanismos represivos y punitivos del estado, es imposible castigar a todos los agresores sexuales ya que, en ese caso, no alcanzarían los centros de encierro (y eso que con cada gobierno la población carcelaria crece un poco más y siempre se puede invertir en una nueva prisión) para el castigo.
Y porque si seguimos pidiéndole soluciones a la justicia burguesa y patriarca, la misma que nos ataca a nosotrxs con otros capítulos de sus leyes, frente a los episodios de violencias machistas mediatizadas, si seguimos exigiéndole a las instituciones que perpetúan las violaciones que nos protejan de violadores y que curen (en el mejor de los casos) a los violadores, lo que seguimos validando también es el monopolio de los cuidados y las violencias, mecanismos de los que necesitamos apropiarnos para empezar a sentirnos a salvo.
1. “Sus leyes nunca nos harán más segur*s”, en “Críticas sexuales a la razón punitiva” (comp. Nicolás Cuello y Lucas Morgan Disalvo, Ediciones Precarias, 2018).
2 https://www.pikaramagazine.com/2016/02/abrir-amores-cerrar-fronteras/
3 https://www.instagram.com/p/Cak_OdIv_x7/?utm_medium=copy_link
4 “Feminismo: los peligros del punitivismo” en “Críticas sexuales a la razón punitiva” (comp. Nicolás Cuello y Lucas Morgan Disalvo, Ediciones Precarias, 2018).
5“Son obsoletas las prisiones”, Bocavulvaria ediciones, 2017.