por Anna Curcio
(Traducción: Laura Martínez)
A.C.:-Esta conversación proviene de una inquietud, de una condición de confusión ante el análisis que está circulando- incluso dentro de los movimientos- sobre lo que ha sucedido en París. Poner el foco en la defensa de la libertad de expresión o apelar a frenar la islamofobia me parece más bien débil, limitante, definitivamente insatisfactorio. Pero no es mi intención producir aquí una evaluación o un juicio de valor sobre los hechos. Simplificando, podríamos decir que se trata de un ataque enemigo de la construcción de un camino de liberación – en una guerra donde no hay ni un choque de civilizaciones, ni una oposición antiimperialista a los intereses imperiales, sino más bien la cara de cada una de las diferentes formas de opresión y explotación dentro de la misma civilización capitalista. Desde este ángulo, lo que nos interesa sobre todo es reflexionar sobre las genealogías de esta guerra y las represiones que la acompañan. ¿Cuál es tu perspectiva sobre esto?
M.M:-Coincido plenamente. Está claro que esto es un choque dentro de la civilización capitalista. No es un choque de civilizaciones; la civilización, como una entidad reificada, no existe; y aquí hay dos facciones, una no es necesariamente mejor que la otra. Ambas son expresiones de la misma cosa. Pero considero que debemos comenzar a pensar desde los hechos. No sabemos mucho pero podemos empezar desde lo poco que sabemos. Y lo primero que yo diría es que son franceses los que han consumado este hecho. Gente nacida en Francia y criada en los suburbios. Entonces, la primera pregunta que debemos hacer es por qué jóvenes franceses nacidos y criados en la cultura metropolitana de los suburbios parisinos –muestra representativa de la cultura híbrida europea-, sintieron la necesidad de ir a Siria a enlistarse en una organización militar política islámica para luchar contra Assad y después volver a Francia a hacer lo que hicieron. Me parece que ésta es la pregunta para empezar. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué existe esta necesidad? Es inútil hacer lo que muchos están haciendo estos días al buscar respuestas a los acontecimientos en París, en el Medio Oriente o en los países islámicos. Debemos partir de Europa para comenzar a plantear la pregunta. ¿Qué está sucediendo en Europa? Tenemos que cuestionar seriamente a esta Europa. No es la primera vez que sucede algo así. También han ocurrido incidentes similares durante la guerra de Irak o después del ataque a las torres gemelas. En Inglaterra, por ejemplo, muchos chicos que no son de origen inglés o islámico, han sentido en algún punto la necesidad de luchar contra Inglaterra y han planificado acciones de diferente tipo. Está el caso famoso de Richard Reid, de origen británico-caribeño, quien decidió envolverse en dinamita y hacer estallar un avión. Al final fue descubierto, ya que la operación era grotesca. Pero en verdad yo veo una repetición de esta situación. Y la pregunta que hay que plantear es: ¿qué sucede? ¿De dónde viene esta necesidad? Evidentemente podemos partir del hecho de que la mayoría de los sujetos post-coloniales –no uso esta expresión porque esté de moda, sino porque es conveniente para incluir migrantes, post-migrantes, para ser breve: sujetos y grupos que de alguna manera nos remiten a la migración y al colonialismo- que han experimentado, desde el período de posguerra (pero especialmente en los últimos 30 años con el desarrollo del neoliberalismo), un racismo que a lo largo de Europa, se ha convertido aún más en un componente estructural primario. Y que parece estructural, por así decirlo, también a la idea misma de República en Francia. Uno puede decir que la República es el nombre de la blanquitud en Francia. Y cuando hablo de racismo aquí, estoy hablando sobre un régimen de explotación material. No me refiero simplemente a la discriminación y el prejuicio, como suele hacerse.
A.C. :- Entonces, ¿tenemos que mirar hacia el racismo estructural que atravesó toda la historia europea?
M.M.:- Ciertamente yo comenzaría con el hecho de que, en Europa, y tal vez incluso dentro de los movimientos, no hay una respuesta adecuada al problema del racismo que muchos individuos y grupos (o comunidades) sienten como parte de su propia explotación y marginación. Un racismo que es realmente integral, para usar en forma paradójica el lenguaje de Fanon. Cualquiera que haya estado en París recientemente, sabe que es una ciudad militarizada, donde se controla y reprime a todos aquellos que de alguna manera parecen árabes, islámicos, negros o sobre los cuales podemos decir que cierto discurso colonial mainstream –que se ha vuelto estado y cultura- entiende por no europeos. Hay una presión muy fuerte de parte de lo que Althusser llamaba “los aparatos ideológicos del estado” (en este caso los soldados y la policía) sobre gran parte de la población que es considerada como un enemigo -si quieres también una clase enemiga, considerando que el racismo genera nuevas formas de división de clase-. París es una ciudad fuertemente militarizada. Hay tropas alrededor del aeropuerto y en las calles de los suburbios, que continuamente detienen -con el fin de controlar- a todos aquellos sospechados de ser árabes o argelinos, lo que refiere a las viejas cuestiones irresueltas del país. Y esto nos recuerda el permanente estado de excepción en el que vive una parte de la población metropolitana. Y es bastante humillante sólo el ver estas escenas en medio de la gente que deambula en los templos de consumo, despreocupados turistas o transeúntes que van al trabajo o tal vez a tomar un café. Me hace acordar a lo que sucede en las ciudades de América Latina, en donde lo que podemos llamar los jóvenes de los “barrios” más pobres y periféricos o las favelas, “más oscuros” que la población promedio, son constantemente agredidos por la policía. Por lo tanto, yo trataría de comenzar desde aquí, desde el hecho de que no hemos afrontado esta cuestión adecuadamente. En nuestra agenda política y teórica, -la agenda de los movimientos o de aquellos comprometidos con algún tipo de lucha en Europa-, ¿el racismo y el antirracismo ocupan realmente un lugar discernible? ¿Hemos dicho algo significativo sobre todo esto? Si en Londres, hace tres años hubo disturbios considerables, en París ya habían sucedido y volverían a producirse más tarde. También podemos pensar en lo que ha acontecido recientemente en Estocolmo y otras situaciones similares. Evidentemente el asunto del racismo que atraviesa el espacio metropolitano material y simbólico de Europa también tiene que ver con una especie de desplazamiento colonial; con el hecho de que Europa nunca ha resuelto el asunto del colonialismo, -entendido como algo constitutivo de la historia y el capitalismo europeos-, y es esto lo que hoy vuelve a nosotros de una forma grotesca y monstruosa.
A.C.:- Yo diría que lo que más claramente nos muestra la existencia de represión es la reacción a episodios como éste. Como dijiste, los legados de la experiencia colonial y el rol del racismo en la organización y reorganización de las relaciones sociales y productivas, en las colonias y en Europa hasta ahora, son todas cosas que no podemos dejar de considerar, pero que no siempre están en el primer plano de los análisis. Frecuentemente, cuando nos dirigimos al tema del colonialismo y sus legados, y se habla de represión colonial en Europa, permanece en el plano de la referencia abstracta sin ir al corazón del problema, el del racismo y la explotación que atraviesan a toda la narrativa europea. Y uno termina, como dijiste, siendo incapaz de formular las preguntas adecuadas.
M.M.:- Hablar de olvido colonial o de represión de la cuestión colonial no significa simplemente que no se habla más sobre el colonialismo o no lo suficientemente, o que las culpas no han sido expiadas. El olvido del colonialismo aquí significa no haber asumido la herencia material y simbólica del colonialismo como elemento constitutivo del espacio material europeo contemporáneo, con un fenómeno como la jerarquización de la ciudadanía. Lo cual involucra lo que ha sido llamado, incluso dentro de los movimientos, la inclusión diferencial de sujetos diferentes, y que con el desarrollo del neoliberalismo ha tomado una forma más dura y salvaje. A esto nos referimos cuando hablamos de olvido del colonialismo y el racismo; no solamente el hecho de que Europa necesita hacer un “mea culpa” sobre algo que pertenece al pasado. La herencia colonial permea la constitución material europea actual tanto como su orden discursivo, y su modo de gobierno de las migraciones es uno de sus principales síntomas. El colonialismo y el racismo continúan siendo acontecimientos actuales. El capitalismo, el racismo y el colonialismo han sido históricamente entrelazados de un modo muy profundo, creando efectos terribles sobre buena parte de la población mundial. Es un sistema que genera efectos diferenciales, que no tiene las mismas consecuencias para todos, ya que está basado en la distribución jerárquica de accesos, derechos y privilegios, y que de hecho opera sobre un espacio social de por sí heterogéneo, y un itinerario de diferencias que asimismo son reivindicadas. Una cuestión que agrega problemas adicionales a todo el proceso de fragmentación ha sido determinada en los últimos 20 años, con la neoliberalización y financiarización del capital. Con esto es con lo que tenemos que lidiar. Se ha hablado mucho de la fragmentación y la descomposición jerárquica del trabajo como un dispositivo central de la cadena de mando del capital global, pero se ha dicho menos sobre el rol central que tiene el racismo en la construcción y primacía de este orden. Me parece que se ha debatido poco sobre esta cuestión, sobre el rol del racismo en la jerarquización y fragmentación de la sociedad. Tal vez, es por esta razón que no podemos hablarle a una parte de la población europea que es ahora, potencialmente, uno de los sujetos y antagonistas políticos más interesantes. En el sentido de que tal vez no podemos – o no siempre podemos- llegar a aquellos que viven en los suburbios, comunidades, asentamientos, etc. No quiero ser extremo; obviamente hay movimientos mestizos metropolitanos también en Europa. Definitivamente ha habido ejemplos de diálogo en este sentido. Sin embargo, me parece que el problema sigue siendo la falta de una consideración real sobre el asunto del racismo/antirracismo y el colonialismo; en nuestro entendimiento de esto para desarrollar una respuesta política efectiva a la fragmentación social. La famosa insurrección de las banlieues en 2005 seguramente es un ejemplo de inversión de este dispositivo racista. Se ha visto una composición que podríamos definir como multicolor, en el sentido de que no sólo había jóvenes de origen árabe sino también “franceses-franceses”, -como de hecho sucedió en los disturbios de Londres en 2011-. No había solamente sujetos poscoloniales (en el sentido en que los definíamos anteriormente) prendiendo fuego las ciudades, sino también muchos segmentos de lo que podemos llamar un proletariado nativo que, como resultado de la avanzada neoliberal, fue tragado por esta progresiva racialización de la sociedad. Un proceso de empobrecimiento y marginación que termina por tragar incluso a sujetos que no son negros, árabes o coloniales. Nunca se trata de una separación total, como ha logrado señalar el pensamiento radical afroamericano; somos todos una pequeña parte de estos procesos.
A.C.:- El otro punto que me gustaría tocar tiene que ver con la libertad de expresión, un pivote histórico del discurso liberal. Es momento de abordarlo desde una perspectiva crítica. ¿Cómo podemos imaginar tal libertad de expresión vinculada a dimensiones individuales y no colectivas, concretamente libertad para quiénes y para qué? La libertad de expresión siempre está ligada a las normas y el balance de poder en una sociedad. ¿Qué piensas sobre esto?
M.M.:- Realmente, me resulta bastante ridículo que todo esto esté sucediendo, especialmente porque sucede incluso dentro de algunos sectores de los movimientos. Como si los discursos de los últimos 20 o 30 años no hubieran servido para nada. ¿A qué se refería Focault cuando hablaba del orden del discurso? Para decirlo en forma irónica, si queremos medir el grado de libertad de las sociedades europeas, debemos comenzar por el grado de la decibilidad de las cosas; lo que puede ser dicho y lo que es dejado afuera de las reglas que organizan el campo del discurso. El efecto más evidente de ello es lo que hemos visto estos días, es decir que para decir algo que valga la pena sobre lo que ha sucedido en París, debemos siempre comenzar con una premisa y desde las justificaciones: “nos oponemos a lo sucedido, es un asesinato de bárbaros, etc.” Y recién después podemos comenzar a hablar. Esto te da la pauta de que hay una presión muy fuerte, dada sólo por el orden del discurso, que después conduce a guardar refugio detrás de la libertad de expresión. En la forma en que yo lo veo, el slogan “Je Suis Charlie” es como decir “je suis Occidente”. No quiero demonizar a nadie, pero ciertamente lo que yo leo en esta expresión sobre todo es: yo soy Occidente. Tengo los derechos, tengo la libertad de las mujeres, la libertad de prensa. Tengo tantas cosas y estamos asediados por bárbaros.
A.C.:-Una pretensión de universalismo…
M.M.:- Un falso universalismo. Es más bien la Europa que durante varios siglos ha estado llevando barbarie a todo el mundo, y que se construyó a sí misma –y continúa haciéndolo- a través de la barbarie. Y cuando llevas la barbarie no te puedes considerar, de repente, como inmune a todas estas cosas. Tarde o temprano sentirás los efectos, incluso en casa. Como dijimos antes, lo que se puede decir sobre este tipo de organización político militar como la que está en la base de lo que ha sucedido en París, es que es como la represalia de un Frankenstein, el monstruo que se te vuelve en contra. Y el ejemplo de Siria es muy claro. Allí, algunas personas -incluso nacidas en Francia o en Europa-, han sido entrenadas por Occidente (Estados Unidos y la CIA en primer lugar) para luchar contra Assad. Fueron usados en otros países, como Irak, Libia, Etiopía, etc., bajo la máscara de las “revoluciones de color o naranjas”. Después, el monstruo se volvió autónomo. Algo de este estilo, -incluso usando otros actores sociales- està sucediendo en Ucrania. Volviendo a nuestro debate aqui, no podemos evitar considerar que mucha de la población del mundo árabe-islámico se siente en guerra, porque viene resistiendo agresiones de distintas épocas, siente las elites de USA y Europa hay le han declarado la guerra en defensa de los intereses capitalistas. Y la libertad de expresión, dentro de este campo, no es algo aséptico. Esto significa que con cualquier cosa que digas o hagas, estás apoyando a alguien, estás eligiendo entre un lado u el otro. Y así es percibido. Esto significa que tomar partido -y las consecuencias que de ello derivan- es algo inevitable. Tal vez desde el centro de París es difícil sentir que gran parte del mundo está en guerra, y que la vive, con todo lo que ella implica, como una forma de vida cotidiana. Salvando las distancias, es como si durante la guerra de Argelia un periódico satírico hubiera hecho una sátira de las costumbres de las clases bajas argelinas, ¿Cómo podría ser visto eso por los luchadores argelinos? La sátira debería ser crítica del poder.
A.C.:-Para cerrar, retomando lo que se ha dicho, yo enfatizaría la centralidad de luchar contra el racismo, que en particular, en este momento de crisis del neoliberalismo resulta crecientemente urgente –incluso los casos norteamericanos de los últimos meses y los asesinatos de jóvenes negros desarmados a manos de la policía nos hablan sobre esto-. Pero, como dijiste, no se trata de una práctica establecida, por lo menos en Europa. ¿Por dónde comenzamos?
M.M.:- El neoliberalismo es un sistema de dominación basado en una concepción racista de la humanidad. Mientras miraba lo que estaba sucediendo en París, recordaba la biografía de Malcolm X, cuando él relata su conversión al Islam en las prisiones norteamericanas, una transición que lo llevó primero a una identidad negra nacionalista y después al internacionalismo. Relata que el Islam funcionaba como un remedio contra la violencia racista percibida cotidianamente, que niega, excluye y margina, que no te considera y te convierte en algo a ser permanentemente ignorado. Entonces, yo diría que es interesante leer la literatura producida por el movimiento afro-americano de los 60´ porque pienso que hoy, Europa está en una lógica de este tipo -si es que fuera posible hacer una comparación entre Norteamérica en ese momento y la Europa de hoy-. Está claro que con la heterogeneización de la población en Europa, vinculada a la toma de palabra de quienes vinieron aquí, comenzó a manifestarse un síndrome de inseguridad en el territorio europeo que está conectado con la agresión racista que el colonialismo lleva consigo. El síndrome del enclave, la raza blanca bajo asedio que se tiene que defender de los pobres y los bárbaros, parece ser parte importante del dispositivo actual de seguridad. Para mí, el punto de partida sigue siendo poner la cuestión del anti-racismo como una prioridad dentro de los movimientos políticos y teóricos; comenzar a pensar seriamente sobre el tema y no tomarlo como un simple agregado de otras cosas. No alcanza solamente con sumar más lucha antirracista a otras luchas. Es desde aquí que debemos comenzar si no queremos permanecer cerrados y desamparados entre la destrucción social sembrada por el modelo neoliberal de la UE y las clausuras identitarias neofascistas que éste produce y alimenta, como un necesario otro en el espejo.