por Francisco Wainziger
“El pueblo europeo que tortura es un pueblo degradado, traidor a su historia. El pueblo subdesarrollado que tortura afirma su propia naturaleza, se comporta como pueblo subdesarrollado. El pueblo subdesarrollado tiene la obligación, si no quiere verse condenado moralmente por las “naciones occidentales”, a practicar el fair play, mientras que su adversario puede dedicarse, con la conciencia absolutamente tranquila, al descubrimiento ilimitado de nuevos métodos de terror”. Frantz Fanon, Sociología de una Revolución, 1959[1]
Escribo motivado por cierta profusión de opiniones, artículos y análisis disparados a partir de la cuestión Charlie. Yo soy Charlie, yo no soy Charlie, yo ya no sé qué soy. Se me dice que hay un contexto, se me dice que no hay “peros” que valgan. Que es una conspiración de la CIA, de la Mossad, que ISIS lo celebró, que la marcha unió al primer ministro israelí y al presidente de la autoridad palestina, que hay una foto donde se ven que los lideres marcharon separado de la gente, que un dibujante de la revista vomita sobre ellos, que la revista es un ejemplo del anarquismo anticapitalista, o que se volvió conservadora, divertimento de burgueses blancos, que etc… Incluso ahora hay un video donde se nos muestra que la bala que mata al policía de origen árabe de un tiro en la cabeza, supuestamente erra y da en la vereda, “desnudando” que los poderosos que conspiran por la dominación del mundo son tan tontos que, desde Facebook, los iluminados los desenmascaramos fácilmente.
Entonces no sé qué opinar, no importa lo que uno diga, es susceptible de ser corrido por derecha y por izquierda, por pro imperio o por pro fundamentalista. A riesgo de que algunas posiciones mías rocen algunos de sus argumentos, empiezo por desmarcarme de cierta izquierda boba antiimperialista que ve en todo la conspiración judeo-masónica -internacional (dicho esto como metáfora de EEUU e Israel pero también como creencia literal), tanto como de aquellos que cierran toda posibilidad de ir mas allá en el análisis, en nombre de valores, supuestamente occidentales, como la libertad de expresión; así como la reducción a que el problema es la religión y el Corán. Igualmente no es mi objetivo establecer una posición tajante y clara. Tengo mis opiniones respecto a algunos de los tópicos vertidos en el párrafo anterior, pero no es lo que me parece más importante ahora. Solo quiero detenerme en uno que me llamó mucho la atención: la cuestión de los “contextos”.
Mi campo de formación es la historia. Allí hay un sentido común, una obviedad que hace a la disciplina. Todo tiene un contexto. Negar eso, es negar la historicidad de un hecho, es aislarlo, es no buscar entenderlo, explicarlo, etc. Eso no implica que no haya debates acerca de la inenarrabilidad del horror o el riesgo de una prosa banalizadora, por ejemplo en relación al Holocausto o a la dictadura argentina. Pero ello se piensa al interior de esa afirmación, no como negación de ella. Además supongo que no es exclusivo de la historia o de las ciencias sociales, sino una máxima central de un periodista, por ejemplo, ante un suceso y su narración y análisis. Con esa configuración subjetiva, coincidí con una afirmación de Martin Granovsky («Los asesinatos como el de Charlie Hebdo nunca tienen justificación moral ni humana pero sí contextos») y en esa lógica compartí en las redes sociales algunas lecturas muy heterogéneas pero que hacían suya esa frase. Lecturas todas condenatorias del atentado terrorista, pero que, al menos a mí, me ayudaban a pensar lo sucedido. Me parecía una obviedad, pero que resulto no serlo tanto. Al parecer decir eso era atenuar la condena, o justificar veladamente. Era una afirmación sospechosa.
No dudo que en algunos casos pueda ser así. Pero opto por seguir defendiendo esa afirmación. Y aclaro, porque hoy todo hay que aclararlo.
Hablando por mí, mi primera reacción, mi “darle un contexto” a la situación no era pensar en las causas del atentado, y no es lo que más me movilizó en principio. Para mi “darle un contexto” era pensar en las consecuencias, y no estaba pensando en medio oriente, estaba pensando en Francia, en Europa.
(Excursus: no obstante, en tren de pensar las causas, más allá de las que siempre se esgrime en este tipo de casos -el fanatismo islámico, la política de las potencias occidentales en medio oriente- uno de los análisis más interesantes que leí fue el de un especialista francés en la cuestión, Olivier Roy. Para este autor las causas no hay que buscarlas tanto afuera de Francia, sino adentro mismo, en relación a una porción de la juventud migrante desencantada que abraza estas acciones como forma de darle sentido a su lugar en el mundo, emparentándose con otros problemas “occidentales” como las masacres en las escuelas norteamericanas, o los movimientos neonazis, por ejemplo). [2]
(Excursus II: Reducir lo sucedido al hecho en sí, significa darlo por terminado, ya que los terroristas fueron “abatidos”, por lo que, caso cerrado)
Pensar en las consecuencias, entonces, era sentir una inevitable empatía por los millones de migrantes (e hijos) europeos, en la población islámica de Francia, en los turcos en Alemania. Encarnado como esta en mí el relato de la Shoá en mi tradición familiar, fue inevitable esa empatía. No establezco una comparación directa ni mucho menos, pero si encuentro una lógica discursiva bastante similar, cierto patrón que se repite, ciertos razonamientos que se emparentan. Las víctimas directas son los muertos, las indirectas los europeos identificados, clasificados, distinguidos y racializados como musulmanes, árabes, negros, etc. La libertad de expresión no murió en Francia, y probablemente se afiance. Los que murieron son personas que creían fervientemente en ella y como corolario se acentuó el estigma sobre una parte importante de la población francesa. El blanco estuvo muy bien elegido en ese sentido, si hubiese sido sobre una base militar o un símbolo del gobierno, muchos habrían tenido menos prurito en celebrar la acción.
No estoy diciendo tal cosa “pero”. No. No hay peros, van juntas. Perdón. No puedo separarlas. Mi dolor por las muertes, absurdas, horrendas, y mi temor por la construcción estigmatizadora sobre la clase subalterna europea, englobados bajo el término “árabes”, “musulmanes”, etc. Hablo del horror del hecho, y de sus nefastas consecuencias como catalizadoras de discursos de odio, potencialmente peligrosos. Hablo de Francia. Al eludir las causas (porque no soy un especialista), me parece dejar claro que las justificaciones quedan de lado. Contexto y justificación por lo tanto es una asociación demasiada forzada, y hasta peligrosa de ratos. Porque nos impide pensar. Incluso desde esa visión algo ingenua, que sostiene que hay conocer la historia para que no vuelva a suceder.
Volviendo a mi temor por las consecuencias, el problema empezó desde el primer minuto, en que la “libertad de expresión” fue considerada un valor occidental, casi como si fuera un derecho que solo Europa podía disfrutar. Ese es mi problema con los llamados valores occidentales, su universalidad es justamente uni-versal, una solo discurso y en una sola dirección, solo sirven hacia dentro (o como justificación hacia afuera). Casi podríamos usar el término fundamentalismo laico. Pero eso además pertenece a la esfera casi exclusiva de las representaciones. ¿O acaso la libertad de expresión nació por la gracia de Voltaire? ¿No fue una lucha que aún no se acaba dentro de Occidente, y conquistada, en gran parte, a pesar de sus gobiernos? ¿No fue la modernidad europea y occidental un sinfín de censuras, en regímenes horrendos y no tantos, que justificaban recortar la libertad de expresión justamente para defender los” valores occidentales”? (y no hace tanto ni hay que irse muy lejos). A mí me gusta pensar la libertad de expresión como un derecho de los pueblos en general, y bien lo saben las llamadas revoluciones árabes, que luchan por ella, y de las que el mundo y la prensa parecen haberse olvidado. Siguen su curso combatidas tanto por los ejércitos de las potencias occidentales como por los grupos fundamentalistas o gobiernos dictatoriales hacia adentro. Pero más que la libertad de expresión, es un derecho de los pueblos “la libertad”, a secas.
Y eso incluye la libertad religiosa, lo segundo que llamó mi atención en las lecturas iniciales del caso. La culpa es de la religión o de un libro. Cada tanto en Francia (¿dónde si no?) se renueva el debate sobre el velo en las mujeres. Yo siempre me identifico con la postura que se opone tanto a la prohibición del velo en Francia, como a la obligación del mismo en algunos países árabes. Ni prohibición ni obligación.
Soy ateo, y comparto muchas lecturas políticas de la tradición anarquista (aunque suene un oxímoron). Lo menciono porque me sorprendió ver que desde esa óptica se estaba justificando una visión demonizante del islam y por lo tanto de sus practicantes. Cuando hablo de la libertad, más que en la tradición liberal, prefiero ubicarla entonces en la libertaria, -“la libertad del otro extiende la mía hasta el infinito” decía Bakunin-. Así como cuando hablo de mi ateísmo, lo reivindico como una postura que me hace, no tolerar, que es una palabra complicada y denota cierta relación de poder, sino respetar las creencias genuinas de millones de personas en el mundo (No hace falta aclarar, aunque sí, que no hablo de iglesias en tanto instituciones de poder, no hablo de fanáticos, no digo que no pueda o deba discutir esas creencias, que el opio de los pueblos, etc.).
Así como el judeófobo (que en estas ocasiones aparece de a montones) tiende a asociar judío a gobierno de Israel (y éste con “Estado”, todo disfrazado de un entidad muchas veces indefinida llamada sionismo), el islamófobo tiende a asociar musulmán con árabe y ambos (convertidos en uno solo) con fanáticos y terroristas. La mezcla de identidades religiosas y étnicas, aisladas de su historia y de su contexto social, la uniformización esencialista de clichés y prejuicios, la identificación de poblaciones separadas del contexto territorial/jurídico/nacional (nótese siempre que primero son musulmanes y después, tal vez, franceses) son marcos que contribuyen a la legitimidad de ciertos discursos que me resuenan peligrosamente de algún lado. Olivier Roy dice que la imagen del musulmán es bastante sesgada: el “verdadero” es el terrorista; el policía que murió en el atentado (Ahmed Merabat) aparece como “la excepción”. El integrismo nacionalista, racial y cultural -una invención occidental en tanto dispositivo y maquinaria sistemática de dominación, exportada al planeta-, solo causa horror y muerte. Y en Francia especialmente, como remarca el periodista Pablo Stefanoni, la obsesión por la identidad nacional, siempre fue un problema.
Mi contexto, entonces, no es más que eso, mi alarma interna encendida, ante la “cuestión” musulmana en Europa. Porque sucedió allí, es obvio entonces que ese sea su contexto. Porque allí viven millones de personas englobadas en la etiqueta “musulmán”.
Mi primera pregunta siempre es ¿a quién perjudica? No para encontrar culpables en teorías conspiranoicas sino para pensar sinceramente en quien sufre las consecuencias. Me declaro por lo tanto -si es necesario que hable desde mi locus de enunciación, desde mi construcción identitaria, desde un “yo soy” que celebro- en contra de todo fundamentalismo (occidental/islámico, por ponerle nombres, pero no solo ellos) construido en torno a “valores”, laicos o religiosos. Me declaro a favor de la libertad de decir y dibujar lo que cada uno se le dé la gana (con la opción de debatir los cuestionados “limites” en marcos verdaderamente democráticos), así como el derecho de cada uno de construir, ejercer y vivir su identidad cultural sin que nadie le diga nada y en todas sus dimensiones (religión, sexualidad, nacionalidad, etc…).
En el mayo francés del 68, se intentó deportar a Daniel Cohn Bendit, el líder más visible del movimiento estudiantil, de origen judío y alemán. La respuesta fue una marcha masiva bajo la consigna “todos somos judíos alemanes” (quizás el origen de las consignas, devenidas hashtags “yo soy…”/”no soy…” o “todos somos…”). Ante eso yo afirmo, sin ninguna duda, “yo soy Charlie”. Y también, siempre y sin peros, “todos somos franceses musulmanes”.
Para cerrar, Frantz Fanon, nacido en Martinica, colonia francesa en las Antillas, luchó voluntariamente para la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial. Pero cuando ésta finalizó, lo apartaron del desfile de honor por ser negro. El blanco crea al negro -dice en la obra que cité- pero el negro crea la negritud. Algo parecido escribió Marc Bloch, también combatiente de la resistencia francesa, antes de morir en manos de la ocupación: “yo solo soy judío frente a un antisemita” y murió gritando “Viva Francia”. Eso es el problema de occidente o de Francia, en el caso particular que nos convoca. Fanon verá con horror, que la masacre empieza en Argelia -que el gobierno de Francia se niega a abandonar como colonia- el mismo día que se festeja la victoria aliada. Podríamos pensarlo como paradoja, pero la revolución de 1789, la de los “valores occidentales”, encontró su límite en la Revolución haitiana de 1804, donde los esclavos negros declararon su independencia contra los deseos franceses. No son paradojas, son espejos en los que, en tanto hijos de occidente (para bien y para mal) debemos mirarnos. En el contexto de la guerra de liberación argelina de la década del 1950 Fanon escribe entonces gran parte de sus obras. Y en el contexto de los “valores” occidentales o de los “fundamentalismos” islámicos quiero insertarla. No puede haber doble standard solo condena global, no son peros, son, parafraseando a Edward Said, dos caras de la misma moneda. El problema es que el llamado “Occidente” (de nuevo, para bien y para mal) tiene la legitimidad de la palabra y de los valores, de la tradición y de la historia. El subalterno, en cambio, dice Gayatri Spivak, no puede hablar.
[1]¿Debo implorar que, antes de opinar sobre la cita, se lea el “contexto” en que está escrito originalmente, y también el contenido de la nota en que se inserta?
[2]En concreto Roy afirma, en traducción de Pablo Stefanoni:
«Mi tesis es que la razón principal de esta radicalización (de jóvenes musulmanes de la banlieu) es un cruce entre una base musulmana de una parte y por otra parte, una cultura de la violencia, del resentimiento, de la fascinación nihilista por un heroísmo malsano, negativo y suicida, el de los jóvenes asesinos de Columbine que masacran a la gente de su escuela y se dirigen al público en vídeos on-line antes de entrar en acción; y de morir, porque la muerte es siempre el fin de la historia (lo que fue también el caso de la banda de Baader).
La » yihad universalizada» prácticamente es la única ideología global hoy disponible en el mercado como la revolución era la ideología estándar de los jóvenes rupturistas en los años 1970. Poner el énfasis principalmente en las fuentes eventuales y coránicas de la violencia – un Corán que estos jóvenes occidentalizados conocen a menudo tan mal ya que no hablan el árabe o no lo hacen bien-, lleva a ignorar la continuidad profunda del terrorismo islámico con esta cultura joven de la violencia y del fantasma de omnipotencia, la del efecto Columbine en los Estados Unidos, la que explica el éxito de películas como Scarface en los suburbios, sin hablar de videojuegos o Born to Kill.»